Entre Ríos, Mi País de Alberto Gerchunoff

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ENTRE ROS, MI PAS

Modificado el: 21/05/2011

SOBRE los 75,759 kilmetros cuadrados que forman la superficie de la provincia de Entre Ros se han establecido, de medio siglo a nuestros das, centenares de miles de habitantes de origen diverso. Italianos que traen de sus aldeas nativas la nocin geomtrica del surco y trazan la amelga con la perfeccin de un dibujo, andaluces que esparcen la cancin mientras vigilan el arado, gallegos en quienes la recia lnea del rostro cltico parece identificarse con los perfiles del terrn que castigan con la azada, vascos de duro temple y blando corazn, alemanes que copian con su apacible mtodo y su cordura inalterable la vieja granja del Rin, eslavos de ojos perdidos en el horizonte que andan en el carro liso, judos agobiados de antigedad y en cuya siesta del sbado Jehov, como en el valle jordnico, bendice el florido trigal, se mezclan en aquellos 75.759 kilmetros cuadrados con la masa criolla bajo el cielo favorable, de un extremo a otro extremo, e integran ese conjunto de elementos tan heterogneos y que constituye social y moralmente la definida familia y la fisonoma uniforme del hombre entrerriano. Hay un hombre entrerriano. As como discernimos su influencia en las guerras de la creacin nacional, su gravitacin profunda en las etapas sucesivas en que se concreta, con esfuerzos dolorosos, la civilidad argentina, presente siempre el gaucho de Entre Ros en toda la lucha y en toda hazaa y el individuo urbano en cada polmica y en cada conflicto trascendente, en el perodo de desarrollo ulterior se refracta su imagen y se siente su vigor silencioso. Qu factores de clima y de suelo contribuyen a la definicin de su carcter? El medio fsico de Entre Ros posee, evidentemente, poder de individualizacin. Esa vasta Mesopotamia, en que la presencia del agua canta como en una fuente, no difiere mucho de la llanura pampeana. Anochece en su extensin como en el mar, y de tarde, cuando el paso del viandante se torna despacioso, penetrado por el sentimiento sereno de la hora, y se advierte en el aire liviano una suspensin como si la plenitud de la atmsfera se dispusiera a abrirse al toque del ngelus, que viene de la distante capilla, el paisaje os da una impresin enftica de olas. Lomas de suave declive y hondonadas que corta el arroyo escondido en el verdor del csped, levantan la casa labriega, rodeada de parasos y de sauces, que emerge de lejos como un navo varado en el follaje. El lugar, nos dicen los etngrafos, labra los rasgos del hombre. Y el paisaje de Entre Ros ha ido transformando poco a poco la conformacin expresiva de sus pobladores. Lo vemos en los descendientes de los extranjeros de ms acusada cristalizacin racial. El hijo del germano, del ruso o del hebreo tiene ya, en su modelacin fisonmica, algo del oriundo de Montiel. El cocimiento del sol, la sombra del paraso, amistosa y benigna, han curtido su piel, dilatado con la quietud campesina sus pupilas traslcidas, o tranquilizaron el hondo azoramiento de su mirada. Fruto de las primeras inmigraciones, ofrece ya, por la comn semejanza, los trazos visibles de un tipo del ambiente. A su vez, se encuentra con escasa frecuencia a la persona de riguroso lineamiento indgena. Las corrientes de sangre operan en el fundente tnico la amalgama esperada, que producir, tiempo andado, en la Argentina total, una entidad humana rica en diversidad psicolgica y fecunda en su aptitud por la coherencia ntima.

Mas, el influjo positivo en el elemento adventicio y en la evolucin del terrneo no se debe a la sugestin del medio fsico, sino a la tradicin de la ciudad entrerriana. Entre Ros, agro de intensa industrializacin rural, es una provincia de ciudades. El hombre de mi provincia se particulariza por su vinculacin con un centro irradiador. El de Entre Ros es individuo esencialmente sensible al dominio local. Concibe al pas a travs de la provincia y a sta a travs de la villa menuda o de la ciudad en que la escuela, la sociabilidad, las manifestaciones iniciales de la vida de relacin esbozaron su espritu y lo imantaron con el amor regional. Esa tradicin urbana, que se percibe en un fenmeno constante de descentralizacin, de parcelamiento, de preferencia agudamente metida en la manera de sentir, ha creado ese celo lugareo y esa tendencia a velar por el prestigio del rincn predilecto que da a Entre Ros la apariencia europea de un semillero de municipios. La accin poltica desplegada por Entre Ros reproduce, en la unidad permanente de su inclinacin histrica, esa multiplicidad individual. Ninguno de sus ncleos gregarios, con existencia completa, deja de grabarse en la expresin panormica de la provincia. Ceido a su localidad, el entrerriano aspira a representarla en su obra personal y en su proyeccin colectiva. Y lo curioso es que el orgullo de ese localismo, que nunca llega a ser disolvente ni cohbe la visin de lo general, se funda en motivos espirituales.

