Sobre Las Siete Palabras Pronunciadas Por Cristo en La Cruz: San Roberto Belarmino
Sobre Las Siete Palabras Pronunciadas Por Cristo en La Cruz: San Roberto Belarmino
INDICE Y PREFACIO
Prefacio
LIBRO I
SOBRE LAS TRES PRIMERAS PALABRAS PRONUNCIADAS EN LA CRUZ
CAPTULO I Explicacin literal de la primera Palabra: Padre, perdnalos, porque
no saben lo que hacen
CAPTULO II El primer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la
primera Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
CAPTULO III El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la
primera Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
CAPTULO IV Explicacin literal de la segunda Palabra: Amn, yo te aseguro: hoy
estars conmigo en el Paraso
CAPTULO V El primer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la
segunda Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
CAPTULO VI El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la
segunda Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
CAPTULO VII El tercer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la
segunda Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
CAPTULO VIII Explicacin literal de la tercera Palabra: Ah tienes a tu hijo; Ah
tienes a tu madre
Prefacio
Obsrvenme, ahora, por cuarto ao, preparndome para la muerte. Habindome
retirado de los negocios del mundo a un lugar de reposo, me entrego a la
meditacin de las Sagradas Escrituras, y a escribir los pensamientos que se me
ocurren en mis meditaciones, para que si ya no puedo ser de uso por la palabra de
boca, o la composicin de voluminosas obras, pueda por lo menos ser til a mis
hermanos por medio de estos piadosos librillos. Mientras reflexionaba entonces
sobre cul sera el tema ms elegible tanto para prepararme para la muerte como
para asistir a otros a vivir bien, se me ocurri la Muerte de Nuestro Seor, junto
con el ltimo sermn que el Redentor del mundo predic desde la Cruz, como
desde un elevado plpito, a la raza humana. Este sermn consiste de siete cortas
pero profundas sentencias, y en estas siete palabras est contenido todo lo que
Nuestro Seor manifest cuando dijo: Mirad que subimos a Jerusaln, y se
cumplir todo lo que los Profetas escribieron sobre el Hijo del Hombre[1]. Todo lo
que los Profetas predijeron sobre Cristo puede ser reducido a cuatro ttulos: sus
sermones a la gente; su oracin al Padre; los grandes tormentos que soport; y
las sublimes y admirables obras que realiz. Todo esto fue verificado de manera
admirable en la Vida de Cristo, pues Nuestro Seor no poda ser ms diligente al
predicar al pueblo. Predicaba en el Templo, en las sinagogas, en los campos, en
los desiertos, en las casas, ms an, predicaba incluso desde una embarcacin a
la gente que estaba en la orilla. Era su costumbre pasar noches en oracin a Dios,
pues as dice el Evangelista: Y se pas la noche en la oracin de Dios[2]. Sus
admirables obras al expulsar demonios, curar enfermos, multiplicar panes, calmar
tormentas, han de ser ledas en cada pgina de los Evangelios[3]. An as, fueron
muchas las injurias que fueron acumuladas sobre l, como respuesta al bien que
haba hecho. Consistan stas no slo en palabras insolentes, sino tambin en
apedrearlo[4] y despearlo[5]. En una palabra, todas estas cosas verdaderamente
se consumaron en la Cruz. Su prdica desde la Cruz fue tan poderosa que toda la
multitud se volvi golpendose el pecho[6], y no slo los corazones de los
hombres, sino incluso las rocas fueron quebrantadas en pedazos. l or en la
Cruz, como dice el Apstol, con poderoso clamor y lgrimas, siendo as
escuchado por su actitud reverente[7]. Sufri tanto en la Cruz, en comparacin
con lo que haba sufrido el resto de su vida, que el sufrimiento parece pertenecer
slo a su Pasin. Finalmente, nunca obr mayores signos y prodigios que cuando
estando en la Cruz pareca reducido a la ms grande debilidad y flaqueza.
Entonces no slo manifest signos del cielo, los cuales los judos haban pedido
hasta el fastidio, sino que un poco despus manifest el ms grande de todos los
signos.
Pues luego de estar muerto y enterrado, se levant de entre los muertos por su
propia fuerza, llamando a su Cuerpo a la vida, incluso a una vida inmortal.
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tiempo se haban rechazado una a la otra, fueron luego unidas en un solo cuerpo
bajo una sola Cabeza: Cristo. San Gregorio de Niza, en su sermn sobre la
Resurreccin, dice que la parte de la Cruz que miraba hacia el cielo manifiesta que
el cielo ha de ser abierto por la Cruz como por una llave; que la parte que estaba
enterrada en la tierra manifiesta que el infierno fue despojado por Cristo cuando l
descendi ah; y que los dos brazos de la Cruz que se estiraban hacia el este y el
oeste manifiestan la regeneracin del mundo entero por la Sangre de Cristo. San
Jernimo, en la Epstola a los Efesios, San Agustn[18], en su Epstola a Honorato,
San Bernardo, en el quinto libro de su obra Sobre la Consideracin, ensean que
el misterio principal de la Cruz fue levemente tocado por el Apstol en las palabras
cul es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad[19]. El significado
primario de estas palabras apunta a los atributos de Dios, la altura significa su
poder, la profundidad su sabidura, la anchura su bondad, la longitud su eternidad.
Hacen referencia tambin a las virtudes de Cristo en su Pasin: la anchura su
caridad, la longitud su paciencia, la altura su obediencia, la profundidad su
humildad. Significan, ms an, las virtudes que son necesarias para aquellos que
son salvados a travs de Cristo. La profundidad de la Cruz significa la fe, la altura
la esperanza, la anchura la caridad, la longitud la perseverancia. De esto sacamos
que slo la caridad, la reina de las virtudes, encuentra un sitio en cualquier lugar,
en Dios, en Cristo, y en nosotros. De las otras virtudes, algunas son propias a
Dios, otras a Cristo, y otras a nosotros. En consecuencia, no es maravilloso que
en sus ltimas palabras desde la Cruz, que ahora vamos a explicar, Cristo diese el
primer lugar a palabras de caridad.
Empezaremos por tanto explicando las primeras tres palabras que fueron dichas
por Cristo a la hora sexta, antes que el sol fuera oscurecido y las tinieblas
cubrieran la tierra. Consideraremos luego este eclipse del sol, y finalmente
llegaremos a la explicacin de todas las dems palabras de Nuestro Seor, que
fueron dichas alrededor de la hora nona[20], cuando la oscuridad estaba
desapareciendo y la Muerte de Cristo estaba a la mano.
Libro I
CAPTULO I
Explicacin literal de la primera Palabra:
Padre, perdnalos, porque no saben lo que hacen
Cristo Jess, el Verbo del Padre Eterno, de quien el mismo Padre haba dicho
Escuchadle[21], quien haba dicho de s mismo Porque uno solo es vuestro
Maestro[22], para realizar la tarea que haba asumido, nunca dej de instruirnos.
No solamente durante su vida, sino incluso en los brazos de la muerte, desde el
plpito de la Cruz, nos predic pocas palabras, pero ardientes de amor, de suma
utilidad y eficacia, y en todo sentido dignas de ser grabadas en el corazn de todo
cristiano, para ser ah preservadas, meditadas, y realizadas literalmente y en obra.
Su primera palabra es sta: Y dijo Jess: Padre, perdnalos, porque no saben lo
que hacen[23]. Plegaria que, aun siendo nueva y nunca antes escuchada, quiso
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el Espritu Santo que sea predicha por el Profeta Isaas en estas palabras: e
intercedi por los transgresores[24]. Y las peticiones de Nuestro Seor en la Cruz
prueban cun verdaderamente habl el Apstol San Pablo cuando dijo: la Caridad
no busca su provecho[25], pues de las siete palabras que habl nuestro
Redentor, tres fueron por el bien de los dems, tres por su propio bien, y una fue
comn tanto para l como para nosotros. Su atencin, sin embargo, fue primero
para los dems. Pens en s mismo al final.
De las tres primeras palabras que l habl, la primera fue para sus enemigos, la
segunda para sus amigos, y la tercera para sus parientes. Ahora bien, la razn por
la cual or, entonces, es que la primera demanda de la caridad es socorrer a
aquellos que estn necesitados, y aquellos que estaban ms necesitados de
socorro espiritual eran sus enemigos, y lo que nosotros, discpulos de tan gran
Maestro, necesitamos ms es amar a nuestros enemigos, virtud que sabemos
muy difcil de obtener y que raramente encontramos, mientras que el amor a
nuestros amigos y parientes es fcil y natural, crece con los aos y muchas veces
predomina ms de lo que debera. Por lo cual escribi el Evangelista Y dijo
Jess[26]: donde la palabra y manifiesta el tiempo y la ocasin de esta oracin
por sus enemigos, y pone en contraste las palabras del Sufriente y las palabras de
los verdugos, sus obras y las obras de ellos, como si el Evangelista quisiera
explicarse mejor de esta manera: estaban crucificando al Seor, y en su misma
presencia estaban repartiendo su tnica entre ellos, se burlaban y lo difamaban
como embustero y mentiroso, mientras que l, viendo lo que estaban haciendo,
escuchando lo que estaban diciendo, y sufriendo los ms agudos dolores en sus
manos y pies, devolvi bien por mal, y or: Padre, perdnalos.
Lo llama Padre, no Dios o Seor, porque quiso que l ejerciese la benignidad del
Padre y no la severidad de un Juez, y como quiso l evitar la clera de Dios, que
saba provocada por los enormes crmenes, usa el tierno nombre de Padre. La
palabra Padre parece contener en s misma este pedido: Yo, Tu Hijo, en medio de
todos mis tormentos, los he perdonado. Haz t lo mismo, Padre Mo, extiende tu
perdn a ellos. Aunque no lo merecen, perdnalos por M, Tu Hijo. Acurdate
tambin que eres su Padre, pues los has creado, hacindolos a tu imagen y
semejanza. Mustrales por tanto un amor de Padre, pues aunque son malos, son
sin embargo hijos tuyos.
Perdona. Esta palabra contiene la peticin principal que el Hijo de Dios, como
abogado de sus enemigos, hace a su Padre. La palabra perdona puede referirse
tanto al castigo debido al crimen como al crimen mismo. Si est referido al castigo
debido al crimen, fue entonces la oracin escuchada: pues ya que este pecado de
los judos demandaba que su perpetradores sientan instantnea y merecidamente
la ira de Dios, siendo consumidos por fuego del cielo o ahogados en un segundo
diluvio, o exterminados por el hambre y la espada, aun as, la aplicacin de este
castigo fue pospuesta por cuarenta aos, perodo durante el cual, si el pueblo
judo hubiese hecho penitencia, hubiesen sido salvados y su ciudad preservada,
pero puesto que no hicieron penitencia, Dios mand contra ellos al ejrcito romano
que, durante el reino de Vespasiano, destruy sus metrpolis, y parte de
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que solcito slo para la salvacin de sus enemigos, y deseando cubrir la pena de
sus crmenes, clam fuertemente a su Padre: Padre, perdnalos. Qu hubiese
hecho l si estos infelices fuesen las vctimas de una persecucin injusta, o
hubiesen sido sus amigos, sus parientes, o sus hijos, y no sus enemigos, sus
traidores y parricidas? Verdaderamente, Oh benignsimo Jess! Tu caridad
sobrepasa nuestro entendimiento. Observo tu corazn en medio de tal tormenta
de injurias y sufrimientos, como una roca en medio del ocano que permanece
inmutable y pacfica, aunque el oleaje se estrelle furiosamente contra ella. Pues
ves que tus enemigos no estn satisfechos con infligir heridas mortales sobre Tu
cuerpo, sino que deben burlarse de tu paciencia, y aullar triunfalmente con el
maltrato. Los miras, digo yo, no como un enemigo que mide a su adversario, sino
como un Padre que trata a sus errantes hijos, como un doctor que escucha los
desvaros de un paciente que delira. Por lo que T no ests molesto con ellos,
sino los compadeces, y los confas al cuidado de Tu Padre Todopoderoso, para
que l los cure y los haga enteros. Este es el efecto de la verdadera caridad, estar
en buenos trminos con todos los hombres, considerando a ninguno como tu
enemigo, y viviendo pacficamente con aquellos que odian la paz.
Esto es lo que es cantado en el Cntico del amor sobre la virtud de la perfecta
caridad: Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ros anegarlo[38]. Las
grandes aguas son los muchos sufrimientos que nuestras miserias espirituales,
como tormentas del infierno, cargan sobre Cristo a travs de los Judos y los
Gentiles, quienes representaban las pasiones oscuras de nuestro corazn. An
as, esta inundacin de aguas, es decir de dolores, no puede extinguir el fuego de
la caridad que ardi en el pecho de Cristo. Por eso, la caridad de Cristo fue ms
grande que este desborde de grandes aguas, y resplandeci brillantemente en su
oracin: Padre, perdnalos. Y no slo fueron estas grandes aguas incapaces de
extinguir la caridad de Cristo, sino que ni siquiera luego de aos pudieron las
tormentas de la persecucin sobrepasar la caridad de los miembros de Cristo. As,
la caridad de Cristo, que posey el corazn de San Esteban, no poda ser
aplastada por las piedras con las cuales fue martirizado. Estaba viva entonces, y
l or: Seor, no les tengas en cuenta este pecado[39]. En fin, la perfecta e
invencible caridad de Cristo que ha sido propagada en los corazones de mrtires y
confesores, ha combatido tan tercamente los ataques de perseguidores, visibles e
invisibles, que puede decirse con verdad incluso hasta el fin del mundo, que un
mar de sufrimiento no podr extinguir la llama de la caridad.
Pero de la consideracin de la Humanidad de Cristo ascendamos a la
consideracin de Su Divinidad. Grande fue la caridad de Cristo como hombre
hacia sus verdugos, pero mayor fue la caridad de Cristo como Dios, y del Padre, y
del Espritu Santo, en el da ltimo, hacia toda la humanidad, que haba sido
culpable de actos de enemistad hacia su Creador, y, de haber sido capaces, lo
hubiesen expulsado del cielo, clavado a una cruz, y asesinado. Quin puede
concebir la caridad que Dios tiene hacia tan ingratas y malvadas criaturas? Dios
no guard a los ngeles cuando pecaron, ni les dio tiempo para arrepentirse, sin
embargo con frecuencia soporta pacientemente al hombre pecador, a blasfemos, y
a aquellos que se enrolan bajo el estandarte del demonio, Su enemigo, y no slo
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los soporta, sino que tambin los alimenta y cra, incluso hasta los alienta y
sostiene, pues en l vivimos, nos movemos y existimos[40], como dice el
Apstol. Ni tampoco preserva solo al justo y bueno, sino igualmente al hombre
ingrato y malvado, como Nuestro Seor nos dice en el Evangelio de San Lucas. Ni
tampoco nuestro Buen Seor meramente alimenta y cra, alienta y sostiene a sus
enemigos, sino que frecuentemente acumula sus favores sobre ellos, dndoles
talentos, hacindolos honorables, y los eleva a tronos temporales, mientras que l
aguarda pacientemente su regreso de la senda de la iniquidad y perdicin.
Y para sobrepasar varias de las caractersticas de la caridad que Dios siente hacia
los hombres malvados, los enemigos de su Divina Majestad, cada uno de los
cuales requerira un volumen si tratramos singularmente con cada uno, nos
limitaremos ahora a aquella singular bondad de Cristo de la que estamos tratando.
Pues am Dios tanto al mundo que dio su nico hijo?[41]. El mundo es el
enemigo de Dios, pues el mundo entero yace en poder del maligno[42], como
nos dice San Juan. Y si alguno ama al mundo, el amor del Padre no est en
l[43], como vuelve a decir en otro lugar. Santiago escribe: Cualquiera, pues, que
desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios y la amistad con
el mundo es enemistad con Dios[44]. Dios, por tanto, al amar este mundo,
muestra su amor a su enemigo con la intencin de hacerlo amigo suyo. Para este
propsito ha enviado a su Hijo, Prncipe de la Paz[45], para que por medio suyo
el mundo pueda ser reconciliado con Dios. Por eso al nacer Cristo los ngeles
cantaron: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz[46]. As ha amado Dios al
mundo, su enemigo, y ha tomado el primer paso hacia la paz, dando a su Hijo,
quien puede traer la reconciliacin sufriendo la pena debida a su enemigo. El
mundo no recibi a Cristo, increment su culpa, se rebel frente al nico Mediador,
y Dios inspir a este Mediador devolver bien por mal orando por sus
perseguidores. Or y fue escuchado por su reverencia[47]. Dios esper
pacientemente qu progreso haran los Apstoles por su prdica en la conversin
del mundo. Aquellos que hicieron penitencia recibieron el perdn. Aquellos que no
se arrepintieron luego de tan paciente tolerancia fueron exterminados por el juicio
final de Dios. Por tanto, de esta primera palabra de Cristo aprendemos en verdad
que la caridad de Dios Padre, que tanto am al mundo que dio a su Hijo nico,
para que todo el que crea en l no perezca sino que tenga vida eterna[48],
sobrepasa todo conocimiento.
CAPTULO III
El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la primera
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Si los hombres aprendiesen a perdonar las injurias que reciben sin murmurar, y as
forzar a sus enemigos a convertirse en sus amigos, aprenderamos una segunda y
muy saludable leccin al meditar la primera palabra. El ejemplo de Cristo y la
Santsima Trinidad han de ser un poderoso argumento para persuadirnos en esto.
