Hudson, William Henry - El Ombú y Otros Cuentos

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 75

WILLIAM HENRY HUDSON

El omb

y otros cuentos rioplatenses

El Omb.............................................................................................................................4
El nio diablo..................................................................................................................28
El cuento de un overo......................................................................................................40
Marta Riquelme (Del M. S. de Seplveda).....................................................................47
La confesin de Pelino Viera...........................................................................................62
Glosario...........................................................................................................................75

WILLIAM HENRY HUDSON naci en Quilmes, Provincia de Buenos Aires, el 4 de


agosto de 1841. Obras escritas en ingls: Birds of La Plata, The Naturalist of U Plata;
Idle Days in Patagonia; A Hind in Ricbmond Park; Far Away and Long Ago; The
Purple Land; El Omb, Story of a Griebald Horse y Marta Riquelme. Falleci en
Londres, el 18 de agosto de 1922.
La mayora de sus libros, los consignados, aqu no completan su opera omnia, han
sido traducidos al castellano.

A mi amigo R. B. Cunninghame Gram,


singularsimo escritor ingls que ha vivido entre los
gauchos y los conoce hasta el carac, como diran
ellos mismos y que, nico de los escritores europeos,
refleja en sus libros algo del colorido de aquella lejana
vida que est tan rpidamente desapareciendo.
W. H. HUDSON
Cada comarca en la tierra
tiene un rasgo prominente:
El Brasil su sol ardiente,
minas de plata el Per;
Montevideo su cerro;
Buenos Aires, patria hermosa!,
tiene la pampa grandiosa;
la pampa tiene el omb.
LUIS L. DOMNGUEZ

El Omb
Esta historia, de una casa que existi en otro tiempo, me la cont a la sombra, un
da de verano, Nicandro, aquel viejo a quien a todos nos gustaba escuchar, pues
recordaba, y poda relatar correctamente, la vida de cada persona que haba conocido
en su pago, cerca de la laguna de Chascoms, en la pampa, al sur de Buenos Aires.

I
-En toito este partido, aunque ust vaya siete leguas pac y pay, no encontrar un
rbol tan grande como este omb, creciendo solo ande no hay una casa; por eso es que
todo el mundo lo conoce por el nombree el omb, como si hubiera uno solo; y el
nombre desta estancia, aura sin dueo y arruinada, eh El Omb. De unae las ramas
mh altas, si ust puede encaramarse, ver, a unas veinticinco cuadras de aqu, la
lagunae Chascoms, de un lao al otro, y el pueblo en su orilla. En un da despejao
podr ver hasta cosas ms chicas: tal veh una raya colorada cruzando el agua... una
bandadae flamencos volando asign su costumbre.
-Un gran rbol creciendo solo, sin casa cerca; slo quedan los cimientos de una
casa; pero tan cubiertos de pastos y yuyos, que hay que mirar muy bien pa incontrarlos.
Cuando ando con mi majadae ovejas en el verano, sabo venir paca a sentarme a la
sombra. Est cerquitae el camino, y forasteros, tropas de caeretas y animales, y la
galera, toitos pasan por ay. A veces, a medioda, encuentro a algn pajuerano
descansando a la sombra, y si no est durmiendo, platicamos, y l me cuentae aquel
gran mundo que estoh ojos jamh an visto. Dicen que la casa ande cai la sombra el
omb, padece desgracias, y que, por ltimo, cai en ruina; y en esa casa, que ya no esiste,
daba la sombra el omb a la caidae la tarde toitos los das de verano. Tambin dicen
que los que se sientan mucho a su sombra, se gelven locos. Tal vez, seor, los gesos
de mi mollera sean ms duros que los de la generalide loh ombres, pueh e
acostumbrao sentarme aqu toita mi vida y aunque ya estoy viejo, entoava no he
perdido el, mate. Es verd que por fin le vino la mala suerte a la casa; pero la afliccin

hae dentrar por toda puerta, la afliccin y la muerte que le llega a todo cristiano; y toda
casa, seor, por fin se derrumba.
-Oye el mangang all arriba entre las ramas? Mrelo! Parece una bolae oro
relumbroso colgada en el aire entre lahojas verdes, zumbando tan juertazo!
-Ay, seorl Loh aos, que han pasao y la gente que ha vivido y muerto, me hablan
lo mesmoe juerte cuando estoy sentao aqu solo! Estos son solamente ricuerdos; pero
hay otras cosas que nos guelven del pasao; y sas son lahanimah en pena. A vece, a
medianoche, se vee lejos toito el rbol, desde las raiceh asta la ultimah ojas,
relumbrando como un juego blanco. Qu podr ser ese juego, seir, que tantoh an
visto, y que, sin embargo, no chamusca lah ojas de loh rboles? Y, a veces, cuando un
forastero se acuesta aqu a echar una siestita, siente pasos que van y vienen, oye cacariar
gallinas y torear perros, y anios que gritan y se riden, y las voces de gente que habla;
pero cuantito se levanta para escuchar, los sonidos se apagan, y, por lltimo, parecen
dentrarse al rbol con un suave murmullo, como el que hace el viento cuando sopla por
entre lah ojas.
-Dende qu era chico, a la ede seis aos, cuando yo poda montar un petiso, he
conocido este rbol. Se vea entonces, lo mesmito que hoy da; a gatas podan rodearlo
cinco hombre con los brazoh estiraos. Y la casa estaba ay, ande ust ve esa ortiga; era
larga, chata ye ladrillo, cuando haban muy pocas casas de ladrillos por este partido, y
tena techoe tejas.
-El ltimo dueo se iba acercando a la vejez. No quieroecir por eso que se viera
viejo; al contrario, se vea lo quera, un hombre entre lohombres, como que les llevaba
la cabeza a la mayora, y con la juerzae un gey; pero el viento haba soplao y
desparramao un pu-aoe ceniza por su gran barba y sobre el pelo que le caa hasta loh
hombros, como las clines de un redomn negro.
ste era don Santoh Ugarte, conocido por la gentee este partido por el nombree
El Caballo Blanco, por la blancurae su cutis, que la mayorae lohombres tienen
oscuro, y por su altiveh y airee autorid. Haba tamin otra razn, y sa era la
barbaride chicoh en esta ve-cinde que se deca que era el padre. En toitas las casas,
a muchas leguaha la redonda, se leh enseaba a los nioh a tratarlo con mucho respeto
y a llamarlo to, y cuando se apareca don Santos, toitos los chiquilines corran ande l,
y hincndosee rodillas, le decan: La bendicin, to! l leh echaba su bendicin;
entonces, despus de aprietarle las nariceh a uno ye tirarle lahorejah a otro, haca
chasquiar el rebenque sobre sus cabezas, pa que supieran que haba acabao con ellos, y
que al tirondaran mudar.
-Estoh eran hijos del viento, asign el dicho; pero el gran de-seoe don Santos era
tener un hijo legtimo, que llevara el nombree Ugarte, y que heredara El Omb
despus de su muerte, como l lo haba heredaoe su padre. Pero, aunque se haba casao
tres veces, no haba tenido nengn hijo, ni tampoco hija. A algunos les pareca muy raro
que un hombre con tantoh ijos no hubiera tenido uno por unae sus mujeres. Raro sera,
seor, pa los que no rcuerdan que no semos nohotros los que arreglamos estas cosas.
Sabemos decir muchas veces que el Padre Eterno es demasiado importante para
priocuparsee nuestros pequeoh asuntos. Semos tantos nohotros; y, cmo va a poder
l, sentao en su trono, all tan lejos, saber cuanto pasa en su reino? Pero hay que
ricordar, seor, que don Santos no era un cualquiera, y que sindudamente alguien le
habra sealao ese hombre al Todopoderoso y que l, despus de cavilar sobre la casa,
habra dicho Pues, Santos, no habis de salir con la tuya, porque aunque soh un
hombre devoto y dah a manoh enllenas de tu hacienda a la iglesia y a los pobres, no
estoy enteramente contento con vos. Y ansina pas que don Santos no tuvo un hijo que
lo heredara.

-Sus dos primeras mujeres haban muerto, asign decan, por causae su amargura
con ellas. Yo conoc a la tercera, a misia Mericie; era una mujer callada, con un aire
afligido, que contaba pa menoh en la casa que cualquier mucama o esclava. Y yo, un
simple muchacho, que poda saber yoe los secretos de su corazn? Nada! Slo la vi
plida, callada y afligida, y porque suh ojos me seguan, le tena miedo, y siempre
trataba e no incontrarme solo con ella. Pero una maana que vine a El Omb y dentr a
la cocina, la hall sola, y antes que pudiera arrancarme, me agarro en sus brazos, y
levantndome el suelo, me apriet contra su pecho, llorando y llamndome hijoe mi
alma, y qu s yo qu ms; y pidindole al Padre Eterno que me bendijera, me enllen
la carae besos. Entonces, oyendo redepente ajuerita la voz de don Santos, me solt y se
qued mirando asustada pa la puerta, como si hubiera sido echae piedra.
-Al poco tiempo ella tamin muri, y su muerte no hizo nenguna diferiencia en la
casa, y si don Santos llev una faja negra en el brazo, slo ju porque era la costumbre,
y no que la llorara en su corazn.

II
-Habiendo muerto aquella silenciosa sombraemujer, naides poda ecir que don
Santos juera duro, ni tampoco se poda ecir nada en su contra, eceto que no era un santo
a pesar de su nombre. Pero, seor, no esperamoh allar santoh entre loh ombres juertes
que viven a caballo y que son dueos de grandeh estancias. Si haba uno a quien se
poda llarnar, el padree los pobres, ese hombre don Santos; por eso es que muchos lo
queran, slo los que lo haban injuriao o contrariaoe alguna manera, tenan motivo pa
tenerle miedo y aborrecerlo. Pero dejem aura contarle lo que yo, un muchachoe dieh
aos, vide un da en el ao 1808. Eso le muestrar la layae hombre que era don Santos;
y tamin su coraje y la juerza e sus puos.
-Era su costumbre, cada doh o tres meses, hacarleh una visita a los flaires dese
convento que hay como a medio dae aqu.
-Los flaires queran mucho a don Santos, y siempre que l iba a verlos, llevaba un
caballoe tiro, cargao con regalos; un gordo costillar de vaquillona, uno o dos
lechoncitos, un par de corderitos, cuando paran lahovejas; algunos pavos y patos
gordos, una sartae tinamuces un par o dos de mulitas y la pechuga y alas de un and;
y en el verano, una docenae gevos de avestruces, y qu s yo qu ms.
-Una tarde, estando yo en El Omb de visita, y por golverme a casa, me vido don
Santos y me grit: Apete y solt tu flete, Nicandro. Voy a dir maana al convento, y
vos montars el caballo con las cosas, y ansina me evitar el trabajoe llevarloe tiro. Te
vers como un chingolo montao en l, y no sentir tus pocah onzas de peso. Pods
dormir esta noche sobre un pelln en la cocina, y levantate tempranito maana, una
hora, antes de clariar el da.
-Entoava brillaban lah estrellah a la maana siguiente, cuando nos pusimoh en
marcha; era en el mes de junio, y cuando atravesamoh el Samborombn, empezaba a
salir el sol, y toita la tierra se vea blanca con la escarcha que se haba formao. A
medioda llegamoh al convento, y juimos recibidos por los flaires, que abrazaron y
besaron a don Santoh, en ambas mejillas, y se hicieron cargo e nuestros fletes. Despus
del almuerzo en la cocina, estando ya el da templao y agradable, nos sentamoh al laoe
ajuera, a tomar mate y a pitar; don Santos habra estao platicando con los flaires como
una hora, o ms, cuando de un redepente se aparici un mozo que vena a caballo, a
toito escape, hacia la tranquera, gritando: Loh ingleses! Loh ingleses!
-Todos nos paramoh al instante,y enderezamos pa la tranquera, y subindonoh
encima, vimos pa lao en que sale el sol, a menos, de media legua, un gran ejrcito que
marchaba en direccin a Genoh Aires. Podamos ver que la partee la tropa que iba

adelante, haba hecho alto a la orillae un arroyo que corre al laoel convento, y
desemboca en el Plata, a dos leguah al Este de ay. La tropa se compona toitae
infantera y una pilae gente la vena siguiendo a caballo; eran, asign nos cont el
mozo, vecinos que haban ido a ispiar a loh invasoreh ingleses; tamin dijo que los
soldados, al llegar al arroyo, haban empezao a tirar sus mantas al suelo y que el
gauchaje lah estaba recogiendo. No hizo ms que or esto don Santos, cuando ijo que
iba a juntarse con ellos, y montando su flete, y siguindolo de atrasito yo y dos de los
flaires, que dijieron que queran recoger algunas mantas pal convento, echamos pal
laoel arroyo.
-Al llegar ay, encontramos que, no contentos loh ingleses con el paso, que tena un
fondo sumamente barroso, haban arreglado otro lugar por ande cruzar, derrumbando los
bordes del arroyo a ambos laos; haban dueblao una pilae mantas, y lah aban tendido
en el lecho el arroyo, ande meda unos veinticinco pasos de un lao al otro. Tamin
estaban tirando la mar de mantas, y el gauchaje lah estaba recogiendo y cargando con
ellas sus fletes. Don Santos se meti en medioe la turba y agarr unas diez o doce
mantas, las mejores que hall, pa drselah a los flaires; entonces recogi algunas pocas
pa l mesmo y me ordin que se las cargara a mi flete.
-Les hizo mucha gracia a los soldados ver lo apuraos que estbamos recogiendo las
mantas del suelo; pero cuando unoe los nuestros grit: Esta gente debe haberse gerto
loca, pa tirar sus mantas de esa manera, con este tiempo tan fro; tal vez sus casacas
coloradas loh abrigarn cuando estn tendidos por ay esta noche, un soldado que
comprindi y saba hablar espaol, retruc: No necesitamos mh esas mantas, seores.
Cuando durmamoh otra vez, ser en las mejores camas de Genoh Aires. Estonces
grit don Santos: se, seores, tal vez sea un sueo el que jams dispierten. Esto que
dijo don Santos loh hizo fijarse en l, y el soldado retruc: Nohay much hombres
como ust por estas tierras, ansina que no noh asusta lo que ust dice. Dispus, los
soldados se entretuvieron mirando a los flaires, mientras ataban a sus fletes las mantas
que don Santos les haba dao, y afijndose que llevaban espuelas atadah a sus patas
peladas, se rieron a gritos, y el que hablaba espaol les dijo: Sentimos mucho, genos
hermanos, que no tengamos botas que ofrecerles, adems de las mantas.
-Pero habamos acabao lo que tenamos que hacer, y dicindole adis a los flaires,
enderezamos pa El Omb, diciendo don Santos que estaramos de gelta antes de
medianoche.
-Era pasao la mite la tarde, habiendo andao unas seis leguas, cuando vimos a lo
lejos a una pilae hombreh a caballo, desparramaos por la pampa, algunos paraos y
otros galopiando pac y pay.
-El pato! El pato!, grit don Santos, muy agitao. Ven conmigo, muchacho:
vamoh a aguaitar el juego mientrah est cerca, y cuando pase, seguiremos nuestro
camino! Haciendo galopiar su flete, y yoe atrasito, luego llegamoh ande estaban
luchando loh ombres por apoderarse el saco con el pato, y nos quedamos paraoh un
rato mirando. Pero don Santos no era hombre pa quedarse mucho tiempoe mirn;
jamh iba a una yerra, a un rodeo, a las carreras de parejeros, a un pericn o a otra
divirsin, y, sobre todo, a la el juego el, pato, que no tomara l parte. Muy pronto se
api pa quitarle las pilchas ms pesadas a su flete, y dicindome que las cargara al mo
y lo siguiera, galopi pal medioe los jugadores.
-Se haban arrejuntao unos cuarenta o cincuenta paisanos de a caballo haciendo
rueda, y esperaban tranquilamente pa ver cul de los tres que tena agarrao el saco se lo
llevara. Eran hombres juertes, bien montados, y cada uno estaba resuelto a quitarle la
presa a loh otros dos. Seor, cuando ricuerdo el juego el pato, y pienso que ya no se
juega a causa el Tirano, que lo prohibi, me dan ganas de llorar, que ya no haigan

hombreh en esta pampa ande primero vide la luz. Qu luchar, seor, y qu tirar y sudar
de aquelloh ombres! Casi se desmontaban unoh a otros!; sus fletes, que estaban
avezados, se ladiaban pajuera, hundiendo sus patah en el pasto como cuando resisten
el tironazoe un animal enlazao. Uno e los jinetes era un mulato macanudo, y los que
mirahan el juego, slo aguardaban el momento que les quitase el saco a loh otros dos
pa drsele al humo y tratar de quitrselo antes que pudiera escaparse.
-Don Santos, como he dicho, no quiso quedarde mirn, pues, no tena el saco otra
manijera? Jugndole las nazarenah a su pingo, enderezpal centro el grupo, y luego
consigui agarrarla.
Algunos de los que miraban el juego pegaron un gritoe juria al ver que erae
pajuera, mientras que otros aplaudan su coraje. Los tres que haban estao luchando se
dieron cuenta aura que tenan a un alversario comn. Aunque estaban agitaos por la
lucha, lh asombr la fachae don Santos,de aquel hombrachn, montao en ese caballo
tan grande, de cutis tan blanco y pelo largo, y que cuando echaba atrh el poncho, se le
vea a la cintura un facn del tamaoe una lata y un trabuco macanudo. Al poco ratoe
dentrar don Santos en el juego, toitos los cuatro rodaron por el suelo.
Pero no cayeron al mesmo tiempo; el ltimo que cay ju don Santos, que a todo
trance se resista a que lo bajasen del caballo, hasta que, por fin, el caballo y su jinete
cayeron encimae los dems.
Dos de loh ombreh, al cair, haban perdido las manijeras; entonces, el mulato, pa
salvarsee ser aplastao por el fletee don Santos, tamin tuvo queaflojar, y enllenoe
juria al ser vencido por aquel pajuerano, pel el facn y lo amenaz. Pero don Santos
ju demasiado listo pa l; le encaj un talerazo en el mate con el pesao caboe plata, que
lo volti al suelo, aturdido. De los cuatro, el nico que no haba salido lastimao era Don
Santos, y levantndose el suelo, y golviendo a montar, se larg al galope por entre el
gauchaje, con el saco en la mano, hacindose elloh a un lao pa dejarlo pasar.
-Haba un paisano entre la turba, que noh haba llamao a todos la atencin: era muy
alto, y llevaba un poncho blanco, muchas pilchas de plata y un largo facn en una vaina
tamin de plata; su flete, blanco como la cuajada, tamin estaba toito enchapeao en
plata. ste ju el nico que protest:
Amigosy compaeros! -grit-, es ste el fin? Si dejamoh a este pajuerano
llevarse el pato, no ser por tener puos ms fuertes, ni mejor flete, sino porque carga
armas. Qu dicen ustedes, amigos?
-Pero naides retruc. Haban visto la juerzae don Santos y lo corajudo qu era, y
aunque ellos eran muchos y l uno solo, prefirieron dejarlo dirse tranquilamente.
Entonceh, el del caballo blanco, con un seno e rabia, se apart e los dems, y empez a
seghirnoh a unos cincuenta pasos. Cada vez que don Santos golva atrs, p atracrsele,
se alejaba; pero tan prontito como seguamos nuestro camino, golva a seguirnoh otra
vez. Ansina caminamoh hasta ponerse el sol. Don Santos se va serio, pero tranquilo;
yo, siendo tan chiquillo, estaba muertoe miedo. Ay, to -le dije en voz baja-, por el
amor de Dios, apuntel con el trabuco a ese hombre, y mtelo, para que no nos vaya a
matar a nohotros!
-Don Santos se ri. Muchacho sonzo -retruc l-, qu, no sabes voz que es eso
precisamente lo qul -quiere que yo haga? l sabe que a esta distancia yo no podra
pegarle, y que despus que hubiese descargao el trabuco quedaramos los doh en las
mesmas condiciones, pecho a pecho, y un facn contra otro; y, quin sabe entonces
cul de los dos matara al otro! Dios sabe mejor, dende que l lo sabe todo, y l me lo
ha metido en el corazn, que no dispare.
-Cuandose escureci, caminamos ms despacito, y entonces el hombre acort la
distancia quehaba entre l y nohotros. Podamoh or la resonanciae su chapeo, y

cuando mir patrs, pude ver un bulto blanco, medio confuso, que nos vena siguiendo
como un fantasma. Entonces, redepente, sent retumbar las pisadas de su flete, y o un
silbido, como que noh hubiese arrojado algo; altiro, el caballoe don Santos se puso a
corcoviary a patear; entonces se par, temblandoe susto.
Tena las patas traseras enriedadah en las boleadoras que el hombre noh haba
largao. Don Santos se api, echando maldiciones, y pelando su facn cort los tientos
que tenan amarradas las patas del animal; entonces, golviendo a montar, continuamos,
como endenante, con el bulto blanco siempre siguindonos de atrasito.
-Por fin, como a esoe medianoche, llegamoh al Samborombn, al mesmo paso por
ande habamos cruzao esa maana, ande meda unas cuarenta varas, y el agua, en las
partes mh ondas, slo le llegaba hasta la panza a los fletes.
-Que se alegre tu corazn, Nicandro!-dijo don Santos al meternoh en el agua-,
porque aura es la nuestra; acordate lo que teigo.-Atravesamos despacito, y saliendo al
lao Sur, don Santos se api, sin meter bulla y hablndome muy calladito, me mand que
juera adelante con los dos fletes, y lo esperara por el camino. Me dijo que el hombre no
podra verlo acurrucao ay, a la orillael arroyo, y creyendo que no haba peligro,
atravesara, para recibir el trabucazo a dos pasos de distancia.
-Ju un mal rato el que pas entonces; ay estaba yo solito mi alma, esperando a don
Santos, y con el jess en la boca, a gatas atrevindome aresollar, mirando a la escurid,
asustao e aquelbulto blanco, que pareca un nima en pena, yaguzando el odo, pa sentir
el tiro. Le peda a la Virgen Santsima que enderezara el trabucazo hacindolo dentrar
derechito en el corazn dese malvao, y que nos libra-rae l. No hubo tiro, ni nengn
sonido; pero al ratito se oy el, ruidoe el chapeao y el estampido de pisadas de caballo,
que luego se alejaron.
Tal veh el hombre tendra sus sospechah en que andaba don Santos, y haba dejao
de perseguirnos, y se haba gelto.
-No ricuerdo ms de ese viaje, que acab en El Omb cuando empezaban a cantar
los gallos,eceto que durante la noche, don Santos me pas una lonja alrededor de la
cintura y me at al recao por delante y por detrs, pa que no me cayera cuando me
quedaba dormido.

III
-Ricuerde, seor, que estoy hablando e cosas que pasaron cuando yo era chico. Los
ricuerdos que me quedan de esos tiempos son pocos, y estn desparramaos como los
pedazos de tejas y fierromogoso que ust encuentrar medio enterradohentre los yuyos
ay ande estaba la casa; pedazosque una vez formaron partee el edificio. Algunos
trances, algunas caras y voces, ricuerdo, pero no podraecir en que ao. Ni tampoco
puedoecir cuntoh aos haban pasao dende la muertee misia Mericie y de la visita al
convento. Bien pueden haber sido muchoh o pocos. Haban habido invasiones,
habamos tenido guerras con el estranjero y con los salvajes, habamos ganao nuestra
independencia y haba pasao muchas cosas ms, l, don Santos, a quien Dios haba
hecho tan juerte, tan noble y tan corajudo, estaba ms viejo y con el pelo toito blanco
cuando le cay encima aquella gran alversid. Y todo ju por causae un esclavo, de un
mozo que haba nacido y se haba criado en El Omb, y que haba sido el favoritoel
patrn. Pues, asign dicen criamos cuervos pa que nos saquen loh ojos. Pero no viaecir
nada contra ese pobre muchacho que ju la causa de aquella calamid, porque no ju
toda culpa de l. Partee el mesmo demonio y un carcter muy arrebatao. Y quien sabe
tamin si no habra llegao, el tiempo en que El que reina sobre todas las cosas le dira:
Mir, Santos!, te vi a plantar el pie encima y te pondrs como un zapallo cimarrn a

fines de verano, cuando se ponen ms secos que una cscara e gevo y se quebran tan
fcilmente.
Ricuerde que haba esclavos en esos das, y tambin que haba una ley que fijaba el
precioe cada hombre, juera joven o viejo, ansina que si un esclavo iba ande su patrn
con la plata en la mano y le ofertaba el precioe su libert, dende ese mesmo momento
quedaba libre. No importaba que su patrn no quisiera; tan pareja era la ley.
-Don Santos sabaecir, cuando hablaba e suh esclavos: stos son mis hijos y me
sirven porque me quieren y no porque sean esclavos; y aura mesmo les ofertara su
libert a cualquiera dellos, no la acetara. l slo les va la cara, no el corazn.
-Su favorito era Melitn; negro pero bien parecido, y aunque era slo un mozo,
tena autorid sobre todos los dems; y se vesta bien y montaba los mejores pingos de
su patrn y tena fletes propios. Pero nunca jams se dijo de l que hubiese alcanzao esa
posicin a juerzae halagos o mentiras. Al contrario, todos lo queran, aun los que
estaban bajo suh rdenes, por su gen corazn y su manerae ser; era siempre carioso y
alegre. Era de aquellos que no importa lo que hagan, lo hacen mejor que otros; cualquier
cosa que quisiera su patrn, ya juese correr uno e sus parejero en una carrera, o hacer
domar un redomn, enlazar un flete, o hacer riendas, un rebenque o una cincha, o tocar
y cantar en la vigela, bailar un pericn, siempre era Melitn. Melitn pac, Melitn
paya. No haba naides como l.
-Aura este muchacho, en el fondoe su corazn, tena un gran deseo que haba
guardao en secreto, y pa ello haba ahorrao toita su plata; por ltimo, jue un da ande
don Santos con un puaoe oro y plata en la mano y leijo: -Mire,mi patrn, aqu tiene el
precioe mi libert; tmelo y cuentel, y vea que est justo, y djeme quedarme en El
Omb pa servirlo de aqu en adelante sin paga; pero ya no sere mahesclavo.
-Don Santos tom la plata en la mano y dijo: Ju pa esto, entonces, que aurraste,
cachafs, aun la plata que te di pa que gastaras y te divirtieras con ella, y la plata que
ganaste vendiendo loh animales que yo te di... aurraste pa esto? Ingrato, tens el
corazn ms negro que tu cuerol Tom tu plata y mandate mudar y nunca jams cruces
mi camino otra vez si deset vivir muchos aos! En diciendo esto le tirel puaoe oro
y plata en la cara con tal juerza que se la cort, dejndolo medio aturdido al pobre.
Melitn se golvi bambaliando hacia su flete, mont y se ju sollozando como un nene,
mientras que le chorreaba la sangre por la cara.
-Al poco tiempo se ju de estos pagos a vivir en Las Vboras, al laoel ro Vecino, al
sur de Dolores, y ay aprovech su libert pa comprar animales gordos, vendindolos
despus en la feria, y durante doh aos le ju muy bien, y todo bicho, pobre o rico, era
su amigo. Pero no era feliz, porque su corazn se mantena siempre fiel y amaba a su
viejo patrn, que haba sido como un padre con l, y sobre todas las cosas quera ser
perdonao. Y, por ltimo, un da, esperando que ya se le habra pasao el enojo a don
Santos y que tendra gustoe verlo otra vez, vino a El Omb y pregunt por el patrn.
-El viejo salie la casa y lo salud alegremente: Vaya, Melitn -dijo riendo-, has
gelto, a pesar que te previne que no hicieras. Apeate pa darte la mano otra vez.
-El otro, feliz, pensando que lo haba perdonado, se api y le alarg la mano. Don
Santos se la tom y la apriet con tanta juerza, que el mozo gritel dolor, y encegao por
sus lgrimas, no vido, que su patrn tena un gran trabuco en la mano izquierda, y que le
haba llegao su ltimo momento. Ay mesmo cay muerto, atravesao el corazn.
-Mire ay, seor, ande estoy apuntando, a unos veinte pasos mh all de ande cai la
sombrae el ombl Ve ese yuyo verde escuro con una florcita amarilla, con tallo largo,
que crece ay, en el pastito? Fue ay, ande crece esa florcita, que cay el pobre Melitn, y
ande lo dejaron, toito ensangrentao, hasta las docee el da siguiente. Porque naides se

atreva a tocar al dijunto hasta que juese avisao el alcalde y se hubiese hecho la
indagacin.
Don Santos haba montao su caballo y se haba ido sin decir palabra,, tomando el
camino pa Genoh Aires. Haba hecho algo por lo que tendra que pagar muy caro,
porque, al fin y al cabo, una vida e una vida, seael cuero blanco o negro, y
nengnombre puede matar a otro a sangre fra y escapar la pena. La ley no respeta
personas, y cuando el que comete un crimen eh ombre platudo, tiene que contar con
que loh abogaos y jueces, y todos los que apoyan su causa, lo sangren bien antes que le
consigan l perdn.
-A don Santos no le importaba un pito todo eso, pueh aba cumplido su palabra y
haba satisfecho al demonio que tena metido en el corazn. Pero no estaba pa quedarse
tranquilamente en suestancia y ser llevao preso, ni tampoco iba a entregarse a la justicia
que tendra que meterlo en el calabozo, y pasaran meses y meses antes que lo soltaran.
Eso, pa l, habra sido como si lo estuviesen sofocando; pa hombres como l, el presidio
es como una sepoltura. Mejor sera dir a GenohAires -pensara l pa sus adentros- y
embarcarse pa Montevideo, y dende ay hara las gestiones y esperara hasta que se
hubiera arreglaotodo y pudiera golver otra vez a El Omb.
-Se llevaron el cadver de Melitn y lo enterraron en el campo-santoe Chascoms.
Cay la lluvia, y lav las manchas coloradas en el suelo. En la primavera golvieron otra
vez las golondrinas, y hicieron sus nidos bajo loh aleros; pero don Santos no golvi, ni
tampoco recibimos noticias fidedignas de l. Decan algunos -no s si juera cierto o noque el abogao que lo defenda y el juez de primera instancia que tena el caso, haban
peleao entre ellos mesmos, al repartirse la plata, y siendo platudos los dos, se haban
olvidaoel viejo, que esperaba mes tras mes el perdn, que nunca le lleg.
-Mejor pa l, si nunca supo cmo haba caido en ruina El Omb, durante el tiempo
tan largo que haba estao ausente. No haba naides que tuviera autorid; loh esclavos,
dejaos a ellos mismos, se jueron, y no haba naides que loh sujetara. En cuanto al ganao
y los caballos, jueron soplaos, como el panadero del cardo, por el viento, y todo
cristiano poda pastar auh ovejas y su hacienda vacuna en la estancia.
-Durante un cierto tiempo, la casa estuvo a cargo e un hombre nombrao por la
autorid; pero, poco a poco, jueron disapareciendo los trastos de la casa, y, por ltimo,
ju abandonada, y durante mucho tiempo no se pudo encontrar a naides que viviera en
ella, a causa de lah nimas.

