El Carácter Científico de La Economía

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El Carácter Científico de la Economía.

Mitos y Realidades

Todavía a finales del siglo XX, basta adentrarnos unos pocos pasos
den el mundo académico para toparnos con la callada admiración
de mucho científicos sociales que miran hacia la economía como la
“hermana mayor exitosa”, la “más dura de las ciencias blandas”, la
que más ha logrado reproducir el perfil de las ciencias físicas, con
un a menudo impresionante desarrollo de la formalización
matemática y, con ello, de un elevado grado de abstracción en sus
formulaciones, que a veces condiciona hasta la simple prosa con la
que se refiere a los problemas de la vida cotidiana. Dentro del
grupo de los profesionales de la economía esta sensación es más
generalizada y abierta. Para una gran mayoría no cabe duda de que
la disciplina ha adquirido ya el estatus de lo que se da por
descontado y su carácter científico ni siquiera se constituye en
objeto de reflexión. Independientemente de que en muchas
ocasiones goce o no de una validez predictiva, la tan a menudo
admirable lógica que adorna sus procesos de explicación de los
problemas constituye un verdadero hechizo para quienes disfrutan
del rigor en el razonamiento, hasta el punto de desplazar toda
preocupación de si tales procesos corresponden o no a los de la
vida real. En todo caso, muchos estarán dispuestos a observar
rápidamente que no tienen por qué corresponder, porque
desempeñan tan sólo el papel de modelos de interpretación y en
eso consiste su utilidad.

Incluso quienes han desarrollado una crítica a la presencia de


valoraciones en el proceso de de elaboración de la disciplina
económica, como hemos visto en Myrdal, no pierden el respeto por
el carácter científico de la economía ni desean que sus lectores se
lo pierdan. Dicho autor, al menos en su etapa ingenua, según su
propia autocritica, advertía por eso en la misma introducción a su
libro “que la aceptación de la crítica siguiente no sacude en modo
alguno los cimientos de la economía en cuento ciencia. Los
escritores que han insistido en colocar los recursos normativos (la
teoría del valor) en la misma base de la economía han hecho a
nuestra ciencia un flaco servicio. Esto no altera, sin embargo, el
hecho de que estos recursos son completamente innecesarios para
la teoría económica, la cual queda después de ser rechazada tan
firme e inconmovible como antes” (G. Myrdal, 1967, 14). Por su
parte, Mark Blaug ni siquiera concede el beneficio de la duda en
esta materia. Aunque nos ofrezca una ilustrativa síntesis sobre “la
crisis de la economía moderna” y unas líneas que apuntan a su
superación, se coloca dentro de la posición de quienes ven las
explicaciones sistemáticas y controladas por la evidencia empírica
como características de la generación del pensamiento científico.
De ahí que no dude que la Economía cumpla con esos requisitos y
advierta también en el comienzo de la citada obra “no perdamos el
tiempo aquí tratando de defender la idea de que la Economía es
una ciencia” (M. Blaug, 1993, 11).

Existen grupos de economistas que van mucho más allá se esto. No


solo se sienten seguros en su campo, sino que lo están hasta el
punto de impulsar lo que se ha dado en llamar el “imperialismo de
la ciencia económica”, es decir el intento de generalización de la
“racionalidad económica” a todos los campos del comportamiento
humano. Esta posición puede resumirse genéricamente de la
siguiente manera (G. Radnitzky y Bernholz, 1987, Introduccion):

1.- Toda la vida consiste en resolver problemas. Todos los


problemas, incluso los prácticos, contienen elementos
cognoscitivos.

2.- Por otra parte, la naturaleza está afectada por la escasez


de recursos y normalmente los seres humanos tienen metas
que compiten entre sí. Precisamente una diferencia básica
entre seres animados e inanimados radica en que un
organismo debe hacer algo para mantenerse a sí mismo como
un sistema de cierto nivel de complejidad, como una
“empresa que funciona bien”, lo cual implica que debe actuar
para conseguirlo, aun cuando no siempre esto le conlleve una
elección propiamente dicha.

3.- Pero el ser humano es el sujeto de elección por excelencia.


De ahí que actuar racionalmente suponga usar medios
apropiados para conseguir los fines propuestos, y examinar
éstos críticamente. Lo que conlleva costos y beneficios en
sentido amplio. Dado que los recursos siempre serán escasos,
la conducta racional está gobernada por los principios de
economía.

Está claro que de este tipo de razonamiento puede concluirse,


como lo hacen sus propulsores, la importancia científica de aplicar
la perspectiva económica, su método e instrumentos conceptuales
a otros campos del saber y de la vida. Incluso algunos han
ambicionado convertir la economía en la teoría unificadora de
todas las ciencias sociales.

Pero ésta claro también, otras cosas aparte, que esta posición
adquiere su relativa firmeza suponiendo la validez de determinadas
concepciones de comportamiento racional, escasez de recursos,
fines competitivos entre sí, entre otros. Conceptos que están
sometidos a intenso debate en este momento, como hemos visto al
menos en el caso de la concepción neoclásica de racionalidad.

Como quiera que sea, este primer plano del panorama refleja un
ambiente de optimismo, una cierta posesión apacible de la verdad
científica en manos de los economistas.