No poseen nuestras urbes provincianas ptina de vejez, recuerdos venerables, monumentos que exaltasen su curiosidad. Y las urbes de Entre Ros, pequeas, medianas o crecidas, son demasiado recientes y puntualizan, en su pujanza, hitos de progreso econmico. Pero el orgullo de que os hablo radica en lo que cada burgo quiso ser en el anhelo civilizador de la patria. Empezaron a formarse en la poca en que los organizadores del pas comprendieron la necesidad de la tarea educacional. Antes de arar el suelo comenzaron a arar el espritu. Urquiza, trajo, cuando el campo estaba todava erizado de lanzas gauchas, pedagogos expertos y tuvo la preocupacin del aula en momentos en que se habra explicado anteponer la solucin de otros problemas. El Colegio del Uruguay, la Escuela Normal de Paran, no tardaron en adquirir el ascendiente de dos institutos fundamentales, que desparramaban por el territorio a gente con afn de diseminar cultura y repetir en los puntos ms lejanos la obra bienhechora del libro y de la ctedra. Las ciudades entrerrianas interpretaban as el pensamiento dominante de don Domingo Faustino Sarmiento y transformaron a la escuela en el mejor patrimonio de la comunidad, la exaltaban con entusiasmo supersticioso, la elevaban en su cuidado a la categora de un culto familiar. La ciudad se volvi, por su parte, un abrigo de la faena escolar, que se entreteja con la poltica, con los sueos de adelanto, con las divagaciones especulativas de la tertulia. El dinamismo de las ideas del siglo XIX, que en Buenos Aires y en Crdoba mova a los crculos de la Universidad y revolva a las mentalidades salientes, tocaba en Entre Ros a una clase ms difundida, ms populosa, que viva en contacto con la labor educativa de las humildes casas de estudio. De este modo, mientras por un lado persista la ruda estampa del caudillo que entroncaba en don Justo Jos, en Ramrez, en Jordn, y se multiplicaba en jefes hereditarios de zonas y departamentos, como los Velzquez en Villaguay, por otro lado se diseminaba el hombre urbano, que iba borrando la huella de aqul y plasmaba en una filosofa esquemtica, consustanciado con un vago enciclopedismo, de juicio libre, dado a la progresin de la democracia y para quien el gobierno, la sociedad, la Repblica se mostraban, no al trasluz de la oligarqua o del nombre influyente, sino como repercusin directa del pueblo activo, del pueblo hacedor. El hombre urbano, con su prdica del alfabeto, con sus opsculos de ciencia accesible, sentimentalizado por los versos de Ossian y por las proclamas altoparlantes de Hugo, que encendi en Gualeguaych el lirismo cvico de Andrade, encarna en la provincia los fciles postulados del liberalismo, antidogmtico, popularista, impregnado de los conceptos de amplitud humana que lubrican su elocuencia, imantan su retrica y dan a su palabra el valor significativo de una actitud.