IV
-Viva en ese tiempo, a unas cuantas leguas de El Omb, un tal Valerio de la
Cueva; era un hombre pobre, que no tena mah acienda que una pequea majada de
unas trescientah o cuatrocientah ovejas y unos cuantos fletes. Lo haban dejao
construirse un pequeo rancho, ande pudiese cubijarse l, su mujer, la Donata, y el
nico hijito, que se llamaba Bruno; y pa pagar el pastoreoe sus poca,o ovejas, ayudaba
en las faena. d. la estancia. Este pobre hombre, oyendo hablar de El Omb, ande poda
tener casa y un pocoe terreno e balde, se oferte inquilino, y, por ltimo lleg con su
mujer, el chico y su pequea majada de ovejas, y toitos sus trastos -un catre, dohtres
bancoh, una olla y una pava, y tal veh otras pocas cosas-. Jamah aba conocido El
Omb pobreza como la suya; pero todos los demh haban tenido miedoe vivir ay, a
causae su ma nombre, ansina que se la dejaron a Valerio, que era un pajuerano.
-Dgame, seor: se ha encontrao ust alguna veh en su vida con un hombre que tal
vez jueray hasta rotoso, y que, sin embargo, cuando pobre, lo ha mirao y tratao, se -ha
dicho pa auh adentros: ste eh un hombre como no hay otro en el mundo. Tal veh al
levantarse y salir pa juera alguna clarita maana e verano, miro al sol, cuando sala, y

vido un ngel sentao en l, y mientras miraba, algo de ese ngel le cay encima y se le
meti dentro, y ay se qued.? Tal era Valerio. No he conocido a naides como l.
-Geno, amigo Nicandro-saba ecir- sentmonoh a la sombra y fumemoh un
cigarrillo, mientrah ablamos de nuestroh animales. Bajo este viejo omb no hay
poltica, ni ambicioneh,este intrigah o mala volunt, no hay amargura, eceto en estah
ojas verdes. Son nuestros laureles, estah ojas de omb. Feliz vos, Nicandro, que jamh
as conocido la vida de poblao. Ojal que yo tamin hubiese visto la luli en estas
tranquilas llanuras, bajo un techoe totora. En un tiempo yo usaba ropa fina y pilcha de
oro, y viva en una casa muy grande, ande tenamos muchos sirvientes. Pero nunca he
sido feliz. Cada flor que he tocao, se ha geltouna ortiga pa ortigarme. Tal veh el
Maldito, que me ha perseguido toita mi vida, vindome aura tan humillao y amigoe los
pobres, me haiga dejao y se haiga ido. S; soy pobre, y esta ropa rotosa que me cubre
besar, porque no luce como seda o bordaos de oro. Y esta pobreza que he hallao,
guardar como cosa muy preciosa, y se la dejar a mhijito cuando muera. Porque con
ella hay tranquilid...
-No dur mucho esta tranquilid, porque cuando la alversid ha escogido a un
hombre pa hacerlo su presa, lo sigue hasta el ltimo, y no se escapar aunque gele
hasta las nubes, como el chaj, o se meta bajo tierra, como un peludo.
-Do aos haba estao, Valerio en El Omb, cuando la indiadae la frontera Sur nos
peg un maln. No haba juerza que le hicieran frente; los doscientoh hombres
estacionados en la Guardia del Azul, haban sido sitiadoh en el juerte por algunos de
loh invasores, mientras que la mayor partee loh indios estaban barriendo toito el pah
a la redonda el ganado y los caballos. El comendante en Chascoms recibi una orden
urgente, pa que mandara una comisin de unos cuarenta milicos; entonces yo, un
mozoe veinte aos, ju avisao pa que me presentara en la comendancia, pronto pa
marchar. Ay encontr que Valerio tamin haba sido citao, y dende aquel momento
anduvimos siempre juntos. Dos das despus llegamoh a el Azul, habindose retirao
loh indios con su botn, y cuando llegaron toitas las comisiones de los distintos
partidos, el comendante, un tal coronel Barbosa, se puso a perseguirlos, con unos
seiscientoh ombres.
-Se saba que cuanto se retiraron loh indios, se haban repartido en varios grupos, y
que stos haban rumbiado pa diferentes direcciones, y se pens que estos grupos
golveran a juntarse mas tarde y que la mayor parte enderezaran pa sus tierras, pasando
por Trenque Lauqun, a unas setenta y cinco leguas al Oesteel Azul. El plan de nuestro
coronel erae dir ligero a ese lugar y esperar la llegada de loh indios. Era imposible que
ellos e torbaos por los millares de cabezas de ganao que haban recogido, pudiesen
andar ligero mientras que nohotros no tenamos nada que noh impidiera, siendo loh
nicoh animales que arribamos nuestros propios fletes. Seran unos cinco mil pero
llevbamos muchas yeguas baguales pa nuestra comida. No tuvimos otra cosae comer
sino carne e yegua.
-Estbamoh en pleno invierno, y jamah e conocido pior tiempo. Ju en ese desierto
que vide por primera veh aquella cosa blanca que llaman nieve, cuando la lluvia gela,
como hojitas de algodn, sopladas por el viento, enllenando el aire y blanqueando toita
la tierra. Toitos los das, dende el amanecer hasta que se dentraba el sol, andbamoh
empapaoh echoli una sopa, y por la noche no haba ande guarecerse del viento y la
lluvia; tampoco podamoh acer juego con el pasto y las totorah empapadas, y lea no
haba, ansina que tuvimos que comer la carnee yegua cruda.
-Pasamos tres semanas en ese infierno, esperando a loh indios y buscndolos, con
las sierras de Cuamin a veces al sur de nohotroh y a veceha nuestra mano izquierda.
Pareca como que la tierra se hubiese abierto y se loh ubiera tragao. Nuestro coronel

estaba desesperao, y nohotroh empezbamoh a tener esperanzas que nos llevara


degelta pal Azul.
-En este trance, unoe loh ombres, que tena ropa muy delgada, y haba estao
tosiendo, se cayo el caballo, y entonces vimos que probablemente morira, y que, en
todo caso, tendramos que deijirlo atrs. Viendo que iba a morir, nos rog a los que
estbamos con l que ricordramos, cuando estuvisemos de gelta en nuestros pagos,
que l haba muerto en el desierto y que su alma estaba penando en el purgatorio, y que
le dieran algo a los flaires pa que le procurasen algn alivio. Cuando su oficial le
pregunt quines eran sus parientes, y ande vivan, retruc que no tena a naides que le
perteneciera. Dijo que haba pasao muchos aos cautivo entre loh indios, en Salinas
Grandes, y que a su gelta no haba encontrado nenguna parentela en el pago ande haba
nacido. Contestando otras preguntas, dijo que cuando nino, loh indios, una vez, cuando
invadieron el pas cristiano, en pleno invierno, se lo haban llevao, y que cuando se
jueron de ay, en vez de golverse a sus tolderas, haban enderezado pl Este, pa la costa,
y haban acampao en un llano, al laoe un pequeo arroyo llamado Curumanuel, en Los
Tres Arroyos, ande haba lea y agua dulce, y gen pasto pal ganao, y ande hallaron
muchoh indios, la mayor parte chinas y sus chicos, que se haban juntao ay pa
esperarlos; y ay se quedaron hasta la primavera.
-El pobre paisano muri esa noche, y recogimos piedras y laha-montonamoh
encimae su cadver, pa que no se lo comieran los zorros y caranchos.
-Al clariar el da, a la maana siguiente, nos pusimos en marcha, galopiando pande
sale el sol, porque nuestro coronel haba risuelto buscar a loh indioli en ese lugar tan
lejos, cerca el mar, ande se haban escondidoe sus perseguidores tantoh aoh
endnantes. Eran unas setenta leguas, y tardamos unas nueve das. Y, por ltimo, en una
honda caada cercael mar, nuestros esploradores encontraron; marchamos de noche,
hasta llegar menos de una leguae su campamento, y podamos ver sus juegos.
Descansamoh ay cuatrohoras, comiendo carne cruda y cada uno echando una siestita.
Entonces se noh ordin que contramos nuestro mejor flete, y nos formsemoh en
media luna, pa poder arriar la caballada, echndola por delante. Una vez montaos, el
coronel nos dirigi la palabra: Muchachos -dijo-, ustedes han sufrido mucho, pero aura
la victoria est en nuestras manos, y no perdern su recompensa. Toitos los prisioneros
que ha an y toitos los millares de caballos que consigamos recobrar, se vendern en
subasta pblica a nuestra gelta, y lo quese saque dellos se repartir entre ustedes.
Entonces dio la orden de marchar, y caminamos calladitos, como una media legua, y
llegando a la orillae la caada, vimos que estaba toita negra con el vacuno, y loh
indios durmiendo en sus tolderas; y en el mismo momento en que sala el solde la mar
y la luz de Dios alumbraba la tierra, noh arrojamos gritando como unos condenadoh,
entre ellos. Al tiro, empez esa mar de animales espantaos a zfar en toitas direcciones,
bramando y haciendo temblar la tierra con sus pisadas.
Nuestra tropae caballos, animadas por nuestros gritos, luego lleg a la tolderah e
los indios, y ellos, corrienda pac y pay, tratando e escapar, jueron lanciados y cortaos
por nuestras latas. Slo tenamoh un deseo en nuestros corazones, un grito en nuestros
labios: matar!, matar!, matar! Hacia mucho tiempo que no se haba conocido una
matanza como sa, y los caranchos, zorroh y peludod deben haber engordado con la
carne e los salvajes muertos que les dejamos. Pero slo matamoh a loh ombres, y
pocos se escaparon; a las chinas, con sus chicos, lah icimos presas.
-Demoramos dos dah en rejuntar el ganao y los caballoh -haban como diez mil
cabezas- desparramaos por toitas partes; entonces, con el botn, enderezamos pa el
Azul, ande llegamoh a fines de agosto. Al da siguiente que llegamos, juimos divididoh
en grupos, y cada uno, por turno, se present a la casael coronel pa recebir su paga. El

grupoe Chascoms ju el ltimo, y cuando nos presentamos, cada paisano recibi dos
meses de paga; entonces el coronel sali pajuera, y nos dio las gracias por nuestros
servicios, y dio orden que entregsemos nuestrah armah en el juerte y nos
golviramoh a nuestros pagos, cada paisano a su rancho.
-Hemos pasao juntoh algunas noches frah, en el desierto, vecino Mariano -dijo
Valerio, rindose, pero hemos comido bien, con aquella carnee yegua cruda, y aura, de
yapa, hemos recibido plata. Qu ms quiere uno? Con toita esta plata podr comprarle
un par de zapatitos nuevo a Brunito! Valiente chiquiln! Me parece ya verlo
tambaleando entre los cardos, buscando han puesto las gallinas, pa su malos gevos que
mita, y lastimndose su pobres patitas con lh espinas. Si sobra algn gelto, le
comprar algunos dulces.
-Pero loh otros, cuando llegaron al juerte, empezaron a rezongar a toda voz del
tratamiento haban recebido; entonces Valerio les dijo que jueran hombres; que si no
estaban contentos, se lo dijeran al coronel, y orden que se quedasen callaos.
-Quers vos, Valerio, hablar por nosotros?, le preguntaron. Y consintiendo l,
todos golvieron a recoger suharmas y lo siguieron a la casael coronel.
-Barbosa escuch con atencin a los que le dijieron, y contest que lo que
pedamoh era muy justo. Las chinah y el ganao estaban en manos de un oficial
nombrao por la autorid, y que se venderan en subasta pblica en unos pocos das ms.
Les dijo que se golvieran aura al juerte y entregaran suh armas, y que dejaran a Valerio
con l, pa que le ayudara a preparar una demanda hecha en debida forma, por lo que les
tocaba del botn.
Nos retiramoh otra vez, vivando a nuestro coronel. Pero a gatah entregamos
nuestrah armas en el juerte, cuando se nos ordin severamente que ensillsemos
nuestros fletes y nos mandsemos mudar. Yo ju con loh otros, pero viendo que no noh
alcanzaba Valerio, golv patrs, pa buscarlo.
-Esto es lo que haba pasao. Quedando solo en manos de su enemigo, Barbosa le
haba quitao lah armas y ordinho a sus soldados que lo sacaran al patio y le pegaran,
una estaquiada. Loh ombres titubiaron en obedecer una orden tan cruel, y esto le dio
tiempo a Valerio phablar: Mi coronel , dijo l, ust le da una tarea muy dura a estos
pobreh ombres, y mi cuero, cuando me haigan cueriao, no tendr nengn valor, ni pa
ust ni pa ellos. Digals que me lanceen o me degellen, alabar su gen corazn.
-No perders ni el cuero ni tampoco morirs -retruc el coronel-, porque almiro tu
coraje. Agarrenl, muchachos, y estaqueenl y peguenl unos doscientos rebencazos;
entonceh arrstrenlo a la carretera, pa que se sepa que se ha castigao su conducta
insubordinada.
-Obedecieron la orden y lo tiraron al camino. Un pulperoel lugar lo vido ay
tendido, como muerto, con los caranchos revoloteando sobre l, atrados por el cuerpo
enllenoe sangre; el gen hombre se haba compadecido y lo estaba curando, cuando lo
hall. Ay estaba tendido el pobre, boca abajo, sobre una pilae ponchos, medio muertoe dolor, y sus sufrimientos jueron terribles esa noche; pero cuantito no ms amaneci,
insisti en que nos juramos al tiro pa Chascoms. Cuando su dolor era ms juerte,
hacindolo quejarse, el quejido, cuando me daba la cara, se golva risa. Sos demasiado
blandoe corazn pa este mundo en que vivimos, Nicandro -deca-. No te aflijs, amigo.
He probao ya la justicia y la misericordiae loh ombres. Hablemos ms bien de cosas
ms agradables. Sabs vos que hoy eh el primeroe setiembre? Ha gelto la primavera;
aunque a gatas, lah emos sentido por estas tierras del Sur, ande hace tanto fro. Con
nohotroh ha sido todo invierno, sin el calor del solcito oel juego, y sin flores, y el
cantoe los pajaritos. Pero aura estamoh enderezaos pal Norte; en unos cuantos das
ms nos sentaremoh otra veh a la sombrael viejo omb; todo nuestro trabajo y el

sufrimiento, terminao, y escucharemohal mangang zumbando entre lah ojas, y al


gritoel bienteveo. Y lo que es mejor, Brunito vendr andecon sus manitos enllenas de
margaritas coloradas. Tal vez vos, tamin, Nicandro, ses padre en unos pocos aos
ms, y sabrs lo ques or hablar a tu chico, aunque diga slo disparates. Pero vamos
caminando; hemos ya descansao bastante tiempo, y entoava nos faltan muchas leguas
de camino!
-Eran sesenta leguas por el camino; pero algo, se ganaba dejndolo, y era ms suave
pa Valerio, cuando los fletes pisaban sobre el pasto. Galopiar o trotar era imposible, y
aun al tranco tena yo, que estar a su lao, pa apoyarlo con el brazo, porque tena toita la
espalda herida y chorrendole la sangre, y no poda hacer nada con las manos, y tena
todas las conyunturas hinchadas con la estaquiada que le haban pegado. Cinco das
estuvimos caminando, y da a da se pona mh y ms dbil; pero por nada quera
descansar; mientras duraba la luz del da, segua caminando, y a medida que
avanzbamos al tranco, conmigo sostenindole, se quejabael dolor, y al mesmo tiempo
se raiba y empezaba a hablar de cuando llegra moh al fin del viaje y del gran gusto
que tendra de ver a su mujer y a su chiquiln otra vez.
-Llegamoh a la tardeel quinto da. La vista el omb, que habamos tenido por
delante haca horas, lo agit mucho; me rog, casi con lgrimah en loh ojos, que
hiciramos galopiar nuestros fletes; pero lo habra matao y no quise hacerlo.
-Naides nos vido arrimarnoh al rancho; pero la puerta estaba de par en par, y
cuando llegamoh a unos veinte pasos, oimos la voz de Brunito, que le hablaba a su
mama. Entonces, redepente, Valerio se dej cair del caballo, antes que yo pudiera
apiarme para ayudarlo y dio unos pocos trancos tambaleando hacia la puerta.
Alcanzndolo, lo o gritar Doriata! Bluno! Ay,que mih ojos los vean una vez ms!
Otra vez noms! Un besito siquiera! Ju slo entonces que lo oy su mujer, y
corriendo pajuera, lo vido cair y con una ltima boqueada, muri ay mesmo, en mis
brazos.
-He visto muchas cosas raras y terribles, seor; pero nunca una ms triste que sa!
Digam, cuentan los libros de estas cosas? Las sabe el mundo?
-Valerio estaba muerto. l qu era tan corajudo, tan generoso, aun en su pobreza, de
espritu tan noble, y al mesmo tiempo tan suave! Las palabras dl me haban sido ms
dulces que la miel! No digo nadae lo que ju su muerte pa lo dems -pa esa pobre
mujer, la madre de su nico hijito, Bruno-. Hay cosas, seor, que es mejor no mentar,
o slo preguntar: Noh abr olvidao? Sabr l? Pa m la prdida ju muy, muy
grande; porque era mi amigo, el hombre al que amaba ms que a todos los dems, y que
me hara ms falta que cualquier otro, aun ms que don Santos Ugarte, al que nunca le
vera la cara otra vez.
-Porque l tambin estaba muerto.
-Y aura que -he vuelto a mentar el nombree ese hombre, que ju en su tiempo
famoso en este partido, dejem, antes de seguir la historiae El Omb, contarle cmo
acab. Lo supe de casualid mucho tiempo despus que lo tragara el hoyo.
-Era la costumbreel vicio en esa casa al otro laoel Roe la Plata, ande tena que
vivir, de dir todos los das a la orillael agua. Ay pasaba largas horas, sentao en las
toscas, siempre con la cara dada gelta pa Genoh Aires. Estaba esperando, siempre
esperando el indulto, que, tal vez le llegara algn da, cuando estuviera de Dios. Estaba
pensando en El Omb, pues de qu le serva la vida a l en ese pas extrao, lejos de su
estancia. Y esas ganas de volver a El Omb, y tal vez tamin su rimordimiento, le
haban dao a su cara, asign contaban, una expresin que daba miedo, porqu era como
la carae un dijunto, de uno que ha muerto con lohojoh abiertos de par en par.

-Un da, algunos boteros, en la playa, notaron don Santos estaba sentao muy ajuera,
en lasque d toscas, y que cuando subi la marea no se quit de ay. Se qued sentao,
hasta que le lleg el agua hasta la cintura, y cuando lo salvaron del peligro, y lo
trujieron a tierra, los miraba con ojos fijos, como un gran lechuzn blanco, y hablabae
un modo muy raro.
-Hace mucho fro y est muy oscuro -dijo-, y yo no puedo verles la cara; pero tal
vez ustedes sepan quien soy yo. Soy Santos Ugartee El Omb. Me ha pasado una gran
desgracia, amigos. Hoy, estando enojao, mat a un pobre mozo, al que amaba como a un
hijo...; a mi pobre Melitn! Por qu no hara caso l de mi amenaza? Por qu se
pondra en mi camino? Pero pa qu hablar de eso aura? Despus de matarlo mont mi
caballo y me ju, pensando dir a, Genoh Aires, pero por el camino me arrepente lo
que haba hecho y golv patrs. Con mis mesmas manos -dije pa mis adentros- tomar
el cuerpo del pobre Melitn y lo llevar pa dentroe la casa y llamar a mis vecinos pa
que lo velen con migo. Pero, seores, me agarr la noche y el Samborombn estaba
muy crecido con las lluvias, como sindudamente ustedes han odo, y el cruzarlo a nao,
perd mi flete. No s si se augara.
Demen, por Dios!, un nuevo caballo, amigos, y muestrenm el camino pa El
Omb, que Dios se lo pagara.
Se qued con esa idea metida en la cabeza hasta el ltimo..., hasta que muri pocos
das despus.

V
-Seor, cuando me siento aqu y ricuerdo estas cosas, a veces pregunto pa mis
adentros: Mir, viejo, por qu vens pac a sentarte a la sombrae este rbol, cuando
no hay en toita la pampa un lugar ms triste o llenoe amargura? Y me digo: Pa uno
que ha vivido mucho tiempo, no hay casa ni pedazoe terreno cubierto de pasto, y
yuyos, ande ha habido un rancho y vivido gente, que no sea lo mes-moe triste. Porque
esta tristeza est en nohotros mesmos, en el ricuer-doe otros das, que nos sigue por
toitas partes. Pero pal nio no hay pasao; nace al mundo alegre como un pajarito; pal
hay alegra en toitas partes.
-Ans pas con Brunito, entoava demasiado chico pa sentir la prdidae su padre o
pa ricordarlo mucho tiempo. Ju porque quera tanto al nio, que la Donata pudo vivir
despus de pasar por terrible. Nunca se ju e El Omb.
La estancia estaba hipotecada, ansina que no se poda vender, y la Donata se qued
viviendo en la casa sin que naides la estorbara. La comparta aura con un vicio y su
mujer, que siendo pobres y teniendo unos pocoh animales, estaban muy contentos de
tener un lugar ande podan cubijarse sin pagar arriendo. El hombre, que se llamaba
Pascual, cuidaba lah ovejas de la Donata, al mesmo tiempo que las suyas, y tamin sus
pocas vacas y caballos. Era un viejo simple y bonachn; tena slo una falta, su flojera,
el juego y su aficin a empinar la limeta. Pero eso poco importaba, porque, cuando
jugaba, siempre perda por estar envinao, ansina que cuando tena plata luego la tiraba.
-Ju el viejo Pascual que primero mont a Brunito a caballo y le ense a seguir tras
lah ovejas y a hacer otra porcin de cosas. El chico era como sus padres, muy gen
mozo, con pelo negro medio crespo y con loh ojos tan vivos como los de un pajarito.
No era raro que la Donata lo quisiera como jamh habra querido madre a un hijo, pero
a medida que ju creciendo, siempre estaba con cuidao que juera or de cmo muri su
padre y del que haba causao su muerte. Saba que el sentimiento ms peligroso eh el
de la venganza, puesto que cuando se mete en el corazn de un hombre, echa juera a
todos los dems, genoh o malos, y que todo parentesco o intereses, y todo lo que se
diga, es enteramente al udo, y que, por fin, lo arruina a uno. Muchas veces me habl de

esto, pidindome con lgrimah en loh ojos que nunca le hablara de mi finado amigo a
Bruno, por temor que descubriera la verd y se enjureciera su corazn.
-La Donata haba acostumbrao cada da, dende la muertee Valerio, de tomar una
jarrae agua, fresquitae el pozo, y redamarla en el suelo, en el mesmo lugar ande haba
cado muerto, sin ver a su mujer y a su chico, ni recibir ese beso que haba pedido.
Quin podrecir qu ju lo que la hizo hacer eso? Una gran pena es como un desvaro,
y a veces nos trae pensamientos raros y noh ace portarnos como locos. Puede ser que
haiga sido porque la carael muerto, como ella la vido primero, plida ye color de
ceniza, tena la epresin de una sequa que dara todo por un traguitoe agua fresca; y lo
que haba hecho en esos das de sufrimientos, de desvaros, haba seguido haciendo.
-Como el lugar ande echaba esa agua todos los das estaba slo a unos pocos pasos
de la puertae la casa, se haba endurecido como un ladrillo, pisao por los pies de Dios
sabe cuntas generaciones de hombres y por los pisoteos de caballos que llegaban todos
los das a la puerta. Pero despus de haberlo regao mucho tiempo empez a aparecer un
poquitoe verde; era como una enredadera, con una ojitas redondas que parecan de
malva y unas florcitas blancas como colleras de porcelana. Cundi eso y se vea como
una alfombrae pasto sobre ese suelo seco; y todo el ao se mantena verde, verde como
una esmeralda, hasta en el tiempoe calor, cuando el pasto estaba muerto y seco y la
pampa del color de un trapo amarillo desteido.
-Cuando Bruno tena unos catorce aos, ju un da a ayudarle a hacer un chiquero pa
lah ovejas, y cuando por la tarde lo acabamos, dentramos ala casa a tomar mate. Antes
de entrar, al llegar a este pastito, Bruno dijo: Mir, Nicandro, has visto en tu vida un
lugar tan verde como ste, tan blando y fresco, ande uno puede echarse cuando tiene
calor y est cansado? Entonces se ech a suh anchah en el pasto, y, tendido: de
espaldas, mir parriba a la Donata, que haba salido ande estbamos, y le dijo riendo:
Ay,mamitae mi alma! Mil veces te habr preguntao por qu echabas agua en este
lugar todos los das, y no queras decirme. Aura lo s; Todoera pa hacerme un lugar
blandito y fresquito ande echarme cuando golva cansao y acalorao despus de mi
trabajo. Mir!, parece una cama con una colchae tercio pelo verde con blanco treme
aura pocoe agua, mamita ma, y echamel en la, cara, que la tengo acalorada y toda
enllenae polvo.
-Ella tamin se ri, la pobre, pero yo poda ver las lgrimas que asomaban a
suhojos..., lah lgrimas que siempre tomaba gen cuidado qul no viera.
-Ricuerdo toito esto como si juera ayer; ya parece que lo estoy viendo y oyendo
todo; la risae la Donata y las lgrimah en suh ojos, que Bruno no alcanzaba a ver. Lo
ricuerdo tan bien porque ju casi la ltima vez que la vide ante que tu. viera que dirme
de ay, porque mi ausencia ju larga. Pero antes que hable de ese cambio, le via decir
algo que pas en El Omb, como doh aoh endenantes, que le trajo una nueva felicid
a la pobre Donata.
Toc la casualid que entre los que vinieron y se quedaron en la estancia sin
derecho pa ello y sin que hubiera naides que se los prohibiera, haba un paisano que se
llamaba Snchez, que se haba hecho un ranchito como a media leguae la casa vieja, y
tena una majadae ovejas. Era viudo tena una hijita, una chicuela llamada Mnica. El
tal Snchez, aunque era pobre, no era gen hombre, ni tena compasin en su corazn.
Era ura jugador y andaba siempre. juerae su rancho, dejando suh oveja, al cuidaoe la
pobre Mnica. Esto era muy cruel en el invierno, cuando hace fro y est malo el
tiempo; y ella sin siquiera un perro que la ayudara, a patita pelada entre los cardales,
muchas veces muertae miedoel ganao tena que pasar toito el santo da al raso. Ms de
una vez, de noche en el invierno, lloviendo y con mal tiempo, la encontraba a la
pobrecita arriando a lah ovejas pa la casa, llorando amares. Me dola ms por ser ella

bonita; nadies poda dejar de ver su lindura, aunque andaba toda rotosa, y su pelo negro
estaba hecho una porra, como las clines de un flete que ha estado pasteando en un
abrojal. En tal trance la he levantao y montao en el recao por delante y le he arriao suh
oveja a la casa, y he dicho pa mis adentros: Pobre ovejita sin madrel Si jueras ma te
sentara entre los cuernos de la luna, pero, pobre desgraciada!, el que llams padre no
tiene compasin.
-Por ltimo, Snchez hallndose sin plata, en el mesmo momento en que iban
cayendo forasteros a Chascoms de todas partes pa ver una gran carrera, y no queriendo
perder esa oportunidade eganarse una pilae plata, vendi suhovejas, no teniendo otra
cosae ms valor que vender. Pero en vez de ganar, perdi, y entonces, dejando a
Mnica en el ranchoe un vecino y prometiendo golver a buscarla en unos pocos das
ms, se ju y nunca golvi.
-Ju entonces que la Donata ofert tomarla y criar la gerfanita como si juese suya,
y va decirle, seor, que la mesma madree la Mnica, que estaba muerta, no podra
haberla tratao con ms cario o querido ms. Y esa precosura haba sido como hijitae
la Donata, y la compaerae Bruno en todos sus juegos, ya dos aos, cuando yo ju
citao, y no los vide ms ni tuve noticias dellos durante cinco aos, los cinco aos ms
largos de mi vida.

VI
-Tuve que dirme porque necesitaban hombres pal ejrcito, y me tomaron. Estuve
ausente, como iba diciendo, cinco aos, y los cinco habran sido diez, y los diez veinte,
si hubiera vivido tanto tiempo, a no ser por una lanciada que me pegaron en la pierna,
que me dej rengo pal resto de mi vida. Por eso ju que meejaron libre y a eso debo mi
felih escapada de aquel purgatorio. Cuantito estuvee gelta en estas llanuras ande
primero vide la luz del cielo, dije pa mih adentros: Ya no puedo ponermee un salto,
liviano como un pajarito, sobre el lornoe un bagual y rairmee suh ejuerzos pa
librarsee m; ni tampoco puedo echarle el lazo a un caballo o toro que est corriendo, y
enterrando mis tacoh en la tierra, sujetarlo; ni jams podr ser pal trabajo o pal juego,
a pie o: a caballo, lo que he sido; sin embargo, esta renguera y toito lo que he perdido a
causa della, es poco pa pagar mi libert.
-Pero sta no es la historiae mi vida; debo ricordar que estoy hablando slo de los
que han vivido en El Omb en mi tiempo en la vieja casa que ya no esiste.
-No haba habido nengn cambio cuando golv, eceto que esos cinco aos haban
hecho casi un hombree Bruno y que se pareca mh y ms a su padre, aunque nunca
tuvo ese algo en loh ojos que hacan a Valerio diferente de toitos loh otro, hombres.
La Donata estaba lo mesmo, pero ms vieja. La afliccin le haba trado canas; su pelo,
que entoava debiera haber estao negro, estaba toito blanco; pero estaba ms sosegada,
porque Buno era muy geno con ella, y siendo hijoe viuda no tena que servir en el
ejrcito. Tamin haba otra cosa que la hiciera feliz. Aquellos dos, que eran toito pa ella,
no haban podido criarse bajo un mesmo techo y no amarse; aura poda esperar con
confianza que algn da se casaran y no habra que separarse dellos. Pero aun ansina,
aquel cuidao el que me haba hablao tantas veceh en otros tiempos, nunca se aparte
su corazn.
-Bruno estaba aura ausente la mayor parteel tiempo, trabajando como tropero,
siendo su ambicin ganar plata pa poder comprar todo lo necesario pa la casa.
-Yo haba estadoe gelta como esoe un ao, viviendo en ese pobre rancho ande
primero vide la luz, cuando Bruno, que haba estao con su patrn en la fronterael Sur
comprando ganao, se aparici un da a mi rancho. Entoava no haba ido a El Omb, y

se vea muy callao y raro, y cuando nohencontramos solos, le dije: Qu te ha pasao,


Bruno, que me pons carae estrao y no le habls a tu amigo como acostumbrabas?
-Porque vos, Nicandro -retruc l-, me habs tratao como a un nio no
dicindome lo que deba de haberme dicho cuanto ha, en lugar de dejar que lo
aviriguara por un forastero.
-Ha llegao el momento -dije yo pa mih adentros, pues saba muy bien a qu se
refera; entonces le habl de su mamita.
-Ah! -retruc con amargura-. Aura s por qu ella riega aquel lugar cercae la
puerta con agua del pozo toitoa los das. Cres vos, Nicandro, que lagua quitar esa
vieja mancha y el ricuerdo? Un hombre que eh ombre en cosas como stas, tiene que
obedecerno el de-seoe una madre o de cualquier mujer, sino aquel algo que le habla al
corazn.
-No dejs que un pensamiento como ste te gelva loco -retruqu yo-. Mir,
Bruno, hijoe mi amigo y amigo mo, dej eso que lo arregle Dios, que lo sabe todo y
ricuerda todos los pecaos que cometen loh ombres, y no quier que naides le saque la
latae la mano.
-Quin es este Dios del que habls vos? Acaso lo habs visto alguna vez o
hablao con l pa que me pods decir lo que piensa de este asunto? Yo slo tengo esta
voz en el corazn que me diga y cmo ha de portarse un hombre en tal trance -y se
toc el pecho.; entonces, abrumao por su pena, se tap la cara con las manos y solt el
llanto.
-Ju al udo que leije que no juera a arruinarse de esa manera, del efeto que tendra
su atentado, surtiera o no, sobre la Donata y la Mnica; que les partira el corazn de
pena. Tamin le habl de las cosas que yo haba visto en mis cinco aos de servicio; de
las sentencias crueles que no se pueden enmendar, los tormentos y las muertes que se
infligan. Pa estos males no hay en la tierra rimedios; y l, un pobre muchacho inorante,
qu poda hacer l, eceto de hacerse aicos contra esa torree bronce?
-Contest que dentroe esa torree bronce haba un corazn enlle-noe sangre; y con
eso se ju, rogndome por favor que no le juera a decir una palabra a su mamita que me
haba visto.
-Unos diez das despus, la Donata recibi un recao dl, que lo trajoe la capital un
forastero que iba pal Sur. Bruno mandabaecir que iba a Las Mulitas, un pago como a
unas cincuenta leguah al Oeste de Genoh Aires, a trabajar en una estancia y que
estara ausente algunos meses.
-Sabe por qu haba ido? Viaecirle. Haba oido que el general Barbosa -pues lo
haban ascendido a general- tena unos terrenoh en ese lugar que el gobierno le haba
dao pa recompenzar sus servicios en la fronterael Sur, y que haba gelto ltimamente
de las provincias del Norte a Genoh Aires, y que aura estaba quedndose en Las
Mulitas.
-La Donata no saba nada de todo esto, pero la ausenciae Bruno la tena con
cuidao; y cuando, por ltimo, ella se enferm, yo me resolv a dir a buscar al pobre
muchacho y tratar de persuadirlo a que se golviera a El Omb. Pero en Las Mulitas
supe que ya no estaba ay. Haban agarrao a toitos los forasteros que se hallaban en el
departamento de la frontera pal ejrcito, y tambin agarraron a Bruno, a pesar de su
pasaporte.
-Cuando golv con esta triste noticia a El Omb la Donata risolv dir al tiro a
Genoh Aires pa ver si poda conseguir que lo soltaran. Estaba enferma y era un viaje
largo pa ella a caballo, pero tena algunah amigas que la iban a acompaar y la
cuidaran. Por ltimo, consigui ver al Presidente, e hincndosee rodillas delante de l,
le implor que la dejase tener a su hijo otra vez.

-La escuch el Presidente y le dio una carta pal Ministerio de Guerra. Ay se supo
que haban mandao a Bruno a El Rosario, y se despach una orden pa que lo soltaran al
tiro. Pero cuando lleg la orden ya el infeliz muchacho haba resertao.
-Eso ju lo ltimo que supo la Donatae su hijo. Malici la razn por qu se haba
ido, y saba tan bien, como si yo se lo hubiese dicho, que el haba descubierto el secreto
que ella le haba escuendido tanto tiempo. Pero siendo su madre, no abandon lah
esperanzas, y luch por vivir. Nunca la va que no me preguntara su cara algo que no se
atreva aecir en palabras. Parecaecir: Si sabs nde y cmo muri mhijo, dimel
aura antes que me muera. Pero tambin deca: Si sabs, no me lo digs, pa que la
Mnica y yo podamos seguir esperando hasta el ltimo.
-Yo s, Nicandro -saba decir ella-, que si golviera Bruno no sera lo mesmo... el
hijo al que he perdido. Porque en esa cosa no es como su padre. Podra haber otro
como Valerio? Ni lah alversidades ni lah injusticias podan cambiar su corazn o
amargar su dulzura. Era vivo y alegre como un nio, y cuando nio, Bruno era como l.
Ay mhijo, mhijol Por nde andars? Dios de mi alma, ay, damel otra vez, aunque
sus pobres manos estn manchadah en sangre, pa que estoh ojos puedan verlo antes de
morir!
-Pero Bruno no golvi, y la Donata muri sin verlo.

