Un Dia Más

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UN DIA MS.

I.

Hoy es viernes, si estoy bien ubicado en tiempo y espacio. Situacin que ustedes pensarn que es elemental; parece bsico ubicarse en el da en que se vive, pero les aseguro que ya para m no lo es. Nada es elemental. Estoy en esos momentos en los cuales vale la pena corroborar todo, comprobarlo, slo para asegurarme que no digo cualquier cosa. De todas formas s, lo pienso un par de segundos y s que hoy es viernes. Lindo da. Se acerca el fin de semana para todos. Cuando digo todos estoy pensando en mis amigos, que s que vendrn a verme, porque los he llamado para pedirles que vinieran a visitarme. Porque los quiero ver. Quiero impregnar estos momentos con su presencia. Incorporarlos. Primero hice un llamado al telfono de Cora, ya hace un par de das que se encuentra en mi casa. Est conmigo desde el mircoles. La llam primero que a nadie porque la quiero mucho, y as son mis particulares formas de demostrrselo; porque s que me agradece que le haya avisado primero a ella, que le haya pedido que me acompaara. Tambin porque s que ella necesita vivir a mi lado en estos momentos. Es un deseo que yo, por supuesto, le iba a otorgar. Les cuento que Cora es del tipo de mujer que dice lo que quiere o lo que necesita slo una vez, porque para ella esto es suficiente. Queda en manos del otro cumplir o no con su deseo o necesidad. Supe desde hace meses que a Cora le es muy importante estar este tiempo conmigo. Y la llam primero que a nadie. Fue siempre tan respetuosa, que no hubiera venido hasta hoy viernes, si yo no le hubiese dicho que se instalara en mi casa desde el mismo mircoles que le habl. Poda haberla llamado incluso antes que el mircoles. Slo que estaba tan concentrado en las rutinas, que no me di cuenta. Eso que mucha gente dice...se ha ido el tiempo volando. Pues s, se me ha ido el tiempo volando. Entonces lleg ese da, en que ca desmayado en el bao. Fueron unos segundos, o minutos como mximo. Si tengo que ser sincero, no s cunto tiempo pas. Por suerte me recuper, no me haba golpeado demasiado, slo un leve moretn en la mejilla izquierda, y una horrible hinchazn en el labio superior. Creo que al caer pegu contra el lavabo, nada demasiado preocupante. Ni siquiera avis a la ambulancia ni consult mdico. Slo ocurri aquello que se convierte en lo necesario y suficiente como para que funcione como un aviso, un llamado de atencin, un recordatorio. Fue ah mismo lo recuerdo hasta el ltimo detalle- que me mir al espejo, corr hacia la heladera, envolv muchos hielos en un trapo y me lo coloqu en el labio. No quera verme mal. No quiero. Me gusta mi rostro. Es limpio, honesto, no necesita deformidades, no ahora. Porque es el momento de llamar a Cora para que venga a acompaarme. As mismo lo pens... Para que venga a mi casa a pasar unos das conmigo. Los que sean. Los que mi tiempo determine. Los que la magia de la vida me decida regalar. Es ms, creo que mientras conversamos al telfono, le coment mi situacin y mis deseos casi exactamente usando estas palabras.

Pas slo algunas horas con el ritual del hielo, y el bulto del labio cedi. Permanece una marca en la mejilla, que hasta simptica ha quedado. Me sent un poco ms tranquilo. Fue entonces cuando decid mirarme nuevamente en el espejo, ya sin la preocupacin por el golpe ni el desmayo; sin la inquietud por mi nuevo episodio. Me mir nuevamente en el espejo con el nimo de evaluar mi figura, mi presencia, mi aspecto, con la mayor sinceridad posible; sin condescendencia, sin manipular la imagen ni hacerme el desentendido. Saba que comenzaban horas preciosas, esto lo poda percibir; a partir de aqul instante, comenzaba a contar los minutos y los momentos. Cora vendra a verme, la primera. Vendra a quedarse conmigo. Tena que hacer una evaluacin sincera. Tom coraje. Haca varias semanas que le vena huyendo a este espejo. Es muy grande. Es de cuerpo entero, rodeado de un hermoso marco de madera. Se encuentra en mi dormitorio, sobre una de las paredes, sostenido por un enorme gancho que puede con l. Se impone su presencia. Cuando uno se acerca a l, se refleja mucho ms que la propia figura; te recuerda que eres pequeo; te sostiene flotando en medio de su inmensidad. Logra reflejar ese mundo infinito que rodea a quien quiera mirarse en l, de tal manera que consigue llevarte a horizontes tan lejanos, tan vacos, que quedas all parado sin saber en qu tnel del espacio te has metido esta vez. Un espejo as, es difcil que mienta. Se imaginan? Comenzar con este asunto de espejito, espejito, dime quin Es terriblemente infantil, lo s. Pero as est el mundo, logr decirme a m mismo. Me arm del valor y la decisin imprescindibles, y all fui, totalmente desnudo, a realizar este encuentro conmigo mismo, o ms bien, con lo que se puede ver de m mismo. Como conclusin les dir que as fue como termin de convencerme de que era un momento muy especial en mi vida; tan especial y tan especfico, que ya fue imposible abstraerme de l. Se convirti en un tiempo, en un instante; o mejor digamos que se convirti en una etapa, en otro parntesis que deber afrontar, transitar y concluir. Slo que esta vez, ms que cualquier otra vez, me dej un gusto amargo en la boca. Yo, el autosuficiente, el calificado, el que no necesita lo quise vivir con Cora. Fue el miedo lo que me inund de golpe? Quiero a Cora y quiero a mis amigos. Quiero mis recuerdos, mis fotos, mis aventuras. Ms que miedo, puede ser un poco de nostalgia, o simple tristeza, no s. A esta altura se estarn preguntando qu fue lo que me dijo finalmente el espejo. Pues bien, les dir: no me contest nada. Me dej ah, patitieso, solo con mis conclusiones. Simplemente me devolvi mi imagen. No pude ms que reconocer la realidad: mi cuerpo era pattico. All estaba aquella figura, delgada al extremo, pero con ese desagradable abdomen redondeado; huesos cubiertos de piel blanca griscea, con algn pequeo montculo de grasa en algn lado que otro, slo para no confundir y reconocer al menos que sigue tratndose de una figura humana. Aquel rostro, tambin grisceo, con enormes ojeras, con los labios casi blancos. Las manos, largas y huesudas, con ese temblor fino que ya no puedo disimular. Dira que, por suerte, me ha quedado ahora una simptica marca en la mejilla... Mi pattica apariencia. No necesito esconderme ms. As estoy yo me dije- pues as me tendr que presentar ante los dems. Yo no sirve tratar de ocultarme. Ah mismo termin de estar seguro: ste es mi yo actual, y con l voy a convivir. Entiendan que no se trataba slo del cuerpo que se vea. Esto lo consider el complemento suficiente. Lo importante fue que la cada y el desmayo ltimos no fueron el nico aviso que he tenido. Ya haca varias semanas que vena decayendo. Pero era necesario estar ms seguro. Muchas veces uno tiene declinaciones pasajeras, problemas o quebrantos que suceden en un momento pero que luego se resuelven.

El tema es que a m me vena sucediendo muy seguido, y con aquello que llaman prdida de conocimiento como condimento, suficiente para tomarlo en cuenta, suficiente para saber que ya estoy muy complicado. Llam entonces por telfono a Cora, el mircoles a la maana. Me prometi llegar esa misma tarde. Me senta bien, a pesar del golpe. Quise que todo fuera perfecto. Avis a una seora que viene a mi casa desde hace varios aos, una vez a la semana, a poner todo en orden. Todava no era su da, me cost convencerla. Le ped que viniera de inmediato, en ese instante, sin pensarlo; que tomara impulso y viniera. Ella lo hizo, vieja fiel, veterana de lujo. - Quiero todo limpio, mi doa, todo perfecto. Me gustaran las ventanas absolutamente transparentes, que casi no podamos notar que algo se interpone entre una habitacin y el exterior. Los cuadros, los adornos, quitarle el polvo a todo. Alfombras, manteles, todo reluciente. - No habr ningn problema dijo-; este piso lo doy vuelta en poco rato, no se preocupe. Dejo preparada la heladera con comidas, con frutas, con bebidas? Vienen todos sus amigos? - Todos vienen, mi vieja; nosotros vamos a esperarlos. El mueble de los vinos, abierto de par en par, para que sean elegidos segn las ganas y el gusto. Quiero incienso, flores en los floreros, mucha vida en este hogar. Revisa los armarios, necesito mi ropa dispuesta como si fuera a salir cada da. Las toallas perfumadas, las sbanas planchadas, t sabes, t de esto sabes. Lo quiero todo con vida, como si fuera a ser usado. Inmediatamente la doa se puso a trabajar. Confi en ella. Saba que lo iba a preparar segn mis deseos. Me conoce. Sabe de lo que hablo, lo que me gusta. Hasta conoce quines vienen, cmo los quiero recibir, cmo los quiero agasajar. Luego de unas pocas horas, qued todo dispuesto a la perfeccin. Muchas flores, mucho sol, daban ganas de estar aqu, de disfrutar este hogar. Ella se retir con un gran abrazo, con una mirada conocedora. Parada a mi lado, enderez sus hombros, qued erguida, mirando ligeramente hacia arriba hasta encontrar mis ojos. Sonri. Me abraz nuevamente. Estoy seguro que esto ya lo vivi alguna vez, en algn momento de su historia. Tena la mirada de los que conocen de qu se trata. Sabidura de vida. Incluso me gratific con algn detalle que otro, como por ejemplo, el haber colocado como centro de la mesa principal, un regalo que me haba hecho Cora en un cumpleaos: una bandeja de plata grabada, sobre la cual colocamos siemprevivas. As mismo lo dispuso, igual que cuando ella me lo regal. Todo en su lugar. Tal como me apeteca. Como me hace bien. Casi enseguida, esa tarde de mircoles, lleg Cora. Yo me haba arreglado con mis mejores ropas. Afeitado. Perfumado. Limpio. Trat de verme, dentro de mis escasas posibilidades, lo ms entero posible. Cora se lo mereca. Mi esmero. Mi actitud abierta, dispuesta. Con ganas de mostrarme, de dejarme ver. Apart la oscuridad de mi horizonte, y logr llenarme de toda la luz que encontr en mi entorno. Les cuento que toda mi presencia irradiaba claridad: pantaln color caqui, camisa verde-agua con finas rayas verdes algo ms pronunciadas, zapatillas claras y veraniegas, todo pensado para lucir mi nueva disposicin a recibir la vida, a recibirla a ella, Cora del alma Entonces escuch el timbre, y no miento si les digo que respir hondo con toda la fuerza que pude conseguir, y me abalanc hacia la puerta. Deseaba verla, tanto tropec con la esquina de la alfombra, me tambale hasta que logr apoyarme en una silla antes de caer, y as corregir rpidamente mi postura. Una vez seguro de haber logrado el

equilibrio necesario, respir hondo nuevamente, me alis el cabello, ech un vistazo a mi ropa tratando de descubrir la aparicin de alguna arruga delatora, y slo cuando comprob que todo estaba perfecto, palp la ansiedad en mi interior, descubr que era la ma habitual, y entonces s, fui a abrir la puerta. Qu escena! Qu semejante ridiculizacin de m mismo! Pero si pareca un adolescente en su primera cita; como cuando se nos alborotaban las hormonas con slo imaginar la presencia de nuestra potencial novia, de nuestra posible primera atraccin; como cuando ocultbamos torpemente el temblor de la primer caricia, del primer roce de labios; como cuando nos retorcamos de dolor y nos agachbamos para disimular aquellas evidentes prominencias que hacan avergonzar hasta al ms experto (que era aquel que ya haba vivido esta situacin y la haba sorteado con el disimulo indispensable para hacer menos horrenda la existencia). Cuando abr la puerta, necesit contener el aliento. All estaba, hermosa, radiante, parada en el umbral, con su bolso y su sonrisa, con sus ganas y su fuerza. Fue como una presencia divina. Una aparicin. No hubo ninguna prominencia que disimular porque mi fsico no responde a la lujuriosa cabeza, ya no responde. Aunque aquella circunstancia la hubiera merecido. Respir hondo hasta llenar los pulmones. Absorb toda la energa que irradiaba. Fue tan hermoso ese encuentro. Lo hicimos grato, amable. Nos abrazamos fuerte y quedamos un rato as, en ese abrazo, como atrapando el momento para guardarlo en la memoria de cada uno. Olindonos. Respirndonos. Apretndonos. Reconocindonos. Pero sobre todo, arrullando los recuerdos, los sentimientos, midiendo lo que somos ahora, y atesorando. Luego Cora recorri el piso, lo inspeccion; con una mirada aprobadora, la vi disponer del espacio y de sus necesidades. Coloc su ropa en un estante del armario del dormitorio principal. Orden todo lo que ella necesita para su higiene personal, en la estantera del bao. Arregl sus toallas, regal unos jabones de riqusimo perfume; en fin, se posicion en los lugares ntimos, ocup su lugar, deline su terreno. Despus le toc el turno a la cocina. Con una indiscutible autoridad, tambin dispuso de la comida; es ms, hasta cocin algunos deliciosos manjares. La primera noche no, slo recurrimos a una serie de bocadillos ya preparados, para acompaar una exquisita botella de vino, una especial, regalo de una gran amiga en su ltimo cumpleaos, que la tena guardada para una ocasin nica... como sta. Cora me hizo muchos cuentos. Conversamos como si nos hubiramos separado haca cinco minutos. Todo con total naturalidad, con fluidez. Con esa manera suave y firme de Cora, esa manera que me enamor desde el principio. La verdad es que hemos pasado horas conversando, hacindonos cuentos, ancdotas. Ella se comport de una manera tan amable, tan sensata, que en ningn momento hizo mencin a mi horripilante aspecto, ni al paso del tiempo que se descubra en mi rostro, en mis arrugas, o en mi cabellera totalmente canosa. Creo que not que yo haba hecho lo posible por aparecer dentro de mis mejores posibilidades. Lo cierto es que descorchamos vinos, vimos juntos la televisin, pelculas por la noche, remos mucho, sobre todo nos hicimos rer mucho. Dormimos en paz. Ayer jueves, a la noche, llam a mis amigos. Para que vengan a visitarnos a nuestra casa al da siguiente. Es hora. Lo siento as.

II

Entonces lleg el da ms incierto, ms enigmtico de mi vida. Lleg y comenz este viernes; miro el reloj y son las cinco de la madrugada. Cora se encuentra a mi lado durmiendo. Bien arropada, casi no se ve debajo del edredn. Con sus cabellos ondulados y largos, desplegados en la almohada. Su rostro plcido, hermoso, distendido. Quisiera que siempre te encuentres as, Cora, con esta tranquilidad, con la respiracin pausada, las mejillas rosadas; soadora, esperanzada. No quiero que se despierte. Trato de no moverme, de no hacer ningn ruido. Echo un vistazo a mi interior, como viene siendo costumbre en los ltimos meses, cada vez al despertarme, y noto que estoy comenzando este da con una pretensin bastante absurda, que se impone a pesar de mi voluntad. Es la pretensin de recordarme, de recorrerme; aparecen imgenes, unas sobre otras, se encadenan entre s resultando en entramados inslitos. Una vez ms confirmo lo que ya haba aprendido alguna otra vez: que la voluntad no tiene nada que hacer frente a los embates de los pensamientos. Simplemente stos se imponen. Si no los quiero atender, pues mala suerte, porque sencillamente no se puede evitar, porque estn all, sin pedir permiso. Por terco y obstinado que soy, trato igual de imponer mi voluntad y no pensar, trato de evitar esto de recorrer el camino de los recuerdos, y entonces sucede lo inevitable: se presentan, una tras otra, las imgenes, los cuentos, las sensaciones. Aparecen algunas escenas, casi en un orden cronolgico; otras que se confunden, se enredan, se equivocan de lugar. Y all estoy yo, recordando, recorrindome, justo como no me apeteca, desde las cinco de la madrugada... Estoy tratando de ordenar mis pensamientos para relatarles lo ms detalladamente posible todo aquello que merodea por mi mente. All acostado, con Cora durmiendo a mi lado. S de antemano que me va a resultar muy difcil trasmitir este torbellino de pasiones que se instal en mi alma, quin sabe, tal vez hasta mis ltimas horas. Digo alma con el afn de ubicar estas pasiones en algn sitio. Dar un lugar a los sentimientos. Tener la ilusin de que stos tienen una ubicacin secreta, compartible y transmisible; una ubicacin para tanta sensacin y percepcin inefables. Esto es algo que me apacigua. El alma. Creo que sirve como habitculo. Reconozco que encontrar el lugar para cada cosa es muy fantasioso. Pero no importa, me tranquiliza igual. Torbellino de pasiones. Acostado. Mi mente que organiza este paseo. Se los tratar de trasmitir. Cora que seguramente escucha el rumiar de las sinapsis, el temblor de las dendritas, se despierta, intuye, me mira. - Bueno, creo que te adivino, mi amigo. Te veo as, tan quieto, de ojos abiertos. Aunque pretendas ocultarlo, s que prefieres la compaa de esa loca vida interior que t tienes. - Gracias, Cora. Necesito que hagas lo que sea menos quedarte a mi lado, porque yo no te puedo hablar ahora. - Ya entiendo, es tiempo de que me levante dice Cora sonriendo. - Es que debo atender todo esto que aparece en mi cabeza, sin preocuparme porque alguien tal vez quiera escudriar mis asuntos interiores le explico. Cora se echa a rer. Muestra en todo su esplendor esa risa repleta de dientes blancos y perfectos; inunda el dormitorio de una alegra difana, esplndida, luminosa, tan viva. - Debes saber que lo ltimo que hara en esta linda maana es hurgar en tus pensamientos me dice-. No te preocupes mi nio, te aseguro que te conozco lo suficiente. Confieso que hoy quiero hacer varias cosas, tengo en qu ocuparme; vendrn

nuestros amigos y quiero que todo est dispuesto para recibirlos el tiempo que se les ocurra estar aqu. Entonces se despereza, me regala una sonrisa, un abrazo tierno, de amor, de comprensin, de sabidura, y se levanta. Se dirige hacia el comedor, y me deja aqu solo, con mi tiempo. Inmvil. Vuelvo a la sensacin de intimidad absoluta. Lo primero que veo en este deambular de los recuerdos son mis veinte aos, cuando era una persona racional, y tambin lleno de pasin. Era un flaco desgarbado, de hombros ligeramente cados, mirada casi siempre perdida en algn horizonte que ni yo saba localizar. Tena mi buena pinta, les voy a decir. Al menos recuerdo que las mujeres giraban a mi alrededor melindrosas y querendonas. Siempre esperaban que yo invitara y no recuerdo haber rebotado ninguna vez. Tena entonces esa facha ganadora. Tal vez por mis ojos claros, verdes, lmpidos, hasta a m me sorprenda verlos en el espejo. Los miraba como si fueran de otra persona, era muy extrao pero parecan desprenderse del resto de mi ser. Tenan un brillo, una expresin, que dudo que el resto de mi cuerpo pudiera armonizar con semejante actitud. Esos ojos hablaban en forma independiente de las cuerdas vocales y de la boca. Aunque la boca tena cierta armona con todo esto. Bien delineada, con un tamao acorde al resto de la cara. En pocas palabras, era un flaco interesante, con una apariencia de intelectual que me encantaba cultivar, porque saba perfectamente que me otorgaba varios puntos de ms en cualquier competencia. Tal vez slo por esto, o porque adems me sala naturalmente, es que no dejaba de prevalecer la razn en todo lo mo; lo racional era mi sello. Ello no impeda que me reconociera tambin como un pasional. Supongo que es tpico de los veinte aos, lo de ser de una determinada manera y tambin de la otra. O sea, todava no estar demasiado encasillado en una personalidad y en un carcter. Todava el interior debatindose para llegar a un acuerdo, una transaccin posible, a un resultado un poco ms coherente que el de la adolescencia. Esto lo pude pensar ya de adulto, porque para m, en aquellas pocas, era un asunto normal y comn ser una cosa y la contraria tambin. Pero lo que ahora me interesa relatar es que mi caracterstica en aquellas juveniles pocas fue la transparencia de todos mis estados de nimo, adems de mi racionalidad. - Tal vez debieras revisar esto -me dijo mi amigo Juan, l s, puramente racional y circunspecto. - Mira, soy as por mi forma de sentir tan fuerte, tan intensa, que aparece tan clara cuando estoy enojado, triste, alerta, contento -respond con un mal organizado orgullo. - Bueno, en realidad no tiene mucho que ver con la forma de sentir, sino con la forma de expresar el sentimiento. Es esto lo que te propongo revisar. - No creo que me interese ser tan cauteloso como eres t le espeto. Me gusta as. Yo era de los escasos hombres en mi medio que expresaba todo, con una elocuencia tal que no quedaban dudas sobre lo que pasaba por mi interior. A los otros hombres que conoca, les era muy difcil eso de quedar al descubierto. Salvo a Juan. Para l no se trataba de una dificultad, sino de una eleccin. Simplemente no le interesaba dejarse ver. Para mis otros amigos, era un asunto de imposibilidad. No s bien por qu, ni cmo se trasmita semejante cuestin, pero en la poca en que ramos jvenes, haba algo en nuestra cultura, en nuestra educacin, que no permita a los hombres expresar muy fcilmente lo que sentan. Esto me resultaba una tontera; pero lo que me pareciera no importaba, porque en estos asuntos no hay lugar al cuestionamiento ni al parecer. Se es como se puede.

A todo esto, quera nada ms contarles, que yo era de aquellos pocos que lo expresaba todo. Hubo una poca, sin embargo, en la cual estuve un poco ms apagado. No porque no siguiera sintiendo con intensidad, o expresando con detalles, sino porque estaba aprendiendo a graduar las emociones frente a los dems. Tal y como siempre me aconsejaba Juan. No creo que haya sido por seguir sus consejos. No fue algo premeditado. No fue un plan de trabajo para mejorar mi persona, ni nada que se le parezca. Simplemente fue as mi transcurrir. Supongo que fue una evolucin natural, apoyada en las experiencias, los aprendizajes, los golpes, pero no lo recuerdo tan bien. Solo s que me fui transformando bastante. Comenc a medir. Introduje la escala racional por encima de la pasin, del mpetu, del fervor. Lograba que hubiera pensamiento antes de cualquier accin. El peso de la razn aplast la impulsividad. - Tienes razn, camarada. Ser transparente y demostrar lo que se siente, fue algo muy bueno, para m y para los que me rodeaban. Pero tambin fue algo inmaduro, y muchas veces desubicado. Es correcto aprender a graduar, a no quedar en evidencia, a que se den cuenta pero no tanto -le coment uno de esos das a Juan, botella de vino mediante, en una noche de confesiones. - Es que comienzas a elegir qu haces y qu dejas de hacer con los sentimientos. A darles un trmite por tu interior. Comienzas a filtrar, guardar, mostrar, elegir. Esto es algo muy preciado, porque tus sentimientos no se imponen como una verdad inocultable, ya dejan de ser el centro de la situacin. En este sentido, entras al territorio de la madurez -me devuelve Juan, y tal vez sea cierto. Recuerdo que entre la gente que estaba a mi lado, se consideraba como algo valioso ser honesto, sencillamente honesto, mostrar lo que se siente y lo que se piensa tal cual se siente y se piensa. Al menos eso era lo que se pretenda. Lo que pretendamos decir que estaba bien. Es verdad que queda bien decir lo bueno que es ser honesto. Pero en realidad, ahora lo considero muy inocente, dira ms bien ingenuo. Ser honesto, en todo caso, es un deseo. Uno no puede caminar por all siendo sencillamente honesto, porque lo que termina siendo es agresivo. Incluso repugnante o malvolo. Adems, uno mismo queda demasiado al desnudo, indefenso, sometido a la absurda crueldad del resto. Tal vez el asunto est en ser, sobre todo, honesto con uno mismo. Luego, cmo uno maneje todo esto hacia el exterior, pues lo tiene que determinar cada quien mediando pensamiento, y en lo posible, dira, mucho pensamiento y tranquilidad. Esto fue lo que aprend en aquella poca, y lo sostengo hasta el da de hoy. Con la anuencia de mi amigo Juan. Pero deca que pas por ese tiempo, en el que todos -hasta yo mismo- me encontraron apagado. En aquel momento caus una alarma generalizada. Alerta rojo. No estaban acostumbrados. Yo tampoco estaba acostumbrado pero me entenda perfectamente bien, as que no me importaba. Lo que entend fue que necesitaba llegar a un nuevo equilibrio. Lo que estaba aprendiendo no result nada fcil para m, me implicaba un gran trabajo. Seguramente para Juan era algo sencillo, simplemente l era as. Pero yo no era as. Para m era un trabajo. Se trataba de una transformacin, o una evolucin? El asunto es que necesit silenciar mis sentimientos; los escond, casi no intervena, mostraba poco, muy poco. Los nuevos equilibrios son muy difciles. Ahora de viejo lo s. Lleva un tiempo saber en qu queda uno luego de una lucha interior. Entonces ese tiempo lo viv as apagado. Recin luego, pude acomodarme a aquello de poseer La Habilidad, esto tan deseado: el manejo consciente de lo que se muestra y de lo que no se muestra. No me digan que no

suena fantstico. Pues se puede lograr La Habilidad. Y les comento que en mi caso personal, lo logr sin recogimiento psicoteraputico. Solito, as noms. Todo un orgullo verdad? Pues para m s fue un orgullo, porque odiaba tremendamente aquello que ante cada dificultad estaba correcto recurrir a la psicologa y similares. Yo creo que lo logr, reconociendo, claro est, que no hay ningn estado del alma que permanezca estable; hay veces que se puede mejor y hay veces que se puede peor. Simplemente yo lograba que la mayora de las veces fuera as, un poco ms acorde a como yo lo quera. S que me hizo sentir ms grande, y aunque aparezca tan controlado, me hizo sentir un poco ms libre. Porque poda guardar la intimidad, y esto me da un poder, un grado de soledad poderoso, que me hace sentir esa libertad. Es magnfica lo poderosa que puede llegar a ser la soledad. Cunta razn tena mi amigo Juan. Se lo agradec alguna vez? Ojal que s. Recuerdo que cuando logr finalmente este equilibrio, se acab el alerta rojo. Pas a ser normal, para alivio de mis amigos. Lo deben haber comentado bastante en mis espaldas, me los imagino... Qu haremos con l? cmo lo ayudamos? pobre, qu pasar? Es que son as. Me hubieran preguntado y yo simplemente les hubiera dicho que no se preocuparan, que estaba todo en orden, todo encontrando de a poco un lugar; pero no, no preguntan, ellos suponen, comentan, emiten una serie de especulaciones, hasta que al fin, yo me muestro un poco ms, dejo de estar en el extremo del apagn, me vuelvo nuevamente yo mismo y mejorado, ya con La Habilidad incorporada. Alivio general. Estamos bien. No hay crisis. Mucho ms adelante, tambin reconozco haber transitado otra de esas pocas raras, o, al menos, extraa para m mismo. Otra de esas difciles transformaciones. Fue cuando comenc a vivir unos tiempos en los cuales crea que comenzaba un camino de relativa calma, de pacfica serenidad. Pens que comenzaba a caminar un sendero marcado, perfectamente delineado. Que comenzaba a saborear todo lo que haba en este sendero, pero ya sin cambios, sin novedades, con la paz de lo ya hecho. Aqu ustedes pensarn que ya estaba viejo. Y s. Ya estaba viejo en ese entonces. Pero para lo que era mi personalidad, se supona que viejo pero no tanto; viejo pero an con gran resto de vida. Cora me miraba con inmensa extraeza cuando yo le hablaba as. Ella ms que nadie conoca lo reido que estaba esto con lo que venan siendo mis pensamientos. En algn momento incluso me tild de amargo depresivo. Tambin me lleg a reprochar si esto yo no se lo deca para acaparar su atencin, porque estaba aburrido o algo as. Entonces fue cuando todo se dio vuelta otra vez... En aquella oportunidad la lucha interior no redund en lograr la supuesta paz eterna, sino todo lo contrario. Gan la guerra, el movimiento, el sobresalto, la in-armona, el desequilibrio permanente, el estado de tensin, lo explosivo, lo enigmtico Bah!... gan la vida, una vez ms. Bueno, pero aqu ya estoy en la terminacin de mi historia. Me parece que mi cabeza va a dar ms vueltas de lo previsto. Ni se imaginen que llegar tan pronto al final.

III.

Esto de que todo se daba vuelta otra vez, ya lo saba. No s por qu me sorprend. Hoy viernes estoy aqu, tirado encima del colchn, quieto como un muerto por temor a descolocar mis pensamientos, por temor a que huyan o se degraden antes de poder expresrselos. Pero por ms quieto que estoy, siento todos mis rganos vibrando debido al enojo que me ocasiona slo el recuerdo de semejante ingenuidad. Porque hay que ser limitado para imaginarse que todo ser igual, todo as, como viene siendo. En qu cabeza entra la idea de que pueda existir la calma cotidiana, lo previsible, como algo permanente Claro que puede existir: como pequeos descansos, como pausas imprescindibles para no enloquecer frente a lo que cambia, a las nuevas dudas, a las nuevas creencias, nuevas culturas, nuevos amores. Son como paradas, descansos, en un camino que no tiene fin, porque nos trasciende, porque ni siquiera es lineal. Esto ya lo intua siendo bastante joven. No lo tena armado como una propuesta. No estaba an organizado mi pensamiento. Slo intua. Estaba comenzando a construir lo que luego sera mi relato preferido. Tan es as, que en todo momento, en cualquier lugar, desplegaba comentarios la mayora de las veces intolerantes y necios, con tal de demostrar lo que para entonces slo rondaba en mi cabeza, lo que saba sin darme cuenta que lo saba. Cora fue la que ms sufri mi falta de cautela, esa necesidad de decir aunque en realidad nadie me lo haya pedido; esa necesidad de dejar clara mi presencia, una presencia intelectual e inteligente, por supuesto. L a necesidad, y al mismo tiempo la poca capacidad de respetar el silencio, lo no dicho, la pausa; de valorar el regalo de no contestar. Un buen ejemplo fue cuando recin comenzamos a vivir juntos, Cora y yo. Como les digo no poda callar, no poda descansar, era difcil para m simplemente dejar discurrir. Se volva importante ajustar el lenguaje, ser conscientes de cada palabra, cada frase dicha. Qu seriedad mis amigos! Supongo que es as como se van elaborando los pensamientos. Al comienzo con intransigencias, con contradicciones y desequilibrios; as se va uniendo y tomando forma esa masa coherente y lgica, esa certeza personal, trabajosa elaboracin de principios, cuerpos tericos, creencias, y dems causantes de tantos desvelos, peleas, desentendimientos. Recuerdo como si fuera hoy, cuando Cora me dijo un da de aqullos cuando recin comenzbamos a vivir juntos: - Quiero estar contigo, a tu lado, toda la vida Podremos hacerlo? Seremos dos personas enamoradas para siempre? Lo quiero as -casi me suspir al odo, mientras nos despertbamos juntos. - No es posible siquiera desear algo as, Cora. Significa estar muy confundido. Cmo podramos imaginarnos juntos para siempre? Como si fuera una situacin que se pudiera prever o imponer por la voluntad? -le comenc a decir. Cora se horroriz. Puso aquel rostro de locura momentnea, de sorpresa amarga, de desilusin que transformara de inmediato en tema de discusin y alarma. Se inclin sobre m, en clara actitud provocativa, dispuesta a pelear, a dar batalla, casi como si valiera la pena. - No es tan difcil -me lo dijo con sorna-. Simplemente me gusta mirar muy pero muy para adelante, y darme cuenta que me encantara ser una anciana, caminando con un bastn, y t a mi lado, tambin viejito, conversando conmigo. Fantasas. Deseos. Lo entiendes o ya para ti no es posible siquiera imaginar? - Pues tu fantasa me desanima. No me permite respirar le digo.

- No me responsabilices por tu agona pulmonar. Si no respiras es porque no te da la gana. O acaso te es tan extrao recibir en la nochebuena un regalo trado por Pap Noel? Es tan extraa cualquier fantasa? Podramos convenir que es absurdo. Pero en la intimidad? No son momentos agradables? No alardees por favor de ser tan bruto, tan ajeno a casi todo lo humano. - Es que no puedo pensar, ni mucho menos creer, que ser de una determinada manera para siempre. Considero que es tratar de acogerse a una idea que aniquila el desafo mayor: decidir en cada momento cmo seguir siendo; cuidarse porque no sabemos; pensar porque no es fcil; prepararse porque no s qu vendr; encargarse porque soy el responsable. Lo entiendes? Ya en aquellos momentos, yo hablaba de esta manera, comenzaba a definir lo que luego fue convirtindose en un convencimiento profundo, en una cuestin para trasmitir y ensear. -Claro que entiendo o me crees turra? Entiendo perfectamente. Y no me apetece continuar hablando contigo. Eres an peor que el hombre de las cavernas. Deberas en realidad vivir solo, en una cueva, preguntndote acerca de la realidad o no de las figuras que aparecen en tu pared, de esas sombras que tal vez las crees propias de la vida, pero te pierdes de darte una vuelta y de ver que hay otra vida que se despliega a tus espaldas. - No te ofusques. No es tan grave. Venga, vamos a acariciarnos y a olvidarnos de todo esto trat de sobrepasar esta discusin. - Me aburre que no podamos simplemente hacer un mimo, decir un cario, ser un poco nios y hablar de nuestro castillo en el reino de por siempre jams; todo parece ser tan preocupante para ti. No todo lo que se dice es un compromiso. A veces, algunos humanos, logramos jugar. T pareces olvidarte de esto. Y de caricias nada, nio, que no estoy ahora de humor. - Para m no es tolerable, Cora, escuchar una frase dicha con aparente trivialidad, pero que en realidad implica una forma de pensar y actuar en la vida, y quedarme simplemente callado. No me parece que las conversaciones entre amigos, entre gente ntima, deban limitarse a alguien que habla y alguien que concede. No puedo cuando algo chirra en mi interior, quedarme simplemente callado. Trata de comprenderme. - Sin embargo a veces siento que t me juzgas, que t me corriges, que no me dejas ser yo misma. A ti no te convence es a ti a quien una frase le cruje en su interior pues lo debes entender como tu problema, o tu corazonada, pero no tratar de convencerme de que lo que yo enuncio es un error garrafal. Esto se convierte en una cochinada. Realmente te crees que puedes juzgar si un pensamiento es acertado o incluso inteligente? - Yo simplemente te respeto tanto como t me respetas a m. Por eso es que escucho y doy tambin una opinin, en lugar de quedarme callado y complacerte. - Pues si sigues en esa lnea, entonces te dir que yo creo que eres un amargado; no tienes ni pizca de soltura; mejor aflojar, mi amor, o te volvers viejo muy pronto Siempre fuimos muy diferentes Cora y yo, pero con el tiempo cada uno ha podido aprender un poquito de las formas del otro, a partir de lo cual disminuyeron significativamente nuestras discusiones. O tambin pudo ser que disminuyeron las discusiones porque lo que era fundamental se ha vuelto cada vez menos trascendente: se ha vuelto una simple posibilidad, casi tan til como cualquier otra. Ya en mi madurez, logr dar forma a estas primeras incursiones en el pensamiento filosfico. Cuando preparaba las clases para mis alumnos, armaba mis disertaciones y hablaba de volverme un comunicador. Creo que en esos momentos fue cuando mir mis concepciones como quien mira un paisaje, y adems me encontr dentro de ese paisaje,

formando parte. Fue as como se convirtieron no slo en concepciones sino en algo an ms intenso: en un cuerpo de certezas, slido y privado. Mis afectos y mis razonamientos se acomodaron, coincidieron; la vista se volvi ms lejana, el paisaje ms vasto, y yo siempre formando parte, colgado en medio de un horizonte, cada vez vindome ms pequeo, ms insignificante: un puntito en aquella dimensin profunda e infinita. Recin en mi madurez. No s cmo, no pidan que se los explique, pero esto en su momento, me llen de paz y de ilusin. Tratar de describir algunas lneas, alguna pequea muestra de este paisaje: cuando miro para adelante, aunque sea en lo inmediato, no hay un camino, sino que se desarrolla una trama de caminos que se cruzan entre s, en diferentes direcciones, como una malla enlazada sin un patrn definido, y por ah, dispersas, como pequeos remansos, estn las paradas, los descansos. Si pudiera hacer un dibujo para representarlo, entonces lo dibujara como un mapa; un mapa de una gran ciudad, enorme ciudad, no se visualizan sus lmites. En esta ciudad, ningn urbanista ha tenido el cuidado de hacer cuadrculas, por el contrario, su dibujo muestra una infinitud de rectas, curvas, calles entrecruzadas Dispersos en este mapa, estaran dibujados una gran cantidad de puntos rojos, sealizando los puntos de inters de la ciudad. Creo que as sera la representacin de la vida y nuestro recorrido en ella. No hay en mi representacin un recorrido lineal, un largo y recto camino con un principio y un final, con un paso tras el otro, causa y consecuencia, poco a poco formando la lnea. No. Se trata de un entramado de calles, que simbolizan los caminos, nuestros recorridos, nuestras elecciones, nuestras idas y venidas. Los puntos rojos marcados en el mapa, dispersos sin orden, sin reglas, sin cdigo, seran los lugares donde algunos, alguna vez, nos hicimos la ilusin de haber descubierto que era El Lugar, La Forma; el lugar de uno y para uno, ya est..... Descansemos.... Hasta que, incluso slo por inercia, se da un solo pasito, se mira slo un ratito hacia otro lado, y ya se est nuevamente frente a un cruce de caminos, sin ms opcin que la de elegir para dnde seguir, y... a caminar otra vez, que para ello tenemos un par de piernas, para erguirse y continuar andando. Que si algn Ser Superior hubiera querido que simplemente encontrramos el descansito, la parada, para quedarnos all, nos habra hecho unos muslitos cortos y dbiles, ya que tanto uso no les bamos a dar. Pues no. As no fue el cuento. Nos hicieron unas piernas largas hasta el suelo, fuertes, con buenos huesos y msculos, bien articuladas, con unos apoyos llamados pies muy bien estructurados, firmes y flexibles, capaces de soportar el peso de las decisiones. As que, seoras y seores, a continuar caminando! En realidad, recin hace muy poco, ya con canas en mi cabellera, me he dado cuenta que los puntos rojos, estas paradas, s eran nuestros pequeos descansos, el lugar donde respirar hondo, mirar, y decidir por dnde seguir. Algunos conozco que han tenido la fantasa de quedarse all, igual que yo la he tenido, desafiando la inevitable movilidad. Se han imaginado de una determinada manera hasta el resto de sus das. Pero quiero trasmitirles que aunque uno se quede a echarse una siesta, no podr despertar y estar en el mismo lugar, porque tan rica es la vida, tan indescifrable, tan inesperada, tan incierta, que slo una llamada al telfono nos terminar por despabilar, y por encender. Una nueva situacin, an la ms cotidiana y banal, nos har tomar una nueva decisin. As es nuestro recorrido, en forma permanente, con esta continuidad.

IV.

- Cmo es que no enloquecemos? -me pregunt mi amiga Ivette un da cualquiera, de sos en los que simplemente uno est recostado en una silla, en la terraza, saboreando un jugo de frutas con mucho hielo y un poco de vodka, pues vamos, el jugo slo no alcanza para estar recostado placenteramente en una silla. La cosa es que Ivette se asoleaba a mi lado, yo en una especie de xtasis de la tranquilidad dominguera, y me suelta esa pregunta como si yo, a partir de all, pudiera seguir descansando. Es que mi cabeza no tiene lmites, no para, no puedo hacer que oigo algo y no largar un rollo de ideas, un pensamiento detrs del otro, una contradiccin luego de la otra, hasta revolver y revolver tanto, que hasta la persona que hizo la pregunta ya est en otra cosa, y yo sigo como reverberando, mascullando, rumiando, lastimando mis neuronas con tanta presin. Y no se crean que hago esto y llego a una conclusin sabia. No es as. Hago esto y la mayora de las veces, quedo babeando un montn de estupideces que van tomando rutas cada vez ms oscuras que no siempre llegan a buen puerto. - Cmo es que no enloquecemos? -me repite Ivette, al verme como pasmado sin emitir siquiera un gruido. Yo slo la estaba observando. Desde mi silla y desde mi vodka, contemplaba cmo esta hermosa mujer intentaba por cualquier medio romper la paz del momento, la placidez de la soledad compartida. Ambos recostados en nuestras respectivas sillas, oyendo el canto de los pjaros, los ruidos de la naturaleza, en una terraza enjardinada, repleta de plantas muy bien cuidadas y regadas con todo cario y devocin; acompaados por una msica que slo puede traer armona y placer, que slo puede conjugar estos momentos al entorno hasta sentir en lo ms profundo el agradecimiento por la existencia, exaltando todos los sentidos, prometiendo el mayor de los goces posibles. Ivette, acompaando esta calma, sintonizando el mismo dial que la naturaleza, est estirada en esa silla en todo su largo, dejando ver esas piernas casi morenas, lisas y lustrosas, delgadas, perfectas. La observo como quien decide explorar la belleza que encierra los colores de una mariposa. Puedo ver su cabellera abundante, luminosa, larga hasta la cintura, con ligeras ondas que caen como con descuido, dejando ver uno de sus hombros bien redondeado, firme, que permite el movimiento gracioso de sus largos brazos, complemento indispensable que acompaan la comunicacin. Este esbelto cuerpo es una invitacin a saborearlo, aunque ms no sea con la mirada. Pero en esa oportunidad, slo era capaz de observar y pensar cmo poda ser tan capaz de arruinar la armona en la que me estaba extasiando; cmo poda esa belleza romper tanta distensin, y pretender colocarnos en situacin de serios anlisis y concienzudos pensamientos existenciales, hasta el lmite del dolor neuronal. Pues s. Es capaz. Esta belleza puede romper el entorno y hacer lo que se le antoje. Que yo la voy a seguir y adems le voy a contestar. Solamente porque ella es capaz. - No enloquecemos porque nos tomamos algunos descansos, mi querida amiga. Pequeos descansos, pero muchos. Tal vez innumerables. Nos preguntamos cosas, pensamos, sentimos, decidimos, pero no siempre en una vorgine interminable. En todo esto tambin hay algo de descanso. - No s qu quieres decir susurra Ivette con coquetera. - Tal vez para muchos el descanso est justamente en hacer todo este ejercicio intelectual. Pero sobre todo, mi dulce Ivette, muchas veces nos tomamos, placenteramente, un vodka con naranja en una silla, sin otra preocupacin -cuando nadie la impone- que la de pensar en el nacimiento de las mariposas...