Pues si Cristo perdon y or por sus verdugos, qu razn puede ser alegada
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para que un cristiano no acte de igual modo con sus enemigos? Si Dios, nuestro
Creador, el Seor y Juez de todos los hombres, quien tiene en su poder el tomar
venganza inmediata sobre el pecador, espera su regreso al arrepentimiento, y lo
invita a la paz y la reconciliacin con la promesa de perdonar sus traiciones a la
Divina Majestad, por qu una creatura no podra imitar esta conducta,
especialmente si recordamos que el perdn de una ofensa obtiene una gran
recompensa? Leemos en la historia de San Engelberto, Arzobispo de Colonia,
asesinado por algunos enemigos que lo estaban esperando, que en el momento
de su muerte or por ellos con las palabras de Nuestro Seor, Padre,
perdnalos, y fue revelado que esta accin fue tan agradable a Dios, que su alma
fue llevada al cielo por manos de los ngeles, y puesta en medio del coro de los
mrtires, donde recibi la corona y la palma del martirio, y su tumba fue hecha
famosa por el obrar de muchos milagros.
Oh, si los cristianos aprendiesen cun fcilmente pueden, si quieren, adquirir
tesoros inagotables, y obtener notables grados de honor y gloria al ganar el
seoro sobre las varias agitaciones de sus almas, y despreciando
magnnimamente los pequeos y triviales insultos, ciertamente no seran tan
duros de corazn y obstinadamente en contra del indulto y el perdn. Argumentan
que actuaran en contra de la naturaleza si se permitiesen ser injustamente
rechazados con desprecio o ultrajados de obra o palabra. Si los animales salvajes,
que meramente siguen el instinto natural, atacan salvajemente a sus enemigos en
el momento que los ven, matndolos con sus garras o dientes, as nosotros, a la
vista de nuestro enemigo, sentimos que nuestra sangre empieza a hervir, y
nuestro deseo de venganza aflora. Tal razonamiento es falso. No hace la distincin
entre la defensa propia, que es vlida, y el espritu de venganza, que es invlido.
Nadie puede hallar falta en un hombre que se defiende por una causa justa, y la
naturaleza nos ensea rechazar la fuerza con la fuerza, pero no nos ensea a
tomar venganza nosotros mismos por una injuria que hayamos recibido.
Nadie nos impide tomar las precauciones necesarias para prepararnos para un
ataque, pero la ley de Dios nos prohibe ser vengativos. El castigar una injusticia
pertenece no al individuo privado, sino al magistrado pblico, y porque Dios es el
Rey de reyes, por eso l clama y dice: Ma es la venganza, yo dar el pago
merecido[49].
En cuanto al argumento de que un animal es arrastrado por su propia naturaleza
para atacar al animal que es enemigo de su especie, respondo que esto es el
resultado de ser animales irracionales, que no pueden distinguir entre la
naturaleza y lo que es vicioso en la naturaleza. Pero los hombres, dotados de
razn, han de trazar una lnea entre la naturaleza o la persona que ha sido
creadas por Dios y es buena, y el vicio o el pecado que es malo y no procede de
Dios. De la misma manera, cuando un hombre ha sido insultado, l ha de amar a
la persona de su enemigo y odiar el insulto, y debe ms an compadecerse de l
que molestarse con l, as como un doctor ama a sus pacientes y prescribe para
ellos con el necesario cuidado, pero odia la enfermedad y lucha con todos los
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de lo que es llamado el mal del crimen. Ahora bien, sin duda, la desgracia de
cometer un crimen es mayor que la desgracia de tener que soportar la injuria,
pues aunque la ofensa puede hacer a un hombre miserable, no necesariamente lo
hace malo. Un crimen, sin embargo, lo hace tanto miserable y malvado. La injuria
priva al hombre del bien temporal, un crimen lo priva tanto del bien temporal y
eterno. As, un hombre que remedia el mal de una injuria cometiendo un crimen es
como un hombre que se corta una parte de sus pies para que le entren un par de
zapatos ms pequeos, lo cual sera un completo acto de locura. Nadie es
culpable de tal insensatez en sus preocupaciones temporales, pero sin embargo
hay algunos hombres tan ciegos a sus intereses reales que no temen ofender
mortalmente a Dios para poder escapar aquello que tiene la apariencia de
desgracia, y mantienen un honorable semblante a los ojos de los hombres. Pues
ellos caen bajo el desagrado y la ira de Dios, y a menos que se corrijan a tiempo y
hagan penitencia, tendrn que soportar la desgracia y el tormento eternos, y
perdern el interminable honor de ser ciudadanos del cielo. Adase a esto que
realizan un acto de lo ms agradable para el diablo y sus ngeles, que urgen a
este hombre a hacer una cosa injusta a aquel hombre con el propsito de sembrar
la discordia y la enemistad en el mundo. Y cada uno debe reflexionar con calma
cun desgraciado es agradar al enemigo ms fiero de la raza humana, y
desagradar a Cristo. Adems, ocasionalmente sucede que el hombre injuriado que
anhela venganza hiere mortalmente a su enemigo y lo mata, por lo que es
ignominiosamente ejecutado por asesinato, y toda su propiedad es confiscada por
el Estado, o por lo menos es forzado al exilio, y tanto l como su familia viven una
miserable existencia. As es como el diablo juega y se burla de aquellos que
escogen aprisionarse con las ataduras del falso honor, ms que hacerse siervos y
amigos de Cristo, el mejor de los Reyes, y ser reconocidos como herederos del
reino ms vasto y ms durable. Por lo tanto, puesto que el hombre insensato, a
pesar del mandamiento de Cristo, se niega a reconciliarse con sus enemigos, se
expone al desastre total, todos los que son sabios escucharn la doctrina que
Cristo, el Seor de todo, nos ha enseado en el Evangelio con sus palabras, y en
la Cruz con sus obras.
CAPTULO IV
Explicacin literal de la segunda Palabra:
Amn, yo te aseguro: hoy estars conmigo en el Paraso
La segunda palabra o la segunda frase pronunciada por Cristo en la Cruz fue,
segn el testimonio de San Lucas, la magnfica promesa que hizo al ladrn que
penda de una Cruz a su lado. La promesa fue hecha en las siguientes
circunstancias. Dos ladrones haban sido crucificados junto con el Seor, uno a su
mano derecha, el otro a su izquierda, y uno de ellos sum a sus crmenes del
pasado el pecado de blasfemar a Cristo y burlarse de l por su carencia de poder
para salvarlos, diciendo: No eres t el Cristo? Pues slvate a ti y a
nosotros![63]. De hecho, San Mateo y San Marcos acusan a ambos ladrones de
este pecado, pero es lo ms probable que los dos Evangelistas usen el plural para
referirse al nmero singular, segn se hace frecuentemente en las Sagradas
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como temporal, como lo imaginaron ser los judos, sino que despus de su muerte
l sera Rey para siempre en el cielo. Quin ha sido su instructor en secretos tan
sagrados y sublimes? Nadie, por cierto, a menos que sea el Espritu de Verdad,
que lo esperaba con Sus ms dulces bendiciones. Cristo, luego de su
Resurreccin dijo a Sus Apstoles: No era necesario que el Cristo padeciera eso
y entrara as en su gloria?[70]. Pero el ladrn milagrosamente previ esto, y
confes que Cristo era Rey en el momento en que no lo rodeaba ninguna
semblanza de realeza. Los reyes reinan durante su vida, y cuando cesan de vivir
cesan de reinar; el ladrn, sin embargo, proclama en alta voz que Cristo, por
medio de su muerte heredara un reino, que es lo que el Seor significa en la
parbola: Un hombre noble march a un pas lejano, para recibir la investidura
real y volverse[71]. Nuestro Seor dijo estas palabras un tiempo corto antes de su
Pasin para mostrarnos que mediante su muerte l ira a un pas lejano, es decir a
otra vida; o en otras palabras, que l ira al cielo que est muy alejado de la tierra,
para recibir un reino grande y eterno, pero que l volvera en el ltimo da, y
recompensara a cada hombre de acuerdo a su conducta en esta vida, ya sea con
premio o con castigo. Con respecto a este reino, por lo tanto, que Cristo recibira
inmediatamente despus de su muerte, el ladrn dijo sabiamente: Acurdate de
m cuando vengas con tu Reino. Pero puede preguntarse, no era Cristo nuestro
Seor Rey antes de su muerte? Sin lugar a dudas lo era, y por eso los Magos
inquiran continuamente: Dnde est el Rey de los judos que ha nacido?[72]. Y
Cristo mismo dijo a Pilato: S, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad[73]. Pero l era Rey en
este mundo como un viajero entre extraos, por eso no fue reconocido como Rey
sino por unos cuantos, y fue despreciado y mal recibido por la mayora. Y as, en
la parbola que acabamos de citar, dijo que l ira a un pas lejano, para recibir la
investidura real. No dijo que l la adquirira por parte de otro, sino que la recibira
como Suya propia, y volvera, y el ladrn observ sabiamente, cuando vengas
con tu Reino. El reino de Cristo no es sinnimo en este pasaje de poder o
soberana real, porque lo ejerci desde el comienzo de acuerdo a estos versculos
de los salmos: Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sin mi monte sa nto[74].
Dominar de mar a mar, desde el Ro hasta los confines de la tierra[75]. E Isaas
dice, Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estar el seoro
sobre su hombro[76]. Y Jeremas, Suscitar a David un Germen justo: reinar un
rey prudente, practicar el derecho y la justicia en la tierra[77]. Y Zacaras,
Exulta sin freno, hija de Sin, grita de alegra, hija de Jerusaln! He aqu que
viene a ti tu rey: justo l y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino,
cra de asna[78]. Por eso en la parbola de la recepcin del reino, Cristo no se
refera a un poder soberano, ni tampoco el buen ladrn en su peticin, Acurdate
de m cuando vengas con tu Reino, sino que ambos hablaron de esa dicha
perfecta que libera al hombre de la servidumbre y de la angustia de los asuntos
temporales, y lo somete solamente a Dios, Al cual servir es reinar, y por el cual ha
sido puesto por encima de todas Sus obras. De este reino de dicha inefable del
alma, Cristo goz desde el momento de su concepcin, pero la dicha del cuerpo,
que era Suya por derecho, no la goz actualmente hasta despus de su
Resurreccin. Pues mientras fue un forastero en este valle de lgrimas, estaba
sometido a fatigas, a hambre y sed, a lesiones, a heridas, y a la muerte. Pero
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como su Cuerpo siempre debi ser glorioso, por eso inmediatamente despus de
la muerte l entr en el gozo de la gloria que le perteneca: y en estos trminos se
refiri a ello despus de su Resurreccin: No era necesario que el Cristo
padeciera eso y entrara as en su gloria?. Esta gloria que l llama Suya propia,
pues est en su poder hacer a otros partcipes de ella, y por esta razn l es
llamado el Rey de la gloria[79] y Seor de la gloria[80], y Rey de Reyes[81] y
l mismo dice a Sus Apstoles, yo, por mi parte, dispongo un Reino para
vosotros[82]. l, en verdad, puede recibir gloria y un reino, pero nosotros no
podemos conferir ni el uno ni el otro, y estamos invitados a entrar en el gozo de tu
seor[83] y no en nuestro propio gozo. Este entonces es el reino del cual habl el
buen ladrn cuando dijo, Cuando vengas con tu Reino.
Pero no debemos pasar por alto las muchas excelentes virtudes que se
manifiestan en la oracin del santo ladrn. Una breve revista de ellas nos
preparar para la respuesta de Cristo a la peticin; Seor, acurdate de m
cuando vengas con tu Reino. En primer lugar lo llama Seor, para mostrar que se
considera a s mismo como un siervo, o ms bien como un esclavo redimido, y
reconoce que Cristo es su Redentor. Luego aade un pedido sencillo, pero lleno
de fe, esperanza, amor, devocin, y humildad: Acurdate de m. No dice:
Acurdate de m si puedes, pues cree firmemente que Cristo puede hacer todo.
No dice: Por favor, Seor, acurdate de m, pues tiene plena confianza en su
caridad y compasin. No dice: Deseo, Seor, reinar contigo en tu reino, pues su
humildad se lo prohiba. En fin, no pide ningn favor especial, sino que reza
simplemente: Acurdate de m, como si dijera: Todo lo que deseo, Seor, es que
T te dignes recordarme, y vuelvas tus benignos ojos sobre m, pues yo s que
eres todopoderoso y que sabes todo, y pongo mi entera confianza en tu bondad y
amor. Es claro por las palabras conclusivas de su oracin, Cuando vengas con tu
Reino, que no busca nada perecible y vano, sino que aspira a algo eterno y
sublime.
Daremos odo ahora a la respuesta de Cristo: Amn, yo te aseguro: hoy estars
conmigo en el Paraso. La palabra Amn era usada por Cristo cada vez que
quera hacer un anuncio solemne y serio a Sus seguidores. San Agustn no ha
dudado en afirmar que esta palabra era, en boca de nuestro Seor, una suerte de
juramento. No poda por cierto ser un juramento, de acuerdo a las palabras de
Cristo: Pues yo digo que no juris en modo alguno... Sea vuestro lenguaje: "S,
s"; "no, no": que lo que pasa de aqu viene del Maligno[84]. No podemos, por lo
tanto, concluir que nuestro Seor realizara un juramento cada vez que us la
palabra Amn. Amn era un trmino frecuente en sus labios, y algunas veces no
slo preceda sus afirmaciones con Amn, sino con Amn, amn. As pues la
observacin de San Agustn de que la palabra Amn no es un juramento, sino una
suerte de juramento, es perfectamente justa, porque el sentido de la palabra es
verdaderamente: en verdad, y cuando Cristo dice: Verdaderamente os digo, cree
seriamente lo que dice, y en consecuencia la expresin tiene casi la misma fuerza
que un juramento. Con gran razn, por ello, se dirigi al ladrn diciendo: Amn,
yo te aseguro, esto es, yo te aseguro del modo ms solemne que puedo sin hacer
un juramento; pues el ladrn podra haberse negado por tres razones a dar crdito
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y que despus de la muerte no hay lugar para el arrepentimiento, y que una vez
en el infierno ya no hay redencin.
CAPTULO VII
El tercer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la segunda
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Se puede extraer un tercer fruto de la segunda palabra de nuestro Seor,
advirtiendo el hecho de que hubieron tres personas crucificadas al mismo tiempo,
uno de los cuales, a saber, Cristo, fue inocente; otro, a saber, el buen ladrn, fue
un penitente; y el tercero, a saber, el mal ladrn, permaneci obstinado en su
pecado: o para expresar la misma idea en otras palabras, de los tres que fueron
crucificados al mismo tiempo, Cristo fue siempre y trascendentemente santo, uno
de los ladrones fue siempre y notablemente perverso, y el otro ladrn fue primero
un pecador, pero ahora un santo. De esta circunstancia hemos de inferir que todo
hombre en este mundo tiene su cruz y que aquellos que buscamos vivir sin tener
una cruz que llevar, apuntamos a algo que es imposible, mientras que debemos
tener por sabias a aquellas personas que reciben su cruz de la mano del Seor, y
la cargan incluso hasta la muerte, no slo pacientemente sino alegremente. Y el
que toda alma piadosa tiene una cruz que cargar puede deducirse de estas
palabras de nuestro Seor: Si alguno quiere venir en pos de m, niguese a s
mismo, tome su cruz y sgame[93], y de nuevo, El que no lleve su cruz y venga
en pos de m, no puede ser discpulo mo[94], que es precisamente la doctrina del
Apstol: Todos los que quieran vivir piadosamente, dice, en Cristo Jess,
sufrirn persecuciones[95]. Los Padres Griegos y Latinos dan su entera adhesin
a esta enseanza, y para no ser polijo har slo dos citas. San Agustn en su
comentario a los salmos escribe: Esta vida corta es una tribulacin: si no es una
tribulacin no es un viaje: pero si es un viaje o bien no amas el pas hacia el cual
ests viajando, o bien sin duda estars en tribulacin. Y en otro lugar: Si dices
que no has sufrido nada an, entonces no has empezado a ser Cristiano. San
Juan Crisstomo, en una de sus homilas al pueblo de Antioqua, dice: La
tribulacin es una cadena que no puede ser desvinculada de la vida de un
Cristiano. Y de nuevo: No puedes decir que un hombre es santo si no ha pasado
la prueba de la tribulacin. En verdad esta doctrina puede ser demostrada por la
razn. Las cosas de naturaleza contraria no pueden ser puestas en presencia de
la otra sin una oposicin mutua; as el fuego y el agua, mientras se mantengan
aparte, permanecern quietas; pero jntalas, y el agua empezar a sonar, a
convertirse en glbulos, y a transformarse en vapor hasta que o el agua se
consuma, o el fuego se extinga. Frente al mal est el bien, dice el Eclesistico,
frente a la muerte, la vida. As frente al piadoso, el pecador[96]. Los hombres
justos se comparan al fuego. su luz brilla, su celo arde, siempre estn
ascendiendo de virtud en virtud, siempre trabajando, y todo lo que emprenden lo
realizan eficazmente. Por el otro lado los pecadores son comparados al agua. Son
fros, movindose siempre en la tierra, y formando lodo por todos lados. Es pues,
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por lo tanto, extrao que los hombres malos persigan a las almas justas? Pero
porque, incluso hasta el fin del mundo, el trigo y la cizaa crecern en el mismo
campo, la chala y el maz pueden estar en el mismo almacn, los peces buenos y
malos pueden ser hallados en la misma red, esto es hombres derechos y
perversos en el mismo mundo, e incluso en la misma Iglesia; de esto
necesariamente se sigue que los buenos y los santos sern perseguidos por los
malos y los impos.