VII
-Si la Mnica, que qued sola en la casa con el viejo Pascual y su mujer, hubiera
escuchao a los que atraa su bonita cara, podra haber hallao un protector dino della.
Haban algunos ricachones entre los que jueron a hacerle el amor, pero a ella nada le
importaba que tuvieran ganao y tierras, o que cara, o como se vestan. Su corazn
semantuvo fiel a Bruno. Y segua esperando que golviera algn da, no con esa
esperanza medio desganada de la Donata, que no pudo mantenerla viva, sino con una
esperanza que la sustuvo, ayudndola a pasar meses y aos, esperndolo. Esperaba su
llegada como el sereno espera que claree el da. Por las tardes de verano, cuando haba
pasao elcalor, llevaba su costura al lao ajuerae la tranquera y se sentaba horas enteras
con la cara pal Norte. Sindudamente que dese lao habra e venir. Por las noches de
lluvia, y a oscuras, colgaba un farola la par, por si acaso llegarae noche y pasarae
largo, sin ver el rancho en la escurid. No estaba alegre ni viva; estaba plida y
flacuchenta, y esohojos negros, que parecan patacones de grandes, por lo flaca que
estaba, eran ojos que saban sufrir. Pero en todo caso estaba tranquila y tena el aire de
una que, aunque sujeta las lgrimas, las redamara toitas juntas cuando l golviera. Y
golvera tal vez ese mesmo da, y si no se, entonces pal otro, o den, cuando
estuvierae Dios, pensaria ella.
-Haban pasao treh aos dende la muertee la Donata, cuando mont mi pingo una
tarde y enderec pa El Omb; al acercarme a la casa, vide unflete ensillao, que se haba
desataoe la tranquera, y se alejaba al trotecito. Lo segu, lo agarr y lo trujee gelta, y
entonces vide que su dueo era un pajuerano, un viejo soldado, que, con o sin el
permisoe los de la casa, se haba tendido a la sombrae el omb, pa dormir la siesta.
-Haca poco que se haba librao una batalla en el Nortee: la provincia, y los
derrotaos se haban desparramao, cargando suh armas, por toito pas. Este veterano era
uno dellos.
-No dispert, cuando le truje el flete y le grit. Era un hombre de unos cincuenta a
sesenta aos de ed, de pelo blanco, con la cara y las manos enllenas de cicatrices, de
las lanciadas y latazos que le haban pegao en su vida. Haba dejado la carabina
arrimada a un rbol, a unos dos pasos de l, pero no se haba desatao la lata, y lo que me
llam la atencin, mientras lo estuve espiando, sentao a caballo, ju el modo en que

agarraba la empuadura y la remeca, hasta hacerla sonar en su vaina. Tena un sueo


muy intranquilo; le chorreaba el sudor de la cara, rechinaba los dientes y se quejaba y
hablaba palabras que no alcanzaba a oir.
-Por fin, apindome, lo llam otra vez; entonces le grit al odo, y, por ltimo,
agarrndoloel hombro le di un gen sacudn. Entonces, redepente, despert asustao, y
trate enderezarse, y mirndome con una carae loco, me pregunt: Qu ha pasao?
-Cuando le conte su flete, se qued callao un rato, mirando pa-bajo, y se pas la
mano por la frente doh o tres veces. jams en mi vida haba yo visto una cara tan triste.
Por fin habl: Perdonem, amigo; mis odos estaban tan enllenos de una buya que ust
no oye, que no hice mucho caso a lo que ust iba diciendo.
Tal vez sea el gran calor de hoy da, que lo ha enfermao -dije yo-; o que est
sufriendo de algn mal causao por una herida que le habrn pegao en la guerra.
-Ah! -retruc el tristemente una herida que no tiene rimedio. Ha estao ust
alguna vez en ejrcito, amigo?
-Alcanc a servir cinco aos, cuando una herida que me rengue pa toita la vida
me libr de ese infierno.
-Y yo he servido trainta -retruc l-, tal vez ms. S que estaba muy joven cuando
me agarraron, y ricuerdo que una mujer a quien llamaba mamita, solt el llanto cuando
me llevaron. Quin creyera que ojos de cristiano haigan derramao lgrimas por m!
Podr hallar a alguien que ricuerde mi nombre en ese pago all en el Sur? Qu
esperanzas! No tengo a naides ms que ste, dijo, tocando el sable.
-Al caboe un rato sin decir nada habl: Amigo, decimoh en el ejrcito que no
podemoh acer nengn mal, dende que toita la responsabilid la tienen los que nos
mandan; que las cosas que hacemos, por muy crueles que sean, no son ms pecao que el
redamar la sangre del ganao o de loh indios que no son cristianos, y que, por
consiguiente, no cuentan mli ante Dios que si jueran bestias. Decimoh ansimesmo,
que una vez que noh hemos avezao a matar, no slo hombres, sino tamin a los que no
se pueden defender -los enclenques y inocentes, no noh importa nada rimordimiento. Si
juera ans, cmo es tenemos que el Padre Eterno me tormenta antes de tiempo? Le
parece justo? Escuche! Cuantito cierro loh ojos, ya el sueo me trae la esperencia ms
terrible que puede tener un cristiano, de estar en medio de la pelea y no poder hacer
nada, ni moverse. Suena la corneta, por toitas partes se ven milicos y fletes corriendo
pac y pay, como si estuvieran condenaos. Siento un barullo a mi redor, los oficiales
gritan y sacuden sus latones; eh al udo que trato de or la voz de mando; no s lo que
pasa; todo es un entrevero, una nube de humo y polvo, el disparoe caones y un gran
gritero, mientras el enemigo se nos viene encima. Y yo, sin poder moverme! Dispierto,
y poco a poco el barullo y toito eso tan terrible se va, pero gelve otra vez cuantito me
quedo dormido. Qu descanso o qu alivio podr tener? Dicen que el sueo es el
amigoe todo bicho, y que a toitos noh ace iguales, al rico y al pobre, al malo y al
inocente; tamin dicen que ese olvido es como un vasitoe agua fresca a un hombre con
sequa. Pero yo, qu puedoecir yo del sueo? Cuntas veces no me habra libraoe su
tormento si no juera por el miedo que haiga algo pior que este sueo despus de la
muerte!
-Despus de un ratoe silencio, viendo yo que se haba puesto ms tranquilo, lo
convid que juramos a la casa. Veo un humito que salee la cocina -dije-; dentremos,
pa que ust se refresque con un mate, antes que siga su camino.
-Dentramos y hallamos al viejo y a la vieja hirviendo agua en una pava; al ratito
dentr Mnica, y se sent con nohotros. Nunca saludaba que no le brillaran loh ojos
como si juera el mesmo sol que relumbraba en ellos; no haba necesid que me lo dijera
pa saber que me tena amist y que me era agradecida; porque no erae las que se

olvidan del pasao. Ricuerdo lo gena moza que se va ese da en su vestido blanco y con
una florcita colorada. Acaso no le haba dicho Bruno que le gustaba verla vestidae
blanco, y que una flor al pecho o en el pelo era el adorno que ms le sentaba? Y Bruno
podra llegar en cualquier momento. Pero al ver a ese veterano todo canoso en ato
uniforme sucio y tirillento, con aquella gran lata sonando a su lao, y su cara negra
enllenae cicatrices, se inquiet Mnica. Me fij: que se jue poniendo mh y ms
plida, y que a gatas poda despegarle loh ojos de la cara al forastero, mientras hablaba.
-Mientras tomaba su mate nos conte las peleah en que haba estao metido, de
largas marchas sufrimientoh en el desierto, y nombr algunos de los comendantes con
que haba servido. Entre ellos nombr por casualid al general Barbosa.
-Yo no saba,que Mnica jamh haba odo su nombre, y por eso no tuve miedo de
hablar de l. Se haba dicho -dije yo-, no saba si juera cierto o no, que Barbosa estaba
muerto.
-Ah! Sobre ese punto puedoecirle algo -retruc l-, dende que yo cataba en sus
filas cuando le lleg su ltima hora, en la provinciae San Luis, aura doh aos. Estaba
al mando de mil noveciento hom-bres, y toda la tropa qued asombrada cuando
sucedi. No es que haigan llorao su muerte; al contrario, sus soldados le tenan miedo y
estabanfelices de librarse de l. Era mucho ms feroz que la mayora de los
comendantes, y saba ecir a sus prisioneros, como burlndose, que no valan la plvora
que haba de gastar en ellos pa matarlos. No era de eso que nos quejbamos, pero era
muy capaz de tratar a su mesma gente como a un espa o prisionero de guerra. Ms de
uno he visto yo matar con un cuchillo mellao, y Barbosa ispiando, pitando su cigarro.
Ju el modo que muri, lo que noh asombr, porque jams se haba visto morira un
hombre de esa manera.
-Toc el caso que como un mes antes de concluir la despedicin, un soldao, que se
llamaba Bracamonte, ju una vez a medioda con una carta de su capitn pal general.
Barbosa estaba sentao en mangas de camisa en su carpa, cundole entreg la carta; pero
en el mesmo momento,cuando estir la mano pa agarrarla, el hombre tra-toe encajarle
una pualada. El general, echndose atrs, cuerpi el golpe; entonces, de un brinco,se le
ju encima, como un tigre, y agarrndolo por la mueca, le arranc el pual de la mano,
pa enterrarlo en seguida, con la rapidez de un rejucilo,en el garguero del pobre leso.
Cuantito cay, elgeneral, que estaba agachao sobre l, antes desacar el cuchillo les grit
a los que haban venido a ayudarlo, que le trujiesen un vaso. Cuando se levant con el
vaso en la mano y los mir, vieron que tena la cara del blancor de un fierro caldeado en
una fragua, y que le llameaban loh ojos. Estaba juriosoe rabia y grit a toda voz, pa
queoyera toito el ejrcito: Ansina es como yo trato al miserable que quiso redamar mi
sangre! Entonces, con un movimientoe rabia, tir al sueloel vaso cubiertoe sangre,
hacindolo icos, y mand a loh ombres que llevaran pjuera al dijuntoy lo dejaran en
pelota, pa que se lo comieran los caranchos.
-Ans termin el asunto; pero desde ese da, los que lo rodearon notaron un cambio
en el general. Si ust, amigo, ha servido alguna vez bajo sus rdeneh, o si lo ha visto,
sabe la laya del hombre que era... alto y bien hecho, loh ojoh azules y rubio como un
gringo, y con una juerza, aguante y resolucin que admiraba a toito el mundo; era como
un guila entre los otros pjaros..., ese pajarraco que no tiene compasin, que al chillar
espanta a todas lah otras criaturas, y que goza despedazando la carnee su vctima con
suh uah encorvadas. Pero aura lo haba agarrao alguna enfermed misteriosa que le
quit toita la juerza que tena; su cara tena un color plido, enfermizo, y cuando andaba
a caballo iba todo agachado y bambaleado pa un lao y pa otro, como un envinao,y esta
debilid ju empiorando de da en da. Se deca en el ejrcito que la sangreel paisano
quemat lo haba envenenao. Los doctores que acompaaban la despedicin no lo

podan curar, y estole dio tanta rabia a Barbosa, que elloh empezarona temer por sus
propias vidas. Entonces dijeron que no poda ser curao en el campamento como era
debido, y que era necesario dir a algn poblao ande podan curarlo de otro modo; pero a
esto l se neg redondamente.
-Toc el caso que vena con nohotros un veterano que era yerbatero. Era de Santa
Fe, y tena fama por las curas que haba hecho en su pago; pero habiendo tenido la mala
suerte de matar a un cristiano, lo haban tomao preso y estaba condenao a servir dieh
aoh en el ejrcito. Este endividuo les dijo a algunos de los oficiales que l poda curar
al general, y enterndose Barbosa, lo mand llamar y le hizo algunas preguntas. El
yerbatero le dijo que su enfermed era una que los dotores no podan curar. Lo que le
faltaba era el calor natural de la sangre, y slo podra recobrarla sal con el calor de un
animal, y no con rimedios. En un caso tan grave como el de l, el rimedio comn de
meter las piernas y los pieh en el cuerpoe un animal entoava vivo, despus de abrirlo,
no bastaba. Era preciso tener un animal muy grande y meter dentro todo el cuerpoe el
enfermo.
-El general dio su consentimiento; los dotores no se atrevan a curarlo, y se
mandaron a algunos paisanos pa que jueran a buscar un animal grande. Estbamos
entonceh acampaos en un gran llano arenoso en San Luis, y como no tenamos carpah
estbamos sufriendo mucho con el gran calor que haca y con la arena que arrastraba el
viento. justamente en ese lugar el general se haba empiorao, ansina que ya ni poda
montar a caballo siquiera, y aqu tuvimos que esperar hasta que mejorara.
-En seguidita trujieron un toro muy grande y lo ataron a una estaca en el medioe
el campamento. Se estaqui un trechoe terreno de unos cincuenta o sesenta metros,
cercndolo con una soga y tendiendo ponchos sobre ella, en forma de cortina pa que el
ejrcito no pudiera ver lo que estaban haciendo ay dentro. Pero toda la tropa estaba
enllena de curiosid, y cuando voltiaron al toro y se oyeron sus mugidos de dolor, los
milicos y loh oficiales de todas partes a la redonda se jueron acercando al lugar. Haba
corrido la voz que la cura sera al tiro, y muchos se preparaban paclamar al general con
juertes vivas.
-En seguidita, y muy redepente, antes casi que hubieran terminao los mugidos, se
oyeron gritos, y en ese mesmo momento, mientras todoh estbamos mirando medio
asustaos, preguntndonos qu pasaba, el general se aparici en pelota, toito colorao, con
el baoe sangre caliente que le haban dao, empuando en la mano un latn que haba
recogido de paso. Saltando por encimae la soga con los ponchos, se qued parao un
momento; entonces, cuando vido la pila de hombres por delante,se les ju al humo,
gritando a toda voz y reboliando el latn, que a la luz del sol pareca como una rueda
relumbrosa. Lohombres, viendo que estaba loco, arrancaron; l los persigui durante un
trecho de unas cien varas; entonces se le acab aquella juerza sobrehumana; solt el
latn, bambale y cay largo a largo en el suelo. Al principio nades se atrevi a
atracrsele; pero no se movi, y, por ltimo, cuando lo esaminaron, encontraron que
estaba muerto.
-El soldao haba acabao su cuento, y aunque yo tena una pilae preguntas que
hacerle, no lo hice, porque vide lo afligida que estaba la Mnica, que se haba puesto
plida hasta los labios, con las cosas tan terribles que el -hombre noh aba estao
contando. Pero ya haba acabao y luego se ira, porque se estaba dentrando el sol.
-Arm y encendi un cigarillo, y estaba por levantarse del banco, cuando dijo: Me
haba olvidaoe decir una cosa del soldao Bracamonte, quetrate asesinar al general.
Cuantito lo sacaron p ajuera y lo desvistieron pa que se lo comieranlos caranchos, se
encontr un papel pegao al forro e su casaca, que risult ser su pasaporte, porque daba

su descripcin. Deca que perteneca a este pago de Chascoms, ansina que tal vez lo
haigan oido mentar. Se llamaba Bruno de la Cueva!
-Ay, Dios mol Por qu dira esas palabras? Nunca, ms que viva cien aos,
olvidar ese grito, terrible que dio la Mnica antes de cair sin sentido al suelo!
-Cuando la levant en mis brazos, el soldao se golvi y dijo: Qu, la agarra
siempre ese mal?
-No -retruqu-yo-; pero ese Bruno, que no sabamos hasta aura que haba muerto,
era de esta casa.
-Ju la fatalid, que me trujo aqu -dijo l-, o tal vez ese Dios que siempre me ha
hecho la contra; pero ust, amigo, es testigo que yo no cruc esta puerta con el latn
pelao, en la mano, y con estas palabras se despidi y dende ese da no he gelto a
mirarle la cara.
-Al cabo, abri loh ojos la Mnica; pero se me hel el corazn cuando los vide,
pues ju fcil ver que se haba gelto loca; quin sabr si la pena que haba sufrido no
habra sido pior? Algunos se han muertoe pura pena... No ju eso lo que mat a la
Donata? Pero los locos saben vivir muchos aos. A veces pensamos que sera mejor que
estuvieran muertos; pero no es siempre ans... No ju ans, seor, en este caso.
-Sigui viviendo aqu, con los dos viejos, pues dende el principio ju sosegada y
obediente como una niita. Por fin lleg una orden de alguien en Chascoms que tena
autorid, diciendo que los que estaban en la casa tendran que mandarse mudar. La iban
a echar abajo, pa usar el material que se necesitaba pa otra casas que estaban haciendo
en el pueblo. Pascual muri por ese tiempo, y la viuda, vieja y enferma, se ju a vivir
con unos parientes pobres en Chascoms, y se llev a la Mnica con ella. Cuando muri
la vieja, la Mnica se qued viviendo con esa gente: vive con ellos hasta hoy da. Pero
la dejan hacer lo que le da la gana; entra y sale, y la conocen en el pueblo por el nombre
de la loca del Omb. Le tienen cario, porque saben su historia, y Dios ha querido
que se compadezcan della.
-Al verla ust, a gatas creera que juera la mesma Mnica de la que le he estao
contando y que conoca cuando chica, corriendo a patita pelada detrs de lah ovejas de
su padre. Pues, aura, tiene el pelo blanco y la cara enllenitae arrugas.
-Yendo dende aqu en direccin a Chascoms, ust ver al atracarse a la laguna, a
mano izquierda, una barranca sumamente alta, cubiertae matas de hinojo, marrubio y
cardo. Ay est casi todos los das, sentada en la barranca, a la sombrae las matas de
hinojos, mirando palotro laoe el agua. Se lo pasa aguaitando los flamencos. Hay
muchoh en la laguna y andan en bandadas, y cuando abren el gelo y atraviesan la
laguna, volando a flor de agua, se pueden ver suh alas coloradas a mucha distancia. Y
cada vez que ve una bandada atravesando la laguna como una raya colorada, grita de
puro gusto. se es su nico placer... sa es su vida. Y ella es la ltima persona que queda
de toitas las que han vivido en mi tiempo en El Omb.

Apndice
La invasin inglesa y el juego de El Pato
He de decir de una vez que el relato de El Omb es, en su mayor parte, cierto,
aunque los sucesos no ocurrieron exactamente en el orden que yo los he dado. Los
incidentes relativos a la invasin inglesa de junio y julio de 1807 los he narrado casi tal
cual los recib de los labios del viejo gaucho, al que en el cuento he llamado Nicandro.
Eso fue all por el ao sesenta y tantos. Las notas que tom, sin fecharlas, durante mis
plticas con el viejo, de las numerosas ancdotas de don Santos Ugarte, y de toda la
historia de El Omb, fueron escritas, me parece, por el ao 1868, el ao de la gran

polvareda. Tengo ante m, al presente, estas antiguas notas, y se ven muy raras, tanto por
la escritura cuanto por el papel; tambin por lo sucias que se ven, lo que me hace pensar
que el viejo manuscrito debi haberse hallado presente en aquella memorable polvareda,
que recuerdo termin en lluvia, una lluvia que cay en forma de barro flido.
Haba otros viejos viviendo en ese partido, que, de muchachos, haban visto desfilar
el ejrcito ingls en direccin a Buenos Aires, y uno de ellos confirm el cuento de las
mantas que tir el ejrcito, y de las bromas que se haban cambiado entre los soldados y
los gauchos.
Confieso que tuve algunas dudas respecto a la veracidad de lo de las mantas cuando
le de nuevo mis antiguas notas; pero al consultar las actas del Consejo de guerra que
proces al teniente general Whitelocke, publicadas en Londres en 1808, hall que se
referan al incidente. En la pgina 57 del tomo primero se encuentra la siguiente
declaracin, hecha por el general Gower: Los hombres, especialmente los de la brigada
del brigadier-general Lumley, estaban sumamente cansados, y el teniente general
Whitelocke, para permitirles avanzar con mediana rapidez, orden que el ejrcito tirara
sus mantas.
No hay duda, sin embargo, en la evidencia, denotando que las mantas hayan sido
empleadas para reforzar el lecho del ro, a fin de facilitar su travesa por el ejrcito, ni
tampoco da su nombre.
Hay otro punto en la historia del viejo gaucho que bien pueda parecerle muy raro, y
hasta casi increble, al lector ingls, y esto es que a unas pocas millas del sitio por donde
el ejrcito del aborrecido invasor extranjero marchaba a la capital, en la cual reinaba el
mayor alboroto y se haca toda laya de preparativos para su defensa, se hallara un
nmero considerable de hombres entretenindose jugando al pato. Para los que
conocen el carcter del gaucho, esto no tiene nada de increble, pues el gaucho carece -o
careca-absolutamente de todo sentimiento patritico, y consideraba a todo gobernante,
a toda persona revestida de alguna autoridad, como su principal enemigo, y el peor de
los ladrones, desde que no slo le robaba sus bienes, sino tambin su libertad.
A l no se le daba un comino que fuera a Espaa o a Inglaterra a quien su pas
pagara tributo, o que la persona a quien se haba nombrado all lejos, de gobernador o
virrey, tuviera los ojos negros o azules. Se observ que cuando termin el dominio
espaol, el gaucho transfiri su odio a las camarillas de una seudorrepblica. Cuando
los gauchos se afiliaron a Rosas y le ayudaron a subir al poder, se hicieron la ilusin de
que l era uno de ellos mismos y les dara aquella perfecta libertad para vivir sus vidas a
su propio modo, que es su nico deseo. Descubrieron su error cuando era demasiado
tarde.
Fue Rosas quien suprimi el juego de El Pato; pero antes de decir ms sobre este
punto, mejor ser describirlo. Yo jams he visto impresa una descripcin del juego, y,
sin embargo, durante largo tiempo, y probablemente hasta eso de 1840, era el
entretenimiento ms popular al aire libre de la pampa argentina. Sin duda que all tuvo
su origen; se adaptaba admirablemente a los hbitos y a la ndole del gaucho, y al revs
de la mayor parte de los deportes, conserv hasta el ltimo su tosco y simple carcter
primitivo.
Para jugarlo, se mataba un pato o un pollo, o, con ms frecuencia, alguna ave
domstica ms grande, como el pavo o ganso, y se le cosa dentro de un trozo de cuero
fuerte, haciendo as una pelota de forma irregular, dos veces el grandor de un foot-ball,
provisto de cuatro manijas de cuero torcido, y de tamao conveniente para ser agarradas
por la mano de un hombre. Un detalle muy importante era que la pelota y las manijas
fueran tan slidamente hechas, que tres o cuatro hombres a caballo pudieran agarrarlas y
tirarlas hasta desmontarse unos a otros, sin que nada aflojara.

Una vez resuelto en algn pago a tener un juego, y arreglado el punto de reunin, y
habiendo alguien ofrecido a proveer el ave, se mandaba notificar a los vecinos; a la hora
acordada, todos los hombres y mozos, desde algunas leguas a la redonda, acudan al
lugar, montados en sus mejores pingos. Al aparecer en la cancha el hombre que llevaba
el pato, los otros daban caza y luego le alcanzaban y le arrancaban la pelota de la mano;
entonces el vencedor, a su turno, era perseguido y al ser alcanzado, sola haber una
pelea, como en el foot-ball, con la diferencia que los contendientes estaban montados a
caballo antes de derribarse unos a otros al suelo. A veces, en este trance, un par de
jugadores, atolondrados, furiosos por haber sido heridos o vencidos, desenvainaban sus
facones para probar cul de los dos tena razn, o cul era el de ms valer; pero, hubiera
o no pelea, alguien se apoderaba del pato y se lo llevaba, para ser l, en su turno,
acosado. Se recorran de esta manera leguas y leguas de terreno, y, por fin, alguno, con
ms suerte o mejor montado que sus rivales, se posesionaba del pato, y, escabullndose
por entr los paisanos, desparramados por la pampa, lograba escaparse. Era el vencedor,
y, como tal, tena el derecho de llevarse el ave a su casa y comrsela. Esto era, sin
embargo, una mera ficcin: el hombre que se llevaba el pato, enderezaba para el primer
rancho, seguido por todos los dems, y, en seguida, no slo se cocinaba el pato, sino
tambin una gran porcin de carne, para alimentar a los que haban tomado parte.
Mientras se aderezaba la cena, se mandaba a alguien a los ranchos vecinos, para
convidar a las mujeres, y el llegar stas, empezaba el baile, que duraba toda la noche.
Para el gaucho, que se apegaba a su caballo desde la niez, casi con la misma
espontaneidad que un parsito al animal a cuyas expensas vive, el pato era el juego de
todos los juegos... Ni pudo haber sido un juego mejor adaptado para hombres cuya
existencia o cuyo xito en la vida dependa tanto de su equitacin, y cuya gloria
principal era poder mantenerse a caballo en todo apuro, y cuando eso no era posible,
dejarse caer graciosamente y de pie, como un gato. La gente de la pampa le tena una
aficin loca a este juego, hasta que lleg el tiempo en que se le ocurri a un presidente
de la Repblica ponerle fin, y con una plumada lo suprimi para siempre.
Necesitara ser un hombre fuerte el que aboliera en este pas algn deporte al que la
gente fuera aficionada; y fue sin duda, un hombre sumamente fuerte el que suprimi el
juego de el pato en aquella tierra. Si otro cualquiera, ocupando el puesto de jefe de
Estado, durante los ltimos noventa aos, hubiera intentado tal cosa, habra sido el
hazmerrer de todo el pas, y en cualquier parte en que se hubiera pegado un decreto tan
absurdo a las paredes, a las puertas de las iglesias, tiendas y otros edificios pblicos, se
habran visto los gauchos llenndose la boca de agua para espurrear los despreciados
carteles. Pero ente hombre era algo ms que un presidente: era aquel Rosas, apodado
por sus enemigos El Nern de la Amrica. Aunque perteneca de nacimiento a una
distinguida familia, tena una predileccin a todo lo gaucho, y desde joven adopt la
vida semisalvaje de la pampa. Rosas se distingui por su intrpido arrojo; notitubeaba
un momento en lanzarse de su caballo sobre un cimarrn que formara parte de alguna
manada fugitiva contra la cual se hubiera arrojado.
Tena toda la ferocidad innata del gaucho; posea sus feroces odios y prejuicios, y
fue, en realidad, su ntimo conocimiento de la gente con la cual viva, y su afinidad
mental con ella, que le dieron su extraordinaria influencia sobre ellos y le permitieron
llevar a cabo sus ambiciosos planes. Pero, por qu, cuando hubo logrado hacerse
todopoderosos mediante su ayuda, y cuando les deba tanto, y los lazos que lo unan a
ellos eran tan estrechos, les quit su amado entretenimiento? La razn, que parecera casi
ridcula, despus de lo que he dicho del carcter de Rosas, fue que consideraba el juego
demasiado violento. Es cierto quetena (para l) sus ventajas, puesto que haca al gaucho
un peleador recio, atrevido y frtil en recursos, la lava de hombre que ms necesitaba

para sus guerras; pero, por otra parte, causaba tanto dao a los jugadores, y resultaban
tantaa luchas sangrientas y enemistades entre vecinos, que Rosas consider, que era ms
lo que perda con el juego de lo que ganaba.
No haba hombres suficientes en el pas para abastecer sus necesidades; a veces aun
arrancaban de los brazos de sus madres, anegadas en lgrimas, a muchachos de catorce
y hasta de doce aos, para hacerlos soldados; no podan permitir que hombres fuertes y
crecidos estuviesen maltratndose y matndose unos a otros por puro entretenimiento.
Era deber de ellos, como buenos ciudadanos, sacrificar su propio placer por el bien del
pas. Y, por ltimo, cuando terminaron aun veinte aos de gobierno, cuando la gente
estuvo otra vez libre para seguir sus inclinaciones particulares, sin temor a las balas o al
acero fro- generalmente en aquellos das era el acero fro-, los que jugaran el juego
antes, haban tenido asaz de asperezas en su vida, y ahora slo deseaban el descanso y la
comodidad, mientras que los hombres jvenes y los mozos, que jams haban tomado
parte en el juego, ni visto siquiera, nunca cayeron bajo su fascinacin, ni tuvieron
ningn deseo de verlo restaurado.

El nio diablo
La dilatada llanura surcada por alta grama; un vasto disco plano, ya
obscurecindose, rodeado por el horizonte en un crculo tan perfecto como el que
formara una piedrecilla al ser soltada sobre tranquilas aguas. En lo alto, un cielo de
junio, transparente, plido, invernizo, ostentando todava hacia el Oeste los tintes
azaifranados del crepsculo con matices grises, violceos. En el medio del disco se
yergue un rancho, grande, chato, con techo de amarilla totora. En su redor crecen
algunos achaparrados arbolillos, y hay corrales para la hacienda; en las sombras se
vislumbran vagamente las reses y ovejas que descansan.
Al lado de la tranquera est Gregorio Gorostiaga, dueo del rancho, del campo
circundante y de sus rumiantes majadas. Desensilla sosegadamente su caballo, pues
todo lo que hace Gregorio lo hace con sosiego. A pesar de que no hay nadie al alcance
del odo, Gregorio habla continuamente, mientras atiende a su tarea, ya retando a su nervioso animal, ya maldiciendo de sus entumecidosdedos y los apretados nudos en el
apero. Una maldicin cae fcilmente, y no sin cierta gracia natural, de los labios de
Gregorio; es la plumita untada de aceite con la cual lubrica todo nudillo difcil que
encuentra en la vida. De rato en rato, mira, de soslayo a la puerta abierta de la cocina, de
donde parten la lumbre del fogn y conocidas voces, a la vez que llegan hasta las
ventanillas de su natitosos olorcillos de cocina, cual bien venidos mensajeros.
Una vez desensillado su caballo, ste, vindose libre, se aleja al galope, relinchando
gozosamente, a buscar a sus compaeros de potrero; pero Gregorio no es cosa en cuatro
patas para darse prisa, de modo que, pisando despacio y detenindose con frecuencia
para mirar en su rededor, como quien deja muy mal de su grado el aire fresco de la
noche, torna hacia la habitacin.
La espaciosa cocina estaba iluminada por dos o tres candiles y por un gran fuego
que arda en el fogn, en el centro del apisonado suelo; el fuego proyectaba infinidad de
oscilantes sombras sobre los muros, e inundaba la estancia de su grato calor. Haba, fijas
en la pared, una porcin de cabezas de venados, lazos, ristras de ajos y cebollas, hierbas
secas para sazonar, y otros varios objetos. Asndose al fuego haba un trozo de carne,
metido en un asador; y en una gran olla, suspendida de un gancho, con su cadena fija en
la cumbrera, herva y gorgoteaba un ocano de caldo de carnero, que soltaba blancas
nubecillas de vapor, oliendo a hierbas aromticas y cominos. Al lado del fuego, friendo
empanadas en una sartn, estaba sentada, con una espumadera en la mano, doa
Magdalena, la rosada y rolliza esposa de Gregorio. All asimismo, en una silla de alto
espaldar, se hallaba sentada Ascensin, su cuada, una solterona, cuyo rostro estaba
cubierto de arrugas; tambin la suegra, una anciana de blancos cabellos, que miraba
vagamente al fuego. Al otro lado del fogn estaban las dos hijas mayores, ocupadas en
ese momento en cebar mate, aquella inofensiva de coccin amarga, cuyo sorbo ocupa
tantos ociosos momentos, desde el amanecer hasta la hora de acostarse. Las muchachas
eran bonitas, con ojos de paloma, de unos diecisis aos de edad y ambas se llamaban
Magdalena, no por ser se el nombre de pila de la madre, o por gustarles la confusin;
eran Mellizas, y haban nacido el da de Santa Magdalena. Soolientos perros y gatos
estaban dispuestos convenientemente alrededor del suelo, Como asimismo cuatro
chiquilines. El mayor, un hombrecito, estaba sentado en el suelo, con las piernas
estiradas, cortando tientos de una lonja que tena fija al dedo gordo del pie. Los dos que

se seguan de l, varn y mujercita, estaban jugando un sencillo juego de bolas, las


lneas haban sido trazadas descuidadamente en el suelo apisonado, y las piezas con que
jugaban eran pedacitos de greda endurecida, nueve rojas e igual nmero de blancas. La
menorcita, una niita de cinco aos, estaba sentada en el suelo, acariciando a un gatito
que roncaba de contento en su faldelln y guiaba soolientamente sus ojos azules al
luego, y mientras la nia se meca de un lado a otro, cantaba en su vocesita infantil un
antiguo arrullo:
A-ro-r mi nio
A-ro-r mi sol,
A-ro-r pedazo
De mi corazn.
Gregorio permaneci un momento en el umbral de la puerta, contemplando esta
escena domstica con manifiesto placer.
-Papito mo, qu cosa me habs trado? -dijo la nia con el gato.
-Qu cosa ser, interesada? Bigotes tiesos de fro y las manos heladas pa piyiscar tu
carita toita mugrienta. Cmo est su, refro bota noche, mamita?
-S, hijo, hace mucho fro esta noche; eso ya lo sabamos antes que vos dentraras
-repuso la anciana impacientemente, acercando su banco ms al fuego.
-Eh intil hablarle -repar Ascensin- Estando ella de mal humor, se pone ms
sorda que una tapia.
-Qu ha pasado pa ponerla de mal humor? -pregunt Gregorio.
-Yo te lo contar, papito! -exclam una de las mellizas-. No quiso por nada dejarme
armar tus cigarrillos hoy da, y se sent al laoe ajuera pa hacerloh ella mesma. Ju
despus del almuerzo, cuando calentaba el solcito.
-Y, claro, que se qued dormida -terci Ascensin.
-Ay! Dejem a m contarlo, ta -exclam la otra-. Pues se qued dormida y al tiro el
corderito guacho de Rosita y se comi toita la hojahe tabaco que tena en la falda.
-No es ciertol! -grit Rosita, levantando la mirada de su juego-. Yo mesma le abr
la boquita y mir padentro y no haba nenguna hojae tabaco.
-Ay! Ese corderito, ese corderito! -dijo Gregorio socarronamente-. No hay que
estraarse que nohestemos poniendo canosoh antes de tiempo, todos menos Rosita!
Recordame maana, mujer, de llevarlo pande estn lih otrah ovejas,aso ha engordado
con toita esa hojae tabaco, delantares y zapatos viejos que ha comido...
-Ay, no, no, no! -grit Rosita ponindose de pie y dejando las piezas del juego en
confusin en el momento preciso en que, su hermanito haba formado una hilera y
estaba en el acto de tomar triunfalmente una de sus piezas.
-Calla, mhijita, no sas sonsa; l no va a lastimar a tu corderito! -dijo la madre
pausando en su tarea y alzando los ojos, que lagrimeaban con el humo del fuego y del
cigarrillo que tena entre sus bienhumorados labios-. Y aura, si estos chicos han
acabaoe hablar de sus asuntos tan importantes, decime, Gregorio, qu noticias tras?
-Dicen -repuso, sentndose y tomando el mate de manos de su hija- que los indios
invasores traen setecientas lanzas y que los que primero lehicieron frente, jueron toitos
muertos. Algunos dicen que se estn retirando con la hacienda que han matriao; otros
mantienen que estn esperando pa peliar contra los nuestros.
-Oh, mijos, mijos; qu ir a ser dellos
-exclam Magdalena, prorrumpiendo en lgrimas.
-Por qu llors, mujer, antes que Dios te d causa? -replic su marido- Qu, no
han nacido nuestrohijos pa peliar contra el infiel? Nuestro hhijos no son loh nicos...,
todos auhamigos y vecinoh estn en la mesma.

