Margaret Weis

La Discpula Oscura 1

MBAR Y CENIZAS
L A D I SC PU L A O SC UR A V O LU M EN

MARGARET WEIS

timunmas

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Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados Diseo de cubierta: Valerio Viano Ilustracin de cubierta: Matt Stawicki Ttulo original: Amber andAshes (The Dark Disciple. Volume 1) Traduccin: Mila Lpez Primera edicin: junio de 2005 2004, Wizards of the Coast Inc. All characters in this book arefictitious. Any resemblance to actualpersons, tiving or dead, is purely coincidental. This book is protected under the copyright laws ofthe United States of America. Any reproduction or unauthorized use ofthe material or artwork contained herein isprohibited without the express written permission of Wizards ofthe Coast, Inc. DRAGONLANCE, WIZARDS OF THE COAST, and their respective logos are trademarks of Wizards ofthe Coast, in the USA and other countries All Wizards of the Coast characters, character ames, and the distinctive likenesses thereofare trademarks owned by Wizards ofthe Coast, Inc. Derechos exclusivos de la edicin en lengua castellana: Scyla Editores, S.A., 2005 Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona (Espaa) Timun Mas es marca registrada por Scyla Editores, S.A. www.timunmas.com ISBN: 84-480-3422-8 Depsito legal: B. 23051-2005 Impreso en Espaa por HUROPE, S. L. US, Canad, Asia, Pacific & Latin America: Wizards of the Coast, Inc P.O. Box 707 Renton, WA 98057-0707 +1 -800-324-6496 European Headquarters: Wizards of the Coast, Belgium T Hofveld 6d 1702 Groot-Bijgaarden Belgium +322 467 3360

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Quiero dar las gracias a Deb Guzman, de Delavan, Wisconsin, y a sus collies, Coy, Telly Bizzy, por ensearnos a m y a mi collie, Tess, el fascinante trabajo del perro pastor con el rebao. Mi agradecimiento a Joshua Stewart, de Beaumont, Texas, por sugerirme el trmino emmide para el cayado de Rhys. Tambin doy las gracias a Weldon Chen, Granak de Reno, Nevada, que me hizo un tablero de khas para que pudiera aprender a jugar. Gracias asimismo a Tom Wham, de Lago Ginebra, Wisconsin, que jug conmigo numerosas partidas de khas y me ayud a comprender las reglas.

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Para Jamiey Renae Chambers. Hemos afrontado unas cuantas tempestades muy fuertes en el mar. Vuestra amistad y dedicacin mantuvo a flote nuestro barco. Con cario y agradecimiento, MARGARET

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PREFACIO

Recuerdo con tanta claridad como si hubiese sido ayer la primera vez que di con una obra de Margaret. Era a mediados de los ochenta y acababa de enviar a varias editoriales el manuscrito de mi primera novela, Ecos de la Cuarta Magia. Como me estaba volviendo loco por estar pendiente del cartero a diario, decid entretenerme con otra cosa. Me haban hablado de ciertos libros nuevos de fantasa que estaban causando sensacin, de modo qu fui a la librera del barrio y compr la primera novela de Dragonlance. Estaba inmerso en ese libro cuando empezaron a llegar las malas noticias. Carta tras carta de rechazo aparecieron en mi puerta; no tena ni idea de lo mucho que deseaba que publicaran mi trabajo! La frustracin dio paso a la indignacin, que descargu con el libro que tena en mis manos en ese momento. Me acuerdo de que manifest en unos trminos que no dejaban lugar a dudas que yo poda escribir un libro mejor que se, sin darme cuenta de que esas manifestaciones eran la exteriorizacin de mi dolor. Al cabo de unos cuantos aos alcanc un acuerdo con TSR y, posteriormente, se me pidi que asistiera a Gen Con. Mi editora, Mary Kirchoff, me condujo hacia donde dos personas, Margaret Weis y Tracy Hickman, se preparaban para la firma de ejemplares. Mira a esos dos -me dijo-. Aprende cmo se comportan unos profesionales con una fila que espera para el autgrafo. Me sent, un tanto azorado a causa de mi reaccin con el libro de Dragonlance varios aos atrs. Os dir que por entonces no haba terminado esa novela. Me senta demasiado furioso y frustrado. Me presentaron a Margaret y a Tracy e intercambiamos unas cuantas palabras corteses. Poca cosa, porque empezaba a formarse la fila. Lo que ms me impact durante la firma de autgrafos fueron las preguntas y los comentarios de los lectores. Llegaba un aficionado tras otro y hablaba de Kitiara, Tanis y Raistlin de forma reverente y emocionada. A esas personas, numerosas, inteligentes y eruditas, las haba conmovido profundamente el libro que yo haba tirado a un lado con rabia aos antes. Aquel instante sigue siendo una revelacin para m. Lo primero que hice cuando volv a casa fue ir a la librera y comprar todos los primeros libros de Dragonlance. En esta ocasin los le sin dobleces. Cuando acab, podra haber sido una de aquellas personas que queran saber ms cosas de Raistlin, que se preocupaban por Tanis y que estaban prendadas de Flint y de Tasslehoff. Era una historia maravillosa y narrada maravillosamente, con personajes ricos en matices y encantadores (vale, a excepcin de Sturm. Chico, detestaba a Sturm y vitore al dragn! Juaaajajajaaa). Bien, como iba diciendo... No me sorprende que Margaret atraiga a montones de aficionados a todas las firmas de autgrafos ni me sorprende lo ms mnimo que, despus de todos estos aos, se sigan vendiendo decenas de miles de copias al ao de aquellos primeros libros de Dragonlance. Cuentan una historia conocida pero nueva a la vez. Nos muestran hroes que nos resultan familiares pero que son nicos al mismo tiempo. Y nos hablan de villanos maravillosos, deliciosos. Y, por supuesto, tambin est Raistlin, tan multidimensional, tan fro y tan malo, tan conflictivo y tan controvertido y tan franco. Sin lugar a dudas, los libros merecen todo elogio. Vaya!

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Y otra vez vaya! Margaret Weis es una de mis escritoras favoritas. Ojal pudiera enlazar las palabras de una forma tan maravillosa como ella. Tambin es una de las personas que prefiero. Muy a menudo, demasiado, omos ese tpico de que la sonrisa de alguien ilumina una habitacin. Y muy contadas veces conocemos a una persona cuya sonrisa haga eso realmente. Sigue as, Margaret, y que no se te ocurra dejar de escribir!

R. A. SALVATORE

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PRLOGO
El templo dedicado a su culto estaba situado debajo de la muralla y las fortificaciones del castillo, debajo de torres y atalayas, incluso debajo de las mazmorras. La familia noble, a quien antao haba pertenecido el castillo, haba enterrado a sus honorables muertos en esa cripta para preservar la sagrada inviolabilidad de la muerte, para mantener las sepulturas a salvo de los ladrones de tumbas y cosas peores. Aun as los ladrones aparecieron. Hace mucho tiempo, la noble y olvidada familia se extingui en alguna noble guerra largo tiempo olvidada. Con el castillo abandonado, no qued nadie que protegiera a los muertos. Aunque la cripta era profunda y la escalera que conduca a ella estaba oculta, los que tenan olfato para los tesoros la localizaron. Los ladrones forzaron las losas de mrmol de las tumbas, talladas a semejanza del noble caballero o de la noble dama, y las tiraron al suelo, donde se hicieron aicos. Arrebataron los anillos de rubes de las manos esquelticas, despojaron las calaveras de diademas de oro, arrancaron colgantes de diamantes y se llevaron las espadas enjoyadas. Despus de los ladrones aparecieron cosas peores. Vilipendiados en todo Ansalon, los que abrazaban el culto a Chemosh, Seor de la Muerte, no tenan ms remedio que celebrar sus rituales sagrados en sitios ocultos. Los templos dedicados al culto de Chemosh se encontraban en cuevas, catacumbas y stanos, y se rumoreaba que haba uno en las alcantarillas de Palanthas. Los mejores escenarios para un templo del dios eran aquellos que ya estaban dedicados a la muerte, porque el poder del dios se experimentaba con mayor intensidad. Los cementerios de la zona eran sitios ideales, pero solan estar a la vista y, en consecuencia, las autoridades locales tenan por costumbre hacer redadas a menudo con el propsito de erradicar a los muertos vivientes, y por ello resultaban lugares de culto peligrosos para los clrigos de Chemosh. El hallazgo de una cripta familiar cuya existencia era desconocida para el resto del mundo result un descubrimiento importante. Vestidos con las negras tnicas ceremoniales, tapados los rostros con blancas mscaras de calaveras pues los seguidores de Chemosh no confiaban en nadie, ni siquiera los unos en los otros, los clrigos del Seor de la Muerte celebraban los rituales que hacan que los cadveres volvieran a lo que ellos consideraban vida. Cuando moran ellos, el alma de estos clrigos no era libre de unirse al Ro de los Espritus hacia la siguiente etapa del portentoso viaje. Al haber jurado lealtad al dios a cambio de favores concedidos mientras estaban vivos, el dios los obligaba a permanecer en el mundo una vez que haban muerto y a cumplir sus mandatos, y sus restos mortales eran animados para obedecer la orden de proteger el templo o el tesoro y expulsar a los invasores, mientras sus cadveres moran una y otra vez para ser reanimados una y otra vez. Cuando lleg la Era de los Mortales y Takhisis rob el mundo a los dems dioses incluido Chemosh, los clrigos de ste perdieron su poder. Los cadveres ya no se levantaban a su orden ni tomaban las armas con las descarnadas manos para protegerlos de sus enemigos. Algunos clrigos quemaron las tnicas y las mscaras blancas para mezclarse con sus vecinos. Otros conservaron la fe, la mantuvieron a salvo y en secreto. Con la esperanza de que algn da su dios regresara, tapiaron las criptas, las tumbas, las catacumbas, y guardaron el secreto en su corazn. Los leales a Chemosh vivos esperaron el momento oportuno, y otro tanto hicieron los muertos. Cuando Takhisis, Reina de la Oscuridad, busc espritus para impulsar su regreso al mundo, no encontr muchos de aquellos comprometidos con Chemosh. Escondidos en la tenebrosidad de la muerte en vida, guardaron silencio, sin acudir a la llamada, y aguardaron a su seor. Y ahora, reencontrado el mundo, depuesta y muerta la traicionera reina, el dios haba regresado. Chemosh se hallaba all, pero no estaba contento.

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En la cripta familiar que antao haba sido su templo, se ergua en medio del polvo, de los excrementos de ratones y de pedazos de cuerpos desmembrados una clavcula aqu, una espinilla all y mir a sus seguidores, que se acercaban lentamente desde los oscuros rincones y salan trabajosamente de los sarcfagos. Una mueca torci sus labios. -Sois una fea caterva les dijo. Y apestis. Vuestro hedor llega al firmamento. Me sorprende no haber localizado el mundo guiado por vuestro olor. Los cadveres no le entendieron. Volvieron las cuencas vacas hacia l y aguardaron sus rdenes en un silencio que ninguna lengua poda romper. All parados, con un aspecto increblemente estpido, a uno se le cay un dedo. Otro perdi una rtula. A otro se le desprendi un brazo. Chemosh frunci el entrecejo. Una rata le pas por encima de las botas. Sumido en el desnimo, el dios no se molest en matarla y la dej escapar. El animal se refugi dentro de una calavera y la cola se agit ridculamente en la boca, que pareca sonrer en una mueca pattica. Ah estis, esperando mis rdenes. Y qu se supone que voy a deciros que hagis? Salir a reclutar seguidores de mi culto? Aguardad! orden, irritado, ya que algunos de los cuerpos descompuestos haban interpretado mal el comentario y se dirigan a la salida. No era una orden, revoltijo de huesos descerebrados. Me imagino el tipo de seguidores que a buen seguro me traerais. Oh, s, todo el mundo est deseoso de adorar a un dios cuyos devotos fieles se hallan en la ltima etapa de putrefaccin. Chemosh les asest una mirada furibunda y les hizo un ademn brusco, impaciente. Oh, largaos! Fuera de aqu. Me revolvis el estmago. Id y aterrorizad a algn pueblo. Con suerte, algn clrigo de Mishakal os encontrar y os har pedacitos aadi mientras sus seguidores se dirigan a la salida en medio de tintineos y chasquidos de huesos que dejaban un rastro de los fragmentos que iban perdiendo. El dios se sent en la losa de un sarcfago y se quit de un capirotazo un trocito de hueso que se le haba quedado enganchado en los calzones de terciopelo negro. Dnde estn los jvenes, los fuertes, los hermosos? demand Por qu no han acudido a m? Yo os dir por qu. Ech una mirada asqueada a los esqueletos que se alejaban. Los jvenes no piensan en la muerte, sino en la vida, en vivir, en el gozo y la felicidad, en la juventud y la belleza. Si les hablas de Chemosh, los haces rer. Vuelve para hablarme de l cuando sea viejo y feo, dicen. sos son los seguidores a los que intereso, vejestorios artrticos y desdentados, viejas brujas cotorras que entonan mi nombre y sacuden gatos negros en mi direccin. Gatos! rezong. Para qu quiero yo gatos? Chemosh propin una patada al crneo y lo lanz rodando. La rata se escabull del interior y corri hacia un rincn polvoriento. Lo que quiero es juventud, fuerza, poder. Conversos que acudan a m de buen grado, anhelantes. Conversos que frecuenten mis templos a plena luz del da y proclamen que estn orgullosos de servirme. Eso es lo que quiero. Lo que necesito. Apret el puo. Y as ganar el puesto de poder en el cielo que me corresponde. -Se puso de pie y deambul, agitado, por la cripta. Sargonnas tiene su imperio minotauro que crece de da en da. Y la remilgada Mishakal, cmo la adoran! Todos acuden en masa a adorarla mientras gritan Sname, sname!. Cmo voy a competir con eso? Hizo un alto para sacudir las telaraas que se le haban pegado en la chaqueta de terciopelo negro. Hasta Zeboim, esa mujerzuela desvergonzada, tiene el corazn de todos los marineros de la flota. Y yo? Yo tengo moho y herrumbre a espuertas. Y araas. Cmo me voy a convertir en un rey entre los dioses cuando los ms inteligentes de mis servidores son los gusanos que se alimentan de ellos?

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Chemosh se limpi el polvo de las manos, se quit la tierra y los fragmentos seos que manchaban sus botas y sali por la puerta destrozada que conduca a la cripta. Subi por la sinuosa escalera que llevaba a la superficie, de vuelta al aire fresco del exterior. Voy a hacer cambios jur. La muerte tendr un nuevo rostro. Un rostro con ojos brillantes y labios rojos como rubes. Sali a la noche y se detuvo para alzar la vista hacia las estrellas, a la nueva y recin configurada formacin de las constelaciones, a las tres lunas recientemente reaparecidas. Sonri. Labios que la gente se morir por besar.

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LIBRO I MBAR

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Mina enterr a su soberana debajo de una montaa. La reina haba creado esa montaa, la haba moldeado, le haba dado forma, la haba alzado con sus manos inmortales. Y ahora yaca bajo ella. La montaa morira. Roda por los dientes del viento, picoteada por las gotas de lluvia, lentamente, con el tiempo, siglo tras siglo, la magnfica montaa que Takhisis haba creado se desmenuzara en polvo, se mezclara y se perdera entre las cenizas de su creadora muerta. La ltima afrenta. La amarga irona final. Lo pagarn jur Mina, que contemplaba cmo se pona el sol tras la montaa y cmo las sombras se apoderaban del valle. Lo pagarn... Todos los que hayan estado involucrados en esto, mortales o inmortales. Se lo hara pagar si no estuviera tan cansada. Tan, tan cansada. Se despertaba cansada; si es que poda utilizar el trmino despertar, ya que nunca dorma realmente. Se pasaba la noche sumida en un inquieto duermevela en el que segua consciente de cada cambio del viento, de cada gruido o grito de animal, de cada mengua de luz de luna o parpadeo de estrellas. El sueo le lama los pies y las ondas le mojaban los dedos. Cada vez que las olas del sueo, silenciosas y sosegadas, relajantes y apacibles, empezaban a arrastrarla con ellas, se despertaba con un sobresalto, como si se estuviera ahogando, y el sueo se retiraba. Mina pasaba las horas diurnas guardando la sepultura de la Reina Oscura. Nunca se alejaba mucho de esa tumba debajo de la montaa, aunque Galdar no dejaba de atosigarla para que se marchara aunque slo fuera durante un rato. Ve a dar un paseo entre los rboles le suplicaba el minotauro. O bate en el lago. O sube a lo alto de las peas para contemplar la salida del sol. Mina no poda marcharse. Senta el horrible temor de que alguna persona de Ansalon encontrara aquel lugar sagrado y que, una vez descubierto, los curiosos bobalicones acudieran a mirar el cuerpo y a darle golpecitos con el dedo mientras soltaban risitas tontas. Los buscadores de tesoros y los saqueadores iran y arramblaran con las joyas y cargaran con los sagrados artefactos. Los enemigos de Takhisis se presentaran para vanagloriarse ante ella. Sus seguidores afluiran, desesperados por recibir respuesta a sus plegarias, a intentar hacerla volver. Eso, concluy Mina, sera lo peor de todo. Takhisis, una reina que haba gobernado el cielo y el Abismo, encadenada para siempre a las gemebundas splicas de quienes no haban hecho nada para salvarla cuando muri, salvo alzar las manos y sollozar: Qu va a ser de m?. Un da s y otro tambin, Mina paseaba frente a la entrada de la tumba bajo la montaa, donde haba puesto el cadver de su reina. Haba trabajado muy duro durante semanas, tal vez durante meses haba perdido la nocin del tiempo, a fin de ocultar la entrada, y para ello haba plantado delante rboles, arbustos y flores silvestres y los haba guiado de forma que la taparan al crecer. Galdar la haba ayudado en la tarea, y tambin lo hicieron los dioses aunque ella no fue consciente de ello; de haberlo sabido habra desdeado esa ayuda. Las deidades que haban juzgado a la Reina de la Oscuridad, Takhisis, y la haban declarado culpable de quebrantar el juramento inmortal prestado por todos en el comienzo de los tiempos, saban tan bien como Mina lo que pasara si los mortales descubran la ubicacin de la tumba de la Reina Oscura. rboles que slo eran plantones cuando Mina los meti en tierra haban crecido tres metros en un mes. Arbustos y zarzas crecieron de un da para otro. Un viento silbante que no dejaba de soplar puli la cara del risco hasta dejar suave la roca, de manera que no qued ni rastro de la existencia de una entrada.

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Ni siquiera Mina fue capaz de dar con ella, al menos mientras estaba despierta. En sus sueos siempre poda verla. Ahora ya no le quedaba nada que hacer salvo protegerla de todos, mortales e inmortales. Haba llegado incluso a desconfiar de Galdar, porque el minotauro era uno de los responsables de la cada de su reina. No le gustaba la forma en que el minotauro la instaba constantemente a irse. Sospechaba que Galdar estaba esperando que se marchara para irrumpir en la tumba. Mina, no tengo ni idea de dnde est la entrada a la tumba le jur Galdar una y otra vez-. Ni siquiera sera capaz de encontrar esta montaa si me fuera, porque el sol jams sale por el mismo sitio dos veces! Gesticul hacia el horizonte. Los propios dioses la ocultan. El este es el oeste un da y el oeste es el este al siguiente. Por eso no hay peligro de abandonarla, Mina. Una vez que te marches nunca podrs hallar el camino de vuelta aqu. Estars en condiciones de seguir adelante con tu vida. En el fondo de su corazn ella saba que eso era cierto. Lo saba y lo anhelaba y al mismo tiempo la aterraba. Takhisis era mi vida le responda a Galdar. Cuando miraba un espejo era su rostro el que contemplaba. Cuando hablaba, era su voz la que oa. Ahora se ha ido, y cuando miro en el espejo no veo ningn rostro. Cuando hablo, slo hay silencio. Quin soy, Galdar? Eres Mina -responda l. -Y quin es Mina? -preguntaba la joven. Galdar no poda hacer otra cosa que mirarla fijamente, con impotencia. Sostenan esa conversacin con frecuencia, casi a diario. Esa maana la haban tenido de nuevo. Sin embargo, en esta ocasin la respuesta del Galdar fue distinta. Llevaba mucho tiempo pensando en ello y, cuando la muchacha pregunt quin es Mina?, l contest en voz queda: -Goldmoon saba quin eras, Mina. En sus ojos te podas ver a ti misma. No veas a Takhisis. La joven reflexion sobre aquello. Al recordar su vida la vea dividida en tres partes. La primera era la infancia. Esos aos se haban convertido en un simple borrn de color, pintura fresca que alguien haba corrido al pasar por encima una esponja mojada. La segunda era Goldmoon y la Ciudadela de la Luz. Mina no recordaba el naufragio ni haber sido arrastrada de la cubierta del barco al mar o lo que quiera que le hubiese ocurrido. Sus recuerdos y su vida comenzaban cuando abri los ojos y se encontr chorreando agua, tendida en la arena, con un grupo de gente amontonada a su alrededor, gente que le hablaba con amorosa compasin. Le preguntaron qu le haba ocurrido. No lo saba. Le preguntaron su nombre. Tampoco saba eso. Al final haban llegado a la conclusin de que era la superviviente de un naufragio, a pesar de que no se haba dado aviso de la desaparicin de ningn barco. Se supona que sus padres haban muerto en el mar. sa era la teora ms probable, ya que nadie haba ido a buscarla. Dijeron que no era raro que no recordara nada de su pasado ya que haba sufrido un fuerte golpe en la cabeza, lo que a menudo ocasionaba la prdida de memoria. La llevaron a un lugar llamado Ciudadela de la Luz, un sitio maravilloso de cordialidad, resplandor y serenidad. Al evocar aquel entonces Mina ni siquiera recordaba cielos grises relacionados con la Ciudadela, aunque saba que tena que haber habido das de viento y tormenta. Para ella, los aos pasados all, de los nueve a los catorce, estaban iluminados por el sol radiante reflejado en las murallas de cristal de la Ciudadela. Iluminados por la sonrisa de la mujer que lleg a ser tan querida para ella como una madre: la fundadora de la Ciudadela, Goldmoon.

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Le dijeron a Mina que Goldmoon era una herona, una persona famosa en todo Ansalon. Su nombre se pronunciaba con amor y respeto en cualquier rincn del continente. A Mina no le importaba nada de eso. A ella slo le importaba que cuando Goldmoon le hablaba lo haca con dulce bondad y con amor. A pesar de ser una persona muy atareada, Goldmoon nunca estaba demasiado ocupada para responder a las preguntas de Mina, y a Mina le encantaba hacer preguntas. Goldmoon era mayor ya cuando Mina la conoci, tan vieja como una montaa, pensaba la muchachita. Goldmoon tena el cabello blanco y la cara marcada por arrugas de profunda tristeza y de gozo an ms profundo, arrugas de pesar y dolor, arrugas de esperanza y hallazgo. Sus ojos eran jvenes como la risa, jvenes como el llanto... Y Galdar tena razn. Al evocar aquellos tiempos Mina pudo verse en los ojos de Goldmoon. Vio una chiquilla que creca demasiado de prisa, desgarbada, desmaada, de largo cabello pelirrojo y ojos de color mbar. Todas las noches Goldmoon le cepillaba la abundante melena y responda a todas las preguntas que a Mina se le haban ocurrido a lo largo del da. Cuando tena el cabello cepillado y trenzado y estaba lista para acostarse, Goldmoon la sentaba en su regazo y le contaba historias de los dioses perdidos. Algunas eran lgubres porque haba dioses que gobernaban las malas pasiones que alberga el corazn de cualquier hombre. Haba dioses de la luz en oposicin a los dioses de la oscuridad. Dioses que dirigan todo lo que haba de bueno y noble en la humanidad. Los dioses de la oscuridad luchaban sin tregua para lograr la supremaca sobre la humanidad. Los dioses de la luz trabajaban sin descanso para impedrselo. Los dioses de la neutralidad mantenan el equilibrio en la balanza. Toda la humanidad se encontraba en medio. Cada persona era libre de elegir su destino, porque sin libertad el ser humano morira como muere un pjaro enjaulado, y el mundo dejara de existir. A Goldmoon le encantaba contarle historias a Mina, pero la chiquilla se daba cuenta de que esas historias ponan triste a su madre adoptiva ya que los dioses se haban marchado y la humanidad se haba quedado sola para seguir adelante lo mejor posible, con esfuerzo. Goldmoon haba empezado una nueva vida sin dioses, pero los echaba de menos y su mayor anhelo era que regresaran. Cuando crezca sola decirle Mina a Goldmoon recorrer el mundo y encontrar a los dioses y te los traer. Ay, pequea responda Goldmoon con una sonrisa que prestaba brillo a sus ojos, la bsqueda no te llevara ms lejos que aqu. Y pona la mano sobre el corazn de Mina. Porque, aunque los dioses hayan partido, su recuerdo nace en todos nosotros: recuerdos de amor eterno, paciencia infinita y mximo perdn. Mina no entenda. No tena recuerdos de nada ligados al nacimiento. Al mirar atrs no vea nada salvo vaco y negrura. Todas las noches, cuando yaca sola en la oscuridad de su cuarto, rezaba la misma plegaria. S que ests ah, en alguna parte. Deja que sea yo quien te encuentre. Ser tu fiel servidora. Lo juro! Deja que sea la que te d a conocer al mundo. Una noche, cuando Mina contaba catorce aos, elev la misma plegaria con tanto fervor y anhelo como la primera noche que la haba pronunciado. Y esa noche lleg una respuesta. Una voz le habl desde la oscuridad. Estoy aqu, Mina. Si te digo cmo encontrarme, vendrs a m? Mina se sent en la cama, ansiosa. Quin eres? Cmo te llamas? Soy Takhisis, pero eso lo olvidars. Para ti, no tengo nombre. No lo necesito porque como yo no hay otros en el universo, estoy exclusivamente yo, soy el nico dios. Entonces te llamar el nico dijo Mina, que se baj de la cama de un salto, se visti con premura y se prepar para viajar. Ir a decirle a madre adonde me dirijo... Madre repiti Takhisis con desprecio y clera. No tienes madre. Tu madre est muerta.

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Lo s respondi Mina con voz temblorosa, pero Goldmoon se ha convertido en mi madre. La quiero ms que a nadie y he de decirle que me marcho o cuando descubra que no estoy se preocupar. El tono de voz de la diosa cambi, dej de ser enfadado para convertirse en un arrullo dulce. No debes decrselo o estropears la sorpresa. Nuestra sorpresa, tuya y ma. Porque llegar el da en el que regresars para decirle a Goldmoon que has encontrado al Unico, soberano del mundo. Pero por qu no puedo decrselo ahora? demand Mina. Porque todava no me has encontrado -respondi Takhisis con voz severa. Ni siquiera estoy segura de que seas digna de esto. Tienes que demostrar tu merecimiento. Necesito una discpula que sea valiente y fuerte, que no se deje desalentar por los incrdulos ni se deje influenciar por los antagonistas, que afronte dolor y tormentos sin encogerse. Me tienes que demostrar que vales para todo eso. Tienes arrestos, Mina? La muchacha tembl, aterrada. No crea tener el valor necesario. Quera volver a la cama, y entonces pens en Goldmoon y en la maravillosa sorpresa que sera para ella. Imagin el gozo de Goldmoon cuando la viera volver trayendo consigo un dios. Se llev la mano al corazn. Los tengo, dios nico. Har esto por mi madre adoptiva. Es justo lo que yo habra querido dijo Takhisis, que se ech a rer como si Mina hubiera dicho algo gracioso. As comenz la tercera parte de la vida de Mina, y si la primera era un borrn y la segunda era luz, la tercera fue sombra. Actuando de acuerdo con el mandato del nico, Mira escap de la Ciudadela de la Luz. Busc un barco en la baha y subi a l. Era una nave sin tripulacin. Mina era la nica persona a bordo, pero el timn daba vueltas, las velas se recogan y se desplegaban; todas las faenas las llevaban a cabo manos invisibles. El barco naveg en las corrientes del tiempo y la condujo a un lugar que le dio la impresin de que lo conoca desde siempre y, al mismo tiempo, que acababa de descubrirlo. En ese lugar Mina contempl el semblante de la Reina Oscura por primera vez, y la diosa era hermosa y terrible, y Mina se inclin y la ador. Takhisis la someti a prueba tras prueba, desafo tras desafo. Mina los soport todos. Conoci un dolor semejante al de la muerte, pero no grit. Experiment un dolor semejante al de parir, y no rechist. Entonces lleg el da en el que Takhisis le dijo: Estoy satisfecha contigo. Eres mi elegida. Ha llegado el momento de que vuelvas al mundo y prepares a la gente para mi regreso. -Volv al mundo la noche de la gran tormenta -le dijo Mina a Galdar. Te conoc ese da. Llev a cabo mi primer milagro contigo, te devolv el brazo. El minotauro le ech una mirada significativa y la joven enrojeci. Quiero decir... que el nico te devolvi el brazo. Refirete a ella por su verdadero nombre inst duramente Galdar. Llmala Takhisis. Mir involuntariamente el mun que era todo cuanto le quedaba del brazo con el que haba manejado la espada. Cuando descubri el verdadero nombre de la deidad que le haba devuelto el brazo amputado, el minotauro haba rezado a su dios, Sargonnas, para que se lo quitara de nuevo. No quera ser su esclavo mascull Galdar, pero Mina no lo oy. La muchacha estaba pensando en soberbia, orgullo desmedido y ambicin. Estaba pensando en el ansia de poder y quin haba sido el verdadero responsable de la cada de la Reina Oscura.

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-Fue culpa ma -musit-. Ahora ya puedo admitirlo. Yo fui la que la destruy, no los dioses. Ni siquiera ese despreciable dios elfo, Valthonis, o comoquiera que se llame. Yo la destru. Yo la traicion. -No, Mina! -exclam el minotauro, conmocionado. Eras su esclava tanto como cualquiera de nosotros. Te utiliz, te manipul... La joven alz los ojos de color mbar y busc los de l. Eso es lo que t crees. Lo que creen todos. Slo yo saba la verdad. La saba, como la saba mi soberana. Puse en marcha un ejrcito de muertos. Luch contra dos poderosos dragones y los mat. Conquist a los elfos y los somet. Conquist a los solmnicos y los vi huir de m como perros apaleados. Hice de los caballeros negros una fuerza a la que se temiera y se respetara. Todo en nombre de Takhisis dijo Galdar, que se rasc el pelaje del maxilar y se frot el hocico con aire intranquilo. Quera que fuera en mi nombre confes Mina. Ella lo saba. Lo vio en mi corazn y por eso iba a destruirme. Y por eso ibas a dejar que lo hiciera replic Galdar. Mina suspir y agach la cabeza. Se sent en el duro suelo con las piernas dobladas hacia arriba y se abraz las rodillas. Vesta la misma ropa que aquel fatdico da en el que su reina haba muerto, la ropa sencilla que llevaba debajo de la armadura de una dama negra, es decir, camisa y polainas. Estaban harapientas ahora, descoloridas por el sol a un tono gris anodino. El nico color fuerte que haba en ellas era el rojo de la sangre de la reina, que haba muerto en sus brazos. Galdar sacudi la astada cabeza y se sent erguido en la piedra que usaba de asiento, una piedra que su roce haba pulimentado durante los ltimos meses. -Todo eso ha quedado atrs, Mina. Es hora de que sigas adelante. Todava queda mucho que hacer en el mundo, y un nuevo mundo en el que hacerlo. Los caballeros negros estn desperdigados, desorganizados. Necesitan un dirigente fuerte que los reunifique. No me seguiran adujo la joven. Galdar abri la boca para replicar, pero volvi a cerrarla. Mina alz los ojos hacia l y comprendi que el minotauro saba la verdad tan bien como ella. Los caballeros negros no volveran a aceptarla como su comandante. Haban recelado de ella desde el principio al ser una muchacha de diecisiete aos que casi no distingua un extremo de la espada del otro, que jams haba presenciado una batalla, cuanto menos conducir hombres a una. Los milagros que realizaba haban acabado por convencerlos. Como la propia Mina le dijo una vez a aquel despreciable prncipe elfo, los hombres amaban a la diosa que vean en ella, no a la muchacha en s, y cuando esa deidad fue derrocada y Mina perdi el poder de realizar milagros, los caballeros negros sufrieron una desastrosa derrota. Y, para colmo, creyeron que haba desertado al final y los haba abandonado para que afrontaran solos la muerte. Jams volveran a seguirla, y no los culpaba por ello. Tampoco quera ser lder de hombres. No quera volver al mundo otra vez. Estaba demasiado cansada. Slo deseaba dormir. Se recost en los huesos de la montaa donde su reina dorma el eterno descanso y cerr los ojos. Debi de quedarse dormida porque al despertar encontr a Galdar acuclillado delante mientras le suplicaba de todo corazn que abandonara aquella prisin. -Mina, ya te has castigado ms que suficiente. Tienes que perdonarte, Mina. Lo que le ocurri a Takhisis fue culpa de ella, no tuya. No tienes que culparte por eso. Iba a matarte! Lo sabes. Iba a apoderarse de tu cuerpo, a devorar tu alma! Ese elfo te hizo un favor al matarla. Mina alz la cabeza y su gesto lo hizo enmudecer, fren las palabras en su boca y empuj al minotauro hacia atrs como si lo hubiese golpeado. Lo siento, Mina. No quera decir eso. Ven conmigo inst Galdar.

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Mina adelant la mano y le dio unos golpecitos en el brazo que le quedaba. Adelante, Galdar. S que tu dios te ha estado hostigando, exigiendo que te unas a l en la conquista de Silvanesti. La joven esboz una triste sonrisa ante la repentina turbacin del minotauro. He odo por casualidad tus plegarias a Sargonnas, amigo mo le dijo. Ve y lucha por tu dios. Cuando vuelvas, me contars todo lo que pasa en el mundo. Si consigo salir de este condenado valle jams podr regresar. Lo sabes, Mina contest Galdar. Los dioses se encargarn de que sea as. Se ocuparn de que nadie logre nunca... Las palabras se le quedaron paralizadas en la lengua, porque mientras las pronunciaba estaban resultando ser inciertas. El minotauro se qued mirando fijamente el extremo del valle, se frot los ojos y volvi a mirar. Debo de estar viendo visiones. Estrech los ojos para protegerlos del sol. Qu pasa ahora? inquiri cansinamente Mina, que no estaba mirando. Viene alguien caminando por el valle inform el minotauro-. Pero eso es imposible. -Es posible, Galdar -dijo la joven, que dirigi la vista hacia donde l miraba-. Viene alguien. El hombre caminaba con aire resuelto por los huesos pelados del desrtico valle barrido por el viento. Era alto y sus movimientos posean un donaire imperioso. El cabello, largo y oscuro, ondeaba al viento. Su figura rielaba en las ondas de calor que irradiaba la superficie rocosa cubierta de arena. Viene a buscarme.

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El valle era una depresin cncava excavada en el mismo lecho rocoso que se haba elevado para formar la montaa. Una fina capa de arena, de color amarillo rojizo, cubra la roca. All crecan unos pocos arbustos ralos y esculidos, pero no rboles. En aquella zona no creca ningn rbol a excepcin de los que haban surgido delante de la tumba. Un regato de una tonalidad azul cobalto en contraste con el rojo zigzagueaba por el suelo del valle y se abra paso entre la roca. El interior de la montaa en la que se hallaba enterrada la Reina Oscura era un enjambre de cuevas, y durante el ltimo ao Mina y Galdar haban hecho su hogar de dos de ellas. Durante el da, el calor del sol irradiaba del suelo en ondas titilantes. La temperatura descenda vertiginosamente de noche y volva a subir a niveles insoportables de da. El valle estaba maldito por los dioses. Ningn mortal poda encontrarlo. Galdar haba dado con l slo porque haba rezado noche y da a Sargonnas suplicndole que le dejara hallarlo y, finalmente, el dios consinti. Cuando Mina se llev el cadver de su diosa del templo donde Takhisis haba muerto, Galdar la haba seguido. Slo l saba el terrible dolor que deba de estar padeciendo la joven. Esperaba poder ayudarla a enterrar a su reina para siempre. Haba seguido a Mina durante un da y una noche, pero pareca imposible alcanzarla, y entonces, una maana despus de despertar de un sueo extenuante, ya no encontr su rastro. Supuso, naturalmente, que los dioses no querran que ningn mortal descubriera la tumba de la reina Takhisis y que le ocultaban a Mina por esa razn. Galdar suplic a Sargonnas que le permitiera reunirse con la joven, y Sargonnas le haba concedido su peticin... a cambio de un precio. El dios haba transportado a Galdar hasta el lugar secreto del enterramiento. Mina y l haban sepultado a la Reina Oscura debajo de la montaa y despus Galdar haba pasado el resto del tiempo intentando persuadir a la muchacha de que volviera al mundo. En eso haba fracasado, y ahora el dios se dispona a presionarlo para que cumpliera su parte del trato. Barcos minotauros estaban llegando a Silvanesti cargados de tropas y colonos que hacan suyo el antiguo territorio elfo, lo que pona muy nerviosos a los humanos que vivan en las otras naciones de Ansalon. Los Caballeros de Solamnia, los caballeros de la Legin de Acero y los formidables guerreros brbaros de las Praderas de Arena; todos ellos contemplaban con creciente ira la invasin del continente por parte de los minotauros. Sargonnas necesitaba un embajador que tratara con esas naciones. Necesitaba un minotauro que entendiera a los humanos para que se presentara ante ellos y los aplacara, los convenciera de que los minotauros no tenan planes de expansin, que se contentaban con conquistar y apoderarse de las tierras de su antiguo enemigo, y que Solamnia y las dems naciones no corran peligro. Galdar haba vivido con humanos y haba luchado a su lado durante aos. Era la eleccin perfecta como embajador ante los humanos, y el hecho de que stos se sintieran inclinados a confiar en l y que les cayera bien lo haca an ms perfecto. Galdar quera servir al dios que lo haba salvado de Takhisis al quitarle el brazo y devolverle su amor propio. Sargonnas no era un dios paciente. Dej claro a Galdar que o acuda en ese momento o que no fuera nunca. Al reparar en la figura que se acercaba, el minotauro pens al principio, con gran temor, que quiz Sargonnas se haba cansado tanto de esperar que iba a buscarlo. Una segunda ojeada le quit esa idea de la cabeza. No distingua los rasgos del visitante, que todava se encontraba muy lejos, pero su porte era de humano, no de minotauro. Sin embargo, a ningn humano se le permita acceder a este valle. Ningn mortal, a excepcin de ellos dos, poda entrar all.

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A Galdar se le puso de punta el vello de la nuca, y se le eriz el pelaje de la espalda y de los brazos con un escalofro. No me gusta esto, Mina. Deberamos huir. Ahora. Antes de que ese hombre nos vea. No es un hombre, Galdar dijo la joven. Es un dios. Viene a buscarnos. O, ms bien, viene a buscarme a m. El minotauro la vio llevarse la mano a la cintura y cerrar los dedos sobre la empuadura de un cuchillo. Tante en busca de su propia arma y descubri que no la tena. -Te cog el cuchillo, Galdar le dijo la joven con una sonrisa-. Te lo quit anoche. Al minotauro no le gust cmo lo sostena, como si fuese algo preciado para ella. -Quin es ese hombre, Mina? -demand con la voz ronca por un miedo que no saba identificar. Qu quiere de ti? Deberas marcharte, Galdar contest en tono quedo, sin apartar la mirada del desconocido, que se iba acercando. Haba apretado el paso. Pareca impaciente por llegar a su punto de destino-. Esto no te concierne. La figura lleg a una distancia desde la que se le distinguan los rasgos. Era un humano de edad indeterminada. Tena un rostro que los humanos consideraban apuesto, con un hoyuelo en el mentn, mandbula cuadrada, nariz aquilina, pmulos prominentes, frente plana. Llevaba largo el negro cabello; los mechones lustrosos se rizaban en los hombros y le colgaban por la espalda. La piel era tan plida que pareca estar sin sangre. Ni los labios ni las mejillas tenan color, mientras que los ojos eran tan oscuros como la primera noche de la creacin. Hundidos bajo las espesas cejas, parecan an ms oscuros al quedar en la sombra. Vesta de negro, con ropas lujosas que denotaban opulencia. La casaca de terciopelo le llegaba a las rodillas. Ajustada a la cintura, la prenda iba ribeteada con plata en las mangas y en el dobladillo del faldn. Las polainas, tambin negras, le llegaban justo debajo de las rodillas, y las adornaban cintas del mismo color, como lo eran las medias de seda y las botas, stas con hebillas de plata. La camisa blanca luca chorreras de puntilla en la pechera, que tambin asomaban por las bocamangas y caan lnguidamente sobre las manos. Se mova con donaire y seguridad en s mismo, consciente de su propio poder. Galdar tuvo un escalofro. A pesar del fuerte sol, no senta el calor del astro. Un fro tan arcaico que haca joven a la montaa se le meti en la mdula de los huesos. A lo largo de su vida se haba enfrentado a enemigos terribles, incluida la dragona Malys, Seora Suprema, y no haba huido de ninguno de ellos. Pero ahora no pudo evitarlo y empez a retroceder lentamente. Sargonnas! clam Galdar a su dios, aunque la voz se le quebr y trag saliva para humedecerse la garganta. Sargonnas, dame fuerza. Aydame a combatir a este temible enemigo... La respuesta del dios fue un resoplido antes de hablar. -Te he consentido tu lealtad a esta humana hasta ahora, Galdar, pero mi paciencia se ha acabado. Djala a su suerte. Se la tiene bien merecida. -No puedo -respondi con incondicional fidelidad a pesar de haber palidecido al ver al extrao hombre-. Estoy comprometido con ella... -Te prevengo, Galdar. No te interpongas entre Chemosh y su presa advirti Sargonnas en tono grave. Chemosh! exclam el minotauro con voz apagada. Chemosh, Seor de la Muerte. Galdar empez a temblar, encogidas las entraas. Mina levant el cuchillo del minotauro. Era una arma vieja, con el mango de hueso, un utensilio para distintos propsitos, desde limpiar pescado hasta destripar venados, y el minotauro mantena aguzado el filo, bien amolado. Vio que Mina enarbolaba el cuchillo, vio la luz del sol reflejarse en el acero de la hoja, pero no en los ojos de la joven, que tena la mirada fija en el dios.

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Mina sostena el arma con la mano derecha. Le dio la vuelta y presion la aguzada punta contra su garganta. La luz interna de los ojos ambarinos centelle fugazmente y despus se apag. Apret los labios. Los dedos se cieron con ms fuerza sobre el mango. Cerr los ojos y solt el aire. Galdar bram y se lanz hacia ella. Haba esperado demasiado. No llegara antes de que se clavara el acero en la garganta. Confiaba en que su grito la distrajera antes de que se inmolara. Chemosh levant la mano en un ademn negligente, casi descuidado. Galdar sali lanzado por el aire, sostenido en la mano del dios. El minotauro se debati y luch, pero el dios lo tena sujeto y no haba modo de soltarse. Era tan imposible escapar de su garra como de la propia muerte. Chemosh traslad al minotauro que bramaba y sacuda el brazo y las piernas fuera del valle, lejos de la montaa, lejos de Mina, que iba perdindose en la distancia y se haca ms y ms pequea por momentos. Galdar alarg la mano en un desesperado intento de asirse al tiempo y al mundo mientras ambos pasaban de largo, a fin de agarrarse a ellos... a ella. La joven alz los ojos ambarinos hacia el minotauro y, durante un fugaz instante, los dos se tocaron. Despus, las rugientes aguas se la arrancaron de la mano. Un bramido de frentica desesperacin se alarg y dio paso a un rugido de angustia. Galdar se hundi bajo la riada del tiempo y todo desapareci. Unas voces despertaron a Galdar. Eran voces profundas y speras, y sonaban cerca de l. Mina! -grit mientras se esforzaba por levantarse y tanteaba en busca de la espada que haba aprendido a manejar con la mano izquierda. Dos minotauros que vestan armadura de combate de las legiones de su pas retrocedieron con presteza ante el repentino salto con el que se levant, a la par que llevaban la mano a su propia espada. -Dnde est? -tron, los labios salpicados de saliva-. Mina! Dnde la tenis? Qu le habis hecho? Mina? Los dos minotauros lo miraron, desconcertados. -No conocemos a nadie que se llame as -dijo uno, que tena desenvainada a medias la espada. Suena a nombre humano gru su compaero. Qu es? Una cautiva tuya? En tal caso, debe de haber huido cuando te caste por ese risco. -O quiz te empuj -dijo el otro soldado. -Risco? -Ahora fue Galdar el que se qued desconcertado. Mir hacia donde sealaba el otro minotauro. La pronunciada pendiente de un risco se alzaba a gran altura; la rocosa pared apenas se vea con el espejo follaje. Mir en derredor y vio que estaba de pie en la alta hierba que creca bajo las umbras ramas de un tilo. Su cuerpo haba dejado una huella profunda en el blando y hmedo humus. Lejos del desierto achicharrado por el sol. Lejos de la montaa. -Te vimos caer desde una gran altura -dijo uno de los minotauros, que envain de nuevo la espada. En verdad, Sargonnas debe de amarte. Creamos que habras muerto, porque debiste de precipitarte en el vaco ms de treinta metros. Y, sin embargo, aqu ests, sin nada ms que un chichn. Galdar ote en busca de la montaa, pero la espesura del bosque impeda ver la lnea del horizonte. Baj la vista, gacha la cabeza y los hombros hundidos. Cmo te llamas, amigo? pregunt el otro. Y qu haces deambulando solo por Silvanesti? La escoria elfa por esta zona no osa atacar a descubierto, pero tiende emboscadas a un minotauro que est solo.

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-Me llamo Galdar -respondi en tono descorazonado. Los dos soldados dieron un respingo e intercambiaron una mirada. Galdar el Manco! exclam uno de ellos, fija la mirada en el mun. -Vaya, entonces el dios no slo te salv la vida, sino que te dej caer justo a los pies de tus escoltas! dijo el otro. -Escoltas? -Galdar los observ con suspicacia, desconcertado y receloso. Qu quieres decir con eso? -El comandante Faros recibi la noticia de tu llegada, seor, y nos mand a buscarte para que nos ocupramos de que llegases sano y salvo al cuartel. En verdad se cumple nuestra misin, alabado sea Sargonnas. Es un honor conocerte, seoraadi el otro soldado, impresionado. Tus hazaas con los caballeros negros se han convertido en leyenda. Ahora que lo pienso, hubo alguien que se llamaba Mina. Sirvi a tu mando, seor, no es as? Una funcionara de segunda fila? La cada debe de haberte aturullado, seor. Por lo que sabemos, la tal Mina lleva muerta mucho tiempo, desde que Sargonnas derrot y mat a la reina Takhisis. As los perros royan sus huesos aadi, sombro, el otro soldado. Galdar ech una ltima ojeada a su alrededor con la esperanza de divisar la montaa, el desierto, alguna seal de Mina. Saba que era intil, pero no pudo evitarlo. Entonces volvi la vista a los dos minotauros que esperaban pacientemente y sin dejar de mirarlo brazo y todo lo dems- con respeto y admiracin. Alabado sea Sargonnas musit Galdar, que cuadr los hombros y dio el primer paso en su nueva vida.

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Dispuesta a morir, Mina asest un seco golpe con el cuchillo. La muerte la mir con regocijo. El acero se convirti en cera y casi de inmediato empez a licuarse con el sol abrasador. La cera caliente resbal entre sus dedos. Mina la mir de hito en hito, estupefacta, sin entenderlo. Alz los ojos, que se encontraron con los del dios. Las piernas le temblaban. Le haban fallado las fuerzas. Cay de rodillas y hundi la cara en las manos. Ya no vea al dios, pero oy sus pisadas, que se acercaban ms y ms. La sombra se proyect sobre ella, ocultando la luz del sol, y Mina tirit. Djame morir, mi seor Chemosh mascull sin levantar la vista. Por favor. Slo quiero descansar. Oy el crujido de las botas de cuero, sinti que se mova cercay se arrodillaba junto a ella. Oli a mirra, aroma que le record los leos perfumados que se vertan en las piras funerarias para enmascarar el hedor a carne quemada. Mezclado con la fragancia almizclea haba un aroma dulzn a lilas y rosas, tenue y delicado como los ptalos de la juventud prensados entre las pginas del libro de la vida. La mano del dios le toc el cabello, se lo alis. La mano pas del pelo a la cara. Tena un tacto fresco en contraste con la piel quemada por el sol. Ests agotada, Mina -le dijo Chemosh; el aliento la roz en la mejilla, suave y clido Lo que necesitas es dormir. Dormir, no morir. Slo los poetas confunden lo uno con lo otro. Le acarici la cara, el cabello. Pero has venido a buscarme, seor protest Mina, somnolienta, relajada con sus caricias, derritindose como el cuchillo de cera-. Eres la muerte y viniste por m. Cierto. Pero no te quiero muerta. Te necesito viva, Mina. Sus labios le rozaron el cabello. La caricia del dios poda ser humana si as lo quera l. El contacto de Chemosh despert en Mina unos anhelos y unos sentimientos que jams haba experimentado. Virginal en cuerpo y espritu, Mina haba estado protegida por su reina del deseo, ya que la diosa no quera que su discpula elegida se distrajera con las debilidades de la carne. Ahora Mina conoci el deseo, lo sinti germinar, ardoroso, en su interior. Chemosh le tom la cara con la mano, que desliz lentamente para acariciarle el cuello. Un dedo recorri el camino que la hoja del cuchillo podra haber tomado, y Mina lo sinti penetrante, fro y abrasador, y se estremeci con un dolor que era acerbo y excitante a la par. Siento el latido de tu corazn, Mina dijo Chemosh. Siento la calidez de tu carne, el palpito de tu sangre. La joven no entenda las sensaciones extraas que el contacto del dios despertaba en ella. El cuerpo le dola, pero era un dolor placentero, y no quera que ese placer terminara nunca. Se acerc ms a l. Sus labios buscaron los del dios, que la bes lenta, suave, prolongadamente. Despus se apart de la joven, la solt. Mina abri los ojos. Mir los de l, que eran oscuros y vacos como el mar en el que haba despertado un da para encontrarse sola. Qu me haces, seor? grit, asustada de repente. Devolverte a la vida, Mina respondi Chemosh mientras le acariciaba el cabello para retirrselo de la cara. La puntilla blanca roz la cara de la joven y el aroma picante a mirra le inund las fosas nasales. Ella se tendi en el suelo, rindindose a sus caricias. Pero eres la muerte arguy, confusa. Chemosh le bes la frente, las mejillas, el cuello. Sus labios se deslizaron hasta el hueco de la garganta.

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Algn otro dios vino aqu hasta ti, Mina? pregunt y, aunque sigui acaricindola, su voz adquiri un tono spero. S, lo hicieron algunos, seor. Para qu vinieron? Unos para salvarme. Otros para reprenderme. Algunos para castigarme. La muchacha se estremeci. Las manos del dios la asieron con ms fuerza y ella se tranquiliz. Le hiciste promesas a alguno? -inquiri, y la aspereza en la voz se acentu. No. Ninguna, seor. Lo juro. Aquello le complaci. Por qu no, Mina? pregunt con un atisbo de sonrisa en los labios. Mina le tom la mano y la puso sobre el pecho, sobre el palpitante corazn. -Queran mi fe. Queran mi lealtad. Queran mi miedo. -S? Ninguno me quera a m. Yo s, Mina -dijo Chemosh, que no retir la mano posada sobre el pecho y sinti acelerarse los latidos del corazn. Entrgate a m. Hazme el seor de todas las cosas. Hazme el seor de tu vida. Mina guard silencio. Pareca agitada; rebull, inquieta, bajo sus manos. Di lo que sientes, habla con sinceridad dijo l-. No me ofender. La traicionaste respondi finalmente en tono acusador. Fue Takhisis la que nos traicion, Mina recrimin Chemosh. Te traicion a ti. No, mi seor protest la joven. No, ella me dijo la verdad. Mentiras, Mina. Todo mentira. Y lo sabas. Mina sacudi la cabeza e intent liberarse de las manos que la sujetaban. Sabes que te minti -insisti Chemosh, implacable. La mantuvo agarrada, apretndola contra el suelo. Te diste cuenta al final. Te alegraste de que el elfo la matara. La joven levant las manos y sus ojos ambarinos se alzaron hacia el dragn. Majestad, siempre os he adorado, os he reverenciado. Puse mi vida a vuestro servicio y estoy dispuesta a cumplir ese compromiso. Por mi culpa perdisteis el cuerpo de Goldmoon, el cuerpo en el que habrais habitado. Os ofrezco el mo. Tomad mi vida. Utilizadme como vuestro receptculo. Esta es la prueba de mi fe! La reina Takhisis era bellsima, su hermosura cruel y terrible a la vista. Su semblante era tan glido como las vastas y heladas tierras yermas del sur, donde un hombre pereca en un instante mientras el aliento se tornaba hielo en sus pulmones. Sus ojos eran las llamas de una pira funeraria. Sus uas eran garras, y su pelo, el largo y desgreado cabello de un cadver. Su armadura, fuego negro. Al costado llevaba una espada perpetuamente teida de sangre, una espada utilizada para segar las almas de sus cuerpos. Mina grit. Fue un grito de dolor y de clera. Forceje entre las garras de la muerte. Takhisis alarg hacia ella su mano como una terrible garra. La Reina Oscura tendi la mano hacia el corazn de la joven para hacerlo suyo. Tendi la mano hacia su alma, para arrancarla de su cuerpo y arrojarla al olvido eterno. Busc entrar en el cuerpo de Mina para llenarlo con su propia esencia inmortal. Admtelo, Mina. Chemosh la retuvo firmemente, la oblig a mirarlo a los ojos-. Esperabas que alguien la matara en tu lugar. El rey elfo sostena en la mano el fragmento olvidado de la Dragonlance. Arroj la lanza, la impuls con toda la fuerza que le daban la angustia y la culpabilidad, con la potencia que le prestaban su miedo y su amor. El arma alcanz a Takhisis y se aloj en su pecho. La Reina Oscura baj la vista, conmocionada, y vio la lanza sobresaliendo de su carne. Sus dedos se movieron para tocar la brillante y oscura sangre que manaba por la terrible herida. Dio un traspi y empez a desplomarse.

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-Mat al elfo con mis propias manos -grit Mina. Mi reina muri en mis brazos. Habra dado... La joven fren el raudal de palabras. Baj los ojos para eludir la intensa mirada de Chemosh y volvi la cabeza hacia un lado. Habras dado tu vida por ella? Se la diste, Mina, cuando luchaste con Malys. Takhisis te trajo de vuelta por sus propias y egostas razones. Te necesitaba. De no ser as te habra dejado caer entre sus dedos como si fueras polvo y ceniza. Y, al final, se atrevi a echarte la culpa de su cada. Mina se qued desmadejada en sus manos. Tena razn, mi seor. Lgrimas de vergenza le humedecieron las pestaas-. Su muerte fue culpa ma. Chemosh retir el revuelto cabello pelirrojo para verle la cara. -Y cuando muri, una parte de ti se alegr. Mina gimi y volvi la cara. El dios le retir el pelo hmedo de lgrimas, le limpi el rastro del llanto de la cara. La lealtad a tu reina no es lo que te ha mantenido en este valle. Te has quedado a causa de tu sentimiento de culpa. La culpa ha hecho de ti una prisionera. La culpa es tu carcelera. La culpa casi te mat. Puso las dos manos en la cara de la joven y mir intensamente los ojos ambarinos. No hay razn para que te sientas culpable, Mina. Takhisis compr y pag su propia suerte. Su voz adquiri un tono quedo, ms suave. Ella ya no est y tampoco est Paladine. -Paladine... murmur la joven-. Mi juramento de vengar la muerte de mi reina... en l, en los elfos... Y lo cumplirs prometi Chemosh. Pero no an. No ahora. Antes hay que preparar el camino. Escchame, Mina, y entindelo. Ahora han desaparecido los dos dioses mayores. Slo queda uno, su hermano Gilean, el dios del libro, el dios de la duda y la indecisin. Sostiene la balanza del equilibrio, con la luz en un platillo y la oscuridad en el otro. Cada segundo de vigilia les pesa para asegurarse de que la balanza no se inclina a uno u otro lado. Mina lo miraba fijamente, embelesada. Chemosh haba dejado de hablarle a ella y ahora lo haca para s mismo. -Un tarea ftil. Se encogi de hombros. Los platillos se desequilibrarn. Han de hacerlo ya que el panten est desnivelado ahora. Gilean sabe que no puede mantener el equilibrio para siempre. Ve su propia cada y tiene miedo. Porque s lo que l no sabe. S lo que har que la balanza se desequilibre. Los mortales sigui Chemosh, que palade el trmino. Los mortales son los que inclinarn la balanza. Mortales como t, Mina. Mortales que acuden a los dioses por voluntad propia. Mortales que cumplen nuestros deseos no por miedo, sino por amor. Esos mortales darn poder a sus dioses, no al contrario, como ha ocurrido en eras pasadas. Por eso no quera que murieras, Mina. Por eso quiero que vivas. Acerc la boca a los labios de la joven hasta casi rozarlos. Srveme, Mina susurr en voz tan queda que ella no oy las palabras, sino que las sinti arder en su piel. Entrgate a m. Entrgame tu fe. Tu lealtad. Tu amor. Mina tembl ante su propio atrevimiento, temerosa de que el dios se enfadara, pero aun as estaba pensando en lo que l haba dicho sobre el poder de la humanidad en esta Era de los Mortales. Imagin la balanza dorada que sostena Gilean en un equilibrio tan precario que un simple grano de arena podra hacer oscilar los platillos. Y, si te entrego mi amor, qu me dars a cambio? pregunt Mina. La pregunta no enfureci a Chemosh. Por el contrario, pareci complacerlo.

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-Vida eterna, Mina -le contest-. Juventud eterna. Belleza inmutable. Dentro de quinientos aos seguirs siendo tal como eres ahora. Eso est muy bien, mi seor, pero... Hizo una pausa. Pero nada de eso te importa, no es as? -Lo siento, mi seor. Mina enrojeci-. Espero que eso no te ofenda... No, no. No te disculpes. Esperas que te d lo que Takhisis no quiso darte. De acuerdo. Te dar lo que deseas: poder. Poder sobre la vida. Poder sobre la muerte. La joven sonri y se relaj en sus manos. Y me amars? Como te amo ahora prometi l. -Entonces me entrego a ti, mi seor dijo la joven, que cerr los ojos y alz el rostro ofreciendo sus labios al beso del dios. Sin embargo l no estaba preparado del todo para hacerla suya. An no. La bes en los prpados, primero uno y luego otro. Duerme ahora, Mina. Duerme profundamente y sin sueos. Cuando despiertes, lo hars a una nueva vida, una vida como jams has conocido. Estars conmigo? musit ella. Siempre prometi el dios.

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Los elfos, expulsados de sus dos territorios ancestrales, vagaban por el mundo, exiliados. Algunos haban ido a ciudades -Palanthas, Sanction, Flotsam, Solace- donde se apelotonaban en viviendas lgubres y trabajaban en lo que encontraban a fin de comprar comida para sus hijos, perdidos en sueos de glorias pasadas. Otros vivan en las Praderas de Arena, donde cada da contemplaban cmo se pona el sol en su patria lejana, casi tanto como el astro, o al menos era lo que les pareca. Los elfos no soaban con el pasado, sino con sueos salpicados de sangre en un futuro de castigo y venganza. Los minotauros surcaban los espumosos ocanos con sus barcos y libraban sus batallas unos contra otros, pero aun as el sol siempre brillaba en las espadas que vencan al secular enemigo y en la hoja del hacha que talaba el verde bosque. Los humanos celebraban la muerte de los seores dragones y se preocupaban por los minotauros, que finalmente se haban establecido en AnsaIon. En realidad no se preocupaban demasiado, porque tenan otros problemas ms acuciantes como eran las disputas polticas en Solamnia; los forajidos que amenazaban Abanasinia; los goblins, cuyo poder creca al sur de Qualinesti; los refugiados en todas partes. Los dragones salieron de sus cuevas a un mundo que antao haba sido suyo, que despus haban perdido y que ahora volva a pertenecerles. Pero actuaban con cautela, vigilantes; hasta los mejores de ellos se mostraban desconfiados y recelosos, y empezaban a darse cuenta de que lo que estaba perdido lo estaba irremediablemente. Los dioses volvieron a una Era de los Mortales, ahora llamada as justamente porque era la humanidad la que decidira si los dioses tendran o no influencia en su creacin. Por eso los dioses no podan quedarse tranquilamente en el cielo o en el Abismo o en cualquiera de los planos inmortales, sino que caminaban por el mundo en-busca de fe, amor, plegarias. Y haciendo promesas. Y, mientras todo eso ocurra, un pastor contemplaba desde lo alto de una colina cmo su perra conduca el rebao al redil. Un kender jugaba en un cementerio con el fantasma de un nio muerto. Un joven clrigo de Kiri-Jolith daba la bienvenida a un nuevo converso. Un Caballero de la Muerte herva de rabia en su prisin y buscaba una salida.

Mina despert de un sueo extrao que era incapaz de recordar, para encontrarse en una oscuridad tan profunda que las llamas de las velas apenas lograban alumbrar, igual que la fra y dbil luz de las estrellas no puede alumbrar la noche. Su sueo haba sido tan profundo como esa oscuridad. No recordaba cundo haba dormido tan profundamente. Ni alarmas durante la noche, ni subcomandantes despertndola para plantearle preguntas que podran haber esperado hasta el amanecer, ni heridos transportados en andas para que los curara. Ni el semblante de una reina muerta. Mina se qued tendida boca arriba sobre los blandos almohadones que la rodeaban y contempl la oscuridad. Ignoraba dnde se encontraba; indudablemente aquello no era el duro y fro suelo del desierto en el que haba estado durmiendo. Se senta demasiado cmoda, demasiado resguardada, demasiado aletargada para preocuparse por descubrirlo. La oscuridad era tranquilizadora y estaba impregnada de olor a mirra. La mirada de velas que rodeaban el lecho arda con llamas que no titilaban. Ms all de la cama no alcanzaba a ver nada, pero, de momento, eso tampoco le importaba. Pensaba en Chemosh, en algo que le haba dicho el da anterior. Y cuando muri, una parte de ti se alegr.

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Mina era una guerrera veterana. Desde donde se encontraba aquel da funesto, no habra podido llegar a tiempo hasta el elfo para impedirle que arrojara la lanza contra la diosa cuyo castigo por hurtar el mundo haba sido la mortalidad. Mina no se culpaba por la muerte de su reina. Se culpaba como haba dicho Chemosh por alegrarse de que la reina hubiera muerto. Haba matado al elfo. La mayora crea que lo haba matado en justo castigo, pero Mina saba que no era as. El elfo se haba enamorado de ella. Haba visto, con los ojos del amor, que le estaba agradecida por lo que haba hecho. Ella advirti la comprensin en sus ojos, y por ese pecado el elfo haba pagado con la vida. Su gozo por la muerte de su reina se haba transformado inmediatamente en pesar y verdadero dolor. No poda perdonarse por aquel primer arranque de alivio, por alegrarse de que la decisin de entregar la vida por su reina le fuera arrebatada de las manos. Qu habra hecho cuando se hubiera acercado a matarme? Me habra enfrentado a ella o habra dejado que me inmolara? Todas las noches, acostada delante de la entrada oculta de la tumba de la Reina Oscura en la montaa, Mina se haba hecho esa pregunta. -Habras luchado por tu vida respondi Chemosh. El dios se acerc al lecho. La plata que orlaba su casaca brill a la luz de las velas. El plido semblante posea un brillo propio, al igual que los oscuros ojos. Tom la mano de Mina, que descansaba en la sbana de batista que le envolva el cuerpo, y se la llev a los labios. El beso hizo que a la joven le diera un vuelco el corazn y que la respiracin se le cortara. Habras luchado porque eres mortal y tienes un fuerte instinto de supervivencia aadi l, una lucha que los dioses desconocemos. Pareci cavilar sobre aquello, porque la joven not que dejaba de prestarle atencin, absorto en otra cosa, fija la mirada en una oscuridad que era eterna, infinita y terrible. Permaneci as largo rato, como si buscara respuestas, y despus sacudi la cabeza, se encogi de hombros y volvi a mirarla con una sonrisa. Y as, vosotros, los mortales, podis afirmar que los omniscientes dioses no son tan omniscientes. Ella empez a responder, pero el dios no la dej. Se inclin y le dio un rpido beso en los labios, tras lo cual se alej del lecho sin prisas y dio una vuelta por la estancia iluminada por las velas. La joven observ su paso, firme y autoritario. -Sabes dnde ests, Mina? -pregunt Chemosh a la par que se volva bruscamente hacia ella. No, mi seor contest con sosiego. No lo s. Ests en mi morada. La mir intensamente. En el Abismo. Mina ech un vistazo a su alrededor y despus volvi los ojos hacia l. Chemosh la mir con admiracin. Despiertas y te encuentras sola en el Abismo y, aun as, no tienes miedo. He recorrido lugares ms oscuros repuso Mina. Chemosh la contempl largamente y despus asinti con gesto enterado. Las pruebas de Takhisis no son para pusilnimes. Mina apart a un lado la sbana de batista, baj de la cama y camin hasta donde estaba l. -Y qu pasa con las pruebas de Chemosh? -le pregunt con audacia. Dije que las habra? El dios sonri. -No, mi seor, pero querrs que demuestre mis mritos. Y yo -aadi al tiempo que alzaba la vista hacia los oscuros ojos que reflejaban su imagen quiero demostrarte mi vala. La tom en sus brazos y la bes larga y ardientemente. Ella devolvi el beso, lo estrech contra s arrebatada por una pasin que la dej dbil y temblorosa cuando finalmente el dios la solt.

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-De acuerdo, Mina. Me lo demostrars. Tengo una tarea para ti, una para la que ests excepcionalmente cualificada. La joven sabore el beso dejado en sus labios, picante y embriagador como el aroma de la mirra. No tena miedo, incluso estaba deseosa. Encrgame cualquier tarea, mi seor, que yo la emprender. -Destruiste al Caballero de la Muerte, lord Soth... -empez el dios. No, mi seor, no lo destru... Mina vacil, sin saber muy bien cmo continuar. Chemosh comprendi el dilema de la joven e hizo un ademn desestimndolo. -S, s, Takhisis lo destruy, lo entiendo, pero aun as t fuiste el instrumento de su destruccin. Lo fui, mi seor. Lord Soth era un Caballero de la Muerte, un ser aterrador sigui Chemosh, alguien a quien incluso nosotros, los dioses, podramos temer. No tuviste miedo de enfrentarte a l, Mina? Dentro de unos cuantos das, lord Soth, ejrcitos tanto de vivos como de muertos atacarn Sanction. La ciudad caer en mi poder. Mina no hablaba alardeando: sencillamente expona un hecho. En ese momento, el nico realizar un gran milagro. Entrar en el mundo como era su intencin desde hace mucho tiempo, uniendo los reinos de los mortales y los inmortales. Cuando exista en ambos reinos, conquistar el mundo, librndolo de indeseables tales como los elfos, y se establecer como dirigente de Krynn. Se me nombrar capitana del ejrcito de los vivos, y el nico te ofrece el mando del ejrcito de los muertos. Dices que me ofrece eso? inquiri Soth. Te lo ofrece, s, por supuesto. Entonces, no se ofender si rechazo su oferta adujo Soth. No se ofender, pero le dolera mucho tu ingratitud, despus de todo lo que ha hecho por ti. Todo lo que ha hecho por m. Soth sonri. As que es por eso por lo que me trajo aqu. Para ser un esclavo que dirige un ejrcito de esclavos. Mi respuesta a tan generosa oferta es: no. No lo tuve, mi seor, porque iba armada con la clera de mi reina contest Mina-. Qu era el poder del Caballero de la Muerte comparado con eso? Oh, poca cosa dijo Chemosh. Nada salvo la capacidad de matarte con una simple palabra. Se podra haber limitado a decir muere y habras muerto. Dudo que ni siquiera Takhisis hubiera podido salvarte. Como te he dicho, mi seor, iba armada con la clera de mi reina. Frunci levemente el entrecejo, pensativa. No puede ser que quieras que me enfrente a lord Soth. La Reina Oscura lo destruy. Hay otro Caballero de la Muerte? Alguien que te resulta molesto? Molesto? -Chemosh se ech a rer-. No, no es una molestia para m ni, realmente, para nadie en Krynn. Al menos no lo es ahora. Hubo un tiempo en que lo fue para mucha gente, de forma relevante para el difunto lord Ariakan. Se llama Ausric Krell. En la historia se lo conoce, creo, como el Traidor. El feln que provoc la muerte de lord Ariakan a manos de Caos coment acaloradamente Mina-, Conozco la historia, mi seor. Todos los caballeros hablaban de eso. Ninguno saba qu pas con Krell. A ninguno le gustara saberlo -repuso Chemosh. Ariakan era hijo de Zeboim, diosa del mar, y del Seor del Dragn Ariakas. Al padre lo mataron en la Guerra de la Lanza. Zeboim puso el corazn en el nio, que era su nico hijo. Cuando muri por las malas artes de Krell durante la Guerra de Caos, las lgrimas de la diosa fluyeron tan copiosamente que el nivel de los mares subi en todo el mundo, o eso dicen. No obstante, el fuego de la ira de Zeboim sec pronto sus lgrimas. Sargonnas, dios de la venganza, es su padre, y Zeboim es digna hija de su padre. Persigui al maldito Krell, lo sac a rastras del agujero en el que intentaba esconderse, y se puso a castigarlo. Lo tortur da tras da, y cuando Krell no pudo soportar el dolor y el tormento y el corazn le fall, lo trajo de

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vuelta a la vida, lo tortur hasta matarlo, lo volvi a traer, y as una y otra vez. Cuando por fin se cans del juego, llev lo que quedaba de l (sus restos llenaban un pequeo balde, tengo entendido) por el mar de Sirrion septentrional hasta el Alczar de las Tormentas, la fortaleza construida por los Caballeros de Takhisis en una isla y que le haba entregado a su hijo, lord Ariakan. All maldijo a Krell, lo transform en un Caballero de la Muerte, y lo dej para que consumiera sus das de afliccin en aquella roca abandonada, rodeado por mar y tormenta que nunca le dejarn olvidar lo que haba hecho. Y all, durante treinta aos, lord Ausric Krell ha permanecido prisionero, obligado a vivir eternamente en la fortaleza donde prometi vida y lealtad a lord Ariakan. Y an sigue all? Durante todos esos aos los dioses se encontraron ausentes manifest Mina, extraada. Zeboim no estaba en el mundo. No habra podido impedirle que se marchara. Por qu no lo hizo? Krell no es Soth -repuso secamente Chemosh-. Es solapado y ladino, con la nobleza de una comadreja, el honor de un sapo y el cerebro de una cucaracha. Aislado en su roca, no tena forma de saber que Zeboim no se encontraba all para mantenerlo vigilado. Las olas se estrellaban contra los acantilados de su prisin igual de implacables que cuando ella estaba presente. Las tormentas, tan frecuentes en esa parte del mundo, descargaban contra los muros de su prisin. Cuando finalmente descubri que haba tenido una oportunidad y la haba perdido, se puso tan furioso que derrib una pequea torre de un solo golpe. Y, ahora que Zeboim ha regresado, sigue vigilndolo? Da y noche contest Chemosh. Testimonio del amor de una madre. Tampoco a m me gustan los traidores, mi seor. Emprender con gusto cualquier tarea que me encargues relativa a ste. Bien. Quiero que lo liberes dijo el dios. Liberarlo, mi seor? -repiti Mina, estupefacta. Aydalo a burlar la vigilancia de Zeboim y tremelo. Pero por qu, mi seor? Si es todo lo que has dicho de l... Es eso y ms. Es furtivo, astuto y taimado, alguien en quien no se puede confiar. Y nunca pongas en tela de juicio mis decisiones, Mina; no hagas preguntas. Puedes rechazar esta misin. T decides, pero no me preguntes por qu. Tengo mis razones y slo me incumben a m. Chemosh alz la mano y pos los dedos en la mejilla de la joven. Liberar a Krell no ser tarea fcil. Es muy peligrosa, porque no slo habrs de enfrentarte al Caballero de la Muerte, sino que antes tendrs que vrtelas con la vengativa diosa. Si rehsas, lo entender. No rehso, mi seorrepuso framente Mina. Lo har por ti. Dnde he de llevarlo? Aqu, a mi castillo en el Abismo. De momento es donde resido. De momento, mi seor? Chemosh le tom las manos y se las llev a los labios. Otra pregunta, Mina? Lo lamento, mi seor. La joven se puso colorada. Me temo que es una de mis faltas. Procuraremos poner remedio a eso. En cuanto a tu pregunta, sta es una que no me importa contestar. No me gusta este alojamiento. Quiero caminar por el mundo, entre los vivos. Tengo planes para el traslado, planes que te incluyen a ti, Mina. Acarici sus manos con besos suaves, prolongados. Si no me fallas. No te fallar, mi seor prometi ella. Bien dijo enrgicamente, y le solt las manos. Se dio media vuelta. Si necesitas algo, dmelo. Mi seor! -llam Mina, que empezaba a perderlo de vista en la oscuridad. Hay algo que me hace falta. Un arma o un artefacto bendecidos o un conjuro imbuido de tu sagrado poder.

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-Una arma as no te servira de mucho contra Zeboim -repuso Chemosh. Es una diosa, como yo, y, en consecuencia, inmortal. He de advertirte, Mina, que si Zeboim sospecha por un instante que has ido a rescatar a Krell te infligir el mismo tormento que le impuso a l, en cuyo caso, por mucho que lamente tu prdida, no estar a mi alcance salvarte. Lo comprendo, mi seor -dijo sin inmutarse la joven-. Lo del arma era pensando ms en el Caballero de la Muerte. Te enfrentaste a Soth y has vivido para contarlo arguy Chemosh mientras se encoga de hombros. Cuando Krell descubra que has ido para liberarlo, estar ms que dispuesto a ayudarte. -El problema es seguir con vida el tiempo suficiente para convencerlo de eso, mi seor. -Cierto admiti Chemosh, pensativo-. La nica diversin que el pobre Krell tiene en su prisin es asesinar a los que el mar y la casualidad arrastran a las orillas de esa roca. Como no es muy listo, es de los que matan antes de preguntar. Podra otorgarte algn amuleto o hechizo, slo que... No termin la frase y la estudi atentamente al tiempo que se ajustaba el puo de puntilla a la mueca. Slo que hallar el modo de derrotarlo es parte de mi prueba dijo Mina-. Lo entiendo, mi seor. Cualquier otra cosa que quieras no tienes ms que pedirla. Ech una ojeada al lecho del que la joven se haba levantado, a las sbanas revueltas, todava templadas por el calor de su cuerpo. -Estoy deseando que regreses sana y salva -dijo y, tras hacer una corts reverencia, se march. Mina se hundi en la cama. Haba entendido esa mirada y la promesa que haba en sus palabras, y sinti el tacto de sus labios en los de ella. El cuerpo le doli y le tembl por el deseo y tuvo que emplear unos instantes hasta encontrar la calma para obligarse a centrar su mente en la tarea que le haba dado, en apariencia imposible. -O puede que no lo sea tanto -susurr-. Cualquier cosa que quiera, slo tengo que pedirla. Estaba muerta de hambre. No recordaba haber comido mientras haba estado en la crcel que ella misma haba levantado. Supona que lo habra hecho. Tena el vago recuerdo de Galdar instndola a comer, pero no evocaba sabor ni olor ni de qu se haba alimentado. Necesito comida manifest, y, a modo de experimento, aadi: Me apetecera filete de venado, guiso de cordero, tarta casera, vino con especias... Al tiempo que hablaba, los platos aparecan delante de ella, se materializaban sobre una mesa cubierta con mantel. Haba vino y cerveza para beber, as como agua fra y clara. Las viandas estaban preparadas maravillosamente bien... Todo cuanto habra podido desear. Mientras coma, se plante diversos planes, algunos de los cuales descart de inmediato y a aquellos que le gustaban les dio vueltas y los consider. Cogi algo de uno, lo uni con una idea de otro y, al final, hizo de ello un todo completo. Lo repas y se sinti satisfecha. A un gesto suyo la comida y la mesa, el vino y el mantel, desaparecieron. Mina permaneci sumida en profundas reflexiones unos minutos para asegurarse de que no haba pasado nada por alto. Quiero mi armadura dijo finalmente. La que me dio Takhisis, la que forj su gloria la noche que proclam su regreso al mundo. La luz de las velas refulgi en las profundidades del reluciente metal negro. La armadura que haba vestido a lo largo de la Guerra de los Espritus, la de una dama negra de Neraka en la que la propia reina haba dejado su impronta, apareci a sus pies. Recogi el peto, adornado con el smbolo de Takhisis la calavera traspasada por un rayo, se sent al borde de la cama y se puso a dar lustre al metal con la punta de la sbana de batista hasta que la armadura resplandeci con un intenso brillo.

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La peticin de Mina la condujo a la ciudad de Palanthas, en la que hizo una visita a la Gran Biblioteca. Cuando hubo acabado lo que la haba llevado a la biblioteca no se demor en la ciudad, pero se fij en que haba un gran nmero de elfos por las calles, elfos harapientos, delgados y empobrecidos. Los mir mientras se cruzaba con ellos en la calle y ellos la miraban como si la conocieran pero no recordaran de dnde. Es una pesadilla tal vez. Abandon Palanthas y su siguiente deseo fue encontrarse en una aldea de pescadores que haba en el litoral septentrional de Abanasinia. -Estis chiflada, seora -dijo el pescador sin andarse por las ramas. El hombre estaba en el muelle y observaba cmo cargaba Mina las provisiones en un balandro-. Si las olas no inundan la embarcacin y la hacen pedazos, el viento arrancar la vela, la volcar y os atrapar debajo. Jams lo conseguiris. Qu forma de destrozar una buena barca de vela. Te he pagado el doble de lo que vale repuso la joven. Dej un pellejo de agua fresca en la popa y, con cierta dificultad por el balanceo que impriman las olas a la embarcacin, se acerc a la escalerilla del muelle y subi. Estaba a punto de bajar el segundo pellejo de agua cuando el pescador la detuvo. Tomad, dama oficial dijo mientras le tenda la bolsa con monedas de acero. Coged vuestro dinero, no lo quiero. No ser parte de esta temeridad vuestra. Cargara vuestra muerte en mi conciencia el resto de mi vida. Mina tom el odre y se lo ech al hombro. Pas delante del pescador, baj al balandro y solt el segundo odre junto al primero. A continuacin regres por los vveres y vio al hombre que, todava ceudo, le tenda la bolsa de monedas. La sacudi en su direccin de forma que las monedas tintinearon. Eh, tomad! -Me vendiste la embarcacin respondi Mina al tiempo que le apartaba la mano con suavidad. Lo que haga con ella no es responsabilidad tuya. Ya, pero tal vez ella no lo entienda as dijo l con aire sombro, tras lo cual hizo un gesto ominoso con la cabeza en direccin al mar azul grisceo. Ella? Quin es ella? pregunt la joven mientras volva a bajar al balandro. El pescador ech una ojeada a su alrededor como si temiera que los estuvieran escuchando a escondidas y despus se inclin para musitar en un susurro atemorizado: Zeboim! La diosa del mar. Mina haba envuelto las tiras de salazn de carne en hule para conservarlas secas, y las guard en una caja de madera, junto con una bolsa impermeable que contena galletas. No llevaba mucha comida porque, de un modo u otro, el viaje sera corto. Sac un mapa, envuelto tambin en hule, y lo guard con mucho cuidado ya que, al fin y al cabo, era ms valioso que la comida. No temas la ira de Zeboim. Estoy en una misin sagrada y tengo intencin de pedirle su bendicin. El pescador no pareca muy convencido. Mi sustento depende de su favor, oficial. Tomad vuestro dinero. Si realmente vais a intentar navegar por el mar de Sirrion hasta el Alczar de las Tormentas, como decs, no os dar su bendicin. Os hundir tan de prisa que la cabeza os dar vueltas, y despus vendr por m. Mina sacudi la cabeza, sonriente. Si te preocupa tanto lo que Zeboim pueda pensar, lleva el dinero a su santuario y dselo en ofrenda. Creo que esa suma te proporcionar una cantidad considerable de su buena voluntad. El pescador cavil y, tras unos segundos de morderse el labio con la mirada prendida en las agitadas aguas, se guard la bolsa de dinero en los pantalones de hule.

