Chopra, Deepak - El Sendero Del Mago
Chopra, Deepak - El Sendero Del Mago
Chopra, Deepak - El Sendero Del Mago
DEEPAK CHOPRA
Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusión, y con el propósito de
que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN
PRIMERA PARTE:
La entrada al mundo del mago
Por qué necesitamos a los magos
Cómo aprender del mago
Los 7 pasos de la alquimia
SEGUNDA PARTE:
El sendero del mago
Lección 1
Lección 2
Lección 3
Lección 4
Lección 5
Lección 6
Lección 7
Lección 8
Lección 9
Lección 10
Lección 11
Lección 12
Lección 13
Lección 14
Lección 15
Lección 16
Lección 17
Lección 18
Lección 19
Lección 20
TERCERA PARTE:
Los 7 pasos de la alquimia
1º Paso: La inocencia
2º Paso: El nacimiento del ego
3º Paso: El nacimiento del realizador
4º Paso: El nacimiento del dador
5º Paso: El nacimiento del buscador
6º Paso: El nacimiento del vidente
7º Paso: El espíritu
PRIMERA PARTE
La gente se pregunta por qué, habiendo nacido en la India, me siento tan atraído por los magos. Mi
respuesta es la siguiente: en la India todavía creemos que los magos existen. ¿Qué es un mago? No es
sencillamente alguien que puede hacer magia, sino alguien capaz de transformar.
Cuando era niño y vivía en la India, sabía que todo eso era cierto. A veces llegaban a nuestra casa ancianos
de túnicas blancas y sandalias, y hasta para un muchacho asombrado por la vida, parecían criaturas muy
especiales. Estaban completamente en paz; de ellos emanaban la alegría y el amor; parecían no inmutarse
ante los altos y bajos de la vida cotidiana. Los llamábamos gurús o consejeros espirituales. Pero tardé mucho
tiempo en darme cuenta de que gurú y mago es lo mismo. T odas las sociedades tienen sus maestros,
clarividentes y sanadores; gurú era sólo nuestro vocablo para designar a los poseedores de la sabiduría
espiritual.
Durante treinta años he reflexionado acerca de los magos. He visitado Glastonbury y el occidente de
Inglaterra, he escalado el T or y he visto la colina donde supuestamente descansan el rey Arturo y sus
caballeros. Pero algo más místico, la necesidad de la transformación, me hace volver nuevamente a la magia.
Año tras año he sentido que nuestra época necesita de ese conocimiento más que nunca. Ahora que soy
adulto, dedico mi vida profesional a hablar y escribir sobre la forma de alcanzar la libertad plena y la
realización. Pero apenas hace poco me di cuenta de que todo el tiempo he estado hablando de alquimia.
Finalmente decidí que una forma interesante de abordar este tema sería a través de una de las relaciones
más maravillosas que se haya registrado nunca, la que existió entre Merlín y el joven Arturo en la cueva de
cristal. En este libro, la cueva se presenta como un sitio privilegiado dentro del corazón humano. Es un refugio
seguro donde hay una voz sabia que no conoce el temor, y al cual no llega la agitación del mundo exterior. En
la cueva de cristal siempre ha existido y existirá un mago — lo único que hay que hacer es entrar en ella y
escuchar.
Hoy en día la gente vive en el mundo de los magos tanto como lo hicieron las generaciones pasadas. Joseph
Campbell, el gran estudioso de la de mitología, decía que cualquier persona que espera en una esquina a que
el semáforo pase a verde para cruzar la calle, en realidad está esperando entrar en el mundo de los actos
heroicos y la acción mítica. Lo que sucede es que no vemos nuestra oportunidad, y cruzamos la calle sin ver la
mítica espada en la roca al lado del andén.
El viaje hacia lo milagroso comienza aquí. Este es el mejor momento para comenzar. El sendero del mago no
existe en el tiempo — está en todas partes y no está en ninguna parte. Nos pertenece a todos y no le
pertenece a nadie. Así, éste es sólo un libro acerca de cómo recuperar lo que ya es nuestro. Como dice la
primera frase de la primera lección: Hay un mago dentro de cada uno de nosotros un mago que lo ve y lo
sabe todo.
Ésta es la única frase del libro que se debe aceptar como un acto de fe. Una vez que descubramos nuestro
mago interior, la enseñanza vendrá por sí sola. Durante muchos años, este tipo de aprendizaje espontáneo ha
sido el centro de mi vida diaria: observar y esperar a oír lo que mi gula interior tiene que decir. No existe otra
forma de aprendizaje más fascinante. He oído la voz de Merlín en el sonido de una risa en el aeropuerto, en el
susurro de los árboles al caminar hacia la playa, y hasta en la televisión. Una estación de autobuses puede
convertirse en la cueva de cristal cuando se tiene la llave.
¿Por qué necesitamos seguir el sendero del mago? Para elevamos sobre lo ordinario y lo confuso, y
encontrar la clase de trascendencia que solemos relegar al campo de lo mítico, pero que en realidad tenemos a
mano, aquí y ahora. Estar vivos significa ganamos el derecho a decir lo que deseamos decir, a ser lo que
deseamos ser, y a hacer lo que queremos. Camelot era el símbolo de esta forma de libertad. Por eso volvemos
nuestros ojos sobre ese sitio mágico con nostalgia y admiración. La vida ha sido difícil desde entonces.
Una vez, un discípulo preguntó a su maestro: “¿Por qué siento esta opresión tan grande, como si quisiera
gritar?” El maestro lo miró y le dijo: “Porque todo el mundo se siente igual”.
T odos nosotros deseamos crecer en amor y creatividad, explorar nuestra naturaleza espiritual, pero muchas
veces erramos el objetivo. Nos encerramos en nuestra propia cárcel. Sin embargo, hay quienes han roto el
encierro que comprime la vida. Rumi, el poeta persa, decía: “Somos espíritu incondicionado atrapado por las
condiciones, como el Sol en un eclipse”.
Ésa es la voz de un mago que no creía que los seres humanos viviésemos limitados en el tiempo y el
espacio. Sólo estamos eclipsados temporalmente. El propósito de aprender de un mago es encontrar al mago
que llevamos dentro. Una vez hallado el guía interior, nos habremos encontrado a nosotros mismos. El yo es el
Sol de resplandor permanente que, aunque eclipsado, cuando se despejan las sombras se muestra en toda su
gloria.
En este libro hay veinte lecciones, cada una de ellas relatada desde el punto de vista del mago. Al comienzo
de cada lección hay algunos aforismos, trozos condensados de sabiduría del mago, que ayudan a trascender la
realidad ordinaria. Léalos e interiorícelos. No espere un resultado, sólo viva la experiencia. No se esfuerce.
Esforzarse es como luchar por salir de la arena movediza — sólo sirve para hundirse más.
El mago interior desea hablar, y eso es algo que nos sucede a todos. Pero para hacerlo necesita la
oportunidad, el espacio. Al igual que los Koan del Zen, los aforismos proporcionan ese espacio porque
modifican el punto de vista, lo cual a su vez puede desencadenar el cambio de la realidad personal.
Es necesario traer la voz del mago a la vida cotidiana. Ya cité la primera frase de la primera lección: Hay un
mago dentro de cada uno de nosotros — un mago que lo ve y lo sabe todo. El resto de la lección dice así:
Estas palabras habrán cumplido su propósito si producen en nosotros una ligera sacudida, la emoción de un
reconocimiento. En realidad es emocionante descubrir que no somos seres limitados, sino hijos de lo
milagroso. Ésa es la verdad, la realidad profunda acerca de cada uno de nosotros que ha vivido eclipsada
demasiado tiempo.
He recopilado cerca de cien de esos dichos, ilustrados con historias del mundo de Merlín y Arturo. No son
fragmentos de las leyendas antiguas, sino parábolas que he enmarcado en esa época. A veces la historia
ilustrativa parece no concordar exactamente con los aforismos o con la lógica perfecta. Lo he hecho
deliberadamente, porque la mente lineal, con su necesidad de crear orden, no es la única que lo ha de
acompañar en su viaje por el sendero del mago. Deberá andar ese camino de la mano de la imaginación, la
esperanza, la creatividad y el amor.
En pocas palabras, el sendero del mago es el camino del espíritu. Pero la espiritualidad no se opone a la
racionalidad; es el marco más grande dentro del cual encaja la razón, como una de muchas otras piezas. Para
dirigirme a la mente lineal he incluido una sección denominada “Para comprender la lección”, la cual sustenta
los aforismos y las historias. Por último viene la sección titulada “Para vivir la lección”, la cual nos ayuda a
abrimos para que la sabiduría del mago penetre en nuestra propia experiencia.
“Para vivir la lección” es la parte activa de este aprendizaje. Mis sugerencias son apenas un punto de partida,
formas de encender la iniciativa de cada uno. En últimas, será nuestra propia comprensión la que cambiará
nuestra realidad. En “Para vivir la lección” hay algunos ejercicios que podrían parecer pasivos, porque la
mayoría son experimentos del pensamiento.
¿Qué es un experimento del pensamiento? Es una forma de llevar la mente a nuevos lugares, de hacerla ver
las cosas de manera diferente. Los magos sabían algo profundo e importante — que si deseamos cambiar el
mundo, es preciso cambiar nuestra actitud hacia él. Einstein se reclinó una vez en un sofá, cerró los ojos y vio
a un hombre que viajaba a la velocidad de la luz. Sin descartar esa curiosa imagen, comenzó a realizar varios
experimentos de pensamiento, aparentemente simples elucubraciones. Sin embargo, pocos años después, las
actitudes de todo el mundo científico se transformarían cuando la naturaleza misma confirmara las visiones
trascendentales de Einstein.
Si una fantasía en un sofá puede alterar el mundo, es porque los experimentos del pensamiento encierran un
poder incalculable. Nada se aprende realmente hasta que se vive. Una vez que la razón, la experiencia y el
espíritu se unen, se abre el sendero del mago y todo está dispuesto para la alquimia. La sabiduría que
llevamos dentro es como una chispa que, una vez encendida, no se extingue jamás.
1. Siéntese en silencio durante unos momentos antes de iniciar la lectura de una lección.
2. Lea los aforismos y después tómese unos minutos para interiorizarlos. Léalos cuantas veces desee.
Deje un espacio para sus propias reacciones e ideas, que suelen ser las cosas más valiosas que puede
recibir.
3. Continúe leyendo el resto de la lección: la historia de Merlín y Arturo, la sección titulada “Para
comprender la lección”, y la titulada “Para vivir la lección”.
Lea nuevamente cada lección tan a menudo como lo desee, una o más veces; destine un día o una semana
para vivirla. En este proceso no hay cronogramas. Mi único consejo es vivir la lección por lo menos durante un
día, en lugar de tratar de absorber demasiadas lecciones a la vez.
La tercera parte de este libro se refiere a las etapas de transformación a través de las cuales el mago lleva a
su discípulo. Las he denominado los siete pasos de la alquimia, los cuales comienzan con el nacimiento y
conducen, con el tiempo, a la transformación total. La alquimia consiste en transformar las cosas en oro, la
sustancia perfecta e incorruptible. En términos humanos, el oro es un símbolo de la pureza de espíritu. Los
siete pasos de la alquimia se realizan cuando la persona deja atrás todas las limitaciones, se libera de todos
sus temores y toma consciencia del espíritu puro que lleva dentro.
No hay otro viaje más asombroso. En la época de Arturo lo habrían llamado una búsqueda, y el objetivo
supremo de esa búsqueda siempre fue encontrar el Santo Grial, el símbolo más poderoso de la pureza de
espíritu. Por lo tanto, para mí la alquimia y el Grial son la misma cosa. En ambos casos hay una búsqueda
profunda del aspecto eterno de la vida que trae consigo lo que todos soñamos: el amor puro, la felicidad pura,
la realización pura en el espíritu.
No importa si se lee primero la segunda o la tercera parte. Cada una tiene su estilo y enfoque propios, pero
ambas provienen del mundo del mago. Merlín vive en ambas y su objetivo siempre es el mismo: enseñamos a
cada uno de nosotros cómo lograr la perfección a la que tiene derecho la carne.
Por último, este libro describe la aventura que nos llevará de una vida dominada por el ego y todas sus
luchas, a una vida dominada por los milagros. Cada cual aprende a su propio ritmo, pero nuestra sed de
milagros es tal que me gustaría estar con usted el día en que el conocimiento del mago comience a aflorar y,
con él, su nueva vida. Lo que le espera al final es nada menos que el florecimiento pleno del potencial de su
espíritu.
Nota: El mago, siendo un profeta, no tiene género. Es sólo la imperfección del idioma la que convierte a
Merlín en un “él” (como lo hace también con los vocablos Dios, sabio, adivino y muchos otros que están más
allá de lo masculino o femenino). A falta de un término neutral, deseo aclarar que la palabra mago se refiere
aquí tanto a las mujeres como a los hombres. Vale la pena reconocer que, en nuestra sociedad, han sido las
mujeres quienes más pronto han acogido el retomo de lo mágico.
“Hay una enseñanza”, dijo Merlín, “denominada el modo del mago. ¿Has oído hablar de ella?”
El joven Arturo levantó la vista del fuego que, sin éxito, trataba de encender. Casi nunca era fácil encender el
fuego en las húmedas mañanas de comienzos de primavera en el País de Occidente.
“No, nunca he oído hablar de eso”, contestó Arturo tras pensar un momento. “¿Magos? ¿Quieres decir que
ellos tienen un modo diferente de hacer las cosas?”
“No, las hacen exactamente como nosotros”, replicó Merlín, y chasqueando los dedos encendió el montón de
leña húmeda que Arturo había recogido, impaciente ante los torpes esfuerzos del muchacho por encender el
fuego. Al instante se formó una gran llama. Acto seguido, Merlín abrió las manos y sacó de la nada un par de
patatas y un puñado de setas silvestres. “Ensártalas en una broqueta y ponías a tostar sobre el fuego, por
favor”, dijo.
Arturo obedeció sin más. T enía unos diez años y la única persona a quien conocía era Merlín. Estaban juntos
desde que tenía memoria. Seguramente había tenido madre pero no tenía el más mínimo recuerdo de su
rostro.
El anciano de luenga barba blanca había reclamado su derecho sobre el infante real a las pocas horas de su
nacimiento.
“Soy el último guardián del sendero del mago”, dijo Merlín. “Y quizás tú seas el último en conocerlo”.
Poniendo las broquetas sobre el fuego, Arturo miró sobre el hombro. La curiosidad le había picado. ¿Merlín
un mago?
Nunca lo había pensado. Los dos vivían solos en el bosque, en la cueva de cristal. El brillo de la cueva les
proporcionaba la luz. Arturo había aprendido a nadar convirtiéndose en pez. Cuando deseaba comida, ésta
aparecía, o Merlín le daba un poco. ¿Acaso no era así como todo el mundo vivía?
“Verás, dentro de poco te irás de aquí”, continuó Merlín. “No vayas a dejar caer esa patata entre la ceniza”.
Por supuesto, el muchacho ya la había dejado caer. Como Merlín vivía hacia atrás en el tiempo, sus
advertencias siempre llegaban demasiado tarde, después de ocurridos los percances. Arturo limpió la patata y
la ensartó de nuevo en la broqueta, hecha de la madera verde de un tilo.
“No importa”, dijo Merlín. “esa puede ser la tuya”. “¿Cómo así que me iré?”, preguntó Arturo. Sólo había ido
de vez en cuando al pueblo cercano, cuando Merlín deseaba ir al mercado, y en esas ocasiones el mago
siempre tenía cuidado de ocultar la identidad de los dos bajo pesadas capas. Pero el muchacho era gran
observador, y lo que había visto en los demás le preocupaba.
Merlín miró de soslayo a su discípulo. “Pienso enviarte al pantano o, como dicen los mortales, al mundo. Te
he mantenido lejos del pantano durante todos estos años, enseñándote algo que no debes olvidar”.
Merlín calló para ver el efecto de sus palabras, y luego continuó: “El sendero del mago”.
Tras pronunciar estas palabras, ambos quedaron en silencio, como suele suceder entre quienes llevan
mucho tiempo juntos. Anciano y niño casi respiraban al unísono, de tal manera que Merlín debió percibir la
inquietud que daba vueltas en la mente de Arturo, cual pantera enjaulada.
T erminada su comida, el muchacho fue a lavarse en el estanque azul que estaba al pie de la colina. Cuando
regresó, Merlín tomaba el sol sobre su roca favorita (aunque “tomar el sol” es apenas un decir, puesto que la
espesa colcha de nubes se había adelgazado apenas lo suficiente para que un rayo solitario se abriera paso a
través de las copas de los árboles para iluminar los cabellos de plata del mago). Las primeras palabras que
salieron de la boca del muchacho fueron: “¿Qué será de ti?” ,“¿De mí? No te creas tan importante. Podré
arreglármelas perfectamente sin ti, gracias”. En el instante mismo en que terminó de hablar, Merlín supo que
había lastimado los sentimientos del niño. Pero los magos son malos para disculparse. Un hermoso arco hecho
de fresno blanco apareció en el suelo al lado de Arturo, quien lo tomó presuroso y comenzó a tensarlo. En su
lenguaje privado, sabía que era la forma como el anciano se disculpaba.
“No me preocupa lo que pueda pasarme”, continuó Merlín, “sino que se pierda el conocimiento. Como te dije,
quizás seas el último en conocer el sendero del mago”.
“Entonces me cercioraré de que no se pierda”, prometió Arturo.
Merlín asintió con la cabeza. No volvió a tocar el tema del sendero del mago ese día ni durante muchos días
más. Sin embargo, una mañana de junio, al despertarse, Arturo encontró su cama de ramas de pino cubierta
de nieve. T embló de frío y se sentó, lanzando al aire una nube de copos blancos al sacudir su cobija de piel de
venado. “Creí que hacías esto sólo en diciembre”, dijo, pero Merlín no contestó. Estaba inmóvil en medio del
círculo de nieve que cubría su campamento. Ante él había una extraña aparición: una enorme roca con una
espada que sobresalía de ella. A pesar del frío, la roca no tenía nieve y la hoja de la espada se proyectaba en
el aire deslumbrando con el brillo de su metro y medio de acero damasquino martillado.
“¿Qué es eso?”, preguntó Arturo. La vista de la roca lo conmovió profundamente, aunque no entendió por
qué.
“Nada”, replicó Merlín. “Sólo recuérdala”.
Un momento después, la espada en la roca comenzó a desvanecerse, y cuando Arturo regresó de su baño
matinal, el claro del bosque estaba tibio nuevamente, el sol había fundido hasta el último copo de nieve y la
LECCIÓN 1
“T oma”, dijo Merlín un día, mientras ponía un plato de sopa delante del joven Arturo. “Prueba”.
Arturo lo hizo, no sin vacilar. Era un potaje exquisito de carne de venado y raíces silvestres, misteriosamente
sazonado por Merlín en un momento en que Arturo le daba la espalda. En realidad, la sopa estaba deliciosa y
Arturo se apresuró a hundir la cuchara de nuevo, justo en el momento en que le arrebataban el plato de las
manos.
“Espera, quiero más”, masculló con la boca llena todavía. Merlín sacudió la cabeza. “T odo el banquete está
en esa primera cucharada”, le advirtió.
Al principio, Arturo sintió una oleada de frustración y desilusión, pero luego se dio cuenta de que se sentía
satisfecho, como si hubiese consumido todo el plato. Más tarde, mientras dormitaba debajo de un árbol, Merlín
se aproximó y le dejó un plato lleno de sopa al lado. Mientras se alejaba, el mago murmuró: “Sólo recuerda:
¿De qué me habrían servido todos esos años en la escuela de magia, si no hubiera podido enseñártelo todo en
la primera lección?”
Se necesita toda una vida para aprender lo que el mago tiene para enseñar, pero todo lo que ha de
desenvolverse a través de años y decenios está a nuestro alcance en la primera lección de Merlín. En ella el
mago se presenta. Describe su enfoque ante la vida, consistente en resolver los enigmas más profundos de la
mortalidad y la inmortalidad. Y todo eso sucede en forma mágica. En primer lugar, Merlín no se presenta
realmente en forma física. Las formas le tienen sin cuidado. Ha visto el pasar de muchos mundos, ha
sobrevivido a siglos de cataclismos, y su reacción ante todo es la misma: él ve.
Los magos son videntes. ¿Qué ven? La realidad en su conjunto, no en sus diversos componentes.
“¿Siempre fuiste mago?”, preguntó el joven Arturo.
