René Girard, "El Chivo Expiatorio"

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René Girard El chivo expiatorio EDITORIAL ANAGRAMA Edipo es expulsado de Tebas como responsable de la epidemia que se abate sobre la ciudad. La victima esta de acuerde con sus verduges: la desgracia ha hecho irrupeion porque Edipo ha matado a su padre y se ha casacdo con su madre El chivo expiatorio supone siempre la dus.on persecutonia Los verdugos creen en la culpabiiidad de las victimas; por ejemplo, enel momento de ia aparicion de la peste en el sigio X!V, estaban canvencidos de que las judios habian emponzofiado laos rios. La caza de brujas implica que tanto jueces como acusados creen én |a eficacia de la brujeria. Los Evangelios gravitan alrededor de la pasion, como todas las mitologias del mundo, pero la victima rechaza todas las ilusiones persecutorias, renusa el ciclo de la violencia y lo sagrado El chivo expiatorio se converte ene! cordero de Dios Asi se destruye para siempre la credibilidad de la representacion mitolégica. A partir de ahora, los persegurdores seran perseguidores avergonzadas fotos Lg eRe lol Mme lgo te ata lest om o-Ms ecg de los libros precedentes de Rene Girard, como Mentira romantica y verdad novelesca y La violencia y io sagrado, publicados Flan ele Mamet lee moto) (-cetelo) oem Amel et-LTO Maan Teoe tT ol fe 1a) de las conductas individuales y la ilusion persecutoria es cl modo coma las sociedades encuentran su cohesion después de los periodos de crisis «Este libro esencialmente polémico, a menudo provecador, contestatario y quiza impugnable, merece ser leido con atencion No convencera necesariamente. Perc sera uno de los mas excitantes ejercicios para e! espiritu.» (Pascal Laine) Coleccion Argumentas René Girard El chivo expiatorio MA EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA Titula de la edicién original: Le bouc émissaire © Editions Grasset & Fasquelle Paris, 1982 Traduceion: Joaquin Jorda Portada: Julio Vivas © EDITORIAL ANAGRAMA S. A, 1986 Pedré de a Creu, 44 08034 Barcelona ISBN: 84-339-0081-1 Depésito legal: B. 10557 - 1986 Printed in Spain Diagrafic $.A., Constitucid 19, 08014 Barcelona INDICE IL. Ht IV, Guillaume de Machaut y tos judws . Los estcreotipos d éQué es un mite Vicloncia y magia Teotihuacia Ases, kurctes y titanes . Los ctimenes de los dioses . edt peesecucién . la ciencia de los mitos . Las palabras clave de da pasion evangtlica . Que muera un hombre . . La decapitaciéa de san Juan Bautista . La negacién de Pedso Les demonios de Gadara : Satands dividido en contra de si mismo . La historia y el Pardclito . 102 127 135 130 167 197 216 240 257 CAPITULO PRIMERO GUILLAUME DE MACHAUT Y LOS JUDIOS El poeta francés Guillaume de Machaut escribia en leno si- glo xiv. Su Jugement du Roy de Navarre meteceria ser mejor co- nocido. Ciertamente la parte principal de la obra no es més que un largo poema de estilo cortés, de estilo y tema convencional, Pero el comienzo tiene algo que estremece. Es una serie confusa de acon- tecimlentos catastréficos a los que Guillaume pretende haber asis- tido antes de que cl terror acabara por encerrarle en su casa, para esperar en ella la muerte o el final de la indecible prueba. Algunos acontecimientos resultan completamente inverosimiles, otros sélo Jo son a medias. Y, sin embargo, del relato se desprende una impre- sién: algo real sucedié, : Hay signos en el cielo. Llueven Piedras y golpean a todos los. vivientes. Ciudades enteras han sido destruidas por el tayo. En la que residia Guillaume —no dice cudl— muere gtan cantidad de hombres. Algunas de estas muertes se deben a la maldad de los ju- dios y de sus cémplices entre Jos cristianos. éQué hacfan esas perso- nas para ocasionar tan vastas pérdidas en la poblacién local? Envene- naban los rios, las fuentes