Los perversos tambin tienen sus cruces en este mundo. Pues aunque no sean
perseguidos por los buenos, an as sern atormentados por otros pecadores, por
sus propios vicios, e incluso por sus conciencias perversas. El sabio Salomn, que
ciertamente hubiera sido feliz en este mundo, si la felicidad fuera posible aqu,
reconoci que tena una Cruz que cargar cuando dijo:
Consider entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afn de mi hacer
y vi que todo es vanidad y atrapar vientos[97]. Y el escritor del Libro del
Eclesistico, que era tambin un hombre muy prudente, pronuncia esta sentencia
general: Grandes trabajos han sido creados para todo hombre, un yugo pesado
hay sobre los hijos de Adn[98]. San Agustn en su comentario a los Salmos dice
que la mayor de las tribulaciones es una conciencia culpable. San Juan
Crisstomo en su homila sobre Lzaro muestra extensamente cmo los perversos
deben tener sus cruces. Si son pobres, su pobreza es su cruz; si no son pobres, la
avaricia es su cruz, que es una cruz ms pesada que la pobreza; si estn
postrados en un lecho de enfermedad, su lecho es su cruz. San Cipriano nos dice
que todo hombre desde el momento de su nacimiento est destinado a cargar una
cruz y a sufrir tribulacin, lo cual es preanunciado por las lgrimas que derrama
todo infante. Cada uno de nosotros, escribe, en su nacimiento, en su misma
entrada al mundo, derrama lgrimas. Y aunque entonces somos inconscientes e
ignorantes de todo, sin embargo sabemos, incluso en nuestro nacimiento, qu es
llorar: por una previsin natural lamentamos las ansiedades y trabajos de la vida
que estamos comenzando, y el alma ineducada, por sus lamentos y llanto,
proclama las farragosas conmociones del mundo al que est ingresando.
Siendo las cosas as no puede haber duda de que hay una cruz guardada para el
bueno as como para el malo, y slo me resta probar que la cruz de un santo dura
poco tiempo, es ligera y fecunda, mientras que la de un pecador es eterna, pesada
y estril. En primer lugar no puede haber duda en el hecho de que un santo sufre
slo por un breve periodo, pues no puede tener que soportar nada cuando esta
vida haya pasado. Desde ahora, s --dice el Espritu-- a las almas justas que
parten, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompaan[99]. Y
[Dios] enjugar toda lgrima de sus ojos[100]. Las sagradas Escrituras dicen de
forma muy positiva que nuestra vida presente es corta, aunque a nosotros nos
pueda parecer larga: Estn contados ya sus das[101] y El hombre, nacido de
mujer, corto de das[102] y Qu ser de vuestra vida? ... Sois vapor que
aparece un momento y despus desaparece![103]. El Apstol, sin embargo, que
llev una cruz muy pesada desde su juventud hasta su edad anciana, escribe en
estos trminos en su Epstola a los Corintios: En efecto, la leve tribulacin de un
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APTCULO VIII
Explicacin literal de la tercera Palabra: Ah tienes a tu hijo; Ah tienes a tu
madre
La ltima de las tres palabras, que tienen una referencia especial a la caridad por
el prjimo, es: Ah tienes a tu hijo; Ah tienes a tu madre[120]. Pero antes que
expliquemos el significado de esta palabra, debemos detenernos un poco en el
pasaje precedente del Evangelio de San Juan: Junto a la cruz de Jess estaban
su madre y la hermana de su madre, Mara, mujer de Clops, y Mara Magdalena.
Jess, viendo a su madre y junto a ella al discpulo a quien amaba, dice a su
madre: "Mujer, ah tienes a tu hijo". Luego dice al discpulo: "Ah tienes a tu
madre". Y desde aquella hora el discpulo la acogi en su casa[121]. Dos de las
tres Maras que estaban de pie cerca a la Cruz son conocidas, a saber, Mara, la
Madre de nuestro Seor, y Mara Magdalena. Acerca de Mara, la mujer de
Clops, hay alguna duda; algunos la suponen ser la hija de Santa Ana, que tuvo
tres hijas, esto es, Mara, la Madre de Cristo, la mujer de Clops, y Mara Salom.
Pero esta opinin est casi desacreditada. Pues, en primer lugar, no podemos
suponer que tres hermanas se llamen por el mismo nombre. Ms an, sabemos
que muchos hombres piadosos y eruditos sostienen que nuestra Bienaventurada
Seora era la nica hija de Santa Ana; y no se menciona otra Mara Salom en los
Evangelios. Puesto que donde San Marcos dice que Mara Magdalena, Mara la
de Santiago y Salom compraron aromas para ir a embalsamarle[122], la palabra
Salom no est en caso genitivo, como si quisiera decir Mara, la madre de
Salom, como justo antes haba dicho Mara, la madre de Santiago, sino que est
en caso nominativo y en gnero femenino, como resulta claro de la versin Griega,
donde la palabra est escrita Salw[macron]mh. Ms an, esta Mara Salom era la
esposa de Zebedeo[123], y la madre de los Apstoles Santiago y San Juan, como
aprendemos de los dos Evangelistas, San Mateo y San Marcos[124], as como
Mara, la madre de Santiago era la esposa de Clops, y la madre de Santiago el
menor y de San Judas. Por lo cual la verdadera interpretacin es esta: que Mara,
la mujer de Clops, era llamada hermana de la Bienaventurada Virgen porque
Clops era el hermano de San Jos, el Esposo de la Bienaventurada Virgen, y las
esposas de dos hermanos tienen el derecho de llamarse y ser llamadas
hermanas. Por la misma razn Santiago el menor es llamado el hermano de
nuestro Seor, aunque slo era su primo, pues era el hijo de Clops, quien, como
hemos dicho, era el hermano de San Jos. Eusebio nos brinda este relato en su
historia eclesistica, y cita, como autoridad digna de fe, a Hegesipo, un
contemporneo de los Apstoles. Tambin tenemos a favor de la misma
interpretacin la autoridad de San Jernimo, como podemos deducir de su trabajo
contra Helvidio.
Tambin hay un aparente desacuerdo en las narrativas evanglicas, en el que
ser bueno detenernos brevemente. San Juan dice que estas tres mujeres
estaban de pie cerca de la Cruz del Seor, mientras que tanto San Marcos[125]
como San Lucas[126] dicen que estaban distantes. San Agustn en su tercer libro
acerca de la Armona de los Evangelios hace armonizar estos tres textos de la
siguiente manera. Estas santas mujeres pueden haber dicho que estaban al
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nuestra Seora, pues en poco tiempo sera, si es que no lo haba sido ya,
confirmado en gracia. Estas eran las nicas personas que se encontraban cerca
de la Cruz, pues los pecadores abandonados, que nunca piensan en la penitencia
estn muy distantes de la escala de la salvacin, la Cruz. Ms an, estas almas
escogidas no estaban cerca de la Cruz sin un propsito, pues incluso ellos
necesitaban de la asistencia de Aqul que estaba clavado sobre ella. Los
penitentes, o principiantes en la virtud, para sostener la guerra contra sus vicios y
concupiscencias, requieren ayuda de Cristo, su Gua, y reciben esta ayuda para
luchar con la serpiente antigua por el aliento que les da su ejemplo, pues l no
descendera de la Cruz hasta haber obtenido una victoria total sobre el demonio,
que es lo que somos enseados por San Pablo en su Epstola a los Colosenses:
Cancel la nota de cargo que haba contra nosotros, la de las prescripciones con
sus clusulas desfavorables, y la suprimi clavndola en la cruz. Y, una vez
despojados los Principados y las Postestades, los exhibi pblicamente,
incorporndolos a su cortejo triunfal[135]. Mara, la mujer de Clops y madre de
hijos que son llamados hermanos de nuestro Seor, es la representante de
aquellos que ya han hecho algn progreso en el sendero de la perfeccin. Estos
tambin necesitan asistencia de la Cruz, para que los cuidados y ansiedades de
este mundo, con los cuales necesariamente estn mezclados, no ahoguen en
ellos la buena semilla, y una noche de trajn resulte en la captura de nada. Por eso
las almas en este estado de perfeccin deben todava trabajar y lanzar muchas
miradas a Cristo clavado en su Cruz, el cual no se satisfizo con las grandes y
mltiples obras que realiz durante su vida, sino que quiso por medio de su
muerte avanzar hasta el grado ms heroico de virtud, pues hasta que el enemigo
de la humanidad hubiera sido totalmente derrotado y puesto en fuga, l no
descendera de su Cruz. Cansarse en la bsqueda de la virtud, y dejar de obrar
actos de virtud, son los mayores impedimentos a nuestro avance espiritual, pues,
como nota verazmente San Bernardo en su Epstola a Garino, el que no avanza
en la virtud, retrocede, y en la misma epstola se refiere a la escalera de Jacob,
sobre la cual todos los ngeles o bien ascendan o bien descendan, pero ninguno
estaba detenido. Ms an, incluso en los perfectos que viven una vida de celibato
y son vrgenes, como eran nuestra Bienaventurada Seora y San Juan, el cual por
esta razn era el Apstol escogido de Cristo, incluso estos, digo, necesitan
grandemente la asistencia del l, que fue crucificado, pues su misma virtud los
expone al peligro de caer por la soberbia espiritual, a menos que estn bien
cimentados en la humildad. Durante el curso de su ministerio pblico, Cristo nos
dio muchas lecciones de humildad, como cuando dijo: Aprended de m, que soy
manso y humilde de corazn[136]. Y de nuevo: Vete a sentarte en el ltimo
puesto[137]; y Todo el que se ensalce, ser humillado; y el que se humille, ser
ensalzado[138]. Aun as, todas Sus exhortaciones acerca de la necesidad de esta
virtud no son tan persuasivas como el ejemplo que nos puso en la Cruz. Pues
qu mayor ejemplo de humildad podemos concebir que que el Omnipotente se
deje atar con sogas y clavar a una Cruz? Y que l, en el cual estn ocultos todos
los tesoros de la sabidura y de la ciencia[139], permita que Herodes y su ejrcito
lo traten como un loco y lo vistan con una tnica blanca, y que Aqul que se
sienta en querubines[140] sufra l mismo ser crucificado entre dos ladrones?
Bien podemos decir despus de esto, que el hombre que se arrodillase ante un
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que sobrepasa en todo tambin a todos los ngeles, y como consecuencia natural
de su gran amor, la Bienaventurada Virgen llor en la Pasin y Muerte de su Hijo
ms que otras, y San Bernardo no duda en afirmar en uno de sus sermones que el
dolor que sinti nuestra Seora en la crucifixin fue un martirio del corazn, segn
la profeca de Simen: y a ti misma una espada te atravesar el alma![143]. Y
puesto que el martirio del corazn es ms amargo que el martirio del cuerpo, San
Anselmo en su obra Sobre la excelencia de la Virgen dice que el dolor de la Virgen
fue ms amargo que cualquier sufrimiento corporal. Nuestro Seor, en su Agona
en el Huerto de Getseman, sufri un martirio del corazn al pasar revista a todos
los sufrimientos y tormentos que habra de soportar al da siguiente, y abriendo en
su alma las compuertas al dolor y al miedo empez a estar tan afligido que un
Sudor de Sangre man de su Cuerpo, algo que no sabemos que haya resultado
jams de sus sufrimientos corporales. Por tanto, mas all de toda duda, nuestra
Bienaventurada Seora carg una pesadsima cruz, y soport un dolor
conmovedor, de la espada de dolor que atraves su alma, pero se mantuvo de pie
junto a la Cruz como verdadero modelo de paciencia, y contempl todos los
sufrimientos de su Hijo sin manifestar signo alguno de impaciencia, porque busc
el honor y la gloria de Dios ms que la gratificacin de su amor materno. Ella no
cay el piso medio muerta de dolor, como algunos imaginan; tampoco se cort los
cabellos, ni solloz o grit fuertemente, sino que valientemente llev la afliccin
que era la voluntad de Dios que llevase. Ella am a su Hijo vehementemente, pero
am ms el honor de Dios Padre y la salvacin de la humanidad, del mismo modo
que su Divino Hijo prefiri estos dos objetos a la preservacin de su vida. Ms
an, su inconmovible fe en la resurreccin de su Hijo acrecent la confianza de su
alma al punto que no tuvo necesidad de consolacin alguna. Ella fue con sciente
de que la Muerte de su Hijo sera como una pequea dormicin, tal como dijo el
Salmista Real: Yo me acuesto y me duermo, y me despierto, pues Yahv me
sostiene[144].
Todos los fieles deben imitar este ejemplo de Cristo subordinando el amor a sus
hijos al amor a Dios, que es el Padre de todos, y ama a todos con un amor mayor
y ms beneficioso que el que podemos experimentar. En primer lugar, los padres
cristianos deben amar a sus hijos con un amor viril y prudente, no alentndolos si
obran mal, sino educndolos en el temor de Dios, y corrigindolos, e incluso
amonestndolos y castigndolos si han ofendido a Dios o son negligentes en su
educacin. Pues esta es la voluntad de Dios, tal como nos es revelada en las
Sagradas Escrituras, en el libro del Eclesistico: Tienes hijos? Instryelos e
inclnalos desde su juventud[145]. Y leemos de Tobas que desde su infancia le
ense a su hijo a temer a Dios y abstenerse de todo pecado[146]. El Apstol
advierte a los padres que no exasperen a sus hijo, no sea que se vuelvan
apocados, sino que los formen mediante la instruccin y la correccin del Seor,
esto es, no tratarlos como esclavos, sino como hijos[147]. Los padres que son
muy severos con sus hijos, y que los reprochan y castigan incluso por una
pequea falta, los tratan como esclavos, y tal tratamiento los desalentar y les
har odiar el techo paterno; y por el contrario, los padres que son muy indulgentes
criarn hijos inmorales, que sern luego vctimas del fuego del infierno en vez de
poseer una corona inmortal en el cielo.
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El mtodo correcto que han de adoptar los padres en la educacin de sus hijos es
ensearles a obedecer a sus superiores, y cuando sean desobedientes
corregirlos, pero de manera tal que se evidencia que la correccin procede de un
espritu de amor y no de odio. Ms an, si Dios llama a un hijo al sacerdocio o a la
vida religiosa, ningn impedimento debe ponerse a esta vocacin, pues los padres
no han de oponerse a la voluntad de Dios, sino ms bien decir con el santo Job:
El Seor me lo dio, y el Seor me lo quit: bendito sea el nombre del Seor[148].
Finalmente, si los padres pierden a sus hijos por una muerte intempestiva, como
nuestra Bienaventurada Madre perdi a su Divino Hijo, deben confiar en el buen
juicio de Dios, quien a veces toma un alma para s si percibe que podra perder su
inocencia y as perecer por siempre. Verdaderamente, si los padres pudiesen
penetrar en los designios de Dios en relacin a la muerte de un hijo, se alegraran
en vez de llorar: y si tuvisemos una fe viva en la Resurreccin, como la tuvo
nuestra Seora, no nos lamentaramos ms porque una persona muera en su
juventud, que lo que habramos de lamentarnos porque una persona vaya a dormir
antes de la noche, pues la muerte del fiel es una clase de sueo, como nos dice el
Apstol en su Epstola a los Tesalonicenses: Hermanos, no queremos que estis
en la ignorancia respecto de los que estn dormidos, para que no os entristezcis
como los dems, que no tienen esperanza[149]. El Apstol habla de la esperanza
y no de la fe, porque no se refiere a una resurreccin incierta, sino a una
resurreccin feliz y gloriosa, similar a la de Cristo, que fue un despertar a la vida
verdadera. Pues el hombre que tiene una fe firme en la resurreccin del cuerpo, y
confa en que su hijo muerto se despertar de nuevo a la gloria, no tiene motivo de
pena, sino una gran razn para alegrarse, pues la salvacin de su hijo est
asegurada.
Nuestro siguiente punto es tratar acerca del deber que los hijos tienen para su
padres. Nuestro Seor nos dio en su Muerte el ms perfecto ejemplo de respeto
filial. Ahora, segn las palabras del Apstol, el deber de los hijos es: corresponder
a sus progenitores[150]. Los hijos corresponden a sus padres cuando les proveen
todo lo necesario para ellos en su edad avanzada, tal como sus padres les
procuraron alimento y vestido en su infancia. Cuando Cristo estuvo a punto de
morir confi su anciana Madre, que no tena nadie que la cuidase, a la proteccin
de San Juan, y le dijo que en adelante lo mire como a su hijo, y le mand a San
Juan que la reverenciara como a su madre. Y as nuestro Seor cumpli
perfectamente las obligaciones que un hijo debe a su madre. En primer lugar, en la
persona de San Juan. Le dio a su Madre Virgen un hijo que era de la misma edad
que l, o tal vez un ao menor, y por tanto era en todo sentido capaz de proveer
por el bienestar de la Madre de nuestro Seor. En segundo lugar, le dio por hijo al
discpulo a quien amaba ms que a los dems, y quien ardientemente le haba
retribuido amor por amor, y en consecuencia nuestro Seor tuvo la mayor
confianza en la diligencia con la que su discpulo sostendra a su Madre. Ms an,
escogi al discpulo que saba que vivira ms que los otros apstoles, y que por lo
tanto vivira ms que su Madre. Finalmente, nuestro Seor tuvo esta atencin para
con su Madre en el momento ms calamitoso de su vida, cuando su Cuerpo
entero fue presa de sufrimientos, cuando su Alma entera fue atormentada por las
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CAPTULO XII
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a travs de sus manos. Veneremos a Mara con todo nuestro corazn y todas
nuestras oblaciones, pues esa es la voluntad de quien ha hecho que recibamos
todo por medio de Mara. Hijos mos, ella es la escalera para los pecadores, ella
es my mayor confianza, ella es todo el fundamento de mi esperanza. A estos
extractos de los escritos de dos santos Padres, aadir algunas citas de dos
santos Telogos. Santo Toms, en su ensayo sobre la salutacin anglica, dice:
Ella es bendita entre todas las mujeres porque ella sola ha quitado la maldicin de
Adn, ha trado bendiciones a la humanidad, y ha abierto las puertas del Paraso.