“¿Cómo habría podido serlo?”, contestó Merlín. “En un tiempo iba por ahí como tú y, cuando miraba a una
persona, lo único que veía era una forma de carne y hueso. Pero con el tiempo comencé a notar que las
personas habitan en una casa que se extiende más allá de ese cuerpo — las personas infelices, con
emociones encontradas, viven en casas desordenadas; las personas felices y satisfechas habitan en casas
ordenadas. Fue una observación simple, pero después de un tiempo concluí que cuando veo una casa, en
realidad estoy viendo un poco más de la persona.
“Después se amplió mi visión. Cuando veía a una persona, no podía evitar ver también a su familia y a sus
amigos. esas eran extensiones de la persona, que me decían mucho más acerca de quién era ella en realidad.
Y mi visión continuó expandiéndose. Comencé a ver debajo de la máscara de la apariencia física. Vi
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Las frases de Merlín operan sutilmente, como el agua que se cuela dentro de la tierra. El agua que hoy brota
en manantiales cayó en forma de lluvia hace miles, hasta millones de años. Nadie sabe mayor cosa sobre la
vida de esta agua oculta, a dónde va, qué le sucede entre las rocas del subsuelo. Pero un día, liberada por la
gravedad, sale de las profundidades oscuras y, como por encanto, brota pura y fresca.
Así sucede con Merlín. Si nos sentamos en silencio y escuchamos durante algunos minutos, las palabras
comenzarán a penetrar. Hay que dejar que eso suceda y después permitir que la sabiduría haga lo suyo. No
hay que esperar ni prever ningún resultado, sino estar atentos a lo que pueda suceder. Cualquier cosa que
suceda será buena.
La primera lección es sobre encontrar al mago y apreciar su punto de vista, el cual es muy diferente del
adoptado por la mente o las emociones. Las emociones sienten y reaccionan. Son inmediatas, como los
tentáculos de la anémona de mar que se retuercen instantáneamente en respuesta a una sensación. El dolor
provoca la contracción emocional; el placer genera un sentimiento de expansión y liberación.
Por otro lado, la mente es menos inmediata. Lleva un registro gigantesco de recuerdos, los cuales le agrada
repasar constantemente. Compara los nuevos con los viejos y toma una decisión: esto es bueno, aquello es
malo, esto vale la pena repetirlo, aquello no. Así, las emociones generan una respuesta inmediata, impensada
frente a cualquier situación, como el bebé que sonríe o llora espontáneamente. Pero la mente consulta su
banco de memoria y proporciona una reacción retardada.
El mago no reacciona de ninguna de estas dos maneras, ni inmediata ni tardíamente — Merlín sencillamente
es. Ve el mundo y le permite ser como es. Sin embargo, no es un acto pasivo. La base de todo lo que existe en
el mundo del mago descansa sobre el conocimiento de que “T odo esto soy yo mismo”. Por lo tanto, al aceptar
el mundo como es, el mago lo ve todo bajo la luz de la auto-aceptación, que es la luz del amor.
LECCIÓN 2
La magia sólo podrá retornar con el regreso de la inocencia. La esencia del mago es la transformación.
T odas las mañanas, el joven Arturo bajaba al estanque. del bosque a lavarse. Como todo niño, el baño no
era su tarea preferida y muchas veces se quedaba por el camino, distraído con el parloteo de las ardillas rojas,
las urracas o con cualquier otra cosa que le atrajera más que el agua y el jabón.
Merlín realmente no prestaba mayor atención a toda la mugre que se apilaba en el rostro de su pupilo,
alrededor del cuello y por todas partes. Pero llegó el día en que el mago estalló: “¡Podría sembrar frijoles detrás
de tus orejas! No me importa si solamente pasas un minuto en el estanque, pero haz algo allí”.
Arturo agachó la cabeza y dijo: “He tenido miedo de confesártelo, Merlín, pero cuando me inclino sobre el
agua no puedo ver mi propio reflejo. No veo dónde lavarme, ni siquiera se cómo soy”.
Para desconcierto del niño, cuando alzó la cabeza Merlín estaba a su lado y se veía dichoso. “T oma”, le dijo,
colocando una gran esmeralda en la mano del niño como premio (Arturo la utilizó posteriormente para saltar
por encima del agua).
“Creí que tu desobediencia era señal de que habías perdido tu inocencia, pero veo que me equivoqué. La
ausencia del reflejo significa que no tienes imagen de ti mismo. Cuando la imagen de ti mismo no te distrae,
sólo puedes estar en estado de inocencia”.
La inocencia es nuestro estado natural, antes de quedar oculto detrás de nuestra imagen de nosotros
mismos. Cuando nos miramos, incluso con la intención de ser totalmente sinceros, vemos una imagen
construida a través de los años, de capas complejamente entretejidas. Las líneas y arrugas que surcan nuestro
rostro cuentan la historia de alegrías y tristezas pasadas, triunfos y derrotas, ideales y experiencias. Es casi
imposible ver algo distinto en él.
El mago se ve a sí mismo donde quiera que mira porque su vista es inocente. No está nublada por los juicios,
los rótulos y las definiciones. El mago sabe de todas maneras que tiene ego e imagen de sí mismo, pero no se
deja distraer por esas cosas. Las ve contra el telón de la totalidad, el contexto completo de la vida.
El ego es el “yo”; es nuestro punto de vista singular. En la inocencia, ese punto de vista es puro, corno un
lente transparente. Pero sin la inocencia, el foco del ego se distorsiona notablemente. Cuando creemos
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Cuanto termine de leer la lección, dedique unos momentos a tratar de recuperar un toque de inocencia. Es
más fácil de lo que imagina. Lo primero que debe saber es qué no debe hacer. No juzgue su estado actual. Es
probable que esté cansado o deprimido, o que sienta la necesidad de desfogar gran cantidad de ira, temor o
culpa. Olvide todo eso por un momento, porque la inocencia, como enseña Merlín, está más allá de la mente.
Sólo mire esta lista de palabras:
Pesado
Liviano
Negro
Blanco
Sol
Luna
T omando cada una de esas palabras separadamente, experimente esas cualidades. No importa si usted es
el tipo de persona que trae a la mente imágenes en lugar de sentimientos, o conceptos en lugar de objetos
concretos. T odos los sistemas sirven. ¿Se dio cuenta de que a la mente le es imposible evitar tener alguna
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LECCIÓN 3
Merlín prefería evitar que lo vieran los mortales, pero en ocasiones se le podía ver una tarde de verano
haciendo equilibrio en un pie, al borde de un campo. Los campesinos curiosos se le acercaban, pero Merlín
permanecía como una estatua, sin emitir sonido alguno o reconocer su presencia.
En esas ocasiones, Arturo pensaba que su maestro parecía una garza vieja acechando a un pez en el
pantano. Un día, después de que Merlín habla pasado horas contemplando el estanque, el niño no resistió la
tentación de preguntarle qué era lo que miraba.
“No lo sé con exactitud”, contestó Merlín. “Vi una libélula y quise mirarla más de cerca. Se atravesó en mi
camino como un sueño fugaz, pero al cabo de un momento olvidé si la libélula era mi sueño o si yo era el de
ella”.
“¿No es obvia la respuesta?”, preguntó Arturo.
Merlín le propinó un golpecito en la cabeza y le dijo: “Tú crees que tus sueños existen aquí adentro. Pero
como yo me encuentro en todas partes, ¿cómo puedo saber cuál parte de mí sueña a otra?”
Al mago que llevamos dentro también podríamos llamarlo testigo. El papel del testigo es no intervenir en el
mundo cambiante, sino ver y comprender. El testigo no descansa — permanece despierto aun mientras
soñamos o dormimos sin soñar. Por lo tanto, no necesita ver a través de nuestros ojos, lo cual parece bastante
mágico. ¿No son acaso los ojos los órganos esenciales para ver?
La energía y la información son fundamentales para cualquier cosa que podamos ver, oír o tocar en el mundo
relativo— cada átomo se puede descomponer en esos dos elementos. Sin embargo, en su estado primordial
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No es fácil explicar en qué consiste ser testigo. En el estado normal de vigilia, todos vemos objetos, pero el
testigo ve luz. Se ve a si mimo como un foco de luz y al objeto como otro, pero todo dentro del contexto de un
gran ámbito cambiante donde sólo hay luz.
La luz es una metáfora para hablar de los estados elevados del ser. Cuando una persona que ha tenido una
experiencia cercana a la muerte dice: “Entré dentro de la luz”, quiere decir que experimentó un plano más sutil
de si misma. La luz puede asumir la imagen del cielo o de otro mundo, pero para el mago nuestro mundo
corriente también es sólo una imagen, proyectada igualmente desde la consciencia.
“T oda consciencia es luz”, decía Merlín, “y toda luz es consciencia”. Las fronteras que inventamos para dividir
el cielo y la Tierra, la mente y la materia, lo real y lo irreal, son solamente mecanismos de conveniencia. Puesto
que hemos inventado las fronteras, podemos hacerlas desaparecer con la misma facilidad.
Observe atentamente esta página. Para usted es un objeto. Es sólida en la medida en que está hecha de
fibras de madera convertidas en papel, pero es abstracta en el sentido de que está hecha de ideas. ¿Es una
página una cosa de papel, una cosa de ideas, o ambas cosas? Note con cuánta facilidad puede percibirla como
las dos cosas, pero note también que no puede ver ambas cosas al mismo tiempo. En otras palabras, las
distintas realidades pueden coexistir, pero cada una respeta su propio nivel de existencia. Una palabra no es
otra cosa que puntos de tinta en un nivel, pero es la clave de una idea en otro.
T odos los estados de existencia, desde el más sutil e inmaterial hasta el más grosero y sólido, dependen del
observador. Si quisiéramos, podríamos disolver la página sólida y convertirla en nada, de la siguiente manera:
una hoja está hecha de papel, el papel está hecho de moléculas, las moléculas están compuestas de átomos,
los átomos son haces de energía a nivel cuántico, y los haces de energía son espacio vacío en un 99.99999
por ciento. Puesto que la distancia entre un átomo y otro es bastante grande — proporcionalmente mayor que
la distancia entre la Tierra y el Sol — podemos decir que esta página es sólida sólo si estamos dispuestos a
decir que el espacio que nos separa del Sol es sólido.
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LECCIÓN 4
Merlín desapareció del mundo de Arturo durante muchos años; sin embargo, un buen día reapareció y salió
del bosque en dirección a Camelot. Dichoso de ver a su maestro, el rey Arturo ordenó un gran banquete en su
honor, pero Merlín se mostró perplejo y miró a su antiguo pupilo como si nunca lo hubiera visto.
“T al vez podría asistir, si eres la persona que creo que eres”, dijo Merlín. “Pero, dime la verdad, ¿quién
eres?”. Arturo quedó desconcertado, pero antes de que pudiera protestar, Merlín se dirigió a la corte reunida y
dijo en voz alta: “Le doy esta bolsa de polvo de oro al que pueda decirme quién es esta persona”. E
inmediatamente apareció en su mano una bolsa repleta de oro en polvo. Aturdidos y mortificados, ninguno de
los caballeros de la Mesa Redonda se adelantó. Entonces un joven paje se aventuró a decir: “T odos sabemos
que él es el rey”. Merlín sacudió la cabeza y expulsó bruscamente al joven de la sala.
“¿Ninguno de ustedes sabe quién es él?”, repitió.
“Es Arturo”, gritó otra voz. “Hasta un idiota sabe eso”. Merlín identificó el sitio de donde venía la voz — del
rincón donde estaba una anciana sirvienta — y también le ordenó que abandonara el recinto. T oda la corte
zumbaba de confusión, pero el reto del mago no tardó en convertirse en juego.
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Los magos y los de su especie con frecuencia han preferido no tener nombre ni pertenecer a sitio alguno. No
es de su agrado permanecer en un solo lugar, donde podrían llegar a acostumbrarse demasiado a los mortales.
“Quien quiera que me llama por mi nombre es un extraño”, decía Merlín. “El hecho de que reconozcas mi rostro
no significa que me conozcas”.
Los magos se consideran ciudadanos del cosmos. Por lo tanto, el sitio exacto donde se les pueda encontrar
es irrelevante.
En la vida mortal, lo que nos limita en primero y último lugar son los nombres, los rótulos y las definiciones.
T ener un nombre es útil — nos permite saber cuál es el certificado de nacimiento que nos pertenece — pero no
tarda en convertirse en una limitación. El nombre es un rótulo. Define un lugar y una hora de nacimiento, en
una determinada familia. Al cabo de unos años, el nombre define que vayamos a una determinada escuela, y
que después sigamos una determinada profesión. Cuando llegamos a los treinta años, nuestra identidad está
encerrada en un cajón de palabras. Las paredes del cajón podrían estar hechas de lo siguiente: “Abogado
tributario católico, educado en x universidad, casado, padre de tres hijos y con una hipoteca”. Aunque es
probable que esos hechos sean exactos, son engañosos. Atrapan a un espíritu incondicionado dentro de unas
condiciones.
Muchas de esas limitaciones parecen pertenecernos a nosotros, cuando en realidad se refieren únicamente a
nuestro cuerpo — y todos somos mucho más que un cuerpo. El mago tiene una relación peculiar con su
cuerpo. Lo ve como un haz de consciencia que adopta una forma en el mundo, de la misma manera como las
piedras, los árboles, las montañas, las palabras, los deseos y los sueños fluyen y adoptan una forma. El hecho
de que un deseo o un sueño no tenga sustancia mientras que el cuerpo es sólido, no perturba al mago. Los
magos no tienen el prejuicio común que nos lleva a pensar que ‘sólido” es sinónimo de “realidad”.
El mago no se ve a si mismo como un suceso local que sueña con un mundo más grande. El mago es un
mundo que sueña con sucesos locales. No hay fronteras que lo limiten. Los mortales no podrían vivir sin
fronteras. Sus cuerpos definen el lugar donde se encuentran — sin cuerpo no podrían ni siquiera saber cuál es
su hogar, puesto que el hogar es el sitio a donde va el cuerpo para refugiarse y descansar.
Sin embargo, Merlín no se consideraba un ser sin hogar. Decía: “Este cuerpo es como un nido al cual llegan
mis pensamientos, pero entran y salen tan rápidamente que bien Podría decirse que viven en el aire”.
Suponemos que nuestros pensamientos van y vienen dentro de nuestra mente, pero, nuevamente, no
podemos demostrarlo. ¿Quién ha visto un pensamiento antes de que aflore? ¿Quién sigue un pensamiento
hasta el sitio a donde va después?
Merlín no comprendía por qué los mortales deseaban aferrarse a sus cuerpos. “Está bien decir que esta
envoltura de carne y hueso soy ‘yo”’, decía, “pero sólo si esa colina, esa pradera y ese castillo también son
‘yo”’. A los ojos de Merlín, el cuerpo mortal no era mejor que un perchero para colgar las creencias, los
temores, los prejuicios y los sueños. Si se cuelgan demasiados abrigos en un perchero, éste desaparece de
vista. Eso es lo que los mortales han hecho con sus cuerpos, decía Merlín. Es imposible ver la verdad del
cuerpo humano — que es un río de consciencia que corre a través del tiempo —, debido al exceso de peso del
pasado que se ha acumulado sobre él.
Para experimentar esta lección, olvide su nombre durante un tiempo. Digamos que la pregunta ¿Quién soy
yo? es real en este momento. Escapar del nombre y de la forma implica descubrir quiénes somos en realidad.
La mayor parte del tiempo nos experimentamos a través de la limitación. Representar un papel es una
limitación y, aun así, todo el mundo asume y descarta papeles todo el tiempo. Recuerde cuando usted era
pequeño y su madre era lo más importante del mundo. Usted no imaginaba que ella tuviera otra vida aparte de
ser su mamá; la identidad de ella estaba grabada en su mente. Sólo cuando usted creció, se dio cuenta de que
ella representaba otros papeles como el de esposa, hermana, hija, profesional y demás. A la mayoría de los
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LECCIÓN 5
En todas las historias sobre Merlín, hasta en las más confusas, se da por sentado que el mago vivía hacia
atrás en el tiempo. En su época, esto causó gran consternación entre los mortales. El anciano mago gritaba
“¡Cuidado!” un segundo después de quemarse Arturo con agua hirviendo. Aparecía en los funerales y le
acariciaba el mentón al cadáver como si fuera un recién nacido. Y por si fuera poco, los aldeanos murmuraban
que se había visto a Merlín en los cementerios, entregando regalos de bautismo a las lápidas.
“¿Puedes explicarme por qué vives hacia atrás en el tiempo?”, preguntó una vez el joven Arturo.
“Porque todos los magos lo hacen”, contestó Merlín.
“Y , ¿por qué?”
“Porque lo preferimos. Tiene muchas ventajas”.
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Las leyendas de la época arturiana en las que se afirma que Merlín vivía hacia atrás en el tiempo eran una
simplificación.
A los antiguos narradores de mitos les encantaba asombrar, y cualquier lector que tratara de descifrar lo que
significaba vivir hacia atrás en el tiempo se maravillaría con ese singular personaje que era Merlín. Como
resultado, hubo quienes lo vieron como profeta o adivino. Podría decirse que todo profeta vive hacia atrás en el
tiempo, puesto que aparentemente experimenta lo que aún no ha sucedido.
Pero en un plano más profundo, para la mente medieval vivir hacia atrás en el tiempo significaba desafiar el
ciclo natural del nacimiento y la muerte. Quienquiera que se hace más joven día tras día es porque ha
escapado a las leyes inmutables que ordenan que todas las cosas vivas se deterioran y mueren. Se diría que el
día del nacimiento de un mago es el día en que desaparece del mundo, suponiendo que en realidad muera.
A fin de desenredar esta paradoja es preciso comprender el tiempo como lo experimenta el mago. “Ustedes
los mortales tomaron su nombre de la muerte”, dijo Merlín en la cueva de cristal. “Se llamarían inmortales si
creyeran que son criaturas de vida”.
“Eso no es justo”, protestó Arturo. “Nosotros no escogimos la muerte. Nos fue impuesta”.
“No, sencillamente están acostumbrados a ella. T odos ustedes envejecen y mueren porque ven a los demás
hacer lo mismo. Sólo tienen que descartar esa costumbre desgastada, para liberarse de las redes del tiempo”.
“¿Descartar la muerte? ¿Y eso cómo se hace?”, quiso saber Arturo.
“Para empezar, debes volver a la fuente de esa costumbre. Ahí encontrarás algún trozo de falso
razonamiento que te convenció de ser mortal en primer lugar. En el origen de toda falsa creencia hay un
razonamiento falso. Después encuentra la falla en tu lógica y deshazte de ella. Es muy sencillo”.
Arturo se conoce en la leyenda como el “rey que fue y será”, lo que da a entender que también él había a
escapado al hechizo de la muerte. ¿Qué fue lo que él averiguó? ¿Cuál es la falsa lógica que los magos ven
detrás de la mortalidad? Básicamente es nuestra identificación con el cuerpo. Los cuerpos humanos nacen,
envejecen y mueren. Es ilógico identificarse con ese proceso, pero una vez aceptada esa noción, ella nos
condena a morir. Caemos bajo el hechizo de la mortalidad y no tenemos otra alternativa que aceptar la muerte.
A fin de romper el encantamiento es necesario pasar de identificarnos con lo temporal a identificarnos con lo
eterno. Por lo tanto, el mago emprende un viaje que lo lleva a descubrir la verdad sobre el tiempo — ése es el
significado real de la historia según la cual Merlín vivía hacia atrás en el tiempo. El deseaba devolverse en el
tiempo hasta el inicio.
Según la experiencia del mago, el tiempo es la eternidad cuantificada. “T odos estamos rodeados por lo
eterno”, sostenía Merlín. “La pregunta es qué hacer con él”. Al descomponer lo eterno en trozos pequeños
creamos el tiempo, y ésa aún es nuestra tendencia. Para nosotros, el tiempo fluye de manera lineal. Los relojes
marcan los segundos, los minutos y las horas, registrando la larga marcha desde el pasado hasta el presente y
hacia el futuro. Einstein desvirtuó ese concepto lineal del tiempo cuando demostró que éste es relativo y tiene
la capacidad de acelerar o disminuir su velocidad.
Además de parecerse un poco a Merlín, Einstein tuvo que haber entrado en el mundo del mago para plantear
esta asombrosa noción. Según su propio relato, él pudo sentir la teoría de la relatividad mucho antes de poder
demostrarla matemáticamente. Nosotros sentimos el tiempo como una cosa relativa, fluida — un suceso feliz lo
acelera, mientras que una experiencia dolorosa lo frena. Un día para un enamorado es como un segundo,
mientras que una mañana en el consultorio del odontólogo parece una eternidad.
Pero, ¿en realidad es posible que esta nueva forma de concebir el tiempo nos permita superar la muerte?