de abastecimiento de agua potable. La justicia celestial remedié estas tropelias mostrando sus autores a la poblacién, que los maté a todos. Y sin embargo, las gentes no ce- saron de morir, cada vez en mayor numero hasta que cierto dia de primavera Guillaume oyé musica en la calle y unos hombres y 7 mujeres que reian. Todo habia terminado y podia volver a empezar la poesia cortés. Desde sus origenes en los siglos XVI y XVII, la critica moderna consiste en no conceder una confianza ciega a los textos, En nues- tra época, muchas personas inteligentes creen seguir haciendo pro- gresar la perspicacia critica exigiendo una desconfianza cada vez mayor. A fuerza de ser interpretados y reinterpretados por genera- ciones sucesivas de historiadores, unos textos que antes parecian por- tadores de informacién real han pasado a ser sospechosos. Por otra parte, los epistemdlogos y los filésofos atraviesan uma crisis radical que contribuye al desmoronamiento de lo que antes se Ilamaba la ciencia histérica. Los intelectuales acostumbrados a alimentarse de textos se refugian en desengafiadas consideraciones respecto a la imposibilidad de cualquier interpretacin segura. A primera vista, cl texto de Guillaume de Machaur puede pa- secer vulnerable ai clima actual de esceptimismo en materia de cer- tidumbre histérica. Después de unos instantes de reflexién, incluso hoy, sin embargo, los lectores descubren en él unos acontecimien- tos reales a través de las inverosimilitudes dei relato. No creen en Jos signos del ciclo ni en Jas acusaciones contra los judios, pero no tratan todos los temas increfbles de la misma manera; no los si- tian en el mismo plano. Guillaume no inventé nada. Desde luego, fue un hombre crédulo y tefleja una opinién publica histérica. No por ello las innumerables muertes que relata son menos reales, cau- sadas, segtin todos los indicios, por la famosa peste negra que asolé el norte de Francia en 1349 y 1350. La matanza de los judios es igualmente real, justificada a los ojos de Jas multitudes asesinas por Jos rumores del envenenamiento que circulaban por todas partes. El terror universal de la enfermedad concedia a estos rumores el peso suficiente para desencadenar dichas matanzas. He aqui el pasaje del Jugement du Roy de Navarre que trata de los judios: Apres ce, vint une merdaille Fausse, traite et renoie: Ce fu Judée la honnie, La mauvaise, la desloyal, Qui bien het et aimme tout mal, Qui tant donna dor et @argent Et promist a crestienne gent, Que puis, rivieres et fonteinnes Qui estoient cleres et seinnes En plusieurs lieus empoisonnerent, Dow plusieur leurs vies finirent; Car trestuit cil qui en usoient Assex soudeinnement moroient, Dont, certes, par dis fois cent'mille En moururent, qu'a champ, qua ville, Einsois que fust apercené Ceste mortel deconvenue Mais cils qui hawt siet et louing voit, Qui tout gouverne et tout pourvoit, Ceste traison plus celer Ne volt, enis la fist reveler Et si generalement savoir Quiils perdirent corps et avoir. Gar tuit Juif furent destruit, Li uns pendus, li autres cuit, Liautre noié, lautre ot copée La teste de hache on despée, En maint crestien ensement En morurent honteusement. Las comunidades medievales tenfan tanto miedo de la peste que su propio nombre les horrorizaba; evitaban en lo posible pronun- ciarlo e incluso tomar las medidas debidas a riesgo de agtavar las consecuencias de las epidemias. Su impotencia era tal que confe- sar la verdad no era afrontar la situacién sino més bien abando- narse a sus efectos disgregadores, renunciar a cualquier apariencia de vida normal. Toda la poblacién se asociaba gustosamente a ese 1. Oeuvres de Guillaume de Machant, publicadas por Ernest Hoeppf- ner, I, Le jugement dw Roy de Noverre, Societé des anciens textes fran- sais, 1908, pags. 144-145. tipo