Por eso es llamada Mara, nombre que significa "Estrella del Mar", pues as como
marineros conducen sus naves a puerto mirando las estrellas, as los Cristianos
son llevados a la gloria por la intercesin de Mara. San Buenaventura escribe en
su Pharetra: Oh Santsima Virgen, as como todo el que te odia y es olvidado por
ti necesariamente perecer, as todo el que te ama y es amado por ti
necesariamente ser salvado. El mismo Santo en su Vida de San Francisco habla
as de la confianza de ste en la Bienaventurada Virgen: Am a la Madre de
nuestro Seor Jesucristo con un amor inefable, por ella nuestro Seor Jesucristo
lleg a ser nuestro hermano, y por ella obtuvimos misericordia. Junto a Cristo
coloc toda su confianza en ella, la mir como abogada propia y de su Ordena, y
en su honor ayun devotamente desde la fiesta de San Pedro y San Pablo hasta
la Asuncin. Con estos santos juntaremos el nombre del Papa Inocencio III, quien
fue eminentemente distinguido por su devocin a la Virgen, y no slo celebr sus
grandezas en sus sermones, sino que construy un monasterio en su honor, y lo
que es ms admirable, en una exhortacin que dirigi a su grey para que confen
en ella, us palabras cuya veracidad fue luego ejemplificada en su propia persona.
As hablo en su segundo sermn sobre la Asuncin: Que el hombre que est
sentado en la oscuridad del pecado mire la luna, que invoque a Mara para que
ella interceda ante su Hijo, y le obtenga la compuncin de corazn. Pues quin
que la haya alguna vez llamado en su desgracia no ha sido escuchado?. El lector
puede consultar el cap. IX, libro 2, sobre Las lgrimas de la paloma, y ver que all
hemos escrito sobre el Papa Inocencio III. De estos extractos, y de estos signos
de predestinacin, queda abundantemente evidente que una devocin cordial a la
Virgen Madre de Dios no es novedad alguna. Pues parecera increble que
perezca alguien en cuyo favor Cristo le ha dicho a su Madre: He ah a tu hijo, con
tal que no preste odos sordos a las palabras que Cristo le dirigi a l mismo: He
ah a tu Madre.
Libro II
SOBRE LAS CUATRO LTIMAS PALABRAS DICHAS EN LA CRUZ
CAPTULO I
Explicacin literal de la cuarta Palabra:
Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado
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Hemos explicado en la parte anterior las tres primeras palabras que fueron
pronunciadas por nuestro Seor desde el plpito de la Cruz, alrededor de la hora
sexta, poco despus de su crucifixin. En esta parte explicaremos las cuatro
restantes palabras, que, luego de la oscuridad y el silencio de tres horas, proclam
este mismo Seor desde este mismo plpito con fuerte voz. Pero primero parece
necesario explicar brevemente cul, y de dnde, y para qu surgi la oscuridad
que existi entre las tres primeras y las ltimas cuatro palabras, pues as dice San
Mateo: Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
nona. Y alrededor de la hora nona clam Jess con fuerte voz: "El, El! lem
sabactan?", esto es: "Dios mo, Dios mo! por qu me has abandonado?"[159].
Y esta oscuridad surgi de un eclipse de sol, tal como nos lo narra San Lucas:
Se eclips el sol[160], dice.
Pero aqu se presentan tres dificultades. En primer lugar, un eclipse de sol ocurre
en luna nueva, cuando la luna est entre la tierra y el sol, y esto no puede haber
sucedido en la muerte de Cristo, porque la luna no estaba en conjuncin con el
sol, como ocurre cuando hay luna nueva, sino que estaba opuesta al sol como en
la luna nueva, pues la Pasin ocurri en la Pascua de los judos, que, segn San
Lucas, estaba en el da catorce del mes lunar. En segundo lugar, incluso si la luna
hubiese estado en conjuncin con el sol en el momento de la Pasin, la oscuridad
no podra haber durado tres horas, es decir, desde la sexta hasta la nona, pues un
eclipse de sol no dura tanto tiempo, especialmente si es un eclipse total, cuando el
sol est tan escondido que su oscuridad es llamada tinieblas. Pues dado que la
luna se mueve ms rpido que el sol, segn su propio movimiento, oscurece la
superficie entera del sol por un periodo breve solamente, y, estando el sol
constantemente en movimiento, mientras la luna se aleja, empieza a dar su luz a
la tierra. Finalmente, no puede ocurrir jams que por la conjuncin del sol y de la
luna la tierra entera quede en tinieblas, Pues la luna es ms pequea que el sol,
incluso ms pequea que la tierra, y por lo tanto por su interposicin no puede la
luna oscurecer tanto al sol como para privar al universo de su luz. Y si alguien
sostiene que la opinin de los Evangelistas se refiere solamente a la tierra de
Palestina, y no al mundo entero absolutamente, es refutado por el testimonio de
San Dionisio el Areopagita, quien, en su Epstola a San Policarpo, declara que en
la ciudad de Helipolis, en Egipto, l mismo vio este eclipse del sol, y sinti estas
horrorosas tinieblas. Y Flego, un historiador griego, gentil, relata este eclipse
cuando dice: En el cuarto ao de la bicentsimo segunda Olimpiada, tuvo lugar el
eclipse ms grande y extraordinario que haya jams ocurrido, pues a la hora sexta
la luz del da se troc en tinieblas de noche, de modo que las estrellas aparecieron
en los cielos. Este historiador no escribi en Judea, y es citado por Orgenes
contra Celso, y Eusebio en sus Crnicas sobre el trigsimo tercer ao de Cristo.
Luciano mrtir da as testimonio del acontecimiento: Mira en nuestros anales, y
encontrars que en el tiempo de Pilato desapareci el sol, y el da fue invadido por
tinieblas. Rufino cita estas palabras de San Luciando en la Historia Eclesistica
de Eusebio, que l mismo tradujo al latn. Tambin Tertuliano, en su Apologeticon,
y Pablo Orosio, en su historia, todos ellos, en efecto, hablan del globo entero, y no
de solo Judea. Ahora bien en cuanto a la solucin de las dificultades. Lo que
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Pasemos ahora a la interpretacin de las palabras del Seor: El, El! lem
sabactan?. Estas palabras estn tomadas del Salmo 21: Dios mo, Dios mo,
mrame, por qu me has abandonado?[162]. Las palabras mrame, que
aparecen a la mitad del versculo, fueron aadidas por los Setenta intrpretes,
pero en el texto hebreo slo se encuentran las palabras que nuestro Seor
pronunci. Debemos resaltar que los Salmos fueron escritos en hebreo, y las
palabras pronunciadas por Cristo estaban en parte en siriaco, que era el lenguaje
entonces en uso entre los judos. Estas palabras: Talit kum -- Muchacha, a ti te
digo, levntante, y Effat -- brete, as como otras palabras en el Evangelio son
siriacas y no hebreas. Nuestro Seor entonces se queja de haber sido
abandonado por Dios, y se queja gritando con fuerte voz. Estas dos circunstancias
deben ser brevemente explicadas. El abandono de Cristo por su Padre puede ser
interpretado de cinco maneras, pero hay una sola que es la verdadera
interpretacin. Pues, en efecto, hubo cinco uniones entre el Padre y el Hijo: una, la
unin natural y eterna de la Persona el Hijo en esencia; la segunda, el nuevo lazo
de unin de la Naturaleza Divina con la naturaleza humana en la Persona del Hijo,
o lo que es lo mismo, la unin de la Persona Divina del Hijo con la naturaleza
humana; la tercera era la unin de gracia y voluntad, pues Cristo como hombre era
un hombre lleno de gracia y de verdad[163], como lo atestigua en San Juan: yo
hago siempre lo que le agrada a l[164], y de l lo dijo el Padre: Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco[165]. La cuarta fue la unin de gloria, pues el
alma de Cristo goz desde el momento de la concepcin de la visin beatfica; la
quinta fue la unin de proteccin a la que se refiere cuando dice: y el que me ha
enviado est conmigo, no me ha dejado solo[166]. El primer tipo de unin es
inseparable y eterno, pues se funda en la Esencia Divina, y as dice nuestro
Seor: Yo y el Padre somos uno[167]; y por tanto no dijo Cristo: Padre mo, por
qu me has abandonado?, sino Dios mo, por qu me has abandonado?. Pues
el Padre es llamado el Dios del Hijo slo despus de la Encarnacin y por razn
de la Encarnacin. El segundo tipo de unin no ha sido ni jams puede ser
disuelto, pues lo que Dios ha asumido una vez no puede jams dejarlo de lado y
por eso dice el Apstol: El que no se perdon ni a su propio hijo, sino que lo
entreg por todos nosotros[168]; y, San Pedro, Cristo padeci por nosotros, y
Ya que Cristo padeci en la carne[169]: todo lo cual prueba que no quien fue
crucificado no fue meramente un hombre, sino el verdadero Hijo de Dios, y Cristo
el Seor. El tercer tipo de unin tambin existe an y existir siempre: Pues
tambin Cristo muri una sola vez por nuestros pecados, el justo por los
injustos[170], tal como lo expresa San Pedro; pues para ningn provecho nos
habra sido la muerte de Cristo si esta unin de gracia se hubiese disuelto. La
cuarta unin no pudo ser interrumpida, pues la beatitud del alma no puede
perderse, ya que comprende el goce de todo bien, y la parte superior del alma de
Cristo estaba verdaderamente feliz[171].
Queda entonces solamente la unin de proteccin, que fue quebrada por un breve
periodo, para dar tiempo a la oblacin del sacrificio de sangre para la redencin
del mundo. En efecto, Dios Padre pudo en varias maneras haber protegido a
Cristo, y haber impedido la Pasin, y por este motivo dice Cristo en su Oracin en
el Huerto: Padre, todo es posible para ti; aparte de m este cliz, pero no sea lo
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tercia, quiere indicar que fue clavado en la Cruz antes del fin de esa hora, y por lo
tanto antes del inicio de la hora sexta. Debemos notar aqu que San Marcos habla
de las horas principales, cada una de las cuales contena tres horas ordinarias, tal
como el propietario llam a sus viadores en las horas primera, tercia, sexta, nona
y undcima[179]. Por tanto San Marcos dice que nuestro Seor fue crucificado en
la hora tercia, pues la hora sexta no haba llegado an.
Nuestro Seor quiso entonces beber el cliz lleno y rebosante de su Pasin para
ensearnos a amar el cliz amargo del arrepentimiento y el esfuerzo, y a no amar
la copa de las consolaciones y los placeres mundanos. Segn la ley de la carne y
el mundo, debemos escoger pequeas mortificaciones, pero grandes indulgencias;
poco trabajo, pero mucha alegra; tomar poco tiempo para nuestras oraciones,
pero largo tiempo para conversaciones ociosas. En verdad no sabemos lo que
pedimos, pues el Apstol advierte a los Corintios: cada cual recibir el salario
segn su propio trabajo[180]; y nuevamente: no recibe la corona si no ha
competido segn el reglamento[181]. La felicidad eterna debe ser la recompensa
del trabajo eterno, pero puesto que no podramos disfrutar jams de la felicidad
eterna su nuestro trabajo aqu tuviese que ser eterno, nuestro Seor queda
satisfecho si durante la vida que pasa como una sombra nos esforzamos por
servirlo por el ejercicio de las buenas obras; por otro lado, los que pasan su corta
vida ociosamente o, lo que es peor, pecando y provocando la ira de Dios, no son
hijos sino nios que no tienen corazn, ni entendimiento, ni juicio. Pues si era
necesario que Cristo padeciera y entrara as en su gloria[182], cmo podremos
entrar en una gloria que no es nuestra perdiendo el tiempo detrs de los placeres
y la gratificacin de la carne? Si el significado del Evangelio fuese oscuro, y
pudiese ser entendido solamente luego de arduo esfuerzo, tal vez habra alguna
excusa; pero su significado ha sido puesto de modo tan sencillo con el ejemplo de
la vida de Aquel que lo predic primero, que ni el ciego puede equivocarse en
percibirlo. Y la enseanza de Cristo no ha sido ejemplificada slo con su propia
vida, sino que han habido tantos comentarios a su doctrina al alcance de todos,
como han habido apstoles, mrtires, confesores, vrgenes y santos, cuyas
alabanzas y triunfos celebramos da a da. Y todos estos proclaman fuertemente
que no a travs de muchos placeres, sino a travs de muchas tribulaciones nos
es necesario entrar en el Reino de Dios[183].
CAPTULO III
El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la cuarta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Otro fruto, y muy provechoso, puede ser obtenido por la consideracin del silencio
de Cristo durante esas tres horas que transcurrieron entre la hora sexta y la nona.
Pues, oh alma ma, qu fue lo que hizo tu Seor durante esas tres horas? El
horror y la oscuridad universal haban cubierto el mundo, y tu Seor estaba
reposando, no en una suave cama, sino en una Cruz, desnudo, sobrecargado de
dolores, sin nadie que lo consuele. T, Seor, que eres el nico que sabe lo que
sufriste, ensea a tus siervos a entender cunta gratitud te deben, para que
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participen contigo de tus lgrimas, y para que sufran por tu amor, si es tu parecer,
la prdida de todo tipo de consuelo en este su lugar de exilio.
Oh hijo mo, durante el curso entero de mi vida mortal, que no fue otra cosa que
continuo trabajo y dolor, no experiment jams tanta angustia como durante esas
tres horas, ni sufr jamas con mayor buena voluntad que entonces. Pues entonces,
por la debilidad de mi Cuerpo, mis Heridas se abran cada vez ms, y la amargura
de mis dolores se acrecentaba. Tambin entonces, el fro, que aumentaba por la
ausencia del sol, hizo an mayores los sufrimientos de mi desnudo Cuerpo desde
la cabeza hasta los pies. Tambin entonces, la oscuridad misma que impeda la
vista del cielo, de la tierra y de todo lo dems, como que forz mis pensamientos a
detenerse tan slo en los tormentos de mi Cuerpo, de modo que de as estas tres
horas parecieron ser tres aos. Pero ya que mi Corazn estaba inflamado con un
anhelante deseo de honrar a mi Padre, de mostrarle mi obediencia, y de procurar
la salvacin de vuestras almas, y los dolores de mi cuerpo se acrecentaban tanto
ms cuanto este deseo iba siendo saciado, as estas tres horas parecieron ser tan
slo tres pequeos momentos, as de grande fue mi amor al sufrir.
Oh querido Seor, habiendo sido se el caso, somos muy ingratos si tratamos de
pasar una hora pensando en tus dolores, cuando t no vacilaste en pender de una
Cruz por nuestra Salvacin durante tres horas completas, en la aterradora
oscuridad, el fro y la desnudez, sufriendo una incontenible sed y punzadas an
ms amargas. Pero, T que amas a los hombres, te pido me respondas esto.
Pudo la vehemencia de tus sufrimientos apartar por un slo momento tu Corazn
de la oracin durante esas tres largas y silentes horas? Pues cuando nosotros
pasamos dificultad, especialmente si sufrimos un dolor corporal, encontramos una
gran dificultad para orar.
No ocurri eso conmigo, hijo mo, pues en un Cuerpo dbil tena Yo un Alma lista
para la oracin. Efectivamente, durante esas tres horas, cuando no sali una sola
palabra de mis labios, or y supliqu al Padre por ti con mi Corazn. Y or no slo
con mi Corazn, sino tambin con mis Heridas y con mi Sangre. Pues haba tantas
bocas clamando por ti ante el Padre como Heridas haba en mi Cuerpo, y mis
Heridas eran muchas; y haba tantas lenguas pidiendo y rogando por ti ante el
mismo Padre, que es tu Padre y mi Padre, como haba gotas de Sangre cayendo
al suelo.
Ahora finalmente, Seor, has abatido del todo la impaciencia de tu siervo, quien si
eventualmente busca rezar lleno de trabajos, o cargado con aflicciones, apenas
puede levantar su mente a Dios para rezar por s mismo; o si por tu gracia
consigue levantar su mente, no puede mantener fija su atencin, sino que sus
pensamientos se vuelven errantes hacia su trabajo o su dolor. Por tanto, Seor,
ten piedad de este siervo tuyo por tu gran misericordia, para que imitando el gran
ejemplo de tu paciencia pueda caminar por tus huellas y aprender a desdear sus
leves aflicciones, al menos durante su oracin.
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CAPTULO IV
El tercer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la cuarta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Cuando nuestro Seor exclam en la Cruz: Dios mo, Dios mo, por qu me has
abandonado?, l no ignoraba la razn por la cual Dios lo haba abandonado.
Qu poda ignorar quien conoca todas las cosas? Y as San Pedro, cuando
nuestro Seor le pregunt Simn, hijo de Juan, me amas ms que estos?,
respondi, Seor, tu sabes todas las cosas: tu sabes que te amo[184]. Y el
Apstol San Pablo, hablando de Cristo, dice, En quien estn escondidos todos los
tesoros de la sabidura y el conocimiento[185]. Cristo por lo tanto pregunt, no
para aprender algo, sino para alentarnos a preguntar, de manera que buscando y
encontrando podamos aprender muchas cosas que nos sern tiles e incluso
quizs necesarias. Por qu, entonces, Dios abandon a su Hijo en medio de sus
pruebas y de su amarga angustia? Cinco razones se me presentan, y stas las
mencionar para que aquellos que son ms sabios que yo puedan tener la
oportunidad de investigar otras mejores y ms tiles.
