Teoría Del Ensayo (José Luis Gómez-Martínez)
Teoría Del Ensayo (José Luis Gómez-Martínez)
Teoría Del Ensayo (José Luis Gómez-Martínez)
Nota previa
La segunda parte de Teora del ensayo, que constaba de una seleccin de 22 textos
muy abreviados, se ir incluyendo prximamente por separado, y esta vez con el
texto completo de los ensayos. (Athens, mayo de 1999)
Las palabras, al igual que las costumbres, estn sujetas a la tirana de las modas.
En nuestro siglo, y con especial nfasis en los ltimos aos, tanto los escritores
como los editores han dado en denominar "ensayo" a todo aquello difcil de
agrupar en las tradicionales divisiones de los gneros literarios. Si a esto unimos
la vaguedad del trmino y la variedad de las obras a las que pretende dar cobijo,
no debe extraarnos que las definiciones propuestas se expresen slo en planos
generales. El Diccionario de la Real Academia Espaola define el ensayo como
"escrito, generalmente breve, sin el aparato ni la extensin que requiere un tratado
completo sobre la misma materia". No es necesario un examen meticuloso para
determinar lo inoperante de esta definicin: slo hace referencia a la forma y, por
otra parte, presenta al ensayo como a un hermano menor del tratado, como algo
que no lleg a desarrollar lo que tena en potencia. A este particular no son
tampoco de gran ayuda las antologas de ensayistas, especialmente las que
recogen escritores espaoles, pues o incluyen demasiados ejemplos sin verdadero
criterio del gnero, o representan puntos de vista parciales, por lo comn
determinados por aspectos temticos.1
En la bsqueda de una definicin o caracterizacin del ensayo, es no slo
conveniente, sino preciso, remontarse a la obra de Miguel de Montaigne, creador
del gnero ensaystico segn la posicin tradicional de la crtica literaria.
Montaigne, en efecto, fue el primero en usar el trmino "ensayo", en su acepcin
moderna, para caracterizar sus escritos, y lo hizo consciente de su arte y de la
innovacin que ste supona. En el ensayo nmero 50 del libro primero, que titul
"De Democritus et Heraclitus", nos da una "definicin" que todava posee hoy
algo ms que valor histrico: "Es el juicio un instrumento necesario en el examen
de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasin en estos ensayos.
Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razn me sirvo de l,
sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para
mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir ms all es
un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideracin. A veces imagino
dar cuerpo a un asunto balad e insignificante, buscando en qu apoyarlo y
consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que
nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino est tan trillado que no hay ms
recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se
encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil
senderos decide que ste o aqul son los ms convenientes. Elijo al azar el primer
argumento. Todos para m son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos,
porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos
prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que
tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para
penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda
la profundidad de que soy capaz, y las ms de las veces me gusta examinarlas por
su aspecto ms inusitado. Me atrevera a tratar a fondo alguna materia si me
Notas
Todo intento de establecer los orgenes del ensayo debe forzosamente comenzar
con Montaigne. Montaigne no slo "invent" la palabra, sino que fue consciente
de lo peculiar de su obra: "Este es el nico libro de su clase en el mundo; es de
una intencin indmita y extravagante. En l no hay nada tan digno de ser notado
como su singularidad" (364). La obra de Montaigne era, en efecto, especial. Era
especial en la forma y en el contenido, en el mtodo y en los propsitos. Pero ms
importante todava, introduca en primer plano el "yo" en su creacin artstica. El
mismo seala orgulloso su aportacin: "Los autores se comunican con el mundo
en extraas y peculiares formas; yo soy el primero en hacerlo con todo mi ser,
como Miguel de Montaigne, no como gramtico o como poeta, o como
jurisconsulto" (782).
