Angel Rama
Angel Rama
Angel Rama
Tanto las ms elevadas, como las ms bajas formas de la crtica, vienen a ser una especie de autobiografa. Oscar Wilde, Prefacio a El retrato de Dorian Gray
Aisladas de los ensayos crticos desde las cuales fueron articuladas, expresiones tales como ciudad letrada y transculturacin, con el correr de los aos, fueron ganando relativa autonoma para terminar constituyendo categoras de trnsito fcil en el marco discursivo de la crtica literaria contempornea a fin de designar mltiples y complejas estrategias culturales. En ocasiones, funcionan como la llave mgica capaz de activar el desarrollo interdisciplinario de los estudios literarios felizmente abiertos hacia los campos antropolgico, histrico y sociolgico. Se han ofrecido, adems, como una herramienta flexible, por momentos imprecisa, para la proliferante industria discursiva generada en torno del latinoamericanismo practicado en la academia norteamericana. En su reverso, es interesante observar en los estudios dedicados a la obra de ngel Rama, el escaso inters puesto en otros desarrollos conceptuales del crtico uruguayo como, por ejemplo, el nietzscheano juego de mscaras en tanto construccin encubridora de los deseos desatados por la modernidad y la instancia decisiva de conformacin de las nuevas subjetividades. Esta forma de operar sobre el andamiaje simblico de la ensaystica de Rama ha dejado en el olvido su condicin primera de acontecimiento discursivo y ha restado fuerza a su funcin interpretante. Manipuladas como conceptos autnomos, despojadas del juego de remisiones internas dentro del marco de la obra del autor, las metforas productoras de conocimiento terminan convertidas en fetiches intercambiables en el comercio acadmico que aplana textos y uniforma situaciones. Pensemos en una idea como la de ciudad letrada y la infinidad de trabajos crticos que ella ha generado propiciando relaciones con conceptos como los de modernidad perifrica, desigualdad, hegemona y subalternidad, y protagonizando decididamente la discusin en congresos, volmenes colectivos, seminarios y programas de estudios, a veces sin tener en cuenta la ajustada trama analtica y textual desde la que el concepto emerge.1 Hasta qu punto la expresin ciudad letrada no ha cristalizado en una definicin que termina por ocultar las tensiones que la habitan? En principio, y a modo de respuesta, interesa sealar que muchos de los estudios dedicados a la obra crtica de ngel
Es preciso sealar que mis reflexiones sobre la nocin de ciudad letrada son deudoras de los indispensables trabajos crticos que, sobre el mismo tema, han publicado Mabel Moraa, Rolena Adorno, Julio Ramos y Santiago CastroGmez.
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Rama han olvidado sealar la compleja contraparte de la ciudad letrada, esto es, la dinmica de encubrimientos que despliegan escritores e intelectuales en la emergente sociedad burguesa. A consecuencia de esta omisin, la figura del letrado, analizada fuera de las contradicciones que desata el proceso histrico de la modernidad, pierde sus mltiples matices. Despojada de las sutilezas de la letra y del movimiento especulativo del ensayo, la figura es leda excesivamente funcional al poder y fuera del baile de mscaras desde el cual emerge, es decir, al margen de las mltiples estrategias de resistencia y de huida de los centros de dominacin puesto que, como dice Foucault, donde hay poder hay resistencia. La lectura del Diario2 de ngel Rama no hace ms que confirmar nuestras sospechas. Las anotaciones que llevaba en los aos en que maduraba las ideas contenidas en sus ensayos pstumos aaden nuevos sentidos, iluminando sobre las estrategias de su produccin al mismo tiempo que trabajan sobre una figura compleja y fascinante, la del crtico como productor. Ms aun, las formas de auto-figuracin del diario nos ayudan a perfilar en la