Ivette entonces se avergenza, se le transfigura el rostro, ya no est complacida, sabe que estoy siendo sarcstico con ella. No le gusta no seducir a los dems. Est acostumbrada a ser admirada, a provocar suspiros, gracias, moneras. No tolera mi agresiva irona, mi desdn para con los problemas humanos. Ella slo est bebiendo jugo de fruta. Esto es lo que le pasa. Muchas veces se olvida del vodka. Que la vida es un torbellino ya lo saba. Sin embargo, les contaba que apareci esto de que en algn momento, yo tambin dibuj un mundo irreal en el cual, de ah en ms, sabra cmo segua todo. Pudo haber sido cansancio, o depresin disfrazada de sabidura. No lo s. Tal vez incapacidad para desandar lo andado, o miedo oculto a perder lo que tena, o vaya uno a saber qu. Un mundo irreal que ni siquiera puedo decir que me guste mucho. Tal vez para vivirlo slo un ratito, pero no ms. Es cierto que en ese mundo ya no haba noticias ni hechos desagradables, y yo ya no quera, nunca ms, momentos tan desagradables. El sufrimiento estaba minimizado. La sabidura tapaba el dolor. Pero es cierto tambin que ya no haba sorpresas, intensidad, vuelcos del humor, adrenalina, pnico, felicidad completa; ya no se erizaba la piel, ni me inundaba de placer, tampoco de tristeza, ni de miedo. Y esto decididamente no me gusta. Comienzo a engordar y a ponerme neurtico. Si lo sabrn mis amigos. Por qu habr cado en semejante invencin? No lo s, y creo que ahora tampoco me importa. Me miro paralizado en esta cama, sin saber si estara bien mover un dedo o no, y soy sincero cuando les digo que no me importa ahora saberlo. Pero por supuesto en su momento estuve ensayando respuestas, y volv a ubicarme; en algn instante de mi vida que sera injusto tratar de localizar con exactitud, volv a sentir coherencia; pude respirar nuevamente, sabiendo que se trataba de mis pulmones. Placer esencial si los hay, esto de saberse uno mismo. Ensayando estas respuestas entonces, en principio me propuse que, si fuera una persona que creyera en el determinismo de las situaciones, podra decir que fue por esta creacin absurda de mi pensamiento, por este desatino de la inteligencia, que la vida sali a demostrarme mi error. La vida me pate el trasero, como se dice en algunos lugares. El asunto es que no me considero determinista, no me queda cmodo aquello de la causa y la consecuencia. As que decir que la vida me dio un vuelco a causa de mis creencias ilgicas y me sacudi la calavera, no me sirve. Tampoco entiendo la vida como si fuera un conjunto de objetos tangibles, con cuerpo propio, independiente a m mismo, como para decir que ella -la vida- se enoj y me dio un puntapi. La vida para m es lo que yo sea capaz de realizar y no realizar. No es un paisaje al cual mirar y decidir por dnde ir. No es un paisaje. Es algo creado por cada uno, y que se convierte en algo creado por una infinidad de relaciones, por aquello de que no estamos solos; complejsimo, la verdad. No se explica as. Entonces, como una segunda propuesta, me dije que podra ser justo de esas personas que creen que hay un destino marcado para cada uno. Simplemente podra contarles, que ste era mi destino: en un momento cre que haba llegado a la ansiada meta, pero result que no, que todava era muy joven, despus de todo, tener casi sesenta en estas pocas es una edad madura pero no terminal, por lo tanto faltaban nuevas metas, fue slo una pequea confusin. Hasta ahora fueron partes, pero me aguardaba el grandioso y anhelado Destino Final, el que marca nuestra obra como concluida. El rbol, El Hijo, El Libro. Perfecto. Trascendemos. Mi cometido pues. El marcado y dirigido por los Grandes Espritus. Claro que estoy muy lejos de creer en el destino, muy pero muy lejos, entonces nada de esto era posible contarles.

Conclusin: el relato resulta entonces mucho ms oscuro y entreverado. O, por qu no pensarlo as, el cuento resulta mucho ms simple, sencillo, claro: simplemente, continu viviendo. Continu tomando decisiones, pequeas, medianas, cotidianas, un poco ms lejanas. Segu expuesto al entramado de caminos, a las relaciones y a los vnculos, y sta, para m, es la manera como suceden las cosas. As me encontr nuevamente. Entonces aquella fantasa del mundo ya casi hecho, como se pudo, nada nuevo brillar bajo el sol, ya conozco todo lo que pude conocer, no hay sorpresas para m, ya pens lo que poda y estaba en m pensar. Este mundo creado quin sabe por qu o para qu, no importa, este mundo inventado, en un abrir y cerrar de ojos ya no estaba ms, se desvaneci, porque s, porque as son las cosas. Sin ninguna otra explicacin. Ante la pregunta de Ivette de aquel domingo, una de las respuestas posibles es que muchas personas armamos una vida muy rica, vertiginosa, arriesgada, cambiante, desafiante, y no nos volvemos locos porque descansamos muchas veces, y fundamentalmente porque creemos que esto de vivir la vida, es el objetivo ms preciado que podamos llegar a tener; tan objetivo y tan preciado, que nos da tanto gusto, que nos descansa armarlo as. Es la serenidad que da el saber que el objetivo fundamental de nuestra vida, es vivirla. Qu gran frase! Cmo ilumin mi entendimiento desde que la le, escrita por algn o alguna gran filsofa! Y qu difcil de trasmitir. Hay como siempre otras posibilidades, otras respuestas posibles. Se me ocurre por ejemplo que algunas personas poseen una delicada tara neuronal, a partir de la cual se permiten imaginarse o creerse un relato como el que les he contado antes, el de inventar el mundo de la quietud, de la estabilidad, de lo previsible, del ya s cmo sigue, y es por esto mismo que no enloquecen, porque se encierran en esta tranquila invencin. Descansan, no se dan por enterados de cmo va la vida, de qu se trata esto del vivir. Ni siquiera se preocupan en averiguarlo. Claro, hasta que todo se les da vuelta, o al menos sienten algo as. Un mareo existencial. Cualquier hecho, situacin, acontecer, que sea inesperado, les da la vuelta dejndolos desprevenidos, y por lo tanto, sin herramientas para hacer frente al obstculo que se present. Son historias comunes, aquello de que la mujer se le fue, y qued ah, como flotando en el aire, sin saber cmo seguir; o que lo despidieron del trabajo, y tambin qued ah, flotando en el aire. Porque no haba plan de contingencia. No haba otra posibilidad ms all de la que se estaba viviendo. Porque la vida que se estaba teniendo, seguira as, para siempre. Es verdad que esto, por un tiempo, da tranquilidad. Pero slo hasta que se vuelve algo insoportable, cruel; necesitan ayuda, solos no pueden, se sorprendieron, quedaron varados en un camino. Se ahogan al respirar, porque una rfaga de aire fresco entra por la nariz en exceso, demasiada libertad, demasiado tener que decidir, entonces hasta aqu fue la serenidad: as es como se comienza a sufrir, a enloquecer. No le recomiendo a nadie quedarse con esta invencin; gastar energa en creerse eso de la tranquilidad y el sosiego, lo que siempre ser, lo que ya s que ocurrir. Mucha energa se necesita, para creer y estar convencido de un relato de esta naturaleza. Admito que yo estuve un ratito loco, con esa exquisita tara, pero por suerte para m, no derroch fuerzas para quedarme con este pensamiento. Me pude dar cuenta. Pude reaccionar. Me acord de mis recuerdos, de mis convicciones, de m. ...

Escucho algo, me sorprende y casi me asusta un ruido extrao... Claro. Es un ruido real. No proviene de mis pensamientos. Puedo llegar a ensimismarme tanto, que me inquieta y me impresiona un ruido comn y cotidiano. Qu gracioso! Lo comn y cotidiano, se vuelve lo extrao para m. Veo a Cora asomndose a la habitacin. Ya casi me haba olvidado de ella, de su compaa, de su presencia en mi casa. Me he convertido en un verdadero solitario. Mis dilogos, mis conversaciones, ya soy capaz de realizarlas con interlocutores imaginarios, al punto de sorprenderme de quienes me acompaan, de las presencias reales demasiado solo, tal vez. - Buenos das, mi amigo; hace rato que andas con los ojos tan abiertos, tan rgido, pareces una estatua que han derribado sobre el colchn. No te apetece un desayuno? Podramos leer juntos en el comedor, he comprado el peridico de hoy, y tengo muchas noticias para comentar contigo. Eran sus pasos por el corredor lo que sent hace un segundo. Su andar. Sus movimientos. No tiene por qu cuidarse de no hacer ruido, porque ella sabe ya estoy despierto. Lo que no s si sabe, es que estoy en este intenso vivir mis adentros. Seguro quiere adivinar si estoy bien, si ya estoy con ganas de comenzar el da, o si contino con esa postura, esa mirada. - Ahora no, Cora-. Me quedar un rato ms as. Gracias de todas formas. Sabes que me encanta desayunar contigo. Pero me quedar, slo un rato, as. S, siempre se da cuenta; ella me mira, y me deja seguir recorriendo mis laberintos mentales. Qu suerte que tengo que sea Cora; slo ella puede saber que debe retirarse, que sigo solo, y esto est bien. A pesar de la pequea interrupcin, me he quedado pensando en aquello de la posibilidad de que cada uno tenga un destino marcado de alguna manera u otra. Me agrad haber tenido aquel intercambio de conceptos con Ivette; ella es muy de aquello de la cosa determinada, de lo que a uno le toca, como si estuviera escrito nuestro nombre y apellido en algn texto antiguo, sagrado por cierto, con las instrucciones de lo que debemos vivir. Claro est que Ivette es una mujer inteligente, no lo razona as, no formula sus pensamientos de esta manera; pero yo lo veo en su actitud, en lo que uno ve cuando hace cosas desprevenida, despreocupada de s misma; cuando un acto o un dicho no est mediado por pensamiento, es impulsivo, pues all es cuando me doy cuenta que tiene esta clase de funcionamiento, como de la vida ya escrita para cada uno. Es bastante comn esta creencia sobre el destino, sobre lo que uno tiene marcado en su vida. Si nos ponemos a pensar, muchos conocemos alguna persona, que repasa su historia, especialmente en los finales de ao, cuando tantos se dedican a hacer una rendicin de cuentas de lo que se ha logrado, de lo ganado y de lo perdido, de lo que ha podido cumplir, y de lo que no ha podido. Recorre su historia y aparece este asunto del destino, del camino inevitable; se manifiesta en el intento de esa persona de repasar su trayecto, sus amarguras, sus logros, como parte de ese recorrido por el cual es conducido hacia el destino final; lo acepta, lo tolera, se acomoda a l, trata de ser lo ms armnico posible con lo que le cay en suerte; no importa si es feliz o tremendamente infeliz; no importa la desdicha, porque es lo que le toc, lo inevitable, es lo que haba en el reparto para esa persona. El balance, el anlisis de lo que logr y lo que no, slo lo realiza como ejercicio aritmtico, para sumar y restar, para luego pasar raya y tener claro en qu est cumpliendo correctamente con el evidente destino y en qu podra mejorar. Porque no se trata de una persona que no quiera cambiar y mejorar. Por supuesto que no. Quiere perfeccionar, quiere acceder a un estadio superior. Claro que en base a restauraciones, a pulidos, a mano de pintura. Slo arreglar cosillas que permitan una existencia ms plausible con sus necesidades o deseos. Pero sin atreverse a romper

y empezar otra vez, sin atreverse a derribar cimientos, sin ni siquiera pensar en la posibilidad de torcer lo que est marcado. Pensando as, en algn momento de su historia dejar de luchar, porque sera inservible; adems de agotador. No intentar cambios drsticos ni determinantes, porque eso sera entristecerse en vano, frustrarse en vano, lucha perdida antes de comenzarla, que hace sufrir. Y por qu estara perdida esta lucha? Porque ste es su destino, no tiene otra posibilidad ms que aceptarlo y dejarse llevar. Con ajustes, claro est. Esto parece estar permitido. Tampoco faltar, si se cree lo suficiente, el convencimiento de que se pueden aceptar incluso los papeles heroicos que toque jugar. Se podr ser, por ejemplo, salvador del mundo, si as parece estar escrito. Transformador de la realidad universal. Se podr morir a causa de las causas. Porque si el destino final es la Salvacin del Hombre, entonces los hroes, los que acepten su destino, podrn hacer casi cualquier cosa en nombre de dicha Salvacin. Podrn morir por ello. Podrn matar por ello. Y cuando se arrepientan, o cuando quieran mirar un ratito hacia otro lado, entonces contarn con alguien que les har corregir el fallo, alguien los ayudar a no desviarse, a sentirse nuevamente cmodos con lo que les toc en esta vida. Aunque ya esto, es harina de otro costal. Pero bueno, ya se imaginan que no soy una persona fcil de tolerar. Mi sarcasmo me ha llevado a ser hombre de pocos amigos. Muy buenos, voy a decirlo. Pero de los buenos, pocos amigos. Los que logran pelearse conmigo, y al mismo tiempo rerse de m y de ellos: stos han terminado siendo mis verdaderos amigos. La menos capaz de rerse de m y de ella, y que permaneci de todas formas, a lo largo del tiempo como mi amiga, fue Ivette. Nunca supe bien por qu me soportaba tanto, tal vez se compadeca de m... Recuerdo mucho ms de aqul domingo con Ivette. Ahora me doy cuenta que mis pensamientos se salieron del lugar y anduvieron por caminos aledaos. Pero volvamos, porque aquel domingo en particular, fue muy sustancioso... - Si te pregunto por qu no enloquecemos, es que va en serio -Ivette se acomoda en su silla, pronta para acaparar mi atencin. A veces siento que mi cabeza da muchas vueltas, que no ha aprendido a parar, a detenerse en algn lugar, a salvarme de tanta inseguridad, tanta duda. Hablo ms de mi inseguridad, t me conoces. Sabes que no es fcil para m. Es cuando siento que mi cabeza cobra vida propia, por eso hablo de ella, como si fuera algo ajeno a m, alguien a quien debo ensear a parar...estoy loca? -lo dice con encanto, inundando la terraza de profundidad. - De eso mismo se trata, Ivette. Del lugar que le damos a la duda. El descanso est en saber quedarse al sol, tirado, por ejemplo en estas sillas, en esta preciosa terraza, bajo este cielo impecablemente azul, y saber que todo es una duda, sin que nos perturbe estos momentos. Es ms, incluso aparecen, como pequeos destellos, un montn de diminutas certezas: que estamos asolendonos y nos gusta; que se siente rico el vodka helado con jugo de naranja tambin helado; que me gustara acompaarlo de olivos negros y verdes, de algn camembert y pequeos trozos de pan tostado; que en unos segundos ir hacia la cocina y los preparar, para tambin convidarte a ti, para que puedas saborearlo conmigo; que el cielo est magnfico, la temperatura est magnfica; que en estos momentos poco me importan los problemas del mundo, de los humanos, y de las gaviotas; que los puedo olvidar por ratos, dejar a un lado; que me gusta estar as, como tambin me gusta trabajar, y tambin me gusta conversar contigo, y tambin me gusta estar en silencio; que est bueno esto de vivir la vida que cada uno es capaz de ir haciendo. Que voy a tomar tantos vodkas como sea necesario, para sentir que lo que me

place lo hago, aunque t pienses que est mal. Que no me voy a enloquecer porque no est en m la facultad de volverme loco. - Bueno, eso significa mucha seguridad para m; pues s que no la tengo, entonces qu? S que muchas veces, vivo corriendo, hago una cosa tras otra, salgo con una persona y con otra, voy de un lado al otro, pero no siempre lo hago para complacerme, o porque crea que as es como me sienta bien, sino que muchas veces me parece que estoy huyendo rpidamente, que me estoy salvando de algo -dice Ivette. - Son mnimas certezas, diminutas, dispersas en un infinito de dudas. Pero suficientes como para permitirnos justamente descansar, simplemente seguir -continu el hilo de mi pensamiento, mirndola fijo, dejando que sienta todo el peso de mi pasin.Y por supuesto, Ivette, nuestra cabeza no tiene vida propia. Todo este planteo parece ser una enorme necesidad que t tienes, que es la de justificar de algn modo tu incapacidad para no hacer nada, o mejor dicho, tu capacidad para siempre estar preocupada por algo, para estar martirizndote con algn problema existencial, de difcil y te dira en general ilgico intento de resolucin. - No creo que sea tan dura; fue slo una forma de contar sensaciones. A ti te pasa que nunca puedes dejar de interpretar el interior de las personas. Siempre andas por ah, diciendo lo que nos pasa a los dems, con ese acercamiento tan particular y tendencioso que tienes, tan preparado para dar el golpe, marcar de inmediato todo lo que aparece importante para uno y convertirlo en algo absurdo, o fuera de lugar, o en todo caso, como algo que indica una pregunta mal hecha, un problema mal planteado. O slo me lo haces a m? Creo que no. Esto me lo pregunt una vez. Me llegu a preguntar si yo era tan vulnerable que me habas elegido -por fcil- . Pero no. Ms de una vez he notado que haces lo mismo, te he visto hacerlo con otras personas. - Es que t me lo pides a tu manera, lo de intervenir y dar opinin. Si ya sabes cmo soy, cmo miro, no te ofrezcas si no te gusta lo que eventualmente pueda decir de ti. Mi problema no es que todo lo interpreto, mi problema es que te acercas a m, me invitas a interpretar, y luego no te puedes rer de los resultados para hacer con ellos lo que te plazca... Ivette hace un intento de interrumpir, s que quiere quejarse por lo que digo, quiere enojarse por lo que escucha, quiere que me detenga, que no siga. Pero no lo permito. - Es esto lo que t haces -contino. T vienes a conversar y pasar el rato conmigo, porque este domingo estabas sola al igual que yo, y porque ya nos dijimos muchas veces que los domingos no nos gusta estar muy solos. Entonces nos encontramos, estamos fantstico, y me lanzas una pregunta que sabes genera consecuencias. Yo te digo lo que pienso. No puedo hacer otra cosa. Si simplemente no te contestara, creo que sera hasta agresivo. Sera que no me importa lo que me dices, que no te tengo presente, que te tengo en mi terraza como podra tener una planta o un perro. Pero no es as. Porque sobre todas las cosas, t me conoces y ya sabes que yo no soy as; t sabes que yo contesto con lo que me parece. Ella me mira atenta, con los ojos bien abiertos. Me escucha y esto me complace. La veo respirar hondo, e instar a que contine. Pues entonces aprovecho su consentimiento, aprovecho el suspiro que permite, que acepta, que aprueba, y largo el rollo que an me queda. - Te escucho, me sale pensar, porque tambin sabes que esto tampoco lo puedo evitar; simplemente, ante cualquier estmulo, por ms diminuto que sea, me surgen pensamientos, ideas, estupideces, comparaciones, yo qu s, me surgen. Entonces converso contigo y te digo lo que me parece. No cabe el reproche de que interpreto, o me meto donde no me llaman, porque en este caso, t me has llamado, y t me has invitado a que sea quien soy. Entonces no tiene lugar el reproche. Simplemente, haz con

lo que te digo lo que quieras. Puedes rerte, devolverme sarcasmos, quedarte callada, pensar, no pensar nada, o pensar que soy un pobre idiota, pero lo que no puedes es reprocharme. Ivette me pidi perdn, con verdadero sentimiento. Creo que esa vez lo comprendi. Lo not en su rostro. En su distensin. En esa sonrisa suya tan carismtica y compradora, tan elocuente, tan sana. Comprendi aquello de hacerse cargo uno mismo de las cosas que genera. Aquello de hacerse responsable de cada acto, cada palabra, y tambin, de cada pregunta. Aquello de que cada uno de nosotros, somos los verdaderos y nicos responsables de lo que hacemos y de lo que decimos. Nos guste o no. Entendi que ste es el tema, y por eso mi pasin, por eso no la dejo pasar, por eso no la consiento y me desbordo con un discurso. Tenemos que cargar con esta responsabilidad. Llevarla a cuestas. Aprender a relacionarnos con ella. Porque es nuestra. Y tenemos que manejar todas las consecuencias que se hayan producido por nuestros actos, porque son consecuencias provocadas por nosotros, por cada quien, pues a hacerse cargo. Esto no lo digo solamente porque lo considere correcto. Lo digo porque creo firmemente, que es la forma en que cada uno logra apropiarse de su vida, de la vida que est haciendo, de la vida que le pertenece porque es su propia obra. ste es el premio. Apropiarse. La propia obra. Hacerse responsable. Vida nuestra. Aunque a veces nos sea difcil, es el placer de saber que es lo de uno, lo que uno quiso y pudo. De lo contrario pasa que la persona se puede acostumbrar a encontrar otra situacin o a otra persona que se responsabilice, que sea la culpable, que se convierta en la causa y la explicacin de lo sucedido o de lo dicho. Aparece aquello de que la vida es as porque las circunstancias lo determinaron, o porque el otro hizo que fuera as. Yo estoy mal porque t me haces poner mal. Yo hice esto porque t me lo has pedido. Yo trabajo en esto porque ningn otro quiso hacerlo. Es innumerable la cantidad de ejemplos que tendramos en este sentido. No voy a negar que esto tiene una satisfaccin inmediata, que es la de no tener que cuestionarse la vida que se est armando. Al ser responsabilidad de otro o de otra cosa, la persona queda libre de penas y culpas; las frustraciones no son por la imposibilidad de cada quien, sino que se deben a algo exterior, entonces esa persona se convierte en vctima. Es una retorcida manera, muy comn por cierto, de evitar el esfuerzo de reconocer la frustracin, trabajar para superarse, encontrar los deseos, las fuerzas para realizarlos, contrastarlos con lo posible, adecuarlos, y trabajar nuevamente. La persona que no ve dnde y cmo se equivoca, se siente correcta, acorde, no tiene que realizar esfuerzos. Todo aquello que pierda, el vaco, la imposibilidad, la dificultad, lo deshonesto, lo maligno, lo frustrante, lo triste, todo aquello que no hable bien de s mismo o que no sea acorde con su sentido del deber ser, entonces mgicamente lo convierte en responsabilidad de algo o alguien que est afuera. Satisfaccin inmediata, yo estoy bien, lo otro o los otros estn mal, le toc as, lo determin nuevamente el destino. El tema es que la satisfaccin, de esta manera, slo es inmediata, porque se va generando un vaco en el interior, en el alma, un agujero, algo difcil de transcribir porque es una sensacin muy desagradable; una tristeza y disconformidad, una sensacin de falta, siempre falta algo... Porque de esta forma, no se est encontrando aquello de la vida como obra propia; lo posible, la pelea, el hogar, el espacio; no se est terminando de apropiar de su vida, de su creacin. Esto ltimo, aunque ms difcil, es lo que yo siento como la verdadera satisfaccin.

En el encuentro con Ivette que apareci en mi memoria, lo que dio pie a estos cuestionamientos fue una trivialidad. Pero se trata de lo mismo. Para Ivette, no era ella la que tiene la falta de capacidad para disfrutar tranquila sus tiempos, no es ella la que hace preguntas y luego no tolera respuestas que no le sean agradables, sino que soy yo quien la mal interpreto, o que la busco para cuestionarla, o quien complico las cosas. Lo cierto es que el resto de la tarde, fue una hermosa tarde, muy disfrutable; no recuerdo bien, pero s que conversamos de muchas otras cosas, y tambin s, que en muchos momentos, la hice rer. Fue un encuentro con Ivette, y de los maravillosos. Porque como tantas veces, nos ha servido para ensearnos, para alivianarnos, para entendernos. No s cuntos vodkas me tom, pero s s que fueron muchos menos de los que cre necesitar en un comienzo, porque todo sali muy fcil, muy lindo. Todo acompa: la calidez, la terraza, el descanso, el domingo, las ganas. Fue uno de aquellos das en los cuales uno sabe que lo mejor que puede hacer es lo que le pase por la mente en ese momento, sin presiones, sin mandatos, sin culpas. La distensin es perfecta, nos recupera de todo mal, nos genera un resto, una mayor disponibilidad de la que venamos trayendo. Me parece de verdad importante encontrarse con la capacidad de distenderse. Al menos de a ratos, al menos algunos das. Recordar que es tan importante simplemente disfrutar, solo o acompaado, sin reloj, sin tiempo, sin el debera hacer..., sin quejas, es una verdadera cura del alma. Me doy cuenta que a pesar de las tantas diferencias, me gustan los recuerdos que me surgen de Ivette, de su terquedad, de su casi absurda estada en el mundo, de sus trivialidades, de su incapacidad para quedarse quieta o callada; de su lindura, de su amabilidad, de su cario. Ella tiene an hoy esas ideas pueriles, a veces simplemente infantiles, que las tira arriba de la mesa como si lanzara una genialidad, y al mismo tiempo, tiene esa preciosa virtud de comprender lo que se le responde, de asumir lo que se le dice, de querer y apreciar todo lo que se le marque. Me gusta.

V.

Cora se est poniendo impaciente. Supongo que hace demasiado rato que estoy aqu, inmvil, en la cama. Podra hacer algo intempestivo, como por ejemplo, abandonar finalmente la posicin horizontal, vestirme, conversar alguna trivialidad, y mudarme a alguna otra habitacin. Ya que la cabeza no me deja en paz, entonces la aprovecharemos. Cmo ser este da, que lo intempestivo es algo tan cotidiano como levantarse y vestirse; vaya riesgos que estoy tomando! levantarme de la cama!, cepillar los dientes!, atencin!, se aproximan cambios enrgicos!. Cora se merece ms que esto, sin duda. Pero es lo que puedo hacer. Pienso tomar todo con tanta calma como me sea posible. En definitiva me siento bien, con buen estado del nimo, haciendo lo que me sale hacer. Sin inventos, sin histerias, sin tratar de que sea diferente a como sale naturalmente. Cora adems me est acompaando en forma muy correcta. Yo la adivino impaciente, porque se acerca, camina por el dormitorio como si buscara algo, hace como si estuviera muy ocupada; la miro y acta como si se encontrara en medio de algo serio y problemtico, como si en realidad tuviera mucho para hacer. Da vueltas, cada tanto me lanza alguna preguntita sobre por ejemplo en dnde encontrar las servilletas de papel. Esta inquietud, este nerviosismo, estos pequeos llamados de atencin, son muy adecuados al fin. Yo la entiendo. Debe ser difcil ver que estoy tirado en una cama casi inmvil por horas. S que es difcil no tratar de intervenir, de modificar esta situacin. Cora intenta un cambio en mi actitud de la forma ms respetuosa, slo haciendo notar apenas su presencia con estas sencillas formas, con estas nimiedades; son pequeos mensajes que invitan a realizar algn tipo de movimiento. Bueno, har ese cambio, me mudar de habitacin, no sin antes oficializar mi situacin de persona despierta, en ruta, oficializar el comienzo del da. Apenas lo pueda hacer. Con Cora vivimos juntos durante muchos aos, con absoluta alegra y conformidad por esta unin. Nos hemos separado hace casi dos aos ya. Nadie lo poda creer. Cora y yo hemos sido y somos dos personas de sas que no se separan nunca, que estn enamoradas, sea lo que sea lo que esto signifique. As y todo yo realic el planteo de la separacin. Era necesario. Fue una decisin consciente y generosa. Tal vez la decisin ms generosa de mi vida. Pero ahora no quiero pensar en esto. Efectivamente me incorporo, abandono la cama y comienzo el proceso de levantarme, con todo lo que ello implica. Mi cabeza contina dando vueltas, y, mientras me coloco unos pantalones deportivos, recuerdo una vez que vesta unos exactamente iguales a stos. Estaba con Clara, y ella, de un golpe, me aconsej recurrir a un psicoterapeuta. Lanc una sonrisa al horizonte que reconstruyo. La presencia de Clara en mi habitacin me resulta extraa y apetecible. Las imgenes que se presentan tienen algo de irreal y algo de cotidiano, tal vez por eso esta sensacin de presencia extraa. Cmo podra explicarlo? Es que hay algo actual en todo lo pasado, es inseparable. Los hechos pasados, los que puedo recordar, fueron absolutamente reales, ya que tantas dudas no tengo al fin y al cabo. An as debemos saber que lo que uno rememora est impregnado con los afectos actuales. Nunca podemos recordar con total exactitud, con precisin, lo sucedido; porque lo que fue vivido est afectado por lo que uno es en el momento que invoca, por lo que uno siente, por lo que uno sabe en la actualidad. Tanto los recuerdos de eventos fundamentales, como los de momentos banales, todos ellos son

procesos que se encuentran incorporados al ser que somos ahora. Lo que somos ahora, entonces, est hecho de todo lo que viene siendo. Recordamos la ancdota de ayer con lo que somos hoy; no se puede separar. Pero un momento est claro que me divagu ven que es cierto esto de que mi cabeza rumia y da vueltas con cada evocacin? Por suerte todava soy capaz de volver Esto comenz con la presencia extraa de Clara en mi habitacin, trada por mis remembranzas. Ahora que saben cmo funciono, ya se imaginarn que all qued nuevamente, a medio vestir: slo colocado el pantaln deportivo; eso s, logr cambiar la posicin. Ahora estoy sentado al borde de la cama, con las piernas colgando, los brazos cados a los lados del cuerpo, utilizndolos apenas como apoyo para mantener el equilibrio. La mirada hacia ese horizonte embebido de memorias, hacia la zona desconocida, la mirada en los recuerdos, en Clara, en el pasado; ms exactamente, miro a Clara envindome a tratamiento psiquitrico. Eso fue un horror para m. Descubrir en un instante que mi mejor amiga, en otras pocas mi amante, simplemente no reconoca lo ms obvio: quin era yo. Hasta me produce un cierto rencor. Slo el recuerdo me re-produce un rencor. Cmo pensar algo as para m? Poda conocerme ms y mejor, pero decidi que me aconsejaba como si le hablara a cualquier persona, decidi que me deca algo como lo podra haber dicho a cualquiera. Dej mi orgullo y mi ego bastante malheridos. Es verdad que yo estaba transitando una etapa muy complicada. Como tantas he pasado. De ah a tratar de convencerme que me introdujera en los ambientes que tanto y muchas veces he criticado, en fin, claramente no era para m. Ambientes que me llenan de disgusto, de insana intolerancia, porque me aburren estas disciplinas justificadoras de su contenido por su contenido mismo... el colmo del autocomplaciente. Me enojan estas disciplinas. En fin, al menos ntese que digo insana intolerancia, y es porque realmente creo que es as la intolerancia: insana. Por lo tanto no me siento para nada a gusto con eso que me pasaba, con esta tan frecuente forma de reaccionar que tena, sobre todo en el pasado, frente a algunos temas; pero al mismo tiempo senta que guardaba muchos cuestionamientos, y que los quera trasmitir. Entonces casi sin darme cuenta, me convert en una persona con rasgos preocupantes de insana intolerancia por suerte slo en algunos temas, muy pocos ellos, prefiero pensar Las conversaciones sobre el universo psi, marcaron una poca en la relacin con mis amigos. Creo que ellos lograron escuchar con inters y atencin mis primeras diatribas al respecto; incluso con nimo para discutir; pero luego de un tiempo y de muchas veces plantear lo mismo mirado del derecho y del revs, ellos mis amigos, comenzaron a esquivarme apenas intuan que mis planteos iban por esos caminos; logr aburrirlos, logr colocarlos en el lmite del hartazgo, logr que ya no me tomaran en serio. En muchos momentos estuve bastante cnico, la verdad; demasiado enojado, agresivo. Me importaban esas discusiones, por todo lo que me pareca que estaba en juego. Sigo creyendo que tiene ms implicancia de la que se le suele dar. Pero s que muchas veces exager demasiado las cosas, o estir demasiado hacia los extremos cualquier argumento. Ahora puedo mirar esto mismo en forma diferente, pero no en aquellas pocas. La memoria es traviesa, atropellada, juguetona. Entrevera situaciones, mezcla conversaciones que quiero relatarles. No importa, lo voy a contar como aparecen: - Pienso que hay que realizar verdadero arte, obras maestras, para formar cuerpos tericos tan indemostrables, tan imaginativos, y al mismo tiempo con fuerza suficiente como para ganar adeptos, formar escuelas, crear disidentes, subgrupos, corregir la teora, renovarla, formar acadmicamente gente capaz de continuar la enseanza, enriquecer y elevar la teora al estatus de teora para ser aplicada a humanos.

Verdaderamente, obras de arte, grandes pinturas realizadas por maestros me recuerdo decir en alguna de nuestras tantas reuniones, slo para, una vez ms, poner el tema a discusin. S que aconteci luego de un incidente bastante malo que pas un amigo, uno de esos tantos cuentos que nos dejan entre asombrados y enojados con los temas de la salud. - Oye, ests volando. No creo que sepas mucho de lo que intentas juzgar interrumpe Ivette, pidindome calma. - Pues s, interesantsimo como fenmeno social, como tema de silln, -contino-. Fumando un habano, tomando algn licor, de preferencia un cognac; resoplando con otros bien conocedores, fumadores y bebedores, que pasan un rato describiendo el fenmeno, argumentando sobre l, emitiendo opiniones variadas, hiptesis que slo tendrn como cometido mirar al otro intensamente, para saber que simplemente se est pasando un buen rato. Se tiene una excelente y acadmica excusa para estar reposando en el silln, con un habano y un cognac. Sabedores de que, luego, cuando cada uno se vaya a su casa a dormir, nada de lo dicho quedar, no servir para nada ms que para pasar el rato, movilizar las neuronas, buena excusa para estar juntos, hablando de algo sin duda interesantsimo. Miro a Ivette y me complazco conmigo mismo, por lo absortos que los dej; creo que hasta me estn prestando su atencin. - Esto mirado del lado de los intelectuales contino. Ya que ellos tanto saben. Porque al mismo tiempo debemos recordar, que mientras los seores y seoras tan interesantes que describen y descubren tanto de lo humano se regocijan en sus sillones, al mismo tiempo digo, se encuentran las personas que compraron su discurso. - Basta, djalo por aqu me dice Ivette ms seriamente, con cara de pocos amigos. - Personas que se sienten muy mal contino como si no hubiera interrumpido nadie-. Que estn inseguras, indefensas, desprovistas de tanta sabidura humana, y aceptan humildemente su disertacin. stos no necesariamente son intelectuales, ni seguramente pretendan serlo; son simplemente los que sufren, y se creen que es en serio todo el asunto de la gran obra de arte, de las teoras que explican el desconsuelo y la desazn; se creen que sern ayudados si pagan bien, y sern conducidos hacia esa tierra bendita donde los hombres y las mujeres viven felices, en paz con su pasado, armnicos con el presente, casi sabedores del futuro Pero si hasta parece que en esta tierra todos estn vestidos de blanco y tienen luz y resplandor que emanan de sus cuerpos con ese brillo que slo la tranquilidad y el bienestar pueden dar. Tan desvalidos se encuentran lo que necesitan, que compran el discurso a partir del cual accedern a los Grandes Conocimientos. - Basta, quietecito y callado, o te enviaremos a dormir. Que te ests poniendo muy agresivo corta Clara, en otro intento para disuadirme. Lo cierto es que ni Clara ni tampoco Ivette pueden con mi necedad - Como por ejemplo contino-, ellos los indefensos entendern que no hicieron las cosas bien, que han rumbeado equivocados por la vida, que han vivido peripecias que no supieron enfocar correctamente. Entendern incluso que han vivido enorme cantidad de situaciones, han sentido enorme cantidad de emociones, sin ni siquiera darse cuenta de ello. Han vivido y han sentido sin saber que lo hicieron, pobres, tanta cosa guardada en la gaveta del inconsciente, ese lugarcito mgico donde queda explicado todo lo inexplicable, al cual se recurre cada vez que se quiere que la persona desvalida haya hecho o haya sentido lo que dice la teora y que explica su afliccin. Porque si acepta la teora, entonces se salvar. Y cmo aceptarla si no se vivi acorde a ella? Pues no es tan difcil, lo que pasa es que lo has vivido y lo has guardado en el cajn de la

inconsciencia, y ahora que lo has descubierto, pasas de nivel. Felicitaciones. Nos ha llevado diez u once aos, pero ya podemos visualizar el final. Ahora me sirvo otra bebida, porque por supuesto voy a extender mi discurso. Una pausa imprescindible, para que mi auditorio contine enfocando su atencin. Aunque a decir verdad, los veo ms enojados que atentos. No importa. - Por suerte, los bien conocedores se sentarn en un cmodo silln, ayudarn a revisar, a corregir; escucharn y algunos ensearn prosigo-. Para que de esta manera, el desvalido y necesitado se eleve, levite, extasiado por acceder a lo que explica, a lo que ayuda; gast dinero que no tena, hipotec futuro (el propio), pasaron muchos aos, porque por supuesto tal estado de gracia necesita de la colaboracin del artista durante muchos largos aos, cuantos ms aos algunos creen que es incluso ms efectiva esta intervencin, y as llegan a adultos, los necesitados, tocados por el pincel ganador, por la paleta del arte, convertidos ahora en la pintura de la teora en fin, dados de alta. - Bueno, atencin, parece que debemos vivir otro de sus elocuentes discursos arrogantes y pretendidamente sabios, cuando no es ms que sus ganas de dejar escapar un poco de su incalculable agresividad -interviene Clara, mitad en serio, mitad en broma-. Estaremos dispuestos a someternos a esto? Una vez ms? Porque les aseguro que esto recin comienza Todos parecen rer. Se intercambian sonrisas y muecas cmplices. Yo s que todo esto lo he dicho con desprecio, consciente de que arrojaba una pequea bomba, consciente de que molesto a muchos, porque lo he puesto drstico, terminante. Sin embargo prefer continuar, una vez comenzado un discurso muy sentido para m, me era muy difcil, creo que an hoy, me es difcil parar, suspender, aliviar, moderar. - Entiendan que una cosa es reconocer y respetar las obras de arte, y otra cosa es que yo tenga que poner cara de serio y responsable cuando se discute acerca de cosas que se supone que estn y que son as, que se dice que existen y que funcionan de determinadas complicadsimas maneras, y continuar con cara de serio y responsable, cuando con la misma seguridad se nos explica que en realidad no hay cmo demostrarlo, que en realidad no se ha descubierto todava, o que en realidad no se sabe lo que se supone que se sabe, bueno... La esposa de Juan comenz a mirarme alarmada. Es la que menos me conoce, y s que no le gusto nada. Tiene los ojos muy abiertos, expresin de sorpresa y enojo, los puos cerrados sobre la mesa, voy a continuar, quiero saber hasta dnde me puede soportar - Incluso podra seguir, porque yo mismo he presenciado esas discusiones entre entendidos, cuando comienzan a tratar de hacer coincidir lo que dice la teora con la persona que han conocido, a discutir pacientes, dicen ellos; yo creo que ms bien he presenciado el complicado camino de hacer encajar una situacin fortuita con una situacin esperada, de hacer coincidir la realidad con lo que se dice de ella, de hacer concordar un determinado discurso o cuento, con lo que se debe pensar acerca del discurso o cuento; se comienza as a interpretar: el seor dijo x pero claramente se refera a z. Con tanta rigidez he visto que se adhieren a distintas teoras, algunos psi, que les dir que no es para nada excepcional el hecho de que se juzgue a un terapeuta u otro por el modo como se acerca o se aleja de tal o cual teora, como si se tuviera fundamento suficiente como para hacerlo. Tambin he visto que se juzga abiertamente a ese paciente, porque a veces parece que no entiende, o peor an: se resiste. Se resiste a admirar la pintura, a reconocerla como obra de arte. Clara me interrumpe nuevamente, me conoce, sabe que puedo continuar con mi verborrgica agresividad durante horas, si me tuvieran la paciencia suficiente. Pues no me la tienen. Resulto muy difcil cuando estoy con esta actitud. Tambin sabe Clara,

que estoy sentido por mi amigo, por sus amargas experiencias con este universo. Y sabe que en cualquier momento, desato una pelea con la esposa de Juan. - Vamos, no sigas lo dice tratando de calmar los nimos-. Creo que aqu el que est demostrando su rigidez eres t. Sabes que a muchos de nosotros nos hace bien, nos complace, nos ayuda, distintos apoyos psicolgicos. S ms carioso con nosotros, y ahrranos esta vez la acidez en el tubo digestivo Clara me sonre al decir esto, con esa expresin que tambin es una advertencia. - Tambin sabes bien, mi querido amigo, que estas discusiones pasan por distintos ejes interviene Juan, como siempre, ordenando la discusin, impidiendo desvaros antojadizos. No es lo mismo -contina aclarando Juan-, o por lo menos, no me planteara de la misma manera, un debate acerca de la medicina y la psiquiatra, que uno acerca de la psicologa, o acerca de las psicoterapias, o acerca de un campo enorme que tiene que ver con la ayuda al individuo, a las sociedades, e incluso a la autoayuda. Son tantas proposiciones diferentes, tan dismiles las controversias que podran generar, que cuando te desplantas con dichos tan abarcativos, lo que haces en realidad es tratar de obstaculizar una verdadera discusin. Ahora veo a su esposa complacida: su marido logr ponerme en mi lugar. No tiene idea de lo tanto y las tantas veces que hemos conversado con Juan; de lo profundas que pueden ser nuestras peleas. La veo complacida, aflojando sus puos, y me asaltan las ganas y la necesidad de pelear. De pelearla. A ella. Entonces prosigo: - Estoy pensando si no es una costumbre, o una moda, esto de que todas las emociones imaginables, las raras y las no tan raras, se convierten en elementos de discernimiento, en objetos de anlisis y estudios, para determinar lo adecuado y lo inadecuado. No importa si va por parte del psiquiatra o del curandero. Cada sentimiento, cada emocin, cada duda, cada frustracin, cada dificultad, cada situacin inadecuada, cada vergenza, cada dficit, cada temblor, parece que hay que analizar, parece razonable consultar con un profesional o con quien diga serlo, para que ayude a discernir lo que es normal y adecuado, de lo que no lo es. Pero dganme, quines son los que determinan esto? quines son los que se arrogan el derecho a determinarlo? Qu Ser Superior Todopoderoso les confiri semejante misin? O slo se trata de la estupidez humana actual, que insiste en pretender que hay gentes superdotadas que marcan el buen camino, el buen sentimiento, la buena actitud, y corrige a quienes no abrigan sus tan preciados conocimientos? Quines son estas personas? Ahora s, lo logr. La esposa de Juan se siente violentada, por alguna razn sinti que mis conceptos eran un ataque a su persona. Es que debe ser un ataque a sus creencias, o a su fe. Volvi a cerrar sus puos, y golpe con uno de ellos fuertemente sobre la mesa de madera, casi haciendo volar las aceitunas que plcidas se encontraban en su plato - Los que saben de lo humano, claro est -aclara. En general se mantiene callada en nuestras discusiones, porque sabe que yo disiento con ella ms que con cualquier otra persona, y en algunos temas incluso, sabe que entre nosotros podramos echar chispas. Pero tambin sabemos los dos, que queremos mucho a Juan, que ella es su esposa, y que yo soy su gran amigo, as que no deja de ser parte de un juego, esto de violentarnos, callar, y situarnos en las antpodas en cualquier discusin. - Y por qu ellos saben? -insisto. - Porque estudiaron mucho y se sometieron a las mismas prcticas que luego prodigan. Esto quiere decir que lo que estudiaron adems lo vivieron y lo comprobaron en s mismos -intenta argumentar. -Y cmo sabemos cundo se equivocan y cundo no? t me lo puedes aclarar? No creo. Cmo alguien podra equivocarse si en realidad no se puede estar seguro de qu se est hablando? Nada de lo que concluye es totalmente comprobable, ni contrastable,

ni objetivable, as que mal se podra determinar cundo realmente se estn equivocando. Dije esto y mir directamente a sus ojos. Ella no me devolvi la mirada, ni siquiera la pudo sostener. Tal vez fue excesivo hasta para ella misma aquello de golpear la mesa sin tener demasiada argumentacin. Despus de todo, qu culpa tena la pobre aceituna. No estoy diciendo nada inteligente. En definitiva estoy siendo agresivo, insultante, intolerante. Estoy enojado y quiero pelear. En fin, supongo que mi rostro me delata, porque escucho de inmediato a Ivette: - Espera, no contines -me lo pide, o casi me lo suplica.- Muchas personas sienten que mejora su calidad de vida, que son comprendidos, y que son ayudados. Tanto, que s que esto termina por justificar todo lo que se ande haciendo por ah en nombre de la tan ansiada paz, tranquilidad interior, armona. Te doy la razn en esto. Todo, cualquier cosa, se termina justificando, y esto da un poco de miedo. Pero te dir algo... bienvenido sea este todo, porque hay personas que lo consumen y que mejoran. Bienvenido lo que se ofrece, si en definitiva hay personas a las cuales les hace bien. Y te aseguro que es grandioso conocer a alguien cuya vida se ha vuelto un tormento, y que luego de algn tipo de tratamiento, no importa cul, el que le sirva, el que encaje, luego vuelves a ver a esa misma persona en pleno disfrute de su vida. Te aseguro que esto te reconcilia y te hace perdonar todos los errores. - Tal vez ste sea el punto vuelve a intervenir Juan, esta vez creo que tratando de salvar mi honor-. El asunto que inquieta a nuestro amigo tiene que ver con la relacin costobeneficio. Entiendo Ivette que a ti te es suficiente encontrar un caso que se salva, por as decirlo, con un tratamiento escogido. Para nuestro querido amigo, el costo es demasiado alto, porque mientras uno supuestamente se salva con la intervencin, muchos otros no lo hacen, o tal vez empeoren, o tal vez vivan culpndose a s mismos, o tal vez y en el mejor de los casos, continen como venan, con sus posibilidades, a pesar de los aos de inversin. Justamente el meollo est en que no hay elementos plausibles para resolver esto. No hay cmo contrastar la informacin, por lo tanto no tenemos cmo saber qu sirve y qu no, si algo fue efectivo o no lo fue, hasta qu punto hace dao, o hasta qu punto es totalmente beneficioso para la vida del individuo. Este anlisis no se realiza. Entonces no sabemos. - Escuchen, quiero seguir, prometo cambiar el tono, e ir al grano -nada pareca conformarme, sobre todo porque me di cuenta que encar desde un principio muy mal el tema, y esto me enfurece conmigo mismo. Juan lo sabe, y est tratando de salvar la discusin. Beb un poco de mi copa de vino, para hacer una pausa, para centrarme en lo quera decir, para enfocar, para procurar ser claro y trasmitir lo importante. Respir hondo antes de continuar. - Quiero decirles que no me enojara tanto, si estos profesionales pudieran comunicar, de alguna manera u otra, que su prctica se trata de un poco de ciencia, un poco de experiencia acumulada, un poco de estadstica, un poco de intuicin, un poco de acto de fe, de creencia, de opinin; ambas partes, el que consulta y el consultado, tienen que entender esto y conciliarlo; tienen que estar de acuerdo en que se estn poniendo en juego los pensamientos y valores del terapeuta, y no slo los de quien quiso consultar. - Por qu esto es tan importante para ti? pregunta Ivette. - Porque esto tiene una implicancia especial respondo-. Porque el terapeuta est dotado de cierta autoridad frente al individuo que lo consulta, entonces puede aparecer como que lo que dice es la verdad, es lo que debe ser, es lo correcto. Esto puede ser un horror, puede hacer dao, por lo tanto se debera discernir en el mismo curso de la terapia. En fin, un sinceramiento bastante particular respecto a los alcances que pueda tener la disciplina a la que se dedican.