La primera razn que se me presenta es la grandeza y la multitud de los pecados
que la humanidad ha cometido contra su Dios, y que el Hijo de Dios asumi para
expiarlos en su propia Carne: El mismo, escribe Pedro, que llev nuestros
pecados en su Cuerpo sobre el rbol; a fin de que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos para la justicia; por cuyas heridas vosotros fuisteis
curados[186]. En efecto, la grandeza de las ofensas que Cristo asumi para
expiar es en cierto sentido infinita, por razn de la Persona de infinita majestad y
excelencia que ha sido ofendida; pero, por otro lado, la Persona de Aquel que
expa, Persona que es el Hijo de Dios, es tambin de infinita majestad y
excelencia, y por consiguiente cada sufrimiento voluntariamente tomado por el Hijo
de Dios, incluso si hubiese derramado tan slo una gota de su Sangre, habra sido
una expiacin suficiente. Con todo quiso Dios que su Hijo tuviera que sufrir
innumerables tormentos y los ms duros dolores, porque nosotros habamos
cometido no una sino numerosas ofensas, y el Cordero de Dios, que quit los
pecados del mundo, tom sobre s no slo el pecado de Adn, sino todos los
pecados de toda la humanidad. Esto se ve en ese abandono del que el Hijo se
queja al Padre: Por qu me has abandonado?. La segunda razn es la
grandeza y la multitud de las penas del infierno, y el Hijo de Dios muestra cun
grandes son al querer apagarlos con los torrentes de su Sangre. El profeta Isaas
nos ensea qu tan terribles son, que son completamente intolerables, cuando
pregunta: Quin de ustedes puede habitar con el fuego devorador? Quin de
ustedes podr habitar con llamas eternas?[187]. Demos, entonces, gracias con
todo nuestro corazn a Dios, quien consinti abandonar por un momento a su
nico Hijo a los ms grandes tormentos, para liberarnos de las llamas que seran
eternas. Dmosle gracias, tambin, desde el fondo de nuestro corazn al Cordero
de Dios, que prefiri ser abandonado por Dios bajo su espada castigadora que
abandonarnos a nosotros a los dientes de aquella bestia que siempre roer y
nunca estar satisfecha de roernos.
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La tercera razn es el alto valor de la gracia de Dios, que es esa perla tan preciosa
que obtuvo Cristo, el mercader sabio, vendiendo todo lo que tena, y nos la
devolvi a nosotros. La gracia de Dios, que nos fue dada en Adn, y que perdimos
a travs del pecado de Adn, es una piedra tan preciosa que mientras adorna
nuestras almas y las hace agradables a Dios, es tambin una prenda de la
felicidad eterna. Nadie poda devolvernos esa piedra preciosa, que era la joya de
nuestras riquezas y de la cual la astucia de la serpiente nos haba privado, sino el
Hijo de Dios, quien venci por su sabidura la maldad del demonio, y quien nos la
devolvi al gran costo de s mismo, ya que soport tantas penas y dolores.
Prevaleci la obediencia del Hijo, que tom sobre s el ms penoso peregrinaje
para recuperarnos esa joya preciosa. La cuarta causa fue la inmensa grandeza del
reino de los cielos, que el Hijo de Dios nos abri con su inmensa fatiga y
sufrimiento, a quien la Iglesia canta agradecida, Cuando venciste el aguijn de la
muerte, abriste el reino de los cielos a los creyentes. Pero para conquistar el
aguijn de la muerte fue necesario sostener un duro combate con la muerte, y
para que el Hijo de Dios pudiera triunfar lo ms gloriosamente posible en este
combate, fue abandonado por su Padre. La quinta causa fue el inmenso amor que
el Hijo de Dios tena por su Padre. Pues en la redencin del mundo y en la
extirpacin del pecado, l se propuso hacer una satisfaccin abundante y
superabundante en honor de su Padre. Y esto no podra haber sido hecho si el
Padre no hubiese abandonado al Hijo, esto es, si no le hubiese permitido sufrir
todos los tormentos que pudieran ser ideados por la malicia del demonio, o
pudieran ser soportados por un hombre. Si, por lo tanto, alguien pregunta por qu
Dios abandon a su Hijo en la Cruz cuando estaba sufriendo tan extremados
tormentos, nosotros podemos responder que l fue abandonado para ensearnos
la inmensidad del pecado, la inmensidad del infierno, la inmensidad de la gracia
Divina, la inmensidad de la vida eterna, y la inmensidad del amor que el Hijo de
Dios tuvo por su Padre. De estas razones surge otra pregunta: Por qu,
entonces, ha mezclado Dios el cliz del sufrimiento de los mrtires con una
consolacin espiritual tal que prefieren beber su cliz endulzado con estas
consolaciones a estar sin sufrimiento ni consolacin, y permiti a su querido y
amado Hijo beber hasta el final el cliz amargo de su sufrimiento sin ninguna
consolacin? La respuesta es que en el caso de los mrtires no se verifica
ninguna de las razones que hemos dado arriba con respecto a nuestro Seor.
CAPTULO V
El cuarto fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la cuarta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Otro fruto debe ser recogido, no tanto de la cuarta palabra en s misma como de
las circunstancias del tiempo en el cual fue pronunciada: esto es, de la
consideracin de la terrible oscuridad que precedi inmediatamente a la
enunciacin de esta palabra. La consideracin de esta oscuridad sera lo ms
apropiado, no slo para ilustrar a la nacin hebrea, sino para fortalecer a los
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El eclipse del sol no pudo haber ocurrido por el segundo mtodo, pues una densa
y gruesa nube no podra esconder los rayos del sol sin al mismo tiempo ocultar las
estrellas. Y tenemos la autoridad de Flegon para decir que durante este eclipse las
estrellas eran tan visibles en el cielo como lo son durante la noche. Y respecto al
tercer mtodo, debemos recordar que los rayos del son no pudieron ser
absorbidos o extinguidos sino slo por el poder de Dios quien cre el sol. Por lo
tanto esta segunda verdad es tan cierta como la primera, y no puede ser negada
sin un grado igual de temeridad.
La tercera verdad es que la Pasin de Cristo fue la causa del eclipse que fue
realizado por la especial Providencia de Dios, y es probada por el hecho de que la
oscuridad ensombreci la tierra justo el tiempo que nuestro Seor permaneci vivo
en la Cruz, esto es, desde la hora sexta hasta la nona. Atestiguan esto todos los
que hablan del eclipse; y no podra haber ocurrido que un eclipse en s mismo
milagroso coincidiese por casualidad con la Pasin de Cristo. Pues los milagros no
son producto de la casualidad, sino del poder de Dios. Y no conozco de ningn
autor que haya asignado otra causa a este eclipse tan maravilloso. As pues,
quienes conocen a Cristo reconocen que fue realizado en atencin a l, y quienes
no lo conocen confiesan su ignorancia de su causa, pero permanecen en
admiracin ante el hecho.
La cuarta verdad es que una oscuridad tan terrible slo podra haber mostrado que
la sentencia de Caifs y Pilato era injustsima, y que Jess era el Hijo nico y
verdadero de Dios, el Mesas prometido a los judos. Esta fue la razn por la que
los judos pedan su muerte. Pues cuando en el consejo de los Sacerdotes, los
Escribas y los Fariseos el Sumo Sacerdote vio que la evidencia presentada contra
l no probaba nada, se levant y dijo: Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si
t eres el Cristo, el Hijo de Dios.
Y cuando nuestro Seor reconoci y confes que s lo era, aqul rasg sus
vestidos y dijo: "Ha blasfemado! Qu necesidad tenemos ya de testigos?
Acabis de or la blasfemia. Qu os parece?" Respondieron ellos diciendo: "Es
reo de muerte"[189]. Nuevamente cuando estaba ante Pilato, quien deseaba
liberarlo, los Sumos Sacerdotes y el pueblo gritaban: Nosotros tenemos una Ley y
segn esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios[190]. Este fue el
principal motivo por el que Cristo nuestro Seor fue condenado a la muerte de la
Cruz, y esto haba sido profetizado por el profeta Daniel cuando dijo: el Cristo
ser suprimido, y el pueblo que lo niegue no ser suyo[191]. Por esta causa,
entonces, Dios permiti que durante la Pasin de Cristo una horrible oscuridad se
esparza sobre el mundo entero, para mostrar con total claridad que el Sumo
Sacerdote estuvo equivocado, que el pueblo judo estuvo equivocado, que
Herodes estuvo equivocado, y que el que estuvo colgado de la Cruz era su nico
Hijo, el Mesas. Y cuando el centurin vio estas manifestaciones celestiales
exclam: Verdaderamente ste era Hijo de Dios[192]; y nuevamente,
Ciertamente este Hombre era justo[193]. Pues el centurin reconoci en tales
signos celestiales la voz de Dios anulando la sentencia de Caifs y de Pilato, y
declarando que este Hombre era condenado a muerte en contra de la ley, pues
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era el Autor de la vida, el Hijo de Dios, el Cristo prometido. Pues qu otra cosa
podra haber significado Dios con esta oscuridad, con la secreta separacin de las
rocas y el rasgarse el velo del Templo, sino que se estaba apartando de un pueblo
que una vez fue el suyo, y estaba airado con gran ira pues no haban conocido el
tiempo de su visita.
Ciertamente si los judos considerasen estas cosas, y al mismo tiempo volviesen
su atencin al hecho de que desde ese da fueron dispersados por todas las
naciones, no tuvieron ya ni reyes ni pontfices, ni altares, ni sacrificios, ni profetas,
deberan concluir que han sido abandonados por Dios y, lo que es peor, que se
han sido entregados a un sentido corrupto, y que se cumple en ellos ahora lo que
Isaas profetiz cuando present al Seor diciendo: Escuchad bien, pero no
entendis, ved bien, pero no comprendis. Enceguece el corazn de ese pueblo y
hazlo duro de odos, y pgale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus
odos, y entienda con su corazn, y se convierta y lo cure[194].
CAPTULO VI
El quinto fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la cuarta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
En las tres primeras palabras Cristo nuestro Maestro nos ha recomendado tres
grandes virtudes: caridad para con nuestros enemigos, amabilidad para los que
sufren, y afecto por nuestros padres. En las cuatro ltimas palabras nos
recomienda cuatro virtudes, ciertamente no ms excelentes, pero an as no
menos necesarias para nosotros: humildad, paciencia, perseverancia y
obediencia. En efecto, de la humildad, que puede ser llamada la virtud
caracterstica de Cristo, pues no se ha hecho mencin de ella en los escritos de
los sabios de este mundo, nos dio l ejemplo por medio de sus acciones durante
el transcurso completo de su vida y con selectas palabras se mostr como el
Maestro de la virtud cuando dijo: Aprended de m, que soy manso y humilde de
Corazn[195]. Pero en ningn momento nos alent ms claramente a la prctica
de esta virtud, y junto con ella a la de la paciencia, que no puede ser separada de
la humildad, que cuando exclam Dios mo, Dios mo, por qu me has
abandonado?. Pues Cristo nos muestra con estas palabras que con el
consentimiento de Dios, tal como lo atestiguaron las tinieblas, se haba oscurecido
toda su gloria y su excelencia, y nuestro Seor no podra haber soportado esto si
no hubiese posedo la virtud de la humildad en el grado ms heroico.
La gloria de Cristo, de la que nos escribe San Juan al inicio de su Evangelio
--Vimos su gloria, gloria como de Hijo Unignito del Padre, lleno de gracia y de
verdad[196]--, consista en su Poder, su Rectitud, su Justicia, su real Majestad, la
felicidad de su Alma, y la dignidad divina de la que gozaba como el verdadero y
real Hijo de Dios. Las palabras Dios mo, Dios mo, por qu me has
abandonado?, muestran que su Pasin ech un velo sobre todos estos dones. Su
Pasin ech un velo sobre su poder, pues cuando estuvo clavado en la Cruz
apareca tan impotente que los Sumos Sacerdotes, los soldados y el ladrn se
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ocurrido con los Apstoles y los Santos. San Pablo dice de los Apstoles: Hemos
venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos[203],
esto es, los compara a las cosas ms viles que son holladas bajo los pies. As fue
su humildad. Cul es su gloria? San Juan Crisstomo nos dice que los apstoles
estn sentados ahora en el cielo, cerca al trono mismo de Dios, donde los
querubines lo alaban y los serafines lo obedecen. Ellos estn asociados con los
grandes prncipes de la corte celestial. Y estarn all por siempre. Si los hombres
considerasen cun glorioso es imitar en esta vida la humildad del Hijo de Dios, y
viesen a cunta gloria los conducira esta humildad, encontraramos muy pocos
hombres orgullosos. Pero puesto que la mayora de los hombres miden todo con
sus sentidos y con consideraciones humanas, no debemos sorprendernos si el
nmero de los humildes es pequeo, y el de los orgullosos infinito.
CAPTULO VII
Explicacin literal de la quinta Palabra:
Tengo sed
La quinta palabra que encontramos en San Juan es tengo sed. Pero para
entenderla tenemos que aadir las palabras precedentes y subsiguientes del
mismo evangelista. Despus de esto, sabiendo Jess que ya todo estaba
cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: "Tengo sed". Haba all una
vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en
vinagre y se la acercaron a la boca[204]. El significado de estas palabras es que
nuestro Seor deseaba realizar todo lo que sus profetas, inspirados por el Espritu
Santo, haban predicho sobre su vida y muerte. Ya todo se haba realizado,
excepto el haber mezclado hiel con lo que iba a beber, de acuerdo a lo que est
en el salmo sesenta y nueve: Veneno me han dado por comida, en mi sed me han
abrevado con vinagre[205] . Por eso, para que la Escritura se realice, es que grit
con fuerte voz: Tengo sed. Pero por qu para que fueran cumplidas la
Escrituras? Por qu no ms bien porque realmente estaba sediento y quera
calmar su sed? Un profeta no profetiza con el propsito de que se cumpla aquello
que predice, sino profetiza porque ve que aquello que profetiza se va a cumplir, y
por eso lo predice. Consecuentemente el hecho de prever o de predecir algo no es
el motivo para que esto ocurra, ms bien, el evento que va ocurrir es la causa por
la que puede ser prevista o predicha.
Aqu tenemos abierto, ante nuestra vista, un gran misterio. Nuestro Seor sufri
desde el comienzo de la crucifixin una sed de lo ms dolorosa, y esta sed si gui
creciendo, de tal forma que se convirti en uno de los dolores ms intensos que
tuvo que soportar en la Cruz, pues el derramamiento de una gran cantidad de
sangre seca a la persona, produciendo una violenta sed. Yo mismo una vez conoc
un hombre que tena varias heridas y consecuentemente haba perdido mucha
sangre, y que solo peda algo para beber, como si no le importaran sus heridas,
sino solo su terrible sed. Lo mismo es relatado de San Emeramo, mrtir, quien
estaba atado a una estaca, cruelmente torturado, y de lo nico que se quejaba era
de la sed. Pero Cristo haba sido arrastrado de un lado al otro por la ciudad, y
desde la flagelacin en la columna, haba sangrado copiosamente esa sangre que
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las que podamos estar sedientos con provecho. Esto es lo que dice el salmista:
Espero compasin, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno. Veneno
me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre[207]. Y as, los
que un poco antes de la crucifixin le dieron al Seor vino mezclado con hiel, de la
misma manera que los que le ofrecieron a nuestro Seor crucificado vinagre,
representan a los que reclama cuando dice: Espero compasin, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno.
Pero tal vez alguien podra preguntar: No se afligieron con l autnticamente y de
corazn, su Santsima Virgen Madre, y la hermana de su Madre, Mara de Cleofs,
y Mara Magdalena, y el apstol San Juan, que estaban al pie de la Cruz? No se
afligieron realmente con l, lamentando su suerte, aquellas santas mujeres que
siguieron al Seor hasta el monte Calvario? No estaban los apstoles en un
estado de tristeza durante todo el tiempo de su pasin, como predic Cristo: En
verdad, en verdad os digo que lloraris y os lamentaris, y el mundo se alegrar?
[208] Todos estos se afligieron y realmente se afligieron, pero no se afligieron junto
con Cristo, pues el motivo y causa de su tristeza era bien distinta del motivo y
causa de la tristeza de Cristo. Nuestro Seor dijo: Espero compasin, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno. Ellos se lamentaban por el sufrimiento
corporal y muerte de Cristo. Pero l no se lament de esto ms que por un
momento en el jardn, para probar que realmente era un hombre. No haba dicho:
Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer[209]; y
nuevamente: Si me amarais, os alegrarais de que me fuera al Padre?[210]
Entonces, cul fue la causa de la tristeza de nuestro Seor en la que no encontr
nadie que lo acompaar en su pesar? Era la perdida de las almas por las que
estaba sufriendo. Y cul era la fuente de consuelo que no pudo encontrar en
nadie, sino la cooperacin con l en la salvacin de aquellos que tan
ardientemente esperaba? Esto era la nico alivio que anhelaba, esto deseaba,
estaba hambriento, sediento de esto, pero le dieron hiel por comida y le dieron
vinagre por bebida. El pecado est representado por la amargura de la hiel, que
nada puede ser ms amargo para el gusto. La obstinacin del pecado esta
representado por la acidez y el agresivo hedor del vinagre. Entonces, Cristo tena
una autntica causa para su tristeza cuando vio por ladrn convertido, no slo otro
que permaneci en su obstinacin, sino aparte innumerables otros; cuando vio
que todos sus apstoles se escandalizaron de su Pasin, que Pedro lo haba
negado, que Judas lo haba traicionado.