re-lectura de los ensayos la sombra del sujeto en el tapiz de su escritura. Es importante dejar constancia que no recurrimos al Diario para extraer los datos de la vida del autor ni para explicar la gnesis de sus conceptos y esquemas crticos a la manera de una radiografa del intelectual latinoamericano, ni para dar con un yo ntimo detrs de la mscara del crtico. A contrapelo de esta idea, creemos que el sujeto que habla en el diario desde 1974 a 1983 est bien lejos del afn sociolgico de relatar la historia de los intelectuales en la dcada de los setenta y de la crnica de sus luchas, sus compromisos y sus traiciones. Tampoco el diario pretende ser el recuento de los debates y las disidencias, ni de las derrotas y las amarguras de los escritores latinoamericanos en busca de un espacio donde poder desarrollar su actividad. El diario de ngel Rama, entonces, no forma parte del repertorio de testimonios que documenta sobre las persecuciones y el exilio forzoso de miles de latinoamericanos durante las dictaduras del Cono Sur ni es expresin de la moral del compromiso del intelectual latinoamericano de izquierda. Esto queda manifiesto en la distancia crtica que el que escribe establece frente a la militancia pro nicaragense de Julio Cortzar y al accionar pro cubano de Gabriel Garca Mrquez. Antes de atender a los contenidos y a los datos que pueda brindar en relacin a una poca de la historia del campo intelectual latinoamericano, nos interesa preguntar por el lugar que ocupan los diarios en relacin a la obra crtica de ngel Rama y ms aun por las relaciones textuales que puedan existir entre La ciudad letrada, Las mscaras democrticas de modernismo y el Diario, por nombrar slo sus tres libros pstumos. De esta aproximacin surge nuestra primera sospecha: en su Diario el crtico reescribe La ciudad letrada y Las mscaras democrticas del modernismo en clave subjetiva. Un subjetivismo que, como dice el mismo Rama slo es verdaderamente interesante cuando lo es la subjetividad puesta en juego (35). La nota diferencial y distintiva del Diario reside menos en el relato de una vida que en el modo en que la vida es puesta en juego cuando alguien decide escribir. La cuestin sera entonces poder desentraar la puesta en escena de una vida que se juega en la realizacin de una obra, ms all o ms ac del costado pblico que por momentos el diario deja asomar, es decir, al margen de las coordenadas intelectuales o las comunitarias (trabajo, movimientos polticos) (33) en las que el crtico se desenvolva. Atendiendo a las huellas de su teatralidad, es decir, al juego de las mscaras, el diario de Rama refiere al campo intelectual latinoamericano en el perodo que va de los setenta a los ochenta a travs de las estrategias de figuracin de personajes tanto centrales como marginales, adscriptos al poder como contestatarios incluido el mismo autor a fin de ahondar en la mecnica de la representacin en la ciudad letrada. En este sentido, el diario se alza como el costado subjetivo del crtico que revela sus proximidades y sus distancias tanto como sus afinidades y sus contradicciones con la construccin utpica del intelectual latinoamericano tan central desde los sesenta. Precisamente el diario hara pblico el costado burgus, desechable, frvolo de su personalidad, que entra en contradiccin con la ejemplaridad que exiga la moral de la izquierda proscriptora o elusiva del espacio de lo individual. De este modo, asistimos al desarrollo de una trama personal que rechaza abiertamente el narcisismo desbordante y desbordado presente en una figura como la de Neruda. Desde un principio queda claro que la afectacin o enfermedad del narcisismo no forma parte de los peligros que Rama deber sortear
ngel Rama, Diario 19741983, prlogo, edicin y notas de Rosario Peyrou, Caracas, Ediciones Trilce/Fondo Editorial La nave va, 2001. Todas las citas corresponden a esta edicin.