El ensayo moderno, pues, data de 1580, fecha en que apareci la primera edicin
de los Essais. Dentro del mismo siglo XVI, en 1597, comenzaran a publicarse los
primeros ensayos de Francis Bacon. Con ambos escritores quedan fundamentados
los pilares del nuevo gnero literario y se concede a ste su caracterstica ms
peculiar: el ensayo es inseparable del ensayista. Por ello desde entonces, excepto
en raras aunque notables ocasiones, se hablar de ensayistas y no de tal o cual
ensayo. Si comparamos un ensayo cualquiera de Montaigne "Des menteurs",
por ejemplo con otro semejante de Bacon "Of Truth", se observa que
mientras Montaigne lo basa en "vivencias", Bacon lo hace en "abstracciones". El
ensayo de Montaigne gana en "intensidad", el de Bacon en "orden". El primero es
ms "natural", el segundo ms "artstico". El primero intensifica lo "individual", el
segundo lo "prototpico". En Montaigne, en fin, domina la intuicin "potica", en
Bacon la "retrica". As, desde sus comienzos, Montaigne y Bacon representan
dos opuestas posibilidades de ensayo, que profetizan el futuro individualista del
gnero: El ser de Montaigne est en sus ensayos, tanto como el de Bacon en los
suyos. Unos y otros son exponentes de sus personalidades y preocupaciones.
Que se consideren a Montaigne y, en cierto modo, a Bacon creadores del ensayo
moderno, no impide, sin embargo, el poder rastrear los orgenes del estilo
ensaystico en la poca clsica. Ya Bacon disput a Montaigne la originalidad que
ste se atribua, al sealar explcitamente: "La palabra es nueva, pero el contenido
es antiguo. Pues las mismas Epstolas a Lucilio de Sneca, si uno se fija bien, no
son ms que 'ensayos', es decir, meditaciones dispersas reunidas en forma de
epstolas" (XI: 340). En efecto, tanto en los Dilogos de Platn como en las
Epstolas a Lucilio de Sneca (las ms cercanas al ensayo actual), en las
Meditaciones de Marco Aurelio, en las Obras Morales o Vidas paralelas de
Plutarco, se pueden encontrar los grmenes de las que despus llegarn a ser
caractersticas esenciales del gnero. Sus obras, sin embargo, estn todava lejos
de formar verdaderos ensayos, en el sentido que actualmente damos a la palabra.
Hay que esperar a las tendencias humansticas del Renacimiento en su proceso de
descubrir al individuo, ya que el carcter subjetivista y la proyeccin constante del
ser del escritor en sus ensayos no es concebible en la poca medieval.
En Espaa podemos ya encontrar actitudes ensaysticas en el siglo XV, y en las
obras de Fernando de la Torre, Prez de Guzmn, Fernando del Pulgar o Monsn
Diego de Valera, hallamos indiscutibles huellas de una tendencia
individualizadora. Faltan en sus escritos, no obstante, la naturalidad y la
sinceridad que proyecta el verdadero ensayista cuando no se limita a mostrar sus
pensamientos, sino que expone el mismo proceso de pensar. Slo con Fray
Antonio de Guevara podemos dar comienzo, sin reservas, a la tradicin
ensaystica espaola. Guevara, en un estilo personalsimo, logra inyectar sus
propias preocupaciones a sus escritos. Sus obras consiguen establecer todava en
la actualidad, a pesar de lo retrico de su prosa, un ntimo dilogo con el lector en
una comunin de pensamientos. Las Epstolas familiares (1542), su obra ms
representativa, forman verdaderos ensayos donde se tratan los ms diversos temas:
desde valores permanentes, en las epstolas que reflexionan sobre la "envidia" o la
"libertad", hasta asuntos de inmediata actualidad poltica, consejos sobre el amor o
burlas llena de gracia contra el mal escribir.
El ensayo del siglo XVI, dominado por un deseo de perfeccin espiritual, llena
una de las pginas ms ilustres de la literatura espaola. Al unsono con el latido
de la visin universal del Emperador, Alfonso de Valds aboga por una reforma
religiosa de acuerdo con el pensamiento erasmista. Su obra, al igual que la de Juan
de Valds, esta escrita en una prosa clara que fluye natural, sin la afectacin
retrica de Guevara. En la segunda mitad del siglo, coincidiendo con el gobierno
de Felipe II, el contenido se hace ms ntimo y la prosa ms serena y personal:
Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jess y Fray Luis de Len representan una
nueva etapa en el ensayismo espaol. En realidad, tanto ellos como los escritores
satricos y polticos del siglo XVII Quevedo, Cascales, Zabaleta, Gracin y
Saavedra Fajardo escriben con un estilo y frecuentemente con unos propsitos
distintos a los que movieron a Montaigne en la confeccin de los Essais.