Si alguien desea confortar y consolar a Cristo hambriento y sediento en la Cruz,
lleno de pena y pesar, que primero se manifieste verdaderamente penitente,
djenlo detestar sus propios pecados, y entonces junto con Cristo, djenlo tener
un hondo pesar en sus corazn, porque tan gran nmero de almas mueren
diariamente, a pesar de que todas podran ser fcilmente salvadas si slo
utilizaran la gracia que l ha comprado para ellos al redimirlos. San Pablo era uno
de esos que se afliga con el Seor, cuando en la Carta a los Romanos dice: Digo
la verdad en Cristo, no miento, --mi conciencia me lo atestigua en el Espritu
Santo--, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazn. Pues deseara
ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza
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segn la carne, los israelitas, de los cuales es la adopcin filial[211]. Con esta
mxima, no pudo el apstol mostrar con mayor intensidad su ardiente deseo de la
salvacin las almas: Pues deseara ser yo mismo anatema, separado de Cristo.
Quiere decir, segn lo que dice San Juan Crisstomo, en su obra sobre la
compuncin del corazn, que se senta tan excesivamente afligido por la
maledicencia de los Judos, que quera, si fuese posible, ser separado de Cristo,
por el bien de su gloria[212]. No deseaba ser separado del amor de Cristo, pues
sera contradictorio con lo que dice en otra parte de la misma epstola: Quin
nos separar del amor de Cristo?[213], sino de la gloria de Cristo, prefiriendo ser
privado de la participacin en la gloria de su Salvador a que su Seor sea privado
del fruto adicional de su Pasin, que vendra de la conversin de tantos miles de
judos. l verdaderamente se afligi junto con el Seor y consol el pesar de su
divino Maestro. Pero cun escasos son los imitadores de este gran apstol hoy
en da? Primeramente, muchos pastores de almas estn ms afligidos si se
reducen o pierden las rentas de la Iglesia que si un gran nmero de almas se
pierde por su ausencia o negligencia. San Bernardo dice, refirindose a algunos:
soportamos el detrimento que Cristo sufre con ms ecuanimidad que lo que
deberamos soportar nuestra propia prdida. Balanceamos nuestros gastos diarios
con la entrada diaria de nuestras ganancias, y no sabemos nada de la perdida que
ocurre en el rebao de Cristo[214]. No es suficiente que un obispo viva
santamente, y se empee en su conducta privada a imitar las virtudes de Cristo, a
no ser que se empee para que los que estn en sus manos, o mejor dicho sus
hijos, sean santos, y trate de guiarlos, haciendo que sigan los pasos de Cristo
hacia el gozo eterno. Entonces, que los que desean sufrir con Cristo, giman con
Cristo, y para compadecerse de l, cuiden su rebao, nunca desamparen sus
ovejas, ms bien dirjanlas por la palabra y guenlas con su ejemplo.
Cristo tambin puede reclamar razonablemente de los laicos, por no afligirse con
el ni aliviarlo. Y si cuando estaba colgado de la Cruz, expres su pesar por la
perfidia y la obstinacin de los Judos, por quienes su esfuerzo se perdi, por
quienes su tormento fue ridiculizado, y por quienes la preciosa medicina de su
sangre fue desperdiciada insanamente. Cmo ser esa expresin observando, no
desde la Cruz, sino desde el cielo, a aquellos que creen en l, y no lucran nada de
su pasin, pisan su preciosa sangre y le ofrecen hiel y vinagre al aumentar
diariamente sus pecados, sin pensar en el juicio final o temer el fuego del infierno!
Se produce alegra entre los ngeles de Dios por un solo pecador que se
convierte[215]. Pero no es acaso esta alegra transformada en tristeza, leche en
hiel, y vino en vinagre, que los que por la fe y el bautismo han nacido en Cristo, y
que por el sacramento de la reconciliacin han resucitado de la muerte a la vida, si
en poco tiempo vuelven a matar su alma al recaer en pecado mortal? La mujer,
cuando va a dar a luz, est triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha
dado a luz al nio, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un
hombre en el mundo[216]. Pero acaso no es doblemente afligida la madre si el
hijo muere inmediatamente despus del nacimiento o nace ya muerto? Tantos
trabajan por su salvacin confesando sus pecados, tal vez incluso ayunando y
dando limosna, pero su afn es en vano y nunca obtienen el perdn de sus
pecados, pues tienen una falsa conciencia o son responsables de una ignorancia
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culpable. Estos trabajos, y el trabajo intil no es a caso una afliccin doble para
ellos mismos y para sus confesores? Tales personas son como enfermos que
aceleran su muerte usando una medicina amarga que esperan que los cure. O
como un jardinero que soporta gran sufrimiento por sus viedos y tierras y que
pierde todos los frutos de su cuidado por una tormenta repentina. Estos son los
males que debemos deplorar, y cualquiera que gima y que es afligido con Cristo
en la Cruz, y cualquiera que se empee con toda su fuerza en aminorarlos, alivia
las penas y el pesar de nuestro Seor crucificado, y participar con l en el gozo
del cielo, y reinar para siempre con l en el reino de su Padre celestial.
CAPTULO IX
El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la quinta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
Cuando medito atentamente sobre la sed que soport Cristo en la Cruz, se me
ocurre otra consideracin muy til. Me parece que nuestro Seor ha dicho, Tengo
sed, en el mismo sentido en que se dirigi a la Samaritana, Dame de beber.
Pues al desvelar el misterio que contienen estas palabras, tambin dijo: Si
conocieras el don de Dios, y quin es el que te dice: "Dame de beber", t le
habras pedido a l, y l te habra dado agua viva[217]. Pero, cmo poda tener
sed aquel que es la fuente del agua viva? No se refiere a s mismo cuando dice:
Si alguno tiene sed, venga a m, y beba?[218]. Y, no es l la roca a la cual el
apstol se refiere cuando dice: y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues
beban de la roca espiritual que les segua; y la roca era Cristo[219]. En fin, no
es l que se dirige a los Judos por la boca del profeta Jeremas: a m me
dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas,
que el agua no retienen?[220]. Entonces, me parece que nuestro Seor desde la
Cruz, como desde un trono elevado, mira a todo el mundo que est lleno de
hombres que estn sedientos y exhaustos, y por lo reseco que est, tiene piedad
de la sequa que soporta la humanidad, y grita, Tengo sed. Esto es, estoy
sediento por la sequedad y aridez de mi Cuerpo, pero esta sed pronto se
terminar. Sin embargo, la sed que sufro por el deseo de que los hombres
empiecen a conocer por la fe que soy el autntico manantial de agua viva y que se
acerquen y beban es incomparablemente mayor.
Oh, qu felices seramos si escuchsemos con atencin las palabras que nos
est dirigiendo la Palabra encarnada! No tiene sed casi todo hombre, con la
ardiente e insaciable sed de la concupiscencia, que por las aguas turbias y
pasajeras de las cosas temporales y corruptibles, que son considerados bienes,
tales como el dinero, el honor, y los placeres? Y, quin ha escuchado las palabras
de su maestro, Cristo, y ha probado el agua viva de la sabidura divina, que no se
haya sentido abominado por las cosas mundanas, y empezado a aspirar las
celestiales? Quin ha puesto a un lado el deseo de adquirir y acumular las cosas
de este mundo y ha empezado a aspirar y desear por las celestiales? Esta agua
viva no brota del mundo, ms bien baja del cielo. Nuestro Seor, que es el
manantial de agua viva, nos lo va dar si es que le pedimos con oraciones
57
fervientes y copiosas lagrimas. No solo va eliminar toda ansiedad por las cosas
mundanas, sino que tambin va a ser nuestra fuente infalible de comida y bebida
en nuestro exilio. De este modo habla Isaas: todos los sedientos, id por agua, y
para que no pensemos que esta agua es preciosa y querida, aade: venid,
comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche[221]. Dice que es un agua
que tiene que ser comprada, pues no puede ser adquirida sin esfuerzo, y sin tener
la adecuada disposicin para recibirla, pero no es comprada con plata o por
intercambio, pues es entregada gratuitamente, pues es invalorable. Lo que el
profeta en una lnea llama agua, en la prxima llama vino y leche, pues es tan
eficaz que contiene las cualidades del agua, vino y leche.
La verdadera sabidura y caridad se entienden como agua, pues refresca el
corazn de la concupiscencia, se entienden como vino pues calienta y embriaga la
mente con un ardor sobrio, se entienden como leche pues nutre al joven en Cristo
con un alimento fortalecedor, como lo dice Pedro: Como nios recin nacidos,
desead la leche espiritual pura[222]. Esta misma sabidura y caridad --lo opuesto
a la concupiscencia de la carne-- es el yugo que es dulce, y la carga ligera, que
aquellos que lo toman dcil y humildemente lo descubren como un descanso real
y autntico para sus almas. De tal forma que ya no tienen sed, ni se afanan por
retirar agua de fuentes mundanas. Este deleitable descanso para el alma ha
llenado desiertos, habitados monasterios, reformado al clero, contenido
matrimonios. El palacio de Teodosio el Joven no era diferente de un monasterio.
La corte de Elzeario tena poca diferencia con la casa de religiosos pobres. En vez
de las peleas y discusiones, se escuchaban salmos y msica sacra. Todas estas
bendiciones se deben a Cristo, que al precio de su propio sufrimiento, saci
nuestra sed y as reg los ridos corazones de hombres que no van a tener sed
nuevamente, a no ser que ante la instigacin del enemigo voluntariamente se
retiren del manantial eterno.
CAPTULO X
El tercer fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la quinta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
La imitacin de la paciencia de Cristo es el tercer fruto en ser recogido de la
consideracin de la quinta palabra. En la cuarta palabra la humildad de Cristo,
junto con su paciencia, era notable. En la quinta palabra, resplandece sola su
paciencia. Ahora bien, la paciencia es no slo una de la ms grandes virtudes,
sino es positivamente la ms necesaria para nosotros. San Cipriano dice: Entre
todos los caminos de ejercicio celestial, no conozco uno ms provechoso para
esta vida o ventajoso para la prxima: que aquellos que se esfuerzan con temor y
devocin por obedecer los mandamientos de Dios deban, sobre todas las cosas,
practicar la virtud de la paciencia. Pero antes de que hablemos de la necesidad
de la paciencia, debemos distinguir la virtud de su falsificacin. La verdadera
paciencia nos permite soportar el infortunio de sufrir sin caer en la desgracia de
pecar. Tal fue la paciencia de los mrtires, que prefirieron soportar las torturas del
verdugo que negar la fe de Cristo, que prefirieron sufrir la prdida de sus bienes
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mundanos antes que adorar dioses falsos. La falsificacin de esta virtud nos lleva
a soportar cualquier penalidad para obedecer a la ley de la concupiscencia,
arriesgar la prdida de la felicidad eterna por causa del placer momentneo. Tal es
la paciencia de los esclavos del demonio, que soportan hambre y sed, fro y calor,
la prdida de su reputacin, la prdida incluso del cielo, para incrementar sus
riquezas, disfrutar los placeres de la carne, o ganar un puesto de honor.
La verdadera paciencia tiene la propiedad de incrementar y preservar todas las
otras virtudes. Santiago es nuestra autoridad para este elogio de la paciencia. l
dice: Y la paciencia ha de ir acompaada de obras perfectas, para seis perfectos
e ntegros sin que dejis nada que desear[223]. Debido a las dificultades que nos
encontramos en la prctica de la virtud, ninguna puede florecer sin la paciencia,
pero cuando las otras virtudes son acompaadas por sta, todas las dificultades
desaparecen, pues la paciencia hace derechos los caminos torcidos, y suaves los
caminos speros. Y esto es tan verdadero que San Cipriano, hablando de la
caridad, la reina de las virtudes, clama: La caridad, el lazo de la amistad, el
fundamento de la paz, el poder y la fuerza de la unin, es mayor que la fe o la
esperanza. Es la virtud de la cual los mrtires obtienen su constancia, y es la que
practicaremos para siempre en el Reino de los Cielos. Pero seprala de la
paciencia, y se hundir; aleja de ella el poder del sufrimiento y de la constancia, y
se marchitar y morir[224]. El mismo santo manifiesta la necesidad de esta
virtud tambin para preservar nuestra castidad, firmeza, y paz con el prjimo. Si la
virtud de la paciencia es fuerte y firmemente enraizada en sus corazones, tu
cuerpo, que es santo y templo del Dios vivo, no ser contaminado con adulterio, tu
firmeza no ser ensuciada por la mancha de la injusticia, ni luego de haberse
alimentado con el Cuerpo de Cristo, estarn tus manos empapadas de sangre.
Quiere significar, por el contrario de estas palabras, que sin la paciencia ni el
hombre casto podr ser capaz de preservar su pureza, ni el hombre justo ser
equitativo, ni aquel que ha recibido la Sagrada Eucarista ser libre del peligro de
la ira y el homicidio.
Lo que Santiago escribe de la virtud de la paciencia es enseado en otras
palabras por el Profeta David, por Nuestro Seor, y su Apstol. En el salmo
noveno, David dice: La paciencia de los pobres no ser vana para siempre[225],
porque tiene una obra perfecta, y en consecuencia su fruto nunca se pudrir. As
como estamos acostumbrados a decir que las labores del granjero son
provechosas cuando producen una buena cosecha, y son intiles cuando no
producen nada, as de la paciencia se dice que nunca perece porque sus efectos y
recompensas permanecern para siempre. En el texto que acabamos de citar, la
palabra pobre es interpretada significando al hombre humilde que confiesa que es
pobre, y que no puede hacer ni sufrir nada sin la ayuda de Dios. En su tratado
sobre la paciencia[226], San Agustn manifiesta que no slo los pobres, sino
incluso los ricos, pueden poseer la verdadera paciencia, siempre y cuando confen
no en s mismos sino en Dios, a quien, realmente necesitados de todos los dones
divinos, puedan pedir y recibir este favor. Nuestro Seor parece implicar lo mismo
cuando dice en el Evangelio Con vuestra paciencia salvaris vuestras
almas[227]. Pues en realidad slo poseen sus almas --esto es su vida, como
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propias y de la cual nada los puede privar--, quienes soportan con paciencia toda
afliccin, incluso la muerte misma, para no pecar en contra de Dios. Y aunque por
la muerte parecen perder sus almas, no las pierden, sino que las preservan para
siempre. Pues la muerte del justo no es muerte, sino un sueo, y puede ser
incluso tenida como un sueo de corta duracin. Pero el impaciente, que para
preservar la vida del cuerpo no duda en pecar negando a Cristo, adorando dolos,
cediendo a sus deseos lujuriosos, o cometiendo algn otro crimen, parece
ciertamente preservar su vida por un tiempo, pero en realidad pierde la vida tanto
del cuerpo como del alma para siempre. Y en cuanto del realmente paciente,
puede con verdad ser dicho: No perecer ni un cabello de vuestra cabeza[228].
Por lo que del impaciente con igual verdad podemos exclamar: No hay un slo
miembro de tu cuerpo que no arder en el fuego del infierno.
Finalmente, el Apstol confirma nuestra opinin: Necesitis paciencia en el
sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir as lo prometido[229]. En
este texto San Pablo explcitamente afirma a la paciencia no slo como til, sino
incluso como necesaria para realizar la voluntad de Dios, y realizndola sentir en
nosotros el efecto de su promesa: recibir la corona de la vida que ha prometido el
Seor a los que le aman[230], y guardar sus mandamientos pues si alguno me
ama, guardar mi Palabra, y el que o me ama no guarda mis palabras[231]. As
vemos pues que toda la Escritura ensea a los fieles la necesidad de la virtud de
la paciencia. Por esta razn, Cristo dese en los ltimos momentos de su vida
declarar aquel interno, y dursimo, y largamente soportado sufrimiento --su sed-para alentarnos por tal ejemplo a preservar nuestra paciencia en todas las
desgracias. Que la sed de Cristo fue una tortura de las ms impetuosas lo hemos
mostrado en el captulo anterior. Que fue largamente soportado fcilmente lo
podemos probar.
Para empezar, los flagelos junto a la columna. Cuando aquello tuvo lugar, Cristo
estaba ya fatigado por su prolongada plegaria y agona y sudor de sangre en el
Huerto, por sus muchos viajes de un lado a otro durante la noche y la sucesiva
maana, del jardn de la casa de Ans, de la casa de Ans a la de Caifs, de la
casa de Caifs a aquella de Pilato, de la casa de Pilato a la de Herodes, y de la
casa de Herodes nuevamente a la de Pilato. Ms an, desde el momento de la
ltima cena, Nuestro Seor no haba probado ni comida ni bebida, o disfrutado de
un momento de reposo, sino que haba soportado muchos y gravosos insultos en
la casa de Caifs, fue luego cruelmente azotado, lo que en s mismo era suficiente
para provocar una terrible sed, y cuando la flagelacin hubo terminado, su sed,
lejos de ser saciada, fue incrementada, pues luego sigui la coronacin de espinas
y las burlas y el escarnio. Y cuando haba sido ya coronado, su sed, lejos de ser
saciada, fue incrementada, pues luego sigui el llevar la Cruz, y cargado con el
instrumento de su muerte, nuestro fatigado y exhausto Seor subi
esforzadamente el monte del Calvario. Cuando lleg le ofrecieron vino mezclado
con hiel, que prob pero no tom. Y as acab finalmente el camino, pero la sed
que durante todo el camino haba torturado a nuestro querido Seor fue sin duda
incrementada. Luego sigui la crucifixin, y mientras la Sangre corra de sus
cuatro Heridas como de cuatro fuentes, todos pueden concebir cun enorme su
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sed ha de haber sido. Finalmente, por tres horas sucesivas, en medio de una gran
oscuridad, debemos imaginar con que ardiente sed el sagrado Cuerpo fue
consumido. Y aunque los que estaban ah le ofrecieron vinagre, an as, puesto
que no era agua o vino, sino un trago fuerte y amargo, e incluso un trago muy
corto, puesto que lo tuvo que tomar a gotas de una esponja, podemos decir sin
dudar que nuestro Redentor, desde el comienzo de su Pasin hasta su muerte,
soport con la ms heroica paciencia esta terrible agona. Pocos de nosotros
pueden saber por experiencia cun grande es este sufrimiento, pues hallamos
agua en cualquier lugar para calmar nuestra sed. Pero aquellos que viajan muchos
das seguidos en el desierto algunas veces conocen lo que es la tortura de la sed.