Pero a pesar de lo anterior, el panorama es más complejo, y el


trasfondo del mismo ha venido agitándose más y más en las últimas
décadas hasta que recientemente la disciplina económica ha
llegado a convertirse en objeto de severas críticas y dudas.

Podemos examinar los principales ataques sintetizándolos en tres


áreas según la razón de los mismos. En primer lugar, los que surgen
como reacción ante el impacto negativo de la actividad económica
en la vida del planeta; segundo, los que están en desacuerdo con
los supuestos sobre el comportamiento humano en que se basa;
tercero, las criticas que surgen al descubrir inconsistencias en la
propia estructura positiva de esa sociedad industrializada creada
con el capitalismo a partir del siglo XVIII. Pero las críticas estaban
presentes ya, a veces como advertencias amenazadoras, desde
varias décadas atrás.

Hace ya unos 30 años, un autor que, por esa década de los sesenta,
ya era ampliamente reconocido, alertaba al mundo sobre un nuevo
“fantasma que nos ronda”, en de “una sociedad completamente
deshumanizada”. Con gran convicción, Erich Fromm orientaba el
pensamiento del lector a lo que, a su juicio, encerraba la causa del
problema. En su búsqueda de la verdad de conocimiento y de
dominio de la naturaleza en ser humano ha logrado un éxito
tremendo, pero unilateral. En su avance en la técnica y en el
consumo material perdió contacto consigo mismo y con la vida. Al
final, en la visión del autor, nos toparemos con “la sociedad
deshumanizada del año 2000”, suponiendo que no nos destruya
antes la guerra nuclear. Puede ser el comienzo de un periodo en
que cesaríamos de ser humanos y nos transformaríamos en
maquinas que no piensan ni sienten.

Hay que aclarar que, pase al tono sombrío y negativo, este


renombrado intelectual no llega, sin embargo, a las posiciones
extremas de otros dos autores que le antecedieron en sus
posiciones catastróficas. El comparte parcialmente sus
constataciones pero no así la visión de futuro posible. Lewis
Medford en “The Myth of the machine” (1966) y Jacques Ellul en
“Technological Society), (edición francesa, 1954), en efecto, se le
habían adelantado en sus predicciones pero en una perspectiva en
que las mismas no tenían ninguna probabilidad de lograr un final
feliz. Para Ellul la “nueva sociedad tecnológica” con toda su
influencia destructiva en el hombre ganara irremediablemente,
quedando muy limitada incluso la posibilidad siquiera de oponerse.
De manera similar Lewis entendía lo que es economía y como se
relaciona esta con la ecología. De hecho, no existe una sola
concepción económica que pudiéramos llamar “consistencia del
medio ambiente”.

Existen dos líneas principales de entender la relación con la


ecología. Una ha sido generada dentro del enfoque de línea
neoclásica, de la economía convencional y es conocida como
“Economía ambiental”, “del medio ambiente” o “economía de los
recursos naturales”. Básicamente esta trata de extender el campo
de la economía convencional al medio ambiente y a los recursos de
la naturaleza. Su intento es el de incorporarlos como bienes
apropiables, valorables o intercambiables, de manera que puedan
formar parte de los cálculos de costos y beneficios. En este enfoque
de la economía predominante, se ha reconocido que muchas de las
actividades del mercado, aun no contribuyendo al bienestar de la
economía, generan afectos en el medio, sin que sean contabilizados
como costos. En la medida en que estos fenómenos escapan a los
cálculos mercantiles, por ser externos al proceso de mercado, la
reacción ha sido, entonces, tratar de incorporarlos e internalizarlos
en el mercado y en el sistema económico. En celebre, en esta línea,
el economista Pigou (1920) quien cayó en la cuenta de que la
actividad humana, sobre todo en la producción de mercancías,
genera ciertos efectos externos –positivos o negativos- que no
recaen sobre el productor sino sobre “terceros”. Se trata, para él,
de los efectos ambientales o externalidades. Interesado en
mantener una coherencia de la ciencia económica, que
incorporarse, una adecuada contabilidad social, introdujo como
concepto central el concepto de deseconomia o externalidad, para
referirse a esos efectos sobre terceros. Todos los teóricos que han
desarrollado posteriormente esta línea de preocupación por el
ambiente, en realidad, en vez de reflexionar sobre cómo puede
afectar a la economía la presencia del medio ambiente y de la
naturaleza, base biológica y física de la actividad económica, están
haciendo justamente lo contrario: se esfuerzan por considerar a
ambos como objetos exclusivamente económicos. Discuten como
valorar esas externalidades, como internalizarlas, tipos de las
mismas maquinas, condiciones legales contractuales y mercantiles
que las determinan, entre otras. Han incorporado el medio en su
forma actual. De ahí que dentro de la misma economía hayan
surgido cuestionamientos sobre sus propios supuestos, método e
instrumental científico, así como esfuerzos por reconstruirlos.

El fallo en supuestos fundamentales


La segunda fuente de críticas que se han desatado respecto al
carácter de ciencia de la economía apunta más directamente a las
premisas en que se sustenta el análisis. Básicamente, a los
contenidos del comportamiento del homo economices, a los que se
considera seriamente restrictivo en su comprensión de la
naturaleza humana. Ya hemos desarrollado este punto en un
apartado anterior y solo que añadir unas observaciones.