-No me dig vos eso a m, Gregorio, que yo no soy tonta ni ciegal Todos suh
amigosl No habr visto yo mesma al Nio Diablo? Pas a todo galope por aqu,
chiflando como una perdiz que no tiene cuidao. Por qu han de ser enrolaos mis
dohijos, mientras qul, un muchacho sin destino y sin madre que lo llore, se queda
atrs?
-No digs pavadas, Magdalena -repuso Gregorio-. Quejate si quers, que el and y
la puma son ms favorecidos que tuhijos, dende que naides loh ace servir en el
ejrcito; pero no menth al Nio, porque l es ms cimarrn que toito lo cimarrn que
ha criado el Padre Eterno, y no pelea ni de un lao ni el otro.
-Cobardel Sinvergenzal -murmur la encolerizada madre.
En or esto una de las mellizas se puso como la grana, y repuso:
-No eh un cobarde, mama!
-Y si no eh un cobarde, cmo es que se lo pasa sentao al laoe el jogn entre las
mujeres y los viejoh en tiempos como stos? Me da pena or a una hija ma
defendiendo a un atorrante y matrero!
Los ojos de la muchacha brillaron airadamente, pero no dijo una palabra.
-Callate la boca, mujer, y no acuseh a naides de matreriar! -dijo Gregorio-. Que
cada cristiano cuide bien a auh` animales; y en cuanto a los fletes del infiel, eh una
virt robarlos. Lo que dice la nia es la purita verd; el Nio Diablo no eh un cobarde,
pero no pelea con nuestrah armas. La telae araa es tosca y mal hecha comparada con
la malicia qul usa para enriedar a su presa.
Entonces, fijando su mirada en el rostro de la muchacha que haba hablado, aadi:
Por consiguiente, estate alerta a tiempo, mijita, y no caigh en el lazo del Nio
Diablo. La muchacha torn a ponerse como una grana y baj la cabeza.
En ese momento se oy por la puerta abierta el estampido de un caballo galopando;
y tambin el tintineo de un cencerro y los gritos de un viajero que arriaba su tropilla por
delante. Los perros se despertaron, casi volcando a los nios en su afn por salir, y
Gregorio se puso de pie para averiguar quien era el que llegaba metiendo tanto alboroto.
-Yo s, papito -grito uno de los nios. Eh el to Policarpo.
-Tens razn, mijita -dijo el padre-. El primo Policarpo siempre llegae noche.
Y con eso sali de la cocina a darle la bienvenida a su bullicioso pariente.
Luego el viajero, espoleando a su caballo, que espantado de la luz daba bufidos,
lleg a dos pasos de la tranquera. En unos pocos minutos lo desensill, mane a la
madrina y dej a la tropilla que se alejara en busca de pastoreo; entonces los dos
hombres entraron a la cocina.
Bajo, corpulento, de unos cincuenta aos de edad, llevando un chambergo bien
encasquetado en la parte de atrs de la cabeza, con ojos verdosos y truculentos, bajo
cejas arqueadas y peludas, y una nariz contrahecha que descollaba sobre un cerdoso
bigote, tal era el primo Policarpo. Estaba cubierto desde el cuello hasta los pies con un
poncho de pao azul, y calzaba un enorme par de espuelas de plata que rechinaban
sobre el suelo como las cadenas de un presidiario. Despus de saludar a las mujeres y de
echar su bendicin de to a los chicos, quienes lo haban solicitado como si fuera una
merced inapreciable, se sent y terci el poncho exponiendo al cinto un largo facn con
mango de plata y un enorme trabuco.
-Alabao sea Dios, Madalenal -dijo-. Con empanadas y hierbah aromticas, tu
cocina es mh olorosa que un jardin de flores. Ans es como me gusta, pues no he
probao otra cosa que caa en todo este da tan fro. Y los chicos siempre peleando, me
dice Gregorio. Sta geno. Cuando las guilas hallan suh alas, que ensayen suh uas.
Cmo es esto, prima, que te veo do por los muchachos? Entonces, quers que sean
nias?

-S, mil veces! -repuso ella, enjugndose las lgrimas con el delantal.
-Ay, Madalena!, las hijas no pueden ser siempre jvenes y bonitas como ese par de
perdices que tena ay. Se ponen viejas, prima..., viejas y feas y malas, y mh amargas y
intiles quel zapallo cimarrn. Pero yo no hablo de los que estn aqu presentes, porque
por nada dira yo algo que pudiese ofender a mi respetable prima Ascensin, que Dios
guarde muchohaos, aunque nunca se ha casao.
-Ome, Policarpo -repuso la dama ofendida, a quien haba aludido su primo de un
modo tan picante-. No digs nada de m, ni me habls siquiera, y yo har lo mesmo con
vos, porque sabs que si yo quisiera hablar, podra decir miles de cosas de vos.
-Basta, basta, ya las habs dicho tarnin miles de veces! -interrumpi l-. Ya s
todo eso prima; no digamoh otra palabra.
-Ni pido ms -dijo ella, porque nunca jams me ha gustao cambiar palabras con vos;
y sabs vos, sin que haiga necesid de ricordrtelo, que si estoy soltera no es porque
algunoh ombres a quienes podra mentar si quisiera -no hombres muertos, sino vivos no
se habran casao con mucho gusto, conmigo, sino porque prefiero mi libert y la
hacienda que hered de mi padre; y no veo gran ventaja en ser la mujer de uno que es
camorrista, borracho y que gasta la plata de otra gente, y qu s yo qu ms.
-Ya empez! -dijo Policarpo apelando al fuego-. Ya saba yo que haba metido la
pata en algn nido de hormigas coloradasl Eso es lo que me pasa por descuidao! Pero
endeveras, Ascensin ju afortunado pa vos en esos das tan lejanos que tus
pretendientes no hicieron mella en tu corazn. Porque las mujeres, como la hacienda,
que siempre debe ser marcada con la see su dueo, tienen que apriender, primero que
todo, a someterse a sus maridos; y pens no ms, prima..., qu lgrimas!, qu
sufrimientos!
Y habiendo terminado tan de rondn, apoy sus codos en las rodillas y se ocup en
el cigarrillo que con sus dedos entumecidos, y entorpecidos por la caa, se esforzaba por
liar hacia ya ms de cinco minutos.
Ella dio un nervioso tirn al pauelo colorado que llevaba en la cabeza y
desembaraz. la garganta de alguna flema, produciendo a la vez un agudo y corto
sonido como el chillido de una golondrina, cuando...
-Madre de Dos, que me habeh asustao! -grit una de las mellizas sobresaltada.
La causa de esta inesperada exclamacin fue la presencia de un joven sentado
tranquilamente en el banco al lado de la muchacha. Un minuto antes no haba estado
all, y nadie lo haba visto entrar en la habitacin... No era, pues, de admirar que la
muchacha se hubiera sobresaltado! El mozo era enjuto de cuerpo y tena las manos y los
pies pequeos; su cara ovalada, de color de aceituna, era suave como la de una joven,
salvo el incipiente bigote que combreaba el labio superior. En vez de sombrero slo
llevaba una vincha de color de grana en torno de la cabeza, para mantener atrs el negro
polo lustroso que le colgaba hasta los hombros; estaba envuelto en un poncho indio,
blanco, de lava, y cubran sus piernas un par de botas de potro, tambin blancas, con las
lacres borlas de sus ligas bordadas colgando hasta cerca del tobillo.
-El Nio Diablo -gritaron todos a la vez y su apariencia produjo entre los nios
el ms vivo placer. Pero el viejo Gregorio, fingiendo estar enojado, exclam:
-Por qu te dejs cair siempre de esta manera tan a escondidas, Nio, como la
lluvia que pasa por un techo que ale llueve? Guard esas cosas pa tus visitah al pas de
los infieles; aqu semos todos cristianos y alabamoh a Dios cuando llegamoh a la
tranquera del ranchoe un vecino. Geno, Nio qu noticias tens de los indios?
-Yo no s nada y menos me importa -repuso la visita riendo levemente.
De pronto, todos los nios lo rodearon, pues consideraban que el Nio les
perteneca a ellos y no a los mayores con sus solemnes plticas de la guerra con los

indios y de caballos perdidos. Y aura, aura -se decan-, terminar aquel maravilloso,
cuento, tan largo en contar, de esa niita perdida. en el desierto, solita su alma y rodeada
de todos los; animales salvajes que se haban reunido para discutir lo que haran con
ella. Era un esplndido. cuento; hasta la madre escuchaba, aunque pretenda, todo el
tiempo, estar slo pensando en frer sus empanadas; y el narador, como los grandes ysus
emp viejos historiadores de otros tiempos, pona sus ms elocuentes dichos, tomados
todos de su cabeza, en boca -y en picos- de los diversos protagonistas: pumas,
avestruces, venados, carpinchos y otros cuantos.
En medio del cuento, se anunci la cena, y todos se acercaron de buena gana
alrededor de una fuente de aquellas empanadas hechas por Magdalena, rellenas de carne
picada, huevo duro cortado en pedacitos, pasas de Corinto, todo bien aliado. Despus
de las empanadas se sirvi el asado; y, por ltimo, grandes platos de caldo de carnero
oliendo a hierbas aromticas y cominos. Saciado el apetito, cada uno, repiti una
oracin; los mayores murmurndolas con cabeza inclinada y los nios de rodillas,
levantando sus vocecitas agudas. Entonces, en conclusin, sigui la medio religiosa
ceremonia diaria, en que cada nio, por turno, pide la bendicin al padre, a la madre, a
la abuela, al to, a la ta, y, en este caso, ni omitiendo al Nio Diablo de malsonante
nombre.
Los hombres sacaron sus tabaqueras y empezaron a liarse cigarrillos, mientras los
nios volvironce a acercar al narrador, sus rostros resplandecientes de anticipado
placer.
-No, nol -exclam la madre- No ms cuentos esta noche... a la cama, a la cama!
-Ay, mama, mama! -exclam, Rosita luchando por desprenderse de su brazos, pues
la buena mujer se haba lanzado entre ellos para hacerse obedecer-. Ay, djeme
quedarme hasta que acabe el cuento, mamita! Si supiera ust las cosas que ha estao
diciendo el gato pampeanol Ay, qu irn a hacer con la pobre niita!
-Y ay, mamita ma! -solloz soolientamente su hermanita-. Y el peludo que no...,
que no dijo nada porque no tena nada que decir, y la perdiz que silbaba y dijo... -y aqu
prorrumpieron en un prolongado sollozo. Los hombrecitos tambinaadieron sus voces
al coro general, hasta que la gritera se hizo inaguantable, y Gregorio se puso de pie y
pidi su rebenque; fue slo entonces que cedieron, y siempre sollozando y dirigiendo
muchas vidas miradas hacia atrs, fueron llevados de la cocina.
Durante esta escena, el Nio se haba estado se. creteando con la bonita Madgalenel
de su preferencia, sin preocuparle en lo ms mnimo el alboroto, del cual era
indirectamente la causa; sordo era tambin a los punzantes comentarios que lanzaba
Ascensin respecto a gentes que, no teniendo. hogar propio, eran aficionados a hacerse
los convidados en casa ajena, y que pagaban dicha hospitalidad robndose el amor de
las hijas sonsas, y enseando a los hijos a sublevarse contra la autoridad paternal.
Pero el bullicio y la confusin haba servido para despertar a Policarpo de su
modorra; pues, como una boa, se haba hartado despus de su largo ayuno, y la cena le
haba adormecido. Volvindose a su primo, le cuchiche gravemente:
-Quin es este joven, Gregorio?
-En qu rincn del mundo te habs vos escondido que pregunts quin ehel Nio
Diablo? -replic el otro.
-Es que debo conocer entprices la historiae toitos los perros y gatos en la vecind?
-El Nio no es ni perro ni gato, primo, sino un hombre entre hombres, como un
falcn entre lah aves. A la ede seis aos loh indios mataron a toitos sus parientes y se
lo llevaron cautivo. Despues de cinco aos de cautiverio, se juy dellos, y, guiao por el
sol y lah estrellas, enderies pal pas de los cristianos, trayndose muchos lindos fletes,

que les rob; tamin trajo el nombree Nio Diablo quellos le dieron. No le conocemos
nengn otro.
-St geno el cuento; me gusta..., me gusta mucho -dijo Policarpo-. Y qu ms,
Gregorio?
-Ms de lo que te puedo contar. Cuando l se arrima a este rancho, los perros no
torean... quin sabe por qul sus pisadas son ms calladitas que las de un gato; pa l el
caballo cimarrn se gelve manso. Siempre est metido ande hay ms peligro, y, sin
embargo, no le pasa nada, ni siquiera un rasguo. Por qu? Porque se agacha como el
falcn, da su golpe y gela, slo Dios sabe nde!
-Qu cosas tan raras son estas que me ests contando, Gregoriol Eh
estraordinario!; y qu otra cosa?
-Con fricuencia enderiesa pal pas de loh indios y vive con toa libert entre ellos,
disfrasao. Le hablan a l del Nio Diablo, dicindole que apenas pillen al ladrn lo
cueriarn vivo. Leh escucha sus cuentos, entonces los deja, llevndose sus mejores
ponchos y enchapados, y la flor de sus fletes.
-Valiente el muchachol Ans me gustan, Gregorio! Qu el cielo lo defienda y
Dios prospere toitas sus despidiciones al territorioe loh indios! Antes que me vaya esta
noche le dar un abrazo y le ofertar mi amist, que val algo. Decime algo ms,
Gregorio!
-Te digo estas cosas pa qu esth alerta; mucho, cuidado con tus caballos, primo.
-Pucha! -gritel otro, alzndose de su postura en cuclillas. y mirando a su pariente
con asombro, a la vez que se le encendan los ojos en clera.
La conversacin se haba sostenido en voz baja, y la fuerte y repentina interjeccin
de Policarpo sobresalt a todos..., a todos menos al Nio, quien continu fumando y
platicando alegremente con las mellizas.
-Ay, juna! Qu ju lo que dijiste, Gregorio? -prosigui Policarpo, dndose fuertes
palmadas en el muslo y requintndose el chambergo.
-Mucha prudencial -murmur Gregorio-. No digs nada que ofenda al Nio; jams
perdona a un enemigo... que tenga tropilla.
-No me habls de prudencia a m! -vocifer el otro- Me tocs en lo vivo y
entoava me aconsejs prudencial! Pucha! No habr yo, a quien la gente llama
Policarpo del Sur, luchao con los pumas en el desierto, y quers vos decirme que tengo
que quedarme callao ante un mocoso... un mocosoel diablo? Decime lo que quers,
primo, y soy mansito... mansito como un nioe teta; pero no trats de mis fletes, porque
entonces soy un torbellino, un incendio, un ro que se desborda; toda juria y crueld,
como un maln de indios! No hay quien se me ponga por delante! Ni costillas de acero
protegen entonces! Mir este facn! Sabs por qu est la hoja manche sangre?
Escuch! Porque ha sido enterrao en el corazn de un ladrn Y con eso desenvain su
largo facn y lo blandi furiosamente tirando tajos y reveses a un adversario imaginario,
suspendido en el aire, sobre el fogn.
Las bonitas muchachas, plidas del susto, enmudecieron, temblando, como las hojas
del lamo; la abuela se alz de su banco, y agarrando su chal, sali precipitadamente del
aposento, haciendo pinitos, como los nios, a la vez que Ascensin dejaba escapar un
resoplido de desprecio. Pero el Nio continu platicando y sonriendo, mientras tenues
nubecillas de humo escapaban de sus labios. No prest la menor atencin a la tormenta
que se armaba delante de l, hasta que el hombre de guerra, vindolo tan sereno,
envain su cuchillo, y mirando en torno suyo y bajando la voz a su diapasn habitual,
inform a sus oyentes que su nombre era Policarpo, conocido y temido por todo bicho
viviente, especialmente en el Sur; que estaba dispuesto a vivir en paz y amistad con toda

la raza humana, y que, por consiguiente, lo consideraba desrazonable que algunos


hombres lo siguieran por el mundo, pidindole que los matara.
-Tal vez -concluy con cierta irona piensen que yo gano algo con matarlos. Eh un
error, mis genos amigos; no gano nadal No soy carancho yo, y sus cadveres no me
sirven pa nada.
En terminando Policarpo de decir esto, el Nio, de repente, hizo ademn de
imponer silencio, y volviendo el rostro hacia la puerta, con las narices dilatadas, sus
ojos parecieron engrandecer y ponerse luminosos, como los de un gato.
-Qu os, Nio? -Pregunt Gregorio.
-Oigo el chillidoe los teros -repuso.
-Tal vez le estn chillando a un zorro no ms, -dijo el otro- Pero and a la puerta,
Nio, y escuch.
-No hay necesid -replic el Nio, dejando caer la mano y desapareciendo aquella
repentina agitacin que haba iluminado su rostro-. Es slo un paisano a caballo que
viene en esta direccina todo galope.
Policarpo se puso de pie y fue a la puerta, diciendo que cuando uno se encontraba
entre ladrones, era preciso cuidar bien su hacienda. Entonces volvi y torn a sentarse.
-Tal vez -repar, con una mirada de soslayo al Nio- sera mejor aguaitar al ladrn.
Eh una mentira, Gregorio, esoe los teros; los teros no estn gritando, ni tampoco hay
naides a caballo que venga al galope. La noche est serena, y la tierra calladita como el
sepulcro.
-S prudentel -volvi a cuchichear Gregorio-. Ay, primo! Siempre traveseando,
como un gatito; cundo irs a ser hombre maduro y serio?Qu, no pods ver una
culebra durmiendo sin golverte a un lao para moverla con la pata pelada?
Por raro que parezca, Policarpo guard silencio. Una larga experiencia de peleas le
haba enseado que estos hombres insensibles eran, con bastante frecuencia, como
culebras venenosas, rpidas y mortferas cuando se les despertaba. Se puso a observarlo
disimuladamente.
Todos escuchaban ahora con atencin. Entonces dijo Gregorio:
-Contanos, Nio: qu vocecitas, finas como el zumbido de un mosquito, os vos
venir de ese gran silencio? Es que la comadreja en su cueva ha puesto a dormir a
suhijitos, mientras ella va enbuscae un nidoe calandria? Se han encontrao el zorro y
el peludo, pa desafiarse a nuevas pruebas de juerza y de astucia? Qu est diciendo en
este momento el lechuzn a su china, mientras alaba a sus grandehojs verdosos?
El mozo sonri levemente; pero no contest, y durante unos cinco minutos todos
escucharon, hasta que se oyeron acercarse cascos de caballos. Los perros se pusieron a
ladrar, los caballos a dar resoplidos, y Gregorio se alz de su asiento y sali a recibir al
roncador nocturno. Luego se apareci ste, azotando con su rebenque a los enfurecidos
mastines que ladraban en rededor; era un hombre de rostro plido y cabellos
desordenados, y espoleaba furiosamente a su caballo, como un loco, o como quien huye
de una pandilla de bandidos.
-Ave Maral -vocifer, y cuando oy el Sin pecado concebida, el desconocido,
con cara desencajada, se acerc, e inclinndose del caballo dijo:
-Digam, amigo: est con ustedeh uno a quien llaman el Nio Diablo? Porque me
han dicho que en este rancho lo hallara.
-St all adentro, amigo -repuso Gregorio-Sigam noms, y lo ver con sus propios
ojos. Pero vea, amigo, desensille primero, pa que se revuelque su flete antes que se le
saque el sudor.
-Cuntos fletes no -he corrido esta noche en la ltima carrera que jamh echarn,
por este asunto! -manifest el desconocido, quitndole rpidamente la montura y los

pellones al caballo-. Pero, dgame otra cosa, amigo: est geno y sano el Nio
Diablo...? No est enfermo? No ha tenido nengn percance, al.-n geso roto o un pie
torcido?
-Amigo -repuso Gregorio-, heodo que hace una puntae tiempo le pas una mano a
la luna; pero jams he odo que le haiga pasao una al Nio Diablo.
Asegurado sobre este punto, el desconocido sigui al dueo de casa a la cocina,
hizo sus saludos y se sent al lado del fogn. Era un hombre de unos treinta aos, buen
mozo, de rostro macilento, los ojos inyectados, sus modales intranquilos, y se vea como
uno a quien una gran calamidad ha vuelto medio loco. La hospitalaria Magdalena le
sirvi algo y le inst a que comiera. Consinti, aunque mal de su grado, y engull su
cena en pocos momentos, murmurando despus una oracin; entonces, ojeando con
curiosidad a los dos hombres sentados cerca de l, se dirigi al corpulento, bien armado
y temible Policarpo: -Amigo -dijo, aumentando su agitacin a medida que hablaba-,
hace cuatro das que lo ando buscando, sin comer y sin descansar, tan grande es mi
necesid que ust me ayude. Slo ust, despus de Dios, puede ayudarme. Aydeme en
este trance, y la mit de toita mi hacienda ser suya, y los angeles del cielo celebrarn su
hazaa.
-Qu, est ust loco o borracho? -pregunt Policarpo.
-Seor -repuso el desconocido con gravedad-, no he probao vino hace muchos das,
ni tampoco me ha gelto loco mi gran pena.
-Entonces, qu es lo que le pasa a este hombre? -musit Policarpo-. Hum! Tal vez
sea miedo, porque tiene la cara blanca como uno que ha visto a loh indios.
-Ahl Lohe vistol Ju uno de los desgraciaos que primero leh icieron frente, y la
mayor parteir e loh amigos que me acompaaron sirven aura de comida pa los perros
cimarrones. Ande estaban nuestros ranchos, slo quedan cenizas y manchas de sangre
en el suelo. Oh, amigo!: qu, no endivina por, qu pens slo en ust cuando me pas
esta gran desgracia..., por qu he andao da y noche buscndolo?
-Ay juna! -exclam Policarpo-, en qu pantano quedr meterme este hombre? Una
vez por toas, le digo que no le entiendo. Djeme en paz, pajuerano, o peliaremos! aqu
toc significativamente su arma.
En esto, Gregorio, que siempre obraba con calma en todo, lo crey oportuno
intermediar: -Usted est equivocado, amigo -dijo-; el Nio Diablo, por quien me
pregunt, eh el mozo que est sentao a su izquierda. Una expresin de asombro,
seguida por otra de intenso alivio, cruzaron el rostro del desconocido, y volvindose al
joven, dijo: -Perdneme, amigo, que me haiga equivocao; tal vez sea la pena laque me
ha nublao la vista; pero a veces no podemos distinguir entre
la hojae fierro y la de acero. Es slo cuando lah emos probao que descubrimos
cul es la de fierro y tirndola al suelo, guardamos lotra y les confiamos nuestras vidas.
Las palabras que yo he dicho eran pa ust, ust lah a odo.
-Dgame en qu puedo servirlo -pregunt el Nio.
-Qh, seorl Usted puede hacerme el servicio ms grande. Puede devolverme a mi
mujer, que he perdido. Los salvajes se la han llevao cautiva. Qu puedo hacer pa
salvarla...,yo que no puedo hacerme invisible, ni volar como el viento? -aqu inclin la
cabeza y cubrindose el rostro, se abandon a su gran pena.
-Anmese, amigo! -dijo el otro, rozndole suavemente el brazo-. Yo se la
degolver.
-Ay, cmo puedo agradecerle eso que dice! -exclam el infeliz hombre,
agarrndole la mano y apretndola.
-Digam cmo se llama su mujer..., descrbamela.

-Se llama Torcuata. Torcuata de la Rosa. Ser un dedo mh alta que esta nia -dijo,
sealando a una de las dos mellizas, que estaba de pie-; pero no es morena; tiene las
mejillas coloradas... No, no! Me olvido que aura estarn blancas, ms blancas que la
cuajada, y con manchas oscuras debajoe lohojos. Tiene el pelo castao y loh ojoh
azules, pero muy, muy escuros. Mrelos con atencin, amigo, no vaya a ser que los crea
negros y la deje all que se muera.
-Nunca! -terci iGregorio, sacudiendo la cabeza.
-Basta, amigo! Basta con lo que me ha dicho -dijo el Nio, lindose un cigarrillo.
-Basta! -repiti el otro asombrado-. Pero esque ust no sabe; ella es todo pa m;
ust tiene mi vida en sus manos. Haba ido a pagarle los sueldos a los puesteros, cuando
loh indios se dejaron caer redepente, y quemaron mi rancho en la Chilca, a lorilla el
Languey, y se llevaron cautiva a mi mujer, mientra y estaba yo ausente. Pero se leh
han escapao a loh infieles ochocientas reses, que quedaron rezagadas, y la mit sern pa
ust, adems de la mite toita mi hacienda.
-Reses! -repuso el Nio sonriendo y acercando un tizn vivo a su cigarrillo- Tengo
bastante que comer, sin tener que molestarme cuidando que comer, ganado.
-Pero si le he dicho que tengo otras cosas tamin -dijo el desconocido con tono de
afliccin.
El joven se ri y se alz de su asiento.
-Oigam! -exclam- Viaura mesmo a perseguir a loh indios... Tal vez me
entrevere con ellos. Estn retirndose despacio, no pudiendo dir ligero con cuanto han
robao. En quince das vyase al Tandil y esperem ay. En cuanto a tierras, si Dios leh a
dao tantas a los anduces, no es cosa de mucho valor.
Entonces se inclin hacia la muchacha que estaba a su lado, para decirle algunas
pocas palabras al odo, y en seguida, dirigiendo un simple buenas noches- a los dems,
sali ligeramente de la cocina. La muchacha, por otra parte, tambin se precipit de la
habitacin, para ocultar sus lgrimas del ojo avizor de su madre y su ta. Entonces, el
desconocido, reponindose del asombro que le causara la terminacin tan brusca de la
pltica, se levant gritando en alta voz:
-Esperes...! Esperes un momentito, una palabrita ms! -y sali precipitadamente
en pos del mozo. Vio al Nio a cierta distancia del rancho, a caballo, inmvil, como si
esperase para hablarle.
-Esto es lo que queraecirle -indic el Nio, inclinndose hacia el desconocidoGlvase a Languey y redifique su rancho, y aguardem hasta que le traiga a su mujer
en un mes ms. Cuando le dije que juera al Tandil en unos quince das ms, ju slo pa
engaar a ese mal intencionao de Policarpo. Cmo podra yo andar cien leguas de ida y
otras cien de gelta en quince das? No le diga palabra a naides de todo esto. Y no tenga
cuidao si era que no gelgo con su mujer en la fecha que le he di tome un pocoe plata
que me ha ofertao y pidal a algn cura que diga una misa por el reposoe mi alma;
porque si ans juera, misa pnengn hombre jams me ver otra vez, y los caranchos se
estarn quejandoe que ya no queda carne en mis guesos.
Durante este breve coloquio, y despus, cuando Gregorio y su familia se fueron a
acostar, dejando al desconocido que durmiera en la cocina, sobre sus pellones, al lado
del fogn, Policarpo, quien haba jurado rotundamente no cerrar los ojos en toda la
santa noche, se ocup en asegurar a su tropilla. Arrendola a su casa, at a los caballos a
la tranquera, a unos ocho metros de la puerta de la cocina. Entonces se sent al lado del
fogn fumando y dormitando; maldijo a su boca seca y asoolientos ojos, que tanto le
costaba mantener sus abiertos. Alrededor de cada quince minutos se alzaba de su asiento
y sala de la cocina, para asegurarse si la tropilla estaba siempre all. Por ltimo, al
levantarse, un poco despus de medianoche, su pie tropez con algn objeto de metal;

era un cencerro singularmente parecido al que tena atado a la madrina de su tropilla.


