El documento presenta un resumen de la vida y obra del escritor ecuatoriano Juan Montalvo. Montalvo fue un destacado ensayista y polemista que vivió entre la gloria y las dificultades políticas de su época. Criticó fuertemente la dictadura de García Moreno y defendió la libertad y los derechos ciudadanos. Su obra más importante fue "Los Siete Tratados", la cual le dio gran prestigio a pesar de las dificultades políticas y culturales de su tiempo en Ecuador.
El documento presenta un resumen de la vida y obra del escritor ecuatoriano Juan Montalvo. Montalvo fue un destacado ensayista y polemista que vivió entre la gloria y las dificultades políticas de su época. Criticó fuertemente la dictadura de García Moreno y defendió la libertad y los derechos ciudadanos. Su obra más importante fue "Los Siete Tratados", la cual le dio gran prestigio a pesar de las dificultades políticas y culturales de su tiempo en Ecuador.
El documento presenta un resumen de la vida y obra del escritor ecuatoriano Juan Montalvo. Montalvo fue un destacado ensayista y polemista que vivió entre la gloria y las dificultades políticas de su época. Criticó fuertemente la dictadura de García Moreno y defendió la libertad y los derechos ciudadanos. Su obra más importante fue "Los Siete Tratados", la cual le dio gran prestigio a pesar de las dificultades políticas y culturales de su tiempo en Ecuador.
El documento presenta un resumen de la vida y obra del escritor ecuatoriano Juan Montalvo. Montalvo fue un destacado ensayista y polemista que vivió entre la gloria y las dificultades políticas de su época. Criticó fuertemente la dictadura de García Moreno y defendió la libertad y los derechos ciudadanos. Su obra más importante fue "Los Siete Tratados", la cual le dio gran prestigio a pesar de las dificultades políticas y culturales de su tiempo en Ecuador.
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Galo Ren Prez
Un escritor entre la gloria y
las borrascas Vida de J uan Montalvo J UAN MONLLVO UN ESCRITOR ENTRE LA GLORIA Y LAS BORRASCAS Edicin: Comisin Nacional Permanente de Conmemoraciones Cvicas Pez 552 y Carrin. esquina. Cuarto piso. Quito, Ecuador. [email protected] Ao: 2002 Autor: Galo Ren Prez Prefacio: J uan Leoro-Almeida Comisin Nacional Permanente de Conmemoraciones Cvicas. Miembros: Dr. J uan Leoro-Almeida, Presidente (e) Tte. Coronel Edison Narvez, Representante de las FF.AA. Dr. J uan Paz y Mio, Representante del Ministerio de Educacin, Lcdo. Ral Pazmio, Representante de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Dr, Galo Ren Prez, Representante de a Academia Ecuatoriana de la Lengua. Dr, Manuel De Guzmn Polanco, Representante de la Academia Nacional de Historia. Ec. Fabiola Cuvi Ortiz, Instituto Ecuatoriano de Investigaciones de a Mujer. Lcda. Maria J os Vsquez Ros, Secretaria Ti raje: 3.000 ejemplares Impresin, portada y diagramacin: Produccin Grfica J os Mara Guerrero 535 y Flavio Alfaro Telfono: 2593345 Quito. Portada J uan Montalvo, leo de Luis Cadena Original ubicado en el Museo J ijn y Caamao Pontificia Universidad Catlica del Ecuador Quito Homenaje: 75 aos de Fundacin de la Casa de Montalvo Ambato Ecuador. Derechos de autor Galo Ren Prez Prohibida la reproduccin total o parcial sin autorizacin
J uan Montalvo, retrato al leo sobre tela de Csar Villacrs, 1903, Ambato.
Galo Ren Prez
PREFACIO Esta obra trata sobre la vida de uno de los escritores ms ilustres de las letras hispanoamericanas. De un ensayista y polemista que obtuvo respeto, admiracin y gloria, viviendo en un mundo de borrascas. De un ecuatoriano que permanecer por siempre en la historia de la nacin. No creo que sea posible escribir biografas con visin totalmente desapasionada. Empero, Galo Ren Prez logra aproximarse a este ecuatoriano de fuste, observando directamente los sitios en los que vivi, el entorno geogrfico de sus destierros, los sitios de visita cotidiana en Europa, especialmente en Pars, y la bsqueda precisa de fuentes y testimonios informativos que otorgan a esta historia del hombre y de su obra, el sello caracterstico de la investigacin seria y documentada. Quin era este hombre, ms bien dir este espritu, cuyo pensamiento y actitud de vida sern siempre referentes indispensables para comprender importantes y difciles etapas histricas del Ecuador ?. Fue un hombre de carcter, sin duda, pero ms all de ese concepto fue el carcter mismo. As lo ve el mdico francs que lo oper en los preludios de su muerte, sin anestesia y queja alguna. Montalvo muere en Pars con la misma dignidad con la que vivi su azarosa vida. Para que el infortunio sea cosa interesante ha de ser devorado por uno con dignidad y valor, sin que la esperanza se halle nunca fuera de sus afectos, seala. Entre 1857 y 1860, el Ecuador vive una de las pocas ms inestables y calamitosas de su poltica. Esta etapa la observa Montalvo desde Pars. El centro de este huracn de anarqua poltica era un hombre singular de carcter como nuestro escritor que se conver-
3 tiria ms tarde en el rival sobre quien Montalvo descargara todo el mpetu arrollador de su pluma, en El Cosmopolita: Gabriel Garca Moreno, que a mediados de 1860 es el triunfador del vendaval que mantiene la paz de la ilacin, con el brutal brazo de hierro de la imposicin dictatorial. Las riendas del poder en manos de Garca Moreno coinciden con el regreso a la patria del escritor, que contaba con 28 aos de edad. Un Montalvo enfermo dirige al dspota y fantico religioso, la famosa carta del 26 de septiembre de 1860: Le pide la reorganizacin del pas, sin menoscabar a dignidad nacional. Surge una voz, la nica en medio del desconcierto y el miedo: Usted se ha manifestado excesivamente violento, Sr. Garca. El consejo surge claro acorde a las convicciones polticas de Montalvo: El acierto est en la moderacin y fuera de ella no hay felicidad de ninguna clase... Que el poder no lo empeore Seor; llame usted a la razn en su socorro... Tiene usted virtud y audacia, pero le faltan virtudes polticas .... y agrega la advertencia proftica que la historia se encargar de hacer cumplir, no sin una participacin harto significativa de este hombre poseedor de uno de los espritus ms acendrados de su tiempo: que si no procura adquirirlas a fuerza de estudio y buen sentido , caer, como cae siempre la Fuerza que no consiste en la popularidad. Al pedirle que renuncie y se someta a elecciones libres le aconseja: Si los pueblos en pleno uso de su albedro quieren confiarle su suerte, acptelo, y sea buen magistrado: si le rechazan, resgnese y sea buen ciudadano. lermina la extensa carta con una advertencia que no sera solamente producto del mpetu juvenil sino promesa certera: Algunos aos vividos lejos de mi patria en el ejercicio de conocer y aborrecer a los dspotas de Europa. hnme enseado al mismo tiempo a conocer y despreciar a los tiranuelos de la Amrica espaola. Si alguna vez me resigno a tomar parte en nuestras pobres cosas, usted y cualquier otro cuya conducta poltica Fuera hostil a las libertades y derechos de los pueblos tendrn en ni un enemigo, y no vulgar. Montalvo tena una gran admiracin por lo grande y lo sublime, Su primera divisa: la libertad. Al Libertador lo eleva Guerre-
4 ro, escritor, orador, todo lo fue Bolvar y do primera lnea, En qu le cede a los grandes hombres de lo antiguo? En que es menor con veinte siglos Dentro de mil aos su figura ser mayor y ms resplandeciente que la de J ulio Csar. Y aade la exaltacin suprema; Muerto l a esperar hasta cuando en el seno de la nada se formase lentamente otro hombre de las propias virtudes; cosa difcil an para la naturaleza, como la Providencia no la asistiera con sus indicaciones. Pero de l, de Montalvo, Blanco Fombona reflexiona: El Ecuador puede estar orgulloso de haber dado a la Amrica tal hijo. Esta tierra de volcanes produce temperamentos volcnicos La tierra duerme un buen espacio de tiempo; pero es que ciertos alumbramientos necesitan gestacin prolongada; y en Ecuador, despus de un Olmedo nace un Montalvo. Este Alma Grande, este espritu ardiente, es la contrapartida del Mahatma hind, lder de la desobediencia civil y la resistencia pacfica. Y por esa misma condicin, sufri los embates destinados a los insurgentes del pensamiento, a los adelantados a su tiempo, a los que combaten e] desorden, la tirana, la corrupcin, el ejercicio del poder desligado del bienestar comn. La ferocidad no es lo peor en los tiranos, demonios de la tierra; la corrupcin. esa invencible propensin a lo imperfecto, lo deforme, lo repulsivo, esto es lo peor. Utiliza la observacin aguda, la. expresin moralizadora, la reaccin indignada y los adjetivos altitonantes lanzados en rayos y centellas contra las almas de marca menor de su Ecuador, para el que espera que la revolucin sea posible a travs de sus ideas de libertad republicana. Mi nombre est gravado en mis flechas y con ellas en el corazn mueren tiranos y tiranuelos . Un tigre para los perversos, para los buenos siempre he albergado un corazn de madre. Montalvo naci en 1832, a poco de iniciada la Repblica, luego de la escisin de la Gran Colombia. J os Enrique Rod describe aquellas pocas, cuya realidad tendra cambios, pero no espectaculares durante la existencia de Montalvo; La vida es triste y montona.
5 La diversin de la clase culta no pasa de las tertulias de confianza... Pero la diversin suprema, como la suprema meditacin, como el arte sumo, se identifican y confunden con la devocin religiosa. LI espectculo por excelencia es el culto. Las fiestas eclesisticas revisten fausto imponente; la plata. el oro, las piedras preciosas apuran sus luces en la gloria del altar; muchedumbre de sacerdotes ofieia acompaada de ejrcitos de aclitos.... La mortificacin voluntaria, el ofrecimiento exaltado del dolor en acto pblico y edificante, son elementos que no faltan a esa religiosidad primitiva. Como contraposicin y explicacin de los niveles bajos de preocupacin por las ideas elevadas que ayudan a construir los principios de las naciones modernas, aade: Las campanas son lo nico que suena alto en la ciudad. El depsito de la cultura es la biblioteca del convento. La Universidad es una rama que se desprende y vive de ese tronco comn. Luego de describir las injusticias de la estructura social y la activa y pintoresca comercializacin de productos de variada ndole, nos recuerda: Este comercio bullicioso no tiene correspondencia en cuanto al trabajo del espritu: la comunicacin de ideas carece, o poco menos, de sus rganos elementales. La librera no existe; la imprenta apenas trabaja. En las tiendas de paos suele venderse, por aadidura, algn libro de oraciones o algn compendio para la enseanza. Durante el Gobierno liberal de Rocafuerte, de 1835 a 1839, no sali a la luz un solo peridico. Publicar un cuaderno impreso es empeo erizado de dificultades. No es de extraar, por tanto, que Montalvo haya iniciado una lucha sin cuartel contra la ignorancia, la falta de oportunidades, la excesiva influencia de un clero no ilustrado en la vida de la sociedad, y que por tanto haya sido anticlerical por excelencia, aunque no por ello, profundamente cristiano y religioso. As, mientras Los Siete Tratados obra considerada por el autor como su obra cimera y que en verdad le dara paso a un enorme y permanente prestigio literario; en su pas, la autoridad eclesial la tildaba de una nidada de vboras en un cesto de flores, y a Montalvo como el escritor que dobla la rodilla ante nuestro adorable Redentor para darle sacrlegas bofetadas, infundi a todas luces injusto.
6 La Mercurial Eclesistica, obra en respuesta a la carta pastoral del mismo nombre con la que el Arzobispo de Quito condena Los Siete Tratados, es al decir de Gonzalo Zaldumbide, el ltimo y el ms tremendo y el ms gallardo de sus arrebatos . An tiembla en la herida, inmisericorde, el flamgero dardo que atraves mares y montaas y se fue derecho a clavarse en el corazn de la hipocresa frailuna. En la Mercurial Montalvo defiende su obra y se defiende a S mismo apasionadamente. Repite los conceptos emitidos por los grandes de la literatura universal sobre el hombre y su pensamiento que lo califican de gran autor, gran moralista y ven en su obra pura moral y profunda filosofa . No soy enemigo de individuos o clases sociales dice Montalvo, pero donde est la corrupcin, all est mi enemigo; donde estn reinando las tinieblas, all me tiro sin miedo. Tengo al clero como parte esencial de una sociedad bien organizada, pero pido un clero ilustrado, recto, virtuoso, til; no ignorante, torcido, lleno de vicios, perjudicial. Ante la acusacin de hereje y anticatlico aclara: Yo me persigno en mis soledades y me tiro de rodillas ante el Todopoderoso en presencia de una montaa cubierta de nieve eterna, o en alta mar, alzando los ojos a un cielo cargado de estrellas en mundo oscuro y silencioso. Emilia Pardo Bazn lo haba calificado ya de Alma religiosa y pensamiento heterodoxo, descripcin que Montalvo la acepta como la expresin su yo interno. Varios de sus escritos lo muestran como un cristiano piadoso, admirador de Cristo sobre quien compone bellsimas pginas, as como de sacerdotes ejemplares. Aunque a la hora de su muerte rechaza la confesin porque Estoy en paz con mi razn y con mi conciencia y puedo tranquilo comparecer ante Dios, siente y declara que En mi enfermedad ni Dios ni los hombres me han faltado. Se queja- desde Pars - de tanta incomprensin, del oscurantismo que hay en su patria que tanto duele en el corazn y de los absurdos juicios que se contraponen notablemente a las distinciones y comentarios recibidos por la flor y nata de la intelectualidad europea: Pues yo digo que me tengo por muy desgraciado de haber nacido en
7 pases y tiempos donde la razn y la conciencia no han amanecido; y que si me hubieran consultado yo hubiera pedido venir al mundo de aqu a cuatro mil aos, cuando los hombres, de progreso en progreso, de triunfo en triunfo, hayan llegado a la verdad y la luz, en cuanto ellas se compadecen con las facultades intelectuales y morales de la especie humana El pesimismo momentneo de Montalvo le lleva a sealar que de buena gana me desvanecera a la vista de todos, y subiera convenido en sustancia invisible a derramarme en la atmsfera ms pura, y a inflarme con rayos de ms saludable influjo. Exageraba Montalvo al describir tan crudamente los que suceda en estas tierras del trpico ecuatorial, pues su ideario mismo, la lectura de sus encendidos y vibrantes escritos en contra de las tirana y en contra de la influencia eclesistica, ya formaban parte de la rebelda de hombres que luchaban con ideas avanzadas, por la libertad de expresin, por la libertad prensa, por la libertad de cultos, el derecho irrestricto del sufragio, las garantas individuales, como el mismo Alfaro, amigo de Montalvo, a quien le dijera en momentos de alternativa de gastos financieros: La libertad est antes que la literatura. Pero la condenacin del libro inmoral que han producido los ltimos veinte aos, al decir del escritor espaol Garca Ramn, visto como un atentado contra la civilizacin por prensa europea de la poca, desconcierta al Cervantes de Amrica. Montalvo termina su Mercurial Eclesistica con estas resonadoras palabras: Cuando un pueblo llega a estos extremos, se halla en vsperas, de su ruina completa. de su salvacin. Estas son crisis de las naciones: se pierden en la conquista, dan el salto que las pone al otro lado del precipicio, donde estn la libertad y la cultura. El ostracismo coloca a Montalvo, muchas veces, en los sentimientos de la soledad y la tristeza. Estos males son enfermedad horrible advierte. Solo el que ha padecido este mal puede saber lo que ello es . Por ello exclama quejumbroso: Al diablo sea ofrecido el fruto que uno saca de tanto estudiar, tanto escribir, tanto exponerse, tanto padecer, tanto gemir por las desgracias comunes... Hasta ahora nada he
8 podido en este pueblo despus de doce aos de brega constante. No, por fortuna, este no ha sido el resultado final. El pensamiento de Montalvo ha calado en las luchas por la vigencia de los principios que deben regir en una vida plenamente democrtica y en la concrecin de muchas conquistas que nutren la ideologa del Ecuador actual. Montalvo est condenado a ser un escritor, ms admirado que ledo dice Blanco Fombona, y agrega que para gustar su prosa se necesita iniciacin, por lo que no ha sido ni ser un escritor popular. Compartiendo esta reflexin, la Comisin Nacional Permanente de Conmemoraciones Cvicas se complace en presentar esta obra de Galo Ren Prez, que en tercera edicin sale al pblico, como un homenaje a la Casa de Montalvo que cumple 75 aos de denodados esfuerzos para que el pensamiento, la obra y la vida ejemplar de este hispanoamericano- trascendente sea carne de los ideales de la juventud. Montalvo, el inmortal, est purificado. forma parte de la constelacin de hombres que dan fuerza y orgullo a esta nacin. Los venideros no me tendrn por delincuente; la tumba es un crisol maravilloso ella me purificar, y aunque no viva en el mundo vivir en el cielo. Montalvo seguir viviendo en este mundo y no solamente en el cielo, en la medida en que lo honremos leyndolo. Este prefacio es una pretendida sntesis que aspira a que el inters del lector siga a las pginas de este libro escrito por Galo Ren Prez, en forma interesante y amena, sobre un escritor que vive ahora, una gloria permanente y sin borrascas. J uan Leoro Almeida Presidente (e) de la Comisin Nacional Permanente de Conmemoraciones Cvicas.
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ndice CAPITULO 1 El bautizo en un da de abril . 13 CAPITULO II La vertiente familiar 9 CAPITULO III El tenducho de la escuela 33 CAPTULO IV La turbulencia arma su mano 41 CAPITULO V En Quito se inicia su carrera CAPITULO VI Antes del adis a Quito y a los campos 79 CAPITULO VII Pars: deslumbramientos, sinsabores y nostalgias 95 CAPITULO VIII Por Roma y otros rumbos de Italia 129 CAPITULO IX Andaluca y las voces de la sangre 161 CAPITULO X Historia de ambiciones y de atropellos 85
11 CAPITULO XI Los aos de retiro y convalecencia 209 CAPITULO XII Mara Manuela o los amores clandestinos 217 CAPITULO XIII El Cosmopolita: xitos y sinsabores 247 CAPITULO XIV El destierro: Ipiales y Pars 281 CAPITULO XV Otra vez en Ipiales, por varios aos 3 II CAPITULO XVI El animoso regreso a Quito y nuevos infortunios 347 CAPITULO XV1I Labores, desafos y destierros 369 CAPITULO XVIII Camino final hacia la fama 395 CAPITULO X1X Espaa, y no Francia, en la plenitud de su gloria 419 CAPITULO XX Doble tormenta y resplandor final 447 CAPITULO XXI La huella de sus amores otoales 467 CAPITULO XXII Grandeza ltima y apoteosis 503 Bibliografa 523
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Partida de nacimiento de J uan Montalvo
CAPITULO I El bautizo en un da de abril Esta es la Iglesia Matriz de Ambato, en una maana del siglo diecinueve. La mano envejecida del sacristn ha ido alumbrando la capilla mayor con las mechas de unas pocas lmparas y las llamas azules de los cirios. Pero el ambiente de penumbra melanclica, que habitualmente se extiende por todos los rincones, no ha conseguido ser abatido entre los humildes conatos de esa luz precaria. Hacia el fondo destellan apenas las bordaduras de los mantos del altar. Y hasta all se ve que llegan las pocas personas que han sido invitadas a la ceremonia. Sus pasos procuran no despertar sino un leve rumor en los tablones recios y opacos de la nave. Sobre los cuales, antes de seguir adelante, cada uno de aquellos fieles se hinca de rodillas, para santiguarse con espontneo nimo piadoso. Hay cerca del altar una muchacha en actitud de espera, con su hermano ternezuelo en brazos. La madre se ha quedado en casa, por los cuidados del alumbramiento. Sus familiares la han dejado recostada en una mecedora de mimbre, tras haberla ayudado a acicalarse dignamente para recibir a las personas de afuera. Ella ha pedido su collar de perlas, reservado para ocasiones como sta. Los rasgos de su aparente fragilidad acaso se han acentuado. Porque es evidente que el rigor de las labores y preocupaciones, y de los sacrificios que impone una fecundidad maternal extremada el que ahora ha mandado a la ceremonia bautismal es el noveno de sus descendientes, se refleja en la palidez y prematuro ajamiento de su cara, en los desganos de su silencio, en su sonrisa fatigada y triste. El lugar de ella en el acto religioso que va a cumplirse lo ha cedido a la mayor de sus hijas, que es una nia todava. Y, precisamente en este mismo momento, se ve que la rodean ya, aguardando tambin )a salida del prroco, el padre y el padrino de ese recin nacido. Son dos hombres relativamente maduros, de traje oscuro y sombrero en la mano. Ambos muestran una contexto-
13 ra fuerte y bien proporcionada. La fisonoma del primero no disimula su carcter altivo y adusto. Est en los cuarenta y seis aos, que naturalmente rebosan en salud. El otro, de semblante ms bien comunicativo, y de treinta y nueve de edad , es un amigo del hogar, pero sobre todo ha acompaado a aquel en sus repetidos alardes de bravura. tanto en lo personal como en lo poltico. Uds. dos saben cuntas veces han tenido que arriesgar el pellejo en las heroicidades de las luchas emancipadoras del pas; o en sus trabajos ordinarios en medio de una poca todava acre e incierta; o en la testarudez, en fin, de su arrogante autonoma individual. Los nombres de ellos Marcos Montalvo y Francisco Flor han circulado por eso en el comentario insistente de los vecinos de Ambato. Llega por fin la hora prevista, y desde atrs de la capilla, un par de botines oscuros, de suela espesa, comienzan a marcar los pasos lentos del cura hacia el altar. A su lado, aunQue un poco atrs, se ve avanzar al viejo aclito, con las rodillas de su pantaln abombadas por las prcticas devotas. Trae ste una vela encendida ylosaparejosqueseusan en los bautizos. Transcurren unos minutos antes de que el fraile haga escuchar su pltica sobre el efecto purificador de ese sacramento y las obligaciones que contraen los padres y el padrino. Y despus nicamente resuena el acento ntido e inconfundible de la fe, en las oraciones que se suceden a travs de la voz solitaria del fraile y del rumor doliente, de desahogo mstico, del grupo. Marcos Montalvo, sus hijos numerosos y un par de domsticas son acaso los que rezan entonces con ms concentrado fervor. Don Marcos es, ciertamente, un hombre en cuya personalidad han proyectado ya su influjo las ideas liberales que han ido extendindose por buena parte del pas, pero su disposicin catlica, y la fuerte sinceridad de su credo, han sabido mantenerse, no obstante, inalterables. Igual ocurrir con su descendencia. Inclusive, con la criatura que han conducido este momento hasta la pila bautismal. Cumplida la ceremonia, entre los agudos berridos de impaciencia y protesta del nuevo cristiano, el sacerdote cree necesario invitar a los Montalvo a la sacrista, en donde, tomando un libro de hojas amarillentas, y apoyndolo sobre una mesa de repulida madera, escribe la constancia siguiente: En trece de Abril de mil Ochocientos Treinta y dos aos. El Padre Fray. Domingo Benices Bautis solemnemente. a J uan Maria hijo legtimo del . Marcos Montalvo y de la C. J osefa Fiallos, fue su Padrino el Sr. Fran. Flor a quien advierto su obligacin. Doy fee. Fr. Mar. Domingo Benites. libro de la iglesia de Ambato de los aos 1821 a 1834
14 Quedaba as bautizado J uan Montalvo, espritu adherido como pocos a la idealidad de la fe cristiana, pero abominado, combatido y vituperado, paradjicamente, por el clero y las milicias conservadoras de su pas. En todo ello alcanzaremos a ver, a su tiempo, la consecuencia de una porfiada distorsin del pensamiento montalvino sobre asuntos de la religin y el sacerdocio. Y tendremos, por lo mismo, que ir probando esta perversin del juicio en forma suficiente. Bien, en lo que toca a este instante, el rito se ha cumplido ya. con la uncin que es propia de creyentes ardorosos, dentro de la intimidad familiar. De modo que despus de pocos minutos la capilla ha vuelto a mostrarse con su atmsfera de siempre, opaca, vaca y silenciosa. Afuera, en cambio, las imgenes y los rumores imprimen una sensacin distinta. El cielo de la maana se hace as contemplar totalmente lmpido, con su azul sin tasa y el fogueo de un sol alegremente belicoso. A corta distancia del templo, slo la calle de por medio, se advierte que la casa de Marcos Montalvo tiene abierta su puerta principal. Esa casa, levantada en una esquina de la plaza mayor de la villa, es como casi todas, de una sola planta. Con ventanas cuadrilongas casi a la altura de la vista, en los dos lados de la fachada. Con techo de tejas y alero. Con muros voluminosos de adobe, cuidadosamente blanqueados. Con patio en el que se conciertan graciosamente las hileras de las lajas y las piedras de ro, y en cuyo contorno se adornan de flores los barandales de sus corredores. Con habitaciones espaciosas, en donde el arreglo y la limpieza comunican dignidad a su modestia. Con una corraliza vecina, en la que se alivian de sus trajines los caballos y bestias de carga del jefe de familia aquel cejijunto don Marcos, que acostumbra trotar con su recua a travs de las soledades camperas, para un mercadeo ambulante de ponchos y de mantas en pueblos de la sierra y de la costa. Las hojas de la pequea puerta de esa su casa han permanecido esta vez abiertas, para dar paso al grupo que estuvo en la iglesia, en que cuentan ms los parientes que los amigos. Poco antes callados y reverentes, ahora se animan de incitadora locuacidad. Se habla de los antiguos amores de don Marcos por la guitarra y las coplas. Cosa pasada. De los das de juventud. Los aos nos cambian tanto. Y ms en su caso, por las durezas de su vagabundeo de comerciante. Se encarecen, con unanimidad de criterio, las excelencias del Padre Mariano Domingo Benites, catedrtico amante de la teologa y la filosofa, con un apostolado de servicio social en Quito, Pasto y Pelileo, y en cuya interinidad de cura en Ambato, de 1830 a 1832, le ha tocado justamente cosas de predestinacin realizar este bautizo. Se refieren tambin ancdotas del coronel Francisco Flor. En su recuento
15 alternan la admiracin y el regocijo. Qu gran especie de hombre la de este padrino de J uan, el nio que se acaba de cristianar. Durante ms de dos dcadas desde los diecisis aos haba andado tropezando con la muerte, metido entre los revolucionarios, seres tenaces que entre lgrimas y agonas hicieron ondear un da el tricolor luminoso de la nueva nacin emancipada. En mayo de 1822 haba combatido en Pichincha, bajo el mando de Sucre. Y cuando el pueblo, ya al fin soberano, aprendi a conmemorar anualmente su gran victoria, o cuando realizaba sus festejos tradicionales, ruidosos y coloridos, para sacudirse pasajeramente de su reposada existencia provinciana, el coronel Flor se gozaba con el reparto generoso de sumas de dinero, de centenares de pipas de vino espaol y de aguardiente, y de potros, asmilas y vacunos. No faltaban entre sus regalos para las fiestas algunos novillos de tienta, que tenan que ser lidiados en las corridas populares, entre los tablados bulliciosos erguidos en redor de la plaza de la villa. Ah encontraba ocasin la juventud lugarea especialmente el peonaje de las haciendas, bajo el estmulo del licor y de los aires de la msica nativa, para dar pruebas de su arrojo varonil. Y, en ms de una vez, esa jactancia de valor terminaba en un revolcn mortal o en la agona espectacular de algn chagra infeliz, alzado por la panza entre las astas del toro. Aquel coronel Francisco Flor agasaj a sus conterrneos y provey de plvora a las revueltas emancipadoras mientras le fue posible. Porque lleg el momento en que su magnificencia le despe en la ruina, enredndole en juicios de dinero aun con sus parientes y amigos. Su ahijado de este 13 de abril, por quien se ha reunido con la parentela y las amistades de los Montalvo en la clara y espaciosa casa de ellos, haba nacido, y a nadie se le ocurri vaticinarlo ni en broma siquiera en medio del entusiasmo de las conversaciones, para un destino impar. Sobre todo en el mbito de las creaciones literarias. En el campo de abnegaciones y esfuerzos callados del escritor verdadero. Su nombre se levantara, con el concurso de los aos, sobre muchos nombres. Sobre numerosos nombres de intelectuales de su pas, de Amrica, y de todos los pueblos en que se habla castellano. Hasta el extremo de que no mencionarlo no invocar el nombre insustituible de J uan Montalvo cuando se hace memoria de las letras de las naciones hispnicas, llegara a ser muestra infamar de ignorancia o de intencionada estrechez de juicio. Transcurridas algunas dcadas. exactamente algo ms de tres, y cuando ese diminuto nuevo cristiano al que apadrin el coronel Francisco Flor se haba convertido ya, casi de pronto, en escritor inconfundible, se le pudo advertir la capacidad de observador minucioso de aquellas imge-
16 nes de su pueblo. En efecto, al hacer referencia a las pginas con que l desoll, algo tarde, aun tirano ya derribado, supo dejar una impresin fiel del coraje sin medida ni sentido de alguno de esos rudos paisanos suyos a quienes no espantaba ni el relmpago de la muerte, en la embestida de los toros de lidia que sola obsequiar su padrino. Es la que sigue: Corranse toros en la plaza del lugar en donde vivo: un buen hombre se dejaba estar sentado en la puerta de la iglesia ostentando una intrepidez que en breve iba a costarle caro: venia la fiera; todos huan menos l, y aun se propasaba a provocarla, sin contar con salida ni refugio, sin ponerse siquiera en pie para ver de sacarle un lance. En una de stas vino el loro, le estrell contra la pared y le destap la cara. Este era el valor que han querido manifestsemos los patriotas contra Garca Moreno, cuando hemos estado viendo tantas cabezas y caras destapadas.2
17 CAPITULO II La vertiente familiar El abuelo: se es el hombre en quien hay que fijar los ojos. De l procedieron secretos inexhaustos de la herencia algunos de los rasgos temperamentales de los Montalvo. Excelencias y extravagancias, predilecciones y tedios, revelados en la personalidad de su descendencia mltiple, venan a ser la resonancia de su propio carcter. Aquel vertedero atvico ayuda por eso a explicar algunos hbitos y reacciones del escritor, y aun ciertas peculiaridades de su lejana composicin racial. No era nativo de aqu ese antecesor de J uan Montalvo. Haba llegado del viejo mundo. Con quince o diecisis aos de edad apenas, casi un nio, parece que consigui arrancarse a la vigilancia un tanto bronca de sus progenitores. Debi de haber estado, previamente, en tratos con gente de mar y dos o tres aventureros como l, y en una madrugada cualquiera, en que el azul infinito de su regin de Andaluca simulaba quizs engrerse con toda la opulencia metlica de sus astros, se habr dejado ver en la cubierta de un barco de emigrantes, haciendo rumbo a Amrica. Por entonces, postrimeras de nuestro perodo colonial, se crea en Espaa que ac, en esta ribera ignota del ocano, no se haba an extinguido el manantial de la fortuna y el poder, que tan ahincadamente codiciaban sus soadores y vagabundos. Se tena entendido que era fcil volver con mucho oro de Amrica al hogar humilde que un da se haba abandonado entre el desconsuelo y los hipos del llanto familiar, Oque, juntando bienes e influjo, se poda levantar morada rica y definitiva, bulliciosa de hijos, aqu mismo, en cualquiera de nuestros pueblos. J os Santos Montalvo, que se era el nombre del adolescente andaluz que se descolg azarosamente, sin certeza de nada sobre su destino, hacia este costado del mundo, desembarc primero en algn puerto centroamericano. Ni un rostro conocido, ni un pauelo que aleteara en la es-
19 pera, nada para el desolado muchacho. El puado de monedas que haba trado en su anmico bolsillo, y que recontaba y gastaba una por una, le sirvi para los primeros das. Felzmente no demor en hallar a quienes le pagaran por la prestacin ocasional de su ayuda en ms de un trabajo: era de constitucin saludable, hbil y talentoso, y all en su Granada nativa haba aprobado la escuela. As se vio de pronto enganchado en un grupo de cascarilleros o buscadores de quina, corteza entonces rara que los mercados de Europa demandaban por sus maravillosas propiedades medicinales. Haca itinerarios difciles, por trochas improvisadas en los flancos de la cordillera o en la espesura de las florestas orientales. Se estuvo laborando as durante varios aos, en territorios de Panam, Venezuela y Colombia. Hasta que, poseedor de regulares ahorros, decidi venir a nuestro pas. Aqu trajin, una y otra vez, a lo largo de las sierras, ya como cascarillero, ya tentando vado en el comercio. Al fin desemboc en la venta ambulante de tejidos. Liaba sus bultos sobre los lomos de una tropilla de mulas, que iba arreando por esos desolados caminos entre interjecciones recias, golpes de acial y silbos sonoros. Polvo, sudor, coraje, igual que sus antepasados los conquistadores hispanos, aquel hombre don J os Santos Montalvoiba rumbeando sin quebrantos ni fatigas por la hosquedad solitaria de nuestros Andes. En cierto da, en uno de esos rutinarios vagabundeos, se detuvo en el poblado sureo de Guano. Que en aquellos aos era un aldeorro sin mucha gente, aunque industrioso y activo. Lo convirti entonces en centro del que se provea de especies para sus ventas. Era por eso natural que se le viera en dicho lugar con alguna frecuencia, realizando tratos comerciales. Y que precisamente llegara a hacer amistad con Fortunato Oviedo y su mujer Asuncin Avendao, fabricantes de bayetas que le ofrecieron hospedaje y cuyo viejo ancestro, de un siglo atrs, era tambin espaol: procedan ambos, en efecto, de una de las generaciones del grupo de tejedores que se avecind en Guano, tras haber sido trado de Espaa ala Audiencia de Quito por el duque Fernando de Uceda, y haban adquirido hbitos de trabajo que les permitieron vivir del dinero de su industria tenaz. En los das mismos de las visitas de J os Santos Montalvo, esos talleres los hicieron pasar en herencia a sus dos hijos: Bartolom y J acinta Oviedo Avendao. J acinta. nacida en 1758. apenas contaba catorce aos de edad. El mercader peregrino don J os Santos Caba en los veinticinco, pues que l era del 47. Pero eso no estorb al rpido desarrollo de unos coloquios sentimentales que, previo arreglo con el resto de la parentela, desembocaron en ceremonia nupcial celebrada ante el cura del lugar. Ahora, en el Libro de Matrimonios de 1772, de la Iglesia Matriz de Guano, se pue-
20 de leer la constancia siguiente: Partida matrimonial: J oseph y Jasinta.- En diez y ocho de Mayo de mil setecientos setenta y dos aos cas y vel segn el Orden de Nstra. Sta. Mdrc. Iglesia a Dn J oseph Santos Montalvo y Dna J asinta Donicia de Oviedo. Fueron sus padrinos Dn Bartolom de Oviedo y Dna Thomasa de Segura de que doy fe.- Fr. Xavier Ramos. J os Santos Montalvo, aquerenciado cada vez ms en su cobijo familiar (casa baja de teja, de rstica apariencia), fue apartndose paulatinamente de su nomadismo de vendedor a la jineta: de sus correras de exhibidor ambulante de ponchos y bayetas. La prole, adems, se le fue multiplicando incesantemente. A diecisis lleg el nmero de sus hijos, lodos de Guano, entre los que se contaron apenas dos mujeres. Esta es su lista, en orden de mayor a menor: Alejandro, Enrique, J os Antonio, Andrs, Nicols, J avier Avelino, J os Manuel Vicente, Marcos (25 de abril de 1786), Petrona, Teresa, Antonio, Benito, J os Leandro, Gernimo, J os Manuel y J avier. El trabajo, las rudezas y riesgos de sus trotes interminables, la casi ninguna frecuentacin social y las penurias soportadas en su ya antigua experiencia americana le haban rodeado eso era evidente de un aire poco afable, quizs altanero. Que coincida bien con su figura descarnada y la habitual agriedad de su gesto. No obstante, en aquel rinconcito fabril de la provincia del Chimborazo, que hasta hoy conserva su fama en la produccin de mantas y alfombras, jams le faltaron la hospitalidad ni el respeto de los guaneos. Por eso, acompaado de su propia mujer, estableci tienda de tejidos en la plaza del poblado. Las gentes que le vean desenvolverse en aquel oficio, a cualquier hora del da, hallaban tema para sus comentarios: de reparo unos, chispeantes o admirativos otros. Hasta el lmite aparentemente inimaginable de que uno de los bigrafos de J uan Montalvo, esto es del nieto de don J os Santos, pudo recoger, corridos ya ciento cincuenta aos, la ancdota siguiente: Una vez la marquesa de Solanda (esposa del mariscal Antonio J os de Sucre), de trnsito a sus haciendas, entr para comprarle unos artculos. Ninguno le gust e iba poniendo, fastidiosamente, muestras sobre muestras, con el ademn autoritario, naturalmente, de la gran seora sobre el triste vendedor de bayetas. Colrico, al fin, el viejo J os Santos- Montalvo, arroj despectivamente sobre el mostrador la ltima pieza y dijo que ya no tena ms que eso, de precio terminante. Ah, seor comerciante le dijo la marquesa, ofendida por la actitud poco servicial, y el precio de ese orgullo? Ese orgullo, seora, no se vende, respondile, dando en seguida la espaldas a la aristcrata para atender otro cliente. Y bien, aquel roble humano, patriarca de los Montalvo, entre los que difcilmente se hallarn pelagallos de aldea, pues que algunos, por el con- 9 Oscar Efrn Reyes. Vida de J uan Montalvo Quito Edicin del Grupo Amrica 1953
21 trario. alcanzaron una notoriedad slidamente justificada, tambin tuvo que derrumbarse. Muri en 1825, a los setenta y ocho aos de edad, vctima de una pulmona. Le sobrevivi largamente su mujer, doa J acinta, que existi hasta 1869. y que fue asimismo una persona poco comn, de atributos perpetuados por lo mejor de su descendencia, en la que sobre todo hay que tener en cuenta a nuestro escritor. Una nieta de ella ha dejado el testimonio siguiente, a travs del cronista guaneo doctor Csar Len Hidalgo: Conoc a mama Chachi, era una anciana alta, triguea, de ojos negros y cabellos blancos: su tertulia amena, manifestaba ilustracin y gran memoria cuando relacionaba pasajes de la independencia; era muy caritativa; en su casa encontraba el menesteroso las manos llenas de doa J acinta, que reparta con largueza la abundancia de sus trojes. Muri la seora a los ciento once aos, agobiada por el peso de su avanzada edad.4 En lo que toca a la prole numerosa de J os Santos Montalvo y Jacinta Oviedo, necesito aclarar que una persona es la que aqu interesa, porque imprimi huella en la historia de nuestro pas a travs de sus hijos: Marcos Montalvo. Las dems ramas familiares de aquel viejo inmigrante hispano fueron desapareciendo sin dejar el mismo rastro excepcional. Aunque en su tiempo ellas consiguieron tambin mostrar el destello de varias de las excelencias transmitidas por los progenitores. Para probarlo hay dos cartas de J uan Montalvo, escritas en los aos en que ste saboreaba ya las venturas y desventuras de su celebridad literaria. La una, de 7 de junio de 1879, dirigida seguramente desde Ambato o Baos, pero que no lleva indicacin del lugar de procedencia, tal vez por los azares del ocultamiento que se haba impuesto su autor, tena como destinatario a un pariente de l que segua afincado en el pueblo de Guano. Y que se llamaba con sus mismos nombres. Hallbase Montalvo en vsperas de su ltimo destierro, que lo pas en Pars, y al que se vio compelido por la persecucin poltica con que le haba acorralado un caudillejo militar de alfabeto escaso y gran carga de vicios: el general Ignacio de Veintemilla. Fue entonces cuando aquel sincero pariente guaneo, que quizs desde su oscuro rincn se sinti fascinado por los trazos eficaces y heroicos de la pluma montalvina, se atrevi a ofrecerle hospitalidad y proteccin en la tierra adoptiva del viejo abuelo. Quin podr decir qu secretos del ancestro palpitaban en la nobleza de ese gesto. Los trminos de la epstola de nuestro escritor son stos: 4 Revista del Centro Nacional de investigaciones Genealgicas y Antropolgicas. Quito. N 4, (Marzo-julio de 1982)
22 7 de junio de 1879 Seor J uan Montalvo MI querido don J uan Recib su carta de la semana pasada, pero no se la pude contestar porque lleg a mis manos tarde. Su oferta es cosa agradable para m; pero lo que es ahora no me lo creo obligado a salir de aqu, porque hay calma en a persecucin. Deba yo salir et 15 del presente; la guerra con que amenaza Colombia al Ecuador me ha contenido; pues hay a la fecha 2.000 granadinos en la frontera. Probable es que vengan nuevas rdenes contra m, y que la persecucin se enardezca: en este caso aceptare el asilo que Ud. - me ofrece, dndole avisos oportunamente Hgame el favor de saludar a mi seora Rosa y las seoritas, aun que en su carta no halle memorias de ninguna de ellas. Reciba Ud.querido amigo y pariente la ms cordial salutacin de su estimador servidor. J uan Montalvo La otra carta la fech en Pars el 29 de noviembre de 1882, y estuvo dirigida a Rosaura Montalvo Hidalgo, sobrina segunda suya, e hija precisamente de aquel su tocayo, dueo de hacienda. Con ella, sus hermanos y sus padres las relaciones haban sido cercanas. Parece que se visitaban. Que pasaron juntos en algunas temporadas. durante la infancia y la adolescencia. Y no hay aoranzas ms tiernas y suspiradas que las de esos aos. Sensual, gustador insofocable de los atractivos de la mujer, en cuya complacencia febril estuvo asistido de una imaginacin apasionada, guardaba el escritor con estremecimiento ntimo el recuerdo de la belleza de Rosita y de sus hermanas, y de otra muchacha del lugar, que se ha quedado envuelta en la penumbra de las simples referencias Estela, con quien vivi, sin embargo, algn amoro de pocos das entre las soledades y los aromas de la huerta frutal de esa hacienda ele Guano. Como era su hbito. haba l pensado evocar a Estela, acaso transfigurada por los gozos de su refinamiento esttico, en las pginas de los Siete tratados, y su sobrina Rosaura se hallaba impaciente por comprobarlo, por ver a la compaera perennizada mediante el soplo de la literatura montalvina. Esta es la carta: Pars, noviembre 29 de 1882 Mi querida Rosaura. Siempre he pensado en ti, pero nunca he esperado carla tuya. Conque te acuerdas de m, guanea hermosa? Si eres mi prima, s eres mi ta, no s, slo s que eres mi amiga, porque mereces mi estima y mi cario; y quieran los ciclos que nunca los vengas a perder. No ser por el parentesco con nosotros por lo que tanto les visitan a ustedes en Quito. segn dices: ser por los mritos mismos de ustedes - Pero ya que te lamas Montalvo. Roberto D. Agramonte Montalvo en su epistolario Edit. De la Universidad de Puerto Rico1982. pag 155
23 chiquilla, mira como no vengas a deslustrar este nombre. Csate, y csate bien; que harto hay en ti con que hagas la dicha del ms pintado. Los Siete tratados no pueden ir todava: muchos tropiezos he tenido en la imprenta. y creo que el retardo ser largo. El nombre queme recuerdas no lo hallars en ellos; pero tendr el puesto que merece en otra parte. Estela, mi bella, mi pobre Estela; t que la conoces, dime si no tengo razn para quererla? Si alguna vez la ves, cuando vayas a tomar duraznos, dile que no me olvide; pues al fin y al cabo he de volver. Primero a tus padres, despus a tus hermanos, ms de mil abrazos. Dolores debe estar buena para princesa, y Zoila para reina; y t para ngeles y serafines. No me olvides a julia; y todas juntas, adis. J uan6 Hay noticia de que la bella Rosaura, de rostro noble y ojos bastante atractivos, muri trgicamente entre 1893 y 1894; la aplastaron las vigas del soberado de la hacienda paterna. Haba pasado apenas los treinta aos de edad. Por fin, he de insistir en que de esa lista de vstagos del patriarca andaluz don J os Santos el que interesa aqu es Marcos Montalvo. Era guaneo como sus hermanos. Esta es su partida bautismal: En esta Iglesia de Ntra. Seora de la Asuncin de Guano, en veinte y cinco de Abril de mil setecientos ochenta y seis aos. Bautic, puse leo y crisma solamente a Marcos, hijo legtimo de D J ose Santos Montalvo y de D J asinta Obiedo, fue su Madrina D Lisarda Seballos, aq le advert el parentesco que contrajo y su obligacin, deque doy fee. (f) Dr Sebastin lg Lop Moncayo.7 Era blanco, fuerte, muy bien parecido. Haba heredado el temple de su padre. Su estoicismo. Su valor. Su energa para el trabajo. Sus costumbres severas. Su fortaleza moral. Aprob la escuela en el villorrio chimboracense de su nacimiento, con maestros franciscanos que acentuaron la disposicin catlica que le haban comunicado en el hogar. Y poco despus se entreg a los servicios que don J os Santos le demandaba, en el acarreo de mercancas, en la atencin en el almacn, en los mandados rutinarios de la familia. Era diligente y alegre. Tena una mente despejada, que bajo otras condiciones hubiera sobresalido con aptitudes excepcionales. Pero lo bueno fue que ese tesoro oculto pas a depositarse, para tomar forma activa, en el alma de sus hijos. La alegra con que se manejaba con todos, y que en la plenitud de la mocedad le llev a pulsar la guitarra y a entonar coplas populares en el ruedo encontradizo de sus amigos, fue desde luego deteriorndose, hasta no ser sino un recuerdo amable en los aos posteriores. El rigor de los oficios lo fue cambiando todo. Era slo un adolescente cuando saba ya baar a los caballos de don J os Santos. Los ensillaba sin 6 ibid. pgs. 192 y 93. 7 Archivo de la Matriz de Guano. tomo IV de bautizos, folio 46.
24 esfuerzo. Conoca cmo ajustarles la cincha y hacerles tascare freno. Se disputaba con sus hermanos el jinetearlos. E igualmente se afanaba con ellos en ayudar al padre a cargar y descargar el lomo de sus bestias, mientras ste no haba renunciado an a comerciar lejos de Guano. Fue de aquel modo que, en parte por absorcin de los hbitos, y en parte por inclinacin heredada al nomadismo y la aventura, ese vstago de don J os Santos prolong su gnero de negocios ambulantes, al trote esforzado de las mulas por entre las polvaredas y los barrizales de los senderos serrans. Unas veces le sorprenda la noche en lo ms desolado de la puna, sintiendo el silbido del viento huracanado en medio de los pajonales. Procuraba avanzar, entonces, hasta el tambo menos distante, para dar reposo a su caballera y su recua, y saborear el caldo de gallina y las papas humeantes que se ofrecan a los viajeros en mesa de tablas pobres y toscas, bajo la luz agnica de candiles o de velas. Le era preciso en tales casos pagar tambin al hospedero por un colchn de paja en el cual entre dormirse hasta la hora del resplandor, de fro cuchillo, de la madrugada. Otras veces, alcanzaba a llegar antes de la anochecida a los poblados donde ejerca sus ventas de vagabundo. Y entonces ya no tena como albergue slo una tapera entre la soledad de los caminos, sino la habitacin de una pesada relativamente acogedora en su rustiquez, y aun, por excepcin, el cuarto de huspedes de alguna de las familias lugareas. Es probable que en una de estas oportunidades especiales, y gracias a los tratos de su trabajo, se alojara en la propiedad de doa Isabel Villacreses de Fiallos, en Quinchicoto, cerca de Ambato. Vino a repetirse as, en cierto modo, la historia de su progenitor don J os Santos. En efecto, a travs de sus romeras de mercader haba llegado a encontrar cuando menos lo esperaba a la mujer con la que, tras breve tiempo, se uni conyugalmente. Para multiplicar su descendencia en forma asimismo fecunda. Mara J osefa Fiallos y Villacreses, la moza de sus impresentidos amores, era --igual que en el caso de J acinta Oviedo de apenas catorce aos. Sus rasgos eran sin duda atractivos. Pero la atmsfera de aislamiento, los usos pueblerinos, las prcticas de profunda devocin catlica de sus padres gentes entregadas casi slo a cuidar sus tierras de labor, y la edad misma de ella, la haban hecho escurridiza y de modales notoriamente tmidos. Era ms bien pequea y de tez rubicunda. Callada y activa. Suave con todos. Amiga de la limpieza y el orden. La vertiente familiar de los Montalvo, que salt desde Andaluca, pasaba pues de una ceja de los Andes la villa de Guano a esta otra ceja, un tanto hosca y solitaria, de la aldea cordillerana de Ouinchicoto. Para quien la ve ahora, sigue siendo ella, no obstante las casi dos centurias que
25 han corrido, el asiento melanclico de un puado de familias campesinas. la circuyen unos cuantos lomazos de tierra negra y frtil, cubiertos de papales en flor y de hortalizas. Las calles que convergen en la vasta plaza principal, en que se levanta su iglesia humilde, suelen todava mostrarse intraficables y fangosas con el golpe testarudo de las lluvias. La elevacin tsica del poblado permite divisar al frente, en un extenso confn azulado, las quiebras y ondulaciones de los cerros orientales. Por lo dems, todo dentro de la aldea sigue acaso igual: las casas se dibujan, tanto en la plaza como en sus costados, con un mismo semblante de aejez taciturna: con sus tejas ennegrecidas, con sus muros de adobe desconchados, con sus dinteles de viga ruinosa, con sus tiendas y talleres de aire recluido, con sus barandas de madera en los balcones, en las pocas viviendas de dos pisos. Hay pues una huella de estilo hispano en el ambiente. Algunos apellidos espaoles tambin persisten entre los actuales moradores: Fiallos quin sabe si brote olvidado y lejano de las ramas ancestrales del escritor, Carrera. Ortiz y Snchez. Algunas de las mujeres con que escasamente se puede topar ahora son de estatura baja, y visten paoln y sombrero de tono oscuro. Procuran mostrarse afables a pesar de su cortedad natural. tienen, unas pocas, la piel blanca y los ojos claros. Quizs as debi de haber sido tambin el breve mundo agreste que, a comienzos del siglo pasado, percibi Marcos Montalvo en Ouinchicoto, donde no demor en requerir por esposa a J osefa Fiallos. La ceremonia matrimonial se cumpli en la Iglesia Matriz de Ambato, el 20 de enero de 1811. Hay errores en el registro de los contrayentes, pues que se omite el primer apellido de doa J osefa, y se escribe mal su apellido materno. Esta es la partida: En Veinte de Enero de mil ochocientos once el Case y Vele segn orden de nuestra Sta Madre Iglesia a Mareos Montalvo con J osefa Villacrs y fue su Padrino Nicols Montalvo y Isabel Villacrs. Doy (ce. Romero. Demasiado triste, fro y soledoso ese lugarejo de Quinchicoto, quizs no sedujo mucho a don Marcos. El, adems, no era para labriego. Siempre anduvo imantado por el comercio. El cabalgar atrs de sus arrias con bultos de mercancas, por entre hondonadas, pramos y riscos, era al parecer su mana. Arriero fue, sa es la palabra. Arriero como don Santos, su padre. Por manera que el ms notable de nuestros escritores descenda de arrieros que iban barajando pequeas poblaciones para su negocio. Esta particularidad le asemeja a otra figura hispanoamericana de grandeza indiscutible: el genial argentino Domingo Faustino Sarmiento. Recurdese, en efecto, que para dar subsistencia a los suyos el progenitor de Sarmiento, don J os Clemente, trotaba por los secanos del norte de su pas empujando sus mulas, arrendolas hacia lugares en donde vender las mantas y los pon-
26 chos que haba fabricado en un tosco telar de madera su infatigable esposa, doa Paula Albarracn. En el mismo siglo, con poco tiempo de diferencia (el ensayista de la Argentina haba nacido veintin aos antes que el nuestro), en las casas paternas de los dos se viva pues un drama muy parecido. Sus ascendientes luchaban por el esquivo pan familiar haciendo un comercio nmada de muleros. No fue se, desde luego, el nico elemento de similitud entre los dos titanes de las literaturas y de las luchas polticas de nuestras naciones en la centuria decimonnica. Como iremos demostrndolo una y otra vez. Obsrvese, por lo pronto, que tanto el uno como el -otro Domingo Faustino Sarmiento y J uan Montalvo- hallaron un estmulo eficaz en la porfa patritica de sus padres. El del primero estuvo enzarzado en las contiendas de la fundacin de la repblica argentina. Su oficio humilde no le impidi mantener un verdadero delirio por la suerte del pas que se emancipaba. El hogar de los Sarmientos fue por eso llamado en la ciudad de San J uan, durante mucho tiempo, segn una espontnea expresin popular, el hogar de los Madre Patrias. El padre del segundo, por su parte, anduvo entre las milicias improvisadas pero valerosas que pugnaban por desaherrojar al Ecuador de la servidumbre espaola. Y supo, en consonancia con esa actitud, alentar en sus hijos una disposicin amorosa y llena de coraje hacia el ejercicio de la libertad. Las confabulaciones revolucionarias en que l mismo participo fueron algunas: el 12 de noviembre de 1820, segn se ha asegurado, estuvo en el asalto al Cuartel Realista espaol de Ambato; empu las armas en los combates de Huachi de esa poca; fue perseguido y hall refugio temporal en Guayaquil, ya independiente. En Cuenca haba tratado a; gran hroe de Pichincha, mariscal Antonio J os de Sucre. Y el efecto de las campaas de ese hombre, padre de Montalvo, fue el de una evidente aureola poltica, que le condujo a convertirse en regidor del primer cabildo ambateo. Para entonces, por cierto, se haba domiciliado ya en la ciudad de Ambato, donde J osefa Fiallos de Montalvo fue alumbrando a sus hijos, diecisis en total: Francisco (1812), Francisco J avier (1819), Mara Alegra (1822), Mariano (1824), Carlos Len (1825), Carlos (1826), Mara Rosa (1827), Toms (1828), Juan Mara (1832), Rosa (1833), J uana Manuela (?), Isabel Adelaida (1838), Luis Rafael (1839). Ms tres de nombres desconocidos. Siete de ellos mueron en la infancia. No es aventurado conjeturar que antes de que construyeran y adecuaran confortablemente su casa de la esquina de la plaza mayor, prxima a la iglesia, don Marcos y doa J osefa, con la prole que les iba naciendo, se resignaran a pasar aos duros en algunas piezas de un modesto edificio de alquiler, de dos pisos, erguido todava, a pesar de su vetustez, en la calle que ahora se conoce con el nom-
27 bre de Castillo. Esto es, cerca tambin de la plaza: a cien metros de ella, un poco ms al occidente, en donde aumenta el declive de la bajada hacia el ro. Ah parece que acostumbraban buscar albergue los mercaderes ambulantes de los pueblos de la sierra. Pero la suma de ahorros de los dos esposos l tan laborioso y austero, ella tan ordenada y conforme debi de haberles permitido comprar en 1826, a Mara Lpez Naranjo, en cuatrocientos pesos, el solaren el que levantaron la vivienda propia, con almacn a un lado de la entrada. No todas las habitaciones se hallaban terminadas en el ao en que naci ah el escritor. Y bien, don Marcos no se senta forastero en Ambato. Era un elemento activo de lavilla. Se haba conquistado la simpata y el respeto de muchos. Su aire personal, no obstante los ultrajes materiales del rudo oficio, era distinguido. Sus maneras no podan ser ms severas y orgullosas, en unos casos, ni ms corteses y remiradas en otros. Los hijos se sentan protegidos por la aureola de prestigio de aquel hombre. Por eso J uan Montalvo no se resisti a evocarlo en varias pginas de sus libros, en imgenes hermosamente idealizadas, pero fieles y elocuentes, como se demostrar con las reproducciones que vendr a continuacin. Movido precisamente por el engreimiento y el cario originados en la contemplacin de su padre, que desde luego le rediman de inquietudes habituales sobre la mulatez que a l personalmente le atribuan sus enemigos, se haba decidido a aclarar: En mi concepto no soy zambo ni mulato. Fue mi padre ingls por la blancura, espaol por la gallarda de su persona fsica y moral . Los dineros conseguidos a fuerza del laboreo en la tienda de Ambato y de los abnegados trotes de negociante por el resto del pas haban acrecentado la nombrada de Marcos Montalvo y el fervor de las consideraciones con que los vecinos de la ciudad se le aproximaban. Esa holgura, adems, ira haciendo posible su sueo de dar una educacin escrupulosa a su larga descendencia. Pocos, en efecto, habrn logrado formar tan slida y admirablemente a sus hijos como l. Pareca que el ambiente se prestaba para sus empeos. Porque el lugar le haba sido siempre amable y hospitalario. Ambato tena en esos aos de don Marcos unos doce mil habitantes. Cierto es que despus de su fundacin espaola, en el siglo 16, haba sufrido el azote de dos terremotos. Otro, impresionante y devastador, lo soport en la presente centuria (igual destino que la tierra sanjuanina de Sarmiento). Pero siempre hubo, por razones que no son solamente del corazn, una corriente de devociones y convencimientos que hizo que el pueblo ambateo se aquerenciara en su heredad, y que, consecuentemente, De la belleza con gnero humano. Siete trotados, Bogot. crculo de Lectores.
28 concentrara su coraje para las hazaas titnicas de las sucesivas reconstrucciones urbanas. Atributos han abundado, en fin, en aquella ciudad, como para que de continuo se la lisonjeara sin falsos alardes. Yeso precisamente ha venido ocurriendo, una y otra vez, mediante el testimonio de gentes nuestras y de lejos. Algunos de sus encantos obsrvese bien se han conservado por cientos de aos, gracias a un milagro de persistencia que va resultando ya bastante raro. Pero lo admirable, y lo conmovedor, y lo entraable y humano es que uno de los motivos de los halagos y las aoranzas de los viajeros se ha centrado en un bien pequeo y cotidiano: el pan de sus tahonas humildes. Eso: su pan. Simplemente su pan. El tan pregonado pan de Ambato, de gloria ya insustituible. Este hermoso detalle, lan profundamente revelador, me induce a creer con toda la fuerza de mi fe, en medio de la algaraba desorientadora y engaosa con que se manejan las atracciones del turismo universal de nuestro tiempo, que difcilmente habr nada que recomiende mejor la naturaleza familiar y hospitalaria de un pueblo que esta tierna sabidura para elaborar el pan. Pero un pan apetecible, todo sabor en su migajn suave, y todo aroma y calor. La ciudad de Ambato, ella s, ha conseguido embellecerse a travs de varias memorias que estn ligadas al hechizo angelical de su pan. Vasele en estos breves ejemplos. Un misionero espaol, Bernardo Recio, dice en 1750: Y en Ambato es clebre el pan que hacen en roscas y abastece a Quito. como el de Vallecas a Madrid. El viajero ingls W.B. Swvensori, secretario del Conde Ruiz de Castilla, escribe en 1808: Entre las exquisiteces que ofrece Ambato consta su delicioso pan, sin par en el mundo, y varias clases de galletas, en especial unas llamadas hallullas, que se envan a Quito, Guayaquil y otras partes. 9 Y el ms lcido de los apologistas de J uan Montalvo, el ensayista uruguayo J os Enrique Rod, al trazar una imagen de la ciudad de Ambato, en 1913, afirma a su vez: y era fama que en ella amasaban un pan tan blanco y exquisito que en ninguna parte lograban imitarlo, ni aun cuando llevasen de all mismo el agua y la harina. O Pero el acento de rapsodias nostlgicas de Ambato se ha visto tambin estimulado por las riquezas que enamoran de los huertos de la ciudad. Es fcil advertir que an ahora la tierra sigue correspondiendo a los afanes del huertero con la dulzura de sus frutos y la gracia breve y exacta de sus llores. Mas ese huertero, que ha sembrado tambin a su familia en el lugar, ha conseguido a su vez ir criando a sus hijos, ya a travs de centurias, bajo 9 - El Ecuador visto por extranjeros . (Viajeros de los siglos .VVIII y XIX), bibliot Ecuat. Minima Mjico, Ed Cajica, 1959 J . E Rod, Eliminador de Prspero, Pginas tituladas Montalvo.
29 el influjo de aquella atmsfera placiente que hubiera podido seducir, con tantos dones y sosiego, a Fray Luis, Garcilaso o Virgilio. Con slo volver la atencin a los testimonios que recogimos antes, comprobaremos la unanimidad del encomio sobre esta excelencia sin marchitez del suelo ambateo. En efecto, el Padre Bernardo Recio ha escrito en su siglo dieciocho: Hay en varios parajes de grande frescura, todo gnero de granos y frutas de la mayor calidad y gusto, y aun tambit1 uvas de diferentes especies De igual modo, en los albores de su siglo diecinueve, W.B. Stevenson ha dejado esta otra observacin sobre el mismo lugar: ... dispone de suelo muy frtil Aqu crecen muchas frutas exquisitas, tales como manzanas peras, duraznos, albaricoques y frutillas; se las cultiva en abundancia; de verdad, muchos llanos estn llenos de plantas, y quien desea comprar fruta paga medio real, un dieciseisavo de dlar, al propietario del terreno, acude all en persona o manda recogerla durante todo un da. Y tambin J os Enrique Rod, en sus pginas montalvinas de comienzos de la presente centuria, tras aludir a una vegetacin que cobra, con la luz de los trpicos, sus jardines de magia, ha dicho lo que sigue: Esta ciudad goz, desde los tiempos coloniales, de cierto renombre gergico e idlico. Celbranse la fuerza de sus aires, la delicadeza de sus frutas, la abundancia de sus cosechas. Don Marcos Montalvo hall pues razones muy valederas para echar races en el suelo ambateo. No nicamente construy el alero familiar en el centro mismo de la villa. Pues que tambin lleg a poseer unas once cuadras de tierra laborable en un suave recuesto de las lomas del contorno: en Ficoa. Iban aqullas desde el viejo camino hasta las playas del ro. Disponan de centenares de rboles frutales, de prados y alfalfares para una breve porcin de ganado, y de casa y jardines. Don Marcos las trabaj y colm de frutas. Un hombre como l, con sensibilidad para las delicias camperas, por haberse criado en el medio provinciano, no desde el convertir esa propiedad en una quinta amable y pintoresca, para el reposo y disfrute de la familia. Hasta ahora, no obstante las mudanzas que la ciega diligencia municipal y el capricho desenfrenado de los reconstructores han ido introduciendo en ella, la quinta de Ficoa parece guardar algn encanto secreto de esos viejos aos. Pero Marcos Montalvo posea, adems, otros bienes de valor: las haciendas Punsn, en Baos, y Yambo, en Cunchibamba. Y, sin embargo, no era un espritu sedentario. J ams lo haba sido. La propensin errabunda, carcter de la existencia de su padre, de la de l y de la de su hijo J uan, era como el numen pertinaz de su casa. Necesitaba, por temperamento sin duda, y desde luego por razones del sostenimiento hogareo, estar viajando de un punto al otro del pas, con los atados de
30 su mercadera. Acostumbraba desafiar, as, no slo las molestias de un vagabundeo largo y agreste, sino tambin los riesgos de las emboscadas de salteadores y asesinos. Su coraje y las exigencias del negocio le llevaban aun, en ciertas ocasiones, a los pueblos de la costa. Acaso nada hay que describa de modo ms elocuente la condicin de este difcil peregrinaje, ni que retrate mejor a don Marcos, que la evocacin trazada hacia 1876 por su hijo J uan Montalvo, en el cuadernillo nmero tres de El regenerador. Apareci ella bajo el ttulo de Los piratas del Guayas, y stos son unos fragmentos de sus pginas del final: Por los aos de 1840 un rico negociante del interior de la repblica volva de Guayaquil con un valioso cargamento. Su gran canoa de piezas remontaba pesadamente el Guayas a fuerza de remo, contra viento y marea, luchando con una como tempestad que se haba declarado desde que perdieron de vista el puerto. Oscura la noche, sembrada de truenos y relmpagos: los bosques geman lgubres, combatidos por los vientos; manadas de jabales arruaban temerosos en sus profundidades. El dueo de la canoa tom aparte a un joven de su squito, y entrando juntos al depsito de armas, salieron luego, el uno con un trabuco formidable, el otro con un gentil machete que no le hubiera pedido favor ala cimitarra de Taric Plcido! grit el principal: amrrame este zambo, y truncado contra un banco, el amo agreg: A este otro! El otro fue igualmente aherrojado y puesto fuera de combate. Barreto! dijo entonces el que daba rdenes; el piloto corre de cuenta de usted; ala menor seal de traicin le vuela la tapa de los sesos. Barreto, que no haba estado en Ayacucho, temblaba de miedo; pero como el valor es comunicativo, prendi en su seno, y tI hombre se puso a apuntar al piloto con su escopeta. Nada le importaba ms en ese trance que el denuedo y la valenta. Era el caso que el viajero, como quien haba ejercitado la vista en las oscuridades de ese ro, y el nimo en esas ocurrencias, descubri a la altura de la Boca de Baba una lucecilla que venia adelantando en direccin a su canoa. Los piratas, como los bandidos de tierra, tienen en la fisonoma y las acciones un sello especial que les denuncia en cualquier parte a la justicia: el navegante supo ya con quienes las haba. En cuanto a los dos pasajeros que mand amarrar, eran dos zambos de interesante aspecto criminal, a quienes el patbulo hubiera recibido con los brazos abiertos. El uno tena cruzado el rostro con un persignum crucis de a jeme; el otro mostraba en el pescuezo una cuchillada de catorce puntos, como las que mantena el memorial de Monipodio. La canoa haba sido fletada exclusivamente por el negociante; pero como esos hombres de bien se le llegaran a pedirle por los dolores de Mara Santsima que les llevase a bordo hasta Babahoyo, fueron recibidos por va de conmiseracin. Eran, sin duda, cmplices de los piratas; mas el serrano tena la letra menuda; y cuando los zambacos se regodeaban ya en la buena presa, vironse all tirados en los fondos cual tercios de mercancas. Los piratas venan a treinta pasos de distancia, entonando uno de ellos una donosa cancioncilla, con ciertos quiebros de voz que eran, de seguro, avisos a sus cmplices de a bordo: Mi da e la noche oscura; Msica son do trueno:
31 Yo bailo Con la tormenta... Qu tenemo, qu tenemo? j Ramn, fuego! grit el viajero, cuando el enemigo bogaba a cuatro brazas. Un estallido estupendo rompi el silencio del ro, y retumbando por las selvas de las orillas, fue a perderse a lo lejos en las entraas de la noche. Apretaron el remo los piratas: enarbolados sus ganchos, agarrbanse ya a la canoa mercante: Al abordaje! Grit el capitn, Palomino, ahora! Canilla, dnde ests? Otro tiro de trabuco reson en este instante; y como los piratas rempujasen con ms fuerza, Ramn, empuado en su machete, parta cabezas a diestro y siniestro, a tiempo que su jefe le atravesaba la garganta al capitn de los malhechores con su espada que gema en la oscuridad sedienta de sangre. Echados los cadveres al agua, sigui adelante el viajero: al romper el da, consignaba en manos del alcalde de Babahoyo los dos cmplices de los piratas, y montaba en su mula para trepare! Chimborazo. Ese hombre de barbas agrias era don Marcos Montalvo, padre del humilde cronista de estos hechos, Ese pues era, aunque un tanto transfigurado por la propensin idealizadora del escritor, don Marcos Montalvo. El regentadro tom primero, Pars, Editorial Garnier Hermanos S.A., pgs. 130-135
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Quinta de Montalvo en Ficoa. CAPITULO III El tenducho de la escuela La ciudad en esa primera mitad del siglo diecinueve, diseada con mano de huertanos y jardineros, era agradable. Pintoresca y acogedora. Sus calles principales se mostraban parcialmente limpias. Unas pocas se haban empedrado. En ellas los cascos rpidos de las cabalgaduras iban arrancando chispas de las piedras menudas, y ecos acompasados y metlicos. Los asnos y las mulas de carga jadeaban en cambio, a paso lento, acosados por el acial, el palo o el grito del arriero. Aparte de los pocos sitios de comercio y de la plaza del mercado, comnmente concurridos y bullidores, el ambiente era de paz en la breve extensin urbana. Poda notarse que el campo respiraba a sus anchas por todos lados, ah entorno. El canto del gallo, el balido de la oveja, algn mugido, algn relincho o rebuzno, se entrecruzaban en el aire, en forma rala, como en un dilogo de solitarios. Tambin poda notarse que en los tiempos del verano la tarde bostezaba. La abuela y la madre de casa bostezaban. Bostezaban con la costura o el tejido en la mano. Como en espera de la azul, infinita pestaa nocturna, que sola cubrir fcilmente el alma insondable de todos los dormidos. El brazo masculino de la casa padres e hijos adultos no sedaba descanso por cierto durante las horas de labor, en las faenas agrarias, la pequea industria, la funcin pblica y los negocios. Pero la dulce mediocridad de unas costumbres apacibles se estableca tras el rigor de los esfuerzos cotidianos. El din-don melanclico de las campanas sobre todo de las campanas vespertinas tambin contribua, en su momento, al callado recogimiento de la poblacin. Tal era ms o menos la atmsfera en el hogar de los Montalvo. El jefe de familia, don Marcos.,precia no conocer la fatiga. Sus trabajos los comenzaba temprano. Igualmente sus viajes, para los que las acmilas quedaban escogidas y listas para la carga, desde la vspera. Doa J osefa
33 organizaba el arranque laborioso de cada amanecer, Preparando el caf para el desayuno. Disponiendo a sus domsticas las tareas de rutina. Arreglando a los nios para la escuela. Congregando a todos para el rezo matutino. El escritor, a quien se le atorment durante casi toda su carrera con acusaciones de enemigo de J esucristo y de la Iglesia, pudo recordar esta prctica devota de todos los das, del siguiente modo: Cuando apuntaba el alba, nos bebamos sus blancos rayos con los ojos, cogindolos en las rendijas de las puertas, y mi madre volva a decir: Hijos, recemos; demos gracias a Dios. Nos hincbamos por el suelo, y saludando a la aurora, como los pueblos hiperbreos saludan a la luz cuando vuelve despus de una noche de seis meses, dbamos gracias a Dios de haber amanecido un da ms. Y hay pcaros que me llaman hereje 12 Don Marcos, austero, recio, poseedor de voluntad y coraje para tantas de sus empresas, se acomodaba con humildad, con fe y fervor, a esos hbitos catlicos. Su mismo hijo J uan, a continuacin de las frases que se acaban de reproducir, ha evocado este hecho tan demostrativo: Una tarde mi padre estaba cruzando el patio de la hacienda donde nos hallbamos, cuando una horrible sacudida del mundo nos ech a todos afuera a un tiempo que el grito de Misericordia! suba al ciclo. Mi padre se plant all, se estuvo un instante inmvil, oyendo hacia la bveda celeste, en tanto que la casa, de madera, cruja con ruido aterrador. Ya pas, dijo, ya pas; no es nada, Y como empezaba de nuevo su camino, otra sacudida mucho ms violenta puso el colmo a nuestro espanto; y el hombre a quien nada aterraba, se ech de rodillas por aquel suelo, clamando con los ojos y las manos en alto: Seor, piedad. Seor, para tus iras El cerro del frente, pelado y deleznable, estaba yndose en un torrente de piedras por su derrumbadero; el patio que era un terrapln muy alto, estall, se fracas y se abri en una enorme grieta; la casa era una loca frentica que iba y vena; los perros daban aullidos de modo lamentable; y los indios conciertos, los peones empezaban a llegar aterrados, como si su amo hubiera tenido el poder de ampararlos en ese cataclismo)3 El ejercicio de la fe estaba pues en el alma de toda la familia. Los hbitos ancestrales, el matiz catlico de la educacin, el ambiente de la poca, sobre todo en el marco elemental y taciturno de la provincia, predisponan en forma general a las prcticas piadosas. Conviene que se recuerde que una de las hijas de don Marcos, la llamada Isabel, hermana menor del escritor, se meti de monja en el Monasterio del Carmen Bajo, en Quito. Y que se repare en que el liberalismo, que fue la doctrina que gan la mente de los varones, no alcanz a hacerles renunciar completamente a sus creencias religiosas. Hubo en eso tal vez una excepcin: la de Carlos, que fue el ms radical de los Montalvo en su oposicin a la Iglesia. Pero 2 La flor de las ciencias, El espectador,libro II Medelln Colombia. Editora BETA , 1975 pag. 149 3 ibid.pags l49y 150.
34 en cualquier caso no hay que olvidar que el padre no se afanaba tanto en la vigilancia del culto catlico familiar como en la de una educacin esmerada para su hijos. Fue por ello que consigui remirarse, con satisfaccin ntima, en un espejo que reflejaba lo que l hubiera querido tambin para s mismo: los dones de la cultura universitaria que dio a tres de sus vstagos todos admirables, y quizs de lo mejor que tuvo el pas en el siglo diecinueve: Francisco, Francisco J avier y J uan. Fallecidos ya otros hermanos, J uan era el menor de los varones. No obstante, el celo paterno le alcanz con igual entusiasmo. Los cuidados de la madre tambin, con toda su carga de ternura. Esto ltimo es cosa que se debe tomar en cuenta cuando se vuelven los ojos a la vida afectiva del escritor, en que Imprimieron un efecto duradero esos desvelos cariosos. Mas la atencin de bigrafos ni de crticos ha sido a este respecto suficiente. Se acostumbra en verdad a hacer memoria de las expresiones lisonjeras con que Montalvo ha evocado al padre, y ni se intenta advertir las vibraciones de amor materno que estn presentes en tantas imgenes de sus pginas, particularmente en aquellas que llevan como ttulo el nombre de un cementerio parisiense: El Padre Lachaise. No se ha observado, as, lo que hay de sentimientos personales en esa breve prosa antolgica, en la que, con un conmovedor tono elegaco, se precisan y aprecian los tesoros que el hombre pierde con la muerte de su madre. El autorya que es conveniente especificarlo parta del tema de la orfandad reciente de un joven amigo suyo: Rafael Barba J ijn. Y bien, la diligencia maternal dolorida, la preocupacin nerviosa y tierna que en doa J osefa Fiallos de Montalvo eran usuales, un da tuvieron que tornarse ms tensas. Ms graves y agudas. Fue cuando su hijo J uan, de apenas cuatro aos, enferm de viruelas. La alarma se extendi en el hogar. Hubo que buscar al mdico, uno de los pocos de la ciudad. El mal era inconfundible. Se repitieron, maana tras maana, las visitas. E iban alternando cosas de la poca las prescripciones de aqul con las curaciones propias de la sabidura casera. El nio padeci mucho. Sus calenturas le hacan delirar y quejarse. Pero al fin se salv, entre afanes, lgrimas y rezos. Y, como suele ocurrir, la crisis de la enfermedad termin estimulando el desarrollo de sus facultades racionales. Los estragos fsicos fueron, desde luego, igualmente notorios. El escritor se lament sinceramente por ellos, en alguno de sus frecuentes desahogos de egotista. A las viruelas les atribua hasta la responsabilidad de la prietez de su rostro, que tantas desazones le dio entre las alusiones ofensivas de sus detractores literarios y polticos. Que le llamaban zambo y mulato. En su obra El regeneradoren el captulo nmero doce, titulado Colegio, Cuartel y Conven
35 -hace una breve referencia a aquella enfermedad: Qu mucho que otro cualquiera se acuerde haber cogido sarampin y llevado eso a los cuatro aos de edad? Del sarampin, yo no me acuerdo; pero s de las viruelas; ni las cacarautas de mi compatriota Jos Joaqun Olmedo me dejaran mentir Pero es ms explcito y vehemente cuando evoca ese mal y las consecuencias que le dej, en uno de sus ltimos libros, Siete tratados: la conveniencia de ofrecer algunos toques de mi fisonoma, por s acaso quiere hacer mi copia algn artista de mal gusto, me pone en el artculo de decir francamente que mi cara no es para ira mostrarla en Nueva York, aunque, en mi concepto, no soy zambo ni mulato. Fue mi padre ingls por la blancura, espaol por la gallarda de su persona fsica y moral. Mi madre, de buena raza, seora de tas prendas. Pero, quien hadas malas tiene en cuna, olas pierde tarde o nunca. Yo venero a Eduardo J enner, y no puedo quejarme de que hubiese venido tarde al mundo ese benefactor del gnero humano: no es a culpa suya si la vacuna, por pasada, o porque el virus infernal hubiese hecho ya acto posesivo de mis venas, no produjo efecto chico ni grande. Esas brujas invisibles, Cosas asquerosas que convierten a los hombres en monstruos, me echaron a devorar a sus canes; y dando gracias - os sal con vista e inteligencia de esa negra batalla Unas lneas ms abajo, agrega: gracias it cielo y a mi madre no qued ciego, ni tuerto, ni remellado, ni picoso hasta no ms, y quiz por esto he perdido el ser un Milton, o un Camoens, o la mayor cabeza de Francia; pero el adorado blancor de la niez, la disolucin de rosas que corra debajo de la epidermis aterciopelada, se fueron, ay! se fueron, y harta falta me han hecho en mil trances de la vida. Desollado como un San Bartolom, con esa piel ternsima, en la cual pudiera haberse imprimido la sombra de un ave que pasara sobre m, salga usted a devorar el sol en los arenales abrasados de esa como Libia que est ardiendo debajo de la lnea equinoccial. Pasados aproximadamente dos aos, y a los seis de edad, segn es lo corriente, el nio fue a la escuela. Tomado de la mano de su padre. Los dos caminaban con inocultable contento. El pequeo Juan haba dado muestras repetidas de impaciencia por aprender, como respondiendo intuitivamente al poder magntico que tendra que ejercer la palabra escrita sobre el resto de su existencia. Don Marcos, por su parte, amaba esos momentos de la iniciacin estudiantil de sus hijos. Erguido y arrogante, y algo afectado en su cortesa, aquel hombre de cincuenta y dos aos iba devolviendo en el trayecto, en breves frases, el saludo 1e amigos y de pasantes humildes que lo conocan. Su prvulo, plido, aco y algo alargado, pero de fisonoma graciosa por el brillo de sus enormes ojos negros y su pelo ensortijado, lo observaba todo, calladamente. Ese era su hbito. Siempre sola posar su mirada oscura en los lugares, en las gentes, en las actitudes. 14 de la bellaza en el genero humano. Siete tratados, Ibid 36 Ni ms ni menos que si estuviera atesorando mil detalles para animarlos, mucho ms tarde, a travs de los rasgos milagrosos de su escritura. La escuela era una casa de aldea. Humilde. Con una sola planta. Techo de tejas negruzcas y musgosas. Paredes de adobe, irregulares y blanqueadas de cal. Puerta mezquina, con hojas de madera envejecida. Patio de tierra casi tan breve que poda ser medido por cuartas. Una media docena de aulas, distribuidas en tomo del patio, con bancos y mesas pequeas sobre el piso enladrillado. Poca luz en todo: en el mtodo de los maestros como en los diminutos rincones del lugarejo. Para cada clase haba un instructor, o pedagogo, o preceptor, o como deba ser llamado ese pintoresco homnculo de chaqueta larga y sufrida, de botines gruesos, de bigote cerdoso, de boca acostumbrada a abrirse con desmesura, de mano siempre dispuesta a levantar el ltigo con violencia para aplicar la mxima atroz de que la letra con sangre entra. Era pues aquella como la escuela tpica de provincia de esos tiempos: postrimeras de la tercera dcada del siglo diecinueve. Centro fiscal y en cierto modo gratuito, segn los afanes de reforma y de secularizacin educativa del segundo presidente que tuvo la repblica, Vicente Rocafuerte. Y pobremente administrado y sostenido, desde luego. Que tal ha sido, por siempre, la maldicin de la enseanza en el pas. J uan Montalvo guard con fidelidad las impresiones de su escuela. Lo que no era extrao en l, que estuvo socorrido por una memoria lmpida y constante, cuya aptitud de recordar se extenda hasta la infancia ms temprana. El mismo nos lo ha confesado, en su decir culto como lleno de gracia: Pitgoras se acordaba de haber sido rey de Frigia quinientos aos antes; en seguida una clebre cortesana de Corinto; despus guila del monte Athos; y ltimamente len real de Nemea para venir a ser el filsofo de Samos. Yo no me acuerdo si he sido emperador de los aztecas, yerno de Huayna Cpac, jaguar de las selvas amaznicas ni cndor de los Andes; mas s pienso que mi memoria toma el agua de muy arriba, y bebe en las fuentes de mis cuatro aos de edad. Esto lo leemos en el ensayo Antonio Robelli, el pisaverde, del captulo 12 de El regenerador, que hemos citado ya. Pero all tambin encontramos, precisamente, este pasaje sobre su escuela de Ambato y una visita a ella del ex-presidente Rocafuerte: Fisonomas hay que no se le borran a uno jams de la memoria. Siendo yo escolar en un tenducho de Ambato que pareca casa de hormigas, se asom un da a la puerta un vejete, no ms alto que Monsieur Thiers, y se dej estar una buena pieza parado en el umbral, sin determinarse a entrar y visitar despacio la escuela. Qu haba de visitar ese plantel de ratones! Desde el maestro para abajo, todo era de menor cuanta. Dios sabe si le tengo presente al maestro Romero con su chaqueta blanca hasta las
37 posas, su pantaln a media canilla, sus zapatos de siete suelas, y su ltigo en la mano, que no lo hubiera aflojado si le ahorcaran. El buen hombre abra siempre la sesin con azotar tres o cuatro barragancitos de los ms pillos, le den o no por qu; y para echarnos fuera, les tena rara aficin a las orejas de ciertos condiscpulos mos que hoy son jurisconsultos a lo Papiniano. coroneles a lo Cambronne, obispos a lo Dmaso. esto es, que pisan en la barriga a sus enemigos, y aun candidatos de ellos mismos para la presidencia de la repblica. No pienso que haya sido predileccin por mi, sino el miedo cerval que le tena a mi padre, el maestro Romero me dej salir sin mancha de su penitenciaria; pero como a decir verdad yo no estaba all siguiendo la vida de nuestro serfico padre San Francisco, probable es que le haya dado algunas rabietas al excelente pedagogo. Como para menos rigor, ste me teora emplazado al pie de su mesa; con lo cual yo haca mi agosto, porque al otro lado estaba. igualmente presa y encadenada, la ms turbulenta y revolvedora de las alumnas, Por debajo de la silla del maestro, era un tejemaneje de dos mil demonios: cuando cesaban los pellizcos, torceduras de dedos, pasagonzalos y otras operaciones, de las cuales cada una hubiera sido un casos heffi, principiaba un ir y venir de pan y peras, colaciones y nueces, maz quemado y pinol, que la Gran Bretaa no ha hecho jams comercio ms activo con el Nuevo Mundo. Y algo ms adelante, retomando el asunto inicial, dice: Y el otro viejecito parecido a Monsieur Thiers, que est en la puerta. quin es? Los mechones de canas que se le cuelgan alrededor del sombrero le comunican aspecto venerable. Una ruana larguisima que le llega a los pies., poncho mejicano a fajas blancas y coloradas, de flecadura abundante, le cubre todo, bien como a Eneas su escodo. Muchas personas vestidas de viaje se hallaban tras l en postura respetuosa. El maestro Romero exclama: Nios, de pie y le hace al anciano una profunda reverencia. Enderezmonos todos, y estuvimos solemnizando la escena con profundo silencio. Era el personaje don Vicente Rocafuerte, que volva de la capital, concluido su perodo de presidente de la repblica. Qu dira de Ambato y de nosotros ese hombrn que haba andado por las cortes europeas, de embajador de Mjico. visitando colegios y universidades, estudiando los grandes sistemas de enseanza y vindolos planteados en las naciones donde la educacin pblica ha llegado a su perfeccin, como en Suiza, holanda y Alemania? No sabia don Vicente por lo menos, que de ese puado de rapaces de aldea haba de salir el amigo de las buenas letras que tanto gusta de tomar a pechos la memoria de los varones eminentes. 15 Una conjuncin de imgenes se encierra en esa evocacin montalvna: el local escolar, la figura del maestro, el prestigio de la arrogancia del padre, la apariencia de Vicente Rocafuerte, de pequea estatura, como el poltico francs Adolphe Thiers. y a quien trata de viejecito y de vejete ms que por la edad cincuenta y seis aos por el aspecto que le daban sus arrugas y sus canas. Pero ah comparece sobre todo, en trazos animados y precisos. la imagen misma del inquieto temperamento Infantil de Montalvo. Para entonces l contaba siete de edad, pites que Rocafuerte conclu
El Regenerador Ibid pags. 230-233 38 y su perodo presidencial en 1839, y el futuro escritor debi de estar cursando el segundo grado de escuela. 1oda esa suma de impresiones estaba incorporada naturalmente a lo que sin duda fue el mundo de la niez de Montalvo. Con sus primeras lecturas. Con el roce candoroso de las almas en el aula escolar, sobre todo con la de alguna de sus angelicales compaeras. Con sus paseos, bajo la vigilancia familiar, por el puente y las vegas del rio. camino de la quinta de Ficoa. Con sus primeras tentativas de afirmarse, siguiendo el ejemplo paterno. en el lomo del caballo. Con sus iniciales, calladas y deleitosas contemplaciones del paisaje del campo . de la mgica y alucinadora presencia de los astros cr1 el azul infinito de la noche.
39 CAPITULO IV La turbulencia arma su mano El 13 de mayo de 1830 se estableci con su nombre de ahora, tras desprenderse de los dos departamentos norteos con que constitua la nacin grancolombiana, la actual repblica del Ecuador. Y exactamente despus de un ao y once meses, el 13 de abril de 1832, naci J uan Montalvo. De manera que su existencia toda estuvo enzarzada en las tormentosas experiencias que caracterizaron la organizacin de nuestro estado independiente en el curso del siglo diecinueve. La mano recia del destino patrio tuvo que moldear la personalidad de nuestro escritor en la forma que las circunstancias de la historia de entonces lo demandaban. Hay unas dos evidencias en su caso. La primera es la de que los avatares del pas reclamaron sin descanso las impaciencias, el coraje, las angustias y desabrimientos de la conducta de Montalvo, haciendo definidamente nacionales las vertientes de su pensamiento, a pesar de sus inteligentes afanes de cosmopolitismo, de sus largas ausencias y de su confesado despecho frente a la realidad del medio en que haba nacido. La otra, en correspondencia obligada con aqulla, es la de que Montalvo consigui ir labrando la conciencia del pas, como para predisponerla al respeto de la libertad por la que l combata, la cual ha cobijado finalmente la suerte de los ecuatorianos. Esto, desde luego, se ha podido ver mejor en los momentos de despejo mental, seriedad y decencia de nuestra vida poltica, tan frecuentemente confusa, vacilante y mancillada. Y bien, el aludido comienzo de la actual repblica, tan azaroso y contradictorio, tuvo como impulsor a cierto voraz semidis criollo, de espada y uniforme: el general J uan J os Flores. La procedencia de ste era ciertamente oscura. Sus padres, que vivan en concubinato, eran un espaol que no le dio su apellido J uan J os Araburo, y una mulata llamada Rita Flores. Haba nacido en el Barrio del J abn, de Puerto Cabello, Venezue
41 la, en 18(X). Probablemente estudi con mediano provecho hasta la adolescencia. Pues que se revel desde temprano gil, perspicaz y dinmico. Aparte de ambicioso y audaz. Con l ocurri lo que con muchos de esa poca: atrado por una atmsfera en que dominaba el mortal relampagueo de la guerra, se decidi a entrar en la carrera de las armas en los aos moceriles: de quince de edad apenas. Lo hizo para servir a Espaa, pas de su progenitor. Se incorpor as en las filas del ejrcito monrquico. Tal vez pesaron en su nimo las impresiones que ste ofreca, de organizacin y equipamiento superiores a los de las tropas rebeldes, y las ventajas de un futuro militar ms ordenado y seguro. El frenes de los combatespasin, riesgo y coraje era desde luego parte de su vocacin. Y precisamente debido a eso, ya su falta de experiencia, en una de sus acciones primeras tuvo que caer prisionero de las fuerzas de Bolvar. Pero ello produjo un cambio radical en su historia. Al juzgar dicho vuelco ahora, se podra concluir que las sorpresas mayores de su destino haban estado aguardndolo, ni ms ni menos, en el opuesto frente de batalla. Tras la aspereza de los tratos iniciales, y venciendo los explicables temores del pequeo cautivo, los guerreros de la emancipacin encontraron los modos de prenderle el amor de su causa. Le convirtieron en uno de los suyos. Lo que a ese joven le aconteci no era en verdad infrecuente, por los prestigios con que destellaba, en aldeorros y ciudades, la gloria del Libertador. Cada vez, efectivamente, se vena mostrando ms irresistible la seduccin de las palabras y los hechos del hroe excepcional. J uan J os Flores, trocado de pronto en miliciano de las banderas de la libertad, en nuevo aprendiz de revolucionario, fue hallando en este otro camino varias oportunidades de enardecerse con ejemplos de inusual estrategia, de arrojo impar, de resolucin firme y victoriosa. Gracias a esas lecciones l mismo particip con valor recomendable en algunas de las campaas de la independencia. Y el Libertador supo reconocrselo, concedindole continuos ascensos. A los veintitrs aos de edad haba conquistado ya el grado de coronel. Pero tal prctica de fragores y de xitos, como sin duda lo senta en sus adentros, haba ido mudando el estilo de sus reacciones, de sus maneras de reflexionar y conducirse. Aquel opaco J uan J os Flores, de posicin alicada en la sociedad incipiente aunque ya diseriminadora de Puerto Cabello, haba ido, en efecto, cargndose de durezas y engreimientos. Las ambiciones con que comenz su carrera de las armas se haban avivado a lo largo de estas nuevas jornadas, enderezndose, altaneramente, hacia propsitos que antes le hubieran parecido desproporcionados. En verdad se crea ya otro. Hasta en su trato rutinario, sobre todo frente a quienes reciban sus rdenes militares, no buscaba ya
42 disimular nada. Ni siquiera algunos gestos de orgullo y petulancia. Era evidente, por otra parte, que la crudeza de los hechos blicos, salpicados de la sangre de soldados y de vctimas, haba ido ponindole una costra de insensibilidad, de indolencia radical ante el sufrimiento ajeno. Poda decirse que estaba ya curtido para acometer empresas audaces, de aquellas que se rubrican, entre ayes y maldiciones, con la punta de la espada. Y eso fue aconteciendo realmente. As, un quinquenio despus de haber llegado a coronel, en 1828, y tras el torrente de las luchas emancipadoras y de las victorias finales contra el dominio hispnico, J uan J os Flores recibi la destinacin de Comandante en J efe del Ejrcito de nuestro pas, para defender su frontera austral, amagada por las fuerzas del Per, que pretenda arrebatarnos los territorios del Guayas y del Azuay. Con eficaz diligencia Flores reclut y prepar en tres meses un cuerpo de cuatro mil soldados, el cual, enfrentado a los invasores, los derrot en la memorable batalla de Tarqui, el 27 de febrero de 1829. Se debe aclarar desde luego que la conduccin misma de las tropas, las operaciones militares, el denuedo heroico en el combate: todo, en fin, estuvo marcado por el genio del mariscal Antonio J os de Sucre. El fue el verdadero vencedor de Tarqui, como antes lo haba sido de Pichincha y de Ayacucho. Sin embargo, conviene decir que la historia tampoco ha podido olvidar la ardorosa participacin de Flores. Igual que no la desconoci, en su justo momento, el propio conductor de la victoria. Sucre supo exaltarle, efectivamente, al grado de general en el mismo frente de batalla, como premio a su valor. De ese modo haba ido cobrando renombre e influencia el oscuro soldado de Puerto Cabello. El no era de los que dejaban pasar las oportunidades de hacerse advertir, celebrar y pagar. Al contrario, abundan las pruebas de sus vehemencias y ambiciones. Precisamente poco tiempo atrs se haba avecindado ya en la capital de este pas para el desempeo de funciones notables: las de Comandante General de Quito, Prefecto Departamental y Prefecto General del Distrito. Bueno sera que se reparara en que ni el curso de sus amores escapaba a su infalible instinto de escalar y obtener ventajas de todo tipo, prevalido de su condicin de guerrero. As exactamente, en medio de la fascinacin militar de la poca, haba logrado desposarse con la hija de los condes de J ijn, que a sus ttulos una la posesin de bienes de fortuna. Por ese arbitrio consigui frecuentar entonces crculos quiteos influyentes, y visit a Guayaquil y a Cuenca tratando de extender sus nexos sociales y polticos mediante actitudes ladinas, complacientes y lisonjeras. Paso tras paso, sin darse jams tregua, lleg a contar as con los antecedentes adecuados para obtener de Bolvar s dice que intrigando a otros oficiales el nombramiento de J efe Superior de los De-
43 partamentos del Sur, con sede en nuestra capital Lo dems vino pronto, a golpes de audacias, deslealtades y violencias. Ante todo, acert en el aprovechamiento de las circunstancias funestas que se confabularon contra la integridad del estado grancolombiano. as obsesiones disgregadoras se haban multiplicado ya a lo largo de los pases que lo conformaban, por accin de las codicias polticas y de una tormentosa oposicin al Libertador. Era se, fatalmente, y nadie lo duda, el momento apropiado para que se pusieran a jadear como nunca las impaciencias de mando del antiguo recluta de Puerto Cabello, convertido a esa hora en prohombre de nuestro pueblo, tan menesteroso entonces de orientacin y seguridad. Fue pues Flores no poda ser sino l quien no se dio reposo hasta que qued consumada la separacin del Distrito del Sur, al cual indujo, gracias a su obediente enjambre de oficiales y soldados, a que le proclamara su J efe Supremo, el 13 de mayo de 1830. El nuevo estado, libre e independiente, vena a ser precisamente lo que es la actual repblica del Ecuador. Y su primer gobernante, aquel caudillo militar llegado de afuera. Pocas semanas despus, el 14 de agosto, una Convencin Nacional reunida en la ciudad de Riobamba le elega, con los diecisis votos de sus diputados, Presidente Constitucional de la flamante repblica. Quedaba as inaugurada, entre otras cosas, la gran alcahuetera jams proscrita de este pas de organizar asambleas que legitimen el asalto al poder y conviertan en presidentes a rudos dictadores, militares o civiles. El general J uan Jos Flores, al encaramarse en el mando del Ecuador, haba desatendido cnicamente las observaciones de Sucre, que con valenta e inteligencia haca notar que los males pblicos emanaban, esencialmente, de la misma revolucin y del despotismo de una aristocracia militar que, apoderndose del mando en todas partes, haca gemir al ciudadano por un absoluto olvido de las garantas y derechos. An ms, haba atropellado un acuerdo que el mismo Sucre hizo aprobar por los generales de la independencia pocos das antes, el 19 de abril de 1830, en la ciudad de Ccuta, y cuyas disposiciones les prohiba asumir la presidencia o vicepresidencia de los estados durante un lapso de cuatro aos. Y, por fin, seguramente lleg a enterarse con gesto colrico de la desaprobacin expresada, en torno de su jefatura suprema del Ecuador, por aquel hroe sin tacha, a quien en lo ntimo haba mirado con amarguras y recelos. Hay en todo ello, en suma, una fuente de razones advertida ms de una vez por la historia para sospechar a lo menos de la satisfaccin mezquina, si no de la complicidad de Flores en el asesinato del mariscal Antonio J os de Sucre, acaecido en esas mismas semanas, el 4 de junio, en las soledades de la arbolada de Berruecos.
44 Tenebroso comienzo era se, para cualquiera, en el ejercicio del poder. Pero lo era en grado mayor para Flores. Porque concurran en su caso circunstancias que habran de ocasionar, por igual, su antipopularidad y sus desmanes. Era un extranjero. Era un hombre de origen oscuro, cosa grave en un tiempo de tajantes discriminaciones sociales: recurdese que, a pesar de su matrimonio con una mujer de otra posicin, se le llamaba despectivamente jenzaro, o mezclado, para aludir a su mulatez. Era, con gloria o sin ella, un soldado vanidoso y encallecido en las violencias y las decisiones despticas. Era una naturaleza sedienta de mando y de riqueza. Y alguien caracterizado de ese modo, y erguido con todo inescrpulo en el centro de un pas pobre, doliente y esquilmado, en el cual germinaba constantemente el descontento, no poda sino desatar lo que en verdad desat en seguida: una tempestad de odio y desangre. La ms seria de las manifestaciones, a la que el tirano apag con crueldades y estratagemas canallescas, surgi hacia 1833. La organiz y condujo un grupo de jvenes estudiantes a quienes haba enardecido la lectura de las ideas de libertad, que jams dejan de circular por el mundo civilizado. Se reunan secretamente. Haban recibido, a ms de las incitaciones del propio comportamiento oprobioso del rgimen floreano, el estimulo de unas declaraciones del general Manuel Matheu en que se aseguraba que el pas haba cado bajo la frula de un mulatillo de nada, sin educacin, sin principios y sin moral de ninguna especie. Conocan, por otro lado, que en Quito se haba radicado Francisco Hall, liberal britnico llegado a nuestra Amrica en los aos climatricos de la independencia y a quien Bolvar le dio lugar bajo su bandera por recomendacin del pensador J eremas Bentham. En las fuerzas del Libertador haba ido ascendiendo hasta el grado de coronel. Y luego, terminadas las luchas emancipadoras, haba buscado las bondades naturales del medio quiteo. Habitaba una ermita, extramuros de la ciudad. Haca vida de filsofo. Lea abundantemente. Era un apasionado de las Cartas de J unius,del autor ingls Phillip Francis. Vea en esas pginas el poder del sarcasmo y la irona. Crea que su estilo nervioso, enrgico e incisivo, no tiene igual. Que Francia no ha producido una obra que pueda competir con sta. De ello, con tales palabras, ha dejado testimonio su amigo y coideario Pedro Moncayo, en sus volmenes histricos de El Ecuador de 1825 a 875. Pero hay en todo esto algo que es revelador, y que precisamente ayuda a comprender las razones de esta evocacin del floreanismo: es la coincidencia de los entusiasmos de mi biografiado con los del coronel Hall. En efecto, tambin J uan Montalvo se enfervoriz con la lectura de aquellas Cartas. Al extremo de que se llam a s mismo el Nuevo J unius en
45 varios de los captulos de su primer libro. El cosmopolita. Al parecer. en eso haba, por una parte, la influencia proyectada por el grupo de liberales quiteos que rode a Hall, y cuyos efectos llegaron a la generacin de Montalvo, y por otra las referencias y los consejos que nuestro escritor pudo haber recibido de Pedro Moncayo, en la ciudad de Pars, en 1857, a los veinticinco aos de edad, cuando aqul ejerca las funciones de Ministro Plenipotenciario en Francia y el joven Montalvo tuvo que acompaarlo temporalmente, como Adjunto Civil, mientras esperaba cumplir ese mismo desempeo en Roma, cosa que nunca ocurri. Y bien, los jvenes que se haban asociado para combatir la tirana de Flores, y que conocan la clase de personalidad que alentaba en Hall, trocado a esa hora en ermitao de las goteras de Quito, le buscaron en su retiro. Le requirieron orientacin. Le confiaron sus propsitos de lucha y su repugnancia de la dominacin caudillesca del militarismo extranjero, encamada en aquel antiguo soldado de Puerto Cabello. Hall, a su vez, no se mostr ni indiferente ni contrario a cuanto le expusieron. En sus soledades haba estado sintiendo reacciones iguales, que ansiaban ya por hallar el medio de manifestarse pblicamente. De modo que acept en seguida ser el idelogo y conductor del movimiento antifloreano. Naci entonces, gracias a ese contacto, no nicamente un frente de oposicin al rgimen, sino tambin el primer partido genuinamente nacionalista de nuestro pas. La conjuracin se puso pues en marcha. Y el instrumento de lucha escogido en primer trmino por los jvenes rebeldes vino a ser la hoja impresa. Fundaron el peridico El quiteo libre (12 de mayo de 1833), en cuyos textos vibraba sobre todo el espritu difano y librrimo de Hall. Figuraba Pedro Moncayo como editor responsable. En los contados nmeros que llegaron a aparecer menudearon las denuncias sobre las corrupciones del gobierno de Flores. Por lo que ste crey oportuno contratar, de entrada, a periodistas que lo defendieran, y que simultneamente calumniaran a sus enemigos. Las autoridades establecieron con ese nimo medios de prensa en Quito, Guayaquil y Cuenca. Pero los enfrentamientos de esa laya no eran los que satisfacan a Flores. Del plano simplemente dialctico, o de la escandalosa gresca palabrera, orden pasar por tanto a la elocuencia trgica de los atropellos y el crimen. Ms a tono con su temperamento de individuo adiestrado en emboscadas y trincheras. Para ese fin era preciso que se fuera dejando previamente expedito el camino a toda ilicitud, bajo su propia inspiracin y sus mandatos. As, a los cuatro das de haberse inaugurado las sesiones del congreso nacional de 1833 el 14 de septiembre, se hizo investir de facultades extraordinarias, con el voto dcil o medroso de la mayora de los diputados. Y en la misma fecha la fauna de esbirros de su gobierno inici la persecucin a los jvenes combatientes de El
46 quiteo libre Un par de intentos, en solamente un mes, fue todo lo que necesitaron aquellos victimarios para satisfacer al dspota con el exterminio de un puado de bravos opositores. A su idelogo, el ingls Francisco Hall, tras su sacrificio le colgaron desnudo en la plaza de San Francisco. Y as permaneci hasta cuando, advertidas de ello las monjas del vecino convento del Carmen, mandaron cubrir el cadver por respeto al pudor pblico. Todo eso haba ocurrido, es cierto, durante los primeros aos de la niez de nuestro escritor. Pero se debe reparar en que tal atmsfera, y las impresiones desprendidas de ella, persistieron hasta ya entrada su juventud. De manera que la fuente de las ms caracterizadas reacciones de Montalvo en la vida pblica y el origen de sus primeros destellos de libelista tienen que ser descubiertos en el triste retazo histrico de la tirana de Flores. Precisamente pensando en ello y en las dictaduras que posteriormente sublevaron el acento de sus pginas, estoy convencido de que un bigrafo sagaz est obligado a iluminar la vida montalvina enfrentndola a tres figuras que resultan claves para explicar su fragoso destino de polemista: J uan J os Flores, Gabriel Garca Moreno e Ignacio de Veintemilla. Finalmente, los episodios dolorosos del rgimen floreano que se fueron enlazando despus, hallaron su expresin ms espantable en la batalla de Miarica. Esta dej ms de un millar de vctimas: trabajadores y campesinos, en su mayor parte. Miarica es un campo de arenas que recorta sus melanclicas soledades muy cerca de Ambato. Podra casi afirmarse, sin mucha exageracin, que hasta la pequea ciudad llegaban los ecos de las detonaciones, los ayes de los moribundos, el olor de la sangre. Aquellos guerreros improvisados procedan de pueblecitos serranos del norte, y de Quito. y de las comarcas vecinas a la villa ambatea, y de la propia villa. Pero lo que se daba en Miarica no era exactamente una batalla, porque una batalla supone cierta paridad militar de las fuerzas contendoras. Al poner Flores las tropas que l comandaba desde Guayaquil, y en que venan regimientos de infantera y caballera impresionantes este ltimo confiado al trgicamente famoso general negro J uan Otamendi frente a una multitud de reclutas dbiles e impreparados, lo que iba a conseguir no era sino la ms atroz de las masacres, Y ello fue, ni ms ni menos, lo que acaeci en una fecha siniestra que ha recogido la historia: el 18 de enero de 1835. El pas entero conden aquel acto de barbarie. Anatematiz a Flores. Sin embargo es triste confesarlohubo un poeta, el ms importante poeta ecuatoriano de entonces, el cantor de J unn y de Bolvar J os J oaqun Olmedo, que se alboroz con el sanguinario xito del jenzaro de
47 Puerto Cabello. Volvi en efecto a sentir el soplo infrecuente, subitneo y estremecedor en l, de la inspiracin heroica. Le pareca que otra vez le animaba el frenes que le haba llevado a componer las estrofas altilocuentes para el libertador Simn Bolvar, en 1825. El mismo lo declaraba: Despus de diez aos de sueo, me despert la victoria de Miarica. Y de ese modo, extraamente fascinado por la orga de muerte sobre la que se levant el triunfo oficial, glorific a su protagonista con la oda Al general Flores, vencedor de Miarica. Sus versos hiperblicos pedan al Chimborazo doblar la cima para saludar la marcha de aquel soldado victorioso: Rey de los Andes, la ardua frente inclina, que pasa el Vencedor Dos meses apenas haban transcurrido desde el desastre que eso era ocasionado por el dspota inexorable, cuando Olmedo daba ya remate a su sonoro ditirambo e invitaba a su coterrneo Vicente Rocafuerte para que lo conociera en privado, todava en manuscritos. Ahora bien, J uan Montalvo, a pesar de que en algunas de sus pginas dio muestras de haber apreciado los talentos poticos de aquel autor, se burl de la tal adulacin a Flores, desmedida y ostentosa, y aun hizo notar lo que ella tena de simple imitacin. Lanse las siguientes palabras de su celebrado libro Siete tratados: Calystenes dice que el mar de Panfilia se agach para adorar a Alejandro: Olmedo quiere que el Chimborazo haga la propia demostracin con un mosquito: Rey delos Andes, la ardua frente inclina, que pasa el Vencedor. Esta clusula tan bien rompida conviniera a la grandeza de Bolvar, antes que al jefe hiperblico que pasaba caballero en un chivo a destruir los huevos de grulla 16 En cuanto al temido Otamendi, azote de los atropellos y puniciones de Flores, nuestro escritor dej tambin su personal testimonio. Porque pudo verlo de cerca, en los aos de la niez y en la casa paterna de Ambato. Pero la figura con que le hace comparecer tiene ms bien de dignidad y de cierta altivez heroica. Lo cual no es de extraar si se sabe que Montalvo, amante de la grandeza, y cultor de su propia grandeza, tenda a magnificar a los personajes que evocaba, componiendo las escenas correspondientes a su actos con una atmsfera de superior solemnidad. Esta, desde luego, es otra caracterstica que contribuye a acentuar la similitud que hay, y que he sealado en otro captulo, entre las personalidades de Domingo Faustino Sarmiento y J uan Montalvo. Efectivamente, tambin el primero, que tanta fe mostraba en sus talentos geniales, y que tan penetrado estaba de su destino de grandeza, senta una propensin natural a desmesurar la con- 16 Siete tragados, Circulo de Lectores. Tomo II, pg. 139-
48 Templacin de seres y cosas de la historia de su pas, la Argentina. Como especialmente lo prueban las pginas de su. Facundo. Mas, en lo que toca a mi biografiado, conviene que deje que otros sopesen exactamente lo que haya de inclinacin tal vez idealizadora en su imagen del logro del negro J uan Otamendi , y que recoiniende ante todo la vividez y frescura de e:;c. recuerdo, mediante la trascripcin que hago en seguida. De esa manera alcanzar a iluminar, con sus mismas palabras, originales y estticamente deleitosas, algo del ambiente de su infancia en esos aos de la dictadura de Floreana. Otamendi haca temblar el mundo. Len en la guerra, se llevaba con su lanza legiones de espaoles. Era de esos llaneros que, como iba huyendo el enemigo a todo el correr de su caballo le levantaban por atrs las faldas de la casaca, para alancearlo con aseo. Este negro rayo de los campos de batalla, era, despus de la independencia, el papa trasolla de las poblaciones; del Ecuador, sin que se sepa por qu. Al nombre Otamendi, los hombres perdan el color, las mujeres se desmayaban, y los nios corran a guarecerse en el regazo de sus madres. Un da hubo gran movimiento en mi casa; movimiento inusitado y asustado: qu iba a suceder? La gente iba y vena, el nombre de Otamendi sonaba a cada instante, y todos, grandes y pequeos, sentamos hormiguillo en el cuerpo, como si estuviramos esperando la visita de un aparecido. El gravamen pblico de los alojamientos militares no exista ya; pero el hotel, este francs cosmopolita, no haba an invadido esos pases (escribe desde Francia), y los forasteros se hospedaban en las casas particulares. A Otamendi le plugo elegir la de mi padre: lleg en efecto con un piquete de lanceros, negros formidables, de morrin abombado con fiador de cuero de oso. La banderilla roja de la lanza, pabelln de la muerte, estaba prometiendo sangre: cuntos bamos a quedar con vida en mi casa y en el pueblo? Ech pie a tierra el general, negrazo bien cortado, elegante, bello en su especie, y tom posesin de su departamento. Mi padre pas inmediatamente a hacerle la visita de etiqueta, que fue pagada como entre reyes, all en seguida, sin ms tiempo que el que hubo menester nuestro terrible husped para deponer el vestido de viaje, y vestirse de ciudad. Bien se me acuerda esa estampa, porque la estuve viendo tras una puerta: pantaln blanco, de pao; casaca azul, muy larga, de vueltas cruzadas y cuello alto, como son los retratos de los hroes de la independencia. Concluida su visita, mi padre se vino ala familia, y dijo: Qu negro tan fino y cortesano! Ese bebedor de sangre era hombre culto y fino; y de crmenes suyos, no tengo noticia, sino es el de Riobamba, Ahora ved si las circunstancias en que fue cometido no son de lasque la ley llama atenuantes, Un magnate convida a las personas principales para un baile: Otamendi, que se halla de paso en esa ciudad, recibe la invitacin personal del anfitrin, acepta y ofrece ir con su esposa, invitada tambin muy encarecidamente. A hora fija, de brazo con ella, se presenta en la sala. Todos los asientos estn ocupados: vuelve los ojos alrededor, y no ve a dnde pueda colocar a su mujer: ni seoras, ni caballeros se ponen de pie, y est reinando un lbrego silencio. La burla era pesada, la afrenta escandalosa. Con tamaa herida en el corazn, l, general guerrero de los ms afamados, cuyos servicios en la campaa de veinte aos haban sido grandes, se retira sin proferir un trmino: aun quieren decir que al irse hizo una profunda reverencia a las seoras; pero hubo quien viese cruzar por su mirada una centella de muerte, Cuando sali el ofendido, fue ese un alzamiento de alegra cuyas carcajadas fueron
49 a herirle alevosamente por la espalda. Oh Dios gente imprudente, gente loca, que habis hecho? Otamendi! Otamendi! Otamendi cae all como un huracn, encendidos los ojos, desnudo el acero; pero no mata a ciegas, no degella: busca al autor principal del insulto, le persigue por los jardines por donde huyen los hombres, le da alcance, le pasa de parte a parte con su espada. No le mat el en persona; lo hubiera tenido a menos, porque el negro era soberbio; a un paso estaba del orgullo, afecto ardiente que levanta y salva muchas veces: lo hizo alancear con uno de sus soldados) Con esas imgenes ha dejado Montalvo constancia de sus impresiones personales sobre el general J uan Otamendi. Pero es evidente que quiso callar referencias conocidas de muchos en torno a los jadeos sangrientos de aquel militar que se satisfaca con las voluptuosidades de la muerte. En Miarica no hubo dentelladas ms feroces que las de Otamendi. Y desde 1839, en que Rocafuerte, sucesor de Flores en un cuatrienio constitucional, devolvi a ste el goce del mando, hasta su derribamiento final en 1845, el negro temible no dej de sofocar insurrecciones y descontentos con su brazo armado. Probablemente esto lo haba experimentado mejor que mucha gente el propio hermano del escritor, doctor Francisco Montalvo, que luch ardorosamente hasta la liquidacin de la dictadura, en las filas de la oposicin. Ese hermano conden en 1843 todas las cnicas estratagemas del general J uan J os Flores, que logr hacer aprobar una constitucin oprobiosa, certeramente bautizada por el pueblo con el apodo de Carta de Esclavitud, y que consigui simultneamente hacerse elegir por tercera vez, mediante el voto cobarde de una Convencin Nacional, presidente de la repblica. Muchas desazones tuvo que soportar, desde luego, el doctor Francisco Montalvo, por causa de su beligerancia. Perdi primeramente la representacin que ostentaba en el Cabildo de Quito. Luego se lo aprehendi, y recibi orden de destierro, Custodiado por un piquete de soldados lleg entonces cabalgando a la ciudad de Ambato. Se le permiti, ah, desmontarse en la casa paterna. Entre ruidos de sables y voces de prevencin pas a despedirse de su acongojada familia. Don Marcos, de cincuenta y siete aos, le abraz una y otra vez recomendndole fortaleza, y luego silenciosamente le dio las espaldas, buscando su habitacin desolada. Por el sacudimiento casi elctrico de sus hombros se adivinaba que se iba hipando con un llanto mal contenido. Lo que es la madre lloraba abundantemente, a vista de todos. Los sayones, habitualmente enemigos de ternezas y desahogos sentimentales, abreviaron la escena sacando a su prisionero casi a empellones. Lo llevaban a Guayaquil, para que all se embarcara con rumbo al Per. Apenas alcanz, como en ltimo ademn de sus adioses, El Espectador . Medellin Colombia. Editora Beta. 975. pgs. 293-294.
50 a acariciar el cabello bruno y ensortijado del menor de sus hermanos, nio de slo once aos de edad. Esa criatura, que lo haba observado todo con una conmocin profunda, que miraba ansiosamente a cada uno de sus ntimos, y ms a la vctima de esos atropellos, y que vea con una enorme concentracin de odio y de clera a la tropilla brbara de Flores, era no ot1 que Juan. Juan Montalvo, el futuro sagitario, el despellejador insobornable de tiranas, el execrador insustituible de vicios e iniquidades de la vida pblica. Como suele ocurrir en el perodo de la infancia, aquel ultraje consumado en los aposentos de su propia casa, y en la persona de su propio hermano, dej en nuestro escritor una lesin moral de la que no se cur jams. Tal fue el principio de su turbulento e insigne destino. Precisamente la primera prosa que escribi fue una prosa poltica, de maldicin de las dictaduras. Y el temaeso es ms revelador fue el de la celebracin del sptimo aniversario de la cada de J uan J os Flores. Tales pginas las ley en un acto de jvenes estudiantes, en Quito, en 1852. A sus veinte aos de edad. La brutalidad de la tirana le haba puesto un arma en la mano: la del polemista nunca superado.
51 CAPITULO V En Quito se inicia su carrera Sucedi por entonces que volviese del Per mi hermano primognito desterrado por Flores (esto del destierro por asunto de patria y libertad, nos viene a nosotros de familia); volvi mi dicho hermano, y carg conmigo a la capital. Esto lo ha dicho el escritor en el nmero 12 de El regenerador Casa Editorial Garnier, pginas 236 y 237. Y as ocurri exactamente, en 1845 ,cuando J uan contaba apenas trece aos de edad. El doctor Francisco Montalvo haba cumplido ya su exilio en tierras peruanas. Se encontraba de nuevo en nuestro pas desde haca algunos meses, para poder concurrir, como diputado, al Congreso de 1844. Esa representacin la ejerci, en efecto, con su disposicin digna y autonmica de siempre. Pero a poco tiempo, el 6 de marzo de 1845, se produjo la final conmocin antifloreana. Esta vez ella se gest principalmente en Guayaquil, y no hubo ni otamendis capaces de sofocarla. El tirano se vino abajo. En medio de la agitacin, y reclamado por sta, el doctor Montalvo haba tenido que trocar la toga parlamentaria por el fusil de guerrillero. Intervino con ardor y coraje en varios enfrentamientos armados contra las fuerzas dictatoriales; sobre todo en uno muy encarnizado: el del Tabln de Machangara, en el Azuay. Sali victorioso. La consecuencia inmediata que de todo eso se deriv para l fue la de otra designacin como diputado. Ahora, ante la Convencin reunida en Cuenca en ese mismo ao, en la que volvi a brillar con su elocuencia, que era tan verdadera como la solidez de su doctrina liberal, y tan singular como su denuedo de combatiente, y tan suscitadora como sus talentos de maestro o su fervor en la accin pblica. Hombre superior era, realmente, aquel hermano primognito de mi biografiado. Pero con tal evidencia lo era, que ste, algunos aos despus, sola repetir
53 a menudo que conoca sino un destello, una sombra comparada su capacidad con la del difunto don Francisco. 8 Una de las primeras determinaciones de la aludida Convencin de Cuenca fue elegir Presidente de la Repblica a Vicente Ramn Roca, quien, a su vez, nombr al doctor Montalvo Director de Crdito Pblico. Parece que lo hizo mediante recomendacin deL general J os Mara Urbina, personaje que haba conducido el movimiento rebelde de Guayaquil y cuya ascensin poltica se mostraba ya con caracteres de vigor y firmeza. El doctor Montalvo arm su equipaje en la nativa ciudad de Ambato y rumbe hacia la capital en compaa del menor de sus hermanos. Quera para ste una buena educacin, porque apreciaba las revelaciones de su temprana inteligencia. Ese muchacho, que para entonces ya era buen dominador del caballo, cumpla as su primer desprendimiento de la lumbre familiar; su primer largo viaje, con todos los estropeos e incertidumbres del trote de las bestias, a travs de la hosquedad cordillerana. En Quito se instal con las limitadas comodidades de aquel tiempo. Su primera reaccin fue la que en l se manifest siempre, en todos los alejamientos de su tierra: la propensin deambulatoria. Comenz pues a trajinar, solitario, por un costado y otro de la urbe. El sol quiteo, tan neto en la concrecin de formas y matices, aclar con su luz, ante las miradas transentes de la calle, la silueta de ese adolescente: alto para su edad, flaco, de cuello erguido, con ropas limpias de color oscuro. Dos detalles se destacaban sobre la prietez de su rostro, bien proporcionado pero con ligeras picaduras de viruelas: el fulgor de unos grandes ojos negros y el gracioso ensortijamiento del cabello, bien cuidado e igualmente bruno. Caminaba despacio, aunque sin pereza, como lo hizo siempre. Era ese el comps del observador y el taciturno, condiciones personales que le caracterizaron desde muy temprano. Senta un vaco interior, que asimismo le fue constante por la dolorosa reiteracin de sus ausencias: el vaco que produce la falta de las imgenes queridas: del hogar, de los ntimos, del pueblo, del paisaje de la comarca nativa. All en la distancia haban quedado, por primera vez, las lgrimas y rezos de su madre, los aposentos acogedores de la casa paterna, la melancola inconfundible del golpe de las campanas de la iglesia, tan cercana, los rostros de los pocos amigos, el acongojado sonido errante del ro Ambato, sus vegas floridas y la breve colina en que aroman el aire los huertos de la quinta familiar de Ficoa. Este Quito por el que ahora se mueve tiene para l, como para cualquier forastero de sensibilidad, sus tristezas y sus encantos. El contorno Roberto Andrade Montalvo y Garca Moreno Ensayos histricos y biogrficos Tomo I Guayaquil imprenta tu reforma 1925 pag. 12
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natural, tan atrayente y armonioso, con la ondulaciones y la cima del Pichincha montaa tutelar de la ciudad, con los suaves recuestos de las colinas o las violentas tajaduras de los cerros, parece haber movido la mano de los que fueron levantando la urbe, de manera que lleg a establecerse una consonancia fiel entre las torres y los riscos, las cpulas y las lomas, los muros y los flancos de los montes. Y las calles, irregulares yen declive, vinieron a ser como la rbrica impuesta por las sinuosidades de ese paisaje voluntarioso, dulce y abrupto a un mismo tiempo. Los habitantes de la pequea capital llegan entonces, quizs, a sesenta mil. Esto es, despus de todo, a una cifra cinco veces superior a la poblacin que en esos aos vive en Ambato. Por eso el futuro escritor, a quien no se le escapan las diferencias, tiene por primera ocasin la experiencia de un ambiente algo ms animado que el suyo propio. No obstante, la impresin que de lo humano recibe, en forma global, es ms o menos la misma: abundan la indiada y los mestizos de poncho. La descalcez y la miseria comparecen por todas partes por donde mueve los ojos. La capa espaola y el sombrero de copa, o con achatamiento de hongo, son ms escasos, porque pertenecen a una minora blanca, o relativamente blanca. Ni siquiera despus de corridos veintids aos de aquel arribo de Montalvo nio a la ciudad de Quito, la imagen melanclica y cenicienta de esas gentes haba mejorado. Para comprobarlo es suficiente leer las notas de viaje del ingls J ames Orton, que aluden a los incontables limosneros en harapos o ropas de costal, que extienden sus lperas manos pidiendo caridad19, o que igualmente se refieren a esos cholos emponchados que no son medias castas porque el elemento indio es mucho ms prominente, y cuya humildosa actitud es la de arrimarse a las paredes de las casas para disfrutar por lo menos del sol; a los frailes de blanco y negro con inmensos sombreros, a los soldados sin zapatos, a los aguateros que caminan con un trote de perro. Pero no nicamente ese forastero britnico dej dicha laya de impresiones. En 1853, Miguel M. Lisboa lleg a escribir que en parte alguna de Amrica vio tanta gente descalza como en Quito. Ni, tampoco, una soldadesca ms agresiva con los pobres indios, a los que vejaba en plena va pblica sin que nadie se condoliera ni reclamara por ellos. En las plazas del mercado, en medio de la acostumbrada garanta de las ventas, los soldados les embargaban provisiones y forrajes para transportarlos, sobre los lomos de los mismos infelices, a los cuarteles. Les obligaban, adems, a acarrear agua, a barrer los edificios de las tropas, a lavar las inmundicias. 9 Eliecer Enrquez, recopilador de notas, Quito a travs de los siglos, Quito, imprenta Municipal. 1938
55 Dada la coincidencia legitima de estas observaciones con las que pudo captar Montalvo, en sus primeros aos de Quito yen sus estadas posteriores, no es absolutamente explicable que tambin se parezcan las conmovedoras referencias de los dos autores sobre el indio? Hablar de similitud de sentido no es por cierto, en ningn caso, tratar de reconocer igual valor literario a los dos testimonios. El de J uan Montalvo ser siempre lo que es: nico por las personalsimas excelencias-de su estilo, tan exacto y reflexivo como estticamente seductor. Se lo puede encontrar en el postrero de sus libros El espectador, escrito en Pars, de 1886 a 1888. As haba sido de imperecedero el efecto de la imagen de esas indios de Quito. Como se acostumbra citar insistentemente slo una frase de aquel testimonio suyo, ser mejor que se lean a lo menos todas estas lneas, tomadas de ah mismo: No escribira yo en conciencia, si me pusiese a sincerar a los hispanoamericanos del modo como todava tratan a los indios. Los indios son libertos de la ley, pero, cmo lo he de negar? son esclavos del ahuso y la costumbre- El indio, como su burro, es cosa mostrenca, pertenece al primer ocupante. Me parece que lo he dicho otra vez, El soldado le coge, para hacerle barrer el cuartel y acarrear las inmundicias: el alcalde le coge, para mandarle con carta a veinte leguas: el cura le coge, para que cargue las andas de los santos en las procesiones: la criada del cura le coge, para que vaya por agua al rio; y todo de balde si no es tal cual palo que le dan, para que se acuerde y vuelva por otra, Y el indio vuelve, porque sta es su condicin, que cuando le dan ltigo, templado en el suelo, se levanta agradeciendo a su verdugo: Diu su lu pagui, amu: Dios se lo pague, amo, dice, a tiempo que se est atando el calzoncillo. maloliente, infeliz criatura. Si mi pluma tuviese don de lgrimas, yo escribira un libro titulado El Indio, y hara llorar al mundo. No, nosotros no hemos hecho este ser humillado, estropeado moralmente, abandonado de Dios y la suerte; los espaoles nos lo dejaron hecho y derecho, como es y como ser por los siglos de los siglos.20 Tambin otras impresiones, proyectadas por aquel fondo humano de la capital, o eventualmente por los rasgos del contorno fsico, o por los hbitos sociales, en que no faltan ni las predilecciones de familia por ciertas bebidas; o por el revuelto y tragicmico ambiente de la vida pblica -esto sobre todo, fueron entrando en las pginas que nuestro escritor lleg a elaborar ms tarde, de modo incesante. Aunque no lo precise l, con reiteradas alusiones de lugar, sus contactos con la realidad de la urbe quitea determinaron apreciablemente el curso de sus observaciones, de sus ancdotas, de sus juicios. Tras un siglo y medio, que es casi lo que ha corrido, habr muchos a quienes se les haga difcil redondear para s una representacin del Quito de entonces. Las ciudades sufren mudanzas constantes, ya veces tan drs- 2 El espectador. ibid, pgs. 302y301. 56 ticas y presuntuosas que ciertos rincones que no ha visto en otro momento de su existencia, ya los que intenta aprisionarlos nuevamente con los ojos, ya no estn nunca ms en su sitio, pues que la mano de las modernizaciones mano a veces vandlica los ha hecho desaparecer sin dejar ni rastro de ellos. La capital ecuatoriana ha cambiado mucho, y ciertamente debi cambiar todava ms para el cabal disfrute de los bienes del progreso. Pero sus mutaciones y su desarrollo no siempre han respetado lo que se tena que respetar, y del coloquio mgico a que he aludido, entre las lneas arquitectnicas urbanas y el perfil de sus lomas y sus cerros, apenas si se ha salvado, desgraciadamente, un breve puado de construcciones y lugares. Porque no se olvide ay!-- que con los forcejeos de poblacin hasta la fisonoma ondulante de sus amables colinas ha sido torpemente vulnerada. Para conseguir, pues, una imagen algo fiel y grfica de aquel pretrito centenariamente lejano se hace indispensable recogerlos apuntes de los viajeros que pasaron viendo a la ciudad con atencin, y que se empearon en describirla. Es por eso que he tenido que recordar el testimonio de Orton, y el de Lisboa. Pero a ms de sus memorias estn, como para el caso, las de Ernest Charton y de Edward Whymper: francs el primero, e ingls el otro. A travs del cristal lmpido de ellos es posible que contemplemos ahora las caractersticas de ese Quito del ochocientos, aquel que recorri Montalvo, con mirada quizs vehemente, por primera ocasin. All se descubren sus veinte calles estrechas, algunas de polvo, que se cruzan en ngulos rectos. Las aceras de casi todas son derrengadas y mezquinas: la maldicin de su incomodidad y descuido, con adelantos y todo, dura hasta ahora! El aburrimiento, y aun una perceptible atmsfera de pesadumbre, parece que invariablemente rodaran por esas vas, desoladas en un buen nmero de horas. Desde las ocho de la noche todo est callado, casi como muerto. Apenas, por algn lugar, en brevsimos instantes, casi como un suspiro de queja solitaria, suena el rondador del sereno, cuyos pasos descalzos avanzan al amparo de la luz errante del farol. Durante tres horas, de siete a diez, hay tambin un alumbrado mortecino en lo alto de las puertas de las casas: sus propietarios estn obligados a colgar una especie de lmparas de vela de sebo, a menos que sea noche de luna, y esas velas expiran precisamente a las diez.. Todo se convierte, entonces en un inmenso mar de sombras. Pero hay es natural alguna casa de la clase pudiente en donde eventualmente ocurre una velada. A Ernest Charton, no con otra recomendacin que con la de ser un viajero francs, se lo invita a una de aquellas reuniones nocturnas del Quito del siglo anterior. Se encamina pues hacia sus anfitrionas, que son un grupo de cinco seoras maduras y dos mucha-
57 chas. Las primeras comparecen envueltas en chales, y presuntuosas aunque mal peinadas. Las jvenes llevan vestidos negros de seda, y muestran un encanto virginal y ruboroso. Charton es introducido en la amplia sala de recibo, que est en el segundo piso. La planta baja, a la que se tiene acceso por un portn y un zagun empedrado, es de pequeos cuartos arracimados en los corredores que circuyen al patio, tambin de piedra. Y estn ellos destinados a media docena de criados baratos, sucios y mal nutridos. El ambiente del saln de arriba es acogedor. Le place sin duda al visitante francs. Las dueas de casa, adems, le llenan de lisonjas, como para hacerle cobrar confianza, mientras inician la conversacin. A la verdad, todo extranjero que llega de naciones remotas, a esta capital que ha permanecido en triste aislamiento, se presenta ya, por ese solo hecho, haya o no razones valederas, iluminado de raro prestigio. Los quiteos tienden cordialmente a hacerles sentirse superiores. Y los viajeros se dejan muchas veces embelesar y convencer, con una multitud de promesas, sin ni lejanamente presentir que todo se reducir a simples palabras: al consabido yo te lo ofrezco, busca quin te lo d, que es el sello de nuestros habituales tratos hasta hoy. Casas, caballos, sirvientes, todo lo ponen verbalmente, en frases opulentas, a disposicin del extranjero, pero a la hora de las horas nada se cumple: los ofrecimientos han sido cosa de plantillas: de puras fanfarroneras. Probablemente Charton ya est advertido de ello. Por eso disfruta nicamente de lo que le depara el instante. Que no es mucho, por cierto. Las damas que le han invitado esta noche son de las que no leen jams, ni piensan nada que no sean trivialidades. Su parlatorio se concreta de pronto en chismes sobre el tejemaneje de amores frustrados, sobre noviazgos y astutos enlaces conyugales. Y mientras conversan, esas mujeres maduras se afanan en fumar enormes cigarros, demostrando que realmente han adquirido el vicio de hacerlo: de rato en rato lanzan con singular puntera chorros de saliva sobre elcojinillo que tienen al pie y que les sirve de blanco. Por el silbo con que arrojan esos salivazos le dan a Charton la impresin de los viejos probadores de vino. A la media hora de iniciada la pltica, e aturdido forastero recibe otra sorpresa, ms ingrata sin duda. Empieza a sentir comezones que no le dejan tranquilo en su asiento. Y que le saltan de una parte a otra del cuerpo. Pero la causa se le revela en seguida, porque ve que una de las matronas, como un cazador al acecho, deslizaba la mano en su blusa, coga delicadamente entre el pulgar y el ndice un insecto que no nombrar y despus lo arrojaba negligentemente al espacio. Entre torturas, repugnancias y fatigas de toda la sosera coloquial, llega por fin, a las once de la noche, la hora de servirse la taza de chocolate aromoso con grandes peda-
58 zos de queso blanco, preparados realmente para las delicias de cualquier gusto exigente. Y otra vez, hasta el momento de poner trmino a la velada, el martilleo de la conversacin, los cigarros y la cacera casi indisimulada de los piojos. Afuera, mientras tanto, se ha desbordado la soledad nocturna. No hay sino el azul ilimitado, el monetario deslumbrante de los astros, el aire cortante de las sierras, el acento dolorido del rondador que toca el sereno. Los das de aquel Quito son por fr comn, no desde el punto de vista de la luz sino de los nimos, pardos y montonos, como la piel del jumento. Ciudad triste la llaman algunos de los extranjeros que pasan por ella, pues que no encuentran almacenes espaciosos, teatros, salas de conciertos, museos, ni movimiento de carruajes. Algn jinete turba de cuando en cuando la paz, con el tamborileo de los cascos de su caballo. Igual lo hace el arriero pringoso, que con silbos y gritos de mula, mula! se abre paso conduciendo a sus bestias. El primer coche, en verdad, no se introduce aqu sino en 1859, tirado por un solo animal. Y, no obstante su inocente simplicidad, produce la alarma de la polica, que multa al propietario. Los desocupados se mueven especialmente por los sitios cntricos, con el gesto del que no necesita hacer dinero, aunque todos estn necesitados de l. Gran cosa es para ellos la capa espaola, que evita que sus brazos hagan algo, oculta su pereza y desnuda su orgullo.2 Los mejores edificios, de dos pisos, se hallan en aquellos lugares cntricos, alrededor de las plazas. Estas son tres: la Plaza Mayor, la de San Francisco y la de Santo Domingo. Todas tienen en el medio un hermoso tazn de piedra, que se coima con las aguas frescas y puras del Pichincha. La primera, en que estn el Palacio de Gobierno, las casas del Ayuntamiento y del Arzobispado y la catedral metropolitana, se halla cubierta de pavimento, y ha sido embellecida con rboles y flores. En torno de su fuente la banda de msicos del batalln capitalino, al atardecer de los jueves y los domingos, acostumbra dar, par el ansiado esparcimiento colectivo, retretas magnficas, que prepara y dirige un maestro espaol. No todo muestra pues el color opaco del aburrimiento. En los portales de la misma Plaza Mayor, de piso embaldosado, hay tambin una cotidiana imagen colorinesca y animada: la de las cachivacheras, o cajoneras, como hemos slido llamarlas: venden camisas, blusas, bordados, cintas, hilos y utilera menuda para la costura de los hogares. Y muchas jvenes, bien acicaladas, acuden a esos portales acompaando a sus madre. para el alegre regateo de las compras.
21 Referencias de J ames Orton, ibid. 59 Las otras dos plazas son polvorientas - Se las destina a increados Su concentracin de gentes es habitual en los das de feria. Bullen entonces esas plazas de pregones y rumores. Hay artesanos que exhiben cofres, sillas y guitarras. Buhoneros cargados de espejos, botones y baratijas. Expendedores de patatas, granos, sal, harinas y verduras. Fruteros. Canasteros. Las tortillas de papa y de maz se doran, para la venta a los pasantes, en grandes latas acomodadas sobre ascuas de carbn. Las agitaciones y trajines de esas ferias populares confunden en una masa abigarrada a damas de chales importados con bolsiconas, o mujeres humildes vestidas de blusa bordada y bolsicn, falda corta de bayeta que deja apreciar una pierna robusta y bien torneada; a cholos de poncho, llegados de las haciendas vecinas, con indios aguateros, y con yumbos que traen en canastos cilndricos, boquianchos, puestos sobre la espalda y atados a la frente por medio de tiras de fibra vegetal, porciones de frutas, yerbas medicinales, cortezas y adornos de plumas, oque esperan vender pequeas jaulas en cuyo interior resplandecen los colores paradisacos de los pjaros de la selva. Hay otros dos tipos de estmulo general que provocan la concentracin de las gentes y ayudan, siquiera transitoriamente, a ahuyentar su aburrimiento rutinario: el uno es piadoso, y el otro despiadado y brbaro. Ambos se hallan bajo el ala protectora de las autoridades. El primero consiste en procesiones multitudinarias, convocadas no nicamente por el bronce de las torres principales, sino tambin, en varias solemnidades, por las salvas de los caones. El pueblo se almea en hileras compactas, y avanza por las vas cntricas de la urbe entonando cantos litrgicos o siguiendo las letanas que, con acento penetrante, llegan a sus odos desde la parte delantera, presidida por frailes y funcionarios. Estos movimientos religiosos, compartidos por la sinceridad de la fe y la torpe espectacularidad de una falsa Devocin, fueron contemplados una y otra vez por J uan Montalvo, en sus aos quiteos de la adolescencia y en sus eventuales estadas posteriores. Y, desde luego, sus impresiones saltaron a la pgina escrita. Una muestra de ello se puede advertir ahora en el libro de las verdades, o Mercurial Eclesistica, de 1884. Que esta suerte de enorme congregacin popular tuviese el amparo gubernamental es cosa que se entiende con slo reparar en la premeditada alianza de clero y poder, que frecuentemente se ha producido en la historia poltica de este pas, y contra la que hizo armas nuestro prosador. El otro estimulo de reunin del vecindario quiteo de entonces es la pelea de gallos, y goza de la simpata oficial porque sobre el dinero de las apuestas recae uno de los impuestos de la municipalidad. La gallera est por ah mismo, en uno de los costados del centro de la ciudad. Su divert
60 fluente, cruel por donde se lo mire es ms bien propio del hombre de poncho, que cra los gallos para la ria, que los vigila y alimenta especialmente, que los prepara y amaestra da por da, y que escoge el de estampa ms arrogante y espuela ms aguerrida para lanzarlo contra su contendor en el breve circo de la parroquia. Se establecen condiciones para ese enfrentamiento de las pobres aves, destinadas a un doloroso desangre o exterminio. En algunas ocasiones slo se les afila, a navajazos, las espuelas, mientras que en otras se llega a reforzar su punzada mortal agregando a cada una de ellas un trozo de cuchi]la. Por lo comn, en los minutos de tregua que median entre los ataques feroces de los dos gallos en ria, se les reacomoda el revuelto y sangriento plumaje y se les sopla un trago de aguardiente en el pellejo de la cresta, que tiembla como un diminuto penacho de guerrero. El desenlace trgico, en que generalmente uno de los gallos agacha el pico para siempre, o sea que se queda yerto sobre el polvo, no llega sino despus del grito agudo de los apostadores, de las voces admonitorias del juez, de los comentarios, dichos irnicos e interjecciones de los espectadores, de las incitaciones rabiosas y enronquecidas de los bandos contrarios. Terminados los combates, pues que hay tiempo para algunos. el pblico sale de la gallera. En el ciclo de la atardecida as nubes. anaranjadas, enrojecidas violceas, parece que reprodujeran el revuelo frentico de esas aves. como abrazadas por la mutua acometida de sus espolones las distracciones privadas y de algn refinamiento son en verdad escasas. En algn hogar de centro de la ciudad. en ciertas momentos de quietud insondable, se oyen sonar las nota,; lmpidas de un piano, taido por las llanos de alguna joven solitaria. () se escucha el acento acongojado de una guitarra. ( ) aun lo que es ms raro se perciben las dulzuras inconfundibles de las cuerdas del arpa, tocada a veces por algn humilde msico ambulante, de poncho) sombrero, que se arrima con su instrumento en la pared de los zaguanes y ejecuta sencillas canciones populares. Hay ms de un transente sensible que se aproxima con delicadeza hasta las puertas de calle, comnmente forradas de cuero de res o de hojas de lata. para deleitarse con aquellos sones cristalinos. .a adolescencia y los aos iniciales de la juventud de J uan Montalvo estn rodeados de la atmsfera del Quito de entonces. No slo pesa en su formacin, en aquel apreciable perodo de siete aos 1845 a 1852. el ambiente de las aulas, de instructores y condiscpulos, pues que tambin la ciudad misma ejerce, sin duda, una callada pero eficaz influencia en el desarrollo de su carcter y en la maduracin de sus facultades. El doctor Francisco Montalvo lo ha matriculado ene1 Colegio de San Fernando, que
61 fundaron los padres dominicos en el siglo diecisiete. Este se halla precisamente situado frente al convento de Santo Domingo, cuyas celdas se muestran contiguas a la iglesia, en una de las tres plazas principales de la urbe. Desde ah no hay sino cuatrocientos metros hasta el Palacio de Gobierno. Tiene el colegio, a lo largo de su fachada, un estrecho, penumbroso y tranquilo portal, que ahora pertenece a la morada de las monjas de los Sagrados Corazones. En la esquina del suroeste, la plaza de por medio, dando cara al colegio, se alza la casa de dos pisos en que vivir, aos ms tarde, Gabriel Garca Moreno, uno de los futuros y mortales enemigos de aquel adolescente, y suscitador impresentido de una parte muy significativa de su obra de escritor. Tambin en el costado del sur, ah muy cerca de los ojos, se dibuja el verdor suave, de grama y de rboles, de la graciosa colina de E! Panecillo. Tal es el lugar de sus caminatas solitarias y contemplativas. Poco despus lo ser de sus paseos con los compaeros ms ntimos de su promocin literaria, particularmente con el poeta J ulio Zaldumbide. Por fin, asimismo en el alrededor cercano, hacia el occidente, se deja ver una parte del perfil del Pichincha, con la exacta porcin de ladera en que dos decenios antes las fuerzas de Sucre ganaron la batalla de la independencia del Ecuador. J uan Montalvo estudiante del San Fernando disfruta ya de la imagen cotidiana de esa montaa, y en ms de una vez trajina por ella, atesorando, sin intuirlo, impresiones para Los hroes de la emancipacin de la raza hispanoamericana, captulo de uno de sus libros de mayor renombre internacional: Siete tratados. Recurdese en efecto que hay en esas pginas un nio que anda por las soledades del glorioso flanco del Pichincha y que, por la saturacin de la atmsfera histrica, se siente transportado a los hechos propios del pretrito. Ni ms ni menos que lo que le sucedi al Montalvo de la adultez en sus recorridos por los lugares memorables de Europa. De ah se deduce el fcil reconocimiento del autor mi5mo en aquella criatura, aunque eso no se nos haya descubierto a travs de una confidencia ms explcita. Obsrveselo en seguida: Un da subi un nio a las alturas del Pichincha; nio es y sabe ya en donde est, y tiene la cabeza y el pecho llenos de a batalla. El monte en las nubes, con su rebozo de nieblas hasta la cintura: gigante enmascarado, causa miedo. La ciudad de Quito, sus pies, echa al ciclo sus mil torres: las verdes colinas de esta linda ciudad, frescas y donosas, la circunvalan cual nudos gigantescos de esmeralda, puestas como al descuido en su ancho cinturn. Roma, la ciudad de las colinas, no las tienen ms bellas, ni en ms nmero. Un ruido llega apenas a la altura. confuso, vago, fantstico, ese ruido compuesto de mil ruidos, esa voz compuesta de mil voces que sale y se levanta (le las grandes poblaciones. El retintn de la campana, el golpe del martillo, el relincho del caballo, el ladrido del perro, el chirrido de los carros, y mil ayes que no se sabe uno de dnde proceden, suspiros de sombras, arrojados acaso por el hambre de su aposento sin hogar, y subidos a lo alto a mezclarse con las risas del placer y corromper- 62 las con su melancola. El nio oa, oa con los ojos, oa con el alma, oa el silencio, como est dicho en la Escritura, oa el pasado. oa la batalla. En dnde estaba Sucre? Tal vez aqu, en este sitio mismo, sobre este verde peldao: pas por all, corri por ms all, y al fin se dispar por ese lado tras los espaoles fugitivos. Ech de ver un hueso blanco el nio, hueso medio oculto entre la grama y las florecillas silvestres: se fue para l y lo tom: ser uno de los realistas? ser uno de los patriotas? es hueso santo o maldito? Nio! no digas eso: hombres malditos puede haber; huesos malditos no hay. Sabe que la muerte, con ser helada, es fuego que purifica el cuerpo: primero lo corrompe, lo descompone, lo disuelve; despus le quita el mal olor, lo de- pura: los huesos de los muertos, desaguados por la lluvia, labrados por el aire, pulidos por la mano del tiempo, son despojos del gnero humano: de este ni de ese hombre, no: los de nuestros enemigos no son huesos enemigos; restos son de nuestros semejantes. Nio, no los arrojes con desdn. Pero se engaaba ese infantil averiguador de las cosas de la tumba: los huesos de nuestros padres muertos en Pichincha son ya gaje de la nada: el polvo mismo lom una forma ms sutil, se convirti en espritu, desapareci, y est depositado en la nfora invisible en que la eternidad recoge los del gnero humano. Hubiera convenido que ese nio, que no debi de ser como los otros, hallase en el campo de batalla una columna en la cual pudiese leer las circunstancias principales de ese gran acontecimiento, Claro, ese nio, que no era en verdad como los otros, no poda sino haber sido el propio autor, en los aos iniciales de su estudio en el Colegio de San Fernando. Amaba l las enseanzas. Las aprovechaba con fervor y disciplina, auxiliado por una memoria excepcional, cuyo ejercicio se le iba tornando cada vez ms fiel y constante. La historia estaba en el reino de sus predilecciones, segn lo iremos advirtiendo mejor a medida qie caminemos en su compaa. Senta como nadie la fruicin del pasado. De un pasado sin las escorias, vulgaridades y pequeeces de la vida real, Las impresiones presentes se le enlazaban as con las imgenes del mundo abolido de aos lejanos, y se supona existiendo rara sutileza de los gozos en un mbito en el que haban desaparecido las fronteras entre lo actual y lo pretrito. La atmsfera de aquel colegio quizs le serva de incitacin para empezar a obstinarse en esa ilusoria reminiscencia de otros tiempos. Porque los interiores del antan edificio dominicano dejan percibir, hasta ahora, un aire imperturbable de otras edades, que circula por el viejo patio, y por los corredores de arcos de piedra y paredones blancos, que lo circuyen. El alejamiento de los padres, la severidad de los frailes, la circunsperccin magisterial, la fra disposicin de los claustros destinados a la enseanza y las prcticas devotas tenan que haber hecho mella en un carcter tan sensitivo como el de aquel adolescente. Pudiera asegurarse que si no comenz ah mismo su misantropa que es lo probable, a lo menos debi ella de agravrsele bajo el peso de tales circunstancias. Sus condiscpulos, aos ms tarde, solan recordar la temprana condicin de misntropo
63 Con que le conocieron en el colegio: casi siempre aislado, casi siempre remiso a los juegos, observador y silencioso. Algunas veces, con el texto abierto entre las manos. Otras, buscando la compaa, no de ningn grupo inquieto y animado, sino de uno o dos de sus amigos predilectos, para la confidencia personal, e1 secreteo de las impresiones o el comentario de los estudios de clase y de sus lecturas. Las aficiones y experiencias de la madurez, y desde luego las largas concentraciones mentales de su profesin literaria, no hicieron sino acentuar esa conducta de esquiveces y soledad. Pero el ambiente monstico del convictorio de San Fernando le acrecent, por su parte, la fe religiosa de que estaba imbuido, y en cuyo mantenimiento no sufri flaquezas ni en los arrebatos de sus luchas anticonservadoras, ni en las borrascas de odio e incomprensin que levantaron sus motivados exabruptos anticlericales. Al contrario, a lo largo de cuanto escribi se encuentran expresiones que evidencian el aliento de aquella fe. Que en l nada tena de simulacin, ni de cosa adventicia e interesada. En las pginas Del orador, que estn en el folleto nmero seis de su obra El regenerador, se lee la referencia siguiente: Un crtico moderno sagacsimo, Saint Beuvc, pretende que hay palabras peculiares a ciertos individuos, segn el genio o la ndole de cada cual - Un hombre profunda y sinceramente religioso escribir Dios, inmortalidad, misericordia a cada paso Eso es lo que le sucedi precisamente a l. Su lenguaje. en ms de un respecto excitado por las preocupaciones de lo ultraterreno y divino, no hace sino Probar la verdad de las observaciones de Saint-Beuve Y, como fruto de sus sentimientos de amor por lo sagrado, en das de juventud y tras su formacin en planteles educativos catlicos parece que compuso un soneto a la Virgen Mara de Baos que no lleg a publicar pero que se lo conoci y conserv como de l a travs de los tiempos, tomndolo de un estampa religiosa en que no se consign ms referencia que la (le que este soneto se dio a publicidad con licencia de la tutoridad eclesistica, despus del fallecimiento del autor, se ha difundido el texto que sigue, como propio de Montalvo. sin que hasta ahora se lo haya puesto en tela de juicio: A la Virgen de Agua Santa Colgada a la cabeza de mi lecho, tengo una imagen antigua que Seria, en otro tiempo, imagen de Mara, pues el papel est casi deshecho; pero es tanto el amor con que la estrecho junio a mi corazn, de noche y da, que cuando llegue mi ltima agona la tendr ya grabada sobre el pecho.
64 Mientras yo viva estar a mi lado. es para ni un tesoro sin segundo la imagen de papel sucio y gastado. No la Trocara yo por todo el mundo, ya que en ese papel qued estampado el beso de mi padre moribundo 22 El padre muri en agosto de 1853. Eso significa que estos versos fueron escritos despus de dicha fecha, cuando el J oven Montalvo ya haba cumplido sus veintin aos de edad, y se hallaba en los entusiasmos de su iniciacin literaria y de sus sentimentales contactos con el romanticismo. Las formas de la poesa, como a sus compaeros de promocin, le embelesaban entonces. Otra evidencia de ello es una composicin publicada en el peridico La democracia, de Quito, en noviembre de 1854, bajo el ttulo de En un lbum, pues que la redact para el de su amiga Amelia Revolledo de Velasco. No obstante su inspiracin notoriamente circunstancial, hay en los versos de estotro poema dulzuras de forma y vibraciones emotivas sobre el paisaje que estn revelando la presencia de un difano talento lrico, Mal hacen pues los que dicen que desdean las facultades de Montalvo como poeta. Cierto es que ste se sinti mejor en la prosa, como l mismo lo ha confesado. Y nadie habr que no reconozca que su genio creador hall especialmente adecuados los cauces del ensayo, para las producciones que entreg despus. Pero nadie habr, igualmente, que no va las excelencias de lo potico en todas sus prosas, del comienzo y la culminacin. Por ahora, aqu en el Convictorio de San Fernando lee poesas de manera preferente. Y borronea versos que revisa, corrige, y al fin, desencantado, estruja y destruye. Se va pues dando cuenta de que es esforzado todo aprendizaje consciente, aun habiendo, como en su caso, las aptitudes de una vocacin genuina. Tendr as que esperar e1 proceso de esa maduracin todava lenta, a lo largo de los cursos de colegio y universidad para los que ha sido trado a la capital. Dos de sus hermanos estn cerca de l, estimulndolo y vigilando, complacidos, el ritmo de sus avances. Pero la compaa de ninguno de ellos eso es notorio le resulta eficaz para aliviarle de su misantropa. De su retraimiento meditativo y melanclico. El mayor de esos dos hermanos -Francisco- es el primognito de entre todos los Montalvo. Est ya en los treinta y cuatro de edad. El otro Francisco J avier en los veintisiete. J uan el futuro escritor apenas cuenta catorce. La diferencia de tantos aos le impide el goce de una relacin ms nti-
22 Roberto Morales Almeida. Integracin. Peridico Cultural.(Quito), N 5. (Noviembre de 1954). 65 ma y confidencial con aqullos. Que, en cambio, le protegen, orientan e influyen en su gusto por las letras, Aparte de haberle creado, cada uno con su prestigio, un ambiente favorable en el mundo de sus estudios. El doctor Francisco Montalvo acude a esas aulas con agrado y confianza. Ha enseado antes en ellas, por algn tiempo, y ha tenido entre sus alumnos a Gabriel Garca Moreno, Miguel Riofro y Antonio Borrero, nombres a los que se vincular en algn momento la historia de su hermano J uan. Habla de las capacidades de ste con autoridades y profesores del San Fernando. Porque est seguro de que esas capacidades pregonan ya una futura grandeza. (Lstima fue que el doctor Francisco Montalvo se muriera temprano, en 1852, sin alcanzar a comprobar la certeza de sus presagios sobre J uan, a lo largo de una obra que se fue colmando, con caracteres geniales, decenios despus). Francisco J avier es tambin un hombre brillante. Ama la literatura. Y mantiene una enorme fe en los talentos de su hermano menor. Cultiva relaciones mltiples. Frecuenta los centros intelectuales, a los que pertenece. Ha ledo abundantemente, y es por eso el principal suscitador de aqul. Va pues fortalecindole su inclinacin a las letras. Hasta es probable que, al comunicarle sus predilecciones literarias, le est encaminando hacia la bsqueda, todava imprecisa y vacilante, de los atributos de su estilo, que un da se harn excepcionales. Algunas afinidades hay entre los dos. Por mi parte me he afirmado en ese convencimiento cuando he ledo el par de cartas autgrafas que el doctor Francisco J avier Montalvo dirigi, el 20 de febrero de 1890 y el 21 de febrero de 1891, a doa Agustine - Catherine Contoux, madre ilegtima de un hijo parisino de J uan Montalvo. Ambas cartas dejan ver un no se qu de similitud en los modos de expresarse de estos dos hermanos Francisco J avier y Juan, y sobre todo en los trazos mismos de su escritura. Y bien, reflexiones aparte, llega por fin el 21 de junio de 1848, en que el adolescente J uan Montalvo, ese alumno por lo comn solitario, que ha dado pruebas de una memoria envidiable, se presenta a exmenes de Gramtica Latina y Castellana, y es aprobado con calificaciones ptimas. As lo declara el certificado que sigue, del Convictorio de San Fernando: Certifico con juramento: que el estudiante de Gramtica J uan Montalvo ha asistido constantemente a la aula de mi cargo, y ha estudiado en aprovechamiento las cuatro partes de la Gramtica Latina y Castellana; su conducta ha sido irreprochable, y por esto se ha hecho acreedor al aprecio de sus superiores y condiscpulos.- (f) J os Maria Salazar. El infrascrito Secretario del Convictorio San Fernando certifica con juramento que el seor J uan Montalvo ha salido plenamente aprobado en sus exmenes de
66 Gramtica Latina y Castellana, segn consta a fojas 99 del libro de exmenes que se halla a mi cargo, y al queme remito en caso necesario. Quito,a 21 de junio de 1848(1) Pedro 1 lluerta. Strn. En seguida, cumplidas apenas las vacaciones veraniegas de la le nacin del ao escolar, se matricula en el Seminario de Sun Luis. Es lo establecido para completar la enseanza media, que equivale al bachillerato de nuestros das. El ttulo que se confiere a los cursantes es el de Maestro en Filosofa. El ambiente es similar al del Convictorio. Vuelve a verse Montalvo con algunos de sus amigos compaeros. Le atrae la materia de las ctedras, que son ejercidas por docentes religiosos y seglares. Ah va a estudiar de 1848 a 1851: es decir, de los diecisis a los diecinueve aos de edad. Tiempo insospechablemente significativo de la iniciacin de la juventud. En especial en su caso personal, por las propensiones reflexivas, como de temprana madurez, que le caracterizan. Su personalidad se siente paulatinamente robustecida. Los libros, en cuya lectura se afana ms que antes, contribuyen a ponerle sobre la condicin intelectual de sus condiscpulos. Algo como una aureola de superioridad comienza a distinguirle, en cierto modo, de los que le rodean. Y es explicable ese medio de sobresalir. Porque ste no es un pas de lectores. No lo ha sido nunca. Los pocos que se entregan al hbito de leer adquieren, para su bien o para su mal, una individualidad diferente. Un joven liberal que trat de seguir de cerca a Montalvo, porque lo amaba y admiraba como a un maestro el escritor Roberto Andrade hace esta evocacin de ambiente, con relacin a las vehemencias montalvinas de acceder a la obra de los mejores autores: Libros a Quito, con qu objeto? Las personas ilustradas los introducen por s mismas, y por sobre muy grandes obstculos, y estas personas eran muy escasas en nmero Libreros no haba: tales y cuales comerciantes de gneros vendan textos de enseanza, y por lo general, librejos de devocin para los concurrentes a los templos. Montalvo era uno de los jvenes a quienes devoraba la sed de saber; y muy temprano empez a satisfacerla can la lectura de varios libros griegos y romanos. 23 Pese a la aludida penuria de libreras y de centros de consulta, no deja de haber entonces bibliotecas apreciables en la urbe. La de la universidad, y las mismas del Convictorio de San Fernando y del Seminario de San Luis estn provistas de varios millares de obras. En aquellas encuentra nuestro futuro escritor, para su ilimitada curiosidad y sus deseos de aprender a formar ideas y expresarlas con los rigores de la correccin y el gusto, las pginas de los clsicos de la antigedad; de los espaoles ms celebrados; de
23 Roberto Andrade. Montalvo y Garca Moreno. Tomo I, Guayaquil, 1925, pg. 24. Imprenta La Reforma. 67 los Padres de la Iglesia y de los autores bblicos. Para las letras modernas y particularmente de su siglo, cuenta con los libros adquiridos pero los dos Franciscos, sus hermanos mayores: ambos son abogados, aducen ser y poseedores de una vasta cultura literaria. Con relacin a esta laya de afanes, es bueno acordarse de que ajustada a una experiencia vivida precisamente en los das de estudiante de retrica y filosofa del Seminario de San Luis, corre una ancdota en el tomo nmero doce de su Regenerador, en la cual, con ese su estilo caragejstico en que se animan por igual la confidencia y las gracias del ingenio, nos da una revelacin de lo que fue realmente su entrega a las lecturas. Conviene pues que se la transcriba en seguida: Vino a Quito una ocasin un norteamericano que tas daba de frenlogo y no prefera el nombre del doctor Gall sin descubrirse. Reunidos un da unos cuantos truhanes en casa de Zaldumbide, S.A. discpulo de Gall nos fue echando mano a la cabeza. Usted, le dijo a uno, tiene inclinacin a la poesa: las nueve Musas son para usted ms que las once mil vrgenes. Usted es propenso a las armas: en J ena o en Marengo estara con mas gusto que en los claustros de San Agustn. Usted es un fantico saldra usted de mil amores pual en mano a despanzurrar herejes. Usted es unbruto ... Usted, me dijo a1 mi, abriga indecible pasin por los hombres grandes. Y digo si dio en la mueca el adivino! En ese tiempo, simple estudiante de filosofa, haban pasado ya por mis horcas caudinas los paralelos de los varones ilustres de plutarco, las Dcadas de Tito Livio los Doce Csares de Suetonio, la Vida de Alejandro por Arrin, la de Mano Tu o Cicern por Middlcton, y otras muchas por el estilo. Desde entonces tengo alguna flaqueza por el arte o la ciencia del doctor Gall. Dicen que, habindole presentad u en Francia a este sabio un crneo humano, despus de examinarlo atentamente, exclam: Este no puede ser sino el crneo de Napolen! Eralo en efecto. 24 Simple estudiante de filosofa, ha dicho. Esto es, alumno de colegio en el Seminario de San Luis. Ah es en donde despuntan sus predilecciones por ciertos tipos de lectura: historias de los pueblos antiguos, evocaciones de los csares y de la monumentalidad de Roma, biografas de los hombres superiores, apreciaciones de la vida y la obra de Cicern. Largamente persistieron en l esas preferencias, al extremo de influir en su comportamiento humano yen la composicin sustancial de sus propios libros. A Plutarco, cuyas Vidas Paralelas han tenido tanto que ver con algunas vocaciones de grandeza, lleg a considerarle en el plano ms alto de sus autores favoritos. Y ciceroniano fue hasta en las destrezas clsicas de la elaboracin de su estilo. Por sobre las tareas del aula, de ah del Seminario de San Luis, lee y anota, y los puntos que ms le impresionan los fija en la memoria Posee 24 El Regenerador.Tomo segundo, Ibid, N 12.pgs. 233-234.
68 pues e) hbito de un lector serio e inteligente. De un lector verdadero. Esa condicin, que en l es una condicin augusta, y que le sita entre los eruditos ms honrados de la cultura de nuestros pases, ha de adquirir un sentido de significacin muy especial en la dialctica iluminadora y demostrativa de sus ensayos. Hay tambin efectos sutiles, que obran como blsamo para sus soledades y tempranas pesadumbres, y que se desprenden de esa dedicacin tenaz a las lecturas. El 13 de noviembre de 1848, a as pocas semanas de haberse matriculado ene1 Seminario quiteo, sufre uno de los ms dolorosos reveses afectivos: pierde a su madre en Ambato. Doa J osefa Fiallos de Montalvo, que estaba prxima a cumplir sus cincuenta y dos aos, cae enferma, va paulatinamente agravndose, y tras otorgar testamento y recibir los auxilios de la Iglesia, fallece rodeada de su marido y de algunos de sus hijos. Es interesante el instrumento testamentario de doa Josefa, porque nos descubre aspectos de su suerte en lo econmico y de la ndole piadosa que fue siempre suya. Nos permite saber que ella y don Marcos se casaron pobres; que la mitad de la hacienda de Yambo, cercana a la villa ambatea, la hered de su madre, doa Isabel, y que la otra parte la compr a su hermana Mara de Cceres, en doscientos sesenta pesos. Tambin nos deja conocer que la nica deuda que mantiene consiste en dos onzas de oro, pedidas en prstamo a don J os Soto, y donadas cinco aos atrs (entre los llantos de la despedida) a su hijo doctor Francisco, el cual tuvo que cumplir pena de destierro en el Per. Aquel J os Soto era un viejo amigo que hizo de testigo en su matrimonio. Finalmente nos pone al tanto de estas manifestaciones de su voluntad: conceder la libertad a su esclava Mariana Restrepo, entregar pequeos legados a sus criadas J osefa y Encarnacin, repartir la suma de tres pesos entre personas pobres incapaces de mendigar, y enterrar su despojo mortal en el cementerio de la Iglesia Matriz, vecina a su casa. J uan asiste al fallecimiento de su madre. Das antes de que ste acaezca, en una madrugada lluviosa, como son generalmente las de noviembre en Quito, l y sus dos hermanos mayores, con los que vive en un apartamento arrendado por el primognito en el centro de la ciudad, ensill sus caballos y parten al galope, rumbo a la atribulada morada paterna. Despus de dos largas jornadas, en que trasponen hondonadas, valles y parameras, y en que han ido trotando por en medio de pedregales, polvaredas y barrizales, con las solas pausas impuestas por las necesidades de alimento y reposo en taperas y tambos humildes, llegan a la plaza de Ambato, que es la de su vivienda. Se desmontan en el patio de sta, estropeados y vencidos de fatiga. El menor imita los movimientos de los otros
69 dos. Pero se nota que, en medio de la acentuacin de la palidez y el desencaje del rostro, sus ojos oscuros se le han tornado ms grandes y melanclicos. El padre recibe a los tres viajeros con menos efusin que nunca. Est anonadado. Son fuertes, es cieno, sus abrazos, pero resulta tristemente expresiva la profundidad de su silencio. Depuestos los sombreros y los ponchos, los recin llegados buscan la aorada ternura de la madre, ya declinante. Entran en la alcoba, y parece que se achican, y que con el corazn manso y humilde de los tiempos escolares, en los que ansiaban por el calor de aquel amparo insustituible, van a recibir una vez ms la ltima, sin duda la balsmica bendicin de la madre. Se unen a los dems deudos en torno del lecho. Las miradas de la pobre mujer desfalleciente tratan de reemplazar, en su debilidad extremada, a las palabras, a los ademanes, a las demostraciones dolorosas de irse arrancando, impotente, de su rincn amado. Y ese grupo familiar que ha ido a ofrecerle su postrera compaa de consuelo se convierte pronto, al paso de las horas, en inconsolable cortejo funerario. Vuelve J uan Montalvo a Quito, con su par de hermanos, en la misma forma en que ha venido a Ambato, Trae el corazn partido por el pesar. Una razn ms para buscar el confortante empecinamiento de las letras. No sospecha, desde luego, cmo ser de duradera aquella aflictiva impresin. Veintin aos despus, en 1869, escribir en Pars las estremecedoras pginas de El Padre Lachaise, con oportunidad del fallecimiento de la madre de su amigo Rafael Barba J ijn (segn lo hicimos notar en nuestro captulo III), y en ellas no har sino puntualizar, usando la ms doliente de las filosofas, las desazones de la orfandad, los estragos con que la muerte de nuestra madre nos desordena el alma, y los bienes de que nos privamos cuando el srvete materno de que hablaba el poeta Csar Vallejo no sale de la tumba. Todas las expresiones de las pginas elegacas de El Padre Lachaise encerrarn pues, como las caracolas marinas su lamento, el acongojado rumor de la experiencia funeral vivida por el propio Montalvo. No me resisto a la tentacin de reproducir en seguida algunas de aquellas expresiones: Siendo como es el ms natural y comn, el de la muerte es el ms gran trabajo, amigo mo: muere el extrao, muere el pariente, muere el hermano, muere la madre ... Todos ellos son felices; la desgracia es de los que les sobreiven. Ayer la viste en pleno mundo, duea de la salud, con vigor para treinta anos, risuea y amable cuando te acariciaba: en sus ojos la luz, en sus labios la sonrisa, en su garganta el dulce sonido de la vida: hoy es de la eternidad esa buena madre tuya ... Si esta desgracia no tiene remedio, porqu lloras? Cabalmente lloras, porque no tiene remedio, y esto lo dijo ya otro desgraciado ... No hay madre que no sea un sabio, cuando se trata de la felicidad de su hijo; no hay madre que no sea poderosa, cuando su hijo necesita de su pro-
70 teccin de la cual en su esfera todas son eficaces, desde la pobre desvalida que en una puerta de calle tiene a su parvulito en los brazos, hasta la seora coronada, que anda mostrando a los pueblos el heredero del trono, todas viven y obran para su hijo: la una mira con sus ojos de hambre al transente compasivo, que le echa u,, sueldo en el regazo; ya tiene pan para su hijo: la otra se pasea pomposamente en el imperio, derramando grandiosas caridades; ya tiene simpatas para su hijo. La madre, a madre para el hijo: ni el peligro le intimida, ni el sacrificio es superior a sus fuerzas, ni su ruina le contiene, si va a salvarle y hacerle un nuevo bien.. Si su madre hubiera muerto primero, el Salvador hubiera llorado por ella: la tuya ha muerto, llrala t. que no faltas a la entereza ni a la filosofa. 25 Si bien la monomana de la soledad para los estudios, las lecturas y las contemplaciones calladas y reflexivas parece que de pronto se agudiza en el joven Montalvo, en esos primeros meses de su orfandad, no por ello deja tambin de ser evidente que en las aulas del Seminario de San Luis va encontrando compaeros cuyas deleitables inclinaciones a los libros consuenan con su cada vez ms definida vocacin literaria, y que eso consigue, precisamente, contrarrestar de algn modo su propensin al aislamiento. Tambin los cambios propios de la adolescencia le han de ayudar en el desarrollo de una sociabilidad menos temerosa, quebradiza y limitada. Los cursos de colegio los completa as, en un ambiente ms bien propicio, en 1851. Y las calificaciones que al final obtiene en su grado son, todas, excelentes. Vase esta constancia: El da veinte y ocho de mayo de mil ochocientos cincuenta y uno, y presididos por el seor Rector, se reunieron los seores catedrticos que suscriben, con el objeto de examinar al seor J uan Montalvo en su tentativa previa al Grado de Maestro en Filosofa: principiado el acto repiti el examinando un cuarto de hora, despus fue examinado por ambos catedrticos, hasta que concluido el acto procedieron a calificarlo por la voluntad secreta, de la que result aprobado por tres A.A.A. Por cuyo motivo el seor Rector Antonio Gmez de la Torre confiri el Grado de Maestro en Filosofa al referido seor J uan Montalvo. Y para que consten firman esta acta el seor Rector y ambos catedrticos: lo certifico.- El Rector (hay una rbrica).. (Q Pablo Herrera.(fl J uan Aguirre y Montfar.- (f) J oaqun Enrquez. Secretario.26 Corrido un trimestre de su grado de bachiller o maestro en filosofa, se reencuentra con sus compaeros de aula en los nuevos cursos, que son los universitarios. Este va a ser su sexto ao de permanencia en Quito. El menor de los dos Franciscos, sus hermanos y mentoreses decir Francisco J avier, que se ha doctorado ya en derecho, contrae matrimonio en la misma ciudad, en este 1851. pero J uan contina a su lado: es decir, es acogido tambin en el nuevo hogar. Doa Cruz Avendao de Montalvo, la cuada, le ofrece efectivamente una amorosa hospitalidad, rodendole de condiciones materiales que satisfacen bien los gustos de l, que son los de
25 El Padre Lachaise . Inditos y artculos escogidos de Juan Montalvo Quito. Imprenta de El Pichincha. 1897 26 Libro de Grados de Maestros en Ejiosoija 1849-1853 Archivos de a Secreisr{a de Ial J n,verv,dcd (entra 1 Qu,i,, 71 vivir con orden, decoro y extremada limpieza. Todo marcha de la mejor manera. An ms, ah puede disponer de los textos de leyes para su can-era, y, como qued dicho antes, de un sinnmero de obras literarias. Porque Francisco J avier no es solamente un buen lector, sino que ejerce con talento el periodismo, aparte de la investigacin y la crtica. No se debe olvidar que, como fruto de su docencia en el Convictorio de San Fernando, en donde, poco despus, llega a desempearse tambin de rector, consigue publicar una Historia de la literatura universal. Antes pues de que se tengan noticias de la vocacin de escritor de J uan Montalvo, cosa que est a punto de ocurrir, ya su hermano se ha rodeado de prestigio intelectual y pertenece a asociaciones de cultura. Pronto, adems, va a fundar dos peridicos en la capital ecuatoriana: uno en 1852, con el poeta Miguel Riofro, que se llamar La razn, y otro, de aparicin semanal, auspiciado quizs por el general J os Mara Urbina desde el Gobierno, y que lo mantendr con Marcos Espinel y Agustn Yerovi: el titulado La democracia. En sus pginas se darn a conocer las primeras creaciones de su hermano J uan, propias de la iniciacin juvenil, pero anunciadoras de un destino impar, tanto por sus evidentes destellos de lirismo como por las conscientes seales de un progresivo dominio tcnico. Todo, en fin hay que afirmarlo de nuevo, marcha de lo mejor. Pero un da se produce un contratiempo ntimo, que descompone la actitud delicada y afable de doa Cruz y va ms all del gesto de desaprobacin del jefe del hogar, doctor Francisco J avier. Y es que J uan, comnmente imantado de voluptuosidad por los encantos femeninos, y proclive a las exaltaciones de un romanticismo difcil de sofocar, se enamora sbitamente de una muchacha ambatea, amiga de su cuada, a quien sta ha invitado a vivir temporalmente en su casa: la propia doa Cruz ha sorprendido a los dos jvenes besndose ardorosamente en una de las habitaciones. Le parece cosa de no creer. No atina a decir nada. Y, confundida, aunque sin disimular su disgusto, les deja solos. Cuando vuelve su esposo del trabajo le recibe con la noticia en la boca. El no es impulsivo, pero esta vez se precipita a buscar a su hermano. J uan ha tomado ya la determinacin de abandonar la casa, sacrificndolo todo. Hay un caballo listo en el patio para arrancar hacia Ambato. Su sensibilidad le hace propenso a abultar el tamao de las faltas personales y de las responsabilidades. Eles el ms acalorado en el intercambio de palabras. No obstante, los dos terminan por escuchar la indicacin de doa Cruz, y es la muchacha la que vuelve, un par de das despus, a su hogar ambateo. J uan es ciertamente sensual. La belleza de la mujer llama a sus sentidos con fuerza imperativa. Como tiene que acontecer con cualquiera, aun
72- que la austeridad de nuestra moral se afane en negarlo o encubrirlo, Porque la admiracin firme a las gracias de la mujer no puede encerrarse en una contemplacin indiferente. Al contrario quieraselo o no estimula las vehemencias de lo ertico, que se enciende en un arrobamiento ajeno a la inocencia del desinters y a la idealizacin total de los encanto; contemplados. El joven Montalvo lo ha experimentado as. desde temprano. con un impulso muy natural. Por eso, aos ms tarde, y de continuo, se le ver halagarse en describir con mano voluptuosa los atractivos Corporales del sexo femenino. Mientras que la santurronera de la poca t1lie desde luego sentir que tales lecturas le soban tambin deleitosamente su instinto fingir mostrar repugnancia por la desnuda opulencia de las imgenes montalvinas. Aqu en Quito, en el tiempo en que cursa sus dos aos de universidad, entre los diecinueve y veinte de edad, vive una que otra experiencia amorosa, no propiamente sentimental, sino de relaciones furtivas con encontradizas compaeras de aventura. Que las toma moderadamente, sin contrariar de veras sus hbitos severos, de templanza en las fruiciones de naturaleza instintiva y de resistencia radical a las bebidas y el festn. De cualquier manera que sea, ya por sus contemplaciones sensuales en el ambiente de la ciudad, ya por sus ocasionales y discretos contactos crticos, se le fija una impresin admirativa de las quiteas que ha de dejar descubrir en pginas muy posteriores: las de la madurez. Fcil es comprobarlo ene! tratado De la belleza en el gnero humano, que contiene estas expresiones: La suavidad del clima, la transparencia de la atmsfera, la esplendidez del firmamento, la pureza del agua: son, sin duda, partes para que la quitea conserve. muchas veces hacia los cuarenta aos, el verdor y la frescura marzal de las colinas y los prados que circundan su poblacin elevadisima. Para donosa y elegante, si quitea: con la mirada se insina, con a sonrisa conquista, con el porte general de su persona pone el yugo debajo del cual pesadumbres son delicias, desdenes incentivos, rigores esperanzas. La ojinegra del Pichincha es el demonio vuelto a la gracia de Dios con sus rezagos de malicia. Su pecho es comba sublime: su brazo est desafiando al filsofo al santo, si por lo blanco, si por lo gordo. La manecita en joyas preciosa: los dedos suavisimos: la ua, espejo de las gracias y las musas. En cuanto a pasiones, estas estrellas de la Cinosura suelen morir de amor, y quitar la vida muchas veces El Gran Mariscal de Ayacucho, que haba estado en casi todas las capitales de Sud-Amrica, slo en Quito hall mujer digna de su corazn y su rano; ves sabido que Bolvar a Quito vino a buscar la amazona que le salv la vida cubrindole con el escudo de Palas, esa mujer tan fiera como hermosa a quien el Genio del Nuevo Mundo am como Aquiles a la belleza de Sciros 27 27 De la belleza en el gnero humano, siete tratados, ibid pgs. 243-244.