La esposa de Juan crey encontrar un espacio por el cual penetrarme, y la muy torpe cay en mis redes. - No puedes decir esto de personas que han perdido su autonoma, su criterio de realidad -refuta. Cuando una persona est muy enferma no tiene discernimiento, no hay negociacin posible. - Pues claro -contino. Por supuesto eres t la que tena que aclararnos que los locos no te avergences por llamarlos como todos los conocemos-, los que han perdido criterio de realidad, los verdaderamente enfermos, ellos, justamente ellos, son con quienes se puede hacer cualquier cosa, son quienes no parecen tener derechos, total, no tienen discernimiento segn tu criterio, entonces atropellmoslos, pasmosles por arriba, igual estn locos Pero mira, es con quienes se debera tener mayores cuidados, y los podran tener -los cuidados-; porque siempre hay un familiar, un amigo, un conocido, un vecino; siempre hay con quien explicar, negociar, solicitar, sincerar. Y si no lo hubiera, entonces vale la pena hacerlo ante uno mismo. Esto sera respeto. - Me mal interpretas -se excusa la esposa de Juan. - No, no te mal interpreto. Y prefiero continuar mi pensamiento: con este acuerdo del cual les hablaba, con este conocimiento, creo que todos nos sentiramos mejor, porque estaramos contratando un tratamiento a sabiendas, sin ilusiones, sin ms expectativas de las que realmente se pueden ofrecer. Si es as, y uno contrata, pues bienvenido, porque s de mucha gente que se beneficia de todo esto. Lamentablemente, en mi experiencia personal, me he encontrado con estos profesionales en una actitud mucho ms soberbia que la enunciada, y por lo tanto, mi enojo y escepticismo continan. Clara entonces interrumpe, muestra su vehemencia tambin: - Entonces ests reconociendo que no siempre es como t lo quieres representar; ests reconociendo que t, casualmente, no te has encontrado con los profesionales adecuados para tu pensamiento y personalidad, pero no piensas que ellos no existan. - Lo concedo -contino, y bajo inteligentemente el tono de voz; cambio hacia una actitud comprensiva, amable, aunque forzada-. Quiero ser escuchado a pesar de mi pasin inicial, para atraer nuevamente su atencin. Digamos que para intentar dar vuelta el auditorio y ponerlo en mi favor. - Lo concedo pero insisto en la dificultad de encontrar profesionales que estn cuestionando, revolviendo, cotejando su propia teora y accionar, por parecerle materia de cuidado. Clara comienza a desesperarse, a pesar de mis tcnicas discursivas y mis esfuerzos de persuasin. Me dijo que alguno de mis comentarios se convertan en su propia argumentacin, porque justamente yo tena que pensar, en cmo era posible, si todas estas disciplinas no tuvieran una estructura vlida y compartible, no fueran sobretodo tiles y probadas por el paso del tiempo, cmo sera posible que se crearan escuelas, ganaran adeptos, se generaran polmicas, en fin, corrientes de opinin, gentes, intelectuales, estudiosos, detrs de perfeccionar y continuar descubriendo su objeto de estudio. Y adems, que todo esto permaneciera por ms de un siglo y contine an hoy... Ahora recuerdo que algo de esto dijimos aquella vez en la cual estaba slo con ella, en una escapada, en nuestro descanso. Me veo y descubro que simplemente sonre, mir hacia la lejana, all donde no sabemos an lo que hay, porque nuestra vista no lo alcanza, slo es alcanzable por nuestra imaginacin: me fui hacia aquellos eternos lugares, pacficos rincones, respir armona, respir naturaleza, y me di cuenta que ni siquiera me importaba contestar.

Tal vez estuve un poco deprimido, es verdad, tal vez tena razn Clara, y tendra que haber recurrido a un loclogo de sos, para que me ordenara las neuronas, con sabias palabras, y con sabias pastillitas. De todas formas, voy a seguir peleando con todo esto, solamente porque as soy yo. All mismo, en medio de la nada donde estbamos acampando aquella vez, cocinando un simple arroz en un improvisado fuego, que bastante trabajo me dio prenderlo, all mismo, una vez ms, me entretuve con esta discusin; todo comenz cuando Clara se despach, con absoluta tranquilidad: - Tienes que ver un psicoterapeuta, un psiclogo, un psiquiatra, o un psicoalgo, porque as no puedes seguir. Te veo mustio, apagado, triste, introvertido ms que siempre, y para peor, te empiezo a ver acostumbrado a todo esto. - No puedo creer que me vengas con algo as. Ya sabes sobre mis prejuicios y tambin sobre mis convencimientos. Para empezar, no estoy triste. Estoy en alguna clase de proceso interno, que me est llevando su tiempo darle trmite; pienso respetar el tiempo que me lleve, porque entre otras cosas, ya sabes que me quiero lo suficiente como para respetarlo. Por otro lado, te aclaro que si algo quisiera conversar con alguien, aclararme ideas, descargar energas intelectuales o de las otras, o lo que sea, lo har con personas que conozca y sepa que pueden servirme para eso. - Pero qu dices? -se enoja Clara. - No voy a tratar de explicar mi composicin interna a alguien que no me conoce, para que trate de ponerse en situacin de ayudarme. Es muy trabajoso, y dira incluso, muy difcil. El psi puede como mucho tantear nuestra escala de valores, sondear por dnde aparece el problema, intuir un poco mejor o un poco peor, pero no puede tomarse el tiempo necesario para conocernos en profundidad, como para intervenir en la vida de uno sin estar en realidad proyectando su propia forma de entender el mundo. Era un da plcido, se respiraba tranquilidad; un viento tibio apenas acariciaba nuestros cuerpos. Sentados frente a un pobre fogn, apenas el fuego suficiente para cocinar, acompaados por pura naturaleza. Era un da propicio para la introspeccin, o como en este caso, para una conversacin ntima, de amigos. El entorno me anim a continuar: - Los ms honestos supongo que hablarn de s mismos, de sus concepciones, para ponerte en estado de alerta sobre qu es de uno y qu es del otro. En este caso se trata de discutir, contraponer certezas, interceder en el pensamiento del otro, capturar nuevas ideas, volver a discutir. Me parece esto s interesantsimo. De verdad beneficioso. Ya sabes cunto me gusta esto. Pero, en mi caso, por qu hacerlo con alguien que se tiene que tomar primero el trabajo de conocerme, y tambin yo me tengo que tomar el trabajo de conocerlo? Por qu recurrir a alguien que no siempre est dispuesto a contarme sobre sus creencias y valores? Por qu voy a discutir con alguien que tal vez tenga una concepcin de la vida absolutamente diferente a la ma, pero sobre todo, incompartible? O sea, por qu voy a compartir lugares ntimos, dudas internas, filosofas, sentimientos, recuerdos, con alguien que no me interesa porque no lo conozco? Prefiero elegir con cul de mis amigos hablo de qu cosa. Yo tengo con quin. Los tengo a ustedes. Le acaricio la mejilla y sonro, es mi forma de avisarle que estoy discutiendo y al mismo tiempo me estoy sintiendo muy bien. Que no importa que pensemos totalmente diferente, que no tenemos por qu ponernos de acuerdo. Considero que est bien simplemente discutir con ella. - Lo entendera, Clara, para alguna otra persona que no tiene con quin hablar. O para alguien que no se atreve, aunque tenga con quin, a hablar sobre sus profundidades, sobre sus misterios. Lo entiendo para quien no se siente que pueda compartir sus dudas y sus miserias con otro, con un par, con un parecido, con un amigo. Aqu entonces estoy

de acuerdo contigo, que puede estar muy bueno consultar al psicoalgo. Eso s. Porque me parece que a todos nos ayuda, nos ilumina, aunque sea para pensar en voz alta, poder conversar, discutir, compartir intimidades, sentimientos, dudas, con otro. Realmente creo que est muy bueno. Pero con un psi, slo aqul que no tenga otra opcin. - La mayora de nosotros no tenemos otra opcin; porque esto es diferente a compartir con un amigo, o un padre, o un to. Esto es una mirada profesional. Alguien que se prepar, estudi, que dedica su vida a ser un interlocutor diferente -me replica. - Qu es lo que lo hace diferente? no conocerte? no tener ni idea de lo que para ti significa cada cosa? no tener idea de dnde se ubica tu persona en la historia? - No. Es diferente porque no est involucrado como un amigo, y esto le permite escuchar de otra manera; porque nos permite vernos en un espejo diferente al que estamos acostumbrados; nos abre la opcin de analizar con parmetros nuevos. - Vamos Lo hace diferente el hecho de que tenga teora para todo, que pueda interpretar de una antojadiza manera tus pensamientos, tus actos? Es diferente porque tiene fe en postulados esclarecedores de lo humano, pero indemostrables? Pues a m justamente, todas estas cosas no me parecen que hagan la diferencia. O la hacen, y es justamente por esto que no es para m, ser para otros. - Quiero decir que son personas que han estudiado, que se nutren de teoras y de descubrimientos acerca de los diferentes funcionamientos, acerca de la diferencia entre la salud y la enfermedad, es por eso que ellos pueden. Porque se han preparado para ello. Porque han dedicado buena parte de sus vidas a realizar el intento de entender, de desentraar, de devolver, de cuestionar. - Vamos, Clara, no me puedes decir eso. Alguien que estudia sobre la divisin entre la salud y la enfermedad.... como si la cultura no tuviera nada que ver con esto. Oye, algo se vuelve muy enfermo en una cultura, y es aceptado y armnico en otra. Algo es sano para ti, y tal vez ya no sea tan sano para m, y esto para dar algn ejemplo bien cercano y no andar comparando oriente y occidente, como se hace siempre. Tal vez existan varios aspectos de nuestro comportamiento que yo tomo como agresivamente provocadores, como una transgresin, y t los vives como el hilo natural de tu existencia. Esto lo sabes bien, porque has sido bastante diferente que un gran nmero de mujeres. T misma me has contado que algunas mujeres te han mirado raro, como si fueras extravagante, en situaciones que para ti eran simplemente naturales. Cul es el lmite? Cundo decimos que esto s es enfermedad, que se pas de claroscuro? Francamente no creo que esto se pueda decir, porque todo depende, en ltima instancia, sobre qu cultura nos vamos montando. Clara se acomoda, cambia de posicin. Me conoce y sabe que puedo ponerme bastante impenetrable. Me alcanza una botella de cerveza bien helada, y toma otra para ella. El arroz se demora, la cerveza se vuelve esencial. Ahora s, contina su idea: - Pues justamente para diferenciar esto, para ver el claroscuro, es que han estudiado y se han preparado los que se dedican a estos asuntos humanos. Adems, yo creo que s hay lmites. Hay una lnea que demarca el bien y el mal. Hay una lnea que demarca lo sano de lo enfermo. Te concedo que yo no sepa definir estos lmites, no me sale bien, no soy buena en esto, pero s que hay lmites. - Mira, mi amor, de verdad que te entiendo lo que me quieres decir, y de verdad que creo que tienes bastante razn. Estoy hecho un agresivo, y me paso de rosca. El asunto que me preocupa con mucho de lo psi es que se nutre de teoras e hiptesis que son incontrastables, que son invenciones, son justamente hiptesis de trabajo, y que por lo tanto dependen demasiado de la cultura. Ms an, dependen demasiado de la persona que realiza el diagnstico y el tratamiento.

- Y qu hay con eso? insiste Clara. Tomo varios tragos de mi cerveza antes de continuar; aclaro la garganta: - No quiere decir que por esto mismo las teoras y las hiptesis sean malas, en absoluto. Yo, dentro de mis cuestionamientos, las respeto. Quiere decir solamente lo que quiere decir: que hay mucho en todo esto que tiene que ver con actos de fe; hay mucho en todo esto que tiene ms semejanza con la magia que con la ciencia, con lo artesanal, con la prueba, con lo intuitivo, con la suposicin, con el parecer; o para ser ms claro, te dira que pienso que tiene que ver con un poco de todo. Lo que a m me lastima y me hace rabiar, -contino-, es que quien pretende ser profeta de estas profesiones, debera tener la humildad como para saber que se est dedicando a algo que puede resultar muy peligroso. - Peligroso? Reconoce por favor que exageras un tanto - Es que el profeta puede llegar a creerse las hiptesis con las cuales trabaja, me sigues? Es tan importante esto para m por favor amiga olvida por un rato mi cinismo. Slo pido que escuches con mucha atencin: el personaje psi, el terapeuta, puede llegar a creerse que tiene la razn y que el otro est equivocado. - Es verdad, esto es frecuente reconoce. - Puede llegar a creerse que cuando el otro es lo suficientemente diferente a l, lo puede catalogar como inadecuado, por la sencilla razn de que el profesional se siente que est dentro de los adecuados. Puede llegar a creerse que es un sanador, un recuperador de casos perdidos, una especie de dios chiquito, porque con el Dios grande es difcil entrometerse. Puede llegar a creerse que determina el verdadero camino que nos lleva a la felicidad, a la realizacin personal, a la independencia y a la autonoma. - stos seran los soberbios, pero no son todos, deja de generalizar ataja Clara. - Puede llegar a creerse, Clara, y ya no me interrumpas, que es correcto indicarle a otro individuo diferente a l mismo, que est bueno esto de ser independiente y autnomo. Nunca te has puesto a pensar en eso? Porque nosotros, ambos, seguro estamos de acuerdo en lo placentero, lo necesario, lo superado que es ser independiente y autnomo, pero, y si la otra persona, simplemente no tiene la misma conviccin? O ms an, si la otra persona, piensa que esto es algo absurdo y peligroso? Qu hace en esta situacin el profeta de su profesin? No tiende, en la mayora de los casos, a hacer entender al otro que es inadecuado pensar como piensa? No tiende, en la mayora de los casos, a encaminar al otro, a ponerlo en la acera de los bien entendidos? - Si est en congruencia con su cultura, entonces no habra sufrimiento, y si no hay sufrimiento, no hay consulta -insiste Clara. Est dispuesta a dar la pelea, esto me encanta en ella. - Pero supongamos que la persona no consulta, sino que es alguien que cree que sufre, el que lo enfrenta a la necesidad de realizarse una terapia, de consultar con el psiquiatra, porque sus conductas o sentimientos los entiende inadecuados o incompartibles. Esto es cada vez ms posible, porque con mayor frecuencia vivimos juntos personas bien diferentes; el mundo est ms entreverado; importan menos los lmites geogrficos, y convivimos culturas totalmente distintas; entonces, cada vez ms, vamos a encontrar un vecino muy raro, al cual le tendremos miedo, o le tendremos lstima, e intentaremos entonces enviarlo a algn tipo de tratamiento que lo corrija, que lo haga a nuestra medida, que vaya a saber uno a esta altura cul ser nuestra medida... El arroz est pronto por fin. Nos disponemos a comer, por supuesto destapando otra cerveza helada. Nos miramos. Ms all de las diferencias, los dos sabemos de lo que estamos hablando. - Porque en definitiva, Clara, no es as como comenz toda nuestra discusin? Piensa, mi preciosa. No es que a ti te parecen inadecuados mis sentimientos, o mis conductas,

o la expresin de mi rostro, y por eso te enredas en esto de mandarme a un psi? No es que te crees sabedora de la verdadera felicidad, y por tanto tienes la autosuficiencia de decirme que necesito ayuda profesional? Puedes contarme que a ti te impresiona mal mi cara, y preguntarme por eso; tambin puedes informarme que a ti te impresiona mi conducta, no te sienta bien, porque te resulta una conducta de exagerada introspeccin, de ensimismamiento; que esto a ti te produce alguna clase de malestar. Me sigues comprendiendo? En lugar de hablarme de tu malestar, terminas convencindote y tratando de convencerme acerca de mi inadecuado estar en el mundo, me mandas corregir, me mandas a sanar, en lugar de relatarme tu posible problema: que no soportas mi actitud actual, o que no tienes ganas de verme de la manera que estoy. Imagnate t misma, pero con el poder que da un ttulo universitario, o el poder que te confiere el universo, o el poder que te confieren los dioses, que dice que eres el curador de los males del alma... Impresiona verdad? Lo usaras bien? Lo usaras mal? Lo usaras bien para ti, pero que significa mal para m? Entonces, por qu yo debo conversar con alguien que ni siquiera s cmo piensa, cmo es, cmo vive, si puedo elegir conversar con un amigo cuando me plazca? - Qu es lo que te pasa en realidad?; qu es lo que te envenena? interpela-. Te encuentro enojado, insistente hasta el hartazgo con todo este tema. Parece ser lo nico que ocupa tu mente en los ltimos meses; por favor no lo conviertas en una obsesin. - Estoy asustado, no envenenado. Es eso. Estoy asustado. No es que lo convierta en una obsesin. Es que creo saber algo importante, me siento levemente iluminado por mis certezas, las trato de trasmitir a mis amigos, y me encuentro con que no compartimos el mismo espanto. Tal vez sea esto lo que me desespere. Ms que ponernos de acuerdo, quisiera poder contar con ustedes, quisiera que entendieran mi alarma, el horror, la pavura. - Come algo, mi amigo, tranquilzate un tanto; lo vuelves demasiado grave. - Te lo quiero explicar. Me asustan estos profesionales que se adhieren tanto a una teora o a un conjunto de ellas, que realmente piensan que poseen el beneficio o incluso la virtud de acceder a la Verdad. Me asusta la soberbia. Me asusta la gente que se la cree. Me asusta que armen la vida de los dems, decidan sobre aspectos absolutamente cruciales, profundos, personales, incluso ntimos, simplemente porque se sienten con el poder de decidir por los dems. Porque se sienten que son los que saben. Porque sienten que le tienen que ensear al resto cmo vivir. Me dispongo a degustar el arroz, hacer una pequea pausa. Estoy cansado, es verdad, tal vez obsesionado. Sobre estos aspectos, el que ms comprende mi preocupacin es Juan. l sabe de lo que hablo. Porque entiende lo que significa crersela, lo que significa creer que se tiene el poder. Sabe lo que significa adherirse a una teora, conoce los estragos de la soberbia. Juan ha podido, a raz de temas muy diferentes, discutir todo esto conmigo. Pero sobre Juan les contar despus, porque ahora es Clara la que me mira desafiante, pronta para intervenir, cerveza en mano, pronta para arrinconarme y extirpar de m todo intento de maniobrar nuestra conversacin; tengo que apresurarme a terminar mi concepto, antes que arremeta. - Me asusta, mi amiga, tanta gente hipcrita, que abusa de su supuesto poder, para sealarnos con el dedo todo lo que hemos hecho mal, todo lo que hacemos mal, y todo lo que haremos mal si no seguimos sus consejos. Me asusta que yo no tenga la fortaleza, alguna vez, de decidir por m mismo, de hacer or mi voz, y esta gente firme por uno; firme el cmo uno seguir viviendo lo que le queda por vivir.

- Pero no es tu caso; t puedes comprobar por ti mismo, que has podido decidir. - Ya s que no es mi caso. Yo decid. Yo decido, dentro de lmites aceptables. Claro, por supuesto que dando una gran pelea. Contra viento y marea. Porque siempre uno se encuentra con alguien que se cree que sabe qu es mejor. Mira Clara, no es mi caso porque cont con la suerte de estar lcido. Porque igual yo ya me he jugado todas las barajas, y esto te da cierta libertad y hasta indiferencia. Pienso en tantas otras personas vulnerables, o incluso imposibilitadas, y pienso en la eventualidad de que unos cuantos sabelotodo decidan sobre vidas ajenas, influyan directamente en estas vidas. Y todo esto, por qu? Porque ellos tienen La Teora, se acompaan y viven del Entendimiento de todo lo Humano, Sabidura Superior, Equilibrio Inmejorable. Son una clase elegida. Elegida por el Seor, o elegida por la Ciencia. Ellos son los que salvan nuestras vidas, los que enderezan nuestros retorcidos caminos. Brindemos! Ellos existen! Clara ahora me observa extraada. Decide no interrumpir, slo seguir con su cerveza... Yo contino, ya no puedo detenerme - Creo que debe haber muy pocos profesionales de los que tratan los asuntos humanos, si los hay, con la humildad suficiente como para cuestionarse todo esto. Porque pienso que si realmente se preguntan y llevan a las ltimas consecuencias intelectuales sus cuestionamientos, entonces no pueden irse a dogmas; no podran sentirse muy seguros; su trabajo se les hara muy dificultoso, porque cuando ms se necesitan las certezas, ms temeran equivocarse, ms temeran caer en la indeseable condicin de ser el que ilumina en el buen vivir. Tendran que tomarse la profesin de una manera creativa, no s bien cmo, pero diferente y creativa, en permanente cambio y en permanente cuestionamiento, no dara esto demasiado trabajo? se puede hacer esto realmente? Tal vez s, pero quienes lo hagan, sern los menos, porque sern los ms independientes, los ms complicados, y los ms solitarios de su profesin, y esto ni siquiera s si es bueno de mantener. Ahora es Clara la que mira ms all del horizonte, la que atraviesa sus propias barreras y ve la lejana. Se deja acariciar por el viento, apenas una sonrisa en su rostro, est pensando, est incorporando toda nuestra conversacin. Clara me quiere, y yo la quiero mucho a ella. Tengo tantos recuerdos juveniles, vividos a su lado. Ella me guiaba en la aventura, me instaba a atreverme, a romper esquemas, a probar. Tantas veces desafiamos la serenidad del domingo, tantas veces hicimos horrorizar a los devotos. Incluso hoy, ya con la placidez de los aos vividos, con el cansancio, con el desgaste del cuerpo, Clara est repleta de chispeante intensidad. An sigue siendo capaz, cuando se lo propone, de encender, de derrochar esa energa infinita, de soltar la carcajada cuando quiere, cuando necesita, a pesar de las convenciones o de lo que se supone que corresponde. Clara mira el horizonte, incorpora la conversacin, la deja enredarse entre sus entraas, la est masticando, est decidiendo qu parte le interesa de lo que yo digo, est aclarando su espritu, resolviendo qu le importa, y cunto le importa, de todo esto que es mi desvelo. - Entiende amiga, que esto va ms all de la simple crtica o desconfianza sobre la cuestin de hablar o someterse a alguien que no maneja una ciencia exacta. Es que realmente estoy convencido que ninguno de nosotros puede sentirse con la potestad de ser dueo de la Verdad, simplemente porque esta Verdad no creo que exista. Hay verdades de cada uno, hay certezas personales. Por eso considero desastroso el intento de transferir nuestras certezas a otros. - Te sigo escuchando apunta Clara. - Es ms de los mismo: muchos siguen pensando que estn del lado de los buenos, y que hay que enfrentar a los malos, cuando en realidad, aqu no hay buenos y malos

universales; cada uno sabr lo que es bueno y lo que es malo; no se puede ir ms lejos; ir ms lejos que esto, significa que uno tiene la razn, y el que no piense como uno est equivocado; entonces, esto significa que slo podemos vivir en paz con iguales, o con los que se sometan a sus reglas; no existira la posibilidad del encuentro de culturas. Amn de que todo aquel que sea diferente se vuelve peligroso. Y esto si generar consecuencias, si sabremos de esto... - O tal vez el asunto sea que no existe esta posibilidad del encuentro de culturas me dice Clara, creo que sin darse cuenta de lo tremendo, lo profundo y tremendo de lo que me estaba diciendo. - Eso mismo estoy pensando contino-. Que tal vez el asunto sea que no existe la posibilidad de convivencia con diferentes, de respeto por diferentes, y t tengas la razn: siempre hay quien sepa por dnde hay que caminar y por dnde no, y obligue, de una manera u otra, a los dems. Pero sabes qu? Todava quiero creer que esta posibilidad de respeto, esta posibilidad de convivencia, existe. Quiero creerlo, y por eso tiendo a aborrecer todas aquellas disciplinas y enseanzas que basan su existencia en el poder de unos sobre los otros; en el poder de unos que dicen cmo est bien vivir y que tratan de que todos entonces vivan de esa manera, porque est bien, porque lo dicen o lo saben ellos. - Como t piensas es ms inocente an de lo que sospech seala Clara-. Ests diciendo que no hay lmites, cada uno cada quien, con respeto y tolerancia, de la mano y unidos; nunca pens escuchar de ti tanta candidez. Por supuesto hay una lnea, de un lado unos, del otro lado, los que no se adaptan, por una razn u otra. Si esta razn es la locura, pues a tratarlos. Si esta razn es la inconducta, pues a corregirlos, y si no se corrigen, pues a castigarlos. Es as como se logra la convivencia. - Hay mucho de razn en lo que dices respondo. Pero yo trato de llevarte ms al fondo, para que sepas cuando expresas esto, qu es lo que verdaderamente ests defendiendo, para que te hagas cargo -justo como dicen los psi- de lo que piensas y de lo que dices. Quiero que sepas que para m este tema no es nada fcil. Si se lleva un poco hacia los extremos, te dars cuenta que se estn defendiendo situaciones muy pero muy complicadas. Sobre todo porque en nombre de estos lmites, se est justificando atrocidades a nivel mundial. Tambin es cierto que en nombre del respeto por el diferente, se est tolerando o desentendiendo de situaciones tambin atroces. Por esto es tan complicado, y quiero que te des cuenta, que entiendas, en qu lugar te ests colocando. - Yo en realidad -prosigo-, tambin creo que existen lmites, y que cada sociedad los reglamenta de alguna manera, y castiga o margina a los que no se adapten. Y disfruto de mi actual tranquilidad gracias a estas reglamentaciones, no soy tan hipcrita. - Pues entonces? -carraspea Clara. - Slo que quiero siempre recordar qu es lo que estoy defendiendo, all en el fondo. Porque tengo que saber lo que estoy disfrutando y respaldando. No puedo ir a engaos. Tengo que saber por ejemplo, que cuando proclamo convivencia y respeto entre diferentes culturas, estoy diciendo que asumo las consecuencias de mis posibles errores, como podra ser por ejemplo, una tolerancia desmedida hacia situaciones que en mi cultura las interpreto como atentados a la libertad individual. O me tengo que hacer cargo cuando defiendo la multicultura, de mi capacidad e incapacidad de ser flexible, de poder cuestionar mis certezas, de vivir en el difcil equilibrio del respeto de mi espacio y del de los dems. Tengo que recordar que no hay una forma universalmente esplndida de vivir la vida, sino que yo tengo mi forma, t tienes la tuya, el vecino tiene la suya, y todas son diferentes, aunque igualmente plausibles. Me acompao de unos tragos ms de cerveza, y contino:

- Quiero tambin que las personas con las cuales converso, quiero que mis amigos, quiero que t, quiero que todos aquellos a los cuales pueda llegar, piensen en esto, sepan qu es lo que estn defendiendo cuando dicen cosas que parecen obvias: saber comn. Incluso hasta cuando se habla de este asunto de las psicoterapias, de las necesidades, los profesionales de la salud y sus consejos y mensajes. - Amigo -comienza a interrumpir Clara. - Djame, Clara-. Quiero poder trasmitir la importancia de hacerse cargo, de ser responsable de lo que uno dice. No repetir frases y conceptos simplemente porque se convirtieron en algo compartido por mucha gente. Est genial decir hoy que una psicoterapia ayuda y que los terapeutas iluminan, ensean, cmo es esto de vivir bien. Es admisible, mucha gente lo comparte, es aceptado, indiscutible. Pues yo lo discuto. Porque tiene sus lmites; hay una frontera que si la pensamos mejor, nos damos cuenta que atravesarla es peligroso. Que estamos aceptando muchas cosas ligadas a la aparentemente inofensiva psicoterapia. Le estamos dando demasiado poder a mucha gente. Realmente necesito que mis amigos sepan que sta es mi nueva forma de estar en el mundo: hubo una poca en que se participaba de movidas colectivas, en salvaciones universales; yo ahora s que lo que puedo hacer, es modificar slo aqul entorno al cual accedo, slo un poco, slo una pequea jugada: instalar una duda a los que me rodean, cuestionar lo obvio, lo consensuado, ver un poco ms hondo, ayudar a investigar por detrs de las palabras. - Te concedo mi falta de lucidez al recomendarte una terapia dice Clara sonriendo-; slo que estoy preocupada por una sencilla razn: me parece que andas deprimido, y no ME gusta verte as; tienes razn, es a m a quien no le gusta, y por eso quiero que te arregles esa cara, para hacer MI existencia ms feliz. Adems, el arroz se termin, an siento hambre, y quiero seguir tomando ms cervezas. De todas formas, entiendo que te has ido ms all de toda la discusin. Has utilizado algo que yo dije para largarme todo un discurso paralelo. Te lo concedo, slo porque el discurso no me pareci del todo malo, y porque me gusta conversar contigo. Que te quede claro que se trata de una concesin, porque te has aprovechado de m. - sta s eres t, mi preciosa, ahora te reconozco! Entonces dejemos mi discurso preferido y volvamos al rollo del comienzo, ahora que nos entendimos. Quiero que recuerdes a Leo, aquel chico que conocimos en el bar de los msicos, y que supo ser buen compaero para disfrutar las noches. - Lo recuerdo perfectamente, sonre Clara.- No s qu se hizo de l luego que cambi de pas. - En un momento, comenz a dejar de frecuentarnos, y cuando lo haca, pensbamos que era incapaz de disfrutar nada recuerdas? Lo veamos aplanado; que nosotros supiramos, no tena amigos ms que nosotros; que en realidad no ramos sus amigos, sino sus compaeros de pubs y fiestas. Y con nosotros no hablaba de s mismo, no contaba sus problemas, ni sus malestares, ni sus broncas. Entonces ambos, en una de aquellas noches txicas como slo nosotros dos sabamos disfrutar, le recomendamos un terapeuta, un raro, un posible, pero un psico al fin. - Y cmo mejor! - Clara ahora est ms entusiasmada-. Hasta parece que veo su rostro. Recuerdo perfectamente que al poco tiempo fue nuevamente capaz de rer, de disfrutar, y tom decisiones importantes para su vida, entre ellas cambiarse a un pas absolutamente diferente. - An hoy, con todo mi discurso, creo que fue un consejo acertado. Porque l no tena con quin hablar. Simplemente le conseguimos ese alguien para que discuta con l. Cuando no se tiene con quin, o s se tiene pero no se atreve a quedar demasiado al

desnudo, entonces a veces es bueno consegurselo; porque para muchos est bueno aquello de intercambiar, de incomodar las convicciones, desafiar las certezas, descubrir el malestar; a muchos moviliza, sacude el cogulo en el cerebro, y les hace bien. - Estoy de acuerdo dice Clara- en que Leo fue un caso, y t eres otro muy distinto. Tambin te concedo que lo enviamos a un terapeuta muy particular, con caractersticas exticas. Recuerdo que despus de aquella terapia, l comenz a hablarnos un poco ms, contaba cosas personales, situaciones complejas para l; nos informaba sobre sus momentos, los que le apetecan y los que no. Se hizo ms flexible, ms distendido, y esto lo volvi ms compartible con nuestras personalidades; esto nos hizo ms amigos. Si no se hubiera marchado, habra terminado siendo amigo nuestro. - Djame decirte algo ms, Clara, aunque s que estoy tirando un rollo muy largo: yo tambin mejoro cuando converso, cuando hablo, discuto, cuando me enfrento a mis propias convicciones, las confronto. Me gusta eso. La diferencia es que s tengo con quines hacerlo, y no me causa ningn esfuerzo. Es ms, casi te dira que lo hago en demasa. Tanto, que cuando hago un impasse, un silencio, cuando me doy mi tiempo como ahora, t saltas y me increpas por lo mal que estoy. No estoy mal, mi nia, estoy en mi tiempo, en un descanso, estoy mirando un rato antes de hablar porque ahora lo necesito as; y apenas quiera volver a mostrarme, tengo la enorme fortuna de haberme hecho unos tremendos amigos, entre quienes te cuento, y te adoro por eso. Nuestro encuentro con la naturaleza, con Clara. Anduvimos hacia la campia unas cuantas horas, por caminos secundarios. Hasta el momento en que comenz a aparecer mucha tierra, mucha soledad, mucho silencio. S que queramos realmente acampar en el medio de la nada, sentirnos solos, aislados. Venamos de muchas movidas, de demasiada compaa, de mucho ruido y humo. Nos imaginamos ambos, porque para eso ramos hechos a la medida, nos imaginamos una interrupcin sana, natural, un stop, y as lo hicimos. Simplemente cogimos el coche y partimos hacia la nada. Paisajes entre amarillos y marrones, piedras, cactus. Muy poco verde, en esa oportunidad. Esplndido. Esos pocos momentos en los cuales fui capaz de escuchar el silencio, de saber de los olores, de sentir la inmensidad y que fuera amigable. Complacerme por el viento, por el polvo de tierra en el rostro, por lo complicado que termin siendo simplemente armar un fuego, y cocinar un arroz. Por supuesto que fue mgico, que nos hizo muy bien. Por supuesto que discutimos y nos peleamos varias veces en aquel fin de semana. Al final fueron muchas, demasiadas, las cosas que para m estuvieron muy buenas. Primero que nada, el paseo con Clara, por lo maravilloso de los lugares, por la impresionante capacidad que tenamos los dos de distendernos y disfrutar hasta de lo ms simple; por lo sorprendentes y perturbadores que son estos paisajes, por lo sencillas que eran nuestras necesidades. Segundo, por Clara, siempre guapa, siempre fresca, siempre peleadora, alardeando, coqueteando, imponindose, arrogante, soberbia, preciosa, tan querida. Tercero, porque me oblig a realizar una vez ms el esfuerzo de atender lo que un amigo tiene para decirme, y cotejarlo con mis propias sensaciones. Me oblig a seguir pensando, hasta a hacerme cargo de mi agresividad. Aqu sigo sentado, al borde de la cama, con todos estos recuerdos. S que en algn momento tendr que cambiar de posicin. Lo he prometido. Me iba a aventurar a levantarme, y ni siquiera logr terminar de vestirme. Pero la verdad es que inmediatamente me emocionan nuevos recuerdos: ahora que la emprend con Clara, tengo ms para contarles.

VI.

Clara me conoce desde que tenamos veinte aos. Ahora es una mujer bastante sabia, buena consejera, buena administradora de lo bueno y de lo malo; acomoda rutinas para salpicarlas de emocin; estructura pasatiempos, o mejor dicho, llena de contenido el tiempo libre. S, es sabia a su manera. La reconozco as. A los veinte era ingenua y atrevida. Una combinacin explosiva. Linda. Muy linda. Tpicamente de los sesenta, con sus cabellos largos, lacios, al viento; algunas veces con trenzas formando una corona que enmarcaba la dulzura de su rostro; ojos enormes y redondos, llenos de intensas ganas, inquietos hasta lo insultante. Alta, delgada, bastante desgarbada, con aquellas tnicas semitransparentes y sin sostn, como tan bien utilizaban y nos saban enloquecer aquellas mujeres. Recuerdo que se meta en la vida de todos. Siempre preguntando, opinando, aconsejando. Elaboraba juicios, reglas, sueos. Nosotros encantados. Clara tena aquella virtud: haca cosas por las cuales poda haber sido juzgada culpable de atropello, soberbia, omnipotencia, voyeurismo, y no s cuntas cosas ms; pero sin embargo, todos estbamos de acuerdo en que era nuestra mejor amiga. Incapaces de juzgarla mal. La considerbamos nica, amada, nuestra preciosa Clara. Fue una poca que la recuerdo con nostalgia y alegra. A pesar de lo crtico que soy (cido, irnico, insoportable, segn la mayora de mis actuales amigos), recuerdo nuestra primera adultez con la alegre nostalgia de sentirme feliz por haberla vivido de esa manera. Feliz porque me hubiera tocado vivirla. Considero que tuve suerte, as lo digo. No s si realmente eleg vivirla de la manera en que la viv, o era algo inevitable, como arrastrado por el curso de la historia. Slo que como ya saben, no creo que la historia tenga un curso, y mucho menos que nos arrastre. Ms bien me parece que la historia son un montn de acontecimientos que se van estructurando en un imaginario de espacio y tiempo, y que miramos o analizamos slo lo alcanzable, slo lo que cada uno puede. As es que la historia es ese pasado que est formando parte de este presente, y lo dems, son relatos que apruebo o desapruebo, que me parecen plausibles o no, pero relatos al fin. Mi historia, la que incluyo en mi vida, es mi alcanzable. Esto es lo que tengo hoy por dentro. Esta historia tambin me forma. Es as como hoy mismo tengo este recuerdo, esta vivencia, esta percepcin de haber vivido, de ser parte integrante de una poca rara, diferente, rupturista, inquietante, vivaz, atrevida, como Clara. Capaz que es por esto que yo la admiraba tanto: porque era toda ella armona con la vida que vivimos. Congruente. Sintnica. Mis amigos y yo conversamos mucho acerca de esos aos, acerca de nuestra historia compartida. Al menos los que seguimos en contacto cuando ya todo cambi para nosotros. Haba bastante coincidencia en que fue como si un da nos despertramos a una nueva vida. Al menos fue as para m; yo lo recuerdo de esta manera. No fue producto de la reflexin, del estudio o del conocimiento adquirido que llegu a darme cuenta que las cosas podan ser diferentes a como nos las venan planteando. Para m fue algo casi inconsciente, por decirlo de alguna manera. El que ms se basaba en abrumadoras reflexiones era Elbio. Nuestro intelectual. Un poco mayor que nosotros, ms maduro. Lo definira mejor diciendo nuestra bestia intelectual, porque la mayora de nosotros s ramos intelectuales, o con pretensin de serlo, pero Elbio era una bestia, pura pasin, puro sentimiento, con innumerables argumentaciones para todo lo que haca. Era el que nos daba teora en un intento de volvernos seres que l llamaba comprometidos con su historia.