Me diris, estoy seguro de ello, que ese esquema de idealismo liberal, de efusin encerrada en sentencias trasegadas de los constitucionalistas de los Estados Unidos, ese humanitarismo a lo Horacio Mann, esa generosidad que proviene de los grandes proyectos de reforma jurdica que se entrelazan con las plataformas de los partidos europeos de la poca de Guizot y de Eugen Richter, disean a una especie de Monsieur Hommais, inocentemente agnstico, que vaca en aforismos y en ostentacin de sabidura reciente su inteligencia de hechos, su medida exigua de comprensin de las cosas complejas. Esto es cierto en el caso en que encontramos a Monsieur Hommais, individuo aislado y reconocible. Cuando una muchedumbre se educa en un nivel de ideas, las aplica a un fin de realizacin, las conforma con una perspectiva de la colectividad, sin miedo a los precedentes opuestos, sin la vacilacin que provoca la timidez de chocar con lo establecido, y deduce de los lugares comunes de Monsieur Hommais una norma para aspirar a lo venidero, a mejorar lo actual, es porque se ha forjado una conciencia, que es el sntoma del buen sentido societario. Con esas elementales concepciones, ahondadas sucesivamente por la densidad de la cultura, el grupo entrerriano cumpli en el pas una misin ostensible. En las controversias en que se hallaba interesada la nacionalidad y de las cuales deba surgir su estructura orgnica, ese espritu de novedad, de libertad, de romanticismo, un poco ventoso pero de una espontaneidad que brota de la raz misma del ser, cooper con energa impulsiva y frtil. La provincia, con tan decisiva medula regionalista, como suelen serlo las tierras que tocan un confn, tuvo, a pesar de la filiacin precisa en su origen y en sus costumbres, la visin del pas organizado, colabor con tenacidad, ya iniciadora, ya participante, en la faena constructiva de la Nacin. Hubo, sin duda, un liberalismo entrerriano que influy en la organizacin de la Repblica. Y ese liberalismo, que la escuela acentu, transformse en un compromiso para el gobernante y el ciudadano. Al atribuirse y poseer, efectivamente, una tradicin democrtica, las masas que representan el impulso social se creyeron comprometidas a continuar por esa senda y ensancharla. La ciudad entrerriana educ, con su prestigio de foco emisor, a las poblaciones en el deber respecto del municipio, de la provincia, del pas. Como el entrerriano es celoso de su ciudad, es celoso de su

autonoma y no admite al gobierno que est fuera, en absoluto, de la funcin que le confiere. Ha tenido Entre Ros administraciones chatas o agitadas, concordantes con la posibilidad momentnea del pas, Mas, comparadas con otras de ese perodo, permiten ver una fecundidad mayor, que dimana de la responsabilidad que sienten ante el criterio despierto de la multitud.

Qu representan en la proeza nacional los trabajadores de la organizacin, de los primeros mpetus hacia un sentimiento ms amplio de la vida, como Mitre, como Sarmiento, como Lpez, y en la poltica del hecho consumado y de la creacin inmediata, como Roca? Representan la guerra al gaucho, esto es la lucha contra el individuo inavenible con la convivencia civilizada. Del ao 53 data esa ardua batalla; Mitre, Sarmiento, Lpez son los antigauchos, antimontoneros, que aspiran a fijar al pas un rgimen estable, dignificador y susceptible de perfectibilidad. Entre Ros, desde la reaccin contra Rosas, se pone al servicio de la poltica de los hombres que definen la orientacin europea, la poltica del consentimiento de los ciudadanos, de la sancin del pueblo, contra la poltica brutal y anrquica de la imposicin, de la fuerza de mando que radica no en la voluntad consciente que quiere gobernar, esto es aplicar ideas a problemas, sino del que quiere que le acaten, o sea el cacique, imnestizable con las ideas, y que constituye la oposicin del campo cerril al ascendiente de la ciudad. Entre Ros, provincia dominada espiritualmente por el destino de sus ciudades, convirti su viejo denuedo en una energa de movimiento urbano. Al derrocar a Rosas se hizo antigaucho y asimil con ms podero de iniciacin y de continuidad el propsito de cooperar en la construccin del pas. Ese concepto, fortificado por el acrecentamiento de la accin escolar, dio una inflexin marcada a la obra de su representacin en el Congreso. En la obra legislativa del pas se nota la actividad del legislador de Entre Ros. Es la suya la voz amplia, la voz que pide el ensayo de las proposiciones nuevas, nutrida de doctrina venida de Europa y que recoge el eco de las experiencias de los pases adultos. El liberalismo entrerriano tiene el nfasis sarmientesco, se corporiza en medio siglo de esfuerzo perceptible y perdura cohesivamente cuando las tendencias de la poltica idealista comienzan a declinar y despus de Mitre y de Sarmiento se abre el duradero parntesis, en que el sentido puramente prctico, el sentido sustancialmente material del progreso, seca en las masas el fervor militante y lo transforma en una expectacin pasiva de los sucesos. No dir que Entre Ros se sustrae a ese desecamiento moral. Ese fervor cambia de rumbo. Se concreta en un afn distinto, que se asla en el deseo de cultivar el espritu, se vuelve hogareo, a favor de la atraccin local, y de ah nace la vocacin del hombre entrerriano por las cosas desinteresadas. Con la escuela se difunde la veneracin del libro y la multiplicacin de la biblioteca. El viajero que recorre a Entre Ros encuentra en la ms diminuta aglomeracin de casas la sala pblica de lectura. Esos anaqueles cargados de volmenes denuncian la abundancia del lector. Los lomos rados, las pginas fatigadas, atestiguan la curiosidad del vecindario por lo que se escribe en el pas, por lo que se produce en las sedes ilustres de la cultura. El libro circula en Entre Ros. El agricultor, a leguas de la estacin, tiene en sus habitaciones, en la repisa que ha fabricado en invierno, como a la mesa de la cocina y al yugo, la novela de esparcimiento, la obra que resume para su inteligencia ocupada, los conocimientos tiles. La biblioteca no es en Entre Ros un detalle decorativo de la organizacin comunal, sino un instrumento activo que responde en su funcin al concepto que tiene el individuo de la necesidad de ilustrarse.