Para el mago, la muerte es sólo una creencia. La relatividad nos permite alterar nuestra creencia en el tiempo
lineal. No es difícil pensar en otros ejemplos que nos permitirían creer en la inmortalidad. Si consideramos, por
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LECCIÓN 6
Una mañana Arturo se despertó muy temprano, temblando en su cama de paja, y vio a Merlín mirándolo
desde el otro lado de la cueva.
“Tuve un mal sueño”, murmuró el niño. “Era la última persona que quedaba sobre la Tierra y caminaba por
bosques y calles totalmente desolados”.
“¿Sueño?”, dijo Merlín. “Eso no fue un sueño. Eres la última persona sobre la Tierra”.
“¿Cómo puede ser eso?”, preguntó Arturo.
“¿Estarías de acuerdo en que la única persona sobre la Tierra tendría que ser necesariamente la última?”
“Bueno, desde el punto de vista de tu imagen de ti mismo, a la cual las personas del futuro han denominado
ego, tú eres el único”.
“¿Cómo puedes decir eso? Tú y yo estamos aquí juntos, ¿no es así? Y hemos visitado aldeas y pueblos en
los cuales deben vivir cientos de personas.
Merlín sacudió la cabeza. “Si te miras honestamente, ¿qué eres? Una criatura de experiencias que se
convierten constantemente en recuerdos. Cuando dices ‘yo’, te refieres a ese paquete único de experiencias,
con toda su historia privada que nadie más puede compartir.
“Nada parece más personal que la memoria. Tú y yo hemos andado por caminos diferentes, aunque
andamos juntos. No puedo mirar una flor sin tener una experiencia que tú no compartes. No es posible
compartir verdaderamente con otra persona una sola lágrima o una sonrisa.
Cuando Merlín terminó de hablar, Arturo se veía muy acongojado. “Lo haces parecer como si todos
estuviéramos completamente solos”, dijo el niño.
“Yo no”, replicó Merlín. “La actividad del ego es la que te hace sentir solo, sellándote en un mundo en el cual
nadie más puede entrar”. Viendo la tribulación de su discípulo, Merlín suavizó la voz. “Y, no obstante, el ego se
puede dejar de lado. Ven conmigo”. Se levantó y llevó a Arturo afuera de la cueva, hacia la oscuridad del
amanecer todavía lleno de estrellas.
“¿Cuán lejos crees que está esa estrella?”, preguntó señalando a Canícula. Como era la mitad del verano,
Sirio se veía brillante y muy cerca del horizonte.
“No lo sé. Imagino que debe estar más lejos de lo que puedo medir o siquiera imaginar”, contestó Arturo.
Merlín sacudió la cabeza. “No está a ninguna distancia. Piensa en esto: para poder ver la estrella, su luz tiene
que entrar en tu ojo, ¿correcto? Los rayos de luz fluyen continuamente de aquí para allá, como puentes
invisibles. ¿Qué es una estrella sino luz? Por lo tanto, si todo es luz — tanto aquí como allá y también el puente
que une los dos puntos —‘ entonces no hay separación entre tú y la estrella. Ambos son parte del mismo
campo unificado de luz”.
“Pero parece estar muy lejos. Después de todo, no la puedo arrancar del firmamento”, objetó Arturo.
Merlín se encogió de hombros. “La separación es sólo una ilusión. Pareces estar separado de mi y de las
demás personas porque tu ego asume la postura de que todos estamos aislados y solos. Pero te aseguro que
si dejas de lado a tu ego, nos verás a todos rodeados por un solo campo infinito de luz, el cual es la
consciencia. Cada uno de tus pensamientos nace en un vasto océano de luz sólo para regresar a él, junto con
cada una de las células de tu cuerpo. Este campo de consciencia está en todas partes, como un puente
invisible que une todo lo que existe.
“Entonces no hay nada tuyo que no sea parte de todos los demás — salvo en la manera como lo ve el ego.
Tu tarea consiste en ir más allá del ego y sumergirte dentro del océano de consciencia universal”.
Arturo estaba pensativo. “T endré que reflexionar sobre lo que me has dicho”.
“Hazlo”. Merlín bostezó. “Yo todavía tengo sueño”. El mago se volvió para entrar en la cueva abrigada. “Ah, y
antes de que lo olvide, antes de acostarte nuevamente, ¿querrías colgar esa cosa otra vez?”
“¿Cosa?” Arturo bajó la vista y para su sorpresa, vio que Canícula había sido arrancada del cielo y estaba a
sus pies.
El ego se ha dedicado a escoger y rechazar experiencias, como lo vimos anteriormente. Como consecuencia,
el ego produce aislamiento, puesto que todo aquello que escoge y selecciona crea una brecha. Entre cada uno
de nosotros y las cosas que rechazamos hay una brecha. Entre usted y yo también hay una brecha, porque
hemos decidido no tener la misma experiencia — nuestros egos están separados.
De hecho, todos damos por sentado que no hay forma de compartir las experiencias, por lo menos no
plenamente. Yo no puedo entrar en las emociones, temores, deseos y sueños de nadie, y nadie puede entrar
en los míos. Lo mejor que podemos hacer es tratar de construir puentes de comunicación, los cuales suelen
ser demasiado débiles para sostenerse. Las cosas más íntimas de nosotros mismos desde que nacemos —
nuestros recuerdos y experiencias — nos producen soledad y aislamiento.
Sin embargo, el mago nunca está aislado, porque el ego no forma parte de su percepción de las cosas. Ego
es aquella parte del yo que sentimos muy personal e imposible de compartir. Merlín le dijo una vez a Arturo:
“Trata de olvidarme si puedes”.
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T odos nos aferramos a la memoria porque ella nos define. Pero para poner fin a la separación y el
aislamiento, debemos estar dispuestos a ver la irrealidad de la memoria. Piense en alguien a quien conozca
bien — su esposo o esposa, un hermano o una amiga. Traiga a esa persona a su mente con todo detalle y
pregúntese qué sabe en realidad sobre ella. Vaya más allá de los simples hechos como el color de los ojos, el
peso, el oficio, o el sitio donde vive. Piense en cambio en los rasgos más personales, como aquello que le
agrada y le desagrada, los recuerdos vívidos y las interacciones.
Cuando termine este ejercicio, podrá suponer que ha hecho un retrato bastante exacto de esa persona. Sin
embargo, todo lo que vino a su mente salió de su memoria y, por lo tanto, lo que ha descrito es su propio punto
de vista. Esa misma persona podría ser descrita de una manera totalmente diferente desde otro punto de vista.
Lo que a usted le parece agradable puede ser desagradable para otros, lo que para usted puede ser digno de
recordar otra persona puede querer olvidarlo.
No necesita ir demasiado lejos para reconocer que todos los elementos de su descripción son
completamente relativos. Lo que para usted es alto, puede ser bajo o corriente en opinión de otra persona, lo
pesado puede ser liviano, lo claro oscuro, lo amable, desagradable, etc. Usted habrá descrito en realidad su
propio punto de vista, no a la persona. Además, sus experiencias con esa persona son únicas, lo cual hace que
su descripción sea todavía más particular. Si todo lo que usted creía saber sobre una persona termina
refiriéndose indirectamente a usted, es obvio que la memoria sirve para aislar. T odos fragmentamos el mundo
de acuerdo con nuestra forma personal de percibirlo, creando cascos de aislamiento que nadie puede penetrar,
por lo menos no totalmente.
Puesto que nuestro punto de vista es completamente relativo, no se puede considerar real. La realidad no
depende de un punto de vista — sencillamente es. Y la mayoría de nosotros, recluidos dentro de nuestro
mundo privado, no entramos en contacto con lo real con mucha frecuencia. El hábitat de los sentidos es lo
irreal; el hábitat del mago es lo real. Es preciso mirar detrás del telón de la memoria para comenzar a descubrir
el verdadero tejido de la realidad.
LECCIÓN 7
Un día en que tanto Merlín como Arturo se abandonaban a la modorra de una tarde de estío, al lado de una
quebrada, Merlín dijo: “Cuando era niño, dentro de mucho tiempo en el futuro, leí un poema. Me pregunto si te
gustaría”. Arturo hizo como que dormía, con la mano sobre la cara para protegerse del sol de julio. Siempre
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Mientras estamos despiertos mantenemos la atención fija sobre los objetos y los sonidos del mundo material,
de modo que es fácil suponer que el cuerpo físico es el único que poseemos. ¿Qué es un cuerpo? Según la
definición más amplia, es una colección de células que funcionan conjuntamente para formar una unidad más
grande. Siendo mucho más grande que la suma de sus panes, un cuerpo puede actuar, pensar y sentir de una
forma que le sería imposible hacerlo a una sola célula.
Apliquemos esta definición a un plano inesperado — el de los sentimientos. T odos los días experimentamos
sentimientos que son como células sueltas; si los reunimos todos, tendremos un cuerpo emocional. El cuerpo
emocional es, ante todo, una historia viva de todas las cosas que nos agradan y desagradan, además de
nuestros temores, esperanzas, deseos, etc. Si nuestro cuerpo emocional pudiese presentarse en un recinto,
nuestros amigos nos reconocerían inmediatamente, puesto que el cuerpo emocional aporta una gran parte de
nuestra identidad.
Hay otros cuerpos, también invisibles, que agregan a nuestra singularidad. Está el cuerpo de conocimiento
que ha venido creciendo desde nuestro nacimiento, al cual llamaremos el cuerpo mental. El conocimiento es
más sutil que las emociones, puesto que está constituido por conceptos abstractos. Pero más sutiles todavía
son las razones que tenemos para vivir, las creencias profundas sobre la existencia y la naturaleza de la vida
— todas ellas almacenadas dentro de nuestro cuerpo causal, esa parte de nosotros que nos permite
comprender la existencia. En él residen las semillas más profundas de la memoria y el deseo.
T odos esos cuerpos son únicos en cada persona. Una vez más, si nuestro cuerpo mental o causal pudiese
presentares en un recinto, seríamos identificables inmediatamente. Por lo tanto, la identidad — el sentimiento
de ser “yo— emana a partir de nuestra consciencia de esos cuerpos. Un mago sabe que esa luz fluye desde el
cuerpo más sutil hasta el más concreto. El “yo” con el cual nos identificamos tiene origen primero en nuestras
creencias y razones para vivir (cuerpo causal), las cuales dan lugar a las ideas (cuerpo mental) y a los
sentimientos (cuerpo emocional). Sólo al final de la secuencia el cuerpo físico recibe el impulso de la vida.
Como decía Merlín: “Los mortales creen que son máquinas físicas que aprendieron a pensar. En realidad son
pensamientos que aprendieron a crear una máquina física”.
En términos prácticos, este conocimiento tiene implicaciones enormes. Si usted supone que es ante todo un
ser físico, vivirá la vida de manera muy diferente de quien supone que es ante todo un ser sutil.
Arturo y Merlín regresaban a casa de un viaje a través del espeso bosque que constituía el dominio del
mago. Como de costumbre, Arturo estaba mucho más cansado que Merlín después de estos esfuerzos, de
modo que se acostó debajo de un árbol para dormir un rato. Pero no acababa de cerrar los ojos cuando sintió
que le chuzaban las costillas.
“¿Qué pasa?”, Refunfuñó medio dormido. “Déjame dormir”. Chuzándolo de nuevo con una vara de avellano,
Merlín sacudió la cabeza. “Necesitas tu fuerza para el último tramo a casa. Si duermes quedarás agotado”.
“¿Agotado? Por eso mismo es que trato de dormir un poco”, respondió Arturo.
“Ah, pero estás mucho más activo cuando duermes que cuando estás despierto”, dijo Merlín. Sabia que esto
picaría la curiosidad de Arturo quien, después de unas cuantas vueltas en el blando césped, se sentó. “¿Qué
clase de actividad realizo durante el sueño? ¿Por qué no soy consciente de ella?”, preguntó.
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LECCIÓN 8
El poder es una espada de doble filo. El poder del ego busca controlar y dominar El poder del mago
es el poder del amor
El asiento del poder está en el yo interior
El ego nos persigue como una sombra oscura.
Su poder intoxica y crea adicción, pero en últimas
destruye.
El choque eterno del poder termina en la unidad.
La tristeza se apoderó de Arturo al acercarse el momento de abandonar a Merlín. T enía casi quince años y
rara vez había departido con otras personas. “¿Estás triste por ir a vivir entre ellos?”, preguntó Merlín.
“Después de todo, perteneces a su especie”.
Arturo apartó la mirada. “Estoy triste, pero ésa no es la razón”.
“Entonces, ¿cuál es?”
“Deseo preguntarte algo pero no sé cómo, o si debería hacerlo”.
“Hazlo”.
Había duda en los ojos del muchacho. “No es acerca de ninguna de tus lecciones. Más que nada, deseo
saber... eso es si quisieras decírmelo...” Calló, incapaz de proseguir.
“¿T al vez deseas saber cómo es estar enamorado?”
Arturo asintió, feliz de verse salvado por la intuición de Merlín. El viejo mago reflexionó unos momentos y dijo:
“Ante todo, no te avergüences, porque en realidad has tocado un tema verdaderamente importante. Hay algo
acerca del amor que no es posible expresar con palabras, pero ven conmigo”.
Merlín condujo a Arturo a un claro del bosque donde brillaba el Sol del medio día. Merlín hizo aparecer una
vela encendida, la cual sostuvo frente al Sol. “¿Puedes ver si está encendida o no?”, preguntó.
“No”, dijo Arturo. La luz del Sol era tan brillante que impedía ver la llama de la vela.
“Pero mira”, dijo Merlín. Arrimó una bola de algodón a la llama, y ésta se prendió inmediatamente.
“¿Qué tiene eso que ver con el amor?”, preguntó el muchacho. Merlín no respondió. Se limitó a exprimir dos
gotas del jugo de una genciana silvestre sobre los dedos del muchacho. “Prueba”, le ordenó.
Arturo hizo un gesto. “Es muy amargo”.
Merlín lo llevo a un lago y le ordenó que se lavara las manos. “Ahora prueba el agua”, le dijo. “¿Hay algún
rastro del sabor amargo?”
“No”, admitió Arturo. “¿Pero qué tiene esto que ver con el amor?” T ampoco esta vez respondió Merlín sino
que se adentró más en el bosque. “Siéntate y quédate quieto”, le dijo suavemente al muchacho. Arturo
obedeció. Tras un momento, un ratón se aventuró a campo abierto; una sombra se proyectó sobre él, pero
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El poder del amor es el poder de la pureza. La palabra amor se utiliza de muchas maneras, pero para el
mago es sagrada, porque para él amor es “aquello que disuelve todas las impurezas, dejando sólo lo verdadero
y real”. “Mientras temas, no podrás amar de verdad”, advirtió Merlín. “Mientras sientas ira, no podrás amar
verdaderamente. Mientras sientas el egoísmo del ego, no podrás sentir verdadero amor”.
“Entonces, ¿cómo podré amar?”, preguntó Arturo, sabiendo que el temor, la ira y el egoísmo eran cosas que
experimentaba con bastante frecuencia.
“Ah, ése es el misterio”, replicó Merlín. “Por impuro que seas, el amor te buscará y trabajará en ti hasta que
puedas amar”.
El amor busca la impureza a fin de deshacerla. No existe una persona sin amor — solamente hay personas
que no pueden sentir la fuerza del amor. Invisible y siempre presente el amor es más que una emoción o un
sentimiento; es más que placer o incluso éxtasis. T al como lo ven los magos, el amor es el aire que respiramos,
es la circulación en cada célula. El amor lo impregna todo a partir de su fuente universal. Es el culmen del
poder porque, sin necesidad de fuerza, el amor lo atrae todo hacia sí. Incluso en el sufrimiento, el poder del
amor continúa su trabajo, lejos de la vista del ego y de la mente. Comparadas con el amor, todas las demás
formas de poder son débiles.
“¿Eres tan poderoso como un rey?”, preguntó Arturo a Merlín.
“¿Por qué crees que un rey pueda tener poder alguno?”, preguntó Merlín a su vez. “El rey recibe su poder de
sus súbditos, los cuales se pueden rebelar en cualquier momento y arrebatárselo. Por esa razón todos los
reyes viven atemorizados — saben que todo lo que poseen realmente es prestado. El siervo más pobre del
país es más rico que el rey — hasta que entrega su poder y se inclina ante él”.
El verdadero poder es interior. Poder ver el mundo a la luz del amor, la cual sólo puede venir de adentro, es
vivir sin temor, en una paz imperturbable.
El amor tiene muchos secretos que escapan a la atención de la gente. A fin de recibir amor, primero hay que
darlo. Para aseguramos que otra persona nos ame incondicionalmente primero debemos eliminar todas las
condiciones. Para aprender a amar a otro primero debemos amamos a nosotros mismos. Muchas de estas
cosas parecen obvias. Sin embargo, ¿por qué no actuamos de conformidad?
La respuesta del mago es que debemos desenterrar el amor, quitarle todas las capas de ira, temor y-
egoísmo que lo tapan con si fueran manos de pintura vieja. Para lograr una vida plena de amor debemos
purificar nuestra vida. No existe una forma correcta o incorrecta de aproximarnos al amor. “Una persona que
busca desesperadamente el amor”, decía Merlín, me recuerda al pez que busca desesperadamente el agua”.
La vida puede parecer muy carente de amor, pero es sólo el ojo de quien percibe, no el mundo “allá afuera”,
el que priva a una persona del amor.
El primer paso para lograr el amor como un aspecto completo, inalterable de la vida, consiste en redefinir
aquello que llamamos amor en este momento. La mayoría de nosotros pensamos que el amor es una atracción
hacia otra persona, una fuerza cálida que nos hace sentir importantes para otro, un placer y un deleite, o un
sentimiento o emoción muy poderosa. Aunque el amor está presente en todas esas definiciones, el mago diría
que en el mejor de los casos éstas son parciales.
“El amor, como ustedes los mortales lo definen, está condenado a desvanecerse y perecer”, decía Merlín. “Lo
que ustedes llaman amor va y viene. Pasa de un objeto de deseo a otro. Se convierte prontamente en odio si el
deseo no se cumple. El verdadero amor no puede cambiar, no tiene nada que ver con un objeto y no puede
transformarse en otra emoción, puesto que, para comenzar, no es una emoción”.
Si descartamos todos los tipos falsos o superficiales de amor, ¿qué nos queda? Podemos vislumbrar la
respuesta cuando comenzamos a aceptamos a nosotros mismos. Puesto que es una fuerza interior, el amor se
percibe primero adentro, dirigido hacia nosotros mismos. “Los mortales viven ansiosos, inquietos y angustiados
con el amor”, dijo Merlín. “Si no pueden poseer al objeto de su amor, sienten que van a morir. Pero el amor no
puede producir inquietud, no el verdadero amor, porque éste nunca busca salir. El ser amado más deseado es
una extensión de ti mismo. El amor que piensas obtener de otra persona saca a flote una limitación de tu propia
consciencia. Para un mago, todas las formas de amor provienen del yo”.
“Eso suena en extremo egoísta”, objetó Arturo.
«Confundes el yo con el ego, cuando en realidad el yo es espíritu”, replicó Merlín. “El egoísmo viene del ego,
el cual siempre desea poseer, controlar y dominar. Cuando el ego dice: ‘T e amo porque eres mío’, está
haciendo un planteamiento de dominio y posesión, no de amor. Quienes han aprendido a amar realmente, se
han deshecho primero del egoísmo. Sólo entonces comienza una experiencia completamente diferente”.
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El proceso de dejar el ego de lado se cumple por etapas —son muchas las capas de aislamiento, temor,
costumbre, egoísmo e ira que nos impiden experimentar el amor tal y como lo conoce el mago. La mente
puede ser la primera en asumir el liderazgo para aprender a entrar en contacto con la fuerza universal del
amor. La mente puede adoptar un nuevo punto de vista, y entonces podemos proceder a reeducar las
emociones.
¿Cuál es la base del nuevo punto de vista de la mente? Sencillamente que la fuerza del amor está presente
en todas partes, y que podemos estar seguros de que traerá orden y paz a nuestra vida. Ensaye el siguiente
ejercicio: salga en la noche y contemple el firmamento sembrado de estrellas. Durante siglos, la humanidad ha
visto esa escena y ha contemplado su increíble estructura y belleza. Es un ejemplo perfecto del orden de la
naturaleza — mirando el cielo en la noche podemos apreciar el paso del tiempo a través de miles y millones de
años, el cual ha nutrido cada pequeño paso de la vida del universo, desde la organización del primer átomo de
hidrógeno hasta la formación de las estrellas y el advenimiento del ADN. Ni siquiera un hilo se ha perdido
durante ese enorme intervalo de tiempo; cada trozo de información y energía ha evolucionado de manera tal
que ha hecho posible que usted, cl observador, pueda asomarse a un cosmos que es el cuadro vivo de todo su
pasado.