73 En el ltimo de sus librosEl espectador tambin tornar a revelar una impresin de la misma laya admirativa sobre la mujer de Quito, cuando recuerde la manera seductora con que las bellezas de todo tiempo y lugar han elegido su estilo de vestirse: desde las griegas que andan por Corinto arrastrando la cauda de prpura, ceida al talle con un grueso entorchado de hilo de oro, hasta las quiteas que toman con inimitable elegancia la cola de a saya sobre el brazo, y se van por esas calles a paso de reina - (Indumentaria). Hay una alternacin de circunstancias agradables o animadas y taciturnas o aburridas como es lo corriente en los comienzos de su juventud en Quito. Los estudios universitarios no le son fatigosos, porque a lo largo de su existencia se hallar siempre en la fecunda obsesin de aprender (no hay insecto, por pequeo que sea, que no nos ensee algo, se dijo alguna vez, a s mismo). Y, adems, los completa deleitosamente con sus lecturas, tan abundantes como variadas. Por otra parte, las relaciones que ha hecho en Quito se ven favorecidas por el influjo poltico de sus dos hermanos mayores; sobre todo del primognito, doctor Francisco Montalvo. El cual, tras la terminacin de sus funciones de Director de Crdito Pblico, ejercidas en el perodo presidencial de Vicente Ramn Roca, y despus de un breve parntesis de necesario reposo en el cobijo familiar de Ambato, se ha lanzado nuevamente a las procelas de la accin pblica. La figura que domina el horizonte del pas es la del general J os Mara Urbina, quien, en febrero de 1850, ha promovido una sedicin para arrebatar el poder al sucesor de Roca, coronel Manuel de Asczubi, y entregrselo al viejo patriota guayaquileo Diego Noboa. Pero con ste ocurren incidencias de ritmo huracanado: en el lapso preciso de apenas once meses se lo tiene de J efe Supremo, Presidente Interino y Presidente Constitucional, en una repblica cuyas convulsiones polticas culminan el 26 de febrero de 1851, en que el mismo Urbina, con una hbil estratagema, saca a Noboa del mando, le destierra a Chile, y ocupa l su alta dignidad. El nuevo J efe Supremo, general Jos Mara Urbina, pertenece a la generacin del doctor Francisco Montalvo: es slo un cuatrienio mayor que l. Se profesan los dos una afectuosa amistad, que tiene como origen la de sus familias. Nuestro escritor mismo, en su obra de madurez Las cari- linarias, ya en la tempestad de sus ataques polticos al antiguo amigo y favorecedor, ha recordado que la seora Rosa Viteri, madre ilegtima de aquel gobernante, pas los das de su ancianidad en la casa de los Montalvo en Ambato. Viva asegur-- en casa de mis seores padres una octogenaria, sin fuerzas ya para salir al sol. Mi seora Rosita, le preguntaba yo, le ha escrito su hijo? Cul, el presidente? no me ha escrito, responda la anciana con tristeza. Mi Gabriel si, viene a ver-
74 me a cada rato; el presidente no me escribe. Qu haba de escribir Urbina? El corazn de este hombre singular es un desierto de donde estn ausentes amor, con miseracin, generosidad 28 Son entre ellos, adems, conterrneos, pues que Urbina ha nacido el pueblecito de Quilln, no distante de esa ciudad. En todo esto, y no nicamente en su identidad doctrinaria, hay que encontrar las razones de la participacin del doctor Montalvo en las contiendas urbinistas. Porque efectivamente torna, una y otra vez, a empuar un fusil en sus milicias, desdeando los quebrantamientos de salud que viene soportando desde 1843, ao del destierro que le impuso el jenzaro J uan J os Flores. Pero hay que tambin encontrar las razones de la solidaridad de Urbina con los Montalvo: al doctor Francisco le hace gobernador de la provincia de Pichincha en 1852; al doctor Francisco J avier le abre paso, con el auspicio oficial, a la Secretara de la Cmara de Representantes, en 1853 y 1854; a J uan, el joven universitario y su violento enemigo de varios aos despus, le conduce al desempeo de Secretario del Convictorio de San Fernando, que desde la poca de Rocafuerte es colegio fiscal. Lamentablemente los denuedos polticos del doctor Francisco Montalvo, que resultan fatales para su debilidad corporal, van a acabar por destruirlo. No es capaz, en efecto, sino de un esfuerzo ms: el de asumir la representacin de Pichincha y de Len (antigua denominacin de la provincia de Cotopaxi) ante la Convencin Nacional que rene el J efe Supremo en Guayaquil, en junio de 1852, para la legitimacin de su ejercicio del mando. Siente en verdad que ya fsicamente no puede ms. Tiene que abandonar aquella dignidad parlamentaria, y volver a Ambato. Pocas semanas despus el 12 de noviembre de ese mismo ao fallece, no sin haber solicitado el auxilio sacramental de la Iglesia. Su fe de liberal no haba jams perturbado la de su catolicismo. Se ha extinguido joven: a los cuarenta de edad, apenas. Este nuevo duelo se ha descargado como un furioso corte de hacha en esa aparente fortaleza de roble del padre, don Marcos, que tambin cae abatido pocos meses despus: en agosto de 1853. Saboreada as su casa por la muerte, no es extrao que en los habituales silencios del joven J uan Montalvo, en la frecuente taciturnidad de su gesto, en su precoz convencimiento del sino perecedero de todo lo que existe, y aun en la predileccin de los colores oscuros para su atuendo personal, que la mantendr a lo largo de su paso por el mundo, a travs de los ambientes urbano y rural y de sus jornadas de viajero: no es extrao 28 Las catilinarias. Cuarta Pars,. Casa Editorial Garnier Hermano sin ao, pg. 37.
75 -volvernos a decir- que en todo eso se haya prendido la huella de las experiencias funerales soportadas, una tras otra, en estos aos de su etapa moceril quitea. Lo comn, ahora que cursa la universidad, yeso ser ya siempre, es que se lo vea un paseante meditativo de las soledades. Todo lo anda mirando despaciosamente. De sus trajines callados por los rincones de Quito habrn de saltar varias imgenes a sus libros. Buena demostracin nos la dan algunos de sus Siete tratados. En el De la nobleza entreaparece, aunque no lo precise, el sastrecito de barrio que trabaja asomado a la calle, con su banco bajo el dintel: ,Qu hace ese hombre en su banquillo silba que silba de la maana a la noche, alargando y recogiendo el brazo en sempiterno vaivn?.29 En el de Los banquetes de los filsofos, al hacer los enternecedores elogios de la papa, que se encumbr desde su humilde origen americano hasta las cortes reales de Europa, recuerda con ojos de amor puestos en lo nuestro los bocados del pur y la tortilla que se preparan con ella:Si sois viejos, all la tenis en masa blanca y pura, o ya cmbermejecida con aj punzador o con azafrn oloroso. Si cholos, comprad en la esquina de la calle, en la ciudad de Quito, ese emplasto ruidoso que est echando chispas en el tiesto, derramadas las entraas alrededor en feroces hebras de queso derretido . Pero tambin se mezclan con las imgenes extradas de la ciudad las observaciones crticas, que le han nacido no del desamor, sino ms bien de su preocupacin amorosa. As, en el primer volumen de El regenerador, al tocare1 tema de Los Mrtires. (Artculo para el Diez de Agosto), y al reparar en que Quito no ha sabido, hasta esa fecha, consagrar un monumento a sus hroes del movimiento revolucionario de Agosto, comenta la infelicidad misma del cursi homenaje militar que se les rinde anualmente, y que haba de persistir hasta mediado el siglo veinte: Pueblo infelice, pueblo triste, el Diez de Agosto es fecha memorable en Sud Amrica, y vosotros apenas si cais en la cuenta de lo que ha sucedido en tan fausto da al pe de este viejo Pichincha, que ha presenciado tantas cosas grandes. Cuatro invlidos harapientos se van al romper la aurora, arrastrando un can no menos flaco y miserable que ellos, a las faldas de una colina. All, con su mecha apagadiza, se llegan al odo sordo de su mquina, y sedan a entender que han hecho un tiro; tiros que no despiertan los ecos de la montaa, ni hacen estremecer de blica alegra a los hijos de una ciudad grande y libre. Este es el aniversario de nuestro da-sol, DIA-siglo, da- grande; estos los honores que hacemos a las sombras de Morales, Salinas y Quiroga; primognitos de la independencia americana ..
29 Siete tratados, Ibid. Tomo l, pg. 92. 30 Siete tratados, Ibid. Tomo II. pg 172. 3! El regenerador, Ibid.Tomo primero.pgs. 115 a 125. 76 Pero tambin de lo que son impresiones deleitables en su larga permanencia quitea han de saltar los destellos de algn pensamiento nostlgico a sus pginas de despus. Un ejemplo de ello es la alusin a los paseos contemplativos, de jvenes romnticos, aquerenciados a la paz melanclica de los contornos de la capital, que acostumbra realizar con sus compaeros de promocin literaria, y que se la puede leer en el ensayo Contra censura de su libro El cosmopolita. Ah, dirigindose a J os Modesto Espinosa, que se haba convertido ya en uno de sus adversarios, le dice: ,No se acuerda usted de cuando con nuestro amigo Zaldumbide le llevbamos a la fuerza a hacerle o r ecos en los prados silenciosos de los alrededores de Quito, o sobre las verdes colinas que circundan la ciudad? 32 Y efectivamente con el poeta y poltico liberal J ulio Zaldumbide, tan joven como l, y con quien fraterniza mejor que con nadie, se rene de continuo. Le busca en su casa, situada en el centro; en ella hay a veces contertulios del mismo grupo de noveles practicantes de las letras, que se enardecen comentando a Chateaubriand, a Hugo, a Lamartine, a Zorrilla, a Larra, a Byron, a Musset. Montalvo les ha ledo con ms fervor y avidez asimilativa que ninguno de ellos. Por eso le oyen con atencin cuanto dice, no obstante la poca fluidez de sus expresiones y las prdidas del timbre de voz con que habla cuando se apasiona. A su juicio claro y bien fundado se unen, por otra parte, cuando est en disposicin para ello, frases humorsticas de gran ingenio, que todos festejan en forma ruidosa. Pero l, que no ha conseguido vencer completamente su huraa, apenas si coincide con sus compaeros en el disfrute pleno de esos encuentros, y ms bien se impacienta en hallar el momento de invitar a Zaldumbide a sus usuales recorridos por los alrededores de la ciudad. El grupo es en verdad valioso. A ms de Montalvo, Zaldumbide y Espinosa, se han agregado para dar cauce comn a sus esfuerzos, y probar sus primeras armas de escritores, el polgrafo don J uan Len Mera, el ensayista Agustn Yerovi, y el poeta y narrador Miguel Riofro, que pertenece ms bien a otra generacin: la de los nacidos un decenio atrs. Todos han formado una sociedad literaria: La Ilustracin. Y precisamente el 6 de marzo de 1852, de ese 1852 tan rutilante y a la vez sombro y triste para los Montalvo por el prematuro fallecimiento del doctor Francisco, han organizado, a travs de aquella, un acto conmemorativo del sptimo aniversario del desmoronamiento de la dictadura del general J uan J os Flores. El rgimen de Urbina ha encontrado los medios de enardecer el odio popular hacia el depuesto caudillo, cuyas codicias de mando no han desaparecido. De manera que hay mucha gente en el espacioso recinto del 32 El cosmopolita, Tomo I, Ambato, Editorial Primicias, 1975.
77 coliseo quiteo, donde se cumple la ceremonia. Y, desde luego, ah estn el gobernador de la provincia (doctor Francisco Montalvo), algunas autoridades y conocidos hombres pblicos. Tambin est el doctor Francisco J avier. Los dos Montalvo, como es claro, han ido especialmente por su hermano J uan, que ser uno de los oradores. Los puntos del programa no se reducen nicamente al tema cvico, pues comprenden tambin manifestaciones artsticas: entre ellas la lectura ofrecida por J ulio Zaldumbide, de su composicin A la msica, y la coronacin de poeta con que le distinguen sus compaeros. Pero hay inters en or lo que ha escrito el joven J uan Montalvo, por los antecedentes antifloreanos de su familia y por el propio carcter de l, que comenz a revelarse en las aulas con rasgos poco usuales, segn qued ya conocido. Ese inters aumenta al repararse en que, dentro de lo programado, son sus pginas las que van a corresponder exactamente a la conmemoracin de la salida de flores. Ojal se canten las verdades, comenta por ah alguno. Espere usted y ver que las palabras de este joven caen como un bofetn en el rostro del mulato canalla, parece responder otro. Seguro que s, afirma un tercero, estos Montalvo, desde el padre, son gente de sangre en el ojo, y este muchacho debe de saber lo que su hermano Francisco sufri con los atropellos de los soldados de flores y con su destierro. No faltan pues las opiniones sobre la intervencin que viene en seguida. Pero nadie, en cambio, alcanza ni a imaginar siquiera que con aquel discurso va a despuntar la profesin literaria ms pura, cabal y hermosa de la historia ecuatoriana. Ni a suponer tampoco que en esas pginas iniciales, todava pobres, vacilantes y defectuosas, empiezan ya a fermentar, para luego conseguir plenitud como los frutos que da un da la semilla que se calienta bajo la tierra del surco dos de los atributos de la prosa futura del gran ensayista don J uan Montalvo: la obsesin de la frase armoniosa y eficaz y la abominacin indeclinable de toda laya de tiranas. Inaugurada queda as, en un acto pblico memorable, aquella agoniosa y fulgurante carrera de escritor. Y desde la lejana de ese ao, a casi un siglo y medio de distancia, vienen todava a resonar en nuestros odos, como los rumores de un oleaje que nunca cesa, los acentos heroicos de las primeras frases de su discurso: Solemnicemos, Seores, el da en que el tirano se vio confundido al golpe elctrico del brazo de la Nacin, solemnicemos el triunfo de la patria con el civismo de la inteligencia; y la voz del artesano, por la segunda vez en la tribuna sea tambin en honra del pendn de la victoria, elevado en Mano, en los felices campos de la Elvira, tinto en la sangre del genzaro. 33 33 Oscar Efrn Reyes. Viuda de Juan Montalvo, Quito.Talleres Grficos. Nacionales, 1935.
78 CAPITULO VI Antes del adis a Quito ya los campos El desprendimiento de Quito va a producirse en esa quinta dcada del siglo diecinueve, aunque slo de modo temporal y relativo. Las races de su formacin universitaria, de su labor intelectual, de su despertar poltico, de sus contados sentimientos de amistad, parece que han ido penetrando profundamente en l, hasta determinar que la ciudad se le convierta en el medio adecuado para el cumplimiento de su destino. Que, como lector de biografas de grandes hombres, y admirador de los impulsos heroicos del pasado universal, y cultor vigilante del desarrollo de sus facultades personales, l lo suea de dimensiones superiores, sin duda heroicas tambin. En esta etapa de su existencia, Quito es pues el lugar propicio para la bsqueda inicial de una celebridad cuyos contornos todava no se le delinean sino vagamente, a travs de la esperanza y la intuicin. Despus el escenario ser mucho ms visible y significativo: lo constituirn las grandes urbes de Europa. Para entonces la aspiracin consciente de Montalvo habr comenzado a palpar los rasgos netos., aunque siempre esquivos, de aquella celebridad. Lase esta confesin suya, precisa como sincera, que se halla en su diario ntimo de desterrado, de 1870: Una de mis ms irremediables flaquezas ha sido el deseo de renombre, y una de mis constantes pesadumbres el no sentirme con capacidad de conquistarlo. En verdad, cuando apunta eso, s ha alcanzado ya una posesin apreciable de renombre, pero no tan plena y segura como l ambiciona. Quizs para no desalentarse se ha hecho esta reflexin: con otros teatro y ocasin, coronara mis deseos. Y bien, en torno a sus races quiteas, se debe ciertamente aclarar que aun lejos del pas, y cualquiera haya sido el lugar del mundo en que le tocara labrar su destino memorable, no dej de mantener relaciones activas con la capital ecuatoriana, ya para la ideal docencia poltica que lleva
79 ban sus panfletos, algunas pginas de sus libros y un buen nmero de sus cartas; ya para la irradiacin nacional de su fama de escritor. Ello lo iremos viendo mejor cuando centremos la atencin en algunos pasajes del epistolario montalvino. En estos aos cincuenta de su vida en Quito se advierten circunstancias que le van ligando fuertemente a la ciudad, y que son las que pudieron conocerse en el captulo anterior. Y algunas ms, igualmente interesantes. Es dable as observar que, a pesar de las naturales esquiveces de Montalvo, tan propias de su temperamento, es atrado a centros literarios, periodsticos y estudiantiles. Y su presencia se hace notar entonces, claramente, en ellos. Resulta una prueba de eso, por ejemplo, el encontrar su nombre el 21 de marzo de 1851, cuando es todava un colegial del Seminario de San Luis, entre los del rector y profesores que firman una peticin dirigida al presidente del parlamento ecuatoriano para que no se traslade la Universidad Central de la Repblica al derrudo local del Convictorio de San Fernando. Se condena en ese documento la pretendida fusin de los dos establecimientos educativos. Se hacen razonamientos como el que sigue: La Asamblea, seor, debe establecer la paz y la unin en todo el Ecuador y evitar las discordias y las divisiones. Proteged en buena hora a los jesuitas porque as lo pide el pueblo, pero no perjudiquis los intereses de los dems. No levantis, seor, la prosperidad de unos sobre la ruina de otros. Conciliad los intereses de todos. Este es el deber de los buenos legisladores. Pero hay algo que aqu se debe puntualizar, y es que si se mira con alguna perspicacia esta trascripcin, se ha de hallar en ella el tono y el corte que caracterizan a la frase de Montalvo; y entonces tendr uno que preguntarse si a l, tan joven, se le habr confiado la redaccin de aquel documento, o si en su estilo habrn llegado a prender las influencias de los preceptores de las viejas aulas de Quito. En lo que toca a la inclinacin periodstica, fcil es observar que sta consuena bien con las tentativas literarias de su periodo de la iniciacin, y que atrs de ella, incitndola y sealndola el camino, aparece su hermano Francisco J avier, ya influyente en el medio intelectual de Quito. El semanario que ste dirige La democracia va a tener una importancia realmente augural en el destino de escritor de Montalvo. Y, a ms de eso, quizs llegar a comunicarle los estmulos necesarios para que tambin l funde en 1854 y 1855 dos publicaciones eventuales, efmeras y de escasa circulacin: La mora! evanglica y El espectador. Ahora no hay ni rastro de ellas. Pero es desde luego curiosa la eleccin del segundo de aquellos ttulos, pues que l volver a ser escogido para la obra con que rematar en Pars su luminosa carrera de ensayista.
80 Finalmente es oportuno reconocer cite tina de sus vinculaciones mis prcticas y reales con las gentes de la ciudad, y en particular con la clase estudiantil, se la descubre en su ejercicio de secretario del Convictorio de San Fernando durante 1853. Aunque tal experiencia, como es sabido, no le fue duradera. Porque casi al trmino de ese mismo ao el 28 de octubre el presidente general Urbina decreta la libertad de estudios en colegios y universidades, ordenando que los alumnos no concurran a las aulas sino a rendir los exmenes que las nuevas regulaciones han establecido. Si bien parece que nuestro escritor no se sinti en ninguna poca predispuesto a las disciplinas del trabajo administrativo y a las exigencias de la accin, que son condiciones que se admiran en otras grandes personalidades hispanoamericanas Sarmiento y Mart, por ejemplo, hubiera sido seguramente positivo que no se le cortara tan intempestivamente aquel desempeo de su secretara. Quin sabe si familiarizndose mejor con las funciones oficiales, osea ejercindolas en forma algo reiterada y constante, no hubiera sido menos azarosa la existencia de Montalvo, y si, asimismo, se hubiera colmado su laboreo pblico con igual eficacia que el de sus letras. La verdad es que el decreto presidencial de Urbina no solamente le priva de su cargo en el San Fernando, sino que tambin le empuja a abandonar sus clases universitarias, cuando apenas ha alcanzado a aprobar el segundo curso de derecho. Y desde entonces, como es claro, se queda en libertad para desprenderse frecuentemente del medio urbano. Vuelve una y otra vez a su provincia. A su alero ambateo. A sus huertos de Ficoa. A la rustiquez amada de la hacienda paterna de Baos. Pero tampoco desdea las ocasiones de trotar en su alazn hacia los campos comarcanos del norte de Quito, o de Imbabura. Los contactos con toda esa realidad van a producir efectos invalorables en su disposicin literaria, acentuando el lirismo a que fcilmente se inclina su sensibilidad; enriqueciendo la vertiente de sus ideas en el marco propicio de lo agreste; levantando lo ms tierno y humano de sus reacciones frente al dolorido desamparo de los humildes trabajadores rurales. Precisamente de esos contactos se alz en su libro titulado Las catilinarias, muchos aos despus, la imagen siguiente, enardecida todava de un conmovedor alegato social: Yo vi, siendo muchacho, en una hacienda de Imbabura adonde haba do por recreo, un espectculo que hubiera hecho de m un Horacio Mann, un Carlos Sumner, si la esclavitud no hubiera sido abolida antes que yo !siera hombre. Era un trapiche: entrando adonde molan la caa, qued aterrado: los negros, medio desnudos, estaban todos con mordaza. Deb de haberme puesto plido: pregunt all que significaba eso, y vine a or que era para que no chupasen una caa una caa de los mares de esa planta que ellos regaban con el sudor de su frente, la sembraban, desherbaban y cosechaban,
81 todo de balde. FI estmago vaco y sediento; el pecho encendido con el fuego del clima, la garganta rida, el cuerpo enteco, la naturaleza estaba exigiendo vivamente un bocado de aquel zumo bienhechor; y refrigerio tan abundante, tan fcil, imposible para esos desdichados. Oran Dios! son hombres, son fieras los ricos?.34 En los retornos al campo de su provincia, que son los ms asiduos, Montalvo atesora igualmente imgenes para su literatura de los aos posteriores. Y tampoco falta en esas imgenes la figura mansa y acongojada de los humildes. Pero hay impresiones en que el acento querelloso de los recuerdos se le cambia en el de la conmiseracin dulce, y entonces el don admirativo toma el lugar de la condenacin vehemente. Tal es el caso de esta remembranza, brotada de la atmsfera misma de su hogar ambateo: Tena mi padre un mayordomo llamado don Manuel: hombre ms bueno que ste, aguantador y pacifico, no ha visto el mundo: no haba quien no le echase una albarda y le pusiese la mano en la bragadura. Resentiste, no era suyo; exaltarse, ni si le pinchaban con alfileres. Su seor, un trueno: las sobrevientas en l suban a tempestades: don Manuel, invento de Franklin, pararrayo admirable, apagaba en su buen genio y su humildad los caudales elctricos que venan amenazando con dejarle consumido. Soltbase al fin en lgrimas el mozo infeliz; y verle enjugarse los ojos con la manga, gimiendo pasito, pasito, sin dejar de comer en medio de su cuita, era de ponerse a llorar junto con l, segn el enternecimiento de todos los corazones- Los glotn! bruto! animal! de la semana llevados en amor de Dios, le valan el domingo una prenda de vestir y ocho reales fuertes en plata; y era don Manuel hombre que no se trocara con un emperador.35 No se detienen all, desde luego, las muestras de sensibilidad y de enternecedora disposicin del escritor que es bueno que se tomen en cuenta para borrar el concepto de monstruo y de aborrecedor gratuito con que torpemente le han zaherido sus enemigos: van ellas en efecto hasta el sentimiento de piedad por los animales a los que suelen atormentar las exigencias brutales de sus dueos. Y, tambin en ese caso, sus condolidas evocaciones parten de sus recorridos camperos, probablemente de entonces. As, en las pginas de El cosmopolita puede leerse la observacin siguiente: Quin no ha visto en nuestros caminos al rstico a semillero lastimar despiadadamente al asno que desfallecido se deja caer en tierra? Abrmale su carga; la beta, hincada en su piel, le estrecha por todas partes como un torniquete; sangre corre de sus lastimaduras; bregando sin buen xito, all se est por tierra, mientras el dueo le embiste con su monstruoso ltigo y le tuesta los miembros ms sensibles: su ira montaraz se estrella en la cara del pobre animalillo, el cual lo sufre todo con una resignacin y una dulzura dignas de servir de ejemplo a los que se cran para santos: sus orejas caen lnguidas a un lado y otro: sus fauces, baadas en sangre y lodo, se inflan apenas con escaso aliento; sus ojos lmpidos y dulces estn llenos de lgrimas, y nada dice la triste 34 Las canija arias. Octava. Ibid. pg. 254. 35 Del genio Ibid Sietetratados, (Garnier). Pg. 31-32.
82 criatura, mientras el amo irracional redobla el injusto y brbaro castigo, muchas veces hasta dejarle sin vida all en el puesto. Y qu le hizo aquel buen animal para enfurecerle tanto? Sobrio y nada exigente, se contenta con un puo de hierba; aseado y pulcro, de ninguna manera le incomoda; manso y humilde, jams intenta ningn dao: compaero del pobre, todo lo toma sobre s en los caminos.. 36 Y bien, para que se tenga idea de estos viajes de Montalvo, se debe conocer que en cada oportunidad en que cabalga hacia Ambato hace un extenso itinerario, por los prados del sur de Quito; por los valles feraces de Tambillo y Machachi, en donde ramonean las vacas; por los lomeros que los enmarcan, en los que el sol y el viento juegan a estremecerse en el dorado de los trigos; por los pramos hostiles del Cotopaxi, que estn en seguida, y cuya llovizna helada castiga en forma punzante el rostro de los viajeros; por las vueltas interminables que van ascendiendo y descendiendo sucesivamente, entre tajaduras y abismos, y en las cuales los cascos de la bestia se hunden, unas veces, en los barrizales, o levantan, en otras, remolinos de un polvo invasor y agresivo: por todos esos lugares variopintos, en fin, que comprende su fatigoso itinerario, y entre los que naturalmente le es necesario detenerse en las ventas y hospederas del camino, para el yantar del medioda y el reposo de la noche, tiene que ir pasando a un trote casi uniforme, muchas ocasiones a solas, hasta arribar a la plaza de la villa, donde su casa, al fin, le abre las puertas como en ademn de recibirle con un carioso abrazo familiar. Se le prepara entonces el dormitorio que siempre usa en sus temporadas ambateas. Las cuales, tras la dispersin universitaria, son cada vez ms largas. De meses enteros, ltimamente. El hogar, por desgracia, ya no es ms lo que era. Ha sufrido mutilaciones que le duelen. As, a pesar del alegre sol matinal que cae de lleno sobre el patio y los corredores, l encuentra que la casa en su intimidad se ha anublado de melancola, que es lo que dejan las ausencias. La madre, el padre y el hermano mayor han fallecido, Otro hermano Mariano jams ha vuelto del Per. Otro Francisco J avier est viviendo en Quito. Dos msCarlos y Alegra atienden las faenas de labranza en la hacienda de Baos. E Isabel Adelaida la menor de sus hermanas acostumbra pasar temporalmente con ellos, o visitar a Francisco J avier. Por lo mismo, J uan Montalvo encuentra en su hogar una proporcin mayor de soledades que de compaa. Pero tal es ya lo sabemos el gesto habitual de su existencia. Los das de Ambato se le van en pertinaces andanzas por callejas y senderos, y en estudios y lecturas bajo el techo familiar o el amoroso amparo de los rboles. Se afana en mejorar las enseanzas de las lenguas extranjeras que ha recibido: de la inglesa,
36 De algunas sociedades notables,. (Sociedades protectoras de animales). El csmopolita Libro IX. Ibid. pg. 434. 83 francesa e italiana. A cuantos puede ha confiado su aspiracin de ir a Europa. El siente que su vocacin verdadera es la de escritor, y que para satisfacerla a plenitud, con una gloria semejante a la de los autores que admira, debe abandonar el enclaustramiento pardo y estadizo de nuestras aldeas culturales, e ir a saturarse de las corrientes espirituales europeas. Le acosa adems el deseo de acercarse a los viejos pases del otro lado del mar, para sorprender, en el fondo de las ruinas de otrora, y tras la gesticulacin pasajera del presente, lo que l como nadie es capaz de sorprender: el alma inmutable, pero escondida, de la historia: el aliento del pasado de aquellos pueblos cuya grandeza ha percibido a travs de sus fervientes lecturas juveniles. El golpe quejumbroso y dulce de las campanas de la iglesia de enfrente le distrae por momentos. Sobre todo cuando aqul es el que llama a la oracin vespertina, porque poco despus de ese toque se pone en disposicin de escuchar el acento enternecedor, que le penetra en el corazn, solivindolo con la fuerza de la fe, de los cantos religiosos, entonados por el pecho clamoroso de la multitud. Es evidente que su alma consuena con las manifestaciones del culto divino cuando stas son elementales en su diafanidad: puras y sinceras. Tambin suelen llamarle la atencin mientras est en su ocupacin rutinaria de la lectura, o en su lucha por el dominio literario de la palabra, los rumores de la calle: el pregn del frutero, de slabas meldicamente prolongadas; los silbos con que el arriero se entiende con sus mulas; el amable tamborileo del galope del caballo sobre las piedras. Son pocos sus amigos. Uno o dos de stos como en Quito se juntan en algn rato de cualquier da con l, y buscan el difcil coloquio con las muchachas ms bonitas de la villa, que tienen una frescura y un sonrojo muy de huerta frutal ambatea. Pero el disfrute de sus pasatiempos de amor no est propiamente ah, sino algo lejos: en una propiedad rural de Guano, segn se record en nuestro captulo segundo, relacionado con la vertiente familiar del escritor. Los trabajos con que va enriqueciendo su formacin de autodidacto le mantienen en largas vigilias, que a otro agotaran. Acostumbra tomar notas de sus lecturas. Reproducir en sus libretas frases o prrafos enteros de sus autores predilectos. Registrar algunos giros de clsicos espaoles. Detenerse celosamente en el estudio de las gramticas de la lengua castellana y de los tratados de carcter idiomtico. Le son ya familiares las lecciones gramaticales de la Academia, de Bello, de Rufino Cuervo. Profesa un respeto consciente que se le volvi irrenunciable a Capmany y a Clemencn. Est convencidoy lo estar a lo largo de su profesin literaria de que es necesario fundar las originalidades estilsticas en la pose
84 sin de una forma correcta, autorizada por los clsicos y los estudiosos ms notables de la lengua. Al principio de su carrera es evidente que se esfuerza mucho en ello, aunque sin alcanzarlo del todo. Efectivamente, ms adelante veremos sus vacilaciones iniciales, aun en materia ortogrfica. Pero, sin desconocer el grado de su respeto a las normas de casticidad y compostura de la expresin, bueno es que aclare que Montalvo aprenda tanta gramtica, no para anular la vitalidad y gracia de su talento de escritor entre las rigideces de esa disciplina, sino para buscar, liberado de ella, aunque no destituido de sus recursos, una esttica sin torpes ni desaprensivos atropellos al idioma. Actitud ejemplar, digna de ser recomendada en todo el mbito de la literatura en castellano, en el que prosperan infinitamente los alardes tartamudos que son propios de una inocultable indigencia verbal. Y bien, en esta pertinaz ocupacin de estudioso se pasa el joven Montalvo, en ocasiones, hasta las primeras horas de la madrugada. La referencia siguiente es entre varias una prueba de ello: Hay son ms grato, suave, misterioso, profundo, conmovedor que el canto de un gallo que rompe la media noche, all, lejos, muy lejos, de manera que apenas legue a nuestros odos desvelados cual nota moribunda de esa entonacin que sin saber en dnde eleva el genio de las sombras? Entre las reminiscencias que de repente me hacen estremecer, yo no tengo una ms inefable que el canto de un gallo que a las dos de la maana llegaba a mis odos cual un delicioso suspiro de la eternidad que se estuoese quejando aniort,saniente de los rigores del tiempo. 31 No es por cierto la casa de Ambato el nico lugar en que vive durante los largos regresos a su provincia. Varias veces por semana camina a la quinta de Ficoa, y hay ocasiones en que se hace preparar all su alimento y su cama. Todo entonces es aun ms sencillo. Porque aquel rincn muestra con mayor decisin que la ciudad ambatea la atmsfera simple y humilde de los campos. Cuando comienza a clarear la maana se le ofrece el desayuno con la leche del ordeo y el pan amasado en las vecindades. A la hora de las comidas, esa servidumbre de anaco y pies descalzos, que adivina sin error las exigencias del paladar ajeno, le da en platos humeantes el caldo, las papas de monte o los granos, la presa de pollo o el breve tasajo de vaca o de puerco, y de modo infaltable la taza de caf negro, cuya esencia se el ahora con sabidura domstica slo para la satisfaccin de los patrones. Montalvo hace alusiones amorosas a esas viandas, revelando el gusto con que en sus recuerdos las paladea, aun en los casos en que se 37 El regenerador, Ibid, Toma 1, pgs 103-104
85 pone en los libros de mucho ms tarde a clavar los dardos de su stira en la pecaminosa glotonera de ciertos frailes. El ambiente de la quinta guarda afinidad con el paisaje campesino que la circunda. Por una puerta corriente, que da a lo alto del camino, y que es de viguetas de madera ordinaria entrecruzadas, se desciende hacia el patio, festoneado de plantas y flores silvestres. A un costado de ste se extiende la modesta morada, de un solo piso. Un pequeo portal entablado, con dos pilares delgados, tambin de madera pobre, permite el acceso a un par de habitaciones con entradas independientes. La de la derecha se comunica hacia atrs, a travs de una galera reducida que sirve de comedor, y de una escalera de piedra, con los terrenos en declive de la huerta. Tambin en ese lado derecho se ha construido sin duda despus, prolongando la techumbre de tejas hacia adelante, y de modo que se descubre lo postizo de aquel adosamiento, una pieza asimismo estrecha, destinada a los menesteres de la cocina. La casita, de fachada blanca, es humilde pero encantadora en su hospitalaria y melanclica rustiquez. Los interiores, cuyas paredes de barro se han alisado cuidadosamente antes de recibir su capa nvea de cal, se alumbran por la noche con lmparas de mechones de sebo. Los muebles que se han distribuido en los dormitorios y el comedor no son del todo toscos, pero exhiben, acaso sinrazn, un semblante de resignada aejez. Afuera, en una esquina del patio, pegado a la pieza de la cocina, se ha levantado un poyo de poca altura en que se colocan la silla de montar y dems arreos de las caballeras cuando se acaba de llegar sobre stas, o cuando se va a prepararlas para la partida. Ya varios metros de distancia, en donde termina el patio, y dando frente a las habitaciones de la quinta, se asienta la vivienda tela y adobe de los peones. Un perro ladrador, de colmillos afilados y pelaje lacio, descansa a ratos al pie de la entrada. Sobre el piso de tierra del contorno, barrido cotidianamente, se han extendido algunos costales, para Sanrarillear las ocas y secar los granos del maz. Dos retazos de suelo contiguo se han destinado a surcos de algunas verduras, cultivadas por la gente de servicio, y a la frgil palizada de un corral de gallinas, cuya prole piadora pinta leve y nerviosamente el lugar con sus plumas amarillas, oscuras, encarnadas y blancas. Y todo lo dems de la propiedad de Ficoa lo forman los troncos rugosos y la rica enramada de centenares de rboles. En la cspide de los ms altos se refugian las trtolas de voz solitaria y plaidera. Aquel bosque primoroso, en que abundan los frutales mandarinas, peras, manzanas ha sido concebido por el padre de Montalvo, a pesar de no haber sido ste un huertano, como ya se sabe. En efecto, en las horas que le han dejado
86 Libres las fatigas de Su comercio trashumante ha ayudado en el trabajo. con sus propias manos, a los peones de la finca, y cuando no lo ha podido les ha hecho llegar, por lo menos, rdenes e instrucciones. La extensin de su campo frutecido, si se incluyen los alfalfares para un puado de caballos y de vacas, abarca once cuadras. Que bajan desde lo ms alto del camino hasta las vegas del ro Ambato. Por eso el joven escritor, que anda por esas umbrosas soledades, oque se sienta entre los troncos a estudiar, leer o elaborar sus primeras pginas, no tiene dificultad en or el rumor de adioses de las aguas vagabundas del ro, y, al recordarlo en algn momento posterior de sus creaciones literarias, dir que todo lo que sola percibir en medio de la mudez solemne del boscaje de Ficoa era al ro que murmullaba adentro en su playa. Viajero pertinaz, que tom pasaje en barcos, trenes y diligencias; pero tambin jinete incansable, y caminante que no tema las distancias: todo eso fue ciertamente J uan Montalvo desde la juventud. Por ello, cuando permaneca en Ambato no renunciaba a la tentacin de dirigirse a pie, con enorme frecuencia, a la quinta frontalera de Ficoa. Mas hoy no es fcil representarse lo que era aquel trayecto: las mudanzas que se han introducido en el centro de la ciudad y en sus parroquias han sido tan drsticas, que no solamente han trastornado el paisaje de los amores de nuestro escritor, sino que parece que tambin han conseguido expulsar de ah la presencia espiritual de ste. Cosa inimaginada y dolorosa: el eterno desterrado corri el triste destino de este destierro ms, ya pstumo. Los cambios urbansticos no han cesado, efectivamente, y han sido mayores en los ltimos tiempos. El ansia de modernidad, igual que ha ocurrido en tantos pases del mundo, ha venido a borrar en la comarca ambatea, con mano vandlica, las imgenes de sitios histricos que debieron respetarse. De ah que es bueno que ahora recuerde que hace cuarenta aos, por 1946, cuando viva yo mis das de estudiante, me era todava posible recorrer algo del camino y de los senderuelos que fueron sin duda la ruta habitual de Montalvo. Ello, como es natural, me daba la impresin de la cercana anmica de aquel hombre, que ya entonces me haca un primer llamado a conocerle, escucharle, comprenderle y guardarle una de las admiraciones ms cales que haya jams profesado. El rumbo que yo tomaba en ese tiempo era ms o menos ste: descenda desde el centro de la ciudad por una calle cuya pendiente iba languideciendo poco a poco en una curva final sobre et viejo puente del ro, de tablas y de barandillas y pasamanos de madera. Sus dos extremos enlazaban ambas riberas, pobladas de chilcas verdegucantes y de alas de gorriones. El agua de la no muy anchurosa corriente pasaba desolada, con su eco
87 de lamentaciones y de ausencias, como repitindome sin cesar la advertencia bblica de la fuga inapaciguable de cuanto existe, segn alcanz a expresarlo Salomn en su Eclesiasts. Con todo, en determinados lugares las ondas se rizaban de espuma festiva, como bailando su propia y suave sardana en torno de las piedras que se haban plantado en la mitad de su cauce. Yo le miraba y remiraba al ro Ambato igual que J uan Montalvo ahora cien aos, aproximadamente, y me venan a la memoria aquellos encantadores versos suyos, de juventud, que estn en El cosmopolita: Flor de la edad, detente! que a lo menos vea tu aspecto a mi sabor: te esquivas, an no bien te mirarnos, ya nos dejas, quien te detenga no hay, no hay quien te siga. A no volver y apenas que llegaban huyen los aos de la edad florida; como el agua del ro, la que corre no vuelve ms por la ribera misma.35 Bien saba yo que estas cuartetas no se inspiraron en ese ro, sino en el Ulba, de Baos, de su misma provincia, mas esta contemplacin del Ambato las traa irresistiblemente a mis recuerdos. Hay ciudades, y la capital ambatea es una de ellas, que ven extenderse a sus pies, mansamente, un ro que parece ser sti guardin desvelado pero tranquilo. Yo le miro a este ro bajo la luz matinal y encuentro que, a pesar del tono de congojas con que pasa soplndome su secreto de eterno transente, se esfuerza en alegrar el paisaje, meciendo cariciosamente los reflejos del sol y las sombras de las ramas de las orillas, y desde luego dibujando la lnea voluptuosa de las olas al contacto repentino y sensual de los vientos. Es cierto que tambin alguna vez lo he contemplado como tan constantemente lo haca nuestro escritor en las horas de la noche, yen esas circunstancias, ms que su imagen he percibido sus apesadumbrados rumores. La vaga impresin que entonces me quedaba era la de que sus aguas, en la soledad nocherniega, se haban trocado en una plancha oscura y medrosa, aparentemente destituida del pulso pasajero de lo que existe. Prefera yo la maana para cruzar el viejo puente con direccin a Ficoa Irepaha las laderas del otro lado del ro, invadiendo propiedades de gente humilde, pero guiando el pie por donde no haba surcos ni sembrados. Pasaba tambin por en medio de algn portaln derruido. Daba en un camino de tierra, orillado de matorrales aromosos, en el que se confundan las huellas de los campesinos con las de sus bestezuelas de carga o las
35 la juventud se va Ibid El cosmopolita. pgs 322 y 323 88 de SUS nimos de pastoreo. De trecho en trecho iba divisando las chozas de los peones y gaanes: paredes de barro toscas, sin siquiera Un ventanuco, y techos pajizos de forma cnica, ni ms ni menos que el gorro apelmazado de los indios y que el perfil de los montes del lugar. Poco despus tomaba un atajo, el usual para alcanzar ms pronto el punto culminante de mi trayecto. Y por ah vea sallar inesperadamente algn manantial de cristales y espumas, que semejaba un grupo de alborotadas ovejas que se hubieran escapado del aprisco. Adems, a breve distancia, notaba que se abran paso otras vertientes, y que (odas esas aguas generosas eran aprovechadas a lo largo de una acequia de cauce amplio, pintorescamente cavado: las yerbas de sus orillas introducan, temblando, la punta de sus yemas en aquella corriente pura y lmpida, de sonido dulce y sosegado. Interesante es aclarar, por cierto, que Juan Montalvo cruz frecuentemente esa acequia, a travs de una pasarela rstica, como las que se improvisan comnmente en nuestros campos. Y que sin duda la am, porque la record con nostalgia, ya de lejos. En efecto desde Pars, en carta que dirigi a su hermano Francisco J avier, tras confesarle que ansiaba el regreso al pas, para recobrar esta salud perdida en estas atmsferas inmundas, y para ponerse a pensar en lo que haba visto en Europa, pues que la memoria rodea a las cosas de cierto encanto, le dijo concretamente esto: .Qu me importan esas soberbias e inmortales puertas por las que he pasado de una a otra nacin? Ms emociones sentir cuando vuelva a pasar valanceando i vacilando el palo de la acequia de Ficoa, o un arrayn cado que haba en un arroyo de Punsn.39 Mi recorrido terminaba, pasados unos treinta minutos, en la propia casa montalvina de Ficoa, que se halla hacia la mitad de una elevacin llamada El Sueo, cuyos recuestos no son ni tan abruptos ni tan hoscos como los de las montaas vecinas. Para entonces 1946-la arbolada de la propiedad haba ido desapareciendo, no quizs por los largos abandonos, sino por el retaceo incesante de sus terrenos..]ampoco se consegua ya tener una imagen ms o menos cierta de lo que debi de haber sido la quinta algo cercana, de don J os Guzmn, con cuya hija Mara Manuela, a la que comenzaba a mirar con ojos vehementes el joven escritor de aquellos das, vivi algo despus una de las experiencias de amor ms sentidas y borrascosas. En la actualidad no es posible hacer ese rumbo a la morada agreste de Ficoa. Ni sobrevive ya, desde luego, el encanto amable de los elementos que compusieron el paisaje montalvino. Las vas asfaltadas de circunvala
39 El Heraldo Suplemento Cultural. (Ambato), 5 de marzo de 1987. 89 cin de la ciudad, necesarias sin duda, aunque hincadas como hierros expiatorios en la pulpa frutal de sus huertas, y la ostentosa multiplicacin de las casas modernas, han tenido que confabularse ah tercamente contra el alma y la fisonoma del pasado. Pero si todo ello es lamentable, ms an lo ha sido el intento sacrlego de adecentar con innovaciones de esta hora aquel viejo cobijo lugareo de los Montalvo. Terminen aqu estas impresiones personales. Que lo que importa es el movimiento de nuestro personaje. En las temporadas en que se refugia en la provincia nativa no se contenta ese mozo viajero con divagar por los sitios de Ambato ni la heredad de Ficoa, sino que, de vez en cuando, montado en su alazano, se encamina a la hacienda de Punsn, en Baos. Eso le exige un da entero de trotar por sendas polvorientas y breales apenas transitados. Desde el punto cimero de su trayecto, a la entrada casi de aquel poblado, acostumbra contemplar, totalmente arrobado, la garganta profunda y pvida a travs de la cual corren, despedazndose, las aguas iracundas del ro Pastaza. No es extrao lo que entonces le ocurre, que es sentirse como la encarnacin racional de ese medio, de rocas desoladas y ondas tempestuosas, impulsivas y desafiantes. Su caso llegar a probar, ms tarde, a lo largo de acciones y reacciones, que es innegable el parentesco que une al hombre con el trozo de naturaleza en que ha nacido y se ha criado. J uan Montalvo estaba encariado, desde adolescente, con ese paisaje de su provincia. Ya aludimos a que en carta dirigida desde Pars a su hermano Francisco J avier hablaba de las emociones, que no olvid, de atravesar el arrayn cado de lado a lado en un arroyo del lugar. Pues bien, en esa misma pgina ntima confiesa el grado de su nostalgia con estas risueas palabras: Por ahora ms pienso en Baos que en Roma y con mucho ms gusto volvera a ver al infeliz negro Benito con su cotona de jerga y su carga de lea a las espaldas, que al Pontfice en persona con sus atavos de escarlata y su cayado de oro. La hacienda de Punsn, prxima a Baos, y comprada por sus padres a un costo relativamente alto (tres mil reales), tiene en verdad una extensin apreciable: veintids cuadras bien desbrozadas, para cultivos diversos; nueve cuadras de caaverales; un vasto potrero conocido entre los lugareos con el nombre de Anticucho, y veinte cuadras de chaparrales. La casa de vivienda es en cambio modesta, con slo Lis habitaciones indispensables, que las ocupan los administradores de la propiedad: Mara Alegra y Carlos, hermanos mayores del escritor. Mara Alegra le llevaba diez aos y Carlos seis. La primera lleg a soportar, ya en los umbrales de su vejez, y por causa del radicalismo de los suyos, un par de hechos trgicos:
90 en 1881, en efecto, su marido cay asesinado, a golpes de pual, en un recodo montuoso de la senda que va de l3aos a Punsn Y en 1886, su hijo mayor de ejrcito Leopoldo Gonzlez Montalvo, quien particip en acciones de armas heroicas, casi temerarias- fue reducido a prisin y condenado a muerte, bajo ineulpacin de haber abaleado a su adversario conservador Manuel Toms Maldonado. Antes de ejecutarlo se pretendi proporcionarle un confesor, que l rechaz airado, diciendo en tono desafiante que en esa misma noche descendera a los infiernos, cenara con el rey de los demonios y brindara por el viejo luchador Eloy Alfaro. Pero la consecuencia de esas irritantes expresiones fue la de atorbellinar al pueblo catlico, que se lanz, enfurecido, a arrancarlo de manos de las autoridades, arrastrarlo por las calles de Latacunga y despedazarlo brutalmente.39 Tambin Carlos el otro hermano de J uan Montalvo y administrador de la hacienda era un hombre de fuertes convicciones liberales, aunque en ningn caso opuestas a la vida de la fe. Su temperamento difera del que caracteriz por siempre a nuestro escritor, pues que aqul era sencillo con la sencillez de la provincia y a la vez comunicativo e ingenioso. A los dos les una, es cierto, el fervor por los encantos de la naturaleza y una inclinacin firme a la autonoma de los hbitos y los gustos, pero en Carlos no alentaba ningn linaje de ambiciones, ni en lo intelectual ni en lo poltico. J uan, que fue un amante pertinaz de los ensueos y las ambiciones de celebridad, no por ello dejaba de aproximrselo con fraternidad cariosa. No tuvieron, desde luego, muchas ocasiones de una existencia en comn, y Carlos se acab antes, de muerte casi repentina. Alcanz apenas a pedir confesin, que el prroco se la neg, como buscando un pretexto para resistirse a darle sepultura cristiana. Obraron en su actitud, o motivos de encono contra el supuesto hereje, o de codicia por el cobro de indebidas expensas. Montalvo, ya lejos del pas, recibi noticia de todo, y, a ms de la consternacin propia de esa tremenda prdida familiar, sinti un impulso de justsima clera, de las que para entonces, entre los sinsabores del destierro, se le haban hecho frecuentes. Constancia clara de ello se encuentra en sus Siete tratados, segn puede observarse en la parte final de la Rplica a un sofista seudocatlico, y en los Comentarios que van anexos al episodio del Cura de Santa Engracia, del mismo tratado. De la aludida parte final son las lneas que siguen: Acaba un mal sacerdote y hombre perverso de negarle la sepultura a un hermano mo. el hijo ms inocente y mejor que podo dar de s la especie humana: como no tuvo estudios, no les dio en qu merecer a estos fantasmas siniestros, monopolizadores de la
en contraste con las ideas de ese incredulo inexpugnable su hermana Rosario Gonzalez Montalvo haba entrado en el monasterio del Carmen bajo fue el 20 de junio de 1923 91 gloria cierna y de los bienes del mundo. Heredero de la fe de sus padres, la obediencia caduierou fue st ley: habitador de un monte, el cultivo cte lii madre tierra toda su sabiclorO, y nida le acreditaba de hombre de buena familia, sino sin color y Sus modales. En cuajito a djscticicjnes controversias, nunca fueron sosas 1 )ir misa, ayunar. rezar: hasta prioste haba sido, dndole cincuenta pesos al cura para la Virgencita del agua Santa. Si esta alma creyente, este cristiano fervoroso, persona sencilla buena, ha sido victima de la ferocidad del cura qu no sucedera, Dios eterno con monstruo como yo si no me oyeses mi continua deprecacin de llevarme a un pueblo cristiano y piadoso para decirme: Cumplido es el nmero de tus das ven y descansa de la vida, que para ti ha sido tan pesada. Carlos pobrecito, vindolo estoy: esos ojos no vieron para la indiscrecin: esos odos no oyeron para la delacin: esos labios no se abrieron para la difamacin: esos pasos no se dieron para el mal del prtinso Stt sitencici, su aporta tinenlo, so hurailctad, los de un santo: cae un cli,, con cogestin cerebral y parlisis en la lengua al propio tiempo: ni habla, ni tiene conocimientos. Dios te mira, e ilumina por un instante: pide confesin; ste es el primero, su nico cuidado. Viene el cura, y se niega a orle, sopretexto que el testar es primero que el confesarse. Tiempo preciso. tiempo precioso: muri el desventurado. Y ha habido hombre inicuo, sacerdote nefando, que le niegue la sepultura, con decir c1ue no se haba confesado?. Por fin, en los Comentarios, para dar a su testimonio una subraya de inapelable certeza, asegura: Si el nombre de los malvados ha de ser un seere o. yo no lo pienso asi: ese cura se llamaba Vicente V,tcri. Pase a la posteridad si es posible.1 Y bien. cirrese aqu este parntesis sobre sus hermanos de Punsn, y tornese a observar que los das en esa hacienda le son placientes a J uan Montalvo, en varias etapas de su existencia, sin que importen los motivos y las circunstancias que los envuelvan. Su ambiente no nicamente le es propicio para su labor intelectual, sino tambin para su vehemente y deleitosa contemplacin de los contrastes naturales de ese pedazo de su regin. En el mismo tratado que aqu se acaba de recordarycitar hay evidencias de sus afectos terrueros. Advirtasela en las expresiones siguientes: Al pie del Tungurahua, una de las montaas mayores del globo y ms hermosas de los Andes, hay una aldea llamada Baos, a causa de las aguas termales, muchas y distintas que brotan de sus faldas. Esa aldea es una gloga de Virgilto puesta en carnes por Salvador Rosa: si hay paisaje bello en el mundo, se es. Naturaleza ha hecho un horrible gesto a orillas del Pastaza: despus de una revolucin de piedras condenadas rocas feroces que estn protestando en eterna mudez contra a paz y el orden de las cosas, se apacigua y cobra el aspecto con que brilla por la hermosura que condecora ese recodo selvtico de la creacin. All gustaba yo de hacer mis incursiones de hijo melanclico de la soledad y el silencio, llevando a veces mt amor por las bellezas de
92 la tierra hasta exponer la vida en los despeaderos dci ro formidable, o en los riscos del monte que sobresalen en forma de torres arruinadas, templos cados o agujas de piedra viva.4 Pero, por fin, pasada ya la etapa formativa y enriquecedora de sus largos aos de Quito, y transcurrido tarbtn el perodo de lecturas, estudios, meditaciones y tentativas literarias en el remanso entraable de su provincia nativa, el joven Juan Montalvo -escritoren ciernes aunque lcido atisbador de su gloria llega a situarse en el exacto punto de partida de su experiencia ms significativa: la de su deslumbramiento europeo. Con toda su carga de radicales consecuencias.
93 CAPITULO VII Pars: deslumbramientos, sinsabores y nostalgias Terminado el gobierno del general Jos Mara Urbina en el segundo semestre de 1856, se estableci otro de caracteres similares, presidido tambin por un militar, a quien la sabidura popular le reconoca como gemelo poltico de su antecesor: el general Francisco Robles. Mucho era en verdad lo que les identificaba. Pertenecan a una misma generacin. Estaban animados de un genuino coraje de soldados y de una ambicin vehemente en el ejercicio de la vida pblica. Los dos haban combatido contra el dictador extranjero J uan J os flores en el movimiento de marzo de 1845. Ambos haban preparado la dimisin y el destierro del Presidente Diego No- boa, para la instauracin del rgimen de Urbina. J untos haban escogido a Chile para su exilio, en las horas turbulentas en que Garca Moreno forcejeaba por alzarse con el poder. Y unidos, por fin, reaparecieron en la escena poltica del pas para ofrecer su concurso a la jefatura suprema del general Ignacio de Veintemilla. Amistad y coincidencia de credos, afanes y codicias les estimulaban pues a prestarse ayudas recprocas. Por eso Urbina, cuando iba a dejar el mando, a la terminacin de su perodo, hizo cuanto se deba y no se deba hacer para convertirlo en sucesor presidencial, anulando aun las posibilidades legtimas de otros candidatos, como Francisco Javier Aguirre y Manuel Gmez de la Torre. El general Francisco Robles, para halagar probablemente a su viejo compaero, y para corresponder de algn modo al patrocinio oficial recibido en su eleccin, le design Ministro Plenipotenciario en Roma. Pero la orientacin que inicialmente requera Robles en el ejercicio del mando, que tambin tuvo un aliento definidamente liberal, y luego el enfrentamiento a un buen nmero de circunstancias nacionales e internacionales adversas, determinaron que Urbina aplazase su viaje, y que a la postre dejase de realizarlo. No obstante, aquella investidura diplomtica la us para
95 conseguir a su vez la expedicin de dos nombramientos: el de J uan Montalvo como Adjunto Civil a la Legacin de Roma, y el de Francisco J avier Salazar, como Secretario de la misma. El joven escritor vea as cumplida su gran aspiracin de entonces, gracias a las relaciones con Urbina y a las diligencias de su influyente hermano, doctor Francisco J avier. El Ministerio de Relaciones Exteriores le extendi su designacin el 17 de febrero de 1857. Y en junio parta ya hacia el lejano y para l talismnico mundo europeo. Sigmosle en esta su singular aventura. Clarea apenas la madrugada. Todava hay un pestaeo de estrellas en el levsimo azul de la altura. La tibieza de la atmsfera tropical envuelve a la ciudad dormida. Slo se percibe el ajetreo tempranero de un puado de trabajadores en el muelle de Guayaquil. Petacas y maletas van pasando a las bodegas de un pequeo vapor, en el que empiezan tambin a acomodarse unos veinte viajeros, algunos de los cuales se quedarn en Panam, o en puertos del trnsito. El resto muy pocos tomarn rumbo a Europa. Llegar all es para entonces un sueo raramente practicable El que lo acomete va previamente ordenando los asuntos familiares, como si fuera a jugarse la existencia en quin sabe qu cmulo de azarosas circunstancias. Entre aquella veintena de gentes que se aprestan a partir se le puede distinguir al joven Montalvo, alto y delgado, con gesto entre am9hlc y taciturno, atento a las indicaciones que se dan, atisbador y callado, Con una voz de vamos! del capitn se desamarra el vaporzuelo, y prendido sonoramente su motor comienza a navegar hacia Puo, la isleta ecuatoriana en que ha fondeado el barco internacional que har la enorme travesa. Nadie ha ido a despedir a nuestro escritor, pobre mientras se aleja del puerto, siente que una congoja secreta le humedece los ojos. En medio de sus rebeldas y soberbias es tambin y eso quizs ms que nada propenso a las lgrimas: como todo ser imaginativo y sensible. Le duele en verdad aquella separacin de los litorales patrios corno un desgarramiento. Partir es morir un poco dijo alguien que saba mucho de la filosofa melanclica de los viajes. El desde luego no presiente todava que habr una sucesin inexorable de ausencias presidiendo su destino pesaroso. A esta hora, en esta primera experiencia viajera, las aguas no se cansan de latiguear por los costados a la pequea nave, mientras sta remonta con relativa prisa la amulatada corriente del ro Guayas. Y pronto, apenas en el tiempo en que la luz de la maana comienza a espejear ms resueltamente entre las ondas, alcanza a arrimarse al barco que la aguarda para el trasbordo de sus pasajeros. Ese barco es el Paran. Tiene cabida para ms de doscientas personas. Trae esta vez, como es lo comn, a grupos de suda
96 mericanos ; sobre todo de argentinos, uruguayos y chilenos, y de espaoles e italianos que vuelven a sus pases. J uan Montalvo ha alzado ya COn dificultad su propia maleta, y avanza vacilante sobre el piso en vaivn del buque anclado. Va golpendose los hombros en las paredes del angosto pasillo mientras busca su camarote, que tambin lo es de tres pasajeros ms. En ste arregla lo mejor que puede su equipaje, y escoge una litera alta junto al ojo de buey. Desde ah mira cmo sube y baja la lnea del horizonte marino, de aguas convulsas y rumorosas, en el permanente balanceo del barco an con amarras. Por fin, cumplidas las faenas del trasbordo, han empezado a resonar afuera, pesadamente. las maniobras del recogimiento del anda, y luego se ha hecho orla sirena de la partida como un potente y prolongado mugido. Poco despus eso es notorio todos van percibiendo en forma paulatina que su desplazamiento en el mar cobra la aceleracin debida. Y el viaje va a seguir entonces a ese ritmo, en una alternacin de das y noches, durante casi un mes entero. Las mquinas de la nave se dejan de jadear cuando ella atraca en los puertos del itinerario, de Colombia, Panam, Venezuela y Espaa, y en el del arribo, que es Burdeos, O sea Francia. Los oleajes del Pacfico, Caribe y Atlntico se han ido rubricando con la estela de alborotadas espumas que ha trazado el paso del Paran. Pero de trecho en trecho se han ido produciendo tambin otros temblores de espuma en la cresta de las ondas, por el salto fugaz de los peces; y cuando ha habido aguas difanas y azules, de fondo transparente, ha sido adems posible deslumbrarse con el juego fosforescente le aqullos. En ocasiones han aparecido igualmente manadas de grandes delfines, que de modo manso y alegre han ido escoltando la nave. Ello no significa que no haya habido tambin, desde luego, largas horas de azoro y sobrecogimiento: los cielos se han ennegrecido; la medrosa cuchilla de los rayos, acompaada del retumbo desolador de los truenos, ha hendido las soledades marinas; ha silbado el huracn; los jumos del ocano se han hinchado, crecido y agitado colricamente, en gesto de bestial amenaza; el barco, casi zozobrante, ha flotado como una indefensa cscara de nuez, entre los rezos ntimos y silenciosos de sus ocupantes. Por cierto, es justo reconocer que mientras no les han acosado tales tempestades, es decir con tiempo honancible, stos han encontrado medios de compartir dichosamente la comn aventura, improvisando brindis, cantos y bailes en la cubierta, o paseando de proa a popa en las proximidades d los puertos, COn la imagen de la ciudad entrevista y del vuelo de las gaviotas en los ojos; o, en fin, aromando de abigarrada locuacidad los bares y los comedores. Nada de le cual -es inii siu era el mencionarkv ha llega
97 do hasta los camarotes de los viajeros que han sufrido los mareos de la travesa, para quienes no terminarn esa reclusin ni los suplicios sino cuando, casi cadavricos, desembarquen en el lugar de su destino. Al filo de la medianoche de un da de julio de 1857, anuncindose con el acento inconfundible de su sirena, el Paran se acerca por fin al muelle de Burdeos, con sus mquinas casi desmayadas. Ah hay un grupo compacto de gentes que agitan sus pauelos o sus manos, en el fervor de la bienvenida. Ninguna de esas personas, ninguno de esos ademanes, tienen qu ver con el joven Montalvo. A l en esta vez, ni en cuantas haya de tentar posteriormente la insegura y aflictiva hospitalidad del desterrado, sale nadie a recibirle. Pero la conexin con el tren de Pars se la han hecho, igual que a otros compaeros de viaje, los mismos agentes de la compaa naviera que lo ha transportado a ese puerto. Cosa idntica ocurre con el alquiler, arreglado de antemano, de su alojamiento parisiense. De modo que despus de unas horas se lo ve ya recorriendo, en su etapa final, la verdegueante campia de Francia, rumbo a la capital. Todo es nuevo para l. Su alma ha comenzado a poblarse con avidez fecunda de las experiencias e imgenes de un pas que lleva al suyo siglos de adelanto. Aunque, ciertamente para precisarlo mejor, tales imgenes han hallado principio en la navegacin misma, como lo prueban las lneas de la carta que sigue, dirigida desde Pars a su hermano Francisco J avier, el 11 de septiembre de 1857: Como te dije, mi viaje fue no solamente bueno sino tambin muy agradable; pues aunque me encontraba aislado en medio de esa multitud desconocida, tena muchas cosas en qu gozarme: el mar, ya sea en calma y alumbrado por una hermosa luna, ya rugiendo furioso en una noche de tormenta arrebatada. Muchas veces me encontr, en alta noche y cuando todos dorman, yo solo sobre el puente, contemplando ese infinito que causa tantas emociones. Deseaba que el viaje no tuviese trmino, porque haba simpatizado singularmente con el ocano; pero se acab al fin... Piso mis das. bien en los bosques de los alrededores, bien en los museos y bibliotecas: casi siempre voy al Louvre, y no salgo sino cuando los guardianes gritan: Messieurs, mi vafenner; en un momento pasan las horas y yo no me acuerdo que tengo que irme, sentado al pie de la Virgen de Murillo o de los cuadros de Rafael o Miguel Angel Yo no s por qu me inclino tanto a las cosas antiguas: no busco aqu esplndidos monumentos ni me gusta ir a los palacios; prefiero los edificios viejos que se pierden en os tiempos yque contienen tantas tradiciones y recuerdos... En las noches de luna soy un eterno viajante. Con ,ilraccin expresa de las rdenes del doctor Desmarres de ir al teatro (porque e 1,lan curativo que me ha dado es muy lindo - segn te lo dir Itiego), tonio una diligencia o el camino de fierro y en pos minutos mc encuentro en un bosque silencioso, al lado de alguna fuente o trotando por
98 una hermosa calle de rboles en donde encuentro de cuando en cuando un negro personaje arrimado a un tronco, o una risuea pareja que se esconde de mi. 42 El asiento de sus funciones de Adjunto Civil es Roma, como ya se dijo. Pero J uan Montalvo se queda un medio ao en Pars. No por capricho o arbitrariedad de su parte, sin duda. Probablemente fueron las tardanzas de Urbina en asumir su cargo en Italia, y a la postre su dimisin misma, las que retuvieron a nuestro escritor en la capital francesa, junto al Ministro Plenipotenciario don Pedro Moncayo. Este, que era el encargado de atender nuestras relaciones con esos dos pases, debi de haber simpatizado y fraternizado con su joven colaborador, idealista como l, liberal y amante de su doctrina, tambin como l, y aborrecedor de tiranas con idntico ardor al suyo, como es fcil advertirlo con slo recordar la del general J uan J os Flores, de que fueron vfctimas Moncayo y el hermano mayor de los Montalvo. Ni ms ni menos que un maestro, aquel ilustre diplomtico de nuestro pas en Francia, que bordeaba ya los cincuenta aos de edad y haba sido un ejemplar libelista, estimul las curiosidades intelectuales de ese mozo que, envuelto en su soledad reflexiva, trataba de averiguarlo todo; conocerlo, experimentarlo y aprovecharlo todo. Haba llegado a Pars con una cultura bsica apreciable, en la que no haba que echar de menos la literatura, historia ni filosofa de la antigedad griega y latina; tampoco la obra de los clsicos espaoles o las letras modernastie Europa, que eran as romnticas. Pocos espritus haba entonces en Hispanoamrica, ni los ha habido despus, con tan obsesiva disposicin a la lectura. Una de sus excelsitudes ms admirables era aquella de gran lector. La inclinacin al estudio iba ya siendo en l casi una mana. Amaba por sobre todo el dominio sustancial y pleno de su instrumento expresivo, el castellano, pero estaba tambin ansioso de poseer bien algunas lenguas extranjeras, y particularmente la francesa. De modo que con sus tempranos saberes, con su asimilacin vehemente de los romnticos, tanto para las exaltaciones sentimentales como para las morosidades contemplativas de lo presente y lo pasado; con su progresivo conocimiento del francs; con su percepcin aguda de los valores, con su pasin por los libros y a la vez sus hbitos deambulatorios, puede afirmarse que tena los medios ms aptos para una rpida ambientacin en Pars. El Ministro Pedro Moncayo no hizo pues otra cosa que estimularle y prestarle las mayores facilidades de tiempo para la atencin a sus obligaciones de funcionario en la legacin ecuatoriana.
99 El testimonio que contiene la carta del joven Montalvo que he acabado de reproducir resulta revelador en su mismo grado de sinceridad: pasa sus das, como ah lo confiesa, en las bibliotecas, los museos y los bosques de los alrededores. No todo est cerca del lugar en el que paga su modesto hospedaje. Afortunadamente encuentra, casi a mano, alguna diligencia urbana, cuyos caballos, entre movimientos insistentes de riendas y amagos de fustazos, trotan a buen ritmo por los adoquines de calles y avenidas, dejndole en no largos minutos en el sitio de su eleccin. A veces prefiere tomar, en los rumbos en que los hay, algn tranva de los que por entonces ruedan en sus rieles mediante traccin animal. Y con ms frecuencia, si no es extremada la distancia, camina: el hacer camino con sus propios pies es uno de sus hbitos ms saludables y deleitosos. Solitario contumaz, divagando, contemplando y meditando se le pasan las horas. En esa prctica hay que descubrir uno de los manaderos generosos de su literatura. Ah en Pars no demoran en volvrsele familiares los ms celebrados bosques y jardines: el Bosque de Boloa, el Parque del Luxemburgo, el Parque Monceau, el J ardn de Plantas, los senderos floridos de Las Tulleras: a uno de aqullos El Luxemburgo le trueca en el rincn de sus paseos ms constantes. Pero aquel apego a esos trozos de naturaleza acogedora, que las grandes metrpolis reservan precisamente para contrarrestar la atmsfera opresiva de sus muros y la agitacin y el ruido de las multitudes, es en el joven J uan Montalvo la reaccin fiel y amorosa de un hijo de los campos, de un lejano forastero que aora las bondades de su medio provinciano. Por eso, a poco de vivir en Pars, dirige una carta a su hermano Francisco J avier con estas palabras: Yo, habituado a la cuadra. cmo estar aqu. Ni veo un Cayambe a lo lejos. ni un hejido verde se estiende a mi vista, ni una acequia de agua viene rodando del cerro, ni un rbol en torno mio, ni una flor, ni aire libre, ni sol en el invierno, ni sombra en el verano, ni nada oh Dios, ni nada. Venir ac de nuestro espacio y nuestra libertad, y nuestra luz de Amrica, es lo mismo que bajar del mundo al limbo. Se entiende en cuanto a la naturaleza, en cuanto a la vida del alma, en cuanto a las relaciones que ecsisten entre algunos corazones y la calma y el silencio de la tierra.43 Mejor no se poda haber expresado el sentimiento querencioso de lo nativo y lo agreste. La pluma le responde empieza a responderle con un don de cautivadora eficacia, que se ir tornando en uno de los atributos de su estilo excepcional. De ah que yo deba hacer notarla feliz coincidencia que se va produciendo entre los destellos del nacimiento pleno de sus 43 IJIfr,sIdo. Sapkn,mso Cutujwaj. (Ambato). de febrero de 1987.
100 facultades de escritor, ya individualizadas por acentos y matices propios, y el emotivo acopio de aquellas imgenes de jardines, fuentes y boscajes europeos, que son de su gusto, porque de algn modo le compensan de la ausencia de los campos de luz; de los montes, praderas, acequias lmpid y arboladas silenciosas de que goz en su pas distante. Esto significa qn en Europa tuvo lugar el brote numeroso y revelador de las excelencias ap tsticas de su prosa, bajo el estmulo de sus arrobamientos de contemplativo, al que por cierto se agregaron otros: as, el de los contactos, antes no imaginados por l. con ms de una celebridad francesa 1 .amartine. Proudhon; el de su aproximacin, como oyente annimo, a maestros y conferencistas eminentes de los institutos de Pars; el de su observacin, en fin, de la realidad presente de esos pueblos milenarios. Pero, no hay que olvidarlo, bajo tambin otro estmulo igualmente eficaz: el de su afn de una figuracin que se proyecte desde Europa sobre sus paisanos de los Andes, para cuyo propsito dispone en Quito de las pginas del semanario La Democracia, dirigido por Francisco J avier Montalvo. A travs, en efecto, de la correspondencia literaria mantenida con ese hermano suyo y destinada a la publicacin en dicho peridico, desde enero hasta agosto de 1858, va trasladando a sus lectores del Ecuador las imgenes locales de su peripecia europea, y sobre todo la imagen de s mismo en confidencias personales animadas de fuerte magnetismo y emocin. Es imposible no advertir, as, la sugestin de tales escritos. No obstante, y en contra precisamente de lo que l espera, ellos van a levantar por desgracia, antes que otra cosa, un revuelo de envidias y de simulados desdenes, arteramente concebidos y ejercitados en el seno de una intelectualidad liliputiense, la de siempre en nuestro pas, tan propenso al culto canallesco de las insignificancias. Con aquella prueba plenaria de sus talentos de ensayista, que pronto sern reconocidos y recomenddos por algunas personalidades extranjeras, tienen pues que comenzar, en forma paradjica, los sinsabores de su carrera dentro del cerco pardo de su propia nacin. Se debe desde luego aclarar, para ser justos y exactos, que no toda esa literatura originada en sus primeros contactos con Europa, y que es creacin propia de sus veintiscis anos de edad, descubre un nivel estable de realizacin. Si bien ella es ya la evidencia de una rica posesin de talentos para escribir, no por eso deja de contener, en este o en aquel trabajo, ciertas fallas expresivas y estilsticas, y hasta en alguno concretamente en el titulado Roma, de febrero de 1858 mltiples yerros ortogrficos. El hacer aqu esta observacin no carece de sentido, pues que Montalvo lleg a ser extremadamente escrupuloso en asuntos de esttica y de limpidez idiorivitica. Y tales defectos, en vez de empequeecer al autor, lo pre
101 sentan conio intelectual que practica la honradez en su ejercicio, y que por lo mismo entrega lo que ha creado con su propio y conmovedor esfuerzo, sin apoyarse en la repeticin de lo ajeno. La proclividad al hurto ya la imitacin simiesca, que es mal extendido en las letras de este lado del mundo, jams intent entrar en sus hbitos de escritor. Eso no slo rcalza su grandeza, pues que tambin le da un aliento inocultablemente personal en la concepcin de su prosa. Pero comprndase bien lo que quiero decir: la honradez literaria de Montalvo, osca su resistencia a caer en la servidumbre imitativa y en el aprovechamiento cnico de los recursos creativos de otros, no significa que no sepa asimilar conscientemente, y afinando ms bien sus propias facultades, el espritu, los gustos y las excelencias formales de las obras que admira. Por eso se hace fcil descubrir, desde estas pginas de viajes por Europa, cunto debe ya a Lord Byron el de La Peregrinacin de Childe Harold, a Lamartine 1 de Viajes a Oriente, a Chateaubriand el de Itinerario de Pars a Jerusaln y del Viaje por Amrica, y a Gibbon el de La Historia de la Decadencia y Cada del Imperio Romano. A su tiempo he de sealar el grado de aquella asimilacin, y de otras. Por lo pronto, como fundamento de lo que estoy afirmando, he de recordar lo que nuestro escritor piensa sobre las imgenes de viajes de tales autores, tan conocidas por l. Sobre las de Byron hace esta observacin: Childe Harold. el viajero hermoso que va cantando en divinos versos las virtudes y los vicios, los triunfos y las cadas del gnero humano, y lleva su ltimo paso a Roma, sepulcro de la tierra. Sus lamentaciones melodiosas enfrente del sepulcro de Cecilia Metela; sus ayes profundos a media noche entre los gritos de la lechuza que asorda las ruinas del Coliseo; sus apstrofes sublimes al Monte Aventino, son, ciertamente, voces de un dios nocturno.. Y es evidente que con el mismo espritu recorre l los rincones de triste soledad y ruina de la Roma imperial, aunque, esto s, para evocarla con sus propios talentos, que se hallan socorridos de erudicin oportuna, de reflexiones giles, de lirismo encantador. Sobre las impresiones de errabundez de Lamartine dice, a su vez, que ste va por antiguos pases, no para satisfacer ficticios y efmeros placeres, sino para averiguar los secretos de las ruinas y yermos.4 O sea con nimo idntico al suyo, que es el de mirar nostlgicamente la vida del pasado lejano tras las lneas de la realidad presente. Sobre la sentimentalidad de las contemplaciones de Chateaubriand, cuyo dulce acento descriptivo ama sinceramente, encarece en cambio el gozo que ellas descubren por las bellezas del medio natural. Y
44 Geometra Moni, Madnd, EdiL uces,rcs de Rivadeneira, itJ 2, pgs. 42 y 43. 45 Lamafline. Pginasinditas recogidaspor Roberto Agramonte. Edil- J .srcapca Mxico. 969 102 ese es el ejemplo que le reciatita cuando, solitario, divaga por los jardines del Luxemburgo. Precisame ti te por eso escribe: El Vicio autor de Chactas conoca ntimamente los recodos de este parque y mucho se agradaba de la sombra de sus ancianos rboles. Figurbase sal vez andar poetizando todava a orillas del Melehaceh, departiendo sin tesligoscon la naturalezaen el selvoso Nuevo Mundo, cuyo silencio y grandiosidad imprimen en el alma grande una imagen de la Soberana esencia, creadora de las cosas.46 Y sobre la muchedumbre de hechos histricos del viejo imperio de los csares que le ofrece la voluminosa obra de Gibbon hay no slo las citas con que Montalvo trata de dar validez probatoria a sus rememoraciones de Roma, sino episodios que han manado de esa fuente ya los que ha transfigurado l poticamente, con su inobjetable capacidad de creacin personal. Algo ms bede anotar sobre este caudal de escritos de su primer contacto con Europa, y es que se constituyen en la base de una porcin muy importante de su libro E/cosmopolita, con que comienza auguralmente su luminosa carrera de prosista, y con que, sobre todo, funda de modo fascinante el ensayo moderno en lengua castellana. Antes de esas pginas es difcil que se encuentre un tipo de creacin ensaystica tan acabado: cosmopolita cual lo pregona su nombre en la perspectiva de los asuntos, selecto y lrico en la gestacin del lenguaje, ilustrativo en el acopio cuidadoso de cultura yen el afn de promover el pensamiento, animado y voluble en el despliegue caprichoso de los temas. Bien se ve que el autor, que ha descubierto a travs de los romnticos franceses al padre del ensayo Miguel de Montaigne dispone de una aptitud natural similar a la de ste para emplear el mtodo de un zigzagueo imprevisible en el desarrollo de la materia de sus escritos, y para enlazar en forma amena la erudicin con los detalles anecdticos y las circunstancias pasajeras. Montalvo es el primero, entre espaoles e hispanoamericanos, que lee y asimila a Montaigne. Ms adelante se podr echar una mirada atenta a esta obra, tan definidora y definitiva en la profesin literaria de mi biografiado. Pues que antes es preciso que se pongan los ojos en los episodios ms acentuados de su experiencia personal misma, dentro de Pars. La misantropia. inclinacin invencible desde sus aos de infancia. tiende a agravarse ahora, en este medio tan extrao, y tan indiferente con cuantos llegan de lejos a radicar aqu. Aunque se suponga lo contrario, por la asiduidad de la migracin de intelectuales a la metrpoli francesa, sta es ms bien hosca, despectiva, o cuando menos fra con el hombre de pro-
46 E1 Luxcmhurgo. Elcosrnopoliia. Tomo 1h6i, gs 92 LIII 103 cedencia extranjera. Hay una especie de espejismo, creado por referencias un tanto interesadas o falsas, en aquella relacin de personalidades literarias o artsticas con el medio humano de Pars. Eso lo advertiremos en su momento a travs de los desilusionados testimonios del propio Montalvo. Aislado por temperamento, joven y desconocido, aprovecha su tiempo en pasearse valga la expresin por en medio de los secretos vivos de la historia: palacios centenarios, salas de museos, parques de una antigedad memorable, llenos de bronces en que se perennizan las figuras del pasado. En las galeras del Louvre, que se le han hecho familiares, se apasiona, extasa o enternece percibiendo las vibraciones ntimas de las pinturas o esculturas en que se ha quedado a sobrevivir, inequvoca, la sensibilidad de sus creadores. Verdad es pues, como l lo afirma, que permanece suspendido en la contemplacin de los cuadros de Murillo, Rafael o Miguel Angel, sin sentir el transcurso de las horas, hasta cuando le saca de su arrobamiento silencioso la voz solemne de los guardianes: Seores, vamos a cerrar. Igual inadvertencia del tiempo corrido padece en las bibliotecas, especialmente en la mayor de ellas, situada en la calle Riehelieu. Pero sobre esas mesas, en lecturas inacabables, l va acrecentando su cultura sustento de todos sus libros y consiguiendo ubicacin clara y adiestramiento en las tendencias del romanticismo, que ya no las abandon jams. Durante varias tardes va tambin a la Sorbona, a escuchar las conferencias magistrales del doctor Claude Bernard, mdico famoso que explica sus propias pginas sobre las teoras de la vida. Sale de ellas, adems, fortalecido por la comprobacin de cunto ha progresado en la comprensin de la lengua francesa. Y cuando cumple ese trayecto a la Sorbona prefiere tomar una diligencia hasta Santa Genoveva. Desciende entonces, a pie, por el Boulevard de Saint Micliel, amplio y animado, que bulle de jvenes, especialmente estudiantes, vida y sosten de las libreras y cafeteras de los dos costados de la avenida. El va casi siempre solo, lento y como ausente, en medio de la agitada muchedumbre. Pero, a la verdad, lleva inquietos sus ojos, atisbndolo todo: las nubes violceas de la atardecida, los cristales de las altas ventanas, comnmente cerradas, las espesas puertas de las casas, tambin entornadas, el paso y el esto distintos de los viandantes, la arrugada presencia que nunca falta en las ciudades de la pobre mujer o del hombrn que limosnean con una son risa de resignacin aun ante el rechazo de sus ruegos. No hay nada que escape a la observacin de este solitario. Ni ala punta de su pluma cuando rememora lo que ha visto. En un primer plano de su atencin estn naturalmente esas jvenes que transitan en un sentido o en otro del bulevar. atrs de cuya gracia excitante se Van
104 cias de sus ojos. La inclinacin sensual a los atractivos femeninos se le manifest temprano. Cuando nio buscaba ya sorprender, en circunstancias bastante eventuales, y entre curiosidades instintivas, la imagen de la blancura opulenta y delicada de los muslos de alguna joven desprevenida. Despus, con los primeros signos de la virilidad, hall satisfacciones en la unin con hembras encontradizas, callejeando por la ciudad de Quito, o en la posesin de la desnudez cobriza de alguna trabajadora de los campos de Ficoa. Pero aqu en Pars le encienden de pasajeras voluptuosidad estas mujeres giles, cuyo aire desenvuelto, leve y fino, lleva en s un espontneo efecto de seduccin. En muchas ocasiones el deslumbramiento ante aqullas le deja indecso y frustrado, sofocando su anhlito secreto. Tiene por eso que acudir al acostumbrado complot de amigos para tentar juntos el vado de sus primeras conquistas y avernuras erticas. No obstante, en pocas semanas, ya mejor adentrado en la urbe, y ah en donde las oportunidades ciertamente no son escasas, consigue conducirse solo en la bsqueda de fugaces compaeras para el amor. lodo, desde luego, con la mesura y la higiene ms escrupulosas, que presidieron siempre sus hbitos. FI no es en realidad de os que en esta materia prefieren una abstinencia prolongada, y menos de los que monsticamente adoptan inhibiciones tormentosas. Mas tampoco es lo que muchos, con desconocimiento e insolencia, han asegurado de l: un libidinoso irrefrenable. Fcil me ser probar, a su tiempo, la normalidad de la vida sexual de J uan Montalvo. Saint Michel y Montmartre, avenidas populosas por las que gusta descender hasta las orillas mismas del ro Sena, son los lugares que usualmente le proporcionan el espectculo tentador de sus mujeres, incitantes como pocas en el alarde natural de su encaifio. Ello sobre todo en la estacin del ao en que el clima se desanubla y sonre. El mismo lo asegura en unas pginas de su primer libro en que cuenta cmo rescat a un nostlgico extranjero de la inadaptacin, y del aborrecimiento a Pars y a Francia, con slo llevarlo a deleitarse en la contemplacin de los febriles torrentes femeninos que circulan por esas dos arterias metropolitanas. Obsrvese el tono de convencimiento personal con que lo refiere: Las mujeres de Pars no viven en sus casas; todas estn en la calle, yen estos das de plceme para la naturaleza, son las que ms la festejan y se festejan con ella. Iba pues yo con mi infortunado misntropo por el boulevard Montmartre, y poco a poco se le fue desencapotando la frente, ya su mirada no era turbia; a pocas vueltas vi le sonrer. Era. Seor, que bamos encontrando falanges de muchachas, frescas, rozagantes, elegantes, airosas, y apetitosas, como no es posible ponderar. De dnde sali ese enjambre de dulces abejas que nos picaban por donde quiera nos volvisemos? conque haba tantas bellas en Pars? O los campos Elseos de Mahoma se abrieron de repente y dejaron derramar esa lluvia de hures? El hecho es que eran bonitas, y por feliz y
105 r,.; a casualidad, en un largo trecho no topamos ni una vieja ni una fea. Y esas retreclii Es qiic son tI diablo por medio de una infernal maquinilla la oria del vestido est a una lereia del tobillo: ya ustedes se imaginan luque es eso ... y un modo de andar, y un mudo de ni i rin, y un ademn, que all le hubiera querido ver al buen Xenerates Puesel que iba ami lado se rceoneili consigo mismo, y con Francia, y con su cielo, y con su suelo y coo su clima litritse adorador de Paris, y all se est basta ahora coneeptundose el ms feliz de los mortales. lanto como esto son poderosas las mujeres!. 47 La sensualidad de Montalvo, tan corriente y saludable, halla un gozo muy vivo en la admiracin de las desnudeces corporales femeninas, y aun en el afn de describirlas. De ah que no oculta su contagioso entusiasmo cuando advierte la audacia con que en su siglo! las muchachas parisinas llevan el vestido mucho ms arriba del tobillo, y pasan con un modo tan insinuante de andary de mirar que pudieran trastornar hasta a Xencrates, rara especie de mrmol viviente que no tena corazn para el bello sexo. Pero nuestro escritor aclrese esto bien es de los que rehuyen los excesos del placer amatorio, y aun de los que condenan los desenfrenos que hallan en la sociedad de Pars. Aunque l est lelos, eso s, de cualquier gazmoera, a la que ms bien sabe atacar con el mximo rigor. Hay pruebas en su obra de cmo teme, sinceramente, el ambiente de trastorno o desaprensin que ah se le ofrece con apariencias de seduccin muy imperiosas. Escribe en lrlcosrnopniua: Paris es una como sirena: dice mucho a los ojos; mas su aliento emponzoa y acarrea la muerle. Figuraos ursa mujer bella de alma corrompida, una mujer hirviendo en ardides, filtros diablicos y misterios de amor y brujera; una Circe a cuyos palacios se puede llegar con el jiucio sano, pero de los cuales no se sale jams, ose sale diferente de loqueen lse entr. Tal es esa ciudad extraordinaria: todo es gozar, pero sus goces tienen amargos dejos: todo es placer, mas sus placeres son seguidos de desdicha. r:)co ms abajo confiesa: Cuando estuve en Pars siempre anhel por algo que no fuese Pars.4t Entre las manifestaciones que en aquel desbordamiento de los goces estimulan su actitud de censura o desconfianza est la de la infidelidad conyugal. Ha ledo a Balzac, el genial y caudaloso fundador de la escuela realista, cuyas novelas derogaron, entre tantos sof.ias, la artificiosa retrica del amor de los autores romnticos, y llenr J o estupor recuerda que ste, con su aritmtica diablica, ha establecido que no hay ms de tres espo 4 vjacs. Poesa de os Moros. El rosmopoliu. Ibid. 48 El Luxemburgo, Elcosmopoliw, Tomo i ibid.
106 sas fieles en Francia. De esa aseveracin y de las conferencias de un sacerdote en Nuestra Seora de Pars nace que arranquen, precisamente, estas frases suyas de repudio: En Francia. digo, el matrimonio es asunto de pura comodidad, y por eso la mayor parte se casan para ser libres. Una jovencilla honesla, fresca, rozagante, que a torrentes esparca donaire y donosura, respondi en el tono ms sincero y natural del mundo a uno que la requera de amores: Cuando me case, es otra cosa ... no ve usied que todava soy soltera? El adulterio hablaba por baca de esa nia, en cuyas palabras, no. sol ros, brl,arc,s americanos, no podemos pcnsar, sin que nos discurra por todo ci cuerpo un hormigueo y un friecillo mortales, y sin que se nos ericen los cabellos, cual nos pudiera suceder al frente de un aparecido.49 Los escrpulos de Montalvo en este asunto de las claudicaciones de la pureza conyugal fueron tan verdaderos y extremados, que no las toler ni en las invenciones episdicas de la novela naturalista. Ya se alcanzar a conocer su posicin frente a las creaciones de Gustavo Flauhert y Emilia Pardo Bazn. lero tambin ser necesario que, a su hora, se le vea a l mismo, con nitidez, imparcialidad y comprensin, enfrentado a su propio matrimonio ya sus concubinatos extranjeros. Y bien, lo. itilevares parisinos que l frecuenta no nicamente le son prdigos en incitaciones a su tan pronta como equilibrada excitabilidad amorosa. Pues que tambin le surten de comprobaciones sobre la informacin cultural e histrica que ya ha llegado a poseer a travs de sus lecturas, numerosas y tempranas. J al es el caso del que antes he nombrado: el de Saint Michel, Por ah iransita pues, como asimismo lo he recordado, a la Sorbona. facultad universitaria que se estableci sobre un viejo colegio medieval, y en cuyo patio espacioso se ven ahora dos esculturas magnficas que a l sin duda le hubieran placido: las de Victor Hugo y Luis Pasteur. Ese ambiente, con algo de recogimiento re]igioso. le predispone para sus esfuerzos de conipiension de las contadas conferencias a las que asiste, por espontneo ini pulso de satisfacer una i apacgua ile curiosidad intelectual. En la parte ms empinada del bulevar est uno de los accesos a los jardines predilectos del joven Montalvo, hacia los que va a menudo, y de los cuales lleg a dejar una ilttageil literaria imperecedera: los del Luxemburgo. A un costado de stos puede advertir la adusta fachada de un liceo que lleva el nombre de Montaigne, tan grato precisamente para l por lo mucho que debe a la tcnica e inspiracin de sus ensayos. Y algo arriba de los jardines da, ms de una vez, con la amplia explanada de Santa Genoveva, en que observa, con su habitual nimo admirativo y callado, las columnas del frontn del Templo de la Fama o Panten de los Grandes 1 Tonibres, moni,
107 mento que la gratitud nacional termin de levantar en los das de la Revolucin Francesa, y en cuyos interiores reposan los despojos de las celebridades mayores del pas; es decir, los de sus hroes del pensamiento y la accin. Ah estn, entre otros, los sarcfagos de Mirabeau, Marat, Voltaire, Rousseau, Vctor Hugo y Zol. Para apreciar la naturaleza de las reacciones que se producen en la intimidad de nuestro esquivo y taciturno paseante cuando visita este lugar, en repetidas ocasiones. recurdese que l profesa un celoso apego al pasado porque ama la grandeza, victoriosa a pesar de la pertinaz accin destructora de los tiempos, y porque anda buscando el rastro de las vidas ejemplares como sostn de la disciplina de sus esfuerzos y estimulo en el culto de una entresoada gloria personal. Pero no se reduce la permanencia en Pars de mi joven biografiado, en el lapso de dos aos y medio, a estudios, contactos con personalidades, paseos urbanos de observacin provechosa y deleitable, elaboracin de pginas literarias y breves tareas de oficina, sino que tambin comprende, para l, perodos de molestias y sufrimiento, caracterizados especialmente por la falta de salud. Parece que primero tuvo problemas de la vista. Antes de su viaje a Europa hizo ya referencia escrita a un padecimiento de los ojos usando un lenguaje poco veraz por su acento de angustiada queja romntica. Con todo, algo haba habido en sta de fondo sincero, pues que en efecto tuvo que acudir en Pars a la consulta de un oculista renombrado, de apellido Desmarres, al que, de adehala, le requiri tratamiento para alguna otra dolencia. Se debe notar que la confidencia que al respecto hace Montalvo est enderezada, preponderantemente, a recomendar el valor de las especialidades profesionales, para entonces desconocidas en los pases de nuestra Amrica. Sus expresiones son las siguientes: Mas para dar en la sabidura (esos especialistas), han estudiado y se han desvelado treinta o cuarcnta aos, y aun as no profesan sino un ramo de la vasta ciencia, y lo estudian y practican todos los das. Desmarres, el gran oculista Desmanes, a quien vi no pocas veces, me dio tambin una prueba de modesta ingenuidad. Consultle acerca de un cierto dolorcillo de corazn que me aquejaba; y despus de retozar un tanto, como buen francs, sobre que los majes del corazn suelen ser males de amor, me dijo buenamente: Ouerido mo, yo no me meto sino con los ojos; lo dems curo tanto como usted La afeccin ocular de Montalvo no era probablemente seria. Porque jams se vio obligado a llevar lentes. Los usaba a discrecin, de manera ms bien ocasional. Pero, en cambio, quizs rebasando un poco sus confesas restricciones de especialista, el doctor Desmarres no dej de prescribir 5 [.a saludy la medicina. Eicosniopohta. v0i. II. ibid
108 le, aparte de cualquier tratamiento visual, algunas medicinas relacionadas con determinada alteracin de los nervios, de que en verdad casi siempre se sinti mortificado. Ello pudo observarse no hago sino recordarlo en las noticias que el escritor confi a su hermano Francisco J avier en carta del II de septiembre de 1857, transcrita ya en este mismo captulo. En ese documento habla de las rdenes que ha recibido del doctor Desmarres. de ir continuamente a distraerse en el teatro, porque el plan curativo que me ha dado es muy bonito. Aclara que l prefiere divagar por hermosos parajes solitarios, aunque eso no le es posible en toda circunstancia. Dice. as: (J iras veces, cuando llueve, por ejemplo, no hay ms remedio, tengo que observar la recela, entro en un teatro, casi siempre a la Opera, porque la msica Y el camilo me gustan ms que esas bufoneras de os de ms Teatros. Si pudme ni leer de noche no saldra de mi euario pero es preciso hacer algo que distraiga. y no eonsumirse ten - dido en un sof contando los minutos, como me ha sucedido tanto tiempo.51 Eso de pasarse contando los minutos y las horas, en un vaco (te accin , con una amarga orfandad de obligaciones prcticas. y no obstante su fecundo laboreo intelectual, lleg a ser fuente de afecciones tnoiieas uc determinaron el rasgo desapacible de su carcter, ci agravamiento de la huraa de su trato, el fondo de una solitaria tristeza en largas pocas de su existencia. [ero no es ello lo peor ahora. Los males de su salud hallan otra manifestacin ms crtica y violenta en esta primera estada parisiense, Pues que se ve precisado, en efecto, a guardar seis meses de cama, Y a soportar las consecuencias de esa enfermedad durante el resto de su vida. Por fortuna tiene a su lado, en esta temporada de Pars, a un generoso minigo francs, Carlos Ledru, con quien se ha relacionado probablemente a travs del personal diplomtico. Ledru y su esposa aman las letras. Conocen a intelectuales. Son apreciados en los medios profesionales. A nuestro joven escritor le han ido cobrando cario. Se han habituado a llamarle. no sin gesto risueo, el brbaro americano, el salvaje americano, porque l mismo, escptico antes las bondades de la presuntuosa civilizacin de Europa, se ha calificado de ese modo en escritos y en el crculo de sus infrecuentes contertulios. Poco sociable, y todo lo dems, no por eso Montalvo ha faltado a las eventuales reuniones cte los Ledru. Pero en las de las ltimas noches stos le han notado algo ms si]encioso, y cortsmente esquivo a las bromas. Carlos aun se ha atrevido a i nquirirle por una ligera molestia, acaso dolorosa, que le han advertido al caminar. -Nada de importancia. tal vez un principio de neuralgia, ha contestado, - Nose descui-
109 de, J uan.. - Aqu los rigores del clima hacen estragos en el pobre forastero de las soleadas tierras de donde usted viene. Le insisto en que 11050 preocupe: creo haberme ya ambientado, vuelve a responder el joven. De cualquier manera, hgame saber si necesita ayuda. Usted est prcticamente solo, y por suerte yo soy amigo de mdicos excelentes, que nos han de servir, ha dicho Ledru finalmente. Y al despedirse nuestro escritor, sofocando las quejas de su dolor intermitente, vuelve a la amplia casa de patio en que alquila su habitacin. Esta es limpia y cmoda. Cuenta con una brevsima antecmara y un pequeo bao contiguo. El, sin embargo, no est de veras satisfecho. Ah no recibe sino fugazmente un poco de sol. Por eso le escribe a su hermano: Yo puedo no comer o comer mal; pero si no hay luz en mi vivienda, si no respiro el aire que baja del cielo y no el que sube de los fangos, si no tengo una ventana ancha por donde echar mi vista, estoy como un encarcelado, el corazn me viene a la garganta, me ahogo, no tengo gusto para nada.52 Es casi seguro que aquella atmsfera de su alojamiento tiene que ver con su peona constante. Hoy, igual que la vspera y que la antevspera, llega a examinarle algn facultativo que alguien le ha recomendado. Despus otro. Los honorarios profesionales y los gastos de farmacia devoran buena parte de su sueldo. Debe entonces contentarse con exmenes menos frecuentes. Pero la espera de su curacin va dilatndose por demasiado tiempo, intilmente. El propio Montalvo lo recuerda con estas palabras: Dos mdicos tuve en Pars: una ligera neuralgia me la convirtie ron en aguda inflamacin. despus de dos meses de tratamiento. Un vejete que serva de mandadero en la casa, hombre de bien y compasivo. me exhortaba todos los das con algn misterio a despedir a esos seores. Esos son bribones de profesin, me dijo al fin; cuando usted no tenga un real, le dejarn morir. No sabe usted que tienen compaa a rartr de utilidades con el boticario? Las circunstancias, ya en ese grado extremo de adversidad, le obligan con desazones ntimas, a acudir al ofrecimiento de su amigo Carlos Ledru. Este le visita de inmediato. Aparece en su habitacin acompaado de un personaje influyente, acaudalado y generoso: el barn de Gutllmot. Ambos se conmueven al ver el estado aflictivo de salud del joven escritor. Cmo ha perdido tanto tiempo sin llamar a Ledru? Est casi impedido de andar. Ellos sospechan que el enfermo sufre de una tremenda afeccin reumtica. Hay que buscar se dicen al doctor l3ouilleaud , en seguida. Esa es la figura prominente de la especialidad, y nada menos que el decano
52 Piunwde acero, thld.pg.4& 53 [uui ud y i-,,,i,c iic,n;i E?cosiopohia, Vol ti - ibid. 110 del cuerpo mdico de Pars. As lo hacen. Salen volando, asegura ci mismo Montalvo, y agrega: al cabo de una hora en el patio el ruido de un coche de a cuatro cabal los 1legaban ya con lb uI leaud . El diagnstico de este profesional ilustre, despus de varios exmenes, es el de un reumatismo agudo, cuyo tratamiento ha de tomar tiempo y cuidados especiales. El barn ha hecho notar. desde luego, en forma discreta, su total disposicin a correr con los gastos. Boailleaud ha sugerido por su parte la conveniencia de atraer a un amigo suyo como colaborador. Este es el doctor Ricord. Y efectivamente se procede as. Son pues los dos quienes le brindan, desde el comienzo de su larga cura. a ms de su sabidura, los beneficios de un caritativo afecto: no solamente me curaron cuenta el escritor: pero tambin se infundieron aprecio por los hombres en general, y afecto a los ineclicos en particular : asistieronme Cuatro meses, viniendo a casa todos los das, no va catan mdicos, mas aun Como inlicos. proporeioitndontc libros que leer. ctsincionw conversaciones instructivas y gustosas. Es de saber que estos mdicos recetan en sus cLisas: el enfermo ha de ir all, y r cada consulta deja en la mesa u no o dos luises de o ro - El que los llama a la suya ha de ser capitalista, pues eso cuesta miles. Yo no pagu lo que debut: Boui Icaud Ricord se conlentaron con mi gratitud, y con decir que si yo hubiera sido un duque de Brunswick, un par demilloncitosles hubiera rendido mi curacin.54 Si en realidad fueron renuentes al pago, como de manera tan e nfttca se dice en el testimonio montalvino. ello no significa que el barn de GuilI mot no les hubiese correspondido con sus habituales gentilezas. Qued as claro que no desdijo su conducta posterior de su modo de principiar. Y en lo que concierne a los libros que los dos mdicos le proporcionaron en su enfermedad, ms los que puedo conseguir en el bimestre anterior, tambin de postracin. Montalvo hizo saber alguna vez que ese medio ao de cama le sirvi significativamente para sorprender a sus lectores de ms tarde con las muestras de una coptosa cultura, poco usual en su pas. Con los Ledru sigui encontrndose hasta su partida a Marsella, ya de retorno al Ecuador, que ocurri slo meses despus. Pero esa amistad le fue favorable no slo por sus reacciones solidarias en la vida personal, como las que se acaban de exponer, sino Tambin por su disposicin a ayudarle en sus primeras tenl divas de resonancia intelectual en el exterior. No a otros que a los esposos 1 .edrtt debi as su relacin con u no de los semidioses de romanticismo: Alfonso de 1 .atnartine. La tetraloga romntica que l ms amaba la fortnabati precisattiemite [.aniartine. Vctor lItIgo, Byron y Chateaubriand. lor eso lleg al ci esta confesin, que l la sen 54 thiit
111 ta verdadera, y que prueba el grado de su apego a la obra de esas figuras: Byron me ha destrozado el corazn; Lamartine le ha llenado de consoladora melancola. Se debe insistir en que nuestro escritor era romntico rio slo por los estmulos recibidos de sus lecturas, que eran las que entonces ganaban el mundo, sino por las condiciones mismas de su temperamento. La pasin se le desbordaba espontneamente, en cualquier circunstancia. La impulsiva naturaleza byroniana, que l la saba ntimamente suya, determinaba el sesgo imprevisible y tormentoso de sus reaccioiies. Y, a la vez, haba tambin una disposicin sufriente en su alma, que rimaba por su partc con la que se desahoga, con acento conmovedor, a travs de la lira lamartineana. De ah que, poniendo tempranamente atencin en ella, haba terminado por hacerse la siguiente reflexin: el ingenio sin el sentimiento es una facultad incompleta, que nada puede ensear. Lamartine se le convierte pues en uno de sus maestros cordiales: en el maestro cuya elocuencia parte del propio corazn para llegar al corazn de los dems. El joven Montalvo se reconoce as como uno de sus discpulos amantes. Comprende y alaba la inclinacin profundamente religiosa de aquel poeta. Admira, y sin duda la toma como ejemplo eficaz de la conducta de el mismo, su generosidad desmesurada, que le ha llevado de la opulencia a miseria. Se siente solidario con los infortunios de Lamartine, y a propsito de ellos prorrumpe en razonamientos infalibles sobre la inutilidad de las valoraciones y las homenajes pstumos, sobre el carcter paradjico de la gloria, cuya fatalidad es la de alumbrar a destiempo, en un vano horizonte de vidas apagadas. Adems, no en una ocasin, sino en varias etapas de su existencia, ha confesado el fervor con que ha ledo las pginas del gran romntico francs. Estaba todava en Quito, en sus das de juventud, cuando elev su voz para dirigirse a l ilusoriamente con estas palabras: Cuntas veces, Lamartine, vagando, solitario, en las serenas tardes, he abierto tus Meditaciones sentado sobre una verde altura. Si hubiera sido ms explcito habra nombrado esa verde altura, que era la colina de El Panecillo, a la que sola en efecto subir, pisando entre las hojas del bosque los resplandores de la atardecida, en medio de una quietud insondable. lodo pues como para percibir mejor las vibraciones estremecedoras de las confidencias de ese autor, y de otros tambin, del romanticismo. Aquellas expresiones de Montalvo estn contenidas en un articulo datado el 28 de junio de 1856, cuyo origen se debi a que la Cancillera del Ecuador haba abierto una suscripcin pblica para adquirir las obras completas de Lamarti nc. por requerimiento expreso del propio poe ti, vctima va de sus reveses econmicos. Ese ruego lo haba recibido it es! ro
112 Ministro en Paris, don Pedro Moncayo, igual que lo recibieron los representantes de las otras repblicas latinoamericanas. El novel autor ambateo acudi al llamado, no slo con entusiasmo, sino con la idea tan constante en l de que cumpla una accin solemne , irrenunciable, como sealada de antemano en el desarrollo puntual de su destino. Por eso hizo alusiones a su devocin la marlineana, ya sus sueos, en cierto modo profticos, de un da aproximarse personalmente a aquel semidis sensible y melanclico. Lleg aun a dramatizar, imbuido de una indesconocible tragicidad romntica, seguramente desproporcionada, el falso riesgo de sumirse pronto en una total ceguera. Desde luego, si en realidad sufri molestias en su vista, stas no llegaron, como ya lo he advertido, a imponerle la necesidad del uso de lentes, ni siquiera en sus aos postreros. Pero conviene que se conozcan, a lo menos, estas frases de su escrito: yo mismo que en mis sueos, viajero errante y peregrino, pensaba llegar a tus puertas. como a una tabla segura de salvacin; yo mismo voy a contribuir ahora con mi bolo para tu sustento!. Compr tus libros, estando acaso falto de innecesario; y cuando me acuerdo que bien pronto ser ciego, mi perturbada vista no se cansa de vagar por tus hermosos versos. As quedaba iniciada la historia de sus aproximaciones admirativas y afectivas a Lamartine. El segundo paso de esa historia tiene lugar en Pars. Apenas dos aos ms tarde. En abril de 1858. Esto es, cuando vuelve a escribir sobre su ideal maestro. Y sigue siendo el mismo joven que, a pesar de ser tan joven, bastantes amarguras ha probado. El pretexto para estas nuevas pginas es una tertulia en casa de los Ledru. Se han congregado a cenar, despus de algn tiempo, los pocos amigos de siempre. A la hora de la sobremesa, con los anfitriones junto a l, Montalvo les confiesa su preocupacin por la actitud desdeosa que Francia ha adoptado frente a su grande hombre. El, de veras, aunque pudiera parecer el gesto de un loco, s ambicionara redimirlo de agravios y pobrezas, llevndole a sus campos de Ficoa. Quisiera pues decrselo. Le gustara hacerse or del poeta. Usted, mi querido amigo, bien puede conseguirlo, le insina la seora Ledru. Ni siquiera alcanzo a imaginar cmo, le responde el joven. Lo veo simple, corrobora a su vez el esposo: escrbale un artculo emotivo, lrico, con lo mejor de su hermoso talento, y exprsele algo de lo que siempre nos ha estado diciendo sobre l y sobre sus pginas ms amadas, Lo har, claro que lo har, afirma al fin el escritor, con entusiasmo que le ahoga la voz.
113 Yo le sugiero algo ms, aade la seora Ledru, que es una apasionada de las letras: use su magnfico francs. Va a ver que ste ya est maduro para cualquier muestra apreciable del estilo. Y si usted me prometiera, ms bien, poner en francs lo que yo escriba en mi idioma? . . .Pero, por qu esos movimientos de cabeza? No, no. Olvdelo. Creo que me siento capaz de borronearlo en espaol, para ir pasndolo simultneamente al francs ... Le aseguro que lo comenzar esta misma noche; - Pues si usted est decidido a hacer su artculo, se me ocurre prometerle otra cosa mejor: llevar ese artculo a un diario parisiense usted sabe, tengo buenos amigos, para pedir que lo publiquen en seguida. As fue. A poco de despedirse, estuvo el joven sobre el papel de su mesa de trabajo, en intenso afn de redactar unas pginas literarias de inspiracin romntica. El tema de 1arnartine le era no slo fcil, sino incitante. De modo que un da ms tarde el trabajo estaba concluido. Tom entonces, rpidamente, un tranva, y busc a la seora Ledru. Esta, por su parte, se manifest poseda del mismo inters, y supo cumplir fielmente la palabra empeada. No todo, sin embargo, estaba hecho. 1-labia que darcl paso siguiente: enviar al poeta la hoja del diario en que se public el breve ensayo. Despus vendran el pedido de audiencia y. en caso afirmativo, la visita. Pero ninguna referencia sobre ello, ni ninguna explicacin adicional sern suficientes para el buen juicio de este episodio si no se leen antes, por lo menos parcialmente, las lneas del joven Montalvo, tornadas de su propia y original versin castellana. lngase en cuenta, desde luego, para no caer en confusin, que todo lo que se desarrolla en ese escrito es un encuentro todava imaginario, con una conversacin puramente inventada: inc he alegrado de ver a ,aniartiiie en su modesta morada No gusta de palacios. un rincn de su hogar e he visto. inchoado en su antiguo si llon. Su cabeza cana. su mirada melanclica, su voz a i a co .tl prestaba toda mi ate nci un, me embelesaban. 1 al,a yo deseado verle, y iii vi. Nad e me ha presentado a l: ci arroyo que sai a de iu:i,iuLdna, no tiene necesidad de que nadie le conduzca al rio -1 .amartine me ha dicho que si sals..i sitluiei un iileoo Lic sUs tierras. tIte invita III,!: que cizariamos. que contemplaramos la puesta del sol, sentados bajo una vieja encin,i. Qu orgulloso estara so. al lado de aquel huspedl Mc parecera al zorzal bajo la proteccin del guila, a un pequeuelo nurtu bajo la vida palmera. Mr ..i preguntado cul es mi edad: lauto mejor si soy joven: isi podr correr por la p dienle, en persecucin del cervatillo que huye en el ribazo y va a internarse en iJ loresta. El a nei:ino mc esperar junto a algn rbol venerable, rodeado de muchedu ubre de perros. . . . A hora del crepsculo, esperando sotos la sal ida de la luna, en alguna alameda silenciosa, me referir 6! esas cosas vagas y encantadoras que saben los poetas. Pero lodo no es sino una ilusin. Lamartine perder su castillo: no tendr rboles a cuya sonshni reposarl
114 Dijome que haba pensado siempre en un viale a Amrica: sta sera una visita potica: all vera tantas cosas dignas de l. Qu eliz sera yo, si pudiera ser su gua en aquel largo viaje! Qu feliz al llevarle conmigo! Realizariamos una navegacin mitolgica en el Daule: tamarindos y ananas se inclinaran a su paso: subirarnu nlhorazo, y de la cima de los Andes arrojara l una mirada inmensa sobre la inmensa Amrica. Descenderamos por el otro lado, y luego nos encontraramos en esas ilinsitadas llanuras, en donde tiembla la verde espiga. No veis esos viejos sauces, que se inclinan, ya a un lado, ya a otro! All tengo mis laureles y mis flores, que seran ofrecidos a mi husped, Llevarale a casa de ni i pad re, nos internaramos en los bosques ile Pieoa, segiuramos nuestro c,,mi no - y le repente se despertara su musa, al contemplar las poticas lagunas de Imbabura. Iramos de valle en valle, y seria recibido por todas partes, con arcos de verdes ramas y de flores. los jvenes agitaran sus han de ras Ii Li o cas, las jvenes en ti Sn aria n sus e. e iones ms armoniosas, los a nc anos saldran de sus cabaas, preguntando: dnde esi l? cul es l?. El joven escritor haba llenado su propsito. En forma absolutamente responsable. Con un pulso seguro sobre los ms escogidos recursos de la creacin literaria. Dejaba ver que, en esa oportunidad todava temprana, posea ya facultades ciertas para dar con la justa vibracin emotiva y con los necesarios encantos del estilo. Exactitud, expresividad y ritmo se mostraban cii esas frases cortas, hermosamente dominadas. Las gracias comparativas y metafricas no podan ser ms acertadas. El aura, embellecida de noslalgia, de los rincones agrestes, compareca en su precisa ocasin, enlazando las imgenes que mejor lograran ambientar la evocacin de Lan- artine, tan amante de la naturaleza, Delicado arbitrio, adems, para conmover al propio poeta. Lo de los jvenes y ancianos de los valles del Ecuador que saldran de la rustiquez de sus pobres moradas para saludarle; y aquello de que sus ms bellas palabras se han puesto en boca de un pastor, y que l se complaca en orle, cuando aqul suba a la colina en pos de su rebao, que dice Montalvo en ese mismo artculo, venan a ser dulces invenciones, eficaces si se las contrapona a las actitudes de indiferencia, de calculado olvido o de hosquadad de la patria misma de Lamartine. Este se sinti inmediatamente impresionado por las lneas del joven escritor, y le puso por eso una nota de emol.ivo agradecimiento, que se la envi a su direccin domiciliaria en Pars, segn la tarjeta con que le haba hecho llegar la hoja periodstica. Conzcanse en seguida los trminos de esa nota: Ile ledo vuestras lneas, me he enternecido, he am: o la mann extranjera que las ha escrito, Ojal en mi patria hu: ra tales scnnn cii 5! No estara yo como mc hallo en este instante, ocupado en co, ir hasta mis rl,olcs, para vender esta sombra tan 55 R,,t,crio A gramonte. Paginas inditas de MonIaho. iuthld. Mxico, Edn Jos M. ca;ca ir,- i969
115 querida, y repartir entre mis acreedores mis ltimos bienes, Francia. interrogada, ha respondido: ique muera!, y morir, pero lejos de ella, sin que le queden ni mis huesos. Montalvo, que hasta entonces no se haba sentido halagado con manifestaciones de aprecio de tan alta procedencia. guard celosamente la esquela de Lamartine y ms de una vez aludi a ella entre sus compatriotas. Lo haca, desde luego, a sabiendas de que sus xitos literarios iban a mortificar, que no a concitarle adhesiones, en su medio natal. La aversin a las superioridades autnticas ha sido en nuestro pas la ocupacin constante y afanosa de las medianas intelectuales, hbiles para el abultamiento falso de sus escasas facultades como para la premeditada indiferencia o el torpe desdn hacia lopoco que de veras vale. En su primer libro, aparecido varios aos despus de este contacto con el genial autor francs, mi biografiado se quejaba de las imputaciones de vanidad que se le enderezaron por haber reproducido los juicios favorables de los colombianos Miguel Antonio Caro y Rufino Cuervo, y encontraba oportuno referirse a la enaltecedora reaccin lamartineana con estas palabras: Un da entr el cartero ami aposento, en Pars, y me entreg una carta. Cul no fue mi sorpresa cuando la vi firmada por Lamartine! Un hombre que all estaba, se abalanz al papel al oir ese nombre, y junios desciframos el sublime ieroglifico. Ese hombre est presente, y no es mi amigo: diga si miento. Quin ha sabido esta honrosa circunstancia? cundo he hablado de ella9 Y yo no haba dirigido carta ninguna a don Alfonso, para que me la contestara por puro comed miento, y por rerse de m, como dijo un sensato viajero ecuatoriano. Lamartine no dirige cartas a nadie para rerse de sus corresponsales, siendo como es el ms bien intencionado y grave de los hombres. El que hubiese llegado a manos de ese poeta algn escrito, que produjo la gloria de ver sus letras, no es culpa ma- Este es motivo de odio hacia m para mis malos compatriotas ...El que duda de mi palabra, pase luego a sta su casa, y ver esos autgrafos 56 Es probable que, para alcanzar la nota de Lamartine, el joven Montalvo no le dirigiera ninguna carta, pero resulta en cambio necio suponer que no le hubiera enviado, a lo menos, una tarleta con su artculo impreso. Slo gracias a ella se explica que el poeta le hubiera escrito en forma personal y con destino preciso a su aposento. Poco despus, cuando an poda estar fresca la Impresin dejada por su trabajo, el joven ensayista intent tratarlo directamente, mediante una visita. Y le remiti entonces una carta con el ruego de ser recibido. Unicamente as conseguira sentir colmada su aspiracin frente a una figura a la que l veneraba, como todos los de su generacin en Hispanoamrica. St, FINucvoJun,us Elcosmopola. Uval . Ibid.
116 Tal era pues uno de SUS SUCflOS, de sus razones de haber ido a Francia. La respuesta de Lamartine no se hizo esperar y fue de aceptacin. Montalvo lo recuerda, aun transcribiendo las frases de ella, en tino de sus principales libros de madurez: Siete tratados. Vase, por lo mismo, cmo haba persistido la irradiacin de CSC vvido episodio de su juventud. Cuando el seor de l.amarune afirma efecuv.rmentc Montalvo le hubo agraciado al autorde estas pginas con dirigirle tina esquela y otorgarle una visita, le dijo- Entre las cartas que as-eF recibi. diez turbia de viajero:, de les Estados Unidos que solicitaban vernie en no c,rs,r r todos me re negadir - 1 )e l:r Amrica E-paola ni, hall sirio la vuestra: os la lic contestarlo. s srs recibo cori gusto, tanto uds cuanto que habis prevenido mt nimo en vuestro Loor con 1:, herniosa epistola opresa con la cual me habis favorecido Quiero tinicho a lii raza hrispano_ritericana: sLt gertorosrdad. su eles-acin. sus prendas caballerescas me cautivan. A la norteamericana, la admiro: habilidad. fuerza, progreso inaudito: titas tirite para mi defectos que rile obtioan a mirarla con tedio. Su divis:r es :ilroz oorc LS mofles, tooncsii (iod la csela itud. corno institucin. ole asombra, por otra paite. e,, pueblo tan rnteliente. religioso :rdelarrtado: veles carnro con que envilecen oprimen r los mulatos aun a los que no lo son. ole llena de amargura errando conremploen los caracteres tIc las naciones.5 Lamartine vea con profundidad y nitidez los rasgos de la Amrica sajona. Un apologista de Montalvo. y de algn modo sta discpulo J os Enrique Rod tambin comentaba con al arma, en su A rie/, aquella prosaica filosofa estadounidense de que el tirfllpo es dinero, y el dUlero es Dios. Y, asimismo, muchos vern que era justo y comprensible el asombro lamartineano sobre la esclavitud que en el ao de su esquela no haba sido an abolida en los Estados Unidos, y sobre el escarnio de la discriminacin racial, que allidgase lo que se quierase mantiene todava. Ahora, por fin, al joven ecuatoriano le quedaba slo realizar su ambicionada visita. En efecto, tras esta aceptacin elocuente, se apresur a ir a casa del celebrado creador romntico. Pero, al prepararse para ello, advirti que no era capaz de vencer la turbacin que le era habitual en tales circunstancias; esto es, cuando deba iniciar relacin con personas extraas. Siempre le ocurra lo mismo, aun en los casos como el presente, en que su vehemencia por revelarse ante los demscraevidente. Volva asentirse pues en esta vez intranquIlo, nervioso, casi con ganas de abandonar ah su propsito. Pero eso no le iba a suceder. J ams consentira en renunciar a nIngn hecho que l estimara vinculado de algn modo con la celebridad literaria propia, por la que haba comenzado ya a desvelarse, como si intuyera o atisbara los indicios de alguna predestinacin en ese campo. Se acical entonces escrupulosamente, pese a las molestias de su falta de sosiego. Y busc en seguida una diligencia. Lleg a la morada de Lamarti 5 -nelarkrtria cori gorro, hsrn.sr,r.Sierriruiu.!i,r, Isrd,pag 110
117 nc ms pronto de lo que esperaba. O a lo menos eso le pareci. Llam a la puerta. Dio su nombre, una, dos, tres ocasiones, con mal disimulada cortedad. La empleada consult adentro, y regres para hacerle pasar e invitarle luego a sentarse en un silln antiguo de la sala de recibo, espaciosa y modesta. Ah aguard breves minutos. Hasta cuando vio aparecer a un anciano arrogante, de sesenta y ocho aos de edad, que se adelantaba a saludarle con ademn espontneo, no exento de natural refinamiento: era Lamartine. El joven se puso de pie, y con demostraciones de respetuosa compostura le estrech la mano. Su mirada oscura y profunda 1e examinaba sin romper con una sola slaba el xtasis que le posea. El genial autor francs su ideal maestro se le mostraba magnfico, dueo de una personalidad subyugante, en justa correspondencia con la aureola de su fama universal. Volvi a tomar asiento, por insinuacin de Lamartine, mientras ste le recordaba, en frases pausadas y de firme encanto, el deleite con que haba ledo en la prensa de Pars aquel artculo suyo en que le invitaba a venirse hacia las lejanas tierras del Ecuador, que l las supona fascinantes como generosas y hospitalarias. Con amorosa curiosidad le formul en seguida preguntas sobre la aceptacin que se daba en Hispanoamrica a sus obras, particularmente a su novela Graziella y sus poemas; sobre la germinacin de autores romnticos en nuestros pases, y el estado social y poltico de stos. Montalvo responda a todo con voz ms bien apagada, y pesando con lentitud sus expresiones francesas, correctas y adecuadamente pronunciadas. El grande hombre se haba levantado, y durante la breve. visita, de cuyo contenido no dej mi biografiado ningn testimonio, prefiri caminar de un extremo a otro de la sala. Desde luego, la impresin de ese encuentro se le entr en el alma para siempre. Tambin se la confi, como haba que esperarlo, a algunos de su ntimos, segn nos ha contado su admirador y amigo Roberto Andrade. Efectivamente, en el libro Montalvo y Garca Moreno, aqul nos ha hecho la relacin siguiente: Me sorprend cuando le conoc en su casa, me deca Montalvo, en una de nuestras nochcsde Ipiales: pasebase Laniartine a lo largo de una habitacin ampliay modesta: cra altsimo, mucho ms alto que yo: la cabeza la tena echada hacia atrs, y coronada de canas, como gorro de algodn. Qu aspecto tan noble de hombre! Razn tuvo Cormenincuando le llam el ltimo de los caballeros franceses.58 La descripcin de aquella visita de juventud, la realiz tambin en sus propias pginas. As en Geometra moral, libro escrito quince aos ms
Robcrto Andradc Monszli,, y (huno Muren,, Guayaquil. flip. -a Rc,,rma, 1925, pg 42 dci Tomo E. 118 tarde, en su destierro de piales, pero cuya edicin no se hizo sino despus de su muerte, dej estas referencias precisas: - fue tambin de gentil parecer, y, por los modales, el ltimo de kv ollero fru,iceves, como ha dicho de l Timn, el ateniense francs que tan iltarnente .h fFca 1 contemporneos. El autor de este libro tuvo la honra de conot criese nobilistnio poeta: vicjocraya, anciano; muda pocoen Pars; mas hasta esa edad su personaconseryaba los caracteres de la belleza varonil con que haba resplandecido en los verdes aos, Lamartine era un rey, aun en la miseria; rey cado, pero lleno de grandeza. Alto, sumamente alto; cuerpo de Virgilio; cabeza fina bien plantadasobre los hombros, cuello largo; ci color blanco, el cabello cano; he mbrc grave. sonrea quiz i los nios; palabra sonora, armoniosa. Tena esa tarde pantaln de color de perla, anchisimo, el cual iba y vena, azotando el empeine de a hota cncharolad;e Ese era, se, el amante de Graziella, que pasa cantando, al comps del remo cadencioso, por las ondas ore- leras de lscchia; se, el que a la hora del crepsculo vespertino se halla en el Posilippo, solo y meditabundo, en tcito coloquio con la sombra del Mantuano; se, el que sestea debajo de los naranjos de Sorrento, henchido el corazn de amory poesa; se, el que echa la mirada al valle de la montaa, y encuentra vacio el mundo porque el objeto de sus sueos ya no existe,59 Otra entrevista importante alcanz a realizar Montalvo en esta su primera permanencia en Francia. La efectu en 1859. Y escribi tambin sobre ella, bajo el ttulo de Visitas de un incgnito, como puede advertir- se en el primer volumen de El cosmopolita. La figura con quien se vio y trat en Pars, aunque sin duda fugazmente,fue Pedro J os Proudhon. Haba razones para ello. Los libros de Proudhon resonaban entonces por toda Europa. Sus ideas haban promovido escndalo. Se las comentaba. Se las discuta. Y en grandes sectores se las rechazaba con iracundia. La ubicacin reconocible de aqul poda parecer la del socialista, sino se le hubiera visto inclinarse hacia proposiciones que resultaban ms bien anarquistas, sobre todo en las funciones que concernan al Estado. Marx tuvo que salirle al frente. Si en algo especialmente coincidan los dos era en puntualizar los vicios de la propiedad privada y en estimular los grmenes del descontento social. Pero nada, desde luego, haca ms alboroto entre las ideas de Proudhon que su posicin de desafo a la Iglesia y a la concepcin cristiana de Dios. De ah fue que, bajo el reinado de Napolen III, seguramente por el sesgo de su pensamiento antirreligioso y rebelde, y no por la incitacin al odio, que se invoc como causa, se le conden a tres aos de crcel. Que no los cumpli, pues que, prominente como era, las mismas autoridades le permitieron salir del pas y radicarse en Bruselas, No es extrao que Montalvo se interesara en ver personalmente a aquel escritor y poltico francs, Aun con el nimo de enfrentarse a l, en 59 r;e,,n, (fra ,,onif. 5Litrid. sucesores de R,hudenesra 902, pigs 52-52 119 ademn quijotesco, que ya comenzaba a ser parte de su temperamento. El primer motivo para hacerlo estaba en la integridad de su f religiosa. en la esencialidad de su creencia en lo divino, nunca reconocida por sus enemigos, no por convencimiento sincero de ellos, sino ms bien por maas perversas A nuestro joven escritor le irritaba de veras el pensamiento de Proudhon contra la existencia de Dios, y buena gana tena de enrostrarle la absurdidad de sus reflexiones. Los otros motivos eran de carcter poltico. pues que a Montalvo no le sedujeron jams los avances del socialismo, que los estimaba una amenaza surgida de la mala aplicacin de los derechos del hombre, entre los que se contaban los de la paz, la libertad y la justicia. A todas esas causas para visitar al aborrascado ensayista se sumaba otra, casi por contraste: la de la atraccin que en cambio experimentaba por la pureza tica y la generosidad para con los dems, que l, igual que toda Francia, haba llegado a conocer en el comportamiento mdivid mil de Pro u dhon En fin, estaba decidido a hacer aquella entrevista antes de 5U regreso al Ecuador. Quera escribir sus impresiones de la manera que resultase ms animada. Y para eso le pareci adecuado no usar la primera persona, sino enearnarse en la figura de un viajero desconocido, supuestamente llanado Aguilar (ese apellido lo us tambin en otra ocasin, queriendo simular que velaba las propias confidencias sentimentales de la relacin con su amante ambatea Mara Manuela Guzmn, segn lo har ver a su tiempo). As, tras la apariencia de Aguilar, poda forjar un dilogo dramtico, casi tempestuoso, con Proudhon; esto es, en el estilo en que l hubiera ambicionado que se desplegara dicha conversacin, cuyas caractersticas reales no debieron de haber tenido ni las palabras ni el acento consignados por Montalvo en su trabajo Visitas de un incgnito. Esa encarnacin de s mismo en Aguilar permite ver mejor algunos rasgos de su propia personalidad, a los que he venido aludiendo en pginas anteriores. Obsrvese cmo se contempla l, efectivamente, en aquel espejo colocado frente a sus interioridades: Aguilar se llama; nadie empero le conoce ni acierta a saber de dnde vino, niel motivo del genio taciturno yla soledad en que siempre se le mira. Trae enel pecho por ventura una invcLej ida pesadumbre ... Mustrase como ahuyentado de la sociedad humana, mirndola de lejos con el disgusto que a una persona aborrecida ... La vida suya est llena de altibajos: si alguno diese fondo en ella, ni supiera lo que encuentra, un ngel o no demonio. Tambin la sabidura es del gremio de sus afecciones; y tiene para si que Scrates deba regir el mundo Hablando ya en primera persona, en varios otros escritos, insisti en verdad en sus amorosas exaltaciones de Scrates.
120 Despus de esta presentacin de Aguilar, como su vicario o su doble, le pone a ste en camino de la casa de Proudhon, hacindole arrancar precisamente del Luxemburgo, jardn de las divagaciones preferidas de Monav o: Va Aguilar una tarde por el jardn de Luxemburgo con su habitual trantutlo paso. sin compaero, silo en medio del gcntio. Rodea una o dos veces los mbitos del bosque. toma salida por ci solar de la Cartuja, y calle abajo, lira por J a del Infierno. No a mucho andar. detinese en una casa de mediano parecer: tania a la puerta con dos recios martillazos, la portera se asoma al postigo, y Aguilar e pregunta: Pedro J os Proudhon? Entrad, seor, en casa le hallaris. A vuelta de un instante el viajero estaba rostro a rostro enrie 1 ingenio de Francia el mayor y ms nonihrado. 1 tahiaron los dos. el desconocido y el filsofo, del modo que cumple a sujetos que nunca se haban visto... Y como el entusiasmo de la conversacin, (tejando de ser tal cual, llegase a lo notable, todo enfervorizado y con acento ms que humano, el viajero hablaba asi: Nuestra alma es Dios, deeis y habis dicho en todas vuestras obras ... Si Dios eset alma humana, Dios es susceptible de perfeccin, ha menester un principio, un autor que la lleve a cima, adelantando siempre a la perfectibilidad: si este principio, si este autor existe, el debe ser Dios, visto que es ms poderoso ... Ese es el Dios que negis, Proudhon. Para las palabras lcidas y vehementes de Aguilar el pensador francs tiene una serie de razones frias y sutiles, que al otro le exasperan. Sigue el dilogo, en fin,bajo a misma lnica, sin acuerdo posible. Pero al llegar a trmino, el viajero se separa del filsofo perdonndole sus desvarios, sobre todo porque est persuadido de que su condicin personal es la de un hombre virtuoso. Proudhon lo es afirma, y no as como quiera: dechado de moral; costumbres domsticas, que no hay ms que pedir; compasivo del infortunio, a parde un alma inocentsima; afable con sus semejantes, llano de trato, casi humilde en el comercio de los hombres; amigo de la justicia como el que ms, y gran perseguidor del crimen.. Mitad verdadera, mitad ilusoria, quedaba as una prueba de esta visita de nuestro joven escritor a una de las personalidades resonantes de la Francia de entonces. Hay un nombre de lugar que he mencionado en la relacin de esta visita, y algunas veces ms a lo largo de este captulo: es el nombre de Luxemburgo. Se habr visto que l corresponde al paseo predilecto, y por lo mismo ms frecuentado, de Montalvo, en su primera estada parisiense. Pero tan posedo estaba l de las gracias de aquellos jardines, que una de sus mejores prosas es la que compuso para describirlos. Sola, es cierto. emocionarse con la contemplacin de sitios que de algn modo satisfacan su amor de lo hermoso o lo buclico, o su devocin por lo histrico, y de ese gnero de emociones salan algunas de stis pginas mejores. Nadie que lo haya ledo con cuidado seria capaz de negar o desconocer eso. Mas. o de sus impresiones del Luxemburgo tiene significacin especial por nos(o v,isteuninr,5gnii,iJ /oo,i,q,,ia. lli,l.p.igs 515 lIs
121 trar la frescura de un brote moceril, que revel el advenimiento de un ensayista superior, casi nico entontes en el dilatado espacio de Hispanoamrica, y por recugercon fidelidad el vaho preciso de SUS reacciones personales ntimas. El Luxemburgo se conserva seguramente con las mismas caractersticas que, en It) principal, dejaba ver durante el tiempo en que lo recorri Montalvo, con tan deleitosa asiduidad. Eso hay que reconocer de bueno en Pars: la mudanza difcilmente ha entrado a descomponer la atmsfera ni la fisonoma centenarias de la lustoriada capital. De manera que ahora es dable pasear por los senderuelos de tierra por los que antes vag l, y que se extienden entre la grtma , los viejos troncs y la presencia multicolor de las flores. Y es dable, desde luego, con un poco de imaginacin, captar simultneamente os dos ambientes del jardn de Luxemburgo, el de hoy y el de hace ms de cien aos: ste con la figura solitaria, pausada y melanclica de nuestro escritor. S, ah est, al fondo, el palacio que hizo levantar la reina Mara de Mdieis, para convertirlo en su morada. Esta es una tarde abierta de fines del verano. El sol, en su hora postrera, se defiende encendiendo rescoldos en las nubes lejanas, dorando las cimas de los rboles y embebiendo en una onda resplandeciente -itnagen de la gran hoguera celeste de esa hora los cristales de las ventanas de la construccin regia. Al pie de ella, no distante de sus puertas, se recorta la superficie clara de una [tiente de mediana dimensin, desde cuya copa central, de mrmol, un delicado surtidor vertical le provee de un agua transparente. Alguna brisa fugaz, de esas que se estremecen entre las hojas de los rboles y las yerbas, pasa ondulndole los velos azules, casi imperceptiblemente. Hay unas dos sombras de cisnes que solamente yo me hago la ilusin de estar viendo que navegan con suavidad y como envanecidas de la lnea armoniosa de su aristocrtica figura. Son los ci-;nes hoy slo son las sombras imaginarias de los cisnesque hace ms de un siglo llamaron la atencin de nuestro viajero e hicieron que. absorto, detuviera frente a ellos sus pasos. Oigmosle a l mismo su confesin, a travs de la prosa potica y cadenciosa de la descripcin del Luxemburgo: Mara de Niedicis gustaba de mor: r en este alczar, mucho le quera como obra de su propia industria, y ms aun como recuerdo de su patria: de esa hermosa amada patria en donde ci Amo discurre sitejiciosan,ente refleiuo las veletas de oro de as torres de llore itcia y los ui mntol es e sus palacio Un vasto jardn se extiende at pie de aquella nsansin regia en la cu. it susurran con el viento las aguas de una fuente, que las ofrece hospitalaria a dos cisnes grandes. blancos, inflados y armoniosos, como los que Virgilio hace volar en mantas por las riberas de Pedusa llenando los contornos de musical estrpito .. Complaciarne yo en aquel jardn: buscbale como sitio de des-
122 canso, le tena por consuelo, Sus dos cisnes fueron mis amigos; mirles mucho, y mucho me gustaba verlos surcar la fuente con sus cuellos blancos y estirados ... En las doradas tardes dcl verano, cuando el sol se acerca al horizonrt- - un:, luz viva cae sobre los vidrios dci palacio y hace de cada ventana una hoguera dr prpura deslumbrante que no pueden afrontar los ojos: las cimas de los arboles est:i n ha atlas por un fluido amarillento, las hojas se mueven y murmuran, y conversan en secreto con las brisas precursoras del crepsculo.6 Ciertamente hay motivos para que el joven Montalvo busque este lugar de apacibles halagos y soledad. El Luxemburgo tiene eso ms de bueno: reina en l una melancola, un espritu incierto, una cosa triste y vaga que le hace por todo extremo grato a quien en algo tiene esa influencia de lo misterioso. Pars, en los cincuentas de la centuria anterior, es ya una ciudad multitudinaria. Agitada y ruidosa. Indiferente con los extranjeros, que llegan de los puntos ms lejanos. Sus bulevares revuelven en un oleaje comn, de seres casi indiscernidos, a los centenares de gentes que los transitan de modo incesante. Uno de aqullos, precisamente el de Saint Michel, en el Barrio Latino, es el que conduce hacia las entradas de hierro, de color negro con incrustaciones doradas, del gran parque. Este es pues o ms bien comenz por ser el parque del Barrio Latino, en cuyos centros educativos superiores, hace cientos de aos, los profesores y estudiantes hablaban latn, el idioma culto y doctoral. Hoy los jardines de Luxemburgo siguen acogiendo sin duda a ese linale de paseantes, aunque no en forma prevaleciente, o a lo menos notoria. Pudiera ms bien decirse que es una mezcla de transentes de variada condicin la que circula por sus rincones, pero sin hacer muchedumbre ni perturbar el recogimiento, de veras indefinible, de su boscaje antiguo y balsmico. Aqu hay cabida para el solitario que medita, contempla o cultiva en silencio sus emociones. Cabida para el escritor, el filsofo y el artista. Pocos han de olvidar, sobre este punto, que son incontables los trabajos lricos, las descripciones, las pginas histricas y los lienzos que han tomado como inspiracin los parajes y recodos del Luxemburgo. Mi biografiado no tard, a su vez, en sentir el influjo reconfortante de este lugar. La trepidacin urbana le produca fastidio y azoramiento. Por eso buscaba habitualmente llegar hasta los interiores del parque, y permanecer en ellos horas enteras. En algunas ocasiones hasta que los guardianes anunciaban que iban ya a cerrar sus puertas. Sobre todo los tena como refugio en los das fulgurantes, de calor inapaciguable, del verano parisiense. Caminaba por los rincones umbrosos. Descansaba largamente en las sillas metlicas, livianas y mviles, que estn al pie de algunos rboles. O en aquellas bancas de ancho tabln, con
61 Et Luxemburgo, El cosn,opoluu. tI,,d. 123 espaldar intermedio (como para que ios viandantes se acomoden en cualquiera de los dos lados), que se han fijado sobre soportes de hierro en los caminillos del contorno. Seguramente no haba imagen de esos jardines que l no la hubiera registrado en su memoria: el valo gigantesco que dibujan los viejos castaos, desde la entrada hasta el fondo en que se yergue el palacio; la balaustrada en media luna, que se recorta armoniosamente en derredor del csped, y en lo alto de cuyos extremos reposan las figuras marmreas de dos grandes leones: en este instante en que yo los miro hay una paloma acurrucada sobre la melena de uno de ellos, que tiene, igual que el otro, un perfecto aire risueo, de fiel entendedor de la paz cariciosa del lugar; y, luego, prximo a la morada real, de cara a la fuente, un abanico escultrico de mujeres famosas: Laura de Noves, Mara de Mdicis, Margarita de Angulema, la Duquesa de Orlens, Blanca de Castilla: todas perennizadas en el esplendor de una atractiva juventud, en grandes mrmoles bellamente labrados. J uan Montalvo halla pues que sus gustos consuenan con la atmsfera buclica y la acentuacin de historia que percibe, caminando y observando a solas, en todo el dilatado mbito del parque. No le falta desde luego la ocasin de salir de sus ensimismamientos, particularmente cuando pasan junto a l grupos de jvenes, de caderas y bustos voluptuosos y ostensibles entre la insinuante opresin de las sedas de las sayas y las blusas. Llevan, casi todas, sombreros y parasoles graciosos, que establecen un lenguaje comn de levedades y matices con las flores de los jardines. En el Luxernbur-. go de ahora, las muchachas y aun las damas algo otoales en que consiguen posarse mis ojos me obligan a renunciar a esa visin retrospectiva, pues que ya no veo en ellas los antiguos asomos de su distincin: visten ropas inelegantes, masculinizadas, con el caracterstico desalio norteamericano, hoy ya universal. Nuestro novel ensayista, que sabe saturar de sensualismo algunos pasajes de la historia, siempre que eso lo demande su intencin literaria, acierta en El Luxemburgo a trazar una evocacin de soplo ardiente y enamorado de la bella Mara de Mdicis. creadora de esta mansin y este parque. Disfrutmosla aqu, de nuevo, con igual emocin anhelante a la que experiment su autor: Mas no todo es poesa, que teatro ha sido el Luxemburgo muchas veces de horrorosos, pero nada poticos sucesos. Desde Maria de Mdicis hasta Gastn de Francia todo fue vcntura en este plcido recinto: una joven, tan hermosa como grandc,tan perversa como hermosa, lo convirti en una pequea Capua. Como la prostituta de Babilonia, dbase al ms extravagante desenfreno: inventaba placeres nunca odos, ideaba pasatiempos nunca usados, era su vida una perpetua orga. Sin cubrir el eminente blanco pecho, la cabellera ondeando profusa, desnuda de pie y pierna, haca la ninfa enamo 124 rada, y como genio de las flores se dejaba estar oculta entre ellas. Los amores la descubren, dan tras la diosa que echa a huir corriendo leve por la encepada tierra, pero no tan veloz que no se deje alcanzar y vencer por un Narciso afortunado. Esta fue la desdichada cuanto hermosa duquesade Bern: sus impdicas aventurasescandalizaron a Francia. Y tras esa visin siguen compareciendo otras, arrancadas al pasado francs, y compuestas con el particular sentido artstico de la prosa de Montalvo. Sera imposible dejar de aceptar, ya por el hbito de sus paseos tranquilos y callados, ya por la incitacin a ensayar tempranamente su magistral aptitud descriptiva, que el jardn del Luxemburgo se halla fuertemente ligado a una etapa de las experiencias personales y literarias de nuestro escritor: la de su primera estada en la capital de Francia. El mismo parece que quisiera confesarlo: Y t, paraje melanclico, amable Luxemburgo, te reproduces en mi pensamiento con todo el atractivo con que supiste seducirme Pero tampoco son infrecuentes sus caminatas, casi siempre a solas, por otros paseos floridos: los de Las Tulleras. Si bien no ensaya descripdones sobre aqullos, es fcil encontrar en sus escritos algunas expresiones elocuentes con que los alude. Y como hasta hoy ha cambiado poco ese lugar de Pars, resulta asimismo posible, sin necesidad de caer en ningn exceso fantaseador, el imaginar su presencia por estos rincones: trajeado de pao oscuro, con sombrero de copa alta, que aumenta la impresin de su larga estatura, flaco y cetrino, se cree se alcanza a creer que precisamente ahora, en este atardecer de otoo, vuelve a andar cerca de uno, con sus caractersticos pasos lentos. Hay un sol enorme, pero delgado como un medalln casi transparente gracias a la dbil irradiacin de su luz, que se muestra a un costado de la Torre Eiffel, cuyos hierros destacan an ms eminentes a la vista de aqu, por su proximidad. A pocos metros del sitio en que me detengo, y hacia adelante, tiemblan las aguas de una fuente, estimuladas por el golpe suave del surtidor. Y, en el lado opuesto, se alza la figura marmrea del dios Prometeo, que tiene en sus manos un haz de llamas del fuego divino y civilizador, el cual parece reavivarse en este instante con los destellos del sol otoal de las cinco de la tarde, de este da postrero de octubre. En nuestro joven polemista, divagante pertinaz de Las Tulleras, aquel dios rebelde y atormentado de la mitologa griega ha hallado un discpulo en quien prender sus mismas ansiedades y corajes por la libertad y la civilizacin. Montalvo, como Sarmiento, como Mart, como 62 bid, pgs. 95 y 96. 63 Ihid.pg. (XI.
125 un puado de grandes hispanoamericanos, ha recibido pues una predestinacin inconfundiblemente prometeica. No a mucho caminar por las sendas de este dilatado jardn: en que vibran las certeras pinceladas de sus rincones de flores, salgo de esta suerte de pensamientos al percibir el Sorpresivo y rpido rumor de un grupo de gorriones: lejana prole de aquellas avecitas de Las Tulleras a las que sola alimentar, segn confesin propia, nuestro paseante, sensitivo yenternecido tambin, en medio de sus tempestades interiores. Estos gorriones de ahora, rplica fiel de sus centenarios antecesores, parece que algo quisieran testimoniarme mientras pan, y vuelan nerviosamente, y saltan sobre la fragilidad angelical de sus miembros. No lejos de ellos comparecen, a su vez, como una imagen igualmente probatoria de la amistosa frecuentacin de mi biografiado, decenas de palomas. Creo revivir entonces en m las emociones que l experiment, mientras las veo transitar con su paso de novicias, cual si recorrieran dulcemente los aposentos floridos de una abada invisible. Por fin, entre los sitios amables que prefiere Montalvo durante su primera permanencia parisiense, y por lo mismo significativos para la iniciacin plena de su carrera de escritor, se halla el J ardn de Plantas de la ciudad. Los que lean El cosmopolita advertirn que uno de sus ensayos ms hermosos y conmovedores, y al propio tiempo ricos de confidencias ntimas, dignas de ser recogidas por el bigrafo, es el titulado Los proscritos, con memorias precisamente de aquel lugar. Si en un momento posterior hemos de tomar en cuenta mucho de lo que ah dice el autor sobre el destierro, como venteando ya lo que iba a ser el caudal mayor de infortunios de su destino, ahora, por lo pronto, nos interesa detenernos en los desahogos personales en que prorrumpe mientras evoca sus paseos por aquel pintoresco y vasto escenario del J ardn de Plantas, de su primer Pars. Ante todo, vindose a s mismo en su desolada condicin de inmigrante, dentro del marco de aquellos aos, hace esta advertencia: Aun la expatriacin voluntaria tiene espinas muy agudas, y ms de una vez se ha arrepentido el viajero de haberse alejado del hogar, dejndose llevar de la curiosidad o del anhelo por ver y conocer otras ciudades y naciones. La nostalgia es una horrible enfermedad, y a ella estn sujetos principalmente los hijos de las montaas. Esto es, l mismo, originario del pas ms elevado y montaoso del mundo. Y no otra verificacin, paes, que la de su caso personal, le lleva a aclarar los rasgos de esa disposicin sentimental con las siguientes palabras: La nostalgia consiste en un amor indecible por la patria y un profundo disguto del pas en que se est , en un deseo de llorar a gritos al mismo tiempo que eso es imposible.
126 Y pasa entonces a ofrecernos, como en una leccin demostrativa, el relato de lo que l pudo advertir y experimentar en aquel sitio famoso: Un salvaje de Hait llevado a Francia vio en el J ardn de Plantas de Pars el rbol del pan, y con los brazos ahiertos abalanzndose a l, abrazle. estrechte, llor a gritos y cay exnime. Este es el amor de la patria: vio el salvaje el rbol de su tierra, y se deshizo en llanto... Acurdome que en ese mismo J ardn de Plantas a donde yo iba con tanta frecuencia, poco me dedicaba a ver los leones, tigres y panteras de Africa. pero era astduo visttador de los animales americanos; y quin creyera, el cndor de los Andes rivalizaba en mi afecto con el guila del monte Aros. El cedro del t.hano. desde luego, me asombraba; pero si vea por ah la verbena, la ortiga de Amrica o la coronilla, era un gusto para mi; parecame que estaba entrepaisanos, entre amigos: y si un gran gallo tanisorio echaba por ah su canto prolongado, solemne y melanclico, le prestaba el odo y el corazn con ms placer que al rugido del tigre de Mauritania. Salid, idos tejos, y veris lo que es el afecto de la patria. Yo no vacilar en afirmar que la mayor pena es el destierro...
127 CAPITULO VIII Por Roma y otros rumbos de Italia La estancia en Pars, durante los primeros tres aos europeos de Montalvo,se interrumpi en dos ocasiones,por viajes a otros pases. Particularmente a Italia y Espaa. Haban apenas pasado seis meses cuando ya se sinti hastiado de aquella estancia: Cansado de Pars, dej al fin la Francia, y estoy cumpliendo mi ardiente deseo de ver la Italia, asegura en carta del 23 de enero de 1858, dirigida desde Florencia a los redactores del peridico quiteo La Democracia. Probablemente ceda tambin al intento de buscar en el sur un invierno menos riguroso. Ello a pesar de que todava no le haban atormentado los males de la enfermedad que le postr largamente, y de la cual di cuenta en el captulo anterior. Ahora bien, la seduccin de lo italiano es explicable en l por su avidez de experimentar las impresiones de los viejos tiempos entre las ruinas de la Roma imperial. Conocedor de aquel pasado por a historia minuciosa de Gihbon, por el recuento biogrfico de varones ilustres de Plutarco, por las evocaciones cesarianas de Suetonio, por las pginas de Cicern, y continuador, adems, de los xtasis contemplativos de los grandes romnticos de Europa frente a los vestigios de esplendor de otras edades, ya presenta l las excitaciones ntimas con que iba a revivir personajes y hechos en cada lugar de su itinerario. El ejemplo ms fuertemente atractivo lo encontraba en las exaltaciones viajeras de Lord Byron, a travs de su Chikte-harulcl. Impregnado pues de memorias y de los sentimientos e inclinaciones de su escuela literaria, nada le resultaba mejor que aquella aventura anda- riega por las ciudades de Italia. Que iba a ser tambin una aventura de desplazamientos por el mbito de siglos lejanos. Averigu si poda entrar a la pennsula itlica por el Piamonte, pero le informaron que las nieves de enero, en esa regin de montaas, volvan difcil el trnsito en cualquier tipo de carruajes. Tuvo que adoptar entonces la va aconsejada, que fue
129 la de Marsella. Tom billete de ferrocarril con destino a ese puerto, a sabiendas de que deba realizar una larga travesa por varios pueblos franceses. Y por fin una maana, a la hora de la partida, se vio en las primeras agitaciones y forcejeos para no perder su asiento. hay que precipitarse en el vagn para que no le dejen, comentaba a sus amigos de La Democracia. El tren haca paradas desiguales, demorndose en unos sitios ms que en otros. Montalvo iba recogiendo aquella pluralidad de imgenes, con mirada quizs ya fatigada. El ltimo tramo del recorrido lo cumpli, es verdad, entre las sombras nocturnas. Pas una noche lo record entre un ingls, que me quit el sueo, roncndome al odo, y una viuda que comi toda la noche, sin ofrecer nada a sus compaeros. Le parecieron, sin duda, largas las horas. Hasta cuando, con los ojos a medio cerrar, y como perdido en las sensaciones vagas y amortiguadas del entresueo, alcanz a percibir, de pronto, ese ruido confuso del Mediterrneo, que se estrella contra los puentes de Marsella. Y de modo por cierto simultneo, como para confirmarle en aquella percepcin, sinti que se alzaba, vigoroso, el grito de llegada del inspector ferrocarrilero. Desde ese momento cundi nuevamente la ansiedad frentica entre los pasajeros, con ms fuerza que cuando ganaban los vagones en la estacin de Pars. El golpeteo de las ventanillas que se levantan, las voces de interrogacin y de apresuramiento, el atropello por buscar la salida, arrastrando casi las cosas, dieron trmino brusco al duermevela de todos. Merced a aquel grito dice entonces nuestro joven escritor todo el mundo se precipita afuera, cargado de su saco, su frazada y su paraguas. Viene luego la afrenta, ahora ya centenaria, de la revisin de papeles y equipajes, sometidos a la inquisicin muda y severa de los guardias. Y en seguida, como hoy el revuelo de conductores de taxis y agentes de hoteles, el rumor indescriptible de los aurigas de los coches y los guas de posadas. Tambin a ello alude brevemente nuestro viajero: Despus de un corto embrollo entre aduaneros y cocheros, me encontr en el famoso puerto, de donde no se puede ver el mar, a causa de los millares de huqus que lo pueblan. Lo de millares no es sino una expresin hiperblica para revelar la impresin que lc produjo el movimiento naviero de Marsella, que ya era, en ese ao de 1858, la principal ciudad portuaria de Francia. Sin embargo, nada atrajo particularmente su atencin en los dos das en que la recorri, mientras esperaba la salida del vapor a Italia. Haba obtenido pasaje en El Vaticano. Volva as a navegar. Esta vez en un trecho ms bien corto, y a travs de la azul mansedumbre del Mediterrneo. Y volva a confesar, con el mismo acento con que lo hizo en su interminable ruta de Amrica a Europa, sus gustosas sensaciones: La vida del mar tiene mucho de agra-
130 dable para mi. No hablemos de las noches silenciosas, de ese cielo lleno de una inmensa luna, de esas olas que suspiran a la distancia. Y lomaba igualmente a dejar escapar, en alternacin un tanto melanclica, sus sentimientos de nostalgia: Pero en el fondo del corazn queda siempre algo que martiriza; no s qu cosa que desespera; porque al fin estoy lejos de mi patria, estoy sin mi familia y mis amigos. El puerto de arribo fue Gnova. Estaba al fin, entre las claridades de una madrugada, en un lugar de Italia. Le posea la ilusin de ver tanto en esas tierras, que aun llegaba a exclamar: Cada da siento ms y ms el tiempo perdido en Pars. Conviene desde luego hacer una aclaracin: oque amaba Montalvo, y lo que ansiaba observar, no era la realidad italina de su tiempo. Gnova le decepcion, por eso, inmediatamente: no hay ms que resignarse tuvo que afirmar a la depravada miseria de este infeliz pueblo. El que no roba, no engaa, no incomoda de mil modos, no se creera un legtimo italiano. Veamos agreg- ms bien esa otra Italia, esa Italia sin gente, esa hermosa y noble 1talia.M En el recorrido que se haba propuesto estaban efectivamente sitios que atesoraban reliquias de otros siglos, y que iban, ellos s, a estimular las aptitudes descriptivas de su pluma. El primero en ese camino era la ciudad de Florencia. Que de veras habra de entusiarmarIe, y que empezara a despertar el espritu byroniano de su evocadora peregrinacin. Las pginas sobre aqulla y otras ciudades italianas, que se despliegan a modo de abanico finamente matizado, y en cuya composicin de imgenes cautiva el toque fiel y emotivariente eficaz, las haremos servir luego para ir iluminando aspectos de esta nueva experiencia de nuestro escritor. Pero antes debemos hacerle compaa en su entrada a Roma, y en sus divagaciones romanas, tan trascendentes y significativas, pues que de Florencia pas directamente a la milenaria capital de los csares, antiguo centro del mundo conocido. El trayecto lo realiz en diligencia, con un buen grupo de turistas. Corran los primeros das de febrero del ya aladido ao58. Galopando dice en alusin al coche en que viajaba, galopando por la rida canipia, mc sorprendi la noche en medio del desierto: ni un solo arbusto en la llanura, ni un pjaro salvaje que revele la existencia. El mar que poco anles brillaba al horizone, se perdi en medio de las sombras. En dnde estn los restos del Pueblo Soberano? Estos, Favio, ay dolor, que ves ahora campos de soledad, mustio collado fueron un tiempo Itlica famosa!
64 Todas las relercocias hans ido omad s de su correspondencia a los redactores de La Democraoa - - 131 La continuacin de su marcha le dio oportunidades de comprobar que estos clebres versos que l citaba, del poeta espaol Rodrigo Caro, respondan absolutamente a la realidad de una grandeza que, como todo lo humano, se redujo a escombros; de un esplendor poltico y guerrero ya extinto. La fuerza de tal comprobacin le llev precisamente a formular esta advertencia: Se necesita una voz muy triste para hablar de Roma: aquel profeta melanclico que llor por J erusaln, podra cantar y llorar sobre esta tumba; yo mc contentar con decir sencillamente lo que he hecho y lo que he visto en mi peregrinacin tan triste y solitaria. La elocuente designacin de tumba, que l aqu ha subrayado, la tom de los cantos que tan fervorosamente quiso, del Childe-Haroid de Byron. Y lo primero que alcanz a divisar en su vehemente aproximacin a la histrica ciudad fue algo que l mucho admiraba: la cpula vaticana de Miguel Angel. Se me haba dicho que la inmensa cpula escribe en esta circunstancia estaba iluminada algunas veces, y que as se presenta a los ojos del que va por la Campia, como una encendida mole que estuviese detenida a gran distancia en el espacio. La coincidencia fue sublime, pues cuando yo la buscaba con la vista, se me present brillante y hermosa, al mismo tiempo que la voz del gua anunciaba, San Pedrot Fra la luna llena que sala tras el Domo, como un faro melanclico que atrae al viajero haca las ruinas. La diligencia no detena su paso. Estaba ya en los contornos mismos de la urbe. Y mientras esto ocurra, Montalvo se iba sintiendo distinto, transmudado. Hasta dejaba de poseerle el espf1itu de los viajeros romnticos a los que haba ledo, y que le impresionaron tanto. Porque de pronto se crea un ser situado simultneamente en dos pocas: la ya abolida, pero que se resista a declinar del todo en sus extraas percepciones, y la presente, que le haca tropezar con el mundo que le rodeaba. Quizs en esta peregrinacin italiana experiment, mejor que nunca, la capacidad de revivir personajes, episodios e incidencias de centurias distantes, y de mezclarse l mismo con esa viejsima atmsfera, como si realmente estuviera conviviendo con aquellas criaturas, entre el vaho y los latidos de sus ya remotas existencias, perdidas para cualquier otro de modo inapelable. El propio escritor nos lo hace notar en forma anticipada con estas expresiones, que preceden a sus contactos con la ciudad: A veces me pareca estar entrando a la antigua Roma, como Coriolano a la cabeza de una banda de salvajes; a veces me pareca llegar a tiempo de la catstrofe de Csar... Pero el primero de aquellos contactos se nos revela, en cambio, y advirtaselo bien, como un brusco enfrentamiento con la situacin verdadera, desengaadora, insumisa a cualquier intento de transfiguracin, de la
132 Roma en que asienta sus pies el joven Montalvo; esto es de la Roma de su presente. Una prueba neta de ello es esta su confesin personal: El ansiado momento lleg al fin, y fuera Tiicjor que no llegase! Cnio se loe oprimi el corazn, cuando esperando entrar a una ciudad esplndida y hermosa, anduve perdido por ese ddalo de oscuras y lodosas callejuelas! En dnde estn las anchas vas que llevaban, por entre rboles y rboles, del Panten al (olisco, del Capitolio a la Casa de los Csares? Yo no ven esos palacios de la fachada de mrmol que ostentan sus mil y mil estatuas colosales - . . Voy perdid a por estos stanos inmundos, de donde mi vista no encuentra siquiera una salida para vagar por el espacio, y no puedo llegar a uno de esos lugares amenos y floridos que me haba figurado. Oh! noche, ocltame a la vista este deforme laberinto; nh sueo, ven a darme ouevas ilusiones1. Pas la noche en Roma, y al otro da madrugu para ir Roma Puede que parezca que hay un contrasentido en esto de afirmar pas la noche en Roma, ya! otro da madrugu para ir a Roma. Pero de veras no lo hay. Nuestro autor est haciendo alusin, a la vez, a esa Roma actual de su gran decepcin, oscura, sucia y mezquina, y a la otra Roma de sus lecturas y ensoaciones histricas: la de las grandes figuras de la milenaria poca imperial. Su manera de razonar se asemeja a la del agudo escritor espaol Francisco de Quevedo (con quien tiene ms de una afinidad): dice ste en efecto, en su soneto A Roma sepultada en sus ruinas: Buscas en Roma a Roma, oh peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas 10h Roma! En tu grandeza, en tu hermosura, huy lo que era firme, y solamente lo fugitivopermaneccy dura. El joven Juan Montalvo, siempre fascinado por la metrpoli aeja, derruida y casi sepultada, hace bien cuando aclara su posicin entre las dos Romas: Roma es demasiado Inste y sin embargo me gusta estar en Roma, y eslov aqu rrcjot que en otra parte! Pero es preciso qe me explique: Roma est para ini en las colinas. en el Foro, en los fragnscnios de la Va Sacra; Roma esl paa oh en el lanlen ve1 Coliseo, en el Tber y los viejos muros; Roma est 151ra m en las aoctias y desiertas alamedas, cii los cipreses y los bustos solitarios que se encuentran, all donde rririguiso hahila. [ero ese laberinto oscuro que ll:inian la ciudad niodei la; ese lugal irarrundo, lleno de mendigos y de frailes; (sa niansin pnaca y desgraciad:i, sa no es Rinia, no es de ella de quien he querido hablar. Los dos han trocado los gloriosos noiribres de Foro y Capitolio por otras ridculas palabras, rail debido tambin llantar (te otro modo a esta ciudad que ro desciende de li nlti.ua Roma ni tiene nada de coni it con ella, A travs de esas insistentes, reiterativas expresiones de Roma est para m con que va nombrando los celebres lug;tres de olrOs tiempos que 133 l prefiere, es fcil advertir su disposicin no nicamente para transportar- se hacia el pasado, sino para infundirle vida y sentirse parte de ste. Por ello, nada hay ms sincero que estas frases suyas, tomadas dc distintos prrafos del testimonio que estamos invocando: Cmo interesan esios hechos cuando uno sc encuentra en el lugar mismo en quc pasaron! Se conciben deseos fabulosos, y se quisicra haber pertenecido a aquellos tiempos y sin embargo vivir an siempre, para acordarse de esas cosas como de una sublime tempestad que presenciamos no st cuandoL De entre los escombros del Tabularion sale una sombra inmensa y se pasea en medio de las ruinas cuando el ave de la noche grita en las ventanas del Coliseo: Antonio sacude el manto ensangrentado, y Porcia huye desmelenada dejando su palacio. Fn cuanto a mi, yo vivo entre las ruinas, y ni la noche me mira retirarme: me gusta figurarme una sombra que anda cumpliendo algn sagrado voto por esos lugares imponentes y desiertos .. Los Arcos de Tilo y de Severo me han visto pasar cien veces bajo sus relieves carcomidos; me ha cogido la noche en la cima del Monte Mario, y la luna slo sabe cuantas horas he pasado entre las ruinas. Lo que he pensado, lo que he sentido entre ellas, lo dira si pudiera; pero apenas puedo decir que callando expreso ms.65 La noche y las ruinas se alan misteriosamente, por repetidas ocasiones, para permitirle la comunin con hechos y circunstancias de una ya inexistente realidad milenaria, que, no obstante, vuelve a animarse merced al soplo de su imaginacin, excitable y recreadora, y de sus poderosas facultades nemnicas. Trocado pues en una sombra mas de las que hacen comparecer con frenes su fantasa y su memoria, o, sise quiere, trocadas esas sombras lejanas en figuras actuales y vivientes, nuestro joven peregrino mueve por lo pronto sus pasos, segn su primer testimonio romano, en el mbito del Foro y el Coliseo, y siente que se cruza con aquellas presencias. Por eso busca ah mismo, en ese escenario de escombros sagrados, un sitio marcado de huellas para l ciertas e indesconocibles: el de la roca Tarpeya, desde donde se arrojaba a criminales y traidores, en prctica de escarmiento establecida por los csares. Ahora bien, en todos estos obsesivos trajines se observa que Montalvo ha tenido un gua e inspirador, sin que eso perturbe la sinceridad y autenticidad de sus reacciones individuales: ese gua ha sido su tan admirado Byron. A quien l mismo cita en su escrito. Valgan como evidencias de la similitud de predilecciones y de espritu de los dos autores, gracias a la directa influencia byroniana, estas breves expresiones del canto cuarto de la Peregrinacin de Childe-Haroid, que Montalvo ley apasionadamente antes de haber tenido la oportunidad de dar sus impresiones romanas con aliento muy parecido:
65 Roma. ctinespondcncii para La Democracia. imprenta Naoonaltouiio). N iS7. Fcbrcro 2Odc iSSS. 134 Mi alma se extrava; la llamo para que medite entrelos escombros, como ruina viviente cual soy entre las ruinas; busco las reliquias de los imperios destruidos y los vestigios de la pasada grandeza, en una tierra que tan poderosa fue en us das de gloria. ;Oh Roma!, patria de mi eleccin, ciudad querida de mi alma. Dnde se halla la soberbia ciudad?. . . - esos arcos derruidos, esas columnas rotas, esas bvedas desploinadas yesos stanos convertidos en hmedos y oscuros subterrneos en que los buhos encuentran una eterna noche. i.Dnde se halla la roca Tarpeya, ltimo trmino de la perfidia, otro promontorio desde el que, precipitados, curaban de su ambicin todos los traidores? Ved el foro en el que tantas arengas inmortales resonaron ... su aire nos parece impregnado an de la abrasadora elocuencia de CicernP Montalvo sigue igualmente a Byron en la evocacin de una vieja y conmovedora copla de Roma, pero poetizando niejor la atmsfera en que finge haberla escuchado. Esto lo hace en El cosmopolita, en donde aparece bastante embellecida, a su vez, su primera descripcin de las ruinas imperiales. Estas son las frases de Byron, su inspirador: Una vez, dando la vuelta a los muros de Roma, al or y escuchar los sencillos lamentos de los labradores que exclamaban: Roma, Roma, Roma, non pi come era prima!, no pudimos evitar el contraste entre aquel melanclico canto y las orWas y groseras canciones de las tabernas londinenses. Y estas son las frases de Montalvo: -- - la Roma de los grandes hombres y de las grandes cosas, la Roma de ahora veinte siglos. La otra, la Roma de los vicios, la Roma del hambre y la miseria, la Roma de la nada, la Roma de nuestros das. Y cuando sal haciendo este triste paralelo en mi cabeza, se confirm mi juicio con la cantinela que bajo las murallas derruidas de la ciudad alzaban los arrieros al tardo paso de sus mulos. La oyeron otros viajantes, la o yo, la ha de or todo el que tenga otdos para las voces de sentido grande y melanclico: Roma!RomalRomalRoma non pi come era prima.6 Acabo de aludir a dos versiones montalvinas sobre el escenario minoso de aquella ciudad de los csares: la de su correspondencia enviada a La Democracia, en 1858, y la publicada posteriormente en El cosmopolita. En esta segunda se descubre, como es natural, un conocimiento ms seguro de los elementos expresivos, y desde luego un mayor dominio estilstico. Y ello conviene precisarlo para que se aprecie la honradez de sus esfuerzos literarios, que van paulatinamente superando las vacilaciones propias del aprendizaje, y vigilando a travs del estudio y la prctica esto es con una creciente capacidad la formulacin de Tas ideas y la correccin y gracia de las frases. En el trabajo original, redactado cuando el escritor estaba en los veintisis aos de edad, hay ciertamente los destellos de un talento nada comn, pero stos se ofrecen en medio de un mar de errores
66 Lord Byron, Pe,-egrinacin dechilde-Ha,o(d, Madrid. imp. L. Rubio, 1930. 67 El covnopojila, Tomo i - ibid. 135 ortogrficos y de algunas fallas de carcter formal. No me aventurara a decir esto si no lo hubiera advertido en el propio manuscrito de Montalvo. Efectivamente, en una extensin de siete pginas escritas por l mismo, se encuentran como treinta y cuatro yerros distintos de ortografa, algo ms que notorios. Para los propsitos de animacin de nuestro personaje en sus divagaciones romanas, que son parte de esta biografa, habr necesariamente que tomar en cuenta las dos versiones aqu citadas, pero complementndolas de tal modo que permitan una visin ms o menos fiel y cabal de sus pasos: una imagen abarcadora y veraz de la aventura personal e intelectual de Montalvo en la ciudad de las siete colinas. Pues bien, ya qued sabido que arrib al anochecer a la red de callejas pobres del centro de entonces. Eran ellas de tierra, increblemente estrechas, sin aceras. En estos das en que yo las he recorrido, o sea ciento treinta aos despus, no ha mudado mucho su aspecto. Se las ha pavimentado, s, pero algunas han sufrido destrozos. A un lado y a otro se yerguen edificios altos, de fachadas modestas y rojizas, que probablemente pertenecieron a la poca de Montalvo. En las temporadas de lluvia suena en forma mortificante el chorro de agua que se precipita desde ms de una cornisa. En cambio, en tiempos soleados, la luz se pasma a travs de esa elevada y angosta arquitectura de acantilados. Adems, en consonancia con tal ambiente laberntico e incmodo, el trnsito adquiere iguales caracteres embarazosos. Y as, si antes hallaban dificultad los carruajes para circular por all, ahora nuestros automviles alcanzan apenas a pasar en difcil hilera, uno por uno, rozando casi a los desprotegidos peatones. Finalmente, la iluminacin nocturna en este nudo de vas insignificantes, en este ddalo de oscuras y lodozas callejuelas, no ha perdido del todo su deprimente condicin de otrora; es decir, su ruin y melanclica deficiencia. De manera que uno cree estar sintiendo en esa semipenumbra los amagos de alguna emboscada: de un golpe mortal o una cuchillada aleve. Esta impresin no es quizs muy imaginaria, ni para el siglo de Montalvo ni para el de nosotros, en medio del insuperable desprecio a la vida ajena y del siniestro hormigueo de vagos y malhechores, verificables all corno en casi todos los pueblos de la tierra. Pobre ono, pintoresco o desagradable, lo cierto es que hay ahora en cste intrincado sector de Roma hoteles, posadas, tabernas, pasteleras y merenderos. Los hubo tambin, sin duda, en la centuria anterior. En alguna esquina se han asentado los vendedores ambulantes de frutas y de verdu68
Curras de Montalvo asuso brino, Quito Edicin facsimi!ar del Banco Centro del Ecuador. 198L 136 ras. En otra, los de llores y de peridicos y revistas. Pero hay desde luego lugares que han variado apreciablemente cr1 nuestro tiempo. Por ejemplo. la arteria que ha sido destinada a la actividad febril de almacenes y cafeteras: la Va Condotti. Se extiende ella entre la Plaza de Espaa (hoy hermoso centro turstico) y la moderna Va del Corso, que une a su vez la Plaza de Venecia con la del Ppolo. Nuestro escritor, en sus das romanos, abandonaba su albergue de esta parte de la ciudad para dirigirse frecuentemente al camino de piedra que haba a lo largo del sitio ocupado en el presente por aquella Va del Corso, a fin de enderezar sus pasos hacia la colina Capitolina, que precisamente se levanta a espaldas de la actual Plaza de Venecia. As, pues, antes de cerrar su habitacin, se abotonaba cuidadosamente el gabn de pao oscuro, se arreglaba el sombrero de copa, dndole una leve inclinacin sobre la frente; se calzaba los guantes de gamuza, y empuaba el mango reluciente del paraguas, decidido a desafiar el fro y la lluvia de la estacin invernal,en su consabido itinerario. ha luego pasando entre gentes opacas, calladas, indiferentes, por lo comn remisas al saludo y al ademn de cortesa. Observaba el aire de todos esos transentes, y crea advertir en aqul un nosequ de taciturnidad concentrada, como gravamen sentimental de la decadencia de la vieja nacin. Ms de media hora le tomaba su pausado trayecto. Ascenda entonces al monte Capitolino (uno de los siete collados de Roma), por la suave escalinata que construy Miguel Angel en los aos del apogeo renacentista. Cada paso suyo era de aproximacin consciente, mstica, estremecedora, a un recinto no slo material, sino poblado del espritu de edades pretritas, en donde para l segua resonando, como dentro del caracol marino, el rumor sollozante de las vidas que se fueron ya hace centurias, pero con algunas de cuyas siluetas personales crea que de veras se cruzaba, gracias al poder alucinador de su memoria. Llegado a la antigua plaza de lneas elpticas, se embeba, una y otra vez, en la contemplacin de los tres enormes edificios que a circuyen: sobre todo, en la del Campidoglio, centro de sus recuerdos posteriores y pretexto ingrato para unos versos burlescos que le dirigi el saudo dictador Gabriel Garca Moreno, segn lo explicar a su tiempo. Todo ese conjunto arquitectnico, incluidas la plaza, las gradas de acceso, la fuente del fondo y sus rampas laterals, surgi en el siglo diecisis de la pasin de grandeza y armona que caracteriz al genio de Miguel Angel, tan decantado por el propio Montalvo. Y vino a perpetuar en forma condigna, con sus construcciones monumentales, los gloriosos vestigios de la Roma de antes. Porque en esta plaza se hallaba el asylum, o sitio de albergiic popular de la poca de Rmulo, su primer soberano. E igualmente, en el lugar del palacio senatorial, o del Campidoglio, se alzaba el Tabulariurn.
137 mandado edificar en ios histricos aos republicanos con frecuencia evocados por nuestro escritor, para que en l se guardasen simblicamente las leyes que intentaban normar los derechos y obligaciones de los ciudadanos. Aquel espacioso escenario estaba pues imantado de memorias insignes para nuestro viajero. La plaza le ofreca, adems, la imagen de lo actual, en las presencias que se movan a su lado yen el conjunto urbano que se extenda al pie de la colina. Tras la reposada observacin de todo ello, se aventuraba por uno de dos caminos: el de la Roca Tarpeya o el del Foro. Sigmosle hoy por el de aqulla, en su visita primera, que es de la que nos ha dejado testimonio: Tomandodice unavereda angosta del monte Capitolio a la derecha, encontr una puertecita sobre la cual se descifraba apenas una inscripcin antigua. Llam; silencio; volv a llamar, todo silencio: el aullido de un perro que percib en el tondo me decidi a insistir. Gimi el cerrojo, se abri la puerta, y tina mujer alta, plida y flaca se mc present dicindome con el tono ms adusto: Ou quiere? Mc figur que iba a empearme con una sombra en algn asunto tenebroso, y respondi vacilante: Vengo a ver la roca Tarpeya Favorca, Signore, me dijo, hacindome una inclinacin que me hizo temblar. Deba resignarme: entr, corri et cerrojo y lo ech a llave: si era un espectro, si era un espritu, ya me tenia en su poder 60 Pero es mejor que cortemos aqu la confidencia que se encierra en la primera de las dos versiones descriptivas del lugar, a que hemos aludido en las pginas anteriores, y que completemos su contenido con lo que nos confiesa, de modo ms encantador, en sus remembranzas de Elcostnopoli ta. As habremos de presenciar la continuacin de esta singular andanza montalvina. Yendo a conocer la roca Tarpeya nos afirma en esta segunda versin entr por una puertecilla vieja y agujereada. Una mujer alta, plida, de mirar profundo y vestir negro fue quien me la abri y me condujo hasta el borde de aquella famosa roca de donde Manlio fue precipitado por haber pretendido la corona de Tarquino. Esta es Roma? deca dentro de m mismo; ese montn de minas que all parece, entre las cuales est ladrando lgubremente un perro, fue la ciudad que dio Escipiones y Pompeyos? Y esa triste montauela que da mezquino pasto a cuatro esqueletados btalos, llambase Aventino, y vio en sus faldas al pueblo romano y sus tribunos imponiendo la ley a tos Ouintios y los Claudios? Esos ladrillos casi negros hacinados aqu y all formaron tal vez la morada del gran J piter: de aquel barranco en donde veo durmiendo un pordiosero mostr Antonio por ventura el cadverde Csar cudiendo su ensangrentada clmidc: por esa vereda espinosa, quizs la va Apia en otro tiempo, huyeron Casio y Bruto teidos con la sangre del tirano a buscur a Roma en donde no hallasen servidumbre.