Esa vocacin de vida espiritual, hoy difundida en la populosa clase media, cuya extensin se mide por el considerable nmero de ciudades, se exterioriza en el sentimiento que se consagra al hombre representativo, en poltica y en literatura, desde Andrade hasta el escritor contemporneo. Olegario Andrade encarn en el pas el idealismo cvico, con una concepcin continental. Proceda sentimentalmente de la generacin fundadora de la nacionalidad. Los hombres que fraguaron los cimientos de la Repblica, los creadores primarios y los edificadores especficos de nuestra Argentina, eran ciudadanos de Amrica. Como nuestros soldados de la liberacin que salieron de la Plaza de Mayo y llegaron con sus cabalgaduras hasta Nueva Granada, los estadistas, los legisladores y los publicistas de las Provincias Unidas tenan en su espritu el panorama del continente. Andrade vibraba con esa emocin fraternal. La revolucin le haba dado el sentido profundo de esa hermandad; las vicisitudes amargas de la anarqua y de la tirana circunscribieron su patriotismo, cieron su esperanza, animaron su voz resonante con todo lo que recoga en la acstica de la tierra natal. Formado en la tcnica ampulosa y magnfica del verbalismo

hugoniano, tena de Hugo la predileccin por los paisajes siderales, la preferencia por los smbolos heroicos en que la naturaleza se identifica con la criatura humana en expresiones de divinidad. La historia, la leyenda y la mitologa, nutren su poesa e inflaman, en un frenes generoso, su voladora palabra. Andrade es nuestro poeta civil. En el mbito oscurecido se deja or su admonicin de censor, su adivinacin de profeta, su aliento impulsor. Su cadencia est hecha para acompasar la marcha de los hroes. Como el cndor que vuela en su cancin memorable, est en lo alto para asistir a su desfile, para anunciarnos su victoria, para sealarnos nuestro deber. En sus nfulas picas repercute el optimismo del argentino que empieza a vivir la existencia nacional. Y las preocupaciones del argentino de entonces, sus angustias patriticas, sus inquietudes presentes, sus recelos espordicos, reviven en sus estrofas, agrandadas y aguzadas, y cobran esa vitalidad perdurable que confiere el talento creador a las cosas efmeras. Poeta para ser recitado ante la multitud y saludado por salvas de caonazos, como dijo don Marcelino Menndez y Pelayo, Andrade no fue un artista de labor fina, un artesano prolijo de la forma o de la sensibilidad. Fue el poeta de nuestra civilidad y de nuestra aspiracin a la sociedad democrtica. Poeta del pueblo, se dirigi al pueblo en un idioma compacto, cernido de truenos, alumbrado de relmpagos, en el cual las ideas elementales adquieren un revestimiento llameante y se agitan en una decoracin de tragedia. Poeta popular, acaso el ms grande que produjo la lengua castellana en Amrica, sin alcanzar el valor universal de Jos Hernndez, ha llevado, como Vctor Hugo, la libertad, la justicia, el herosmo, a la dignidad potica que en vano buscaramos en otros, en la poca en que Andrade resucitaba en el fatigado mito prometeano los sueos que parecan deshacerse en Europa. El perodo en que imperaba totalmente la esttica romntica y se conceba al mundo a travs de imgenes grandiosas y deformes, la cultura, recin asomada en Entre Ros, suscit con Andrade su procreacin ms concluyente. Asentada, diversificada en una diseminacin prolija, condensada en un ambiente ya ms ensanchado, determin en Osvaldo Magnasco a un hombre de distinta estructura mental, pero en quien redunda, como en Andrade, el soplo del romanticismo. Magnasco, jurisconsulto que estudi en las fuentes directas a los legistas romanos y a los pensadores clsicos, llev a la oratoria poltica y a la elocuencia forense el espritu andreadesco, en