para la escritura de su diario. El costado ntimo, personal de sus anotaciones enfrenta otro peligro, diferente al de la vanidad egotista que advierte en los diarios de Blanco Fombona y de Gide. Su escritura es, en cierta medida, teraputica cuando declara que se inicia como una lucha contra el soliloquio: ese enrarecimiento del vivir al ser desgonzado de sus naturales quicios dice en el primer prrafo. Desde su comienzo, entonces, el decir solitario de Rama, su subjetividad, bordea el habla desencajada, desarticulada, desquiciada del que habla solo. Es lucha contra la tentacin del delirio de persecuciones sustanciado en una misma escena que se repite una y otra vez. Escribe un diario para ponerse a salvo de esos agotadores monodilogos que l mismo describe como fantasmticas conversaciones con personas concretas sobre temas concretos que se rehacen una y diez veces como el original de un ensayo para ir perfeccionndolas (88). Escribe para escapar de una abusiva tendencia a montar dilogos imaginarios en los que inventa preguntas, acusaciones, tergiversaciones hacia su persona que terminan llevndolo al insomnio y a un trabajo mental extenuante. Grave sera dice en uno de esos das de lgido enfrentamiento con los letrados caraqueos que perdiera mi lucidez y deviniera uno de esos personajes quiroguianos que se sienten perseguidos y actan en una soledad enrarecida que concluye entregndolos a las neurosis que la imaginacin fragua (89). Sabe que la forma de evitar la deformacin subjetivista del soliloquio es abrirse al dilogo real con los otros, pero, a falta de otros con quienes dialogar en Caracas en 1977, echa mano a las anotaciones en sus cuadernos. Creo dice que me place escribir en esta libreta por la simple razn de que no tengo con quin hablar (87) anota el 7 de noviembre del mismo ao. El diario es escritura compensatoria, remeda el dilogo y evita el soliloquio, lo aleja de la peligrosa costumbre de hablar con sus fantasmas. Diferente de las memorias egotistas de Neruda y de Blanco Fombona, el diario de Rama encuentra una afinidad ms ntima con los diarios de uno de los escritores que tal vez haya impactado ms hondamente en su trabajo crtico. Nos referimos a los diarios de Jos Mara Arguedas que, instalado en el peligroso lmite entre la razn y la locura, tambin escribi su diario de puro enfermo, con la audacia que sobreviene cuando se ha pactado con la propia muerte. ngel Rama explora su subjetividad desde un mximo de cercana a la subjetividad desplegada por Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo. Dice Rama: Todo duele, hasta los dientes con ese dolor de acabamiento. Y a quin pedir ayuda? Qu regazo tibio y dulce? Entonces, ninguna operacin ms siniestra que el abrirse del botiqun del bao luego de la rpida y desencajada imagen que ofrece el espejo, y el frasquito de valium o librium o el somnfero, esas menudas pastillitas para suplir amor, ternura, ayuda, ingeridas con vergenza, rpidamente (48) El dramatismo del lmite va en aumento cuando a partir del ao 1977 el hilo de su voz fluye acompasada, da a da y minuto a minuto, por el memento mori perpetuo y rtmico del tic tac de la vlvula artificial que lleva incrustada dentro del pecho. Decamos que el diario pone en escena una vida que se juega en el orden estricto de la letra como la sucesin de los das con sus noches. El que habla solo no cuenta su vida porque sta ya no le pertenece plenamente, slo la juega como una presencia enrarecida. Ahora bien, en el caso del crtico, cmo se produce el cruce entre vida y escritura? Cmo es el devenir escritor del crtico? Llevando al lmite su relacin amorosa con las obras sobre la cuales escribe? Los bigrafos de ngel Rama ofrecen un dato provocador para nuestra lectura. Dicen que el proyecto latinoamericanista que inicia como director de las pginas literarias de Accin y de Marcha a partir de 1957 coincide con su fracaso como autor teatral. Ser, entonces, que el autor y actor de teatro sobrevivi detrs del crtico de literatura? Tal vez ese dramaturgo frustrado de la juventud accione los fabulosos panoramas que sus ensayos alzan como amplios y complejos montajes de pocas y situaciones. Tambin en el plus de histrionismo crtico con que es puesta en escena la comunidad intelectual latinoamericana de los setenta parece trabajar el joven actor ngel Rama. Este plus de escritura tambin puede explicar un pensamiento emergente del montaje barroco apreciable en las construcciones que despliega su imaginacin crtica. Todo lo que es profundo ama el disfraz, deca Nietzsche citado por Rama en Las mscaras democrticas del modernismo. Como una continuacin ahora dramtica del bal masqu con el que pens el siglo XIX, en el articulacin de la ciudad letrada de los setenta confluyen los personajes que componen la escena contempornea. Es en este sentido que el diario puede ser ledo como un ltimo e