60 La Democracia. tbid 138 El mundo antiguo y grande rodaba en mi cabeza, y ni senta yo la lluvia que caia sobre mi, ni la neblina que me circundaba como para concurrir a la funeslidad de aquella escena. La mujer q sic me dio cnt rada se babia retirado a la r sur r t. irte e - y nc hall solo en medin dc tantas y tan grandes sombras que bar ursa r rt sic [,irr It-sic sr ojos. Vi a Lucrecia; vi pasar el cuerpo de Cicern sin cabera. sta r rrLmuio -L [ro de su enemigo que rcia a carcajadas (recurdtrse que Byron t .s nhi u sss e] ve sr nc ria a la roca Torpeya, desde donde se arrojaba a las profun ti idadcs a los E t jislr res, y que el aire dci Foro le parece impregnado an de la abrasadora elocuencia de Cicern); vi a Caluma ontina Montalvo corriendo como furia unu tus tizn en la mano, poniendo fuego a los templos de los dioses: vi - - Qu voz pssd ni decir cunto se puede ver en Roma? Al volver de mi sublime desvarin vi ya positivamente: vi a iri mujer romana que en su corredorcillo se estaba acrnitemplarme, curios: de ver despacio un extranjero tan solitario y aciturno: vilas gotas de agua que caan montonas sobre las piedras resbalando de la humilde choza: vi un jergn cn don dc est iba acurrucado un gato negro de ojos centellantes. vi un gallo inmvil sobre la pata izquierda durmiendo mientras llovia. Y a tuempo que csto vea el grito de las ranas, subiendo del Foro, llegaba a mis odos en tino con el halar distante de alguna harnhreadru oseja. Y volvi a decir dentro de mi mismo: Esta es Roma?. - .7 Los aciertos descriptivos de esta rememoracin de Montalvo son inohjetables. El autor haestablecido una oportuna antinomia entre su vuelo fantaseador de inspiracin histrica y sus observaciones simples y concretas, o positivas como l dice, de lo real. As el lector puede participar de la experiencia, tan caractersticamente montalvina, de una doble visin: la espiritual del pasado, emotiva y dinmica, y la directa y sensorial de las cosas del presente, en que los detalles se han escogido con talento preciso y eficaz, como para crear el ambiente de lo ms comn y rutinario, La choza humilde, el gato acurrucado en el jergn, el gallo dormido bajo las gotas de lluvia constituyen los trazos verdicos de aquella imagen ordinaria y actual, en contrapunto con el halo de gloria o con los signos patticos en que vienen envueltos los conjuros histricos de nuestro escritor. Pero esos trazos, tan justos, fueron el mvil de las crticas peyorativas y de las ironas con que le afligieon los intelectuales conservadores del Ecuador, de su misma generacin. El, desde luego, supo defenderse con inteligencia e ingenio en pginas memorables, a las que mc referir en su debido momento, dentro de un natural orden biogrfico. El segundo de los recorridos habituales de nuestro joven peregrino era el del Foro Romano, que lo haca descendiendo por la rota de la otra ala del Tahulariurn: es decir por la Va del Arco de Septimio Severo: este gran arco, todava casi completo, no obstante datar del siglo tcrce ro de nuestra era, se le ofrece a poco andar, en fre ate de esa suerte de pozo tenebroso que se construy para crcel en la ciudad milenaria, y en la cual los
ID I-Jroumopolura. i.ihro i. Prospccuuu. ttud. 139 apostoles Pedro y Pablo sufrieron pella de prisin y cadenas. Montalvo admira calladamente lasi rosas columnas acanaladas y las tres bvedas (Id Arco de Severo, y girando por los espacios del contorno da con la base retloiida del U,nhiiicus Urbis, o sea (IdI centro mismo de aquel la Rorn a de la antiguedad. Si ello toca en lo vivo de su sensibilidad, ms an hiere a sta, y la estremece, el ver la plataforma nico vestigio a esta horade las tribunas desde las que inflaniaron a los ciudadanos el insuperado Cicern y los hermanos Graco. Va pasando entre enormes piedras tumbadas sobre la hierba, o por en medio de columnas aisladas, esbeltas, bellsimas, dos se han quedado a sostener en su parte superior unos trozos macizos de ni rol 01 labrado - D ivaga por a hf (tu ran te la tarde entera - Cam i ini a ratos por el viejsimo pavimento de la Va Sacra, que antao atravesaba el Foro y llegaba hasta la altura del Campidoglio o Tabularium. Ms all de todos esos venerables escombros divisa el altsimo muro circular del Coliseo. como una in mensa roca despedazada por cien rayos - Pero hay un momento en que el extenso paseo le obliga a reposar en e1 Atrio de Minerva. Y entonces puntualiza esta observacin: un hombre envuelto en su enorme capa estaba arrimado i una columna: su cabeza caa sobre el pecho, y en dos horas que pas bajo de mi arco, no levant los ojos de la tierra - Era un ser agobiado por tina desgracia inmensa? era el genio rle las ruinas? no s: mas yo no puedo olvidar esa figura solitaria .. . Por fin, orn a a su a Ihergue modesto eLla ido ya h a cado la noche, con 1 a ni emori a llena de recuerdos, la imaginacin llena de fantsticas ideas - Como hay que suponerlo, no cran nicamente esas sus caminatas y sus Impresiones. El mismo lo aclani bien. Desde la elevada cpula de San Pedro 1 asta las oscuras Cataeum has, desde la cima del monte Ni ario Ii asta la roca [arpeva, desde el esplndido Vaticano hasta la salvaje gruta de Caco, todo lo he recorrido, todo lo heyisitado. Y, ciertamente, ahora resulta fcil volvera buscar lasemoeionesde laaventuradc nuestroeaminan te, porque las condiciones materiales de sus lugares preferidos, en el transcurso de ms de cien aos, casi no han variado. Las ruinas se estn ah todava, corno expresin desoladora de la furia de vendaval con que pisan los siglos. Se puede pues andar, experimentando el mismoscntiniiento nIelan eolico que l, por entre esos desiertos rincones de mrmoles abatidos, en los que crecen las hojas de la hierba empecinada. Se pueden ver, igt,almente. os gatos negros que l vio, que casi no cesan de pasar con la pupila iluminada y su habitual elasticidad silenciosa: esos parajes les son familiares- [ero la mu ltip hcacin de estos robustos felinos, amparada por las mis mas leyes de la ciudad, obedece a la necesidad de combatir a los ejrcitos grises de millares de ratas, que siempre tratan de erguir su asqtlerosa han
140 dera de victoria Kobrc la devaNtacin y el abandono, y que hasta ambicionaran reducir a polvo los recios muros sobre los que se levanta, en el centro mismo de Roma, la antiqusima tumba del rutilante emperador Augusto. Por fin, se puede escuchar entre la soledad de los escombros no nicamente el grito de las lechuzas que impresior. a Montalvo tanto como Byron, sino adems, si se afina un poco la atencin, el silbo enternecedor de dos o tres gorriones, cuya viviente fragilidad, posada sobre la intil arrogancia de tanta piedra derrumbada, se muestra como la ms aleccionadora filosofa de lo perecedero, en el mundo d nuestras grandezas humanas. Tambin estn ah para estas evocaciones biogrficas, en otros pun tos de la ciudad eterna, y de algn modo incambiables pese a las fatales modificaciones que entran en las tareas reconstructoras, y al nacimiento de nuevas avenidas y de monumentales trabajos urbansticos modernos, algunos sitios memorables por los que pas nuestro escritor para enriquecer de motivos y amenidad su ejercicio literario. As, el puente para cruzar ese viejo Tber, precisamente por donde lo pas Cleha ahora dos mil aos, que es sin duda el puente construido por el emperador Adriano, en cuyo extremo se levanta la encantadora mole circular del Castello di SantAngelo. El ro sigue arrastrando su rumorosa congoja en la turbiedad errante de sus ondas. La vida, a sus orillas, sigue corriendo igualmente, entre ecos de ansiedades y lamentaciones, y sometida como aqul a la prisa de su precipitacin en un mar infinito e insondable. Tambin, hacia otro lado, se conservan del mismo modo las Murallas Aurelianas y la Va Apia, nombradas por Montalvo, y parte de su itinerario a las Catacumbas o a las Termas de Caracalla. De una de las catorce puertas de esos muros colosales, que se estn all erguidos desde el tercer siglo de nuestra era, arranca precisamente la Va Apia, o ruta a Brindis, de centenares de quilmetros, de la Roma antigua. Es un hermoso camino de adoqun que corre muy regularmente entre pinos y cipreses, monumentos religiosos y funerarios. A su vera se alza la Capilla de Domine Quo Vadis (Seor, a dnde vas?), palabras con que se asegura que San Pedro, all y en el ao 64, se dirigi a J ess tras la visin de su divina imagen,cuyo designio fue alumbrarle en la fe y el ministerio cristianos. Tambin a un costado se yergue, con la forma circular y dentada de la torre de los castillos, la tumba de Cecilia Metella, ignorada y misteriosa mujer de hace ms de dos mil aos. Al pie de ese imponente sepulcro solitario, que se ve siempre cubierto de hiedra, se detuvo quizs Montalvo, ntimamente saturado del espritu byroniano y de los arrebatos imaginativos sobre el pasado que haba conseguido asimilar de los cantos del Childe-Haroid, para ponerse a repetir mentalmente las conmovedoras interrogaciones de su amado poeta britnico, a que cx-
141 presamente ha aludido en sus ensayos de Geometra moral: Cmo sera la moradora de esa tumba colosal? Habra sido casta y hermosa, digna del lecho de un rey? Amara slo a su esposo, o habra sido de aqullas que ardieron con la llama del adulterio? ,iendrfa la sabidura de Cornelia? Resistira, fiel a su virtud, las constantes seducciones, ose parecera a la amable reina de Egipto que prefera las frivolidades y los placeres? Se extingui en la potente belleza de su juventud, ose deshizo en las debilidades y marchiteces de una extremada vejez? E igual que Byron, se habr retirado del lugar sin otra respuesta a sus conjeturas que la que se lee en el famoso poema de las peregrinaciones: Lo nico que sabemos es que la esposa del ms rico entre os romanos, Metella, dej de existir. -le ah el monumento del amor o del orgullo de su esposo.7 Pero ms ac de esta tumba, y tambin hacia la orilla de la misma Va Apia, nuestro joven viajero habr tenido que detenerse adems, bajo la exigencia rememorativa de sus numerosas lecturas, frente al Circo de Majencio. de la cuarta centuria. En la dilatada gradera de ste, veinte mil espectadores familiarizados con los sacrificios ms bestiales solan enardecerse voluptuosamente al contemplar la muerte desesperada de ancianos, mujeres y nios cristianos, que manchaban con su sangre inocente las fauces de las fieras hambrientas. Aquel escenario de horror es hoy un campo fro, mudo y desolado. Igual que lo son, tras haber resonado hace siglos con el clamoreo de aquellas multitudes vidas de lo trgico, el Coliseo, de cincuenta mil asientos, y el Circo Mximo obra sobre todo de Csar, con cabida para no menos que doscientas mil personas. Montalvo no se senta satisfecho, desde luego, con slo esa visita a los lugares en que fueron abatidos por el celo autoritario de los csares tantos seguidores apasionados de las enseanzas de J ess, sino que busc admirar, precisamente ah en el centro universal de la cristiandad, las evidencias de los prodigios de la fe. Lleg por eso, a travs de la misma Va Apia, a las Catacumbas de San Calixto. Penetr en ellas para conocer en ese mundo subterrneo. de tneles profundos y helados, los adoratorios, las tumbas y las moradas de los creyentes: esto es, la Roma secreta que se extendi entre las somhra , dJ ajo de la ciudad pagana, para escapar durante siglos a su persecucin y exterminio. Y fue igualmente, segn ha dejado constancia en sus libros, por otras partes de la urbe en donde se han levantado obras arquitectnicas invaluables para el culto religioso. De :dre ellas le cautiv especialmente el Vaticano. Sobre la cpula de la Baslica de San Pedro, cons 7 ByTon,
Pcregri,wcinnesde ChddeHa,oid, Cantocuarto, Ibid. 142 truida por Miguel Angel cuando se hallaba ya en los setentids aos de su vida activa y tempestuosa, escribi en El cosmopolita: ahi est la cpula de San Pedro volando en el espacio, como un globo portentoso que e encumbra al cielo cargado de las maravillas de la tierra: qu atrevimielo. majestad sublime! qu grandiosa poesia! La cpula de San Pedro es una epopeya en piedra; son los versos de la lliada cuajados cii una esfera sonora, musical, digna de la bveda celeste Ah en el Vaticano supo demorar, por cierto, yendo paso tras paso, en (odas las salas en las que se guardan creaciones artsticas del renacimiento, de las que hizo una apologa sincera, exaltando particularmente a Miguel Angel y a Rafael. Sobre el primero escribi entre otras cosas lo que sigue, como consecuencia viva e inmediata de esa visita: Miguel Angel es uno de los genios ms portentosos y cabales que ha nacido de mujer: no hablemos de los hroes; sta es otra familia; y aun as, Miguel Angel fue tambin guerrero, y atrevidisimo emprendedor de grandes cosas; mas l prepondera por su talento y su habilidad insigne para las bellas artes; escultor y pintor. cn grodo primo: su profesin principal era encallar en mrmol: ofrecise la ocasin de pintar, y pint el J uicio Final ,,. He visto su Moiss en San edro in Vncoti: es Moiss, autor del Pentateuco; Moiss, que pide a Faran la libertad de Israel; Moiss, que hace brotar el agua del Oreb: Moiss, que gua al pueblo de Dios a travs del Mar Rujo. Moiss, que baja del Monte Sina con las tablas de la ley, fulgurante de gloria, despidiendo centellas y rfagas de luz divina de su rostro: el mismo Moiss, con su mt,ada de inspirado, con su barba de patriarca, con su ropaje de padre del pueblo, con su ademn de prof eta -. 72 En lo que toca a Rafael, su fruicin admirativa se manifest en tiininos que persuaden por el tono de confesin ntima y honrada, de impotencia para comprender y juzar una de las obras mayores del gran pintor; pero tambin por lo certero de su aproximacin a la parte humana de esa personalidad, consumida en la llama de los deleites sexuales de la juventud. En las pginas desprendidas de esta visita ha dicho, en efecto: De mi s decir que admir al principio las pinturas de Rafael en el Vaticano, porque tena entendido que deba admirarlas. Pero sintiendo dentro de mi un cierto rubor de no ser capaz de ese deleite que o grande y bello proporcionan al alma, aminorhamc a mis propios ojos y me vea humilde y pequeuelo. No comprender el Paraso Perdido, no estimar el templo de San Pedro, no tener odos formados para el Don J uan de Mozart o para el Miserere de Rossini, no es posible: he de entender, he de sentir la Transfiguracin de Rafael. Y fui, y volv, y torn al Vaticano; y consult a los espritus, y mir, y tuve fuerte querer: y sien hecho de verdad no di con el hito de la perfeccin, sal de Roma convencido de queme haba deleitado en la Transfiguracin, en 72 iicii.sAncs. El cosn.opoia, Toirio ii,Libro iv, ibid.
143 la Comunin de San J ernimo del Dominiquino, y en el Descendimiento de Daniel de Vollerra, las tres obras maestras de la pintura moderna, Bien pudo no ser as, mas para mi consuelo o para mi vanidad, eso me basta. Y en seguida ha vuelto la memoria al frenes de los amores de aquel joven genial, formado para gozar e inmortalizarse al mismo tiempo: Rafael ha asegurado tena dos dioses impresos en su alma; el dios de la pintura, y la mujer: amaba ms que pintaba, gozaba ms que trabajaba; y en tanta manera se dej arrebatar tras el deleite, que muri agotado a los 37 aos de edad. Pero, como diligente averiguador de todo aquello cuya grandeza le fascinaba, nuestro viajero conoca de antemano que el. despojo mortal de Rafael descansaba, junto al de otros esclarecidos varones, entre los clebres muros del Panten de Roma; y fue pues, tambin, naturalmente, hasta ese sitio para experimentar la callada emocin de sus habituales evocaciones. Vio en un primer momento, desde la plaza del lugar, que es la de la Rotonda, los trazos severos de tipo helnico de la vieja construccin, levantada por voluntad del cnsul Agrippa, yerno del emperador Augusto, tres dcadas antes del advenimiento de Cristo. Ese nombre Panten-, de procedencia griega, se us para designar el puesto destinado al culto de todos los dioses de la antigua Roma, pero particularmente de Venus y Marte. Es por eso uno de los templos memorables de la ciudad. Pero slo a comienzos del siglo sptimo de nuestra era se lo convirti en iglesia catlica, alzando un altar al fondo, cuya pequea cpula en media naranja est ntegramente revestida de oro. Antes de pasar a su interior, Montalvo se ha detenido a mirar las catorce columnas de granito, de doce metros de alto, que se yerguen en torno del espacioso vestbulo. Bien saba l que aqullas, con sus muchas toneladas de peso, tras haber viajado de Egipto a Roma por la va del mar, haban sido transportadas desde el ro Tber hasta esa plaza ms o menos dos kilmetros, a espaldas de centenares de esclavos. Ya adentro, todo lo observa y examina, con su acostumbrada inmersin estremecedora en el fondo de otras pocas, que le da la impresin de estar rescatando para s algo de un aliento remoto, inextinto segn la rara ndole de sus convencimientos. Por ah halla, vehemente, el sarcfago de mrmol de Rafael, junto a los de unos tres reyes de Italia, y piensa en lo justo de esa consagracin pstuma, que corrobor los xitos saborea4os excepcionalmente por el artista en los aos de su breve existencia. Finalmente, antes de abandonar el gran recinto circular, de proporciones que se corresponden con exactitud, tanto en su vuelo perimtrico como en su altura, y en donde los muros totalmente cerrados contribuyen al prodigio de una acstica lmpida y sonora, alza sus ojos hacia el nico espacio abierto, una amplia claraboya central que care
144 ce de cristales, y advierte que el agua de la lluvia, que en ese momento le ha sorprendido, cae perpendicularmente al piso del templo, pero en el sitio preciso de un pequeo desage, cuyo conducto lleva el breve caudal de las precipitaciones hacia el Tber. Por extraa coincidencia, mientras yo revivo con mis propias sensaciones la visita montalvina a aquel lugar, en una tarde oscura de invierno, descubro tambin que ha comenzado a llover, y que el agua de ahora sigue pasando hacia el ro de la ciudad como antes, como siempre desde hace dos mil aos, por ese imperceptible canal subterrneo que J ams ha necesitado cambios ni reparaciones. Pero esta andanza de mi biografiado no termina aqu en el viejo templo de Agrippa, pues que, a poco caminar, con su paraguas desplegado, encuentra una pequea iglesia, muy antaona tambin, de la que le han dado referencias: es la iglesia en la que funcion el Tribunal de la Inquisicin, en cuyo seno fue procesado Galileo en 1633, y declarado culpable por haber desafiado los sagrados principios de la Escritura con sus afirmaciones de que el sol est fijo y de que la tierra se mueve y no es el centro del mundo. La atmsfera liberal que haba logrado penetrar en el hogar de Montalvo, desde cuando l era apenas un nio; las circunstancias de la vida pblica ecuatoriana, que estimularon la belicosidad de su familia contra toda intransigencia, y de modo particular contra el conservadorismo, cuya accin trataba de sostenerse precisamente en la spera fanatizacin de las masas catlicas; sus lecturas, que progresivamente le llevaban a cultivar la autonoma de la razn y a mantener una fe ntima y pura, exenta de las escorias de la supersticin; el efecto civilizador, que crea estar recibiendo de sus paseos y averiguaciones en el mundo de Europa: todo ello, en fin, le predispona para evocar con intensidad, en ese antiguo escenario inquisitorial, el drama de Galileo y la desaforada campaa de sangre de los verdugos del Santo Oficio. Ms tarde habra de revelar, con alguna insistencia, en varios de sus libros, y especialmente en Mercurial eclesistica, su posicin de librepensador que no renunciaba a la integridad de su fe, pero que execraba los crmenes de las guerras de la religin. Hasta este momento se habr podido apreciar, a travs del intento de confundir nuestros pasos con los que dio Montalvo por los distintos puntos de Roma, hace casi ciento cincuenta aos, cmo result fascinante, y de consecuencias positivas para la generacin de sus ideas, para su visin de la cultura antigua, para el despliegue temtico de sus labores literarias, esa experiencia suya de varias semanas en la historiada ciudad. El viaje italiano, por cierto, no se redujo a ello. Pues que comprendi otros lugares del pas, en los que se fue quedando slo pocos das, y de cuyo contacto surgieron, no obstante, imgenes y confidencias de valor. En ese haz de visitas
145 adquiri un aire de encanto la que hizo a Florencia. En esta ciudad, como lo dije en pginas de este mismo captulo, estuvo antes que en Roma. Y sobre ella escribi, desde ah mismo, una carta literaria dirigida a los redactores del peridico quiteo La democracia. Lleva la fecha del 25 de enero de 1858. Ante todo, le ha seducido el Amo, que desciende del Apefino, y camina solitario por entre lugares montaosos y salvajes. Mientras lo ha mirado correr, a ritmo uniforme, hacia el mar Tirreno, se ha hecho esta reflexin sobre ese ro: nadie podra decir cun grandes cosas ha visto este antiguo y callado viajero. Su imagen lo atrae desde los varios puntos en que nuestro joven se va situando, a lo largo de sus acostumbradas peregrinaciones. Obsrvese esta prueba: una ancha calle de cipreses me conduce hasta esa verde altura, coronada por una vieja torre. Estoy viendo a mis pies la potica florencia: el ro la cie, como si fuera un largo y difano faldn que cie a una hermosa joven la cintura: el valle se extiende indefinidamente, cubierto de casitas blancas, encerradas entre sus inmensos rboles. Y conzcase tambin esta constancia: Hoy he madrugado: el Amo tiene el cuidado de despertarme, derrumbndose de la cascada a que mira mi ventana. Y, desde luego, esta confesin bastante sincera: Solo, con mi pensamiento y entusiasmo me paseo por las mrgenes del Amo: ello le ocurre especialmente a la cada de la tarde, cuando la ciudad parece abandonada. Pero la figura misma del ro, que le embelesa y le mcita a contemplarlo de lejos o a caminar por sus orillas, no va a comparecer en sus escritos slo como una imagen pintoresca y deleitable, sino que., como casi siempre en su caso, ha de ser el elemento apropiado para remover memorias y para suspirar por ellas con sensibilidad de romntico. En efecto, uniendo a la gloria y a las veleidades y contradicciones polticas de Florencia el nombre del autor de los sonetos a Laura, igual que lo hizo Byron, aunque con un grado mucho mayor de estremecimiento, el joven Montalvo pasa y repasa por las riberas del Amo con el alma impregnada de los recuerdos del poeta Francisco Petrarca. Y ms con los de la amada ideal e inalcanzable de ste: la enigmtica Laura. Por eso aquellas aguas lo han visto ms plido tal vez, y dejando escapar algn suspiro ahogado. Corred le dice al Amo, corred hermoso ro, mis ojos no se cansan de mirarte. Contigo voy bajando, y juntos seguiremos no s a dnde. Enlazado pues a su curso, y confundiendo el eco de su voz con el eco melanclico de las ondas, ha terminado por exclamar: Laura! Laura! me dijeron que tu sombra vagaba suspirando por estos tus queridos sitios. Un extranjero ha venido a sorprender tantos secretos, pero su corazn es tal, que puedes perdonarle ...
146 Sincera fue esa su disposicin sentimental, a pesar de que quizs parezca falsa y exagerada. Mucho tiempo ms tarde, en un libro que slo se public despus de su muerte, nuestro escritor mostr la persistencia de sus impresiones de Petrarca y de Laura: Petrarca afirm-- gan una soledad abrupta, y all, llorando su desventura y cantando sus amores, solo, absolutamente solo, vivi diez aos, sin hacer otra cosa que amar, llorar y pulsar la ira, echando suaves rimas llenas de amorosa pesadumbre. Sus sonetos invita di laura, sus canciones in ,morte di Laura, descubren el manantial inagotable de sensibilidad de ese pecho . -. Y prosigue, con esta imagen reveladora de aquella pasin petrarquista jams satisfecha: 1-le visto una estampa que representa a Laura, seora de Sales, bandose en un jardn: una cara plida se est entretanto asomando por una ventana; sus ojos vidos estn devorando esos divinos miembros Pobre Petrarca! . . - Ese instante de tortura fue el nico triunfo de su vida. Triunfo no; no fue sino un robo: Laura no tena noticia de esa profanacin apasionada. La corona con que cieron sus sienes en Roma, canonizndole para la gloria en festividad sublime, hubiera sido menos para l que un rizo de la rubia cabellera de Laura...73 Y, asimismo, el Amo le estimul para hacer otra evocacin igualmente romntica: la de los amores silenciosos, mantenidos durante varios lustros en el plano de una espera paciente, de una ilusin firme, aunque en el fondo entristecedora, por el conde Vittorio Alfieri. El centro de las vehemencias amorosas de ste fue tambin una mujer casada: Aloysia, condesa de Albany. Y tuvo que aguardar veinte aos para hacerla suya, tras su viudez. Deber suponerse que la sombra de Alfieri, poeta, autor dramtico y combatiente de la libertad a quien admiraba Montalvo con genuino fervor de romntico, se le prendi en la imaginacin a travs de una de sus divagaciones por el ro. Hay por lo menos indicios de ello en la obra que antes he mencionado Geometra moral, en la que, entre otras cosas, afirma: En la ciudad de Florencia, capital de la Toscana, se vea hasta no ha mucho salir todas las tardes de un palacio un caballero sobre un morcillo elegante, cuyas herraduras iban hiriendo ruidosamente las losas del malecn. Este palacio existe todava lungo Amo, como dicen all, lo cual quiere decir a orillas del Asno. Nuestro joven viajero no se resiste a ir reconstruyendo, ilusoriamente, las salidas enigmticas de Alfieri de su palacio ribereo, y sus prolongadas ausencias, en que no haca sino perseguir por el extranjero las huellas
73 J uan Montalvo, Geometra moral, Madrid. Pat- Tip. sucesores de Rivadeneyra, 1920, pgs. 107 y 110 147 de la condesa de Albany - II asta que, por fin, va al lugar seguro en que sabe se ha fijado la constancia de la detencin eterna de los pasos del conde: su tumba en la iglesia llorenlina de Santa Cruz. El viajero dice que visite la clebre iglesia de Santa Cruz, en la capital de la Toscana, ver un suntuoso monumento, hacia el centro, a la derecha, yen su lpida de mrmol esta inscripcin: Aloysia, Condesa de Albany. A Vitorio Alfieri Canova sculpsit Desde luego. la visita al recinto venerable de Santa Croce le permite contemplar tambin los sarcfagos de Miguel Angel. Galileo y Maquiavelo, cuyas cenizas se guardan all mismo. Igualmente. el eenotafioe Dante: este sepulcro vaco, a donde ni siquiera volvi el despojo del triste desterrado de Florencia, le parece la maldicin ms elocuente y pattica con que se ha de castigar la ingratitud de los pueblos. Pero ese repentino contacto con la memoria de Dante le induce a acercarse tambin a la morada que ste ocup, hace tantas centurias, en un viejsimo barrio de la ciudad. Camina entonces por una antigua calleja de adoquines, a cuyos costados se alzan casas apacibles, silenciosas, de origen medieval, y con muros de piedra. Va detenindose frente a algunas de ellas. De modo especial frente a la del poeta. A cuya puerta se aproxima. Llama. Consigue pasar a su interior. No encuentra all al hombre taciturno a quien evoea, y del cual ha ledo los tercetos de la Divina Comedia y las canciones a Beatriz, pero palpa por todos los rincones su presencia espiritual. Sale de stos, como siempre, saturado de impresiones del pasado. A veinte metros de la casa de Dante, en la misma calle angosta, encuentra la de Beatriz Portinari. Porque las dos moradas estn an en pie, resistiendo mansamente a la embestida destructora de los tiempos. Y. entre ellas, alcanza a descubrir que se yergue tambin la pequea iglesia en que esos dos seres se vieron por vez primera, como en un xtasis que no termino nunca. Dante era enlonees de slo nueve aos de edad, y Beatriz, su amada en el plano nico de los sueos, de siete aos apenas. Pero bien, en un da de los nuestros en que yo tambin busco, a mi modo, la direccin de los pasos de Montalvo por tan amable sector de Florencia - creo advertir que a atmosfera que presidi ese encuentro infantil tan fugaz, en que a travs de una sola mirada se rozaron levemente aquellas dos almas iluminadas del ms puro candor, se cierne todava sobre las tech umb res del inalterable lugar. Son techurnbres ms msticas que altaneras, con aleros entredotmidos y suaves torrecillas. La peregrinacin florentina de nuestro escritor se extendi, naturalmente. por casi todos los sitios significativos de la ciudad, desde la que se
145 proyectaron, hace ms de cuatro centurias, como fundamento de la cultura moderna del mundo occidental, as excelencias del movimiento renacentista. El conoca eso suficientemente, gracias al caudal tempranero de sus lecturas. Por ello, tras la verificacin obtenida con este viaje a Florencia, lleg a desenvolver su convencimiento de las conexiones misteriosas e indestructibles que se van produciendo en la vida del arte, por debajo, muy por debajo, de la superficie de los episodios de la historia, En su ensayo sobre las Bellas Artes, del libro cuarto de fil cosmopolita, consign efectivamente estas observaciones: Desde el hundimiento de la civilizacin antigua hasta la rcstauracion de las 1 uccs, transcurren algunos centenares de aos. Mucre Grecia, vive Roma; muere Roma, reina la edad media; pasa la edad media, nace la [talia moderna. Las revoluciones, las destrucciones, la sangre de tantas generaciones la ha fecundado: por conductos recnditos y misteriosos la savia de Alenas y Corinto ha pasado a Roma y Florencia, por una filosofa inconfundibie, el alma de Praxiteles y de Apeles ha venido a dar vida a Miguel Angel y Rafael.4 No hubo acaso coleccin artstica de Florencia que no conociera, a lo largo de sus afanosas visitas. Estuvo desde luego en el museo Uffizi una de las reliquias de los Mdicis, deleitndose con sus galeras de lienzos y esculturas. Pero, en uno de esos gestos que le fueron caractersticos desde la mocedad, y con que de pronto fulminaba sentencias de mortal abominacin contra el autoritarismo y los excesos del poder, se dijo por lo menos para s, en el momento de ingresar en el edificio, y hasta cuando llegara la oportunidad de dejar vIbrando sus palabras en la pgina escrita: Salud, ilustres habitantes del soberbio Uffizi Y vosotras, estatuas colosales de esos antiguos emperadorcs romanos, dadme paso por entre vuestras espesas hileras. Todas no representis ms que a unos tiranos Os ver, pero despus de todo, quizs con desdn y aborrecimiento.75 Un desprecio de idntico linaje hacia las ostentosas mansiones regias ha manifestado en el mismo documento. Con ms placer asgura he subido a esa ru, losa mole (un collado florentino), que a los esplndidos salones del palacio de aquel antiguo y orgul]oso illi. Ou inc iii,porta la morada de os reyes? Yo s que entre ctjines y cristales existe ttt hon,bre uva volundad gobierna un pueblo: o s que en ese teeinto de prpura y oropeles xc hrj:tn las cade n as que oprimen a los pueblos Efectivamente, y en consonancia con sus irrenunciables preferencias romnticas, el gusto suyo es el andar entre rincones de belleza rislic:i
74 75 tccr,cr lciS..J. .F 146 solitaria, o por en medio de las piedras del pasado. Lo opuesto le desagraday aturde. Ms de una vez se pasea, as, por las pequeas villas de la zona perifrica de Florencia, circuidas de cipreses oscuros, casi negros, finos y como burilados sutilmente por el aire. Bueno es recordar que por esos recodos, baados de la tristeza de esa funrea decoracin vegetal, tambin un da caminaron en reflexiva soledad Lord Byron, Lamartine, Anatole France yTchaikovsky. L.os gustos deambulatoriosya lo sabemos eran en l antiguos. Aun me atrev a decir en otro captulo que la raz de ellos estaba en la ndole de viajero del abuelo espaol yen la mana errabunda del padre comer- dante. En Florencia yen Roma su vagabundeo, estimulado por la curiosidad intelectual del buen lector, y por los reclamos emocionales del contemplativo, no quera admitir ni los naturales lmites de la fatiga. Igual lleg a acontecerle en las ciudades del sur, hacia donde parti de la capital italiana. Era un da de marzo de 1858 cuando hizo rumbo a Npoles. Apretado nos lo recuerda en medio de dos seoras y un Monsieur, durante dos das y una noche, en la estrecha diligencia que nos trajo de Roma, no pude sino hacer con ellas las ms familiares relaciones.?6 Con ellas, dice, haciendo absfraccin del sujeto francs al que ha aludido dentro del grupo. Cosa lgica, pero ms an en l, irresistiblemente inclinado al deleite que brindan los atractvos de la mujer. Una de aquellas dos seoras se le desborden simpatas, porque pudo hablarle en tres idiomasdiferentes. El recorrido de la diligencia le fue proporcionando una visin colorida de los paisajes del Lacio y de la Campania, dos regiones que estaban en el marco de sus intereses. Vea al fondo las sinuosidades lejanas de los Apeninos. En tanto que a un lado y a otro de la va por la que trotaban los percherones del carruaje iba descubriendo colinas y montauelas, oscurecidas por el bosque, o ganadas por el casero que se haba trepado, casi a rasguos, a lo largo de sus declives. En una de estas alturas, como a veinte y cinco quilmetros de Roma, poda observar los perfiles de la antaona construccin de Castelgandolfo, o castillo papal de la poca de Urbano VIII, en que los Pontfices acostumbraban pasar sus temporadas de verano. Ms all, continuando el trayecto al sur. consegua divisar en otra elevacin las lneas rgidas y severas, como de stio de penitencia , del monasterio de Montecassino. fundado por San Benito hace catorce siglos: all, perdidos en religiosa soledad, los apacibles benedictinos han venido orando y laborando, y e ntre las tormentas de la historia humana han logrado preservar invaluables tesoros de la cultura de otros tiempos: entre cuan
76 Correspondencia. hid, lude rn4rs,de 155$ 150 to copiaron con sabia acuciosidad figuran muchos textos de la filosofa griega, y entre ellos las enseanzas de Scrates recogidas por sus discpulos, que tan radicalmente am y exalt Montalvo. Por fin, despus de horas y horas de camino, en que han visto alternar porciones de tierra labranta especialmente de viedosy suelos de spcra rugosidad volcnica, o de chaparrales pobres; y despus de los obligados descansos en fiambreras y en albergues, los viajeros de la diligencia han arribado a la ciudad de Npoles. Nuestro joven escritor lo atestigua con estas palabras: Estoy cubierto con el polvo del camino, y an no he buscado mi posada; pero esta alameda hermosa me mira ya bajo sus rboles. Todo lo examina con una eufrica disposicin del nimo. Entre los recuerdos que dej a un viaje por la ti alio advierte-. los de Npoles han de ocupar un puesto importantsimo. Por su lado, esta parte de la pennsula es la ms notable (te todas. No es tan rica en monumentos y cosas de irte, pero su aspecto es admirable. Qu guslo, qu placer se siente al c ntrar por esas anchas carIes dc rboles copudos,en medio de blancas yelevad-ascasas. Adems, varias sombras ilustres comtenzan a salirle al paso. La prtmera es la de otro peregrino romntico. Chateaubriand, cuyo genio evocador y descriptivo le ha servido para encender y afinar sus facultades propias, segn lo tengo dicho en pginas anteriores- En una alameda prxima al mar cree percibir efectivamente la presencia de aquel autor, en actitud de apoyarse, contemplativo, a un rugoso tronco, mientras la tarde se refugia a lo lejos en los rescoldos del crepsculo. Otra de aquellas sombras es la de Virgilio, vagando todava por entre las dulzuras de la pradera que se extiende en las afueras de Npoles, y cantando a los pastores y a los rincones de frescura en que se congregan los rebaos. Hay hasta ahora, en que en cambio quiero yo moverme en pos de la silueta errabunda de Montalvo, un camino que conduce al antiguo pueblecito de Pozzuoli, que todava lo transitan los conductores de ganados, quizs similares a los de la vieja estirpe virgiliana. Pero ya no persiste el templo ruinoso, cerca de los antiguos jardines de Agripina, en que unos pastorcillos le ofrecieron para su recrco un baile extravagante. (El cosmopolita, Tomo 1, Libro 1). Pozzuoli, en medio de la pradera, y embellecido por grupos pintorescos de eucaliptos, es ahora un centro fabril. De ah se desprendi a la fama una de las mujeres ms hermosas de nuestra poca: la actriz Sofa Loren. Y bien, nuestro joven viajero, siempre atrado por las celebridades de otra edad, sigui caminando entre las huellas y a milenarias del cantor de las Gcrgicas, su amado Virgilio, hasta acer:arse a su tumba cii Posilippo, para descifrar apenas la inscripcin medio borrada que coilsagra la memoria del poeta.
151 No son esas, por cierto, las nicas impresiones recogidas cr1 Npoles. Las aguas sosegadas y azules de la baha le deleitaron de veras. Observa, emocionado, que el niar viene a morir en la ribera, suspirando tristemente Ve a la distancia una isla negra, en torno de la cual se dibujan blancas velas, hinchadas por un ligero viento. Esa isla negra 110 debi de haberlo sido, tal vez, sino en apariencia. Pues que es probable que se hubiese tratado de una saliente de tierra de la playa de Sorrento que en este momento contemplan mis ojos, la cual no es de arena sino de oscuro material rocoso. Los veleros, por su parte, se muestran hoy cual los mir Montalvo: albos y triangulares, y como inmviles en la mansedumbre de un mar dormido bajo la lumbre inconfundible del atardecer. En este sitio, sobre estas mismas aguas, nuestro ensayista vivi un episodio de fuerte intensidad que le ayud a comprender el arrebato incontenible de la vocacin italiana por las expresiones de la msica, yen cuya evocacin puso sin duda una dosis de fantasa de bien calculados efectos. Estas son sus palabras, que las tomo de la parte final de E/Luxemburgo (tomo primero de El cosmopolita): A tiempo que bamos a hacer vela de la baha de Npoles, una multitud de canoitas rodeaba al vapor, casi todas de gente pordiosera que se aprovechaba de la venida a bordo de los viajeros para ver cmo se agenciaban un canino . - Ya la mquina arda, ya las anclas se levaban, cuando una voz argentina, viva, llena, se elev del aguay sali base, nosotros para llenarnos de dulzura los oidos. Nos asomamos, vemos: era un muchacho de diez o doce aos, un pequeo lazzaroni que cantaba y aun representaba la Traviata como un verdadero Mario. Cuando ci vapor tambaleando empez a abrirse al ruido de la mquina, el lazzaroiii se dio de pualadas y cay Irgicamente en lacanoa, por llevara eimasu papel, aun cuando nada le hubiese valido. Antes de esta partida martima, Montalvo se dirige a un par de lugares cercanos. Pero no lo hace sin previamente ascender al Vesubio, que dibuja las lneas suaves de su cumbre, a ms de mil metros de altura, junto a otros dos montes similares. Al recordar esta excursin,con cierto orgullo de novelesca intrepidez, asegura que l capitane a sus compaeros, dciles frente a sus demostraciones de voluntad y vigor. Desde luego, la silueta del trgico Vesubio, con su columna inmensa de humo espeso, que se derranla por los aires, es una de las imgenes que se imprimen claramente en su memoria de escritor y viajero. En nuestros das la montaa, desprovista por fin de aquel penacho ardiente con que gallardeaba sobre una historia de estragos y de ruinas, mantiene un coloquio de gracia y armona con las lneas de] golfo napolitano, bajo la calina de un cielo limpio, de az nl si 11 t rm i no - Uno de los dos aludidos lugares de las visitas montalvinas es Sorren lo, dentro de la misma provincia de Npoles. Esa ciudad, dos vecesmilena se ha ido edificando sobre una roca colosal, que se reeorta perpendicu
152 larmente sobre las ondas del mar Tirreno. Para dominarla, no sin los debidos cuidados, la diligencia en que viaja mi biografiado tiene que zigza guear, con los caballos jadeantes, por la nica cuesta angosta que ha permitido aquella brusca elevacin. Pero ya en lo alto puede l disfrutar de un paisaje que parece nacido de un pincel familiarizado con los recursos ms puros y deslumbrantes del trazo y el color: la figura semicircular de la costa juega con el lino triangular de los velmenes y con las franjas de oro que el sol pone en la superficie marina. Sorrento es el sitio natal del poeta Torcuato Tasso, autor de los versos picos de la J erusaln libertada y la J erusaln conquistada. Montalvo le tiene entre sus predilectos, igual que lo tenan Byron y los romnticos europeos. De manera que quiere aproximarse hasta la efigie que lo perenniza, en una pequea plaza que lleva el nombre de aquel creador melanclico, tan inmensamente melanelico que se hundi en estados temporales de locura. Voy, dice como dirigindose al poeta, a grabar mi oscuro nombre al pie de tu blanco busto. Lo evoca brevemente. Recuerda su retorno a esta ciudad en ropas radas de limosnero, tras siete aos de reclusin en un manicomio. Luego camina por las calles de Sorrento, por entre rboles aromosos y fecundos que l alaba con un definido sentimiento de nostalgia. Ningn otro sentimiento le es entonces ms autntico y sincero: las huertas de la urbe, sobre cuyos muros asoman los frutales, y los naranjos y limoneros, que aqu se cargan de frutos que nadie toca, alo largo de las aceras o en el centro de las avenidas, le traen recuerdos enternecedores de su rincn ambateo, tan cerca de su corazn, tan lejos de sus ojos. Y de Sorrento pasa al segundo de los aludidos sitios cercanos: Pompeya. Esto es lo que escribe al respecto: ,Cmo pudiera olvidar las cosas de Pompeya? ... Yo anduve por esas calles silenciosas, yo entr a los desiertos salones de sus casas, yo invoqu a las sombras sobre esos altares. cubiertos de las cenizas que la ahogaron; yo he grabado mi nombre en las paredes de la casa de Salustio El, peregrino de las ruinas famosas, rastreador de las encrucijadas que el tiempo deshizoa lo largo de la historia de los pueblos, dialogante ilusorio con las presencias espectrales de las figuras de otros siglos. corno no haba de sentirse en una atmsfera propicia a sus intereses y emociones en medio de una ciudad muerta, rescatada de su sepultura para ser puesta de nuevo en pie, pero ya sin vida. Que eso es Pompeya. No la actual. que ha crecido a su lado, sino aquella a la que cubri de aya, piedras y lo la emocin del Vesubto. en una larde luminosa del 24 de agosto riel ITiO 79 d. J o dete metros de materiales volcnicos y de lierra quedaron ap]astau]as dara ]mpc Is divas a]ecres formas de toda existencia
153 Mujeres encantadoras, aptas para el amor como para el trfago inagotable de cada da; nios en los que alentaban, bulliciosos y desprevenidos, los jbilos y deslumbramientos de los primeros aos; ancianos reclinados en la tibieza de su reposo merecido; hombres fuertes, listos a trocar sus sudores por el pan de la familia, y dispuestos tambin, igual que los hombres de cualquier otro pueblo, a la vehemencia de sus placeres, ambiciones y codicias, y a los arrebatos de sus cleras, orgullos o corajes; humildes y dciles animales domsticos y de cra; plantas y flores; techumbres, obras urbanas, monumentos y creaciones artsticas: todo, en fin, cuanto era Pompeya: todo, en fin, cuanto era la vida de los pompeyanos, se vino abajo, de repente, y fue sepultado por el ro negro que se desencaden de la rota cumbre del volcn, durante tres das con sus noches. Borrada qued as la ciudad. Perdido su rastro en el planeta durante mii setecientos aos. Precisamente hasta cuando, por pura casualidad, unos trabajos de excavacin para el saneamiento del valle circundante revelaron algunas inscripciones, dignas de examen y estudio, que a su vez llevaron al paulatino descubrimiento de esa gran urbe de los romanos, por entonces envuelta en un trgico sudario de polvo. Lo dems fue viniendo despus, lenta y esforzadamente. Puede por eso asegurarse que, hasta hoy, tres cuartas partes de Pompeya han sido ya redimidas de su sepultura. De manera que Montalvo consigue ir, en su divagacin admirativa del siglo pasado, por sitios parcialmente reconstruidos, del sector pblico y del privado. He de suponer pues que habr recorrido los dos Foros, destinados a la vida poltica, religiosa, artstica, educativa y comercial de la ciudad. Que habr observado despaciosamente los restos colosales de su baslica y de sus templos a Venus, Apolo, J ove y Vespasiano. Que habr dirigido su mirada a lo que fueron el macellum o mercado, las termas colectivas, la panadera con su muela de piedra y su horno, el teatro y el cuartel de los gladiadores. Que habr cruzado la Puerta Marina, por donde las gentes salan hacia las orillas del mar, y que habr observado, bajo sus dos bvedas de gran dimensin, las vas que corren paralelas, pero de caractersticas y usos distintos: cn efecto, ni su anchura ni la disposicin de las plan.. 0aes de su pavimento son iguales, porque la una estaba destinada al trnsito peatonal, y la otra al de carruajes. Que habr pasado bajo los arcos de hermosas perspectivas de Nern y de Calgula, acaso maldiciendo a estos personajes por la memoria que dcjaron, de absolutismo y crueldad. Que se habr detenido en las fuentusque an se alzan en algunas de las esquinas.,y en las que los pobladores saciaban su sed. La pequea pilastra de piedra, que servia como conducto para surtir la fuente, muestra no obstante su dura consktencia el desgaste producido por el roce in
154 cesante, de aos y aos, de la mano que el sediento apoyaba en ese sitio preciso para inclinarse a beber el agua. En fin, habr entrado en algunas de las moradas particulares que se han ido reconstruyendo dentro de los lmites de lo posible. Se habr entusiasmado con el ms fascinador ejemplo arquitectnico de residencia privada, que es la Casa del Fauno: una escultura en bronce, de dimensiones menores, toda armona y movimiento, que representa al dios de la fecundidad de los campos en la ms arrebatada actitud de su danza, preside los jardines desde el centro de una fuente cuyo fondo es de mosaico fino, marmreo, en colores encarnados. Esta perfecta interpretacin del fauno hailarn descubre a las claras su vinculacin con la escuela de Praxiteles, escultor griego a quien Montalvo destin algunas expresiones encomisticas. Habr puesto sus pies a la entrada de otra casa de gente rica, y en el mosaico igualmente hermoso de su vestbulo habr visto dibujada en tamao natural la figura de un perro feroz, con el hocico abierto, y preparado para lanzarse a dar dentelladas a cualquier extrao, que era la advertencia grfica de que adentro haba un animal de esa condicin guardando la morada, y de que nadie deba transponer sus umbrales sin ser anunciado. Desoladora irona, comn entre cuantos se enardecen en la egosfa intangibilidad de sus bienes: qued all la alegora de la brava defensa de la propiedad privada, en tanto que el propietario se acab pronto, desintegrado en el polvo inexorable de la muerte! Habr observado, con la curiosidad sensual de cualquiera de los visitantes, el hogar de los Vetti, comerciantes ricos que poblaron de imgenes lbricas algunos de los muros de su lujosa vivienda, y tambin habr pasado sus ojos por las obscenidades y las representaciones flicas del dios Prapo (el del rgano dispuesto a la perpetuacin de la especie), que fue encontrado all, igual que en el garito de la lujuria y en el lupanar. Sin duda conoca las tantas referencias que se han hecho a la inclinacin de los pompeyanos por los gozos de una voluptuosidad constante. Pero habr podido asombrarse, adems, con la contemplacin nunca esperada de las figuras reales de seres humanos y de animales, reconstruidas en la exacta actitud o posicin en que murieron algunas en el instante de la huida de la tragedia: el procedimiento tcnico de rellenar con una mezcla de yeso las cavidades dcjadas en los cuerpos por las capas de ceniza volcnica permiti esc milagro. Hay, as, la figura de un hombre sentado que parece que se cubre el rostro con las manos, para evitar la mortificacin del humo, y hay otra que muestra algo ms pattico todava: es la de un perro tendido sobre el lomo en la desesperacin de su agona, que entrecruta sus patas contradas y exhibe sus colmillos en expresin de angustia suprema.
155 Esa es la Pompeya por la que camina el joven J uan Montalvo, entre calles desiertas y casas heladas en las que se apag la vida para siempre. Al recordarlo aos ms tarde, en El cosmopolita, manifest cierta satisfaccin enternecida con estaspalabras: ... mis melancolas, ay! mis melancolas en las casas desiertas de Pompeya son las que me hacen valer algo a mis propios ojos - - Finalmente, su viaje italiano se extendi hacia tres ciudades que supieron tambin cautivarle a su modo, cada una con atractivos caractersticamente propios: Venecia, Miln y Turn. A la primera lleg en ferrocarril, atravesando campos y pueblos perdidos bajo las postreras nieves de marzo: Numerosos trabajadores habian descubierto ya los rieles del camino, y el convoy se deslizaba mugiendo como un monstruo envuelto en una negra nube. Pero haba cado ya la noche, y l se hallaba entredormido, cuando le sorprendi el grito de Venecia!, proferido por el gua con acento penetrante, mientras el tren se detena. Me lanc de mi vagn medio aturdido ha afirmado: y despus de una reida batalla entre bales, pasaportes, policas, oficiosos y mendigos,estuve ya enterrado en los coiines de mi barca. 1Gondolero, date prisa, es decir, no mucha prisa, entiendes? Desembnca al Gran Canal y toma a la derecha, luego a la izquierda, y vuelve a la derecha, sube y baja, vuelve a subir y a bajar, siempre torna a lo mismo llevndome por todas partes antes de dejarme en el hotel; has entendido!.7 Estaba pues bajo el hechizo de ese paso entre las aguas, al ritmo de la palamenta del boga, que iba, como es hbito, tarareando su cantinela. Las impresiones ha escrito en aquella su correspondencia veneciana que tuve durante esa navegacin fabulosa, las contar cuando sepa las palabras tan dulces como el gemido de las ondas debajo de mi barca, y tan bellas como los trmulos luceros quL miraba brillar en el fondo de las aguas. Todo ah es tan nico, que en verdad teme que su lenguaje no se adapte con fidelidad y transparencia a las formas de esa realidad, concebida antes por l slo con la fuerza de su impulso fantaseador: Para hablar de Venecia sera preciso comenzar contando un sueo, pero un sueo hermoso y vago, lleno de esas cosas que slo el pensamiento puede figurar- se alguna vez. La infinita superficie lquida que rodea a la ciudad lo ha cambiado todo: por las gradas de algunas mansiones y palacios se desciende directamente a las gndolas que estn amarradas a sus respectivos pilotes, esperando que el barquero o conductor se apreste a llevar a sus seores de un punto a otro de la vasta laguna, salpicada de islotes poblados, o de la propia capital. Por sta corren tambin, rizadas apenas, las
77 Corres dcncia a La Democracia. venecia. 23 de mano 1458. 156 ondas del canal, entre los muros de los edificios y bajo el arco de los puentes. Los carruajes y los caballos en los das de Montalvo, y los buses y los taxis en nuestro tiempo, fueron sustituidos por las barcas de dos o tres asientos y las lanchas colectivas. Desde el lugar en que ellas se detienen, los pasajeros hacen a pie su camino hasta los hoteles y las moradas. Hay islas en que destellan, con resonancias cosmopolitas, las industrias del cristal y los comercios. Pero hay tambin una isla de cruces, de rosas y de lgrimas, hacia donde yo he visto desfilar un largo cortejo de gndolas, que seguan a la que llevaba un fretro hasta la soledad de ese cementerio llorado eternamente por el lastimero rumor de las olas. Nuestro joven escritor prefiri en esta vez dar a su visin un contorno preponderantemente deleitable, dentro del mismo recinto urbano de Venecia, para cargarse de recuerdos agradables y amorosos, y desprenderse de los mejores sitios de la ciudad con un romntico sentimiento de nostalgia. Fcil es advertirlo en las frases de su ensayo sobre este viaje: Esos conciertos melanclicos esperaban mi llegada; las palomas de San Marcos fueron todas mis amigas porque ms de una vez vieron caer de ml enlutada mano un chorro grueso de luciente trigo. Cuando ellas bajen a su hora acostumbrada, ser en vano que pasen y que vuelvan enredndose en los pies de los que ni las miran. Esas bandas armoniosas, llenarn la grande plaza, esas banderas flotarn sobre sus mstiles, esas campanas gemirn sobre sus torres, y yo estar alejndome por medio de otros mares. 78 Las impresiones recogidas en Miln y en Turmn le fueron tambin placenteras. Sobre las dos ciudades escribi tras su vuelta a Pars, en mayo de ese mismo ao de 1858. Para llegar a ellas atraves la Lombarda, asimismo en tren. Y una vez experimentadas las sorpresas distintas que en suma le reservaron las visitas a todos aquellos lugares, hizo bien en sentar esta reflexin como corolario: La fisonoma general de los pueblos es un objeto digno de la cujiosidad y de la atencin del viajero: esa adusta melancola de Roma, esa risuea corrupcin de Npoles; esa gracia, esa poesa, esos grandes ojos negros de Venecia, que todos parece que miran con amor; ese aire de elegancia y de gran mundo de Miln, y esa alegra picaresca de Turn son cosas muy rcmarcahles, ye1 extranjero no tiene necesidad de apuntarlas ensu cartera para acordarse de ellas.9 La pulcritud milanesa le sedujo. Miln asegur es una ciudad nuevecita; parece que los albailes acaban de bajar de sus palacios y sus torres Igualmente le atrajeron las calles espaciosas como alamedas y los bosques y jardines que rodeaban a las casas. Crey percibir por todos
78 tbk!. 79 co,,cspon deaoa dci alo .01km occacia. Mdan Pars, 5 de mayo 1858. 157 lados la gracia y el buen gusto parisiense. Desde luego, asisti a las funciones de pera de La Scala, por entonces en gran apogeo. La msica que l amaba particularmente era la de ese gnero. Poco despus march a Turn, y sigui convencido de que el norte italiano, por su aspecto y su organizacin, es una especie de Francia. Aparte de sus encantos naturales y urbanos, le llenaron de satisfaccin los debates que escuch, movido de pura curiosidad, en el recinto de la Cmara de aquella ciudad: esos viejos de estatura alta y de cabeza blanca produciendo las ideas ms liberales en el lenguaje ms elevado es cosa que arranca lgrimas de entusiasmo, es un fenmeno extraordEnario en este tiempo. Cuando escriba eso estaba ganado, por cierto, de su temprana fe liberal, que poco despus hara vibrar su existencia en medio de las trgicas borrascas polticas del Ecuador. Pero el otro rasgo de lo humano en que sola fijar tambin su atencin, que era el de la presencia magntica de la mujer, volvi ah en Turn, naturalmente, a estimular sus gustos escrutadores y descriptivos de este modo: En esta poca del ao las mujeres de Turin, las de la alta sociedad, se entiende, tienen la mala costumbre de no salir de sus casas; encerradas en sus gabinetes de seda azul, entre sus estatuitas de mrmol y las flores de sus ventanas, se olvidan absolutamente de la calle, y los pobres extranjeros no levantan sus ojos sobre las rpidas berlinas sino para encontrarse con una loreta o con un rico hombre de negocios. Las alamedas estn llenas de gente por la tarde, las orillas del P6 desaparecen bajo las enormes crinolinas; pero todas no son ms que planchadoras que han acabado sus tareas y que por la tarde se visten de fiesta para buscar otra gente desocupada.t El trayecto europeo, corto pero infinitamente provechoso, se le iba terminando tras estas visitas. El lo saba. As, por fin, le toc dejar la hermosa regin del Piamonte. Atraves entonces la Saboya, dio una rpida ojeada a Suiza y tom a Francia. En ese recorrido ltimo estuvo cerca de los Alpes, paisaje comn a la frontera de estas naciones, y su montaa ms alta le inspir los endecaslabos asonantes que titul Al pie del Monte Blanco, y que se publicaron en el tomo segundo de El cosmopolita. Si bien esos versos no son inferiores a los que renda la lrica ecuatoriana de su tiempo, permiten ya ellos advertir que el talento verdaderamente excepcional de Montalvo no hallaba en la poesa, sino en la prosa, y desde el comienzo, su expresin ms natural, ms comunicativa y eficaz. Y bien, la vuelta a Pars no obedeca nic:1jente a las limitaciones de sus recursos, demasiado exiguos para martenerle de manera indefinida como vehemente y dichoso girvago de los pueblos de Europa, sino que estaba determinada tambin por las exigencias de su trabajo. Su agregadu Ibid.
158 ra civil haba tenido sede temporal en Francia, por las circunstancias que en pginas anteriores he enunciado. Pero precisamente a los dos meses de este regreso la residencia ah pareci adquirir mayor firmeza, ya que el 10 de julio de 1858 fue nombrado secretario de la legacin ecuatoriana en Pars. Lo malo era que un nuevo minis!ro plenipotenciario, reemplazante de su amigo y orientador liberal don Pedro Moncayo, viajaba ya para hacerse cargo de esa misin. Se llamaba Fortunato Corvaia. El joven escritor no lo conoca, ni siquiera por referencias. Y sa era una nueva razn de incertidumbre en el difcil y veleidoso ambiente parisiense.
159 CAPITULO IX Andaluca y las voces de la sangre Lo que fue la permanencia de J uan Montalvo en la metrpoli franccSa, con su alternacin de deslumbramientos y decepciones; de gozos ntimos y aflicciones; de solitarios esfuerzos de enriquecimiento intelectual y buscada y ostensible aproximacin a personalidades que admiraba: de paseos o manas ambulatorias e inesperada postracin corporal de varias semanas; de superiores satisfacciones de sabor cosmopolita y dolidas aoranzas del campo nativo: lo que fue pues en suma esa permanencia, de 1857 a 1860, con dos ausencias de Pars que comprendieron ms dc medio ao, qued expuesto en el captulo VII, previo a las experiencias viajeras de Italia que he acabado de puntualizar y describir, y a las que vendrn en seguida, correspondientes al sur de Espaa. Por manera que nicamente he de volver ahora a la referencia del escenario parisiense para recordar que la colaboracin del joven escritor con el nuevo Ministro Plenipotenciario acaso conseguida desde Quito or su hermano Francisco J avier se extendi desde octubre de 1858, en jue Corvaia lleg a la capital de Francia, hasta las postrimeras de 1859, en que las autoridades ecuatorianas aceptaron la renuncia presentada voluntariamente por Montalvo. Si bien la relacin entre los dos fue seguramente amistosa, no debi de haber tenido la atmsfera de afinidades que se produjo cuando ejerca la misin Pedro Moncayo. Parece significativo que no haya ninguna alusin montalvina a Corvaia cn el curso de sus numerosos trabajos de confidencia personal, a pesar de que en tiempo de ste pongo por caso fue cuando contrajo su larga y dolorosa enfermedad reumtica. A lo mejor el trato que mutuamente se daban no pasaba de las simples cortesas y consideraciones. Fundado en ellas, y quizs tambin en el convencimiento de la nombrada conquistada por Francisco J avier Montalvo en la vida pblica ecuatoriana, Corvaia se crey obligado a explicar a la Cancillera por qu
161 se habfa visto precisado a dar trmite al requerimiento formulado por su joven secretario, para que se le acepte en Quito su intempestiva dimisin, fechada en junio de 1859. Esto es lo que expres Corvaia: Slo en virtud de las razones que el seor Montalvo me ha expuesto y que dicho seor har valer ante el Gobierno para salvar mi responsabilidad, he accedido a su peticin. Tales razones eran primordialmente no cabe ninguna duda las de su salud, estragada gravemente por las inclemencias climticas. Hay una carta elocuente, que dirigi a J uan Len Mera, desde Pars, el 29 de julio de 1859, en que aludi al perodo durante el cual hizo cama, y a su regreso al Ecuador. Pero esa carta, llena de afecto y de disposicin de servir, me ser tambin til para contrastarla con los escritos violentos, encrespados de indignacin y agresividad, con que tuvo que responder en aos posteriores a los ataques de aquel su antiguo amigo, que se troc en uno de sus ms contumaces adversarios. El siguiente es el contenido de dicha epstola: Seor don J uan Len Mera, Ambato.- Mi estimado paisano y amigo: Quizs habr Ud. sabido hasta esta fecha, que ya debo irme. Sin una desgraciada enfermedad que me tiene postrado, hacen ya dos meses que estuviera en mi pas. Ahora mismo le escribo en la cama, razn por la que voy a ser muy corto, pues estoy muy mal acomodado. Si Ud. hubiera tenido la idea de publicar sus poesas aqu, un ao antes de ahora, habra sido una cosa muy buena. Pero qu quiere Ud., mi querido amigo, es preciso que me vaya. Si me fuera posible me quedara sin otro objeto que el de poder servir a Ud. y a nuestro amigo el Dr. Cevailos; pero no hay remedio, me voy el da que pueda pararme; y slo la satisfaccin que experimentar al estrechar su mano, me recompensar un poco de mi sentimiento por no poder serle til en esta ocasin. Mas es de esperar que en mejores tiempos seamos ms felices, y que yo mismo tal vez lenga el honor de encargarme de una comisin tan agradable. Su afmo, amigo, J . Montalvo.8 La enfermedad no era por cierto el nico motivo de su renuncia a la funcin diplomtica, y de sus afanes de retomo al Ecuador. Ella era ms bien el punto culminante y definitivo de varias desazones que le haban desobligado de Pars: que le tenan ahto de Pars, y le hacan pensar en el amado y amoroso paisaje de su heredad andina. Difcil ser hallar en la literatura ecuatoriana una propensin nostlgica ms constante y ms bellamente expresada que la de Montalvo, no obstante la crudeza con que en muhas veces conden las muestras de primitivez, corrupcin, poquedad y cursilera de la vida pblica de su pas. Valgan como respaldo de frascs que ya he reproducido en esta misma obra, estas breves citas: 8 Monial va en su episto isino. Ibid.
162 Aqu no veo una montaa, aqu no puedo pasearme por una colina solitaria, en donde tenga sentimientos dulces, en donde sienta esa pacfica metaneotia, que nonea deja de ser un bien, en vez de este fastidio, esta inquietud, este malestar que tos persiguen por cualquier parte. T me conoces le dice a su hermano Panchito. Fi iflctseO J avier, o ms bien no me conoces. Callado entraba siempre a casa alti buscaba la soledad. Pero sabia que estaba entrelos mos y ese misntropo intratable, estaba lleno de amor y de cario por su familia y por su amigo. Nunca lo he dicho a nadie, verdad, pero las palabras no son prueba de los sentimientos, y esas calladas afecciones son ms bellas, porque tienen el mrito del sacrificio.5 Cuando en un captulo prximo aborde yo el tema del destierro, que fue uno de los infortunios que ms cruelmente-atormentaron a mi biografiado, har notar que de estos tres aos de Europa, o ms propiamente de este tiempo de encontradas impresiones y experiencias que pas en Francia, brot en l la conciencia neta de lo que deban ser los males de la expatriacin impuesta por la tirana, segn se alcanza a apreciar en las pginas de su libro inicial El cosmopolita, publicadas antes de soportar personalmente aquella pena. Y he de resistir entonces en el reconocimiento, tanto de las intensas vibraciones sentimentales de sus aoranzas por el pas, que en ms de una ocasin dejaba lejos, como del gran sentido expresivo en que ellas se revelaban. La decisin de volver al Ecuador la tena pues tomada. Su renuncia no era sino el resultado de todo ese hasto de Pars y de los padecimientos de su enfermedad. Pero quiso cumplir previamente un segundo recorrido breve por naciones cercanas de Europa. Y as, tras varios meses de espera de la consideracin oficial de aqulla, y eludiendo con oportunidad los consabidos fastidios de la estacin invernal del ao 59, se aprest para una nueva visita a Italia y a Suiza, y para pasar una temporada en tierras de Andaluca, que an no haba visto y cuyo reclamo afectivo no se atreva a desatender. Hombre de hbitos austeros, haba conseguido hacer algunos ahorros para esta otra peregrinaciti, pese a que, en ademn muy suyo de sacrificio y desprendimiento,en fu. sa totalmente espontnea haba renunciado a la mitad de los sueldos mil quinientos pesos anuales que le correspondan como secretario de la legacin. Le mova el deseo de aliviar en algo, siquiera mnimo, y mediante esta desacostumbrada determinacin de carcter individual, las endmicas penurias del fisco ecuatoriano) 83 Es de suponer que en sus economas modestas para este viaje, cuyo principal destino era el sur de Espaa, se contaban tambin algunas ayudas recibidas del seno familiar.
82 El llera/do. Suplemento Cultural, Ambato. 15 de Itt, reo de 11S7 83 [.ihro de convemos de It Legacin dci Ecuador en Francia. Aos tS3o 859. Folios 351 .3ts5 A rctnsa dci Minisienode Retaooneu Exteriores. 163 Bien, lo cierto fue que hizo maletas para buscar especialmente ciencuentro con la regin natal de sus antepasados, como si en sus adentros, sin siquiera ponerse a meditar sobre ello, estuviese percibiendo la voz remota de la sangre. No se olvide que en uno de mis primeros captulos el relacionado con las vertientes ancestrales del escritor describ algunos aspectos del carcter y de los trabajos de su abuelo, don J os Santos Montalvo, e hice indicacin de que ste proceda de Granada. Debo reconocer, desde luego, que tal hecho no ha sido suficientemente verificado. Al contrario, se lo ha puesto en tela de juicio. Ha llegado a decirse que, como en el documento concerniente a su matrimonio en Guano ue ese1 que se conserva en los archivos del lugar no se sienta ninguna referencia sobre su origen extranjero, incumpliendo algo estrictamente usual, hay que concluir que ese Montalvo tuvo ya oriundez ecuatoriana. Pero aun as yo sigo seriamente convencido de que l fue granadino, y de que se arranc de Espaa para vivir la aventura americana que he evocado, cierto que en parte socorrido por una mesurada dosis de imaginacin. Y pienso as por dos razones harto demostrativas: la de las aseveraciones de sus nietos guaneos, transmitidas al cronista del pueblo doctor Csar Len Hidalgo, y la del propio testimonio de J uan Montalvo, cuyas confidencias procuraban no apartarse de la verdad. Noes hay que aclararlo muy preciso y revelador ese testimonio, sobre todo en lo tocante a Granada; pero las insinuaciones que en l se hacen, con indiscutible seriedad, y por cierto dejando notar el fondo de una evidente averiguacin, permiten mantener siempre la suposicin del origen granadino del abuelo. El motivo de las afirmaciones testimoniales de nuestro escritor fue el de satisfacer una curiosidad de su amigo don J ulio Calcao, autor venezolano. Respondindole a ste, en efecto, en carta fechada en Pars el 9 de octubre de 1887, asegura lo que sigue: Mas no pienso que yo sea tambin pariente de ustedes, como usted lo deseara, para honra ma, digo yo; porque lo que hay de sangre espaola en mis venas me viene de Andaluca y no de Galicia. Andaluz fue mi abuelo paterno don J os Montalvo, y de Andaluca pas esle nombre a Cuba, donde se form la opulenta familia que hoy lo lleva ennoblecido, yo no s si por altos fechos, o por los millones del viejo Conde de Montalvo que muri ahora ha algunos aos en Pars. Lo cierto es que el marquesado y el condado son hoy en da tan baratos, que tan solamenle por prurito democrtico no es conde ni marqus cualquier indiete que asoma por aqu con cuatro reales. Quien result pariente mio en Madrid fue don Aureliano Fernndez Guerra y Orbe. miembro de nm,ero de la Real Academia Espaola y Senador del Reino. Pero esto no fue, sin duda, sino a modo de satisfaccin de la manera extravagante, malvola y ofensiva con que me trat en su casa, cuando el Ministro de Venezuela en Espaa me invit a ir a ella, y aun me acompa personalmente. Fi pobre vieio, arrepentido de su brutalidad, fue al otro da al Flore! Pars a visitarme, y me dijo que l, por parte
164 de madre, era Montalvo, oriundo de Granada, y que, por tanto, deba de ser pariente mio. Los Montalvos de Granada han desaparecido: familia rica y numerosa, fue exterminada por la revolucin, como carlista y clerical furibunda. A iii ver usted si los carlistas de Granada me han pasado con su sangre el real Ruin ni el carlismo tic sus venas! Por donde veo que no debo ser parienle de ellos, porque, digo. dnde se esconde en m el clericalismo de mi primo don Aureliano? los Monlalvo que pudicnin escapar de la segur revolucionaria, se asilaron en los campos Y 5C oscurccicroii para salvar la vida. Hoy son simples labradores o labriegos; y como son hombres de bien y de trabajo, don Aureliano Fernndez Guerra y Orbe y Montalvo no los niega; iii yo tampocci. Como se ve, es terminante en su declaracin cte que el abuelo fue andaluz. No lo es, en cambio, en sus alusiones a la oriundez granadina de sus antepasados, aunque termina por no negarla, pese al aparente clericalismo que a l en cualquier circunstancia le repugnaba de la numerosa familia de ese apellido que recuerda hubo en dicha ciudad. Pero no deja de hacerle saber a su amigo J ulio Calcao que han desaparecido ya, en esos aos en que le escribe, los Montalvos de Granada, porque los que no fueron sacrificados por la revolucin anticarlista, se asilaron en los campos y se oscurecieron para salvar la vida. A nosotros nos toca conjeturar justamente que entre esa gente pobre, destituida de bienes de fortuna, se encontraron los antecesores de nuestro escritor. Desde luego es fcil que nos demos cuenta de que lasobservaciones sardnicas que en aquella carta destin al acadmico Aureliano Fernndez Guerra y Orbe, a quien jams perdon su comportamiento de doblez y recelos ultraconsenadores, le ni- posibilitaron la precisin con que pudo tratar el asunto de sus viejos parientes de Granada. En cuanto al tema mismo de aquellas reacciones de friccin y antipata, bueno es recordar que, muy poco despus, al tal Aureliano, de oropelesco renombre en Espaa, le dej reducido a polvo en la crtica despiadada, pero magistral, con que analiz el discurso que ste haba pronunciado en su incorporacin a la Real Academia Espaola de la Lengua. Ms adelante, y con la debida oportunidad, he de volver a tocar este punto con mayor detalle. Ahora solamente me inleresa llamar la atencin sobre las races andaluzas, y quizs granadinas, de la progenie de mi biografiado. Y he de puntualizar aqu que, con el propsito fiel de hallar pruebas que de algn modo respaldasen mi convencimiento, examin cuidadosamente la documentacin relativa a este caso en el Archivo de la Real Chancillera de Granada. Ah, en la venerable amarillez de algunos de sus legajos, di con los pleitos seguidos ante las autoridades por varios Montalvos,
84 Miguel Ansrizhui. !a,ditos y aflcutos escogidos de Jose, Mutua Jo, Quit, i 5Q7 165 radicados en los siglos diecisiete y dieciocho en pueblos de esa provincia espaola. Conzcanse siquiera en forma condensada las referencias que siguen: A Jos y Manuel Montalvo y Palma se les plantea una ejecutoria o mandamiento de pago, y ellos alegan su condicin de hidalgua para que no se les aprese por deudas. Esto ocurre el 12 de mayo de 1665 (28 folios del Legajo 121, de la Sala 301. Pieza 8). A J os de Montalvo Villanueva, natural de Ogijares, en Granada, se le concede, el 29 de octubre de 1725, la Real Provisin de Hidalgua (1 folio del Legajo 131, de la Sala 301. Pieza 179). J os de Montalvo y Villanueva, Abogado de los Reales Consejos y Alcalde Mayor de Baza, pueblo de Granada, pleitea por preeminencias de hidalgua para evitarse pagos, el 16 de abril de 1731 (2 folios del Legajo 147, de la Sala 301. Pieza 145). J uan Montalvo, natural de Ogijares, en Granada, consigue Real Provisin de Hidalgua el 28 de abril de 1731 (1 folio del Legajo 147, de la Sala 301. Pieza 144). A J os de Montalvo y Villanueva, de Gojar, pueblo de Granada, se le extiende Real Provisin de Hidalgua el 4 de abril de 1732(1 folio del Legajo 181, de la Sala 301. Pieza 375). J os Francisco Montalvo y Villanueva, de Chite, en Granada, pleitea el 19 de agosto de 1735 para que se le d estado de hidalgo (1 folio del Lcga10178, de la Sala 301. Pieza 325). Vuelve a pleitear en 1738. Segn se alcanzar a advertir, esos Montalvos intentaban que se les reconociese el ttulo de hidalgos para eludir as el pago de impuestos, o aun para salvarse de la pena de encarcelamiento por no haber cumplido obligaciones econmicas. Eran ellos, seguramente, de noble abolengo, pero se haban despeado en la pobreza. Lo cual coincide con las propias averiguaciones de nuestro escritor. Naturalmente, se me haca tambin necesario, en este empeo, acudir a otra fuente de inapelable valor probatorio: la de las partidas bautismales de las iglesias de Granada, registradas en el decenio en que se ha situado el nacimiento de Jos Santos Montalvo (1747). Pero el proceso de ordenamiento en que encontr los archivos eclesisticos de los siglos pasados no me permiti cumplir esa utilsima indagacin. Que hubiera suplido la ausencia de datos de esta ndole en los libros de matrimonios y defunciones de Guano residencia de Jos Santos, y desde luego el extravo de 166 su testamento, que, silo hubo y contena dichas referencias, hoy no reposa en ningn acervo notarial de Chimborazo, provincia a la que pertenece aquel cantn.84 Lo correcto es pues que, aparte de la probada presencia de los Montalvo en Granada, me limite a una sola evidencia: la de la genrica alusin al origen andaluz del abuelo de nuestro escritor, sobre la base de o que l mismo ha atestiguado con indisputable seriedad, segn hemos acabado de verlo. Mas se me ocurre que eso no es todo. Pues que tambin se deberan considerar como una demostracin fidedigna de que ah en Andaluca estuvieron sus races familiares las reacciones, puras, virginales, impulsivas, que le brotaron en su intimidad al hacer contacto con las ciudades de aquella regin del sur de Espaa. Tales reacciones, que no slo seducen por la lucidez de las reflexiones que consiguieron provocar en Montalvo, sino adems por lo que tienen de revelacin sentimental e instintiva, pueden observarse en las pginas que escribi sobre Crdoba y Granada: Viajes. Poesa de los moros, Prospecto y Carta de un padre joven. Los tres trabajos aparecieron en los tomos primero y segundo de Elcosmopolita. Es oportuno entonces que recordemos, finalmente, que corran ya los primeros meses de 1860 cuando lleg a esos lugares. El gran choque emocional fue el de sentirse en Crdoba. Estaba deslumbrado, no propiamente por lo que vea, sino por lo que se le representaba idealmente en la memoria, estimulada por una suerte de nostalgia dolida y cariosa. Extraa manera de echar una mirada sobre las cosas y de obtener simultneamente una visin de ellas ms all de su percepcin sensible y concreta. Caminaba por entre presencias tangibles, pero experimentaba a la vez un movimiento de tipo espiritual, no menos autntico por cierto, sobre la superficie indefinible de una realidad prescrita ya hace centurias. Aquel su tacto, que antes he explicado, para ir reconociendo paso por paso los caracteres de lo histrico y lo legendario de otros tiempos, en su recorrido por Crdoba se afin y volvi ms activo y seguro. Parecera que ese mundo le resultaba secretamente familiar. Por eso no poda hablarnos de este doble encuentro con la ciudad, en los planos objetivo y subjetivo, material y de representacin mnemnica, en una forma lisa y fra, sino sentimentalmente exaltada.
84a Aci un, ]tLee t id irrinjb le uve sIlgado LI fluror 1 erruanilu, J orad,, 5 [nr., jsa[. de erreururtrar urrr pee. leo, de[a vd,da de J ose SarrIurs Monralvo. i-,ue,rrruu Oviedo olorgaJ .u el, Gurano el 4 de orar/o LIC api. en sIu dedo,,, que vra mandIl eu.urr;IlrInaI de I-.uram.i P,aneu,J ;u,nunenivrrrenrr_Hno por la veu,eud.rd del restrrnourrr. de mr propio hu.gld[u;do 167 Con fervor amoroso, en efecto, fue presentndonos la imagen de esplendor de seres y de cosas en el horizonte cordobs de otrora, que es el que corresponde a los sigios de dominacin rabe en esa parte de Espaa. Y como precisamemile, en su clida fluencia memorativa, le sale al paso Abderrahman ben Moabia, que entre mil riesgos haba escapado a la persecucin con que le hostigaban aguerridas cabalgadas de beduinos, l siente el gozo de mostrrnoslo en primer lugar, bajo la luz de su propia fascinacion personal: ah lo coloca, pues, en medio de un pueblo que festej su venida con zambras y caas. Porque Abderrahman fue el primero y ms cabal de los reyes muslmicos de Espaa; ste trajo a Crdoba la silla del Imperio; ste hizo de ella una ciudad tan grande y magnfica, que pocas hubo tan magnficas y grandes. Y ste, por fin, consigui que de ese centro irradiase la invaluable sabidura de su raza. La Espaa morisca advierte nuestro autorera el horizonte por donde estaba saliendo el sol que un da haba de iluminar a Europa. Andaluca y ms provincias moriscas eran como una colmena donde no hay punto de lugar perdido. Por otro lado, nos obliga a observar que en los dominios rabes de la Pennsula haba seis grandes y magnficas ciudades cada cual digna de ser metrpoli de un imperio: Crdoba, su capital; Toledo, Zaragoza, Mrida, Granada y Murcia. Pero a Abdcrrahman nos hace contemplarlo siempre erguido en medio de toda esa opulencia, y adems, naturalmente, como el constructor de la mezquita de Crdoba, clebre hoy en el mundo entero. Y justamente para que sta se convirtiera en real dad, nos lo recuerda tambin, aquel rey trabajaba en el edificio con sus manos una hora al da; e igual, siguiendo el ejemplo, su hijo Hixen, hajocuyo gobierno se lo termin. Montalvo ha ido dejndose poseer paulatinamente del embeleso de esosrabes del pasado quizs remota e intuida fuente de su propia sangre , hasta el momento mismo en que, atravesando el recinto de la mezquita, las emociones se le encienden en el frenes de un extrao xtasis contemplativo. Pues que lo que cree contemplar no se ajusta dcilmente a la realidad, sino que ms bien, sin destruir a sta del todo, la trasfunde en una imagen conmovedora de otro tiempo, alcanzada gracias a sus apasionadas lecturas, que sin duda soplan fuertemente sobre su corazn. Acompamosle en esta exaltada aventura: El primer monumento de la grandeza de Ahderrahman le omos decir fue Pa gran niezquita ,a la cual 111(1 principio, determinado a sobrepujar en sublimidad y perfeccin a los templos de )amasco Bagdad, pahan y de lodos los del neo OrlentL - Frmaiita tul novelita y trcs euluotnas dc baos mrmoles, que sustentan cincuenta y siete arcos estupendos, debajo de as cuales se espacian auetta.s naves enlosadas de tuarntot laboreada, sonoro tas pies. igrtt:ttule a la vista. Cuatro oid
68 suspendidas en las bvedas hacen del edificio un gran foco de luz ... Gstase en estas l nipa ras gran copia de esencias y perfumes, y stos de los ms dci icados y costosos: la nairra, el nihar, el loe no son economizados: blancas columnas de humus sabrosos y vivificantes se tevantan de braseros de plata bruida, y en itas azuhnas se espacian por las anctttiros;is naves Sus puertas son dic. y nueve, tinas sacio el oriente. oira al occiden te: puertas de bronce de maravittoso ahorco, floreadas de ese or-azal. mc? - cta de oro y de ese azul que parece tener hasta fragancia. Al arrimo de su cultivada memoria ms que de sus sensaciones presentes, ha experimentado as Montalvo una suerte de embriaguez superior, prod ticid a por su a morosa devocin cte gra ti dezsi Pero, de pronto. le abandona ese arrobamiento. Y es entonces cuando se le escucha esta confesin (101 ente: Esafbrica maravillosa, alumbradaporeuatromil imparasdel mstino metal, a don- de see st rat,a por d ez y nueve puertas de bri nec. cci yas cpulas estaban co ro rs a da por grandes globos brillantes, en cuyo interior se aspiraban todos tos perfumes de A rabia y Persia, es el tempto que he visto con mis tajos? tAs Vi tati slo con tos OJOS LIC] alma: la gran mezquita de Abderrahman y de Boxeo no existe ya; tos siglos, los trastornos, la codicta, la barbarie, y ms que todo la indolencia de itas godos vencedores, ha convertido la mezquita en una sublime ruina: a hora est en pie, han tenido la caridad de no derribarlo losgodos no pasaron, mas se quedaron en ella: saqueada, ultrajada. desfigurada, mutilada, embarrada la mezquita, no es ya la gran mezquita, es una triste y pobre iglesia la levedad morisca ha sido afeada con la Cargazn de ta arquitectura gtica (est refierindose a la construccin, de estilo absolutamente distinto al que all inapusieron los rabes, que el culto catlico ha levantado dentro del gran templo). Segn su juicio, la combinacin de dos rdenes arquitectnicas tau desemejantes slo produjo una monstruosidad. Porque en la arquitectura rabe todo es delicado, todo fino, todo leve: sus formas parece que estn volando, algo hay de paloma en ura edilicio morisco: blandura, Convexidad de miembros, vivacidad, brillantez, gran ricueza de colores-. una alcoba de sallana es un cuello de paloma .,, La arquitectura morisca es un madrigal armonioso. al odo: sus pilastras de jaspe, sus capiteles de oro, el mrmol de su pavitis ento, y ci arqueado voluptuoso de sus partes, todo es cosa de amor: nueve Musas habitan en la cumbre dci Parnaso;otras nueve demoran invisibles ene1 Generalife,t5 Respecto a las expresiones que ha vertido Montalvo en este su testimonio sobre Crdoba y los musulmanes, tendr que tomar especialmente en cuenta, para el propsito queme alienta en este caso concreto, el fondo mismo de sus reacciones anmicas. Pero no he de dejar, por eso, de atraer la atencin sobre el lirismo que acertadamente ha puesto en la manisfestacin de lo ms vivo de esas reacciones. Si bien en las pginas que he reproducido no muestra an todas las excelencias de su dominio formal - es im 8 Viajes. Porte cte i osifltrrcts - Crdoba La Gran Meaqujia, r,s,rnpa,Iiiu. roso ti - i I-Rl - iagsSrtasigurenre, 169 posible que se desconozca, a causa de ello, el carcter escrupulosamente potico de su prosa, que ha de convertir a este autor en ci fecundo innovador del ensayo en lengua castellana, y en el suscitador de una nueva corriente esttica: la del modernismo hispanoamericano. La seduccin por los ambientes cuyos lujos y exquisiteces parece que relumbran, las cautivadoras muestras de cultura, la consciente y refinada elaboracin del estilo, en que priman la audacia metafrica, el sentido meldico de la frase y el inesperado uso de la sinestesia (ese azul que parece tener hasta fragancia), que en estos y otros trabajos de El cosmopolita son evidentes, constituyen precisamente elementos modernistas. Ya su tiempo volver a mencionarlos, para explicar las dimensiones de la personalidad literaria que fue desarrollando mi biografiado. Ahora mees oportuno, ms bien, observar aquello a que he aludido: el significado de sus movimientos anmicos en la visita a Crdoba y otros sitios de Andaluca. Y ante todo, fcil ser admitir que el espritu de Montalvo ha renunciado a la ponderacin y a la objetividad que son propias de cualquier otro viajero. Anda por all como posedo por sentimientos de familia o de raza bastante definidos. Ve los contornos de la mezquita y se lamenta porque el imn y el alfaqu no cuidan ya de su recinto, el muezzn no vela en los altos alminares, ni se oye tarde de la noche su voz solemne y religiosa: No hay ms Dios que Dios, y Al es su profeta!. Va hacia una de las antiguas palmas que plant Abderrahman, se queda largamente apoyado en ella, y termina por preguntarse as mismo: Extranjero, qu haces arrimado al viejo tronco de esa palma? mira que las sombras se adelantan, retirate atu albergue. Pero en igual forma se responde: Si una lgrima se me cuelga en las pestaas, podr enjugrmela sin que nadie me lo observe, y esto es un adelanto. Si por aqui andan sombras misteriosas, tanto mejor; departir con ellas; no soy sombra yo tambin?86 Se desplaza luego por las calles de la ciudad, y, moviendo negativamente su cabeza, no tiene ms que hacerse la reflexin lastimosa de que Crdoba existe; pero qu Crdoba! Ya no es la Crdoba de ms felices tiempos con doscientas mil familias poblndola. El rio Guadalquivir no riega ya sushuertos, donde no hay fruta que no sea conocida, ni refleja en su limpv cristal los alminares de las mezquitas y las ricas fachadas de los palacios de m:jitol: triste est el Guadalquivir; la sultana no extiende ya su lindo pie, yl no tierL qu besarenamorado; nada fecundizan sus aguas; yerma la tierra, se come a si misma de disgusto: los hombres acarrean consigo pereza invencible; el orgullo les vuelve miserables. Todo arruinado, todo per 8 Ibid.
170 dido los campos no se riegan, se siembra poco, se cosecha menos, y el hambre y la desnudez limen escuela de pesares8 Los tiempos lo lirudan todo, incesantemente. Ello es verdad. Por eso ahora ni siquiera el Guadalquivir es lo que era hace cien aos: el ro que conoci Montalvo; tampoco el ro de palpitaciones animadas que alimentaba los baos privados de los califas y que cantaba, mucho ms que en estos das, enel agua que el moro sensual aposentaba en los grandes salones de sus palacios o pona a saltar acompasadamente en los surtidores de sus fuentes. Aquellos ardientes colonos del norte africano amaban realmente el lquido purificador, que abundaba en Andaluca, contrastando con la tormentosa escasez que le era propia en su suelo nativo. Crdoba tena ha puntualizado nuestro escritor- Ioscietttos baos phicos. Pues que el aseo, ha agregado, en una indicacin oue termina con una corn paracin mordaz de los hbitos de rabes y espaoles: pues que el aseo era para los muslimes una como relign o parte de ella tal que a ::.,,i dable penetrar en el templo sin hacer una previa ah!ciri. El vestide. !s n rada re haba de tener en cuenta como el cuerpo: cada eiudar -.: :a concha tersa vbrillante cada mujer una nyade habitadora de las fuentes. Todo :1 revds de lo que sucede con los bienaventurados espaoles: hanse visto motines encaoezados por la gente de cha- pa, pidiendo la vida de un Ministro que haba tenico la lrrpc idea de naitrri i,ari las calles, y se dan hombres que no se acuerdan haHr tornado un bao e r.a vid dichosos espaoles! Los trazos montalvinos de crtica a Espaa, por cierto, suelen eornbinarse cop los de una resuelta y cariosa admiracin -a erla, y aun cabe afirmar que en sus objeciones se percibe un dejo de preocupacin filial. Esta disposicin sincera viene a ser igual que otros aspectos que ya he sealado un nuevo rasgo de su semejanza con el argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien ensay tambin observaciones acres sobre la reaiidao espaola con la misma aspiracin afectiva de hallarla un da mejor. Pero volvamos al punto de las expresiones deleitables de Montalvo sobre el Guadalquivir mismo. Y hagrnoslo para insistir en que ahora quizs se lo ve desmedrado, empobrecido; que su curso no muestra ya la plellitud de otras pocas. Agunas corrientes caudalosas y sonoras, que buscaban desposar voluptuosamente sus aguas con las del ro Inajestuoso, hall sido castigadas por interminables sequas, y han quedado convenidas, ms de una vez, co cauces polvortenttis. que yacen tristemente bajo la opulenta armadura de piedra o de hierro de sus puentes. El Guadalquivir ha debido pues privarse de esos alluenles generosos, ili.. -Li en el presente una ame 8 tbd.
171 naza todava mayor se oyen, eectivamente, comentarios sobre TOyCCIUS Urbanos y rurales que un da aherarn la maravillosa imagen de sus ondas. El viajero las mira y las vuelve a mirar, con porfa amorosa, y no quiere ni pensar en que se atente contra su integridad y su encanto. Porque siguen an siendo, aqu en Crdoba, y en Sevilla, y en las praderas andaluzas, corno el claro bordn central de un paisaje que se abre con los atractivos dulces y lucientes de las guitarras caractersticas de la regin. Pasa el ro por Crdoba entre las orillas de la ciudad antigua que Montalvo contempl con los ojos del alma y de la ciudad moderna, a la que, en cambio, no le ocult su amargo desdn. Es como si quisieran reflejar sus aguas dos tiempos diferentes. Por su parte, espiritualmente escindidas entre s las dos Crdobas, parece que cada una aguardase tranquilamente la curiosidad ansiosa de los viajeros. Pero la de veras magntica, la que atrae con una fuerza vieja y secreta es la de los siglos ahora distantes: la de los bloques ptreos romanos, medievales y renacentistas. La de la Plaza del Potro y del precario alojamiento de Cervantes. La de los recoveros urbanos adoquinados, en donde todava est la casa en que forj su noble castellano el Inca Garcilaso de la Vega, hace ms de trescientos aos. La de la arquitectura leve y rtmica, slida y transparente, nunca repetida, de la mezquita, que hizo vibrar de emocin profunda y de lirismo a la prosa de nuestro escritor. La de la enorme catedral cristiana inserta entre las columnas de aqulla, que tanto le molest a Montalvo, pero en una de cuyas capillas hay una mesa sorpresa extrasima para el hombre sensible de ahora! en que se exhiben la calavera y el gorro eclesistico de fray Luis de Gngora, padre incorruptible de las metforas, inspirador remoto de las audacias estilsticas de la poesa de nuestros aos. A ms de esta visita a Crdoba, en que el joven viajero la anduvo por todos los costados, de callejuela en callejuela, ro abajo, ro arriba, admirando lo pasado, lamentando lo presente, es conocido que realiz tambin otros recorridos por Andaluca: Sevilla, Mlaga, Granada. Y aunque fue poco lo que dijo sobre estos lugares, no es difcil darse cuenta del sentido de sus percepciones y reacciones. Sevilla debi de parecerle, usando una definicin orteguiana, una dudad de reflejos, pues que a l mucho ms que a otros extranjeros tuvo que haberle hechizado la magia de la luz, que se estremece en el arabesco movedizo de sus trigales, viedos y olivares; que palpa tenuemente los surtidores y naranjos de sus huertas y jardines; que juega entre los arcos finamente recortados y las crestas de sus alczaresyde sus torres, presididos por la dela Giralda, y que, en fin, extiende sus claridades en las ondas del Guadalquivir soberano.
172 Mlaga se le prendi asimismo en la retina, aunque acaricindole quizs en grado menor su sensibilidad de peregrino atento, con la blancura de aquellas casas que festonean primorosamente el cristal lmpido de su baha y el verdor intenso de sus colinas. El apunte descriptivo del lugar no aparece en sus libros, pero se muestra en cambio el siguiente recuerdo de su episodio malagueo, como constancia de su paso por esa ciudad: As es como en Mlaga vi una ocasin un hombre que venia por ah echando venablos. Oh, Dios! y cun graves eran los trminos de ira y venganza con que asordaba los alrededores! Lleg aun humilladero de esos de la pared. y quitndose la boina, y besando los pies del santo, dijo: Este si que me puede: aydamc, Paco, a coger al zurdo, y Le pongo una vela maana de maata Quera que San Francisco le ayudase a beberse la sangre de su rival, ya vueltas & tan cristiana cooperacin le ofreca un pedazo de cebo. Esto es ms que los sacrificios de puercos en pintura que ciertos antiguos hacan a sus dioses, Estrictamente veraz o no, esta ancdota se halla contada con tan apropiado sabor de autenticidad, que vena a resultar innegable su eficacia probatoria sobre las distorsiones que sufre el ejercido de la fe catlica entre las masas populares, tema que frecuentemente aborrasc la pluma de nuestro escritor. Granada, ella s entre estas tres ltimas ciudades, le ocasion los mismos fuertes efectos anmicos que Crdoba. Se qued ah algunos das en la [onda de Minerva. Para sus recorridos se apart de los dems viajeros. Por costumbre madrugaba. Callado y en gustosa soledad caminaba por todos los amenos puntos del paisaje buclico de los rabes. Estaba otra vez fascinado igual que frente a la mezquita cordobesa y embebido asimismo en la nostalgia de otras edades, que parece resonancia transmitida por los conductos persistentes e inexplicables de una herencia de raza. Ya en el Prospecto del libro primero de El cosmopolita promete a los lectores hacer una ruta ideal, sobre la huella probable de las remembranzas de su viaje, a travs de los mgicos rincones de aquel lugar: Tornarcmos les diceun bao en el Genil para hacemos propicias las U- ellas de Grapada, bien as como los suaves indios se hacen aceptos a sus genios con baarse en las aguas corrientes del afortunado Ganges. Y subiendo a la Alhambra por el bosque en donde el ruiseor suelta la voz divina, resonarn nuestras pisadas en los propios mrmoles que oprimieron las plantas del fiero Aten Said y de la bella Saida. El Darro separa las colinas del Albaicin y de la Alhambra: es ese un riachuelo borrascoso, a pesar de su reducido caudal, que entre piedras y chaparros se precipita braveando, lmpido, travieso, haciendo espuma a los recodos y conchitas en donde las ninfas se refrescan; veloz como un saetn en otras partes y mal enojado, si da con una grande piedra que le interdice el paso. Sus oriflas son montuosas, verdes, llenas de silvestres 88 Rplica, un ,a5sls seudocatlico. Siete tratados, Torno 1, pg. 02, bid. 173 flores, hasta que baja a la campia de Granada a entregarse al Genil y, ondas con ondas confundidas, la van fcrtilizando y hermoseando en el largo trecho que a baan. No ser de nuestro gusto, en unr maana de abril, fresca, pura, con un sol resplandeciente y halagador pasarde la Alhambra al Generalife alravesandoel Dan-o?. Yen ci tomo segundo del mismo libro que he nombrado, en las pginas de la muy desnuda confidencia personal de Carta de un padre joven, se acuerda de Granada y de su permanencia en ella. Alude a sus paseos matinales por los huertos de la vega, por la montauela del Albaicn, por las cuevas de los gitanos. Se habr fatigado sin duda, anda que anda por las numerosas encrucijadas de la morera. Habr odo es natural, por alguna de esas partes, la queja melodiosa de una voz entre los sones melanclicos de la guitarra. Cuenta que entr en la Alhambra, y despus de recorrer los patios, galeras y aposentos desiertos del palacio, fue a contemplar la ciudad, la vega y las colinas desde el Gabinete de le Sultana, de donde se goza una grande y agradable vista. Los templos y sus cimborios najestuosos, el Genil y el Darro serpenteando por la verde campia; la Sierra Elvira mucha distancia; la Sierra Nevada al otro lado.t9 Y as efectivamente tuvo que haber sido. Sus referencias son precisas. Debi pues de haber visto en un anl lejano, hacia el costado derecho desde la Alhambra, la Sierra Elvira, y hacia el izquierdo la Siera Nevada, con picos cuya elevacin se aproxima a los cuatro mil metros, como el del cerro de La Veleta. Muy cerca, en cambio, en el frente inmediato, tuvo que haber observado aquello que tambin menciona: la colina del Albaicn, pelada, con aspecto similar al de los collados tungurahuenses que l jams olvida, y con las incisiones que han hecho en su falda las cuevas de los gitanos. Adems, los dos Genil y Darro, de temblorosa musculatura; las pequeas casas de teja que circuyen el monte y cuyas fachadas brillan co.el resplandor de los soles; :a esbeltez solitaria de los lamos y los cipreses Pero en donde sin duda sinti que volva a poseerle un arrobamiento casi delirante fue en la atmsfera de la Alhambra y el Generalife. Ah vio de nuevo el alado primor de las construcciones moras, que ms bien parece el adorno tenue de una pastelera de ngeles. Ni una imaginacin febril, dominadora a la vez de la ms fina sabidura de1 :.uea y las proporciones, podra repetir estos prodigios arquitectnir en que la mano borda, en lugar de construir, en las paredes, en los re.nates de columnas, en las cpulas. Alrededor de stas, las altas ventanas, con sus cristales lmpidos, obli 8 Can.&un padrcjovcn. El cosnwpoaia, Tomo II. pp 142 y 143, Ibid.
174 gan tambin al sol a ensayar a su modo sutiles fiiiig[anas, cuando su luz va proyectando los arabescos de las partes superiores en los muros opuestos. Bien se ve que los arquitectos de estas mansiones regias hicieron mirmol una piedra divina de perennidad y de gracia, y de los otros maiL :iies un complemento de la ms exacta armona. Anda el joven escritor, vehemente en sus curiosidades y sus impresiones de gozo, por todos los interiores del gran palacio, y por cada una de las torres, desoladas y enigmticas. Da vueltas por los corredores (jile enmarcan el Patio de los Leones, mirando de cad ado las columnas y arcos finos y uniformes de aqullos; pero detenindose sobre todo en la contemplacin de la fuente central, de lneas sobrias que han rechazado todo alarde empobrecedor, yen la que doce figuras de leones de viejsiinu estilo ibrico vierten dulcemente, sin estrpito, un chorro de agua cristaliiia Es:tra en cada uno de los aposentos y se estremece, corno bajo ci efecto oc un vago soplo de centurias, al creer que percibe las sombras inapaciguables de cegres y abencerrajes, y el taido de la guzla acompaando el acento entristecedor de alguna cautiva. Sale hacia los jardines y los surtidores del Generalife, on el deleite de los reyes nazares que l va evocando a su paso, busca lo stios ms amables y recoletos. Le alucinan las voces de las aves que ah han fevantado morada, y que trinan al acorde de los vientos que pulsan las cuerdas cristalinas de las fuentes. Ama esos recodos en que triunfa la filosofa vital de las aguas. Las aguas siempre, saltando, corriendo o sonando en la profundidad. Convngase entonces en que J uan Montalvo pas por la regin de Andaluca, que los moros convirtieron en algo como su paraso en la tierra, no nicamente cual exaltado contemplador, pues que, sobre todo, dio pruebas de una viva adhesin sentimental al pueblo remoto que desde all hizo dimanar l fuerza imprescriptible de su cultura. Pareca que en l haba algo de instintivo apco filial, peaistente aunque lejano, a ese pasado. Quin sabe si algunos de los a:tuale3 dtscerLcntes de rabes que yo veo circular por aquellos rincones histncea de oranada, con su rostro aceitunado y enjuto, su pelo ensortijadc y sus ruciiantes ojos negros, quizs semejantes a los de mi biografiado, me estn insinuando que mis sospechas sobre sus conexiones ancestrales con ellos no andan en ningn caso descaminadas. Y he de recordar, al hacer estas precisiones, que el mismo Montalvo se senta naturalmente mestizo, porque conoca la vertiente espaola, teida con la aportacin de sangre de los colonos del septentrin del Africa, de que su familia proceda. Adems, porque entenda que en nuestra Amrica la condicin comn es la de mestizos. Pero estaba absolutamente
175 orgulloso de ello. Mal hacen pues los que han ledo superficialmente las pginas sobre la nobleza, que forman uno de sus Siete tratados, y los que se dejan llevar por comentarios de segunda mano, en tildar a Montalvo de reaccionario y aristocratizante en asuntos raciales. Y peor los que han pretendido zaherirle con llamarle mulato en expresin del mximo desprecio. Es aconsejable entonces que se vea el sesgo de sus reacciones en torno a la oscuridad de su piel, y a lo africano y lo mestizo, que han de venir a desvanecer los errores de una crtica muy extendida en el Ecuador, cuyos signos han sido los del apresuramiento y la locuacidad, antes que los del estudio y la responsabilidad. En lo que atae al primer aspecto, es conmovedora la sinceridad de esta confidencia: Cuando me preguntan cmo en dos viajes al viejo mundo, ni de ida, ni de vuelta he pasado por los Estados Unidos, la vergenza me obliga a reservar la verdadera causa: no ha sido sino temor; temor de ser tratado como brasileo, y de que el resentimiento infundiese en mi pecho odio por un pueblo al cual tributo admiracin sin lmites... Por cierto, ah no termina su revelacin, pues que luego adopta un giro ms bien sardnico sobre el pueblo norteamericano: en el pas ms democrtico del mundo escribe es preciso ser rubio a carta cabal para ser gente. Los yankees ignoran, sin duda, que en el Egipto condenaban a muerte a todo pelirrojo, y que Judas fue un austriaco y tuvo la cabellera a la inglesa: un catire, corno decimos en Amrica.90 Y finalmente halla conveniente entregar, a los que nunca le han de ver, los rasgos ms caracterizadores de su fsico, en un retrato que puede estimarse como modelo en su gnero, y cuya reproduccin har en un captulo posterior. En lo concerniente a su criterio sobre lo africano, son suficientemente expresivas estas palabras suyas, que las tomo de su tratado De la nobleza: No se diga que las molculas ardientes de sangre africana que nos rojea un tanto el cutis retarden algn espacio nuestro engrandecimiento de la civilizacin: el humus, la tierra negra, es la que comunica a las dems la virtud productora. Y un medio centenar de pginas ms adelante, en el mismo trabajo, esboza con satisfecho donaire esta reflexin, que coincide con lo que estoy afirmando: Si va a los negros, por qu no suponer que nuestras abuelas fueron princesas de esas que, caballeras sobre livianas avestruces, se desflechan cual sombras encantadas por los arenales ardientes de su patria?
% De la bclieza en el gnem humano, Sitie tratados, Bogot, Ctrculodc Lectores, pg. 166. 176 Al abordar este asunto de los antecedentes familiares y raciales de Montalvo, me mueve otra vez la tentacin de comparar su caso con el de Domingo Faustino Sarmiento, y ello me seguir ocurriendo en otros puntos de esta composicin biogrfica, porque los dos tuvieron unas cuantas razones de afinidad, en medio de algunas diferencias sustanciales que no se pueden desconocer, las cuales volvieron personales y distintas a estas dos figuras tan representativas de su tiempo. Erie1 aludido aspecto de similitud entre Montalvo y Sarmiento, hay que reparar en que el escritor argentino rastreaba las huellas de Su ancestro materno en el mismo mundo de los rabes que hemos visto relacionarse con el primero. Obraba en el convencimiento de Sarmiento el origen moruno de su segundo apellido: Albarracn. Por fin, Montalvo, tan acostumbrado a formular sus reflexiones sobre la base de lo que tempranamente ha ledo y estudiado, pero sobre todo de lo que pulsa en sus interioridades, yen la realidad misma que lo cerca. influyendo directamente sobre l, ha conseguido delinear con claridad, franqueza y valenta sus ideas sobre el mestizaje de nuestros pueblos. Por lo mismo insisto en que hay que desbaratar las necias sospechas de los que, sin conocerlo de veras, ni haberle ledo suficientemente, le dan una ubicacin que no tiene en el enjuiciamiento de la problemtica social. Y lo mejor que aqu mismo necesito recomendar, en materia tan controvertida como la de los prejuicios comunes deja pureza de sangre, son sus apreciaciones en torno de la nobleza. Recuerda nuestro escritor que sta se ganaba antiguamente por las virtudes, los esfuerzos, el talento, el atrevimiento y el valor. Que es lo que precisamente tomar el ensayista espaol Ortega y Gasset, un siglo despus, para ir desarrollando su muy sugestiva explicacin sobre aquello de nobleza obliga. Montalvo destin todo un tratado, de buena extensin, a ese tema. No sin que yo crea indispensable su lectura completa, en esta precisa oportunidad slo me he de contentar, a modo de rpida iluminacin, con llamar la atencin sobre la siguiente apologa de nuestra condicin de mestizos, contenida en esas pginas. He de advertir, desde luego, que una definicin ms clara que la que ah se desenvuelve sera insulso reclamar: Las indias pusieron la mitad de esta gran familia americana, y de ellas y los Almagros, Sotos, Valdivias, Qucsadas, Encisos, Ojedas se ha formado esta hibridacin admirable, tan superior por la sensihi idad como por la inteligencia. Las castas ms finas y preciadascnire los animales noblesprovienen del cruzamientode las razas.91
9i De u nohieza, .Siewnraa J o,. pJg 3. ibid - 177 A los que en nuestro pas alardean de nobleza y aristocracia por el dinero atesorado y la influyente posicin que han alcanzado, les hace notar lo infeliz de su pretensin con slo mentarles esta mezcla racial. Noble, les dice, sien l sangre se quiere afincar la nobleza, sera el que tiene sangre de Duchicelas. Porque descender de la reina Paccha vale tanto como ser nieto de Catalina de Rusia. Con ideas de ese carcter l no poda menos de considerarse un mestizo genuino. Pero un mestizo en el ms augusto concepto, y no en el sentido peyorativo y desdeoso que atribuyen a este tipo de hibridacin admirable los defensores encarnacin de la peor ceguera y engao de un pretencioso linaje. Con ello, claro est, no intentaba l poner en segundo plano su abolengo hispano de procedencia andaluza. Sin embargo, sus apresurados y vehementes enemigosms enconados mientras mayor era el apogeo literario de Montalvo crean fcil denigrarlo invocando mf a- mes razones de casta, que suponan eran eficaces en un medio estragado por esa laya de prejuicios. No reparaban en ninguna evidencia de su ancestro, sino nicamente en el color osctiro de su piel y en el ensortijamiento de sus cabellos, para tratar de reconocerle, en afn de vejamen, una mulatez de africano y de india. Ni el aspecto de sus hermanos y de su padre, que no se caracterizaba por la prietez del rostro y la rizadura del pelo, era suficiente para disuadirles de la injusticia del pretendido agravio. Y al escritor, naturalmente, segn lo he hecho notar con la transcripcin de sus propias expresiones, le entristecan, unas veces, o le azoraban, ole enardecan de coraje los ultrajes relacionados con su aparente condicin racial, no por otra cosa que por la rebajadora intencin en que venan envueltos. Uno de los que le atacaron con esa suerte de ofensas, inspiradas en los criterios ms reaccionarios, fue su conterrneo y compaero de generacin literaria J uan Len Mera. Tiempo habr, en captulos posteriores, de mostrar las circunstancias del duelo que sostuvo Montalvo con ese y otros detractores. Por ahora conviene que siquiera cite las frases con que respondi a la injuria de Mera, que lo haba llamado hbrido y monstruoso engendro de dos razas malditas (la negra y la india), y que se haba burlado de su cabello etope. Lanse pues sus palabras, por lo menos en esta reproduccin parcial: No, no soy hijo de dos razas malditas: mi padre fue bueno, mi madre santa, y mujer tal, que con slo su recuerdo purifica a las madres ... Raspad en un caballero de la Amrica del Sur, y bajo la epidermis daris con el indio o con el negro de Africa. Esio no nos perj udica: Be oils 3 ui re z era azteca sin gota de sangre espaola, s metia empcradores en buena guerra
178 Desde luego en su caso crea necesario establecer las precisiones adecuadas para rechazar las afirmaciones malintencionadas de Mera: Aun cuando la ley de Colombia no me tocara por el tiempo, libre hulitera yo nacido, porque no soy hijo de negros, y porque hay ciertos hombres que no pueden ser esclavos ni en la esclavitud. Mi color no es cetrino, ni deslunibranle como en los hijos de Albin; mi sol est siempre en el equinoccio, me hace hervir la sangre, y su luz concretada en ella, me sube al rostro. Yen lo que toca a su cabello etope, devolva los agravios a su adversario en los trminos que siguen: Son gruesos caracoles y enormes anillos de azabache que han envidiado siempre. Los egipcios, padres de los sabios del mundo, mataban a cuanto individuo se les presentaba con cabellera de mala pinta. La experiencia les haba enseado que, si los dioses tienen enemigos entre los hombres, son los albinos, cnqtierlaques y ms entes de tu naturaleza, espinosa, mal hombre (est aludieado a Modesto Espinosa, otro de sus atacantes, pues actuaban en comandita), Hablas de luz, y huyes del sol; hablas de colores, y no puedes ver el iris. Y t, el de cabeza quichua, mera, redrojo de tanietnes (as eran designados antiguamente los indios cargadores que acompaaban a los viajeros), qu no daras por despojarte de tus cerdas lacias, en cambio de un soberbio erguido pelo que en magnfico desorden se derrama formando negros tirabuzones y sortijas que acodician a las diosasdel Olimpo.92 Por fin,en esta materia de la condicin familiar, de los probables caracteres ancestrales y del parecer fsico de los Montalvo, hay una referencia harto interesante sobre J avier Avelino Montalvo Oviedo, to paterno de nuestro escritor, mediante la cual viene a descubrrsele a ste como a uno de sus parientes ms semejantes en los rasgos fisonmicos y temperamentales. Segn ella, aquel hombre debi de haber sido moreno y crespo, y muy propenso a irritarse con violencia, De manera que se enzarzaba constantemente en altercados, sobre todo cuando se pretenda faltarle al respeto. Y ms aun cuando igual que a su sobrino posteriormente se le trataba de zambo y se le buscaban injuriosas pruebas de ello. Mi biografiado no era bajo ninguna razn [ruto de una mezcla directa de caracteres iridios y africanos. Era sin duda un mestizo cuya rama paterna proceda, segn lo he explicado suficientemente, del mediodia de Espaa: de la Granada que colonizaron y seliorearon los rabes durante varias centurias. Por eso su encuentro con Andaluca, tan vibrante, tan conmovedor, tan elocuentemente significativo, se proyect en las pginas que he recordado, reveladoras de algo que me he permitIdo califIcar de ilistintiyo y remoro apego filial. 92 g,,,a.dc%o,,ocid.i. Juan M,nral.v. A,nOto usa deSl,,ni.,[v,, ]5p.qz 145, i4t. 01 152
179 Y bien, cumplido su muy consciente como sentimental itinerario andaluz, desde Granada emprendi viaje de regreso a Pars, usando la diligencia primero, y luego el ferrocarril. Atraves la Mancha. Percibi la declinacin de sus pueblos: techos vencidos de penuria y vetustez, calles desrticas, campos rados o abandonados, gentes miserables, animales vagabundos de costillaje casi desnudo. Record entonces a Montesquieu, cuyas observaciones sobre la vanidad y el orgullo de las naciones venan a servirle para explicar el caso de Espaa: en efecto, lo que estaba viendo en una regin que poda mostrarse productiva y amable, en lugar de azotada por las privaciones y el hambre, no pareca sino la comprobacin de los juicios de aquel pensador francs, sobre que lapereza que engendra el orgullo espaol se ha convertido, a su vez, en la causa primordial de su gran indigencia colectiva. En un punto y en otro de su recorrido manchego iba tropezando con decenas de hambrones que se atropaban en redor de los viajeros, para pedirles en forma suplicante una pieza de cobre o un trozo de pan. Es decir, casi lo mismo que experiment en Crdoba, en donde vio una multitud de mendigos que se arremolinaba con la ansiedad de aproximarse a los pasantes en demanda de limosna. Pero en este trayecto por la Mancha hasta alcanz a advertir, en algn poblado, cmo la moneda que se arrojaba a los aires produca una batalla de puos y navajazos entre los infelices mendicantes. La impresin que toda esta pobreza lastimera y clamorosa iba dejndole en su nimo fue tan persistente, que hay una imagen que la llev a sus libros en ms de una ocasin, y es la que sigue. En ella se observar, de paso, el sentido altamente magistral con que sabia componer sus retratos: No hay encarecimiento en lo que digo: viajando por la Mancha detvose el carruaje al entrar de una aldehuela; nubes de pordioseros caen sobre nosotros, bien as como bandas de langostas sobre la cementera en cierne, o de cuervos sobre la res del mulador. Enire la canalla infinita que baila, se estrecha, codea y mete la cabeza por las ventanillas, est una mujer del ms extrao aspecto; su color frisa con el de los gitanos de Granada, cual si le hubieran espolvoreado holln en el rostro; los dientes largos, con una capa de enjundia verde y espesa; la pupila como nadando en un pozo de ocre desledo; mechonesde cabello aqu y all, con lunaresde calvicie en donde quiera; manos secas y huesosas, de uas curvas, propias para las horquetas de que Dante arma a los diablos de su infierno. Y este conjunto de deformidades cubierto de medio cuerpo abajo de un sayn amarillo y agujereado, remendado, desflecado, volantes los girones con el vienlo, para poner al aire sus piernas cenceas, bazas y nudosas; el seno va desnudo; los pechos colgando y laxos como los de las hotentotas; slo la espalda le cubre uno que seria franizuelo, sujeto a la garganta por dos puntas, a modo de capa tic oro. Y esta infeliz mira con un mirar que muele el corazn entre dos piedras; y deja estar ah sola en el medio del gento y nada dice donde todos allan, piden rile can dando al suelo las rodillas y al cielo las manos juntas. 180 Herido de Ial vista, uno de los del carruaje el cual me dijeron ser un gran fsico de Madrid, hizo del ojo a la mujer para que se acercase si mujer puede decirse ente tan degenerado y preguntle con cuyo motivo ese color y trastrueque de lo natural. Porque no tengo casa y estoy da y noche en el campo, y como yerbas, respondi. He aqu una criatura humana convertida en bruto; vive al sol y sereno; cubre la pudieia con un andrajo que halla en la basura; ramonea los arbustos; vive a pasto de yerbas. 93 La miseria fue un motivo no infrecuente de inspiracin en los trabajos montalvinos. En varias oportunidades nuestro autor abord aquel tema, recordando en lenguaje de efectos estremecedores incidencias aprehendidas a lo largo de su peregrinacin cosmopolita, o soportadas amargamente por l mismo, en sus perodos de mayor abandono e infortunio. Precisamente, una muestra del grado de intensidad interior y de expresividad estilstica con que desenvolvi este tipo de asuntos es el ensayo titulado La mendicidad en Pars, que apareci en El espectador y promovi el juicio entusiasta de la crtica en Europa, ya en las postrimeras de la existencia de Montalvo. Pero hay algo ms que se vincula, digmoslo as, con esta digresin de las pobrezas, y que atae al fondo propio de su carcter: es su ejemplar compostura frente a las adversidades del dinero. En tal gnero de reacciones, y en consonancia con ciertos hbitos literarios, l poda haberse reconocido lamartineano. Efectivamente, igual que el poeta francs, cultivaba la honradez, el desprendimiento y la caridad, y daba pruebas de sufrir las privaciones con dignidad y estoicismo. J uzgo por eso que nada es ms oportuno que evocar aqu, acudiendo a su propio testimonio, la desgracia que afront al poner nuevamente sus pies en la capital de Francia, tras el animado viaje de algunas semanas que se acaba de describir. Fue aqulla no otra cosa que la consecuencia precisa de sus impulsos de solidaridad y generosidad. El caso es que nuestro joven ensayista haba adelantado ya algunas diligencias para tomar pasaje de regreso al Ecuador. La renuncia a sus funciones de secretario de la legacin en Pars haba sido aceptada oficialmente. Dos meses despus tena que embarcarse. Por otra parte, las molestias de su afeccin reumtica, si bien no haban conseguido postrarle nuevamente, comenzaban otra vez a agudizarse. La vuelta, pues, no admita dilaciones. El como nadie estaba convencido de ello. No obstante, por un gesto piadosocon un compaero cje la legacin, cuyo nombre por delicadeza no menciona, pero que preslimible[nente fue el futuro general y hombre pblico Francisco J avier Salazar, accedi a cederle en prstamo las dos ter-
43 d,i,dc.,.nd ;1c- 181 ceras parles de los fondos que el Gobierno le haba girado para los gastos de su transporte. Confiaba totalmente en que el lloriqueante prestatario iba a restituirle dicha suma en corto plazo: exactamente en la fecha en que ste arribara al puerto de (uayaquil,a donde primero se diriga. Mas pasaron las semanas, y Montalvo no hizo sino esperar en vano. Lleg a vencer- se con exceso el tiempo acordado. En esas circunstancias fue natural que le ganara una gran preocupacin, a pesar de la opinin que se haba formado de su amigo y beneficiario, y de la confianza que le prendieron en el nimo sus tntas splicas y promesas. Apel pues a una determinacin que le causaba nuevas desazones: dar a conocer en la legacin lo que haba ocurrido. Pero ni ello le dio resultado inmediato. Y como en el fondo de su siempre exigua economa no hubo finalmente sino para el nico da de hotel, se vio precisado a acercarse a la administracin a cancelar su cuenta, y a formular la proposicin de que se lo permitiera permanecer all hasta conseguir la devolucin de su dinero. El odiaba hacer esa laya de pedidos: senta aprensin y rubor de ejercitarlos ante cualquiera. Ms desde luego en este caso, en el que tema sufrir el bochorno de una respuesta negativa. Que fue lo que en verdad acaeci. Porque no oy otra cosa que un no tajante del alma bronca y fenicia del hotelero, que es el alma comn de los negocios en Francia. Me arrojaron del hotel, y una noche tuve que dormir en una bodega,le deca aos despus a su joven amigo Roberto Andrade. Tambin a otro ecuatoriano Rafael Barba J ijn le refiri esta desgracia en carta de un decenio ms tarde, cuyas frases son las que siguen: Ahora diez aos icnia yo en Francia un resto de setecientos francos, con los cuales me dispona a regresar a la patria: vino mi quiteo, y llor por su mujer y sus hijos en mi presencia, porque no tena con qu volver a su casa. Le di los 500, y me qued expuesto a la necesidad, la cual lleg como ahora. A todo falt ese desgraciado, y es l quien fragu ltimamente mi mucrtcalevosa en Quito.94 Acabada de pasar la triste peripecia, y con la molestia de su equipaje fuera del alojamiento, presion ante la misin ecuatoriana de Pars, que volvi a interesarse y afortunadamente hall eco instantneo en un venezolano, apreciador de los talentos del joven Montalvo. En efecto, a ste le fue tan fcil como placentero prestarle los valores que requera para unas semanas ms en aquella metrpoli y los billetes de regreso al Ecuador. Slo con ese auxilio, que l restituy puntualmente, y tras tantas incomodidades, pudo al fin embarcarse en Marsella, en agosto de 1860. Antes haba escrito a su hermano Francisco J avier, empeado por entonces en introducir cambios y arreglos limitados, de poca considera ) rjh, :\It II u,l;S, - 0.
182 cin, en la morada paterna; quera que le ofreciera un al hergue acogedor: el apropiado a su larga ausencia y a sus prematuros padecimientos fsicos. No s le deca si en las refacciones qe tas hecho en la casita sIc ,\iitbaio se te ocurri la idea de reducir a un cuarto habitable esas dos tiendas intiles; eso habra sido muy bueno; pero de cualquier modo, todos estaremos bien. 1 mucho mas cuando yo no me contentar cori estar en Ambato, sino que vivir en Baos; ir de cuando en cuando a visitarte solamente. Id aire, la soLdad, ci silencio, son para m unas cosas en que sueo; bis veo como una fclictdad: de Pars a Pi,nssn nunca se dio un paso ms feliz. Voy a enrusmecernie para rohtmstecerme un poco, para recobrar esta salud perdida en estas atmsferas inmundas. En verdad las dos tiendas, ya sin ninguna utilidad, pasaron a ser la habitacin que desde lejos peda el escritor. Y si bien, como lo anunciaba, buscara por temporadas la rustiquez de la hacienda de Baos, su residencia ms o menos estable habra de ser aquella casita de Ambato. lay dos detalles notorios en dicha carta a Francisco J avier: la confesin de su misantropa, de su obsesin por la soledad, que ni la multitudinaria vida europea ha logrado alterar en lo ms mnimo, y la de su salud perdida. Ella realmente ha vuelto a agravarse. Los dolores de las piernas especialmente de la una se han agudizado. Fla tenido que comprar muletas, que ha de usarlas durante un buen tiempo por prescripcin de los mdicos. El caminar as, nada menos que l, tan amante de presentarse siempre con un aire de altivez y elegancia, entraaba ciertamente, dentro del mundo de sus calladas congojas, la ms opresiva de las adversidades. Sobre eso, nada venia a ser ms inoportuno e incmodo que viajar en esa condicin, trocado casi en un invlido. A causa de ello, precisamente, corri un riesgo de muerte en el transcurso de su navegacin, segn se lo refiri mucho ms tarde a Roberto Andrade. Bueno ser que se conozca el testimonio de ste, que ha de resultar ms vivo y elocuente que cualquier tentativa de reconstruir el hecho con el concurso de la imaginacin: Navegando en aguas de Amrica, sucedi que un dia esiuvo a punto de correr la suerte del venezolano Larrazhal: tuvo que i rasborda r en ;tlta mar: como todava se sen de una de las piernas, consecuencia, a lo que parece, de la enfermedad de que tite vctima en Pars, al pasar de un vapor a otro se le desliz tina muleta y cay: debajo bramaban las olas; uno (te los empleados de a bordo, yanqui de constitucin hercleo. asile de uno de los brazos, tons ndolo casi en el aire, y lo levant hasta pone rio en salvamento. Mi ngel de la gimardui me salv. me dcci;,: abrigo itt esperanza de que mecustodiar fielmente, hasta que yo cumpla setenta u oclienl;, aos.
183 A mediados de setiembre de aquel 1860 volvi por fin a tocar tierra ecuatoriana. Arrib a la isla de Pun, desde donde haba partido tres aos atrs, y ah tom la consabida lancha para la travesa postrera, de algunas horas, al puerto de Guayaquil. ha a empezar una nueva experiencia en su destino de gloria y asperidades, marcado fuertemente por los contrastes del amor y la abominacin, de las alabanzas y los ultrajes, del reconocimiento pblico y el calculado desprecio, del sosiego y las violencias, de la proteccin hogarea y el desamparo del destierro.
184 CAPITULO X Historia de ambiciones y de atropellos Los renglones de la historia ecuatoriana se han escrito muchas veces con sangre. Y se no ha sido un mal nicamente suyo. Pues que los pueblos que seore Espaa en esta parte del mundo han tenido que vivir, cada uno a su tiempo, experiencias igualmente tormentosas. Ha habido en ellos la confrontacin de ideas, de intereses colectivos, de concepciones de go- bienio, pero de modo ms palmario y frecuente la rivalidad insofocable de gentes codiciosas de mando. Precisamente ese apetito ha dado paso a la forja de caudillos, y ha hecho de nuestras incipientes democracias que lo han sido paramentales ms que genuinas y sustantivas un oscuro oficio de timadores, o un enfrentamiento desvergonzado de audaces. Nada alcanza a aparecer as tan canallesco y pervertido como el habitual ejercicio de la vida pblica en estos pases. Al extremo de que solamente se ha de hallar una suma minscula de constructores de naciones y hombres de Estado en las listas numerosas de los quehan llegado al poder. Ya hemos visto, en uno de los captulos iniciales de esta biografa, la aflictiva cadena de humillaciones, ultrales, maas e imposiciones vandilcas con que estableci la autonoma republicana en el Ecuador su primer caudillo, el general J uan J os Flores. Ahora he de aclarar que, derrumbado ese rgimen desptico, y aventado Flores lejos de las fronteras patrias, no se resign l con aquella declinacin que para cualquier otro hubiera sido definitiva, sino que se empecin en reconquistar su autoridad oprobiosa. apelando a los ms incalificables arbitrios: amagos de traicin al pas mismo, alianzas polticas sucias y ladinas, participacin en crudas acciones de trinchera. Y si bien no volvi a captar el gobierno para l, tom en cambio a posiciones preeminentes, caso no inusual en esta pequea nacin en que el contumaz buscavidas de la accin pblica renueva de tiempo en timpo sus influjos, y hasta los transmite como heren:ia a sus cescefldientes.
185 Haba pues obrado acertadamente Montalvo en su poca de estudiante cuando redact su primera prosa para execrar la memoria de la tirana loreana. Pero no le haba ocurrido entonces, ni despus, imaginar que ese strapa iba de algn modo a levantarse otra vez en el tinglado del politiqueo nacional y a andar precisamente mezclado en los tristes y confuso acontecimientos del ltimo trienio: es decir, mientras el escritor cumplfa su itinerario europeo. La figura protagnica, que entre xitos espordicos y reveses, ocupaba espectacularmente la escena de ese momento histrico era desde luego otra. Responda a los nombres, que siguen resonando entre alabanzas y vituperios, de Gabriel Garca Moreno, Su presencia habra de ser determinante en el destino de Montalvo, tanto en lo que concierne a su celebridad como a su infortunio. Las dos personalidades, jupiterina la primera y prometeica la otra, representan fielmente el drama de nuestos pueblos, que han visto a sus hombres mejores batallando por salvar a la libertad de los zarpazos de las dictaduras. Su duelo, por lo mismo, se asemeja en cierta manera al que sostuvieron en la Argentina J uan Manuel Rosas y Domingo Faustino Sarmiento. Insistentemente evocado en las pginas de historiadores, bigrafos y polticos del Ecuador, y aun revivido y comentado por autores de afuera, juzgo que no es necesario que me ponga a puntualizar con morosidad los detalles de los hechos individuales de Garca Moreno, propios de un carcter singular, ni los de su titnica testarudez en el despliegue de J a accin pblica, ni los de su lucidez o fortaleza en el elercicio del poder, ni los de sus intransigencias y desmanes sangrientos. Pero creo, no obstante, que debo rememorar en forma rauda y concisa algunos aspectos cardinales de su existencia y de su presencia pattica en el centro del destino nacional, durante tres lustros del siglo diecinueve, para alcanzar a comprender las razones de la belicosidad antigarciana de nuestro escritor. labia nacido Gabriel Garca Moreno en la ciudad de Guayaquil, el 24 de diciembre de 1821. Era pues diez aos y un cuatrimestre mayor que Montalvo. Su padre, Gabriel Garca Gmez, era un inmigrante espaol, nativo de Cdiz. Su madre, Mercedes Moreno, guayaquilea, tena a su vez anccstro procedente de la misma Espaa, pues que el progenitor de sta, caballero de la Orden de Carlos 111, haba venido a avecindarse en Guayaquil para ejercer las funciones de regidor erpetuo del Cabildo. Ambos profesaban apasionadamente su catoli. amo, y mantenan la intangibilidad de sus simpatas monrquicas. T, fcil suponer que aquel ambiente familiar, a que Garca Moreno debi de abrir el alma con temprana y natural docilidad, en el alboreo mismo de su niez, no dej de constituir- se en el fundamento de sus reaeemones de la madurez, tanto en lo religioso
186 como en lo poltico. Esto es, en antecedente del culto de una fe exaltada y militante y de una manifiesta proclividad a los efectos segn l benficos que son propios de la autoridad de los monarcas. Esa mima atmsfera hogarea, con un padre que disciplinaba a su vstago en pruebas sobrecogedoras para el nimo infantil, como por ejemplo la de pasear por las noches entre un laberinto de tumbas, conseguira ir templndole tambin, paulatinamente, la decisin y el coraje. Tales atributos habran de acompaarle despus, en lo ms tempestuoso de su carrera pblica. Resulta as muy significativo el recordar que su ms encarnizado adversario de pluma, que fue precisamente mi biografiado, no pudo menos que rendirse a la evidencia de aquellos rasgos del temperamento garciano, confesando lo que sigue: Garca Moreno ha dejado el mando, es cierto; pero con el mando no se le acaba su carcter, ni los mpetus de su genio son menos de temer: siempre es audaz, siempre arrojado, siempre poderoso de su persona, y, segn es lengua, en el manejo de las armas. Ser de cobardes irritarle con la verdad y arrostrarcon su ira? Lamentablemente, las preocupaciones paternas, y sus intencionados rigores, no alcanzaron a cubrir sino una parte de la infancia de este potable personaje de la historia ecuatoriana, que lleg a ser tan eminente como aborrascado. En efecto, pronto muri Garca Gmez, y con ello dej a su hijo en el desvalimiento de una orfandad acentuadamente pobre. La viuda apenas dispona de lo indispensable para el sustento. Que ya se les vena haciendo esquivo desde los das en que nuestro pas se emancip de Espaa. Probablemente por eso la desolada mujer, que desde luego disimulaba con decoro su depauperada condicin, requiri a un padre mercedario que proporcionase al nio la enseanza elemental en forma privada. As lo hizo ste hasta cuando pudo mandarle, en 1836, a la ciudad de Quito, como husped de su hermana J osefa Betancourt. Contaba entonces quince aos de edad. Consigui en seguida ingresar en el colegio de San Femando, sin sacrificios econmicos, y siempre gracias a los afanes de sus generosos tutores. Uno de sus maestros fue nada menos que el doctor Francisco Montalvo, hermano mayor -como ya se sabe de su futuro mortal enemigo. En las aulas el muchacho se mostraba serio y eficaz, fro y cortante como una espada. Al punto que no tardaron en convertirle en bedel de sus compaeros. Y, para el control que con ello pretendan las autoridades del plantel, la eleccin seguramente result certera: el rgido adolescente hizo que menudearan los castigos. El azote fue como el smbolo ms expresivo de su violenta personalidad: sin duda lleg a ser para l,
97 Elcosn,opoliia, Tomo I,pg. 51, Ibid. 187 entre las vehemencias, agitaciones y brusquedades de su destino polftico, no solamente un instrumento para imponer orden y respeto, sino adems para gozar, sdicamente, de las ms raras y trgicas voluptuosidades. Dos de los hechos suyos que produjeron mayor escndalo, mientras ejerca el mando, tuvieron que ver con el morboso fervor de las azotainas. Terminados provechosamente sus estudios medios de latn y castellano, en 1838 decidi meterse fraile. De ello hay constancia clara y entusiasta en las pginas biogrficas, desbordantes de lisonja de una lisonja que conspira contra la mesura y la severidad de lo tstimonial- que le destin el religioso extranjero padre Berthe. Se ha asegurado que este autor no hizo otra cosa que traducir al francs, en su estilo personal, los originales de aquella apologfa garcana, enviada especialmente por sus verdaderos redactores: un grupo de jesuitas del Ecuador. Remigio Crespo Toral, ensayista notable de la misma posicin ideolgica que Garca Moreno, afirma en cambio que Apuntes y datos le fueron dados al P. Berthe, segn informe, por el Sr. Ordez, -ms tarde Arzobispo quien los obtuvo del escritor cuencano Dn. Antonio Aguilar 98 Este arzobispo Ordez lleg a trocarse tambin en adversario de J uan Montalvo, y en blanco de sus implacables burlas y dicterios. Pero, dejando a un lado esta puntualizacin, en todo caso indispensable, obsrvese que Berthe habla de la fraila del futuro tecrata ecuatoriano en los siguientes trminos: Recibi del obispo Garaicoa la tonsura y las rdenes menores. Tuvo a honra llevar la corona clerical y el cuello distintivo de los venerables sacerdotes. Sotana, la tuvo tambin, pero guardada hasta el da en que el obispo le confiriese las rdenes mayores. Esto ltimo, por cierto, no lleg a ocurrir. Al ao abandon la profesin eclesistica. Ni su genio turbulento, ni su apasionada entrega a la accin aun a la del miliciano, ni su ansiosa bsqueda de poder, ni su apego vehemente a las condiciones clamorosas de la poltica de su tiempo, ni las demandas, en fin, de su inocultable sensualidad, le permitan tomar como suya la vocacin sacerdotal. Y as, ms bien, prefiri cursar los estudios universitarios de derecho, en la misma ciudad de Quito. Volvi a destacarse por sus talentos, su dedicacin y su extremada disciplina. No obstante, todo eso poda reducirlo a aicos en uno de sus arranques impulsivos, en una de las manifestaciones de cruda violencia a que naturalmente se hallaba predispuesto, y por las que algunos compaeros le haban endilgado el apodo de loco. Precisamente hay una incidencia de clases que descubre la dimensin de uno de tales arrebatos. Haba el joven Gabriel Sar98 i,icrilura
pdilhicos, B,hliolcca Ecualoriar,a Mnima. 1 9}. Puebla, Mxio,. Idit. J . Nl. ca,ca J e SA pg. 260. 188 ca Moreno recibido dos notas sobresalientes y una regular en alguna prueba acadmica, y la ltima o sea la r haba sido dada por el propio rector, el apacible anciano doctor Mariano Mio. El estrago anmico que dicha calificacin debi de ocasionarle, nada menos que a l, tan presuntuosoy altanero en el control de los dems alumnos, fue sin duda intolerable. Pues que vol a su habitacin, se encerr en ella, y, enajenado de furor, con los puos crispados, concibi una fulminante resolucin de venganza, despreciando cualquier probable consecuencia. Aun ms, se aprest a ejecutarla de inmediato. Regres en efecto a la universidad, empuj las puertas del rectorado, sorprendi ahi a la venerable autoridad, completamente sola, y sin siquiera proferir una palabra se fue sobre sta y le descarg tres sonoras bofetadas, que le hicieron saltar las lgrimas y arder el rostro. El suceso fue en seguida conocido y conmovi el ambiente universitario. Pero, entre vueltas y ms vueltas, a la postre, no devino en sanciones para su responsable. Garca Moreno continu as sus estudios, hasta la obtencin del ttulo de abogado. Conviene que se aclare, desde luego, que l no se satisfaca con las solas obligaciones de las aulas. Amaba las lecturas. Se daba tiempo para enriquecer su cultura. Le tentaban los libros de los clsicos, e igualmente los de los grandes romnticos, tan en auge en su siglo. Por eso resulta fcil reconocer las seales estticas del romanticismo en los conceptos que verti sobre las letras en un acto cultural realizado en 1846. J -J abjase tambin familiarizado con las ideas de filsofos y polticos clebres. Aun con las de pensadores que ocupaban una posicin divergente de la suya. En este caso, las interpretaba sagazmente desde su punto de vista. Por eso escribi, a su vez, pginas doctrinarias en las que hay citas de Voltaire y Montesquieu junto a las de Chateaubriand o del conde J os de Maistre. Sus afinidades mayores se hacan notar especialmente con las ides de ste, cuyos principios ticos y polticos eran de inflexibilidad e intransigencia. Porque Garca Moreno crea, de igual modo que Maistre, en la necesidad de un gobierno de poderes absolutos para imponer a la sociedad sus deberes, y tambin ene1 papel nico de la religin cristiana como salvadora de los pueblos. Pero lo encomiable, y digno de que sea siempre reconocido, es que todo aquel flujo de curiosidades intelectuales y de asimilaciones no slo le llev a mover con soltura su pluma, sino, aun ms, a adquirir una eventual destreza esttica en el uso de las expresiones. Y bien, todava no se haba incorporado a la abogaca cuando se vio ya lanzado, por vocacin y temperamento, a las zarzas de la actividad poltica. Se alinc Cmi :os liberales o nacionalistas que luchaban en buena parte del pas por expulsar del mando al soldado extranjero J uan !o ores.
189 Se cont entre los militantes de la Sociedad Philotcnica, legataria de los ideales heroicos de los redactores de El quiteo libre. Aun ms, fue de los que, entre aqullos, promovan la eliminacin de Flores. Parece que hasta lleg a prestarse personalmente para eso, apostndose, con fusil en mano, en una azotea cercana al lugar por el cual deba pasar pero no lleg a hacerh- el tirano. Esa es una referencia de Roberto Andrade (uno de los victimarios de Garca Moreno), que adems estableci esta observacin: El primero que introdujo en el Ecuador la doctrina del pual de la salud, fue el primero que haba de morir despedazado por el pual de la salud Y9 Queda como evidencia de los deseos garcianos un soneto que l mismo escribi y public en imprenta desconocida, y que ha recogido Andrade. Estas son dos de sus estrofas: Masposihle serque hasta la muerte hayamos de llevar con indolencia el yugu abrumador de un asesino? Faltar un genio que con brazo fuerte, arroje para siempre y sin clemencia, de esta Roma afrentada al cruel Tarquino?. Esta aversin a Flores hall motivos de exacerbarse en varios momentos de su larga y fragosa campaa de hombre pblico. Pero tambin hall razones de flaquear y de capitular, y hasta de trocarse en aspaventosa amistad y cnica alianza cuando las veleidades de la conveniencia y de la cedida poltica se lo requirieron. Pues que tanto Garca Moreno como Flores desconocan el sonrojo virginal de la limpieza de procedimientos en el campo de sus luchas y determinaciones. Hubo as oportunidad en que el pas entero lleg a temblar, como pr&sa dbil y agnica, bajo la doble garra de buitre de estos dos fros despreciadores de la vida ajena. Fue cuando en 1860, en las vsperas precisas del arribo de Montalvo a playas ecuatorianas, Garca Moreno, apropiado ya de la funcin ejecutiva, entreg a Flores el cargo de general en jefe del ejrcito. Como combatiente de prensa, que desde la iniciacin de su carrera lo fue, volvi Gabriel Garca Moreno a usar slo espordicamente la forma del verso. Pues que, para sus arrestos, la prosa se le ofreca ms expedita y eficaz. Por otra parte, las ansiedades de embest: con toda iracundia a moros y cristianos le llevaron a fundar sus prc1nos peridicos. El primero de ellos apareci el 18 de marzo de 1846, iajo el nombre de El zurriago.
99 Mornalvoya,ra Moreno, Tamol, bid, pg. 69. i ibid,pg.73. 190 Nuevamente, pues, se dejaba notar su obsesin y su fe en las potestades del ltigo. Iba a zurrar, moralmente esta vez, aunque ocultando su identidad personal, y hasta la de la imprenta, a figuras de liberales que se hallaban en la escena pblica del pas, pero tambin a clrigos y fantic. En la revelacin de sus intenciones deca: nos hemos propuesto levantar el zurriago, con el objeto principal de castigar a tanto falso patriota, a tanto liberal perverso, a tanto diputado sin honor, a tanto empleado sin vergenza, a tanto pretendiente charlatn ya tanto pcaro embustero. Desde luego, el lenguaje spero y tenso con que flagelaba y hera a aqullos le serva tambin para hacer sangrar los pellejos de religiosos y cofrades. Tras unos pocos nmeros, publicados hasta julio de ese ao de 1846, se extingui El zurriago. No era cosa de fatiga ni de ausencia de voluntad y coraje en su director. Haba sobrevenido ms bien una causa insospechada, pero que mostr una fuerza imperativa e irresistible para l. O, ms bien, para el mundo de sus ambiciones insofocables, y para sus maquinaciones en persecucin de notoriedad, influencia y poder. Esa causa fue la oportunidad de tratar a doa Rosa Ascrzubi, y de acercrsele humildosamente, y de tornrsele simptico, y de rendrsele de amor (amor acaso aparente), y de ofrecrsele como esposo. Garca Moreno tena veinticuatro aos y medio. Aquella dama se aproximaba a los cuarenta y careca de atractivos fsicos. Posea en cambio yeso era lo determinante, fortuna e influjo en lo de veras connotado de la sociedad quitea. Perteneca a una familia de prceres y personajes bastante visibles en el horizonte de la pol tica nacional. Y sus vinculaciones con el clero parecan insinuarse significativas en un medio en que la Iglesia no haba dejado de gravitar en los asuntos del Estado. Todo ello, en suma, permite hoy suponer que ese matrimonio no vino a ser sino el fruto de las clculadas o pragmticas aspiraciones de aquel joven. Como para demostrarlo estn ah sus frecuentes separaciones del hogar, aunque stas, es cierto, provenan obligadamente de sus mapaciguables campaas caudillistas, cmplidas de un extremo a otro del pas, y de sus destierros, ya que l tambin los soport. Pero estn sobre todo, como en demostracin aun ms elocuente, las circunstancias sospechosas en que muri Rosa Asczubi de Garta Moreno, tras diecinueve aos de una insatisfactoria vida conyugal. En efecto, unas expresiones del mdico que la trataba, que se expandieron rpidamente al amparo de chismes y comentarios salidos de la propia casa estragada por la indignacin y el dolor, dieron origen al rumor de que la haba asesinado el mismo esposo. Roberto Andrade quiere probar el serio fundamento de tales conjeturas con el testimonio que sigue: El mdico era el doctor Cayetano Uribe, Cnsul General de Colombia en Quito, hombre ya entrado en aos,
191 muy estimado en la sociedad quitea, a causa de la sanidad de sus costumbres. En 1875 oyle referir el lance, el autor de esta obra, en los siguientes horrorosos trminos: La Seora era anciana: en 1865 padeca de la hemia, y yole recel ludano, por gotas. Horas despus de la visita, entrada y la noche, fueron a llamarme a prisa. En el examen de la enferma, not sntomas de envenenamiento con ludano, y que se hallaba ya en el perodo incurable.- El ludano que yo dej?, dije, porque no lo vi en ninguna parte. Una criada busc el pomo, lo hall detrs de una puerta y lo present vaco, Quin le ha propinado los remedios?, interpel. Solamente el Sr. Garca Moreno, quien no ha consentido en que nadie cuide a la seora, tanto es el cario que e tiene, respondi la criada.- Le ha dado a tomar todo el ludano!,exclam, indignado. Con la cantidad que dej, se poda matar una No obstante la respetable procedencia de estas afirmaciones, es preciso que se reflexione bien antes de admitirlas cual verdaderas, y de hacer el consiguiente pronunciamiento. Porque acaso no hay un manchn tan abominable como la incriminacin de semejante delito dentro de la vida de cualquier hombre, y ms de la de aquellos a quienes los historiadores han aureolado de grandeza. A eso obedece el que la conciencia se resista, en estos casos, a un convencimiento que no se desprenda de pruebas irrefutables. Y, justamente, en lo que toca al hecho concreto de la muerte sospechosa de la seora Asczubi de Garca Moreno, lo primero que se nos ha de ocurrir es hallar contradictorio el que el mismo esposo haya sido quien la elimin, a sabiendas de que as se privaba del instrumento de influencia que deliberadamente haba buscado, y que ella en efecto constitua para su desaforada carrera de ambiciones polticas. Difcil, por lo mismo, se nos hace el ensayar contra aqul una presuncin de responsabilidad terminante si no se nos ofrecen causas especficas y poderosas del supuesto crimen; es decir, causas que hubieran perturbado el juicio de su autor y desordenado sbitamente la normalidad de su comportamiento. De esta manera debe quedar confesada cul ha sido nuestra espontnea actitud de rechazo a toda imputacin insuficientemente comprobada. Que nos hubiera gustado mantenerla inalterable. Pero ay! las reflexiones y los escrpulos con que hemos querido resistirnos a cualquier temeridad acusatoria parece que han terminado por vacilar ante la motivacin del crimen que nos exponen algunos indagadores del pasado. Estos, en efecto, se han afanado en exhibirnos un tringulo amoroso como trgico antecedente de aquel envenenamiento. Y, al respecto, nos recuerda que Garca Moreno, hombre carnal y apasionado segn ciertas constancias biogrficas, se haba enamorado en forma descontrolada y repentina de una mu 11) bid, lomo II, pg 9.
192 chacha que estudiaba en un internado de monjas ,de Quito, y la cual, por haber sido sobrina de su mujer, haba ido a pasar unos das de vacaciones en casa de ellos. Ah, yen ese corto tiempo, debi precisamente de hahrsele producido la violenta necesidad de hacerla suya. Sobre las circunstancias de este hecho es suficientemente conocido, y acaso nadie se ha atrevido a negarlo, que el frentico viudo y enamorado dej apenas transcurrir cinco meses desde la extincin siniestra de la seora Asczuhi hasta la fecha en que, cada vez ms enardecido por sus sensuales deseos, rapt a la joven, la llev al templo de la Compaa de J ess y, sin el consentimiento de los padres de ella, obtuvo de un sacerdote jesuita la bendicin de estas sus segundas nupcias. Mi biografiado, J uan Montalvo, aparte de haber aludido a este presunto homicidio garciano en su libelo titulado La dictadura perpetua, se placi en escribir en las soledades de Ipiales, mientras viva su largo destierro, el drama E/dictador, cuyo contenido est basado en aquellas funestas incidencias, a travs de las cuales el protagonista Maunero encarnacin de Garca Moreno-- envenena a su esposa y se casa con la sobrina de sta, una bella joven dedieciocho aos. Todo, mso menos, corno parece haber acaecido en la realidad. Hombre de naturaleza tormentosa y compleja, pero con rasgos tambin de rara elevacin, era Gabriel Garca Moreno. En su destino se enlazaban aspectos funestos, aun empapados en sangre como el de las referencias anteriores, con otros en cambio admirables, superiores, difciles de ser imitados. Nada ha habido pues de exagerado en reconocerle, como se ha solido ya hacerlo, una mayor grandeza de caudillo que la de otras figuras polticas de su siglo, en el vasto espacio de nuestra Amrica. Sus dimensiones volvieron por eso ms valiosas, y de inters ms duradero, las campaas enderezadas en su contra por la literatura de Montalvo. Este mismo no ocult, en vanas de sus pginas, un sentimiento de aprecio hacia las condiciones nada mediocres de la personalidad activa y turbulenta de su enemigo. As, entre otras, valgan estas dos citas, arrancadas de una de las obras polmicas ms borrascosas de nuestro escritor La.s catilinarias, y que se refieren a la total disparidad de niveles entre el despotismo del general Ignacio de Veintemilla y la tirana garciana: Dije que Ignacio Veintemilla no era ni sera jams tirano; tirana es ciencia sujeta a principios difciles, y tiene modos que requieren hbil tanteo. Dar el propio nombre a varones eminentes, como J ulio Csaren lo antiguo, Bonapartc en lo moderno; como Gabriel Garca Moreno, Toms Cipriano de Mosquera entre nosotros; dar el propio
193 nombre que a un pobre esguzaro a quien entronhza la fortuna, por hacer bcfa de un pueblo sin mritos, no sera justicia... 02 podernos decir que don Gabriel Garca Moreno fue tirano: inteligencia, audacia, mpetu; sus acciones atroces fueron siempre consumadas con admirable franqueza; adoraba al verdugo, pero aborreca al asesino; su altar era el cadalso, y renda culto pblico a sus dioses, que estaban aH danzando, para embeleso de su alto sacerdote. Ambicioso, muy ambicioso, de mando, poder, predominio; inverecundo salteador de las rentaspblicas, codiciosoruin que se apodera de todo sin miraren nada, no.03 Algo que sin duda enalteci a las batallas de Garca Moreno, en busca de su dominio poltico del pas, fueron sus propias armas periodsticas. No fue l de aquellos voraces hombres pblicos que poseen apenas la semilengua hablada del iletrado, y a quienes nicamente la brutalidad de los hechos o el oscuro comadreo de sus impdicos seguidores han conseguido encumbrarles, y les encumbran todava, al descarado ejercicio de las ms burdas y trgicas satrapas. Segn lo tengo ya indicado, fue l, en los comienzos de su carrera, y aun despus, un aguerrido contendor de prensa. La pluma suya, sin haber sido la del escritor profesional, saba rugir en lo ms recio de las tempestades polticas, en aquellos aos realmente dramticos de la vida nacional. Por eso, tras la declinacin de su peridico inicial El zurriago, y a los pocos meses de su primer matrimonio, fund otra publicacin combativa, de nombre asimismo punitivo: El vengador. Apareci en Quito el 31 de octubre de 1846. Su finalidad fue irse contra el general Flores, con palabras aceradas e hirientes, que desgarraban ante el parecer pblico las traidoras intencionesdel depuesto dictador, de dirigir la re- conquista armada del Ecuador en favor de la corona espaola, con el apoyo naval de sta. La infame tentativa floreana se pasm por fortuna antes de concretarse. El pueblo duerme, y una expedicin de foragidos viene a saciar la sed de crmenes y oro, en el desgraciado y sangriento suelo de los Incas!, haba advertido Garca Moreno. Y en los oncc nmeros siguientes se empeaba en demostrarlo a travs de informaciones detalladas de los ajetreos cumplidos por aquel militar varias veces corrompido, a quien evoqu en el comienzo de esta biografa, y con el cual, en medio de sus veleidades, el propio atacante de ahora hizo alianza ms tarde. Desde luego, no se reduca a esas noticias y comentarios el contenido de aqullos. Porque haba mucho de crtica a la personalidad de Flores y a su sistema de gobierno. Es importante no olvidar, tampoco, que et futuro tecrata que en eso se convirti Gabriel Garca en aos pqsteriores en este peridico arremeti contra los frailes que en El monitor eclesistico defen
102 Lsc&ilinaria,, Scgunda.Tomo 1. Paris. Casa Editorial C.arnier Hennanos. (5.a.), pg. 57 03 ibid,pg.40. 194 dan las audacias de Flores. No le pareca entonces excesivo el observarles que el verdadero santo de su devocin era el dinero. En el nmero 5, del martes 22 de diciembre de 1846, hay tina respuesta de tono iracundo, propio de Garca Moreno, Al clerizontc Marrajillo, autor de dos desvergonzados artculos contra El vengador. Y para denostar a Flores mostraba que no le era suficiente slo el acento de iracundia, sino tambin el de las Injurias ms ofensivas y repugnantes, como la que se lee en el nmero 3, del martes 8 de diciembre de ese mismo ao, bajo el ttulo de Los artculos de la fe jenzara: El segundo: creer que (Don J uan J os Flores) naci de una ... siendo ella ... antes del parto, en el parto y despus del parto, y siempre una. Pero he de recordar por fin que, como al mismo tiempo se multiplicaban en el pas quin lo creyera! las gentes que deseaban arracimarse en torno de los conatos antipatriticos del pretenso invasor, el presidente de la repblica Vicente Ramn Roca tom la determinacin de establecer sanciones econmicas contra aquellas personas. Y escogi a Garca Moreno, a pesar de haber sido tambin vctima de su belicosidad periodstica, para que las aplicara. Buen ojo el de Roca, que as descubra el fondo temperamental de su elegido. Este ardi de entusiasmo en la ejecucin de su encargo. Lo cual le sirvi para ser designado en seguida gobernador de la provincia del Guayas. No contaba entonces sino veinticinco aos de edad. Pero actu ya con firmeza. Con rigor. Con impulsos tirnicos, que dejaron las primeras lastimaduras en la ciudadana. No fue largo ese ejercicio. Retorn a la capital. Seguramente saba lo que le demandaba su destino, en lo intelectual y lo poltico. Adems, no haba podido sofocar su aversin a Roca. Se atrincher de nuevo en la prensa, publicando otro peridico: El diablo. Obsrvese de paso el carcter tambin amenazante, igual que de sus dos anteriores, del nombre de estotra publicacin garciana, cuyas crticas a flores se mantuvieron todava en pie. Asimismo el lenguaje segua siendo impulsivo y alborotador: Yo no soy empleado ni limosnero de empleos, como tntos pobres diablos a quienes conozco; no soy militar, como tntos charlatanes que se vanaglorian en toda cireunslancia, de los terribles golpes que han dado; no soy ministerial, pues que jams he querido venderme; no soy jenzaro, porque e) crimen me repugna. Amigo leal de un pueblo infortunado, que en la tierra no tiene otro defensor (lOC ti diablo vengo a comhalir a los que le martirizan. He ah el polvo que obscurece el aire y escucha la llegada de los bandidos de Flores.04 Las campaas de prensa no lo eran todo. Porque estiraba increble- mente las horas diarias de trabajo para acrecer su cultura. Sus nuevos estu
104 Eldnhio. Saic el di. men, pensado, imprenta & l. UrO cr51 d4d, M Mos,Ltcr . Orn,,, 1147 195 dios comprendieron las ciencias exactas. Era un discpulo entusiasta del ingeniero francs Sebastin Wisse, a quien haba trado el Presidente Vicente Roeafuerte para la enseanza de matemticas. Y precisamente a Wisse acompa el joven Garca Moreno en dos temerarias expediciones cientficas: la del crter del Pichincha, en 1845, y la del Sangay. volcn en actividad peligrosa, en 1848. De otro lado, junto a su voluntad de estudiar y a su enrgico desafo a los riesgos, continuaban manifestndosele las actitudes violentas en el campo de sus relaciones. Debera yo decir sus exabruptos personales. Entre ellos figura la historia de una segunda bofetada, pero esta vez con una consecuencia ms grave que la de la primera, propinada al viejo rector de la universidad de Quito, de que di cuenta en pginas anteriores. El pretexto fue un acalorado debate en el congreso nacional entre Manuel Bustamante, ministro de hacienda de Vicente Ramn Roca, y Roberto Asczubi, que le acusaba de dilapidacin de los dineros fiscales. La denuncia careci de razones, y su promotor sali desairado. Nuestro joven belicoso era cuado de ste, y acaso por eso se sinti impelido a ir a buscar a Bustamante en su propia casa, en compaa de otro cuado Manuel y del general Fernando Ayarza, entonces Comandante de Armas del ejrcito ecuatoriano. Pero, a la hora de las horas, la dignidad de las partcsqued intacta, como se quera, pues que todo termin en explicaciones cordiales entre el ministro y Manuel Asczuhi. Unicamente a Garca Moreno eso no le pareci satisfactorio. Y as, tras haberse mantenido en la reunin cejijunto y callado, reaccion intempestivamente, a su modo: se acerc a Bustamante y, casi a gritos, le ret a duelo. Asczubi y el general Ayarza, sorprendidos y disgustados, le desaprobaron, y trataron de sacarle con ellos. Lo que fue en vano, porque el hirsuto desafiante ofreci resistencia, dio una vuelta en redondo y abofete al ministro. Este desde luego le respondi virilmnte, con tantos golpes de puo en el rostro, que el mozo atacante intent finalmente herirle con su estoque, y para evitarlo fue necesaria la vigorosa intervencin de sus compaeros. De esta brutal incidencia se desprendi el enjuiciamiento de Garca Moreno. El mismo general Ayarza se vio precisado a mandar escolta para detenerlo, pero aqul haba logrado esconderse, para fugar a Europa. Este fue uno de sus exilios, que dur ocho meses, y que se extingui cuando su cuado Manuel Asczubi, elevado en 1849 a las funciones de J efe del Ejecutivo, consigui que se archivase el proceso. La suerte que en cambio le sobrevino ms tarde al pobre general Ayarza, por efecto de estas actitudes frente a Garca Moreno, fue ciertamente trgica, porque en el alma de ste no amainaban nunca las tempestades del rencor y la venganza.
196 En el retorno a Quito encontr a otro hombre en el poder. Era Diego Noboa. Todo haba sucedido entre agitaciones y maniobras precipitadas, segn el estilo ms o menos corriente de nuestra torrencial vida pblica. El taumaturgo que entonces haca y deshaca influencias, gracias a su comando oficial de tropas numerosas, a su coraje y su ambcin,ya su lucidez para interpretar las situaciones nacionales y forjar oportunamente los hechos, era el general J os Mara Urbina. Ya a l, amigo y favorecedor de los doctores Montalvo y de su hermano J uan, le hemos visto moverse en los captulos iniciales de esta biografa: conocemos, as, que ejerci la presidencia de la repblica mientras estudiaba en Quito el joven Juan Montalvo, y que luego urdi las condiciones que se acostumbran para dejar el mando al general Francisco Robles, su gemelo poltico en el decir popular. El gobierno de Noboa era tambin hechura de Urbina. y su liquidacin lo fue igualmente. Y bien, cuando Garca Moreno arrib al pas durante el rgimen de Diego Noboa, traa otro espritu: no quiero afirmar con esto que se le haban aquietado las pasiones ni los arrestos para la contienda poltica, sino que se le haba desprendido aquella mscara de anticlericalismo con que sola representar su papel en la escena nacional. Si antes haca que las sotanas se arremolinaran, disgustadas, frente a sus agresiones, y si haba sido asimismo frecuente que llegara a burlarse de la feligresa amante de las prcticas religiosas, en esta vez, despus de su viaje por Europa, compareci en la capital ecuatoriana no solamente contrito y devoto, sino, adems, dispuesto a atacar con furia de degollador a los enemigos del sacerdocio catlico. No hay pues que extraarse de que hubiera prometido a un buen grupo de jesuitas que se embarcaron en Panam en la nave en que l vena, y que haban sido expulsados de Colombia, el conseguirles ingreso en nuestro pas. Y tampoco hay que extfiarse de que en efecto se los hubiera conseguido, en vista del empuje que pona en sus actos y de cierta persistencia de sus influjos. De ese modo iniciaba su inalterable desposorio con el jesuitismo ecuatoriano. Pero el xito de esta diligencia no fue en esta ocasin muy duradero. La reaccin del gobierno colombiano, de ideologa liberal, no tard en condenar al de Noboa por acoger a aquellos frailes expulsos. Poco falt para que se produjera una conflagracin entre las dos naciones. Buen momento para las estrategias trastornadoras del infatigable general Urbina, que desrerr a su protegido de otrora y se proclam J efe Supremo con el respaldo del ejrcito. Una de sus radicales determinaciones fue, naturalmente, sacar a los jesuitas de nuestro territorio, Y. como haba que esperano, Garca Moreno volvi a dentellear resueltamente a travs de la pren
197 Sa. Fund con algunos quiteos el peridico La nacin, de tendencia conservadora y definida posicin antiurbinista.i5 Se lanzaban tambin en sus pginas dicterios contra los rojos del vecino pas del norte, a cuya presin se atribua la orden dictada en el Ecuador para que los jesuitas salieran de sus fronteras. De ese perodo de las tempestuosas grescas de Garca Moreno hay un poema titulado A Fabio, en endecaslabos sueltos, que deja apreciar su talento para la expresin lapidaria, y que, por otra parte, contiene unos versos de exacta e impresionante premonicin de su muerte trgica. A Urbina le califica de monstruo que hasta el patbulo infamara. Y en visin anticipada del desenlace que a l mismo le sobrevendr, acierta al decir, con precisin de profeta, en febrero de 1853: Conozco, s, mi porvenir y cuntas duras espinas herirn mi frente; y el cliz del dolor hasta agotarle al labio llevar sin abatirme. Plomo alevoso romper silbando mi corazn tal vez, mas si mi Patria rcspira libre de opresin, entonces descansar felizenelsepulcro)6 Aqu no puede conclu aesde luego mi rauda resea de la trayectoria personal y poltica de Garcia Moreno, porque he de establecer a lo menos, con apreciables recortes de tiempo y de episodios histricos, unos cuantos antecedentes de la posicin que debi asumir Montalvo a su regreso al pas, en 1860, frente a las condiciones desatadas por los jadeos garcianos en persecucin del mando, y por las manifestaciones sanguinarias de su voluntad omnmoda, en cuanto entr en el ejercicio de ste. los hechos que conviene rememorar pertenecieron al perodo de gobierno de Robles. Durante ste se produjo la afrenta del bloqueo fluvial a Guayaquil. En efecto, el mariscal Ramn Castilla, dictador del Per, declar la guerra al Ecuador, invocando la necesidad de preservar derechos de su pas en el oriente, y orden de inmediato que barcos militares rodeasen a nuestra dudad portea. Esta fue una de las tantas veces en que la garra felina del Per, y sus sofismas de pretendidos dominios territoriales en patria ajena, han buscado el despojo de nuestra heredad. El pretexto era una idea de nuestro gobierno de ceder una zona ecuatoriana de campos baldos amaznicos, para su laboreo, a los acreecres britnicos de las batallas de nuestra emancipacin. Robles, que crey en la mmi-
lo, Ljcruosydisctir,os&Gab,iel Garca Moreno, Quilo. i7,impreiib del Ocm.Tomo i,g.. 169-178. 106 Escosy discursos de Gab,iei Gasca Moreno. Ibid. pg. 294. 198 nencia del conflicto armado, pidi urgentemente al congreso facultades extraordinarias, e insinu la contratacin de prstamos extranjeros. Parece, cual era bien sabido en los pasos de su rgimen, que tras tales determinaciones se ocultaba la mano de Urbina, su antecesor e inspirador. Eso precisamente, y con referencias de inmoralidad supuesta, lo descubri Garca Moreno, gracias a la carta de alguien. Y arm entonces la tolvanera en el parlamento, en cuyo mbito se venan destacando sus actuaciones de senador. Consigui de ese modo que se le retiraran a Robles sus facultades extraconstitucionales. Y que se alborotara la atmsfera en Quilo y en el puerto principal. Una de las denuncias garcianas, voceadas tambin por los dems opostores, concerna a la deshonestidad probable de los proyectados crditos. No demor, como consecuencia, en estallar una subversin en la segunda de estas dos ciudades, la cual fue rpidamente sofocada por el General en J efe del Ejrcito, que no era otro que Urbina. Pero poco despus sobrevino un pronunciamiento en Quito, que desconoca la legitimidad del gobierno, y constitua otro, con carcter provisorio. Sus gestores que segn ellos mismos eran todos los ciudadanos y padres de familia de la ciudad de Quito, capital de la repblica, decan proceder en el nombre de Dios y la Libertad, y mediante un acta firmada el primero de mayo de 1859 declaraban su resolucin de no obedecer a la autoridad ilegtima del General Francisco Robles, y de simultneamente ep sitar el poder en un Gobierno Provisorio. Para el ejercicio del Podei :nipremo, confiado al Gobierno Provisorio de la Repblica agregaban, se nombra a los seoresGabriel GarcaMoreno, J ernimo Carrin y PacficoChiriboga, como J efes Supremos principales; y como suplentes, a los seores Manuel Gmez de la Torre, J os Mara Avils y Rafael Carvajal; y para Gobernador de esta provincia, al seor J uan Aguirre y Montfar. De esta manera, al fin, tras tantas muestras de obstinacin, estaba ya Garca Moreno en la cpula del mando, como miembro de aquel triunvirato de jefes supremos. Corra entonces el ao de 1859, al que se le ha calificado de verdadera noche de borrachos, por los absurdos que se cometieron. Garca Moreno haba andado en esos das en el P .r, estableciendo conexiones arteras con el invasor mariscal Castilla. Prueba de eso es que arrib a Guayaquil protegido por las naves militares peruanas que mantenan el bloqueo de nuestro puerto. Pas a Quito en seguida, en la ltima semana de mayo. Traa consigo una voluntad titnica para acometer cuantos hechos juzgaba indispensables para robustecer su autoridad. Resultaban verdaderamente pasmosos su caudal de energa y su coraje. Organiz con celeridad increble un ejrcito de seiscientos hombres, y, hacindose nombrar l mismo director supremo de a guerra, pese a que care
199 ca de conocimientos para ello, march hacia la costa. Iba con el nimo de estrangular el poder, que an sobreviva, de Robles y Urbina. Pero este ltimo lc sali oportunamente al encuentro con una fuerza dos veces superior, comandada personalmente por l, que tanto saba de armas y del eficaz uso del valor en las trincheras, y le impuso una afrentosa derrota en Tutnbuco, cerca de Riobamba. Era evidente que el general victorioso no quiso producir una masacre. Aun es sabido que a Garca Moreno y los. otros rebeldes principales los dej escapar. En su conducta no eran ifrecuentes esos gestos de magnanimidad. El recio triunviro, as humillado, fue a refugiarse nuevamente en el Per. Y otra vez viaj en uno de los barcos de bandera enemiga. Y otra vez, asimismo, se aproxim a Castilla. Y otra vez busc cnicamente su apoyo. Y otra vez el pretenso invasor peruano se revisti de cordero: prometi el respaldo de sus armas al Gobierno Provisorio constituido en Quitoen mayo de 1859, y de que formaba parte Garca Moreno, sin desembozar del todo su nimo real, que era el de conseguir un tratado territorial depredatorio de nuestros derechos amaznicos. Que lleg efectivamente a concretarse ms tarde, en Mapasingue (Guayaquil), pero cuya ejecucin ni siquiera se intent, por fortuna, debido a la falta de aceptacin de los rganos oficiales de las dos naciones. El impaciente aliado del enemigo del sur, que por mala fe o por un ciego candor, surgido de sus desapoderadas ambiciones polticas, no alcanzaba a ver de qu modo estaba traicionando al pas, volvi a ste henchido de euforia y arrogancia, pues le alentaba el convencimiento del podero que supona haber logrado. Y, por eso, lo primero que hizo fue lanzar la proclama que sigue: Nombrado por el pueblo J efe Supremo de la Nacin, como individuo del Gobierno Provisorio, y autorizado por el decreto de 7 de junio, para asumir separadamente el poder, en caso de que los sucesos de la guerra impidiesen ejercerlo colectivamente, me presento hoy ante vosotros, trayendoos el fausto y seguro anuncio de que el tnnino de nuestros males se aproxima, puesto que se aproxima la cada inevitable de los brbaros e implacables opresores. Y luego se atreva a ensayar la siguiente aclaracin en el mismo docume n lo: El Gobierno Provisorio hubiera desconocido los deberes imperiosos que la confianza pblica le ha impuesto, sino hubiese tratado de evitarlos desastres inminentes, aprovechando de las benvolas y amistosas disposiciones que el pueblo peruano y su leal y valeroso caudillo, abrigan en favor de nuestra rephlicu mi salida momentnea del pas no tuvo ms objeto que el desempeo urgente de esos deberes sagrados
200 Y aun agregaba esta recomendacin ms sobre los barcos que ominosamente nos bloqueaban (jquin pudiera creerlo!): El ejrcito y la escuadra del Per son vuestros auxiliares, no vuestros enemigos.7 Desde que firm esa proclama como jefe supremo de la nacin. asumiendo separadamente el poder, y bajo alegacin de que los sucesos de la guerra se lo imponan esto es desde junio de 1859, ya nunca dejara de proceder as, con caprichos y resoluciones unipersonales, imbuido de que slo su genio desptico deba forjarla suerte del pas. Ahora bien, como es fcil suponerlo, en cuanto al contenido de aquella perturbadora adhesin a los actos vitandos del dictador peruano, nadie en nuestro pas se qued impvido. La prensa recogi el clamor comn y public un enrgico rechazo. El gobierno de Robles, por su parte, lo cxccr inmediatamente, y declar a Garca Moreno traidor a la patria. Este, que sola defenderse como fiera herida, y a quien nada le haca deponer sus empecinadas determinaciones, trat de aproximarse en demanda de ayuda al general Guillermo Franco, comandante de la plaza militar de Guayaquil. Le escribi primero una carta. Luego, por interpuesta persona, le convoc a una reunin con l. Pretenda convencerle de que abandonara al rgimen de Robles y asumiera tambin una posicin favorable al mariscal Castilla. Franco le respondi con sensatez, dicindole que, si alardeaba de su influjo ante el Per, lo procedente era que buscase el restablecimiento de las buenas relaciones entre los dos pases. Y, adems, no tuvo reparo en enrostrarle esta advertencia: Qu distinto papel el de usted y el mio! Usted quiere reducirme a que traicione ami patria, y yo le propordono medios para que se reconcilie con ella! Por desventura, pues que asi son las claudicaciones y las canallescas veleidades de la codicia poltica, tambin aquel general Franco, tan certero en su brava amonestacin de ese momento,se despe pronto en J as mismas traiciones, y aun las llev ms lejos. Hizo arreglos alevosos con Castilla, tras desconocer a Robles y al Gobierno Provisorio de Quito, pues que se alz con el mando de la nacin. Ya su responsabilidad personal se debi entonces el irrito Tratado de Mapasingue, a que he aludido. Robles y Urbina dejaron el pas, incapaces yade continuardefendiendosu rgimen. La situacin en la capital, en el puerto guayaquileo y en varias provincias de la sierra se mantena desde luego confusa. La paz se resista a alumbrar en un ambiente crispado de odios y de apetitos del poder. Las esperanzas de Garca Moreno, segn su propio sentir, pareca que se esfumaban. Por eso, ardiendo de impaciencia, y barajando arbitrios tan funestos
07 Ibid.pigs Q9y707 201 y oprobiosos como el anterior de la alianza con Castilla, no demor en concebir otro acto de traicin a la soberana nacional: escribir una carta a Emilio Trinit, Encargado de Negocios de Francia en nuestro pas, pidindole proponer a su gobierno la conversin del Ecuador en protectorado francs, bajo condiciones anlogas a las que existen entre Canad y Gran Bretaa, salvas las diferencias que hubiera que introducir por la fuerza de las circunstancias - Las probables dudas y esquiveces de ese diplomtico, o la tardanza en la formulacin de las consultas a su gobierno, excitaron todava ms las vehemencias de nuestro afiebrado hombre pblico, el cual insisti en su proposicin mediante dos comunicaciones ms. Todas fueron dirigidas a Guayaquil, en donde se encontraba Trinit. En la segunda de ellas, enviada personalmente con Manuel Gmez de la Torre (personaje a quien recordar otra vez, por las actitudes que provoc en J uan Montalvo), le requera entenderse prontamente con aqul: va autorizado le deca para admitir la proteccin de la Francia oficialmente. Con l puede usted arreglar cuanto sea conveniente; y as ahorraremos la prdida enorme de tiempo que nos causa el correo semanal. Y finalmente, en la tercera, sintindose defraudado por la supuesta incomprensin del Encargado de Negocios, le puntualizaba mejor los detalles de su oferta, tornando a sta ms abominable para el recto juicio de los ecuatorianos. Estas son sus nuevas palabras: Yo no me propongo un protectorado honorario, que seria sin duda gravoso a la Francia -- Se trata al presente, no slo de los intereses del Gobierno de que soy miembro, sino tambin, del inters de este pas que quiere librarse del azote de las revoluciones perpetuas, asocindose a una gran potencia de cuya paz y civilizacin pueda participar. Se trata tambin del inters de la Francia, pues que ella seria el dueo de estas bellas regiones que no le serian intiles. Prometa, para hacer ms persuasiva su descabellada propuesta, consultar al pueblo, adelantndose a garantizar su aceptacih. La prctica de infamias de ese jaez, que descubra la alarmante degradacin de nuestros conductores, permite reconocer lo justo y lapidado de la denominacin de verdadera noche de borrachos que, dije, se ha hecho recaer sobre ese ao de 1859. El general Franco no tena escrpulos en firmar un tratado con el que el Per pretenda tijeretear nuestro territono oriental. El doctor Garca Moreno quera danzar sobre la soberana nacional avasallada por una potencia extranjera, segn los propios y personales ajetreos de l. Ambos representaban a dos gobiernos surgidos del caos que se disputaban la autoridad sobre el pas. Pero Garca Moreno posea la clave para prevalecer en la spera y sangrienta carrera de las amb.