de ceguera. Esta voluntad desesperada de negar la evidencia favorecia la caza de los achivos expiatorios».? En Les animaux malades de la peste, La Fontaine sugicre de manera admirable esta repugnancia casi religiosa por enunciar el término terrorifico, en desencadenar, en cierto modo, su poder ma- léfico en la comunidad: & La pesté (puisqwil faut Pappeler par son nom)... EI fabulista nos hace asistir al proceso de !a mala fe colectiva que consiste en identificar la epidemia con un castigo divino, El dios colérico esté irritado por una culpa que no es igualmente compartida por todos. Para desviar el azote, hay que descubrir al culpable y tratarle en consecuencia 0, mejor dicho, como escribe La Fontaine, «entregarlen a la divinidad. Los primeros interrogados, en la fabula, son unos animales pre- dadores que describen ingenuamente su comportamiento de animal predador, el cual es inmediatamente disculpado. El asno Hega en ultimo lugar y él, el menos sanguinario y, por ello, el mas débil y el menos protegido de todos, resulta, a fin de cuentas, inculpado. En algunas ciudades, segiin creen los historiadores, los judios fueron exterminados antes de Ja Ilegada de Ja peste, por el mero rumor de su presencia en la vecindad. El relato de Guillaume podria corresponder a un fenédmeno de ese tipo, pues la matanza se pro- dujo mucho antes del paroxismo de la epidemia. Pero las nume- rosas muertes atribuidas por el autor a la ponzofia judaica sugieren otra explicacién. Si estas muertes son seales —y no hay ningan motivo para considerarlas imaginarias— podrian muy bien ser las ptimeras victimas de una sola e idéntica epidemia. Pero Guillaume no lo cree asi, mi siquiera retrospectivamente. A sus ojos, los chivos expiatorios tradicionales conservan su poder explicativo para las primeras fases de la epidemia, Sdlo para las fases siguientes, el autor admite la presencia de un fendmeno propiamente patoldgico. La amplitud del desastre acabé por desvirtuar como unica explica- 2. J-N. Biraben, Les Hommes ot ls Peste en France et dans les pays européens et méditerranéens, PatisLa Haya, 1975-1976, 2 vols.; Jean Delumeau, La peur en Occident, Paris, 1978. 10 cién el complot de los envenenadores, pero Guillaume no reinter- preta la serie completa de los acontecimientos en funcién de su ver- dadera razén de ser. Podemos preguntarnos, ademds, hasta qué punto cl poeta reco- noce Ja presencia de la peste, pues evita hasta el final escribir la palabra fatidica. En el momento decisivo, introduce con solemni- dad ei término griego y, segin parece, excepcional en aquella ¢poca, de epydimie, Evidentemente, esta palabra no funciona en su texto como lo haria en el nuestro; no es un auténtico equivalente del temido término; es mas bien una especie de suceddneo, un nuevo procedimiento para no amar a Ja peste por su nombre, en defini- tiva, un nuevo chivo expiatorio, pero, en esta ocasién, puramente Ungiiistico. Jamas ha sido posible, nos dice Guillaume, determinar ja naturaleza y la causa de la enfermedad de la que tantas personas muriezon en tan poco tiempo: . Ne fusicien n’estoit, ne mire Qui bien sceiist la cause dire Dont ce venoit, ne que Cestoit (Ne nuis remede ny metoit), Fors tant que c'estoit maladie Quon appelloit epydimie. También respecto a este punto, Guillaume preficre remiticse a Ja opinién publica en vez de pensar por su cuenta. De la palabra culta epydimie se desprende siempre, en el siglo x1v, un aroma de «cientifismo» que contribuya a rechazar la angustia, algo asi como aquellas fumigaciones odoriferas que se practicaron durante mucho tiempo en Jas esquinas de las calles para moderar los efluvios pes- tiferos. Una enfermedad con un nombre adecuado parece semicu- rada y para conseguir una falsa impresién del dominio frecuente- mente se vuelven a bautizar