lo que hay en ste de sello aborigen, de aficin a lo desmesurado, de gusto por la exageracin, en lo compatible con la disciplina impuesta por las ciencias de su especialidad. Legislador y ministro de durable memoria, Magnasco fue uno de esos hombres que sobreviven a su accin circunstancial. Fue un maestro. Hablaba en la ctedra con la gravedad, con el gesto, con el despliegue teatral con que hablaba en la tribuna del Parlamento, y en la ctedra y en el Parlamento agregaba al tono latino de la arenga la sabidura maciza, la exactitud cabal, la probidad de erudicin de un acadmico digno de ser escuchado en los recintos de las universidades seculares. Nadie lo ha olvidado. Pasaron aos, aos espesos, desde las polmicas del Congreso. El pas ha crecido, se ha triplicado, se ha enriquecido en experimentos, en problemas y en historia, con individualidades nuevas, con manifestaciones nuevas de ascensin y de cada, y, sin embargo, todava parece viva y actuante su rotunda figura, y se dira que aun se oye su acento afirmativo, noblemente arqueado en la peroracin, densa de doctrina, de razonamiento, de destreza, que ofrece la consistencia de un alegato y el brillo y el calor de la inspiracin potica. En Magnasco se junta el mtodo de la ordenacin clsica con la vivacidad romntica de la forma. Su lengua es holgada y en su variedad se observa la persistente frecuentacin de la latinidad. Su pensamiento, desordenado a menudo en el estilo, muestra, a pesar de esto, la solemnidad y el equilibrio que se obtiene con el saber bien acopiado y la familiaridad asidua con el clasicismo. Combatido y admirado, Osvaldo Magnasco se impuso en un momento a la atencin total del pas. Su cada, que habra podido ser eventual, en un pas que de un da a otro olvida lo que nunca se olvida en los pueblos de trabajada conciencia, lo indujo a abandonar la poltica y a refugiarse en el estudio. El ministro de la reforma educacional se volvi "un habitante de la ciudad silenciosa de los libros". Rodeado de sus autores predilectos, sin ambiciones, sin acritud, se entreg a la voluptuosidad apacible de explorar, en la poesa y en las letras histricas, los hechos de la antigedad. Viva para su espritu en una quietud decorosa, sin ms accin externa que su tarea profesional. Y as se extingui, sin que su retiro de cerca de veinte aos hubiese borrado la impresin de su robusta personalidad. Sin esas proporciones de mrito literario, su contrincante insigne en la controversia de la reforma educacional, Alejandro Carb, represent a su vez matices especiales del espritu entrerriano. Los represent en sus aspectos ms bellamente humanos, es decir, en la lealtad y en la honradez. Con su inteligencia laboriosa, con su talento maduro, expresaba Carb el gusto coterrneo por los problemas que se relacionan con la cultura y por las cuestiones orgnicas de la vida democrtica. En Alejandro Carb resplandeca sin jactancia la altivez de la ciudadana. Era, en la acepcin ms solemne, un ciudadano de la Repblica. Siendo tanto, fue algo ms. Fue un

educador, en quien la Escuela de Paran dio su fruto ms provechoso, y fue un gobernante. Quien lea, precisamente, sus discursos de la discusin con Magnasco, se dar cuenta de que el pas no supo utilizar, en la magnitud de sus dones, a muchos hombres preparados para servirlo y dirigirlo. No dej de influir por esto, en la medida de su actividad, ya como uno de los formadores y profesores de la Universidad de La Plata, ya como educacionista prctico en Crdoba. E influy con su obra importante de legislador ilustre hasta que sobrevino el oscurecimiento de 1916 y desvi de la poltica gubernativa, de la accin dirigente a los hombres que tenan una categora en la clasificacin de la inteligencia y una jerarqua moral.