Llevndolo consigo, se dirigi a la puerta, y mirando afuera, vio que la tropilla haba
desaparecido! Ocho caballos; siete tordillos, cada uno rpido y seguro, sanoscomo el
cencerro que llevaba en la mano, y taniguales uno con otro como lo seran siete huevos
de color de clarete en el nido de un tinam; y el octavo, la mansa yegua overa, la
madrina a la cualsus caballos amaban y hubieran seguido hasta el fin del mundo, ay!,
ella tambin haba desaparecido, montada por ese maldito ladrn.
Se precipit afuera gritando como un loco y profiriendo maldiciones; y, por ltimo,
para terminar, arroj el cencerro, que ahora de nada le serva, a la tranquera, hacindolo
aicos. Oh, aquel, cencerro! En cuntas ocasiones y en cuntas pulperas no se haba
preciado, ya ebrio, ya en su sano juicio, de su melodioso sonido de largo alcance, aquel
expresivo son que en el silencio de la noche le comunicaba que su querida tropilla
estaba segura! Ahora salt encima de los trozos del cencerro, enterrndolos en la tierra;
en su furia, habra sido capaz de desenterrarlo otra vez, para molerlos hasta hacerlos
polvo con sus dientes.
Los nios, inquietos, rebullan en su camas, soando de la niita perdida en el
desierto; y el desconocido, medio despert, murmurando:
-Animo, Torcuata..., que no se te rompa el corazn..., alma de mi vida, el Nio te
traer de vuelta... sobre mi pecho, rosa fresca, rosa frescal! Entonces las manos
volvieron a desplegarse, y el murmurio se apag.
Gregorio despert enteramente, y adivin al instante la causa del clamoreo:
-Madalenal Mujer! -exclam-. Escuch a Policarpo; el Nio lo ha hecho pagar su
insolencial Qu tonto, le previne y no me hizo caso!
Pero Magdalena no quiso despertar, y as, escondiendo la cabeza debajo de la
colcha, Gregorio le hizo temblar la cama de sofocada risa, tanto le agradaba la que le
haba jugado el Nio al baladrn de su primo. Ces de sbito la risa y asom la cabeza
otra vez, revelndose a la escasa luz del madrugar un rostro preocupado y, solemne,
pues haba pensado de repente en su bonita hija, que dorma en la pieza vecina.
Dormira? Era ms que probable que estuviera bien despierta, pensando en su dulce
amante, cuyo caballo en ese momento, en su arrancada hacia el Sur, estara rozando con
sus cascos el roco del blanquecino pasto de la pampa, dirigindose a todo correr
alcorazn de aquella vasta soledad. Tal vez su hija tambin escuchara al bandido de su
to, dirigiendo apstrofes a las estrellas, mientras que con su facn haca en la tierra dos
profundos tajos, de unas tres varas de largura, en forma de cruz, smbolo sagrado, sobre
el cual, al terminarlo, pensaba jurar y una horrible venganza. -Falta -murmur
Gregorio- que el Nio no vaya tambin a jugrmela a m en este rancho.
Cuando supo el desconocido al da siguiente lo que haba pasado, pudo mejor
comprender la razn por la cual el Nio, le haba dado esa precaucin la noche anterior;
ni le desconcert, por cuanto le pareca que era mucho mejor que un hombre malicioso
perdiera su tropilla, a que el Nio emprendiera una aventura como sa mal montado.
No debo olvidar -pens Policarpo, al alejarse en un caballo que le haba prestado
su primo- estar en el Tandil en quince das, con mi facn bie afilao y mi trabuco cargao
con un puaoeplvora y con no menos de veintitrs balitas.
El tal Policarpo del Sur, como vemos, no entenda de bromas. Se hall presente
en el lugar de la cita al tiempo sealado, balitas y todo; pero el imberbe y misterioso
Nio Diablo no acudi, y an ms raro todava, tampoco se present el tal de la Rosa de
cara asustada, para encontrarse con su perdida Torcuata. En la noche del quinzavo da,
de la Rosa estaba en Languey, en el nuevo rancho que acababa, de reedificar, con la
ayuda de algunos pocos vecinos. Durante toda aquella noche permaneci sentado a
solas, al lado del fogn, meditando sobre muchas cosas. Si slo pudiera recobrar la

esposa que haba perdido, dira un largo adis a aquella desolada frontera, y la llevara
al otro lado del mar, a aquella casa de campo de piedra, sombreada por los rboles de
Andaluca, que haba abandonado de muchacho, y donde sus viejos padres an vivan,
jams pensando que fueran a ver otra vez al hijo vagabundo. Haba tomado una
resolucin: vendera todo lo que tena, todo, menos una porcin de terreno en Languey,
con el rancho recin construido; y al Nio Diablo, su libertador, le dira: Vea, amigo,
aunque ust desprecia las cosas que otroh estiman, tome este pedazo de terreno y este
pobre rancho; hgalo por la nia Magdalena, a quien ama, pueh entonces tal vez sus
padres no se la negarn.
Todava meditaba sobre estas cosas, cuando algunos pechi-rojos -aquel alegre
cantor de la solitaria pampa- se posaron sobre el techo de totora de su rancho, entonando
su jovial y atolondrada msica invernal, y avisndole que estaba amaneciendo. Y todo
aquel da, bien fuese a caballo o a pie, sus pensamientos estaban con su Torcuata; y
cuando se acerc la noche, su corazn estaba enfermo de la ansia e incertidumbre, y
subiendo por la escalera apoyada en el alero del rancho, se par en el techo, mirando
hacia el, Oeste, a la azulina lontananza. El sol, grande y de color encarnado se hundi en
el enorme mar verde de grama, y de todas partes de la pampa se elevaban las dulces
notas silbadas del tinam, reclamndose los unos a losotros.
Ay, si slo yo pudiera penetrar la bruma, con -murmur-, que pudiera ver a unos
cien la vista leguas de distancia y mirar en este momento a tu querida cara, oh,
Torcuata!
Y en efecto, Torcuata estaba en ese momento a cien leguas de distancia; y si la
maravillosa vista que deseaba de la Rosa le hubiese sido concedida, esto es lo que
hubiera visto: Una llanura, vasta y estril, escasamente poblada de amarillos penachos
de grama y espinosos arbustos, y en su extremo meridional, obstruyendo por ese lado la
vista, una cadena de bajos cerros, en forma de dunas. Sobre esa llanura, hacia la cadena,
muvese un grupo de hacienda -quince o veinte mil cabezas-, siguindolos una
esparcida horda de salvajes, armados de largas lanzas. En el centro, formando un
pequeo y compacto cuerpo, cabalgan los cautivos, mujeres y nios. En el momento
preciso en que el orbe encarnado toca el horizonte, atraviesan la cadena y, eh all!, un
dilatado y hermoso valle, con manadas y rebaos pastando, y algunos rboles aqu y
all, y el azulino reflejo de agua de una serie de lagunas. All, en plena vista, est la
toldera de los indios, con el humo elevndose tranquilamente de ella. A la vista de la
querencia, los salvajes prorrumpen en fuertes y triunfales gritos de placer, a los que
responden, mientras van acercndose, estridentes alaridos de bienvenida lanzados por
sus moradores, consistiendo en su mayor parte en mujeres, nios y viejos.
Es pasada la medianoche; ya se ha puesto la luna nueva; las ltimas llamaradas de
los fogones van apagndose; los -gritos y el agitado vocero han terminado, y los
fatigados guerreros, despus de haberse hartado comiendo la dulce carne de yegua, se
han quedado dormidos en sus toldos, o tendidos en el suelo, afuera de ellos. Slo los
perros estn todava excitados y mantienen un incesante ladrido. Aun las cautivas, todas
amontonadas en un mismo toldo, en el centro del campamento,cansadas, despus de su
largo y rudo viaje, por ltimo, sollozando, se han quedado dormidas.
Finalmente, una de los atribuladas mujeres, despierta, o media despierta, soando
que alguien la ha llamado por su nombre. Pero, cmo? No puede ser! No obstante, su
propio nombre parcele zumbar en sus odos, y, por fin, enteramente despierta, se pone
a escuchar intensamente. Otra vez oye: Torcuata!, en una voz finsima, como el sonido
que produce la trompetilla de un mosquito, pera tan aguda y clara que le hormiguea los
odos.

Se endereza, y de nuevo se pone a escuchar, y una vez ms oye Torcuata!.


Quin habla? pregunta ella pavorosamente, en voz baja. la voz, siempre fina y
pequea, responde: Sal de entre las mujeres y and hasta que toqus el toldo.
Temblando de susto obedece, y se desliza por entre las mujeres y los nios, que
duermen, hasta que topa el lado del toldo. Entonces la voz cuchichea otra vez: Segu
alrededor del toldo, hasta que veas una rayita de luz por una hendija al otro lado. De
nuevo hace lo que se le ordena, y cuando llega donde est la rayita por donde pasala
tenue luz, la bendija se abre de repente y penetra un brazo, que circunda su cintura: y al
instante es sacada afuera y ve las estrellas en lo, y a sus pies, negruzcas formas de
hombres, que duermen, envueltos en sus ponchos; pero nadie despierta, no se da
ninguna alarma, y en muy pocos minutos est montada a caballo, a horcajadas, y en
pelo, volando por la obscura llanura, con el nebuloso bulto de su misterioso libertador a
unos pasos adelante, arriando como veinte o ms caballos. El Nio Diablo slo ha
pronunciado unas cuatro palabras desde que libert a Torcuata, pero ellas han bastado
para hacerle saber que la est llevando a Languey.

El cuento de un overo
Este cuento es toitoe un overo. Hay gente que, como los pjaros, bajan en
bandadas, andan a brinquitos, chillando, engullen su semilla y entonch abren el gelo,
olvidando lo que han tragao. A m no me gusta esparramar mais pa gente como sa.
Con ust, amigo, eh otra cosa. Otros podrn rairse, si quieren, del viejoe muchos
cuentos que mete todo en su memoria. Yo tambin puedonairme, sabiendo que todo lo
ordena el destino; sino juera por eso, podra largarme a llorar.
-Qu cosas no he visto! Haba ese overo, que muri hace ya una puntae aos;
podra llevarlo al lugar mesmo ande saban estar sus gesos blanquindose al sol. Aura
crece ay una ortiga; slo ayer la vide. Qu cosas tan importantes son stas que yo las
ricuerde y platique dellas! Los gesos de un caballo muerto y una ortiga; un pajarito
que se cae el nido en la noche, y que a la maana siguiente lo incuentran muerto; un
panaderoe cardo soplao por el viento; una ovejita que se ha rezaga e la majada,
balandoe noche, entre los cardaleh, ande slo loye el zorro o el perro cimarrn! Tal
vez sean pequeeces, pero nuestras vidas, seor, qu son entonces? Y la gente que
hemos conocido, loh ombres y las mujeres que noh an platicao y noh an tocao con sus
manos vivah y tibias..., loh ojos enllnos de vida y los labios coloraos! Podemos tirar
esas cosas al juego, como hojas secas? Podemoh acostarnos enllenos de pena por
ellos, quedarnos dormidos y levantarnoh a la maana siguiente como si tal cosa? Ay,
amigo!
-Pero vamoh al cuentoel overo. Haba una hierra en lo del vecino Sotero, y de una
tropae tres mil cabezas haba que apartar toitos los terneros para marcarlos. Despus
deso, a cenar, y entonces, baile. Al clariar el da noh arrejuntamoh unos treinta, todoh
amigos y vecinos, phacer el trabajo. Slo haba un paisano, a quien naides conoca. Se
arrejunt con nohotros, mientras enderezbamos pal rodeo; era joven, bien hecho, bien
parecido y empilchao como pocos podan hacerlo en esos das. Su flete llegaba a
relumbriar con el chapeo que llevaba encima. Y qu pingo, amigo! He visto la mar de
fleteh en mi vida, pero jamh, uno con la estampael overo de ese pajuerano.
-Llegando al rodeo, empeamoh a apartar los terneros; los paisanos pasaban en
yuntas por entre la hacienda, y a cada ternero, al ser apartao, lo arriaban dos de a
caballo, uno a cada lao, pempedir que torciera patrs. Yo andaba montao en un flete
con una boca ms dura quel demonio, y ju al udo que trat de hacerlo trabajar; no
habiendo ms rimedio, dej a loh apartadores y me qued parao, ispiando a los terneros
ya apartaos, patajarlos si golvan pal rodeo.
-Pronto vino en mi diricinel vecino Chapac. Era un hombree gen corazn, bien
hablao, mit indio y mit cristiano; pero tamin tena otra mit, y sa era el mesmo
diablo.
-Gen da, vecino Lucero. Qu, usted montao en burro o en chivo, que se queda
aqu haciendo este trabajoe chiquilines?
-Entonces empec a contarlee mi flete; pero escuch siquiera; estaba ispiando a
loh apartadores.
Quin eh ese pajuerano? -pregunt.
-Lo veo hoy da -retruqu yo-, y si golviera a verlo maana, lo habra visto dos
veces.
-En qu pas, del que jamh e oido, apriendido a apartar animales?

-Monta -dije- como uno que se fa demasiao e su pingo. Pero l no corre peligro
nenguno; eh el compaero el que lo corre.
-Tens razn -retruc Chapaco-; se arrojana juria y lecha a su compaero el
ternero por delante.
El compaero se lleva toito el trabajo dempedirlo que tuerza patrs, y tamin el
riesgo, porque en cualquier momento su flete puede estrellarse con l, enriedarse y darse
un porrazo. El pajuerano lo est haciendo de adrede, creyendo que naides aqu se da
cuenta. Est findose ms bien de su largo facn que de su gen flete, amigo.
-Mientrah ablbamos, los dos se atracaron a nohotros. Chapaco salud al mozo,
quitndose el chambergo, y dijo: Quiere, amigo, que hagamos yunta?
-Ah! Por qu no? -retruc el otro, y juntoh enderezaron pal rodeo.
-Aura veremos -dije yo pa mih adentros- que es lo que piensa hacer ese indioel
demonio.
Luego sali la yuntae paisanos arriando un ternerito. Malici lo que iba a pasar.
Que tu ngel de la guardia te cuide y libre de una desgracia, pajuerano!, pens.
Vinieron en mi diricin, rebenquiando y espoliando a sus fletes, como si estuvieran
corriendo carreras, y no apartando animales. Chapaco se mantuvo atracato al ternero,
ansina que tena la ventaja, pues su flete estaba bien avezao. Por fin apur la carrera y se
adelant un poco, y entonces, como un rejuciloe ligero, le ech el ternerito al otro por
delante. El overo le peg una pechada medio a medio, y cay, porque no poda hacer
otra cosa. Pero, por Dios! cmo ju que no se salv el pajuerano? Los que estaban
ispiando, lo vieron levantar los pies, pa pegar un brinco dende el cuelloe su flete; pero
ternero, caballo y jinete cayeron toitos juntos. Iban con tanta velocid, que rodaron una
punta por el suelo, y el pajuerano qued debajo. Cuando lo juimoh a levantar, estaba
corno muerto, y le corra la sangre por la boca. A la maana siguiente, al clariar el da, y
cuando la luz de Dios alumbraba la tierra, muri.
-Claro que no hubo baile esa noche. Algunos paisanos se jueron despus de la cena;
otros se quedaron dispiertos toita la noche, hablando despacito, esperando el fin;
algunos nos quedamoh al laoe la cama, observndole la cara, que la tena blanca como
la cuajada y con loh ojos cerraos. A gatas respiraba. Cuando dentr el solcito al rancho,
abri loh ojos, y Sotelo le pregunt cmo se senta. No hizo nengn caso; luego
empez a mover los labios, pero no pareca salir nengn sonido de ellos. Sotelo se
agach pa or mejor... Ande vive, amigo?-, pregunt. No poda contestar...estaba
muerto.
-Pareca estar diciendo una pilae cosas -nos dijo Sotelo-; pero yo entend slo
sto: -Digal que me perdone... Ju ma toita la culpa. Dende el principio ella lo quiso a
l..., yo estaba celoso, y lo aborreca... Digal a llaria que no me llore..., y que
Anacleto ser geno con ella. Ay, amigo! qu haremos aura pa hallar sus parientes y
darleh este ltimo recao!
-El alcalde vino ese mesmo da y hizo una listae las pilchas del finao, y le pidi a
Sotelo que se hiciese cargo dellas, hasta que se hallaran sus parientes. Entonces,
llamando a todo el mundo, noh encarg a cada uno que cortramos la marca con que
estaba herrao el overo, en el caboel rebenque; la marca tena la forma de una herradura,
conuna cruh en el centro; dese modo podramos mostrrsela a todo pajuerano que
pasara por este pago, y la noticia cundira por todo el pas, hasta que llegara a odos de
su gente.
-Cuando haba pasao un ao, el alcalde le dijo un da a Sotelo que no habiendo dao
nengn resultao las indagaciones, podra guardarse el overo y el enchapao pa l mesmo.
Por nada quiso Sotelo, porque era un hombre muy pechoo y no codiciaba las pilchas

de naides, vivo o muerto. Sin embargo, el overo y lah otras prendas quedaron a cuidao
suyo.
-Treh aos despus, estaba yo matiando una tarde con Sotelo, cuando arriaron a su
casa su ma- nada de zainas. Llegaron galopiando y relinchando al corral, y por delante
dellas vena el overo, vin- dose como un bagual, porque jams naides lo montaba.
-Nunca puedo ver a ese pingo -dije- sin ricordar esa hierra, cuando, su dueo hall
la muerte.
-Hablando deso -retruc l-, me haba olvidaoeecirte que va probar un nuevo
sistema. Ese overo tan lindo y toito ese chapeaoe plata que tengo colgao en mi cuarto,
siempre me rimuerden la conciencia. No noh olvidemos del joven pajuerano que
pusimos bajo tierra. He hecho decir la mar de misas pal descansoe su alma pero eso no
me tranquiliza. En alguna parte ha de haber un rancho ande no lo han olvidao. Tal vez
haigan manos que agarran flores del campo, pa ponerlas con candiles encendidos ante la
Virgen Santsima; ojos que redaman lgrimas, y aguardan que llegue. Vos sabs la mar
de forasteros y reseros del Sur que pasan por aqu pa Genoh Aires, y que se paran en
la pulpera a tomar algn refresco. Via llevar al overo ay toitos los das y atarlo a la
tranquera. Naides que pase dejare fijarse en l, y tal veh, el da menos pensao algn
pajuerano le reconosca la marca y nos podrecir a qu partido y estancia pertenece.
-Yo no cra que tuviera nengn risultao; pero no dije nada, no queriendo
desanimarlo.
-A la maana siguiente ataron al overo a la tranquerae la pulpera, soltndolo al
anochecer, y esto se hizo toitos los das, durante mucho tiempo. Un pingo como se no
deje llamar la atencin de todo pajuerano que pasaba por ay; pero pasaron varias
semanas sin que nada se descubriera. Por fin, una tarde, apenitas cuando iba ponindose
el sol, se aparici una tropa arriada por ocho reseros. Haba venido desde muy lejos; la
tropa era grande -unas novecientas reses-, y se movan despacito, como ganao que ha
estao muchos das de camino. Algunos de loh ombres dentraron a la pulpera, pa tomar
un trago; entonces el pulpero se fij que uno dellos se qued apoyao en la tranquera.
-Qu estar haciendo el capataz all juera, que no dentra? -dijo unoe los reseros.
-Por lo visto se ha inamorao dese overo -retruc otro-, porque no puede
despegarle la vista.
Al cabo de un rato, el capataz, un mozo de gena presencia, dentr y se sent en un
banco. Loh otroh estaban platicando y rindose las cosaz tan raras que haban estao
haciendo el da endenantes, pueh aban estao caminando muchos das y noches, slo
echando uno que otro cabeceo por el camino, y por ltimo, desvariando por falae
dormir, haban empezao a portarse como hombres medio locos.
-Bastae los desvaros de ayer! -dijo el capataz, que loh aba estao escuchando-;
pero, digamn, muchachos, acaso estoy yo en la mesma condicin de ayer?
-Claro que no! -retruquiaron los reseros- Graciah a que esos malditoh animaleh
estaban cansaos y adoloridos de las patas pudimos dormir un poco anoche.
-Gueno -dijo l-, ya que han acabaoe comer y de calentar el garguero, glvanse a
la tropa; pero antes de que se vayan, afjense bienen el overo que est atao a la
tranquera. El que no sea tropero poG dra preguntar: Cmo pueden engaarme
mihojos?; pero yo s que una cabeza regelta noh ace ver a veces muchas cosas raras,
cuando estamos muertohe sueo, y tenemos que abrir loh ojos con los dedos, pa que
no se cierren.
-Los reseros hicieron lo que leh aba dicho el capataz, y cuando miraron al overo,
toitos gritaron: Tiene la Marcae la estancia e os vas, y no est contramarcao;
reclamel, capataz, y es suyo!Despus enderezaron al galope pa la tropa.

-Amigo -dijo el capataz al pulpero-, quiere ust esplicarme cmo ha llegao a sus
manos ese overo?
-Entonces el otro le cont toito, hasta las mesmsimas palabras que haba dicho el
pajuerano antes de morir, pues las saba.
-El capataz agach la cabeza, y tapndose la cara, solt el llanto. Entonces dijo: -Y
ansina ju que moriste, Torcuato, entre estraos! Con toito mi corazn te he perdonao el
mal que me hiciste. Descans en paz, Torcuato; jams podr olvidar que una vez
juimohermanos!... Yo, amigo, soy el Anacleto que nombr ese mozo con su ltimo
aliento.
Entonces mandaron llamar a Sotelo, y cuando lleg y se cerr la pulpera pa la
noche, el capataz cont su cuento, que se lo dar en sus mesmas palabras, pues estaba
yo presente y lo o. Esto ju lo que dijo:
-Nac en la fronterael Sur. Mis padres murieron cuando yo era muy chico, pero el
cielo se compadecie m, y me mand a uno que me cubij en mi orfand. Don Loreto
Silva me llev a su estancia, en el Sarand, un arroyo a medio dae camino del Tandil,
pal lao en que se dentra el sol. Me trat como si juera su hijo, y tom el nombree Silva.
Tena otroh doh bos, Torcuato, que era de mi mesma ed, y lElaria, que era menor. Era
viudo cuando me adot, y muri mientras yo era entoava un chiquiln. Despus de su
muerte nos juimos de ay al Tandil, ande tenamos un rancho cercael pueblecito, pueh
entoava ramos todos menores, y la hacienda haba quedao pa ser repartida en iguales
partes cuando juramos mayores de ed. Durante cuatro aos vivimos todos muy
felices; y cuando llegamoh a ser mayores ded, preferimos no dividir la hacienda. Yo
propuse que nos juramoh a vivir a la estancia; pero Torcuato no consinti, gustndole
mejor ande estbamos viviendo. Por ltimo. no logrando persuadirlo, resolv dir y correr
yo mesmo con la estancia. Dijo que yo estaba libre phacer loe diera la gana, y que l se
quedara andeque m estaba, con IElaria. Slo fue cuando le cont todo esto a lElaria
que me di cuentae lo mucho que la quera. Ella lloro y me pidi que no la dejara.
-Por qu llors, Elaria? -le pregunt-. Es porque me queres? Sab entonces que yo
tamin te quiero con toito mi corazn, y que si sos ma, no hay nada que nunca jams
nos pueda trair pena. No cres que mi estada en lestancia me quitar este amor que
dende chico ha crecido dentroe mi corazon.
-Harto te quiero, Anacleto -retruc ella-, y yo tamin he sabido que me queras hace
mucho tiempo. Pero tengo algo que no puedoecirte y te ruego por el amor que me
tens, que no te vayas, y no me pregunts por qu te pido esto.
Despus deecirme eso, no pude dejarla, ni le ped que me contara su secreto.
Torcuato y yo ramos siempre amigos, pero no tanto como endenante de esa diferencia.
Yo no le tena inquina; lo quera, y estaba con l continuamente; pero dende ese
momento en que leije que haba cambiao e parecer y que no dira a lestancia, y me
quedaba callao cuando me preguntaba por qu, algo pas en l, que cambi nuestra
amistad. Yo no poda hablarle fran camente de lElaria, y a veces me pareca que l
tamin tena un secreto que no queraecirme. Este enfriamiento, sin embargo, no se me
dio mucho; tan grande era mi felicid, sabiendo que tena el amor de lElaria. Torcuato
pasaba mucho tiempo juerael rancho, porque le gustaban las diversiones; tamin se
haba aficionado al juego Habran pasao tres meses desta manera, cuando una maana,
Torcuato, que estaba ensillando su caballo pa salir, dijo:
Ome, Anacleto: quers venir conmigo hoy da?
-No tengo ganas de dir -retruqu yo.
-Mir, Anacleto -dijo l- en un tiempo vos, estabas siempre listo pacompaarme a
una carrera, a un baile o a una hierra. Cmo pasa que se te ha quitado el gusto por esas

cosas? Qu, te ests poniendo pechoso antes de tiempo, o ser acaso que ya no te gusta
mi compaa?
-Mejor serecrle toito, y acabar con secretos -pens yo pa mis adentros, asina que
dije:
-Ya que me hach esa pregunta, Torcuato, te contestar francamente. Es cierto que
aura megustan menos que antes esas diversiones; pero no, habs endivinao la razn.
-Cul es la razn, entonces?
-Dende que no pods endivinarla -retruqu-, has de saber que eh el amor.
-Amor, a quien? -pregunt al tiro, ponindose plido.
-Qu necesits preguntarlo?; a lElaria! -retruqu yo.
-A gatas pronunci yo ese nombre, cuando se golvi llenoe juria.
-Elaria! -grit l- Te atrevs vos aecrme que quers a Miara! Ests ciego? No
sabs vos, pedazoe leso, que yo mesmo voy a casarme con ella?
-Qu, te habs gelto loco, Torcuato, hablando ecasarte con tu propia hermana?
-Qu hermana ni qu nada! No es ms mi hermanae lo que sos vos mi hermanol
-retruc l-. Yo -continu golpindose el pecho- soy el nico hijoe mi padre, Loreto
Silva. La madree lElaria muri cuando la pari, y mis padres la adoptaron. Y porque
va a ser mi mujer, es mi gusto que tenga una partee la hacienda; pero vos, un miserable
botao, por qu habas vos de correr la mesma suerte que ella? No basta que te haigan
vestido y daoe comer hasta que llegaste a ser hombre? Ni un palmoe la estancia deba
ser tuya por derecho, y aura te atrevea decirme que quers a lElaria!
-Mhirvi la sangre con tantoh insultos; pero ricord toitos los beneficios que
haba recebidoe su padre, y no le alc la mano. Sin decir otra palabra me dej.
Entonces me ju ande lElaria, y le cont lo que haba pasao.
-ste eh el secreto que no queras contarme. Por qu, dende que sabas estas
cosas, no me las dijiste?
-No t enojs conmigo, Anacleto -retruc ella-. Qu, no vide yo que ustedes dos
ya no eran amigos y hermanos, y esto sin que nenguno supiera del amor del otro pa m?
No me atrev abrir los labios ni a vos ni a l. Siempre le toca a una mujer sufrir en
silencio. Estuvoe Dios que juramos pobres, Anacleto, porque los dos semos de padres
pobres, y si: esta estancia no nohubiera tocao, qu felices habramos sido.
-Por qu deca esas cosas, Elaria? Dende que nos queremos, no podemos pasar
penas, ricoh o pobres.
-Qu, te parece poca cosa -retruc ella- que Torcuato vaya a ser nuestro pior
enemigo? Pero entoava no sabs todo. Antes que muriera el padree Torcuato, dijo que
quera que l se casara conmigo cuando juera mayor de ed. Cuando dijo esto, los doh
estbamos sentaos juntoh al laoe su cama.
-Y qu dijiste voz, Elaria? -le pregunt todo inquieto.
-Torcuato prometi casarse conmigo. Yo slo me tap la cara y no contest nada,
porque aun entonces te haba preferido a vos, aunque era casi una chicuela, y mi
corazn se enllene pena cuando o lo que dijo. Despus, cuando venimos pac,
Torcuato me ricord esas palabras. Yo ldije que no quera casarme con l, que slo era
para m un hermano. Entonces dijo que los doh ramos jvenes entoava, y que l
poda esperar hasta que yo hubiera cambiaoe parecer. Esto es todo lo que tengo que
ecir; pero, cmo podremos vivir los tres juntos aura? No puedo pensar en apartarme
de vos, y tiemblo cada momento pensando en lo que les pueda pasar a ustedes cuando
estn los dos juntos.
-No tengs cuidao, Elaria -dije yo-. Maana, tempranito, por la maana, pods irte
a pasar una semana en casa de alguna amiga, en el pueblo; entonces yo hablar con
Torcuato y le dir que dende que no podemos vivir en paz juntos, que ser mejor que

nos separemos. Aunque me conteste con insultos, no har nada que te pueda afligir, y si
no quiere escucharme, le mandar a algn paisano, amigoe los dos, pa que arregle las
cosah entre nosotros.
-Con eso se qued tranquila lElaria; pero al car la tarde se puso mh y mah
plida y yo saba muy bien que estaba con miedo por la llegadae Torcuato. Pero no
golvi esa noche. Tempranito, a la maana siguiente, ya estaba pronta lElaria. Era fcil
dir al pueblo a pie; pero estando el pasto todo mojado con el rocido, le ensill un flete.
Recin cuando la haba ayudado a montar, se aparici Torcuato. Vena a todo galope, y
apindose delo un salto, vino ande nohotros. LElaria temblabae susto, y pareca estar a
puntoe hundirse en la tierra pa escuenderse, como un tinam, que ha espiao un
carancho. Me alist pa los insultos, y tal vez hasta rebencazos. Ni me mir siquiera; slo
le habl a ella.
-Elaria dijo-, algo ha pasao..., algo que me obliga a dirme aura mesmo desta casa
y deste pago. Acordate cuando est yo ausente, que mi padre, que te quiso y te hizo
rica, y que asimesmo quiso y hizo rico a este ingrato, nohabl cuando estaba pa morir,
y me hizo prometerle que me casara contigo. Pens noms lo que era su amo; no
olvids que su ltimo deseo es sagrado pa nohotros, y que Anacleto se ha portao como
un sinvergenza y me ha hecho traicin al tratar de quitarme tu amor. Ju levantaoe el
fango pa sermi hermano, y hecho igual en todo, menoh en esto. Tiene la tercera parte
de mi herencia... ; que se contente con eso; tu mesmo corazn, Elaria, te haeecir que
casarte con l seria un crimen ante aos y lohombres. No me espers maana, ni por
muchos das ms. Pero si ustedes dos empiezan a burlarsee los ltimos deseos de mi
padre, aguardenmn, pueh entonces no tardar en golver. Se los digo a los dos: a vos,
Elaria, y a vos, Anacleto. -y entonces, montando su flete, se march. Luego supimos por
qu se haba ido tan redepente. Haba tenido una disputa jugando al naipe, y en la pelea
que se arm, le haba encajao una pualada alotro, hasta el corazn. Se haba juido pa
escapar el castigo.
No craamos que se quedara ausente mucho tiempo, porque Torcuato era muy
joven, rico y muy querido, y, adems, sta era su primera ofensa en contra la ley. Pero
pas el tiempo y no golvi, ni tampoco recebimos nengn recao, y, por fin, colegimos
que se haba idoel pas. Slo aura, despus de cuatro afios, he venido a descubrir por
casualid, graciah a ese overo, cul, ju su fin.
-Despus que haba estao ausente ms de un ao, le ped a lElaria que nos
casramos.
-No nos podemos casar hasta que gelva Torcuato -dijo, ella-, pues si tomamos la
hacienda, que deba haber sido toita suya, y tamin desobedecemoh el ltimo deseoe
su padre, estaremos cometiendo un pecao. Cuidemos su hacienda hasta que gelva, pa
poder degolvrsela enterita; entonces, Anacleto, estaremos libres pa casamos.
-Yo dije que geno, pues ella mimportaba mucho ms que la hacienda. Puse todo
en orden en la estancia, y dejndola en manos de una persona que mereca confianza,
met mi plata en, geyes gordos, pa revenderIos en Genoh Aires, y en ese negocio he
estao metido dende entonces. De la estancia no he to rmio ni eso; aura tendr que
golvernoha nohotros... su herencia y la nuestra. Esto es algo muy amargo y afligir
mucho a, lElaria.
-Ans acab el cuento de Anacleto, y cuando termine hablar y entoava pareca
estar muy perturbao, Sotelo le dijo:
-Amigo, dejem darle un consejo. Luego ust se casar con la mujer que quiere, y
tal vez algn da tengan un hijito. Llamenl Torcuato, y guarden la haciendae Torcuato
pa l. Y si Dios no les da un hijo, acurdese lo que hizo por ust y por la nia con quien

se va a casar, cuando eran grfanos y sin amigos y busquen algn chiquiln infeliz, en
la mesma situacin, y protejanl, y haganl rico, como se hizo con ustedes.
-Tiene razn, amigo -retruc Anacleto-. Le dir eso a lElaria, y lo que ella diga,
yo har.
-Ansina acaba mi cuento, amigo. El capataz nos dej esa mesma noche, y no
golvimos a verlo ms. Pero antes de drse, le dio el overo y el enchapao a Sotelo. A los
seis meses despus, Sotelo recibi una carta dl, pa decirle que se haiba casao con
lElaria; al mesmo tiempo le lleg un regalo de una tropilla de siete bayos negros.