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Puede que tengis razn, dama oficial. El viejo Ned le entreg a la Seora seis monedas de oro, cada una de ellas marcada con la cabeza de un tipo que se haca llamar rey de sacerdotes o algo as. El viejo Ned encontr esas monedas dentro de un pez cuando lo destrip, y se imagin que deban de pertenecer a la Seora. A lo mejor las haba guardado all para tenerlas a buen recaudo. l imagin que no valdran mucho, ya que nunca haba odo hablar de un rey de sacerdotes, pero s que deban de tener valor porque ahora sale en su barca de pesca y vuelve con ms bacalao del que podis contar. Embarcada ya la comida, Mina subi del balandro al muelle para cargar con el ltimo objeto: su armadura. -Tal vez haga lo mismo por ti -coment. Eso espero dijo el pescador. En casa tengo seis bocas hambrientas a las que alimentar, y ltimamente la pesca no ha ido muy bien. sa es una de las razones de que haya vendido esta barca de vela. Se frot la mejilla, a la que asomaba la barba canosa. A lo mejor divido el dinero con la Seora. La mitad para ella y la mitad para m. Eso parece justo, no? Muy justo repuso Mina, que desempaquet la armadura y extendi las piezas sobre el muelle. El pescador la mir y sacudi la cabeza. Ms vale que la mantengis seca dijo. El agua salada la oxidar con voracidad. Mina levant el peto. No tengo escudero. Quieres ayudarme a ponrmela? -Poneros la armadura? -El pescador la mir de hito en hito-. Para salir a navegar? Mina le sonri. El mbar de sus ojos resplandeci y pareci rodearlo. El pescador baj la vista. Si volcis, os hundiris como un enano le advirti. Mina se meti la coraza por la cabeza y levant los brazos para que el pescador pudiera abrochar las correas de cuero que la cerraban. Acostumbrado a hacer los nudos de sus redes, el hombre realiz la tarea con rapidez y destreza. Pareces un buen hombre coment Mina. Lo soy, seorarepuso sencillamente l O al menos es lo que intento. Pero veneras a Zeboim, una diosa que est considerada maligna. Por qu? El pescador pareca sentirse incmodo y ech otro vistazo nervioso al mar. Ms que maligna es... bueno, temperamental. Es mejor estar a bien con ella. Si se pone en tu contra, a saber qu te puede hacer. Empujarte hacia alta mar y despus dejarte all, sin un soplo de aire, en una calma chicha, para ir a la deriva hasta que te mueras de sed. O quiz levantar una ola tan grande como para tragarse una casa. O azuzar vientos de temporal que sacuden a un hombre como si fuera una ramita. Por aqu somos buena gente. La mayora venera a Mishakal o a Kiri-Jolith, pero si uno vive del mar no debe olvidarse de presentar sus respetos a Zeboim e incluso hacerle alguna pequea ofrenda. Slo para que siga contenta. Has dicho que se venera a otros dioses. Alguien sigue a Chemosh? pregunt la joven. A quin? inquiri el pescador, sin dejar su tarea. Chemosh, Seor de la Muerte. El pescador hizo un alto en su trabajo y pens unos instantes. -Ah, s. Un clrigo de Chemosh pas por aqu har un mes con intencin de ganarnos para ese dios. Menudo aspecto el de ese tipo... Enmohecido. Iba vestido completamente de negro y ola como una cripta al abrirse. Nos cont que la sacerdotisa de Mishakal nos menta al decir que nuestras almas seguan a la siguiente etapa de la vida. Ese tipo nos cont que el Ro de los Espritus estaba contaminado o algo por el estilo, que nuestras almas se encontraban atrapadas aqu y que slo Chemosh poda liberarnos. Y qu pas con ese clrigo?

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Se corri la voz de que haba erigido un altar en el cementerio y que prometa levantar a los muertos de su tumba para demostrarnos el poder de su dios. Fuimos unos pocos con la idea de ver un buen espectculo, cuando menos. Pero entonces apareci el alguacil con la sacerdotisa de Mishakal y le dijo al clrigo que se fuera con sus asuntos a otra parte o tendra que arrestarlo por molestar a los muertos. El clrigo no quera jaleo, supongo, porque recogi sus cosas y se march. Pero y si tena razn respecto a las almas? pregunt Mina. Seora, no me habis odo? contest el pescador, exasperado. Tengo seis hijos en casa y todos crecen tan de prisa como los renacuajos y quieren tres comidas completas al da. No es mi alma la que va al mar a pescar peces para venderlos en el mercado y comprar comida para los cros, verdad? No, supongo que no. El pescador asinti tajantemente y dio un ltimo tirn seco a las correas. Si fuera mi alma la que saliera de pesca me preocupara por ella. Pero mi alma no captura peces, as que no me preocupa. Entiendo repuso pensativamente la joven. Dijisteis que ibais en una misin sagrada. A qu dios segus, pues? A la reina Takhisis contest Mina. No ha muerto? inquiri el pescador. Mina no respondi. Le dio las gracias al hombre por su ayuda y baj por la escalerilla del muelle hasta la embarcacin. No tiene sentido coment el pescador mientras soltaba los cabos que sujetaban el balandro al muelle-. Estis perdiendo tiempo, dinero y, probablemente, la vida, para emprender una misin por una diosa que ya no existe, o eso es lo que dijo la sacerdotisa de Mishakal. Mira le dirigi una mirada seria, como su expresin. Mi misin sagrada no es tanto por la diosa como por el hombre que fund la caballera dedicada a su nombre. Me han informado de que el traidor de mi seor y causante de su muerte vive su vida miserable en el Alczar de las Tormentas. Voy a desafiarlo a un combate para vengar a lord Ariakan. -Ariakan? -El pescador solt una risita-. Seora, ese seor vuestro muri hace casi cuarenta aos. Qu edad tenis? Dieciocho? Diecinueve? Pero si no lo conocisteis! -No, no lo conoc, pero no me he olvidado de l. O de lo que le debo. Se sent en la popa y agarr la barra del timn. Pdele la bendicin a Zeboim en mi nombre, quieres? Dile que voy a vengar a su hijo. Dirigi la embarcacin hacia el viento. La vela se sacudi un instante y despus se hinch con la brisa. Mina volvi la vista hacia mar abierto, a las olas rompientes y a la fina y oscura lnea de nubes tormentosas que colgaban perpetuamente en el horizonte. -S, vale, si hay algo que hara feliz a la Arpa del Mar sera eso -coment el pescador, que contemplaba cmo el balandro se alzaba para encontrarse con la primera de las encrespadas olas. Una ola inesperada se estrell contra el muelle y salpic por encima del hombre, al que empap de la cabeza a los pies. Ya voy, Seora! grit al cielo, tras lo cual sali corriendo lo ms de prisa posible para donar la mitad del dinero al agradecido clrigo de la diosa marina.

El viaje de Mina fue tranquilo en su primera etapa. Una fuerte brisa empuj la embarcacin sobre las olas alejndola ms y ms de la costa. A Mina no le asustaba el mar, cosa rara considerando que haba sobrevivido a una tempestad y a un naufragio, aunque no recordaba ni lo uno ni lo otro. Su nico recuerdo y borroso era sentirse acunada por las olas, mecida suavemente, arrullada hasta dormirse. Mina era una experta navegante al igual que lo era la mayora de quienes vivan en Schallsea, donde se encontraba ubicada la Ciudadela de la Luz. A pesar de que haca muchos

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aos que Mina no gobernaba una embarcacin, recobr los conocimientos que necesitaba. Gui el pequeo velero hacia las olas remontando las crestas -una sensacin excitante, como si fuera a volar hacia el cielo para descender a continuacin y deslizarse por el agua hacia el seno de la ola, con la espuma salpicndole la cara. Se lami los labios y sabore la sal. Sacudi el cabello para retirarlo de la cara y se ech hacia adelante, ansiosa de llegar a la siguiente ola. Perdi de vista tierra. El mar se hizo ms bravo. Las nubes de tormenta que haban sido una lnea oscura en el horizonte eran ahora un creciente cmulo de color plomizo, surcado de relmpagos. Durante unos preciados instantes, Mina estuvo sola en el mundo, sola con sus pensamientos. Pensamientos sobre Chemosh. Intent comprender la atraccin que ejerca en ella, la razn de que se encontrara all, en aquel frgil balandro, arriesgando la vida para desafiar el poder de la diosa marina y demostrar su amor por el Seor de la Muerte. Los mortales, como aquel despreciable elfo, la adoraban. Galdar se haba hecho su amigo, pero incluso l se senta intimidado. Chemosh era el primero que haba mirado muy dentro de ella para ver sus sueos, sus deseos; unos deseos que nunca supo que estaban all hasta que su roce los despert. Nunca haba sentido su propio cuerpo hasta que l lo acarici. Nunca haba odo latir su corazn hasta que l puso la mano en su seno. Nunca haba experimentado el ansia hasta que mir sus ojos. Nunca haba sentido sed hasta probar su beso. El rayo ilumin el ardiente manto del cielo y la ceg, la sac bruscamente de sus sueos. Un fuego azul parpadeaba en la punta del mstil. Las olas, ms feroces, azotaban la embarcacin y casi le arrancaron el timn de las manos. El viento soplaba en violentos remolinos. La vela alete y el velero estuvo a punto de irse a pique. Vir a babor con dificultad mientras el viento la zarandeaba violentamente y el balandro cabeceaba y se sacuda de tal forma que Mina tuvo que luchar para mantener el equilibrio. Regresa le adverta el mar. Da media vuelta ahora y te dejar vivir. La lluvia le azotaba la cara. Mina apret los dientes, que rechinaron al morder sal. Se las ingeni para arriar la vela, aunque sta pareca una criatura viva. Regres a trompicones a la popa, se sent y, agarrando el timn, enfil la embarcacin hacia las fauces de la tormenta. Por lord Ariakan! grit. Una ola, movindose a contracorriente de todas las dems, golpe a Mina, la barri de la cubierta y la arroj al embravecido mar. La joven inhal para coger aire y trag agua, se hundi bajo las olas. Sintiendo los pulmones a punto de estallar, refren el impulso de manotear y agitarse en el agua en un intento desesperado de llegar a la superficie. Pate con fuerza y se propuls hacia arriba con largos y fuertes impulsos de piernas y brazos. Otra patada, cuando ya chispeaban estrellas en sus globos oculares, y su cabeza emergi en la superficie. Aspir una bocanada de aire y parpade para quitarse el agua de los ojos y ver dnde estaba. El peso de la armadura volvi a arrastrarla hacia abajo. El velero se encontraba cerca. Se impuls hacia all para agarrarse a l antes de que la siguiente ola la hundiera. Se aferr al balandro con todas sus fuerzas; ahora su temor era que el oleaje volcara la embarcacin encima de ella. Lleg otra ola inmensa. Mina pens que la rematara y hara pedazos el velero. Inhal profundamente para llenarse los pulmones de aire, decidida a no rendirse sin luchar. La ola la golpe, la alz por encima de la regala y la solt sobre el velero. Jadeante y conmocionada, Mina yaci en la cubierta barrida por el agua del mar y parpade para aliviar los ojos que le picaban por la sal. Cuando pudo mirar vio un pie un pie descalzo posado en la cubierta, muy cerca de su cabeza. Era un pie bien proporcionado y asomaba por debajo del repulgo de un vestido verde y azul que pareca hecho de tela tejida con espuma de mar.

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Vacilante, Mina alz la cabeza. Haba una mujer sentada en la popa, con la mano en la barra del timn. El mar bramaba alrededor de la embarcacin. Las olas se estrellaban sobre la cubierta y empapaban a la joven, pero a la mujer no la tocaban. Tena el cabello blanco de la sal, los ojos grises de la tormenta, el rostro hermoso como el sueo de un marino, la expresin siempre cambiante, de modo que en cierto momento sonrea a Mina, como si se sintiera complacida hasta lo indecible, y al siguiente la miraba como si fuera a pisarla con aquel pie bien formado y aplastarle el crneo. Eres Mina -dijo Zeboim. Torci la boca. La consentida de mam. Tuve el honor de servir a Takhisis, tu madre contest Mina, que empez a levantarse. Qudate como ests, de rodillas. Lo prefiero as. Mina sigui sentada de rodillas en el fondo del velero, que cabeceaba y se sacuda. Tuvo que agarrarse con fuerza a la regala para que los zarandeos no la arrojaran de nuevo por la borda. Zeboim estaba sentada, imperturbable; el viento apenas agitaba la larga mata de pelo. Serviste a mi madre. Resopl con desdn. Esa arpa. Baj la vista hacia Mina-. Sabes lo que me hizo? Robarme el mundo. Claro que t ya lo sabas. Eras confidente de mam. -No es cierto dijo Mina, que intent explicarse-. Yo nunca... La diosa hizo caso omiso de ella y sigui hablando, as que la joven guard silencio. Mam me rob el mundo. Me rob el mar y me rob a los que son como t -Zeboim dirigi una mirada despectiva a Mina-, mis adoradores. La arpa se los llev a todos y me dej en la infinita oscuridad, sola. No imaginas el terrible silencio de un universo vaco -aadi, y su voz adquiri un timbre quebrado por el dolor. -De verdad no saba lo que la diosa haba hecho -manifest Mina en tono quedo. Takhisis no me cont nada de eso. Ni siquiera me dijo su nombre. La conoca como el nico, una deidad que haba venido a ocupar el lugar dejado por los dioses, que nos haban abandonado. -Ja! Zeboim solt una risa exaltada. Los rayos zigzaguearon arriba y abajo del mstil, crepitaron sobre el agua. Era joven -dijo Mina con humildad-. Le cre. Lo lamento y quiero intentar subsanar mis errores. Con una misin al Alczar de las Tormentas? Con el pie, Zeboim agit ociosamente el agua que salpicaba en el fondo de la embarcacin-. Cmo puede subsanar errores eso? -Al castigar a quien traicion a lord Ariakan -repuso Mina-. Como vers, soy una verdadera dama de caballera. -Seal la armadura negra que vesta al tiempo que alzaba la vista para encontrarse, audazmente, con la de la diosa del mar. Aqul era un momento delicado, cuando Mina tendra que engaar a una deidad. Habra de impedir que Zeboim penetrara en su corazn y descubriera la verdad. Mina nunca se haba planteado engaar a Takhisis. Chemosh haba descubierto todos los secretos de su alma con una simple mirada. Si Zeboim observaba con atencin, si profundizaba, vera sin remedio el engao. Mina sostuvo la mirada de la diosa, aquellos ojos que eran de un profundo color verde en un momento y al siguiente de una tonalidad gris tormentosa. Zeboim contempl a la joven; aparentemente, no vio nada de inters, porque desvi la vista. -Vengar a mi hijo -dijo, desdeosa-. Era el hijo de una diosa! T slo eres una mortal. Hoy, aqu. Maana, muerta. No servs para nada, ninguno de vosotros, salvo para admirarme, loarme y darme regalos. Y morir cuando me apetece mataros. Y, a propsito de la muerte, me he enterado de que vas por ah haciendo preguntas sobre Chemosh. Es verdad.

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Y qu inters tienes en l? Zeboim mir ahora a la joven con intensidad y en sus ojos centelle un fuego azul. Es el dios de los muertos vivientes -explic Mina-. Se me ocurri que quiz podra ayudarme a derrotar a lord Krell... Veloz como el restallante viento, Zeboim le cruz la cara a Mina con un violento bofetn. Su nombre no se pronuncia jams en mi presencia dijo y, recostndose contra la caa del timn, observ a la joven con una cruel sonrisa. Lo siento, seora. Quera decir el Traidor. Mina se limpi la sangre de la boca. Tras bullir de rabia unos instantes, Zeboim se tranquiliz. De acuerdo, entonces, contina. Me resultas menos aburrida de lo que esperaba. El Traidor es un Caballero de la Muerte. Puesto que Chemosh es el dios de los no muertos, pens que quiz mis plegarias podran... -Podran qu? Ayudarte? -Zeboim ri con malvolo placer-. Chemosh est demasiado ocupado recorriendo el cielo con su cazamariposas intentando atrapar todas las almas que mam le rob. No puede ayudarte. Slo yo puedo. Tus plegarias deberan ir dirigidas a m. Entonces, elevo mis plegarias a ti, seora... -Creo que deberas llamarme majestad -la interrumpi Zeboim mientras jugaba lnguidamente con un bucle del largo y enmaraado cabello y contemplaba el baile de los relmpagos en el mstil. Ya que mam no est con nosotros, ahora soy la reina. La Reina del Mar y la Tormenta. Como deseis, majestad dijo Mina a la par que inclinaba la cabeza con reverencia, un gesto que complaci a Zeboim y que permiti a Mina ocultar los ojos, guardar sus secretos. Qu es lo que quieres de m, Mina? Si es pedirme que te ayude a destruir al Traidor, creo que no lo har. Disfruto muchsimo viendo a ese bastardo enfurecerse y cocerse en su propia salsa en esa roca. Lo nico que pido es que me lleves sana y salva al Alczar de las Tormentas dijo la joven con actitud humilde. Ser para m un honor y un privilegio acabar con l. Me encanta un buen combate suspir Zeboim, que se enrosc el rizo en un dedo mientras contemplaba la tormenta que bramaba a su alrededor sin tocarla en ningn momento. De acuerdo accedi, lnguida. Si lo destruyes, siempre me queda la opcin de traerlo de nuevo a la vida. Y si es l el que te destruye a ti, cosa ms que probable Zeboim lanz una ojeada fra, azul acerada, a Mina, entonces me habr vengado de la pequea mascota mimada de mam, que es lo ms parecido a vengarme de la propia mam. -Gracias, majestad. No hubo respuesta, slo el silbido del viento en el aparejo, un sonido burln. Mina alz la cabeza con cautela y descubri que se encontraba sola. La diosa haba desaparecido como si nunca hubiese estado all, y durante un segundo Mina se pregunt si no lo habra soado. Se llev la mano a la mejilla dolorida, al labio cortado, y la retir manchada de sangre. Como para darle ms pruebas, el viento amain de golpe a su alrededor. Los nubarrones tormentosos se deshilacharon, deshechos por una mano inmortal. Las olas se calmaron y, a no tardar, el balandro se meca en un oleaje lo bastante suave para arrullar a un nio hasta dormirlo. La brisa marina, soplando del sur, refresc; una brisa que la transportara rpidamente a su punto de destino. Honor y gloria a ti, Zeboim, Reina de los Mares! grit Mina. El sol se abri paso entre las nubes y brill, dorado, en el agua. La joven iba a izar la vela, pero no era menester. La embarcacin sali lanzada hacia adelante, se desliz rauda sobre las olas. Mina asi la caa del timn e inhal el viento salado. Un paso ms cerca del deseo de su corazn.

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Hubo un tiempo en que la isla del Alczar de las Tormentas haba rebosado de vida. Fortaleza y guarnicin de los Caballeros de Takhisis, el Alczar de las Tormentas haba albergado caballeros, soldados, sirvientes, cocineros, escuderos, pajes, instructores, esclavos. Tambin los clrigos consagrados a Takhisis haban vivido en el alczar. Los hechiceros dedicados a su servicio haban trabajado all. Los Dragones Azules haban alzado el vuelo desde los acantilados y, sobrevolando el mar, haban transportado jinetes a su espalda. Todos ellos haban tenido una nica meta: conquistar Ansalon y, desde all, el mundo. Casi lo haban conseguido. Pero entonces apareci Caos. Entonces surgi la traicin. El Alczar de las Tormentas era ahora la crcel de los muertos, con un solo prisionero. Dispona de la poderosa fortaleza, de las torres y la plaza de armas, los establos y las cmaras del tesoro, los almacenes y las despensas, todo para l. Lo odiaba. Cada centmetro empapado de agua de mar. En una gran sala en lo alto de la Torre de la Calavera, la ms alta de la fortaleza conocida como el Alczar de las Tormentas, lord Ausric Krell apoy sobre la mesa las manos enfundadas en guanteletes de cuero para ocultar su estado descarnado y se puso de pie. En vida haba sido un tipo bestial, bajo y pesado, y ahora era un cadver ambulante bestial, bajo y pesado. Iba cubierto con la armadura negra con la que haba muerto y que lo haba abrasado al quemarse sobre l por la maldicin que lo encadenaba a esta existencia. Ante l, reposando sobre una peana, haba una esfera de palo negro. Krell escudriaba su interior; los ojos del ser brillaban rojos tras las rendijas del yelmo. La esfera mostraba en las ardientes profundidades la imagen de un velero, diminuto en el vasto ocano. En la embarcacin, ms pequeo an, se vea a un caballero con la armadura que Krell haba deshonrado. Abandonando la esfera, Krell camin hacia la abertura en el muro de piedra que se asomaba al tormentoso mar. La armadura tintine y reson con sus pasos. Mir intensamente a travs de la ventana y se frot las manos enguantadas con aire satisfecho. Ha pasado mucho tiempo desde que no vena nadie a jugar murmur. Tena que prepararse. Krell descendi pesadamente por la escalera de caracol que conduca al cuarto alto de la torre donde sola pasar la mayor parte del tiempo contemplando, colrico y frustrado, el interior de la bola escrutadora de palo negro, conocida como Llamas de las Tormentas. La mgica bola era la nica ventana de Krell al mundo que haba ms all del alczar, un mundo que estaba convencido de poder gobernar si lograra escapar de aquella maldita roca. Haba presenciado gran parte de la historia de la Era de los Mortales en esa bola escrutadora, regalo de Zeboim a su amado hijo, lord Ariakan. Krell haba descubierto el poderoso artefacto poco despus de su muerte y encarcelamiento, y se haba regodeado al pensar que la diosa se lo haba dejado por error. Sin embargo, en seguida comprendi que aquello era parte de la cruel tortura que le infliga. Le haba proporcionado medios para que fuera testigo de lo que pasaba en el mundo al tiempo que lo privaba de la posibilidad de formar parte de l. Poda verlo, pero no poda tocarlo. A veces le resultaba tan atormentador que coga la bola de palo, dispuesto a arrojarla por la ventana contra las rocas que haba abajo. No obstante, siempre frenaba su impulso y volva a colocarla con cuidado en la peana serpentina. Algn da hallara la forma de escapar, y cuando eso ocurriera necesitara estar informado. Krell haba presenciado la Guerra de los Espritus en el interior de la bola de palo. Haba visto con regocijo la ascensin de Mina al pensar que si haba alguien capaz de rescatarlo sera ella o su dios nico. Krell no tena ni idea de quin era esa deidad pero, con tal

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que pudiera combatir a Zeboim de quien sospechaba que segua al acecho en alguna parte, le daba igual. Krell vea claramente dentro de la esfera mgica a las desdichadas almas atrapadas en el Rio de los Espritus. Incluso intent comunicarse con ellas con la esperanza de enviar un mensaje a la tal Mina pidindole que lo rescatara. Entonces, contemplando el interior de la bola de palo, vio lo que la chica le haca a su homlogo, lord Soth. Despus de eso dej de enviar ms mensajes. Para entonces descubri la verdadera identidad del nico, y aunque Takhisis no era tan mala como su hija, Krell pens que probablemente la Reina Oscura albergara el mismo rencor contra l, ya que haba apreciado mucho a Ariakan. Desde entonces merodeaba dentro del alczar, sin atreverse a asomar la nariz fuera. Entonces acaeci la muerte de Takhisis y lo ms cruel de todo el descubrimiento de que Zeboim haba estado ausente todo ese tiempo y que l habra podido abandonar aquel maldito montn de piedras ruinosas cuando hubiera querido, porque ningn dios habra podido impedrselo. La ira que esa noticia provoc fue tal que derrib una insignificante torre. Krell no haba sido nunca un hombre religioso. No haba credo realmente en los dioses hasta el terrorfico instante en que descubri que los clrigos tenan razn, que, despus de todo, los dioses existan y sentan un profundo inters por la vida de los mortales. Habiendo descubierto la religin en el momento en que Zeboim lo abri en canal, Krell presenci con sumo inters el regreso de los dioses y la muerte de Takhisis y la desaparicin de Paladine. La muerte de un lder creaba un vaco de poder. Krell previo una pugna para llenar ese vaco. Se le ocurri la idea de que poda ofrecer sus servicios a un rival de Zeboim a cambio de la libertad de su prisin. Krell jams haba rezado una plegaria, pero la noche que tom esa decisin se puso de hinojos e invoc el nombre del nico dios que podra sentir inclinacin por ayudarlo. -Slvame de mi tormento y te servir del modo que me pidas -prometi a Chemosh. El dios no respondi. Krell no desesper. Los dioses estaban muy ocupados escuchando un montn de plegarias. Repiti la suya todos los das, pero sigui sin recibir respuesta, y empez a perder la esperanza. Sargonnas padre de Zeboim iba incrementando su poder. No era probable que otro dios del panten oscuro acudiera en su auxilio. -Bien, en cuanto a esa tal Mina, esa aniquiladora de Caballeros de la Muerte, viene de camino para acabar conmigo -gru Krell, cuya voz repiquete dentro de la armadura hueca con un sonido semejante a grava que rodara en el fondo de una cazuela de hierro-. Quiz debera dejar que lo hiciera aadi, deprimido. Juguete fugazmente con la idea de poner fin a su tormento merced al olvido de la nada, pero en seguida la rechaz. Su presuncin era tal que no soportaba privar al mundo de Ausric Krell, ni siquiera de un Ausric Krell muerto. Adems, la llegada de la tal Mina aliviara la monotona de su existencia aunque slo fuera durante un rato. Krell sali de la Torre de la Calavera y cruz la plaza de armas, que estaba hmeda y resbaladiza por el constante embate de las olas y las rociadas de espuma, y entr en la Torre del Lirio. Estaba dedicada a los Caballeros del Lirio, la fuerza armada de los caballeros negros, a cuya honorable orden haba pertenecido Krell. En vida haba tenido sus aposentos all y, aunque ya no hallaba descanso en el sueo, a veces regresaba al pequeo cuarto de las estancias altas y se tumbaba en el colchn infectado de bichos para torturarse con el recuerdo de lo agradable que haba sido dormir. Este da no volvi a su cuarto, sino que permaneci en el piso bajo, donde Ariakan haba instalado una biblioteca en varias estancias llenas de anaqueles con libros que trataban de cualquier tema militar, desde ensayos sobre el arte de montar dragones hasta consejos prcticos para mantener la armadura limpia de herrumbre.

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Krell no tena nada de erudito y jams haba tocado un libro salvo cuando utiliz un volumen de la Medida para mantener abierta una puerta que no dejaba de dar golpes. l le daba otro uso a la biblioteca. All reciba a sus huspedes. O, ms bien, all se diverta. Hizo los preparativos para recibir a Mina y arregl todo como le gustaba. Quera dar una bienvenida a lo grande a tan importante invitada, as que arrastr el cadver mutilado de un enano su ltimo visitante y lo puso en la empalizada, con los otros. Acabado el trabajo en la Torre del Lirio, Krell desafi al viento azotador y a la lluvia torrencial para regresar a la Torre de la Calavera. Escudri la bola escrutadora y contempl con anhelante expectacin el avance del pequeo velero que navegaba hacia el abrigo de una ensenada donde, en los gloriosos das de antao, atracaban los barcos que suministraban provisiones al Alczar de las Tormentas.

Ignorante de que Krell la observaba, Mina mir con inters el Alczar de las Tormentas. La fortificacin de la isla la haba diseado Ariakan para que resultara inexpugnable desde el mar. Construida de mrmol negro, la fortaleza se alzaba en lo alto de los acantilados arriscados de piedra negra que semejaban las puntiagudas protuberancias dorsales de un dragn. Los acantilados eran escarpados, imposibles de escalar. El nico modo de entrar o salir del Alczar de las Tormentas era a lomos de un dragn o por barco. Slo haba un pequeo muelle construido en una ensenada abrigada, en la base de los negros acantilados. El muelle haba servido como acceso portuario de vituallas para hombres y animales, abastecimiento de armamento, esclavos y prisioneros. Posiblemente estos suministros los podran haber transportado los dragones, prescindiendo de la necesidad de tener un muelle. Sin embargo, los reptiles sobre todo los orgullosos y temperamentales Azules que los caballeros preferan como montura se negaban firmemente a servir de bestias de cara. Pedirle a un Dragn Azul que trajera una carga de heno muy probablemente dara pie a que te arrancara la cabeza de un bocado. Resultaba ms fcil proveerse de suministros por barco. Como Ariakan era hijo de Zeboim, lo nico que tena que hacer era rezarle a su madre para pedirle un viaje tranquilo, y los nubarrones de tormenta se disipaban y el mar se tornaba calmo. Mina lo ignoraba todo sobre el arte de la guerra cuando Takhisis la haba puesto, con diecisiete aos, al frente de sus ejrcitos. La joven haba aprendido de prisa y Galdar haba sido un excelente maestro. Mir la fortaleza y vio la brillantez del diseo y su concepto. El muelle resultaba fcil de defender. La ensenada era tan pequea que slo poda entrar un barco sin correr peligro, aparte de que nicamente poda hacerlo con marea baja. Unos estrechos escalones, tallados en la cara del acantilado, constituan la nica va de acceso a la fortaleza. Esos peldaos estaban resbaladizos y resultaban tan peligrosos que apenas se utilizaban. Casi todos los suministros se suban a la fortaleza mediante un sistema de cuerdas, poleas y tornos. Mina se pregunt, igual que se preguntaban los historiadores, cuan diferente habra sido el mundo si aquel hombre brillante que haba diseado la fortaleza hubiera sobrevivido a la Guerra de Caos. El viento se calm al entrar en la ensenada y la oblig a remar en las tranquilas aguas hasta el muelle. La ensenada, situada en el este, se hallaba a la sombra, pues el sol se hunda ya hacia poniente. Mina bendijo las sombras, pues esperaba coger por sorpresa a Krell. La fortaleza era enorme y el muelle, ubicado a un extremo de la isla, se hallaba lejos del principal cuerpo de la construccin. Era imposible que supiera que Krell observaba todos y cada uno de sus movimientos. Mina ech la pequea ancla y asegur el velero atando el cabo alrededor de un saliente rocoso. En tiempos haba habido un muelle de madera, pero haca mucho que se haba convertido en astillas por la ira de Zeboim. Mina baj del velero y alz la vista hacia la escalera de roca negra; frunci el entrecejo y sacudi la cabeza.

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Estrechos y toscamente tallados, los peldaos ascendan precariamente, sinuosos, por la cara del risco, y estaban resbaladizos por las algas marinas y mojados con las rociadas saladas. Por si fuera poco, daba la impresin de que la vengativa Reina del Mar hubiese arrancado trozos de los escalones con los dientes. Muchos aparecan quebrados y partidos, como si la ira de Zeboim se hubiese extendido para sacudir el suelo bajo los pies de Krell. No tengo que preocuparme por el enfrentamiento con Krell se dijo Mina a s misma-. Dudo que consiga llegar viva al final de los peldaos. Aun as, como le haba dicho a Chemosh, haba caminado por lugares ms oscuros. Y no resbaladizos solamente. Mina segua vestida con la coraza de negro acero marcado con la calavera traspasada por el rayo. Colg el yelmo en el cinturn de cuero y luego, de mala gana, se desabroch el resto de la armadura. Trepar ya resultaba peligroso sin estar entorpecida por las espinilleras y los brazales. En el cinturn llevaba su arma preferida, la maza o estrella matutina que haba utilizado durante la Guerra de los Espritus. La maza no era un artefacto mgico y tampoco estaba encantada. No servira de nada contra un Caballero de la Muerte. Sin embargo, ningn caballero de verdad entrara en batalla desarmado, y Mina quera que Krell la viera como una verdadera Dama de Takhisis. Confiaba en que la repentina aparicin de uno de sus antiguos compaeros, que se presentaba sin previo aviso en el Alczar de las Tormentas, diera qu pensar al Caballero de la Muerte y se sintiera tentado de conversar con ella en lugar de matarla al instante. La joven comprob el cabo para cerciorarse de que el velero haba quedado bien asegurado. Se le pas por la cabeza la idea de que Zeboim poda destrozar la pequea embarcacin sin el menor problema y dejarla varada en el alczar, prisionera junto a un Caballero de la Muerte. Mina se encogi de hombros y desech la idea. Nunca haba sido de las que rumiaban o se preocupaban por el futuro, quiz por haber estado tan cerca de una diosa, la cual siempre le haba asegurado que el futuro lo tena controlado. Haber descubierto que los dioses pueden equivocarse no haba cambiado la opinin de Mina sobre la vida. La calamitosa cada de Takhisis haba fortalecido su creencia de que el futuro se abra ante ella como la peligrosa escalera tallada en la negra roca. Lo mejor era vivir el presente. Slo poda subir los peldaos de uno en uno. Tras elevar una plegaria a Chemosh para sus adentros y pronunciar otra en voz alta para Zeboim, la joven inici el ascenso por el acantilado del Alczar de las Tormentas.

Despus de ver que Mina bajaba a tierra en la ensenada, Krell sali del alczar propiamente dicho y se aventur por el estrecho y sinuoso sendero que serpenteaba entre un revoltijo de rocas. El sendero conduca a un pico saliente de granito, al que los caballeros que antao haban morado all llamaban por el chistoso nombre de Monte Ambicin. El pico, punto ms alto de la isla, se encontraba aislado, barrido por el viento y salpicado por rociadas de espuma. Lord Ariakan haba tenido la costumbre de dar un paseo hasta all al final de la tarde cuando el tiempo lo permita. All se quedaba, contemplando el mar mientras fraguaba sus planes para regir Ansalon. De ah el nombre de Monte Ambicin. Ninguno de los caballeros paseaba con su seor a menos que fuera invitado a hacerlo. No haba mayor honor que se requiriera a alguien subir al Monte Ambicin con lord Ariakan. Krell haba acompaado a menudo a su seor, y se era el sitio que evitaba con mayor empeo durante su encarcelamiento. No habra ido all de no ser porque el pico le permita la mejor perspectiva de la ensenada y del muelle; y de la mota humana que intentaba trepar lo que los caballeros haban dado en llamar la Escalera Negra. Encaramado en las rocas, Krell se asom al borde del acantilado para ver a Mina. Distingua el latido vital en ella, la calidez que la iluminaba como la llama de una vela alumbra una linterna. La vista hizo que sintiera con ms intensidad el helor de la muerte, y le asest una

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mirada feroz, con desprecio y amarga envidia. Poda matarla en ese mismo instante. Sera fcil. Krell record un paseo con su comandante a lo largo de aquel mismo tramo de la pared. Haban estado comentando la posibilidad de un asalto por mar al alczar y discutan sobre utilizar arqueros o no para liquidar al enemigo que fuera lo bastante osado o lo bastante necio para intentar trepar por la Escalera Negra. -Para qu desperdiciar flechas? Ariakan haba sealado con un gesto los pedruscos amontonados a su alrededor. Slo hay que arrojarles piedras. Eran piedras de buen tamao, de forma que los hombres ms fuertes de la guarnicin habran tenido que trabajar de firme para levantarlas y lanzarlas pared abajo. Habiendo sido uno de esos hombres fuertes asignados a aquel puesto, a Krell siempre le haba decepcionado que nadie organizara un asalto contra la fortaleza. A menudo se imaginaba la matanza que aquellos pedruscos lanzados causaran entre el ejrcito enemigo, soldados golpeados por las piedras que caan de la escalera y se precipitaban, gritando, hacia una muerte sangrienta al chocar contra los peascos del fondo. Krell estuvo seriamente tentado de coger una de las piedras y arrojrsela a Mina con tal de ver en directo la destruccin que siempre haba imaginado con agrado. Se control, aunque no sin hacer un esfuerzo. Conocer cara a cara a una asesina de Caballeros de la Muerte no era algo que se diera con frecuencia, y haba que aprovechar la oportunidad. Esperaba el encuentro con tanta ansiedad que maldijo cuando vio que Mina resbalaba y que estuvo a punto de caerse. Si hubiese habido aliento en su cuerpo, habra soltado un suspiro de alivio cuando la joven consigui recobrar la estabilidad y continu la lenta y trabajosa escalada.

El aire era fro ya que el sol consegua abrirse paso rara vez entre los nubarrones suspendidos sobre el Alczar de las Tormentas. El agotamiento y la repentina carga de adrenalina cuando Mina estuvo a punto de caerse hicieron que un sudor fro le corriera por el cuello y entre los senos. El viento que azotaba las rocas de forma constante le sec el sudor y la hizo temblar. Haba llevado guantes, pero descubri que no poda ponrselos. En ms de una ocasin se haba visto obligada a meter los dedos en fisuras y hendiduras para impulsarse de un escaln al siguiente. Cada paso era inestable. Algunos peldaos tenan grandes grietas de lado a lado y la joven deba tantear uno por uno antes de apoyar el peso en l. Los msculos de las piernas no tardaron en acalambrarse y empezaron a dolerle. Los dedos le sangraban, tena las manos despellejadas y las rodillas llenas de rasponazos. Hizo un alto para aliviar el dolor de las piernas y mir hacia arriba con la esperanza de encontrarse cerca de la cima. Un movimiento atrajo su mirada. Capt un atisbo de una cabeza cubierta con yelmo, asomada en lo alto del acantilado. Mina parpade para limpiarse los ojos de agua salada, y cuando mir de nuevo la cabeza haba desaparecido. No obstante, no caba duda de a quin haba visto. La escalera pareca no tener fin, como si llegara al cielo, y arriba esperaba Krell. All abajo el mar bramaba y arremeta contra peascos brillantes y afilados. La espuma giraba en las aguas hinchadas. Mina cerr los ojos y se tambale contra la pared del acantilado. Estaba agotada y slo haba hecho la mitad del camino hacia la cima. Llegara exhausta arriba, donde tendra que hacer frente al Caballero de la Muerte que, a saber cmo, conoca su llegada. Zeboim maldijo la joven para sus adentros. Ella lo puso sobre aviso. Qu necia soy! Tan pagada de m misma para pensar que he engaado a una diosa cuando desde el principio ha sido ella la que me ha engaado a m. Pero por qu avisarle? sa es la cuestin. Por qu? Tena que resolver eso.

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Mir en mi corazn y descubri la verdad? Vio que he venido para liberar a Krell? O es slo uno de sus caprichos? Enfrentarnos el uno al otro para tener un rato de diversin. Al rememorar la conversacin con la diosa, Mina se inclin por lo ltimo. Se plante qu hacer y fue entonces cuando se le ocurri una idea. Abri los ojos, mir de nuevo hacia lo alto, al punto donde haba visto a Krell plantado. Habra podido matarme si hubiese querido comprendi. Lanzarme un hechizo o, cuando menos, tirarme una piedra. No lo hizo. Espera para enfrentarse a m. Quiere jugar conmigo. Mofarse de m antes de matarme. Krell no es distinto de otros muertos vivientes. Ni siquiera es distinto del propio dios de la muerte. El haber comandado una legin de espritus durante meses le haba enseado a Mina que los muertos tenan una debilidad: hambre de los vivos. La parte de Krell que recordaba lo que significaba estar vivo anhelaba relacionarse con los que vivan. Necesitaba sentir indirectamente la vida que haba perdido. Odiaba a los vivos, y por ello acabara matndola, pero no le caba duda de que no acabara con ella de inmediato, antes de que tuviera oportunidad de hablar, de contarle su plan. Esa certeza le dio esperanza y nimo, aunque no le sirvi para aliviar los calambres de las piernas ni el fro que le llegaba a la mdula. Le quedaba un largo y peligroso camino hacia arriba y tena que estar preparada, fsica y mentalmente por igual, para enfrentarse a un mortfero adversario que esperaba al final del trayecto. El nombre de Chemosh acudi, clido, a sus labios entumecidos. Sinti la presencia del dios, not que la observaba. No rez para pedir ayuda. Chemosh le haba dicho que no poda drsela y no se humillara a suplicarle. Susurr su nombre, lo retuvo en el corazn para que le diera fuerza, y pos el pie con cuidado en el siguiente peldao, tantendolo. El escaln aguant, como tambin el siguiente. Haba mantenido la vista en donde pona los pies al tiempo que tanteaba con las manos la pared del acantilado. Las desplaz despacio y sufri un sobresalto al no tocar nada con ellas; el susto tan repentino casi le hizo perder el equilibrio. Una estrecha fisura henda la pared rocosa. En un precario equilibrio sobre la escalera, Mina puso las manos a ambos lados de la grieta y se asom a su interior. La luz griscea del da apenas penetraba en la oscuridad, pero lo que alcanzaba a ver la intrig: un suelo liso, obra del hombre, a poco menos de un metro por debajo de su posicin. No distingua mucha extensin del suelo, pero tena la impresin de que era una vasta cmara. Husme el aire. Era un olor familiar que le recordaba algo. Un granero. Acababan de liberar la ciudad de Sanction y sus hombres, atareados en asegurar la ciudad, haban topado con un granero. Ella haba entrado para inspeccionarlo y se, o algo muy parecido, era el olor que haba percibido al entrar. En el depsito de Sanction el trigo acababa de almacenarse y el olor era tan intenso que resultaba sofocante. Por el contrario, aqu era tenue y se mezclaba con el del moho, pero Mina estaba convencida de que haba dado con el granero del Alczar de las Tormentas. La ubicacin tena sentido, pues se encontraba cerca del muelle, donde el grano se descargara del barco. En algn punto de lo alto del acantilado tena que haber una abertura, una tolva por la que se echara el grano. El depsito se encontrara vaco ahora, pues haban pasado cuarenta aos desde que se abandon el alczar. Cientos de generaciones de ratas se habran dado un festn con todas las vituallas almacenadas que los caballeros hubieran dejado. Todo eso daba igual. Lo importante era que haba hallado un camino por el que colarse en la fortaleza, un modo de pillar por sorpresa a Krell. Chemosh musit Mina cuando le lleg una repentina revelacin. Acababa de pronunciar su nombre cuando haba encontrado la grieta en la pared. No le haba pedido ayuda, pero l se la dio, y el corazn de la joven lati ms de prisa al comprender que el dios deseaba que tuviera xito. Observ la grieta en la pared. Era estrecha, pero ella estaba delgada. Posiblemente podra meterse, encogindose, pero no con la coraza puesta.

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Tendra que quitrsela y eso la dejara sin proteccin cuando se enfrentara al Caballero de la Muerte. La joven vacil. Alz la mirada a la interminable escalera donde, en lo alto, Krell la esperaba. Mir al granero y su suelo liso, seco, un acceso secreto al cuerpo central del alczar. Slo tena que tirar la coraza marcada con el smbolo de Takhisis. Mina comprendi. Es lo que me pides musit al atento dios. Quieres que me desprenda del ltimo vestigio de lealtad a la diosa. Que ponga toda mi fe y mi confianza en ti. Manteniendo un equilibrio precario en la escalera, temblorosos los dedos helados, Mina tir de las correas de cuero hmedas que sujetaban el peto.

Krell se maldijo por ser tan idiota de dejarse ver as. Tambin maldijo a Mina mientras se preguntaba qu absurda idea se le haba pasado por la cabeza a la mujer para que la hiciera mirar hacia arriba en lugar de hacia abajo y avistarlo. Zeboim mascull, y maldijo a la diosa, algo que haca casi cada hora de todos sus atormentados das. Ya no poda contar con pillar a Mina por sorpresa. Estara preparada y, aunque realmente no crea que la chica pudiera causarle dao alguno, no olvidaba que haba sido esa mujer la que haba abatido a lord Soth, uno de los muertos vivientes ms formidables de toda la historia de Krynn. Ms vale sobrestimar al enemigo que subestimarlo, haba sido una de las mximas de Ariakan. -La esperar al final de la Escalera Negra -decidi-. Estar exhausta, demasiado cansada para presentar mucha resistencia. No quera luchar con ella. La quera capturar viva. Siempre capturaba vivas a sus presas... cuando era posible. Un desventurado ladrn, atrado al Alczar de las Tormentas por el rumor del tesoro abandonado de los caballeros negros, se sinti tan aterrado a la vista de Krell que se desplom muerto a los pies del Caballero de la Muerte, hecho que decepcion muchsimo a Krell. Sin embargo tena depositada mucha confianza en Mina. Era joven, fuerte y valerosa. Le proporcionara una buena competicin. Tal vez sobrevivira das. Krell estaba a punto de marcharse de Monte Ambicin para regresar al alczar cuando oy un sonido que le habra parado el corazn si hubiese tenido uno. Desde abajo lleg el grito aterrado de una mujer y el repiqueteo de una armadura metlica cayendo sobre rocas afiladas. Krell corri al borde del acantilado y se asom. Volvi a maldecir y dio una patada a un peasco, que se parti de arriba abajo. La Escalera Negra estaba vaca. Al pie del acantilado, casi invisible en el espumoso oleaje, distingui un peto negro adornado con una calavera traspasada por un rayo.

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Su grito reson en la pared del acantilado mientras Mina observaba cmo se estrellaba la negra armadura contra las rocas y rebotaba hasta caer en el agua. A causa de la mala visibilidad que proporcionaba la tenue luz griscea de la tormenta, a esa distancia no se distingua que la armadura estaba vaca cuando cay escalera abajo y ahora se haba perdido de vista en las rompientes olas. Confiaba en que la vista de Krell no fuera ms aguda que la suya. Inhal profundamente y meti el cuerpo por la grieta de la pared rocosa. Incluso sin la coraza caba a duras penas y, durante un instante aterrador, se qued atascada en la fisura. Se retorci y, en uno de sus movimientos desesperados, se desembaraz y rod por el suelo. Hizo un alto para recobrar el aliento y esperar a que la vista se acostumbrara a la oscuridad mientras pensaba lo bien que se senta uno al pisar tierra firme, un suelo llano. Y qu estupendo era estar a resguardo del viento helado y de la espuma salada. La joven se sec las manos lo mejor que pudo en los faldones de la camisa y se las frot para recuperar el riego sanguneo y la sensibilidad en ellas. No tena ni coraza ni armas. No haba arrojado al mar slo la armadura y el yelmo, sino tambin, tras haberlo dudado un momento, la maza, y con ella a la chiquilla inocente, vida, que haba partido en busca de los dioses y los haba encontrado. Mina haba credo en Takhisis, haba obedecido sus rdenes, haba soportado sus castigos, haba cumplido los deseos de la diosa sin rechistar. Haba conservado su fe en Takhisis cuando todo empez a salir mal, haba luchado contra la duda que la roa como las ratas el grano. Al final, las dudas haban acabado con toda su fe, de modo que cuando sta tendra que haber sido ms fuerte, cuando tendra que haber estado dispuesta al sacrificio, slo quedaba cascarilla y paja. Entonces haba experimentado un dolor desgarrador, dolor por su prdida, y al arrojar al mar los ltimos vestigios de su fe en el nico volvi a sentir algo de aquel mismo pesar. La inocencia haba muerto. La fe incuestionable haba muerto. En consecuencia, se haba atrevido a preguntar a Chemosh qu le dara a cambio. Aunque ahora le haba dado prueba de que le perteneca, no sera su marioneta para bailar a su antojo ni su esclava para arrastrarse a sus pies. Sola en la oscuridad del Alczar de las Tormentas, Mina escuch. No esperaba escuchar la voz del dios que le dijera qu hacer, sino su propia voz, su propio consejo. La Era de los Mortales. Tal vez era esto a lo que se referan los sabios, a lo que se refera Chemosh. Una asociacin entre los dioses y la humanidad. Una interesante premisa. La mortecina luz del da gris se colaba por la grieta en la pared y se filtraba asimismo por otras fisuras ms pequeas. Cuando la vista se le acostumbr a la penumbra, Mina pudo ver casi toda la cmara. Como haba imaginado era una estancia destinada al almacenaje, no slo de grano sino de otras vituallas. Haba unas cuantas cajas y jaulas de madera en el suelo, con las tapas apalancadas y el contenido desparramado. Mina se imaginaba a los caballeros que, en su prisa por salir del Alczar de las Tormentas e ir a la conquista de Ansalon, forzaban las tapas para ver qu contenan y asegurarse de que no dejaban atrs nada de valor. Ech una ojeada a las cajas mientras pasaba por delante en direccin a una puerta reforzada con bandas de hierro que haba al otro extremo de la cmara. Repar en algunas herramientas herrumbrosas y cubiertas de polvo, como las que usaban los herreros, y unos cuantos rollos de pao ahora comido por la polilla y el moho. Durante aos haba corrido el rumor de que los caballeros haban dejado tras de s enormes tesoros. Ese rumor tena sentido, porque los caballeros no habran volado a la batalla a lomos de dragones cargados con cofres de monedas de acero. Pero, de ser as, el

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tesoro no se encontraba all. Al caminar, sus botas crujan al pisar heces secas de rata y granos mordisqueados, lo nico que quedaba del podero de los Caballeros de Takhisis. Mina asi una palanca. Si la puerta del granero estaba cerrada necesitara una herramienta para forzar la cerradura. Esper no tener que recurrir a eso. Krell tena que creer que haba muerto, que se haba matado al caer de la escalera, y no quera hacer nada que levantara sus sospechas. Aunque no estaba completamente segura, supona que el Caballero de la Muerte an conservaba la capacidad de or, e incluso por encima de aullido del viento el lamento doliente y furioso de una diosa quiz Krell alcanzara a percibir los golpes de la barra de hierro contra una cerradura. Cuando Mina lleg a la puerta, puso la mano en la manilla y dio un suave empujn. Con gran alivio para la joven, la puerta se abri. Aunque, pensndolo bien, no era de extraar. Para qu molestarse en cerrar con llave un almacn vaco? La puerta daba a un pasillo con el mismo suelo de piedra y paredes talladas toscamente. Estaba mucho ms oscuro que el almacn, pues all no haba grietas. La joven no dispona de antorchas ni con qu encender una, de modo que tendra que avanzar a tientas. Evoc en su memoria el mapa de la fortaleza que haba dejado a buen recaudo en el velero. Antes de emprender esta aventura haba viajado a Palanthas para visitar la famosa biblioteca de la ciudad. All haba pedido a uno de los Estetas un mapa del Alczar de las Tormentas. En la creencia de que era una buscadora de tesoros, el serio y joven Esteta haba procurado por todos los medios disuadirla de que arriesgara la vida en una empresa tan descabellada. Ella haba insistido y, segn las reglas de la biblioteca, que establecan que todo el saber estaba a disposicin de quien lo buscara, le haba llevado el mapa que haba pedido, un mapa trazado por el propio lord Ariakan. En l no apareca el granero. Ariakan slo haba incluido las reas que consideraba importantes, como salas de reuniones, barracones, viviendas, etc. Mina slo tena una vaga idea de dnde estaba, y ello derivaba principalmente de saber dnde no estaba. La ensenada se hallaba al sur de la isla, lo que significaba que haba entrado en el granero por el sur y que en ese momento iba en direccin este. Puesto que el granero se haba construido adyacente a la escalera del acantilado, no pareca probable que el pasillo se dirigiera hacia el sur, ya que sera un callejn sin salida. Al salir gir al norte y cerr la puerta del granero a su espalda. No crea que Krell bajara all; pero, por si acaso, mejor que no encontrara la puerta abierta, una seal de que haba alguien fisgoneando por all. No obstante, al cerrar la puerta dej al otro lado la luz que entraba en el almacn y se qued completamente a oscuras. No vea nada, ni delante ni a los lados. Arrastr los pies por el suelo en un esfuerzo de evitar tropezar con algn obstculo invisible. Confiaba en que no tendra que avanzar a oscuras mucho tiempo. No haba dado muchos pasos cuando not que el suelo comenzaba a ascender de forma pronunciada. Una rampa, se dijo al tiempo que imaginaba a los esclavos empujando carretas llenas de grano. Sigui rampa arriba y lleg a una puerta que empez a abrirse cuando le dio con el pie. Con el corazn en un puo, la agarr y la mantuvo cerrada. Haba echado un fugaz vistazo a lo que haba al otro lado: un patio despejado. Caba la posibilidad de que Krell estuviera all dando un paseo vespertino. Si es que era por la tarde. Haba perdido la nocin del tiempo, algo ms por lo que preocuparse. No quera que la noche la sorprendiera sola con Krell en el Alczar de las Tormentas. Abri la puerta una rendija y atisbo fuera. El patio, pavimentado con adoquines, se encontraba vaco. Era grande y Mina lo record del mapa. Se extenda a la sombra de una alta torre que se llamaba Torre Central, una estructura enorme que albergaba las principales salas de reuniones, los comedores, los

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alojamientos del servicio. Lord Ariakan tena sus aposentos en esa torre. Tambin se supona que haba una cmara que conduca directamente al plano en el que Takhisis habit en otro tiempo. No muy lejos se alzaba la Torre del Lirio, en donde la lite de los Caballeros del Lirio tenan su cuartel, y al otro lado de la fortaleza se ergua la Torre de la Calavera, hogar del ala arcana de los caballeros negros. Dispersos entre las tres haba varios edificios accesorios. El mapa en dos dimensiones que Mina haba visto en la biblioteca de Palanthas no le haba transmitido la idea de la inmensidad de la fortaleza. Al ponerse en camino no se haba dado cuenta de lo enorme que era ni de la gran extensin de terreno que ocupaba. Y no tena idea de en qu edificio se haba instalado Krell. Mientras escudriaba el amplio espacio abierto de la plaza de armas, Mina se pregunt si su ocurrencia de meterse a hurtadillas en el alczar habra sido una buena idea. Podra pasarme das deambulando por este sitio sin encontrarlo comprendi. No tengo comida ni agua. Ni siquiera me atrevera a dormir por miedo a que Krell me matara. Al considerar todas esas circunstancias, se dijo que a lo mejor le habra convenido ms correr el riesgo y enfrentarse a l al final de la escalera. La joven sacudi la cabeza para desestimar sus dudas. Chemosh me trajo aqu. No me abandonara a mi suerte. Reforzada la seguridad en s misma, Mina empuj la puerta para abrirla y se dispona a salir al patio cuando lo vio. Krell sala por detrs de un muro, procedente de la direccin del acantilado donde lo haba visto por ltima vez. La joven se qued completamente inmvil, sin osar respirar siquiera. Krell pas delante de ella a menos de dos metros. Si hubiera salido de su escondrijo un segundo antes habra tropezado con l. El Caballero de la Muerte era una imagen terrible de contemplar. El tormento abrasador de su vida condenada irradiaba intensamente rojo a travs de las rendijas para los ojos del casco de crneo de carnero. Mina saba que si se quitaba aquel casco resultara an ms espantoso ya que debajo no haba nada. Nada salvo el agujero abierto en la existencia donde haba estado su vida, y ese agujero era ms negro que la oscuridad dentro de un sepulcro cerrado y aislado dentro de una cripta olvidada. La armadura articulada y facetada decorada con la calavera y el lirio-estaba manchada con la sangre que Zeboim le haba hecho derramar durante los incontables das de tortura. Esa sangre reluca rojiza, fresca, como el da que la haba vertido en medio de sus gritos de dolor. La intensa lluvia no arrastraba esa sangre. Iba dejando huellas sangrientas a medida que caminaba. Vesta una espada que tintineaba contra su costado, pero su arma ms potente era el miedo. Poda utilizarlo para machacarle el espritu hasta reducirlo a una pulpa trmula del mismo modo que usara sus puos para desmenuzarle huesos y carne. El terror que irradiaba de l en oleadas alcanz a Mina, que se acobard y se encogi bajo su azote. Cuando se haba enfrentado al otro Caballero de la Muerte, lord Soth, iba armada con el poder del nico y blanda en la mano el arma del nico. Soth no tena poder sobre ella, y haba quedado enterrado bajo los escombros de su fortaleza. Mina ya no llevaba armadura. Chemosh le haba pedido que se desprendiera de ella como prueba de su fe en l. Deba enfrentarse al formidable Caballero de la Muerte con una camisa de pao empapada y pegada al esbelto cuerpo, lo que pareca poner en relieve el hecho de que era de suave y temblorosa carne mientras que l estaba hecho de acero y muerte. El miedo la paraliz. No poda moverse y se qued acuclillada en el umbral, con el estmago acalambrado y los msculos de las piernas contrados por dolorosos espasmos. Krell slo tena que girar la cabeza y la vera temblorosa en la puerta, acobardada como un enano

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gully. Ira hacia ella enfurecido y ella no podra hacer nada ms que encogerse ante l, amilanada. Mina cerr los ojos para no verlo. La tentacin de huir era abrumadora y luch para sobreponerse. Camin sola por el valle maldito de Neraka se dijo con los dientes apretados. Soport las pruebas de la Reina Oscura. Takhisis me tom en sus brazos y su gloria me abras la carne, y sin embargo ahora tiemblo ante ese pedazo de mierda. Es que slo soy valiente cuando una deidad me lleva de la mano? As es como espero demostrar mi vala a Chemosh? Mina abri los ojos y se oblig a mirar a Krell, con intensidad, fijamente. Dej de temblar y los espasmos de los msculos cesaron. Respir hondo un par de veces y se relaj. Krell no la haba visto ni la haba odo. Caminaba en lnea recta al tiempo que maldeca en voz alta por haber perdido a su presa y agitaba el puo al aire con rabiosa impotencia. Fuera cual fuese el tormento que le tena preparado, le decepcionaba mucho haber perdido la ocasin de llevarlo a la prctica. Mientras cruzaba la plaza de armas, la saa de su propia tortura lo sacuda. El viento de la ira de la diosa lo zarandeaba. Le costaba trabajo avanzar contra el ventarrn a pesar de ser fuerte y recio. Negros nubarrones bullan en lo alto. Los rayos se descargaban a sus pies y lanzaban fragmentos de piedra al aire; hubo una vez que incluso lo hicieron caer de rodillas. El casi constante estampido de los truenos sacuda el suelo. Tambalendose, Krell alz el puo al cielo, si bien no tent ms all la ira de la diosa, sino que emprendi una carrera al trote hacia la Torre del Lirio en medio del tintineo de la armadura. Mina esper a que hubiera recorrido la mitad de camino por la plaza de armas para ir en pos de l. Haba albergado la esperanza de que la diosa refrenara su rabia, que la tormenta amainara cuando ella saliera al patio. En seguida se desenga. En el momento en el que pis la plaza de armas, una rfaga de viento la zarande y la joven acab a gatas en el suelo. Una lluvia lacerante la golpe con fuerza cegadora. Al parecer, Zeboim no tena favoritos ni respaldaba a nadie. Al menos, Krell no se par en medio del cicln para mirar atrs por si lo seguan, sino que corri hacia la torre tan de prisa como se lo permitan sus pesadas zancadas. Mina se incorpor y avanz tras l merced a un denodado esfuerzo.

Krell tena un humor de perros. El Caballero de la Muerte nunca estaba de lo que podra llamarse buen humor, pero para l haba unos das mejores que otros. Algunos tena la suerte de disponer de un ser vivo a su alcance para divertirse. Otros, si Zeboim se hallaba dedicada a otros asuntos, poda recorrer la plaza de armas sin sufrir ms que un chaparrn. Y aquel da precisamente la Arpa del Mar deba de haberse plantado justo encima. Echando chispas y chorreando agua, Krell entr en la biblioteca, donde haba preparado todo por anticipado para su visitante, cuyo cuerpo destrozado y sangrante ahora serva de alimento a los tiburones. Krell se dej caer pesadamente en un silln y mir malhumorado el tablero de juego y el silln vaco que tena enfrente. Estaba harto de jugar al khas contra s mismo. Era un vido jugador de khas, como casi todos los Caballeros de Takhisis. Steel Brightblade haba bromeado en cierta ocasin al comentar que saber jugar al khas era un requisito para convertirse en miembro de la caballera, y no haba andado muy descaminado. Ariakan jugador excelente crea que el complejo juego enseaba a la gente a plantearse no slo sus propias estrategias sino tambin las de sus oponentes, de manera que les permita prever los movimientos de sus adversarios con mucho adelanto. Los buenos jugadores de khas resultaban buenos comandantes, o eso era lo que Ariakan pensaba.

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Krell y Ariakan haban pasado muchas horas ante el tablero de khas. El recuerdo de aquellas horas haba acudido impetuoso a la mente del caballero mientras tramaba el asesinato de su comandante. Ariakan siempre le haba ganado al khas. El tablero redondo del khas, con sus recuadros hexagonales negros, rojos y blancos, se hallaba en su sitio habitual, encima de un pedestal de hierro forjado que haba delante de un gran hogar abierto en el suelo. Las piezas de jade azabache y verde, talladas a mano, se enfrentaban unas a otras sobre el campo de batalla cuadriculado en negro, rojo y blanco. Krell se encontraba en mitad de una partida contra s mismo (juegos en los que ganaba por regla general), pero haba retirado las piezas con el propsito de ponerlas en su posicin de inicio. Ahora tendra que empezar otra vez. Enfurruado, alarg la mano enguantada, agarr un pen y lo movi al cuadrado adyacente. Solt el pen y estaba a punto de levantarse para ponerse en la silla que haba al otro lado del tablero cuando cambi de opinin. Utilizara otra apertura. Alarg la mano hacia el pen e iba a cambiarlo de posicin cuando una voz la voz de una persona viva le habl justo encima del hombro. No puedes hacer eso dijo Mina. Va contra las reglas. Has apartado la mano de la pieza y debe quedarse donde la pusiste. Ni en la vida ni en la muerte Ausric Krell jams se haba quedado tan estupefacto como en ese momento. Se gir velozmente para ver quin haba hablado. Era una mujer esbelta, con el cabello de un tono rojo ardiente como su ira y los ojos de color ambarino; llevaba la ropa empapada y sostena una palanca en las manos. La barra de hierro se diriga hacia su cabeza. Sobresaltado al verla con vida cuando haba dado por hecho que estaba muerta, impresionado por la temeridad de la mujer y por el hecho de que no estuviese postrada de terror ante l, y cogido por sorpresa por la repentina rapidez del ataque, Krell slo tuvo tiempo de soltar un furioso gruido antes de que la barra de hierro se descargara sobre su yelmo. Una ardiente llamarada alumbr la perpetua oscuridad en la que Krell viva y despus se apag. La negrura de Krell se hizo an ms negra. El golpe de Mina, asestado con toda la fuerza que le prestaban el miedo y la decisin, desprendi el yelmo de Krell del cuerpo y lo lanz rebotando y repicando por el suelo hasta que choc contra algunos cadveres que haba amontonados en un rincn. La armadura en la que su energa de muerto viviente estaba encerrada permaneci erguida, sentada en el silln, medio vuelta hacia ella, una mano todava extendida hacia la pieza de khas y la otra alzada en un gesto intil de frenar el ataque de Mina. La joven enarbolaba la barra en alto y observaba tanto el yelmo tirado en el suelo como la armadura sentada en el silln, lista para descargar otro golpe si cualquiera de las dos cosas haca el ms mnimo movimiento. El yelmo continu inmvil. La armadura tampoco se movi. Podra haber sido una de las que se exhiban en el palacio de un noble palanthino. Mina estaba a punto de soltar un suspiro trmulo y bajar la palanca, cuando la puerta se abri violentamente a su espalda y golpe contra la pared de piedra con un batacazo tan fuerte que falt poco para que se le parara el corazn del susto. Mina enarbol la barra y se gir rpidamente para enfrentarse a su nuevo adversario. La fuerte rfaga de viento preceda a la diosa. Zeboim pareca vestida de tormenta, con las ropas ondeando de forma continua, agitadas por los vientos cambiantes que giraban a su alrededor cuando entr en la estancia. Mina solt la palanca y cay de hinojos. -Diosa del Mar y la Tormenta, he hecho lo que promet. Lord Ausric Krell, el caballero traidor que asesin vilmente a tu hijo, ha sido aniquilado.

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Gacha la cabeza, Mina atisbo por debajo de las pestaas para ver la reaccin de la diosa. Zeboim pas a su lado sin mirarla, con los ojos verde mar clavados en la armadura manchada de sangre y en el yelmo, tirado en un rincn, lo nico que quedaba de Ausric Krell. Zeboim toc la armadura con las puntas de los dedos y despus le dio un empujn. La armadura se desmoron. Los guanteletes cayeron al suelo. La coraza se inclin en el silln. Las grebas se desplomaron a derecha e izquierda. Los botas siguieron rectas, sin moverse del sitio. Zeboim se aproxim al yelmo. Asom un delicado pie por debajo del repulgo y empuj desdeosamente el yelmo con la puntera. El casco de crneo de carnero se balance un poco y despus se qued quieto. Las cuencas vacas, oscuras como la muerte, miraban al vaco. Mina sigui de rodillas, inclinada la cabeza, con los brazos cruzados sobre el pecho en un humilde gesto implorante. El viento, escolta de la diosa, era glido y crudo, y Mina tiritaba de forma incontrolable. Por el rabillo del ojo sigui vigilando a la diosa. T hiciste esto, sabandija? demand Zeboim. T sola? S, majestad contest Mina con humildad. No te creo. Zeboim ech una rpida ojeada en derredor, como si estuviera segura de que tena que haber un ejrcito escondido en los estantes o un guerrero poderoso metido dentro de un armario. Al no encontrar ms que ratas, la diosa volvi la vista hacia Mina. Claro que eras la protegida de mam. Tiene que haber algo ms en ti de lo que se aprecia a simple vista. La voz de la diosa se suaviz, adquiri la calidez de la primavera, una ondulacin de aliento en el agua baada de sol. Has elegido una deidad nueva a la que seguir, pequea? Antes era sabandija. Ahora, pequea. Mina ocult una sonrisa. Haba visto venir esa pregunta y tena preparada la respuesta. Contest sin alzar la vista. Mi lealtad y mi fe estn con los muertos. Zeboim frunci el entrecejo, al parecer contrariada. Bah! Ahora Takhisis no puede hacer nada por ti. Una fe como la tuya debera ser recompensada. No pido que se me recompense repuso Mina. Slo deseo servir. Eres una embustera, pequea, pero una embustera tan divertida que lo pasar por alto. Mina alz los ojos hacia la diosa con una punzada de preocupacin. Acaso haba penetrado Zeboim en su corazn? Los tarados mentales del panten tal vez se traguen tu fingida piedad, pero yo no sigui, desdeosa, Zeboim. Todos los mortales desean una recompensa a cambio de su fe. Nadie da nada por nada. Mina respir ms tranquila. -Vamos, pequea aadi la diosa en tono persuasivo-. Arriesgaste la vida para destruir a ese gusano de Krell. Cul era la verdadera razn? Y no me digas que lo hiciste porque su traicin ofendi tu delicado sentido del honor. Mina alz los ojos para encontrarse con los de la diosa, de color gris verdoso. S que querra tener algo, si no es mucho pedir, majestad. Lo saba! exclam Zeboim, pagada de s misma. Qu quieres, pequea? Un arcn del mar repleto de esmeraldas? Un millar de collares de perlas? Tu propia flota naval? O quiz el legendario tesoro de los caballeros negros escondido abajo, en las criptas? Me siento generosa. Dime qu deseas y te lo conceder. -El yelmo del Caballero de la Muerte, mi seora -contest Mina-. Eso es lo que quiero. Su yelmo? -repiti Zeboim, estupefacta. Hizo un ademn desdeoso hacia el yelmo tirado en el suelo, cerca de la mano momificada de una de las vctimas de Krell. Ese montn

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de chatarra no vale nada. Un circo ambulante quiz te dara unas monedas por l, aunque dudo que siquiera a esa gente les interesara. A pesar de todo, es lo que quiero manifest la joven. se es mi deseo. Entonces, tmalo, por supuesto contest la diosa, que agreg entre dientes: Estpida mocosa. Podra haberte hecho ms rica de lo que imaginas. No s qu vera mi madre en ti. Mina se puso de pie. Consciente de que la irritada diosa la segua con la mirada, pas delante del tablero de khas, de la armadura desmoronada y de los dos sillones, y se dirigi al rincn del fondo. El yelmo de crneo de carnero estaba tirado en el suelo. Mina mir de reojo a Zeboim. Los iris siempre cambiantes de la diosa haban adquirido un matiz tan gris como los muros ptreos del alczar. Los incansables vientos agitaban su cabello y sus ropas. Quera atraparme se dijo Mina mientras se daba la vuelta. Que estuviera en deuda con ella al prodigarme riquezas. No ment. Mi lealtad y mi fe estn con los muertos, slo que no con los que ella cree. La joven recogi el yelmo y lo examin con curiosidad. Los cuernos del carnero se retorcan hacia atrs desde el espantoso crneo que formaba el visor. Cada caballero era libre de elegir su propio smbolo en el diseo de la armadura. A Mina le resultaba fascinante que Krell hubiese escogido un carnero. Deba de haber sentido la necesidad de demostrar algo. Levant el pesado yelmo y se lo puso torpemente bajo el brazo. Las puntas de los cuernos y los bordes dentados de acero se le hincaron en la carne. Algo ms? inquiri Zeboim con mordacidad. A lo mejor te apetece tener una de sus botas como recuerdo. Te lo agradezco, seora respondi Mina, que fingi no percatarse del sarcasmo e hizo una reverencia. Te honro y te venero. Zeboim resopl desdeosamente, sacudi la cabeza y observ a la joven con los ojos entrecerrados. Jurara que hay algo ms que quieres. Mina se oli una trampa. Intent descifrar qu se traa entre manos la diosa. Un viaje seguro desde esta maldita roca? sugiri Zeboim. Mina se mordi los labios. Quiz haba llegado demasiado lejos. La diosa de las olas podra ahogarla sin ningn problema. S, majestad contest con el tono ms humilde que pudo darle a su voz. Aunque tal vez sea ms de lo que merezco. Ahrrate esa actitud rastrera para aquellos a quienes les guste espet Zeboim, taciturna -. Empiezo a lamentar haberte otorgado mi favor. Creo que voy a echar de menos atormentar a Krell. No me habis hecho ningn favor, seora, se dijo Mina para sus adentros. Esper, tensa, el veredicto de la diosa. Ni siquiera Chemosh podra protegerla cuando se hiciera a la mar, que era jurisdiccin de Zeboim. La diosa lanz a Mina y al yelmo una ltima mirada que result desdeosa y burlona. Luego gir sobre sus talones y abandon la biblioteca. El viento de su ira aull y se descarg sobre Mina, sacudindola implacable hasta que a la joven no le qued ms opcin que ponerse a gatas para eludir su azote. Se qued agazapada, gacha la cabeza y ceido el yelmo entre sus brazos, mientras el viento la flagelaba. Entonces renaci la calma. El viento exhal un ltimo e irritado siseo ante de amainar por completo. Mina suspir profundamente. sa era la respuesta de la diosa o, al menos, confiaba en que lo fuera. Se incorpor tan de prisa que se tambale y a punto estuvo de caer de nuevo. Los encuentros con el Caballero de la Muerte y con la diosa la haban dejado exhausta, tanto fsica como psquicamente. Estaba muerta de sed y, a pesar de los abundantes charcos de lluvia, casi tan grandes y profundos como estanques, el agua tena un aspecto oleoso y ola a sangre.

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No la bebera ni por todos los collares de perlas del mundo. Y an le quedaba regresar a la Escalera Negra, descender por aquellos peldaos rotos y resbaladizos hasta el pequeo velero que esperaba abajo y despus realizar la travesa por la mar gruesa, los senos de una deidad furiosa. Ech a andar cansinamente hacia la puerta. Al menos la tormenta haba amainado. La tromba de agua se haba convertido en una susurrante llovizna. El viento estaba en calma, aunque de vez en cuando resurgan rachas violentas y cortas. Bien hecho, Mina dijo Chemosh. Estoy satisfecho. Mina levant la cabeza y mir a su alrededor con la esperanza de que el dios estuviese all con ella, en el Alczar de las Tormentas. No se lo vea por ningn sitio y la joven comprendi al punto que haba sido tonta al pensar que podra haber ido a la isla. Zeboim seguira vigilndola y la presencia del dios lo desvelara todo. -Me alegra haberte complacido, mi seor -musit Mina, para quien el elogio de Chemosh actu como una hoguera que le dio calor. Zeboim cumplir su promesa y mantendr la mar en calma. Te admira. Todava alberga la esperanza de ganarte para su causa. Jams, mi seor respondi con firmeza la joven. Lo s, pero ella no lo sabe y, en consecuencia, no pongan a prueba su paciencia mucho tiempo. Tienes el yelmo de Krell? S, seor. Lo llevo conmigo, como ordenaste. Mantenlo a buen resguardo. S, seor. Que los vientos te traigan en seguida a mis brazos, Mina dijo el Seor de la Muerte. Ella sinti un roce en la mejilla, un beso depositado en su piel. Se llev la mano a la cara, cerr los ojos, y se deleit con la calidez de la caricia. Cuando abri los ojos, haba recuperado las fuerzas como si hubiese comido y bebido. Pensando en la seguridad del yelmo, despoj a uno de los muchos cadveres de la capa harapienta y envolvi en ella la pieza de armadura, tras lo cual asegur el paquete con el cinturn que quit a otra de las vctimas. Acarreando el yelmo en el envoltorio, sali de la Torre del Lirio y cruz la plaza de armas, en direccin a la Escalera Negra y a su pequeo velero.

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Desde su ventajosa posicin en el cielo, Zeboim observ cmo el balandro de Mina se meca a travs de las aguas del mar que resplandecan con el sol y se diriga hacia una franja de costa desierta y rocosa. Siendo una diosa impaciente y cruel, Zeboim podra haber levantado una ola para que volcara la pequea embarcacin o llamar a un dragn marino para que la devorara o infinidad de cosas ms con las que atormentar o matar a la mortal. Eso no habra significado nada para ella, que a veces hunda barcos llenos de almas vivientes y mandaba a pasajeros y tripulantes a una muerte aterradora por ahogamiento o los vea sufrir durante das y das, acurrucados en los minsculos botes salvavidas hasta que moran de sed y la exposicin a condiciones climticas extremas, o los devoraban los tiburones. Zeboim disfrutaba con sus splicas desesperadas. Le encantaba orlos invocarla. Le prometan cualquier cosa con tal de que les perdonara la vida. A veces no les haca caso y los dejaba morir. Otras escuchaba sus plegarias y los salvaba. No actuaba simplemente por capricho, como a menudo se la acusaba por parte de los mortales y de los otros dioses. Era una diosa inteligente, calculadora, que saba cmo actuar ante un pblico. Los marineros muertos no dejaban regalos en sus altares ni alzaban al cielo cantos de alabanza para ella. Pero los marineros que escapaban a la muerte por ahogamiento jams pasaban ante un santuario de la Diosa del Mar sin detenerse para dejar una muestra de su gratitud. Los marineros que teman ahogarse le hacan las mejores ofrendas con la esperanza de ganarse su favor. A fin de conseguir que todos regresaran a ella, Zeboim tena que ahogar a unos pocos de vez en cuando. Otro tanto ocurra con huracanes y maremotos, inundaciones y ciclones. El hombre que vea a su hijo arrastrado por un torrente clamaba su nombre para bendecirla o para maldecirla, dependiendo de si su mano bajaba y sacaba al chico o lo mantena bajo las aguas. Bendiciones o maldiciones, ambas cosas eran alimento en su mesa ya que a la siguiente estacin de lluvias ese hombre acudira a su santuario para suplicarle que perdonara la vida de sus otros hijos. En lo relativo a decidir quin vivira y quin deba morir, Zeboim era un tanto antojadiza en este sentido. Lo mismo era capaz de ahogar al propietario del barco, que haba pagado para construir un nuevo santuario, y dejar vivo al grumete, que haba dejado de ofrenda un cntimo doblado, y eso porque su madre lo haba obligado. Era capaz de ahogar a sus propios clrigos con tal de tener en vilo a todo el mundo. En cuanto a Mina, la joven intrigaba a la diosa. Cierto, Zeboim la haba menospreciado durante la conversacin sostenida entre las dos, pero todo haba sido un montaje. Nunca otorgaba a un mortal el poder que implicaba dejar ver que gozaba ms de su favor que los dems. Aunque Zeboim haba despreciado a Takhisis, tena que admitir que su madre tena talento para encontrar buenos servidores, y la tal Mina era osada e inteligente, valerosa y fiel; toda una alhaja entre los mortales. Quera que Mina la adorara, y mientras vea cmo el velero llegaba sin problemas a la costa y la joven bajaba de l, cargada con el envoltorio en el que llevaba el yelmo del Caballero de la Muerte, la diosa baraj distintos planes para intentar ganrsela. Y, por las apariencias, la cosa no poda empezar mejor. El santuario de la Diosa del Mar fue al primer sitio al que acudi la chica despus de desembarcar para dar las gracias por el viaje exento de peligros. La oracin de Mina fue corts y adecuadamente respetuosa, y, aunque Zeboim habra preferido ms adulacin y tal vez incluso unas cuantas lgrimas sinceras, se sinti satisfecha. Se envolvi en nubes de tormenta y, al no tener nada mejor que hacer, regres al Alczar de las Tormentas para arrastrar el alma de Krell de vuelta a su prisin, desde fuera cual fuera el plano inmortal en el que se hallara. A lo mejor el desdichado acariciaba la idea de que poda esconderse de ella.

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Una rfaga de viento y un destello de relmpago anunciaron su llegada a la Torre del Lirio. Se cruz de brazos y contempl fijamente la armadura vaca con una sonrisa malvola. Sin duda tu alma miserable corre en crculos intentando encontrar el camino para escabullirse de esta existencia maldita, Krell. Tal vez piensas que escapars de m esta vez. No vas a tener esa suerte. Mi brazo es largo y llega lejos. Zeboim adecu los actos a las palabras. Extendi el brazo y busc dentro de la armadura. Slo tengo que agarrarte por el pelo y sacarte a rastras... Esperando ver el alma de Krell, acobardada y gemebunda, retorcindose entre sus dedos, Zeboim sac la mano y se la mir. Estaba vaca. Zeboim mir el plano inmortal en busca del alma de Krell. Estaba vaco. La diosa golpe la armadura metlica, que se desintegr en fragmentos pequeos como motas de polvo. Estaba vaca. Dentro no se esconda nada para intentar escapar de su ira. Rpida como un viento huracanado, Zeboim recorri el alczar y rebusc en cada grieta y en cada rincn. Estuvo tentada de demoler la fortaleza, piedra a piedra, pero slo perdera el tiempo. Comprendi la verdad. La supo en el momento que toc la armadura vaca. Detestaba admitirlo. Krell se haba ido. Se le haba escapado. Zeboim volvi a ver a Mina arrodillada, volvi a escuchar sus palabras. Mi lealtad y mi fe estn con los muertos. Ah, qu lista, pequea zorra. Zeboim barbot un juramento. Maquinadora, ladrona, lista zorrita. Mi lealtad est con los muertos. No te referas a mi madre. Te referas a Chemosh! Pronunci el nombre con un estallido de rabia que hizo que el mar espumajeara, borbotara y se agitara. Los vientos de tormenta aullaron, los ros se desbordaron. La ira de Zeboim sacudi hasta los cimientos del propio Abismo, donde Chemosh percibi su furia y sonri.