Una forma tan restringida, tan parcializada, de comprender en


comportamiento humano tiene inevitables consecuencias mortales
para una ciencia que pretende explicar e incluso predecir la manera
en que los seres humanos se conducen respecto a sus necesidades
básicas. Uno de los efectos más severos de tal limitación en su
desconexión con la vida real y su ineficaz impacto a nivel empírico.
Es típica la broma de quienes definen a los economistas como
“aquellos profesionales que gastan la mitad de su tiempo en hacer
predicciones sobre la vida real, y la otra mitad en explicar por qué
dichas predicciones no se cumplen”. Como se ha expuesto en
párrafos anteriores, la ciencia económica todavía descansa sobre
un supuesto conductista-la maximización racional de la utilidad-,
aunque ya haya sido rechazado desde hace largo tiempo por los
sociólogos y psicólogos especializados en el estudio del
comportamiento humano. “las pruebas en contrario han tenido
escasas consecuencias sobre la economía porque, poseyendo una
teoría de la forma en que el mundo “debería” actuar, los
economistas pueden rechazar todas las pruebas demostrativas de
que los individuos no son maximizadores racionales de la utilidad.
Existen algunas acciones que nos son maximizadores racionales,
pero se habla entonces de <<imperfecciones del mercado>> que
“deberían” eliminarse. Los actores económicos individuales
“deberían” ser maximizadores racionales de la utilidad y puede
enseñárseles a hacer lo que “deben” hacer. La prescripción rige
sobre la descripción en la economía, mientras que lo contrario
ocurre en las otras ciencias sociales que estudian el
comportamiento humano” (L. Thurow, 1983, 228). A todos los que
hemos vivido con preocupación la aplicación indiscutida de los
programas de ajuste estructural y modernización de la economía,
en particular en países subdesarrollados, nos resultan familiares
estas expresiones. Si se trataba de debatir, por ejemplo, sobre
resultados no deseados de una forma de apertura comercial con el
exterior, o de una liberalización de precios internos, podía
escucharse con frecuencia el mismo tipo de respuesta: “si se dan
resultados negativos es porque no se ha aplicado el modelo de
manera suficiente y por eso persisten contradicciones”.
¿Cómo es posible que sobreviva un supuesto tan irreal, una
abstracción tan inadecuada, aún generando problemas de
comprobación empírica? Esto puede explicarse por la forma en que
la disciplina “ha asumido una forma refinada en la que se vacía de
todo contenido empírico” (L. Thurrow, 1983, 229). Y este
desarrollo, a su vez, tiene que ver con la alta calidad de
formalización matemática que la economía ha logrado incorporar.
Este es el sustituto de la verdadera confrontación con los hechos.
Mark Blaug compara gran parte de las experiencias de trabajo
empírico realizadas por economistas con el intento “de jugar al
tenis sin poner la red”. Y explica: “en vez de tratar de refutar las
predicciones contrastables de su disciplina, los economistas de hoy
contentan con frecuencia con demostrar que el mundo real se
conforma a sus predicciones, sustituyendo así la felación, que es
tarea difícil, por la verificación, que no lo es tanto. (…) El trabajo
empírico que no consigue discriminar claramente entre
explicaciones alternativas, degenera rápidamente en una especie
de instrumentalismo sin sentido, y no exageramos al decir que el
grueso de la investigación empírica actual en Economía adolece de
este defecto”

La conformación de la disciplina al ideal representado por las


ciencias físicas conllevo un esfuerzo por desarrollar la formalización
matemática, pero la mayor perfección de los modelos constituidos
con esta perspectiva evidentemente no garantiza por sí misma una
mayor correspondencia con la realidad humana. La inadecuación de
este uso de las matematices está ligado al carácter del objeto
mismo de estudio, el agente económico, con toda la riqueza de su
comportamiento humano que transciende los aspectos
mensurables que son los únicos con los que puede operar la
matemática para construir sus expresiones formalizadas. Después
de recordar los desafíos planteados por Cairnes a Jovons en cuanto
a que “las verdades económicas no pueden descubrirse a través de
los instrumentos de las matemáticas”.

Teorías económicas, discursos opuestos

Esta es la tercera área de problemas que han dado lugar a plantear


serios interrogantes sobre la economía contemporánea como
ciencia. “Todo economista tiene una dolorosa conciencia de que
existe una duda difundida acerca del supuesto carácter ‘científico’
de la economía”, escribía Murdal ya en 1929. La desconfianza la
atribuía a los fallos en el conjunto de sus premisas, pero, sobre
todo, como razón más poderosa para el ciudadano ordinario, a “la
falta notoria de acuerdo entre los distintos autores en cuanto a los
aspectos económicos de los problemas prácticos y políticos. Esta
incapacidad de los economistas para ponerse de acuerdo casi se ha
hecho proverbial.