Marta Riquelme
(Del M. S. de Seplveda)
I
Lejos de los caminos frecuentados por viajeros, duerme la provincia de Jujuy, en el
corazn de este continente. Es la ms apartada de nuestras provincias, y est separada de
los pases del Pacfico por la gigantesca Cordillera de los Andes; es una regin
montaosa y poblada de bosques, de trridos calores y fuertes tormentas; las nicas vas
de comunicacin que tiene este enorme territorio con el mundo exterior son unas
cuantas carreteras apenas ms grandes que caminos de herradura.
Los habitantes de esta regin tienen pocas necesidades; no ambicionan progresar, y
nunca han variado su manera de vivir. Los espaoles tardaron largo tiempo en
conquistarlos; y hoy da despus de tres siglos de dominacin Cristiana, todava hablan
el quichua y se alimentan en gran parte con patay, una especie de pasta dulce
confeccionada del fruto del algarrobo; emplean, as mismo, como bestias de carga, la
llama, regalo de sus antiguos seores, los incas.
Lo dicho hasta aqu es de comn conocimiento, pero nada saben los de afuera del
carcter peculiar del pas, o de la laya de cosas que acontecen dentro de sus confines,
siendo Jujuy para ellos slo una regin muy lejana, contigua a los Andes, a la cual el
progreso del mundo no afecta. Ha querido la Providencia darme un conocimiento ms
ntimo del pas, y ste ha sido para m, desde hace muchos aos, una gran afliccin y
penosa carga. Pero al tomar la pluma, no lo hago con objeto de quejarme de que todos
los aos de mi vida se consumen en una regin donde todava se le permite al gran
enemigo de la humanidad poner en tela de juicio la supremaca de Nuestro Seor, y que
pelea en lucha igual con sus discpulos; mi nico objeto es precaver -y quiz tambin
consolar- a los que me suceden aqu en mi ministerio y vengan a esta iglesia de Yav,
ignorando las medidas que se tomarn para matar susalmas. Y si yo asentara en esta
relacin cualquier cosa que pudiera perjudicar a nuestra santa Religin, debido a nuestro
pobre entendimiento y nuestra poca fe, ruego que el pecado que cometo en ignorancia
se me perdone, y que este manuscrito perezca milagrosamente sin que nadie lo haya
ledo.
Curs teologa en el famoso Seminario de la ciudad de Crdoba, y en el ao 1838,
habiendo cumplido veintisiete aos, fui nombrado cura de una pequea parroquia en la
lejana provincia ya mentada. La costumbre de obedecer que me inculcaron de
muchacho mis maestros los jesuitas, hizo que ya aceptara este mandato sin murmurar y
aun con aparente regocijo. Pero me llen de pena, aunque deb sospechar que algn
duro destino de tal naturaleza me fuera designado, viendo que en el Seminario me
hicieron estudiar el quichua, lenguaje que hoy da slo se habla en las provincias
andinas. Con amargo mas secreto pesar me arranqu de todo lo que haca la vida amena
y apetecible -la sociedad de muchos amigos, las bibliotecas, la hermosa iglesia donde
haba ido a misa- y de aquella renombrada universidad que ha prestado a los turbulentos
anales de nuestro desdichado pas cualquier lustre de saber y poesa que posean.
Mis primeras impresiones de Jujuy no fueron muy alentadoras. Despus de un
fatigoso viaje que dur cuatro semanas -los caminos eran malos y el pas estaba muy

revuelto por aquel tiempo -, llegu a la capital de igual nombre que la provincia, un
pueblo de unos dos mil habitantes. De all prosegu a mi paradero, un casero llamado
Yav, situado en la frontera nordeste, donde nace el ro del mismo nombre, al pie de
aquella cadena de montaas que, desprendindose de los Andes hacia el Este, separa a
Jujuy de Bolivia. Sufr una gran decepcin con la laya del lugar al que haba venido a
vivir. Yav era un pueblecito desparramado de unas noventa almas, ignorantes, apticas
la mayor parte indios. A mi desacostumbrada vista, el pas pareca consistir en una
confusin informe y desolada de rocas y gigantescas montaas, comparadas con las
cuales las famosas sierras de Crdoba llegaban a parecer meras lomas, y de vastos y
lbregos montes, cuyo silencio sepulcral slo era interrumpido por el grito salvaje de
algn ave peregrina, o por el sordo ruido atronador de una lejana catarata.
Luego que me hube dado a conocer a la gente del pueblo, me puse a obtener
informes del pas la redonda; pero al cabo de poco tiempo, empec perder toda
esperanza de poder encontrar alguna vez los lmites circundantes de mi parroquia. El
pas era salvaje, y estaba habitado nicamente por unas pocas familias, muy separadas
como todo despoblado, me era en sumo desagradable, pero como con frecuencia tendra
que hacer largas excursiones, resolv aprender lo ms posible de su geografa. Luchando
constantemente por vencer mis propias inclinaciones, que congeniaban ms bien con
una vida sedentaria y estudiosa, me propuse ser muy activo; y habindome procurado
una buena mula, empec a hacer largas caminatas todos los das, sin llevar un baqueano,
y con slo una brjula de bolsillo para no perderme. Jams he podido vencer mi
aversin a desiertos silenciosos, y en mis largas excursiones evitaba los tupidos montes
y profundos valles, siguiendo, en cuanto fuera posible, por la abierta llanura.
Un da, habiendo ido a unas cuatro o cinco leguas de Yav, encontr creciendo
solitario, un rbol de gran tamao, y sintindome sofocado por el calor, me ape de la
mula y me tend a su amena sombra. Se oa venir de su follaje un continuo susurro de
lechiguanas, pues el rbol estaba en flor, y este arrullo calmante me produjo aquella
tranquilidad de animo que conduce insensiblemente al sueo. Estaba, sin embargo, an
lejos de quedarme dormido, con ojos entornados, cuando, de repente, desde la densa
frondosidad, sobre mi cabeza, reson un grito, el ms terrible que jams haya odo ser
humano. La voz era como la de un mortal, pero expresaba un grado de agona y
desesperacin ms all de lo que podra sentir cualquier alma viviente, y me hizo la
impresin que slo poda haberlo producido alguna anima en pena, a la cual se le
hubiera permitido vagar por breve tiempo por la tierra. Se siguieron grito tras grito, cada
cual ms fuerte y terrible que el anterior, y de un salto me puse de pie, el pelo erizado y
brotndome, de puro susto, un profuso sudor por todo el cuerpo. Lo que originaba
aquellos gritos enloquecedores permaneci invisible a mis ojos; y, por ltimo, corriendo
a mi mula, mont de un salto en ella y no dej por un momento de azotar a la pobre
bestia durante todo el camino a casa.
En llegando a Yav, mand buscar a un tal Osuna, un indio rico que hablaba el
castellano y que era muy respetado en el pueblo. Por la noche vino a verme, y entonces
le cont el trance tan extraordinario que me haba acontecido ese mismo da.
No se aflija, padre -repuso-; eso que ust ha oido es el kaku.
Entonces supe por l que el kaku es un ave que frecuenta los montes ms lbregos
y apartados, y que tiene fama entre los indgenas por su terrible grito. Me inform,
igualmente, que kaku era el antiguo nombre del pas, pero la palabra haba sido mal
deletreada por los primeros exploradores y escrita Jujuy, y, por ltimo, se haba
conservado este vocablo corrompido. Todo esto que oa entonces por vez primera es
histrico; pero cuando prosigui a informarme que el kaku es un ser humano
metamorfoseado, y que espritus compasivos transforman en estas lgubres aves a

mujeres y a veces a hombres, cuyas vidas han sido obscurecidas por grandes
sufrimientos y calamidades, le pregunt, un tanto desdeosmente, si l, un hombre
educado, crea tales absurdos.
-No hay un hombre en todo Jujuy -repuso que no lo crea.
-sa es una mera asercin -dije-; pero demuestra a qu lado se inclina usted. Sin
duda que la supersticin respecto al kaku es muy antigua, y nos ha venido junto con el
quichua de los aborgenes. Transformaciones de hombres en animales se hallan
generalmente en todas las religiones primitivas de la Amrica del Sur. Por ejemplo,
relatan los guaranes que, una vez, huyendo de un incendio que se produjo por haber
topado el sol con la tierra, mucha gente se arroj al ro Paraguay, y fue al instante
transformada en capibaras y caimanes; mientras que otros, que treparon a los rboles,
-fueron chamuscados y ennegrecidos por el fuego, y vuelto monos. Pero sin ir ms all
de las tradiciones de los incas, se cuenta que, despus de la primera creacin, toda
familia humana que habitaba las faldas de los Andes fue transformada en grillos por un
demonio que le tena enemistad al Creador. Por todo el continente, estas antiguas
creencias estn muertas
o moribundas; y si la leyenda del kaku todava tiene crdito aqu entre el vulgo
slo es debido a la situacin aislada de esta regin, que est ceida por grandes
montaas, y a no tener trato con los pases vecinos.
Percibiendo que mis argumentos no haban producido ningn efecto, empec a
encolerizarme y le pregunt cmo l, un cristiano, se atreva a profesar su creencia en
una fbula engendrada en la imaginacin corrompida de los gentiles.
Se encogi de hombros y repuso:
-Yo slo he dicho lo que nosotros, en Jujuy, sabemos ser un hecho. Lo que es, es, y
aunque ust hable hasta maana, no lo puede cambiar, por muy letrao que sea.
Su respuesta me produjo un extrao efecto.
Por primera vez en mi vida me sent acometido de la sensacin de clera en toda su
fuerza. Ponindome de pie, me pase por el cuarto agitadamente, gesticulando y
golpeando la mesa con las manos, y entonces, sacudiendo los puos cerca de su rostro,
con ademn amenazante, y empleando un lenguaje violento, impropio de un discpulo
de Nuestro Seor Jesucristo, reprend la ignorancia degradante y la brbara condicin
mental rancia de la gente con quien haba venido a vivir, y, ms particularmente, de la
persona que tena ante m, que se preciaba de tener cierta educacin, y debiera haber
estado libre de las supersticiones del vulgo. Mientras le amonestaba de esta manera, l
permaneci sentado, fumando un cigarrillo, dejando escapar de sus labios espirales de
humo y observndolas elevarse hacia el techo; su arrogante y estudiada indiferencia
encon mi rabia, hasta tal punto que apenas pude refrenar el deseo de arrojarme a l y
derribarlo al suelo con una de las sillas con asiento de junco que haba en la habitacin.
Sin embargo, tan pronto como se fue Osuna, sent un remordimiento abrumador por
haberme portado de un modo tan indecoroso. Pas toda la noche en oracin y vertiendo
lgrimas penitenciales, y resolv, en adelante, velar muy estrictamente sobre m mismo,
ahora que se haba revelado el secreto enemigo de mi alma. No pude haber tomado esta
resolucin ms a tiempo. Hasta aqu, yo me haba considerado una persona de
disposicin un tanto plcida y benigna; el cambio repentino a nuevas influencias, y
tambin, tal vez, un secreto fastidio con mi suerte, haban desarrollado mi verdadero
carcter; ste habase vuelto en sumo grado impaciente, y propenso a repentinas y
violentas explosiones de clera, durante las cuales no acertaba muy bien a refrenar la
lengua. Esta continua vigilancia sobre m mismo, y la lucha con mi depravada
naturaleza, que se haban hecho necesarias, eran la causa de slo la mitad de mis males.
Descubr que mis parroquianos, casi sin excepcin, tenan aquella misma ndole torpe y

aptica, respecto a cosas espirituales, que tanto me ha exasperado en el tal Osuna, y que
ha obstruido todos mis esfuerzos por hacerles el bien. Esta gente, o, ms bien dicho, sus
progenitores, abrazaron el Catolicismo hace siglos; pero jams ha penetrado bien en sus
corazones. Es con ellos todava cosa superficial, y si sus espritus, medio gentlicos,
fueron profundamente conmovidos, no fue por el relato de la Pasin de Nuestro Seor
Jesucristo, sino por alguna creencia supersticiosa heredada de sus progenitores. Durante
todos los aos que he pasado en Yav, jams he dicho misa, jams predicado un sermn,
jams he hablado de la consolacin de la fe, sin punzarme el pensamiento que mis
palabras eran intiles; que estaba regando la roca done ninguna semilla podra
germinar, y gastando mi vida en intiles esfuerzos, por ensear la Religin a corazones
empedernidos. Cuntas veces no me han venido a la memoria aquellas palabras de
nuestro santo y muy docto padre Guevara, donde se queja de las dificultades que
encontraron los primeros misioneros jesutas! Cuenta cmo se trataba de impresionar a
los chiriguanos con el peligro que corran si rechazaban el Bautismo, describindoles su
estado futuro cuando fueron condenados al fuego eterno del infierno. A lo cual ellos
respondieron que no les inquietaba aquello, sino que, por el contrario, les regocijaba
grandemente or que aquellas futuras llamas seran inapagables, pues ello les ahorrara
infinita molestia, y que si acaso hallaban el fuego demasiado clido, se alejaran a
adecuada distancia. Tan difcil era para sus gentlicas inteligencias comprender las
solemnes doctrinas de nuestra fe!

II
Mi conocimiento del quichua, adquirido slo a fuerza de estudiar vocabularios, no
me sirvi gran cosa al principio. Hall que no poda conversar con la gente sobre
asuntos caseros, y esto fue un gran estorbo en mi camino, y me afligi por ms de una
razn. No tena libros ni cosa alguna en echar el tiempo o recrearme, y de qu
aprovechar el tiempo o recrearme, y de consiguiente, busqu con avidez a las pocas
personas del lugar que hablaban en espaol, pues siempre he sido de carcter muy
sociable. stas eran slo cuatro: un hombre muy viejo, que muri a poco que yo llegara;
Osuna, a quien le haba tomado un aborrecimiento invencible, y otras dos, que eran
mujeres, la viuda de Riquelme y su hija. De esta nia debo ocuparme algo
extensamente, pues que es de su suerte, en particular, que trata esta narracin. La viuda
de Riquelme era pobre, siendo su nica hacienda una casa en Yav. sta tena un huerto
de buen tamao, que produca una abundante provisin de frutas y legumbres, y bastaba
para alimentar, a la vez, a algunos pocos chivos, de modo que estas dos mujeres saca
suficiente con que vivir -sin lujo- de su porcin de terreno. Eran de pura sangre
espaola; la madre estaba prematuramente envejecida y acabada; Marta, la hija, quien
tena poco ms de quince aos cuando yo llegu a Yav, era la cosa ms linda que jams
hubiera visto, aunque en esto puede que yo haya estado predispuesto pues slo la vea al
lado de las indias de color atezado y pelo tieso, y comparada con sus rostros vulgares, la
cara de Marta era anglica. Sus faces eran regulares; su tez blanca, pero de aquel
moreno plido que se repara en algunos cuyas familias han vivido durante generaciones
en pases tropicales. Los ojos, sombreados por largas pestaas, eran de aquel matiz
violado que se ve algunas veces en gente de raza espaola, ojos que hasta que se les
observa atenta parecen negros, mente. Pero la flor de su belleza y su gloria principal era
su cabellera, extremadamente larga, lustrosa y de un color dorado oscuro... causaba
verdadera admiracin!
La sociedad de aquellas dos mujeres, rebosando de dulzura y simpata, pareca que
iba a ser una gran dicha para m, y estaba con ellas muy a menudo; pero pronto descubr
que, por el contrario, iba a traer un nuevo amargor a mi existencia. El amor cristiano

que senta por aquella hermosa chiquilla, fue degenerando poco a poco en una pasin
mundana, de tan dominante poder, que todos mis esfuerzos por arrancarla de mi pecho
fracasaron. No puedo describir mi desdicha durante los largos meses en que luch
vanamente con aquella pasin pecaminosa, durante los cuales pens muchas veces, con
el corazn lleno de amargura, que mi Dios me haba abandonado. El temor que llegara
el tiempo en que se revelaran mis sentimientos, aument hasta tal punto que, por
ltimo, para evitar tan grande mal, me vi precisado a dejar de ir a la nica casa en Yav
que visitaba con placer. Qu habr hecho, por Dios!, que merezca ser perseguido tan
cruelmente por el demonio?, era el constante clamor angustioso de mi corazn. Ahora
s que aquella tentacin fue slo una parte de aquella larga y desesperada lucha, en la
que los siervos del prncipe de la potestad del aire estaban empeados en vencerme.
Durante cinco aos, este conflicto no dej d ser un constante peligro, un perodo
que a m magn pareci haber durado no menos de medio siglo; pero sabiendo que la
ociosidad es madre de todos los vicios, estaba ocupado de continuo; pues cuando no
haba algo que me llevara fuera de Yav, trabajaba en casa con mi pluma, llenando de
este modo muchos tomos, que ms tarde puedan servir para aclarar un poco la
importante cuestin, desde el punto de vista histrico, de la dominacin cisandina de los
incas y de su efecto sobre las naciones conquistadas.
Cuando Marta lleg a tener unos veinte aos, corri la voz en Yav que haba
prometido su mano a un tal Cosme Luna, y es preciso decir algunas palabras sobre esta
persona. Como tantos jvenes sin medios o empleo, y sin deseos de trabajar, era un
inveterado jugador, y se lo pasaba rodando de pueblo en pueblo, y en ir a las carreras de
caballos y a las rias de gallos. Yo haca mucho tiempo que lo consideraba como la
misma peste; bajo un agradable exterior, era un ente vil con todos los vicios
imaginables, y sin una sola virtud compensadora; fue, por consiguiente, con el ms
profundo dolor que supe que Marta le haba prometido su mano. La viuda, que,
naturalmente, estaba muy contrariada con la eleccin de la moza, vino lamentndose
donde m, a rogarme con lgrimas en los ojos que la ayudara a persuadir a su hija a que
rompiera un compromiso que presagiaba para ella una vida de infortunios. Pero con
aquel sentimiento oculto en el fondo de mi corazn, que siempre luchaba por hacerme
caer y arrastrarme a mi ruina, no me atrev a ayudarla, aunque de buena gana hubiera
dado mi mano derecha por salvar a Marta de tal calamidad.
La tormenta que produjo en mi pecho esta noticia no se moder un solo instante
mientras se hacan los preparativos para la boda. Tuve que abandonar mi trabajo, porque
no poda ni pensar; ni aun mis ejercicios religiosos, todos juntos, sirvieron para disipar
por un momento la furia que se haba apoderado de m. Noche a noche me levantaba de
la cama y me paseaba por mi cuarto, horas enteras, tratando en vano de rechazar las
insinuaciones de algn demonio que me instaba, de continuo, a que tomara medidas
violentas contra el mozo. Se sugeran a mi magn centenares de medios de matarlo, y
cuando los haba rechazado todos y haba rogado a Dios de rodillas que perdonara mi
carcter pecaminoso, me levantaba maldicindole mil veces ms que antes.
Mientras tanto, Marta no vea nada malo en Cosme, porque el amor la haba cegado.
Era joven, buen mozo, poda tocar la guitarra y cantar y tena aquel modo suave y
travieso en la con que siempre halaga a las mujeres. Por versacin otra parte, vesta
bien, y era generoso con su dinero del que pareca estar bien provisto.
A su debido tiempo se casaron, y Cosme, no teniendo casa propia, se vino a vivir en
Yav, con su suegra. Entonces sucedi lo que yo haba previsto. Gast todo su dinero, y
sus nuevas relaciones no tenan nada sobre lo que pudiera echar mano para vender. Era
demasiado vanidoso para vos, y la pobre gente de Yav no jugar por centa tena plata
que arriesgar; no poda, o no quera, trabajar, y la vida ociosa que pasaba empez a

fastidiarle. Volvi a sus antiguos hbitos, y luego lleg a ser cosa comn con l
ausentarse de su casa durante cinco o seis semanas a la vez. Marta se vea muy
desdichada, pero no se quejaba, y por nada quera or una palabra contra Cosme, pues
cada vez que regresaba, la gran belleza de su mujer era como una cosa nueva para l,
ponindolo a los pies de Marta y hacindolo por un corto tiempo su ferviente y amante
esclavo.
Por ltimo, fue madre. Me alegr por ella, pues ahora, con el nio que ocupara sus
pensamientos, el abandono de Cosme sera ms soportable. Se hallaba ausente cuando
naci su hijo; se haba ido, segn noticias, a Catamarca, y durante tres meses no se
tuvieron noticias de l. Era un perodo de desrdenes polticos, y necesitndose hombres
para el ejrcito, se tomaba a toda persona que se hallara vagando por el pas, sin
legtima ocupacin, para el servicio militar. Y esto era lo que le haba acontecido a
Cosme. Al cabo, Marta recibi una carta de l, dicindole que lo haban llevado a San
Luis y pidindole que le mandara doscientos pesos, pues con esa cantidad podra
obtener su exencin. Pero le era imposible a ella juntar el dinero; ni tampoco poda irse
adonde l, pues la salud de su madre iba rpidamente descaeciendo, y Marta no poda
abandonarla al cuidado de extraos. Todo esto le explic ella a Comne en la carta que le
escribi, que tal vez jams llegara a sus manos, pues no hubo contestacin.
Por ltimo, muri la viuda de Riquelme; entonces Marta vendi la casa y el jardn y
todo cuanto tena, y llevando can ella a su hijito, fue a buscar a su marido. Viajando
primero a Jujuy, ella, en compaa de otras mujeres, se uni a un convoy que estaba
para emprender un viaje a las provincias del Sur. Pasaron varios meses, y entonces lleg
la funesta noticia que el convoy haba sido sorprendido por los indios, y todos los que
viajaban con l, asesinados.
No me espaciar aqu en describir la angustia que inund mi corazn al conocer el
triste fin de Marta; me esforc a creer que hubiera terminado su zozobrosa vida, aunque
mis vecinos solan asegurarme que los indios nunca mataban a las mujeres ni a los
nios.
Cada golpe que diera un cruel destino a esa infeliz mujer me haba traspasado el
corazn; y durante los aos siguientes, cuando los puebleros haban dejado por mucho
tiempo de hablar de Marta, me levantaba con frecuencia en el silencio de la noche e iba
a la casa que ella haba habitado, y pasendome bajo los rboles del jardn, donde tantas
veces habamos departido juntos, me abandonaba a mi dolor, que el tiempo pareca
incapaz de mitigar.

III
Marta no haba muerto; pero lo que le aconteci despus de su partida de Yav fue
lo siguiente:
Cuando los indios atacaron al convoy con el cual ella viajaba, slo mataron a los
hombres, cautivando, a la vez, a las mujeres y a los nios. Al repartirse ellos el botn, le
arrancaron de los brazos al niito, que en ese largo y latigoso trayecto por el desierto,
con la perspectiva de una cruel esclavitud, le haba servido de consuelo, y se lo llevaron
a un lugar distante, y desde ese momento lo perdi enteramente de vista. La compr un
indio que poda pagar una hermosa cautiva blanca, y luego la hizo su mujer. Para Marta,
una cristiana, la esposa de un hombre al que amaba demasiado bien, este terrible destino
que le sobreviniera fue insoportable. Tambin estaba loca de pena por la prdida de su
hijito, y dejando una noche obscura y borrascosa la toldera de los indios, se escap.
Vag por el desierto varios das y noches, sufriendo grandes fatigas y asustada todo el
tiempo de los jaguares; por fin, los indios la hallaron murindose de hambre, y sin ms
fuerzas para huir de ellos. Su dueo, cuando le fue devuelta, no le tuvo ninguna

compasin; la at a un rbol que creca al lado de su toldo, y all todos los das la
azotaba desnuda, para satisfacer su furia salvaje, hasta que la pobre mujer estuvo a
punto de morir de sus extremados sufrimientos. Tambin le cort el pelo, y trenzndolo,
hizo con l una faja, que siempre llevaba a la cintura, trofeo dorado que, sin duda, le
gan gran honor y distincin entre sus compaeros. Cuando hubo aniquilado
enteramente de esta manera el espritu de Marta, y la hubo reducido a la ms completa
debilidad, la solt del rbol; pero le at a su vez un leo al tobillo, de modo que slo
con gran fatiga, y arrastrndose con la ayuda de las manos, poda ella hacer el trabajo
diario que le impona su dueo. Slo fue cuando hubo pasado un ao cautiva y haba
dado a luz un niito, que termin el castigo y le desataron el leo. El amor maternal que
senta por esta criatura de padre tan feroz, era el nico consuelo de Marta. En esta cruel
servidumbre se le consumieron cinco aos de su msera existencia, y slo los que
conocen el carcter duro, hosco e inhumano del indio, pueden imaginarse lo que fue
para Marta ese perodo, sin la simpata de sus semejantes, sin esperanza y sin otro placer
que el de amar y acariciar a su propio hijo salvaje. Era ya madre de tres de stos.
No teniendo an muchos meses el nio menor, Marta haba ido un da a cierta
distancia de la toldera a buscar lea, cuando una mujer, tambin de Jujuy, y cautiva,
vino corriendo donde ella, pues haba estado esperando una oportunidad para hablarle.
Aconteci que esta mujer haba logrado persuadir a su marido a que la llevara a su casa
en el pas cristiano, y tambin haba obtenido su consentimiento de llevarse a Marta, a
quien le haba tomado un gran cario. La expectativa de escaparse llen de gozo el
corazn de la pobre Marta; pero cuando supo que de ningn modo podra llevar a los
nios, entonces empezo una lucha cruel en su pecho. Rog amargamente que le
permitieran llevar a sus chicos, y, por ltimo, vencida por su insistencia, la otra cautiva,
muy mal de su grado, consinti en que se llevara al menor de los tres.
A poco, lleg el da arreglado para la fuga, y Marta, con el nio en brazos, fue al
monte, donde encontr a sus amigos. Luego se montaron en sus caballos y empez el
viaje, que deba durar muchos das, durante los cuales haba de padecer de hambre, sed
y cansancio. Una noche muy obscura atravesaban un campo montaoso y arbolado, y
estando Marta tan cansada que a duras penas poda mantenerse en la silla, el indio, con
afectada solicitud, la alivi del nio que siempre llevaba en los brazos. Pas una hora, y
entonces ella, acercndose a su lado, se lo pidi, a lo que l repuso que se le haba cado
en el ro que haban atravesado haca rato, haciendo nadar sus caballos. No pudo darnos
cuenta muy claramente de lo que acontenci despus de eso. Slo recordaba, de una
manera vaga, que durante muchos das de abrasante calor, y muchas noches de fatigoso
viaje, haba clamado de continuo que le dieran su niito, cuyos gritos, pidiendo que lo
salvara, pareca estar oyendo todo el tiempo. Por ltimo, termin aquel largo viaje. La
dejaron en el primer poblado cristiano al que llegaron, despus de lo cual, viajando
despacio, de pueblo en pueblo, al cabo lleg a Yav. Al principio, sus antiguos amigos y
vecinos no la conocieron; pero cuando por fin se convencieron que, en realidad, era
Marta Riquelme a quien tenan por delante, la acogieron como a una que hubiera
tornado de la tumba. Supe de su llegada, y, apresurndome para ir a saludarla, la hall
sentada al lado de afuera de la casa de un vecino, rodeada ya de casi la mitad de los
moradores del pueblo.
Sera posible que esta mujer fuera la Marta que en un tiempo haba sido el orgullo
de Yav? Difcil era creerlo: tan hosco y quemado por el sol y la intemperie habase
puesto su rostro, una vez tan blanco, tan enjuto y arrugado por el sufrimiento y las
muchas fatigas que haba padecido. Su cuerpo, un puro esqueleto, estaba vestido de
andrajos, mientras que su cabeza, doblegada por la pena y desesperacin, haba perdido
aquella dorada cabellera, su principal adorno. Al verme llegar, se ech de rodillas a mis

pies, y tomndo, besos. La tristeza que invadi mi espritu, a la vista de su desolada


condicin, aadida al gozo por su liberacin de la muerte y el cautiverio, me
descompusieron: fui como una caa movida del vientol, y cubrindome la cara, solloc
fuertemente, delante de todos.

IV
Se hizo todo cuanto pudiera sugerir la caridad aliviar sus desdichada situacin. Una
mujer para bondadosa de Yav la recibi en su casa y la visti decentemente. Pero
durante un cierto perodo, nada que se hiciera sirvi para alentar su abatido espritu;
continuaba llorando el nio que haba perdido, y siempre daba la impresin de estar
escuchando sus plaideros gritos pidiendo, socorro. Slo se consol cuando la
aseguraron que Cosme habra de llegar alguna vez. Ella lo crey, porque quera creerlo,
y poco a poco fueron desvanecindose los efectos de su terrible experiencia,
reemplazndolos una frebril ansia por la llegada de su marido. Con este sentimiento,
que yo hice todo lo posible por avivar, viendo que era su nico remedio contra la
desesperanza, vino tambin otra cosa nueva que la preocupara: la de su aspecto
personal. La belleza jams podra recobran pero tena buenas facciones, y sas no
podan alterarse; sus ojos tambin conservaban su color de violeta, y la esperanza le
devolva algo de la expresin de antao.
Por ltimo, cuando hubo estado con nosotros mas de un ao, corri un da la noticia
que Cosme haba llegado; que se le haba visto en Yav y que se haba apeado de su
caballo a la puerta de Andrade la tienda en la calle principal. Lo oy ella y se levant de
donde estaba sentada, dando un gran grito de alegra. Por ltimo haba vuelto a ella...
l la consolara! No pudo esperar que llegara. Sali a toda prisa y vol como el viento
por el pueblo, y en unos pocos momentos se hall frente a la casa de Andrade, anhelante
de su carrera, las mejillas arreboladas, y toda la esperanza, la vida y el fuego de su
doncellez se agolparon en su corazn. All hall a Cosme, casi el mismo, rodeado por
sus antiguos compaeros, escuchando en silencio y con rostro desalentado el cuento de
los sufrimientos de Marta en el desierto, de su fuga y su vuelta a Yav, donde la haban
recibido como si hubiese vuelto de ultratumba. De pronto la repararon all parada:
-Aqu est la Marta, que ha llegado muy a tiempo! -gritaron, Mir a tu mujer!
Cosme se apart de ellos, soltando una extraa carcajada:
-Cmo! sa mi mujer, la Marta Riquelme? -grit- No, no, amigos; se engaan
ustedes; la Marta muri hace tiempo en el desierto ande la he estao buscando. No hay
duda de su muerte: dejenm pasar!
Pas rozando a Marta, que permaneci inmvil, sin poder articular una palabra, y
montando rpidamente su caballo, se alej del pueblo.
Entonces ella, de pronto, volvi en s, y con un alarido de angustia, se lanz tras l,
para que volviera; pero viendo que no la escuchaba, desesper y cay al suelo, sin
conocimiento que la haban seguido, la recogieron y la adentro de la pulpera. Por
desgracia, n dabamuerto; cuando recobr el sentido, las excusas que inventaba para
exonerar al calavera que le haba desamparado.
He cambiado -dijo-, he cambiado mucho... y no es raro que Cosme no pueda creer
que yo sea la misma Marta de hace seis aos...
En su corazn saba muy bien que no engaaba... a nadie; era patente a todos que el
infame la haba abandonado. No pudo soportarlo, y cuando encontraba a conocidos por
la calle, inclinaba la cabeza y pasaba de largo, hacindose la que no los haba visto. Se
pasaba la mayor parte del tiempo adentro de la casa, y all permaneca sentada e inmvil
horas enteras, sin decir una palabra, apoyando las mejillas en las manos y con la mirada
vaga y distrada. Me desgarraba el alma verla as; la recordaba en mis oraciones, tarde y

maana; emple todo argumento para animarla, aun dicindole que con el tiempo
recobrara la belleza y robustez de su juvertud, y que su marido se arrepentira y
volvera a ella.
Estos esfuerzos no tuvieron ningn resultado. Al cabo de unos pocos das, Marta
desapareci, y a Y pesar de que se le busc diligentemente en las montaas vecinas, no
la encontraron. Sabiendo lo inspida y triste que haba sido su vida, privada de todo
objeto de cario, pens que habra vuelto al desierto a buscar la tribu de indios, en cuyas
manos haba sido cautiva, esperando tornar a ver otra vez a sus hijitos. Por ltimo,
cuando haba perdido toda esperanza de jams verla, vino un tal Montero, trayndome
noticias de ella. ste era un hombre pobre, un carbonero que viva con su mujer y sus
hijos en el monte, como a dos horas de camino de Yav, y lejos de toda otra habitacin.
Encontrando a Marta perdida, vagando por el bosque que la haba llevado a su rancho, y
ella haba estado muy feliz de hallar dnde cobijarse, lejos de la gente de Yav, que
conocan su historia; y fuera peticin de ella misma que el bueno de Montero haba
venido todo ese camino a caballo, para avisarme de su seguridad. Para m fue un gran
alivio or todo esto, y me pareci que Marta haba hecho muy bien en escaparse de los
puebleros, que siempre andaban sealndola y repitiendo su curiosahistoria. En aquel
lugar donde se haba refugiado,alejada de tristes asociaciones y lenguas chismosas, tal
vez las heridas de su corazn iran poco apoco sanando, y volvera la tranquilidad de su
perturbado espritu.
Sin embargo, antes que hubieran pasado muchas semanas, la mujer de Montero vino
a verme, trayndome muy tristes noticias de Marta. Se haba puesto cada da ms y ms
silenciosa, y manifestaba querer estar sola; se pasaba la mayor parte del tiempo en algn
lugar apartado, entre los rboles, donde se quedaba sin moverse, cavilando horas enteras
a la vez. Ni era esto lo peor. A veces trataba de ayudar en los quehaceres de la casa,
preparando el patay o el maz para la cena, o saliendo con la mujer de Montero a
recoger lea en el monte; pero de repente, en medio de lo que estaba haciendo, dejaba
caer el atado de lea, y, arrojndose en el suelo, prorrumpa en los gritos y lamentos ms
desgarradores, exclamando en alta voz que Dios la haba perseguido injustamente, que
era un Ser lleno de malevolencia, y diciendo muchas cosas contra l que era terrible or.
Profundamente afligido por esto, ped que ensillaran mi mula, y acompa a la mujer de
vuelta a su rancho; pero cuando llegamos, no se pudo hallar a Marta en ninguna parte.
Con gusto me habra quedado a verla, y tratado una vez mas de persuadirla a que no
se dejase vencer por aquel estado de desaliento; pero tuve que volverme a Yav, pues se
haba declarado ltimamente una epidemia, esparcindose por todo el pas, de modo que
rara vez pasaba un da en que no tuviera algn largo viaje que hacer, para atender a un
moribundo. Muchas veces, durante aquellos das, gastado por el cansancio y falta de
sueo, me apeaba de la mula y descansaba un rato, apoyado en una roca o un rbol,
deseando que la muerte viniera a libertarme de tan triste existencia.
Antes de dejar el rancho de Moptero, le encargu que me mandar avisar tan pronto
como se encontrara Marta; pero durante varios das no tuve ninguna noticia. Por ltimo,
lleg un recado, diciendo que haban descubierto su escondite en el monte, pero que no
podan persuadirla a que lo dejara, o aun de hablarles; y me suplicaron que fuera,
porque estaban muy inquietos por ella y no saban qu hacer.
Otra vez volv a buscarla, y ste fue el ms triste de todos mis viajes, pues aun los
elementos parecan estar impregnados de una inusitada lobreguez, como con el objeto
de preparar mi nimo para alguna calamidad inimaginable. La lluvia, acompaada de
terribles truenos y relmpagos, haba cado durante varios das, de modo que el pas
estaba casi intransitable; los arroyos, crecidos por los aguaceros, retumbaban al pasar
por entre los cerros, acarreando rocas y rboles, y amenazando, al atravesarlos, de

arrastrarnos en su corriente a nuestra perdicin. Haba escampado; pero todo el cielo


estaba cubierto de un obscuro e inmvil nubarrn, sin que por l atravesara un solo rayo
de sol. Las montaas, envueltas en vapores azules, descollaban vastas y desoladas, y los
rboles, en aquella atmsfera espesa e inerte, eran como figuras de rboles talladas de
slida roca de negro azabache, y colocados en alguna tenebrosa regin subterrnea para
burlarse de sus habitantes con una imitacin del mundo exterior.
Por ltimo, llegamos al rancho de Montero, y, seguidos por toda la familia, fuimos
en busca de Marta. El lugar donde se haba escondido se hallaba en un tupido monte, a
una media legua del rancho, y siendo la subida a l empinada y dificultosa, Montero
tuvo que ir adelante, a pie, conduciendo mi mula por la rienda. Por fin llegamos al lugar
donde la haban encontrado, y all, a la sombra de los rboles, hallamos a Marta, en el
mismo lugar, sentada en el tronco de un rbol, empapado por la lluvia y medio enterrado
bajo grandes enredaderas y masas de follaje muerto y medio podrido. La hallamos
acurrucada, en cuclillas, y con su falda hecha pedazos y cubierta de barro; tena los
codos apoyados en las rodillas, y sus dedos, largos y huesudos, metidos en el pelo, todo
enmaraado, que le colgaba en desorden sobre la cara. A esta lamentable situacin la
haban trado sus grandes e inmerecidos infortunios.
Al verla, un grito de compasin cay de mis labios, y apendome de la mula,
avanc hacia ella. Al aproximarme, levant sus ojos a los mos, y entonces me qued
parado, pasmado de horror y asombro de lo que vi, puei; ya no eran orbes suaves de
color de violeta, que hasta ltimo haban conservado su dulce expresin conmovedora;
ahora sus ojos eran redondos y de salvaje aspecto, tres veces mas grande de lo que eran
de ordinario, llenos de un fuego espeluznante dndoles la apariencia de los ojos de
algn salvaje animal que se ve acosado.
-Por Dosl -grit-.Ha perdido la razn!... Entonces, hincndome de rodillas, desat
con temblorosas manos de crucifijo que tena al cuello, y trat de sostenerlo al nivel de
sus ojos. Este movimiento pareci enfurecerla; los ojos dementes y desolados, de los
cuales haba desaparecido toda expresin humana, tornronse dos bolas ardientes, que
parecan despedir chispas de fuego; su corto pelo se eriz hasta que lleg a parecer un
enorme cresta sobre la cabeza, y, de repente, bajando sus manos esquelticas, empuj
bruscamente el crucifijo a un lado, prorrumpiendo a la vez en una sucesin de quejidos
y gritos, que atravesaron mi corazn de angustia. Y luego, estirando hacia arriba los
brazos, prorrumpi en gritos tan terribles, y expresivos de una agona tap profunda que,
abrumado por ellos, me dej caer al suelo, y me cubr el rostro. Los otros, que estaban
detrs de m, hicieron lo mismo, porque ningn viviente poda soportar aquellos gritos,
cuyo recuerdo, aun ahora, despus de tantos aos, hace helrseme la sangre de las
venas.
-El kaku! El kakue! -exclam Montero, que estaba detrs, junto a m.
Recobrando el sentido, al or aquellas palabras alc la vista, para brir que Marta ya
no estaba a all. Porque en aquel mismo momento, aquellos horripilantes gritos
resonaban en mis odos, despertando los ecos de las soledades montaosas, habase
verificado la terrible transformacin, y Marta haba percibido por ltima vez con vista
humana al hombre y la tierra. En otra forma, en aquella extraa forma del kaku, haba
huido precipitadamente, para siempre, de nuestra vista, a esconderse en aquellos montes
tenebrosos, que iban a ser su morada. Qu cosa hara yo, desgraciado de m, que
mereciera que todas mis luchas y oraciones fueran as frustradas, y que se le hubiera
permitido al espritu del poder de las tinieblas arrancar de mis manos a aquella alma
desdichada? Me levant temblando del suelo, las lgrimas surcando a su antojo mis
mejillas, mientras los miembros de la familia Montero me rodearon y seagarraron de mi
sotana. Cerr la noche, negra cualla desesperanza y la muerte, y, hallando nuestro

camino con la mayor dificultad, regresamos por el monte. Pero yo no quise quedarme
con ellos en elrancho; con gran peligro de mi vida, torn a Yav, y durante todo aquel
trayecto obscuro y solitario, clam a Dios, sin cesar, que me tuviera compasin.
Hacia medianoche llegu en seguridad al pueblo, pero el horror que me infundieran
aquella inaudita tragedia, los temores y las dudas que no osaban todava expresarse en
palabras, permanecieron en mi pecho, para atormentarme. No pude dormir ni comer
durante semanas. Qued hecho un puro esqueleto, y mi pelo comenz a ponerse blanco
antes de tiempo. Hallndome ahora incapaz de mis deberes, y, creyendo que se acercaba
la muete, ansiaba ver otra vez mi ciudad natal. Por ltimo, me escap, y, despus de
muchas fatigas, llegu a Jujuy, de donde continu por cortas a Crdoba.