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Chemosh deambul por el mundo mientras esperaba a que Mina regresara con l. Trat de interesarse en lo que ocurra, pues se estaban desarrollando acontecimientos que afectaran a sus planes y ambiciones. Observ con preocupacin el incremento y el despliegue de las fuerzas de minotauros en Silvanesti. Sargonnas se afianzaba para asumir el control del panten de la Oscuridad y no pareca que en ese momento se pudiera hacer nada para impedrselo. Chemosh tena algunas ideas respecto a eso, pero an no estaba preparado para ponerlas en prctica. Paciencia. sa era la clave. Quien mucho corre, pronto para. Tambin se dej caer por all para echar una ojeada a Mishakal, ya que la haba aadido recientemente a su lista de deidades que ponan en peligro su ambicin. Nunca lo hubiera credo, pero la diosa a la que antao se la conoca por su carcter dulce, sin pretensiones, se haba mostrado muy belicosa en los ltimos tiempos. Empezaba a molestar seriamente a Chemosh, pues sus clrigos no se limitaban a sentarse junto a los lechos de los enfermos, sino que hostigaban a los suyos, echaban abajo sus templos y mataban a sus zombis. S, cierto, a l no le gustaban mucho los zombis, pero eran suyos y matarlos se converta en una afrenta hacia l. Tambin se ocupara pronto de eso. Planteara a Mishakal y a sus clrigos hacedores del bien un oscuro misterio que se veran obligados a resolver, siempre y cuando Mina resultara ser todo lo que l pensaba y esperaba que fuera. Los otros dioses no representaban una amenaza digna de tenerse en cuenta. Kiri-Jolith estaba centrado en restablecer su culto entre los Caballeros de Solamnia y otros individuos de mentalidad belicosa. Chislev danzaba con los unicornios en sus bosques, regocijada de haberlos recobrado. Majere observaba a una mariquita que trepaba por el tallo de un diente de len y se maravillaba con la perfeccin de ambos, el insecto y la flor. Los dioses de la magia se hallaban inmersos en su propia poltica y en discutir qu hacer con ese azote de la baja hechicera que haba asomado su juguetona cabeza en su bien ordenado mundo. Los dioses de la Neutralidad se dedicaban a mostrarse firmemente neutrales y sin comprometerse con nadie por miedo a que incluso un estornudo pudiera desestabilizar el delicado equilibro e inclinarlo a uno u otro lado. Algo iba a romperlo, y no precisamente un estornudo. Mina era la pesa dorada en la mano del Seor de la Muerte, la pesa dorada que caera en los platillos de la balanza y los desequilibrara por completo. Chemosh no las haba tenido todas consigo respecto a que Mina saliera con xito de la empresa que le haba encomendado. Saba que era una mortal extraordinaria, pero era mortal y, adems, humana, una combinacin a menudo insatisfactoria. Se sorprendi agradablemente cuando la joven baj de la pequea embarcacin llevando en los brazos el envoltorio con el yelmo. Ms que sorprendido, estaba admirado. Haban pasado eones desde que un humano haba despertado su admiracin. El lugar de encuentro acordado era un antiguo templo dedicado a su culto, en la costa de Solamnia. La haba estado esperando all, con cuidado de no dejarse ver, puesto que Zeboim vigilara a Mina mientras la joven navegara por el mar y puede que incluso despus de que desembarcara. As pues, haba mandado a Mina que hiciera una visita al santuario de la diosa para que sta no sospechara nada. El templo en el que se encontraron haba sido en tiempos un mausoleo que una afligida noble haba mandado construir para su difunto esposo. El nombre familiar, grabado en la parte frontal del mausoleo, apareca erosionado, al igual que el escudo de armas. La mansin estaba en ruinas y slo quedaban los cimientos debido a que los residentes locales se haban llevado los materiales utilizados en su construccin para reedificar los hogares daados durante el Primer Cataclismo. No obstante, el mausoleo permaneca intacto y en unas condiciones relativamente buenas. Nadie haba osado tocarlo porque, segn la leyenda, todava se poda

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or el quejumbroso lamento de la afligida viuda y se vea su figura fantasmal que sollozaba en la escalera de mrmol. Construido en mrmol negro, el mausoleo era casi un pequeo pabelln. Cuatro esbeltas torres adornadas con tallas se alzaban en las cuatro esquinas del tejado de pronunciadas vertientes y acabado en pico, rodeado por una delicada filigrana de hierro fundido. Un prtico de columnas al final de la escalera de mrmol resguardaba una enorme puerta de bronce. Dentro del mausoleo, dos hileras de esbeltas columnas se erguan cual centinelas a ambos lados de la inmensa tumba de mrmol, adornada con el escudo de armas familiar y repleta de bajorrelieves que representaban los momentos ms destacados de la vida del hombre que reposaba en ella. La noble dama haba construido un altar al fondo del mausoleo y lo haba dedicado a Chemosh. All haba acudido a rezar diariamente al Dios de la Muerte y a jurar que no abandonara aquel lugar hasta que le devolviera a su esposo. Puesto que el espritu del marido haba seguido su camino, Chemosh no haba podido responder a su plegaria, pero s se ocup de que la mujer cumpliera su promesa. Al volver al mundo, Chemosh haba encontrado a su fantasma todava all, llorando en la escalera. Haba olvidado lo molesto que le haba resultado su lloriqueo y al final la haba liberado para que se reuniera con su esposo. Se pregunt si no se estara volviendo un poco romntico. Entr en el templo y mir a su alrededor. El mausoleo estaba bien construido. El agua no se filtraba por el tejado; el interior permaneca seco y no haba humedad ni moho. Dentro slo haba un cadver decentemente inhumado. No haba un revoltijo de tibias y calaveras. Los seguidores de Chemosh, sin dejarse intimidar por el fantasma, se haban instalado en el mausoleo durante la Guerra de la Lanza y haban permanecido all hasta que el robo del mundo los haba privado de su dios. Le complaci advertir el hecho de que haba sido un grupo inusitadamente ordenado que limpiaba despus de los ritos, por lo que no haba cera derretida en el pao del altar ni manchas de sangre en el suelo ni fragmentos de huesos en el estrado. Chemosh encontr cierta evidencia de que alguien ya fuera uno de esos nuevos y equivocados nigromantes o un ladrn de tumbas haba entrado haca poco. Quienquiera que fuera haba intentado correr la tapa del sepulcro mediante una palanca. La tapa de mrmol pesaba muchsimo y su intento haba sido fallido. Tambin haban saqueado el altar, del que se haban llevado un par de candelabros dorados y un cliz con rubes incrustados, objetos que recordaba claramente ya que no perda la pista de sus objetos sagrados. En los viejos tiempos ningn ladrn se habra atrevido a incurrir en mi iradijo mientras frunca el entrecejo con rabia. Gracias a nuestra difunta y no llorada reina, nadie tiene respeto a los dioses en la actualidad. Pero eso cambiar. Un da no muy lejano, cuando los mortales pronuncien el nombre de Chemosh lo harn con respeto y sobrecogimiento. Lo pronunciarn con temor. Mi seor Chemosh. -Mina dijo su nombre, pero no con temor, sino con amor y reverencia. Chemosh abri la puerta de bronce y la encontr parada en la escalera de mrmol. Estaba empapada, desaliada, con las manos ensangrentadas y magulladas, agotada hasta el punto de desplomarse. Los ojos ambarinos brillaban con la clida luz roja de Lunitari. Le hizo una reverencia y le tendi el yelmo del Caballero de la Muerte, Ausric Krell. Como lo ordenaste, mi seor dijo. Entra. Ponte a resguardo de miradas indiscretas. Agarr a la joven y la hizo pasar al mausoleo, tras lo cual cerr las grandes puertas de bronce. Qu fra tienes la mano. Helada como la muerte dijo, y le complaci verla sonrer por la pequea broma. Ests empapada hasta los huesos. Ven, te haremos entrar en calor. Estaba ansioso por comprobar si su encantamiento haba funcionado y si haba conseguido realmente capturar a Krell, pero Mina le preocupaba. La joven casi no poda

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caminar por los temblores que la sacudan. Chemosh chasque los dedos y un fuego se encendi en un brasero del altar. Mina se acerc a l con alivio y alarg las manos hacia la fuente de calor. La blusa de batista, empapada, se le pegaba al cuerpo y perfilaba la redondez de los pechos, que eran blancos y suaves como el mrmol del altar. l repar en los senos, temblorosos por la tiritera, que suban y bajaban con la respiracin. Sus ojos se desviaron hacia el hueco de la garganta, una tentadora sombra de oscuridad a la luz del fuego, hacia el rostro, a la curva de los labios, a la firme barbilla, a los extraordinarios ojos ambarinos. Chemosh se sorprendi a sentir que el corazn le lata ms de prisa y que se le cortaba la respiracin. No era nada nuevo que los dioses se enamoraran de mortales; Zeboim haba sido una de ellos e incluso haba llegado tan lejos como para dar a luz a un hijo semimortal. Chemosh nunca haba entendido cmo se poda sentir uno atrado por un mortal, con sus mentes limitadas y sus vidas fugaces, y tampoco se entendi a s mismo en ese momento. El propsito de seducir a Mina era un puro asunto de inters, al menos en lo concerniente a s mismo. Hara el amor a la joven y la cogera en una trampa, la obligara a depender de l. Ahora se senta entre divertido y enfadado por experimentar deseo. El deseo era una seal de debilidad por su parte. Tena que dominarlo, centrarse en la meta de convertirse en rey. Mina sinti la mirada prendida en ella. Se volvi a mirarlo y debi de ver sus pensamientos reflejados en los ojos porque le sonri, y el mbar de sus iris se torn clido. Chemosh apart bruscamente esos pensamientos y la mirada de la joven. El trabajo estaba antes que el placer. Puso el yelmo sobre el altar y mir con ansia el interior. En las sombras del Abismo distingui la pequea y reseca alma de Ausric Krell. Una violenta rfaga de viento azot el mausoleo, sacudi los rboles y arranc las hojas de las ramas. Los truenos retumbaron con frustracin contra el templo. La furia alumbr el cielo nocturno y las lgrimas de clera ahogaron las estrellas. Dentro del mausoleo todo era acogedora calidez. Chemosh sostuvo el espritu entre el pulgar y el ndice y observ cmo Krell se retorca, igual que un ratn apresado por la cola. Me juras lealtad, Krell? demand el dios. S, mi seor. La voz del caballero muerto son lejana, minscula y desesperada-. Lo juro! Hars lo que te pida? Obedecers mis rdenes sin rechistar? Lo que sea, mi seor asegur Krell. Slo tienes que mantener lejos de m las garras de la Arpa del Mar. Entonces, a partir de este momento, Ausric Krell, me perteneces enton Chemosh con solemnidad al tiempo que soltaba el espritu sobre el altar. Zeboim no tiene dominio sobre ti. No puede encontrarte porque ests escondido y a salvo en mi oscuridad. Durante todo el tiempo era consciente de que Mina lo observaba, los ojos ambarinos muy abiertos por el sobrecogimiento y la admiracin. Le complaci que se impresionara hasta que se le pas por la cabeza la idea de que estaba comportndose como un colegial que alardeara para que lo viera una niita tonta. Hizo un ademn irritado con la mano y Ausric Krell, vestido con la armadura de su maldicin, apareci frente al altar. Los rojos ojos, relucientes como ascuas encendidas, recorrieron el entorno con desconfianza en un vistazo de reconocimiento. No es ninguna trampa, Krell, como puedes ver manifest Chemosh, que aadi en voz rechinante: Al menos podras darme las gracias. El caballero hinc trabajosamente una rodilla en el suelo en medio de tintineos y ruidos metlicos. Mi seor, te doy las gracias. Estoy en deuda contigo. Lo ests, Krell. Y jams lo olvidars. Tus rdenes, mi seor?

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Los pensamientos de Chemosh no dejaban de desviarse hacia Mina, y el Caballero de la Muerte empezaba a resultarle una molestia insoportable. Todava no tengo rdenes para ti dijo. Le estoy dando vueltas a un plan en el que tomars parte, pero an no es el momento adecuado. Tienes permiso para marcharte. S, mi seor. Krell hizo una reverencia y ech a andar hacia la puerta. A mitad de camino se detuvo y gir sobre sus talones, desconcertado. Marcharme adonde, mi seor? -A donde quieras, Krell -replic Chemosh, impaciente. Tena los ojos puestos en Mina, igual que los de la joven estaban prendidos en los de l. Puedo ir a cualquier parte? Krell quera estar completamente seguro-. La diosa no puede alcanzarme? No, pero yo s puedo dijo Chemosh, que perda la paciencia por momentos-. Ve a donde quieras, Krell. Lleva a cabo cualquier barbaridad que se te ocurra, pero no aqu. As lo har, mi seor! Krell hizo otra reverencia. En ese caso, mi seor, si no me necesitas para nada ms... Lrgate, Krell. Esperar tu llamada, mi seor. Hasta entonces, me despido. Adis. Krell sali del mausoleo acompaado del tintineo metlico de la armadura. Chemosh cerr de golpe la puerta de bronce tras l y la atranc. -Crea que habas sido muy hbil al capturar a ese desdichado, Mina, pero ahora veo que podra haber mandado a un enano gully a buscarlo. -Chemosh le sonri para que comprendiera que estaba bromeando y alarg las manos hacia la joven, que las agarr y se acerc a l. Y cul va a ser mi recompensa, mi seor? Los ojos ambarinos brillaban; su cabello era una llamarada roja y dorada. Las manos apretaban las suyas y el dios sinti la suavidad de la piel recubriendo la dureza de los huesos. Poda percibir la sangre palpitante que circulaba por las venas y ver el latido de la vida en el hueco de la garganta. Estrechndola contra s, se deleit con su calidez, la calidez de la vida, la calidez de la mortalidad. Cmo he de servir a mi seor? -pregunt Mina. As contest y la tom en sus brazos. Le bes los labios. Le bes el hueco de la garganta. Le quit la blusa que la cubra y, cindola, oprimi la boca contra el seno, por encima del corazn. El beso abras la carne, que empez a ennegrecerse con su tacto. Mina grit. Se puso rgida y se retorci de dolor mientras forcejeaba entre sus brazos. l la retuvo con firmeza, pegada contra s. Y entonces, muy despacio, se apart. La joven se estremeci, suspir. Abri los prpados y lo mir a los ojos. Despus, con un gesto de dolor, baj la vista a su seno. Tena una marca, la huella de sus labios, grabada a fuego en la piel. Eres ma, Minadijo Chemosh. El beso haba traspasado carne y hueso y haba llegado al corazn. La joven senta rebullir en su interior el poder que acababa de darle y se inclin hacia l con los labios entreabiertos, anhelando que la besara una y otra vez. Soy tuya, mi seor. El deseo, doloroso, se adue de Chemosh, que ya no se lo cuestion. La tomara, la hara suya, pero necesitaba estar seguro de que ella lo entenda. No sers una esclava para m, como lo fuiste de Takhisis. Le acarici el cuello, pas los dedos sobre la huella dejada por su beso. La carne estaba chamuscada y empezaba a formarse una ampolla donde sus labios la haban tocado. Recorri con el dedo el trazo del negro estigma de su beso.

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Sers mi Suma Sacerdotisa, Mina. Saldrs al mundo a ganar seguidores para m, seguidores que sean jvenes, fuertes y hermosos como t. Ser su dios, pero t sers su seora. Tendrs poder sobre ellos, un poder absoluto, el poder de la vida y la muerte. Qu aliciente puedo ofrecerles, mi seor? inquiri Mina. A los jvenes no les gusta pensar en la muerte... Les dars un regalo mo. Un don de valor excepcional, uno que la humanidad ha deseado desde el principio de los tiempos. Har con gusto lo que me pidas, mi seor dijo Mina, que respiraba de forma entrecortada. Chemosh le retir el rojo cabello con la mano. Los sedosos mechones se enredaron en sus dedos. Los labios de la joven eran clidos y anhelantes, tan clidos como su carne, que se rindi a su contacto. Estrech fuertemente su cuerpo contra el suyo. Ella se le entreg con apasionado desenfreno, y Chemosh dej de preguntarse cmo poda un dios hallar placer en los brazos de una mortal. Slo se pregunt por qu haba tardado tanto en descubrirlo.

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LIBRO II CENIZAS

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El palanqun negro lleg a la ciudad de Staughton por la maana temprano el primer da de primavera, una festividad conocida como Alborada. Los festejos incluan una feria, un banquete y el Baile de la Flor. Siendo una de las festividades del calendario ms populares, la celebracin de la Alborada atraa multitud de gente a Staughton todos los aos. Aunque el da todava era slo una franja roja y clida en el horizonte, las puertas que daban acceso a la ciudad amurallada, situada al norte de Abanasinia, ya se encontraban atascadas de gente. Las colas avanzaban rpidamente porque los guardias estaban de buen humor, como la mayora de las personas que formaban las filas. La Alborada sealaba el final del fro y oscuro invierno y el regreso del sol. Era una fiesta ruidosa con la que se celebraba la vida. Habra bebida, baile, risa y jolgorio. Los participantes despertaran al da siguiente con dolor de cabeza, recuerdos borrosos y una vaga sensacin de remordimiento, lo que significaba que deban de haberlo pasado en grande. A los bebs que nacan nueve meses despus de esa noche se los llamaba hijos de la primavera y se los consideraba afortunados. Tras esta festividad siempre haba bodas que se celebraban con precipitacin. La propia ndole del festejo atraa a todos los znganos y maleantes que haba en kilmetros a la redonda: rateros, cortabolsas, timadores, busconas y jugadores. Los guardias saban que era intil tratar de impedirles que entraran en la ciudad; los que fueran rechazados en una de las puertas lo intentaran por otra y al final encontraran el modo de pasar. El corregidor les haba dicho a los guardias que no haca falta que retuvieran la fila por hacer demasiadas preguntas a la gente, que as se enfadara, y l quera que se gastara dinero en los puestos del mercado, en posadas y en tabernas. S tenan orden de rechazar a todos los kenders, pero eso era ms que nada por cubrir el expediente. Tanto los guardias como los kenders saban que, para el medioda, estos ltimos abarrotaran alegremente la ciudad. El invierno haba sido benigno en esta parte de Abanasinia, as que entre eso y la muerte de la temible Beryl haba mucho que celebrar. Algunos sugirieron que tambin deberan celebrar el retorno de los dioses, pero la mayor parte de los habitantes de la ciudad tena sentimientos encontrados al respecto. Staughton siempre se haba considerado una ciudad virtuosa. La gente ech de menos a los dioses cuando desaparecieron la primera vez, durante el Primer Cataclismo, pero la vida continu y la gente se acostumbr a que los dioses no estuviesen por all. Entonces los dioses regresaron y la gente se alegr de verlos de nuevo, y la vida sigui con los dioses igual que haba seguido sin ellos. Los dioses volvieron a marcharse durante el Segundo Cataclismo, y en esta ocasin la gente estaba tan ocupada en seguir adelante con la vida que apenas lo not. Ahora los dioses haban vuelto otra vez y todo el mundo deca que estaba contento, pero en realidad todo era tan aburrido... Que si ahora cerrar los templos; que si ahora abrirlos; que cerrarlos; que volver a abrirlos. Y, mientras tanto, la vida segua. Staughton haba sido una villa de unos doscientos vecinos en la poca del Primer Cataclismo. Haba crecido y prosperado en los siglos transcurridos desde entonces. Su poblacin rondaba los seis mil habitantes en la actualidad y haba sobrepasado las murallas en dos ocasiones, de forma que se haban derribado, se haban desplazado y se haban vuelto a levantar. Haba ahora una parte interior, que se llamaba la Ciudad Antigua, un anillo exterior conocido como la Ciudad Nueva, y otra ampliacin que, de momento, no tena un nombre oficial pero a la que en la localidad se referan a ella como la ms nueva. Todas las partes de la ciudad aparecan limpias para la ocasin y engalanadas con banderitas y flores de primavera. La juventud se despert temprano, ansiosa de que la diversin empezara. ste era su da de jolgorio, un da en el que los padres y las madres se quedaban convenientemente ciegos a los besos robados y a la medianoche como hora marcada para volver a casa.

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ste era el da y tal era el talante de la ciudad y de sus gentes cuando el palanqun negro, movindose lenta y majestuosamente, apareci en la calzada que llevaba a la poblacin. De inmediato llam la atencin. Los que aguardaban en la fila y lo vieron en primer lugar lo contemplaron con asombro y despus tiraron de la manga a los que tenan delante para decirles que se volvieran para mirar. A no tardar, toda la hilera de gente que esperaba para entrar en la ciudad estiraba el cuello y lanzaba exclamaciones maravilladas al verlo. El palanqun no se sum a la fila sino que avanz calzada adelante, hacia las puertas. La gente se apart a un lado para dejar que pasara. Un silencio asombrado e intranquilo cay sobre la multitud. Nadie, desde el noble caballero hasta el mendigo itinerante, haba visto nada semejante. Las cortinillas eran de seda negra y se mecan suavemente con el movimiento de los porteadores. La caja era negra e iba orlada con brillantes calaveras doradas. Las porteadoras, porque eran mujeres, eran las que ms llamaban la atencin: cuatro humanas, de ms de metro ochenta de estatura y musculosas como hombres. Se parecan todas y eran muy bellas. Vestan tnicas negras de una tela transparente que se les pegaba al cuerpo, de manera que pareca que casi se poda ver a travs del vaporoso tejido, que ondeaba con el movimiento de sus pasos. No miraban ni a izquierda ni a derecha, ni siquiera a unos jvenes ebrios que les gritaron al pasar por delante. Andaban con gesto fro e impasible, el peso de su carga transportado sobre los hombros con facilidad. Los que consiguieron apartar la mirada de las porteadoras echaron un vistazo al interior del palanqun para tratar de ver a la persona que viajaba en l. Las cortinillas negras, gruesas y rematadas con una pesada orla de cuentas doradas, obstruan la vista. Mientras el palanqun pasaba, un hombre -clrigo de Kiri-Jolith reconoci las calaveras doradas que adornaban los costados. Cuidado, pequeos advirti mientras corra para agarrar a unos chiquillos bulliciosos que corran al lado del palanqun. Esas calaveras son smbolos de Chemosh! De inmediato se corri la voz por la fila de la gente de que la persona que viajaba en el palanqun era un clrigo del Seor de la Muerte. Algunos temblaron con un escalofro y desviaron la mirada, pero la mayora se sinti intrigada. Del palanqun no irradiaba la sensacin de miedo; por el contrario, una dulce fragancia de perfume penetrante emanaba por las cortinillas al mecerse stas. El clrigo de Kiri-Jolith, que se llamaba Lleu, vio que la gente senta curiosidad, no miedo, y ello le caus inquietud al no saber qu hacer. Los clrigos de todos los dioses haban esperado que Chemosh intentara asir las riendas del poder que manejaba Sargonnas. Durante un ao, desde el retorno de los dioses, los clrigos haban especulado respecto al audaz paso que dara. Por lo visto, Chemosh ya se haba puesto en marcha finalmente. Lleu advirti que muchos lo observaban con expectacin, esperando que montara un nmero. Guard silencio mientras las extraas porteadoras pasaban junto a l, si bien clav la vista en las cortinillas para tratar de atisbar quin iba dentro. Una vez que el palanqun hubo pasado, dej su sitio en la fila para, caminando al margen de la multitud, seguirlo discretamente. Cuando el palanqun llegara a las puertas, la persona que iba dentro tendra que identificarse a los guardias, y Lleu se propona echarle una ojeada. No obstante, muchos otros haban tenido la misma idea y la multitud se adelant en tropel, de forma que se apelotonaron detrs del palanqun mientras se daban codazos para tener mejor vista. Los guardias, al or que aquello tena algo que ver con Chemosh, haban enviado a un corredor de la guarnicin a pedir instrucciones al corregidor. El corregidor lleg a caballo para encargarse de la situacin e interrogar personalmente a esa persona. Se hizo un profundo silencio en la multitud cuando el palanqun lleg a las puertas, y todos esperaron descubrir algo del misterioso ocupante.

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El corregidor ech un vistazo al palanqun y a las mujeres que lo transportaban y se rasc la mejilla en un gesto obvio de no saber cmo proceder. Mi seor corregidor salud en voz baja Lleu, si puedo servirte de ayuda... Hermano Lleu, me alegra verte de vuelta! exclam el corregidor con alivio. Se inclin en la silla para mantener un breve intercambio Crees que es un clrigo de Chemosh? Es lo que creo, seor respondi Lleu. Clrigo o sacerdotisa. Ech una ojeada al palanqun. Las calaveras doradas son las de Chemosh, sin lugar a dudas. Qu hago? El corregidor era un fornido hombretn acostumbrado a ocuparse de reyertas tabernarias, no de mujeres de un metro ochenta cuyos ojos no se movan y que cargaban con un palanqun que transportaba a un viajero desconocido. Les mando largarse con viento fresco? Lleu estuvo tentado de responder afirmativamente. La llegada de Chemosh no era buena seal para nadie, de eso estaba seguro. El corregidor tena autoridad para negar la entrada a cualquiera por cualquier razn. Chemosh es un dios del Mal. Creo que estara dentro de tu jurisdiccin... Hacer qu? inquiri una voz de mujer que temblaba de indignacin. Prohibir al representante de Chemosh el paso a vuestra ciudad? Supongo que eso significa que lo siguiente que haris ser prender fuego a mi santuario y expulsarme a m! Lleu suspir profundamente. La mujer vesta los ropajes verdes y azules propios de una sacerdotisa de Zeboim. La ciudad de Staughton se alzaba a orillas de un ro. Zeboim era una de las diosas ms populares de la ciudad, sobre todo en la estacin de lluvias. Si el corregidor negaba el acceso al representante de uno de los dioses de la oscuridad, se correra el rumor de que Zeboim sera la siguiente en marcharse. Deja que pasen dijo Lleu, que agreg en voz alta para que la muchedumbre lo oyera-: Los dioses de la luz fomentan el libre albedro. No le decimos a la gente en qu puede creer o en qu no. -Ests seguro? -pregunt el corregidor, ceudo-. No quiero ningn problema. Es lo que te aconsejo, mi seor. La decisin, por supuesto, es tuya. Los ojos del corregidor pasaron de Lleu a la sacerdotisa de Zeboim, y de sta, al palanqun. Ninguno de ellos le sirvi de mucha ayuda. La sacerdotisa de Zeboim lo observaba con los ojos entrecerrados. Lleu haba dicho todo cuanto tena que decir. El palanqun segua parado delante de las puertas, y las porteadoras esperaban pacientemente. El corregidor se adelant para dirigirse al ocupante invisible. Tu nombre y la naturaleza de los asuntos que te traen a nuestra bella ciudad inquiri en tono enrgico. La multitud contuvo la respiracin. Durante un instante no hubo respuesta. Entonces una mano una mano femenina apart las cortinillas. Era una mano bien formada. Gemas rojas como la sangre resplandecan en los dedos esbeltos. Lleu capt el atisbo de una mujer dentro del negro palanqun. Se qued boquiabierto, con los ojos desorbitados. Nunca haba visto a esa mujer. Era joven, menos de veinte aos. Tena el cabello caoba, del color de las hojas en otoo, y lo llevaba arreglado en un peinado complejo debajo de un tocado negro y dorado. Sus ojos eran de color mbar, luminosos, radiantes, clidos, como si todo el mundo estuviera fro y aquellos ojos fueran el ltimo calor que le quedara a un hombre. Se cubra con un vestido negro de un tejido transparente que insinuaba todo sin revelar nada. Se mova con estudiada gracia y en aquellos ojos haba una expresin enterada, un conocimiento de secretos que ningn otro mortal posea. Resultaba inquietante. Peligrosa. Lleu habra querido girar sobre sus talones y alejarse con indiferencia, pero se qued mirndola fijamente, fascinado, incapaz de moverse.

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Me llamo Mina dijo-. Vengo a vuestra ciudad con el mismo propsito que ha trado a toda esta buena gente. Hizo un ademn para sealar a la muchedumbre. Para compartir la celebracin de la primavera. Mina! exclam Lleu. Conozco ese nombre. Kiri-Jolith era un dios belicoso, un dios de honor y guerra, patrn de los Caballeros de Solamnia. Lleu no era caballero ni solmnico, pero haba viajado a Solamnia para estudiar con los caballeros cuando decidi consagrarse a Kiri-Jolith. Haba odo sus historias sobre la Guerra de los Espritus y sobre una joven llamada Mina que haba conducido a sus ejrcitos de la oscuridad de una victoria asombrosa a otra, incluida la destruccin de la Seora Suprema, la dragona Malys. -He odo hablar de ti. Eres seguidora de Takhisis -dijo Lleu con severidad. -La diosa que salv al mundo del terror de los seores supremos. La diosa que fue vilmente traicionada y destruida contest Mina. Una sombra oscureci sus ojos ambarinos. Honro su memoria, pero ahora sigo a otro dios. A Chemosh apunt Lleu en tono acusador. -A Chemosh -corrobor Mina al tiempo que agachaba la vista en una actitud respetuosa. El Seor de la Muerte! -aadi, desafiante, Lleu. El Seor de la Vida Eterna replic ella. De modo que as es como se llama ahora coment Lleu, sarcstico. Ven a visitarme y lo descubrirs -ofreci Mina. Su voz era tan clida como sus ojos, y Lleu fue consciente de repente de la muchedumbre amontonada a su alrededor con la oreja puesta para no perderse una sola palabra. Ahora lo miraban todos mientras se preguntaban si aceptara la invitacin, y comprendi, con gran disgusto, que lo haba llevado a una trampa. Si rehusaba pensaran que tena miedo de enfrentarse a Chemosh y acto seguido llegaran a la conclusin de que era un dios poderoso, pero lo cierto era que no quera hablar con esa mujer. No quera estar en su presencia. Acabo de volver tras una larga ausencia dijo Lleu tratando de ganar tiempo. Tengo muchas cosas que hacer. Si consigo encontrar un rato libre tal vez me pase a verte para sostener una conversacin teolgica contigo. Creo que sera muy interesante. -Tambin yo lo creo respondi suavemente Mina, y l tuvo la impresin de que no se refera a la teologa. A Lleu no se le ocurri nada que contestar. Hizo una corts reverencia y se abri paso entre la multitud fingiendo no or las pullas y las risitas disimuladas. Esperaba fervientemente que el corregidor negara la entrada a esa mujer. Fue derecho a su templo y se detuvo frente a la estatua de Kiri-Jolith; encontr solaz y consuelo en el semblante severo e implacable del dios guerrero. Se tranquiliz y, tras dar las gracias al dios, fue capaz de ponerse con el trabajo que se haba amontonado durante su ausencia. El corregidor, perdido en los ojos ambarinos, dio permiso a Mina para entrar en la ciudad, as como el nombre de la mejor posada. Mi agradecimiento, seor -dijo ella-. Tendras algo que objetar si le hablo a la multitud? No causar ningn problema, lo prometo. El corregidor sinti curiosidad por lo que la joven dira. -Que sea breve -contest. La joven le dio las gracias y pidi a las porteadoras que dejaran el palanqun en el suelo. As lo hicieron las mujeres. Mina abri las cortinillas y baj. La muchedumbre, que en su mayora no haba podido ver a Mina hasta ese momento, se maravill en voz alta ante su aparicin. La joven se encontraba frente a ellos con su vestido negro, fino como una tela de araa, y en la ligera brisa primaveral flot su perfume. Alz las manos para pedir silencio.

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-Soy Mina, Suma Sacerdotisa de Chemosh -clam con timbre vibrante, el mismo que antao haba resonado en los campos de batalla. Viene al mundo con un mensaje nuevo, un mensaje de vida eterna. Estoy deseosa de compartir su mensaje con todos vosotros mientras estoy de visita en vuestra bella ciudad. Mina volvi al palanqun, pag al corregidor la tarifa requerida a todos los vehculos para entrar en la ciudad, y cerr las cortinillas. Las porteadoras levantaron el palanqun y cruzaron las puertas cargadas con l. La multitud sigui la marcha del negro palanqun en un silencio intimidado hasta que se perdi vista. Despus las lenguas empezaron a moverse. Todos coincidan en una cosa: aqulla prometa ser una Alborada de primavera de lo ms interesante.

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La Alborada en Staughton result ser mucho ms interesante de lo que nadie haba previsto. Muy pronto se corri la voz por la ciudad de que haba ocurrido un milagro en la hostera. A medida que se propagaba el rumor, la gente empez a abandonar el recinto ferial y corri a verlo por s misma. Uno de los mozos de cuadra era testigo presencial y se haba convertido en el centro de atencin al requerrsele a que relatara una y otra vez lo que haba visto para que lo escucharan los que iban llegando. Segn el mozo de cuadra, que tena fama de ser un tipo serio y responsable, volva de los establos de la hostera cuando el palanqun entr en el patio. Las cuatro porteadoras lo soltaron en el suelo y Mina sali de l. Las porteadoras sacaron del interior un arcn de madera con tallas extravagantes y, a instancias de Mina, lo llevaron a la habitacin de sta. Mina entr en la hostera y ya no se la volvi a ver, aunque el mozo de cuadra remolone en el patio a propsito, con la esperanza de poder verla de nuevo. Las cuatro porteadoras regresaron al palanqun, ocuparon su sitio en la parte anterior y posterior y se quedaron all, sin moverse. De inmediato, un kender se lanz sobre ellas y empez a acribillarlas a preguntas. Las porteadoras rehusaron contestar y mantuvieron un digno silencio. De hecho estaban tan calladas y parecan tan ajenas a la presencia del kender cuando una persona normal le habra atizado un bofetn que el hombrecillo dio unos golpecitos con el dedo a una de ellas. El kender solt un respingo sorprendido y volvi a darle con el dedo. Es de piedra! grit con voz chillona. La dama se ha vuelto de piedra! El mozo de cuadra dio por sentado que el kender menta, pero el examen posterior demostr lo contrario. Las cuatro porteadoras eran cuatro estatuas de mrmol. El palanqun negro tambin era de mrmol negro. La gente lleg en tropel a la hostera para contemplar semejante maravilla y, de paso, tambin hizo maravillas en el negocio del posadero con su cerveza y su aguardiente enano. A pesar de un aguacero torrencial, el patio de la hostera no tard en estar de bote en bote, as como las calles adyacentes al establecimiento. La gente empez a entonar Mina, Mina! y cuando, al cabo de dos horas, la joven apareci en una de las ventanas del piso de arriba, la muchedumbre enloqueci y se puso a lanzar vtores y a pedirle que hablara. La joven abri una de las hojas de la ventana y pronunci una corta alocucin en la que explic que Chemosh haba retornado al mundo con poderes nuevos y ms fuertes que antes. El retumbo de los truenos y el chisporroteo de los relmpagos la interrumpan constantemente, pero ella persever y la multitud estuvo pendiente de cada palabra que deca. A Chemosh ya no le interesaba ir a cementerios para levantar a los muertos de sus tumbas, les explic. Le interesaban la vida y los vivos, y tena un don especial que ofrecer a cualquiera que lo siguiera. Todos sus fieles recibiran la vida eterna. Jams os haris ms viejos de lo que sois hoy prometi. Jams enfermaris. No conoceris el fro ni el cansancio ni el miedo. Seris inmunes a las dolencias. Nunca saborearis la amargura de la muerte. Yo me har seguidor! Pero slo si bajas aqu y me enseas el camino t! se burl un joven, uno de los mejores clientes de la taberna con el aguardiente enano. La multitud se ech a rer. Mina le sonri. Soy la Suma Sacerdotisa de Chemosh y he venido a transmitir el mensaje del dios a su pueblo dijo en tono agradable. Si dices en serio que te hars uno de sus seguidores, Chemosh ver dentro de tu corazn y te enviar a alguien en su nombre. Despus cerr la ventana, se retir y desapareci en la habitacin, fuera del alcance de la vista. La muchedumbre esper un momento para ver si sala otra vez, mientras algunos se acercaban a las estatuas para tocarlas y darles golpecitos o para mirar cmo unos cuantos intentaban sin xito arrancar esquirlas del mrmol armados con cincel y martillo.

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Ni que decir tiene que lo primero que hizo la gente fue correr a dar la nueva sobre las estatuas de mrmol a Lleu, el clrigo de Kiri-Jolith. Lleu no lo crey. Eso es un truco de ilusionismo de tercera dijo con sorna. Rolf, el mozo de cuadra, es un crdulo donde los haya. No lo creo. Se levant del escritorio, donde haba estado escribiendo una carta a su superior de Solanthus en la que explicaba su preocupacin respecto a Chemosh-. Ir a desenmascarar a esa charlatana. -No es un truco, Lleu -contest Marta, sacerdotisa de Zeboim, mientras entraba en el estudio. Las he visto. Son estatuas de mrmol negro. Negro como el corazn de Chemosh. Ests segura? Marta asinti con gesto sombro y Lleu volvi a tomar asiento. La mujer sera sacerdotisa de una diosa cruel y caprichosa, pero era sincera, sensata y nada dada a las fantasas. -Qu hacemos? -pregunt Lleu. -No lo s. Mi diosa no est contenta. -Un trueno tremendo que tir varios libros de los estantes puso de manifiesto lo perturbado del estado de nimo de Zeboim-. Pero si nos quedamos mirando boquiabiertos esas estatuas como cualquier otra persona de esta ciudad, lo nico que conseguiremos ser dar crdito a ese milagro. Mi opinin es que no hagamos caso. -Tienes razn -admiti el clrigo-. Debemos hacer caso omiso. La tal Mina se habr marchado dentro de uno o dos das y la gente lo olvidar por alguna otra maravilla, como un ternero de dos cabezas o algo semejante. Se encogi cuando otro trueno aterrador sacudi la tierra. Ojal pudiera convencer a su santidad de eso murmur Marta mientras echaba una ojeada al cielo encapotado. Sacudi la cabeza y abandon el templo para volver al suyo. Lleu saba que su consejo era sensato, pero le fue imposible reanudar su trabajo. Empez a pasear por el templo, confuso y en conflicto consigo mismo. Cada vez que pasaba delante de la estatua del dios, Lleu miraba el semblante severo e implacable y deseaba para sus adentros tener una determinacin y una fuerza de voluntad tan firmes. Hubo un tiempo en el que haba credo que as era. Se senta angustiado al descubrir que quiz se haba equivocado. Segua paseando cuando son una llamada en la puerta del templo. El clrigo abri y se encontr con uno de los recaderos de la hostera. Traigo un mensaje para el padre Lleu dijo el muchacho. Yo soy Lleu. El muchacho le tendi un pergamino enrollado y atado con una cinta negra y lacrado con un sello en cera del mismo color. Lleu frunci el entrecejo. Estuvo tentado de cerrar la puerta en las narices del chico, pero luego comprendi que se correra la voz de que estaba asustado. Era joven e inseguro, y llevaba poco tiempo en Staughton. Se haba esforzado mucho para instaurar su religin y establecerse l mismo en una ciudad que mostraba bastante indiferencia. Acept el rollo de pergamino. Puedes marcharte le dijo al chico. Tengo que esperar, padre, por si hay respuesta. Lleu estuvo a punto de contestar que no la habra, que no tena nada que decirle a una Suma Sacerdotisa de Chemosh, pero, una vez ms, pens en la impresin que dara hacer tal cosa. Solt la cinta negra, rompi el sello y ley la misiva con rapidez. Estoy deseando sostener esa discusin contigo. Estar libre para recibirte a la hora de la salida de la luna. En nombre de Chemosh, MINA

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Dile a la Suma Sacerdotisa Mina que me encantara ir a hablar de teologa con ella, pero que tengo asuntos urgentes que atender en mi propio templo dijo Lleu. Dale las gracias por su invitacin. -Yo que vos lo pensara mejor, padre dijo el recadero con un guio-. Es una preciosidad. La Suma Sacerdotisa es una eclesistica y mayor que t replic Lleu con una mirada iracunda. Igual que yo. Nos debes ms respeto a los dos. S, padre dijo el chico, antes de escabullirse. Lleu regres al altar. Volvi a contemplar el rostro de Kiri-Jolith, esta vez para buscar seguridad en l. El dios lo miraba con frialdad y Lleu casi pudo escuchar su voz. No quiero cobardes a mi servicio. Lleu no crea que estuviera siendo cobarde, sino sensato. No tena que intercambiar ideas ni tener una charla con esa mujer, y por supuesto no estaba interesado en Chemosh. Regres al estudio para terminar la carta. La pndola escupi tinta. El joven clrigo derram la del tintero. Por fin se dio por vencido. Contemplando el aguacero que repicaba en el tejado del templo como un tambor que llamara a la batalla a todos los verdaderos caballeros, Lleu trat de quitarse de la cabeza toda idea sobre unos ojos ambarinos. A la hora de la salida de la luna, Lleu se encontraba a la puerta de la hostera. Mir las estatuas de mrmol, que irradiaban un brillo fantasmagrico a la luz plateada de Solinari. Al parecer Zeboim se haba agotado y, enfurruada, se haba ido con su resentimiento a otra parte, ya que la tormenta haba amainado y las nubes se haban disipado. A Lleu las estatuas le resultaron muy inquietantes. Deseaba tocar una, pero le daba miedo que an quedara gente observando. Tembl, ya que la noche primaveral era fra y hmeda, y ech una ojeada a su alrededor. El sonido de unas risas y de diversin llegaba a sus odos, procedente del recinto ferial. Haba cerveza y cerdo asado gratis en la feria y la mayora de los vecinos asistan a la celebracin. El silencio reinaba en la hostera. Lleu alarg la mano para tocar una de las estatuas. La puerta de la posada se abri y el clrigo retir bruscamente la mano. Mina se hallaba en el umbral, su esbelta figura recortada contra la luz que irradiaba la chimenea. -Entra dijo-. Me alegra que cambiaras de parecer. Su aspecto no era el de una gran sacerdotisa. Se haba cambiado el tentador vestido suelto y ya no llevaba la cofia dorada y negra. Luca un ropaje suave del mismo color, abierto por delante y ceido a la cintura con una trencilla dorada. El cabello de color caoba lo llevaba tejido y enrollado en la cabeza, sujeto con una horquilla enjoyada hecha de mbar. -No puedo quedarme -dijo Lleu. -Claro que no -contest Mina con tono comprensivo. Se apart a un lado para que pudiera entrar. La sala comn se encontraba desierta. Mina se dio media vuelta y ech a andar hacia la escalera. Adnde vas? demand el clrigo, y ella se volvi a mirarlo. He encargado una cena ligera y he pedido que se sirva en mi habitacin. Has tomado algo? Quieres compartirla? No, gracias. Lleu enrojeci. Creo que voy a regresar al templo, porque tengo cosas que hacer... Mina se acerc a l, pos la mano en su antebrazo y le sonri de una modo amistoso, ingenuo. Cmo te llamas? El clrigo vacil, temeroso de que incluso darle esa informacin pudiera ser una trampa.

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Lleu Alarife respondi finalmente. Yo, Mina, pero eso ya lo sabes. Viniste para sostener una conversacin teolgica y la sala comn de una posada no es precisamente el sitio ms apropiado para debatir asuntos serios, no crees? Lleu era un hombre joven, de veintitantos aos. Tena el cabello rubio y lo llevaba al estilo de los clrigos de Kiri-Jolith, largo hasta los hombros, con la parte central cortada en un flequillo recto. Los ojos eran castaos y haba en ellos una mirada impaciente, indagadora. Era de constitucin fornida, con msculos propios de un soldado, no de un estudioso, algo corriente entre los clrigos de Kiri-Jolith que se entrenaban junto a los caballeros a los que servan, y entre los eclesisticos de Ansalon eran notorios por su destreza con la espada larga. Su abuelo haba sido alarife, de ah su apellido. Mir a Mina, mir la posada a su alrededor, aunque no haba mucho que ver. Esboz una ligera sonrisa. No, no es un sitio apropiado. Respir hondo. Subir contigo a la habitacin. Mina subi la escalera y en esta ocasin l la sigui. El clrigo se comportaba con severa cortesa y se adelant en el pasillo para abrirle la puerta de la habitacin a la mujer. Era un comedor privado con mesa y sillas y una chimenea encendida. La mesa estaba puesta y haba un criado que esperaba en segundo plano, con aire obsequioso. Lleu retir la silla para que Mina se sentara y despus ocup la suya, enfrente de ella. La comida estaba buena y consisti en carnes asadas y pan, y un dulce para terminar. Hablaron poco mientras coman ya que el criado se hallaba presente. Cuando hubieron terminado, Mina le mand marcharse. Compartieron una jarra de vino, aunque ninguno de los dos bebi mucho, slo dieron algn que otro sorbo, y acercaron las sillas a la chimenea. Hablaron de la familia de Lleu. Su hermano mayor, de treinta y cinco aos en la actualidad, se haba hecho maestro de obras y trabajaba con el padre en el negocio familiar. Lleu era el menor y no le interesaba la construccin. Soaba con convertirse en soldado y haba viajado a Solamnia con tal propsito. Una vez all, conoci el culto de Kiri-Jolith y comprendi que su verdadera vocacin era el servicio al dios. Podra decirse que el servicio a la iglesia est presente en la familia agreg con una sonrisa. Mi abuela era sacerdotisa de Paladine y mi hermano mediano es un monje dedicado al culto de Majere. De veras? dijo Mina, interesada. Y qu piensa tu hermano de que te hayas hecho clrigo de Kiri-Jolith? No tengo la ms mnima idea. Su monasterio se encuentra en algn lugar aislado y los monjes rara vez salen de l. No lo hemos visto ni sabemos nada de l desde hace muchos aos. Desde hace muchos aos. Mina estaba extraada-. Cmo es posible? Los dioses, incluido Majere, retornaron al mundo hace slo poco ms de un ao. Segn me han dicho explic Lleu mientras se encoga de hombros, algunos de esos monasterios estn tan aislados que los monjes no saban nada de lo que pasaba en el mundo. Siguieron llevando su estilo de vida, en la meditacin y la oracin, a despecho de que no hubiera un dios al que dirigir sus preces. se es el tipo de vida que encaja con mi hermano. Siempre severo y retrado, dado a vagar por las colinas a solas. Tiene diez aos ms que yo, as que no llegu a conocerlo bien. Lleu, olvidando las conveniencias, haba acercado la silla a ella. Se haba ido relajando a medida que transcurra la cena, desarmado por la actitud clida de Mina y el inters que demostraba en sus cosas. Pero ya basta de hablar sobre m. Cuntame cosas de ti, Mina. Hubo un tiempo en el que todo el mundo hablaba de ti. -Fui en busca de un dios respondi la joven, prendida la mirada en el fuego. La encontr. Me mantuve fiel a esa deidad hasta el final. Y no hay mucho ms que contar.

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Salvo que ahora sigues a un dios nuevo coment Lleu. Nuevo no. Es un dios muy antiguo. Tanto como el tiempo. -Pero... Chemosh. -Lleu torci el gesto. Mientras la contemplaba, la admiracin lo consumi. Eres tan joven y tan hermosa, Mina! Jams haba visto una mujer tan encantadora. Chemosh es un dios de cadveres putrefactos y viejos huesos mohosos. No sacudas la cabeza. No puedes negarlo. Lo niego manifest sosegadamente ella. Alarg la mano para tomar la del clrigo y su roce hizo que a Lleu le ardiera la sangre. Temes la muerte, Lleu? Yo... S, supongo que s contest. En ese momento no quera pensar en la muerte. Por el contrario, sus ideas estaban llenas de vida. Se supone que un clrigo de Kiri-Jolith no debera tenerle miedo a la muerte verdad? No, no debe temerla. Se senta muy incmodo e intent retirar la mano. Mina se la oprimi con gesto comprensivo y l, casi de forma inconsciente, apret los dedos. Qu te dice tu dios sobre la muerte y la otra vida? Que cuando morimos emprendemos la siguiente etapa del viaje de nuestro espritu, que la muerte es una puerta que conduce a un conocimiento mayor de nosotros mismos. Y lo crees? Quiero creerlo respondi. Su mano se crisp. Quiero creerlo de verdad. Me he debatido con ese tema desde que me hice clrigo. Me dicen que tenga fe, pero... Sacudi la cabeza y contempl el fuego de la chimenea, meditabundo, sin soltarle la mano. Se volvi bruscamente hacia ella. T no le temes a la muerte. No respondi Mina, sonriente, porque jams morir. Chemosh me ha prometido la vida eterna. Lleu la mir de hito en hito. -Cmo puede hacer esa promesa? No lo entiendo -manifest. Chemosh es un dios, y sus poderes, ilimitados. Es el Dios de la Muerte. Va a los campos de batalla, resucita los cadveres que no estn enterrados y los obliga a obedecerlo... -Eso fue en los viejos tiempos. Las cosas han cambiado. Esta es la Era de los Mortales, una era de los vivos. No quiere saber nada de restos esquelticos. Desea seguidores que sean como t y como yo, Lleu. Jvenes y fuertes y llenos de vida. Vida que nunca acabar. Vida que trae placeres como ste. Cerr los ojos y se inclin sobre l. Entreabri los labios en un gesto invitador. Lleu la bes, tmidamente al principio, y despus la pasin se apoder de l. Su cuerpo era suave y mrbido, y antes de saber qu haca o cmo lo haca, se encontr con las manos debajo del vestido, acariciando la clida y desnuda piel. Emiti un quedo gemido y sus besos se hicieron ms intensos. Mi cuarto est aqu al lado susurr ella mientras rozaba los labios del clrigo con los suyos. Esto no est bien dijo Lleu, pero era incapaz de apartarse de ella. Mina lo rode con los brazos y apret su cuerpo contra el de l. Esto es la vida le dijo. Lo condujo a su dormitorio. La pasin dur toda la noche. Se amaban, dorman y despertaban para volver a amarse. Lleu nunca haba experimentado una relacin sexual as, jams haba vivido tales arrebatos de gozo. Jams se haba sentido tan vivo y quera que esa sensacin no acabara nunca. Despert al alba, a la alborada de la primavera. Encontr a Mina a su lado, apoyada en un codo y mirndolo mientras la mano pasaba suavemente por su cabello o por su pecho. Lleu se incorpor para besarla, pero ella se ech hacia atrs.

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Qu pasa con Chemosh? pregunt la joven. Has pensado en todo lo que te he dicho? Tienes razn, Mina. Cae por su peso que un dios quiera que sus seguidores vivan para siempre admiti Lleu. Pero qu tendra que hacer para conseguir esa bendicin? He odo cuentos de sacrificios de sangre y otros ritos que... Mina sonri y pas la mano por su carne desnuda. Eso es lo que son, slo cuentos. Lo nico que has de hacer es entregarte al dios. Decir: prometo lealtad a Chemosh. Eso es todo? Eso es todo. Incluso puedes volver a la prctica del culto a Kiri-Jolith si lo deseas. Chemosh no es celoso, sino comprensivo. Y vivir para siempre? Y te amar para siempre? Le rob un beso fugaz. -A partir de hoy no envejecers -prometi Mina. Jams sufrirs dolor ni caers enfermo. Eso te lo aseguro. Entonces no tengo nada que perder. Lleu le sonri. Prometo lealtad a Chemosh. La rode con un brazo y la atrajo hacia s. Mina presion los labios contra su pecho, encima del corazn. Lleu se estremeci de placer y entonces su cuerpo se sacudi. Abri los ojos de golpe. El dolor abrasador, un dolor terrible, lo atraves y Lleu la mir con espanto. Se debati, trat de soltarse, pero ella lo retuvo, aplastado contra el lecho, mientras el beso le absorba la vida. El corazn le lata a ritmo irregular. Los labios de la mujer parecan alimentarse de l. El dolor lo retorci y lo estruj. Solt un grito ahogado y la asi en medio de convulsiones. Le sobrevinieron espasmos agnicos. Sufri un sncope y todo se par.

La cabeza de Lleu yaca rgida sobre la almohada. Los ojos miraban al vaco y en el rostro tena plasmado un gesto de un terror sin nombre. Chemosh se encontraba junto al lecho. Mi seor dijo Mina. Te traigo a tu primer servidor. Bien hecho, Mina dijo. Se inclin por encima del cadver del joven y la bes en los labios. Le acarici la nuca y le alis el cabello-. Bien hecho. Ella se ech hacia atrs y cubri su desnudez con el vestido. -Qu pasa, Mina? -pregunt el dios. Qu te ocurre? Yahabas matado antes, en nombre de Takhisis. Es que de repente te has vuelto melindrosa? Mira dirigi la vista hacia el cadver del joven. -Le prometiste la vida, no la muerte. -Alz los ojos, oscurecidos por una sombra, hacia Chemosh Me prometiste poder sobre la vida y la muerte, mi seor. Si hubiera querido meramente cometer un asesinato slo habra tenido que ir a cualquier callejn oscuro y... No tienes fe en m, Mina? La joven guard silencio un momento mientras haca acopio de valor. Saba que el dios poda enfurecerse con ella, pero deba correr ese riesgo. -Un dios me traicion ya en una ocasin. Me pediste que te demostrara que era digna de confianza. Ahora te ha llegado el turno de demostrarlo a ti, mi seor. Esper en tensin a que Chemosh descargara su ira sobre ella. l no dijo nada y, al cabo de unos instantes, Mina se atrevi a alzar la vista hacia el dios. Chemosh le sonrea. Como te dije, Mina, no sers mi esclava. Te demostrar que no hablo por hablar. Tendrs lo que te promet. Pon la mano sobre el corazn de este joven. Mina as lo hizo. Pos la mano sobre la carne que empezaba a enfriarse, sobre el corazn roto", sobre la negra marca de sus labios, que haban quemado la carne. El corazn no volver a latir, pero por su cuerpo fluir la vida explic Chemosh-. Mi vida. La vida eterna. Bsalo, Mina.

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La joven puso los labios en la marca quemada de su beso. El corazn del joven sigui sin palpitar, pero l inhal profundamente el aliento del dios. Al roce de Mina el pecho empez a subir y bajar. Todo ser como le promet, Mina. No puede morir porque ya est muerto. Su vida seguir y seguir para siempre. Slo le pido una cosa a cambio: que me traiga ms seguidores. Ah tienes, amor mo. Te he probado lo que esperabas de m? Mina mir a Lleu, que rebulla, se estiraba y empezaba a despertar. De pronto se dio cuenta de que no slo haba tomado una vida, sino que la haba devuelto. Tena poder para dar la vida eterna a cualquiera en el mundo. Su poder... y el del dios. Le tendi la mano a Chemosh, que la estrech entre la suya. -Cambiaremos el mundo, mi seor! Slo quedaba una pregunta, una duda persistente. Mina pos la mano sobre su propio pecho, donde estaba la marca negra dejada por Chemosh en su blanca piel. Mi seor, mi corazn sigue latiendo. La sangre corre caliente por mis venas. No tomaste mi vida... Chemosh no le dijo que era eso lo que amaba en ella. Su calidez, su corazn palpitante, su sangre caliente y viva. Tampoco le dijo que el don de la vida eterna que ella otorgara a los mortales no era tan radiante como pareca a primera vista. Podra habrselo dicho, pero entonces la habra perdido y no estaba dispuesto a renunciar a ella. An no. Quiz algn da, cuando se hubiera cansado de ella. -Estoy rodeado de muertos, Mina -explic a modo de excusa. Un da s y otro tambin. Como ese necio de Krell, que no me deja en paz y est dndome la lata constantemente. Para m eres una bocanada de vida, Mina. Ri su propia broma, dio un beso de despedida a Mina y se march. La joven se baj de la cama. Cogi el peine y se lo pas por el enmaraado cabello, con cuidado para deshacer los nudos. Oy un murmullo a su espalda. Mir hacia atrs por encima del hombro y vio a Lleu sentado entre las sbanas revueltas. Pareca confuso y se llev la mano al pecho; se encogi, como si reviviera un dolor evocado. Mina lo observaba sin dejar de peinarse. La expresin de Lleu se relaj. Abri los ojos de par en par. Volvi a mirar en derredor, como si todo le pareciese nuevo. Se baj de la cama, se acerc a ella, se agach y la bes en el cuello. Gracias, Mina dijo fervientemente. Deseaba hacer el amor con ella otra vez. Intent besarla. La joven solt el peine, se volvi hacia l y le retir las manos anhelantes. Conmigo no, Lleu dijo. Con otras. Lo mir a los ojos, que ya no mostraban extraeza, sino que estaban brillantes y alertas. Pas el ndice sobre el beso marcado a fuego sobre la piel del clrigo. -Lo entiendes? Lo entiendo. Y te agradezco este regalo. Lleu le tom la mano y se la bes. Su piel tena un tacto fro. No con el helor de la muerte, pero s ms fra de lo habitual, como si hubiese llegado de un lugar fro como una oscura cueva o un bosque umbro. En todos los dems aspectos pareca normal. -Volver a verte, Mina? -inquiri con ansiedad mientras se vesta la tnica de clrigo de Kiri-Jolith. Quiz. Se encogi de hombros. No puedes depender de m. Tengo un deber que cumplir para con Chemosh, igual que t. El joven clrigo frunci el entrecejo, desilusionado. -Mina... Ella sigui dndole la espalda. El tamborileo de sus uas denot su impaciencia. -Alabado sea Chemosh dijo Lleu tras un momento, y se march. Mina oy el ruido de sus pasos en la escalera, lo oy saludar ruidosamente al posadero.

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Volvi a coger el peine y se puso a desenredar con paciencia los nudos del cabello rojizo. Las palabras de Chemosh perduraban en su memoria; al igual que su beso. Le haba prometido poder sobre la vida y la muerte y haba cumplido su promesa. Le haba sido leal. Alabado sea Chemosh musit.

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Sentado en la alta hierba, al pie de la colina, Rhys tena el bastn recostado en los brazos y dejaba vagar los pensamientos, sin rumbo, junto a las blancas nubes que se desplazaban por el cielo azul. Desperdigadas por la colina que se alzaba sobre l, las ovejas pastaban plcidamente. Los grillos zumbaban en la hierba a su alrededor. Las mariposas aleteaban de flor en flor. Rhys permaneca tan inmvil que de vez en cuando las mariposas se posaban en l, engaadas por el intenso color anaranjado de sus toscas ropas de hilaza. Rhys estaba pendiente de las ovejas, ya que era su pastor, pero no las vigilaba de forma exagerada. No era necesario. Su perra, Atta, tumbada panza abajo a corta distancia de l con la cabeza sobre las patas, observaba atentamente a las ovejas, sin perderse un solo movimiento. Atta vio que tres empezaban a apartarse del hato y a deambular hacia un rumbo que en seguida las llevara al otro lado de la cima de la colina, fuera de la vista. Levant la cabeza, enhiestas las orejas. El cuerpo se le puso en tensin y ech una mirada de soslayo a su amo para ver si Rhys se haba dado cuenta del detalle. El hombre se haba fijado en las ovejas errabundas pero fingi lo contrario y sigui sentado tranquilamente, escuchando los pos del gorrin y el canto del jilguero, observando el lento avance de una oruga por un brote de hierba y pensando en su dios. Atta se estremeci. Emiti un gruido bajo, de alerta. Las ovejas casi haban llegado a la cima. Rhys cedi. Se levant con gran facilidad, sin el menor esfuerzo. Tena treinta aos y la edad se le notaba en el rostro, de piel tostada y curtida, pero no ocurra lo mismo con su cuerpo, al que el ejercicio diario, la rigurosa vida a la intemperie y una sencilla dieta hacan fuerte, delgado, gil. Llevaba largo el oscuro cabello, tejido en una trenza que le colgaba por la espalda. Extendi el brazo e hizo un gesto amplio. Ve orden. Atta corri colina arriba; su cuerpo blanco y negro era un borrn sobre la verde hierba. No se dirigi directamente a las ovejas y tampoco las mir. Un movimiento as de un animal hara que las ovejas lo identificaran con un lobo y huyeran despavoridas. Abrindose en ngulo y sin perderlas de vista por el rabillo del ojo, Atta flanque a las ovejas por la derecha y las hizo girar a la izquierda, de vuelta con el rebao. El hombre se llev los dedos a la boca y emiti un silbido penetrante. La perra estaba demasiado lejos para or su voz, pero el silbido le llegaba claramente. Atta se dej caer sobre la barriga, sin quitar ojo a las ovejas, y esper la siguiente orden. Rhys alz el puo y lo sostuvo entre el sol y la lnea del horizonte. Un puo por cada hora entre ese momento y la puesta de sol. Haba que pensar en volver y llevar el hato a los corrales para llegar a tiempo de cenar antes de iniciar los ejercicios rituales de entrenamiento. Lanz otro agudo silbido, dos notas: larga, corta. Eso significaba marcharse, orden que hizo desplazarse a la perra a su izquierda. Atta condujo a las ovejas colina abajo, de vuelta a donde se encontraba Rhys con su cayado. Equilibrando sus movimientos con los de Rhys, se mantena en lnea recta con el pastor de forma que las ovejas quedaban entre los dos. Si Rhys se desplazaba a la izquierda, ella lo haca a la derecha, y viceversa. Su deber era mantener al rebao en movimiento, en la direccin correcta, y asegurarse de que los animales permanecieran juntos, todo ello sin provocar que se asustaran y salieran corriendo en desbandada. El hato estaba ms o menos a medio camino de la ladera cuando Rhys vio que una oveja se quedaba atrs. Se haba desviado hacia una zona de hierba alta y l no se haba percatado. Rhys volvi a silbar; era una orden distinta que significaba chate. Atta afloj el paso. No tena que seguir la orden al pie de la letra, aunque a veces la perra se tumbaba sobre la tripa. En esta ocasin, se detuvo. El rebao fren la marcha. Fijando la mirada hipntica de sus ojos castaos en los animales, Atta los someti y los inmoviliz.

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Rhys silb una vez ms, otra seal diferente. Vuelve, orden. Segura de que el rebao continuara parado donde lo haba dejado, Atta dio media vuelta y corri colina arriba. Localiz a la oveja solitaria y la hizo moverse, de vuelta al rebao. Despus, Atta azuz al hato hacia Rhys. Todo iba bien hasta que a un carnero se le meti en su lanuda cabeza desafiar a Atta. El carnero, que era mucho ms pesado y varias veces ms grande que la pequea perra, se dio media vuelta, pate la tierra y se neg a moverse. Atta, agazapada, se qued inmvil. Mir a las ovejas fijamente. Si el carnero se empeaba en seguir en sus trece, tendra que correr hacia l y propinarle un mordisco en la nariz, pero esto era algo que rara vez ocurra. El carnero agach la testa y Atta empez a avanzar arrastrndose, con los ojos fijos en el carnero. Tras un instante de tenso enfrentamiento, de repente el carnero cedi ante la mirada hipnotizadora de la perra y se volvi para reunirse con el rebao. Atta reanud el trabajo anterior de conducirlos ladera abajo. Rhys sinti que se hencha con las bendiciones del dios. La verde colina, el cielo azul, las nubes blancas, las ovejas, la perra negra y blanca que volaba sobre la hierba, las golondrinas que revoloteaban como dardos, un halcn zambullndose en espiral, saltamontes que brincaban y chocaban contra su tnica; el sol brillante, caliente, que se iba hundiendo hacia el horizonte; la sensacin de la hierba bajo sus pies descalzos y encallecidos: todo era Rhys y l era todo. Todo era Majere y el dios era todo. La clida sangre que corra por sus venas, su cayado que golpeaba suavemente la tierra, Rhys movindose sin prisa. Disfrutaba del da, disfrutaba de las vistas, disfrutaba de ese tiempo a solas en las colinas. Disfrutaba del regreso al hogar cuando caa la tarde. Los muros de granito del monasterio se alzaban en la cumbre de una colina que haba enfrente, y dentro de esos muros haba hermandad, orden, callada satisfaccin. La rutina de ese da haba sido exactamente igual que en los incontables das previos. Si Majere quera, maana tambin sera igual. Rhys y los otros monjes de la Orden de Majere se levantaban con la oscuridad, antes de que amaneciera. Pasaban una hora de meditacin y oracin a Majere, y despus salan al patio de piedra a realizar los ejercicios rituales que calentaban y estiraban los msculos del cuerpo. Tras esto, tomaban el desayuno, carne o pescado, servido con pan y queso de leche de cabra, con leche de cabra para beber. El almuerzo queso y pan se coma en los campos o donde se estuviera. La cena era sopa de cebolla, caliente y nutritiva, servida con carne o pescado, pan, y una mezcla de hortalizas de jardn y vegetales frescos en verano, y manzanas y frutos secos en invierno. Despus del desayuno los monjes empezaban sus tareas diarias, que variaban segn la estacin. En verano, trabajaban en los campos, atendan las ovejas, los cerdos y las gallinas, y hacan reparaciones en los edificios. En otoo recogan la cosecha y la almacenaban en graneros, salaban carne para que se conservara durante los largos meses de fro y nieve que se acercaban, y guardaban manzanas en barriles de madera. El invierno era una poca para el trabajo bajo techo: cardar y peinar lana, tejer, cortar y coser ropas; trabajar el cuero; preparar pociones para los enfermos. El invierno tambin era una poca para ocuparse de la mente: escritura, enseanza, aprendizaje, disertaciones, debates, especulaciones. Majere enseaba que la mente del monje deba tener igual rapidez y flexibilidad que el cuerpo. Al final de la tarde, fuera la poca del ao que fuera, se dedicaban a la prctica ritual de un combate sin armas llamado disciplina benvola. Los monjes de Majere saban que el mundo era un lugar peligroso y, aunque practicaban y seguan los preceptos de Majere de paz y hermandad con toda la humanidad, comprendan que a veces la paz deba mantenerse mediante la fuerza, y que para proteger sus vidas y las de otros deban estar tan dispuestos a luchar como a orar. Todas las noches lloviera o nevara o estuviera raso los monjes se reunan en el patio exterior para entrenarse. Luchaban con la menguante luz del sol en verano, o en la oscuridad o con antorchas en invierno. A todos se les exiga asistir a las prcticas,

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desde los mayores -el maestro, que ya contaba ochenta aos- hasta el ms joven. La nica disculpa para perderse el entrenamiento nocturno era por estar enfermo. Desnudos hasta la cintura, con los pies descalzos resbalando en el suelo helado en invierno o sobre el barro en verano, los monjes pasaban largas horas entrenando cuerpo y mente por igual en la disciplina del combate. No podan usar espadas ni flechas ni ninguna otra clase de armas de acero, ya que Majere ordenaba que sus monjes no deban tomar la vida de otros a menos que estuvieran en peligro las de inocentes, y entonces slo cuando se hubiesen probado todas las dems opciones sin resultado. El arma preferida de Rhys era el emmide, un palo muy parecido a la vara de combate, slo que ms largo y ms estrecho. El trmino, emmide, era derivado del elfo; los elfos usaban ese tipo de vara para tirar la fruta de los rboles. Rhys se haba convertido en un maestro del arte de luchar con el emmide. Tanto era as que actualmente les enseaba a otros. Rhys estaba satisfecho con su vida ordenada, muy satisfecho, ahora que Majere haba regresado con ellos. Poda verse con ochenta aos la edad del maestro y un aspecto muy semejante al de l: cabello encanecido, piel curtida por las inclemencias del tiempo y tensa sobre msculos, tendones y huesos, la cara con profundas arrugas, los ojos oscuros y plcidos por la sabidura del dios. Rhys no planeaba dejar nunca ese lugar donde haba llegado a conocerse y hacer las paces consigo mismo. No quera volver nunca al mundo. El mundo estaba dentro de l. Rhys lleg al redil de las ovejas. Los animales entraron dcilmente al trote, seguidos de Atta. Ya vale le dijo a la perra. Era la orden que la liberaba de responsabilidad con los animales. Atta se retorci de gusto y se acerc trotando a l con la lengua colgando y los ojos brillantes. Rhys la premi con una palmadita en la cabeza y una cariosa rascada de orejas. Cerr el aprisco para la noche y Atta se reuni con otros perros pastores, hermanos, hermanas, primos, que la recibieron con husmeos y mucho agitar de colas. La perra se acomod cerca de los corrales para mordisquear unos huesos y dormitar, todo ello sin quitar ojo al rebao. Dormidos o en descanso, los perros hacan las veces de guardianes a lo largo de la noche. Lobos y gatos monteses no representaban un serio problema en los meses de esto, cuando haba comida de sobra en campo abierto. La poca invernal era la ms peligrosa. A menudo los ladridos furiosos de los perros despertaban a los monjes, que salan de sus lechos precipitadamente para echar a los depredadores con las antorchas encendidas. Rhys remolone un poco por los rediles al tiempo que observaba a una perra que sujetaba firmemente con la pata a un plaidero cachorro mientras lo lama y lavoteaba bien, y entonces cay en la cuenta de que haba algo diferente. Algo haba cambiado. Se haba roto la tranquilidad del monasterio. No habra sabido explicar cmo lo saba, slo que llevaba viviendo all tanto tiempo que poda percibir hasta la diferencia ms sutil en el entorno. Dej el redil y rode las dependencias la forja, el gran horno del panadero, los retretes y los cobertizos de almacenaje y se acerc al monasterio propiamente dicho. Los monjes de Majere lo haban construido haca siglos y apenas haba cambiado desde entonces. Sencillo de diseo, ms parecido a una fortaleza que a un templo, el edificio de dos pisos lo haban levantado los monjes con sus propias manos utilizando la piedra sacada de una cantera prxima. El edificio principal constaba de los dormitorios para los monjes en el piso superior y, en el inferior, de un comedor comunal, una enfermera, un cuarto de entrar en calor y una cocina. Cada monje tena su celda, en la que slo haba un colchn de paja. Las celdas tenan una ventana o hueco al exterior que permaneca sin tapar a lo largo de todo el ao. No haba puertas ni en las celdas ni en ninguna de las estancias. Para entrar en el edificio principal s haba una puerta, aunque Rhys se preguntaba a menudo para qu estaba si al fin y al cabo nunca la tenan cerrada.

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Los monjes no teman que les robaran. Hasta los kenders pasaran de largo ante el monasterio con un bostezo y un indiferente encogerse de hombros. Todo el mundo saba que los monjes de Majere no tenan cmaras de tesoro -en realidad, ni una simple moneda de cobre ya que no se les permita manejar dinero. Tampoco tenan posesiones, nada que mereciera la pena robar a menos que uno fuera un lobo al que le gustara la carne de oveja. Rode el edificio en direccin a la puerta de entrada y se encontr con un carruaje extrao parado en el exterior. Acababa de llegar, por lo visto, porque dos monjes jvenes haban soltado el tiro de caballos y en esos momentos se llevaban a los animales para almohazarlos y darles comida y descanso. Desenganchar el tiro era mala seal, pens Rhys, porque eso significaba que los intrusos iban a quedarse. As, gir sobre sus talones para dirigirse hacia las dependencias. No tena ganas de ver a los visitantes y no senta la ms mnima curiosidad por saber quines eran. No tena motivos para pensar que esa gente tena nada que ver con l, y por ello se sobresalt cuando oy una voz que lo llamaba. -Hermano Rhys! Espera un momento. El maestro te busca. Rhys se par y gir la cabeza hacia el carruaje. Los dos novicios que llevaban los caballos al cobertizo pasaron a su lado y le hicieron una reverencia ya que era un maestro de armas, conocido como el Maestro de Disciplina. Les respondi con una ligera inclinacin de cabeza y ech a andar. l y el monje que lo haba llamado el Maestro de la Casa se saludaron al mismo tiempo con una inclinacin de cabeza que reflejaba su igualdad de rango. -Los visitantes han venido a verte, hermano dijo el otro monje-. Ahora estn con el maestro y esperan que te renas con ellos. Rhys asinti. Le habra gustado hacer unas preguntas, por supuesto, pero los monjes slo hablaban lo estrictamente necesario y, puesto que sus preguntas tendran respuesta en seguida, no haca falta iniciar una conversacin. Se saludaron del mismo modo otra vez y Rhys entr en el monasterio mientras el Maestro de la Casa, que tena a su cargo los asuntos domsticos del monasterio, regresaba a sus quehaceres. Al superior del monasterio se lo conoca simplemente como el maestro, y tena un despacho en la zona comn. No era un despacho privado, ya que tambin haca las veces de biblioteca y de clase. La estancia sin ventanas estaba amueblada con varios escritorios de madera, sencillos y slidos, as como banquetas. Estanteras llenas de libros y pergaminos revestan las paredes. Ola a cuero y a pergamino, a tinta y al unto con el que los monjes frotaban la madera de los escritorios. El maestro era el monje de ms edad. Tena ochenta aos y haba vivido en el monasterio durante ms de sesenta, ya que haba ingresado a los diecisis. Aunque deba obediencia al Profeta de Majere, que era el cabeza de todos los monjes del dios en el continente de Ansalon, el maestro slo haba visto al Profeta en una ocasin, haca veinte aos, el da que fue confirmado como maestro. Dos veces al ao, el maestro preparaba un informe por escrito de los asuntos del monasterio, una misiva que se despachaba al Profeta a travs de uno de los monjes. El Profeta enviaba otra carta acusando recibo del informe y se era el nico contacto que habra entre los dos hasta el siguiente informe. No haba idas y venidas entre los monasterios ni intercambio de noticias. Los monasterios se encontraban tan aislados que los monjes de uno rara vez conocan la ubicacin de otro. A los monjes que estaban de viaje se les permita hacer noche en los monasterios, pero la mayora prefera no hacerlo porque cuando salan al mundo por lo general en un periplo espiritual y personal se les ordenaba que se mezclaran con la gente. A los monjes de Majere no les interesaban las noticias sobre sus colegas, y tampoco la poltica de ninguna nacin. No tomaban partido en guerras ni conflictos. (Debido a esta circunstancia, a menudo se les peda que actuaran como negociadores de la paz o que emitieran su juicio en disputas.) Los informes anuales redactados por el maestro casi siempre eran poco ms que la anotacin de la muerte de algn hermano, o de un nuevo ingreso en la

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orden, o de aquellos que haban salido al mundo. Tambin inclua una breve descripcin del tiempo y de cmo haba influido en cultivos y cosecha, y cualquier ampliacin o cambio realizado en los edificios del monasterio. El cambio y la agitacin en el mundo del exterior tenan tan poco efecto en un monasterio que una carta escrita por un maestro en el 4000 p.C. tendra una redaccin similar a otra escrita por el maestro de ese mismo monasterio varios siglos despus. Rhys entr al despacho y vio a tres personas con el maestro: un hombre y una mujer de mediana edad, que parecan angustiados e incmodos, y un joven que vesta la tnica de clrigo de Kiri-Jolith; ste sonrea, relajado. El largo cabello canoso del maestro le caa sobre los hombros. Su cara, con los altos pmulos, la firme barbilla y la nariz prominente, estaba arrugada como una manzana en invierno. Sus ojos oscuros eran penetrantes. Era un Maestro de Disciplina y no haba un monje en el monasterio, incluido Rhys, que lo superara en combate. El maestro escuchaba pacientemente al hombre de mediana edad, que hablaba tan de prisa que Rhys no entenda el torrente de palabras. La mujer guardaba silencio y asenta con la cabeza en seal de anuencia; a veces lanzaba ojeadas anhelantes al hombre joven. La voz del hombre mayor y su forma de hablar le resultaban familiares a Rhys. Finalmente, el maestro mir en su direccin y Rhys hizo una reverencia. En respuesta, aqul parpade ligeramente y sigui prestando total atencin a sus visitantes. Al cabo, el hombre mayor hizo un alto para coger aire. La mujer se enjug los ojos. El joven bostez con expresin aburrida. El maestro se volvi hacia Rhys. Reverencia dijo Rhys mientras haca una profunda y respetuosa inclinacin al maestro. Salud con otra inclinacin a los forasteros-. Hermanos viajeros. stos son tus padres dijo el maestro sin prembulos, en respuesta a una pregunta que Rhys no haba hecho. Y ste es tu hermano menor, Lleu.

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Rhys dirigi la mirada hacia ellos, sosegadamente. Padre, madre salud corts. Lleu. Hizo otra reverencia. Su padre se llamaba Petar y su madre, Brandwyn. Su hermano, Lleu, era un nio cuando l se haba marchado de casa. Es eso todo lo que tienes que decir a tus padres despus de quince aos? -exclam su padre, con el rostro congestionado por la ira. Chist, Petar intervino su madre mientras posaba la mano en el brazo de su esposo en un gesto tranquilizador. Qu quieres que diga? Somos extraos para l. Esboz una sonrisa dirigida a Rhys. No estaba furiosa, como su padre, slo agotada por el viaje y angustiada por los problemas fueran cuales fuesen que la haban trado desde tan lejos en busca de un hijo que casi no recordaba, un hijo al que nunca haba comprendido. Bran, el primognito, haba sido su predilecto, y el pequeo Lleu, su nio mimado. Rhys era el mediano que nunca haba acabado de encajar. Era el nio callado, el nio diferente. Hasta su aspecto era distinto, con los oscuros ojos, el cabello negro y la constitucin esbelta y nervuda en marcado contraste con sus hermanos, rubios y corpulentos. Su padre lo mir, ceudo. Rhys le sostuvo la mirada sin perder la serenidad, sosegado, y despus baj los ojos. Petar Alarife ya peinaba canas, pero en su juventud haba tenido el cabello del color de la estopa. Nunca se haba sentido a gusto con Rhys. Aunque adoraba a su esposa quiz albergaba alguna duda en el fondo de su corazn, seguramente sin reconocerlo siquiera, respecto a que su hijo mediano, tan diferente de los otros dos, fuera realmente de su progenie. Indiscutiblemente, Rhys era hijo de su madre, ya que se pareca a su familia. Sus tos eran todos hombres morenos, nervudos. Pero no haba heredado un solo rasgo de su progenitor. Por todo ello a su madre le haba sido difcil amar al nio que rara vez hablaba y jams rea. Rhys no senta animosidad contra sus padres. Lo entenda. Siempre lo haba entendido. Esper en silencio, con paciencia, a que explicaran la razn de su visita. El maestro tambin esperaba en silencio porque haba dicho todo lo que tena que decir. La madre de Rhys mir con aire de ansiedad a su padre, que estaba nervioso, aturullado. El silencio se torn incmodo, al menos para los visitantes. A veces los monjes se pasaban das sin pronunciar palabra, por lo que ni el maestro ni Rhys se sintieron molestos. Finalmente fue su hermano pequeo el que lo rompi. -Quieren hablar de m, Rhys -dijo Lleu en un tono tranquilo, demasiado despreocupado, que sonaba chilln-. Y no pueden hacerlo estando yo delante. Ir a dar un paseo por las instalaciones. Con vuestro permiso, claro -aadi a la par que esbozaba una sonrisa al maestro-. Aunque no creo que tengis mucho que esconder. Hay alguna posibilidad de que vuestro dios insecto me proporcione un vaso de aguardiente enano? Lleu! exclam su padre, horrorizado. Supongo que no. Lleu gui el ojo a Rhys y sali de la biblioteca con paso tranquilo y silbando la meloda de una cancin subida de tono. Rhys y el maestro intercambiaron una mirada. Algunos llamaban a Majere el dios Mantis porque la mantis religiosa era un animal sagrado para Majere, que lo utilizaba como su smbolo; la mantis pareca estar en actitud de oracin siempre, inmvil y silenciosa, pero con la capacidad de atacar a su presa con una acometida relampagueante. Por su atavo, el joven era clrigo de Kiri-Jolith pero, desde luego, no actuaba como tal, ya que Kiri-Jolith era serio y severo y no aprobara un sacrilegio como referirse a Majere como el dios insecto. -Lo siento, maestro -se disculp Petar, la rojez del rostro cada vez ms intensa, slo que ahora se deba al azoramiento, no a la ira. Se enjug la cara con la manga. A ningn hijo mo se lo educ para que se dirigiera al clero en ese tono. T lo sabes, Rhys.

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Rhys lo saba. Su abuela paterna, que haba sido sacerdotisa de Paladine, siempre haba mostrado un profundo respeto por los dioses y hacia cualquier hombre de dios. Incluso en los aos en que los dioses no se encontraban presentes, Petar haba enseado a sus hijos a tenerlos en su corazn. -Lleu ha cambiado, Rhys -intervino Brandwyn con voz temblorosa-. Por eso hemos venido. Nosotros... Es un desconocido para nosotros! Est a todas horas en las tabernas, bebiendo y corrindose juergas en compaa de un grupo de jvenes rufianes y de rameras. Perdonadme, padre, por hablar de esas cosas aadi, roja como la grana. En los ojos del maestro hubo un destello divertido. Los monjes de Majere hacemos voto de castidad, pero conocemos la vida. Entendemos lo que hay entre un hombre y una mujer y, en la mayora de los casos, lo aprobamos. De otro modo, pronto nos quedaramos sin monjes. Por lo visto, los padres de Rhys no saban cmo tomarse esa manifestacin, pero daba la impresin de que les resultaba ligeramente escandalosa. Vuestro hijo, por el atuendo, es un clrigo de Kiri-Jolith observ el maestro. Ya no repuso Petar. Los clrigos lo han expulsado. Rompi demasiadas reglas. De hecho no tendra que llevar puesta esa tnica, pero parece complacerle hacer bufonadas. No sabemos qu hacer aadi Brandwyn con la voz algo quebrada. Pensamos que quiz Rhys podra hablar con l... Dudo que ejerza mucha influencia en un hermano que obviamente no se acordaba de m apunt suavemente Rhys. Por favor, Rhys suplic su madre. Estamos desesperados. No tenemos a quin recurrir! Pues claro que hablar con l aclar Rhys, apacible-. Slo quera advertiros que no albergaseis demasiadas esperanzas. Sin embargo, har algo ms que hablar. Rezar por l. Sus padres parecieron aliviados, esperanzados. El maestro les ofreci un cuarto para que pasaran la noche y los invit a compartir la sencilla cena monacal. Los padres de Rhys aceptaron, agradecidos, y fueron al cuarto a descansar, agotados por el viaje y la ansiedad. Rhys se dispona a marcharse en busca de su hermano cuando not un roce en su alma, tan claro para l como si le hubiesen tocado un brazo. -S, maestro? -pregunt. Lleu no es ms que su propia sombra dijo el monje mayor. Rhys sufri un sobresalto y lo mir, turbado. Qu quiere decir eso, reverencia? No lo s contest el maestro, fruncido el entrecejo. No estoy seguro. Nunca haba visto nada igual. Tengo que meditar sobre ello. Dirigi la mirada hacia Rhys, y era seria, penetrante-. Habla con l, hermano, por supuesto. Pero ve con cuidado. Es joven y tiene ganas de divertirse, maestro -dijo Rhys-. La vida de un clrigo no es para todo el mundo. Hay algo ms que eso advirti el maestro-. Mucho ms. Ten cuidado, Rhys repiti, y lo ms extrao era que no acostumbraba a llamarlo por su nombre. Estar dedicado a mis oraciones, si me necesitas. El maestro tom asiento en el suelo del despacho, con las piernas cruzadas. Apoy las manos en las rodillas y cerr los ojos. Una expresin de tranquilo reposo asom al semblante del anciano. Estaba con el dios. Majere no tena lugares especficos de adoracin, ni templos llenos de bancos ni altares. El mundo era el templo de Majere; el cielo, la inmensa cpula que lo cubra; las herbosas colinas, sus bancos; los rboles, sus altares. Uno no buscaba a Majere dentro de un escenario formal, sino que miraba dentro de s mismo, estuviera donde estuviera. Rhys dej al maestro con sus oraciones y sali a buscar a su hermano. No vio seales de l, pero s oy los ladridos de los perros y se dirigi en aquella direccin. Al girar en la esquina del cobertizo de almacenaje, apareci a la vista el redil; all se encontraba su hermano.

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Las ovejas estaban todas apiadas al fondo del redil. Atta se hallaba entre el rebao y Lleu. La perra tena las orejas aplastadas contra el crneo y mova despacio la cola, rgidas las patas y los dientes al aire. -Estpido animal! la maldijo Lleu-. Qutate de en medio! Le lanz una violenta patada, y Atta dio un gil salto de lado con el que evit fcilmente la bota del hombre. Furioso, Lleu descarg la mano sobre el animal. Atta le lanz un mordisco y Lleu solt un aullido. Apart la mano con brusquedad y contempl, furioso, el araazo rojo que le cruzaba el envs. Atta, tmbate orden Rhys. Para su sorpresa, la perra sigui de pie con los ojos marrones fijos en Lleu. Solt un gruido y tens el labio superior. Atta, al suelo! repiti Rhys, severo. Atta se dej caer sobre la tripa. Por el tono de Rhys, inusitadamente fuerte, saba que estaba disgustado. La perra ech una mirada suplicante a su amo como diciendo: No estaras enfadado si lo entendieras. De nuevo volvi la mirada vigilante hacia Lleu. Esa maldita perra me atac! chill Lleu con el semblante contrado por la rabia. Se cubri la mano herida con la otra. Es una bestia. Habra que cortarle el cuello. Su trabajo es proteger las ovejas. No tendras que haberlas molestado y tampoco haber intentado darle una patada a ella ni pegarle. Ese araazo slo es una advertencia, no un ataque. Lleu dirigi una mirada feroz a la perra; despus mascull algo y apart la vista. Atta segua observndolo con desconfianza, y los otros perros se haban despertado y estaban alerta, con el pelo del lomo erizado. La perra con cachorros lanz mordiscos a los pequeos, que queran jugar, para que entendieran que no era el momento. A Rhys le extra la reaccin de los perros. Habrase dicho que haba un lobo merodeando. Sacudi la cabeza. Aqul no era un comienzo propicio para entablar una conversacin ntima entre hermanos. Deja que eche un vistazo al mordisco ofreci Rhys. El enfermero tiene salvia que podemos ponerte en la herida para evitar que se infecte, aunque por lo general los mordiscos de los perros se curan bien. Son ms limpios que los mordiscos humanos. No es nada -repuso Lleu en tono malhumorado, y sigui apretndose la mano sobre la otra herida. Tiene los dientes afilados. Debe de estar sangrndote. No, slo es un araazo. Reaccion de forma exagerada. Lleu meti las manos en las bocamangas de la tnica que ya no tena derecho a vestir. Aadi con una mueca: Supongo que padre te ha mandado para que me eches un sermn por mis pecados. Si lo hubiese hecho, se sentira decepcionado. No me corresponde a m decirle a otro cmo vivir su vida. Puedo dar un consejo, si me lo piden, pero nada ms. Bien, hermano, en tal caso, nadie te pide consejo dijo Lleu. Aceptando la voluntad de su hermano, Rhys se encogi de hombros. Qu hacis por aqu para divertiros? pregunt Lleu mientras lanzaba una mirada impaciente al recinto. Dnde est la bodega con los vinos? Vosotros, los monjes, hacis vuestro propio caldo, o eso tengo entendido. Vayamos a abrir una botella. El poco vino que hacemos lo utilizamos con fines teraputicos dijo Rhys, que aadi mientras Lleu pona los ojos en blanco en un gesto de fastidio: Creo recordar que te gustaba escuchar relatos de batallas y guerreros cuando eras pequeo. Como clrigo de KiriJolith eres un guerrero preparado. A lo mejor te interesa aprender alguno de nuestros mtodos de combate, no? La expresin de Lleu se anim. He odo decir que vosotros, los monjes, tenis un estilo poco ortodoxo. No utilizis armas, slo vuestras manos. Es verdad? En cierto modo. Acompame a los campos. Te lo demostrar.