Pero yo no era as. No me haba basado en las grandes explicaciones acerca del mundo. Era un estudioso, esto es cierto. Pero esa transformacin que un da se dio en m, ese giro tan poco racional, que a veces hasta los racionales damos cuenta de que s sucede, eso que ocurre como un rayo de luz que ilumina lo que haremos en lo inmediato, ese cambio, esa nueva percepcin, la viv de una manera bien elemental. Para ser sincero, debo decir que lo recuerdo como un abrupto despertar: un da me levant, y vi luz en la ventana. Mi cerebro se ilumin. De pronto me di cuenta que todo poda ser diferente, que dependa de m. Quin me obliga? Quin me ata? Por qu? Y ah sal, salimos, los del sesentayocho y despus, sintindonos con el derecho de probar la vida, decidir lo nuestro, ahora, no hay despus. Quiero probarlo todo y ahora. Me como el mundo. Lo que me gusta est bien. Lo quiero y lo tomo. Salimos a dar batalla en la vida y a ganarla. No me importaban mucho los motivos. No a m. A otros s les importaba y mucho. A m, cualquier cosa me poda parecer lo suficientemente importante, si eso serva para tomar el mundo y masticarlo. No acept autoridad, me burlaba de los viejos, de las tradiciones; no haba respeto a nada que viniera del orden anterior. Me sent tan libre, tan pero tan libre... vestamos como queramos, hacamos el amor con absoluta libertad, no haba prejuicios, o los haba pero estaba mal mostrarlos o comunicarlos, y entonces hacamos como si no los hubiera. Todo estaba permitido porque no haba autoridad que nos pudiera marcar lo bueno y lo malo. Aquello que era correcto y aquello que era incorrecto, estaba por descubrirse. Para m todo era un cuaderno abierto, con las pginas en blanco, listo para ser escrito. Todo, o mucho, estaba para nuestro discernimiento. Haba que probar, luego cada quin decidira qu quera y cmo quera hacerlo. Cada quien decidira qu era bueno y qu era malo, qu era correcto y qu era incorrecto. Porque lo que senta como seguro, era que todo eso, estaba para ser escrito. Policas? Militares? Nos manifestbamos en las calles desafiando abiertamente su autoridad. Familia? Pues nada obligatorio, nos vinculamos con quien queramos, si queramos, los lazos no se convertan en reglas. Me emociono cuando me asaltan esos recuerdos, me recorre un ligero temblor. Me inundo de sentimientos fuertes, contradictorios, diversos. Fue una poca de la vida, para m, para mis amigos, supongo que para tanta gente..., una poca rica, cruel, tremenda; llena de exigencias por tanto cambio, por tanta novedad, tanto contenido; llena de sentimientos y llena de pasin. Por sobre todas las cosas, fue una poca que dej una marca, visible, en el Gran Libro. Quiero mirarme, y quiero mirar a todos los que recuerde en esa etapa. Quiero transitar este camino que acaba de abrir mi mente o mi alma, recorrerlo, tratar de recordarnos en l. Porque fue tan importante, tan determinante, para tantos... Ni siquiera me importa estar saturado de contracturas, en el borde de una cama. Hasta esto se vuelve trivial, da lo mismo, no siento el dolor de los msculos porque soy capaz de sentir aquella poca. Respiro juventud, se me olvida que soy un viejo decrpito. Me veo en mi juventud. Y lo que observo, por sobre todas las cosas, es a un pacifista. Yo lo era. Paz, vida en comn, amor, libertad. El colmo del romanticismo. As senta yo. El mejor de los mundos conocidos, se que nosotros, seres increbles, estbamos formando. Lo estaba queriendo formar para todos, eso s, no era slo para m. Era un romntico. La vida plena para todos, simplemente porque nos lo merecamos. Por qu nos lo merecamos? Pues no s muy bien. Supongo que por aquello de ser humanos, por aquello de los derechos del Hombre. Esto no tena mayor explicacin. Era as. Una verdad auto-impuesta, o tal vez escrita en lo alto de los cielos, para que todos lo pudiramos leer. Nos merecemos una vida de armona, de paz, con amor, con libertad. El romanticismo de mi veintena, esa

dcada mgica, en la cual muchos nos sentimos tan omnipotentes, tan seguros, tan inteligentes, tanto, que ni siquiera importaba demasiado hasta cundo se viva, nos podamos morir a la vuelta de la esquina, porque lo que importaba de verdad, era cmo se viva cada da, cada hora, la entrega, el riesgo, probarnos, probar. Clara deambulaba con sus tnicas, sus cabellos al viento, cargaba flores a un lado y a otro, proclamaba la amistad eterna entre los humanos. Crea que todos ramos buenos, todos merecamos la oportunidad. Se revolcaba hasta el cansancio con quien se le cruzara en su camino y le gustara; creo que estaba dispuesta a que todo hombre que sintiera atraccin hacia ella, tuviera la oportunidad de tocarla, saborearla, de entrar en ella, para volver a tocarla; los hombres buenos merecamos ese hermoso cuerpo, blanco, suave, dulce. Ese cuerpo que se enroscaba, se entreveraba con los dems, hasta volverse inquieto, sudoroso; resbalan las manos entre sus curvas, se deja acariciar despacio, parte a parte, sin prisa, porque cada segundo es profundo y nico. Te envuelve su tibieza hasta que se convierte en calor agresivo que abraza, gime, quiere, reclama. Deja que te tortures hasta llegar a ese punto en que casi brotan las lgrimas. Adentro de ella, sabiendo que hay que salir. Sabiendo que uno no era el elegido. Era uno que solamente mereca besarla, hasta que ella decidiera cundo podra volver. La separacin la converta en una despedida sin futuro conocible. As era. Slo hoy. El presente. Todo y ahora. La hermosa Clara. Elbio detrs, corrindonos, apedrendonos, reclamando un lugar diferente a aquel exceso de individualismo. Entre amores y amor, nos recordaba que el mundo era muy grande, que iba ms all de nosotros mismos, y que adems era muy violento. Nos recordaba las guerras. Los hermanos en las guerras. Los hombres y mujeres sometidos. Las masacres. Gentes torturando y matando en tantos lugares. Las invasiones. La codicia. El egosmo. La crueldad. La pobreza. La miseria. La explotacin. Nos recordaba todo lo malo y odioso que el ser humano poda ser. Elbio realmente quera que le diramos un sentido a nuestras ansias de paz. Que lo pusiramos en prctica. Que nos manejramos con la realidad. l s estaba del lado de los oprimidos del mundo, sufra con ellos, y por eso tambin sufra con nosotros, porque no formbamos parte de los que eran conscientes del padecimiento universal. Tampoco formbamos parte de aquellos que se haban autoproclamado salvadores universales, creadores de la nueva vida. Yo seguro que no formaba parte. Clara notoriamente tampoco. Slo que en ese momento no lo saba tan as. Tal vez haya sido nuestro amigo Juan quien, sin tanto ardor ni pasin, entenda mejor a Elbio, y lograba, a su manera, caminar junto a l. Juan pensaba, cuestionaba, preguntaba, obligaba a ensayar respuestas, ampliaba la visin y el entendimiento, pero su particularidad tal vez fuera que al mismo tiempo, era un verdadero activista, con todos los riesgos, con todas las contradicciones, con todos los sometimientos. A Juan no le fue anecdtica la figura del Che: lo idolatraba. No poda intelectualmente respaldar sus posturas tampoco adorarlo-, saba que no poda, pero lo honraba: un hroe, un revolucionario, una luz, un gua, una esperanza. Un verdadero rebelde. Al menos Juan lo planteaba as en su juventud. Luego fue cambiando, creo que fue madurando, se fue convirtiendo ms en un estudioso que en un impulsivo, fue razonando cada vez ms, y apasionndose menos. Esta historia de Juan, se las contar ms tarde. Porque Juan tambin va a venir a verme, hoy viernes. Yo, en realidad, lo que recuerdo que quera en aquella poca, era que el mundo se convirtiera en un lugar donde todos pudiramos al menos vivir en paz, a la manera de cada quien. Es verdad que particip en bastantes movidas. Manifestaciones, muchas. Bombas, ninguna personalmente, pero s entre el montn. Es que Vietnam era

insoportable. O era insoportable la hipocresa entre los valores que se proclamaban, y la realidad cotidiana. Nunca fui un tonto. Si bien no me crea la del superhroe del Che, s me crea la de tantas gentes que eran perseguidas, s me crea la injusticia, -me la crea y s que soy sincero si digo que adems me dola y mucho-. En lo cercano, en lo inmediato, en lo ntimo, lo que me pasaba era que no poda aguantar la infamia y la hipocresa. Creo que fue sobre todo por esto que termin un poco ms involucrado. Tampoco es totalmente cierto lo que digo sobre el Che, que no me lo crea. Yo s crea tambin: crea en su sensibilidad, en que realmente l se desangraba ante lo injusto, lo perverso; estoy seguro, quiero estarlo, que l pen por los dems, no soport vivir una vida cmoda despus de lo que vio, de lo que sinti, de lo que experiment en sus viajes por Amrica Latina. Fue alguien que verdaderamente pudo juntar y hacer una unidad entre lo que pensaba: su ideal, y su prctica: su vivir en este mundo. Hay hombres, hay mujeres, hay momentos, que nos vuelven diferentes; a partir de ellos tomamos decisiones -algunos- que nos marcan un rumbo determinante en nuestra vida. Tal vez el Che haya sido un hombre que por alguna razn, lo que vivi de joven, que comenz siendo una aventura estudiantil, le hizo sentir cosas tan profundas, le hizo encontrarse en uno de esos cruces de caminos, en los cuales se toma una decisin, y la de l, fue una decisin intensa, profunda, de las que dejan marcas para siempre. Decidi pelear por los dems. Por s mismo y por los dems. En una forma, que se me antoja pasional. Absolutamente, irracionalmente, pasional. Equivocada. Para m. Decidi algo determinante para el resto de su vida, y tambin, l y sus decisiones, se volvieron el nudo que marc un rumbo a tantas otras personas, en tantos lugares del mundo, en tantos tiempos diferentes. l tuvo su punto de inflexin, y se convirti su persona- en el punto de inflexin para otros. Yo esto de la irracionalidad pasional, intelectualmente no lo soporto, pero no niego que me deja un rinconcito amargo en el alma, que me produce como un afecto, un cario, casi un entendimiento, por ese hombre tan particular. Y por tantos hombres. Por tantos hombres desconocidos, sin nombre, sin prensa, como por ejemplo mi amigo Elbio. Ahora aquello de emular a los dolos no, hasta aqu lo mo. Yo, un hombre de paz. Yo, un cerebro, un hombre que nunca se consider con el derecho de hablar por otros. Mucho menos de actuar por otros. Supongo que debo haber cado en muchas contradicciones a lo largo de mi vida, pero hasta lo que yo puedo conocer y manejar sobre m mismo, fue as. Cuando yo me manifestaba, me manifestaba por m, a mi nombre, porque me pareca justo lo que se defenda, o me pareca injusto o aberrante contra lo que se luchaba. Pero a mi nombre; creo que nunca pretend hablar por otros. Cada uno que decida por dnde le va la vida. Yo no decido por nadie. Tal vez sea por esto mismo, que tampoco nunca juzgu a nadie. Esta caracterstica ma, a Elbio le iba terrible. Me cuestionaba cada vez que poda lo que l entenda como una gran muestra de egosmo, de individualismo; como una falta de compromiso hacia los ms dbiles, los que no pueden hacer or su voz. Pues ser, pero es mi forma, y nunca intent negarla. An sabiendo que iba contra una marea importante, contra un determinado y supuesto curso de la historia. Muchas veces pens, ya en mi madurez, que yo era un hombre que no acompa exactamente la cultura dominante de su poca y de su medio. Muchas veces pens que sin proponrmelo, yo era un hombre ms acorde con los tiempos que vinieron despus Clara era mucho ms simple; ella saba que no le interesaba cambiar ningn orden poltico, no le interesaba cambiar la sociedad ni sus leyes, ni siquiera se lo cuestionaba; slo quera que la dejaran vivir a su manera, sin innecesarios juzgamientos, sin sentir que era una marginal, una rara, un ser discriminado o incomprendido. Quera vivir a su

manera. Lo de ella era bastante ms individual que lo mo. Yo tena cierto sentido social en lo que deca, lo que quera para m lo quera para todos. Tambin quera grandes transformaciones. Clara desde siempre, lo que quiso fue que le dejaran vivir a su saber y entender. Yo quera esto tambin, pero tambin saba del mundo que nos hablaba Elbio; saba y comparta lo que senta Juan, y me molestaba mucho la mentira, por eso en algn momento irrumpi en mi bsqueda de paz, la idea de desafiar la autoridad, el orden instituido, involucrndome un poco ms. No tanto como otra gente de mi generacin, que llegaron a tener verdaderos problemas. Lo mo era me rebelo, protesto, te acompao, pero sin grandes riesgos, y sobre todo -esto debe ser lo que valoro como lo ms autntico en m, lo que permaneci en el tiempo-, sobre todo no quera hacer nada que vaya contra mis sentimientos o mi forma de pensar. No poda ser violento. No poda agredir a nadie. No era lo mo. Por eso fundamentalmente, siempre fui un no perteneciente. Claro, ahora es incluso intelectualmente correcto ser un no perteneciente, pero en esa poca, me las vi negras. Elbio grua. - No puedo admitir, compaero rezonga Elbio- que me digas que sientes nuseas por la hipocresa, que sientes vergenza ajena por lo que hacen algunos pases con las gentes de otros pases, que no soportes la idea de la bruta explotacin a la que son sometidas muchsimas personas, y no ests dispuesto a pelear contra ello. No te digo nada respecto a que no quieras pertenecer a mi grupo, pero a ninguno? a ningn grupo organizado, con principios, con metas, con mtodos? Entonces me parece pura palabrera, amigo, es como quedar bien diciendo qu horror la crueldad! Si realmente te produce un horror, tienes que hacer algo por ello. - T sabes que yo necesito pensar y actuar ante cada cosa, ante cada situacin, y a mi manera. Soy as, Elbio, no voy a renunciar a ser yo mismo, aunque a ti te parezca incorrecto e indeseable. No puedo permitir que me hagan actuar en situaciones que no comprendo bien, que no conozco, o que ni siquiera comparto del todo. Pertenecer a un grupo implica que aceptas todo: su esquema organizativo, su sistema de obediencia, sus principios, sus actuaciones, sus mtodos. Yo es raro que comparta todo ni siquiera de una historieta. Yo comparto algunas cosas, otras no. Tengo muy pocos principios, debera incluso pensar cules son, no me sale tan claro. No se puede pertenecer a una organizacin y decir que te parece una imbecilidad la mitad de las cosas que hacen, o que slo estoy dispuesto a aceptar lo aceptable para m y no me hago responsable por lo que no encuentro aceptable para m. T sabes que as no se juega. No se trata de eso. Entonces, a lo mo. Me mantengo independiente. Hago lo que me parece; lo que no me parece, no lo hago. Incluso sabiendo que personas como t, me estn juzgando negativamente. - No, yo no te puedo juzgar negativamente, porque te conozco demasiado. Yo s de lo que hablas, slo que me gustara que fuera diferente. Necesito a veces amigos de mi lado. Muchas veces me encuentro solo, porque aunque est rodeado de gente, aunque pertenezca, no te imaginas lo solo que estoy muchas veces; t sabes que no tolero muchas de las cosas que se dicen ni de las que se hacen; mi diferencia es que prefiero equivocarme apoyando las malas, pero hacer, responsabilizarme por lo que est pasando en este mundo, en mi tiempo; no prescindir insiste. - No ests tan seguro de que yo prescindo le contesto- porque a mi manera, yo tambin me responsabilizo por lo que pasa en mi tiempo. Slo que de forma diferente. Yo como soy yo. - Nos manda la historia... hay que tomar una decisin; hay bandos en contradiccin; se debe decidir en qu lugar de la historia nos vamos a encontrar.

- No nos manda nadie, Elbio, esa es tu fantasa; la ma, es que no nos manda nadie. Somos nosotros los que decidimos, los que elegimos. - Logro entender tu discurso cuando dices que no puedes ser parte de ninguna situacin agresiva, de ningn acto violento. Pero es que hay lugares en los cuales han hecho de la violencia una forma de vida. En algunos pases que tu sabes que yo bien conozco, se atenta contra la vida de las personas solamente por pensar diferente. No se puede evitar mirar esto. - Est bien le contesto-; comparto que no se puede pensar igual acerca de la violencia que ejercen las personas oprimidas de esos pases, que lo que se puede pensar sobre la violencia terrorista en un pas que vive a su aire. Tambin es verdad que una persona informada, sensible, no puede evitar conocer y mirar esto. Pero te dir algo que no te va a gustar: tambin pienso que es verdad que no podemos echarnos a los hombros toda la carga del mundo. No podemos creernos que podemos salvar el mundo. Ni un continente. Ni siquiera un pas. Porque es en el mundo entero donde hay situaciones tremendamente injustas, que nos vuelven sensibles, que quisiramos que no existieran. Y ninguno de nosotros debera sentir que puede con esto. Eso es lo que yo pienso. - Escucha amigo interrumpe Elbio-. No puedo comprenderte. Te contradices mucho. Muchas veces has dicho que apoyas causas, que quieres cambios, que pelearas por ms justicia, dnde queda todo eso en tu discurso actual? - Me enredo en estos temas. Quiero y no quiero, lo s. Supongo que estoy cambiando posiciones, que es por eso que me contradigo. Es que no puedo dejar de pensar en la omnipotencia que hay que tener como para creerse que un ser humano puede cambiar el mundo, pero fundamentalmente, creerse que tiene la razn y por eso lo cambiar. Pienso en la soberbia que hay que tener para creerse que como uno piensa, como uno quiere, como uno desea, es como todos deben pensar y desear, y entonces arrogarse la autoridad de incluir a todos en como uno piensa que se debe hacer, actuar por todos, pensar por todos, decidir por todos, porque lo que uno piensa lo considera lo mejor para todos. Gran soberbia, gran omnipotencia. - No seas estpido; yo no digo eso. Digo que si te cruzas con la situacin de injusticia, no la evites, no cierres los ojos, es tu deber enfrentarla. Hay situaciones que caen con un peso tremendo encima de uno; simplemente no se pueden obviar. El tiempo que vivimos, es un tiempo de compromisos muy fuertes; es un tiempo de estar de un lado o del otro. Es un tiempo de amigos y de enemigos. - Yo soy amigo, y no comparto esto; para empezar, esto de los lados, ya se vuelve una situacin oscura, yo soy amigo o enemigo? no soy un poco de cada cosa, o mucho de una pero tambin un poco de la otra? yo estoy de un lado o del otro? no estoy una parte de un lado, otra parte en el otro, y ni siquiera siempre la misma parte? no es mucho ms complicado de lo que t me tratas de presentar? Elbio me observa enojado. Trata de disimularlo, pero s que est muy enojado conmigo. Quiere decir que seguiremos peleando. - Resulta, adems contino diciendo-, que yo no me estoy cruzando con ninguna situacin, tal vez porque no la estoy buscando, que es lo que ms te duele a ti. Yo me informo, conozco, t me cuentas, pero yo no me cruzo. Y t quieres que yo participe en organizaciones que intentan cambiar el mundo entero. Salvar las personas de todos los pases. Y adems, para salvarlas, utilizan o aceptaran utilizar los mismos mtodos que utilizan los malos que quieren eliminar. Vamos, Elbio, que por all no va la cosa! - Puede que no vaya por all, pero seguro tampoco va por esta torpeza individualista, pichones de intelectuales, que se creen que con las palabras y las rosas todos viviremos mejor, o claro, no es que quieran que todos vivamos mejor, slo quieren que aquellos que puedan y que quieran, vivan mejor, los que no puedan, que se embromen. Linda

filosofa para vivir. Tranquila. Buena cosa. Seguro no te vendrn arrugas hasta los cuarenta, o capaz que hasta los cincuenta. Seguro que te casas y te compras un cachorrito hermoso, para darle de comer y a l no le falte nada, pobre perrito. Seguro que terminas protestando contra la polucin sonora, por ejemplo. Una causa como cualquier otra, que despus de todo, si alguien quiere vivir tranquilo, por qu soportar ruidos molestos, eh? S, nuestras discusiones siempre fueron tremendas. Cuando no terminbamos insultndonos, terminbamos a los gritos. Tambin recuerdo terminar abrazados, o borrachos en algn bar, jurndonos amistad eterna a pesar de todo... Cuntas personas, en cuntas partes del mundo, tendran en aquellas pocas discusiones similares. Cuntas dudas y cuntos convencimientos. Cunto sentamos que estaba por hacer, el mundo estaba abierto, all, a nuestro alcance, para ser ledo. Trascendimos fronteras. No se trataba de vivir aqu o all. Fueron justamente los comienzos del planeta todo. Cuando todo tena sentido, lo que pasara o lo que nos podamos enterar de cualquier rincn de la Tierra. El mundo imponente, inmenso, y a nuestro alcance. Una vida tan rica y tan incierta, como cada uno fuera capaz. Desde aquellos tiempos, que ahora parecen tan remotos, ya estbamos juntos Clara, Elbio, Juan y yo; ya se cruzaban nuestros caminos; ya discutamos, ya nos saborebamos. Cada uno, tomando caminos bien definidos, de acuerdo a cmo era uno y de acuerdo a lo que cada uno vena trayendo. Por esto tambin es que somos tan nicos, tan irrepetibles. Porque cada uno es lo que viene siendo, lo que puede, lo que desea, lo que consigue, lo que cree. Siendo tan diferentes, supimos igual encontrarnos, cruzarnos, ayudarnos, entendernos. Esto me regocija. Haber encontrado la amistad. Hasta incluso el da de hoy, con los recuerdos, an siento aquel escalofro, aquel placer, la piel erizada, la inquietud del alma, los miedos; porque fueron pocas, tiempos, amigos, que me hacan verdaderamente vibrar. Yo senta la sangre correr por mis venas, senta la corriente elctrica transitando entre las clulas, senta el aire intercambiando en los alvolos, senta toda esa inmensidad, toda esa posibilidad, todo yo, extendido, abierto, abrazando el universo, eligiendo con cul estrella, esa noche, me dispondra a soar. ...

Mi amistad con Elbio fue una amistad nica, intensa, variable, a veces con tanto cario, a veces con tanto rabiar. Podamos compartir das enteros juntos, porque Elbio muchas veces quedaba en mi casa a dormir; porque l era una persona que siempre se encontraba en alguna situacin complicada; siempre andaba enredado con algo. Llevaba as una vida bastante secreta. No era secreto lo que pensaba, no eran secretas muchas de sus andanzas; pero recuerdo bien que haba tantas veces que simplemente apareca, quedaba conmigo das enteros, dormamos juntos, y luego volva a desaparecer. En aquellos das de intenso intercambio, podamos hablar por horas. Incluso hubo noches enteras que no hemos dormido, que hemos continuado de largo, hasta avistar el amanecer. Hablbamos por horas, pelebamos mucho. Nos respetbamos. S. Lo de la pelea era inevitable. Demasiada diferencia entre nosotros. Pero estoy seguro que con el tiempo, ya habamos hecho un verdadero juego con esto de la discusin; nos buscbamos, tantas veces, hasta encontrarnos. Le dbamos la vuelta a los temas hasta que encontrbamos los puntos calientes. Creo que era incluso un desafo. Quin enmudeca a quin. Quin dejaba en jaque al otro. Esto tambin, a lo

largo de los aos, fue cambiando. Porque lleg un momento en nuestras vidas que nos conocamos demasiado; ya sabamos en qu nos podamos encontrar y en qu no. Ya no era gracioso tratar de golear en una discusin, porque el resultado estaba dicho desde los comienzos. Dems est decir, que las discusiones cambiaron mucho porque tambin los tiempos fueron cambiando mucho. Las pasiones despertadas en una poca, se fueron convirtiendo en temas a dilucidar; las certezas se comenzaban a transformar en posibilidades; y nuestro pragmatismo encontr en algn momento un despliegue casi increble de imaginar en nuestra juventud. En los ltimos tiempos entonces, ya discutamos por las diferencias, pero sobre asuntos que no tenan tanto que ver con el camino escogido,, sino por temas que significaban algo profundo en cada uno; no tenan tanto que ver con la realidad que viva cada uno, con la vida elegida, sino que tenan que ver con sentimientos, con afectos, con inseguridades, con fragilidades, con bsquedas, con desencuentros. Se volvieron conversaciones ms sabias y muchas veces tambin ms dolorosas. Porque con Elbio hablar siempre era serio. No se poda tomar nada a la broma. No poda divertirse con las dificultades. Cuando llegaba Elbio, yo ya saba que tena por delante pensamientos e intercambios, serios y profundos. Admito que esto siempre me fue de mucha dificultad. Me gusta el sarcasmo. Me gusta burlarme de m y de los dems. Me gusta ridiculizar situaciones. Sin embargo, era tanto el cario y el respeto que tena por Elbio, que con l yo poda ser diferente. Me converta en la persona que l necesitaba. Porque s. Tanto lo respetaba, tanto lo necesitaba, tanto cario le tena. Elbio es una persona querida, que siempre la tendr en mi recuerdo. Guardo una fotografa suya, en un rincn muy especial de mi biblioteca. Est escondida, la fotografa. Hay que saber dnde est para poder mirarla. Cada tanto, me descubro buscndola, encontrndola, recordndola. Cada tanto necesito volver a ver aquel rostro, aquella expresin. Porque muchas veces, siento que su figura se me va esfumando, y esto me hace doler mucho. Entonces vuelvo a recurrir a la fotografa. Para acomodar su imagen. Para reflejarla en mi cerebro. Para aumentar la posibilidad de la memoria. Muchas veces, mirando esta fotografa, se me han desparramado las lgrimas, se me ha anudado el pecho, tantas veces, he sentido la amargura por su ausencia. Me has hecho falta en tantos momentos, mi gran amigo. Es que te extrao. Tantas veces necesit discutir contigo. Tantas veces quise pelearte nuevamente. Tantas veces, me hizo falta escuchar tu voz, esa proclama, ese convencimiento, ese reclamo. Pasar los das contigo, las noches en vela. Me haces falta, amigo, ese abrazo, esa ternura, me haces falta. Aunque siento que me acompaas en estos mismos momentos. Como no poda ser de otra manera. Nunca dud, que en estos especiales momentos, en estos nicos momentos, t me estaras acompaando. S, t me acompaas, esto lo s.

VII.

Ahora me estoy dando cuenta que muchas veces, cuando estoy conversando con amigos, o con cualquier persona, sobre hechos de mi pasado, me refiero a nuestra generacin. Incluso ahora, que estoy recordando ancdotas, se me presenta mi juventud, y pienso en trminos de nuestra generacin. Claro que hablar de una generacin es hablar de mucha gente. Supongo que no todos los que vivieron una poca, se sentirn comprendidos en muchas de las cosas que la caracterizan. S que es una simplificacin, un determinado uso del lenguaje que uno se permite utilizar para marcar una identidad, un espacio de tiempo compartido. Supongo que todos sabemos, que cuando hablamos de la generacin, es porque, ms all de los distintos individuos, los que marcaron una generacin como tal son los que la hicieron, los que la crearon, los que le dieron la caracterstica. En realidad ms que eso: son los que la hicieron de una determinada manera reconocible para muchos, identificable, eso es: son los que la hicieron con una determina identidad. La generacin del sesentayocho, fue una generacin muy particular, muy significativa. Marc un antes y un despus. Y esto es independiente de la vida que llev uno u otro individuo, por eso podemos generalizar. Podemos hablar de La Generacin. Todos adentro. Los que la hicimos. Pienso para atrs, y veo a esta generacin con la particularidad de haber sido protagonista de todas las rupturas imaginables. Es verdad que haba mucha gente, muy diferente. Slo entre mis amigos y conocidos, haban muchsimas diferencias. Pero pienso que tuvimos esa particularidad: la ruptura, el cambio, el atrevimiento. Algunos estaran ms comprometidos que otros en aquello llamado el espritu de la sesentayocho, pero fue as. Hubo en comn la instalacin de un sentido de libertad, unas ansias de vida diferente, de hacerlo a la manera de cada quien, de ejercer derechos, de hacer justicia, s, de libertad- liberacin. Esto recorri gran parte del mundo, recorri una parte del mundo con tanta fuerza y participacin, que se puede hablar de un punto de inflexin en el proceso histrico. Yo lo siento as, tuve la enorme suerte de poder participar en uno de los puntos de inflexin en la historia de la humanidad, qu privilegio!, qu riqueza! Esto lo puedo ver hoy: lo del privilegio y lo de la riqueza. Mientras lo estaba viviendo, en aquellos aos, sencillamente lo estaba viviendo; no me acuerdo si era tan consciente de que a nuestra manera, estbamos haciendo poca. Fueron aos de una intensidad demonaca. Se estaba comenzando a vivir el desarrollo de los medios de comunicacin, entonces fuimos los primeros que comenzamos a respirar mundo. No importaba dnde vivamos, quines ramos, sabamos que estbamos incendiando el planeta, y no slo el rincn de cada uno; sabamos de los tanques rusos en Praga, del Che Guevara, de los Beatles; algunos, los hippies; otros, los provos de Holanda; otros militantes polticos, otros revolucionarios, otros libertarios; sentamos la vida eterna, que nos trascenda a nuestra propia muerte, no importaba lo que iba a vivir cada uno porque slo importaba realmente lo que ramos capaces de vivir y hacer hoy; todo lo podamos probar, estaba a nuestro alcance. El mayo francs, con la huelga general; el endurecimiento de la dictadura en Brasil; las guerrillas latinoamericanas; las movilizaciones y atentados con bombas en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam; haba de todo y para todos los gustos. Pero una sola tnica: la vida ahora, a tragarla; nosotros los del sesentayocho, abrazamos la vida y nos la tragamos. Era nuestra, durara un siglo, o un da. ste es mi recuerdo, esa fue mi manera de vivirlo, sta es mi percepcin an hoy. Se me impone, vivo las imgenes, y nuevamente siento el estremecimiento.

Claro que despus, cuando no nos tragamos ni el mundo ni nada por el estilo, cuando cayeron los dolos, cuando perdieron las guerrillas, cuando al romanticismo se le dej entrar la realidad, en muchos, vino el escepticismo, el descreimiento, se pas a vivir como la realidad es, y no como queramos que fuera. Esta frase estoy seguro que ni siquiera la pens yo. La tom prestada. Est escrita en varios lugares. Porque muchos pensamos demasiado en ese despus. Muchos teorizamos, tratamos de entender, escribimos. S que esta frase de vivir lo que es y no lo que pretendamos que fuera, es una frase que nos ha identificado a unos cuantos. Fue un salto inmenso en el interior de cada uno. Algunos lo pudieron dar, otros quedaron en el camino. Para Elbio, su lucha continuaba; no slo no hubo descreimiento ni desilusin, sino que reforz sus convicciones, cada vez lo veamos menos, cada vez ms y ms enterrado en sus decisiones que a esa altura, hasta yo creo que no tenan vuelta atrs. Demasiada pasin, muy poco razono. A mi gusto fue as. Por eso, casi en broma, Clara y yo lo llambamos el intelectual del grupo, porque disfrazaba toda su pasin en enunciados increblemente presentados como invenciones intelectuales riqusimas y sobre todo, muy elaboradas. l tena letra para todo, para decirlo con pocas palabras. Otros conozco que se pasaron de drogas, que no entendieron, que no pudieron continuar con realidades diferentes, que no soportaron la frustracin ni la ausencia de un discurso alternativo que diera luz a los nuevos tiempos. Otros, dentro de los que me encuentro, supimos por dnde seguir caminando, tomamos nuevas decisiones, continuamos en eso de armar nuestra vida, no tuvimos problemas a la hora de retroceder en conceptos, corregir, admitir, avergonzarse, pedir perdn, volver a pensar. Llev un tiempo, claro est, no fue fcil, para nada. Pero pudimos. Algunos o muchos pudimos. Ese despus fue complejo y raro. Supongo que se pas a vivir como le sali a cada uno. Fue uno de los procesos ms difciles por los que pas yo mismo. Pero fue ms que eso. Porque realmente vi a mucha gente con evoluciones bien complicadas. A algunos ms y a otros menos; a muchas de las personas de aquella poca que he conocido, le asaltaron sus demonios internos. Era muy difcil poner punto final a una pretensin tan inmensa como la que tenamos: crear un hombre nuevo, que vivira en un mundo nuevo. Algunos hablaban del hombre nuevo en cuanto a su nuevo lugar poltico y econmico. Otros lo hablaban pensando en lo cultural, en lo ms cotidiano. Muchos creamos firmemente que tenamos derechos inalienables, el derecho a vivir con plenitud, el derecho a vivir con las necesidades y las comodidades que pretendamos bsicas, resueltas; el derecho a la igualdad, ya no ms ricos y pobres, ya no ms gente explotada, porque todos tenamos el derecho a la riqueza del planeta, al trabajo, a la vida grata; tambin creamos en el derecho a expresarnos como quisiramos, a vivir a nuestra manera, a tener las conductas que nos parecieran ms apropiadas, sin leyes culturales o pautas de comportamiento universales. Tenamos el derecho a descubrir cmo queramos vivir y hacerlo, con el nico lmite de respeto a la libertad elegida por el otro. Un mundo nuevo. Demasiado diferente al que conocamos. Un mundo totalmente nuevo, y hecho por nosotros mismos; pretensin?... no, esto no es pretensin, esto es soberbia intelectual. Pero no lo sabamos. ramos muy jvenes para saberlo. Adems, cuando uno vive una poca en la que mucho se nos hace posible y realizable, pues la soberbia intelectual no es slo cosa de jvenes. Se vuelve ms general, como fue que pas. Con logros puntuales en diferentes rincones del planeta que converta, para el que quisiera, este discurso en un discurso plausible. Bajar a tierra todo esto, descubrir que todo lo posible y realizable no era ni tan posible ni tan realizable. Descubrir que las contradicciones eran demasiadas. Que a veces

incluso, pretendamos situaciones que pensndolas un poco ms, nos resultan ahora un verdadero disparate, o nos pueden llegar a resultar injustas. Descubrir que muchas cosas horribles se hacan en nombre de ese supuesto hombre nuevo. Cosas que no tenan nada que ver con un hombre nuevo. Slo que eran realizadas por hombres diferentes, por los buenos, claro que resulta que se comportaban con las mismas pautas de brutalidad y sometimiento que el otro, el malo. En nombre de otra cosa, eso s. Demasiadas contradicciones. Demasiada puerilidad que fue cayendo por su propio peso. Mucha gente que comenz a despertarse de aquel ensueo, y comenz a acomodar diferente sus pensamientos. Ni ramos tan buenos, ni ramos tan malos, por una parte. Por otra parte, la maldad, la injusticia, era cierta; pero haba un funcionamiento que generaba, no slo las cosas indeseables, tambin las deseables. Un funcionamiento que era as y poco podamos hacer para que simplemente cambiara, de forma pacfica o por medio de guerras; cambiara y convirtiera mgicamente en saludable la etapa posterior. Esto es un absolutismo poco creble. Resulta que haba mucho ms para pensar. Era ms complejo todo este asunto. Qu difcil fue darle vuelta a la cabeza, en el despus. Existieron muchas derrotas. Sobre todo muchas derrotas. Creo que fuimos ms los que aprendimos por las derrotas que los que aprendimos por propia evolucin y madurez. Poco tiempo despus, estbamos en los ochenta: conoc demasiada gente que qued aqu confundida, frustrada, asustada, vaca. Ya existan las tribus urbanas, las veamos, no s cuntos llegamos a entender algo. Existan vidas diferentes, jvenes diferentes a como fuimos nosotros, que ya no lo ramos tanto: ms bien ya pasbamos a ser viejos. Nuevos jvenes con intereses diferentes, con otros entendimientos. Otra poca, que hubo que aprender. Cay el muro de Berln. Se perdi una guerra, dos guerras, demasiadas guerras personales. Se perdi, y al mismo tiempo hubo un despertar. Aquello de cmo nos creamos esto? por qu llegu a pensar as, siendo inteligente como me creo que soy? por qu hice y dije esto y lo otro? Muchos han tenido esa sensacin de vaco que da el no entenderse, o no reconocerse del todo. Pero creo ahora, ms all de lo difcil de aquellos momentos, que tambin fue un perodo marcado por la riqueza: volver a pensar, realizar autocrticas, perdonar y ser perdonado, volver a crear los roles, y tratar de averiguar qu y cmo se podra trasmitir a los nuevos jvenes todo aquello. Porque adems de escrutar lo que habamos pasado tan recientemente, se abra un inmenso y nuevo desafo: qu hacer, cmo hacer, con este mundo como est, porque seguimos -algunos- siendo muy crticos a este respecto. Muchos tambin, comenzaron a sufrir la vida sin objetivo, porque el objetivo se haba cado. Quedaron sin trabajo. Sin trabajo en la vida. Sin mandato. Los que crean en el destino del Hombre, se les borr el destino, y ahora qu? Desencanto, muchas dudas. En el caso de Juan, l estuvo desesperado. Porque era uno de los que se hacan todas las preguntas. Porque ms all de todos los cambios que tuvo Juan a lo largo del tiempo, siempre fue y sigui siendo un hombre justo, bondadoso, racional, inteligente, y de mucha, mucha paciencia. Recuerdo que en aquellos tiempos qued un tiempo largo como naufragando. Lo bueno es que siempre nos tuvo a nosotros, sus amigos. Poda hablar, enloquecer, morir con nosotros. Se empe siempre en entender y encontrar nuevos rumbos. Fue especialmente difcil para Juan, porque l estaba cerca de Elbio pero no comparta su forma de participar. Digamos que Juan era ms bien un verdadero intelectual y colaborador, y s que colabor y mucho, se arriesg en ms de una oportunidad, ayud mucho, esto Elbio lo admiraba en l, porque era una persona que lo

haca por convencimiento intelectual, tambin por empata afectiva, lo haca aunque no se corresponda mucho con su realidad cotidiana. Porque esas pocas las vivimos en forma muy diferente; creo que mucho dependa de dnde le haba tocado vivir a cada uno, de dnde era cada uno, en qu medio estaba viviendo, qu pasaba a su alrededor. Juan no tena mucho acceso a las injusticias del mundo, ms bien las entenda, las trataba de conocer, pero no era su entorno. Sin embargo, l haca el esfuerzo, intelectual y afectivo, de estar del lado de los que necesitaban ayuda y colaboracin en sus esfuerzos libertarios. Esto Elbio lo admiraba. Claro que a Juan, justamente por estas mismas razones, se le hizo muy difcil el despus, la derrota, el mundo que vino. Ms que a nadie le fue tan difcil, creo yo, porque se enter de su propia desinteligencia, o del mal uso que cada uno le puede llegar a dar a su inteligencia. Juan despierta mi admiracin: a su manera, con sus tiempos, l nuevamente intent -y logr- entender, conocer, situarse en un nuevo lugar intelectualmente, empatizar afectivamente, ahora con una nueva cultura y expectativas. Juan lo logr porque es un triunfador. Es una persona tan encantadora, que nunca ha tenido un reproche con nadie; siempre convencido que cada quien hace lo que puede, y lo que puede, si resultas lo que l llamaba buena gente, ya era suficiente para ser querido y respetado. En cuanto a m, ya saben que ni lo afectivo ni la puesta en prctica fue mi fuerte. Yo siempre haba querido creer que existan las alternativas, el plan B para la humanidad. Sufr intelectualmente, porque as era yo. Sufr por mis estupideces, y despus sufr un tiempo porque no saba qu pensar. Todo pas a ser muy difcil para m. No tena opinin sobre prcticamente nada. Y yo soy una persona que le gusta tener opinin formada. Soy de esas personas que piensan que tener opinin sobre las cosas del mundo existencial y del mundo cotidiano, es bastante bsico; porque para m lo contrario indica simplemente una falta de curiosidad, de perspicacia, una falta de inters perezoso por aprender, comprender, estudiar, informarse, y esto me abruma por lo mediocre. Fue muy difcil entonces soportar que no tena opinin porque tena que empezar a entender algo desde sus comienzos. Borrar y empezar otra vez, a estudiar, a informarme, a pensar. Qued un tiempo en blanco. Tambin reconozco que tena algunos temas, que marcaban una impronta en mis pensamientos; que definan de alguna manera mis posturas, mis actitudes. Temas que debo reconocer que no saba, en aquellos momentos, si los pensaba en forma correcta o no; simplemente no tena ms que admitirlos, porque as se me presentaban. Uno de ellos, fue el tema de la violencia. Fue central para m. Mis posiciones en este sentido, marcaron mi forma de vivir todo lo que aconteca. Es que no crea ni lo creo ahora- en las buenas intenciones cuando para hacer algo tengo que olvidarme que el otro tambin tiene una vida. Termina siendo un sistema de perversin. Unos por una cosa, otros por la contraria, terminaron siendo algo bastante horrible para m. Necesariamente pasaron a tener relevancia la mentira, la hipocresa, la falta de tolerancia, la falta de respeto por otra vida, el engao, la discriminacin. Algunos hacen la violencia porque han sido violentados antes, qu crculo maldito!, se parece ms a un juego de revancha y venganza. Algunos la hacen para terminar con la mentira, la injusticia, la falta de libertad, y se convierten, para hacerlo, en lo mismo. Detesto esto. Me enoja demasiado. - Pues enjate -me dice Elbio-. Est bien que te enojes. Pero trata de decirme de qu otra manera t puedes responder a la agresin. Si no es con violencia, de qu otra manera t seras capaz de enfrentar la violencia. Porque lo tuyo tambin me enoja, por cobarde, por ineficiente.

- Y qu me dices cuando se mata indiscriminadamente?, cuando la vida no vale nada, porque lo que valen son los principios, enunciados quin sabe por quin. Cmo diferenciamos los que luchan justamente, defendindose, y quines no? Porque los argumentos, pueden ser muy plausibles, y sin embargo, estallan una bomba en un centro comercial, y se mata nios, inocentes, cmo vale la vida, Elbio? Quin dice aqu cundo est bien y cundo est mal? - Cada uno sabe, cada uno sabe lo que est bien y lo que est mal. Va en cada uno. No justifico cualquier cosa, pero tampoco elimino posibilidades generalizando, porque la vida es demasiado compleja, porque las situaciones son demasiado difciles, y no est bueno generalizar, por ejemplo diciendo: no matars. Yo qu s si no matar. Depender de la situacin. sa es nuestra verdadera diferencia. No puedo asumir una generalidad de sas, depender, se ver. Por eso lo tuyo me parece ms que nada cobarda, falta de compromiso, no tienes ganas de comprometerte con causas que no son slo propias, son de muchos. No es tu aire. No te encuentras. Eres un individualista, y esto te lo digo como amigo, no es peyorativo. Eres as. Yo soy diferente, me apasionan las causas de todos por todos. Odio sentirme solo en el mundo. Ser solo. En cambio t, creo que hasta adoras el sentimiento de soledad. - Es esto del cmo somos, que a m me aterra. No quiero ser parte de un conjunto de gente que me parece en general horrible o mediocre. Es muy arrogante, no?, pero a ti te lo puedo decir. La mayora de las personas me parecen o aburridas, o mediocres, o dainas. No quiero ser parte de un conjunto que en principio no respeto demasiado. No s cmo lograrlo. Capaz que esto de verme y sentirme solo, con mis propias convicciones, a mi saber y entender, responsable de m mismo, esto me ayuda. Tal vez sea as. Te lo digo y ni siquiera estoy del todo seguro. - No todos somos as; ya ves que t te has echado unos cuantos amigos; no te lo tomes tan a la tremenda, esto de los humanos. Le das mucha vuelta. Esto te envenena. Somos tan complejos, tan incomprensibles, no vale la pena tratar de entendernos. Para m vale ms la pena elegir de qu lado se va a estar en cada momento. - Es que esto no me conforma. No dejo de pensar en lo agresivo que somos. Depredadores por excelencia. Dictamos cursos a la naturaleza. Es parte de nosotros. Sabes?, recordar esto, volver a pensarlo, es como un sistema de alerta que yo tengo. Es para m mismo. Es para estar prevenido, para no hacerme el tonto, tengo que saber de qu se trata esto de ser humanos; tengo que recordar que hay una fuerza constitutiva, que va a empujar para salir, y que va a tratar de comer al otro: matndolo, o engandolo, o secuestrndolo, o lastimndolo, o humillndolo. Hay una fuerza depredadora escondida en todos nosotros, que pulsa por salir. - Pues mira amigo, sinceramente creo que te ests preocupando demasiado; te ests colocando un rollo en la cabeza, muy difcil de alivianar. No te llevan a ningn lado todas estas vueltas, no hay nada en lo que dices que se pueda resolver. Intenta por una vez, ser un poco ms simple - Tal vez la diferencia entre las distintas personas slo sea un tema de represin dije con total indiferencia a su intervencin.- Entonces fjate que el tema de la represin pasa a ser fundamental. Es el eje de las elecciones. Yo me elijo bueno, con lo que eso signifique para m, pero que para los que comparten nuestra cultura significa ser amable, comprensivo, generoso, solidario; me elijo as de bueno porque mi cultura, la propia y la adoptada, me lo indica; y para ello, reprimo todo aquello que atente contra esta posibilidad; reprimo toda mi maldad. La tengo ah, como todo ser humano. Es parte de uno. Pero entonces la reprimo, me elijo bueno. Los que no tengan bien sostenido su sistema de represin, ya! ah sale cualquier cosa, puede salir algo bueno, puede salir algo muy malo, depender de las circunstancias. Y

tal vez haya quienes, en realidad no repriman cualidades que nosotros dos llamaramos maldades, porque les sirve, porque las considera herramientas, porque est convencido que vive en una selva y el ms fuerte es el que gana, el dbil se aplasta y suerte. Todo esto es cultural, me entiendes? Me asusta que la represin, y ahora veo que la cultura, jueguen un papel tan pero tan importante. Casi edifican lo que somos, lo que construimos, edifican nuestra vida. Me asusta en el sentido de que es algo, como te dije, que necesito tenerlo siempre presente, no olvidarme de todo este rollo. - Se lo has comentado a Clara? Ella se reira tremendamente con tus especulaciones me dice Elbio, haciendo esa mueca tan caracterstica de l, mezcla de irona con complicidad. - Claro, ella nunca tuvo estos problemas respondo-. Para ella es ms simple. No existe este tipo de cuestionamientos, no le encontrara el sentido. Ella me dira que no piense tanto, que cada uno es cada cual. - Pues deberas atenderla un poco ms, porque no es tan desubicado lo que plantea. Para m es incompartible, pero para ti, que te considero un rey del individualismo, no est de ms que escuches lo que plantea; creo que te ayudara a aflojar un tanto, a distender esa tremenda carga que sientes, que lo vuelves demasiado pesado. - se es mi problema: no puedo hacerlo; se enredan mis neuronas, se enmaraan, me turban y debo desentraar lo que imponen. - Tienes razn. T no puedes ser as. Muchas veces no sabes aflojar. Entiendo que te ahogas tratando de entender, de entendernos; de desenredar esto tan engorroso como es el ser humano. Ya eres complejo por naturaleza, no te lo podremos enmendar -re Elbio, burlndose de m. - Me importan mucho los temas sobre lo humano. Siempre estoy hablando de saber cmo somos, qu es cultural, aprendido; qu es estructural, intrnseco. Podemos aspirar a cambiar? O se trata de aprender a manejarse mejor, como uno es? - Se te ir la vida. Es esto todo? Simplemente no te alcanzar el tiempo para entender. Entonces no parece tener valor vivir preguntndose, excavando en las profundidades, si no hay conclusin; esto es en verdad lo que pienso yo me dice Elbio, haciendo su mayor esfuerzo de pragmatismo. - Tal vez tengas razn, y deba comprender que la vida es un pequeo recorrido, corto, un pedacito de tiempo, y si me preocupo tanto por la existencia, se me ir la existencia preocupndome. Tiene sentido? Parece que no exclamo, ya con desesperacin. Cada vez cobra ms fuerza aquello de que el gran objetivo de nuestra vida, es vivirla. Gran frase que aprend alguna vez. La repet muchas veces, mucho tiempo, y recin hace alguna vez, la aprend. Se vive as, andando, decidiendo, siendo, pudiendo, entendiendo poco, haciendo todo lo posible por sentirnos agradablemente bien. Es as? Ni ms ni menos? No puedo estar seguro, pero claramente, es lo que indica mi intuicin. Es que realmente creo que todos necesitamos pensar: en esto de la creencia del destino, en cmo esta creencia termin con el espritu y la vida de tantos, porque no pudieron comprender a tiempo que no haba el destino, la misin, que en definitiva se trata de vivir la vida, honrarla, saborearla, armarla, porque es parte de nuestra creacin, es lo que podemos, es lo que tenemos, es lo que logramos. Porque es lo que alcanzamos cada uno. Por eso la vida es tan diferente para cada quin. Porque es lo que cada uno puede. Por esto es que insisto en la importancia de la cultura, en la importancia de la represin, en cmo nos obliga y nos permite elegir y elegirnos, en la responsabilidad que tenemos cada uno por nuestra propia obra. Porque es la pequea o la gran obra que cada uno crea. Esto es lo que puedo trasmitir hoy, lo que logr aprender. Vivir. nico objetivo posible. nico objetivo deseable. La

honra de vivir. Es la nica manera de recordar nuestros muertos. Por lo que pudieron crear. Por lo que pudieron armar. Por la seal que han dejado en los que los rodeamos, en los que fuimos parte de su creacin. Necesito descansar.

VIII.