202 dones. Y as fue tambin en este caso. Porque supo sacar ventaja de la protesta ciudadana que pareca huracanarse contra el doloso Tratado de Mapasingue. Vio en efecto que haba llegado el momento de clavarle un rejn de muerte al rgimen de hecho, incipiente y perentorio, del general Franco. Sin pensarlo dos veces llam a su antiguo adversario J uan J os Flores, conocindole ansioso siempre de escalar posiciones en nuestro pas, y proclive adems a negociar alianzas con inocultable talante de mercenario. ILe hizo General en J efe del Gobierno de Quito, y con su intervencin militar, y maldiciendo de la traiciones de Franco (isin reconocer las suyas propias!),consigui echarlo del poder. Todo esto haba acontecido, ms que por resoluciones del Gobierno Provisorio de Quito, por la voluntad de uno solo de sus miembros: el indomable Gabriel Garcfa Moreno. Que no atinaba a mandar sino bajo las durezas del despotismo. Victorioso sobre una tropa rebelde en una provincia del sur, haba disparado contra un oficial llamado Santiago Palacios, y, tras haberlo herido, haba dado orden de que se lo fusilara, sangrante, en su presencia. Por donde iba pasando aquel naciente tirano, buscaba partidarios de Robles y Urbina para someterlos. Decretaba crceles. Impona grillos y azotes. Bajo los golpes de su frula ardan de dolor e indignacin tanto frailes como liberales. Pero nada haba de despertar en el pas entero un sentimiento de mayor pesar y repulsa que el castigo infligido al general Fernando Ayarza. No se olvide que ste desaprob el ultraje personal de Garca Moreno al ministro Manuel Bustamante, a quien visitaron en su casa los dos y Manuel Asczubi, y que luego, por obligaciones precisas de carcter militar, derivadas de ese hecho, mand la escolta que intent apresarle, sin lograrlo. El dspota, a su tiempo, no olvid tales incidentes. J ams olvidaba ni las ofensas ni los desaires que se le inferan. Haban pasado unos doce aos. Y mantena an el resentimiento fresco, inalterable, como para agasajarse con una revancha atroz. Sepult al general Ayarza en una prisin asquerosa, con grillos pesados, innecesarios para su dbil condicin fsica y sus setenta aos de edad. Durante un par de semanas trat de hacerle rendir una declaracin contra su propia inocencia en el manejo de un supuesto dinero recogido para la revolucin. Ante lo intil de esos interrogatorios, orden que le dieran quinientos azotes, porque ese negro no merece otro castigo que el acostumbrado en las haciendas de trapiche. He de recordar que el general Ayarza era de raza negra y oriundez panamea. Haba combatido junto a Sucre en el Pichincha, en 1822, para conquistar nuestra emancipacin en ti a memorable campaa, enrojecida de sangre generosa, y haba estado junto :d r:,eblo en la heroica batalla marcera de 1845, que dio fin a la dictadura Flores. Pues bien, la
203 flagelacin dispuesta por Garca Moreno, pese a que conllevaba una pena de muerte cruelmente consumada, haba comenzado a ejecutarse, y el chasquido del ltigo se dejaba ya or en torno del cuartel en que se le estaba martirizando. Todo pareca dirigido al trgico desenlace, entre el estupor de la gente congregada en las afueras. Pero, por ventura, alcanz a hacerse presente cuando an era oportuno el suplente de los triunviros del Gobierno Provisorio Manuel Gmez de la Torre, cuyos pasos acelerados, que descubran su azoramiento, slo se detuvieron frente a los soldados que servan de verdugos, a los que con autoridad legtima les dio una orden de falto!, mientras lanzaba su capa sobre la piel desollada del anciano. Ah en ese momento se suspendi pues el rudo castigo. El preso volvi a su ergstula inmunda, con la espalda sangrante, la mirada vidriosa, los miembros desfallecientes, para sufrir otra vez la tortura de sus grillos. En los das siguientes, su fiebre pertinaz y algunos sntomas de agravamiento progresivo, comprobados por un mdico, aparte de las diligencias de Gmez de la Torre y de la intervencin del Encargado de Negocios de Espaa, determinaron que el dspota accediera a poner en libertad al infortunado general Ayarza. Lamentablemente, ello no era sino como mandarlo a morir lejos del encierro. Tras brevsimo tiempo, en efecto, y mientras caminaba despaciosamente por una calle de Quito, se le vio irse de bruces sobre el pavimento. Hubo la suposicin de que los azotes, impregnados de veneno, le haban precipitado en ese final repentino. J uan Montalvo recogi aquella sospecha, catorce aos ms tarde, en su opsculo titulado La dicta: dura perpetua, al trazar la evocacin de la brutalidad cometida con Ayarza: Un anciano agobiado con el peso de los aos y los niales se halla en el calabozo de un cuartel: cano, enfermo, triste, no dice nada ni se nueve. Llegan los verdugos, le toman, le arrastran al patio, le templan, le azotan. Oyen ustedes? le azotan! Han odo? ile azotanl Y ese hombre es militar, general, veterano de la independencia. Despus de azotado, le echan fuera. A pocos dias como iba por la calle despacio, taciturno, cay muerto. El corolario del azote deba ser el veneno: el tiranuelo temi la ven ganz del ... Si la ciudadana se conmovi con este hecho de brbara e injusta punicin, ms aun lo sintieron las fuerzas armadas de todo el pas, que publicaron protestas contra su nico responsable, Gabriel Garca Moreno. Y los lectores de nuestros das que conocen la celebradsima novela que el guatemalteco Miguel Angel Asturias titul El seor Presidente, y que saben adems que ella naci de la indagacin de los gobiernos dictatoriales hispanoamericanos, y que por otra parte han reparado en que en esas pgil Galo Ran flrez. La dictadura perpenaa. Escriws de lijan Montalvo, Banco central del Ecuador. 1985. pg. 92.
204 nas su autor invoca admirativamente a J uan Montalvo, bien pueden concluir que los pasadillescos desmanes garcianos no dejaron de ser fundamento de la fabulacin de algunos pasajes novelsticos crueles de aquella obra. Por lo mismo, no podrn menos de reconocer la inmarchitez de la trgica impresin de sucesos como el que he acabado de narrar. Evocados he dejado as, hasta aquel 1860, los rasgos ms visibles de la personalidad y de la historia de esta dramtica figura de nuestra vida pblica. Pero su imagen no estar completa si no busco acercar a nuestros ojos los detalles de su presencia corprea, revelados por alguien que alcanz a observarlos con vehemente atencin, y que fue no otro que uno de los complotados en su asesinato: Roberto Andrade. Contmplense pues esos trazos directos y fidedignos: Yo conoc a Garca Moreno en Quito. poco antes, indudablemente, de que triunfara en Guayaquil. En aquel tiempo alcanzaba a los cuarenta aos, ms o menos, tena todo el aspecto de un hombre elegante, aunque destituido de los atractivos de los currutacos vulgares. Alto de cuerpo, delgado de miembros, frente espaciosa, fisonoma aguilea, bigotes negros y poblados: su mirada era como la del perro grun en el momento en que va a atacar a su enemigo. Mirada de guila han llamado sus secuaces a la de aquel atrabiliario. Despus haba contrado la costumbre de mirar siempre de lado, lo cual contribua a revestirle de todas las apariencias de ferocidad, propias de un animal bravo de los bosques. Me inspir estupor, porque era yo muy nio, y en la escuela haba odo hablar de sus crueldades. Echadas a un lado las comparaciones despectivas con que Andrade se ha referido a su personaje, seguramente se ha de advertir que este retrato tiene un enfoque y una puntualizacin de caracteres bastante expresivos o definidores. Que coinciden con los de una fotografa de la poca que se ha divulgado bastante. As debi de haber sido, en consecuencia, el dictador Garca Moreno en los das mismas en que el joven J uan Montalvo, de veintiocho aos cumplidos, retorn al Ecuador. El primero, de cerca de treinta y nueve de edad para ser precisos, se hallaba en el disfrute de una constitucin de acero: fuerte y saludable. El otro, pese a su mocedad, haba arribado a nuestras playas en una condicin fsica lamentable: dbil y postrado. Al extremo de que tuvo que ser llevado en parihuelas a la hacienda de la Bodeguita de Yaguachi, cerca de Guayaquil, donde pas unos das, hasta ser conducido de manera similar a su hogar ambateo. Y fue precisamente ah, en aquel clido y hmedo lugarejo costeo de entonces, en donde le ocurri escribir una larga carta, un tanto discursiva, pero cargada de admoniciones y de amenazas, al dspota victorioso, ya intocable por su intolerancia y propensin de sadismo. Nuestro luchador en ciernes 09 R,,bcrto Anlra,Ic. Monta!,,, yGa,cla M oren,, T,,m,, Ibid pg 2t0
205 se mostraba perfectamente enterado de todo lo que haba ocurrido en la poltica del pas, a la que por lo mismo yo juzgu necesario destinar las consideraciones de un buen nmero de estaspginas; e igualmente se haca notar advertido del papel protagnico que haba asumido su futuro adversario, cuya inquina no haba demorado en alcanzar, por urbinista, a uno de los Montalvo: el doctor Francisco J avier. Aquel documento, que segn parece, por vanos testimonios, no irrit dei todo a Garca Moreno (este joven tiene probablemente aJ Ia idea de mi mansedumbre, se le oy comentar), constituy el primer paso de un desafo mortal que dur quince aos, y que slo se termin con el trgico desenlace del gran tirano. No se ha de entender, desde luego, que esos tres lustros fueron de un combate ininterrumpido de nuestro polemista, ni que slo en aquel propsito concentr su intenso laboreo literario. EJ creer eso sera desconocer la rica y mltiple proyeccin de su pensamiento, de su imaginacin, de su emocin creadora, explcitos en los libros variados que escribi durante aquellos aos. Por fin, por juzgarlo indispensable, he de cerrar el presente captulo reproduciendo unas cuantas partes cardinales del referido escrito epistolar de la I3odeguita de Yaguachi. De ese modo se apreciar, una vez ms, la voluntad combativa de Montalvo, pero al mismo tiempo se echar de ver el carcter extremadamente idealista de su pensamiento frente a los rasgos tormentosos de los problemas nacionales de la poca. Que, en cambio, vinieron a ser el troquel en el cual adquiri un relieve duramente prctico, spero y fiel, la personalidad de su enemigo, el dictador Garca Moreno. Lase pues el resumen que sigue: Seor: No es la voz del amigo que pide su parte en el triunfo, la que ahora se hace or, ni la del enemigo en rota que demanda gracia y desea incorporarse con los victoriosos. Mi nombre, apenas conocido, no tiene ningn peso, y no debo esperar otra influencia que la de la justicia misma y la verdad de foque voy a decirle. Extrao a la contienda, he mirado los excesos de todos y los crmenes de muchos, lleno de indignacin. No digo que todo lo he visto con ojos neutrales, no; mi causa es la moral, la sociedad humana, la civilizacin, y ellas estaban a riesgo de perderse en esta sangrienta y malhadada lucha ... La inteligencia y la virtud pblica en rematado vilipendio; las leyes y buenas costumbres holladas bajo los pies de miserables incapaces de comprenderlas ni estimarlas; la justicia y el derecho, huyendo ante la violencia y la rapia. Era acasopartido? No, ni faccin puede llamarse aquella cuyas ason,as se hacan a la sombra de bandera tan siniestra... Pero ahora hay que pensar en cosas ms serias Ial vcz, ,ns serias sin duda. La patria necesita de rehabilitacin, y Ud., seor Garca, la necesita tambin. Cul es la situacin poltica del Ecuador, respecto a las naciones extranjeras? No ha sido invadido, humillado, fraicionado? - - - Si no preparamos y llevamos a cima una esplndida repara- 206 cin, no tenemos el derecho, no, seor! de dar el nombre de pat eo,/izudr, a estos desgranados puehlos Los otros nos rehusarn, y justamente, sus consideraciones, y lodos se creern autonzados para atentar contra nuestro territorio .. Ud. debe sentirIo y conocerlo, Ud., seor, ms bien que cualquier otro. En so conducta pasada hay un rasgo atroz, que Ud. tiene que borrar a costa de su sangre . La accin fue traidora, no lo dude Ud... Pero nunca pens Ud. vender su patria, es esto cierto? Oh! digalo Ud., repitato Ud. mil veces! Hay ms virtud en reparar una falta que en oo haberla cometido; sta es verdad muy vieja: borre Ud. un paso indigno con un proceder noble y valeroso. Guerra al Per! En cuanto a m, la suerte me ha condenado al sentimiento sin la facultad de obrar: una enfermedad me postra, tan injusta como encarnizada, para siempre tal vez, tal vez de modo pasajero, mas por ahora me asiste el vivisimo pesar de no poder incorporarme en esa expedicin grandiosa; porque si de algo soy capaz, seria de la guerra Pero me queda un temor: Ud. se ha manifestado excesivamente violento, seor Garcia. El acierto est en la moderacin, y fuera de ella no hay felicidad de ninguna clase La ltima persecucin que mi hermano ha experimentado ha sido injusta, injusta, si! y por consiguiente atroz; rezago de viejas prevenciones, memorias de Urbina, nada ms ... Por lo que ami respecta, salgo apenas de esa edad de la que no se hace caso, y, a Dios gracias, principio abominando toda clase de indignidades. Algunos aos vividos tejos de mi patria en el ejercicio de conocer y aborrecer a los dspotas de Europa, hanme enseado al mismo tiempo a conocer y despreciar a los tiranuelos de la Amrica espaola. Si alguna vez me resignara a tomar parte en nuestras pobres cosas, Ud. y cualquier otro cuya conducta pblica fuera hostil a las libertades y derechosde los pueblos, tendraen ml un enemigo, y no vulgar, no, seor Djeme Ud. hablar con claridad: hay en Ud. elementos de hroe y de ... suavicemos la palabra, de tirano. Tiene Ud. valor y audacia, pero le faltan virtudes polticas, que sino procura adquirirlas a fuerza de estudio y buen sentido, caer, como cae siempre la fuerza que no consiste en la popularidad ... Orillado el asunto principal,digo la guerra, como lo ha sido ya, dimita Ud. ante la Repblica el poder absoluto que ahora tiene en sus manos: si los pueblos en pleno uso de su albedro quieren confiarle su suerte, acptelo, y sea buen magistrado; si le rechazan, resignese, y sea buen ciudadano. Le irrita mi franqueza? Debe Ud. comprender que en el haberla usado me sobra valor para arrostrar lo que pudiera aca arme, si me dirigiera al hombre siempre injusto No he pretendido dar lecciones a Ud., Seor, no; todo ha sido interceder por la patria comn, celo y deseo de ver su suerte mejorada... J uan Montalvo. La Bodeguita de Yaguachi, a 26 de setiembre de 1860. 0 i lO De ia libcnad dc imprenta. El cosmopolita. Tomo pdnero, pgs. 52 y 58. Ibid.
207 CAPITULO XI Los aos de retiro y convalecencia El ltimo trimestre de 1860 lo pas J uan Montalvo realmente postrado, en la casa familiar de Ambato. La diligencia cariosa de su hermano Francisco J avier haba dispuesto de antemano el arreglo de la habitacin en que fue albergado, limpia y soleada, con ventana a la calle. Manos igualmente solcitas, del propio hogar, se ocuparon en ofrecerle las atenciones recomendadas por el mejor mdico de la pequea ciudad, y desde luego tambin, a medida de lo posible, en seguir las instrucciones que le haba dado su especialista de Pars, en los das de mayor gravedad de su padecimicnto. No haba lugar a equivocacin en el diagnstico: se trataba, segn qued explicado en las pginas sobre su temporada francesa, de un reumatismo agudo. La afeccin haba recado particularmente en su pierna derecha, que lleg a sufrir una contraccin leve pero incurable, motivo de la suave y casi imperceptible cojera de que adoleci hasta su muerte. En su cuerpo momificado, que se conserva en el mausoleo que se le ha construido en el solar contiguo a la morada paterna, he comprobado personalmente aquella asimetra de sus extremidades. La derecha tiene un centmetro menos de longitud que la izquierda, y presenta ms abultado el hueso de su rodilla. El tratamiento fue acucioso, y rindi sus efectos. Pero parece que la mejora que lentamente fue alcanzando se debi en buena parte a las saludables condiciones climticas del lugar, y quizs tambin a la atmsfera espiritual de que se sinti rodeado. Por stas haba l hecho or, desde Europa, sus insistentes clamores de aoranza, z ahora, en realidad, adverta que haba estado en lo cierto: las bondades del clima y la solidaridad amorosa de sus personas ntimas le haban ayudado a convalecer, fortalecindole oportunamente su concentrada voluntad de restablecerse. Tena cuanto necesitaba dentro de la simplicidad y rnesura de sus hbitos. Su hermano le provea hasta de las lecturas que demandaba: abundantes libros con los que completar su ya rico dominio de las letras universales, su cono
209 cimiento de algunos filsofos antiguos y modernos, su pertinaz asimilacin de los principios del buen decir, a travs de Capmany, Clemency, Baralt, Bello y Cuervo. Adems, igual que antes de su ausencia, volvi a disponer en su mismo dormitorio de una hermosa mesa para escribir, al estilo de las de la poca. Se le repeta as la experiencia de largos perodos de encierro y aislamiento, ya conocida por l en su vida de Quito y Ambato, y en la de Pars sobre todo, cuando le ech a la cama, por varios meses, su ya prolongada afeccin reumtica. En esta vez, si no se descuentan las cortas estadas en Quito, su retiro provinciano iba a ser de ocho aos completos: de 1860 a 1868. Tiempo de significacin muy especial, desde luego. Durante su curso se fue en efecto produciendo el acrecentamiento de cultura de Montalvo a que acabo de referirme, y con l, simultneamente, el pugnaz y fervoroso afinamiento de sus facultades de creador literario. Mediante la aleacin fecunda de sus aptitudes innatas con el aprovechamiento consciente de los modelos clsicos y romnticos por l amados, y la absorcin controlada de las excelencias estilsticas de esos sus autores, fue logrando un fruto de condiciones ptimas, por la sustancia de su pensamiento y la sapidez y gracia de sus expresiones. Aquella tentativa insigne de mostrarse con una personalidad de escritor seguro y responsable, original, distinto y atractivo, consigui pues de ese modo una culminacin bastante merecida. Hay que precisar, esto s, que fue un quinquenio lo que lleg a necesitar en el ejercicio de su esfuerzo callado y solitario, para conquistar la estructura y la esttica de una prosa ensayistica nueva en la lengua castellana: la de las pginas de su primer libro: El cosrnopol(w, que comenz a publicar en Quito en enero de 1866. Con esta creacin si bien se mira se ofreca el alumbramiento de una nueva literatura en Hispanoamrica. Hecho realmente prodigioso, sin duda. Por eso tiene tanto relieve en la historia de nuestro escritor esta permanencia de l, en los sesenta del siglo pasado, en su casa familiarde la placita de Ambato. Las horas destinadas a leer y escribir eran las ms numerosas. Con todo, pocos se haban dado cuenta de la empresa que estaba acometiendo ah a sus solas. Porque, inclinado como era a mantener una reserva natural sobre sus propsitos de mayor entidad, a l no le gustaba hacer conocer paulatinamente, segn su avance, las pginas que iba componiendo. Por otra parte, no reciba sino eventualmente alguna visita. En los momentos de reposo prefer(a dialogar con los que estaban ms cerca de l, incluidas las gentes humildes que le servan. Francisco J avier era su contertulio ms constante. Y con l s acostumbraba, aunque en forma breve y espordica, tocar temas relacionados con la literatura y con la creacin ambiciosa a que
210 estaba radicalmente entregado. Se debe recordar un par de antecedentes interesantes: primero, su hermano le haba hecho publicar en el semanario quiteo La democracia varios trabajos, que justamente venan a ser base de otros tantos ensayos que ahora esbozaba para destinarlos, junto con los nuevos, al contenido amplio de El cosmopolita. Y luego, el mismo doctor Francisco J avier era, a la vez, un orientador eficaz en el campo de las letras, ya por su ejercicio docente, ya por el abundante, luminoso y bien organizado conocimiento de obras y autores, como lo demuestra su Compendio de la historia de la literatura universal. Debido a esas circunstancias es fcil sospechar que Montalvo hall en la compaa bondadosa y los afanes de encaminamiento de su hermano mayor, no una influencia determinante para sus escritos, pero s un estmulo inteligente y cargado de fe, en que nadie ha querido reparar lo suficiente. En aquella etapa recoleta de tan largos aos, sin comunicacin literaria ni poltica cqn asociaciones o amigos, y productiva en cambio en la imperturbable preparacin de su primer libro, slo en una ocasin se decidi a mandar algunas pginas a la prensa de Quito. Fue ello en diciembre de 1861. Lo hizo para satisfacer una invitacin de la revista El iris, cuyos colaboradores eran Pedro Fermn Cevallos y sus compaeros de generacin J uan Len Mera, J ulio Zaldumbide y J os Modesto Espinosa. El tema que escogi fue el encarecimiento amoroso del poder creativo de Dios, evidente en la belleza de lo creado y en el goce natural dela felicidad. Sus reflexiones, exentas de pedantera como del lastre del lugar comn, se enriquecieron con las impresiones de la literatura del pasado y de la historia de los viejos pueblos de Europa. Hubo tambin una notoria intencin moralizadora: admiro afirm- un gran talento; mas la virtud, por escasa que sea, tiene a mis ojos ms vala. En ese marco mental puso asimismo a contemplar los rasgos femeninos que son dignos de exaltacin. Haba ledo a Virgilio y recordaba que l ha trazado el cuadro de la mujer perfecta. Por su parte estaba convencido, a travs de un sentimiento temprano que se le ha de fortalecer despus, de que la mujer no es inferior al hombre. Y se vea inclinado a acudir igual que lo har ms tarde a ejemplos precisos y elocuentes de la grandeza femenina de la antigedad. Haca adems alusiones deliberadamente vagas y romnticas, que parecan concernirle personalmente, a una suerte de amor que era semejante al de Abelardo y Elosa, de Lamartine. Pero por cierto, en el plano de lo concreto y de su medio y su tiempo, no se resista a sentar esta observacin sobre las mujeres: Rubor y pesar tengo en decirlo: educacin no tienen. El haz de ideas de este ensayo volvi a inostrarse, con un despliegue de consideraciones ms cuidadosas y variadas, en algunos trabajos de los libros que fue
211 uhlicando a lo largo de su existencia. De modo que en estas pginas destiadas a la revista El irL se puede hallar algo como la almendra de los frutos onceptuales de su produccin posterior. Pero tambin se consigue descuirir, yeso hay que subrayarlo claramente, un manejo de la frase que tiende ser elegante y de su gusto peculiar, aunque no alcance los dones que posed su estilo en las obras de madurez. El ttulo con que public esta prosa suelta fue el de Dios a todos se acomoda, y estuvo seguido de un epgrafe en francs de Alfredo de Musset. No se olvide que ya para entonces se hallaba embelesado con las creaciones de los autores romnticos de Europa, y que entre stas figuraba, con su propia fuerza de atraccin, la de aquel testigo doliente y afilosofado narrador de los males del siglo. Por lo dems, labores de orden intelectual aparte, J uan Montalvo se ha sintiendo paulatinamente recuperado. Poco a poco se aventuraba a caminar. Esa prctica le fue siempre necesaria, y l la haba hecho consistir en su medio habitual de distraccin como de sus obligados desplazamientos . observaciones. En los comienzos de su convalecencia paseaba por los interiores de la casa, por la plaza que tena enfrente de ella, por los sitios circunvecinos. Luego iba ms lejos. Bajaba a las vegas del ro. Tornaba lentamente, al comps de su cojera, cada vez menos acentuada. Por fin, lleg el da en que consigui reiniciar sus recorridos de aos atrs, de antes de su Viaje a Europa, que eran los de la verde ladera de Ficoa, en el rumbo de la quinta familiar. Volvi as a palpar los rugosos troncos de sus rboles, y a contemplar las altas copas de ellos, que se mecan con el viento o se estremecan con la levedad angelical de las aves, al detener stas, en lo ms cimero de la enramada, el temblor nervioso de sus alas. las salidas del escritor se fueron adems extendiendo, al ritmo de CXC progresivo restablecimiento, hacia los pueblos aledaos de Ambato y las comarcas rurales vinculadas con las posesiones paternas y los ncleos de la vieja parentela. Para ello calz de nuevo sus botas de montar y sus espuelas. Torn pues a sentir las fruiciones, tan suyas, de autntico jinete. El cabalgar por los caminitos apacibles de todos esos lugares, entre los matorrales de las chilcas, o por en medio de la pradera resplandeciente de roco, o por sendas que van bordeando los arroyos y los ros., guardaba el prodigio de hacerle sentir, una y otra vez, una fusin dichosa con los campos. En el corral de su casa, entre las adquisiciones realizadas por Francisco J avier, haba encontrado a la bestezuela briosa y alegre en cuyo trote confiarse para sus nuevas andanzas. Era un caballo de alzada mediana, de piel oscura y reluciente, de remos giles y delgados, de hocadcil al freno. Varias fueron las ocasiones en que lleg, galopando solo, a la hacienda de sus remembranzas europeas: la de Punsn, en Baos. Cuando haca
212 este viaje rio dejaba de ir, de puma a punta, por los recodos agrestes de la poblacin. Buscaba el refrigerio amable de alguna arbolada que conoca bien y que poco baha cambiado. Se esforzaba, ahora con mayores difictil tades que antes, en subir a los montes Lugareos por sendas de indios y de cabras, para suspenderse en la contemplacin de los gestos bravos de ese paisaje de escarpaduras, peascales y quebradas, en cuyos hondones las aguas del ro parece que hierven por el impulso colrico con que se precipitan contra las piedras de su cauce ye1 desafiante muro de las rocas. Vagaba tambin por las callejas de polvo endurecido de Baos, respondiendo al saludo infalible de os peones del campo con que tropezaba, y desde luego al menos frecuente de algunos de los parroquianos, que lo miraban pasar envuelto en su taciturnidad de siempre, y que acaso le conocan, no tanto por su nombradia personal (an no bien afirmada), cuanto por su respetada familia, poseedora de la vecina hacienda de Punsn. En ella se encerraba a disfrutar del cario de sus hermanos y de sus humildes criados, en periodos de pocos das. Pero hasta esa morada, increiNernente modesta, sola llevar tambin las notas del libro que preparaba. Es decir, de E/cosmopolita. Bueno es recordar que varias de sus pginas las escribi cii la rustiquez de los escenarios naturales de ese lugar y del bosque de Ficoa. En alguna oportunidad, en este mismo perodo de 1860 a 1868, cabalg igualmente a la poblacin de Guano, aneja a Riobamba. Cierto es que no le seduca el visiteo, ni siquiera con los ms ntimos de sus parientes, y que su temperamento, irregular y quebradizo, no era el apropiado para avivar afectos y amistades. Mas es tambin cierto que la disposicin a volver los ojos a lo que haba ido dejando lejos, y a melancolizarse de nostalgia por ello, era en l casi irresistible. De modo que, no obstante aquella su resistencia natural a entretejer relaciones con personas o grupos de cualquier carcter, era explicable que se anirnara un buen da a enderezar la rienda de su caballo moro hacia las tierras de sus antecesores. Guaneos haban sido sus bisabuelos: Fortunato Oviedo y Asuncin Avendao. Con la joven hija de ellos, J acinta, se despos el andaluz J os Santos, abuelo de nuestro escritor. Toda sta ya es historia conocida. La he puntualizado en captulos anteriores. Acaso lo que debo aclarar aqu es solamente que no hay hasta ahora ninguna confirmacin de los supuestos lazos de sangre de aquel abuelo espaol con los Montalvos establecidos en La Habana y en Panam, que parece que fueron inmigrantes de igual procedencia a la suya.1 lila Don Marcos, el progenitor de mi biografiado, fue ya nativo (te Guano, segn lo sabemos ianbin Y lo fueron todos los otros quince hijos del Vc,wnI,
213 andaluz J os Santos. Por lo mismo, es fcil advertir que ste se convirti en el tronco de una extensa ramificacin familiar, cuyos descendientes fueron irasegandose a su vez hacia otras provincias del Ecuador. Pero en la pequea villa guanea, a lu fecha de esta nueva visita de J uan Montalvo, quedaban algunos de sus rarientes. Uno de stos, que era suprimo y que llevaba sus mismos nombres, se hallaba seoreando la hacienda Ingos, que l haba conocido a comienzos de su adolescencia, ya la que se llegaba dominando un collado cercano a la plaza. Este J uan Montalvo de Guano, al que evoqu en uno de los primeros captulos por la carta que dirigi al escritor en una poca de persecuciones polticas, era tambin hombre capaz, digno y valiente. Alcanz a ser la autoridad mayor del lugar, y por sus concluyeMes aet&s de justo rigor recibi el sobrenombre de Guaraca, o ltigo. Su hoga? cont con una prole numerosa. En aquellos das de la aludida visita la hermosa Rosaura no tena ms de cuatro aos de edad. Mucho despus, en su juventud, ella se convirti en una exaltada admiradora de su ilustre to segundo. Y lleg a ser al mismo tiempo la compaera de Estela, a quien, segn dej indicado oportunamente, enamor Montalvo en otra estada gunea bastante posterior. De acuerdo con su modo ntimo de ser, en este paseo motivado por las nostalgias ideales del lugar y del ancestro, que no por el nimo de halagarse en demostraciones prcticas de confianza con sus actuales parientes, demor poco bajo el techo acogedor de la hacienda de Ingos. Y mientras estuvo en ella acostumbraba salir en su caballo, generalmente rehusando toda amable compaa, para darse vueltas por el pueblo, reviviendo antiguas imgenes. Al ro, orillado de eucaliptos, le encontraba anmico, y a pesar de eso azotado por los ramales de ropa de las lavanderas. Vea que seguan cuidadosamente mantenidas algunas construcciones de dos pisos, de patio espacioso y claros corredores en ambas plantas. El saba que las haban levantado, en alarde explicable de prosperidad, viejos fabricantes y negociadores de paos. La iglesia no haba cambiado, con su penumbra triste y sus dolientes campanas. En una esquina de la plaza pudo identificar, por las referencias, la cas-Sa en que haban tomado un local para destinarlo a almacn sus abuelos J os Santos y Jacinta. Hasta ah debi de haber bajado ste cotidianamente, muy temprano, a abrir el candado enorme que colgaba de las armellas de la puerta. para instalarse tras el amplio mostrador de tablones brillantes, a ejercer su comercio. La morada propia la tenan aquellos tres cuadras arriba. Y hacia all quiso tambin espolear su caballo nuestro viajero. Es cierto que la recordaba suficientemente. pues la haba observado con ate neion ms de una vez. Pero dese tenerla nuevamente frente i sus ojos. No saba de veras por qu. ya que en ella nada
214 haba de atractivo. Todo lo contrario, su aspecto era casi deprimente. Peor en la oportunidad de esta visita, en que la descubri ms aejada y ruinosa que nunca, por el descuido de sus desconocidos propietarios. Tambin yo lic querido contemplarla en nuestros das corridos ya ms de ciento veinte aos para darme cuenta de las condiciones en que creci all Marcos Montalvo, el padre de mi biografiado. La calle sobre que esforzadamente persiste ese inmueble es todava de tierra apisonada, y se la advierte, en toda su extensin, visiblemente desierta. Son pocos en verdad los que han levantado por ah sus viviendas. La que perteneci a J os Santos Montalvo, he de confesarlo con alarma, desaparecer pronto del todo. Resulta irritante que los guaneos, que se enorgullecen con razn de que en su ciudad se haya establecido ese abuelo del gran escritor, y, aun ms, de que en ella haya nacido y vivido largo tiempo don Marcos, caigan en la absurda e imperdonable contradiccin de no defender joyas histricascomo sta, vinculadas ntimamente a la familia Montalvo. Transferida tal vez, en el curso de los aos, a varios propietarios, los de ahora se han confabulado torpemente contra la venerable integridad de la antaona casita. Han cometido as, acaso sin sentido de su culpa, el acto brbaro de reemplazar la fachada primitiva con otra, de pujo medio moderno, que ha venido a mostrarse como una mscara arlequinesca, encubridora de la pobreza y la humildad amables de otrora. No he podido pues ya mirar la doble grada de tierra que permita el acceso a la morada desde la calle, ni su puerta central de dos hojas de madera, ni su entrada angosta, de una sola hoja, del lado derecho del rstico portalito, ni el solitario ventanuco que se abra, en forma de cuadro, en una parte superior del frente, En cambio me ha sido posible subir por la breve rampa que an se conserva junto a la fachada, y que se halla medio invadida por la hierba. Conduce ella a otra puerta, sin duda reservada al uso ntimo de la familia, que se abre hacia el costado lateral izquierdo de la casa. Por esa entrada se pasa a dos habitaciones medianas, separadas por una pared de bahareque, y de piso de tierra. Por fin, en la parte posterior, tras el dbil muro del fondo de la modestsima construccin, han quedado slo los plintos de otra pieza que, por lo que se ve, no debi de haber sido sino bodega de las bayetas y mercancas de don J os Santos Montalvo. Porque en efecto, en otro nivel, al pie de la supuesta bodega, hay un patizuelo o pequeo corral, en el que seguramente se cargaban las bestias para las duras marchas serranas de aquel comerciante que haca alternarsus ahores entre la tienda de Guano y la peregrinacin por otros pueblos. El que. como yo, observa ahora esta insignificante morada, en que nacieron y se amontonaron tantos vstagos de J os Santos entre ellos Marcos, padre de nl i biografiado no
215 puede menos ile suponer el grado de pobreza que caracteriz a sus vidas, y desdea consecuentemente el apresurado parecer de cuantos han hecho referencias a la Fortuna, inexistente en realidad, deesa familia. nail Moni ilvo tuvo que haber renovado esa misma triste impresin en esta visita de los aos sesenta del siglo pasado. Pero la llevo dentro de l. sellada corno un secreto. J ams hizo alusin a ella en ninguno de sus escritos. finalmente, en el curso de este afn evocador en que estamos, creo tte hay tiria circunstancia ms que es pertinente al mbito gtianeo de este pisije biogrfico montalvino, y que conviene que yo la precise para insistir en eso del descuido proyectado sobre el patrimonio, ciertamente histrico, de los antecesores de nuestro admirado ensayista. Esa circunstancia es la de que. con el mismo sentido de torpe abandono con que se ha ido permitiendo la destruccin de la centenaria vivienda de los Montalvo, parece qtie se fian manejado los importantes documentos que les conciernen, y cuyo contenido hubiera podido iluminar la obra de los investigadores. Yo e alcanzado a comprobar personalmente esta realidad de losar chivos de c;iinti. con la misma impotente inquietud con que advertel estado agnico tic aquel inmueble venerable. Busqu, en efecto, en la documentacin parroquial. la partida de defuncin de don J os Santos Montalvo, y no di con ella. lampoco encontr su testamento en los legajos notariales ni de Guano ni de Riohamba . Me interesaba su consulta para saber si en alguno de esos papeles se haba dejado constancia del lugar en que aqul haba nacido. Llegu a revisaren vano los registros de fallecimientos que se conservan. seguramente incompletos, desde el 15 de noviembre de 1801 hasta el 28 de octubre de 1827, y me qued con el tormento de una duda sobre la fecha de 1825, que se ha establecido como probable, del deceso del abuelo de mi biografiado. He pensado en efecto que pudo haberse cometido un error, al tomarse quizs de prisa la partida de otro J os Santos, de apellido distinto, muerto en aquel ao. Lase esa constancia: J os Santos En beintc yuno de Abril de mil ochucientus hcintc ysincu. Di sepultura Ectesiastica, al cadaver de J ose Santos Parbuto, hijo Lgo de Custodio Alarcon y J uana Anaguita, y paraquenste lofirmo. Fr. Manuel Mnncayu. Y bien, explicba as mi doble y desalentadora verificacin en materia que corresponde a las cosas de ese pasado, es hora de que recuerde que J uan Montalvo no demor en Guano ms tiempo que el que le demandaron los rectamos nostlgicos de su corazn. Volvi pues a su casa de Ambato. Para entonces no le quedaba de su enfermedad sino una casi imperceptible cojera. De tipo byroniano, como l se placa en observar.
216 CAPITULO XII Mara Manuela o los amores clandestinos El largo retiro provinciano de Montalvo no se llen nicamente con los cuidados y prcticas de su convalecencia, ni adems, con el trabajo de elaboracin de El cosmopolita a queme he referido en el captulo precedente. pues que abarc tambin una dramtica historia de amor. Era l proclive a enardecerse con toda laya de pasiones. Loera por su propio temperamento. y acaso tambin por el influjo, tan determinante en algunos aspectos de su conducta, de personalidades y libros a los que con viva sensibilidad se haba aproximado. Su naturaleza misma era la de un hombre sensual. Perciba la belleza con un preponderante gozo de voluptuosidad. Eso era exactamente as. Recurdese que en plena madurez, en sus Siete tratados, l mismo hizo la siguiente afirmacin categricaS: Pero la belleza esencial, la belleza realmente dicha, no hay duda sino que est vinculada en la mujer, o tiene conexiones inquebrantables con el amor y la voluptuosidad. Y son frecuentes las descripciones en que se place en los encantos fsicos femeninos, y fervientes sus exaltaciones de la desnudez corporal de la mujer. Sus preferencias de sibarita en ese campo le acercan al ideal de los griegos y de los renacentistas, cuyas esculturas y lienzos eran la apoteosis de las formas carnosas y plenas. Valgan como ejemplos estas expresiones, espigadas en pginasde la misma obra: sohre esto una blanca, apretada gordura, de esas que resisten ci atrevido pellizco: los pechos. erguidos, parecen dos trozos de mrmol en forma de pan de azcar pulidos por ci cincel de Polycielo: tas curvas de su vientre desafan a a cumba del arco de Cupido: las caderas sc lcvanian en promontorios alomados, por cuyos derrames suben bajan tos Genios del placer: el muslo. trucso, blanco, de redondez perfecta - lligalu ci pecho, mullida cama de deseos. digalo la boca, estrofa dc Anacreont encendida en ci ,iliefflucte S:,n Ii De lahelle: en,I g&en: bum.rno.S,rerand,n.pag 1R4.ih,d
217 Las flacas no le seducen. Peor si han llegado a la cuarentena: venal id, Seinoas lacas y cteciclocs, cmo is dais maa co llevar unidas las cien mil cucharas que componen vucslro cuerpo? Hojalata vieja, castrapuercos, matraca, ruido de cucrt, seco, huevos yacios echados en las piedras, cantimplora tota, vejiga eso alma sIc oil,, i,idss lic odo en este iitiiido, pero cosa queme lastime ms el rgano auditivo que la osamenta de una cuarentona soltera y devota, no hayen la circunferencia de It nc rra q tic para seni arme sobre una talega de costillas de pescado, no qom ser m emperador. Parece que en los aos de su niez se sinti ya fascinado por las sorpresivas contemplaciones del blancor y la gordura de los muslos de las J venes que jugaban saltando cerca de l. y que, desprevenidas, le ofrecan esa ininteneionada y perturbadora revelacin. En seguida, tras la deleitosa sensacin de haber descubierto as las partes ocultas de esa hermosura, es seguro que empez a buscar l mismo, de modo furtivo. la oportunidad de mirarlas de nuevo, bajo el despliegue generoso de las faldas moceriles. No se olvide que la fuerza imperativa del sexo se manifiesta en ese gnero de curiosidades durante la inocente y virginal estacin primera de nuestras vidas, sin que alcancemos a formarnos ni idea de dicho fenmeno, con una racionalidad en brote todava. Hay unas pginas de Montalvo en su tratado del amor que eso es su Geometra moral en que forja la historia sentimental de un Tenorio de su propia creacin, llamado Don J uan de Flor. Inventa hechos al amparo de una indudable facultad noveladora. El lector advierte cunto hay de imaginario en esasescenas, que se le van ofreciendo con sostenida animacin, Pero, es preciso que lo aclare de una vez, puede encontrar tambin que no todo es en ellas ficticio. Porque el autor no ha querido usar nicamente la simple suma de sus arbitrios narrativos. Al contrario, ha perseguido algo ms sutil y ambicioso: trasegar algo de s mis mo, incluida su niez, en aquel Don J uan de Flor. Que entonces viene a ser algo como su personalidad vicaria, O como una prolongacin viva de algo de l. Adrede, pues, da a esa figura algunas caractersticas que a l mismo le distinguen, las cuales nos permiten ver lo que puede haber de propio y confidencial en el relato. Adems, algunas de las ancdotas amorosas que describe lucron evidcnlcmcnte parte de su propia experiencia individual, como es notorio para cuantos conocen este aspecto de la existencia montalvina. En las pginas iniciales de esta biogr: .a evoqu un episodio de la poca estudiantil de nuestro escritor: el dL a llegada a Quito de un frenlogo norteamericano, discipulo del doctor GalI , que les fue echando mano a la cabe,i a u nos cuantos jvenes del aula de filosofa, incluido Montalvo, para palpar en cada uno de ellos los signos de su carcter. Pues bien,
218 he de hacer advertir ahora que ste, como quien se revela a s mismo ante los dems, den tifica del modo sigtlien te a su personaje Don J uan de Flor: La protuberancia que el doctor Gal 1 seala como el rgano de a ni s pungen le de las pasiones, en su criinco es enornie: cli poco c,it que no sea una dcforii,,dad, na sobre el colodrillo a modo de escollo a flor de agua. debajo de ondas espesas de cabello ensortijado y negro 1 fombre de grandes facultades intelectuales y sensil vas, el amor prevalece sobre todas y las gobierna cual hlice de esa naturaleza tempestuosa.2 Ms adelante har ver cmo se reflejan en el curso de las peripecias de J uan de Flor las incidencias pasionales vividas realmente por Montalvo. Ahora slo debo recoger las imgenes que siguen, convencido de que ellas tienen tambin algo de reproduccin del ambiente de sus primeros aos: Nio an se puso a suspirar por una cierta Atoysia, cervatilla vivaz, que morando vedna, de la una casa a la otra no haca sino un salto, con esas piernas blancas, gordas, que en las estatuas griegas rechazan el vestido. Aloysia le llevaba en edad: sobradamente viva y alegre, no era para comprender la pasin infantil de ese muchacho, el cual le estaba contemplando separado y taciturno cuando ella andaba a salta,, gritar y revolver la casa con la muchedumbre de granujasquc all concurran de tos alrcdedo res. Cabrita de los rebaos de Virgilio. de esas que se encaraman en las peas y alcanzan la flor del cactus con la rosada lengua, Aloysia hacia prodigios de agilidad y presteza en sus juegos proceiosos. El otro, poeta en ciernes, principio de filsofo, lnea o punto de unafiguracomplicadsima veinte aos despus, era espectador mudo, y algunas veces vctima inocente de esa que, siendo tierna Dafnis, se converta con frccuenciaen Medeaenfurecida, y le pinchaba lasorejasacarrera, llamndole hermano. Las temporadas ambateas juveniles que se sucedieron despus, anualmente, entre sus estudios del colegio y de la universidad de Ouito, y que por lo mismo fueron ms bien cortas, no por ello estuvieron exentas de breves lances de amor, y, acaso, hasta de contadsimas experiencias carnales con alguna campesina. Pero de todo eso no qued el ms mnimo rastro. En cambio, en esta larga poca de su retiro del 60 al 68 es perfectamente sabido que lleg a encenderse en una pasin intensa, sin duda la mayor de cuantas vivi, y cuyas consecuencias fueron ciertamente duraderas. Sus relaciones amorosas debieron de comenzar a fines de 1863. J uan Montalvo estaba en sus treinta y un aos y medio de edad. Ella se acercaba ya a sus veintiocho. Ninguno de los dos era pues demasiadamente joven. Sus casas estaban prximas la una de la otra. La de l daba, segn lo sabemos ya, a una esquina de la plaza principal. La de ella sc levantaba justamente en la esquina opuesta, en lnea diagonal. De modo que podan mirarse mutuamente, sin esfuerzo, Ambas construcciones mostraban el decoro con el que haban tratado de instalarse sus dueos. Pero la de ella 2 (e,,,,,euksmo,,I tba.pg 35 ti hOpas 3 219 cia lina de las luis atractivas de la ciudad. Porque su padre se babia empe nado en hacer edificar una casa de dos pisos, con portal amplu) de piedra, no usado hasta entonces ah, y Col) elitailas a la plaza. lace lo niuclu) tiempo fue sta demolida, para construir en su lugar las oficinas del Banco (cntral, en el eruce de lascalles ahora denominadas Sucre y Castillo. las dos familias mantenan relaciones inustosas, aunque en cierto modo supe rficia les. El padre de la joven era don J os Guzmn Cisne ros, nativo de Cuenca. Doctrinariamente coincida con los Montalvo: era liberal y anlilioreano. Aun lleg a tomar las armasen 1859, para ilinearse Contra el conato fallido de invasiol extranjera organi ada por Flores, pues que fue uno de los J efes de Milicias de 1 gobierno de Robles. lambin con l, y con su antecesor Urbina, se haba desempeado como J efe Poltico de Am hato - Pero no solamente le ca racte rizaban el coraje del luchador y el denuedo del funcionario. Alguien ha recordado, en efecto, que en 1847 su inters cultural le haba dado acceso a la dignidad de miembro de la Sociedad literaria Amigos de la Ilustracin, de la ciudad. Y sus esfuerzos de empresario, por otra parte, tampoco se haban visto nunca desfavoreci dos: posea bodegas de vino . atenda adems el laboreo de las tierras que babia adquirido. Una de sus hijas, nacidas de su primer matrimonio, con Carmen Surez y Sevilla, era precisamente la mujer amada de J uan Montalvo. Se llamaba Mara Manuela. El prestigio familiar y los hbitos de su casa le haban dado un aura de refinamiento y altivez. E ra Mara Manuela una joven de mediana estatura. Saludable. De piel blanca y suave. En la parte iii ferior del rostro, ligerame nte ovalado, se e insinuaba el pliegue de tina papada naciente, que acaso era parte de su gracia natural. Tena unos ojos expresivos, prontos a las lgrimas como a las manifestaciones de la clera sbita y el desprecio. Sus labios, levemente carnosos, delataban algn escondido impulso de sensualidad. Su cabellera, sedosa, abundante y castaa, se dejaba notar siempre cuidadosamente arteglada. En fin, sus facciones eran atractivas. E igual su figura toda, realzada por el apogeo seductor de los veintiocho aos de edad. Y ciertamente tambin por el atuendo, de corte quizs insinuante para las costumbres pacatas de ese tiempo, y elegante en la apropiada sencillez de sus telas. La fa 1(1 a plisada se ex ten rl a a penas hasta ni s abajo de la mcdi a pantorrilla, de modo que permita adivinar la elocuente robustez de sta, y quizs de los muslos, en grado tal que poda estimular fcilmente la voluptuosidad de Montalvo. Esos muslos, en efecto, que revelaban algo de su redondez en los movimientos, ye1 gesto de rotundidad con que se expandan las caderas, daban la impresloil de que no se dejaban avasallar del todo por los rigores de ocultamienio o recato de las telas de la s,iva. la
220 blusa tambin se aventuraba en un descote que, si no era escandaloso, resultaba en cambio incitante por la plenitud de los hombros y la prominencia del busto de Mara Manuela: el dulce hoyuelo del nacimiento de los senos y la lnea opulenta de stos se podan observar al primer golpe de vista, y ms con las vehemencias que c;*racterizahan a su apasionado contemplador, encendido ya en uno de los ms radicales enamoramientos. Por su parte. tambin l, nuestro escritor, se hallaba en posesin de una personalidad atrayente. Perteneca a una familia que se haba aureolado de prestigio no slo en la provincia. Adems, se saba en Amtaio que el joven J uan Montalvo haba realizado de modo brillante, en la capital ecuatoriana, estudios de colegio y de parte de la universidad; que haba ejercido funciones de secretario en el Convictorio de San Fernando; que luego haba ido a Europa como diplomtico, y que por fin, tras algunos aos, se encontraba de regreso. Para entonces era inaudito viajar tan lejos, cruzando las desiertas inmensidades marinas. Y al que haba aconietido aventura semejante se lo miraba con respeto, y aun con algo de fascinacin- Mi biografiado fue siempre cuidadoso de su persona y de sus maneras. Por eso, despus de la experiencia europea, con la ampliacin ejemplar de su cultura, con la decantacin de su carcter, con el escrpulo de vestir paos escogidos de corte elegante, se lo adverta refinado y airoso. Nunca, por cierto, inclinado a la cursilera de las ostentaciones desagradables y vacas. Su autorretrato es tan til corno el mejor testimonio de los que le rodearon, por su precisin y fidelidad, para poder contemplar a Montalvo desde nuestra distancia, en su aspecto vivo y real. Tngaselo pues en seguida, pero reproducido slo en la parte que no he hecho constar antes, en el captulo tercero de esta obra: No seria larde para ser bello; mas esas virtudes del cuerpo en dnde? prescritas son, y yo no s como suplirlas. Consolmonos, oh hermanos en Esopo, con que no somos fruta de la horca, y con que a despecho de nuestia antigentileza no hemo sido lan curios de ventura que no hayamos hecho verter lgrimas y perder juicios en eSL mundo loco, donde los bonitos se suelen quedar con un palmo de narices, ni cnt ras los pcaros feos no acat,an de hartarsc de felicidad. Esopo he dicho: tuvo l acaso la estatura excelsa con la cual ando yo prevaleciendo? esta cabeza que es una continua explosin de enormes anillos de azabache? estos ojos quc se van como balas legras al corazn de nl is enemigos, como globos de fuego celeste al de las mujeres ini adas? 1 sta barba - Aqu te qn cro ver, escopeta: Dios en sus inescrutables design os dijo; A ste nada le gusla ms que l:i barba: pues ha de vivir y morir sin el!:,: eontniese con lo dije le he dado, y 10 se ahorre las gracias debidas a tan espontneos favores. Gracias, eternanienie os sean dadas, Seor: si para vivir y morir hombre de bien; si para ayudar a mis semeai,ies cori mis escasas luces fuera necesario perder la cabellera, aquilatendriais, :iqu; y mira que noes la de Absaln, el hermoso traidor. 14 it 4Dc[aI,ctIc,.icctgel,r iurnunc S,.Ielno,sdc,s ihLirs ;s ,,a 221 En este autorretrato hay seales claramente definidas, como para darnos la clave de una identificacin fsica certera de nuestro escritor: la estatura excelsa (a veces l se confes incmodo de ser tan alto); los ojos negros, que relampagueaban en los instantes de pasin; la barba escasa (Merase le burlaba llamndole lampio), y el bigote notoriamente ralo: la cabellera oscura, abundante y ensortijada, pero no como la de los zambos, cuya manera de llamarle ofensivamente l rehusaba, sino como una explosin de enormes anillos de azabache. A este conjunto de trazos caracterizadores hay que agregar un detalle: el de su cojera. Ya sabemos que l, tan ferviente byroniano, que no poda or el nombre del poeta ingls sin estremecerse, se complaca comparndose con Byron por este defecto personal. Pues bien, en su obra Geometra moral, cuando hace referencia al pie deforme de aqul, halla buena ocasin para alabar a un tiempo, sin confesarlo, osca indirectamente, y en muy hermosas frases, su leve claudicacin al andar. Creo por ello que esas expresiones de Montalvo nos servirn ahora para forjarnos una representacin ms entera de l mismo. Conzcaselasen seguida: Hizo mal el poeta en tomar tan a pechos el asunto de su cojera; ste es el defecto que frisa ms con el buen tono y la elegancia. Un hombre de elevada estatura, recto, que sepa traer la cabeza imperialmente sobre los hombros y brille por lo amplio y pulcro del vestido, por conveniencia propia debe ser cojo, siempre que ande despacio, apoyndose en bastn con pomo de oro, y tenga nombre ilustre. Cejo se entiende, un si es no es cojo; cojo intencional; ligera desinencia potica, endecasnabo intercadente por motivo de un acento supernumerario, pero que suena con gracia y encierra un elevado pensamiento. Cojo que va tocando al suelo con la oreja a cada paso, no puede ser donairoso, ni echar saetas envenenadas con miel de amor. Este si hace bien de tencrel alma trtste hasta la muerte, aunque l no est por eso: de nada adolecen menos loscojos que de melancola; antes gozan reputacin de malignos y camorristas, cuando no las dan de majos y enamorados. El cjear del noble lord era segn todas las reglas del arte potica Aristteles no hubiera formado cojo ms ritmico, ms armonioso y medido con el cajn del verso; y. no obstante, el bello cojo acarreaba consigo negra pesadumbre.5 Una persona que procur acercarse a Montalvo, y que nos ha dejado testimonios de varios momentos de su existencia, cuando lo vio por primera vez no pudo menos de impresionarse y de captar su imagen en forma ntida y comunicativa, para trasladarla oportunamente a la posteridad, en una pgina memorable. Esa persona fue Roberto andrade, y la fecha en que lo conoci se sita en las postrimeras de 1So8. Esto es, un quinquenio despus de la iniciacin de sus apasionadas relaciones con Mara Manuela, en Amhato Por tanto, su descripcin, que est dentro de aquel perodo, 15 Ceo,,, a m,,a(, bid pts 49 y 0
222 y que sin duda es un eficaz complemento de las anteriores, resulta provechosa para tratar de mirar a J uan Montalvo con rasgos claros y animados, precisamente en los aos de su gran aventura amorosa: Conoc a Montalvo en Quito -a fines de 1868, cuando el Ecuador se hallaba estremecido de asombro debajo de aquella erupcin salvadora que D. J uan haba bautizado de El cosmopolita. Iba l por la accra de una calle central, yo por el frente. El Cosmopolita!, odecir a varios transentes que se detuvieron a mirarlo. Cruc la calle y me coloqu cerca de l en el momento en que Garca Moreno apareca a cincuenta pasos de distancia. Iban a encontrarse aquellos dos -adversarios tct,ot,Ies, pero la pantera evit al domador entrndose por el zagun de unacasa. Montalvo sigui adelante, erguido, cojitabundo, imponente. Hallbase al rasde los treinta y cinco aos (treinta y seis aos y medio), y toda su majestuosa persona exhalaba ese como fluido que cautivaba o repela. segn el temperamento de los que se amontonaban a su paso, atrados, cundo por la admiracin y el cario, cundo por el rencor y el miedo a su palabra. Su estatura era realmente excelsa y descollante, recta, cencea, bien proporcionada: jams he visto cabeza de varn mejor colocada sobre los hombros que la del noble Don J uan. Y su rostro era moreno y enjuto; pero de facciones muy regulares: la viruela empreteci su semblante, como l mismo lo confiesa, en uno de sus rasgos admirables de egotismo. Cuello nervudo y flexible, barba redonda y saliente, labios en cuyas delineaciones estaba escrita la costumbre de pensar, as como la incorrupcin de su existencia, y ligeramente cubiertos por un bigotillo largo,de pelo ralo.6 Cmo empezaron los amores de estos dos jvenes ambateos, en la paz de su villa taciturna? No nos queda sino imaginarlo. Convengamos en que todo parti de las miradas, entre curiosas y tiernas, dirigidas por Mara Manuela desde atrs de los cristales, y las cuales fueron sorprendidas con gozo por su destinatario, J uan Montalvo, al pasar por el pie de su ventana. Una iluminacin expresiva de sus ojos y una inclinacin de cabeza fueron la respuesta. Sigui luego caminando despacio, absolutamente retrado, envuelto en una de esas soledades que nadie es capaz de perturbar. Pero a poco se dio cuenta de que la imagen de aquella mujer se le haba prendido tenazmente en la vista, en la memoria, en lo ms sensitivo de su intimidad. La encontraba indehniblemente grata e imperiosa. Y l no queda apartarla de si. El paseo de esa maana estuvo pues ya invadido de una obsesin: la de los atractivos insondables del rostro femenino que haba estado observndolo desde la ventana. Un par de horas despus hizo su regreso por ah mismo, y le doli advertir que aquella joven, Mara Manuela, ya no estaba. A la atardecida, antes de salir otra vez, segn era su costumbre, el escritor dirigi sus ojos a la casa de los Guzmn, y alcanz a distinguir la sombra de una presencia que, desde la misma ventana de la maana, pare- 16 MonwIyoy Garra Moreno. Ibid. romo. pg. & 223 cia que SL le entreniaba. Se sinti aleo nervioso, aunque extraamente fe! A bo tono 5(1 ehaq neta y SL acoinod el soin brero inclinndolo airosa ilte Ii aei :i na de sus Sic lies. Y abandoTio la casa - Cmo le parecer se preguntaba.- cmo le parecer a a mujer de esas calladas y recprocas coiitemplaciones su andar ligeramente dsigual. en que el un pie casi cojeaba leve y cadenciosamente? Algunos aos antes, cuando ya eran ved- os, l no adoleca de ese defecto. Hay efectivamente que recordar que ni, lite recin en aquel da la primera vez que se haban visto el uno al otro. Pites que probablemente se haban cruzado los dos en ms de Lina ocasin, en la plaza o en las calles de Ambato. durante la temporadas en que l regresaba de Quito, Quizs no se haban mostrado del todo indiferentes entre s, mas ninguno se haba manifestado tampoco muy dispuesto a pro vacar sti amistad, detenindose al menos a saludar. En la ltima oportunidad en que pudieron haberse m rado , hacia 1857, Mara Manuela era una muchacha que se acercaba ya a la excitante edad de los veintids aos, y J uan Montalvo haba cumplido sus veinticinco, No obstante, como queda dicho, todo entre ellos se haba reducido a ese eruzarse por las calles en contados y fugaces momentos, sin que jams hubieran tenido intercambio de insinuaciones o palabras. Por eso las actitudes que inesperadamente ha bian adoptado los dos, en este preciso da de fines de 1863, les daba la impresin de que recin se estaban descubriendo el tino al otro. Ella lo eneontraha apuesto. pulcro, elegante, y- singularmente atractivo en su enigmtica hermeticidad de paseante solitario. Adems, algn embeleso senta por el tire de superioridad de que notoriamente l buscaba rodearse. Montalvo. a su vez, no se explicaba cmo no haba reparado en aos anteriores en la lozana y los encantos de Mara Manuela. Cuando se aproxim nuevamente a la ventana de ella, en esta hora jtista de la atardecida, no vacil en detenerse a mirarla de frente, a muy pocos pasos. Tambin la joven le dirigi la risuea dulzura de sus ojos. Se sonrieron mutuamente, con una sonrisaquellevabaelloslosahanlos secretos de una emocin que les naca en grata y espontnea simultaneidad. El la salud quitndose suavemente el sombrero. Ella, enrojecida de rubor, le contest con una breve inclinacin de la frente, pero algo pareci despreudrsele de los cabellos, que se apresur a aprisionarlo antes de que cayera, con mano aleteante y nerviosa. Eso fue un inesperado motivo para otra sonrisa de los dos, ms comunicativa e insinuante. El escritor atisb en su torno: en el portal de la casa no haba nadie; por la plaza y las dos calles que hacan esquina aid en donde se haba l parado, advirti nicamente el paso distante de cuatro o cinco transentes desprevenidos, de condicin htimilde. No haba pues nadie que le observara. Hizo entonces
224 un ademn delicado con su mano derecha y un movimiento de los prpados para invitar a Mara que bajara. Esta pareci que intentaba tapar con sus dedos tilia sonrisa aun ms plena y graciosa, y movio negalfla!flen te la cabeza. Su pretendiente insisti en el pedido. dandole a entender por serias que nt) se nloVeua del lugar en que estaba clavado. Al tin. ella durigio su ndice a la iglesia matriz, de la otra esquina, y esboz desde atrs de los cristales la palabra maana va indicacin de la hora. Sabidura de enamorados. la cita quedaba concertada para ci da siguiente al momento de la misa. Tres repiques de campanas, que vibraron con melanclica sonoridad cada diez minutos, anunciaron la iniciacin de la ceremonia. Esos taTlidns solan penetrar elnotivamente en el alma de Montalvo. Y ms en esta ocasin de su vehemente espera. La luz del sol haba comenzado a instalarse alegremente sobre las cosas. El azul se mostraba, en toda su latitud, lmpido y desnudo. El se habia levantado temprano ,segn era su hbito, haba cruzado ya diagonalmente el pequen si me trecho que le separaba de la iglesia Ah, a la entrada, iguiard poco tLmpo a la joven, que tambin acert a llegar antes de que empezara la celebracin de la misa. Dio entonces anos Pasos para saludarla. No se decidi a llamarla por su nombre, que si lo saba. La bes en a mano y la acompan hasta un lugar posterior de la nave. En seguida, hablndola casi al odo, y atrevindose a rozar as el lado de su man ti II a, la prometi q oc d arse por afuera h asta el ni orn e nl o de la salida. Eso ocurri en efecto. Volvieron pues a juntarse. Hubo nliradas que les siguieron, y naturalmente las conjeturas de aquella relacin no demoraron en circular entre los vecinos. Ambos se daban clara cuenta de lo que estaba pasando. Ya presintieron que iban a ser advertidos por los curiosos, y sealados en su comentario, pero, a pesar de que eso no dejaba de molestarles seriamente, alcanzaron a desembarazarse al fin de aquelsucio influjo circunstancial, de ojos escudriadores y murmuracin sbita taimada. El escritor, tan autnomo y altivo, no estaba para sufrir el avasallamiento de ninguna laya de inhibiciones provincianas. Peor despus de su inteligente aireacin europea. Mara, con sus veintiocho aos casi cumplidos, ni era menor de edad ni se reconoca del todo acobardada por la presin de aquel ambiente. Ms de una vez haba hablado con sus padres sobre la necesidad de casarse. De hallar la oportunidad de un compromiso digno, que la salvara de postrarse en el arrinconamiento y marchitez de la soltera. Don J os Guzmn haba visto por su parte que eran justas esas reflexiones. Y estuvo siempre dispuesto a apoyarlas. De modo que, poco despus, hasta estimul en su hogar un atinado disimulo sobre la naciente determinacin amorosa de 50 hija. Al hacerlo estaba convencido de con-
225 fiar en la inviolable estrictez de los hbitos de sta, celosamente formados en el seno familiar. Puede pues decirse que los dos jvenes, en el afn de su primcr acercamiento, en lo temprano de esa maana, se tranquilizaron casi de inmediato. Vano vino a ser por lo mismo el asedio repentino de sus sorprendidos atisbadores, en su mayora feligreses que acababan de abandonar la iglesia. Caminaron lentamente el uno al lado del otro. Aun alargaron el rumbo a la casa de Mara Manuela. Pero en verdad, en las frases que ambos se cruzaban, se iban descubriendo mutuamente nerviosos. El procuraba hacerle notar su enamoramiento impetuoso, brotado como el relmpago. Le recordaba antecedentes similares de autores romnticos y de personajes de las ficciones de stos, en cuya aura apasionada se haba credo envuelto desde cuando la vio en la ventana. Se le iluminaban los ojos al hablar. Ella se fascinaba escuchando ese lenguaje culto y evocador, en que temblaba un inocultable acento de sinceridad, aunque ntimamente experimentaba un desencanto que se mezclaba con algo de dolido nimo piadoso: el de percibir que su pretendiente careca de fluidez para desarrollar sus pensamientos, y, adems, que su voz no sonaba con un metal pleno y seductor, sobre todo en los instantes de mayor emocin. Alentada acaso por esa orfandad de elocuencia comn que estaba observando, y por el evidente sometimiento sentimental de Montalvo, asuma de pronto el caracterstico don de dulce dominacin femenina de tales casos. Y si bien hablaba poco, se notaba que J o haca con desenvoltura sencilla, con gracia espontnea. Adems, tambin a ella le resplandecan los ojos bajo sus hermosas cejas arqueadas, que le comunicaban algo de natural altivez. A los requiebros y requerimientos amorosos de su compaero responda con un tal vez, tengamos paciencia, demos tiempo al tiempo, ya veremos si en verdad esto que nos ha acercado es lo que usted dice, amor. Al pronunciar con dejo vacilante esta ltima palabra, se senta levemente perturbada, y como invadida de irreprimible rubor, no propiamente por razones de la edad que no era ya para ello, sino por la accin secreta de un enamoramiento tan imprevisto como desordenador y autntico. Cerca de la entrada al hogar de Mara se detuvieron. Confundieron sus ojos en una sola mirada, sin duda intensamente expresiva. Se estrecharon la mano, y l, en esta vez, se atrevio a besarla en la mejilla. Haban convenido en encontrarse al da siguiente, en el puente de madera por el que se atraviesa el ro para ir a Ficoa. En Ficoa estaban ubicadas las heredades familiares de los dos. El padre de Mara posea la quinta La banda, embellecida por el cuidado de sus rboles y el adorno de vivos matices de su espacioso jardn. En la acogedo
226 ra rustiquez de sus rincones se respiraba la misma gracia eglgica que en la propiedad de los Montalvo. Unos y otros se congregaban en los meses de cosecha de frutas en sus huertos propios Pero tambin iban con alguna asiduidad por la atencin a stos, o buscando esparcimiento y descanso. Maria Manuela y J uan Montalvo sentan un carioso apego al lugar. Ella y sus dos hermanas se placan en caminar o cabalgar hasta la quinta, para disfrutar del trato humilde y bondadoso de sus tres o cuatro criados y para entretenerse con sus pocas aves y animales. El, en cambio, se encaminaba a su morada de Ficoa para hacer ms honda la soledad que requeran sus lecturas, sus meditaciones y sus trabajos literarios. Ah vea adems estimulada su emocin por una suma armoniosa de rumores que no se poda repetir en ninguna otra parte: el eco sollozante de las aguas del Ambato, la voz tambin gemidora, en la cumbre de las ramas, de alguna trtola escondida, el gorjeo de los gorriones, en un dilogo de plata espaciado y distante, y un rebuzno, relincho o mugido all lejos, atrs de las vegas del ro. Naturalmente, como hay que suponerlo, Montalvo estuvo en el viejo puente antes de la hora concertada. Desde ah alcanz a observar, poco despus, que la joven descenda hbilmente por el camino de bruscos declives. La figura de ella le prenda una irreprimible sensacin voluptuosa: era arrogante, de busto levantado como en ademn de conquista o desafo, de caderas gratamente pronunciadas, de muslos suavemente torneados, que hacan imaginar esa condicin de blanca gordura que a l, por confesin propia, le incitaba a contemplaciones apasionadas y gozosas. La esper pues con muestras de vehemencia, y tambin de nerviosismo. Pese a su experiencia de contactos sentimentales y erticos en Europa, no consegua vencer esos molestos amagos de timidez frente a la mujer. Obraban en l las obsesiones del misntropo, pero, adems, en este caso, las reacciones de un real enamoramiento. Cuando la tuvo a su lado, no se resisti a tomarle las dos manos, para besrselas; le bes en seguida una de las mejillas, y, ante su dulce docilidad, la otra. Ella movi entonces el rostro ardiente hacia l, yen la soledad de ese paraje propicio se pusieron ambos, con igual entrega, a saciar en el ansioso contacto de sus labios una necesidad mutua de amor sensual. Ese era un buen comienzo: el comienzo del que ambos haban estado secretamente pendientes, desde la antevispera. Echaron luego a andar hacia la otra ribera. Se detuvieron unos Instantes en la mitad del puente, apegados a su barandal: Nuestras congojas, y los pasos de nuestra existencia, que nunca vuelven, encuentran una imagen exacta en estas aguas que corren. El pensamiento no es mo. Pero dgame si ha notado usted esa correspondencia, Maria.
227 Me gusta ver este ro contesto ella, sin reflexionar sobre el scrltitit) tic lo que haba dicho su eompanero Me gustan en general los ros, atmque tambin a veces me dan temor. Es cierto. 1-lay ros que asustan como una manada de toros mu tcutcs. y a ustedes las jvenes bonitas, entiendo que mucho ms. Claro que por entura hay otros que se dejan mirar risueflos, mansamente. Ha blm ha con len ti 1 ud co mo siempre - Yo, desde luego aadi-, no s si tengo una impresion nica de todos ellos. lorque creo que con migo pasa algo distinto: los ros no me atemorizan, ni me aturden, ni me dejan absorto, sino ms bien vaco o ausente, y, sobre todo, siento que se van contagindoine su tristeza. -Veo que usted tiene mucha imaginacin, y que dice sus cosas con palabras que no he odo a nadie, y queme gustan tnto que no me cansara de orle. Adems cmo le explico7., me hacen ver lo poco que yo valgo cr1 ese aspecto. No a todos ha hecho Dios para que se expresen as, para que escriban, para que viajen, o para que vivan slo entre libros, como dicen de usled en mi casa. - \-Ie estaba usted contando que le gustan los ros, Mara, y sobre todo ste, observ l soslayando las lisonjas. S, de veras. A este ro bajaba de nia, con mis hermanas y con los amigos que tenamos en la escuela. J ugbamos hasta cansarnos, a todo o que se nos ocurra. Nos pasbamos de una orilla a la otra, saltando entre las piedras, por los sitios donde no haba sino poca agua. Pero a veces nos e m papbamos. - Dichosas aguas, mi Mara, que palparon lo que nadie ha conseguido palpar, insinu Montalvo apagando la voz. Ella guard entonces silencio. Pareca como que se prevena de cualquier audacia expresiva... Tras un momento haban reiniciado ya su andar, con las manos enlazadas. Fueron entonces haciendo un largo camino. A veces se detenan, aunque siempre conversando. Y en algn rato en que llegaron a parecer intencionadamente excitantes los temas de que l quera hablar, la joven se adelant a decirle, con esa estrategia femenina con que se evitan los dilogos insinuantes, que ms bien le tratara de cosas serias de l mismo, de sus viajes, de su historia personal. Si me pide eso, y yo le complazco, tiene que estar lista para enjugarse las lgrimas, la respondi entonces, entre serio y burln.
228 Eso si no esperaba. No me va a decir usted, que me parece tan seguro de s mismo, y hasta arrogante y hosco con los dems, que sabe siquiera lo que es llorar. El abri sus ojos con intencionada manera de sorprenderse. e hizo con las manos un breve ademn para que no siguiera. Pero fue en vano. No me mire de ese modo continu ella. Lo mejor ser que me oiga sin remedo de inocencias. Ni cori la actitud del que simula que va a ser devorado. Acert usted, sin quererlo contest Montalvo-----. Porque el ser devorado, ya imagina usted cmo, por sus labios, es precisamente lo que estoy deseando. Claro, eso tena que orle. En todo el trayecto no ha insistido sino sobre esos temas de conversacin. Usted es igual a todos: un obsesionado de lo sensual. Y, sin embargo, quiere que inc prepare a conmoverme con quin sabe que inventos de aflicciones. Mi mayor afliccin es justamente la de este momento asegur l-, al ver que usted nada sabe de m, ni me ha observado como realmente soy. Es verdad, somos dos personas que apenas nos conocernos mi don J uan. Ya no hablemos ms de esto. No tengo derecho a injuriar a alguien que estoy recin tratando. -Gracias, gracias, apunt l. Tom su mano y la bes. Bueno, por dnde quiere empezar: por las congojas de Pars o de Ficoa, de Roma o de Punsn? Y al decir Mara esto, en tono de gracia espontnea, se ech a rer con toda la gui cia. Y ms lo hizo admitiendo el gesto medio desconcertado de su compaero. Pero slo fue cosa de un instante, ya que l, envuelto en la excitacin de esa joven que se agitaba a su lado mientras rea, obedeci ciegamente al impulso de tomarla entre sus brazos. La apret contra si. La soledad enardeca su mpetu varonil. En segundos el jbilo de Mara Manuela era sofocado entre sus labios. El escritor la bes con vehemencia, con imperativa resolucin amorosa. Y as, prendida a su boca, y abrazada contra su pecho, la tuvo un largo momento. Basla. J uan, le ruego, atin por fin a requerirle ella. Me hace sentir rara. Regresemos ya. Sin darnos cuenta hemos avanzado hasta cerca de las quintas lena el rostro encendido y, la mirada incierta) fruto de la e mocin voluptuosa de ese instante. Con las manos nerviosas se cofllpuso el cabello yalis la parte superiorde su vestido. Tarnbin el escritorardia pordentro.
229 de gozo y de avidez instintiva. Cualquiera hubiera podido notar el temblor de sus manos. Pero no demor en serenarse y responderle: No he pretendido hacerte sentir mal, Mara. Por nada Nel mundo dejara de respetarte. Pero clamores precisamente esto: este ardor de ansiedades y deleite con que te beso y me has besado. Si quieres que volvamos a la ciudad, podemos hacerlo. Slo te propongo que caminemos por el lado de la vertiente, que a los dos nos gusta y que no est distante. Asinti Maria Manuela. Comenzaron entonces a descender por una senda de ladera desolada y agreste. De rato en rato se detenan a besarse, tomados de la cintura. Llegaron por fin al puente sobre el ro, desde donde haban partido unas dos horas antes. Ah se dejaron estar algunos minutos, prometindose amor, y luego se despidieron. Iban a verse todos los das en que pudieran,para perderse por los parajes del contorno de la villa ambatefia. Yeso fue cumplindose efectivamente as, durante un buen tiempo, sin que ninguno de los dos faltase jams a esas citas de amor. Cuando los intervalos de no juntarse se prolongaban por media semana o ms, ello se deba a inconvenientes de familia, en el caso de Mara, o a los tirnicos afanes de elaborar su primer libro, en el de J uan Montalvo. Efectivamente, la joven era observada por don J os Guzmn, su padre, a veces con agriedad, pues que le disgustaban la frecuencia con que la vea salir y los comentarios de los amigos que acostumbraban visitarlo en su casa, vecinos importantes de la ciudad: funcionarios, religiosos, gentes de negocios. Ella alegaba en favor de su comportamiento no slo su mayora de edad, o sus veintiocho aos por cumplir, que le imponan la necesidad de hacer un pronto compromiso matrimonial, sino tambin la formacin recibida en el hogar, de honestidad incorruptible. Sus hermanas se oponan igualmente a lo que llamaban una libertad exagerada. Adems, parece que se hablaba en la intimidad de la familia de que nadie deba estar seguro de los actos de un hombre como Montalvo, liberal de criterio muy autonmico que sin duda haba conocido los desmanes de la vida europea, sobre todo de la parisiense. Pero Mara Manuela haba sido siempre voluntariosa y muy duea de s misma, y para ese tiempo, con su juventud colmada, se crea lo suficientemente madura para conducirse en asuntos del amor y de su futuro personal. No obstante, como es natural suponerlo, haba ocasiones en que se le aflojaban las resistencias ante la tenaz presin de la casa, y en que decida anunciar a su compaero su alejamiento de l por un determinado nmero de das. En lo que tocaba a Montalvo, tampoco su hermano Francisco J avier miraba con buenos ojos la porfa ni el apasionamiento de aquellas relaciones, y ms de una vez se lo haba dicho. En su caso, por cierto, no gravitaban mucho esas reflexiones fraternas,
230 pese a que en ellas se especulaba sobre su carrera literaria y sus aspiraciones diplomticas, que en conjunto eran adversas a cualquier tentativa de enlace conyugal. As hay ms bien que reconocer que, aunque eso poda parecerle significativo, lo que realmente le llevaba a privarse de sus encuentros con Mara, en tales o cuales semanas y previo acuerdo con sta, era la ejemplar obstinacin con que se entregaba a la creacin de El cosmopolita . De cualquier modo, aun contndose aquellas interrupciones temporales de su frecuentacin amorosa, cabe anotar que en el ao de 1864 se intensific grandemente el trato ntimo que mantuvieron. El escritor estaba seguro de la pasin en que senta consumirse. Haba, entre otras cosas. prometido a su compaera un poema de confesin radical de lo que l llevaba adentro. Yen verdad se lo compuso, aunque muy posteriormente. Precisndolo, eso fue despus de la enloquecedora y ardiente aventura en que se precipitaron un da. Varios sitios de las afueras urbanas se les haban ido haciendo familiares, a fuerza de recorrerlos al calorde las confidencias mutuas, de los besos y de las caricias, que cada vez se manifestaban ms vehementes y audaces. Montalvo haba dado en hablarle de que nada le pareca ms contranatural que los renunciamientos en el amor. Que a ste no se lo viva en verdad sino cuando se lo dejaba culminar en la fusin de las almas y los cuerpos. Que no se cometa falta contra Dios en ello, porque su sabidura haba dispuesto precisamente as las cosas, lejos de los absurdos convencionalismos de los hombres. Que en los pases europeos Francia a la cabeza de cuya civilizacin y lucidez cientfica y filosfica no se atrevera nadie a dudar, la gente se haba liberado ya de los prejuicios y trabas de una moral perturbadora y agnica. Lo que l aceptaba que se condene, y lo condenaba l mismo en sus escritos, no era la prctica sexual de dos amantes libres, unidos por una pasin ardorosa y sincera, sino el amancebamiento de una persona casada: el adulterio. Especialmente el de la mujer. Por otra parte, en el conocimiento carnal entre enamorados que estn an solteros, lo comn era que llegara a haber una garanta de buena fe: la promesa masculina de una boda futura. Los tres aos de vida francesa que haba acabado de pasar nuestro escritor influyeron sin duda,en su tica del amor. No quiero con eso decir que su condicin natural hubiese sido proclive a los excesos del erotismo. Al contrario, cuando evoqu, en captulos anteriores, sus experiencias de Europa, hice notar que l prefera la modcs.,cin en los reclamos del sexo. Encontraba que eso era lo aconsejado para que no corrieran riesgo las facultades intelectuales. Tampoco deseo dar a entender dUC su existencia de all haya alterado sus principios sobre la intangibilidad de la honra familiar y femenina. Porque estara yo incurriendo en falsedad. Es conocido quc
23 l Montalvo coment con repugnancia las escenas de fornicacin y el lenguaje fuertemente revcladorde las novelas del naturalismo francs. Oportunidad habr de explicar esto ms adelante. Mi intencin es la de hacer ver que en cambio, l se haba quizs habituado a cierta conducta un tanto distrada y liberatoria de los frenos tradicionales de la moralidad sexual, que pudo hallar en varias jvenes de la capital de Francia. La prctica del amor, con la morigeracin que l acostumbraba, le era pues ostensiblemente ms fcil all que en su pas propio. Por su lado, ni los autores romnticos que prefera se afanaban en simulaciones trastornadoras del carcter neto de esa atmsfera: ella se muestra pues fiel y reconocible en sus pginas, sin que les hubiera sido necesario el episodio salaz de los naturalistas. Para comprobarlo est ah un libro clebre de un escritor a quien Montalvo queda y admiraba: la novela de Alfredo de Musset titulada La confesin de un izijo de/siglo. Es ella un testimonioconfidencial y definidor de la poca, a travs de cuadros que dejan percibir el desenfado con que se anudaban las relaciones voluptuosas de la juventud de all y de entonces. Mi biografiado dijo a su vez algo vn insinuacin ms bien velada, en los Siete tratados, sobre amores y atractivos femeninos en la nacin de Musset: estas amables mujeres, sin dar la ley de la hermosura, dan la de la elegancia y el predominio; donosas de natural, poseen el arte de hacer valer ms la gracia que la belleza, y suya es la palma del amor en el concurso de tantos y tan hermosos pueblos como son los de la civilizada Europa. II? Con Mara Manuela, en el tiempo de su apasionado enamoramiento, era desde luego ms explcito. Ms franco y vehemente. Por eso eran efectivos sus avances en las demostraciones de sensualidad y en el poder dc convencimiento con que iba conquistando ms y ms a su amada. Y con que l mismo, irresistiblemente, se entregaba a ella. Probablemente a mediados de 1864. en las cercanas de Ambato, teniendo como marco la soledad imperturbable de los campos circunvecinos, que acaso fue la de sus propios bosques de Ficoa, lleg el da en que se produjo, en que tuvo que producirse. el primer frentico enlace de sus cuerpos ansiosos. En las pginas de Don J uan de Flor, de su Geometra moral, a que he aludido ya, dice lo que sigue de una aventura sexual de ese personaje que es como la imagen de s mismo: Y ella fue casta, pura, hasta cuando hubo cado en sus manos; manos que arden y devoran y consumen lo que tocan. Quizs yo debera escribir exactamente eso para evocar el episodio en que Moiitalvo, ardiente, priv a Mara de su doncellez. Pues que los besos vidos, y el tacto voluptuoso de unas manos que exploraban y acariciaban la suav 117 I)cI]t,c[k!;l w,qenmid,s. iIid.pg 176
232 sima piel escondida de los miembros y del airoso y palpitante busto de la joven amada, terminaron por doblegar a sta, entre quejas dulces y respiraciones febriles de placer: un ay agudo de virginidad vencida alcanz a resonar as, finalmente, en medio de aquellas rsticas soledades. Fascinado entonces con la posesin total de la persona de sus amores, J uan Montalvo continu buscndola. Se daban cita para sus divagaciones por los alrededores urbanos. Pero tambin, en ocasiones, para sus gozos carnales clandestinos. Posteriormente cunsiguieron hallar la intimidad de un techo apropiado para ello, en una de las dos quintas paternas de Ficoa. Por cierto, como lo indiqu anteriormente, baha temporadas en que se debilitaba la frecuencia de esos encuentros, por razones que le concernan a cada uno. En lo que toca a Mara Manuela, ella se fue sintiendo desde la primera entrega en una posicin de inseguridad, ya frente a su familia, aunque sta nada sospechaba todava, ya frente a su mismo amante, cuya esquivez a cualquier insinuacin matrimonial era cada vez ms notoria, El la quera, sin duda, en un plano de idealizaciones romnticas. Y desde luego tambin, no obstante la paradoja, de sensualidades desatadas. En cambio no se avena con la idea de un compromiso conyugal, por los altibajos de su carcter de misntropo, por las sbitas reacciones de disgusto de su compaera, por las condiciones materiales que a l le rodeaban, sin ms labores que la ocupacin suprema de escribir. Seguramente le dolan esas consideraciones, que inspiraban su actitud elusiva, frente a los requerimientos de Mara Manuela. Porque en realidad s la amaba. En una demostracin fiel de sus sentimientos por ella, y de la inquietud del dao que la haba causado con el desenfreno de un momento de pasin, le escribi el poema que le haba prometido en los trminos que siguen: Mas no dej de ser mi hirviente pecho de pasiones hogar; y una codicia y aspiracin de bienandanza ignota en zozobroso ahnco me traan. Llegas entonces, y descubro todo seramory no ms, Adelaida; amor indescifrable, amor sin pago y sin objeto, que en s solo arda. Y me pongo a adorarte al punto mismo, si el cario al cariosiempre excita; porque m,rarme y coniurbarle era uno, y mi mano al tocar te estremecas.
233 Y me escuchas.., y luego...me respondes.. - Y esa trmula voz, y esa porfa encallar otras veces, todo, todo mi adelantada pretensin confirma. Y tus lgrimas vi; lgrimas puras, hilo a hilo corren; y tu mejilla hmeda y como rosa, descompuesto tu divino color palideca. Preciso el temores... No te despees, no a todo des asenso, pobre nia; tras un boscaje de palabras tristes por ventura se esconde la perfidia. Perfidia?; no, perfidia! Infausta empero, mucho ms la verdad; pues si confas en ella solamente y vas tras ella, slo hay de verdadero la desdicha. Huye los labios, que si el fuego salta de los mos all, los prendera en devorantes llamas que no aflojan hasla que forman un montn de ruinas... Tal es la helada para el trigo en cierne, tal para ti mi amor, Adelaida: siempre, siempre/ui as, pecho tan hondo, ya encendido volcn, ya tumba fria. Baos, a orillas del Ulba.t Estas cuartetas asonantadas las public en el folleto nmero tres, de cincuenta pginas, de El cosmopolira,-en mayo de 1866. Y ellas, que estn escritas con el pulso de un lrico innegable, aunque no reconocido por la crtica maosa de su poca en el pas, encierran confesiones valiosas para el bigrafo: en el orden en que se hallan estructurados sus versos, se las puede puntualizar del siguiente modo: el joven Montalvo, tras otras aventuras sentimentales, vena buscando con ahinco una felicidad desconocida, hasta cuando llega Mara Manuela y descubre que todo es amor y no ms. Pero amor que alienta por su propia fuerza, puro, ajeno a intereses, a rncdttadas consecuencias prcticas o logros de :guna especie. El se pone a adorarla en seguida, estimulado por la tie.iia y espontnea disposicin de la joven. Esta se encuentra no slo invadida de amor, sino expuesta, frgilmente, a un total vencimiento en los brazos de su compaero: porque IS El Cosniopoluu, ibid. Tomo. pgs 322 a 325.
234 le mira y se conturba, toca la mano de l y se estremece, calla como una dulce sometida, y cuando le responde lo hace con trmula voz. En suma, le parece que todo. todo su adelantada pretensin confirma. Y as fue en efecto, inexorablemente. Como ya lo sabemos. Por eso l tu .o que ver las lgrimas puras de la joven, que corran hilo a hilo por su rostro de rosa, cuyo divino color palideca. Y asimismo, comprobada de ese modo la inocente indefensin de la pobre nia, se vio precisado a amonestarla para que no se despee, ni a todo d su asentimiento. Finalmente, y cuando ya era tarde, la pidi que huyera del fuego de sus labios que, como devorantes llamas, no aflojan hasta que forman un montn de ruinas. El sacrificio no poda ser mayor bajo el imperio de tan apasionada aventura: Tal es la helada para el trigo en cierne, tal para ti mi amor, Adelaida, se lo asegur l mismo. Entre tormentas de pasin y deseos, y entre insofocables temuics como repentinas muestras de coraje de la joven, aquellas relaciones fueron mantenindose por ms de dos aos. Y, naturalmente, por prolongarse tanto, lleg el momento en que ya no consiguieron continuar encubiertas ni disimuladas. Conscientes de eso, Montalvo y su Mara Manuela se determinaron a pasear tambin por los propios sitios cntricos de la ciudad. El la acompaaba, inclusive, hasta la puerta de su casa. A un amigo de los dos, en carta que examinar luego, el mismo Montalvo calific de amores pblicos a los lazos que los unan. Desde luego, y pese a que no faltaban los comentarios maliciosos de algunos vecinos, ambos amantes procuraron conservar la verdad de su cohabitacin en el ms sellado secreto. Pero tambin eso tuvo su trmino, lamentablemente. Pues que en octubre de 1865, no obstante las precauciones probables de sus contactos sexuales, Mara comenz a sufrir las angustias de una preez ilegtima. Se exacerbaron entonces sus justas exigencias de hallar una inmediata solucin en el matrimonio. El escritor no las rechazaba ciegamente, aunque tampoco las hallaba atractivas ni hacederas. Mientras tanto, afligida y estragada, la joven se encerraba tres o ms semanas en su hogar, y la familia crea que las relaciones amorosas de ella estaban por fin declinando. A lo mejor y de alguna manera eso estaba realmente a punto de ocurrir. Porque, a pesar de que los ardorosos amantes seguan vindose y ligndose en ese escondido concubinato, su trato iba poco a poco volvindose quebradizo. Menudeaban ya en ste las discusiones y las mutuas incriminaciones. En el extenso libro IV de El cosmopolita, entre ensayos y relatos de la ndole ms diversa, nuestro escritor public su Carta de un padre joven, que resulta particularmente til para conocer las caractersticas de la apasionada peripecia que estoy evocando. Aqulla es un amplio docu
235 inc nto autobiogrfico, de aproximadamente treinta pginas, en cuyo texto de romnticos desahogos e hiperblicas referencias hay, sin embargo, detalles fieles y objetivos de lo que fueron sus amores con Mara Manuela. Y hay, adems, trazos muy significativos por lo reveladores de los temperamentos de los dos. La carta apareci el 7 de agosto de 1867, en el indicado libro, cuando ya los amantes se haban separado. De manera que consigue tambin iluminar los motivos de ello. Creo por lo mismo que es necesario reproducir, aunque sea aisladas, algunas de las frases de ese testimonio intimo, veraz y explcito, en que el autor no omite ni los nombres propios de ellos. En efecto, a la joven la llama casi igual que se llam: Maria Aurelia Adelaida, y l usa como firmante de la epstola su primer nombre y un anagrama de su apellido: TOMANVOL (Que es exactamente la transposicin de las letras de MONTALVO). tina impresin del sigilo con que se juntaban para sus contactos carnales, probablemente en la quinta de los Guzmn en Ficoa, se puede extraer de estas expresiones de la carta: Las iras y las reroddades dci amor, no son aborrecimiento: es de esta clase el luyo, Adelaida? Acurdaie bien: tarde de la noche me acerco por ah como una sombra: tiemblas, pero me esperas: llego, caigo a los pies, y t te arerras a mi cuello: qu silencio tan elocuente! Fn este instante agotbamos un siglo de felicidad, 1_a luz de la luna, enirando por la venlana, te buda el rostro: la acequia hace su ruido all debajo: iodos duermen, todos son indiferentes a la vida; mas esa hora es dichosa pura nosotros. Vol la noche la iinlxwtuna aurora blanquea el horizonte: adis, adis, AuretIa ole voy cargado de besos y de dulces juramentos de tu boca. Una prueba de la paz y de la ternura con que el escritor se vea entonces lisonjeado se desprende, por otra parte, de lo que sigue: Yo soy se que t amabas; yo soy se que descansaba en tu regazo; yo soy se con cuya ensortijada cabellera tus dedos se entretenan; yo soy se de cuyo cuello te colgabas, a quien mirabas con ojos rebosantes de amor. El desbordamiento de pasin y las posteriores disidencias y enfrentamiemos verbales; las angustias del uno como del otro con el problema de la gestacin del hijo, las insinuaciones de un rompimiento mutuamente acordado y la fatalidad de las causas que obraron en esa determinacin final: todo ello, a su vez, se ha reflejado en el fondo de estas confesiones: por qu me defiendo del calificativo de malo? qu orgullo el niio tengo ttulos para ser llamado con otro nombre? El haberme entrado con tanta violencia tan adentro de tu pecho, maldad es; el haberme apoderado de lu voluntad, el haber mandado cii ella como tirnico dictador, maldad es; el haberte obligado a lo que el niondi, dice indo, muid id . . . Y con i odo ah ests en frente miii, a di is pa SOS de ni casa , y Ial vez nc ves todos los das. Me ves, peri) no me adivinas: feliz, nc conociste poe); les graciado, me conoces menos. Pensante, y no me fue posible arrancarte del pensamien. 236 tu esa infernal idea, que te dejaba por desamor, por cansancio, por perversidad Ni doblez, ni perfidia, ni esperanzas vanamente infundidas; llaneza, franqueza, verdad, siempre amor, esto fue lo que viste en m Pues qu sorpresa has recibido? no tenamos prevista la separacin? Mi conflicto era terrible: verte a punto de caer en cama, excomulgada de tu padre, insultada de tus hermanas, sino de Carmen, la pura y santa Carmen: sola en tu cuarto, sin amigos, sin criados, y lgrimas por todo consuelo. Ausente yo, encadenado por el honor en otra parte, yen eompleta imposibilidad de desbaratar esa mquina de padecimientos. Pues la hombra de bien, la ternura, el amor mismo me inspiraron. Tu padre haba sido mal padre por un instante; mas yo te tenia por hombre de sano corazn, y por muy capaz de un acto generoso: site tocaba en la parte sensible, todo estaba remediado por de pronto. Le dara mi palabra de no perturbar de nuevo tu tranquilidad, respetar tu arrepentimiento aun a costa de mi vida, huir de ti, no dar el menor pasoencaminado atu perdiein. En otro lugar de la carta asegura que se hubiera decidido a casarse con su amante si hubiera hallado en el padre de ella un hombre inflexible y necio cerrado a sus proposiciones, y mujeres sin corazn en sus hermanas. Pero adems, por cierto, si hubiera tenido al mismo tiempo una disposicin de solidaridad tierna en la propia joven, y no una reaccin de spera y lastimadora Iracundia: Vamos a ver ha escrito: cuando hablaba yo de separarnos, ponindote a la vista mi desfavorable sttuaein; cuando inundado en lgrimas exclam a tus pies: Lleg el da fatal, lleg, Adelaida ,.; por qu no mc cenaste los brazos al cuello, y te pusiste de rodillas, como otras veces te hahias puesto, y derramaste amorosas y suplicantes lgrimas, y dijiste en voz trmula, pero resuelta: Acepto tu desgracia, amigo mo; contigo ser felizde cualquier modo: aun la tirana fuera yugo blandoy llevadero, si viniese de m esposo... t,amentahlemente, contina l, esa terrible noehe tu alma se eelips, no fuiste t. te perdiste de ti misma: ni una idea superior, ni un aspecto de ternura, ni una palabra de cario: llanto, roces, ademanes, todo era clera, soberbia: me clavaste las uas en el eorazn - -. Ese prosaico y vil pues para qu se meti, fue para m el ms triste desengao que nunca experiment en mi vida,, Y as, sin duda, tuvo que haberse desenvuelto aquella tormentosa escena. Segn se alcanzar a ver, Mara est descrita con rasgos de evidente animacin, y tal como la observ y la sinti Montalvo. Hay desde luego otras lneas que ayudan a representrnosla con las veleidades, muy naturales, de su carcter: superior en sus actitudes frente a los hbitos mentales constrictores y a la mojigatera comn de la sociedad; singular en su desdn a la abrumadora condicin del hombre gris de la mediana; paradigmtica enel destnteresado y absoluto ejercicio del amor, con sus sacrificios y ternezas; irrefrenable. eso tambin, en sus resentimientos, cleras y despechos; dbil, lic fin, 1ara retener los medios de su propia felicidad y de su paz interior. Ema en verdad una mujer de acentuada personalidad esta Mara Manuela Guzmn, Al extremo de infundirle temor a Montalvo en los
237 momentos en que lleg a pensar en un probable matrimonio con ella, segn nos lo ha dicho en la carla que estoy glosando. Vuelvo pues a las citas, lomando las frases ms acomodadas a lo que acabo de expresar: Prendas te adornan, Adelaida le asegura e! escritor, que envtdiarian las mujeres ms cumplidas: esa superioridad con que te levantas sobre las ideas, las costumbres, las precauciones y los gustos vulgares; ese seoro con que te mantienes alta; esa pulcritud, ese refinado esmero co tu persona y en tus cosas; ese amao para todo lo domstico; ese fuego vivo de tu corazn cuando amas; ese entregarte aun a la muerte por el objeto de tu cario, son calidades que te realzan y te hacen digna del hombre mejor del mundo. Pero tu genio tiene lados . muytemibles Esaesla Adelaidaafirma en otro lugar de la epistola que quisiera vivir en el campo, a solas con la naturaleza, consagrada al objeto de su cario; esa es la Mara Adelaida que pasaba oculta bueitas horas entre las cortinas de su lecho, por dejar que segaste e/da; esa es la Mara Aurelia Adelaida que deseaba se muriesen todos los hombres de la ciudad, por tener e/gusto de no verlos. He de insistir en que sobre sus impulsos de mal humor establece reiteradas referencias, haciendo recaer en ellos la culpa dc su desnimo para el matrimonio: Pude haberte hecho ma para siempre y llamdote mi esposa. Esposa, dulce nombre, son armonioso y grato al odo, remedio de mil dolores! Ahora no hay para qu decirte si he temido tu genio o tu carcter... Por eso, cuando piensas queme aborreces, no haces sino amarme con clera, amarme con grandeza, amarme como leona herida. Mis splicas te irritan ms; el tierno comedimiento de mis recados no arranca de ti sino abrupciones. No hay fiera ms cruel que una mujer encaprichada: si con mirarle pudiera salvar la vida a un hombre, no le mirara; si con una voz evitara su desgracta, se eallara. Y tal vez en un recado mal contestado, en una carta no recibida se pierde para siempre/o mismo que ella desea con ahinco. La felicidad es una ciencia; conviene no ignorarla enteramente. Debas -le observa adems manifestarte constante en tus afectos, suave de genio, pasiva, modesta, humilde: en este terreno se siembra la esperanza .. qu he de peosar, qu he de desear, si mis pensamientos y deseos se estrellan en tu orgullo y tu soberbia?. Conviene, desde luego, que con toda estrietez de criterio haga notar que Montalvo rehusaba el matrimonio, no nicamente por las asperidades de carcter de su amante, ni slo por dar a don J os Guzmn una prueba de renunciamiento a toda relacin con su hija, para que la perdonase por el desliz de su amancebamiento, sino sobre todo porque l mismo jams se sinti dispuesto ni apto para las tibiezas de la conformidad hogarea: influan en ese convencimiento suyo la sensacin :.cta que tena de las aristas hirientes de su propio temperamento y lar islumbres ciertas de su ambiciosa carrera literaria. Sobre esto ltimo, lase esta constancia, tomada de la misma epstola: el hogar, e1 bienestar domsticos, han de ser para m tan preciosos como el aire: si ya no gozo de ellos, es porque hasta ahora 238 rio he podido: voy hacia el templo, y una mano invisible inc detiene: es el amigo de ni i gloria? - Y en lo que atae a las tormentas de su propio genio, a los altibajos de su carcter, a los vuelcos imprevisibles de su comportamienlo, estorbo tambin de cualquier proyecto conyugal, las revelaciones que contiene aquella Carta de un padre joven son realmente tiles. Y lo son especialmente para el bigrafo, porque le ayudan a interpretar las razones y sinrazones de la peculiarsima personalidad de Montalvo. Como l era romntico y asiduo y vehemente lector de las figuras estelares de ese movimiento europeo, puede ser que sus expresiones parezcan no otra cosa que un simple intento de hacer literatura de dicho sabor; aun ms, no sera extrao que se las considerase una resonancia bastante reconocible de las confesiones en que los genios del romanticismo desnudaban los conflictos de su personal intimidad. Yo mismo he credo percibir algo como una vibracin de las lcidas inquietudes del Goethe de la juventud cii los trminos de esas confidencias montalvinas. Pero nuestro escritor practic una indiscutible honestidad en sus creaciones literarias. De modo que, ms bien, tal semejanza debe ser atribuida a coincidencias sentimentales y de pensamiento, que llevaran a apreciar la dramtica excelsitud de la ndole de Montalvo. Vale pues la pena recoger en seguida algunas de aquellas sus frases definitorias de s mismo, de su desapacible interioridad, corno clave indudable para descifrar su destino. Que fue tan triste como tempestuoso. Tngaselas a continuacin: Das hay en que quisiera no ser yo: un mal desconocido mc inficiona el alma, la vida es una enfermedad para m: deseo la muerte,) la llamo con clera; no viene, y rompo a quejarme de ella. El aire contiene para msolamcnte un principio venenoso? bebo en el agua este espritu destructor que se infiltra en mi corazn, y lo hincha hasta Ilenarine el pecho, y me ahoga sin dejarme ni la facultad de pedirsocorro Las medas de mi vida se han desmontado; camino apaso desigual, y una niebla espesamecircuye. Si no pensara con tanto juicio, me tuviera por loco. Aislamiento, silencio, terquedad, esto en fin que llaman en miorgullo y huraera, no es sino desgracia: iba adeciramor, pero est bien decir desgracia. Que no siempre soy bueno es indudable: ocasiones hay en que de buena gana le clavara un pual en el pecho al gnero humano, si fuese una sola persona: mas no porque le tenga por bueno, sino al contrario por parecerme tan inicuo, que merece la muerte. La virtud tambin tiene sus peligros: desearla pura y canal es aborrecera los hombres, A travs de estas citas no es esforzado advertir la melancola, y aun la angustia, de una dolorosa inadaptacin a la vida corriente de la sociedad. que lo empuj a los hbitos de una terca misantropa, base de los malentendidos, distanciamientos, negaciones y pretericiones injustas con que le respondieron sus contemporneos en el campo mismo de su genial profesin literaria. Pero tampoco es difcil notar su leal aborrecimiento a los
239 defectos de la condicin humana, que es tan inicua que le lleva a sacrificar lo que hay en l de conmiseracin y bondad, para levantar en su puo frentico el arma del castigo violento. Eso, que fue realmente as, pues que l tom como una predestinacin de laya quijotesca el clavar su pluma combatiente ah donde se lo exiga la salvacin de la virtud, le hizo a su vez soportar el odio, los ultrajes y las maldiciones de aquellos a quienes haba zaherido, y aun ay, consecuencia amarga de Lodo ideal caballeresco! de los mismos a los que pretenda defender. Al fin, ms all de esta nutrida suma de referencias e impresiones esclarecedoras que contiene la Carta de un padre joven, de Montalvo)9 es necesario poner de nuevo los ojos en la situacin de los dos amantes, malcontentos con la sorpresa del prximo advenimiento de su hijo ilegtimo. Aparte de la escabrosidad de los dilogos, que degeneraban a veces en discusionesofensivas, losencuentros se ibin tornando menos regulares. Peri) cuando los tenan, stos ya nose realizaban en los contornos suburbanos, ni trataban de disimularse como en tiempos anteriores. La gente vea juntos a los dos jvenes por todas partes, ni ms ni menos como se ve a los esposos o a los novios, Y no faltaban atisbadores que hasta llegaban a descubrir la curva naciente de la gravidez de Maria, para comentarlo en trminos vejatorios o de irona y condena. Hubo un da en que ese indicio de futura maternidad no admiti dudas. No le qued entonces a la joven otra alternativa que eneerrarse en su casa, en cuya intimidad se le desataron las ms crueles batallas. El padre no se resisti, en un acceso de ciego coraje, a abofetearla entre gritos feroces, encanallndola, responsabilizndola de la mancha deshonrosa que estaba haciendo caer sobre su nombre y la respetabilidad familiar de los Guzmn. Amenaz con echarla del hogar y privarla de todo derecho. J ur vengarse de aquel que la haba engaado y puesto en las entraas un vstago indeseado. Mara Manuela lloraba sin querer siquiera explicar nada, entre el azoro, el disgusto y el asco silencioso de sus hermanas Estas llegaron a negarle su trato temporalmente. Aun los criados, por instrucciones del jefe de la casa, slo le servan en lo estrictamente indispensable. Tuvo pues que resignarse a dejarse morir en un ambiente de desafectos y expiacin, ene1 cual, como es fcil imaginarlo, se le sublev una reaccin de odio total a su amante. Nada quera saber de J uan Montalvo, con quien, adems, haba roto relaciones de modo viole nto en su ltima cita. Este, por su parte, haba vuelto a sus acostumbradas andanzas solitarias, en los momentos de fatiga intelectual o desasosiego. 1 levaba dentro
II) Hi,.onripi,hw. libro IV. Ihbl.pgs. 142.177. 240 de l una amarga sensacin de culpa, que avivaba los rescoldos de su pasin a rn orosa por Ma ra y que, de cuan do en c LUIR do, le en te rile ca los re cuerdos de sus divagaciones con ella. As lo confiesa l mismo, en el docu memo epistolar que he venido comeniando: Cuando desde lu veniana me ves salir sobre tarde, calado el sombrero hasia los ojos, sin volver ni alzar la vista, sdo, sombrio, triste, y encaminarme fuera de la ciudad. qu piensas que voy a hacer por esos campos?... Anda y pregniale tese rio cuntas tgrimas he derramado a sus orillas; pregunta nllS lejos rboles etiijias seces nieIe ron su soni br,, ,,rtcl:oicio. iordornie banjo,, j irios, por iii ,,cv:e o donde nos sentaba. mos, all nc siento: busco tus huellas co el suelo, s me parece que las distingo, y me agacho. y beso li terra, cual si fuese pat inicio,, sagrado. Parece que hasta lleg realmente a hablar con el padre de la joven, a reconocer como suya la culpa, y a ahogar por ella, prometindole no perturbarla nunca ms: Procur volverte a la gracia de tu padre, obtuve su perdn, te volv a la familia. Y era todo un grande sacrificio para mi. porque dej de verte, y me ech a morir. Fueron por fin pasando los meses. El escritor hacia viajes a Outo para ir publicando, en entregas sucesivas. su primera gran obra: El cosmopolita. Pues que corra ya el ao de 1866. Y fue precisamente en esa ciudad en donde recibi, a comienzos de julio de aquel ao, una carta de Francisco Moscoso, anligo de l y de a familia Guzmn, cuyo asunto no era otro que el nacimiento, ya muy prximo, de su hijo ilegitimo. Nadie ha conservado esa carta, Ni casi ninguna de carcter ntimo, de sus parientes y amigos, que recibi en diferentes lugares. a lo largo de su existencia. Qu pas con ellas? Las destruy el mismo Montalvo? Las hicieron desaparecer sus admiradores y partidarios ms cercanos, tratando de que no quedaran testimonios que pudieran hacer dudar de su grandeza? No interesa aqu precisar cul haya sido la causa de la prdida de tan copioso material, que seguramente hubiera sido de veras revelador, pero en cambio s importa saber que al bigrafo se le ha dejado sin una fuente invaluable de conocimiento para la justa y cabal interpretacin de su personaje. Gracias a las expresiones de la respuesta dirigida por el escritor el 22 de julio de 1866, probablemente desde Quito, se alcanza a apreciar el sentido de lo que contena la misiva de Moscoso. Por fortuna, esa respuesta haba llegado alguna vez a manos del jurista ecuatoriano doctor Luis Felipe Borja, quien supo guardarla, como era lo debido. J uzgo que el reproducirla aqu, sin intiles comentarios, consiituye una contribucion de trascendencia, dado e1 natural afn de desvelar las humanas intimidades de mi biogratiudo
241 Descansl,a ys tranquilo en las: afecciones de Maria que siempre me parecieron nobles y en la indignacin que manifest cuando yo le toqu la materia que Id. trata en su carta. Qu me habla Ud. de expsito? Horrorizado eslov. me hierve la sangre... Yo aqu, y ni hijo botado en puertas ajenas? J ams! Es decir que esta desgraciada quiere encubrir una falla con un crimen? Y crimen sin fruto, pues nada se conseguir con l. Qu escndalo quieren ustedes evitar? qu es lo que van a ocultar? El que haya dado ella a luz un nio, cuando nadie ignora en el lugar, y fuera de l, que ha sido mi querida, y que ha estado eneinla - Esa escapatoria vulgar de la exposicin. sobre ser criminal, indigna de gente de razn y corazn, es ridcula y atroz: concibi un hijo esa mujer, pues ha sido madre. De otro modo, la retiro para siempre, no solamente mi cario, pero lambin mi aprecio, y no le queda a esperar nunca nada de m. Yo desdeo por extremo las preocupaciones del vulgo necio: dirn ustedes que con usledes no sucede lo mismo; pero yo vuelvo a preguntarles qu es lo que consiguen con esa exposicin, con ese encubrinne,iro, Dir la gente que Maria Guzmn ha dado a luz un nio, y que lo ha bozado. Y esa Mara Guzmn lan bien conceptuada, que no es responsable sino de flaqueza del corazn, que no debe al pblico ya la sociedad humana sino un desliz, y nada a Dios y a la naturaleza: esa Mara Guzmn a quien su amante la tena por tan digna de l. y por tan digna de ser madre, viene a parar en una triste exposedora de su hijo. Sabe Ud.. amigo mio, en dnde estara la vergenza? no en guardar y alimentar al nio, sino en consentir en esa farsa que ustedes quieren urdir. Cuando se presente Maria Guzmn, el pblico tiene derecho de preguntarle, y le preguntar: Dnde est tu hijo? qu has hecho de l? Y si el pblico tiene ese derecho, qu derechos no tendr el padre de ese nio infortunado? Yo po soy como todos, yo pienso y siento de otro modo: me moriria de pena de que ese hilo mo hubiese nacido de mala madre, que ella me aborrezca a m, bien; eso consiste en mi desgracia; pero que Irate a su hijo, al fruto de sus entraas como cosa de ningn valor, es para aterrar al que piensa y siente como yo. Valor que ha lenido ella, valor y sufrimiento ustedes para dejarme dos aos con ella a mis anchas a la faz del mundo; y no tienen valor ni sufrimiento para sufrir las necesarias consecuencias de esos permitidos y pblicos amores. El tener un hijo mo, sera motivo de tanta vergenza para esa mujer? Aun cuando se consiguiese mantener oculta su deshonra, yo me indignara y me rebelara, si lo procurasen por medio de una impiedad, de un crimen; mucho ms ahora, que nada se consigue con esa ocultacin)2 Bueno, segn el tenor de estas expresiones, se ve que no se haba extinguido la angustia de Mara Manuela por el inminente alumbramiento del vstago de su concubinato, ya pblico. Y se comprende tatnhin, de manera correl.ativa, que haba sido vano todo intento de conseguir el avenimiento de la familia con un hecho que,a juicio de sta, matiehaba su honra. Algo ms: por el tono,de ciertas alusiones de Montalvo a su querida. se nota que el rompimiento entre ellos haba dejado en ;lmbos un disgusto spero y profundo. Pero, peseae lb y al rencor familiar, y puesto que es absurdo suponer que ni Mara Manuela ni los Guzmn llegaran a concebir siquiera e1 proyecto de botar al ni o en la calle, no queda si no pensar que 12(1 Pluma de aens. pag %. lsd
242 la carta de Moscoso fue una especie de artimaa usada para consternar al escritor, y desesperarlo en grado tal que se viera impulsado a proponer un matrimonio urgente, con el cual legitimar al hijo que estaba ya por nacer. Y que en efecto naci poqusimos das despus, segn la constancia de la partida bautismal que sigue, tomada de los archivos de la Iglesia Matriz de Ambato: En veitinuehe de .luliode milochocicntosscscnta yscis. llaulissolcmnemenleaiuan Carlos Alonzo hijo natural del Sor Juan Monlalbo y la Sra Maria Guzman fu su padrino el Sor Francisco Moscoso aquien adhert lo que debia Loserlifico. Rafael Peaherrera Aparte de los yerros ortogrficos de este documento, que tan comunes eran en el personal que serva en las parroquias eclesisticas de esa poca, hay que sealar el del nombre mismo del nio, que se llam Alfonso, y no Alonso, como ah se ha registrado- Con la palabra natural se aluda a su condicin de ilegitimidad. La persona que aparece como padrino de bautizo es e1 mismo Francisco Moscoso a quien dirigi Montalvo la respuesta que transcrib antes, y a cuya mediacin se refiri adems con gratitud, en su ya comentada Carta de un padre joven. Recordaba en sta que fue Moscoso el que, ya muy entrada la noche, llev al nio a la pila bautismal, y el que, tambin, le hizo saberlos nombres que le haban dado, de J uan Carlos Alfonso. Asimismo, su actitud amistosa le fue siendo en lo posterior bastante eficaz en asuntos que concernan a la aproximacin de su hijo ternezuelo. Gracias a esa disposicin consigui, en efecto, que la madre se lo enviara a su casa con alguna periodicidad. Y as, por cierto, pudo satisfacer sentimientos de paternidad que se le revelaron con fervor natural ysincero. Alfonso era una criatura encantadora: alegre, vivaz, inquieto; en su pulcritud se alcanzaban a ver los cuidados maternales de Mara Manuela. Cinco meses de edad confesaba nuestro escritor, y ya conoce a su padre: alegre, movible, ruidoso, es una tempestadcilia en mi mesa de escribir: se va tras la luz, acomete a coger las plumas, zapatea en la mesa, y da sus infantiles y armoniosas voces. Sano, limpio, lleno, parceme tener en las manos un serafinillo, cuyos miembros me causan placer al tacto, cuyo espritu se infiltra en mi alma causndome deleitosas emociones. Si algn contratiempo de salud se presentaba en el nio, en seguida lo conoca Montalvo por comedimiento cordial de Moscoso. Se apresuraba entonces a dar su parecer sobre cualquier posible tratamiento, a fin de que le fueratransmitido a la madre, con quien haba dejadodecomunicarse.2 121 (art.,;, I-raFIcI-.oMascoso,de[3odejulinde i& R.,bcrroAgr.,nm,,Ie [ide,, SfontaI,e,,wrpnn.lano
243 Pues que los enojos de sta daban la impresin de haberse exacerbado aun mas. Al extremo de que un buen da haba resuelto no volver a enviar a Alfonso al hogar del escritor. Llegaron efectivamente i pasar varias semanas durante las cuales ella mantuvo su decisin de modo inexorable. Y sa tic en verdad la principal razn por la que aqul le dirigi las vehementes pa] abras q tic se contienen en Carta de un padre jove ti. Pero parece que a acti 1 ud liost jI de Mara Manuela coi neidio con cierto desenfado de su diii mo para tomar parte en fiestas algo ruidosas que hablan comenzado a realizarse dentro de su propia casa, frecuentada por amigos, de diversa condicion , de don J os Guzmn. A Montalvo le hicieron sin duda mella los comentarios un tanto abultados que se produjeron cii el vecindario. Aunque sus desazoncs mayores procedieron de lo que l mismo consegua observar desde las ventanas, tan prximas, de su hogar. No se olvide que las dos moradas estaban apenas separadas por una pequea plaza desrtica. 1-Tubo pues ene1 escritor un inesperado estallido de indignacin, y aun de celos. Bien se vea que an le atormentaba su pasin de amor por Mara Manuela. Y a ello vinieron a sumarse sus vibrantes preocupaciones paternales. Probablemente ser difcil hallar en toda su existencia un momento de reacciones sentimentales ms sinceras que las que le agitaron entonces, ni confesiones ms espontneas que las que traseg bajo aquel doble estmulo en la parte final de su Carta, Corridos ya tantos aos, es interesante hacer que se vuelvan a oir aqu los acentos conmovedoramente simples y humanos de un alma cuyas desazones eran exactamente las mismas que as de cualquier individuo comn, perdido en el horizonte gris y convulso de la niultfttid . Para ello ser suficiente la reprudriccion de unas cuantas expresiones de ese testimonio confidencial: Increble me parece el verte ah dando vueltas y carreras con un cachidiablo ridculo, ms despreciable sin mscara que cun ella; repartiendo sonrisas a gente beoda y ruin, que no me rece ni una mirada de la mujer de levantados pe nsani lentos. Yen tanto que pierdes ius mriios en esa plebeya galli- danza, qud hace ci nio, en donde est? Bula- do. escondido por ah, en manos mercenarias, sin leche para su hambre, sin caricias para su lloro, sin arrullo para su sueo . , . (ada golpe de ese bombo resuena en [ni corazn esa infame ahocna cae en las llagas de mi pecho, como un veneno corrosivo - le ven, s, ie veo . - colorada, reda, sin juicio cabal.el ilma hecha trapo; brincas, corres, vuelves: un brazo grosero te estrecha la ciiittir;i, tHais t toscos estropean el delicado luyo; una voz ronca te ensucia los i,idos; un aliento espeso te baa el rostro - - - 1 sto se II ini a baile. Baila pues. baila: tu hijo. pobre h ud rfa ni). SC muere de necesidad: tu imante, ese hombre t;in necioen amarle, se mucre de indignacin y angustia. Pero al 1 in ocurri lo que se vea venir, Un ano despus de haber pub 1 icado en El tosniopolncz e st a Ca rt a de un padre j oves documento, lic de repetirlo, de autnticos desahogos pc rsona les, y por lo mismo pre 244 ponderantemente veraz--, J uan Montalvo Contrajo matrimoniocon aqile ha amante suya y madre de su primognito. En el archivo dela Iglesia Matriz de Ambato se ha guardado la partida siguiente: En siete de Octubre tic nol ochocientos y sesenta Y ocho concedidas por el lOmo Sr Arzobispo 1? J i s lgn acto Checa las dispensas de proclamas y esplorada la 1 loe oluntad delos contrayentes presenci el matrimonio de los Seores J uan Montalo Mara (hisman vecinos de esta Ciudad de Ambato. Fueron padrinos los Seores IY FranJ avter Nloritalvtt y Dolores Gusnian. Dique certifico. J oaquin t !quiltas Nuestro escritor hace referencia a una constestacin enternecedora de Mara Manuela. en la que parece que le imploraba poner los ojos en la suerte de su sIno, y le deca estar ella dispuesta a los rigores de las privaciones materiales cori tal de vivir a su lado, Hay que suponer que ese enlace epistolar de los dos distanciados amantes eont oportunamente con e] refuerzo de la mcd acin amistosa tic Moseoso. La consecuencia no se hizo esperar. Volvieron los encuentros. Montalvo la visitaba especialmente cts la quinta de los Guzmn, en lieoa. Se reiniciaron as los amores ntimos. Todo ello le impulso a comunicar inmediatamente a su hermano Francisco J avier la deterTninaein de legalizar lo ms pronto esas relaciones. Prefiri dccirselo por escrito, para precisar claramente sus razones y argumenlos: Mecaso: grave resolucin essta, pero inevitable, leafirm. Encontraba sobre todo dos causas obrando en su nimo: la naturaleza que me grita por boca de mi hijo; la lstima de ver a mi vctima consumindose sin esperanza de remedio ni consuelo. Pero aseguraba que tambin l haba perdido su tranquilidad: Yo por mi parte arrastro una existencia infelicsima; no puede ir adelante esta vida. Vislumbraba pues la salvacin en la unin conyugal con la madre de mi hijo. Desde luego. no dejaba de pensar tambin en su carrera pblica y de escritor, razn cardinal de sus afanes. As, al reflexionar sobre su porvenir poltico llegaba a suponer que. de serle ste enleraniente favorable, no alcanzara ms que una ernhajada. con lo que su vanidad garlara algo, no su felicidad. Conviene hacer notar que en toda su existencia, de sino forneo y azaroso, quizs no alent en l otra aspiracin que sa de una representacin diplomtica, la cual por cierto, en este pas cruelmente torpe en el ejercicio de lo justo. jams le lleg. Y merecindolo ms que nadie en su poca. Eti cuanto a la profesin misma de las letras, se confesaba seguro de que su vida ser siempre literaria . y de que nada le ser ms propicio que el sosiego y la paz domsticos. En fin, tena que desposarse cori Mara Manuela Guzmn, cje cuya vi r ginid:ttl perdida y tic cuya maternidad ilegtima estaba moralmente ohltgt do a responder - Todo eso se It) deca a su hermano Francisco J avier, rogti 245 dole su aprobacin, su nimo, su consuelo. Esto en el fondo significaba su ayuda material, o una parte de su techo, corno nos ayudan tambin a entenderlo estas expresiones: Una gran dificultad se te ha de ocurrir, sin duda, es a saber, mi [alta de bienes de fortuna. Mi pobre Adelaida se allana ala modestia, y aun la tiene a dicha. Y el hermano, que un da le resinti con el ms doloroso de los desaires al no querer ni mirar al pequeo hijo, a quien el escritor haba alzado en sus brazos como tratando de presentarle, en esta vez acept darle la aprobacin, y desde luego el apoyo que tcitamente le requera. Aun ms, segn se desprende del texto de la partida que he acabado de transcribir, consinti en apadrinar el matrimonio, en unin de una hermana de Mara Manuela. Pero boda y hogar, y todos los bienes que se pueden esperar con ello, trajeron el triste destino, quin sabe si inesperado, de no durar ms de un trimestre, pues que en enero de 1869, como posteriormente lo explicar, J uan Montalvo se vio obligado a expatriarse para evitar los impulsos de persecucin y venganza de su enemigo poltico, Gabriel Garca Moreno. Este, efectivamente, hizo estremecer al pas con el fuerte aletazo de su segunda dictadura, al tomar en aquellos precisos das, abruptamente, el mando de la repblica. Los tres meses a que estoy aludiendo ni siquiera fueron completos: las diligencias de publicacin en Quito de los cuadernilles de El cosmopolita, desde el nrnero cinco hasta el nueve, que fueron los ltimos y que aparecieron de noviembre de 1868 a enero de 1869, le alejaron en sucesivas temporadas de la compaa de su esposa. Yen realidad, sin que nadie lo previera, estotra separacin impuesta por su primer destierro poltico vino a resultar definitiva. E igualmente la prdida de su naciente grupo familiar, con su Mara Manuela sufrida, su hijo ternezuelo y otra criatura que haba comenzado a alentar en la entraa materna.
246 CAPITULO XIII El Cosmopolita: xitos y sinsabores En un da de mediados de diciembre de 1865 Montalvo ensill personalmente su caballo, en el patio de piedra de la casa de Ambato. Sujet al arzn de la montura un maletn cargado de manuscritos. Se calz luego las espuelas, ajustndolas debidamente a sus largas botas de tubo. Tom de manos del sirviente el poncho de lana gris con ribees azules y se lo acomod cuidadosamente, abotonando la abertura de la parte inferior del cuello. Se cubri en seguida la cabeza con un sombrero de viaje, de color negro y ala ancha, y tan limpio como bien conservado. Se despidi por fin de aquel hombre que lo atenda, igual que lo haba hecho, poco antes en el comedor, de la persona que le ofreci su caf maanero en una taza de china reluciente. Comenzaba a amanecer entre los pregones de algn gallo distante y los primeros silbos, an inciertos, de la paJ arera de los rboles circundantes. La familia del escritor se hallaba todava durmiendo. Asi ste las riendas de su cabalgadura, la hal hacia la calle, y ah, subindose sobre ella y afirmndose bien en los estribos, la pic para iniciar el galope por el camino del norte, rumbo a la capital. Segn lo sabemos ya, Montalvo se haba acostumbrado a ese tipo de ruda aventura itinerante por los pueblos de la sierra ecuatoriana, a lomos de bestia, entre nubes de polvo, bajo soles o lluvias, con paradas nocturnas en tambos y hospederas humildes. Yerran por eso los que imaginan a Montalvo nicamente como persona acicalada de paos finos, elegantemente cortados, y de sombrero de copa alta y guantes de gamuza. Verdad es que as comnmente se dej ver en los medios urbanos. Y que ms o menos con tales caractersticas han hecho tambin que nos lo representemos ahora las pginas testimoniales de sus contemporneos, interesados en disear la figura de l para la posteridad. Pero igualmente es verdad que, con ello, se ha olvidado estotro aspecto que encierra la misma porcin de autenticidad, y que quizs humani
247 1 711 ms la presencia de nuestro grande hombre: el de jinete sufridor y dccidido tj nc trotaba por las soledades de su pais para ir a euT1plir el apostolado LIc 505 letras, o para encaminarse al puertoo la rontcra desde donde arrancar hacia los lugares de sus destierros. El del hombre pues montado en su caballo con poncho, sombrero de viaje, botas y espuelas. y con las seales de la tatiga propia de esos trajines en la palidez tic su rostro. As en efecto debieron tic haberle observado muchos seres annimos, sin reparar ni re nmlamente en quien era ese silencioso, largo y esmirriado caballero. En esta ocasin lleg a Ouito ms dolorosamente estropeado que nunca, porque las horas y horas de cabalgar le haban producido molestias en su rod II a reumtica. Por fortuna, consigui tomar i n mcd ata men te un barro tibio en su aposentamiento usual del centro de la ciudad. Y al siguiente da, 1cm prano , pudo andar hacia la oficina 1 ipogr 1 iea (con ese nombre se idciitificaba a esos talleres) de Francisco Bermeo. Este le era conocido. Profesaba su misma doctrina liberal. Era un impresor serio y acucioso, en medio de las estrecheces con que se haba instalado. No se olvide quc no disponia sino de la ayuda de un muchacho, que se desempeaba hasta de corrector tic pruebas, a pesar de la incipiencia de sus estudios. Bermeo saNa a qu haba ido aquel visitante. El doctor Francisco J avier se lo haba hecho conocer de antemano. y aun haba acordado con l - por requerimientos de nuestro escritor, los puntos bsicos de un plan de edicin para su primer libro. Desde el momento inicial se trataron pues amistosamente. Y el impresor le prob ms tarde su lealtad, al figurar en e1 grupo de los defensores liberales con que circunstancialmente cont Montalvo. Iras el saludo sencillo y cordial, y despus de las referencias al doctor Francisco J avier con que los dos comenzaron su dilogo, el escritor abri el maletn que haba llevado hasta all, y coloc sobre una mesa algo como cincuenta pginas manuscritas. Pertenecan a la obra que pacientemente haba elaborado en el encierro de su provincia: El cosmopolita. Bermeo las tom con respetuosa curiosidad, despus de hacer el ademn automtico de limpiarse las palmas de las manos en su mandil de esforzado color azuloso. Le gust el orden en que se mostraba el texto, con sus ttulos y sus anotaciones1de pie de pgina. Alab los trazos en tinta negra de la caligrafa del autor, aunque, a fuerza de sinceridad, le manifest que no se la poda leer correctamente sino con laboriosa lentitud, Lo cual, por cierto, se lo prometa, para que el traslado de las expresiones a la pgina impresa resultara en lo posible exento de errores. Yen ello, a la vez, cifraba Montalvo su ruego ms insistente. 1 Tubo explicaciones minuciosas de ste. Le dio a entender a Bermeo Cloe 5C trataba de todo un libro de ensayos, de tenias diversos, y que entre 248 ellos haba algunos de ndole poltica bastante enrgicos, con una bien definida posicin antigarciana. Por honradez se lo adverta, para que lo meditara debidamente y no sufriera vacilaciones en el largo proceso de la edicin. Pues que la obra ira apareciendo por entregas, no siempre peridicas, a manera de folletos de extensin variada, pero con un gran sentido de unidad: el que procede tanto de la orientacin de las ideas como de los atributos mismos del estilo. Le aclaraba que esta modalidad de publicacin no era la que l de veras prefera. La haba ms bien escogido por las limitaciones materiales de la imprenta, y sobre todo por la escasez de sus recursos para cubrir los gastos que se prevean. Desde luego, terminaba contesndole que no dejaba de haber alguna ventaja en ello: la de poder ceir ciertos pronunciamientos crticos o condenatorios a las circunstancias mismas que se fueran presentando en la vida pblica del pas, a fin de mantener as la expectacin de los lectores, y de convertir a la vez a esas pginas en una especie de ariete contra los hbitos perversos de autoridades y polticos - Concluida la puntualizacin de estas razones, se apresuraron el ensayista y el artesano a dar su primer paso, que consisti en elegir el formato de los folletos. Sera el que se acostumbra usar en las revistas mayores: un cuarto largo de pliego. El papel tendra que ser de buena calidad, aunque la cubierta fuese en rstica. Montalvo hubiera deseado disponer de medios econmicos para publicar su obra con notoria elegancia. Siempre estuvo obsesionado por dar la presentacin ms digna a sus escritos. Le cautivaban las ediciones lujosas. El mismo ha recordado eso ms de una vez. Se dedicaron luego a examinar las letras o tipos de imprenta, observndolos en las hojas de un trabajo que se hallaban en la pequea prensa del taller, y que an conservaban ese olor a tinta fresca que embriaga a los autores, y tomndolos tambin, posteriormente, de los cajetines parduscos en que se los haba clasificado escrupulosamente. E-ficieron al fin su eleccin. No les restaba entonces otra cosa que la fijacin del precio global materiales y mano de obra del primer cuaderno del libro. Pero no demoraron en establecerlo, de acuerdo con los arreglos que previamente se haban hecho con el doctor Francisco J avier Montalvo, y en que alguna concesin haba ofrecido el impresor. De todas maneras, aqul resultaba sin duda alto, Aun ms, haba que pagarlo casi totalmente por anticipado. Como el escritor haba llevado consigo los valores suficientes, se los entreg en seguida, y se resisti a que Bermeo le extendiese ningn recibo. Tales gestos se hallaban dentro del estilo de su natural desprendimiento, pese a las dificultades con que sola recoger cualquier dinero, dada su condicin de intelectual consagrado exclusivamente a labores no lucrativas. Ahora mismo,
249 para la edicin de ese primer cuaderno, haba necesitado buscar la contribuctn de su hermano y de varios amigos liberales. En lo posterior habra de ocurrir, en ms de una ocasin, algo semejante. Y no por el precio cuarenta centavos en que se venda al pblico cada ejemplar, que era ms bien elevado para esa poca, y que le hubiera alcanzado para resarcir- se de los gastos. Los desequilibrios provenan seguramente del servicio irregular de las agencias de distribucin, y de la prdida de algunos folletos en los envos, costosos, a otras provincias del pas. Montalvo se quejaba con razn de la desventura econmica de su iniciativa: por eso me he quedado hasta sin reloj, y con una buena suma de menos, lleg a decir en las propias pginas de una de las entregas posteriores de esta obra. Ajustadas pues, una por una, todas las condiciones del trabajo, entre las que se contaba adems la del plazo preciso de dos semanas para la salida de ese primer folleto, el escritor se despidi de Bermeo, advirtindole que se quedara en Quito hasta la fecha concertada. Y as sucedi en efecto. Esper en la capital ecuatoriana hasta el 3 de enero de 1866, en que volvi al modesto taller con explicables demostraciones de vehemencia. Y ah por cierto encontr a su puntual impresor. que en cuanto le vio se le adelant, alborozado, con un ejemplar de la publicacin en la mano. En la parte central de su portada se poda leer, en caracteres grandes y claros, El cosmopolita. Y, naturalmente, el nombre de su autor: J uan Montalvo. A cuarenta y dos llegaba el nmero de pginas de ese cuaderno inicial de su obra, elaborada en buena parte, como ya se dijo, durante cinco aos de su largo retiro ambateo. El estaba persuadido profticamente persuadido de que con aqulla comenzaba a hacer su camino hacia una celebridad legtima y duradera. Hojeaba por lo mismo con afn el ejemplar que se le haba entregado. Se le haban humedecido los ojos. Eso era habitual que le ocurriese en toda circunstancia de veras emotiva. Habl a Bermeo de disponer inmediatamente la venta del folleto, a travs de los agentes a quienes con anticipacin haba comprometido. Y as se hizo. Pronto pues se lo voce por las calles, y se lo ofreci personalmente, en forma directa, a magistrados, profesionales, maestros, jvenes universitarios, gentes de los partidos, hombres de letras. Hubo liberales que adquirieron algunos ejemplares para llevarlos a provincias, buscando tambin en ellas su circulacin. Es revelacin de eso la ancdota cotitada por Roberto Andrade: se me acuerdan el da y las circunstancias en que por primera vez lleg a mis odos ci nombre de Montalvo. Principiaba el ao 1867 (era 1866): frisaba yo con el fin de la puericia, y hallhamc en Ibarra esludiando latn y castellano. Un da lleg mi padre de Ouito. Estos opsculos, me dijo, sacando un rollo voluminoso del fondo de sus
250 bales, sol) para el seor Teodoro c;(smez de la jorre: ve y enlrgalos. Tom el lo y lo abr hurtadillas: 1 (os;?ious,(w j,orfoo,i Mo,ieolvo, le en la xrtada de varios cuadernos a la rstica, gruesos, grandes e impresos cii letra clara y ordinaria. Stislre me uno y lo eseondi: los dems fueron entregados eolia mayor diligencia. tnto era m deseo de regresar y devorar el cjtic yo haba eetmdtelo Nunca haba experinientado mayor curiosidad por un libro, y nunca fue satisleeha con lan grande pronlitud. 22 Resultaba nuevo en el ambiente del Ecuador el sonoro ttulo de la publicacin. Por eso, a pesar de que para muchos era suficientemente expresivo, el propio Montalvo se crea obligado a aludir discretamente a la significacin del vocablo, cori la advertencia siguiente: De Cosmopolita hemos bautizado a este peridico y procuraremos ser ciudadanos de todas las naciones, ciudadanos del universo, como dccia un filsofo de los sabios tiempos. Vale desde luego la pena observar que desde su juventud, y desde su primera obra, nuestro autor descubre la ambiciosa perspectiva en que intenta desenvolver su trabajo. Deja pues ver que ha despuntad) va en l un arrogante sentimiento universalista. de espritu atento a los acontecimientos no nicamente del constrictor marco nativo, sino tambin de Amrica, de Europa, y del mundo entero, como se place en confesarlo, Un propsito de magnitud semejante exiga la base de una cultura dilatada, de una informacin ampliamente socorrida, de un juicio discernidor y con aptitud suficiente para razonar las opiniones propias y establecer sugerencias, reparos o encomios. Montalvo se fiaba en el inexhausto caudal de sus lecturas; sobre todo, en las relacionadas con un pasado que le era til para esclarecer ideas y ejemplificar. No le arredraba tampoco el tratamiento de problemas internacionales de su tiempo, pues que su curiosidad se mostraba siempre activa, inquiriendo lo que ms poda en los medios noticiosos que de algn modo llegaban de afuera. De otro lado, sus viajes europeos, como lo he puntualizado en un capitulo anterior, le haban dado experiencias e imgenes que se fijaron en pginas evocadoras y descriptivas de gran lirismo, publicadas como Correspondencia en las columnas interiores de La democracia de Quito, y que se convirtieron en el sustento de valiosos ensayos de El cosmopolita. Preparado estaba pues para satisfacer su promesa de extender generosamente la jurisdiccin de su pensamiento. Conviene sin duda que se tome esto en cuenta, ya que no era lo comn en aquella poca en que no haba la rpida y eficaz intercomunicacin de 122 Roberto Andrade, Montalvo y Garca Moreno, Tomo I, ibid pg 3 y 4 123 La democracia, Quito, Imprenta de gobierno, 4 Pginas en formato tabloide de aparicin semanal. Vease los nmeros 187, 191 y 195 de 25 de mayo de 22 de junio y de 27 de julio de 1858 respectivamente con ensayos de Montalvo. No aparecen nombres de directores. Se publican tambin nombres poemas de J uan Leon Mera. 251 pueblos que hay ahora. y en que se hacia evidente ci aislamiento aldeano de la cultura que a esfuerzos se generaba en nuestra Amrica. Pero as eomo despuntaban en Montalvo este airoso anhelo universalista frente a las cosas que iban a ser tema de su obra, asi tambin pareca que despuntaba ya en l un eonvencimiento. cargado de fe de que mas alla de ese pedazo de las entranas que es la patria haban otros pblieos que estaban prestos a escuchar su palabra. y a eomprenderla, juzgarla y apreciarla Y en cierta medida, si se piensa no en las masas de lectores. sino en las rigurosas minoras de intelectuales de otras latitudes del habla castellana, de aos sucesivos, se ve que nuestro autor no se equivoc. Hizo por eso bien en querer escribir, como lo aseguro sinceramente mas de una vez, para Conciencias mejores que las que presenta entonces en su propio pas. Las reacciones nielquinas que inmediatamente hallo cerca de si le fueion demostrando hasta qu punto tena ra/oil. Se le hizo blanco de crticas torpes. ile negaciones y desdenes. As Ita sido casi sieiiipre entre nosotros. Uno de los hbitos ecuatorianos ms perversos y pertinaces es el de organizar grupillos ile ostentosa pero nlima capacidad intelectual, cuya hrbaraytribalobsesinsedirigeaenenmbraralal;inianniufamaloeal, invlida y maloliente a cualquier cacique ile los suyos. va derramar en cambio sudores copiosos por rebajar e1 iierito de ns talentos superiores. o por sepultar la obra de stos en el silencio de ulla nianosa indilereneta. Aunque el slo imaginarlo canse estupor. se debe saber que Montalvo, no obstante haber sido todo lo qne era, se convirti en vctima de esos clanes, ms can ihaleseos que intelectuales Y bien, he ile insistir en que es muy cierto que el temprano deseo ile no encerrar su pensamiento ni su ambicin ile nonibrada literaria dentro de los lmites constringentes ile lo nacional, hali expresion precisa s eloetuen te en aquel ttulo de fi ostnopolita. Pc ro he de agregar tambi u que, puesto il nc l fue ti n apasionado lector ile Lord Byron. resulta j usto que se suponga que la aficin por ese nombre se le pudo prenuler con el conocimiento del gran poema viajero Peregrinacion ile Childe-Harold Efectivamente, al pie de un breve introi lo ile los versos ile ste, se hace constar entre parntesis. Corno ttulo o firma, la designacin de El cosmopolita. Por fin, en conexin eoil eslos comentarios y referencias creo quie debe entrar rina aclaracin ms: la ile que, si bien Montalvo ilijo haber bautizado ile Cosmopolita a este peroilen, uucll;i publicacin en realidad no fue esto ltimo. (areei, eviilenteniente, ile las condiciones ile un peridico. Por lo tanto es absurdo que se la siga calificando de ese modo, y llaitianilo periodista a este creador. El eareler ile sus ensayos, Hin ile los ms cortos, tanto porel sentidoeon que se desarro
252 Ibm sus asu ritos ci niio por los al r bu tos csi L icos de SLI prosa, se hul lu lejos del que es propio de losartictilos periodsticos. Debera saberse que el niis mo Montalvo se vio precisado a rectificar lo que haba afirmado uncial niente. con estas palabras. aparecidas en una de las entregas posteriores. y a las que nl) se les ha prestado atencin: Pero qu viene a ser L/cosniopo/ita en real iduid No es pe riod leo porque los pe r:odicos tienen con diciones , agencias. das sealados para sal ir. Ce adernos peridicos no hemos conocido: se usaron tal vez en tIempo del paganismo (irona dirigida a sus detractores ultracatlicos), y de aqu esta novedad. 12 Hay pues que entender tiLle us ial denominacin han aludir a la forma serial o de cuadernos sucesivos que en verdad tuvo a edicin de aquella gran obra. feliz com ie n zo de st destino de escri 1 or. La extensin temporal de las apariciones de El cosmopolita fue exactamente de tres idos: de enero de 1866 a enLro de !869 Sus entregas. llamadas libros por su autor, lueron nueve en total, y seguramente no mostraron ningunil periodicidad. En 1866 se publicaron tres: uno en enero y dos en mayo; en 1867, uno: en agosto 7; en 1868, cuatro: en noviembre 5, en noviembre 30. en diciembre 15 yen diciembre 31; yen 1869, uno: en enero. Estos cinco ltimos cuadernos, que fueron los nicos que descubrieron una edicin de frecuencia regular, se caracterizaron por ser ms bien cortos: uno de veinte pginas, y los dems de diecisis. En lo que concierne a su contenido, casi todos los criticos ecuatorianos, por desconocimiento mescrupuloso ms que por otra cosa, han estimulado el equvoco de que El cosniopolna fue un peridico que fund Montalvo para combatir al dictador Garcia Moreno. Quien lea de veras esa obra se dar cuenta de que sus muchos ensayos se muestran ricos de un material preponderantemente miscelneo. Y de que en ellos no nicamente son diversos sus temas, porque aun hay diversidad de pequeos asuntos, que se ramifican de manera imprevista, al impulso de la imaginacin y de aleccionadoras renienioraciones histricas, dentro de cada tema. Esquematizando la visin de aquel contenido plural, en que en forma librrima y caprichosa se han entretejido consideraciones de naturaleza tan variada, como para impedir precisamente cualquier intento discernidor de materias, se alcanzaran a establecer ms o menos las siguientes proporciones de stas: un sesenta por ciento de tenias literarios y confidenciales, un treinta por ciento de los inherentes a Garca Moreno y a poltica interna del Ecuador, y tin diez por ciento de aquellosque se relacionan con problemasde la situacin de Hispanoamrica, soh re todo fre jite Espaa - Ei cuanto a la temtica de literatura de El cosmopolita conviene que 124 1 Wnnpi,i.,
253 no se olvide lo que extensamente lic cxpticstoen capitulosanieriores sobre as divagaciones roininlicas de Montalvo por paises de Europa. Alma soli Liria y contemplativa. ensonada de lo pasado ante losvestigios y ruinasque atesoran algunas ciudades milenarias, posevo un a pluma sensible y erudita, tocada casi invariablemente de las gracias de lo lrico, para componer descripciones que cnibelesan i excitan sutilmente la curiosidad de cierta aya refinada de viajeros. Algunas de esas cautivadoras imgenes ya lo conocemos se publicaron en el semanario quiteo La democracia, y se constituyeron en la base de algunos de los mejores ensayos de El cosmopolita, o en el estmulo de otros. de proposilo semejante. La verdad es (pie en esta obra fue trasegando hbilmente, con aptitudes de escritor, un caudal de su propio mutido subjetivo que satisface los anhelos inquiridores (Id bigrafo, a la vez que da a su personalidad el resplandor magntico que perseguian los romnticos, sus maestros. Pero he de aclarar que tales maestros del romanticismo --Byron, Laniartine, Hugo, (thateauhriand, Goethe, Musset fueron para Montalvo, no propiamente modelos cuyas creaciones deba imitar, sino inspiradores de una actitud frente a las cosas; suscitadores de 5U5 reacciones ntimas, de sussesgos mentales, y en alguna medida de su enamoramiento por la deleitosa dulzura de las [rases. A ello se redujo la asimilacin, desde luego vehemente, de las obras de esos autores. Y no otro beneficio fue el que les debi. Pues que la prosa que elabor nuestro ensayista, hermosa y socorrida de afanes reflexivos, fue ms bien el resultado de su capacidad y sus es[uerzos individuales. Demostr as y ah radica su mrito que ni en el vacilante perodo de su formacin se dej avasallar por las influencias ajenas. De otra manera jams hubiera llegado a ser lo que fue: el gestor de un nuevo estilo, el consciente remozador de la prosa castellana. Para empresa tan excepcional estudi adems las complejidades y secretos de nuestro idioma, en trabajos de gramticos y preceptistas que ya he citado, y en las obras para l agradables e ilustrativas de Fernando de Rojas, Cervantes, Quevedo, Hurtado de Mendoza, los clebres Luises, Santa ieresa, Garcilaso y Manrique. Puede asegurarse que stos le pusieron una brjula en la mano para que supiera eonducirse por en medio de la insospechable exte nsin de los problemas posibilidades y encantos de nuestra lengua. Y l 110 abandon ya nunca, en ninguna de sus realizaciones literarias, ese instrumento de orientacin -, seguridades. Algunos de los grandes crticos de afuera _cspeeialrr..nte los de Espaa llegaron por eso a decirle que l se expresaba como uno de los clsicos de los mejores tiempos. Pero no era nicamente sa su caracterstica definidora, no obstante la casticidad idioin:itiea de Montalvo, y hasta el sabor arcaico qtie aeOstum braba dar a algunos de sus giros. pues que de l debera afi rin arse
254 con mas precisin lo (lliC iITk) (fC sus exaltadores Rubn Daro afirm de S mismo: que era muy antiguo y muy moderno. En efecto, mi biografiado satisfizo vanas necesidades en su justa pretensin de dar con el verdadero camino de su gloria literaria: asimil as las vibraciones sentimentales; el culto del pasado, sobre todo europeo; la inclinacin idealizadora de los seres; el gusto transfigurador del paisaje, como representacin artstica y anmica; el sentido heroico de la predestinacin personal, y el impulso comunicativo de la frase: todo eso, que perteneca a la escuela de los romnticos. Aprovech, adems, los atributos lingsticos de una forma lmpida y castigada; giros y vocablos expresivos cados iiexplicablcniente en desuso; apotegmas filosficos; sentencias de la sabidura popular; agudezas de sentido, quizs de procedencia quevedesca, tiles para el manejo de la irona; combinacin acertada de ritmos en el orden interior de las expresiones: todo ello. extrado preponderantemente de los clsicos espaoles y latinos. Estudi, por otra parte, gramticas y preceptivas, no para esclavizarse a ellas, sino para respetarlas slo en un grado indispensable, el cual en ningn caso habra de paralizar la viva y natural desenvoltura de su lenguaje: de ese modo, salvndose inteligentemente de gramticos y preceptistas, que no van ms all del oficio de peones o alarifes dentro de la arquitectura imponderable de las creaciones literarias, l poda fortalecer, a toda conciencia, su voluntad esteticista, su autonoma en la forja de un estilo original y propio. Ahora bien. como fondo condigno de todo ese significativo aprendizaje, buscaba simultneamente el enriquecimiento de su filosofa, con la lectura de pensadores de la Grecia antigua y de algunos de la Europa contempornea: entre estosltimos, sobreiodo los dela Ilustracin: Montesquieu, Voltaire, Rousseau, principalmente. Y va que he nombrado a Montesquieu. he de recordar que la vehemencia de sus conocimientos de la vieja Roma se satisfaca en las vertientes de aqul y de Gibbon,Suetonio yTito Livio. En fin, para la elaboracin de un estilo definidamente suyo, que a l mismo no le desengaara, haba ido encauzando su escrupulosa asimilacin de autores de diferentes pocas y tendencias, junto con el fluyente caudal de su cultura en campos diversos, y con las virtudes ingnitas de su personalidad de escritor, Pero ese estilo vino a ser de tal naturaleza, que no tard en darle, por el pronunciamiento reiterado de intelecuales insospechablemente serios, del extranjero, una posicin preeminente en la prosa de la Amrica hispana del siglo diecinueve. Bien pudiera afirmarse entonces, sin faltar a los rigores de la investigacin y del juicio, que en 1866, con las sucesivas ediciones de los cuadernos de El cosmopolita, surgi un
255 tipo du critoK literarioN que resultaba inaudito en el mbito de nuestros pases, y en el cual se aliaban los primores de una esttica refinada con el gil espejeo de las ideas, Su destino cierto, por ello, fue el de fundar el ensayo moderno, con irradiacin no slo continental, sino en toda el habla castellana. Esto puede verificarse leyendo a los prosadores espaoles de la Generacin de 1898 e inmediatamente posteriores. Una parte de lo que hay en ellos de vocacin hacia los escarceos del pensamiento y de entrega cuidadosa a los efectos estilsticos, o sea de facultades para elaborar una prosa de ideas y de virtudes literarias en s mismas atractivas, ya sela halla en el ensayista del Ecuador. El polgrafo hispano Miguel de Unamuno le profes una admiracin sincera y trat de sealar aspectos en que l se le pareca. Ortega y Gasset, a su vez, dej advertir tales o cuales caractersticas que son tambin afines con las montalvinas. Pues que quien conoce las pginas de Ortega, ricas de metforas esenciales, aunque con un cauce filo- sfico ms orgnico, serio y derecho que el de Montalvo, alcanza a ver que nuestro prosador hizo ya bastante en su tiempo para que el ensayo mostrara varias de las excelencias modernas, que son tan atractivas en las obras magistrales del escritor madrileo. He de hacer notar tambin que la literatura posterior de Montalvo, creada en apenas unos veinte aos ms, sigui alimentando ese augusto hlito renovador de su primer libro. Por eso he juzgado necesario detenerme en el sealamiento de las circunstancias en que se gestaron las pginas de El cosmopolita, y en la referencia a sus mritos indudables. Pero estas observaciones, que aqu slo tengo que enunciar, no estaran completas si yo no aludiese por lo menos a la condicin constantemente lrica de sus trabajos. En el Prospecto, o introduccin de El cosmopolita, manifest Montalvo que en los folletos que seguira publicando no habran de faltar trozos de literatura y de amena poesa. Por cierto crey necesario explicar que sta no se encontraba nicamente encerrada en las fronteras constrictivas de la expresin en verso. Y las irrefutables razones que le asistan para mantener ese juicio quedaban precisamente demostradas con los ensayos de esta primera obra suya, y con muchos de los que fue creando despus. Por lo tanto, aquella su afirmacin de que hay poesa en prosa como la hay en verso, halla un sentido probatorio incontrastable en el vigilado curso de sus mismos escritos. Tan verdadero es esto que se ha de errar en la apreciacin de aquel gran libro de juventud, y de los siguientes, si no se repara en la atmsfera de poesa que ha saturado a muchas de sus pginas. Es pues evidente que Montalvo lleg a ser, a travs de un buen nmero de sus creaciones ensaysticas, un admirable poeta de la prosa. El ms alto poeta de la prosa hispanoamericana de su tiempo.
256 El msconcentrado, fino yconsciente poeta de la prosa en lengua castillan a d u ni rite ir n la reo perodo de su siglo. Por bu. a ese imperio suyo sobre el lirismo de la mejor estirpe. a los elementos que he mencionado, de tendencias estticas dispares divergentes que l supo reducir a encantadora homogeneidad en la elaboracin de su prosa debi lina nueva y significativa victoria: a de precursor de la corriente nrdtrnjvta. Esta se caracteriz igualmente por su fecundo eclcc ticzsmno literario sir celosa decantacin de las iotluencias ms disiiniJ es. No se de tIc d ese III 1 Cc u q u c l as m ay res fi gil ni s del n,odcr,usn,o. cuy a cr111- ciencia profesional de la pluma ha seguido siendo tan determinante hasta ahora, no han dejado de admirar a Montalvo corno si ste hubiera sido nn inspirador eficaz. nn artista del lenguaje que les ha atrado con los destellos de su estilo, un maestro que de algn modo es ha iluminado el camino. Sin duda por eso han escrito sobre l, con inteligente entusiasmo, los nis notables modernistas y posmodernistas: J os Enrique Rod, Rubn Daro, J os Mart, Rufino 13 lancoFombona, Gonzalo Zaldumbidc, Alfonso Reyes. Para la persona particularmente interesada en conocer observaciones crticas sobre esta posicin nlontalvina , hay un trabajo mo que aparece corno prlogo de una antologa de ensayos de este autor, publicada en 1985 por el Banco Central de noestro pas. 25 Con El cosmopulna naca, corno se ve, el escritor ms representativo que ha tenido el Ecuador, y la reaccin lgica que haba que esperar entre sus intelectuales no deba ser otra que la de un inmediato impulso almirativoy consagratorio. No fue as. Al contrario; se buscaron maneras de agraviarlo, O de hurlarse de l, o de minimizar la significacin de sus letras, o de excluirlo desaprensivamente en cualquier apreciacin sobre los creadores nacionales, o de cerrarle el acceso a los cenculos, como queriendo. en fin, destruir su nombre con el ultraj,e,con el cscarnioocon las empeosas manipulaciones del desdn, la indiferencia yel olvido. Eso sucedi cmitonces con Montalvo. Eso ha seguido sucediendo despus con las contadas figuras de relieve de nuestra literatura, y aun de nuestra vida pblica. Por ello, si alguien intentara revelar honradamente la figura moral de nuestro pas, tendra que indicar entre sus hbitos perniciosos ste de trastornar los valores, no por torpeza simplemente, sino por herir a propsito. con decisin sdica, a las pocas inteligencias que, respetndose a si mismas, han debido rehusar cualquier tipo de arrehaamiento mediocre y ventajista. Y aquella culposa maa de subvertir el juicio sobre nuestros hombres, y sus obras Y sus actos, revolviendo cnicamente las categoras, ha hecho que consecuentemente se pervierta tambin el uso del bronce con que se 12S ]11r] M rrrc .[lSwI rrir11 .1 ,rlrrrr 1 ),rv Se Iccrr,rrIc 1,1115511 cli, hircz .11 ,,ric,r c irla 15.11: cLJ 11rll11 Ourr,
257 pcrel1niza a las persoTialidades histricas, destinndolo a seres de aparatosa figu racton pasajera. En fin, hubo y hay una abominable obstinacin de empequeecer a los de veras grandes y de glorificar a los homnculos, Ya iremos conociendo las expresiones de Montalvo sobre estas prcticas nacionales desoladoras. Se sabe que l era sensible a a opinin ajena. Amante confeso de una celebridad bien conquistada en su profesin de escritor, vigilaba lo mejor que poda la elaboracin de sus pginas. y en cuanto las publicaba se pona a examinar sus efectos, entre lectores comunes y crticos. Aguardaba pues ansioso las reacciones de stos. En las letras haba fiado su grandeza: no le quedaba ms que concentrar su atencin en las resonancias que ellas iban a producir. Hay que suponer por eso que los pronunciamientos adversos que se levantaron en el Ecuador sobre su primer libro, El cosmopolita, debieron de haberle acongojado y perturbado ntimamente. No de otro modo se explica el que, repuesto de las aflictivas impresiones iniciales, se enderezara a devolver los ultrajes con la mayor irritacin de su nimo. Probablemente, sin sospecharlo, esos tempranos detractores estimularon las facultades de su stira, tan excepcionales como las de su voluntad artstica para la forja del estilo con que se abri paso a la fama. Y bien, movido por aquella ansiedad de pulsar los criterios de otros intelectuales, tuvo que desembocar, aun antes de nada, en su primer desengao. En efecto, pensando en que no deba imprimir sus folletos de El cosmopolita sin averiguar previamente el juicio de uno de sus amigos en cierta manera cercanos, el costumbrista J os Modesto Espinosa, hizo llegar a ste algunos de sus manuscritos. Un regocijo maligno sinti sin duda Espinosa frente a tamaa oportunidad. Fingi inmediatamente estarle agradecido por ese gesto de confianza, pero poco despus, en cuanto haba corrido el plazo de la supuesta lectura, le propin en forma taimada el zarpazo por cuya ejecucin haba estado murindose de ganas, y que no fue sino el primero de los que le preparaba. Simul declarrsele sincero, y con un aire del que sabe por qu aconseja, aunque sin atreverse a puntualizane claramente las razones, le insinu que no pulblicara ninguno de aquellos ensayos. Trataba de darle a entender que su vocacin no era literaria, y que mejor hara con dedicarse a cualquier otra labor. Consultados en seguida otros escritores, acaso del mismo concilibulo, a quienes Montalvo haba tratado en sus das de estudiante, comprob que tambin ellos asuman la misma hipcrita posicin disuasiva. Oueran que me metiera a zapatero. confesaba ms tarde, sacudido todava por el justo impulso de sus cleras. Con esta experiencia, se podra desde luego creer que mi biografiado saba ya el medio en que iba a dar sus batallas, y que por lo mismo estaba
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sa Itt dable me n te p te ve ido pa ni en [renta rse a la at ms [era de ti egacion es. que llegara a pesar sobre l. Aun ms, no es difcil suponerque anos atrs a finales de los cincuenta, es decir todava temprano, alcanz a saborear un disgusto similar, a travs de alguna confidencia de su hermano sobre las reacciones mezquinas con que la seudo inteligencia de entonces recibi la serie de sus hermosas imgenes de Europa, publicadas en el peridico La democracia de Ouito. A los que por ac escriban es hacan mal efecto sus originalidades estilsticas, su constante uso de la primera persona para describir las impresiones de aquel itinerario, sus alardes de erudicin, sus exaltaciones de la historia pagana. Su notoria superioridad de escritor, sobre todo - Pero en el caso mismo de El cosmopolita hay que reconocer que la detonacin de las crticas condenatorias o burlescas que se le destinaron hall una primera causa la ms apremiante por cierto en el ataque de Montalvo al ex dictador Garca Moreno. Fcil es advertirlo con slo observar la ubicacin derechista del grupo que le zahiri con el furor de sus juicios- En las primeras lneas del Prospecto de la obra montalvina estaba ya, claro, su desafo: Mucho es que ya podamos a lo menos exhalar en quejas la opresin en que hemos vivido tntos aos; mucho es que no hayamos quedado mudos de remate a fuerza de callar por fuerza. Ms adelante, en las mismas pginas introductorias, agregaba: All est Gabriel Garca que, con haber fusilado l tambin algunos prisioneros inermes, despus de haber azotado a un general y obligdole a morir, nos parece peor o a lo menos tan malo como el que puso fuego a Roma. Yen el primero de los ensayos que formaron aquel cuadernillo inicial de El cosmopolita, bajo el ttulo de La libertad de imprenta, insista en denunciare1 comportamiento garciano contra la expresin de las ideas, en los trminos que siguen: Sabe por otra parte el mundo entero que reinando Don Gabriel Garca la prensa ha estado con bozal, enmudecida, bien como el ladrn de casa suele hacer con el fiel perro. para que de noche no haga ruido. El tono de las acusaciones de nuestro escritor se fue volviendo, desde luego, mucho ms violento y exasperado. Lo veremos oportunamente. Pero aqu en la primera entrega de El cosmopolita se encuentra ya el comienzo de su determinacin combativa, y no slo eso, sino tambin el origen del duelo, que en sus consecuencias dura todava, entre aquellas dos prominentes personalidades de la pasada centuria: J uan Montalvo y Gabriel Garca Moreno. Eso del duelo fue una realidad. Conviene que no se lo desconozca. Por ni i parte he de sentar tal afirmacin una y otra vez, para oponerme a cuantos se atreven a decir, con tendencioso desdn, que el dictador no dio ninguna importancia a las condenaciones y agravios montalvi nos, por 259 coits:dcrar que su eiiei go c:neca de influencia poltica. Una primera prueba de la caccion de Gareia Moreno surgi en forma inmediata, en cliatitil estuvo ciietilando a ciilrega Ti mero tino de aquella obra de Mon tal\t, l.e l ibi;in sin duda niorlilicado sus reparos. Efectivamente, el primer olIdos libro de It/covt?i(s/wliI aparece el] de enerode 1866. Y la replica gui-diana se publica ci 23 de ese mismo mes: apeiias veinte dias despus. Se la puede leer en la pgina 15 del numero 2 de ElSzid-,4niericano, peno dice semanal. politico. literario. cienttico y noticioso, de Quito. Conststic cii liii poema epigraitiatieo. titulado Soneto bilinge, que no llevaba lircia tic tutor igli:Ii que los dems trabajos de la publicacin, pero cuya paici sudad perteneci i Garca Moreno de modo indiscutible. En efecto, usos sersos y los de otro soneto, que tiene como titulo A J uan que volvio tullido de sus viajes sentimentales, han sido recogidos en el volumen Es( 7flOS 5 (IISSIUOV it (h,/,,iel (;arrki Moreno, edicin de Quito de 1 887, con prologo de J uan len Mera . Conviene que se conozca que ste los reproduce dejando dicha constancia. Adems, hay un testimonio que impide dudar de la certeza de esa compilacin. Son las palabras de os hijos de Mcra que cii el ensayo bibliogrfico que le han destinado aseguran, al relerirse al peridico Et.Sud-Aniericano, del cual fue uno de sus fundadores, (Inc aqul guardaba para s un ejemplar en el que cuid siempre de poner su nombre en los artculos suyos, y los de sus compaeros de redaccin en los que a ellos pertenecan. Doble prueba es sta de la autora garciana de C505 poemas. Y vale la pena copiarlos aqu, porsu procedencia, su mrito mismo y la escasa difusin de ellos: A J uan que volvi tullido de sus viajes sentimentales. 1 )cJ :i ndo J uan sus ridas colinas y el polcorosi) suelo tic sucuna, sto en nudoso nopal crece la luna. coronada de iniinicras espinas, Recorri ni 1 regiones peregrinas: mus alio pasara de la luna. si tullido cn el lecho, por fortuna, no quedara en las mrgenes latinas. Oit ijenipo nial pcrdidot Oh desengaosu l)epmr lis lunas, el nopal. la sierra. por armar cte cositinihres y de teairn Y u iuiimi.i alga y isinitis Hnos. rcgrcs-,, rde ccm;mdrtipcdmm a sim herr:,, :,L1iCn scmslosc cii ibis pies. voitiose en oi,uiro iNi,,,., 500 mg 260
Sonri o liii nge dedicadu al ciisniopiilliiici ( tililitIo fue Sancho ufligo iI (].onpicltglio. CO aciago y oteuguido. Inste rau, vio te nd sis un cuoteo Y Oc gro gi5 - que le suso li lesli en un iniprogito. Y mir. Con grundisiuno cordoglo UI 1 0V C) 1 rC a btI los y Un pat o las ranas, lo mismo que en AmnIsato, lo cual, sin duda, le IICII<I deorgoglio Y n, pssr fin dssrm ido en un a pu la. mio gallo. OIr naravmlld y el Ial Cuento. corI su puta de gallo as rCmala. Poca .jquicrcs. J uan. te diga lo que SICIIIIS? SIC viste Id niisnio. yo tlmsciirro, que debiste lumbin de ver un hurro) Evidentes son, cii el primer poema, los trminos de befa Carl que Garca Moreno se refiri al medio ilativo del que se desprendi Montalvo para su viaje por Europa, a la inutilidad de ello, y a la dolencia reUfllitllCa que le postr primeramen Le, y que luego le oblig a volver a su tierra COlI muletas, o en cuatro, segun el insolente decir metafrico del verso fInal Evidentes tambin son, en el hbil Soneto bilinge, la precisin y el sentido de inofa con que aludi a la visita de nueslro escritor a la roca Tarpeya, en Roma. lom para eso algunos detalles sueltos de la imagen que l 1105 dej de este lugar, y trat de mostrarlos a su modo, con el carcter de la ms vulgar ordinariez, como para anular el significado y el lirismo, tan certeros, de la descripcin montalvina. En un captulo anterior present yo esta parte del itinerario romano de mi biografiado. No he de pedir pues sino que se recuerde aqu su mencin de los cuatro esqueletados bfalos que divis en una triste montauela cercana a aquel sitio. Y que asimismo se haga memoria de las siguientes lneas, con que traz el cuadro fiel y vvido del rincn desolado que contempl tras el Capitolio, al bord de la nombrada roca larpeya: Al vol ver de mi suh Ii nc desvaro vi. ya positivamente: vi a la ni uj,r rumana q lic su curredorcillo se esluha u cunlemplarmc. curiosa de ver despacio un clIranjerir l:tn sOhiiariov lleiutirno: las gOtts de agua que Cuan montonas sobre as piedras rcsls,il.umdc, de la humilde eltozu: vi OII jergn en donde estaba acurrucado umi galo negro de ojos ccmrlc!l:urtcs: sr un gallo mmmmimsil sobre Ii. p111 izquierda durmiendo ,iiientr:ts lItiO,. Y a mrcmmtpo ql ceSto sria el grito Ile las rallas. .siil,icnd,r del Foro, llcoal:u allis rl] Litil-, }./Suj ,I,t,,o..,,,,, St Mus,1,,u.i Io,puct,T.iN;icLoti.iI.N tl.ldc,iicr, J . H6tt1ug. O. odos en lino cciii ti balar distante de alguna hambreada oveja. Y votvi a decir dentro de nsj mismo: Esta es l{oniiiL 21
261 Me ha parecido indispensable volver sobre este asunto y reproducir las lneas anteriores, no nicamente con d nimo de que se compruebe la exactitud de los detalles que tom Garca Moreno para el propsito malvolo de su soneto, sino adems para que se las tenga en cuenta posteriormente. Pues que pronto dejar ver que los otros detractores de Montalvo se apropiaron tambin de ese mismo apunte de viaje para pretender burlarse de l, sin siquiera presentir cmo tendran que ser despellejados por la stira cortante de su respuesta. aparecida en una de las entregas siguientes de El cosmopolita. Pero ms all de estos razonamientos debo hacer notar que Montalvo y Garca Moreno, estos dos gigantes de la historia ecuatoriana que tan radicalmente se aborrecieron entre s, que se irguieron con la mxima energa en sitios antagnicos de un medio polticamente tempestuoso, y que tuvieron que pagar, el uno con el destierro y el otro con su vida, la fatal consecuencia de esa posicin adversaria: que estos dos colosos digo, tan diferentes en su ser ntimo, sus determinaciones personaJ es y su destino, eran sin embargo bastante semejantes en su capacidad para herir con la pluma, para convertirla en instrumento de castigo implacable de los enemigos, y muy parecidos desde luego en los temibles arrebatos de su temperamento. Por ello no resulta del todo absurdo preguntarse si Montalvo, en el caso hipottico de haber sido un hombre de accin y de haber captado el poder, no hubiera sido tan tirnico como lo fue Garca Moreno. Aunque chanceando l mismo lleg a decir: No me hagan nunca presidente mis compatriotas, porque les vendr todo junto como al perro los palos. 2) Tanto Montalvo como Garca Moreno miraban con la mayor repugnancia muchos hbitos perniciosos de la vida pblica nacional. Ambos detestaban con todas sus entraas la inmoralidad ene! manejo de los bienes fiscales. Ambos cran igualmente incapaces de perdonar a quienes les hubieran hecho vctimas de algn conato de ofensa o humillacin. Ambos eran hijos de una poca crtica y turbulenta, que demandaba actitudes desafiantes y de enardecido coraje. Ambos, en fin, estaban amasados en el mismo barro de un pas trgico y doliente. Pero siempre he de aclararlocada uno de los dos estaba sealadopara unagrandeza distinta: el tirano hizo obras ingentes y duraderas de gobierno, y muri aureolado de sangre; el escritor dej el tesoro invaluable de sus creaciones literarias, luch 1211 ITospetro. aitropoI,cgc.Moiit.ilso l)c, lcr cctacr,p:ig 141 c,iPgcnas)esconcniar.Ambalc, 1969
262 por el establecimiento de los derechos y las instituciones civilizadas en et Ecuador, y sc extingui. en soledad y pobreza. alumbrado por los destellos de una gloria indeclinable - Y bien, el duelo entre estas dos figuras no se redujo a su intercambio de frases vejatorias en los comienzos de El cosmopolita. Fue mucho ms lejos. De modo que insisto en que no se debe admitir la conjetura peyorativade que el dictador no dio importancia a los ataques del libelista, Porque se es juicio interesado del elemento garciano. Se lo Puede palpar. y lo pongo como ejemplo elocuente, hasta en las pginas del respetable ensayista Remigio Crespo Toral, quien asegura que (sarcia Moreno no hizo caso a Montalvo; y. cerrando caprichosamente sus ojos a tina rn uy conocida realidad, intenta demostrarlo con las reflexiones que reproduzco a continuacin: no estimaba de sustancia os disparos a tinge de Montalvo. Se dispar contra Urbina. Espinel, Moncayo, hasta contra os jvenes Proao y Valverde. Y infle lo nis tomaba en cuenta las divergencias con Borrero, Cueva (Agustn), algunos personajes eetesisticos y hasta con el manso y benemrito Dr. Benigno Malo. Montalvo no te preocup. pues no le crea capaz de emprender una rebelin. Tampoco le desterr. ni espi sus actos en el retiro dc piales. Garca Moreno, ajeno a bajos oficios, 00 pago jams a espas ni premi a delatores. Yen verdad, Monlalvo no conspiraba; careca de Itis atribulos de la accin que constituyen al caudillo. Cierto es que Montalvo estaba distante de toda aspiracin caudillesca. Su ndole no le predispona ni siquiera para alinearse con alguna disciplina en un partido poltico. Pero, aparte el empuje de rebelin que bramaba en algunos de sus escritos, y de cuyos efectos no se debe dudar, hubo momento en que aun hizo diligencias personales en algn lugar de Colombia para reunir las armas que necesitaba una conjura de liberales en nuestro pas. Eso del retiro de piales es una manera engaosa de decir, de Crespo Toral, para enmascarar lo que ello fue en realidad: un destierro amargo de largos aos, del cual nuestro escritor no alcanzo a redimirse mientras estuvo en pie el gobierno desptico de su enemigo. Le disgustaban grandemente a Garca Moreno las batallas escritas de Montalvo, sobre todo cuando iba ya dando remate a sus estratagemas para apropiarse otra vez del mando. No se olvide que El cosmopolita se public despus del primer perodo dictatorial garciano. Hacerlo en el curso de ste hubiera sido una temeridad, imposible casi de ser acometida. El propio autor lo aclara: Los propietarios de imprenta perseguidos unos, corronipidos otros; los oficiales y cajistas fugitivos unos, en los cuarteles otros; gr;ln dificultad en fin de publicar ningn escrito. Y si a toare ptOsis. ttLI,I ioieca feas innana Mnima. lid. pSg 65
263 pesar de todo se pub 1 icu bu u Igu no, ir en de rcchu ru u un ca labozc, al Hupli CtS) de la I,arm, a los confines del mundo pasando por el Napo luyo pues que esperar Montalvo, Ii hizo bien. Terminada la tirania, quin podra ne garque hubo va la sensacin de cierto alivio general. Algunos hbitos poli twos rierOn poco a poco cambiando. Aunquc ello no inspiraba a nadie conl ianza , pues que el pas entero sabia que el influjo de Garca Moreno segua proyectndose , entre telones, sobre sus dbiles sucesores en el ejercicio del poder. Aqul, adems, se agitaba en deseos de reconquistar la tuerza plena de su autoridad, y multiplicaba los medios de hacerlo con progresivo desculado. Pero su adversario, el escritor, estaba siempre ah, mortificndolo, acusndolo, oponindose a sus pretensiones, y cada vez con acetilo nis vigoroso y vibrante. Se tiene que creer que, pesca lo refinado de su prosa (condicin que era tambin criticada por sus rivales), la belicosidad montalvina contra el dictador s de] aba efectos en el pueblo. A tra !.z todo de las resonancias que le daban unos cuantos liberales jveses. en Llillelles mi biografiado fue encontrando solidaridad y ayuda cons taule. No es pues nada sensato suponer que el violento y codicioso poltico, que en esos anos se preparaba para encaramarse otra vez en el gobierno, mirase con p;tsividad los embates de aquella campaa de prensa. Lo probable es que l mismo estimulase, por lo pronto, las burlas y los agravios con que el grupo de susntimossali aquererempaarlas pginasde Ef cosmopo lila. Efecuvamente, y corso lo haba previsto Montalvo por la ya referida reaccion hostil a sus trabajos juveniles de La democracia, no tard en ser duramente vapuleado con ocasin de este libro, invocando motivos de la ms varada ndole: haba, entre stos, hasta los gramaticales. Eso era como herirle en el centro del corazn. Porque l amaba como nadie la lengua. En el culto a ella reconoca su segunda religin. Se senta orgulloso de los luicios de Miguel Antonio Caro y de Rufino Cuervo sobre la pureza idiomtica de su estilo, y se complaca en reproducirlos para contrarrestar las censuras de los avinagrados crticos del Ecuador. Pero l, segn lo podemos comprobar en la introduccin misma de su obra, haba presentido de algn modo ese gnero de ofensas, y se adelantaba a resguardarse de ellas con estas palabras: orden a lenguaje sepa, si alguno se previene a censurarnos, que lo hc mos aprendi - lii co los tutores clsicos, en los escritos del buen ticnipo. Suele suceder que el torneo de Una frase no suena bien para un odo torpe; que una manera de construccin, auto 1 l/.td.L teoso por Ccranlcs y Granada, no la oyeron nl la saben los instruidos por Mata \T.OLJ O que no tle,to,an a estimar Ufl corte nueVO 15010 CHUS V elsunuultu_. y todo e. lnne,ire e, eee.s lilvecovas sobre qoe no eritendenius le gramtica ospie alt,onos al arle de hablar bien; para lo cual acoden luego a SUS librajos, sin venir sclc. .i lis nicoles iple no bayarte ni diccionario e;ipiecs le oislcIici tod,i uuua lengua...