los fendmenos incontrolables, Estos exorcismos verbales no han dejado de seducirnos en todos los cam- pos donde nuestra ciencia sigue siendo ilusoria o ineficaz, Al ne- gatse @ nombrarla, es la propia peste, en definitiva, la que se «en- trega» a la divinidad. Aparece ahi algo asi como un sacrificio del lenguaje, sin duda bastante inocente comparado con los sacrificios i humanos que lo acompaiian o lo preceden, pero siempre andlogo a ellos en su estructura esencial. Incluso desde un punto de vista retrospectivo, todos los chivos expiatorios colectivos reales e imaginarios, los judios y los flage- lantes, los pedriscos y la epydimie, siguen desempefiando su papel con tanta eficacia en el relato de Guillaume que éste no ve jamas la unidad de la plaga designada por nosotros como Ja «peste negrar. El autor sigue percibiendo ure multiplicidad de desastres mas o me- nos independientes o unidos entre si umicamente por su significa- cién religiosa, algo parecido a las diez plagas de Egipto. Todo 0 casi todo lo que acabo de decir es evidente. Todos en- tendemos el relato de Guillaume de la misma manera y los lectores no necesitan que se lo explique. No es imutil, sin embargo, insistit respecto a esta lectura cuya audacia y cuya fuerza se nos escapan, precisamente porque es admitida por todos, porque: no ha sido con- trovertida. Desde hace siglos el acuerdo en torno a ella se ha he- cho undnime y jamis se ha roto, Es tanto mds notable en la medida en que se trata de una reinterpretacién radical, Rechazamos sin titubear el sentido que el autor da a su texto. Afirmamos que no sabe lo que dice. A varios siglos de distancia, nosotros, modernos, lo sabemos mejor que él y somos capaces de corregir su opiniéa. Creemos incluso descubrir una verdad que el autor no ha visto y, con una audacia atin mayor, no vacilamos en afirmar que €] es quien nos aporta esta verdad, pese a su ceguera. gSignifica que esta interpretacién no merece 1a masiva adhe- sién que recibe; que mostramos respecto a ella una indulgencia excesiva? Para desacreditar un testimonio judicial basta con pro- bar que, en algiin punto, aunque sdlo sea uno, el testigo peca de parcialidad. Por regla general, tratamos los documentos historicos como testimonios judiciales. Ahora bien, transgredimos esta regla en favor de un Guillaume de Machaut que tal vez no merece este tratamiento privilegiado. Afirmamos la realidad de Jas persecucio- nes mencionadas en Le Jugement du Roy de Navarre. En resumidas cuentas, pretendemos extraer verdades de un texto que se equivoca torpemente en unos puntos esenciales. Si tenemos razones para desconfiar de él, quizi debiéramos considerarlo completamente du- doso y renunciar a sustentar en él la menor certidumbre, incluida la de ta persecucién. 12 De ahi procede, pues, la seguridad asombrosa de nuestra afir- macién: se produjo realmente -una matanza de judios, Se presenta pues a la mente una primera respuesta. No leemos este texto de maneza aislada, Hay atros de la misma época que tratan de los mismos temas y algunos de ellos son mejores que e! de Guillaume. Sus autores se muestran menos crédulos. Entre todos constituyen una red cerrada de conocimientos histéricos en euyo seno yolvemas a situar el texto de Guillaume. Gracias, sobre todo, a este contexto conseguimos separar lo verdadero de Jo falso en el pasaje que he citado, En verdad las persecuciones antisemitas de-la peste negra cons- tituyea un conjunto de hechos relativamente conocido. Encontra- mos ahi todo un saber ya aceptado que suscita en nosotros cierta expectativa. El texto de Guillaume responde a tal expectativa. Este enfoque no es falso en el piano de nuestra experiencia individual y del contacto inmediato con el texto, pero resulta insatistactorio desde el punto de vista tedrico, También es verdad que