V
Ay, Crdoba! Vuelvo a verte otra vez, hermosa a mis ojos, cual la nueva
Jerusaln, descendiendo del cielo, aderezada como una esposa ataviada para su esposo.
En este lugar, donde primero vi la luz, permtaseme ahora yacer en paz, como un nio
cansado, que se queda dormido en el regazo de su madre.
As apostrof a mi ciudad natal cuando, contemplndola desde la altura, por fin la vi
a mis pies, ceida de purpreas sierras y resplandeciente a la luz del sol, destacndose
las blancas torres de sus muchos templos entre verdosa confusin de arboledas y
jardines.
No obstante, la providencia orden que en Crdoba hallara vida, y no la muerte.
Rodeado de viejos y queridos amigos, oyendo misa en aquella vieja iglesia, que conoca
tan bien, me volvi la salud, y estuve como uno que se levanta despus de una noche de
malos sueos, y que, al salir afuera, siente en la cara la luz del sol y el viento. Cont la
extraa relacin de Marta a una sola persona: al padre Irala, un hombre prudente y de
gran sabidura y piedad, revestido de mucho poder en la Iglesia, en Crdoba. Qued
asombrado que pudiera escucharme serenamente las cosas que le cont me profiri
algunas palabras consolantes; pero ni entonces, ni despus, trat de aclarar el misterio.
En Crdoba pareci levantrseme aquel gran nubarrn del magn, dejando intacta mi fe;
volv de nuevo a ser animado y feliz... ms feliz que jams lo hubiera sido desde que me
fuera de all. As pasaron tres meses; entonces, un da, me dijo el padre Irala que ya era
tiempo que me lo devolviera a Yav, pues habindose repuesto mi salud, no haba ya
nada que me impidiera regresar a mi grey.
Ay, aquella grey, aquella grey en la, cual slo. haba habido para m un cordero
amado!
Fui presa de una gran inquietud; todas aquellas dudas y temores indefinibles que se
haban disipado, parecan ahora estar volviendo otra vez; le supliqu a Irala que me
dispensara de mi cargo y que enviara en mi lugar a alguno ms joven: a alguien que no
supiera las cosas que le haba contado. Contest que por la misma razn que estaba
enterado de esos asuntos, yo era la nica persona a propsito para ir a Yav. Entonces,
en mi agitacin, le abr mi pecho. Le habl de aquella apata gentlica de los indgenas
que yo en vano haba tratado de vencer; de las tentaciones que me haban sobrevenido;
de la pasin, de la ira y del amor terrenal, y del terrible crimen que me haba sentido
impulsado a cometer. Que desde que, aconteciera la tragedia de Marta Riquelme, el
mundo espiritual me haba parecido resolverse en un caos donde Cristono tena poder de
salvar; que en mi desesperanza y desdicha, por poco haba perdido la razn y me haba
huido de all. En Crdoba me haba vuelto la esperanza, mis oraciones haban sido
inmediatamente atendidas y el Salvador pareca estar cerca de m. Aqu en Crdoba, dije
al cabo, haba vida, pero en el ambiente de Yav, en aquel ambiente destructor de almas,
slo se hallaba la muerte.

-Hermano Seplveda -repuso-, conocemos todos sus sufrimientos, y participamos


en ello; sin embargo, es preciso que usted vuelva a Yav. Aunque usted, all en el campo
enemigo, haya dudado quiz de la omnipotencia de Dios, cuando en me dio de la lucha
lo han acosado y herido, l lo llama otra vez al frente, donde estar con usted y pelear
a su lado. Es a usted a quien le incumbe, y no a nosotros, hallar la solucin de aquel
misterio que lo ha perturbado; y sus palabras parecen demostrar que ya casi ha resuelto
el problema. Acurdese que nosotros no estamos en este mundo para hacer nuestro
placer, sino la obra del Seor; que la recompensa suprema no ser para aquel que se
sienta a la fresca sombra con libro en mano, sino, para el que trabaja en el campo y
sostiene las fatigas y los calores del da. Vulvase a Yav, y, nimo!, que a su debido
tiempo los ojos de su corazn sern iluminados y todo se explicar.
Estas palabras me consolaron un tanto, y, meditando mucho en ellas, abandon
Crdoba y a su debido tiempo llegu de nuevo a mi parroquia.
Al apartarme de Yav, les haba prohibido a Montero y a su mujer que dijeran una
sola palabra del modo en que haba desaparecido Marta, considerando que era mejor
para mi grey que no supiese nada del asunto; pero a mi regreso, al pasar por el pueblo,
hall que todo el mundo lo saba. Por todos lados se deca que Marta se haba vuelto un
kaku; y no les asombraba ni espantaba esto; era solamente algo nuevo del que podan
chacharear, como de la fuga de Quiteria con su novio, o, de la pelea de Mxima con su
suegra.
Tenamos encima la estacin ms clida del ao, cuando era imposible hacer
mucho, ejercicio o pasar largo tiempo fuera de la casa. Durante aquellos das empez
otra vez a pesar sobre mi alma aquella sensacin de desaliento. Cavil en las palabras
del padre Irala y rec constantemente, pero la iluminacin que l haba presagiado no
me vino. Cuando predicaba, mis palabras eran para mis oyentes como un zumbido de
moscas en da de verano; entraban en la iglesia y permanecan de pie o hincados en el
suelo, escuchando con rostros insensibles, y saliendo otra vez con el corazn inalterado.
Despus de decir la primera misa, regresaba a casa y sentndome a solas en mi cuarto,
pasaba el resto del da sofocante de calor sumido en mis melanclicos pensamientos, no
teniendo ninguna inclinacin a trabajar. En tales ocasiones, la imagen de Marta, en toda
la hermosura de su juventud y coronada de su urea y resplandeciente cabellera, se
ergua ante m y se me anegaban los ojos de lgrimas. Tambin sola recordar con
frecuencia aquella terrible escena en el monte la figura acurrucada, los trapos
andrajosos, los ojos encendidos de locura; de nuevo parecan aquellos gritos estridentes
repercutir por todo mi cuerpo y resonar en el lbrego monte, y me levantaba
sobresaltado, medio enloquecido por las horribles sensaciones que de nuevo me
invadan.
Y un da, mientras estaba sentado en mi cuarto, con aquellas remembranzas como
nica compaa, sent de repente una voz en el corazn anuncindome que se acercaba
el fin, que vena la crisis, y que para cualquier lado que cayera, all permanecera por
toda la eternidad. Me alc de mi asiento, mirando fijamente ante m, como uno que ve
entrar en su cuarto a un asesino con pual en mano y se dispone para la lucha que
amenaza. Al instante, todas mis dudas, todos mis temores y desordenados pensamientos
hallaron expresin y denostaron a gritos a mi Redentor. Clam a Dios en alta voz que
me salvara, pero no acudi; los espritus de las tinieblas, enfurecidos por mi larga
existencia, haban adueado violentamente de mi alma y la estaban arrastrando a los
infiernos. Extend las manos y agarr el crucifijo de pie a mi lado, asindome a l como
pudiera hacerlo un marinero de un palo en el agua, al estarse ahogando: Soltadlo!
-gritaron mil demonios a mis odos-; hollad este smbolo de una esclavitud que ha
obscurecido vuestra vida y que os ha hecho un infierno de la tierra. El que muri en la

cruz ya no os puede salvar; mueren miserablemente los que en l confan. Recordad a


Marta Riquelme, y salvaos de su suerte mientras haya tiempo!
Solt la cruz, y cayendo en las piedras, Clam al Seor en alta voz pidindole que
me quitara la vida y tomara mi alma, porque slo la muerte me librara de -aquel gran
pecado a que me instaban mis enemigos que cometiera.
No bien hube pronunciado estas palabras cuando sent que los espritus malos se
haban apartado de m, como lobos robadores que han sido espantados de su presa. Me
levant y me lav la sangre de la frente donde me haba lastimado, y alab a Dios, pues
ahora una gran tranquilidad inund mi corazn, y sent que l, que muri para, que
todos furamos salvos, estaba all conmgo, y que su gracia me haba dado la victoria y
librdome del infierno.
Desde ese momento en adelante, empec a ver el significado de las palabras del
padre Irala, esto es que me incumba a m, Y no a l, hallar la solucin de los misterios
que me haban tenido tan inquieto y la cual, ya casi haba descubierto. Tambin vi el
porqu de aquella obstinada resistencia a la Religin en las almas de la gente de Yav; y
asimismo el porqu de las tentaciones que me haban acometido, de los curiosos accesos
de clera y de las pasiones carnales que nunca jams haba experimentado y que haban
marchitado mi corazn como vientos abrasadores, y de todos los sucesos en la trgica
vida de Marta, porque todas estas cosas haban sido preparadas con una astucia
diablica para hacer que mi alma se rebelara. Ya no meditaba de continuo en aquel
suceso aislado de la transformacin de Marta, pues, ahora, toda la accin de aquella
formidable lucha, en la que el poder de las tinieblas siempre pelea contra los siervos del
Seor, empez a manifestarse a mi entendimiento.
En la imaginacin volv a aquel tiempo, siglos atrs, cuando an no haba cado
sobre este continente ni un celeste rayo de luz; cuando los aborgenes rendan culto a
dioses, que llamaban en sus diversos idiomas Pachamac, Viracocha y muchos otros
nombres cuyos significados seran en castellano los siguientes: El Todopoderoso,
Gobernador de los Hombres, El Seor de los muertos, El Vengador. stos no eran
seres mitolgicos, eran poderosas entidades espirituales, distintas una de otra en
carcter; algunas de ellas deleitbanse en guerras y cataclismos, mientras que otras
consideraban a sus adoradores mortales no slo con sentimientos de tolerancia, sino aun
de benignidad.
Y a causa de esta creencia en podero, sos seres benvolos, algunos doctos escritores
cristianos han mantenido la opinin que los aborgenes tenan el conocimiento del
verdadero Dios, mas, obscurecido por muchas falsas doctrinas. Esto es un error
manifiesto, porque si en el mundo material no pueden mezclarse la luz y la obscuridad,
mucho menos podra el Ser Supremo compartir su soberana con Belial y Moloc, o, en
este continente, con Tupa y Viracocha; pero todos estos demonios, grandes y pequeos,
y conocidos por varios nombres, eran ngeles de las tinieblas que se haban dividido
entre ellos este nuevo mundo y las naciones, que en l moraban. Ni debe extraarnos
hallar aqu un parecido a la verdadera Religin rasgos sublimes y graciosos que
sugieren al Divino Artista-; porque el mismo Satans se transfigura en ngel de luz y no
tiene escrpulos en apropiarse de las cosas inventadas por la Inteligencia Divina. Estos
espritus tenan poder y autoridad ilimitados; su servicio era el objeto principal de los
hombres; todo carcter individual y sentimientos naturales eran aplastados por un
despotismo implacable, y nadie, ni en sueos, desobedeca sus decretos que eran
interpretados por sus sacerdotes; pero todos los habitantes estaban ocupados en
construir, en su honor, templos colosales, adornados con objetos de oro y piedras
preciosas, y millares de sacerdotes y vrgenes rendan culto con una pompa y
grandiosidad que superaba a la del antiguo Egipto y de Babilonia. Ni tampoco cabe

dudar que estos seres empleaban con frecuencia su poder para alterar el orden de la
naturaleza, transformando a hombres en aves y bestias, causando terremotos que
arruinaban ciudades enteras y haciendo muchas otras cosas milagrosas para demostrar
su autoridad o satisfacer sus genios malvolos. Lleg el tiempo en que quiso el Ser
Supremo demoler este imperio pecaminoso, empleando para ese fin aquel antiguo y
frgil instrumento, despreciado de los hombres, el padre misionero, y principalmente a
los de la Orden -tantas veces perseguida- fundada por Loyola, cuyo celo y santidad han
sido siempre un estorbo al orgulloso y sensual. En nacin tras nacin y una tribu tras
otra, los antiguos dioses fueron privados de sus reinos, siempre luchando con todas sus
armas para hacer resistencia a la conquista. Y al cabo, derrotados por todas partes, y
como un ejrcito que pelea en defensa de su territorio, se ha ido retirando poco a poco
ante el invasor, yendo a internarse en alguna regin aparentemente inaccesible, donde se
resiste hasta el ltimo; as se han retirado a este abrigado pas todos los antiguos dioses
y demonios, donde, si no pueden impedir que entre la semilla de la verdad, por lo menos
han logrado hacer el suelo donde cae estril como una piedra. Ni parece enteramente
extrao que estos seres, en un tiempo tan poderosos, se contenten con permanecer en
comparativa obscuridad e inaccin, cuando tienen al mundo entero que les ofrece
campos dignos de su malvola ambicin. Pues, por grandes que sean su poder e
inteligencia, son despus de todo, mortales, poseyendo -como los hombres-caracteres,
capacdades y limitaciones individuales; y despus de reinar sobre un continente que
han perdido posiblemente no sean aptos para servir en otra parte o no deseen hacerlo.
Porque sabemos que aun en las plazas fuertes del Cristianismo, siempre hay suficientes
espritus malos para hacer pecar a los hombres: naciones enteras estn bajo el dominio
de herejas abominables, y toda religin espisoteada por muchos cuya parte ser en
donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga.
Desde aquel momento en mi ltima pelea, cuando mi magn empez a columbrar
esta revelacin, me he visto libre de sus persecuciones. Ninguna pasin violenta, o
impulso pecaminoso, ninguna duda o tristeza han turbado la tranquilidad de mi nimo.
Me hallaba inundado de nuevo celo, y en el plpito sent que no era mi voz, sino la voz
de algn poderoso espritu que hablaba a travs de mis labios y predicaba a la gente con
una elocuencia de la cual yo no era capaz. Sin embargo, hasta aqu, aquella voz no ha
podido ganar sus al. mas. Los antiguos dioses -aunque ya no adorados abiertamente- son
siempre sus dioses, y si pudiera levantarse un nuevo Tupac Amaru para derribar los
smbolos del Cristianismo y proclamar otra vez el imperio de los incas por todas partes,
muchos hombres se inclinaran para adorar el sol naciente y reedificar, llenos de gozo,
templos al Relmpago y al Arco Iris.
Aunque los espritus errantes no pueden daarme, estn siempre cerca de m,
observando todos mis movimientos y siempre esforzndose por frustrar mis propsitos.
Ahora no hago caso de ellos cuando estn presentes.
Mientras desde mi escritorio miro a las montaas, que cual colosal escalera se
elevan al cielo, perdindose sus cumbres de vista en un hacinamiento de nubes, me
parece vislumbrar vagamente la terrible sombra de Pachamac, supremo entre los
antiguos dioses. Aunque estn en ruinas sus templos, donde el Faran de los Andes y
sus millones de esclavos le adoraron durante mil aos, l es siempre temible. En torno
suyo se agrupan otras formas colosales en sus brumosas vestiduras: el Seor de los
Muertos, El Vengador, El Gobernador de los Hombres y muchos otros cuyos
nombres eran en un tiempo de gran potestad en todo el continente. Se han reunido para
deliberar en junta; oigo sus voces en el trueno que retumba broncamente desde los
cerros, y en el viento que azota los rboles del monte ante la tempestad que se acerca.
Tienen sus rostros vueltos hacia m, me sealan con sus nebulosas manos, hablan de m,

aun de m, un viejo dbil y gastado! Pero no me asustan; tengo el alma firme, aun
cuando mi carne est enferma; aunque mientras miro me tiemblan las piernas, espero
ganar aun otra victoria antes que pase de este mundo.
Tarde y maana oro por aquella alma que vaga perdida en el gran desierto; y
ninguna voz reprende mi esperanza ni me dice que mi oracin sea ilcita. Fuerzo la vista
mirando hacia el monte; pero no s si Marta Riquelme volver trayndome las nuevas
de su salvacin en un sueo de la noche, o si vendr ella misma en su propia persona a
la luz del da. Espero su salvacin, y cuando se cumpla, estar pronto para pasar de este
mundo; pues como el viajero, cuyos labios estn desecados por abrasadores vientos, y
que con la boca llena de arena ansa un trago de agua fresca, se esfuerza por ver el,
trmino de su viaje en el gran desierto, as yo aguardo el fin de esta vida cuando ir
donde ti, oh, mi Seor!, y hallar el ansiado reposo.

La confesin de Pelino Viera


Ser necesario informar al lector, poco familiarizado probablemente con los
acontecimientos polticos del ao 1829 en Buenos Aires, que el fin de este ao fue ms
memorable por los tumultos de carcter revolucionario que los dems. Mientras duraron
estos disturbios, los detenidos de la prisin de la ciudad, aprovechndose de la agitacin
de fuera y de la debilidad de su guardia, intentaron recobrar su libertad. No obraban sin
precedente, y si las cosas hubiesen seguido su curso usual, hubieran conseguido
colocarse, sin duda, fuera de la, tirana opresiva de las leyes criminales.
Desgraciadamente para ellos, la guardia los descubri a tiempo y les hizo fuego; varios
fueron muertos o heridos, y al cabo fueron vencidos; pero no antes de que media docena
de ellos hubiesen conseguido fugarse.
Entre los pocos favorecidos de la fortuna se hallaba Pelino Viera, preso que haba
sido encontrado culpable, sin circunstancias atenuantes, de haber asesinado a su mujer.
A pesar del estado desordenado del pas, la tragedia haba producido gran sensacin,
debido a las circunstancias inusitadas que la acompaaban.
Viera era un joven de buena posicin y estimado por todos a causa de la dulzura de
su carcter; se haba casado con una mujer bellsima, y todos los que le conocan crean
que le profesaba el ms tierno amor. Cul fue, pues, el mvil del crimen? El misterio
qued sin resolucin en el proceso, y el elocuente abogado que defendi a Viera se
encontr evidentemente en grandes aprietos, pues la teora que estableci fue
calificada por el juez de Primera Instancia, que presidi el proceso, de inverosmil, y
hasta absurda, Se trataba de hacer pasar a la mujer de Viera por sonmbula; que
vagando por su dormitorio haba dejado caer un espadn que estaba colgado de la pared,
y que, al caer, le atraves el pecho, y que Viera, fuera de s por tan repentina y terrible
calamidad, no haba podido dar cuenta de lo que haba sucedido, sino que haba
disparatado incoherentemente cuando lo encontraron inclinado sobre el cadver de su
esposa. El acusado mismo no quera despegar los labios para confesar, ni para negar su
crimen, pero apareca, mientras dur el proceso, como quien est agobiado por una gran
desesperacin. Fue, por consiguiente, sentenciado a ser fusilado; los que le vieron
regresar a su calabozo saban muy bien que no haba ninguna probabilidad de que
conmutara la pena, ni aun en un pas donde a menudo se consigue el perdn con slo
pedirlo; pues los pacientes del desgraciado se hallaban a muchas leguas de distancia e
ignoraban su desesperada situacin, mientras que los parientes de su mujer no tenan
ms anhelo sino que le aplicaran la ltima pena.
Inesperadamente, cuando el joven asesino de su esposa imagin que slo le
quedaban dos das de vida, sus compaeros de prisin le sacaron del calabozo y desde
aquel momento desapareci totalmente. Escondida en el jergn que haba ocupado se
encontr la confesin siguiente, escrita con lpiz en unos cuantos pliegos de papel de
Barcelona, que era costumbre dar a los presos para hacer sus cigarrillos.
El alcaide haba conservado el manuscrito con otras curiosidades de la prisin y
despus de su muerte, que ocurri hace muchos aos, cay por casualidad en mis
manos.
No voy a estremecer al lector esclarecido y cientfico, expresando creencias en esta
confesin, sino presentrsela fielmente. La hechicera est muerta y sepultada en
Inglaterra, y si alguna vez sale, de su sepultura cubierta de yerbas, llega hasta nosotros

con nombre nuevo y bonito, y no se la puede reconocer cmo esa cosa malfica que
sola turbar la paz de nuestros antepasados. Pero en el pas de Polino Viera esto todava
una realidad y un poder. Es cosa comn all el ser alarmado a media noche por agudas y
estridentes carcajadas histricas que se oyen en las nubes; esto se llama la carcajada de
las brujas, y algo de lo que se supone ser causa de ella puede verse en lo que sigue.
Mi padre vino a esta ciudad, cuando todava era muy joven en calidad de agente de
una casa de comercio de Lisboa.
Con el tiempo prosper mucho y durante ms de veinte aos figur como uno de los
principales comerciantes de Buenos Aires. Al fin resolvi abandonar los negocios y
pasar el resto de sus das en su pas.
La idea de ir a Portugal era intolerable para mi; yo era argentino de nacimiento y
educacin y consideraba a los portugueses como un pueblo de que slo sabamos que
eran de la misma raza que los brasileos, nuestros enemigos naturales. Mi padre cedi y
resolvi dejarme; tena nueve hijos y no le costaba mucha pena privarse de m; mi
madre tampoco consideraba nuestra separacin como una calamidad, pues yo no fui
nunca su hijo favorito. Antes de embarcarse, mi padre tom sus medidas para que nada
me faltara en su ausencia. Sabiendo que yo prefera la vida del campo, me dio una carta
para don Pascual Roldn, rico propietario de los Montes Grandes, distrito de pastoreo al
Sur de la Provincia; y me dijo que fuera a vivir con Roldn que sera un segundo padre
para m. Tambin me dio a entender que dejaba depositada en manos de su viejo amigo
una suma de dinero para que yo comprara algunas tierras.
Despus de despedirme de los mos a bordo, remit una carta a don Pascual
anuncindole mi prxima visita, y pas unos cuantos das haciendo los preparativos para
mi vida de campo.
Mand mi. equipaje por la diligencia y procurndome luego un buen caballo, sal de
Buenos Aires con idea de viajar a mi gusto hasta el Espinillo, donde estaba la propiedad
de Roldn. Atravesaba lentamente los campos, informndome de mi camino y pasando
la noche en alguna aldea o alguna estancia.
En la tarde M tercer da llegu a ver el Espinillo; un. pen me lo indic; slo se vela
una franja azul de rboles en el lejano horizonte.
Hallndose cansado mi caballo, a poca distancia de mi camino me ape y segu
andando por entre rboles de tala.
Aqu el ganado haba hecho desaparecer el pasto. Profundo silencio reinaba en la
tierra; no se oa ms que el murmullo lejano del ganado y a veces un ave silvestre
rompa a cantar cerca de m. Esta tranquilidad de la naturaleza alegr mi corazn; no
poda yo desear mejor acogida.
Repentinamente o agudas voces de mujeres que discutan; pareca que estaban muy
enojadas y algunas de las expresiones que empleaban eran terribles. No tard en
encontrarlas.
Una de ellas era una vieja marchita, de cabellos blancos, harapienta y llevaba en los
brazos un haz de palos secos. La otra era joven y vesta traje verde oscuro; estaba plida
de clera, y la vi asestar a la vieja un golpe tal que la hizo bambolearse y soltar el
manojo de palos.
En este momento me divisaron.
La joven tena un chal gris con franja verde en el brazo, y al verme se ocult la cara
con l y desapareci por entre los rboles, La otra recogi como pudo la lea y se
escap en direccin opuesta. Cuando me acercaba a ella apretaba el paso y me dejaba
atrs.
Continu mi jornada, y saliendo al poco tiempo del camino me encontr delante de
la casa que buscaba.

Don Pascual no haba visitado a Buenos Aires haca muchos aos, y ya no le


recordaba.
Era un seor entrado en aos, robusto, de cabellos blancos que usaba largos, de
rostro agradable, franco y fresco. Me abraz con alegra, me hizo cien preguntas y
charl y se ri incesantemente, tal era la alegra que le produca mi visita. Luego me
present a sus hijas, cuya sincera acogida me sorprendi y me halag.
Don Pascual tena un carcter alegre y vivo, y al ver mis blancas manos me
pregunt si podra sujetar a un caballo duro de boca o enlazar a un toro por las astas.
Despus de las comidas, cuando todos estbamos sentados en el corredor,
disfrutando del aire de la tarde, empec a fijarme ms en sus hijas. La menor, que se
llamaba Dolores, tena una cara agradable, ojos grises y cabellos castaos.
Separada de su hermana hubiera parecido bonita.
Su hermana Rosaura era hermosa y de majestuoso porte, y con su dulce gracia y
viveza no tardaba en cautivar los corazones. Sus ojos eran negros y apasionados, sus
facciones perfectas; nunca haba yo visto nada que se pudiera comparar con la riqueza
de su semblante, sombreado por frondosa cabellera negra.
Procur reprimir la admiracin espontnea que senta. Yo deseaba contemplarla con
tranquila indiferencia o nicamente con un inters semejante al que siente por las flores
raras y bonitas el entendido en plantas. Si naca en m un pensamiento de amor, yo le
consideraba como un pensamiento pecaminoso, y luchaba por desasirme de l.
Era posible alguna defensa contra tanta dulzura? Ella me fascinaba. Cada mirada,
cada palabra, cada sonrisa me atraa irresistible-mente hacia ella.
La lucha, empero, que se efectuaba en mi pecho no cesaba. Qu razn hay para
esta falta de voluntad para someterme?, me preguntaba yo. La contestacin tom la
forma de una sospecha dolorosa. Yo recordaba la escena aquella del monte de tala y me
imaginaba ver en Rosaura a aquella encolerizada doncella del traje verde.
Inmediatamente alej tan injusta sospecha de mi pensamiento.
Estuve a punto de contarle lo que haba presenciado. Repetidas veces intent
hablarle de ello, pero si bien yo rechazaba la sospecha, no por eso dejaba de existir y de
paralizar mi lengua.
Durante muchos das me tuvieron inquietos estos pensamientos y me hacan esperar
con anhelo la aparicin del traje verde y del chal de verde franja.
No los volv a ver.
Pasaron los das, las semanas y los meses agradablemente; haca un ao entero que
yo viva en el Espinillo. Roldn me trataba cmo a un hijo amado.
Yo haca las veces de mayordomo de la estancia y la vida libre de las pampas me
era cada vez ms querida. Yo comprenda porque aquellos que la han probado una vez
no se encuentran nunca satisfechos en otra parte. Los lujos artificiales de las ciudades, la
excitacin de la poltica, las delicias de viajar, qu son comparados con aquella vida?
Sus hermanas eran mis compaeras constantes; con ellas cabalgaba, paseaba,
cantaba o conversaba a todas horas del da. Dolores era mi dulce hermana y yo su
hermano; pero Rosaura... bastaba que le tocara la mano para que se me inflamara el
corazn; temblaba y no poda hablar de alegra. Y ella no dejaba de amarme tambin.
Cmo poda yo dejar de observar el rico color que cubra sus frescas mejillas, el fuego
que arda en sus negros ojos cuando me acercaba a ella ?
Una noche. Roldn entr precipitadamente, lleno de feliz excitacin.
Pelino, exclam, te traigo buenas noticias! La propiedad que linda con la ma por el
oeste est en venta, dos leguas de tierra magnfica de pastoreo. La cosa no poda ser
mejor. El Verro, una corriente perenne, tenlo en cuenta, atraviesa todo el camp
Quieres empezar a vivir por tu cuenta? Te aconsej que compres, que edifiques una

casa conveniente, que plantes rboles y hagas un paraso. Si no tienes bastante dinero
permteme que te ayude. Yo soy rico y tengo pocas bocas a que dar de comer.
Hice Ip que me aconsejaba: compr el campo, edifiqu casas, y aument la
hacienda. El cuidado de mi nuevo establecimiento, que bautic con el nombre de Santa
Rosaura, ocupaba todo mi tiempo, de manera que mis visitas a mis amigas eran cada
vez menos frecuentes.
Al principio, apenas poda vivir alejado de Rosaura; su imagen no se apartaba de
m; el deseo de estar con ella era tan intenso que me adelgac, palidec, y estaba
extenuado. Me sorprendi, por lo tanto, el encontrar que tan gran anhelo se desvaneca
rpidamente. Mi espritu volvi a quedarse tan sereno como antes de que aquella gran
pasin empezara a intranquilizarme. Al mismo tiempo, sin embargo, yo senta que slo
cuando me hallaba lejos de Rosaura poda existir este sentimiento de libertad, as es que
mis visitas empiezan a disminuir ms y, ms.
Haca cuatro meses que me encontraba en Santa Rosaura cuando Roldn vino a
visitarme un da. Despus de admirar todo lo que yo haba hecho, me pregunt, cmo
llevaba yo mi vida solitaria.
Ya ve usted repliqu. Echo mucho de menos a cada hora del da su agradable
sociedad.
La cara del anciano se nubl, pues era orgulloso y apasionado por naturaleza.
Y nada le importa a usted la sociedad de mis hijas, Pelino? me pregunt con
entereza.
Qu le dir yo ahora?, me dije para mis adentros, sin hablar palabras.
Pelino me pregunt, no tienes nada que contestarme? Yo he sido un padre para ti.
Soy viejo y rico, y ten presente que soy orgulloso. No lo he visto todo desde el da en
que llegaste a mi puerta? Has ganado el corazn de la hija que yo idolatro. Nunca te dije
una palabra, recordndo de quin eras hijo y que un Viera es incapaz de una accin baja
y deshonrosa.
La justa clera del anciano y mi tmida naturaleza conspiraban contra m.
Seor exclam, yo sera realmente el ms vil de los hombres si me hubiese dejado
influenciar por otro motivo que el cario ms puro. Poseer el afecto de su hija sera para
m como el colmo de la felicidad. La he amado y la amo. Pero me ha entregado ella su
corazn? Mis dudas a este respecto son muy crueles.
Y eres tan. dbil que abandonas tus esperanzas por las dudas? pregunt Roldn con
algo de sarcasmo Hblale, hijito, y lo sabrs todo. Y si ella llegara a rechazarte, jura por
lo que creas ms sagrado que te casars con ella, aunque te rechace. Es lo que yo hice,
Pelino; la mujer que yo am, Dios la tenga en Santa Gloria, era como mi hija Rosaura.
Le tom las manos y le expres mi gratitud por el estmulo que me daba. La nube se
desvaneci de su frente y nos separamos como buenos amigos.
Sin embargo, cuando se separ de m, me qued sin nimo. La verdad era que yo
amaba a Rosaura, pero me era intolerable la idea de unirme con ella.
Pero, qu haba yo de hacer? La alternativa me llenaba de congoja, pues cmo
soportar que me despreciara Roldn a quien yo quera mucho, como el ms vil de los
hombres. No vea el medio de salir de la crtica posicin en que me encontraba. Mi
espritu estaba en un espantoso tumulto, y en este estado pas unos cuantos das con sus
noches.
Procur convencerme de que amaba a Rosaura apasionadamente, como realmente la
haba amado antes; y de que una vida de grande y duradera felicidad me esperaba, si me
casaba con ella. Me la figuraba en mi mente como novia, disfrutaba con la imaginacin
de su sonrisa constante, de su belleza apasionada, sus mil encantos sin nombre.