264 No bede pasar por cierto adelante sin referirme a la extremada crueldad con que atacaron a Montalvo los escritores nacionales de entonces, ubicados en dos peridicos conservadores: El Sud-Americano, quiteo, a que antes he aludido, y el semanario La patria, de Guayaquil. Le hacan vctima de sus mofas y calculados desprecios. Trataban de convencerle de la insignificancia de su obra. Aseguraban no encontrar nada de mrito en ella. Y le clavaban ferozmente sus dentelladas, aunque siempre simulando no tomar en serio ninguno de sus trabajos. Considrese que Montalvo era todava un J oven, de treinticuatro aos no cumplidos. Que Elcosrnopolita era su primer libro. Que an no haba vivido ninguna experiencia frente a los crticos de su pas. Que haba puesto una fe entusiasta en aquellas pginas, fruto de estudios y de una concentrada labor intelectual. Y slo as se alcanzar a estimar la dimensin de la pesadumbre con que se le atormentaba. La intenci(n de esos comentaristas era confundirle, anonadarle, hacerle arrojar la pluma para siempre. Quizs otro escritor primerizo hubiera visto pasniarse sus sueos de gloria literaria bajo tan amargas circunstancias. Amigo de las soledades y los silencios, cmo habr devorado sus desazones, en impenetrable intimidad, aquel joven que haca precisamente la primera revelacin de sus capacidades superiores. En El SudAmericano se lo trat con saa en sus cinco nmeros iniciales, que coincidieron con la aparicin del libro de Montalvo. Unos pocos ejemplos de aquel venenoso pronunciamiento crtico sern suficientemente demostrativos. Tngaselosen seguida: En el N1, pgina 5, bajo el ttulo de La nueva escuela y poniendo como epgrafe Si es preciso rer, riamos frase tomada de las pginas montalvinas, se invita a los lectores a rerse de la ttrica estatua del Cosmopolita. Se vitupera hasta de este nombre, tan noble y acertado: Por lo dems, qu se puede esperar de un Cosmopolita que carece de patria, ya quien le son indiferentes todas las naciones y los pueblos?. Se intenta la primera burla de las imgenes captadas por nuestro escritor en la Roma antigua: contemplemos al viajero solitario y taciturno, en la visita a la Roca Tarpeya y entremos en sus profundas meditaciones, participemos de sus melancolas, ay! de esas melancolas que nos han arrancado tntas carcajadas!. Le sealan yerros de ortografa, que sin duda eran nicamente tipogrficos, como el de ladrado por ladrido, y le reconvienen citndole al gramtico Mata y Araujo, a quien ha aludido desdeosamente Montalvo. En el N 2 de ese mismo peridico, tambin dentro de los comentarios acres de La nueva cscLcla, y cte a. pginas 11 y 14, se vierten ms agravios Y en dicha pgina 14 figura igualmente un trabajo titulado
265 Cual ro palabras sobre el Sr - Dr. l)n . Gabriel Garca Moreno, de J uan Len Mera. Este lo ha reconocido corno suyo en su ejemplar privado de ti Sud-A,nrritano. Tiene en aqul las expresitwlesque sigtiCli 1 labansos resuello no escribir ni tiisa sola lnea sobre los dichos de El Cosmopolita. porque nos pareci un papeln despreciable, sobre todo, por la excesiva soberbia de su aulor, que apenas merece a burla que le ha hecho El Sud-Americano. No aadamos pues ni una sola palabra a lo dicho, no sea que el seor Montalvo crea que vale algo su obra, y pasemos al ratar de lo que nos habamos propuesto. As hablaba su antiguo amigo y compaero. No se advierte sino que la envidia transpira por ese intencionado desprecio. Pertenecen al mismo nlnero 2 el Soneto bilinge, de Garca Moreno, que se almea en idntica laya de burlas,, y una nota en que se anuncia una nunca \ista funcin de teatro. El Monopoltieo. Roma. Paseos noe turros. Mis melancolas. Fatuidad. Un Zarrampln chupando el jugo de los clsicos. El gladiador injustamente enfermo, enclenque y acurrucado durante la pelea. Recrudecen Tos ataques en el nmero 3, tambin con el ttulo de La nueva escuela yel mismo epgrafe de Si es preciso rer, riamos. Se concentra el nfasis en las reglas gramaticales. Se dice sobre nuestro escritor: Nos hace saber que l no ha tenido por maestro a Mata y Araujo, sino a los escritores clsicos del siglo de oro de la lengua: nos amenaza con Moratn, Argensolas, J ovella. nos, Granada, Capntany, Baralt y cuando menos Mor de Puentes, yen las seis y media hojas que forman el prospecto del cuaderno iha cometido ochenta y siete faltas gramaticales.. Ou falta le ha hecho al vanidoso Montalvo un compendio de gramtica del seor Mata y Araujo!. Y en la pgina 21 de esa entrega se publican adems estos ver51 )5. Ultima carlda al autor de El Cosmopolita: ro pluma al fin se movi y el ensayo fue rin; aunqtie tu soberbia al fin a la perfeccin lleg. Pc ro con bu rl as y ve ras se te ha dado mucho azote... Veie,infeliz neo-Qaijote, vete a Ambato a comer peras. le de dar trmino a estas citas reproduciendo siquiera las lneas siguientes, del cuarto nmero de aquella enconr.:a publicacin de tendencia poltica gareiana: no tenemos pacie neia r a a lidiar con la inepcia, ni para sufrir las fanfarronadas de la ms repugnante vanidad de un mozo estrafalario, que pretende pasar por sabio t ilsofo. y busca en vano la nombrada
266 .. Afirman que desprecian al altinhicado y culterano J uan Montalvo, e igualmente su erudicin repugnante, ridcula vextempornea. Era indiscutible que para esta crtica dc sepultureros de la ntcligencia se haban o resuest ado las facilidades de mayor alcance den grato rio de Garca Moreno. J uan Len Mera. J os Modesto Espinosa entre otros. Y, por fin, para que asimismo se tenga siquiera una idea de los perversos y picudos ultrajes con que le zaheran los presuntuosos zollos de la poca, desde la otra trinchera periodstica que he mencionado La pa- (rin es adecuado que vaya esta vez hacia las propias respuestas de Montalvo. En esa forma evito sobrecargar estas pginas con ms injurias, y doy la posibilidad de que se aprecien los argumentos dcfensivos de nuestro ensayista, en algunos de los cuales hay un gozoso y original uso de la irona. Todo ha de reducirse, naturalmente, a un muestreo breve y esencial. Pero antes he de recordar que, igual que en El Sud .lnzerirano, estos escritos agraviosos se publicaron sin nombre de autor. En La virtud antigua y la virtud moderna (A os seores colaboradores de La Patria), les prueba el grado de intransteencia y de proclividad a la tergiversacin con que le han enjuiciado por haber exaltado las excelencias de las personalidades que honraron las sociedades de Atenas y de Roma de los viejos siglos: Djenme ustedes escribir un libro asctico, y les ofrezco no olvidar a ninguno de los santos ni santas de la Corte Celestial. Pero est uno hablando de Atenas y de la Roma antigua, y ha de salir con Santo Torn y Santo toribio? Tengan ustedes conciencia. Y tengan tambin cuidado, porque si empiezan ahora a echar piedras a Scrates. pueden correr la suerte de Anyto y Melito, quienes fueron perseguidos por los griegos. aborrecidos y escupidos de todos En Post Seriptum, (tambin destinado a los seores colaboradores de 1 ,a Patria), que han querido usar las intenciones y el tono burlones de Garca Moreno, para tratar de rebajar al plano de lo insignificante el estupendo cuadro de contrastes de as dos Romas de Montalvo la de su vislumbre del pasado y la de su contemplacin del presente. l les replica con irona mucho ms sutil y penetrante: Y para ser buenos amigos. cmpleme volvertes en la misma moneda sus amables obsequios en lo tocante al gallo, al gato, y a la mujer romana, cosas que les han hecho solazar oc) poco, co ese lenguaje tan sainado a la burla: el zaherimiento irrita; la broma fina y culta puede correr y pasar cnt re amigos: : 1 st o ile la sal que purifica y mantiene las cosas en su punto; la de botica es amarga, ref go;iOc, vsi a ms de esto se la propini ftiera tic tiempo, hasta es venenosa ... Pties, Seor, css. gallo no est mal en donde est; .01 por qo haba de estar? ,lorqoc esta pral oso t,n: la p o;t tzqoicrda stsl;otteis te? Aqtu est mi error; pngale yo sobre la derecha, y tactos qcicdahao contentos 2 67 lreiiifllantitc que tienen de particular tos gallos y gatos de Roma para haberlos tiaiclo cttlacton con preferencia a los de cualquiera iota porte. tienen de particular que son tos 11u5 si. que no mc parecieron tan por de lis para la poesia. Si uno ve un gallo en Roma, quiere hablar de dI. ha de hablar Ile di. o del que ustedes tienen en su casa ejote sus gallinas? Si en lugar de ese galio 1 cspo utgij el de San Pedro. entonces si quedaban ustedes para hacerme presidente .uego, en demostracin palmaria de su finalidad potica vuelve a citar los elementos qUe ha usado, tanto en lo evocador como en lo descriptivo y les formula a los censorinos esta pregunta en s misma elocuente: La Ro mi a iit tgu a y la moderna no estn bie 1 contrapuestas? - Cierra en seguida su defensa avergonzando a susdetractores por la falta de tica y valor con que han procedido: Dar fin a este largo escrito les dice invitando a ustedes y a todos los escritores hombres de bien, a firmar los suyos. Hay mucho de vil, de cobarde e indecente en ocultar su nombre cuando se hiere a otro: el annimo infama, no al que es vctima de l, stno al que tras l se oculta - Un buen nmero de las respuestas que dio Montalvo a quienes fingan malentenderle para denigrarlo podran ser agavilladas aqu, con el propsito de disponer de una impresin general de cmo fue recibida su primera obra tan excepcional en el medio literario de su propio pas. Inste fue por lo comn, entre nosotros, el destino de sus trabajos. Y no nicamente por su beligerancia poltica, stno sobre todo por los mritos superiores de su personalidad de escritor. Otie esto ltimo, tngaselo por seguro, rara vez lo perdonan los aguerridos y emplumados sindicatos de la inteligencia nacional. Finalmetlte , con el propsito exclusivo de no dilatar estos desoladores testimonios sobre su caso, mediante otras expresivas transcripciones, slo me he de limitar a la recomendacin de sus pginas de Contraccnsura, dirigidas a J os Modesto Espinosa. En ellas, que estn en El cosmopolita, igual que las que he reproducido antes, explica las razones que han determinado la estructura de esa obra y las caractersticas de su singular estilo. Aun defiende la calidad de sus versos a Don Andrs Bello. desdeados acremente por Espinosa Quien le dice por toda poesa no ha ledo sino el Sopla que qutnta, podr ser juez en poesa?. Y, tras llamarle Monsieur floileau de rgano ambulante, expresa as su ex traez.aa los lectores: Los poetas cali! icati do los mos de Sonoros versos (vase El 1 mericano, del Per), y este alma de cntaro llamndolos prosa, y de la ms trivial! Fray Trivialete de Prosapete - su reverenda tendr voto en el Captulo de la Merced, no en estas cosas. J os Modesto Espinosa, cost tttnbrist a que haba adquirido retlotTlhre en el pas por el sentido gracioso de sns ettadtos la animacin de un len- 268 guajc de cicrtu vena popular, le habla agredido particularmcnte en la en. trega u me ro 1 de La patna, de fe brero de 1866, pero no fi rinando con su propio nombre, sino con su anagrama, de Tomesdo Pisenaso. Parte de esas burlas y objeciones fueron recogidas ms tarde en el volumen segundo de sus Obras (onpleras, aparecidas en 1899. Ahora bien, toda esa montaa de reacciones negativas, ya hostiles. ya calculadamente desdeosas, ya de sordera prevenida y de intencionada indiferencia, con que se pretendi aplastar al ms alto de nuestros escritores, y con que desde luego se le amarg profundamente, ha venido a parar en pedrisco infame, que a su tiempo ardi de maldad; en escoria, en desecho, en nada. O, a lo ms, en signo probatorio de la pugnacidad canallesca con la que las hordas de la inteligencia vulgar suelen arremeter contra las personalidades a quienes no pueden medir por el mismo rasero. A causa de esas hordas tuvo que aprender nuestro prosista a renegar dolidamente, querellosamente, de la tierra en que haba nacido: Denme un Ecuador libre, ilustrado, digno, y soy ecuatoriano; de lo contrario me quedo sin patria. Por fortuna, grande era su fe en s mismo, en sus facultades. De modo que no se dej desalentar ni mud sus propsitos. Y, gracias a ello, y en oposicin a la condicin desmoronadiza de los escritos con los que se intent disminuirlo o infamarlo, cualquier observador sagaz de ahora nota que muchos de los valores del primer gran libro de Montalvo ni siquiera han perdido frescura. No obstante los ciento veinte aos corridos desde su aparicin, El cosmopolita conserva pues la integridad de sus encantos y de su vigor comunicativo. Aun aquello que para algunos crticos ha sido motivo de reparo, y que concierne a la falta de continuidad y derechura en el desarrollo del tema central de varios de sus ensayos segn se puede advertir por ejemplo en las descripciones del jardn del Luxemburgo, se nos ofrece ms bien con el carcter de una aventura intelectual excitante, propia de una imaginacin gil, que no desfallece ni prende extenuacin en los que la siguen, pues que suyo ese1 frenes de las sorpresas. Ni ms ni menos que lo que ocurre cuando se va zigzagueando por ci deleitable e ilustrativo curso de divagaciones de Miguel de Montaigne. Pero la afinidad literaria, que de veras la hay entre estos dosautores, no es ningn caso absoluta. Montalvo supo hasta dnde asimilaba a su Montaigne. Finalmente, este secreto de perennidad de la primera obra rnontalvina no descansa nicamente en las virtudes de su estilo, sino tambin en la sugestin de su contenido mismo. Se ha dicho muchas veces que mi biografiado no creo una filosofia. Que no fue realmente un pensador. en sentido estricto de csta voz. Puede ser qtie eso sea asi. No es necesario entrar a examinarlo. [Jebe sernos suficiente reconocerle como un cnsayls
269 la de slida cultura. (1IIC manejaba abtindaTltes ideas y que saba elevar a un planu de universalidad y permanencia buena parte de sus temas. hasta los que eran caedizos.y los de su iittima subjetividad. An ms, por el don prottico de algunas de sus visiones (como suceda tambin con el argentino Domingo Faustino Sarmiento). lo que escribi hace ms de un siglo sigue teniendo actualidad. Poi lo mismo, si se hicieran circular ahora El costnopolua valgunos de sus libros posteriores con la frecuencia que se asigna a la produccin de otros autores, no faltara a aqullos un pblico dispuesto al disfrute de su lectura. Y su inters se multiplicara, por cierto, si se intentaran ediciones antolgicas de las pginas ms atractivas de los volmenes de ensayos que l nos dej. En el mbito ecuatoriano de su tiempo. es verdad que stos slo se difundieron de manera limitada. Y no nicamente por los tropiezos a que he venido aludiendo, sino adems por el carcter selecto de su lenguaje. En ello, aparte de todo lo ya indicado, basaron tambin sus burlas y desprecios los que se le enfrentaron. Fingan en efecto que estaban listos a convertirse en sus asiduos lectores con tal de que hable la lengua popular, con tal de que d soltura a los perodos y las clusulas, y se sirva de construcciones vulgares. Montalvo se irritaba, inevitablemente, y con el ardor de esa justa indignacin observaba: No me entienden, porque no prohijo ese idioma triorquida, ese monstruo nacido de tres padres de diferente naturaleza, esa jerga americana compuesta de castellano, Irancs y quichua. El no estaba para hablar a lo corre ve y dile, a lo truhn, a lo barbero. 131 Pero, lamentablemente, se ve que de aquella posicin de los que le detractaban ha arrancado, una y otra vez, cierta afirmacin crtica harto exagerada: la de que nuestro autor escribi para un auditorio inexistente, (jada la forma literaria que con tnto celo cia bor - Desde luego, aceptar dicho criterio en forma absoluta es caer ene1 ms insensato de los desconocimientos: el concerniente a la pericia pasmosa de Montalvo para adaptar sus expresiones a una rica gama de propsitos. que iba desde el ataque deliberadamente rudo y satrico hasta el logro de un lirismo arrebatador o de un haz de consideraciones cuidadosamente afilosofadas. No debe pues oh idarse que a seleccin estilstica, que l am con tan noble sentido de la prof esion de escritor, no le impidi. cuando lo quiso. poncr a vibrar el alma de las gentes de cualquier condicin. A ello obedeci el que se le sealase con admiracin a su paso por as calles de Quito, identificndole bajo el nombre de su primer lihrr . ah va el Cosmopolita, se oa decir en repetidas ocasiones, con entusiasmo. Tambin a l le placa la marse de ese modo. Y aun Cosme, chanceando familiarmente, segtin pue 13 FI corwpohh,. 1 un... [!iI...ip.lgs IDy X
270 de verse en la firnni de una carta que dirigi a Roberto Andrade. Pero sobre todo hay que recordar que por ello, por la irresistible aptitud suya de llegar al pblico cuando embraveca sus campaas en casos eoneimlos de condenacin poltica, se convirti en el ms influyente luchador antig.ii cia- no. De entre las varias pruebas que aqu tendra yo que invocar hay una muy elocuente, La relacionada con la descalificacin de Garcia Moreno como senador del Congreso de 1867. Esta humillacin la sufri como consecuencia del premioso reclamo de las pginas de Montalvo. De este hecho han quedado varios testimonios coincidentes. Lo sufragios de Pichincha haban conferido la senadura de la provincia al doctor Manuel Angulo. Ese resultado lo dio a conocer oficialmente el Concejo Municipal de Quito, que entonces era el organismo competente para ello. Pero al da siguiente, por ajetreos intimidantes del ex dictador, esos mismos concejales cayeron en la desvergenza de cambiar los efectos del escrutinio, desposeyendo de su eleccin al doctor Angulo, para pasrsela a aqul, que haba obtenido apenas la tercera parte de los votos del legtimo triunfador. Montalvo se sinti urgido por tales circunstancias, e hizo or en seguida sus razones en contra de la pretendida usurpacin de Garca Moreno: los pueblos les han dicho os elegimos, para que nos dejis en manos de nuesiro enemigo? Diputados-comadrejas, bien merecen que el gran mayordomo es pele a todos, los ensarte en su asador, y los haga reventar al fuego. En cuanto a ese senador, no debe buscar en el congreso un asiento que nadie le ha ofrecido .. . Yo no s de dnde le ha venido a esle hombre el convencimiento de que la nacin es propiedad suya: todo lo quiere. y iodo lo quiere por la fuerza: si no fue electo senador, por qu se empea en ir al Scnado El senado esl en el deber de excluirlo de su nmero por conveniencia por jusiicia . . Vamos, caballeros, dejemos de ser esclavos, principiemos a ser hombres: dejemos de ser vctimas, principiemos a ser ciudadanos; dejemos de ser perros. pri Ilcipiemos a ser gen te P2 Instalada al fin la Cmara, hubo un desborde oratorio en el que precisamente pareca que resonaba la voz del Cosmopolita con sus justas argumentaciones. Garca Moreno se vio obligado a dejar la sala parlamentaria. Sali al comienzo mismo de la sesin mascullando vociferaciones, y dirigiendo hacia el escritor, que se hallaba en la primera fila de la barra, el relmpago de odio de su mirada. Los senadores no demoraron mucho en proclamare) desconocimiento que hacan de aquella representacin espuria. Y Montalvo, gozosa su conciencia de sagitario de las buenas causas, abandon entonces el lugar, entre los aplausos espontneos del pblico. 02 F:s,,I,a,,n,hjc.H,,n,op,,hw 1,,,, ii,itud,pg 231
271 ra p Fue ba de la n ti ue Ti cia que proyectaba en la vida poltica de ese fliOilieTltO se la puede pulsar en el comportamiento inicial del Presidente icr(niino ( arrin - Es conveniente que yo aclare que la tan aludida primera obra montalvina cmpezo a ser publicada bajo el rgimen de dicho ciudadano. hombre de nimo reposado y de claros sentimientos cvicos. Nuestro prosador saba que las ambiciones garcianas de mando no cesaban de amagar, y aun de hacerse realesen formaindirecta. desde losinterioresmismos del palacio. Y se afanaba por eso en conjurarlas. llenando de fe a Carrin. exaltando los atributos de su personal ejercicio del poder, como los de la tolerancia de las ideas y la consagracin de los derechos de todos. En uno de sus escritos llegaba a formularle la advertencia que sigue, tanto para las acciones de la presidencia como para el bien comn: ciarcia Moren, ha corrompido la forma de gobierno, ha convertido la Republica en dcspot i smi - re eisti es it tic este inicuo sistema se destruva: cayo e tirano, pues caiga la ti rania: inantene r los malos usos u ti oducidos por otro, poco se dite re ncta de ser introductor de ellos. Seor Carrin7 mie ni ras ms se diferencie usted de Garcia Moreno, ms acrecer nuestro aprecio; mientras ms impruebe sus actos, ms legales, ms humanos. ms brillantes sern los suyos.. La costumbre de ver padecer o de padecer nos hace no mirar con el horripilamiento que merece la dictadura de Garcia; pero contemple usted y vea que es monstruoso esto de haber dado en tierra con los derechos del pueblo, con la forma de Gobierno, con la dignidad del hombre. Sosten dr tisicd las obras de ese desgraciado? Imposible - :73 Por desgracia, Carrin haba sido en cierto modo hechura de ese mismo tirano, y, aunque le era del todo desemejante, fue poco a poco cediendo a las presiones de ste. Hasta que le lleg el momento de cometer un brutal atropello contra el Congreso esto es contra los legisladores que descalificaron a Garca Moreno, y su efecto le fue polticamente desastroso. Se produjo en seguida la condenacin pblica y la reaccin viril de los parlamentarios, que le arrastraron a lo que entonces se llam un vaco de poder. Y prontamente, con la celeridad en l acostumbrada, Garca Moreno mand al comandante general de las fuerzas militares a exigir a J ernimo Carrin que renunciara la presidencia de la repblica. No le qued pites otra cosa rl oc di 0111 ir, ni obstante su desagrado e inicial resistencia. Hubo en realidad, como antecedentes, tres hechos concretos: la decisin frustrada de disolver las Cmaras, mediante decreto de gobierno; el envio de un batalln armado a os recintos de esos representantes nacionales. que no se dejaron amedrentar ni con los disparos, y cuya actitud unnime de ejemplar entereza oblig a los soldados a retirarse lacios y avergonzados; y, por fin. la resolucin de los ofendidos legisladores de declarar 5% insprncnio -omcpaha, itidpag 297
272 que el J efe del Estado se haba hecho indigno del alto puesto que le confiaron los pueblos. Se encarg del ejercicio del poder el Vicepresidente. Pedro J os Ayteta. Hubo nuevas elecciones. Garca Moreno, cuya omnipotencia pareca no cuarlearse jams. design como candidato al abogado quiteo J avier Espinosa. Hombre bien visto en lodos los partidos. Aun para Montalvo encarnaba l la mejor de las soluciones. Garca Moreno ha hecho bien escribi- en echar por este camino; los liberales han hecho bici en salirle al encuentro, con los brazos ah le rius- Paz. paz. a nligos Solos. nada podemos; entre muchos, podemosalgo. Si D. Gabriel obradcbuenafe.r parece fuera de duda, no sospechar tampoco falsa cn los que ms recia e impetuosamente cerraron con l cuando fue tirano. Uno de ellos, el principal, el mismo J uan Montalvo. Vase pues cmo en esa circunstancia precisa le tenda la mano, con nimo conciliatorio, que no era de cobarda, ni de apocamiento, ni menos de codicioso oportunismo. Hizo por eso bien en aclararlo francamente: Si 9. Gabriel subiera prcscnlado por candidalo a uno de los que acostumbraba, teniendo por cierto su triunfo, hubiera yo alzado c,cn cabezas y vibrado cien lenguas flor. tifcras en el tire, y hecho pedazos mi pluma, de puro escribir con ira, por esa 00ev; iniquidad - Ksto es dcci rle que Inc guia la justicia, y no una vil trastienda,amigo mio - Tan cierto era eso, que no le importaba el no tener ninguna relacion personal con el candidato, ni el saherque sle era hermano de su enconado y mezquino insultador, J os Modesto Espinosa. El nuevo gobierno deba slo completar el perodo trunco del ex Presidente Carrin. Esto quiere decir que se lo haba constituido, mediante el sufragio popular, nicamente parados aos. El flamante mandatario pens entonces en asegurar un clima adecuado para el desenvolvimiento de la vida pblica, dignificando la autoridad, promoviendo el respeto al ciudadano, vigilando la administracin correcta del erario. Bajo esta atmsfera favorable sigui editndose Elcosn2opolua. Pero en 1868 sobrevino una tragedia descomunal, consecuencia de uno de los azotes de a naturaleza que ms han atormentado al pas: la destruccin de Ibarra y de ocho poblaciones irnhahureas, sacudidas por un terremoto de fuerte intensidad. Se produjo ste a la una de la maana del 16 de agosto de aquel ao, cuando las gentes dorman. De modo que el violento y estruendoso derrumbe de su mundo les sepult sorpresivamente a muchsimas de ellas. A ms de cinco mil. Familias enteras perecieron. 5.54 51 lII ,ln)p+0 _(_[!I,, [)!!.]t57_
273 En brevsimos instantes todo se lo trag la tierra: vidas de hombres y de animales, muros y techumbres de las ciudades, acequias y aguas manantas, ladcras en que se estremecan los trigos y valles de pan scmhrar, chozas y alqueras. Fodo se lo trag la tierra. El pnico, la impotencia y el desconsuelo, las splicas y las lgrimas surgan en un punto y en otro, incontenibles, y se extendan entre nubarrones de polvo y un cielo gris tambin compungido. Ese acontecimiento aciago se proyect significativamente en la historia de nuestros dos personajes rivales, Garca Moreno y Montalvo, acentuando los relieves de la grandeza que particularmente les caracterizaba. Porque, cada uno a su manera, ambos respondieron a la catstrofe con demostraciones de una capacidad superlativa. Garca Moreno se encontraba residiendo, con su segunda joven esposa, en una hacienda arrendada en Guajial, a un paso de Cayambe. Ah rumiaba los recuerdos de sus ltimas decepciones polticas, y en secreto urda los planes de retorno al nunca desamado solio presidencial. La reventazn volcnica del Imbabura, las ciudades abatidas, el clamoroso duelo popular se le representaron ntimamente como un llamado frentico a la lucha, como una incitacin insoslayable a ese tipo de accin que realza el espritu heroico y que, simultneamente, genera adhesiones colectivas en su torno. Era se pues otro de los desafos en su laborioso destino. Viaj de inmediato a la capital. Lo hizo para ofrecer su colaboracin al gobierno en la difcil empresa de atender a la provincia nortea que haba quedado devastada. El saba que all necesitaba extirpar los odios que en ocasiones anteriores haba provocado. Se le oy con enorme inters. Tal era efectivamente el hombre que las circunstancias exigan. Se le extendi as el nombramiento de J efe Civil y Militar de Imbabura, rodendole de las mayores garantas. Garca Moreno iba a llevar los socorros, pero tambin a castigar con mano inexorable los actos de bandolerismo y depredacin, que, como siempre, ya haban comenzado a comparecer. Por eso, en la primera proclama, firmada en las Ruinas de San Pablo el 23 de agosto de 1868, entre otras frases dej resonando estas palabras, fiel reflejo de lo que iba a ser su autoritaria presencia: El horrible lcrremoto que ha arruinado muchas antes florecientes poblaciones, sepultando en sus escombros a la mayor parte de vuestros deudos y amigos. no es la nica tic las espantosas caja nl dades que la clera del ciclo, justame n te irritado, ha de rramado sobre nosotros. La desnudez y la miseria a que esa catstrofe os ha reducido, y sobre todo, la nube de bandidos que se han lanzado a buscar en el robo una infame gana ncia, han puesto el col mo a vuesl ros desasl res y convertido esta hermosa provincia en un campo de desolacin y mije rte , de lgrimas y delitos udadme a cu nl pl ir
274 en vuestro provecho os nobles deseos de nuestro bcnfico Gobierno. Los malvados, que tiemblen! Si continan comcticndocrmerics. sern exterminados, 35 Al parecer, la psicosis que perturbaba a los amedrentados sobrevivientes haba creado la imagen pesadillesca de esas hordas de criminales y ladrones. No haba sino tal o cual actitud sospechosa, que Garca Moreno la sofoc haciendo vibrar el ltigo sangriento sobre la espalda de las vctimas. Pero su obra de reconstructor alcanz caractersticas formidables: trajin a lomos de bestia ya pie por todos los rincones que haban sufrido los estragos del terremoto. Dispuso y supervis la reconstruccin de puentcs y de caminos. Improvis moradas para aquellos a quienes la tragedia haba aventado a la intemperie. Se empefi con un coraje titnico en remover los escombros de Ibarra, y en tratar de devolver algo de su normalidad a la vida de la urbe. Cumplida su abrumadora faena regres a Quito, para informar al gobierno de cunto haba acometido y de lo mucho que restaba por hacer. Y, desde luego, para entregarle la renuncia de aquella memorable J efatura Civil y Militar de Imbabura. Sintindose entonces seguro de la gratitud del Presidente J avier Espinosa, no vacil en proponerle que respaldara oficialmente su candidatura para sucederlo, pues que el perodo de ste terminaba en agosto de 1869. Haban aparecido ya los nombres de otras figuras notables en la escena electoral de los principales centros del pas: en Quito, Francisco J avier Aguirre; en Guayaquil, Pedro Carbo; en Cuenca, Benigno Malo. La reaccin del mandatario no pudo ser ms noble y sensata: se neg a favorecer a Garca Moreno, y ms an a amparar ninguna intencin fraudulenta para entregarle el poder. En esa respuesta, por cierto, pona en riesgo su propia estabilidad. Pues que a l ni a nadie se le escapaba cul habra de ser el comportamiento garciano de estratagemas, atropellos y furores en el rencoroso y a la vez codicioso propsito de privarle de la investidura de presidente de la repblica. Ahora bien, en lo que concierne a la capacidad impar con que J uan Montalvo dirigi su atencin a la espantosa tragedia de nuestra provincia del norte, hay que encomiar en aqulla, no el esfuerzo fecundo de la accin, sino sus atributos intelectuales para recrear poticamente la imagen de la desoladora realidad, y para hacerla resonar en el alma de la mxima figura del romanticismo europeo, que era a la vez una de las mayores del siglo: en el alma del autor ms universal de Francia: en la de su venerado y amado Vctor Hugo. Hazaa realmente significativa en el mbito de las 135 Esr,ilos ydiscursos deGabrielGarcia Moreio,Tomo II. Ibid. pgs 27 y 25.
275 le! ras patrias. Lo que se propuso nuestro e nsavist a, eso lo consigui de veras. Conmovi pues al glorioso patriarca con sus encendidos apstrofes. Ian!o que l le respondi en seguida. desde el otro lado del mar. Su escrito , incorporado a las pginas de El cosmopolita, alcanz asi celebridad. El riguroso crtico argentino Enrique Anderson lmbert juzga que J os Mart, el modernista de Cuba que compuso tambin unas imgenes magistrales de otro sismo, y que llam a Montalvo gigantesco mestizo, con el numen de Cervantes y la mala de Lutero, se dej acaso inspirar por la prosa montalvina de aquel trabajo: puedo imaginarme dice Anderson lmhert que el autor de El terremoto de Charfrvton, en caso de haber ledo El terremoto de Imbabura, deb de haber sentido el influjo poderoso de esas frases que ahora nos parecen sonar a Mart: las estrellas se apagaron en el firmamento con un chirro temeroso: el incendio nace y crece como gigante en medio de los escombros, iluminando ese teatro, donde la muerte, repleta y abominable.salta de alegra. Montalvo no estuvo presente en el escenario de la catstrofe. Ni lo visit seguramente antes de escribir su ensayo. Pero el ambiente de Quito se habia saturado de noticias, de comentarios, de referencias descriptivas de ese hecho funesto. Adems, el gobernador de Imbabura, Manuel Zaldumbide, separado bruscamente de sus funciones por el inesperado J efe Civil y Militar de la provincia, Gabriel Garca Moreno, se haba dado prisa en publicar una Vindicacin, o defensa personal de las ingentes labores quccumpli antes de la aludida aceingareiana, osca cuando todava temblaba la tierra y haba que socorrer a vctimas y desvalidos. Aquel documento, que es un testimonio fidedigno de la tragedia, y que ha sido parcialmente reproducido por el profesor Roberto Morales, contiene trazos de animada y pattica descripcin que bien pudieron ser conocidos por mi biografiado, amigo del autor de tal vindicacin, y particularmente de su hermano el poeta J ulio Zaldumbide. Hay pues que suponer que no le haca falta ir a impresionarse con las ruinas de Ibarra y de sus poblados circunvecmos. La imaginacin propia de l, a su vez, no necesitaba sino esa laya de datos, ya orales, ya escritos, que naturalmente le iban produciendo una ntima lastimadura, para componer su cuadro del terremoto. Antes de intentarlo record, por cierto, que el gran Hugo haba lamentado en versos vibrantes ci abatimiento de ciudades de Nicaragua, bajo la furia volcnica del Momotombo (Motivos del Motnotonho), y crey sin duda que haba llegado la ocasin adecuada de hacerse escuchar por el semidis de Eranrnbcri. El unc, u ),w,, .,,,,luhn. Mctlcliin (oI,,mhiu Editoria! Bedo,,t. SA.
276 cia. A elloy nada mas que a ello obedeci el qu se le ocurriera escribir su ensayo en lengua francesa, dedicndoselo a aqul. Montalvo mismo da cuenta de haberlo concebido en ese idioma ajeno, cuando hace la publicacin de su versin espaola en el libro quinto de El cosmopolita. Dice, en efecto: Esta elega, si le cuadra tal denominacin, ha sido escrita en francs. Se la publicar en Pars probablemente: mientras esto suceda, si es que sucede, hemos querido comunicar con nuestros compatriotas nuestros pensamientos y afecciones, y publicamos la traduccin castellana. Una de las rarezas de El trastorno de Imbabura (que se fuc el ttulo original) vino a serprecisamente esta de haberse escrito primero en francs. Nuestro autor se vio en ms de una oportunidad tentado a crear sus obras en dicha lengua, por la vehemente ambicin de universalizarlas. Pero por fortuna no ocurri eso. Pinsese en que el encanto de su estilo dimana sobre todo de su penelracin original y lrica en el genio del castellano, su habla materna. En lo que toca a este caso, aunque era sabido que Vctor Hugo s posea un relativo conocimiento de sta, Montalvo no se hallaba dispuesto a fiar en tales indicios, para l insatisfactorios. Al contrario, aspiraba a que el gran poeta le comprendiera totalmente, y a que percibiera con nitidez el trmolo de su emocin creadora. De modo que realiz el empeo de expresarse en un francs de evidente gusto literario, igual que lo hizo una dcada antes, cuando en Pars escribi su carta a Lamartii le. Y, como resulta fcil suponer, entre las imgenes de lo que fue la nueva Arcadia imbaburea, y de las montaas andinas con sus cielos coloreados, y de los destrozos que de pronto ocasion la violenta conmocin de la tierra, y de la angustia de los sobrevivientes en medio de sus casas en ruinas y de los cuerpos mutilados de sus deudos, coloc la figura casi deificada del gran Hugo, para dirigirle sus voces de exaltacin y de ruego de espiritual y lrica solidaridad: Y t, quc alojas cn tu pecho un dios; t, a cuya disposicin est una profetisa de continuo; t a quien las Musas hablan al odo, y descubren acontecimientos de lejanas tierras,sabes lo que sucede en el nuevo mundo a la hora de hoy? T, poeta del corazn, ciudadanodel universo por la sensibilidad yel amor; t, para quien un arruinadocastilb es un poema, una pared carcomida una elega, una columna solitaria asunto filosfico de meditaciones ... no tendrs una mirada para estas ruinas, un ay para estos ayes, una lgrima para estas lgrimas? El acontecimiento es grande; grande como tu alma, potico segn tu poesia. Si el universo es dominio del poeta, encasbllate en el Chimborazo y contempla el mundo desde su inmensa elevacin. Y si descubrieres por Ventura al pequeuelo brbaro que en ajena lengua se ha atrevido a dirigirse a ti, no mires a su inteligencia, que es cosa diminuta; pero ve que en su arrogancia se propasa hasta el extremode medirse contigo en afecciones. 3 713 icrrem,io de tmi,abura. A Vicio, Iiug,. EIc-osmopoliia, ii,O. pgs. 2b4-278. 277 Esta prosa clegaca, aparecida en espaol en la edicin de El cosmopolita de 5 de noviembre de 1868, debi de haberla escrito Montalvo a fines de octubre. Pero a Vctor Hugo alleg medio ao despus. De tal suerte que l juzg intil componer ya nada con el tema del terremoto. Se apresur, esto s, a responder a mi biografiado con una elocuente nota, que se conserva en el archivo de la casa montalvina de Ambato. Este es su texto, traducido del francs: Hauteville Housc, l8de abril de 1869 Seor, Aunque me ha llegado tarde la preciosa carta en la cual tiernamente me invitis a cxci- Lar la piedad por ese terrible infortunio de todo un pueblo, no dejar de aprovechar la primera ocasin que para ello se me presente. He denunciado frecuentemente a los azotes de la humana especie, os dspotas; as denunciar tambin a esa otra especie de tirana del hombre, los elementos. Siento no haber recibido a tiempo vuestra elocuente carta; mas har lo posible para despertar cuanto considere a propsito para el intento, ya que soy en todo de vuestro mismo sentir. Os estrecho la mano porque manifestis un noble corazn. Vctor llugo. Y bien, ha quedado as expuesta, mediante este breve grupo de pginas, la importancia de la gravitacin de un mismo hecho trgico el sismo de Imbabura en la historia de las dos figuras sobresalientes, antagnicas entre s, de nuestra centuria dcimononica. A travs de este recuento se habr alcanzado a advertir que tanto Montalvo como Garca Moreno procedieron a igual tiempo en forma nada comn, dejando cada uno la huella imborrable de sus facultades superiores: el primero con la palabra, el otro con la accin. Lo que luego les vino fue un nuevo enfrentamiento del uno con el otro, ms spero que los que haban experimentado anteriormente, y cuyo desenlace fue borrascoso en la misma medida. El ex dictador haba seguido pugnando por la vigorizacin de su candidatura presidencial, aun a pesar de la determinacin de imparcialidad del gobierno de J avier Espinosa, a quien, como ya sabemos, no logr convencer en su demanda de apoyo. La adopcin de cualquier arbitrio de violencia la dejaba para despus. Era su alternativa. El escritor estaba por su parte resuelto a cerrarle el paso con el mximo coraje. Aun poniendo en juego su propia seguridad personal. Su candidato era el liberal Francisco J avier Aguirre, cuado del general Urbina. Pero hubo de proponer ms tarde el nombre de Antonio Borrero como medio de conjurar las maliciosas afirmaciones de un supuesto movimiento subversivo urbinista, que haban hecho circular los conservadores. El lenguaje en que se embraveca la pluma montalvina para opo t3 homenaje a Moniat,o. (uliura (13 de ahnl de 927). (Ambato).
278 nerse a la campaa de su rival impresionaba por su vibrante rotundidad. Tnganse aqu estas breves muestras: Garca Moreno no puede ser presidente, porque las tres cuartas parles de la nacin ven en l su ruina: para unos, es la tumba; helado y ttrico, Garca Moreno se les presenla como un espectro horripilante: para otros, es el destierro: Garca Moreno se les aparece en forma de hambre, cual fantasma Ifttdo y pavoroso. Para otros, es la infamia. Garca Moreno zumba a sus odos y serpentea como el ltigo. Para otros es el martirio: Garca Moreno retie con el chis chas funesto de los grillos y la barra..t3I En cste pueblo donde el ingenio descollante es un pecado mortal: donde la instruccin es una pesie de cuyo contagio se huye con pavor; donde las aptitudes para el mando, y la inteligencia adornada con los grandes ejemplos de la historia son defectos, razones poderosas de insignificancia, por fuerza tenemos que escoger entre lo ruin: Borrero. Carbo, Aguirre, a un lado!.- Y sepa (Garca Moreno), que sise empea en su propia candidatura, a nuestra ser irrevocablemente el Seor Aguirre, y tendr que matarnOSO morira nuestras manos. Con tan radicales incriminaciones y semejante desafio, la suerte de Montalvo giraba ya en el torbellino de las azarosas consecuencias que se avecinaban. Y que se presentaron abruptamente, mucho ms pronto de lo que se las esperaba. En efecto, invocando el falso peligro de un alzamiento de Urbina, y fascinando a los jefes de los cuarteles, Garca Moreno depuso a Espinosa en la noche del 16 de enero de 1869, y asumi el mando de la nacin. Varias escoltas recorrieron determinados lugares de Quito para aprehender liberales. J uan Montalvo, que se hallaba en la ciudad, busc inmediato asilo en la legacin de Colombia, en compaa de Mariano Mestanza y Manuel Semblantes. Al da siguiente, 17 de enero, veinte aos exactos antes de su muerte, recibi pasaporte para abandonar el pas. Sala al destierro en total pobreza. Ni siquiera poda volver sus ojos humedecidos por la ternura a su esposa Mara Manuela y su diminuto vstago, Carlos Alfonso, porque ellos estaban lejos: bajo el techo hogareo de Ambato. 39 De a ncficada de a razn. Elcosmopo(ika. Ibid.
279 CAPITULO XIV El destierro: Ipiales y Pars No me resisto al deseo de reproducir aqu, en la pgina inicial de este captulo, algunos versos de las Letanasdel desterrado, composicin escrita por el estupendo novelista y poeta guatemalteco Miguel Angel Asturias. Lo hago por dos motivos: por su exacta interpretacin de la suerte aflictiva deL hombre a quien se le descuaja, o saca de raz, del suelo de su patria, y por la aproximacin misma de aquel autor Premio Nobel a la literatura montalvina. Estos son dichos versos: Y t desterrado: Estar de paso, siempre de paso, tener la tierra como posada, contemplarcielos que no son nuestros, vivircon gente que no es la nuestra, cantar canciones que no son nuestras, rer con risaque noes la nuestra, estrechar manos que no son nuestras, llorarcon Hantoque nnes el nuestro, teneramoresque no son nueslros, proh-areomida que no es la nuestra, rezar a dioses que no son nuestros, oir un nombre que no ese1 nuestro, pensaren cosas que no son nuestras, usar moneda que no es la nuestra, senlireamunos que no son nuestros dormir en tumba que no es la nuestra. mezelarse a huesos que no son nuestros, que al tin de cuentas, hombre sin patria, honshre sin nombre, hombre sin hombre.
281 La filosofa de ese amargo ritornelo de que no es el nuestro, de que no son nuestros, no puede ser ms expresiva para dar a entender el despojo de lo propio que sufre el desterrado: ni su nombre mismo le parece el suyo, pronunciado por labios extraos, de personas que, no obstante es- lar cerca de sus ojos, se hallan sin duda lejos del mundo verdadero de sus sentimientos. Y un hombre ntimamente ignoto entre los que le rodean, un hombre sin nombre, es en definitiva un hombre sin hombre, un ser que ha perdido la clida esencialidad de s mismo en las razones de su existencia. Ello en gran parte fue lo que ocurri con Montalvo, durante largas temporadas. Por eso constantemente, en desahogos confidenciales, en explicaciones del destino aciago de los que se han partido voluntariamente de su pas, o de los que han sido privados a la fuerza del suave amparo hogareo; en vibrantes querellas contra la barbarie poltica y denuestos iracundos contra la tirana, ha tenido que referirse a los males de la expatriacin y de la ausencia. Yo necesito recordar ahora que al final de mi captulo VII di cuenta del pensamiento de nuestro escritor sobre las congojas irremediables que resuenan en la nostalgia de los que han dejado, libremente o por imposicin, su techo, su familia, sus amigos. Y que asimismo promet volver sobre el tema del exilio renovando la invocacin de sus pginas de Los proscritos, en que l ha expuesto aquellas impresiones. As debo pues proceder ahora. Los proscritos es un ensayo que lo public en el libro nmero tres de El cosmopolita: esto es en mayo de 1866. Montalvo no haba experimentado todava las angustias del desterrado. Lo que conoca eran las tristezas que provoca el sentirse lejos del terruo amado, y que las padeci durante los tres aos de soledad de su ejercicio diplomtico en Europa, de que he hablado circunstanciadamente en anteriores captulos. Pero aquello era por cierto suficiente para que imaginara cmo deban de ser los sinsabores del que soporta esa laya de dura y muchas veces injusta expiacin, que poco ms tarde se descargara tambin sobre l. De manera que sus frases, en que hay la misma emocin fiel que se dej percibir un siglo despus en los versos de Asturias que aqu he reproducido, pueden llevar a la falsa suposicin de que son, no puntos de reflexin premonitoria, sino consecuencia testimonial de una realidad ya vivada por l: la de los exilios forzosos con que personalmente se le castig en oportunidades posteriores. No haciendo memoria, sino presagindo pues lo que l por destino iba a sufrir, se adelant a dirigirse entonces al lector con estas razones: A las penas que el destierro trae consigo aade la indignacin que causa la injusticia. la acerbitud del corazn al contemplar el triunfo de la tirania, y ve cmo es terrible
282 la situacin LIC los proscritos - citando (u coritzti opriniido se le quiere salir por la garganta no dices para ti: Por qu estoy desterrado? por qu se me priva del trato de mi familia y o is an ] gos? por qu no vuelvo a ve t los lugares queridos donde nac, crec y mc volv hombre? rus prendaste granjearn blandas afecciones tonde te halles: pero es otro el modo de querer de los que nos han querido siempre. y no lees dado decir que puedes de un da otro cambiai los objetos de tu cario - - - .- Ay! dices. cundo volver? he de morir en el destierro? una sepultura prestada ha de recibir mis huesos? Y, como es lo usual en caracteres sensibles, y ms an en aqullos que palpan y reconocen la singularidad de los amables encantos de un especfico lugar del mundo agreste es decir del retazo de naturaleza al que pertenecen se ve impulsado a apostrofar en forma cariosa a los desterrados, con estas expresiones enternecedoras: S. volved amigos; ya harto habis apurado la amargura del destierro. La fuente, el ro, el prado, la tierra de la patria son necesarios ya para vosotros; el cielo, las nubes, los montes, las selvas de la patria son necesarios ya para vosotros; la verde yerba por donde ibais, la hojarasca en que os tendais, la sombra del rbol que buscabais son necesarias ya para vosotros,0 En verdad, y en coincidencia sincera con estas afirmaciones, Juan Montalvo se revela ms ligado al marco natural, todo pureza intocada y rusticidad, que a los centros en donde pulula la civilizacin con sus desabrimientos, sus vicios y defectos. La intensidad evidente de sus afectos se proyecta hacia all, hacia el medio todava indomeado de montes y bosques bravos: Esa es mi patria ha asegurado: cosmopolita ahijado con la naturaleza, O gira en torno de la dulzura de sus campos apaciblemente laborados, a los que sola volver los ojos distantes con aoranzas que conmueven. En cambio pareca que asqueaba las condiciones de la sociedad ecuatoriana en que se haba formado y haba lenldo que batallar tan dolorosamente. Por eso sus enemigos le zaheran de vanidoso y aptrida. En un ensayo titulado Las vsperas sicilianas, recogido por Roberto Agra- monte en Pginas inditas (Editorial J .M. Cajica J r., Puebla, Mxico, 1969), l confesaba con el mayor desembozo: Un ginebrino, cuya lamentable bistorta refietc Vctor Hugo, se dej morir de pena por no haber nacido ingls. Desde que tengo uso de razn, vivo murindome de pesa duniht de no haber nacido ingls, francs alemt uando menos tengo el loco deseo de dormir, noei neucn It ii ,s como uno de los siete sabios, sino diez siglos, pro- fu ndinic ne, sin despertarme ni tus no nuto - Dcs1,us de treinta generaciones la Amrica del Sur ser quizs bahitilile - si es que os cnt Ferran en ceniza sus volcanes, o no se la tragan sus mares, como a la antigua At li si ti sta - 540 EF con,,spohicj ih&p45s25743{
283 Y, naturalmente, fueron mucho ms tajantes los trminos condenatorios que formul sobre las circunstancias abominables que corroan a su propio pas, con masas populares eternamente burladas y vejadas, como hechas para la debilidad y la sumisin, y con hordas inacabables de oscuros politiqueros, adiestrados en el juego de las ms sucias y funestas perversidades. Un siglo y varios decenios han corrido desde entonces, y esas incriminaciones de Montalvo no han perdido fuerza de convencimiento ni actualidad, como para probarnos que s hay males que duran ms de cien aos. J uzgo por eso innecesario aclarar que era torpe acusarle de aptrida por el tenaz y rotundo acento de ellas, y que en el honrado espritu crtico de las mentalidades superiores se mueve siempre una gran corriente de amor, de amor consciente y dolido, que hace objeciones y denuncias tratando de mejorar las condiciones de los pueblos y la tica de sus sistemas y sus hbitos. No cabe pues hallar contradicciones en el comportamiento montalvino. Era un escritor sincero cuando hablaba sobre la tierna pesadumbre de la nostalgia que acompaa a los viajeros, y sobre las angustias del desterrado, y lo era tambin, sin paradoja, cuando confesaba los deseos de irse lejos de su tierra natal, en la que las ruindades y el despotismo de los gobiernos, y el hostigamiento de los gremios intelectuales, y la desalentadora mdi gencia cultural de las mayoras, concentrados cn invencible alianza, le impelan a buscar la triste y siempre dudosa solucin del refugio en pases extranjeros. Alguna vez, en expresion de todo candor, lleg a decir que nada les quedara a deber a los ecuatorianos si se le entregaba el ejercicio de una embajada. Oue jams por cierto se le dio, a l que como ninguno lo mereca. En otra ocasin, desesperado al creer que el esforzarse en su medio nacional era ni ms ni menos que clamar cn el desierto, o pasmar sus evidentes aptitudes y su presentida consagracin de escritor, se decidi a proponer un contrato de trabajo literario al gobierno del Per, a travs de su ministro de relaciones exteriores, Toribio Pacheco, a quien dirigi una carta en fecha no determinada de 1866. Esto es, en el ao en que estaba publicando Elcosrnopolita. Se ha afirmado que Montalvo desisti a ltima hora de mandar su epstola a Pacheco, movido por escrpulos pat riti cos. a los que en realidad era profundamente sensible. Conviene que yo recomiende, desde luego, la lectura de Espaa) la triple alianza, que est en el primer tomo de ese libro, para que se aprecie el buen concepto que mi biografiado tena sobre el ministro de la repblica vecina, y para que se compre nd a que un a causa co ni ti ti n a a F Ti spa n cut iii rica en ese fu 0111 en to inquietante: la de su defensa frente a los amagos (fc recoriquista por parte de Espaa. Pero debo al nusino tiempo precisui- que bav tambin el criterio contrario con respecto al aludido desistimiento. Asi, Oscar Etrri Re
284 ycs en su biografa de Montalvo, ha hecho referencia a que aquella carta se ha difundido a travs de dos ediciones: una, la revista que publicaba en Lima Mariano Ignacio Prado, quien ascendi a la presidencia del Per en 1876, y otra la Revista de Amrica, de marzo de 1913, bajo la direccin del escritor peruano Francisco Garca Caldern. Enviada o no a su destinatario, lo que s se muestra palmariamente cierto es que la propuesta no pas de ser simplemente eso, porque no se concret en ningn tipo de acuerdo. Para que se adviertan el grado de desconcierto y la gravedad de los daos animicos que irrogaron a Montalvo las incomprensiones, las burlas y los agravios desatados en su contra en nuestro pas, conzcanse siquiera unas partes de esa carta a Toribio Pacheco, que aqul debi ms bien destruirla en cuanto la redact: Seor Ministro: El valor y la habilidad poltica dc los gobernantes de las naciones obran grandes cosas: la gloria viene envuelta en sus hechos mismos; pero a la pluma le toca el comentarlos a la posteridad. Los hroes y los legisladores de lo antiguo nos serian hoy desconocidos silos historiadores y poetas no hubiesen tomado a su cargo el perpetuar su memoria. El periodismo es ineficaz; su imperio es efmero, y despus de satisfacer la curiosidad del dia, nadie hace caso de sus columnas. Los acontecimientos que acaban de suceder en el Peni y Chile, han menester otra clase de esciitos ... .-Deseo pues, seor Ministro, publtcar en 1 .ima o en Santiago una obra acerca dc Sud Amrica, teniendo en cuenla las proezas y el xito de la guerra con Espaa, la justa y debida revolucin del Per y las grandiosas consecuencias, juntamente con la conducta y noble porte de los hombres que la han llevado adelante, En el Ecuador no slo es imposible llevar a cima una empresa de esa naturaleza pero tambin es peligrosa: no soy mal hijo de la patria, si digo que ste s que es pueblo semihrbaro: mi patria no es la tierra en que he nacido sino aqulla en donde reinan las virtudes y las luces - si el Per, digo, quisiese proteger mi pluma no tendra de qu arrepentirse. Si hasta ahora estoy desconocido es porque de nada nos sirve e/favor de la naturaleza, si la suerte nos quiere rna!. La tirana va siempre contra los que no la sirven; esio junto con mi honestisima pobreza me han mantenido mudo en este rincn, viendo correr por sobre milos das, iriqui. o ya, pensando que para nada inc serviran mis estudios y una cierta claridad que senta dentro de m. Sin una desgraciada enfermedad, que en mi entenderme postraba para siempre, no habra vuelto de Europa y no habra perdido tanto tiempo. Pero una vez aqu, no he podido regresar y se me handesvanecido misacasodemasiado remontadas esperanzas. Contaba en Fraocia con e patronazgo de Lamariine y de otros hombres lustres, y no vea lejos el da de la gloria: all me alcanz la desgracia, y no mc ha aflojado hasta :,hora. Querra ustcd, Sr. Pacheco, ser para miel Ministro de Augusto? Supongo que usted influye mucho n el gobierno y en el J efe Supremo. La franqueza jams procede de nimo vil: estmela yohrecomo hombre nocomn i4i i 1 Monta(cn,wejiiio tani, ibid pdg 53)
285 Esta carla es liria prueba de que las razones de su temperamento sonador y las sinrazones de las circunstancias adversas y azarosas en que batallaba le conducan a ampararse a veces, en las abstracciones del iluso. Probablemente rio se haba detenido a pensar, en este caso, en la disposicien enconosa que poda haber producido en el pas vecino su misma obra El cosmopolita, cuyo ejemplar le haba remitido a Pacheco por dos ocasiones. No se olvide que en la carla a Gabriel Garca Moreno, reproducida en las pginas iniciales de aqulla. Montalvo clamaba insistentemente por la declaracin de guerra al Per, y aseguraba que, de no estar sufriendo la postracin de su encarnizada enfermedad, l se ercera honrado con la simple plaza de un teniente, o cualquiera otra en que pudiera vencer. O morir corno pocos mueren. Finalmente, vulvase a hacer memoria de que a nuestro desdichado gran hombre no le sobrevino la salida del Ecuador por una destinacin diplomtica ni por ninguna ambicionada contratacin intelectual extranjera, sino por la repentina y huracanada amenaza que se levant con la nueva dictadura garciana, en ese trgico 16 de enero de 1869 que ya he invocado. Todo fue cosa de improvisacin para la marcha hacia el norte. El escritor, Mcstanza y Semblantes, poseedores de sendos pasaportes, dejaron al amanecer del 17 el asilo de la embajada de Colombia. Iban apenas con lo indispensable. Vestan botas con espuelas, sombreros y ponchos, que haban logrado llevar consigo en una reducida maleta, en previsin del exilio inminente. El representante diplomtico de aquel pas les haba proporcionado unas modestas caballeras de alquiler. Tenan que hacer rumbo a la poblacin de Ipialcs, que est al otro lado del ro Carchi, lnea demarcabria ecuatoriano-colombiana. Se tomaba para ello no menos de una semana. Trotando donde podan; a paso lerdo en las partes difciles o daadas del camino; haciendo que la esforzada pezua de sus animales jadean tes cscalara a los sitios elevados de la cordillera, y detenindose, en fin, ante las autoridades que les obligaban a identificarse y exhibir los papeles de su salvoconducto, alcanzaron a llegar despus de tres das a Pcguchi, hacienda y casero prximos a Ibarra. Desde ah les quedaba una extensin igual de viaje. En Peguchi <ontaha ms tarde Montalvo en el seno de la intimidad encontrme con un caballero. Vena yo montado en una cabalgadura deleslable: a Peguchi llegu enfermo el joven Vctor Gangotena, despus de comportarsc hidalgo en tod. me proporcion un caballo muy bueno. Eso de cualquier modo fue un alivio. Senta el estropeo del largo recorrido en una montura de tan mala condicin, indcil a sus destrezas de jinete. Sobre lodo le afliga el problema de su pierna reumtica. Pero tamfl
286 bie rv una irritacion de la garganta. Avanzaba pues rial humorado y silencioso, aunque sin quejarse ni dar a notar que le flaqueaba la voluntad, Su estoicismo fue siempre ejemplar. En Ibarra se desmontaron, para perctar all. Y pronto se les acerc al tambo, o venta humilde en que se es haba acomodado, un vejancn que ejerca el gobierno de la ciudad, y que alardeaba de ttulos de nobleza. Tras un saludo ms bien autoritario y la lectura de los documentos de los tres deportados. dio aquel unos pasos hasta ponerse cara a cara con Montalvo. y entonces sorpresivamente le increp por su irrespeto a la aristocracia de Gabriel Garcia Moreno. al habrsele declarado enemigo: Cmo ha sido posible le deca furiosamente, cmo, que usted usted! haya cometido la audacia de faltar a don Gabriel en su digndad y en su elevada clase social, tan distinta de la suya. Desde luego, de gentes como usted agregaba sin darle tiempo a responder hay que esperar siempre lo peor. Quiso continuar, acostumbrado como estaba a confundir el ejercicio de la autoridad con el ultraje, pero el escritor, que haba olvidado sbitamente sus molestias corporales y su fatiga, y que tena todas las ganas de escupirle en el rostro, sofren un poco la iracundia que le posea en ese momento, y, lanzndole una mirada de fuego, rasg un gran carajo y de un empujn le puso al miserable afuera, exigindole que primero vaya a asentarse la grea y a lavarse las manos. Ese incidente estaba demostrando que El cosmopolita haba circulado por una y otra parte del pas, no sin dejar sus efectos. Estos por cierto se descubrieron mejor en un hecho inesperado, que se dio en esas mismas horas, en el ambiente fcilmente franqueable de aquel modesto albergue del camino: fue el flujo de muchos curiosos annimos, del sector popular, que, en cuanto supieron que ah se encontraba reposando el bravo polemista, iban y venan llenos de callada excitacin,con el nimo de conocerlo y de mirarlo despacio. El propio Montalvo nos lo ha revelado con irona en el siguiente pasaje de Los incurables, folleto de improvisada defensa personal que public en Bogot, y en cuyas pginas puntualiz el origen de las actitudes agresivas con que, en 1872, se le enfrent el doctor Mariano Mestanza, pese a haber sido su compaero de desventuras en este viaje al exilio: En tas ruinas de ibarra. de paso para Colombia estaba yo estirado por ah en a barra- quita donde me acogieron. Entraba la gente y sala cn curioso vaivn, sin saludar ni despcdirsc. despus de contemplarme agrupada en frente ma. Cul es? decan. cul es el cosmopolita? En esto le veo a mi doctor Mcstanza tieso como la carabina tic Ambrosio, inmvil, agrio. frunctdo. tactiurno, emponzoado, porque la gente del pueblo no pregu ntaba: Cul es el doctor Mesta nza? Desde entonces me j ur odio mplaealsle. 1 os imbahureos tenan doble razn para desear eonocertne, mis escritos u general, y las pginas en que yo babia lamen ido su catstrole; cuyas pginas (sic),
287 sea dicho de paso, me valieron lina hon rosa carta de Vctor litigo. Oti haba hecho por su parle el ahad de San Sulpicio?. 4? Provocado este disgusto en las interioridades de Mestanza, y no obstante la compaa siempre ]eal y afectuosa de Semblantes, el resto del itinerario se le tom an ms pesado a nuestro escritor, Cabalgaban por el valle de polvo, insalubre y ardiente, del Chota, por los riscos pedregosos que conducen a las poblaciones del Carchi, por los fros desiertos del pramo, en donde la naturaleza, como para defenderse del hostigamiento del clima, ha multiplicado esa tibia y aterciopelada rplica de las orejas del conejo que son los frailejones. Hacan sus paradas, de cuando en cuando, en cristalinos abrevaderos para las bestias, y luego en rsticas posadas de caserio para yantar y dormir. As alcanzaron a llegar, a los seis das de su partida de Quito, al punto extremo del norte del pas, Tulcn. Afortunadamente haba ah personas amigas de uno o de otro de esos tres emigrantes. Y de modo particular lo eran aquellas que profesaban el credo liberal, denominador comn de los opositores de la dictadura. Fcil se haca entonces advertir que en esa ciudad haba sido ms cierta y eficaz la resonancia de El cosmopolita. Al respecto, bueno es que yo recuerde que Tulcn fue de los lugares ms adictos a las campaas polticas de Montalvo. Hasta hubo ocasin en que su pueblo, en vibrante manifestacin callejera, proclam el nombre de l para la presidencia de la repblica. Por lo mismo, nada es ms justo que aceptar, ya que hay alguna constancia de esto, que fue una familia tulcaneala de los Arellano del Hierro quien le recomen d ante e1 doctor Ramn Rosero, de Ipiales, para que le acogiera en su hogar. Unicamente de esa suerte se explica que pudiera conseguir, como en efecto consigui, inmediata y generosa hospitalidad. La casa de los Rosero estaba en pleno centro de la plaza principal de piales, que es la 20 de Julio. Amplia construccin de dos pisos, con un espacioso jardn interior, era de las mejores del villorrio. 1 lasta ahora se yergue con aire respetable, aunque ya bastante modificada. Las habitaciones familiares estaban en la parte alta, y eran dilatadas y claras. Al ilustre forastero se le arregl un aposento algo ms pequeo y modesto, pero cmodo y escrupulosamente limpio. Sus compaeros de destierro Mestanza y Semblanteshaban continuado viajando hacia la costa, para navegar a Panam, i desde all hacia Europa. Terminaron incorporndose ellos a la colonia ecuatoriana de Pars. Montalvo careca totalmente de medios. Se vio obligado a permanecer en la gris y melanclica soledad de aquel poblado, bajo el peso de amargas incertidumbres, agravadas porsu misantro 4 [.usuiul .,i,ics, Pg,na desconocida,. Bogoi. Tipografia des [(1,16,,. it,,], 872
288 pa incurable, por su aversin a toda aya de humillaciones, por tiria insuperable timidez, que tomaba las formas de la delicadeza y a huraia. Cierto es que se sentaba a la mesa hogarea del doctor J uan Ramn Rosero, y que en ella se le oan con seduccin y cario sus Frases de impresiones.. comentarios y confidencias. Ni la lentitud con que redondeaba sus expresiones ni el timbre dbil y agudo de su voz conspiraban contra el efecto que naturalmente hacan sus ideas y sus espontneas muestras de ingenio en aq tic 1 grupo tan privado y cordial. Pero mio pasaban de eso sus fugaces re! a ciones . tU no mi ti ma ha con nadie - Y peor afuera, cli ci mu mido de la ca Ile. Desde cuando lleg a piales su hbito era andar y andar, triste y abstrado, por los sitios desamparados de las afueras. A ello obedeci el que un da ocurriera un hecho que es revelador del infortunio que se cerna sohrc su condicin de proscrito. Lo ha contado su mismo favorecedor el doctor Rosero. En efecto, ha hecho ste referencias a que el seor Montalvo era noble en sus reacciones, intachable en sus costumbres, y desde luego zahareo, renuente a tertulias y visitas, y a otorgar a nadie confianza. Y en seguida ha recordado que, como se alejaba a menudo de la casa, en una ocasin le aguardaron intilmente para almorzar. Ni apareca ni haba dejada ninguna indicacin. Ello le inquiet de tal modo que averigu entre los vecinos si le haban visto caminar hacia algn lado, slo mediante informaciones dudosas y conjeturas fue atravesando llanuras solitarias hasta aproximarse 1 un barranco distante, al pie de cuyos declives consigui al fin observar la tigura recostada de su husped. Apresur el paso y, sin que jams lo hubiera sospechado, le sorprendi en total abandono, con el rostro mojado en lgrimas. Mc espa usted?, le dijo ste incorporndose rpidamente, y hacindole notar la irritacin de que le hubiera encontrado en ese preciso momento de su conmovedor y escondido desahogo personal. El doctor Rosero no atin a responderle nada: senta la misma confusin de Montalvo. Se le haban enrojecido las mejillas. Parece que me qued aqu ms de la cuenta, mi doctor J uan Ramn, expres entonces mi biografiado. recuperando en cierto modo el sosiego. Y continu: aunque usted no lo haya imaginado, yo soy desde muchacho algo propenso a estos enternecimientos y a este tipo de lgrimas, No (Jebe usted creerme un cobarde . . - y le pido la mayor reserva sobre esto, con los de su casa y con sus amigos. Al fin, usLed sabe, a nadie le est prohibirlo soltar sus pocas lgrimas a solas, lejos de cualquier conmiseraein, Yo te migo fuertes motivos para esc. LI doctor Rosero le interrumpa a ratos sus reflexiones cori breves palabras de isenhirimiento: comprcntlo, .is es, este destierro e ha trado i usted dolores e incomodidades
289 Muchos, aseguraba el escritor, y razonaba sobre la humillacin que haba en compartir el pan de la mesa ajena; sobre las desesperanzas del retorno a un pas que seguira indefinidamente, iquin saba si hasta que se le acabara a l la vida!, en las garras de la tirana; sobre el olvido de que ya era vctima por no estar en una posicin eminente; sobre la prdida del hogar, con un nio de pocos aos en el desamparo. Aluda a Carlos Alfonso, porque Carmen no haba nacido todava. El alumbramiento de ella ocurri muy poco despus. Mientras nuestro escritor se hallaba en piales. En el archivo de la Iglesia Matriz de Ambato se puede en efecto leer la siguiente constancia: En ocho de Mayo de mil ochocientos sesenta y nuebe bautis solemnemente el P. SS Cadena a Mara Carmen hija lejtima del Sr. J uan Montalbo y de la Sra. Mara Gusman: fue su madrina la Sra Mara Carmen Gusman quien advirti obligacion y parentesco. Doy fe J oaqun Uquillas. llago notar, en una ligera digresin, que ese nacimiento ha ocurrido a los siete meses exactos del enlace conyugal de J uan Montalvo y Mara Manuela Guzmn. Cabe entonces preguntarse si Carmen fue hija engendrada dentro de matrimonio, esto es, si fue sietemesina, o si su procreacin, ocurrida acaso dos meses antes de ste, determin a los padres a realizar prontamente su boda. Si se dio esto ltimo, ello significara que los amantes haban reiniciado sus relaciones prohibidas despus del drstico rompimiento que se produjo entre ellos, y al queme he referido en el captulo correspondiente. Por cierto, en piales recibi oportunamente Montalvo la noticia del advenimiento de su hija, a quien no haba de conocer sino de siete aos de edad. En esos mismos das le lleg tambin la primera carta de Eloy Alfaro, desde Panam. Este joven revolucionario y futuro caudillo y estadista, un decenio menor que mi biografiado, ya se haba empeado en audaces hechos de armas desde su adolescencia. Era urbinista y ardoroso combatiente de la libertad. Estaba posedo de una radical aversin a la dictadura garciana. En uno de mis ensayos del libro Confesin insobornable he manifestado que no podrn representarsc fielmente a Alfaro sino los que contemplen la figura de l entre los numerosos episodios de violencia que en su poca hicieron trepidar al pas entero. Se mostraba evidente que las luchas comenzadas en los aos heroicos de la independencia slo haban alcanzado a declinar en forma pasajera. Pues que tras breves perodos de tregua volvan a recrudecer, insofocables, e igualmente angustiosas. Eran como rescoldos que haban aguardado avivarse al impulso del huracn. El coraje animaba el pecho de mucha gente, y np nicamente de los guerreros. Hasta los intelectuales sufran el influjo de esa atmsfera tumultuaria,
290 que los predispona para la accin viril y riesgosa. Es por eso muy obvio concluir que a Eloy Alfaro le puso su tiempo una espada en la mano, las transformaciones que l quiso para su pas, aqullas por las que m:iii(iivo en pie de combate a un pueblo generoso, tuvieron que convertirle cn un hombre de trinchera. Lo fue por aos y aos. Hasta su avanzada madurez. A eso obedeci el que se ganara. igual que antes en su patria el argentino Domingo Faustino Sarmiento, el glorioso apodo de Viejo Luchador. Y si es cierto que en innumerables acciones de armas conoci la derrota, tamhin lo es el hecho de que siempre sali de aqullas con e1 nimo retemplado. Con una porfa de grandeza cada vez ms firme. Tras varios lustros de campaa, en que dilapid energas y fortuna, instaur por fin su liberalismo. Eso signific mucho ms dc lo que comnmente imaginarnos. Junto con la doctrina, que en s misma traa el renuevo vital de las conciencias (y esto no es un simple decir), se fueron estableciendo cambios jurdicos, institucionales, educativos, sociales y de comportamiento internacional que persisten ahora, como para probar la hondura y sustantividad de ellos. El viejo guerrillero, que ya arm sus guerrillas en aos distantes, realiz la nica revolucin verdadera que ha experimentado este pas despus de su independencia. Y bien, hacia la fecha, de mediados de 1869, en que escribi su carta a Montalvo, se hallaba establecido en Panam, y no haba an cumplido sus veintisiete aos de edad. Desde esa ciudad estimulaba, socorra materialmente y orientaba los conatos revolucionarios liberales que se gestaban, por desgracia con mucha incoherencia, dentro del Ecuador. Y desde luego, cuando le demandaban las circunstancias, no vacilaba en abandonar su casa para ir a confundirse personalmente con los rebeldes. Esa existencia agitada y fragosa no le haba permitido tener algn encuentro con el escritor. Pero entre los dos haba ya una familiaridad espiritual, consecuencia de su aprecio mutuo y de una comn posicin ideolgica y poltica. Alfaro senta que necesitaba junto a l una pluma heroica, que suscitara el coraje revolucionario colectivo y perennizara, adems, sus propias accioncs de combatiente y caudillo. Montalvo, por su parte, adverta que le eran necesarios los fulgores de una espada superior, no convicta de barbarie ni de torpes desmanes e intransigencias, sino slo enardecida de amor por la suerte de la nacin; para ver al fin realizados los propsitos de sus campaas, y satisfechas tambin sus legtimas aspiraciones individuales, en proporcin a su creciente prestigio de escritor. Haba pues el ambiente favorable para que ambos se comprendieran y aproximaran. Eloy Alfaro contaba afortunadamente con los medios de ayuda que le eran ms preciosos a Montalvo. Medios por cierto prosaicos. aunque imprescindibles: los
291 dci dinero. En efecto. aquel hombre de arruas era a la vez Un empresario cKccpcloflal. Haba conseguido hacer ganancias cuantiosas en Panam, no OiNLIltc su condicin de inmigrante. Ejerca el comercio en una poca en qac ah circulaban muchos capitales extranjeros. Mantena relaciones con lnv.latcrra y Francia. Era agente de una lnea de navegacin alemana. In vcrtia Inertes sumas en actividades mineras, y le era muy rendidora su explotacion de la plata en yacimientos de la repblica de El Salvador. 1 laha logrado, en [in , constituir bajo su nombre para el manejo de esa pluralidad de intereses, una compaa realmente millonaria. Pero lo ejemplar en l cia ple jams se vea devorado por el afn avaricioso de atesorar lo qtle sus desvelos le producan. Aparte de los gastos de sus movimientos armados, la mano de Alfaro no se daba as tregua en sus actos de generosidad con el padre. los hermanos, los amigos. Esto lo saban los ecuatorianos. Por eso mc atrevo a suponer que algunos jvenes liberales de Ouito, mediante tal o cual tipo de correo reservado, alcanzaron a requerirle que volviese los ojos al cosmopolita, perdido en su exilio ipialense; oque Manuel Semblantes que ello es asimismo probable de paso a Europa, le visit en Panam y le habl de la desastrada situacin econmica en que haba dejado a su ilustre compaero de destierro en el villorrio fronterizo de Colombia. No ha quedado prueba de ninguna de estas dos iniciativas. Ni tampoco se conoce el texto de la carta con que invit a nuestro escritor a hacer el viaje a Panam, y con la cual seguramente le envi el respectivo auxilio de dinero. Mas debi de haber habido uno de estos antecedentes para aquella su determinacin de salvarlo de la oscura soledad pueblerina en que estaba consumindose. juan Montalvo reconoca que iba a ser mayor la distancia que hasta entonces le haba separado de su patria y de los suyos. Sin embargo, senta un losequ de consuelo y de renovacin de su fortaleza de nimo con los auNpicios llegados de Alfaro. Prepar pues su salida de Ipiales con los sericios cordiales del doctor Rosero: se le ofreci un buen caballo, y se le consigui la compaa de otro jinete y de un par de arrieros que tenan que haccr ci mismo rumbo hacia la costa colombiana. El trayecto era de veras di ici 1. 1 laba que practicarlo, en buena parte, por en medio de vastas y cerradas extensiones de selva, con sus acechanzas de mosquitos y reptiles y los naturales agobios de un clima caluroso y hmedo. Fue esa una de sus uds ingratas experiencias de viajero. En los varios das que le tom el des plazainicnto a la poblacin occidental de Barbacoas, y luego al pequeo bel te de lomaco. hubo oportunidades en que se trag las lgrimas de la mc iipi.icbn y de la sensacin total de la desgracia. Ech maldiciones contra Garca Moreno y suspir por su techo ambateo, en que cran ya dos
292 los vstagos que se vean privados de la rutela paterna. Cuando arrib a su destino estaba ciertamente maltrecho. Tornaron a fastidiarle los corisabidos problemas de su salud. Hall hospedaje por dos das en los altos de un modesto albergue tropical de madera. Pues que deba aguardar ci barco que vena del sur. Al acoderar ste lentamente ene! rstico muelle de lunaco, algunos pasajeros se asomaron a a borda, y entre ellos estaba ci general ignacio de Veintemilla, futuro dictador de la repblica ecuatoriana, desde luego vctima, a su tiempo, de los encarnizados ataques de la pluma montalvina. En el momento de ese repentino encuentro eran todava amigos. Por ello, al mirarse el uno al otro de manera tan inesperada, parece que sintieron una satisfaccin recproca, y se saludaron efusivamente. Veintemilla, tras haber sido colaborador de la primera administracin de Garca Moreno, haba devenido,como consecuencia del asesinato de su hermano. en opositor violento de! rgimen de aqul. Precisamente en esta vez ha recibido pena de destierro y llevaba la intencin de refugiarse en Europa. Como se ve, a los dos les una su aversin a la tirana garciana y una suerte comn de emigrados forzosos. Aun ms, tanto el general como el escritor haban expresado laconveniencia de poner fin a la vida misma de su enemigo. Por la confesin de uno de los ejecutores de aquel magnicidio, ocurrido aos despus -Manuel Cornejo Astorga---, lleg en efecto a saberse que el general Veintemilla haba afirmado, al salir deportado desd Guayaquil: La historia nos ensea el camino por donde debemos marchar. Marco Bruto mata en Roma al tirano en pleno senado, sin otra frmula que veintitrs pualadas y sin otra ley que la libertad de Roma ... para zafar de un pcaro como Garca Moreno no hay otro camino. Desde luego, los temperamentos de estos dos ecuatorianos que as, casualmente, se juntaban en Turnaco para una misma navegacin, eran notoriamente distintos. E inapropiados para e! ejercicio de una real amistad. A Montalvo lo conocemos ya como un ser inclinado a las esquiveces, los silencios, la hermeticidad del misntropo. Y adems como alguien permanentemente apegado a una morigeracin casi monstica de las costumbres. Veintemilla, en cambio, era expansivo, jactancioso, farandulero. Y, por su medio socia! y las oportunidades de su ascensin en la carrera militar y en los crculos de influencia de la poltica criolla, se haba habituado al boato y a los goces de la buena mesa y el licor. El aspecto personal de ambos era tambin desemejante. De modo que cualquiera poda notar el contraste que hacan mientras se reunan en las largas horas de su viaje, para dilogos en que el escritor constantemente callaba, ya por desdn, ya por la insondable meditacin en sus propias cosas. Ambos, esto s, haban
293 coincidido en asegurar que Eloy Alfaro estara pendiente de la llegada de ellos a Panam. Y eso sucedi as, efectivamente. Porque an no haba acabado de tondear el barco cuando ya lo divisaron, sonriente y agitando con su mano derecha un albsimo sombrero de paja, de su tierra manabita. Era la primera vez qe Montalvo vea a su futuro favorecedor. cuyo oportuno mecen azgo iba a servirle, en parte apreciable, pa ra sobrellevar durante ms de una temporada las privaciones de sus dos exilios. Pequeo, robusto, de rostro castigado por los soles, con el pelo cortado al rape, militarmente, y con bigote y perilla definidamente oscuros. Se le advertan unos o jos expresivos y relampagueantes. Era animado en la conversacin, pero ella era de acento suave y cordial. Su voz misma era muy poco sonora. Pronto simpatizaron entre s estos dos hombres superiores, escogidos por el destino para una gloria tormentosa. Fraternizaron pues amablemente en los breves dias de Montalvo en Panam. Y hasta pareci que ste sala de sus desalientos bajo el calor de los entusiasmos revolucionarios de Alfaro, de su vitalidad y energa, de la fe magntica que pona en sus proyectos y sus campaas. Por otro lado, ah mismo recibi pruebas inmediatas de su generosidad. El futuro estadista le instal cmodamente. Le compr pasaje para Francia. Le dio una suma de dinero para las primeras semanas de permanencia en aquel pas, y aun le prometi extenderle las ayudas que en lo posterior llegara a solicitarle, para cuyo propsito le hizo tomar nota precisa de s direccin panamea. Nuestro escritor se lo agradeci, no sin aclararle que todo ese apoyo lo tomaba a ttulo de crdito, que tratara de satisfacerlo prontamente. Eran razones de dignidad, y no de esperanza en un cambio de su condicin, las que le hacan hablar de ese modo. Alfaro tambin aloj a su costo al general Ignacio de Veintemilla, quien desde luego no le acept ni el pago del viaje ni ningn otro tipo de asistencia, pues que Garca Moreno haba ordenado que en la pena de su destierro no se incluyese la privacin de los emolumentos que se le deban por su alto grado militar. Adems contaba con otros recursos propios. Gracias a esta magnnima determinacin de su inesperado mecenas, J uan Montalvo consigui llegar de nuevo a Parfs, hacia los primeros das de julio de 869. Encontr, ante todo, que el clima estaba todava delicioso. Le posea un fugaz optimismo, tan infrecuente en l. Buen conocedor de la ciudad, no le fue difcil tomar una residencia agradable, aunque proporcionada a los pocos fondos que llevaba consigo. Pensaba que en esta ocasin deba buscar un beneficio econmico de su ejercicio de escritor. Se suele recordar que alguna vez expres enfticamente que su pluma no era cuchara, para dar a entender que su literatura no estaba animada de prosaicos fines utilitarios, y que por lo mismo el lucro andaba siempre lejos
294 de la prctica de sus talentos excepcionales. Si realmente l lo crea as. se era un errado creer. Porque nada es ms digno que obtener una ganancia con e trabajo honrado, yen ci escribir puede haber no riiemente la honradez de una labor abnegada, sino tambin una suma de rigores ticos. Habr entonces que suponer que lo de cuchara haca referencia ms bien a la desvergenza, desgraciadamente extendida, de los hombres de pluma que truecan a sta en instrumento canallesco de provechos inmorales y de granjeras, ponindola al servicio de cualquier gnero de infamias, N1ontal- yo se hubiera dejado matar antes que caer en semejante debilidad. Pero lo otro ---el alcanzar el sostenimiento cotidiano mediante la profesin de escritor no estaba fuera de sus aspiracioiles, siempre que ello no conspirara contra las calidades de perennidad de su obra. Prueba de eso fue la carta al ministro peruano a que ya he aludido en este capitulo. Tambin lo fueron ciertas frases suyas relacionadas con el proyecto de ir perpetuando, mediante el testimonio impreso, los grandes hechos de Alfaro. Y desde luego lo fue el requerimiento formulado al intelectual colombiano J os Mara Samper. en esta segunda estada en Pars. Ms adelante har una rpida memoria de eso, Llegado a la capital francesa, su inters inmediato fue establecer co nexiones con las personas que quizs se hallaban en disposicin de ayudarle. Haba un grupo de ecuatorianos radicados ah, cuya condicin econmica era ms o menos satisfactoria. Algunos procedan de familias que se haban ennquecido con el laboreo de la tierra y la exportacin. En su mayora conocan y apreciaban el prestigio literario del cosmopolita. No faltaban los que aun se haban entusiasmado con lo explosivo de sus campaas anticonservadoras. Su posicin de librepensador y de adversario de las dictaduras, en torno de la cual se arremolinaron en el Ecuador las desconfianzas y los odios polticos, y tambin las objeciones de los ministros de la Iglesia, le haba conquistado en verdad una irresistible nombrada. En Pars se hallaban tambin algunos hispanoamericanos que amaban las virtudes estilsticas de sus escritos. Y estaban por cierto dos o tres de sus antiguos amigos franceses. Todo le induca a suponer que su extraamiento ah tendra que ser de algn modo llevadero. Una de sus primeras cartas, fechada el 19 de julio de 1869 en aquella capital, le muestra con un evidente nimo de alivio. Se la dirige a su amigo el doctor Cayetano Uribe, cnsul general de Colombia en Quito, quien le ayud sin duda a asilarse enia legacin de ese pas y a obtener salvoconducto oportuno para salir al destierro, y con el cual adems parece que mantuvo correspondencia desde Ipiales, tal vez polticamente inconveniente para Uribe. Lase esa carta, que da una imagen elocuente de esta nueva experiencia montalvina:
295 Muy apreciado ofligo: Me parece que de Paris puedo escribirle sin poneile en riesgo ninguno? No dirn a lo menos que he venido a enganchar a Francia, asi que ya voy con Rosas y pasi usos. Siento en ci al n,a, mi 1 )r. Uribe, haber sido yo a causa, muy involuntaria por cierto, de las molestias que le han causado en Quito: mi deseo de comunic1ir con u it amigo como usted y la inocencia de mis cartas, me volvieron imprudente. Ahora, si algo le incluyo, sern misivas de Rousseau (aunque sea de la tumba) y de Desmarres o del Papa si Ud. quiere.- Qu aventurn esese, dir Ud.; el Cosmopolea en Paris? Si seor, en Paris, en la capital de Francia, nada menos: audacia, audacia, y ms audacia y nada ms. Vamos a ver, vivir o morir arrastrado por esos ruines pueblos, hambreado y embrutecido? No era peor quc venir a buscar aunque sea el hambre cii el mundo de la luz? Tal vez he hecho una tontera; pero tontera de mucho talento.- 1 lay ni ro mal agero para nti, querido amigo: Victor lugo me ha dirigido un a cari a :ni lg raf i. Recibir felicitaciones de bis hi ml bres ms i ust res, tener carias de Lamartine y Victor lugo, noessuficicnte titulopara moriren la nnseria, perseguido por mis compatriotas, aborrecido de antigos? 1_as cosas de Dios l las principia y l las concluye: nadie puede poner la mano en la suerte, Que el porvenir es oscuro, todos lo sabemos i en la oscuridad del rito gentlina alguna luz, ella se deseraeolser. Por ahora no estoy bien sino a fuerza de energa. - Escribame y no sea tan lacnico: el escribir a un amigo es tambin buena ocupacin. V:lgase de don Teodoro Gmez para la remisin de sus cartas. 43 Aqu he de sentar una aclaracin harto interesante. La carla de Vctor hugo a quc est aludiendo es la que ya da conocer en esta biografa, y cuyo origen fue el de las pginas que Montalvo le dedic, admirativamenle, con ocasin del terremoto de Imbabura. La fecha de aqulla es la del 18 de abril de 1869. De manera que nuestro escritor debi de haberla recibido en piales a mediados de ao, breve tiempo antes de viajar a Pars. Pero lo que pocos saben es que dicho ensayo elegaco lo hizo l llegar al venerado patriarca del romanticismo francs, al gran Hugo, a travs de otro ecuatoriano: Manuel Gmez de la J orre. Que fue precisamente hermano de la pcrsona a quien nombra en la epstola a Uribe que he acabado de transcribir. Este don Manuel como se acostumbraba llamarlo esta- ha residiendo en la capital de Francia, y para entonces tena una buena relacin de amistad con Montalvo. Gracias a su mediacin nuestro escritor satisfizo el particularsimo anhelo de ser ledo por aquel espritu superior a quien haba destinado esa su prosa memorable, y, lo que es ms significativo, recibi la breve pero alentadora nota de respuesta. Cuando la amistad con Gmez de la Torre se deshizo parece que ste intent apagar el natural impulso montalvino de mostrarse orgulloso con la carta autgrafa de Vctor Hugo, indicando que ella se debi a su diligencia personal y directa en Pars. La reaccin de disgusto que tal revelacin,conocida a travs 45 .sfs,sla soessuPjis laru, lsd, pgs it -82 296 de un escrito injurioso de Marcos Espinel, produjo en Juan Montalvo, se ve en las palabras que entonces public: Ah .iijo. don Manuel mal hombre el no haberle conlesiado una carla ruin, el haherlc quitado ia salulacin cuando supe que no deba saludarle, no cran deudas de cobrar con quimeras atroces. Pc ro la vanidad :5 cruel como la hic na - 1 .a barba cana es el smbolo del respelo: mas cuando la nienli rase aposenta en ella, los dioses se van de ese bosque sagrado - - .- t a sangre se le ha de agolpar al rosl ro al pobre don Manuel, cuando oye a sus paniaguados hablar de sus favores para conmigo y de mis ingratitudes. Ingrato, horriblemente ingrato, porque no pagoen dincrosonanle a don Manuel Gmez de la Torre la carta con que me favoreci el poeta Victor Hugo! Lo han dicho, ellos lo han dicho. Me dict por si acaso don Manuel las pginas escritas con ocasin del terremoto de Imbabura? Fsta ol,rii a nc ha val ido esa carla. Ah! ya caigo: don Manuel hizo cuanto humanamente se puede hacer por alcanzar para m de Victor Hugo patentc de literato, como los ladrones ohticneri certificados de honradez. Si esos esfuerzos inauditos no los hice yo sino don Manuel, a l le toca la ganga de la comparacin; y hace mal en ocuparsc cnn tanto empeo en cosas semejantes a las que profesaban los beatos de Cabrilla. Victor Hugo es hombre que dirige cartas honrosas a quien no las merece, a ruegos de uno quc no conoce, Cristo crucificado! Antes se aprovech ese seor de la oportunidad de remitirle al poeta mi elega, para enderezarle l tambin su papelito, y me debe el poseer un autgrafo de dos lneas del viejo socialista. FI es el ingrato -. A la verdad, Hugo no era de los que se prodigan en comunicaciones epistolares con otros literatos, y peor de los que acostumbran repartir lisonjas por el requerimiento de cualquiera. Enteramente vano sera que yo dijera esto si no me propusiera llamar la atencin sobre el punto extremo a que llegaban los argumentos de los ecuatorianos para desconocer los mritos de su compatriota. Lo que s tena caracteres de evidente era la disposicin huguesca en favor de asuntos que concernan a lo hispano, entre los que se contaba la apreciable prueba de lirismo del trabajo de Montalvo sobre la catstrofe de Imbabura. Yo debera hacer notar que, hacia esos mismos aos, aquel indiscutido genio de Francia escribi tambin otra carta, sin duda ms elocuente que la recibida por nuestro autor, a un periodista argentino: Hctor Varela, director y redactor en jefe de El Americano, e hijo del clebre creador Florencio Varela, que se refugi en Montevideo por su lucha antirrosista. Vctor Hugo se expres entonces en nuestro idioma, con frases no desprovistas de encanto, y lleg precisamente a hacer a dicho redactor esta confesin: Amo esa gran lengua espaola que usted escribe tan bien - y que yo balbuceaba en mi niez, Por fin, en lo que toca al rompimiento entre Manuel Gmez de 1:: Torre y Juan Montalvo, y a cuya incidencia se ha referido ste en las lineas 14-1 j,ala . dgrnas aesccjnocuigj 1flairs flf-.ogn,ti,, fr 51 Md,c,s Marzo le 1871 AmO,, Fil, 1,, S its 754.257 297 que he transcrito, es conveniente saber dc antemano que esta segunda permanencia cn Pars no le result nada fcil. Podo lo contrario, pronto se VIO en la angustiosa soledad ocenica deja vasta ciudad, sin medios econmicos y sin las oportunidades de trabajo literario que, con optimismo, crey iba a encontrar. Y corno se le Volva delicado dirigirse tan de inmediato a Eloy Alfaro, no le qued ms alternativa que acudir a tal o cual amigo de la colonia ecuatoriana, en demanda de prstamos. Uno de aqullos fue el tan mentado don Manuel, que seguramente le atendi en las primeras ocasiones en que se le acerc. Y que despus, suponiendo quizs que as tambin le brindaba una ayuda adecuada, le mand unas camisas nuevas para su uso personal, acompaadas probablemente de la carta a que con disgusto ha hecho mencin nuestro escritor. Pero ms que ella misma lo que debi de haberle ocasionado descontento fue el tipo de obsequio. que se lo devolvi de inmediato con la indicacin de que l no necesitaba esas prendas. Hago ahora esta afirmacin porque alguna vez se la he odo, confidencialmente, a Gonzalo Zaldumbide, admirable prosador y crtico de la obra montalvina, quien fue tngase esto en cuenta hijo de J ulio, o sea de uno de los amigos ms cercanos de Montalvo, y a la vez sobrino materno del propio Manuel Gmez de la Torre. Se ha citado tambin, entre algunos estudiosos, otra causa de la abrupta terminacin de aquellas relaciones, que bien puede estar entraada de verdad: es la de que, fastidiado con las peticiones de prstamos, don Manuel lleg a decir despectivamente ante un grupo de ecuatorianos: este zambito no me deja tranquilo. Y, como es lo corriente, parece que hubo entre ellos un correveidile que no demor en soplar chismosamente esas palabras en el odo de mi biografiado. Este debi de haberse sentido profundamente herido. No era para menos. Por eso quizs concentr su indignacin en medida tan grande, que no dej de zarandear despus a Gmez de la Torre, cogindole como un pelele en la punta de su pluma cruelmente satrica. En esos primeros meses de esta nueva permanencia parisina, l acostumbraba verse tambin, y de modo ms constante, con otro compatriota, que haca estudios en la Sorbona: Rafael Barba J ijn. Es probable que a ste le guardara un afecto sincero, Ello se desprende de la forma cmo se conmovi con la noticia del fallecimiento de su madre, Antonia J ijn, acaecido en aquella misma capital. Dese estar en as exequias, y se impacient por no haberlo conseguido, pues que encontraba en otro lugar. Haba ido en efecto a Fontainebleau, a rei1rse con uno de sus mejores amigos franceses, a quien evoqu en ilgn captulo anterior, al describir e1 primer viaje de Montalvo: Carlos l.edru. Y haba batallado Vanamente por despedirse de l y de los suyos para volver oportunamente a Pars. T sa
298 bes le explica a Barba J ijn demandndole los debidos perdones lo que son las mujeres cuando esconden el sombrero, el paraguas y ruegan y se enojan y se salen con 1-a suya, pues bien, disclpame. En compensacin de esa falta no meditada e inevitable escribi entonces, dedicadas a Rafael Barba, unas pginas elegiacas realmente hermosas, que son de lo mejor de la literatura montalvina, y que no deberan estar ausentes de ninguna de sus antologas. Se titulan Le Pre Laehaise nombre de un conocido cementerio parisiense y encierran, segn lo hice notar en el captulo quinto de esta biografa, en una prosa lrica de gran aliento sentimental y filosfico, la exaltacin de las bondades maternas y las expresiones de intil consuelo, o de incurable desconsuelo, dirigidas al amigo que llora por todo lo que pierde con la madre que ha perdido. Montalvo sugiri a Barba J ijn que las hiciese publicar en El correo de Ultramar, que se editaha en Pars. Mas eso no lleg a cumplirse. Por jo menos, a mi no me ha sino posible encontrar el escrito en la coleccin que he consultado de aquella revista. Su autor tampoco lo recogi en ninguno de sus libros, Apareci s, independientemente, en la misma capital francesa, y con fecha determinada: 20 de septiembre de 1869. La imprenta fue de Charles de Mourgues Hermanos,de la rue J. J . Rousseau,58. En el transcurso de esas semanas pas a la ciudad martima de Niza. Tal vez buscaba un mejor clima, en resguardo de los ya prximos fros otoales. Los recursos recibidos de Alfaro se le iban por cierto agotando, corrido el primer bimestre de su llegada a Francia. Por eso se vio pronto precisado a acudir al mismo Rafael Barba J ijn, a quien envi desde Niza una carta de peticin de ayuda que no se ha divulgado, ni se ha recogido en el epistolario de Agramonte. Es la que sigue, y que la reproduzco tomndola de una transcripcin de Gustavo Vsconez Hurtado, quien la conoci en poder de Alfonso Barba Aguirre: Rafael, querido amigo: Me hars ci favor de leer soto esta carta? A n,is c . tas les tengo miedo; a mis amigos horror. Dios sabe cunto me cuesta la rcsolii u que al fin me ha sido preciso lomar de dirigirme a ti mismo. Tal vez con n,i repugnancia te he hecho alguna ofensa; pues se necesita haber enterrado la sensibilidad y no vivir sino del egosmo, para llevar a disgusto confidencias como la que voy a hacerte. [.a ltima peseta me la he comido ya: qud le dir al dueo de la casa el da de la prxima cuenta? Nunca haba vn pnsiio que el desucrro lomase ian horrible fornt;i: n,icniras haya hombres, un hombre no debe llegar a este :rance: los amigos deben repartirse el hambre y la comodidad como hermanos: para tos proscritos de la misma patria cada uno de ellos debe ser persona sagrada. Peo, no lo cnt en de as ci duro corazn del ecuatoriano: habindo mc dirigido casi con ero ura en Pars al que yo te nO por el mejor de todos, sal mal: si el i,ijo lic J esucristo obra con esa n,iserieordi. qu st-rin los impios?. Que Vivo con la modestia que exige n,i situacin, ya te lo imaginas. liics 299 bien. lo ms barato que se puede estar en Niza es 40 frs redondos en mi humilde rUlo, morada casi campestre: no vayas a pc nsar que me estoy paseando en los Palacios del Pases, de los lngleses Mi temperamento all me lleva: pero mi fortuna, Imigo qu demonio pon te ahora los indispensables gasti tos extraordinarios, y dime si te seria posible ofrecerme los nl it francos que te pido - Restituidos te sern mi querido Rabel, aun cuando yo muera por aqu: eserihi ra rtj i hermano, yen cualquier tiempo recibirs algo ms que mi gratitud.- lo que ms me disgusta de mi suerte es que ole envanece: in e he visto llamar en va ri os e ser i tos de Am rica : clebre, ilustre, It or,ra di os liiras. g/oria de so Patria, y otras cosas de stas: junto con esto llega ya el da del hambre; debo o no pensar que valgo algo en efecto? Escribo, escribo con ardor: o me engaa la esperanza, o por ese camino saldr a la fatna y a la comodidad - Si sucede lose gis ndo t no habrs contribuido poeo a la honra de tu patria, y tal ve,. de la Amrica del Sud. Reveladoras son estas frases de los aprietos econmicos que haba empezado a sufrir en Europa, igual que le aconteci en Ipiales. En tales casos pensaba primero en la generosidad de su hermano Francisco J avier, tan comprensivo con l. Por desgracia la condicin de ste no era para Socorrerle fcilmente, en cuak1uier circunstancia, desde lejos. Las perspectivas se le volvan pues alarmantes. Confesaba en su carta la modestia en que procuraba vivir, y desde luego no dejaba de hacer notar --duro contraste cmo amaba la dignidad en sus hbitos y su atencin personal. Haca alusin a que se haba acabado de frustrar un intento de hallar algn apoyo misericordioso en un hijo de J esucristo. Se ha afirmado que estaba refirindose con esa medio velada designacin al obispo Checa, sobre quien Montalvo lleg a expresarse, sin embargo, en trminos de cordialidad y respeto. Y lo ms paradjico, lo ms abominablemente contradictorio, segn lo reconoca con gran decepcin el autor, era el ser llamado, entre sus aflicciones y sus hambres, clebre, ilustre, etc. Yerra por eso todo aquel que se representa a nuestro mximo escritor slo en posiciones de arrogancia y belicosidad, sin advertir lo que hubo de privaciones, de modestias, de humildes angustias bajo la perturbadora figura de su grandeza. Antes de salir hacia Niza parece que fue a establecer contacto con Guillermo Lavino, quizs para hablarle de la idea de ponerse a crear sus trabajos literarios bajo el mecenazgo de algn gobierno democrtico o institucin oficial. Me resulta difcil identificar a este personaje. La nica constancia que hay es la de una nota guardada por mi biografiado, fechada en Pars el 30 de setiembre de 1869, y en la que menciona a su amigo Rafael (Barba J ijn), y lamenta no haber estado en casa para recibir al admirado autor de Le Pare I,achaise y de la carta a Lamartine. lamhin se comunic, personalmente y de modo epistolar, con el magnfico escritor colombiano Josc Mara Samper, que se encontraba tem 300 poralmente en la capital francesa, y cuyo juicio laudatorio muy ferviente le haba placido tanto en los das de la publicacin de El cosmopolita. Por cierto no se debe olvidar, cuando se toca este punto, que Montalvo le enderez reparos tajantes no desacostumbrados en sus relaciones cuando advirti que estaba dudando de una opinin suya y malentendiendo la verdadera conducta poltica de un representante diplomtico de Colombia frente al liberalismo ecuatoriano. Samper no renunci por ello a sus sentimientos de adhesin hacia nuestro ensayista. Al contrario, con gran noblezainsisti en ellos, como sedesprendedelassiguientesexpresiones, contenidas en carta parisiense del 1 () de noviembre de 1869: Ile vuelto a sufrir algunas indisposiciones del estmago. esto, agregado a ocupaciones urgentes, exigidas por mi prximo viaje, me ha hecho demorar, muy ami pesar. la respuesla que deba dar aso grata y estimable (aunque irritada) carla del 28 Octbre. ppdo. fien que no luye de nianera alguna el rienor deseo de contrariarle a U. u ofe odcrle en la cosa ms leve, casi casi me alegna de haber, sin quererlo, provocado su enojo, puesto que ste le ha inspirado una carta en la que U. se nuestra tal cual es: con toda la e nc rgi a de su carc ier, la santa ctera de sus convicciones y un alto seo miento de dignidad. Es verdad que U. fue algo lejos, pues en un rapto de orgullo me solt alguna expresin que parece indicarme tesentimiento personal.- Tambin repito a U - que con mucho placer har cuanto est a tni alcance a fin de lograr lo que espontneamente le ofrec a U. aqui: que Colombia pueda ser con ventaja su segunda patria. Qu buena fortuna sera sta para los colombianos, y ms aun para las letras ainericanas, pues U., con plena libertad de accin y de publicidad, podra dar el ms amplio vuelo a su fuerte y distinguidsimo ingenio y elevado carcter. Con claridad se ve que Samper tena conocimiento de las aflicciones que estaba sobrellevando Montalvo en Francia, y que ya los dos haban tratado sobre los empeos que hara el primero ante las autoridades de Colombia para conseguirle el patrocinio que necesitaba para su literatura y su sostenimiento personal. Lo lamentable fue que esta iniciativa no tuvo buen resultado. Las estrecheces se fueron entonces agudizando durante su exilio en Francia, a donde han ido a perecer de indiferencia y miseria unos cuantos valores de las letras hispanoamericanas. Se ha supuesto que los desastres de la guerra franco-prusIana de 1870-1871, en que aquel pas sufri uno de los peores descalabros de su historia militar, y en que tanto se arremolin su atmsfera popular, determinaron el agravamiento de la azarosa existencia del pobre desterrado. Puede que el]o haya sido as. Pero bueno es que se observ tambin que en Paris no es nada sencillo que lleven adelante esperanzas de xito y de redencin material los creadores extranjeros. y ms aun los que pertenecen a este nuestro costado del mundo. Con todo, Montalvo supo mantener, aun en tales circunstancias, su simpata por 301 Fit,icia. Me gusta ha confesado precisamente el 19 de julio de 1870 1 [cponderancla de Francia: al mundo ninguna nacin le aprovecha ms, cra para m un verdadero pesar verla descender a potencia de segundo o Lrcer orden. Y pues que pens que la sea ms evidente de barbarie es la ausencia de hombres superiores, no se resisti, por contraposicin, a exaltar al pueblo francs con estas palabras: pueblo ilustre, pueblo grande a pesar de tus defectos!. Natural es que percibamos, en consecuencia, el sobrecogimiento de emocin con que entonces tuvo oportunidad de contemplar el ambiente de las calles de Pars, cargadas de una multitud impetuosa, galvanizada de furor heroico, que se aprestaba para la confrontacin blica con Prusia, la cual ciertamente, desde el primer momento, le result calamitosa. Nuestro testigo apunt lo que vio en la fecha que he mencionado arriba, y como parte de un diario personal que escriba entonces. Movido por la fuerza de las mismas impresiones de una guerra quc se desencadenaba ineluctablemente, manifest tambin, entre aquellos apuntes ntimos, su preocupacin por una enigmtica amada (al parecer noble y de fortuna), establecida en Niza, y aludida con el nombre que quizs haba tomado de un poema de Goethe: Lida. J orge J come Clavijo145 dice ello y la identifica, en un luminoso y muy til estudio sobre este idilio, con la alemana Laida von Krlin, que se dej arrebatar por la pasin de Don J uan de flor personalidad vicaria de mi biografiado, segn lo expres en el captulo XII de este libro, y cuyas aventuras se narran en su Geometra moral. La verdad es que de aquella joven no ha quedado otro rastro que el vagamente literario: las palabras de esas notas confesionales; su imagen novelesca en los episodios descritos en la Geometra moral; unas invocaciones raudas en Los captulos que se ie olvidaron a Cervantes (el nmero XLII) y en el drama El descomulgado; y unas doce cartas, (todo fruto de la investigacin del doctor J come), con insinuante sentido de la experiencia vivida, cruzadas entre dicha extranjera y Montalvo. Lida se dice ste a s mismo en su diario ... qu ser de mi pobre Lida? Ahora es cuando ha de llorar. Sus dos hermanos son de los hsares del rey. y morirn probablemente, lo mismo que el viejo coronel,su padre. De ese haz de epstolas la que concreta mejor la probabilidad de esta relacin es quizs la que nuestro autor le dirigi desde Niza el 30 de noviembre de 1869, y en la que, firmando con un nombre que no es el suyo, el nombre de amor Lautar, le aconsej la necesidad de sofocar la pasin que les consuma, pues que mientras l cree en la mocencia,en la virtud, en la calidad de gran dama de Lida, ella no puede estar tan confiada ni le debe amar. Le confiesa, s, ser un hombre de 145 Jorge Jcome Clanjo. MonuJ ay ida en N,oa. Ambato. Ed,t Po XII.
302 bien,pero no por ello se cree incapaz de cometer un crimen, de cometer algn grande y bello crimen: el de la posesin corporal de la amada. Estas llamas le agrega me hacen mal: t ardes, y tu fuego me devora. Lida, mi bella, mi dulce Lida, t mereces no amarme ms. No podemos conversar ms; escrbeme pues. 146 Su condicin de emigrado con escasas relaciones de amistad en un medio tan poco acogedor, y con el tormento sobre todo de su perturbadora e insoluble exigidad econmica, probablemente no le permita sentir la disposicin de nimo apropiada para ningn compromiso de amor. La pasin de Lida, y de l hacia ella, corri por eso la fatalidad de pronto disiparse. Muchos sacrificios, silenciosos e ignorados, suelen ir acumulndose en los adentros del destino de un desterrado del linaje de Montalvo. Y ms an en una poca como aqulla, azotada por el vendaval siniestro de las armas. Aunque es necesario reconocer que en su caso el trastorno blico proyectaba slo efectos subalternos o indirectos, porque los males preponderantes, de mayor impacto, procedan esta vez, igual que siempre, de la imposibilidad de obtener ingresos seguros y peridicos. Ni de ahi ni de afuera nada le llegaba en su indispensable oportunidad. De modo que, solitario y desencantado, en ese ao de permanencia francesa, slo tuvo fuerzas para verter confesiones ntimas e ideas, suscitadas por la realidad que pesaba sobre sus emociones, actitudes y convencimientos, en los renglones de un diarto del destierro, o Diario de un loco segn su manera de titularlo en alguna referencia a sus creaciones literarias. Algunas de esas pginas las escribi en francs, y jams las tradujo al castellano, ni tampoco alcanz a publicarlas. No es desde luego absurdo conjeturar que lo que se ha salvado de ellas est incompleto, pese a la acuciosidad inteligente y cariosa de Roberto Andrade. Este entreg para que se imprimieran, al socilogo y fecundo montalvista antillano Robrto Agramonte, muchos trabajos de nuestro ensayista: conocidos unos, inditos otros. Y entre ellos, algunas partes de aquel diario. Para el bigrafo entraan un inters pnmordial las confidencias que manan cristalinamente, sin segundas intenciones, en apuntes de naturaleza tan ntima. J uzgo por ello conveniente la aproximacin, bien que rauda. a un puntoyaotro de esediariodc veras fluido, para redondearuna nocin clarificadora de los porqus y los para qu de cuanto entonces senta, pensaba y haca. Vase as, siguiendo este procedimiento de rpidos contactos, con qu elocuente persuasin aconsejaba la disciplina de las prcticas inteectuales, seguro de que su abandono ocasioraha el detrimento de la intc14, AP,n,wI ssurprh ano J h,d. pgs 56, Mi
303 gridad y eficacia de ese tipo de faculiad: Si dejas de pensar, el pensamiento se enmohece: sale como J a llave de tu puerta. Por qu vibran tan claras y penetrantes las campanas? Porque suenan todos los das: cubridlas de una capa de orn y sern roncas y desapacibles. El cree, con indiscutible perspicacia, que un hombre de mucho ingenio o esprir, no puede jams estar dotado de un pensar profundo. El ingenio es la sonrisa del talento. Y agrega, puntualizando de esa manera su preferencia, que l nunca pondra gran confianza en los hombres de ingenio. Por su parte, se ha visto constantemente entregado a la seriedad de las reflexiones. Yeso deberan saber los que le niegan irreflexivamente esa suerte de capacidad: He tenido dice- muchas ideas perdidas en m vida. Si hubiera conservado por escrito todo lo que he pensado, tal vez sera un filsofo. Desde luego, dentro de este mismo campo, establece esta desalentadora observacin, no desprovista de una desgraciada verdad: Bossuet deca que si la fortuna le hubiese favorecido menos en lo relativo a sus bienes, probablemente habra tenido menos talento. La miseria raras veces aguza; casi siempre entorpece. Mi inteligencia es menos activa mientras ms necesidades padezco. Ocupado en zozobras y pesadumbres, se piensa menos, y cuando se piensa, es con cierta acritud y amargura. Pero, en forma consecuente por el lado que estas cosas se miren, l sabe que esa misma consagracin a los hbitos desinteresados de la inteligencia lleva en s el triste efecto de las pobrezas materiales. Esta es una evidencia que, como pocos, la sufre Montalvo en su propio pellejo. Ni siquiera baca falta que lo dijera: No me sorprende que yo nada tenga. J ams he hecho nada para tener algo. El dinero es ms necesario que la instruccin. Y es ahora cuando me doy cuenta de ello. Los tontos que han sido ms pobres que yo, hoy viven holgados; los malos a quienes yo hubiera dado un par de botas, nadan en riqueza. Han sido ms sagaces; mientras yo empleaba mis das y horas estudiando, ellos se procuraban los medios de ganar dinero. Igualmente conexas con este gnero de lucubraciones alrededor de las aerividades intelectuales, aparecen sus confesiones sobre el gozo irrenunciablede las vanidades que aqullas estimulan, y tambin otras que conciernen a su desbordante aspiracin de alcanzar las primeras posiciones y la celebridad literaria. No es malo apunta en su diario ser el primero e. cualquier parte: primero en la guerra, primero en las letras, primero en las vi tudes. De ser bandido, quisiera ser el capitn; de ser fraile, el provincial, yen sie.uo necesario ser hormiga, jams vendra en ello, no siendo sino para ser el gua. Lo confesar? Una de mis ms irremediables flaquezas ha sido el deseo de renombre, y una de mis constantes pesadumbres el no sentirme con capacidad de conquistarlo.
304 Incomparablemente reveladora es esta declaracin de aquella lucha pugnaz, en que no le faltaron los desalientos y las hesitaciones, por satisfacer la ansiedad superior de la fama. Y aade unas palabras de las que se desprende una inohjetable conclusin filosfica: Pero si todo cs vanidad, preciso es que vivamos de ellas, y si alguna hay grande, hermosa. positiva, sin duda es la de la gloria; importa mucho ese afecto del hombre que en s trae envuelta la idea, y acaso la prueba de la inmortalidad del alma. En el mismo grado tiles para la imagen animada que de su hroe debe entregar el bigrafo son los trasiegos confidenciales sobre aspectos visibles de la persona y de su comportamiento ordinario. Sabido es que Montalvo era de estatura descollante y que la altivez era en l manifestacin espontnea o connatural. Pues ahora conviene que se le oigan a l mismo los secretos siguientes: Entre las reformas que yo hubiera hecho en mi parte fsica, la primera habra sido re- bajarme cuatro dedos de elevacin; porque cuando veo por la tarde mi sombra extenderse por el suelo corriendo pareja con las de los rboles, gano la soledad con una cierta sensacin de tristeza. En tiempos de desgracia convendra que nada fuese extraordiii :i rio en el hombre, a fin de no llamar la atencin de los dems. - Bueno es el garbo, pero el natural, aquella elegancia no buscada proveniente de la soltura de los miembros y la gracia de los movimientos; pero ese garbo que originan los tacones altos y resonantes, el cuello almidonado y el bejuco, me parece gallarda de carnero cuando se pone a gritar y alzar los cuernos insolente. Respecto a sus sentimientos y su conducta, sienta esta confesin: Mi ms grande desgracia es no tener un amigo y creer que es imposible tenerlo. Tanto afecto profes hacia aquellos que me han traicionado con su frialdad o su cobarda. que se me hace difcil creer en la amistad y afecto. De m dicen muchas cosas malas. La mitad son falsas, el resto se contradice con el sentido comn, Ello en gran parte tuvo origen en su total resistencia a condescender con las injusticias, las inmoralidades y las bajezas: Amable con la iniquidad nunca lo he sido; la infamia me enfurece; la mentira me llena de indignacin. Bueno es preguntarse sino hay en eso un hermoso rasgo quijotesco, un indicio de valenta y de generosidad. Y precisamente por la resaca de amargas reacciones que con tales actitudes iba levantando a su paso, y por el dolor de su forzoso vagabundeo de expatriado, ha debido tambin escribir en su diario esta constancia de lo que ambiciona con el calor ms puro y sincero: ... una casita rodeada de un huerto, con flores a la vista, y un ro cuyo susurro llegue por la noche a mis odos; colinas verdes y pradecilbs donde pasten algunas vacas, y me den leche espumosa por la maana; mujer querida, lindos nios, ningn motivo de zozobra; (es el airccillo
305 nost;ilgico del pas, que le [oLa tiernamente el corazn), y luego, con una gracia finamente irnica, con la que quizs sola hacer rer hasta las lgrimas a alguno de sus raros contertulios, asegura: si Dios quiere poner ci colmo ami felicidad, me concedera el ver ahorcar a seis o siete de mis cnernigos en los rboles del patio; con cunta emocin, con cunta ternura los contemplara, y cmo los compadeciera! Preciso es perdonar a los enemigos, si. preciso es perdonarles, pero nunca antes de verlos ahorcados. No insistira en que las ltimas palabras de la cita precedente son solamente una manifestacin de su talento para la festiva y atinada expresividad de la broma si supiera que se ha acabado por fin la casta camita de los distorsionadores de la personalidad de Montalvo, siempre proclives a sealar a sta como la encarnacin monstruosa de insaciables odios y venganzas. Pero estoy ms bien convencido de que eso. lamentablemente, no ha sucedido todava. Y por consiguiente no slo he de tener que subrayar aqu la pura e inteligente disposicin humorstica de nuestro escritor, sino que tambin he de llamar la atencin sobre la compleja composicin de su temperamento individual, en que se haban entretejido la violencia y la mansedumbre, la soberbia y la humildad, las agriedades y las ternezas, en proporciones que no se ajustaban al equilibrio y la facilidad que caracterizan a las almas comunes. Su caso permite apreciaren qu grado era definidora la advertencia que haca Goethe cuando, tras la comprobacin de la ndolc de sus propias virtudes y defectos, ciertamente de dimensin genial, no quera dejar de confesar a su amigo Herder esta verdad sustantivamente humana: todos tus ideales no me impedirn vivir en la verdad; esto es, ser bueno y malo, como la naturaleza. Es evidente que mi biografiado era hosco e irascible en medida extrema. Alababa la actitud de J ess en el instante en que ste echaba a los mercaderes de su templo. Amaba a Don Quijote por el mpetu irresistible con que el nervioso caballero relampagueaba de cleras sbitas y justicieras. En las viejas historias de griegos y de romanos, surtidero de muchos de sus escritos, y aun en los textos bblicus y de los padres de la Iglesia. que tambin coment para desarmar a los que le acusaban de profano. hereje y clerfago. fue hallando asimismo ejemplos de indignaeion fulminante, y hasta de coraje heroico, para reco rmmend:irlos a sus lectores Podo ello, al parecer. no hace sino descubrir que NI ,mima]vo se placa en dar cori las afinidades que su carcter necesitaba, no unic:mmnente para justificar os desahogos de su irritacin en el trato con Los dcm;is en el manejo de su pluma, sino tambin para fortalecer constanteniente el ejercicio de su propia beligerancia. Pero esto es lo que me interesa indicar con claridad- toda esa suma de arrogancias y reniegos
306 quijotescos se enlazaba en l con una disposicin de ternura natural y frecuente. Al extremo de que era propenso a las lgrimas en lo ms ntimo de sus soledades. Yerran pues losquc desconocen, como fondo ch uentcmente humano de las manifestaciones de su temperamento, aquella aher- nacin de durezas, desafos y orgullos, por una parte, y de conmiseraciones, delicadezas y congojas, por otra. En la ltima de sus producciones literarias -El espectador l mismo menciona algo de esa doble proyeccin de sus reacciones individuales con estas palabras precisas: Con los perversosyo he sido implacable; mas pregntennie si he quitado la vida a un pajarito, si he pisado adrede sobre una hormiga. Y bien, como referencia final a las notas de confesin del diario ntimo que vengo evocando, creo ineludible trasladar a stas pginas algunas frases de lo que dej escrito el 7 y el 8 de junio de 1870. Porque ello va a servir para remarcar an ms estos aspectos de la dolida sensibilidad de Montalvo. Y porque, adems va a mostrar la insoportable penuria a que lleg en su segunda estancia en Pars, yen la cual con tanto desgano le atendieron sus paisanos radicados all. El 7 comienzan sus apuntes con esta imagen de lo que era su desolado pasatiempo de vagabundo, sin planes ni compaa de nadie, por losms distantes sitios de la ciudad: Hoy he tenido un furor de locomocin que me ha hecho que recorra Pars de uno a otro extremo, y he llegado hasta los alrededores mismos. De Luxemburgo fui a Auteuil. a lo largo del Sena, Me adentr en el bosque. Y de l pude salir por Passy. Los Cerros de Chaumont, el J ardn Britnico, el Parque Moneeau, nada se me queda cuandome pongo a deambular como un judo errante. Tren, a pie, todos los medios empico. Y creo queme morira si me inmoviliz.ara durante estos terribles das de inquietud, cuandoel tedio de la vida toma formas tan presionantcs, que mees necesario aturdirme con un continuo cambio, Y en ese mismo 7 de junio las confidencias terminan con la relacin candorosa, pero de intensidad pattica, de la imprevista intromisin de un ecuatoriano en la escena privada que l la hubiera querido inviolable de su pesadumbre de puertas adentro: Cuando regreso cola tarde, la inquietud se ha transformado felizmente en una innienSa PC ro dulce tristeza. Estaba yo escribiendo, tena los ojos hmedos de 1 igri olas. al momento en que entr B. El respeto esta ei.slorosa situacin, y no lic pregunt nada. Un poco despus, tmidamente. me mnvt4 a comer. Mont en clera. Gnio. le dije. Me invitas porque sabes que yo no tengo qu comer? Ustedes creen que lo que me hace falta son invitaciones, 9 base te que uno pueda vivir comiendo una vez al mes? Son ustedes Indos unos cobardes, que mt dejan perecer aqu, Y vienemi a exasperar aun ms mi amargura con sus idiotas he nevole ncias! Nunca inc i nvi laste a eonier cuando yo tena qu comer. El qued iurt,ado. el pobre! Lejos de haberse
307 Dejado llevar por la emocin me mostro dulzura me aplaco y termine yendo a comer con el en restaurante Peters En lo que toca a lo que e ha acontecido el S tIc juniO. y que it) C5 sliiO tilia continuacin de sus amarguras de la vspera. he de tomar esta revcl lcioii suya que es profundamente conmovedora: Ile pisado todo el do tendido en ci piso de ni cuarto, presa de la ms negra melancola. cori tal destruccin tic fuerzas lisie_ls. que orar tic,, pocticra lcrniuiarcn la muerte. Y he de recordar tambin que en esa misma pagina de su diario confiesa que le han enviado una carta firmada por la Condesa Valentine de 1 .amartine , la cual esperaba con desatada impaciencia, no obstante haber corrido solo dos das desde cuando l escribiera a esa sobrina del gran poeta francs, ya para entonces fallecido. Esto ltimo tiene una breve historia, re l:tcionada con uno de sus primeros halagos literarios y con la actual des cutura de sus pobrezas. Conzcasela en pocas lineas: nuestro autor din gio una nota epistolar a la mencionada condesa. diciendole: Me he enterado de que usted ha hecho un llamamiento a los poseedores de autgrafos de \l de I.amarline - para formar la coleccin de su correspondencia. len co ci honor de poseer dos cartas de su ilustre to, de las cuales una de ellas se con trae 1 una de las ms notables etapas de su vida . . . -. - La respuesta, cuyos irminos se desconocen - porque no ha sido conservada, es precisamente aquella a que ha aludido en su (llano. El, entonces, segn constancia se ntada personal mente ah mismo, le ha enviado una segunda carta, que es prueba de que estaba buscando ayuda cconomica. Es la que sigue: sioy muy agradecido dc su amable carla y le envio el autgrafo de M, de Lainartine, y al mismo tiempo una resea, en que usled podr verla ocasin en que tuve el insigne honor de que l me escribiese.- El precio que corresponde a este glorioso recuerdo, Dios osabc! so espero que usied Inc lo har compensar, como usted me loprometi. Hubo despus un corto cruzamiento de notas efusivas entre los dos, es de imaginar que alguna retribucin debi de haber recibido Montalvo. la afable condesa le renov sus simpatas en una misiva final, de 12 de junio de lS7t), que contiene estas palabras: Me es grato devolverle, con la cxpresin del ms vivo reconocimiento, el artculo que se dign enviarme para que lo copiara, y no he podido menos de admirar al artista. Imposible es leer sentimientos tan elevados, expresados en un estilo tan elocuente y generoso, sin experimentar profunda emocin. 14) 1.1 cmi Iorianoa quien ha mencionado slo con la inicial 8 tic su apellido es Rafael Barba. i.o ha declarado el .isqris, 41 onia ivo al dde esos nombres en su nueva referencia a dicho episodio, que est en Prona de la rosa, le sri Iiileio El aniropfagri. puhhrado en Bogot en 1872 1411 Sl misil moensi,epoiolaeio. bid, pgs. 119 a 91 308 Por todo lo que he expuesto se habr observado que los auxilios que nuestro escritor alcanzaba eran intermitenles e inciertos. Y que. por otra parte, el carcter de l y su sentido inalienable de la dignidad los tornaban a veces ms irrealizables. Hubo ocasiones en que devolvi, encolerizado, una cantidad de dinero que se la haba hecho llegar sin que l la hubiera solicitado. Vlgame como ejemplo la relacion que hizo l mismo. y que se public en as pginas de si antropfago, y de cuya veracidad puso corno testigo a la propia persona que se manifest en ese espontneo acto de generosidad . Ha referido efeetivamen (e Montalvo que en su destierro. en esa vorgine espantosa de Pars, el menos ruin de sus compatriotas adivin la situacin de hambre en que estaba casi agonizando, y le envi una suma de francos, prometindole que guardara profundo secreto. Y que l, no obstan te la gran necesidad de esa ayuda, no pudo sofocar el impulso de devolvrsela inmediatamente. Yo aclaro- no se la liabia pedido, sa era lina ddi a: me ofreca ci secreto. cao era una otensa. la lionihria de bien, la honssiiciad. el orgullo vive!, al aire lihrc. el medio dii caso hora. SenO eneresparsenie la sangre en las venas: a la indignacin sucedi la vergueo/a: cai luego en l,ra,os de la melancolia. y coniesi: seor don (arlos. icepio lii Pien., so]iinrid de tisird si cliiicic lo,. Y, en una nola de pie de pgina, agreg: Ir] seor Carlos Aguirre es mi contrario en poltica, por tanto liii enemigo, segn la loable costumbre de estos benditos pueblos. Pero es hombre de bien y caballero; no ocultar la verdad, pregiaiienle, all le tienen. Pareca que la maldicion que pesa ha sobre l era, sobre todo, el ver constantemen te amenazado su decoro - Un hombre tan puntilloso. tan amante de su decencia y del alarde de los(ltrl)iI()s de su figura moral, que hubiera qtierido sentirse siempre respetado y lisonjeado, tena que sufrir mucho en ese mar tormentoso de inacabables privaciones que le obligaban a recibir el pan de manos ajenas. Recordaoa por eso, para enrostrarlo a los dems, y particularmente a sus enemigos, que los genios, o personalidades sublimes, estn sujetos a mil flaquezas, y muchas veces son ms tristes y apocados que el vulgo de los hombres, Les haca tambin notar que el pedir fiado estuvo en el destino impar de nada menns el Libertador, Bolvar humilde, Bolvar suplicante - Bolvar pidiendo cuatro reales!. Seguramente aluda a los avatares econmicos de ste en J amaica. Y en lo que eocerna a l aseguraba que no Ii aba aceptado socorros sino a tt u lo de prstarrios, con la decisin de pagarlos oportunamente. Da legar escribi respondiendo a una sciic de especies calumniosas de sus adversarios - quiralo ci cielo, cii que o devtic va con usura sus cuatro pedazos de cobro-a ]as tristes que no Lis dieron sino para ponerse a llamarme
309 ladrn al otro da. Particularmente se refera a la acusacin infame con que se le haba zaherido, de que le haba venido robando la tiirad de sus haberes al general Ignacio de Veintemilla. entonces su amigo y ms tarde uno de los condenados a los suplicios infernales de su pluma. Vsted lo dijo?.le pregunt a aqul en el aludido folleto. Pues que Manuel Gmez lo ha escrito, y Mariano Mestanza lo ha hecho publicar por la prensa. Frente a ello no le qued sino aclarar que se trat de una triste suscripcin, en la que dicho militar puso su parte. Estas son sus palabras, con referencia precisa a Veintemilla: No reciba usted nada sino de aquellos en quienes vea sobrada buena voluntad, le dije: rehuse a Palacios, no admita a J uan Aguirre, trele en la cara, si algo ofrece Manuel Gmez. Veinternilla est ah vivo y efectivo: los que pusieren en duda este rasgo de mi carcter, a escribirle. De otro lado, haca bien en afirmar de cien maneras que no andaba a caza de dinero por inescrupulosas codicias, cual se pretenda dar a creer en libelos infamatorios aparecidos en su contra. Puesto que no slo que no era un Flarpagn que socalia para enterrar,sino que en ms de una vez saba, l tambin, ejercitar la caridad saliendo del abismo de su indigencia. Un da nos cuenta no me haba quedado por todo caudal sino un tranco en el bolsillo, y se Jod auna muchachira, porque todos estamos obligados a dar de comer al hambriento. No se lo haba de dar? Traa atada la cabeza; en sus rasgados ojosbrillaba el hambre, pues, el hambre tiene tambin su resplandor .,. .- Sc me lleg, y me mir y me extendi la manecita: no le babia de dar mi franco? Al otro da tom una taza de leche, y lo pas contento; al tercer da tom una taza de leche, y lo pas triste. Y cuando el sol se pona, cuando sus ltimos rayos doraban las cimas de los rboles del campo de MarIe, y la colina de Meudon estaba resplandeciendo en el luminoso vapor de la larde, baj por el Trocadcro, y puestu de codos ene! brocal del puente del Alma, me csln%c viendo azul el turbio Sena.,.. Escenas de esta guisa se repitieron en su tercera Francia, y desde luego en los aos setenta de su exilio de piales.
310 CAPITULO XV Otra vez en piales, por varios aos He acabado de ofrecer una memoria global de las caractersticas con que se desenvolvi la existencia de Montalvo en Pars, en el tiempo exacto de un ao. Ahora me corresponde recordar que, corrido ste, y frustradas todas sus esperanzas de radicar ah sin angustias. se afan en recoger, mediante prstamos que casi nunca pudo pagar, la cantidad de dinero indispensable para su retorno a Hispanoamrica. La consigui al fin, y prepar prontamente su partida, desde Marsella. Volvi a tener como compaero de viaje al doctor J os Mariano Mestanza. con quien, segn lo evoqu oportunamente, cabalg desde Quito hasta la poblacin ipialense de Colombia, en la iniciacin del exilio. Pero los distanciamientos y disgustos que di a conocer entonces, y que ya en aquel itinerario se produjeron entre ellos, se exacerbaron inesperadamente en esta nueva ocasin. Conviene que se los explique porque arrastraron consigo desagradables consecuencias. Como pretexto obr algo que insina nuestro ensayista cuando confiesa que, ya arribado a Panam, por un incidente imprevisto, de esos que suelen afligir al viajero, se vio de repente sin medios de pasar adelante Probablemente no se le hizo efectiva alguna promesa de ayuda econmica. Y quizs entonces, forzado por ese hecho que crey insuperable, tent vado en una supuesta disposicin de solidaridad de Mestanza, aunque Montalvo enfticamente lo ha negado, con estas vehementes palabras: Ni en artculo de muerte me hubiera yo dirigido a ese tacao, que de buena gana dejara perecer a su madre. J uan Len Mera, que constantemente se cont entre los Pasquinos, o autores annimos de calumnias, que se confabularon contra el buen nombre de nuestro escritor, quiso en cambio dar a entender que Mestanza evit ser petardeado por ste, porque no es de los que se dejan sacar las pesetas. A la hora de hoy resulta en verdad aventurado sealar con precisin cul fue el antecedente que motiv la
311 nueva discordia entre los dos viajeros. Si se sabe de ella, eso se debe a que 1111 plopiO biograiado ha referido que, en el puerto panameo, Mestanza le habl movindole camorra, insultndole en lugar pblico, donde hahia (Inc 1 1 rustrase el casi go. Y desde luego el desenlace, dado el temperanenio montalvino, tuvo que ser lo que se conoce que fue: spero y enconado. Aguard en efecto el escritor a que el grupo se disolviera y que su detractor caminara, como desprevenidamente lo hizo, hacia las orillas del mar, para all s exigirle una satisfaccin de sus agravios. No hay duda de que debi de haberse acobardado Mestanza, de acuerdo con la impresion qrle los ha transmitido su irritado desafiante: tirosero, insolente, atrevido donde hay quien se interponga y le defienda: humilde perro que se arr, ncona rabo entre piernas y queda anonadado, cuando se le coge a solas. [ero las consecuencias no terminaron entonces. jubo despus, al parecer. una funesta zancadilla de Mestanza para comprometer a su rival ante el gobierno de Garca Moreno. Efectivamente, en abril de 1871 desde lima escribi una carta al general J os Maria tirbilla, exiliado en Paita, 1 n ormndole de una supuesta invasin alfarista a playas ecuatorianas, con armas recogidas en Panam, mediante la remisin de erogaciones de cdidadanos guayaquileos a la trontera del Carchi, a nombre de J uan Montalvo. t.a tal subversin era quizs cosa imaginaria. Y lo rIel dinero enviado a ste era, ademas de afirmacin completamente falsa, un medio mahgno de e nvolverlo en las sospechas del dictador. Ial es! atagema perniciosa se real iz poniendo cr1 oneajoente , con error de indiscutible mala fe segun Montalvo. la direccin del destinatario, de modo que, en vezde iral puerto peruano donde vivia Urbina, la carta llegase a terceras manos en Quito. y a travs de ellas a Garca Moreno. Esto alcanz a comprobar bien el escritor. mediante un testimonio de Teodoro Gmez de la Torre hermano del famoso don Manuel de Pars, y lo hizo pblico en un cuadernillo impreso en Colombia, titulado Fortuna y Felicidad (Ipiales, 1871). El doctor Mariano Mestanza no demor, por cierto, en formular su rplica. Ms que la justificacin de las tortuosas circunstancias que rodearon a la aludida epstola, y cuyos resultados podan agravar los riesgos del destierro de Montalvo, parece que le interes el virulento desahogo de sus rencores contra l. Y as busc dispararle los venablos que alcanzaban a lastimarle ms. En un folleto de una veintena de pginas., editado en Lima sin pie de imprenta. en 1872 La verdad. !?efutacin a las calumnias de titan Afotrtalio, no tuvo en realidad ningn escrpulo en calificarle de ;faivario. mentiroso, non calumniante, pordiosero, estafador!, y en asegurar que Montalvo ecogi en Pars, en su saco de pobre, muchos miles de francos, embaucando a algunos ecuatorianos, amenazando con su plri
312 rna a otros, y rogando a los dems. Pero estas ofensas no constituyeron sino el principio. Pues que pronto aparecieron otras publicaciones infama(arias, como para ensombrecer aun ms el infortunio del escritor durante su nueva permanencia en piales, a donde fue a cumplir e! resto de su expatriacin A dicho lugar en efecto volvi tras su ao tormentoso en Pars. Primero, segn ya lo he indicado, arrib con Mestanza a Panam. Ah, tambin eso est ya descrito, lleg a faltarle dinero para continuar su viaje. A fo rt un adam ente acu rli Al faro en su ay tuia - coRi o en i a vez pasada. El mismo lo ha relatado con las palabras que siguen nire los nombres que han de hcndecirporcticni:i ola, est el de bIoy Alfaro,joven apenas conocido para m, amigo nunca. Tan luego como supo el trance en que me hallaba, se nc vino por sus pasos., y me lrant1uil,Z con la mas exquisita delicadeza. Y no contento con Iraerme un billete de pasaje de primera clase, me ofreci una lelra para Barbacoas de la suma que yo quisiese, la cual rehus. porque en esa ciudad me espe riha otro am igo.otro hermano 49 Con esos auxilios consigui entonces dirigirse a lpiales. en donde casi no dej advertir ni su presencia, pues que se estuvo muy poco tiempo en alguna posada. Pareca que esta vez se senta slo de paso. Su maleta, ah en la habitacin, cerca de sus pies, le daba acaso la impresin de un lebrel vagabundo que se hubiera tendido a dormir apenas. brevemente, sus fatigas, y que estuviese aguardando la palmada de su dueo para partir en seguida. El rumbo en esta nueva ocasin fue el del sur, El propio Montalv ha evocado este hecho en una pgina hermosa, rica de animacin, en la cual surge la imagen del ex presidente ecuatoriano general J os Mara Urbina, desterrado por Garca Moreno, con trazos de ejemplaridad conmovedora, Recurdese que, entre las veleidades de la polliea nacional, aquel personaje estimul reacciones contradictorias en la pluma montalvina: de apologa en una primera etapa, y de escarnio cruel, posteriormente. Conviene pues seguir a nuestro escritor a travs de esas lneas de su testimonio: Cansado dice.--.- de la soledad en que viva a los pies del (hiles y el Cumbal, all en los altos Andes, sal al mar de occidente despus de noeve das de montaa. Hallhame un da, recin llegado a Lima, a la mesa del Gra,t !!ote/ de esta ciudad. Entr un anciano fijos los ojos en m desde la puerta:cont sus ademanes eran de echarme los brazos al cuello, aun antes de conocerlo, me puse en pie J uan, dijo, J uan y me abraz estrechamente descansando su cabeza canil sobre iii hombro. Era el general Urhina Cenamos junios cinco o seis noches t sn otra cosa - Mi anfiirin era lan poderoso y vivia lan holgadamente, que no haba en su euarlo sino una tacita sin asa y una eticliara . las cuales me eran cedtdas. El ex preside nte del E coador lomaba su buen t en un ja rri lo de hoja de ata ms viejo y de.spo rti 1 lado q tic el Seor del Buen Pasaje, 49 -. Prosa sic la post, E/ antropfago, Cid, pg. 191, 313 hiatietidoel inicar con un mango de plunia Otro joven proscri toque lea_onipaaha lo totuala por su parle cii un asiento de bote Ha, de esos que en las aldeas sirven de tiutero i los niuchaelios pobres. la cuehara tic ste era un palito tic tsforo. LI t raras seecse r:t t: cuando no lo era saborebamos tina muy tiuenti agila libia. guard:iiidonos lealmente e1 secreto: ninguno de los tres le deeha al otro que no era aquella sustancia de la que se consume en Pekn a la mesa del hijo del sol. Id ex presidente andaba abrochaciti desde la quijada has-tael ombligo, por lalta de .. rekij Y reciba aqu de paso utia solemne desmentida nuestro gran Garca Moreno - A pesar de inopia tan rematada, tunca le oi una queja ni le vi abatido a ninguna hora. Sil Iras otros contactos con pocos paisanos que haban igualmente emIgrado a la capital del Per, y frustrado en su tentativa de hallar un modo decoroso de radicar ah, despus de algunas semanas decidi al fin regresar a sus soledades de Ipiales, que a pesar de su tristeza le resultaban ms acogedoras - Fue as, mientras declinaba ya 1870, cmo los humildes vecinos de la aldea fronteriza de Colombia pudieron descubrir otra vez, por entre la paz cenicienta de sus calles, la figura inconfundible de Montalvo. La vean como si casi no hubiera cambiado. El mismo aspecto insondable en su soledad - La misma arruga melanclica en su gesto. 1 .a misma cadenciosa y leve cojera en sus pasos largos. El mismo aire sufrido en su atuendo oscuro. La misma i mageti alicada en su paraguas, e ompane ro i nfaltable cuando los tluharroties presagiaban aguaceros o garas. los mismos pliegues pesados ei el poncho, cuando ste haba sido convocado por los fros tirnicos de la noche, en ese alto paisaje cordillerano - Pero algunos moradores del villorrio que posean la sabidura de mirar con mayor penetracin, s. ellos sob re todo, alcanzaban sin duda a notar q tic e se hombre t acitu mo haba regresado con ni uest ras de una ms conce ti 1 rada fatiga: de u ti a fatiga i nte rior, nacida de los desalientos. II ab a recibido al be rgu e en la ni i sni a habitacin de la casa de 1 doctor J uan Ratnon Rosero en donde vivi aproximadamente cinco meses en los comienzos de su destierro, Nuevas sensaciones de incomodidad ntima, de mal disitu ulada vergenza, experiment al llamar otra vez a las puertas de aquel caballeroso husped. Habl de no molestar sino pocos das, y de retribuir oportunametite los gastos de su alojatiitetilo. FI doctor Rosero, que sali a atenderlo en persona, no quiso ni or ese gnero de advertencias y ponsa Lo acogi pues de inmediato co, a alguien de la familia, Y con la colaboracin de las tnanos femenit : de su casa se apresur a brindarle, a la hora misma de la noche en que lleg. lumbre alimento y lecho. las blancas sbanas de ste pareca que crujan por su bien almidonada Sil Ii ,,oi,ntd. lSd. nao. 158-155.
314 limpidez. Si tales personas hubieran realmente sido sus parientes cercanos. va Montalvo se h abra sen t ido como en ucd o de los ha lagos hoLrarenOs por losque siempre estuvo suspirando. Se instalo de todos modos J on rda Uva satisfaccin, entre las nedioeies posibilidades que ofreeia el poblado. Que eso era Ipiales en 1870. Sus moradores apenas si pasaban de cinCo mil. Las calles eran de tierra, y algunas de ellas descendan en fuertes declives o alcanzaban a prolongarse en serpeantes caminos de cabras, por las verdes laderas. En la Plaza 20 de J ulio. frente a las ventanas de los Rosero, se alzaban las copas con gorriones de unos pocos arboles, y al pie de ellos contrastaban graciosamente el amarillo de as retamas con el rojo explosivo de los claveles y los matices suaves de los pensamientos y las violetas. En algn momento se oa, all en una de esas casi desiertas vas pueblerinas, el paso inconfundible de una carreta de hueves, los eles de coyas ruedas enormes resonaban con sti caracterstico rumor iasiimero. Iba cargada de paja,de lea o de ramas fragantes de eucalipto. El carretonero, campesino de sombrero en ico de lana endurecida, y con rtiana yal pargatas. caminaba a un costado de la yunta. afligiendo de cuando en cuando el lomo de los animales con la punta de su prtiga. Tambin se escuchaban, ocasionalmente, la voz de los pastores de ovejas y el trote menudo y aterciopelado de stas. Igual, el galope rtmico de los caballos, o la marcha, entre arres e interjecciones crudas, de mulos que transportaban mercancas o vasijas de agua pura, tarros de leche ordeada o de aguardiente. Pequeos grupos de hombres, que formaban, en el lugar en que brevemente se congregaban, un ruedo de ruanas listadas y sombreros negros, conversaban ms bien con acento silencioso. y slo a momentos dejaban elevaruna exclamacin que vibraba, o alguna sonora risotada. Eran en cambio ms constantes y alegres, en las horas libres de sus rutinarias faenas, el parloteo desordenado y los gritos agudos de la chiquillera escolar. Las vecinas, por su parte, no ms de dos o tres, se detenan a saludar sacando su mano derecha por el borde inferior del paoln y acariciando con una imperceptible palmada la espalda de la amiga. So fugaz y opaca tertulia no era sino un intercambio de comentarios sobre lo mal que est el mundo, y de chismes y murmuraciones. Y. presidiendo esta atmsfera de la vida de la aldea, se expanda peridicamente, de modo puntual, el eco estrenieeedory melanclico de las campanas de la iglesia, que pregonaban el paso de las horas. llamaban a misa, convocaban a las lecciones del catecismo, anunciaban las oraciones de si ti cero reeogi ni i cnt o de la ca d a de la tarde. En su ni a, los das ra nscu rra ti con apagado paso bovino, o con color sombro de panza de hurra. Por ello hay que suponer lue los sentimientos dolientes de un expatriado como J uan Montalvo dehieron de persistir sin alivio en aquel niedio.
315 Pero por qu, entonces, tom la determinacin de refugiarse otra Vez en Ipiales? La respuesta nos la tiene l mismo, que aclar que no haba aceptado insinuaciones de quedarse en lima o de pasar a Bogota, pues que haba pretendo dejarse estar en ese poblado de pocas necesidades, donde en ultimo caso puedo vivir con echada como indio, o con un vaso de lcche como tilosofo, o con tres habas porda como santo. Y no se crea que hay exageracin ninguna en lo que nos ha querido significar con tales palabras. El no era de los que acostumbran difundir querellosamente sus privacio iies. s aun menos de los que tienden a abultarlas. En este mismo captulo alcidrr- a la desastrada situacion que tuvo que sobrellevar en sus largos iilos de lpialcs. Desde luego, no estaba dispuesto a dilapidar el tiempo de este destierro. lampoco en Francia, en el reciente lapso de su desesperada perma nenci a all, y pese a todas las torincn tosas circunstancias que va conocemos, se permiti un total renunciamiento a sus labores intelectuales. Aqu en el abandono imperturbable del villorrio se haba hecho la decisin de 1 rabajar con disciplina y tesn. Sepan aseguraba los que de m se acuerdan, que mi proscripcin no es estril. Pero es interesante que yo haga notar que cuando eso adverta estaba an corriendo el ao de 1872, no obstante, ya poda citar como pruebas de lo que afirmaba los siguientes ttulos de sus nuevas creaciones: El brbaro de Amenca en los pueblos civilizados de I:urojla Un torno, en verso. Captulos 1le se le olvidan,yi a Cervantes. Dos tomos. El libro de las pasiones. Dos tomos. Diario de un loro, Un tomo. De las virtudes y los vicios. Con respecto al primero de esos libros El hrrharo de Amrica, debo recordar que a l se refiri en la intimidad de una conversacin con dos ecuatorianos, diciendo: En mi juventud compuse versos. Compuse un poema de viajes, por el estilo de Childe Harold: despus he salido bien en la prosa, y ci poemita ha quedado relegado para pasto de ratones: lo publicar algdn da, pero annimo. Quizs desconfiaba del valor de ste. No lleg a editarlo, y se ha perdido para siempre. En lo que concierne al Diario de un Loco, algunos de cuyos fragmentos coment en pginas anteriores, se tiene que reconocer que ha desaparecido en gran parte. Y por fin no hay ni rastros del volumen titulado De las virtudes y los vicios. Se salvaron en cambio las otras dos obras nombradas por su autor: Los captulos que se le olvidaron a Cervantes (novela de recreacin del Quijote) y El libro de las pasiones (teatro). Mas, desafortunadamente, ellas no consiguieron ser publicadas sino despus de la muerte de Montalvo. Su produc 0 Irua dch pr,naHnnpJ gu.llJ .j.g OK
316 cin piale nse no consisti solo en eso, ciertamente. Porque l sigui escribiendo mientras vivi ahi. Apenas si necesito llamar la atencin sobre los Siete tratados rahajo tan cd obre como fundamental y la Geometra ,noral-olumen de contenido amoroso- que nacieron igualmente en la humildad be Ile mtica del desamparo de Ipi al es. Y haba desde luego u tia gran demostracin de entrega literaria - o de fe personal en sus talentos excepcionales. atrs de aquel intenso laboreo, tan difcil en un ambiente de aldea, notoriamente desprovisto de condiciones necesarias. y caracterizado por una comn y sorda rustiquez. itt mismo, al evocar la gnesis de SUS captulos cervantinos, en las extensas sagaces pginas que les sirve de iniroduccin. nos Ita entregado esta fiel pincelada de dicho medio: FI caso fue que un tiranuelo de esos que no pueden vivir en donde hay un hombre y llaman enemigos (101 orden t los campeones de la libertad - nos tom un dia y nos echo en un desierto AludiaaGarca Moreno y a su exilio en piales. Y agregaba, con expresiva vehemencia: pero a]lvivirnos algunos (aos) sin trato social, sin distracciones, sin libros-, sin libros, seores. 5111 libros! Si tenis entraas, derretos en lgrimas No haba en el pueblo. en realidad, otra biblioteca que la de la casa parroquial, con una decena de volmenes de escassima utilidad. Por ello es bueno que se observe que lo que se muestra como caudal de saber en algunas de las creaciones inontalvinas de entonces, proceda de libretas que llevaba con l yen que haba registrado prrafos, sentencias y datos de sus bien escogidas lecturas de juventud que fueron tan abundantes y naturalmente tambin del rico sedimento de su cultura, en que tnta parte haba tenido su incomparable capacidad nemnica. El propio escritor, muy convencido de los efectos de semejante virtud, ha declarado enfticamente que un hombre privado de memoria, de hecho queda sin imaginacin: le faltan los recuerdos, las vagas y lejanas reminiscencias. En fin, quede establecido as, mediante las indicaciones precedentes, que Montalvo se impuso as mismo, para cumplirlo da por da, un proyecto de elaboracin de obras serias en varios gneros literarios. Ms adelante hallar yo ocasin de examinar el valor particular de cada una de ellas. Pero, por lo pronto. hago notar que a manera de contraste, e igual que aconteci durante la publicacin serial de El cosmopolita, en los aos de piales se vio tambin obligado a improvisar pginas periodsticas de naturaleza poltica, ya enzarzarse en tempestuosaspolmicascon sus detractores. El desde luego saba cotimo era de fallecedera esa literatura repentista - Y si proceda as era porque juzgaba que le resultaba forzoso enfrcntarse a hechos de la sida pblica y de stis antiguas rivalidades. Recurdese que precisame nte en aquel 1 572 que he ve nido mencionando fue vctim a de los
317 ms ofensivos denuestos, entre los que se contaban los de pillo, estafador, calumniante de profesin que exige la bolsa o la honra con sus escritos, escarnecedor de su mt j e r (por sti (arta de ufl padre jo ven, ya analizad a en esta biografa) malvado, masn, monstruoso engendro de dos razas malditas, Y recurdese tambin que una porcin de tales incriminaciones e nproperios apareci en un follew del doctor Mariano Nlestanza. La otra vino poco despus, en un lihclo annimo editado en Guayaquil, y cuya paternidad la atribuy nuestro escritor a J uan Len Mera, no sin sealar la cooperacin del mismo Mcstanza y de Marcos Espinel y J os Modesto Espinosa. En verdad, ante todoesto, cuando uno se pone apensarcon serena atencin en la suerte que corri Montalvo desde la publicacin de El cosmopolita el malhadado libro, como amargamente lleg a llamarle hasta esta etapa de su destierro, quisiera resistirse a creer en as dimensiones de tanta adversidad: las hambres de Pars, las incertidumbres de sus viajes, la miseria de Ipiales. los odios y acusaciones infamantes de los intelectuales de su propio pas, las desesperanzas del retorno, y algo ms, que precisamente perteneci a este fatdico 1872: la inesperada muerte de su hijo pequeuelo Carlos Alfonso, de cinco aos y ocho meses apenas, que se le comunic desde su lejana ciudad de Ambato. Y bien, tornando a lo de los agravios, he de insistir en que mi biografiado sali a defendersc con varios cuadernos impresos. El principal de aquellos fue El antropfago. (Atrocidades de un monstruo). Ya lo he citado en ms de una oportunidad, en este captulo. La iracundia parece que truena, incontenible, en sus pginas, entre los argumentos con los quc fue explicando el autor la razn de sus actos; y los dicterios a su vez dejan la impresin de que relampaguean con inspiracin sbita y certera, corno para convertir en cenizas la figura de sus contrincantes. Sobre todo, la de J uan Len Mera, con quien. ;ios atrs, haba intercambiado frases de amistad y de afecto. Pero aparte de ello, y no obstante unas cuantas lneas desmoronadizas, cuya condicin de escoria reconoci el propio Montalvo, hay en El antrop jugo un cristalino ondear d ideas fuertemente sugestivas. Se imprimi ste en Bogot, en el mismo 1872. Y, cuando estuvo listo, no circul. Pues que de modo sorprcsio el escritor mand quemarlo en el propio taller. Tratando de explicar la causa de ello se ha afirmado en el Ecuador, con injustificable acrimonia, que Montalvo se avergonz del fondo notoriamente ruin de su escrito. La :azn, segn su propio testimonio, fue otra. Los cuatrocientos cincucita ejemplares que formaban la edicin, ha indicado, no le podan ser remitidos a piales en menos de tres aos (cuatro por semana), a un costo de correos aceptable. En caso distinto o sca el de un despacho inmediato, en ocho o diez remesas el porte
318 que deba pagar estaba muy por encima de sus escasas disponibilidades. El dueo de la imprenta bogotana recibi J a orden con tristeza. Le pareci una profanacin el destruir ese elocuente y atractivo folleto de un c nienar de pginas. Y como no le quedaba ms remedio que hacerlo, se le ocurri salvar siquiera unos pocos ejemplares, obsequindolos a diputados de Colombia: uno de ellos, al representante del Estado del Cauca. Este, por st parte, se lo envi algn da a Roberto Andrade. Y yo tengo que confesar, muy complacido, que sin esta feliz circunstancia no me hubiera sido posiMe referirme a estos importantes pasajes de la vida de Montalvo. Acab de manifestar que la irritada reaccin de nuestro ensayista contra Mera resultaba totalmente dist1nta de su antigua disposicin cordial. Eso era as. Pero falta aclarar que las divergencias de los dos comenzaron despus de la publicacin de El cosmopolita. Y ellas venian a ser, entre otras cosas, la resonancia de sus diferencias de temperamento, de formacin, de asimilacin de ideas y de comportamiento poltico. En efecto, a pesar de que ambos eran no nicamente de la misma generacin literaria, sino de la misma ciudad y el mismo ao natal, sus personalidades se hacan sentir en posiciones antagnicas. Aunque no del todo irreconciliables. As, gracias a la perspectiva que nos ofrece e1 tiempo, se alcanza a ver que coincidan en varios aspectos de orientacin esttica: el gusto romntico y la predileccin por Chateaubriand, la poetizacin del lenguaje y los escrpulos de limpidez formal de los clsicos. Era pues evidente que las aversiones que llegaron a profesarse debieron tener origen en la emulacin nada saludable que experiment Mera frente al primer libro de Montalvo, y en su mentalidad ultraconservadora, que se retdrca de incomodidad al contacto con las expresiones de librepensador que traan esas pginas. Las disparidades fueron por cierto acentundose. En 1868 alcanzaron su clmax. El novelista de Cumand y un to suyo, Nicols Martinez. publicaron un planfeto con ultrajes al cosmopolita: entre stos, los que le hicieron especialmente mella fueron los alusivos a su procedencia familiar, con supuestos componentes de indio y de negro. Eso le enardeci de coraje. Advirtiendo que l no sufre le toquen un pelo ni le miren al soslayo, arremeti contra ese par de belermos que las daban de aristcratas. Que la gente de sexo conocido nos insulte, nos persiga, nos mate aseguraba poniendo sus ojos en J uan Len Mera, puede aguantarse; pero que ese semi-hombre que todo lo hace en cuclillas, se encarnice y nos muerda tanto, no es posible. Le enderezaba luego esta pulla rimada: Poeta que llueves sentado imitando a las mujeres, - dime t qu decir puedesde los que llueven parados?. A seis llegaron los opsculos de
319 agravios de Montalvo. Por donde se ve que no daba paz a su mano mientras no satisfaca sus arremolinados impulsos vindicativos. Pero las dimensiones de aquella gresca no fueron puramente verbales. Pues que los dos autores ambateosahoraconsagrados en el panorama de las letras hispanoamericanasse dieron de golpes en un paraje solitario de las afueras de su ciudad. Eso ocurri exactamente en la tarde del IX de julio de 1868. Y es bastante sabido que mi biografiado llev en ello la peor parte. Mera ha descrito cmo se desarroll todo, con trazos seguramente veraces, por la forma fiel en que est reflejado el carcter de Montalvo. Estos son los detalles: bajaba el primero de ellos de su quinta de Atocha. rumbo a la villa cercana, cuando de pronto oy que desde un rin- con del camino alguien le gritaba: ven, miserable. No era otro que su rival, que salt a querer halarle de la bufanda. lizo l resistencia. Consigulo al fin desprenderse de modo violento, al tiempo que profiri un insulto del ms grueso calibre. tom en seguida la iniciativa del ataque. Agarr por el cuello a su enemigo, le sacudi, e intent mandarlo contra el suelo. Montalvo se mantuvo sin embargo en pie, casi jadeando. Y, luego de dar dos pasos atrs, desenvain el estoque del bastn que ordinariamente Ileaha consigo, y de un corte dej maltrecha el ala del sombrero de Mera. Este alz, entonces, su largo brazo y le descarg furiosos y ciegos bastonazos, que debieron de haberle producido lesiones y dolor. No obstante, nuestro escritor no se amedrent ni vacil por eso. Pues que ech a un lado e1 estoque, y se arroj de nuevo, esta vez a golpes de puo, contra su agresor, quien a la postre le domin. En efecto, engarfindose del cuello hasta casi asfixiarlo, le oblig a abandonar la pelea. Lanse, como evidencia de ello, estas palabras del autor de Cumand: te aprieto, te estrujo, te ahogo, y al caer arrimado a un cerco, exclamas con voz fatigosa: Mera, entendmonos. Me causas lstima entonces y te suelto. Pero no se separaron ah. Montalvo sinti recelo, con razn, de ser agredido por un puado de labriegos de Atocha que conocan a Mera y que acertaron a pasar por ese apartado lugar con direccin a la ciudad. Y, corno haba que esperarlo, le requiri su compaa hasta las calles de ella, en tono sin duda varonil. Caminaban silenciosos. Cada uno con el ms concentrado enojo en las entraas. Llegados a Ambato, nuestro escritor, malcontento con los resultados del enfrentamiento, se volvi rpidamente hacia su rival, y mirndole a los ojos le desafi a batirse con revlver. Mera no le acept, y entonces aquel no quiso alejarse sin antes decirle: Me alegro de no haber encontrado en ti un hombre cobarde, abyecto; pero como hemos peleado como indios y a cosa ha sido fea. que nadie lo sepa. por mi parte te ofrezco no contarlo ni ami hermano. Tanto la actitud del desa
320 fo como las frases transcritas son seguramente verdaderas, porque muestran e1 temple indomable y e1 sentido del decoro qoe dieron carcter a la personalidad montalvina. Debo desde luego aclarar que mt biografiado neg lo que sobre este episodio haba asegurado su contrincante: cmo decii- ese que todo lo hace en cuclillas podr coger del pescuezo ni a un gato?. Y ms bien prefiri no dar su propia versin, que hubiera sido til para desvanecer cualquier falsedad de la otra. Lo que s se niueslra evidente es la ndole del ronipituicillo absoluto que adquirieron aquellas ofensas mutuas, de palabra y de obra. Eso continu ya para siempre - De manera que el panfletotitulado El antropfago vino a ser parte del encadenamiento de incidencias belicosas con que ambos se enfrentaron. Yen el cual no se debe olvidar la rplica indignada que concitaron las pginas de La dictadura perpetuis que Montalvo envi a un diario panam o para denostar al gobierno de Garca Moreno. Esa rplica apareci en Guayaquil sin firma de autor. como se haba vuelto usual cuando se atacaba a nuestro ensayista. Pero, por los puntos de vista y la testarudez de la campaa contra ste, era obvio que proceda del grupo conservador de J uan Len Mcra. Se la public bajo el ttulo de f). Juan Montalvo y la Verdad contra l o sea la defensa del Ecuador contra las calumnias e injurias publicadas en elJolleto titulado La Dictadura Perpetua (Imprenta del Guayas, Guayaquil, 1874. Annimo de 20 pginas). Tras advertir que no se les deha acusar por el lenguaje ms o menos destemplado en que se expresaban, pues que no estara bien que contra quien dispara plomo, lanzramos balas de algodn, se precipitaban a acometerlo con brutal reciedumbre, yen el furor de su agresividad conseguan formar, como a golpes de pual una imagen de nuestro escritor en la que reconozcmoslo por ser las imperfecciones lo propio de la naturaleza humana no falta algn lejano indicio de autenticidad. El reproducir en seguida aquellos trazos inmisericordes ser til hasta para que se observe cul era la impresin de la personalidad de l que los adversarios procuraban difundir entre sus contemporneos. Desde luego, de tumbo en tumbo, a travs de un siglo entero, ha habido el tendencioso afn de dar persistencia a aquel retrato luciferino. Tngaselo pues aqui, pero con las muchas reservas de juicio que son necesarias: Hay en Montalvo, como dira Timn, uno. dos. tres, cuatro, un sin nmero de hombres en un todo diferentes yen un todo semejantes. E! hombre cristiano y el hombre impo; el hombre espiritual y el hombre materialista; el hombre de ideas elesadas y el de pasiones miserables y mezquinas; el hombre que ensalza la honradez y el hombre w tard st, de profesin; el hombre que pide que la ve rttact se oculte etia ndo ha de esca n - dalLar, y el lionibre que ptitlica los secretos tic la mujer que omvioo Lo l]evar su ion
321 bre; en fin el hombre que exige de los dems la virtud suprema, y el hombre que no ha tenido jams otra aplicacin que maldecir de todo y dc todos sin piedad. Aquellos libelistas, sin duda sus ya conocidos enemigos, insistan en su acostumbrado gnero de insultos: disfamador de su virtuosa esposa y guardador de la honra de las prostitutas; l, como todos los malvados, jams ha conocido ni la obligatoria virtud del trabajo; hbil escudriador del bolsillo ajeno; se le permite la dictadura que ejerce sobre los bolsillos por no otra cosa que el temor de ser vctimas de la lengua viperina de aquel demonio. Lo bueno era que, entre el acosamiento de sus encarnizados vapuleadores, de tarde en tarde tambin le llegaban a sus soledades de proscrito las cartas lisonjeras de intelectuales de otros pases; y aun, alguna vez, contaba con la visita de tal o cual amigo del Ecuador que le admiraba sinceramente. De todo ello hay asimismo constancias. En lo que concierne a esas visitas infrecuentes puedo recordar el caso del general carchense Nicanor Arellano del Hierro, que parece que ms de una vez le invit a pasar, con el debido sigilo, en su hacienda Santa Rosa del Carchi. Y de igual modo el caso del joven liberal Roberto Andrade, algo ms asiduo en sus acercamientos al desterrado. Gracias a aqul me es posible dar en csta biografa dos imgenes muy vivas del Montalvo de piales. Esta es la primera, en palabras del propio Andrade: Desde el cuarto donde me reciba, not, mirando a su alcoba que era muy escasa la ropa de su cama, para el clima: acababa yo de recibir una frazada nucva, enviada por mi madre, y se la regal.- A buen tiempo, me dijo; y a continuacin me envi un par de botines muy finos, hechos en Ambato, pero no adecuados para mt pie, lo que me hizo comprender que quera recompensarme por la frazada, y no tena otra manera de efectuarlo. Siempre, como se ve, el sentid del decoro presidiendo sus actitudes. Y la otra imagen es la que sigue, tambin en texto de Andrade, que describe un episodio de 1875, en la misma poblacin: Rafael Qirnefo y yo, ambos muchachos, pero educados en colcgios de Quito, fumbamos todos los das en la habitacin de D. Juan: l no nos deca nada, y no nos dimos cuenta de su disgusto. Un dia, cuando ya habamos fumado algunos cigarrillos, nos dijo: Fuman Uds. mucho, no? En Panam me regalaron 2(X) cajas de puros de La Habana; y yo, como no s fumar... Cornejo y yo nos miramos, radiantes de esperanzas. Como se prolongaba el silencio, nopude ya contenerme, y pregunt: Los conserva? Ech una carcajada de esas que jams concluyen, y Cornejo tambin se contagi. Yo agach la cabeza, aturrullado. Me enferma hasta el olor del tabaco: tuve que regalar las cajas inmediatamente, suplicando ami amigo no fumara sino lcos, dijo, riendo
322 iodaia Acto continuo tos lesattia,iios fil ainigl 50. l!i;OIICCS PC, r el baleen tlas.s lo cok 1111,15 a fumaren presencia de l Me parece conveniente (pie se repare en dos detalles de es,- j -inc moranza, Fidedigna por proceder de alguien que conoci y trato a \ioitt,l yo: el de la fuerza espontnea y contagiosa con que tanihin l, tan severo y hermetico, saba soltar alguna vez su buena carcajada. cii el seno de la intimidad: y ci de su declarada abominacin del lnihit, de fumar. Sobre esto ltimo, aparte de su propia confesin escrita, hay el testiTii()iliO Lic Emilia Pardo Bazn, stl clebre amiga de Espaa. que yo habr de llIcerIC) comparecer oportunamente, en otro captulo, para desvanecer erradas iiiformaciones que se han entregado alrededer de la vida del escritor cii su tercera estada parisiense, que fue posterior a sta de Ipiales. Aqu. en el villorrio fronterizo de Colombia, segn he techo va iiolar, nada que no fuera la elaboracin de su obra literaria le colmaba de veras el corazon. indefinidamente, sin esperanzas casi, sobrellevaba pues contratiempos y azares. A tal punto que no le qued ms alternativa que acostumbrarse a toda laya de renuncianlieni os, impuestos por su pobreza y la ahurridara insignificancia del poblado. Al mes de su arribo dej el hogar de J uan Ramn Rosero. cuyos afectos sigui cultivando con fidelidad. lampoco olvido jams la solicitud bondadosa con que le atendieron ah las hijas de ese colombiano hospitalario. J ess y Mercedes. Al despedirse de stas, les pidi que conservaran la mesa en que l sola escribir, y la cual yo pude todava conocer hace algunos anos. en el jardn interior de la casa del doctor Rosen): era ms bien rstica. larga y delgada, con cajon central patas torneadas. Cuatro decenios despus nc la muerte tic Montalvo. en 1929. el preftsotado (le ensenana piunaria de la po)incta del Chimborazo. del Ecuador, promovi la idea de recoger contribuciones del inacisterio fiscal pal-a adquirir la aludida casa de la familia Rosero y concertina cii sede del consulado que existe en piales. Como es lo uCual entre nosotros, la iniciativa se qued en simple ilusin: cargada tic rctorica, eso sr De todos modos, el 7 de agosto de ese mismo tito se lij a lo menos. en su fachada, una l:ipida de mrmol cuya leyenda dice: En esta casa vivi J uan Niortirtis,,. excelso 1jcusadoi i,I1,j,,lCal iLllL,Cioi, l41i). iIO,ILTI,ijt. LIC los hijos del (anclti. Por simple ncces:J ad tiforitiati a. he de indicar lic se coloco ruta llueva inscripcioil conineniorativa hace ib mucho lien,1,,, mientras voejercia la presidencia de la casa de la Cultura Ecuatoriana. Trat de expresar nis arriba que. pasado el piiuiei tites de este su regreso a Ipiales, mluestro ensayista quiso mudarse de vivienda pat evit:tt te FHC.nR.j.wI(.Iw]:,o:aHLkc..r.ni,,,n tL-,F r,emso ict,,,a-L .io -j
323 nia\ores molestias a SU desinteresado husped. Ilall( as [Hl par tic piezas en titro inmueble, tambin cntrico. Esta vez, una faiiitlta l3urhano se las (110 en alquiler. FI aguardaba para hacer tales pagos las modestas remisio les de dine ro ie su ie rmaiio Francisco J avier. Ms tarde volvio los OJOS a su lavorecedor el general Eloy Alfaro. Y despus de ste a un joven liberal quiteno. llaniado Rafael Portilla. Pero no eran nicamente el arriendo tIc las habitaciones y la alimentacin losque demandaban tlicha ayuda. Ne cesitaba. en electo, disponer de sumas adicionales: ya para la limpieza y arreglo del apartamento; ya para el lavado y planchado cte sus prendas personales y ropa de cama; ya para los materiales qtie usaba en la escritura de sos 1 ibros ; ya para la ini piesion de sus folletos polcmieos en [piales y en Bogot, y ya, desde luego, cuando las circunstancias se lo exigan. para las atenciones de su salud. De donde resultaba que los socorros casi nunca le eran suficientes. Se obligaba por eso a prepararse l mismo el sustento. (1ue muchas veces se redujo a dos papas cocidas y tina tasa de cat negro. Y se ve ia igualmen te precisado a vender alguna cosa de valor, de la cual e habr dolido mucho desprenderse . Se qued as sin un hermoso reloj tic bolsillo. Y luego pinsese en lo que eso significaba sin su mejor pluma, que era una costosa joya de oro. La enajenacin de sta tiene su propia historia, que la he cte referir en seguida. Ante todo he tic observar que tiche rechazarsc ya de modo defiaitito, por pueril y falsa, la afirmacin lanzada por no s quien. y que recogio tun periodista llamado Alejandro Campaa cii un diario de Quito FI Comercio, el 31 de abril de 1918, sobre que Vctor 1 lugo ohsequi dicha pluma a nuestro autor, con ocasin de su prosa elegaca del terremoto de Imbabura. Nada es ms desatadamente ictiaginario que eso. La relacin entre los dos personajes no consisti sino en el envio de su ensayo, por parte de Montalvo, y en a breve aunque expi esl\ a esquela tic agradecimienio que le puso su destuilatario , el genial patriarca de las letras francesas. Conviene que se sepa que en el casquillo de oro labrado en que va inserta la pluma, tambin cte oro, se han inscrito 1 nombre de la ciudad y el ano de su fabricacin: New York, 1876, y se Ita puesto ademas tui numero: el 7. [oes bien, se hace indispensable tomar en cuenta que las pginas montalvinasde lamentacin por la catstrofe irn liaburea dedicadas a 1 lugo. como ya lo expliqu en otro capitulo ---se publicaron en noviemlire de 1866. y que ste escribio su nota de respuesta el lb de abril de 1809. Esto quiere decir que hasta la fecha de fabricacin neoyorqttlna de la pluma haban corrido no menos de siete anos. Cmo, entonces, se ha de seguir creyendo que Vctor Hugo, (Irle destin muy pocos mnlutos a la breve redaccin cte sus letras a Montalvo, y con quien no volvi a te nc r ni ngu n a otra re 1 Ici n . haba (te se gu ir guardando me mo ri a,
324 y una memoria muvadmirativao afectuosa, durante siete largosaitos. para hacerle el regalo de la pluma en 1876. o despus. El reconocimiento de a grandeza de nuestro escritor cntindaselo bien- no necesita insen clones de esa aya, ni de ninguna otra. Puntual izada esta aclaracin. conozcase la Ii storni de 1 raspaso de aquella joya inapreciable. Y nada mejor para el efecto que sacrificar a exposicin propia, y poner en su lugar el testimonio nutrido de detalles veraces de un colombiano que, a comienzos de nuestro siglo, con un certero sentido de las valoraciones, se refiri a ese hecho. Algo 11]5 an: como se haba convertido en uno de sus dueos, con su escrito testimonial realiz la donacin de la pluma de Montalvo a otra personalidad de la cultura del Ecuador. Este es el texto de su documento, en lo principal: ipiates, junio25 dc 1910.- Ilmo. Sr. Arzobispo Dr D. Federico GonzlezS. Quito.- Mi muy respetado y estimado Sr. Arzobispo: Por i,iicrniciiio sic Rosalino O terrn le reni it i ha cuatro dias un plumero y pluma de ro No - 7 fabricados en N - York cii 1876. Esta prenda tj oc tengo c t honor y el placer de regit Idi se a a su Seora, tiene el mri mdc h,iber pertenecido al gran escritor eetiitii,ri:ttlil. el ilustre J uan Montalvo. que fue honra del gnero humano, segn la expresin cje (ant, cu:ttido les,i los Siete lraj,id,,s Nlontalvc, vivi desterrado algu nos aos en esta ciudad Aejui eserib,n aquella obra: es lo probable. pues Manuel Masos re ha referido haber puesto en un:pio algunos de los Tratados. Montalvo. que no era rico soto tic genio, en tos nionien tos ms angustiosos mand cender su reloj de ores se] plumeas. Id Corone] Francisco Vela, que era un cumplido caballero, no quiso eotitprarle el ltinu,. 11cm mande a Moni,tiso su salar rogandole conservar la prenda. ste tui qiuso teepiar el dinero sieo a cotislieton cje que Vela se quedara con ella. Este amigo tite rcfirsi el casi, ahora ,,ids ile 15 atiosH l)espus tic so muerte la seora 1t ornetia Etijas, sil stoda, me regal el plitritero: le niarieta que hay la altsoluti seguricl.tel ele que ,etiertce al gr:ai SIon talvo.- Fis los :iet,t:iles aniargusinios instantes por las que pisa el Ecuador: cuando tetas sos hijo. se salt levantado movidos por el tt,isrito espitiiit que itrll:im a los li roes del tiehineh:t y Ayacucho, para defendeilo tic su secular :ttiihieioso enemigo: cuando e! Atzitbispo de Quilo ha sido la primera y mayor fuerza que ha titos ido it] pueblo ecuatoriano para protestar ante cI rituneli, ctvilirad,t tic los abusos de los usarpiiclsttes .me ti:, p.itectdo ci momeoto ms tiporturto paris tii:tti,iar]e regalar a su Sedo ra esa platri:s que estuvo siempre al scrsieio de la .itr t:t 5 corOt ,t la irania. Oja]a ms tarde se e,stiservee u ci Museo ele Qsuto, co uso sir, 1-ce eterdo de Lo dos eeuat:,i:uios tiste, cii Isis tsims,s ricnipns. han dado ms gloria a 1.i Naco,,, Esa pluma. ile Cejv:inte que nadie se ha atrevido a tom:irta ti e donde 1:, dej su ehies,, bis, la pnc Ii iu:o i,is es u Seora para que eserib: iesne ]I,t oliios pa reciclas al dtiseesrss:i pronune ud, :uiie el liar:,il,5n tjravcrsitarie, ...Sss mciv tenis y luinulde sei ti- _ii (anule, .\ .-\ls are?. iSi s,oi .ss,,s.,,sr ;,ss,sd5jss.i,,i,,i,,osc,ii \t,sis.,sis,,.5,t,,,,,t,s:tL,,si,is,,,,,i,,.,cis,s,sois.i, rs; u,,,. O iii.,,t,,,, .55.! 51.555 ,is,.eg ,-,u,,i Cssiius,u i,,,,s i;Ois, (,5i .5 iiOs .,,:,s,u.Ls,i, i iu.i,a,.,is,,
325 Id arzobispo Gonilei Suarez contesto a Alvarez con titia corta misia. cii tille le tiiantlcsto haber recibido ptiiitualmcnte el plinnero con la pluma y le agradeci por su tan valioso obsequio, del cual yo no puedo taetios de hacer la estimacion debida. Pero probablemente sinti escrpulos de diversa ndole que le impidieron usar el precioso presente. lo guardo en cambio con especial cuidado, y lo pas a su legatario J os M Vacas en las vecindades de su muerte. De dichas ni anos foca dar por ventura, quizs mediante compra, a la Sociedad J uan Montalvo, de Quito. Y ella, por fin, don la pluma a la Municipalidad tic Ambato, Que la conserva, para que se la pueda mirar, en una de las vitrinas de la Casa de Montalvo, de aquel la ciudad. (Por desgracia, he acabado de saber, en este abril de 1987, que hace cinco aos fue robada de ah esa joya histrica inestimable, y que no hay esperanzas de recuperarla). l,os rigores de la adversidad se han ensaado tambin con la salud de mi biografiado durante la interminable permanencia que tuvo en piales. Aparte de la vieja afeccin reumtica, de alguna dolencia inesperada Y tic ocasionales resfros, contrajo una para l rara cnermcdad. que se ohs tin en molestarle por varios meses, y que pareca efecto de una extremada sensibilidad drmica y emotiva. Se vio en la necesidad de dirigir una carta de explicacion de las caracteristicas de ella, y tic sus posibles causas, a un indicti de Colombia con quien haba hecho amistad. Gracias a su contc nido se nos revela ahora, con iluminacin insospechablcmente veraz, algo de la intimidad menos confesable de Montalvo. Por eso juzgo til reprodu cu siquiera una parte de ese documento contidcncial. Es la que sigue: ipialcs .21) de setiembre de 1871.- seor Doctor Ramn iolcdo. . . . Hace dos o tres meses que estoy padeciendo tina gran molestia. la cual es un hormigueo feroz de la sunguc po iOdO ci cuerpo ,as como salgo iii sol y c;iminu, tilia o dos cuadras. No es cotttczn sitio dolor pungetite bajo la epudcrntts, Como piquetes tic aguja. y tan ejeeuti sus, que a seces me dcsespera.. . . Debo decir a lId, que tus Funciones estn perfecta ncntcarrcglatlas y que mus hbulos y costumbres son de anaenrela. Por donde me in cinto ,t ercer que csla enfermedad es puramente ucrvosa t:mhi tiis cuanto que el mis uit, eleciu que produce 1 en miel calor y la agitacin Fsica, producen las emociones ud ;intttio. tui unos un]icntc, de clera, de surja res Oc rusa. y uiii est el hormigueo. aunque no tan schcmcnte como cuando talitino ui stil. Mi tcuipcramcriisi es bilioso . neo liNo, u siempre he padecido algn efecto de esta constttsucun tun ocasionada ti, ttialcs.- Debo decirle que la enferinetlad de que hice caitia ahora pote. nada licite que ser csut la presente. pnrcue no fue sino tttia luustimdtlura en la euinilla aunque es cierto s1tlc elttsutiecs mismo pruteipi a sentir la tiisulcsiia queme iiqucjiu. Cuando hago buen cjcueicitu no mc falta disposicin para cotncr; duermo bien aunque no como tun lenas eitt tirad . 5 .SInuuulou,,,uiyuuuiuuIuur,,. tiid. pug 05
326 Metido en la casa por sus temporales aflicciones de salud, o metido horas en te ras e ri 1 re 1 . pa PC les de su ni esa en la ardo rosa el ahoraci ti de sus libros, o rnet do en los silencios de sus rrenu nciahles paseo por los alrejedores del pueblo, lo comn era que no se le viera en compaa de nadie, De cuando en cuando llamaba a su Puerta alguno de sus amigos liberales de Quito o lulcn, con los cuales, por cierto, mantena una correspon ecia epistolar que le serva para estar informado de la situacin poltica ecuatoriana y para alentar y orientar las actividades de oposicin al rgimen de Garca Moreno, Su dbil esperanza de retorno al hogar ambateo no hallaba ms vislumbres de realizacin que la cada del dictador. Visitantes menos infrecuentes que esos coidearios resultaban serquin lo creyera los nios del vecindario. Esto lo record l mismo en sus libros, en un par de ocasiones. Y hasta fue muy concreto cuando en El antropfago dijo: Casi todos mis amigos pertenecen al dulce gremio de la infancia; nunca me faltan visitas infantiles; a donde voy, busco a los nios. En otra parte de estas reseas biogrficas hice yo alusin a unas aventuras amorosas de Don J uan de Flor, qutse narran dentro del variado texto de la obra Geometra moral, e indiqu lo que haba de trasiego personal de su autoren el alma de aquel Don J uan. Ahora en cambio he de llamar la atencin sobre lo que hay tambin de prolongacin de s mismo, de reflejo vivo de Montalvo, en la figura de Herculano, protagonista de una novelinatitulada Safira. que igualmente pertenece a la Geometra. No se olvide que sus pginas fueron escritas ah en piales. Pues bien, aquel Herculano era ni ms ni menos que Montalvo un extranjero que lleg un da a una ciudad pequea de la Nueva Granada, y se estahFeci en ella sin ruido ni aparato de ninguna clase. Nadie saba quin fuese ni de dnde viniese, porque no era l sujeto de entrar en conversaciones ntimas - Sus rasgos. su aire, sus maneras, sus hbitos eran asimismo los de nuestro autor. Y como l, se alej un da de aquella poblacin sin que se hubiera sabido de qu modo ni por qu, ni hasta cundo. Pero pasado largo tiempo volvi, en representacin tambin fiel de lo acontecido con Montalvo, y fue para sentirse reanimado con el jubileo carioso de la chiquillera. Porque la gente humilde del pueblo y los nios se dieron cuenta inmediata de que elsenor estaba de nuevo entre ellos: el seor era el vocativo con que usualmente le llamaban - Y no se resistieron a ir a saludarle en su habitacin solitaria. Se produjo as una escena en la historia de Herculano que pudo en verdad haber tenido lugar en la propia vida de nuestro escntor, durante esos aos de piales Tonimosla pues como un episodio bsicamente real, y apelemos a los mismos trazosdescriptivosde l,que son los que siguen:
327 corno ic,ihartios tIc dccii iccien liegatio e/ Irvinre nno una muchacha gordarde cual T :IrIs deeririd. rtihia crespa sin telirti r Loilrn dci puehiti. rio lrtii:i /ap.ihns lonpia csost. y li[Lfl al,ivial,i, corno lina pnrieesrl:i plebeya. De entree 1 seno cli choco sac dos l,ueos trescos ahuirados, res1ii:rrideeie res. extendida la ni,incii i. lijo Son de iii gallina rega E ncgo lleg tiria 5 iCjI li:iverido en hr,izos tilia clriqn,la ojinegra, lnotltnrinliia Cuyo pelo ensoriijadi cIaba en alzamiento populai bolie el peeliti de la flitljei y Stls propis mallos, apellas si poda domar y sujetar un 1)011(1 stihversiso qw venia riolestatidri por ti nipietii;i. estiles titetendo etiarila queja oir i rgr i Y cuanta tiesve rg he liza al rol pueden caber en se iiiej ti nl e tribulacin llega - ion en seguida dos pdlrtos de lo ms simptico: era el loro ini cholo moreno, no dos le re as d e al tu tic Ii ip) rrrirlt, bien e imi do .. camisa era indo lo que ten la, sal it ti y itronibad a alrededor vr yo como el diablo .. Su coni pa e ni es u hio : pelo largo y liso, crinio Eserpiori Al ricroin. - Pero no hay que dejarse atrapar por esta suerte de incomprobados theta lles, ni tad verdaderos quizs, mitad acaso letleiOs Porque Herculano se lutlestra solo como rele jo inconereto e inestanie dci propio autor. De nodo que se debe volver una mirada escudriadora a ste. Y slo as, en buces, se alcanzar a advertir rjoe las visitas que ueeibfa 1111 en Ipiales. ituque pocas. eran tambiui de otro gnero. No faltaban en efecto las de erlt-aeter muy intimo y privado: las de sus amores. Con todo lo anacoreta rl enemigo de los deleites mundanos que sola conlesarse. Montalvo no po lIra. III lena por qu. renunciar a los saludables reelrlrtros del sexo. Y no se olvide que ste suele lornarse ms imperativo et:rnio ms eventuales soli las condiciones que halla para su satisfaccin. Por eso nuestro prosisla se sinlio rapidamente estimulado cuando dio con tIna mestiza (te la pequea cuidad. supoestanienle apellidada Hernndez. qtie se conipromelio tI l:rs labores de Lvido e pInchado y que mostraba irur eenio dulcemente tecqtriblc. lera oven Acaso estaba en los treinta anos de edad. Su cuerpo ci] robustos bien propsreiolirldo. Tal \e7 impereeptrlrleinente menos que irictlrano. las caderas. los 111115105, los pechos tlsleillrllgln una redonda r cas, sirlnipiiios:i plenitud. Id rostro hallaba el acento nc sin gracia en tinos e\presivos ojos pardos. (Irle contrastaban con la limpia blancura de la piel. 1:1 pelo, negro. se reparlia cii dos mitades y se reetigia hacia atrs en tin nlloil abultado, al qtne stijelaba dcilmente llli peitieta sencilla. Stls auNirlrirs todas eran las de la genle humilde, llcllrllba pOCO y se cuidaba de rin dar seales de al titi: impertinencia. Precisamente el muro que sealzabrl errr:e los tlss era el riel respelo con que ella prtieedna Lente al escritor. Ya !i,llliri dado cuenta. esciertts. desu pobre/a. pelocon la misma prontitud ir:ibn,n !loradu el reliexe superior de aquella perstiiraliciad. en la que nadie t-oise(uia descubrir alardes vanos. sino nicamente el jalo de seriedad qne es propio de los lirilsttis inteleett ales.A l se le bacra tambin trabajoso vencer el disraireiritisicritoereado por ese respelti. l)e intineris qtie patll:l
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tinamente, con esfuerzo y tacto, le lue haciendo notare1 aprecio a que le movan sus lahores. su delicadeza, su callada solidaridad cori una vctima del destierro. s finalmente le declar que admiraba sus atractivos fsicos. La si upatica mestiza. con certero instinto femenino. ha percibiendo los propsitos de conquista de aquel hombre tan especial. acaso tan ardoroso, y se los tole ra ha poco a poco. y ceda sin hrusqtiedades. c orno disponindose por su propio gusto, naturalmente, al desenlace. Hasta que al fin fueron llegando, por el lado de l, los indicios ncoii [undibles del enamoramiento y ta pasin sensual, y ella tuvo que permitrselos sin otras resistencias que las de su pudoroso recelo. As fue como le entreg una tarde el don de su guardad a doncellez e ti la so lcd a d de aq tel posen (o, al que iba regularmente por las necesidades de su oficio. A Montalvo, pese a su vida autnoma y desuncida largamente de la intimidad conyugal. le agradaban ms las prctets de la monogamia. Era por eso. durante largas temporadas, el varn de una sola mujer. Ah en Ipiales volvi a demostrarlo. Pues que mantuvo por aos ese concubinato, del que el bigrafo Oscar Efrn Reyes ha afirmado que le nacieron dos hijos: Adn y Visitacin. Hasta ha llegado a indicar que comprob que Visitacin viva an en 1935. en aquel lugar de la frontera colombiana. Pero, tras una prolija investigacin realizada en el archivo parroquial de Ipiales. y en la cual he consultado las partidas haurismales registradas desde 1870 hasta 1882. debo por mi parte asegurar que no hay constancia del nacimiento de los vstagos Montalvo Hernndez. a que se refiere el indicado. autor. O. E. Reyes. He de advertir, con todo, que el doctor J urado Noboa alcanz a hallar los registros bautismales de Jos Adn (7 de febrero de 1873) y de (lara Visitacin (22 de octubre de 1875). El primero, como hijo natural de Pastora Hernndez. [.a segunda, como hija legtima de Vctor Coral y Pastora 1-lernndez. Desde luego es necesario aclarar que, siguiendo las despreocupaciones que practic por lo comn en su condicin de padre, mi biografiado jams aludi, ni en sus libros, ni en sus cartas, ni en tloeumento alguno, a este par de descendientes ilegtimos. Pero lo extrao, y al parecer nada justificable, es que tambin se encerr en su silencio de igual carcter, de indiferencia y olvido, frente a su hija de matrimonio, Mara Carmen Montalvo Guzmn, hermana menor de aquel otro no nnbateo que muri premaluramenle. y la cual vivi con Mara Manuela y sos abuelos mater
329 Pese a las reservas de su amancebamiento en Ipiales, fue imposible que los vecinos del pueblo, inclinados como la mayora de los lugareos a las diligencias del correveidile y el murmurador. no se dieran cuenta de tales relaciones intimas. Que comenzaron por sublevar al cura ya un puado de feligreses de su iglesia. Cierto era que a ese hombre le haban visto llevar una existencia de gran adustez, con renunciamiento absoluto de halagos mundanos; que conocan, a travs de referencias, el grado de las privaciones que soportaba y algunas de las caridades que, no obstante, haba hecho a gentes ms menesterosas que l; que haban odo que ms de una vczse pasaba, entre lecturas yescritos, con sus ventanas alumbradas hasta el amanecer, y que en suma se les haca duro no admitir que se conduca con el retraimiento y la moderacin de un filsofo. Pero, aparte de esos amores clandestinos, lo que asimismo les irritaba al prroco y a su grey era observar que no oye misa, ni va a la escuela de Cristo, ni manda decir responsos por el alma de sus mayores. Y, como no consiguieron atraerle para formularle sus reparos, prefirieron reunir a unos cuantos muchachos de las casitas de las afueras del pueblo, y enseailes que le perturbaran la transparente paz de sus paseos gritndole desde lelos: Masn! Hereje!. Porque Montalvo, igual que en sus dos permanencias solitarias en Paris, igual que en sus experiencias de viajero por Europa. igual que en sus perodos familiares en Ambato, igual que en su laboriosa y a la vez cavilosa vida de estudiante en Quito, igual que antes y que lo que vendr despus. igual que siempre, se deleitaba en Ipiales con la melanclica mana de sus andanzas. Erraba preferentemente por los parajes menos frecuentados, desde los cuales poda extasiarse, quizs con lgrimas en los ojos, en la contemplacin de la naturaleza. Y ele tan lo rondar y rondar esos paisajes del apacible villorrio de entonces, se encarin con ellos, y hasta hubo un momento en que, desde la distancia, lleg a asegurar que ya estaba suspirando por los aires de Ipiales - Buena prueba del fervor e motivo de su relacin con e1 rstico y fascinante entorno de ese pueblo nos ha dejado en unas pginas de Geometra moral, de cuyo contenido son las frases que siguen: No he visto en el hori ante de cierto paR andino cuaclios por tenitsss que no hallaran cabida ni en la imaginacin de Milton: las nubes. r-,,artrdris en largas plumas. se extienden desde ci occidtnie hasta ej cenit en fornia de ahornes ipoeatipiico. o de cola de un pavo real gigantesco. . - La escala de j sueo de Jacob no es ni ms grande. ni is trella ni mis misteriosa: niedio obscura va la tierra, un suave irilisor ijutiona todavia la bveda celeste - El sol, en el 1 rpico de Cncer, se nc justamente tras el orr,l,al, coronado de nieve perpenia. En lina jnehi ida (tel monte se ipirian a laidee nornes nubarrones; el sol, en su descenso, lo, hiere de sosl;tvo, los enciende.
