Kipling, Joseph Rudyard - El Judio Errante
Kipling, Joseph Rudyard - El Judio Errante
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El judo errante
Si das una vuelta al mundo en direccin al Oriente, ganas un da le dijeron los hombres de ciencia a John Hay. Y durante aos, John Hay viaj al este, al oeste, al norte y al sur, hizo negocios, hizo el amor y procre una familia como han hecho muchos hombres, y la informacin cientfica consignada arriba permaneci olvidada en el fondo de su mente, junto con otros mil asuntos de igual importancia. Cuando muri un pariente rico, se vio de pronto en posesin de una fortuna mucho mayor de lo que su carrera previa hubiera podido hacer suponer razonablemente, dado que haba estado plagada de contrariedades y desgracias. Es ms, mucho antes que le llegara la herencia, ya exista en el cerebro de John Hay una pequea nube, un oscurecimiento momentneo del pensamiento que iba y vena antes que llegara a darse cuenta de que exista alguna solucin de continuidad. Lo mismo que los murcilagos que aletean en torno al alero de una casa para mostrar que estn cayendo las sombras. Entr en posesin de grandes bienes, dinero, tierra, propiedades; pero tras su alegra se irgui un fantasma que le gritaba que su disfrute de aquellos bienes no iba a ser de larga duracin. Era el fantasma del pariente rico, al que se le haba permitido retornar a la tierra para torturar a su sobrino hasta la tumba. Por lo que, bajo el aguijn de este recuerdo constante, John Hay, manteniendo siempre la profunda imperturbabilidad del hombre de negocios que ocultaba las sombras de su mente, transform sus inversiones, casas y tierras en soberanos, slidos, redondos, rojos soberanos ingleses, cada uno equivalente a veinte chelines. Las tierras pueden perder su valor, y las casas volar al cielo en alas de llamas escarlata, pero hasta el Da del Juicio un soberano ser siempre un soberano, es decir, un rey de los placeres. Poseedor de sus soberanos, John Hay hubiera querido gastarlos uno a uno en aquellos toscos placeres que su alma amaba, pero le obsesionaba el miedo a una muerte cercana; el fantasma de su pariente se ergua en el recibidor de su casa, junto al perchero, gritndole escaleras arriba que la vida era corta, que no haba esperanza alguna de que los das pudieran prolongarse, y que los sepultureros haban comenzado ya a cepillar el atad del sobrino. Por regla general, John Hay estaba solo en casa, pero incluso cuando tena compaa sus amigos no oan al to vocinglero. Dentro de su cerebro, la sombra se hizo ms amplia y ms negra. El temor a la muerte estaba enloqueciendo a John Hay. Y entonces, desde las profundidades de su mente, donde haba almacenado toda la informacin no utilizada para fines inmediatos, surgi la idea del dato cientfico del viaje hacia Oriente. Cuando de nuevo su to le grit escaleras arriba que se apresurara a vivir, una voz ms aguda le respondi en un grito: Aqul que da la vuelta al mundo en direccin al este gana un da.