Todo era en vano! Slo la imagen de la blanca furia del monte de tala prevaleca
con persistencia en mi espritu, y el corazn se me acongojaba en el pecho.
Al fin, llevado al extremo, resolv probar la verdad de mis sospechas. Nunca me
seducira semejante diablo hasta el punto de tomarlo por esposa, aunque su hermosura
superaba a la de un ngel.
Sbitamente se me present un medio de salvarme. Le har una visita a Rosaura,
me dije, y le contar la extraa escena M monte de tala. Su confusin la vender. Me
afligir, me alarmar, me pasmar; descubrir en ella por accidente, en apariencia, a
aquel ser odioso. Entonces no se me escapar; la herir con crueles injurias; su agitacin
se convertir en rabia implacable, y nuestro asunto miserable terminar con mutuos
insultos. Roldn, ignorando la causa de nuestra querella, no podr culparme. Habiendo
considerado cuidadosamente mis planes, y preparndome para disimular, me encamin
al Espinillo.
Roldn estaba ausente. Dolores me recibi; su hermana, me dijo, estaba lejos de
encontrarse bien de salud, y haca ya muchos das que no sala de su aposento. Dije
cunto lo senta y le envi un mensaje carioso. Me qued solo una media hora, y
experiment grandsima agitacin de espritu. Iba a pasar quiz por una prueba terrible;
pero la felicidad de toda mi vida dependa de mi resolucin, y determin no dejarme
influenciar por ningn sentimiento de ternura.
Por fin volvi Dolores acompaando a su hermana, que con paso vacilante vino a
mi encuentro. Qu transformacin haba sufrido su rostro, cun plida y macilenta
estaba! Y, sin embargo, nunca la haba visto yo ms linda; la languidez melanclica de
la enfermedad, su palidez, su triste mirada, y el tmido cario con que me miraba,
aumentaban mil veces su hermosura. Corr hacia ella y le torn la mano, sin poder
retirar mis miradas de su rostro. Durante unos momentos me permiti que le tuviera la
mano, luego la retir con dulzura. Se le entristecieron los ojos y un velo de
indescriptible belleza asom a su rostro. Cuando Dolores nos dej solos, yo no poda
disimular mis sentimientos, y le reproch con ternura el que me hubiera ocultado su
enfermedad. Volvi la cabeza a otro lado y rompi a llorar, derramando un torrente de
lgrimas. Le supliqu que me contara el secreto de su dolor.
Si esto es dolor, Pelino me contest, entonces es muy dulce el padecer. Oh, no sabe
usted cunto lo queremos todos en esta casa! Qu sera de nuestra solitaria vida sin su
amistad? Y se hizo usted tan indiferente hacia nosotros que cremos que nos abandonaba
para siempre. Yo saba, Pelino, que nunca le dije una palabra, ni abrigu un pensamiento
que pudiera ofenderle, y crea que alguna cruel calumnia le alejaba de nosotros. Ser
usted siempre nuestro amigo, Pelino; siempre, siempre?
Le contest estrechndola contra mi pecho, estampndole cien sculos ardientes en
sus dulces labios, y hacindole al odo mil tiernas promesas de amor eterno. Qu
suprema felicidad senta yo! Consideraba como locura mi estado anterior. Qu
desvaros, qu mentiras inspiradas por algn espritu maligno, me haban hecho abrigar
pensamientos tan crueles sobre aquella mujer preciosa que yo amaba, la criatura ms
dulce del cielo?
Nada; mientras viviera, volvera ya a ponerse entre nosotros!
Poco tiempo despus de esta entrevista, nos casamos. Pasamos tres meses felices en
Buenos Aires, visitando a los parientes de mi esposa. Luego volvimos a Santa Rosaura y
volv a ocuparme en mis manadas y ganado y en los pasatiempos de las pampas.
La vida me era ya ms dulce, por la presencia de la mujer que yo idolatraba. Nunca
tuvo hombre alguno una esposa bella, ni ms consagrada a su marido, y la prontitud, o
mejor dicho, el jbilo con que ella abandon las comodidades y los alegres pasatiempos

de la capital para acompaarme a nuestro solitario hogar en la pampa, me llenaba de


grata sorpresa.
As y todo, mi espritu no recobraba su calma; la delirante felicidad que yo
experimentaba no era prenda d vestir de uso diario, sino un traje lujoso lleno de
bordados que pronto perdera su belleza.
Ocho meses haban transcurrido desde mi regreso, cuando examinndome
interiormente, como acostumbran a hacerlo los que han tenido el espritu perturbado,
descubr que ya no era feliz.
Ingrato, tonto, soador de raros ensueos, qu deseas? me deca yo, luchando por
sobreponerme a la secreta melancola que me estaba royendo el corazn. Haba yo
cesado de amar a mi mujer? Ella segua siendo la misma que mi imaginacin se haba
forjado; su dulce temperamento no conoci jams una nube; su gracia singular y
exquisita belleza no la haban abandonado; la sospecha que yo abrigu en otro tiempo
pareca olvidada o slo se despertaba en m como el recuerdo de un mal sueo y, con
todo, yo no poda decir que amaba a mi compaera. A veces pensaba yo que mi opresin
era causada por una secreta enfermedad que me minaba la existencia, pues a la sazn
senta a menudo fuertes dolores de cabeza y laxitud.
No mucho tiempo despus de haber empezado a notar estos sntomas que y tena
especial cuidado de ocultar a mi mujer, me despert una maana con una sensacin
triste y angustiosa en el cerebro. Not que haba en el aposento un olor particular, que
pareca hacer el aire tan pesado que costaba trabajo respirar; era un olor conocido, pero
no de almizcle, ni de alhucema, ni de rosas, ni de ninguno de los perfumes a que tan
aficionada era Rosaura, y yo no poda recordar lo que era. Una hora permanec en la
cama sin ganas de levantarme procurando recordar en vano el nombre del olor, y con un
vago temor de que empezaba a faltarme la memoria, de que me estaba sumiendo quiz
en desesperada imbecilidad.
Unas cuantas semanas despus se repeta la misma cosa: el despertar tarde, la
opresin,. el ligero olor conocido, en el cuarto. Repitise esto mismo una y otra vez. Yo
estaba lleno de angustia y mi salud sufra, pero mis sospechas no haban despertado del
todo.
Estando ausente Rosaura registr todos los rincones de la habitacin. Encontr
muchos frascos de esencia, pero el olor que yo buscaba no lo pude encontrar. Tambin
encontr una cajita de bano con incrustaciones de plata, que no pude abrir por no
encontrar llave que le viniera bien y no me atreva a romper la cerradura, pues haba
empezado ya a tenerle miedo a mi mujer. Mi efmera pasin se haba pasado ya
totalmente, el odio la haba reemplazado: odio y miedo, pues ambos van siempre juntos.
Yo disimulaba bien. Me finga enfermo; cuando ella me besaba, me sonrea yo y la
maldeca de todas veras; una serpiente enroscada en el pescuezo me hubiera sido menos
desagradable que los abrazos de Rosaura; sin embargo,, yo finga dormir pacficamente
sobre su pecho.
Un da que sal a caballo, se me cay el ltigo; me ape para recogerlo y pis una
plantita de verde oscuro, con largas hojas en forma de lanzas, y racimos de flores de un
blanco verdoso. Es una planta conocidsima por su fuerte olor narctico y por el jugo
acre y lechoso que da el tallo cuando se estruja.
sta es! exclam exaltado. Este es el perfume misterioso que yo buscaba. Esta cosa
tan pequea me har descubrir otras muy grandes.
Resolv seguir adelante; pero era preciso que obrara con sigilo, corno un hombre
que se adelanta para matar a una serpiente venenosa y teme despertarla antes de estar
pronto para asestar el golpe.

Tom una mata de la planta y fui a consultar a un viejo puestero, que viva en mi
propiedad, acerca M nombre de a misma.
Mene la cabeza ste y me contest:
La vieja Salom, la curandera, lo sabe todo. Ella le podr decir la virtud de cada
planta, cura las enfermedades y pronostica muchas cosas.
Repliqu que senta mucho que supiera tantas cosas, y me volv a casa, resuelto a
hacerle una visita.
Cerca de la casa del Espinillo exista un grupo de pequeos ranchos, arrendados por
gente muy pobre que Roldn permita por caridad vivir all y cuidar unas majadas sin
pagar renta. En uno de estos ranchos viva Salom, la curandera. Yo haba odo hablar
de ella a menudo, pues todos sus vecinos, sin exceptuar a mi suegro, profesaban creer en
su habilidad; pero yo no la haba visto nunca; siempre tuve el mayor desprecio por esa
gente ignorante aunque sagaz que se hace pasar por misteriosa y pretende saber mucho
ms que sus prjimos. En mi confusin, sin embargo, me olvid de mis prevenciones y
me apresur a ir a consultarla. Al entrar en su choza me sorprendi el reconocer en
Salom a la vieja que yo haba visto en el monte de tala a mi llegada al Espinillo. Me
sent en la calavera de un caballo asiento nico que poda ofrecerme y empec
dicindole que hacia largo tiempo que la conoca de reputacin, pero que deseaba
conocerla ms ntimamente.
Me dio las gracias secamente.
Habl de plantas medicinales y sacndome M bolsillo una hoja de la planta de
extrao olor que con tal fin llevaba yo encima, le pregunt que cmo se llamaba.
Es la Flor de pesadilla me contest, y al ver que me estremeca, me mir
maliciosamente.
Trat de rerme para apaciguar los nervios.
Lstima que a una flor tan bonita le hayan puesto un nombre tan terrible! dije . La
flor de pesadilla ... hay que estar loco para llamarla as!. Y me podr decir quiz por qu
se llama as, no es cierto?
Me contest que nada saba, y luego aadi encolerizada que yo iba a su casa como
quien va a robar sabidura.
No hay tal le contest; dgame, madre, todo lo que quiero saber y le dar a usted
esto entonces saqu una onza de oro del bolsillo y se la mostr.
Al verla le brillaron los ojos como lucirnagas.
Qu es lo que desea saber, hijo mo? me pregunt con ansiedad.
De esta flor sale por la noche un espritu maligno que me persigue cruelmente
repliqu. No quiero huir de l. Dme usted fuerza para resistir, pues me atrofia los
sentidos.
La bruja se excit de una manera extraa al or mis palabras; dio un salto batiendo
las palmas, luego solt una carcajada tan estridente y sobrehumana que se me hel la
sangre en las venas y los cabellos se me pusieron de punta. Finalmente, se acurruc en
el suelo, murmurando con hrrida expresin de maldad satisfecha en sus ojos:
Ah, hermana ma o! que deca entre dientes; ah, ojos brillantes, dulces labios, por
vuestra culpa me echaron y los que me conocan y me obedecan antes de que nacieras
t, hoy me abandonan y me desprecian! Miserables! Qu tontos son! Mira lo que has
hecho; de esto ha de salir algo, algo bueno para m, es seguro. Fue siempre audaz la
chica, ahora empieza a abandonarse.
Sigui por algn tiempo hablando en ese tono, soltando de vez en cuando una
carcajada sarcstica. Mucho me inquietaban sus palabras; y tambin ella, una vez
calmada su excitacin, pareca tener intranquilo el espritu, y de vez en cuando echaba
una vida mirada con disimulo a la gran moneda amarilla que yo tena en la mano.

Al fin se levant, y tomando un crucifijo de madera que estaba colgado en fa pared,


se acerc a m.
Hijo mo me dijo, conozco todas tus aflicciones y s que van a aumentar. Sin
embargo, no puedo rechazar el socorro que el ciclo en su infinita misericordia enva a
esta anciana y desvalida. Arrodllate, hijo mo, y jura por esta cruz que aunque te suceda
lo que te sucediere no descubrirs jams est visita, ni pronunciars mi nombre delante
de esa infame despreciadora de sus superiores, esa vbora maldita de linda cara. Pero
qu digo? Soy vieja, hijo mo, muy vieja, y mis sentidos se extravan. Me refera a tu
dulce esposa, a ese ngel divino, a Rosaura; jura que ella no sabr nunca que has venido
a verme, pues para ti ella es tierna, buena, hermosa, y para todos es buena, slo para m,
mujer desgraciada, es ms amarga que la cicuta, ms cruel que un cuervo hambriento.
Me hinqu de rodillas y pronunci el juramento que me peda.
Vte ahora me dijo y vuelve antes de la puesta del sol.
Cuando volv a la choza, la anciana me dio un manojo de hojas recin cortadas,
pareca, y precipitadamente secadas al fuego. Toma stas me dijo y gurdalas donde
nadie las vea. Todas las noches, antes de retirarte, masca bien un par de ellas y trgalas.
Alejarn el sueo? le pregunt.
No, no dijo la bruja, con una risita al tomar la onza: No te impedirn dormir siempre
que no haya ruido. Cuando huelas la flor de pesadilla ten cuidado de no abrir los ojos, y
tendrs extraos sueos.
Me estremecieron sus palabras y me march a casa. Observ sus instrucciones, y
todas las noches despus de haber mascado las hojas me senta muy despabilado; sin
calentura, ms con los sentidos claros y aguzados. Esto duraba un par de horas, luego
me quedaba tranquilo hasta por la maana.
En la cabecera de la cama, sobre una mesita, haba un crucifijo de bano con un
Cristo de oro clavado, y Rosaura tena por costumbre todas las noches arrodillarse
delante de l despus de desvertirse para rezar sus oraciones. Una noche, quince das
prximamente despus de haber visto yo a Salom, estando acostado con los ojos
parcialmente cerrados, vi a Rasaura que miraba con frecuencia hacia m. Se levant y
caminando furtivamente se desnud, luego vino y se arrodill cerca de la cama como
tena por costumbre. Poco despus puso una mano suavemente sobre la ma y dijo muy
quedito:
Duermes, Pelino?
No recibiendo contestacin levant la otra mano, en que tena un frasquito, lo
destap e inmediatamente se llen el aposento M fuerte olor de la flor de pesadilla. Se
inclin sobre m, me acerc el frasco a la nariz, luego me ech unas cuantas gotas en los
labios y se alej lanzando un gran suspiro de alivio. La droga no produjo ningn efecto
en m; por el contrario me sent muy despierto y observ sus ms leves movimientos
mientras que exteriormente yo estaba tranquilo y como sumido en profundo sueo.
Rosaura se retir a un asiento cerca de la mesa de tocador a alguna distancia de la
cama. Sonrise y pareca estar muy satisfecha. Luego abri la cajitta de bano de que ya
he hablado, sac de ella un tarrito de barro y lo coloc sobre la mesa. Sbitamente o un
ruido semejante al sonido de grandes alas; luego me pareci que bajaban del techo unos
seres extraos; temblaron las paredes y o voces que decan: hermana, hermana. Rosaura
se levant y se quit la bata, luego sacando ungentos del tarro los extendi en las
palmas de las manos, los pas rpidamente por todo el cuerpo, por los brazos y las
piernas, suprimiendo nicamente la cara. Al instante se cubri de plumas de color de
pizarra, en la cara nicamente no tena plumas; al mismo tiempo le salieron de los
hombros alas que se agitaban incesantemente. Sali precipitadamente, cerrando la
puerta despus; otra vez temblaron las paredes o parecieron temblar; o el ruido de alas

y junto con l agudas carcajadas, luego todo se tranquiliz. Al fin, lleno de asombro y
de horror me olvid de m mismo y la mir fijamente con los ojos desencajados; pero en
su precipitacin sali sin dirigirme una mirada.
Desde mi entrevista con la curandera, la sospecha de que ya exista en mi mente de
que mi mujer era uno de esos seres aborrecidos que poseen sabiduras sobrehumanas,
que reservan y emplean sin duda para fines perversos, se haba convertido en
conviccin. Y ahora que hube satisfecha la peligrosa curiosidad que me haba animado,
que habla visto a mi mujer emplear las odiosas artes ocultas, qu haba yo de hacer! No
par ah mi curiosidad y para inspirarme a obrar ms, el odio que yo haba abrigado en
secreto haca largo tiempo, se convirti instantneamente en un amargo y ardiente.
deseo de vengarme de la mujer que haba unido al mo su maldito destino.
Yo estaba desesperado y sin temor y ansiaba por estar de pie y en. accin. De pronto
se me ocurri un extrao pensa, miento y dando un salto de la cama me saqu
bruscamente la camisa y empec a frotarme el cuerpo con el ungento. Produjo en m su
misterioso efecto: instantneamente me cubr de azuladas plumas y sent que tena alas
en los hombros. Pens que quiz mi alma deba estar en el mismo estado que las de esos
seres aborrecidos. Pero esta idea apenas me turb, pues la ira me haba enloquecido.
Tornando un espadn estaba colgado en la pared, sal. La luna brillaba en el firmamento
y la noche estaba casi tan clara como el da. Me senta extraamente ligero al caminar y
apenas poda conservar los pies en el suelo. Levant las alas y me elev sin esfuerzo
aparente a una gran altura por los aires. Sent junto a m una estridente carcajada, luego
pas por mi lado un ser alado como yo, con una velocidad comparada con la cual es
lento el vuelo del halcn. Segu y el aire tranquilo de la noche me azotaba el rostro cual
si fuera un fuerte ventarrn. Ech una mirada hacia atrs para ver el Verro que pareca a
aquella distancia un hilo de plata. Detrs de m en el firmamento septentrional brillaba
el grupo de las siete estrellas, pues volbamos hacia las nubes magallnicas. Pasamos
por sobre vastas pampas desiertas, anchos ros y cadenas de montaas de que nunca
haba odo yo hablar. Mi gua se desvaneci pero yo segu adelante; las mismas estrellas
brillaban ante mis ojos. De vez en cuando oa agudas carcajadas y oscuras formas
pasaban como flechas por junto a mi. Entonces observ que descendan hacia la tierra
lejana. Debajo de m haba un ancho lago y en su centro una isla, sus mrgenes estaban
cubiertas por espesos bosques de grandes rboles; pero el interior era una elevada
llanura estril y desolada. A sta descendieron las aladas formas y yo con ellas sin soltar
de la espada desnuda.
Baj en medio de una ciudad rodeada por una muralla. Todo era oscuridad y
silencio y las casas eran de piedras y vastsimas, cada una de las cuales estaba separada
de las dems y rodeada por un ancho muro de piedra. La vista de estos grandes y tristes
edificios, obra de otros tiempos, llen mi alma de pavor y por un momento alej de m
el recuerdo de Rosaura. Pero no me sent sorprendido. Desde mi infancia me haban
enseado a creer en la existencia de aquella ciudad amada, buscada en vano, del
desierto, fundada hace siglos por el obispo de Placencia y sus colonos misioneros; pero
probablemente ya no era la habitacin de cristianos. Lo que de ella no cuenta la historia,
las cien tradiciones que yo haba odo, la suerte de las expediciones que se haban
enviado para descubrirla, y el horror que las tribus indias manifestaban a su respecto,
todo pareca indicar que sobre ella descansaba algn poderoso influjo de una naturaleza
sobrenatural y maligna. Los mismos elementos parecen haber pactado entre s para
protegerla de la curiosidad, si algn fundamento tiene la creencia popular de que al
acercarse los hombres blancos tiembla la tierra, las aguas del lago se elevan en enormes
olas que cubren las mrgenes con encolerizadas espumas, en tanto que el firmamento se

oscurece y los relmpagos revelan gigantescas formas en las nubes El explorador se


aleja aterrorizado de tan mala regin llamada por los indios Trapalanda.
Permanec tranquilo algunos momentos en una calle ancha y silenciosa; pero muy
pronto divis una muchedumbre de gente alada que se diriga precipitadamente hacia mi
charlando y riendo y para evitarla, me escond en la sombra de una vasta entrada
abovedada de uno de los edificios. Al poco rato entraron y pasaron al interior del
edificio sin verme. Recobr el valor y los segu a cierta distancia. La galera me condujo
en breve. a una vasta pieza, tan larga que pareca una ancha avenida abovedada de
piedra.
En torno, todo era oscuridad y soledad, pero en el extremo de la pieza que pareca
estar a media milla distante de m haba una gran luz y una muchedumbre de gente.
Estaban dando vuelta, bailando aparentemente y gritando y riendo como locos de atar.
El grupo que yo haba seguido se haba reunido ya probablemente con la
muchedumbre, pues yo no lo vea. Las paredes, el piso, el elevado techo abovedado,
eran de piedra negra. No haba fuegos ni lmparas, pero en las paredes haba pintadas
figuras de yacars, de caballos atravesando nubes de polvo, de indios peleando con
hombres blancos, serpientes, remolinos de viento, llanuras incendiadas con avestruces
que huan de las llamas, y cien cosas ms; los hombres y animales estaban dibujados de
tamao natural, y los brillantes colores con que estaban pintados daban una luz
fosforescente hacindolos visibles y derramando una tenue media luz en la pieza. Me
adelant furtivamente con la espada en la mano sin desviarme del centro del piso, donde
estaba muy oscuro, encontrndome a una diez varas por lo menos de las pintadas
paredes de uno y otro lado. Al fin llegu a donde estaba. acurrucada en el suelo delante
de m una figura negra. Al or mis pasos se irgui, era un hombre alto con ojos
cavernosos que brillaban como lucirnagas y de larga barba blanca qu le llegaba a la
cintura. Su nico traje era un pedazo de cuero de guanaco atado al cuerpo y su amarillada piel estaba tan inmediatamente pegada sobre sus huesos, que ms tena de esqueleto
que de ser viviente. Cuando me hube acercado a l observ que tena una cadena en los
pies, y sintindome entonces muy valiente y sin cuidados, compadecindome de tan
triste objeto, dije:
Anciano, qu te ha trado aqu? Somos compaeros en la desgracia. Quieres que
te d la libertad?
Clav en m su mirada un momento e inclinndose luego hacia adelante hasta que
sus labios casi tocaban mi cara, murmur:
Este es el infierno, no lo sabis? Cmo vais a salir de l? Mira y con el dedo
seal por encima de mis hombros.
Pobre viejo, has perdido el sentido dije.
Nada me contest, pero volvi a caer de cara al suelo. Al momento vi al lado mo a
una mujer cubierta toda ella de plumas como yo, que se qued mirndome con
expresin de asombro y temor pintados en su rostro. Cuando yo di vuelta lanz un grito
agudo; alc el arma, pero ella huy hasta ponerse fuera de mi alcance. El anciano
levant la cabeza otra vez y me mir y luego seal hacia la puerta por la cual haba yo
entrado. En el mismo instante tan aguda y rabiosa gritera reson en el extremo de la
pieza, que lleno de repentino terror me volv y me escap.
Antes de que llegara yo a la puerta, una muchedumbre de mujeres aladas se me
puso por delante; todas me miraban con rostros plidos y furiosos; pero la gritera que
oa detrs de m se acercaba; no haba otro medio de huir, y me precipit sobre ellas
hirindolas furiosamente con mi espadn. Vi claramente caer a una mujer atravesada por
mi arma y tres o cuatro ms cayeron por el choque de mi cuerpo. Pas por encima de
ellas, di un salto y me ech a volar. Los agudos gritos de clera no tardaron en

extinguirse; yo me hallaba a grande altura dirigindome velozmente hacia el grupo de


las siete estrellas, En este vuelo hacia mi morada me encontraba solo en el espacio; no
encontr una forma oscura alada, ni rompi el silencio profundo ningn ruido. En un
par de horas me encontr en mi distrito y ~i debajo el Verro reflejar la plida luz de la
luna.
Llegu a mi casa y entr en mi tranquilo aposento, donde todava arda sobre la
mesa de tocador la vela que Rosaura haba dejado all. Entonces empec a sentir una
terrible excitacin, pues a cada instante esperaba la llegada de m mujer. Lo dispuse
todo con cautela como ella lo haba dejado. Me olvid por un momento de las alas y las
plumas que me cubran. Justo cielo! Cmo deshacerme de ellas? Procur arrancarme
las plumas con las manos, pero las tenla profundamente enterradas en las carnes. Quiz
desaparezcan por si cuando rompa el alba. La noche empezaba a decaer; con la agona
del miedo me escond debajo de la ropa de cama. Mi desesperado valor me abandonaba;
yo estaba enteramente a la merced de Rosaura, y sin duda iba a saciar en m su sed de
espantosa venganza. En tan miserable estado pas otra hora; pero ella no llegaba, y mi
terror y mi angustia crecan por momentos hasta que ya casi no pude aguantar ms. De
pronto o ruido de alas; y al rato los cautelosos pasos de varias personasen la pieza que
estaba junto a la ma. Luego o voces que hablaban muy quedo.
Dejadme sola ya, hermana dijo una.
S, hermana replic otra; pero, mira que es tarde; anda pronto, y si no puedes
ocultarlo, di que fue un accidente un sueo que l lo hizo... cualquier cosa, con tal de
que te salves.
Luego, el silencio.
Abrise la puerta lentamente. Un sudor de terror me baaba la frente. Cerr los
ojos. Iba a levantarme aturdido y a entregarme inmediatamente a la merced de mi
esposa. Volv a mirar y la vi en el cuarto con cara color ceniza, le temblaban las piernas,
y la sangre le sala del pecho. Se sent tambalendose, respiraba con dificultad; con
trmulas manos volvi a abrir la cajita de bano y sac de ella otro tarrito de barro. Sac
un poco de ungento y se frot el cuerpo. Se pas suavemente las manos desde, los
hombros hacia abajo, y las plumas desaparecieron, pero la sangre continuaba saliendo
de su herido pecho. Tom un vestido que tena al lado y procur cubrirse. El horror y la
alucinacin que se haban apoderado de mi alma, hicieron que me olvidara de todo. Me
haba sentado en el lecho y la miraba fijamente con ojos de espanto, cuando ella dirigi
su vista hacia m. Dio un salto de su asiento lanzando un terrible grito, luego cay de
espaldas al suelo, suspirando. Por algn tiempo no me atrev a acercarme a ella; luego o
que golpeaban la puerta y que mis criados llamaban. Corr a la puerta y la cerr con
llave.
Vayan ustedes a acostarse grit; la seora ha tenido una pesadilla, no hay ms.
Los criados se retiraron. Inmediatamente me unt el cuerpo con la pomada del
segundo tarro, y volv a mi estado anterior. Examin a Rosaura y vi que estaba muerta.
Era horrible la muerte que tuvo; pero no por eso sent compasin ni remordimiento,
aunque estaba convencido de que mi propia mano le haba infligido la herida mortal.
Me vest y me sent para meditar sobre mi situacin. Haca tiempo que haba
amanecido, y el sol que penetraba en aquella pieza me record la necesidad de ponerme
en accin. A mis pies yaca mi mujer; una expresin de horror y de angustia le
desfiguraba el rostro todava, la sangre segua salindole lentamente del pecho herido;
pero era mi desesperacin tan grande que me impeda tomar una resolucin. Qu dira
el mundo cuando llegara a ver aquel aposento manchado de sangre? Huira de la suerte
que me esperaba como asesino? Era ya tarde; adems mi huda me proclamara culpable

en seguida y yo no era culpable. Me prenderan y me daran una horrible muerte. No


seria mejor decir la pura verdad, contestar al ser interrogado?
Soy culpable, y no lo soy; y contar despus las maravillosas circunstancias.
Creeran esta historia? Quiz, pero de nada me servira. La acusacin pues me
formaran seguramente un proceso por asesinato dira que era buena mi invencin y que
estaba muy versado en leyendas y supersticiones, y ningn juez tendra valor para
absolverme.
Segua sentado, incapaz de decidir nada, cuando o hablar formalmente, pasos que
se acercaban con rapidez, y luego que llamaba recio a la puerta. Era mi suegro que vena
a sorprendernos con una visita matinal. Reconoc su voz, aunque estaba lleno de alarma,
pues ya le haban dicho los criados lo que haban odo. Iba a ponerme de pie para abrir,
pues era imposible ocultarme ya, cuando cedi la frgil cerradura y la puerta se abri de
par en par. Roldn entr, mir horrorizado unos momentos, mientras que los criados que
entraron detrs de l dejaban escapar grandes exclamaciones.
Rosaura, hija querida! exclam el anciano por fin. Muerta, asesinada! Explica
esto, Pelino, por Dios, explcate!
Le dir que en un acceso de clera se dio una pualada, pens; inmediatamente
comprend que no convena, pues jams vio nadie encolerizada a Rosaura. Roldn
observ mi vacilacin.
Asesino! grit, dando un salto hacia adelante y asindome fuertemente por un
brazo. Se apoder sbitamente de m una rabia irresistible y olvid toda prudencia. Me
puse de pie y lo alej de m, sacudindolo violentamente.
Atrs! exclam. Sepa usted, viejo chocho miserable, que esta es su obra! Cuando
consegu escaparme de las astucias de su odiosa hija, quin sino usted me arrastr otra
vez a su lado? Maldito sea el da en que lo vi a usted por primera vez, y a este
monstruo infernal de hermosa careta! Este es el resultado de su mediacin!
Estas frenticas palabras me destruan, pues equivalan a una confesin de
culpabilidad. Agobiado por la desesperacin, me dej caer de nuevo en mi asiento.
Roldn retrocedi hasta la puerta, mand precipitadamente a un criado en busca del
alcalde, y tom sus medidas para que yo no fuera a escaparme.
No tard en llegar el alcalde; fui formalmente acusado y enviado a Buenos Aires;
sigui el proceso y la sentencia. No se omiti nada de cuanto poda decirse en mi
defensa, pero todo fue en vano. Si en el momento oportuno hubiese yo fingido un pesar
que no senta, hubiese contado la historia que mi abogado invent despus para explicar
la muerte de Rosaura, me hubiera salvado. Pero despus de la conducta que observ
para con mi suegro, cuando entr en el aposento ensangrentado, de nada poda servirme.
Yo no espero que nada se interponga entre m y el banquillo fatal.
Dentro de poco mi familia conocer mi suerte, y esto es para m una grande
amargura; para mi familia escribo esta relacin; cuando la lean se convencern los mos
de que no soy un asesino. Accidentalmente le plant el taln encima a una vbora
ponzoosa, y la aplast tal es el crimen que he cometido.
Es duro morir tan joven, pero la vida no tendra para m los atractivos que en otros
tiempos tena. Algunas veces, no pudiendo pegar los ojos por la noche, me pongo a
pensar en las grandes llanuras, hasta que casi me imagino or los lejanos mugidos del
ganado, el vespertino canto de la perdiz; acabo siempre por derramar abundantes
lgrimas. Sera muy triste vivir lejos de la dulce vida que yo conoca, errar entre
extranjeros en remotas tierras, perseguido siempre por el recuerdo de la terrible tragedia.
Se lo he contado todo a mi confesor; la extraa expresin de su cara me dice que no
me cree del todo, y piensa quiz que en el ltimo momento le voy a declarar que todo ha
sido una pura invencin. Cuando yo est en el banquillo, con los ojos vendados; cuando

los fusiles estn apuntndome al pecho, y tenga que retirarse de mi lado, entonces sabr
que no le he dicho ms que la verdad; pues quin ha de querer morir con el peso de un
gran crimen sobre el alma?
Que para hacerme justicia escriba mi confesor aqu, al final de esta confesin, antes
de mandarla a mi desdichado padre, que est en Portugal, si l cree que he dicho la
verdad.

Glosario
Al udo: en balde.
Ay juna!: interjeccin gauchesca
Bagual: caballo salvaje o maero.
Carancho: ave de rapia sudamericana.
Carac: tutano, mdula de los huesos.
Cimarrn: animal salvaje, montaraz.
Estancia: establecimiento de ganadera.
Facn: pual de gaucho.
Flete: caballo brioso, corredor.
Lata: sable.
Mate: la vasija de calabaza en la que se prepara la infusin de hierba del Paraguay,
bebida clsica del gaucho; tambin se llama mate la bebida misma.
Mangang: nombre guaran de la abeja cimarrn, de gran tamao.
Matrero: ladrn de caballos o ganado.
Matriar: robar caballos.
and: nombre guaran del avestruz americano.
Omb: rbol muy grande de la familia de las filotceas, muy caracterstico de la
Pampa.
Pago: distrito o vecindario rural.
Pajuerano: forastero.
Parejero: caballo de carrera de la Pampa.
Pava: tetera que se emplea para el mate.
Peludo: armadillo cubierto de pelo.
Pericn: baile popular rioplatense.
Petizo o Petiso: caballo de corta alzada.
Pilcha: cada una de las piezas del recado; tambin se aplica aprendas personales.
Porra: porcin de pelo enmaraado.
Pulpera: tienda donde se venden por menor bebidas alcohlicas, y tambin
comestibles.
Rancho: choza con techo de paja o totora.
Rejucilo: refucilo, relmpago.
Retrucar: replicar, contradecir.
Tranquera: puerta en un cerco hecho de trancas.
Truje: traje, tercera persona singular de traer.
Tosca: nombre que dan en la Argentina y en el Uruguay a una roca blanca de textura
terrosa que se encuentra en casi toda la ribera del Plata.

También podría gustarte