Se puede afirmar que los ensayos escritos en el siglo XVI por Guevara,
Montaigne y Bacon son manifestaciones excepcionales de un gnero de
nacimiento prematuro. El espritu exista en la poca, pero el escritor todava no
dispona de los medios adecuados para la difusin de sus ensayos. A principios del
siglo XVIII, con la aparicin de las revistas y peridicos, puede el ensayista, por
primera vez, establecer un verdadero dilogo con el lector, que pasa
decididamente a formar parte del ensayo. El ejemplo de las revistas inglesas, The
Tatler y The Spectator, que comienzan a publicarse en 1709 y 1711
respectivamente, y el prestigio de sus editores, Richard Steele y Joseph Addison,
sirvieron de aliciente a otras publicaciones semejantes en Espaa. As surgi el
Diario de los literatos de Espaa en 1737. No obstante, habr que esperar hasta la
segunda mitad del siglo para que estas publicaciones peridicas adquieran en
La posicin de Juan Mir y Noguera ante el empleo del trmino ensayo es, a
pesar del carcter personal de la misma, indicador de la opinin de un gran sector
de la crtica espaola a principios del siglo XX: "La verdad sea, que al romance no
le faltan vocablos propios para exprimir toda suerte de conceptos. Ms propiedad
contiene la palabra 'bosquejo' que la palabra 'ensayo'" (I: 704). No obstante, aun
siendo cierto que el trmino "ensayo" comenz a usarse en Espaa como
designacin de un gnero literario durante el siglo XIX, y que lo hizo por
imitacin del ingls, tambin lo es que la voz "ensayo" figura ya en las primeras
obras literarias castellanas y que fue usada por nuestros escritores ms castizos:
En el Poema de mio Cid aparece con los significados de "probar, usar una cosa",
"acometer", "esforzarse": "Si plogiese a Dios querralas ensayar" (v. 2376); "vist
un moro, fstel ensayar" (Menndez Pidal, v. 3318). En el Libro de Alexandre con
el sentido de "dar fuerza": "Ensayando los vinos que azen ya ferviendo" (v.
2400d). El Arcipreste de Hita la emplea en el Libro de buen amor: "Si agora
cantasses, tod'el pesar que trayo / me tyraras en punto, ms que con otro ensayo"
(v. 1439cd). Bartolom de Torres Naharro en su romance "Con temor del mar
ayrado": "Lechuza me soi tornado / contra el sol y sus ensayos". Fray Luis de
Len en De los nombres de Cristo: "Sombra son sin duda, Sabino, y ensayos muy
imperfectos de amor los amores todos con que los hombres se aman" (I: 756). En
la obra de Lope de Vega figura repetidas veces: "Para no venir a errar/me quiero
ensayar al vivo", o "Fue una ymagen, fue un ensayo". El sentido de la palabra
tambin se ampla hasta llegar a tener el significado general de "hacer las pruebas
de una comedia, cancin, etc., antes de ejecutarlo en pblico". As en Moratn:
"Ensayaba a sus compaeros en los papeles que haban de hacer con l", o "ya una
noche de estas pasadas se hizo un ensayo en la Barceloneta".5
En el siglo XVIII se utiliza ya el trmino ensayo en el ttulo de ciertas obras que
pretenden as mostrar una de las caractersticas primordiales, y cuyo significado
evoluciona desde el mero sinnimo de "prueba" o "tentativa" hasta en el siglo
XIX representar a escritos pertenecientes a un nuevo gnero literario.6 Se puede
decir que a partir de la defensa del ensayo de Valera (1868), con motivo de la obra
de Laverde, y sobre todo con Ensayos y revistas (1892) de Leopoldo Alas, la
palabra ensayo adquiere ya una dimensin literaria peculiar. Con la Generacin
del 98 el trmino se universaliza y alcanza tal prestigio que para mediados del
siglo XX su uso se hace de nuevo impreciso, al dar cobijo a estudios cientficos, a
Notas
A lo largo de estas pginas, y sobre todo en las secciones que siguen, se hacen
con frecuencia afirmaciones sobre la "sinceridad" y la "autenticidad" del