Las fuerzas del universo son inmensas, infinitamente más grandes de lo que la mente puede comprender y,
no obstante, el proceso que dio lugar a los átomos de hidrógeno, las estrellas y el ADN fue extremadamente
delicado. Las cosas habrían podido tomar un rumbo muy diferente — de hecho, infinidad de rumbos — y el
resultado no habría sido lo que reconocemos como nosotros mismos. Los elementos que permiten que este
acto de equilibrio suceda son la organización y la inteligencia. Según la perspectiva del mago, el orden no
puede brotar simplemente del azar; es innato en la creación. Así, las fuerzas titánicas que giran en el cosmos
no están en pugna recíproca; pueden existir y evolucionar como parte de la tendencia de la naturaleza a crecer.
Ahora tomemos todas estas cualidades juntas: orden, equilibrio, evolución e inteligencia. Lo que tenemos es
una descripción del amor. No el ideal popular, sino el amor del mago— la fuerza que sostiene la vida y la nutre.
Es ahí cuando la mente comienza a darse cuenta de que la fuerza del amor es real. En la vida moderna nos
hemos acostumbrado al azar, a la noción de que la vida es precaria y se encuentra amenazada a cada
instante. Pero la historia de la vida nos demuestra que ha sobrevivido durante miles de millones de años; de
hecho, parece crear las condiciones para su propia supervivencia por medio de una inteligencia profunda jamás
amenazada. Por hostiles que sean las condiciones, la vida es inextinguible.
Podemos aplicar este conocimiento a nuestra propia vida. Imaginemos el puro comienzo de ella, cuando en
contra de millones de obstáculos, un solo espermatozoide logró fecundar un óvulo en el útero de nuestra
madre. T oda nuestra identidad actual se forjó a partir de ese acto. Las probabilidades contrarias a ese suceso
único lo hacen parecer casi imposible, pero sucedió sin esfuerzo alguno. Asimismo, e! ambiente ha lanzado
contra nosotros millones de ataques, desde contaminación, radiación y mutaciones aleatorias a nivel celular;
cualquiera de esos ataques pudo haber acabado con nuestra probabilidad de sobrevivir en cualquier momento,
desde la concepción hasta ahora. Sin embargo, la inteligencia y el poder organizador presentes dentro d e
nosotros han superado esos obstáculos sin esfuerzo, a pesar de que la mente consciente piensa que es
necesario sostener una lucha para mantener la vida. En realidad, la mente consciente no podría prever o
planear la forma de concebir, mantener o defender a la vida de tan grandes peligros.
Ahora, si es posible que estos actos sucedan con tanta facilidad a nivel inconsciente y celular, ¿por qué no
podría pasar lo mismo en el plano consciente? ¿Puede verse a usted mismo montado sobre la cresta de la ola
de la vida? De hecho, eso es lo que usted hace en este preciso momento. Sus impulsos personales para
pensar, actuar y sentir son como la cresta de una ola que cae constantemente hacia el futuro y, no obstante, se
renueva permanentemente desde abajo — la fuerza del amor que mantiene constantemente la vida es como la
marejada del océano que renueva cada ola.
Al reconocer esto damos el primer paso hacia la confianza. Sí fuerzas titánicas como la gravedad y las
gigantescas energías que dan luz a las estrellas pueden coexistir sin destruirse entre si, entonces es posible
mantener nuestra propia vida. El temor y la duda nos dicen lo contrario; nuestra arraigada creencia en la lucha
se basa en la noción de que, si no lucháramos por sobrevivir, seríamos aplastados por la indiferencia aleatoria
de la naturaleza. El mago nos abre un camino diferente, invitándonos a entrar en un mundo donde el temor, la
violencia y la destrucción son reflejo de nuestras propias creencias erróneas. A la luz de la confianza, a medida
que ésta se desarrolle lentamente con el tiempo, reconoceremos que somos hijos privilegiados del universo,
que estamos completamente a salvo y totalmente respaldados, y que somos plenamente amados.
23
El joven Arturo tardó mucho tiempo en reconocer plenamente que había sido educado por un mago. Merlín lo
había llevado al bosque a las pocas horas de nacido y sólo muchos años después, al regresar al mundo,
comprendió la curiosidad que generaba su asociación con un mago.
“Si realmente conociste a Merlín”, le decía la gente (aquellos que se tomaban la molestia de pensar que el
muchacho no estaba simplemente loco), “¿qué hechizos te enseñó?”
“¿Hechizos?”, preguntaba Arturo.
“Encantamientos, conjuros, las palabras mágicas de las que Merlín obtiene su poder”, decían, pensando que
Arturo debía ser muy tonto o estar en algún estado de delirio.
“Merlín si me hablaba acerca de las palabras”, decía Arturo lentamente, reflexionando sobre la pregunta. “Me
decía que las palabras tienen poder, que cubren los secretos de la misma manera que las trampas cubren los
pasadizos subterráneos.
T al explicación sonaba muy bien, pero no bastaba para aplacar la curiosidad de la gente. T odos querían
saber cómo funcionaban en realidad los hechizos de Merlín.
“Bueno”, contestaba Arturo, “cuando yo era un bebé, recuerdo que Merlín me dijo ‘Come’. Cuando fui un
poco mayor, me dijo ‘Camina’, y si me quedaba despierto hasta muy tarde, me decía ‘Duerme’. Hasta donde
sé, he venido comiendo, caminando y durmiendo desde entonces, de manera que esas palabras debieron ser
conjuros muy poderosos, ¿no están de acuerdo?”
Nadie lo estaba. T odos se iban cavilando si ese muchacho estúpido adoptado por Sir Ector llegaría a ser
alguien algún día.
El poder de las palabras no radica en su significado superficial sino en sus cualidades ocultas. T oda palabra,
por ejemplo, encierra a la vez conocimiento e intención. Estas dos cualidades son mágicas. La magia del
conocimiento es que en unas pocas sílabas es posible reunir muchas capas de experiencia — de hecho, toda
una historia. “Pon a tu reino el nombre de Camelot”, le aconsejó Merlín al muchacho antes de que se pusiera
en marcha hacia el mundo.
“¿Por qué?”, preguntó Arturo.
“Es una palabra nueva que no necesita cargar con el peso de la historia como debe hacerlo Inglaterra”,
contestó Merlín.
“La gente te identificará con ella y todos te rodearán. Servirá de piedra de toque. En el instante mismo en que
una persona la pronuncie, tu reino y todas tus hazañas se abrirán para ella, como si tocaran una palanca y se
abriera la puerta de un gabinete lleno de tesoros”. Lo cual demostró ser cierto.
T odas las palabras más ricas del idioma abren pasadizos secretos de significado y conocimiento. Pero la
segunda cualidad de las palabras, la intención, es todavía más poderosa. Merlín expresaba intención cuando,
como cualquier otro padre, le decía a su niño que comiera, caminara y durmiera. Ha sido a través de estas
palabras como todos hemos aprendido funciones importantes, pero ahora que las conocemos, ya no
necesitamos de ellas. Ya no nos decimos a nosotros mismos que debemos comer, caminar o dormir. La
intención de la palabra ha sido interiorizada y lo único que necesitamos es algo que nos la recuerde (“Creo que
me iré a dormir”), para que se produzca el resultado esperado.
¿Realmente es acertado decir que esto es un conjuro, como lo hizo Arturo? Sí, porque una vez que se
absorbe la intención de una palabra, se crea un conjuro en forma de huella mental. La palabra escuela
inmediatamente desencadena en toda persona la experiencia de los años escolares. El buen estudiante
evocará las asociaciones de éxito y alabanza, mientras que el mal estudiante verá imágenes de fracaso y
crítica. T oda nuestra vida está metida dentro de nosotros en forma de huellas que son activadas por las
palabras. “Los mortales están envueltos en palabras, de la misma manera en que las moscas quedan
atrapadas en la tela de la araña”, afirmaba Merlín. “Sólo que en su caso son a la vez araña y mosca, porque se
aprisionan dentro de su propia tela”.
24
Vivir esta lección implica reconocer que todas las intenciones producen un resultado. Un mago es alguien
que sabe con exactitud cómo inyectar las intenciones en el campo y esperar a que se tornen realidad. El resto
de nosotros no tenemos ese grado de consciencia. T ambién enviamos constantemente nuestras intenciones al
campo, pero de manera inconsciente. Nuestros deseos son aleatorios o repetitivos u obsesivos, todo lo cual no
es más que desperdicio de energía.
“Ustedes los mortales suponen que tienen que trabajar para hacer realidad sus sueños”, decía Merlín,
“cuando la verdad es que la mayor parte del trabajo que se ufanan de realizar les impide realizar sus sueños”.
Desde el punto de vista del mago, cuanto menor el esfuerzo, mejor. En sus enseñanzas, los magos les
muestran a sus pupilos cómo pensar de una manera más ordenada, consciente y eficaz. Para hacerlo, es
necesario eliminar primero los hábitos de pensamiento que obstaculizan la capacidad del universo para hacer
realidad los deseos.
Imaginemos que la mente es un transmisor de radio con el cual bombardeamos el campo con mensajes. Si
nos sentamos en silencio a observar la mente, nos daremos cuenta que está llena de señales contradictorias.
Dudamos acerca de las cosas que deseamos; tampoco estamos totalmente seguros acerca del tipo de persona
en que deseamos convertimos.
De la misma manera, la mente está llena de repeticiones inútiles. Se calcula que el 90% de los pensamientos
que tiene una persona en un día son los mismos del día anterior. Esto se debe a que somos criaturas de
costumbre, preocupación y obsesión. Por último, la mente está llena de estática inconsciente, la cual se
remonta hasta las profundidades mismas de la memoria infantil. Es probable que prestemos atención
únicamente a nuestros pensamientos conscientes, deseados, pero en el fondo la mente inconsciente vive
martillando sus esperanzas frustradas, sus viejos temores y deseos — en otras palabras, todas aquellas cosas
que aparentemente no se hicieron realidad en el pasado.
Las intenciones son simples deseos y los deseos van ligados a las necesidades. Por lo tanto, toda esa
actividad de la mente que no se satisface se compone de viejas necesidades insatisfechas. Miles de veces
hemos pensado “Quiero” o “Deseo” o “Espero” sin que pase nada, y si pasa, ocurren cosas menos deseables.
“Me gustaría barrer tu cerebro”, refunfuñó Merlín una vez en que Arturo se comportaba de manera bastante
confusa. “Tu pensamiento debería ser una corriente transparente, pero es como una guerra”.
25
LECCIÓN 10
“Parece que nunca te sintieras solo”, le dijo Arturo a Merlín. Había un tono de nostalgia en su voz. El mago lo
miró atentamente.
“No, es imposible sentirse solo”.
“T al vez para ti, pero...” El muchacho calló, mordiéndose los labios, pero no pudo reprimir sus sentimientos y
estalló: “Es bastante posible sentirse solo. No hay nadie más en este bosque apane de nosotros dos, y aunque
te amo como a un padre, hay momentos en que...” Sin saber qué más decir, Arturo calló.
“Es imposible sentirse solo”, repitió Merlín con más firmeza. La curiosidad pudo más que la congoja y Arturo
dijo: “No veo por qué”.
“Bueno, solamente hay dos tipos de seres que nos deben preocupar a ti y a mí en lo que se refiere a este
asunto”, comenzó Merlín, “los magos y los mortales. Ustedes los mortales no pueden sentirse solos porque
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Cuando escudriñamos nuestro interior, descubrimos las muchas personalidades que compiten por utilizar
nuestro cuerpo. El conflicto entre el bien y el mal, por ejemplo, da lugar a dos personalidades llamadas santo y
pecador. estas jamás dejan de discutir, la primera con la esperanza permanente de ser lo suficientemente
buena para satisfacer a Dios, y la otra sintiendo constantemente los “malos” impulsos que no siempre puede
reprimir.
Después están los papeles con los cuales nos identificamos: hijo, padre o madre, hermano, hermana,
hombre, mujer, para no mencionar el oficio que desempeñamos: médico, abogado, sacerdote, etc. Cada uno
de ellos ha reclamado lo suyo dentro de nosotros, gritando por encima de los demás a fin de plantear su
estrecho punto de vista. Y aún no me he referido a nuestro sentido de nacionalidad o a nuestra identidad
religiosa, motivos, de por sí, de conflictos interminables.
T odas estas personalidades suelen estar en pugna. Lo que llamamos felicidad es un estado en el cual ha
menguado buena parte de ese conflicto. Cuando nacimos, esa guerra no existía porque los bebés no tienen
conflictos con sus deseos. Por ejemplo, no hay voces del bien y del mal sino hasta cuando el bebé es lo
suficientemente grande para aprender de sus padres esos conceptos.
“Sólo podrás convertirte en mago cuando pienses nuevamente como un bebé”, dijo Merlín.
“¿Cómo piensa un bebé?”, preguntó Arturo.
“Principalmente sintiendo. El bebé siente cuándo tiene hambre o sueño. Cuando se le presentan
sensaciones, puede sentir si le traen placer o dolor, y responde de conformidad. El bebé no tiene la inhibición
de desear el placer y evitar el dolor”.
“No veo nada especial en eso”, dijo Arturo. “Los bebés se limitan a llorar y sonreír, comer y dormir”. “Muchos
mortales serían afortunados de poder hacer esas cosas cuando crecen”, murmuró Merlín. “Estar aquí en este
mundo en un estado de plena satisfacción es una verdadera hazaña”.
El instinto inocente del bebé acerca de lo que se siente bien o mal se pierde rápidamente. Poco a poco
comienzan a oírse las voces interiores, primero la de la madre que dice “si”, “no”, “eres un niño muy juicioso,
“eres un niño muy tonto”. Cuando el sí, no, bueno o malo concuerdan con lo que el bebé desea, no hay
problema. Pero es inevitable que surja un conflicto entre las necesidades del bebé y lo que sus padres
esperan. Los dos mundos, el interior y el exterior, comienzan a chocar. Las semillas de la culpabilidad y la
vergüenza no tardan en sembrarse; el temperamento temerario del recién nacido se mancilla con el temor. El
bebé aprende a dudar de sus propios instintos. El impulso interior de “Esto es lo que deseo” se conviene en
interrogante: “¿Está bien que desee esto?”
Nos pasamos la vida esforzándonos por volver al estado de autoaceptación con el cual nacimos. Durante
años se multiplican los interrogantes y arrojamos a las cavernas secretas y a las bodegas oscuras de la psique
tanta cantidad de duda, vergüenza, culpabilidad y temor como podemos. Sin embargo, todos esos sentimientos
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Poner fin a la guerra interior implica acabar con el conflicto entre todas nuestras personalidades. Podemos
aliviar la carga de energías del pasado que pesa sobre los hombros del yo-sombra, y así crear una condición
propicia para la paz interior, puesto que es el temor de salir lastimado el que hace que las voces interiores
desconfíen las unas de las otras. Pero no es posible comenzar a resolver estas tensiones interiores mientras
no sepamos de qué están hechas nuestras personalidades internas.
T odas las personalidades están hechas de lo mismo — alguna vieja energía adherida a un recuerdo.
Digamos, por ejemplo, que recordamos haber sido castigados cuando niños por alguna cosa que no hicimos.
La energía del resentimiento o la injusticia se adherirá a ese recuerdo y comenzaremos a construir un
fragmento de personalidad — un niño resentido —el cual vivirá desde su estrecho punto de vista hasta que
pueda liberar esa energía. El niño interior resentido es sólo un recuerdo que espera poder descargar su
energía retenida y no podrá moverse mientras no lo haga.
Puesto que tenemos recuerdos asociados con alegría y también con dolor, las personalidades interiores
vienen en versiones placenteras y dolorosas. Es agradable recordar un premio recibido por un buen trabajo; es
desagradable recordar haber sido criticados. Pero estos recuerdos contrarios no se anulan entre si; retienen su
integridad y entran en conflicto con sus opuestos. Cuando juzgamos, por naturaleza decimos “Yo tengo la
razón”, aunque la siguiente experiencia sea totalmente contradictoria. La crítica o el castigo injusto irán con
nosotros a todas panes, repitiendo sus escenarios una y otra vez, mientras que en el compartimiento de al
lado, otra energía estará expresando su punto de vista de haber sido tratados con justicia y haber sido
premiados.
28
LECCIÓN 11
Tras abandonar el bosque de Merlín, el joven Arturo vivió con Sir Ector y su hijo Kay Recibió el título de
escudero, pero sólo de nombre. Arturo no tenía familia ni propiedades, no podía pagar por su ropa y nadie
creía que fuera de familia noble. A espaldas de Sir Ector, los muchachos de las caballerizas le lanzaban lodo y
las sirvientas murmuraban que Arturo conocía la magia negra.
Debido a todo esto, Arturo pasaba la mayor parte del tiempo solo. Un día se encontraba sentado al borde de
un robledal, mirando fijamente una vieja jarra de plomo, cuando Kay lo encontró. “¿La robaste?”, preguntó Kay
con suspicacia.
“No”, contestó Arturo sacudiendo la cabeza. “La tomé prestada”.
“¿Para qué?”
“Alquimia”.
Los ojos de Kay se abrieron como platos. Había oído decir que los magos tenían el poder de convertir los
metales inferiores en oro. “¿Aprendiste alquimia?”, preguntó. Arturo asintió. “Si puedes transformar el plomo en
oro”, dijo Kay emocionado, “nuestra familia será la más rica de Inglaterra. Muéstrame”.
Arturo asintió con la cabeza y le hizo una señal a Kay para que se sentara a su lado sobre el césped. Sin
decir más, comenzó a mirar fijamente la jarra de plomo. Al cabo de unos momentos, Kay observó que Arturo
tenía los ojos cerrados. Esperó impaciente, pero cuando Arturo abrió los ojos quince minutos más tarde, la jarra
seguía siendo de plomo.
“Creo que eres un fraude”, dijo Kay furioso. “La jarra sigue siendo de plomo
Arturo no se inmutó. “Pues claro que sí. Está allí sólo para recordarme algo. Soy yo quien está tratando de
convenirse en oro.
La alquimia es el arte de la transformación. Según las enseñanzas de los magos, los secretos de la alquimia
existen para hacer pasar a los mortales de un estado de sufrimiento e ignorancia a uno de iluminación y dicha.
Merlín dijo una vez: “La alquimia opera en todo momento. Es imposible impedir las transformaciones que se
presentan en todos los niveles de la vida. Es tu transformación la que me interesa. Comparada con eso, la
transformación de un metal inferior en oro es una minucia”. La alquimia es una búsqueda, y esa búsqueda
siempre tiene el mismo propósito: hallar la perfección. De la misma manera como el oro es el más perfecto de
los metales porque no se corrompe, la perfección en el ser humano significa liberarse del dolor, el sufrimiento,
la duda y el temor.
“Pero, ¿qué pasa si los seres humanos no logramos llegar a la perfección? ¿Qué tal si en realidad somos tan
débiles e imperfectos como parecemos?”, preguntó Arturo.
“El secreto no está en cómo buscar”, contestó Merlín, “sino en hasta dónde están dispuestos a buscar”.
Las búsquedas son aventuras personales y cada paso debe darse en soledad. Pero Merlín tenía mucho que
decirle a Arturo antes de que éste iniciara su búsqueda. “T e he dicho muchas veces que este montón de carne
y huesos no es tu cuerpo, que esta personalidad limitada que experimentas no eres tú. Tu cuerpo realmente es
infinito y uno con el universo. Tu espíritu abarca a todos los demás espíritus y no tiene límite en el espacio o en
el tiempo. El trabajo de la alquimia te permitirá vislumbrar estas verdades”.
Cuando Merlín dijo estas palabras, la era de los magos casi terminaba para dar paso a una nueva época,
regida por la razón. La razón sostiene que la alquimia es imposible y, a mediada que los magos fueron
quedando relegados a la penumbra de la leyenda, las personas comenzaron a aceptar que en realidad estaban
limitadas a vivir como montones finitos de carne y sangre, en pequeños rincones del tiempo y el espacio.
Puesto que damos por hecho que las cosas sólidas son reales, le asignamos realidad al material sólido del
cual estamos hechos. Los mismos átomos de hidrógeno, nitrógeno, oxígeno y carbono que componen las
nubes, los árboles, las flores y los animales, están presentes en nuestro cuerpo. Sin embargo, estos átomos
cambian constantemente — menos del 1% de los átomos presentes en nuestro cuerpo hace un año están
todavía ahí. Incluso en términos materiales es absurdo decir que somos materia sólida, si consideramos que
debajo de esa solidez hay un mundo de espacio vacío y flujo constante. La búsqueda que es la alquimia
comienza debajo de la superficie de los átomos y las moléculas, detrás de la apariencia del cambio.