Curcio relata que Alejandro Magno estuvo una vez marchando a travs del
desierto con su ejrcito, y que luego de sufrir todas las privaciones de la falta de
agua, llegaron a un ro, y los soldados empezaron a beber con tanta ansiedad, que
muchos murieron en el acto, y aade que el nmero de los que murieron en
aquella ocasin fue mayor que el que haba perdido en cualquier batalla. Su
ardiente sed era tan insoportable que los soldados no pudieron refrenarse tanto
como para respirar mientras beban, y en consecuencia Alejandro perdi buena
parte de su ejrcito. Hay otros que han sufrido mucho de sed como para tener al
lodo, al aceite, a la sangre y a otras cosas impuras, que nadie tocara a menos
que sea urgido por terrible necesidad, como deliciosas. De esto aprendemos cun
grande fue la Pasin de Cristo, y cuan brillantemente su paciencia fue desplegada
en ella. Dios nos concedi poder conocer esto, imitarlo, y sufrindolo junto con
Cristo aqu, reinar luego con l.
Pero me parece escuchar algunas almas piadosas exclamar cun deseosos y
ansiosos estn para saber por qu medios pueden mejor imitar la paciencia de
Cristo, y poder decir con el Apstol: Con Cristo estoy crucificado[232], y con San
Ignacio Mrtir: Mi amor es crucificado[233]. No es tan difcil como muchos
imaginan. No es necesario para todos acostarse en el suelo, flagelarse hasta
sangrar, ayunar diariamente a pan y agua, usar sayales, una cadena de hierro o
algn otro instrumento de penitencia para conquistar la carne y crucificarla con sus
vicios y concupiscencias. Estas prcticas son laudables y tiles, siempre y cuando
no sean peligrosas para la salud, o hechas sin el permiso del director. Pero deseo
mostrar a mis piadosos lectores un medio para practicar la virtud de la paciencia
de nuestro manso y gentil Redentor, que todos pueden abrazar, que no contiene
nada extraordinario, nada nuevo, y por cuyo uso nadie puede ser sospechoso de
buscar o ganar aplauso por su santidad.
En primer lugar entonces, quien ama la virtud de la paciencia ha de alegremente
someterse a aquellas labores y penalidades en las que estamos seguros por fe
que es voluntad divina que debamos afligirnos, de acuerdo a aquellas palabras del
Apstol: Necesitas paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios, y
conseguir as lo prometido[234]. Ahora bien, lo que Dios quiere que abracemos no
es ni difcil para m ensear, ni difcil para mis lectores aprender. Todos los
mandamientos de nuestra Santa Madre Iglesia deben ser guardados con
obediencia amorosa y paciencia, no importa cun difcil o duros pueden parecer.
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quejarnos de los elementos, o de Dios mismo, sino considerar males de este tipo
como un flagelo con el que Dios nos castiga por nuestros pecados, e
inclinndonos bajo su mano todopoderosa, soportemos todo con humildad y
paciencia. Dios ser entonces apaciguado. Derramar sus bendiciones sobre
nosotros. Nos corregir a nosotros sus hijos con amor paternal, y no nos privar
del Reino de los Cielos. Podemos aprender cual es la recompensa de la paciencia
de un ejemplo que San Gregorio aduce. En la trigsimo quinta homila sobre los
Evangelios, dice que un cierto hombre Esteban era tan paciente como para
considerar a aquellos que lo opriman como sus ms grandes amigos. Devolva
agradecimientos por los insultos, tena a las desgracias como ganancias, contaba
a sus enemigos entre el nmero de los que le deseaban el bien y eran sus
benefactores. El mundo lo consideraba como un insensato y un loco, pero no fue
sordo a las palabras del Apstol de Cristo: Si alguno entre vosotros se cree sabio
segn este mundo, hgase necio para llegar a ser sabio[236]. Y San Gregorio
aade que cuando se estaba muriendo muchos ngeles fueron vistos asistindolo
alrededor de su cama, quienes llevaron su alma derecho al cielo, y el santo Doctor
no dud en tener a Esteban entre los mrtires por virtud de su extraordinaria
paciencia.
CAPTULO XI
El cuarto fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la quinta
Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz
An queda un fruto ms, y el ms dulce de todos, para ser recogido de la
consideracin de esta palabra. San Agustn, en su explicacin de la palabra
Tengo sed, a ser hallada en su tratado sobre el Salmo 68, dice que manifiesta no
slo el deseo que Cristo tena por beber, sino ms an el deseo con que estaba
inflamado de que sus enemigos crean en l y se salven. Podemos ir un poco ms
lejos, y decir que Cristo tuvo sed por la gloria de Dios y salvacin de los hombres,
y nosotros hemos de tener sed por la gloria de Dios, honor de Cristo, y por nuestra
propia salvacin y la salvacin de nuestros hermanos. No podemos dudar de que
Cristo tuvo sed por la gloria de su Padre y la salvacin de las almas, pues todas
sus obras, toda su predicacin, todos sus sufrimientos, todos sus milagros, as lo
proclaman. Debemos considerar lo que tenemos que hacer para no mostrarnos
ingratos a tal Benefactor, y qu medios hemos de tomar para inflamarnos de tal
manera que realmente estemos sedientos por la gloria de Dios, que tanto am al
mundo que dio a su nico Hijo[237], y ferviente y ardientemente estar sedientos
por el honor de Cristo, quien nos am y se entreg por nosotros como oblacin y
vctima de suave aroma[238], sintiendo tanta compasin por nuestros hermanos
como un deseo celoso de su salvacin. An lo ms necesario para nosotros es
anhelar cordial y ardorosamente nuestra propia salvacin, que este deseo nos
empuje, de acuerdo a nuestra fuerza, a pensar y hablar y hacer todo lo que nos
pueda ayudar a salvar nuestras almas. Si no nos importa nada el honor de Dios, o
la gloria de Cristo, y no sentimos ninguna ansiedad por nuestra propia salvacin, o
la de los otros, se sigue que Dios ser privado del honor que le es debido, que
Cristo perder la gloria que es suya, que nuestro prjimo no llegar al cielo, y que
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comunes? Y si tenemos que rendir cuenta sobre cada palabra vana Qu de las
acciones, de los robos, adulterios, fraudes, asesinatos, injusticias, y otros pecados
mortales? Por lo tanto el cumplimiento de algunas profecas nos harn an ms
culpables si es que no creemos que las otras profecas se cumplirn. Ni es
suficiente solamente creer, a menos que nuestra fe eficazmente mueva nuestra
voluntad a hacer o evitar aquello que nuestro entendimiento nos ensea que debe
ser hecho o evitado. Si un arquitecto opina que una casa est a punto de
desplomarse, y sus habitantes creen en las palabras del arquitecto, pero an as
no abandonan la casa y terminan sepultados en sus ruinas, Qu dir la gente de
sa fe? Ellos dirn con el Apstol: Profesan conocer a Dios, mas con sus obras le
niegan[291]. O, Qu se dira si un doctor le ordena a su paciente no tomar vino,
y el paciente lo asume como un buen consejo, pero an as continua tomando
vino, y se molesta si es que no se lo dan? No deberamos decir que se paciente
estaba loco y que en realidad no confiaba en su doctor? Quisiera que no hubieran
tantos cristianos que profesan creer en los juicios de Dios y en otras cosas, y con
su conducta contradicen sus palabras!
CAPTULO XIV
El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Otra ventaja puede ser sacada de la segunda interpretacin que dimos a la
palabra todo est cumplido. Junto con San Juan Crisstomo dijimos que por su
muerte Cristo concluy su estada laboriosa entre nosotros. Nadie puede negar
que su vida mortal fue sumamente dura, pero su misma dureza fue compensada
por su cortedad, su fruto, su gloria, y su honor. Dur treintitrs aos. Qu es una
labor de treintitrs aos comparado a un descanso eterno? Nuestro Seor trabaj
con hambre y sed, en medio de muchas penalidades, de insultos innumerables, de
golpes, heridas, de la muerte misma. Pero ahora bebe de la fuente de la alegra, y
su alegra ser eterna. Fue humillado, y por un corto tiempo fue oprobio de los
hombres y desecho del pueblo[292], pero Dios le exalt, y le otorg el Nombre
que est sobre todo nombre, para que al nombre de Jess, toda rodilla se doble,
en los cielos, en la tierra y en los abismos[293]. Por otro lado, los prfidos judos
se regocijaron durante una hora por Cristo y sus sufrimientos. Judas por una hora
disfrut el precio de su avaricia: unas pocas monedas de plata. Pilato por una hora
se glorific porque no haba perdido la amistad de Tiberio, y haba vuelto a ganar
la de Herodes. Pero por casi dos mil aos han estado sufriendo los tormentos del
infierno, y sus gritos de desesperanza ser escuchados por siempre y para
siempre.
Desde su miseria, todos los siervos de la Cruz pueden aprender cun bueno y
fructuoso es ser humildes, dciles, pacientes, cargar su Cruz en esta vida, seguir a
Cristo como su gua, y de ninguna manera envidiar a aquellos que parecen estar
alegres en este mundo. Las vidas de Cristo y de sus apstoles y mrtires son una
verdadero comentario a las palabras del Seor de seores. Bienaventurados los
pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados los que lloran,
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75
San Pablo usa un argumento muy fuerte para persuadirnos de ello, as como es
en s mismo duro y lleno de dificultad. Su argumento es expresado en estas
palabras: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que
ofrezcis vuestros cuerpos como una vctima viva[304]. En el texto griego
encontramos la palabra "misericordias" usada en vez de "misericordia". Qu y
cuntas son las misericordias de Dios por las que el Apstol nos exhorta? En
primer lugar est la creacin, por la que fuimos hechos algo mientras que antes
ramos nada. En segundo lugar, aunque Dios Todopoderoso no tena necesidad
de nuestro servicio, nos ha hecho siervos suyos, porque desea que hagamos algo
por lo que pueda recompensarnos. En tercer lugar, nos hizo a su imagen, y nos
hizo capaces de conocerlo y amarlo. En cuarto lugar, nos hizo, a travs de Cristo,
sus hijos adoptivos y coherederos de su Hijo Unignito. En quinto lugar, nos hizo
miembros de su Esposa, de aquella Iglesia de la cual l es la Cabeza. Por ltimo,
se ofreci a s mismo en la Cruz, como oblacin y vctima de suave aroma[305],
para redimirnos de la esclavitud y lavarnos de nuestra iniquidad, para que pueda
presentar a l una Iglesia gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga[306]. Estas
son las misericordias de Dios por las que el Apstol nos exhorta, como si dijera: el
Seor ha derramado tantas gracias sobre ustedes, que ni las merecen, ni las han
pedido, y an tienen como cosa difcil el ofrecerse a s mismos a Dios como
vctimas vivas, santas y razonables? En verdad, lejos de ser difcil, debera
parecer, para cualquiera que atentamente considera todas las circunstancias, fcil
y ligero y agradable y placentero servir a tan buen Dios con nuestro corazn
entero a travs de todo tiempo, y tras el ejemplo de Cristo, ofrecernos a nosotros
enteramente a l como una vctima, una oblacin, y un holocausto en olor de
suavidad.
CAPTULO XVI
El cuarto fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Un cuarto fruto puede ser cosechado de una cuarta explicacin de la palabra todo
est cumplido. Pues si es verdad, como muy ciertamente es, que Dios por los
mritos de Cristo nos ha librado de la servidumbre del diablo, y nos ha colocado
en el reino de su amado Hijo, preguntemos, y no desistamos en nuestra
indagacin hasta que hayamos encontrado alguna razn, por qu tanta gente
prefiere la esclavitud del enemigo de la humanidad, en vez del servicio a Cristo,
nuestro amabilsimo Seor, y escoger el arder para siempre en las llamas del
infierno con Satans, en vez de reinar felicsimos en la gloria eterna con Nuestro
Seor Jesucristo. La nica razn que hallo es que el servicio a Cristo empieza con
la Cruz. Es necesario crucificar la carne con sus vicios y concupiscencias. Esta
trago amargo, este cliz de hiel, naturalmente produce nausea en el hombre frgil,
y es muchas veces la nica razn por la cual el preferira ser esclavo de sus
pasiones que ser Seor de ellas por tal remedio. Un hombre sin razn,
ciertamente, o ms an no un hombre sino una bestia, pues un hombre despojado
de su razn es tal, puede ser gobernado por sus deseos y apetitos. Pero como el
hombre es dotado de razn, ciertamente sabe o debera saber que aquel que es
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CAPTULO XVII
El quinto fruto que ha de ser cosechado de la consideracin de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Un quinto fruto puede ser recogido de esta palabra, pues podemos aplicarla a la
edificacin de la Iglesia que fue perfeccionada en la Cruz, como otra Eva formada
de la costilla de otro Adn. Y este misterio debera ensearnos a amar la Cruz,
honrar la Cruz, y estar estrechamente unidos a la Cruz. Pues quin no ama el
lugar de nacimiento de su madre? Todos los fieles tienen una extraordinaria
veneracin por el sagrado hogar de Loreto, porque es el lugar de nacimiento de la
Virgen Madre de Dios, y ah en su vientre virginal Ella concibi a Jesucristo
Nuestro Seor, como el ngel anunci a San Jos: Porque lo engendrado en Ella
es del Espritu Santo[307]. As la Santa Iglesia Catlica Romana, consiente del
lugar de su nacimiento, tiene a la Cruz plantada en todo lugar, y en todo lugar
exhibida. Somos enseados a hacerla sobre nosotros mismos, la vemos en las
iglesias y casas. La Iglesia no confiere ningn sacramento sin la Cruz, no bendice
nada sin el signo de la Cruz, y nosotros, los hijos de la Iglesia, manifestamos
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constancia, y de ser necesario, cargarla con coraje incluso hasta nuestra muerte.
Si fijamos los ojos solamente en la Cruz no podemos sino llenarnos de horror a la
vista de tal instrumento de muerte. Pero si fijamos nuestros ojos en l que nos
exhorta a cargar la Cruz, y en el lugar al que la Cruz nos llevar, y en el fruto que
la Cruz produce en nosotros, entonces, en vez de aparecer llena de dificultades y
obstculos, ser fcil y agradable perseverar en llevarla, e incluso permanecer con
constancia clavada en ella.
Entonces por qu Cristo persever tanto colgado de su Cruz incluso hasta la
muerte sin un lamento o una murmuracin? La primera razn es el amor que tena
por su Padre: La copa que me ha dado el Padre, no la he de beber?[313]. Cristo
am a su Padre y el Padre am a su Hijo Unignito con un amor igualmente
inefable. Y cuando vio el cliz del sufrimiento ofrecido a l por su todo-bueno y
todo-amoroso Padre en tal manera que l no pudo concluir sino que era ofrecido a
l por la mejor de las razones, no nos ha de maravillar que tomara hasta los
residuos con la mayor prontitud. El Padre haba hecho una fiesta de bodas para su
Hijo, y le haba dado por Esposa la Iglesia, ciertamente desfigurada y deformada,
pero que l haba de limpiar amorosamente en el bao de su preciosa Sangre y
hacerla hermosa, sin mancha ni arruga[314]. Cristo por su lado am
cariosamente a la Esposa dada a l por su Padre, y no dud en derramar su
Sangre para hacerla hermosa y atractiva. Si Jacob sud por siete aos
alimentando a los rebaos de Labn, sufri el calor y el fro y la falta de sueo
para poder casarse con Raquel, y si estos siete aos de trabajos pasaron tan
rpidamente que parecieron sino pocos das dada la grandeza de su amor[315],
y otros siete aos parecieron igualmente cortos, no debe sorprendernos que el
Hijo de Dios dese ser colgado de la Cruz por tres horas por su Esposa, la Iglesia,
que haba de ser madre de tantos miles de santos y de tantos hijos de Dios. Ms
an, al beber al amargo cliz de su Pasin, Cristo estaba llevado no slo por su
Amor al Padre y a su Esposa, sino tambin por la exaltada gloria y la ilimitada y
eterna alegra que iba a asegurar por medio de su Cruz. Se humill a s mismo,
siendo obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por lo cual Dios lo exalt, y le
dio el Nombre que est sobre todo nombre: para que al Nombre de Jess toda
rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jess es Seor para gloria de Dios Padre[316].