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Hizo un gesto a Atta con el que la relevaba de su tarea y le mandaba volver con el resto de los perros. Lleu se reuni con l y se encaminaron hacia el recinto. Rhys oy el suave rumor de pasos a su espalda y volvi la cabeza. Atta lo segua. De nuevo la perra desobedeca una orden. Rhys se detuvo. No dijo nada, slo frunci el entrecejo para que la perra notara por su expresin que se senta disgustado. Hizo un ademn sealando el aprisco. Atta se mantuvo en sus trece, fija la mirada en la de l. Saba que estaba desobedeciendo. Le peda que confiara en ella. Rhys record un da en el que Atta y l iban buscando una oveja perdida en medio de una densa niebla. Le haba ordenado que bajara la colina, convencido de que el animal habra tomado la ruta ms fcil. Atta se haba negado y haba insistido obstinadamente en seguir colina arriba. Rhys haba confiado en ella, y result que la perra tena razn. Lleu se ech a rer. Quin ensea a quin? pregunt con una mueca astuta. Rhys mir a su hermano y record el comentario del maestro. Lleu no es ms que su propia sombra. Segua sin entenderlo, pero tal vez Atta vea con ms claridad que l a travs de la niebla. A una sea suya la perra se acerc a l. Se agach y la toc ligeramente en la cabeza para que entendiera que todo iba bien. Atta meti el hocico en la palma de su mano y despus se apart un paso; lo sigui a esa distancia, con un trotecillo silencioso. Veo que llevas espada le dijo Rhys a su hermano-. Eres diestro con ella? Lleu se lanz a una explicacin entusiasta de su entrenamiento con los Caballeros de Solamnia. Escuchando slo a medias lo que contaba su hermano, Rhys lo observ mientras hablaba, con atencin, en un intento de vislumbrar lo que el maestro y Atta vean. Mientras caminaban cay en la cuenta de que ya haba percibido algo raro en Lleu. En caso contrario no le habra hablado de ir al campo para ensearle el arte de la disciplina benvola. Lo habra conducido al patio de prcticas, donde los monjes se entrenaban, pero no lo haba hecho. El patio de prcticas no era un lugar sagrado, salvo porque todos los sitios eran sagrados para Majere, y tampoco era un lugar secreto. Sin embargo, Rhys se senta ms tranquilo con su hermano en campo abierto, lejos del monasterio. Ni que fuese una sombra ni que no, Lleu resultaba una influencia inquietante, una que quiz se disipara con la brisa crecientemente fresca, bajo un cielo despejado. Es verdad que no usamos armas hechas con acero explic Rhys en respuesta a la pregunta que le haba hecho su hermano antes. Sin embargo, utilizamos armas, aquellas que la naturaleza y Majere nos proporcionan. Como por ejemplo? inquiri, desafiante, Lleu. sta. Rhys seal su emmide. Un bastn? -Lleu lanz una mirada mordaz al esbelto palo. Contra una espada? No tiene la menor oportunidad! Probemos invit Rhys, que seal la espada larga que su hermano llevaba a la cadera-. Saca tu arma y atcame. -No sera justo... -protest Lleu mientras haca un ademn para abarcar a su hermano y a s mismo-. Somos de la misma estatura, pero peso ms que t. Soy ms ancho de hombros, ms musculoso. Podra hacerte dao. Correr el riesgo contest Rhys. Moreno de tez, esbelto, no le sobraba un gramo de carne. Era hueso, tendn y msculo, mientras que los reveladores indicios de la vida disipada de su hermano saltaban a la vista. Lleu tena los msculos flojos y la piel con una palidez enfermiza. -De acuerdo, hermano. Lleu sonri-. Pero despus no digas que no te lo advert... Sobre todo cuando te cercene el brazo.

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Relajado y seguro de s mismo, Lleu desenvain la espada larga y adopt la postura de combate, con el arma enarbolada en la mano derecha. Atta, que haba permanecido tumbada en el suelo a la sombra de un rbol, al ver que el hombre estaba a punto de atacar a su amo gru y se puso de pie. Atta, sintate orden Rhys. No pasa nada aadi para tranquilizarla. Atta obedeci, aunque saltaba a la vista que lo haca de mala gana, ya que no empez a dormitar, como habra ocurrido si su amo hubiese ido all a practicar las tcnicas de lucha con otro monje. Se mantuvo alerta, despierta, fija la mirada en su amo. Rhys volvi la atencin hacia su hermano. Al ver a Lleu con la espada asida, record el mordisco de la perra y le mir la mano con preocupacin, aunque esperaba que no le estuviese molestando mucho. Lleu haba golpeado a Atta con la mano derecha, la misma con la que sostena el arma. Rhys distingua claramente las marcas dejadas por los dientes de Atta. No lo haba mordido fuerte, slo lo suficiente para que lo pensara dos veces antes de agredirla. Aun as, el mordisco pareca profundo, bien que, al parecer, no haba sangrado mucho ya que no haba manchas de sangre en la piel ni en la manga de la tnica. Rhys no distingua bien la herida porque su hermano no dejaba de mover la mano, pero repar en que tena un aspecto peculiar, con ms apariencia de moratn que de incisin debido al extrao color azul purpreo. Rhys se qued tan desconcertado que sigui mirando la herida de hito en hito en lugar de estar atento a su hermano, por lo que lo pill desprevenido la sbita arremetida de Lleu, que descarg un golpe de arriba abajo, destinado a traspasar el casco o hender el crneo y poner fin al combate con premura. Lleu imprimi toda su fuerza al golpe. Rhys, sosteniendo el emmide con las dos manos, levant el bastn por encima de la cabeza para frenar la acometida. El acero choc con el emmide. El bastn aguant, si bien la violencia del impacto repercuti en los brazos del monje y transmiti vibraciones a travs de todo su cuerpo, de manera que not la potencia del golpe hasta en los dientes. Al parecer, Rhys haba juzgado mal a su hermano. Esos msculos no estaban tan fofos como aparentaban. El rostro de Lleu se contrajo con una mueca, casi un gruido. Los msculos de los brazos se le hincharon, sus ojos brillaron. Haba esperado que la cuchilla partiera en astillas la frgil vara y se senta furioso y frustrado porque le hubiera desbaratado el ataque. Volvi a enarbolar la espada sobre la cabeza, con intencin de golpear de nuevo el bastn. Rhys arremeti con los pies descalzos; primero con uno, y despus con el otro, que acert a dar a Lleu en el plexo solar. Lleu gimi y se encogi al tiempo que dejaba caer la espada. Rhys retrocedi y esper a que su hermano se recuperara. Me golpeaste con los pies! dijo jadeante Lleu, que se irgui despacio mientras se daba masajes en el abdomen. S, lo hice. Pero... balbuci Lleu. Eso no es juego limpio! Quiz no lo sea en un torneo de caballeros convino Rhys de forma corts. Pero si lucho por mi vida utilizar cualquier arma que tenga a mi disposicin. Recoge tu espada. Atcame otra vez si quieres. Lleu tom la espada y se abalanz sobre Rhys. La hoja de acero destell rojiza con la luz del sol poniente. Lleu propin estocadas y arremetidas con ms fuerza que destreza, ya que era un clrigo que haba entrado en contacto con la esgrima muy recientemente, no como un caballero, que se entrenaba a lo largo de casi toda su vida. Rhys no corra ningn peligro. Podra haber puesto fin al combate casi antes de que empezara con un golpe de la vara en el vientre o en la cabeza o con otra patada bien dirigida. No quera hacer dao a su hermano, pero en seguida vio que a Lleu no lo coartaba tal miramiento. Estaba encorajinado, herido tanto en su amor propio como fsicamente. Con

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paciencia, Rhys fren los golpes de su hermano, que se iban haciendo cada vez ms violentos y desesperados, y esper la ocasin. Al agacharse para esquivar una de las cuchilladas en arco de Lleu aprovech para meter el emmide entre las piernas de su hermano, y lo derrib. Lleu cay pesadamente sobre la espalda. No solt la espada, pero un giro del emmide lanz el arma volando por el aire hasta caer en la hierba, cerca de la perra. Lleu maldijo y se levant a trompicones. Atta, guarda orden Rhys mientras sealaba la espada. La perra se levant al instante y se situ delante del arma. La mano de Lleu fue hacia el cinturn, sac un cuchillo y apunt a la perra. Rhys le asi la mano que aferraba el cuchillo y apret el antebrazo de manera que hundi los dedos profundamente en las partes blandas de la mueca. De pronto, a Lleu se le qued la mano inerte y el cuchillo cay al suelo. Rhys se agach, recogi el cuchillo y se lo guard en su cinturn. -La parlisis es temporal -le advirti a su hermano, que se miraba la mano con una expresin de total estupefaccin-. Dentro de unos minutos volvers a tener sensacin en los dedos. Este era un combate amistoso. O eso entend. Lleu se puso ceudo, pero despus pareci avergonzado. Se frot la mano inutilizada y retrocedi, alejndose de la perra. Slo quera asustar a esa chucha pulgosa, nada ms. No le habra hecho dao. Eso es verdad dijo Rhys. No le habras hecho dao a Atta. De haberlo intentado, ahora yaceras en el suelo con la garganta desgarrada. Me dej llevar por el entusiasmo, nada ms se disculp Lleu. Olvid dnde estaba, crea hallarme en el campo de batalla. Puedes devolverme la espada y el cuchillo? Prometo controlarme. Rhys le tendi el cuchillo, recogi la espada que la perra vigilaba y se la dio a su hermano, que la tom con la mano izquierda. Lleu la mir, fruncido el entrecejo. Sigo pensando que debera haber hendido esa vara tuya. La condenada hoja debe de tener el filo embotado. Har que lo afilen cuando vuelva a casa. A la cuchilla no le pasa nada dijo Rhys. Bah! Pues claro que s! repuso Lleu con sorna. No irs a decirme que esa ramita resisti el golpe de una espada larga! Esta ramita ha resistido incontables espadas durante quinientos aos contest Rhys. Ves estas diminutas muescas? Alz la vara para que Lleu la examinara. Las hicieron espadas, mazas y todo tipo de armas de acero. Ninguna la rompi, ni siquiera la da gran cosa. Podras haberme dicho que el maldito palo era mgico. No es de extraar que perdiera! Lleu pareca ofendido. Ignoraba que se trataba de ganar o de perder replic Rhys suavemente. Crea que te estaba haciendo una demostracin de una tcnica de combate. Como he dicho, me dej llevar por el entusiasmo -mascull Lleu. Mene la mano derecha. Ahora poda mover los dedos y envain la espada. Creo que es suficiente demostracin por hoy. Cundo comis aqu? Me muero de hambre. Pronto. Estupendo. Ir a asearme. Te ver en la cena. Lleu se dio media vuelta, pero pareci cambiar de opinin y se gir otra vez. He odo contar que vosotros, los monjes, os sostenis con hierba y bayas. Espero que tal cosa no sea cierta. Tendrs una buena cena le asegur Rhys. Te cojo la palabra! -Lleu le dijo adis con la mano y se alej. Al parecer todo quedaba olvidado, perdonado.

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Lleu incluso se par para disculparse con Atta y le rasc la cabeza. La perra acept que la tocara pero slo despus de que Rhys hiciera un gesto de asentimiento con la cabeza; despus, en cuanto Lleu se hubo marchado, se sacudi como si quisiera librarse de todo rastro del hombre. Trot hacia Rhys, a quien dio con el hocico en la pierna, y alz hacia l los expresivos ojos castaos. -Qu pasa, chica? -pregunt Rhys, frustrado. La rasc detrs de las orejas-. Qu tienes contra l, aparte del hecho de que es joven e irreflexivo y tiene una excesiva buena opinin de s mismo? Ojal pudieras decirme lo que piensas. Con todo, hay una razn para que los dioses hicieran mudos a los animales. La mirada preocupada de Rhys sigui la marcha de su hermano, que se alejaba por la pradera. No soportaramos or las verdades que podrais decirnos.

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Rhys no regres al monasterio de inmediato. A t t a y l caminaron hacia el arroyo que suministraba agua tanto para hombres como para animales y se sentaron en la hierba, debajo de los sauces. Atta rod sobre un costado y se qued dormida, agotada por los rigores del da, primero protegiendo a las ovejas y despus a su amo. Sentado con las piernas cruzadas en la orilla del arroyo, Rhys cerr los ojos y se entreg al dios, Majere. El susurro del viento entre las ramas del sauce y el suave canto vespertino de los pinzones se mezclaron con el murmullo risueo del arroyo para aliviar las conjeturas y la inquietud por el extrao comportamiento de su hermano. A pesar del hecho de que no lo haba sermoneado ni haba logrado que cambiase de vida de inmediato, como su padre haba esperado que ocurriera, Rhys no tena la impresin de haber fracasado. Los monjes de Majere no contemplaban la vida bajo el prisma del triunfo o el fracaso. Uno no fallaba en una tarea. Sencillamente, no tena xito. Y puesto que uno siempre se esforzaba en lograrlo, mientras siguiera intentndolo entonces no poda fracasar realmente. Tampoco reprochaba a sus padres que lo cargaran con esa responsabilidad; y eso que seguramente ni siquiera haban pensado en l haca quince aos. Estaban desesperados. Lo que lo haca sentirse mal era que tendra que decirles que l no poda hacer nada al respecto. Poda hablar con el maestro antes, claro, pero Rhys saba lo que el monje mayor le contestara. Lleu era un hombre adulto. Haba elegido su camino. Quiz fuera posible persuadirlo mediante buenos consejos y el ejemplo, pero si eso no lo cambiaba nadie tena derecho a impedirle seguir su camino o apartarlo de l o forzarlo a tomar otro, ni siquiera a pesar de que el suyo fuera un camino de autodestruccin. La decisin de cambiar tena que tomarla Lleu o en caso contrario no tardara en volver a las andadas. Eso era lo que enseaba Majere, y era lo que los monjes crean. La campana son para anunciar la hora de la cena. Rhys no se movi. A los monjes se les exiga estar presentes en el desayuno, cuando se discuta cualquier asunto relacionado con el monasterio. La cena era algo informal, y los que preferan seguir con la meditacin o el trabajo tenan permiso para hacerlo. Rhys saba que debera estar presente, pero detestaba tener que dejar su tranquila soledad. Su hermano y sus padres estaran all y esperaran que se sentara con ellos. Sera una reunin incmoda. Querran hablar con l de su hermano, pero se mostraran reacios a hacerlo en presencia de los otros monjes. Y, as, la conversacin quedara limitada a asuntos familiares: los negocios de su padre o el nacimiento del ltimo nieto relatado por su madre. Puesto que Rhys no saba nada sobre esos asuntos y, para ser sincero, tampoco le importaban, no tendra nada que decir para participar en la conversacin. A sus padres no les interesara gran cosa la vida que llevaba. La charla decaera y desembocara en un silencio incmodo. Aprovechar mejor el tiempo aqu se dijo. Rhys permaneci con su dios, unidos los dos. La mente del humano se liber del cuerpo para entrar en comunin con la mente de la deidad, un contacto que el maestro comparaba con la minscula e insegura mano de un recin nacido que al encontrar el dedo de la enorme mano de su padre se aferra a l con todas sus fuerzas. Rhys plante su preocupacin sobre Lleu a Majere, permiti que las numerosas preguntas pasaran por su mente y la del dios con la esperanza de hallar respuestas, de encontrar una forma de ayudar. Se sumi tan profundamente en su estado de meditacin que perdi la nocin del tiempo. De manera gradual, una punzada persistente, como el comienzo de un dolor de muelas, empez a resultar lo suficientemente molesta para obligarlo a prestarle atencin. Totalmente reacio y entristecido de verse forzado a regresar al mundo de los hombres, se separ del dios. Abri los ojos con la sensacin de que algo iba mal.

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Al principio no identific qu era. Todo pareca estar bien. El sol se haba puesto y haba cado la noche. Atta dorma tranquilamente en la hierba. Los perros no ladraban; no sonaba ninguna alarma del aprisco ni del granero; no haba olor a humo que indicara la existencia de un incendio. Pero algo iba mal. Se puso de pie de un salto y su movimiento brusco sobresalt a Atta, que rod sobre el vientre, tiesas las orejas y los ojos muy abiertos. Entonces Rhys lo supo. La campana para las prcticas de armas no haba sonado. Dud un momento de s mismo. Su reloj interno poda haberse despistado a causa de su estado de meditacin profunda. Sin embargo, una ojeada a la posicin de la luz de la luna y de las estrellas le confirm su impresin. En los quince aos que llevaba viviendo en el monasterio y en los aos que el monasterio llevaba existiendo, la campana de prcticas haba repicado todas las noches a la misma hora sin falta. El miedo se apoder de Rhys. La rutina era una parte importante de la disciplina practicada por los monjes. Una ruptura en la rutina sera algo banal en cualquier otra parte, pero entre los monjes era algo tremendo, catastrfico. Rhys recogi su emmide, y Atta y l regresaron al monasterio a todo correr. Haba desarrollado una buena visin nocturna al tener que practicar con las armas en plena oscuridad durante los meses invernales, y conoca cada palmo del terreno como la palma de su mano. Podra y en realidad lo haba hecho una vez regresar al monasterio a travs de una espesa niebla en la noche ms oscura. En ese momento, la plateada luz de Solinari iluminaba el cielo oscuro y las estrellas contribuan con su propio brillo. Vea por dnde iba sin la menor dificultad. Estuvo a punto de mandar a Atta al aprisco, pero cuando las palabras de la orden ya acudan a sus labios decidi que se quedara con l, al menos hasta descubrir qu iba mal. Lleg al recinto del monasterio, que estaba silencioso, tranquilo... Mala seal. Los monjes tendran que haber estado all, ya fuera escuchando a uno de los maestros mientras haca una demostracin de una tcnica o practicando con sus compaeros. Debera orse el ruido de los golpes de emmides y varas de combate, los gruidos de los esfuerzos, el ruido sordo cuando alguno derribaba a su compaero. Y en todo momento, las voces de los maestros, ya fuera expresando burla, elogio o corrigiendo errores. Rhys ech una rpida ojeada en derredor. La luz amarilla sala a raudales por las ventanas del refectorio, donde los monjes tomaban las comidas. A esa hora de la noche las luces tendran que haber estado apagadas, las mesas y los bancos recogidos, la loza, las cazuelas y las ollas limpias y preparadas para el desayuno del da siguiente. Rhys se dirigi hacia all con la esperanza de que hubiese una explicacin lgica. Se le ocurri la idea de que quiz el maestro estuviera charlando con su familia y que eso hubiera impedido que los otros monjes hiciesen prcticas porque hubieran necesitado su ayuda. Tal contingencia se saldra completamente de la norma, pero no estaba fuera de lo posible. La puerta principal daba a la sala comn del monasterio. A travs de las ventanas, Rhys vio que se hallaba a oscuras, como era lo normal a esa hora de la noche. Abri la puerta y se dispona a entrar cuando Atta hizo un sonido raro, una especie de lloriqueo asustado. Rhys mir a la perra, preocupado. Los dos haban trabajado juntos durante cinco aos y jams la haba odo hacer un ruido as. Con la mirada fija en la estancia en sombras, tembloroso el cuerpo, el animal volvi a soltar un gaido. Algo terrible aguardaba ms all. Ni forajidos ni merodeadores ni ladrones. Ni un oso movindose torpemente por el edificio, como haba ocurrido en una ocasin. La perra habra sabido cmo reaccionar a eso. Esto era algo que no entenda y que la aterrorizaba. Rhys avanz un paso con cautela y entr. Todo estaba en silencio. No se oan voces ofreciendo sabios consejos. Ninguna voz. Un olor horrible, a cuarto de enfermos, impregnaba el aire. El instinto empujaba a Rhys a entrar corriendo para ver qu haba pasado, pero la disciplina y el entrenamiento se impusieron, y dome ese impulso. Era imposible saber qu

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haba ms all. Hizo a Atta la seal de que caminara a su lado y la perra afloj el paso, se agazap y se desliz junto a l. Rhys aferr el emmide y avanz sigilosamente por la sala comn; al ir descalzo no hizo el menor ruido. La sala comn daba al comedor. Dentro brillaban las luces y, aunque Rhys slo alcanzaba a ver el extremo de un banco, oy un sonido dbil, extrao, una especie de farfulla mascullada entre dientes. No distingua palabras, si es que las haba. Avanz con cautela, atento a cualquier ruido de la otra estancia, sin quitar la vista de la puerta. Atta le avisara si alguien o algo estaba preparado para saltar sobre l desde la oscuridad, pero no tena la impresin de que hubiera alguien acechando en la sala. El peligro, al parecer, se encontraba en la luz, no en las sombras. El repulsivo olor se hizo ms intenso. Lleg al comedor. El hedor le provoc una arcada, por lo que se llev la mano a la boca y la nariz. La voz balbuciente sonaba ms fuerte ahora, pero segua siendo tan baja que an no entenda lo que deca y tampoco era capaz de identificar a la persona que hablaba. Justo en el umbral, para as poder ver sin ser visto, Rhys se asom al comedor. Se qued horrorizado, paralizado por la impresin. En el monasterio vivan dieciocho monjes. En el pasado la comunidad haba sido ms numerosa; haba llegado a contar con ms de cuarenta miembros en los aos posteriores a la Guerra de la Lanza. Despus, durante la Quinta Era, el censo de residentes del monasterio haba ido menguando hasta reducirse a cinco nicamente, y haca poco que su nmero haba empezado a recuperarse. Los monjes coman en fraternal compaerismo alrededor de una mesa rectangular hecha con una plancha de madera colocada sobre caballetes, sentados en bancos, nueve a cada lado. Ese da slo haba diecisiete, ya que Rhys haba preferido pasar por alto la cena. Sin embargo haban tenido invitados -los padres y el hermano de Rhys, que deban de haberse sentado con ellos para compartir su sencillo sustento. En total, veinte personas. De las veinte, diecinueve yacan muertas. Rhys contempl conmocionado la terrible escena, su disciplina hecha aicos, todo pensamiento racional esparcido como hojas arrastradas por un vendaval. Mir alrededor, completamente aturdido, incapaz de asimilar el horror, de comprender qu haba pasado. Pese a que, tras una desesperada ojeada, fue consciente de que todos estaban muertos, corri hacia el maestro y se arrodill a su lado para posar la mano en el cuello del monje mayor con la loca esperanza de percibir un leve indicio de que an alentaba un soplo de vida. Slo haba que mirar el cuerpo contrado del anciano monje, la crispacin de los msculos faciales, la lengua hinchada y el vmito del contenido de su estmago para comprender que el maestro haba muerto y que haba sido una muerte dolorosa. Todos los monjes haban sufrido la misma muerte horrible. Pareca que algunos se hubieran incorporado al sentir los primeros sntomas y hubiesen intentado ir hacia la puerta. Otros yacan cerca del banco donde haban estado sentados. Todos los cuerpos estaban atrozmente retorcidos. El suelo se hallaba resbaladizo por los vmitos. Eso, as como las lenguas hinchadas, revelaban la causa de la muerte: los haban envenenado. Tambin los padres de Rhys estaban muertos. Su madre yaca boca arriba, y la expresin petrificada en su semblante era de una repentina y espantosa comprensin. Su padre, tendido boca abajo, tena un brazo estirado, como si en el ltimo momento hubiera intentado agarrar a alguien. A su hijo. A su hijo menor. Lleu se hallaba vivo y, por lo visto, en perfecto estado. Suya era la voz que Rhys haba odo mascullar y balbucir. Lleu! dijo Rhys, seca la boca, la garganta tan contrada que no reconoci su propia voz. Al or su nombre, Lleu dej de farfullar y se volvi para mirar a su hermano.

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No viniste a cenar dijo. Se incorpor del banco y se puso de pie. Hablaba con tranquilidad, como si estuviese en su propia cocina y charlara con un amigo, en lugar de encontrarse en medio de una escena catica.. Ha perdido la razn pens Rhys-. El horror lo ha vuelto loco. Con todo, Lleu no tena aspecto de demente. No me apeteca comer -contest Rhys. Necesitaba mantener la calma, tratar de descubrir qu suceda. Lleu alz un cuenco de sopa de la mesa y se lo tendi a su hermano. Debes de estar hambriento. Ser mejor que tomes algo. A Rhys se le puso el corazn en un puo. En ese momento supo lo que haba pasado, igual que lo haban sabido sus padres antes de morir. Pero el porqu escapaba a su comprensin, quedaba ms all de su alcance, como el oscuro rostro de Nuitari. A su espalda oy gruir a Atta y extendi la mano en un gesto de advertencia con el que le ordenaba quedarse quieta. No apart la vista de su hermano. Lleu tena las ropas desarregladas, y araazos en la cara y el torso. Tal vez su padre se las haba ingeniado para agarrar a su hijo asesino antes de que la muerte se lo llevara. Lleu tena el pecho descubierto, dejando a la vista una curiosa marca: la seal de los labios de una mujer grabados a fuego en su piel. Rhys pens que era algo extrao, pero nada ms. El espanto se lo quit de la mente e hizo que se le olvidara. Esto lo has hecho t -dijo con voz quebrada mientras sealaba a los muertos. Lleu ech una ojeada a los cadveres y despus volvi la vista hacia su hermano; se encogi de hombros como diciendo: S, y qu?. Y ahora quieres envenenarme a m. Rhys asa el bastn con los dedos tan prietos que tena los nudillos blancos y los not agarrotados. Se oblig a aflojarlos. Lleu pareci considerar el asunto. Ms que una cuestin de querer es una cuestin de tener que, hermano. Tienes que envenenarme. Rhys se esforz para mantener el tono fro y sosegado. Ahora saba que su hermano no estaba loco, que haba algn tipo de terrible razn fundamental tras los asesinatos. Por qu? Por qu has hecho esto? -Habra intentado pararme -dijo Lleu, que pos la mirada en el cuerpo del maestro. Ese viejo de ah. Saba la verdad. Lo vi en sus ojos. -Se volvi a mirar a Rhys. Lo vi en tus ojos. Todos ibais a intentar impedrmelo. Impedirte qu, Lleu? -demand Rhys. Conseguir discpulos para mi dios. Para Kiri-Jolith? inquiri el monje con incrdula estupefaccin. -Para ese sacamuelas aguafiestas no -se mof Lleu. Una expresin devota asom a su semblante, y su voz adquiri un tono reverencial. Para mi seor Chemosh. -Eres seguidor del Dios de la Muerte? -Lo soy, hermano. Dej el cuenco de sopa en la mesa y se levant del banco-. T tambin puedes serlo. Abri los brazos. Abrzame, hermano. Abrzame y abraza la vida eterna, la juventud eterna, el placer eterno. Te han engaado, Lleu. Rhys desplaz los pies, asi el bastn con las dos manos y se coloc en una posicin de lucha. Lleu no llevaba la espada; los monjes le habran prohibido entrar con una arma en el monasterio. Sin embargo, se hallaba en pleno xtasis religioso y eso lo haca peligroso. Chemosh no quiere que tengas nada de eso. Slo busca tu destruccin. Por el contrario, ya tengo todo lo que me prometi repuso su hermano con aire indulgente. Nada puede hacerme dao.

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Se volvi hacia la mesa y levant un cuenco que le mostr a Rhys. ste es el mo. Vaco. Tom el caldo con la cicuta como el resto de esos pobres necios. Tena que tomarlo, claro, porque si no podran haber sospechado. Estn muertos, y yo no. Eso poda tratarse de una fanfarronada, de una mentira, pero Rhys dedujo por el tono y la expresin de su hermano que no lo era. Lleu haba dicho la verdad: haba ingerido el veneno y estaba ileso. De repente Rhys record el mordisco de la perra, la ausencia de sangre. Lleu tir sobre la mesa el cuenco, con descuido. Llevo una vida regalada, de placer. No s qu es el dolor ni la enfermedad. De eso se encarga Chemosh. No necesito nada. Puedes disfrutar de esta misma vida, hermano. No quiero semejante vida, si es que a eso lo llamas vida. Entonces supongo que lo mejot ser que mueras -contest Lleu en tono indiferente-. Sea de un modo u otro, Chemosh te tendr. Las almas de todos los que mueren de forma violenta van a parar a l. No le temo a la muerte. Mi alma ir con mi dios replic Rhys. Majere? Lleu solt una risita desdeosa. No le importar. Est por ah, en alguna parte, observando cmo trepa una oruga por una brizna de hierba. La voz de Lleu cambi, se torn amenazadora. Majere tampoco tiene la voluntad ni el poder de frenar a Chemosh. Igual que este viejo careca de poder para detenerme a m. Rhys mir a los muertos, mir el semblante crispado del maestro, y de repente sinti que se despertaba su ira. Lleu tena razn. Majere podra haber hecho algo. Tendra que haber hecho algo para impedir aquello. Sus monjes le haban dedicado la vida, haban trabajado y se haban sacrificado. El dios los haba abandonado cuando ms lo necesitaban. Haban clamado su nombre en los estertores de la muerte y l haba hecho odos sordos. A los monjes de Majere se les ordenaba no tomar partido en ningn conflicto. Quiz el propio dios se negaba a tomar parte en ste. Tal vez las almas de su amado maestro y de sus hermanos se estaban viendo obligadas a luchar solas contra el Dios de la Muerte. La ira bulla dentro de l, abrasadora, opresiva, amarga. Ira contra su dios, contra s mismo. Tendra que haber estado aqu. Tendra que haber impedido esto. Haba esgrimido como excusa que se encontraba con su dios, pero, para ser sincero, su propio y egosta deseo de paz y tranquilidad le haba impedido hallarse donde haca falta. Por culpa de Majere y de l, que les haban fallado a quienes tenan puestas sus esperanzas en ellos, ahora haba diecinueve personas muertas. Sostuvo una lucha interna consigo mismo, recriminndose y, al mismo tiempo, luchando contra la rabia que haca que las manos ansiaran cerrarse en torno al cuello de su hermano asesino y estrangularlo. Estaba tan inmerso en aquella lucha interna que apart la vista de Lleu. Su hermano no dud un momento en aprovechar su descuido. Agarr l pesado cuenco de barro y se lo lanz con todas sus fuerzas. El cuenco acert a darle entre los ojos. El dolor estall dentro de su crneo, un dolor abrasador, rojo y llameante como el fuego, tan intenso que no poda pensar. La sangre le corri por la cara, le entr en los ojos, cegndolo. Se tambale y se agarr a la mesa para sostenerse. Tuvo la borrosa sensacin de que Lleu se abalanzaba sobre l, y despus otra sensacin de un cuerpo blanco y negro que pasaba delante de l, en un salto. Rhys sabore sangre. Se desplomaba y extendi la mano para frenar la cada, tendi la mano hacia el maestro... Delante de Rhys se ergua un monje de tnica naranja. El semblante del monje le resultaba familiar, aunque nunca lo haba visto. Se pareca al maestro y, al mismo tiempo, a todos los hermanos del monasterio. Los ojos del monje denotaban sosiego y calma, una actitud bondadosa.

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Rhys supo quin era. Majere... susurr, sobrecogido. El dios lo mir fijamente, sin responder. -Majere! -Rhys vacil-. Necesito tu consejo. Dime qu debo hacer. Sabes lo que has de hacer, Rhys contest el dios, sosegado. Lo primero es enterrar a los muertos y despus has de limpiar esta estancia de muerte para que todo aparezca limpio ante mi vista. Maana te levantars con el sol y entonars tus plegarias, como siempre. Despus dars de beber al ganado, y llevars a las vacas y los caballos a pastar, y apacentars las ovejas. Las malas hierbas del jardn... Que te eleve mis preces, maestro? Para qu? Todos han muerto y t no hiciste nada! Rezars para pedirme lo que siempre me has pedido, Rhys contest el dios. Perfeccin de cuerpo y de mente. Paz, tranquilidad, serenidad... Mientras entierro a mis hermanos y a mis padres, te rezar para pedirte perfeccin! contest, enfadado. Y para aceptar con paciencia y comprensin los caminos de tu dios. -No los acepto! replic Rhys, que tena un nudo de rabia y angustia dentro del pecho. No los aceptar. Chemosh ha hecho esto. Hay que detenerlo! Otros se encargarn de l repuso, imperturbable, Majere. El Seor de la Muerte no te incumbe a ti. Mira en tu interior, Rhys, y busca la oscuridad que hay en tu alma. Scala a la luz antes de intentar combatir la oscuridad de otros. Y qu pasa con Lleu? Hay que llevarlo ante la justicia... Lleu no minti al afirmar que Chemosh lo ha hecho invencible. No puedes hacer nada para detenerlo, Rhys. Djalo ir. De modo que me quieres escondido aqu, a salvo entre estas paredes, cuidando ovejas y limpiando estircol del establo mientras Lleu queda libre de cometer ms asesinatos en nombre del Seor de la Muerte. Es eso? inquiri Rhys, sombro. No pienso darme media vuelta y dejar que otros carguen con lo que es responsabilidad ma. Has pasado quince aos conmigo, Rhys dijo Majere. Cada da se han cometido asesinatos y cosas peores en el mundo. Intentaste impedir algo de eso? Buscaste justicia para esas vctimas? No. Quiz deb hacerlo. Mira en tu corazn, Rhys aconsej el dios. Buscas justicia o buscas venganza? Busco respuestas tuyas! grit el monje-. Por qu no protegiste de mi hermano a tus elegidos? Por qu los abandonaste? Por qu sigo vivo yo y ellos no? Tengo mis razones, Rhys, y no tengo por qu compartirlas contigo. La fe en m significa que aceptas las cosas como son. Me es imposible. Entonces no puedo ayudarte dijo el dios. Rhys guard silencio mientras la encarnizada batalla que sostena dentro de l cobraba virulencia. -Que as sea -dijo Rhys bruscamente, y se dio media vuelta.

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Rhys despert de un sueo profundamente inquietante en el que negaba a su dios para volver a la realidad de un intenso dolor, una luz titilante y una lengua spera y hmeda que le lama la frente. Abri los ojos. Atta estaba de pie junto a l; la perra gimoteaba y le lama la herida. La apart con suavidad e intent sentarse. Se le revolvi el estmago y vomit, tras lo cual volvi a tumbarse con un gemido. Las rigurosas prcticas de los monjes a menudo tenan como resultado heridas. Aprender cmo tratar esas heridas y cmo aguantar el dolor se consideraba una parte importante del entrenamiento. Rhys reconoci los sntomas de una fisura en el crneo. El dolor era muy agudo y sinti la necesidad de rendirse a l, de sumirse en la negrura, donde encontrara alivio. De no ser por Atta seguramente no habra vuelto en s. Acarici las orejas a la perra mientras mascullaba algo ininteligible, y volvi a marearse y a vomitar. La cabeza se le aclar un poco y una oleada de amargos recuerdos acudi a su mente, junto con la conciencia del peligro que l mismo corra. Se sent con premura mientras apretaba los dientes para aguantar el dolor, y busc a su hermano con la mirada. La estancia se hallaba a oscuras, demasiado para ver nada. La mayora de las gruesas velas se haban consumido. Quedaban slo dos encendidas, y las llamas titilaban en la cera derretida. Llevo horas inconsciente murmur, aturdido. Dnde est Lleu? Parpadeando a pesar del dolor, tratando de enfocar los ojos, ech una rpida ojeada alrededor de la sala, pero no vio la menor seal de su hermano. Atta llorique y Rhys le dio unas palmaditas. Intent recordar qu haba pasado, pero de lo ltimo que se acordaba era de la acusacin de su hermano contra Majere: No tiene la voluntad ni el poder de frenar a Chemosh. Una de las velas chisporrote y se apag con un siseo. Slo qued encendida una minscula llama. Rhys acarici las sedosas orejas de la perra y no tuvo que preguntar la razn de que Lleu no lo hubiera asesinado mientras yaca inconsciente. No tena que buscar muy lejos a su salvadora. Atta estaba tumbada con la cabeza en su regazo y sus oscuros ojos lo miraban con ansiedad. Rhys la haba visto proteger a las ovejas durante el ataque de un puma, interpuesta entre el rebao y el felino, al que haca frente sin miedo, los ojos castaos fijos en los amarillos del puma, con firmeza, hasta que le hizo darse media vuelta y escabullirse. El monje cerr los suyos, somnoliento, mientras acariciaba a Atta y la imaginaba plantada al lado de su amo, la torva mirada en Lleu, el labio superior recogido de manera que dejaba los dientes a la vista, unos dientes afilados que podra clavarle de un momento a otro. Lleu sera invencible como afirmaba, pero todava senta dolor. El chillido que haba soltado cuando Atta lo mordi haba sonado muy convincente. Y podra imaginar sin dificultad lo que sera sentir esos dientes hincados en la garganta. Lleu deba de haber retrocedido y se habra escapado. Habra huido... a casa... Atta ladr y se incorpor de un brinco; Rhys se despert sobresaltado. Qu pasa? pregunt al tiempo que se sentaba, asustado y en tensin. Atta ladr otra vez, y el monje oy otro ladrido lejano, procedente del aprisco. Era un ladrido intranquilo, pero no de alerta. Los otros perros notaban que algo marchaba mal. Atta sigui ladrando, y Rhys se pregunt, sombro, qu les estara contando, cmo describira aquel horror perpetrado por el hombre contra el hombre. Se volvi a despertar y se encontr con la perra, que le ladraba. Tienes razn, chica. No puedo hacer esto rezong-. No puedo dormir. Tengo que mantenerme despierto.

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Se oblig a ponerse de pie, usando el banco para apoyarse. Encontr su emmide tirado en el suelo, junto a l, justo antes de que la llamita de la ltima vela se ahogara en la cera derretida y se apagara, dejndolo a oscuras con la luz de la luna y rodeado de muertos. Le resultaba difcil pensar con el palpitante dolor de cabeza. Se centr en el dolor y empez a moldearlo y a darle forma y a presionarlo hasta comprimirlo en una bola pequea de dolor que guard en un aparador, dentro de su mente, y cerr la puerta. Conocida como Bola de Arcilla, sta era una de las tcnicas desarrolladas por los monjes para controlar el dolor. Majere empez el ritual, sin pensar. Elevo mi pensamiento hacia las nubes... Se interrumpi. Las palabras no significaban nada. Sonaban vacas, carentes de sentido. Mir dentro de su corazn, donde el dios haba estado siempre, y no lo encontr. Lo que haba ahora era feo y horrible. Rhys se contempl largo rato. La fealdad no desapareci, era una mcula en la perfeccin. Que as sea acept tristemente. Apoyndose en el bastn se dirigi hacia la puerta con pasos inseguros. Atta camin a su lado. Lo primero era descubrir qu haba sido de Lleu. No descartaba la idea de que su hermano estuviera escondido, al acecho, en algn sitio del monasterio, listo para tenderle una emboscada y as ofrecer la ltima vctima a Chemosh. La lgica le dict a Rhys que registrara el establo para comprobar si faltaban los caballos o el carruaje. Se mantuvo bien alerta mientras se acercaba al cobertizo, escudriando cada sombra, haciendo altos para ver si captaba el ruido de pasos. A menudo miraba a Atta. La perra estaba tensa porque perciba la tensin en su amo, y se mantena alerta porque l haca lo mismo. Sin embargo, nada en su conducta indicaba que algo fuera mal. Rhys entr primero en el establo donde los monjes tenan unas pocas vacas y los caballos de arar. El carruaje en el que haban llegado sus padres segua all, estacionado fuera. Entr en el establo con cautela, enarbolando el bastn, casi convencido de que Lleu saldra de la oscuridad para atacarlo. No vio nada ni oy nada. Atta hundi el hocico en la paja que cubra el suelo, pero eso se deba seguramente a que casi nunca se le permita entrar en el establo y los olores le llamaban la atencin. Los caballos de tiro de su padre seguan en las cuadras, pero el caballo que cabalgaba Lleu no estaba all. En tal caso, Lleu se haba marchado. De vuelta a casa. O a alguna otra ciudad o pueblo o granja solitaria. A crear ms conversos para Chemosh. De pie en el establo, Rhys escuch la profunda respiracin de los animales dormidos, el rumor de los murcilagos en las vigas, el ululato de un buho. Oy los sonidos de la noche y, mucho ms fuertes, los sonidos que jams volvera a escuchar: el golpeteo de su emmide contra el bastn de un hermano; la animada conversacin en el cuarto de calentarse en el invierno; el quedo murmullo de voces al elevar una plegaria; el toque de la campana que divida el da y marcaba su vida con largos y rectos surcos que, hasta haca slo unas horas, se extendan en el futuro hasta que Majere se llevara su alma a la siguiente etapa del viaje. Ahora los surcos eran irregulares y se entrecruzaban, desordenados, sin llevar a ninguna parte. Lo haba perdido todo. No le quedaba nada salvo un cometido. Un deber para consigo mismo y para con sus padres y hermanos asesinados. Una obligacin para con el mundo que haba rechazado durante quince aos y que ahora descargaba su venganza sobre l. Venganza repiti en un susurro al tiempo que volva a ver la fealdad en su interior. Encontrar a Lleu. Rhys sali del establo y se encamin de vuelta al monasterio. La cabeza le dola, estaba mareado y con nuseas, y le costaba trabajo enfocar los ojos. Deseaba tumbarse, pero no se atrevi a hacerlo. Deba permanecer despierto. As se mantendra ocupado, y tena trabajo que hacer.

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Un trabajo lgubre. Enterrar a los muertos. Necesitas ayuda, hermano dijo una voz junto a su hombro. Atta salt al or la voz. Gir el cuerpo en el aire y cay sobre las patas, erizado el lomo, con un gruido que dejaba los dientes a la vista. Rhys levant el emmide y gir rpidamente sobre s mismo para ver quin haba hablado. Detrs de l haba una mujer. Tanto por su aspecto como por su vestimenta resultaba extraordinaria. Tena el cabello blanco como espuma de mar, y en constante movimiento, al igual que sus ropas de color verde que ondeaban sobre su cuerpo y se mecan alrededor de sus pies. Era hermosa, serena y tranquila como el arroyo del monasterio en pleno verano, pero en sus ojos gris verdosos haba algo que evocaba violentas inundaciones y hielo negro. La envolva una total oscuridad y, sin embargo, Rhys la vea perfectamente por el resplandor propio que irradiaba y que pareca decir: No necesito la luz de la luna y de las estrellas. Soy mi propia luz o mi propia oscuridad, a mi antojo. Se encontraba en presencia de una diosa y, por las sartas de conchas que llevaba en el cabello despeinado, Rhys saba de quin se trataba. No necesito ayuda, gracias, Seora del Mar dijo mientras pensaba lo extrao que era que estuviera conversando con una diosa con tanta tranquilidad como si hablara con una de las lecheras del pueblo. Contemplando los fragmentos rotos de su mundo que sostena en las manos pens de repente que tampoco era tan extrao, despus de todo. Puedo enterrar a mis muertos. -No hablo de eso -replic Zeboim, irritada. Me refiero a Chemosh. Rhys comprendi entonces por qu haba aparecido. Pero no saba qu contestar. -Chemosh tiene a tu hermano sojuzgado -sigui la diosa-. Una de las Sumas Sacerdotisas del Dios de la Muerte, una mujer llamada Mina, lanz un poderoso hechizo sobre l. Qu clase de hechizo? Yo... Zeboim hizo una pausa, al parecer con dificultades para continuar. No lo s dijo de pronto. Su admisin son como si se la hubiesen arrancado a la fuerza. No he podido descubrirlo. Sea lo que sea lo que Chemosh est haciendo, lo hace con infinitas precauciones para ocultrselo a los otros dioses. T podras descubrirlo, monje, al ser un mortal. -Y cmo voy a descubrir los secretos de Chemosh si los dioses no son capaces de hacerlo? demand Rhys. Se llev la mano a la cabeza. El dolor empezaba a filtrarse por la puerta del aparador. Porque eres una pulga, un mosquito, un insecto entre millones de insectos. Puedes mezclarte con la muchedumbre, ir aqu y all, hacer preguntas. El dios nunca reparar en ti. Parece que eres t quien me necesita a m, seora, no al contrario coment Rhys, cansado. Atta, vamos. -Se apart y sigui caminando. La diosa apareci delante de l. -Si quieres saberlo, monje, la he perdido. Quiero que me ayudes a encontrarla. Rhys mir a Zeboim de hito en hito, perplejo. La cabeza le dola tanto que casi no poda pensar. A quin? De quin hablas? De Mina, por supuesto replic la diosa, exasperada. La sacerdotisa que esclaviz a tu maldito hermano. Te he hablado de ella, as que presta atencin a lo que te digo. Encuntrala y hallars respuestas. Gracias por la informacin, seora. Y ahora, he de enterrar a mis muertos. Zeboim lade la cabeza y lo mir a travs de las espesas pestaas. Una sonrisa asom a sus labios. Ni siquiera sabes quin es Mina, verdad, monje?

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Rhys no contest. Gir sobre sus talones y se alej. Y qu sabes de los muertos vivientes? -Zeboim fue tras l, sin dejar de hablar. Y de Chemosh? Es fuerte, poderoso y peligroso. Y no tienes dios que te gue, que te proteja. Ests completamente solo. Si accedes a trabajar para m, puedo ser muy generosa... Rhys se par. Atta se encogi y se meti sigilosamente detrs de sus piernas. Qu quieres, seora? Tu lealtad, tu amor, tu servicio -contest Zeboim en voz queda y clida. Y lbrate de ese animal agreg duramente. No me gustan los perros. Rhys tuvo una repentina visin de Majere de pie ante l mirndolo con una expresin que era afligida y comprensiva a la vez. Majere no le dijo nada. El camino tena que recorrerlo l. La eleccin tena que hacerla l. Se agach y acarici la cabeza a Atta. Me quedo con la perra. Los ojos de la diosa centellearon con un brillo peligroso. Quin te crees que eres para regatear conmigo, gusano? Por lo visto, sabes la respuesta a esa pregunta, seora repuso, cansado-. Fuiste t quien acudi a m. Te servir -aadi al verla henchida de ira como hirvientes nubarrones negros de una tormenta de verano, siempre y cuando tus intereses coincidan con los mos. -Coinciden, te lo aseguro. Le tom la cara entre las manos y lo bes en los labios lenta y prolongadamente. Rhys no se inmut a pesar de que los labios de la diosa escocan como sal en una herida reciente. Tampoco respondi al beso. Zeboim lo apart de un empelln. Qudate con tu chucho, pues dijo malhumorada. Y ahora, lo primero que has de hacer es encontrar a Mina. Quiero... Adnde vas, monje? La calzada es en esa direccin. Rhys se encaminaba de vuelta al monasterio. -Te lo dije antes. Primero he de enterrar a mis muertos. De eso nada! bram Zeboim. No hay tiempo para esas tonteras. Tienes que ponerte en marcha de inmediato! Rhys sigui caminando. Un rayo se descarg desde el cielo despejado y ceg al monje; cay tan cerca que chisporrote en su sangre y le puso de punta el vello de la cabeza y de los brazos. Un horrendo trueno estall a su lado y lo dej sordo. El suelo se sacudi y el monje cay de rodillas. Una lluvia de fragmentos de piedra y tierra se precipit sobre los dos, y Atta solt un gaido y llorique. Zeboim seal el inmenso crter. Ah tienes un agujero, monje. Entierra a tus muertos. Le dio la espalda en medio de una bocanada de viento y una descarga de lluvia, y desapareci. Qu he hecho, Atta?. gimi Rhys mientras se levantaba del suelo. Por la expresin confusa de los ojos de la perra, por lo visto ella le haca la misma pregunta. Rhys enterr a los muertos en la tumba comn que le haba proporcionado la diosa. Trabaj a lo largo de toda la noche para conseguir que los cadveres tuvieran cierta apariencia de paz y para trasladarlos uno a uno desde el comedor hasta el lugar de enterramiento, donde los tendi sobre la tierra blanda y hmeda. Cuando los tuvo a todos colocados, tom la pala y empez a llenar la tumba de tierra. El dolor de cabeza se haba mitigado con el beso de la diosa, una bendicin que ni siquiera se haba dado cuenta que le haba otorgado hasta que Zeboim se hubo marchado. No obstante, estaba agotado fsica y psquicamente, y no haba bendicin que aliviara aquello. Tal vez el agotamiento responda a la impresin que tena de que su cuerpo era uno de los que haba en la tumba y que los pegotes de tierra caan sobre l y lo iban enterrando.

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La noche casi haba llegado a su fin cuando ech la ltima palada de tierra en la tumba comn. No rez. Haba renunciado a Majere y dudaba que a Zeboim le interesaran sus plegarias. Necesitaba dormir. Rhys se volvi, llam a Atta y se dirigi a su celda; all se dej caer en el jergn y se qued dormido. Despert de repente, no con el taido de la campana sino por la dolorosa ausencia de esa llamada.

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Una vez que los muertos descansaron en paz, Rhys tuvo que pensar en los vivos. No poda iniciar el viaje abandonando al ganado para que muriera de hambre o presa de las alimaas. Ahora era responsabilidad suya su cuidado. Atta, los otros perros y l condujeron a las ovejas y a las vacas los kilmetros que los separaban del pueblo ms cercano; tuvieron que hacer todo el camino bajo un torrencial aguacero que convirti los caminos en un barrizal. Obviamente, a Zeboim no le complaca el retraso. La ltima vez que Rhys haba recorrido esa calzada haba sido quince aos atrs, cuando se diriga al monasterio. No haba vuelto a pisarla, ya que no haba abandonado el monasterio en todos esos aos. Contempl el mundo al que regresaba y lo hall empapado, gris y apenas cambiado. Los rboles eran ms altos. Los setos, ms densos. La calzada pareca estar ms transitada que aos atrs, lo que significaba que el pueblo deba de haber prosperado. Se cruz con varias personas en el camino, pero iban ensimismadas en sus propios asuntos y no respondieron a su saludo, aunque varias los maldijeron a l y a su ganado por obstruirles el camino y estorbarles. Eso le record a Rhys por qu haba abandonado el mundo y lament regresar a l. Lo lament, pero estaba decidido. Los aldeanos aceptaron agradecidos el regalo del monje, aunque se sintieron un tanto alarmados cuando Rhys les cont que haca aquello porque los otros monjes haban muerto de una enfermedad y que el nico superviviente era l. Les asegur que no haba peligro de contagio. Eso, y el aspecto de las bien alimentadas vacas de leche y las sanas ovejas bast para persuadir a los aldeanos de que podan aceptar sin peligro aquella riqueza inesperada. Rhys remolone un poco en las afueras del pueblo para ver a los aldeanos que conducan al ganado a los prados. Tambin les haba dado los perros pastores. Los hermanos y hermanas de Atta se alinearon detrs para mantener unido el rebao y guiarlo colina arriba. Atta se haba sentado al lado de Rhys y observaba con tristeza la marcha de la manada en la que haba nacido y que la dejaba atrs. Luego mir a Rhys, expectante, a la espera de que le diese la orden de correr a reunirse con los dems. El monje le acarici las orejas y con una seal le dio la orden de quieta. En ningn momento haba pensado regalarla, ni siquiera ante la orden de la diosa. Atta lo haba defendido cuando l no estaba en condiciones de hacerlo por s mismo. Haba arriesgado la vida por salvar la suya. Exista un vnculo entre los dos que Rhys no soportaba romper. Al menos necesitaba una compaera en quien confiar. Quedaba descartado confiar en Zeboim. Rhys regres al monasterio y limpi el comedor hasta no dejar traza de los terribles asesinatos. Hecho esto, hizo otro tanto con la cocina. Como no saba si el veneno desaparecera al fregar, no quiso correr el riesgo y rompi los cacharros de barro. Llev ollas y cazuelas al arroyo, les puso piedras dentro y las hundi en la zona ms profunda. No dej rastros detrs. Terminada aquella ltima y horrible tarea, dio una vuelta final por los edificios, que estaban terriblemente silenciosos. Las posesiones ms valiosas de los monjes eran sus libros, que guard en lugar seguro hasta que hubiera un representante del Profeta de Majere que estuviese en condiciones de ir all para hacerse cargo. Rhys parara en el primer templo de Majere que viera para mandar un mensaje al Profeta. Entretanto, confiaba en que el dios cuidara de lo suyo. Rhys no tena posesiones personales aparte de su emmide, que haba sido un regalo del maestro siete aos atrs. El emmide era un artefacto sagrado, hecho con madera de un rbol que, segn se deca, era sagrado para Majere. Puesto que le haba dado la espalda al dios, a Rhys no le pareci correcto conservar su regalo, as que dej el emmide en la

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biblioteca, con los libros, apoyado contra una pared. Mientras sala de la estancia se sinti como si dejara atrs uno de sus brazos. Se fue a su catre, pero esa noche el sueo lo rehua a pesar de su extenuacin. No lo acosaron los fantasmas de sus hermanos asesinados. Sin embargo, estaban en su corazn. Vea sus rostros ante s, oa sus voces. Tambin oa la mano de la impaciente diosa que golpeaba el tejado. No par de llover en toda la noche. Haba planeado emprender viaje antes de que amaneciera, pero ya que no poda dormir tanto daba ponerse en marcha antes. Guard pan, carne seca y manzanas para Atta y para l en una bolsa de cuero, se carg sta al hombro y llam a la perra con un silbido. Al ver que el animal no acuda sali a buscarla, casi seguro de saber dnde se hallaba. La encontr tendida junto al aprisco vaco, la mirada triste, desconcertada. S cmo te sientes, pequeadijo Rhys. Volvi a silbar y la perra se levant y lo sigui, obediente. Rhys no mir atrs.

La lluvia ces en el momento en que se pusieron en camino. Una niebla baja tapizaba el valle. El sol naciente era una espeluznante mancha borrosa de color rojizo cuya luz intentaba traspasar la niebla gris como si sta fuese estopilla. La humedad condensada se escurra de las hojas de los rboles e iba a caer al suelo mojado con un goteo sordo. Todos los sonidos se oan amortiguados. Rhys tena mucho en que pensar mientras caminaba. Dej que Atta se desplazara libremente, un trato excepcional para un perro pastor. El animal poda meterse en los arbustos en busca de conejos, o ladrar a las ardillas, o reconocer el terreno adelantndose a su amo y regresar a la carrera con la lengua colgando y los ojos relucientes. Pero no hizo nada de eso, sino que trot a su lado, gacha la cabeza y la cola cada. Rhys esperaba que se animara una vez que hubieran dejado atrs el territorio familiar, lejos del olor persistente de las ovejas y de los otros perros. Cuando haba llevado el ganado al pueblo haba preguntado a los aldeanos si haban visto pasar a un clrigo de Kiri-Jolith haca poco. Ninguno de ellos haba visto nada. A Rhys no le sorprendi. El pueblo se encontraba al nordeste del monasterio, mientras que la ciudad de Staughton el hogar de Lleu se hallaba hacia el sur. No haba razn para que Lleu no regresara a Staughton. Siempre poda inventarse un cuento convincente para explicar la desaparicin de sus padres. En la actualidad viajar era peligroso, sobre todo en Abanasinia, donde hombres fuera de la ley vagaban por campo abierto. Slo tena que discurrir una historia de un ataque de ladrones en el que sus padres haban sido asesinados y l haba salido herido, y le creeran. Rhys iba tan absorto en sus pensamientos que no ech en falta a Atta hasta que una enorme rata se cruz en su camino y la perra no sali corriendo tras ella. Se par y silb, pero Atta no apareci. Se le ocurri la idea de que quiz el animal haba regresado con su manada. Sera lgico. Habra tomado una decisin, al igual que haba hecho l. Sin embargo, tena que asegurarse de que el animal se encontraba bien y a salvo. Gir sobre sus talones, con el nimo por los suelos, y falt poco para que topara contra la diosa que, con su caracterstica impetuosidad, apareci sin previo aviso ante l, cerrndole el paso. Adonde vas? demand. Primero, a buscar a mi perra, seora, y despus a Staughton, a buscar a mi hermano. Olvdate de la perra. Y olvdate de tu hermano orden Zeboim, autoritaria. Quiero que busques a Mina. -Seora... Majestad para ti, monje -lo interrumpi Zeboim en tono altanero. -Ya no soy monje, majestad.

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S que lo eres. Sers mi monje. Si Majere puede tener monjes, por qu no voy a poder tenerlos yo? Claro que tendrs que llevar una tnica de otro color. Mis monjes vestirn de color verde mar. Bien, monje de Zeboim, qu era lo que ibas a decir? Rhys vio que su ropa cambiaba del sagrado color naranja de Majere a un verde que supuso que recordaba el del ocano. Nunca haba visto el mar, as que no poda juzgar si lo era o no. Se exhort a tener paciencia y respir profundamente antes de hablar. Como sealaste ayer, ni siquiera s quin es esa tal Mina. No s nada sobre ella, pero s conozco a mi hermano y... Era la cabecilla de los caballeros negros durante la Guerra de los Espritus. Hasta vosotros, los monjes que vivs aislados, tenis que haber odo hablar de la Guerra de los Espritus dijo Zeboim al reparar en la expresin en blanco del monje. Rhys sacudi la cabeza. Los monjes haban odo historias que contaban los viajeros sobre una Guerra de los Espritus, pero casi no haban prestado atencin. Las guerras entre los vivos no les concernan, como tampoco las guerras entre vivos y muertos. Zeboim puso los ojos en blanco ante tamaa ignorancia. Cuando mi venerada madre, Takhisis, rob el mundo, sac del agua a una hurfana llamada Mina y la hizo su discpula. Mina fue por el mundo difundiendo la palabra del Unico, realizando ostentosos milagros y dirigiendo un ejrcito de fantasmas. As se las arregl para convencer a los necios mortales de que saba de qu hablaba. As que Mina es discpula de Takhisis dijo Rhys. Era corrigi Zeboim el tiempo verbal. Cuando mam recibi su merecido por su traicin, Mina llor a su diosa y se llev el cadver. Segn se cuenta, estaba preparada para acabar con su miserable vida, pero Chemosh decidi utilizarla. La sedujo y ahora ha transferido su lealtad a l. Mina es quien convirti a tu candido hermano en un asesino. Es a ella a quien debes encontrar. Es mortal y, en consecuencia, el eslabn dbil en la cadena de mando de Chemosh. Prala, y lo habrs parado a l. Admito que no ser fcil reconoci la diosa, que aadi a regaadientes: Esa mocosa tiene cierto encanto. -Y dnde encuentro a esa Mina? -pregunt Rhys. Si lo supiera, crees que me molestara contigo? estall Zeboim. Me ocupara de ella personalmente. Chemosh la encubre en una oscuridad que ni siquiera mis ojos pueden penetrar. Y qu hay de otros ojos, como los de otros dioses? Tu padre, Sargonnas... Ese estpido imbcil! Est demasiado absorto en sus asuntos, como todos los dems. Ninguno de los dioses tiene cabeza para darse cuenta de que Chemosh ha desarrollado una ambicin peligrosa. Se propone apoderarse de la corona de mi madre. Planea desestabilizar el equilibrio y sumir a Krynn en otra guerra. Soy la nica que se ha dado cuenta aadi con altanera. La nica con coraje para desafiarlo. Rhys enarc una ceja. La idea de contemplar a la cruel y calculadora Zeboim como paladn de los inocentes era chocante. Con inquietud, Rhys comprendi que haba algo ms. Aquello ola a una lucha personal entre Zeboim y Chemosh. Y lo iban a pillar en medio, entre el yunque de uno y el martillo del otro. Le resultaba difcil aceptar el hecho de que los dioses de la luz estuviesen ciegos a esa maldad. Sin embargo, sabra algo ms una vez que estuviera de vuelta en el mundo. Se mantuvo en silencio, pensativo. -Bien, hermano Rhys, a qu esperas? -demand Zeboim-. Te he dicho todo lo que necesitas saber. Ponte en marcha! -No s dnde est Mina... -empez Rhys. Bscala -espet la diosa. ... pero s dnde est mi hermano continu Rhys. O, al menos, dnde es muy probable que est. Te dije que te olvidaras de tu hermano...

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Cuando encuentre a mi hermano sigui pacientemente el monje, le har preguntas sobre Mina. Con suerte, me conducir hasta ella o, como mnimo, me dir dnde encontrarla. Zeboim haba abierto la boca para gritar otra vez, pero cambi de opinin. Eso tiene cierta lgica concedi de mala gana. Puedes seguir con la bsqueda de tu hermano. Rhys hizo una reverencia de agradecimiento. Pero no debes perder tiempo buscando a tu chucho aadi la diosa. Y quiero que hagas un pequeo desvo. Puesto que tienes que vrtelas con Chemosh, necesitars a alguien que sea un experto en los muertos vivientes. No creo que t tengas esos conocimientos, verdad? Rhys tuvo que admitir que no los tena. Los monjes de Majere se ocupaban de la vida, no de la muerte. Hay una ciudad a unos treinta kilmetros al este de aqu. En esa ciudad hay un cementerio, donde encontrars a la persona que buscas. Acude all todos los das a medianoche. Es mi regalo para ti dijo Zeboim, complacida consigo misma por su magnanimidad. Ser tu compaero. Necesitars su ayuda para ocuparte de tu hermano, as como de otros seguidores de Chemosh que podras encontrar. A Rhys no le agradaba la idea de un compaero que no slo era compinche de Zeboim sino que tambin, al parecer, se pasaba las noches perdiendo el tiempo en cementerios. Pero no quera discutir sobre ello. Al menos echara un vistazo a esa persona y, tal vez, le hara algunas preguntas. Cualquiera con conocimientos sobre los muertos vivientes seguramente tambin estara versado en Chemosh. -Gracias, majestad. No hay de qu. Quiz tu opinin sobre m sea ms favorable de ahora en adelante. La diosa empezaba a desaparecer, a difuminarse en la niebla matinal, cuando aadi algo: Veo que tu chucho viene por la calzada. Por lo visto te dejaste algo. Tienes permiso para esperar a esa perra. La niebla se levant, evaporada por el sol. Atta recorra la calzada en su direccin y llevaba algo en la boca. Rhys la mir de hito en hito, estupefacto. Atta llevaba su bastn. La perra solt el emmide a sus pies y alz la vista hacia l mientras mova la cola con entusiasmo y la lengua le colgaba en lo que en ella era una sonrisa. Rhys se arrodill delante de ella y le acarici las orejas y la espesa capa de pelo del lomo y el pecho. Gracias, Atta dijo, y aadi en voz queda: Gracias, Majere. El emmide encajaba perfectamente en su mano, como algo justo y correcto. Majere se lo haba devuelto; era un claro mensaje de que, a pesar de no recibir ms dones del Dios Mantis, Rhys tena al menos el perdn y la comprensin del dios. El monje se puso de pie con el emmide empuado en la mano y la perra a su costado. Les llevara un da de caminata llegar a la ciudad. La noche les presentara el regalo de Zeboim.

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El cementerio era antiguo y se remontaba a la fundacin de la ciudad. Separado de la poblacin por una arboleda, el cementerio se hallaba bien conservado, con las estelas funerarias en buenas condiciones y las malas hierbas recortadas. En algunas tumbas se haban plantado flores que estaban rebrotando, y su aroma perfumaba la noche. Otras aparecan decoradas con objetos queridos para quienes haban partido. Una mueca de trapo yaca en una pequea tumba. Rhys se encontraba en la arboleda, al amparo en las sombras, porque quera ver al misterioso personaje antes de hablar con l. Atta se haba echado a sus pies y, aunque daba una cabezadita, segua alerta. La noche avanz y se acerc a la mitad de su curso, a la frontera entre un da y el siguiente. Los murcilagos surcaban el aire y se daban un atracn de insectos. Rhys se lo agradeci, ya que los mosquitos se haban dado un festn con l. Un buho ulul para marcar su territorio. En la distancia, le respondi otro. En el cementerio, vaco a excepcin de los muertos en su eterno descanso, reinaba la tranquilidad. Atta se incorpor de repente, tiesas las orejas, el cuerpo tembloroso, tensa y alerta. Rhys le acarici ligeramente la cabeza, y la perra se qued quieta a su lado. Una persona entr en el cementerio y camin entre las estelas, que a veces tocaba con la mano dndoles una breve y familiar palmada. Rhys estaba desconcertado. No haba sabido qu poda esperar: un clrigo de Zeboim, tal vez un nigromante o incluso un hechicero de negra tnica, seguidor del dios oscuro, Nuitari. Ni en sus suposiciones ms descabelladas haba imaginado aquello. Un kender. Lo primero que pens Rhys fue que sa era la idea que Zeboim tena de una chirigota, pero la diosa no le encajaba como alguien que gastara bromas divertidas por gusto, sobre todo cuando estaba tan interesada en encontrar a la tal Mina. Se pregunt si el kender sera realmente la persona con la que tena que encontrarse o si su aparicin era una coincidencia. Rhys lo descart tras pensarlo un momento. Por lo general la gente no acuda a los cementerios en mitad de la noche. El kender haba llegado a la hora sealada y, a juzgar por la forma en que caminaba y charlaba, frecuentaba el cementerio. Hola, Simn Labrador dijo el kender mientras se acuclillaba junto a una tumba. Qu tal ests hoy? Va todo bien? Te alegrar saber que el trigo mide ya ms de quince centmetros. Sin embargo, ese manzano que te preocupaba no tiene muy buen aspecto. El kender hizo una pausa, como si esperase una respuesta. Rhys lo observaba, perplejo. El kender solt un suspiro triste y se puso de pie. Fue a la siguiente tumba, la que tena la mueca de trapo, y se sent al lado. Hola, Flor. Quieres jugar a las pulgas? Mejor una partida de khas? Me he trado el tablero y todas las fichas. Bueno, casi todas. Por lo visto he extraviado una torre. El kender se palme una bolsa grande que llevaba colgada al hombro y mir la tumba con expectacin. Flor llam, ests ah? Suspir tristemente y sacudi la cabeza. -No hay nada que hacer -dijo, hablando consigo mismo-. No hay nadie. Todos se han ido. El kender se mostraba tan triste y angustiado que Rhys sinti lstima por l. Si aquello era un tipo de demencia, entonces se manifestaba de un modo extrao. No obstante, no daba la impresin de que el kender estuviera loco. Pareca hallarse en su sano juicio y, aparte de

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estar muy delgado y demacrado, como si no hubiese comido casi, su aspecto era bastante saludable. Llevaba el cabello recogido en el clsico copete de los kenders, que le colgaba por la espalda. Vesta ropa de colores ms discretos de lo que era habitual en su raza, con chaleco y calzones oscuros. (En esto Rhys se equivoc cuando, en la oscuridad, crey que eran negros. Ms tarde descubrira, a la luz del da, que eran de un profundo pero brillante tono prpura.) El monje senta curiosidad ahora. Se acerc al cementerio y pis de forma deliberada en ramitas y removi hojas para que el kender lo oyera llegar. Atta, que husmeaba el aire ante el desconocido olor a kender, camin a su lado. Hola... empez Rhys. Para su sorpresa, el kender se levant de un brinco y se meti detrs de una estela alta. Vete dijo. No queremos aqu a los de tu clase. Los de mi clase? repiti Rhys, que se detuvo. A quin te refieres? Se pregunt si el kender tendra algo contra los monjes. A los vivos contest el kender. Agit las manos como quien espanta gallinas. Aqu estamos muertos todos. Los vivos no pertenecen a esto. Vete. Pero t ests vivo arguy suavemente Rhys. Soy diferente dijo el kender. Y no, no soy de los aquejados aadi con aire ofendido, as que borra esa expresin de lstima de tu cara. Rhys recordaba haber odo algo sobre kenders aquejados, pero no tena presente qu los aquejaba, as que lo pas por alto. -No te tengo lstima. Siento curiosidad -manifest mientras avanzaba entre las estelas. Tampoco es mi intencin ser irrespetuoso con los venerables muertos ni quiero perjudicarlos en nada. Te o hablar con ellos... Tampoco estoy loco, si es eso lo que piensas proclam el kender desde detrs de la estela. En absoluto se apresur a negar el monje con afabilidad. Se sent cmodamente cerca de la estela de Simn Labrador, abri la bolsa y sac una tira de carne seca. Parti un trozo para Atta y empez a masticar un bocado. Llevaba muchas especias y el fuerte olor impregn el aire nocturno. La nariz del kender se encogi y sus labios se movieron. Extrao lugar para una merienda campestre coment el hombrecillo. -Te apetece un poco? -pregunt Rhys al tiempo que le tenda una larga tira de carne. El kender vacil y mir al monje con desconfianza. No te da miedo que me acerque a ti? Podra robarte algo. No tengo nada que pueda robarse contest Rhys con una sonrisa, todava tendida la mano con la carne. Y el perro? pregunt el kender. Muerde? Atta es una hembra respondi Rhys. Y slo hace dao a los que le hacen dao a ella o a quienes estn bajo su proteccin. Hizo un gesto ofreciendo otra vez el trozo de carne. Despacio, cautelosamente, sin apartar la mirada desconfiada de la perra, el kender sali de detrs de la estela. Corri hacia la carne, se la arrebat a Rhys de la mano y la devor con avidez. Gracias mascull con la boca llena. Quieres ms? pregunt Rhys. Eh... s. El kender se sent al lado de Rhys y acept otra tajada de carne y un trozo de pan. No comas tan de prisa le aconsej el monje. Acabars con dolor de estmago. Hace dos das que me duele coment el kender-. Est realmente rico esto. Cunto hace que no comes como es debido?

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No me acuerdo contest el kender al tiempo que se encoga de hombros. Alarg la mano y dio una palmadita a Atta en la cabeza, cosa que el animal admiti de buen grado. Tienes una bonita perra. Perdona si digo esto, y no es con nimo de ofender, pero por lo general tu raza no tiene dificultad en adquirir comida o cualquier otra cosa que quiera. -Te refieres a tomar prestado -dijo el kender, cuya expresin se torn ms alegre. Se acomod al lado de Atta y sigui hacindole caricias-. A decir verdad no se me da bien eso. Como sola decir mi padre, soy todo pulgares y dos pies izquierdos. Seal con la cabeza hacia las tumbas. Con ellos es mucho ms fcil llevarse bien. Ninguno me ha acusado nunca de quitarles nada. A quines te refieres al decir ellos? pregunt Rhys. A los que estn enterrados aqu? El kender agit la mano grasienta. A los que estn enterrados en cualquier parte. Los vivos son mezquinos. Los muertos son ms apacibles. Ms amables. Ms comprensivos. Rhys mir fijamente al kender. Puesto que tienes que vrtelas con Chemosh, necesitars a alguien que sea un experto en los muertos vivientes. Quieres decir que puedes comunicarte con los muertos? Soy lo que ellos llaman un acechador nocturno. El kender ofreci la mano. De nombre Beleo. Beleo Higochumbo. Yo me llamo Rhys Alarife se present el monje al tiempo que tomaba la pequea mano y la estrechaba. Y sta es Atta. Hola, Rhys. Hola, A t t a salud el kender. Me gustas, Atta. Y t tambin, Rhys. No eres excitable, como la mayora de los humanos que he conocido. Supongo que no tendrs ms de esa carne seca, verdad? -aadi con una mirada melanclica a la bolsa de cuero. Rhys le tendi la bolsa. Por la maana se reaprovisionara de vveres. Alguien de la ciudad necesitara que le cortaran lea o que le hicieran otras tareas. Beleo se termin la carne y casi todo el pan, del que comparti troci-tos con Atta. -Qu es un acechador nocturno? -pregunt Rhys. Vaya! crea que todo el mundo nos conoca. Beleo miraba a Rhys con estupefaccin. Dnde has estado metido? Debajo de una piedra? Podra decirse que s. El monje sonri. Pero me interesa. Cuntame. Sabes lo de la Guerra de los Espritus? He odo mencionarla. -Bien, lo que pas es que cuando Takhisis rob el mundo cerr todas las salidas, por as decirlo, para que todos los que murieran quedaran atrapados en el mundo. Sus almas no podan seguir adelante. Algunos, en su mayora msticos y, por lo general, nigromantes, descubrieron que podan comunicarse con esas almas de muertos. Mis padres eran msticos, no nigromantes agreg apresuradamente Beleo. Los nigromantes no son buena gente. Quieten controlar a los muertos. Mis padres slo queran hablar con ellos y ayudarlos. Los muertos se sentan desdichados y perdidos porque no tenan adonde ir. Rhys miraba fijamente al kender. Beleo hablaba de todo aquello en un tono tan desapasionado que costaba trabajo pensar que el kender menta, pero la idea de que los vivos sostuviesen conversaciones con los muertos era difcil de asimilar. Acompaaba a mis padres cada vez que visitaban un cementerio o una cripta o un mausoleo segua diciendo Beleo-. Jugaba con ellos mientras mis padres trabajaban. Jugabas con los muertos? lo interrumpi Rhys. El kender asinti con un enrgico cabeceo. Nos divertamos mucho. Jugbamos a las tres en raya, a la zapatilla por detrs, al pauelo, al rey de la cripta. Un Caballero de Solamnia muerto me ense a jugar al khas. Un ladrn muerto me mostr cmo esconder una juda debajo de tres cascaras de nueces y moverlas muy de prisa para que despus la gente adivinara en cul estaba oculta. Quieres ver eso? pregunt con ansiedad.

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Quiz ms tarde contest amablemente Rhys. Beleo hurg en la bolsa y, al no encontrar nada ms de comer, se la devolvi al monje. Despus se recost cmodamente en la estela. Atta, viendo que no habra ms carne de momento, apoy la cabeza en las patas y se qued dormida. As que ahora, Beleo, sigues realizando el trabajo de tus padres, no? Ojal! El kender solt un sonoro suspiro. Qu ha pasado? Todo cambi. Takhisis muri. Los dioses regresaron. Las almas quedaron libres de proseguir su camino. Y ya no tengo a nadie con quien jugar. Todos los muertos se marchan de Krynn. Bueno, todos no rectific Beleo. Todava estn otros espritus, como nimas, zombis, aparecidos, guerreros esqueletos, espectros, etctera. Pero actualmente es ms difcil dar con ellos. Por lo general los nigromantes y los clrigos de Chemosh les echan el guante antes de que pueda llegar hasta ellos. Chemosh repiti Rhys. Qu sabes de l? Eres seguidor suyo? Puaj, no! -exclam Beleo con un estremecimiento-. Chemosh no es un dios agradable. Hace dao a los espritus, los convierte en esclavos. No venero a ningn dios. Sin intencin de ofenderte. Y por qu iba a ofenderme? Porque eres un monje. Lo s por la tnica, aunque es un poco extraa. Nunca haba visto ese color verde tan raro. Quin es tu dios? El nombre de Majere acudi a los labios de Rhys fcil y prestamente, pero el monje contuvo la lengua. Zeboim contest. La diosa del mar? Eres marinero? Siempre he pensado que me gustara viajar por el mar. Tiene que haber montones y montones de cuerpos en el fondo del ocano, todos los que murieron en naufragios o que las tormentas arrastraron de los barcos. No soy marinero contest Rhys, que cambi de tema. Entonces qu has estado haciendo desde la Guerra de los Espritus? He viajado de ciudad en ciudad buscando un muerto con el que hablar dijo el kender. Pero la mayora de las veces slo he conseguido que me metan en la crcel. Tampoco es tan malo. Por lo menos me dan de comer. Estaba delgado y desnutrido, y aunque hablaba con alegra pareca tan desdichado que Rhys tom una decisin. An no haba decidido si el kender se encontraba loco o en su sano juicio, si menta o era sincero (todo lo sincero que poda ser un kender). Sin embargo, supuso que mereca la pena descubrirlo. Adems de que prefera no ofender a su temperamental diosa, que le haba hecho aquel extrao regalo. Lo cierto es, Beleo, que me mandaron aqu a buscarte -dijo Rhys. El kender se levant de brinco, y Atta se despert con un sobresalto. -Lo saba! Eres un alguacil disfrazado! No, no se apresur a negar Rhys. Soy un monje, de verdad. Zeboim es la que me mand. Una diosa que me busca? pregunt el kender, alarmado. Eso es peor que un alguacil. Beleo... empez Rhys. Reaccion demasiado tarde. Con un gil brinco, el kender salv la estela y puso pies en polvorosa. Al haber pasado la vida huyendo de persecuciones, el kender era veloz y gil. Una buena comida le haba dado fuerzas, y conoca bien el entorno. Rhys no podra alcanzarlo, pero no se hallaba solo. -Atta, trae! La perra estaba de pie y, al or la orden familiar, empez a obedecer de forma instintiva, pero se fren y se volvi a mirar a Rhys con expresin perpleja. Har lo que quieres, amo, pero dnde estn las ovejas?, pareca preguntar.

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Trae! repiti firmemente el hombre al tiempo que sealaba al kender que hua. Atta lo mir durante un par de segundos ms para estar segura de que haba entendido y despus ech a correr por el cementerio en persecucin del kender. El animal utiliz con Beleo las mismas tcticas que habra utilizado con una oveja: se le aproxim por el flanco izquierdo en un amplio crculo, sin mirarlo para no asustarlo, y despus gir delante de l para que se volviera y obligarlo a ir hacia Rhys. Al percibir un manchn blanco y negro por el rabillo del ojo, Beleo torci y corri en otra direccin. Atta segua delante de l, y no tuvo ms remedio que girar otra vez. Por tercera vez apareci al frente, y por tercera vez el kender se vio obligado a girar. El animal no lo atacaba. Cuando l aflojaba el paso, la perra haca otro tanto. Cuando l se paraba, Atta se tumbaba en el suelo y lo miraba con tal fijeza con sus ojos castaos que a Beleo le costaba trabajo apartar la vista. En el momento en el que se pona en movimiento, ella se levantaba. Beleo prob con todos los virajes y quiebros que conoca, pero siempre la encontraba delante de l, el cuerpo gil y pequeo de la perra girando una y otra vez para desviarlo. Slo poda moverse libremente en una direccin, y sta era de la que haba salido. Al cabo, jadeante, Beleo se encaram a una estela y se qued all, tembloroso. -Aljate de m! -chill. Es suficiente, Atta dijo Rhys, y la perra se relaj y se acerc a l para que le diera unas palmaditas en la cabeza. El monje se acerc a donde estaba encaramado el kender. No ests metido en un lo, Beleo. Todo lo contrario. Voy a realizar una misin y necesito tu ayuda. Los ojos del kender se abrieron de par en par. Una misin? Mi ayuda? Ests seguro? -S, por eso me mand mi diosa en tu busca. Rhys le cont todo lo que haba pasado, desde la llegada de su hermano al monasterio hasta el terrible crimen que haba cometido. Beleo escuch fascinado, aunque interpret mal el objetivo de la misin. Se baj de un salto de la estela y cogi la mano de Rhys. -Tenemos que regresar all inmediatamente! -dijo a la par que intentaba tirar de l. Donde enterraste a tus amigos. No repuso firmemente el monje. Hemos de encontrar a mi hermano. Pero todos esos espritus agitados me necesitan dijo Beleo en tono suplicante. Ahora estn con su dios manifest Rhys. Ests seguro? S respondi el monje, y era cierto. Debemos encontrar a mi hermano y detenerlo antes de que haga dao a alguien ms. Tenemos que descubrir lo que Chemosh le hizo para que pasara de ser un clrigo de Kiri-Jolith a ser un seguidor del Seor de la Muerte. T te puedes comunicar con los muertos, cosa que podra ser til, adems de que lo puedes hacer sin levantar sospechas. No te puedo pagar nada aadi, porque a los monjes se nos prohibe aceptar pago alguno excepto lo que necesitemos para sobrevivir. Con ms carne como la que acabamos de comer me dara por satisfecho. Y ser estupendo tener un amigo dijo Beleo, entusiasmado. Un amigo vivo de verdad. Mir a la perra. Supongo que tendrs que llevarla, no? Atta es una buena guardiana as como una buena compaera. No te preocupes. Rhys pos la mano en el hombro del kender con aire tranquilizador. Le caes bien, por eso te persigui. No quera que te marcharas. De veras? Beleo pareca complacido. Crea que me arreaba como si fuera una oveja o algo as. Pero si le caigo bien, entonces es distinto. A m tambin me cae bien. La oscuridad ocult la sonrisa de Rhys. Me alojo con un granjero que vive cerca. Pasaremos la noche all y nos pondremos en marcha de buena maana.

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Los granjeros no suelen dejarme entrar en sus casas coment Beleo, que se puso a andar al lado del monje, dando dos pasos por cada uno de los del hombre a causa de sus cortas piernas. Me parece que ste te dejar una vez que le haya explicado lo mucho que Atta te aprecia predijo Rhys. La perra estaba tan encariada con el kender que se tumb encima de sus piernas toda la noche y no lo perdi de vista un solo momento.