Entre la escuela sueca de economistas e incluso en la generación


política de ese país la preocupación estaba ya muy extendida en el
primer cuarto del presente siglo. Myrdal cita unas afirmaciones de
extraordinario valor de una conferencia inaugural pronunciada por
Wicksell en la Universidad de Lund. La economía, dice este profesor
en una singular comparación, “lo mismo que la teología y
aproximadamente por las mismas razones, no ha llegado hasta
ahora a resultados generalmente aceptados. No podemos
mencionar una sola doctrina que no sea contradicha de plan por la
opinión diametralmente opuesta y que no esté también lanzada
como verdad científica por autores de buena reputación. (…) En
otras disciplinas tan pugna de idea conduce, por lo general, a algún
resultado definido. Unas teorías son refutadas, unas hipótesis
quedan anticuadas, las fronteras del conocimiento son llevadas más
adelante. Las concepciones caídas en desuso parecen con la
generación que las acepto. (…) En economía, por el contrario todas
las doctrinas perviven persistentemente. Ninguna teoría nueva ha
suplantado nunca por completo a la antigua”.
Y dentro del estado actual de la cuestión, no conocemos otro
planteamiento que analice ese problema de manera alternativa.
Pero no podemos probar toda su solidez mientras no aparezcan
diferentes puntos de vista con los cuales lo podemos contrastar.

En todo caso, si se desprenden varios elementos importantes de


esta parte de nuestra exposición:

1.- La validez científica de la economía, como de cualquier


otro campo del saber, depende en definitiva de su capacidad
para explicar y transformar la realidad. Es un aserto de
sentido común que desplaza toda identificación de una ciencia
con el mero juego de malabarismos mentales, por sofisticados
que sean.

2.- La múltiple complejidad y riqueza de la vida real exige otra


parecida complejidad de aproximaciones desde diversas
disciplinas y desde la diversidad que se encuentra dentro de
cada una de ellas. La cíclica tentación de construir una ciencia
universal o de convertir una rama del saber, en este caso la
economía, en una teoría general parece ayudar muy poco a
guardar fidelidad a las exigencias de la vida real.

3.- Todo pareciera indicar más bien que las pretensiones


totalizantes por parte de una escuela económica
determinada, sobre todo a la hora de pretender inspirar
políticas públicas y empresariales, son más parte del
programa que un aporte a su solución.

4.- Las deficiencias con que carga hoy día la disciplina


económica no se solucionan con un cambio de paradigma
porque, al menos en la perspectiva de T. S. Kuhn, de la
negación del carácter unitario de la economía, tal y como se
explico, se sigue que la noción de paradigma científico no se
puede aplicar al mundo social del que forma parte lo
económico. Los científicos de las ciencias sociales nunca
podremos hacer desaparecer las diferencias que afectan a
nuestra comprensión del mundo social. Se trata de
oposiciones generadas en buena parte por nuestra respectiva
ideología y son, por tanto, constitutivas de lo social. Las
oposiciones son consecuencias tanto del análisis de Myrdal
como del Mouchot y son de particular relevancia hoy día,
cuando en diversos sectores preocupados por la situación se
ha difundido la idea de que la crisis de la economía es una
“crisis de paradigma”, relacionada con el proceso de
transformación radical que se estaría produciendo en el seno
de la modernidad.
Punto de Llegada: ¿Encuentro o Desencuentro?

Nos preguntábamos al inicio de este capítulo en qué medida está


capacitada la disciplina económica en su estado actual para esa
tarea de colaboración con la ética. Señalamos luego aquellos rasgos
principales de la practica teórica en economía que, en nuestra
opinión, se constituyen como limites para el encuentro entre ética y
economía y, por tanto, a fortiori, para una ética de las políticas
económicas. Los espacios críticos principales que mencionamos son
los que se encuentran en torno ha:

 La manera como la economía concibe el carácter


positivo de su razonamiento, es decir, su relación con
enunciados de carácter normativo y juicios de valor;
 El supuesto individualista metodológico manejado en
economía y la concepción de racionalidad económica; y
 La forma de entender el carácter científico de la
economía;

Es el momento de subrayar, de manera resumida, las principales


idea expuestas que apuntan a un encuentro o a un desencuentro
entre ética y economía.

Para un desencuentro
A la luz de lo expuesto en estos apartados, podemos señalar que
toda pretensión de fundamentar un “pensamiento económico
único” cierra el paso a esa colaboración fecunda interdisciplinar de
la que hemos hablado y, al mismo tiempo, bloquea las posibilidades
de desarrollo disciplinar propias de la economía porque traiciona su
vocación de instrumento interpretativo y transformador de la
realidad. Hemos descubierto también que una pretensión como la
mencionada se construye de diversas formas que se refuerzan
mutuamente.

Por otra parte, pretendiendo constituirse es una “ciencia pura”,


porque al ignorar deliberadamente los contenidos políticos,
valorativos, que están realmente presentes en la teoría económica
e intentar disfrazarlos con ropaje estrictamente científico se incurre
en peligros entre los que no es ciertamente el menor el de
convertirse en un arma de propaganda de posiciones e intereses
políticos presentados como equivalentes del “interés social” o de
“lo económicamente justo”. Pretendiendo estar por encima de los
intereses de uno u otro grupo en particular, o suponiendo en el
fondo una armonía de intereses, se acaba atentando contra la
democracia, al imponer de hecho los intereses de un solo grupo.
Por otra parte, se llega a parecidos resultados tanto identificando
un concepto reducido de racionalidad con el de racionalidad y
razón humana en general, como pretendiendo hacer desaparecer la
pluralidad de discursos científicos en economía con la imposición
de un discurso unitario. En el primer caso se empobrece
notablemente la disciplina al obsesionarse solamente por descubrir
en todo comportamiento humano una réplica del supuesto
comportamiento de mercado. Se pierde, en cambio, la posibilidad
de enriquecer el análisis propio, complementándolo con la
comprensión de otras fuentes de motivación. En el segundo caso,
se corre el riesgo de perder de vista toda una serie de problemas
susceptibles de tratamiento económico, en la medida en que no los
ve encajar en el ángulo particular de su discurso.