inconcluso captulo de La ciudad letrada. Sus pginas materializan el giro subjetivo que su mismo autor anuncia en el captulo V del ensayo cuando da inicio al abordaje del tiempo presente y nos advierte que de la historia social pasa a la historia familiar, para recaer por ltimo en una cuasi biografa (106). Entre los intelectuales de su tiempo, algunos pintorescos, otros patticos, Rama distingue al menos cuatro grupos. Es notable cmo al referirse a ellos acenta su condicin de enmascarados o fingidores. Una de las mascaradas ms ominosas es la de los que visten el ropaje de funcionarios de la cultura de izquierda, los diplomticos de saln, que tienen su representante mximo en la figura que compone Roberto Fernndez Retamar. En su imagen desencajada, como todo disfraz grotesco de pintarrajeada mscara, lee con horror la ocultacin del proceso de militarizacin de la cultura cubana en el trgico quinquenio gris. Ms all o ms ac de la Revolucin, los avatares del caso cubano dicen de la continuidad en el funcionamiento tradicional de ciudad letrada latinoamericana y su capacidad de adaptacin a los designios del poder. Aunque en un principio se reconocen como herederos del sector disidente que hacia fines del siglo XIX segn dice en La ciudad letrada comenz a configurar un pensamiento crtico, el arco opositor e independiente formado por los intelectuales de los sesenta muestra sus lmites al quedar reducido a simples mentores y acompaantes de los gobernantes. La maquinaria de cooptacin de la ciudad letrada sigui alimentando al poder mediante nuevas incorporaciones a lo largo de la historia. Ya se trate de los jvenes rebeldes del reformismo universitario cordobs del 18 como de los intelectuales que levantaron las banderas revolucionarias de Cuba en el 59, la ciudad letrada siempre parece salir fortalecida de las sucesivas ampliaciones. Otros, menos radicales y de mayor astucia en sus estrategias de permanencia, como Fernando Ortiz y Julio Le Riverend, conservaron sus posiciones ms all de los cambios revolucionarios. Otra de las mscaras gesticulantes del campo cultural es la de los causeurs, de los conversadores, pseudo-intelectuales, que dictan clases y conferencias a la manera de las charlas mundanas propias de la aristocracia ilustrada, dilettantes del arte, esteticistas delicados y seoras adineradas y sensibles. En el Ro de la Plata el grupo estuvo representado por los desenfadados miembros de Sur acaudillados por Victoria Ocampo o los de La Licorne, revista montevideana fundada por Susana Soca en la que Rama funcion como secretario de redaccin: Adoro ese universo como un oscuro joven arribista, dice recordando sus primeros pasos como los de un personaje de novela balzaciana. Tambin hay momentos en los que l mismo puede funcionar como ellos y a los que debe estar atento para reprimirse, como en el curso que dict en Zulia en 1974: La ltima clase, en el saln con un centenar de sillas, tiene unos quince oyentes fieles, los que atravesaron el ciclo y llegaron salvos al final. Dan ganas de abrazarlos. [] trato de cumplir con el programa, ya sin mucho entusiasmo: ni el tema ni el raleado pblico ayudan. Trato de infundir calor a mis palabras; me veo a m mismo como un gesticulador y me detengo. (59) En otro grupo, absolutamente detestable, se encuentran los burcratas de la cultura, en especial, los administradores caraqueos con los que tiene que lidiar a propsito del proyecto de la Biblioteca Ayacucho. La ineptitud sumada a las envidias y el oportunismo, la ignorancia y la corrupcin aportaron mucho para que la estancia venezolana quede inscripta como una penosa circunstancia de la que tuvo que huir. El exclusivo intercambio