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A Rhys no le result difcil dar con el rastro de su hermano. La gente recordaba claramente a un clrigo de Kiri-Jolith que se pasaba la noche de juerga en las tabernas y el da coqueteando con sus hijas. Rhys haba estado temiendo descubrir que su hermano haba vuelto a asesinar y lo sorprendi y lo alivi enterarse de que lo peor que haba hecho era marcharse de la ciudad sin pagar la cuenta de la taberna. Cuando pregunt si su hermano haba hablado de Chemosh, todo el mundo pareci divertido y sacudi la cabeza. No les haba mencionado una sola palabra de ningn dios, menos an de uno como Chemosh. Lleu era un joven agradable y apuesto que quera divertirse, y no haba nada malo en ser un poco imprudente y alborotador. La mayora lo tenan por un buen tipo y esperaban que le fuera bien. A Rhys le extra mucho aquello. No le encajaba la imagen que esa gente le daba de un alegre calavera con la del asesino despiadado que haba matado brutalmente a diecinueve personas. Habra llegado a dudar que iba tras la pista de su hermano, pero todos reconocan a Lleu por la descripcin fsica y por el hecho de llevar la tnica de Kiri-Jolith. No haba muchos clrigos de ese dios en Abanasinia, donde su culto apenas empezaba a divulgarse. Rhys slo encontr un hombre que tena algo malo que decir de Lleu Alarife, y era un molinero que le haba dado alojamiento y comida a cambio de unos cuantos das de trabajo en el molino. Mi hija no ha vuelto a ser la misma desde entonces le cont el molinero a Rhys-. Maldigo el da que vino y me maldigo a m mismo por haberlo conocido. Mi Betsy era una muchacha obediente antes de que se se fijara en ella. Muy trabajadora. Iba a casarse el mes que viene con el hijo de unos de los tenderos ms prsperos de la ciudad. Era un buen matrimonio, pero eso se ha acabado ahora, gracias a tu hermano. Sacudi la cabeza con aire severo. Dnde est tu hija? inquiri Rhys mientras miraba en derredor. Si pudiera hablar con ella... Se ha ido fue la corta respuesta del molinero. La sorprend cuando sala de casa a escondidas para encontrarse con l en plena noche. Le propin la paliza que se mereca y la encerr en su cuarto. Se encogi de hombros. Despus de unos cuantos das, se las arregl para salir de algn modo y no he vuelto a verle el pelo desde entonces. Pues adis y hasta nunca. Se escap con Lleu? El molinero no lo saba. No lo crea, porque Lleu se haba marchado antes de que su hija se escapara, aunque era posible, admiti, que se hubiese escapado para ir a buscarlo. Pero, en realidad, no pareca estar enamorada de l. El molinero no lo saba y era evidente que tampoco le importaba, salvo por el hecho de haber perdido a una buena trabajadora y la oportunidad de que hubiese un matrimonio, a su entender, provechoso. Rhys crea posible que su hermano hubiera seducido a la chica y la hubiera persuadido de que se escapara con l, pero, en tal caso, por qu no haban huido juntos? Le pareca ms probable que la muchacha hubiera abandonado un hogar sin amor y un futuro matrimonio de conveniencia. No haba nada de siniestro en eso. Aun as, el asunto preocupaba a Rhys. Pidi la descripcin de la chica y pregunt por ella y por Lleu a lo largo de su viaje. Algunos la haban visto, otros lo haban visto a l, pero nadie los haba visto juntos. Lo ltimo que supo sobre la hija del molinero era que se haba unido a una caravana que se encaminaba hacia el litoral. Su hermano, por lo visto, haba comentado por encima algo sobre viajar a Haven. Mientras Rhys hablaba con los vivos, Beleo se comunicaba con los muertos. Mientras el monje visitaba posadas y tabernas, el kender visitaba criptas y cementerios. Beleo haba

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prohibido a Rhys que lo acompaara porque, segn l, los muertos solan ser tmidos en presencia de los vivos. Es decir, la mayora de los muertos aadi el kender. Los hay a quienes les gusta andar por ah haciendo ruido con las cadenas y los huesos o les da por tirar sillas por las ventanas. He conocido unos cuantos a los que les encanta sacar la mano de la tumba y agarrar a la gente por el tobillo. Sin embargo, son la excepcin. Gracias a los dioses coment secamente Rhys. Supongo que s. Beleo no pareca convencido. Esos muertos son los que resultan interesantes. Suelen quedarse enganchados en lugar de salir pitando a otro plano de existencia superior y dejar a un amigo sin nadie con quien hablar. Por lo visto el plano superior era un destino popular, ya que Beleo estaba teniendo problemas para comunicarse con los muertos, o eso deca. Los que encontraba no podan contarle nada de Chemosh. Desde el principio Rhys haba sido escptico en cuanto a la pretensin del kender, y ese escepticismo iba en aumento. Decidi seguirlo una noche, ver con sus propios ojos qu pasaba. Esa noche Beleo estaba excitado porque se haba enterado de que haba un campo de batalla cerca. Los campos de batalla eran prometedores, explic, porque a veces se abandonaba a los muertos all, sin enterrar, para que se pudrieran bajo el sol o que los buitres dieran buena cuenta de ellos. Algunos espritus son comprensivos y se limitan a marcharse y seguir adelante explic el kender. Pero otros se lo toman como algo personal. Permanecen por el lugar a la espera de descargar su ira sobre los vivos. Seguramente encontrar a alguno que tenga ganas de hablar. Y eso no puede resultar peligroso? se interes el monje. Bueno, s admiti el kender. Algunos muertos desarrollan una actitud realmente desagradable y la toman con el primero con que se cruzan. Me he escapado por los pelos unas cuantas veces. Qu haces si te atacan? Cmo te defiendes? No llevas armas. -A los espritus no les gusta ver acero -contest Beleo-. O quiz sea el olor del metal. Nunca lo he tenido muy claro. Sea como sea, si alguno me ataca pongo pies en polvorosa, simplemente. Soy ms rpido que cualquiera de esos sacos de huesos. Cay la noche y Beleo se march hacia el campo de batalla. Rhys dej que el kender le sacara un buen trecho de ventaja y despus, junto con Atta, fue en pos de l. Era una noche clara. Solinari estaba menguante y Lunitari en fase llena, y su brillante resplandor tea las sombras de un tono rojizo. El aire nocturno soplaba suave e iba cargado del perfume de las rosas silvestres. Las criaturas de la espesura se ocupaban de sus asuntos, y con sus susurros entre las hojas, sus ladridos y sus gruidos causaban un sinfn de preocupaciones a Atta. En lo que ahora consideraba su vida pasada, Rhys habra disfrutado al pasear en medio de la noche perfumada. En esa vida su espritu habra estado sosegado y su alma, serena. No crea haber estado ciego a la maldad existente en el mundo, a la fealdad que encerraba la vida. Entenda que un extremo era necesario para equilibrar a su oponente. O, ms bien, haba credo que lo entenda. Ahora era como si la mano de su hermano hubiese arrancado una cortina para mostrarle una maldad que Rhys jams haba imaginado que existiera. Reconoci que, en cierto modo, haba estado ciego porque slo haba visto lo que quera ver. No iba a permitir que eso volviera a pasar nunca. Tena mucho en que pensar mientras caminaba. Crea estar a punto de alcanzar a su hermano. Lleu haba estado dos das antes en el ltimo pueblo por el que Rhys haba pasado. Haba tomado la calzada a Haven, un camino por el que no era seguro viajar a causa de bandoleros y goblins. La gente que se atreva a recorrerlo lo haca en grandes grupos como medida de proteccin.

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Rhys tena poco que temer de los bandidos. Pobre como un monje era un dicho popular. Un vistazo a la tnica monacal (incluso sta de un color tan inusitado) y los ladrones se daran media vuelta, contrariados. El gruido bajo de Atta hizo que Rhys dejara a un lado sus pensamientos y volviera a poner la atencin en la tarea que le aguardaba. Haban llegado al campo de batalla y vea claramente a Beleo merced a la luna roja, que sonrea reluciente all en lo alto, como si a Lunitari todo aquello le pareciera muy divertido. Rhys eligi un sitio en sombras debajo de un rbol que, a juzgar por las ramas quebradas, haba quedado atrapado en medio del combate. Sinti cierto remordimiento de conciencia por espiar al kender, pero se trataba de un asunto demasiado importante, demasiado urgente para dejar algo al azar. Al menos le he concedido el beneficio de la duda a Beleo le dijo a Atta mientras observaba al hombrecillo, que rondaba alegremente por el campo de batalla. A cualquier otro lo habra llevaba a rastras a una celda, por demente, al or semejante historia. El campo de batalla era una gran extensin de terreno abierto de varios acres de longitud y de anchura. La batalla se haba librado haca slo unos pocos aos, y a pesar de que ahora el terreno estaba cubierto de hierba, todava se distinguan algunas cicatrices dejadas por el conflicto. Todas las armaduras y armas en buen estado las haban saqueado los vencedores o los lugareos. Atrs haban quedado picas rotas, piezas de armadura oxidadas, una bota desgastada, un guantelete desgarrado, flechas partidas. Rhys no tena la menor idea de quin haba luchado contra quin. Tampoco es que eso importara mucho. Beleo segua rondando de un lado para otro. Una vez se par para recoger algo del suelo. Tras examinarlo con atencin, lo meti en su saquillo. Mir en derredor, suspir con tristeza y a continuacin llam en voz alta, como hara un buen vecino: Hola! Hay alguien en casa? No contest nadie. Beleo sigui caminando. Era una noche tranquila, serena, y Rhys not que empezaba a entrarle sueo. Sacudi la cabeza para librarse del sopor, se frot los ojos y bebi un poco de agua de la cantimplora. Entonces not que Atta se pona en tensin, tiesas las orejas. Qu...? empez, pero la voz se le qued atascada en la garganta. Beleo se haba agachado para recoger un yelmo abollado. Complacido con su hallazgo, el kender se puso el yelmo. Era demasiado grande para l, pero eso no pareca importarle. Dio unos golpes en lo alto del casco con el puo e intento alzar la visera, que tena ms o menos a la altura de la barbilla. Al estar hurgando la visera, que se haba oxidado, no se percat de la fantasmal aparicin que surga del suelo casi en lnea recta frente a l. Rhys s la vio claramente e incluso entonces habra dudado de sus sentidos de no ser porque supo, por la mirada fija de Atta y los msculos rgidos de la perra, tensos bajo su mano, que ella tambin la haba visto. El espectro tena la talla y la corpulencia de un humano, ms o menos. Iba vestido con armadura, aunque no una pieza sofisticada como la que llevara un caballero; simplemente era un conjunto de piezas desechadas y acopladas para encajar unas con otras. No llevaba yelmo y en la cabeza tena una herida horrenda, un tajo que haba hendido el crneo. Sus rasgos estaban crispados en un gesto ceudo. El espectro alarg una mano fantasmal hacia el kender, que segua cubierto con el yelmo, tan tranquilo, sin nocin del espanto que tena ante s. Rhys intent advertirle, pero tena la garganta y la boca tan secas que le fue imposible emitir sonido alguno. Podra haber mandado a Atta, pero la perra temblaba, aterrada. -Guau, madre ma, qu fro hace de repente -dijo Beleo, cuya voz reson dentro del yelmo. Por fin se las arregl para aflojar la visera y sta se alz de golpe.

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Oh, vaya, hola! dijo al espectro, que tena la mano a unos centmetros de su cara. Lo siento, no saba que anduvieses por aqu. Cmo ests? Al or la voz del kender, el espectro dej caer la mano. Se qued vacilante delante de Beleo, como si intentara decidir sobre algo. Sobrecogido, Rhys escuchaba y observaba al tiempo que trataba de darle algn sentido a lo que estaba pasando. Nada, ni en su aprendizaje ni en sus plegarias ni en sus meditaciones, lo haba preparado para algo as. Acarici a Atta para tranquilizar al animal y a la vez tranquilizarse a s mismo. Era grato tocar algo clido y vivo. Beleo se quit el yelmo y lo dej caer al suelo. -Lo siento. Era tuyo? -Se fij en que al espectro le faltaba casi la mitad del crneo. Oh, vaya, supongo que no. Probablemente te habra venido bien. De modo que las cosas no te han ido muy bien. Te gustara hablar conmigo de ello? Por lo visto el espectro se puso a hablar, aunque Rhys no oa su voz. S vio que la mano espectral haca gestos furiosos y la cabeza se giraba para mirar a lo lejos. El kender escuchaba con tranquila atencin, su expresin una mezcla de compasin e inters. Aqu no hay nada para ti ya -dijo finalmente-. Tu esposa se ha casado con otro. Tuvo que hacerlo, aunque lloraba por ti y te echaba de menos. Haba que criar a los nios y ella sola no poda llevar la granja. Tus compaeros brindaron por ti y dijeron cosas como: Recuerdas esa vez que Charley hizo tal y tal cosa?. Pero ellos tambin han seguido adelante con sus vidas. T necesitas seguir adelante con la tuya. No, no intento ser gracioso. La muerte forma parte de la vida. Una parte, digamos, oscura y callada, pero no por eso deja de ser una parte. No consigues nada quedndote por aqu ni quejndote de lo injusto que fue todo. Beleo escuch un momento y luego aadi: Puedes enfocarlo as o puedes mirarlo desde el punto de vista de que lo desconocido est lleno de nuevas y atrayentes posibilidades. Cualquier cosa ser mejor que esto, verdad? Andar merodeando por aqu, solo y perdido. Al menos piensa en lo que te he dicho, vale? Por casualidad no jugars al khas? Quieres echar una partida antes de marcharte? Por lo visto al espectro no le interesaba la proposicin. La figura fantasmal empez a disiparse como niebla bajo la luz de la luna. Oh, casi lo olvido! grit Beleo. Has visto a Chemosh o has sabido algo sobre l ltimamente? Chemosh, el dios de los muertos. Que nunca has odo hablar de l? Bueno, gracias de todos modos. Buena suerte! Que tengas buen viaje. Rhys intent recoger los aicos de lo que l haba credo que saba sobre la vida y la muerte, ponerlos en orden y volver a ensamblarlos. Finalmente comprendi que era incapaz y se limit a tirarlos. Era hora de empezar de nuevo. Se encamin hacia donde Beleo se encontraba. El kender miraba el yelmo y a continuacin miraba el saquillo, como si tratara de resolver si cabra dentro. Al or ruido, volvi la cabeza. Una expresin alegre asom a su rostro. Solt el yelmo y corri hacia el monje y la perra. Rhys! Has visto eso? Un espectro! Era una especie de alma en pena. Casi todos se muestran ms animados, por as decirlo. Ah, y no saba nada sobre Chemosh. Supongo que muri antes de que los dioses regresaran. Espero que se sienta mejor ahora, que ha pasado a la siguiente etapa de su viaje. Qu le pasa a Atta? NO estar enferma, verdad? -Beleo, quiero disculparme manifest Rhys, contrito. La cara del kender se arrug en una mueca perpleja. Si quieres, Rhys, hazlo. A m no me importa. Con quin quieres disculparte? Contigo, Beleo contest el monje, sonriente. Dudaba de ti y te espi. Lo lamento.

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-Dudabas de...? El kender hizo una pausa. Mir a Rhys, mir a la perra, mir en torno al campo de batalla-. Entiendo. Me seguiste para estar seguro de que no te ment al decir que poda hablar con los muertos. S. Lo siento. Deb confiar en ti. No importa repuso Beleo, aunque solt un suspiro. Estoy acostumbrado a que no se fen de m. Va incluido en el lote. Querrs perdonarme? -pregunt el monje. -Has trado algo de comida? Rhys busco en la bolsa y sac un trozo de queso que le tendi al kender. Te perdono dijo Beleo, que dio un mordisco enorme, satisfecho, al queso. Ech una ojeada a Rhys. Qu raro. -Es un queso de cabra corriente... No digo el queso. Est muy rico. Me refiero a que es raro que el espectro no conociera a Chemosh. Ni el dios ni sus clrigos visitaron a ninguno de los espectros, fantasmas o aparecidos que he visto. Cierto, Chemosh no andaba por aqu cuando ese espectro en particular estaba vivo, pero creo que si yo fuera el Seor de la Muerte lo primero que hara al regresar sera mandar a mis clrigos a hacer un barrido por los campos de batalla, las mazmorras y los cubiles de dragones para esclavizar a tantos espritus errantes como pudiera encontrar a fin de que me sirvieran. Tal vez a los clrigos se les pas ste por alto, simplemente sugiri Rhys. No creo. Beleo mastic el queso con gesto pensativo. Entonces qu crees que pasa? lo acuci Rhys, realmente interesado en or la opinin del kender. En la hora anterior haba desarrollado un gran respeto por l. Beleo contempl el campo oscuro y vaco. Creo que Chemosh no necesita esclavos muertos. Y eso por qu? Porque est encontrando esclavos entre los vivos. Como mi hermano dijo Rhys con una repentina sensacin de fro en la boca del estmago. Aparte de la primera conversacin en el cementerio, cuando Rhys le haba contado a Beleo lo de Lleu y los asesinatos, los dos no haban hablado mucho de ello. Era un tema sobre el que a Rhys no le gustaba explayarse. No obstante, Beleo pareca haber reflexionado sobre ello. El kender asinti. Le devolvi el trozo de queso que no se haba comido y Rhys lo guard de nuevo en la bolsa con gran decepcin por parte de Atta. Y cmo crees que Chemosh lo est haciendo? pregunt el monje. Lo ignoro. Pero si tengo razn, da mucho miedo. Rhys estaba de acuerdo con l. Daba mucho miedo. Haven era una ciudad grande, la ms grande que haba visto Rhys hasta entonces. Beleo y l se pasaron varios das pateando de aqu para all, dando la descripcin de su hermano, buscando a alguien que hubiese visto a Lleu. Cuando finalmente dieron con el dueo de una taberna que se acordaba de l, Rhys descubri que su hermano no se haba quedado mucho tiempo en Haven, sino que se haba marchado casi de inmediato. Lo ms probable era que hubiese ido a Solace, considerando que todo el mundo que viajaba por Abanasinia acababa yendo a Solace. As pues, Rhys, Beleo y Atta continuaron viaje. De pequeo Rhys haba estado en Solace con su padre y recordaba muy bien la ciudad, famosa en leyendas y la tradicin popular por el hecho de que sus casas y comercios estaban construidos entre las ramas de los enormes vallenwoods. Su mero nombre conjuraba imgenes de un lugar donde los heridos en cuerpo, mente y alma podan ir para hallar consuelo. Los recuerdos infantiles de Rhys sobre Solace eran de una ciudad de gran belleza y de gente amistosa. Encontr Solace muy cambiada. La ciudad haba crecido para convertirse en una urbe ruidosa y ajetreada donde reinaba la confusin y el alboroto y que ruga con voz estentrea. A decir verdad, Rhys no habra reconocido el lugar de no ser por la legendaria

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posada El Ultimo Hogar. E incluso la posada haba cambiado al crecer y agrandarse, de forma que ahora se extenda sobre las ramas de varios vallenwoods. Debido a que las viviendas originales se haban construido en las copas de los rboles, los ciudadanos de Solace no haban necesitado levantar murallas para proteger sus hogares y negocios. Eso haba funcionado bien en los tiempos en los que Solace fue una villa. Ahora, sin embargo, los viajeros entraban y salan de la ciudad sin restriccin, sin guardias que hicieran preguntas. Gente de todo tipo llenaba las calles: elfos, enanos, kenders a montones. Rhys vio ms razas diferentes en treinta segundos en Solace que en sus treinta aos de vida. Se qued estupefacto al ver a dos draconianos, un varn y una hembra, que paseaban por la calle principal con tanta tranquilidad como si el lugar les perteneciera. La gente se apartaba para evitar a los lagartos, pero nadie pareca alarmado por su presencia, excepto Atta, que gru y les ladr. Oy comentar a alguien que eran de la ciudad draconiana de Teyr y que estaban all para reunirse con unos Enanos de las Colinas y tratar unos acuerdos comerciales. Enanos gullys se peleaban y revolvan en la basura, y un rostro de rasgos goblins mir de soslayo a Rhys desde las sombras de un callejn. El goblin desapareci cuando una tropa de guardias, armados con picas y equipados con cotas de malla, pasaron calle adelante acompaados por una caterva de chiquillos que llevaban cacerolas en la cabeza y empuaban palos. La humana era la raza predominante. Humanos de piel negra procedentes de Ergoth se mezclaban con brbaros de las Llanuras toscamente vestidos y con palanthinos ricamente engalanados, todos ellos empujndose y dndose codazos e intercambiando insultos. Tambin todas las profesiones tenan representacin en Solace. Tres hechiceros, dos con Tnica Roja y uno con Tnica Negra, chocaron con Rhys. Iban tan absortos en su discusin que ni siquiera repararon en l ni se disculparon. Un grupo de actores, que se referan a s mismos como la Compaa Itinerante Gilean, venan danzando calle abajo al toque de un tambor y panderetas, con lo que el nivel de ruido aument. Todos tenan algo que vender o buscaban algo que comprar, y todos gritaban a voz en cuello. Mientras todo esto ocurra al nivel del suelo, Rhys alz la vista para ver a ms gente que se desplazaba por las pasarelas y los puentes de cuerda que iban de un vallenwood a otro como filamentos de seda de una gigantesca telaraa. Al parecer, el acceso al nivel de las copas de los rboles estaba restringido, porque el monje repar en que haba guardias apostados en distintos puntos que hacan preguntas o impedan el paso a aquellos que no conseguan convencerlos de que tenan asuntos que tratar arriba. Mientras caminaba trabajosamente por el barrizal ocasionado por el continuo trfago de personas, animales y vehculos, Rhys se maravill de los cambios habidos en Ansalon durante el tiempo que l haba pasado aislado en el mundo invariable del monasterio. Por lo que vea, no se haba perdido gran cosa. El ruido, las vistas, los olores que iban del hedor a basura podrida hasta la peste de gullys sucios, desde el tufo a pescado de un da hasta el aroma a carne a la brasa y a pan recin sacado del horno del panadero despertaban en Rhys el anhelo por la soledad y la calma de las colinas, la simplicidad de su vida anterior. A juzgar por su comportamiento, Atta coincida con l. Alzaba la vista hacia su amo con frecuencia, los ojos marrones rebosantes de confusin pero con plena confianza en que los guiara para salir de aquella vorgine. Rhys le daba palmaditas en la cabeza para infundirle confianza aunque l mismo se senta intranquilo. Puede que estuviera desalentado por el tamao de Solace, por la cantidad ingente de personas, pero eso no cambiaba su resolucin de seguir buscando a su hermano. Al menos saba dnde buscar. Pocas veces haba dejado de entrar Lleu en una posada o taberna a lo largo del camino. Rhys tena otra opcin, o eso esperaba. La idea se le ocurri al ver un pequeo grupo de clrigos de negra tnica que caminaban abiertamente por la calle. Era muy probable que una ciudad del tamao y disposicin de Solace contara con un templo dedicado a Chemosh.

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El monje volvi sobre sus pasos en direccin a la famosa posada El ltimo Hogar con la idea de empezar all a buscar informacin. Tuvo que pararse en una ocasin para sacar a Beleo de un grupo de kenders que se haban agarrado a l como si fuese un primo perdido mucho tiempo atrs (cosa, de hecho, que dos de ellos afirmaban ser). La famosa posada donde, segn la leyenda, los Hroes de la Lanza acostumbraban a reunirse, estaba a tope. La gente haca cola para poder entrar. Conforme se marchaban unos clientes se admita la entrada del mismo nmero de los que esperaban. La cola empezaba al pie de la larga escalera espiral y se extenda calle abajo. Rhys y Beleo se pusieron al final y esperaron pacientemente. El monje observaba a los que suban y bajaban la escalera con la esperanza de que uno de ellos fuese Lleu. Fjate cunta gente! exclam Beleo con entusiasmo. Estoy seguro de poder recaudar unas cuantas monedas de cobre aqu. Ese cabrito asado huele de maravilla, verdad, Atta? La perra estaba sentada junto a Rhys y su mirada iba y vena de su amo al kender. A Beleo le alegraba pensar que Atta haba desarrollado un verdadero afecto por l, porque nunca lo perda de vista, y Rhys no quera desengaar a su compaero. Atta se haba aficionado al pastoreo de kender del mismo modo que se haba aficionado a pastorear ovejas. Mientras observaba a los que se iban de la posada, Rhys oa la charla de la gente a su alrededor y pill algunos chismes locales; confiaba or algo que lo condujera hasta Lleu. Beleo se afanaba en ofrecer sus servicios e informaba a los que estaban delante en la cola que los pondra en contacto con cualquier familiar que hubiese salido de esta espiral mortal al mdico precio de una moneda de acero, pagadera a la comunicacin con el mencionado familiar. La vigilante perra, mientras tanto, cuidaba de que el kender no cogiera prestado de forma accidental algn saquillo, bolsa, daga, anillo o pauelo, metiendo el cuerpo entre Beleo y cualquier posible cliente. Por lo general la multitud estaba de buen humor a pesar de que haba que esperar. Ese buen ambiente se rompi de repente. Quiz no me osteis la primera vez, caballeros -dijo un hombre, que levant la voz. No tenis derecho a colaros delante de m. Rhys mir hacia atrs, como todos los que haba a su alrededor. -Has odo algo, Gregor? -pregunt uno de los hombres a quien iba dirigida esa observacin. No, Takcontest su amigo. Pero s que huelo algo. Puso nfasis en el verbo. Deben de haber conducido una piara de cerdos a travs de la ciudad hoy. Oh, te equivocas, Gregordijo su amigo con una seriedad socarrona. No ha sido una piara lo que han dejado entrar en la ciudad. Los cerdos son animales que huelen bien, a limpio, comparados con esto. Deben de haber dejado pasar a un elfo! Los dos estallaron en carcajadas. A juzgar por los delantales de cuero, los fuertes brazos y hombros y las manos y caras manchadas de holln eran algn tipo de trabajadores del metal, ya se trataran de ferreteros o herreros. El hombre objeto de su mofa vesta las ropas verdes de guardabosque. Llevaba la capucha echada de manera que no se le vea la cara, pero el cuerpo esbelto, los movimientos grciles y el timbre meldico de su voz no dejaban lugar al error. El elfo no replic. Sali de la fila, rode a los dos humanos y se puso de nuevo en la cola, delante de ellos. T, asqueroso comehierba, qutate de en medio! El hombre llamado Gregor agarr al elfo por el hombro y lo gir bruscamente. Hubo un centelleo de acero y Gregor salt hacia atrs. El elfo empuaba un cuchillo.

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Los dos humanos intercambiaron una mirada; luego, cerrando los enormes puos, avanzaron hacia el elfo. ste estaba listo para arremeter cuando de repente se encontr con el camino obstaculizado al interponerse Rhys entre los adversarios. El monje no levant la voz ni alz el bastn. Podis ocupar mi lugar, caballeros dijo. Los hombres -los tres lo miraron de hito en hito, boquiabiertos. -Estoy el primero de la fila, al pie de la escalera -sigui Rhys en tono apacible-. All, donde hay un kender y una perra esperando. Seremos los prximos en subir. Estar encantado de que ocupis mi sitio, los tres. -No necesito tu ayuda, monje. Puedo ocuparme de estos dos yo solo dijo el elfo con vehemencia detrs de l. Derramando sangre? inquiri Rhys, que se volvi a mirarlo-. Qu se conseguir con ello? -Monje? -repiti uno de los humanos mientras observaba a Rhys con incertidumbre. -Por su arma es un monje de Mantis -intervino el elfo. O Majere, como lo llamis vosotros, los humanos. Aunque nunca haba visto uno que llevara ropas verde mar aadi con desdn. -Ocupad mi sitio, seores repiti Rhys al tiempo que gesticulaba hacia la escalera. Una jarra de cerveza fra aplacar el nimo alterado, verdad? Los dos humanos intercambiaron una mirada. Despus miraron a Rhys y a su bastn. Aquello no pintaba bien. Si hubiesen tenido el apoyo de la multitud quiz habran seguido con la discusin. No obstante, saltaba a la vista que la oferta de Rhys le haba gustado a la gente. A lo mejor esos dos eran unos conocidos bravucones, ya que muchos sonrean al reparar en su frustracin. Ambos bajaron los puos. Vamos, Tak, ya no tengo hambre dijo mordazmente uno mientras giraba sobre sus talones-. La peste me ha quitado el apetito. S, puedes beber con los de su clase si quieres, monje se mof el otro. Lo que soy yo, antes tomara agua estancada. Esta pelea era ma, monje gru el elfo detrs de Rhys. No tenas derecho a entrometerte. Tambin l se march, en direccin contraria. Rhys volvi a su sitio en la fila. Algunos aplaudieron y una anciana alarg la mano y le toc la rada tnica para que le diera suerte. El monje se pregunt qu pensara si supiera que no era realmente un monje de Majere sino un seguidor juramentado de Zeboim. Con un suspiro para sus adentros comprendi que probablemente habra dado igual. Les haba cado bien, a la anciana y a la multitud, del mismo modo que se habran sentido satisfechos con una funcin de tteres. Ocup su sitio junto a Beleo, que observaba vidamente, admirado y excitado. Un hombre que regulaba el acceso a la posada interrumpi las anhelantes preguntas del kender. Sube, monje llam a la par que haca un gesto para que entraran, antes de que ahuyentes a los dems clientes. Todos se echaron a rer y la multitud aplaudi mientras Rhys, Beleo y la perra suban la escalera; el kender salud con la mano y se inclin precariamente sobre la barandilla. Alguno de vosotros querra entrar en contacto con un ser amado que ha pasado a mejor vida? pregunt a voces. Puedo hablar con los muertos... Rhys lo agarr por el hombro y lo condujo suavemente a travs de la puerta abierta. La posada El Ultimo Hogar haba alcanzado fama imperecedera durante la Guerra de la Lanza ya que fue all donde los legendarios Hroes de la Lanza iniciaron una bsqueda que acabara con la derrota de Takhisis, Reina de la Oscuridad. La posada perteneca a los

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descendientes de dos de aquellos hroes, Caramon y Tika Majere. Al prestar atencin al chismorreo mientras esperaban en la fila, Rhys se haba enterado de muchas cosas sobre la posada, sus propietarios y Solace en general. Una hija, Laura Majere, diriga el establecimiento. Palin, su hermano, haba sido antao un afamado hechicero, pero en la actualidad era alcalde mayor de Solace. Haba algn tipo de escndalo relacionado con su esposa, pero al parecer estaba resuelto. Laura y Palin tenan una hermana, Dezra. La gente pona los ojos en blanco cuando se la mencionaba. El alguacil de Solace era un amigo de Palin, un antiguo caballero solmnico llamado Gerard. Por lo visto era un alguacil popular, con reputacin de ser duro pero justo. El suyo era un trabajo ingrato, al menos en opinin de los parlanchines, ya que Solace haba crecido demasiado, en perjuicio propio. Adems, estaba ubicada cerca de la frontera de lo que en tiempos haba sido el reino elfo de Qualinesti. La dragona Beryl haba expulsado a los elfos de sus hogares y en la actualidad Qualinesti era un territorio salvaje, anrquico e incivilizado, refugio de bandas errantes de forajidos y goblins. La posada El Ultimo Hogar haba experimentado varios cambios con el paso de los aos. Aquellos que la recordaban de los tiempos de la Guerra de la Lanza no la habran reconocido ahora. Los dragones la haban destruido dos veces (quiz ms, haba una discusin al respecto) y adems de reconstruirla se le haban hecho varias ampliaciones y renovaciones. El famoso mostrador hecho con el vallenwood segua en su sitio. La chimenea, junto a la que antao se sentaba el tristemente clebre hechicero Raistlin Majere, se haba desplazado a otro punto para dejar espacio para ms mesas. Se haba construido una ala ms para acoger al creciente nmero de viajeros. La cocina ya no estaba en su antigua ubicacin, sino en otra completamente diferente. La comida segua siendo buena mejor, segn algunos y de la cerveza an se hablaba en trminos casi reverentes por parte de los conocedores de todo Ansalon. Al entrar Rhys se qued impresionado con la atmsfera que reinaba en la posada, que era alegre sin resultar bulliciosa o escandalosa. Las atareadas camareras encontraban tiempo para rer e intercambiar amistosas pullas con los clientes habituales. Un gully que manejaba una escoba mantena el suelo impoluto. Las largas mesas de tablones donde tomaba asiento la clientela estaban limpias. Beleo se lanz de inmediato a su discurso. El kender habl muy de prisa, ya que saba por experiencia que rara vez llegaba lejos antes de que lo hicieran callar de forma expeditiva. -Puedo hablar con los muertos -anunci en voz alta, que se oy claramente por encima de las risas, los gritos y el ruido del peltre y la loza. Hay alguien que tenga seres queridos que hayan muerto recientemente? En tal caso, puedo hablar con ellos en vuestro nombre. Son felices en ese estado? Os lo puedo decir. No se encuentra el testamento de to Wat? Puedo enterarme dnde lo dej a travs de su espritu. Olvidaste decirle a tu difunto esposo cunto lo queras? Puedo transmitirle tus recuerdos... Algunos clientes no le hicieron el menos caso. Otros miraron al kender con expresiones que iban de la sonrisa divertida a la conmocin e indignacin. Unos cuantos empezaron a mostrarse seriamente ofendidos. -Atta, apartaorden Rhys en voz baja, y la perra se puso en movimiento. Trot hasta el kender y le empuj las piernas con el cuerpo de forma que a Beleo no le qued ms opcin que retroceder o irse al suelo por encima del animal. Atta, buena chica dijo el kender mientras le daba palmaditas en la cabeza con aire distrado. Jugar contigo en otro momento. Ahora tengo que trabajar, sabes...? Intent rodearla y trat de pasar por encima. Atta lo esquivaba y zigzagueaba y al mismo tiempo segua obligando al kender a que retrocediera, hasta que lo tuvo arrinconado limpiamente en una esquina, con una mesa y unas sillas cerrndole la salida por uno y otro lado y ella muy tranquila por delante.

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Atta se tumb. Si Beleo haca el menor movimiento, volva a ponerse en pie. No grua, no se mostraba amenazadora. Simplemente se aseguraba de que el kender se quedara quieto. Mientras los parroquianos de la posada observaban la escena con asombro, una camarera se acerc presurosa y se ofreci a conducir a Rhys hasta una mesa. No, gracias dijo l. He venido por informacin, nada ms. Busco a alguien... S que los monjes de Majere hacen voto de pobreza lo interrumpi la camarera. No importa. Eres invitado de la posada hoy. Hay comida y bebida para ti y esterillas en la sala comn para ti y para tu amigo. Ech una mirada hacia Atta y Beleo, pero si por amigo se refera al animal o al kender no qued claro. -Te lo agradezco, pero no puedo aceptar tu oferta, que es muy amable pero no aplicable en mi caso. No soy un monje de Majere. Como he dicho, busco a alguien y pens que quiz hubiese pasado por aqu. Se llama Lleu... Hay algn problema, Marta? Un hombre alto y fornido, con una mata de pelo color de paja y un rostro que podra denominarse feo de no ser por la firmeza de los rasgos y por la sonrisa cordial, se acerc a donde Rhys y la camarera hablaban. Iba vestido con jubn de cuero y llevaba una espada a la cintura y una cadena dorada en el cuello, todo de excelente calidad. -Este monje ha rehusado nuestra hospitalidad, alguacil dijo la camarera. No puedo aceptar su caridad, seor explic Rhys. La recibira de manera fraudulenta. No soy monje de Majere. El hombre le tendi la mano. Gerard, alguacil de Solace se present, sonriente. Dirigi una mirada de admiracin a la perra y al atrapado kender. Supongo que no buscars trabajo, hermano, pero si lo quieres estar encantado de contratarte. He visto la forma en que actuaste ah abajo, en la fila, hace un rato. Y esa perra pastora de kenders tuya vale su peso en acero. -Me llamo Rhys Alarife. Gracias por la oferta, pero he de rechazarla. Rhys hizo una pausa y despus aadi suavemente: Si estabas viendo lo que ocurra entre esos dos hombres y el elfo, alguacil, por qu no interviniste? Gerard esboz una sonrisa pesarosa. Si corriera de aqu para all tratando de impedir todas las rias a cuchillo que hay en Solace, hermano, no hara nada ms. Empleo el tiempo en asuntos ms importantes, como tratar de evitar que la ciudad sea atacada, saqueada y arrasada hasta los cimientos. Gregor y Tak son los bravucones del lugar. Si las cosas se hubieran salido de madre, habra bajado para apaciguar a esos chicos. Tenas la situacin controlada, o eso me pareci. En consecuencia, hermano, t, la perra y el kender seris mis invitados para la cena. Es lo menos que puedo hacer por ti, ya que t te ocupaste de hacer mi trabajo por m hoy. A Rhys le pareci que deba aceptar la oferta, y as lo hizo. Est bien. Atta llam, y la perra se levant de un salto y regres a su lado. Beleo se diriga hacia el monje cuando lo abord una mujer de mediana edad que llevaba un chai negro por encima de la cabeza y que dijo que quera hablar con l. Los dos se sentaron y en seguida estaban enfrascados en la conversacin; el kender tena una expresin conmiserativa mientras la mujer se enjugaba los ojos con el repulgo del chai. Enviud recientemente aclar Gerard, que miraba al kender con el entrecejo fruncido. No me gustara que nadie se aprovechara de su dolor, hermano. El kender es lo que se llama un acechador nocturno, alguacil explic Rhys. Es verdad lo que dice. Puede... hablar con los muertos. Gerard se mostraba escptico. De veras? Haba odo algo sobre gente como l, pero ignoraba que existieran de verdad. Imaginaba que era simplemente otro cuento que esos pequeos granujas se haban inventado para incordiar.

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Respondo por Beleo, alguacil dijo Rhys, sonriente. No es el tpico kender de dedos ligeros. Es capaz de comunicarse con los muertos. Lo he visto hacerlo. A menos, claro, que el espritu en cuestin haya seguido su camino, en cuyo caso puede transmitir tal informacin. Tal vez le sirva de consuelo a la viuda. Una vez conoc a un kender. Gerard miraba a Beleo mientras hablaba en voz baja, ms para s mismo que para Rhys. Tampoco era el tpico kender. Le dar a ste una oportunidad, hermano, sobre todo si t respondes por l. Un instante despus Beleo se acercaba presuroso. La viuda y yo vamos al cementerio para hablar con su marido. Lo echa de menos terriblemente y quiere asegurarse de que l se las apaa bien sin ella. Supongo que estar fuera gran parte de la tarde. Dnde nos encontramos? Puedes reunirte con tu amigo aqu dijo Gerard, que se adelant a Rhys. Tenis sitio para dormir en la sala comn esta noche. Se acab dormir en establos! Es maravilloso. Me estoy hartando del olor de los caballos exclam Beleo, y, antes de que Rhys pudiera contradecir al alguacil, el kender haba salido disparado de la posada. Te hago responsable de vaciarle los bolsillos cuando regrese dijo Gerard, que miraba al monje. -No tienes que preocuparte por eso. A Beleo no se le da bien tomar cosas prestadas. Si lo intenta, es tan inepto que casi siempre le pillan con las manos en la masa. Est mucho ms interesado en hablar con los muertos. Gerard resopl y sacudi la cabeza. Sentado enfrente de Rhys a la mesa, el alguacil observ al monje con curiosidad, ms interesado en l que en el kender, ya que, los dioses lo saban, miembros de esa raza haba ms que de sobra en Solace. La camarera llev unos cuencos de sabroso guiso, tan abundante la carne y la verdura que Rhys casi no poda meter la cuchara. La camarera dej un cuenco con agua y un hueso con mucha carne para Atta, que acept la invitacin tras echar una ojeada a Rhys y aguantar que la muchacha le diese palmaditas en la cabeza. Atta se meti con el hueso debajo de la mesa, se tumb a los pies de Rhys, y empez a morderlo con entusiasmo. -Dijiste que buscabas a alguien? -pregunt Gerard, que se recost en el respaldo y mir a Rhys con unos ojos de un sorprendente color azul. No intento siquiera mantener contacto con todo aquel que entra en Solace, pero estoy bastante al tanto. A quin buscas? Rhys explic que buscaba a su hermano. Describi a Lleu con la tnica de clrigo de Kiri-Jolith y pasando todo el tiempo en tabernas y cerveceras. -De dnde eres? De Staughton contest el monje. El alguacil enarc las cejas. Has hecho un largo viaje en pos de ese joven, hermano, y te has tomado muchas molestias. Me da la impresin de que hay algo ms en esto que una familia preocupada por un joven vagabundo. Rhys haba decidido callar la verdad sobre su hermano, consciente de que si les deca a todos que Lleu era culpable de asesinato, lo perseguiran y lo mataran como a una bestia salvaje. Rhys descubri que le caa bien este hombre, Gerard, cuya actitud sosegada armonizaba bien con la suya propia. Si Rhys encontraba a Lleu se vera obligado a entregarlo a las autoridades locales hasta que se lo pudiera llevar ante la justicia del Profeta de Majere. El Profeta sera el que decidira la suerte de Lleu puesto que su crimen se haba perpetrado en uno de los monasterios. Rhys decidi contarle al alguacil parte de la historia al menos. -Lamento decir que mi hermano se ha convertido hace poco en un seguidor de Chemosh, el Dios de la Muerte empez. Me temo que es vctima de algn hechizo maligno lanzado sobre l por una discpula de Chemosh. Tengo que encontrar a Lleu a fin de que ese encantamiento se rompa, si es que es posible.

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Primero Takhisis y ahora Chemosh rezong Gerard mientras se pasaba los dedos por el cabello, con lo que consigui que se le pusiera de punta. A veces me pregunto si el retorno de los dioses fue realmente beneficioso. Nos iba bien solos, si excluimos a los grandes seores dragones, por supuesto. Ya tenemos problemas de sobra ahora con los elfos desterrados, los rumores de un ejrcito goblin agrupndose al sur de Qualinesti, y nuestro barn mangante del lugar, el capitn Samuval. No necesitamos que dioses como Chemosh se dejen caer por aqu para complicar ms las cosas. Claro que supongo que debes de haber llegado a esa misma conclusin, Rhys, puesto que has dejado de ser monje de Majere eh? Vistes ropas de monje, sin embargo, de modo que has de ser algn tipo de monje. Entiendo el porqu de que se te eligiera para este cargo, alguacil coment Rhys, que busc con los suyos los ojos azules y les sostuvo la mirada-. Tienes la habilidad de sondear a un hombre sin que l tenga la sensacin de que lo ests interrogando. -Sin nimo de ofender, hermano. -Gerard se encogi de hombros-. Soy un buen alguacil porque me gusta la gente, incluso los granujas. ste es un trabajo con el que uno nunca se aburre. Eso puedo asegurrtelo. Apoy los codos en la mesa y observ atentamente a Rhys. Aqu ests, un monje que lleva la vida de un monje de Majere y que acta como un monje de Majere pero que afirma no ser un monje de Majere. A ti no te resultara interesante eso? Para m todo lo relacionado con la humanidad es interesante, alguacil respondi Rhys. Gerard iba a responder cuando interrumpieron su conversacin. Uno de sus hombres entr en la posada y se dirigi hacia l con premura. Los dos conferenciaron en voz baja y el alguacil se puso de pie. El deber me llama, me temo. No he visto a tu hermano, pero estar ojo avizor por si aparece. Te encontrar aqu, supongo. Slo si se me da alguna tarea con la que ganarme la estancia respondi firmemente Rhys. Ves? Qu te deca? Cuando se ha sido monje, siempre se es monje. Gerard sonri, volvi a estrechar la mano a Rhys y se march. Slo haba dado unos pasos cuando volvi. Casi lo olvido. Hay un templo abandonado a unas manzanas de la plaza, en lo que los vecinos llaman Ringlera de Dioses. Al parecer, en tiempos, ese templo estuvo dedicado a Chemosh. Ha permanecido vaco desde que se tiene memoria en el lugar, pero quin sabe? A lo mejor ha vuelto. Ah, y hay una taberna apartada, en las afueras, que se llama el Abrevadero. La frecuentan jvenes tarambanas. Podras intentar buscar a tu hermano all. Gracias, alguacil, investigar las dos cosas respondi Rhys, agradecido por la informacin. -Buena caza dese Gerard, que se despidi con un ademn mientras se alejaba. Rhys se termin el guisado y llev el cuenco a la cocina, donde acab por convencer a la renuente Laura Majere de que le permitiera trabajar para pagar su hospedaje. Tras ordenar a Atta que se quedara en un rincn donde no estorbara, Rhys lav los platos, subi agua y lea por la escalera de la cocina y cort patatas, destinadas para usarlas en uno de los platos ms famosos de la posada. La tarde se hallaba avanzada ya cuando Rhys concluy aquellas tareas. Beleo no haba regresado todava, as que Rhys pregunt a la cocinera cmo ir al Abrevadero. Su pregunta fue recibida con una expresin sobresaltada. La cocinera estaba segura de que tena que estar equivocado, pero Rhys insisti y, finalmente, la cocinera se lo dijo, e incluso lleg a salir al rellano de la escalera para sealar el camino que tena que tomar. Antes de marcharse, Rhys llev a Atta al establo y le dio la orden de esperarlo all. La perra se tumb sobre la paja, con la cabeza apoyada en las patas, y lo mir. No le gustaba la orden, pero la obedecera de todos modos.

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El monje haba considerado la posibilidad de llevarla consigo. Era una perra obediente, una de las mejores que Rhys haba entrenado, pero la haba tomado con Lleu desde el principio y, despus del violento ataque de su hermano contra l, Atta no esperara la orden de su amo para tirarse a la garganta de Lleu. Rhys le dio una palmada y unos trocitos de carne a modo de disculpa y para que comprendiera que no la estaba castigando, tras lo cual se march en direccin al Abrevadero, que por el nombre era justo el tipo de sitio que su hermano sola frecuentar.

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Rhys no fue directamente al Abrevadero como haba planeado. Al descubrir que Ringlera de Dioses estaba cerca de la plaza, decidi visitar el templo en ruinas de camino a las afueras. Quiz all obtendra informacin que le sera til para tratar con su hermano si por casualidad lo encontraba. El final de la Guerra de los Espritus haba significado el retorno de los dioses y de sus clrigos, que realizaban milagros en nombre de sus dioses y as ganaban seguidores. Construyeron nuevos templos dedicados a las distintas deidades y all en Solace, como en otras ciudades, los templos solan agruparse en la misma zona de la ciudad, igual que los comerciantes de espadas se ubicaban en la calle de Espaderas, los mercaderes de telas en la calle de los Paeros, y las tiendas de artculos de magia en el callejn de los Magos. Haba quienes decan que esto se deba a que los dioses, a los que ya haba engaado en una ocasin uno de los suyos, podan vigilarse as unos a otros. Ringlera de Dioses se hallaba situado cerca de la Tumba de los ltimos Hroes. Rhys par para echar un vistazo al monumento que comprob con alivio se mantena fiel a la imagen de sus recuerdos infantiles. Unos caballeros solmnicos montaban guardia de honor delante de la tumba. Los kenders celebraban meriendas campestres en el prado y festejaban a su hroe, el famoso Tasslehoff Burrfoot. La tumba posea esa solemnidad y reverencia que a Rhys le resultaban relajantes. Tras guardar un momento de respetuoso silencio por los muertos que descansaban en su interior, continu hacia la calle donde vivan los dioses. Ringlera de Dioses bulla de actividad, con varios templos en construccin. El de Mishakal era el ms grande y magnfico, puesto que fue a Solace adonde haba llegado su discpula, Goldmoon de Que-Shu, portando la milagrosa Vara de Cristal Azul. Debido a esto, los vecinos de Solace afirmaban que la diosa senta un inters especial por ellos. El templo de Kiri-Jolith era casi igual de grande y se alzaba junto al de Mishakal. Rhys vio salir del templo a varios hombres vestidos con tabardos que los identificaban como caballeros solmnicos. De pronto se qued perplejo al ver que a continuacin de esos dos templos haba otro dedicado a Majere. No haba esperado encontrarlo, aunque, pensndolo bien, supuso que tendra que haber estado preparado para esa posibilidad. Solace era una poblacin situada en un cruce de caminos de primer orden en la regin. Alzar all un templo proporcionaba a los clrigos de Majere un fcil acceso a la parte ms extensa del Ansalon occidental. El monje cruz la calle para ir por el lado opuesto del templo y se mantuvo en las sombras. Si los legos corrientes lo confundan con un monje de Majere, los clrigos del dios haran lo mismo y descubriran en seguida la verdad, puesto que l ni siquiera intentara mentirles. Podra ocurrir que lo abordaran, lo interrogaran y lo llevaran ante el abad superior para tener una charla. Caba la posibilidad incluso de que se hubieran enterado de los asesinatos a travs del Profeta de Majere y quisieran discutir el asunto. Los clrigos llevaran buena intencin, claro, pero Rhys no quera perder tiempo en responder a sus preguntas y tampoco crea estar a la altura de esa tarea. Varios clrigos, con sus tnicas anaranjadas y cobrizas, trabajaban en el jardn del templo. Hicieron una pausa en su labor para mirarlo con curiosidad. l sigui su camino, con la mirada al frente. Un golpe de aire, el olor a mar y el tacto de un brazo enlazado con el suyo anunciaron la presencia de su diosa. Mantente pegado a m, monje orden Zeboim en tono perentorio. Los entrometidos de Majere no repararn en ti as. -No necesito tu proteccin, seora -dijo Rhys al tiempo que intentaba sin xito librarse de su brazo. Y tampoco la he pedido. -Nunca me pides nada -repuso Zeboim-, y me encantara complacerte.

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Se apret contra l de manera que el monje sintiera la calidez y suavidad de sus formas. Qu cuerpo tan duro y firme tienes continu Zeboim con tono admirado. Ser por esas caminatas que das, supongo. Monta un nmero aadi con una voz suave como brisa estival con un asomo de tormenta, y te pasars el resto de la noche hablando de la bondad de tu alma en lugar de estar hablando con tu hermano. Sabes dnde est Lleu? -Rhys le asest una mirada intensa. Lo s, y t tambin contest ella con una mirada significativa. En el Abrevadero? Ahora est all, echndose a coleto vaso tras vaso de aguardiente enano. Est bebiendo tanto que cualquiera dira que sus fabricantes estn al borde de la extincin. Y lo estaran, si dependiese de m. Esos pequeos bastardos peludos... enanos. Gracias por la informacin, majestad dijo Rhys mientras intentaba de nuevo soltarse. He de ir a reunirme con Lleu... -Desde luego que has de ir. Y lo hars. Pero no antes de que hagas una visita a mi santuario lo interrumpi la diosa Est calle abajo. All es adonde te dirigas, presumo. A decir verdad, majestad... -Jams le digas la verdad a una mujer, monje -advirti Zeboim. Entonces, s, all es adonde me diriga contest Rhys, sonriente. Y traes algn regalito para m? pregunt burlonamente la diosa. Todas mis pertenencias son esta bolsa y el emmine dijo Rhys, todava sonriente. Cul os gustara tener, majestad? Zeboim contempl con desdn los objetos ofrecidos. Una apestosa bolsa de cuero y un palo. No quiero ninguno de los dos, gracias. Pasaron delante del templo de Majere. Al ver a Rhys en compaa de una mujer, los clrigos comprendieron que no era uno de los suyos y volvieron a sus tareas. Ms all se alzaba el templo de Zeboim, una estructura modesta hecha de madera arrastrada por el mar hasta la playa, transportada all desde la costa del Nuevo Mar, y adornada con conchas. Antes de llegar a la puerta, Zeboim se par y se volvi hacia Rhys. Tu presente a tu diosa ser un beso. El monje le tom la mano y se la bes respetuosamente. Zeboim le cruz la cara. Fue un bofetn fuerte que le dej la piel ardiendo y la mandbula dolorida. Cmo osas burlarte de m? demand, echando chispas. No me burlo, majestad contest en voz baja Rhys Muestro mi respeto por ti, como esperara que me respetaras a m y a los votos que he hecho, votos de pobreza y castidad. Hechos a otro dios! replic, desdeosa. Hechos a m mismo, majestad. -Y a m qu me importan tus estpidos votos? Y tampoco quiero tu respeto! bram la diosa. A m hay que temerme, adorarme! Rhys no se amilan ante ella ni se toc la mejilla, que le arda. Zeboim se calm de repente, adopt una actitud peligrosamente tranquila, igual que los mares se tornan lisos y calmos antes de la tempestad. Eres un hombre insolente y obstinado. Te aguanto por una razn, monje. Ay de ti si me fallas! La diosa se march dejando a Rhys con la sensacin de estar tan exhausto como si acabara de volver del campo de batalla. Zeboim no quera un seguidor. Quera atraparlo, hacerle su prisionero, obligarlo a trabajar para ella como un esclavo de galeras amarrado a las cadenas. Rhys contaba con una arma que utilizara para mantenerla a distancia y sa era la disciplina: disciplina de cuerpo y disciplina de mente. Zeboim no entenda de eso y no saba

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cmo luchar contra ello. La pona furiosa y, al mismo tiempo, la intrigaba. No obstante, Rhys saba que llegara el momento en el que la inconstante diosa dejara de sentirse intrigada y dara rienda suelta a su ira. Al extremo de la calle Rhys divis el templo derruido de Chemosh, cuyas ruinas aparecan esparcidas entre parches de malas hierbas. Rhys no tena necesidad de ir all ya que saba dnde encontrar a Lleu, pero decidi acercarse al templo de todos modos. Tena toda la noche para ir al encuentro de su hermano, que no se marchara pronto de la taberna. Volvi sobre sus pasos, en direccin al templo del Seor de la Muerte. Tal vez se deba a la influencia del dios o quiz fue simplemente imaginacin de Rhys, pero le dio la impresin de que las sombras de la cercana noche eran ms espesas alrededor del templo que en otras zonas de la calle. Necesitara luz para investigar y no llevaba linterna. Regres al santuario de Zeboim, donde no vio seales de clrigos ni sacerdotisas. Nadie respondi a sus repetidas llamadas. Varias velas, colocadas en candelabros hechos de manera que semejaban barcas de madera, ardan en el altar, presentes para Zeboim ofrecidos con la esperanza de que cuidara de quienes navegaban por los mares o viajaban por vas fluviales tierra adentro. Dijiste que nunca te peda nada, majestad le dijo Rhys a la diosa. Ahora te lo pido. Concdeme el regalo de la luz. Rhys tom una de las velas del altar y la sac fuera del edificio. Un soplo de viento hizo que la llama titilara y por poco la apaga, pero la diosa cedi y, con la vela en la mano, el monje se dirigi a investigar el templo de Chemosh. En la escalera derruida haban cado grandes cascotes y Rhys tuvo que salvarlos por encima para llegar a la puerta, y entonces descubri que estaba bloqueada por una columna. Se col dentro entrando a duras penas por una grieta en la pared. El suelo del templo se hallaba cubierto de polvo y cascotes. Los hierbajos haban crecido entre las grietas. El altar apareca rajado y cubierto de correhuela. Todos los objetos sagrados para el dios haban desaparecido, ya fuera porque se los hubiesen llevado los clrigos o los saqueadores o ambos. Las huellas de los pies descalzos de Rhys eran las nicas marcadas en el polvo. El monje sostuvo la vela en alto y escudri el templo a su alrededor. Nadie haba estado all haca mucho, mucho tiempo. Rhys llev la vela al santuario de Zeboim, la puso en una de las pequeas barcas de madera y le dio las gracias a la diosa. Volvi sobre sus pasos, de nuevo en la direccin que lo conducira al Abrevadero. Lo que quiera que Chemosh est haciendo en el mundo, desde luego no es construir monumentos, se dijo Rhys mientras pasaba delante del hermoso templo de Mishakal, todo l de mrmol blanco. Aquel pensamiento le result inquietante, ms de lo que lo habra alarmado encontrarse con un grupo de clrigos de ropajes negros movindose a hurtadillas por el interior del templo y levantando cadveres a docenas. El Seor de la Muerte ya no se ocultaba en las sombras. Haba salido a la luz del sol, caminaba entre los vivos y reclutaba seguidores como el malhadado Lleu. Mas con qu fin? Con qu propsito? Rhys no tena ni idea. Cuando diera con su hermano esperaba obtener respuestas. -Hola, Rhys! -Beleo apareci en la penumbra y se acerc corriendo a l. Me dijeron en la posada adonde habas ido y se me ocurri venir a reunirme contigo. Y Atta? La dej en la posada. La gente de aqu es agradable coment el kender. No me dejan entrar en un montn de sitios, pero la dama que regenta la posada, ya sabes, la bonita mujer metida en carnes, de cabello pelirrojo... En fin, que me dijo que tiene debilidad por los de mi raza. Uno de los mejores amigos de su padre fue un kender. -Pudiste ayudar a la viuda a comunicarse con su esposo? pregunt Rhys.

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Lo intent. Beleo sacudi la cabeza. Su alma haba pasado a la siguiente etapa del viaje. No lo creers, pero estaba que trinaba. Crea que se haba largado con alguna fulana. Intent explicarle que no funciona as, que su alma se march ensanchando sus horizontes. Dijo que eso se le dara bien, ya que tanto le gustaba callejear. Por lo visto fue siempre muy faldero. Y que se va a casar con el panadero y que as se las pagar. No me dio dinero, pero me llev a conocer al panadero, que me dio un pastel de carne. Los dos recorrieron las calles y dejaron atrs las zonas concurridas de Solace para entrar en una barriada oscura y lgubre. No haba comercios y slo unas casas en ruinas desperdigadas de las que salan luces tenues. Poca gente iba de noche por esa parte de la ciudad. De vez en cuando se cruzaban con un rezagado que recorra a buen paso la calle con la cabeza agachada y sin mirar ni a derecha ni a izquierda, como si le diese miedo lo que podra ver. Rhys acababa de pensar que a lo mejor se haban equivocado de camino, ya que pareca que llegaban al final del mundo civilizado, cuando percibi olor a humo de lea y atisbo el titilante destello de una luz a travs de una ventana. Unas voces entonaban una cancin obscena. Creo que lo hemos encontrado dijo Beleo. Haca mucho que el Abrevadero original haba desaparecido. Ese y varias rplicas posteriores de la taberna haban ardido hasta los cimientos. La primera vez, se incendi la cocina, y la siguiente fue la chimenea. En una ocasin un grupo de draconianos borrachos haba prendido fuego a la taberna cuando les presentaron lo que a ellos les pareci una cuenta exorbitante, y en otra ocasin la haba incendiado el propio dueo por razones que nunca quedaron muy claras. Todas las veces se reconstruy merced al dinero que, segn se contaba, facilitaban los Enanos de las Colinas, ya que era uno de los pocos sitios que quedaban en Abanasinia donde se poda comprar el fortsimo licor conocido como aguardiente enano. La taberna estaba escondida en las densas sombras de una arboleda, cerca del borde de la calzada, y posea pocas caractersticas peculiares. Aun encontrndose cerca ya, Rhys no sac una clara impresin del edificio, salvo que era bajo y alargado, desvencijado e inestable. Dispona de una nica ventana en la fachada, grande. El cristal deba de haber costado ms que el resto del edificio, y Rhys se pregunt por qu se habra molestado el propietario. Result que la ventana no tena un propsito esttico, sino para que los que estuvieran dentro pudieran ver quin haba fuera y, de ser necesario, poner pies en polvorosa por la parte trasera. El monje pos la mano en el picaporte de hierro y not que tena un tacto grasiento. Se agach para hablar en voz baja al kender. No creo que vayas a encontrar mucho trabajo aqu le dijo. Sera mejor que no ofrecieses tus servicios para ponerte en contacto con los muertos. Estaba pensando lo mismo convino Beleo. Y tampoco creo que sea un buen momento para que tomes prestado nada de nadie. Nunca parece ser un buen momento coment alegremente el kender-. No te preocupes, tendr las manos metidas en los bolsillos. -Y-aadi Rhys-, si mi hermano est ah dentro, deja que sea yo el que hable. Que se me vea pero que no se me oiga dijo Beleo, que pareca un poco alicado . Echo de menos a Atta. Yo tambin. Rhys abri la puerta. El exiguo fuego que arda en el agujero del hogar abierto en el suelo, al fondo de la taberna, era la nica fuente de luz en el establecimiento, y echaba tanto humo que no cumpla bien con ese cometido. Rhys escudri el interior del local a travs de la humareda y la escasa luz. La cancin se interrumpi de golpe cuando el kender y l entraron, a excepcin de un borracho, que de todos modos no entonaba la misma letrilla, y que continu con su cantinela sin parar. Rhys vio a Lleu al momento. Su hermano estaba sentado a una mesa, solo, en el centro del establecimiento, y echaba un trago de la jarra de barro cuando Rhys entr. Se limpi la boca y dej la jarra en la mesa. Ech un vistazo al recin llegado y luego apart la vista, desinteresado.

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El monje cruz la sala hacia la mesa donde se encontraba Lleu. Tena miedo de que su hermano intentara huir cuando lo reconociera, as que habl l antes. Lleu dijo en tono sosegado, no te asustes. He venido a hablar contigo, nada ms. Lleu alz la vista hacia l. Por m no hay inconveniente, amigo respondi con una sonrisa que quera ser cordial pero que tena cierta tensin. Sintate y habla. Rhys se qued desconcertado. Aqulla no era la reaccin que esperaba. Mir de hito en hito a Lleu, que hizo lo propio con l, y el monje comprendi que su hermano no lo reconoca. Dada la atmsfera de la taberna, saturada de humo y con apenas luz, y aadiendo el hecho de que ya no vesta tnica gris, quiz era comprensible. Rhys se sent a la mesa con su hermano. Beleo lo hizo junto a l. El kender mir a Lleu con los ojos muy abiertos y despus mir a Rhys; pareci a punto de decir algo, as que Rhys sacudi la cabeza y Beleo record que se supona que tena que guardar silencio. Lleu, soy yo, Rhys. Tu hermano manifest el monje. Lleu le dirigi una mirada aburrida y cogi de nuevo su jarra. Si t lo dices. No me reconoces, Lleu? insisti el monje. Deberas. Intentaste matarme. Es obvio que fall gru su hermano. Levant la jarra, ech un largo trago de licor y volvi a dejar el recipiente. As que no tienes razn para protestar, a mi entender. Un trago? Le tendi la jarra a su hermano y ante la negativa de Rhys se la ofreci al kender. -Y t, pequeajo? S, gra... Eh, no, djalo respondi Beleo al reparar en la mirada de Rhys. Pues mejor para ti coment Lleu mientras apartaba la jarra con gesto de asco. El condenado aguardiente debe de ser agua ms de la mitad. sta es la segunda jarra y todava puedo verte como uno solo, monje, y tambin veo slo uno de tu amiguito. Por lo general, despus de tres tragos veo todo multiplicado por seis. Y goblins rosa, para colmo. Gir la cabeza y grit: Eh! Dnde est mi cena? Ya has cenado respondi una voz en las cercanas del mostrador, que se perda en la penumbra y el humo del ambiente. No me acuerdo de haber comido nada dijo Lleu, enfadado. Bueno, pues lo hiciste replic la voz con sequedad. Tienes el plato vaco delante de ti. Frunciendo el entrecejo, Lleu baj la vista a la mesa y encontr un plato de peltre abollado y un cuchillo doblado. Entonces, tengo hambre otra vez. Treme ms de la bazofia esa. Hasta que no pagues lo ltimo que te comiste, no. Y las dos jarras de aguardiente. Tengo dinero para pagar -gru Lleu. Soy un clrigo de Kiri-Jolith, por todos los dioses! Desde el mostrador lleg un resoplido desdeoso. Tengo un trozo de pastel de carne que no pude acabar ofreci Beleo, que sac el pastel envuelto en un pauelo salpicado de grasa. Lleu le quit el pastel de las manos y lo devor con ansia, como si no hubiese comido en varios das. Queda ms de donde sali esto? No, lo siento contest el kender. No s por qu, pero como y como y nunca me quedo satisfecho rezong Lleu. Debe de ser por la maldita comida de esta comarca. Todo sabe igual. Inspido, como este aguardiente, sin fuerza. Rhys lo agarr del brazo con firmeza. Lleu, deja de hablar de comida y de aguardiente. No sientes remordimientos por lo que has hecho, por el terrible crimen que has cometido? No, ni pizca intervino el kender.

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Te dije que estuvieras callado orden Rhys, impaciente. Beleo se acerc a l y pos la mano en su brazo. No te has dado cuenta de que est muerto, verdad? -Beleo, no tengo tiempo para... Las palabras se le helaron en la lengua. Mir a su hermano. Despacio, afloj los dedos y le solt el brazo. Inmutable, Lleu se ech hacia atrs y se recost en el respaldo. Tom la jarra, ech otro trago y luego la solt con un golpe sobre la mesa. Dnde est mi cena? chill. Como me preguntes otra vez te voy a dar yo cena, vaya que s. Te la meter directamente por el culo. -Beleo, de qu ests hablando? susurr Rhys, incapaz de apartar la vista de su hermano-. Qu quieres decir con que est muerto? Exactamente eso. Que est tan muerto como el clavo de un atad. Lo que pasa es que an no se ha dado cuenta. Quieres que se lo diga? Podra llevarse una impresin... Beleo, si esto es una especie de broma... Oh, no protest el kender, consternado por la mera idea. Bromeo sobre muchas cosas, pero no con mi trabajo. Me lo tomo muy en serio. Todas esas pobres almas esperando a ser liberadas... Beleo hizo una pausa y mir a Rhys. De verdad no ves que est muerto? Lleu se haba olvidado de que estaban all. Miraba el humo y cada dos por tres le daba un tiento a la jarra, si bien, al parecer, era ms por costumbre puesto que no hallaba placer en ello. Se comporta de una manera rara -admiti Rhys-. Pero respira. La piel est caliente al tacto. Come y bebe, est sentado y habla conmigo... S, eso es lo raro dijo Beleo, que frunci el entrecejo en un gesto desconcertado . He visto cadveres de sobra en mi vida, pero todos estaban callados y quietos. sta es la primera vez que veo uno sentado en una taberna bebiendo aguardiente enano y zampndose pasteles de carne. Esto no es cosa de risa, Beleo amonest seriamente Rhys. -Vale, es que me cuesta explicarlo! El kender se haba puesto a la defensiva-. Es como intentar explicarle a un ciego cmo es el cielo. Veo que est muerto porque... Porque no hay luz en su interior. No hay luz... repiti en un susurro Rhys. Record las palabras del maestro: Lleu no es ms que su propia sombra. Cuando te miro a ti o a esos dos hombres que juegan a las tabas en aquella esquina, veo una especie de luz que irradia de vuestro interior. Oh, no es gran cosa. No es nada tan brillante como el fuego, ni siquiera como una vela. Uno no podra leer un libro con ella ni orientarse en la oscuridad ni nada por el estilo. Es simplemente un resplandor trmulo, titilante. Ese tipo de luz. Cuando lo agarraste, percibiste pulso? Podras comprobar si tiene. Rhys alarg la mano y asi la mueca de su hermano. -Qu haces? -inquiri Lleu, que mir al monje con el entrecejo fruncido. Me temo que no te encuentras bien contest Rhys. Eso es quedarse corto mascull el kender. Estoy bien, te lo aseguro. Jams me he sentido mejor. Chemosh se ocupa de m. -Y bien? pregunt, anhelante, el kender. Rhys notaba algo que podra ser el pulso pero que no era lo mismo. No se perciba como el torrente de la vida bajo la piel. Ms pareca una corriente de agua estancada que se desplazaba lentamente debajo una gruesa capa de hielo. Y qu me dices de los ojos? Beleo se inclin hacia adelante para intentar ver a Lleu a travs del humo. Rhys tena mejor perspectiva. Mir a los ojos de su hermano y se ech hacia atrs.

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Haba visto otros as, mirndolo desde la tumba. Unos ojos vacos. Unos ojos sin alma detrs. Los ojos de Lleu eran los ojos de un muerto. Sin embargo no poda admitir eso como prueba, ya que empezaba a dudar de sus propios sentidos. Su hermano pareca estar vivo, hablaba como un ser vivo, su tacto era el de una persona viva. No obstante, haba que tener en cuenta la advertencia del maestro, la valoracin del kender. Y, ahora que lo pensaba, estaba la reaccin de Atta hacia Lleu. Le haba demostrado hostilidad desde el principio, le haba enseado los dientes y se le haba erizado el pelo del lomo. No haba querido que se acercara a las ovejas. Lo haba mordido cuando l trat de ponerle la mano encima. Podra suponer que el maestro haba hablado de manera metafrica. Poda desestimar los comentarios del kender como necedades. Pero confiaba en el instinto de la perra. Atta se haba dado cuenta de que Lleu tena algo raro desde el primer momento que lo vio y lo oli. Tienes razn susurr. Tiene los ojos de un cadver. Lleu ech la silla hacia atrs y se levant. He de irme. Tengo que reunirme con alguien. Una damita. Gui un ojo y esboz una sonrisa lasciva. -No ser Mina, verdad? pregunt Rhys. La reaccin de Lleu fue asombrosa. Inclinndose por encima de la mesa, agarr a Rhys por el cuello de la tnica y tir de l para aproximarlo a su cara. Dnde est? demand Lleu, que jadeaba con una ansiedad desagradable. Anda por aqu cerca? Dime dnde puedo encontrarla! Dmelo! Rhys baj la vista a las manos de su hermano, crispadas sobre el tejido burdo. Las apretaba tanto que tena blancos los nudillos. Y le temblaban. No tengo ni idea de dnde est contest. Confiaba en que t pudieses decrmelo. Lleu lo observ con suspicacia. Despus lo solt. Lo siento balbuci-. Necesito encontrarla, eso es todo. No pasa nada. Seguir buscndola. Despus abri bruscamente la puerta y sali, cerrando tras de s con un portazo. El tabernero bram que quera su dinero pero, para entonces, Lleu ya estaba lejos. Rhys se levant y Beleo hizo otro tanto casi de forma automtica. Adnde vamos? -Tras l. -Por qu? Para ver qu hace, adonde va. Eh! Vas a pagar lo de tu amigo? No tengo dinero... empez Rhys, pero lo interrumpi el tintineo de las monedas sobre el mostrador. Gracias dijo el tabernero al tiempo que recoga el dinero. Rhys dirigi una mirada acusadora a Beleo. No he sido yo se apresur a aclarar el kender. Con sta son dos las que me debes, monje dijo la voz sensual de Zeboim desde las sombras de un rincn. Y ahora ve tras l! Rhys y Beleo salieron de la taberna y caminaron de prisa aunque en silencio detrs de Lleu, que regresaba a Solace. Tomaron precauciones para evitar que se diera cuenta de que lo seguan, aunque su cautela estaba de ms porque Lleu no mir atrs ni una sola vez. Caminaba por la calzada con aire animoso, echada la cabeza hacia atrs, y entonaba el estribillo de la cancin obscena. Beleo, he odo decir que existen muertos vivientes a los que se llama zombis. Plantear semejante pregunta sonaba extrao, irreal, como si estuviera en un horrible sueo. Es posible que...? Que sea un zombi? El kender sacudi la cabeza de manera tajante. Nunca has visto un zombi, verdad? Son cadveres a los que han animado despus de muertos. Slo la

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peste es suficiente para que se te encojan los dedos de los pies. Tienen la carne putrefacta y los globos oculares les cuelgan de las cuencas. Arrastran los pies al andar porque no saben cmo mover los pies ni las piernas. Son como tteres horrendos. Y no cantan, eso te lo aseguro. Tampoco son jvenes y guapos. Te dir algo, hermano Rhys concluy de manera solemne Beleo. Es el muerto con mejor aspecto que he visto en toda mi vida.

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Rhys y Beleo siguieron a Lleu a una de las zonas ms nuevas de Solace. Con el propsito de acomodar a las personas que se instalaban en la ciudad se estaban construyendo casas a toda prisa al pie de los vallenwoods, no en las copas. Los que vivan en esas casas nuevas eran generalmente refugiados que haban huido de la destruccin ocasionada por Beryl. Cuando llegaron a Solace vivieron en tiendas, pero ahora algunos de ellos haban prosperado y deseaban una morada permanente. Se podan construir muchas casas alrededor del tronco de los gigantescos rboles. Para ahorrar madera y dinero, el proyectista de las casas haba seguido la pauta elfa de utilizar el propio rbol como una de las paredes de la casa, de manera que las construcciones semejaban setas que hubieran salido del barro al pie del tronco. Era tarde y la mayora de las casas se hallaban a oscuras al haberse ido a acostar sus ocupantes, pero aqu y all se vea brillar una luz a travs de las ventanas e irradiar resplandor hacia la calle. Lleu afloj el paso cuando lleg a esa parte de la ciudad y dej de cantar. Se encamin hacia una de las casas oscuras y se asom a una ventana. Despus se puso a rondar calle arriba y calle abajo; de vez en cuando echaba una ojeada a la casa. Rhys y Beleo permanecieron al abrigo de las sombras, observaron y esperaron. La puerta de la casa se abri apenas y una mujer joven, envuelta en una capa, se desliz al exterior y cerr a su espalda con suavidad y sin hacer ruido. Le costaba ver algo con la oscuridad y se le not que escudriaba la noche con aire atemorizado. Lleu? llam con voz trmula. Lucy, paloma ma. La estrech entre sus brazos y la bes. -No, aqu no! protest ella, falta de respiracin, mientras lo apartaba. Qu pasara si mi marido se despierta y nos ve? Entonces adnde vamos? pregunt Lleu, que la tom por la cintura y se puso a besarle el cuello. No puedo dejar de tocarte. Conozco un sitio. Ven conmigo contest ella. Agarrados, soltando risitas ahogadas, los dos se alejaron de prisa calle abajo. Rhys y Beleo los siguieron. El monje estaba preocupado, sin saber bien qu hacer. Aparentemente, aquello no era ms que una cita a medianoche con una joven, algo normal en un hombre joven como Lleu salvo por el hecho de que ste distaba mucho de ser normal y de que la joven era una mujer casada. Probablemente Rhys podra poner fin a aquello, arrastrar a la joven de vuelta a su casa. Habra una escena con el marido: lgrimas y llantos, furia, una pelea. Los vecinos se despertaran. Alguien llamara a las autoridades. Decidi que no. Un escndalo no traera nada bueno. Esperara el momento oportuno, hasta que estuvieran en un sitio tranquilo, y entonces intentara hablar con su hermano. La pareja lleg a una zona retirada y despejada en medio de un pinar. Por el aspecto de la hierba pisoteada, aqul era el lugar de encuentro de los amantes de la localidad. No bien dejaron de caminar cuando Lleu ya tena las manos recorriendo el cuerpo de la mujer. La bes en el cuello, le acarici los senos, le levant la falda. Est muy fogoso para ser un tipo muerto coment el kender. Rhys se sinti incmodo al ver la escena. Tena la sensacin de que deba intervenir, aunque an estaba por determinar cmo y qu decir. La joven se sentira avergonzada y molesta. Lleu se enfadara. Tambin habra lgrimas, recriminaciones. La joven suspir, jade, y se abraz a Lleu de manera que apret la cabeza del hombre contra sus senos mientras pasaba los dedos por su cabello. Lleu se despoj de la capa y la extendi sobre las agujas de pino. Los dos se tumbaron sobre la prenda.

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-Deberamos irnos -dijo el monje, e iba darse media vuelta para marcharse cuando las siguientes palabras de su hermano lo hicieron detenerse. Has pensado sobre lo que hablamos, querida? pregunt Lleu-. Respecto a Chemosh? Chemosh? repiti Lucy, distrada. No hablemos de religin ahora. Bsame! Pero es que quiero hablar de Chemosh insisti l mientras le acariciaba los senos. -Ese viejo y mohoso dios? Lucy suspir y frunci los labios-. No entiendo por qu quieres hablar de dioses en un momento as. Porque es importante para m dijo Lleu. Su voz adquiri un timbre suave. La bes en el cuello. Para nosotros. Volvi a besarla. No puedo huir contigo si no juras venerar a Chemosh, igual que yo. No veo en qu puede cambiar eso las cosas respondi Lucy entre beso y beso. Lleu roz los labios de la mujer con los suyos. -Porque, mi cielo, yo vivir para siempre y ser igual que ahora: joven, vigoroso, apuesto... Qu presumido eres! dijo ella riendo. Mientras que t envejecers sigui Lleu. Te saldrn canas y arrugas, y los dientes se te caern. Entonces no me amaras dijo Lucy, vacilante. -Morirs, Lucysusurr Lleu al tiempo que le acariciaba la mejilla-. Y yo estar vivo y sano y necesitar a alguien con quien compartir mi lecho... Y, si venero a Chemosh, me mantendr joven y hermosa? pregunt Lucy. Por siempre jams? -Por siempre jams. El mismo tiempo que yo te amar. -De acuerdo, entonces -accedi Lucy con una risa-, Entrego mi alma a Chemosh! No lo lamentars, amor mo. Le baj el corpio y dej sus senos al aire, blancos a la luz de la luna. La mujer suspir y se estremeci mientras atraa la cabeza de l hacia su pecho para que besara la tersa carne. Lleu apret los labios sobre el pecho izquierdo y la estrech con fuerza en sus brazos. Lleu dijo Lucy en un tono distinto-. Lleu, me haces dao... Ay! Solt un grito penetrante y forceje para soltarse, pero Lleu no afloj el abrazo. El grito de la mujer creci hasta convertirse en un chillido de angustia. Su cuerpo se sacuda y se retorca. Rhys se incorpor de un salto y corri hacia la pareja, con Beleo pisndole los talones. -Se est muriendo! -grit el kender. La est matando! La luz de su espritu se apaga. La joven se estremeci, se puso rgida y despus su cuerpo qued inerte. Rhys agarr a Lleu, lo apart de un tirn de la mujer y lo arroj a un lado. Se arrodill en el suelo y alz a la mujer en sus brazos con la esperanza de percibir una chispa de vida. Demasiado tarde dijo framente Lleu. Se incorpor, contempl a la mujer muerta con indiferencia, como quien examina un trabajo bien hecho. Ahora pertenece a Chemosh. La mujer no respiraba. En sus ojos haba una mirada vaca. Rhys tante el cuello para encontrar algo de pulso, pero no lo haba. En el seno, como grabado a fuego en la carne, estaba la marca de los labios de su hermano. Majere or el monje, esta mujer no saba lo que deca. Ten piedad de ella. Devulvela a la vida! Rhys cambi ligeramente de postura, y la cabeza de la mujer se desliz hacia un lado. El brazo flaccido, apoyado en su rodilla, resbal y cay inerte al suelo. Rhys esper or la voz del dios. No castigues a esta mujer inocente por mi causa, seor! suplic el monje. Su muerte es culpa ma! Podra haberla salvado, igual que habra podido salvar a mis hermanos. No hubo respuesta. El nico sonido fue la risa burlona de Lleu.

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Zeboim! grit Rhys con voz quebrada. Concede la vida a esta pobre mujer. Un eco de la risa desdeosa de su hermano lleg desde las sombras de los rboles. Rhys solt el cuerpo de la mujer en el suelo, con delicadeza. Su espritu se ha ido dijo Beleo. Lo siento, Rhys. No se puede hacer nada. Me temo que tu hermano tiene razn. Chemosh la tiene. Ponindose de pie, el monje encar a su hermano. No quera hacer esto, Lleu, pero no me dejas alternativa. Eres mi prisionero. Voy a llevarte ante las autoridades y se te acusar de asesinato. Quiero que me acompaes sin resistirte. No quiero hacerte dao, pero si es preciso lo har. Ir contigo de buen grado, hermano. Lleu se encogi de hombros. Pero me parece que te va a resultar difcil sostener ese cargo de asesinato. Y eso por qu? inquiri el monje en tono adusto. -Porque no ha habido asesinato -contest una voz detrs de l, seguida de una risita. Lucy se levant y corri hacia Lleu; lo rode con los brazos y se apret contra l. Estaba despeinada y tena el corpio desabrochado. Rhys todava vea la marca roja y encendida de los labios de Lleu en su seno, que suba y bajaba con el aliento de la vida. La joven contempl a Rhys con una expresin burlona en los ojos. Estoy viva, monje dijo. Ms que nunca. Habas muerto contest Rhys, que tena un nudo en la garganta. Moriste en mis brazos. Tal vez replic ella, maliciosamente. Pero quin te creer? Nadie. Nadie en todo el ancho mundo. Quieres que te acompae al alguacil, hermano? pregunt Lleu. Puedo presentarle a otras dos jvenes que he conocido durante mi estancia en Solace. Mujeres que ahora conocen y abrazan los designios de Chemosh. Rhys empezaba a entender, aunque esa comprensin era tan espantosa que no le resultaba fcil aceptarla. Ests muerto dijo. -No, hermano, soy uno de los Predilectos de Chemosh -declar Lleu. Los dos, Lucy y l, se echaron a rer. -Intent explicrtelo una vez, Rhys, pero no quisiste escucharme. Ahora puedes verlo por ti mismo. Mira a Lucy. Es hermosa, est en su plenitud, radiante. Te parece que est muerta? Demustraselo, Lucy. Contonendose, con los ojos entornados y los labios entreabiertos en un gesto provocativo, la mujer avanz hacia Rhys. Tu hermano est celoso, Lleu. Me quiere para l. Es todo tuyo, paloma ma -contest Lleu-. Que te diviertas... Lucy sigui avanzando, echada la cabeza hacia atrs, los prpados entornados, los labios entreabiertos. -Mtala! -grit de repente Beleo. Rhys retrocedi un paso. No poda apartar la vista de ella, de la mujer que haba muerto en sus brazos y que ahora le diriga una sonrisa acariciadora, incitante. -Mtalos a los dos, a ella y tambin a l -urgi el kender. Segn Lleu, no se los puede matar dijo el monje. Adems, ya ha habido demasiadas muertes. Lucy agarr a Rhys por el cuello de la tnica y desliz las manos por debajo. Nunca has yacido con una mujer, verdad, monje? No te gustara descubrir lo que te has perdido todos estos aos? Rhys le apart las manos ansiosas y la empuj. Tienes que intentar matarlos, o volvern a asesinar insisti Beleo, implacable. Un monje de Majere no mata... susurr Rhys.

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Pero no eres un monje replic brutalmente el kender. Y, aunque lo fueras, no importara. Ya estn muertos! De eso no estoy seguro. Rhys sacudi la cabeza. Pues claro que s! Mira los ojos de esa mujer, Rhys! Mrale los ojos! Rhys mir los ojos de la joven. No vio el vaco, como le haba ocurrido con su hermano, sino algo ms terrible. Haba visto una expresin as con anterioridad e intent recordar dnde. Entonces le vino a la cabeza: los ojos de un lobo famlico. Empujado por el hambre, desesperado por alimentarse, el ansia de comer haba prevalecido sobre todos sus otros instintos, incluso el miedo. Rhys estaba armado con dos antorchas encendidas, y Atta haba asestado un mordisco al flanco del lobo, que se haba lanzado directamente a la garganta de Rhys... Vio la verdad de las palabras del kender en los ojos de Lucy. Volvera a asesinar para satisfacer aquella desesperada necesidad. Y otra vez, y otra, y otra... Rhys levant el emmide y arremeti con la punta directamente contra la frente de la joven. La cabeza se ech bruscamente hacia atrs y se oy con absoluta claridad cmo se quebraba el cuello. Se desplom en el suelo, la cabeza doblada en un ngulo extrao. Rhys se gir rpidamente para hacer frente a su hermano. Lleu estaba apoyado en un rbol, cruzado de brazos, y observaba todo con una sonrisa. Rhys aferr el bastn con fuerza y empez a avanzar hacia su hermano. Cuidado! A tu espalda! son la voz estridente de Beleo. Rhys se gir y mir de hito en hito, espantado. Lucy caminaba hacia l, contonendose, los labios entreabiertos, las manos extendidas. Chemosh tendr tu alma dijo la mujer con una risa cantarina. La cabeza se inclinaba en un ngulo extrao, por el punto donde se haba roto el cuello. Con una sacudida y un quiebro, volvi a colocarlo recto y continu adelante. Lo quieras o no. El monje oy a su espalda el raposo sonido de la espada de Lleu al deslizarse fuera de la vaina. Rhys hizo frente a Lucy y la mantuvo a raya con el emmide, sin perderla de vista, al tiempo que aguzaba el odo para seguir la pista a los movimientos de Lleu. Beleo farfullaba algo y agitaba las manos como si estuviese lanzando un hechizo. Rhys habra querido que se callara. Percibi un susurro en la hierba, el crujido de las pinochas y la repentina inhalacin de Lleu. Rhys rot hacia un lado, con un giro del cuerpo. La espada hendi el aire, all donde estaba l un momento antes. El impulso de la violenta acometida llev a Lleu casi hasta la mitad del claro. Rhys golpe a Lucy en la cara con el emmide. El impacto le destroz la nariz, que se desparram por todo el rostro. Un fino hilillo de sangre resbal de la herida, pero no el chorro que debera haber salido con semejante herida. Ella chill, ms de rabia que de dolor, y trastabill hacia atrs. Rhys se desplaz a fin de afrontar a Lleu, justo a tiempo de ver que su hermano corra hacia l con la espada en una mano y un cuchillo en la otra. El monje golpe la espada con el bastn y la parti. Dando vueltas al bastn rpidamente, de forma que pareca las aspas de un molino en medio de un vendaval, lo descarg con fuerza en la mueca de Lleu y oy el chasquido de huesos. Lleu dej caer el cuchillo. Rhys record claramente que la ltima vez que haba golpeado a su hermano ste haba gritado de dolor, pero ahora no lo hizo, ni siquiera pareci notar que la mano no le funcionaba ya. Desarmado, Lleu salt sobre su hermano para agarrarlo por el cuello con la mano sana al tiempo que arremeta con la rota como si fuese un garrote. Descompuesto por el horror, Rhys hizo un quiebro lateral, y Lleu pas de largo sin rozarlo. Segn pasaba, el monje le puso la zancadilla y Lleu se fue de bruces al suelo.