Parece mentira lo que logra en m un pequeo sueo. Debo haber dormido al menos una hora, mi cabeza est clara y limpia. Cora sigue dando vueltas por all. Ya no tan respetuosamente. Ahora con mucha vehemencia, hace notar su presencia, su preocupacin, su necesidad de que ponga un punto final a tanta inmovilidad, y supongo tambin, a tanto retraimiento. Decido cambiar intenciones por hechos, de lo contrario, la voy a empezar a preocupar de verdad. Pues entonces me levanto al fin. Me cambio los pijamas, o este medio pijama con el deportivo que me haba atolondradamente intentado poner, cuando me asaltaron nuevamente los recuerdos y qued ah, ensimismado, y luciendo pattico. As es que me doy una buena ducha, con lavado de cabello y todo, me pongo un pantaln y una camisa, zapatillas, me peino, bueno, como dije, me levanto al fin. El asunto es que tampoco estoy con ganas de sentarme a conversar con Cora, ni de comentar nada mundano y actual. Me est gustando este torbellino cerebral, esta situacin del recuerdo, porque no viene demasiado nostlgico; me doy cuenta que estoy recordando pedazos de mi existencia, de la existencia de mis amigos, estoy vuelta a vivir lo ya pasado, pero sin malestar, ni tristeza. Est bien. Sigamos. Agradezco a Cora su compaa, bebimos un caf juntos sentados en la cocina, el piso entero est precioso; est lleno de sol, con olor a da que comienza, a vida, a placer. Cora est ms contenta, ahora que me ve realmente levantado, con un aspecto un poco ms compartible. Aunque noto que contina preocupada. Le puedo decir en qu estoy, qu estoy viviendo en estos momentos. - Cora, mi alma, no te preocupes por cmo me encuentras. Me siento francamente bien. - Es este retraimiento -se lamenta Cora-. A veces echo un vistazo, y te encuentras inmvil pero con una enorme expresividad en tu rostro. Ests viviendo algo profundo, pero muy solo. No s si esto estar bien para ti. Me siento un poco impotente. Temo por ti, y no s cmo ayudar. - Estoy dejando transcurrir algo que se ha impuesto a pesar de m mismo, y es la reconstruccin, los recuerdos, las distintas sensaciones le comienzo a explicar-. Esto tiene una virtud, y es que me enfrento a m mismo, a mi vida, sin que sea irrespirable ni angustioso. Simplemente voy recorriendo, paso a paso, recuerdo a recuerdo, todo lo que ha sido significativo para m. - Tampoco es un repaso -contino-, para saber si he hecho bien o he hecho mal. Porque recuerdo retazos, partes, que no llevan un orden demasiado lgico, ni necesariamente los hechos se disponen cronolgicamente. No estoy haciendo mi propia rendicin de cuentas. No juzgo. No reclamo. Slo estoy atendiendo cada recuerdo, cada invocacin, porque se me aparecen, porque estn presentes, porque no lo puedo evitar, y porque tiene el sentido de vivir lo hecho en forma incruenta, no traumtica. Esto lo siento bien. Se lo quise explicar a Cora porque ella lo puede entender. Porque a ella s que tambin le gusta esta forma tan natural que yo tengo de saber vivir lo que est y lo que es, sin tremendismos. Porque s que se alegra, de verme viviendo hasta el ltimo respiro, se siente orgullosa de m. Porque adems, hoy s que si uno vive con otra persona, es muy generoso poder expresar lo que uno est pasando o est sintiendo. Aunque no abra una conversacin con esto. No siempre uno est dispuesto a mantener una conversacin, o a hablar de algo que igual no termina de entender demasiado. Es slo decir, comunicar, cul es el estado, dnde est parado uno, es ser generoso con el otro, poder darle este

regalo, porque entonces el otro entiende lo que hay para entender, y puede continuar con lo suyo, puede respirar su propio aire, porque sabe, ya sabe. Saber es tranquilizador. A veces pienso que es tan sencillo, hacernos la existencia un poco ms fcil, ms amable. A veces s que slo se necesita comprender estas pequeas cosas, que parecen tan banales, y sin embargo, terminan haciendo la diferencia. Compartimos ese caf, tomados de la mano, porque esto es lo que tenemos para vivir hoy. Cora me mira con profundidad, quiere llegar hasta mi alma, aunque ya sabe que hasta all no puede llegar. Lo intenta igual. Quiere confirmar mi estado de nimo. Quiere ella sola adivinar cada palabra que yo le digo, adivinar todo lo que pueda haber por detrs, la parte ms oscura de cada palabra, el otro lado... Lo hace muy bien. Porque entiende. Me deja seguir. Voy entonces hacia el escritorio. Quiero estar en l. Es el lugar ms querido del hogar. Ahora estoy limpio y vestido. Correcto. Todo aclarado. Cora de mi lado. Eso s. No puedo evitar sentir su mirada, me siento observado. Hace ya tiempo que estoy viviendo solo, no recordaba esta sensacin de ser observado. Tiene una parte agradable, y ese sentimiento de seguridad, de proteccin, all hay otro que me quiere, que me sigue, que me acompaa, que est. Tiene su parte desagradable, y es que parece que tengo que dar cuenta de todo lo que hago. Es un poco paranoico, tal vez. Pero lo siento as. Siento esa mirada, esa presencia, y parece que tuviera que explicar lo que haga o lo que deje de hacer; me siento como juzgado, o como estudiado. sta fue siempre una dualidad en m. Me encanta vivir con Cora, pienso que me encanta vivir en compaa, y al mismo tiempo, me encanta estar solo, vivir solo. Cmo se resuelve esto? Pues yo lo resolv viviendo con Cora. Porque fue una vida de compaerismo, de camaradas, de atencin y de amor, y tambin logramos esa parte de solos, porque cada uno tena su vida edificada a su manera, cada uno tuvo sus tiempos, cada uno pudo tener su espacio y su lugar. A veces mejor, a veces peor, pero sta fue la impronta de nuestra relacin. As lo resolv. Ahora en mi escritorio. Todo yo estoy ah. Es mi aire. Est justo en la esquina del piso. Entonces cuento con una doble ventana. Tengo mi mesa dispuesta de tal manera, que puedo mirar el exterior tanto por una ventana como por la otra. Son unos inmensos ventanales en realidad, que llegan hasta el piso, que casi ocupan la pared entera, que hablan sobre el espacio exterior. Una de estas ventanas incluso tiene un pequeo balcn. No lo suficientemente grande como para colocar sillas o hamacas. Slo lo necesario como para pararse en l, y determinar cmo est el mundo. Estas ventanas me cuentan del clima que hay del otro lado, del movimiento, de la hora del da. Me permite ver las gentes, otras vidas, sus espacios de recreacin, sus preocupaciones, sus apuros. Esto es porque si miro en una direccin, puedo ver el parque. No est muy cercano, el parque, pero se ve con claridad. Por all pasan miles de vidas cotidianas, miles de felicidades, desgracias, robos, encuentros, chismes. Se palpa la ciudad. Late. Adems el parque se recuesta sobre una gran avenida, con un trnsito nada despreciable, tanto de carros como de personas. Uno puede quedar mirando todo aquello por horas, hay tanto para ver, y sobre todo tanto para imaginar. Se puede fantasear sobre las vidas ajenas, los trayectos, las preocupaciones. Son muchas vidas que pasan por all, en constante ir y venir, en constante ruido y movimiento, pero sin embargo no molesta, porque desde aqu no lo siento. Estoy muy alto, y adems cuento con dobles ventanas. Nada de ruido. S mucho de imaginacin. Hoy el parque est vestido de verde, amarillo, marrn, algunos tonos de naranja. Sobre todo verde. Las otras tonalidades, estn recin apareciendo. Es el comienzo del otoo, el parque se prepara para recibir la cantidad inmensa de hojas que irn cayendo, que irn

alfombrando, que irn marcando nuevos caminos. Es hermosa la vista, como todos los das, me genera un gran placer mirar hacia fuera, adivinar, inventar, suponer. Slo un rato y me vuelvo hacia dentro, ahora otra vez en mi espacio interior; me reclino en mi silln de cuero, amplio, casi inmenso; se trata de uno de esos sillones que dejan reposar toda mi anatoma con soltura y comodidad; deja que descanse, que piense, me deja volar. Tambin deja que me ponga en estado de alerta y tensin, frente a esta mesa que hace de escritorio, lo suficientemente amplia como para no tener que preocuparme por el orden. Tengo la costumbre de dejar casi todo encima de ella: lo recin ledo, lo recin trabajado, lo que queda por hacer, los pendientes, lo importante, lo que est por decidirse a botar. Todas mis ltimas clases, las que acabo de dar y las que estoy preparando. Es una mesa- escritorio que guarda casi un ao de vida. Al comenzar cada ao, hago una limpieza, una puesta a punto, all decido qu guardo, qu archivo, qu deshecho, y qu es imprescindible que contine all porque enriquece, porque habla de m y de mi trabajo. El ordenador est en un rincn, mirndome, invitndome a invadir y apropiarme de tierras ajenas. Se ha vuelto indispensable en mi vida este ordenador. No pasa un da sin que lo use. Casi todas las consultas que debo hacer para mi trabajo o para mi inquietud natural, las hago a travs de l. Hasta pago mis cuentas e incluso muchas veces he realizado mis compras: se ha convertido en una herramienta imprescindible. Salvo las ltimas llamadas telefnicas, que considero fueron diferentes, por tener un inters especial, realizadas con un motivo particular; salvo estas llamadas, con mis amigos normalmente chateo, el telfono del piso prcticamente no lo uso. El ordenador es mi relacin con los dems, es mi agenda, mi organizador, mi ama de llaves, mi enciclopedia, mi diccionario, mi cuaderno de apuntes, mi estudio sistemtico y organizado. Ocupa entonces, un lugar de privilegio en esta mesa. Se impone, con toda su elegancia, seduce, atrapa. En el escritorio tambin estn dos de las bibliotecas, inmensas y respetables; sinceras, honestas, no muestran nada que no haya ocupado un lugar real en mi historia o en la historia de Cora. Son nuestro orgullo, las bibliotecas. Con cada metro de libro que hemos agregado, nos hemos sentido crecer, hemos sentido que estbamos en el camino correcto; nos ha complacido tanto, que las hemos cuidado, ordenado, clasificado, innumerables veces, hasta considerar que estaban en un orden lgico, como para encontrar todo aquello que se busque, admirar con facilidad lo que hemos ledo y aprendido. Recuerdo cuando ocupamos la primera biblioteca, todo un acontecimiento: la colocacin del ltimo libro posible en ella, fue vivido por ambos con emocin. Se encontraba en el dormitorio de huspedes, que Cora usaba tambin como estudio, porque es lo suficientemente amplio como para albergar su mesa de dibujo. Y a partir de all, fue como una a una, fuimos agregando en distintos lugares, ms bibliotecas. Ya a los finales, tenamos varias. En el escritorio hay dos enormes, de buena madera, que van de piso a techo. Son dos paredes de ventanas y dos paredes con bibliotecas. Cuando Cora me dej el piso y se fue a otro compartido con una amiga, decidi dejrmelas con todos nuestros libros. No slo porque su nuevo espacio fuera ms reducido. Esto era su excusa. Las ha dejado porque son el smbolo de nuestra relacin. Ellas reflejan nuestra maduracin, nuestro crecimiento, nuestra riqueza. Me las dej como un recordatorio, ella tambin est aqu, a mi lado, contina viviendo conmigo, aunque pase sus das en otro piso, ella est aqu, y yo debo mirarla siempre. Cora, mi compaera de ruta, mi tierna y admirable compaera... Es mi vnculo entre el adentro y el afuera. Cora es mi sensatez, mi puente con los dems, el recordatorio constante de que hay vida ms all de mi vida; Cora me

embellece, me perfecciona, se pelea con mi egocentrismo para hacerme un poco mejor, para apartar la locura del ensimismamiento, para obligarme a mirar, a saber, a recordar, a vivir un mundo compartido. Cora ha cedido esta pieza, el escritorio, se ha desplazado para dejrmela ocupar, porque es sabia, tan sabia, que sabe que hoy toda mi vida est aqu. Sabe que yo termino aqu. En otra poca diferente de nuestras vidas, tambin con Cora, la disputa por los rincones del piso era feroz. Los dos nos sentamos con el derecho sobre cada tabla, cada espacio, cada agujero, cada molcula de oxgeno. A los dos nos gusta acaparar, instalarnos, hacernos presentes y obvios. Supimos entendernos en nuestras disputas. Todo est ocupado por ambos. Todo lo que hay hoy aqu nos vincula, con nosotros mismos y con nuestros pasados. Mi historia con Cora. Ella no era del grupo original de amigos. Vino despus. Recuerdo que la aceptaron inmediatamente porque pasaba a ser una de las nuestras, porque yo haba elegido estar con ella, pero s que les fue difcil integrarla al grupo, sentirla nosotros. Ms bien pretendan que la consideraban, porque estaba conmigo al principio, porque vivimos juntos despus. Pero ella, poco a poco, con el transcurso del tiempo, se gan ese espacio. Ahora y desde hace ya bastante tiempo, noto que la quieren y mucho. Ella era diferente. Nunca se le subieron a la cabeza nuestros aires de libertad. Fue hija nica, de una familia muy bien acomodada, conservadora y estricta, donde la disputa acerca de las normas no era vlida, ni siquiera era imaginable un cuestionamiento de autoridades. Las cosas eran como eran, y segn sus padres, como seguiran siendo por los siglos de los siglos, amn. Cuando ella era joven, no se vinculaba con hombres como nosotros, ni con mujeres como nosotros. Era una hija obediente, respetuosa de la autoridad, correctsima y responsable, que tena una meta en la vida: graduarse en arquitectura. Estudi tan incansablemente que nunca comparti los espacios de sociabilidad propios del estudiantado... las juergas, digamos; lo social, el tiempo robado al tiempo, las fiestas, la calle. No frecuentaba cafeteras, no se manifestaba por las calles, no entenda ni creo que quisiera entender de qu iba el mundo en ese momento, su momento. Y por supuesto, no usaba tnicas, y s usaba sostn. Su madre tena una enfermedad crnica incurable, y ella slo quera apoyarla, acompaarla, complacerla, hasta el ltimo momento de su vida. Quera adems ayudar a su padre con sus afectos, y todo esto, cumpliendo con su meta profesional, que tambin en algn momento sospech que sera ms un objetivo de sus padres que suyo propio. Ella deba regalarles su triunfo, su tranquilidad. No slo no pas por la poca de la rebelda, sino que se comport segn lo esperable. Prolija, estudiosa, callada, dulce, virgen. El sesentayocho, Vietnam, los hippies, existan en un costado de su propia existencia. Los miraba de reojo. Todo estaba fuera de su castillo de cristal. Alguna vez me confes que le hubiera encantado largar todas sus responsabilidades, y ser una ms de aquella multitud. Claro que su cabeza se lo impidi. Yo la conoc ya como arquitecta, recin graduada. Trabajaba en un estudio importante, tena un buen puesto de trabajo. Me la present un compaero de juergas, un idiota cuya vida slo giraba alrededor de s mismo, el alcohol, y unos buenos polvos. Me la ofreci como un desafo. l nunca pudo animrsele, y haca ya tiempo que la tena en la mira. Me ret a romper la barrera. Reconozco que me sedujo la idea, sobre todo recuerdo esa noche en aquel underpub. No s qu estaba haciendo una persona

como Cora en ese lugar. Lo cierto que haba mucho alcohol, muchos influjos machos, varios desafos en realidad, mucho humo, mucha hora perdida. Cora estaba all, con alguien que la haba invitado con alguna copa y la llev al lugar equivocado, en el momento equivocado. Era notorio que ella no estaba a gusto, ni siquiera estaba vestida para ese lugar. Sus ropas parecan de otro planeta. Captaba miradas porque era atractiva, pero sobre todo porque estaba muy desubicada, con aquel trajecito y aquellos zapatos tan adecuados, tan perfumada, tan peinada. Estaba como para que la hubieran invitado a un buen restaurante, de esos costosos y finos. El hombre que estaba con ella, sin duda no entenda nada. Entonces me sedujo la idea, mucho ms. Estaba con un macho imbcil. Ella tena ese aspecto dulce, frgil, infantil. Pero al mismo tiempo, algo en ella irradiaba hacia el exterior y te pona sobre aviso. Una fuerza extraa que te avisaba que las cosas muchas veces no son como parecen. Esto fue lo que ms me hizo acercarme. Este respeto que impona, esa energa irradiada, me oblig a acercarme con tanta mesura y cuidado. Por eso gan. Por eso pude conocer a Cora. Que me mirara. Que me siguiera la corriente. Fue porque me acerqu con tanto respeto. Una vez que pude conocerla, cuando realmente la mir, la escudri, explor su actitud, sus sentimientos, entonces pude empezar a aprender. Cora siempre fue muy fuerte, a pesar de no parecerlo. Tan fuerte, que nunca o casi nunca necesit de nadie. Ella puede con mi ego, incluso a veces me lo incentiva, me permite jugarlo, porque no precisa estar en la primera lnea; me deja a m, porque a ella le alcanza con saber quin es, no necesita demostrrselo a nadie. Tan fuerte es. Adems inteligente, adems viva, adems tierna, adems compaera. Tambin insensata, cruel, rgida. Es sana, es ntegra. Me enamor de ella. Tan distinta y tan disfrutable. Cuando recuerdo que todo empez como un desafo, casi como una competencia, me siento un perfecto idiota. Una mujer como ella, y yo jugando... la verdad es que gan el premio mayor en el momento en que decidi seguir conversando conmigo. Creo que mi suerte estuvo en que su acompaante era bastante peor que yo, adems se encontraba en un lamentable peor estado. No pareca del tipo que conociera esa clase de lugares. Supongo que debe haber querido impresionarla, pasar por tipo en onda, y bebi ms de lo que su fsico estaba acostumbrado. Lo peor es que no se vea borracho, no tena esa disculpa. El alcohol le haca hablar como a un loco, vociferar, hacerse el conocedor, el habitu, y la verdad, estaba haciendo el ridculo. Ah llegu yo, debo haber sido la nica salvacin de Cora. No tena alternativa. Aunque me gusta pensar que simplemente le gust, que se sinti muy bien conmigo, que acept mi compaa, y acept tambin que la acompaara a su regreso. No s, yo tendra en esa poca veinticinco aos, o veintisis. Ella es un ao menor que yo. Eran los setenta, recin comenzados. Linda edad, ya habamos vivido tanto, por lo menos yo s. Tambin ya habamos llegado a una madurez, agradable conocimiento de lo que uno quiere y lo que uno ya no quiere. Yo en ese momento, s que estaba pronto para aterrizar en alguna mujer mgica, que me invitara a vivir tranquilamente, sin prisas, y a quien pudiera invitar a apasionarnos, a seguir creciendo, tambin tranquilamente, sin prisas. Mis amigos, ejemplos de libertad y compromiso, intelectuales de la poca, luchadores de mltiples causas, tericos y prcticos, jugadores, quemando cada minuto como si fuera el ltimo... se imaginan, conociendo a Cora. Para empezar dir que el da que haba una reunin entre todos, creo que era el cumpleaos de la esposa de Juan, ella se presenta, otra vez vestida fuera de ocasin. Tan correcta, amable, solcita, complaciente.

A las mujeres no les gust nada, la consideraron de plstico, mueca de estantera, en su primera impresin. Ya sabemos lo difciles que son las mujeres, al menos las que yo he tenido la oportunidad de conocer, a la hora de juzgar a otras de su gnero. En esta ocasin no fue diferente. Los hombres, ms discretos, no dijeron nada, no se burlaron de m, pero igual not esos rostros comprensivos, considerados, como tratando de entender cul era mi necesidad oculta. Bueno, fantasas aparte, s que la aceptaron. Nada ms. Como se acepta una situacin que aparece a pesar de nuestra voluntad, y no podemos hacer nada lcito para cambiarla, y entonces simplemente la sobrevivimos. As fue con Cora. La sobrevivieron. Fue una noche muy divertida. Yo estaba tan nervioso con la presentacin de Cora en sociedad, que me pas de copas ms que lo acostumbrado en esas ocasiones. Estaba exultante, con todo mi histrionismo manifestndose. Todos, no slo yo, sino que todos, de a poco, fueron mostrndose tal cual eran: atrevidos, transgresores, insultantes. La verdad que nadie se ocup de Cora, y ella tan elegante, se las ingeni para pasarla bien, para hacerse entender, para encontrar su lugar. Incluso en esa noche, tan particular y difcil. Cuando me fui de lo de Juan, me fui an ms enamorado. Con el tiempo, los amigos aprendieron a quererla. Se dieron cuenta que era una gran mujer, aunque fuera diferente a ellos, aunque no compartan historia. Por otra parte, con el paso del tiempo, las diferencias fueron cada vez menos importantes, porque ya todos nos bamos convirtiendo en seres diferentes, ms adaptados a la realidad, menos dscolos, menos principistas, por llamarlo de alguna manera. Cada vez las diferencias valan menos. Ya ninguno de nosotros transgreda. Quedaban s, esas diferencias, establecidas en aquello de la historia de vida, lo aprendido, lo incorporado; ah siempre seremos diferentes. Pero en cuanto a los valores, los suyos cada vez fueron hacindose tambin nuestros valores. Aqu s la brecha ya no era tal. Porque los principios, para todos, fueron cada vez menos. Hubo un momento, mgico momento, a partir del cual todos comprendieron por qu yo estaba enamorado de ella. No s bien cmo explicarlo, es un instante de ruptura o quiebre de algo adentro de cada uno, que ni siquiera nos damos cuenta, un momento que transforma y slo lo vemos con el tiempo. Pues a partir de un instante as, creo que todos llegaron a comprender cmo era posible que yo estuviera enamorado de Cora. Porque pudieron mirarla, entenderla, vivirla. Porque se dieron cuenta de dos cosas que me parecen bien importantes: una, que las cosas, las ms de las veces, no son como parecen; otra, que todo lo que he contado sobre Cora, en realidad simboliza lo vivo, eso tan vivo que todos tenemos dentro, an cuando nos estamos muriendo; as de intensa es. ...

Luego comenz la vida con ella. Comenz siendo una vida encantadora, con muchos desafos, y tambin con muchas discusiones y malestares. Nos era difcil entendernos. A Cora le fue muy difcil mi libertad, porque ella no era tan libre. Tuvo que ir aprendiendo. De a poco. Hasta que no le fue un bien valioso tambin a ella, esto de la libertad, no lo pudo asimilar del todo. Tambin pasamos por todas las tensiones, las desconfianzas, los aprendizajes. Una sabia conclusin: es difcil la vida con el otro. No encuentro la forma de que uno pueda prepararse; no hay dnde estudiar cmo se hace. Se cultiva en el momento, en el transcurso, se va educando, no s si alguna vez se termina de aprender. Hay que entender muchas cosas, conectar, darse cuenta. Tambin me parece que es difcil la confianza. No s si es un tema comn o slo nuestro, pero en tantas oportunidades

recuerdo vivir un ambiente de alguna manera paranoico: cada tanto se desconfiaba si el otro no estaba diciendo o haciendo algo para molestar, para castigar, para patear el tablero, para terminar la partida. Claro, no es que se piense exactamente as, pero se acta como si fuera ste el pensamiento. A pesar de todo lo que cuento, mi recuerdo, en general, a grandes lneas, es que la vida con Cora siempre fue maravillosa, agradable, liviana, amorosa. Cuando lanzo una mirada que sobrevuela, que no se detiene en las ancdotas, en los episodios: un vistazo, una panormica de mi vida con ella, entonces les puedo contar que fue una vida placentera, gratificante, me causa paz, regocijo, me siento puro. Me imagino que a esta altura se preguntarn cmo fue que decid separarme de ella, no lo deben estar entendiendo. Pues confieso que yo tampoco entiendo mucho; s que fui muy generoso, pero admito que a veces, hasta yo mismo me pierdo. Ya se los explicar. Les prometo que me podrn comprender. A m me cautivaba la vida con ella. Me encantaba volver a nuestro hogar, saber que Cora estara all, en ese mismo instante o luego, no importa, slo era saber que en algn momento ella estara all, y compartiramos las situaciones ms cotidianas, ms banales. Conversaramos de lo importante y de lo ms trivial. De todo. De pensamientos profundos, y de cmo le fue a la vecina de abajo con la compra de la fruta. Esto me ha gustado tanto. As fue como senta que todo estaba en su sitio. Mi vida tena un lugar preciso, donde yo quera vivir. Desde que comenc a vivir con ella, el mundo se me hizo un lugar menos raro, menos confuso, ms amable. Tantas veces mis alumnos me han preguntado sobre las cuestiones amorosas, sobre las cuestiones de la pasin, de la continuidad. Es una preocupacin de todos los tiempos, todo esto de las relaciones de amor. Me han preguntado fundamentalmente si la filosofa puede ayudar en estos asuntos. Claro que ayuda, y cunto! Porque todo tiene que ver con las decisiones de cada uno, con lo que pensamos, con lo que nos importa. Todo tiene que ver para m, con la idea que tiene cada uno sobre cmo vivir su vida. Con la creencia o no de los destinos, de los caminos ya trazados para cada uno, o la creencia de que esto es un absurdo. Con la idea que se tenga sobre el sentido de la vida, si hay que buscar y encontrar un significado para la vida, o el nico valor que tiene es vivirla. Con las necesidades de trascendencia, de dominio, de sometimiento, o con la falta de necesidades y la transformacin de stas en querencias. Tiene que ver con la libertad, con la imagen de libertad que cada uno tiene para s mismo y para sus seres queridos. Con las pertenencias o no; con el miedo o no a la muerte; con el miedo o no a la soledad. Tiene que ver con lo que resulta importante para cada uno, para el logro de la felicidad, el placer, el bienestar, la tranquilidad, o como sea que cada uno se sienta bien consigo mismo. Me resultan entonces tan importantes estos temas, sobre todo por las distintas situaciones que veo a mi alrededor. Cuntas veces, por ejemplo, he visto relaciones largas, de muchos aos, incluso ms aos que los que vivimos con Cora, pero que desde un determinado momento han dejado de conmoverse, de impresionarse. De sentir al otro. De amarlo. De enorgullecerse de l o de ella. De estremecerse complacido por la relacin, por la vida, por la forma. He visto muchas veces a un hombre y una mujer conviviendo por aos, como soportando, como tolerando, como si no hubiera otra posibilidad. Tiene esto algo que ver con la concepcin que cada uno tiene sobre cmo ir construyendo la vida? o vamos a decir que esto depende nicamente de la personalidad de cada quin? Cuando he preguntado por el significado de esta decisin, he encontrado ms de una vez la respuesta ms escalofriante para mi alma: es que a esta altura...; ya ha pasado tanto tiempo, que para qu cambiar ahora...; me da una pereza.... Tambin me he

encontrado con no sabra hacerlo de otra forma; no puedo sin su compaa; no s vivir solo. Muchas veces sucede que es una de las personas en la relacin la que siente de esta manera, y la otra, no lo siente as; la otra espera; la otra trata de comprender. Pero hacindolo, se convierte en cmplice. An sin saberlo. Hasta que por alguna razn fortuita, se entera... sabe... se lo dicen. Y entonces? Qu hacer? Aqu viene otra vez, aquello de las concepciones sobre la vida, aquello de los riesgos, de los atrevimientos. No creo que se trate slo de una cuestin de personalidad. Fundamentalmente abarca lo que se piensa, incluye lo que se entiende, lo que se niega y se acepta, de lo que nos forma: esto tambin es filosofa. As manejaba yo mis clases. As los llevaba a que pensaran, se volvieran a plantear, revisaran lo aprendido, escucharan, leyeran, se sometieran a crticas y confrontaciones. Si tendr que ver la filosofa con todo esto. Es la visin de cada uno sobre la vida, sobre s mismo, sobre el bienestar, sobre el respeto, sobre las ideas. Mucho tiene que ver, mis queridos alumnos. Yo simplemente he tenido la inmensa suerte, porque creo que slo de esto se trata, de suerte, que admiro a Cora, con todo lo bueno y todo lo malo que ella tiene. La respeto y la admiro. Estoy enamorado. La quiero. Cora se ha comportado conmigo de la misma forma. Me siento querido, y me siento admirado. An en las crticas ms descarnadas que me ha hecho, an en esas situaciones, en esas peleas, en aquellos insultos, he dejado correr los das, he mirado para atrs, y pude tambin sentirme querido y admirado. He logrado compartir con Cora el sentimiento de estar juntos porque queremos, y no porque da mucha pereza pensar en otra cosa... Y esto, mis alumnos, he terminado por aprender, que es algo muy difcil de conseguir, trabajoso de lograr. Ojal ustedes puedan, ustedes se lo propongan. Ojal que nunca les falte la energa, que nunca les de tanta pereza la vida. Si tendr que ver la filosofa con todo esto, si tendr que ver con poner el pienso a todo... Por lo complicado que todo esto resulta, por lo concreto y al mismo tiempo tan abstracto, es que el amor ha sido un tema de todas las pocas; ha despertado todo tipo de expresiones artsticas e intelectuales. Porque tiene que ver con tantas cosas, tiene que ver con la existencia que se da cada uno, tiene que ver con los latidos del corazn, con la respiracin, con la conexin entre las neuronas, con el mundo, con la galaxia...

IX.

Seguramente tiene que ver con muchas cosas ms de las que acabo de mencionar, pero en estos momentos debo dejar todo el rollo por aqu, porque algo cambia en mi apacible rincn, e invade mis sentidos. Llegan hasta aqu los olores provenientes de la cocina. Me abruman. Rompen mis recuerdos. Perturban mi ensimismamiento. Me vuelven al hoy y ahora. Cora me llama, complacida, porque sabe que hizo una pequea gran obra: la mesa del comedor dispuesta con acogedora sencillez; los platos de la abuela; los cubiertos de plata, pesados, antiguos, magnficos; copas con sonido a campanas, servilletas de tela con un delicado y fino bordado; jazmines; jugo de frutas abrazado por mucho hielo. Una fuente en forma de valo, tambin del mismo juego de losa de la abuela, con un pescado humeante, adornado con finas hierbas y rodajas de limn; verduras a su alrededor, dispuestas como ofrendas, cocinadas al vapor, con un brusco fuego fuerte al final de su coccin, durante el cual son rociadas con salsa inglesa. Todo huele a banquete. Cora sonre, triunfante, satisfecha con una banalidad como la comida del da, porque sabe de las pequeas grandes cosas. Un planteo es el almuerzo rpido y casi inexistente para que no moleste ni interfiera con las verdaderas comidas, al cual estamos acostumbrados; otro planteo muy diferente es un banquete al medioda. Hora inslita para comer como pocas, pero que con Cora aprendimos de otras costumbres a degustar, muy de vez en cuando, en algunos fines de semana, con un sentido de excepcin y homenaje. Ella sonre por este banquete ofrecido al medioda. Ella s que sabe... Yo no soy de acero: soy racional, no de acero. Se me cae una lgrima, rpida, furtiva, la disimulo de inmediato. Me doy cuenta de su inquietud interior, de su esfuerzo, de su pelea ntima; quiere sonrerme, y me sonre, pero no logra esconder ese velo que atraviesa su mirada, esa nube que opaca el brillo de sus ojos. Trata de parecer distendida, pero logro ver su alma retorcindose, gritndole, perturbada, acongojada; veo todo su dolor, lo negro, lo profundo, lo catico. Veo cmo lucha para que yo no lo note, pero lo veo igual, Cora, y no puedo hacer nada... Cunto lo siento, no poder hacer nada... Comimos deliciosamente, con una conversacin tranquila, sin pasiones, sin desenfreno, hablando ms que nada de terceros o de terceras situaciones. Comentamos el tiempo, los pronsticos, un poco de poltica general, alguna noticia del da. Fue en definitiva, un almuerzo clido, apacible, juicioso. Sin drama, eso es lo que agradezco, sin drama. A los postres, una ensalada de frutas frescas, acompaadas de helado. Delicioso. Sencillo. Como todo banquete tiene su puntada final, no falt, ya con ms gula que ganas, los bombones de chocolate que tanto me gustan con un caf expreso, cargado, fuerte. Todo sin alcohol, por esta vez, el da es largo y lleno de emociones. Es mi da. Cmo agradezco a Cora este banquete, este ratito, esta compaa! Parece que todo lo sabe hacer, todo lo comprende, hoy es as, hoy est as. Cmo agradezco. Hoy tambin necesito ms que nunca de la soledad. Comparto este almuerzo, beso a Cora dulcemente, una caricia -apenas un roce- de mi mano por su cuello; suspiro mi agradecimiento. Y vuelvo a mi rincn preferido. A mi escritorio. S que a muchos les aterra la soledad. Cul ser el temor? a qu le temen? a s mismos? al silencio? Estar solo en realidad es estar con uno mismo. Con los pensamientos y los sentimientos de uno mismo. Con los recuerdos. Tan malo puede ser

uno que hay que tenerle miedo a esto? No, sin duda no se trata de algo as. Porque sera muy fcil pensarlo de esta forma, y ya todos sabemos lo complejos que somos. Siento desde hace ya mucho tiempo que estar solos, puede incluso llegar a regocijarnos. La persona sola est compartiendo consigo misma momentos nicos e intransferibles. Accede al despliegue de su fantasa, puede hasta simular esta fantasa y hacerla todo lo real que desee. Puede tambin, de un golpe, volver a ser ms realista que el rey, convertirse en un instante en la persona ms eficiente del mundo. Puede sentir y gozar cmo va creando su vida como una artesana; cada uno, un hacedor, utilizando la herramienta de su propio cuerpo y de su propia alma, se va realizando con ese esmero, con ese cario, con esa pasin y con esa posible sabidura. Cada uno. Cada quien. Solos. Incluso les dira que nada de esto tiene que ver con el compromiso ni con la atencin que uno ponga en el prjimo. Hay que desentenderse de aquellos por momentos encendidos- discursos acerca del egosmo por pensar de esta forma. Nada que tenga que ver con la soledad tiene relacin alguna con el egosmo. Soledad, una palabra, un sentimiento, un estado, que se me antoja que an hoy, a pesar de todo lo que se ha escrito, a pesar de todo lo que hemos ledo, visto, palpado; an hoy es causa de muchas preocupaciones, conflictos, enredos. A muchos conozco, que consideran peligrosa la soledad. Consideran que es un estado del cual hay que huir, hay que esconderse, no lo debemos incorporar. Tanto hay que evitarlo, que estn dispuestos a vivir una vida tediosa e incluso infeliz, porque al menos, se sienten acompaados. Veo a muchos soportando la vida con otra persona, a pesar de su sufrimiento, callado e ntimo sufrimiento, porque al menos, no se est solo. Amigos: como si la soledad fuera algo esquivable, o algo innecesario. Como si fuera una enfermedad que hay que curar. Es esta otra dimensin del asunto lo que desde hace tiempo me gust trasmitir a mis alumnos. Va ms all de si nos gusta o si no nos gusta; si la soportamos o no. Esta nueva dimensin trata de si es evitable o inevitable. Es posible no estar solo? Yo creo que es inevitable. Digo mucho ms an: somos solos y estamos solos en una proporcin de nuestro ser, y esto es ineludible. - Oye, cario, no ests tan solo; t eres muy bueno, un ngel, qu haces solo? me dice Ivette, con alguna trasnochada de ms encima, cuando me encontr en el bar de Jos, acomodado al mostrador-. Ella estaba con un par de amigas, o colegas de trabajo, pasando el rato en esa tarde. No pudo soportar que yo, un hombre casado, con una compaera como Cora, tan enamorado, con tantos amigos, era insoportable verme all, en un mostrador de un bar, tomando un jarrito, a la tarde. - Cuntame qu tiene que ver ser un ngel y estar de mostrador, mi pequea. - No lo s; es que me sienta mal. No tienes por qu. Si quieres puedes venir a sentarte con nosotras, estamos conversando del mundo, no hay problema. - Es que justamente me he venido hasta aqu para pasarla con nadie, un rato, me gusta esto, disfruto mi propio aire, de acuerdo? Estoy muy lejos de interesarme en lo ms mnimo en sentarme en una mesa con personas que no conozco para hablar del mundo en general. Ivette hace una mueca indicando desprecio o rabia, y vuelve a su mesa; debe estar pensando en estos mismos momentos que yo no valgo la pena, no merezco sus esfuerzos, que soy irrecuperable. Encuentro que para ella funciona aquello del temor, la rabia y el asco de estar solo. Es de las que considera que no hay nada de bueno en esto de estar solo. No lo considera propio de la gente que quiere, lo ve como una situacin ajena a esa persona, como si fuera un mal que la est invadiendo, hay que salvarla, hay que acompaarla, no hay que tolerar su soledad, hay que poner la alarma y exorcizarla.

Elbio tambin reacciona frente a la soledad. Siente que yo tengo algn grado de locura, o que nac ya con alguna tara, que se manifiesta con esto de internarme en mis adentros, de hacerme solo. Trat en algn momento de que saliera, de que fuera diferente. Hasta que se dio por vencido (por suerte!). Muchos piensan que la soledad es daina, es perturbadora, que por eso se debe evitar. Hay personas que al imaginarse solas, ya se entristecen. Se consideran miserables. Les falta algo, sienten un vaco existencial. Quedan apresadas por un gran temor, desarrollan una enorme ansiedad. Se van al bar, se alcoholizan; o se van a sus casas, a pelearse con los que encuentren en su camino; o se encierran en un dormitorio, se tiran en una cama, a maldecir o angustiarse por su vida... Es difcil para m entender esto, porque yo, para mejor, me siento genial cuando me dejan solo. Porque adems, en muchas cosas y cada vez ms, me siento ajeno, extrao, extranjero, y esto me gusta. Me hace sentir bien. Es trabajoso comprender que alguien prefiera hacer algo horrible para s, o vivir de una manera penosa para s, con tal de no estar solo, porque esto lo abrumara mucho ms que su vida infeliz. Es tan tremendo, tan deplorable, que me desvivo por trasmitir que hay una parte de cada uno, un rincn, donde slo se expresa lo solo, donde uno est absolutamente solo; es una parte que nos constituye, no la podemos evitar, y creo que sera bueno no jugar a que no existe. No tiene sentido tener miedo de estar solos, porque en parte, ya se es solo. Hay que entender que esta parte ntima, es algo esencial, incomunicable, in-entendible por el otro, incompartible. Si lograran verla, lograran respetarla. Entonces ya no causara tanto miedo, tanta indefensin. Esta parte ntima, cada uno debe descubrir cules son sus lmites. La podrn reconocer como parte de s mismos, ya no tendrn ese terrible temor, porque dej de ser aquello desconocido, sino que se puede ver, analizar, reconocer, se vuelve algo tangible para uno mismo; y al conocerla, entonces cambia la percepcin, porque muchas veces sucede que aquello que conocemos logramos no temerle. Tambin est aquella parte de uno que puede ser muy pero muy reservada, pero que igualmente es comunicable, compartible, puede incluirse o mostrarse en el vnculo con otros. Y tambin est aquella parte de uno, netamente social. stas son tambin nuestras partes, las que no son solas, las que se expresan con los dems. Si se lograra aprender a reconocerse en todas estas dimensiones, se podra conocer y respetar aquello que es ntimo, y compartir aquello que es comunicable. Sera algo as como verse entero. Ya entonces la soledad no se entendera ms como aquello que daa, de lo que hay que escapar. Ya no tendran que conformarse con una vida infeliz, ya no tendran que acomodarse en el lugar de la tristeza o de la agresividad, porque es esto lo que atenta contra el placer de vivir. No tendran que llorar ms porque estn solos. Porque ya sabran que hay una parte de ellos que es sola, aunque se est muy acompaado. No se evita. Es estructural. Hay que hacer lo posible por saber cmo es, cmo est compuesta, hablar con ella, saberla constitutiva de cada uno, reconocerla, aceptarla, porque as se le podr encontrar tambin su utilidad y su beneficio. Es en este momento cuando comienza a darnos gusto, tambin, estar solos: para conversar con este pedacito nuestro, que slo uno mismo es capaz de comprender y utilizar. Yo fui realizando este proceso, este entendimiento, a lo largo de los aos. No me pregunten cmo porque realmente no lo s. Creo que fue apareciendo y se fue instalando en m. Tal vez haya comenzado cuando surgieron los primeros cuestionamientos acerca de la necesidad de las pertenencias. Tal vez haya comenzado por alguien, que alguna vez, me regal este conocimiento, y me hizo pensar una vez ms.

X.

La poca de mi vida en que me reconozco ms maduro y sensato, empez recin hace unos pocos aos, cuando dej de pertenecer. Me convenc de que es muy bueno esto de tener un alma solitaria. Imagnense si me habr movido poner un pienso a todo. Por eso es que lo aconsejo especialmente: porque creo sinceramente que muchos cambios se producen de esta manera, y no con contactos msticos, ni con inducciones espirituales. Comenc a entender y a respetar que tengo un alma solitaria que comparto con otras almas. Yo s que estoy acompaado, pero no pertenezco. No me siento incluido en el nosotros. Nosotros somos muchos, demasiados. Tal vez en lo nico que admito y me siento incluido es en ese pequeo nosotros que muchas veces usamos (y yo tambin uso) cuando me refiero al grupo de los amigos bien amigos, al grupo de esos amigos con los cuales he compartido casi toda mi vida interesante. Somos pocos: Elbio, Clara, Juan, Cora, Ivette. No s si alguien ms. Es una pequea inclusin. Es algo que acepto, hablar de nosotros con ellos. Lo uso y lo dejo usar, porque sabemos el alcance casi gramatical que tiene esta palabra. Nos conocemos tanto, que comprendemos las diferencias que tenemos en cuanto a su significado. Conocemos lo que cada uno piensa de las pertenencias. Percibimos que somos distintos en este sentido tambin. Notamos que hasta el que pertenece acepta y respeta el no pertenece del otro. Cora y yo esto lo manejamos de memoria. Muchas cosas las manejamos de memoria. Hemos transitado tantas etapas diferentes de cada uno, juntos. Ella vivi conmigo muchas de las tormentas de mi alma, muchos cambios de ideas, de conceptos, muchas transformaciones, cuestionamientos, virajes intelectuales. Yo viv de ella, uno de los ms inmensos torbellinos que he conocido. Fue de Cora. El tornado, no un torbellino. Fue un verdadero, tremendo y colosal tornado. Fue cuando muri su madre; cuando no pudo ayudar a su padre a soportarlo, y finalmente, a los pocos meses, cuando l se suicid, dejndole aquella carta pidindole perdn Cora cuando enfrent la muerte de esta forma tan cercana, tan penetrante, tan penetrante, tan viva, tan profunda, tan hiriente. Eran los mismos tiempos en los cuales ella estaba comenzando a compartir y a incluirse entre mis amigos. Estaba empezando a pertenecer, porque a ella siempre le gust y quiso formar parte. Estaba comenzando a entender a Clara y su libertad, su cuerpo ofrecido, su desparpajo y seguridad, su esfuerzo por competir con cuanta mujer se pusiera a su lado. Tambin estaba comprendiendo a Elbio con sus frreas convicciones, arrogndose el poder de juzgarlo todo, y dentro de ese todo, por supuesto Cora era la ms sentenciada ya que era la ms ajena a todo lo importante para l. A Ivette, siempre lista, dulce, siempre amable, dispuesta, pero al mismo tiempo dejando esa brecha entre una persona y ella misma, un abismo difcil de franquear, porque invariablemente estaba a la orden pero ella hermtica con lo suyo, protegida, resguardada. A entender tambin a Juan con todas sus intelectualizaciones, en general hablando en difcil, despreciando sin quererlo a aquellos no ledos, poco instruidos, intuitivos, no demasiado lgicos. Estaba comprendiendo cmo era aquello de estar todos juntos, encariados, discutidores, elaboradores de teoras, salvadores del mundo entero, fumando porros, purgando almas.