330 y arden esas nubes Figurando una hoguera suspendida en el firmamento... .- El rojo se desangra. el amariflo palidece, el violado flaquca. ci blanco desmaya mucre todo, y un pardo ciclo se cx,t-ode por el universo Estos halagos de taciturna guisa espiritual, algunas lecturas que no las hubiera tan ralas de libros que de tarde cii tarde le enviaban, por ruego suyo, sus amigos ecuatorianos, y sobre todo la ahincada dedicacin a su carrera de escritor, constituan el principal contrarresto a los males del ya largo destierro. Su humilde concubina no era, no poda ser por su depauperada condicin en lo cultural y lo aterial,un sostn ni una verdadera compaa. Por todo ello se desesperaba pensando en la necesidad del regreso a su tierra. Escriba a los jvenes liberales incilndoles a una decidida lucha contra el dictador. Se comunicaba con Alfaro tratando de ofrecerle el concurso de su pluma. como un arma de combate ms en la creciente reciedumbre de sus campaas guerreras. Y su vehemencia aumentaba con los ajetreos polticos de Garca Moreno para perennizarse en el gobierno. Apoyado por sus correligionarios, ste aspiraba en efecto a un perodo ms. La ciudadana se haba ido conformando con ese estilo rgido de conducirla. Porque, al fin y al cabo, en los ltimos aos no haba ordenado fusilamientos ni azotes. Aunque s crceles y confinios. como el de los periodistas de la Nueva era de Guayaquil, Miguel Valverde y Federico Proao. A ellos les haba hecho recluir.en lo hondo de la selva oriental ecuatoriana, a orillas del ro Napo, en febrero de 1875. Pero, por sobre este tipo de violencias, era tambin evidente que estaba empeado en-hacerse reconocer como un mandatario progresista, creando fuentes de riqueza, promoviendo labores agrarias, buscando la verehraeiri de las regiones mediante el ferrocarril los caminos, atendiendo la difusin de las ciencias, mejorando la enseanza militar. Hay una observacin interesante, que no deja de ser definidora, formulada por el historiador liberal Belisario Quevedo. Es sta: Garca Moreno quiere hacer la grandeza del pas aprovechando fuerzas sociales que existen. Montalvo quiere engrandecerlo forjando un sistema de fuerzas que no existen. 56 Hay pues que conjeturar que aquel hombre de accin deseaba seguir realizando las obras que se haba propuesto. A eso se deba haber agregado su inclinacin naturas a las voluptuosidades del poder, e igualmente el reclamo tenaz de los aparceros de su rgimen. I.o cierto fue que los conservadores y el clero de provincias se volcaron en una labor de proselitismo. Primero fue e1 recoger firmas dadas muchas veces con desgano, por presiones religiosas o por temor a las reacciones del dspota; despus vino jSt, (on.dcac,o,c-.snl,, 5 ..o,, Moven, - f ,r,e., j,Hin, lsl,l,., ic,Ion-an-a M{nrnn. ihd,pSg :7
331 el preparar las elecciones ene! ano de la terminacion constitucIonal del gobierno, y en ellas se constguio finalmente designarle para ejercer sitj tercer periodo, con un escaso total de veinticInco mil votos. Uno de sus rilas ardorosas e inteligentes parttdarios, el escritor J uan Len Mera, ha histortado este hecho en La cluuulura y la restauracin, y ha dejado su testimonio en estas palabras: A Garca Moreno le repugnt al principio la ieelecon de consta al lulor): pero las instancias de cuantos le rodeaban Y sostenais en st potilica, la favorable icogida que el provecto tuvo de parte del pueblo, gustoso de It paz, de la libertad para el trabajo y de otras garantas que haba gozado por espacio de ms de un lustro. y, sin duda. los deseos del mismo Presidente de continuar su obra-le hicieron ceder, convino en que se le reeligiese, yen el mes de mayo las urnas electorales reciban mni)s de ve in tic, oco mil votos, sin oposicin, para que a la cabeza del Gobierno continuase el niisrn{) magistrado. El Congreso deba instalarse el lO ile agosto, y ante l te it la qne resignar el poder Garca Moreno, para volverlo a tomar despus de un nuevo J ara milenio. Muchos senadores y dipulados se hallaban ya en la eaplai Todo se mova entonces con tranquilo optimismo, y con las naturales seguridades de efectuar la ceremonia solemne de la nueva investidura. Eso s, de adehala, se haba venido buscando un pronunciamiento favorable de la llamada opinin pblica. Aun de la de aquellos pases en donde germinaban intereses polticos sobre lo nuestro. Tal era el caso de Panam, sitio de trnsito y de ocasionales permanencias de los desterrados del Ecuador, y centro de las actividades antigareianas de Eloy Alfaro. No de otra nianera se ha de explicar la correspondencia enviada por los partidarios de! diefador al diario panameo Star and leraid, enalteciendo a aqul y justificando los afanes de la reeleccin a que me he acabado de referir, Era indudable que en esa remislon alentaba tambin el propsito l oyeetar algn flujo de simpatas en lectores de los Estados Unidos de N - A., pues que dicho peridico se editaba en lengua inglesa. Pero lo que jams sospechiiroia los acuciosos propagandistas del dspota fue que hubiera algn ecuatoriano que acometiera rpidamente, con efieai oportunidad , el empeRo de destruir los abultados argumentos de su apologa. Nunca tampoco se les ocurri imaginar que ese ecuatoriano iba a ser preeisamelite el tns titailieo virulento opositorque tena Garca Moreno: esto es, el desterrado de lpiales. No menos aun pudieron adtvinar que la respuesta irlolltalvitsI, ptiblieida en las columnas del mismo diario de PtttIlfla, y luego en folleto de veillficuatro pginas, iba no nicamente a ftiltninar la ansiada eonti luaei It presidencial de su caudillo, sino a provocar la sbita eliminacin de la propia existencia de sle - Poque , efeetivanielil e, no se debe desconi ee r que Ii (ibo aquella suma rica nteeedentes y de eooseeuen 332 cias, corno par;I aumentar su relieve de significacin histrica, en la gnesis del famoso libelo La duJadura perpetua. (Error del Starand leraid). Montalvo lo escribi en cuanto se le mand la informacin indispensable. Probablemente lo hizo por insinuacin de Eloy Alfaro. Y habr que atribuir tambin a la diligencia alfarista las ediciones ya aludidas, que fueron fechadas en Panam el 28 de octubre de 1874. Desde luego lic de adarardos puntos: la redaccin la realiz nuestro polemista en Ipiales, durante su exilio; y la circulacin del impreso no comenz en la ciudad de Quito y en otros lugares del Ecuador antes de mayo de 1875. Es decir, hubo ocho meses de retardo. Finalmente, si intento mostrar el efecto que desat el escrito en la vida nacional, he de apelar a la reproduccin de sus prrafos ms elocuentes, que determinaron la acentuacin del juicio adverso a la personalidad del dictador, y de la necesidad de acabar con l para siempre, como nico medio de aliviar al pueblo de sus agonas y desesperanzas. Laselos, pues, en seguida: A los SS. RR. del Star md Heraid.- Seores Redactores: Entre los ttulos con que en su estimable peridico se recomienda al pueblo ecuatoriano la reeleccin de Garcia Moreno, se les pas por alto el rasgo que ms ilustra el carcter de su hroe y los hechos que ms simptico le vuelven a ojos amer]canos: digo las pblicas y reiteradas tentativas por vender su Patria a las monarquas europeas, sin contar con la guerra que fue a buscar al Per y llev al Ecuador en la memorable expedicin del general Castilla - - . Los mayores enemigos de Garca Moreno, greou e,te,n,e., dicen ustedes, se veo obligados a confesar que durante su gobierno, la repblica ha gozado de paz. y que monta mucho el progreso material no menos que el moral - Yo lo niego. y negarlo ha todo ci que tenga conocimiento y guarde memoria de las cosas. Dos guerras exteriores y cien revoluciones no son documenlos de paz, amigos mos: los huesos que estn blanqueando en las colinas de Guaspud no acreditan el espritu pacifico de ( iarca Moreno Se invaden los campos inocentes, se arranca al labriego del arado: paz, Se ama rra a artesano, se despueblan los talleres: paz - - - Esta es la paz por cuyo motivo el tiranuelo debe ser dictador perpetuo?. - El soldado sobre el civil, el fraile sobre el soldado, ci verdugo sobre el fraile, el tirano sobre el verdugo, el demonio sobre el tirano, todo esto es un ocano de sombras corrompidas! A great amount of moral progress.- Garcia Moreno dividi el pueblo ccuatotiano en tres partes iguale-. la una la dedic a la muc rte, la otra al destterro, la ltim a a la servidumbre - Los nl uertos no pueden conspirar, los esclavos no se atreven, lo:; desterrados han conspirado mil veces. - El esi re no de esa tumba de los vivos (el Penal Garca More no) fue lastimoso: una mujer, una pobre nia descarriada: subi las funestas escaleras en medio de gendarmes. el lgubre edificio cay sobre su corazn con toda pesadumbre - corri hacia una ventana inconclusa, y se arroj al palio de cabeza, Garca Moreno, triunfante, solemniz esa fecha con un almuerzo singular: hizo frer los sesos de esa nia con la sangre de Maldonado, y se hart hasta la borrachera. El piensa que lo tiene digerido, y no sabe qtte la indigestin se har sentir el da de la cuenta - - - -- Del iaragtz:ty, se fueron; de Buenos Aires, se fueron; de Bolivia, se fueron; de Guatemala, se fueron; del Salvador, se fueron; el doctor Francia, Megarejo, Carrera, Dueas, dioses de
333 menor cuanta, tteres del Olimpo, se fueron! y no as como quiera, sino marcados en 1:, frente con ci hierro con que los pueblos sealan a los tiranos para que sean reconocidos en las regiones infernales.- Garca Moreno no se va todava, el esfinge no se mueve: su castigo est madurando en el seno de la Providencia; mas yo pienso que se ha de ir cuando menos acordemos, y sin ruido: ha de dar dos piruetas en el aire, yse ha de desvanecer, dejando un fuerte olorde azufre en torno suyo.. ,t57 Montalvo haba sido en su primer libro ms explcito en la invocacin de la necesidad del tiranicidio. Pero en este folleto, aparecido cuando ya muchos opositores estaban hartos de la sauda existencia del dictador y de sus renovadas pretensiones de no abandonar nunca el gobierno, haca bien en insistir en su proposito de acumular razones de convencimiento y de excitacin emotiva que contribuyeran a empujarlos hacia el rescate heroico de la dignidad del pueblo y de su derecho a vivir sin servidumbre ni temores. Pudo no haber sido este escrito y realmente no lo fue de lo mejor de la literatura poltica de nuestro autor, y, no obstante, al llegar al pas en su momento climatrico, tuvo una gran fuerza de sacudimiento, y aceler la pasin antigarciana hacia su combate decisivo. Flago notar de paso, porque lo juzgo interesante, que el ms celebrado poeta hispanoamericano de nuestro siglo el Premio Nobel Pablo Neruda, en su versos sobre el general Franco en los infiernos, de Espaa ene! corazn, traz una imagen de ese caudillo de la Falange, protagonista de la hecatombe de la guerra civil de la Pennsula, que muestra rasgos bastante similares a los concebidos por Montalvo para caracterizar con extremado patetismo, en las lneas de su Dictadura perpetua, los apetitos de barbarie de Garca Moreno. Efectivamente, tanto en este panfleto como en el poema de Neruda cada uno de los dos tiranos est encarnado en la figura de un chacal que almuerza la sangre y los despojos de sus vctimas inocentes, Ahora bien, uno de los jvenes conjurados que en Quito organizaron el asesinato del gobernante ecuatoriano ha dejdo un testimonio fehaciente sobre la manera como les incit el escrito montalvino. Dice Roberto Andrade wc es el participante directo a quien me refiero que la curiosidad del pueblo por La dictadura perpetua obligaba a sacar copias de ella secretamente, para su lectura privada en grupos familiares y amicales. Su padre haba trado algunos ejemplares de la provincia de Imbabura. El tom uno e nivitt5 a sus compaeros liberales Manuel Cornejo Astorga y Florentino Uribe para leerlo en su aposento con mucho sigilo, a puerta cerrada, alumbrados por una vela de cera. Los tres estaba an en los comienzos de su juventud. Andrade andaba por los veintites aos. Cornejo, que era el mayor, no pasaba de los veintisis. El impacto que produjeron esas pginas 157 /aS, wdsn, ;,rrpeiiai, jan .imS. 1 ipi,grSia u, R. de ja Torre e hijos. ociubre de 1874
334 en todos ellos fue ciertamente poderoso. Casi temblando por la excitacin, reconocieron que haba sonado su hora de actuar, con desdn absoluto de riesgos y sacrificios. J uzgaron que el no asumirla decisin de matar tirano vena a ser una forma de cobarda o de complicidad. Se compruinctieron a encaminar de inmediato las diligencias. Lo primero era buscar adeptos. Cornejo ira a Guayaquil. Uribe lo intentara en los crculos de la capital. Andrade viajara a Ipiales, a escuchar el consejo de Montalvo. La verdad fue que el segundo de ellos desert de la conjura, y que los otros dos no se movieron de Quito. Pero, en cambio,all mismo empezaron a desplegar una actividad tenaz y temeraria, que ya no parara sino con la consumacin de su propsito: Andrade haba formulado una determinacin muy precisa, que la mantuvo hasta el final: matar a Garcia Moreno a la luz del medio da y en el lugar ms pblico de la ciudad. Crea que el proceder as servira para que se les indentificase como libertadores del pas, y no como vulgares asesinos. Pronto tuvieron a su lado al humanista y poeta Abelardo Moncayo, enardecido por el mismo entusiasmo y poseedor de una firmeza que no iba a capitular ni en el instante trgico. Luego se les sum el doctor Manuel Polanco. Si alguien.sin orlos,les hubiera visto juntos en la habitacin de cualquiera de ellos, los tres sentados mientras el otro se paseaba con aire peripattico de una esquina a la otra, y todos notoriamente concentrados en el tema de la conversacin, y todos dispuestos a demostrar con el movimiento de las manos el nfasis del propio convencimiento en las exposiciones, que las hacan a su tiempo, o a veces simultneamente; si alguien, pues, desde cierta distancia hubiera alcanzado a contemplarles, era seguro que hubiera supuesto que se trataba, no de un cnclave de conspiradores, sino de un grupo de jvenes maestros que dilucidaban asuntos de sus disciplinas intelectuales. Una misma atmsfera de distincin les una. El doctor Manuel Polanco, de treinta y dos aos de edad, era blanco y de pdo negro y ensortijado. Sus ojos, igualmente oscuros, se animaban expresivamente en los momentos en que haca alarde natural de su elocuencia. La frente, espaciosa, y la barba poblada, que se cortaba con esmero, contribuan a prestarle respetabilidad. Sus ademanes eran francos. Su apariencia total, con su mediana estatura y su fortaleza y elasticidad, revelaban cunto haba en l de salud y energa. Su vida estuvo siempre regulada por la mayor austeridad. Haba sido jesuita y profesor, pero un da se arranc del convento y abandon la sotana. Su personalidad haba estado forcejeando, incmoda, entre los yugos sacerdotales. El otro, Abelardo Moncayo, perteneca a una familia distinguida de Quito, igual que el anterior. Y como ste, haba vestido la sotana de San gnacio de Loyola, y asimismo haba
335 ejercido el magisterio. Sus ctedras las haba desempeado en Cuenca y (iuavaquil. A su retorno a la ciudad nativa, por disparidades acadmicas C0i1 sus superiores de la Orden, haba resuelto apartarsc del clero. En los dias dci complot antigarciano haba cumplido ya sus veintiocho de edad. Era de tez blanca y de ojos ms bien laros. Mostraba una frente alta y despejada. Su barba, sedosa y rubia, terminaba en punta, cuidadosamente cortada. En todos sus actos se descubra sencillo y afable. [labia guardado una ya antigua amistad con el doctor Manuel Polanco, a quien le haba amonestado en ms de una ocasin por su propensin a la irritabilidad. El tercero, Manuel Cornejo, egresado de la universidad, era tambin quiIco. La suya era una familia prestigiosa y de slida fortuna, Reparta aquel su tiempo entre las investigaciones, las lecturas y la administracin de los bienes de su madre viuda, que viva rodeada de prole numerosa. Era de mediana estatura. Un tanto delgado y flexible. Su rostro se mostraba invariablemente plido. De modo que permita que se destacaran ms sus ojos vivaces, casi fulgurantes. Amaba la alegra. Su ingenio chispeaba entre los amigos a quienes frecuentaba, que solan recoger y difundir sus donaires. Y, por fin, el otro miembro del grupo era Roberto Andrade. Proceda de un hogar querido y respetado, de la provincia del Carchi. Haba nacido en la poblacin de Bolvar. Su padre guardaba admiracin a Montalvo. y ese sentimiento se lo transmiti a l. encendido y acrecentado, sin siquiera habrselo propuesto. De modo que el joven se engrea de su espbtu montalvista. Y precisamente en el ao de aquella confabulacin se convirti en el motor de los actos que precedieron al tiranicidio. Con Cornejo. de 26 aos, y l de 23 segn lo he manifestado ya eran los ms jvenes de los conspiradores. Andrade haba terminado sus estudios de leyes, y se preparaba ya para el grado doctoral, que jams le lleg. Su frustracin profesional no reconoci otras razones que las derivadas de su participacin ene1 asesinato de Garca Moreno. Los testimonios que se han ido publicando demuestran que los ex-jesuitas Polanco y Moncayo estuvieron de antemano comprometidos a intervenir en la cada del dictador, acaso por un estmulo originado en las ambiciones personales del ministro de guerra general doctor Francisco J avier Salazar. Este desde luego se propuso desvanecer las sospechas que desde el principio se descargaron sobre l. haciendo imprimir su defensa documentada. Y bien, aquellos dos conspiradores haban estado ya pensando en un contacto con Roberto Andrade y otros elementos de la juventud universitaria liberal, para prender un sentido ms depuradamente cvico en su accin. Pero Andrade se les adelant en la iniciativa de tal encuentro, visitando a Abelardo Moncayo y comunicndole el proyectn de magnicidio
336 en que se haban embarcado l y su compaero Manuel Cornejo. Ms tarde congregaron a otros alrededor de su causa. Entre ellos a Rafael Portilla. que se trocara en el ms generoso y servicial amparador de nuestro ensayista; a los propios sobrinos de ste, Teodoro y Adriano Montalvo, y a su futuro primer bigrafo, doctor Agustn L. Yerovi. He de aclarar, por cierto, que el doctor Manuel Polanco, al ser visitado en 1878 por el periodista antigarciano Miguel Valverde, en su celda de la penitenciara de Quito. le revel algunos detalles sobre el crimen poltico de un trienio antes, y le hizo la confidencia de que l, por indicacin del ministro Francisco J avier Salazar, haba requerido la participacin del comandante Francisco Snchez, 2 jefe del batalln de artillera N 1 . cuyo cuartel se hallaba a pocos pasos del Palacio de Gobierno; y adems la del capitn colombiano Faustino Lemos Rayo. A la verdad, el comandante Snchez se prest para la conjuracin inicialmente, pero luego us unas cuantas maas con el fin de cumplir a medias la promesa que se le haba arrancado. Ninguna duda cabe de que su proceder fue en todo momento ambiguo, o sospechosamente pasivo. En cambio Rayo y ello prueba que obr de acuerdo con las instrucciones del doctor Polanco se present puntualmente en la hora del hecho sangriento, y se convirti en su principal ejecutor. Pero en su caso conviene que se explique con absoluta claridad que hubo razones personales que pesaron en su nimo, incitndole furiosamente, no a redimir de las garras de la tirana una patria que le era ajena, sino a beberse la sangre de su enemigo. He de llamar por eso la atencin sobre dos o tres detalles bastante elocuentes de su vida en el Ecuador. Vino ac el capitn Rayo por la frontera del norte, mezclado en alguna tropa mercenaria. Casi de inmediato entr al servicio de Garca Moreno, ya para entonces erigido en autcrata. Este se dio cuenta, con su rpida percepcin del carcter de los dems, que all tetiia ya a un hombre temerario, de los que l necesitaba para sus empresas militares. Pronto, en realidad, Faustino 1 .emos Rayo se haba hecho admirar por su arrojo y su destreza en el manejo de las armas, Daba adicionalmente muestras de ser leal. De suerte que el gobernante crey adecuado tom arlocorno uno de los oficiales de su confianza, para comisiones notoriamente difciles Precisamente una de ellas [nc comandar la escolta (Inc condujo tun grupo opositor, de frades y civiles, a su confinio en las selvas del oriente. Tras ello, y quizs por deseos del propio Rayo, le extendio el nombramiento de gobernador de la provincia del Npo, en la misma desamparada regin Tales deseos reconocan, sin duda, no otra causa que la de rin fcil enriquecimiento. Porque se ha afirmado que. en (dauto inici sus funciones. distribuy algunos miles de pesos entre indigenas que se ocupaban en
337 la extraccin del oro, a fin de que se los restituyeran en dicho metal, Lo malo para l fue que no le dur su empleo. Ni siquiera se le dio tiempo para salvar su dinero. Una medida tan repentina como desconcertante no se origin hay que aclararlo, por lo menos de modo directo, en cides- pacho del dictador. Fue ms bien consecuencia de las facultades de organizacin administrativa que confiri poco despus a una misin de evangelizacin en esos pueblos, llevada a cabo por los jesuitas. A estos religiosos debi pues el capitn colombiano el despojo de su gobernacin. Que l consider un atropello. Hizo entonces un apresurado viaje a Quito. Estaba seguro de la amistad de Garca Moreno. Trat de verlo. Acudi una y otra vez al Palacio. A la postre fue recibido. Pero el dictador le comunic que haba aprobado la destitucin que le haban impuesto los jesuitas, y que adems le prohihia volver al oriente. Perdi as el trabajo y cloro esperado de su cuantiosa inversin. Hay estudiosos que han supuesto que esto determin el odio de Rayo hacia el gobernante, y el posterior desahogo de su venganza. He de recordar asimismo que se ha expuesto tambin otra conaura, basada en referencias vertidas por el hijo de un diplomtico francs de aquella poca. Es la de que Rayo viva muy cerca de la casa del tirano, y que ste haba descubierto la incitadora belleza de su esposa. Al punto que comenz a codiciarla. Mand por eso al dcil capitn colombiano a las lejanas del Napo, y lse sinti as libre para visitarla, cortejarla y tratar de poseerla sexualmente. La hermosa mujer se resisti a la seduccin, pero el marido lleg a enterarse del ladino y cnico asedio de que haba sido vctima. Esa habra sido otra razn del odio que Rayo declar a Garca Moreno. Y hay una tercera suposicin: la de que ste, ya atrado voluptuosamente por aquella joven, nombr a su esposo gobernador de dicha provincia distante, de muy difcil trnsito, para tenerlo desconectado y totalmente desinformado de su hogar, y para lograr l, cmodamente, la realizacin plena de sus amores prohibidos, con sigilosas visitas noctunas. Los que han luctihiado de ese modo han pretendido aun hacer notar que hubo un hijo de esas relaciones, a quien desde luego se le dio el apellido de Rayo. Este probable descendiente adulterino llev una vida de pobreza. Muri en la ancianidad, sin familiares ni amigos. en un habitculo del Hospicio San L iaro, de Quito. Yo, igual que muchos lectores de una revista ecuatoriana, alcanc a ver unas fotografas que se le haban tomado poco antes, y de veras me pareci advertir en la forma de su crneo y en sus rasgos fisonmicos una clara semejanza con la cabeza y los trazos enrgicos del rostro de Garca Moreno, segn las imgenes conocidas de sus ltimos aos. Lo recuerdo perfectamente. Y bien,es imposible que no haya habido uno o ms
338 de los antecedentes que se han conjeturado cii el origen de la conducta fero l. que adopt aquel capitn colombiano. Faustino Letiios Rayo. De los jvenes conjurados, los tres ms resueltos eran Carne jo. Andrade y Moncayo. Pero cerca de ellos estuvo siempre Rafael Portilla. Le animaban el mismo convencimiento e igual coraje, aunque proceda con mayor reflexin y prudencia. Por eso no intervino personalmente en el acto con que se puso trmino a la vida del dictador. Desde luego, no escap a las acusaciones y las calumnias del grupo garciano. Inventaron la infamia de que haba recibido fuertes sumas de dinero de la francmasonera del Per, intentando desprestigiar as sus manifestaciones de generosidad y de apoyo econmico a las diversas campaas liberales. Portilla era incapaz de indelicadezas, inmoralidades o ilicitudes. Haba hecho fortuna a travs de sus padres y de sus esforzadas labores en el comercio. Y era admirado y querido por su desprendimiento. A Eloy Alfaro le haba costeado una parte de sus acciones de guerrillero. A Montalvo le ayudaba constantemente, sin evasivas ni reparos. Con un ncleo tan reducido, lo admirable vino a ser que la determinacin del movimiento rebelde en ningn momento desfalleci. Los pasos hacia la consumacin del tiranicidio se fueron dando, uno por uno, desde el mes de junio de aquel ao de 1875: reuniones de los que dirigan el complot; conversaciones con la amante del comandante Francisco Snchez, la guapa J uana Terrazas; entendimientos absolutamente individuales y secretos entre aqul y el doctor Polanco; proselitismo cauteloso a travs de los grupos liberales; sealamiento de las acciones especficas que deberan cumplir los principales confabulados, incluidas las del asalto mortal a Garca Moreno. Y fue el comandante Snchez quien fij el da de llevar a cabo estas ltimas. Tena que ser el 6 de agosto, en que l habra de estar de guardia en el cuartel, frente a toda la tropa. Slo as podra venir inmediatamente el pronunciamiento militar de respaldo a los Tonspiradores. La noche del 5 se la pasaron juntos Roberto Andrade y Manuel Cornejo, en la habitacin del primero. Hasta casi la madrugada estuvieron redactando cartas y proclamas, cuyo contenido nunca lleg a conocerse. Andrade le mostr el revlver pequesimo que hahia logrado comprar en forma emergente, en un almacn que conceda crditos a su padre; sus balas cran del diminuto tamao de un garbanzo. Cornejo s estaba debidamente armado, aunque alguna inquietud pareca que le perturbaba. A momentos se paseaba por el cuarto calladamente. Hasta que al fin le confi a su compaero la razn mayor de su azoramiento: tema que llegaran a ser fusilados, por obra de alguna traicin. Se miraron los dosa los ojos, en expresin evidente de que les posea la misma inseguridad. El temperamento de Cor
339 !iC)O it) era desde luego para persistir en esa laya de ideas sombrias, y as praito reacciono con lina de sus habituales denloslraeioilcs de gracia: se 1115 ctlsavar burlonamente, como SI se hallase eit tina representacion ltuitiai. ci estilo de niarcha arrogante con que ay mzara hacia el patihulo. e Ichal el salto que dara sobre la escolta para escapar. Porque el-le deca a -\iclrade - lo se dejara jams fusilar. Pero ay! el desenlace de los he chis fue Litalmente disli[ito el jOVCil tije detenido y ejecutado por rin pelo Iii. En la maana del 6 de agosto alcanz a ir a arreglar apresuradamente 5115 asuntos amiliares.como Si de veras no cesara de oprimirle una lgubre y certera prenioilicion. U da era luminoso, y aun sofocante. Como son los das veraniegos de agosto. Sin embargo, algunos de los que iban a atacar al dictador llevabai sobretodo. Acaso era para ocultar sus armas. 1 U oven A ndrade al mor/o temprano. antes de las once, en un restaurante de la cuesta de San Agust iii. 1 n seguida se levant, mir a su alrededor y sali para encami ti irsc con presta al A reo de la Rei mt, que distaba unos seiscientos metros dci sitio en que se encontraba All vio que estaba ya iguardandole Abelardo \lonc:io. Volvieron a decirse cual era e1 papel que les corresponda en ci plan sangriento que se haba fraguado. Ambos debian hacerse cargo (LI cdecau presidencial. coronel Pallares, agarrndole de los brazos e in Iltovduindole, mientras otros consumaban la agresin armada t Garca Moreno. Estaban algo nerviosos. Se les hacan lentos los minutos de la an glistiosa espera. Fumando y conversando, ya arrimado el uno a la pared esquinera, ya ambos dando asos sin alejarse del lugar, se haban quedado mis de inedia hora acechando la aparicin del tirano. Pero l no sala de su e:isa , si toada en la Plaza de Santo Domingo, a pocos metros de la iglesia (ese inmueble ocupado durante muchos aos de nucstro siglo por el minis lerio de educacion sigue con las lineas arquitectnicas de antao). Los dos enes consegtuan divisar bien la fachada ye! portn de la residencia, des de la iec ra opuesta a la del Arco de la Reina, y advertan que el gobernante, acostlitllbrado a dirigirse al Palacio entre las diez y once de la maana, en esta . e,. en que estaban para sonar las campanas del medioda, no se rcsoivi a :i abandonar el hogar. Una amarga desa/.n comenzaba a ator neil 1 ir 1e5 Se vieron en la necesidad rle afrontar el riesgo de hajar hasta la Plaza. En ella descubrieron, no sin sorpresa. a uit buen numero de perso mis. cilnio eaniinaiido sin destino, o iiigiendo curiosidad por una ceremonia publica que se realizaba ese momento en el Colegto de los Sagrados Coraioiies. Manuel Cornejo estaba por ahi con otros de los conjurados. El les asegu r q tic toda esa gente era suya. y que se babia congregado all para respaldar el atentado. Mas la ansiada vctima no daba seales de mos
340 trarse. La intranquilidad 1iticsse acerit aba en el grupode los veries iristi gadores. (ornejo ies recordaba que un camisario de polea ainreO. gire desde luegodeseouoera que el era tirio de losconiprometrdos. le ruino que rabia legado hasta los odos del mandatario el rumor de que Rayo. otros adversarios, entre los que figuraba el doctor Polauco. se preparaban paLi asesinarlo, pero que aqul, tan segu ro del poder de si ni ismo haba contestado desdeosamente que no haba que hacer caso de charlas de abogadillos y estudiantes. No era Fcil pensarsi estaba para caer cii el nias magreo error-de su existencia. osi (1uizaseslak,a ur-dindolesuna eeladri. Manuel Cornejo volvio, no obstante, a dar pruebas de sir corale personal. Avanz basta la entrada de la casa del dictador, y se arrecio a preguntar a uno de los edecanes a qu hora iba a salir el doctor (rarcia Moreno: no ser antes de la tarde, le respondi el oficial en forma lelizinente desprevenida. Esta noticia se extendi entonces por la plaza. Iransmilin dosela cautelosamente de unos a otros - Y hasta que ranscurriera el tiempo que se prevea. Cornejo y Moncayo se metieron en los interiores del ya mencionado colegio, en donde continuabar los actos aeadeinicos de las nias, Andrade tom ubicacin en el piso alto de una pu piedad vecina a la del jefe de Estado. Pero no haban pasado ni qiunce minutos cuando por fin ste aparecio . Esta ha pu cro y elegante. 1 levaba puesto un sorn brero legro, de copa alta. (aminaba airoso \ con su habitual gesto de adustez. A su lado iba el edecn coronel Pal ares, Atrs. no miv cerca. dos de sus escribientes. (rozaron Santo Domingo, cuco aIlllniO espacioso >e haba quedado inexplicallerncrite desierto. Llegaron hasta la actual calle Sucre. y doblaron por ella cori direccin a la iglesia de la ( onipaa de J ess. Entraron l el militar a una morada pixinia a esta, de la [airiilia Alczar, para la acostumbrada visita de Garca Moreno a sus suegros. En la puerta de afuera se detuvieron, siguiendo niansameitie su gris rutina, los dos ainanucnses.lodo en ambos alma, caree r sestidura prodoera la iniprcsion de las cosas descoloridas. Roberto Andrade, que liaNa adscrri do el movimiento de las cuatro personas, \ ol a ll:miar a sos conipaireros Cornejo Moncayo, los que en ese instante tcsiejabari cori risas las rutenvenciorles de algunas nias del (o]egio dc los Sagrulos ( ora/ones. siu imaginar siquiera que el (helador se haba acercadora al logar dctiu:rnlo para su sacrificio. los conjurados riarcharori entonces. ri iris, casi sin Irablarse, con direccin al templo de la Compaa. Solo ces sil jadeo. \ se lranqtnlizarou. cuando pudieron obseivarque los dos empleados aguardaban todava a su jele al pie de la casa de la visita. ( oir plicas palabras :ieordarori separarse inorncrilaueariicutr irruiar ubicacin en sitnis estrcitigicos. desde los coalesse porrlrai: 1 espiar el paso de su viehina As disper
341 sos y alertas, se estuvwron algo ms de un cuarto de hora, Exactamente hasta cuando les vieron reaparecer al gobernante y su pequeo s5quito. Cornejo babia resuelto que el ataque se consumara en esos minutos. Se juntaron pues los tres jvenes y empezaron a caminar a muy poca distancia de Garca Moreno, pero por la 01ra acera. Mientras ste avanzaba por la de la Compaa y la vieja Universidad, ellos lo hacan por la de los almacenes y El Sagrario. Unos metros antes de la esquina se encontraron, en su propia accra, con un grupo de transentes, entre los que vieron, no sin sorpresa, al capitn Faustino Lemos Rayo. Todo se les aclar en ese segundo. Era ya evidente para ellos que el colombiano se haba complotado tambin. Su estatura era ms que mediana. Tena el pelo rubio. La fisonoma se le insinuaba casi agresiva por lo franca. Se hallaba vistiendo en ese da un sobretodo largo. de color gris. y un sombrero de fieltro de la misma tonalidad. En el instante en que iba a pasar el tirano por la accra de enfrente, acababa de encender un cigarrillo con el fuego solicitado a alguien. De modo que alcanz a volverse hacia la calle para clavarle sus ojos desafiantes, en los que aqul pareci que ni siquiera se haba fija (10. El sol lo dominaba todo, en medio de un azul infinito. Ese sector de la ciudad aparentaba una gran calma. En el vecino cuartel nadie se mova. Haba solamente un centinela con su rifle, a un costado de la entrada. Debi de haber estado para sonar e1 golpe vibrante de campana de la una de la tarde. Garca Moreno y sus acompaantes subieron despacio, y casi en silencio las pocas gradas exteriores del Palacio. Cornejo. Andrade y Moncayo aceleraron entonces su marcha, con el nimo ansioso de darles alcance oportuno, pues que aquellos haban comenzado ya a andar, entre varios pasantes, por el alto portal del Palacio. Y cuando ya se hallaban casi sobre su presa sintieron que Rayo, empuado de un machete Collins,se abra paso entre Cornejo y Moncayo, se echaba el sombrero hacia atrs, y ganndoles espacio daba sbitamente un grito: tirano! Garca Moreno y el coronel Pallares giraron con impulso automtico, posedos de espanto. La gorra del militar haba saltado al suelo por la brusquedad del movimiento. Acto seguido. el agresor puso su mano izquierda en el pecho de la vctima y, a la vez que exclamaba al fin lleg tu da, bandido!, e mand un tremendo golpe de machete, con la intencin de cortarle la cabeza. La instintiva reaccin defensiva de Garca Moreno impidi que el corte fuera mortal. En ese instante, alentado por la violencia de Rayo, Manuel Cornejo le dspar un tiro de revlver en el cuerpo. El tirano alcanz a dirigirle una mirada de estupor, mientras le ola gritar: aqu pereces, carajo! Roberto Andrade y Abelardo Moncayo asistan a la escena cumpliendo tambin el papel convenido: en efecto, sostenan fuertemente al edecn coronel Pa-
342 llares, quien no acertaba a hacer otra cosa que pedir auxilo con voz ya enronquecida. Los dos escribientes se haban hecho humo. El portal se vea lleno dc gente. que corra de un lado para otro buscando la huida. Eran en su mayor parte e niple a dos de la casa de gobierno. Pero rio haba un a sola persona que arriesgara su vida por el Presidente. En el cuartel cercano nadie se asomaba siquiera. Quizs el comandante Snchez esperaba que el asesinato se hubiera consumado. Hasta ese punto. y nada ms. dio la impresin de que guard lealtad a los conjurados. Y Garca Moreno se mantena an en pie. Las heridas le hacan sangrar. Sin que ninguna hubiera sido lo suficientemente grave. Por eso consigui eludir otro golpe de machete, y correr hacia el portn de! Palacio. Andrade solt al edecn rpidamente se adelant a cerrar el paso a la vctima, para que no llegase o escapar. Casi frente al umbral le detuvo, y con incontenible furia le lastimo el rostro, al atacarle con la cacha de su pequeo revlver. El asegura que le dispar en la cara. Mas no debi de haber sido as, pues que le hubiera ultimado. El dictador haba perdido sus fuerzas. No intentaba ni siquiera sacar su arma. Unicamente repeta con acento tembloroso palabras de indignacin, como stas: A m, a m, asesinos, canallas, me matan!. A la verdad, estaba vencido. Con los brazos formando arco por sobre el sombrero, a fin de ampararse de algn modo, ech a andar en sentido contrario, mientras Cornejo amedrentaba con disparos al aire a cuantos pretendieran acerearse. Faustino Lemos Rayo, a quien un hombre de color se haba atrevido a asirle de su mueca, saba que el atentado no poda frustrar- se sino con riesgo de la propia existencia, bajo el peso de la venganza garciana. Se liber pues de aquel desconocido que le atenazaba, no sin desgarrarle la piel de la mano con un gran corte, y se lanz de nuevo a descargar machetazos en la cabeza de Garca Moreno: stos s fatales, porque le produjeron hendiduras en el crneo. Vacilante , entonces, con heridas y cogulos de sangre por todos lados, ya casi ciego, fue retrocediendo hasta el borde del pretil, y no pudo sostenerse. Desde el segundo balcn de ste. en el lado del sur, se precipit de espaldas hacia el pavimento de la plaza. Andrade le vio caer, no boca arriba sino de bruces, con el rostro contra el suelo, pues que el cuerpo dio una vuelta en el vaco. Porello ha afirmado que se cumpli la profeca de Montalvo, proclamada tambin por ste, de que ha de dar dos piruetas en el aire y se ha de desvanecer. Asimismo se hizo realidad otro vaticinio, de nuestro propio escritor. Es el que se revela en su drama El dictador, en cuyo acto final el pueblo embravecido mata al tirano, encarnacin eviden te de Garca Moreno. Lo de veras curioso lo dije ya antes es que el autor puso en su manuscrito de Ipiales
343 la echa de terminaejon de esa NC/a tealral, y fue la del 7 de igoslo de 1873. :5!) sigiirfica que slo p(Ii [nr (ita 110 fue la misma del t inieidio real, que acaecio a los dos aos casr exactos: el 6 de agosto de 1875. Y para que se pcreiba tun ms este sentido de las coincidencias, en que parece trabajar una oculta preinolliei(n. neees o recordar igualmente que en el eusavo Co- tu! icacion eon los esprit ns de it! (OSfliOJ7O!iiU, lechado en el 3osque de ldeoa (Ambato) el mismo 7 de agosto, pero de 866, el autor imagina haber descendido a los inhernos en una avenitira dantesca, y haber eneon trado padeciendo ahi a dosespriltis de tiranos en Has de un aspecto gemelos: los tic Garca Moreno y Pitan Manuel Rosas, el caudillo dc las pampas. Id dictadorecuatoriano estaba para entonces ms vigoroso que nunca. Falniban nueve aos. medidoscasi con tina exactitud de reloj. pri so asesina mo. p este y otros modos son varias las vislumbres protticas que en su carrera literaria tuvo Montalvo. corno para que yo tisis! en lii conven ciimemmto de as afinidades que le he ido encontrando con el gran argentino i )onimngo Faustino Sarmiento. I)esplomado Garca Moreno sobre la calle, desde aproximadamente dos metros de altura, no acababa tic morir. Era excepcional su fortaleza. lacia esfuerzos por apoyarse en uno de los codos, intentando levantarse. tertanlentea cualquiera poda inspirarpiedad el estado en que casi agoni iba va. todo l baado en sangre. Pero Rayo estaba ciithri;igido de furor. Descendi as las gradas con la nLi\itna celeridad, y icesando se fue hacia su vicinia a darle nuevas nirelietadas 1-lasta cuando comprobo que baha hillecido. 1 os tres jvenes conjtirtdos, (ornejo, Andrade Moncayo, agila han sussotiibrcros y voceaban la pldra libertad hacia tui grupo de amigos que se haba apostado cii el itrio de la Catedral. Pero stos les espondie ron cori la advertencia vehcniiente de qtie tenan que luir, porque ya sala contra ellos el batalln del eomantiante Snchez. Corrieron, en electo, itisti ocultirse detrs de la pila de la plaza. Desde all vieron a un soldado (tisparir su rifle contra Rayo. De modo que ste se dobl cii una nnrerte truie, en el mismo escenario. lunto al cuerpo todivia (atiente del tirano. .\ndrnde y \Ioncavoalcinl/:,ron:i mehugrarse e): un casi de aiutcos. no lejos dci lugar. (orneo \ Pol:ineo fueron detenidos. como vilo lic ntlcnctonilo. Al primero de stos y tun o\en Campu7tno. totalnieute nocente. los jueces les hicieron fusilar, sen:n se lo refiere timbien cii las pginas noii alvinas tic El espectador, la noticia del sacrificio garciano corri en verdad rapidamente, por el pais entero y as naciones vecinas. Pronto pires li oy el ilustre deslerrado de Ipiales, suscitador de las caderas juveniles contra la iliemidtiri. Y no indo milenos de afirmar entonces conteniendo casi el aliento por 1.1 impre
344 sion: no ha sido el machete de Rayo, sino ni pluma quien le ha matado. Ello ue corroborado mediante alusiones que hizo cii ms de un escrito, y en lasque estim aquel hechocomovictoria suya. En alguna oportunidad hasta lleg a expresar, al lamentarse por todo lo que haba ocurrido en el Ecuador de os aos siguientes, que de hue mi gana le hubiera perdonado la vida al gran tirano. Impetuosa arrogancia o eonvencuniento sincero, lo cierto fue que su exclamacin primera movi a los ulicos del dictador difunto a reconocerle corno inspirador directo de los ejecutores del crimen, y a acusarle por lo mismo de responsabilidad delictiva de tipo intelectual Usaron entonces los necesarios sofismas juridicos, y a travs de los canales administrativos y diplomticos demandaron a las autoridades colombianas la extradicin de J uan Montalvo, A inc stas alega han, adems, sin ningn fundamento, que l y otros emigrados haban sido sorprendidos en el empe o de enganchar tropas para combatir al nuevo gobierno, de Rafael Plit. Afortunadamente, los funcionarios de Colombia se resistieron con lirmeza a entregarle. Intuan que se le poda hacer blanco de un enconado revanchismo poltico, en medio del caos en que se agitaban conservadores y liberales, con mandatarios efmeros, como el doctor J avier Len, el ya mencionado Plit y J os J avier Eguiguren. El primero de ellos haba sido ministro de lo interior del rgimen gareiano. Es interesante recordar las palabras con que Ramn Cern, jefe municipal de Ohando, en Colombia, respondi al representante de su pas en Quilo, Venancio Rtae da. pues que ellas son muestra elocuente no slo de la defensa de asilo. sino de la adhesin afectiva que haba conseguido despertar la conducui ejemplar del desterrado: Singular es por otra parte, que el Gobierno del Leuador sea vctima de tao grose ros engaos, y muy doloroso que con Ocasin tan ruin se estampen nombres que no pueden pronunciarse sino en casos grandes y con resaelo. (mplemc decir a usted, seor Ministro, que es tal la simpata de que el seor Montalvo goza cii estos pueblos. simpa ha lundada en su carcier y comportamiento, no menos que en su amisiad declarada por (oloinbta, que una demostracin contra l de parte de las auloridades. en todo caso habra ofeodido altamente al pblico. As, gracias a ciudadanos hospitalarios, lcidos y sensitivos, de la vecina repblica del norte, Montalvo no fue devuelto al Ecuador corno un sindicado vulgar a quien reclamara la accin punitiva de la justicia. Porque es sabido que las engredas y falsas democracias de nuestros pases suelen dar cabida a las ms funestas paradojas: bien podia haber ocurrido (lIC ese uchador insohornable que busc el imperio de la libertad para su pueblo. y qtie babia sobrellevado aos de soledad, de pobreza y de amarguras intimas en tierras extraas, voRiera a la suya pr pia a expiar esa vocacion de civismo ci la lobreguez de una zahrda destinada a delincuentes,
345 CAPITULO XVI El animoso regreso a Quito y nuevos infortunios Pasaban las semanas y J uan Montalvo no se mova de Ipiales. Se alar gabasu exilio, entre penuriasy renunciamientos, La eliminacin del tirano en nada le haba beneficiado. Ni siquiera un alivio a sus incertidumbres pareca que al fin destellaba en el hondn de sus soledades., como recompensa merecida a las campaas de prensa que haba desplegado. Lo que l poda haber querido, que era su apoteosis de parte del pueblo o de algn sector culto y consciente de la ciudadana, o a lo menos la adhesin clara de las figuras prominentes dci partido liberal que haban ya visto en elpolyo a su enemigo. estaba en realidad lejos de que le aleanzara. Todos los pesares que he ido puntualizando, dimanados de la rotundidad con que nuestro escritor mantena sus convicciones doctrinarias y su magisterio de tica y civismo, y desde luego derivados tambin jquin lo creyera! de la superioridad de sus facultades de creador literario, no haban logrado estimular ninguna reaccin concreta de reconocimiento hacia l, tras el 6 de agosto de 1875. 0 sea, despus de aquella fecha supuestamente liberadora, en que el temido autcrata se derrumb, vencido por los truenos de la pluma montalvina y la descarga inexorable del sbito rayo colombiano. Nada, en fin, se mostraba siquiera como una mano extendida hacia el desterrado, incitndole a que se restituyera al hogar, a poner trmino a la orfandad de los suyos. Y menos aun a que volviera para contar con su inteligencia en las labores del nuevo gobierno. La maldicin de la desniemona, desaprensiva o intencionada, y la prctica sorda de la ingratitud son dos e lemen tos abominables que han caracterizado permanentemente a la personalidad nacional. Montalvo fue vctima ce ellas, pero adems, en los momentos en que sus libros se abran paso hacia la consagracin extranjera, lo fue de las dentelladas del rencor y de la envidia entre los ecuatorianos.
347 Un cuatrimestre baha corrido desde la muerte de Garca Moreno cuando el gran escritor, en carta fechada en Ipiales el 17 de diciembre de 1575, preguntaba con decepcin a uno de sus muy pocos favorecedores el joven liberal Ratael Portilla, mecenas rnprevislo a quien todava no co nocia personalmente: para qu he de pensar yo en viaje a Quito, amigo mo? Nada tengo que hacer all. Estaba tristemente persuadido de que mie nl ras l haba cumplido su deber contra la dictadu ra los polticos no conservadores del pas, pervirtiendo el sentido de la victoria, ni siquiera haban entendido cul era el suyo, pues que sobre el cadver del tirano Ita b ia n levan t arlo y fortalecido la autoridad de los q tic fue ron colaborado res de ste, y las leyes garcianas seguan intocadas, en so rudo vigor. Con tod, aunque sin convalecer de sus desengaos y de su pesimismo, una semana despus exactamente en el dia de Navidad volvi a dirigirse a Portilla para comunicarle que haba cambiado de parecer. Le escribi entonces lo que sigue: lo cuando sea para un nuevo destierro, me he determinado a ir. Estos tocando con varias diticnttades puramente fsicas para mi viaje No s siquiera dnde apearme en Quito: tal es ci horror que han infundido en mi nirlto tuis antiguos encmigos. Usted cc ilcareli. qucrido Rafael, de prepararme ;ilojaniicnto correspondiente al ciecorci que debo guardar en mi posicin. Yo de tun geni sos o,elni;udi, a lo espacioso y decen mc ,ihora se aade la necesidad de eolocarse b,cn. NO re gUstaui esas casi mis pat_ion luiorsu,lo quisiera un buen departnnentii en imita casa lumulitad;t por una fanuulia litsi,est;t .. . .- Ya ansio conocer a usted y abrazarle como a uno cte mis mejores amigos. ()bsrvese que no sabe ni en donde se ha de desmontar de su caballo en mi eiudmid de Quito. Ha roto sus antiguas relaciones, Aunque, ni conserva ni.lolas e hubieran servido, pues que jtTfl5 dio a nadie oportunidades de cotilianza suficientes como para que, en ulla condicin cual la de ahora. se le olrezca hospitalidad. No hall as otro medio que el de solicitar a su mibiicgmnlo y oven servidor Rafael Portilla que le bosque un alojamiento decoi oso, adecuado a su posicin. Se releria a su presttgto , que era cvidcute pese a las enconosas negaciones y. los vituperios. Y en el curso LIC las respuestas que rcctht de Portilla sobre sus sartas recomendaciones, crevo tambin que deba hacerle otra advertencia: la de preferir la parle alta de un buen inmueble. Habitacin cli piso bajo. (Ir- ntnszuna manera ;idtnitmi usted. Mi salud no lo sulre. lema realmente que se e agravara su padecimiento reumtico. nr fin, entre tantos afanes tic bsqueda, iendn de un punto al otro miel ccittto de Quito. el joven hall una vivienda adecuada cerca de la plaza de Saulo Domingo. y le insinu que le aulorizara a tomarla. Perteneca
348 a una niuje r llamada Mercedes U arzn. Nuestro a u lo r se la acept. Y a aquella en electo arribo. pero Iras varios aplazamientos de viaje, Que tic ron causados por la (alta de dinero, por las durezas del invierno, cuyas lluvias diluviales destrozaban los eam i nos, y por contratiem pos relacionados con su salud. El primero de tales olivos le llev a ser absolutamente explicito con Rafael Portilla. En el ltimo dia de diciembre del 75 se decidi, por eso, a requerirle el apoyo que necesitaba para la subsistencia en la capital ecuatoriana y para la realizacin de la finalidad que guardaba su regreso. que era la de abrir un nuevo frente de lucha a travs de la prensa. No pe nsaba pues volver para hallar acomodo dentro del gobierno. pese a los derechos que para eso haba adquirido. Las codicias de la politiquera liliputiense jams corrompieron su alma, ejemplarmente insohornable. Iba a dejar las estrecheces de piales para soportar otras semejantes en Quito, bajo la ayuda incierta, y para l siempre tormentosa, de sus pocos amigos y de su hermano Francisco J avier. Desde luego, a Portilla le demand su auxilio recomendndole una digna reserva. Era la primera vez que le molestaba. Despus acudi a l con inevitable tenacidad. Por el texto de sus cartas se echa de ver que no siempre se manifestaba puntual o solcita la atencin que reciba de su mecenas. Es natural suponer que el joven no estaba a veces en disposicin econmica de servirle con inmediatez, oque, como a cualquiera, le importunaban los apremios de su amigo, a quien por cierto no le perdi nunca la admiracin ni el respeto. Habr habido, no digamos que no, objeciones delicadas, o esquiveces con exposicin de razones, oquin sabe qu frases de comedida excusa, en algunas de las respuestas de Rafael Portilla. Pero no me ha sido posible dar con ellas, y mucho lamento que no se las haya conservado. Por eso vuelvo a interrogarme, como lo hice en un captulo anterior de esla obra: Quin las destruy? El propio Montalvo, o sus familiares, o los liberales que se aprestaron a exaltarle despus de su muerte y que quizs conjeturaban que tales documentos iban a opacar la imagen insigne que de l queran entregar a la posteridad? Hago notar, adems, que la suerte recada en ese haz de epstolas, ya inexistentes, fue tambin la de las contestaciones que le envi Eloy Alfaro, otro de sus constantes favorecedores. Y, de igual modo, invito a recordar que ste, movido quizs por una intencin de la naturaleza que estoy imaginando. quem por su parte las cartas de contenido privado que le babia dirigido nuestro escritor. Para volver a Qoito debi pues como he acabado de afirmarlo poner sus ojos en Rafael Portilla, hacindole percibir lo extremado de su
349 escasez. Si l no se decida a proveerle de lo necesario, no le quedaba otra cosa que seguir sepultado en su extraamiento. Las comunicaciones que con insistencia le hacia llegar desde piales son, en tal aspecto, harto elocuentes. El 26 de diciembre de 1875 tuvo que expresarle lo siguiente: El encargo de ustedes, los jvenes, es reunir inmediatamente algunos fondos. Usted es mi agente pblico y confidencial de adverta la conveniencia de no hacer esta excitacin a su nombre); yen calidad de tal, le dir de una vez que necesito recursos . Lneas ms abajo, en la misma epstola, enviada con Rafael Cornejo, le hacia esta puntualizacin: Estos son los objetos que necesito: un par de botas de montar, cindose las indicaciones que le har Cornejo. Unos anteojos de camino, de luna azul. Dos pares de guantes, uno de ante y otro de cabritilla doble. Una funda de sombrero. El 13 de enero de 1876 le concretaba esta indicacin, sobre la misma materia: Hasta ahora no me entregan las cosas transmitidas por usted a Tulcn; de suerte que si, como estaba resuelto, hubiera salido el 10, habra carecido yo de esos trastos. Pantalones de montar tengos dos; en vano se ha privado usted de los suyos; no era eso lo que necesitaba. El 27 de enero le insista en su inters de contar con dinero: Ud. calla sobre puntos que requieren contestacin. Si no voy a combatir por la imprenta, por falta de recursos, no tengo para qu ir, ni lo deseo. El 3 tIc febrero se vio obligado a molestarle de nuevo, en demanda muy precisa y urgente del mismo tipo de auxilio: 1 tabiendo resuelto mi vuelta a Quito, escrib a Panam, de donde me venan mis recursos, para que suspendiesen la remisin acostumbrada (esto permite suponer que era Eloy Alfaro quien contribua a su sostenimiento en Ipiales). Mi retardo involuntario aqu, ha hecho que vengan a agotrse me los medios de subsistencia y me he visto obligado a tomar una sumita, en cambio de una letra que usted cubrir en Quito, dejando el ree od,t, Iso pa ni cuando por all arreglemos nuestras cosas (de qu modo, con qu ingresos). No son sino treintapesos, los indispensables para el viaje. El sujeto es don Evangelista Burgos, comerciante, que puede tomarle algunos efectos (del almacn que Portilla iena en Quito). Y. por fin, el 20 de abril, le dirigi este pedido: Si me es posible saldr antes del primero. Hurtado escribi a Burgos que tena esas botas polainas de hule sin pie que e ped a usted. Mndemelas a vuelta de correo, sin falta, pagando el porte y dirigidas al Dr. Rosero. As vendrn seguras. Es imposible no reconocer la bondadosa raciencia y la inteligente disposicin de generosidad con que el joven iberal Rafael Portilla serva a la personalidad ms connotada de la cultura de nuestro pas, don J uan Montalvo, pese al juicio empecinadamente negativo de la crtica literaria nacional y a los ultrajes y calumnias con que se intentaba mancillarlo y empe que ccc rl o.
350 Afirm que otras de las causas de la postergacin incesante de u retorno a Quijo fueron las condiciones de su salud y los rigores del clima invernal. De todo eso da cuenta en las cartas que he invocado. En ccto, a Rafael Portilla le transmiti la noticia de que por fin estaba mejorando de la lesin que haba sufrido en tina pierna, al tropezar en un bal mientras haca su equipaje. Las lluvias, por su parte, seguan azotando la zona con destructora testarudez. Tomar de su epistolario algunas referencias. En abril de 1,976 le adverta a Portilla el invierno es tan riguroso y los caminos estn tan malosquesera imprudencia puierseen viaje ahora mismo. A fines de ese mismo mes, a otro de los jvenes liberales que le apoyaban Roberto Andrade igualmente le aseguraba: La gente est haciendo rogativas contra el diluvio: mi salida el primero es imposible a menos que ustedes quieran que me quede en el camino descalabrado. Esioy resuelto y listo: con ocho das de verano me hallo en marcha. lH Todo lleva a suponer que slo a mediados de mayo de 1876 consigui poner nuevamente sus pies en la ciudad de Quito. Sus primeras cartas capitalmas de este perodo estn fechadas desde el 20 de ese mes.. De Ipiales sali en compaa de Daniel, hermano de Roberto Andrade, a quen haba mandado el e de ellos con un par de peones y un magnfico caballo para el proscrito. Despus de cuatro das de viaje desmontaron en Peguchi, en la propiedad de aquel viejo liberal, antiguo amigo suyo. El lugar est prximo a Ibarra. Ah se le prepar el ambiente del modo ms agradable hospitalario, para una breve estada de 24 horas. No falt el gran caf de Doloritas, hija del anfitrin. Tras los abrazos del encuentro con que le recibieron don Rafael Andrade, su mujer y sus hijos, repar en la presencia, tambin afectuosa, de Abelardo Moncayo, a quien haban hecho llegar ocultamente desde la capital, por requerimiento de Roberto. Ah estaban pues, frente al gran suscitador de su frenes heroico de libertad. de os que pariiciparon en la mortal liquidacin de la dictadura perpetua. Tambin haban ido a saludarle algunos liberales iharreos. entre ellos un anciano bastante conocido, llamado Amadeo Rivadeneira. \ obstante la distancia ms de media semana de cabalgar, haba llegado desde Quito. con igual propsito, otro de los adeptos de mayor confianza de Montalvo, Mximo Tern. Con ste convers a solas hasta muy avanzada la noche,segn el testimonio de Roberto Andrade. Nuestro escritor senta como vivificada su alma, antes enferma de retraimiento y taciturnidad por los aos del exilio. Hablaba- Inquira cosas del momento poltico, de la condicin econmica del pas, de la suerte de 1 511 1odsI.,si,.ns..pc u nes,r,wcde,,dc Mont.I ,.,,. i,,k, iid.
351 algu las personas. A ratos hasta chanceaba. Pero en el centro de su corazn haba algo que le desasosegaba: era la desconfianza en ci tipo de reaccin ((nc des penara su regreso en los crculos administrativos, en las gentes de los partidos, en ci grupo de los intelectuales. Le miraran con respeto, con gratitud, con admiracin, por la dimensin de su lucha y de sus sacrificios y por las excelencias de su capacidad creadora? Pediran en el gobierno su consejo? Aceptaran en uno y otro lado las frases de orientacin del apstol que volva, tras tanto tiempo, a la tierra de sus desvelados amores y preocupaciones? O continuara la porfa del desdn maoso, de efectos bien calculados? Se sublevaran otra vez en su contra el resentimiento y el rencor? Estara reservndole el destino a sorpresa de otro destierro, de otras humillaciones y penurias? Y qu actitud encontrara en supequea familia: su mujer y su hija Carmen? Triste era, en verdad, retornar con todo ese vuelco de incertidumbres, agitndole el pecho. A ello se deb(a su hbito de callar de repente, o de quedarse abstrado, como ajeno a la atmsfera en que se encontraba, y con una expresin de sbita melancola en los ojos. Sin embargo, ah en la casa de la hacienda de Peguchi, fue notoria la animacitt de la tertulia que desenvolvi con sus buenos amigos. Por las cartas que haba recibido de Quito y Guayaquil, l se revelaba conocedor de los principales problemas nacionales. Aun les haca saber, a cuantos le estaban rodeando en ese momento, sentados en los butacones y sillas de la encortinada sala de recibo, que algunos ciudadanos haban reclamado su presencia en el Ecuador para que reinieiara sus acostumbradas campaas de prensa, en defensa de las aspiraciones liberales. Eso precisamente haba contribuido a convencerle de la necesidad de la vuelta. Para precisar mejor las cosas se debe recordar que el propio Montalvo haba participado ya, desde piales, en los movimientos de opinin que pesaron en la voluntad de las mayoras para escoger su nuevo presidente. Esos dialogantes de Peguchi as lo reconocan tambin. Todo fue consecuencia de una especie de caos que desat la desaparicin del tirano, hombre que haba dominado a su antojo, y largamente, la escena pblica del pas. Los peleles que de manera fugaz fueron alzados para reemplazarle ene1 ejercicio del mando, no representaron otro papel que el de apaciguadores del frenes de castigo que se reclamaba, especialmente desde el sector de los conservadores, contra los ejecutores y complotados del asesinato gareiano. Haba pues llegado la hora de elegir un jefe de estado segn las prescripciones constitucionales, y en respuesta a las demandas de orden y trabajo que pareca que cundan por todas partes.
352 Asomaron varias candidaturas. Principalmcnle. la del doctor Auto- Rio Borrero, la de Antonio Flores J ijn, ministro plenipotenciario de Garca Moreno en Washington, a de Vicente Lucio Salazar, hermano del gencral Francisco J avier. ministro de guerra. Mi biografiado haba insinuado ya. con alguna anterioridad, cii las pginas de El cosmopolita, aquel nombre de Borrero. Yen el perodo previo a las votaciones, Manuel Polanco. que an no haba empezado a expiar en la crcel su intervencin en el tiranicidio, haba llegado a publicar una hoja suelta en la que propona tambin esa candidatura. Consecuente con la posicin que ya tic s mismo se conoca en el pas, Montalvo respald dicho parecer en favor de Borrero. Hizo imprimir para ello, el 20 de setiembre de 1875, en la tipografa ipialense de Nicanor Mdicis, un escrito suyo, de seis pginas, titulado La voz del norte. De ese modo satisfaca adems la consulta que sobre la situacin poltica le haban formulado dos amigos carchenses, a los cuales le unan sentimientos de afecto y gratitud: el liberal Nicanor Arellano del Hierro y el eclesistico Daniel Martnez Orbe. Su criterio vena a ser una recomendacin de los atributos de ilustracin, civismo y tolerancia de Antonio Burrero. Hubo desde luego algunos individuos de la derecha que, irritados todava por la hora sangrienta del 6 de agosto, y ms aun por los pronunciamientos de Montalvo y Polanco. se rebelaron contra aquella candidatura. calificndola de candidatura del crimen. Pero pucos quizs se inclinaron a escucharles. Pues que. realizado el escrutinio de la justa electoral correspondiente, se proclam el triunfo de Borrero con una cifra aproximada de cuarenta mil votos, que para entonces resultaba no slo concluyente, sino asombrosa. Y as, el 9 de diciembre del ao indicado, tom ste posesin de la presidencia de la repblica, tras una cauda]osa manifestacin popular en las calles de Quito. El nuevo mandatario busc gobernar con niniu conciliatorio, que degener en vacilaciones debilidades. Daba repetidas muestras de no entender el sentido de las exigencias del pas en ese preciso momento. Pareca no disponer de una vislumbre cierta de lo que era indispensable para asegurar a todos un futuro de paz. Se sentia amedrentado por las arremetidas de la prensa conservadora y por las presiones de algunas figuras del garcianismo, todava inextinto. Al extremo de que no Permita el acceso franco de personalidades representativas del liberalismo a las dignidades ms altas de su administracin. Y de que tampoco se atreva a reunir la convencion nacional que ese partido reclamaba, para derogar a constitucin poltica de 1869. instrumento asfixiante que haba dejado la dictadura, o para introducir a lo menos algunas refo-mas en sus disposiciones fu ncsta men te constrictoras.
353 Las consecuencias de descontento y de oposicin al rgimen no dern raron en comparecer en algunas de nuestras ciudades. En Guayaquil e.,nlcnz a puhlicarse el peridico El convencional, para tratar de exigir la ct O vocatoria a la ya mencionada asamblea, no sin puntualizar la adverlela de (1C la sordera gubernamental iba a producir el estallido de una ts irclta. La admonicin no estuvo descaminada. Pronto, el 3 de mayo de 876. debieron alzarse los rebeldes con el respaldo de fuerzas militares y de polica. Y slo una delacin sorpresiva pasm su asonada. Algunos de los responsables fueron detenidos. Haban logrado escapar, por un aviso oportuno, Eloy Alfaro y Miguel Valverde. El coronel Teodoro Gmez de la Forre, figura prominente de la vida pblica a quien Borrero le haba designado jefe militardel puertoguayaquileo, se apresura dimitir. Los hechos, tanto oficiales como del sector de la conjura, le haban provocado una inocultable repugnancia. Por fin, el 20 de junio fue nombrado el generol Ignacio de Vei ntemil la para tomar su lugar. U mi cosa era evidente: se aproximaba el colapso de la presidencia de Antonio Borrero. Los contertulios de Pcguch concentraban su inters en los temas poI,ticos del momento. En forma unnime manifestaban que J uan Montalvo tendria que asumir una posicin crtica y orientadora. El se entusiasmaba. Se lo notaba en la iluminacin emotiva de sus ojos. Pobre gran escritor!. en el londo era un iluso. Elaboraba con ardor, con pensamiento vehemente, con originalidad y encantos expresivos, sus pginas admirables, y stas, en vez de ser eficaces en su propsito de cambiar la conducta desacertada u infame de los gobernantes, y de estimular la comprensin colectiva hacia su contenido e intenciones, atraan ms bien las cleras de aqullos y de sus turiferarios, y dejaban impasibles a las mayoras, como tambin encrespados de indignacin a los intelectuales ecuatorianos que ya de antiguo e envidiaban y aborrecan, En verdad, hay que por lo menos reconocer que l se haba dado cuenta temprana de la inutilidad de esforzarse en el ejercicio de la pluma en un ambiente como el nuestro Y que en eso gran desgi acia casi nada ha cambiado a lo largo de ms de ele n aos. En su me ra obra. El cosnio po/ita, va ce rteraniente haba asegurado que es eribi r . no es servir al pblico - es pedirle un servicio. Pues no hay imbcilcs q nc se imaginan de bnen a Fe darle a uno pruebas de amistad y conside racion con leer oque ha escrito!. Yconcomitanlenwnle estaba convencido de que nada alcanzaba, como autor combatien te. de sus empeos por redimir a nuestro pueblo de la servidumbre y el infortunio, ya que ste no slo que no le entenda, sino que. aun ms, en vez de corresponderle con -,itiiurd. lo haca con tas entraas revueltas de bilis y de iracundia. Para dar precisamente una idea de lo ana y desoladora que haba sido su lucha
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Juan Montalvo, busto en Bronce de Csar Bravomalo Parque del Oeste, Madrid.
escrita en n uestro pais haba credo necesa rio acud r a la evocacin de Lina ancdota vivida por l mismo, y que la ha narrado en su libro Las catilinarias con sus dones magistrales de fidelidad descriptiva y de irona. Le pareci que con ella mostraba lo que le haba pasado por meterse a dcfei HIlL de una multitud enyugada y masoquista. Eslaque sigue: Una noche, paseando con luna por tos al reded res de u cia ciudad dc 1 Ecuador. (ti con un indio ebrio que, ciego de clera. estaba macando iso nitijer No contento COfl los puos. se aparc de prisa, cogi una piedra enorme. Y se vino para la Vctima derribada en el suelo. Verlo yo. dar un salto, echar a mis pies al tu Li NO. pisarle en el pescuezo. codo fue uno. i.a india se levan la. se vie nc a Ir i, sicLi ntiosc de la boca con os dedos un mundo de tierra de que el irracional le haba henchido: cuando puede hablar. suella la tari billa Y nic alesta de desvc rguc nzas. Me stizo ladrn qu le vn ni qu te viene en que tui marido me mate? Hace bici, de pegarme; para eso es mi marido. .ha, manapm!mga, huairo -apan,ushca, ndate de aqu: quiero que me pegue. que me mace mi marido. i So Oyndolos estoy a mis apreciables eompairiotas:Mestizo ladrn! siquier zambn; sha, manapinga, huairu-aparnushca, ni ms ni menos que para la india. Ser mejor dejar que su marido la mate aesta hembra estrafalaria tambin; pues todos ellosjuncos alcanzan a componer a lo ms una hembra: pero bien casada, eso si (Haca entender que La! marido era el dspota tgnaeio de Veintemilla). iri No obstante la cadena de sus decepciones y de sus desalentadores convencimientos, en este encuentro en la hacienda de los Andrade volva a enfervorizarse con el propsito de otra contienda de prensa. Aun pareca que se engrea con las palabras de alabanza y de fe que le dirigan los amigos que en ese instante le rodeaban. Lleg, por eso, a pedirles que le permitieran encerrarse en una habitacin cualquiera, durante los minutos que le fueran indispensables, para escribirunas pginas que concernan a la aspiracin nacional ms premiosa, y de la que justamente estaban tratando en su conversacin: la de la Convencin que pusiera trmino a la carta poltica dela dictadura garciana. De ese modo naci, ah en Peguchi, su trabajo titulado Voto de Imbabura, el cual se lo public poco-despus en Quilo, y aun se lo reimprimi. En carta enviada desde aqu, el 26 de aquel mes de mayo de 1876, le deca a Roberto Andrade: Ayer le escrib por el correo. Hoy va el Voto de Imbabura como deba. Dgame qu efecto produce all... - Puede afirmarse con razn que el da en que pas Montalvo en ese rincn agreste de mitad de su camino le result lil tanto para preparar el nimo hacia sus futuros embates de libelista como para ver los medios iv .Shi,ri, iiaiiupifl,(a, hiUiiOoLf,U,iO), ,idVCiiCdI?o ctiirriicid,> l.!tt-i,iI ,iiciilc iruiiic, pote1 deisutor) liii I.,o,urilz,,a,ici.s. rin 1. Ibid. pija 1 Lvi Li. 355 de rodear de ce rta dignidad su entrada en la capital - El dueo de la hacienda, en ademn siempre solidario, le proporcion una hermosa y luciente cabalgadura. Y en horas tempranas de la maana, tras el desayuno servido con diligencia caritiosa. el escritor, tres amigos y un par de peones hicieron rumbo al sur. luvieron tres jornadas fatigosas, por caminos y senderos que an conservaban los daos del invierno reciente. Desmontaron en Pomasqui, un aldeorro a quince kilmetros de la ciudad. Ocuparon una posada sara el descanso de la noche. All encontraron a Rafael Portilla, acornpaado de cuatro liberales, tan jovenes como l. Montalvo se sinti ms tranquilo. Ya coma ha con una valiosa com iva de ocho personas para arribar a Quito. Adems, Portilla, suespontneo anfitrin,lecaus unade las ms placenteras impresiones. Era sa la ocasin en que se conocan personalmente. Le observaba yescuchaba con deleitable atencin. Su palabra suave, sus gestos sobrios y sus manerastodas le parecan llenos de sinceridad. Bien acicalados los nueve jinetes, y con sus caballeras en magnificas condiciones, partieron hacia la capital. El trayecto no era mayor. Y as poco despus. a eso de la diezde la maana, pudieron llegaral Parque de Mayo, o el Ejido, segn su vieja denominacin tradicional, que est en el sector norte de la urbe. Un puado de personas mezcla de estudiantes y liberales, sin duda tan reducido como para enfriar de decepcin al belicoso emigrante que volva despus de siete aos de ausencia, le recibi con seales de curiosidad y de breve saludo. En ese grupo se hallaba un joven de casi diecisiete aos que se convirti en escritor y panegirista montalvino, y que ascendi a la presidencia de la repblica cuatro decenios despus Alfredo Baqticrizo Moreno. Y precisamente gracias a l nos han quedado unas dos imgenes fieles, pero que las hubiramos querido ms amplias y detalladas, de la entrada de Montalvo en Quito, y de su instalacin en una casa cercana a la Plaza de Santo Domingo. Bueno es que se las aprecie. Con relacin a la llegada, stasson suspalabras: Pude conocerle a su vucila de Ipiales. Le vi entrar en la capital con escogido y corto acompaamiento de amigos, sobre un caballo negro de buena estampa, con sombrero alto y blando de pao, cual sola llevarlo en sus frecuentes paseos hacia las afueras de la ciudad, y botas de charol con espolines de plata. La figura, la misma que nos es tan tamiliar. Y comenz entonces el ir y venir de una chismografa malvola. Un desagradecido de ms de marca, altanero y soberbio que lodo lo vea para abajo; un sujeto de pretensiones y exigencias inauditas. Se hablaba y ponderaba de ciertos regalos devueltos desdeosamente; de su hereja; de so pluma; de su furor y sus ataques contra la Iglesia, contra Garca Moreno y los suyos, de modo y forma todo ello, que alrededor de su nombre y su persona habla una leyenda que creca siempre con recelos y temores, una leyeada de vivas y despiertas odiosidades que tenda a dejarlo en uno como aislamiento premeditado6 HO CorrespoildenVlu de Mo,l.,I,o, Rr,,.s udc ja Casa de SI uniste,,. Ambato) br, ide 1949. pOg 1 Ir 356 En cuanto a su albergue quiteo. ci testimonio de Alfredo l3aquerizo Moreno es el que sigue seglin contenido que ha sido lomado de la carta que dirigi el 12 de marzo de 1936. desde Villamil al seor Carlos 13. Sevi la, director de la Casa de Montalvo: Aadir slo que e uve poi vecino no nitielios das a oque oc acuerdo. pero vecino a quien nunca vi entrar cii la casa, ni salir de ella. iii asonuirse al litilcon de iiiailera. verde y volado, ni aeeretirse al vidrio siquiera de la senlana pr niiitir a la calle, que es un mirar curioso y natural; y, mucho ms en un recin llegado.- l?s1tiina del coici oo bajo, carrera de Guayaquil. casa de rin seor Pazniio, cnionees. o despus. nc parece. con portada de piedra t,iistada. A la pi_iela r en el /tieil;in se ventilti sal - ri,tichzi sal, y al patio entraban recuas. no satir decir si todas ellas cargadas de esa sal, o hiCo con otra mercanca cualquiera. [U (osmopoltia ocupaba sitias piei:isc us-assc alunas, que daban frente a las noas, eran objeto de ni explicables jusenil curii.sr_lad Pero no curiosidad de verle, curiosidad satisfecha uds de uir,iicasin cii la calle, cuando a media larde salui de paseo con uno que otro aniigo. envuelto en anclui Ldfra espiola y sobre la cabeza el soinhreru caf claro que le conoci. hltoido y alio de copa. Iba arroganie. garboso, el paso cori cieno ritmo naiural de persona que se estiran sabe de s que vale. mas ni orgullosa ni altanera - Nunca le vi volver la cara, ni nitrar de lado. La mirada al frcnie. siempre al frente. El aspecto. el seoililariie niorerio plido, el de una honda y consta ole concentracin, el de una concentracin que preso ide de lo extcriors vive y piensa y medita cr1 lo invisible de su morada os aullo ittierisr. [,a curiosidad del joven Ilaquerizo Moeoo aptio taba ms bien hacia los hbitos de tipo literario de su vecino, jams visible en la casa misma. Por eso ha manifestado en el documento que estoy transcribiendo: Qu horas s- cuntas en el dia dedicaba mt clebre vecino a cs,i sir larea sIc escribir? 1_e molestaban o importuritilisin las pcrsoms quc acuclirian sai duda ti saludarle. isiS tarle, lisonjearle y hasta incitarle direciti o indircelamcnt e eou re latos, cli ismeci 1 los y denuncias de la revuelia y enconada polilica de aquel ucmpo?. Al un, no le qued sino resignarse a no saber si escribia con pausa y esfuerzo, o si descansaba a ralos, o sise encerraba, para no ser interrumpido, en la soledad de aquella antigua casa posada. de podada de piedra. desal en el zagun y rectiasen ci palio. Y bien, el inmueble aquel sigue en pie todavia, No est ubicado en la plaza misma de Sattto I)oniingo. como se ha venido afirmando, sino a Litios cien metros de ella, Eiaqtiertzts lo la prensado claramente: en la calie Guayaquil. sector del conlcrc-io iao. Hasta ahora es posible mirar sri mares) sic piedra, senctllametile abrido por las manos de alguno de nuestros itilaligahles indios cattterotie, lamenlablemente, el viejo porton haba sido reemplazado por dos hojas livianas. de labIas piuladas. Se rotiser- an co e;utiliio los balcones voladIzos sor, lislones de madera y varillas de hierro ligeramente adornadas. Pero no ha corrido la nflsm;i suerle el zagun. de
357 piso pintoresco, cubierto otrora de redondas y azulinas pedrezuelas de ro, pues que se han echado ya abajo sus paredes, para hacer tiendas sobre l y en ambas partes laterales. De modo que en el lugar en que antes se alineaban los sacos repletos de sal, se venden hoy telas y bisutera. Tampoco persisten el patio anchuroso y los corredores bajos en que se arracimaban unas cuantas bodegas. El espacio ha servido para que se levantara all, en el interior, algn tipo de construccin adicional. En verdad, en la poca de Montalvo la casa no debi de haber parecido muy modesta. Aunque a l, sin duda, tuvo que haberle resultado deprimente e incmoda. Sobre todo por el mercadeo pertinaz de la sal y el paso alborotador de las bestias de carga, que ingresaban difcilmente por el zagun. obedeciendo con infeliz mansedumbre a los golpes del acial y los arres y carajos del mulero. Ms de una vez nuestro viajero se vio obligado, desde luego con triste y callada insatisfaccin, a vivir en moradas que carecan del ambiente de dignidad y holgura que sus gustos apetecan. Y as, no le qued ms remedio que en sus temporadas de la capital residir en dicho lugar, tras su regreso al pas en aquel ao de 1876. Por lo tanto, despus de sus estadas ocasionales en Ambato, en los pueblos de su provincia y en Guayaquil, que en ese perodo se le ofrecieron, volvi siempre a las habitaciones que haba tomado en alquiler. Pero es necesario que yo recuerde que, poco despus, lleg a contar simultneamente con dos albergues en la ciudad de Quito. Estaba situado el segundo en un sector opuesto y distante con respecto al del cen(ro; esto es, hacia el norte. El propio escritor ha dejado constancia de ello en carta dirigida a Roberto Andrade el 12 de junio del mismo 76, en la que le ha precisado: De da, vivo ene1 Ejido, en casa de D. Rafael Salvador, esto es, en la cuadra de l, que est en el camino. De noche se me puede encontrar en casa de Mercedes Garzn. Con la voz cuadra se refera quizs a una sala exterior y espaciosa de tal propiedad. Buen caminador* 1ue eso lo fue siempre, no senta ninguna molestia en andar diariamente desde el actual Parque de Mayo hasta cerca de la Plaza de Santo Domingo. En fin, estaba pues Montalvo instalado en la capital en la forma que sus amigos habanle conseguido. Mas l saba, segn lo haba confesado, que su regreso al Ecuador conllevaba el propsito de preparar nuevos escritos: unos de inspiracin puramente literaria, que tanto le placan y en los cuales afincaba particularmente su esperanza de pasar a la posteridad, y otros, destinados a la reciedumbre de las batallas polticas, en los que en cambio haca descansar la satisfaccin de sus deberes frente a la historia dramtica del pas, a la vez que su confianza en entregar de s una imagen ideal, como la de los varones ilustres a quienes admiraba, en lo antiguo
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y lo moderno. A ello obedeci el que, corridos apenas poquisimos das desde su arribo a Quito. publicara una hoja pregonando el inmediato advenimiento de sus nuevos trabajos. Apareci sta el Mide mayo de lS76. con el ttulo de Asomos de El cosmopolita, y contena entre sus indicaciones las que transcribo en seguida: Mal corresponderamos a las esperanzas del partido liberal y de nuestros amigos, si hubisemos vuelto al Ecuador para nada. La pesadumbre que nos causa el haber perdido la tranquilidad y el silencio de nuestro destierro, ha de hallar resarcimicnto en 1 ane u paci n pal ri dii ca que nos propon e m os. E! cono upe/ita con el ro n oin h re y c n otra forma, va a presentarse en la liza nuevamente, cubierto, de todas armas... .-Si hasta ahora no saben por aqul cmo escribimos, ya van, verli,todos E/regenerador procurar regenerar con lecciones de moral y sana poltica, segn el caudal de nuestros conoc i m e n tos. Tambin a sus gentes de ms confianza les haba anunciado que El regenerador abrira en esos das su campaa, esgrimiendo la espada con el mismo bro que El cosmopolita. Aun les haba transmitido esta impresin, aludiendo al ministro de gobierno Manuel Gmez de la Torre: Algunos de mis enemigos ya se han dado por muertos. D, Manuel est mal herido, antes de que yo lo hubiese tocado. Le tena en efecto destinada una crtica dura, seguramente satrica, en las pginas que estaban prontas a salir, del primer nmero de su nueva obra. Pero Montalvo jams pudo ni imaginar lo que ocurri en vsperas de que ste fuera lanzado a la circulacin, el 22 de junio del ya indicado ao. Y ello fue que en la noche del 13 de ese mes, la familia del ministro Gmez de la lorre se reuni en casa de l a celebrar un cumpleaos. Hubo mucha animacin. El licor corra generosamente. Nadie se acordaba de los asuntos polticos, que en varias partes del pas iban ponindose cada vez ms irritantes. De pronto, sin que lo advirtieran otras personas que aquel alto funcionario y uno de sus hijos, se present ah, hacindose anunciar con alguien de la servidumbre, el cajista de los talleres en que estaba editndose el primer cuadernillo de El regenerador. Les pidi ser odo con la debida reserva. Le hicieron pasar al estudio. Sac entonces las pruebas de imprenta de esa publicacin, que las haba llevado ocultas, y les ense el texto de los agravios contra Manuel Gmez de la Torre que ellas contenan. La reaccin de padre e hijo fue de indisimulado coraje. Aquel se qued con las pruebas y despach al vil artesano con palmadas de agradecimiento en la espalda. Tom luego a su descendiente por el brazo y juntos entraron de nuevo en la sala principal, en donde segua la fiesta. Por cierto el joven se dirigi inmediatamente hacia dos de sus parientes, de su misma edad, para comentarles lo ocurrido. Les pareca abs tres una afrenta para la familia. Prefirieron por el mo- 359 mento gLlurdar secreto. Pero estaban unnimemente posedos de iracundia, que se estimulaba con las copas que beban. Crean que era la hora de tapar la boca al zambo canalla, al mulato atrevido. al infeliz calumniador . Y al fin, sjn que se conozca cul tic ellos fue el tic la iniciativa, salieron los tres en busca de Montalvo. Ya en la calle, solitaria a esa hora de la noche, se encontraron con Manuel Semblantes y Rafael Portilla, amigos leales del escritor, y Gmez de la lorre en forma amenazadora les averigu por ste. Pero, acto seguido, recordando que tambin Semblantes haba criticado pblicamente al ministro, se aproxim a l y le dijo: iY ahora mismo, tambin usted me va a pagar por los insultos ami padre! No han sido insultos, sino censuras a sus actuacione.s ministeriales, alcanz apenas a responderle. Porque de inmediato sinti una lluvia de bastonazos en la cabeza. Rafael Portilla, que estaba a su lado, y que lo vio desguarnecido, se apresur a prestarle entonces su bastn, y Semblantes pudo as herir a su atacante en la mandbula y en la frente. La pelea, corta aunque violenta, fue pues entre los dos. Y tuvo lugar muy cerca de la morada de Montalvo. De modo que algn conocido suyo y de los dos jvenes amigos, que vio casualmente aquella escena, corri a darle noticia. El haba estado trabajando. Sali precipitadamente. Consigui al paso armarse de un martillo, y se fue en pos del grupo agresor. Mas era demasiado tarde. Este no haba demorado en esfurmarse, casi por encanto. Al da siguiente bram la pluma del gran libelista, En efecto, dio l a la imprenta una carta furibunda, dirigida Al senor residente de la Repblica. Afirm en ella, entre otras cosas, lo que sigue: Sangre de liberales, sangre de vuestros amigos quc ayer os elevamos a la presidencia dc la Repblica, ha manchado las calles de esta capital. Vuestro ministro, el seorMamiel (jmez de la Torre, le ha dado una gentil bofetada al Gobierno de que forma parte, emhcodando a sus hijos y echndoles afuera a cometer delitos... . - Nosotros estamos usan do del raciocinio; ellos, los gomeros, de la precipitacin y el ofuscamiento; nosoiros de la luz del da, ellos de las sombras; nosotros de la pl urna, ellos del palo ministerio de a policia tuvo a bien anoche elevar la qucj a al padre, y consultar al ministro. Mi hijo tiene razn, respondi este hombre incauto. Tiene razn de ipandiltarse entre cuatro o cinco personas para aconicicl i sin incl,siduo solo? Poned a un lado a este hombre infausio. y ved luego a vucstros cornpamr,ota proclamaros con nuevo amor fuera del siniestro hombre del 13.115 no lia 331 cntrc vuestros compatriotas capaz de ayudaros y salvaros? - 1., victuna tkhia ser cstc vuestro amigo y servidor, seor presidente, segn la lanfarrunada con que la p,iridilla se acercaba ini cas Noticioso del peligro de uno de tos nias, lic echo tluera. Qu arma tienes? le pregunto a un carpintero en la puerta de 1. calle. tii niarul[o, seor. Venga el martillo. Todos mis amigos estin dispuestos, nionr por iiii; so morir por casta cual de ellos - Los valientes me reconoce,. vine ih,rcm, ata: y Ial vez iban por ini! Cunias cabezas hubiera yo hendido, c,;intas Ircnlcs atiicmta con ml arma 360 de cclope en habiendo algn atrevido entre ellos? A loscinco nlinuios.veinte jvenes me rodeaban: la solidaridad de la vida y de la muerte es la garantia y el timbre de un partido. -lgame asesinar el ministro Gmez de la Torre con sus hijos. de noche, en mi casa o en la calle; no tengo yodeudos, amigosapasionados. pueblo adicto y valeroso que le hagan pedazos al siniestro viejo?Scor presidente. hoy ha menester vuesira excelencia la resolucin que le ha estado faltando: ahajo el ministro indigno. ye1 pueblo es vuestro. 102 Public esta carta yen seguida se interes en hacerla circular por las principales ciudades ecuatorianas. Mi biografiado fue extremadamente celoso en dar difusin a sus trabajos, y en procurar el afianzamiento y desarrollo de su nombrada. Tanto en su pas como en el exterior. Adniinistraha pues con diligencia la propaganda en torno de si. Haba en ello su punta de vanidad, es cierto, pero tambin algo de una consciente obligacin de buscar, sin desdn de ningn esfuerzo, una aureola de dignidad y magnetismo para su destino personal, que l ntimamente lo senta superior. En concordancia con esas inclinaciones de su comportamiento, estuvo convencido de que haba que dar la debida resonancia a aquel documento. cual si contuviera una prueba de su propia valenta. Y, en cuanto a sta, es cierto que muchos se hallaban dispuestos a reconocrsela, aunque sin dejar de notar, ms de una vez, la tendencia montalvina a la exageracin de los detalles y a los toques de teatralidad en las descripciones de su arrogancia. Quizs por eso en esta oportunidad se vio precisado a aclarar a su coideario y seguidor Roberto Andrade, en una epstola en la que le requera el hacer circular en Tulcn e piales el aludido reclamo impreso, que los sucesos de esa noche fueron, al pie de la letra, como os refiero en mi carta al Presidente. Pero hay algo que se debe tambin advertir, y es que sta produjo sin duda ci efecto que deseaba nuestro escritor: la separacin del ministro Manuel Gmez de la Torre. Pues que, lneas ms abajo, seguro del xito que haba alcanzado, le sugera contarles a los norteos cmo al primer estornudo de su amigo, han cado por tierra los poderosos, Y no sin un evidente engreimiento, aunque sin desconocer tampoco el riesgo que con eso haba asumido, y usando el nombre que gustosamente se daba as mismo, en la parte final se expresaba de este modo: Dgame si el buen Cosme ha venido en vano. La venganza de los Gmez de la Torre es mortal. Indiqu en pginas anteriores que se hallaban listas las pruebas de imprenta del primer cuadernillo de El regenerador, y que stas motivaron los hechos que he evocado. Mas eso no fue todo. Porque, tras la victoria obtenida por Montalvo con su carta al Presidente, se le present la necesiit,? Monui,,,,.uepnwl.ui., II0. p.,g lS, 3]
361 dad correlativa de cambiar el texto de uno de sus ensayos, yeso determin la demora de varios das en la aparicin del folleto, ocurrida, segn lo establec ya, el 22 de junio de 1H16. Las palabras que reproduzco a continuacion ponen en claro estas incidencias, y confirman sobre todo la alusin a la cada del ministro Gmezde laTorre: labindole echado por ah Como una pluma a nuestro am o don Manuel al primer cslornudo, nos hemos tomado gcncrosamenle el trabajo de rehacer nuestro escrito, perdiendo la edicin de mil doscientos ejemplares, lirada ya, y faltando al pblico en cuanto al dia de El regenerador. Por una leccin de magnanimidad perderamos la vida, no que una lrislc suma de dincru. Hombre cado, homhrc niuerto para nosotros: sale la tierra Iigera Alli le dejamos responseando al exmintslro, y le echamos agua bendita - Olvido y suc ocio son la historia de los hombres ilustres por la insignifican1 (0 cta. El prrafo que he transcrito permite conocer, de paso, que se impriman mil doscientos ejemplares de El regenerador. Este tiraje resultaba seguramcnte apreciable en el medio quiteo de hace una centuria. Ms aun si se tiene en cuenta el precio unitario de venta, de una peseta, que no era de ningn modo bajo en esos aos. Pero no comenzaba ni a componerse siquiera el segundo opsculo cuando ocurri otro hecho grave con la misma familia del ex ministro. Bien habalo presentido Montalvo cuando afirm que la venganza de los Gmez de la Torre es mortal. Slo dos semanas haban pasado desde la noche del escndalo denunciado al Presidente por el escritor. Transcurra en efecto el 29 de jumo. Era un da alegre y soleado. Se encaminaba l al centro de la ciudad, en compaa de su sobrino Adriano, tras haber paseado por la verde pradera del Ejido. Se hallaban ms o menos a la a]tura de la actual Plaza del Teatro. Iban por el centro de la va, precisamente por la cnla angosta de laja, o de planchas rectangulares y lisas, que se extenda en inedia de la calle empedrada con guijas redondas de los ros que as eran las principales calles de Quito. cuando alcanzaron a ver con desagrado que en sentido contrario al de ellos, y por la misma faja cntrica de laja, avanzaba J oaqun Gmez de la Torre, hijo del ex ministro, acompaado de otra persona. A poco andar fatalmente se encontraron frente a frente Montalvo y ese rencoroso rival, Y, como haba que prever, ninguno de los dos quiso ceder la hilera de piedra peatonal al otro. El primero en lanzar la esperada ofensa fue Gmez, quien, de.orndole con los ojos, le gril: Retrate, zambo canalla!. J cres quien debe retirarse, infame!, le repuso el escritor con igual coraje. El agresor, entonces, sac violentamente su revlver, y ste se le dispar: la bala pas a centmetros SI H,cncnst(,,T)rnut.itt ,ag E 362 del cuerpo de SLI adversario. El, a su vez, en rpido e instintivo movimiento de val ente de fe risa alcanz a empuar tambin su arma. y a encaonarla contra el rostro de ( diez de la Torre. Al propio tiempo le th1o en tono de absoluta resolucin: Dispara el segundo tiro, y te mato! El atacante se amans en seguida. Quiso convencerle de que su intencin no fue otra que la de desafiarle a duelo. Montalvo le expres que aceptaba ese duelo. Entre tanto, haba ya decenas de curiosos. Los dos contendores, todava alterados, determinaron en el mismo instante el sitio para hatirse con sus armas de fuego, que deba ser la verde explanada del Ejido. Hacia all pues se dirigieron. Pero al llegar a la Plaza de San Blas, que no est sino a trescientos metros del lugar en que se produjo aquel dramtico desfo. apareci el general Francisco Hiplito Moncayo, gran admirador de nuestro ensayista, y, enterado del problema, en forma inusualmente generosa quise tomar el arma en su representacin: Usted no combatir, don J uan. manifest, pues que su vida vale mucho. Pero Gmez de la Torre le obsei v que no era el general quien le haba ofendido. Hubo un intercambio de frases, que poco a poco fueron perdiendo su aspereza. Intervinieron en favor del arreglo muchos de los curiosos, que al fin vitorearon a cada une de los duelistas. En seguida fueron llamados al despacho de un comisark de polica. Acudi un delegado del escritor. Y all se convino en que no se deba formar una causa penal, y ni siquiera intentar ningn comentario a travs de la prensa. Esta recomendacin le fue formulada de modo especial ami biografiado, que se quej de ella posteriormente, al observar que la otra parte fue distorsionando a su antojo la naturaleza de fos hechos. Los trminos del pacto, firmado por los protagonistas de la pretendida confrontacin, fueron los siguicntes: Por intervencin de amigos comunes, el seor Montalvo y los seores Gmez de la Torre convienen, el primero en no hacer por la imprenta la relacin de los ltimos sucesos, ocurridos el da 29 del mes presente, dejndole al joven Gmez el derecho de llevar adelante sus empresas. Gmez pidi que se suprimiera la ltima frase, y Montalvo le complaci tachndola con su propia mano. Es decir. el tal convenio se convirti en una suerte de malintencionada e intolerable mordaza para nuestro escritor. Este, si bien se resign a no hacer sino una breve alusin en el folleto nmero dos de El regenerador, con la cual rectificaba una informacin falsa y denigrante que sobre el hecho haba dado el coronel Teodoro Gmez de la Torre, no dej en cambio de manifestar pblicamente, en alguna oportunidad, que haba amedrentado a J oaqun hacindole oler la plvora desu pistola. Tambin lo dijo, con tono zumbn, en la dcima de sus Catilinanas. Y, a pocos das del incidente el 4 de julio de 187& le puso a 363 su amigo Roberto Andrade una carta con su propia relacin, que era sta: Ya len drn usiedes noticia tIc 1 ha lazo casual de J oaq uun Gmez. E r ro el ca nafla y yo salt hien, porque tenindole como le uve hajo el can de ini revlver, le di tiempo, y aun le autoric a disparar de nuevo. Las ocurrencias posteriores han sido dignas de Ial agresor: piden misericordia por adormecer el juicio de la imprenla, y ,hren guerra de mciii iras e im posluras. Como habr podido ya suponer cualquiera, por la lectura precedente, Montalvo acostumbraba llevar consigo un arma de fuego. Y la reconoca til, afirmando que sin ella no hay razn que valga para los ecuatorianos. Aun ms, en el ltimo de sus libros El espectador insista en redondear con toda sinceridad este encomio: La pistola conserva sus ttulos antiguos, es gran seora en todo tiempo; y para salvaguardia del honor, vale tanto como la hoja toledana. Lord Byron meta once balas en un mismo agujero: no hagamos tanto; pero como acertemos la primera, no habremos quedado mal. Yen el mismo trabajo, que es el titulado Del duelo, y que figura en la ltima parte de la citada obra, llega a enaltecer hasta la prctica de aqul: Donde asegura la ley y las costumbres rechazan el duelo, reina el palo, el garrotillo vil; y son esos, esos hombres, los que llama brbaro el desafo, y persiguen de muerte a los que salen al campo de 1 honor como buenos y leales!. Las cosas que se le fueron presentando a mi biografiado a su regreso al Ecuador, segn se ha acabado de ver, se mostraron notoriamente turbulentas. Su labor de intelectual combatiente, que por cierto no era slo de crtica despersonalizada de la situacin en general del pas, sino adems de arremetida contra los sujetos prominentes de ese momento poltico, en un lenguaje de burlas hirientes y de tratos despectivos, no pudo menos de levantar un clima de indignacin en varios sectores de la sociedad. Estos se empearon a su vez en gestar una imagen monstruosa de Montalvo para difundirla entre las mayoras, y provocar as su odio contra l, O cuando menos sus recelos. Por la fuerza de tales estmulos, la imaginacin de la gente fantica de aquel tiempo dio origen a una serie de fantasmagoras, como las de que nuestro escritor paseaba a medianoche por el Ejido para entenderse a solas con el diablo, y de que los cascos de una caballera infernal solan resonar entre las sombras al llegar al patio de la casa misma en que viva, A eso se debi quizs el que el propio Montalvo alcanzara a ver, en ms de una ocasin, cmo se santiguaban las beatas a su paso. Pero mientras en el ruedo de sus amigos liberales se referan entre risas esas ocurrencias, a l se le oy preguntarse con desolacin ntima: por qu habr lo .jna,tN,,c,,,, furnn Ii.IImI.p:ig4iil<
364 nacido aqu entre estas gentes? Y, naturalmente, su deseo fue siempre ci de probar que l era distinto, por lo humano, lo tierno y lo cordial, de la representacin demoniaca que le haban forjado sus enemigos. Recurdese que ocho aos despus de aquel transitorio retorno al Ecuador, en la ardorosa defensa que de s ensay en uno de sus libros postreros La nicrcurial eclesistica, trazaba este cuadro vindicador de sus sentimientos puros y hospitalarios: Un da vinieron dos clrigos ami casa, a honrarme con su visita, despus de los siete aos de mi primer destierro. No desterraba para menos que para toda la vida el reve rendo padre fray Gabriel Garca Moreno. Si Faustino Rayo no le santigua con un machete, yo no vuelvo nunca a mi pas, es cosa notoria. Verdad es que no viva murindome por los troglodilasdel Ecuador; pcrocuando fue posible volver, volv, no lo niego. He all mis dos clrigos a visitarme, como queda dicho. Llambase el unu Leopoldo Freire. el otro Vicente Psior. Chancearon como gente llana, me dieron un poco de matraca respecto de mix ideas avanzadas, como dicen los galiparlistas, y se fueron de muy buen humor, sin haber dejado el pellejo en mi casa, segn ellos lo haban temido al entrar. 65 Para satisfaccin de sus vehemencias sentimentales, que eran tan verdaderas como sus borrascosos impulsos de lucha por la prensa, visitaba a su hermana menor Isabel Adelaida del Espritu Santo y a su sobrina carnal, Rosario Gonzlez Montalvo, que haban tomado los hbitos de monjas en el Monasterio del Carmen Bajo, de Quito. Isabel Adelaida ingres en el convento el 4 de mayo de 1874. Hasta ahora se mantiene en estos claustros el recuerdo, transmitido a travs de tantas generaciones. de las visitas de nuestro escritor, a quien la comunidad profesaba mucho cario. Hasta ahora se conserva una hermosa escultura de madera, de 28 cms. de largo, de una Santa Teresa de J ess, enviada por Montalvo desde Pars a sor Isabel Adelaida. Pero en el mismo plano de estos contactos familiares se debe tambin recordar que tuvo cotidianamente, aunque por cortsinio tiempo, la frecuentacin de su hija pequeuela, Mara del Carmen, que apenas contaba entoncessiete aosde edad. La haba hecho venira la capital con una hermana de l. Tambin se sinti sbitamente alentado, por lo que l crey una prueba de reconocimiento y de consideracin personal, cuando el Presidente Borrero le invit a que conversaran en palacio, tras la renuncia presentada por el ministro Manuel Gmez de la Torre. Y efectivamente concurri con puntualidad a la cita. El primer magistrado le recibi, a su vez, de modo cordial. Le manifest de entrada la alta estima que senta por su literatura, de estilo castizo e inspiracin insospeehahiemente cvica. Pare65 Mr,r,ioaIrcIeitaona. Quilo 5I7. Imprenu 1_u Gulri,bcrg. 15(1 151
365 ce que hasta le indic que haba odo placenteramente tina insinuacin del coronel Teodoro Gmez de la Torre, a su juicio digna de ser examinada, en favor de Montalvo: era la de confiarle la representacion diplomtica ecuatoriana en Bogot. Si se piensa en que a mi biografiado le gust desde joven la idea de una destinacin de tal carcter, segn su propia confesin, no ser aventurado suponer entonces que la conversacin comenz en los mejores trminos para l, y que por lo mismo debi de haberle respondido con muy corteses expresiones de aquiescencia y agradecimiento. Pero el Presidente no fue ms adelante en sus palabras. Ni tampoco, despus. en sus determinaciones. Pasaron, ya en un ambiente propicio para los entendimientos, a referirse con criterios individuales a la situacin poltica. Montalvo insisti en la necesidad de las reformas constitucionales, previa la convocatoria a una Convencin Nacional. Critic la actitud intransigente del ex ministro, que haba aun ordenado la persecucin de los numerosos liberales que firmaron el Voto de Imbabura, documento pblico en que se formulaba precisamente la antedicha proposicin. Borrero le declar que reconoca la inspiracin rgidamente garciana, e inipropia de un gobierno que no se reputaba conservador, de aquella ley fundamental. No obstante, no le prometi sino estudiar con cautela su requerimiento, aduciendo que haba asumido el poder bajo juramento de respetar la Constitucin. Su interlocutor quiso hacerle notar que ella perjudicaba a los ciudadanos, y que en consecuencia ninguna validez legal ni moral tena el acto de jurar en dao de terceros. El J efe de Estado, que hasta ese momento no haba tratado al escritor, le observaba con respetuosa atencin. Se daba cuenta de que, a travs de esa voz aguda, que a momentos se apagaba, y del demorado encadenamiento de esas expresiones, se animaban sin embargo ideas fuertemente persuasivas, por su gran claridad, por su eficacia patritica, por el sedimento no rebuscado de su erudicin. Y tan dispuesto se sinti a seguir escuchndole, que le pidi opinin sobre las personas adecuadas para llenar las funciones de ministros de lo Interior y de Hacienda. Montalvo le manifest que si deseaba tranquilizar a Guayaquil, evitando as una ya inminente conspiracin, deba nombrar a Pedro Carbo para la primera de esas dos dignidades, y a Ramn Borrero, hermano del Presidente, para la segunda. Acept ste de buen grado la sugerencia, y nicamente condicion su cumplimiento a la concrecin de una propuesta impresa del escritoren dicho sentido. Todo, segn el convencimientodel instante, pareci haber salido para l admirablemente, casi a pedir de boca. La despedida fue tambin cordial. Pero el mandatario, atrapado de inmediato por los recelos, las suspicacias, los retorcimientos de la voluntad que por lo comn estragan la naturaleza de los que entre nosotros llegan a
366 aquella encumbrada jerarquia, se puso a hacer consultas en ci bando opuesto al de los liberales, y al fin no cumtlto su palabra. Realiz en forma totalmente distinta las dos designaciones ministeriales, Montalvo qued, as, pblicamente burlado. Lase e! testimonio dejado por l mismo, y que se refiere especficamente a su acuerdo con el Presidente Borrero. Estas son sus frases: Este hombre sin talento ni conciencia, sin formalidad ni pundonor. se perdi por una bellaquera. Sc convino conmigo cn nombrar nlinist 1 1 1). Pedro Carbo: Con esto se salva Ud. de la rcvotucin,le dije; tos tiberaks tendrais una prenda. y tos guayaquileos quedarn satisfechos. Cree Ud. en revolucin?, me dijo con Irona. Estoy seguro de ello, repliqu. Tuvo miedo el presidente, y nie dijo: Proponga Ud. pur la imprenta la combinacin, y yo extender el nombraniienlo. Propuse la combinacin; l exlendiel nombramiento.. en otra persona adversa al partido liberal. Y algunos das despus, en carta a un amigo cercano, volvi a hacer alusin a esto, en trminos de franco disgusto: D. Antonio le dijo nos enga vilmente en el nombramiento de Ministro: nada hay que esperar de este t on Lo
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CAPITULO XVII Labores, desafos y destierros Y bien, Montalvo sigui en Quito, entregado a sus labores de escritor, aunque sintiendo que se le recrudecan dolorosamente sus decepciones. Haba pues vuelto a apurar los tragos speros y amargos que siempre le tena reservados la mano eternamente errada del pais. Public los tres primeros cuadernos de El regenerador. Aparecieron entre el 22 de junio yel7 deagosto de 1876. Con unaextensin dediecisispginas,de formato menor que el de El cosmopolita, cada uno de ellos. Despus vari. cii ms y en menos, esa extensin. Su contenido era en cierto modo miscelneo, aunque las preocupaciones polticas y sociales slo en contados temas debilitaban su acento. Es interesante sealar que las pginas primeras del folleto N 1, tituladas De la improvisacin, le sirvieron para confesar que, siguiendo el principio de retrica de que los discursos de las grandes ocasiones han de ser a todo trance compuestos de antemano,haba fijado en su memoria cuatro sandeces para su llegada a Quito. Pues que se le haba informado que los jvenes amigos de esta capital pensaban no dejarle entrar oscuro yen silencio. Probablemente no sucedi eso, ni hubo. as, las circunstancias adecuadas para la que debi haber sido su improvisacin. De suerte que entonces, y a fin de que sta no se le pudriera en la cabeza, le pareci conveniente ponerla por escrito en el comienzo de aquella obra, indicando que sus ideas cardinales venan a ser exactamente el fundamento del programa de El regenerador, cuyo enunciado, en sntesis, era el de razn, valor, progreso. Si en El cosmopolita public un ensayo llamado Lecciones al pueblo, en esta nueva obra, dentro de cada uno de los tres opsculos que he mencionado, volvi a dar a luz sendos trabajos del mismo ttulo, y de naturaleza semejante. Tales enseanzas populares adoptaron como su modelo el espritu liberal y la dialctica de los libros, muy famosos e influyen
369 ies en el siglo diecinueve del abate francs Rugues Flicit Robert dc Lamennais, sobre quien recay una condenacion del Papa Gregorio XVI - No fue por cierto slo esa suma de cuatro ensayos montalvinos la que recibi las vibraciones potentes y renovadoras del pensamiento de Lamennais, a quien ciL nuestro propio escritor, pues que ellas se dejan tambin notar en algunos pasajes de Las cari/manas, de los Siete tratados, de la Mercurial Eclesistica y de varias publicaciones recogidas en la edicin pstuma de sus Pginas desconocidas. A su debido tiempo recordar otra vez este inflttjo, tan determinante en las reacciones de Montalvo frente a la Iglesia y la fe catlica. Respecto a su posicin poltica y religiosa es conveniente que llame la atencin sobre su Discurso pronunciado en la Instalacin de la Sociedad Republicana, que contiene una exaltacin de la Internacional cuyas expresiones han sido malentendidas y tergiversadas en nuestro pas. Se le ha atribuido en efecto a mi biografiado cierta afinidad con las tendencias de una izquierda dogmtica que desde luego no fueron las suyas. Y ya temindolo inteligentemente l mismo, se decidi a incluir dicha pieza oratoria en el cuadernillo segundo de El regeoerador, con una aclaracin muy taxativa, que es la siguiente: Odo una vez, pudo quiz ser mal entendido el discurso que motiva este comentario por los cincunstantes de oreja poco atenta, puesto por escrito a la atencin y el examen de todos, no ha de tener mucho de Dios el que halle en l ideas insanas o tendencias hacia lo que perjudica y pierde a las humanas sociedades. El expone su modo de pensar dc esta manera: Si algo contuviera (la Internacional) contrario a los sanos principios en punto a religin, a poltica, a buenas costumbres. protestamos contra ella, y no la admitimos sino en cuanto a los principios de justicia que se agitan y crecen en su seno Si la Internacional no es esta que describo, no es la que apruebo; y si esto no basta para con los catlicos de la tierra, lapidenme)6 Catlicos o no catlicos, todos estamos obligados a respetar la ndole verdadera de las ideas de Montalvo en este campo religioso y poltico. Una lectura sosegada de estas primeras partes de El regenerador, que he separado de las posteriores por razones de composicin de esta biografa, revela que su contenido rehas el simple marco de las crticas, todava no muy tajantes, al rgimen de Borrero. Fue pues vario el reino de sus asuntos, como en el caso de El cosmopolita, y eso hay siempre que aclararlo ante los que esquematizan sus estudios sin un conocimiento escrupuloso de los trabajos montalvinos. As, a ms de los temas que he expuesto, se 61 0 reg,ncoidor. lomo. ih,d, pgs NS a 94
370 encuentran cii estos tres lolletos iniciales, e ti aliernacion capE iclitisa. evocaciones familiares, descripciones tic vta es remembranzas hislc ricas. pginas de apologa de los mrtircs quiteos tic la libertad y Ecl les ti lies - en fin, dci ms divcrso carcter. Y todo ello. con los ncoiilundihlcs touies de gracia formal en que se empeaba este gran escritor. En las ltimas pginas de la tercera de esas pequeas entregas hizo constar un Adis, del que bede extraer los trminos que siguen. reveladores de su intencin: Pl Cosniopriliti no es el judo errante a quien la fatalidad impele o arrastra por Lis cual ro partes de la tierra: al contrario, cuando este buen camarada consigue pone rse donde nadie le vea, se deja estar ealladilo, ininortalizndose en el silencio y el olvido Su pasin es la ial oraleza: una montuna, un bosque, un ro son amigos para l. a migos socorridos, adorados - En favor de la palria, bien puede uno echar a un lado un mal ministro, poner en calzas prietas a cien pillos ... e rse al seno de los montes a cultivar la poesa prctica ... Si no volviere a entre vosotros, tendris noticias mas de Guayaquil, Lima, u otra parle. Voy a tomar un bao de poesa, a darme un toque dc silencio y olvido en el seno de la naturaleza, a las puerlas de las selvas orientales, y procurar salir len de adonde voya entrar tigre cebado. La verdicI es que, como lo anunciaba, dej transitoriamente la ciudad de Quito, Se lue, eso tambin es cierto, hacia la entrada de las selvas de nuestro oriente: eslo es, a la propiedad rstica en que vivan y laboraban sus hermanos, a un lado de Baos. Pero su propsito, igualmente real, de ir a renovar sus energas de luchador escrito en los apacibles rincones de la naturaleza se vio repentinamente interrumpido por los requerimientos de Alfaro, quien haba llegado a Guayaqui] a preparar un pronunciamiento contra el gobierno de Borrero. Para esos das desempeaba ya la jefatura militar del puerto el general Ignacio de Veintemilla. Y ste, a pesar de que, un mes antes de su nombramiento, le haba reducido a Eloy Alfaro a un breve encarcelamiento por conspiracin. miraba con buenos ojos la posibilidad de echar abajo al Presidente, y finga ignorar los ajelreos sediciosos en que aqul haba persistido. No proceda as, vale la pena aclararlo, porque se hallara penetrado de los mismos principios liberales y revolucionarios de Allaro, ni porque, como a ste, le doliera la sittiaein aflictiva del pas. Desde joven le haban posedo la pasin de mando, los halagos de una vida de influjos y la capltosa satisfaccin de las vanidades, lbsmeando por eso cualquier afn de alteracin de la paz interna entre polticos y gentes de armas de Guayaquil, se haba dado modos de hacerles comprender su simpata, y aun ms. cuando las circunstancias se lo perni lan, de estimularles con un eventual apoyo de su parte. El gobierno reeihio con
371 alarma los rumores sobre las tentativas de traicin del general Veintemilla, e inmediatamente le amonest, desde la presidencia de la repblica y la gobernacin de la provincia del Guayas. El neg, apelando a su honor de militar, el haber adoptado una conducta contraria a sus deberes. Y, naturalmente, se rea para sus adentros. Pues que intensific sus contactos con los cuarteles de la plaza confiada a su mando. Se sabe, de otro lado, que sostuvo conversaciones con Eloy Alfaro y varios dirigentes liberales, revelndoles en determinado momento su franca posicin de solidaridad antiguhernamental. Hasta les ofreci las fuerzas que comandaba para enarbolar en el pas, como una ensea victoriosa y salvadora, la doctrina de ese partido, mas coti la condicin de que a l se le proclamara Jefe Supremo del Estado. Mientras hacia sus promesas al liberalismo costeo, nada menos que l, hombre sin credo ni partido poltico, seguramente se estaba tambin riendo para sus adentros. Las cosas fueron llegando desde luego a su clmax, y Veintemilla se vio precisado a renunciar la jefatura militar de Guayaquil en los primeros das de setiembre de aquel ao de 1876. El polvorin estaba pronto a estallar, para convertir en cenizas la confusa y vacilante presidencia de Antonio Borrero. El 6 de ese mismo mes, reclamado por Alfaro, segn lo manifest, llegaba a aquella ciudad mi biografiado. Quijotesco e inapaciguable como siempre. Peroen esta ocasin,tan distinta alade suentrada a Quito, haba una multitud ansiosa por recibirle y exaltarle. Obraban en eso, es cierto, las circunstancias del descontento colectivo y del frenes revolucionario que entonces se extendan insofocables. y obraban tambin las incitaciones eficaces de los seguidores de Alfaro y de los jvenes liberales que haban aprendido a mirarlo como defensor luminoso e irreductible de los principios que ellos profesaban. Sin embargo, la suma de todo esto no habra alcanzado a levantar en dicha medida el entusiasmo popular, si supuestamente hubieran faltado los efectos propios de la resonancia mltiple de Montalvo: de genialidad para conmover con el uso de la pluma, de valor para afrontar los riesgos de la persecucin y la muerte, de estoicismo inquebrantable para sohrellevar el hambre y el abandono en el destierro. tinos ms, otros mcnos, muchos de los que se haban congregado a verlo y a vitorearlo conocan algunos de los atributos que caracterizaban a la personalidad de nuestro polemista. Pareca pucs que lo contemplaban como mdc ad o por un u alo de leyenda. a comitiva que le do el primer saludo a su arribo a la ciudad, de jbvenes en su mayora, le condujo al lugar mismo de la manifestacin p
372 hlica, Subieron al segundo piso de la casa desde la que Montalvo deba rechir ese homenaje, tan emotivo y caudaloso. Jams antes haba habido para l. ni para ningn otro intelectual ecuatoriano, ni ha vuelto a haberla, una Ovacion de carcter semejante. Los gritos insistentes de Montalvo y de libertad- trminos que han quedado unidos para siempre en la historia de nuestra nacin estremecan la atmsfera abrigada de la noche del puerto. El escritor, con ojos humedecidos, observaba desde un balcn esa marca humana. Sabia que tena que hablar, pero no se senta capaz de hacerlo, As son de tristes y contradictorios los secretos de la grandeza de los hombres. No hall pues arbitrio mejor que prometer un agradecimiento a su modo, mediante la palabra impresa. Que en efecto circuId entre las manos vidas de esos ciudadanos, al da subsiguiente, y que se recogi en la obra El regenerador, como su entrega nmero 4. El trabajo est fechado en Guayaquil el 7 de setiembre de 1876. De l son las expresiones que siguen: Mil. dos mil, cuatro mil ciudadanos reunidos en una casa, una calle, son el trueno que precede a a tormenta. Cuando de mitlaresde bocas sale a un mismo tiempo esta patabra: libertad! preciso es que ese pueblo sea libre y grande ... No quiero hablar de ef. porque mi modesta persona desaparece atrs de esta noble figura que tarde o tempraia hcn,&,s de poner de pie: la libertad. La gran demostracin que acabis de hacer, no es al i od vid uo, al escritor simplemente; es al campen de los derechos de los pueblos, al oficial de la civilizacin, a la vtema inquebrantable de la tirana. Os doy las gracias, no a mi nombre, sino a nombre de la patria. Repitamos el grito suhl 1 me que anteanoche llenaba los mbitos del Guayas: iLierlad! Libertad!. Es de suponer que a Montalvo no se le borr la imagen de esa multitud ferviente que le aclamaba. Ni tampoco, por desgracia, la impresin del pasmo que en ella produjo su incapacidad de improvisarel agradecimiento correspondiente. Todos esperaban una alocucin en la que reson-ara, vibrante, el pensamiento apasionado de aquel maestro de la frase y vena a suceder precisamente lo contrario. Lo que primero les decepcion fue el acento opaco y un tanto agudo de su voz. Y, en seguida, el ruesro que les dirigi, de permitirle usar, no la palabra viva que es indispensable en tales circunstancias, sino los trazos de una pgina escrita de reconocimiento, que l les prometa para el da siguiente. Insisto pues aqu. como lo he hecho en el estudio crtico que sirve de prlogo a la antologia montalvina que prepar para el Banco Central del Ecuador, en que un intelectual (a o ,rgrmra.io,. 1 una,, lSd, ps [35-142
373 como l. que posey una riqueza idiomtica tan inimaginable, que dispuso de Ut1 abundancia de vocablos acaso no igualada, que saba Como componer sus giros para (1UC en ellos la palabra se embelleciera. sonara meldicamente y diera de s efectos expresivos apenas sospechados: un dominador lan cabal y nico de la frase, como era l, estaba no obstante angustiosamente negado para cualquier tipo de improvisacin oral. Por eso se mantuvo lejos de la ctedra y la tribuna. Aun rehus el cumplimiento de la representacin parlamentaria que le confiri el voto de los ciudadanos. Tambin en la conversacin y de eso han dejado constancia los autores de Espaa que llegaron a tratarlese desenvolva con alguna pausa y afectacin. [ha redondeando lentamente sus oraciones, ni ms ni menos que si se hubiera encontrado, no frente aun contertulio, sino a la hoja n blanco en que acostumbraba verterse literariamente. Pero, a pesar del desengao con que debi afligirle esta prueba de inelocucncia frcnte ala muchedumbre, era evidente que por fin haba conseguido verse pblicamente lisonjeado, acaso como siempre lo so. No tena entonces ms de cuarenticuatro aos de edad. Esos millares de guayaquileos annimos, al aclamarlo con tanto ardor, estaban como coronndole gloriosamente con las hojas del laurel simblico: iviva Montalvo!, viva la libertad! ... Infortunadamente, aquel gran hroe sin espada, aquel hroe de la pluma, no alcanz a paladear sino pocas semanas el sabor de su apoteosis. Porque justo el mismo 8 de seticmbre en que circulaba el agradecimiento impreso que l haba ofrecido a la ciudadana de Guayaquil, y ah precisamente en esa ciudad, el general Ignacio de Veintemilla, ahominador de la pluma, y l s un espadn familiarizado con los atropellos y la sangre, se haca proclamar J efe Supremo y Capitn General de los Ejrcitos de la Repblica. Surga pues otro dictador. Y una nueva sombra de repudio y de venganza, de zozobras, ausencias y lgrimas secretas, estaba pronta a caer sobre el destino de Montalvo. El usurpador del mando lo haba arreglado todo. Respaldo unnime de los batallones que guarnecan Guayaquil. Colaboracin inmediata de un viejo guerrero y ex presidente el general J os Mara Urbina. dispuesto a conducir una parte de las armas rebeldes hacia la ciudad de Quito, pues que la otra marchara bajo las rdenes del propio sublevado. Adhesin de varios sectores liberales, convencidos de que as triunfara su causa. Sesin solemne del Cabildo guayaquileo, en la misma maana de aquel 8 de setiembre, para expedir un acuerdo de desconocimiento de la presi
374 dencia de Borrero y de establecimiento de la autoridad gubernamental del general Veintemilla. Puidosa manifestacin de apoyode una asamblea popular, que se congreg en torno del aludido Ayuntamiento gracLs a la difusin de centenares de hojas volantes. J uramento del nuevo J efe Supremo ante los ediles y los asistentes, con estas palabras: Prometo por mi palabra de honor mantener la causa del pueblo, y por tanto, reorganizar la repblica bajo los verdaderos principios de la causa liberal. Quizs esa vez, en ese primer momento, no se estaba an riendo por dentro, pues que organiz un gabinete respetable, a cuya cabeza apareca nada menos que Pedro Carbo, gran figura de la vida pblica de nuestro pas. Pero el presidente Antonio Borrero no se consider todava depuesto, y, en cuanto tuvo noticia del movimiento sedicioso, organiz a su ve: un ejrcito de tres mil hombres para hacer frente a los soldados de Veinte milla y Urbina. La conflagracin con caracteres de sangre pareca pues inminente. Y en efecto la hubo tres meses ms tarde: en diciembre del 76. Los historiadores han asegurado que en la hacienda GuIte, a alguna distancia de Riobamba, fueron abatidos centenares de combatientes de los dos bandos, y que en un paraje denominado Los molinos ,cercano a Guaranda, cayeron muchos otros. De suerte que la asuncin del nuevo dictador result violenta, y dej una secuela de rencores, de angustias, de temores y desconfianzas. Nuestro escritor alcanz a columbrarlo con innegable inteligencia, y trat de ayudar a evitarlo por los medios que crey eficaces, en su justa oportunidad. Primeramente intent persuadir a Veintemilla, igual que lo pretenda tambin Alfaro, de la necesidad de abandonar la jefatura suprema. Ninguno de los dos fue atendido. Se delermin entonces a publicar el 9 de octubre un llamado a la concordia acona,bajo el titulo de El ejemplo es oro. Sugera que se organizara un triunvirato, con ciudadanos de Quito, Guayaquil y Cuenca, y que aquel convocara a una Asamblea Constituyente para elegir, mediante los votos de sus miembros, al nuevo presidente de la repblica. Eso era echar abajo la revolucin veintemillista, hacer que se frustraran los planes codiciosos de ese caudillo en ciernes. No faltaron los que se lo advirtieron, previnindole contra mi biografiado. Y, sobre lo que fue entonces su reaccin, nada hay tan elocuente como el propio testimonio montalvino. apareido en el Desperezo del regenerador. De ah he de arrancar las frases que siguen: Un da vino ami casa ca Guayaqtnl un joven oficial, lleno de gentileza hermosura: blanco, de barba arstocrdiic bien ienidn, sus lordad,iras militares esiahan cn l
375 corni, nacidas. Larga y afectuosa (tic la visita. Volvi al otro din y comiconnsigo. brindo por la corona Con que pronto Li ptria ceira mis sienes y dijo cosas pOliIICiiS Y resonantes. Esa misma loche, a las tlos de la maana, llamaron la puerta de calle: era el gallardo militar. Su excelencia, dijo, suplica a Ud. pase luegis 1 so casa, para un asunto de interCs pblico sunianienle urgente. Sali con mi amigo, que se deshiro en atenciones y Finezas el largo de una calle. Al pasar por una esquina, salta de por ah una escolta, la bayoneta calada. Sepa usted qoe le llevo preso, exclama el noble oficial, con gran energa y denuedo. Al centro! De ese camino a bordo de un buque: al otro da por la maana, abrirse al mar ... desterrado. Veintemilla no haba pagado ni el pasaje: yo, sorprendido en la cama, no pude haberme apertrechado de onzas de oro: mis amigos, ignorantes de lo que pasaba, no tuvieron tiempo de hacer por m lo que hubieran querido. Confieso qtie en siete aos de destierro de Garca Moreno, padeci menos que en el destierro de Veinteniilla. i69 Segn esta relacin de veras precisa en sus detalles principales, el dictador urdi el engao en forma cnica, y su ejecutor fue un instrumento tan vil como la concepcin misma de la celada. Veintemilla haba sido amigo de Montalvo y compaero de su destierro garciano en Pars. Aun recurdese lo que yo he narrado sobre aquellos das l promovi una ayuda econmica para el escritor, entre los ecuatorianos radicados all. Pero lodo haba cambiado de pronto. la violencia poltica, que desordena ciegamente los sentimientos y las normas de honestidad del comportamiento, io hizo sino empujar al nuevo J efe Supremo, de altna ineserupulosa y tornadiza, a disponer los aclos taimados con los que aventar a otro exilio a su idealista censor, hasta entonces mesurado y reflexivo frente a las actitudes de aqul. El pequeo barco de bandera extranjera lo llev, entre incomodidades y displicencias, hasta Panam, centenario sitio de re fugio para muchos desterrados ecuatorianos. Ah por ventura tena algunos conocidos, en cuyo trato le haba introducido Eloy Alfaro. Logr instalatse , aun- (Inc con los azares de siempre. Consigui, adems, comunicarse con la gente de Guayaquil, a la que debi el envo de sus originales del tomo nmero cinco de El regenerador, que andaba tratando de publicar, y, adicionalmente. de un giro de dinero para su mantenimiento personal y la proyectada edicin, As entonces pudo aparecer, en imprenta panamea. el 2(1 de febrero de 1877, dicho opsculo, titulado Las leves de Garca Moreno t la te Turnia. Es el ms extenso de cuantos componen aquella obra. 1 o ha hia rcdactadohacaalgn tiempo, niorosamente. Busc la manera de darlo a luz, y no la encontro - pues que e) cx presidente Antonio Horrero dispuso que todo el que escribiere o hablare acerca de convencin y reformas de 10 tie;s.-zndcingc,iinid Ai,,[sic,, junial ile ISIS
376 las instituciones vigentes, sera perseguido y juzgado por conspirador. El mismo autor lo ha aclarado con estas palabras: Pero lo que es este librito, [tic imposible darlo a la imprenta. porque dnde estaba el impresor que lo admitiera!. Sin embargo, pese a las tantas semanas transcurridas y al torrente de los hechos que acab con el rgimen de Borrero, dejando un mar de sangre, crey Montalvo que segua sicndo oportuna su publicacin, ya como un justificativo de la revolucin que acababa de coronar- se, ya como indicaciones que pueden beneficiar a los legisladores. Al parecer, adoptaba una posicin en cierta forma coincidente con la de Veinternilla. A lo largo de su casi centenar de pginas, no haba en dicho nmero de El regenerador ninguna referencia concreta que hiriese al rgimen de aqul, ni a su personalidad poltica. Porque los personajes a quienes estaban enderezadas sus crticas eran Garca Moreno, Antonio Borrero y su ministro Manuel Gmez de la Torre. Puede asegurarse que el carcter primordial de todo el ensayo era ms bien de una elocuente filosofa poltica, apoyada, igual que otras creaciones montalvinas, en remembranzas de lacultura grecolatina. Algo como cuatro meses dur esta permanencia de nuestro escritor en Panam. En marzo de 1877 se le permiti el retorno al pas. Lo hizo, asimismo, por la va del mar. A las pocas semanas de su arribo a Guayaquil, un grupo representativo de la ciudad le requiri presidir un acto cvico en que se iba a exaltar la memoria de los combatientes sacrificados en Galte y Los molinos, en cuyos campos se estimaba que haba triunfado la causa del liberalismo bajo el ariete revolucionario de Veintemilla. Montalvo acept esa peticin, y tambin la de pronunciar el discurso principal. Prepar ste, en efecto, meditndolo cuidadosamente, y con su acostumbrada vigilancia literaria de las expresiones. Pero es de suponer que a los hombres de partido ms intransigentes no les halagaron las razones con que defendi, sin duda de manera lcida y sincera, la necesidad del culto religioso, y particularmente del credo cristiano. Estas fueron algunas de es razones: ta civitizacin no consiste en fatiar at respeto ata sociedad humana, ni en rompcrse fieramente contra tas creencias comunes, entre tas cuates puede haber muchas saluda- bies y salvadoras. Deladme. dejadme este error que Inc consuela, exctamaha ci viejo Catn, dirigindose a los epicreos, que te disputaban la inmortatidad del alma -- - -- La morat por si sota.es una re t igin - A hora pucs,encarnada en ci Enviado suhtimc, CU)O nombre pronuncia ci mundo, inclinando la cabcia hasta a tierra, es una doble retigin, apoyada y sostenida por es varones tic ms- atta intetigencia que ha producido
377 el gnero humano. Preguniado Goethe. el escptico: qu barias si os obligasen a dar vucst ni opinin respecto de J ess! Le adora [ja. respondi sin vacilar, Lo que si son cosas muy diferentes son la supe rslicn y la religin el fanatismo y la civi lizaCin cristiana Igualmente se debe imaginar que a los veintemillistas ya los que estaban persuadidos de las consecuencias benficas de la revolucin no les satisfizo el sabor de desencanto que se desprenda de otras palabras de su discurso. Porque la actitud de Montalvo tras el destierro, en que no se trasunt un cncono inmediato, y el amistoso afn que haba desplegado el patriarca liberal Pedro Carbo, desde su influyente posicin de ministro general, para que le fuera levantada aquella pena, hacan esperar una reaccin distinta. Esas palabras escpticas fueron lasque siguen: Duleme haceros presente lo que ninguno ha puesto en olvido: una conjuracin heroi ca, cumplida, en su mayor parte; una revolucin popular; dos batallas; mil ciudadanos echados a la tumba; entrada triunfal en la capital de la repblica, y todava y siempre, Garcia Morenosobre nosotros, en forma de fanatismo y de barbarie. Las citas precedentes ayudaron a reconocer dos rasgos muy profundos de la individualidad de nuestro escritor: su reflexiva inclinacin a una fe exenta de torceduras y extravagancias, y sus determinaciones radicalmente autonmicas frente a los partidos, incluido el liberal, que de algn modo poda estimarsc como el suyo. El mismo confes mis de una vez, aparte de demostrarlo con la indocilidad de sus actos, que no perteneca a ninguna agremiacin poltica. Tales trazos personales contribuyeron desde luego a originar la incomprensin, la desestima y el alejamiento, y las maas de silencio y desdn de los crticos, de que se le hizo vctimaconstanlemente. Ah mismo, poco despus de su vuelta a Guayaquil, empez a vivir por ensima vez las tristes experiencias de esa negacin y ese aislamiento. Ni ms ni menos que si fuera un exiliadoen tierra propia. Y, como siempre, lleg el momento en que tuvo que soportar las angustias de una condicin econmica asfixiante. Volvi entonces los ojos, igual que en tantas ocasiones, a su paciente y bondadoso amigo Rafael Portilla, para que ste 1c reniesara desde Ouito sus ayudas de dinero. En abril de 1877 renov pues ante l sus indispensables ruegos epistolares. Los continu en mayo y en junio. Hasta que el 20 de este segundo pa le confes que le era ya insostenible su situacin en la urbe portc. Mc voyle dijoa Ambato ciertamente, por falta de medios de subsistencia en Guayaquil; y no falta, as como quiera sino absoluta. Cuando menos deba irme, me veo obligado a ello . Le formul por otra parte una advertencia que demuestra que
378 hacia esa fecha, cuando apenas haba corrido un trimestre de este su arribo al pas, se hallaba nuevamente bajo la sensacin de que el gobierno le persegua y espiaba. Razones tena para desconfiar de VeintemP!a, Estas son sus palabras: Escrbame a Ambato, bajo cubierta para el seor Adolfo Callejas, hasta nueva indicacin ma. Recurdese que frecuentemente, desde la poca garciana, anduvo buscando direcciones de terceras personas para que las autoridades no interfirieran su correspondencia. El sorprender una carta suya con un contenido de instrucciones polticas para tratar de socavar el rgimen veitemillista, o con apstrofes contrae dictador, poda en efecto traerle consecuencias funestas. Es conveniente que yo haga saber que el primer atropello que este descarg contra Montalvo no fue nicamente el de la orden sbita de su destierro a Panam, ya qut adems, en forma secreta, haba contratado un verdugo que lo asesinar lejos del pas. El escritor nos ha dejado testimonio de ello en una carta enviada desde Ambato, el 12 de agosto de 1877, a Manuel Semblantes. Ah ha afirmado: Don Ignacio es hombre queme puso un malvado nrs cuando me desterr a Panam. sin los avisos secretos y las precauciones de mis amigos no s lo que hubiera sucedido Tom e pcaro su pasaje para Panam pero le botaron en Esmeraldas, amenazndolL con entregarle a la justicia en Tumaco. Ya ven ustedes cul debe ser la reserva; ahora ms que nunca tienen ustedesque vclarpor mi.7 Algunos ciudadanos guayaquileos le haban aconsejado abandonar el Ecuador lo ms pronto, temerosos de que resultaban ciertos los rumores, repetidos con insistencia, de que corra peligro su vida misma. l.c insinuaban refugiarse de nuevo en lpialcs. Pero ni para ese viaje contaba con los recursos necesarios. Empredi pues la marcha de incomodidades y fatigas hacia su nativa ciudad de Ambato. en donde por lo menos habra de hallar el arrimo carioso de sus hermanos. Las relaciones con Mara Manuela se haban quebrado ya para siempre. Cuando ms le sera posible. de tarde en tarde, recibir la visita enternecedora de su pequea Ca rin en. En la apacible casa ambatea, y all cii Ficoa, atrs de las vegas del otro lado del ro, volvi as a encerrarse para sus labores literarias, que fueron irrenunciables a lo largo de su existencia. Y si bien estaba inteligentemente motivado por las insatisfacciones que iba teniendo el rgimen, inepto para asumir el deber de las reformas legales a q spir:tha el liberalismo ddhil e inestable, adems, en sus convicciones doctrinarias, y vituperado si mul 7 tfonaI-oro,trp,olu,o Ibid. p.ig 1
379 t;iitcaineiile pci el vasto sector de la derecha, (1ue con sentido paradojico vea en el veintemillismo la imagen ttrica de una masonera enemiga de l)lst.s de la lrailera: y si bien, vuelvo a decir, estaba estimulado por todo aquel cumulo de circunstancias decepcionantes. blanco apropiado para que lo ;ilanceara con su habitual furor quijotesco, prefiri remansarse algo. y escribir en ese perodo pginas que no descubran todo el resuello, todo el ardor, toda la acometividad de que dio pruebas en otros momentos de su lucha. Antes y despus. No se olvide que ya en El cosniopolita y en la literatura militante que lleg a gestar en Ipiales se complaci en mostrar la luerz.a verbal y la eficacia de convencimiento con que saba hacer vibrar su pluma, entre denuestos y maldiciones. Quizs en estotra etapa hay algo distinto. Redacta El regenerador, que desde luego tiene tina temtica variada, con la intencin de impresionar menos por la agresividad que por los atributos de su ponderada dialctica y de su imaginacin creadora. A eso obedece el que, en lugar de la expresin ultrajante, que hace sangrar el pellejo de la honra ajena, haya usado los elementos de una burla ingeniosa cuando ha querido darnos la representacin visual de sus adversarios. De modo que podamos contemplarlos a travs de animados trazos caricaturescos. Me permito reproducir el caso tltlC sigue, que resulta de veras demostrativo de ello, y en el que sus mofas se refieren al ex presidente Antonio I3orrero: Desde su primer paso hacia lacapitat de la repblica dej conocer quin era el hombre grande. En Ambato, verbigracia, gatiardetes, msicas, todo lo que los pueblos acostumbran para manifestar su ardor y su contento. Lo pnmero que hace don Antonio es caerse en a plaza; y cundo para levantarse el presidente con ese almacn de ponchos, zamarros, maletas y alforjas que lraia consigo. Enredado estuvo all, pataleando media hora entre los mil corceles que caracoleaban alrededor y los mil patriotas que hacan para favorecerle Y como elocuente corroboracin de estas destrezas de su frase festiva bien valdr que cite un ejemplo ms, que es ste: Los pobres caones son los que pagan el pato: toma el hbito un ocioso, los caones; se ordena un monigote, los caones; profesa una novicia, los caones; vuelve el obispo de un paseo, los caones; hace un milagro una beata, los caones; no le hace dao al cura la morcilla que cen con mucho miedo, los caones - Entra it la capital una partida de milicianos de poncho, las campanas. Tenemos ministro nuevo, subsccreario de repuesto, las campanas. El ieniente Alifanfann de Trapohana ha sido ascendido a brigadier, las campanas. Se casa la hija del cabo segundo Calmcnarcs. las cainpanas 1 .lega una recua de pertrechos, las campanas . . El uno con las campanas, la otra con los caones, la Iglesia y el Estado co It kan las ms fraternales re 1 aciones 380 hacen perpetuamente la felicidad dc la repblica. Enlrctanto es de or con la gracia que cada uno soslicnc sus derechos, prolestando su prescindencia en los asuntos de la parte contraria. Estos gozos de la irona le fueron ciertamente familiares, y aqu en las pginas de El regenerador parece que Montalvo los estuviera probando una y otra vez, como para encaminarlos a alcanzar su expresin ms colmada en dos libros posteriores: Las catilinarias y la Mercurial eclesistica. Aunque bede aclarar que en stos, aparte de los alardes de risuea agudeza, no vacil en usar el dardo de los insultos, ofensivos en medio de la habilidad artstica y el donaire de sus giros. Asimismo he de precisar que en El regenerador no faltaron los motivos de poltica circunstancial que tuvieron que obligarle a las acostumbradas gesticulaciones de desagrado que se advierten en sus pginas de polemista: aludi entonces a dos protagonistas autoritarios de la vida pblica de esos aos: Veintemilla y J os Mara Urbina. Pero lo hizo con una moderacin evidente. Pareca que aguardaba una oportunidad menos azarosa, que se present precisamente despus de las doce entregas que abarc la publicacin de la obra. Tambin comparecieron, dentro de ese mismo mbito, razones que le llevaron a defender las virtudes de sta, evocando juicios de afuera. Porque volvi a experimentar las desalentadoras impresiones que rodearon a la edicin de El cosmopolita, si bien con un grado menor de angustia y exasperacin. Aseguraba que el Star and Herald, La estrella de Panam, La patria, de Bogot,la Gaceta internacional de Bruselas, la Revista Espaola-Americana de Madrid, los peridicos de Centroamrica estaban cuajados de El regenerador, mientras que en su propio pas se lo tena por loco. La verdad es que cualquier buen lector de este libro habr de encontrar en l, de modo insoslayable, pginas magistrales, de estilo encantador y de contenido provechoso por ru doctrina, por sus juicios de pueblos y de pocas, por sus nzr!enes de personalidades del pasado y del tiempo de Montavo, por sus remembranzas hogareas e individuales, que tan reveladoras resultan para los afanes del bigrafo. Y para esos mismos afanes viene a ser tambin til la confesin de las actitudes que tuvo que asumir entonces, frente a las circunstancias de la poltica que le conmovieron con mayor intensidad, oque le concernieron en forma directa y personal. As por lo que hay, en su comportamiento, de juicio ntido sobre la dignidad de la nacin, se debe tomar especialmcn 7 Defectos de nucstr.r.n. Elregenerado T- II. Ib,d, pgt 53 a
381 te en cuenta la decisin con que rechaz el intento de intervencin militar colombiana en asuntos de la vida interna del Ecuador. Haban sin duda cele-. brado un pacto los gobiernos de este pas y Colombia para prestarse ayuda mutua, enviando tropas del un territorio al otro en caso de que uno de aquellos corriera peligro de ser abatido por la oposicin, que en los dos vena a ser de la derecha. Veintemilla se sinti quizs acosado por una vasta porcin de conservadores de su propio pas, y se apresur a poner en prctica el acuerdo, llamando a la soldadesca extranjera del vecino del norte. Y Montalvo fue el primero en erguirse, rpido y vigoroso, como adversario de esa conducta que desmedraba la soberana patria. Algunos liberales colombianos fingieron malentenderlo. Hubo, en efecto, sin peridico del Cauca,_de dicha filiacin partidaria, que afirm que nucstro escritor era un malagradecido y que haba levantado su voz contra la intervencin slo con fines ambiciosos. A don J uan Montalvo, aseguraba, se le va areventarlabilissi noespresidente, botando aVeintemilla. Naturalmente, aqul se defendi con ejemplar rotundidad, como lo muestran estas palabras: el ltimo lugar entre los ecuatorianos me convendra ms ijue el primero, si ste lo haba yo de deber a armas extranieras; que no solamente ioierar \eintemilla, si fuere necesario, sino tambin eonseoiira en la resurreccin de (a rc toreno, si fuese posible. ames que hacer traicin a mi patria, aceptando, para vt,icoi un gobierno. cj re os o rgan izatios de otra o acin ... - Fa vi ires po rsonales que reduti ti en en nial de la repblica, siempre os recibiremos Como agravios; ser un timbre p.ira nosotros, en esic caso, ser malagradccitkoi - 172 Similar inters para el biografo encierra su explicacin sobre el notiyo por el que no lleg a desempearse como representante en la convencin nacional de enero de 1S7S, convocada por el jefe supremo, y reunida en Ambato. Ella pudo en efecto rcalizarse tras una cadena de agitaciones y zozobras pblicas, en que se contaron el clamoroso envenenamiento del arzobispo de Quito monseor J os Ignacio Checa, en el instante en que tomaba el vino consagrado en una misa de Viernes Santo (30 de marzo de 877), y cuya responsabilidad se pretendi descargar en la masoneria liberal; una fugaz confabulacin del conservadorismo en Guayaquil; otra, ms grave, en la capital, que fue impedida a tier.po y de la que aparecieron como conductores dos figuras conocidas Li mismo sector: Camilo Ponce y Rafael Carvajal; algn movimiento de la iglesia catlica en contra del rgi 17 Uegenerdd,Tomoit,ibId.pJgs i,7.,ai
382 men, no obstante un decretode advertencia punitiva para cuantos se atrevieran a ejecutaractosquealteraran el orden social. En Un, todoesoliuho, y se lo fue superando de algn modo, hasta la asamblea nacion;iI tuyente, que comenz a funcionar el 26 de enero de 1878, bajo la presiden :ia del general J os Mara Urbina. Casi todos sus diputados eran gohiernistas. Mi biografiado haba sido elegido por Esmeraldas. Pero Ventemilla, al saberlo, se sinti devorado por la contrariedad, segn el testimonio montalvino que sigue, tomado de la primera de sus Catiiarias: Cuando plido de clera, trmulo de miedo, despechado y balbuciente oy mi nombre, no dijo: Yo haba dado orden de que el ms insignificante de los ecuatorianos fuera electo por la ms insignificante de las provincias?. Desde luego, el mismo escritor crey adecuado sentar a continuacin esta justa aclaracin: Debe ser la ms pundonorosa y valiente, cuando a fuer de atrevida pudo elegir al que desde entonces tena proscrito en su nimo ese excremento de Garca Moreno. De esa manera rudamente despectiva calific varias veces a Veintemilla. Adems, conviene recordar que el 18 de diciembre de 1 477 puso una carta a Manuel Antonio Caldern,comerciante de Esmeraldas, agradecindole a l como a los liberales de la provincia, por la eleccin con que le haban honrado. Al hacerlo, se le ocurri expresarle yeso tambin es indispensable no olvidar la advertencia que sigue: Si mi presencia en la Convencin ofreciera alguna utilidad a la patria, asistir; si novienen losdemsamigos nadapodr yo solo, yscr excusada mi asistencia. La verdad fue que l no concurri. Se crey, aunque errneamente, que lo mismo hara Pedro Carbo, para no dejarse someter al influjo omnmodo de Veintemilla, en cuyo gobierno renunci el ministerio geiiei al por resistirse a aceptar el pacto de las intervenciones militares con Colombia, a que antes he aludido. Montalvo anunci el 20 de diciembre de aquel ano, en la ltima pgina del octavo folleto de El regenerador, su desistimiento de dicha representacin parlamentaria. Lo hizo en forma escueta, sin siquiera explicar sus porqus, bajo el ttulo curioso de Farewell, simptica voz inglesa que equivale a nuestro adis, y que tambin la us, medio siglo despus, el consagrado poeta chileno Pablo Neruda, en una de las ms celebradas composiciones de su libro Crepusculario. Este es el rpido farewell o adis de nuestro ensayista: El Regenerador se despide para un monte. El diputado por Esmeraldas no asiste a la Convencin, no porque
383 le este doliendo la cabeza, tenga un mal callo ni otra mentira ridcula, sino por razones que l tiene por buenas. El monte a que se refera era el de las soledades camperas de su provincia. Pues que le animaba el deseo de no quedarse nicamente en la casa de Ambato yla quinta de Ficoa, sino de cabalgar hacia la rustiquez querida de Baos, en cuyas cercanas estaba la hacienda familiar. Los lugareos volvieron en efecto a mirarlo una y otra vez, amables y respetuosos. El contestaba sussaludos, deteniendo ocasionalmente la pequea cabalgadura parda, sobre todo cuando haba nios entre los que se le aproximaban Advertan muchos que no haba mudadosu carcter, sencillo, aunque de hombre naturalmente adusto y callado. En los das en que duraban sus estadas en aquella poblacin, donde se aloj modestamente en casa de un nativo llamado Vicente Veloz, lo comn era que le vieran sentado al pie del viejo tronco de un gran rbol, que hasta hace poco ergua su copa sombrosa al costado de uno de sus senderos centrales. Como siempre, meditaba y lea, o meditaba y escriba. El alejamiento de Quitose extendipor msdesiete meses: de enero hasta agosto de 1878. Con breves intervalos de retorno, quizs Y aquel fue un tiempo en que Montalvo se entreg en forma preponderante a dos tareas: la de completar y revisar con su acostumbrado desvelo las obras que haba escrito en los largos aos de Ipiales, cuyos ttulos mencion en un captulo anterior, y la de elaborar artculos periodsticos de enconada oposicin al rgimen como a la convencin nacional reunida en Ambato. En stos si volvieron a rugir sus dicterios, sus apstrofes y sus stiras, como en los momentos en que se le huracanaba el nimo para la reciedumbre de los combates. As pues bifurc el caudal de sus energas intelectuales, hacindolas servir para la creacin imperecedera y para las exigencias circunstanciales de la poltica de ese momento. Dentro de la primera es bueno hacer notar que uno de sus. 5 jete tratados, el del Genio, lo redact precisamente mientras dur esta permanencia en su provincia. E igual, alguuas partes de los Captulos queseleolvidaron a Cervantes. Y en el campo de las segundas se debe en cambio recordar que tuvo tal desborde su acometividad crtica. que un peridico quiteo de la juventud liberal, denominado La candela, se colm en mucha parte con sus colaboraciones. Estaba el autor realmente acicateado por las condiciones en que se desenvolvan las actividades gubernativa y parlamentaria. Vea en las nuis altas autoridades una proclividad constante al inescrpulo y a la traicin de las ideas progresistas que decan representar; en los diputados descubra,
384 correlativamente, un arrehaamiento servil bajo la diesi ra veinteniillista encarnada en el general J os Maria Urbina, que haba sido elegido presidente de la convencin nacional. Probablemente pensaba que el papel que no haba intentado desempear en el seno de sta como tirio de sus representantes populares, por no poseer la capacidad niel vigor de la elocuencia tribunicia, y no haber en consecuencia asistido a sus sesiones, poda hallar una forma sustitutiva de cumplimiento en la labor que le era natural: de la aleccionadora, frentica y eficaz, exposicin escrita. Par:i ello estaban las hojas periodsticas de La cande/a, y tambin, aunque rilas dilicilesde dentilicarcomo suyas, lasde L/ecpeetadur(sic). que aparcera simultneamente en a ciudad de Ambato. La primera de estas dos publicaciones se haba Fundado por inspiracin del propio Montalvo. 1 )esde cuando estaba en 1 pi t les no cesaba de reclamar a susdiscpulos del liberalismo la edicin de un periodcole combate, y les peda que ellos mismos fueran los que lo escribieran totalmente. De ese modo no argiran stis enemigos que las campaas de oposicin las haca slo l, ni tampoco le obligaran, con requerimientos de eolabori cmii , a mezclar sus pgi mis con las de autores que recin esl aNa u probando sus facultades. La primera respuesta de ese inteligente discipulado fue la del quincenario E/Joven liberal, en los meses iniciales de 1576 Dos aos despues.c uando comenz a sesionar la convencin nacional a 1ue nc he relerido. y mi biografiado lue a establecerse en su provincia, un pequeno grupo de sus partidarios y amigos --Rafael Portilla, Roberto Andrade, Manuel Semblantes, entre otios- recibi instrucciones de l para dar origen a La (ande/a, Y en sus columnas si, movido por un impulso espontaneo, y sobre todo por la necesidad de iluminar la conciencia del pas. volc, Montalvo el caudal de sus propios escritos. Aunque sin irma. Noobsiante esto, y a pesar de las premuras y el corle no ambicioso de los artculos que se destinan al periodismo. el estilo caracterstico de lo suyo tic tambin aqu Licilniente reconocible. Yo lic examinado los dieciocho Humeros que llegaron a salir mientras duro la convencion. de enero a septiembre de 1875. Lo he hecho en una coleccin que perteneci a J uan Benigno Vela, ven que probablemente ste haba puesto de su puo y letra el nombre de i\lon raleo it pie de algunos de los trabajos que aparecen en cf peridico, sin duda para ayudar a que despus se acierte en la idctilihc-,rcion de lo que perteneci a este autor. Mas la verdad esque rtoslo aqullos, sino muchos mas, se decan describir como inconlirndibleniente no lal-uios los otros
355 colaboradores, tan pocos, se revelaban por su parte uncidos a la imitacin gran maestro. Por ellose debe admitir queel dictador Ignacio de Veintemilla dio muestras de un admirable olfato cuando lleg a decir, en casa de tirio de los editores de El expectador, que en vano estaban buscando por otra parte autores de La candela; que lo era exclusivamente don J uan Montalvo, y que l lo saba de buena tinta. Pero uno de los redactores de esta publicacin, que no parece otro que nuestro mismo escritor, se apresur a rectificarle, dndole un trato deliberadamente despectivo, inusual para dirigirse a un jefe de estado: La buena tinta de este sujeto ie respondi en el asunto de l.a candela es, segn sabernos, una carta del impresor Flor al dicho sujeto Veinlemilla, en la cual denuncia espontneamente al seor Montalvo como autor de La candela. No le creemos al seor Flor capaz de este sigilismo (sic) - no es de suponer agregaba que el autor del nmero undcimo de El regenerador tenga necesidad de entrar en tratos ocultos con impresor de ninguna parte. 1-laca quizs referencia a dicho nmero no nicamente por la oportunidad de su circulacin reciente, sino adems por el desenfado de sus expresiones satricas, que se haba ido volviendo paulatinamente notorio en el curso serial de aquella obra, y que de modo particular afectaba, en la aludida edicin, al general Urbina. El impresor quiteo Manuel y. Flor, cual todos lo esperaban, neg haber dirigido ninguna carta al mandatario. Pero, ms all de la maa de Veintemilla, de querer sorprender con un arbitrio inescrupuloso y falso, y ms all tambin del nimo de rectificar de la redaccin de La candela, resultaba evidente lo asegurado por el dictador sobre que Montalvo era el que encenda las ascuas del pequeo peridico. Y, claro, al responsabilizarle de un modo tan individual, estaba ya sin duda buscando el pretexto para hacerle vctima de uno de sus desmanes. Muchos vicios de la vida pblica del momento eran condenados por La candela: la sumisin de la asamblea nacional al general Veintemilla, a qtnen lleg a entregarle la investidura de presidente constitucional de la repblica: la aprobacin parlamentaria de normas legales que limitaban los derechos de los ciudadanos, y entre aqullas la facultad del jefe de estado para imponer la pena del destierro; la concesin de indemnizaciones al general Urbina ya otros ex funcionarios pblicos, de modo tan gracioso y frecuente que pronto la pobreza obligar al Ecuador a salir con pilche y bordan por las repblicas vecinas; los atropellos cometidos por Veinte-
386 milla contra la libertad de imprenta, y, en fin, entre burlas y alusiones grotescas, las muestras de inmoralidad e incompetencia de autoridades y legisladores. Una de las figuras ms atacadas fue el doctoriulio Castro. o Castrato, a quien Montalvo le zahera de amujerado, y le satirizaba inexorablemente desde cuando supo que l aconsej a Veinternilla la proscripcin sbita de que ste le hizo vctima, cuando le oblig a viajar a Panam. Y. por cierto, el Presidente fue asimismo zarandeado sin ninguna consideracin. Tras hacer un breve recuento de las luchas polticas de Los liberales, de que, como sabemos, el constante protagonista fue nuestro escritor a travs de sus campaas de prensa, el autor de uno de los artculos de La cari- deja, que no poda ser otro que Montalvo, redonde estas terminantes y speras expresiones; Nadie se atreve a negar que a nosotros se deben las revoluciones, que por arte de cien mil diablos han dado por resultado este ridculo absurdo de ver de presidente al ms ignorante de los nacidos, y de ministro al ms incompleto de los mortales. Se refera a Veintemilla yaJ ulio Castro. Dos hechos se desprendieron de esta labor periodstica tan belicosa: la determinacin de Montalvo, todava no confesada, de escribir un libro despiadado, modelo de literatura irnica y ultrajante, en el cual caricaturizar con trazos para siempre imborrables la personalidad esperpntica del tirano Ignacio de Veintemilla: el libro titulado Las caiilinarias. Y frente a ello, la resolucin simultnea, igualmente no revelada, que adopt como en tcita respuesta el vapuleado gobernante, y la cual fue disponer la persecucin, y hasta alguna tentativa de asalto, contra el insobornable polemista: su efecto final se manifest en su tercer destierro, en que se le fue lo que le quedaba de vida. Por cierto, la salida del pais demor todava un ao. Que, con excepcin de uno que otro viaje a la capital, lo pas entre Ambato y Baos. Pero ya en ningn momento se vio libre de una existencia intranquila. Sus amig s le prevenan constantemente del riesgo que entraaban las acechanzas de la dictadura. Y en verdad l mismo ansiaba por dejar nuevamente un ambiente tan azaroso, y tan cargado de odios y desprecios. A dnde ir? Pocos seres superiores, en toda la redondez del mundo, habrn tenido que soportar como J uan Montalvo la incomprensin y eL aborrecimiento del sector pblico de su propio pas, tras haberse dolido y angustiado por ste, y a causa precisamente de ese dolor y ese tormento tan lcidos y generosos. Nada le quedaba en el Ecuador. Nada le esperaba afuera. Con todo quera
387 afrontar otra vez la desamparada suerte del exilio, ya para redimirse de las amenazas y de las ofensas annimas; ya para salvar sus libros inditos, huscndoles impresores extranjeros. En medio de tntas negaciones no haba dejado de alumbrarle, jams, la fe en el destino glorioso de sus escritos. Si debi esperar largos meses para la partida, ello obedeci, como siempre, a la falta de recursos. lay que recordar que desde agosto de 1878 estuvo empeado en ausentarse. El 12 de dicho mes le expresaba a Roberto Andrade. en carta que le dirigi desde Quito a su propiedad de Imbabura: Ya de Ambato le haba yo hecho decir que deseaba verlo aqu a mi legada: he sentido mucho que Ud. se haya desentendido de esta intimacin. Me voy, corno Ud. sabe ya. a los Estados Unidos; y debo encontrar- rile en Panam a tines de setiembre. Saldr de Quito el lo . Pero no consigui salir entonces. Ni se fue en tal ocasin, ni nunca, a los Estados Unidos. Retardado pues su viaje al exterior por el motivo que primordialmente he mencionado, reinici la publicacin de sus ensayos de El regenerador, en la misma capital ecuatoriana. En los dos primeros meses de 1878, tras haber puesto la nota de su farewell o despedida, porque se retiraba a su provincia, haba en verdad editado, en Quito mismo, los nmeros 9, lO y II de aquella obra. Entregado luego a los jadeos periodsticos de La candela, y a la revisin y complemento de su produccin de Ipiales, no se ocup en hacer otras entregas hasta junio del mismo ao, en que dio a luz El desperezo de El regenerador. Estas pginas, con la consabida vehemencia de condenacin a todo embate dictatorial, rechazaron las facultades extraordinarias concedidas a Veintemilla, espadn que se crea nacido, no para presidente constitucional, sino para dueo del pueblo, y trazaron en el mismo lenguaje arrebatado una comparacin entre ste y Garca Moreno. Su propsito erahacer ver la insignificancia del primero, y naturalmente la distancia que media entre un ignorante y un hombre ilustrado, entre un cobarde y un jayn de valory arrojo increibles. Finalmente hizo imprimir un bimestre despus, esto es en agosto, el nmero 12, con que concluy El regenerador, y cuyo contenido miscelneo es de los ms hermosos y atrayentes del libro. Pero lo que de l encierra particular significacin para completar la imagen de Montalvo es el haz de referencias que trae en torno a un instante de la vida nacional que se sita en 1878, y en que hay juicios de los ms burlones y desdeosos sobre el dictadornueva prueba de que estaban germinando Las catilinarias, e indicaciones preci
388 sus sobre si mismo, por habrsele acusado de urdir ci asesinato dc Veintemilla y de los generales Urbina, Robles y Maldonado. Aquellas referencias aparecieron bajo el ttulo, alusivo al golpe veintemillista. de La peor de las revoluciones, en octubre del mentado ao. Conviene que yo agaville aqu tinas pocas frases: las necesarias para revelar lo suslanlivo de ese te%lO. Las tornar de uno y otro punto, pero buscando su coherencia. Van en seguida: El seor Ignacio de Veintemilla ha hecho publicar en el peridico oficial del Guayas el descubrimiento dc una vasta revotucion, la cual deba principiar por la muertc de dicho seor y de os generales Urbina, Robles y Maldonado los caudillos, segn el denuncio del peridico oficial, deban ser los seores Carbo, Moncayo y la persona que habla,,. , (Pedro Carbo, Pedro Moncayo y J uan Montalvo). Si lo han querido matar (alude a Veintemilla) en 1-luanojo o en Cuchicorral, yo no lo s; pero estoy cierto de que en Ambato no hemos pensado en semejante huagricidio (huagra es una voz quichua que significa buey, y con cuchicorral se da a entender un encierro de cerdos). El bueno de don IgnacIo ha tenido por conveniente incluir mt nombre en los que dehian, segn l, componer el gobierno provisional: pura suposicin de su parte Y dice mal, porque si ayer fui para l el ,ris insignificanit de los ecuatorianos, cmo sucede que goce hoy de la consideracin necesaria para entrar en tercio con los hombres ms benemrilos de la repblica?.- Lo que usted quiere, mi buen don Ignacio, es zafar de m, sea ponindome bajo lierra, sea echndome allende el mar .-Maldita sea la gana que tengo de vivir en pais donde las luces son defectos, las virtudes delitos, y donde el hombre de pundonor y consideracin tiene de continuo la espada de Damocles sobre la cabeza ... ,-Sabe usted por qu no me voy en este instante? Porque no puedo. Haba paciencia, como dicen en Portugal, y antes de diez meses estoy en donde no me acuerde de usled, de su comparsa ni del diablo, ocupado en cosas que por Dios Criador me han de dar honra y gloria aun cuando riquezas ole sean negadas Puede afirmarse que la voluntad de eKiliarse estaba ya tomada por Montalvo, y que toda demora se ie trocaba en mayores inseguridades y molestias. Ms aun cuando insista en la publicacin de observaciones y reclamos al rgimen. Algo precisamente de ello ocurri slo semanas despus de la aparicin del escrito que acabo de citar. Y fue cuando tuvo que asumir la defensa pblica del revolucionario Eloy Alfaro, aprehendido y engrillado por conspiracin. De manera que, con tan pertinaz conducta provocativa, se vio obligado nuestro polemisLa a vivir peor que nunca, buscando refugios cambiantes entre parientes y amigos. No se olvide el texto de la carta que dirigi en junio de 1879 a su pariente y tocayo de Guano. la cual reproduje en uno de los primeros captulos de este libro, Especialmente deben leerse otra vez estas lneas: Probable es que vengan nuevas
389 rdenes contra m, y que la persecucin se enardezca: en este caso aceptar el asilo que U. me ofrece, dndole aviso oportunamente. Pero permanecer as, aun dentro de su propia provincia, era como vivir a salto de mata, sin sosiego ni siquiera para disfrutar de las cosas ms amadas por l: los paseos en el campo, los libros, las labores de la pluma, los halagos fortuitos de la visita de su pequea hija o de la compaa familiar. Era pues preferible desterrarse lo ms pronto. Yen efecto lleg, tuvo que llegar, la fecha del nuevo desprendimiento. Fue ello en las postrimeras del mes de agosto de dicho ao. Se encontraba hospedado entonces, secretamente, en casa de un ambateo llamado J os Mara Punina. Los ajetreos de la despedida ocurrieron en horas de la noche, entre el movimiento sigiloso de sus allegados, la ayuda de un par de sirvientes, las exclamaciones condolidas de los ms ntimos, y los sacudimientos del llanto en alguno de stos, al propio tiempo que el brillo de los ojos hmedos del escritor, tan propenso a esa laya de enternecimientos callados. Pareca que, sin que nadie se atreviera a confesarlo, todos presentan que ese era el ltimo adis, el adis definitivo que daban a su melanclico viajero. Haba pedido l que sujetaran en el lomo de la bestia de carga una petaca de madera y un maletn ligeramente abombado de cuero negro (he podido conocer ste en manos de uno de sus lejanos herederos). Llevaba en tal equipaje un poco de ropa, de aparejos para el camino, y sobre todo, celosamente ordenados, los manuscritos de las obras que pensaba editar afuera. Estaban entre ellos muchas pginas de Las cari/manas, con que iba a convertir en un monigote para siempre escarnecido al gobernante Ignacio de Veintemilla. Hay testimonios de que se resisti a guardar una pequea bolsa de terciopelo con monedas de oro y de plata, que eran los ahorros que su hermana Rosa se los haba mandado con un hijo, Ricardo Flores Montalvo. Casi hizo llorar al muchacho con las palabras cariosas con que le rog devolver ese dinero a su madre. Contempl la escena, ganado de la misma emocin, otro sobrino del escritor: Csar Montalvo, hijo del doctor Francisco J avier. Ya l, a su vez, le hizo recoger con odo atento un mensaje de recomendacin para que la familia fortaleciera el nimo frente a las duras consecuencias que podra traerles la lucha poltica de su hermano. Por fin, arreglado todo, parti Montalvo desde ese su ltimo refugio de Ambato. Montados, l y un acompaante, en corceles de estampa erguida y nerviosa, atravesaron la puerta de la calle, y comenzaron a galopar por entre la pequea ciudad dormida, bajo la transparencia de un cielo in
390 sondable en que fulguraba la pupila vigilante de unas cuantas estrellas. Atrs iba trotando el rucio de patas cortas que jineteaba un pe6n, y a su lado la bestia de carga a la que l acosaba con voces y espordicos fustazos. Pronto pasaron por la plaza principaL, cargada de tantos recuerdos para nuestro escritor. Todo se vea ah quieto y cerrado. Sobre las hojas de madera de la casa de Maria Manuela, ligada a la historia de l como amante, esposa y madre de dos nios, y sobre la entrada a su vieja y acogedora morada paterna, y sobre el aoso y crujiente portn de la iglesia, descansaban pesadamente sendos aldabones nocturnos. Siguieron marchando hacia el norte, por fortuna sin persecuciones, emboscadas ni contratiempos. Slo pararon, durante sus cinco largas jornadas, en tambos del camino y en albergues. Uno de stos se hallaba en el extremo sureo de Quito. Varios amigos, avisados de antemano, le esperaban all. Pero tras cada reposo el necesario para dormir, para tomar algn alimento, para dar tregua a las bestias o alivianas con su agua y su pienso reemprendan su viaje. De ese modo, entre las molestias causadas por la llovizna paramera o e! fango y el polvo, y entre los sudores, los estropeos y lastimaduras que eran propios de un cabalgar tan esforzado, arribaron finalmente a la hacienda de los padres de Roberto Andrade, en Peguchi. La familia toda los aguardaba. Pues que al ser advertida oportunamente del paso de Montalvo hacia piales, le haba transmitido la invitacin a detenerse all, un par de das a lo menos. Corno haba que suponer, result reparador ese hospedaje. A lo largo del camino haba sentido el escritor varias mortificaciones fsicas, efecto inevitable de aquel tipo de trayectos fragosos y prolongados. Se le atendi cariosamente. Se rode su estada de la mayor reserva. Se le estimul el nimo para una conversacin iacabable,en que se tocaron puntos relacionados con su asilo en piales, su seguridad personal, su proyecto de cruzar otra vez el Atlntico para publicar en Europa su produccin indita. Hay que saber que esto, el sueo de conquistar all una celebridad legtima con sus libros, haba venido a ser la razn de los nuevos sacrificios en que estaba meditando. Confiaba sobre todo en dos de sus creaciones: Siete tratados y Captulos que se le olvidaron a Cervantes. Los Andrade le escuchaban embelesados. Roberto se atrevi a rogarle que dejara en sus manos los originales de la primera de aquellas obras. Se sinti ansioso de leerla. Le prometi su devolucin segura, hacindole una visita, semanas despus, en el pueblecito colombiano hacia donde el desterrado se diriga. Acept ste
391 desprenderse temporalmente de su invalutble tesoro, porque conoca la seriedad de su joven amigo. Pero luego tuvo que escribirle, aludiendo con impaciencia a dicha entrega, que demoraba en cumplirse. En efecto, el 24 de octubre de 1879 le expresaba lo que sigue: Acaba de llegar el muchacho, y como me dice que quiere irse maana mismo, le escribo incontinenti ... .- Cabalmente el objeto con que deba venir el muchacho era el traerme mis manuscritos, y no los ha mandado usted - . - -- Soy de parecer que mis cuadernos no los traiga usted, por el peligro que pueden correr, oes tomado usted por desgracia; hgalos adelantar con el pen que supongo traer usted... Y a su otro joven admirador y mecenas Rafael Portilla, en carta de la misma fecha, le manifestaba: Roberto me dice que no me enva los manuscritos que le dej, porque usted los lea. Si tiene ratos perdidos, ltalos pronto: no hay ms plazo que hasta el 20 del entrante. Si los lee no se excuse de darme su opinin sobre ellos. Son siete cuadernos de esos, destinados a ver la luz del da en Francia con el ttulo de Siet tratados y tres musas. Cuando se haya hecho usted cargo de ellos, digame francamente si podemos esperar buen xito. Roberto ha confundido su lectura con el cdigo civil y las trampantojas de la escribana, y no sabe qu decir de mis tratados. A la postre, por fortuna, la devolucin se efectu sin ninguna novedad, y mientras su autor segua en piales. Y bien, antes de esta digresin sobre el prstamo de los manuscritos de su libro ms famoso, y quizs el preferido de Montalvo, haba yo indicado que el descanso en Peguchi le fue muy saludable. Unos tres das goz de la hospitalidad de esa familia de liberales. La vspera de la partida se hicieron los preparativos indispensables para que viajaran tambin la madre de Roberto, ste y un par de parientes, pues que deseaban acompaarle hasta el valle del Chota, en donde se hallaba el padre de los Andrade. Esta decisin obedeca por cierto al propsito de disimular la salida del escritor, ya para entonces perseguido por agentes del gobierno y maleantes a quienes se les haba conchavado para algn acto criminal, Se escogieron tambin los mejores caballos de la hacienda. Y al empezar a clarear una maana de principios de setiembre del 79 todos se pusieron en camino. Nada anormal ocurri hasta el ardiente casero negro, de caaduzales y trapiches, que se extiende en las riberas del Chota. Por lo mismo, tras una tregua bastante breve, ah se separaron del grupo familiar J uan Montalvo y Roberto Andrade. Este haba prometido seguir con l un poco ms. Galoparon pues los dos hasta las hermosas praderas de una propiedad infinita, llamada El vnculo,en los contornos del Carchi. Se desmontaron en ese
392 lugar apacible. Algunas manchas de ganado ramoneaban distantes. Y ms lejos an, se alcanzaban a distinguir, aunque no sin cuidadosa atencin, las alas de las garzas que revoloteaban cerca de la laguna de la hacienda, y que se desvanecan casi en el azul de la altura. Los cansados viajeros se tendieron sobre la dulzura de la hierba. Amigo mo, otra vez la maldicin de la ausencia, y quin sabe hasta cundo, fue todo lo que el joven oy de los labios de Montalvo. Porque nada se dijeron, de nada hablaron en los minutos de ese reposo en medio de la inmensidad. De repente fue ste el que se puso de pie, para expresarle con amarga resolucin: Es preciso. Me voy!. Despidmonos. Su acompaante sigui el ejemplo, pero titubeante, desconcertado por la sbita impresin de tales palabras. Se miraron luego a los ojos, fugazmente, como evitando sondear en ellos la tristeza de su mutuo sentimiento. Y el escritor volvi a tomar la iniciativa de la despedida, dicindole adis, Roberto, mientras le estrechaba varonilmente en sus brazos. Un ltimo encargo quiero hacerle aadi: es el de que no olvide usted que los Gmez de la Torre no se han cansado de ponerme obstculos en toda mi carrera. El joven, callado, pareci no entender la finalidad de tal advertencia. Eso fue todo. Los dos hombres se volvieron las espaldas, y cada uno tom las riendas de su caballo, para hacer sus opuestos rumbos. Pronto la silueta del desterrado era slo un punto mvil y oscuro en la lnea infinita de las lejanas.