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De pie junto a su hermano cado, Rhys arremeti contra la columna vertebral de Lleu con el extremo del emmide, con todas sus fuerzas; el golpe separ las vrtebras y cort la mdula espinal. Rhys se ech hacia atrs, en una postura defensiva, y observ a su hermano. Mi hechizo mstico no ha funcionado! dijo Beleo, jadeante, mientras corra hacia l. He lanzado ese conjuro tropecientas veces y siempre detiene a los muertos vivientes. Por lo general los derriba como bolos, pero tu hermano ni siquiera se ha inmutado. Lleu hizo un gesto de dolor como si se hubiese golpeado un dedo del pie y luego, lentamente, como quien recompone algo fraccionado, empez a levantarse. Arque la espalda y se la frot. Si quieres que te d mi opinin, Rhys, no puedes hacer nada para matarlos aadi el kender, falto de aliento. Este sera un buen momento para largarse! El monje no contest. Estaba mirando fijamente a Lleu. Ahora! urgi Beleo mientras le tiraba de la manga. Te lo dije antes, Rhys habl Lleu. Se agarr la mano mutilada por la mueca y se la coloc en su sitio con un chasquido. Soy uno de los Predilectos de Chemosh. Tengo su don. Vida eterna... Tambin yo soy Predilecta de Chemosh dijo Lucy, que no pareca darse cuenta de que su nariz era una masa sanguinolenta. Tengo su don. Vida eterna. T puedes tenerlo tambin, Rhys. Entrgate a Chemosh. Los dos cadveres avanzaron hacia l, ardientes los ojos, aunque no de vida sino de una ansia imperiosa de tomar vida. La bilis le subi a la boca a Rhys y el estmago se le agarrot. Se dio media vuelta y huy por el bosque a todo correr, tropezando con las ramas de los rboles, zambullndose entre la maleza. Se par para vomitar y despus ech a correr otra vez para escapar de la risa burlona que sonaba entre los rboles, del cuerpo de la muchacha en sus brazos, de los cadveres en la tumba comn del monasterio. Corri sin ver por dnde iba y sin importarle, corri hasta que se qued sin fuerzas y se desplom en el suelo, sacudido por los sollozos y los jadeos. Volvi a vomitar una y otra vez, aun cuando ya no le quedaba nada en el estmago que expulsar, y entonces arroj sangre. Finalmente, exhausto, rod sobre s mismo y se qued tendido boca arriba, el cuerpo trmulo y agarrotado. As lo encontr Beleo. Aunque el kender haba recomendado la huida no se esperaba que Rhys siguiera su consejo de una manera tan repentina. Cogido por sorpresa, Beleo reaccion con lentitud. Los hambrientos ojos de los dos Predilectos de Chemosh, volvindose hacia l, imprimieron ms velocidad al arranque del kender. No vea a Rhys, pero oa cmo se abra paso violentamente por el bosque. Los kenders gozaban de una excelente visin nocturna, mucho mejor que los humanos, y Beleo encontr en seguida a Rhys tirado en el suelo, con los ojos cerrados y fatigosa la respiracin. No te me vayas a morir ahora conmin el kender, que se haba agachado junto a su amigo. Puso la mano en la frente del monje y la not caliente. Su respiracin era spera a causa de tener la garganta en carne viva, pero firme. Beleo se puso a entonar un sonsonete que haba aprendido de sus padres, mientras acariciaba el cabello del monje en un gesto tranquilizador, de un modo muy parecido a como habra hecho con Atta. Rhys suspir profundamente. Su cuerpo se relaj. Abri los ojos y, al ver a Beleo inclinado sobre l, esboz una leve sonrisa. Cmo te sientes? pregunt el kender con ansiedad. Mucho mejor. Ya no tena el estmago revuelto y senta la lacerada garganta caliente y suave como si hubiese tomado un ponche con miel-. Posees talentos ocultos, al parecer.

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Slo era un pequeo hechizo de curacin que aprend de mis padres respondi Beleo con modestia. A veces viene muy bien, para arreglar huesos rotos y frenar hemorragias y hacer que remita la fiebre. No me permite conseguir nada grandioso, como devolverle la vida a los muertos... Trag saliva y se mordi los labios. Uy, lo siento. No quera decir eso. Cunto tiempo he estado inconsciente? pregunt el monje, que se incorpor con presteza. No mucho. Podras haberme esperado, sabes? No saba lo que haca susurr Rhys. Lo nico que pensaba era lo horrible que... Sacudi la cabeza-. Nos persiguen? Beleo mir hacia atrs. No lo s, supongo que no. No los oigo. Y t? Ojal contest Rhys. -Quieres que nos persigan? Desean matarnos! Entregarnos a Chemosh! S, lo s. Pero si nos persiguieran sera porque nos temen. Si no vienen... Se encogi de hombros-. Es que no les importa lo que pueda ser de nosotros. Eso s es inquietante. -Entiendo -contest Beleo con aire solemne- Saben que no podemos hacer nada para frenarlos. Y tienen razn. Mi magia no les hace ningn efecto, y eso no me haba ocurrido nunca. Bueno, no me ocurra desde que era pequeo y empezaba a practicar. Quiz si tuvisemos una arma sagrada... El emmide es una arma bendecida por el dios. Majere me la entreg como regalo de despedida. Rhys apret los dedos sobre el bastn. Revivi el momento en que haba visto a Atta ir hacia l con el emmide en la boca, y sinti una fugaz calidez en medio de la helada oscuridad-. Aun en el caso de que quien lo maneje no sea un elegido de Majere, el arma s lo es. Y, como viste, no logr matar a mi hermano, ni siquiera frenarlo un poco. Como dijo Lleu, no teme que le contemos a alguien que es un asesino. Quin iba a creernos? Supongo que tienes razn convino Beleo. No lo haba enfocado de ese modo. Bien, pues, qu hacemos? No lo s. Me es imposible pensar de un modo racional. Rhys mir alrededor. No tengo ni idea de dnde estamos ni cmo volver a la posada. Y t? No mucha -reconoci alegremente el kender. Pero distingo luces en aquella direccin. T no? -No, pero yo no tengo la vista penetrante de un kender. El monje puso la mano en el hombro del kender-. Ve t delante, y gracias por la ayuda, amigo. De nada. Beleo daba la impresin de estar desanimado, sin embargo. No pareca el mismo kender vivaz de siempre. Ech a andar, pero no miraba por dnde iba y en seguida meti un pie en un agujero. Ay! exclam mientras se frotaba un tobillo. Ests bien? S, supongo que s. Qu pasa? Hay algo que tengo que decirte, Rhys. Y qu es? No te va a gustar advirti Beleo. Y no puedes esperar hasta maana? pregunt con un suspiro. Supongo que s. Slo que... Bueno, podra ser importante. Entonces, adelante, habla. He visto ms personas como tu hermano y Lucy. Quiero decir como esas cosas que antes fueron tu hermano y Lucy. Las vi hoy, en Solace. El rostro del kender era un fulgor blanco a la luz de Solinari. Cuntas? pregunt el monje, desesperado. Dos. Mujeres jvenes ambas. Y tambin guapas. Pero muertas. Del todo. Beleo sacudi la cabeza con tristeza. Te lo habra dicho antes, slo que no saba qu era lo que

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vea. Hasta que vi a tu hermano en la taberna. Entonces lo supe. Esas mujeres eran iguales que l, no irradiaban el brillo del espritu desde su interior y, sin embargo, iban por ah tan contentas, charlando y riendo... Rhys record a la hija del molinero, que se haba encaprichado con Lleu y se haba escapado de su casa con l. A cuntas jvenes ms haba seducido y asesinado su hermano para luego entregar sus almas a Chemosh? Rhys volvi a ver el hambre espantosa en los ojos de Lucy. A cuntos jvenes seduciran esas muchachas a su vez? Seducirlos y asesinarlos. Los Predilectos de Chemosh. Nadie sabe lo que se traen entre manos porque nadie sabe que estn muertos, se dijo para sus adentros al tiempo que la espantosa perfeccin de la estratagema del dios se abri paso en su mente. Rhys saba la verdad del asunto; pero, como le haba dicho al kender, quin iba a creerle? Cmo convencer a nadie? Beleo poda contar lo que vea, pero los de su raza no se distinguan por su rigor a la hora de relatar hechos. Rhys poda detener a Lucy, atarla y llevarla ante los magistrados para que la miraran a los ojos. Poda imaginar su reaccin. Lo arrestaran a l y lo encerraran como a un loco de atar. La muerte tena un rostro nuevo y ese rostro era joven y bello; la muerte tena un cuerpo fuerte e inclume. Rhys poda gritrselo al mundo. Nadie le creera.

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L IBRO III PREDILECTOS DE CHEMOSH

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Mina pas los dedos por el cabello rubio del hombre. Tena el pelo suave, fino, como el de un nio. Llevaba flequillo, que le caa sobre la frente, y ella se lo apart de los ojos. No recordaba su nombre. Jams recordaba los nombres. Sin embargo, s recordaba los ojos, recordaba el afn, el anhelo, el asombro. El dolor, a veces; la infelicidad, la rabia, la frustracin. La adoracin, por supuesto. Todos la adoraban. El joven le cogi la mano y se la bes. Durante la Guerra de los Espritus sus soldados la haban adorado. La adoraban cuando los conduca a la muerte. La adoraban cuando se arrodillaba y rezaba por ellos y mandaba sus almas al vasto ro de los perdidos. Vea el temor en sus ojos, el miedo a lo desconocido. Tanto miedo. El miedo a la vida, a vivir. Ella tena el poder de quitarles ese miedo. De apartar lo desconocido. Con su beso, el espritu abandonaba el cuerpo, daba unos cuantos pasos inseguros, con los brazos extendidos hacia Chemosh, igual que un beb camina, tambalendose, hacia su madre. Chemosh volva a imbuir el espritu en el cuerpo, baado, limpio, despojado de toda sensacin molesta. Ni amor ni culpabilidad ni angustia ni celos... Sers elegido de Chemosh le dijo al joven, cuyos clidos labios se posaban en su palma abierta-. Tendrs la vida eterna. No ms dolor. Jams sentirs fro, calor o cansancio. -Supongo que tanto da un dios u otro -dijo el joven, y su aliento ardiente le roz el cuello. Prometen y nunca dan, o eso es lo que me han contado. Chemosh te dar todo lo que ha prometido asegur Mina mientras le retiraba el cabello. Quieres aceptarlo como tu dios? -Si t vas incluida con l -respondi el joven con una risita. Ella va con l -dijo una voz-. Ella le abre el camino. El joven se levant de un salto. Haban extendido una manta en un sitio apartado, a la orilla del ro, sobre la broza de hojas hmedas, races de rbol y hierba aplastada. Quin eres? demand el joven al apuesto dios de refinado atuendo que pareca haber surgido de la tierra, ya que no se lo haba odo acercarse. -Chemosh respondi y, al tiempo que el joven se quedaba boquiabierto, alarg la mano y lo toc en el pecho, sobre el corazn. Y t me perteneces. El joven exhal un gemido de dolor y se aferr el pecho. Un estremecimiento sacudi su cuerpo. Cay de rodillas, los ojos fijos en el dios mientras la luz se apagaba en ellos poco a poco. Se desplom de bruces en el suelo y se qued tirado, inmvil. Chemosh pas por encima del cadver. Mir a Mina con expresin ceuda, malhumorada. No me gusta esto dijo. -Cmo he incurrido en el desagrado de mi seor? -pregunt Mina, quien se incorpor con aire digno para mirarlo cara a cara. Hago todo lo que me pides. Lo que deca era verdad y eso precisamente encoleriz ms a Chemosh, as como el hecho de no comprender la razn de que se enfadara con ella. Eres una Suma Sacerdotisa del Seor de la Muerte manifest. No es apropiado que estos patanes te soben con sus toscas manazas. Aunque a ti parecen complacerte mucho esos toqueteos. A lo mejor hice mal en interrumpir. Mi dulce seor empez Mina, que se aproxim a l sin apartar del dios la mirada de sus ojos ambarinos, brillantes y dorados. Me ordenaste que te trajera a estos jvenes. Obedezco tus mandatos. Se acerc ms an, al punto de que el dios percibi la calidez de la joven, oli la fragancia de su cabello y el aroma de su cuerpo, que segua estando suave y mrbido por el deseo. Las manos que me tocan son tus manos le dijo. Los labios que me besan, los tuyos, y de nadie ms.

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Chemosh la tom en sus brazos y la bes fuerte, con brutalidad, descargando su rabia en ella, que era la causa, aunque no habra podido decir el porqu. Mina le devolvi el beso fiero y desesperado, como en el campo de batalla cuando el tumulto del combate parece apagarse dejando a los dos contrincantes aislados de todo lo dems en un preciado momento que perdurar hasta que uno de ellos muera. Mi seor... musit Mina. Me permites que le conceda tu presente? Seal con un ademn el cadver del joven que yaca sobre la manta, a la orilla del ro. Ya me encargo yo contest Chemosh, que se agach y pos la mano sobre el pecho inmvil del joven. Los ojos del cadver se abrieron. Los tena de color verde, y el cabello era rubio. Mir a Chemosh y reconoci al dios de los muertos, y en aquella mirada haba veneracin. Se puso de pie e hizo una reverencia. -Eres uno de mis Predilectos -manifest Chemosh-. Viaja hacia el este, hacia el amanecer de tu nueva vida. Y, en tu camino, encuentra a otros que juren adorarme y trelos a mi servicio. S, seor. El joven hizo otra reverencia a Chemosh, que lo despidi con un ademn y se desentendi de l. La mirada del joven se desvi hacia Mina, que le sonri; fue una sonrisa impersonal. Chemosh frunci el entrecejo, y el joven se dio media vuelta y se alej con premura. Si consigues quitarte de la cabeza a tu conquista, quiz podamos volver a ocuparnos de asuntos serios dijo Chemosh. Saba que estaba siendo injusto. Mina se limitaba a cumplir lo que l le haba mandado. Sin embargo, no poda evitarlo. Hoy no ests de buen humor, mi seor coment ella mientras enlazaba las manos alrededor de su brazo. Qu ha ocurrido para que tengas esa expresin sombra? No lo entenderas replic secamente al tiempo que le retiraba la mano con brusquedad. Eres mortal. Una mortal que ha entrado en contacto con la mente de un dios. Chemosh le clav una mirada penetrante. Si sonrea o pareca pagada de s misma u orgullosa la matara all mismo. La vio seria, sin saber qu pasaba. Lo amaba, lo adoraba. El dios suspir profundamente, apaciguado. -Se trata de Sargonnas. El dios astado va por el cielo pavonendose todo esponjado como si fuese nuestro rey. Chemosh, echando chispas, paseaba arriba y abajo por la orilla del ro. Alardea de su victoria en Silvanesti, se jacta de haber aplastado a los elfos, se re de cmo han embaucado a los ogros hacindoles creer que los minotauros son sus aliados. Fanfarronea de que l y sus cabestros no tardarn en ser lderes indiscutibles del tercio oriental de Ansalon. -Simple jactancia, mi seordijo Mina con displicencia. No. El dios toro ser un zafio patn, pero tiene un rudimentario sentido del honor y no miente. Dej de pasear y se volvi a mirar a Mina. Ha llegado el momento de que pongamos en marcha nuestro plan. Pero an es pronto, mi seor protest ella. El nmero de nuestros Predilectos aumenta, pero no se acerca siquiera al que hara falta, adems de que la mayora se encuentra en el oeste de Ansalon, no en el este. No podemos esperar insisti el dios al tiempo que sacuda la cabeza. Sargonnas gana fuerza de da en da y los otros dioses o no ven su ambicin o estn tan preocupados con sus propios problemas que no se percatan del peligro. Si se apodera del este, de verdad creen que se conformar con eso? Despus de estar atrapados en sus islas durante siglos, los minotauros han logrado establecerse en el continente por fin. Su propsito no es gobernar slo el este, sino todo el mundo, y el cielo por aadidura. Chemosh apret el puo.

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Soy el nico que se encuentra en posicin de desafiarlo. He de actuar ahora, antes de que se haga an ms fuerte. Dnde est ese necio, Krell? Mir en derredor como si el Caballero de la Muerte pudiera esconderse debajo de una piedra. Desatando el caos en alguna parte, supongo dijo Mina-. No he estado en contacto con l, mi seor. Tampoco yo. Lo convocar para que se rena con nosotros en el Abismo. Tienes que abandonar este plano durante un tiempo, Mina, y dejar el trabajo que te es tan caro. Asest una mirada acerba a la manta arrugada, todava reciente la huella que dos cuerpos entrelazados haban dejado en ella. T eres caro para m, mi seor respondi suavemente ella. Mi trabajo no es ms que eso: mi trabajo. Chemosh se vio reflejado en los ojos ambarinos. No vio a nadie ms. La tom de las manos y se las llev a los labios. Perdname. Estoy raro. No soy el de siempre. Tal vez se sea el problema, mi seor. El dios se qued pensativo, meditabundo. Quiz tengas razn. ltimamente ni siquiera estoy seguro de saber qu es ser el de siempre. Resultaba ms fcil cuando Takhisis y Paladine dominaban el firmamento. Sabamos cul era nuestro lugar. Puede que no nos gustara. Puede que clamramos contra ellos y que su yugo nos escociera, pero haba orden y estabilidad en los cielos y en el mundo. Al final va a resultar que la paz y la seguridad tienen su lado bueno. As podra dormir con los dos ojos cerrados, en vez de tener uno abierto siempre, estar en todo momento en guardia por si alguien se acerca sigilosamente por detrs. De modo que perders unos cuantos eones de sueo, mi seor dijo Mina-. Merecer la pena cuando seas el soberano y los dems se inclinen ante ti. Cmo adquiriste tanta sabidura? -Chemosh la tom en sus brazos y la estrech contra s. Le bes el cuello. He tomado una decisin. A partir de ahora, ningn tosco mortal te har arrumacos. Ningn mortal rozar tu piel con sus rudos labios. Eres la amada de un dios. Tu cuerpo, tu alma, son mos, Mina. Siempre lo han sido, mi seor repuso ella, estremecida entre sus brazos. La oscuridad cubri a Chemosh, lo envolvi a l y la rode a ella para conducirlos a una oscuridad ms profunda, ms densa, ms clida, alumbrada nicamente por la llama del xtasis. Y siempre lo sern.

Chemosh regres al Abismo y lo hall oscuro y lgubre. Slo l tena la culpa. Podra haber iluminado el Abismo como si fuese el cielo llenndolo de candelabros, araas, lmparas resplandecientes y linternas titilantes. Podra haberlo amueblado, poblado de gente, llenado de msica y danzas. Eones atrs lo haba hecho, pero ahora no. Detestaba demasiado su morada para intentar cambiarla. Quera, necesitaba encontrarse entre los vivos. Y haba llegado el momento de poner en marcha su plan para satisfacer el deseo de su corazn. Esper a Krell con impaciencia y le complaci or finalmente el golpeteo metlico de la armadura del Caballero de la Muerte, que se abra paso despacio a travs del Abismo como si caminara trabajosamente por el espeso barro de un campo de batalla. Sus ojos eran dos puntos rojos. Pequeos y muy juntos, le recordaron a Chemosh los de un cerdo demonaco. Deseoso de hallar algo mejor a lo que mirar, el dios desvi la vista hacia Mina. Iba vestida de negro, un vestido de seda que se deslizaba sobre las curvas femeninas como sus manos. Los pechos suban y bajaban al respirar. Distingua el leve latido de la vida en el hueco de la garganta de la mujer. De repente hubiera querido que Krell se encontrara a mil kilmetros de distancia, pero no poda permitirse ceder a sus deseos. Todava no.

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Bueno, Krell, por fin has llegado empez en tono enrgico. Siento haberte apartado de la matanza de enanos gullys o lo que quiera que fuera que habas encontrado para divertirte, pero tengo un trabajo para ti. No estaba matando enanos gullys replic Krell con gesto hosco. Eso no tiene nada de divertido, y tampoco luchar con esas bestezuelas. Se limitan a chillar como conejos y despus se desmayan y se orinan. Era una broma, Krell. Has sido siempre tan estpido o es que la muerte te dej secuelas? Nunca me gustaron las chanzas, mi seor replic Krell, que aadi con aire estirado: Y deberas saber a qu me dedicaba, porque t me mandaste hacedo. Me limitaba a seguir tus rdenes, a reclutar nuevos seguidores para ti. -De veras? -Chemosh uni las manos por las puntas de los dedos y tamborile unas contra otras. Y la cosa va bien? Muy bien, mi seor. Krell se meci sobre los talones, complacido consigo mismo. Creo que mis reclutas te parecern ms satisfactorios que los de otros. Lanz una mirada a Mina. Ella lo haba rescatado, lo haba liberado de la atormentadora diosa y tambin de su roca carcelaria, pero, precisamente por ello, la odiaba. Al menos los mos son de fiar replic Mina No es probable que traicionen a su seor. Krell apret los puos y dio un paso hacia ella. Mina se levant de la silla para hacerle frente. Se haba puesto plida y sus ojos semejaban oro reluciente. Sin atisbo de temor, estaba hermosa en su valenta, radiante en su ira. Chemosh se permiti un instante de placer y despus se oblig a centrarse en el asunto que deba tratar. Mina, creo que tendras que dejarnos solos. La mujer asest una mirada desconfiada a Krell. Mi seor, no me gusta... -Mina la interrumpi el dios-, te he dado una orden. He dicho que te vayas. Mina pareca dispuesta a discutir, pero una ojeada al ceudo semblante del dios bast para que se retrajera. Se recogi los vuelos de la larga falda y se march. Deberas meterla en cintura aconsej Krell. Se est propasando. Igual o peor que una esposa. Tendras que matarla. Dara menos problemas muerta que viva. Chemosh se gir bruscamente hacia el caballero. En los ojos del dios haba un brillo cruel, una luz ms oscura que la oscuridad. Lo poco que quedaba del Caballero de la Muerte se encogi dentro de la armadura. -No olvides que ahora me perteneces, Krell dijo suavemente-. Ni que con un capirotazo de mi dedo puedo reducirte a un montn de excrementos de pjaro. S, mi seor dijo Krell, doblegado. Lo siento, mi seor. Chemosh hizo aparecer una silla, despus otra, y por ltimo una mesa que coloc entre ambos. Sintate, Krell orden el dios con irritacin. Tengo entendido que te encanta el juego del khas. -Es posible, mi seor -respondi el caballero, cauteloso, ya que se tema una trampa. Observ intensamente la silla que se haba materializado de la oscuridad del Abismo. Cuando crey que Chemosh no miraba, dio a la silla un golpecito subrepticio con el dedo. Sintate, Krell -repiti framente el dios-. Quiero que los ojos de los dems, aunque sean los ojos de un cerdo, estn al mismo nivel que los mos. El Caballero de la Muerte dej caer pesadamente en la silla su nada introducida en la armadura. Chemosh hizo un gesto con la mano, y un punto de luz brill sobre un tablero de khas.

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-Qu te parecen estas piezas, Krell? -inquiri con aire indiferente-. Las he mandado hacer a propsito. Son de hueso. El caballero iba a decir que le importaba un bledo si las haban hecho de estircol de caballo, pero repar en la mirada de Chemosh. Con el ndice y el pulgar enfundados en el guantelete, agarr uno de los peones, tallado a semejanza de un goblin, y aparent examinarlo con admiracin. Un buen trabajo artesanal, mi seor. Es elfo? -No, es goblin. Estas otras piezas son elfas. -Seal a los dos clrigos elfos. Ignoraba que los goblins supieran tallar tan bien -coment Krell mientras asa al goblin por el cuello y lo escudriaba con atencin. Chemosh suspir profundamente. Hasta la vida de un dios era demasiado corta para aguzar la mente de alguien tan zote como Ausric Krell. No estn talladas, pedazo de lerdo. Cuando dije que eran de hueso me refera a que... Oh, qu ms da. Lo que tienes en la mano es un goblin. Un goblin muerto, reducido. Ja, ja! Krell ri de buena gana. se s que es un buen chiste. Y stos son elfos muertos? Dio un capirotazo a uno de los clrigos. Y ste, un kender muerto... Basta, Krell! Chemosh respir hondo y despus continu haciendo gala de paciencia. Estoy a punto de emprender mi campaa. Apoy los codos en la mesa, a los lados del tablero de khas, y se inclin sobre ste como si calculara un movimiento. La accin que planeo llevar a cabo llamar por fuerza la atencin de los otros dioses. Slo uno de ellos plantea una amenaza digna de tenerse en cuenta. Slo una podra significar un serio estorbo. De hecho, ya ha empezado a molestarme seriamente. Clav la mirada en Krell para asegurarse de que estaba prestando atencin. S, milord. El caballero ya no pareca tan estpido. Campaa, batalla... sas eran cosas que entenda. La diosa que me preocupa es Zeboim dijo Chemosh. Krell gru. Ha encontrado un seguidor, un monje de Majere privado de derechos, que ha descubierto el secreto de los Predilectos de Chemosh. El monje se lo ha contado a Zeboim y sta amenaza con delatarme a menos que te devuelva al Alczar de las Tormentas. No vas a hacerlo, verdad, mi seor? pregunt Krell con nerviosismo. Chemosh alarg la mano y tom una de las piezas del lado de la oscuridad, la que se conoca como el caballero. La toquete y la hizo girar. Pues, de hecho, s. Espera! Alz una mano cuando Krell chill una protesta airada. Escchame. Qu opinas de este movimiento, Krell? Con lentitud, coloc la pieza delante de la reina negra. No puedes hacer ese movimiento, mi seor rezong el caballero. Va contra las reglas. As es, Krell convino Chemosh. Va contra todas las reglas. Coge esa pieza y mrala bien. Qu te parece? Krell levant la pieza y la observ a travs de las ranuras de la visera del yelmo. Es un caballero que monta un dragn. Descrbela con ms detalle inst Chemosh. Es un Caballero de Takhisis manifest Krell tras un examen ms a fondo. Lleva el smbolo del lirio y de la calavera en su armadura. -Muy observador, Krell -coment el dios. El caballero se sinti complacido, sin darse cuenta del sarcasmo. Lleva capa y yelmo, y monta un Dragn Azul. No te resulta familiar nada de este caballero, Krell? pregunt Chemosh. Krell acerc la pieza a la nariz prcticamente. Sus ojos centellearon. Lord Ariakan! Krell contempl la figura con incredulidad. Hasta el ms mnimo detalle!

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En efecto, lord Ariakan, el muy amado hijo de Zeboim. Tu tarea consiste en vigilar esa pieza de khas, Krell. Mantena a buen recaudo y sigue mis rdenes al pie de la letra, porque as es como mantendremos a la Reina del Mar acorralada en su lado del tablero, total y absolutamente impotente. Los rojos ojos del Caballero de la Muerte se clavaron en la pieza y titilaron, dubitativos. -No te entiendo, mi seor. Por qu iba a preocuparle una pieza de khas a la diosa? Aunque parezca su hijo... Porque es su hijo, Krell lo interrumpi Chemosh, que puso nfasis en la palabra es. Se recost en la silla, apoy los codos en los brazos del mueble y uni las manos por las yemas de los dedos. AI caballero le tembl la mano con la que sostena la pieza y casi la dej caer. Luego, con premura, la puso en el tablero y retir la mano de prisa. Puedes tocarlo, Krell. No te va a morder. Bueno, de poder pillarte, lo hara, pero no puede. Ariakan muri dijo Krell. Su madre se llev su cadver... Oh, s, muerto est, del todo convino Chemosh con gesto complacido. Muri, gracias a tu traicin, y su alma vino a m, como lo hacen todas las almas de los muertos. La mayora pasan por mis manos tan fugaces como favilas que se elevan al cielo, de camino a la siguiente etapa del viaje. Otras, como la tuya, Krell, estn atadas a este mundo como castigo. El caballero gru; fue un ruido sordo en los confines de la armadura. Y hay otras, como la de milord Ariakan, que se niegan a marcharse. A veces no soportan separarse de alguien amado. Otras, no soportan separarse de alguien a quien odian. Y esas almas son mas. Los rojos ojos de Krell titilaron y despus lleg la comprensin. Ech hacia atrs la cabeza y solt una gran carcajada que levant ecos en el Abismo. -El ansia de venganza de Ariakan contra m lo tiene atrapado aqu. Vaya, sa s que es una gran broma, mi seor. Una chanza a la que le pillo la gracia. Me alegra que te sea tan fcil divertirte, Krell. Y ahora, si eres capaz de dejar de regodearte durante un momento, te dar rdenes. Soy todo odos, seor. El caballero escuch atentamente las instrucciones, hizo unas cuantas preguntas que, de hecho, rayaban en lo inteligente. Convencido de que esta parte de su plan seguira adelante, Chemosh despidi al Caballero de la Muerte. Confo en que no te importar regresar al Alczar de las Tormentas, verdad, Krell? -Mientras sea libre de marcharme cuando quiera, no, mi seor -respondi el caballero . Puedo irme de all una vez que haya terminado mi trabajo? Naturalmente, Krell. El caballero recogi la pieza del tablero de khas, la mir un momento, ri con disimulo, y despus la meti en el guantelete. A decir verdad, senta cierta nostalgia por ese sitio. Guarda a buen recaudo esa pieza advirti Chemosh. No la perder de vista contest Krell con una risita-. Puedes contar con ello, mi seor. Krell se alej sin dejar de rerse para sus adentros. Mina dijo el dios con desagrado, -me ests espiando? No espiaba, mi seor. -Saliendo de la oscuridad, Mina camin hacia l. Estaba preocupada. No confo en ese diablo. Ya traicion a su seor una vez, y puede volver a hacerlo. Te aseguro que soy muy capaz de ocuparme de l, Mina contest framente Chemosh.

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-Lo s, mi seor. Lo siento. Mina se acerc ms, se arrim a l y apoy la cabeza en su pecho. Chemosh sinti su calidez, oli el perfume de su cabello, que le rozaba la piel. Dara menos problemas muerta que viva. Despus de todo, era algo que deba tener en cuenta. Por qu te preocupa Zeboim, mi seor? pregunt Mina, ajena a los pensamientos del dios-. S que ese monje ha estado fisgoneando, pero slo tienes que darme permiso para que me ocupe de l y... El monje es una molestia, nada ms. Lo met en el mismo saco con el nico propsito de hacerle saber a la diosa que estoy al tanto de lo que se traa entre manos. Y tambin para distraerla de mi verdadero propsito. Y cul es, mi seor? Vamos en busca de un tesoro enterrado, Mina dijo Chemosh. El tesoro ms valioso conocido por el hombre y por los dioses. Mira lo mir fijamente, perpleja. -Para qu necesitas un tesoro? La riqueza es polvo para ti. El tesoro que busco no consiste en cosas tan balades como monedas de acero, coronas de oro, collares de plata o baratijas de esmeraldas se mof el dios. El tesoro que busco es de un material mucho ms valioso. Est hecho de... m mismo. Ella lo mir largamente a los ojos. Creo que lo entiendo, mi seor. El tesoro es... Chemosh le puso el dedo sobre los labios. Ni media palabra, Mina. Todava no. No sabemos quin puede estar escuchando. Puedo preguntar dnde se halla ese tesoro, mi seor? La tom en sus brazos y la estrech al tiempo que le susurraba al odo: En el Mar Sangriento. All es adonde iremos, t y yo, una vez que tenga la seguridad de que los ojos indiscretos y los odos aguzados se han cerrado.

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Lord Ausric Krell odiaba el Alczar de las Tormentas. Se haba sentido eufrico al quedar libre de aquel lugar, haba jurado que jams volvera a pisarlo a no ser para demolerlo, y, sin embargo, cuando se encontr de nuevo en el patio barrido por la espuma de las olas, experiment verdadero placer. Se haba marchado como un prisionero, escabullndose de manera ignominiosa, y ahora volva siendo el amo y seor. Ri con ganas al or el endeble chapoteo de las olas al romper contra las rocas. Se inclin por el borde del acantilado e hizo un rudo gesto al mar a la par que gritaba una obscenidad. Volvi a rerse y camin con paso brioso de vuelta al patio, en direccin a la Torre del Lirio y de all a la biblioteca. Zeboim se dara cuenta en seguida de que haba vuelto y quera tenerlo todo preparado.

Zeboim se encontraba en el Mar Sangriento ayudando a su padre, Sargonnas, cuando oy la maldicin de Krell. Los minotauros estaban lanzando una gran fuerza expedicionaria a fin de afianzar y consolidar su dominio en Silvanesti. Una flota compuesta por barcos de guerra, de suministro y de transporte de tropas, as como naves repletas de emigrantes, zarpaba de las islas de los minotauros rumbo a Ansalon. Este era el momento del supremo triunfo de Sargonnas y el dios no quera que nada lo echara a perder, de modo que le haba pedido a su hija que los mares estuvieran en calma y soplaran vientos favorables, a lo que Zeboim, no teniendo nada mejor que hacer, accedi. A cambio, los minotauros le entregaron regalos esplndidos y celebraron juegos en su honor en el circo. Se derram sangre en su nombre. Brazales de oro y pendientes de plata adornaban sus altares. Cmo negarse a sus peticiones? Las velas se hincharon. El viento coron el mar con espuma blanca que rompa bajo las proas galopantes de las embarcaciones. Los marineros minotauros entonaban canciones y bailaban en las oscilantes cubiertas. Zeboim danzaba con ellos sobre el chispeante mar. Y entonces le lleg la voz de Krell a travs de la distancia. Krell maldijo su nombre. Maldijo sus vientos y sus aguas. La maldijo a ella y despus se ech a rer. Volviendo en aquella direccin los ojos de visin remota, Zeboim divis a Krell de pie en uno de los acantilados del Alczar de las Tormentas. La diosa no lo pens dos veces. No se pregunt por qu haba regresado all ni cmo tena la osada de desafiarla. Veloz como una crecida de agua que baja rugiente montaa abajo, Zeboim se desplaz por el cielo e irrumpi en el Alczar de las Tormentas cual un torrente de furia que azotaba el mar, se encrespaba y rompa sobre los acantilados. Zeboim percibi la abyecta presencia de Krell en la Torre del Lirio. Golpe la puerta que conduca a la torre, la hizo astillas y, con un gesto de la mano, lanz los pedazos a los cuatro puntos cardinales. Recorri como un vendaval los fros corredores, de manera que los inund de agua de mar, y encontr a Krell sentado tranquilamente en un silln de la biblioteca. La diosa tambin estaba demasiado impaciente para fijarse en detalles que, en cualquier caso, no tenan sentido para ella. No vea nada salvo al Caballero de la Muerte. De repente exhibi una actitud peligrosamente calmada, como el mar antes de estallar el huracn, cuando, segn el dicho marinero, el viento engulle las olas. As pues, Krell dijo con voz suave y amenazadora, Chemosh se ha cansado de ti y te ha tirado al vertedero.

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Oh, vamos, seora empez el caballero mientras se recostaba cmodamente en el respaldo y cruzaba las piernas-. No deberas referirte a esta fantstica fortaleza construida por tu amado hijo, el difunto y muy llorado lord Ariakan, como un vertedero. Zeboim cruz la estancia de un salto. Los relmpagos iluminaron el cielo y el trueno retumb. El aire sise con su clera. Se irgui amenazante ante l, rugiendo y echando chispas. Cmo osas mancillar su nombre al pronunciarlo? La ltima vez que lo hiciste te cort la lengua con mi cuchillo y te vi ahogarte en tu propia sangre. Te devolver la lengua por el mero placer de volver a cortrtela... Alz la mano. Cuidado, seora dijo Krell, imperturbable. No hagas nada que pueda volcar el tablero de khas. Estoy en mitad de una partida. -Al Abismo con tu partida! Zeboim alarg la mano con intencin de asir el tablero, voltearlo y esparcir las piezas para pisotearlas y pulverizarlas. Y al Abismo contigo, Ausric Krell! Esta vez acabar contigo total y definitivamente! Yo no lo hara, seora adujo el caballero con frialdad. Yo que t no tocara ese tablero. Si lo haces, lo lamentars. El tono de su voz burln y pagado de s mismo y un brillo astuto en el ncleo de los llameantes ojos rojos dieron que pensar a la diosa. No entenda lo que pasaba y un poco tardamente se plante la pregunta que debera haberse hecho antes de ir al Alczar de las Tormentas. Por qu haba vuelto Krell a su prisin? Haba dado por sentado que Chemosh haba abandonado al Caballero de la Muerte, que lo haba desterrado de nuevo a la fortaleza. Ahora que prestaba atencin perciba la presencia del Seor de la Muerte. Chemosh tenda a Krell su mano protectora del mismo modo que el caballero la tenda sobre el tablero de khas. Krell actuaba con el beneplcito de Chemosh. Un beneplcito que lo haca lo bastante osado para maldecirla y desafiarla. Por qu? Qu tramaba Chemosh? Cul era su juego? Zeboim dudaba que fuera el khas. Esforzndose por recobrar al menos un atisbo de compostura, se clav las uas en las palmas de las manos y se trag las palabras que habran reducido a Ausric Krell a un siseante montn de metal fundido. De qu hablas, Krell? demand. Por qu habra de importarme ni poco ni mucho ese tablero de khas o cualquier otro tablero, en realidad? Habl con desdn, pero cuando crey que Krell no la miraba ech un vistazo raudo, inquieto, disimulado, al tablero. Su aspecto era corriente, como cualquier tablero de khas. A Zeboim nunca le haba gustado ese juego. En realidad no le gustaba ninguno. El juego significaba competicin, y la competicin significaba que alguien ganaba y alguien perda. La idea de perder a cualquier cosa era tan irrisoria que no mereca la pena tenerla en cuenta. ste es un tablero de khas muy importante, seora. Tu hijo, mi seor Ariakan, encarg que se lo hicieran especialmente para l. Por qu no te sientas y acabamos la partida? -invit Krell, que seal el tablero con un ademn. T juegas con las negras. Te toca mover. Zeboim sacudi la cabeza y la espuma de mar salpic por la estancia. -No tengo la menor intencin de... Te toca mover, seora repiti Ausric Krell, y los ojos rojos titilaron divertidos. La presencia de Chemosh era muy fuerte. Zeboim estuvo tentada de llamarlo, pero despus decidi que no le dara esa satisfaccin. No le haca gracia que Krell hablara constantemente de su hijo. El miedo, un miedo irracional, rebull en su interior. Chemosh haba sido siempre un dios enigmtico, el que menos conoca, introvertido, sin hacer amigos, sin forjar alianzas. Tras el retorno de los dioses al mundo, Chemosh se haba vuelto an ms reservado y se haba retirado a parajes ms recnditos y oscuros. Sin

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embargo, el calor de su ambicin se dejaba sentir por todo el cielo al expulsar vapor y ocasionar pequeos temblores como lava fundida que borbotara en las profundidades de una montaa. No s jugar a esto dijo Zeboim con desprecio. Ignoro qu pieza mover y, para ser sincera, tampoco me importa. Te puedo sugerir un movimiento, seora? El caballero actuaba con oficiosa cortesa, pero la diosa capt el gorgoteo de una risa dentro de la armadura hueca. Se mora de ganas de agarrar aquella armadura y destrozarla. Entrelaz las manos para refrenarse. Krell se inclin sobre el tablero y seal con el grueso dedo enfundado en el guantelete. -Ves el caballero a lomos del Dragn Azul, el que est al lado de la reina? Voy a tomar esa pieza con mi roque a menos que t hagas un movimiento para impedrmelo. La posicin de las piezas en las casillas hexagonales no tena ningn significado para ella. Estaban esparcidas, algunas en las casillas de un lado del tablero y otras en las casillas del opuesto; algunas se encontraban de cara a sus dirigentes, mientras que otras miraban hacia otro lado. El caballero al que se haba referido Krell pareca estar en el centro de alguna clase de accin, pues l y la reina a la que serva se hallaban rodeados de otras piezas. Como era propio en ella, Zeboim centr la atencin en la reina. Examin atentamente la pieza y de repente sus ojos se abrieron de par en par. Ella era la reina, de pie sobre una concha de caracola, el vestido verde mar formando espuma alrededor de los tobillos y el semblante tallado con prolija delicadeza. Se enterneci. Obviamente su hijo haba hecho que tallaran esa pieza en su honor. La aferr con cario, reacia a soltarla. Ahora que has cogido la pieza, seora, tienes que moverla dijo Krell. La puedes poner en esa casilla de ah. As no podr amenazar a tu hijo. Zeboim an no acababa de darse cuenta de lo que pasaba. Slo jugar a este estpido juego un poco, Krell advirti. Mientras se dispona a dejar la pieza donde el caballero le haba indicado, el sentido de lo que l le haba dicho se abri paso en su mente. As no podr amenazar a tu hijo. Zeboim dej caer la reina, que rod por el tablero de khas y tir un par de peones hasta que se par a los pies del rey negro. La diosa tom al caballero en el Dragn Azul con un veloz gesto y de inmediato advirti la semejanza con Ariakan. El vendaval amain. Las nubes tormentosas menguaron. Las aguas del ocano se agitaron, lamieron las rocas del Alczar de las Tormentas de manera ominosa. Hizo que la pieza de khas de su hijo girara en su mano. Un gran parecido dijo, esquiva. S que lo es -convino Krell con sarcstica seriedad. Creo que el escultor capt la esencia de lord Ariakan a la perfeccin. El rostro es muy expresivo, en especial los ojos. Al mirarlos se puede ver su alma... Las nubes de confusin se abrieron en la mente de Zeboim desgarradas por un viento helado de terror. Haba amado a Ariakan, lo haba adorado, lo haba idolatrado. Su muerte haba dejado un vaco que no podra llenar toda la creacin. Mir a los ojos de la pieza de khas y los ojos de sta le devolvieron la mirada; una mirada iracunda, furiosa, impotente... Zeboim emiti un grito ahogado. Chemosh! Mir enloquecida en derredor. Chemosh! repiti, ahora con un aullido de rabia, de miedo, de consternacin. Libera a mi hijo! Libralo! Ya! Ahora mismo o...! O qu? inquiri Krell. Alargando la mano, arrebat la figurilla de lord Ariakan de los temblorosos dedos de la diosa. -Amenaza todo lo que quieras, seora. Brama y arde en clera. No puedes hacer nada.

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Volvi a colocar la pieza de khas sobre el tablero. La figura de la reina yaca tirada a los pies del rey negro, y entonces Zeboim repar en su semejanza con el Seor de la Muerte. Lo mir fijamente, con la garganta constreida hasta el punto de que apenas poda hablar. Qu quiere Chemosh de m? pregunt con voz baja, tensa. Quiere los mares en calma. Los vientos amainados. El oleaje suave. Quiere que cierto monje deje de ser un incordio. Aparte de eso, ocurra lo que ocurra en el mundo, o debajo de l, no entrars en accin. En pocas palabras, que no hars nada porque no puedes hacer nada. Si no quieres poner en peligro a tu querido hijo. Qu trama Chemosh? -demand Zeboim en tono reprimido. Krell se encogi de hombros. Recogi la figurilla de la reina y la puso a un lado del tablero, lejos de la batalla. Despus tom la del caballero y la sostuvo en la mano, con la cabeza sujeta entre el pulgar y el ndice. Aceptas, seora? Zeboim ech una mirada angustiada a la figurilla. -Chemosh ha de prometer que liberar a mi hijo. -Oh, s repuso Krell. Lo promete. El da de su triunfo, el rey Chemosh liberar el alma de lord Ariakan. Tienes su palabra. El rey Chemosh! Zeboim solt una risa amarga. Eso no ocurrir nunca! Por el bien de tu hijo, seora, ms vale que reces para que pase adujo Krell. Aceptas? La mano embutida en el guantelete se ci alrededor de la figurilla de forma que sta dej de verse. Acepto! grit la diosa, incapaz de pensar nada salvo en la mirada atormentada de su hijo Acepto. Bien. Krell coloc el caballero de nuevo sobre el tablero, delante del rey negro. Y ahora quiero reanudar mi partida. Puedes irte, seora. A Zeboim le palpitaban las sienes a causa de la ira, senta sus latidos en el pecho hasta el punto de que falt poco para que se asfixiara. El cielo se torn negro por todo el mundo. Los mares y los ros empezaron a subir. Los barcos se balancearon de manera precaria en las aguas turbulentas. La gente grit que Zeboim estaba a punto de descargar su furia y provocara huracanes, tifones, tornados, inundaciones, que traeran muerte y ruina. Alzaron los ojos hacia las nubes arremolinadas y esperaron, aterrados, que la violencia de la diosa se descargara sobre ellos. Zeboim busc ayuda en los cielos. Llam a su padre, Sargonnas, pero l slo tena odos para los minotauros. Busc a su hermano gemelo, Nuitari, dios de la luna negra, pero no lo pudo localizar. Comprendi que, de todos modos, no podan hacer nada. Y ella tampoco. La diosa solt un profundo y trmulo gemido. Pequeas gotas de lluvia cayeron del cielo. Las nubes se deshicieron en jirones. El viento amain hasta reducirse a un susurro. Mares y ocanos se encalmaron. En el Alczar de las Tormentas las olas lamieron suavemente las rocas. Los nubarrones tormentosos se alejaron y el sol brill radiante, tanto que a Krell, que no estaba acostumbrado a tal resplandor, le result molesto y tuvo que dejar la partida de khas para cerrar las contraventanas.

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Los barcos de la fuerza expedicionaria de los minotauros se arrastraban como insectos sobre un mar tan calmo como una balsa de aceite. Los remeros de los inmensos trirremes bogaron sin descanso, da y noche, hasta que muchos se desplomaron, exhaustos. Tripulantes y pasajeros empezaron a enfermar y a morir. Por todo el mundo los barcos languidecan en ocanos sin vida. Por todas partes, los marineros rezaban a Zeboim en busca de auxilio; un auxilio que no lleg. Desesperados, algunos se volvieron hacia otros dioses para que intercedieran ante Zeboim. Sargonnas, sobre todo, habra estado encantado de poder hacerlo. Sus ejrcitos tendran que haber llegado a Silvanesti a mitad de verano y as aprovechar el buen tiempo para fortificar defensas, conquistar nuevas tierras, construir casas para los inmigrantes. Con la lentitud que avanzaban las naves tal vez llegaran a tiempo de celebrar Yule. Los que llegaran... En un arrebato de ira, el dios astado pate el cielo en busca de su hija. No se le ocurra qu perverso capricho se haba apoderado de ella, pero su ltima pataleta tena que terminar. Corran peligro sus planes de conquista, tanto del mundo como del plano celestial. Sargonnas busc en mares y ros, en arroyos y regatos. Busc entre las nubes, que ya no bullan agitadas sino que se agrupaban en masas grises, densas, y lloraban sobre los quietos mares. Desgarr las nieblas y deshizo las calimas, grit su nombre con voz atronadora. Zeboim no contest. Haba desaparecido y ninguno de los dioses, ni siquiera Zivilyn con su visin poderosa supo decir dnde se haba metido. Rhys buscaba tambin a Zeboim. Aunque sus medios eran infinitamente ms modestos que los de los dioses, estaba llevando a cabo la bsqueda con el mismo celo y, hasta el momento, con igual fortuna. El monje y Beleo se haban quedado en Solace durante varios das para seguir con la investigacin sobre los saludables muertos amantes de la vida. Rhys mantuvo a su hermano bajo estrecha vigilancia en tanto que Beleo recorra la ciudad en busca de otros cadveres andantes. Su nmero iba creciendo. El kender vea ms cada da, todos ellos risueos, charlatanes, bebedores, juerguistas. Todos ellos cascarones oscuros, vacos, sin vida. -Ayer por la maana vi a una de ellas coqueteando con un joven -le cont el kender a Rhys. Esta maana he vuelto a verlo a l. El monje le lanz una mirada interrogativa. -No pude hacer nada, Rhys -se disculp Beleo, frustrado-. Intent prevenirlo sobre tontear con ese tipo de mujer, pero me dijo que me metiera en mis asuntos y que si me pillaba fisgoneando otra vez me hara papilla y me metera en una de sus bolsas. Tenemos que hacer algo para detener a esos Predilectos de Chemosh manifest Rhys. He impedido varias veces a mi hermano que mate, ms por asustar a la vctima que por hacerle algo a l. Se niega a hablar conmigo, y eso cuando me reconoce, cosa que ocurre rara vez. Al parecer no se acuerda de mi intento de matarlo, o, si lo recuerda, no me guarda rencor, porque cuando le salgo al paso se limita a rerse y luego se aleja. Tampoco puedo estar encima de l da y noche. l no necesita dormir, pero yo s. Mir un tanto frustrado a Lleu, que paseaba tranquilamente, con aire garboso, por la calle mayor de Solace, el sombrero echado hacia atrs como si quisiera sentir la caricia del sol matinal en la cara, slo que estaba lloviznando. Llevaba das cayendo esa llovizna y Solace se haba convertido en un barrizal por el que se movan ciudadanos empapados y malhumorados. Lleu iba canturreando. En una ocasin haba entonado una pieza de baile. Despus, canturre fragmentos de la misma meloda. Y ahora su canturreo resultaba irreconocible, desafinado y desentonado, como si hubiese olvidado la cancin, como probablemente haba

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ocurrido. Igual que olvidaba en un visto y no visto si haba comido o bebido. Igual que olvidaba a Rhys. Igual que olvidaba a sus vctimas al momento de matarlas. -Rhys -llam de repente Beleo al tiempo que le tiraba de la manga-, mira! Adnde va? El monje haba estado absorto en sus pensamientos, tan lgubres como el da, y no prestaba atencin a lo que pasaba. Haba dado por hecho que Lleu volvera al Abrevadero, que era donde pasaba el tiempo cuando no estaba haciendo el amor con alguna joven condenada a morir. Rhys escudri a travs de la llovizna intermitente y vio que Lleu haba girado en otra direccin. Se encaminaba hacia la calzada principal. Me parece que se marcha de la ciudad coment el kender. -Creo que tienes razn -convino Rhys al tiempo que se detena tan bruscamente que pill desprevenida a Atta. La perra dio unos pasos ms antes de caer en la cuenta de que haba dejado atrs a su amo. Se volvi y le dedic una mirada dolida como si le reprochara que no lo haba avisado; luego se sacudi el agua del pelaje y regres al trote. -Ahora que lo pienso -dijo Beleo-, no he visto a ninguno de los Predilectos cuando he pasado por el mercado esta maana, y tampoco haba ninguno en la posada. Por lo general siempre hay uno o dos rondando por all. -Se han puesto en marcha dedujo Rhys. Fui a visitar a los pobres padres de Lucy con la esperanza de poder hablar con ella, pero me dijeron que haba desaparecido, al igual que su marido. Fjate cmo se ha trasladado Lleu de ciudad en ciudad. Quiz cuando los Predilectos de Chemosh finalizan su misin en un sitio reciben la orden de desplazarse al siguiente y despus al siguiente. De ese modo nadie sospecha nada, como podra ocurrir si se quedaran en el mismo lugar mucho tiempo. Viajan hacia el este. Y cmo sabes eso? se interes Beleo. No lo s con certeza reconoci el monje, salvo por el hecho de que Lleu ha estado viajando en esa direccin. Es como si algo lo atrajera... Alguien lo corrigi el kender, sombro. S, Chemosh. Y me pregunto para qu. Con qu propsito? Beleo se encogi de hombros. No vea razn para seguir planteando preguntas que no se podan contestar, as que volvi a lo prctico. -Vamos tras l? S respondi Rhys, que ech a andar otra vez. Vamos tras l. Beleo solt un triste suspiro. Esto no nos est llevando a ninguna parte, sabes? Ir de un sitio a otro para ver cmo tu hermano engulle treinta comidas al da y bebe suficiente aguardiente enano para ahogar a un kobold... No se puede hacer otra cosa repuso el monje, frustrado. De la diosa no hay que esperar apoyo. Le he pedido que me ayude a encontrar a esa Mina y a intentar descubrir qu trama Chemosh, pero Zeboim no ha atendido mis splicas. Fui a su santuario y me lo encontr cerrado, con la puerta atrancada. Creo que me elude deliberadamente. -As que simplemente seguimos a tu hermano por si nos conduce a alguna parte? Alguna parte que no sea otra taberna, se entiende. Exactamente. Beleo sacudi la cabeza y fue en pos de l. Sin embargo, no haban recorrido ni medio kilmetro cuando oyeron gritos y la trpala de cascos. Rhys se apart a un lado de la calzada. Uno de los guardias de la ciudad sofren a su caballo junto al monje. Yo no lo he cogido neg rpidamente Beleo mientras agitaba las manos en el aire. O si lo hice, lo he devuelto. -Eres Rhys Alarife? -pregunt el guardia sin hacer caso del kender. S contest el monje.

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Tienes que volver a Solace. El alguacil me mand a buscarte. Rhys volvi la vista hacia la figura de su hermano, que desapareca en la bruma de la llovizna. Lo que quiera que quisiera de l Gerard deba de ser urgente para que enviara a uno de sus hombres. Dio media vuelta en direccin a Solace. Beleo se puso a su lado. -El alguacil no dijo nada de que quisiera ver kenders -manifest el guardia, ceudo. Est conmigo aclar Rhys con voz sosegada al tiempo que posaba la mano en el hombro de Beleo. El guardia vacil un momento, esper hasta asegurarse de que los dos se ponan en marcha hacia la ciudad y a continuacin regres al galope para informar. Qu crees que querr el alguacil? pregunt Beleo. Puesto que no me buscan a m. No tengo ni idea. Rhys sacudi la cabeza. A lo mejor tiene algo que ver con una de las vctimas de asesinato. -Pero nadie sabe que las asesinaron excepto nosotros. -Quiz lo ha descubierto de algn modo. Sera estupendo, verdad? Al menos ya no estaramos solos en esto. S. De repente Rhys se dio cuenta de lo solo que se senta, un simple mortal plantndole cara a un dios. Sera magnfico.

Encontraron a Gerard esperndolos con impaciencia al pie de la escalera que suba a la posada El Ultimo Hogar. Estrech la mano de Rhys e incluso dedic a Beleo un amistoso saludo con la cabeza. Gracias por venir, hermano. Me gustara hablar en privado contigo, si no te importa dijo Gerard, que se llev a Rhys a un lado y aadi en voz baja: Crees que esa perra pastora de kenders tuya sera capaz de tener vigilado a tu pequeo amigo durante una hora ms o menos? Quiero que me acompaes a la prisin. Es por un preso que tengo all. Me gustara que Beleo viniera conmigo adujo Rhys con la idea de que, si se trataba de uno de los Predilectos de Chemosh, necesitara la ayuda del kender. Posee talentos especiales... Los tengo, sabes? abund Beleo con modestia. Los dos hombres se volvieron y se encontraron con el kender de pie justo detrs de ellos. Gerard le asest una mirada feroz. Oh, al decir en privado te referas a vosotros dos dijo Beleo. Sea como sea, iba a aadir que no me importaba quedarme con Atta, Rhys. Ya conozco la prisin de Solace y, aunque es muy bonita se apresur a agregar en favor del alguacil, no es un sitio que me apetezca visitar otra vez. Laura le dar de comer ofreci Gerard. Y a la perra tambin. En lo que a Beleo concerna, lo de la comida haca del trato cosa hecha. No me necesitas. Sabes muy bien lo que tienes que buscar dijo en voz baja a Rhys Los ojos. Todo radica en los ojos. El monje mand a Atta con Beleo y le dijo al kender que no perdiera de vista a la perra, mientras que a sta, con una orden muda y un gesto, le indicaba que no perdiera de vista al kender. Gerard ech a andar y Rhys fue tras l. Los dos marcharon en silencio por las calles de Solace. Era casi media maana y, a despecho de la lluvia, las calles se encontraban abarrotadas. La gente diriga saludos deferentes y amistosos a Gerard, que responda con un alegre gesto de la mano o inclinacin de cabeza. Los haraganes alzaban el vuelo al verlo llegar o si topaba con ellos demasiado pronto lo saludaban inclinando la cabeza con aire culpable.

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Los forasteros lo miraban con descaro o de forma furtiva. Rhys se fij en que Gerard tomaba nota de todos ellos. Casi poda verlo archivar las imgenes en su cabeza para futuras consultas. -No eres muy hablador, verdad, hermano? dijo Gerard. El monje, que no vea necesidad de contestar, guard silencio. A estas alturas sonri el alguacil, cualquier otro me habra acribillado a preguntas. Supuse que no las responderas coment suavemente Rhys, as que para qu plantearlas? -Tienes razn. Aunque sera ms porque no puedo responderlas que por no querer hacerlo. Gerard se limpi la lluvia de la cara. All est la prisin. Por desgracia la antigua se qued pequea para Solace, as que construimos sta. La terminaron hace slo un mes. Me han dicho que Lleu Alarife se march de la ciudad esta maana aadi Gerard sin cambiar el tono coloquial. Ibas tras l? S, as es. Aparentemente, Lleu se ha portado bien mientras estuvo aqu dijo Gerard al tiempo que echaba una rpida e intensa ojeada a Rhys. Tu hermano parece un poco raro, pero nadie dio quejas sobre l. Qu diras, alguacil, si te contara que mi hermano es un asesino? pregunt Rhys. Su bastn haca saltar el barro de la calle cada vez que golpeaba el suelo-, que mat a una joven anteanoche? Gerard alarg la mano, agarr al monje por el hombro y lo hizo girarse hacia l. El alguacil tena el semblante congestionado y los ojos azules llameaban. -Cmo? Qu joven? Qu diablos te propones al decirme esto ahora, hermano? Que te propones al dejarlo marchar? Por los dioses, te ahorcar en su lugar... -La joven se llama Lucy -dijo Rhys-. Lucy Ruedero. Gerard lo mir de hito en hito. -Lucy Ruedero? Vaya, hermano, ests mal de la cabeza. La he visto esta maana, tan viva como t. Los vi a ella y a su marido. Les pregunt qu hacan levantados tan temprano y Lucy me cont que iban a uno de los pueblos vecinos del este a visitar a una prima. La mirada de Gerard se endureci. Es esto una especie de broma, hermano? Porque, en tal caso, no tiene gracia. Me disculpo si te he molestado, alguacil contest Rhys con sosiego. Me limit a plantear una pregunta hipottica. Pues no vuelvas a hacerlo. Has estado a punto de acabar estrangulado. Bueno, aqu estamos. No es ninguna maravilla, pero sirve para el propsito que tiene. Rhys casi ni mir el edificio situado en las afueras de la ciudad. Ms pareca un cuartel que una prisin y en ese detalle se notaba la intervencin de Gerard, un antiguo Caballero de Solamnia. Gerard encabez la marcha hacia el edificio de madera, enlucido con yeso. Numerosos ventanucos con barrotes jalonaban las paredes. Slo haba una puerta, un nico acceso para entrar o salir, y tena vigilancia las veinticuatro horas del da. Gerard hizo un saludo con la cabeza a los guardias mientras guiaba a Rhys al interior. Uno de los prisioneros ha pedido verte inform Gerard. Que ha pedido verme? repiti el monje, sobresaltado. No lo entiendo. Tampoco yo rezong el alguacil. Estaba de mal humor, todava molesto por la reciente declaracin de Rhys. Sobre todo considerando que esta persona tambin es forastera en Solace. Pregunt por tu nombre, y mand a buscarte a la posada, pero ya te habas marchado. Le cogi una llave al carcelero y condujo a Rhys por un largo corredor bordeado a ambos lados por puertas. La prisin tena el habitual mal olor de esos establecimientos, si bien pareca ms limpia que la mayora de los que haba visto Rhys. Una amplia celda de barrotes

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estaba llena de kenders, quienes saludaron alegremente con la mano cuando el alguacil pas por delante y preguntaron en tono optimista cundo los dejaban libres. Gerard gru algo incomprensible y sigui corredor adelante. Pasaron delante de ms celdas grandes de barrotes a las que llam celdas de arresto. En ellas los borrachos pueden dormir la mona, las parejas pueden superar sus rencillas, los farsantes pueden disfrutar de un corto retiro para descansar... Gir en una esquina y enfil por un corredor con puertas de madera. stas son las celdas individuales dijo. Para los presos ms peligrosos. Meti la llave en el candado, la hizo girar y, mientras se abra la puerta, aadi: Y para los lunticos. Un rayo de sol penetraba, sesgado, por el ventanuco y dejaba en sombras la mayor parte de la celda. Al principio Rhys no vio nada excepto un catre, un cubo para evacuar y una banqueta. Iba a decirle a Gerard que la celda estaba vaca cuando oy un sonido susurrante. Acurrucado en un rincn, en cuclillas en la zona ms oscura de la celda, haba un bulto informe de ropas que, supuso, vestan a una persona. No poda decirlo con certeza, ya que no distingua ninguna cara. -Soy Rhys -empez mientras entraba a la celda. No senta miedo, slo piedad por la evidente desgracia de la persona. El alguacil me ha dicho que pediste verme. -Dile que se marche -respondi una voz apagada, el rostro todava oculto. Y cierra la puerta. De ningn modo! dijo Gerard con firmeza. Como dije... demente. Puso los ojos en blanco y gir el ndice, apoyado en la sien. Soy capaz de cuidar de m mismo, alguacil manifest Rhys con un atisbo de sonrisa-. Por favor... Muy bien, de acuerdo accedi Gerard de mala gana. Pero cinco minutos, nada ms. Estar en el corredor. Si me necesitas, grita. Gerard sali y cerr la puerta. La oscuridad del calabozo aument. El ambiente estaba cargado y ola a lluvia. Rhys apoy el bastn en la pared y despus se aproxim y se arrodill junto a la informe figura envuelta en sombras. -En qu te puedo ayudar? -pregunt afablemente. Una mano hermosa y bien proporcionada surgi entre el montn de ropas negras y agarr a Rhys por el brazo. Las afiladas uas se le clavaron en la carne. Unos ojos color verde mar refulgieron y una voz susurr desde las sombras de la capucha. -Acaba con Ausric Krell -dijo Zeboim, y el nombre son como si lo escupiera con odio envenenado. Y salva a mi hijo.

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Los ojos, de Zeboim brillaban con una luz salvaje y espeluznante. Su semblante estaba blanco como el papel y las mejillas sealadas con marcas ensangrentadas, como si se hubiese araado a s misma. Tena los labios agrietados y bordeados de blanco, tal vez sal del mar o quiz sal de sus lgrimas. Majestad! dijo Rhys, desconcertado. Qu haces en este sitio, en prisin? Ests... enferma? Saba que era una pregunta estpida, pero la situacin era tan chocante e irreal que le costaba trabajo ordenar las ideas y solt lo primero que le vino a la cabeza. Dioses! Para qu me molestar con vosotros, los mortales? grit Zeboim, que le asest un empujn que le hizo perder el equilibrio y lo tir hacia un lado. Luego se cal ms la capucha, se cubri el rostro con las manos y rompi a llorar. Rhys mir a la diosa con gesto severo. No saba qu le habra gustado ms hacer, si consolarla o sacudirla hasta que sus dientes inmortales castaetearan. Qu haces en la celda de una prisin, seora? pregunt. No hubo respuesta. Los sollozos de la diosa arreciaron. Por qu me mandaste llamar? -volvi a intentarlo el monje. Porque necesito tu ayuda, maldita sea! -grit con la voz ahogada por el llanto. Y yo necesito la tuya, seora dijo Rhys. He descubierto cosas terriblemente inquietantes sobre esos seguidores de Chemosh. Te he dirigido plegarias incontables veces en los ltimos das y no me has contestado. Todos esos discpulos estn muertos. Parecen estar vivos, pero no es as. Se mueven entre las personas vivas y seducen a jvenes incautos para que proclamen su lealtad a Chemosh y entonces los matan... Chemosh! Zeboim alz la cara hinchada y surcada de lgrimas para mirarlo con ferocidad. Chemosh est detrs de esto, sabes? A ese necio caparazn de acero que es Krell no se le habra ocurrido algo as a l solo. Aunque eso no tiene importancia. Nada de eso la tiene. Mi hijo. Lo que importa es mi hijo. Majestad, por favor, intenta controlarte... Zeboim se incorpor bruscamente y asi a Rhys de los brazos con fuerza. Tienes que salvarlo, monje! En caso contrario, lo destruirn. Yo no puedo hacer nada... La voz adquiri un timbre chilln. Tienes que salvarlo! -Va todo bien, hermano? pregunt Gerard, cuya voz levant ecos en el corredor. -No ocurre nada, alguacil -contest con premura Rhys-. Concdeme unos segundos ms. Agarr a Zeboim por las manos y las apret con fuerza mientras hablaba en tono tranquilizador, la voz baja y firme. Debes explicarme qu ocurre, majestad. No puedo ayudarte si no s de qu hablas. No disponemos de mucho tiempo. Zeboim inhal con un trmulo sollozo. -Tienes razn, monje. Mantendr la calma, lo prometo. Tengo que estar tranquila. Debo estarlo. Empez a pasear por la celda y mientras hablaba se golpeaba las manos. Mi hijo, lord Ariakan. S, s que est muerto aadi, adelantndose a la pregunta que Rhys estaba a punto de hacerle. Mi hijo muri hace mucho tiempo, en la Guerra de Caos. -Apret los puos-. Muri vctima de la traicin, de la perfidia de un hombre en el que confiaba. Un hombre al que haba sacado del arroyo... -Majestad, por favor... -inst Rhys en voz queda. Zeboim se pas una mano por la frente, con aire distrado. Cuando mi hijo muri, cre que... Di por sentado que su espritu continuara hacia la siguiente etapa de su viaje. En cambio... Inhal con esfuerzo-. En cambio, Chemosh apres

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su espritu, lo retuvo. Ha tenido cautivo a mi hijo durante todos estos aos. La voz de Zeboim perdi fuerza, temblorosa por el miedo. Ahora ha entregado el espritu de mi hijo al Caballero de la Muerte que lo traicion. Un caballero llamado Ausric Krell. Se atragant con el nombre, como si hubiese saboreado algo asqueroso. ste amenaza con destruir el espritu de mi hijo, arrojarlo al olvido. Ni que decir tiene que Krell acta a las rdenes de Chemosh. Entonces, majestad, supongo que Chemosh retiene el espritu de tu hijo como rehn para obtener algo a cambio. Qu es lo que quiere que hagas? -En primer lugar tengo que impedir que t sigas adelante dijo Zeboim. Lo ests molestando. Pues no s por qu contest amargamente Rhys. No represento una amenaza para l ni para nadie, segn marchan las cosas. -Adems, no puedo entrometerme en ninguno de los planes de Chemosh. No tengo ni idea de cules pueden ser esos planes aadi la diosa, pero no tengo que hacer nada que los desbarate. De modo que Chemosh trama algo... murmur Rhys. -Oh, s corrobor Zeboim con sequedad-. Trama algo grande, de eso puedes estar seguro. Y, sea lo que sea, me teme. Tiene miedo de que lo detenga, cosa que hara. Y por lo visto tambin me teme a m aadi Rhys. A ti? -Zeboim se ech a rer y admiti a regaadientes-: Bueno, s, supongo que s. Tengo que librarme de ti y del kender, pero eso no es importante. Lo importante es mi hijo. No puedo hacer nada para ayudarlo. Si una gota de lluvia le cae en el yelmo, Krell destruir el alma de mi hijo. Pero t, monje... Zeboim se aproxim a Rhys, lo tom de la mano y se la acarici. -T podras ir al Alczar de las Tormentas. Krell no sospechara de ti. Majestad protest Rhys, desconcertado. -Cmo voy a meterme en una batalla entre dos dioses? Ya ests metido -replic Zeboim, enfadada, al tiempo que lo apartaba de un empujn. Chemosh ordena que me libre de ti. Acaso crees que se refiere a que te mande de vuelta a tu monasterio con una palmadita en el culo y la orden de que seas un buen chico? Rhys se qued inmvil, fija la mirada en la diosa. Zeboim se arregl las ropas y se atus el cabello despeinado. Irs al Alczar de las Tormentas. Te trasladar por las regiones etreas, no te preocupes por eso. Habrs de pensar en alguna excusa para tu presencia all a fin de que Krell no sospeche. Tiene menos seso que un molusco, de modo que no ser difcil. Quiz podras decir que te envo yo para negociar. S, a Krell le gustara eso. Se aburre en seguida y disfruta atormentando a sus vctimas. Lstima que no seas ms encantador, ms divertido. Le gusta que lo diviertan. Y cmo sugieres que rescate a tu hijo si me va a torturar y a matar? pregunt Rhys. Dices que ese Krell es un Caballero de la Muerte, lo que significa que su poder es slo un poco menor que el de un dios... Zeboim desestim aquella consideracin. Ests a mi servicio, as que te otorgar todo el poder que necesites. Hasta ahora no lo has hecho manifest framente el monje. Elle le asest una mirada feroz. Lo har. No te preocupes. En cuanto a cmo vas a salvar a mi hijo se encogi de hombros, eso es cosa tuya. Eres listo, para ser humano, y se te ocurrir una forma. Rhys se sent pesadamente en el catre e intent organizar sus pensamientos desperdigados, cosa que no resultaba nada fcil considerando que no poda creer que estuviera teniendo esa conversacin. -Dnde tiene Krell retenido a tu hijo? Supongo que en una mazmorra...

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No lo tiene en una mazmorra. Zeboim se retorci las manos. Su espritu est apresado dentro de... Tom aire, estremecida, casi incapaz de hablar, ahogada por la ira-. Dentro de una pieza de khas. Una pieza de khas repiti, estupefacto, Rhys. Ests segura? Pues claro que estoy segura! Lo vi! La exhibi ante m, ufano, se jact de jugar con ella todas las noches. Qu pieza es? Uno de los dos caballeros negros. Hay algn modo de distinguir uno del otro? Por supuesto dijo con mordacidad. Uno de ellos es mi hijo. Es igual que l. Al no haber tenido el honor de conocer a tu hijo ignoro qu aspecto tena -empez Rhys con cuidado-. Si pudieras darme alguna otra pista que me pudiera servir... -Cabalga un Dragn Azul. Claro que el otro tambin monta uno. No lo s! Zeboim se mes el cabello No puedo pensar! Djame sola. Mrchate y resctalo... Un momento. Las piezas son de verdad. Cadveres de verdad. Reducidos. A excepcin de la que me representaba a m, claro. Y del rey. se era Chemosh. Rhys se frot la frente. Aquello estaba deviniendo en un sueo extrao y terrible. Es la idea que Chemosh tiene de una broma dijo la diosa a modo de explicacin. Su intencin es humillarme. Mira, monje, de verdad importa eso? Estamos perdiendo tiempo... Me ests pidiendo que acometa una empresa desesperada, seora. Cualquier informacin que me puedas dar, por insignificante que te parezca, podra ayudarme. Zeboim solt un suspiro exasperado. De acuerdo. Deja que intente recordar. La reina y el rey blancos son elfos. La reina negra... soy yo. El rey negro, Chemosh. -Pronunci el nombre como si lo desmenuzara entre los dientes. Los dos clrigos blancos son monjes de Majere. Zeboim lo mir con una ceja enarcada. Mira t por dnde! Los dos clrigos negros son enanos. Los dos caballeros blancos, elfos montados en Dragones Plateados. Los peones del lado oscuro son goblins, y los del lado de la luz, kenders. Como he dicho, Chemosh cre eso para humillarme. Mi gallardo hijo batallando contra seres como monjes y kenders... Son una llamada estruendosa en la puerta. Se ha acabado el tiempo, hermano retumb la voz de Gerard. Un momento respondi Rhys, que se incorpor y se volvi hacia Zeboim-. A ver si lo he entendido, seora. O voy al Alczar de las Tormentas y rescato a tu hijo o me matas... -Lo har, monje asegur Zeboim, tranquila como el ojo de la tormenta. No pienses ni por un instante lo contrario. Arrebujndose en los ropajes oscuros y hechos jirones, se sent en el catre y mir fijamente la pared que tena enfrente. Rhys se inclin hacia ella. Sabes una cosa, majestad? susurr. Mi muerte sera ms rpida, ms fcil, si te dijera que me mataras ahora mismo. Zeboim alz hacia l los ojos color verde mar. Tal vez. O tal vez no. Tanto en un caso como en otro no has tenido en cuenta a tu amigo el kender ni a toda esa gente joven, como tu hermano, asesinada en nombre de Chemosh. Ni a todos los marineros a bordo de barcos varados en mitad de unos mares calmos, lnguidos. Marineros que sin duda morirn... Gerard volvi a aporrear la puerta. Una llave son en el candado. Rhys se puso derecho. Entiendo, majestad dijo con la calma de quien puede estar sosegado o puede romper a llorar en cualquier momento. Eso pens repuso Zeboim con tono lnguido. Comuncame tu decisin. Dnde estars, majestad?

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Tendida en la cama, la diosa se arrebuj en sus ropas, se ech la capucha por la cabeza y se volvi de cara a la pared. Aqu, donde nadie puede encontrarme. Se acab el tiempo anunci Gerard mientras entraba en la celda. Cmo ha ido todo? inquiri en voz baja. Bastante bien contest el monje. Gerard ech una ojeada al bulto de ropas de encima de la cama y despus acompa a Rhys hacia la puerta. Cerr con llave al salir y los dos echaron a andar corredor adelante. Cuando estuvieron lo bastante lejos para que no los oyera la prisionera, Gerard se par. Qu hago con la mujer loca? pregunt en un susurro. La dejo marchar? Rhys no contest. En realidad no haba odo la pregunta. Estaba pensando en lo que tena que hacer e intentaba discurrir un modo de hacerlo y sobrevivir. Gerard se pas los dedos por el cabello. Como si ya no tuviera bastante jaleo, ahora ha cado algn conjuro maligno sobre el lago Crystalmir... -Qu has dicho? -inquiri el monje, sobresaltado-. Qu es eso del lago? -Es que no lo hueles? -Gerard encogi la nariz-. Apesta a kilmetros de distancia. Los peces mueren a centenares y el agua los arroja a las orillas durante la noche. Se pudren al sol. Nuestro pueblo depende del agua del lago y ahora todo el mundo tiene miedo de acercarse a l. Dicen que est maldito. Con eso y una mujer loca de la que ocuparme... -Alguacil, tengo que pedirte un favor -lo interrumpi Rhys. Voy a estar ausente durante un tiempo y necesito que alguien se ocupe de Atta. Querras cuidarla? Pastorear kenders si se lo digo? pregunto Gerard, a quien le relucan los ojos. Su pregunta provoc una sonrisa a Rhys. Te ensear las rdenes que has de darle dijo el monje. Y encontrar la forma de pagar su manutencin y albergue. Si pastorea kenders para m tan bien como hace contigo, los habr pagado ms que de sobra. Gerard le tendi la mano. Es un trato, hermano. Adonde te diriges? Rhys no contest. Y si no regreso seguiras cuidando de ella? -pregunt a su vez. Gerard lo observ con atencin. Por qu no ibas a regresar? Slo los dioses conocen nuestro sino contest Rhys. Puedes confiar en m, hermano. Sea cual sea el lo en el que ests metido... Lo s, alguacil agradeci Rhys. Por eso te ped que te ocuparas de Atta. De acuerdo, hermano, no me entrometer en tus asuntos. Y no te preocupes por la perra, que la cuidar bien. Mientras los dos caminaban por el corredor a Gerard se le ocurri otra cosa, una idea alarmante a juzgar por su tono. Y qu pasa con el kender? No pensars pedirme que me ocupe de l tambin, verdad, hermano? No. Beleo se viene conmigo.

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Un Caballero de la Muerte -dijo Beleo. Segn la diosa, s contest Rhys. Se supone que hemos de ir al Alczar de las Tormentas para enfrentarnos a un Caballero de la Muerte y rescatar al espritu del hijo de la diosa, que est atrapado en una pieza de khas. Rescatarlo de un Caballero de la Muerte. Rhys asinti con la cabeza, en silencio. Has estado bebiendo? pregunt Beleo muy en serio. -No. -Rhys sonri. -Te han dado un golpe en la cabeza? Te ha pisoteado una mula? Te has cado escaleras abajo? Estoy en mi sano juicio, o eso creo. S que esto suena increble... Caray! exclam el kender a la par que soltaba un silbido. Pero aqu tienes la prueba. El kender y l se encontraban en la calzada a varios centenares de metros de la orilla del lago Crystalmir. El nombre se deba a las cristalinas aguas del lago, de un intenso color azul, pero ahora no poda ser ms inadecuado. El agua tena un repugnante color amarillo verdoso y apestaba a huevos podridos. Haba un sinnmero de peces a la orilla, muertos o moribundos. Incluso desde esa distancia, con el viento soplando en direccin contraria, la peste era espantosa. Beleo se pinzaba la nariz. S, supongo que tienes razn. No podr volver a comer pescado, sabes? aadi en tono apenado. Los dos regresaron a Solace y en el camino se cruzaron con la muchedumbre que se haba echado a la calle para ver la mortandad de peces. Todo el mundo tena alguna teora, desde la de que unos forajidos haban envenenado el lago, hasta la de hechiceros que le haban lanzado un maleficio. El miedo contaminaba el aire tanto como el hedor a peces muertos. -He estado pensando, Rhys -dijo Beleo mientras caminaban hacia la ciudad. No soy muy digno de confianza y tampoco se me da muy bien luchar. Si no quieres llevarme contigo no herirs mis sentimientos. Me encantar quedarme con el alguacil para ayudarlo a cuidar de Atta. Dio unas palmaditas a la perra en la cabeza. El animal lo permiti, si bien su mirada estaba concentrada en el monje. Rhys sonri ante la generosa oferta del kender. S que es peligroso, y no te pedira que arriesgaras la vida, amigo mo, si no fuera porque de verdad te necesito. Yo sera incapaz de diferenciar qu pieza de khas encierra el alma del caballero... La diosa te dijo que era el caballero negro lo interrumpi Beleo. Mi madre sola citar un dicho: Ten en cuenta la fuente coment Rhys con irona. S, supongo que tienes razn dijo el kender con un suspiro. En esto caso, nuestra fuente no es muy de fiar. Es posible que nos est mintiendo. Krell podra haberle mentido a ella. Krell podra cambiar el espritu de una pieza a otra. Para que mi plan funcione tengo que saber qu pieza guarda el alma del caballero, y t eres el nico que puede decrmelo. Adems aadi Rhys, sonriente, crea que a los kenders les gustaba la aventura, que eran curiosos y absolutamente inmunes al miedo. Soy kender, pero no estpido. Y esto es estpido. No tenemos opcin, amigo mo argument Rhys, que coincida con l. Zeboim dej muy claro que si no lo intentamos nos matar. As que en vez de ella, nos matar el Caballero de la Muerte. No veo que ganemos mucho con la alternativa, excepto el viaje al Alczar de las Tormentas, y probablemente no vivamos lo suficiente para disfrutarlo. Sabes, Rhys? La mayora de la gente no confiara una

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misin tan importante a un kender. Y he de decir que lo comprendo. No se puede contar con los kenders. Yo que t me dejara aqu. Siempre me has parecido muy digno de confianza, Beleo contest el monje, De verdad? Beleo estaba desconcertado. Entonces supongo que tendr que estar a la altura de las circunstancias. Creo que s. Y para ello es imprescindible conservarse vivo. Beleo puso nfasis en la ltima palabra. Enfcalo de este modo: por lo menos hemos conseguido algo coment Rhys. Hemos llamado la atencin del dios. Cosa que evitara la gente con un mnimo de sentido comn arguy el kender, enfadado. Mi padre tambin sola citar un dicho: Jams llames la atencin de un dios. Tu padre deca eso? De verdad? Rhys lo mir con la ceja enarcada. Bueno, lo habra dicho si se le hubiera ocurrido. Beleo se detuvo en mitad del camino para discutir el tema. Para empezar, cmo llegamos al Alczar de las Tormentas, Rhys? Yo no s manejar una embarcacin. Y t? Bien! Entonces sa es la solucin para salir con bien de esto. No podemos ir al Alczar de las Tormentas si no podemos llegar all. La diosa tiene que ver la lgica que hay en... La diosa nos transportar en los vientos de tormenta, supongo. Lo nico que tengo que hacer es comunicarle que estamos preparados. Beleo puso los ojos en blanco. Atta, al ver a su amo abatido y triste, le dio un suave lametn en la mano. El monje le acarici la cabeza, la rasc debajo de la quijada, le manose las orejas. El animal se peg contra l, levantada la cabeza para mirarlo a la cara con tristeza y deseando poder hacer algo para arreglarlo todo. Nos echar de menos coment Beleo con voz ahogada. S -convino Rhys en voz baja. Pos la mano en el hombro del kender. Durante toda tu vida has trabajado para salvar los espritus perdidos, Beleo. Piensa en esto como algo para lo que has nacido, tu mayor desafo. El kender reflexion sobre ello. Eso es verdad. Supongo que habr de salvar una alma. Pero si esa consideracin es vlida en mi caso, qu me dices de ti, Rhys? Para qu has nacido t? Al igual que todos los hombres, nac para morir fue la simple respuesta del monje.

