Bestiario de Cuba

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Albert: me volvió a pasar lo mismo, di un teclazo mal dado y el correo se envió antes de

terminarlo. Aqui lo envío completo, es un capítulo de mi libro ("OVNIs en Cuba...) que


habla sobre leyendas y mitos de encuentros con seres extraordinarios en la Isla. Hugo.

Capítulo VIII

Bestiario tropical
“[…] y sobre este cabo encávala otra tierra
Ó cabo que va también al Leste, a quien aquellos indios
Que llevaba llamaban Bohío, la cual decían que era muy grande
Y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente…”.1[1]

Otro de los aspectos que complejiza enormemente la comprensión del fenómeno


OVNI y parece dotarle de un elevado componente de actividad paranormal es la
variadísima tipología de entidades asociadas a la presencia de dichos objetos. Lo que
supone una pluralidad de mundos habitados mucho mayor de lo que la razón sugiere. Si
es que en estos casos de razón puede hablarse.
Quizás, toda esa variedad de seres sean aquellos a los que se refiere el libro IV del
De Incomprehensibile Natura Dei, citado por el Marqués J. E. De Mirville en su obra
Pneumatologie, Des Espirits et de leur Manifestatious Diverses, Memoires Adresses aux
Academias2[2], donde aparece que:

[...] así pues, además de estas miríadas de miríadas de angélicas criaturas a que
acabamos de referirnos, y de todas estas divisiones prudentemente elementales,
hay seguramente muchas otras cuyos nombres no han llegado hasta nosotros.
Porque como acertadamente dice el Crisóstomo, hay sin dudas muchas otras
virtudes (seres celestiales) cuyas denominaciones estamos muy lejos de conocer...

Una versión antillana de los íncubos y súcubos europeos (quizás, la


manifestación medieval de los actuales “visitantes de dormitorio” alienígenas) la
podemos encontrar en los olías de la mitología taína. Ya Gané en su Relación…
hace referencia a estos, identificándoles como espíritu de los muertos. “El olía
no tiene ombligo. Se dice que los opías suelen meterse en las hamacas en
donde yacen aldeanos, y cuando ellos tratan de cohabitar con quien suponen
una mujer hermosa o un hombre, los opías se les desvanecen en los brazos.
Para ponerse a salvo de tal frustración, los aruacos tocan el ombligo de su
pareja para cerciorarse de su naturaleza. Los que se tropiezan con los opías por
los oscuros caminos, si en la confusión tratan de luchar con ellos, se verán
dando golpes en el vacío de las sombras o enredados entre la maleza de los
árboles. Y si se acobardan, por arte de los opías quedan atontados,
enloquecidos, baldados para siempre. Los aruacos saben que deben
enfrentarlos sin temor, tocándoles el vientre, allí

1[1] CRISTÓBAL COLÓN: Diario de Navegación, (Viernes 23 de Noviembre). Publicación de


la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1961
2[2] SAMUEL FEIJOÓ, Mitología...
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donde los humanos tienen el ombligo”3[1]. Son los mensajeros del Señor de
Coaybay (el reino de la muerte), y suele vinculárseles con las lechuzas y los
murciélagos.4[2]
También son muchos y muy extraños los seres representados en las paredes de las
cavernas de Cuba, por quienes supuestamente las habitaron. Llaman la atención, sobre
todo, los enigmáticos “hombres con cola” dibujados en la ya mencionada Cueva de
Matías y en la Cueva de los Generales, situada también en la Sierra de Cubitas.
Los conquistadores escucharon a los indios hablar de ellos. En la primera carta de
Colón anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, afirma: “Ya les dije como yo
había andado ciento siete leguas por la costa del mar, por la derecha línea de Occidente á
Oriente, por la Isla Juana: según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que
Inglaterra y Escocia juntas: porque allende destas ciento siete leguas me quedan por parte
del Poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Cibau,
adonde nace la gente con cola […]”.