Al ejemplo que Cristo nos ha puesto, aadamos tambin el ejemplo que los
Apstoles manifiestan para que imitemos. San Pablo en su Carta a los Romanos,
luego de enumerar sus propias cruces y las de sus compaeros, pregunta:
Quin nos separar del amor de Cristo? La tribulacin? La angustia? La
persecucin? El hambre? La desnudez? Los peligros? La espada? Como dice
la Escritura: por Tu causa somos muertos todo el da, tratados como ovejas
destinadas al matadero. Y contesta su propia pregunta: Pero en todo esto
vencemos gracias a Aquel que nos am[317]. No debemos preocuparnos del
sufrimiento que las cruces significan si deseamos permanecer firmes en
sobrellevarlas, sino alentarnos a nosotros mismos por el amor de aquel Dios que
tanto nos am que entreg a su nico Hijo por nuestro rescate; o incluso
manteniendo fijos nuestros ojos en Aquel Hijo de Dios que nos am y se dio a s
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Padre. Merecidamente llama a Dios su Padre, pues l era un Hijo que haba sido
obediente a su Padre incluso hasta la muerte, y era propio que su ltimo deseo,
que con seguridad iba a ser escuchado, sea precedido por tan dulce nombre. En
tus manos. En las Sagradas Escrituras las manos de Dios significan la
inteligencia y la voluntad de Dios, o en otras palabras, su sabidura y poder, o
tambin, la inteligencia de Dios que conoce todas las cosas, y la voluntad de Dios
que puede hacer todas las cosas. Con estos dos atributos como manos, Dios hace
todas las cosas, y no necesita ningn instrumento en el cumplimiento de su
voluntad. San Len dice: La voluntad de Dios es su omnipotencia[327]. En
consecuencia, con Dios querer es hacer. Todo cuanto quiso lo ha hecho[328]. Te
encomiendo. Entrego a tu cuidado mi Vida, con la seguridad de que me ser
devuelta cuando venga el tiempo de mi resurreccin. Mi espritu. Hay diversidad
de opinin en cuanto al significado de esta palabra. Ordinariamente la palabra
espritu es sinnimo de alma, que es la forma substancial del cuerpo, pero puede
significar tambin la vida misma, pues respirar es el signo de la vida. Aquellos que
respiran viven, y mueren los que dejan de respirar. Si por la palabra Espritu
entendemos aqu el alma de Cristo, debemos guardarnos de pensar que su alma,
en el momento de la separacin del cuerpo, estaba en peligro. Estamos
acostumbrados a encomendar con muchas oraciones y ansiedades las almas de
los agonizantes, porque estn a punto de aparecer delante del tribunal de un Juez
estricto para recibir su recompensa o castigo por sus pensamientos, palabras y
hechos. El alma de Cristo no estaba en tal necesidad, porque disfrutaba de la
Visin Beatfica desde el tiempo de su creacin, estaba unida hipostticamente a
la persona del Hijo de Dios, y poda incluso ser llamada el Alma de Dios, y tambin
porque dejaba el cuerpo victoriosa y triunfante, objeto de terror para los demonios,
y no un alma a ser asustada por ellos. Si la palabra "espritu" es entonces tomada
como sinnimo de alma, el sentido de estas palabras de Nuestro Seor Te
encomiendo mi Espritu es que el Alma de Dios que estaba en el cuerpo como en
un tabernculo estaba a punto de lanzarse a las manos del Padre como en un
lugar de confianza, hasta que debiera regresar al cuerpo, de acuerdo a las
palabras del Libro de la Sabidura:
Las almas de los justos estn en las manos de Dios[329]. Sin embargo, el
sentido comnmente aceptado de la palabra en este pasaje es la vida del cuerpo.
Con esta interpretacin la palabra puede ser entonces ampliada. Entrego ahora mi
aliento de vida, y mientras dejo de respirar, dejo de vivir. Pero este aliento, esta
vida, te la confo a Ti, Padre mo, para que en breve puedas nuevamente restituirla
a mi cuerpo. Nada de lo que guardas perece. En T todas las cosas viven. Con
una palabra llamas a la existencias cosas que no eran, y con una palabra das la
vida a aquellos que no la tenan.
Podemos entender que esta es la verdadera interpretacin de la palabra del salmo
30, uno de los versculos que Nuestro Seor cita: Scame de la red que me han
tendido, que t eres mi refugio; en tus manos encomiendo mi espritu[330]. En
este versculo, el profeta claramente significa "vida" por la palabra "espritu", pues
pide a Dios preservar su vida, y no sufrir muerte por sus enemigos. Si
consideramos el contexto en el Evangelio, est claro que ste es el sentido que
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Nuestro Seor quera darle. Pues luego de haber dicho Padre, en tus manos
encomiendo mi Espritu, el Evangelista aade:
Y diciendo esto expir[331]. Ahora bien, expirar es lo mismo que cesar de
respirar, caracterstica slo de los que viven. No puede ser dicho del alma, que es
la forma substancial del cuerpo, como puede ser dicho del aire que inhalamos, que
lo respiramos mientras vivimos, y que dejamos de respirarlo tan pronto morimos.
Finalmente, nuestra interpretacin es asegurada por las palabras de San Pablo:
El cual habiendo ofrecido en los das de su vida mortal ruegos y splicas con
poderoso clamor y lgrimas al que poda salvarle de la muerte, fue escuchado por
su actitud reverente[332]. Algunos autores refieren este pasaje a la oracin de
Nuestro Seor en el huerto: Abba, Padre, todo es posible para ti, aparta de m
este cliz[333]. Pero esto es incorrecto, pues Nuestro Seor en aquella ocasin ni
or con un fuerte grito, ni fue escuchada su oracin, y l mismo no quera ser
escuchado para ser librado de la muerte. Or para que el cliz de su Pasin fuera
apartado de l para mostrar su natural rechazo a la muerte, y para aprobar que
realmente era hombre cuya naturaleza es temer su llegada. Y luego de esta
oracin aadi: Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya[334]. En
consecuencia, la oracin en el Huerto no era la oracin a la que alude el Apstol
en su Carta a los Hebreos. Otros, refieren este texto de San Pablo a la oracin
que Cristo hizo en la Cruz por aquellos que lo estaban crucificando. Padre,
perdnalos, porque no saben lo que hacen[335]. En aquella ocasin, sin
embargo, Nuestro Seor no or con un fuerte grito, y no or por s mismo, ni
tampoco or para ser librado de la muerte, siendo ambas de estas cosas
mencionadas claramente por el Apstol como el fin de la oracin de Nuestro
Seor. Queda entonces que las palabras de San Pablo se deben referir a la
oracin hecha por Cristo al morir: Padre, en tus manos encomiendo mi
Espritu[336]. Esta plegaria, dice San Lucas, la hizo con fuerte voz: Y Jess,
dando un fuerte grito, dijo. Las palabras tanto de San Pablo como San Lucas
concuerdan con esta interpretacin. Ms an, como dice San Pablo, Nuestro
Seor or para ser salvado de la muerte, y esto no puede significar que or para
ser salvado de la muerte en la Cruz, pues en ese caso su plegaria no fue
escuchada, y el Apstol nos asegura que fue escuchada. El verdadero significado
es que l or para no ser devorado por la muerte, sino solamente para probar la
muerte y luego regresar a la vida. Esta es la explicacin evidente de estas
palabras: Habiendo ofrecido ruegos y splicas con poderoso clamor de lgrimas
al que poda salvarle de la muerte[337]. Nuestro Seor no poda sino saber que l
iba a morir ya que estaba tan cerca de la muerte, y dese ser librado de la muerte
slo en el sentido de no ser cautivo de la muerte. En otras palabras, or por su
pronta resurreccin, y su oracin fue rpidamente concedida, pues se alz
triunfante el tercer da. Esta interpretacin del pasaje de San Pablo prueba ms
all de toda duda que cuando el Seor dijo: En tus manos encomiendo mi
Espritu, la palabra "espritu" es sinnimo de vida y no de alma. Nuestro Seor no
estaba ansioso por su Alma, pues la saba segura, pues gozaba ya de la Visin
Beatfica, y haba visto a su Dios cara a cara desde el momento de su creacin,
pero estaba ansioso por su cuerpo, sabiendo con anticipacin que pronto estara
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cinturn de Pablo, se at sus pies y sus manos y dijo: "esto dice el Espritu Santo:
as atarn los judos en Jerusaln al hombre de quien es este cinturn. Y le
entregarn en manos de los gentiles"[395]. A lo que San Pablo inmediatamente
respondi: Yo estoy dispuesto no slo a ser atado, sino a morir tambin en
Jerusaln por el nombre del Seor Jess[396]. Sin amilanarse por la revelacin
que recibi acerca de los sufrimientos que le estaban reservados, se dirigi a
Jerusaln. Realmente anhelaba sufrir, aunque como hombre debe haber sentido
algo de miedo, pero este mismo miedo fue vencido, hacindolo ms valerosos. El
amor propio no encontr lugar en la honorable tarea que fue impuesta a Moiss,
pues tuvo que vencerse a s mismo para asumir la gua del pueblo judo.
Voluntariamente se dirigi San Pablo hacia el encuentro de la adversidad. Era
consciente de las persecuciones que lo aguardaban, y su fervor lo haca anhelar
aun cruces ms pesadas. Uno dese declinar el renombre y la gloria de ser lder
de una nacin, incluso cuando Dios visiblemente lo llamaba. El otro estaba
preparado y deseoso para abrazar las penalidades y tribulaciones por amor a
Dios. Con el ejemplo de estos dos santos ante nosotros, debemos decidirnos, si
deseamos obtener la perfecta obediencia, a permitir que la voluntad de nuestro
superior solamente imponga sobre nosotros tareas honorables, y a forzar nuestra
propia voluntad a abrazar los oficios difciles y humillantes[397]. Hasta aqu San
Gregorio. Cristo nuestro Seor, Seor de todo, haba previamente aprobado por su
conducta la doctrina aqu expuesta por San Gregorio. Cuando saba que la gente
vena para llevarlo por la fuerza y hacerlo su rey, huy al monte, solo[398]. Pero
cuando saba que los judos y soldados, con Judas a la cabeza, venan para
hacerlo prisionero y crucificarlo, de acuerdo al mandato que haba recibido de su
Padre, de buena gana sali al encuentro de ellos, dejndose capturar y atar.
Cristo, por tanto, nuestro buen Seor, nos ha dado un ejemplo de la perfeccin de
la obediencia, no solamente por su predicacin y palabras, sino por sus obras y en
la verdad. Reverenci a su Padre con una obediencia fundada en el sufrimiento y
las humillaciones. La Pasin de Cristo exhibe el ms brillante ejemplo de la ms
exaltada y ennoblecida de las virtudes. Es un modelo que siempre han de tener
ante sus ojos aquellos que han sido llamados por Dios para aspirar a la perfeccin
de la obediencia y la imitacin de Cristo.
NOTAS:
[1] Lc 18,31.
[2] Lc 6,12.
[3] Mt 8; Mc 4; Lc 6; Jn 6.
[4] Jn 8.
[5] Lc 4.
[6] Lc 23,48.
[7] Hb 5,7.
[8] En "Dial. cum Thyphon," lib. v.
[9] "Advers. haeres. Valent."
[10] "Lib. de Gloria Martyr." c. vi.
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[11] Epist i.
[12] Serm. i "De Ressur."
[13] Ef 3,18.
[14] Epist. 120.
[15] Hch 2,23.
[16] Jn 3,14-15.
[17] Mt 16,24.
[18] Epist. 120.
[19] Ef 3,18.
[20] Mt 27.
[21] Mt 17,5.
[22] Mt 23,10.
[23] Lc 23,34.
[24] Is 53,12.
[25] 1Cor 13,5.
[26] Lc 23,34.
[27] Lc 23,48.
[28] Mt 27,54.
[29] Hch 13,48.
[30] Mt 27,22.
[31] Rom 5,10.
[32] 1Cor 2,8.
[33] Lc 23,14.
[34] Mt 27,24.
[35] Jn 12,37-40.
[36] Prov 4,22.
[37] Ef 3,19.
[38] Cant 8,7.
[39] Hch 7,59.
[40] Hch 17,28.
[41] Jn 3,16.
[42] 1Jn 5,19.
[43] 1Jn 2,I[5].
[44] Stgo 4,4.
[45] Is 2,6.
[46] Lc 2,14.
[47] Hb 5,7.
[48] Jn 3,16.
[49] Rom 12,19.
[50] Mt 5,44.
[51] Mt 11,39.
[52] 1Jn 5,3.
[53] 1Cor 13,4-7.
[54] Hch 7,59.
[55] 1Cor 4,12.13.
[56] Mt 12,12.
[57] Mt 21,13.
[58] Mt 17,5.
[59] Col 2,3.
[60] Mt 12,42.
[61] Prov 15,1.
[62] Rom 3,8.
[63] Lc 23,39.
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[64] Hb 11,33.37.
[65] Lc 23,39.
[66] Lc 23,40.
[67] Lc 23,41.
[68] Lc 23,42.
[69] Lc 24,21.
[70] Lc 24,26.
[71] Lc 19,12.
[72] Mt 2,2.
[73] Jn 18,37.
[74] Sal 2,6.
[75] Sal 72,8.
[76] Is 9,5.
[77] Jer 23,5.
[78] Zac 9,9.
[79] Sal 24,8.
[80] 1Cor 2,8.
[81] Ap 19,16.
[82] Lc 22,29.
[83] Mt 25,21.
[84] Mt 5,34.37.
[85] Jn 12,26.
[86] Ef 4,8.
[87] Zac 9,11.
[88] Lc 6,38.
[89] Sal 45,17.
[90] Mt 25,35.36.
[91] Mt 19,29.
[92] Ver Rom 9,14.
[93] Mt 16,24.
[94] Lc 14,27.
[95] 2Tim 3,12.
[96] Eclo 33,14.
[97] Ecl 2,11.
[98] Eclo 40,1.
[99] Ap 14,13.
[100] Ap 21,4.
[101] Job 14,5.
[102] Job 14,1.
[103] Stgo 4,14.
[104] 2Cor 4,17.
[105] Ver 2Cor 11,24.
[106] Mt 11,30.
[107] Jn 16,20.
[108] 2Cor 7,4.
[109] Mt 5,10.
[110] Rom 8,18.
[111] 1Pe 4,13.
[112] Is 66,24
[113] Lc 16,24.
[114] Sab 5,7.
[115] Mt 11,29.
[116] Lc 24,26.
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[117] Mt 25,41.
[118] Rom 8,17.
[119] Ver Lc 14,19.
[120] Jn 19,26.27.
[121] Jn 19,25-27.
[122] Mc 16,1.
[123] Ver Mt 27,56.
[124] Ver Mc 15,40.
[125] Ver Mc 15,40.
[126] Ver Lc 23,49.
[127] Mt 19,27.
[128] Mt 4,22.
[129] Mt 19,29.
[130] Sal 18,5.
[131] Lam 1,12.
[132] Hb 12,3.
[133] Sab 5,3.
[134] Sab 5,6.
[135] Col 2,14-15.
[136] Mt 11,29.
[137] Lc 14,10.
[138] Lc 18,14.
[139] Col 2,3.
[140] Sal 99,1.
[141] Mt 10,37.
[142] Hch 2,23.
[143] Lc 2,35.
[144] Sal 3,6.
[145] Eclo 7,24.
[146] Tob 1,10.
[147] Col 3,21; Ef 6,4.
[148] Job 1,21.
[149] 1Tes 4,12.
[150] 1Tim 5,4.
[151] Jn 19,27.
[152] Eclo 7,30.
[153] Ex 20,12.
[154] Eclo 3,6.
[155] Mt 15,4.
[156] Eclo 3,18.
[157] Gn 3,15.
[158] Sal 90,13.
[159] Mt 27,45.46.
[160] Lc 23,44.
[161] Is 60,1.2.
[162] Sal 21,1.
[163] Jn 1,14.
[164] Jn 8,29.
[165] Mt 3,17.
[166] Jn 8,29.
[167] Jn 10,30.
[168] Rom 8,32.
[169] 1Pe 2,21; 4,1.
99
100
101
[276] Jn 10,17.18.
[277] Ef 5,2.
[278] Jn 12,31-32.
[279] Ef 6,12.
[280] Sal 95,5.
[281] Col 1,13.
[282] 1Tim 2,4.
[283] Lc 23,43.
[284] Mc 16,16.
[285] Lc 14,30.
[286] "De Civit." l. 27, c. 8.
[287] Sal 71,8.
[288] Mt 3,17.
[289] Mt 24,37.38.39.42
[290] 2Pe 3,10
[291] Tit 1,16.
[292] Sal 21,7.
[293] Fil 2,9-10.
[294] Mt 5,3.10.
[295] Lc 6,24.25.
[296] Sal 84,9
[297] 1Pe 2,5.
[298] Rom 12,1.
[299] Hb 13,15.
[300] Rom 12,1.
[301] 1Pe 5,8.
[302] Gn 8,21.
[303] Ef 5,2.
[304] Rom 12,1.
[305] Ef 5,2.
[306] Ef 5,27.
[307] Mt 1,20.
[308] Hch 5,41.
[309] Rom. 5,3-5.
[310] Gl 6,14.
[311] Dt 32,24.
[312] Mt 27,42.
[313] Jn 18,11.
[314] Ef 5,27.
[315] Gn 29,20.
[316] Flp 2,8-11.
[317] Rom 8,35-37.
[318] Tit 2,14.
[319] 2Cor 7,4.
[320] 2Cor 4,17.
[321] Cyprian., Lib. de Exhort. Martyr.
[322] Jn 18,11.
[323] Rom 8,37.
[324] Rom 8,18.
[325] Hb 11,25-26.
[326] Lc 23,46.
[327] Serm. ii. "De Nativ."
[328] Sal 113,3.
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