Ms entrada la maana, fuera de la posada El ltimo Hogar, Rhys se arrodill delante de Atta y puso la mano en la cabeza de la perra, casi como si le diera la bendicin. Tienes que portarte bien, Atta, y hacer caso a Gerard. Ahora es tu nuevo dueo. Trabajas para l. Atta alz la mirada hacia Rhys. Perciba la tristeza en su voz, pero no lo entenda. Nunca entendera, nunca sabra por qu la abandonaba. El monje se puso de pie. Tuvo que dejar pasar unos segundos antes de hablar. Deberas llevrtela ahora, alguacil pidi. Vamos, A t t a dijo Gerard, que utiliz la orden que Rhys le haba enseado. Ven conmigo. Atta mir a Rhys. -Ve con l, Atta -confirm el monje e hizo un gesto con la mano con la que mandaba a la perra marcharse. El animal lo mir de nuevo y despus, gachas la cabeza y la cola, obedeci y dej que Gerard la condujera. El alguacil se volvi y sacudi la cabeza. -La llev a la posada. Laura le ofreci algo de comer, pero no lo quiso. Espero que est bien. Es sensata y lista repuso Rhys. Dale trabajo que la mantenga ocupada y dentro de poco se le habr pasado.

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Tendr mucho trabajo con todos los kenders que acuden a ver lo de los peces. As que os marchis los dos. Cundo? -pregunt Gerard. Beleo y yo tenemos que hacer antes una visita a la prisionera, y despus nos iremos contest Rhys. A la prisionera? Gerard se haba quedado estupefacto. La loca? Vas a volver a verla? Supongo que sigue all. -Oh, s. Fui incapaz de librarme de ella. Para qu quieres volver a verla, hermano? inquiri Gerard con franca curiosidad. Por lo visto cree que puedo serle de ayuda en algo. Y el kender? Tambin cree que puede ayudarla? Soy de los que infunden nimo manifest Beleo. No es necesario que nos acompaes, alguacil aadi Rhys. Slo necesitamos tu permiso para entrar en la celda. Creo que es mejor que vaya. Slo para estar seguro de que no os pasa nada a ninguno de los dos. El monje y el kender intercambiaron una mirada. Tenemos que hablar con ella en privado dijo Rhys. Es un asunto confidencial. De naturaleza espiritual. -Crea que ya no eras monje de Majere -coment Gerard, que dirigi a Rhys una mirada perspicaz. Eso no significa que ya no pueda ayudar a los afligidos repuso Rhys. Por favor, alguacil. Slo unos instantes a solas con ella. De acuerdo. Tampoco podris meteros en muchos los estando encerrados en la celda de una prisin accedi Gerard. Qu sabrs t mascull entre dientes Beleo, taciturno. Dentro de la prisin, el kender tuvo que pararse para intercambiar unas palabras con los de su raza. A Rhys le preocup or que Beleo se despeda de ellos como si fuera para siempre. Cuando vio que echaba mano a los saquillos con la intencin de repartir sus pertenencias terrenales lo que era la versin kender de hacer testamento y manifestar los ltimos deseos, el monje asi a Beleo por el cuello de la camisa y tir de l. -No se ha movido del catre -inform Gerard mientras sealaba la puerta de la celda. No quiere comer. Devuelve los platos sin tocar. Tienes visita, seora anunci en voz alta al tiempo que abra el candado. Ya iba siendo hora dijo Zeboim, que se sent en el catre. Retir la capucha hacia atrs. Los verdes ojos centellearon. Rhys dio un empujn a Beleo para que el kender entrara en la celda y despus entr l. Gerard cerr la puerta y meti la llave en la cerradura. La hizo girar, pero la dej donde estaba. Hizo una pausa y escuch. Los tres hablaban en voz baja y, de todas formas, les haba prometido que tendran intimidad. Sacudiendo la cabeza, Gerard ech a andar para charlar un rato con el carcelero. Cunto tiempo les vas a dar, alguacil? pregunt ste. -El habitual. Cinco minutos. Sobre el escritorio haba un pequeo reloj de arena y el carcelero le dio la vuelta, para fascinacin de los kenders, los cuales metieron entre los barrotes cabezas, brazos, manos y pies a fin de tener mejor vista del espectculo, y mientras tanto no dejaban de asaetear con preguntas a Gerard, siendo la ms repetida cuntos granos de arena haba en el reloj y, puesto que no lo saba, ofrecindose para contarlos en un periquete. El alguacil escuch las quejas del carcelero sobre los kenders, cosa que haca a diario, observ cmo caa la arena de una ampolla a otra y aguz el odo, expectante, por si llegaba

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algn ruido desde el corredor que indicara que haba problemas. Sin embargo reinaba el silencio. Se acab el tiempo! grit cuando hubo cado el ltimo grano por el estrecho cuello, y avanz por el pasillo con pasos pesados. Gir la llave y empuj la puerta para abrirla. Se fren en seco, mirando de hito en hito. La loca yaca en el catre, con la capucha echada sobre la cabeza y de cara a la pared. No haba nadie ms con ella. Ni el monje ni el kender. La puerta de la celda haba permanecido cerrada. La haba abierto l mismo para entrar. Slo haba un camino para salir del corredor y era donde haba estado l, pero no haba pasado nadie. Eh, t! le grit a la demente mientras la sacuda por el hombro. Dnde estn? La mujer hizo un leve gesto con la mano, como si espantase un insecto. Gerard sali lanzado fuera de la celda y fue a chocar contra la pared del corredor. No me toques, mortal! dijo la mujer. No me toques jams. La puerta de la celda se cerr con un fuerte golpe. Gerard se incorpor. Se haba dado contra la pared y por la maana tendra un enorme moretn en el hombro. Con un gesto de dolor, se qued plantado mirando la puerta de la celda. Se frot el hombro y despus se volvi y ech a andar corredor adelante. Suelta a los kenders orden. Los kenders se pusieron a gritar y a chillar. El clamor de las voces estridentes habra podido resquebrajar la piedra. Gerard se encogi ante la algaraba. -Hazlo -repiti la orden al carcelero-. Y date prisa. No te preocupes, Smythe, me han dejado una perra maravillosa que me ayudar a controlarlos. El animal necesita un poco de ejercicio. Echa de menos a su amo. El carcelero abri la puerta de la celda y los kenders salieron en tropel, alegremente, a la brillante luz de la libertad. Gerard ech una ojeada a la celda que haba al fondo del corredor. Y creo que quiz lo va a echar de menos mucho, mucho tiempo aadi con gesto sombro.

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El Remolino del Mar Sangriento de Istar. Hubo un tiempo en el que los marineros hablaban de l, si es que lo hacan, en voz muy baja. Hubo un tiempo en el que el Remolino era una espiral de destruccin, unas fauces arremolinadas de muerte roja que atrapaban los barcos entre sus dientes y se los tragaban enteros. Hubo un tiempo en el que en esas fauces se poda or el atronador sonido de las voces de los dioses. Ved esto, mortales, y contemplad nuestro poder. Cuando el Prncipe de los Sacerdotes os, en su arrogancia, considerarse a s mismo un dios y las gentes de Istar se inclinaron ante l, los verdaderos dioses lanzaron sobre Istar una montaa gnea que destruy la ciudad y la sumergi en lo ms profundo del mar. Las aguas del ocano adquirieron un color marrn rojizo. Los eruditos afirmaban que ese color se deba a los sedimentos arenosos del fondo del ocano. La mayora de la gente crea que la mancha roja provena de la sangre de los que haban muerto en el Cataclismo. Fuera cual fuese la causa, el color determin el nombre del mar que, a partir de entonces, se llam el Mar Sangriento. Los dioses crearon un torbellino sobre la zona afectada por el desastre. El gigantesco remolino teido de sangre tena el propsito de mantener alejados a quienes podran perturbar el lugar del ltimo descanso de los muertos, as como ser un constante recordatorio del poder y la majestad de los dioses. Temido y respetado por los marineros, el Remolino era un espectculo horrendo e impresionante con las arremolinadas aguas rojas que desaparecan en un infernal foso de oscuridad. Una vez atrapado en sus tentculos, no haba escapatoria. Las vctimas eran arrastradas hacia su perdicin bajo el embravecido Entonces Takhisis rob el mundo y, sin la ira de los dioses que lo agitaba, el Remolino gir ms y ms despacio hasta que finalmente se par del todo. Las aguas del Mar Sangriento eran plcidas como las de cualquier charca en el campo. -Mira en lo que se ha convertido el Mar Sangriento. -La voz de Chemosh tena un ribete de clera y asco. En un sumidero. Protegindose los ojos del resol de la maana, Mina ote hacia donde el dios sealaba, hacia lo que haba sido una de las maravillas de Krynn, una vista aterradora y magnfica por igual. El Remolino haba mantenido vivo el recuerdo de Istar y su escarmiento. Ahora, las antao tristemente clebres aguas del Mar Sangriento se arrastraban desganadamente sobre las arenosas playas cubiertas de desperdicios v suciedad. Restos de cajas de embalaje y tablones pringados de cieno, redes podridas, cabezas de pescado y botellas rotas, conchas desmenuzadas y mstiles partidos flotaban en la superficie aceitosa del agua y se mecan perezosamente atrs y adelante con el batir del mar. Slo los vejancones recordaban el Remolino y lo que yaca debajo: las ruinas de una ciudad, de unas gentes, de una poca. La Era de los Mortales coment, despectivo, Chemosh. Empuj una medusa muerta con la punta de la bota. Este es su legado. El sobrecogimiento, el temor y el respeto hacia los dioses han desaparecido y qu queda a cambio? Basura y desperdicios. Podra aducirse que los dioses no pueden culpar de ello a nadie salvo a s mismos argument Mina. Tal vez has olvidado que hablas con uno de esos dioses replic Chemosh, centelleantes los oscuros ojos. Lo siento, mi seor. Perdname, pero a veces es cierto que olvido que... Se call al no saber bien dnde poda conducir la frase. Olvidas que soy un dios? inquiri l, furioso. Mi seor, perdname...

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No te disculpes, Mina. La brisa marina agit el largo y oscuro cabello y se lo apart de la cara. Dirigi la mirada hacia el mar viendo lo que haba sido antao y viendo lo que era hogao. Solt un profundo suspiro-. Yo tengo la culpa. Vine a ti como un mortal. Te amo como un mortal. Quiero que pienses en m como en un mortal. Este aspecto mo es slo uno entre muchos. Los otros no te gustaran especialmente agreg con sequedad. Le tendi la mano a la joven, que la tom, y la atrajo hacia s. Permanecieron abrazados en la orilla, con el viento entremezclando el cabello de ambos, uno negro y el otro pelirrojo, sombra y fuego. Has dicho la verdad manifest l. Los culpables somos los dioses. Aunque no robamos el mundo le dimos ocasin a Takhisis de que lo hiciera. Todos estbamos ensimismados en nuestra pequea parcela de creacin, encerrados en nuestras pequeas tiendas, sentados en nuestras pequeas banquetas con nuestros pequeos pies enroscados alrededor de los travesaos, forzando la vista sobre nuestro trabajo como un sastre cegato, manejando las agujas en alguna pequea pieza del universo. Y cuando un da despertamos y descubrimos que nuestra reina haba huido con el mundo, qu es lo que hacemos? Tomamos nuestras espadas llameantes y surcamos los cielos dispersando estrellas para ir en su busca? No. Salimos corriendo de nuestras pequeas tiendas, pasmados y atemorizados, retorcindonos las manos y gritando: Ay, msero de m! El mundo ha desaparecido! Qu voy a hacer? Su voz se endureci. A menudo he pensado que si mi propio ejrcito hubiese estado desplegado a las puertas de su palacio, mis tropas listas para tomar al asalto su reducto, la reina Takhisis lo habra pensado dos veces. Pero fui indolente. Me senta satisfecho con lo que tena. Todo eso ha cambiado. No volver a cometer el mismo error. Te he hecho entristecerte, mi seor dijo Mina al percibir el pesar y una spera amargura en su voz. Lo lamento. Hoy iba a ser un da alegre, un da de comienzos nuevos. Chemosh le asi la mano y se la llev a los labios para besarle los dedos. El corazn de la joven lati de prisa y el ritmo de su respiracin se aceler. l poda despertar su deseo con un simple roce, con una mirada. Slo has dicho la verdad, Mina. Nadie, ni siquiera uno de los otros dioses, se atrevera a decirme algo as. La mayora no tiene capacidad para verlo. Eres tan joven, Mina! An no has cumplido los veintiuno. De dnde sacas tanta sabidura? De tu difunta reina no, creo aadi Chemosh, sarcstico. Mina reflexion sobre esto con la vista perdida en un mar liso pero no particularmente calmo. El agua se agitaba sin descanso, atrs y adelante; le recordaba a alguien que paseara incansable, desasosegado. -Lo vi en los ojos de los moribundos -dijo. No en los de quienes te entregan su alma ahora, mi seor. En los de quienes me la entregaron a m en su momento. La batalla del tajo de Beckard. Los Caballeros de Solamnia irrumpieron desde Sanction y rompieron el cerco que los caballeros negros de Takhisis, por entonces conocidos con el ignominioso nombre de Caballeros de Neraka, tenan puesto a la ciudad. Los caballeros y los soldados de Neraka dieron media vuelta y huyeron cuando los solmnicos salieron en tropel de la fortaleza. Al desmoronarse la jefatura de Neraka, Mina haba tomado el mando y ordenado a sus tropas que mataran a los que huan, que mataran a sus compaeros, a sus amigos, a sus hermanos. Inspirados por la luz de las relucientes pupilas ambarinas, la obedecieron. Los cuerpos se amontonaron y cerraron el paso. All, la carga solmnica se fren, detenida por un muro de huesos quebrados y carne sanguinolenta. La victoria fue de Mina. La joven haba convertido una aniquilacin en un triunfo. La joven haba recorrido el campo de batalla para sostener la mano de los que moran debido a su orden, para rezar por ellos, para entregar sus almas a Takhisis.

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Slo que las almas no iban a Takhisis dijo Mina, fija la mirada en el mar que la haba mecido de nia. Las almas vinieron a m. Las arrancaba como flores y las apretaba contra mi corazn mientras pronunciaba el nombre de ella. Se volvi hacia Chemosh. Esa es mi verdad, seor. No la supe durante mucho tiempo. Gritaba "Por la gloria de Takhisis!" y le rezaba todos los das y todas las noches. Pero cuando las tropas clamaban mi nombre, cuando gritaban "Mina, Mina!", no las enmendaba. Slo sonrea. Guard silencio y sigui contemplando las olas que llegaban a la orilla y depositaban en la arena, a sus pies, la suciedad. -La humanidad volver a temer a los dioses manifest Chemosh. O por lo menos a uno de ellos. Ah abajo -seal los despojos, la suciedad, la basura que flotaba en el agua se encuentra el comienzo de mi ascenso como Rey del Panten. Voy a contarte una historia, Mina. Debajo del mar yace un cementerio, el mayor del mundo, y sta es la historia de aquellos que fueron sepultados bajo las olas...

Mi historia empieza en la Era de los Sueos, cuando un hechicero poderoso, conocido como Kharro el Rojo, estableci que las Ordenes de la Magia necesitaban un refugio seguro donde los hechiceros pudieran reunirse, estudiar y trabajar juntos. Necesitaban sitios donde poder almacenar a salvo los libros de conjuros y los artefactos mgicos. Propuso que los hechiceros construyeran las Torres de la Alta Hechicera, los baluartes de la magia. Kharro envi magos por todo Ansalon para localizar emplazamientos en los que construir las nuevas torres. Los Tnicas Blancas, que estaban a las rdenes de una hechicera llamada Asanta, eligieron como enclave una pobre aldea de pescadores que llevaba por nombre Istar. Los Tnicas Negras y los Tnicas Rojas escogieron ciudades grandes y prsperas para construir sus torres. Kharro emplaz a Asanta en Wayreth y exigi saber qu razn haba tenido para hacer su eleccin. Asanta era vidente. Haba mirado el futuro de Istar y haba visto que algn da su gloria eclipsara todas las dems ciudades de Ansalon. Los Tnicas Blancas recibieron permiso para empezar a trabajar en la torre y, cuarenta aos despus, Asanta dirigi el encantamiento que erigi la Torre de la Alta Hechicera de Istar. A Asanta le haba sido dado vislumbrar el encumbramiento de Istar, pero no haba visto su cada. Ni siquiera los dioses habran previsto eso. Durante muchas dcadas, los hechiceros de la Torre de Istar gobernaron con benevolencia a las gentes del pequeo pueblo y desempearon un papel clave en su rpido crecimiento. Al poco tiempo, Istar haba dejado de ser un pueblo para convertirse en una ciudad prspera y floreciente. Y a no tardar pasaba a ser un imperio. A medida que Istar creca ocurra otro tanto con sus clrigos, en especial los de Mishakal y Paladine. Finalmente, uno de esos clrigos alcanz un puesto prominente en el gobierno de Istar y se proclam dirigente, con el ttulo de Prncipe de los Sacerdotes. A partir de ese momento, la influencia de los hechiceros empez a declinar a la par que la de los clrigos aumentaba. Una alianza inestable sigui existiendo entre la Iglesia y los magos, aunque la desconfianza creca en ambos bandos. Un Tnica Blanca llamado Mawort, Seor de la Torre de Istar, logr mantener la paz entre ambas facciones. El Cnclave de Hechiceros consideraba a Mawort el ttere del Prncipe de los Sacerdotes, y cuando ste muri nombr a un Tnica Roja como Seor de la Torre con la esperanza de que esa medida restableciera la independencia de los hechiceros y que tuvieran ms peso en la poltica istariana. El Prncipe de los Sacerdotes se puso furioso y los ciudadanos de Istar se sintieron indignados. La desconfianza en los hechiceros se intensific hasta convertirse en odio. La traicin y el infortunio ocasionaron una guerra abierta entre el Prncipe de los Sacerdotes, sus

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seguidores, y los hechiceros. As empezaron las Batallas Perdidas, a las que se dio tal nombre porque nadie sali ganador. El Prncipe de los Sacerdotes declar la guerra santa contra los hechiceros de Ansalon. stos se retiraron a sus baluartes y amenazaron con destruir las torres y su entorno si los atacaban. El Prncipe de los Sacerdotes no hizo caso de la advertencia y asalt la Torre de Daltigoth. Conscientes de que se encaminaban a la derrota, los magos cumplieron su promesa y destruyeron la torre. Se perdieron muchas vidas inocentes en aquella destruccin. A los hechiceros les entristeci aquello, pero crean que, en realidad, su actuacin haba salvado vidas pues habran sido muchos millares ms los que habran muerto si los poderosos libros de conjuros y los artefactos mgicos hubieran cado en manos de quienes les habran dado un mal uso. Conmocionado por tal calamidad y temeroso de que los magos pudieran destruir a continuacin la torre de Istar, el Prncipe de los Sacerdotes ofreci la negociacin de un acuerdo de paz. Los hechiceros accederan a abandonar las Torres de Alta Hechicera de Istar y de Palanthas y, a cambio, se les garantizara un refugio seguro en la Torre de la Alta Hechicera de Waireth. El debate en el Cnclave fue largo y acerbo, pero finalmente se dieron cuenta de que no tenan otra opcin. El Prncipe de los Sacerdotes era inmensamente poderoso y pareca tener a los dioses de su parte. Accedieron a las condiciones. Un mes despus de las Batallas Perdidas, el archimago sali de la torre de Istar; fue el ltimo en abandonarla. Sell las puertas y la rindi al Prncipe de los Sacerdotes. ste no saba bien qu hacer con la torre, y durante meses el edificio permaneci cerrado y vaco. Despus, siguiendo la recomendacin de un consejero, Quarath de Silvanesti, convirti la torre en un museo de trofeos en el que se exhiban artefactos arrebatados a los acusados de hereja y de rendir culto a los dioses del Mal. Durante las dos dcadas siguientes, centenares de dolos, iconos, artefactos y sagradas reliquias se llevaron a la torre, a la que se dio un nuevo nombre, Solio Febalas, o la Sala del Sacrilegio. Muchos de mis propios artilugios se llevaron all porque, naturalmente, mis seguidores se encontraban entre los primeros a los que se persigui. Estando en comunicacin con los espritus de los muertos, me enter a travs de ellos de los ambiciosos planes de Prncipe de los Sacerdotes de ascender a divinidad l mismo, cosa que lograra alterando el equilibrio y destruyendo el poder de los dioses de la oscuridad y de la neutralidad. Despus usurpara el poder de los dioses de la luz. Intent advertir a los otros dioses de que seran los siguientes. Llegara el da en que sus propias reliquias sagradas se hallaran dentro de la Sala del Sacrilegio. Se encogieron de hombros y se echaron a rer. Sin embargo, sus risas no duraron mucho. En seguida los afables e inofensivos clrigos de Chislev fueron sacados a rastras de sus bosques y se los encerr o se los mat. Los iconos de Majere quedaron expuestos en la sala de trofeos del Prncipe de los Sacerdotes. Gilean se sum a mis advertencias respecto a la descompensacin del equilibrio del mundo, y algunos dioses de la luz unieron sus voces a las nuestras. El Prncipe de los Sacerdotes los enfoc como su siguiente objetivo; al final, hasta el smbolo de Mishakal colgaba con oprobio en la Sala del Sacrilegio. El Prncipe de los Sacerdotes anunci al mundo que era ms sabio que los dioses, que era ms poderoso que ellos. Se proclam dios a s mismo y exigi que se lo venerara como tal. Fue entonces cuando nosotros, los verdaderos dioses, arrojamos la montaa gnea sobre Istar. Nuestra ira hizo que la tierra temblara. Los terremotos arrasaron la ciudad y partieron en dos la Torre de la Alta Hechicera. El fuego la destruy por dentro, devast la Sala del Sacrilegio. La torre se desmoron y sus ruinas fueron arrastradas al fondo del Mar Sangriento junto con el resto de esa ciudad maldita.

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All yace la torre en la actualidad concluy Chemosh. Y dentro de esas ruinas se encuentran muchos de las artefactos y reliquias sagrados ms poderosos del mundo. Eso es hacerse ilusiones, mi seor argument Mina. Es imposible que resistieran semejante destruccin. No s los dems dioses, pero yo me asegur de que mis artefactos estuviesen a salvo respondi Chemosh con una sonrisa astuta. Y dudo que los otros no hicieran lo mismo. Pareces muy seguro de ello, mi seor. Lo estoy. Tengo pruebas. Poco despus del Cataclismo, busqu la torre y me encontr con que los dioses de la magia la haban hecho desaparecer. Zeboim es hermana gemela de Nuitari y prima de los otros dioses de la magia. Acudieron a ella y la convencieron de que utilizara la poderosa turbulencia del Remolino para enterrar la torre bajo el fondo marino, a gran profundidad, a fin de que ningunos ojos mortales o inmortales la descubrieran jams. Yyo me pregunto por qu iban a tomarse tantas molestias los dioses de la magia para ocultar toneladas de ruinas quemadas y reducidas a escombros. A no ser que hubiera algo entre esos despojos que no queran que encontrara ninguno de nosotros... Vuestros artilugios sagrados aventur Mina. Exacto! Y ahora que el Remolino se ha remansado, puedes ir a buscarlos. No slo puedo ir a buscarlos. Puedo buscarlos sin temor a que se me interrumpa. Con que slo hubiese metido un dedo del pie en el agua, Zeboim se habra enterado. Habra acudido corriendo desde el rincn ms alejado de los cielos para detenerme. Tal como estn las cosas, se ignora su paradero en este bello da. Puedo hacer lo que me plazca en su ocano, hasta orinar en l si quiero, y tendr que tragarse sus protestas. Chemosh asi la mano a Mina y entrelaz los dedos con los de la joven. Juntos t y yo, Mina, buscaremos las legendarias ruinas de la Sala del Sacrilegio, largo tiempo perdidas. Pinsalo, amor mo! Centenares de artefactos sagrados descansan ah abajo, algunos de los cuales se remontan a la Era de los Sueos, imbuidos de poderes divinos inimaginables en esta Era de los Mortales. E inasequibles. Ah abajo hay artefactos pertenecientes a Takhisis, y aunque ella ya no est, su poder an perdura en esos objetos. Artefactos de Morgion, de Hiddukel, de Sargonnas. Artefactos pertenecientes a Paladine y a Mishakal. Me propongo distribuir esas poderosas reliquias entre los Predilectos que viajan por Ansalon de camino aqu para recibirlas. Cuando se haya conseguido eso, mis seguidores sern los ms formidables y poderosos de todo el mundo. Entonces estar en posicin de desafiar a los otros dioses por el liderazgo de los cielos y del mundo. Gustosa ira contigo hasta los confines de ese mundo, mi seor, y contemplara las maravillas que se guardan en las profundidades ocenicas, pero del mismo modo que yo olvid que eras un dios, t has olvidado que yo no lo soy dijo Mina, sonriendo. S nadar, pero no muy bien. En cuanto a aguantar la respiracin... Chemosh se ech a rer. No tienes que nadar, Mina, y tampoco contener la respiracin. Caminars conmigo por el fondo ocenico del mismo modo que caminas por el suelo de nuestro dormitorio. Respirars agua igual que respiras aire. El peso del agua caer sobre tus hombros con la misma ligereza que un manto de piel. Entonces me transformars en una deidad, mi seorbrome la joven. La risa de Chemosh ces y la expresin de sus ojos se torn profunda e indescifrable, ms oscura que las profundidades marinas. No puedo hacer tal cosa, Mina. Al menos, todava no. La joven sinti una repentina sacudida de miedo, un terror debilitador como el que haba experimentado en la traicionera escalera del Alczar de las Tormentas cuando mir las rocas

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irregulares y afiladas que emergan, lejanas, al pie del acantilado, y las hambrientas aguas espumosas. Not la garganta constreida, el estremecimiento de su corazn. De repente dese dar media vuelta y echar a correr, escapar. Jams haba sentido un terror as, ni siquiera cuando la feroz dragona Malys se zambulla sobre ella desde el cielo del que llova sangre, ni cuando la reina Takhisis, mortal y fuera de s, se haba dirigido hacia ella con la intencin de arrancarle la vida. Mina retrocedi un paso, pero Chemosh la tena bien agarrada. Qu ocurre, Mina? Te pasa algo? No quiero ser diosa, mi seor! grit mientras forcejeaba para soltarse de su mano. Queras poder, Mina, poder sobre la vida y la muerte... Pero as no! Olvidas, mi seor, que he tocado la mente de un dios -dijo con voz hueca. He mirado en esa mente, he visto la inmensidad, el vaco, la soledad! No soporto... Las palabras se le paralizaron en los labios y mir a Chemosh con terror. Haba revelado los ms ntimos secretos del dios. S, Mina -musit l. Estaba solo, estaba vaco. Y entonces te encontr. La estrech entre sus brazos, la apret contra s, cuerpo a cuerpo, carne mortal contra carne divina hecha mortal. Puso la boca en la de ella, sus labios anhelantes y clidos. La arrastr a la arena, sus besos extendindose como melaza sobre el miedo de la joven, ocultando su terror bajo la dulzura, una dulzura espesa dentro de la boca de ella. Mina se consumi en su amor hasta que slo qued el recuerdo de su miedo y, a no tardar, las caricias del dios consuman incluso ese recuerdo. La marea subi mientras yacan entre las dunas de arena. Las olas les lamieron los pies y, despus, los tobillos. El agua subi sigilosamente, los rode, suave y ligera como sbanas de seda. Las olas cubrieron los hombros de Mina. El cabello pelirrojo se peg a la carne mojada. La joven sabore sal y sufri un golpe de tos. Chemosh la aferr. El prximo beso que te dar, Mina, te privar del aliento mortal. Durante un instante sentirs que te asfixias, pero slo ser un momento. Insuflar aliento en tus pulmones, el aliento de los dioses. Mientras ests debajo del agua, mi respiracin te sustentar. El agua ser para ti lo que ahora es el aire. Entiendo, mi seor -contest ella. El cabello se meca en el agua como una llama baada en sangre. No estoy seguro de que lo entiendas, Mina -argument Chemosh sin dejar de mirarla a los ojos. El agua ser como aire para ti. Eso significa que el aire ser como agua. Una vez que haya hecho esto, si sales a la superficie te ahogars. En respuesta, la joven peg los labios a suyos, cerr los ojos y se apret contra l. Chemosh la estrech contra s y, aplastando su boca contra la de ella, absorbi el aire de los pulmones de la joven, absorbi la vida de su cuerpo. El agua cubri la cabeza de Mina, que no poda respirar. Jade en busca de aire, pero el agua penetr en su boca. Se atragant, se ahog. Chemosh la mantuvo fuertemente sujeta. Mina intent no forcejear, pero fue en vano. El instinto de supervivencia se impuso a su corazn. Luch para soltarse de la presa del dios, pero l era demasiado fuerte. Los dedos se le clavaban en la carne, en los msculos, en los huesos. Sus piernas la sujetaban para mantenerla debajo del agua. Me est matando -pens-. Me minti... El corazn le lata dolorosamente, los pulmones le ardan. Unos horribles puntos luminosos, como estallidos de estrellas, le oscurecieron la vista. Se retorci entre sus brazos y aspir, y el agua le entr en los pulmones y en el cuerpo a medida que la marea suba ms y ms y la meca suavemente. Estaba demasiado cansada para luchar, as que cerr los ojos y se entreg a la oscuridad teida de sangre.

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Mina despert en un mundo que no conoca la luz del sol, un mundo de noche profunda, eterna. El agua la oprima, la rodeaba, la envolva, la circundaba. La empujaba y tiraba de ella, en constante movimiento. No haba arriba ni abajo. No haba nada bajo sus pies ni encima de su cabeza para orientarse. Estaba a la deriva, sola. Respiraba el agua igual de bien que anteriormente haba respirado aire; al menos intentaba convencerse de que era as. Se senta sofocada, medio asfixiada. El pnico palpit en su interior. De repente tuvo miedo de estar atrapada all, en la oscuridad opresora y fluida, para siempre. Su impulso era nadar hacia la superficie, pero se oblig a desechar tal idea. Para empezar, ignoraba en qu direccin estaba arriba, por lo que muy bien poda sumergirse ms an si se mova en lugar de subir. No poda llamar a Chemosh. Le era imposible gritar ni chillar. El agua se tragaba su voz. Se oblig a controlar el pnico e intent mantenerse tranquila, relajada. He recorrido los lugares oscuros de Krynn se dijo. He caminado por los lugares oscuros de la mente de un dios. No estoy sola... Una mano roz la suya y Mina la aferr, agradecida, y se sujet a ella con fuerza. No estabas asustada, verdad? inquiri Chemosh, medio en serio, medio en broma. Puedes hablar, Mina. Recuerda: el agua es para ti como aire. Habla. Te oir. Iba a decir que si estaba asustada era slo porque el miedo es la maldicin de los mortales, mi seor. -Eso es cierto -convino Chemosh en tono severo-. El miedo procura buenos instintos a los mortales. Algo va mal, mi seor? Hay una agitacin, una energa que no haba cuando estuve aqu hace slo un ao. Quiz no tenga nada que ver con nuestra caza del tesoro, pero no me gusta. Esto me huele a deidad. Zeboim? Eso pens, y volv a la superficie. Chemosh sacudi la cabeza. No haba cmulos de nubes, no aullaba el viento. El mar est tan calmo que las aves han empezado a construir nidos en el agua. No, sea lo que sea que pase, est aqu abajo, no es culpa de Zeboim. Y no ser que hay otros dioses trabajando en el mar, mi seor? Habbakuk tiene dominio sobre las criaturas marinas. l no me preocupa, sin embargo. Es indolente y perezoso, como cabe esperar de un dios que se pasa la vida entre peces. Hizo una pausa y escuch. Mina tambin prest atencin; pero, a despecho de lo que Chemosh haba dicho, tena los odos tapados con el agua y no escuchaba nada excepto el sonido de su sangre palpitante y la voz del dios. No oigo nada dijo l finalmente, y pareca perplejo, pero la sensacin persiste. Tal vez slo son imaginaciones mas. Vamos, encontremos lo que hemos venido a buscar. Las ruinas no estn lejos. Camin por el agua como si lo hiciera por tierra firme. Mina intent imitarlo, pero andar no resultaba fcil. Acab por avanzar nadando a medias y caminando a medias, impulsndose con los brazos y con las piernas. La insondable oscuridad empez a tornarse menos profunda; Chemosh y ella ascendan hacia la superficie, hacia la luz del sol. El dios volvi a detenerse, severa la expresin. La mir, observ el fino atuendo de seda que llevaba. No deb permitir que bajaras aqu desarmada y sin coraza que te proteja. Te mandar de vuelta... -No me hagas volver, mi seor. Me protege mi fe en ti, y mi amor por ti es mi arma.

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Chemosh la acerc ms a l. El cabello de la joven flotaba en el agua y se meca en torno a la cabeza y los hombros con ondas sensuales. Los ojos ambarinos parecan luminiscentes, con un matiz anaranjado a causa del agua roja, de manera que tenan un brillo encendido. No es de extraar que te eligiera para ser mi Suma Sacerdotisa, Mina dijo el dios. No obstante, te dar algo ms consistente que la fe para que protejas tu cuerpo mortal, y una arma ms idnea para causar dao. Se zambull en la oscuridad y se sumergi hacia el fondo del ocano. Al cabo de unos instantes reapareci, cargado con un esqueleto humano. No es bonito, pero s funcional. No te dar asco llevar puesta la caja torcica de un hombre, verdad, Mina? La armadura que me dio Takhisis estaba hmeda con la sangre de un hombre que os burlarse de ella contest la joven. Quieres servirme de escudero, mi seor? Slo por esta vez acept l con una sonrisa, y empez a ajustar la esqueltica armadura al cuerpo de Mina. Te sirve? Si no, puedo encontrar otra cosa que sea de tu talla. Disponemos de un surtido ilimitado de esqueletos. Se ajusta perfectamente, mi seor. El peto lo formaban el esternn y las costillas de un hombre. Las clavculas le protegan los hombros, las espinillas hacan lo propio con las piernas, y los cubitos y hmeros, sus brazos. Chemosh los sold y los reforz con su poder. Cuando hubo acabado de equiparla, contempl el resultado y qued satisfecho. Y ahora, el yelmo dijo. Una calavera, no, mi seor protest Mina. No quiero tener el mismo aspecto que Krell. No, por favor! exclam Chemosh con brusquedad. No, Mina. Aqu tienes tu yelmo. Le tom la cabeza con ambas manos, la bes en la frente, en las mejillas, en la barbilla y, finalmente, en la boca. Ea, ahora ests protegida. Vacil, sin decidirse a soltarla, y la apret con ms fuerza. Mina, yo... empez en un susurro. Qu, mi seor? Nada-repuso bruscamente. Se apart de ella, lejos de su tacto, lejos de sus ojos. He hecho algo que te haya disgustado, mi seor? pregunt la joven, preocupada. No contest l, y repiti: No. La mir, mir su cuerpo clido, suave, flexible, ceido por la fantasmal armadura del esqueleto de un hombre, y fue el Seor de la Muerte el que sufri un escalofro. Arranc los huesos con brusquedad y los arroj de vuelta al fondo del mar. De verdad no me molestaba, mi seor protest ella. Pero a m s respondi el dios, que se dio media vuelta con violencia. Se desplazaron a travs de las profundidades iluminadas por la luz del sol y buscaron las ruinas de la torre. Fuera cual fuera el poder que Chemosh haba notado, aument en lugar de disminuir, o es lo que Mina juzg por la expresin cada vez ms sombra del dios. No le habl, no la mir. La joven intent mantenerse centrada, alerta a un posible peligro, pero le resultaba difcil. Se hallaba en un mundo diferente, un mundo de belleza extraa y extica, y se distraa constantemente. A su lado pasaban peces nadando o se movan veloces a su alrededor; algunos la observaban con curiosidad y otros no le hacan el menor caso. Capas de coral rosceo se alzaban desde el fondo, hogar de un verdadero bosque de plantas de aspecto raro y de criaturas que parecan plantas pero que no lo eran, como descubri cuando toc lo que crey que era una flor y el ser la golpe y el contacto le ocasion escozor. Los colores de

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todo, plantas y animales eran ms intensos, ms vividos y lustrosos que cualesquiera que hubiera visto en tierra firme. Olvid el peligro y se rindi al encanto del entorno. Bancos de peces plateados se daban media vuelta y cambiaban de direccin rpidamente como un solo individuo de mercurio. Pececillos minsculos le picaban las manos. Otros se metan por puertas y ventanas de corales y se escondan dentro. De repente Chemosh susurr una advertencia, la agarr y la arrastr hacia las sombras de verdes y ondulantes tallos. Qu pasa? dijo la joven. Mira! Mira all! contest l con incredulidad y rabia. Un edificio de paredes de suave y reluciente cristal se alzaba en el fondo del ocano. La cristalina estructura captaba los haces de sol que penetraban en el agua y los atrapaba, de manera que el edificio resplandeca con rielantes vidrios de luz plida. Una cpula de mrmol negro remataba el edificio. Sobre la cpula, un aro hecho de bruido oro rojizo entretejido con plata resplandeca con la luz del sol. El centro del aro era negro azabache, como si se hubiese abierto un agujero en el mar para dejar a la vista el vaco del universo. Qu es ese lugar, mi seor? inquiri Mina, sobrecogida. -La Torre de la Alta Hechicera de Istar profanada, calcinada, arrasada por un meteoro, reducida a escombros contest Chemosh, que aadi con una maldicin: De algn modo, de alguna manera, se ha reconstruido.

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Rhys y Beleo estaban en la celda de Zeboim, discutiendo pacientemente con la diosa, intentando hacerla entrar en razn, cuando de repente, en lo que media de un instante a otro, de una palabra a la siguiente, de un despotrique al sucesivo, Rhys se encontr de pie sobre baldosas desconchadas, en mitad de la fortaleza de un islote, con el eco persistente del rugido del mar bramando dentro de su cabeza. Harta de la discusin, Zeboim le haba puesto fin de forma fulminante. El monje no saba nada del Alczar de las Tormentas. Haba odo contar cosas sobre l, pero apenas les haba prestado atencin. No era de los que anhelan vivir aventuras. No se una a los monjes ms jvenes que disfrutaban escuchando historias de fantasmas al amor del fuego en las noches invernales. Las ms de las veces dejaba el agradable calorcillo de la lumbre para ir a caminar solo por las heladas colinas, regocijndose con la fra y resplandeciente belleza de las escarchadas estrellas. Los cadveres de esos jvenes monjes yacan bajo tierra. Sus fantasmas, era de esperar, estaran vagando libres entre esas mismas estrellas. Haba partido para resolver el misterio de sus muertes. Ya saba cmo, pero an quedaba descubrir el porqu. Su bsqueda lo haba conducido all. Si miraba hacia atrs al camino que haba seguido no lo vea a causa de todos los recodos, giros y vericuetos que haba tomado. Si hubiese obedecido a Majere y se hubiera quedado en el monasterio para buscar la perfeccin de cuerpo y mente, qu estara haciendo ahora? Saba bien la respuesta. El da llegaba a su fin. Casi la hora de conducir las ovejas colina abajo. Estara sentado tan a gusto en la alta hierba, con el cayado apoyado en los brazos y Atta tumbada a su lado, vigilando el rebao y observndolo a l, a la espera de la orden que la mandara como una flecha cuesta arriba, entre la hierba. La escena era buclica, pero l no se senta en paz. Su espritu se encontraba agitado por la duda y el tumulto de las emociones ntimas. Ya no se senta libre de caminar por la noche bajo las estrellas. En la oscuridad ira a visitar la fosa comn y, mientras contemplaba la hierba nueva que empezaba a cubrirla, tendra la sensacin de haberles fallado a sus hermanos, a su familia, a la humanidad. Rhys contempl lo que podra haber sido y la imagen desapareci lentamente. Si iba a morir en aquel horrible lugar como pareca ms que probable- su espritu continuara hacia la siguiente etapa de su viaje, satisfecho al saber que haba hecho lo que deba aunque todo hubiera salido mal. Un crepsculo llamativo tintaba el cielo de matices rojos, dorados y prpuras que daban un toque chilln a los muros grises del Alczar de las Tormentas. El primer pensamiento incongruente de Rhys fue que la fortaleza no llevaba un nombre apropiado. Ninguna tempestad bramaba sobre el alczar. El cielo estaba despejado salvo por el tenue jirn blanco de una nube solitaria que se alejaba con rapidez, temerosa de quedar apresada. Ni la ms ligera brisa soplaba ni en tierra ni en mar, que rompa en silencio contra los acantilados. Acariciadoras, unas suaves ondas laman la parte inferior de las rocas aserradas. Rhys examin los alrededores y observ largamente, con atencin, las formidables torres que se alzaban hacia el cielo chilln, la plaza de armas en que se encontraba, los diversos edificios anexos, esparcidos entre las rocas. Y ms all y alrededor, el mar; un mar que observaba con avidez todos y cada uno de sus movimientos. Los suyos, nicamente. Al kender no se lo vea por ningn sitio. Rhys suspir y sacudi la cabeza. Haba intentado explicarle a Zeboim que la presencia del kender era esencial en su plan. Crea que la haba convencido, al menos de eso, aunque no de lo dems. A lo mejor el kender haba salido dando tumbos de las regiones celestiales a otra parte de la isla. A lo mejor... Beleo? llam sin alzar la voz.

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Un chillido indignado le respondi. Provena de la bolsa de cuero que colgaba del cinturn de Rhys y tras un instante de estupefaccin y sobresalto, respir ms tranquilo. Zeboim haba actuado con su habitual impetuosidad, sin molestarse siquiera en decirle lo que haba hecho. Rhys! Qu ha pasado? Dnde estoy? Aqu dentro est oscuro como boca de lobo y apesta a queso de cabra! se quej Beleo, cuya voz sonaba apagada por la bolsa en la que lo haban acomodado. Guarda silencio, amigo mo orden el monje mientras pona la mano sobre la bolsa con un gesto tranquilizador. La bolsa se call obedientemente, aunque Rhys la notaba temblar contra su muslo. Dio una palmadita confortadora. Ests dentro de mi bolsa, y la bolsa y yo estamos en el Alczar de las Tormentas. La bolsa sufri una sacudida. Beleo, debes quedarte completamente quieto. Nuestras vidas dependen de ello. -Lo siento, Rhys dijo el kender con la voz quebrada. Es que me he sorprendido un poco, nada ms. Todo ha sido tan repentino! La ltima palabra la pronunci con un chillido. -Lo s. -El monje se esforz por mantener un tono tranquilo-. Tampoco yo esperaba hacer este viaje, pero ya que estamos aqu seguiremos adelante con mi plan como lo hablamos. Podrs hacerlo? -S, Rhys. Perd el control un momento. Descubrir que uno mide siete centmetros y que lo han metido en un saco que huele a queso de cabra y despus enterarse de que vas a visitar a un Caballero de la Muerte puede causar una fuerte impresin, sabes? -El tono de Beleo sonaba spero. Comprendo. Rhys se alegr de que el kender no viera su sonrisa. Pero ya lo he superado aadi Beleo tras una pausa que hizo para recobrar el resuello. Puedes contar conmigo. Estupendo. -Rhys ech otro vistazo a su alrededor. No tengo ni idea de dnde estamos o adonde se supone que debemos dirigirnos. Zeboim nos mand aqu antes de que tuviera oportunidad de preguntarle. Las torres de la inmensa fortaleza se elevaban desde los acantilados. Toda la construccin daba la impresin de estar excavada en la isla del mismo modo que un escultor esculpe su obra en un bloque de mrmol dejando la parte inferior toscamente tallada, mientras que el resto est cuidadosamente trabajado, pulido, labrado. Rhys tena la extraa sensacin de hallarse en lo ms alto de una dentada esquirla de la tierra, con el resto del mundo desplomndose todo en derredor. En la falda de la colina siempre se haba sentido uno con el universo benevolente. Aqu se senta solo, aislado y abandonado en un universo al que no le importaba un comino. Las baldosas de la plaza de armas irradiaban al aire el calor del sol vespertino. El sudor le corra a Rhys por el cuello y por el torso. Pens que el kender deba de estar asfixindose, por lo que abri un poco la bolsa para que le entrara ms aire. No hables reiter. Y qudate quieto. Dos enormes torres, que deban de ser los principales edificios de la fortaleza, se alzaban a un lado de la isla. Rhys tendra que cruzar la plaza de armas a lo largo para llegar a ellas. Alz la vista hacia la mirada de ventanas de las torres y cay en la cuenta de que el Caballero de la Muerte, Ausric Krell, poda estar observndolo. Evoc la conversacin que haba tenido lugar en la celda de la prisin unos instantes antes de que lo mandaran de viaje de forma tan inesperada. Majestad, Beleo y yo necesitamos tu ayuda para sobrevivir al encuentro con el Caballero de la Muerte. Me prometiste que me otorgaras tu sagrado poder...

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He cambiado de idea, monje. Lo he pensado mejor. Lo que me pides es demasiado peligroso para mi hijo. Si fracasas, Ariakan seguir estando en poder de Chemosh. Si sospechara que te he ayudado, tomara represalias contra mi pobre hijo. Seora, sin tu asistencia no podemos emprender... Bah! Tu plan es todo lo bueno que puede ser, dadas las circunstancias. Tal vez tengas xito. Si es as, no tienes por qu preocuparte de nada. Si no, morir no te importar. Gracias a tu sacrificio te habrs asegurado una vida eterna tranquila. Majere no podra negarte eso, mientras que mi pobre hijo... Majestad... Haba sido en ese momento cuando Zeboim puso punto final a la discusin. Ahora el monje se hallaba en el Alczar de las Tormentas obligado a enfrentarse a un Caballero de la Muerte slo con un cayado por arma, un kender en miniatura como compaero, y sin el auxilio de un dios. Prendida la mirada en las plomizas olas y en el vaco y progresivamente oscuro firmamento, Rhys asi con fuerza el bastn, que haba sido el ltimo y afligido regalo de Majere, y elev una plegaria. No saba a quin le rezaba, si es que lo haca a alguien o a algo, tal vez al mar, tal vez al cielo infinito. No pidi hechizos, ni magia sagrada ni poderes divinos. Sera intil pedirlos. Nadie respondera. Dame fuerza rez y, sin ms, ech a andar hacia la fortaleza para encontrarse con el Caballero de la Muerte. Slo haba dado unos pocos pasos cuando una sombra cay sobre l desde atrs. Era una sombra fra como la desesperanza, oscura como el miedo. Tras l oy el crujido del cuero y el golpeteo metlico de la armadura, as como el sonido de una respiracin que no era la de un ser vivo, sino el sonido siseante, rasposo, de un muerto viviente que intentaba evocar qu era respirar. El hedor a putrefaccin, a muerte, le inund las fosas nasales y la boca. Entre la peste y el terror se sinti tan mareado que por un instante crey que se iba a desmayar. Apret ms an el cayado. Su yo espiritual fue hacia la lucha. El miedo era el arma ms potente del caballero muerto y Rhys tena que derrotar el miedo o caera all mismo. Su espritu batall contra el miedo, buscando superar la debilidad inherente a la carne. Fue una lucha corta, brusca. Rhys se haba entrenado para ese momento durante todos los das pasados en el monasterio. No poda invocar a Majere para que lo ayudara, pero s recurrir a las lecciones de Majere. El espritu se alz con la victoria. La sensacin de mareo pas. El cosquilleo abrasador en los miembros desapareci, si bien las manos, cerradas sobre el cayado, se le haban quedado dormidas. Dueo de s mismo, mantuvo ese dominio y se volvi sin prisa para mirar cara a cara al miedo. A la vista del Caballero de la Muerte, la resolucin de Rhys estuvo a punto de irse abajo. Krell se encontraba cerca de l, imponente. Al mirar las rendijas del yelmo el monje vio la luz maligna de la muerte en vida; una luz tan abrasadora como la del sol pero que sin embargo no alumbraba la oscuridad del ser atrapado dentro de la armadura tinta de sangre. Rhys se arm de valor para mirar al ser que haba ms all de la ardiente luz. No era amedrentador, sino vil y encogido. Los pequeos ojos rojos de Krell lo observaban. Antes de matarte, monje de Mantis, te doy la oportunidad de contarme qu haces en mi isla. Tu explicacin puede resultar divertida. Te equivocas, seor. No soy monje de Majere. Vine a hablar en nombre de Zeboim, a negociar por el alma de su hijo. Pues vistes como un monje se mof Krell, desdeoso. Las apariencias engaan. T, seor, vistes como un caballero -replic Rhys. Krell lo fulmin con la mirada. Tena la impresin de que lo haba insultado, pero no estaba seguro.

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Da igual. Ser yo quien ra el ltimo, monje. Das enteros de risa, siempre y cuando no te me mueras demasiado pronto, como tantos de esos bastardos. Krell se meci sobre los talones atrs y adelante, con las manos metidas en el cinturn. As que Zeboim quiere negociar, eh? De acuerdo. stas son mis condiciones, monje: me entretendrs como hacen todos mis invitados jugando al khas conmigo. Si, por casualidad, me ganas, te recompensar degollndote. -Por si acaso no lo haba entendido, agreg-: Una muerte rpida, sabes? Rhys asinti con la cabeza y mantuvo agarrado con fuerza el cayado. De momento, todo iba bien, tal como lo haba planeado. Si no me ganas, y te advierto que soy un jugador experto, te dar otra oportunidad. Despus de todo no soy un tipo tan malo. Te dar una oportunidad tras otra de vencerme. Jugaremos una partida tras otra tras otra. Krell hizo un gesto con la mano. E1 tablero est en la biblioteca, una larga caminata, pero al menos t puedes disfrutar de este inusitado buen tiempo que estamos teniendo. Es posible que quieras echar un ltimo vistazo al ocaso. Krell ri entre dientes, un sonido espantoso, y su regocijo reson en la armadura vaca. Sali con pasos ruidosos mientras se frotaba alegremente las manos, disfrutando la partida de antemano. A mitad de camino de la plaza de armas se detuvo y se volvi para mirar a Rhys. He mencionado que por cada pieza de khas que pierdas, monje, te romper un hueso? Ri abiertamente. Empezar por los pequeos, los de los dedos de las manos y de los pies. Despus te romper las costillas, de una en una. Luego, quiz, una cervical, una mueca o un codo. Despus seguir con las piernas: una espinilla, una tibia, la pelvis... La espina dorsal la dejo para el final. Para entonces me estars suplicando que te mate. Ya te dije que este juego me pareca muy divertido! Voy a colocar el tablero. Y no me hagas esperar. Estoy deseando saber qu me ofrece Zeboim a cambio de su hijo. El Caballero de la Muerte se alej y Rhys se qued inmvil, siguindolo con la mirada. Oh, Rhys! gimi Beleo, horrorizado. Baja la voz. Qu tal juegas al khas? -inquiri en un susurro. No muy bien contest el kender con voz temblorosa. Nos veremos obligados a sacrificar piezas, Rhys. Es el nico modo de jugar este juego. Lo siento. Tratar de encontrar en seguida a Ariakan. Hazlo lo mejor que puedas, amigo mo dijo el monje que, aferrando el cayado con fuerza, ech a andar hacia la torre.

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Krell se levant de su asiento cuando Rhys entr en la biblioteca. Con una reverencia que era una parodia de corts bienvenida, el Caballero de la Muerte acompa a Rhys hacia las dos sillas situadas cerca de una mesita en la que haba colocado el tablero de khas. La estancia estaba helada y su ambiente era opresivo, adems de que ola a carne putrefacta. Krell apart a patadas, impaciente, unos huesos que cubran el suelo. Perdona el desorden. Anteriores jugadores de khas le coment a Rhys. Huesos de piernas, de brazos, de cuellos, dedos de manos y pies, crneos... Todos quebrados y machacados, algunos por varios sitios. Como por casualidad, Krell pis unos cuantos, que se desmenuzaron. Acomod la pesada armadura que albergaba su espritu en una de las sillas e indic a Rhys que se sentara con un nuevo gesto de la mano. El tablero redondo de khas se encontraba entre los dos jugadores; los cuerpos resecos que eran las piezas de khas se situaban en las casillas hexagonales negras, blancas y rojas, dos ejrcitos opuestos y enfrentados uno al otro a los extremos del campo de batalla que configuraban las casillas. Rhys se sent. Pareca haber perdido el coraje. Su calma habitual haba desaparecido y los temblores lo sacudan de tal manera que el cayado se le escap de las manos sudorosas y cay al suelo. Trat de quitarse la bolsa de cuero del cinturn y tambin la dej caer. Se agach para recogerla. Djala gru Krell. Empecemos la partida. Rhys se enjug el sudor de la frente con la manga de la tnica. Mientras se hunda en la silla, tembloroso, la rodilla sufri una sacudida, golpe el tablero de khas y lo volc. El tablero cay de la mesita y las piezas se desparramaron por el suelo en todas direcciones. -Zoquete patoso! gru Krell. El Caballero de la Muerte se agach para recoger las piezas de khas, o, mejor dicho, una de ellas, que tom del suelo con premura. Rhys no puedo verla bien, ya que Krell cerr la mano enguantada sobre ella. Recoge las dems, monje rezong. Y si cualquiera de esas piezas se ha estropeado, te romper dos huesos por cada pieza que pierdas. Date prisa. Rhys se puso a gatas y empez a recoger las piezas, algunas de las cuales haban rodado a los extremos de la estancia. Hay veintisiete huesos en la mano humana coment Krell mientras colocaba las piezas que Rhys iba poniendo encima-. Empiezo por el ndice de la mano derecha y voy avanzando. Se te ha pasado por alto un pen, un kender. Est junto al hueco de la lumbre. Rhys recogi la pieza, un pen kender, y la puso sobre el tablero. Qu haces, monje? demand Krell. La mano de Rhys se qued paralizada. Senta temblar a Beleo debajo de sus dedos. Los peones no van ah sigui Krell, disgustado. En esa casilla se pone el roque. El pen va ah. Lo siento dijo Rhys, que cambi a Beleo a la casilla sealada. Casi no s jugar al khas. Krell sacudi la cabeza. -Y yo que confiaba en que duraras lo suficiente para que me entretuvieras una semana, como poco. Aun as aadi alegremente el Caballero de la Muerte, hay veintisis huesos en el pie humano. Durars por lo menos un da o dos. Te toca mover primero. Rhys volvi a sentarse. Puso el pie sobre el pen kender que haba cambiado por Beleo y lo arrastr debajo de su silla. Luego agarr a Beleo, que estaba muy tieso y muy derecho como el resto de los peones, y lo adelant una casilla. Entonces dud. No recordaba si deba avanzar una casilla o dos en el movimiento de apertura. Al parecer Beleo percibi su dilema, ya que dio un ligero

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tirn y Rhys lo movi otra casilla, tras lo cual se hundi en su silla. Los temblores y los estremecimientos haban sido fingidos, pero el sudor de la frente era real. Volvi a enjugarlo con la manga de la tnica. Krell adelant dos casillas a un pen goblin al otro lado del tablero. Te toca mover, monje. Rhys mir el tablero e intent recordar las clases de khas que Beleo le haba impartido la noche anterior. Tenan en mente un plan de juego en el que el objetivo era que Beleo se acercara a los caballeros oscuros lo suficiente para que pudiera descubrir cul de ellos era Ariakan. Beleo expuso todas las posibles contingencias: qu mover si Krell mova esto; qu otra cosa mover si mova esto otro. Por desgracia, Rhys haba resultado ser un mal discpulo. Tienes que pensar como un guerrero, no como un pastor! le haba dicho el kender en cierto momento, exasperado. Pero es que soy un pastor haba contestado el monje, sonriendo. -Vale, pues deja de pensar como tal. No puedes proteger todas tus piezas, tienes que sacrificar algunas para ganar. No tengo que ganar haba argumentado Rhys. Slo tengo que aguantar lo suficiente en la partida para que lleves a cabo tu misin. Con lo que ninguno de los dos haba contado era con lo de los huesos rotos. Rhys puso la mano sobre un pen y ech una ojeada a Beleo. El kender, tieso en su casilla, sacudi levemente la cabeza y Rhys apart la mano de la pieza. -Ja, monje! -retumb Krell mientras se echaba hacia adelante en medio del repiqueteo de la armadura-. Has tocado la pieza, tienes que moverla. Beleo encorv los hombros. Rhys movi la pieza, y apenas haba tenido tiempo de apartar la mano cuando Krell agarr una de sus piezas, la desliz sobre el tablero y derrib el pen de Rhys. Con gesto triunfal, el caballero apart el pen a su lado de la mesa. Me toca otra vez dijo. Se levant de la silla con los ojillos rojos chispeantes; estaba disfrutando de antemano. Asi la mano de Rhys. El monje solt una exclamacin ahogada y se estremeci al contacto del Caballero de la Muerte, que abras su carne con el odio candente que los muertos condenados sentan hacia los vivos. A los monjes de Majere se los entrenaba para aguantar el dolor sin quejarse mediante el uso de muchas disciplinas, entre ellas una llamada Fuego Helado. Por medio de la prctica y la meditacin constantes, el monje era capaz de dejar de sentir por completo dolores poco importantes, as como reducir los debilitantes a un nivel en el que poda seguir desempeando su labor. Al fuego se lo cubra de hielo; el monje visualizaba la nivea escarcha que cuajaba sobre el dolor, de modo que ste remita con el fro glido que entumeca la zona afectada del cuerpo. Rhys haba contado con valerse de esta disciplina para ser capaz de superar el dolor de los huesos rotos, al menos durante un rato. Pero la meditacin y la disciplina no podan competir con el tacto del Caballero de la Muerte. En una ocasin Rhys haba tropezado con una linterna y se haba derramado el aceite inflamable en las piernas desnudas. La piel se ampoll sobre la carne abrasada, y el dolor haba sido tan intenso que casi perdi el conocimiento. El roce de Krell era como aceite ardiendo que corriera por sus venas. No puedo evitarlo y grit de dolor mientras los espasmos le sacudan el cuerpo. Aferrando el dedo ndice de Rhys con su mano derecha, Krell se lo retorci con un experto giro. El dedo se parti por el nudillo y Rhys solt un gemido. Lo asalt un repentino calor que le produjo mareo y nuseas. Krell lo solt y regres a su silla.

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Rhys se recost en la silla mientras luchaba para no desmayarse y realizaba las profundas inhalaciones que usaba para aclararse la mente y entrar en estado de Fuego Helado. No era tarea fcil. El dedo roto estaba descolorido y empezaba a hincharse. La carne que Krell haba tocado tena una palidez cadavrica. Rhys se senta dbil e inestable. Las piezas del khas ondeaban ante sus ojos y la habitacin se mova. Si flaqueas ahora todo est perdido se dijo, al borde de la inconsciencia. Esta actitud es imperdonable. El maestro se sentira profundamente desilusionado. Es que todos estos aos fueron una mentira? El monje cerr los ojos y se encontr de nuevo en las colinas, sentado en la hierba mientras las nubes algodonosas se desplazaban por el cielo como un reflejo de las ovejas que pastaban en la ladera. Poco a poco empez a recuperar el dominio de s mismo, mientras el espritu se impona al cuerpo herido. Sosteniendo con cuidado el dedo roto, enfoc de nuevo su atencin en el tablero de khas. Las lecciones de Beleo volvieron a l, y Rhys levant la mano la mano herida e hizo su movimiento. Estoy impresionado, monje dijo Krell, que lo miraba con reacia admiracin. La mayora de los humanos se me desmayan y tengo que esperar a que vuelvan en s. Rhys apenas oy lo que deca. El siguiente movimiento hara avanzar a Beleo, pero ello significaba tener que sacrificar otra pieza. Krell movi pieza e hizo un gesto con la cabeza al monje. Rhys fingi estudiar la partida, aunque lo que haca era serenar el espritu y prepararse para lo que se avecinaba. Puso la mano sobre la pieza de khas y mir de reojo a Beleo. El kender haba palidecido profundamente, de modo que apenas se diferenciaba del resto de los cadveres consumidos de kenders. Beleo saba tan bien como Rhys lo que vena a continuacin, pero haba que hacerlo. Asinti levemente. Rhys tom la pieza, la desplaz y la solt, y slo tras una breve vacilacin apart la mano de ella. Oy la risita de placer de Krell, oy que derribaba una de sus piezas, oy que se levantaba pesadamente. La glida sombra del Caballero de la Muerte se cerni sobre l.

Por un instante Beleo crey que se iba a desmayar. Haba odo perfectamente el chasquido del hueso al romperse y el gemido de dolor de Rhys, lo que le ocasion una desagradable sensacin de calor. Slo el hecho de imaginarse a s mismo, una pieza de khas, caer redondo en la casilla negra (movimiento que no apareca en ningn manual de khas) mantuvo a Beleo de pie. Tembloroso pero firmemente decidido, sigui adelante con su misin. Beleo era un kender fuera de lo normal en el sentido de que no le gustaba la aventura, cosa que sus padres haban considerado un rasgo deplorable, por lo que haban intentado hacerlo entrar en razn, pero sin xito. Su padre era de la opinin de que esa falta de verdadero espritu kender probablemente se deba a que Beleo pasaba todo el tiempo haciendo buenas migas con gente muerta. Algunos de esos muertos contemplaban la vida desde un prisma realmente negativo. Hasta el momento, esta aventura no haba hecho ms que confirmar la mala opinin de Beleo. Desde el principio no le haba entusiasmado el plan de Rhys de reducirlo al tamao de una pieza de khas. Y menos en un mundo lleno de gente alta. Beleo consideraba que ya era suficientemente pequeo. Tampoco le haba gustado la idea de depender de Zeboim para que lo encogiera, en primer lugar, y para que lo devolviera a su tamao, en segundo lugar. Rhys le haba asegurado que le hara jurar a Zeboim por lo que quiera que los dioses juraran que lo hara como era debido. Por desgracia, la diosa haba lanzado el hechizo al kender antes de que tuvieran oportunidad de concluir esa importante clusula de las negociaciones. Beleo se

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encontraba en la celda de la diosa, de pie junto a Rhys, y de lo siguiente que tuvo conciencia fue de que estaba metido en una maloliente bolsa de cuero, sudoroso y acordndose con pesar de que se haba saltado el desayuno. Haba querido salir de la bolsa hasta que apareci el Caballero de la Muerte, y entonces slo dese introducirse entre las costuras del saco. Supona que era tan valiente como cualquier kender vivo, pero, segn la leyenda, hasta su famoso to Tas se haba asustado de un Caballero de la Muerte. Despus de eso no haba tenido tiempo para asustarse. Cuando Rhys tir el tablero, Beleo slo dispuso de unos segundos para salir de la bolsa y escabullirse antes de que el Caballero de la Muerte lo viera. Entonces lleg el asunto de tratar de mantenerse rgido e inmvil mientras Rhys lo recoga con toda la suavidad posible y lo pona sobre el tablero de khas. Con la preocupacin y los nervios por todo eso, no haba tenido tiempo de sentirse intimidado por el caballero. Sin embargo, cuando la oleada de actividad hubo pasado, Beleo tuvo una buena perspectiva de Krell ya que no le quedaba ms remedio que estar de frente al Caballero de la Muerte, que era tan repulsivo como el kender haba imaginado. Beleo se pregunt si alguien se dara cuenta si cerraba los ojos. Una ojeada disimulada le descubri que todos los otros kenders del tablero los tenan abiertos de par en par. Pues claro, son cadveres! Bastardos afortunados..., mascull para sus adentros. Krell no pareca ser muy observador, pero caba la posibilidad de que se diera cuenta, as que no le qued ms remedio que mirar directamente al Caballero de la Muerte. Probablemente Beleo habra sido incapaz de soportar la horrenda visin de no ser porque capt un atisbo del espritu de Krell. El caballero era grande, feo y aterrador. Su espritu, en cambio, era pequeo, feo y ansioso. En el apartado de espritus, Beleo habra podido encargarse de Krell, derribarlo y sentarse en su cabeza. Saber eso hizo que el kender se sintiera muchsimo mejor, y empezaba a pensar que tal vez saliera con vida de esa aventura algo que realmente no tena esperanza de conseguir cuando Krell le rompi el dedo a Rhys, y Beleo haba estado a punto de desplomarse. Cuanto antes cumplas con tu parte del trabajo, antes podris salir de aqu Rhys y t, se exhort con el propsito de aguantar sin desmayarse. Trag saliva, parpade para no llorar y procedi a hacer aquello para lo que lo haban mandado all: descubrir cul de las piezas de khas contena el espritu de lord Ariakan. Cuando supo que todas las piezas eran cadveres reducidos, le preocup que los espritus lo abrumaran. Por suerte, las almas de los muertos haban partido haca mucho dejando tras de s los cuerpos atormentados. Beleo percibi la presencia de un nico espritu, pero estaba tan furioso como veinte juntos. Normalmente Beleo se habra valido de unas emociones tan intensas como las que senta irradiar del espritu a fin de determinar qu pieza era cul. Por desgracia, la furia que se descargaba sobre el tablero era tan arrolladura que haca imposible distinguir de cul provena. La ira y el deseo de venganza lo impregnaban todo y podran haber estado saliendo de cualquiera de las piezas. Zeboim haba insistido en que su hijo se hallaba atrapado en uno de los dos caballeros negros, ambos a lomos de un Dragn Azul... porque eso era lo que Krell le haba dicho. A Beleo le pareca muy probable que fuera as, aunque no poda descartar la posibilidad de que Krell hubiese mentido. Ote por encima de las cabezas de los goblins que tena enfrente y atisbo por detrs del cadver de un hechicero de la oscuridad para echar un buen vistazo a los dos caballeros y comprobar si notaba algo en ellos que lo ayudara a decidir. Casi esperaba que uno temblara de indignacin o que soltara un furioso resoplido o que pinchara a otra pieza con su lanza...

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Nada. Las piezas de los caballeros estaban tan rgidas e inmviles como... En fin, como cadveres. Slo haba una forma de descubrirlo. Se pondra en contacto con el espritu y le pedira que se mostrara. Por lo general Beleo hablaba con los espritus en un tono de voz normal; les gustaba eso, haca que se sintieran como en casa. Hablar en voz alta quedaba descartado all. Aunque Krell no pareca muy listo, hasta l sospechara de una pieza de khas parlanchina. Si no quedaba ms remedio, Beleo era capaz de hablar con los espritus en su propio plano y en una voz semejante a la de ellos, algo que en ocasiones tena que hacer con los espritus demasiado tmidos. Por desgracia, al ser un muerto viviente, Krell exista en los dos planos mortal y espiritual y tal vez oyera al kender. Beleo decidi que haba que correr ese riesgo. No poda dejar que Rhys aguantara ms torturas. Beleo mir intensamente a Krell y su espritu. El Caballero de la Muerte pareca estar totalmente inmerso en el juego y en la tortura a Rhys. Y tambin pareca muy bien adaptado al plano mortal, tanto l como su feo, mezquino y pequeo espritu. Disculpad dijo el kender en un susurro corts mientras intentaba no perder de vista a ninguna de las dos piezas de los caballeros ni a Krell-. Busco a lord Ariakan. Podras darte a conocer, por favor? Aguard con expectacin, pero nadie respondi a su llamada. Sin embargo la oleada de ira no remiti. Ariakan se encontraba all, de eso no le caba duda al kender. Sencillamente no le haca caso. Por el rabillo del ojo Beleo vio la mano herida de Rhys suspendida sobre el tablero. Mir hacia arriba con temor para ver qu pensaba hacer el monje. Haban barajado varias estrategias con la meta de que l avanzara por el tablero hacia las piezas de los caballeros. Se puso en tensin al ver que los dedos bajaban, y despus solt un suspiro de alivio cuando realizaron el movimiento correcto. Beleo volvi a suspirar, y en esta ocasin fue un suspiro ms profundo y apenado porque Rhys sacrificara una pieza con dicho movimiento. Krell le rompera otro hueso. Beleo decidi mostrarse firme. Lord Ariakan... empez en voz ms alta y el tono de quien no admite tonteras. Cierra el pico espet una voz fra y sepulcral. Ah, ests ah! Beleo dirigi la vista hacia la pieza del caballero negro que se encontraba a su lado del tablero-. Me alegro de encontrarte. Hemos venido a rescatarte, mi amigo y yo. -No poda volverse, pero gir los ojos e hizo un gesto breve y brusco con la cabeza en direccin a Rhys. La ira se atenu una pizca. Beleo contaba ahora con toda la atencin del espritu. Un kender y un monje de Majere han venido a rescatarme de Chemosh? -Ariakan solt una risa amarga-. Oh, vamos! Soy kender, lo admito, pero Rhys ya no es monje de Majere. Bueno, s lo es, pero no lo es, ya me entiendes. Vale, probablemente no me entiendas, porque ni siquiera yo me entiendo muy bien. Y no fue idea nuestra venir. Nos mand tu madre. Mi madre! resopl Ariakan. Acabramos! Ahora tiene sentido. Creo que intenta ayudarte sugiri Beleo. Ariakan volvi a resoplar. A su espalda, Beleo oy el chasquido de otro hueso, el gemido de Rhys y luego, silencio, un silencio tan profundo que el kender temi durante un instante que su amigo hubiera perdido el sentido. Entonces oy una respiracin spera y vio la mano de Rhys moverse sobre el tablero. Un hueso quebrado asomaba entre la carne. La sangre gote en el tablero de khas. El kender trag saliva con esfuerzo, encogido el corazn por el sufrimiento de su amigo.

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Ahora que sabes que hemos venido a salvarte, milord, nuestro plan es... empez Beleo, que procuraba acelerar las cosas todo lo posible. Perdis el tiempo. No pienso irme replic ferozmente Ariakan. No lo har mientras no le haya arrancado el hgado a ese traidor con mis propias manos y se lo haga comer a trocitos. No tiene hgado manifest el kender, enfadado. Ya no. Y quiero decir que es este tipo de actitud negativa lo que te ha mantenido apresado todos estos aos. Bien. ste es el plan. Rhys te comer explic con aire seguro aunque albergaba sus dudas sobre el resultado y te desplazar hacia su lado del tablero. Yo distraer a Krell y, mientras, Rhys te meter en un bolsillo. Escaparemos y te llevaremos sano y salvo con tu divina madre. Lo nico que tienes que hacer es... No quiero que me rescate nadie arguy Ariakan. Si lo intentis organizar un jaleo de mil demonios. Ni siquiera a Krell se le pasar por alto. Me temo que estis perdiendo el tiempo. Y la vida. Sale a su madre, no cabe duda rezong Beleo. Pobre Rhys aadi mientras se encoga al or la inhalacin vacilante de su amigo. No aguantar mucho ms. Oh, no! Ah va, a punto de mover la pieza equivocada! Beleo sacudi violentamente la cabeza y, por suerte, Rhys pill la advertencia. La mano -ahora utilizaba la izquierda- se desvi de la reina a un roque. Beleo solt un suspiro profundo y ech una ojeada a Krell. Eso debera darle en qu pensar coment el kender con satisfaccin. El Caballero de la Muerte pareca impresionado por el movimiento. Se inclin sobre el tablero y fue a mover una pieza, pero lo pens mejor. Tamborileando los dedos sobre el brazo tallado del silln, se ech hacia atrs y estudi atentamente el tablero. Beleo dirigi un rpido vistazo a Rhys. El monje estaba muy plido y tena la cara brillante de sudor. Se sostena la mano derecha con la izquierda, y su propia sangre le haba salpicado la tnica. No haca ningn ruido, no gema, pero el dolor deba de ser insoportable. Cada dos por tres le oa hacer una corta e intensa inhalacin. Los kenders eran, por naturaleza, personas despreocupadas, con la filosofa de que lo pasado, pasado est, vive y deja vivir, pon la otra mejilla, nunca juzgues un libro por la cubierta, o a lo hecho pecho. Pero a veces se enfadaban y cualquier habitante de Krynn podra deciros que en el mundo no hay nada tan peligroso como un kender que ha perdido los estribos. Qu te parece? se dijo Beleo para sus adentros-. Nosotros arriesgamos la vida para rescatar a este caballero y resulta que el pedazo de burro con armadura no quiere que lo rescaten. Bueno, eso ya lo veremos! No haca falta el habitual tomar prestado kender, ni juegos de manos, ni maniobras a hurtadillas, slo un burdo agarra y corre. Y no haba forma de advertir a Rhys del cambio de planes. Slo le quedaba esperar que su compaero captara la indirecta, la cual, despus de todo, iba a ser ms clara que el agua. Krell alarg la mano para hacer un movimiento. Como haba previsto el kender, el Caballero de la Muerte se dispona a coger la pieza del caballero negro, iba a mover a Ariakan. Beleo agach la cabeza como haba visto hacer a un toro en una feria de ganado, y carg.

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Una parte de Rhys era consciente del tablero de khas, de las piezas colocadas en l y de la marcha de la partida. Otra parte no lo era, y sa se encontraba en la falda de la colina, con los pies descalzos y frescos apoyados en la verde hierba, reluciente de roco, y el clido sol cayendo sobre sus hombros. Sin embargo, le estaba resultando ms y ms difcil permanecer en la ladera. Agudos destellos de dolor interrumpan su estado de meditacin. Cada vez que Krell pona la mano glida e incorprea en l, el espantoso roce mermaba su fuerza y su voluntad. De acuerdo con el plan, an quedaban por hacer varios movimientos ms. Tendra que perder ms piezas. En el exterior la noche haba cado y, a travs de la ventana, Rhys vea el parpadeo de relmpagos en el horizonte; Zeboim aguardaba noticias con impaciencia. Dentro no arda ningn fuego ni alumbraba ninguna vela. El tablero lo iluminaba el rojo fulgor que irradiaban los ojos de Krell. Rhys intent enfocar la mente en l, pero le result imposible encontrarle sentido a un juego que no lo haba tenido en ningn momento. Mientras trataba de recordar qu pieza se supona que deba mover, se sobresalt al ver que las casillas negras se elevaban y flotaban a sus buenos cuatro dedos por encima del tablero. El monje parpade y aspir profundamente; las casillas negras volvieron a su posicin normal. Krell tamborileaba los dedos en el brazo del silln. Se inclin hacia adelante y alarg la mano hacia una de las piezas de los caballeros negros. Cuando Beleo ech a correr, Rhys pens que los ojos volvan a jugarle una mala pasada y mir fijamente la pieza de khas deseando que volviera a ser normal. Krell solt un gruido de sorpresa y Rhys comprendi que no estaba imaginndose cosas raras. Beleo se haba hecho cargo de la partida y el pen haca su propio movimiento. Sorteando piezas de khas, el kender sali disparado por el tablero y se lanz directamente hacia la pieza del caballero negro. Rode con los brazos las patas del Dragn Azul y sigui adelante. Pen y caballero rodaron fuera del tablero. Eh, un momento. Eso va en contra de las reglas -argument Krell con severidad. Rhys no vea las piezas de khas, pero s las oy caer al suelo, una con un tintineo y la otra con un chillido. Krell solt un sordo retumbo de ira. Los ojos rojos se volvieron hacia el monje. Asiendo el cayado con las dos manos, Rhys se levant de la silla y arremeti con todas sus fuerzas en el centro del yelmo del Caballero de la Muerte. Acert a dar a Krell entre los dos ojos llameantes. Rhys esperaba que el golpe en el pesado yelmo de acero distraera al caballero y lo retrasara lo suficiente para que l pudiera encontrar a Beleo y a lord Ariakan. En ningn momento pens que le hara dao a Krell. Pero el cayado era un objeto sagrado, bendecido por Majere, el ltimo regalo del dios a su oveja descarriada. Actuando por voluntad propia, el cayado se escap de las manos de Rhys y, mientras ste lo contemplaba, estupefacto, cambi ele forma para adoptar la de una mantis, el insecto sagrado de Majere. La mantis meda tres metros de altura, con los ojos bulbosos, el caparazn verde y seis enormes patas del mismo color. La inmensa mantis religiosa aferr la cabeza del Caballero de la Muerte con las espinosas patas delanteras, cerr las mandbulas sobre el aullante espritu de Krell y empez a devorarlo en cuanto las mandbulas atravesaron la armadura para llegar hasta el alma condenada que se guareca debajo.

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Atrapado en la presa del gigantesco insecto, Krell, cuyo cobarde corazn se encoga de miedo, chill con espanto. Rhys musit una rpida oracin de gracias al dios y se arrodill para recoger la pieza de khas y al kender. No le cost encontrarlos, ya que Beleo daba brincos, agitaba los brazos y gritaba a voz en cuello. Rhys lo levant. No quiere que nadie lo rescate! chill el kender. El monje guard a Beleo en la bolsa de cuero y despus recogi la pieza de khas del caballero negro. El peltre abrasaba, como si acabaran de fundirlo en la forja. Rhys ech una ojeada a Krell, que forcejeaba con el dios, y supuso que el alma sedienta de venganza de Ariakan seguira atada a este mundo durante mucho tiempo todava. El alma de su hijo era asunto de Zeboim, de modo que Rhys guard la pieza de khas en la bolsa y se encogi al or el chillido del kender cuando el caliente metal entr en contacto con l. Rhys no dispona de tiempo para ayudarlo. Krell empezaba a recuperarse de la primera impresin que lo haba paralizado de miedo ante el ataque de la mantis y ahora responda a las acometidas dando puetazos al cuerpo verde del insecto y pateando brutalmente en un intento de quitrselo de encima. Rhys deba llevar a buen trmino el intento de huida mientras Krell y la mantis combatan. El monje confiaba en que la mantis destruyera a Krell, pero no se quedara para ver el resultado final. Se dio media vuelta para echar a correr, pero slo haba dado unos pasos cuando comprendi que no llegara lejos, que estaba demasiado debilitado. Jadeante, mareado y con ganas de vomitar, sali a la noche dando traspis en el pavimento irregular y tambalendose hasta que tropez con una baldosa rota. La debilidad le impidi recobrar el equilibrio y cay de bruces al suelo. Intent seguir adelante, pero lo nico que consigui fue jadear. Estaba mareado, exhausto, acabado. Le faltaban fuerzas para seguir corriendo y a su espalda se oan sonoras pisadas y los bramidos furiosos de Krell. Rhys alz la vista al cielo. Zeboim! grit con voz entrecortada, rota. Tu hijo est a salvo, en mi poder. Ahora todo depende de ti. El mar se agit. Nubes grises se acumularon en el horizonte a la espera de la orden de ataque. Rhys esper tambin, seguro de que, en cualquier momento, la diosa los sacara de la isla. Un rayo zigzague desde el cielo y se descarg en lo alto de la torre; el impacto arranc un gran trozo de roca. El trueno retumb, a lo lejos. Rhys segua estando en el patio, con el kender y la pieza de khas en la bolsa. Las pesadas botas del Caballero de la Muerte sonaron ms cerca.

El horripilante ataque de la mantis haba empavorecido a Krell. Ningn mortal poda infligir dao a un Caballero de la Muerte, pero un dios s, y Krell experiment dolor y terror cuando las mandbulas del insecto empezaron a masticarle el alma, cuando los espantosos ojos bulbosos reflejaron la nada de su existencia maldita. Krell siempre haba odiado a los bichos. Impulsado por el pnico, se las ingeni para descargar unos cuantos puetazos contra la mantis que bastaron para librarse de su presa. Desenvain la espada y la hundi en el cuerpo del insecto. Man sangre verdosa. Las mandbulas de la mantis chasquearon de un modo horrible y las espinosas garras salieron disparadas hacia l. Krell arremeti frenticamente y golpe a la mantis una y otra vez, con embates ciegos, a tontas y a locas, sin saber dnde daba, empujado por el nico deseo de matar al espantoso bicho, matarlo, matarlo. Tard varios segundos en darse cuenta de que estaba hendiendo el aire con la espada. Se par y mir a su alrededor, atemorizado.

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La mantis haba desaparecido. El cayado del monje segua all, tirado en el suelo. Krell levant el pie, dispuesto a pisotear el bastn y hacerlo astillas. Mantuvo el pie en vilo. Y si lo tocaba y el bicho volva? Despacio, Krell baj el pie al suelo y se apart. Lo sorte dando un rodeo, tan lejos de l como le era posible. Despus ech una ojeada debajo de la mesa. La pieza del caballero no estaba all, y tampoco el kender. Mir el tablero. El otro caballero segua en su casilla. Lo agarr bruscamente y lo estudi, esperanzado, pero despus lo arroj lejos a la par que soltaba un spero juramento. Obstaculizado por la gigantesca mantis, Krell no haba visto a Rhys escapar con la pieza de khas, pero no le cost mucho deducir lo que haba pasado. Sali en persecucin del monje, espoleado por la atroz idea de lo que Chemosh le hara si perda a Ariakan. Sali disparado al patio. Divis a Rhys a cierta distancia, huyendo como alma que lleva el diablo. Tambin divis los nubarrones grises y amenazadores que se acumulaban en el cielo. Un ray cay en una de las torres. Krell tena la impresin de que el siguiente se descargara sobre l. No me pongas la mano encima, Zeboim! bram con desesperado disimulo. Ese monje tuyo cogi la pieza equivocada. Tu hijo sigue en mi poder. Si haces algo para ayudar a escapar a ese ladrn, Chemosh har que fundan a tu precioso chico de peltre y que batan su alma hasta que caiga en el olvido! Los relmpagos saltaron de nube en nube; el trueno emiti un gruido ominoso. El viento se levant y el cielo se torn ms y ms oscuro. Cayeron unas cuantas gotas de lluvia, as como granizo. Y eso fue todo. Krell ri entre dientes y, frotndose las manos, fue en pos del monje.