Pero es en esa denominación de “buho”, para el caso de los mensajeros de Xibalbá, o “lechuza”
para los opías de Coaybay, donde realmente pudiera estar la clave para conocer la verdadera identidad de
estos fabulosos seres. Según Hurtado (Los papeles de Valencia…), la denominación de “lechuza chirriante”
dada a las brujas en la antigüedad, es el resultado de la corrupción del viejo mito de los “ángeles caídos”,
los que “no eran otra cosa que seres provenientes de otro planeta, casi igual al nuestro, donde fueron
derrotados después de una guerra de rebelión contra el poder constituido… Todos estos seres eran
guerreros… La Palas Atenea de los griegos, que tiene características de ser uno de esos ángeles caídos
(inteligencia y carácter guerrero), es llamada por Homero ‘la de los ojos de lechuza’. No hay dudas de que
estos seres poseían ojos distintos a los nuestros”. Recordemos ahora las palabras de Orlando J. Molina
(Capítulo V: A la mañana siguiente): ”En sentido general, eran personas normales, así como nosotros, pero
los ojos los tenían grandes, eso me llamó la atención, porque sus ojos eran más grandes que los nuestros”.

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[1] JOSÉ M. GUARCH DELMONTE Y ALEJANDRO QUEREJETA BARCELÓ , Mitología aborigen de Cuba. Deidades y
Personajes (Cap. 26: Opía.) PUBLICIGRAF, 1992
[1] Sin dudas, se trata del mismo mito mesoamericano de Xibalbay, o Chi-Xibalbá, o simplemente
Xibalbá: se les llamaba así al demonio, los difuntos o visiones que se aparecían a los indios. En Yucatán,

3[1] JOSÉ SEOANE: Cuentos de aparecidos Tomo I Dirección de Publicaciones, Universidad Central de las
Villas, 1963.
4[2] Sin dudas, se trata del mismo mito mesoamericano de Xibalbay, o Chi-Xibalbá, o
simplemente Xibalbá: se les llamaba así al demonio, los difuntos o visiones que se aparecían a los indios.
En Yucatán, Xibalbá era el diablo y xibil es desaparecerse como visión o fantasma. Para los quichés de
Guatemala el reino de Xibalbá era la región subterránea donde habitaban los enemigos del hombre y sus
mensajeros eran búhos: “Y estos mensajeros eran búhos: Cabi-Tucur, Huracán-Tucur, Caquix-Tucur. Así
se llamaban los mensajeros de Xibalbá” (Polpol Vuh, Segunda Parte, Cap. II). Al igual que en el mito
Taíno, también se les relaciona con los murciélagos: “Preguntad a Tohil qué es lo que deben dar cuando
vengan a recibir el fuego, les dijo el de Xibalbá. Este tenía alas como las alas del murciélago. Yo soy
enviado por vuestro Creador, por vuestro Formador, dijo el de Xibalbá. Llenáronse entonces de alegría…
cuando habló el de Xibalbá, el cual desapareció al instante de su presencia” (Popol Vuh, Tercera Parte,
Cap. V)
Xibalbá era el diablo y xibil es desaparecerse como visión o fantasma. Para los quichés de Guatemala el
reino de Xibalbá era la región subterránea donde habitaban los enemigos del hombre y sus mensajeros eran
búhos: “Y estos mensajeros eran búhos: Cabi-Tucur, Huracán-Tucur, Caquix-Tucur. Así se llamaban los
mensajeros de Xibalbá” (Polpol Vuh, Segunda Parte, Cap. II). Al igual que en el mito Taíno, también se les
relaciona con los murciélagos: “Preguntad a Tohil qué es lo que deben dar cuando vengan a recibir el
fuego, les dijo el de Xibalbá. Este tenía alas como las alas del murciélago. Yo soy enviado por vuestro
Creador, por vuestro Formador, dijo el de Xibalbá. Llenáronse entonces de alegría… cuando habló el de
Xibalbá, el cual desapareció al instante de su presencia” (Popol Vuh, Tercera Parte, Cap. V)
Pero es en esa denominación de “buho”, para el caso de los mensajeros de Xibalbá, o “lechuza”
para los opías de Coaybay, donde realmente pudiera estar la clave para conocer la verdadera identidad de
estos fabulosos seres. Según Hurtado (Los papeles de Valencia…), la denominación de “lechuza chirriante”
dada a las brujas en la antigüedad, es el resultado de la corrupción del viejo mito de los “ángeles caídos”,
los que “no eran otra cosa que seres provenientes de otro planeta, casi igual al nuestro, donde fueron
derrotados después de una guerra de rebelión contra el poder constituido… Todos estos seres eran
guerreros… La Palas Atenea de los griegos, que tiene características de ser uno de esos ángeles caídos
(inteligencia y carácter guerrero), es llamada por Homero ‘la de los ojos de lechuza’. No hay dudas de que
estos seres poseían ojos distintos a los nuestros”. Recordemos ahora las palabras de Orlando J. Molina
(Capítulo V: A la mañana siguiente): ”En sentido general, eran personas normales, así como nosotros, pero
los ojos los tenían grandes, eso me llamó la atención, porque sus ojos eran más grandes que los nuestros”.
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Otra referencia a los “hombres con cola”, fue hecha también por el Almirante en
una carta dirigida a Rafael Sánchez, tesorero de los Reyes Católicos, en la que afirma:
“He dicho que anduve en recta dirección de poniente a oriente trescientas veinte y dos
millas para llegar a la isla Juana... por la parte que mira a occidente, resta aún dos
provincias que no reconocí, y de las cuales a la una llaman los indios Anam, y cuyos
habitantes nacen con cola”.
Pedro Mártir de Anglería, uno de los más grandes recopiladores de información
sobre lo hallado y lo sucedido en las Indias, cuenta de una historia en las Lucayas o
Bahamas donde “[...] arribaron en otro tiempo, por el mar, una gente con cola [...], la
gente aquella tenía los dedos tan anchos como largos, y el pellejo áspero casi como
escamas...”.
Regresando a la obra de Feijoó, Mitología cubana, el autor incluye en ella un
relato recogido por René Batista Moreno en Camajuaní, provincia de Villa Clara, en el
cual un campesino llamado Modesto Cabrera protagoniza un enfrentamiento con un ser
que por su descripción tiene un gran parecido con aquellos “hombres con colas” de las
pictografías y mitos aborígenes:

“Yo tenía por aquel entonces una novia en la Sabana y la visitaba todos los
viernes [...], era diciembre y me cogió la noche en el camino. Ya casi llegando a
la casa de ella, como a unos treinta metros, y en el tronco de una palma, vi una
luz verde y me quede allí parado mirando aquello [...]. La luz desapareció y
quedó recostado a la palma un tremendo bicharraco, aquello era un camaleón,
una iguana, un cocodrilo, ¡qué sé yo! [...]. La cosa es que lo alumbro con la
linterna [...], era de mi tamaño y tenía piernas y brazos como un hombre. Las
uñas eran espuelas muy largas y movía el rabo de un lado al otro con mucha
tranquilidad. Salí corriendo. Luego, al poco rato, regresé. Tenía que
convencerme de lo que había visto, porque yo nunca antes de ese momento
había sentido miedo por nada. El bicharraco estaba allí todavía. Le parto (acción
de encimarse) con el cuchillo y se metió detrás de la palma. Nada más que se le
veían las manos. Yo le daba vueltas a la palma y él también porque me estaba
jugando cabeza. Entonces dio cuatro saltos y se subió en el cogollo. Otra vez
volví a ver la luz, ahora

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sobre la palma, y era más grande y más clara. Cuando se apagó, el bicho no
estaba...”.

Las apariciones de entidades no humanas de variada morfología, asociadas a luces


u objetos, a través de los cuales llegan y se van de este mundo, han abandonado su
tradicional entorno de leyendas, mitos y pasajes de textos sagrados, para formar parte de
los catálogos de ufología. De este modo, muchas de las historias de güijes, babujales,
madre de agua, ciguapas, chichiricúes y otras versiones tropicales de los gnomos, hadas,
elfos y duendes europeos, han sido, al igual que sucedió con estas últimas, reinterpretadas
por algunos investigadores locales del fenómeno OVNI, como una manifestación de la
presencia en este mundo de seres inteligentes, no humanos y de procedencia desconocida,
que estarían en estrecha relación con las visitas de objetos voladores no identificados,
aunque estos no siempre sean reportados por los testigos de la aparición.
Así pudiera suceder, por ejemplo, con una historia acontecida hace ya tiempo en
la zona del Escambray conocida por Meller, cuando Onelía Fernández tenía doce años y
se encontraba tumbando mangos cerca de un río que cruzaba próximo a la casa, a pesar
de las advertencias de la madre que no cesaba de llamarla:

“Hija, ven para acá, mira que hoy es Viernes Santo y hay que estar en la
casa”. Pero la niña no hacía caso. De repente la mamá ve que alguien
había atrapado a su hija por la cintura y la conducía al río. La familia de la
casa se lanzó al auxilio de la infeliz criatura en manos de aquella cosa
que según los que la vieron era algo endemoniado. El extraño personaje,
acosado por palos y piedras, soltó la criatura ya desmayada en la arena.
Palabras propias de la víctima, ya hoy con sesenta y cinco años (1986), y
de los familiares, describen que aquella cosa era más o menos del
tamaño de un ternero, negro, con enormes alas y pezuñas ...

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... emitiendo fuertes chillidos. Ahí le atribuyeron todo aquello a los
güijes5[1], aparecidos en Semana Santa”.6[2]

Otro ejemplo de la aparición de un escalofriante y tenebroso ente, lo

5[1] Hablando de gigantes, y dejando a un lado la mitología campesina, que sin dudas algo siempre
esconde de verídico, los conquistadores no solo escucharon a los naturales de América hablar de ellos, sino
que pudieron apreciar evidencias más sólidas que atestiguaban la veracidad de la existencia de los mismos
en un pasado no determinado aún, que yo sepa. Así BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO en su Historia de la
conquista de la Nueva España (Capitulo LXXI, “Como Cortes preguntó a Maseescasi y a Xicotenga por las
cosas de México”) narra como estos caciques de Tlascala aseguraron a Cortés que:
6
brinda el también investigador y folclorista José Seoane Gallo, en su libro
Parapsicología en la vida cotidiana7[1], al citar el testimonio de Gladys, un ama
de casa de 51 años de edad:

“[...] yo tenía unos cinco años. Mi familia vivía en Morón, ciudad donde
nací. Vivíamos en una casa bastante vieja. Eran como las seis y media
de la tarde. Los baños quedaban fuera de la casa, en el patio. A esa hora
yo acostumbraba recoger los tiborcitos; es decir, los llevaba del baño para
la casa. De acuerdo con el horario de entonces a las seis y media era
más bien de noche que de día.
Cuando salía del baño con los dos tiborcitos, como de costumbre, oí un
ruido inesperado que me hizo mirar hacia el norte de la casa, y vi cómo
por la tapia descendía hacia el patio una figura monstruosa.
Ya en el patio, la figura se traslada a pasos largos, como si caminara con
zancos.
Tenía puesta una especie de capa negra y algo parecido a una capucha,
también negra. ¡Me quedé como petrificada! La figura avanzaba desde la
tapia que usó para entrar, hacia otra tapia donde había un portón. Pude
verle de perfil, la cara: una cara grande y al parecer completa –ojos, nariz,
boca...–, pero de carácter diabólico. La capucha me impedía verle las
orejas –si es que las tenía...–. Al llegar a la segunda tapia, levantó los
brazos como si fuera a volar, y saltó con enorme facilidad. ¡Parecía volar!
¡En un instante quedó fuera de la casa!
Al notar que yo me demoraba más de lo acostumbrado, mi padre fue a
buscarme. Me encontró con la piel de color morado y con la lengua
paralizada, como trabada dentro de la boca.

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Mi padre, al verme así, me sacudió con fuerza y me introdujo los dedos en la
boca, para destrabarme la lengua. Así logró que volviera en mí. Nadie en la casa,
ni yo misma, pudo explicarse aquello que me había sucedido. Cada vez que yo
hablaba del asunto me decían que eran cosas de mi imaginación, por esa razón
dejé de mencionarlo.
Unos quince años después, decidí contar aquel extraño suceso a un sacerdote –yo
soy católica práctica–. Me recomendó que hablara lo menos posible de “aquello”.
Me dijo que él creía que había sido el propio Satanás, quien se me había
aparecido, porque había visto en mí, a pesar de que entonces yo era muy pequeña,
un alma ganada para cumplir ciertos planes de Dios”.

No menos extraordinaria resulta la persecución a una críptica criatura,


7[1] Es en la Biblia donde el propio Pablo nos cuenta su conversión al cristianismo a propósito del
encuentro con una luz:
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