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CAPITULO XVIII Camino final hacia la fama A piales no arrib solo. Varios de sus amigos tulcaneos, siernp: solidarios con l, le acompaaron. Con ellos pues cruz la frontera y galop hasta la casa que le haban alquilado. Todo estaba debidamente dispuesto para ocuparla. A Montalvo le placi su nuevo albergue. Fcil es advertirlo en los trminos con que invit, el 21 de octubre de 1879, a Rafae Portilla y un par de jvenes compaeros de ste a visitarlo all: ... que se venga ac, junto con los otros dos amigos. No teman estar mal aqu; tengo una linda casa, cmoda y alegre y dispongo de toda ella; estarn ustedes aqu como prncipes; y si son enamorados, no les han de faltar pastusas de buen rejo. Esto de rejo entraa aqu uno de dos significados: el ecuatoriano, que es el de vacas de ordeo, y el que consagra el diccionario, que es el de robustez o fortaleza. Por la risuea malicia con que les incitaba a hacer el viaje, es natural suponer que el escritor us el vocablo con la primera acepcin en forma figurada; esto es, para dar una imagen de aquellas jvenes de la ciudad de Pasto que se mostraban ya en plena posesin de los encantos femeninos de la nubilidad. Pero lo cierto fue que nunca lleg a disfrutar de la anhelada visita de sus discpulos polticos de Quito. Y en cuanto a las comodidades de su morada en dicho lugar de la frontera, no hay duda de que debieron de haber sido como l las ha aludido, pues que acostumbraba ser muy fiel en esa laya de confidencias. Adems, el pueblo mismo, a fuerza de la azarosa condicin de sus destierros, haba ido cobrando para l las dimensiones afectivas de un retazo de su propio pas, segn lo prueban las pginas de exaltacin de El Sur de Coloin 17 Montalvo e,i su ep&olano. Ibil
395 btu y las palabras dispersas, de otros escritos,c()1 que lo aflor en pocas diferentes: Yo estoy suspirando por el cielo y el clima de Ipiales. dijo al gu ni vez a su sobrino A d rl a no Montalvo. Por fin, la graciosa pi ncc lada con que revel su atencin hacia la excitante presencia femenina, no vino sino a corroborar lo que he afirmado una y otra vez a lo largo de esta biografa: su propensin voluptuosa, que le llev a reales episodios erticos, aunque sin quebrantar jams los lmites de la normalidad y la moderacin. Para entonces iba ya camino de los cuarenta y ocho aos de edad. Aparte estos aspectos auspiciosos de su establecimiento en aquella aldea colombiana, es indispensable ver tambin lo que hubo de preocupaciones, de inseguridad, de melancola, y por supuesto de agitacin poltica en los largos meses que dur su nueva estada ah. Porque, en efecto, tuvo que radicar en Ipiales desde setiembre del 79 hasta enero del 80, y desde julio del 80 hasta comienzos de julio del 81: en total, cerca de un ao y medio. La interrupcin de casi un semestre que se advierte en su permanencia ipialense estuvo determinada por un viaje a Panam, que dur cuatro meses, y un perodo de varias semanas en el puerto colombiano de Tumaco, en donde se detuvo cuando regresaba a su albergue cordillerano por motivos de salud. En lo que concierne a las circunstancias de inseguridad que le rodearon, ello se evidencia a travs de las cartas que dirigi a Roberto Andrade, Ya desde el momento de su arribo a Ipiales, tras haberse despedido de su amigo en las llanuras del Vnculo, al norte del Ecuador, y convencido de haber sorteado acechanzas criminales, le asegur: Ile llegado y estoy a salvo. Esto era el lUde setiembre de 1879. Muy poco despus, el 16 de octubre, le hizo una confesin de lo ms reveladora, en estas palabras: Antes del aviso de Ud. diez o doce cartas hahian venido ya, y no solamente para mi sino tambin para varias personas de este lugar. Algunas de ellas paren ser de mujeres. No hay duda de qu veinte niil criminales y viciosos cavilan en mi muerte; mas yo no creo que el asesino sei de all: y cabalmente en esto est el peligro. No tengo el sobrino que Ud. dice para que me custodie no son adecuados los ni ios ni pudieran venir. Tam poco es necesario ningn hermano de Ud. De un asesinato aleve nadie lo defiende a uno. Ni yo ni el compaero podramos, por otra parte. aguantar el suplicio de no separarnos un instante. El Custodio invisible es el eficaz: mi Genio con nombre de ngel de la guarda, es el queme ha de salvar, pues no me desampara. y a Providencia no deja de advertirme que no tema Decir lo que l decia no era hablar por hablar. Parece que haba intenciones notorias de eliminarlo, y que los proyectos homicidas proce
396 dhn del Mudo, apodo con quc Montalvo llamaba al dictador Vcintcmi ha. Por eso, al verse tan solo, pese a su observacin de que de un ataque aleve nadie poda defenderle, no consegua amenguar ni ocultar su sensacin de inseguridad. A no otra causa obedeca el porfiado afn con que invitaba a Roberto Andrade a unrsele en piales. En carta del 29 de octubre le escriba- : Reitero mi llamada a Ud. Estoy tan solo en la casa, que estoy como encantado. Peligro corro hasta en la casa, pues no tengo ni muchacho. Vngase a acompaarme hasta ch da de mi salida Esto ltimo afirmaba porque estaba pensando ya en rse temporalmente a Panam, para arreglar la edicin de sus Catilinarias: un grupo de impresionantes libelos contra Veintemilla. Su amigo le mantena pendiente, casi convencido, de la promesa que le haba formulado en ms de una ocasin, de viajar hacia su refugio ipialense. Precisamente confiando en el cumphmiento de tal ofeita, se adelantaba a recomendarle, con frases risueas, muy propias de su ingenio: Si algo trae Ud. cuando venga traiga nogada de Ibarra, de esa que pudiera un poeta presentar a las Musas : de paso le rogaba jurar por la empuadura de su espada no pensar ni en artculo moflis en hacerle un nuevo obsequio de alfeiqucs. Las nogadas, que se elaboran hasta hoy, se hacen con panela o azcar y trocitos de tocl.e. Que nuestro escritor, hombre de probado coraje, se mostrase tan preocupado de un probable conato criminal en contra de l, y que no vacilara en solicitar la presencia de alguno de sus amigos cercanos, es indicio de que en verdad corra un serio peligro, frente al cual haca ver que se le avivaba espontneamente la fe en el amparo divino, lejos de lo que sobre l suponan sus enemigos. Hay pues que reconocer que no era cobarda, sino una premonicin cierta, lo que le tena azarado. La tentativa de inferirle dao fue real, pero se pasni a la postre, afortunadamente. Su ejecutor iha a ser un sujeto misterioso, apellidado Casanova. [.ase este breve testimonio de Andrade: Yo conoc a Casanova en 579: resida yo en San Vicenie, hacicnd-j en las mrgenes dci Chota. camino de Tulcn. Varios lransentc se alojaban en dicha hacienda. LTn da se hosped un desconocido, de treinta a cuarenta aos de edad, de estatura regular, barba y cabello negros y poblados. Venia de Ouilo, du ml i y sigui a Colombia. En la tarde recib carta urge nie de Ootio, escrita por D. Rafael loriil la. en que me deca: Avise inmediatamente a D. J uan Montalvo, (tpiales) CIOC va un asesino, en pos de l, llamado Casanova, enviado por los terroristas (as designaban a los conservadores garcianos). Aada la filiacin del individuo, la misma del que haba partido en la maana.
397 El aviso corri naturalmente en forma acelerada, y lleg en momento oportuno. Tal era el grado de adhesin y cario con que le atendan sus jvenes discpulos liberales. Del hecho qued constancia. Mi biografiado tambin lo ha referido, quizs un tanto novelescamente, con un sinnmero de detalles distintos de los que de terceras personas se han recogido. Puede vrselo en su larga Digresion de la quinta catilinaria. Lo que ha llegado a saberse por testimonios ajenos es que en efecto aquel vagabundo sospechoso entr un da, de pronto, casi en sigilo, a hablar con la cocinera de Montalvo, y que ste alcanz a sorprenderle casualmente. Su primer impulso fue el de gritarle: Casanova!, seguro de que se trataba de ste. Y entonces la respuesta nica del intruso fue volverse rpidamente, echar una mirada esquiva a quien as le haba llamado, y salir con prisa, apenas saludando. La mujer no se resisti a dar la voz de alarma, tras la indicacin vehemente de su patrn, y pronto algunos vecinos se empearon en perseguir a Casanova. Pero ste haba encontrado la manera de ocultarse y escapar. Vivircon esa guisa de sobresaltos no era, no poda para nadie ser una cosa placiente. Aun sin aqullos Montalvo no estaba dispuesto a demorar mucho en Ipiales. Pues que desde que sali del Ecuador, sin presentir desde luego que esta vez era para ya nunca volver, el rumbo que traa en mientes era el de Europa. El quera que el alero colombiano fuese temporal, aunque se extendi ms de lo pensado. Ah estaba para completar sus escritos, corregirlos y copiarlos para la imprenta, y sobre todo estaba por la necesidad de reunir los dineros suficientes con que viajar al otro lado del Atlntico, a instalarse en Pars para acometer las ediciones en las que soaba corno sustento de su gloria. Porque sta era la razn primordial de su existencia de aprendizajes, esfuerzos y desvelos. As, pues, no babia pasado sino algo ms de un mes de su arribo a Tpialcs cuando ya estaba hablando de su afn de pasar a Panam, con el animo de dar a luz all media docena de folletos que le dejen para los gusanos al malhechor (Veintemilla): Eloy (Alfaro) piensa tambin que esto es necesario, para venir a las manos. Con los rea1z que tengo aqu apenas podr legar a Panam Los folletos ,jue aluda con estas palabras, tomadas de una misiva a Rafael Portilla, eran los de Las catilinarias, que, corno se ve, hasta entonces slo alcanzaban a media docena. Esto demuestra que los otros seis los escribi ya fuera del Ecuador. Debo por cierto aclarar que su inters en las prensas panameas se limitaba nicamente a
398 la publicacin de dicha obra. Y ello, acaso por dos razones, al parecer nolonas. Era la primera la de la urgencia de castigar al tirano y debilitarlo, a fin dc que el infatigable guerrillero Eloy Alfaro contara con el ambiente apropiado para venir a las manos, o sea para su accin revolucionaria. Y era la otra la de su probable convencimiento de que esas pginas bclicosas encontraran uti auditorio fervoroso en los pueblos hispanoamericanos, comnmente azotados por la misma poltica de Vicio5 y miserias que l denunciaba. En lo que atae a sus dems libros inditos, he indicado ya que su determinacin inamovible era la de llevarlos consigo a Europa, como la llave de una fama largamente presentida. Pero mientras buscaba las circunstancias adecuadas para partir. y como un saludable contrarresto a las zozobras que le ponan en el nimo las persecuciones y las amenazas, as como un remedio a la melancola que le prendan la soledad y los renunciamientos, se vio de nuevo metido, con todo ahnco, en sus trabajos de escritor. Desde luego slo a sus ntimos les confiah. !)S propsitos de abandonar piales. A uno de ellos le deca: Me escriben de Panam que los medios necesarios para ese viaje literario son ya casi seguros Y a otros les prevena con la necesidad del secreto, expresndoles: Excusado es advertir a ustedes que mi proyecto de viaje debe mantenerse en profunda reserva. Mi Berruecos hallara el galopn de Flores en las montaas de Barbacoas o en Tumaco. Segua pues temiendo seriamente su asesinato. Crea que los boscosos y desamparados parajes de su trayecto colombiano se asemejaban al funesto escenario de Berruecos en que Sucre, quizs por las vehemencias de poder de Flores, cay victimado. Le pareca que lo mejor e era buscar la compaa de un par de amigos. Para hacer la travesa hasta Tumaco hubiera preferido tener a su lado a Roberto Andrade: gran imprudencia sera emprender ese camino sin amigos y vigilantes, le observaba. Y puesto que las cartas que dirigi a Panam no haban sido recibidas jams por sus destinatarios, l supona que el Mudo estaba ya enterado de su salida. De modo que le recomendaba tornar precauciones para unrsele en piales, y aun le sugera convencer a su hermano, Modesto Andrade, baquiano como pocos, para que les ayudara a ganar el puerto venciendo aquellos sitios inhspitos que median entre la sierra y el mar Pacifico. Desafortunadamente, no alcanz a disfrutar de la custodia de ninguno de esos dos compaeros. Problemas familiares les retuvieron en su provincia de Imbabura. Adems a Roberto. cuyo deseo era llegar hasta la capital panamea, le desalentaron los trminos de la siguiente advertencia montalvina:
399 II aje que lid. desea a Panant. no puede ser por mil razones; porque no podra 1 sI. sisis CF a su Casa si el Mudo supiera que se haba do eonniigo. porque le seria a mo triste quedarse alli cuando vil pie embarque para l:urop;i: porque cada personecesita cuatro soles por da, litera de o extraordinario, no viviendo. Como ningn Isirastero vive, fuera del hotel. [res meses he de permanecer yo all: ya ve Ud. que necesitamos uti caudal. que no est seguro. 1 n fin, el escritor le aclaraba que basta el puerto colombiano de Tuplaco s, no slo aceptaba su compaa, sino que la tena por necesaria. Desbaratado pues el plan de atravesar los breales y ventisqueros en una cabalgata segura con sus amigos, no le qued sino viajar con un pen contratado y un grupo de arrieros que iba hasta Barbacoas. Ah pudo a la vez icomodarse a la compaa de otro puado de viajeros, que deba partir dos das despus con su mismo destino. De modo que, confundido con personas extraas, y posedo de la sensacin de estar as bajo alguna proteccin, alcanz a arribar a Tumaeo, sin ms que algunas molestias en su salud. Su pasaje a Panam estaba reservado en un vapor confortaNc. La navegacin le result entonces un medio de descanso y de ah- vio. En el muelle estaba Alfaro, su mecenas inalterable. Entre sonrisas lectuosas y comunicativas, que albeaban en la prietez de su rostro, le salud le condujo a su hotel. Ene1 trayecto hablaron de las monstruosidades del rgimen veintemillista, de la urgencia de promover su cada para msladrar a verdadera revolucin liberal y, desde luego, de la inmediata edicin de Las catilinariat. Seis de stas se hallaban listas para la imprenta. Nl ontalvo supona que habra de escribir ocho en total, pero llegaron a doce. Una publicacin serial, en opsculos independientes, aunque enlazados por un solo propsito de condenacin poltica y moral, e identificados por la singularidad del estilo montalvino, era lo que esa obra vendra t ser. Por su tcnica, por su condicin de ensayos que pueden ser apreciados en forma autonotilica o articulados entre s, por su hlito emotivo y estlieo, se asemejaban a los de sus dos libros anteriores: El cosmopolita it ,cienerador. Eloy Alfaro an no los haba ledo, y no obstante se ha liaba convencido de que alcanzaran una circulacin irresistible, como para fortalecer econmicamente a sIl autor, a ms de extender el mbito de su consagracin internacional. El no nicamente le ofreci el dinero para la casa impresora. sino que desinteresadamente se presto para promover con eficacia la venta de cada tino de aquellos folletos. Los cinco primeros, de veinticuatro Y veintiocho pginas, en el mismo formato que el de El regenerador, aparecieron de marzo a mayo de 1880.
400 Pero el viaje a Europa se irustr en ese primer intento, a causa de tropiezos de carcter material precisamente, que luis tarde se superaron. Por eso se vio obligado a volver a piales. Es probable que tambin su estado fsico pesara en tal determinacin . Pues qtme a sim sobrino Adriano. hijo de Francisco J avier Montalvo, le afirm co carta despachada desde Panam el 26 de marzo de ese ao: Yo estoy muy mal de salud: despus de una fiebre, que por poco no es amarilla, he quedado destrozado. Maana inc embarco para Tumaco en mi camino para mi desierto de los Andes. As lo requieren la salud y la suerte.5 No es aventurado suponer que las molestias de la garganta y alguna afeccin respiratoria fueron el motivo de esa fiebre. Recurdese que en alguna otra ocasin se quej de dichos sntomas. Y obsrvese que en esta vez, a mitad del camino de regreso a piales, le aseguraba al mismo Adriano Montalvo que tan luego como me sea dable respirar el aire de los pases altos, volver a lo que soy por costumbre en buenos climas. Por fin, spase que tambin tema las consecuencias de los rigores invernales de Pars, y que por ello, ya de nuevo en la capital francesa, le escriba a Adriano: Hasta ahora estoy bien de salud: si & invierno se presenta muy crudo, me ir al medioda de Espaa, a Catalua o Andaluca, hasta el mes de marzo, tiempo en que pasar a Madrid. No hay por cierto constancia de que hubiera hecho entonces ese viaje. En cambio, yen corroboracin de mis conjeturas, se conoce que se le repitieron los problemas de siempre en su salud: en efecto, el 15 de abril de 1882, le daba a su sobrino la noticia que sigue: La estacin est ya buena aqu: he pasado el invierno con una sola enfermedad de garganta, de esas que yo acostumbro. Pero, pese a todo, se senta bien: raras veces he estado ms robusto, le afirmaba. Puntualizadas estas referencias, he de hacer notar que el retorno que hizo Montalvo a piales, tras un trimetre de permanencia en Panam, no fue tan slo para continuar en su habitual ocupacin literaria, pues que de inmediato se empe en acciones concretas de agitacin popular y de levantamiento armado contra la dictadura de Veintemilla. Eso era un desafo audaz a los riesgos que haba venido afrontando. Adems, era en s mismo la prueba de que su lucha no se avena, por lo menos en esa etapa fugaz. con los efectos apenas pasajeros del vocablo detonante. Quizs el encuentro con ese lcido montonero que fue Alfaro le impeli brevemente a este campo fragoso de los hechos, que ya de suyo le atraa en forma ineludible en las circunstancias de este destierro. Porque la ciudadana del Carchi, consciente de la vocacin de rebelda y de dignidad que alentaba en la per1 (ana, de k(nnfal,na ,so &,E, 1 d,c,n ,,ucnnerc,a ide ((kl e,npi M(,. Oua,. nanco cInca dci 1981
401 sonaiidad de Montalvo, haba alzado el nombre de ste como una bandera de oposicin al gobierno y de esperanza para el pas entero. En Tulcn y varios pueblos del norte surgan manifestaciones callejeras que vivaban a Montalvo y proferan gritos de abajo Veinternil)a, y de muera el ladrn. Un testimonio harto elocuente de la decisin de mi biografiado de trocarse, tambin l, en un combatiente armado para derrocar la tirana, ese1 de la carta que dirigi a un grupo de liberales el 18 de agosto de 1880. Solamente un mes haba corrido desde su regreso de Panam. Si el plan hubiera conseguido ejecutarse, habra habido una razn ms de su parentesco glorioso con dos escritores hispanoamericanos que le son afines: Domingo Faustino Sarmiento y J os Mart. Desventuradamente los propsitos se pasmaron, y Montalvo les volvi la espalda con decepcin y asco. Pese a ello bueno ser que se lean siquiera algunas lneas de aquel testimovio: De fuerzas propias puedo reunir, segn las ofertas, hasta mil fusiles. De Tumaco traje plvora para ms de 50.000 tiros. Todo, todo nos es favorable a este lado del Carchi. En Tumaco dej un buque listo para que tome a Alfaro en fecha fija: fue la contraorden a Alfaro, a causa de la falta de Gangotena; cosa pesadisima. pues haba yo mandado de esa isla comisionados a Esmeraldas, Manabi y Guayaquil ... .- El cargamento de pertrechos est cautivo cn ci camino, por falta de cuatro reales para pagar fletes y pisos: los fusiles notos puedo recoger, por ser indispensable una suma de dinero adelantada: conque si ni un cuartillo se puede esperar de Quito, corno ustedes dicen, yo no s si ustedes puedan esperar ni una peseta de revolucin por el Norte. He iniciado negociaciones en Quito respecto del dinero indispensable; si lo hay, no habr que esperar. Ya ustedes sabrn que todas las nochesgritan los tulcancs: Viva Montalvo Muera el Mudo . Si no consigo dinero en Quito lo buscar en Panam, y al fin lo hallaremos. Pero ustedes no quieren perder susocho o diez meses de tamalesy de vergenza, y siempre estn esperando las visperas de la revolucin para venir. como si el concurso de todos no fuera lo que ms facilita y dispone.76 Para devolver a la patria su libertad Montalvo estaba resuelto a no desmayar en su accin durante diez meses completos, en que hasta esperaba J isponer del coraje necesario para avanzar a la capital con las tropas que llegaran a organizarse. Despus de ese tiempo, segn lo adverta l mismo, no le sera posible mantener su decisin, porque haba concertado ya su viaje a Europa. Y en eso su alejamiento personal y el abandono de tod> precisamente desembocaron aquellas vehemencias generosas, por falta de colaboracin de los liberales ecuatorianos, A la verdad, si se echa una ojeada sobre el hot izonte del quinquenio poltico del general de los cinco nombres (cinco nombres tena Veintemtlla: Mario Ignacio Francisco Toms Antonio . . .hasta en eso era colorinesco), se advierte que los movimientos sediciosos que provocaron tanto los conservadores como los libe- 176 Monrakoensu.-pota.io. Ibid.pgs SI a iS
402 rales en contra de su rgimen. a partir de 1877. 1 neron ms bien debiles y dispersos. Por manera que las armas oticiales. hbilmente fortalc idas y privilegiadas, lograron sofocarlos con diligente oportunidad, ant iotaria pasividad de las masas populares. Eloy Alaro fue Varias veces vencido. y conoci los tormentos de la persecucin, de la crcel, de la Inconlunicacin y el aherrojamiento, y de los destierros. Otro liberal Vicente Piedrahita, tambin de la costa, no slo vio declin:i uiia conspiracloil en su favor, sino que l mismo cay asesinado en su piiopia hacienda, por inspiracin inocultable del gobierno. Miguel Valvcde, periodista de talento excepcional que intervino en uno de esos pronunciamientos. fue encarcelado en Guayaquil. y flagelado por orden personal y directa de Veiniennla. Aun el legendario guerrillero esmeraldeo coronel Luis Vargas Torres no dej de saborear una derrota al comienzo de sus operaciones contra e1 dictador. En fin, es conveniente recordar que la culminacin de aquella suma de episodios blicos no ocurri sino el 9 de julio de 1883, cuando ya Montalvo se hallaba muy lejos del Ecuador. Veinten,iIla se exili en el Per, tras el fracaso sangriento de sus fuerzas en la ciudad de Guayaquil. Un ao haba corrido desde el ltimo golpe militarcon el que quiso perpetuarse en el mando, a la terminacin constitucional de su presidencia. La extremada buena le de Alfaro y sus acostumbrados escrpulos determinaron que, en el juego de los intereses polticos de los jefes rebeldes de las milicias rojas y azules, el sucesor de Veintemilla resultase un conservador: J os Mara Plcido Caamao. Por eso hizo bien en afirmar, con la ms triste de las reflexiones, que haba combatido como un general para perderlo todo como un recluta. Nuestro escritor no se inhibi, a su tiempo, de criticar el corazn de madre y la desorientacin del gran caudillo liberal en ese linaje de circunstancias. Y bien, la partida de Ipiales, que cada vez la deseaba ms Montalvo, se cumpli casi con exactitud en el plazo previsto. El 30 de julio de 1881 estaba ya en Barbacoas. Ah prefiri detenerse ms de doce das, antes de encaminarse a Tumaco, porque era un lugar con agua y sin zancudos, ventajas que no son de despreciar. La salud en esta ocasin no se le descompuso, a pesar de la horrible temperatura. Le fue sin embargo indispensable aguardar tambin una semana en dicho puerto, para abordar el barco que iba hacia el norte. En Panam habra de permanecer asimismo un tiempo, aunque no alcanzaba a saber todava de cuntissetnanas o meses. Eloy Alfaro le haba anunciado nicamente que su viaje a Europa no admita ya dudas. Ene1 empeo de ayudarle econmicamente para eso no estaba por cierto solo. Porque el ms entusiasta, y aun el ms insistente. en arrancarle de piales para hacerle correr su gran aventura literaria euro-
403 pca Iiai,a sido un prspero Socio financiero (]e Alfaro: J os Miguel Macay. Nuestro escritor les miraba entonces a los dos con gratitud y confianza. Pc ro se resista, en cambio, a juzgarles las personas adecuadas para vigilar ah la edicin de los nuevos fol]etos, que llevaba consigo, de su obra contra Veintemilla: me duele dejar las Catilinarias en manos incompetentes:, aseguraba. No obstante, debi resignarse a ello, porque en el istmo no dcmor sino quince das exactos. Que los pas en e1 mayor de los desabri niicntos, Ante todo, le haba contristado la noticia de que su hermano ms querido doctor Francisco J avier haba sido reducido a prisin por orden del dictador, La salvacin de Pancho, deca, estar en que le manden a Ipiales: lo que yo tiemblo es que el Mudo lo quiera mandar por otro lado. Y pese a que pronto consigui ver listo para la circulacin el primero de sus nuevos folletos, sesintiobligado a confesaramargamente: no tengo gusto para nada: de buena gana me hallara yo en esas tierras tan bonitas y tan buenas. De setiembre de I88 a enero de 1882 se imprimieron las otras siete Catinarias que haba llevado esta vez u Panam. Vinieron a sumar as doce. El no estuvo desde luego presente en la tan anhelada aparicin. Montalvo era un tutor muy consciente del mrito de lo que creaba. Por eso, en esta ocasin tambin, pareca que fiaba de modo total en las excelencias estilsticas de aquella obra como en el poder arrebatador de sus consecuencias polticas. Seguramente viva una satisfaccin ntima: la de haber respondido a la tirana con una virulencia proporcionada a los atropellos de que l haba sido vctima, Y otra ms: la de haber perennizado con caracteres de fuego la imagen del general Ignacio de Veintemilla, representante fidedigno de una vida pblica corrompida y canallesca, en la que levantaban victoriosamente susbanderas las fuerzas cnicas de la ignorancia, la astucia, la codicia, la desvergenza y la mediocridad arrogante, simuladora de todo lo que le falta, y cuyo imperio en nuestro pas no ha declinado todava, ni deja a nadie adivinar siquiera si llegar el da en que ha de declinar. Y otra satisfaccin ms experimentaba Montalvo: la de haber pintado con mano certera y enrgica el cuadro general de la poltica hispanoamericana, en que hasta ahora compiten entre s los sistemas dictatoriales y as llamadas formas democrticas de gobierno: los prime ros, mantenidos en unas veces por las peores atrocidades, y en otras por la arbitrariedad disi u nl ada bajo celestinos man tos legales, y las segundas puramente aparenciales, pues que de la tal democracia no practican sino algunas formalidades, mien tras han asimi lado con fcil porfa todos sus vicios e imperfecciones. Aqtiel enfoque continental de la obra montalvina, aparte de sus seductores dones estilsticos, vena a garantizar por s mismo el inters y la circulacin exitosa que el la fue consiguiendo en casi todos
404 nuestros pueblos. Y la ltima de las satisfacciones de este autor (erija que ser la de dar animacin irresistible a su genuina vocacin de panfletario. Desde muy joven se sinti atrado por los aent()s de las literaturas militantes, y tambin temprano se atrevi a probar su propia acuItad en el uso de un lenguaje de caractersticas belicosas. Recurdese que su prosa contra el general Flores la escribi a los veinte aos de edad. En lo postenor, las circunstancias de la tormentosa vida nacional le incitaron a combatir con reci cd u nl b rea travs de las palabras. A de nl ; 5, no dej aha de intuir que as lograra volver ms notoria su presencia intelectual en el Ecuador y las repblicas del mbito hispanoamericano. 1 ntre las lecturas que de modo ms determinante le atrajeron estaban: 1.os castigo.s Y Napo len e/pequeo, de Vctor Hugo; la filosofa revolucionaria y el periodismo satrico de Voltaire; los artculos de crtica aguda y burlona de Larra; los folletos de polmica de Swift, de J unius, de Cobbet de la (iran Bretaa; los de Pablo Luis Courier y 1 .uis Veuillot. de Francia. Sobre todo de este ltimo, a quien admiraba a pesar de su intransigencia (le boa eclesistico. No se olvide que en JI espectador, en las pginas de exaltacin (le El polemista, profesin (le escritores por l amada, consign estas frases: Vctor lugo ha csciito 1.o.oizvto,os; pcro los art:cuh,s dc I.ois Vctiittoi .cn sabia prosa, no morirn. Pl comcdor Oc hombrcs. ci antroptago entibIe. no scrnprc tiene los ltucsOS cn su J ugar: goipc.alo. hcrrdo. chorreando sainzrc. Se \Lignc. da li,iJ :ut roses. pantosos. y qucda diico dci campo .;Qsu poicnista! Qu encuitO. Pero tales autores no eran los mcos que en ese plano le arrebataban. A ellos se haban unido los clsicos (le la antigedad y los (le Espaa. entre los cuales jams se debe omitir el nombre de Francisco Onevedo. Imposible es pues no observar que nuestro ensayista se hallaba, por vtcacin propia como por las oportunidades de enriquecimiento de sus talentos, en disposicin de crear una literatura combatiente excepcional, en cuyo gnero, como ya lo hemos visto, haba conseguido que se vigorizara su experiencia en distintas pocas, a travs de un buen nmero de pginas de los libros que produjo antes de Las cari/manas. El propsito cardinal de stas, entre el rico despliegue dialctico y de habilidades para la gracia. la irona, la burla, la stira cruel, la maldicin y el insulto, era el de pi.m tualizar concretamente las ilicitudes cometidas por el dictador Ignacio de Veintemilla y sus aparceros polticos. Por eso, ya desde Ipiales, haba pedido a Rafael Portilla y sus eompaneros una informacin exacta sobre los dineros del tesoro que se babia hecho entregar aquel gobernante. Es pre oso. lcsdcca, 1oe seaniosexaetos en loseargos. Y les ;igrcgaba: 1) tse) ugruaJ [):cnle soi 1 que bu de e 00cr: J i) r!e.soJ i,urieo,r nc ci, d:c. Lj:i>tJ .i Lib,. ibid Ylirreicri, de li:iejcr,ba. cori J o ciii! e! \liLJ r,,!r,i ccii, rr.
405 esle negocio el papel (le Caslralo (denominacin alusiva a la condicin de marimarica que Montalvo erca adverlir en el doctor J ulio Castro) y qu circunstancias concurrieron. Con puntualidad y exactitud todo. Adems, borradas con anterioridad las huellas de alguna gratitud por lo menos elemental a Veintemilla, y con el nimo de sentir desenfado para descargar sus ataques contra dste, les peda pagarle en seguida, a su nombre, una suma que le adeudaba. Estas son sus expresiones: Ile aqu un punto singular, Debo al Mudo doscientos pesos, que se los ped fiados co Paris. en un terrible aprieto, y en mala hora. Hasta ahora no he podido tratarle como se le debe tratar, a causa de ser deudor suyo, aunque de sa miseria. Quedando yo solventado y libre de ese amargo recuerdo, ya podr echarle a los perros, todo l despedazado, como lo exige la pobre patria moribunda.7 Su determinacin clara, esto s, era la de condenarle a las torturas de su pluma con asco y desprecio. Asco y desprecio en todas las refeiencias al dictador yen la relacin de todos sus hechos punibles..Los bajos escribi en Las catilinarias, ruines, pero criminales, pero ladrones, pero traidores, pero asesinos, pero infames, como Ignacio Veintemilla, no son tiranuelos: son malhechores con quienes tiene que hacer e) verdugo, y nada ms. Y ms adelante, despus de echar verdaderas carcajadas de burla sobre su vctima, con su don quevedesco de la caricatura ensay esta deseripeion fsica y moral de su personaje: tos ojos chiquitos, los carrilk,s enormes, la boca siempre hmeda con esa baba que le esl o rrien do por las esquinas: respiracin fortsima, a nhlito que se meja el resuelo de un animal monts; piernas gruesas. canillas lanudas, adornadas de trecho en Irecho con lacras o costurones inmundos: barriga descomunal, que se levanta en curva delincuente, a modo de preez adltera; manazas de gan, cerradas an en sueos, como quienes estuvieran apretando el hurto consumado con amor) felicidad; la ua, cuadrada en su base, ancha como la dcMonipodio, pero crecida en punta simblica, a modo de empresa sobre la cual pudiera campear este mote sublime: Rompe y rasga, coge y guarda. Para muchos la lectura de Las catilinarias es la preferida de entre todas las obras de Montalvo. Aun hay quienes creen que aquellas pginas son lo que sigue actual y vivo de su literatura. Porque difcilmente se podr encontrar nada superior en las lelras de combate del ensayo castellano. Miguel tic Unamuno. gran luchador escrito, y en algn modo discpulo declarado de Montalvo, lleg a asegurar que un pasaje de la sexta catilinaria le hizo temblar hasta en las ltimas raicillas de su alma , al extremo de que se le asomaron las lgrimas. Fue este pasaje: Desgraciado del 1nlehlo donde los jvenes son humildes con el tirano, donde los estu 177 t.niuI,en,rep,,i,fun,,, It,i.psgs l(oy 65
406 diantes no hacen temblar al mundo!. Y refiri que en su lectura iba buscando los insultos tajantes y sangrantes. Los insultos s! los insultos; los que llevan el alma ardorosa y generosa de Montalvo. Para un temperamento batallador como el de Unamuno, a quien se le zahiri de energmeno por su pasin (le desenmascarar con la verdad las debilidades y las fechoras que crea hallar en su pas, nada poda haber ms confortante que las expresiones punitivas e inexorables de Las catilinarias. Por eso las en- comi con acento tan encendido. Junto a l se han alzado, antes y despus, con igual nimo admirativo, otras personalidades de igual renombre. Same suficiente recordar que el escritor Miguel Angel Asturias Premio Nobel de Literatura de 1967 se inspir en la sarcstica autoapoteosis del general Ignacio de Veintemilla que figura en la primera catilinaria, pj.. .1 redondear las zalameras que puso en boca de uoo de los aduladores y secuaces del strapa de su ms famosa novela poltica: El Seor Presiden!, Que esto no es una simple conjetura ma, sino algo comprobable, pare descubrirse mediante la alusin que se hace a J uan Montalvo en uno de los prrafos siguientes de ese mismo episodio. La resonancia alcanzada por aquel libro de nuestro escritor ha venido a probar que posea el doble carcter de la inmediatez y la persistencia. Bien pude asegurarse que con sus pginas hizo una parte apreciable tic! que he llamado camino final hacia la fama. Le quedaba por adelante el ambicionado trayecto literario europeo. Ya en su equipaje, que difcilmente conoci el reposo, y el cual se hallaba listo para esa nueva partida desde Panam, haba guardado cuidadosamente el tesoro de su material indito: los Siete tratados y los Captulos que se le olvidaron a Cervantes, de manera primordial. Pero adems su obra sobre el amor, o Geometra moral, de ttulo tan poco definidor y acertado, el haz de piezas teatrales de El libro de las pasiones. Como se haba hacho remitir desde Quito, debidamente empastados, los tomitos de El cosmopolita y El regenerador, algunos de sus amigos imaginaron que pensaba reeditarlos en Europa. Ello hubiera sido conveniente. Mas J uan Montalvo les aelar, mucho despus, que su propsito haba sido el de volver a tomar la atmsfera intelectual y emotiva que ellos encierran para publicar E/nuevo cosmopolita, y que a la posire desde ese intento. En cambio, durante esta tercera y ltima etapa frai. cesa, que se extendi desde fines (le setiembre de 1881 hasta mediados tic enero de 1889, escribi otras dos obras: Mercurial eclesistica y El espcctw dor. La verdad fue que, como antes, y cc. .j sie;r, cc, lc medios ee000- micos impidieron en forma inexorable que su: yct t ti .dieiu so cumplieran ntegramente. Ha habido muchos co r:Ia: ii:is e 1a produe
407 clon montalvina que han juzgado, no sin apresuramiento y superficialidad, que el propio autor despreci algunos de sus trabajos, y que por ello no puso inters en llevarlos a la imprenta. Ha llegado as a asegurarse que a sus dramas los haba echado ene1 cesto de papelcs inservibles dc su ltimo aposento en Pars, como evidencia de que l mismo les haba privado de su estimacin original. Y, naturalmente, en ese antecedente quizs mal Interpretado han visto el apoyo adecuado para pronunciarse contra dichas creaciones. Pero los que toman tales actitudes no miran hacia las reales circunstancias de la existencia de Montalvo y de sus personales convencimientos literarios. Bueno es que sc recuerde la seriedad con que se empe en escribir su teatro. Haba sido un buen lector del gnero. Le eran familiares las obras dramticas clsicas y modernas. Nombr en ms de una ocasin, con precisin de criterio, a Racine, Corneille, Molire, Tirso de Molina y Caldern de la Barca. Asimismo, con sagacidad suficiente reconoca en la literatura escnica un atributo eficaz de comunicacin con las mayoras. Crea que aqulla deba nutrirse de los hechos de la vida circunstante. Pareca persuadido de que la actividad en torno del teatro, cuya produccin es la forma ms bella de la inteligencia, era dignificante hasta por su sentido moral. Lcida y provechosa es por eso la apologa que con ese tema traz en su Mercurial eclesistica. Sin embargo. en paradoja muy propia de su temperamento, se molesto, se mir perjudicado en su prestigio familiar y conden con intransigencia las veleidades teatrales en que quisieron mezclarse sus sobrinos. Precisamente a uno de ellos, a Adriano, le dirigi unaearta en la que us lossiguientestrminos: Por las personas que vinieron ayer he sabido que t tomabas parte en una funcin teatral que preparan para no s qu fecha. Excusadas son las reflexiones que no pueden estar fuera de tus alcances: seprate de una empresa que mm os cavara Seguramente la consideracin de que gozas. Salir a las tablas a divertir al pblico, no es para hombres de estimacin y amor propio. El histrionismo siempre ha sido infame; y si ahora no lo es, no per eso ha dejado de ser bajo y despreciable ... -S tambin que la aventura del cantcio se ha formalizado: prcgntales a esas seoritas si han perdido la vergenza y la esperanza de casarse con personas de algn valer?.- Si a pesar de estas consideraciones llevan ustedes adelante sus elevados propsitos, no olviden el pedir a Quisapincha osos y yumbos, tanto para el priostazgo de ustedes conio para el de las seoritas (Cartas de Montalvo asu sobrino). Pero estos reparos al simptico embelesamiento del sobrino por las tablas no le impidieron enviarle stis propios dramas para que los leyera y manifestara su opinin. De modo que al reelamarle la rlevo lucin de el los desde lpiales.e n setiembre de 1679, todava le insista cii la conveniencia de contar con su comentario. Estas son las palabras de ese requerimiento: No dcjesdccxpies:ir tU juicio icspct.lo lc CtIL)s, SiCIiIJ U ale para el
408 la opinin de los dems. Si alguna escena te parece inconveniente o chocante, dmelo para corregirla. Asimismo no ocultes las buenas impresiones que te hubiesen hecho algunos lugares. Tres meses ms tarde volva sobre su demanda, pues que quera alguna luz acerca del efecto que pueden causar en los lectores. Todo ello es una demostracin del inters que haba puesto Montalvo en sus creaciones teatrales. Y lo es aun ms la conidencia de que las haba corregido en sus ltimos aos de Pars. Porque debe saberse que desde all, en 1886 y 1887, le advirti a Adriano Montalvo sobre la absoluta necesidad de quemar las copias manuscritas que haba dejado en su poder, y que eran las de Los captulos que se le olvidaron a Cervantes y El libro cte las pasiones (cinco obras de teatro), en vista de que la versin definitiva, con los cambios introducidos, la tena nicamente el mismo autor. En una misiva fechada en Pars el 20 de setiembre de 1887 le dispuso en forma terminante aquella destruccin, y, al mismo tiempo, con frases conmovedoramente profticas le habl de la inquietud de morir- se all, lejos de todo lo que amaba y echaba de menos con su dulce y enternecedora porfa. Te he hablado otras vecesle asegurde los cortes que les he dado a las obras cuyos originales quedaron en tu poder, y de las muchas correcciones necesarias que he hecho en ellas. Las tengo hoy en estado de que se las pueda dar a la imprenta; pero el duplicado que t tienes est lejos de la correccin y la perfeccin que se requieren para el pblico y me dars una prueba de afecto, sial recibo de esta carta los destruyes por completo. No vaciles, mi querido Adriano; yo lo quiero; yo te lo ordeno. Como recuerdo mo, si es que estoy destinado a dejar aqu mis huesos, conservars las copias corregidas y pulidas que tengo aqu y que, en cualquier evento, procurar que lleguen a tus manos, pues las encargar con tiempo a penona que cumplir)78 Los dramas al fin se quedaron en la medicin. Y han corrido despus de la muerte de Montalvo un destino de olvido y de espordicos pronunciamientos de una crtica adversa. Su publicacin se hizo en Ambato, en 1916. Esto es, despus de un cuarto de siglo de la desaparicin del autor. Los juicios desdeosos que de cuando en cuando se han formulado no han tenido ni siquiera la garanta de un conocimiento ms o menos completo de aquellos. A veces han sido slo el fruto de referencias de segunda mano. El parecer en cierto modo comn ha sido el de que las piezas teatrales de nuestro escritor no son para representadas, sino apenas para ledas. Que no hay la suficiente caracterizacin de los personajes, y que el dilogo ha sido suplantado por exposiciones largas, fattgosas y discursivas. En suma, 75 C,&u de ,:olu I.ojsu.wbnno Ibid pgs 303M)5
409 que se ha adulterado la condicin legtima del teatro. Para manifestar un acuerdo con dicho criterio habra que limitar sus reparos, apoyndolos en reilexiones sagaces y objetivas, fruto de un estudio serio y directo. Pues que tambin en ese gnero se deben admirar las calidades creadoras de Montalvo. Sobre todo si uno se detiene a examinar su obra La leprosa. Hay en ella un teatro bien armado. Tiene poco de artificios innecesarios y (le propensiones retricas. No se encuentran casi socorros extradialogales para completar la atmsfera teatral y el sentido de las acciones. En la casi totalidad de los cuatro actos se ofrecen los parlamentos o conversaciones con naturalidad. Aun los nios dialogan en forma apropiada. Las reacciones de los personajes surgen por s mismas, vivas y espontneas, como en un movimiento autonmico de sus propias almas. Hay, adems, un adecuado uso del suspenso. A despecho de todo ello, es evidente que sobre esta produccin dramtica de Montalvo ha gravitado un destino de abandono y opacidad. Pero algo ms o menos similar ha acontecido con otro libro que l llev consigo a Europa, en ejemplar nicamente manuscrito: es el titulado Geometra 01(1ra! Primeramente su falta de edicin en vida del escritor, y luego su circulacin escasa, han sido causa para la mcngua de inters con relacin a estas pginas. Lo que de veras es muy injusto. A lo largo de esta biografa lic hecho ya algunas referencias a su valor ya su contenido. De modo que debo suponer que ha quedado establecida una idea general de lo que es en s misma esta creacin. Se public ella cuando ya haban transcurrido trece aos desde el fallecimiento de su autor; fue en Madrid, con una carta- prologo muy inteligente (le J uan Valera. Este admirable novelista y critico espaol, buen orientador del juicio en cuanto Concierne al pensamiento y las letras en lengua castellana, respet en grado tal la produecin.montalviti:i, que en su intento (le apreciarla tema el quedarse slo por las ramas. Una personalidad tan cabal en su cultura, ya por su fortnacin clsica, ya pr sus inquietudes y experiencias de ndole cosmopolita, va, en fin, por la sustentacin filosfica (le ella, como en realidad fue Valera, senta pues lo difcil que era redondear un criterio debidamente razonador y comprensi o en torno de la complicada produccin (le Moni ilvo, que desde luego untaba su curiosidad y su estimacin profunda. No nicamente en las pginas introductorias (le la Geometra moral a que acabo de aludir, sino en el interesante documento de otra corresponde. a mantenida con los misiios poseedores ecuatorianos del manuscri..;, y cuya reproduccin aparece en la revista Casa de Montalvo, nmero 19, julio de 1933, se puede ver el escrpulo con que se propuso entrar ese gran escritor espaol en algunas (le las reconditeces de la naturaleza literaria (le mi biografiado. Ya ese lci
410 do empeo hay que atribuir el acierto definitorio de varias expresiones de su carta-prlogo. Prcisamente de ellas, aunque no en un orden exacto, bede citar aqu en forma apretada las ms significativas, sobre todo porque las creo aplicables a toda la obra ensaystica de Montalvo. Son las que siguen: J uan Montalvo no es un escritor as como quiera. Es el ms complicado, el ms raro, el ms originalmente enrevesado e inaudito de todos los prosistas del siglo XIX. El reconocerle una posicin mxima en determinado tipo de creacin dentro de toda una centuria, es ya, por s solo, una muestra elocuente de admiracin. Tal vez el nico reparo que se tendra que formular a estas expresioncs sera el relacionado con el calificativo de enrevesado, que no corresponde con precisin al estilo montalvino. Otras consideracionesde aquella carta-prlogo son las que siguen: Los Siete tratados y la Geometra moral (especie de octavo tratado) quieren parecer y hasta cierto punto se parecen, a los Ensayos de Montaigne.-: los mismos soliloquios, divagaciones, dudas y clculos sobre cuanto al autor se le ocurre; el mismo ir y venir de una en otra idea y uno en otro asunto. Tal es la amplitud de la mente de J uan Montalvo, que ha penetrado en ella sin confusin y con hokura y orden todo el saber de Europa.- Su persona jams se oculta: en cada pgina, en cada periodo, en cada sentencia est patente de continuo. Pasmosos son efectivamente los signos de cultura y las facultades para embellecer el lenguaje que demuestra Montalvo en su Geometra moraL El tema preponderante en esas pginas es el del amor. Y pues que decidi usar el vocablo geometra, quin sabe si no hubiera sido ms acertado titularlas Geometra sentimental, o Geometra del amor. Discurre con conocimiento y en estilo animado sobre la pasin amorosa de grandes figuras de la antigedad y de nuestra poca: Alejandro, J ulio Csar, Napolen, Bolvar, entre los hroes. Lord Byron, Goethe, Lamartine, Chateaubriand, Petrarca, Alfieri, entre los escritores. Las referencias son precisas. Las imgenes sentimentales estn fundadas en la obra y la personalidad de cada uno de ellos. Pero no es esa la composicin total del libro. Hay en l una novelina o narracin relativamente extensa de carcter romntico, y con algo de autobiogrfico: Episodio. Safira. La crtica debera haber reparado en que ese relato es de lo mejor de nuestro pas, y quizs de Hispanoamrica, dentro de aquella corriente literaria decimonnica. De lamentables consecuencias fue pues la falta de edicin de este octavo tratado durante la vida de su autor. Se muri l sin haber podido conocer ninguna frase alentadora o consagratoria sobre esas pginas, y no ha habido despus quien estimulara su difusin. Pero igual fue el infortunio experimentado por los Captulos que se le olvidaron a Cervantes, que tambin se publicaron en forma pstuma, a pesar de los afanes de Montal
411 yo por hallar el modo de editarlos, y (le! celo que puso en corregirlos y mejorarlos. Su fe ene] valorde ellosera inquebrantable. Eso hizo ms doloro sala impotenciaque era, naturalmente, de carcter econmico de llevarlos a la imprenta all en Europa. 1 Itihieron de pasar diecisis aos desde su fallecimiento para que al fin aparecieran. Se los public en los talleres de J os iacquin , en Besanzn . Francia, en 1905. Ah mismo haba conseguido el escritor su edicin de los Siete tratados. Estos Captulos, Ensayo de imitacion de un libro inimitable, se escribieron en su mayor parte. como ya se sabe en el desamparo de Ipiales. en el breve lapso de tinos seis meses.. Pero fueron escrupulosamente retocados despus. Est suprimidacasi la tercera parte. No queda sino lo bueno y original , le contaba el autor a su sobrino Adriano Montalvo, en setiembre de 1884. Y en carta de tres aos ms tarde, al referirse precisamente a aquellos cortes, que contenan alusiones demasiado concretas y satricas a personas conocidas del Ecuador, le haca esta observacin estrictamente confidencial: la muerte de Zaldombide, por otra parle, inutil za muchos captulos del Quijole pues ya comprendes que la stira a la tumba no cabe en un colazn bien formado y una naturaleza como la ma: tanto ms cuanto que mc ha dolido vivamente la temprana desaparicin de este antiguo amigo mio, que fue. sin duda, el ms querido de oh juventud t os odios estn muertos, las discusiones concluidas: no quiero hacer recuerdos que aflijan a los que lloran, ni que me apoquen a mis propios ojos ... Ya ves que este asunto de Zaldumbide ha de ser un secreto enlre t y yo: si hablas de esto, los hombres malt,s lo desfigurarn, y lo presentarn al revsde la verdad. A su tiempo, en uno de los primeros captulos de esta biografa, me refer a la amistad de Montalvo con Zaldumbide, y a la identidad de las predilecciones romnticas que ambos profesaban. Esto era en la estacin de su mocedad y de la iniciacin literaria de los dos. En aos posteriores comenzaron los distanciamientos. Nuestro ensayista, como he dejado debidamente descrito, atac a los cuados del poeta, Manuel y Teodoro Gmez de la Torre, y estuvo a punto de batirse a duelo con un hijo del primero de ellos. No se olvide que en ms de una ocasin no se resisti ni a ultrajar satricamente el apellido de esa familia. Todo esto ya lo sabemos. De modo que no es difcil adivinar los porqus de aquella separacin entre los dos amigos. Hay constancia de que J ulio Zaldumbide, en la poca de la publicacin serial de El regenerador, desconoci acremente el valor intelectual de Montalvo. Y as advino entonces el radical rompimiento de tales relaciones. Un hijo de J ulio, Gonzalo Zaldumbide, que ha sido uno de los ms brillantes y fecundos montalvistas, y estilista de los mejores del habla castellana , ha insinuado por su parte que hubo especialmente motivos hala
412 dies que l oy a sus ntimos para el hosco alejamiento entre los dos intelectuales. En fin, varios pudieron haber sido los antecedentes de la enemistad en que cayeron, innegablemente. Por eso, segn se desprende de la carta a Adriano que acab de citar, parece que mi biografiado no vacil en hacer a Zaldumbide vctima de sus stiras en muchos captulos del Quijote. Y slo la muerte de aqul le impuls a eliminar o modificar dichas pginas. Pues que, aparte del respeto a la tumba del antiguo compaero de reuniones, andanzas, lecturas y primeras manifestaciones litera- Has, descubri en forma conmovida, entre lgrimas secretas, cunto segua aprecindolo. En efecto, si a Adriano le habl de este antiguo amigo mo, que fue, sin duda, el ms querido de mi juventud, a Manuel Zaldumbide, hermano del poeta fallecido, en una carta de psame dirigida desde Pars el 2Ode setiembre de 1887, le dijo: No vayas a pensar que la muerte de J ulio es la que ha venido a reconciliarme con l: por mi parte nunca hubo enemistad ni aborrecimiento: no hubo sino rompimiento; as es que durante estos aos de ausencia mc he acordado de l como de mi amigo ms querido, yla noticiade su muerte me hiere enlovivo del corazn. Yen la misma fecha, en epstola tambin de condolencia, a la viuda, doa Rosario Gmez de la Torre, le expres que ha visto correr por sus mejillas las lgrimas del ms profundo sentimiento, yen prueba de la sinceridad con que estaba obrando le puso estas frases finales; No s cmo recibir usted esta manifestacin de un antiguo amigo de ustedes; mas cualquiera que sea la suerte que corra mi carta, yo tengo la triste satisfaccin de escribirla siguiendo los impulsos de mi naturaleza179 Lo he indicado antes, y no es arduo aceptarlo con el conocimiento adicional de estas cartas: Montalvo era propenso a las reacciones de la ternura en el mismo grado que a las de la pasin aborrascada, que son ls que ms subrayan sus comentaristas. En el caso que acabo de evocar, la noticia luctuosa sobre Julio Zaldumbide le llev a purgar a los Captulos que se le olvidaron a Cervantes, mientras se empeaba en perfeccionarlos, de pasajes y detalles episdicos en que haba humillado y escarnecido a varios de sus compatriotas, con las suficientes seales para su completa identificacin. No todos se salvaron, desde luego. Siempre le pareci necesario castigar a algunos de ellos, ya que esa su novela caballeresca, igual que todos sus libros, encerraba lecciones moralizadoras y civicas. Su norma daba la impresin de estar contenida en la que fue la divisa de algunos de sus discpulos modernistas: a la tica por los caminos de la esttica. Crea por lo mismo que tena que ajusticiar con palabras de eficacia tajante a cuanlos se 179 Archivo particuar de Rodrigo P,chano Lalama.
413 lo merecan, igual que la ley hace cuando dispone la horca para los delincuentes. Alababa en ese setido depurador las cleras del Quijote cervantino, que se encendan sbitamente, al soplo de las reparaciones del amor y la equidad, y en cambio expresaba su abominacin de los daos que se urden con pulso lento y calculador, como propios de una maldad friamente concebida y practicada. A la verdad, l mismo era, por la sinceridad de esas reflexiones, y de su correspondiente comportamiento, una indiscutible encarnacin quijotesca. Precisamente gracias a ello comprendi de modo excepcional la naturaleza de aquella criatura inmortal de las letras castellanas, y supo as explicarla en pginas de una lucidez crtica acaso no igualada hasta ahora dentro de las letras universales. En el captulo XLI de su novela traza la siguiente interpretacin esclarecedora de la individualidad del Quijote, que parece dictada por la conviccin ntima de lo que era tambin la realidad espiritual de l mismo: Era de condicin el caballero, por su parte, que, pasada la clera, de buena gana hubiera abrazado a su escudero, yen hacindole un grave dao habra vertido lgrimas. Hay hombres que se inflaman y caen sobre los que los irritan: la plvora no es ms violenta; pero son capaces de resarcir con la camisa de sus carnes los golpes que acaban de dar. No con otro nimo que co el de ejemplificar los ajusticiamientos que Montalvo ha cumplido en sus Captulos que se le olvidaron a Cervantes, he de recordar aqu que en el undcimo hace comparecer la figura tirnica de Garcfa Moreno hombre sin conciencia ni temor a Dios, y que ah se llama, de manera casi totalmente reveladora, Briel de Gariza y Huagrahuasi, por otro nombre el Cruel Maureno. Tambin he de puntualizarque en el XLVI muestra al dictador Ignacio de Veintemilla ahorcadoa lasalida de un bosque: era un cuerpo humano colgado a toca no toca en un rbol y muchos cuervos sentados en las ramas vecinas.- No te mueras, Sancho dice Don Quijote , y mira lo que Dios y el rey hacen de los malvados, Y agrega: El pobre del hombre muere como ha vivido. Piensas, buen Sancho, que ese miserable habr sido el espejo de las virtudes? Los vicios, los crmenes hicieron en su alma los mismo estragos que las gallinazas han hecho en su cuerpo- Asesinato, robo, traicin, atentados contra el pudor son bestias fe rocesque devoran interiormente a los perversos ... O yo s poco, o ste es aquel famosoladrn que dio en llamarse Ignaciode Veintemilla)8 No debe olvidarse lo que hice notar en tomento oportuno dentro de esta biografa, y es que no todos los Cariulos fueron escritos en piales. Una prueba precisa de ello son estas pginas contra Veintemilla, que Mon1 Copinaba qta sele oivtdaron a Cm-anua, Editora Beta, Mmdclii,, Colombia. 975, pgs 372 y 373
414 talvo no pudo haberlas escrito sino durante su permanencia en su provincia natal, tras la ascencin del dictador, que fue posterior a, los siete aos de su destierro en la frontera colombiana. Finalmente, en esta ejen kacin he de recomendar la lectura del captulo LVTI, en donde nuestro autor castiga tambin con la horca, tras una paliza con la que se les ha deformado monstruosamente, a sus difamadores. No los nombra, pero los alude con tan netas referencias que para el buen conocedor de la historia de Montalvo ellos son J uan Len Mera y Mariano Mestanza. Ahora bien, sentadas las anteriores evocaciones, es indispensable advertir que la novela montalvina no se distingue propiamente por estos desahogos polticos y personales, sino por muchas otras excelencias. Nuestro escritor la amaba de verdad. Y no dejaba de revisarla y pulirla, seguro de que con ella alcanzara la perennidad literaria que con todas sus facultades buscaba. Entre los aspectos sobresalientes, que la convertan en una de sus mejores creaciones, he de enunciar a lo menos algunos. Ante todo, el del prlogo, que form tambin parte de sus Siete tratados, bajo el ttulo de El buscapi, o intento de penetracin crtica en el mundo del Quijote cervantino autor lo estim particularmente. As lo confesaba en una de sus cartas, al mismo tiempo que haca conocer que el clebre investigador Csar Cant, creador de los treinta y cinco volmenes de la Historia universal, le haba dado noticia de su edicin en lengua italiana. Puede ser cualquiera la preferencia que se asuma sobre esos siete dilatados ensayos, mas resulta innegable que el de El buscapi es uno de sus mejores. Difcilmente se encontrar en efecto un estudio tan completo y sagaz sobre la personalidad de Cervantes y el significado de su novela mayor. Nuevamente pasma aqu su cultura. Trata con certeza, y sin sospechosas indicaciones puramente superficiales y alusivas, de un amplio conjunto de producciones de la literatura universal. Explica con demostraciones elocuentes lo que es el fondo filosfico y moralizador de las obras humorsticas. Llama la atencin sobre el fracaso de los que se han atrevido a imitar a Cervantes. Y pide que, en el caso particular de l, de sus Captulos, se tome en cuenta el mrito del estudio que para semejante obra ha sido necesario, aclarando que sta ha sido escrita para la Amrica espaola, y de ningn modo para Espaa. Porque hay, eso es verdad, un ambiente ms caracterizado por lo nuestro, por los sesgos anmicos de nuestras gentcs, por las sandeces, maas y rapacidades del fanatismo de cierto clero de los villorrios, al que tan ahincadamente combati Montalvo considerndolo contrario al ejercicio depurado de la fe cristiana; y hay tambin, segn lo hemos acabado de ver, los golpes certeros de su habitual stira poltica. Son atractivas las andanzas del Caballero y su Sancho. Sus dilogos se de
415 senvuelven con soltura. Est bien tratada la figura moral del Quijote. Corrcn en forma abundante las lecciones de ejemplaridad del comportamiento, pero adems las de la necesidad de corregir los desvos de la crtica literaria, y de hacer un buen uso de las expresiones castellanas. El ensayista discurre a menudo, con toda fluidez, por sus pginas. De manera que no habra despropsito en llegar a decir que varios de los Captulos se dejan leer con ms facilidad y agrado que muchos de la novela de Cervantes. Y bien, en lo que concierne a su edicin, insisto en que la ilusin de nuestro escritorse vio dolorosamente frustrada. Hay testimoniode la tenacidad de los empeos que hizo, y del infortunado desenlace de stos, en las misivas que dirigi con tales referencias a su sobrino Adriano, desde octubre de 1883 hasta marzo de 1888. 0 sea durante casi cinco aos, en las cercanas ya de su muerte. Se quejaba una y otra veide los embustes de su pretendido benefactor, el perverso Macay, y aun de Eloy Alfaro, al que le atribua tambin responsabilidades en el incumplimiento de la palabra prometida. Decale a Adriano que, como ste ser mi ltimo viaje a Europa, quiero ver si me sera posible publicar Los captulos que se le olvidaron a Cervantes antes de irme. Luego, sin dejar de aludir a los contratiempos que experiment para publicar los Siete tratados, a causa de que ni Alfaro ni Macay le remesaron el dinero ofrecido, le informaba de sus vacilaciones respecto a la edicin de la novela, con estas palabras: Alfaro me habla ya de la publicacin de los Captulos que se le olvidaron a Cercanes, pero no me expondr de nuevo a las zozobras y amarguras por las cuales he pasado. Si no viene la suma necesaria, y muy redonda, no dar el manuscrito a la imprenta. Ms adelante, cuando haba ya vuelto a confiar en Macay y en el xito de la empresa minera que ste mantena en Centroamdrica. le expresaba con ms optimismo: Si no ocurre una desgracia en las minas del Salvador, los Captulos que se le olvidaron a Cervantes sern publicados. Lamentablemente no sucedi esto. Sufri pues un nuevo desengao. Y no le qued sino conformarse con otra postergacin. Era evidente que se le iban acabando las esperanzas. Ya en 1887 aseguraba: Seria delirio pensar en la publicacin del Quijotd ni otro libro en esta poca. Si mc hubiera dejado llevar de las carias de Altaro. ya csiuvieran impresos los Cdpiitos que se it oliidarcin o Cervantes, y yo perseguido por deuda, naturalmente por ci engao sso ha (al la tici Pc rs) si me e ni h.i rc en ti is Siete Fra lados, no h a podido cm harca r mc en el Quijote - Pudiera yo hacer publicar mis libros indilos ir medio de esos editores espeeuladorc que no tienen otro objelo que el lucro; mas por nada quiero ver mis (apn,/oscu una edicin intame que repugna a la visla y el pensaniienlo Y, finalmente en 1888. diez meses antes de su muerte, vio fracasar su ltimo intento: El Quijote le escribi a su sobrino no est eorrien 416 do buena fortuna. Estaba ya en la imprenta, y mc he visto en la necesidad de suspenderlo todo. Triste paradoja, acaso la mas triste de todas: nuestro mximo creador literario, autor de libros cii verdad excepcionales, [ruto de su genio y de sus concentrados esfuerzos, no consegua ni siquiera los medios de publicarlos. Mientras tanto, en el mundo entero y en el propio pas de Montalvo seguirnos viendo cmo se acumula, da tras da, un infinito caudal de basura impresa. Mediante los detalles con los que lic reconstruido en este captulo la gran aventura intelectual de aqul, dentro de los lmites de su ltimo exilio, se habr podido apreciar no slo la aspereza de las circunstancias reales en que se fueron enzarzando sus sueos. sino tambin el valor de las obras que yatenaelahoradas, yqueguard en suequipajc para elviaje a Colombia, Panam y Francia. Siempre pens que. de la misma manera que cii la narracin tIc la existencia de un hroe militar se deben describir las caractersticas dramticas de sus batallas, en la de la vida de un prcer de la pluma, corno sta, era indispensable mostrar los trazos y excelencias de sus hazaas en el campo de la creacin. Cumplida pues buena parte de ese propsito, y ya que liemos observado que nuestro personaje se preparaba en Panam para hacer su ltima travesa at] ntica, tornemos ahora los ojos a esas sus vsperas de Europa. Lo vamos a encontrar entonces con la impaciencia de partir. Desde el 20 de agosto de 1881 estaba en ese puerto soportando un clima que haca de su espera una dura penitencia. Renegaba de no haber hallado listos, corno pensaba, los fondos para su navegacin. Pero, por fin, al cabo de dos semanas completas, y tras las reflexiones y vivo empeo de Alfaro, se decidi a cruzar el istmo para embarcarse en el Don, gran vapor de la lnea inglesa. La contribucin generosa de suya conocido mecenas y algn dinero obtenido con la venta de sus Catilinanas le haban permitido juntar una suma adecuada para el transporte hasta Pars y el mantenimiento de los primeros meses all. El viaje fue cmodo, y rpido para esa poca. Lleg al puerto francs de Cherburgo el 25 de setiembre del ao que he indicado. Esto es, tres das antes de la fecha prevista. Aparte de la zozobra y dolor por Pancho, su hermano mayor, cuya desventura de la prisin y el posterior destierro no dejaba de lamentar, puede asegurarse que en esta vez tuvo a plenitud, para su entero disfrute, las emociones del peregrino contemplativo, y el descanso propio de ese itinerario martimo de varias semanas, y las esperanzas de la celebridad literaria con que ms que nunca se lisonjeaba. A la capital parisiense pas en seguida. De modo que el 26 comenz a vivir por tercera y ltima ocasin sus impresiones (le sta.
417 Cuatro das hacen que estoy le contaba a Adriano Montalvo en esta hermosa Babilonia: aunque no me ha aturdido no ha dejado de causarme admiracin nuevamente. Esto es muy grande y magnfico. Pero sin la bolsa repleta, todo es feo y triste. Estoy en un soberbio hotel, provisionalmente: aunque ofrece mil ventajas el buen alojamiento, cuesta ms de lo que puedo gastar. Despus del mes de Octubre, pasar aun lindo departamento en los Campos Eliseos. El, que tanto amaba el refinamiento en los hbitos personales, y que hubiera querido verse rodeado de alguna magnificencia, por lo menos en aquella etapa otoal de su existencia: l, que mereca como ningn otro ecuatoriano que su pas le brindara la holgura de una representacin diplomtica en cualquiera de las naciones por las que peregrin soportando infortunios de toda laya, se atrevi a darse en esta llegada a Pars dos o tres lujos pasajeros. Amargamente pasajeros, porque a la vuelta de cortsimo tiempo, igual que siempre, empezaron a desencadenrsele los tormentos del forastero que no sabe cmo llevar adelante sus proyectos, ni su vida misma. En lo que toca a su empresa ms amada, que era la de publicar sus libros, ya hemos rastreado la ruta de sus sueos y sus desalientos.
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CAPITULO XIX Espaa, y no Francia, en la plenitud de su gloria He de insistir en la indicacin de la fe especial que haba puesto Montalvo en los efectos consagratorios de sus Siete tratados. Con el deseo de editarlos baha ido, por tercera y ltima vez, a la capital de Francia. Estaba convencido, como lo han estado despus muchos hispanoamericanos que han seguido su ejemplo, de que lo que no pasa por Pars no llega al fin del mundo. Precisamente en las pginas de aquella obra se haba hecho la reflexin de que los franceses, gracias a sus grandes escritores y a su lengua, han sido los que han dispensado la fama ola han negado. Esa manera de razonar no era sino una prueba ms de los destellos de seduccin que proyectaba el aludido pas sobre las inteligencias de nuestro continente, cuya emancipacin de Espaa haba acabado por incitar con ms poder su atencin hacia la vida cultural de Francia. Mi biografiado haba en cierto modo cedido tempranamente a aquel embeleso, por sus vehementes lecturas romnticas en las que ocuparon sitio preponderante Hugo, Lamartine, Chateaubriand, y por las experiencias recogidas vidamente en sus dos anteriores viajes a Europa. Su actitud, rica pues de antecedentes, coincida con la de los espritus mayores de nuestras jvenes repblicas. De ah la sinceridad de lo que haba expresado sobre la potestad francesa para repartir la gloria entre los pocos que de veras la merecan. Y de ah a ilusin de que sus creaciones literarias ms serias encontraran la posibilidad de ver la luz en alguna imprenta parisiense. No se haba ni detenido, por eso. a considerar la carga de pesadumbre, de sacrificios y contratiempos, que iba a encerrar para l esta nueva aventura viajera. Desde luego conviene preguntarse si estaba en lo justo cuando pensaba de esa manera, o si quizs estaba, igual que lo han estado posteriormente otras iguras de Hispanoamriea, bajo la accin de un simple espe)isrno, desobligante en ltima ms-
419 tancia Es casi seguro que era lo segundo. segn podre demostrarlo oportuna mente, con sus propias con fesiones personales. Pero la verdad es que una parte de los ocho aos de esta su final resi deticia en la metrpoli de Francia giro alrededor de los avatares de la publie;tcion de sus lratados, y de los afanes de celebridad con que tanto se desvelaba. No se suponga, sin embargo, que aquella prolongada extensin de tiempo en Pars est demostrando que l se hallaba a gusto ahi , ni que realmente hubiese sido amor o que se nta por dicha nacin - Bueno es que yo aclare esto, pues que se han venido repitiendo con mucho desconocimiento ;tlirmacioues superficiales y errneas, Ifa de saberse ante todo que en idntica forma a la de su primera experiencia de la poca de sus juveniles funciones diplomticas, en esta nueva ocasin se vio de pronto invadido por aoranzas terrueras, y volvi a quejarse de las hoscas condiciones climticas. Poco despus, acosado por circunstancias de afliccin innegable, lleg a condenar con irritacin la sandez infinita de ir a sufrir hambre en una ciudad tan difcil para el emigrante. Y momento hubo, por fin, en que le toc ir sealando con iluminada franqueza las cien arrugas que ponen en duda la belleza y el prestigio civilizador (le Pars. fue el momento de su libro postrero. El espectador. Haba arribado, como lo he dicho, el 25 de setiembre de 1881, y apemis dos meses despus el 4 de diciembre se desahoga de este modo en tina carta a su sobrino Adriano Montalvo: lo esiov suspirando por el cielo y el clima de 1 piales: son las tres de la tarde en este instante y necesito de luz artificial. Las calles cstn llenas de niebla espesa y fra; el cielo se ha cado en los infiernos. Una fogatita que tengo en ml chimenea me cuesta un peso fuerte por da - - - - - como no me falte sol ni luz, yo de buena gana fuera indio de Cunchibamba. No pasan todava dos aos (octubre 5 de 1883), y al mismo Adriano le confiesa, Mucho deseo tengo ya de volverme a Amrica. Ya no saldr otra vez; estoy cansado: quiero un rincn tranquilo en Ambato o en [piales. Un semestre ms tarde insiste en ello: De buena gana me fuera a pasar un ao en Ambato; pero poco ms o menos para m no hay patria. No veo ms refugio que Ipiales (abril30 de 1884). En 1886, el 7 de octuInc , sigue en su porfa ante Adriano: trabajo productivo aqu, es imposi lle para los hombres de mi profesin y mi carcter... estoy en vsperas de salir de Paris de Europa. Me acuerdo con amor de los Andes; y te s decir que los das menos amargos y ms tranquilos de mi vida han sido los (le nu destierro a orillas del Carchi - Pero intiles se le hacen por (les- gracia sus empeos: en enero y en abril (le 1887 vuelve a hablar del tema, ya iisoftcahle , (le su pretendido regreso. En efecto, el 6 de ese ltimo mes
420 y ao, echando una mirada hacia la situacion poltica del Ecuador, con el conservador flcido (aamao en el gobi rIlo. Y a la vez [lacia la atmsfera religiosa y del clero (le 1 pas. q nc l con sus libros ha embravecido con ira s mismo, e expresa a su sobrino Dcspus tic ocho iiios tic ause neo, religo tul so deseo de er a las personas los lugares qucridos Pienso que no h;,hri;, perscct.ciiin oficial si mc impediran el ticsern harque en Guayaquil. tas persecuciones parneulares. la tic lux clrigos, serian las terribles, en Guito; 1,cro en Ambato, donde no tengo enemigos personales; no te parece que pudiera yo vivir un ao sitios, para volver salir. quuzd Iiajci mejores aiispieits? En este Caso, me t,usc,rias una casita de arnicnlciss; pues en la tic mi hija. los Falles no me dejaran vivtr, anTnazandul a esas seoras con la niald,cin del cielo Triste cosa es tener que expresrse de este modo! Nuestro pobre pas est en la Edad Meda? Guarda reserva en o que digo de la casa de nli htja. La advertencia (le esta ltima lnea est mostrando a las claras la falta de comunicacin con su hija, en que largamente haba incurrido. Ella estaba para cumplir sus dieciocho aos de edac, y viva en la casa de los abuelos, ya fallecidos, en compa a de su ta Cartiien - Prohabiemen te ignoraba la suerte de Montalvo, y con seguridad habta razones para que aun sabindolo, se manifestara indiferente. En fin, en frases ms o menos invariables seguian repitindose las ansiedades y los clculos vanos del escritor. Pareca que adivinaba la funestidad que recaera en so deslino si alargaba su permanencia en Pars:. Quera salvarse de ello, pera estaba encadenado por no disponer ni siquiera del dI neri) para su pasaje. Tambin en carl as a sus amigos se pttede observar el mismo sen ti miento desapacible. corno si nuestro escritot se reconociera atrapadt,entre los hostiles muros de Paris. Efecttvamente . el 6 de febrero de 1 S82, le dice a Federico Proano; Mas le aconsejo que ti utica se venga con poco ni a la aventura; padecer lo que yo estoy padeciendo. A Eloy (Alfaro) le he pedido ya mi pasaje para un io . A Rafael Portilla, su pario de lgrimas de otrora, le ha pedido sin duda socorro para el regreso. Porque aqul le ha anunciado el envio de una suma, que lamentablemente no le llega. El 16 (le abril de 1 S83 tiene que aclarrselo; Tic recibido su carta del siete de enero. menos la lelra que ttsted me manda Y, a sabiendas (le la derro la inminente del dictador Ignacto de Veiniernilla, confiesa que qnerria llegar en junio de dicho ano, o sea tui mes atiles qtte sic cayera y escallara del pas; Ojal le escribe a Puirlilla llegara va a lierrlpo para coger all al malhechor; la horca quedad;i de ejemplo para los malsados tic su linaje, Yo iie emb,ircar e] 2 de J tlrltt), Si CII este riles lic llega a letra. De veras se il;ttr;rha it, corllclrlicar a los revtslcrcioriarios allliveitllcrrlillistas el convericirrllerlco de tlsau en el caso del tiranuelo depsresto el medio pultll!J vuscic 1;, lunrea. Sobre t,sjose [oaeonse1uln,, a [doe -\]l.m llaca,
421 tar que ese era un sistema de castigo que no haba sido desdeado en u aciones civilizadas eotno Inglaterra y los Estados Unidos. A su hermano Francisco e afirmaba lo niiSTilo. al transmitirle la indicacin que sigue: he aconsejado a mi vez a Alfaro, que si cae en sus manos ese facineroso no desN me la noble baJ a en cuerpo i n ni u nd o; le he rl i elio que le haga ah orear 1 .a imagen trazada nove escamen te en sus E apitnlos que ve le olvidaron a E rrcuttcs, de ese Ignacio de Veinteni la pieo(eado horriblemente por las gal i n azas mientras se bat ancea con la lengua a fuera colgado a toca no loca en un rbol, que ra pues q u e se la con le ni pl a ra [a mn bi n fsic ame ti le. con los ojos propios. dentro del mareo de It) real. Por cierto se le desoyeron los consejos. Y tambin sus reclamos de ayuda para salir (le la capital de Francia. Por esto ltimo, no consigui apagar ni disimular el estremecedor acento querelloso con que pblicamente. para los lectores de su Espectador, habl de It) que en verdad era para l la vida en Pars. Ningn testimonio de los suyos es ms fiel y expresivo que se. Por ello hay necesidad de transcribirlo a continuacin: O, esto aqu por mi gosio. por ltimo, cundo es he dicho que vivo contcnio? Si alguna cn LIla tengo en este mundo, es la del hombre modesto tranquilo que vive rodeado de personas qucridas; que goza de la infancia de sus hi1os, los ve crecer y ve romper cii ellos la aurora dc la inicligencia: que iiene amigos afectuosos con cuya leal ad puede co,utar en tosloeaso: queso calienta al sol de la patria x se refre.sea a la son, no del techo propio; que halla a la visia sus motiuaas dirige sus pasos a los silios sic sus recreos tamili;ircs. que conoce a iodo el inundo en Pa calle, nene a quien saludar y quien le salude con sombrero alenio o fuerte nono; que se despieria al son (le las campanas de Sn iglesia. campanas rpue ha esmado oyendo desde nio: que se levanta s-nelse c;ida da a las ocupaciones que no fatigan y las disiracciones que no cansan. ;ooado de su mujer; qncrido de sus parientes, servidos respciado por sus criados. La llacientlI , el cabal lo, el Pc rro, la vaca, la leche calienie y pura. en dnde estn? Esa se hora que deca entre suspiros: Aqu no oigo jams ni mugir u it huey, ni cantar un gallo. sin caer en la euenl;i expresaba vivamenle el amor de la p;ilria. Si yo pudiera dar los ocho aos de Europa de ints tres viajes, aunque no han salo del todo intiles: si los pudie ni dar por cual ro das de felicidad domstica ace nd rada, en un rincn de m pas. iii vacilan un punto. lxi Y bien, entre el sinntnero (le los desabrimientos que experiment en esta parte final (le su existencia forastera, se contaron todos los concernie ntes a las penosas diligencias para la publicacin de sus Siete tratados: ajetreos de cada da, esperas vanas, promesas fallidas, eomproniisos incumplidos, luchas con tipgrafos, molestias inevitables a amigos, y, naturaltnente. algunas otras circunstancias imprevistas de carcter nada agradable. Desde cuando abrio su maleta tras la llegada a Pars, una de sus preo 00 i,Lo, i 5 (I.stsipr.keJu,ls!io1Isialaisni.IkI. H.s.,inIo; ihid.p.ig 45
422 cupaciOnes. convertida a poco en obsesion, fue la de ordecar os originales de aquella obra, para ponerla en millos de un impresor. lacia consultas entre gente conocida. Buscaba una casa editora compelenle. ispiicsla adems a no exigir pagos anticipados porel trabajo. Se hallaba conscientemente persuadido de lo que representaban sus siete largos ensayos, tanto en el caudal ideativo y de la erudicion como en los insolitos encantos del estilo, y deseaba por lo mismo publicarlos en forma condigna: esto es lujosamente presentados. Ellos tenan que ser, hasta por su apariencia seductora, como li llave urea de su codiciada notoriedad. ero no haba logrado an reunir el dinero que demandaba tal proyecto. Y eso le haca golpear una y otra puerta, hasta dar con ti n empresario capaz y al mismo tiempo condescendiente y confiado: ste fue al fin J os J acquin , (le la ciudad (le t3esanzn. Por cierto, no haban corrido ni cuatro das desde su arribo a Francia cuando, en cartas a parientes y amigos, ya hablaba de la edicin de su obra: de los fondos necesarios para el objeto con que he venido. Lamentablemente no dejaron (le erizrsele las dificultades; y a tal punto, que tuvo que aguardar no menos de medio ao para finalmente informarles que estaba ya en arreglos con un famoso impresor. Alfaro le haba autorizado a celebrar el contrato con ste, aunque, segn deca, no le haba remitido hasta entonces la suma requerida. De todos modos se sinti alumbrado por el destello de un pasajero optimismo. A su hermano Francisco J avier le aseguraba que iba a hacer una edicin primorosa, ya que el genio suyo tenda siempre a lo mejor. Aun ms, a comienzos de mayo de 1882, se placa en referirle que haba conseguido que esos sus Siete tratados se hallaran ya en prensa y en las mejores condiciones posibles. Pero no era del todo as. Pues ha de saberse que en el setiembre inmediato no nicamente dcclin de pronto e1 optimismo de nuestro autor, sino que en su lugar se le aliaron contratiempos de amenazador semblante: Yo aqu abandonado lleg a expresar a sus ntimos, al hacerles la siguiente confesin: El primer tomo est impreso; y. segn el contrato, debo pagarlo, para que principie el segundo. Aqu lo suspendiera, si fuera posible; pero no hay cmo La falta (le (linero para la editorial tiene su historia Fueron Eloy Alfaro y J os Miguel Macay los que le sacaron a Montalvo (le 1 hondn aldeano de Ipiales para empujarle a acometer esta aventura en Europa. Desde luego no lo hicieron por un capricho de su propia voluntad personal. Respondieron. ms bien, a los insistentes anhelos de l. No se olvide que Eloy Alfaro se haba visto excitado desde haca aos por los relampagueos gloriosos de la pluma monlalvina. En cuanto a Macay . ste entr despus en la rbita de esa fascinacin. Y de manera tan ferviente, que fueron sobre
423 todo sus reacciones admirativas y sus promesas las que mas pudieron en el nimo del escritor, arrancndole (le sU retiro y aventndolo a los hori otiles rIel Viejo inundo, siempre rutilantes para las ambiciones de toda gran figura hispanoamericana. Por desgracia, Macay fue demostrando carecer de escrpulos y de entereza moral en la palabra empeada. Ningn testimonio es ms revelador de ello que una epstola que le dirigi Montalvo desde Pars, e129 dejuliode 1885, yen la cual le enrostrlas responsabilidades de las angustias que l estaba afrontando. Tomo (le all estas expresi o n es: Hacen cinco aos en que sati de Ipiates con a primeracarta de U. xira pasar a Europa. tuve que votvcrnie de Panam con otra carta de U. 1 lacen cuatro abosen que acud a t a cita q oc U me dio en Tu m aco , para pasar a Eu ropa con los fondos ,,ecesarios poro la publicacin de mss obras, deca tI. Ni en Tumaeo ni en Panam te hat t a U. Nueve dios de montaa satvaje. a pie, no me h uNe ra n arredrado para votvernie nuevamente ami retiro: mas tns peridicos de Colombia haban anunciado por segunda vez mi paso a Europa a dar ata imprenta mis libros, y la zomba de mis enemigos, ta vergenza ue,on ya cosa ms grave. Ataro te garantiz a U. y so pas, en hora menguada, a esperar aqu los foneho que t. votvi a ofrecer pa ro cte n t ro de poco... Por fin, ganado de una desazn total, no se resisti a revelarle el fon do de esta determinacin extrema: Que be renunciado a la publicacin de mis obras, es cosa clara: si puedo sali, de este infierno de Pars y salvar la vida, ser ni uch a fortuna. Se trataba pues de uno de sus peores desengaos. Haba confiado con excesivo candor en J os Miguel Macay. Esa confianza se le tite empalideciendo paulatinamente. Recin llegado a Pars afirmaba que aqul es hombre serio y delicado, y que su palabra es oro. fin trimestre despus. vctima de sus silencios, reconoca que el asunto (le Macay estaba tomando mal aspecto. Algo ms tarde, con los Siete tratados ya en prensa, no poda menos de aclarar que su presunto favorecedor no haba mandado nada, y que sin l se haca dicha impresin. Y con posterioridad a la publicacin del libro, el 30 de octubre de 1885, lo execraba duramente ene1 texto de una carta dirigida al periodista y combatiente liberal Miguel Valverde, Decale a ste que debido a Macay se metio en esa sepultura e infierno de extran eros sin bienes de fortuna que era Paris. que por su culpa babia contrado deudas que le quitaban la vida. Lo eterto era que el acaudalado enipresario de minas, dragn espantoso que devora riquelas y vomita miserias, le haba prometido una entrega (le cincuenta mil francos, pero slo le haba enviado diez mil en el largo tr:inscurso ele cuatro :tos. lor oUa parte, haba irdets:tdo supiiliiit , tras las primeras
424 cual ro re misiones, las mensualidades que le haca llegar para el sustento en Europa, mientras consegua despacharle la suma global que le haba o frec ido - Montalvo no dej cte rec la ma rl e por su fa Ii a de seriedad, y Co mo explicacin slo recibi dos coces en el pecho. Macay le haba pues respondido con las herraduras. Aunque, si bien se observa, se tendra que reconocer que, sin otra obligacin pie la moral, o sea la de la palabra empeada, ese mecenas tan vapuleado por nuestro ensayista haba al fin soltado la quinta parte del dinero prometido y recursos para el sostenimiento de ste en el primer cuatrimestre de su estada parisiense. No obstante las demoras, y las tremendas vicisitudes que ellas ocasionaron a Montalvo, sera injusto negar esta realidad del socorro, siquiera parcial, de Macay. Por otra parte conviene que se piense en lo que habra sido el destino literario de aqul sino reciba dicho apoyo y la incitacin firme y determinante para trasladarse a Francia: hundido en el cuenco gris y polvoriento de su refugio andino, en medio de una comunidad de palurdos de poncho, imposible le hubiera sido fraternizar con destacadas personalidades europeas ni sentir el halago de los resplandoresde su propia celebridad. En cuanto a la actitud de Eloy Alfaro, a quien nuestro escritor le acusaba posteriormente de haberle puesto en manos del malvado Macay, est claro que fue generosa en la medida de lo posible. Para reparar en ello es bueno recordar algunas de las mismas expresiones montalvinas, contenidas en cartas enviadas a Adriano. En una de mediados de 1882 se lee: Lo necesario para vivir con suma modestia, no me ha faltado, hasta ahora, gracias a Eloy ... En otra de finales de ese ao se da a entender igual cosa: Mucho tiempo hace ya que no tengo carta de ustedes, aunque la de Eloy no me falta. Y aun hacia setiembre de 1884 asegura: Nunca me falta la carta de Alfaro en el vapor correspondiente. Lo que ocurra era que la suma para la edicin nole llegaba, ni le lleg jams. A ea desilusin se agreg otra: la que le produjo la sordera del caudillo ante sus requerimientos para que le hiciera posible el regreso con oportunidad de la cada, tenida ya como segura, del general Veintemilla. Parece que tiempo despus recibi una explicacin de aquel silencio, porque, al ao del episodio del derrocamiento, Montalvo le cont a Rafael Portilla lo siguiente sobre el comportamiento de Alfaro para con l; esto es, sobre la justificacin de la negativa de ste a llevarle a Quito: deca le informaba que quera que yo no fuese responsable de los horrores que iban a suceder, para que los ecuatorianos tengan a uno a quien volver los ojos. Habran sido sinceras esas palabras de aquel hombre de espada que quizs slo veia en el escritor a un hroe del pensamiento y de las campaas cvicas de prensa?
425 No se olvide que el mismo J uan Montalvo coofes epistolarmente, con toda rotundidad, que Alfaro le comunicaba todo. pero en nada estaba de acuerdo con l. A pesar de haber profesado las mismas convicciones liberales, sin duda les era difcil coincidir en sus juicios sobre la realidad polftica del Ecuador, en las estrategias para imponer su doctrina, en el mtodo de conducir los resultados de lastccioncs blicas que Alfaro acaudillaba. Todo eso afectaba en determinados pcriodos al mantenimiento de sus relaciones amistosas. llastaque llegel momcntofue por 1885en que asumieron la decisin mutua de cortar su correspondencia. Es lamentable para el bigrafo, como ya lo he dicho, que no se hayan conservado las cartas que nuestro escritor recibi (le 5U5 compatriotas, y entre ellas las del general Alfaro. Nunca sabremos el tono con que reaccionaron ante los pedidos de diversas ayudas que l les dirigi, ni ante sus criticas y reparos. Probablemente las disensiones entre los dos personajes surgieron no nicamente de la contraposicin (le sus criterios, sino tambin (le tal o cual acto de negligencia o de obligada desatencin del guerrero generoso frente a las demandas impacientes del ensayista necesitado. Algo tornadizo en su trato, a causa de las violencias de su temperamento, Montalvo no quiso impedir que la exaltada adhesin a las hazaas alfaristas se le convirtiera, a la postre, en gestos de desatecto y reprobacioa Varias veces le haba alabado, y aun defendido, a lo largo de sus pe.ias. Y jtistamente al cunplirse un trienio de su tercera permanencia en Paris,e 1 15 de enero de 1885. lo hizo con verdadero arrebato heroico en el artculo Techos de armas. que apareci sin firma (le autor en la primera pgina (le la revista quincenal ilustrada Europa y A przermu, (le la capital de Francia (Ao V N 98), Debo indicar q tic he revisado ms de treinta publicaciones europeas de la poca, en minuciosa labor queme ha sido muy orientadora, y as bedado con algunos trabajos de Montalvo y sobre MontaR o. Uno (le aquellos es ste, cuya paternidad se le puede atribuir sin riesgo de ninguna equivocacin, pues que las reflexiones y el manejo de las frases son evidentemente suyos. lraza en l los caracteres de temeridad con que Allaro y sus jvenes oficiales se enrentaron a dos buques de guerra del gobierno de Placido Caamao, y refiere que tras unaeontienda naval sangrienta en que perecieron como ochocientos hombres de ambos bandos, los revolucionar . tuvieron que perder su pequeo barco el Alajuela, comido el 1 ncgo y tragado por el mar. Finalmente (lescrihe como, en una (le esas hazaas que suelen ocurrir pocas veces en nuestros tiempos, el bravo general se ech al agua y gano tierra, con tres o cuatro companeros que mantuvieron el aliento y la serenidad necesarios para luchar en el ocano.
426 Pero ese innegable fervor admirativo de Montalvo hacia el tenaz combatiente liberal, y su sentimiento (le amistad reconocida, fueron mciiguando. segn he de repetirlo, por decepciones personales y enojos, y sin duda tambin por razonamientos de nal u raleza polt ca. A su sobrino Adriano le deca loquesigue. en misiva del (ide abril de 1887: iras que tan funesto ha sido Alfaro en la poltica para nosoinis, ha hecho cosas tan graves con migo en lo personal, que hace ms de dos aos no lic dado conlcsl acin a ni ngo nade sus carl as. No pienso que l sea en ningn lic tupo el restaurador del pa ni- do llicr:il y no por faiiai tic valor y buena le. sislJ porsohrct sic incapacidad y locura. Y dos meses ms tarde insista, con igual escepticismo: Alfaro es incapaz de cosa buena ni dc juicio, y no har sino arruinarnos ms y ms. Triste y muy errada reflexin, que demuestra que aun las mentalidades excepcionalniente lcidas suelen despearse en la falsedad (le las valor:icicnes al impulso de una pasin irrefrenable. En lo que concierne al proceder de Eloy Alfaro ante los empeos montalvinos de imprimir los Siete tratados, se debe admitir que hubo motivos que obstaron su buen deseo de ayudarle: las campaas militares y sus constantes reveses, los alejamientos prolongados de su residencia panamea, los estragos que todo eso ocasion en su situacin econmica, al extremo de que nuestro mismo escritor aludi al sacrificio de las pequeas hijas del joven general, que temporalmente tuvieron que comer en casas de familias amigas, en Panam. Mientras estas circunstancias adversas recaan sobre el destino de su antiguo mecenas, el trabajo de edicin de los tratados no haba podido suspenderse, y adelantaba entre azares y tropiezos. Y, desde luego. acrecentando la angustia de su autor, que tema verse exigido judicialmente por el empresario de l3esanzn, una vez concluida la obra. Confesaba a sus ntimos, en efecto, que slo en pensar en dIo estaba temblando. Pero quiso la fortuna que sobreviniera una incidencia desgraciada que, paradjicamente, le pareci a l salvadora. Al referirse a sta. Montalvo se apresur a decir a su sobrino Adriano, en carta interesantsima del 17 de noviembre de 1882, que crea que se le iba a presentar la ocasin de abandonar, en el estado en que se hallaba y pese a los gastos que ya haba hecho, la impresin de su libro. Dejara Pars, surtidero de tantos problemas y amarguras, y viajara a buscar otro director en Blgica o en los Estados Unidos. Por cierto, en sus sueos segua alentando la esperanza del dinero prometido por Alfaro. Aquella incidencia la eoment mi propio biografiado con las palabras que siguen: Muri el impresor. y esto me ha salvado de un conflicto: el hijo es un muchacho que est faltando a todo por su parte, para consuelo mo. Pienso que esta impresin fracasa: tira
427 el bellaco pliegos sin mi ltima correccin, y no tiene corrector espaol. Lo sentir, pues la edicin es lindsima ... 1-lay algo que aclarar: hasta esa fecha, ya l haba notado con percepcin certera, fruto no nicamente de su sagacidad para ver y juzgar. sino tambin de los afanes con los que examinaba las posibilidades de su codiciado xito literario, que el pas en que se haba establecido no era el adecuado para ello. Sus frases, que son stas, cran al respecto duras y terminantes: Francia no es ms que para el francs: no es pueblo poligloto; y por cuatro hombres de bien hay veinte pcaros- No se equivocaba. Hasta ahora, cien aos despus de su observacin, y a pesar de cuanto se diga en contraro, sigue Francia encerrada en un hosco envanecimiento nacionalista y no se interesa ene] aprendizaje y culto de las lenguas forneas. Por lo menos, ene1 grado que en otros pases. Pero tambin de Espaa se haba formado un criterio escptico, que en buena medida se ajustaba a la realidad de entonces. A Espaa me fuera, afirmaba; pero los descendientes de Felipe II y Torquemada no estn todava en disposicin de aguantar cosas como las que t sabes Haca alusin a las ideas sobre materia religiosa y a los reparos sobre el comportamiento del mal clero que se contienen en los Siete tratados. Previ la resistencia que ello provocara en el medio intelectual espaol, aunque no sospech el movimiento de adhesin lcida y consagratoria que se levantara en torno de su obra, precisamente all. Puntualizadas de este modo las expresiones de su comentario, se tiene que saber que a la postre no se concretaron los propsitos que en l manifest Montalvo. Porque, en efecto, la edicin continu hasta su final en los talleres de Besanzn. Deca nuestro autor que el pillito del ifripresor se humill, y se est dando tnta prisa, que la obra ser entregada a fines de enero, de 1883. A la verdad, demor algo ms por el celo que se puso en que se la empastara con materiales de buena calidad: a la rstica no la mando por nada, adverta Montalvo. Ya vera cmo satisfacer los costos. En lo que, en cambio, se confesaba impotente era en la vigilancia de la correccin del texto, remitiendo las pruebas desde Pars a Besanzn, y para que trataran de entenderlas y tomarlas en cuenta unos impresores que nada saban de castellano. Eso le trajo muchos quebraderos de cabeza e impugnaciones injustas de ciertos crticos. En las pginas de comentarios que escribi como remate del primer tomo de los Siete tratados se puede leer la relacin que al respecto ensay con la inteligencia y la gracia que acostumbraba. Y, al fin, ni Macay iii Alfaro le enviaron el importe de los trabajos de edicin. Su penuria naturalmente se agrav. Hasta el extremo de formular la confesin siguiente: Hace algn tiempo que estoy a pan y agua,
428 habiendo vendido el ltimo libro y el ltimo mueble de ini cuarlo. Pese a semejante realidad ha habido autores de nuestros aos que han afirmado desaprensivamente que en su ltimo Pars Montalvo vivi con holgura. No quieren recordar que sigui acudiendo a los prstamos de compatriotas amigos. En ms de tres veces debi inudarse de casa, hasta su ltimo domicilio, que fue el de la calle Cardinet. Uno (le sus nuevos favorecedores fue Clemente Bailn, cnsul ecuatoriano en aquella ciudad. Y precisamente el pago a la editora de Besanzn lo hizo l, convencido de que Macay reinesara en algn momento el (linero de su vicio compromiso. Ya en vsperas de aparecer la obra, esto es a fines de 882. Montalvo le refiri a su sobrino Adriano que la Providencia le alarg la mano por otro lado. Pero mucho despus, en octubre de 1886. fue ms explcito y le hizo saber que adeudaba una gruesa suma al seor Bailn, quien le dijo pag los Siete tratados, ya quien debo ms de un ao de subsistencia, corno que hoy mismo estoy viviendo de fiado. Cierto era que haba sido enorme, y seguramente desacostumbrado para esa poca, el tiraje del libro: cuatro mil ejemplares. Tambin era verdad que se le hicieron pedidos apreciables de nuestra Amrica, Especialmente de El Salvador. Yque, an ms, Eloy Alfaro quiso hacerse cargo de la venta de toda la edicin. Sin embargo, los beneficios econmicos fueron de poca signilicacin . Si algo consigui. ello fue apenas para ayudarse en forma modesta e intermitente en el sostenimiento. Y nada ms. De modo que cualquier espejismo, silo hubo en torno de las utilidades, se le desvaneci en seguida. La Mota comerciante de Guavaqu i 1 ha mandado cual ro reales, comentaba sobre este pu nlo; lode Panam, todo hasido regalado o fiado; esto es perdido. De antemano saba yo que esto haba de suceder: se es el genio de Alfaro. De all no viene nada. Estaba visto que Montalvo, no obstante haber sido una de las plumas mayores de su siglo, se hallaba condenado a permaner en la pobreza. A l mismo, lo que le atraa no era el negocio, sino la difusin de su obra. Recurdese que a los agentes de venta del Ecuador les daba instrucciones de no elevar el precio de los ejemplares, a fin de promover su circulacin con eficacia. Entre la celebridad y la fortuna material, no haba duda de que a sta la pona siempre en lugar subalterno, y de que en cambio se desvelaba por la primera. Sobre todo, eso lo dej ver con mucha claridad en el caso de los Siete tratados. Pero con resultados evidentemente notables. Al punto que para muchos, hasta ahora, el nombre de Montalvo est unido especialmente al destinoluminoso de aquel libro. Tambin el autor lo consideraba su cre acin fundamental, y por eso trabaj tan amorosamente sus pginas.
429 Los ttulos que dio a los siete tratados fueron los siguientes: De la nobleza, Deja belleza en el gnero humano, Rplica a un sofista seudocatlico, Del genio, De los hroes de la emancipacin hispanoamericana, Los banquetes de los filsofos y El buscapi. Los crticos han hecho notar, desde luego, con razones muy valederas, que stos no son lo que pretenda su autor: verdaderos tratados. Pues que cada uno de ellos es ms bien una yuxtaposicin, a veces poco disimulada, de ensayos breves. El que mejor lo ha demostrado es el maestro y brillante escritor argentino Enrique Anderson Imhert. Por manera que ahora resulta arduo, para el lector sagaz, apartarse de la direccin de esos juicios. Pero conviene que yo aclare que en esas pginas no hace Montalvo sino mantener la estructura caracterstica de sus prosas anteriores. Los mismos zigzagueos caprichosos en su curso dialctico e imaginativo; los mismos saltos repentinos de un tema a otro, como si temiera ensayar el esfuerzo de ir sondeando hasta el fondo, con disciplina filosfica, la naturaleza de los asuntos; el mismo donaire para moverse,entre recuerdos e impresiones, por zonas imprevistas de las cosas y los seres del mundo, a las que las facultadesinventivas del estilo van saturndolas de poesa: iguales pruebas magistrales del poder descriptivo, caracterizador, anatematizante o consolador de los vocablos. Lo que aconteci fue que en los Siete tratados, con un sentido ms ambicioso de amplitud, no estrictamente de coherencia, y con una concentracin mayor de cultura y de las capacidades intelectuales y artsticas, mi biografiado hizo admirar hasta dnde haba llegado en su lcida y sosegada madurez. Yeso fue cosa que pasm a valiossimas personalidades de la literatura de su tiempo. Dada la inimaginable variedad de asuntos de aquella obra, yo no puedo hacer aqu sino alusin a un aspecto en el que la crtica internacional, y la misma del Ecuador, jams se han detenido: el de la cariosa exaltacin de todo lo que en grado ms ntimo concierne a Amrica, a nuestra Amrica: sus valores, sus bienes, sus encantos; y luego, sus hroes y sus humildes gentes laboriosas. El lector hispanoamericano halla motivos para deleitarse y cnternecerse en las cautivadoras rapsodias de las bellezas del paisaje: y para fortalecerse, en la recomendacin altamente persuasiva de sus virtudes, En medio del abundante y diverso ramaje de asuntos que entran en el tema de la nobleza, encuentra la valoracin de los pueblos aborgenes de esta parte del mundo, y (le los atributos magnficos de su composicin racial. Asi, la hermosura de los indios de las faldas del Cotacachi, en la sierra ecuatoriana, es tan digna (le ser contemplada como la del blanco de cualquier regin de Europa: ojos profundamente obscuros: mirada soberana : nariz recta, de finos perfiles: dientes de divinidad mitolgica: porte seoril, paso regio. En el tratado que le sigue, cuyo asunto es el de la
430 belleza en el gnero humano, y en una de SUS tantas derivacion cs temticas y reflexivas, ensaya a SU VCZ una acertada y conmovedora alal):i t;ia del prodUcto caracterstico de las civilizaciones americanas: e1 maz. i .:; .ue siguen son algunas de aquellas expresiones laudatorias: T PC nc ncces al estado llano, maz y por eso encierras tantas virtudes c n tu seno. El trigo, el arroz son aristcratas: t no puedcs lo que ellos: pero ellos [ant poco pueden lo que t. El trigo y el arroz son monarqutsias; t eres republicano: hijo del Nuevo Mundo, stistenta, al arriero que se va iras la acmila cargada: al n,esti?o, seor del pegujai, rey de la sierra; al indio, al pobre indio que con un puado de uti grano cual quiera o un saquito de polvo de cebada pasa el da, y todo se o trabaja, y todo para sus amos, sus tiranos. Maz, maz bendito, nutre al deshe redado. salva it pobre, haz tu obra de misericordia sin cansarte. Asimismo, en las pginas tituladas Los banquetes de los filsofos, en que evoca a los pensadores clsicos que eran de su predileccin, hacindoles discurrir sobre los aspectos que preponderantemente ocupaban la niente de ellos, busca la oportunidadde trazarel elogiode otro producto americano la papa, que se elev desde su retiro humilde para conquistar monarcas y multitudes en las naciones de Europa. Por fin, en el ensayo sobre Los hroes de la emancipacin hispanoamericana entrega Montalvo una visin ntida de la grandeza creciente de Bolvar, con su imagen de rasgos firmes y expresivos; as como una remembranza pica de las jornadas de la libertad, en la que hay cuadros de arrebatadora fuerza poltica. Aparte de estas indicaciones tengo que hacer otra, asimismo indispensable, que es la de la posicin que asumi frente a lo catlico y lo pagano, y frente a aspectos del dogma y del mal sacerdocio. Conviene que se conozcan las consecuencias que dimanaron de tal posicin, en lo literario y lo personal. No procedera yo con orden si no pudiera recordar primeramente una de las causas que ms sublevaron la animosidad de los conservadores ecuatorianos contra nuestro escritor, en los comienzos mismos de su carrera, y que fue la de su toihl desenvoltura para exaltar las virtudes de los griegos y los romanos antiguos: de antes del advenimiento del cristianismo. Tan agresiva fue en efecto la reaccin de la intelectualidad derechista del Ecuador, en los das mismos de la aparicin de Ti cosmopolita, que su joven autor, que estaba apenas apareciendo en la escena de las letras nacionales, no se resisti a enzarzarse en una de sus primeras polmicas. Public asi. en el temprano libro 2 de aquella obra, la extensa epismola a sus detractores los colaboradores de La Patria que se titula La virtud antigtta y la virtud moderna. La puntualizacin (le sus ideas dej ver a qu grado de entendimiento y de fervor haba llegado ya su estudio de la historia y el pensamiento de los pueblos paganos. Pues bien, corrida
431 ms de una dcada crey necesario tomar otra vez el tema de esa epstola, para meditado con mayor profundidad y atildamiento estilstico dentro de las pginas de los Siete tratados. Fue en las tituladas Rplica a un sofista seudocatlico. Y al hacerlo, no nicamente pudo desplegar una fuerza ms eficaz de persuacin, sino que tambin alcanz a ejercitar sus mejores facultades de ensayista. Se mostr.en verdad, en dicho trabajo, tan prdigo en sus razonamientos como original en sus expresiones, tan ameno como afilosofado. Debo desde luego aclarar que fueron varios los puntos hacia los que convergieron tales ideas, y que no por ello dej de ser el cardinal el de la recomendacin de las virtudes de los hombres de la antigedad. De entre stos, segn las ya conocidas predilecciones de Montalvo, se alz al primer plano de la cxaltacin el pensador ateniense Scrates, cuyas excelencias las asimil de algn modo a las de Jess. En el mbito exdusivo de lo humano, segn lo he advertido ya. Porque declaraba reconocerentre los dos maestros una diferencia infinita: la que va del cielo a la ticrra. Con todo, posedo de la pasin de lo que afirmaba, se atrevi a escribir lo que sigue: Sanctc Scrate, ora pro nobis! exclama Erasmo. arrebatado de admiracin por la virtud de este hombre excepcional: San Seratcs, ruega por nosotros! Y Erasmo no tue gentil, sino cristiano,y muy cristiano, ms caritativo, sin duda, que los santos que mandan arbitraria y sanguinariamente a los infiernos a los varones ms ct dios y virtuosos que ha dado de si la especie humana. Pero no nicamente se propuso valorar los mritos de personalidades de aquel excepcional linaje, sino buscar los necesarios antecedentes de reflexin para decir, en frase que resuena con vehemencia-: No me cerris las puertas de la antigedad, porque os las rompo a hachazos. En cuanto a lo dems, igual que lo haba hccho insistentemente en otros de sus libros, conden los vicios de interpretacin del dogma, las prcticas de una mal entendida fe catlica, la hipocresa y los hbitos perversos del clero descarriado de su misin verdadera, y, en fin, las conseeucncias funestas del fanatismo religioso. Ser dice dirigindose a esa ralea de malos creyentes- tao hereje como gustis, catlicos de la eucliilla; iii Jcsucristo, dejdiitele. as como le describo y le guardo en mi profundo pecho. Se saba pues ntimamente cristiano. Su [e, por lo absoluta, radical propia. era lina fe inalterable, aunque muchos no quisieran i ecoriocersela:
432 Mi Dios aseguraba es un misterio, misterio grande; y los miste os son las esperanzas de la muerte. Por ltimo he de recordar que no faltan los alardes satricos cn sus consideraciones sobre estos asuntos. Y que, adems, aquellos aparecen tambin en otras pginas de sus Siete tratados. Pongo como ejemplo el titulado De la belleza en el gnero humano, en el que se encuentra una crtica sobre la adoracin de las imgenes, y ms adelante otra sobre nada menos que la conducta de la Santa Sede, que se prodiga en excomuniones, inclusive para los que no hacen fiesta a San Pito y Santa Flauta. Pero el contrarresto de todo lo que podra tendenciosamente creerse manisfestacin de clerofobia o prueba de atesmo, se dej percibir a lo largo de los mismos libros de Montalvo, y tambin en varios documentos epistolares de tipo confidencial. Porque l era he de insistir en ello un hombre de profundas convicciones religiosas. Y, aunque parezca discordante con sus actitudes agresivas frente a la derecha poltica y a la condicin del ejercicio eclesistico en algunos paises, especialmente el Ecuador, l supo mantener siempre la integridad de su fe. Amaba a Dios y confiaba en sus determinaciones de bondad y amparo, segn se desprende casi literalmente de algunas de sus expresiones. Hasta es bueno que recuerde que se placi ms de una vez en la relacin de las acciones abnegadas del sacerdocio ejemplar, como oponindolas al lado corrompido o inepto de ese ministerio. Para el que se detiene a mirar esta suerte de contraste entre el fervor de sus creencias y el mpetu de sus reparos a ciertas prcticas de la Iglesia, no hay lucidez mayor que la que demostr Emilia Pardo Bazn cuando descubri la convivencia elocuente de dogma y razn en la personalidad montalvina. Esa famosa novelista espaola, gran figura de su tiempo, defini a Montalvo con una frase escueta perocertera: Alma religiosa y pensamiento heterodojo. No ha habido, sin duda, palabras ms ricas de exactitud interpretativa de lo que fue la posicin suya en la vida y en las pginas. Por eso l se entusiasm tanto con aqullas. En el tomo segundo de El espectador, su ltimo libro, en la reproduccin de la carta que dirigi a Emilia Pardo Bazn el 8 de abril de 1887, se lee en efecto oque sigue: Yo no dir de dnde diablos, como solemos decir en ocasiones de extraeza; sino de dnde Dios ha ido usted a sacar esa definicin que hace de mi en su dedicatoria? Alma religiosa y pensamiento heterodojo Pues yo, si hubiera acertado a calificar- me a mi gusto, no hubiera hallado expresin ms verdadera y expresiva. S, si, esa es la verdad: mi alma est llena de Dios, de inmortalidad, de Gloria eterna, de codicias infinitas. La manera como los hombres han dispuesto y arreglado las cosas del cielo, eso es lo que nocabe en mi pensamiento ni en mi conciencia. Unoscatlicos nc llaman
433 ifrflpiD olios inahudu; solamente la aniorade la Vida de San Francisco dio en lii cabeza del climvo Alma religiosa y pensamiento heterodojo. La dedicatoria a que se refiere Montalvo est en el ejemplar de una nueva edicin de la Vida de San Francisco, de la condesa de Pardo Bazn, que se lo haba enviado la autora a su domicilio parisiense, en donde, para ese 1887, se consuman ya los ltimos aos de su existencia. Pisteriormente volvieron los dos a Intercambiar impresiones similares, en su elocuente correspondencia epistolar. (la escritora gallega, que de veras le admiraba, no asumi nunca acitudes de intransigencia, sino, cuando ms, de reflexivas y delicadas disparidades en materia religiosa. No debe olvidarse que ella era una practicante fiel del culto catlico. Algo de esa laya de reaccin se manifest tambin en lo ms representativo del pensamiento espaol, que asimismo pertenecia, con algunas excepciones, a la grey numerosa de dicho sector. Pero no faltaron por desgracia los creyentes a ultranza, cuya posicin le result a mi biografiado acre y hostil. Aunque no con los caracteres tempestuosos que en su pas propio, el Ecuador. Oportunamente podremos observarlo. En torno de este mismo asunto, ms de una vez he supuesto que no faltarn los que se han de preguntar de dnde proceda aquel espritu montalvino, tan saturado de ideas de lo divino pero tan indcil con las normas de la Iglesia. Porque la atmsfera hogarea y la educacin recibida en Quito le predisponan ms bien para profesar un catolicismo exento de dudas y conflictos. De dnde pues la testarudez de sus peculiares convicciones, que persistieron a lo largo de su vida, pese a los sinsabores que no dejaron de producirle? La respuesta podra ser mltiple, sobre todo si se indaga en el caudal de influencias de sus lecturas, que fueron tantas y tan vidas en su autonmica formacin individual. Sin embargo, cualquier revisin atenta de ellas ha de encontrar sobre todo una muy concreta y determinante: la de dos obras del abate de Lamennais: Palabras de un creyente y El libro tIel pueblo. Ambas en versin castellana. El turbulento pensador francs haba levantado entre sus discpulos, que fueron cada vez ms numerosos, la divisa de Dios y Libertad. Quera que la iglesia tradicional se transforinara al soplo de las concepciones polticas del liberalismo. Montalvo, que haba nacido un ao antes de la aparicin del primero de aquellos libros, y que por lo mismo comenz su era literaria tres decenios despus. se sinti fascinado por el proyer: religioso-poltico de Lamennais, y asimil con fervor sus ideas, hasta el extremo (le convertirlas en ariete constanle de sus campaas de prensa. Pero conviene precisar, por referencias de l mismo, que conoci Palabras de (111 creyente en la tradue 15 H,sjn 1w!,,. Fsm,, iI.Tld.j,igs 212-20.
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cin del clebre costumbrista y crtico espaol Mariano J os de Larra, cuyo trabajo se public bajo el ttulo de El dogma de los hombres libres: Palabras de un creyente. Los investigadores a los cuales interese esta materia deberan acudir aun estudio bastante revelador: Lamennais and Montalvo: A European influence upon Latn American Political Thought, de Frank Macdonald Spindler. Establecidas as, en rpida exposicin indispensable, algunas direcciones de la temtica de los Siete tratados, he de poner otra vez el acento en el efecto consagratorio de este libro. Para varios crticos constituy la revelacin inicial de las dimensiones del autor, y para otros la muestra de la culminacin de mritos literarios que ya le venan reconociendo y admirando. Para todos, por cierto, fue una de las creaciones fundamentales de las letras del siglo diecinueve en idioma espaol. Surga entonces, gracias a ella, una figura representativa como pocas ene! horizonte de Hispanoamrica. Montalvo alcanzaba a convertirse en uno de los escritores del nuevo mundo que se adelantaban a sealar a otros el camino de la celebridad en los pases de Europa. El, pues, lleg a ser de los primeros en experimentar un xito plenario y trascendente, precisamente all, a donde haba ido con esa esperanza que alumbraba entre todos sus quebrantos. Y no me equivoco si digo que el primer destello de su nombrada parti de un extenso comentario del hispanista francs Aug. Maulemans, que se public en Le Moniteur des Consulais. Era ste un peridico diplomtico, literario, financiero, industrial y comercial,fundado con el patrocinio de ministros, cnsules generales, etc., y que se editaba en Pars en formato de tabloide, de tres columnas. En las primeras dos pginas del nmero correspondiente a abril y mayo de 1883, bajo el ttulo de Le mouvement littraire dans 1 Amerique espagnole, aquel autor haca efectivamente una apreciacin del primer volumen de una publicacin reciente: Siete tratados, por Don J uan de Montalvo, uno de los escritores ms notables de la Amrica del Sur. Yen la entrega siguiente remataba su juicio laudatorio co referencias al segundo volumen. Los calificativos de grandioso, de magistral, de austero y moral le servan para recomendar el valor de la obra, aunque confesaba su falta de autoridad para hacerel debido encomio del estilo de un maestro del bello idioma castellano Y acertaba en afirmar, antes que otros lo hicieran, que no es posible dar una idea exacta de lo que son los tratados de Montalvo, como sucede con los Ensayos de Miguel de Montaigne. El entusiasmo de Maulemans era sincero, y no se limit a la redaccin de este comentario, pues que en seguida propuso, con resultado favorable, que mi biografiado fuese nombrado miembro correspondiente de una sociedad con sede en Tolosa, llamada Academia franco-hispano-por-
435 tiiiiesa, Pero si o crea no errar como manifest-- en mi criterio de que sus alabanzas Itieron como el deslello inicial de la fama del autor (le los Siete tratados en E niropa , tampoco creo equivocarme si a firmo que en Fra neja en donde segn el mismo Maulemans. ni los escritores ni los sa bios han aprendido a leer el castellano, ese destello se apago sin producir el ms remoto inters. Grave. aunqtie en cierto modo callada, debi de haber sido la decepcin que en ese punto sufri nuestro ntaxitno prosador. Es necesario que aclare que la resonancia montalvina en Pars se encerr exclusivamente en el mbito de la cultura hispana, mantenida por emigrantes espaoles e hispanoamericanos en publicaciones realizadas en nuestra lengua, y para nuestros pueblos. Entindase bien esto, porque se habla muy en el aire cuando se loca el tema de la relacin entre Montalvo y f:rancia. Quizs resulte una prueba de mis asertos la constancia que sent dolorosamente J uan Garavito en el coloquio montalvino que se celebr en Besanzn en marzo de 1975, en la cual hay indicaconcs tan desalentadoras como stas: un estudioso de habla francesa no encontrar nada en qu docunientarse sobre Montalvo. El escritor ecuatoriano figura, con fecha de nacimiento errada, en la edicin francesa del Pequeo Larousse. Pero no en el Dictionnaire des Littratures. La Encyclopaedia Universalis no le dedica articulo - Sin embargo. uno de sus colaboradores, en un trabajo genrico sobre las letras hispanoamericanas, sostiene que est un poco sobrestimada su fama de estilista. Existen traducciones francesas de Montalvo? Es una pregunta que hago a todos. Personalmente, no conozco ninguna. Razonamientos son stos que refuerzan mi propia conclusin: las frases encomisticas de Augusto Maulemans se pronunciaron en un pas de sordos. Pero afortunadamente, en significativo contraste. c]!s poseyeron la virtud de golpear cii la curiosidad intelectual de Espaa. y de producir, all s, su efecto- Bien hizo pues Montalvo en considerarlas de mucha utilidad para imantar sobre l y su libro reciente la atencin (le las personalidades hispanas. Con claras atisbaduras de un resultado favorable, se apresuro a obtener varios ejemplares del artculo de aquel comentarista francs. Se proponia que sus Siete tratados los llevaran consigo, en los envos a las figuras principales de la creacin literaria, el periodismo y la poltica de dicha nacin. Primeramente los despach a dos o tres peridicos de Madrid , y a algn personaje eminen te a quien haba exaltado en sus pginas - De ese niodo, a finales de mayo, haban ya recibido el paquete precioso, de los dos volmenes de la obra en edicin prncipe y el recorte del aludido trabajo periodstico, el director de El Globo y Emilio Castelar. Y ambos fueron (le los primeros en alentar la corriente consagratoria de NI nitalvo
436 en Espaa. A ellos se uni por cierto J esLis Pando y Valle, fundador de una magnfica revista, que se editaba tambin en la capital espaola, y que asimismo respondi rpidamente a la incitacin que traa esa nueva obra de nuestro gran ensayista. Este, por su parle, cindose al plan que se haba trazado para ir a conquistar la fa m a en el solar (le su propia len gua. arm inmediatamente viaje a dicha ciudad. Fue as cmo lleg a Madrid el sbado 2 de junio de 1883. Entr bajo tina de esas lluvias rezagadas de primavera. Se instal en seguida en el mejo hotel de aquellos aos: e1 lo- tel Pars, ubicado, como hasta ahora, en la Puerta del Sol, cuya plaza era ya, y sigue siendo, el eje mismo de la urbe. El diario madrileo LI Globo se refiri a Montalvo con palabras que deben ser conocidas. Las tomar pues de su edicin del martes 5 de J unio de 1883: liemos tenido dice el gusto de saludar al afamdo escritor americano don J uan Montalvo, hablista consumado, filsofo profundo, origina y elocuente, Nos coni pl a - cenios en la visita que hace a a madre patria, en donde su justa celebridad lc licite conquistadas de antiguo ni uchas simpatas. Fi st flor Montalvo, que es uno de los h nihrcs ms importantes del Ecuador, disfrula attualmente el honor de ser candidato para la presidencia de aquella repblica.- Sus obras literarias son bien conocidas y jusamente apreciadas en todo el Sur de Antrica - La ltinia (Inc ha dado a luz en Pars, es notabilsima, y se titula Siete tratados. Frs el volumen segundo, bajo el nombre tic El Genio habla, con riqueza de detalles, de Viet-sr 1 fugo y (asic lar- Con este a tiestro ilustre amigo .conferenciar el seor Montalvo en la presenle semana - El Globo era como as mismo se nombraba un diario ilustrado, poltico, cientfico y literario, de cuatro pginas. En la segunda columna de la tercera de ellas, entre varias informaciones cortas, se public aquel comentario sobre la presencia de J uan Montalvo en Madrid. Pero el que llegue a hurgar a prensa de esa ciudad en esos tiempos, como lo he hecho yo, podr observar que dicha noticia fue preparada para varios peridicos por algn amigo de mi biografiado, a quten l debi de haber propo Cioiutdo tal o cual de tal le informal i yo. Me atrevo a pensar as porque : e hall ido en el diario La correspondencia de Espaa, del mismo martes 5 de unio de 1883, al final de la segunda columna de sti pgina tres, Y en tipo apretado, unas frases de salutacin exactamente iguales a las de El Globo, ntls que sin algunas de las lneas de la ltima parte. Por confesin del propio Montalvo, conten ida en los apuntes ntimos (le su segunda estada parisiense que evoqu y coment oportunamente, y por las reales muestras de su constante inters, hemos sabido que buscaba avivar la imagen del preslign que iba conquistando, hacindola irradiar a travs de los elementos impresos de que podia disponer. Pues bien, en este caso es probable que l mismo cnlregara el dato un poco impreciso de su candidatura a la presidencia
437 (le la republica, recordando quizs los pronunciamienlos espontneos, en todo caso inconcretos, de sectores liberales que enunciaron su nombre a la cada (le Borrero. o en las campaas antiveintemillislas del norte del paR. Respecto a esta oteada de rumores polticos nacionales, que alguna vez traspona las fronteras, resulta reve adora la noticia escueta que he encontrado en el nmero 51, del ide febrero de 1883, de la revista quincenal Eutopa y Amrica, que se editaba en Pars en espaol. 5c menciona en ella precisamente a mi biografiado, aunque escribiendo mal su apellido, como uno (le los sucesores del dictador Veintemilla. Se dice lo que sigue: Por otra parte sabemos con referencia a la Repblica del Ecuador, que los revolucionarios han vencido y han derribado el gobierno del Presidente Veintimilla. Este ha sido sustituido por un triunvirato formado por los seores Ca rho, Montalva y A Ifara Hemos visto que en la noticia de El Globo se indicaba que Montalvo iba a entrevistarse con Castelar en los das de su arribo mismo a Madrid. Y as ocurri, en efecto. Los dos se senttn mutuamente atrados. Nuestro escritor estaba posedo (le una ya larga admiracin por las virtudes oratorias y republicanas del gran espaol. Ello lo haba manifestado en El regenerador, en forma tan rotunda que aun asegur que aqul le pareca superior a Demstenes y Cicern. Y. como para probar la persistencia de su convencimiento. haba vuelto i desplegar un cuidadoso haz (le razones enaltecedoras en los Siete trutad,v, poniendo a Emilio Castelar entre las figuras ejempliheadoras de las condiciones que singularizan al Genio. En verdad en Hispanoamrica destellaba hermosamente la fama de ste. Se lean sus discursos. Se conocan sus heroicas actitudes en la poltica, que le llevaron al parlamento, y un da tambin a la presidencia de la repblica. Montalvo. a su vez, se senta seducido por la elocuencia del tribuno. quin sabe si porque ese atributo le era tan ajeno. Aunque es cierto que tambin l, por su cuenta, en la prosa de sus ensayos, se deleitaba con el uso del acento retrico como medio persuasivo y emocional. En cuanto a la disposicin afectiva de Castelar con respecto a nuestro autor, fcil es admitir que fue asimismo de admiracin, y adems de gratitud. No haba pasado ms (le un a semana de su llegada a Madrid cuando le hizo llegar esta nota: Ooc r do am go mio: Ruegole que deje a nl disposicV -. arbitrio su tarde de manaa domingo. tr a vericaeso de tas tres y inedia ura llevarte luego a nueslras varias xx,sicit,ncs y paseos. A sin, ismo, da de lib ad es et domingo, y mi nico ej ercido ci indio (onio usied debe de tener buenas piernas, y yo siOs deseosde que hablemos largo y tendido. le requiero y enipiazo para esia conversacn peripattica, y e amincio su prcsen tacion de acadmico, ya convenida para a prxima sesin, y firmada por varios (le mis consocios ms ilustres. Me parece c1tte tal turrn pide a voces el premio
438 de cuatro horas (hasta las siete y media), de conversacin y paseo. Le quiero mucho a usted de antiguo y antesdeconocerlo.- Su amigodel alma. Est reflejado en tales lneas el sentimiento amistoso de Castelar. Pero igualmente la jovialidad de su temperamento. Montalvo presenta que se iban a entender en seguida. Adems, aquel gran hombre estaba halagando lo ntimo de sus gustos al requerirle para una larga caminata. Si algo le perteneca de por vida era la costumbre deambulatoria, desahogo de sus soledades y calladas meditaciones. Por otra parte, ninguna buena nueva poda ser mejor para l que ese anuncio de su presentacin en la Real Academia Espaola de la Lengua: nadie, sin duda, entre los escritores de su siglo, haba trabajado con su misma amorosa porfa en el conocimiento del idioma, para embellecerlo a travs de medios originales y conscientes. Su derecho a ser incorporado a la Academia se haca pues irrefragable. Pero, por una desventura que ninguno de los dos se atrevi ni siquiera a suponer, el deseo de Castelar y de algunos de sus consocios no fue ms all de una intil tentativa, segn veremos despus. Sin embargo, en la tarde de ese domingo de paseo, ambos debieron de haber estado plenamente optimistas. El uno y el otro reconocan especial significacin a la pureza de la lengua, aunque siempre que no se la destituyera de aliento. encantos y modernidad. Y el orador y escritor espaol reconoca por su lado algo ms, igual que algunos de sus compatriotas: que J uan Montalvo. en ese 1883, brillaba ya como el prncipe de la prosa castellana. Animada y cordial fue, en suma, esa tertulia peripattica,cuyos interlocutores no se detenan sino para dar nfasis a las exclamaciones, o para satisfacer las necesidades contemplativas de los lugares. Mas, naturalmente, hay que imaginar que aquellas cuatro horas de divagacin madrilea tuvieron que reclamarles una alternacin de desplazamientos a pie y en coche. Yo hu supuesto lo que ello habr sido tras haberme instalado en el mismo alojamiento montalvino el Hotel Paris, de la Puerta del Sol, al cahode cien todos aos. Nada menos que eso. Afortunadamente, el contorno urbane se conserva ah, en buena parte, como en el tiempo de la visita de mi biografiado. Algunos de los edificios son los mismos. Tambin sigue sin mayores variaciones la perspectiva de sus vas. E igual su espritu de animacin. aunque ahora ms bullente y febril, por el aumento de poblacin y por la frentica multiplicacin del comercio en dicho s,ctor. La encrucijada de sus antiguas calles, callejas, travesas, callejones, pasajes, puede pues ser recorrida ahora con un deleite parecido al de antao. Porque persiste la atmsfera venerable de algunos de esos rincones, de balconcitos de rejas de hierro y de fachadas ennegrecidas por el paso de las edades. Asimismo
439 el hotel, situado en el punto de arranque de la nombradsima calle de Alcal, conserva su antigua fachada, y sus interiores no han recibido muchas mudanzas. Desde el segundo piso hasta el quinto, quc es el superior, la escalera es la misma, con sus peldaos espaciosos, de gruesa madera amarilla , extremadamente pulida. En cada uno de sus descansos resplandecen las lmparas y las consolas con bronces o porcelanas. El saln de la planta baja y el comedor mantienen igualmente su decoro, aunque debieron de ser ms dignos que lo son ahora. Y bien, en ese ambiente general del Hotel Pars, a la vez intimo y suntuoso. Montalvo fue visitado por las figuras sobresalientes de la literatura de Espaa. Ni ms ni menos que, dcadas despus, otro genial representante de las letras hispanoamericanas: Rubn Daro. En aquel domingo de junio del 53. ahora tan lejano, su visitante fue pues el orador, escritor y estadista Emilio Castelar. con quien sali a comienzos de la tarde y no volvi sino al anochecer. El itinerario fue por eso muy amplio: anduvieron por algunos sitios prximos al hotel: la Plaza Mayor. la calle de Valverde, en la que estaba la Real Academia Espaola; la de la morada de Menndez y Pelayo: dieron con sta indeliberadamente, de paso: a de ElAteneo.clehreinstitucindeMadrid. Castelarquiso que su amigo conociera esa casa. Su frente era, y lo es todava, de pocos metros. De manera que no permite adivinar la amplitud de sus interiores. La fachada y la escalera siguen siendo de mrmol. Haba, y sigue habindolas, salas grandes de conferencias, en las cuales han disertado personalidades famosas de Espaa y de otros pases. Entre aquellas, Emilia Pardo Bazn, que mientras hablaba ah crea tener entre sus oyentes, muy cerca de s misma, para la fortaleza de nimo que necesitaba, a su amigo J uan Montalvo. Eso ocurri cuatro aos despus de este recorrido de nuestro escritor. Y ahora, el que entra en El Ateneo, puede observar t su dereelia. al subir al corredor principal de la planta alta, un gran retrato de esa ilustre moler que tan sinceramente convencida se mostr de la prestancia montalvina. Probablemente el itinerario a que me estoy refiriendo comprendi tambin partes de la ciudad un tanto apartadas de all: el parque del Retiro, el paseo de la Castellana. t..es fue pues indispensable tomar uno de los coches de la Puerta del Sol, Y. cosa extraa, propia de los enigmas que guarda el destino, sin duda pasaron por el lugar en que en nuestro siglo habra de alzarse la hermosa estatua de Emilio Castelar. para merecida perpetuacin cvica de su memoria. Cuando regresaron al hotel, Montalvo obsequi a su amigo un valioso y elegante sombrero de paja, de los que se producen en J ipijapa, Ecuador, y el cual haba recibido a su vez como obsequio de Eloy Alfaro.
440 Ese sombrero alcanz a tener su propia historia. Vase cmo. Corridos algunos anos, Castelar declar en un d scurso parlamentario que l era ante todo espaol, aunque debiera renunciar a ser republicano y liberal: esto es, aun sometindose al poder de la monarqua. Adems, con nfasis innecesario y ademanes ieatrales , parece que se haba reconocido como devoto que nunca come carne el viernes. Montalvo, en cuanto lo supo, Se sinti desengaado de su amigo, e hizo una pgina cargada de burlas contra l. Record que cuando J ulio Sinion era republicano fogozo, los estudiantes (le la Sorbona, con ocasin de un discurso admirable, hicieron una coleeta y le regalaron un tintero de plata cincelada; y cuando ese mismo Simon reneg de la repblica,los estudiantes se vieron impulsados a reclamarle el tintero, ya atormentarle con el grito de: El tintero, devuelva usted el tintero! Crey entonces que era idntico el caso de aquel a quien l haba obsequiado el sombrero, y en tono duramente irnico escribi, entre otras, las palabras que siguen, que las tomo de sus Pginas inditas: 1 lace algunos aos, Emilio Castelar andaba en las vacaciones de verano por as: ciudades de San Sebastin y Biarritz, con un sombrero de paja alto, levantado, pri ix, roso Tanto llamaba la atencin el personaje con su nombre y su fama, como el sombrero, FI amigo que me lo envi de mi pas, me dijo en su carla, que le haba costado cien pesos en J ipijapa. Nadie saba que En, 1 io Castelar llevaba, como el Embajador de Persia, ms de cien duros en la cabeza ... .- Ay mi sombrero, mi pobre sombrero! Ay ms cien pesos, mis pobres cien pesos! Cundo yo hubiera pensado que un ayunador como sin devoto, un inisaea ntano, se hubiera aprovechado de ellos? Desde CI (la que Casielar ha pronunciado su apostasa en las Cortes, mi sombrero no es regalado de buena vol untad.si no robado. Mi som brero! Vu Ivame mi sombrero!. Desconozco si el brillante tribuno lleg a leer este escrito, y si as termin la relacin de amistad que le una a su autor. Eso hubiera sido latnentable. Porque Castelar se le manifest en todo momento afectuoso y solcito, y de veras trat de buscar ambiente para la incorporacin de Montalvo en la Real Academia Espaola. Pero del mismo modo que aqul, otras figuras notables se le aproximaron en el Hotel Pars, o le destinaron notas epistolares congratulatorias, o comentaron su obra en las columnas de la prensa. As, con el concurso de la inteligencia espaola e hispanoamericana, nuestro ensayista conquist pronto la apoteosis que siempre estuvo soando. Las publicaciones que contribuyeron a ello fueron, principalmente: E/Diluvio, Europa y Amrica, La Espaa Moderna, La Ilustracin Espaola y Americana, Los Dos Mundos, Revista de Espaa, Revista Cotitempornea y El Correo de Ultramar. Entre los personajes de las letras que, a ms (le Castelar, fueron a verle en su albergue de la Puerta del Sol, oque le invitaron a encontrarse con ellos, se contaron Gaspar Nez de
441 Arce, Marcelino Menndez y Pelayo, Eduardo Calcao, Manuel del Palaco, J ess Pando y Valle. Y entre los principales de sus crticos y panegiristas, en cuyo grupo se hallaban tambin algunos de los que acabo de mencionar, deben ser citados J uan Valera, Emilia Pardo Bazn, Leopoldo Garca Ramn, Luis Carreras, Carlos Gutirrez. A quienes hay que agregar los nombres de dos figuras italianas: Csar Cant y Edmundo DAmicis. Si bien stos no publicaron nada sobre mi biografiado, las sendascartas que le dirigieron las hizo l reproducir en la revista Los Dos Mundos, de Madrid. En una de sus columnas, en la edicin del 18 de noviembre de 1883, aparecieron ellas efectivamente, precedidas de una nota que dice: Toda la prensa europea se ocupa de la obra magistral del ilustrado escritor ecuatoriano nuestro amigo D. J uan Montalvo - vamos hoy a publicar dos cartas (relativas a los Siete tratados), que por ser de eminentes escritores deben pertenecer a la literatura; una fue dirigida al Sr. Montalvo por el historiador ms reputado de nuestra poca (Csar Cant), y la otra por el no menos conocido escritor italiano Edmundo DArnicis, cuyas obras se traducen a todos los idiomas. El texto de ambas epstolas es ya bastante sabido. Cant, haciendo referencia a los Siete tratados, le aseguraba-:Conocidos, ya lo eran en Italia: uno de ellos, El buscapi, acaba de ser vuelto a nuestra lengua. Eso, naturalmente, tuvo que haber sido as. Ni duda cabe. Mas por desgracia yo no pude dar con esa versin italiana, ni buscndola en la Biblioteca Nacional de Roma. Ah hay nicamente un libro antolgico sobre el libertador Simn Bolvar, cuyos autores son Montalvo, Mart, Rod, Blanco Fombona, Garca Caldern, Alberdi. Trae un prlogo de Miguel de Unamuno. Y bien, para terminar su carta, Cant suplicaba a nuestro escritor que le ofreciera la oportunidad de manifestarse adicto al hombre ilustre que honra a su patria y al gnero humano. Por su parte, Edmundo DAmicis le confesaba lo que sigue: Despus de las merecidas alabanzas que de vuestra obra han hecho tantos varones nclitos, no me atrevo a exponeros tui admiracin, la cual es grande, ya por la verdad y la rareza de las ideas, ya por la belleza de la forma, ya por la elevacin del intento. Y, como haba que esperarlo, J uan Montalvo se interes tambin en difundir ambas cartas entre los lectores de sus propios libros, yen comentarlas entre los suyos. A su sobrino Adriano, para citar uno solo de estos casos, le contaba que Cant le haba dado la noticia de la traduccin italiana de El buscapi. y al respecto le expresaba- : Me parece haberte dicho que el tratado que yo estimaba ms era se, por su mrito literario. Y acaso no estaba equivocado. En fin, a travs de estas referencias se habr podido advertir que en el viaje de Montalvo a Madrid, cumplido con la intencin exclusiva de
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Anuncioen Europa y Amrica Marzo de 1887, en el cual en el cual se avisa la venta de obras de Montalvo. abrir un horizonte de celebridad a sus Siete tratados, hubo un toque de real profeca. Actu como iluminado por la fe que senta en su grandeza de creador, cuya necesidad de ser reconocida clamaba dentro de l. Y prontamente los adeptos ilustres fueron compareciendo en su torno. Se podra asegurar que formaban un coro notable, en el que cada personalidad pronunciaba un juicio de enaltecimiento por propia e individual conviccin. Todos en efecto parecan persuadidos de que aquel emigrante ecuatoriano era un intelectual de atributos excelsos. Algunos se referan a l como a un ser en cierto modo histrico. Buena prueba de esto es la descripcin trazada por el tan conocido poeta Gaspar Nez de Arce, que en ese ao de 1883 se desempeaba como Ministro de Ultramar del gobierno espaol, y de la cual tomo los detalles que siguen: Era un hombre todava joven (estaba en los cincuenta y uno de edad), alto y enjuto. de cabello muy negro y crespo. y de frente despejada, cuya serenidad turbaban, de vez en cuando, ligeras contracciones, quin sabe si a impulsos de algn recuerdo penoso y sombro! Tena la coloracin mate, lan frecuente en los hijos de los trpicos; la palabra lenta y montona; la boca desdeosa, nada propensa a la risa, y los ojos brillantes, aunque de mirada vaga e incierta .. .- Sin embargo, bajo aquella apariencia fra y mclanclica, ocultbase quizsun ser humanoatormentado por pasionesardientes, de voluntad firme y concentrada. Pese a las circunstancias tan pasajeras en que los dos escritoresse trataron, Nez de Arce demuestra con qu fidelidad y nitidez se le haban grabado en la memoria el aspecto personal y el fondo anmico, perspicaz- mente entrevisto, de J uan Montalvo. Ene1 mismo plano de captacin certera de los rasgos de aquel hombre que, bajo el resplandor de sus propios escritos excepcionales, se iba convirtiendo ya en a imagen no fallecedera de los predestinados, se alza tambin la evocacin que quiso hacerle Leopoldo Garca Ramn. Es elocuente que dos extranjeros, dos testigos extraos al pas de Montalvo, dos espaoles notables, le hayan visto como personaje cuyo carcter habra de interesar a los admiradores infalibles de una hora futura. A este respecto, quizs es conveniente que haga yo la oportuna confidencia que sigue. En una tarde de setiembre de 1986, en mi hotel de Buenos Aires, el clebre escritor argentino Ernesto Sbato me manifest su contento cuando le cont que estaba preparando esta biografa, y se apresur a pedirme que reflexionara sobre la torpeza de los que se obstinan en llamar repblicas subdesarrolladas a stas que son capaces de producir figuras tan extraordinarias como la de J uan Montalvo. En realidad, de la aptitud suya para una amplia consagracin internacional son prueba las impresiones que estoy citando. Y precisamente, en lo que
443 loca a )as que no.s ha dejado Garca Ramn que son extensas se podra arreciar sti justo sentido admirativo en la sntesis que va a continuacin: Era de aventajada estatura, cenceo y tan enjuto de carnes quc, a pesar tic la hico de sarro 1 lada a rin aid o sc a paree la a s elevado su h ti sto, mis largas sus la rgu fs i mas piernas. Produca en el nimo la impresin de lo ondulante y flexible, la movediza caa, el uneo silbador, todo lo que se dobla sin rompcrsc: y con su andar a grandes trancos. su delicadeza al echar el pie y sentarlo en tierra, recordaba la marcha acompasada del hermoso y implo flamenco.- Varonil y expresiva lenta la cara, (loe autt eren estar viendo. Coronaba la alta, despejada frente, graciosa curva, explosin deertornie.t Sol iii SS uI SI Z It botlte, ya argentad os eu a otto le con tic i . . . - I.o que desde luego se lot aha en MonI Ilvi, , a primera vista, era la niel ieulosa pulcritud de toda su persona . . . 1 levaba siempre el pelo bien dispuesto y aseado. el bigotillo encerado con oloroso cosmtIco. blanc s y lustrosos los dientes, rasuradas las mejillas (bastante pobres de barba), las mailos largas y nudosas. como acabadas de lavar. con tias liniptas y lucientes, recortadas con minuciosa tijera. - Su vestir, sencillo y elegante, era costoso por la riqueza de las telas de su ropa y del pao de sus trajes. Como el viejo de Montaigne (uno de sus autores favoritos) no usaba colores Calzaba siempre zapato de charol y media obscura. La corbata, de ancha lazada y puntas colgantes, generalmente era negra tambin ... Los guantes s solan alegrarse con matices ms vivos, sin romper la armona del tono obscuro . .. -Ni espaol ni americano en lo de colgarse llamativas joyas; creo que ni gastaba cadena de reloj, y digo creo porque nunca le vi desabrochado.- Sus fra- seseo el tratado de la belleza nos revelan un enamorado constante, ms terico que prctico: no por la culpa de los aos ni de la complexin endeble, sino porque el culto de la filosofia y de las letras preponderaba sobre el amor profano. Nacera de tan simptica moderacin su horror al tabaco? A esta hierba le llama envenenado, unive,sal,- Corts en ademanes y palabras, estrechaba la mano que le ofrecan con fusin, si era querida, con natural deferencia si era indiferente: en su aspecto exterior haba la severidad y grandeza del hombre de representacin, del que al tomar asiento en la silla de los legisladores impone respeto, y al ocupar un silln presidencial puede ostentar la majestad teatral y hermosa que los pueblos de raza latina exigiro siempre al jefe del Estado.- El alma de Montalvo es en estos momentos a que me refiero 1887ms amante que lo fue nunca, y no s, ni aunque o supiese lo revelara, si hubo alguna seora mezclada a su existencia por aquel entonces; pero me parece que s. Viva solo, en modesta y limpia habitacin, trabajando cuando se le ocurra, haciendo elda de fraile, segn murmuraba a media voz, con el pertinaz y lento dejo americano que tanto contrastaba con la viveza de su estilo; pero ciertas reflexiones y entonaciones al hablar de la mujer y de aventuras galantes, ciertas nimiedades que no prueban nada y que un observador tan poco sagaz como yo toma a menudo por indicaciones cuando nada indican, me hicieron suponer que acaso la celda se converta en altar de amores tti 1,as dos reproducciones anterIores son acaso suficientes para dar idea (le la singularidad con que le miraban y admiraban los intelectuales de Es pana . - adems, para que se lenga una imagen neta de aquel Montalvo 1.55 5 nb;p,tmi tb,,Inmj N&,dr,d.tctrrr,dc 550 Anut
444 del ltimo destierro: esto es, de los aos postreros, ya en la cincuentena de su edad. Hay desde luego que prescindir de documentos epistolares y testimoniales valiosos, y de textos crticos aparecidos en las publicaciones que he mencionado, porque el transcribirlos, o el aludirlos siquiera con algn detalle, sera cosa de nunca acabar. Me parece en cambio que prestara yo un servicio a los estudiosos si buscara hacer una edicin especial de cuanto he recogido en Europa, que comprende comentarios sobre mi biografiado y trabajos propios de l mismo.
445 CAPITULO XX Doble tormenta y resplandor final Despus de explicar los caracteres de la apoteosis montalvina, en que se presentaron evidencias tan atractivas como convincentes, imposible es no indicar, en homenaje a la veracidad, dos hechos de carcter opuesto. y por ende negativo, que se dejaron ver con igual relieve notorio: el de la actitud de la Real Academia Espaola, que no le abri sus puertas, y el de la reaccin de la clereca ecuatoriana en 1884, que consigui la condenacin papal para sus Siete tratados. Cuando Emilio Castelar le anunciaba, como si le estuviera prometiendo un turrn, que en la sesin prxima de la Academia el nombre de Montalvo iba a ser presentado para su incorporacin, con la firma de sus consocios ms ilustres, no le estaba diciendo una falsedad. Porque en efecto era ya un asunto convenido. Los pro- ponentes de ese ingreso iban a ser el propio Castelar, J uan Valera y Gaspar Nez de Arce. Presidan la docta institucin J uan de la Pezuela, conde de Cheste, como director; Manuel Tamayo y Baus, como secretario; Manuel Caete, como censor, y Aureliano Fernndez-Guerra y Orbe, como bibliotecario. Se hicieron contactos entre aqullos y stos, como paso inicial. Luego se formularon otras consultas individuales, en forma discreta. Los patrocinadores de la iniciativa examinaban bien el ambiente. Queran estar seguros de hallar aceptacin. Mas terminaron por desengaarse. La mayora se manifest contraria al acceso acadmico de nuestro escritor. Por qu? Razones, quizs, de egosmo o cje inescrupuloso y negligente desprecio frente a un americano? Ni lo tino ni lo otro, seguramente. Pues que era fcil descubrir o que en realidad pi esionaha sobre su conciencia imponiendo el sesgo de sus determinaciones: era no otra cosa quc la Sin a las crticas de los Siete tratados, tan inusuales y desembozadas, cii
417 asuntos del dogma y de la liturgia corno del comportamiento del mal sacerdocio catolico. Los acadniicos de la calle (le Valverde eran de una almenada posicin ultraconservadori, y jams se prestaran a transigir con la filosofa hertica de Montalvo, ni a conformarse con la idea de contarlo entre ellos, en ese bastin derechista y monstico. Queesohe de aclararlo era su organizacin por entonces. Debo decir que conozco dos versiones de este acaecido que no se ajustan estrictamente a la verdad, y que se las anda repitiendo con mala intencin o por [alta de celo en las indagaciones. La una, basada en la explicacin amable que Tamayo y Baus dio a J ulio Calcao, se afana en querer probar que la Academia Espaola tena manga bastante ancha para admitir entre los suyos a gentes de ideologas y credos diversos, y que en el caso de nuestro autor lo que haba habido era una consideracin de tipo general, ya invocada en oportunidades anteriores: la de que no se podan designar miembros correspondientes a personalidades de pases en donde ya se hubieran establecido academias de la lengua castellana conectadas con la de Madrid. En el Ecuador se afirmahaba ya una. Es cierto. Se la haba fundado en 1875. Exactamente durante el ltimo ao del gobierno de Garca Moreno. Pero, como no es difcil sospecharlo, por todo cuanto he explicado sobre el ambiente intelectual en que batall Montalvo, en dicha corporacin se haban agrupado sus rivales, desde Pedro Fermn Cevallos el director hasta el ltimo de sus integrantes. Cmo cabe, por lo mismo, ni la suposicin de que alguno de ellos, en acto de justicia o de nobleza, se hubiera atrevido a sugerir el ingreso de mi biografiado a esa entidad. Y as, en consecuencia, la iniquidad cometida en el mbito domstico encontraba una dolorosa confirmacin en el horizonte espaol. La otra versin del hecho es la de que la Academia madrilea lleg a conocer la proposicin de Castelar, Valera y Nez de Arce, y la rechaz. Uno de los panegiristas ms constantes que en ese pas tuvo Montalvo Luis Carrerasestuvo convencido de ello. De manera que en la revista Eciropav A,nrica, edicin del 15 de marzo de 1885, con elarrebatadoestilo que le era propio, y tras calificar a los acadmicos con las voces ultrajantes de cuervos y lechuzas, de gramticos cojos y de fillogos zurdos ensay la defensa que sigue sobre nuestro autor: Con vn/a nse stos (los aea d ni icos) de q uc si hemos de tener Academia con vie nc que sea, en lodos concepios. nito corporacin grande y respeialle. No es una bajeza, no es una indignidad, no es lina infamia literaria que hahindose propuesto a la actual
448 et nombramiento (le socio correspondiente para iii prosista tan importante conio el americano Montalvo. a pesar de la sinipala que inspiraba all la arqueologa lingstica de Siete trotados, le desechasen porque A urcl iano Fernndez (hierra grit como un energmeno que Montalvo noerca en la Stinhisima Trinidad? De haber sido formalmente propuesto, y rechazado en alguna sesin de aquella entidad - como cree Carreras, eso hubirale resultado gravemente ofensivo. Pero por fortuna hay constancia de que tal hecho no ocurri, debido a las consultas cautelosas de los pretendidos proponentes. La documentacin del archivo acadmico de Espaa nos lo est probando. Y con la garanta de mt investigacin personal puedo asegurarlo. Y bien, sentadas estas indicaciones sobre las referencias distorsiona doras de aquel acontecimiento. inimaginablemente torpe y sectario, y que evidentemente hizo mella en nuestro escritor, debo recordar que l mismo se ocup en rectificarlas en seguida, con la mayor severidad y precisin. As, fueron varias las veces en que aclar que su nombre no lleg a ser propuesto en el seno (le la Academia, y que. de haberlo sido, se lo hubiera examinado a travs de su combatida Iteteroclojia, no de sus mritos literarios. Con respecto a lo (le la manga ancha y al uso de no incorporar a intelectuales hispanoamericanos a la insti tucion madrilea, que haban sido las razones invocadas por Tamayo y Baus en la aludida explicacin a Calcao, para justificar la actitud de los acadmicos espaoles, mi biografiado fue terminante en sus observaciones. Las expuso precisamente en una respuesta que dirigi a Calcao, y de la que conviene que yo haga tinas hrevsimas transcripciones, a modo de revelacin del fondo de verdad de esta desagradable incidencia en la carrera (le Montalvo. Tngaselas a continuacin: Ya que Don Mniiiel tamayo y Baus viene adjunto a este negocio en la e.u te usted. le dir que la respuesta que le ha dado ese buen seor adolece de equivocacin. En ningn tiempo ha dejado la Academia de enviar diplomas de miembros correspondientes a todas Fas repblicas de America, y los siguen prodigando sin averiguacin ni empacho. Castelar ha afirmado liinianienie que cuando tent el vado bati en los viejos devotos de la cal le de Valverde tal tempestad contra el autor de los Siete rujiados, que juzgando como ortodojos y no como literatos, le negaban los sacramentos. No es verdad, como bao propagado mis malquerien les, que yo haya sufrido un rechazo, pues nunca he sido propuesto... .- ya usted ve que el que escribi la Rplica a un sofista y la Mercurial ui-lusuistica, sabia nl uy bien (loe, lejos de acerca rse a la Espa o la - se separaba un mundo de ella... -- Seor, como t sostienes el principio (le que las cosas no existen. pense que ese vaso no exista, y tus romp. Canalla el vaso no esista para la escucla pero aqu exista.- Segn este nluNio de discurrir de muchos acadmi 449 cus. Yo cxv,to hiera tic a Academia, y aun soy lo que ellos cliccn peri en la Academia. lis cuslo. polque si lo quiere la sed. En fin, se consumo un acto de palmaria injusticia al proceder de esa manera con uno de los ms admirables hablistas castellanos dc todos os tiempos. Pero l. que no era fcil para otorgar perdones, no lo olvid jams. Primeramente le hizo expiar al ya mentado Aureliano Fernndez Guerra. bibliotecario de la Academia Espaola. un par de faltas: la del trato malvolo y ofensivo con que le recibi en su casa, a donde fue en compaia del ministro de Venezuela en Madrid. y la de la inquina con que procedi en dicha corporacin cuando Castelar haca consultas delicadas para la nominacin acadmica de nuestro autor. El castigo fue de los que l saba descargar, sin piedades de ningn gnero, sobre los que se atrevan a agraviarlo. Esto es, obligando a la pluma a dar dentelladas colricas y desgarradoras. Se puede pues apreciar el grado de este nuevo furor punitivo en las pginas de dos trabajos que titul Visita tempestuosa y Modelo de elocuencia acadmica. El uno fue para responder en tono incisivo a las descortesas de q nc Guerra y Orbe le habia hecho vctima, y el otro estuvo destinado a hefarse de ste mediante un anlisis implacable de todos los yerros idiomticos y de composicin literaria que haba cometido en una de sus creaciones de mayor resonancia: para ser precisos, aclaremos que en su discurso de incorporacin a la Real Academia Espaola. Raras veces se encontrar una idoneidad de critico de semejantes alcances demoledores. Con atributos de erudicin, con maestra en el dominio de la lengua, con lgica en los argumentos y conclusiones: en suma, con demostracin persuasiva de cul era el grado de sus conocimientos idiomticos y de su destreza en la elaboracin de una frase castiza y elegante, se afan en demostrar la ineptitud literaria y lingstica de Guerra y Orbe. Pero, adems, quiso desmedrar sutilmente el buen nombre de la citada institucin madrilea, A sta la hizo aparecer con la denominacin despectiva de Academia de Tirteafuera. [le de hacer notar que tira es sncopa de trate. Y que ticteafuera vie nc a significar trate afuera, a pi rt ate, nd a te all. Esto quiere decir que el nombre se lo hahia ganado la Real Ar:.demia por su comportamiento saudo con Monlalvo. Ile (le ree uar a] rflislflO tiempo que ese vocablo Tirteafuera y el nombre de Pedro Recio, a quien nuestro autor hace actuar en sus pginas de burla y de crtica como impugnador del dis 15 ion, foninu, 45),,,, isIu,( ile,,,,,. Quito. 591
450 curso de Aureliano Fernndez Guerra, esl.n lomados del captulo XLVII, de la segunda parle del Quijote, que tiene relacin con el gobierno de Sancho Panza en la nsula de B a rata ri a No se suponga. porcierto, que sa fue la nica acometida rnontalvina contra los acadmicos espaoles. Porque hubo otra, casi desconocida, perdida casi. Apareci bajo el ttulo de El terreinmo de la lengua castellana, en el nmero 156, de junio 15 de 1887, de la revista quincenal ilustrada Europa y Amrica, que se publicaba en Pars. Fue un ensayo de pocas pginas que no llev nombre de autor, pero que es absolutamente reconocible como de Montalvo, no slo por sus ideas y la forma de expresarlas. sino por la repeticin de giros usados anteriormente por l. Adems, sus contemporneos se lo atribuyeron en seguida, y l nunca neg tal paternidad. Debo hacer saber que Antonio Gutirrez (le Valbuena, belicoso y terrible impugnador de la Real Academia Espaola, haba publicado una Fc de erratas del Nuevo Diccionario de la Academia, y que nuestro escritor, ansioso de leerla, le haba pedido a su amiga Emilia Pardo Bazn que le consiguiera un ejemplar y se lo remitiera a su residencia parisiense. As ocurri en efecto. All por la mitad de 1887. Y lo cierto fue que, presintindolo ono, hall de ese modo, mediante dicho envo, la oportunidad de preparar su propia arma para lanzarse contra sus nunca olvidados devotos de la calle de Valverde: esto es, contra aquellos enemigos que se negaron a recibirle como uno de los suyos. El arma no fue otra que el ensayo que he nombrado: El terremoto de la lengua castellana. Su texto no ha sido reproducido desde que l lo public, hace ms de cien aos. Ni el acucioso compilador y salvador de los trabajos de nuestro gran prosista Roberto D. Agramonte haba dado con ste. Lo menciona sin indicacin de su ttulo; y con palabras que estimulan la investigacin, expresa: Precisa buscar ese artculo de Montalvo. Por fortuna, me correspondi la suerte de remover una copiosa papelera impresa del siglo anterior, en horas y horas de indagacin en Europa, y de hallar esa tan valiosa produccin monlalvina. La he entregado para su difusin al Consejo Editorial de Ambato que, a travs de su Municipalidad y la Casa de Montalvo, se propone recoger y (lar a luz la obra eompleta de ste. E-lay unaS an()tcin ms que hacer en torno de LI terremoto de la lengua castellana, como medio (le COrroborar la autenticidad de su procedencia, y es la (le que el 3 de julio (le 1887 la aludida autora espaola Emilia Pardo Bazn le puso ami biografia do tina carta con las [rases que siguen:
451 1 lev sto Cm a, t,culo tic usted (ial sttpoitro) en Eur,,ja, s /ipineo. adltojdndoseii sen ti, de Escalada sc era uno de los seudnimos usados por Antonio (intirrczde Val- 1E arisculu est bien: pet,, -- nstcd tu h,, pcissatto alguna ve, en ser soi lo ,or?cspLLnhtIcst te,tr u ti odr,,ti,C Si dei, puede agradole serlo no,rscr,I1ii ms artico li,s LIC esos. Acaso,, le tengan a usictl en entredicho Li satla se nl sai1:, u. -Consejo ese, vado de ansig, leal. Pero. naturalmenle.se (jebe itiluirque ninguna cosa esiaba ms lejos del eonvenci niento de dique la probabilidad de un ingreso a El Real Academia Espaola. tras iodos oque le haba acontecido. Las objeciones que contena aquel trabajo inontalvino, formuladas en toisos aspero y burlesco, y mol vadas por las decenas de miles (le errores y ade lesios que haba sealado Val buena en la d nodcima edicin del Diccionario de la Real Academia Espaola, le llevanus a calihear esa necedad de los genios malficos de la calle de Valverde con tina designacinis cargada de desprecio: la de enorme empanada de carne (le C rro - 111(1 qu como nl ro de los hechos que perturbaron el ambiente de la consa2r;leion internacional de Montalvo el pronunciamiento hostil de la Iglesia e it el Ecuaclo r producido precisamente p r los Siete tratados, Y al tid a (lite ste se proyecto hacia la prohibicin de la lectura (le la obra a t ra vds del Vaticano. Eso ocurri eeclivamente as. Nuestro autor dej ver que de algun modo lo presenta. Ittes que el 15 de enero de 1 KS4 le escribi a Adriano dicindole: Supongo que habrn va ustedes recibido sus ejemplares respectivos de los Siete tratado,v, si el padre Ordez no ha hecho de las suyas. apoderndose de los cajones. De Guayaquil han escrito que esto se proponia aquel clrigo; pero en Guavaq u 1. dicen, habr pnnzera ti/lO rttttelta que dejar secuestrar mi libro. la person a a qtne n se estaba refiriendo ni biografiado era el arzobispo de Quito monsenorJ os Ignacio Ordoez. Tres aos mayor que l, nacido en Cuenca y coii alguna especia lizaein eclesistica adquirida en Pars. Colaborador aeiivo de Garca Moreno, con algunas iniervenciones en la sidi pblica ecuatoriana, 1 la han tenido encuentros desapacillcscon Moni:tiso. segn It) narrEl ste con sarcasmo. La posicin de ellos era pues la de dos antiguos risales que estaban como aguardando el monleislo (le su recio enlrentatnic,ito. Que o intS ci el al/obispo el l) de lebrero tic l,XS4. con el l:invajnietiio (le tiflO cano paslot:tl. Icida cn los plpitos tIc Quito, cursi rOpssLl() tu treprohat condenar os _Siet, tianidas. los tildaba de libio malo por contener proposiciones Iserlicas, mxilisas escandalosas y principios contrarios a los dogmas revelados. lrataba tIc hacer ver cts el escii nr 1;, imageli tic
452 un blasfemo que da sacrlegas bofetadas a J esucristo. Muy POCO demor la respuesta dci agraviado. Consisti ella en una obra enardecida de Coraje, en la Cual la defensa se le troc en un ataq tic violento, pugnai en todo sentido, destructor como pocos. La public deniro de ese nismo ano, pues que la elahor aceleradamente, con vehemencia irresistible, con pasmosa fuerza de Improvisacin, desde luego con stis usuales aciertos expresivos. Apareci en Pars con el ttulo de Mercurial eclesistica, qtle en s mismo no corresponda a la viva sugestin del contenido. En ste haba no nicamente e comentario, entre cruel y festivo, de la pastoral (le Ordez, sitio adems un sinnmero de consideraciones sobre las batallas cruentas del catolicismo, los encrespamientos de barbarie de las manifestaciones del fanatismo religioso, las tenebrosas tentativas de sofocar las expresiones artsticas del baile, el teatro y la novela, y por fin sobre el contraste que adverta entre los anatemas de su paisano el mitrado y los elogios de las grandes personalidades de Europa. A su sobrino Adriano le habl, en una de sus cartas, de la significacin de la Mercurial eclesistica o Libro de as verdades (que era el subttulo), con oportunidad de una circunstancia imprevista e infortunada que recay en el envo de sus ejemplares a Amrica. Le dijo entonces: no es un folleto conio t has pensado; es un hhrn muy bonito. Fueron a Panam hace un mes 75t1 ejemplares lindanie n le e mpastados. Pero mira la suerte de los nial va(los, el cable anuncia la prdida del buque en que fueron. Casi todo la carga se ha perdido, y una parle la han salvado averiad& Tal contrariedad debi de haberle herido en lo intimo: no se olvide cmo se preocupaba en la circulacin amplia de sus libros y en la muy elegante presentacin materia] de stos. Desde luego, igual que ocurri con los Siete tratados, los gastos procedieron de la mano generosa. y ajena a ]a ms leve ostentacin, de su compatriota Clemente BaIln. 1 loe por un, en una nota suya, dirigida a Montalvo y fechada en Paris el 13 de agosto de 1884. esta referencia ligeramente reveladora: Quedo adverlido de que Engel incluir en su cuenta la empastadura de trece ejemplares de l.a Mercurial. Para entonces, aquel su mecenas le favoreca con la cancelacin de lasohligaciones que austeramente iba contrayendo. Y, con respecto a la significacin misma de este libro, es probable que algttnos quieran saber si realmente respondi, por su flujo de ideas y su sentido literario, a las exigencias de la celebridad ya adquirida por su autor. O si. quizs, por la extremada presteza con que fue elaborado y lo
453 :iecideiilal de su astililo, vino a ser ante todo un conjunto de pginas desimiromidizas. (le CSiiS que tienden a anublar el prestigio de sus improvisa dores. Pues bien he de afirmar que fue lo primero. Los intelectuales espaoles leve ion la M(ftIIria/ eclc.vidvtica, y la encontraron atractiva, aunque sin dejar algunos de ellos de establecer las reservas que les impona su condicin de lides del culto catlico. Una demostracin elocuente de esto son las [rases que Emilia Pardo Bazn dirigi a Montalvo: Ya he saboreado -le nianifesti5 l.o inercunal. Es poco cuanto pueda decir a Ud. en el do del esi i lo pa rece unas veces esculpido en bronce, otras en terso alabastro, y tiras modelado en viva carne. Adenuis hay en tan 1 Irga invcctiva toda la gracia necesari a para que ni un morne n to canse su lectura. No necesito hacer reservas en cuanto al londo Ud. las adivina vvo puedo ahorrarlas. Pocos das despus. tom a expresarle su fervor por ese libro, en estas lneas: Anoche rele la Mercurial, con ms deleite que la primera vez. Y por cierto que se me ocurri una observacin: ya se la dir a U. de palabra. qu prosa!. La observacin nunca la conoceremos. En cuanto a las reservas. mi biografiado las admitia naturalmente, porque dio muestras de que saba comprenderlas. En las misivas que le destin, dentro de la valiosa correspondencia que mantuvieron, ms de una vez aludi a ellas, y le hizo notar cunto se semejaban los dos en su amor de lo divino y de la espiriualidad. Y. desde luego. tan respetuoso era del juicio y de las creencias de otros en el campo religioso, que a su joven compatriota Federico Malo, a quien posteriormente le fue brindando confianza, gracias a su trato constante en Pars, le advirti que se recelaba de poner su obra en manos de l, precisamente por las caractersticas del contenido. Le escribto en e fecto: lo, noilivos de delicadeza oo le mando la Mercurial eekaistica. Si es usted ultramon ano endiablado, como se usa en nuestra tierra, y amigo adems del Padre Ordez, o e lo, de eusia r ese libro. Bien que aun prescindiendo de la parle histrica y persa idavia queda ria la literaria, la cual pudiera i nieresa r a Ud.. segn creo que es J osen sic p0 etilo. La pastoral del arzobispo quiteo y la rplica de Montalvo fueron por cierto tema de conversacin y de pareceres co .tiapuestos en los bandos, poi lo comn aguerridos, de liberales y cor ..crvadores del Ecuador. Haba quienes sospechabais que el notable historiador y ensayista Federico Gonzlez Surez. que entonces ejerca de secretario (le Ordez, haba escrito aquella pic za religiosa. El lo neg rotunda me n te. en carta di rigi ti a a Jan
454 Len Mera. Pero la historia de la impugnacin dela Iglesia noterminalli. Porque luego vino el pronunciamiento del Papa a que tambin alud. Para ello el desapacible monseor Ordez realiz viaje expreso a Roma. Tengo razones para suponerlo. Efectivamente, recuerdo que Montalvo. en una epstola del 14 de setiembre de 1884 a su sobrino Adriano. hizo la siguiente referencia sobre aqul: Este pcaro se ha ocultado aqu. Sali de Panam hacen cincuenta das, y nadie sabe de l. Probablemente habr pasado a Roma calladito ya oscuras. Acaso no se equivocaba. Pues que, a ms de tal o cual diligencia ordinaria de su episcopado, debi de haberle obligado a hacer rumbo a talia el empeo de conseguir la fulminacin pontificia de los Siete tratados. Quizs a eso habra que atribuir el mentado sigilo de sus pasos. Los hechos coinciden y llevan a esta conclusin. Es necesario que se sepa que, apenas dos meses despus, el Papa Len XIII orden la prohibicin de su lectura. Por mi parte he de informar que he hallado la constancia correspondiente en los documentos que se guardan en el Archivo del Vaticano. Es sta: Montalvo J uan. Siete Tratados en dos tomos. Besanzn. 1882.- Decr. 19. Dcc. 1884. Pg. 274.- mdcx Librorumh Prohibitorum.-Sanctissimi Domini Nostri.- Leonis XIII. Pont. Max.-Taurini Typ. Pontificia.- Petrus Marietti. 1890.- Collezione Pietro Marietti No. 233. Entre otras personalidades clebres, la de Vctor Hugo. tan amada por nuestro escritor, fue tambin vctima de la misma sancin vaticana. En su caso las prohibiciones recayeron sobre las novelas Nuestra Seora de Pars y Los miserables. Pensando sin duda en ello la Pardo Bazn, leal siempre en la profesin de sus sentimientos, le alivi a Montalvo de sus probables contrariedades con estas frases de aliento: Lo queme dice U. de los Siete tratados acrece mi antigua curiosidad de leerlos. Para que hoy en (la prohiba un libro el Papa con Encclica especial, se requiere que se distinga por algn concepto de la muchedumbre de impiedades que vomitan las prensas a cada minuto. En fin, por las manifestaciones ditirmbicas de la crtica de algunos pases de Europa, y aun por estas reacciones tempestuosas que acabo dc evocar, puede asegurarse que la dcada del ochenta que adems fue la ltima de su existenciase constituy en lo ms significativo de su destino de escritor. Como para corroborarlo, otras de las actitudes en torno de su obra llegaron a producirse en ese mismo lapso y con carclcr un tanto semejante. Esta vez la confrontacin de reacciones se dio a distancia, por
455 su doble procedencia americana y europea. Aludir primero a la de nuestro continente. En el Ecuador hubo un colombiano que se propuso, con una porfa de tres aos, carcomer el prestigio literario del autor de los Siete tratados. Hay la sospecha de que estuvo remunerado por una catlica ya vejancona cuyo deseo piadoso era conjurar con tesn la presencia espiritual del hereje, o sea de esa encarnacin demoniaca que a sus ojos era Montalvo. Dicho mercenario de la pluma era un J uan Bautista Prez y Soto, domiciliado en Guayaquil, y quien us como instrumento de sus objeciones y agravios el peridico Los Andes, de esa ciudad. Desde 1884 hasta 1886, efectivamente, public en sus columnas innumerables artculos de anlisis saudo de los tratados de la nobleza y de la belleza en el gnero hiiniano, del libro de mi biografiado, y luego los recogi en varios tomos voluminosos bajo el ttulo de La Caranina, antdoto contra el inontalvismo. La sola designacin deja ver a las claras su propsito demoledor. Y, cual ocurre con toda crtica de malas tripas, segn la expresin tan definidora de Antonio Machado, en ella rebosaban la iniquidad y la mala fe. Los yerros tipogrficos de la primera edicin, contra los que nada pudo la ansiosa recomendacin del autor a sus impresores de Besanzn, fueron parte de las pruebas que tom el impugnador para hacer fisga de la capacidad idiomtica y del atildamiento estilstico de Montalvo. Pero tan poco eficaz ha sido aquel centn de reparos que los antimontalvistas de aos posteriores no lo han hecho servir ni como fuente de citas. Prez y Soto, por cierto, no se qued satisfecho nicamente con esos desahogos colricos de sus artculos de Los Andes. Quiso, as, usar otros medios de ms despreciable jaez para desmedrar la figura e su vctima. Y encontr los momentos de hacerlo. Primero, afirmando calumniosamente que un comentario elogioso sobre El espectador, publicado en La opinin nacional de Caracas, haba sido escrito por el mismo autor, en busca de notoriedad, J ulio Calcao, en representacin de los miembros actiVOS (le la Academia Venezolana, protest en seguida por tan extravagantc invencin. Luego, atribuyndole canallescamente el mismo sujeto a paternidad de unas ofensas periodsticas contra Marcelino Menndez y Pelayo. Esto motiv naturalmente un grave resentimiento en el gran humanista espaol, a quien Montalvo respetaba de veras, no obstante haber sido aquel de muy menor edad que la suya (veinticuatro aos menos). El primero era an joven cuando el segundo, ya en la madurez del cincuentn, se mova por los caminos de su fama. El enojo de Menndez y Pelayo,
456 hombre aniante (le la ponderacin. no lleg desde luego a la anulacion (le sus razones admirativas. Conviene que se conozca la manifestacin (le lo que se produjo en sus interiores individuales. mediante un breve lragnieii to de la misiva que le dirigi a mi biografiado en julio de 1887, pues que de ese modo 110 solo se tendr idea de este incidente. Sino tambin de lo que realmente pensaba de Montalvo el crtico espaol. Estas fueron sus expresiones: Por lo Ieisiiis. nsj en este soltuiseti tel torno fo de El rsjucioilor) COpilo cli los Sien tro;ado( que usted tuvo la sondad de enviarme, euaotlci piso linee tiempo por Madrid. he notado singulares condiciones de estilo, en medio (le una indisciplini intelectual can Ini que nO puedo estar eoritorrue Quiz esta opouon mill. manresinida cii ulideri eialnienle tpueslo que en pblico. iii de Ud. mdc sus libros he tenido uuite:i oe,lsrnin de hahiar). ole hayan valido de parte de los adrniradoresrqoe Ud. tienes o America diatribas rin leroees y virulentas corno una que cslntnijs en Li Voz de Prtnniuinn - no s quin. que nisdudableinenle PO me conoca oleo lo tinco ni en [u inornil. Perri esto iinporlnt LId. con sus ideas que no son las tilas, y eoit procedinrientris (le srilcnti ea que estos tiiinv lejos (le aprobar. pero quin sabe sean tolerables en e1 Ueunidrrr, es u, prosista original, a qtuen slo ha aliado visir en ms sanrt atinstera. Perdduenie Ud. a iii (qoe tengo las orejas Ita largas) el qe recitilozca y proclame sus rriei ibis. Coli esiri snilsednid, que exigen de un jinrilarirenle tsr ntttrirr rl It justieiav la que s,errs1sre roe ha inspirado lsdnt stira personal. Muchas de estas Cosas so hubiera lenido el gusto (le decirselasni Ud. de palabra. si le hubiese encontrado en Cntsnt. (liando le visit ci, el final de Fo,j.i. Pero ni niala firriunni no lo (jiuso asi, y aunque vii. al juzgar rl lId. coisio escrilor (aurrr1ue luese en eonliauzni y eolre ninrigos), he lreclrrr sk-ru pre juslicini ri sus nirrtos, unida (le esto ha bastado para salvarme (le los insultos IIIC eourlrni u public La Voz ile !anan,d en ntrtculo que atribuye a Ud. el Sr. Prez y Soto Afortunadamente, todo se aclar s desaparecieron las causas de este 1 riste des a ve n ni ie lito El otro gesto de agriedad, aunque en l no hubo transpiracin de rencor ni de mala fe, provino de un valioso inteleelual de Cuba: Rafael Merchn. Y el plinto de partida Inc tambin el de la resonancia alcanzada por los Siete rralndoy. Ese autor haba stdo amigo (le Montalvo. Lo apreciaba literarlarnelite, sIn linda. No de olra manera se explica el que inletilara la lormulaetti (le jtlletos sobre l cii tinos Estm/io.s (nliin).s en qtie enfoca la obra de ftgttrnis famosas, como Victor lugo, l3ccqtter y l leine. Peris, por sobre estas eoustderaeiones o cualesquiera olras, stt objetivo fue potter el ndtce sobre Ints Intilas y Jimitntetoties de la prosa montalvina. Mereltati di senla del 1 treeer comun de pe sla se habn. proveelado con una etio:tcint enlp:I7 de delettitirtar por s mtstnnt algunos cambios polrlieos en el Ecuador. Si bten 110 deseaba entrareti este asunto, daba a enlender (jIte no nteeplntlsa
457 el criterio de Eduardo Calcao de que El cosmopolita hubiera ocasionado la cada de Garca Moreno, ni El regenerador la de Antonio Borrero, ni Las catilinarias la del dictador Veintemilla. Porque carecan de una verdadera fuerza revolucionaria. Su lenguaje, elaborado con voces arcaicas numerosas y con arduas complicaciones formales, no llenaba la aspiracin de que se lo entendiera con facilidad, como para promover reacciones populares. Sin desconocer la superioridad de muchos atributos estilsticos de nuestro escritor, le desaprobaba pues el uso de arcasmos, o de voces sin vtalidad ni frescura, ya desprendidas del habla moderna (a esta proclividad, recordmoslo, la calific el espaol Luis Carreras, con cierta punta de irona, de arqueologa lingstica). Y adems, con ojo de zahori, Merchn le descubra el abuso de la elipsis. Debo hacer notar que Montalvo haba respondido a sus detractores ecuatorianos, desde el momento de su iniciacin literaria, que l jams aplebeyara su lenguaje. Y que asimismo haba confesado que amaba el encanto de renovar con gusto actual el recndito sabor de las expresiones castellanas de los viejos tiempos. Pero en lo que toca a la elipsis, pareci reconocer sus excesos, tras la impresin recibida de tales juicios. Por ello, a su amiga la novelista Pardo Bazn, al enviarle los Siete tratados en una tarda fecha de 1887, le haca esta advertencia: hallar, en algunos lugares, un grave defecto en la forma; digo el abuso dc la elipse (sic), figura que no est en la ndole de la lengua moderna Santa Teresa, Fray Luis de Granada y los dems espaoles del siglo de oro tienen la culpa. Tanto haba ledo yo sus obras. que se mc pegaron, sin que lo advirtiese, esos que hoy son defectos del lenguaje. Y agregaba: Nada me gusta ms que ese grattsimo sabor de antigedad que ciertos hbiles autores saben dar a sus composiciones acomodndolas al gusto de nuestros das. Por mi parte quiero observar que no haba razones para que se arrepintiera ni sintiera escrpulos por el empleo pertinaz de lo que l estimaba un grave defecto de forma, adquirido a travs de su apego a los autores de la poca de oro. Porque, en efecto, aquello que Montalvo o sus crticos podan juzgar como rmora caracterstica de las letras antiguas ha venido a ser elemento de agilidad expresiva y de concepcin dinmica del estilo moderno. La elipsis, en el campo de los gustos y exigencias estticas actuales, nos lihera de la pesantez de una frase extremadamente explicativa. FI nalmente, necesito indicar que Montalvo prepar una larga y muy tnreli
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Primera pgina de Europa y Amrica Pars, ao III, nmero 68, 15 de octubre de 1883 gente rpi ca a Merchn, pero no lleg a puhi carla Se la encon 1ro en borradores, entre los manuscritos dejados en Pars. La confrontacin de actitudes de la crlica americana y europea, a que he iratado de aludir, se hizo ms notoria con la aparicin del liimo libro de nuestro escritor. Este en realidad, precedido de la resonancia todava reciente de los Siete tratados, levant un entusiasmo unnime en la intelectualidad de Espaa. Que por cierto se vio corroborado con el pronunciamiento laudatorio de notables figuras hispanoamericanas. No haba duda: el principado de la prosa le perteneca a Montalvo de modo irrefutable. Ese libro se titul E/espectador. Y yo lo he invocado ya varias veces, siempre recomendando sus excelencias, alo largo de esta biografa. 1-lacia fines de abril de 1886 debi de haber estado lista su edicin. Hay datos que me permiten llegar a dicha precisin, no sealada en sus pginas ni en los ndices bibliogrficos posteriores. El trabajo de impresin se realiz en los talleres de J . Y. Ferrer, de Pars. Pocos meses despus, le confesaba a su sobrino Adriano que El espectador fue con el objeto de ver si poda yo ganar el pan. El triunfo literario ha sido completo; el resultado material, ninguno. Haba pues persistido su pobreza, y mal se hace insisto en decir que su situacin econmica durante el ltimo Pars era de holgura. Es verdad que, haca algunos aos, en noviembre de 1882, se dio la satisfaccin de enviar a su hermana J uanita y a sus sobrinas doce metros de merino negro para sayas y mantillas, un paoln hermossimo y tres lindas carteras de costura. Mas no sabemos si fue con dinero que le presta ron, o con los auxilios que inicialmente le llegaron de Panam, porque des de tiempo atrs andaba desesperndose por la vuelta al pas, convencido de que no le iban a cumplir la promesa de financiar la edicin de sus obras Gestos de generosidad como ste, en medio de sus propias privaciones pci sonales, no eran en l infrecuentes. Lo que s se me representa como un falsedad, como una absurda invencin de no s quin, es lo dci regalo dt un piano a una de las hijas de Alfaro, a que aluden sin pruebas muchos estudiosos ecuatorianos de Montalvo. Y bien, si para ganarse el pan haba concebido el proyecto de elaborar los ensayos breves y diversos de El c pectador, es natural suponer que su publicacin tuvo que emprenderla con el apoyo de manos amigas. El mismo hizo una referencia a ello, aunque sin identificar a su benefactor. Que esta vez, en este primer volumen, no fue el de los Siete tratados, Clemente Bailn. El primer tomo asegur en una confidencia epistolarlo coste un amigo, a quien debo esa canti
459 dad Mis conjeluras. basadas en detalles de pequeas notas que su destinatario felizmente conserv, me llevan a creer que se flO era otro que el oven etiencano Federico Malo, que entonces viva en Pars a expensas (le SLi padre. la relacin entre los dos emigrados comenz probablemente en algn da de febrero (le 1885. El 4 de mario Malo fue a visitarle en su casa, y it no hallarle ah le dej una tarjeta. Mi biografiado contest (le inmedia ti. nvitindolo a volver el domingo prximo, de tres a seis de la (arde. Siguieron vindose con regularidad. El joven iba a la residencia del escritor, que para esa fecha era ya la (le la calle Cardinet , donde muri. Pero a veces se citaban en otros lugares de Pars, O andaban juntos por los parques. Aun haba ocasiones en que Montalvo se decida a ir al domicilio de aqul. Parece que Malo supo brindarle una compaa respetuosa, fiel y servicial, como la de Portilla y de Andrade en Quito, y de la cual se senta menesteroso. Particularmente debi de haberle sido til en los afanes de edicin del tomo mencionado. En enero de 1886 le enva una nota, con alusin al asunto del impresor, del libro de que hemos hablado. En marzo le pone otra, para agradecerle por las molestias que se toma, y recomendarle no dejar los manuscritos en poder de algn empresario que no ha demostrado formalidad. El 5 de abril le invita a almorzaren su departamento. Le promete un gran caf. El 15 le manifiesta que desea verle para tomar una resolucin respecto de la imprenta, y le convida tambin a un almuerzo: le asegura que no almorzar hasta que l llegue. El 18 le confiesa su alegra porque Malo haya concluido el asunto (probablemente el de la edicin), y le cita a un almuerzo en el passage Jouffroi (vecino a su casa de la calle Cardinet). El 21 tambin le invita a su mesa, para hablar de la agencia en la cual han de anunciar la venta del primer tomo: cree qu ser preciso dar los avisosnecesarios para el fervor. Enhebrando estas referencias no es pues difcil suponer que el joven Federico Malo fue el amigo que coste la publicacin del primer volunen de El espectador. Y no slo esto, porque su autor recurri tambin a l para molestarle en las diligencias del despacho de ejemplares a Hispanoamrica, en que se incluan especialmenie dos ciudades ecuatorianas: Quito y (iuayaquil . Estaba sin duda preocupado por pagarle los gastos del impresor y del agente publiciiario.Pero el rendimiento no fije, pordesgra cia. el que ellos podan esperar. No por falta (le inters, que result muy grande; iii (le venias, que igualmente fue de centenas (le volumenes en cada ciudad. Si las utilidades se vieron en realidad mermadas en ms (le
460 la mitad, ello fue por los fletes, las corliisianes a los libreros.e 1 costo de los giros, las diferencias del cambio. De ah les vino la desilusin de Ver que casi todo lo recibido se lo devoraban los editores. Eso, po cierto, debi de haberlo temido Montalvo, y quizs hasta se lo advirti a su joven favorecedor, de acuerdo con la honestidad que e caracterizaba, y ccii la experiencia y la adustez de sus previsiones en este campo. Porque. en electo, tuvieron tiempo suficiente para conversar de ello en sus caminatas y sus almuerzos. Aclaro de pasada que a stos le invit el escritor. no por ningn afn codicioso de hacerse retribuir con sus servicios personales Y con los gastos de imprenta, sino porque siempre Inc digno y caballeroso en su trato. Adems, porque desde 1882 viva ya en familia, unido seriamente a una imante francesa, la joven costurera Augustine: ella le preparaba sus alimentos, frugales como siempre. Los crditos amicales que Itaha conseguido. sobre todo de ( lcmente Ha lln , e rau la base del man tenmiento de ese hogar tao modesto. Precisamente debido a tales est reclmcccs. hay que suponer qtic jams tuvo un invitado que no haya sido Federico Malo a la intimidad de su mesa. Y bien ,una evidencia mejor de que aquel joven afront el pago de edicin del primer libro de E/espectador se halla en la nota que mi biografiado le dirigi el 30 de enero de 1887. en J a que le averigu si eonvenia dar a la imprenta el lomo segundo. Un distrilmin dor guayaquileo le haba remesado 400 francos por la venta de los ejemplares que le haban hecho llegar, le haba asegurado que no abrigaba duda sobre el negocio satisfactorio e inmediato de otros envos, Esto le iiielin a pensar que podra insinuarle la cancelacin anticipada del valor de una remisin del segundo volumen, a fin de contar con fondos para su unpresin, todavia en proyecto. Y sobre ello requiri su parecer a Federico Malo, advirtindole de que en esta ocasin no deseaba que adqtnriera ningn compromiso. Le peda slo su buena voluntad, y no que se cmpeara otra vez en la imprenta. Las intenciones de obtener ayuda apuntaban ahora hacia su ms constante mecenas (le ese liempo. Por eso le explicaba a Malo que el asunto ibaa ponerlo en conocimiento tic1 seor F3a- lln, por el motivo que usted sabe. Poco antes el joven se haba mostrado escaso de (linero. Y, si se examinan bien los hechos, se encuentra que no haba va lugar a otro concurso econmico de so parte. pues no le quedaba sino un mcs tilas: de permanencia en Europa. En mar/o de 18X7 se hall a. cmi electo, cmi srl (ucnca nativa, en el Lctu dor. Por lo alisnio, el seguirmirto de I:ni admirable obra sali bajo el padrinazgo de BaIln. Y eso
461 Inc el 15 de J unio. en la indicada imprenta Ferrer. tic Paris. El tercero le sigtno pronto, en iguales condiciones. Su fecha de edicin fue la del 15 tic a rio de 1 SSS. De ah i en ade ant e no hubo ya si no la dolorosa, larga y callad a agona del escritor, Diecisiete, diecinueve y nueve ensayos compusieron. en su orden. cada uno de los tres volmenes tic El espectador. Son trabajos cortos., de tina extensin ms o menos constante de cuatro o cinco pginas. La perspectiva dominante de ellos es la europea particularmente la francesa. aunque alcanza tambien a lo hispanoamericano y a lo del Ecuador. El ttulo del libro est inspirado, segn sus palabras introductorias de Quin tu?, en la hujita diaria sin enlace de ningn gnero, pero que vino a forniar una de las obras maestras de la literatura, del ingls J os Addison. a orientacin dialctica y la estructura vuelven a partir, a su vez, de su viejo maestro e1 ensayista Miguel de Montaigne. Los asuntos que va abordando son de naturaleza varia, y su importancia, que de otro modo quizs seria efmera, radica en la capacidad reflexiva y en los elementos de fascinacin estilstica que nunca dejaron de comparecer en su prosa. Un hecho rutinario cualquiera. una ancdota circunstancial, un pretexto al parecer insignificante, adquieren en esta obra dimensiones (le inters inusual por los atractivos del tratamiento literario con que estn presentados. Porque ahora, ms que en los trabajos anteriores, el cuidadoso ajuste en la composicin de cada ensayo descubre una maestra que slo es propia de la ms talentosa de las experiencias. Pero no es nicamente maestra, ni simple tacto artstico lo que se aprecia en ellos, sino sobre todo el fruto hermoso. poro y concreto, de una cultura universal que ha sido decantada y asimilada de niodo permanente. Tal vez a esa suma de condiciones se debe la indiscutible modernidad de estas pginas. Aun cabe que se las admire por o que tienen de aptitud visionaria, de proyeccin de la inteligencia hasta las cosas imprescntidas por el comn de los contemporneos de Montalvo que han ido tomando lugarenel mundode nuestrosdas. Los estudiosos de mi biografiado. y los intrpretes de su pensaniiento. deberan saber que en El espectador hay un manadero de reflexiones y confidencias inagotable. El pas de su ltimo refugio, la Francia a la (loe l dijo amar, se revela con mucha fidelidad a travs (le sus juicios, que no son todos (le halago. si no mas bien de crtica franca, a veces cargada (le Instas decepciones. la Amrica hispana. cuyos males siempre combati en It) no exasperado, y de la ti nc, precisa me iite, le aventaron al exilio las
462 COflSCCUCUCIHS nc sus luchas polticas., se yergue en caiii}io, en este libro como el centro de sus cariosas defensas, frente a las epi eslofles despectivas del periodismo francs inescrupuloso y engredo --. y a las reicreilcias torpes y calumniosas de la diplomacia europea. Todo esto, en las Irases queac a ho de ex pon crin, lo lic razonado antes, en la introduccin a la ant o loga de Montalvo que prepar para el Banco Central (le 1 Ecuador, y cuya edicin de 1 95 ya he mencionadoen esta biografa. Espigando casi al azar, me ocurre tomar como ejemplos los trabajos que siguen. (le los tres volmenes (le la obra, para demostrar el nimo (le crtica con que reaccion frente a Francia: Pro patria. Esta es una defensa vibrante de los pueblos latinoamericanos, a quienes se haba referido con palabras insultantes un tal seor de Cassagnac. La irona montalvina penetra, dolorosa e implacable. en la ventruda disposicin de arrogancia de los franceses. Sus apelaciones a la historia y su conocimiento de la realidad internacional (le ese tiempo vuelven a dar autoridad y sugestin a sus razonamientos, como en sus libros anteriores. Vicios del procedimiento judicial en Francia. Al par que puntualiza las circunstancias en que se ha cometido un desaprensivo error en la administracin (le justicta en esa nacin, y precisamente contra un infortunado ecuatoriano, vuelca sus sentimientos de nostalgia por el pas que ha dejadu lejos y de ins-atisfaccin por el ambiente en que ha ido a radicarse. Suerte de/a lengua castellana en Francia. Contiene reparos fuertes e inohjetables al desinters de sta en la manifestacin cultural de procedencia distinta a la suya. Los franceses dice- forman el pueblo ms indiferente al estudio de las lenguas vivas, en toda Europa. Nosotros mismos, nosotros, los brbaros del nuevo mundo, leemos a los autores ingleses, en ingls; a los italianos en italiano. Cuanto a la lengua francesa, la juzgamos corno propia. Y en lo que concierne a l mismo. deca con ello una gran verdad. i,os matrimonios deslayados. Es la respuesta a una invectiva terrible contra los hispanoamericanos que se haba publicado cii la prensa (le Paris. Se burla de los periodistas franceses que han infamado a mujeres peruanas, mexicanas y chilenas, al asegurar aqullos que stas han ido a Francia a buscar maridos, ofreciendo oro por nobleza. Defiende la mezcla de las razas, garanta de superacin constante y de vitalidad. No admite que los franceses nos llamen pueblos brbaros y groseros. y los enrostra sus inlaniias y sus ridiculeces y defectos. i.a mendicidad en Pars. Es uno de sus ms hermosos ensa>os. Entusiasm en Espaa. El critico barcelons Luis Carreras, para citar un caso, le escri
463 litr estas palabras: Noquiero sin embargo pasaradelante siii manifestarle tod:i ni adninaeion y simpata 1101 Iii nz(tidi]1la(l (ti apis. UT1 abrazo le diera ii tenerle aquicuando acabe de leerlo. Stiblinie, sublime. Mil, un mi (le enhorabuenas. Le rcproducirc ntegro . (En su periodico El dhacha ) Describe ah Montalvo una ancdota su\a, vivida eii la capital Irance Sa. rente a orualerossin trabajo. (le esos de blusa y. gorra, que se le vinie on rle vuelta encontrada por la cartera (le Mesina, ya losque, nioinent neaniente corrompido por el ejemplo de otros X intes, les neg su caridad. Y se reherea otros episodios rancados tambin a la realidad de los cien mil pordioseros que babia en Pars. y alude a los cadveres de mujeres Y (le nios suicidas, pertenecientes a esa masa doliente, que los bateleros soban sacar de las aguas turbias del Sena. Pero no nicamente en El espectador dej apreciar sus amores a los lugares distantes de Amrica, yms aun a su patria, oponindolos a las tantas cosas que le desagradaban en Pars, pies que tambin en la prensa de Europa lo hizo ms de una vez, cii esos mismos anos. leugo que recor dai que al director de Le Monucio dc. Coti,sulat, de la indicada capital. le mand una carta de reclamo, en sim earaetet stico lenguaje (le irona, por habei publicado un artculo en que se le traLilla al Ecnadoi (le eoeilia del TliIeri inundo, por reputarsele la repblica anis miserable vatrasada de la taza latina. Entre otras afirmaciones, sentaba la que sigue. que acaso es reveladora (le tina proclividad (le esas gentes. eomuii e irresponsable: los franceses lo sacrifican todo al e.vpnt (ingenio), ellos no pierclrn jilifls la ocasin (le soltar loque llaman un han tizo!; y las buenas frases son malas pasadas que juegan a otros, y no indican a me u tdo sino una It namorada vaca (le buen sentido, Igualmente he (le recordar su magnfico ensayo corto tit nl ado La (lIrgosidad de los franceses, que he encontrado en Los Dos Mundos, de Madrid, del 8 de diciembre de 1884, Pinta en l con mucha gracia los aspectos de insulsez a que llega la curiosidad parisiense, y no so la mente (le la gentualla, sino tam hin de muchos seores principales, viejos gordos y condecorados que bregan Y acezan por inquirir la causa de cualquier bullicioso remolino hmimlllano. Pero no alta entre sus detalles el siguiente, (le tan expresiva exactitud: Amigo lector, si las estado en 1r:]irci:m. sabes que aqu ni se come, nr se bebe, ni se (Illerilie, rl] Nc iusulla, ni se roba, ni se mata sin pedir permiso. Sil (0(45 plal, si Ud. gusta, demc ac su bolsa; si Ud. gusta, reciba este garrotazo. y vyase a los mnfieriras h guste a rl]) le guste. Y. por fui. iredeeitartanificrm otra
464 jo, digno de eslar en cualquiera de sus libros - Es el llamado Chasco (le Frascuelo, que aparecio . como el anterior, cii Los Dos Mundos, en a edicin del I8de mayo de 1884, Su tema tuvo un antecedente que conviene exponer con la mayor brevedad. Era Frascuelo, o Salvador Snchez. un matador de toros que se hallaba en su apogeo, y que por su valenta estaba causando revuelo en las multitudes de Espaa. Las noticias de su cspejeante carrera haban 1 legado a Francia, en donde una asociacin de damas dedicada a labores de caridad crey hallado el momento de recaudar fondos patrocinando una corrida de Frascuelo en el hipdromo de Pars. Lo contrataron e hicieron los preparativos en medio de mucha expectacin. Pero en el rato en que todo parecia culminar, e1 gobierno dict una prohibicin, de acuerdo con normas que ah regan. La prensa madrilea coment el hecho. En Los Dos Mundos del 28 de abril de 1884 se deca: 1 lay para rse cansando ya de sufrir directa o ndirectamenic la influencia francesa.- Por fin nos haba llegado el da de la revancha.- Desde el momento en que Francia acogia con todo entusiasmo un especlculo tan genuinamente espaol, Francia era nuesIra irihuiirii.- Pero oh inconsiancia de las humanas cosas! la noche del 24 sc ech a la calle La Correspondencia de Espaa con un telegrama fechado co Pars el propio da,en el cual se anunciaba que el Gobierno francs haba prohibido la corrida de toros de beneficencia. Pues bien, a Montalvo le sedujo el asunto, y de l naci su tan atractivo ensayo del Chasco de Frascuelo. Por las fechas, se ve que lo redact inmediatamente despus de la prohibicin oficial del proyectado espectculo. Y tambin en esta ocasin relampague de ironas y verdades su pluma, al hacer referencia a los usos y los espectculos de crueldad de los franceses. Desde luego, fue hallando pretexto para una serie de sutiles observaciones sobre la corrida de toros, entre las que no se dejaron echar de menos sus cariosas remembranzas de este festejo en nuestros pueblos. He de cerrar aqu este recuento, no propiamente de manifestaciones crticas ordinarias, sino de reacciones anmicas sinceras, a las que Montalvo se vio obligado por una ntima desambientacin en Francia. Contra todo lo que se ha venido creyendo y afirmando, nuestro escritor se equivoc trgicamente al haber preferido a ese pas y no a Espaa para su ltimo destierro. Desmesur sin duda la suposicin de que los espaoles -a manera de nuevos torquemadas iban a conspirar contra su gloria literaria. Y, no obstante sus constantes vislumbres de visionario, no alcanz a percibir oportunamente que era la inteligencia de Espaa la que responda en
465 su hora debida para adjudicarle el lugar que mereca en la cumbre de las letras castellanas. Un buen estmulo para que esto ocurriera diman precisamente del resplandor final de su pluma, de su libro postrero: El espectador. En sus pginas se irgui, ms que en todas las anteriores de l mismo, a luminar el camino de la prosa de los nuevos tiempos. Un enlace que los crticos podran descubrir, como para que no se desmienta la capacidad de pionero que enalteci a este gran estilista, tendra que ser con el escritor hispano J os Ortega y Gasset. Que aparece en la literatura de su pas casi confundido con la clebre Generacin de 1898. Ambos. Montalvo y l, aman la expresin esttica, original y sugeridora. Saben que la excelencia de lo que se dice arranca del soporte de las ideas. Ortega, desde luego, a ms de artista de una palabra conceptual, es por disciplina y vocacin un verdadero pensador: la prosa de sus ensayos se resuelve frecuentemente en un cautivador discurso filosfico. Por otra parte, no da indicios claros de haber leido a nuestro autor, porque nunca lo ha citado. Pero a pesar de ello, conviene no desestimar el enlace que de algn modo se ha producido entre los dos. La poesa del estilo, embellecido de metforas, y la coincidencia de algunas ideas les aproxima. Aun ms, hay signos fcilmente perceptibles, que se notan a simple vista, de la apariencia de ese enlace. Obsrveselos. Montalvo comenz a publicar en 1886, en varias series de ensayos, pero no como peridico o revista, su obra postrera: El espectador. Esas ediciones sucesivas comprendieron tres libros, de doscientas pginas cada uno. Ortega empez a dar a luz una obra de nombre idntico despus de treinta aos exactos en 1916 y tambin con ensayos miscelneos que se contenan en tomos de la extensin que he indicado. Y aclaraba que no era su intencin hacer cosa que se parezca a una revista. Los dos creadores evocaron a Miguel de Montaigne en sus respectivas introducciones, y se aprestaron a gestar una obra ntima, siguiendo el ejemplo del deleitoso egotismo de aqul. No es la hora de agavillar otros ejemplos y otras pruebas. Pero entindase bien esto: Montalvo, fundador del ensayo moderno en lengua castellana, con sus mejores escritos, entre los que estn especialmente los de El espectador, abriel camino a la prosa ns destacada de nuestro siglo.
