Noche en Vela
Noche en Vela
I
El enfermo
Oh variedad comn, mudanza cierta!
quin habr que en sus males no te espere,
quin habr que en sus bienes no te tema?
Argensola.
Doy por supuesto que todos mis lectores conocen lo que es pasar una
noche en un alegre saln, saboreando las dulzuras del Carnaval, en medio
de una sociedad bulliciosa y partidaria del movimiento; quiero suponer que
todos o los ms de ellos comprenden aquel estado feliz en que constituyen
al hombre la grata conversacin con una linda pareja, el ruido de una
orquesta armoniosa, el resplandor de la brillante iluminacin, la risa y
II
JUNTA DE MDICOS
Era, segn los cmputos facultativos, el sptimo da, digo mal, la
sptima noche de la enfermedad del conde. Su gravedad progresiva haba
crecido hasta el punto de inspirar serios temores de un funesto resultado.
El mdico de la casa haba ya apurado su ordinaria farmacopea, y temeroso
de la grave responsabilidad que iba a cargar sobre su nica persona,
determin repartirla con otros compaeros que, cuando no a otra cosa,
viniesen a atestiguar que el enfermo se haba muerto en todas las reglas
del arte. Para este fin propuso una junta para aquella noche, indicacin
que fue admitida con aplauso de todos los circunstantes, que admiraron la
modestia del proponente, y se apresuraron a complacerle.
Designada por el ms antiguo en la facultad la hora de las ocho de
aquella misma noche para verificar la reunin, vironse aparecer a la
puerta de la casa, con cortos minutos de diferencia, un birlocho y un
bomb, un cabriol y un tilbury; ramificaciones todas de la antigua
familia de las calesas, y representantes en sus respectivas formas del
progreso de las luces, y de la marcha de este siglo corretn.
Del primero (en el orden de antigedad) de aquellos cuatro equipajes,
descendi con harta pena un vetusto y cuadriltero doctor, hombre de peso
en la facultad, y aun fuera de ella; rostro fresco y sonrosado, a despecho
de los aos y del estudio, barriga en prensa y sin embargo fiera; traje
simblico y anacronmico, representante fiel de las tradiciones del siglo
XVIII, bastn de caa de Indias de tres pisos, con su puo de oro macizo y
refulgente; y gorro, en fin, de doble seda de Toledo, que apenas dejaba
divisar las puntas del atusado y grasiento peluqun.
Segua el del bomb; estampa grave y severa; ni muy gorda, ni muy
flaca, ni muy antigua, ni muy moderna; frente de duda y de reflexin; ni
muy calva ni con mucho pelo; ojo anatmico y analtico; sencillo en formas
y modales como en palabras; traje cmodo y aseado, sin afectacin y sin
descuido; sin sortija ni bastn, ni otro signo alguno exterior de la
facultad.
El cabriol (que por cierto era alquilado), produjo un hombre
chiquitillo y lenguaraz, azogado en sus movimientos e interminable en sus
palabras; descuidado de su persona; con el chaleco desabotonado, la
camisola entreabierta, e inclinado hacia el pescuezo el lazo del corbatn.
Este tal no llevaba guantes para lucir cinco sortijas de todas formas, y
su correspondiente bastn, con el cual aguijaba al caballejo (que por
supuesto no era suyo), y llegado que hubo a la casa, salt de un brinco a
la calle, y subi tres a tres los peldaos de la escalera.
El cuarto carruaje, en fin, el tilbury, lanz de su seno un elegante
y apuesto mancebo, cuyos estudiados modales, su fino guante, sus blancos
III
EL TESTAMENTO
Aquella noche, como la ms decisiva e importante, se brindaron a
quedarse a velar al enfermo casi todos los interlocutores de que queda
hecha mencin al principio de este artculo; y convenidos de consuno en
reconocer por jefe de la vela al severo annimo, pudo ste dar sus
disposiciones para que cada uno ocupase su lugar en aquella terrible
escena. Hzose, pues, cargo del improvisado botiqun, que en multitud de
frascos, tazas y papeletas se ostentaba armnicamente sobre mesas y
veladores; clasific con sendos rtulos la oportunidad de cada uno; dio
cuerda al reloj para consultarle a cada momento, y escribi un programa
formal de operaciones, desde la hora presente hasta la salida del sol.