se dispone de una red de datos hist6- ticos sobre ello, pero los documentos en que se basa nunca son mu- cho mis seguros que el texto de Guillaume, por razones andlogas o de otro tipo. Y no podemos acabar de situar a Guillaume en este contexto puesto que, como ya he dicho, no sabemos dénde se desa- rrollan los acontecimientos que nos refiere. Tal vez en Paris, quizds en Reims, o en otra ciudad. De todos modos, el contexto no juega un papel decisivo; incluso sin estar informado acerca de él, el lector moderno Ilegaria a Ja lectura que he hecho. Concluiria que probable- mente se realiz6 una matanza injusta. Pensaria, pues, que el texto miente, ya que estas victimas son inocentes, pero al mismo tiempo pensaria que no miente, puesto que las victimas son reales. Acaba- tia por diferenciar la verdad de la mentira exactamente como noso- tros las difcrenciamos. ¢Qué es lo que nos concede este poder? éNo conviene guiarse sistematicamente por el principio de que hay que tirar todo el cesto de manzanas siempre que haya una estro- peada? ~No debemos sospechar en este caso un fallo de la suspi- cacia, un resto de ingenuidad con el que la hipercritica contempo- ranca ya habrfa terminado si le dejaran el campo libre? zNo hay que confesar que todo conocimiento histérico es inscguro y que B nada se puede deducir de un texto como el nuestro, ni siquiera la realidad de una persecucién? Todas estas preguntas deben contestarse con un no categérico. El escepticismo sin matices no toma en consideracién la naturaleza propia del texto. Entre los datos verosimiles y los inverosimiles hay una relacién muy especial, Al principio el lector es incapaz de afir- mar: esto es falso, esto es cierto, Sdio ve unos temas mas o menos increfbles y factibles. Las muertes que se multiplican resultan fac- tibles; podria tratarse de una epidemia. Pero los envenenamientos apenas lo son, sobre todo en la escala masiva descrita por Guillaume. En el siglo xiv no se dispone de sustancias capaces de producir unos efectos tan nocivos. El odio del autor hacia los supuestos culpa- bles es explicito y vuelve su tesis extremadamente sospechosa. No podemos examinar estos dos tipos de datos sin compro- bar, al menos implicitamente, que se influyen de’ modo reciproco, Si hubo realmente una epidemia, no hay duda de que pudo infla- mat los prejuicios latentes. El apetito persecutorio se polariza con facilidad en las minorias religiosas, sobre todo en tiempo de crisis. A la inversa, una persecucién real podria justificarse perfectamente por el tipo de acusacién de la que, de manera tan crédula, Guillau- me se convierte en cco. Un poeta como él no deberia ser especial- mente sanguinario. Si da crédito a las historias que cuenta, se debe sin duda a que su entorno se lo impone. Asi pues, el texto sugiere una opinién publica sobreexcitada, dispuesta a dar crédito a los rumores mds absurdos. Sugicre, en suma, un estado de cosas propicio a las matanzas que el autor reficre. En el contexto de las representaciones inverosimiles, la verosi- militud de Jas demas se confirma y se transforma en probabilidad. Lo reciproco es cierto. En el contexto de las representaciones vero- similes, la inverosimilitud de las restantes tampoco puede depender de una «funcién fabuladoray que se ejerceria gratuitamente, por el mero placer de inventar la ficcidm. Cierto es que reconocemos lo imaginario, pero no cualquier cosa imaginaria, s6lo lo que es espe- cifico de los hombres dvidos de violencia, Entre todas las evocaciones del texto, por consiguiente, hay un acuerdo reciproco, una correspondencia que tnicamente puede expli- carse mediante una sola hipdtesis. El texto que leemos debe arraigar- se en una persecucién real, vinculada a la perspectiva de los perse- 14

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