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Su timidez y desconfianza crecientes respecto de la Humanidad le impidieron comunicar su preciado mensaje de esperanza a sus amigos. Podan apropiarse de l y analizarlo. Estaba seguro de que era verdad, pero le hubiera dolido intensamente que manos rudas lo sometiesen a un examen demasiado minucioso. Slo a l, entre todas las generaciones sufrientes de la Humanidad, se le haba revelado el secreto. Sera impo contra los designios del Creador poner en marcha a toda la Humanidad hacia el este. Adems, ello supondra abarrotar los barcos de vapor, de forma inconveniente, y John Hay deseaba estar solo, por encima de todo. Si pudiera dar la vuelta al mundo en dos meses haba ledo que alguien, cuyo nombre no recordaba, lo haba hecho en ochenta das ganara un da entero, y si segua hacindolo sin parar durante treinta aos, ganara ciento ochenta das, o casi la mitad de un ao. No sera mucho, pero en el transcurso del tiempo, a medida que avanzara la civilizacin y se abriera el ferrocarril del valle del Eufrates, podra incrementar su ritmo. Provisto de muchos soberanos, John Hay, en el trigsimo quinto ao de su vida, emprendi sus viajes, con dos voces que le acompaaron desde Dover, mientras navegaba hacia Calais. La fortuna le favoreci. El ferrocarril del valle del Eufrates acababa de ser inaugurado y fue el primer hombre que tom un billete directo de Pars a Calcuta: trece das en tren. Trece das en tren no son buenos para los nervios, pero sigui recorriendo el mundo y volvi a Calais desde Amrica en doce das menos de los dos meses que se haba propuesto, y volvi a empezar, con veinticuatro horas de tiempo precioso en su haber. Pasaron tres aos y John Hay sigui dando religiosamente la vuelta al mundo, buscando ms tiempo en el que gozar del resto de sus soberanos. Lleg a ser conocido en muchas lneas transatlnticas como el hombre que siempre quera seguir adelante; cuando la gente le preguntaba qu haca, contestaba: Soy la persona que tiene el firme propsito de vivir para siempre y estoy tratando de llevarlo a la prctica. Sus das se dividan entre la observacin de la blanca estela de la hlice tras la popa de los ms veloces vapores y la contemplacin de la tierra parda que, como un relmpago, resplandeca por las ventanas de los trenes ms veloces; y en un cuaderno anotaba cada minuto que haba arrancado o sustrado a la implacable eternidad. Esto es mejor que rezar por una larga vida deca John Hay, mientras volva su rostro hacia Oriente en su vigsimo viaje. El paso de los aos le haba ayudado ms de lo que haba imaginado; mediante la extensin de la lnea del valle del Brahmaputra hasta entroncar con la recientemente creada de la China central, el billete de ferrocarril de Caais le llevaba hasta Calcuta y Hong Kong, va Karachi. El viaje completo se poda hacer en poco ms de cuarenta y siete das y, presa de una exaltacin fatal, John Hay le cont el secreto de su longevidad a su nica amiga, su ama de llaves, que se ocupaba de su residencia en Londres. El habl v desapareci; pero ella era una mujer de recursos y de inmediato fue a pedir consejo a los abogados que informaran a John Hay acerca de su herencia de oro. Todava quedaban muchos soberanos, y haba otro Hay que deseaba gastarlos en cosas ms razonables que billetes de tren o pasajes de barco. El caso fue largo, porque cuando un hombre est literalmente en camino, tras su
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preciada vida, no se detiene en la ruta. John Hay volvi de nuevo a recorrer el mundo, y en su periplo alcanz en Madrs al cansado doctor que haba sido enviado en su busca. Y fue all donde encontr la recompensa a sus trabajos y la certidumbre de una bendita inmortalidad. En media hora, el doctor, sin dejar de observar los labios resecos, las manos temblorosas y aquella mirada que se volva eternamente hacia el este, convenci a John Hay de que descansara en una casita cercana a la playa de Madrs. Todo lo que tena que hacer era colgarse del techo de la habitacin mediante unas cuerdas y dejar que la tierra redonda diera vueltas en libertad, bajo su persona. Esto era mejor que el barco o el tren, porque ganaba un da al da, y se haca as semejante al sol inmortal. El otro Hay pagara sus gastos a lo largo de toda la eternidad. Es cierto que todava no podemos disponer de billetes Calais-Hong Kong, aunque podamos hacerlo dentro de quince aos, pero hay hombres que dicen que si uno se pasea por la costa sur de la India, se encuentra, en un pequeo bungalow encalado y limpio, sentado en una silla colgada del techo, sobre una lmina de delgado acero que, como l sabe muy bien, destruye la atraccin de la tierra, a un hombre viejo y consumido, con el rostro vuelto siempre al sol naciente, y un cronmetro en la mano, corriendo contra la eternidad. No puede beber, no fuma, y sus gastos ascienden, quiz, a unas veinticinco rupias al mes, pero es John Hay, el Inmortal. En el exterior, oye el estruendo del mundo, que gira, con el que, explica con cuidado, no tiene relacin alguna; pero si le dices que slo se trata del ruido de las olas, llorar con amargura, porque la sombra de su cerebro va muriendo a medida que su mente deja de funcionar, y, a veces, duda de que el doctor dijera la verdad. Por qu el sol no est siempre sobre mi cabeza? pregunta John Hay.