Para un encuentro

Hablar de los límites de la economía no tiene exclusivamente un


carácter negativo. Constituye al mismo tiempo una apreciación
realista que permite demarcar el campo que se abre a la economía
para su propio desarrollo como disciplina y para un dialogo
interdisciplinario así como para una mejor comprensión de las
condiciones bajo las cuales este puede desarrollarse. Por eso la
superación de esos límites es ya una pista para el encuentro con las
demás disciplinas y con la ética en particular. Pero esa meta de
‘encuentro’ empieza por casa.

A estas alturas de nuestra exposición resulta evidente que, aunque


no de manera exclusiva, si predominantemente, los rasgos del
pensamiento económico aquí expuestos se aplican a las diversas
variantes de la llamada corriente principal, es decir, de la teoría
marcada por el enfoque neoclásico. Siendo esto así, tenemos que
concluir que las limitaciones expuestas no solo reafirman sino que
hacen más urgente la exigencia de lo que hemos llamado
concertación académica, en la economía, abriéndola a un
pensamiento creativo más allá de ese marco neoclásico. En la
dinámica de diseño de metas éticas para las políticas económicas,
expuestas en el capítulo VI, veíamos ese tipo de concentración de
puntos de vista de la economía como elemento previo a una
concertación social y política. Ahora podemos decir que es algo
saludable también para la economía, con independencia de
objetivos propios del campo ético. En todo caso, paginas
posteriores deberán ampliar este tema.

La misma experiencia nos dice que el individuo común entiende


que el u otra persona proceden racionalmente cuando sopesan
todos los elementos que definen una situación, cuando razonan,
cuando son capaces de ordenar, de organizar los diversos aspectos
de un problema. Esta experiencia que se repite diariamente ilustra
el concepto más rico de racionalidad que se repite diariamente
ilustra el concepto más rico de racionalidad humana, prácticamente
sinónimo de racionabilidad, al subrayar esos aspectos quedaron
escindidos de la otra dimensión, la de cálculo, en imparable
ascenso junto con el desarrollo de la sociedad capitalista desde
hace un par de siglos. De los que se trata ahora es de reintegrar en
una comprensión más plena de la racionalidad humana, por una
parte, los sinónimos de comprehensivo, conocimiento,
entendimiento que nos ligan al discurso coherente y a la lógica
formal; en suma, al discurso positivo, deductivo. Y por otra el
discernimiento, el juicio, la sabiduría, el buen sentido, que conectan
con la decisión argumentada, el discurso normativo.
Históricamente ha existido, y se comprende que existirá siempre
una tensión entre ambos: entre la razón como calculo, como
coherencia, como logia formal, en su sentido contemporáneo, tan
cercano al área de las matemáticas, y la otra perspectiva, la que nos
permite captar la unidad esencial del mundo, de la vida, de los
problemas, a través de toda su multiplicidad. Pero las tensiones no
deben resolverse en prejuicio de ninguna de las dos dimensiones, lo
racional y lo razonable, la coherencia lógica y el juicio, la positividad
y la normatividad. En esta perspectiva integradora se están
haciendo aportes para integrar el concepto de racionalidad en uso
en economía, para que cumpla más adecuadamente su papel de
fundamento en las funciones prospectivas de la disciplina. Para dar
una idea de lo diverso de estos aportes, podemos mencionar dos
líneas de búsqueda en esa dirección.

Pluralidad de modelos de racionalidad individual

Una primera línea, en el mismo campo de la economía pura, parte


de análisis críticos de la teoría walrasiana. La encontramos, por
ejemplo, en Claude Mouchot que aporta elementos constructivos
de una visión alternativa.

Para este autor es preciso que en economía las dos dimensiones de


la razón, lo racional y lo razonable, se reencuentren. Y no
solamente por alcanzar un enriquecimiento en la comprensión del
comportamiento humano, sino porque, además, al reintroducir la
deliberación y el juicio, se establecerían las condiciones para una
verdadera libertad individual, frente al peligro del totalitarismo
contenido, según su análisis, en la racionalidad económica
neowalrasiana. A la superación de esta amenaza a la libertad
haremos referencia en un apartado posterior.
En la posición aludida el énfasis de la crítica al modelo walrasiano
recae sobre la falta de realismo del mismo, en la medida en que
entre el funcionamiento real de los mercados financieros y el
funcionamiento teórico de los mercados walrasianos se da una
distancia insalvable. Estos suponen una previsión perfecta por
completo inexistente en la realidad, según lo atestigua la
inestabilidad crónica de los mercados financieros, y el hecho de que
las acciones reales de los agentes económicos tienen lugar en un
contexto sometido a instituciones y normas sociales y a la
observación e imaginación de las actuaciones de los demás
agentes. A pesar por ello, es el propio problema de la imposibilidad
de una previsión perfecta en el campo del comportamiento
económico lo que abre la posibilidad para definir los rasgos de un
modelo alternativo de racionalidad individual. Se trata de un
modelo en el cual el principio de la racionalidad debe permanecer
suficientemente general y que no puede ser especificado más que
por medio de diferentes modelos particulares, según el problema
especifico que haya que resolver. La observación del
comportamiento cotidiano de los individuos persuade de la
existencia de esta pluralidad de patrones de comportamiento.