366 CAPITULO XXI La huella de sus amores otoales Con Mara Manuela Guzmn de Montalvo el rompimiento del escritor fue definitivo. Tuvieron disparidades en la vida del hogar, consecuencia quizs de los antecedentes de pasin y conflicto de sus amores clandestinos, y tambin, sin duda, del desentendimiento de l en las obligaciones familiares. La entrega a las labores de la pluma, que no le daban ni un centavo para el sustento, y la suma de azares y de riesgos que le ocasionaban sus contiendas de libelista, le impidieron uncirse a las rutinas de sus deberes de marido y de padre. Su estrella pareca no ser otra que la de estar siempre, literalmente, con un pie en el estribo. Ser viajero entonces, de modo particular para l, era eso precisamente: acomodarse una y otra vez en los estribos de la cabalgadura, para cubrir las distancias de valles, serrijones y selvas que le separaban de los puertos. Oque mediaban entre una ciudad y otra del pas. Las actividades de prensa, los ocultamientos impuestos por la amenaza poltica, y los destierros, que le llegaron en tres ocasiones, le haban enfrentado a un destino movedizo, de alejamientos del hogar. Por eso, lo que en el plano sentimental de las relaciones conyugales ya estuvo mal, por los aludidos antecedentes del amancebamiento previo, y por las rias de esos dos temperamentos aborrascados, tuvo que empeorar aun ms. Lleg as el da en que entre ellos no se produjo ni siquiera una lnea de correspondencia epistolar, pese a que Montalvo debi de haber recordado, en las horas vacas de sus luchas y de sus exilios, a la hija que engendr en Mara Manuela, y que en lo fsico de veras se le asemejaba. Una evidencia del absoluto quebrantamiento de aquellas relaciones se advierte en una carta que el escritor envi desde Pars, ya en el tardo ao de 1886, a su sobrino Adriano, yen la que,si bien le llam la atencin
467 por no haberle informado de la muerte de su lejana esposa. us la expresion propia de un extrao para referirse a sta. Le dijo, en efecto, muri dona Mara Guzmn; t no te diste por entendido de este suceso, ni por poltica, ni a modo (le noticia. 1-labia en realidad fallecido ella un cuatrienio antes: el 23 de octubre de 1882. Y fue precisamente en ese ao cuando apareci otra compaera de hogar en la historia de Montalvo: AugustineCatherine Contoux. Se trataba de una provinciana francesa, nacida en una pequea poblacin campesina. Proceda de casa humilde. El padre ganaba el pan famihar ejerciendo el oficio de sastre. Y ella tambin se convirli tempranamente en costurera, por una habilidad heredada, y sigu endo el consejo y las instrucciones de su progenitor. La enseanza primaria, por cierto, la aprob con singular aptitud. pues que le caracterizaba un evidente despejo mental. Era todava bastante joven cuando se haba establecido ya en Pars. Se la estimaba como mujer honesta y laboriosa. Viva de sus trabajos ocasionales de modista. que los cumpla en su propia morada; pero quizs, acicateada por la necesidad. buscaba otros ingresos en las tareas de aseo y arreglo de tal o cual residencia o departamento. Es probable que entonces, y de ese modo, se hayan conocido con Montalvo. Acaso regularmente le limpiaba y ordenaba la habitacin y le atenda en el cuidado de la ropa: en ambas preocupaciones segua siendo l bastante meticuloso. Y, naturalmente, aquella frecuentacin estimul en los dos un sentimiento de reciproco acercamiento, que vino a trocarse en un amoroso amancebamiento de ms de seis aos. Por un testimonio epistolar que se ha conservado se puede suponer que en 1882 comenzaron aquellas relaciones. En efecto, el 22 de agosto de 1888, cinco meses casi exactos antes de su muerte, y desde su lecho de postrado, el escritor dio una respuesta a su hermano Pancho en que le haca alguna confidencia sincera sobre dicho concubinato. Advierto que la escritura misma de la carta procedi de la mano de la amante y amada, a quien se vio obligado a dictrsela. La abnegada costurerita se haba esforzado en aprender algo de espaol, gracias a su propio compaero. Aclaro algo ms: despus de las lneas finales, ella misma crey conveniente corroborar la expresin del secreto montalvino con unas reveladoras palabras en lengua francesa. Conviene pues que se conozca el texto pertinente de esa contestacin epistolar al hermano de mi biografiado. Es el que sigue: Tan dbil estoy, que apenas puedo dictar es(aseuatro lineas, y mscon losvejigaturios que actualmente me estn incomodando a la espalda. Por dicha una admirable mujer
468 y buena amiga ose recuerda a cada instante a ini hermana J uana. En verdad, ella mc ha salvado la vida con sus desvelos y su vigilancia. Tres meses de calentura y anonadamiento habran sobrado para acabarconmigo sin la asistencia de esle ngel de mi guarda- Despus de seis aos que vivo en familia, me ha salvado lres veces la vida por su amor por m, y me ha dado un muchacho, J uanilo, de dos aos--- Porjuan Monlalvo, Augustine Conloux, Y las aludidas frases de su compaera, traducidas a nuestro idioma por A - Daro Lara,son stas: Seor Monlavo: Antes de cerrar esta carta, debo aadir tan slo esto: lo que yo hago pur l es natural, porque como mi pobre amigo le dice, l es el padre de mi hijo J ean y le amo; por consiguiente, no tengo ningn mrito de hacerlo. El est tan enfermo que a pesar de todos los cuidados de que est rodeado, temo mucho no poder curarle, pues los mdicos que le atienden no me dan ninguna esperanza y temen mucho una pleuresa purulenta. t5 Si desde 1882 viva en familia, es natural suponer que el escritor comparti con Augustine las tres moradas que en forma sucesiva fue alquilando, en el boulevard Haussmann, en la calle Logelbach del Parque Monceau y en la Cardinet. Todos esos sitios se hallan ms o menos cercanos entre s: es decir, estn dentro del mismo sector de Pars. Por el boulevard que he nombrado gustaba l de trajinar constantemente, siempre solitario, La casa en que tena su aposento es una de las cuatro que se extienden, con sus enormes fachadas, a lo largo de una cuadra. frente a los actuales almacenes Lafayette. Son, todas aqullas, construcciones de arquitectura uniforme, con seis pisos y con el remate de sus buhardillas, o de sus caractersticas mansardas parisienses. Las largas ventanas, situadas en lo alto, exhiben finos resguardos de hierro forjado. La casa en que Montalvo estableci su pasajero domicilio es la anterior a la esquinera: esto es a la que hace ngulo con la calle de la Chausse DAntin. Las habitaciones de la Logelbach las tom despus, acaso por su amorosa costumbre de divagar por el Parque Monceau, cuyos rincones supo evocar insistentemente en lenguaje seductor. No hay duda de que sobraban los motivos para esa predileccin montalvina. Si en algo no admite disputas de ningn gnero la exquisitez del espritu francs, es en eso de saber concertar, de modo inimitable, los rasgos de armnica belleza de su capital- Todo en ella est diseado con s-abidur3 y gracia encantadoras, Hacia este parque confluyen pequeas calles de aspecto apacible, que llevan nombres de poetas y pintores. Entre los monumentos de su entorno ii5 A Dada La to,w/ voen Pun i - M uriici pio ile Ambato. i 910
469 h. uno consagrado a Alfredo de Musset, en blanco mrmol, que lo representa fielmente en tino de sus arrobamientos de romntico. Al transponer cualquiera de sus puertas de hierro, en que se combinan severamente el negro y el dorado, se topa con rboles innumerables: nt-boles y rboles (lue parece que se adelantan hacia el visitante. Los eaminitos del parque son de tierra. A sus lados verdean las alfombras de grama. Hay una lmpida fuente cuyas aguas se rizan con el movimiento de unos gansos de color que navegan suavemente haca las orillas. Una pequea cascada, que suena entre las piedras, surte a ese estanque. En las bancas de listones de madera, alineadas para el reposo de los viandantes, suelen sentarse a conversar y a tejer unas cuantas madres jvenes, mientras en su torno se oye la algaraba de un revuelo de nios y palomas. Montalvo discurra diariamente por el Parque Monceau, prximo a su albergue. Pero no abandon ese hbito cuando se mud a la Cardinet, que tambin est vecina. En efecto, l mismo ha recordado que se diriga hasta all quince minutos de camino bajando por la calle Courcelles. Esta se cruza, formando una especie de plaza de breves dimensiones, con el ahora traficadsimo boulevard de igual nombre. Por esa placeta, en la que se cortan pues entre si la calle y el boulevard Courcelles, pas nuestro autor una infinidad de veces, rumbo al parque de sus divagaciones. Y hay un hecho sorprendente. Fruto de la pura coincidencia, sin duda. Ahora lleva aqulla el nombre de Plaza de la Repblica del Ecuador. Porque es imposible ni suponer siquiera que se hubiera resuelto llamarla as en memoria de Montalvo, el ilustre ecuatoriano que la atraves cotidianamente y que vivi en sus cercanas. Los franceses no saben nada de esto. Ni lo saben los miles de latinoamericanos que circulan por all. Incluidas las tropillas de turistas de nuestro pas. y aun muchas de las gentes que nos han representado diplomticamente en la ciudad de Pars. Ese nombre, tan certeramente ubicado en la inmensidad de esta megalpolis desconcertante, no cay sino de la mano ineluctable del destino. Y en la calle Cardinet, con el nmero 26, se yergue todava con su aspecto de ms de un siglo, igual que casi todo el conjunto, el edificio de cinco plantas en que tuvo el escritor su ltima :1orada. All, en el segundo alto de su fachada, hay ahora una lpida cr a ia inscnpcin siguiente: J UAN MONTALVO N AMBATO EQUATEUR LE 13 DAVRIL 1832 MORT EXIL A PARIS T.E 17 J ANVIER 1889
470 POLEMISTE. ESSAYISTE, PENSEUR, MAITRE INSIGNE DE LA PROSE ESPAGNOLE CIIOISIT LA FRANCE SON PAYS DLECTION POUR Y FINIR SF5 J OURS ET MOURUT DANS CEflE MAISON, Vn visitante perspicaz observar que se ha desprendido un clavo de la plancha, quin sabe desde cundo. Y advertir adems que, de entre las numerosas personas que actualmente ocupan ese inmueble, no hay una sola que haya reparado en el contenido de aqulla, y menos que conozca a quin se le ha consagrado. La casa tiene ahora ancha puerta de madera, vestbulo pavimentado y patio interior. Seguramente, como antes. Hacia la derecha, cuando se entra, se da con una escalera de peldaos pequeos, de madera reluciente, y dispuestos en caracol. En el pasamano, finamente cortado, tambin relumbra la madera. Igual debi de haber sido en el tiempo de mi biografiado. En esta visita recuerdo que hace unos tantos aos, mientras me hallaba en la edad que l tuvo en su primer viaje a Pars, yo hice tambin mis primeras visitas a esta capital ya este lugar. Me animaba ya entonces el deseo de entrar en contacto con los rincones que a l le fueron familiares. Pero lo extrao fue que anduve calles que desconoca, tom rumbos que no haba a nadie averiguado, y, por una razn que no he podido jams explicarme, actuando con la naturalidad del que ya haba estado antes por all, encontr, sin ms, esta casa de la calle Cardinet que buscaba. Eso lo he descrito en mi libro de juventud Tornaviaje. En esta nueva vez percibo con alguna certidumbre el ambiente en que sin duda se movi Montalvo. Aunque no consigo los detalles concretos por los que anso. Subo pausadamente los pisos, observndolo todo. Timbro en el departamento del tercero, y entreabre su puerta, asegurada con breve cadenilla, una francesa a quien defiende un perro alborotador: ambos me revientan los odos. No les entiendo ni a ella ni al perro. Sigo hacia la cuarta planta, en donde s que estuvieron las habitaciones de nuestro escritor. Inquiero a un hombre vejancn, gordo, bien rasurado y totalmente calvo, acerca de la posibilidad de mirar siquiera hacia adentro, y su hosca respuesta me obliga a volver sobre mis pasos, desalentado. No he logrado pues formarme una idea precisa de cul fue la verdadera condicin material de su vivienda. Pero la he de imaginar digna en su pulcra sencillez, no slo porque me son conocidos los gustos de Montalvo, sino tambin porque recuerdo que el amigo
471 espaol que le visit en aqulla, Leopoldo Garca Ramn, la calific de modesta y limpia habitacin, en palabras seguramente precisas. All, en esa reducida intimidad hogarea, estaba junto a l la compaera francesa a que he aludido. Mas tngase en cuenta que nicamente en esa intimidad. Pues que un hombre como l, cauteloso en sus relaciones con los dems, respetuoso de s mismo ante el juicio de los que le rodeaban, reservado en cuanto concerna a sus desahogos del corazn y el instinto, procuraba ms bien mostrarse solitario. Ya lo he dicho: por las calles ha casi siempre sin compaa de nadie. Y aun en su morada pareca no permitir que advirtieran la presencia de aquella mujer las contadsimas personas que, muy de tiempo en tiempo, le visitaban por algo especial. En caso contrario, no crea necesario el presentrsela. Era pues el suyo un concubinato poco notorio. Haba por otra parte desechado la idea de un segundo matrimonio, no obstante su viudez. Estaba ya en los cincuenta aos de edad. Haba comenzado a encanecer. Su salud no era estable. Por fin, la prolongacin de la permanencia en Pars, con medios econmicos realmente azarosos, era lo que menos deseaba. Hasta poco antes de morir estaba siempre pensando en salvarse de ese mundo tan ajeno y tan hosco. Si hubiera contado con dinero para la vuelta a Amrica, seguramente no habra habido cadenas suficientes para retenerlo en aquella ciudad. Lo de Augustine Contoux se present casi como una incidencia obligada dentro de la fatalidad de su aislamiento en el extranjero. Ella desde luego, no obstante su origen humilde y su desdeada condicin social, poseia atractivos innegables. Ante todo, era una joven de apenas veinticuatro aos cuando inici sus relaciones con aquel Montalvo que viva ya las declinaciones propias de su cincuentena. Reconozco que no me ha sido posible ver otras fotografas que las de la ancianidad de Augustine, pero no por ello dejo de esforzarme en adivinar a travs de esas imgenes sus probables rasgos de juventud: su silueta bien proporcionada; la perfeccin del valo de su rostro; sus cabellos rubios; sus ojos azules, con expresin de melancola y de espontnea docilidad; sus labios finos. No es difcil suponer que sus maneras debieron de haber sido las de una mujer suave y diligente, apta para entender y servir a su entristecido y muchas veces desapacible eonviviente. Algunos ecuatorianos la conocieron, y aun la trataron. Entre ellos, dos escritores, amigos de mi biografiado: Agustn Yerovi y Vctor Manuel Rendn. Pero ninguno se sinti inclinado a referirse a ella. Menos a describirla. Ni el propio Montalvo lo hizo en ninguno de sus escri
472 tos, Seguramente rio le apasion de veras. Tampoco existe una fotografa de los dos juntos. O a lo menos de l con el nio que engendr en ella. Porque he de recordar que hubo un hijo (le ese concubinato. Naci en el indicado departamento de la calle Cardinet en octubre de 1887, segn documento oficial de la municipalidad de Pars.. Se llam J ean Contoux. Es decir, llev nicamente el apellido materno. Y no el de su progenitor, pues que ste jams le reconoci. La madre misma procedi a llenar dicha lnr malidad legal. en lo que a ella concerna, un tanto tarde: el primero de mayo dc 1899. Lo hizo en acto simultneo con el reconocimiento de otro descendiente de ella: la hija 1 ouise Suzanne, tambin ilegtima, aunque de otro padre. Nuestro ensayista habia muerto seis aos antes del advenimiento de sta. Ello es prueba de que la modesta costurerita francesa no tuvo la fortuna de establecer hogar ni posteriormente. He podido ver dos fotos del vstago de Montalvo en que se le deseohre un cierto parecido con l. La una es de 1897, cuando J ean el pequeo J uan contaba apenas diez a os de edad y acababa de hacer su Primera Comunin 1 J aman la atencin sus ojos grandes y expresivos, en un rostro ligeramente moreno, levantado con indeliberada arrogancia. l-{ay por todos esos detalles una evidente herencia montalvina, La otra es del quinqtrcmo comprendido entre 1914 y 1919, cuando su edad se situaba entre los veintisiete y treinta y dos aos. Cumpla entonces su servicio militar. Se lo ve uniformado. Tiene la cabeza cubierta con el caracterstico quepis del ejrcito francs, cuya visera corta, alzada hacia atrs en este retrato, permite observar los trazos de una frente despejada y melanclica. A la verdad, el aire taciturno se ha extendido por toda la fisonoma. No se olvide que el gesto de mi biografiado, segn el testimonio de algunos de los que le conocieron, oscilaba tambin entre la altivez y la pesadumbre. La forma de los ojos, del mentn, de los labios, sombreados por un breve bigote oscuro, vuelven a revelar la semejanza de J ean con su padre. Igualmente, algo de la delgadez de su figura. Acerca de la existencia de este hijo de J uan Montalvo y AugustineCatherine Contoux, procreado en su amancebamiento de varios aos en Pars, poseyeron conocimiento preciso algunos ecuatorianos que vivieron temporalmente en esa ciudad. Pero lo callaron. Acaso creyeron que iban a acentuar la impresin demonaca que los antimontalvistas haban difundido en nuestro pas. Tambin estuvo enterado de esa existencia el hermano del escritor, doctor Francisco J avier, no nicamente gracias a la car
473 ta que he reproducido en este captulo, sino adems por confidencias del doctor Agustn L. Yerovi, interesado en buscar ayuda para la conviviente y el Lii jo ilegtimo, que haban perdido todo apoyo con el fallecimiento de Montalvo. Y, como es fcil imaginar, aquel pariente ntimo guard igualmente el secreto. Desde luego, dirigi un par de cartas a Augustine aludiendo al nio y a la situacin de ste. Aun le agradeci cariosamente el envo de una fotografa, en que se lo vea de apenas tres aos y unos meses de edad, con estas palabras, del 21 de febrero de 1891: Mi seora: He recibido la carta de Ud. fecha 4 de enero, con el retrato que ha tenido la amabilidad de mandarme de mi sobrino el nio J uan. Mucho gusto he tenido al ver la imagen de ese nio y al conocerlo siquiera en retrato, que lo conservar al lado del de su padre. Puede ser que en realidad lo conservara, mas no se ha sabido despus qu pas con ese enternecedor recuerdo. Las diligencias de Yerovi en favor de Jean fueron insistentes y sinceras, aunque a la postre resultaron intiles. Desde Guayaquil, en noviembre de 1889, le daba noticia a la seora Contoux de las primeras propuestas formuladas a la familia Montalvo. Le deca: En efecto, me dirig a D. Francisco interesndole en la suerte del nio, y he podido obtener contestacin muy favorable, al extremo de manifestarme que har cualquier sacrificio para traerlo y educarlo junto con sus hijos. No dudo, cumpla (dos palabras legibles) promesas; mas necesario es no olvidar que el nico inconveniente que habr para la realizacin de estos propsitos es la situacin pecuniaria nada desahogada de toda la familia Montavo.- El medio seguro para que U. cuente con algunos auxilios, es para ni el resultado que deje la publicacin de las obras que dej D. J uan. Con este objeto se estn dando algunos pasos, hoy mismo se recogen suscripciones en toda la repblica ... .. La intencin de D. Francisco es de mandar a su hijo Csar Montalvo, para que se entienda en la correcin de pruebas, y las dems referencias que demanda la publicacin. Ser el mismo Csar, quien se encargar de traeral nio. Hago notar de paso que el prrafo final de esta carta contiene otra revelacin: la de que la seora Augustine Contoux no pudo seguir ocupando sino breves meses la morada e la calle Cardinet. Ya para entonces noviembre26 de 1889, haba tenido que moverse hacia otro lugar, quizs de alquiler ms barato. Dos reflexiones se desprenden de ello: que nuestro escritor, que muri a comienzos de ese mismo ao, jams sali de la pobreza ni del indispensable auxilio de sus amigos, y que el trabajo de la eosturerita que le acompaaba no renda para ningn sostenimiento; ni siquiera, despus, para que ella y su tierno hilo alcanzaran a subsistir con la ms limitada modestia. Lanse los trminos de Yerovi:
474 Siento que se haya visto obligada a dejar su departamento, en el cual ha vivido lauto tiempo. Esto, no obstante, puede remediarse, mas lo esencial es (loe recupere U. su salud. Del buen estado de ella, depende hasta el sostenimiento de su niii Yo le ofrezco que cada vez que necesite vestidos para mis hijas eneargar a U. pai a ,ytidar a su trabajo. Los que U. hizo han quedado muy bien. El doctor Montalvo por su parte fue abandonando el propsito de ayudar a esos lejanos y desamparados deudos de su hermano. En cierto da, dadas las circunstancias difciles en que realmente se hallaba, se vio precisado a confesar a Augustine lo que sigue: en la avanzada edad en queme encuentro, y careciendo de fondos, no puedo pensar en que ese nio sea retiradodel lado de su madre, expucstoa las aventuras que pudiera correr despus de mis das, ni me es posible ofrecerle un auxilio pecuniario, puesto que apenas cuenro con lo indispensable para el sostenimiento de mi familia. Y con respecto a la ayuda que pensaban extraer de la publicacin de los inditos del escritor, si bien haba puesto un inters sincero, le era necesario aclararle que ste haba manifestado la voluntad de que fueran Yero- vi y un sobrino Adriano Montalvo, a quien he aludido repetidas veces en otro captulo los que tomaran para s la misin de editar las obras que l no alcanz, desafortunadamente, a verlas impresas. De modo que el doctor Francisco J avier Montalvo no haba de tener, segn su propia expresin, ninguna participacin en el asunto. Pero se sentia igualmente obligado a hacer a la seora Contoux otra aclaracin. Era sta: Como J uan dej aqu una hija legtima, el doctor Yerovi, conociendo que ella era la nica heredera de su amigo, se ha dirigido a ella para que autorice la publicacin de las obras, y se dan pasos para realizar la empresa. La verdad es que entre tentativas y arreglos corri un ao entero. Y al fin Csar Montalvo, hijo del doctor Francisco J avier, parece que vio desvanecerse toda probabilidd de recibir el encargo de Agustn Yerovi y de Adriano, y la autorizacin de Mara del Carmen la heredera legtima de mi biografiado para hacer en Pars las pretendidas ediciones de los trabajos montalvinos. Pero ni en el caso opuesto, es decir en el de obtener medios y poderes, conseguira ya favorecer a la seora Contoux y a su hijo. Esto ltimo se descubre por las lneas siguientes, de una carta que dirigi a ella el mencionado doctor Montalvo: Es cierto que nos prometamos hacer algo de la publicacin de unas obras de J uan y partir con U., mas desgraciadamente se frustr esa empresa a causa de la falta de recursos para que mi hijo Csar pudiera haeerel viaje, all, ya a presente ni esa esperanza nos ha quedado, porque la hija legtima que J uan dej aqui ha reclamado sus derechos en los escritos de su padre, y nos impide todo proyecto acerca de su publica-
475 cin. Nada me es posible hacer por ese nio, le repito a U. Parece que Mara del Carmen. hermana de l trata de vender los derechos o los escritos de su padre, y esto, debiendo naturalmente disgustarme, me retra de volver a pensaren el asunto. Segn confesin de esta misiva, el hermano de J uan Montalvo deja descuhir el disgusto que le ha producido la actitud de la hija ambatea de sle. Yo por cierto debera insinuar que esas relaciones nunca fueron buenas. Por eso, primeramente eludi ensayar diligencias personales y directas ante Mara del Carmenpretextando que ellas le correspondan a Yero- vi, y despus. en el documento epistolar que estoy invocando, lleg a aclarar a la seora Contoux lo que sigue: ... pero en el estado a que han venido mis relaciones con ella, no soy yo quien pudiera hablarle sobre esto, y tJ.ms bien pudiera hacerlo, si le parece conveniente. No obstante, y a pesar de todas las lneas que he debido ctar, las cosas no pasaron en el comentado fracaso, sino en otro. Pues que Csar Montalvo, el aludido hijo del doctor Francisco J avier, s lleg a viajar a Pars con el nimo de publicar las obras inditas de nuestro escritor. Y cuando las circunstancias hacan esperar una culminacin halagadora de tantas impaciencias e ilusiones, el joven Montalvo dio a todo un final abrupto y trgico. suicdndose en la habitacin de su hotel de la calle del FaubourgMontmartre. llabra tenido quizs grandes prdidas en el juego, segn insinuacin, de aos ms tarde, de J ean Contoux. Desde entonces terminaron para siempre los nexos de la seora Augustine con los familiares de l cii el Ecuador. Y aun se sabe, por confesin de aquel mismo vstago de nuestro autor, que a partir de tales das ella adquiri el hbito de no hacer memorias, buenas o malas, de su antiguo conviviente. Por otra parte, la fatalidad de la medicin de las pginas montalvinas continu durante un tiempo ms o menos prolongado, segn he indicado en otro captulo. Yen cuanto a J ean, hizo l estudios en Parfs, de escuela y colegio, gracias a los modestos ingresos del oficio de su madre y al socorro intermitente de algunos ecuatorianos radicados all. Desde la ms temprana juventud, y durante tres dcadas completas, ejerci el periodismo. 1.o hizo con vocacin, cediendo a un impulso propio y espontneo. El mismo ha recordado que desde los diez aos de edad redactaba cada semana, a la pluma, un peridico de la escuela, ilustrado por un compaero experto en dibujo caricaturesco. Con el respaldo paterno, que jams conoci (apenas era un nio de dos aos cuando Montalvo muri), ese talento innato acaso hubiera tomado una direccin literaria de mucho valor. Sus la
476 bores no le permitieron ninguna holgura econmica. Sin enihaga. en la poca de la madurez recogi a doa Augusline y la llev a vivir en el hog que haba formado. De la historia individual dc J ean Contoux (no de J ean Corilotix M2 talvo, como se ha dado en llamarle, pues que no recibi el apellido tk padre, y, de haberlo recibido, no debera ir despus del de la madre), se di largamente el rastro en nuestro pas. Acaso por ms de media ueittiri Se conoce que a comienzos del presente siglo hubo ecuatorianos qw propusieron obtener ayuda para l y la seora Augustine, haciendo ti gencias ante el gobierno del antiguo favorecedor de nuestro ensayista. gt neral Eloy Alfaro, y que fracasaron. Se sabe igualmente que el brillan prosador Gonzalo Zaldumbide vio acudir a l a ese vstago de mi tsiog fiado, tambin en demanda de medios. Eso fue entre 1921 y 1923. Su eda estaba, por lo mismo, sobre los treinta y cuatro aos. Se le prescrito co: oportunidad de la nueva edicin de libros de Montalvo que aqul. por si, propia cuenta, estaba acometiendo en Pars, Pero le dej un recuerdo poco favorable, segn se desprende de la acritud de estas palabras: Para la celebracin del contrali, con el edilor. acompamc un deudo de Montalvo. que por uno do esos azares de la sangre in,prcvisil,les para el espritu, aparecici en lan: de nico derecho-habiente, por parentesco inmerecido, de los derechos do autor de muerlo inmortal. Cobr en caja derechos habidos y por haber; y no volv: sIten de l, nido la caja, con la cual nada tuve que ver nunca. 156 Y despus corrieron varios decenios, en los que jams se tuvo otro dato sobre J ean. Slo se aluda vagamente a un desconocido hijo del gran escritor. Lleg as 1964. Y nicamente entonces, cuando ese olvidado personaje viva ya sus setenta y siete aos de edad, se produjo su encuentro con el profesor ecuatoriano Daro Lara, como consecuencia de una circunstancia fortuita que l ha descrito en su Montalvo en Pars. Ello naturalmente sirvi para que se revelaran algunos documentos de veras interesantes sobre aquellos Contoux tan ntimamente vinculados con la existencia postrera de nuestro desterrado, y para que so apreciaran la admiracin de J ean hacia so genial padre ilegtimo y su deseo tenaz de venir al Ecuador a visitar el venerable sitio anihateo en que al ora se guardan sus despojos. Yo confieso que una parte de lo que he expuesto en este captulo so bre la relacin de J uan Montalvo con August:ne-Catherine Contnux, y so 15 isa,, Sfc,niaI, Estadio srIe,so,ies de nr,,!,, Zaidanhide, 1 e,,cu t959, 111,1 teCa Eras lnn.Ir,,, Sta,: Cdii Ca ca
477 bre su nico descendiente, ha tenido como base la documentacin publicada por e profesor Daro Lara. Pero tambin necesito confesar que he debido rechazar muchas de las afirmaciones que l ha recogido de ese memorahle personaje, porque las he encontrado viciadas de notoria falsedad. Aun ms, creo indispensable llamar la atencin sobre ellas, para que no se adultere la imagen de la etapa final de la vida de nuestro escritor, ni se le den interpretaciones alejadas de lo real. Cosa que por desgracia ha comenzado a suceder. Ame todo, he de insinuar, segn lo apunt antes, que no se acepte la sinrazn cometida en las pginas de Montalvo en Pars, de reconocerle a J ean con los apellidos de Contoux-Montalvo. Luego he de hacer notar que ste, cuando muri su padre, nicamente alcanzaba la edad de dos aos y tres meses. Apenas eso. Y que, por lo mismo, resulta absurda hasta la suposicin de que l haya sido capaz de dar referencias directas y detalladas sobre absolutamente nada del ltimo bienio de la existencia montalvina. Sin embargo J ean Contoux se atreve a hacerlo, puntualizando con nfasis un buen nmero de circunstancias, cual si las hubiera percibido y memorizado personalmente, pues que rara vez invoca la fuente de informacin de su madre. Y, naturalmente, para un lector escrupuloso de las obras de mi biografiado como de los testimonios dejados por los que le trataron, y ms desde luego para un investigador severo, se hace fcil advertir los errores y las contradicciones que saltan a lo largo de las aseveraciones de Contoux. Obsrvese siquiera algo de ello a travs de estas breves indicaciones. Asegura que Montalvo generalmente escriba en la tarde. Yen seguida dice: Le gustaba recibir particularmente al fin del da, a algunos amigos Y ms adelante agrega: Hacia el final de la tarde iba con bastante frecuencia, al diario El Fgaro. En fin, con referencias tan contrapuestas, no se puede concluir cul misma sea la verdadera. Respecto al escritor y su amante afirma: ellos vivan como cualquier matrimonio, con una domstica; e insistiendo en la imagen del ambiente de desahogo material que quiere dar a sentir, hace las evocaciones que luego transcribo: le gustaba recibir a algunos amigos de la colonia sudamericana; entre los ecuatorianos, especialmente al seor Dom y de Alsa. Me acuerdo de este ltimo, porque me tomaba en sus rodillas para jugar conmigo. . (Cmo acordarse si para el perodo anterior a la ltima enfermedad de Montalvo no se hallaba ese nio sino de un ao y medio de edad!). Mi padre reciba tambin a amigos franceses escritores, con los que estaba muy ligado Hacia el final de la tarde iba, con bastante frecuencia, al diario El Fgaro, entonces
478 ci gran cutit id etilo literario y Rl ndano de la ca Ile Drouot, al que daba, de liempo en tiempo, artculos con el ha tic aumentar sus recursos. All encontraba en los salones y la sala de redaccin a escritores clebres y periodistas conocidos con los qoe se complaca en co,lvcrsar Y bien, justo es que desdigamos a J ean Contoux, con el orden debido: dado el invariable infortunio econmico de Montalvo, la nica persona que le serva en su tercera estada francesa era su conviviente. Esto es, Augustine. No haba pues la aludida domstica. Eso se desprende de la confeSin epistolar de l mismo a su hermano Francisco J avier, e igualmente de los rpidos testimonios de los que le asistieron en su enfermedad. En lo que concierne, de otra parte, al mentado visiteo de sudamericanos, ecuatorianos y franceses, nada hay ms opuesto que eso al carcter y los gustos de mi biografiado. El fue un misntropo pertinaz, desde su adolescencia. Lo he demostrado a todo lo largo de estas pginas. Adems, ni los limitadsimos medios le hubieran permitido esas relaciones sociales, para l no slo antipticas, sino tambin contrarias a su disciplina intelectual. De la misma manera hay que precisar que aquello de haber estado muy ligado a escritores franceses carece de verdad. No hay constancia de que haya sido as para el que lee sus libros, las criticas que recibi y su nutrido epistolario. Y falso en el mismo grado es lo de sus reuniones en los salones de E/Fgaro y de sus artculos para dicho diario. J ams apareci una colaboracin de Montalvo en tales pginas. El mismo ha recordado en El espectador que su ensayo Los matrimonios deslayados no pudo ser publicado all, como quiso un grupo de hispanoamericanos, porque El Fgaro era ya muy caro, y no haba de pedir menos de dos mil francos. De otro lado, si tanto se reuna con sus redactores, cmo habr que explicar el absoluto silencio de ese peridico frente a la muerte de nuestro escritor? Efectivamente, ni siquiera public un par de lneas con la noticia del acaecido. Hay por fin otra alusin absolutamente falaz en las confidencias de J ean Contoux: es la del pretendido hbito de fumador de mi biografiado. Asegura, as, que ste fue tambin gran amador del cigarrillo doblado que l mismo preparaba. Aceptar eso es andar totalmente desinformado. Tengo que recordar aqu que, en el captulo XV de esta obra, recog e1 testimonio de Roberto Andrade sobre el reparo que les formul en Ipiales, a l y otro joven amigo, por fumar demasiado, Les hizo notar entonces que a l le enfermaba hasta el olor del tabaco. Tambin tengo que recordar que en sus Siete tratados, al referirse a la hermosura de la mujer griega,
479 dice Montalvo: Por dicha el tabaco, matador de la belleza, no haba sido descubierto an y los dientes no teman verse enterrados Vivos debajo dc la asquerosa pasta dc humo y bilis - - . Comentando precisamente sta y otras observaciones, su ms original y fascinante interlocutora, la gran novelista Emilia Pardo Bazn, le expresaba en una carta elocuente lo que sigue: Los pelos que eriz mil veces la lectura de los Siete tratados, de pasajes relativos al iabaco. Dios Santo! Apenas le lsabr producido a Ud. horror, impaciencia y furia, con mis orientales cigarrettes. Ya saba que Ud. no gastaba ni gustaba; pero 110 que fuese en Ud una especie de juramenlo de Anihal el odio al tabaco, ni que le atribuyese Ud. tales fechoras... .- Yo fumando y Ud. rabiando!.- Vamos, que no se me pasa el susto.- Y a Ud. ledura todava el mal olor del cigarro? Ojal la enunciacin de estas aclaraciones ayude a tomar con calma y sagacidad las referencias dejadas por el hijo de Montalvo y Augustine Contoux. Pero en ningn caso esta vigilancia de juicio ha de entraar ni el ms leve desdn a la aportacin que l ha hecho para esclarecer algunos puntos relacionados con la historia de su padre. Gracias precisamente a sus datos es posible, entre varias cosas, fijar el tiempo de aquellos amores, desde 1882 hasta 1889. Osca dentro de una poca que fue para el escritor de sacrificios y pobrezas. Y, desde luego tambin, de borrascas y glorificaciones. Por lo duradero de su relacin, y por haberse mantenido en medio de circunstancias tan difciles, se ve que los dos convivientes supieron comprenderse y apoyarse mutuamente. Aun se alcanza a advertir que en cierto modo ese hogar secreto, no consagrado por las leyes, se hizo invulnerable ante dos grandes tentaciones de amor que en esos aos vivi Montalvo. Porque hubo dos mujeres clebres, cuya fuer-za de fascinacin internacional era el extremo opuesto a la opacidad de la costurerita francesa, que trataron de meterse en stt corazn. La una era catalana, y taa el arpa con dulzuras que haban cautivado en Europa y Amrica. La otra era gallega, y escriba una literatura mltiple, de novela, ensayo y poesa, que haba levantado el entusiasnm en los pases de ha- Ha castellana. La primera se llamaba Clotilde Cerd y Bosch. y se haba hecho famosa con el notnhre artstico de Esmeralda Cervantes. La otra era Emilia Pardo Bazn. Lo de Esmeralda Cervantes fue algo sbito, como un relmpago. Pero traa una larga cola de antecedentes. J uan Montalvo, hombre excepcionalmente interesado en los hechos de significacin que ocurran en el
480 mundo de sus das, y lector oportuno y acucioso de publicaciones extranjeras. lleg a conocer detalles de a trayectoria luminosa de una joven encantadora: la arpista Esmeralda Cervantes. Es (le suponer que aun la haba contemplado en alguna de sus rcproducciones fotogrficas. Conoca pues su caso prodigioso, y le pareca digno de pcrennizarlo en lo que l escriba. La artista, no obstante su extremada juventud, haba viajado ya triunfalmente por ciudades de Europa, y haba acabado de arrebatar con su arpa a los pblicos de las dos Amricas. Pocas personalidades en el campo de la msica habrn alcanzado la capacidad de atraccin y deslumbramiento que ella posea. Al revisar ahora la prensa de hace cien aos, he encontrado en La ilustracin de la Mujer, de Barcelona, edicin del 1 de noviembre de 1883, algo de su historia meterica, de la que tomo estas brevsimas referencias, corroboradas por las del Diccionario de la Msica, Labor, 5. A., 1954: naci en esa ciudad en 1862. Se llamabaya lo dijeClotilde Cerd. Le pusieron, por iniciativa de la reina Isabel 11, y con el acuerdo de Vctor Hugo, el seudnimo de Esmeralda Cervantes, adoptando el nombre del clebre personaje de su novela Notre-Dame de Paris y el apellido del creador del Quijote. Hizo estudios en Barcelona, en la capital francesa, en Viena. Su primer recital lo ofreci a los once aos de edad, precisamente en Viena. En seguida toc en Londres, en el palacio de la Reina Victoria. Siempre con xito. Que se fue multiplicando y acentuando en Pars, en Barcelona, en Madrid, en Lisboa. Las corles reales eran quienes la invitaban, celebraban y colmaban de honores y presentes. En Roma, el extraordinario pianista y compositor Franz Liszt, con el que ofreci un concierto, tras escuchar las interpretaciones de ella, asegur ante una concurrencia de tres mil personas que era la primera vez que haba sentido realmente el arpa. E-lizo despus presentaciones apotesicas en el Brasil y en el Uruguay, accediendo a invitaciones del emperador Pedro II y del presidente Pedro Varela. Pas a Buenos Aires, para una docena de recitales. En los primeros das de enero de 1876 fue ovacionada en Chile. Luego en Lima. Y cuando se aprestaba a venir a Quito, para sonar aqu las dulzuras de su arpa incomparable, no se le permiti desembarcar en nuestro puerto de Guayaquil, entonces azotado por la fiebre amarilla. Sigui entonces viaje a La Habana, a Mxico, a Nueva York. Su consagracin en todas partes fue inmediata. Hubo lugares e instituciones que recibieron oficialmente su nombre, en homenaje a las facultades artsticas de que ha-
481 bia dado prueba tan palmaria, y tambin a los servicios benficos y de de [e usa p po lar en qi e se haba prodigado. A ja joven se la reconoca pues como de naturaleza superior, en todo sentido. Pero adems seduca en seguida por sus atributos de mujer bonita. Porque posea de veras una belleza tierna y virginal. Yo he podido ver su retrato, publicado precisamente en el nmero de La Ilustracin de la Mujer que he citado. Se muestra en l de veintin aos de edad. Tiene la cabellera suavemente ondulada, con un ligero rizo que cae hacia el lado izquierdo de la frente. Bajo las cejas apenas arqueadas, que son parte de la armona natural de su rostro, hay unos ojos almendrados dulcemente expresivos, de cuyo fondo claro sube con recato una sonrisa que juega perfectamente con la lnea encantadora de sus labios frescos y carnosos: es una sonrisa en que se conjugan el candor, la melancola y el ensueo. La nariz, delicadamente formada, integra esa suma anglica de atractivos de la fisonoma, y del cuello, el pecho y los hombros. Montalvo haba sido uno de los admiradores hispanoamericanos de la arpista, aunque nicamente bajo el estmulo de noticias y de referencias. Pero en tal grado haba llegado a serlo, que se determin a exaltarla en el estudio titulado Del Genio, del libro que con ms celo literario elaboraba: Siete tratados. Recurdese lo que indiqu en un captulo anterior sobre la fe que l pona en el destino consagratorio de tales pginas. Gran parte de ellas las haba escrito en la soledosa aldea de [piales. Otras en cambio, entre las que estaban las del tratado sobre El Genio, las fue redactando en Ambato y en Baos, de su provincia nativa. Eso, segn lo expres, fue en el lapso de su permanencia all, que se extendi de enero a agosto de 1878. La impresin de la carrera fulgurante de la joven catalana estaba an viva en su memoria, como para animarle a celebrarla en aquel ensayo, con frases de un romanticismo desatado: irpa melanclica y alegre. ciega y proftica, pausada y loca, que hace sospechar un lindo dios metido en el seno del artista, dndole golpes de amor e inspiracin... .. El clebre msico Wagner, hablando de Esmeralda Cervanlescon el rey Luis de Baviera, le dijo: Seor, se ese! genio. El genio para la msica encarnado en una joven que es toda poesia cuyo espritu se est echando afuera pr- os ojos, empapada en un caudal de amorosa inocencia; cuyos labios componen a cada instante la firma con que las lImas puras se prometen a Dios, esto es esa sr sa de l,neamientos dtvinos que hieren los corazones: cuyos miembros rebosan en volo ptuosidad involuntaria, la cual st despierta deseos no aconseja temeridades trauss, 1.anquenbach se quedaron mudos
482 de asombro citando la oycttti ,t bella catalanit y, triunfantes, la pasearon por las cortes de niis rumbo. 1,tcenlndola a las teslascoronadas,, Esa fue la cadena de antecedentes para la fruicin de un amor violen- toque a la arpista y el escritor les reservaba el destino, casi siempre imprevisible. Mas faltaba otro hecho. Fue el que tuvo lugar en 1883, cuando Montalvo viaj desde Pars a la ciudad de Madrid, para presentar sus Siete tratados a las celebridades de las letras de Espaa. Eso ya lo he rememorado fielmente en otro captulo. Por lo mismo qued sabido que ese fue el ao de su apoteosis. De su conquista del principado de la prosa de lengua castellana, de acuerdo con el juicio de aquellas grandes figuras. El hecho a que aludo fue el del encuentro sorpresivo de l con Esmeralda, a los pocos das de su arribo a Madrid, y cuyo dichosa consecuencia fue la de un amor que pareca convertirse en una especie de recompensa merecida, aunque totalmente inesperada, para sus viejos sinsabores ntimos. Fcil se hace imaginar la intensidad de la asin sbita que experiment Montalvo con slo tener en cuenta el ardor admirativo que desde haca algn tiempo senta por la joven, a quien la cant como si fuera una diosa. Clotilde Cerd y Bosch, segn su ya recordado nombre de pila, estaba apenas en sus veintin aos de edad. El. en sus cincuenta y uno. Treinta de diferencia. Es decir, vena a presentarse, por segunda vez en su caso, el singular arrebato entre su ser ya otoabundo (trmino potico con que se describa a s mismo el Pablo Neruda de la madurez) y una muchacha que se estremeca de vida como la primavera. Cmo se provoc tal encuentro? Quin lo patrocin? A esta hora es imposibe precisarlo. Pero con una buena dosis de imaginacin se alcanza por lo menos a suponerlo, a travs de circunstancias muy vagas, o de alusiones que nada concreto revelan y que, sin embargo, dejan iluminado el camino para la especulacin. No con otra actitud ni con otros medios que con esos, se me permitir que sospeche que fue el diplomtico y escritor venezolano Eduardo Calcao, entonces radicado en N1adrid,el que deliberadamente les puso en contacto. Haba aquel recibido su ejemplar ile los Siete tratados, dedicado por nuestro ensayista. Haba ledo la pgina vehemente en que se halla la exaltacin a Esmeralda Cervantes, en uno de tales estudios: precisamente, el Del Gcnij. Haba acabado de visitar al autor en el 1 lotel Pars, en la cntrica plaza dc a Puci ta del Sol. Y all t87 t)r[ (en,o .S,r,traructo Ton,o it. ibid. Fdtt (ircut,de I.ecorcs.g L
483 mismo se le haba ocurrido pedirle un ejemplar de la obra para la arpista. Y algo ms aun: se haba decidido a proponerle que le diera la oportunidad de reunirles si de inmediato mejor en casa de l. a la hora del t. Ciertamente, todo lo dicho por Calcao fue aceptado en seguida por Montalvo, ni ms ni menos que si le hubiera cado un regalo del cielo. A su turno, Esmeralda Cervantes tom con emocin apenas contenida el libro que le haba llevado su amigo el diplomtico venezolano. Ya a travs de la prensa de la ciudad se haba enterado de la resonante presencia montalvina. De modo que se apresur a abrir el tratado en que su autor, con mano enamorada. haba compuesto la romntica rapsodia de su grandeza de artista y de sus encantos de mujer. Lo ley y volvi a leerlo. Escuch en seguida la invitacin de Calcao, y se la acept sin vacilaciones. Conocer a quien le admiraba y cantaba as, y cuyo prestigio haba ido ganando irresistiblemente los mbitos de Espaa, le pareci tambin un hecho sorpresivamente halagador, en el que no haba ni siquiera pensado. Un da ms tarde, el cordial anfitrin les reuna pues en su hogar. Primero lleg Montalvo, elegantemente acicalado, con traje de pao azul oscuro, guantes finos y sombrero de copa. Y a los pocos minutos lo hizo Esmeralda, radiante de gracia y de contento entre sus sedas y lo ms escogido tic sus joyas. Los dos quizs se estremecieron al ser presentados. Bajo la luz de las lmparas del gran saln se miraron expresivamente a los ojos. La magntica impresin mutua era como para incitarles hacia un rpido acercamiento a las intimidades espirituales de cada uno. Y ello exactamente fue lo que ocurri entre los acentos de habla cristalina y rauda de la catalana y el dejo asordinado, pausado y a veces emotivo y tembloroso del ecuatoriano. Eduardo Calcao estaba feliz por su iniciativa, que no la presenta de efectos amorosos en ningn caso. Alababa con igual nimo sincero a sus dos invitados. Pero sobre todo se complaca en orlos. Hablaban de sus experiencias. Trataban los temas de Amrica. Insistentemente aludan a las reacciones del pblico frente a las vocaciones literarias y artsticas de aliento excepcional. Los tres demostraban un entusiasmo comn por la msica, y Montalvo y Calcao se confesaban propensos a dejarse subyugar por las vibraciones de dulzura que son caractersticas del arpa, y ms aun por el talento de aquella intrprete magistral. Nuestro escritor no haba tenido hasta entonces la fortuna de escucharla. Y la joven, complaciente con l como slo con personas de su especial preferencia, se ade
484 lant a prometerle la ejecucin de algunas piezas en esa misma semana. En casa, desde luego, del propio Calcao, tan hospitalario como devoto de la msica. Y bien, haba cado ya la noche cuando Montalvo hizo traer un coche para llevar a Clotilde Cerd, o Esmeralda, al hotel en que estaba alojada, y en donde ya la aguardaba su madre. El recorrido era como de una media hora. Entre la penumbra del anochecer iban intecionadamente juntos, y poco o nada visibles, en el asiento suave del carruaje. Se sentan acaso por eso en una atmsfera incitante, de atraccin recproca. Contribua a ello el calor de la buscada cercana de sus cuerpos. De pronto l tom la mano de ella (esas dos manos casi palpitaban de ardor), y la llev a sus labios, silenciosamente. Repiti ese vehemente ademn por varias ocasiones seguidas, mientras la joven se abandonaba, sin duda, en una voluptuosidad secreta, apenas perceptible. Era el instante de sentir y callar. Pasaron quizs solamente unos segundos. Y entonces ambos, con impulso simultneo, giraron sus rostros y miraron en los ojos de cada uno la inocultable embriaguez de su deseo. Fue en ese momento cuando el escritor se inclin, frentico, a besarla en la boca. La artista no acertaba a saber si eso era un amago de profanacin o un culto natural a su intocada doncellez. Le apart. con todo, suavemente, tras haber sido una y otra vez besada. As llegaron hasta el albergue de Clotilde. Casi no se haban hablado. Quedaron, desde luego, en encontrarse en la casa de Eduardo Calcao. Y ste, efectivamente, les renov su invitacin. En breve nota, fechada en Madrid el 17 de junio de 1883, y que han reproducido varios compiladores de cartas montalvinas, aunque sin jams vincularla ni remotamente con la relacin amorosa que a mi modo estoy reconstruyendo, le deca al escritor: Le esperamos esta noche en casa a tomar una taza de t en confianza. Vendrn algunos de nuestros amigos y oir tocar algo de arpa. Debo imaginar, en el curso indispensable de mis suposiciones, que l vio que se cumpla la esperada promesa, y que iba a estar otra vez con Clotilde. Se llen pues de anhelosa satisfaccin. Fue por eso de los primeros en llegar a la casa de Calcao, A la hora de la mesa, se le brind sitio casi en frente de ella. La joven artista estaba ms atractiva que nunca. Mostraba el pecho y los hombros, de extraordinaria blancura, discretamente descubiertos. Responda con espontnea finura a las atenciones de todos. Pero volva en forma insistente sus ojos a Montalvo. Y eran unos ojos que delataban ya, en su candor, el brillo inconfundible de un senti
485 diento amoroso, los de l, porsu parte, seencendan de pasin penetrante, en miradas furtivas, que evitaban ser advertidas por los dems. Terminado el servicio, pasaron todos los invitados al saln, hasta cuyo centro se haba conducido previamente el arpa gloriosa de Clotilde, o de Esmeralda Cervantes, junto con un asiento especial de terciopelo encarnado. Hubo insinuaciones de obras preferidas, y lisonjas. Luego un silencio unnl ]1e.de ansiosa espera. Hasta cuando los dedos de ella comenzaron a pulsar esas cuerdas con certeza instantnea, y a moverse como enajenados por un frenes de inspiracin que pareca estar ms all de todas las posibilidades terre rs. La msica era una corriente milagrosamente emotiva y encantadora bajo el poder de la yema angelical de sus dedos. Mi biografiado sinti en ms de tina ocasin que se le humedecan las pupilas. Lo que ejecut Esmeralda fueron composiciones cortas, de conocidos maestros. La velada result inolvidable para todos Al momento de depedirse del anfitrin, entre las nueve de la noche, la joven acept nicamente la compaa de Montalvo cuya insinuacin se adelant a la de los dems, para tornar a su albergue. Yen el asiento del carruaje se repiti. atinque con mayor desenfado e intensidad, la escena ile das atrs. Hasta qt- al fin, confusa ella en su primera experiencia de ee carcter, sofoca. por los besos y las caricias, cori su voluntad vencida o ausente, se dej llevar al Hotel Pars, alojamiento de su amigo. Simularon entonces subir, por consejo de l, tan respetuoso del buen nombre femenino, hacia el comedor, que ocupaba una parte de la segunda planta. Pues que adonde realmente ascendieron,por la amplia escalera de madera bruida, fue a su habitacin. All, poco despus, conoca aquella joven genial, de muslos perfectos que relumbraban en su pura desnudez, y Cre los brazos ardientes de aquel escritor tambin de excepcin, pero ya en su occidua madurez de cincuenta y un aos, el amor cabal, de sexo y sentimiento. Corrida esta enloquecedora aventura, Montalvo llev a Clotilde a su alojamiento madrileo, en donde ya su madre dorma. Faltaba poco para la medianoche. Al da siguiente no hubo sospech ni reparos. Era aquella muchacha tan lmpida, tan seria y cuidados de s misma, que hubiera sido un ultraje concebir siquiera un juicio apesurado sobre su comportamiento. Por eso su ferviente compaero, que nada tena de seductor vulgar, accedi a ser presentado a la madre de ella, y a visitarla en su presencia, en el hotel en que se haban instalado. De esto ha quedado constancia escrita.
486 Hay en efecto una carta dirigida por Clotilde a mi biografiado en la que deja intuir que ste le haba ido a ver ah en su residencia temporal! hasta el22deesemesdejuniode 1883. La epstola es del 25. El escritor se haba desprendido ya de Madrid. Haba hecho maletas con rumbo a su modesto hogar parisiense, en donde le esperaba su Augustine. Que acaso no recibi ni una letra de l durante su ausencia. La separacin de la arpista, tras el gran arrebato de pasin que inesperadamente haba experimentado, ciertamente fue entristecedora. El tuvo que enjugarle unas cuantas lgrimas de desconsuelo, y que prometer- le cartas cotidianas y un pronto regreso. Las relaciones no deban quebrarse desaprensivamente, tras la ofrenda del cuerpo virginal de Clotilde. Montalvo la escribi amorosamente, de varios puntos de su trnsito a Francia. Ello se advierte por las frases de una de las respuestas. Lamentablemente, contra su hbito en asuntos que le eran significativos, no conserv casi las copias de la correspondencia que mantuvieron. Apenas salv una pequea parte, que en cambio guard celosamente en Ambato, por aos y aos, uno de sus sobrinos nietos: J uan Francisco Montalvo. Y de sus manos las recibi para publicarlas posteriormente el doctor Rodrigo Pachano Lajama. Tomadas de dicha fuente me sirven ahora para recomponer la historia de esos dos amantes singulares, a quienes linsonje una celebridad tan justa. Pues bien, la aludida carta del 25 de junio muestra a una Clotildina. como la llamaba mi biografiado, con las congojas del abandono y de las dudas sobre la fidelidad de sentimientos en la conducta de aqul. Valgan a manera de pruebas unas cuantas expresiones, que las voy a reproduci cuidadosamente, sin ni siquiera variar la puntuacin o poner los acenl(N que faltan: Te escribo desde la cama muy recostada sobre almohadones y sufriendo mutho dci pecho. Dos horas despues que tu le marchastes tuve que meterme en cama mam mando por el medico que me recomendo reposo el mas grande y ayer pas un dia muy malo con los muy impertinente y dolores agudisimos en el pecho. tengo para tres das porlo menos de cama si esque no se desarrolla alguna pulmona que se teme. Hoy son tres das, pienso en ti de continuo, almorzars con tus amigos estars distrado y yo sufriendo, esta es la vida - no tengo imaginacin para nada que denote inteligencia pero en cambio te remito hoy mi retrato, en l vers que te estoy mirando. hesa su mano y todas las noches al acostarte y al levantarte dale ese mismo respeto en su sonrisa leeras mi amor de l oirs frases para Ii solo, y que sellars para que no las oiga el viento.- Hoy espero carta tuya de Sn Sebastin, pero de Paris tardar, en cambio tu tendrs mas tQdos los das.- Esta indisposicin retarda mi viaje y este retardo
487 es mi muerte, pues me parece que en cuanto me vea fuera las puertas de Madrid, me pondr buena. (Aluda sin duda al regreso a su ciudad nativa, Barcelona). Pon mi retrato en paraje que lo veas siempre.- 1.a dedicatoria es muy sencilla, un y una Cenlazadas, nadie lo comprender y solo tu vers la idea. Adis.- Clotildina. Sensibilizada como nunca por las cuitas de su amor, le ha hablado a ese hombre habitualmente adusto, cargado de preocupaciones, y quizs con las rigideces ya del cincuentn, como si se hubiera tratado de un alma moceril, dispuesta a los suspiros y embelesos del primer enamoramiento. Estaba trastornada la pobre Clotildina, o acaso el propio Montalvo se haba inicialmente conducido como si le deslurnbrara y enajenara una belleza tan nica, por primera vez conquistada y poseda? La prdida de varias de las cartas, tanto de l como de ella, no me permite precisar bien estas reficxiones. Hay una del 5 de agosto del mismo 1883, que nuestro autor dirigi a su amada, y que contiene puntos que son realmente esclarecedores. Est fechada en Paris. En buena parte se interesa l en expresarle su sentimiento amoroso, aunque con sinceridad algo vacilante, pues lo hace en un acento que es ms literario que sencillo yveraz. Le dice: Anoche recib una carla tuya, y esta maana recibo otra con la muestra y prueba de tu dolor: de cabeza, dices; yo hubiera querido que fuese de corazn. Mira, Clotilde, si me falta una hebra de tus cabellos cuando te vea, me has de. parecer menos hermosa y ce he de querer menos. Cultiva esa mata de pelo que hubiera sido envidia de nuestra madre Eva, y no te lo saques as a puados.- Murindome estoy de pena: conque de veras me amas, Esmeralda? Si en mi mano estuviera, oh, con cunta alegra enjugara tus lgrimas y tabrara mi propia felicidad. As, tan nido ha sido el glpe que te he dado, mi adorada amiga? De rodillas quieres; pues & rodiflas amor sin golpes, sin dolores grandes, sin amarguras. sin desengaos, sin tropiezos, sin cadas, sin esperanzas, sin desesperaciones, no se ha visto ... - - Obsrvese esta lnea final, en que le insina, tal vez con una muy consciente intencin, que no se ha visto un amor sin cadas, sin esperanzas, sin desesperaciones. El sentido de estas palabras se va revelando en los prrafos que siguen. Esmeralda est ansiosa de reunrsele en Paris. El trata de disuadirla. Y hace referencia a algo que slo saben los dos, y en cuyo hecho l confiesa haber perdido su control (acaso la aventura que yo describ imaginando sus detalles?): Te empeas en venir, qu imprudencia! y si vuelvo a perder el juicio? y site pasa mi locura? Cuidado, nia, cuidado En la ltima parte de esta misiva insiste en convencerla de no hacer su viaje. Entre las razones que l se guardaba para asumir tal actitud deba seguramente estar la de Augustine, con quien se haba ayuntado ya bajo
488 un mismo techo. Por eso, a Esmeralda volva a advertirle: Si tanto deseas este viaje a Pars, no lo precipites a lo menos; pensmoslo, y cuando lo hayas resuelto, no quiero que me des una sorpresa: me dirs la hora de tu llegada para ir a tomarte en el ferrocarril. Y la evidencia del hecho de amor que vivieron en Madrid, la cpula verdaderamente consumada, creo yo que se encuentra en las siguientes reflexiones de Montalvo, contenidas en la misma carta: Catalana, ven ac y dime, por qu trasiruccas y confundes las cosas y sus nombres? Una perdida es una mujer pblica, que profesa el vicio; perdida puede ser por su amante la mujer ms honesa y virtuosa del mundo. Elosa se perdi, y no fue una perdida, ni Abelardo un perverso, como quieres que yo sea. Margarita se perdi. y no fue ww perdida sino la muchacha ms pura e inocente de la tierra - Una mujer apasionada puede perderse en los brazos de su amante; no por eso ser una perdida. Por fin, la bella arpista desisti de buscarle en Pars. Pues que el acuerdo al que llegaron posteriormente los dos fue otro: nuestro escritor la visitara en Barcelona. Antes ni de que corriera un medio ao de su despedida madrilea. Pero, por desgracia, no para concretar nada de la unin legal ansiada por ella, sino ms bien para darle un adis acaso definitivo, en un aparente proyecto de retorno a Amrica. Y hay constancia de que en efecto hizo ese viaje a tierras espaolas. aunque no para desprenderse de Europa. El 3 de noviembre de 1883 mand carta desde Paris a su servicial amigo quiteo Rafael Portilla, y en ella e expres: Me vuelvo a Espaa: voy a hacer un viaje a Catalua, Valencia y Andaluca. Y poco ms tarde, el 15 de diciembre, tambin desde la capital francesa, le inform al mismo Portilla: A mi regreso de Catalua, hace dos das Es decir, emple aproximadamente un mes en ese recorrido. Clotildina, naturalmente, haba estado segura del reencuentro de los dos. Por ello,el domingo 28 de octubre de aquel ao, en una epstola a su Adorado Montalvo, le indicaba que no le enviar un ejemplar de La ilustracin de la Mujer del 1 de noviembre, ya en pruebas, y que era precisamente de la edicin a que yo me refer en este mismo captulo, porque tema que se cruzaran por el camino. Debo mencionar tambin otro anteceuenle testimonial: las palabras que le dirigi a Clotilde mi propio biogi ,tfijdc. .gostit It). y que son stas: Si un viaje mo a Barcelona no lo hahl. it ,nar tu familia como un compromiso de mi parte, ir a verte en fi - ic liii jale a Amrica Lo de la salida a Amrica, si siempre estuvo entre sus suellos tono el modo de salvarse de sus amarguras del destierro francs, en esta ocasion
489 pareca ms bien un pretexto para poner fin a las relaciones con la joven artista, Porque para entonces las cosas se haban complicado, quizs debido a que ella se decidi a confiar, a su madre ya su hermana, noei secreto de la seduccin misma, pero s de su pasin mal correspondida. Y stas esperaban ya que Montalvo, en gesto de noble lealtad, la requiriese en matrimonio, o que Clotilde se olvidara para siempre de ese amor sin futuro. En este punto la misiva ltima a que estoy aludiendo es bastante concluyente. A travs de sus trminos salen a luz las reacciones de ese grupo ntimo, y sobre todo la de nuestro escritor, que indudablemente se muestra evasiva, renuente a la formalizacin de las correspondientes obligaciones. Pero l estaba seguramente asistido de razones muy fuertes, aunque no se determinara a puntualizarlas de manera franca y cabal: el problema de la gran diferencia de edades; b condicin suya de emigrado, bajo el vaivn de muchas incertidumbres; la falta de medios para fundar un hogar, pues que su dignidad y su orgullo, que no zozobraban ni entre las calamidades de la pobreza y el desamparo, le hacan rehusar cualquier posibilidad de ser sostenido por su compaera; el amancebamiento, finalmente, con Augustine Contoux, que l ocultaba con el ms minucioso cuidado. Todo esto haba, pues, y pesaba en su nimo. Mas Montalvo esquivaba entrar en estos detalles, y prefera en cambio apoyar la solucin del supuesto noviazgo de Clotilde con un tercero, segn parece que ella le haba hecho entender, acaso para avivarle el amor a travs de los celos. lomar unas pocas expresiones de este revelador documento montalvino: Esmeralda, amiga adorada, yo hubiera querido ser para ti el ave del paraso, y noei ave negra que ha dicho tu hermana, Esa Pepita tiene un abominable buen juicio: qu cosas tan sensatas y tan mortales te ha dicho! No hay sino una sandez, grande como la Giralda, en sus reflexiones y sus consejos: el olvido no puede ser otra obra de un momento ni de un da... .- Bella eres; pero en ti, la mujer interior, es la ms bella: tu alma transparente, tu corazn puro, sonoro; tu espritu luminoso, tu genio vivaz valen tanto como tus perfecciones corporales, y acaso ms. Si alguna mujer me hubiera he cho vacilar en mi resolucin de no casarme por segunda vez, hubieras sido t. Tu madre se engaa, cuando piensa que te olvidar por otra: en una leal soledad vivir adorando tu memoria... .- Si el novio que se le ha presentado merece tu estimacin, csate; a fuerza de estimarle, llegars a quererle. Colocado yo en una buena posicin,tu amor me venciera quiz; pero cmo has de dejar lo cierto por lo dudoso7 - y si ests dispuesta a or los consejos de la persona que ms te quiere en el mundo, yo unir los mos al de tu hermana Pepita y alde tu madre... En un correo anterior Montalvo le haba obsequiado con un par de guantes, comprados en Pars. Y despus de la carta que he transcrito, hubo
490 otras que han desaparecido, y en las que probablemente se encendi de nuevo el inters amoroso de l. Por la de Clotilde que ya he citado, del 28 de octubre, se advierte que nuestro escritor la haba reprendido, celndola. T me reiste dice la joven porque te hablaba de mis gatos, pjaros y mis monos, yahora por sencillas comidas en el campo en las cuales solo iba a fastidiarme y si tenia que escuchar a las invitaciones que continuamente tengo sera una cadena no interrumpida de diversiones, pero solo pienso en ti yen el momento feliz de verte, en lo que te dir y lo que ie preguntar as que no quiero ira ninguna parle para no distraerme de tu amor. Y en ese estado debieron de haberse mostrado sus relaciones cuando en noviembre se encontraron en Barcelona. Por lo mismo hay que suponer que, pese al nimo vigilante y prevenido de la madre y la hermana de Clotilde, sta volvi a los brazos de su amante. Y l, en esta vez, sinti con imperio ms irresistible los poderosos atractivos de ella. Al extremo que le prometi un regreso casi inmediato. Que estuvo a punto de cumplirlo, a los pocos das de llegado a Pars, si no se interpona la suplicante actitud defensiva de la madre de la arpista. Efectivamente, la conturbada seora se apresur a escribirle con el ruego de que desistiera de su propsito, e hizo que una amiga de confianza de todos ellos mandara con su sirviente la carta al correo, para que ni lo sospechara Clotilde. Montalvo debi de haberse reconocido tan impresionado por ese clamor materno, y tan convencido por las palabras recibidas, que adopt la resolucin automtica de olvidarse de su amor. Y de callarse para siempre. No le import ni siquiera su necesidad de escapar, en ese diciembre de 1883, a las crudezas de la estacin invernal parisiense, que tanto tema, y que solan agravar su reumatismo y su predisposicin a los resfros. Se resign pues a quedarse en donde estaba, atendido por el afecto rutinario de su conviviente. J uzgo indispensable reproducir aqu dos fragmentos, de las cartas de la madre y de la amiga que medi en el envo de esta correspondecia. Este es el de la primera: Mi buen amigo: Esta tarde ini Clotilde me consult sobre queme parecia el que U. pasase el hinvierno en esta, y por sus palabras comprendi que U. encontrandose un poco delicado, deseaba abandonar Pars para un clima ms templado.- Libre es U. de fijarse en donde le plazca, pero si los ruegos de una amiga, y si las suplicas de una madre hacen fuerza en su determinacin de U., le ruego y le suplico no sea en Barcelona. La posicin de mi hija es muy difieil estando en la misma ciudad, y no pudiendo U. fijar su posicin es preferible estn lejos. Mi hija no tiene ms dote que el nombre puro y limpio por s creado y al ver cerca de ella a un hombre es muy delicado, y se
491 empaara pronto ci cristal de st pureza. Adems Clotilde le qn ere a U. y vive en un e. fu nno st, b rc salt., u ciii n ti o le cerca. El fragmento de la carta de la amiga de ellos, Rosa Milans de Dora, es ste. al remitirle la que para U. me incluyen, dar un pesara nuestra pobre Esmeralda. Siento saherle enfermo, aqu tenemos un tiempo precioso, un sol de primavera. Con la nia, deseara verle aqu pero su buen talento le aconsejar lo mejor.... La celebrada arpista termin casndose, bastante despus, con un capitalista brasileo. Sigui recorriendo el mundo. Por fin se retir a una finca que posea en Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias, en donde muri en 1925, a los sesenta y tres aos. Es decir, le sobrevivi a Montalvo durante ms de tres dcadas. Y si la relacin de ste con Augustine se salv de ser vulnerada en esta ocasin, tambin ocurri lo mismo algo despus, tras el asedio sentimental de otra mujer: la escritora espaola que ya he mencionado, Emilia Pardo Bazn. Pero su caso fue completamente distinto. Porque jams tras- pas la barrera de una amistad a distancia, sin seas siquiera de ninguna intimidad. De manera que si me animo a recordarlo dentro del tema amoroso de este captulo, es por la reiterada intencin de un acercamiento mayor que descubren algunas de las cartas que le dirigi la escritora; e igualmente por los manifiestos deseos de sus encuentros con Montalvo. Casi nada significara esto si no fuera por algunos antecedentes personales de ella, a que rpidamente quiero aludir, y que tienen que ver con sus problemas hogareos y con cierta disposicin a las vehemencias del goce sensual. Insisto por cierto en aclarar que la unin de los dos no conoci sino la exclusiva deleitacin de almas que se aproximaron en una pura atmsfera intelectual, a travs de una correspondencia epistolar de ao y medio de duracin. Falt la aventura del enlace carnal, no propiamente por imposible, sino porque la eludi nuestro autor, adoptando una posicin notoriamente circunspecta, de formalidad y cortesa. Emilia Pardo Bazn haba nacido en La Corua, Espaa, en 1851. A la fecha de la iniciacin de la amistad con J uan Montalvo esto es en 1886 ella estaba prxima a los treinta y cinco aos de edad, mientras que l haba completado ya los cincuenta y tres. Ambos disfrutaban de una celebridad creciente. La ilustre gallega iba levantando por todas partes de su pas un revuelo de comentarios, al estmulo de sus novelas, conferencias, artculos periodsticos, declaraciones ygiras laboriosas. Escriba tam
492 bin poesa y daba pruebas de un fino talento de traductora en verso. Porque dominaba el alemn, el ingls, el francs, el griego y el latn. En la sustentacin de su cultura haban tenido parte la filosofa (con lecturas de Leihnitz, Descartes, Voltaire, Espinosa, Hegel y Schopenhauer) y las matemticas y ciencias naturales. Las letras clsicas y modernas haban fortalecidoydepurado su vocacin. En cuanto asu presencia personal, secaracterizaba por la desenvoltura y un aire de natura! altivez, que le abran fcil camino en sus empeos. Vn cronista del diario madrileo LI Globo acert a describirla por aquella poca con trazos muy grficos, que nos permiten vivificarla con nuestra imaginacin yrepresentrnosla tal cual era: el santo ejercicio de la maternidad le ha robado parte de su esbeltez primitiva, dndole, en cambio, merced a lo aventajado de la estatura, un gracioso y natural seoro, que recuerda al punto los retratos de duquesas y dogaresas pintadas por Van Diek y Moro. Tiene los ojos y el cabello negros, algo alborotado ste, aquellos apacibles y amorosos, bien que con un punto de malignidad, originada tal vez por la contraccin palpebral aneja a la miopa. La nariz es movible y aguilea, delatora a un tiempo de la pasin y de la raza. Viva en una residencia aristocrtica de La Corua. Pero se retiraba peridicamente a la granja que posea en Meirs, especialmente a la vuelta de sus viajes por el resto de Europa. En ambos lugares era buscada con frecuencia por crticos y editores. El cronista se refiere a la prdida de la esbeltez de doa Emilia, por el santo ejercicio de la maternidad. Y, en efecto, las fotografas nos la descubren un tanto gorda y con el pecho prominente. Haba engendrado tres hijos, a los que profes siempre gran cario. Su matrimonio, no obstante, sedesbarat despus de una paz que prometa serduradera. Ocurri ello en los aos de mayor afirmacin de su carrera literaria. Y quizs hay antecedentes que lo explican. Sus padres la haban llevado a un noviazgo precoz y a una boda temprana. Su marido era un joven J os Quiroga y Prez de corte aristocrtico, inclinado a la msica, suave, taciturno, y extremadamente dcil, por desgracia, a la opinin de los dems. Esto ltimo fue lo que desorden su apacible temperamento, precisamente en los momentos en que una crtica conservadora arremeta contra el valiente desenfado naturalista de las novelas de su mujer, y en que sta, con valor e inteligencia, defenda la corriente de dicho nombre, y a su fundador y maestroEmilio Zola en artculos que se publicaron en el peridico La poca, de Madrid, bajo la denominacin genrica de La cuestin palpitante. Aquel escndalo de origen intelectual fue alcanzando trastornos
493 de orden ntimo en su casa, y al fin el impresionable J os Ouiroga se sinti como un esposo vejado. Discuti con su compaera. porfiadamente. Has la lerminar en una separacin definitiva. Sin duda estimulada por tal experiencia ella escribi: el cario de los cnyuges propende a caducar si no lo fortifican inmensas afinidades espirituales y una amistad poderosa y consciente. Pues bien, quin sabe si no fueron esas afinidades y ese tipo de amistad los que crey encontrar en nuestro Montalvo, cuyo acercamicnto busc sin dubitaciones. He de recordar que la relacin entre los dos comenz con unas lneas en que ella le expresaba la alegra de ver en l ms al filsofo cristiano que al sectario intransigente, criterio que nunca lo modific. Nuestro autor, por su parte, le respondi el 2 de julio de 1886, con una carta brevisinia, en que le afirmaba: Seora: Remito a Ud. un libro mio con la dedicatoria que Ud. deseaba, segn me ha dicho nuestro amigo Garca Ramn. Mucho conozco a Ud. en sus obras, y la vida de San Francisco la llevo de tresvuellas, Pero no me he atrevido a enviar a Ud. mis obritas anteriores por temor de que no scan bien acogidas... -Me ha hecho Ud. un insigne favor con manifestarme el deseo de poseer algunas de mis obras con mi firma: va El espectador, que es la ltima y la ms inocentc,si la consideramos en su aspeclo religioso. Por delicadeza me he abstenido de enviar a Ud. los Siete tratados, en donde me muestro algo duro con el clero. y Ud. es lan ferviente callicaL- Los libros de Ud. me embelesan: todo admiro en ellos, y ms que todo los nobles y puros sentimientos de su nimo.- Acepte Ud., seora, las expresiones de respeto con que mc pongo a los pies de Ud. Significativa venia a ser esta iniciacin de uno de los ms hermosos dilogos epistolares de la centuria anterior, en lengua castellana. Montalvo no se carte con ninguna otra mujer con tanta satisfaccin ni con tan cautivador despliegue de originalidad y talento. Se ve que las ds personalidades se atraan en un plano imponderable para esa relacin imperecedera. Ambos posean orientaciones estticas muy definidas. Abundante cultura. Familiaridad con la produccin de los principales autores de Europa. Fecunda curiosidad hacia todo lo que iba apareciendo en la literatura de su tiempo. Conexiones con revistas y peridicos de trascendencia en el mundo hispnico. Amigos comunes. Y un amor, rico de lucidez y de fe, por las excelencias de la lengua castellana. Se intercambiaban sus libros. Se lean mutuamente con avidez, para emitir juicios honrados, el uno sobre el otro. Pero esos juicios, que eran de admiracin sincera, contribuan a acercarlos en una real y recproca comprensin. Sin la pervertida prctica iiO M,,,rsliucn .nrpioohii. Ib,,!. p.Ig J56
494 del toma y daca, o del bombo mutuo, que a los dos les repugnaba, aun pblicamente se confesaban esa elevada estima literaria. Montalvo vea en Emilia Pardo Bazn a una de las mayores creadoras de Espaa. Esta vea en aqul a uno de los ms extraordinarios prosistas de la lengua castellana. Desde luego, no coincidan en varios aspectos de importancia. As, en algunas ideas sobre religin. En la valoracin de determinados escritores. Pero particularmente en la posicin frente a la escuela del naturalismo. Ello se dej advertir ms de una vez, hasta que en forma terminante leg a puntualizarlo la novelista espaola en una carta admirable, dirigida a Montalvo a travs de las columnas de la Revista de Espaa. Pronto har una indicacin concreta del contenido de dicha epstola. Y bien, lo cierto es que esa larga relacin escrita fue dejando el sentimiento de una amistad cordial, que doa Emilia la hubiera deseado de otro carcter ms ntimo, mientras que nuestro escritor la prefera en el plano de una respetuosa cortesa. Ella no nicamente le incitaba a una correspondencia constante, sino que le invitaba a verla en todas las oportunidades de sus viajes a Pars. El diplomtico y periodista costarricense Manuel M. Peralta fue testigo de uno de esos encuentros, pues que la Pardo Bazn le convid a comer con ella y Montalvo en un hotel de la calle Daunou que ya ha desaparecido. Ese lugar era entonces frecuentado por muchos espaoles. Admirador ferviente de ambos, Peralta conserv, indeleble, la imagen de aquel hecho: La conversacin ha dicho de doa Emilia y de J uan Montalvo deba ser, como fue en etecto, de lo ms interesante. Doa Emilia se rescrv la parte ms brillante, pero ni el-uno ni la otra dieron pruebas del menor pedantismo.- Montalvo estuvo simple y arcaico como su estilo; a la vez rebuscado y modesto, apenas se poda creer que l pudiera vibrar con una elocuencia tan vehemente, como en sus Catilinaricis, contra la tirana. Ello fue en 1886, con la amistad todava reciente. En esos mismos das doa Emilia le mand desde su hotel una breve carta, en la que le confes: Ahora que le conozco a Ud. siento, contra su dictamen, el aplazamiento que sin razn ni causa, quizs por pereza, hubo en nuestro trato - le dir que mal que le pese al Obispo de Quito (recordaba a Ordez, el de la pastoral contra los Siete tratados), es Ud. de las personas ms cabales, inteligentes y simpticas queme ha deparado la suerte conocer, y como slo me faltan cuarenta y ocho horas para echar a correr camino de Espaa, bien puedo sin ofensa de su modestia ni de mi formalidad, dirigirle este madrigal.- Ah van la izquierda y la diestra: sta para el gran escritor, aqulla pata el amigo.
495 La intensidad de su afecto y la impaciencia por una mayor intimidad se dejaron notar en nuevas manifestacioncs escritas y personales. que fueron surgiendo en seguida, y que, por lo sinceras, persistieron durante largos meses. Varias veces se los vio sentados a a misma mesa, en aquella estada de doa Emilia en Pars, en 886. 1-a iniciativa era por cierto suya. No diga Ud. le maniteslaha en nito esquela prccisanlc sic de entonces que es apetito desordenado de comunicacin con tan insigne escritor. Es prccauciTl oportuna que adopto, rogando a Ud. no se comprometo itira ci sbado, pues resucita a marchar irremisiblemente el domingo. qtosicra que el oluriso dio de estancia en Paris contisemos juntos aqu en el hotel.- No nos tralarn como en el caf Riche, pero estamos en cuaresma: haga peniteneia, hermano... ,- Anoche rele la Mercurio!, con ms (leleitc que la primera vez- Y por cierto que se me ocurri una observacin: ya se la dir a Ud. de palabra. Pero, qu prosa A fines de ese mismo ao de 1886, y ya desde Espaa, sintiendo, segn ella, una melancola que contrastaba con su acostumbrada alegra, le hablaba de la satisfaccin ntima de su relacin, y crea Ud. le aclaraha que acaso crece con ella mi afecto, ms sincero y hondo de lo que Ud. se puede imaginar, y aun de lo que permitira razonablemente la duracin de nuestra amistad, nacida ayer. Y al despedirse le adverta, en signo revelador de su disposicin sentimental: recuerde Ud. que me ha prometido ir a casa del fotgrafo. Por fin, debo precisar que en esa misma carta le anunciaba el envo de la ltima novela de Galds, puesta ayer a la venta. Anoto este detalle porque no demor en irrumpir en las vidas de ella y de Prez Galds una pasin ertica, que la satisfacan desenfrenadamente en citas clandestinas en un barrio de Madrid. Pero en 1887 no slo que todava demostraba el mantenimiento fiel de sus reacciones ntimas hacia Montalvo, sino que, ya en forma totalmente franca, le invitaba a corresponderle en un tipo de aproximacin ms verdadera y profunda: A medida que los das pasan, por un procedimiento semejante al del clavo que se hinea ms, creo que se arraiga en mi alma el afecto despertado en la breve temporada parisiense, Y no es ilusin causada por el sentimentalismo de la ausencia. No, Es algo sereno y firme que no necesita sino hallar apoyo y reciprocidad para tomar carcter definitivo. El tono con que respondia mi biografiado a esas cartas era siempre el de una mesurada cordialidad. Encabezaba sus contestaciones con el invariable tratamiento de Amiga y Seora. Y no pasaba de expresarle: Suelo ser algo esquivo con la sociedad humana; pero cuando mi buena tortuna me depara encuentros como el de ahora, alabo a Dios. Con todo,
496 se decidi a enviarle la fotografa que ella le haba hecho prometer. en la que se observaban sin duda los efectos de algn retoque, quin sabe si por deseo de l mismo o por el acostumbrado esmero del fotgrafo. La Pardo Bazn hall en eso pretexto para confesarle su sentimiento respecto a la fisonomia natural y viva de l, que en ms de una ocasin sinti tan cerca de s. Estas fueron sus palabras: Su fotogra fa de Ud. no pudo venir ms a tic mpo: y sin embargo. Yo lo acuso de ate - nut,r muchsimo el carcter de la cabeza inteligente y amiga que siempre veo. No crea Ud. que gana un hombre 1 U x i me si es more rio) con que la fotografa le saavice los rasgos y le pola y arregle el culis. Al menos para mt gusto- lodos estos ci rcun logo os - paran en que Ud - nie agrada nOs que el retrato, y que ese otro que ha de hacer lid para mexpresamente no se quede en proyecto! Aluda a que la fotografa haba llegado a sus manos muy a tiempo porque ansiaba sentir la compaa de nuestro escritor precisamente en esos das, en los que iba a sustentar una serie de conferencias sobre el naturalismo en el ya famoso Ateneo de Madrid. Para ella vena a ser este compromiso una prueba de fuego, y crea que la presencia de un hombre a quien quera .y en cuyos juicios haba hallado tanta solidaridad admirativa. le hubiera resultado fortalecedora. El 13 de abril de 1887 deba ofrecer la primera de esas disertaciones. Exactamente, pues, en la fecha natal de Montalvo: esto es, cuando l haba de cumplir sus cincuenta y cinco aos de edad. Cunto me alegrara le aseguraba de que Ud. pudiera asomarse, porarle fantstico, al saln del Ateneoaquella noche S que leeria mejor, y con ms fuego y realee. La verdad fue que conmovi el ambiente cultural de la capital de Espaa, y su pluma brill entonces con .un efecto de mayor fascinacin. Estoy le contaba despus a su amigo abrumada de visitas de comit, de gentes de todas partes. No ha habido en el Ateneo nunca lnta gente. Mi biografiado la aplauda tambin, y renovaba sus alabanzas. Pero segualralndolaen su correspondencia de AmigaySeora. Y. porcierto, se mantena asimismo en sus trece respecto del naturalismo. Porque l amaba la literatura romntica, sentimental e idealizadora. En muchos casos, adems, moralizadora y cristiana. Razones de la formacin recibida en la almsfera tradicionalista y provinciana de su pas; de la seduccin poderosa que en su generacin ejercieron los semidioses del romanticismo europeo; de sus contactos y lecturas en su primer viaje a Francia; (le los afanes de tica en el comportamiento y en las expresiones literarias que.
497 segn persuasin propia, haba asimilado, y, en fin, de la certeza de una Consonancia fiel entre sus gustos y la produccin que lea, le volvieron no slo indiferente, sino adversario de las corrientes nuevas de la poesa y la narracin de Europa. Conviene que se advierta que tampoco en poltica fue ms all (le su pensamiento liberal, que coincida con el credo esttico de la escuela romntica. Escribi, as, con sobresalto de los avances del socialismo, cuyas manifestaciones pblicas tuvo oportunidad de ver en las calles de Pars. En el asunto especfico del naturalismo y de sus figuras prominentes se hallaba en disparidad absoluta con Emilia Pardo Bazn. a quien le prevena de que jams llegara a convencerle del valor de sus preferencias. Esta era indudablemente, a pesar de sus prcticas de buena catlica, ms atrevida que l en la adopcin de los cambios de la literatura de esos aos, y ms audaz que l -como consciente discpula naturalistaen la descripcin de las escenas amorosas. Recurdese que Montalvo, al leer la novela que aquella titul Los Pazos de Ulloa (pazo es la denominacin que se da a las casas solariegas de Galicia), le hizo esta sugerencia: Cuando haga la segunda edicin en su linda novela de los Pazos, deje, si le gusta, que Sahel salga despeinada y restregndose los ojos del cuarto de su amo; pero en laescena del bao ser mejor que la chiquita no le abra los muslos al bellaquino de Perucho. Por aqu puede Ud. ver liasia dnde soy yo naturalista, y cun excusado es predicarme, como I.3d lo ha hecho, el naioralismo a lo Flauhert y a lo Zola. Nopodaserle ms explcito. Sin embargo, en una estanciaparisiense de doa Emilia, acept acompaarla a la representacin, en el Teatro de las Naciones, de una adpatacin dramtica de la novela El vientre de Pars, de su amigo Zola. Y, como haba que preverlo, eso le movi a escribir sobre esa pieza en trminos de profunda abominacin, que aparecieron a mediados de junio de 1887 en el Libro Segundo desu ltima obra: Elespecrodo,-. El tema le sirvi, desde luego, para referirse tambin a otra representacin a la que fueron juntos: la de Los misterios de Pars, de Eugenio Suc en el Ambig Cmico. E igualmente para condenar lo que l encontr de naluralista en un cuadro de esa escenificacin: el de las mujeres que dan callandito sus pualadas por la espalda, y van muy frescas dejando all al difunto. Pero especialmente le pror o eion la ocasin de subrayar su juicio de total repugnancia sobre la iiovela Madame Bovary, de Flaubert, cuya protagonista rinde homenaje al vicio en el zagun de su casa, cae infamemente en el camino al pie de un rbol, a medioda. glorifica
498 a cada instan te el ad ul te rl o con ti cia nueva corona. Y en lo que tocaba a laadaptacion teatral de lacreacin zolesca. sentesle testimonio: Otra noche. Le Vveure de Paris, d nina de 3 tisna ch y Zol 1 en e leal ro de las Naciones - Qu cuadros! El mercado, les Desojes el, la !luti, con Sus vestidos, Sus modales. su jerigonza lodo a tu nos,, rol, Si )g;is de carne, si rl ,is de pese; t di) he dion do - 11101110 flCS de coles podridas, a lo natural, y los personajes, coIl sus palabras, sus modos naturales y reales, yendo y vio ende en soda muchedumbre, gritando, peleando, dndose de porradas y hartndose de soeces inj tirias, todo tan natural, que el naco ral Ismo 1 rl unfaha en toda la lnea, Doa Emilia Pardo callada, callada. De cuando en cuando baca un gesto (le mujer culta y- pulcr;u (;ivus el teln: .;Ou le pa rece? le pregunl& No me gusta, respondi Hasta el ttulo es indecente: La barriga de Pars, aadi Montalvo. Las divergencias de criterio no se las callaban. Ambos eran sinceros en sus expresiones de carcter literario, filosfico o religioso. Hasta hubo ocasin en que con suave irona la novelista le llam la atencin sobre una muy visible falta ortogrfica cometida por nuestro ensayista, yen que fue contestada con el mismo tono por imperfecciones en que ella tambin haba incurrido, Pero, tras las [rases de desahogo contra el naturalismo que aparecieron,como ya he acabado de decirlo, en El espectador, Emilia Pardo Bazn se sinti fuertemente tentada a dirigirle una carta, asimismo pblica, que form parte del nmero 462, de iulio y agosto de 1887, de la Revista de Espaa. Se la puede leer bajo el ttulo de Literatura y otras Iticrbas. Carta a/Seor Don J uan Montalvo, de la indicada publicacin madrilea, Mees por cierto necesario advertirque los montalvistas haban perdido la pista de tales pginas. Roberto Agramonte recomendaba buscarlas, Y ma ha sido la fortuna de dar con ellas, La firmeza de los juicios de su autora, antagnicos de los de Montalvo, es tan plena e inteligente, que conduce a reflexionar en la validez de los reparos que le formul a ste, yen la atrevida modernidad del pensamiento esttico de doa Emilia, He de aclarar, desde luego, que son en el mismo grado terminantes sus expresiones de total admiracin por los atributos formales de la prosa montalvina. No sin insinuar la conveniencia de que se conozca de manera cabal este trabajo, aqu nicamente debo recoger, de un punto y de otro, algunas de sus [rases ms significativas. Que son las que siguen: En los escritos de Ud. la form a es la pulpa, carne y zumo dulce la doct ri n;i, a menudo, el hueso; ya sabe usted que yo no lo puedo tragar - y aade Ud.: S, s, sa es la verdad; tui atino ,stc lcita cje Dios, ce mml e) realidad, de h iva tcrtia, de u -oclieia. u rifi titas. -a mart ere, (til o lov tutu tures han di51, u P510 a rregla,to las rasos ilel jito es o q ve eta eal,c e, ni i p,n.a,,i en lo ni en tui ro pi rieti, io - Y a un por es,, las quiere
499 usted arreglar a su modo... - A It, que he podido rastrear leyendo despacio sus libros de usted el claro autor de los Siete tratados se halla aferradisimo a la mayor parte de las mximas y principios del Cristianismo, y ms fcil le seria volve rse fraile con capucha que negador a la mane tUI (le St rausss o materialista a lo ltuchnc r - ( ree y con fiesa la divinidad de Cristo, es acrrimo partidario y severo defensor de la moral catlica, ni, le (lan peor trato que llamarle impio y slo tropieza en tin espritu (le insuhordina ein que le inspira lo que se llama clerofobia o afn de comer carne de euro, mal de que por ac ya estn muy aliviados los incrdulos de primera tijera... -- A ustedes, los ilustres herejes, los de las codicias infinitas y los ensueos de inmortalidad, hurfanos de fe en la revelacin, les pasa lo que al amputado de las piernas, que no tienen miembros para andar y s para que les duelan En lo que respecta a las adaptaciones teatrales de las novelas de Suc y de Zola. que vieron juntos en Pars, le expresa su coincidencia de parecer sobre la mala calidad de tales adaptaciones, pero le aclara que discrepa con lo que l dice de las obras originales. Y trata, por otra parte, de demostrasle cmo est errado en su desdn de Madame Bovary y en su admiracin desbordada por las creaciones de Vctor Hugo. Tocante a lo primero, o sea al juicio sobre Madame Bovary, le asegura: Esa novela. crame usted, es la desesperacin de las gentes del oficio, por lo ahincado de la observacin, lo cortante de la stira, lo irrefutable de los pormenores, lo sobrio de los adornos (cmo puede usted acusar de prolijo al genio de la buena distribucin, de la proporcin exacta, a Flauhert!), por la tersura y bizarra del estilo, y hasta (iPero cunto me pesa que usted no lo note!) por amoralidad delfondo... . - ?No ha de soliviantar al artista ver que.a una novelaza, una seora novela, una joya, Madame Bocary, se le roen los zancajos por si trata o no trata de adulterios? Yen lo que concierne a lo segundo, o sea al tema huguesco, afirma: Yo, por ejemplo, regateo y taso la gloria a Vctor Hugo, se a quien usted ve con la frente coronada de rayos y perdida en las nubes ... me parece a menudo ampuloso, declamador, palabrero, vaco de doctrina y tocado de vaga y hueca sensibilidad Por fin, llega a concluir que con Montalvo, que gusta de preferir a los escritores que anteponen el concepto tico al artstico, no resulta ella correligionaria ni en esttica. Pues que nicamente se muestran acordes, unnimes, indiscrepables en cosa de grandsima entidad: la devocin y el culto del habla castellana. Pero entonces s confiesa, admirativamente, que nuestro prosador quiere a sta con cario fecundo, generador de pginas que algunas no envidian nada a las mejores que se han escrito en ella. Esta extensa epstola de Emilia Pardo Bazn hizo mella en la sensibilidad de mi biografiado. A los pocos das de haberla recibido, mediante el envio de la Revisla de Espaa, no se resisti a quejarse en una carta din-
500 gida a J ulio Calcao de la mala ocasin con que la seora le haba arrojado obscrvaciones sobre la fc, porque maldita la cosa que hay de religin ni de clerofobia en El espectador. No le dijo nada, en cambio, de las discrepancias literarias, que quizs le hirieron con la misma intensidad. Pero ante su brillante interlocutora prefiri disimular el desagrado. Lo que no pudo evitar fue el poco nimo para seguir en su correspondencia epistolar. A exigencias de ella le mand unas tres cartas ms, que se han perdido, porque Montalvo no quiso conservar sus copias. Yo he intentado encontrarlas, aunque intilmente, pues quc llegu a saber en Espaa que el archivo intimo de Emilia Fardo Bazn fue incinerado por sus propios hijos, para impedir tal vez que se divulgaran confidencias de cierto orden amoroso, con otros personajes. La gran escritora adivin desde luego el resentimiento de mi biografiado, pues que lleg a expresarle: Usted me ha borrado ya del libro grande, amigo mo ... Lo advierto y creo que procede de un mal artculo; pero no crei jams que los afectos del alma cediesen ante la diversidad de criterio literario, poltico o religioso. Con dolor veo que es as Y todo termin entre los dos en el mes de noviembre de 1887. J uan Montalvo rondaba ya, sin presentirlo, el exiguo territorio de su ltimo ao de existencia. Que habra de aislarlo en el mbito triste de su morada de la calle Cardinet, bajo la rutinaria asistencia de Augustine. La novelista espaola disfrutaba, en cambio, de la euforia de una madurez que todava estaba en sus comienzos. Y su robustez y sensualidad no le permitan sofocar la voz imperativa de su necesidad de amor. Que Montalvo fingi no comprender. De manera que pronto, en ese mismo 1887, se lanz a una desbordante aventura ertica con otra figura clebre de las letras de entonces: el extraordinario creador de novelas Benito Prez Galds. Ms de un bienio abarc esa relacin, que la mantuvieron en oscura reserva. Se juntaban, en efecto, a escondidas, en un sitio del viejo Madrid: precisamente en el ddalo de calles estrechas de ms all de la Puerta del Sol. Lo hacan con la frecuencia con que la Pardo Bazn iba por esta ciudad. Y cuando se hallaban lejos el uno del otro, menudeaba su correspondencia, dirigida naturalmente con las mayores precauciones. Su estilo era distinto al que hice observar en la relacin con Montalvo. Porque en estotra rebosaban el buen humor, el espritu ingenioso y las demostraciones de una confianza que, slo por la intimidad, no se pareca al irrespeto mutuo. A este tipo de comunicacin debi de haberla inducido Galds.
501 II conserv las cartas de la escritora, cuyo contenido descubre la pasin con que practicaban ci amor. Valgan dos o tres citas, ya que de pasada me lic puesto a tocar este punto. Es que le dice por ah doa Emilia a Galds estimo en ti lo que slo en ti se en. cuentra, sin dejar de saborear lo otro, que es mejor por ser tuyo,- En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre.- Quieres que te digalaverdad? Siempre me he reprimido algo contigo por miedo a causarte dao fsico; a alterar tu querida salud. Siempre te he mirado (no te ras ni me pegues) como los maridos robustos a las mujeres delicaditas - rabio tambin por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpo todo. Te aplastar. Despus hablaremos tan dulcemente de literatura y de Academia y de tonteras. Entiendo, desde luego, que las lneas transcritas vienen a ser tiles para apreciar tambin el carcter diferente de las relaciones que se produjeron entre la Pardo Bazn y Montalvo. Y por lo mismo para reconocer el fundamento de lo que sobre ellas he explicado. Pero habr que suponer que ni aun en el caso, que jams lleg. de un contacto carnal, mi biografiado hubiera permitido a su compaera ese desenfado epistolar, ni tampoco los excesos de lo ertico a que ella se declaraba tan dispuesta. Ya lo he dicho antes, contra las referencias antojadizas de ciertos autores: Montalvo supo conducirse como un hombre de vida sexual moderada. Conceda razn al famoso mdico que haba asegurado que una gota de simiente humana vale por una onza de sangre. Y estaba radicalmente convencido de que el derroche de esta sustancia material acaba por destruir la inteligencia. Adems, ya para entonces, con toda su carga de incertidumbres y desabrimientos, ese exiliado cincuentn, pertinaz vagabundo de soledades, se iba acercando a la ltima y definitiva de ellas: la soledad de la muerte en una patria que ni siquiera era la stiya.
502 CAPITULO XXII Grandeza ltima y apoteosis Interminable se le haca el destierro a nuestro escritor. Estaba hastiado de ese ambiente extrao. Todo es dolorosamente extrao en un pas que no nos pertenece. Pocas palabras tienen por eso un sentido ms exacto que la de extraanjiento, cuando se le aplica a la pena de los desterrados. Ya indiqu en captulos anteriores la suerte de circunstancias que le hostigaba en su vida de Pars. Recurdese especialmente, para no hacer un recuento de ellas, cmo renegaba de las condiciones del clima, desde su primer viaje, y cmo ste en efecto le dej para siempre los estragos de un agudo reumatismo. En pginas de sus libros yen desahogos ntimos de unas cuantas cartas echaba de menos las bondades climticas de nuestras sierras. Pero pasaba el tiempo y se multiplicaban las razones de su nostalgia. Vivo deseo tengo de ir a pasar un ao o dos en Ambato, confes alguna vez, aunque en verdad quera volver a estos lados de manera indefinida. Hasta se desesperaba por ello, y no se resista a hacer saber a su gente de confianza que careca del dinero para embarcarse. Adriano Montalvo se haba adelantado, por inspiracin propia, a pedir permiso a las autoridades ecuatorianas para el regreso de su to. Este ciertamente desaprob esa iniciativa, no obstante su afn de la vuelta. Pues que no se hallaba expiando ningn delito, ni responsabilidades polticas de ninguna ndole. Para cualquier improbable dificultad oficial saba Montalvo que contaba con el influjo del cnsul de nuestro pas en Francia Don Clemente escribir no slo a Quito, sino tambin a Guayaquil, adverta a Adriano para que depusiese sus gestiones. Y, eso s, no le ocultaba el fondo de sus desazones de proscrito El 9 de agosto de 1887 le deca, en efecto: El ao de destierro que t sufriste
503 debe darte la medida de lo que yo, con mis ocho aos de ausencia, siento en mi corazn por esos paises y esos lugares queridos. Si los volver a ver? Aun en el rumbo de su xitos literarios ci recuerdo del Ecuador estaba presente. Enviaba a sus (amillares y amigos las publicaciones europeas en que aparecan juicios laudatorios de sus libros, solicitndoles que los reprodujeran en peridicos de Quito, y hasta en hojas volantes bien impresas: estas ltimas destinadas a circularen Ambato yen piales. Qu mejor cosa que tornar a la patria con el halo de una celebridad honradamente alcanzada, y con una suma de obras de estilo tan propio y magistral? Seguramente se atreva a suponer que despus de un tiempo tan largo sus enemigos haban renunciado ya a la fiereza contumaz de sus enconos, envidias y despechos. Y que la elocuencia de la crtica extranjera, vertida de inteligencias espaolas e hispanoamericanas, haba acaso confundido ya, y para siempre, a sus viejos detractores nacionales. Tal vez gran desgracia ello era imposible. Si, sin duda lo era. Mas de cualquier modo haba comenzado Montalvo a obstinarse en huir de la capital francesa, como quien huye de un mal que se acerca, grave e irremediable. Se senta de veras cansado, y le entristeca la idea de que la existencia se le iba ya desmoronando con mayor prisa en ese suelo ajeno, que l sinceramente no amaba. Se forjaba pues planes para no enfrentarse a otro invierno el del 88 en el mismo lugar. Pareca que su instinto vea perfilarse, en el aire fro de la estacin que se aproximaba, la embestida de una amenaza mortal. Aventuraba por eso en sus cartas algunas frases en las que se quedaba temblando el acento de una premonicin de ese carcter. Y por desgracia no estaba equivocado. Los planes del retomo en este ltimo retazo de su historia fueron pues fracasando. Debi as seguir uncido a aquella dudad extranjera, que pronto descarg sobre su naturaleza sensible las molestias del invierno que tema. Se mostraba para entonces algo ms enjuto. Tenfa ligeramente encanecidas las sienes. 1-le de recordar que ha quedado una imagen de 1 de esos precisos das, delineada por el autor ecuatoriano Vctor Manuel Rendn. J uzgo til recoger de ah los trazos que siguen: Una tarde del invierno de 1888 me dirig hacia el domicilio de mi excelente amigo nunca olvidadodoctor Agustn L. Yerovi, quien temporalmente se hallaba en Pars. Aunque l era de ms edad, congenibamos. Encontr a mi distinguido compatriota en conversacin con un paisano alto y delgado, que usaba bigote poco tupido en un semblante simptico aunque algo grave y cuyos ojos negros brillaban bajo ancha frente coronada por abundante cabellera ensortijada. Me era desconocido. Le vi sentado
504 en cmodo silln cerca de la chimenea, cuyas llamas iluminbanle el rostro moreno. Sc irgui y el Dr. Yerovi, presentndonos, me dijo: Don J uan Montalvo. Viva impresin, gratisima, experimente al estrechar la mano del renombrado escritor nacional, de quien hasta entonces solamente haba ledo las Habr que suponer que desde la fecha de ese encuentro apenas si pas algo ms de un par de meses cuando ya a Montalvo le sobrevino el quebrantamiento de salud que le precipit en su agona. Si las cartas que dirigi al Ecuador el 22 y el 31 de agosto de 1888, destinadas respectivamente a su hermano Francisco J avier ya su amigo Federico Malo, guardaran la debida precisin, se podra ver que la funesta enfermedad comenz a aquejarle a fines de febrero. Pues que a su querido Pancho le asegur con toda concrecin: Despus de seis meses de grandes padecimientos todava estoy en manos de mdico. Durante este largo perodo de dolor, ni Dios, ni los hombres me han faltado. Ya Malo, igualmente, en epstola que redact en francs para ir dictndosela con mayor facilidad a su compaera Augustine, le expres: Despus de seis meses de sufrimiento, hoy mismo todava tengo necesidad de una mano amiga para contestar a Lid. Lo cual le probar que no me hallo an bien. Pero hago notar que hay una carta del 7 de marzo, que mi biografiado envi a su sobrina Lucila Montalvo, en la cual se le advierte todava en posesin de su salud. Y tambin unas frases del testigo de sus ltimos padecimientos fsicos Agustn L. Yerovi, que aluden a que stos se le presentaron en la primavera del 88. De modo que, con otros detalles de que he logrado disponer, bien ser que site la circunstancia que ocasion su mal entre el 8 y el 10 de mano de 1888. Esto es, en la semana anterior a la aparicin del tercer volumen de su ltima obra, El espectador, cuyas pruebas finales alcanz a corregir. Eso ocurri probablemente del siguiente modo: Juan Montalvo haba dejado su morada de la calle Cardinet para eneaminarse a la imprenta de Ferrer. El sol matinal de una primavera naciente, y todava indecisa, entibiaba engaosamente la atmsfera. Intil le haba parecido ponerse abrigo ni ir cargando su paraguas. Le hubieran incomodado en un trayecto apreciablemente largo, en que tena que moverse en J uan patas, como graciosamente sola decirse a si mismo. Por fin lleg a la casa editora y, como siempre que se trataba de las obligaciones de sus libros, para l primordiales, se encerr a trabajar olvidado de todo. Revisaba lnea por ltt9 Revista Casa deMontal,?o. (Ambato), nmeros, Uy 3, pgs 34y35.
505 nea, meticulosamente, las tiras impresas. No quera que pasara del quince de marzo la aparicin de sus nuevos ensayos. As, concentrado en lo que haca, se le fueron prontamente las horas. Hasta que se le vino la tarde. Estaba desde luego satisfecho de haber realizado las correcciones tipogrficas hasta en el ltimo papel. Y con ese nimo se despidi de sus editores, para el regreso al hogar. Pero al salir not con preocupacin el cambio sorpresivo de la temperatura. Haba un viento helado, de tormenta que se avecinaba. El cielo se haba descompuesto. Se diocuenta de que deba dar- se prisa. As lo hizo, sintiendo poco despus, en el paso arremolinado del aire, el agravio de las primeras gotas de lluvia. No haba carruajes cerca, ni lugares donde guarecerse. Prefiri cruzar rpido uno de los puentes del Sena, que le llevaran al sector donde radicaba. Lamentablemente no haba cumplido ni la mitad de la travesa cuando el aguacero hizo presa de l, mientras el fro le dentelleaba las carnes. En esas condiciones ya no debi sino seguir andando, hasta dar con su casa. Las calles le parecieron interminables. Al llegar, jadeante, traspuso la puerta principal, sacudi fuertemente su sombrero, y busc las escaleras. El agua se le escurra de las ropas empapadas. Augustine no haba encendido la chimenea. Le ayud a cambiarse con presteza y le sirvi una taza de caf negro caliente. Casi exhauto, y ms sombro que nunca, se extendi entonces sobre la cama. Durante la noche pas mal. Le atormentaban la tos y la fiebre. Al amanecer del da siguiente se le declararon unos dolores intercostales que se le fueron haciendo punzantes, y que cada vez eran menos tolerables. No hallaba postura adecuada para mantenerse en su lecho. Se visti con dificultad, y not en seguida que la agudeza de su afeccin le impeda tambin estar de pie. Las manos solcitas de Augustine le ayudaron a reclinarse en un silln, entre suaves almohadas. A l se le ocurri mandar a avisar de su dolencia a su amigo doctor Yerovi. Concurri ste al departamento. Encontr a Montalvo abatido. Y por primera ocasin advirti que, pese a la conocida integridad de su temple, no alcanzaba a reprimir, de cuando en cuando, las viriles expresiones de su padecimiento. Hubo que llamar a su mdico, que le recet unos calmantes y algo para la gravedad del resfro Pero ese tratamiento fue tan limitado como ineficaz. Porque la enfermedad no tena nada de simple ni de pasajera. Al contrario, entre repetidas desaprensiones profesionales, result que ella se fue paulatinamente complicando. Los sntomas debieron ser tomados ms bien como los de una peligrosa neumona. El paciente soport alrededor de un mes sus dolores, 506
J uan Montalvo, busto en piedra de Luis Mideros, Casa de Montalvo, Ambato.
casi sin alivio. Al fin, desaparecieron stos, aunque no por obra de la medicacin. Y se present en su lugar un conjunto de otros sntomas: malestar constante, inapetencia, debilitamiento general y fiebres. Que fueron realmente aniquilndolo. Ni siquiera los escritos y las lecturas, que haban sido la atmsfera habitual de su existencia, pudieron persistir en este perodo de mortificante postracin. El tercer volumen de El espectador sali en la fecha prevista, pero los pormenores de su circulacin, y desde luego la prctica epistolar que en dichos casos siempre haba surgido, ya en esta vez escaparon por completo al control de Montalvo. Ni siquiera alcanzaba a sostener con firmeza la pluma, acostumbrada al pulso de su mano. Los trazos vacilantes de la firma que se esforz en poner en una carta que haba logrado dictar de manera excepcional, para Federico Malo, revelan la condicin de extremado agotamiento en que haba cado. En la comunicacin del mes de agosto a su hermano, a que repetidamente he aludido, y que vino a ser la ltima que alcanz a dirigirle, le confesaba que no poda ni salir de su cuarto. Y comparaba su deplorable estaba fsico de entonces con la salud buena y cabal de sus postreros siete aos de Pars. Aseguraba que la crudeza del invierno del 88 le haba hecho pagar todo junto. Eso quizs era verdad slo en forma relativa. Pues que las estaciones fras no dejaban de hacerle do. El mismo le contaba al doctor Francisco J avier Montalvo que su amante, en seis aos de compaa, le haba salvado tres veces la vida. Lo que ocurra era que, al verse bajo sus actuales padecimientos, aoraba el bien perdido exagerando las bondades de la salud de que haba disfrutado. Hombre tan consciente como l era, y poseedor adems de percepciones del futuro, estaba seguramente presintiendo en aquellos das amargos la cercana de su fin. Ocho aos atrs, cuando escribi sus Catilinarias, haba afirmado: No nac para la felicidad, pero tampoco para la desgracia en forma de muerte desastrada. La muerte que le pido, Dios me la ha de dar: muerte de filsofo cristiano, sin dudas ni terrores por una parte, sin insolencia ni fatuidad por otra: creyendo en El, y no en las patraas de sus difamadores; alabando sus obras, y no maldiciendo las de los hombres. De enfermedad decenle, noble: con fuerza para sobrellevar los dolores, sereno antela vidaque mehuye ylatumbaqueseest abriendodelantede m. Por la clarividencia de los caracteres reales de su extincin, que casi despus de un decenio le haba tocado afrontar, esas lneas podran dar la impresin de que las hubiera escrito la vspera. Saba ahora que se estaba
507 acabando, y sabia tambin que se hallaba revestido de majestuosa serenidad. Apasionado admirador de Scrates, lector vido de Sneca, su comportamiento tena que ser el de un estoico ante el imperio inexorable de su agona y su perecimiento. Desde luego, aun en su alma herida de convencimientos mortales, se resistan a desaparecer los destellos de una ltima esperanza de salvacin. Quera seguir en la escena del mundo, y batallaba por eso con el breve resto de sus fuerzas. Pensaba con amorosa porfa en la vuelta a sus sierras ecuatorianas, de campos y cielos incomparables por sus colores y su mansedumbre. Pero ni en esa aflictiva situacin estaba dispuesto a permitirse claudicaciones de naturaleza poltica, como la de requerir el socorro del gobierno para regresar y establecerse en su aorado pafs. Que en su caso hubiera sido indisputablemente justo. Es bueno que aqu recuerde que en una oportunidad de esos mismos das aciagos, pese a su angustiosa postracin, lleg a demostrar que le sobraban dignidad y energa para rechazar al Presidente J os Mara Plcido Caamao la atractiva destinacin de cnsul en una ciudad de Francia que ste haba mandado proponerle. Conocida la noticia de dicha oferta, un peridico de Quito haba dado por descontada su aceptacin, y la haba comentado en trminos de complacencia. Esto llen ms bien de coraje a nuestro grande hombre, ya en los umbrales de su agona. Efectivamente, en carta enviada al director del semanario El Foro, de 7 de julio de 1888, le exigi una aclaracin pblica de su rotundo rechazo del aludido nombramiento. Deben leerse sus propias palabras, que son tan ejemplares y edificantes en medio de la inicua voracidad de empleos y cucaas que caracteriza a la fauna de nuestros polticos profesionales: El Sr. Agustn Yerovi vino un da ami casa, por encargo de una persona muy respetable, dijo, y, a nombre del Sr. Antonio Flores, Ministro del Ecuador, me propuso el Consulado general de Burdeos con aumento de sueldo. Mi sorpresa fue grande; pero mi contestacin no pas de estas palabras: Entre la Legacin de Francia y el Padre Lacha ise, no vacilara yo un punto en optar por el cementerio. Veinte aos de lucha por mis ideas, de proscripciones y padecimientos de todo gnero, sobrellevados con buen nimo, no son para ir a hundirse tristemente en un empleo ofrecido por un gobierno del partido contrario.t90 Para comprender la significacin superior de este gesto conviene que se conozca que los meses de su enfermedad le despearon en una real indigencia. Al extremo de tener que recibir humildosamente, sin los alardes 90 Monta] yo en su pistola jo. Th,d.
508 de su usual repugnancia, y, al contrario, Con el corazn conmovido, las contribuciones de un grupo de ecuatorianos residentcs en Paris, que se afanaban en proporcionarle curacin y sostenimiento. Evidencia neta de ello se encuentra en las expresiones que en agosto de aquel 1888 le formul aJ . C. Seminario: El doctor Yerovi le dijo me haba hablado de la generosa oferta de usted, cuando tuvo usted conocimiento de mi enfermedad y la angustiosa situacin a que ella me haba reducido. El seor Bailn me ha hecho uiher ayer que dicha oferta ha principiado a ser efectiva, y que aun el seor su padre de usted tomaba parte en la eontrihuein que ustedes se han impuesto humana y generosamente. Sirvase usted manifestarle ml reconocimiento y decirle que tengo en mucho Su benevolencia - - Y lo recomendable fue que aquel sentimiento solidario con la desventurada suerte del escritor genial se mantuvo, fiel, hasta el instante (le darle sepultura. Los dos respetuosos amigos que con asiduidad le visitaron durante ese largo tiempo de padecimientos fueron Agustn L Yerovi Clernenle Bailn. Mas hubo tambin otra persona que fue a verlo con frecuencia en su lecho de enfermo, y cuya adhesin intelectual haba sido bastante lcida e influyente en el perodo de su consagracin all en Europa: el espaol Leopoldo Garca Ramn. Ha confesado l que iba a acompaarle semanalmente mientras estuvo postrado. Y ha trazado este cuadro impresionante, por lo animado y fidedigno, del pobre paciente, devorado casi por la muerte: Cuando ami regreso de Espaa dice Garca Ramn, en setiembre del ao pasado (1888), fui a visitarle, se me oprimi dolorosamente el corazn al comprobar los progresos de la terrible neumona purulenta que le consuma. Le consider perdido. Llevaba en el costado una herida que a propsito mantenan abierta los mdicos; haban practicado en su garganta una operacin difcil y dolorosa; ya pesar de todo, qu limpieza la de su ropa interior! Con qu afn arreglaba los puos de la camisa de dormir para ocultar sus pobres muecas! Cunto agradeci ami mujer que consintiese verle as, sin afeitar, despeinado, hecho una ruina! Luchaba con rabia contra la enfermedad: no crea morir.9 Ni ah en Francia, en esa poca, la medicina alcanzaba a combatir con eficacia aquel tipo de infecciones. La neumona inicial se haba convertido, tras los primeros meses de tratamiento, en una pleuresa purulenta, como exactamente puntualizaba Augustine Contoux en la nota que agreg al pie de la carta dictada por Montalvo, el 22 de agosto de 1888, para su 19 La Espada Moderna, A ini 1, lebrero dr 1559), Madrid.
509 hermano el doctor Francisco J avier. Dos profesionales de mediana aptitud, pagados con el auxilio amical, haban estado atendindolo en forma alternativa y con alguna periodicidad. El mal, naturalmente, sigui causando estragos irreparables en su organismo, que no cesaba as de consumirse. Haba das de mayor gravedad. En uno de ellos sus dolidos admiradores ecuatorianos, movidos por justa alarma, se vieron precisados a llamar a un mdico de renombre en Pars: el doctor Len Labb. La intervencin de l fue acertada, y sirvi adems para abochornar al par de profesionales que haban sido incapaces de dar con el tratamiento adecuado. El uno estableci el diagnstico de neuralgias y de fiebre nerviosa. El otro, de manifestaciones de origen reumtico. Labb se aproxim con ellos al paciente, y, tras auscultaciones prolijas y la palpacin de sus partes enfermas y sensibles, les demostr su vergonzosa equivocacin. Tiene el seor les asegur un derrame pleural. Vendr maana a las nueve, y ofrezco extraerle, a lo menos, un litro de lquido. Eso ocurri, en efecto. Us un trocar, o punzn y cnula de ciruga, y extrajo del atormendado y varonil escritor aquella abundante porcin de sustancia serosa. Vino el alivio para ste, y la tranquilidad para sus amigos. Desgraciadamente dur poco la ausencia de dolor y de preocupaciones. Fue pues necesario hacer regularmente otras punciones de la misma naturaleza. Con iguales resultados. El martirio no admita tregua. La gravedad avanzaba. En determinado momento hubo que buscar de urgencia al doctor Labb. La fiebre haba subido considerablemente. Los padecimientos eran mucho ms intensos. Tras un nuevo examen del lquido pleural, el facultativo se dio cuenta de que se haba presentado un peligroso foco de supuracin. E indic la conveniencia de practicar una operacin inmediata, harto difcil. Se le consult a Montalvo, y ste acept someterse a ella. Quera vivir. Y desde luego seguir demostrando la firmeza de su valor, a la postre excepcional. Fue llevado as, en seguida, a la clnica Dubois, de la calle de Faubourg, muy distante de su casa. Para que lo interviniera quirrgicamente, sin prdida de tiempo, el doctor Constantine Paul. Sobre este punto preciso debo infomar que he comprobado que dicho centro de salud ya no existe. Tampoco he podido hallar algn archivo mdico que le perteneciera y que a m personalmente me orientara en la indagacin de este hecho de la historia montalvina. A mi biografiado se lo condujo cuidadosamente hasta la clnica. El doctor Constantine Paul explic al paciente, no con nimo de preocuparle,
510 sino ms bien de pedirle consentimiento para cloroformizarlo, que la operacin iba a ser complicada y larga, y que demandaba su ms conipleta inmovilidad. Montalvo le escuch con calma absoluta. Pues que tanto en el proceso de su enfermedad, caracterizado por padecimientos y curaciones difciles de tolerar, como en el momento dramtico, acaso esperado por l,de comunicarle que era indispensable entregarle a las manos de un cirujano, su voluntad haba hallado oportunidades de fortalecerse varonilmente, segn el ejemplo de las grandes figuras de la filosofa y de la historia que l tanto haba amado. Durante esas semanas de agona estuvieron en su recuerdo tal vez la imagen de Scrates, sereno en el instante de apurar la cicuta, tras su condena infame; la de Sneca, tan conscientemente ledo por l, que dio lecciones de entereza moral y de firme desdn por las aflicdones propias y el mal inexorable deja muerte; la de esos antiguos romanos con temple de hroes,como el Mucio Escvola de uno de sus Tratados, que en presencia de los invasores de Roma puso a arder su mano entre las brasas; la de los mrtires de la independencia hispanoamericana, tambin evocados conmovedoramente por l, como ese joven Ricaurte que se convirti en tizn sagrado al hacer saltar en pedazos el parque cargado de municiones que iba a ser tomado por los soldados enemigos. En fin, una de las obsesiones de mi biografiado consisti en recomendar el ejemplo de grandeza de tales hombres, y en proponerse a si mismo dicho modelo como estmulo para el robustecimiento superior de sus virtudes de serenidad y coraje. De manera que en el trayecto a la clnica fue sin duda preparando su determinacin estoica para la dura prueba que le aguardaba. Por eso oy con calma pasmosa las advertencias del doctor Constantine Paul a que he aludido. Y, aun ms, en el momento de decir si conceda su permiso para la anestesia, y cuando mdicos y amigos se hallaban seguros de su respuesta afirmativa, l contest en estos trminos: En ninguna ocasin de mi vida he perdido la conciencia de mis actos. No tema, doctor, que me mueva. Operar usted como si su cuchilla no produjera dolor. El doctor Yerovi ha dado testimonio de ello, y de la forma en que se le intervino, segn los detalles que en seguida reproducir. Pero debi de habrsele insistido en la necesidad de que recibiese el cloroformo para que cayera en el sueo profundo que exiga esa operacin tan afligente. Casi no hay en el cuerpo humano parte ms sensible y expuesta al dolor que la regin de las costillas. Hasta es probable que se atrevieran a suponer que Montalvo disimulaba con su negativa una falta de confianza en la bon
511 dad de los medios anestsicos. Y que le manifestaran que durante cuarenta aos se vena ya administrndolos atinadamente en muchos lugares del mundo. De suerte que le garantizaban la conveniencia de usarlos en su caso. El escritor, por cierto, se mantuvo firme en su decisin. Le he indicado claramente, doctor, volvi a expresar que no deseo ninguna anestesio. No me mover mientras usted realiza su trabajo en las interioridades de nii cuerpo. Los facultativos miraron entorno, siempre vacilantes. Mas el doctor Labb y un par de amigos de Montalvo, ah presentes, dejaron notar con un gesto que era intil insistir. Pues bien, hubo que prescindir del cloroformo. Los detalles testimoniales del doctor Agustn Yerovi, sobre este hecho, son los que siguen: a operacin que sufrt Montalvo, horroriza, Consisti en levantar dos costillas de la regin dorsal, de:;pus de cortar cii una extensin de un decmetro, las partes Han- das de esa regin; dar la mayor dilatacin a la herida, mediante pm/as que recogen carnes sangrientas, y luego colocar algo como una bomba, que tiene el doble objeto de aspirar los productos del foco purulento. e i nycelar liquidos antispticos; es decir: algo como fuego.- Todo esto dur cosa de una hora mientras lanto. el enfermo no haba exhalado una queja, ni contrado un mscukL [.a actitud serena y basta majestuosa, interes a mdicos, practicantes y espectadorcs Uno de ellos excLam: ese hombre es un carcter. Naturalmente se le vea el rostro baado de un sudor cristalino. En estos das he podido advertir que todava muestra el cuerpo momificado, en su parte dorsal, una mancha blanca de un decmetro, huella problable de dicha intervencin. Por desventura, no consisti slo en lo que ha descrito Yerovi la enormidad de ese padecimiento. Hubo algo ms, tambin extremadamente doloroso, al mismo tiempo. Y fue la operacin de postemas en la garganta. A ello se ha referido el cnsul Clemente BaIln en una carta de 22 de enero de 1889, dirigida al doctor Francisco J avier Montalvo. Pero, pese a la prueba de impresionante estoicismo de mi biografiado y al esfuerzo del mdico, no se logr extirparlas, pues que se haban extendido hasta el interior del pecho, y no haba instrumento que penetrara hasta all. Estotro detalle nos lleva a imaginar que debi de haber sufrido fuertes accesos de tos, y desde luego angustiosas dificultades respiratorias, consecuencia inevitable de su avanzada afeccin pleural. Al terminar el largo y martirizante proceso operatorio, el cirujano advirti que haba evidencia de que el foco infeccioso haba invadido otros puntos del organismo, y que no haba otra opcin que dejar abierta la herida para ir drenando peridicamente el liquido purulento. Esa herida que-
512 d abierta hasta su muerte. El escritor, amargamente convencido de la inutilidad de aquella intervencin quirrgica, pidi en voz apagada que se lo llevara a su casa. Eso se hizo en un carruaje apropiado, con los cuidados necesarios. Lleg a ella, al fin, tras un prolongado silencio de todos. Haba ido meditando, a lo largo del trayecto y en la medida que se lo permita su condicin aflictiva, en que ya los recursos de la medicina le haban resultado impotentes de mooo aefinitivo. Quizs no renegaba de una imaginaria inasistencia divina. Porque conforme se encaminaba a su fallecimiento pareca que iba sintiendo la compaa amable de Dios. Filosficamente, aunque con una persuasin ntima, seis aos atrs haba escrito, en la Rplica a un sofista seudocatlico, de sus Siete tratados: Mi Dios es un misterio, misterio grande; y los misterios son las esperanzas de la muerte. Yen los instantes postreros de su existencia lleg a decirle al doctor Yerovi: Usted volver pronto a la patria. En la ltima carta dije a mi hermano, y de no haberla recibido reptale, que en los das de mi enfermedad ni Dios ni los hombres me han faltado. Gran demostracin de su fe en medio de pruebas tan abrumadoras. La subida del paciente a la habitacin demand un sinnmero de precauciones. Volva el pobre peor de lo que sali. Augustine, siempre servicial, se afan en atenderlo en cuanto lo tuvo cerca. Proceda ella con la humildad silenciosa de una criada. Y como tal la consideraban los pocos que haban conseguido entrar durante esos das en el apartamento de Montalvo. El facultativo que se prest a practicarle las ltimas curaciones se vio obligado a extraerle en repetidas oportunidades su humor purulento. El gran escritor se quejaba de dolores tremendos en el brazo derecho, el hombro y la espalda. Poco a poco se haba ido quedando en huesos y pellejo. Todo estaba perdido. El 15 de enero de 1889 hizo aproximar a su lecho al doctor Agustn L. Yerovi confidente durante esa triste temporada, para manifestarle sus ltimos deseos. Los manuscritos y obras inditas deban ser depositados en manos de su sobrino Adriano, el que, de acuerdo con Yerovi, tendra que dar los pasos para su publicacin. Una obra que le haba obsequiado ste, en el ao pasado, quedaba para Csar Montalvo. El retrato del escritor y los libros de su uso los pona a disposicin del mismo doctor Yerovi. Y en cuanto a los muebles del pequeo apartamento no quiso decir nada. Slo despus de su fallecimiento se consigui saber que, desde haca dos meses, el apartamento apareca como alquilado a la mujer que le acompaaba y serva Augustine, y todo el mobiliario
513 como de su posesin. El grupo de favorecedores ecuatorianos no slo consider justa esa determincin, sino que, aun ms, resolvi regalarle a esa seora una cantidad de dinero que le ha pagado por nueve meses la casa que habita. Finalmente, Montalvo le formul el ruego de que sus restos recibieran sepultura en el cementerio de Montmartre. Pero antes de que abandonara la habitacin aquel su leal amigo, no se resisti a insinuarle, extraamente, que crea estar mejor. Slo siento, le dijo, que toda la vida se concentra en mi cerebro. Podra componer hoy una elega, como no la he hecho en mi juventud. El 16 pas el doctor Yerovi, una vez ms, a su lado. En esa fecha, a las tres de la tarde, comenz propiamente su agona, aunque sin perder en absoluto la lucidez. Sus reacciones vitales haban ya declinado considerablemente. El mdico juzg que no haba otra alternativa que la de esperar con tranquilidad su desenlace. Los dos amigos que asiduamente le acompaaban Yerovi y Bailnse separaron de l en horas de la noche, para retornar al da siguiente, muy temprano. Estaban pensando en esos momentos en cmo desenvolverse en la preparacin de las exequias, cuyos costos iban a ser compartidos con un pequeo grupo de otros ecuatorianos. A ninguno de los dos, y quizs ni a Augustine, se le haba naturalmente ocurrido preguntar a Montalvo si deseaba el auxilio de un confesor, porque los tres conocan bien su criterio, que era terminantemente adverso a esta prctica religiosa. Ello no significaba que en su intimidad, un hombre de creencias tan esenciales, de fe tan propia pero tan radical, no estuviera invocando a Dios, a su Dios, con quien deca sentirse en paz de amor y reconocimiento. Fue oportuna la llegada, al hogar del moribundo, de ese par de afectuosos compatriotas. Porque le hallaron en posesin todava de su conciencia. Lo que a ambos les llam fuertemente la atencin fue verlo vestido de negro y con frac, y seguramente acomodado en su silln. Es creble lo que ha afirmado Yerovi, respecto a la circunstancia de que Montalvo, en nueva seal de temple sereno, le aclar que se haba acicalado as para el paso a la eternidad, que es el acto ms s.o de un hombre, y con ci cual, por lo mismo, el vestido tiene que guardar relacin. Pero parece ms atinado imaginar que en aquella fortaleza de nimo para pedir a Augustine que le vistiera de ese modo haba otra intencin: la de conseguir que su cadver se mostrara ante las personas que acudieran a su aposento con la dignidad y la pulcritud, merecedora de todo respeto, que al escritor le haban caracterizado a lo largo de su existencia.
514
Monumento a Montalvo en el parque del mismo nombre en Ambato. En esos instantes de calladas congojas. en que el gran solitario se hunda, casi sin testigos, en el aislamiento final de su muerte, en un pas extranjero y lejano, los dos compatriotas que he mencionado le oyeron, estremecidos, pedir a Augustine que tratrara de comprarle un puado de claveles para su fretro.Eran las diez de la maana del jueves 17 de enero de 1889. Tales fueron sus ltimas palabras. En pocos minutos se le fue apagando la conciencia. Y tres horas despus, a la una de la tarde, se le vio expirar suavemente, sin estertores. Desapareca as del mundo, casi olvidado, lejos de sus campos queridos y ausente de los suyos, el ms admirable escritor ecuatoriano de todos los tiempos. - Yerovi y Bailn salieron inmediatamente de all. Les urga la necesidad de preparar la ceremonia funeraria y la inhumacin. Pensaron en buscarle una sepultura transitoria, desatendiendo el pedido del escritor de trasladar sus despojos al cementerio de Montmartre. Y pensaron sin duda bien. Consideraban que stos deban ser honrados un da en su patria, por cuya suerte l haba combatido siempre, sin que le arredraran odios, pobrezas ni destierros. A esas reflexiones se debi la certera iniciativa de acudir a los servicios de un calificado embalsamador. Se dirigieron previamente a la iglesia de San Francisco de Sales. Contrataron con el prroco una misa de cuerpo presente y la ocupacin temporal de una cripta en el templo, bajo el compromiso de pagar regularmente las mensualidades de su arrendamiento. No hallaron dificultad de ningn carcter, a pesar de que Montalvo no se haba confesado, segn lo testimoni Bailn en carta posterior al hermano de ste, doctor Francisco J avier. Todos los gastos, incluidos los de mdicos, que sumaron tres mil trescientos cuarenta y tres francos, fueron cubiertos en la siguiente forma: la una mitad por Enrique Seminario, y la otra por Clemente Bailn, Agustn Yerovi, Martn caza y Enrique Stagg. Quizs no entregaron la contribucin prometida algunos de los paisanos radicados en Pars, y cuyos nombres aparecieron en la invitacin a las honras funerales. Aparte de los cinco ecuatorianos que he mencionado, en dicho documento figuraron Federico Puga, Rosendo Avils, Antonio Reyre, Vctor M. Rendn, Aiberto Sanz, Luis Dilion, E. Dom, J. M. de Avils, Domingo de Santisteban. Al pie se hizo constar la fecha de enero 18 de 1889 un da despus del deceso y la ceremonia se anunci para el domingo 20, al medioda, en la mencionada iglesia de San Francisco de Sales. Se expres, adems, que el cortejo deba formarse en la casa mortuoria, nmero 26 de la calle Cardinet.
515 Yen efecto, despus de las once de la maana, comenzaron a congregarse las personas invitadas, y unas pocas ms, tradas por stas. No haba it:as gentes porque ci parte no se publico, y adems porque los diarios parisienses no dieron absolutamente ninguna noticia, ni siquiera de dos tincas, sobre el fallecimiento de Montalvo. Esto lo he comprobado. con deccpcion, revisando prolijamente la prensa de esas semanas. Y, desde luego, esta verificacin viene a constiturseme en nueva oportunidad de demostrarles su error a los que, sin sospechar dnde canta el gallo en estos asuntos, se afanan en hablar de la acogida y la resonancia conseguidas por nuestro escritor en Francia, Pero, no obstante ese silencio,y el fro del invierno, pudo volverse apreciable el nmero de hispanoamericanos y espaoles que fueron reunindose para el traslado de sus despojos. En el interior de la carroza , aco modandolas en rededor del fretro y sobre su cubierta, fueron colocadas algunas ofrendas. Y se inici enlonces la marcha, que tomo ms de media hora El tiempo se mostraba sombro - TI aha una temperatura de seis grados. La lluvia no dejaba de caer. Los acompaantes de a pie iban bajo la negra pantalla protectora (le sus paraguas, que simulaban otro atuendo funeral. El recorrido comprendi una parte (le la calle Cardinel, el bulevar Courcelles hasta dar en el Malesherbes, y un largo trecho de ste, hasta la plaza de Wagram. De ah, un desvo de varios minutos hasta el nmero 6 de la calle Bremontier, en que se yergue la pequea iglesia de San Francisco de Sales. El cortejo se detuvo al pie de la fachada, de una extensin no mayor de treinta metros. Se hizo pasar en seguida la caja, a hombros de los amigos de Montalvo. Y luego, en orden respetuoso, cerrando el ala de ave compungida de sus paraguas, y atravesando un par de gradas de mrmol exteriores, as como el brevsimo vestbulo, se acomodaron todos en las bancas de la modesta nave central. All, al fondo, una imagen del Corazn de J ess presida el altar, iluminado por varios cirios. En el extremo opuesto, osca hacia un costado de la salida, dos ngeles marmreos sostenan una pila bautismal. En lo alto se dejaban ver los delicados matices de unos cuantos vitrales. El sacerdote apareci de pronto, desde el interior. Su presencia coincidi con el toque difano y dulcemente plaidero de las cimpanas de la torre. Era aqul un hombre pequeo y enjuto - Su barba blanca VaN arrogas de su frente armonizaban con aria calvicie (jie haba Lomen/a- a icisirruarse. Vesta una casulla ejde bastante sencilla, sin bordaduras
5l6 ni adornos. Su hablar era suave y reposado. La misa la celebr con una prdica de corta duracin, oraciones, cnticos y responso. Los cnticos fueron entonados por l y algunos de los fieles. Al final de todo, el boquern de la tumba, dispuesto de antemano ah mismo, recibi lgubremente el atad, para ocultarlo en la entenebrecida soledad de los muertos. Dos das despus, Yerovi y Bailn acordaron dirigtrse al doctor Francisco J avier Montalvo, para informarle de este acaecido, con significativos detalles. Ambos estaban dispuestos a obtener erogaciones en Guayaquil, con el nimo de mandar a su patria los restos del genial escritor. En la carta del primero se pudo adems leer una indicacin que ste le haba dado, y que es prueba del cario con el que velaba por la tranquilidad de su familia lejana, no obstante los tormentos personales y la inminencia de su fin. Es la que sigue: por hoy no escriba nada ami familia: es muy triste hablar de un agonizante. Quiero sufran un solo golpe: usted les comunicar mi muerte. As pues procedi Yerovi. Pero, enterado de la noticia luctuosa y del propsito de los dos amigos, aquel hermano de Montalvo nada consigui, por su parte, en respaldo de la iniciativa de repatriacin que le haban comunicado. El cadver de su deudo debi as permanecer cinco meses en suelo extranjero. La vuelta de ste slo fue posible por intervencin de la Sociedad Republicana de Guayaquil, que envi a Clemente BaIln el dinero recogido para que contratara su traslado en el barco Vio, caletero de la Compaa Inglesa de Navegacin en el Pacfico. El embarque se efectu a mediados de junio de 1889. Desventuradamente, todava le quedaba al gran desterrado, al despojo venerable del gran desterrado, una nueva manifestacin de rechazo de las autoridades eclesisticas de su pas. Bien se ve que ni despus de su muerte se haban apagado las ascuas de la intransigencia y el odio dc sus enemigos. Persista pues el contraste, que dur mucho tiempo !iis, entre los juicios de admiracin consciente de varias personalidades de las lctras castellanas y los rencorosos exabrupos del espritu sectario del Ecuador. La revista quincenal Europa y Amrica, que los espaoles editaban en Pars bajo la administracin de J . Ferrer, en su nmero 195, de primero de febrero de 1889, public tres artculos de lamentacin por el deceso de Montalvo. Su consejo de redaccin se expres en estos trminos: Una irreparable prdida acaban dc sufrir las letras hispanoamericanas. J uan Montalvo. el escritor profundo y elegante, el insigne aulor de los Siete tratados, de la Mercu
517 rial ccInid ti a y El iapciador. acaba de hajar al sc pulcro. Su preciosa existe ncia ha sido segada en liar, enet apogeo de su gloria, cuando ms aplausos le brindaba el phlic ci. Varias naciones de nuestra Amrica lloraron corno suya esa desaparicin. La Asamblea Nacional de la repblica del Salvador expidi un acuerdo, en marzo 19 de 1889, rindindole homenaje y llamndole genio tutelar de Amrica. Las pginas de recomendacin de su figura siguieron multiplicndose en la prensa de afuera. Y como ocurre en los casos de casi toda grandeza, se acentu desde entonces, de manera unnime, el nfasis de los ditirambos. Hasta el punto de que no han dejado de fortalecerse, con el concurso de lo ms calificado de la inteligencia de Espaa y de nuestros paises, el conocimiento y la apoteosis de la obra de nuestro escritor. Pero, segn acab de insinuarlo, las reacciones de iracundia y de impulsos vengativos no haban declinado en el Ecuador ni tras su fallecimiento. Nuestro cnsul en Paris haba justamente previsto la actitud que en efecto se dio, de hostilidad de ciertas autoridades del clero nacional, al arribo de los restos de Montalvo a su patria. Sus sospechas provenian de una apresurada consulta telegrfica que le haban dirigido desde Guayaquil, en vsperas de ese arribo. Y eso se lo transmiti a Francisco J avier Montalvo, en los trminos siguientes. de una carta del 19 de julio de 1889,0 sea posterior a los incidentes que BaIln haba intuido: Temo que se hayan realizado los temores que Ud. tena de que los restos de Don J uan fuesen desairados, porque a principios de este mes recth un telegrama del Vicario de Guayaquil en que me preguntaba si Don J uan se haba confesado, y me lo preguntaba con urgencia. Como mi contestacin fue negativa, es probable que las autoridades eclesisticas de Guayaquil. movidas por el Arzobispo de Ouito, hayan negado la sepultura en el cementerio catlico. - Parece que el catolicismo no es el mismo en Francia cn el Ecuador, pues aquino bobo el menor obstculo para hacer un servicio religtoso de cuerpo presente cuando Don J oan muri y otro cuando sus cenizas partieron, ni para conservarlas en la iglesia durante ctnco meses. Quede aclarado de paso, con este testimonio tan preciso y fidedigno, el asunto de la muerte de Montalvo frente al sacramento de la confesin, que ha recibido interpretaciones antojadizas, ah ,1utarnente intiles. El lo de julio del 89 el barco Ylo, al oc he aludido, solt anclas en el ro Guayas, a alguna distancia de los 1nuelles. En seguida. un pequeo vapor fluvial, a rdenes de un oficial ecuatoriano, se le fue aproximando, hasta eolocarse a pocos metros, a estribor. Entonces se abri uno de los portalones (le popa. y por medio de un montacargas se iz la caja metlica
518 que contena el cuerpo momificado del escritor. Mientras sta se hallaba suspendida en el aire, una banda militar de cincuenta msicos, que estaba a bordo de la pequea nave, hizo escuchar las notas del himno nacional. La limpidez del azul pareca volver ms difanos esos sones, expresivos y estremecedores en esa hora del retorno del desterrado inmortal. Eran las diez de a maana. El atad fue descendiendo lentamente, hasta posarse en el centro del castillo de proa del vporcito. Que regres de inmediato hacia el puerto. Mientras tanto se haba arreglado cuidadosamente una capilla ardiente en el cuartel del cuerpo de bomberos La Unin, para el homenaje popular. Todo se haba dispuesto con la oportunidad debida. Pero haba un detalle que a todos se les eseap: fue el de no prever la posibilidad de que la Iglesia se opusiera a la realizacin de esas honras fnebres y a la inhumacin de los restos en el cementerio de la ciudad. Y aquello en efecto aconteci, pues que el vicario de Guayaquil, que entonces lo era el cannigo cuencano Ochoa Alcocer, por ausencia del obispo del Pozo, pretendi evitar el cumplimiento de los dos hechos cristianos. No proceda as, desde luego, por decisin personal suya, sino por instrucciones expresas del arzobispo de Quito, monseor Ignacio Ordez. Es decir, el mismo prelado que declar su guerra al autor de los Siete tratados se ensaaba ahora con el cuerpo yacente de un hombre que ya no estaba en este mundo. Los consiguientes reclamos del pueblo fueron por fortuna ms fuertes. El general Reinaldo Flores, comandante de distrito, los recogi con prontitud y oblig al vicario a deponer su enojosa actitud. Qued como constancia de lo que acabo de exponer una carta del presidente de la repblica Antonio Flores Jijn, fechada en Quito el 29 de julio de 1889, y en la que le dijo al mencionado general: no slo apruebo, sino aplaudo la conducta prudente y generosa que has observado ante la Autoridad Eclesistica, en vista de la resistencia de sta y las peticiones de los guayaquileos a raz de la llegada de los restos de Don J uan Montalvo y su consiguiente inhumacin en el suelo patrio. Superadas de ese modo las dificultades, la multitud se congreg para recibir en las calles del puerto al celebrado hroe de la pluma ,cuyos despojos volvan bajo la atmsfera que le era habitual: entre los destellos de la gloria ye1 ademn amenazador de as borrascas. Un diario de la poca asegur: creemos que nunca se ha visto en Guayaquil un cortejo fnebre ms lucido. Ms de tres mil personas de todas las clases sociales acompaaron los restos de Don J uan Montalvo hasta la provisional estancia que se les
519 haba preparado. Es decir, la capilla ardiente. Por ella pasaron muchas gentes, rindindole un callado y emotivo homenaje, durante dos das. El 12 de julio, a las diez y media de la maana, se efectu su traslacin al cementerio. El cortejo se form en este orden: la banda de la Brigada de Artilleria Sucre; el carro mortuorio, escoltado por lvenes estudiantes y representantes consulares, como de la prensa ye1 foro; miembros del Ayuntarniento de Guayaquil; las sociedades republicana y democrtica, de liberales; las facultades de jurisprudencia, medicina y filosofa; grupos de trabajadores y empleados, y otra banda de msicos. Hubo acordes de marchas fnebres y discursos. El cadver fue depositado en la bveda nmero 469, de la tercera fila de uno de los bloques del cementerio. Se la sell con una lpida que tena esta inscripcin: A J uan Montalvo. Unos guayaquileos (absurda manera de no identificarse). Ahi permaneci el atad durante casi cuarenta y tres aos. En el transcurso de ese tiempo hubo cantbios en la mentalidad poltica del pas y una apreciacin ms inteligente y justa de lo que el gran escritor haba significado para nuestra historia. El gobierno de Eloy Alfaro le levant una hermosa estatua en el parque principal de Ambato, exactamente a un costado de la casa en que haba nacido. La Asamblea Constituyente de 1928 resolvi destinar ochenta mil sucres para que se construyera un mausoleo de piedra junto a esa misma morada, a fin de que el cuerpo del eterno proscrito fuese restituido a su querencia, al solar de l y los suyos que tanto aor desde el melanclico vaco de las lejanas. Y, por ltimo, esa especie de milagro se cumpli un da de abril de 1932. Precisndolo bien, todo comenz el 10 de abril de aquel ao. A las siete de la maana se reunieron en el cementerio general de Guayaquil unas veinte personas, que representaban a corporaciones de esa ciudad, de Ambato y de Quito, con el propsito de hacer la identificacin de los restos de mi biografiado. Ordenaron abrir su bveda, y de ella se extrajo, segn las expresiones del respectivo documento, una caja de plomo en forma de atad que contena dentro el cadver momificado de Don J uan Montalvo. A ste se lo pas a un nuevo cofre mortuorio, y el anterior fue depositado en el mismo nicho con otra lpida de mrmol, en cuya leyenda se lea la siguiente indicacin: Aqu, repatriados por el pueblo de Guayaquil y desde el 12 de julio de 1889 hasta el It) de abril de 1932, repesaron los venerados despeios de J uan Montalvo, Campen de la Libertad y Gloria del Pensamiento Hispanoamericano; por Decreto de la Asam
520 blea Nacional 1928-1929 fueron trasladados a la ciudad de Ambato, cuna de su nacimiento, el da II de abril de 1932. El Municipio de Guayaquil. La despedida del puerto cont con una presencia multitudinaria, similar a la de su arribo. El viaje funeral se inici en horas tempranas. El tren que conduca el fretro fue recibiendo saludos y flores en las estaciones del trayecto, tanto del litoral como de la sierra. A las diez de la noche lleg a la ciudad de Riobamba. Una marca humana se agitaba en los sitios adyacentes a la parada de los convoyes. Haba como cinco mil personas, a pesar del fro cortante que es propio del lugar a esa hora. En un carro revestido de adornos y de rosas marcharon los despojos, seguidos por toda clase de delegaciones y el pueblo mismo. Una banda del ejrcito conmova el aire con esa msica estremecedora con que ste suele enterrar a sus hroes y sus generales. El cuerpo fue colocado en una capilla ardiente en cuyo centro se poda contemplar una enorme pluma luminosa. Hubo ceremonias hasta cerca de la madrugada. Ya las ocho y treinta de la maana, del 12 de abril, el tren volvi a arrancar con su carga preciosa. En esta vez, rumbo a su destino final: la ciudad de Ambato. Las pitadas agudas de la locomotora, que sonaban con insistente alborozo, anunciaron su entrada a la estacin poco despus del medioda. Comenzaban entonces las horas de exaltacin cvica ms inolvidables que haya experimentado la ciudadana ambatea. El batalln Chimborazo rindi honores militares al hijo amado que volva, convertido ya en smbolo de imprescriptible grandeza. Las notas del himno nacional tomaban solemne la conduccin del fretro hasta una tribuna que se haba levantado en un amplio sitio cercano. Yen ese preciso momento un grupo de aviones arrojaba millares de hojas con la imagen y pensamientos escogidos de Montalvo. El pueblo senta ms vivo su corazn, y muchos tenan humedecidos de emocin los ojos. Haba representaciones del pas entero. Se pro- - nunciaron discursos durante un par de horas. A las dos y media de la tarde se inici el desfile, con una multitud que se mova lentamente, portando estandartes y ofrendas florales, a lo largo de ms de seis cuadras. Centenares de personas se haban acomodado, expectantes, y entusiasmadas tambin, en aceras, puertas y ventanas. La ciudad completa vibraba con un sentimiento de fervor montalvino. Varias bandas de msica hacan or sus acordes en distintos puntos del recorrido, cuyo trmino era el mausoleo. Este haba abierto ya, por primera ocasin, sus gigantescas puertas de hierro y cristales oscuros. Y hasta all lleg la herniosa caja de metal que guar
521 daba el cuerpo embalsamado dei escritor. Grupos cambiantes de universitarios y de estudiantes de colegio la haban conducido sobre sus hombros, entre dos hileras de autoridades e intelectuales. En seguida la colocaron en un plinto rectangular de piedra, del interior, construido con la misma sobria elegancia del conjunto. Se desarrollaron entonces ceremonias pblicas que no cesaron sino al anochecer. Despus todo se qued en abandono y silencio. Los perfiles del clsico mausoleo y de la estatua de bronce, en el centro del parque, se recortaban en soledad majestuosa. Pero lo acontecido en ese 12 de abril de 1932 vena a ser como la paradoja que caracteriza a la grandeza de los hombres: incomprensin, desdenes y rencores durante el curso de la existencia; frenes de reconocimiento, gratitud y apoteosis nicamente ms all de la muerte. El propio Montalvo lleg a escribir en Los captulos que se le olvidaron a Cervantes unas frases que expresan aquella desoladora certidumbre, y que parece que hubieran partido precisamente de la lcida percepcin de su caso personal. Son las que siguen: dudo que algo le aproveche su estatua de bronce al que en la vida fue infeliz, y con todo su talento y su grande alma, devor el hambre, acosado por la maiedicencia.- La tumba es templo obscuro, impenetrable: la luz, el ruido del mundo no tienen entrada en ella: los muertos no ven sus mausoleos, sus bustos, sus estatuas; no oyen los panegricos que pronuncian los oradores; no sienten alegra ni placer a las oraciones en que se les alaba. Desde luego, ni l en muchos otros momentos, ni nadie, ha sido capaz de asegurar que la extincin corporal comprenda tambin la del alma. Por mi parte creo lo contrario. Y por eso he de confesar, con toda humildad, que ha sido sobre todo el espritu viviente de Montalvo el que me ha iluminado el camino y me ha acompaado en esta gran aventura de ir reconstruyendo su historia. Sin su auxilio secreto, llegado de no s dnde, yo no hubiera podido animar los detalles de esa existencia que l alcanz a magnificar entre los destellos de la gloria y la testarudez de las borrascas.
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