social y la falta de intercambio intelectual son tambin fuerzas propulsoras de la escritura del Diario, en algn punto, concebido como memorial de agravios. Finalmente, el grupo ms ampliamente descrito por excesiva proximidad tal vez y porque a partir de ellos Rama construye su propia figura, es el de los profesores universitarios, aislados, encerrados en el ghetto del campus, un territorio ambiguo porque al mismo tiempo que seduce, impulsa a la huida. A los profesores estn dirigidas sus mejores reflexiones crticas: Por qu parecen de algodn los universitarios? Por qu el horizonte en que se mueven parece tan limitado? Por qu resultan tan enajenados respecto a las autnticas lneas de fuerza que recorren el medio en que viven? (52) Lleva como un halo esa mezquindad o equidad profesoril [] Por qu se dedican a la literatura y al arte, si nada tienen que ver orgnicamente con ellos? [] No sent eso en Campinas: quizs porque el equipo es joven, porque tiene la gracia brasilea, porque cuando se
renen lo primero que hacen es arrollar la alfombra para bailar, porque ponen pasin y juegan su vida en lo que dicen. El hecho de que me reconocieran como uno de su raza corresponde a este reconocimiento que yo hice de ellos. Las Eumnides Ligia Fagundes Telles e Hilda vinieron a decirme despus de mi intervencin en el panel: Voc diferente! Voc no profesor! [] (127128) En su reproche hacia los universitarios, Rama da a ver como teln de fondo la figura heroica, casi mtica, de los intelectuales latinoamericanos que si ejercen como profesores es porque primero son escritores y que, adems, asumen compromisos sociales y polticos porque viven inmersos en el flujo social de sus respectivos pases. En tanto gua, estudioso, profeta y, en ocasiones, hombre de accin (136), el intelectual latinoamericano, desde la perspectiva que establece el Diario y en consonancia con lo que se lee en sus ensayos, se confunde con la figura redentora y romntica y al mismo tiempo marginada y desconocida de Simn Rodrguez que funciona como un padre fundador. La figura del intelectual latinoamericano se alza como una utopa que Rama imagina siempre desgajado y en huida de la ciudad letrada y de la rbita del poder. El poder coopta o expulsa, no hay alternativas. Entonces, habra una serie de outsiders que, instalados en la irresoluble contradiccin entre ideales e intereses, vienen a conformar una galera de expulsados, en dispora perpetua e inaugurando para los intelectuales una suerte de extraterritorialidad o fuera de lugar para decirlo en los trminos en que se auto-figur el palestino Edward Said. En el desencanto que comienza a sobrevolar sobre la escena intelectual de los ochenta, la utopa se refugia en un diario ntimo, espacio discursivo alternativo y sustituto de la prdida de los lugares y las certidumbres del pasado. Rama mismo, entonces, se posiciona como un intelectual descentrado, en debate con las instituciones en las cuales interactuaba y paradjicamente, en la que ocupaba un lugar central. Adentro y afuera al mismo tiempo, el que escribe el diario es un personaje instalado en la complicada frontera de la ciudad letrada y en perpetua tensin con ella a causa de la imperiosa necesidad de dinero para poder vivir. El tema no es nuevo: el mismo Rama lo haba estudiado largamente a propsito de Rubn Daro. La inteligencia excepcional del poeta nicaragense, su talento original apreciado valor burgus jams le permiti gozar de una estabilidad econmica. Del descalabro de sus libros de contabilidad se quejaba en su famosa epstola: No conozco el valor del oro... Saben esos que tal dicen lo amargo del jugo de mis sesos, del sudor de mi alma, de mi sangre y mi tinta, del pensamiento en obra y de la idea encinta? He nacido yo acaso hijo de millonario? Hacia el final de su diario, Rama nos informa que en el cuadernito de sus anotaciones ntimas comenz a intercalar anotaciones sobre pagos y correspondencia. El gesto pone en escena la intrincada relacin de la escritura y el dinero. La inseguridad del poeta modernista en el marco de las relaciones del capitalismo es la misma que sigue atenaceando el cuerpo dolido del intelectual latinoamericano hacia fines del siglo XX. En el Diario, ngel Rama dice tener un agujero en el diafragma y, ms all del