Cora estaba comenzando a compartir e integrarse, cuando le sobrevino este tornado. Entonces el proceso de inclusin, de pertenencia, de formar parte, se vio interrumpido. Puso una pausa, no poda con todo; su pensamiento, en ese tiempo que dur el tornado, era imparable, imposible de entender, incompartible, ilgico. Y doloroso. Al comienzo aparecieron las culpas, los rencores, las rabias, las impotencias. Su alma en grito. El dolor por s misma y por los dems. Luego empez a no querer a nadie, a enfrentarse y a reconocer lo ms turbio, lo ms escabroso, lo ms mezquino y repugnante de las personas. Entonces interrumpi, creo que no conscientemente, todo intento de pertenencia. Porque supo de lo ms maligno, de lo ms egosta, de lo ms mediocre. Supo tanto del alma humana, que sinti aversin de su pertenencia. Claro que no se puede dejar de pertenecer a la humanidad si se sigue vivo, y Cora no pensaba quitarse la vida, entonces fue as que la emprendi contra otros prototipos de pertenencias: no quiso ms sociedades, ni grupos, ni asociaciones, ni clubes, nada que la mezclara con ms enfermedad que la propia. Aprendi que ya con la propia, apenas se puede. Todo le estaba dando vueltas a altsima velocidad, atrapando lo que apareca por el camino, en un caos giratorio y demonaco, que todo destruye, que tanto duele. Cora pas por esta etapa voltil y trgica. Que yo no supe acompaar. Nunca estuve a su altura. Por supuesto todos me consideran el ms fuerte de esta relacin amorosa. Yo soy el gran hombre intelectual y fuerte, seguro de m mismo, un hacedor. Ella, es la dbil y frgil mujer que crece a mi lado, interesante, muy interesante, pero que crece a mi lado. Yo s desde hace poco y Cora sabe desde siempre que esto no es as. Como lo he dicho antes: no siempre las cosas son como parecen ser. En esa etapa en la cual la recuerdo ahora, una de sus etapas duras, enigmticas, dolientes, yo ni siquiera la pude acompaar bien. Hice formalmente el que la acompaaba. Muchas veces estuve a su lado, pasndole el brazo sobre sus hombros, alentndola a que llore conmigo. Habl con ella, haciendo como que entenda, y quin sabe, quizs hasta creyndome que entenda. Fui carioso, benvolo, creo que hasta generoso. Sin embargo, y a pesar de todo esto que digo, yo s y Cora sabe, que no la pude acompaar. Me aterr, en lo ms profundo de mi ser, ese tornado, ese misterio, ese dolor, tantos cambios. Me golpe su incertidumbre, su llanto. Me abrum. Yo no necesitaba esto. Estaba muy ocupado con mis propias miserias. Tena otras preocupaciones que me desgastaban. Sent que no poda con todo. Porque no soy tan fuerte. S que hasta me alej de ella. En pleno sufrimiento, tom distancia en forma hipcrita y mentirosa. Me alej sin mostrar que me alejaba. Hice como que todo era muy normal: me fui de viaje con Juan, a visitar a un gran amigo nuestro radicado en otras tierras, porque por supuesto, cmo no iba a tener derecho yo a hacer un viaje amistoso...; me ensimism con mi trabajo, como si fuera imprescindible en todo momento; continu con mi espacio privado, inviolable claro, en el entendido de que la vida contina, en fin, todo normal. Yo convencido de lo que estaba convencido, sin ni siquiera imaginarme que eran excusas plausibles cuyo nico fin consista en evitar acompaarla, justificar mi alejamiento, mi pobreza, mi parte mezquina. Pero mucho despus, lamentablemente mucho, mucho despus, me di cuenta que Cora saba. Saba que yo no poda acompaarla. Saba que yo me alejaba de ella como quien se aleja de algo contagioso, proponiendo todo tipo de excusas hbiles y lgicas; saba que yo escuchaba sin escuchar, sin entender, olvidando al instante. Saba todo. Saba de mi debilidad. En un momento se le form un ncleo de rabia por todo esto; me amaba y me odiaba. Cora es muy buena para poder vivir la contradiccin, el s y el no al mismo tiempo. Decidi que dejaba recorrer su amor-odio. Decidi que ya vera por qu nuevos caminos

esto la llevara. Lo recorri hasta que lo resolvi de alguna manera. Por suerte para m, se qued con la parte del amor. Se enamor de m otra vez, o algo semejante. Me parece que lo que sucedi fue que volvi a no necesitarme ms, y entonces ya no importaba mi debilidad ni mi mezquindad. Ya no causaban rabia. Cora siempre supo todo. As de fuerte tambin es. Despus de ese primer tornado del alma de Cora, una de las consecuencias ms visibles para m, fue que ella se convirti en una no perteneciente. Tambin ella. Tiempo despus de todo esto, hablamos entre nosotros con un enorme entendimiento. Pudimos usar bien la palabra, comprendernos, enterarnos de nuestros mutuos disgustos, de ese trnsito tan peculiar, de ese momento raro en el que Cora me necesitaba por primera vez pero no era capaz de pedirlo claramente; en realidad s peda; peda muchas cosas, claro que todas deshilvanadas, no se entenda mucho qu le pasaba, qu era lo que quera; para m sinceramente era raro, no terminaba de explicarme por dnde iba su disconformidad. Y claro, tampoco me haca cargo de ella. Tampoco me embarqu a ayudarla. Yo soy un poco as, y es de lo nico que me arrepiento: de haber exigido, an en esos momentos claramente tormentosos de Cora, haber exigido claridad, congruencia. Es mi parte ms egosta, o por lo menos, la parte ms egosta que fui alguna vez capaz de ver en m. El resultado: o me hablaba con cordura, claramente, y me convenca de que no me estaba pidiendo nada demasiado desubicado, o que se las arreglara como pudiera. Toda esta montaa de sentimientos y sensaciones, nos permiti vivir una etapa muy difcil entre nosotros, que tambin, y les aseguro que no s bien por qu, tambin fue muy rica. De todo esto pudimos hablar, mucho tiempo despus, y los dos lo entendimos. La diferencia est en que ella lo entiende porque es sabia; yo lo entiendo porque soy un intelectual. Les cuento que yo tambin recuerdo haber vivido un torbellino. Un torbellino, no un tornado. Fue cuando me di cuenta que no existan las metas. No se ran de m. Es que si en m se producen torbellinos, va por cuenta de lo intelectual. Lo afectivo me las apao para resolverlo de alguna manera u otra, o para pensar que lo resuelvo, pero seguro no me produce una gran perturbacin. No existan las metas, se fue un gran descubrimiento. Que no iba hacia ningn lado en concreto. Que yo vena de, con lo que vena, pero no tena un plan ni estaba escrito a qu lugar iba a llegar. Con cada decisin, me embarcaba en un nuevo camino, sala de un puerto, me iba de algo pero no hacia algo. Como aquel mapa de la ciudad, con los puntos rojos Me di cuenta tambin que no era el director de mi orquesta interior. Que no determinaba nada o casi nada, no tena el poder. La enorme frustracin de saberse sin poder. Yo nunca fui religioso. Nunca cre en el destino. Nunca me tir las cartas porque pensara que alguien podra llegar a interpretar con datos mgicos el futuro. Pero era bastante inconsciente en cuanto al entonces qu? Creo que viva en el convencimiento de que cada cual se elige su destino. Cuando me di cuenta de que ni siquiera tenamos este poder, porque no hay destino donde ir... esto fue difcil, mi torbellino. Pero entonces? Hay que pensar en s mismo como una gota de agua en la inmensidad; como un punto de energa en un universo; sin poderes. Desplazndose, tomando decisiones, una tras otra, con las cuales vamos delineando nuestro curso por ese universo. Nuestro pasado est integrado, se confunde con lo que somos ahora, lo venimos arrastrando porque forma parte; nuestro futuro, es ste ahora que estoy

decidiendo, no se puede ver ms. No se tiene el poder. No tengo poder para salvar. No tengo poder para salvarme. Cora supo de todo esto cuando muri su madre. Ella supo lo que es la frustracin de no poder. Lo volvi a saber con su padre; aqu aprendi ms en realidad: aprendi que no tenemos el poder para evitar o cambiar un paso dado por otro. Ni siquiera eso. Ni siquiera el poder de aconsejar bien. Ni siquiera el poder de las certezas. Slo podemos, cada uno de nosotros, cambiar de rumbo cambiando las decisiones. Pero no podemos modificar los pasos ya dados y que generan consecuencias, y de eso entonces nos tenemos que hacer responsables. Mucho menos podemos evitar o cambiar los pasos dados por otro. No tenemos poder. No causamos infelicidad ni felicidad. Todo esto depende de la otra persona y no de nuestra voluntad. Esta insignificancia caus un temblor generalizado en todo mi cuerpo. Porque echaba por tierra todo en lo que crea, todo en lo que confiaba Elbio, todo lo que entendamos cada uno de nosotros. O por lo menos, y para ser ms exacto, echaba por tierra los fundamentos de casi todo en lo que profesbamos. Todo aquello de hacer a los hombres libres, de liberar a los oprimidos, de cambiar el rumbo de la historia. Todo aquello de elegirnos libres, hacer el hombre nuevo. El no poder me llev a darme cuenta tambin de mi gran estupidez. Pensar que si algo siempre haba sabido, era de mi fortaleza intelectual. Sin embargo me cre tantos cuentos, me hice tantos cuentos, compartimos tantos cuentos, con tal convencimiento, que hasta en un momento me aterr pertenecer a algo, a cualquier cosa, porque saba del peligro de convertirme en un estpido. Ahora ya no temo pertenecer; slo que no es lo mo, no se me da as, no es mi aire, como me ha dicho Elbio. De esta soledad es de lo que yo hablo. Cuando les contaba que haba descubierto que era un alma solitaria acompaada de otras almas. De esta ntima soledad estoy hablando. Es la que no me da miedo. La que me explica. La que me convence. Esto no impide en absoluto compartir nuestros caminos con otras personas, hacerse y tener amigos, entraables, compaeros; no lo impide; porque de lo que hablo es justamente de lo ms ntimo, de lo inefable, de lo fantstico de cada uno. Esto es nuestro ser solo. En este torbellino mo, recuerdo perfectamente que Cora s me acompa. En la intimidad, quedndose conmigo a conversar, botella de vino y velas prendidas, hasta altsimas horas de la madrugada. Dejndome divagar, armar y desarmar para volver a armar. Esperando. Pelendome. Atropellndome con su palabra para obligarme a seguir pensando. Cora sabe acompaar, compa del alma, es por lo que ms peno estos momentos. Mi dolor es ella. Mi dolor es saber que incluso en estos momentos que estoy aqu, recostado en el silln de cuero, mirando por la ventana, sintiendo el calor exterior, acompaado de mis libros; an aqu y ahora ella sabe cmo acompaarme. Y otra vez yo no s. No s cmo hacer. No s qu decir. No soy tan fuerte. No tanto como ella. Las cosas, muchas veces, no son como parecen.

XI.

Miro por la ventana hacia la avenida del parque, en un intento de descanso neuronal, y veo un gran alboroto. Hubo un choque de vehculos, sent en algn momento el ruido, el estruendo, pero no lo haba incorporado. Ahora lo veo, la interrupcin del trnsito, y unas gentes peleando, seguro que gritndose, culpndose, tratando de vomitar todo el miedo, la rabia, la impotencia, todo lo que duela: tratando de liberarse, de volcarlo hacia el espacio, para poder respirar. Es una forma de reaccionar bastante habitual, sta de volcar en un mismo hecho las frustraciones e impotencias acumuladas. Todos sabemos que necesitamos sacarnos de encima mucha energa negativa, y aprovechar un momento aparentemente justificado para ya que estamos volcar toda la negrura del alma en el mismo pozo, esto es algo muy comn y hasta entendible. Pero al mismo tiempo, si nos apartamos de la situacin y la vemos de afuera, como me pasa a m en este momento, que veo todo esto desde mi ventana, entonces es cuando nos damos cuenta de lo irracional y desubicado de esta situacin; de lo insensato e impertinente que es actuar de esta manera. Sonro para mis adentros, porque esto me recuerda, como por arte de magia me hace aparecer en mi maltrecho cerebro, la imagen de aquel verano Estbamos en la casa de campo de los padres de Clara, y entre todos mantuvimos una pelea feroz. Elbio consumi un poco ms de alcohol de lo que era su costumbre. Los dems estbamos habituados, nos gustaba acompaarnos de distintos sabores de la vida, sin caer en abismos ni desmayarnos; slo nos volvamos ms alegres, inquisitivos, irnicos, burlones, jocosos, y creo que todos, cada uno a su medida, lo manejbamos bien. Pero no Elbio. l no manejaba nada bien estas cosas. Para empezar pocas veces comparta encuentros largos con nosotros. Nos quera mucho, pero tambin nos consideraba personajes que sabamos pensar, pero que gastbamos la energa para despatarrarnos; el alcohol para l, pareca estar bien porque baja la tensin, relaja, y comparte; pero haba una carga de moral interpuesta, que le impeda acercarse a nuestra despreocupada manera de hacer lo que cada uno tuviera ganas de hacer, y al menos entre nosotros, no preocuparnos por excesos tan inocuos como stos. Igual siempre fue un buen compaero, que se las ingeniaba para encontrarse con nosotros una que otra vez, casi siempre disfrutndolo mucho. Incluso pelendonos. La casa de campo era tremendamente hermosa. Se ergua en un terreno muy amplio, sobre una colina, todo verde, con rboles, con plantas y flores de una variedad infinita. Incluso en una parte del terreno haba un lago natural, donde se podan ver patos y garzas, instaladas all sin ninguna preocupacin por la presencia humana. La edificacin era de piedras, antigua, con enormes habitaciones de techos altos, lmparas de hierro, de mayor o menor tamao dependiendo de la habitacin, pero todas lmparas slidas, imponentes. Grandes ventanas con celosas de madera; cortinados no s de qu poca, que conservaban impecables. Era una casa seorial. La entrada, una pesada puerta de madera, con grandes aros de hierro para avisar la llegada. Grandes escaleras de piedra. Estufas a lea por todas partes, siempre prendidas si haca algo de fro. Enormes canastos repletos de pias y pequeos leos para comenzar el fuego. Todo el mobiliario era de madera, roble. Sillones inmensos, grandes alfombras.

Tambin recuerdo los candelabros. Me llamaban mucho la atencin. Candelabros que supongo seran de plata, en grandes cantidades, en todas las habitaciones, aunque por supuesto haba luz en la casa. Los padres de Clara tenan mucho dinero. Mantener una casa as, en las perfectas condiciones que la mantenan, con todas las criadas, cocinera, mozos: el personal era mucho y no me extraa, porque era un lugar donde siempre haba trabajo para hacer. Una de las mucamas se pasaba un buen rato, todas las maanas, slo para supervisar y cambiar si fuera necesario, las flores de todos los floreros. Siempre olor a limpio, a campo, limpio. Una belleza. De ms est decir que para nosotros era un lujo regocijante. Lujo que sabamos apreciar y agradecer, cada vez que se nos daba la oportunidad. No tenamos ni que arreglar una cama, porque uno entraba al toilette para higienizarse por la maana, y al salir, no se sabe cmo ni por quin, un duende digamos, ya haba puesto todo aquello en orden... magia. Nos sentamos grandes reyes, y era porque nos trataban as, como a reyes y a reinas. A la maana, nos encontrbamos en el saln comedor, imagnense las dimensiones, y estaba aquella mesa imponente con todo el desayuno dispuesto: leche, caf, chocolate, t, panes recin horneados, bollos, tortas dulces (varias), frutas, mermeladas caseras.... y all mismo, con las neuronas bien descansaditas, comenzbamos a discutir, a plantear temas, a rernos, a recordar. Todo el da por delante, eran das de fiesta, para nosotros. Y lo ms importante: estbamos solos; los padres de Clara por supuesto que no se aparecan por all, slo as nos prestaran la casa. Creo que nosotros no les gustbamos mucho, aunque tampoco nunca nos hicieron problema. Nosotros siempre les agradecimos su atencin, su generosidad, porque en verdad lo sentamos as. Pero tambin nos alegraba que nos dejaran solos, por la libertad que eso implicaba, y tambin porque Clara no tena una buena relacin con ellos. Eran unas gentes distantes. Clara no fue una mujer que contara con sus padres, se las apa bastante sola, con carios ms brindados por criadas que por su propia madre. Pero en cuestiones de dinero, de uso de propiedades, como en este caso, en todo lo que tuviera que ver con lo material, ellos estaban presentes sin quejas. Clara se aprovechaba de esto, todo lo que poda; y adems nos regalaba la posibilidad de aprovecharnos nosotros tambin. En la casa de campo no comprbamos absolutamente nada. Comamos, y sobretodo bebamos, de todo lo que el padre tena en la alacena y en su bodega. Supongo que todo eso Clara lo hara por despecho, ella siempre se quej de la falta de atencin de sus padres. Sera algo as como su pequea venganza, eso de usarles y gastarles todo lo que pudiera. Por lo que fuera, nosotros, juntos, s que lo sabamos disfrutar... El tema que estaba recordando fue ese da que Elbio bebi en demasa, y eso lo ayud a soltar una buena cuota de agresividad; l mismo no estaba pasando buenos momentos, necesitaba desparramar broncas varias, y eligi como objetivos principales, como blancos para sus flechas, a Clara y a Cora. - Son una risa, una burla. T Clara, con esos aires que te das, pequeo burguesa de historieta, pacifista sin escrpulos -solt Elbio, con la lengua a medio trabar. - T ests loco, nio; que te vienes ahora, a dar ctedra de buena gente. Haz lo que quieras con tu vida, y djanos por aqu, que nosotros entendemos la nuestra. No creas que eres tan diferente, porque de lo contrario cuando crezcas te vas a desilusionar mucho -por supuesto, sta era Clara. Elbio no se encarniz demasiado con ella, porque sospecho que en el fondo admiraba su libertad, esa tan natural forma de hacer lo que se le vena en gana; tambin sospecho

que la deseaba, aunque nunca lo hubiera admitido. Y supongo que tampoco le sera ajeno, que todos, incluso l, nos estbamos beneficiando de la estada en su casa. Entonces se ensa con Cora, porque como sabemos, le resultaba ms sencillo: - Es que no puedo entender cmo te has podido mantener tan ajena al mundo que te rodeaba; porque bueno, ahora cualquiera es como t; se sienten perdidos, algunos angustiados, otros traicionados; ahora a cualquiera le resulta fcil decir que hubo tantos errores. Pero t tienes por un lado la valenta de admitir que nunca has participado en nada que no fuera para tu exclusivo inters, el mundo se retorca a tus pies y t estudiabas. Tienes la valenta de decirlo y no me explico por qu no tienes tambin la vergenza. - Oye Elbio, anda callando; ya pas, ya no estamos en esa sintona; todo ha cambiado, no s si te has enterado -replica Ivette. Pero Elbio ya no poda escuchar nada. Esto es privativo de los borrachos, lo de convertirse en el centro del universo, aunque sea mientras duran esos momentos. Continu diciendo: - Porque vamos que resulta vergonzoso esa actitud carente de todo sentido de la humanidad. Esa actitud egosta al extremo, desinteresada en asuntos ajenos, sin la ms mnima pizca de curiosidad por la vida y la muerte de los dems. Aunque sea podras haberte preocupado por cmo era el mundo, de qu iba la vida, en lugar de esconderte en libros y exmenes, como si se tratara slo de esto, de la ganancia personal. - No te preocupes por nosotros, Elbio, y trata de mantenerte en tu sitio. Resulta vergonzoso que an tengas tanto rencor hacia las personas que no vivieron como t hubieras deseado, o que no hicieron lo que a ti te parece que deberan haber hecho, pero, quin te crees? acaso an no pudiste aprender que no existan las escrituras sobre la Verdad, que por lo tanto los profetas eran slo humanos? -Ivette enojada, impaciente. - Es que aunque ms no sea contra la guerra cualquiera se iba a la calle -sigue Elbio-; no se necesitaba abrazar una bandera ni ser parte de nada; hasta las bailarinas como Clara iban a esas manifestaciones; algunos iban al igual que en otro momento se iba a un concierto de rock. Pero que ni siquiera te hayas arrimado, casi no lo puedo imaginar, dnde estabas? vivas en este planeta? ests segura que no te hicieron nunca una cura de sueo? Clara se sinti indignada por el ataque, y Cora humillada. Las dos tenan sus defensas y muchas cosas para decirle, pero se daban cuenta que Elbio estaba borracho. Igual les dio para pelear. Vociferaban. Se movan las lmparas del techo por los gritos. Gesticulaban hasta lo grosero. Las paredes comenzaban a temblar. Se termin peleando tanto, que en un momento hubo manos y puos volando por ah; yo mismo me encontr en ese protagonismo estpido, ese sentido del deber por defender a mi mujer, como si fuera una nia o discapacitada y no se pudiera defender ella misma. Me impuse el acto machista de responder por mi mujer, y ah terminamos todos trenzados en una batalla absurda, unos de un lado, otros de otro, ya en un rato nadie saba bien de qu lado estaba ni qu era lo que estaba defendiendo, porque en el fragor de la cosa, salan discusiones, dichos y palabras mezcladas, rencores viejos, reproches mltiples, hasta que Juan se dio cuenta -y as lo hizo saber-, que todos estbamos hablando de algo diferente, todos pelebamos por algo distinto, no se entenda nada, y pareca una catarsis colectiva sin rumbo ni objetivo, todos contra todos hasta la batalla final. En forma mgica, luego de horas de gritos y encontronazos, todo termin siendo una guerrilla de almohadones durante la cual todo el que tena algo para descargar lo descarg. Armamos un verdadero lo. Rompimos no slo almohadones, ms de un vaso y de una copa rod tambin por el suelo. En un momento Juan se fue hasta la cocina, cansado de que nadie lo escuchara ni que nadie entendiera que ya no se saba por qu nos

estbamos peleando, y entonces volvi con un cubo repleto de agua, que desparram sobre unos cuantos. Ah se termin de destapar la olla. Salimos a buscar recipientes para ser llenados de agua y por supuesto arrojados encima de alguien. Era un entrevero de almohadas rotas, plumas volando, agua, todos mojados, las alfombras mojadas, objetos rotos y dispersos por doquier, pareca un verdadero campo de guerra, divertidsimo. Atrapo esa imagen tan especial, cansados, destartalados, en el piso, en la alfombra, Elbio casi desmayado sobre un silln, Ivette arrodillada encima de una mesa, todos riendo a ms no poder, por vernos las caras, por lo que habamos hecho; remos casi histricamente, caan las lgrimas, se corra las pinturas de los ojos de las mujeres, hasta Cora estaba doblada de la risa. Parecamos locos a quienes seres invisibles nos hacan cosquillas por todo el cuerpo. Terminamos as, de risas, abrazados y amontonados, sin saber qu pas, ni cmo. La amistad. Esto quiero contarles. Lo inmensa y valiosa que es la amistad. Todo aquel embrollo, comenz con Elbio. El ms peleador, seguramente el ms agresivo, el que viva conflictos ms anudados. Algunas personas que lo conocieron poco, supe que tienen una imagen bastante estereotipada de l. Tal vez slo por conocer su representacin de revolucionario. Pero Elbio no era una persona posible de encerrar en un simple esquema. l era mucho ms que esto. l era bastante contradictorio, y por supuesto un hombre muy particular. Slo haba que conocerlo ms, o traspasar la primera barrera que l ofreca. Fue una persona que tuvo que ir cambiando mucho a lo largo del tiempo. No siempre fue y pens de la misma manera, como s que algunos de sus compaeros de ruta tratan a veces de demostrar. A l tambin le haban significado mucho sus cambios, e incluso, hasta en aquellos momentos que demostraba mayor seguridad, era una persona que albergaba muchas y difciles dudas. Tal vez la mayor diferencia por ejemplo conmigo, fue que siempre trat de resolver sus contradicciones y sus inseguridades aferrndose a aquello que le causara proteccin, donde se senta seguro, y nada mejor para esto que resguardarse en alguna ideologa abarcativa y universal, que todo lo explique, que todo lo sepa. En sus comienzos fue un idealista, un romntico. Lo conozco desde que yo era un adolescente, l un poco mayor, y era tan ingenuo. Con aquella confianza extrema, que no permita ni siquiera argumentacin, en el ser humano. Un ingenuo. Slo el hecho de ser humano, converta a cada persona en merecedora de toda su atencin y preocupacin. Apelando a la bondad, a la justicia, a la libertad, a los derechos del humano adquiridos solamente por haber nacido humano, apelando a lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor de ti y de m. El humano como un ser naturalmente amable, solidario y generoso. Con el paso del tiempo fue disminuyendo tanta ingenuidad, que yo en aquella poca le llamaba -ms que nada para hacerlo enojar- puerilidad, virginidad, inmadurez. Se fue transformando. Comenz primero con las dudas. Luego con perplejidades y discrepancias consigo mismo. Tambin se fue amargando. Se le estrope el cario. Se puso serio. Muy serio y preocupado. Tal vez para l, el costo mayor a resignar aquella idea del hombre bueno por naturaleza, fue convertirse en una persona tremendamente severa, consigo mismo y con los dems. Fueron tantos y tantos los ejemplos que vivi, que sufri, que conoci, que indicaban el contrario de todas sus creencias inocentes, que lo hicieron cambiar poco a poco. No fue fcil. Al comienzo negaba esto de que ya no poda creer en la magnfica realidad sobre la bondad infinita. Deca que saba de la maldad, de lo peor, de lo oscuro, de lo perverso, pero que lo consideraba as: demonaco, no humano. Como si fueran errores de la naturaleza que hay que extirpar. Nunca se cuestion la condicin humana. Somos

buenos. Muchos son malos por equivocacin, pues entonces habr que eliminar a stos, habr que odiarlos. Discurso retorcido, peligroso y pueril como pocos he escuchado en mi vida. Yo saba que l no pensaba as. Lo deca porque tena que lidiar con sus fuerzas internas. Tena que reconocer la absurda mentira de la pureza del alma. Tena que aprender todo de vuelta, y esto le daba miedo y pereza. Hasta que lo hizo, y entonces se convirti en un revolucionario. Yo reconozco que me caracteric por ser un poco cnico de ms. Nunca me cre todo esto de la humanidad. No me parece que existan ni la pura bondad, ni la pura maldad. Es un imaginario que nos hacemos de nosotros mismos, todo esto de los valores y cualidades de unos y otros. Pero en realidad somos todo al mismo tiempo, indivisible. Todos somos todo. Por eso debemos ser tan complejos, tan contradictorios. Convivimos con distintos tipos de sentimientos. Son todos nuestros. Tenemos esa expresin de solidaridad, de amor, de generosidad, de tolerancia; hay algo de esto que nos recorre. Tambin tenemos esa expresin de envidia, de celos, de venganza, de odio, de necesidad de eliminar al otro; hay algo de esto que tambin nos integra. Somos ese conjunto de cosas. Y junto a todo esto, est la construccin cultural, lo aceptado, lo compartible, lo que se debe, lo que est bien. Expresamos bondad cuando pudimos, supimos, quisimos, reprimir todo aquello que se opona. Nunca es tan lineal, por eso somos un poco buenos a veces, un poco malos otras veces, no somos de una sola manera. Somos mayormente algo, y esto nos da una identidad. Somos por ejemplo, mayormente generosos. No quiere decir que no seamos egostas en muchas oportunidades. Es que expresamos sobre todo la generosidad, y reprimimos el egosmo cuanto podemos, todo lo que nos sale. Nos identifica la generosidad, pero quien nos conozca sabr que muchas veces somos egostas tambin. Para m funciona as. Tan indemostrable como cualquier otra teora de stas que andan por ah hace dcadas, as que yo me quedo con mi invencin favorita, porque me explica cmo somos, lo entiendo un poco mejor. Lo ms importante: no me genero falsas expectativas ni conmigo ni con nadie. Ya s. Eso me hace cnico. Lo prefiero, a ser una persona persiguiendo idilios imposibles. Si mi cultura, mi sociedad, mis pertenencias, marcan que es correcto matar a mis similares, entonces matar a mis similares puede estar dentro de mis caractersticas o pautas de vida. Porque tengo con qu hacerlo. En el fondo, en mi intimidad, tambin soy un depredador. Si culturalmente yo me siento bien matando a un hermano, tengo dentro de m con qu hacerlo; tengo el odio, la venganza, la pulsin de muerte; no es un imposible, no es una idea invasora, es una posibilidad que puede ser elegida. Si mi cultura y mis pertenencias me presionan o me ensean a expresar la tolerancia y solidaridad, entonces tratar de reprimir toda mi agresividad constitutiva, y me expresar en mi pacifismo y bonhoma, porque de esto tambin tengo. El asunto complejo es que no conozco pertenencia ni cultura que invite a expresar slo una escala de valores determinada. Por alguna razn, con alguna explicacin, por algn concepto ideolgico o afectivo, se encuentra la vuelta para que culturalmente tambin, haya aceptacin de violencia y paz, de convivencia y guerra. Cuntas matanzas, genocidios, se han realizado en nombre de la paz y la libertad? O en nombre de una mejor convivencia humana? A cuntos se ha matado, en nombre de la tolerancia? Me parece que a todos nos hara muy bien saber que nosotros somos todo eso, y tenemos una posibilidad de elegirnos; de escoger lo que queremos ser. No vamos a

terminar siendo como elijamos. Pero vamos a hacer el intento de acercarnos. Porque vamos a reprimir todo lo que podamos los obstculos que se interpongan en el camino de la persona que uno quiere ser, que le gustara expresar, con el cual se siente cmodo. Son las famosas decisiones. Cuando tomamos decisiones que marcan identidad, entonces somos responsables de estas elecciones. Que nadie se vaya a engaos. Los que matan, no estn obligados. Los que mandan matar, no estn obligados. Hay una eleccin, y somos responsables por ella. Esto forma parte de las tantas discusiones que se han dado en rueda de amigos. stas han sido discusiones ms serias, ms problemticas. No terminaban en risas y abrazos, en juegos de luchas, como la que les relat antes. Son temas que se nos han repetido de innumerables formas, porque vivimos pocas de enorme riqueza, durante las cuales tuvimos que llegar a resoluciones que nos definan de alguna manera. Que si somos capaces de matar, si somos capaces de amar; si se puede amar sin odiar; si participo en la colocacin de una bomba o no; si me uno a algn grupo guerrillero o no; de qu manera me parece correcto decidir mi vida. Nosotros vivimos una poca en la cual todo esto signific decisiones, elecciones. Ya no en la retrica de la discusin o el intercambio de ideas, ya no como temas de silln o de saln de clases, sino en la realidad de la vida cotidiana. Hubo que pensar y decidir. O decidir y pensar. O mandarse sin pensar. Dependi de cada uno. Nos elegimos, de alguna manera. Y entre nosotros, los amigos, los que nos queremos tanto, elegimos diferente. Luego estas discusiones se fueron convirtiendo en diatribas acerca de la condicin humana. Si algo pude ver, ya siendo ms viejo, es que en nombre de la condicin humana, todos decamos cosas tan diferentes, que por lo menos nos poda haber llamado la atencin. La pregunta es si se puede hablar de una condicin humana. No creo poder responder afirmativamente. Porque como ya ven, creo que estamos hechos de tantos sentimientos, energas, pulsiones, formando un nudo entrelazado, imposible de desenredar, inefable. Cada uno, dentro de lo que puede de acuerdo con su poca y cultura, de acuerdo con su lugar y con su hora, cada uno expresa esa mezcla de lo que puede y lo que quiere. Es otra teora ms, esto tambin es hablar de condicin humana? No estoy muy seguro. A pesar de que a muchas personas les molesta enormemente reconocer que tambin son malos, y pasan gran parte de su vida, gastan enormes cantidades de energa en negarlo y negrselo, yo pienso que ayuda mucho saberlo. Saber lo oscuro que tambin es uno. Saber de la posibilidad de ser tan agresivos, tan inmundos. Estar prevenidos. Estar atentos. Conocernos. Saber. Decidir. En esto s que me parece que est bueno gastar montones de energa. Esto s lo valorara de los sillones psicoteraputicos. Si nos ensearan a ver, si nos dejaran mirar lo malo y loco que tambin somos, para vernos enteros, en un todo, para tomar mejor nuestras decisiones, para no irnos a engaos, para recordar, para comprender, para reconocer, para que dentro de nuestras posibilidades, lo podamos manejar. Por lo menos los que tengamos ganas... Condicin humana? No s a qu se refiere exactamente. Tengo que pensarlo ms. Slo s lo que se muestra, lo que se elige, lo que se deja ver, en una etapa determinada. Y que adems se est en permanente cambio y movimiento. Es todo. No me doy cuenta de nada ms. Me siento conforme con mi falta de sabidura, en definitiva es mi gran duda, mi preocupacin, me desvelo con lo humano, y la conclusin a la que pude arribar, es que no s. Trato de juzgarme, trato de ser drstico conmigo mismo, crtico, porque quisiera dejar alguna enseanza ms, una reunin ms, una charla ms para mis alumnos, sobre el asunto humano, y realmente me da que estoy conforme con mi ignorancia. Hice lo que

pude para desentraar el misterio. Hice el esfuerzo. Arm mi batalla, y luch muy duro. La conclusin es esta gran duda que he dejado planteada, y tambin esta pequea certeza: la certeza de todo ese todo que somos, de todo ese entero, de todo lo que est all, de todo lo que nos forma; y tambin que, en cierta medida, cada uno puede pelear muy duro para optar, an con todo lo contradictorio que aparecer, est esa posibilidad de escoger. Estoy tranquilo. Hice de verdad el esfuerzo. Por entender. Por elegir. Por hacerme responsable. As ser entonces, ste ser el contenido de mi prxima clase, si la pudiera dar.

XII.

En esta hora de juzgarme, de ser crtico conmigo, de analizar mis conformidades y desconformidades, me doy cuenta que slo tengo un tema muy fuerte, pesado, en el debe. Es un tema muy ntimo. Es el tema del hijo. Yo he deseado, enormemente, tener un hijo. Adems siempre quise un varn. No s. A las nenas no las entiendo mucho. Son cosa ms de las madres. Despus crecen y las entiendo menos, son oscuras, dan mucha vuelta, se preocupan demasiado. Los varones en cambio, me parece que me hubiera encantado tener uno, o dos. Al principio de la relacin con Cora, yo insist para tener ese hijo. Me senta capaz. Con ganas. Con muchas ganas de sacrificarme. De renunciar a mi tiempo, ofrendar mi descanso. Amaba a Cora, y el solo hecho de imaginarme criar a nuestro hijo juntos, me haca sentir en el mximo de mi felicidad. Pero Cora no quiso. Supongo que tena razn. Fue ms racional que yo, en esa oportunidad. ramos muy jvenes, Cora recin comenzaba a hacerse notar en su trabajo, un embarazo y un cro recin nacido le hubieran cortado su carrera laboral, son muchos meses, es ms de un ao afuera de todo. Yo trabajaba muchas horas tambin, no pareca para nada sensato. No tuve ms argumentos. La razn la acompaaba. Lo dej para despus, convencido que slo era cuestin de esperar un tiempo ms. Como si la vida la pudiramos decidir as. Como si pudiramos estar convencidos de lo que vendr, de cmo va a ser... qu ilusin ms tonta, imaginarse que suceder lo que uno disponga, cunta omnipotencia, cunta falta de sensatez. Pasaron un par de aos, o tres tal vez, y Cora decidi que estaba bien ahora, ya podamos tener un hijo. Los dos tenamos un trabajo estable. Estbamos en paz, o mejor dira: estbamos un poco ms calmos, un poco ms sabios, con dinero suficiente para este nuevo emprendimiento. Ah result que no era mi tiempo. No poda en ese momento. Realmente no poda. Tena todos mis pensamientos, mi energa, mis deseos, absorbidos en otros proyectos. Senta que mi vida cambiaba muy rpido. Que tena que aprehender todos los cambios, saber ms acerca de m, de mis nuevas alternativas. Invadido. Absorbido. Mi trabajo era apasionante. Pasaba muchas horas entre libros y reflexiones. Lo dejamos para el ao siguiente, cuando yo me sintiera ms animado, ms acorde con la nueva situacin. Poco tiempo despus, entonces s, por fin, los dos, anhelando el hijo, coincidimos... Pues no se pudo. Sencillo. No haba embarazo. Hicimos ambos diferentes tratamientos, se fue pasando el tiempo con todo esto. Nos aburrimos. Demasiado plan, mucha rigidez, demasiadas recomendaciones y consejos. Lleg un momento que tenamos que marcar en el almanaque los das que debamos intentar concebir, menos espontaneidad imposible. En esa etapa del tratamiento comenc a sufrir un tanto de impotencia. Yo no quera que me silbaran en el momento justo que tena que ejercer la masculinidad. Un atropello. Dir que para Cora tampoco era nada fcil. Para ella este estar pendiente, este obligarse a hacer el amor porque el almanaque tiene una marca, tambin ella se senta atropellada por las circunstancias. Nos desgastamos. Y decidimos dejar todo como fuera, dejarnos llevar. Entonces s, nos reencontramos. Nuestros juegos sexuales comenzaron a ser nuevamente satisfactorios, para luego convertirse en placenteros. Volvamos a ser nosotros mismos. Con nuestros deseos, nuestros tiempos, nuestras formas. Volvimos a disfrutarnos. Pero de hijos, nada. Hasta que se pas la edad. Hay una edad en la cual uno mismo, por ms deseo que haya, no se imagina con un cro indefenso. Hay etapas para eso. O por lo

menos, nosotros dos pensamos as. Y entonces, cuando lleg esa edad, ya simplemente continuamos con nuestras vidas, tragando cada uno sus posibles frustraciones, asimilando nuestras posibles rabias, los deseos incumplidos. Continuamos con nuestras vidas, con la naturalidad de lo que se quiso pero no se pudo. Punto. Y aprendimos mucho. Lo de hacer planes, tejer un futuro, con la conviccin de que lo que uno se organiz para despus sencillamente va a ocurrir, porque s, porque uno lo estableci. No colocamos en la gran olla el ingrediente fundamental, la esencia que determina el gusto de la comida; no ubicamos en uno de los platillos de la balanza, para completar la evaluacin, la nocin cardinal, bsica: la alta probabilidad que las cosas no salgan como uno las determin. La incertidumbre, el componente fundamental de la vida, la sustancia elemental de una preparacin, el material constitutivo de cualquier edificacin, el eje del saber. Si accedemos al conocimiento de la incertidumbre, complica bastante el ansia de vida tranquila y quieta para quien la tenga, pero ayuda mucho, se ajusta a la forma que tenemos de construir vida, se aproxima lo suficiente a nuestras verdaderas posibilidades. Se pude hacer el esfuerzo de hacerse amigo de la incertidumbre. Sufriramos menos. Entonces qued el tema en el debe. Para Cora no fue nada grave. Ella acceda a tener un hijo, le pareca natural, para ella era algo as como lo correcto, no deba privarme de semejante cosa. Casi dira que era un mandato de su gnero. Pero no lo deseaba realmente. Estaba tan ensimismada en su vida de estudio y trabajo, en su esfuerzo personal; le haba costado tanto el sufrimiento con sus padres, que el asunto familiar no le caa muy bien. Nos prefera solos. Yo en cambio, anhelaba aquello de formar mi familia, educar nios, verlos crecer, siempre sent que los hubiera amado tanto... - Esta historia no era para m, compaeros, -les dije una vez a mis amigos-. Me dedicar a tratar de disfrutar los hijos de ustedes, si me lo permiten. Ellos me comprendieron. ...

Otros minutos de sueo, qu debilidad mi cuerpo! Despierto, miro el reloj, pasaron ocho minutos. Es tan raro lo que me est pasando, es tan diferente... duermo porque sencillamente no puedo ms, se me cierran los ojos, me desmayo, y me vuelvo a despertar en slo ocho minutos como para empezar otra vez, con todas las luces prendidas. Claro que esta vez me dorm en el silln, doblado, mal acomodado, esto se siente en el cuerpo; estoy dolorido, los msculos contrados. Decido estirarme, hacer tres o cuatro sanos ejercicios de esos que aprend hace mucho y que nunca us porque nunca me interesaron. En esos precisos instantes de sacrificado estiramiento muscular, irrumpe Clara. Imposible de detener, como siempre. Se impone con esa presencia envolvente, convincente, indiscutible. Es su derecho. Por qu? Porque ella lo quiere. Fuimos amantes en una poca. Lo que ms me ha quedado en la memoria, imborrable, fue nuestro primer encuentro amoroso. Podra contarlo una y mil veces casi con las mismas sensaciones, el mismo afecto. Amoroso. Clara en la casa de campo, un pequeo descanso en su vida de locos. Yo poda estar con ella, porque era una garanta de paz. Con mi tranquilidad, con mi casi nula exigencia, con mi amor a Cora. Yo no iba a pedir ni exigir nada. Tal vez por eso mismo, es que nos soltamos tanto. Recostados enfrente a una estufa con leos ardiendo. Un calor distinto y mgico; un blues de vino, el volumen bajo, pero cercano; conversaciones ntimas,

descubrimientos, revelaciones. Un poco de cansancio al final, entonces nos reclinamos encima de la alfombra, una de aquellas alfombras con abundante pelo, macizas, de casa seorial. Pude mirarle el rostro y descubrir su profundidad. Sus ojos enormes y claros, transparentes de tanta evidencia, hmedos, anhelantes, tanta vida me causa emocin. El cabello enredado, deja entrever pequeas gotas de sudor. Una perla se forma en la frente, cae lentamente, temerosa de molestar esos ojos, rueda, pasea sobre su mejilla, y comienza a desprenderse... una gota que se convierte en un fino hilo de cristal tratando de escapar. Yo lo recojo en mi mano, acaricio la frente, apenas un contacto, un roce, con extrema suavidad. Acaricio la mejilla, casi estremecindome, con un fino temblor. Huelo el temblor de ella. Tambin se estremece. Muy suave. Apenas. Quiero besar esos ojos. Estbamos tan juntos que slo bastaba una leve inclinacin hacia ese bellsimo rostro, plido, expectante. Quiero besar esa vida. El aliento nos une. Se confunde la respiracin suya con la ma, se entreveran, nos cae en el cuello, apenas nos rozamos, siento la emocin, siento cada gota, siento el aire de sus pulmones, la palpitacin de su corazn. La abrazo para mezclar tanta sinceridad, tanto deseo. El temblor ya es de cuerpos enteros, prontos para saborearse, para juntarse hasta hacer uno, nico, mgico. La unin de lo amable, el sabor de lo rico, el permiso para vivir, la expresin de lo bueno... esto es lo que tengo con Clara. Es lo que le da derecho a irrumpir. A mirarme. Hoy. Da viernes. A decirme que quiere su beso, para guardarlo y atesorarlo, porque es el beso de un amigo querido, de un amigo del alma. Me mira profundamente. Sin miedo. Sin sonrisa. Sin placer. Sin tristeza. Me mira. Profunda. Clara. Me penetra. Vino a buscar su pedacito de m. Vino a buscar su parte. Se lo doy, este beso, envuelto con todo el cario del que soy capaz de dar. Ella lo toma en su mano, y lo guarda en una hermosa cajita, que reconozco: es la que siempre usaba para guardar su yerba. All mismo guard mi beso. Cerr la cajita. Me mir para siempre, y me dijo hasta pronto... mi amigo. Me salt una lgrima, apenas la vi partir. Ella tambin ha madurado, ha cambiado. A ella tambin la atraparon los tiempos y la envolvieron con otras tnicas. Tal vez haya sido la que cambi menos drsticamente, la que no sinti ninguna convulsin, ningn derrumbe; su paso por el tiempo ha sido ms armnico, ms suave, ms voltil. An as, creo que ha transitado aquello que llaman la maduracin afectiva. Cuando los sentimientos y las pasiones, los conceptos y las ideas, comienzan a entenderse entre s, comienzan a comunicarse, a aprender unos y otros, logrando una especie de congruencia interna, de equilibrio energtico. Clara viene transitando de esta manera; me enorgullece y me produce envidia; me colma nuevamente de deseo, de deseo de vivir, porque se puede, porque puede ser tan hermoso, como lo eres t, Clara

XIII.