De hecho la racionalidad del individuo se pone en funcionamiento


en la vida real siempre a partir de una información limitada: ni
puede conocer todas las consecuencias de cada una de ellas. Con
cada información limitada, no podemos menos de pensar en una
racionalidad también limitada. Ciertamente todos tenemos
tendencia a mejorar nuestra información antes de actuar, al menos
en materias importantes, pero, en definitiva, nuestra acción tendrá
lugar en la mayoría de los casos con una información incompleta.
Por eso ligar el comportamiento racional a la optimización pierde
sentido en el universo real de información imperfecta y algunos
autores buscan por ello, para el campo económico, otro tipo de
criterios alternativos en el orden de acciones que produzcan
satisfacciones, donde el umbral de satisfacción esta a discreción del
agente que lo puede modificar en función de los resultados del
procedimiento de búsqueda.

Por lo demás, la indeterminación en la que se mueve cada agente


económico –como cada persona en lo cotidiano- da lugar a que
innumerables circunstancias cada uno de nosotros deba modificar
sus fines, ante la brecha que encontramos entre la coherencia
proyectada y la coherencia vivida, a la hora de elegir determinados
medios. Los resultados concretos de la acción no son casi nunca
como se esperan, sobre todo por la confrontación con las otras
acciones que han sido producidas por los demás, según otras
coherencias individuales.
De la previsión imperfecta a la necesidad de la política

Cualquiera de los planteamientos expuestos abre el panorama de la


decisión económica a la incorporación explicita del elemento
político. En particular, considerar la “previsión imperfecta”, a la cual
se está expuesto en la actividad económica, plantea el problema de
volver a dar a los mercados elementos de previsión que hagan
posible que el comportamiento llegue a ser más razonable. En aquí
donde debería entrar en juego el papel del político, la función del
estado, no para “interferir” en la economía, sino para
complementarla apuntando al largo plazo y dibujándolo
anticipadamente un poco en sus líneas generales.

Siendo este el papel de la autoridad política, la realidad actual nos


dice que, por el contrario, cada vez más los políticos se han ido
despojando _o van siendo despojados- de esa tarea de esclarecer el
porvenir. Presenciamos así la necesaria contrapartida de un énfasis
sobrecargado en la libertad total de los mercados. Pareciera que se
ha venido realizando una vez más una abdicación de la razón en
beneficio de la racionalidad, por más que ni la previsión perfecta, ni
otras condiciones de funcionamiento se cumplan. Bajo el “mito” de
los “mercados parangón de racionalidad”, se ha producido la
neutralización de la política económica.
Por lo tanto, un comportamiento que una lo racional con lo
razonable, que incorpore la deliberación y el juicio y que se acople
mas al comportamiento real de las personas, reclama en la
economía la presencia activa del elemento político, ligado en
particular a una función redefinida del estado, en una concepción
democrática cada vez más participativa. Con ese planteamiento no
solo se logra una aproximación mayor a la realidad humana, y se
supera la concepción reduccionista de la racionalidad económica,
sino que se abre espacio para un verdadero respeto al ejercicio de
la libertad humana, que vaya más allá del discurso liberal.

Llama la atención que, en décadas recientes, la aplicación más


literal de modelos de crecimiento económico apegados a la
concepción neoliberal hayan podido implantarse en países que,
como Chile en la época de la dictadura pinochetista, no gozaban de
libertad ciudadana. Pareciera que las prácticas totalitarias se
tornaban en un escenario más propicio para la realización del
carácter automático del homo oeconomicus, con la renuncia
obligada por parte de los ciudadanos a su condición de agentes
económicos. El régimen totalitario favorecía el sometimiento de las
reglas, no de las normas sociales establecidas colectivamente, sino
de las generadas e impuestas por la supuesta racionalidad
económica.
Con un reencuentro de la economía con la política, en el mejor de
sus sentidos, con el cumplimiento de “la esperanza de que la
disciplina vuelva a unirse con la política para volver a construir la
disciplina más amplia de la economía política”, nos distanciamos
del peligro de imponer a todos los miembros de una comunidad
nacional una estrategia de crecimiento, un conjunto de medidas
económicas en nombre de un supuesto interés general, de una
nacionalidad social global que postulan una especie de sujeto
colectivo inexistente y que impiden la creatividad en la búsqueda y
elección de fines. Aunque, por supuesto, esta nueva ruta no evita la
expresión de un mayor número de conflictos que los que se
expresan bajo una dictadura.