saber de la medicina, procede a enumerar las causas: 1. En la universidad, silencio absoluto sobre su recontratacin; 2. en el posgrado, para quienes es lo mismo uno que otro, buscan nuevas caras; 3. el proyecto de la Biblioteca Ayacucho invernando en las redes de la burocracia administrativa; 4. la negativa del gobierno uruguayo de extenderle un nuevo pasaporte; 5. su hermano de Montevideo que amenaza con rematarle la casa para comprarla luego a precio vil; 6. su esposa Marta sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo; 7. sin visa, sin pasaporte, sin empleo a fin de ao; 8. atraso en el trabajo: varios prlogos, un ciclo de conferencias, dos traducciones en menos de un mes. 9. la edad y la aceptacin de la inminencia del fin. (5051). El 30 de octubre de 1974 apunta: Conflictos de dinero, problemas de dinero, necesidades grandes y chicas de dinero, persecucin de la paga, obtencin de algn extra, trabajo por dinero, obsesin con el dinero (59) Las notas biogrficas del diario permiten avistar la frontera compleja y oscura desde donde el ensayista escribe y gestiona su subjetividad. Es el destino perpetuo del escritor sudamericano que puede leerse inscripto en los billetes, ya sea en las guilas americanas que volaban muy rpidamente de los bolsillos de Rubn Daro o en la imagen obsesiva del libertador que parece burlarse desde los
bolvares que a Rama nunca le alcanzan. La trama est magistralmente descripta en La cancin del oro de la clase emergente, uno de los captulos de Las mscaras democrticas. Se trata otra vez de la historia del rey burgus provocando zozobras en los esforzados de la pluma. Como reverso de la angustia que causa la inseguridad, el diario pulsa los momentos de liberacin cuando la escritura logra vencer al soliloquio perturbador, expulsando los fantasmas de la inseguridad que vienen de muy lejos, de la infancia, tal vez. En la plenitud de la noche, con el fondo musical de los coques, emerge radiante la escena de la escritura. La noche es clida, se deja penetrar, acompaa. Estoy solo, escribiendo. Una felicidad pugna dentro del pecho, en este acto, y es parienta o espritu afn de esta soledad en que pacientemente escribo. (44) La tensin desde la que escribe el diario se traduce en mtodo analtico cuando los trabajos del crtico se instalan entre la doble tentacin de la semitica potica que indaga sobre las constelaciones simblicas de la escritura y la teora marxista que analiza la situacin del artista inmerso en lo social. De ah que el aparato crtico de Rama se resista al reduccionismo con el que suele operar el paper acadmico. Tal vez porque su trabajo est fuertemente anclado en la tradicin potica del ensayo de interpretacin. De ah, tambin, su anacronismo resistente a los intentos de cooptacin del aparato crtico que administra la burocracia acadmica. En 1964, su colega y amigo Carlos Real de Aza impactado por la lectura de El ensayo como forma de Adorno haca notar que ya para esa poca de casi nadie se deca que era un ensayista y s que era un historiador, un crtico, un socilogo, un periodista. La cuestin era una evidencia palmaria del traspaso de una calificacin por un tipo de hacer hacia una calificacin por una zona del conocimiento especfico. Era el anuncio, decimos nosotros, de la muerte del ensayo. Sin embargo, ms de una dcada despus, ngel Rama insista en escribir ensayos. El 26 de octubre de 1977 anota: Me encierro a concluir el prlogo de Daro, escrito y abandonado hace meses. Es, exactamente, un ensayo. Y pienso si ese gnero tiene an cabida tratndose de Daro, devorado por la erudicin y las tesis doctorales (77). La insistencia en la escritura del ensayo, su resistencia al encasillamiento en una zona del conocimiento, su apuesta a la interdisciplina, su latinoamericanismo que se traduce en aos de trabajo y estudio a fin de operar un anlisis que vaya ms all de las fronteras que dibujan las literaturas nacionales, su actividad de editor y promotor cultural fuera de los muros por momentos asfixiantes de la universidad, su increble capacidad para sostener un proyecto intelectual en medio de la catica y cruel poltica latinoamericana hicieron de Rama un intelectual fuera de lugar, es decir, alguien que se atrevi a hablar ms all de los muros de la ciudad letrada.