Recuerdo que en aquella poca, Cora se dio cuenta de lo sucedido con Clara. Claro que se enoj, y mucho! Nuestra relacin se convirti de la noche a la maana en un reclamo atrs del otro, un enorme malestar, una traicin. Yo la entenda. No me senta para nada culpable, pero la entenda perfectamente. Si algo siempre mantuve claro en mi cabeza, es el respeto que me merece Cora. Ese respeto que me haca siempre ser tan honesto conmigo, y al mismo tiempo, ocultar algunas cosas. Si de algo me arrepent, fue no haber podido esconder ese momento tan ntimo y tan mgico que viv con Clara. No haber conseguido ocultrselo a Cora. Por supuesto no fue porque yo le haya dicho nada. Era un tesoro ntimo, un secreto, un rincn de mi alma que no estaba expuesto para los dems. Clara saba vivir las cosas as tambin. Compartamos esa forma de ver las cosas. El problema fue la fina percepcin de Cora. Todava no s cmo ni por qu, pero Cora sabe todo respecto a los sentimientos y avatares humanos. Simplemente se le revelan. Digamos que sobre las cuestiones humanas, es una bruja sabia. Claro que yo nunca admit nada. Pero ya era absurdo. Los dos sabamos que los dos sabamos. Su desilusin fue grande. Su orgullo herido. Su rabia por no poder confirmarlo. Su duelo. Pens mucho en esto, en esta reaccin, en este dolor. Pens porque sent que tal vez yo hubiera reaccionado muy parecido si todo fuera al revs. Pens, porque Cora y yo somos dos amantes de la vida; con gran entusiasmo por enriquecer todo lo que podamos nuestra libertad. Nunca quisimos ayudar a reprimir al otro. Nunca nos gustaron los pactos que no estaban buenos para cumplir. No nos juramos fidelidad eterna. Nos juramos respeto. Respeto para nosotros tiene que ver con ser tenido en cuenta, contemplarnos, considerar el espacio que ocupa el otro. Es nunca olvidarnos de quines somos, confiar en el amor del otro y en el de uno mismo. No lastimar, no hacer dao. Querer su vida, sea compartible o no, sobre todo querer la vida del otro. Todo esto es respeto para nosotros. No s si alguna vez nos dijimos exactamente estas palabras. S s que fue un pacto, el nico, hecho de alguna manera. Porque esto lo sabemos los dos. Pens mucho, y slo me pude dar cuenta de lo difcil que es este tema; bastante pueril mi conclusin, ya lo s; pero no pude colegir nada ms inteligente. Slo saber y recordar que cada uno es celoso de lo suyo. Creo que muchos tenemos la fantasa de que la persona que amamos y que elegimos para compartir la vida, es, de alguna manera, nuestra; la poseemos, tenemos derechos sobre ella. Forma parte de nuestro dominio, el logro, lo propio. Queda feo decirlo, pero de verdad creo que muchos, ntimamente sentimos esto. Por eso nos duele tanto enterarnos que nuestra o nuestro amante no nos pertenece en forma exclusiva. Sucede aquello del orgullo herido, el narcisismo hecho trizas, y tambin aquello de la vergenza ante los otros. Porque no he encontrado a nadie honesto que me niegue que en lo ms ntimo, les duele tambin lo que los dems piensan de uno cuando ocurren estas cosas. Les hiere quedar como los pobres idiotas ante el prjimo. Todo esto para m es as: ni malo ni bueno, simplemente sucede. Entonces respeto tambin es vivir estas ocasiones sin que se haga pblico, verdaderamente en forma privada, para no herir la sensibilidad del otro. Respeto y madurez, propia y ajena. Difcil, la verdad. Se tienen que dar muchas condiciones ideales. Todo muy sensato y equilibrado, todo muy sano, muy limpio. Tal vez sea por esto que he sido sobre todo fiel

a Cora. Porque es tan difcil cumplir con las condiciones aceptables para m mismo. Es tan raro que se tenga la oportunidad de vivir algo tan claro, tan lmpido. Que al final, uno hace la cuenta, y le da que la mayor de las veces, ha cumplido con el santo sacramento de la fidelidad. Ya saben que conozco a Cora desde bastante jvenes. Una vida a su lado. Sobrevivimos a todas nuestras etapas, a las distintas pocas y evoluciones. En todo este tiempo, he mantenido algn que otro amoro, nicamente con Clara. Porque fueron situaciones imperdibles, absolutamente ocasionales, sin dolor ni promesas, sabiendo que tenan un comienzo y un final marcado. Cumpla con creces mis condiciones. S que para ninguno de los dos, ni para m ni para Cora, hubiera sido tolerable mantener una situacin amorosa por ms tiempo que la propia situacin, como algo puntual, momentneo, una vivencia, nica, admirable, y se termin. De lo contrario, lo hubiramos calificado una mediocridad. Lo hubiramos considerado no saber elegir, no arriesgarse, no agarrar la vida creada, no jugarnos. Esto es porque Cora y yo somos personas que no le tenemos miedo a los cambios, y que sabemos escoger. A ninguno de los dos nos asustara enterarnos que no nos queremos ms de esta manera tan especial que nos hace vivir juntos; o que nos enamoramos de otro porque estas cosas pasan. Sabemos elegir. Me gusta saber que siempre con Cora compartimos una tica, que supimos y sabemos vivir, que no tenemos miedo. Lindo. Entonces claro, me imagino que se preguntarn por qu tanta historia con la situacin con Clara. Bueno, es explicable. Porque se trataba justamente de Clara, de nosotros, del grupo, de los amigos. Aquella etapa de celos de Cora, cuando descubri, mediante mensajes que le regala la naturaleza, mi encuentro con Clara; aquel difcil perodo finalmente lo apag el tiempo. El problema del malestar excesivo de Cora era porque se trataba nada menos que de una mujer del grupo, una de nosotros. Se parece a una traicin. O a una de esas cosas que vale la pena inhibirse porque no deben suceder. Esto yo tambin lo considerara as, salvo porque se trataba de Clara: para ella estas vivencias no tenan relacin con la amistad ni con el grupo. Una persona poda vivir una historia con Clara, y al da siguiente ya parecer que nada sucedi; uno hasta podra dudar de su propia vivencia; estuve con ella realmente? por qu parece como si nada hubiera sucedido? Porque as era Clara: un da era un da, el otro da era el otro da, y no parecan guardar demasiada relacin uno con otro. Cada da, cada hora, lo viva con toda la intensidad. No hay ms. No se proyecta. No contina. Como deca, este suceso de celos incontrolables, los lav el tiempo. Tan sencillo como eso. El tiempo decidi terminar el caso, cerrar el archivo. Cora necesit su proceso para primero reprocharme, luego enojarse, odiarme, hasta acomodarse con la realidad, rumiar, encontrarse, y convocar a lo que siempre fue su sabidura: la vida es as, muy rica e impredecible; nosotros somos as, muy ricos e impredecibles. Por lo tanto slo hubo que dejar pasar el tiempo sabio, encargado de separar las aguas, calmar las tormentas, situar las diferentes piezas, cada una, en un lugar, sin entreveros, sin mezclas, sin oscuridades. Sobre todo la distancia, nos hace ver las distintas situaciones en sus distintas perspectivas. Acaba por ensearnos sobre cada uno de nosotros. Sobre lo importante y lo que no lo es tanto. Sobre el lugar. Sobre los sentimientos. Sobre las posibilidades. Sobre esta vida que estamos creando. Pero ms que nada, sobre lo importante y lo que no lo es. Esto para m es tan fundamental, que constituye una de las primeras clases que brindo a mis alumnos en el programa anual. Los conmino a investigar y formar opinin acerca de lo que result importante y lo que no en determinado relato histrico que tomo al azar. Es todo un ejercicio. Los alumnos quedan desconcertados. Slo cuando culminan el

trabajo, y lo ponemos a consideracin desde una perspectiva filosfica, recin ah se destraban y comienzan a entender. Comprenden el significado de lo que implica en la prctica lograr discernir, ante cada situacin de conflicto, qu realmente es importante y qu no lo es. Ms all de las culturas, ms all de los dems, ms all de los mandatos, ms all de las reglas; uno mismo, discernir, si realmente es importante o no. As es para m como es bueno construir las decisiones y echar un vistazo a los acontecimientos. No estoy seguro si Cora hizo este proceso o sigui algn otro que no conozco, pero s s el resultado: el paso del tiempo le permiti a Cora descubrir qu era lo importante, y decidi que se acab el malestar y los reproches, porque lo importante es nuestro amor, esa preciosa forma de querernos que hemos tenido siempre. ...

Ya est transcurriendo la tarde, soleada y fra. Veo por una de las ventanas del escritorio, la que deja ver el parque, y saboreo toda esa gente tan distinta que pasa, que transcurre. Cada uno tendr una preocupacin particular, cada uno se dirige hacia algn lugar, cada uno tendr su recuerdo. Van casi todos con gruesos abrigos, algunos con guantes, por eso s que se siente fro all afuera, a pesar del sol. En estos mismos momentos, me siento seguro de que si pudiera, Elbio estara cruzando ese mismo parque, bien abrigado, con sombrero y guantes, con jeans y botas, estara cruzando el parque slo para venir a visitarme, para estar conmigo, para conversar, si pudiera Elbio, yo s que estara aqu. A Elbio lo quisimos tanto... con su tensin intelectual, que a veces no era tan intransigente, ni mucho menos; con su por momentos pattico idealismo; con sus esquemas de vida, con su capacidad para juzgar a los otros basndose en una ley y moral universales, nicas, determinadas por los buenos del mundo... as y todo, siempre comprend mucho a Elbio; siempre pens que era una magnfica persona; fue muy querido en mi hogar. l recorri un mundo que yo no conoc ms que por sus cuentos y su mirada. Era una persona sensible, madura, que supo de otras culturas, de otras injusticias, de otras crueldades, y que decidi que en la historia de la humanidad haba dos bandos, y que l se encontrara siempre en uno de ellos como un luchador. Recorri la Amrica Latina de principios de los sesenta, o incluso desde antes, fines de los cincuenta, no recuerdo exactamente. Vislumbr su gente, sus indios, campesinos, terratenientes, milicos, sus pobres y sus ricos, sobretodo sus pobres, muy pobres, que fue lo que ms le impresion. Conoci la vida dura, el sometimiento, la injusticia. El dolor, las heridas. Llor con hombres, con mujeres y nios de vidas deshechas; desbaratadas por otros sinvergenzas que se disponan a reinar, enriquecerse, y castigar. Supo de gran parte de estos lastimosos castigos. Distingui la esclavitud, observ vergenzas humanas incontables. Lo supo, todo esto, al mismo tiempo que recorra esos hermosos campos, en muchos lugares, suaves y ondulados, abiertos; en otros lugares, campos de cordillera, montaas, abismos. Campos que reciban al visitante como abrazndolo, con montes para ofrecer su sombra, largos caminos para brindar silencio y soledad, recogimiento. Pequeos carros, animales dispersos que observan el andar del caminante, sin molestar, pretendiendo no ser molestados.

Tanta paz, tanto verde, amaneceres amorosos, de colores intensos, como miradas del cielo llamndole, acaricindole, lamindole con sus miles de lenguas rojas, naranjas, amarillas. Los gallos que le despiertan, le avisan que ya es hora, caminante, sigue tu camino, que yo te resguardar. Este cielo protector, gua de espritus, se termina abriendo en un azul claro, para iluminar y encender cada planta, cada rbol, para que el caminante sepa, que aqu est la vida. En estas tierras, de nios que saludan a su paso, de gauchos a caballo, avisando que hay trabajo, que hay una tierra que necesita de todas las manos para abrirle, y ayudarle a parir. Todo esto me pudo trasmitir Elbio, y yo siento junto con l la profundidad, la inmensidad, los sabores, los contenidos. Estas tierras vividas por Elbio, tan relatadas, tan pintadas por l, hasta lograr que sin haberlas visto jams, me emocionara con cada paso; Elbio llora, y yo trato de entender. Es que en estas tierras conoci toda la naturaleza humana. S que ms all de sus discursos, Elbio tambin perciba, tambin aprendi, sobre lo malo y lo bueno que podemos ser. Una de nuestras diferencias fue que as decidi dividir el mundo: en bueno y malo. Fue su forma de sobrevivir a tanta angustia, y a tanta impotencia. Decidi que los humanos tenemos un gran poder si lo quisiramos usar, y que todo se trata de determinar cmo lo vamos a usar, al servicio de quines. Es el gran poder de elegir qu camino se va a tomar. An perteneciendo al lado rico y sano de la ecuacin, quines son los que eligen separarse de esta ecuacin azarosa, y dedicarse, con todos los costos personales que implique, a defender a los ms dbiles. El colectivo versus el individuo. Contraposicin nefasta, mal calculada, mal pensada, para mi gusto. As fue que Elbio vivi una gran parte de su vida. Intensamente. Convencido. Una vida rica, triste, con pnico, con enormes emociones, con suspenso, con tensin y con amor. Sus amigos, en esto de los dos bandos, estuvimos siempre de su lado. No a su manera. Cada uno como quien era, cada uno como lo decidi. De los dos bandos, estbamos en el suyo. Elbio lo saba. Se enojaba con nosotros la mayora de las veces, casi por deporte, por cario. Esto es a lo que se le llama valores compartidos? Puede ser. Unidos bajo una misma tica, implcita. Sin exponerlo en palabras, fuimos seguidores de un mismo ttem, confundimos y encontramos nuestros rezos en un gran rezo comn, que nos hizo sentirnos unidos, amigos por siempre. Hasta ahora, y lo seguiremos siendo. A pesar de las diferencias, a pesar de las distancias. Esto tambin es la amistad. S que Elbio pens en nosotros cuando lo encontr la muerte. A todos nos qued algo como herencia, nos marc el alma. Yo no poda estar de acuerdo con Elbio aunque lo comprendiera, no poda seguirlo, no poda dejar de pelearlo; pero en mi alma, an tengo la cicatriz de aquella herida profunda, de ese vaco que se me gener con su muerte. Estuve mucho tiempo tratando de no entrar en la culpa, o entr y despus sal? Elbio hubiera detestado que me sintiera culpable. l pensaba que yo me haba elegido bien, que cada uno tena que respetar su encuentro con lo bueno. No todos tenamos que hacer lo mismo. Nunca me pidi que siguiera sus pasos, ni que tratara de sentir como l. Discutamos s, mucho, pero ahora s que no discutamos para convencernos, sino para marcar la pasin de cada uno, marcar las dudas y las certezas, para marcarnos. De esto habl un da que vino al continente, de visita, por ms de una semana, durante la cual nos encontramos todos los das. Todos juntos. Volvi a mirarnos, trat de entendernos, s que pudo disfrutarnos, a cada uno de nosotros. Esa vez fue distinta a cualquier otra. Largas veladas de muy buenos vinos, comida exquisita, muchos cuentos, ancdotas, reflexiones. Abrazos, cercanas. Disfrut de cada uno de nosotros, lo s muy bien.

Amigo. Ri con la irona del ambiente, con el humor sarcstico, con los diferentes crecimientos. Por nica vez, no le reproch nada a nadie. l saba que se haba metido en un camino demasiado personal, que no admita que lo juzgramos, y as entendi que l poda hacer lo mismo con nosotros: respetar nuestros propios caminos, sin ser juzgados. Qu cambio tan inmenso para Elbio. Esa vez nos disfrut, porque vino a eso. Vino a despedirnos. Sin decirnos nada. Vino a aprender y saborear todo lo que nosotros tenamos para l. Fue una suerte haberlo tenido entre nosotros. Fue una suerte, que esa semana, todos estuviramos tan bien, tan juntos. Esto tambin es la amistad. Ivette era la nica que conoci personalmente un pequeo pas de la Amrica del Sur. Un paisito chiquito y amable, segn ella. Fue unos meses por trabajo, y pudo conocer bastante. Sus cuentos eran diferentes a la mayora de los cuentos de Elbio. Ella vio pobreza, s, descarada, pero la vio en un pas donde los buenos no eran tan buenos ni los malos tan malos. Pero sobre todo porque era muy chiquito; la percepcin de Ivette es que las cosas que ocurran se deban a la cultura aldeana, y en las aldeas, si bien hay diferencias y discriminacin, la ayuda mutua, la solidaridad, la amabilidad, son ms comunes, porque son algo as como todos vecinos o familiares. Elbio conoca realidades diferentes, con poblaciones heterogneas, rotas, divididas, con diferencias sociales pasmosas, con discriminaciones que llevaban la marca de la maldad. Pero al mismo tiempo, formando parte de la misma ecuacin, eran poblaciones en las cuales imperaba el color, la alegra, el desparpajo, el sabor. Pases riqusimos de vida y torturados de muerte. - A pesar de lo que te cuento de mi aldea, no quiere decir que haya nada demasiado bueno -apunta Ivette-. Comparando, te dir que hasta lo que yo s, este paisito es tan homogneo, que para sus habitantes los diferentes no son diferentes, sino que son raros; son observados como animalitos de circo. Entonces se presentan como unas gentes amables por un lado, y al mismo tiempo dspotas, ya que tienen una enorme capacidad para discriminar; son racistas, intolerantes. Claro que no se dan cuenta, o dicen no darse cuenta. Las personas que conoc realmente estn convencidas que en su pas no hay racismo, no hay discriminacin, y adems de todo dicen ser abiertos y flexibles, te puedes dar cuenta? Parece de locos. - Puede darse el caso aporta Juan-, que en una poblacin pequea y homognea, estn culturalmente convencidos de su tolerancia, porque as fue como se construy su identidad; creen que van por ah queriendo a todos, ayudando a todos, sean como sean, porque en realidad nunca se enfrentaron ms que en el imaginario con esas situaciones. No saben lo que es tener al lado alguien tan pero tan diferente. Cuando aparece este tan distinto se asustan, porque es raro. A travs del miedo justifican su incapacidad para integrar. - Es cierto contina Ivette-. Una cosa es el imaginario de una pequea poblacin que se siente amable, y otra cosa es esa misma poblacin sometida a la prueba de mezclarse con diferentes en la realidad. Si no se conocen en esta mezcla, entonces perfectamente pueden seguir creyendo que no discriminan. Cuando aparece ese distinto, le temen y lo apartan, entonces inmediatamente encuentran un justificativo para esta accin: pareca que iba a robar, o se les hizo sospechoso de algo, o quien sabe qu. - Adems de esto -contina Elbio, complementando las ideas de Ivette-, tambin son arrogantes a su manera. Slo conozco a muy pocas personas, es atrevido de mi parte emitir juicios, pero se los cuento: he encontrado que se consideran diferentes en el sentido de ser mejores; se consideran superiores, no s, ms vivos, ms heroicos, ms cultos, como si fueran los elegidos del continente, tanto que ni siquiera reparan en lo atrasado que estn, lo oscuros, lo grises que se encuentran.

Y as podan continuar horas si los dejaban, Elbio e Ivette, se imaginan? Pues nosotros no, no lo podamos creer. Complementndose. Hablando sobre sus diferentes lecturas. Elbio diciendo que era atrevido por emitir juicios sobre terceros. Parecan dos adultos responsables y amigables, respetuosos y complacientes. Los dems, tombamos vino y mirbamos incrdulos el espectculo que ofrecan. Casi perfecto. Tan perfecto, que rpidamente entend que aqu haba una despedida, un adis, un hasta siempre. Es increble todo lo que logra la cercana del final. Lo que logra la sola idea de la muerte. Elbio saba que iba a morir. No soy una persona inclinada a misticismos, pero debo reconocer que Elbio, a pesar de que muri de repente, a pesar de lo accidental, Elbio de alguna manera saba de su prxima muerte. O al menos se comportaba as. Creo que todos los que somos honestos con nosotros mismos, y los que no somos demasiado cobardes, sabemos, siempre supimos, de la muerte. Y la aceptamos con angustia, o con rabia, o con desprecio, o con complacencia. La realidad es que est ah, sabemos que es parte de la vida, justamente la parte final, es un hecho, un dato, que no podemos obviar. Sin embargo, aunque siempre supimos sobre ella, ante su cercana se produce un cambio; hay una nueva mirada, un entendimiento diferente, se descubre algo que antes nos era ajeno. Parece que aprendiramos de un golpe qu es lo verdaderamente importante. Aprendemos tambin sobre lo hermoso que tenemos, lo gratificante de lo que nos rodea. Antes tal vez algunos supiramos de esto, de lo hermoso, de lo importante, pero siempre est el otro deseo, lo que no se tiene, lo que falta, lo que no est bien o lo que podra estar mejor. Esto tambin es un dato. Creo que sucede as. Cuando nuestra muerte es lejana, nos preocupamos mucho por los deseos incumplidos, por mejorar lo que tenemos, por perfeccionar, por lograr, por subir un escaln ms. Cuando se acerca el final, recin all podemos, algunos, encontrar esa paz que nos permite admirar, agradecer, nos permite sentir que es suficiente con esto, lo que tenemos, lo que logramos. Es suficiente, casi por primera vez en nuestra trayectoria de vida. La admiracin de lo que hay, el deseo complacido por la sola existencia. - Tal vez sta sea la anticipacin -me dijo Juan, luego que Elbio se fue nuevamente-. Claramente Juan tambin qued pensando en lo que habamos vivido. Tal vez sea as cuando nos damos cuenta que estamos terminando continu diciendo-. Es cuando ya no nos apetece ningn cambio, nada nuevo, nada que sea diferente, nada para torcer, porque como est, est perfecto, suficiente, agradecido. Lo que hay es mucho, es ms de lo que se puede abarcar. - Pero tambin sabemos que en la vida de algunos siempre ha sido as respond-. Para algunos puede que siempre hubiera ms de lo que consideramos se puede llegar a abarcar. Sin embargo no actuamos como si fuera as, al contrario, perseguimos ms an, conquistamos nuevos territorios, corremos, perseguimos. - Supongo -dice Juan-, que esto mismo es lo que permite hacer funcionar el motor que produce vida: lo que permite la ambicin, la superacin, el desarrollo, la innovacin, los cambios, los riesgos, la imaginacin. Supongo que es as como movemos la historia, la creamos, la construimos, la hacemos vibrar. Cuando se est terminando en cambio, ganamos placidez, ese instante de sabio cansancio, esa distensin, y es as como comprendemos, como saboreamos, como nos complacemos justo al final. Todo esto le estara pasando a Elbio, porque recuerdo que en muchos momentos, por esos das, a Elbio se le iba la mirada al ms all, a la lejana. Qu vea que yo no poda ver junto a l? Esa mirada del conocimiento, de los sentimientos. Ese tipo de mirada que nicamente un hombre solo puede tener. Amigo.

Observ su calidez, contempl su soledad y su impotencia. No slo nos sorprendieron los acuerdos con Ivette, su amabilidad, su condescendencia. Nos sorprendi todo l, porque estaba viviendo algo que nosotros no podamos acceder. Nosotros an estbamos en el camino, y l estaba en el final. Mi querido amigo, s que hoy, a estas horas, t hubieras cruzado este parque, hubieras venido a darme un abrazo, a decir que los buenos como yo, tenemos un lugarcito en el universo esperndonos, recibindonos. Vayan estos recuerdos para abrazarte, amigo mo.

XIV.

Me puse a llorar amargamente. Ahora s. Nostalgia. Yo no quera entrar en esto, pero los pensamientos, los recuerdos, esos malditos se imponen, me invaden, no lo pude controlar. Mucha vida. Mucho amor. Amigos del alma. Prdidas horribles. Vacos inmensos. Ahora s me quebr. Me invade la angustia. La angustia de la nostalgia. Ya no son recuerdos, son vivencias intensas que simplemente no tendr nunca ms. La prdida. Lo que nunca ms voy a tener, ni siquiera en el recuerdo. Cora me invita un rato al dormitorio, se recuesta a mi lado, estamos tendidos en la cama, un pequeo descanso, o remanso. Viene a acompaarme, seguro que escuch los sollozos, seguro que adivin mi mirada. Se trata de algo ms que la nostalgia. No s cmo se llama. Creo que a esta altura, ya tan avanzado el da, me estoy sintiendo cada vez ms vulnerable. A pesar de todo lo que pienso, a pesar de todo lo que les he contado, con tanto recuerdo vuelvo a vivir la desdicha de las prdidas, los vacos, las amarguras. Tan lindo es lo lindo, tan agradable la amistad, tan impresionante el amor, que ante su prdida, se siente el amargor, el espacio oscuro, ese tnel negro e interminable, que nos hace sentir estar a la deriva, indefensos, con lo que no sabemos, con la incertidumbre, con la ansiedad que genera la idea de la nada; comienza a aparecer el miedo. Tengo que tratar de cambiar estas sensaciones, hacer el esfuerzo de ver lo hermoso que an tengo. Tengo que poder palpitar con lo intenso de mis sentimientos. De mis sentimientos gratos, agradables. No puedo dejar ahora que me consuma esta tristeza tan amarga. Me asusta. Me deshace. No. Tengo que hacer otro intento. Por ejemplo Cora, puedo recurrir a Cora nuevamente; pensar en ella, me recuerda lo amable. Cora, lo vivo, ahora mismo, comprendindome, apoyndome, dejando que descanse a su lado, hacindome sentir su compaa incondicional, volviendo a generar esa necesaria seguridad, recordndome a m mismo, aquello de mi confianza y determinacin, aquello de mi claridad, de mi profundidad, de mis certezas. Con ella, junto a ella, puedo respirar lo mejor de m mismo. Se expresa lo mejor de m mismo. Me recuerda lo mejor de m mismo. Ests suave, Cora, linda, ya tan entrada en aos. Vistiendo deportivos, suelta, agradecida. Dej de lado todos los reclamos que sin duda tendr. Dej atrs sus desacuerdos, sus regaos. Quiere estar limpia ante m, unida por todo lo grande, lo amable, lo honroso. Ella tambin recuerda. Nos recuerda a todos. Nuestras manos entrelazadas, ambos mirando el techo, como queriendo leer y adivinar. Juntos. Sera bueno creer en algn Dios? Sera tranquilizador imaginarnos eternos? Capaz que s. No lo s. Cora tampoco lo sabe. Lo cierto que estas manos entrelazadas, estos cuerpos juntos, dicen mucho, tranquilizan, se apoyan. Nos une una historia muy diversa, muy larga y muy diversa. No necesitamos ningn dios, nos tenemos a nosotros. Sabemos de nuestro miedo pero nos atrevemos con l. Hemos resuelto en nuestra vida ser suficientes con nosotros mismos; hemos decidido que somos imperfectos, que navegamos en la incertidumbre, que entendemos poco, y que an as, nos seremos suficientes. No nos inventaremos ninguna historia nueva, ningn nuevo cuento para soportar el final, porque nos hemos osado a aceptar el final. No nos quedaremos siquiera a leer los crditos de la pelcula. Si termina, pues es el fin. No inventaremos excusas para quedarnos, para imaginar que igual todo sigue. Cuando algo acaba, es simplemente as, concluye, y nosotros nada podemos hacer para cambiarlo; slo podemos vivirlo con la misma intensidad con la

que hemos encarado casi todo en nuestra vida, con el mismo atrevimiento, yo dira incluso: con la misma arrogancia. Nuestras manos entrelazadas, nuestros cuerpos juntos, nuestras miradas furtivas, sabihondas, nuestras respiraciones sincronizadas, todo esto nos demuestra, en lo ms ntimo, que no, que para nosotros dos, no sera bueno creer en ningn dios, ni sera tranquilizador imaginarnos eternos. Ya aceptamos, desde hace mucho tiempo, que las realidades son como son y no como nosotros pretendemos que sean. Esta frase se las he dicho ya en varias oportunidades, verdad? Lo que demuestra que se la puede ver desde diferentes perspectivas; no slo era una frase referida a la poltica de una poca, era una frase mucho ms profunda, una frase de vida; de esos enunciados, de los que es bueno poder aprender. Queda s en nuestras manos elegir cmo sern vividas, estas realidades; en qu lugar, de qu manera, con quines, haciendo qu cosas, por uno mismo y por los dems. Nosotros hemos elegido. Cora seguir eligiendo. Considero que nos fue muy bien en esto. Cora en estos momentos me est hablando. Yo no lo necesito. Pero ella s. Me est diciendo que est conmigo, querindome tanto como el primer da. No importa todo lo que pasamos, los amores, las discusiones, las peleas, los encuentros. Con una mirada a lo ya vivido, siente que est conmigo, querindome tanto, agradecindome por mi vida. No s si estuve bien cuando le propuse separarnos. Fue un acto casi impulsivo. Esto ya se los dije, lo s. Es que yo saba que comenzara a vivir etapas desagradables. Se los quiero explicar. Soy muy orgulloso. No me gusta que me vean si me estoy deteriorando. No me gustan los declives, y mucho menos que me vean cayendo, resbalando, hacia algn abismo. Una cosa es cuando dos personas van envejeciendo juntas; otra cosa muy diferente es cuando slo uno cae, se desploma, se desintegra. No soporto ni siquiera la sospecha de que puedan sentir lstima por m. Y una persona que vive conmigo en la intimidad, se da cuenta hasta si me sali un nuevo granito en el pecho. No quise. Muchas veces hubiera tenido la duda, sobre si est conmigo por lstima o no. No lo puedo soportar. El deterioro progresivo me cohbe, me retrae, me da vrtigo y nuseas. No lo soporto. Alguna vez pens si uno mismo podra tener la fuerza y la determinacin como para evitarlo. Slo habra que atreverse, habra que saber que todo cuento tiene su final, y atreverse. En ese justo momento en el cual comienza el deterioro, la cada, el precipicio; hay un justo momento en el que se abre una ventana de oportunidad para que uno pudiera ser el que elija Pero no. Para m, esto sera estar haciendo un discurso poco creble. Yo justamente soy uno de los que no se animaran. Me refiero a esto de aprovechar la ventana de oportunidad y decidir uno mismo su propio final. No es para m. Si tuviera la ocasin, pues no me atrevera. Es esto cobarda? Podra ser. No voy a negarlo rotundamente. Aunque en realidad estoy convencido que no tiene que ver con la cobarda, sino con la eleccin de seguir viviendo, todo lo que pueda. En primer lugar, siempre queda la esperanza, queda una pequea luz, queda aquello del instinto de supervivencia, y entonces nos imaginamos que podemos, siempre podemos un poquito ms. Nos imaginamos que est bueno saber cmo sigue, y que uno mismo no se lo va a impedir, no va a determinar lo contrario. En segundo lugar, porque la vida la quiero vivir hasta que culmine. No necesito desesperadamente evitar su desenlace. Y esto para m es digno, es la vida digna, hasta el final. Cuntas veces hemos dicho que est pasando un tren, y est en cada uno atreverse a subir o dejarlo pasar. Yo siempre he sido de los que se ha atrevido, es para m una parte, un componente, de lo digno en mi vida. Pues hete aqu que tambin los finales son parte

de esa vida. Tambin en esos momentos, si pasa el tren, uno puede atreverse y subirse a l. Cul es el tren en este caso? El Final. Te atreves o no. Te subes o no. Yo me subo, como casi siempre lo he hecho. Contino con la vida hasta su ltimo suspiro; me subo tambin al final, sin artificios, sin inventos, sin tratar de extender lo que est terminando. Aceptarlo. Vivirlo. Como todo lo he vivido, con esa intensidad. Pero les estaba contando de mi decisin de separarme de Cora. De esta resolucin que me ha hecho dudar tanto y tantas veces. Dictamin que nos separramos. Que siguiramos siendo amigos, eso s, pero nada de esto de la vida juntos. Yo saba que se venan dificultades mayores, y no quise que Cora estuviera atada a m. Cuidndome. Entristecindose. No. Ella tena que hacer su vida de otra manera. Sin mirarme tanto. Sin culpas. Libre. Aprender a vivir sin m. Yo creo que cuando hace muchos aos que vivimos con una persona, somos un poco cada uno y un poco los dos. Nos acostumbramos a lo que da el otro. Nos acostumbramos a dar. Nuestra vida la encaramos como relacin de dos, no como solo. Como solo se hacen las cosas diferentes. Uno se tiene que volver a descubrir. Que volver a desear distinto. Es todo un trabajo, incluso. Yo quera que Cora hiciera este trabajo. Se encontrara otra vez ella sola, para armar una vida sin m. A pesar de todo lo que yo la precisaba. A pesar de todo lo que yo hubiera querido que estuviera junto a m. A pesar de todo. Fui muy generoso. Estoy tranquilo. S, fue una buena decisin. Lamento repetirlo tanto, no se me escapa que me tengo que volver a argumentar y convencer. Porque en realidad, muchas veces, luego de mi planteo tan terminante, muchas veces dud, pens que no tena por qu hacerme esto, que si Cora quera quedarse conmigo, por qu yo iba a evitar justamente lo que ms necesitaba y a quien ms precisaba. Cunto haba de generosidad, como a m me gusta decir, y cunto hubo en realidad de orgullo. Por momentos pareca un castigo hacia m mismo. Entonces lo razonaba mejor, me tranquilizaba, tomaba aire, descansaba un rato, y volva a decidir lo mismo: mejor solos, cada uno, que contine armndose su historia. Seguramente, haba mucho orgullo, y un poco de generosidad. Fue as. Mejor seguir aprendiendo, seguir respetndonos. Es mi pretensin, esto de querer a Cora, y no necesitarla...; es mi fantasa, esto de que me quieran en mi plenitud, y no que me tengan pena... No s cmo llego una y otra vez a Cora. S, ya s. Es para parar la tristeza que me invadi, para cambiar de canal en mi cerebro, para salir de la angustiosa lloradera. Lo cierto es que con cada relato, aparece ella. Muchos aos, mucha vida. Tanta vida en verdad no tantos aos- que con el recuerdo, con cualquier reflexin, ya aparece. Es que est siempre presente. Cuando est a mi lado, conversando, o cuando no est. Su presencia se me impone. En los ltimos tiempos juntos vivimos con enorme tranquilidad; sin demasiada pasin, tal vez; o ms bien dira que mantenamos an la pasin, pero en escasas y escogidas oportunidades. S que a veces sorprende cmo hacen algunas personas en nuestros tiempos para vivir tanto juntos, tan largo, con tanto cambio, seguirse encontrando. No s cmo lo hemos hecho con Cora. S, como creo que ya les dije, que no ha sido fcil. En ms de una oportunidad me he planteado seriamente la posibilidad de abandonar este proyecto comn, porque hay veces que se hace tortuoso el camino, demasiado rspido, por tan diferentes. Claro que dejo de lado la ltima separacin, porque en realidad no queramos ninguno de los dos separarnos. Fue simplemente algo trgico que decid que lo viviramos de esa forma. Creo que nadie lo tom como nuestra pareja disuelta, ni siquiera nosotros mismos. Fue ms bien nuestra relacin estructurada de diferente forma.

Cora y yo supimos tener muchas peleas y discusiones. Algunas realmente fuertes. Pareca que se nos iba la integridad en ellas. Pelebamos como quien pelea por su vida, por su sentido. Sin embargo esto a lo largo de los aos se ha apaciguado, pero no por pereza ni por costumbre; se ha apaciguado por aprendizaje, hasta por una maduracin de la relacin. Al punto que en los ltimos aos, nos podemos enojar, incluso enojar mucho, sin provocar una tragicomedia. Tal vez la vida con otra persona sea as. No hay que pensar demasiado ni producir grandes teoras. Es esperable que si dos o ms personas estn conviviendo a lo largo de aos, pues se la pasarn peleando, desconfiando, desinteresando, amando, enorgulleciendo, provocando, queriendo, acompaando. Pasar pues de todo. No es algo propio de alguna relacin en especial. Es as, para muchos. Aquel cuento de hadas de la parejita feliz para toda la vida, es eso, un cuento, una fantasa. No somos as. Esto sera imposible. Estamos llenos de frustraciones, enojos, egosmos, adems de llenos de amor y placer. Si realmente alguien espera ser feliz para siempre sin pelearse nunca jams, entonces se va a sentir muy mal, va a vivir muy a menudo con un pozo en el alma, con un agujero, con una enorme insatisfaccin, porque se est esperando algo imposible, deseando vivir como prncipe o como princesa un cuento de hadas. Por qu armar una vida de ilusin, si la podemos armar con una riqueza increble, sta, la vida real? Solamente tenemos que ver cmo son las cosas. Aqu volvemos otra vez: tenemos que vivir las diferentes situaciones como son y no como pretendemos que sean. Entonces armaremos nuestra vida con un poco de lo posible, y con un poco de lo deseable. No ser lo perfecto y lo pleno que nos prometen las fantasas, pero ser lo nuestro, y esto no es nada menor; porque entonces vivimos con todas las felicidades e infelicidades, y no con los vacos ni los abismos. Cora y yo nos hemos podido ayudar en esos momentos patticos de cada uno, o momentos simplemente trgicos. Tal vez nos dimos cuenta recin con el paso del tiempo de cmo nos hemos ayudado. En diferentes ocasiones sentimos aquello del reproche -solapado, ensombrecido- por encontrar slo un apoyo pobre, limitado, con sensacin de escasez, de falta de coraje. Muchos reproches, que con el tiempo se fueron ubicando en el lugar que les corresponda. El asunto es ver entonces, que el otro apoya en lo que puede, realmente en lo que puede, y no en lo que necesita uno. Tal vez Cora vio esto algn da: que yo la he apoyado en lo que pude, y no en lo que ella necesitaba. Por eso volvi a encontrarme. Averigu qu era lo que yo le poda dar, y qu era aquello que no poda. Lo hermoso es aprender a pedir lo que el otro nos puede dar, slo eso Pienso todo esto, an en estos ltimos dos aos, cuando ya no vivimos juntos. Porque lo ms profundo, lo ms hermosamente compaero de nuestra relacin, lo continuamos sintiendo hasta el mismo da de hoy. Siempre me ha gustado vivir con ella. Me aparece una idea ntima, una imagen, un convencimiento, y es que con ella podra vivir muchsimo tiempo. Que est bien as. Incluso cuando no est tan bien, est bien estar juntos. Esta idea, que acepto que para muchos puede ser demasiado simple, para m es exactamente lo que me permite tener paz.

XV.

Se oye el timbre. Nos interrumpe en buen momento, porque ya no quiero llorar, y esto de tratar de distraerme no lo puedo mantener mucho tiempo ms. No quiero gastar energa en tratar de conducir los pensamientos, primero porque esto es demasiado costoso, y segundo porque me gusta la idea de la asociacin libre. Es Cora quien se levanta y recibe; aparece Juan. Tal vez lo traje con los recuerdos. Otro amigo del alma. Juan era la persona ms cercana a Elbio, y tambin fue el que lo sufri ms. No le perdon que se fuera por segunda vez a aquellas tierras lejanas; no le perdon que no se quedara entre nosotros. Cuando muri, no pudo soportar no haberlo perdonado. En una poca, que ya hasta me es difcil recordar, Juan qued, por un tiempo, jugando el papel del rey de la nostalgia. Slo por un tiempo, porque es demasiado inteligente como para eso. Hasta que pudo superar el dolor por la muerte de su compaero. Hasta que pudo comprender y comenzar a vivir otra vez segn su forma de ver las cosas. Pero hubo un tiempo, que qued entrampado en el pasado vivido con su mejor amigo; pas a ser el dolo del recuerdo, de la vivencia pasada, de la ancdota aprendida; qued personificando el lugar comn, lo que une, lo que sintetiza. Encontrarse en aquel tiempo con Juan significaba volver a escuchar sobre lo que hacamos, las ancdotas, los espacios compartidos, los sucesos acontecidos. Una vez ms. Quien conozca a Juan, y tambin quien lo haya conocido, poda esperar de l una actitud totalmente diferente. Se podra esperar de l que muchos de los cuentos de nuestro pasado hubieran sido nuevamente relatados, s, pero con una mirada crtica, irnica, risuea. Sin embargo no fue el caso, o para ser ms justo dira que no fue el caso en ese tiempo. Porque en ese perodo que estoy recordando ahora, Juan estaba transitando por una etapa muy especial, durante la cual se haba convertido en nostlgico de verdad. Viva sus ancdotas una y otra vez, como reafirmando, reasegurando que estuvo muy bueno, que fue generoso, y tambin heroico. Supongo que tena que justificar la muerte de Elbio. Cuanto ms heroico era, cuanto ms bueno y generoso, ms sentido tena la corta vida que le haba tocado vivir a su amigo. O tambin podra ser as: cuanto ms sentido se le daba a aquellas pocas, ms vida cobraba nuestro amigo, ms presente lo tendramos, podramos hasta hacer de cuenta que todava segua entre nosotros, slo imaginando que estaba un poco ms lejos Fue en ese tiempo que nos separamos un poquito de l, la verdad, estaba insoportable, incomprensible, incompartible. Se peg ms a su mujer y a sus hijos; tambin se hizo un nuevo amigo muy cercano, no recuerdo bien su nombre, pero s recuerdo que le llamaban Tule. Entre ellos hicieron una yunta casi perversa, porque Tule viva gracias a la nostalgia y los recuerdos de una poca que ya fue. Sin embargo eran muy diferentes. Vivieron sus respectivas nostalgias en formas totalmente distintas. Yo siempre pens que Tule simplemente era as, no le sala de otra manera. En cambio Juan, no lo era; a Juan le estaba pasando algo, estaba tratando de entender o justificar lo imposible: el por qu nunca haba cuestionado o criticado conceptos que hoy entiende disparatados; el por qu no haba podido explicarle a nuestro amigo Elbio que el rumbo elegido no estaba acompaado por la razn; el por qu nuestro amigo Elbio estaba muerto, sin siquiera haber entendido y vivido con otra sabidura. Tule en cambio necesitaba recrearse para no perder su forma, su explicacin, su lugar. En l no era un mal perodo, l era as. Para Juan, se trataba de un mal perodo. Hubo un tiempo que intent salir con ellos, invitarlos a mi departamento, tratar de pasar ratos, beber algunas cervezas de vez en cuando. Lo haca por supuesto por Juan, para

traerlo de vuelta al mundo de los vivos. La verdad que no pude, me termin alejando, hacindome siempre el que estaba muy ocupado. Juan no se poda separar de Tule, no lograba vincularme con l en forma independiente. Supongo que senta una especie de obligacin para con Tule, senta un deber moral, porque Tule era dbil a su manera, era frgil, era necesitado. Confieso que todo esto me aburra sobremanera. Mucho problema, no era para m. Para ser franco, yo no soportaba aquello de los recuerdos cada vez ms fantaseados, cada vez menos relatados y ms vivenciados; no soportaba aquella necesidad de averiguar slo a travs de un pasado el asunto de quines eran, a dnde pertenecan, de averiguar slo de esta complicada manera quines fueron y son sus amigos. Entre ellos se vinculaban as. Un enlace macabro. Dur muy poco, porque Juan era y es un verdadero pensador, y pudo superar todo el dolor, y volver a vivir. Tule no lo creo. Tengo entendido que sali a recorrer rutas, y se perdi con su moto y sus drogas, no supimos ms de l. Muchas veces, en aquellos momentos duros, me pregunt por qu Juan se haba enterrado en esa nostalgia, por qu se encerr en estos crculos, una y otra vez. Mis explicaciones rpidas no me servan, eran demasiado simples. Haba algo ms que necesitaba entender porque toda aquella etapa no pareca corresponder con su personalidad. Esto me mostr una vez ms, lo inapropiado que es confinar a una persona en un diseo. Habr s una estructura, un determinado cimiento, que es bsica, que forma a cada uno. Pero luego viene el montaje sobre esta estructura, y an ms: las terminaciones, los adornos, el aspecto general. La estructura bsica es la que tenemos, pero todo lo dems es cambiable o modificable. Como todo en su conjunto es el diseo, pues parece claro lo que dije antes: no podemos confinar a una persona en un diseo en particular. Juan era quien es; su estructura edificante es nica y permanece, pero dependiendo de un sinnmero de causas, dependiendo de diferentes contextos, dependiendo hasta del estado de nimo, se puede reaccionar de una manera o de otra. Lo que a Juan le puede haber pasado, es que el presente se le hizo papilla; el presente se convirti en algo agresivo, cruel; el presente lo confundi, lo desanim, y entonces debi necesitar armarlo en base nicamente a lo ya vivido. Algo tembl en su vida. La muerte de Elbio tembl su vida, un rato, mientras dur su duelo. No aceptaba ser aqu y ahora, con por supuesto lo ya vivido a cuestas, pero aqu y ahora; le fue muy difcil, a pesar de su enorme cabeza pensante, madurar todo, entrelazarlo con lo actual, incorporarlo. Le fue muy difcil, muy difcil, hasta que lo logr. Como l mismo supo analizar posteriormente, esta poca le fue rara a s mismo, fundamentalmente por lo irracional, por lo abandonado a los sentimientos. A partir de ese momento, a partir del momento en que lo logr, se convirti en una persona que supo muy bien lo que era un duelo, lo que significaba esa palabreja tan usada y muchas veces tan pobremente comprendida. Duelo. Supo acerca de las extraas formas que toma a veces el sufrimiento. Tule no. Tule en cambio quiebra, nada le tiembla sino que quiebra; vive el pasado y lo separa del presente. Presente que para l no pareca tener importancia, o por lo menos emocin. Buscaba un sentido para la vida, porque slo el hecho de que la vida sea para vivirla, no le alcanzaba. Necesitaba creer en otros significados. La poca que l recreaba, le era tan importante porque para l fue una poca en la cual encontr justamente ese valor; pero luego, no volvi a encontrar uno nuevo, no pudo pensarlo de otra manera, no pudo seguir pensando, como s pudo Juan. No conoc la vida de Tule porque no me interes conocerla, no supe casi nada de su historia, pero supongo que perdi mucho, perdi algo muy preciado, tal vez su propia

identidad. No dejo de pensar que en muchos momentos he sentido lstima por l. Pareca comprenderlo. Pareca darme cuenta cmo era su estructura. Pero igualmente no pude relacionarme con l ms que en aquellos torpes intentos de salvar a Juan. Tule prefiri ser quien le recordaba a todos y quien le deca al mundo lo interesantes que fueron. Por esto sobre todo, me resultaba tan insoportable. Deca sobre lo intrpidos que fueron. Lo rebeldes. Lo justicieros. Hoy se hubiera arrogado el derecho de ser el abanderado de todas las causas justas; juez de los nuevos tiempos y de las nuevas generaciones. Podra haber sido el crtico de los valores perdidos, de las metas individuales, del mundo hoy. No podra vivir el aqu y ahora, porque sera el crtico del mundo hoy. Pobre Tule. Lo nico bueno que rescato de toda esta historia, es que Juan por fin volvi, en algn momento, volvi, nos encontr nuevamente, se record, y sigui floreciendo. Pero a pesar del final feliz, aquella temporada fue bastante difcil. Recuerdo haber pasado por situaciones muy tensas, sobre todo en aquellas veladas que compartamos con los hijos. Ya eran muchachos grandes, ya eran seres pensantes, y sin embargo para m ellos eran tratados como seres necesitados, seres que deban ser protegidos, seres medianamente estpidos. Como si ellos no fueran capaces tambin de armar su propia historia. Como si nosotros no tuviramos incluso, muchas cosas que aprender de ellos. En aquellas veladas, Cora y yo quedbamos mal parados, porque Tule, o a veces incluso la mujer de Juan, nos recordaban que nosotros no tenamos hijos, y por lo tanto no sabamos de esto del trato y los problemas de los muchachos. Pero ambos, tanto Cora como yo, veamos claramente lo que estaba pasando. Veamos por un lado, que los padres trataban por todos los medios de hacerles, a sus hijos, una vida lo ms placentera y cmoda en su hogar, para tratar de mantenerlos en la casa paterna / materna el mayor tiempo posible. Esto en todo caso, es comprensible; no s si es bueno o malo porque no me importa; s que es comprensible porque yo lo puedo comprender. Supongo que es muy difcil aquello de cambiar nuevamente de vida cuando los hijos ya no estn; debe ser, supongo, un movimiento tremendo. Despus de todo, los hijos ocupan el eje de la vida de los padres durante muchos aos, no menos de quince, no es poca cosa. Tambin es comprensible porque un padre me imagino que sigue viendo a sus hijos como menores, como seres a proteger, a cuidar, quieren librarlos de todo mal. Es difcil, muy difcil, aquello de superar la frustracin mayor: es la frustracin existencial, inmensa, por saber que uno no puede salvar la vida de su hijo. Es as. Hay que soportarlo. Es difcil. Es la madre de todas las frustraciones. Por eso a m me parece este aspecto de intentar que queden en el nido lo ms posible, esto lo veo con todo bastante comprensible. Deseara que les ensearan ms independencia, no lo voy a negar. Deseara que les ayudaran a animarse y salir, a ser valientes y recorrer, a que no les sea cmodo quedarse en el rincn conocido, sino atravesar el universo y explorar, con todos los riesgos, con todos los peligros. Deseara que mis amigos no traten ms de hacerles la vida. Pero bueno, lo deseara, no se da muchas veces, lo puedo comprender. Por otro lado, tambin est este otro aspecto que veamos con Cora: el que muchas veces se los considera pobres gentes tan a la deriva en este mundo que les toc vivir. Tan peligroso, el mundo, tan misterioso, tan sin sentido, tan solos, tan sin causas, sin referencias, tan desolados, sin ideologas o misticismos a partir de los cuales poder estructurarse. Esto puede llegar a tener tanta fuerza, que hay padres que explcitamente dicen que la razn para que esto suceda es que en su juventud el mundo era ms seguro, era mas manejable, el problema es que parece que ahora ya no lo es, y los pobres crecen

entonces con esta desproteccin; desprotegidos de los valores, de las certezas, de la seguridad. Cuando estamos lcidos y conversamos sobre estos temas, Juan ya nuevamente en su poca racional, he notado que le queda algo de aquella nostalgia, o para ser ms justo, queda algo de aquello de justificar y dar por bueno toda una poca de creencias; trata as, una y otra vez, de comprender lo que pas, lo que signific cada cosa, cada acto, cada prueba. Sabe que pertenece a la generacin de los que perdimos, pero an se siente con la posibilidad de entender, rescatar, tomar posiciones y trasmitirlas. Porque sigue pensando muchas veces, que esto a nosotros nos ayud mucho, nos hizo ms fuertes, nuevamente: estbamos menos desprotegidos. Lo que para m es peor, es que se siente capaz de ensear a los hijos, ya grandes, cmo es la cosa. Nosotros los que perdimos. De mostrarles, de indicarles. Como si ellos no pudieran. En esas circunstancias, yo prefera quedarme callado; lo mo era tratar de no intervenir cuando se hablaba en serio, porque no poda dejar de pensar que a los hijos se los estaba tratando muchas veces como si fueran idiotas recin llegados al planeta de los Hombres. Son hombres y mujeres, crecidos, maduros, con su escala de valores y pautas de comportamientos ya formados, con su personalidad, con su cultura. Distinta que la nuestra, eso s. Pero todo esto no pareca ser tenido en cuenta. Se sigui con ese rol del padre que dice lo que est bien y lo que est mal, que indica el mejor camino posible. Que les habla de cmo era antes para que vayan viendo cmo es. Muchas veces he visto que se les terminaba hablando de lo que deberan ser (que nosotros como tales no creo que seamos); de lo que deberan hacer (que nosotros ya no hacemos); de lo que deberan soar (que nosotros ya no entendemos); de lo que deberan pelear (que nosotros slo a veces, slo algunos, y de muy diversas formas, a veces peleamos). Se les hablaba con cierta grandeza pero sobretodo sutileza. Se disfrazaban las frases y los tonos, se encubra la verdadera intencin, se maquillaban los mensajes con gran soltura y ejemplar erudicin, para que todo quede como una buena conversacin, respetuosa por cierto. Que no en vano somos intelectuales Cuando en realidad, muchas veces, en lugar de escucharlos y entender, se los consolaba, se los justificaba, tambin se los vigilaba, porque claro, les toc una poca tan difcil... Ese paternalismo para m desmedido que tienen aquellos que no entienden que esta poca que les toc, es tambin nuestra poca. Las pocas no son slo las de los jvenes. Las pocas son las de los vivos, no importa demasiado la edad. Estamos vivos, entonces tambin es nuestra poca, la que tenemos que continuar descifrando, entendiendo, averiguando. Como siempre: para vivirla, en lugar de negarla. En lugar de considerar que la nuestra era otra poca que ya fue, darnos cuenta que nuestra poca contina. El peligro para m es actuar como si el pasado, el presente, y el futuro, fueran segmentos dentro de una lnea, segmentos separados entre s, independientes entre s, tanto, que adems nos podramos colocar, cada uno de nosotros, en uno de esos trocitos de tiempo, y negar como propios a los dems. No, esto no es posible, porque el tiempo no se segmenta, porque los tiempos no se niegan, no tenemos poder para hacerlo. Nuestra poca, es por esto que no depende de la edad; es por esto que la poca no es la de los jvenes, es la de los vivos. Se la puede incorporar o no, se la puede vivir o no, se la puede apropiar o no. La cabeza es muy loca, da muchas vueltas, se defiende de muchas cosas, todo es posible. Se puede o no se puede. Pero lo cierto es que la posibilidad la tenemos, porque es as. Nosotros los viejos no somos el pasado, tenemos un pasado; y ahora, incorporamos este tiempo, tambin nuestro tiempo, el presente.