Como nos recuerda Mouchot, la evolución social se funda, con la


ausencia de una “verdad social”, sobre el conflicto de “verdades
individuales”. Las acciones de las personas, en un momento dado,
no tienen por qué ser compatibles ex ante. Por eso para cada uno
se producirán de hecho momentos en los que experimentara una
brecha entre su coherencia proyectada y su coherencia vivida. Para
la vida de la colectividad ex post. Una vez construida, cada cual, en
el instante siguiente, de nuevo tendrá que trazar las modificaciones
de sus fines y de su elección de medios a partir de su experiencia
vivida. Se repite el conjunto de acciones con sus respectivas
finalidades, de nuevo incompatibles ex ante. Y así sucesivamente.
Así explica este autor la evolución social y sus lazos con la libertad
individual, dejando claro que solo pueden darse a explicaciones ex
post, dada la imposibilidad de prever cambios en los
comportamientos individuales, lo que supondría negar la libertad
individual. Una evolución social dinamizada por este tipo de
comportamientos individuales permite ver la capacidad humana de
construir el porvenir y no de verlo como algo que se nos viene
encima. “Los holismos de los años 1960 han querido negar este
hecho; casi lo logran con los filósofos de la muerte del hombre. El
abandono de estos enfoques después de una o dos décadas y el
monopolio casi total del individualismo, metodológico y político,
hubieran debido ver resurgir esta evidencia: el porvenir es también
lo que nosotros hacemos de él. Esto, por desgracia, no es lo que se
ha producido: en economía el liberalismo no ha cesado de querer
mostrarnos que el individuo no es más que un autómata; en vez de
ser juguete de la historia o de las estructuras, ahora lo seria de su
racionalidad…”
La “stakeholder theory”: hacia un nuevo espacio de libertad y
participación en economía

Un último aporte, que proviene de la teoría contemporánea de la


empresa, resulta sugerente en cuanto a las posibilidades de ampliar
los espacios de libertad en los procesos de decisión económica.

Es curioso observar como a una renovación conceptual puede


surgir a partir de factores que no solo la pretenden, sino que
incluso se encuentran inspirados en una posición teórica o doctrinal
que, en otros aspectos, pudo resultarle antagónica. Tal pareciera
ser el caso de algunos replanteamientos recientes en lo que se
refiere a la re conceptualización de modelos de la empresa
contemporánea, tales como la que se encierra en la llamada
“stakeholder theory”, traducida con limitaciones por la expresión
“teoría de los grupos de intereses”. Lo llamativo de este punto
resalta sobre todo si pensamos en la posibilidad de lograr desde
esta nueva teoría considera que toda su legitimidad la recibe de la
sociedad de la que forma parte. Con esta nueva concepción de la
empresa como institución social, en el pasado reciente se fue
generando la idea de la respectiva responsabilidad social de la
empresa, para pasar luego a hablar de responsabilidad ética.
En un primer momento, ligada a la conciencia de la responsabilidad
social de la empresa, surgió la idea de la necesidad de un
instrumento con el cual se pudiera evaluar los beneficios y costes
producidos por la entidad empresarial a la sociedad en un periodo
determinado. Después de una etapa de surgimiento y desarrollo
que abarca los años sesenta y setenta de este siglo, por diversas
razones, entre ellas las crisis de los modelos existentes de Estado
de bienestar, decae y prácticamente desaparece el concepto de
balance social.

Más recientemente, las condiciones permiten la aparición de una


nueva perspectiva de análisis, la del balance ético, que se alimentan
en muchos de sus aspectos de la aplicación de elementos de la
stakeholder theory de la empresa.

Durante etapas anteriores, se había venido manejando la confusión


entre lo público y lo estatal con el agravante de convertir al estado
en único responsable de lo social, mientras que para la empresa se
mantenía todo lo que este concepto encerraba en la conocida
definición de “externalidades”, y del respecto al marco legal. Con
cierta coherencia con dicho enfoque, se mantenía un concepto dual
dentro de la empresa, en la que en la práctica se distinguían
simplemente los intereses de los trabajadores y los de los
propietarios o accionistas. En el presente, al superar la
identificación entre lo público y lo social, y gracias en parte a la
crítica dirigida contra el paternalismo de determinadas políticas
sociales de estado, por generar apatía y desmovilización social, ha
desaparecido también la identificación entre obligación social y
obligación estatal. Esto crea un espacio que ha permitido pensar en
la reconfiguración del balance social como balance ético para la
empresa, a partir de la redefinición ética de la responsabilidad
social. Dentro de una perspectiva de rentabilidad –que tampoco
nos corresponde discutir aquí-, se promueve la idea de este balance
ético como un aporte a la empresa, en la medida en que deviene un
instrumento de gestión y de servicio de su imagen pública.

Revitalizando la economía

El subtitulo de la obra de G. M. Hodgson (1995) con el que


iniciamos este apartado es sugerente. La tarea a la que nos
enfrentamos hoy día los economistas es de la de revitalizar el
conjunto de la disciplina. Aunque parte importante de las
exigencias de este objetivo tiene que ver con la redefinición del
concepto de racionalidad económica, la cosa va más allá. O, por
decirlo así, la inserción de era en un concepto más amplio de
racionalidad humana, y la más estrecha vinculación de la economía
con la política, conllevan un nuevo modelo de desarrollo de la
disciplina. Desde el momento en que se comprende y se realiza
este redimensionamiento se produce una retirada de las posiciones
reduccionistas ligadas a un seguimiento estrecho del modelo de las
ciencias físicas. También se ponen en cuestión otros supuestos
claves en la corriente principal, tales como las concepciones
neoclásicas de tiempo, información, aprendizaje y maximización.
Estos cuestionamientos forman parte de un esfuerzo por
reconstruir la economía, aunque se puede anticipar que esto no es
una tarea fácil, ni realizable en escaso tiempo. “La economía
neoclásica necesito los esfuerzos combinados de más de doce
mentes excepcionalmente dotadas a lo largo de un periodo de más
de noventa años –desde 1860 hasta 1950- para que surgiese bajo
su forma actual. Analógicamente, la construcción de una nueva
ciencia económica es una tarea titánica, y esto no es más que una
pequeña y parcial contribución.