Incluso siendo niño, Arturo estaba deseoso de emprender su primera búsqueda, y esperaba ansiosamente
que Merlín le proporcionara un caballo y un mapa. Pero Merlín le dijo: “Los mapas no sirven para nada en el
lugar a donde vas, porque el territorio que te espera cambia constantemente. Sería como tratar de hacer el
mapa de un río”.
Una vez que aceptamos que somos el flujo de la vida, la búsqueda de la perfección se convierte en una
aventura más allá de lo infinito. Las cosas que son perfectas dentro de nosotros son la esencia, el ser y el
amor, y es imposible limitarías en el tiempo y el espacio. ¿Acaso cuando usted atraviesa una habitación de un
lado a otro, el amor por su familia va caminando a su lado? ¿O cuando se sumerge en la tina, su esencia
también se sumerge? Las fronteras se pueden plasmar en un mapa y el aspecto visible de un ser humano se
puede describir en términos de huesos, músculos, tejidos y células. El cerebro humano se puede representar
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Según la alquimia, los cuatro elementos — tierra, aire, agua y fuego — se combinan misteriosamente para
llegar al mágico producto final denominado vida. No hay duda de que estamos hechos de tierra, aire y agua,
modificados a partir de una forma preliminar, como el alimento. Sin embargo, no es posible destilar el fuego
que anima a estos materiales sin vida, porque no es un fuego visible, ni siquiera un calor metabólico. Es el
fuego de la transformación, puro y simple. Por lo tanto, somos la transformación, los transformadores y los
transformados. Somos nuestro propio alquimista, encargado de transmutar constantemente las moléculas sin
vida en la encarnación viva de nosotros mismos. este es el acto más creador y mágico que podemos realizar.
La maravilla de esta alquimia no tiene límite. En un momento dado podemos estar leyendo un libro, digiriendo
una comida, fabricando proteínas y enzimas, almacenando información en la memoria, creciendo, respirando,
evaluando el entorno, cicatrizando una herida, reemplazando células muertas, alejando los virus, y muchas
otras actividades más. T odas estas transformaciones suceden en su mayoría sin que nos demos cuenta. El
alquimista es invisible, trabaja detrás de bambalinas, y pocos nos interesamos alguna vez por descubrir de
quién se trata. Su hogar no está en el espacio o el tiempo, sino en lo eterno, más allá de la memoria.
Siéntese un momento e imagine que puede ver su vida como un papiro que se desenrolla a medida que
usted examina más y más sucesos de su pasado. Comience a desenrollar el papiro hasta que vea una escena
conocida, como el día en que le dieron el empleo que tiene ahora. Véala con claridad y luego vaya más atrás,
por ejemplo a sus días de universidad, y continúe haciendo lo mismo hasta ver imágenes de la escuela
secundaria, la escuela primaria, el jardín infantil. Visualice tan claramente como pueda las escenas de cuando
era niño, cuando apenas comenzaba a caminar, cuando era lactante. No importa si no aparecen imágenes
vívidas; será suficiente con tener la sensación de cómo era usted en esas edades.
Ahora regrese al día en que nació — será pura imaginación — y luego véase como feto y después como un
conjunto de células transparentes agrupadas en una bola. Vea cómo se encoge la bola hasta reducirse a dos
células y luego a una sola. Por último, cruce ese punto e imagínese antes de eso, sin siquiera una célula a la
cual adherirse.
Al cruzar este umbral, observe que su identidad no desaparece. Aunque no tenga imágenes a las cuales
mirar, ni cuerpo, usted sigue siendo lo que es en realidad: una consciencia observadora que permanece
inmutable aunque las escenas de la vida cambien constantemente. Esa es su identidad como consciencia, un
alquimista activo y sabio que permanece separado, detrás del drama constante de la transformación.
Ahora trate de imaginar que esa consciencia desaparece. En otras palabras, imagine una época antes de
que usted existiera. Esto es algo que no puede hacer, porque el alquimista no está confinado al reino del
tiempo, donde todos los sucesos comienzan y terminan. Trate, asimismo, de avanzar hacia el futuro e
imaginarse el tiempo en que usted ya ha muerto y ha desaparecido completamente de la Tierra. T ampoco
puede hacerlo. Al llegar al final de la memoria, el sentimiento, las emociones, la imaginación y las ideas,
todavía queda el ser en forma pura, como un impulso de vida que fluye constantemente a través del espejismo
de la creación. Ese flujo ocurre en forma de transformaciones constantes, la alquimia de la existencia que se
extiende a todos los mundos y más allá de ellos.
LECCIÓN 12
Merlín solía tomar nota de los detalles más pequeños de la naturaleza, y en todos ellos veía lecciones. Un
día, mientras caminaba por el bosque con Arturo, oyeron la perorata que un grajo les lanzaba desde un pino
cercano.
“Detente y mira”, le susurró Merlín.
El grajo era un pájaro nervioso, caprichoso. Tras hacerse oír de los dos intrusos, voló hasta otra rama con
mejor vista, pero a los pocos segundos no le bastó y voló hasta una tercera. Después aparentemente olvidó
que ellos estaban allí y bajó al suelo para inspeccionar un cono de pino. En cuestión de segundos, pasó de
chapotear en un charco a espantar un reyezuelo verde y a picotear un trozo de corteza podrida.
“¿Qué piensas de eso como forma de vida?”, preguntó Merlín.
“No mucho”, replicó Arturo. “Actúa como una bola de plumas sin cerebro, sin idea alguna de lo que desea
hacer”.
“Así parecen ser las cosas cuando una criatura vive confiando únicamente en Dios”, dijo Merlín. “Se pasa el
día persiguiendo despreocupadamente un impulso tras otro sin pensar en el futuro y, no obstante, debes
admitir que la pasa bastante bien”.
La naturaleza de la vida es contener a la vez el caos y el orden. Del desorden surgen patrones que más
adelante se disuelven nuevamente en él. El cuerpo es totalmente caótico en ciertos niveles — con cada
inhalación entran en el torrente sanguíneo remolinos de átomos de oxigeno, cada célula rebosa enzimas y
proteínas, y hasta los disparos de las neuronas en el cerebro son una tormenta eléctrica incesante. No
obstante, este caos es sólo una cara del orden, porque no hay duda que nuestras células son obras maestras
de una función organizada y que la actividad del cerebro produce pensamientos coherentes.
En efecto, el caos y el orden coexisten tan estrechamente que no pueden separarse. “Antes de ser una
estrella reluciente es preciso ser caos”, decía Merlín. Y eso es literalmente cierto, porque los remolinos de
gases primordiales que formaron el universo tuvieron que existir antes de que nacieran las galaxias. Al
principio, esos gases no mostraban ningún patrón, sólo una ligera atracción entre sí. Sin embargo, a partir de
esa leve insinuación de atracción gravitacional se desencadenaron una serie de sucesos que culminaron en el
principio del ADN humano, una molécula tan compleja que la alteración de una de su tres mil millones de
unidades genéticas pudo haber sido la diferencia entre la vida y la muerte.
A nivel personal, cada cual lucha entre el orden y el desorden. Las cosas tienden a desbaratarse; aquello que
fue fresco y maduro acaba por dañarse; lo que era joven envejece y muere. “La muerte es una ilusión”, decía
Merlín, “y, no obstante, la lucha de los mortales contra la muerte es muy real. Ningún mortal sabe exactamente
lo que es la muerte, pero le teme tanto a ese suceso inminente que batalla contra él con todas sus fuerzas, sin
darse cuenta del enorme desorden y caos que genera.
El mago sabe que la vida siempre se ha organizado desde adentro. Esos mismos tirones de gravedad que
dieron nacimiento a las estrellas a partir del caos existen en todos los niveles de la naturaleza. Una rosa puede
estar totalmente segura de convertirse en rosa, aunque cuando es una plántula no es muy distinta de un frijol o
de una violeta, y cuando es semilla su exclusividad quizás radique únicamente en los minúsculos giros de su
par de cadenas de ADN. Sin embargo, nosotros los humanos nos preocupamos mucho por la perfección, de
manera que desperdiciamos horas de lucha y esfuerzo tratando de afirmar nuestra individualidad.
“¿Qué importa que las aves vivan sin pensar, o que una rosa sea siempre una rosa?”, preguntó Arturo. “No
tienen mente y, por lo tanto, no tienen otra alternativa que ser lo que son.
“Es cierto que ustedes los mortales tienen libre albedrío, pero le dan demasiada importancia”, replicó Merlín.
Yo vivo sin tener que elegir entre diferentes opciones, y mi vida es mucho más feliz”.
“¿Sin tener que elegir entre diferentes opciones? Pero si tomas las mismas decisiones que yo”, protestó
Arturo.
Merlín se encogió de hombros. “T e dejas engañar por las apariencias. Mira tu mano. No hay duda de que te
pertenece pero, no obstante, no decides cómo crecen sus células; no tienes la minina idea de qué es lo que
hace que tus nervios y músculos se muevan; no haces crecer tus uñas conscientemente y tampoco haces que
una herida cicatrice cuando te lastimas, o sí?”
“Es cierto, no tengo que hacer ninguna de esas cosas”.
“En otras palabras, ésas no son opciones que tú debas elegir”, continuó Merlín. “Estas funciones le han sido
entregadas a un lado involuntario de tu cerebro, el cual se ocupa de ellas automáticamente. Asimismo, yo he
entregado al lado automático de mi cerebro todas aquellas cosas a las cuales tú dedicas tanto tiempo —
pensar, decidir, sentir, elegir, juzgar. Lo que es otra forma de decir que las he dejado en manos de Dios”.
“Entonces, ¿para qué utilizas tu mente consciente?”, preguntó Arturo.
“Para apreciar este mundo y el milagro de la vida. Soy testigo de todo lo que es y, como espectáculo, no hay
nada más asombroso, bello o gratificante”.
32
La vida moderna está tan llena de presiones provenientes de todos lados que la mayoría de nosotros
reaccionamos tratando de imponer el orden. Por lo tanto, nuestra sociedad de fuerzas caóticas es una
sociedad con infinidad de leyes y normas. Esto no debe sorprendernos, puesto que los humanos amamos el
orden y tememos al desorden. Por ser imprevisible y estar más allá de nuestro control, el desorden nos
produce tensión. Recuerde un momento en que su vida haya sido invadida súbitamente por el desorden y el
azar: el día en que perdió un vuelo, en que su automóvil se descompuso en la mitad de la nada, en que supo
que un ser querido perdió el empleo.
Casi siempre estos sucesos se resuelven por sí solos, sin que lleguen a lesionar realmente la existencia; sólo
producen ligeros inconvenientes. Sin embargo, lo más probable es que su sistema nervioso haya reaccionado
fuertemente, manifestando temor y malestar cuando los planes no salieron como usted esperaba. La respuesta
del ego ante el caos es luchar contra él y tratar de imponer control. La siguiente vez que usted tomó un avión,
seguramente reconfirmó la hora de salida y partió temprano para el aeropuerto. Y cuando viajó nuevamente por
tierra, tomó precauciones para que no le volviera a suceder lo mismo que la vez anterior.
El problema es que toda esa lucha, preocupación, planeación y control va en contra de la esencia de la vida.
La vida está compuesta de caos y orden al mismo tiempo. No es posible que el uno exista sin el otro. Si
deseamos ir con la comente de la vida, no podemos luchar contra ella al mismo tiempo. Por lo tanto, quien
busca la perfección debe aceptar el hecho de que siempre habrá incertidumbre, que siempre se sentirá en
desequilibrio. “El papel del discípulo”, dijo Merlín, “es tropezar siempre pero sin caer jamás”.
Pese a que el ego detesta la incertidumbre, la verdad es que todos nos hemos beneficiado de ella una y otra
vez. Piense por un momento en las oportunidades inesperadas que se le han cruzado en el camino,
ofrecimientos de ayuda que nunca imaginó recibir, ideas e inspiraciones súbitas, decisiones impulsivas de
moverse o hablar con un desconocido que le abrió nuevos horizontes. Esa es la forma natural de vivir. «Tu vida
ya está organizada en sí misma”, dijo Merlín. «La vida emana de la vida, el botón se abre en flor, el niño
madura en adulto. Confía en cada etapa, regocíjate en ella y permite que la siguiente llegue a ti sin esfuerzo
alguno”.
Hay un ejercicio simple que le mostrará a usted cuán maravilloso es vivir una vida imprevisible. Siéntese
unos momentos e imagine que puede ver su vida como una película que pasa por su mente. Empiece a ver la
película con los sucesos de hoy y déjela correr hacia adelante visualizando la forma como desea que sea
mañana, luego el día siguiente y así sucesivamente. Imagínese que pasan los años y usted envejece: visualice
el futuro que desearía si pudiera lograr que todos sus deseos se cumplieran. Deje volar la imaginación y
termine con el día de su muerte. Haga que sea una muerte deseable, sin dolor y tranquila.
Cuando termine, vuelva atrás y proyecte una película completamente diferente. Comience con los sucesos
de hoy, pero visualice un desenlace diferente. Es sólo cuestión de imaginación, de manera que puede
visualizar una vida caótica, catastrófica o dramática o, por el contrario, llena de virtud. Lleve la película hasta la
escena de su muerte. Ahora vuelva atrás y comience de nuevo. El punto del ejercicio es que todo lo que usted
ha visualizado es cierto — su futuro no consta de una sola situación sino de muchas situaciones posibles. estas
se ramifican a partir del momento presente, como hilos invisibles de potencial. La vida de todo el mundo es así;
sólo nuestro falso sentido del control nos hace creer que podemos imponer orden sobre lo que en realidad es
totalmente imprevisible.
El ego debe examinar sus temores y dejar de tratar de controlar. Ésa es una parte enorme de la aventura en
la que nos hemos embarcado. Si logramos aceptar el flujo de la vida y ceder ante él, habremos aceptado la
realidad. Sólo cuando aceptemos la realidad podremos vivir con ella en paz y alegría. La alternativa es una
lucha interminable porque significa combatir contra lo irreal, contra un espejismo de la vida en lugar de la vida
misma.
LECCIÓN 13
Después de convenirse en rey, Arturo habló de sus experiencias en la cueva de cristal solamente con su
esposa Guinevere. Pasaron muchos años antes de que Merlín reapareciera, y Guinevere pensaba en él más o
menos de la misma manera en que se imaginaba un unicornio o alguna otra bestia mitológica. “Si es tan
salvaje como las oscuras montañas de Gales, donde dicen que nació, me espantaría la sola idea de
conocerlo”, le dijo una vez a Arturo.
“No es así”, replicó Arturo. “No se parece a nada que puedas esperar o prever.
33
El mago se ha liberado completamente de lo conocido. Para él, la única libertad está en lo desconocido,
porque todo lo conocido está muerto y en el pasado. “¿Sabes por qué digo constantemente que tu mundo es
una prisión?”, preguntó
Merlín. “Porque todo aquello que la mente puede concebir debe ser limitado. T an pronto como pones una
experiencia en palabras, o la envuelves en un pensamiento, o dices ‘Yo sé’, desaparece algo maravilloso e
invisible. Los limites son jaulas; la realidad es como un ave delicada que tiembla en tu mano. Si la retienes allí
durante mucho tiempo, morirá”.
Si bien es cieno que lo desconocido es el pasaje hacia la libertad, también es cieno que el ego se siente más
cómodo dentro de los límites. Nuestra mente genera las mismas imágenes día tras día. Estas imágenes son el
reflejo de lo que somos y, no obstante, el ego las considera reales. “¿No es obvio que un árbol es un árbol, un
muro un muro, una montaña una montaña?”, pregunta el ego. Son reales únicamente en un estado de
consciencia — el estado de vigilia. En un sueño podríamos estar en el campo y ver las nubes pasar sobre una
montaña. Y al despenar nos daríamos cuenta de que las montañas, las nubes y el campo eran sólo disparos
aleatorios de las células cerebrales que daban lugar a imágenes pasajeras. No hay prueba de que el estado de
vigilia sea diferente. Las montañas, los campos y las nubes “reales” no poseen una realidad comprobable más
allá de las imágenes que se disparan en la mente.
Arturo se escandalizó cuando Merlín descartó al mundo visible calificándolo de ilusión. “Pero puedo tocar las
cosas que me rodean y sentir su solidez. Si me golpeo la cabeza contra una piedra, me lastimo”, protestó.
“Las imágenes no son sólo visibles”, le recordó Merlín. “T ambién en un sueño puedes tocar las cosas y sentir
toda una gama de sensaciones
“Entonces ¿cómo es que puedo distinguir entre estar despierto y soñando? ¿Por qué todo el mundo dice que
lo primero es realidad y lo segundo ilusión?”
34
Vivir esta lección implica rebasar la frontera de lo conocido. Si pudiéramos olvidarlo todo y no prever nada,
estaríamos comenzando a agujerear las fronteras que nos impiden percibir una realidad más elevada. Esa
realidad más elevada está entretejida con la realidad conocida que vemos y en la cual nos movemos día tras
día; no hay distancia entre las dos. Sin embargo, bien podrían estar a millones de kilómetros de distancia.
Junto con la costumbre y la inercia, el temor tiene mucho que ver con la permanencia de la realidad tal y
como la conocemos. Ensaye una versión de la prueba que hizo Guinevere. Párese en la oscuridad de la noche
en el centro de una habitación que le sea conocida. Camine por ella, acercándose tanto como pueda a los
objetos sin tropezar con ellos. Observe cuán difícil es caminar hasta por el recinto más familiar sin una
sensación de temor. La mayoría de nosotros le tenemos mucho miedo a la posibilidad de quedar ciegos,
debido a la incertidumbre que esto traería consigo; el corazón se nos acelera ante la sola idea de caemos o
tumbar alguna cosa.
Sin embargo, ¿no nos demuestra esta prueba que lo conocido no puede protegemos del temor? Por mucho
que conozcamos nuestra habitación, la aprensión persiste. Lo mismo sucede con el mundo a la luz del día,
salvo que en ese caso el temor está arraizado en un sitio más profundo. En lugar de sentir un ligero temor a
causa de la oscuridad, necesitamos un suceso de más trascendencia: un accidente, una interrupción de la
rutina, la pérdida súbita de la seguridad. Independientemente de cuán a gusto creamos estar en el mundo de
las cosas conocidas, la posibilidad de un desastre jamás se aleja demasiado de nuestro subconsciente.
Hay otro experimento sencillo que le ayudará a darse una idea de lo desconocido. Póngase una venda en los
ojos y siéntese en la cocina de su casa. Pídale a un amigo que escoja tres alimentos sin decirle cuáles son, y
que le dé a probar un bocado de cada uno. Usted reconocerá rápidamente cada alimento, pero tome nota
también de que, durante ese segundo de incertidumbre previo al reconocimiento, saboreará algo
nuevo: una textura inesperada, un matiz de sabor, un ligero aroma, que había olvidado que existía.
Allí radica el poder de la incertidumbre. Mientras estemos seguros de las cosas, viviremos dentro de unos
límites. Sin embargo, las cosas de las cuales creemos estar tan seguros tienen muchas cualidades aún
desconocidas. “Dios hizo este mundo”, dijo Merlín, “de manera que debe ser lo suficientemente interesante
para mantener viva Su atención. Si descubres que las cosas te cansan, te parecen aburridas o previsibles,
quizás es porque has perdido la capacidad de sentir interés”. Para el ego es difícil aceptar que se abra el
camino hacia la incertidumbre. Sin embargo, es la única ruta hacia el mundo del mago.
LECCIÓN 14
Como todos los niños, un día Arturo descubrió la muerte. T enía cuatro o cinco años cuando Merlín lo
encontró acurrucado en el bosque mirando atentamente una pila de plumas grises, restos de lo que fuera una
golondrina. “¿Qué le pasó?”, preguntó el niño.
“Eso depende”, replicó Merlín.
“¿De qué?”
“De la manera como veas las cosas. La mayoría de los mortales dirían que es un pájaro muerto. Cuando
dicen ‘muerto’ se refieren a que su vida se ha destruido. Sin embargo, los mortales más sabios miran más a
fondo. Reconocen que la muerte no es más que una reorganización. La materia de la cual estaba hecho el
pájaro regresa a la tierra para mezclarse con los elementos que le dieron nacimiento”.
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En un mundo de cambio debe haber pérdidas y ganancias. Aunque para el ego las ganancias son buenas y
las pérdidas malas, para la naturaleza no hay diferencia. Siempre que hay creación, es preciso que haya
destrucción. “A ustedes los mortales les encantaría abolir la muerte”, dijo Merlín, “sin pensar en que el mundo
se apiñaría de personas, animales y plantas. El bosque no tardaría en sucumbir bajo su propia fuerza vital, los
mares rebosarían de criaturas luchando por espacio y aire, y la delicada hermosura del equilibrio de la
naturaleza desaparecería”.