Muchas veces quise decirle esto a Juan y no me atrev. Quera prevenirlo, quera hacerlo cambiar, quera que fuera distinto. Quera recordarle que se vea bueno si abandonaba esa prctica de usar su vida como referencia absoluta, como ejemplo de lo que debe ser vivido, de lo bueno, de lo maduro, de lo sabio. No somos sabios, si lo sabrn los hijos. Nosotros slo podemos contarles, relatarles, mostrarles, lo que viene siendo nuestra vida y nuestras elecciones, como venimos dibujando cada uno nuestro mapa. Podemos hacerles nuestro cuento para que tengan un cuento ms. Slo eso. Porque ellos son capaces de armar el suyo a su manera, y no nos necesitan a nosotros para lograrlo. Ellos estn aprendiendo de su tiempo, su poca, la que define su vida; tambin de su pensamiento, de sus inquietudes, de sus deseos, al igual que fuimos aprendiendo nosotros. Ellos viven la vida, al igual que nosotros, seguimos intentando vivir la nuestra. Me pregunto muchas veces si este proteccionismo, este intento de ver a sus hijos como los eternos inmaduros, o los incapaces de, o los pobres que viven un tiempo tan difcil, me pregunto si no tiene que ver con aquello de que todava no se ha entendido el lugar que le cabe al padre y a la madre en la relacin con los hijos grandes. Pienso esto por un anlisis apenas superficial de nosotros mismos. Se nos podra definir como adultos que fuimos algo que luego debimos cambiar y adecuarnos. Este proceso tiene que haber generado inseguridad. Tal vez esa inseguridad que se gener con tanto cambio, con tanta rectificacin, tanto descreimiento, tanta vuelta atrs, tanto pensar otra vez, tanto aprender otra vez. Esa inseguridad tal vez sea la que les hace a algunos aferrarse a un rol especfico y no desprenderse de l. Por ejemplo el rol de salvadores de otras vidas, que tan bien se puede ejercer desde el rol de padres; y que entonces les sea tan fundamental que la familia no se disgregue, seguir siendo importantes, tener ese rol porque no encuentran an otro. Entonces siguen con el personaje de superhroe, esto que llamo salvadores de otras vidas, ahora depositado en la difcil y elogiosa tarea de salvar a los hijos, ya que al mundo en su conjunto no se pudo. Ser esto lo que pasa? Sera un poco esto lo que les estaba pasando a algunos de nuestros amigos? Porque nosotros fuimos los primeros que rompimos con el orden familiar instituido. Nosotros fuimos los que pensamos romper con todo lo que vena dado, con lo que nos trasmitan nuestros mayores. Nosotros fuimos los que pensamos que la familia como orden intocable no exista, o estaba mal planteado. Ahora algunas de esas personas, ya padres, parecen querer decirles a sus hijos que ellos son diferentes, que con ellos no tienen por qu romper ni separarse. Lo cual tal vez sea cierto, pero tambin es verdad que el no haber aceptado roles familiares impuestos, el haber cuestionado ese orden familiar, nos dio una libertad inmensa, nos permiti imaginarnos nuestra vida con una libertad como pocas veces se haba tenido antes. Esto creo yo que fue un valor tan grande para nosotros, que se convierte en lo que ms quisiera trasmitir a los hijos: pues que no se preocupen por nosotros; nosotros seguimos armando nuestra vida, ellos son libres de elegir la suya sin ataduras, sin obligaciones morales para con nosotros, sin pautas estipuladas. Ellos pueden volar, porque nosotros sabemos que se puede. Es nuestro mejor relato: nosotros hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para volar. Porque se puede. Esto es lo ms rico que tendra para contarles. Muchas veces tambin esto quise decirle a Juan, que no se olvide, ahora que es padre. Yo entiendo que es fcil equivocarse porque los quiere demasiado. A sus hijos. Porque sabe que l estructur su vida en torno a ideales, a creencias, tan fuertes y tan compartidas por muchos, que se hizo menos difcil aquello del sentido de la existencia, del por qu, del con quines. Qu imponente es esto de tratar de dar un sentido a la existencia! Como si existir en s mismo, no fuera un sentido suficiente. Como si existir, no tuviera un significado.

Juan piensa que fue una suerte tremenda que nos haya tocado ser jvenes en una poca de referencias fuertes. Tambin yo creo esto, sin embargo pienso que, como siempre, es mucho ms complejo el asunto. Porque es verdad que nos estructuramos con creencias muy fuertes, pero tambin es verdad, que esas creencias eran, paradjicamente, desestructurantes. Antes que nosotros, por ejemplo nuestros padres, para ellos se supone que no era tan complicado, porque de alguna manera, ellos saban lo que tenan que hacer. Nacidos en un determinado lugar, en una determinada familia, saban ms o menos a lo que se podan dedicar, y cmo deban ir armando su vida. No estaba en cuestionamiento bases slidas, forma de vida, costumbres, modales. No haba esa libertad inmensa de elegir cualquier destino imaginable, porque no haba lugar a grandes imaginaciones, la ruptura no era una posibilidad. Esa poca que vivimos de jvenes, en este sentido, fue muy pero muy compleja, a pesar de que estoy de acuerdo que en muchos sentidos existan referencias slidas. Pero en lo ms importante, la libertad de elegir, la posibilidad de imaginar, era infinita. Esto aumenta la incertidumbre, la indefensin. La necesidad de elegir por nosotros mismos, lo que est bien y lo que est mal. No aceptbamos nada escrito, todo haba que revisar. Qu ms perdido que de esta manera puede quedar un adolescente? Todo era elegible. No haba nada que hubiera que seguir. Todo era posible de romper. Haba que descubrir el mundo. Si lo pensamos as, no fuimos tan distintos que los hijos ahora. Ellos ya heredaron esa posibilidad. No tienen su vida flechada hacia algn lado. Ellos tienen que descubrir, y decidir lo que van a hacer, y hacerse responsables de lo que elijan. Tan difcil como nos pas a nosotros. Tal vez, y en esto entiendo la preocupacin de Juan, sin las referencias ideolgicas, sin el mundo dividido en dos bandos, tal vez hoy con mucha mayor dificultad para pensar por la riqueza y variedad de los planteos, porque ya no hay dos bandos, o pocos bandos, sino que se cuestiona la existencia de bandos; hoy con mucha ms libertad para pensar. An ms rico. An ms atrevido. Por esto es que me parece tan incorrecto e injusto que se los trate casi como las pobres nuevas generaciones. Trato de imaginarme qu pensarn los hijos de todos nosotros. Cmo nos vern. Los hijos de Juan, que sufrieron el discurso de su poca de nostalgias, y tambin, y sobre todo, sufrieron a Tule, que por supuesto, se haba instalado en su casa. O yo me imagino que sufrieron su discurso, lo sufrieron? O los otros hijos, crecidos en su tiempo, pero a la sombra de nuestra irnica visin pasada y actual del mundo, y nuestra irona del pensamiento en general. Por suerte en un determinado momento me he preguntado, tiene algn sentido tratar de inmiscuirme en el entendimiento ajeno? Supuse que es la tarea para psiquiatras, psiclogos, psicoterapeutas, psico-como-se-llamen. Que yo no deba tratar de cumplir ese papel. Digo por suerte, porque creo firmemente que son procesos ntimos, personales, y que sobre todo Juan, era imaginable que lo iba a resolver bien, como finalmente lo resolvi. No haba necesidad de que incursionara en esta su intimidad, su tiempo. Esto de inmiscuirse, de introducirse, de invadir el entendimiento ajeno, de apualarlo, hacerlo sangrar, re-entenderlo, recordarlo, re-cuestionarlo, esto es tarea para los psi. O tal vez, ni siquiera los psi debieran entrar en esto Tal vez simplemente debemos dejar seguir el camino del entendimiento de cada uno. Dejar armar cada vida como mejor pueda, como le salga. Dejar fluir. Sin introducirse, sin cambiar rumbos que son extraos, que no son propios, son ajenos, son del otro; depende de la filosofa, de la religiosidad, de la fe, de la lucidez, de la cultura, es de otro, no es del s mismo.

Claro que los psi estn convencidos de que lo que ellos hacen en realidad es permitir que el s mismo se descubra, se conozca, se entienda, que se siga eligiendo. Es una narrativa ms. Es creble? No lo s. Conozco de todo y de todos. Creo que algunos psi son capaces de hacerlo, con este respeto, con esta duda instalada. No creo que sean muchos, estos algunos. No puedo negar que a muchas personas les hace bien, les viene bien, conversar con su psi, con medicamentos o sin ellos; les viene bien y se sienten mejor con esto de recordar, re-entender, re-pensar; est bien, para muchas personas, esta intervencin, esta ayuda, este camino que se recorre para mejor acomodar su vida, para mejor resolver sus conflictos. Como a muchas personas, creo yo, les viene bien la fe, las creencias, las guerras, los perdones, la beneficencia. Como a muchas personas les viene bien fumar, o dejar de fumar, drogarse, dejar de drogarse, conversar, o estar solo. En fin, somos tantos... La recurrencia de este tema es hasta graciosa, creo que tambin da cuenta de todos los cambios que vivimos. El asunto es que me pregunt nuevamente si hubiera tenido sentido decirle todo esto a Juan, que en definitiva es inmiscuirme en algo difcil, y decid que no tena por qu decir nada, que tal vez slo sea dejar transcurrir, que las cosas fluyan y se vayan encauzando. No, no tengo nada que decirle a Juan sobre todo esto. Prcticamente logr con su enorme capacidad- convertirse para sus hijos en alguien a quien est bueno escuchar, en alguien para aprender y confrontar. Tal vez sea ste el vnculo de los padres con hijos adultos: ya no hay quien dirija y juzgue, hay un intercambio de experiencias y de saberes que se confrontan; ya los padres dejan de ser la opinin, la voz, y se convierten en la referencia. Pasamos un rato tan amable juntos, recordando, porque Juan me trae a Elbio con l, vienen juntos, ambos, a conversar conmigo. Me lo trae y se lo agradezco, porque ambos estamos ya tranquilos con su muerte, ninguno de los dos tenemos deudas impagas con l, ambos podemos compartir lo que sentimos, podemos abrazarnos, e incluir en ese abrazo a nuestro amigo.

XVI.

As fue, un encuentro absolutamente emocional, y tambin de placenteros recuerdos. Ya tambin con Cora, quien nos haba preparado un rico t de hierbas, nos quedamos sentados disfrutando esta tarde esplndida, que ya toca el atardecer, recordando entre risas algunas de nuestras clsicas discusiones. Nos detuvimos, para regocijarnos a costa de Cora, para burlarnos de ella un rato, en el relato de una de estas clsicas: cuando se planteaban las quejas -fundamentalmente de las mujeres, y entre ellas, fundamentalmente Cora-, respecto a que algunos de nosotros instalbamos una guerra interna, una competencia, en cada discusin. Que no intercambiamos ideas, sino que nos peleamos por ellas. No escuchamos al otro para cuestionarnos, sino que pelebamos para ganar. Gritos, gesticulaciones, ms que nada gritos, por eso es escasa la intervencin femenina, porque ellas son diferentes, cada una por separado, son diferentes, en general conciliadoras, algunas ms aguerridas y orgullosas de su postura intelectual como para tratar de pelear, pero no usan nuestras armas, por eso pierden ante nuestra brutalidad. Nosotros peleamos con armas, nos atacamos, gritamos, asustamos, arremetemos, es a ganar, claro est. Es bien divertido. Es lo que algunas de nuestras mujeres no terminan de entender. Tal vez ellas sean ms serias y profundas. Lo importante en realidad, es que vivimos un juego, un juego que nos divierte y mucho. Es ms, las reuniones sin grandes discusiones, en general hemos compartido la opinin entre varios de que fueron aburridas, sin emocin, sin sabor. Hay diversin en nuestra forma de discutir, de pelearnos. Jugamos para ver quin gana. As noms. Es una sabidura ntima que slo pueden entender quienes la entienden. Cora al principio, detestaba estas situaciones. Se quedaba callada. Se negaba a participar, a seguir este juego. Muchas veces incluso se sinti herida por no ser escuchada, porque no la tomaban en cuenta. Porque era ms seria y profunda. Sobre todo seria. Los temas en discusin, para ella, eran importantes, solemnes. Hasta que logr aprender a divertirse con estas batallas discursivas, con las sabias argumentaciones o pueriles defensas ideolgicas. Se dio cuenta que podamos discutir y pelear casi por cualquier cosa. Que los temas para nosotros eran serios y no lo eran. Encontr la diversin, ella se hizo ms sabia. No le sala, igual, participar directamente porque as nunca fue su personalidad; pero s aprendi a mirarlo y gozarlo, a divertirse con los juegos ajenos. Se divierte mirando, que tambin es una forma de participar en el grupo de amigos. Ella es diferente an hoy, es ms profunda, como ms problemtica, se zambulle en las honduras de la vida, en los dramas y tragicomedias del mundo, de la vida cotidiana, porque necesita entenderlo todo, necesita masticar, interpretar, volver lgico y trasmisible lo inefable. Por esto mismo es que nos divertimos esta tarde con Juan, caricaturizndola, insistiendo sobre su tremendista profundidad; y Cora junto a nosotros tambin riendo, tambin burlndose de ella misma. Recordamos, ya en una libre asociacin de imgenes, cmo muchas veces, entre cerveza y cerveza, hemos comenzado a hablar de un tema en forma de consenso, y sin embargo, con igual facilidad, todo poda cambiar en un segundo y volverse una batalla campal. Comienza una opinin con la frase ms o menos hecha, con el sentimiento comn, el valor compartido: pero apenas se contina un rato, aparece la inevitable individualidad. Aparece todo lo que no tenemos en comn, lo desigual de los intereses y mviles internos.

Compartimos bastantes valores y sentimientos; lo desigual emerge en el acento, en la puntuacin del discurso, creo yo que sobre todo en los mviles internos, en eso tan particular de cada uno. Reconozco que muchas veces se instala la necesidad de sintetizar un conjunto en algo abstracto que lo englobe y lo defina -el famoso y no tan bien ponderado nosotros, sobre lo cual ya conversamos lo suficiente. El asunto es que los que no creemos en la divinidad, -que sera la expresin abstracta ltima, la que sintetiza el conjunto de la humanidad-, no podemos adherirnos ni siquiera a la abstraccin que engloba un pequeo conjunto. S lo hacemos muchas veces, pero sabiendo que caemos en una evidente contradiccin. Cada uno, ya lo dijo Don Sigmund en otro siglo, tiene sus propias vboras y serpientes internas. Cada uno libra su ntima batalla, cada uno, cada cual. Podemos hacer alianzas, pactos, acuerdos, para hacernos grupo; podemos de verdad encontrar intereses comunes, pero en lo ms ntimo, cada uno sigue siendo cada cual. Cora se pone triste cuando le hablo as, dice que esto es la imagen viva de la soledad. Se siente tan pero tan sola cuando yo hablo as, que involuntariamente brota alguna lgrima, deja un poquito ms vaco su interior. Nos miramos con esa mezcla de camaradera y cuestionamiento, porque esto es algo que hablamos muchas veces entre nosotros. A Juan no le produce lo mismo, porque l s entiende de lo que hablo; l sabe en lo ms ntimo lo que significa; l lo aprendi. Nos entendemos, nos conocemos, sabemos de cada uno. La mayora de las veces, sabemos lo que es compartible y lo que no; lo censurable, lo reprobable, lo aceptable, lo que separa, lo que enoja, y lo que nos une en la imaginaria eternidad. A veces es una mirada, un gesto, un movimiento, y ya esto es el lenguaje que necesitamos para entender. Tambin se vuelve recurrente el tema de la soledad. Parece ser uno de esos temas que por lo complicados se ha vuelto un tema significativo de la existencia. Para m, que yo recuerde, nunca fue un tema existencial al cual debiera dedicarle algn tiempo especial. Nunca mantuve un dilogo fluido con mi soledad, porque sinceramente nunca tuve necesidad; para m es parte constitutiva del ser, la tomo como viene, no me ha causado ningn perjuicio, ni siquiera molestias. Tan es as, que ni siquiera me ha producido disgustos cuando entro en contradicciones, o cuando siento distinto. Especialmente las contradicciones. Puedo contar alguna de ellas. Recuerdo un da de hace pocos aos atrs, Cora estaba en una actividad profesional en el exterior. Yo pas algunos das solo. Estaba muy bien y muy cmodo. Porque as como s que me encanta vivir con Cora, tambin s que me encanta tener mis ratos o a veces mis das sin ella. Esto mismo lo estaba comentando con Juan, Clara, Elbio, y aquella amiga ocasional de Elbio... cmo era su nombre?... S, Patricia. Frgil, linda, y mstica. Patricia. Por supuesto, tan diferente a Elbio, que nadie se los pudo imaginar mucho juntos. Y fue as. Creo que estuvieron juntos un mes o algo ms. Estbamos en la cocina de la casa de Juan, mezclando ingredientes dentro de una gran cacerola, hacindonos los entendidos, imaginndonos los deliciosos platos que saldran de tan democrtico y variado grupo, todos opinando y mezclando sabores. Era una tarde soleada, como lo fue la de hoy. Era una tarde alegre. El pan y el vino por doquier, ya no estbamos muy sobrios an antes de comenzar a comer. Tal vez por esta misma razn nos result tan sabroso lo que comamos, que nunca llegamos a poder definir. En ese ir y venir de especias y elementos culinarios varios, alguien dice... una mirada podra ser la ventana del alma. Alguien dijo esto alguna vez? Porque recuerdo que fui yo quien lanz esta tremenda y risible frase. Lo que no s, es si habr sido de mi invencin, o la record de algn libro. Suena agradable. Estaba probando la salsa que

acabbamos de preparar. Creo que intentaba definir la salsa y su interrelacin con nuestros sentidos, o quera encaminarme a ello... quin me podra entender, yo no, seguro que no. S que fue un sonido agradable en mis odos, y lo volv a decir... Una mirada, podra ser una ventana del alma. A Patricia le encant. Hasta se enamor de mis palabras. Juro que no s bien qu entendi, porque yo no lo capt. Como nunca supo si yo lo deca porque realmente lo pensaba, o lo deca con esa irona caractersticamente cruel, ah mismo se destap con una tremenda teora. Recuerdo que lo que ms me gust de su hiptesis de trabajo, como la llam yo ms tarde, fue la pasin con la que fue dicha. Con ojos brillantes, casi nublados de lgrimas, estremecida, temblorosa, con los poros abiertos, respirando el ambiente, la emocin en el cuerpo todo, nos explic que todos poseemos estas ventanas. Es lo que nos hace humanos, si podemos definir alguna caracterstica que nos agrupe como tales y nos separe de otras categoras de seres vivos. Lo humano es poseer las ventanas del alma. - No todos somos conscientes de ellas -nos explic-. Incluso pocos pueden verlas en los dems. Las ventanas igual estn all, las puedan ver o no. Cada ventana es algo as como un contenido de energa, a travs de la cual se expresa el alma, y entonces es as como mostramos caras, movimientos, gestos, la mayora imperceptibles, son las expresiones del alma, que salen a travs de las ventanas que poseemos. El alma entonces no es ocultable porque es parte de cada uno, es estructural, no se puede disecar. Est enredada en cada clula, en cada pequeo trocito de nuestro cuerpo fsico. Es inimaginable un alma en un habitculo propio dentro del organismo. El alma forma parte de todo, respira a travs del cuerpo. No se oculta, se muestra. Se deja ver a quien la sepa mirar. Est continuamente expresndose a travs de las ventanas de energa. Las personas que las pueden ver, son las ms intuitivas, las que mejor percepcin tienen de todo lo humano, las que saben. Termin su discurso y recuerdo que todos quedamos atnitos, copa en mano, cacerola al fuego, el tiempo se detuvo unas milsimas de segundos, en las cuales nadie respir. Hasta las gotas de polvo esparcidas en el haz de luz solar que entraba por la ventana de la cocina quedaron paralizadas. Qu pasional es la pasin! nos permite estar convencidos de lo que queramos. De la magia. De las hadas. De los duendes. Esto es lo que recuerdo ahora. La forma como se crea la magia. Cmo podemos hacerlo. Ahora me doy cuenta, hete aqu un poder que poseemos. En aquel momento no pens en esto, sino que pens en introducir alguna pregunta de sas que no dejan continuar, que destilan por s mismas las dudas suficientes como para ya no estar seguros de lo que se dice, esas preguntas o comentarios que sabemos de antemano que cortan los discursos sensibles y sentimentales, los discursos sin base, los con poca lgica, los indemostrables, por sobre todo. Pero no me sent con ese derecho; era un da maravilloso, Patricia era muy linda; la recuerdo bastante inteligente, a pesar de que no entend casi nada las pocas veces que habl; s s que tena muchas ganas de creer en muchas cosas, y ella las trasmita as noms, sin vergenza alguna, abierta a toda crtica, burla, o apoyo. Y yo, el sarcstico de siempre, simplemente tuve ganas de que me considerara su aliado, su gemelo, el que puede creer y ver las ventanas del alma, porque yo, ese da, recuerdo que no tuve ganas de sentirme solo. Porque yo tambin s ser contradictorio. Y entonces puedo reconocer que, muchas veces, en los ltimos aos, me he sentido francamente agotado, por lo solo. Cada vez

me he ido convenciendo ms que cada uno depende nicamente de s mismo, se ayuda o no a s mismo, toma un rumbo, toma otro; claro que los dems existen, fundamentalmente si uno tiene esos dems con quienes contar; pero hablo de lo ms interno, de lo ms ltimo, del centro, del eje. Esa esencia es uno solo. Tal vez sea por esto todo el tema de las desilusiones, de los reproches, del sentimiento de incompletitud, de frustracin, las acusaciones que se realizan a los convivientes, aquello de es que me falta, es que no me das. Tal vez sea justamente por la falsa idea de que el otro nos ayuda, nos acompaa, nos completa. Claro que lo hacen, en cierta medida. Es que hay que comprender que slo es en cierta medida. Esto es independiente a la calidad de los amigos y de los amantes. Todos pueden ser excelentes. No es el punto. El punto para m es que aquello que recorre nuestra profundidad, aquello tan propio, tan de uno, tan ntimo, tan sagrado, casi inefable; ese eje existencial, es tan personal, que aqu, con esto, estamos solos, y no podemos pretender que el otro lo comprenda y nos ayude. Porque no creo que se pueda. No creo que sea justo para con uno y para con los dems pedir semejante cosa. Estoy muy repetitivo? Pues s. No importa. Claro que me apasionan todos estos temas. Todos ellos hoy son fundamentales. Pensndolo bien, es por esto que nunca me sent culpable con Cora. Yo s, yo se los cont, que a ella no la pude acompaar bien en momentos tormentosos. Sin embargo tampoco es que me haya sentido culpable, o en falta. Lo pude razonar, pero no me sent en ningn momento un mal compaero. S que me dio mucha pena no haberla acompaado como ella se lo hubiera merecido. Pero las cosas son as. No dependen de m. Sin duda me ha pasado de esta manera porque siempre supe, en algn rinconcito de mi cerebro estaba, este convencimiento de las posibilidades. De las posibilidades de pedir y de exigir. De lo que se puede y de lo que no se puede, simplemente por el impedimento de acceder. Ah, en esa profundidad, es que yo reconozco lo solos que estamos, como un dato, y no como una valoracin. Cuando nos hablan los que saben, acerca de lo absurdo de la culpa, tienen razn, es absurda. No porque nos haga dao sin que nosotros lo podamos resolver. Es absurda desde el planteo, desde la premisa, es absurda porque denota una falta de comprensin de cmo somos. Es absurda porque demuestra que no entendimos nada acerca de todo aquello que no podemos, de los poderes que no tenemos, de lo que nos es imposible, de lo que no tiene lugar. Entiendo que es frustrante pensar en las enormes limitaciones que tenemos, pero tambin entiendo el trabajo inmenso que nos da, las angustias que pasamos, a cuenta de querer plantearnos que s podemos pero no lo hicimos. El asunto es que aquel da, en la cocina, con Patricia, yo no quera sentirme as. Quera ser parte integrante de algn pensamiento, sentir que soy igual, que pienso como, que soy parte de. Entonces no hubo discusin, a pesar de que la mitad de los que estaban ah no entendan nada, y a pesar de que yo mismo creo que entend poco el asunto este de la expresin del alma, ah de todas formas estaba yo, integrando un conjunto con Patricia, y tal vez con tantos ms: los defensores de las ventanas. De todos estos recuerdos y situaciones, jocosas la mayora, estuvimos conversando con Juan. Fue muy agradable su visita. Calma. Inteligente. Sin rendicin de cuentas. Sin pedidos de disculpas. Sin arrepentimientos. Los dos sabamos que habamos pasado por mucho en la vida. Que muchas veces estuvimos bien parados, armnicos, y muchas veces nos equivocamos serio, buscando equilibrios que incluso no fueron muy posibles. Hoy nuestra conversacin tom el rumbo del descanso, del entendimiento, fue realmente muy agradable, como es l. Una preciosa culminacin de mi tarde. Se despide Juan, y con l se despide Elbio. A seguir con sus vidas. Magnfica la intensidad del abrazo. El abrazo del atardecer.

Vuelvo a sentirme muy triste. Tan triste. Me atrapa la angustia, no lo puedo evitar ms. Ya no ms trucos. Ya no ms inventos. No puedo pensar en ms nada, slo puedo saber, y aterrarme. Saber que en estos momentos, en mi caso, lo que ms siento, es esta angustia, estas ganas de llorar, de llorar, mucho, llorar, horror... qu tristeza... Ahora s, ya me encuentro con el atardecer en todo su esplendor. Miro a travs de las ventanas, veo a Juan atravesando el parque, se est yendo, querido amigo. La cabeza inclinada hacia abajo, la mirada en sus propios pasos, las manos en los bolsillos, tal vez t tambin, mi amigo, ests escondiendo esa lgrima... Trato de absorber todo ese exterior, me encuentro con la maravilla de la vida. Justo son esos colores que todo lo vuelven ms calmo, ms apacible. Son unas horas del da maravillosas, siempre me gustaron y siempre las disfrut. Los paisajes del atardecer y sus colores. Hay un cambio, una transicin, son unas horas muy caractersticas, particulares. Tambin pueden ser tristes. Tambin pueden ser crueles, porque recordemos que en un cuerpo vulnerable, se decae justamente en esas horas. Igual que el da, comienza a languidecer para abrazar lo nuevo: la llegada de la noche. Son horas de gran firmeza, tambin lo puedo ver de esta forma; se identifican, anuncian que se est en transicin, que algo acaba y algo comienza. Yo me siento exactamente as. Ahora lo puedo ver claramente. Soy una transicin. Estoy acabando algo, y comienza algo nuevo, oscuro, que asusta. No me queda mucho ms. Me estoy acabando en forma literal, con mis paisajes, y con mis ganas. Muy pronto no voy a ver ms, aparecer la noche. Ya no puedo mantenerme levantado. Necesito la cama. Necesito estar horizontal. Necesito el refugio de mi dormitorio. Estoy cansado. Demasiadas emociones. La vida digna hasta el final, tambin produce fatiga. No necesito volver a mis pijamas. Slo necesito reposar sobre la cama, as vestido, as preparado. Esto no es sueo, no es ganas de dormir. Es algo diferente. Un cansancio diferente. No puedo ms. Devastadora fatiga.

XVII. . Me invade un momento de desesperacin... de pnico? Sin embargo estoy con todos aqu. Todos, de alguna manera u otra, estn conmigo: Elbio, Juan, Cora, Clara, Ivette. Fsicamente slo Cora ha quedado a mi lado, en el dormitorio. Pero todos estn conmigo. Todos han venido. Me han despedido. Algunos dejando un pedazo de su alma, otros con el recuerdo, con la aoranza. Hoy me toc a m despedirme, mis queridos amigos, presentes y ausentes. La desesperacin es como un dolor del alma. Grito de miedo, grito de desolacin, grito de impotencia. Y es esto lo que se me aparece, ya forma parte de mi nueva realidad. Mi grito. Esta inquietud que atrapa y que invade; esta vbora que se retuerce en mi interior, intenta ahogarme, la desesperacin. No pude aguantar ms. He tenido que retirarme de los rincones ms vivos de mi hogar. Slo queda la cama. Me he vuelto frgil, ya comienza, poco a poco, a invadir la noche, adentro y afuera. Se siente. Lo siento. Es as, como el atardecer, no tengo ms que acompaar la evolucin natural de la vida, de los momentos de la vida; a m me lleg este atardecer, donde algo termina y algo comienza; debo dejarlo transcurrir, no es ms que eso. No tengas tanto miedo. Es as. Esto lo repito y lo vuelvo a repetir, pero no sirve el conjuro. Perd la magia hace ya demasiado tiempo, desde que me he vuelto un cnico. Ese da de mi historia, los duendes resolvieron retirarse, los prncipes y las hadas resolvieron darme la espalda. Los grandes magos protectores, eligieron a otras personas, pues yo ya no los mereca. Demasiado racional, demasiado problemtico, demasiada irona. A los magos no les gusta los neurticos superados. Adems hay otro rival, porque el miedo supera la magia. El miedo es un rival muy desigual; no tiene gracia enfrentrsele; uno ya sabe que tiene todas las de perder. Se impone aquella imagen que vi en el espejo, parece que hace ya tanto tiempo... s, el espejo de cuerpo entero, se mismo que intent esquivar por meses, y que sin embargo logr enfrentar. La imagen de este hombre tan delgado, tan gastado, tan acabado. Juego un rato con la idea de que esa imagen era de alguien ms, no s, alguien que no conozco, alguien que se interpuso entre m y el espejo, alguien que tap mi verdadera figura, que invadi el espejo, que lo acapar. Pero como tranquilizante no sirve. No puedo evitar saber que era yo mismo. Me vuelvo a un lado y al otro, intento respirar, parar, tranquilizarme; intento vencer la desesperacin. Es demasiado difcil. Evoco todo lo que entend, todo lo que le, todo lo que comprend; evoco mis conocimientos, evoco mi lgica, mi estructura, la razn. Me ahogo evocando. ste justamente era el lmite. Haba un lmite para lo racional. Era cierto. Contino dando vueltas y vueltas, ya hasta siento el sudor en mi cuerpo, huelo mi transpiracin, se humedece la almohada. Mi cabello revuelto, desarmado. Pateo rabioso hacia ningn lado, slo para molestar, para enredar las sbanas. Basta. No puedo terminar as. Tengo que encontrarme otra vez. Tengo que acomodarme en mi cuerpo. Acomodarme. Recordarme. Yo mismo. Lo estoy logrando, de a poco, hasta que por fin puedo aflojar otra vez: logro el encuentro, logro la calma; me coloco sobre mi costado izquierdo, respiro profundamente, siento la distensin; cierro por momentos los ojos, contino respirando, encontrando el equilibrio... y all est... la visin, el amuleto, mi salvacin. Encuentro la imagen de un lecho de descanso, abrigado, cmodo, donde dispongo mis pensamientos a reposar. Un lecho de nubes, flotando en la inmensidad de un cielo tan azul, tan azul, que de slo mirarlo, el descanso llega tambin a los ojos. Invento imgenes de reposo y

abrigo. Invento. Porque hasta aqu lleg la razn. sta era til para la vida, pero no para cuando se acaba. Corre una lgrima gruesa por mi mejilla. No intento ocultarla. Ya no. Estoy necesitando morir. La vida, cuando tiene un minuto o una hora final, es difcil de soportar. Todos los sentidos cambian. Y muy rpido. El pnico. La desesperacin. La impotencia. Hasta que viene la imagen del lecho, cmodo y abrigado, y uno ya sabe que se est terminando, es el final, se tiene que dejar ir. Desde siempre supe que la vida tena una fecha final. Es una fecha incierta, existe, aunque no la conocemos, no sabemos cundo ser. Es tan lejana como queramos, hasta el punto de hacerla casi desaparecer. Podemos hasta jugar con esta idea, porque la fecha no se sabe, porque todo se vuelve una suposicin, entonces no importa, podemos actuar, hacer de cuenta que no existe, es tan impredecible, que es hasta correcto ignorarla. La situacin que vivo ahora, es cuando hay un final cierto esperado, les aseguro que se vuelve muy difcil. Aquello de que yo ya lo saba, desaparece como por arte de magia. No hay conocimiento posible. Saba qu cosa? Es imposible de saber. Lo que muchos hemos hecho es imaginarnos estos momentos, y tratar de racionalizarlos tambin. Elaborar teoras, pensar y pretender decidir cmo lo haremos, cmo lo viviremos, cmo lo moriremos. Elaborar nuestro final para continuar viviendo con mayor tranquilidad. Como dejando el tema resuelto. Ya est. Ya lo pens bien. Ya s cmo va a ser. Ya s cmo ser para m. Entonces puedo seguir ocupndome de los asuntos de la vida, que son los que importan. Y s, por supuesto que son los que importan. Los asuntos de los vivos. Son los que han despertado mi inters. No quise antes plantearme que la muerte tambin es uno de los asuntos de los vivos. El ms inaccesible. No quise plantermelo porque hubiera tenido que admitir que sobre esto, nada hay para pensar, nada hay para decidir, nada hay para determinar. Ser como ser. Aparecer cuando sea. Se vivir quin sabe cmo. La mayor de las incertidumbres. El mayor de los desvalimientos. Ahora recin puedo saber y sentir, que hay ms miedo y tristeza que conocimiento. Se acab la fantasa de la vida eterna, el sueo de que falta mucho, la percepcin de que no es tiempo an para que ocurra. Todo esto, que muchos de nosotros lo transformamos en nuestra pequea gran fantasa, se vuelve dbil, quebradizo. Saber que todo simplemente acaba, me hace sentir dbil y quebradizo. Pero es as. Queda el repaso de la vida, los recuerdos, los momentos, los deseos incumplidos, la crtica, casi todo es sentimiento. Tambin las despedidas. Quin sabe, tal vez todos los recuerdos que les he narrado, hayan estado influidos por este particular estado del nimo. Tal vez fui an ms cnico de lo que sola ser. No importa. Porque esto tambin es una certeza para m: la misma historia, el mismo recuerdo, puede verse, leerse, evocarse, de formas diferentes, de acuerdo a cada momento que estemos viviendo. No hay un hecho nico, un solo y verdadero recuerdo. Muchos sabamos que un mismo hecho es vivido de diferente manera por cada persona. Ahora tambin s, que un mismo hecho, puede ser recordado de diferente manera por uno mismo, dependiendo de cundo lo recuerdo, dependiendo del momento, de la situacin, del nimo, de la etapa de vida. Tan relativo es todo. Adems les dir que estos recuerdos que les he trasmitido tuvieron un sentido muy grato, y fue el de despedirme de a poco. Con cada momento recordado y relatado, me he podido despedir, suavemente, sin prisas, de cada uno y de mi vida. No hubo una pattica despedida final, sino una sucesin de adioses, de abrazos, de separaciones, de a poco. Muchas veces he dicho que mi vida es digna, y por lo tanto quiero tambin una muerte digna. Ahora, en estos precisos momentos, es que me doy cuenta que no existe una

muerte digna. Se me aclar el tema. Por fin me despabil de aquello que me molestaba; yo de alguna manera me haba dado cuenta, cuando repet esta frase que implica muerte digna, me haba dado cuenta que esta frase es cmoda, es linda, es justificatoria, pero no es cierta para m. Muerte es muerte. Es nada. Es vaco. Es negrura. No puede ser digna. Es abismo. Es indefensin. Es incertidumbre. Es horrible. Uno puede rabiar, entristecerse, conformarse, o maldecir, o simplemente vivirla como lo que es. Pero no es digna. Lo nico digno posible es la vida. Por eso pretend y pretendo vivirla hasta la ltima gota, hasta el ltimo suspiro, hasta el ltimo color, hasta mi ltima lgrima; esto s lo considero digno, vida digna, hasta el final. Me quedar sin saber cmo sigue; creo que es lo que ms lamento, lo que ms me asusta, lo que ms me entristece. Qu seguir pasando con Juan; cmo consigue seguir viviendo Clara en este mundo; si Ivette finalmente va a envejecer o seguir tan linda como siempre; cmo contina el cuento con los muchachos, los hijos del grupo, y sobre todo, cmo seguir viviendo Cora, qu le pasar, qu elegir, cmo ser para ella seguir creciendo. Ahora la veo agobiada, encorvada, con el peso de tantas vidas sobre sus hombros. A mi Cora. Es que su permanente lucha por la vida, ese divino camino de luz, ese amor, ese abrazo, ese rescate que trata de lograr, el intento de rescatarme, de salvarme, ella ahora sabe que est perdiendo. Intento decirle que no se preocupe. Que igual gan. Que no fue en vano. Gan porque siempre, desde que estuvo a mi lado, me ha tendido su mano, me ha arrastrado al mundo de la vida y de la luz. Lo cierto es que ya no tengo fuerzas para hablar. Ojal esto, ya se lo haya dicho alguna vez. Ojal yo haya tenido esa generosidad. Un manto de tristeza profunda cubre su rostro, la estoy haciendo doler, mucho. Ella sabe que hoy es responsable de todos los dichos, los gestos, los movimientos. Hoy carga con la aplastante incertidumbre, hoy ve cmo recorre esta lgrima mi mejilla, me ve sonrer, me ve el dolor, el miedo, y la lgrima. No hay ms cuentos posibles, Cora, nuestra historia termina aqu. Ella me devuelve calidez, abrigo, y tambin me acompaa en el dolor y el miedo. Ella tambin lo siente; pena hacia m? no, no hay pena. Es la implacable desesperacin por tener que hacerse cargo de cada mueca, sabiendo que ahora todo, hasta lo ms mnimo, hasta un cambio en la respiracin, todo, tiene significado para m. La implacable desesperacin de saber lo que pasar muy pronto. De saber el final. ...

- No te mueras, mi amor; no puedo dejar que te mueras. Slo un rato ms, qudate un ratito ms. Que todava tengo tiempo, tengo ms das para quedarme contigo, en tu casa. Que me falta contarte muchas cosas. No te vayas, por favor, un da ms no te vayas...

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