Parte del esfuerzo, en efecto, lo proporciona el estudio en la


dirección coevolutiva, en donde se ubican los trabajos del propio
Hodgson. Partiendo, como otros autores, de que el desarrollo de la
teoría del equilibrio general ha alcanzado un callejón sin salida, en
relación con las dudas que ya reconocemos sobre el concepto de
racionalidad, llega a topar con una dificultad fundamental respecto
a un supuesto largamente presente en los trabajos de economistas
durante dos siglos. Se trata del supuesto generalizado de que las
acciones egoístas pueden llevar a un orden social y a resultados
óptimos; es decir, el supuesto de que la evolución de la economía y
de la naturaleza apuntan a un estado de realización máxima. La
crítica contemporánea somete a bombardeo esta creencia, desde
diversos ángulos, produciendo su desmoronamiento, aunque esto
no signifique ni se debilite ni, mucho menos, que desaparezca de
ortodoxia neoclásica.

Abducciones desde la biología

Dado que una de la raíces del problema está ubicada en la


aplicación del concepto de ciencia moderna a la economía, y a las
huellas mecanicistas y del dualismo cartesiano que trajo como
consecuencia, se comprende que Hodgson se coloque en una
posición que trata de escapar de esas limitaciones. Adopta una
concepción en la que el conocimiento científico no descansa ni en
hechos concretos, ni en proposiciones lógicas autónomas, sino que
enfatiza el papel de la comunidad científica como “nexo de unión
entre la continuidad y la postura interpretativa del proceso
investigador científico”. Es decir, una senda media entre
objetivismo y relativismo. Considera necesario moverse por la línea
de C.S. Peirce para subrayar los límites del razonamiento
matemático, afirmando que con una mera deducción no se pueden
producir innovaciones o progresos reales científicos, dado que la
conclusión lógica estaba implícita en las premisas, por eso acepta
de esta perspectiva filosófica el papel creador de la intuición y,
sobre todo, la importancia de lo que Peirce llamó “abducción”,
distinta de la inducción y la deducción. Con este concepto y su
práctica tiene que ver la utilización del uso de metáforas en la
ciencia.

La economía como ciencia ecológica

En la medida en que se ha ido extendiendo la preocupación


ecológica; en la medida en que los hechos de destrucción ambiental
resultan innegables, difícilmente pueden encontrarse políticos y
economistas teóricos que no se preocupen ahora por lo ecológico,
con un poco de cinismo podríamos decir que hoy en día la
indiferencia ecológica no resulta “popular” gana votos, pero hay
que ser claros: no todo el que se preocupa de la relación entre la
economía y medio ambiente tiene la misma visión o percepción de
las cosas, ni genera el mismo tipo de prácticas.
De hecho, así como no existe una sola manera de entender lo que
es economía, tampoco existe una sola concepción económica que
pudiéramos llamar “consciente del medio ambiente”. De hecho
contamos con dos líneas principales de entender la preocupación
ecológica en economía, como ya hemos comentado.

Hay un aporte teórico que ha sido determinante para el avance en


la adopción del punto de vista ecológico en estos economistas: la
aplicación de la ley de la entropía a la economía. Es una
contribución que toma como punto de partida la consideración de
la termodinámica, en buena medida, como la “física del valor
económico”. Las ideas principales de esta contribución podemos
evocarlas de la manera siguiente.

Conformarse a la primera ley de la termodinámica, la energía


materia ni se crea, ni se destruye. Pero, al mismo tiempo, la
segunda ley establece que cualquier trabajo realizado aumenta la
entropía, es decir, disminuye la cantidad de energía utilizable, (por
ejemplo, del carbón o de cualquier otra fuente energética
terrestre). Y, aunque sigue existiendo la misma cantidad dispersa
de energía, cualquier procedimiento para reconcertarla requeriría
más energía de de la que podría regenerar. Es decir, aumentaría la
dispersión de energía previamente concentrada, se trata de un
proceso irreversible.

Si consideramos, en cambio, el proceso económico. Vemos que. Por


su propia naturaleza, en la medida en que consiste en una
producción seguida de consumo, es entrópico. La diferencia
cualitativa entre las cantidades de materia prima (cruda) y el
desecho es medido por la entropía. Sin embargo, el objeto principal
de la vida económica es la autopreservacion de la especie humana,
lo que implica la satisfacción de necesidades básicas
fundamentalmente biológicas y la vida biológica se alimenta de
baja entropía. De aquí se sigue que también toda la vida económica
se alimenta de baja entropía, deviniendo esta la condición de
utilidad. A partir de este punto puede criticarse el proceso
económico contemporáneo concebido como un sistema cerrado,
fruto de la epistemología mecanicistas, que en su forma de tratar
con la naturaleza ignora que la realidad no es circular sino
unidireccional, por cuanto transforma continuamente la baja
entropía en alta entropía.

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