Rhys oy el grito de Krell y se le cay el alma a los pies. -Zeboim! -llam en tono urgente-. Miente. Tengo a tu hijo! Scanos de aqu! Los relmpagos titilaron. El retumbo del trueno se apag. Los nubarrones agrupados en lo alto bullan con incertidumbre. El Caballero de la Muerte corra por el patio de armas; prietos los puos, llameantes los ojos rojos, avanzaba furioso. Majestad rog el monje, hemos arriesgado la vida por ti. Ha llegado el momento de que arriesgues algo por nosotros. Unas gotas de lluvia cayeron con desgana a su alrededor. El viento suspir y se calm. Las nubes empezaron a retirarse. De acuerdo, majestad -dijo Rhys, que se arranc de un tirn la bolsa del cinturn-. Perdname por lo que estoy a punto de hacer, pero no me queda otro remedio. Con la bolsa asida en una mano, el monje mir en derredor para orientarse y calcular distancias. Aqul sera su ltimo movimiento, empleara en l las pocas fuerzas que le quedaban. Sali corriendo a toda velocidad. Los cielos se abrieron y la lluvia se precipit sobre l a cubos, pero Rhys hizo caso omiso de la advertencia de la diosa. Poda bramar y soplar y amenazar todo lo que quisiera, pero no osara hacer nada drstico contra l porque tal vez era verdad que tena a su hijo en su posesin. Zeboim intent derribarlo con el aire. Lo tir, pero Rhys se puso de pie otra vez y continu corriendo. Lanz granizo contra su rostro, y el monje levant los brazos para protegerse los ojos y continu la carrera. Krell vena tras l. Las pisadas del Caballero de la Muerte hacan que el suelo temblara. Rhys resbal y dio un traspi; las fuerzas le flaqueaban, pero tampoco le quedaba mucho espacio por cubrir. La plaza de armas acababa bruscamente en un cmulo de rocas y, ms all, el mar.

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Krell vio el peligro y apret el paso. -Detnlo, Zeboim grit, furioso-. Si no lo haces, te arrepentirs! Rhys guard la bolsa, con el kender y la pieza de khas, en la pechera de la tnica y trep a las quebradas rocas, que estaban hmedas y resbaladizas por la lluvia. Se escurri y tuvo que usar las dos manos para no caer. Solloz de dolor al apoyar los dedos rotos. Oa el siseante jadeo de Krell a su espalda y perciba su ira. Continu adelante. Se haba quedado sin fuerzas para cuando lleg al borde de la isla, aunque, de todos modos, ya no la necesitaba. Slo tena que dar otro paso y para eso no se precisaba mucha energa. Rhys mir abajo. Se encontraba en lo alto de un acantilado vertical. Al fondo -muy lejos, all abajo el oleaje rompa contra la pared rocosa. La rabia y el miedo de la diosa alumbraba la noche como si fuese de da. Rhys se fij en pequeos detalles, como la espuma arremolinada, el movimiento ondulante de verdes algas al ser arrastradas por el agua sobre una roca brillante y que flotaban en la superficie como el cabello de un ahogado. El monje contempl ms all del ocano el horizonte envuelto en la bruma y la lluvia torrencial. Krell haba llegado a las rocas y avanzaba torpemente entre ellas a la par que bramaba maldiciones y blanda la espada. Movindose despacio, como si quisiera evitar resbalarse, Rhys trep a un promontorio que se extenda sobre el vaco. Estaba sereno, listo, el alma sosegada. Agrrate, Beleo dijo-. Esto se va a poner un poco feo. -Rhys! -chill el kender, aterrado-. Qu haces? No veo nada! -Mejor. El monje alz el rostro hacia el cielo. Zeboim, estamos en tus manos. Era como si estuviera en lo alto de la verde colina, con las ovejas flotando por encima en una masa blanca, y Atta lista a su lado, mirndolo a la cara, moviendo la cola, esperando anhelante la orden. Atta, vamos dijo, y salt.

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Extendindose como tinta a travs del agua, la noche se filtr desde las profundidades del Mar Sangriento. Mina mir hacia arriba para contemplar el ltimo vestigio de la parpadeante luz del sol titilar en la superficie. Despus la luz desapareci, y la joven se encontr envuelta por la ms absoluta oscuridad. Durante las horas que haban pasado esperando y vigilando la torre en el Mar Sangriento, Chemosh y ella no haban visto a nadie entrar en ella ni salir. Las criaturas marinas pasaban nadando junto a los muros cristalinos con la misma despreocupacin con la que nadaban junto a los arrecifes de coral o al casco deteriorado de un barco naufragado, tendido sobre el fondo marino. Los peces rozaban las paredes, recorran arriba y abajo la suave superficie, ya fuera para encontrar comida o fascinados con su propio reflejo. Ninguno pareca temeroso de la torre, aunque Mina repar en que las criaturas del mar evitaban el extrao aro de oro amarillo rojizo y plata que haba en lo alto. Ninguno se aproximaba al agujero que haba en el centro. Con la llegada de la noche bajo las aguas, Chemosh observ para comprobar si aparecan luces dentro de la torre. Haba ventanas en la Torre de Istar, aunque no se las vea de da record-. Lo nico que se vean eran los suaves y verticales muros de cristal. Sin embargo, al caer la noche los hechiceros encendan las lmparas en sus cmaras, y la torre resplandeca con puntitos de luz. Los ciudadanos de Istar solan decir que los hechiceros haban atrapado las estrellas y las haban bajado a la ciudad para darle esplendor y majestuosidad. Tiene que estar desierta, milord dijo Mina mientras tanteaba en la oscuridad para encontrar su mano, contenta de sentir su tacto, de or su voz. La oscuridad era tan absoluta que la joven empezaba a dudar de su propia realidad. Necesitaba saber que el dios estaba con ella. No parece haber nada siniestro en la torre. Los peces se mueven cerca. Los peces no destacan por su inteligencia, por mucho que Habbakuk se empee en decir lo contrario. Con todo, como bien dices, no hemos visto acercarse a nadie. Vayamos a investigar. Le solt la mano y desapareci. Mi seor llam Mina, que extendi las manos hacia l, mis ojos mortales estn ciegos en estas tinieblas. No te veo. Ni siquiera me veo yo! Lo que es ms, no veo por dnde voy. Hay algn modo de que me alumbres el camino? Los que ven tambin pueden ser vistos dijo Chemosh. Prefiero permanecer encubierto en la oscuridad. En tal caso tienes que guiarme, seor, igual que el perro gua al pordiosero ciego. Chemosh le agarr la mano y tir de ella a travs del agua tan rpidamente que no se diferenciaba del aire. El agua pasaba veloz junto a Mina, resbalando sobre su cuerpo. En cierto momento unos tentculos le rozaron un brazo y la joven se apart bruscamente. La criatura de los tentculos no la persigui. A lo mejor saba mal. Si Chemosh haba reparado en esa criatura no le hizo el menor caso. Sigui adelante, ansioso e impaciente. A medida que se aproximaban a la torre, Mina se dio cuenta de que los muros emitan una tenue fosforescencia de color azul verdoso. La espeluznante luz cubra las paredes de cristal y daba a la torre un aspecto fantasmagrico. -Esprame aqu -dijo Chemosh al tiempo que le soltaba la mano. Mina flot en la oscuridad y observ cmo el dios se acercaba a la torre. Le vio pasar las manos sobre la tersa superficie de las paredes e intentar atisbar el interior a travs del cristal. El cristal le devolvi reflejada su propia imagen. Chemosh dobl el cuello hacia atrs, mir hacia arriba, hacia abajo, a los lados. Sacudi la cabeza, profundamente perplejo.

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-No hay ventanas -le dijo a Mina-. Ni puertas. No hay acceso al interior que yo vea, pero tiene que haber uno. La entrada est oculta, eso es todo. Se desplaz a lo largo de las paredes buscando con las manos al igual que con los ojos. La joven divisaba su silueta, negra en contraste con el verde brillo fosforescente, y no lo perdi de vista mientras fue posible, hasta que desapareci alrededor de una esquina del edificio. Mina se qued totalmente sola, como si se hallara al borde del caos. Estaba muerta de sed y de hambre. Lo del hambre poda aguantarlo; haba realizado muchas marchas largas con su ejrcito sin probar bocado. La sed era otro cantar. Se pregunt cmo poda estar sedienta teniendo como tena la boca llena de agua, slo que esa agua saba a sal, y la sal le daba ms y ms sed. Ignoraba cunto tiempo poda sobrevivir sin beber antes de que la necesidad de ingerir agua se volviera crtica y tuviera que admitir ante Chemosh que no poda continuar as. Tendra que recordarle, una vez ms, que era una mortal. El dios regres de repente, saliendo de la oscuridad. Es cierto que haca muchos siglos que no haba visto esta torre, pero haba algo que no me acababa de cuadrar. He deducido lo que pasa. Como mnimo hay un tercio enterrado bajo el fondo ocenico. Se supone que eso incluye la entrada. En los viejos tiempos slo haba una puerta de acceso a la torre, y ahora est enterrada en arena. Puedo encontrar otro camino... -Chemosh se call bruscamente y se qued mirando de hito en hito. T ves eso? Lo veo, mi seor contest Mina, pero no s si creerlo. En el interior de la torre se encendan luces. Primero, una. Despus, otra. Pequeos glbulos de luz blanca azulada aparecieron en distintos niveles de la torre, algunos arriba, por encima de sus cabezas, casi en lo alto de todo; otros, ms abajo. Algunas luces parecan brillar muy en el interior de la torre, y otras daban la impresin de estar ms cerca de las paredes de cristal. Es como lo recordaba coment Chemosh. Estrellas a las que se retiene cautivas. Las luces brillaban con el mismo fulgor de las estrellas, fro y aguzado. No iluminaban nada, no daban calor ni resplandor. Mina observ atentamente una de ellas. Mira ah, mi seor seal. Qu es? demand Chemosh. Una de las luces se ocult y despus volvi a aparecer, como si alguien o algo hubiera pasado por delante. Dnde? Qu luz? Ah arriba, unos dos niveles. Mi seor, puedes entrar en la torre aadi Mina. Eres un dios. Esos muros, tanto si son slidos como si son una ilusin, no pueden detenerte. S, pero t no puedes. Tienes que entrar, mi seor insisti Mina. Yo esperar aqu fuera. Cuando encuentres la entrada, ven a buscarme. No me gusta dejarte sola dijo l, aunque se senta tentado de hacerlo. Te llamar si te necesito. Y vendr, aunque me encuentre en los confines del universo. Esprame aqu. No tardar. Nad hacia el muro de cristal, nad a travs de l. La oscuridad, clida y sofocante, se abati sobre ella, opresiva. Mina vigil las luces semejantes a estrellas, se centr en ellas en lugar de hacerlo en la sed, que empezaba a ser extrema. Cont ocho luces esparcidas por la torre y sin haber ms de una en un mismo nivel, si es que haba niveles. Ninguna parpade ni se apag, sino que lucan fijas, invariables. Echaba de menos a Chemosh, echaba de menos su voz. El silencio era denso y pesado, como la oscuridad. De repente, muy cerca de ella, se encendi una novena luz. Era distinta de las otras. Su color era amarillo y pareca ms clida, ms brillante.

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Puedo quedarme aqu, sin pensar en otra cosa que el insoportable silencio y el sabor del agua fresca en la lengua, o puedo ir a descubrir la fuente de esa luz. Mina se impuls por el agua, medio nadando, medio reptando, y avanz despacio, con sigilo, hacia la extraa luz. A medida que se acercaba vio que no era un nico punto de luz como haba imaginado, sino mltiples luces, como un puado de velas. Se dio cuenta de que las luces parecan diferentes ms clidas y brillantes porque estaban fuera de la torre. Las vea reflejadas en la superficie de cristal. Se acerc, picada la curiosidad. La hilada de luces estaba suspendida en el agua como perlas ensartadas, como pequeas linternas colgadas de una cuerda, en una hilera irregular, dentada, que se meca, se desplazaba y se balanceaba con las corrientes submarinas. Qu extrao se dijo para sus adentros la joven. Parece una especie de red... El peligro surgi repentinamente ante ella en ese instante. Intent huir, pero moverse bajo el agua era una tarea desesperadamente lenta. Las luces empezaron a girar con rapidez, aturdindola, y la cegaron y la confundieron. Una red de pesada cuerda surgi veloz en el centro de las luces giratorias y, sin darle tiempo a escapar, cay sobre ella. La joven luch desesperadamente para soltarse de la trampa de pliegues de la pesada cuerda que le haba cado sobre la cabeza y los hombros, enredndose en sus brazos, manos y piernas. Intent levantar esos pliegues, apartarlos, quitrselos de encima, pero las luces eran tan brillantes que no vea lo que haca. La red se cerr a su alrededor, ms y ms ceida hasta que los brazos se le quedaron pegados contra el pecho, y los pies y las piernas encogidos, de forma que no poda moverse. Vio y sinti que la red era arrastrada por el agua, con ella dentro, y que se diriga rpidamente hacia el muro de cristal. No se fren al llegar al muro y Mina crey que iba a estrellarse contra l. Cerr los ojos y se prepar para el violento impacto. Una sensacin de fro paralizante, como si hubiese cado en agua helada, fue todo lo que ocurri. Jadeante por la impresin, abri los ojos y se encontr con que haba pasado a travs de una portilla que se haba abierto creando un remolino y que a continuacin giraba de nuevo en espiral para cerrarse. La red dej de moverse y Mina se qued suspendida en el agua, todava atrapada en la red, as que le cost un mprobo esfuerzo girar la cabeza un poco, y slo vio parte del entorno. Por lo que alcanz a vislumbrar, se hallaba en una especie de cmara pequea y bien iluminada, llena de agua de mar. Dos caras la observaban a travs de la pared de cristal. Pescadores comprendi de repente al recordar que los pescadores de Schallsea utilizaban luces de noche para atraer a los peces hacia las redes-. Y yo soy su captura. No lleg a ver bien a los que la haban atrapado porque la red empez a girar y salieron de su campo visual. Al parecer, los dos estaban tan impresionados de verla como a la inversa. Se pusieron a hablar entre ellos; Mina los vea mover la boca aunque no oa lo que decan. Fue entonces cuando se percat de que la superficie del agua por encima de su cabeza se rizaba, como si estuviese entrando aire en la cmara. Alz los ojos y vio que el nivel comenzaba a bajar. Los pescadores estaban sacando el agua de la cmara y la sustituan por aire. El agua es como aire para ti... el aire ser como agua. Mina record la advertencia de Chemosh sobre el encantamiento que le haba lanzado, una advertencia que no haba tomado muy en serio en aquel momento porque no imaginaba que iban a separarse el uno del otro. El nivel del agua bajaba rpidamente. Mina empuj la red con las manos y pate con los pies en un frentico intento de liberarse. Sus esfuerzos fueron ftiles y slo consiguieron que la red girara de manera descontrolada.

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Trat de llamar la atencin hacia su apremiante situacin y a sealar hacia arriba. Las caras tras el cristal observaron sus forcejeos con vido inters, pero o no entendan o no les importaba lo que le pasaba. Mina no haba olvidado la advertencia de Chemosh de que lo llamara si tena problemas. Cuando qued atrapada en la red estaba demasiado sobresaltada para hacerlo, y despus demasiado ocupada en tratar de liberarse por s misma. Y despus, la haba podido el orgullo. l no dejaba de recordarle que era dbil, igual que lo eran todos los mortales. Quera demostrarle su vala, igual que la haba demostrado en el Alczar de las Tormentas, pero el sentido comn le dictaba que buscara su ayuda en esta ocasin. No obstante, Mina no quera gritar su nombre con pnico. Aunque muriera en ese mismo instante, el orgullo no le permita suplicarle. Chemosh llam quedamente, para sus adentros, al recuerdo de los oscuros ojos y el ardiente contacto-. Chemosh, estoy en apuros. Los habitantes de esta torre me han capturado en una especie de red. Silencio. Si el dios la haba odo, no respondi. El nivel del agua descendi hasta sus hombros. No se atreva a inhalar. Mantuvo el agua en los pulmones tanto tiempo como pudo, hasta que stos empezaron a arderle y a dolerle. Cuando el dolor se hizo insoportable, abri la boca. El agua le resbal por la barbilla. Intent respirar, pero era como un pez fuera del agua. Jade, boqueando, para llevar aire a sus pulmones. Chemosh -dijo, cuando la vida se le escapaba ya-. Voy a ti. No tengo miedo. Abrazo la muerte, porque ya no ser una mortal...

La red y su cautiva cayeron al suelo. Ansiosamente, los dos hechiceros giraron la manilla de la puerta de la esclusa de aire y entraron con premura a pesar de que el repulgo de las faldas de las tnicas chapoteaba en el agua que les llegaba a los tobillos. Los dos se inclinaron para ver mejor a su captura. La mujer yaca de espaldas, enredada en la red, con los ojos abiertos de par en par, boqueando, los labios azulados. Las manos y los pies se sacudan con espasmos. Tienes razn le dijo un hechicero al otro en un tono de inters acadmico. Se est ahogando con el aire.

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Deslizndose a travs de las paredes cristalinas de la torre, Chemosh se encontr en una estancia pensada para utilizar como biblioteca en algn momento en el futuro. Estaba desordenada, pero las estanteras que revestan las paredes tenan sin duda el propsito de albergar libros. Haba estuches de pergaminos vacos en el centro de la habitacin, as como varios escritorios, un surtido de banquetas de madera y numerosas sillas de respaldo alto de cuero, todas revueltas. Se vean unos cuantos libros en los anaqueles, pero la mayora seguan metidos en cajas y embalajes de madera. Parece que he llegado en da de traslado -coment Chemosh. Se acerc a una de las estanteras y tom uno de los volmenes polvorientos que se haba cado de lado. Estaba encuadernado con cuero negro y no tena nada escrito en la cubierta. Una serie de ideogramas labrados en el lomo daba ttulo al libro, o eso supuso Chemosh. No los entenda ni senta inters por entenderlos. Haba reconocido lo que eran: palabras del lenguaje de la magia. Vaya... murmur. Como haba sospechado. Tir el libro al suelo y busc a su alrededor algo con lo que limpiarse las manos. Chemosh sigui fisgoneando, mirando dentro de los cajones y levantando las tapas de cajas. Sin embargo, no hall nada que le interesara y dej la biblioteca por una puerta que haba en el otro extremo de la estancia. Sali a un corredor estrecho que se curvaba hacia la izquierda y hacia la derecha. Mir primero a un lado y luego al otro; no vio nada que despertara su curiosidad. Ech a andar hacia la derecha; lanzaba ojeadas por las puertas abiertas por las que pasaba. Las estancias estaban vacas, destinadas a alojamientos o a clases. De nuevo, nada de inters, a no ser que se consideraran interesantes los preparativos en marcha para recibir a una multitud. Chemosh nunca haba recorrido las salas de una de las Torres de la Alta Hechicera. mbito de los dioses de la magia, las torres eran morada de hechiceros y sus laboratorios, sus libros de conjuros y sus artefactos, todo lo cual se guardaba celosamente, el acceso prohibido a todos los advenedizos. Incluidos los dioses. Sobre todo los dioses. Antes de la ascensin de Istar, Chemosh no haba mostrado inclinacin a entrar en una de las torres. Que los hechiceros guardaran sus pequeos secretos. Mientras no interfiriesen en los asuntos de sus clrigos, sus clrigos no interferiran en los de ellos. Entonces apareci el Prncipe de los Sacerdotes y de repente el mundo y el cielo cambi. Cuando el Prncipe de los Sacerdotes puso de patitas en la calle a los hechiceros de Istar y llen la torre de artefactos sagrados, robados en las ruinas de templos demolidos, los dioses se indignaron. Algunos de los ms belicosos, incluido Chemosh, propusieron tomar al asalto la Torre de Istar y recobrar los objetos por la fuerza. La propuesta se debati en los cielos y finalmente se descart al considerar que eso sera quitar el libre albedro a las criaturas que haban creado. La humanidad deba ocuparse de la humanidad. Los dioses no intervendran a menos que fuese evidente que corran peligro los pilares del propio universo. Chemosh quera recuperar sus artefactos, pero ms an deseaba la destruccin del Prncipe de los Sacerdotes y de Istar, de modo que estuvo de acuerdo con los dems. Accedi a esperar y ver qu pasaba. La humanidad meti el cuezo. Apoy al Prncipe de los Sacerdotes, lo respald. El universo dio un peligroso tumbo. Los dioses tuvieron que actuar. Descargaron la destruccin sobre el mundo. Todos los clrigos desaparecieron. Comenz la Era de la Desesperacin. Los dioses se mantuvieron aparte, distantes, y esperaron a que la gente regresara a ellos. Chemosh podra haber recobrado sus artefactos entonces, pero estaba metido hasta el cuello en una oscura y secreta conspiracin destinada a hacer que

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la reina Takhisis volviera al mundo. No se atrevi a hacer nada que pudiera llamar la atencin hacia el complot. Cuando empez la Guerra de la Lanza y los otros dioses se concentraron en ella, Chemosh entr en el Mar Sangriento a buscar la torre. Haba desaparecido, enterrada a gran profundidad bajo las cambiantes arenas del lecho ocenico. Ahora se haba reconstruido la torre y no le caba duda de que sus artefactos y los de los otros dioses deban de estar dentro, en algn sitio. No se haban destruido. Poda percibir su propio poder que emanaba de los que haba bendecido y, en algunos casos, forjado. Su esencia era demasiado tenue para ayudarlo a localizar las reliquias sagradas, pero se perciba... un tufillo de muerte entre las rosas. Con gesto irritado se frot una mancha de polvo de la manga de la chaqueta mientras pensaba qu hacer y si merecera la pena iniciar una bsqueda. Una voz queda, suave por la amenaza y la malicia, rompi el silencio: Qu haces en mi torre, Seor de la Muerte? Una cabeza abombada, cadavrica, incorprea, flotaba en la oscuridad. Los ojos sin prpados eran ms negros que la oscuridad; los labios carnosos sobresalan y se retraan. Nuitari -dijo Chemosh. Supuse que te encontrara rondando por aqu, en algn sitio. No te he visto mucho ltimamente. Ahora s por qu. Has estado muy ocupado. Nuitari se desliz silenciosamente hacia adelante. Las plidas manos salieron de los pliegues de las mangas de su negra tnica de terciopelo. Los largos y delicados dedos estaban en continuo movimiento, ondeando, encogindose como los tentculos de una medusa. Te he hecho una pregunta. Qu haces aqu, Seor de la Muerte? repiti Nuitari. Sal a dar un paseo... Por el fondo del Mar Sangriento? ... y pas por casualidad por aqu. No pude evitar fijarme en las mejoras que has hecho en las inmediaciones. Chemosh dirigi una lnguida mirada en derredor. Tienes un bonito sitio. Te importa si echo un vistazo? S, me importa -contest Nuitari. Los ojos sin prpados lo miraban fijamente. Creo que ser mejor que te vayas. Me ir respondi placenteramente Chemosh, tan pronto como me devuelvas mis artefactos. -No s de qu hablas. Entonces deja que te refresque la memoria. Estoy aqu para recuperar los artefactos que me fueron robados por el Prncipe de los Sacerdotes y que se escondieron en esta torre. -Ah, esos artefactos. Me temo que vas a volver a casa con las manos vacas. Lamentablemente todos fueron destruidos, consumidos por el fuego que redujo a cenizas la torre. Por qu ser que no te creo? dijo Chemosh. Tal vez porque eres un consumado mentiroso. Esos artefactos se destruyeron repiti Nuitari, que meti las agitadas manos en las mangas de la tnica. -Me pregunto si tus primos, Solinari y Lunitari, estn enterados de la existencia de este pequeo proyecto de construccin tuyo coment Chemosh, que miraba atentamente a Nuitari. Quedan dos Torres de la Alta Hechicera en el mundo, la de Wayreth y la de Palanthas, que est oculta en Foscaterra. Los tres comparts la custodia de esas torres, pero me da el corazn que t no compartes la custodia de sta. Aprovechando la confusin cuando regresamos al mundo, decidiste emprender camino por ti mismo. Tus primos acabarn descubrindolo, pero slo despus de que hayas trasladado aqu a tus Tnicas Negras y todos sus libros de hechizos y dems parafernalia, de modo que resultar muy difcil a cualquiera sacarte de este lugar. No creo que a tus primos les haga gracia. Nuitari permaneci callado, los ojos sin prpados impasibles, oscuros.

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Y qu hay de los dems dioses? continu Chemosh, ampliando el tema-. KiriJolith, Gilean, Mishakal... Y tu padre, Sargonnas. Vaya, a l s que le interesar conocer la existencia de tu nueva torre, sobre todo al estar situada debajo de las rutas marinas por las que sus barcos se dirigen a Ansalon. Vaya, apuesto que el dios astado dormir mejor por la noche con la seguridad que da saber que un puado de Tnicas Negras que siempre lo han despreciado trabajan en sus negras artes bajo las quillas de sus barcos. Por no mencionar a Zeboim, tu querida hermana. Quieres que siga? Los gruesos labios de Nuitari se curvaron en un gesto despectivo. A pesar de que eran gemelos, hermano y hermana se despreciaban al igual que despreciaban a los padres que les haban dado la vida. Ninguno de los otros dioses lo sabe, verdad? concluy Chemosh. Has guardado esto en secreto, sin contrnoslo a ninguno. No veo que nada de esto sea de tu incumbencia replic Nuitari, estrechando los ojos sin prpados. Personalmente, no me importa lo que hagas, Nuitari. Chemosh se encogi de hombros. Por m puedes construir torres a mansalva. Constryelas en todos los ocanos, de aqu a Taladas. Constryelas en la luna oscura, si eso te place. Uy, un chiste malo! Sonri . No dir una palabra a nadie si me devuelves mis artefactos. Despus de todo aadi con un gesto reprobatorio, son reliquias santas, objetos sagrados que bendije al tocarlos. No os sirven de nada ni a ti ni a tus hechiceros. De hecho, podran resultar mortferos si cualquiera de tus Tnicas Negras fuera tan necio de intentar manipularlos. Lo mejor sera que me los entregaras. Ah, pero es que s me son tiles dijo framente Nuitari. Slo su valor intrnseco tiene ya un precio, como acabas de demostrar al hacerme una oferta por ellos. Nuitari levant un dedo plido para dar nfasis a su postura. Siempre y cuando esos artefactos existieran, cosa que, hasta donde yo s, no es as. Hasta dnde sabes? Ahora le toc a Chemosh hacer una mueca burlona y a Nuitari le lleg el turno de encogerse de hombros. He estado muy ocupado. No he tenido tiempo de buscar por ah. Y ahora, mi seor, aunque he disfrutado mucho con esta conversacin, tienes que marcharte. Oh, es lo que me propongo hacer. Mi primera parada ser en el cielo, donde los otros dioses se quedarn fascinados al enterarse de qu chico tan atareado y diligente has sido. Antes, no obstante, ya que estoy aqu, echar un vistazo. Quiz en otro momento replic Nuitari, cuando disponga de tiempo para atenderte. -No hace falta que te molestes, dios de la luna negra. -Chemosh hizo un gesto gentil-. Pasear solo. Quin sabe? A lo mejor me topo con mis reliquias sagradas. En tal caso, me limitar a llevrmelas. Te quitar ese estorbo. Pierdes el tiempo dijo Nuitari. Seal un gran cofre de madera que haba en el suelo. Era oblongo, de un largo ms o menos igual que la altura de un ser humano, y estaba hecho con tablas de roble talladas toscamente. Tena dos asas de plata, una en cada extremo, y un tirador dorado en la parte delantera para levantar la tapa con ms facilidad. No haba cerradura ni llave. A los lados se vean runas grabadas a fuego en la madera. Intenta abrirlo sugiri Nuitari. Chemosh le sigui el juego y pos la mano sobre el tirador. El cofre empez a irradiar un tenue resplandor rojizo. La tapa no cedi. Nuitari hizo un gesto con la mano hacia una de las puertas cerradas. sta empez a irradiar tambin el mismo fulgor rojizo. -Cierre hechicero dijo Nuitari. -Apertura divina -replic Chemosh.

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Golpe el cofre con la mano, y las tablas de roble se hicieron cachos. Las asas plateadas cayeron al suelo con un tintineo metlico y el tirador dorado qued enterrado bajo un montn de astillas. Los libros que haba dentro se desparramaron por el suelo, a los pies del Seor de la Muerte. De poco sirvi el cierre hechicero. Y ahora tendr que patear la puerta? Te lo advierto, Nuitari, encontrar mis artefactos aunque para conseguirlo tenga que hacer pedazos todas las cajas y las puertas de esta torre, as que s razonable. Tus carpinteros tendrn mucho menos trabajo si te limitas a entregarme mis cosas... Tu mortal se est muriendo lo interrumpi Nuitari. Chemosh dej de hablar y se dio cuenta de que haba cometido un error en el momento de hacer la pausa. Tendra que haber respondido al instante Qu mortal?, como si no tuviera ni idea de lo que hablaba Nuitari y tampoco le importara ni mucho ni poco. Pronunci esas palabras, pero ya era demasiado tarde. Se haba delatado. Nuitari sonri. Esta mortal -dijo mientras abra la mano. Algo se retorca en la palma. La imagen era borrosa y al principio Chemosh crey que era algn tipo de criatura marina, porque estaba mojada y se sacuda dentro de una red como un pez recin pescado. Entonces vio que era Mina. Los ojos se le salan de las rbitas, boqueaba para coger aire, se retorca en un intento desesperado de respirar. Sus labios azulados formaron una palabra: Chemosh... l tena preparada la respuesta y habl con aparente calma, aunque no poda apartar los ojos de ella. -Tengo tantos mortales a mi servicio y todos ellos en trance de muerte, pues tal es su suerte, que no tengo ni idea de quin es. Te est implorando. No la oyes? Soy un dios contest Chemosh, despreocupado. Son incontables los que me imploran. Sin embargo, creo que su plegaria es especial para ti dijo Nuitari, que lade la cabeza. En la oscuridad se oy el eco de la voz de Mina. Chemosh... Voy a ti. No tengo miedo. Abrazo la muerte, porque ya no ser una mortal... Qu fe y qu amor tan devotos coment Nuitari. Imagina la sorpresa de mis hechiceros cuando, tratando de pescar un atn, capturaron en cambio a una hermosa joven. E imagina su sorpresa al descubrir que respiraba agua y se ahogaba con el aire. Slo haba que invertir el encantamiento y Mina vivira. Pero Chemosh tena que localizarla. Se encontraba en algn lugar de la torre, pero la torre era inmensa y seguramente a Mina le quedaban segundos de vida. Estaba perdiendo el sentido y su cuerpo se sacuda. Es una mortal, nada ms. Puedo tener cien, mil, si quiero se dijo para sus adentros al tiempo que proyectaba zarcillos de poder en busca de la joven. Es una carga para m. Estoy dentro de la torre y puedo coger aquello que vine a buscar sin que Nuitari pueda hacer nada para impedrmelo. No consigui encontrarla. Un velo de oscuridad la envolva, se la ocultaba. -Se muere -dijo Nuitari. Pues que muera contest Chemosh. -Ests seguro, milord? -Nuitari mostr a Mina en la palma de su mano y puso la otra encima de forma que la dej suspendida en el tiempo. Mrala, Seor de la Muerte. Tu Mina es una magnfica mujer. Ms de un dios te envidia por tener una mortal as a tu servicio... Seguir siendo ma en la muerte como lo fue en vida replic Chemosh con brusquedad.

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Pero no la poseers igual adujo secamente Nuitari. Chemosh opt por hacer caso omiso de la indirecta salaz. En la muerte su alma vendr a m. Eso no podrs impedirlo. Ni se me ocurrira intentarlo manifest Nuitari. Mina parpade y abri los ojos. Su mirada moribunda encontr a Chemosh. Tendi la mano hacia l, pero no en un gesto de splica, sino de despedida. El Seor de la Muerte tena cados los brazos a los costados. Los puos, ocultos por las puntillas de las bocamangas, estaban prietos. Nuitari cerr los dedos sobre ella. Entre los dedos escurri sangre. Las gotas rojas cayeron al suelo, lentamente al principio, de una en una. Despus cayeron ms seguidas, y, por ltimo, el goteo se transform en un chorro. El dios tena la mano baada en sangre. La abri... Chemosh se dio la vuelta.

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Por todo el continente de Ansalon, los Predilectos de Chemosh recorran el mundo. Hombres y mujeres jvenes, sanos, fuertes, hermosos... Muertos. Asesinos todos, que se movan con total impunidad, sin temer a ley ni justicia. Seguidores de Chemosh que disfrutaban del sol y evitaban los cementerios. Predilectos de Chemosh que le llevaban nuevos seguidores todas las noches, matando con impunidad, seduciendo a sus vctimas con dulces besos y promesas an ms dulces: vida eterna, belleza inmarchitable, juventud perpetua. Todo lo que pedan a cambio era una promesa a Chemosh, unas pocas palabras sin importancia, pronunciadas despreocupadamente; el beso letal, la marca de labios grabada a fuego en la carne, otro cadver recin resucitado. A medida que pasaba el tiempo, los Predilectos descubran que la vida eterna no era lo nico que haban cosechado. Empezaban a olvidar quines eran, lo que haban hecho, dnde haban estado. Sus recuerdos eran reemplazados por la compulsin de matar, de encontrar nuevos conversos. Si fracasaban en esa tarea, si pasaba una noche sin que hubieran dado el beso fatal, el dios les haca saber su decepcin. Contemplaban en sus mentes muertas el rostro del dios, sus ojos vigilantes, y en sus cuerpos muertos sentan su ira, que arda en su carne exnime, cada da ms dolorosamente. Su tormento slo se aliviaba cuando acudan a l para ofrecerle nuevos conversos. Y as los Predilectos de Chemosh recorrieron Ansalon dejndose llevar de pueblo a ciudad, de granja a bosque, siempre en direccin este, con el sol naciente baando sus rostros, para encontrarse con su dios. Un dios que no estaba all para recibirlos. El Seor de la Muerte se separ de Nuitari con la firme intencin de buscar sus reliquias sagradas por toda la maldita torre, desde el pinculo hasta los cimientos, de cabo a rabo. Abri una puerta y all estaba Mina. Porque ya no ser una mortal... Cerr la puerta de golpe, abri otra. La encontr all. Ms til para ti muerta. Mina estaba en todas las habitaciones en las que entraba. Caminaba con l por los pasillos de la torre. Sus ojos ambarinos lo miraban desde la oscuridad. Su voz, su ltima plegaria, susurrada una y otra vez. El ruido de la sangre al caer, gota a gota, en el suelo, a los pies de Nuitari, resonaba en su pecho como el latido de un corazn mortal. Esto es una locura se dijo, enfadado. Soy un dios. Ella, una mortal. Est muerta. Y qu? Cada da sucumben mortales, a millares de un solo golpe. Est muerta. Su debilidad como mortal expir con ella. Su espritu ser mo por toda la eternidad si lo deseo. Y puedo desterrarlo si no lo quiero conmigo. Mucho ms prctico... Se sorprendi mirando fijamente una caja vaca, a saber durante cunto tiempo, y viendo nicamente el rostro de Mina, que le sostena la mirada. Comprendi que estaba perdiendo el tiempo. Nuitari me pill desprevenido. No esperaba encontrar la torre reconstruida. No esperaba encontrar al dios de la luna negra establecindose aqu. No es de extraar que est distrado. Necesito tiempo para pensar cmo combatirlo. Tiempo para hacer planes, para desarrollar una estrategia. Mientras pensaba aquello, se tranquiliz. Me marcho ahora, pero volver le prometi al dios con cara de luna. Camin a travs de los muros de cristal, a travs de las cambiantes profundidades submarinas, a travs del ter, de regreso a la oscuridad del Abismo. Oscuridad que estaba vaca y silenciosa. Terriblemente silenciosa. Terriblemente vaca. Su espritu estar aqu se dijo. Quizs elija continuar hacia la siguiente etapa de su viaje. Quiz me deje, me abandone como la abandon yo.

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Empez a dirigirse hacia el lugar donde las almas pasaban del mundo material al ms all atravesando una puerta que las conduca a dondequiera que necesitaran ir para cumplir su bsqueda espiritual. Fue all para recibir el alma de Mina. O para verla alejarse de l. Se detuvo. Tampoco poda ir all. No saba adonde ir y, al final, no fue a ninguna parte. Chemosh yaca en el lecho, en el lecho de ambos. Todava se ola su aroma. Se notaba la marca en la almohada dejada por su cabeza. Encontr unos brillantes cabellos rojos, los tom y se los enroll en un dedo. Pas la mano sobre la sbana, alisndola, y fue como si la pasara sobre la tersa y suave piel, deleitndose con el tacto de la clida y mrbida carne. Deleitndose con la vida. Porque ella le transmita vida. Cuando estoy contigo -le haba dicho una vez-, es cuando estoy ms cerca de la mortalidad. Te veo recostada en la almohada, con el cuerpo cubierto de una fina pelcula de sudor, tendida ah, lnguida y acalorada. El rpido latido de tu corazn, la sangre palpitante debajo de tu piel. Siento la vida en ti, Mina. Todo eso haba acabado. Yaci en el lecho vaco, contemplando la oscuridad. Sus planes se haban ido al garete. Los Predilectos deambulaban por Ansalon y sus besos mortales llevaban ms y ms conversos a su culto, conversos que obedeceran hasta su ms mnima orden. Tendra a su disposicin una fuerza poderosa. Ahora no estaba seguro de saber qu hara con ellos. Su propsito haba sido que Mina los dirigiera. Cerr los ojos, angustiado, y cuando volvi a abrirlos la vio ante l. -Mi seor -dijo ella. Has venido a m. Por supuesto, mi seor. Te jur fidelidad y amor. Chemosh la tom en sus brazos. Los ojos ambarinos eran cenizas. Sus labios, polvo. Su voz, el fantasma de una voz. Su tacto, espeluznantemente glido. Chemosh rod en la cama, lejos de ella. Ningn mortal, ni siquiera uno muerto, poda ver llorar a un dios.

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Muy lejos del Abismo, en la antigua Torre de la Alta Hechicera de Istar, a la que se haba dado el nuevo nombre de la Torre del Mar Sangriento, Nuitari, dios de la magia negra, se haba encerrado en una de las habitaciones de la torre con dos de sus hechiceros. Los tres miraban fijamente, con embelesada intensidad, un gran cuenco de plata, nico en forma y diseo. Elaborado a semejanza de un dragn enroscado, el pie del recipiente era el cuerpo del reptil que se retorca en torno a s mismo y acababa en la cola. sta formaba el cuenco. Las cuatro patas eran la base que soportaba el cuerpo. Cuando la cola estaba llena con sangre de dragn (sangre que se deba tomar con el consentimiento del reptil) el cuenco posea la habilidad de revelar a quienes miraban en l lo que ocurra, no en el mundo lo cual no guardaba inters alguno para Nuitari sino en los cielos. El robo del mundo por uno de ellos haba obrado grandes cambios en todos los dioses, algunos para mejor y otros para mucho peor. Los tres primos, dioses de la magia, siempre haban sido aliados aunque no siempre fueran amigos. Su amor y su dedicacin a la magia creaban un vnculo entre ellos tan fuerte como para que aceptaran sus diferentes filosofas en cuanto al modo en que la magia deba utilizarse y promulgarse. Siempre se haban reunido para tomar decisiones relativas a la magia. Haban trabajado juntos para levantar las Torres de la Alta Hechicera. Haban llorado juntos al ver caer las torres. Nuitari todava senta un vnculo con sus primos. Se haba unido a ellos para traer de vuelta al mundo la magia divina y era partidario acrrimo, incluso despiadado, de su deseo de poner fin a la prctica de la baja hechicera. Pero la relacin entre los primos haba cambiado. La traicin de Takhisis haba convertido en sospechoso a Nuitari a los ojos de todos, incluidos sus primos. Nuitari nunca haba confiado en la ambicin de Takhisis. Muchas veces haba actuado en contra de su propia madre, sobre todo cuando los intereses de uno y otra haban estado en conflicto. Ni siquiera l estaba preparado para la traicin de Takhisis. La sustraccin de Krynn lo haba cogido desprevenido y lo haba puesto en ridculo. Su madre lo haba dejado registrando el universo en busca de su mundo perdido igual que un nio registra la casa buscando una canica perdida. La clera contra Takhisis por su traicin y contra s mismo por estar ciego a su perfidia era un fuego latente que arda en su interior. Jams volvera a confiar en nadie. En adelante, Nuitari cuidara de Nuitari. Erigira una fortaleza para s mismo y para sus seguidores, una que slo controlara l. Desde la seguridad de esa fortaleza mantendra bajo estrecha vigilancia a los dems dioses y hara cuanto estuviera en su poder para frustrar sus planes y ambiciones. Las ruinas de la Torre de Istar llevaban mucho tiempo descansando bajo el Mar Sangriento. La mayora de los dioses haban cado en la ingenuidad de suponer que la torre haba quedado totalmente destruida. Los dioses de la magia saban que no haba sido as. A fin de mantener su secreto a salvo, enterraron las ruinas de la torre bajo una montaa de arena y coral. En algn momento, en un futuro muy, muy lejano, cuando la historia de Istar slo fuera una fbula utilizada para asustar a los nios y hacer que se comiesen la verdura, los dioses de la magia restauraran la torre, recuperaran las reliquias perdidas y se las devolveran a los dioses que las haban forjado y bendecido. Takhisis ech por tierra esos planes. Cuando los dioses descubrieron finalmente el mundo, se centraron exclusivamente en la urgente necesidad de restablecer la magia y aplastar la baja hechicera. Solinari y Lunitari estaban dedicados a su causa y eran ajenos a cualesquiera otras. Nuitari prestaba ayuda cuando se lo pedan. Cuando no lo necesitaban, se encontraba en el fondo de Mar Sangriento, trabajando para s mismo. Levant las ruinas de la Torre de Istar y la reconstruy segn su propio diseo. Recuper los artefactos perdidos y los guard en una cmara fuerte secreta, oculta debajo de la torre, a la que puso el nombre de

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Cmara de las Reliquias. Despus la sell con poderosos cerrojos mgicos y apost un guardin, un dragn marino, una feroz y astuta criatura llamada Midori. Hasta ese momento ninguno de los dioses conoca la existencia de su torre. Estaban tan ocupados construyendo templos nuevos y reclutando nuevos seguidores que a ninguno se le ocurri echar un vistazo bajo el ocano. Confiaba en que esa ignorancia continuara durante un poco ms de tiempo, lo suficiente hasta que sus seguidores y l se establecieran firmemente. Los dos nicos dioses que significaban una verdadera amenaza para sus planes eran su hermana gemela, Zeboim, y el dios de la vida marina, Habbakuk. Afortunadamente, Zeboim se haba ido por las ramas, algo relacionado con un Caballero de la Muerte al que haba maldecido. En cuanto a Habbakuk, se hallaba inmerso en una batalla contra un gran seor, un dragn que se haba instalado en los mares del lado opuesto del globo, una distraccin proporcionada por el socio de Nuitari, el dragn marino Midori. Nuitari no haba pensado que tuviera que preocuparse por ninguno de los otros dioses y, adems de sorprenderlo, le haba desagradado sobremanera descubrir a Chemosh caminando tranquilamente por las salas de la torre. El Ojo de Dios mostr la creciente ambicin de Chemosh. El Ojo de Dios mostr a Mina. Como todos los dioses, Nuitari era un admirador de la joven. Jug con la idea de tantearla, de convertirla en uno de sus seguidores. El hecho de que fuera una creacin de su madre le hizo desechar la idea. Nuitari no quera tener nada que ver con algo que hubiera tocado su madre, as que se la dej a Chemosh. Una buena decisin. La debilidad de Chemosh por esa mortal haba sido su perdicin. Aun cuando Nuitari no haba esperado que Chemosh dejara morir a Mina, el dios de la luna invisible no haba tardado en darse cuenta de cmo aprovechar aquello en su beneficio. Escudriando el interior del cuenco con forma de dragn, Nuitari haba visto al Seor de la Muerte postrado en su lecho, abatido, derrotado, solo, contando nicamente con el fantasma de Mina para ayudarlo, para respaldarlo. El fantasma de Mina. Nuitari chasque los gruesos labios. -Una excelente ilusin les dijo a sus hechiceros-. Habis embaucado incluso a un dios. Cierto, se trata de un dios predispuesto a que lo embaucaran, pero incluso as... Buen trabajo. Gracias, mi seor. Seor, gracias. Los dos Tnicas Negras hicieron una respetuosa reverencia. Podis mantener esa ilusin todo el tiempo que os pida? pregunt Nuitari. Siempre y cuando tengamos al modelo vivo desde el que trabajamos, mi seor, s, podemos mantenerla. Los hechiceros y el dios se volvieron a mirar la celda que haban conjurado in situ. Los muros de la celda eran de cristal, y dentro se vea a Mina -empapada, desaliada y... vivita y coleando, que paseaba de un lado a otro. Me puede or? quiso saber Nuitari. -S, milord. Nos oye y nos ve. Nosotros la vemos pero no podemos orla. -Nadie la puede or? Ni su voz ni sus plegarias? Nadie, mi seor. -Estupendo. Mina -llam Nuitari-, creo que no he tenido ocasin de darte la bienvenida a mi morada. Confo en que tu estancia sea prolongada y placentera. Placentera para nosotros, aunque me temo que para ti no. Por cierto, no me has dado las gracias por salvarte la vida.

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Mina interrumpi su incesante ir y venir, se dirigi hacia la pared de cristal y le dirigi una mirada feroz y desafiante, tanto que los ojos ambarinos le centelleaban. Le dijo algo, ya que se la vio mover los labios. No s leer los labios, pero no creo que est expresando su gratitud, mi seor observ uno de los Tnicas Negras. No, me parece que no. Nuitari sonri de oreja a oreja e hizo una reverencia burlona. Nadie oa las maldiciones de Mina, ni siquiera los dioses. La joven arremeti con los puos contra la pared, que era suave y transparente como el hielo. Volvi a golpearla, una y otra vez, con la esperanza de encontrar una grieta, una hendidura, una imperfeccin. Como le dije a Chemosh, en verdad es magnfica manifest Nuitari, admirado. Reparad en eso, caballeros. No tiene miedo. Est dbil a causa de la terrible experiencia por la que ha pasado, medio muerta y, sin embargo, lo que ms le gustara ahora sera encontrar el modo de llegar hasta vosotros y arrancaros el corazn. Utilizadla a voluntad, pero guardadla bien. Confiad en ello, mi seor -dijeron los dos Tnicas Negras. Nuitari dio la espalda a la celda de Mina y se volvi a mirar el cuenco del Ojo de Dios para contemplar la ilusin de la joven, que, de pie junto a Chemosh, lo miraba con apenada afliccin. Fijaos en eso. Nuitari seal con un gesto desdeoso la congoja del dios. Chemosh est convencido de que su amante est muerta, de que slo le queda su espritu. Llora. Qu trgico. Qu triste. Nuitari se ech a rer. Y qu til para nosotros. Tengo que admitir, mi seor, que albergaba ciertas reservas sobre ese plan tuyo dijo uno de los hechiceros. Nunca habra imaginado que sera posible engaar a un dios. Los pensamientos de Nuitari volaron hacia su madre. Slo a uno que sea dbil contest, sombro. Y, aun en tal caso, slo una vez.

Escaneado por NIGURATH

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APNDICE

LA TORRE DEL MAR SANGRIENTO

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NOTA: Para informacin ms detallada acerca de los distintos temas presentados en este Apndice, se remite a los lectores a: Escenario de campaa de Dragonlance, publicado por d20system y Devir; The Towers of High Sorcery, un suplemento de DRAGONLANCE d20, publicado por Sovereign Press; y The Kingpriest Trilogy, escrito por Chris Pierson y publicado por Wizards of the Coast.

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HISTORIA
En tiempos un poderoso bastin del conocimiento y de la magia, la Torre de la Alta Hechicera de la ciudad de Istar alcanz la gloria para despus sufrir una derrota ignominiosa a manos del fanatismo religioso. El edificio qued destruido casi por completo durante el Cataclismo y yaci enterrado en la oscuridad mientras las aguas del Remolino se agitaban a su alrededor. Ahora la torre se ha reconstruido en secreto, como fortaleza de Nuitari el Negro, y tiene un nuevo nombre: la Torre del Mar Sangriento.

El poderoso hechicero Kharro el Rojo mand a miembros del Cnclave a buscar enclaves ideales para la construccin de las Torres de la Alta Hechicera, lugares donde las energas mgicas estuvieran en su apogeo. Una hechicera poderosa llamada Asanta escogi una insignificante villa, que llevaba por nombre Istar, para el emplazamiento de una de las torres, cosa que provoc gran ira en Kharro. Hasta que Asanta no comparti su visin sobre el glorioso futuro de Istar, el cabecilla del Cnclave no dio su aprobacin. Levantar la torre se convirti en la obra de la vida de Asanta, y ya de anciana dirigi el poderoso encantamiento que cre la torre de los huesos de la tierra. La hermosa estructura cristalina se alzaba creando un extrao contraste con las toscas chozas que la rodeaban. Asanta muri en paz sabiendo que algn da Istar igualara el esplendor de la torre. Por desgracia, su visin no le revel que Istar tambin sera el instrumento de destruccin de la torre. Los hechiceros que vivan en Istar contribuyeron materialmente a llevar la paz y el orden a las tierras aledaas y coadyuvaron en gran medida a la prosperidad creciente de la ciudad. Durante largos aos batallaron contra los enemigos de Istar y contra las fuerzas del Mal. La gente consideraba la magia como su salvadora, y la magia siempre responda a sus expectativas. Cuando el mundo estuvo amenazado por la Reina Oscura, Takhisis, y sus dragones malignos durante la Tercera Guerra de los Dragones, el Cnclave de Hechiceros desarroll un plan desesperado para contrarrestar la amenaza. Se reunieron en secreto en Palanthas y crearon los Orbes de los Dragones, unos poderosos artefactos que serviran para darle la vuelta al conflicto. Desdichadamente, cuando los ejrcitos del Mal amenazaron Istar, los hechiceros de la ciudad estaban ocupados en Palanthas y no pudieron prestar ayuda. Los cabecillas de la ciudad se volvieron hacia los dioses en busca de amparo, y fue el patriarca del Templo de Paladine quien agrup al pueblo e invoc los sagrados poderes del dios para que los socorriera. Paladine respondi e Istar se salv. La gente de Istar empez a cuestionarse si podan esperar recibir gua y proteccin por parte del Cnclave de Hechiceros. Gracias a esa victoria, la influencia de la iglesia de Paladine se increment en Istar y la prosperidad de la ciudad aument hasta el punto de que la urbe se convirti en la capital de un poderoso imperio. Su lder era el cabeza de la Iglesia, que se llamaba a s mismo el Prncipe de los Sacerdotes. Durante ese perodo, un conflicto conocido como la Guerra de los Tres Tronos (en la que tres sucesores competan por el solio) inclin la opinin popular en contra de los hechiceros de la Torre de la Alta Hechicera. De hecho, el Prncipe de los Sacerdotes envi una fuerza contra la torre, pero no consigui atravesar la arboleda protectora. Se evit el derramamiento de sangre, y durante generaciones los hechiceros y los clrigos siguieron conviviendo bajo una oficiosa e inestable tregua. La paz lleg a su fin cuando un Prncipe de los Sacerdotes, Beldinas Pilofiro, ocup el trono.

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La traicin, la fatalidad y la violencia condujeron a una ruptura total entre hechiceros y clrigos. Finalmente, el Prncipe de los Sacerdotes cre a los Caballeros del Mazo Divino, y proyect un ataque contra dos de las Torres de la Alta Hechicera. Antes que permitir que su poderosa magia cayera en manos de quienes podran darle un mal uso, los propios hechiceros destruyeron dos de sus torres, junto con las ciudades en las que se alzaban. Aterrado ante semejante demostracin de poder, el Prncipe de los Sacerdotes negoci las condiciones de rendicin con los hechiceros. Para salvar las Ordenes, los hechiceros aceptaron retirarse a la Torre de la Alta Hechicera ubicada en el bosque de Wayreth y abandonar las de Istar y Palanthas, que le seran entregadas a la Iglesia. El Prncipe de los Sacerdotes no saba bien qu hacer con estos trofeos de su victoria, y durante un breve tiempo abrig la idea de convertir la Torre de Istar en su morada privada, pero finalmente se decidi por adoptar la sugerencia ofrecida por su consejero, el clrigo elfo silvanesti, Quarath. La Torre de Istar qued dedicada a guardar los artefactos sagrados de religiones herticas. La inmensa cmara en la que se almacenaron esas reliquias recibi el nombre de Solio Febalas, o Sala del Sacrilegio. Al principio, slo las valiosas reliquias de los dioses oscuros adornaron la sala, pero el celo del Prncipe de los Sacerdotes creci, al igual que su orgullo. Empez a verse a s mismo como un dios. Ante esto, los dioses se sintieron alarmados, y cuando el Prncipe de los Sacerdotes no hizo caso de sus advertencias, los dioses se reunieron para descargar su terrible castigo. Los terremotos resquebrajaron la Torre de Istar y el fuego la destruy desde dentro. Los dioses arrojaron una montaa gnea desde el cielo y la historia cuenta que los restos de la estructura quedaron totalmente destruidos, al igual que la antao esplndida ciudad en la que se alzaba.

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LA TORRE RESTAURADA
Las ruinas de la Torre de Istar, que guardaban en su interior artefactos tan poderosos como peligrosos, haban descansado bajo el mar durante muchas generaciones de mortales. Los dioses de la magia planeaban reconstruir finalmente la torre, tenan intencin de dirigir las rdenes de la Alta Hechicera para sacarla de nuevo a la superficie. Consideraban que el mundo no estaba preparado todava para manejar los peligrosos artefactos que haba en su interior, as que reservaban esos planes para un futuro lejano. Un futuro que jams llegara a pasar porque, en cambio, acaeci la inesperada liberacin de Caos y la posterior guerra que casi destruy Krynn. Los dioses combatieron junto a los mortales y el mundo se salv, pero nicamente para que Takhisis se apropiara de l y se lo llevara a otro lugar del universo. Empez la Era de los Mortales, una era supuestamente hurfana de dioses, aunque Takhisis permaneca entre bastidores, trabajando para hacer suyo el mundo. Su reinado acab con la Guerra de los Espritus. Los dioses hallaron su mundo perdido y las constelaciones sagradas, las lunas y los planetas reaparecieron en el cielo sobre Krynn. A Takhisis se la expuls del plano inmortal y pereci en el plano mortal. Los dioses encontraron un mundo en el que la baja hechicera y el misticismo haban florecido, mientras que la magia tradicional casi se haba olvidado. Las Ordenes de la Alta Hechicera, fundadas en la Era de los Sueos, se haban disuelto y sus miembros estaban desperdigados o haban muerto. Los dioses se pusieron a trabajar para reformar las rdenes. Prohibieron a Dalamar el Oscuro entrar en la Torre de la Alta Hechicera, que en tiempos haba estado en Palanthas, pero que haba sido trasladada a Foscaterra, y dejaron oculta dicha torre hasta que decidieran qu hacer con ella. Se pusieron a trabajar para afianzar el futuro de la nica torre habitable que quedaba, la de Wayreth. En esto, al igual que en el pasado, los dioses de la magia estuvieron unidos. A excepcin de Nuitari el Negro. El dios de la magia oscura todava herva de rabia por el engao llevado a cabo por su madre, Takhisis. Su traicin lo haba herido en lo ms hondo. Aunque todava unido a sus primos por el vnculo de su magia y dedicado a la causa de la magia, quera consolidar su poder y su posicin en Krynn. La destrozada Torre de Istar le proporcion una oportunidad nica. Trabajando con dos poderosos discpulos Tnicas Negras, desconocidos para el mundo y para los dioses, Nuitari lanz el encantamiento que no slo reconstruira la torre sino que lo hara a la medida de sus deseos y necesidades. Estaba decidido a convertir la Torre del Mar Sangriento en un bastin de la magia oscura. Nuitari saba que no podra guardar para siempre en secreto su torre, que el Cnclave y los otros dioses acabaran descubriendo su existencia, pero confiaba en mantener oculta su reconstruccin todo el tiempo posible, hasta que hubiese podido aumentar su poder y hubiera hecho inexpugnable la torre. Entretanto, las poderosas reliquias, sagradas y profanas, que no se haban destruido durante el Cataclismo, permaneceran escondidas en un lugar secreto de la torre y bajo la vigilancia de un poderoso guardin.

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DESCRIPCIN
La Torre del Mar Sangriento se parece mucho a la estructura original, y conserva los muros cristalinos, engaosamente delicados. Cuando la luz consigue, de algn modo, penetrar en las aguas profundas del ocano, le otorga una belleza hipnotizadora; la superficie, translcida y reflectante, atrae a las criaturas marinas, que dan vueltas constantemente en torno a la estructura. La principal diferencia fsica entre la Torre de Istar y la Torre del Mar Sangriento se encuentra en la cpula. Los muros de cristal facetado de la torre estn rematados por un orbe de mrmol negro, muy distinto de los dedos ensangrentados del diseo original. Un aro hecho de oro rojo entrelazado con plata, y con un negro vaco en el centro, corona la cpula. El oro rojo honra a Lunitari, diosa de la magia neutral. La porcin de plata rinde homenaje a Solinari, la luna blanca. El vaco negro, centro del aro coronador, representa a Nuitari, quien reclama como suya la torre. Peces, tiburones, delfines, ballenas y pulpos nadan alrededor de la torre, ya sea para observarla con curiosidad o sin prestarle ninguna atencin, como si se tratara de otra formacin coralina ms. Algunos peces, engaados por el cristal translcido, chocan con las paredes o luchan contra sus reflejos. La excepcin es el vaco negro rodeado por el aro, en lo alto de la cpula. Aunque las criaturas marinas nadan cerca de la corona de rojo oro y plata, evitan de manera instintiva ese oscuro vaco del mismo modo que evitan de manera instintiva las plantas venenosas y las trampas mortales. A diferencia de sus homologas, la Torre del Mar Sangriento tiene muchas ventanas de vidrio que resultan visibles cuando se enciende una lmpara dentto de los muros. Si se encienden muchas de esas lmparas, la torre semeja un campo de rutilantes estrellas en el firmamento nocturno. En la actualidad, y dado que la torre slo tiene unos pocos habitantes, nicamente pueden estar iluminadas una o dos estancias en un momento determinado. El acceso principal a la torre an existe, pero se halla enterrado bajo toneladas de arena y escombros. Los servidores de Nuitari desarrollaron un nuevo mtodo de entrada y salida: una esclusa de aire mgica. Los hechiceros concibieron una cmara especial que les permite capturar pescado as como salir y entrar de la torre. La esclusa de aire es un cilindro creado entre la cara exterior y la interior del muro de cristal. A una orden mgica, empieza a girar una portilla, ya sea en la cara interior o en la exterior del muro, y entonces se vuelve insustancial. Tras pronunciar otra frase, la otra portilla hace lo mismo. La cmara puede estar llena de agua cuando las portillas se abren, y se desagua cuando ambas se cierran. Las portillas estn disimuladas sagazmente a fin de que parezcan ser parte del muro de cristal. Slo son visibles cuando giran para abrirse o cerrarse. No existen marcas ni smbolos para identificar su ubicacin. Los hechiceros han diseado una red de pescar que est decorada con luces que atraen a los peces. La red de cuerda est oculta por una ilusin mgica hasta que el hechicero la activa. Una escalera larga y serpenteante es el rasgo principal del interior de la torre, muy semejante a la que tiene la Torre de Foscaterra. Se cuenta que, en tiempos, una luz mgica brillaba intensamente en el centro del hueco para alumbrar el camino de quienes suban o bajaban la escalera. Eso no se ha restaurado an, por lo que la escalera sigue sumida en una peligrosa oscuridad. Los aposentos de los magos istarianos, muertos hace mucho tiempo, permanecen abandonados en el lado oriental de la escalera. Dos de esas estancias, situadas ms o menos a mitad de la altura de la torre, se han limpiado recientemente y se han amueblado. Las camas son cmodas, dentro de los armarios cuelgan tnicas de color negro y cada habitacin cuenta con un pequeo escritorio. stos son los alojamientos de los dos nuevos ocupantes de la torre.

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Pequeos laboratorios, reas de trabajo y archivos de pergaminos estn localizados en la parte occidental. Cuando el Prncipe de los Sacerdotes se apropi de la torre y la convirti en la Sala del Sacrilegio, estas estancias pasaron a ser almacenes que guardaban dolos de segunda fila, altares y artefactos bendecidos por diversos dioses. Finalmente, todos los dioses, a excepcin de Paladine, estuvieron representados en esas estancias, incluida la sanadora, Mishakal. Los objetos sagrados de los dioses de la Luz se almacenaban en las cmaras situadas en los pisos altos de la torre. Los de la neutralidad se guardaban en los de la parte media, mientras que las abominables reliquias de los dioses de la oscuridad se depositaban en los niveles inferiores de la construccin. Slo los artefactos de escasa importancia continan guardados en esos almacenes. Los hechiceros han catalogado cuidadosamente los artefactos que poseen un poder significativo y los han depositado en una cmara situada debajo de la torre, una cmara que vigila un protector pavoroso. La Sala de Audiencias, ahora vaca, alberga el trono de Nuitari. Ah celebra reuniones con los dos hechiceros que ha llevado para que trabajen en la torre oculta. Al laboratorio del archimago se le ha devuelto tambin parte de sus funciones, aunque en el momento actual contiene cajas y cajones de madera que estn sin desembalar. Antao, la Cmara de la Visin estaba considerada en todas las Ordenes como el pinculo del xito en cuanto a la magia de escrutinio. Los implementos de esa magia se quitaron o se destruyeron antes de que el Prncipe de los Sacerdotes reclamara la torre, pero Nuitari los ha sustituido con un objeto ms poderoso incluso de lo que los magos istarianos jams habran podido imaginar: el Ojo de Dios. Ahora que uno de los dioses ha descubierto prematuramente la existencia de la torre, Nuitari ha de apresurar sus planes de poblar la torre con seguidores leales. Slo l conoce el secreto del traslado de magos a gran profundidad bajo el Mar Sangriento y, aunque supuestamente ha hallado un modo de controlar a Chemosh, Nuitari sabe que si uno de los dioses ha descubierto su secreto, otros lo harn tambin. Se cree que el fatdico y oscuro vaco, situado dentro del aro en lo alto de la cpula, est relacionado con ese proceso. Los nicos dos hechiceros que se sabe que han sobrevivido al peligroso viaje no tienen nada que decir al respecto.

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BASALTO OJOSCURO
Basalto no es, probablemente, el nombre original del enano oscuro, pero lo ha usado durante siglos y, a estas alturas, ha olvidado el nombre que le pusieron. El hechicero enano de los Tnicas Negras sirve al dios Nuitari y es uno de los dos celadores de la Torre del Mar Sangriento. Historial Basalto es un enano del clan theiwar, nacido en los aos inmediatamente siguientes al Cataclismo. Como otros de su clase, estudi magia y demostr grandes aptitudes as como inquebrantable devocin a los dioses de la magia, quienes le concedieron el poder de combatir a sus enemigos. A diferencia de muchos de su clan, Basalto deseaba adquirir ms poder mgico y crea que la nica forma de conseguir tal cosa era colaborar con otros de su Orden. Cincuenta aos antes de la Guerra de la Lanza, Basalto abandon el reino de la montaa y viaj a Wayreth para someterse a la Prueba. sta lo oblig a elegir entre la lealtad a su clan, viviendo en el reino de la montaa, o el poder que otorgaba la magia. Basalto estaba dispuesto a asesinar a sus parientes por el poder que buscaba y jur lealtad a Nuitari tras recibir la Tnica Negra. Basalto se uni a los ejrcitos de los Dragones durante la Guerra de la Lanza, aunque siempre respet el pacto de los hechiceros de dedicarse a la magia en primer lugar y dejar las animosidades personales o polticas en un segundo trmino. Tuvo la desgracia de encontrarse en Neraka al final del conflicto y podra haber perecido en la destruccin del templo de no ser por un encuentro fortuito con el poderoso mago Raistlin Majere. Basalto haba pensado alcanzar el poder asesinando a Raistlin, pero en seguida se dio cuenta de que no tena ninguna posibilidad contra el joven humano y, temeroso de que Raistlin sospechara su maquinacin, Basalto puso pies en polvorosa. Como otros de las rdenes de la Alta Hechicera, Basalto se enfureci ante la aparicin de los hechiceros grises, o Caballeros de la Espina. Renegados cuyos poderes acrecentaba personalmente la Reina Oscura, los Caballeros de la Espina desafiaron la historia, el legado y las tradiciones de las rdenes de hechicera establecidas en la Era de los Sueos. El enano oscuro se uni, deseoso, a sus compaeros en el intento de combatir a los caballeros grises. La guerra contra Caos oblig a todos cuantos habitaban Krynn, buenos y malos, a aliarse en una batalla por la supervivencia. Basalto luch codo con codo con los hechiceros que vestan ropajes blancos y rojos en contra de los seres de las sombras y guerreros demonacos. Result gravemente herido y estuvo a punto de morir. Pas casi un ao recuperndose de las heridas infligidas por los esbirros de Caos. Sin embargo, aquello no fue nada comparado con la prdida de su magia, cosa que acaeci cuando Takhisis rob el mundo. Primero mont en clera y despus se desesper ante su impotencia. Cuando se descubri la magia nueva de la baja hechicera, a Basalto le falt el nimo para intentarlo. Para l, la verdadera magia provena del poder de las lunas, y maldeca al plido orbe que brillaba en su lugar en el cielo. Entonces, ocurri el milagro. Una noche hadada, la falsa luna desapareci del cielo. Las constelaciones y planetas de los antiguos dioses retornaron. Lunitari y Solinari volvieron a brillar, en tanto que Nuitari se mostraba a quienes podan mirar en su oscuridad y comprender. Basalto not cmo le corra por las venas el poder largo tiempo inutilizado. Las palabras de magia que haba balbucido en vano da tras da ardieron de repente, resplandecientes, en su mente. Basalto estuvo entre los primeros de los antiguos Tnicas Negras en darse cuenta de que Nuitari haba regresado. Cay de hinojos y elev sus preces al dios oscuro. Conmovido por la lealtad de su seguidor, Nuitari se le apareci a Basalto en su disfraz mortal para hacerle una oferta. Se estaba creando un nuevo bastin de la magia, una fortaleza donde la magia oscura reinara con autoridad suprema. Basalto poda dejar el mundo de la superficie y servir al dios de

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la luna negra en su nueva morada. Sintindose honrado por la confianza del dios, Basalto dej atrs su vida en tierra firme para trasladarse bajo las olas. La Torre del Mar Sangriento es su hogar actualmente. Apariencia Basalto es albino, lo que le da una apariencia realmente sorprendente al ser enano. Tanto la piel como el cabello los tiene de color marfileo, y los ojos rosa, con un matiz rojizo. Su constitucin achaparrada es la habitual en su raza, aunque el ejercicio de la magia lo hace parecer delgado para los cnones enanos. Tiende a estar cruzado de brazos, como advirtiendo a la gente que no se acerque. Su feroz e intensa mirada rojiza le otorga una apariencia de malevolencia manifiesta para quienes se cruzan con l. Basalto Ojoscuro Enano oscuro (theiwar) Pcr2/Mag5/Mah Tnica Negra 9; VD 16; humanoide mediano (enano); DG 2d6+l4d4+64; pg 114; Inic +2; Vel 20'; CA 17, toque 14, desprevenido 15; Atq +13/+8 c/c (ld4+4/17-20, daga +3 afilada); AE ataque furtivo +ld6, conjuros; CE investigacin arcana +4, secretos de la Orden de los Tnicas Negras, visin en la oscuridad 120', rasgos de enano oscuro, evasin, magia lunar (Nuitari), encontrar trampas; AL NM; TS Fort +5, Ref+8, Vol +13; Fue 12, Des 14, Con 19, Int 20, Sab 13, Car 7. Habilidades y dotes Artesana (manipostera) +6, Avistar +7, Buscar +11, Concentracin +21, Conocimiento de conjuros +24, Descifrar escritura + 18, Engaar +3, Equilibrio +6, Escapismo +6, Esconderse +9, Intimidar + 14, Juego de manos +5, Moverse sigilosamente +8, Nadar +4, Saber (arcano) +22, Trepar +4; Aptitudes mgicas, Inscribir rollo de pergamino (A), Obstinado, Potenciar conjuro, Reservas de fuerza, Soltura con una escuela de magia (nigromancia) (A), Sutileza con las armas, Voluntad de hierro. Conjuros preparados (4/6+1/5+1/5+1/5+1/4+1/3+1/2+1/2+1; salvacin CD 1 5 + nivel de conjuro) 0: atontar, detectar magia, leer magia, rayo de escarcha; \ .: causar miedo*, identificar (x2), manos ardientes, proyectil mgico, rayo de debilitamiento* (x2); 2.: espantar*, falsa vida*, localizar objeto, mano espectral, oscuridad, toque de necrfago*; 3.": detener muertos vivientes*, rayo agotador*, sueo profundo, toque vamprico* (x2), ver a travs de la piedra; 4.: asesino fantasmal, desesperacin aplastante, lanzar maldicin*, llama etrea*, muro de hielo, reanimar a los muertos*; 5.: debilidad mental, dominar persona, niebla de miedo*, rayo relampagueante potenciado, smbolo de dolor*; 6.: crculo de muerte*, disipar magia mayor, mirada penetrante*, smbolo de miedo*; 7dedo de la muerte*, jaula de fuerza, vista arcana mayor. *Estos conjuros pertenecen a la escuela de nigromancia, que es la especialidad mejorada del personaje. Escuelas prohibidas: abjuracin, conjuracin, transmutacin. Secretos de la orden Magia de la avidez, magia de la oscuridad, magia del dolor, magia del miedo. Libro de conjuros Al ser un mago Tnica Negra veterano y uno de los dos celadores de la Torre del Mar Sangriento elegidos por Nuitari, Basalto tiene acceso a una increble variedad de conjuros. Conoce todos los conjuros arcanos indicados en Manual del jugador de Dungeons & Dragons y del Escenario de campaa de Dragonlance (excepto los conjuros de nombre, como portal de Fistandantilus o luz verdadera de Magius). Equipo Brazales de armadura +3, anillo de proteccin +2, daga +3 afilada, ojos de la fatalidad, tnica de huesos, collar de adaptacin, anillo de nadar, varita de flecha acida (22 cargas).

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CAELE
Un corazn salvaje late bajo los negros ropajes del mago semielfo de Ergoth del Sur. Gobernado por sus pasiones, que pueden pasar de una frialdad de hielo a una clera ardiente en un abrir y cerrar de ojos, Cele es impredecible y muy, muy peligroso. Historial Cele nunca supo con exactitud qu relacin existi entre su madre, una chamana kalanesti, y el marino ergothiano que lo engendr. Su madre dej claro al semielfo, a muy temprana edad, que cualquier conversacin sobre su padre estaba prohibida. Aunque los dos formaban parte de la tribu kalanesti, los dems no llegaron a aceptarlos realmente, por lo que vivieron en un relativo aislamiento. Cele pas sus primeros aos en territorio agreste, cazando pequeas piezas, trepando a los rboles y nadando en arroyos transparentes. Por razones desconocidas para l (aunque posiblemente tuviera que ver con el ostracismo al que lo sometan los hombres de la tribu), Cele pasaba por rachas de mal humor que lo hacan intratable. Durante esos perodos, la emprenda a golpes con cualquiera que tuviera cerca y disfrutaba causando dolor a vctimas inocentes. De joven, le remorda la conciencia por el tormento infligido a pequeos animales o gente. A medida que se haca mayor, comprob que esas fuerzas destructivas le daban poder sobre otros, y la sensacin de culpa mengu hasta que acab por desaparecer totalmente. Todava siendo joven, Cele se enamor de una muchacha de su tribu, una de las contadas bellezas kalanestis de cabello plateado. Floreci un idilio secreto entre ambos y Cele sinti que sus perodos de irascibilidad haban quedado atrs para siempre. Plane huir con su amada y empezar una nueva vida. El semielfo le cont sus planes a la doncella en uno de sus lugares de encuentro secretos, cerca de lo alto de una cascada. La doncella se neg a marcharse. No quera dejar a su pueblo, y menos para huir con un mestizo. Una oscuridad arrolladora se apoder de l. Aferrando a su amante, la arrastr al borde del precipicio. Sin hacer caso de sus gritos ni preocuparse por los puetazos y araazos que le propinaba, la arroj al vaco. Contempl desapasionadamente cmo se estrellaba su cuerpo contra las rocas afiladas del fondo de la catarata. Cele la estuvo contemplando largo rato, hasta que la corriente hizo desaparecer todo rastro de su crimen. Aunque nadie pudo probar que haba matado a la joven, se los haba visto juntos a los dos y la desaparicin de la chica despert las sospechas de la tribu. A Cele se lo calific de elfo oscuro y se vio obligado a huir para salvar la vida. Viaj a las ciudades portuarias de Ergoth del Norte, donde sobrevivi robando. Podra haber acabado sus das como un ladrn de no ser porque intent robar a un Mago del Mar de Ergoth del Norte, Dunbar Mastermate, hechicero de los Tnicas Blancas. El poderoso mago de alto rango atrap fcilmente al inepto ladrn. Dunbar vio el potencial en el joven Caele y confi en que la compasin y la comprensin consiguieran llevar al semielfo al camino de la luz. Al principio Caele no estaba interesado en aprender magia, que consideraba propia de enclenques. Una demosrracin de poder mgico lo impresion e hizo que cambiase de opinin. Las aptitudes intelectuales no eran innatas en l, pero tena talento y determinacin. Caele naveg por los mares con Dunbar y, durante un tiempo, el mar llev la paz a su alma atormentada. Finalmente, sin embargo, las rachas de malhumor y desabrimiento volvieron. Se vea envuelto constantemente en peleas y discusiones, hasta que la tripulacin se puso en su contra y amenaz con abandonarlo en una isla desierta. Dunbar trat de intermediar con la esperanza de apartar al joven de un camino que lo conduca irremediablemente a la oscuridad real, pero sus charlas siempre terminaban en discusin. Una maana, mientras dejaban atrs las costas de Solamnia, la tripulacin descubri que faltaban Caele y el bote salvavidas, al igual que algunos pergaminos y avos mgicos de Dunbar. El mago decidi no perseguirlo y no supo nada de l hasta pasados muchos aos.

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El Mago del Mar acab siendo elegido Portavoz de los Tnicas Blancas, y se instal casi de forma permanente en la Torre de la Alta Hechicera, en Wayreth. Un da se sorprendi al ver a Caele recorriendo el bosque, en busca de la Torre, a fin de someterse a la Prueba. La Prueba oblig a Caele a revivir el da ms negro de su vida: el asesinato en la catarata. No le interesaba reescribir el pasado ni escuchar de nuevo las palabras dolidas de su amante. En esta ocasin la degoll de inmediato y luego arroj el cuerpo ensangrentado por el borde del precipicio. Nuitari reclam a Caele como uno de los suyos. El semielfo aument en poder rpidamente bajo la oscura luz de la luna negra y no tard en ascender en la Orden, confiando en desafiar incluso al gran Dalamar el Oscuro por el control. Entonces el Verano de Caos abras el mundo. La luna negra desapareci del cielo y Caele perdi su magia. El impotente hechicero regres al mar y naveg en barcos mercantes. Descubri que objetos mgicos de la Cuarta Era podan darle poder temporal y se dedic a buscar y robar todos los que pudo hallar. Su latrocinio no pas inadvertido. Fue arrestado y condenado, escap y volvieron a prenderlo y volvi a huir. Prfugo perseguido, no tuvo ms remedio que dejar la civilizacin y retirarse a territorio agreste. Superviviente experto, caz y pesc, decidido a seguir adelante, incluso sin el poder mgico que antao lo haba definido. Sus poderes reaparecieron junto con las tres lunas. Siendo uno de los pocos Tnicas Negras de verdad poderosos que quedaban con vida, Nuitari lo busc y se le apareci para ofrecerle la oportunidad de convertirse en uno de los hechiceros personales del dios oscuro. Caele acept y se convirti en el segundo de los celadores de la Torre del Mar Sangriento. Apariencia Caele es alto, delgado y musculoso. Tiene la tez morena y los ojos, oscuros. El cabello, largo y ondulado, es negro azabache. Viste los ropajes negros de su orden en actos oficiales, pero en territorio agreste se siente ms cmodo con un simple taparrabos o aun sin llevar nada puesto. En el pecho y los brazos luce varios tatuajes tribales descoloridos. Su semblante es inexpresivo, hermtico, incluso cuando sufre uno de sus arrebatos de ira, lo que lo hace ms temible. Caele Semielfo (ergothiano/kalanesti) Brb2/Mag5/Mah Tnica Negra 10; VD 17; humanoide mediano (semielfo); DG 2dl2+15d4+34; pg 92; Inic +6; Vel 40'; CA 19, toque 12, desprevenido 17; Atq +11 c/c (ld3+2/x2, impacto sin arma); AE furia 1/da, conjuros; CE rasgos de semielfo, visin en la oscuridad 30', visin en la penumbra, esquiva asombrosa; AL NM; TS Fort +9, Ref+6, Vol +10; Fue 14, Des 15, Con 15, Intl7, Sab8, Car 10. Habilidades y dotes Avistar +2, Buscar +6, Concentracin +21, Conocimiento de conjuros +24, Escuchar +8, Intimidar +6, Nadar +10, Saber (arcano) +22, Saltar +6, Supervivencia +7, Trato con animales +4, Trepar +7; Ampliar conjuro, Apresurar conjuros, Conjuros penetrantes, Fabricar objeto maravilloso, Iniciativa mejorada, Inscribir rollo de pergamino (A), Potenciar conjuro, Rastrear. Conjuros preparados (4/5/5/5/4/4/3/2/1) 0: abrir/cerrar, detectar magia, mano del mago, salpicadura de cido; 1.: agrandar persona, convocar monstruo I, identificar, impacto verdadero, manos ardientes; 2 : fuerza de toro, invisibilidad, proteccin contra las flechas, rayo abrasador, telaraa; 3.: apresurar, clarividencia, convocar monstruo III, proyectil mgico potenciado, rayo relampagueante; 4.: alarido, globo menor de invulnerabili-dad, pielptrea, puerta dimensional; 5.: muro de fuerza, ojos fisgones, polimorfar funesto, proyectil mgico apresurado; 6.: imagen permanente, imagen programada, transformacin [de Tenser]; 7 : convocar monstruo VII, retorno de conjuros; 8.: muro prismtico . Secretos de la orden Magia de la avidez, magia de la oscuridad, magia de la traicin, magia del dolor, magia del miedo. Nota Caele ha elegido no adoptar ningn foco arcano como mago de la Alta Hechicera. Libro de conjuros Al ser un mago Tnica Negra veterano y uno de los dos celadores de la Torre del Mar Sangriento elegidos por Nuitari, Caele tiene acceso a una increble variedad de conjuros. Conoce todos los conjuros arcanos indicados en Manual del jugador de Dungeons &

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Dragons y del Escenario de campaa de Dragonlance (excepto los conjuros de nombre, como portal de Fistandantilus o luz verdadera de Magius). Pertenencias Amuleto de armadura natural +4, anillo de proteccin +3, capa de la manta raya, botas lficas, anillo de comandar elementales (agua), cetro de metamagia (potenciar).

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EL OJO DE DIOS
El Ojo de Dios, poderoso artilugio creado por Nuitari durante los intentos del dios oscuro de localizar el mundo perdido de Krynn en los primeros aos de la Era de los Mortales, es un artefacto mgico de escudriamiento, capaz de rasgar los velos de los planos de existencia y contemplar tanto el reino de los mortales como el de los dioses. Aunque el Ojo no ayud a Nuitari a localizar el mundo desaparecido, se ha convertido en una valiosa herramienta para espiar durante un tiempo en el que, a su juicio, nadie ni mortal ni dios es digno de confianza. El Ojo de Dios es un gran cuenco elaborado con metal dragontino (la misma sustancia plateada que se utiliza para forjar Dragonlances). Est modelado a semejanza de un dragn serpentino enroscado sobre s mismo, y la larga cola forma el cuenco. Informacin de juego Slo los usuarios de magia refinada (clrigos y magos) pueden usar el Ojo de Dios. Si un usuario de magia espontnea (mstico, hechicero o bardo) intenta usar el artefacto, el lquido de su interior se evaporar en segundos y no podr conseguir nada. Cuando se llena de agua, vino o cualquier otro lquido mundano, el cuenco funciona exactamente como una bola de cristal con nivel de lanzador 20. Cualquier cosa que se mire est sujeta a los efectos del sortilegio visin verdadera. La CD de la salvacin de Voluntad contra el intento de escudriamiento es 25. El Ojo de Dios obtiene su verdadero poder cuando se llena con la sangre de un dragn (debe ser de dragn verdadero, no de una criatura del tipo dragn, como un draconiano). Slo la sangre fresca funciona como catalizador. Despus de cuarenta y ocho horas, la sangre pierde su magia y queda inerte. Se deben infligir un mnimo de 10 puntos de dao (ya sea voluntariamente o por la fuerza) para conseguir la sangre necesaria para llenar el Ojo (es mejor la sangre de un dragn voluntario, ya que probablemente ser ms fresca, pero puede conseguirse por cualquier medio). Con sangre fresca de dragn, el Ojo de Dios permite que el usuario escudrie cualquier lugar, en cualquier plano de existencia. Se permite salvar contra Voluntad para detectar el intento de escudriamiento, con una CD de 40 ms 1 por cada categora de edad del dragn cuya sangre se est usando. Si una deidad es el objetivo del intento de escudriamiento, el usuario debe realizar una prueba de Sabidura (CD 18) en el primer asalto o quedar confundido durante 2d4 asaltos. Los clrigos obtienen un bonificador +2 de competencia en la prueba, mientras que los clrigos de la deidad que se est escudriando reciben un bonificador +4 de competencia. Cuando se usa sangre de dragn como catalizador, el Ojo de Dios tambin puede utilizarse para lanzar ciertos conjuros sobre el lugar que se est escudriando. Todos los conjuros de la escuela de ilusin, as como cualquier sortilegio con los descriptores compulsin o enajenador, pueden lanzarse a travs del Ojo sin tener en cuenta el alcance (mientras el objetivo o el rea est dentro del lugar que se escudria). La CD de la salvacin de cualquier conjuro lanzado a travs del Ojo se incrementa en 1 por cada categora de edad del dragn cuya sangre est en el cuenco. El uso del Ojo de Dios no est exento de riesgos. Cualquier deidad que descubra que est siendo escudriada seguramente no ser compasiva. Ni siquiera los dioses del Bien aceptarn que nadie les espe, aunque se trate de uno de sus elegidos, y, si descubren al espa, probablemente ser castigado con severidad. Obtener la sangre de dragn necesaria para impulsar el poder del artefacto tambin es una empresa extremadamente peligrosa.

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