El ciclo del nacimiento y la muerte se convierte en asunto de temor y lucha solamente en la medida en que se
personaliza. Tras toda una vida de lucha para evitar las pérdidas, para el ego la muerte es la derrota definitiva.
Para la mayoría de la gente, la muerte es demasiado abrumadora como para poder enfrentarla; es el tema que
entierran en el subconsciente y niegan todos los días de la vida. Otros deciden intelectualizar negación y
convierten a la muerte en un misterio metafísico sobre el cual pueden reflexionar desde una distancia
emocional segura.
Los magos dicen que es imposible conocer la muerte pero por una razón diferente: porque la experiencia
normal, y con ella nuestra forma normal de saber, se suspenden en el momento de la muerte. La experiencia
normal está orientada hacia aquello que podemos ver, oír, tocar, oler y degustar. A esto se agregan el
pensamiento y la emoción. Morir significa desprenderse de los sentidos, dejar atrás el mundo material y
dirigirse hacia una nueva forma de percepción. “Si sólo supieras que yo ya estoy muerto”, dijo Merlín.
“Eso no me parece posible”, protestó Arturo. “Para mí, estar vivo significa comer, beber, dormir y tener
vivencias. ¿Acaso no haces tú todo eso, al igual que yo?” Merlín sacudió la cabeza. «¿Por qué piensas que la
vida y la muerte no pueden coexistir? Al mismo tiempo que hago todas esas cosas que mencionas, también
estoy en un estado de sabiduría, consciente de mi mismo simplemente como yo mismo, sin pensar jamás en
nacer o morir. Descubrir ese estado es lo que la muerte nos permite hacer. Si tienes la fortuna de descubrirlo
oportunamente, antes de abandonar tu cuerpo, mucho mejor”.
«Tienes suerte de no tener que temer más a la muerte”, anotó Arturo.
“Cierto, pero tomé una decisión que la mayoría de los mortales evitarían. Decidí perseguir a la muerte y
abrazarla como a un ser querido, mientras que ustedes huyen constantemente de ella, como si fuera un
demonio. La muerte es muy sensible y, si la demonizan, permanece distante y se guarda sus secretos. De
hecho, todo aquello que temes acerca de la muerte es reflejo de tu propia ignorancia. Sencillamente temes lo
que desconoces por completo”.
La muerte es un suceso definitivo, pero antes de ocurrir deja muchas otras pérdidas de menor cuantía. Si nos
tomáramos un momento para pensar en ello, veríamos el patrón de pérdida y ganancia que atraviesa toda
nuestra vida. Cuando ocurren, las pérdidas parecen dolorosas, y el ego reacciona inevitablemente ante ellas
deseando aferrarse. Sin embargo, el paso de la infancia a la adolescencia es una pérdida desde un punto de
vista pero una ganancia desde otro; contraer matrimonio representa la pérdida de la soltería y la ganancia de
un compañero. La pérdida y la ganancia son dos caras de la misma cosa. Lo único que produce ganancia
absoluta en la vida es la ganancia de la consciencia, que es de lo que se trata esta búsqueda.
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LECCIÓN 15
El más puro de los caballeros que sirvió a Arturo fue Galahad, a pesar de tener en común con el rey el hecho
de haber sido concebido fuera del matrimonio. Aunque el hecho de que Galahad fuese hijo natural de Lancelot
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Cuando un mago habla de amor, se refiere a algo casi totalmente opuesto a lo que nosotros llamamos amor.
Para nosotros el amor es un sentimiento altamente personal; para un mago es una fuerza universal. Para
nosotros, el estar enamorados es una condición que con el tiempo se desvanece; el mago no se enamora
porque permanece en la corriente del amor mismo. Pero la gran diferencia está en el apego. Hay apego
cuando decimos: “T e amo porque eres mío”. Esta forma de amor es en realidad una extensión del ego, el cual
piensa constantemente en términos de “yo”, mi y mío
“Ustedes los mortales dicen amar cuando se sienten completamente atraídos por otra persona”, dijo Merlín.
“Su fantasía es poseer a alguien completamente, o bien ser totalmente poseídos. Pero los magos hablan de
amor cuando se sienten totalmente libres de apego, sin posesión”.
“¿Acaso no es eso simple indiferencia?”, preguntó Arturo. Merlín sacudió la cabeza. “La indiferencia no tiene
energía ni vida. El amor del mago es increíblemente vivo y fluye con la energía del cosmos. Para que eso
suceda, debes ser como un recipiente vacío. Los mortales están tan llenos de ego que no tienen espacio para
nada más. El mago está completamente vacío; por lo tanto, el universo lo puede llenar de amor”.
Merlín habló suavemente, casi con ternura. “Enamorarte es una oportunidad maravillosa para ti”, dijo.
“Normalmente vives seguro tras los muros de tu propio ego. T e agrada la seguridad de tu refugio, tu
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En cierta medida, todos nos enamoramos de imágenes. Llevamos esas imágenes dentro de nosotros,
esperando encontrar su equivalente en el mundo externo. Por lo general buscamos a alguien para reflejar
nuestra propia imagen o para repararla. Un tipo de amor busca un espejo, mientras que el otro trata de
encontrar una pieza faltante. En ambos casos hay una sensación subyacente de necesidad. Al sentirnos
incompletos tratamos de reforzar nuestras carencias a través de otra persona.
“Si deseas sentir el amor tal como lo siente Dios, debes llenar todos tus vacíos, porque Dios solamente
puede amar a partir del estado de plenitud”, aconsejaba Merlín. Ser el amante perfecto implicaría no tener
ninguna debilidad o herida secreta que queramos que alguien nos remiende. El primer paso es indagar cuáles
son nuestros vacíos y el segundo es llenaremos con el Ser o la esencia. Este proceso suele denominarse
aprender a amarnos a nosotros mismos, aunque hay que tener cuidado con ese término. Muchas veces se lo
toma como sinónimo de aprender a amar la imagen que cada uno tiene de sí mismo. A los ojos del mago, la
imagen de uno mismo no es otra cosa que el ego; es la negación tras la cual se oculta el vacío de nuestras
carencias.
Sería más acertado decir que el verdadero proceso de aprender a amarnos a nosotros mismos es aprender a
amar nuestro Yo, es decir, nuestro espíritu. Si miramos honestamente nuestro pasado, que llevamos
almacenado en forma de miles de recuerdos, siempre encontraremos una mezcla — algunas experiencias
pueden haber despertado amor por nosotros o por los demás, y muchas otras no. No es posible convertir en
amor los recuerdos de vergüenza, culpabilidad, rechazo, odio, resentimiento y otros sentimientos de desamor.
Esas imágenes son lo que son. Es preciso aceptarlas y acercarnos al Yo en un plano más elevado, sin
conexión alguna con la memoria.
Lo único que logra la memoria es aprisionarnos dentro de un sentido asfixiante de nuestro pasado personal.
Más allá de la memoria está la experiencia silenciosa de Ser, la consciencia simple sin contenido. Esa es la
región del amor, el lugar de nuestro yo, al cual ingresamos a través de la meditación. Existen muchos tipos de
meditación; su tradición, tanto en Oriente como en Occidente, se basa en el principio de que todos tenemos un
núcleo de Ser o esencia al cual es posible llegar. El acceso no se logra a través del pensamiento o del
sentimiento. En realidad, meditar es entrar directamente en la región silenciosa interior.
Usted podrá darse una idea de lo que significa ir más allá de las imágenes por medio del siguiente ejercicio:
imagine una mujer hermosa o un hombre apuesto, alguien que represente el objeto ideal de su amor. Visualice
a esa persona tan vívidamente como pueda. Después cámbiele el rostro envejeciéndolo cada vez más hasta
que la belleza desaparezca y su imagen se vea marchita y arrugada. ¿Es tan intenso su sentimiento de amor
como cuando comenzó? A la mayoría de nosotros nos es muy difícil sentir lo mismo por un rostro arrugado y
viejo que por uno joven y hermoso. ¿Podemos hablar de amor cuando un simple cambio de imagen provoca
semejante alteración?
“¿Por qué cambia el amor?”, preguntó Arturo.
“Porque en la emoción del amor siempre está contenido su contrario. El amor más fuerte enmascara un odio
igualmente intenso”, dijo Merlín. “La única diferencia es que el amor está en flor cuando el odio es apenas una
semilla”.
Usted también puede ensayar este otro ejercicio: piense en la ocasión en que alguien a quien usted amaba
intensamente lo hirió. Pudo haber sido un momento de indiferencia o traición, o una actuación que le hizo ver
que la persona amada no era perfecta sino simplemente humana. Sea sincero consigo mismo y recuerde la
violencia y rapidez con la cual el amor puede convertirse en otros sentimientos. El odio, los celos, el dolor o la
indiferencia que brotaron dentro de usted siempre estuvieron allí en forma de semilla, ocultos detrás del amor
que prefería sentir. ¿Por qué lo prefería? Aparte del simple placer, hay otra razón: el ego. El tipo de amor que
se apega a otra persona tiene que ver con nosotros mismos, porque lo que lo mantiene vivo no es aquello que
es real en el ser amado, sino algo mucho más obligante: nuestra propia necesidad de poseer.
Cuando pensamos que poseemos a alguien más, en realidad estamos buscando una forma de escapar de
nosotros mismos, de evitar los temores y debilidades que no hemos aceptado. En lugar de confrontarnos, nos
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LECCIÓN 16
El joven Arturo quiso saber la razón por la cual Merlín llevaba una túnica bordada de lunas y estrellas.
“Déjame mostrarte”, ofreció el mago. Llevó al niño a la cima de la colina y le preguntó: “¿Hasta dónde alcanza
tu vista?”
“Veo kilómetros de bosque que llegan hasta el horizonte. No puedo ver nada más”, dijo Arturo.
“¿Y qué hay más allá de eso?”, preguntó Merlín.
“El fin del mundo, el cielo y el Sol, creo”, dijo Arturo.
“¿Y más allá?”
“Las estrellas y luego espacio vacío hasta el infinito”. “¿Y sería eso cierto si te pido que te des la vuelta?”,
preguntó Merlín. El niño asintió. “Muy bien”, dijo el mago. “Ahora, sígueme”. Llevó al muchacho hasta el arroyo
donde solían tomar la siesta vespertina. “Ahora, ¿hasta dónde alcanza tu mirada?”, preguntó Merlín.
“No puedo ver muy lejos en un bosque tan espeso como éste, sólo hasta el último recodo del arroyo”, y
Arturo señaló un punto que no estaba a más de cien metros de distancia.
“Pero, ¿sabes que el arroyo llega hasta el mar, y el mar hasta el horizonte?”, preguntó Merlín. Arturo asintió.
“Y después del horizonte, ¿estarían el fin del mundo, el cielo, el Sol, las estrellas y el vacío infinito tal como
dijiste antes?”, pregunto Merlín.
“Sí”, respondió Arturo. Una vez más el mago se mostró complacido y llevó a su discípulo a la cueva de cristal.
“Ahora, ¿hasta dónde alcanza tu mirada?”, preguntó.
“Hay poca luz y lo único que puedo ver son las paredes de la cueva”, dijo Arturo, “pero antes de que lo
preguntes, te diré que afuera están el bosque, las montañas, el horizonte, el cielo, el Sol, las estrellas y el
espacio infinito”.
“Entonces toma nota”, dijo Merlín en un tono más fuerte. “Sin importar a dónde vayas, el mismo infinito se
extiende en todas las direcciones. Por lo tanto, tú eres el centro del universo donde quiera que vayas
“Eso parece un truco”, protestó Arturo.
“No, el truco es de los sentidos, los cuales te engañan haciéndote creer que estás en un punto específico. En
realidad, cada punto del cosmos es el mismo punto, un foco para el infinito en todas las direcciones. No hay
aquí o allá, cerca o lejos. A los ojos del mago, sólo hay todas partes y ninguna parte. Al saber esto también tú
deberías llevar una túnica de lunas y estrellas. Sin la ilusión de tus sentidos, te darías cuenta de que la Luna y
las estrellas están aquí mismo, a tu lado”.
“¿Cuándo me daré cuenta de eso?”, preguntó el niño.
“A su debido tiempo. A medida que la agitación de tu alma entre en reposo, verás los cielos en tu propio ser”.
Si les creemos a nuestros sentidos, el espacio y el tiempo no representan misterio alguno. Desde la cima de
una montaña podemos ver que la Tierra se extiende hasta el horizonte y que el Sol avanza por el cielo. El
tiempo marcha segundo a segundo y se mueve del pasado al futuro en línea recta. Sin embargo, para un mago
el tiempo y el espacio son infinitamente misteriosos. El mago cree en un presente eterno, ve que todos los
sucesos ocurren simultáneamente y que todos los sitios son un mismo punto rodeado por el infinito.
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T al como acabamos de ver, es de vital importancia desmantelar nuestros viejos supuestos acerca del tiempo
y el espacio, porque aquello que consideramos como el tiempo y el espacio “reales” son verdaderos prejuicios
heredados de la infancia. “La llamo la red del tiempo”, explicó Merlín, “porque me veo como una araña sentada
en el centro de los acontecimientos, los cuales se desprenden de mí como los hilos de una tela de araña. Se
necesita de todos y cada uno de los sucesos para tejer la red, de la misma manera que se necesitan todos los
hilos y, no obstante, tengo la opción de seguir uno a la vez, silo deseo”. Para el mago es fácil pasar del tiempo
local al tiempo universal, de ver las cosas como acontecimientos aislados a verlas como un todo.
¿Cómo aprender a ver el tiempo como un todo en lugar de una sola línea recta? En la historia, Merlín le
mostró a Arturo la manera de verse como el centro espacial del universo independientemente del sitio donde se
encontrara. Lo mismo se puede hacer con el tiempo. Piense en este momento y después remóntese al día de
ayer, al año pasado, a hace diez años. Continúe hasta llegar al día de su nacimiento y después acelere y vea
los siglos pasados, la prehistoria, el comienzo del mundo. Lleve la línea del tiempo hasta el nacimiento de la
Tierra, del Sol, de las estrellas. Al disolver las estrellas y remontarse al universo primordial, llegará al momento
de la gran explosión. Ahora su imaginación quizás no pueda forjar imágenes de un pasado más lejano, pero
aun así no tendrá que detenerse. No existe un verdadero comienzo del tiempo, porque para cada momento que
denominamos principio, siempre podemos preguntar qué hubo antes.
Asimismo, si usted comienza en el momento presente y avanza hacia adelante en el tiempo, es posible que
se le agoten las imágenes cuando visualice el fin del mundo, el fin del Sol, el fin de las galaxias. Pero el tiempo
jamás terminará porque de todas maneras podrá preguntarse qué sucederá después. En pocas palabras, el
tiempo es una eternidad que se extiende en ambas direcciones, independientemente del momento que uno
escoja para el principio. Esto nos dice dos cosas: somos el centro de la eternidad y todos los momentos del
tiempo son iguales; lo cual debe ser cierto si la eternidad es igual desde cualquier punto en el tiempo. Se ha
dicho que el tiempo es el medio del que se vale la naturaleza para impedirnos experimentarlo todo al mismo
tiempo. T ambién podríamos decir que el tiempo es la manera que tiene la naturaleza de dejarnos cumplir
nuestros deseos uno por uno, lo cual es, después de todo, la forma más placentera.
De hecho, cada momento es todos los demás momentos y lo que crea la ilusión del pasado el presente y el
futuro es apenas el foco de nuestra atención. La mente es el cuchillo que corta el continuo de espacio y tiempo
en trozos concretos de experiencia lineal. Cuando usted pueda utilizar este poder conscientemente, será un
mago.
“Escribe las palabras ninguna parte”, le dijo Merlín a Arturo. “Después escribe aquí y ahora. En esas pocas
palabras tendrás la verdad sobre el espacio y el tiempo. Tú naciste en un continuo que no tiene principio en el
tiempo o el espacio. Siendo infinito y eterno, no vienes de ninguna parte. Sin embargo, este continuo infinito y
eterno se ha manifestado como este momento. Tu mente y tus sentidos han localizado la eternidad en un
punto, que es aquí y ahora. La relación entre ninguna parte y aquí y ahora es la relación entre lo infinito y este
momento que vives ahora”.
LECCIÓN 17
Merlín tenía la extraña costumbre de alegrarse cuando a Arturo le sucedía un percance. Si Arturo regresaba
a la gruta con heridas y contusiones porque se había caído de un árbol, el mago murmuraba “Bien”, con voz
casi inaudible. Una noche, en medio de una tormenta eléctrica, el tronco podrido de un viejo sicomoro casi le
cae al niño en la cabeza. “Bien hecho”, dijo Merlín por lo bajo.
Aunque el mago pronunciaba sus comentarios en voz baja, para el niño eran como dardos. Se juró a sí
mismo ocultarle a su maestro todas sus pequeñas desgracias, pero al día siguiente, mientras cortaba leña
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De todos los mundos en los cuales habita el mago, los dos más distantes entre si son el de la materia y el del
espíritu. Estos también son los dos polos de nuestra existencia. Es natural ir de un polo al otro, pasar de la fe al
escepticismo, hasta que los opuestos se unen. Actualmente, el movimiento es a alejarnos del polo material,
aunque éste todavía predomina en la mente de todos. Cuando hablamos de causa y efecto, nos referimos a la
interacción de las cosas materiales — el Sol atrae a la Tierra para que gire a su alrededor, el fósforo produce
llama cuando se raspa, el rayo hiere al árbol y éste cae. El hecho de que los humanos habiten en este
escenario de causas y efectos no interesa; las leyes de la naturaleza actúan independientemente de nosotros.
El mago no acepta este punto de vista materialista. Para Merlín, todos los sucesos de la naturaleza, por
insignificantes que fueran, tenían significado humano. El pensaba así porque miraba hacia el polo opuesto, el
mundo del espíritu, para encontrar el sitio donde realmente se originan la causa y el efecto. “Ustedes los
mortales deberían ser mucho más engreídos”, le dijo a Arturo.
“¿Más engreídos? Si constantemente dices que en la creación no hay nada más atestado de vanidad”,
replicó Arturo.
“Eso sigue siendo cierto, pero si fueran más engreídos, verían cuán únicos son. El universo está organizado
alrededor de su destino y obedece hasta sus caprichos más nimios y, no obstante, ustedes van por ahí
quejándose de que Dios y la naturaleza son totalmente indiferentes”.
“¿Si Dios no es indiferente, entonces porqué no revela Sus intenciones?”
“Ah, debes buscar para descubrirlo. Es probable que este mundo sea un juego de escondidillas organizado
por Dios”.
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Si el espíritu arroja pistas por todas partes, ¿qué podemos hacer para verlas? Ante todo, debemos estar
dispuestos a verlas. Ellas afloran de muchas maneras: el encuentro con una persona en quien estábamos
pensando, oír una palabra que acabábamos de recordar, planes que se dañan sólo para revelar un beneficio
oculto, notar que nos suceden demasiadas coincidencias como para que sean producto del azar. El espíritu
suele comenzar a hablar de esas maneras, que podríamos llamar primeros encuentros. Los percances de los
cuales escapamos por poco, los accidentes de los cuales salimos ilesos y las intuiciones que se hacen realidad
también forman parte de esta categoría; en todos estos casos, los patrones normales de causa y efecto se
estiran y a veces se rompen. Si tratamos de aplicar la clase de lógica que dice que A es causa de B, que a su
vez es causa de C, la explicación es incoherente porque las coincidencias son demasiado traídas de los
cabellos y demasiado personales. La pregunta no es: ¿Por qué sucedió esto? sino: ¿Por qué me sucedió esto
a mí?
Claro está que la misma pregunta puede nacer de la autocompasión — ¿Por qué tuvo que pasarme a mi?
Debemos aprender a hacer esta pregunta de otra forma, a partir de una curiosidad despojada de
autocompasión. El ego piensa que no puede haber nada de bueno en un percance o un suceso extraño. Sin
embargo, todo lo que sucede tiene un propósito útil. El espíritu a veces se ve obligado a utilizar una bondad
más sutil, a enseñarnos por compasión una lección dura, a fin de que podamos evitar un verdadero desastre.
¿Y qué decir de los verdaderos desastres? Para el mago, las desgracias mayores son lo mejor que puede
hacer el espíritu, considerando la enmarañada red de causa y efecto en la cual está enredado cada uno de
nosotros.
Sin embargo, muchas veces las pistas de la vida diaria carecen de un significado espiritual manifiesto. Son
sencillamente un primer llamado, una señal para que despertemos. T odo el mundo toma nota de los sucesos
extraños, pero a menos que los veamos como pista, no podremos indagar acerca de su verdadero significado.
Sencillamente los dejaremos pasar sin significado alguno.