ensayista; se dice que "el ensayista expresa lo que siente y cmo lo siente", que
"nos hace partcipes del proceso mismo de pensar", y otras aserciones semejantes
con las que se pretende establecer una aproximacin al carcter dialgico del
ensayo, a su retrica; pero sin ms desarrollo, estas expresiones podran ser
interpretadas como posturas impresionistas que desconocen la complejidad y
dificultad que conlleva todo intento de significar, de codificar un pensamiento
(vase mi estudio Ms all de la pos-modernidad). Es cierto que el lenguaje del
ensayista, como el de cualquier otro escritor, surge siempre en tensin en el seno
de una lengua que lo aprisiona, que en cierto modo lo determina, pero a la que
tambin, en la medida de su fuerza creadora, supera y modifica. Todo acto de
escribir supone, adems, un proceso de codificacin de un pensamiento: se trata
de expresar una idea a travs de un sistema de signos que a su vez son incapaces
de significar en s mismos, pues slo inician un proceso (tericamente indefinido)
de diferir el acto de significar en una cadena interminable. Tal es la aportacin
posmoderna a nuestro discurso narrativo actual: Cada significante, se dice, parece
ser a la vez significado de otro significante en una sucesin repetitiva/circular que
se convierte en un fin en s misma y que nos impide/pospone llegar al significante
original, con lo que la bsqueda se convierte en un juego intelectual, eso s,
dialgico, pero que se niega a s mismo valor cognoscitivo. Nuestra experiencia,
sin embargo, atestigua la existencia del dilogo y, por tanto, la posibilidad de
significar.
La falacia del discurso posmoderno reside en la prdida de lo humano que lleva
implcito. A fuerza de diferir y diferenciar en un progresivo intento de precisin,
se vela el objeto de la bsqueda. El proceso es, en verdad, ilimitado, pero no por
no alcanzar el primer significante, sino porque lo humano, en lugar de ser algo
hecho, es un hacerse. El ser humano no puede definirse precisamente por serlo. El
definirse sera observarse fuera de s mismo y por tanto dejar de ser. Este estar
siendo es lo que causa la serie indefinida de significantes/significados que se
prolongar tanto como el ser humano mismo. El significante original, el primario,
el raz, del cual derivan todos los dems, en la complejidad
partida de un proceso creador. Fryda Schultz seala, con acierto, que "el ensayo es
una forma mvil; y es as que, examinados algunos de ellos podemos sorprender
al autor y la atmsfera que dio nacimiento a su obra" (10).
El ensayista escribe, es verdad, desde y para una poca, por lo que los temas y la
aproximacin a ellos estarn forzosamente subordinados a las circunstancias del
presente vivido. Pero ello no impide, como sealamos en el caso de Leopoldo
Zea, que la opcin reflexiva que adopta el ensayista libere a su obra de la nota de
caducidad que supone toda sujecin a un espacio y un tiempo concretos. En el
ensayo de Hostos anteriormente citado, se sealan explcitamente las alternativas:
"A los ojos de una historia filosfica, Ayacucho empez en 1533. A los ojos de la
crtica, Ayacucho empez en 1810. Slo a los mal abiertos de la narrativa empez
y acab el 9 de diciembre de 1824" (15). Al igual que Hostos, Jos Ortega y
Gasset en su ensayo La deshumanizacin del arte (1925) toma el pulso al
momento artstico y adelantndose a su tiempo medita sobre algo que en forma
confusa comenzaba a hacer su aparicin en las mentes de una minora culta. Hoy,
setenta aos ms tarde, si bien el ensayo ha perdido su valor de actualidad
inmediata, e incluso se nos hacen patentes algunos "errores" de poca, sus
reflexiones, sin embargo, nos sugieren todava ahora, como entonces, fecundas
proyecciones en nuestro discurso axiolgico actual, vvida prueba del valor
perenne del verdadero ensayo.