La vieja ta, por su parte, envi a su lacayo por la escofieta y el
mantn, y sac de su bolsa un rosario de plata cargado de medallas, y un
elegante libro de meditacin, encuadernado por Alegra. La juventud de
ambos sexos, dirigida por el amable militar, se encarg de distraer a la
condesita y su hermana, llevndoselas al efecto a un apartado gabinete,
donde para enredar las largas horas de la noche y conjurar el sueo,
improvisaron en su presencia una modesta partida de ecart. El mayordomo,
el ayuda de cmara, acompaados de la turba de familiares, quedaron en la
alcoba a las rdenes del jefe de noche, para alternar armnicamente en la
vela.
Todo estaba previsto con un orden verdaderamente admirable; cada cual
saba por minutos la serie de sus obligaciones, y durante la primera hora
todo march con aquella armona y comps con que suelen las diversas
ruedas y cilindros de una mquina al impulso del agente que los mueve. La
vieja rezaba sus letanas, y aplicaba reliquias y escapularios a la boca
del enfermo; el mayordomo reciba de manos de los criados las medicinas, y
las pasaba al ayuda de cmara, el cual las haca tomar al paciente; uno
revolva a ste en su lecho, otro ahuecaba las almohadas y extenda los
sinapismos; el incgnito, en fin, velaba sobre todos, y corra de aqu
para all para que nada faltase a punto.
Entre tanto en el gabinete del jardn el alumno de Marte redoblaba
sus agudezas para distraer a las seoras; aplicaba blsamos confortantes a
las sienes de la condesita, sostena los almohadones, y de paso, la cabeza
que en ellos se apoyaba, y con el noble pretexto de evitar un acceso
nervioso, tena entrambas manos fuertemente estrechadas en las suyas.
De pronto un fuerte desmayo acomete al enfermo; suenan voces y
campanillas; y los que jugaban en el gabinete, y los que charlaban en la
IV
LA SUCESIN
Aquellas tres cortesas del escribano y del mayordomo a la hermana
del conde, haban tambin hecho variar el espectculo del retirado
gabinete del jardn. Los amables interlocutores que en l se reunan,
arrancados a sus ilusiones por la escena del ltimo amago de la muerte,
empezaban a creer de veras su posibilidad, y a calcular las consecuencias
naturales en aquella casa. La prxima viuda, sin tanto aparato de
desmayos, empezaba ya a manifestar una verdadera inquietud, en tanto que
por un movimiento elctrico los vaporosos ataques habanse inoculado en la
persona de la hermana, para quien las ya dichas cortesas del mayordomo y
escribano acababan de darla a sospechar un magnfico porvenir.
Los cuidados de todos los circunstantes se convirtieron, como era de
esperar, hacia el nuevo peligro, hacia la nuevamente acometida; y a pesar
de que los visajes de su feo rostro, fuertemente contrado en todas
direcciones, pusieran espanto al hombre ms audaz y denodado, y por ms
que formase un admirable contraste la sentimental y ya verdadera tristeza
de la hermosa faz de la condesita, vease sta sola, por una de las
anomalas tan frecuentes en este pcaro mundo, al paso que todos se
apresuraban a reunirse en grupo auxiliador en derredor de la presunta
heredera... Oh leyes! oh costumbres!...
Al frente de todos aquellos celosos servidores distinguase el mismo
joven militar favorito de la condesa, que poco antes no pareca existir
sino para ella, y ahora olvidando sus gracias, y cerrando los ojos sobre
la triste figura de la cuada, se apresuraba a sostener a sta, a
consolarla, y yaca arrodillado a sus pies, estrechando su mano y
aparentando toda la desesperacin de un romntico dolor... La convulsa
heredera, sensible sin duda a esta sbita expresin de un gnero tan nuevo
para ella, hizo un parntesis a su terrible accidente; entreabri sus
cerrados prpados, dirigi sus hundidas pupilas al amable interpelante, y
con un gesto inexplicable en que se retrataba la caricatura del dolor,
correspondi con un suspiro a otro suspiro, y abandon su mano a los
labios del joven triunfador; ste entonces, alzando la osada frente en
seal de su prxima apoteosis, pase sus miradas por todos los
circunstantes con una sonrisa de desdn; pero al llegar a fijarlas en los
hermosos ojos de la futura viuda, no pudo menos de bajar los suyos entre
dudoso y turbado.
En este momento la puerta del gabinete se abre. -El escribano, el
mayordomo y el ayuda de cmara se presentan, siguiendo al amigo incgnito.
ste, procurando contener su conmocin, manifiesta a los circunstantes que
su amigo el conde haba dejado de existir... Todos se agrupan en torno de
la nueva condesa... El escribano lee entonces el testamento, y la
decoracin vuelve a cambiar... El conde declara en l tener un heredero
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