Es importante contar con un marco de entendimiento, saber que otro aspecto de nosotros mismos — un
espíritu —brilla a través del disfraz del mundo material. Una vez que estamos dispuestos a aceptar que el
espíritu podría estar llamándonos, las pistas comienzan a cambiar. En lugar de coincidencias que olvidamos
rápidamente, las pistas comienzan a adquirir matices espirituales. En esta categoría podemos incluir las
oraciones escuchadas, las experiencias cercanas a la muerte, ver el aura o la luz divina, y sentir la presencia
de los ángeles. Hoy día, nuestra sociedad está prestando mucha atención a esas cosas, pero todavía las
confunde con “fenómenos”. Por definición, un fenómeno es impersonal. Un mago diría que esas pistas en
realidad son muy personales, pues tienen por objeto guiar a una persona en particular.
Sin embargo, no es posible descifrar el significado oculto sino cuando pedimos que nos sea revelado. “No
esperes que el espíritu te escriba un libro y además te lo lea”, dijo Merlín. “Así como la vida es creativa,
también lo es el espíritu. Cada pista dirigida a ti está hecha para tu nivel de consciencia. Agradece que el
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LECCIÓN 18
Cuando Arturo era un rey muy joven, oyó hablar de un loco que vivía en las profundidades del bosque de
Camelot. Algunos le aconsejaron que no prestara atención a esos rumores infundados: “Es apenas un
desquiciado que se ha encerrado en una choza y no tardará en morir.
Pero algo vibró en su interior y Arturo convocó a sus caballeros para salir en busca del orate. Tras varias
horas de búsqueda, la partida llegó a un claro no muy distante del camino principal que atravesaba el bosque.
En medio del claro había una choza hecha de juncos y barro, tan torpemente armada que le salían ramas
desnudas por todas panes. Arturo desmontó y se acercó a ella. No tenía puerta, sólo un ventanuco para
permitir el paso del aire.
“¿Quién está ahí?”, preguntó.
“Alguien que no es de este mundo”, respondió una voz débil.
Arturo reflexionó por unos instantes. “Desearía conversar contigo, quien quiera que seas. Sal por orden del
rey”.
“No tengo rey Déjame en paz”, dijo la voz.
“Pero careces de agua y alimentos. Necesitas ayuda”, insistió Arturo.
“No necesito tu ayuda”, dijo la voz, y no volvió a pronunciar palabra. Los cortesanos deseaban partir,
avergonzados de que el rey se ocupara de un orate. Pero Arturo dio orden de que trajeran a su presencia a
cualquier persona que tuviera información sobre el hombre. Varios jinetes se internaron en el bosque y
regresaron al rato acompañados de una mujer vestida con harapos.
“Esta es la esposa”, dijo uno de los jinetes, soltando a la mujer quien se mostraba visiblemente atemorizada y
confusa.
“No tengas miedo. Sólo deseo ayudar a tu esposo”, dijo Arturo.
Aunque temblando todavía, la mujer explicó: “Ya no me reconoce como esposa. Mi William ha jurado
permanecer emparedado dentro de la choza hasta que muera o reciba una señal de Dios”.
“¿Por qué?”, preguntó Arturo.
“El dolor, mi señor. T eníamos un hijo a quien amaba por encima de todas las cosas. Mi Will es leñador y un
día salió al bosque con nuestro hijo, que en ese entonces tenía seis años. Will estaba concentrado en su
trabajo y, cuando no lo miraba, el niño se alejó. Lo llamamos y lo buscamos hasta la desesperación, pero dos
días después, su cuerpecito apareció flotanto en el arroyo. Nuestro hijo se ahogó y mi esposo no se perdona a
sí mismo”.
La historia entristeció profundamente a Arturo. “El dolor no es motivo para quitarse la vida”, dijo.
“Lo mismo digo yo”, declaró la pobre mujer. “Pero ha jurado que mientras Dios mismo no venga a decirle por
qué se llevó a nuestro hijo, habrá de maldecir al mundo y no querrá saber nada de él. ‘T oda mi vida he visto la
clase de sufrimiento que Dios permite’, dice, ‘y no quiero saber más de él. Si no aparece para explicarse, de
todas maneras ya estoy muerto en vida”’.
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La esencia de esta lección se explica en ella y es que en la vida hay dos caminos. El primer camino consiste
en aceptar que la dualidad es real, que el bien y el mal a los cuales nos enfrentamos todos los días son un
hecho simple y que debemos hacer lo que podamos para luchar contra ellos. El segundo camino consiste en
ver la dualidad como algo que podemos elegir. Aunque todo lo que hay en la creación parece tener su
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No será posible renunciar a la dualidad del bien y el mal mientras ésa sea nuestra única experiencia. Es
preciso reemplazar esa experiencia por otra más profunda, una que esté más allá de las palabras. T otalidad y
espíritu serán solamente palabras hasta que adquieran realidad para nosotros. Realidad siempre significa
experiencia; por lo tanto, la pregunta es cómo experimentar el ámbito de la luz al cual se refería Merlín. “Sé
paciente contigo mismo. Se necesita tiempo para que la dualidad se desvanezca”, decía Merlín. “Y entonces la
unidad brotará automáticamente”.
Puesto que el espíritu nos llama constantemente, hay un sinnúmero de oportunidades para entrar en
contacto con él. Ya hemos señalado los primeros pasos: estar dispuestos a seguir las pistas del espíritu,
meditar para encontrar el silencio puro dentro de nosotros mismos, saber que la meta del espíritu es verdadera
y digna de alcanzar.
Esta lección refuerza esos pasos, pero agrega un nuevo ingrediente. A pesar de lo mucho que nos quejamos
del mal y luchamos contra él, éste ha vivido entre nosotros desde siempre. Por lo tanto, es fácil perder la
esperanza, como el hombre de la choza. Pero su nombre es Will por una razón — es nuestra libre voluntad la
que nos permite romper el ciclo del bien y el mal. Ésta es la promesa que encierra esta lección. El sendero del
mago está lleno de compasión, porque resuelve el problema del sufrimiento en la medida en que nos
acercamos a la luz del espíritu.
LECCIÓN 19
Fue un milagroso día de Navidad cuando Arturo sacó la espada de la piedra. Entre toda la multitud que se
agolpó para presenciar la hazaña, no había nadie más asombrado que el propio Arturo. “¿Dónde está Merlín?”,
pensó, seguro de que el mago le había permitido realizar la hazaña por medio de magia. Pero Merlín no
apareció.
Ya entrada la noche, mucho después de que todos se habían acostado, Arturo velaba todavía, pensando si
su destino, en efecto, era ser rey “T e necesito, maestro”, oró. De pronto vio una luz por debajo de la puerta. Se
puso de pie de un saltó y la abrió, pero no era el mago. Era Kay, su hermano adoptivo.
“¿Cómo te encuentras?”, le preguntó Kay Arturo no supo qué decir, pero al entrar de nuevo en la habitación,
respiró profundamente. “Alza un poco más la luz”, dijo. Kay alzó la vela y la luz alumbró tres objetos que habían
aparecido en la cama de Arturo: un muñeco de paja, una honda rota y un espejo agrietado.
“¿Ves esas cosas?” , preguntó Arturo con voz extraña. Kay se mostró confundido. “Las veo, pero no
significan nada para mi.
“Pedí la ayuda de Merlín y aparecieron estas cosas. Este muñeco fue mi primer juguete”, dijo Arturo
levantándolo. “Debía de tener dos años cuando Merlín lo hizo para mi. Esta honda rota la hice con la piel de un
venado y una horqueta cuando tenía ocho años. Este espejo agrietado lo encontré en el bosque cuando tenía
doce años. ¿Sabes qué tienen en común?” Kay sacudió la cabeza. “Fueron las cosas más importantes que
tuve, cada una en su momento, y ahora míralas”.
“Basura inservible”, murmuró Kay
“Sin embargo, siento una enorme dicha al verlas porque sé que Merlín ha estado conmigo todo el tiempo.
Verás, Kay, cuando tenía dos años solamente deseaba juguetes; cuando tenía ocho sólo deseaba cazar
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El deseo ocupa un lugar peculiar en nuestros corazones, porque aunque cada uno de nosotros va por la vida
deseando una cosa tras otra, siempre estamos desechando nuestros viejos deseos como si nunca hubiesen
tenido importancia. Los deseos nunca terminan, independientemente de cuántos se hagan realidad y, al mismo
tiempo, ningún deseo dura lo suficiente como para permitimos dejar totalmente atrás el hábito de desear.
“Eres humano, y en tu naturaleza está el desear más y más”, dijo Merlín. “El deseo es el que te impulsa en la
vida hasta que llega el momento en que deseas una vida superior. Por consiguiente, no te avergüences de
desear tantas cosas, pero tampoco te engañes creyendo que lo que deseas hoy será suficiente mañana”.
Es obvio que los deseos nunca terminan pero, no obstante, eso no ha impedido que algunas personas, por lo
general muy espirituales, traten de renunciar al deseo. En Occidente, los cristianos condenan la debilidad de la
carne a causa de sus bajos deseos; en Oriente, el budismo culpa al deseo de ser la causa del ciclo
interminable de placer y dolor. Pero a los ojos del mago, no hay razón para emitir un juicio en contra del deseo.
“Cuando salgas al mundo”, le dijo Merlín al joven Arturo, “serás dueño de un premio que todos los hombres
anhelan. Esto pondrá a miles de personas en tu contra y lucharás durante años para ganar tu corona”.
“Entonces, no tomaré la corona”, dijo Arturo muy atribulado.
“No, ésa no es la solución”, replicó Merlín. “El deseo arrastra a los mortales hacia todo tipo de desasosiegos,
pero es parte del plan de Dios que tengan deseos”.
“Pero el deseo obnubila a las personas y las hace egoístas. Agita la violencia, tal como tú lo pronosticaste.
Crea ignorancia y enfrenta a las personas”.
“T odos esos son usos del deseo”, anotó Merlín. “En esto hay un misterio que, como siempre, sólo el que
busca podrá resolver. ¿Es el deseo bueno o malo, o ninguna de las dos cosas? T e daré una pista. Para
descubrir la verdadera naturaleza del deseo, debes comenzar sin juzgar. Honra a todos y cada uno de tus
deseos. Guárdalos en tu corazón. No luches para obtener lo que deseas; confía en que tu espíritu superior te
ha hecho concebir el deseo, y deja en sus manos el que éste se torne realidad. Verás que el aspecto malo del
deseo no está en el deseo mismo, sino en la lucha de los hombres por hacerlo realidad”.
El mago no lucha para que las cosas sucedan como él las desea, para tomar o ganar o poseer las cosas,
porque ve el deseo dentro de una matriz más grande planteada por el espíritu. “Visto tal y como es en realidad,
el deseo expresa la necesidad última de regresar a la perfección. Desde el momento en que naciste nunca
hubo esperanza de que pudieras sentirte realizado con tus logros, tus posesiones o tu condición. Nada externo
podría funcionar:’.
“Entonces, ¿por qué Dios creó tantos objetos de deseo?”, preguntó Arturo.
“¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en querer más de este mundo si es que vale la pena desearlo?”, replicó
Merlín. “Considera el deseo como la disposición para recibir lo que Dios desea dar. Este mundo es un regalo; el
Creador no fue obligado a hacerlo. Sólo tu capacidad para recibir limita la capacidad de Dios para darte lo que
deseas”.
“Quizás tengas razón, pero entonces, ¿por qué Dios no se limitó a crear un camino directo para llegar a el?”,
preguntó Arturo.
“Sí lo hizo. El deseo es el camino directo, puesto que no hay ruta más rápida para llegar a Dios que a través
de tus propios deseos y necesidades. ¿Por qué habría Dios de darte algo antes de que tu lo desees? ¿Alguna
vez te has preguntado el por qué de tus deseos y de tu juicio en contra de ellos? Juzgar el deseo equivale a
juzgar su fuente, la cual eres tú mismo; temerle al deseo implica tener miedo de ti mismo. El problema no
radica en el deseo sino en lo que sucede cuando tus deseos se frustran o se bloquean. Es allí donde
comienzan la lucha y el juzgamiento.
“Si pudieras ver la forma de cumplir todos tus deseos —que es lo que Dios ha tenido planeado para ti todo el
tiempo— te darías cuenta de que sin el deseo no podrías crecer. Imagínate como un niño que nunca hubiera
querido dejar atrás los juguetes; sin la fuente de nuevos deseos, quedarías atrapado en la inmadurez
perpetua”.
El discurso de Merlín sobre el deseo toca una cuerda sensible porque vivimos en una sociedad en la cual
podemos tener más y más cosas materiales. Sin embargo, no hemos logrado la felicidad perfecta. Muchas
veces, detrás de la riqueza hay un vacío espiritual. Eso no significa que desear una casa, un automóvil y una
cuenta bancaria esté mal o sea motivo de vergüenza. El vacío espiritual no es el resultado de desear cosas
materiales. Se creó cuando volvimos los ojos hacia las cosas externas para esperar de ellas lo que no pueden
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LECCIÓN 20
Era el último día que pasarían juntos. El joven Arturo estaba parado al lado del camino que conducía hacia
afuera del bosque. Mirando por encima del hombro trató de ver el claro de Merlín, pero éste había
desaparecido. Un espeso parche de bosque, que había crecido de la noche a la mañana, se lo había tragado y,
con él, la entrada a la cueva de cristal. Arturo sintió el vacío de la pérdida, seguro de que ésta afectaría a todos
los mortales y no solamente a él.
“No regresaré jamás, ¿verdad?”, preguntó. Merlín, quien se encontraba a su lado, sacudió la cabeza.
“No hay necesidad de que lo hagas. Ya terminaste conmigo”.
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Andar un camino es señal de desapego, y los magos enseñan que la verdadera libertad está en el desapego.
Una persona libre vive en el espíritu, de la misma manera que el mago, y puede hacer mucho más bien que el
que podría hacer por fuera del espíritu. Nuestra sociedad no acepta aún este punto de vista, porque usted y yo
y todas las personas a quienes conocemos hemos sido condicionados para pensar de otra manera. Estamos
apegados a todo y creemos que lo que hace funcionar la vida es el apego.
Nuestro sentido de apego comienza con nuestra relación con esta Tierra. Los mortales, dicen los magos,
viven bajo la ilusión de que son dueños del mundo y controlan su destino. Desde el punto de vista de los
magos, el mundo tiene un espíritu que supervisa nuestro bienestar; vivimos al abrigo de ese espíritu y tenemos
la capacidad de forjar nuestro propio destino. Pero no es posible poseer o controlar al espíritu. “¿Deseas
poseer el mundo entero, no es así?”, le preguntó Merlín a Arturo.
“No, creo que no”, replicó el muchacho.
“Ah, silo deseas, créeme. Ustedes los mortales son como la chispa que ha de incendiar todo un campo algún
día. La chispa parece insignificante, pero se disemina cada vez más”.
“¿Quieres decir que destruiremos el mundo?”, preguntó Arturo.
“Eso depende. No es posible destruir el espíritu y si llegas a considerarte un espíritu, te unirás al espíritu de
la Tierra. La alternativa es hacer caso omiso del espíritu y, si optas por ese camino, esta Tierra no te interesará
para riada. Su dolor no apelará a ti”.
Merlín señaló una gran roca. “Patéala”, dijo. Arturo obedeció.
“¡Ay!”, se quejó.
“Raro”, comentó Merlín. “Fue la roca la que recibió la patada y, no obstante, fuiste tú quien gritó”.
“¿Qué tiene eso de raro?”, se quejó Arturo, sospechando que el mago lo había hecho patear más fuerte de lo
que el había planeado.
“Esta fue una lección sobre el espíritu. Cuando pateaste la roca, te lastimaste a ti mismo. La roca no protestó,
porque la Tierra jamás lo hace. Ella está segura en el espíritu. La lección de la Tierra para ustedes, los
mortales, es su seguridad en el espíritu. Pero si sientes ira a causa de tu lesión, la cual la roca se limitó a
devolverte, tenderás a hacer caso omiso del espíritu. Querrás aplastar la roca, destruirla y utilizarla para tu
beneficio, todo porque la Tierra es lo suficientemente gentil como para no gritar cuando la lastimas”.
Es parte de la naturaleza del espíritu no protestar. No hay forma de lastimar al espíritu, y aunque los
humanos hemos causado un daño asombroso a la Tierra, el resultado final siempre será que acabaremos
dañándonos a nosotros mismos. No respetamos nuestro propio espíritu. Nos vemos a nosotros mismos con
temor e ira. “Has perdido la fe en la fe”, dijo Merlín. “Pareces no confiar en la confianza”. Lo que esto significa
es que las cualidades del espíritu, entre ellas el amor, la fe, la confianza, deben conocerse y experimentarse
para que sirvan de algo.
La mayoría de las personas batallan contra su voluntad; recurren al miedo y a la ira porque sienten que esos
son los caminos que les han sido impuestos. La voluntad para vivir en paz depende de no dejarse guiar por
esas energías negativas, y eso sólo puede lograrse siguiendo el sendero del mago. «Si deseas hacerle bien al
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Los magos no desestimulan el impulso de hacer el bien. Desapego no es sinónimo de indiferencia. «Cuando
veas el sufrimiento, apresúrate a aliviarlo”, dijo Merlín, “pero cerciórate de no salir con el sufrimiento pegado a
ti”. Este consejo llega directo al corazón de la compasión. La raíz de la palabra compasión es “sufrir con”, y ésa
es la forma como la mayoría de nosotros la interpretamos. Suponemos que la persona compasiva es la que
asume el sufrimiento de otra; sin embargo, si eso fuera cierto, la compasión duplicaría el sufrimiento del mundo
en lugar de aliviarlo.
La verdadera compasión no es negativa. Podemos sentir el dolor del otro pero permanecer seguros en el
espíritu. La Tierra se comporta de esa manera con nosotros. Aunque el drama de los asuntos humanos se
representa sobre el escenario de la Tierra, en sus campos que teñimos de sangre y en sus playas donde
amasamos nuestra riqueza, ella permanece desapegada. Los bosques, los campos, las playas y las montañas
no se alzan y caen por causa nuestra.
Si no aceptamos que la Tierra tiene espíritu, ese desapego se convierte en indiferencia. En nombre de la
indiferencia estamos saqueando la Tierra. La compasión por ella será posible únicamente cuando unamos
nuestro espíritu al de ella.
¿Qué se necesita para unirnos al espíritu de la Tierra? Este libro es un intento por ofrecer una respuesta. El
sendero del mago se originó en el mito, en la memoria profunda de la humanidad, cuando aún nos
refugiábamos en los bosques primordiales. Merlín representaba entonces un espíritu de la naturaleza dotado
de gran magia y poder. Hoy no hay espíritus de la naturaleza porque los mortales decidieron apartarse de ella.
El viejo impulso de vivir dentro de la naturaleza dio paso a su contrario, el impulso de conquistarla.
Este impulso se ha impuesto casi hasta el punto del desastre. En todas partes se oye el clamor en pro del
regreso a la naturaleza, quizás en la última hora. Los magos nunca se apartaron de la naturaleza, de modo que
no tienen sitio al cual regresar. Nos esperan para acogernos cuando retornemos al espíritu. Sus secretos
revelan que, si deseamos reunirnos con la naturaleza, el camino es recuperar nuestra propia naturaleza, la cual
es la consciencia pura. “Allá afuera” no hay otra cosa que el reflejo de lo que hay “aquí adentro”. Si deseamos
regresar al hogar, debemos reconocer que el hogar es el momento presente.
T odo el poder y la realización que los hombres ansían existen en este momento. En el ahora se esconde una
energía tremenda, más grande de lo que la mente puede imaginar. Nada podría estar más cerca y, sin
embargo, nada se aleja con tanta rapidez. Ese es el misterio y la paradoja. Para resolverlos, debemos
reconocer que somos este momento. T odo el poder presente aquí debemos encontrarlo en nuestro interior.
T odo el mundo tiene días llenos de energía, emoción y optimismo, y otros marcados por la fatiga, la confusión y
el pesimismo. ¿En qué radica la diferencia? Algunas personas creen que la respuesta está en los ciclos
biológicos, o en la acción de unas fuerzas aleatorias, o en el destino, o en la suerte. Pero los magos dicen que
la respuesta está en la capacidad para estar presentes. Cuando estamos presentes en el momento, tocamos la
fuente de la vida. El tiempo mismo fluye a partir de este momento y de ningún otro. Por lo tanto, para ir
montados sobre la cresta del tiempo, necesitamos toda la energía de la cual podamos hacer acopio, y esa
energía se encuentra dentro del momento.