El desenvolvimiento econmico de Entre Ros se puntualiza en una rapidez que posiblemente no guarda relacin con otras zonas de la Repblica. El milagro argentino de la mancha desierta de tierra que un lustro despus es un emporio de produccin es particularmente un milagro de Entre Ros. Hace poco se ha celebrado otro aniversario de San Salvador. All se estableci en 1890 un poblador animoso, con un rancho y un palenque. Hoy es un centro hirviente de trabajo, con casas de comercio que operan por millones, con tumulto de automviles, con hileras de repletos galpones. En San Salvador se pronuncian conferencias sobre asuntos abstractos, se realizan conciertos, se consumen libros. En sus calles se ve al criollo de mejillas cetrinas, al tipo que surge de la mezcla de sangres, al alemn, al sefard de rostro anguloso, al indio asquenasi. Entre Ros era hasta los alrededores de 1890 una provincia puramente pastoril. Cuando yo era nio se andaba largas leguas antes de encontrar, fuera de las quintas sombreadas de naranjos, un trozo de sembrado. Por las extensidades dilatadas no se vea ms que ganado. En los latifundios enormes, el terrateniente criollo acumulaba docenas de miles de cabezas. La fiesta de la yerra era la fiesta de Entre Ros. Yo he visto a Polonio Velzquez bravear en los rodeos de la estancia de Escria, asombrar con sus diestras manganas, inmovilizar al novillo arisco con el lazo tendido, desde la argolla de la cincha a la cornamenta, que se astillaba en reflejos a la luz del sol. Lentamente fue volvindose una provincia de agricultura intensa. Los anchos latifundios se despedazaron, las extensiones vacas se atestaron de aldehuelas amables, y por todas partes se oye el chirrido de la mquina que siembra y qua siega. Por doquiera, en el mes fecundo de Dios, se alza la delgada chimenea de la trilladora, que va sustituyendo la fiesta antigua de la yerra por la fiesta del trigo. Trigal, huerta, granja, distendidos sobre los vallados, sobre los llanos, en las riberas de los ros, la familia entrerriana, mltiple y nica, labra con ahnco admirable la riqueza de la regin. Es la provincia de ms aprovechada vida corporativa. All se fundaron, en las colonias judas, las primeras cooperativas del pas; all se hicieron Ios ensayos ms atrevidos, porque las fusiones raciales han acostumbrado al entrerriano a un eclecticismo experimental que significa un estmulo de progreso. ei cosmopolitismo entrerriano, refraccin intensificada del cosmopolitismo argentino, se muestra en la intensidad de elaboracin de riqueza. Y ese cosmopolitismo tiene, a la vez, una apariencia curiosa de originalidad. El extranjero se adapta sin violencia, se siente sin retardo un hombre de ese medio, se regionaliza.

Habris comprendido, amigos mos, que yo soy de all. En mi libro primerizo yo formul, con timidez, con emocin, la alabanza de mi tierra. Yo soy de all, amigos mos. Mis manos, antes de conocer el oficio de la pluma, conocieron el oficio del arado. Mis pies pisaron, en los aos de la infancia, los rectos surcos, y mis ojos aprendieron a tenderse hacia el horizonte azuloso para espiar el vuelo de los pjaros en las claras maanas y aprendieron a llenarse de paz a la hora en que el jinete va despacio, temeroso de muerte. Las fbulas campesinas, referidas por Remigio Calamaco, boyero de la colonia, me instruyeron en el gusto de las cosas remotas, me educaron en el amor de las cosas afables, me inclinaron al deleite humilde de la palabra. De all soy, amigos mos. Soy de los contornos de Villaguay. El roco que escarcha en el amanecer la costa gramillada del Vergara refresca mi corazn, y al acordarme de Entre Ros, de Villaguay, del Vergara, de Domnguez, de aquella casita con techo de paja en que era tan sabroso el pan, veo aclarar en m como aclaraba el cielo, cuando iba, montado en el flaco tordillo, en busca del barroso y del yaguan, con sus cuernos puntiagudos, separados y curvos, en que el alba pona una relumbre de ncar. Entre Ros, tierra benvola, tierra de hombres leales, guarnecida de ceibos, diste fondo a mi alma y en mi alma conservaste, con el temblor de los rboles de Montiel, con tus aguas sonoras, un rumor de cntico. Amigos mos, yo soy de all.

(Texto extrado Entre Ros, mi Pas, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1950)

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