Es imposible no preguntarnos cómo fue que el momento presente se nos fue. Usted puede responder ese
interrogante por medio de un ejercicio simple. Siéntese unos segundos y piense en la forma como opera la
memoria. ¿Qué hace cuando ve el rostro de una persona pero no recuerda su nombre? Si se esfuerza en
recordar, el esfuerzo mismo parece sofocar el poder para recordar. Pero todos hemos tenido la experiencia de
recordar un nombre o un rostro olvidado cuando menos lo esperábamos. El simple hecho de dejar de pensar
en el asunto parece activar el poder para recordar.
El deseo funciona de la misma manera, aunque pocas personas reconocen su mecánica. Como todos
deseamos cosas, nos es fácil caer en la trampa de trabajar, preocuparnos y luchar constantemente para
obtener lo que deseamos. Sin embargo, los magos dicen que cuando dejamos de pensar en las cosas, la
mecánica del deseo se ocupa de todo. Aunque esto parece misterioso, piense en esto: ¿Realmente sabe cómo
regresan a la mente los recuerdos perdidos? La mente consciente no puede obligarlo a recordar las cosas y, no
obstante, es muy capaz de recuperar todas y cada una de las cosas que ha conocido.
Asimismo, la mente consciente no puede medir la forma como el universo hace realidad los deseos. Y lo
mismo que la persona que lucha en vano por recordar un nombre, la gente se esfuerza desesperadamente por
satisfacer sus deseos, sin darse cuenta de que el esfuerzo es el problema, no la solución. Aunque ya hemos
cubierto estos puntos en el libro, me gustaría presentarlos nuevamente en un plano más profundo. En este
momento usted es un mago. Se ha perfeccionado en el espíritu; jamás se ha separado de Dios o de la
naturaleza. Lo único que ha sucedido es que, en su lucha por no sentir dolor, ha comenzado a bloquear el
momento presente. La memoria y el deseo ocultan el espíritu. Lo hacen porque hace mucho tiempo usted
comenzó a temer por su seguridad aquí en la Tierra. La inseguridad es el motivo por el cual atacamos a la
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TERCERA PARTE
En la época del rey Arturo no había otra búsqueda que despertara más pasión que la búsqueda del Santo
Grial (según la tradición, el Santo Grial fue el cáliz que usó Jesús en la última cena) Cada uno de los
caballeros de Arturo soñaba con obtener ese esquivo trofeo que traería al rey la protección y la bendición de
Dios. Era común encontrarse con caballeros que hacían penitencia para recibir una visión del Grial, y los
artistas competían entre sí para pintar una imagen de la Última Cena más espléndida que la anterior.
“Es casi imposible convencer a los mortales de que las aventuras no se emprenden en busca de cosas
externas, por sagradas que sean”, le había dicho Merlín a Arturo una vez. El rey recordaba esas palabras
siempre que la fiebre del Grial alcanzaba su punto máximo, lo cual solía suceder durante los largos y oscuros
meses de invierno, cuando los caballeros caían presa del aburrimiento y el desasosiego. Los más jóvenes, en
particular, vivían impacientes por viajar a Tierra Santa o al castillo de Monsalvat o a cualquier otro lugar, mítico
o real, donde pudiese estar guardado el Grial.
El rey se mantenía alejado de todo ese fervor. “Si desean ir...” decía arrastrando la voz.
“¿Qué? ¿No crees en el Grial?”, preguntó Sir Kay impetuosamente. Considerado hermano del rey desde
antes de que Arturo retirara la espada de la piedra, Kay se tomaba libertades que nadie más se atrevía a
tomar.
“¿Creer? Imagino que tendría que decir que sí”, replicó quedamente Arturo, “pero no de la manera como tú
piensas, no de la misma forma como tú crees”.
Esa respuesta era demasiado sutil para Kay, quien se mordió los labios para no hacer una pregunta más
insolente.
“¿Es real el Grial, mi señor?”, dijo Galahan en un tono mucho más suave.
“Preguntas como si creyeras que lo he visto”, dijo Arturo.
“Yo no sé si creerlo”, tartamudeó Galahad, “pero circulan rumores”.
“¿Qué clase de rumores?”
“Sobre Merlín. Se dice que él mismo trajo el cáliz desde Tierra Santa, donde había permanecido oculto
durante muchos siglos”.
Arturo reflexionó sobre eso unos segundos y dijo: “Al igual que todos los rumores, hay una pizca de verdad
en éste”. Hubo un movimiento entre todos los presentes, porque era la primera vez que el rey admitía conexión
alguna con el codiciado tesoro. Pero después Arturo guardó silencio.
Una noche al comienzo de la primavera, cuando el hielo despejaba los campos y los junquillos brotaban entre
las rosas marchitas de Navidad, se veía una hoguera a gran distancia de los muros del castillo. Alrededor de
ella estaban Sir Percival y Sir Galahad, quienes habían prometido partir juntos a un retiro santo. Era demasiado
pronto para internarse en la espesura del bosque, donde las últimas nieves del invierno todavía formaban
montones sucios bajo la sombra de los árboles, de tal manera que los dos caballeros oraban y ayunaban al
abrigo de una pequeña tienda que se alcanzaba a ver desde la recámara del rey.
“Una vez pensé que mi sueño de conseguir el Grial era un capricho ocioso”, comenzó Percival. “T odo
caballero desea ser el primero entre campeones, pero durante años le di la espalda a mi deseo por
considerarlo juguete de mi orgullo. Pero te digo, Galahad, que mi alma arde por esa cosa
“El rey dice que no es una cosa”, le recordó el joven.
“T ambién dice que Merlín lo trajo a Inglaterra. Tú mismo lo escuchaste, ¿no es así?” La voz de Percival
insinuaba un desafío y Galahad se limitó a asentir con la cabeza. “Algunas veces, la penitencia y la oración
encienden más fuegos de los que apagan”, pensó. Galahad debía admitir ciertamente que compartía el deseo
ardiente de Percival.
“Si hay alguien destinado a capturar el Grial, seguramente es uno de nosotros”, dijo tirando al fuego unas
ramas secas de avellano y observando cómo se avivaba. “Somos el único grupo de caballeros que vive
verdaderamente para proteger la paz y no para asolar el país y sembrar el terror. No se si mi corazón es lo
suficientemente puro para alcanzar el Grial —no soy tan vanidoso o estúpido como para creer que ha de caer
en mis manos — pero mi corazón continuará adolorido mientras no lo intente”.
En ese momento escucharon el ruido de pasos que avanzaban sobre la delgada capa de hielo que todavía
cubría el suelo de los alrededores. Se pusieron alerta, esperando que el extraño se identificara, cuando una
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53
“Ustedes nacieron en estado de inocencia. De todos los ingredientes empleados por los alquimistas, éste es
el más importante. Un recién nacido no cuestiona su existencia; vive en la aceptación de sí mismo, en la
confianza y el amor. No escucha todavía la voz insistente de la duda.
“Al mirar los ojos de un bebé, vemos en ellos muy poca individualidad. La pregunta de ¿Quién soy? carece
de significado para el infante. Lo que brilla a través de sus ojos es la consciencia misma, la fuente de toda
sabiduría. El bebé llega al mundo a partir de la fuente misma de la vida y se desprende de ella gradualmente.
Durante un tiempo, permanece inmerso en la eternidad. No tiene noción del pasado o del futuro, sólo de un
presente en desarrollo. Eso es lo que significa vivir en la eternidad, ¿porque qué es lo eterno sino el momento
presente que se renueva a sí mismo constantemente? El bebé ya disfruta de la promesa misma del Grial — la
vida eterna — porque vivir fuera del tiempo es el secreto de la inmortalidad”.
“Si eso es cierto”, dijo gravemente Galahad, “entonces, ¿porqué no somos todos inmortales desde el
nacimiento?”
“A causa de las semillas y las tendencias”, replicó Merlín. “T odos los bebés tienden a pasar del mundo eterno
al mundo de las horas, los días y los años, del silencio del mundo interior a la actividad del mundo exterior, de
la contemplación de sí mismos a la contemplación de todas las cosas fascinantes que los rodean. Basta con
observar a un recién nacido durante sus primeras semanas de vida. Poco a poco fija su atención sobre este
asombroso mundo nuevo en el cual se encuentra. Y así comienza la alquimia, la transformación constante que
se esconderá bajo cada respiración durante los años por venir.
“Un bebé no es un ángel — su pureza dura poco. Por dentro, el bebé siente las primeras punzadas de la ira y
el temor, la desconfianza y la duda. A medida que el bebé sale de su estado de inocencia, entra en un mundo
más duro, de heridas y golpes. Surgen deseos que no satisface inmediatamente; experimenta el dolor por
primera vez.
“Ustedes los mortales llaman a esto la pérdida de la gracia, pero se equivocan. La gracia opera en cada paso
de la existencia humana, aunque no lo reconozcan debido a su limitada percepción”.
“¿En qué se parece esta triste historia a la alquimia?”, preguntó Percival, roído todavía por la duda.
“En que a toda hora está en funcionamiento una magia oculta”, dijo Merlín. “El bebé realmente no pierde su
inocencia original a medida que crece. Lo que sucede es algo todavía más misterioso. La inocencia permanece
intacta en un estado de pureza e integridad que ustedes sencillamente olvidan. Ahora viven en fragmentos.
Para ustedes, el mundo es limitado; su identidad está encerrada entre las experiencias individuales y los
recuerdos acumulados.
“Al olvidar la unidad aparentemente perdieron de vista lo que son, pero eso es una ilusión. Aunque no actúan
o sienten como recién nacidos, la esencia permanece. De hecho, la integridad no se puede fragmentar; la
falsedad no puede dañar a la verdad. La pérdida de la inocencia fue un suceso real que, al mismo tiempo,
carece de realidad. Las fuerzas de la alquimia operan detrás de lo que ustedes pueden ver, oír o tocar”.
“¿Cómo puedo saber que la inocencia está realmente allí?” preguntó Galahad.
“Si deseas entrar en contacto con la inocencia que vive dentro de ti, toma nota de las características del
infante: está alerta, es curioso, se maravilla, está seguro de que es deseado en esta tierra, siente que vive en la
paz perfecta de la eternidad. T odos los bebés sienten estas cosas”.
“El siguiente paso”, prosiguió Merlín, “anuncia la entrada en escena del ego, el sentido del ‘yo’. Para que
haya un ‘yo’ también debe existir un ‘tú’ o un ‘aquello’. El nacimiento del ego es el nacimiento de la dualidad.
Marca el principio de los contrarios y, por lo tanto, de la oposición. Aunque cada nuevo paso de la alquimia
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“Una vez que ustedes los mortales tienen ego”, continuó Merlín, “tienen un mundo ‘allá afuera’ y surge una
nueva tendencia: la necesidad de salir al mundo y realizar cosas. Las pnmeras señales de este cambio son
primitivas. El bebé desea agarrar y sostener las cosas; desea explorar por sí solo, pero siempre asegurándose
de que su madre esté cerca. No tarda en querer caminar y comienza a protestar si la madre no se lo permite.
Este deseo de escapar y andar es tímido al principio. Pero con el tiempo, el mismo bebé que anhelaba estar
protegido en el regazo de la madre, grita para que lo suelten. Éste es un instinto sano, porque el ego sabe que
lo desconocido es la fuente del temor. Si el bebé no se desprendiera para conquistar el mundo, crecería
temiéndole cada vez más.
“Cada vez nos apartamos más de la sensación de paz, unidad y confianza con la cual nacieron. El ego
comienza a dominar al espíritu. Cuando el bebé entra dentro de sí para sentir lo que hay allí, ya no encuentra
consciencia pura sino un remolino de recuerdos. Las experiencias se tornan personales y no vuelven a ser
compartidas nunca más. “Otra historia triste”, se lamentó Percival.
“Así sería si terminara ahí”, dijo Merlín. “Pero el nacimiento del realizador les trajo confianza y un sentido de
individualidad. Este mundo de objetos y sucesos tiene como fin una sola cosa: convertirlos en individuos. Para
eso se necesita el ego, por lo menos para el camino que ustedes los mortales han escogido”.
“No todos son realizadores. ¿Es este un paso necesario?”, preguntó Galahad.
“No todo el mundo adora el éxito o se identifica con el dinero, el trabajo o la posición”, dijo Merlín. “Pero el
impulso del realizador es más simple, más elemental. Es la marca del ego en acción, demostrándose a sí
mismo que la separación es tolerable. En efecto, el nacimiento del realizador hace que este mundo sea alegre,
lleno de cosas para hacer y aprender. En algunas personas, el realizador dura mucho tiempo. La sed de fama y
fortuna se imponen sobre el verdadero propósito de la búsqueda. Pero Dios permite el libre albedrío total y si la
persona decide que el mundo de ‘allá afuera’ es más importante que ella misma, lo más natural es que sienta la
necesidad de alcanzar la fama y la fortuna.
“A los ojos del mago el ego no ofrece posibilidad alguna de realización. Es controlador e implacable.
‘Escúchame’, dice, y toma todo lo que puedas para ti mismo. Así encontrarás la felicidad’. T odos ustedes los
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“Con el tiempo, el ego se encuentra con una nueva noción”, agregó Merlín. “Que la felicidad no está
solamente en tomar, sino también en dar. El descubrimiento es trascendental, porque libera al ego de muchos
tipos de temor. Del temor al aislamiento, al cual conduce necesariamente el egoísmo total. Del temor a perder,
el cual surge porque es imposible aferrarse a todo para siempre. Del temor a los enemigos, que desean
despojarlo.
“Al convertirse en dador, el ego no tiene por qué vivir con esos temores, por lo menos no en la misma medida
que anotes. Ha resuelto un problema persistente. Pero hay algo más profundo que está en funcionamiento al
mismo tiempo. El dar conecta a dos personas, al dador y al receptor. De esta conexión brota un nuevo sentido
de pertenencia, no la pertenencia pasiva del bebé que pertenece automáticamente a la madre, sino la
pertenencia activa de alguien que ha aprendido a crear felicidad.
“Dar es crear. T ambién modifica completamente la perspectiva del ego. Antes de nacer el dador, lo más
importante era protegerse contra la pérdida. Eso significaba la pérdida del dinero y las posesiones, pero
también de la imagen de sí mismo, de su importancia. Ahora la persona se desprende libremente de algo, pero
no lo siente como una pérdida. El ego, por el contrario, siente placer. Y qué asombroso, porque el placer de
tomar nunca fue como este nuevo placer”.
Galahad estaba pensativo. “El amor ha entrado en el corazón. De ahí la diferencia”.
“Sí”, dijo Merlín. “Mientras el ego persigue su interés egoísta, no siente amor. Puede sentir un placer intenso
o satisfacción propia o apego. En ocasiones se les llama amor a esos sentimientos, pero la verdadera
naturaleza del amor es desprendida y se necesita un acto de desprendimiento para sacar a flote el amor. El dar
no se limita a dar dinero o cosas a otra persona. T ambién está el servicio, el darse uno mismo y la devoción, el
acto de dar amor en su forma pura.
“Por todas estas razones, el nacimiento del dador se siente como algo fresco y liberador. Aunque el ego
continúa dominando, ha comenzado a mirar afuera de sí mismo. La mayoría de las personas aprenden el
placer de dar en la infancia; la mayoría de los padres enseñan a sus hijos a compartir con otros niños. Sin
embargo, el verdadero nacimiento del dador se produce mucho más tarde. Mientras la persona dé porque así
se lo han pedido o porque cree que es lo correcto, no sentirá el placer profundo de dar. El dar debe ser
espontáneo, nacido de la noción de que ‘Esto es lo que deseo hacer’, y no ‘Esto es lo que debo hacer’.
“¿Es señal de que el ego está muriendo cuando comenzamos a dar?”, preguntó Percival.
Merlín arrugó el ceño. “En la alquimia no hay muerte. No hay necesidad de que nada muera para llegar al
Grial. Esta vieja noción de la muerte del ego parte del supuesto de que Dios juzga negativamente algunas de
las cosas del ser humano”.
“Pero acabas de decir que el ego es controlador e implacable”, objetó Percival. “¿Es eso parte del plan de
Dios para nosotros?”
“El plan de Dios es que ustedes se encuentren a ustedes mismos”, dijo Merlín. “No están destinados a llegar
simplemente a una meta fija. Si desean explorar cómo es el egoísmo, o la ignorancia, o el instinto asesino o la
carencia total de fe, Dios permite todas esas experiencias. ¿Por qué no habría de hacerlo? Puesto que no son
juzgados, ninguna de sus actuaciones es buena o mala a los ojos de Dios”.
“Pero eso es espantoso”, dijo Galahad. “¿Estás diciendo que un asesino y un santo son iguales?”
“Son iguales si el pecador y el santo son sólo máscaras tras las cuales se ocultan las personas”, replicó
Merlín. “El santo en esta vida puede ser el pecador en otra, y quien peca hoy puede estar aprendiendo a ser un
santo mañana. T odos esos papeles son ilusiones a los ojos de Dios. No estoy diciendo que deban obligarse a
ver las cosas de esta forma. Pero me solicitaron orientación y estoy aquí para mostrarles lo que les espera en
el camino”.
“Durante mucho tiempo, el ego ha hecho lo que ha querido”, continuó Merlín. “La pregunta ¿Qué es lo mejor
para mí? ha predominado por encima de todas las consideraciones; el estrecho punto de vista individual ha
sido el único con visos reales. Eso es apenas natural. Como dije, este mundo relativo tiene un propósito, a
saber: enseñarles a convertirse en individuos. Pero la individualidad con el tiempo comienza a abrirse y a
ampliar sus horizontes. Podríamos predecir que, dado el libre albedrío, los seres humanos se limitarían a
regodearse en un egoísmo cada vez mayor. Si el ego implacable y controlador tuviera la última palabra, quizás
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“Les dije”, continuó Merlín, “que la motivación del buscador era poder ver, y eso es algo que llega pronto. El
sexto paso, el nacimiento del vidente, está justo debajo de la superficie de todo buscador. La búsqueda no
entraña satisfacción en sí misma; la vida sería estéril y frustrante si todos tuvieran que buscar sin encontrar
nada. Por fortuna, en el plan divino todas las preguntas traen sus respuestas, todas las metas acaban por
encontrarse en su fuente. Una vez que se pregunten verdaderamente dónde está Dios, verán la respuesta.
“No quisiera engañarlos con esto. El nacimiento del vidente es tan revolucionario como cualquiera de los
pasos anteriores. Marca el final del ego, el final de toda identificación externa. Imaginen sus vidas como un
cuadro en movimiento proyectado sobre una tela blanca. Mientras están dominados por el ego, ustedes fijan su
atención en las figuras en movimiento, las cuales ven como reales. Cuando aparece en escena el buscador,
comienzan a percibir la irrealidad de las figuras. Pero con el nacimiento del vidente, se dan la vuelta para mirar
la luz. Ahora ven la imagen de ustedes mismos como realmente es: una proyección débil hecha real por la
aguda necesidad del ego de dar importancia a la mente y el cuerpo atrapados en el tiempo.
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“Es difícil pensar que pueda haber una etapa superior de la vida”, dijo Galahad al cabo de un momento,
profundamente conmovido por la descripción del vidente.
“T en cuidado con esa palabra superior”, le advirtió Merlín. “El ego es el que tiene necesidad de lo superior y
lo inferior. La meta de tu vida es la libertad y la realización. A la realización se llega únicamente al conocer a
Dios tan completamente como Él se conoce a Sí mismo. Ustedes los mortales tienen una sed constante de
milagros, pero yo les digo que el milagro más grande son ustedes, porque Dios les ha dotado de esa capacidad
única de identificarse con Su naturaleza. Una rosa perfecta no siente que es una rosa; un ser humano realizado
sabe lo que significa ser divino”.
“¿Es posible describir ese estado?”, preguntó Percival.
“Es el séptimo y último paso de la alquimia, el espíritu puro. Cuando llega, el vidente se da cuenta que lo que
parecen ser la dicha y la realización totales todavía pueden ampliarse. Porque llegar a la presencia de Dios no
es el final de la aventura sino el principio. Comenzaron en la inocencia, y así terminarán. Pero esta vez la
inocencia es diferente porque habrán adquirido el conocimiento pleno, mientras que cuando eran bebés, la
inocencia era apenas un sentimiento.
“Cuando puedan verse como espíritu, dejarán de identificares con este cuerpo y esta mente. Al mismo tiempo
cesarán también los conceptos de nacimiento y muerte. Serán una célula en el cuerpo del universo, y ese
cuerpo cósmico será tan íntimo como lo es ahora su cuerpo físico. Esto es lo más que puedo decirles acerca
de la manera como se siente el mago, porque mago es sólo otra palabra para describir la séptima etapa.
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FIN
* * *
Este libro fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la red
Digitalización: Elisa - Revisión y Edición Electrónica de Hernán
Rosario - Argentina
20 de Abril 2003 – 22:56
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