Los ensayistas de todos los tiempos siempre han sabido conjugar lo actual en el
fondo de lo eterno. Montaigne en su ensayo "Los canbales" reflexiona sobre
Amrica, ya que para l "este descubrimiento de un pas inmenso merece ser
digno de consideracin" (200). Antonio de Guevara se aproxima a sus
contemporneos con frases todava hoy actuales: "A los lectores de esta escritura
ruego que ms lo noten que lo ran esto que aqu hemos dicho; pues le es ms
sano consejo al pobre hidalgo ir a buscar de comer en una borrica que no andar
hambreando en un caballo".7 Las reflexiones no tienen que girar necesariamente
sobre temas filosficos o literarios, cualquier aspecto es propicio, siempre y
cuando las consideraciones sobrepasen el plano de lo puramente mecnico. Angel
Ganivet en su ensayo Granada la bella sabe afrontar problemas de la vida
cotidiana y, en una creacin esttica, darles carcter filosfico: "Con este modo de
ver las cosas, voy a pasar revista a las encontradas aspiraciones que luchan en el
grave problema de la transformacin de las ciudades, refirindome en particular a
Granada" (I: 67). Por otra parte, el ensayista, consciente de su funcin, llega a
considerar un deber el reflexionar sobre aquellos tpicos de actualidad: "Pues
bien: hablemos de responsabilidades, ya que las responsabilidades constituyen la
obsesin, la monomana y el delirio de cuantos escriben fondos en los diarios"
(37), nos dice Ramiro de Maeztu; y de modo ms directo seala Octavio Paz:
"Dije antes que sta es una tarea urgente: en verdad, es el tema de nuestro tiempo"
(Posdata, 101). La posicin del ensayista queda definida en el ideal que Ortega y
Gasset se propona al comenzar las series de El Espectador: "En suma, quisiera
ser 'El espectador' una pupila vigilante abierta sobre la vida" (I: 12). Y nada ms
indicador de este proceso que las palabras que abren un ensayo sobre un tema en
apariencia trivial: "Dadas las circunstancias es tal vez lo ms oportuno escribir
algo sobre el vuelo de las aves anilladas" (La caza, 157). Estas son, en definitiva,
las palabras claves que traducen el concepto "actual"; dadas unas circunstancias,
escribir sobre algo oportuno.
Notas
de algn modo se sienta aludido: "No recuerdo quin le deca a Gide que no lea
nada para no perder su originalidad" (24). Santa Teresa, en fin, se sirve de este
recurso tan en concordancia con su estilo sencillo para proyectar en sus
escritos una sensacin de intimidad y espontaneidad: "Decame poco ha un gran
letrado que son las almas que no tienen oracin como un cuerpo con perlesa" (9).
Tanto Ortega y Gasset como Mart, Montaigne, Sbato y Santa Teresa piensan al
escribir, no en el crtico, a veces ms interesado en la exactitud de los datos que en
el contenido de estos, sino en el lector a quien no quieren recargar con detalles
innecesarios.
Analicemos, en su contenido, las siguientes palabras de Prez de Ayala: "Despus
de publicar don Miguel de Unamuno no s cul de sus novelas, alguien, no s
quin, le dijo: 'eso no es una novela'. Y Unamuno replic: 'Pues llmela usted
nivola'" (IV: 909). Pertenecen estas palabras a su ensayo "la novela y la nivola",
en el que trata de probar que lo bien escrito, lo que tiene personalidad no necesita
ser clasificado, pues sea cual sea la etiqueta que se le ajuste, no por ello aumentar
o disminuir en su valor. En este ensayo, Prez de Ayala consigue dar a una cita
particular un valor universal, precisamente omitiendo el autor del juicio y la obra
de Unamuno a la que se refera. Prez de Ayala no pretende demostrar si tal o cual
obra de Unamuno es o no novela ni si el crtico que intentaba negarle la categora
de novela llevaba o no razn. El se propone tan slo reflexionar sobre la eficacia
de las clasificaciones y sugerir que la obra de arte tiene valor por s misma.
La tcnica de la cita ha evolucionado desde los comienzos de la tradicin
ensaystica hasta nuestros das. Antonio de Guevara, sin respeto al concepto
depositario de la verdad, no slo imaginaba fuentes ficticias y creaba escritores y
filsofos, sino que atribua a stos y a los conocidos de la antigedad, ideas de su
propio ingenio. Es decir, subordinaba, hasta el extremo, la cita al contenido, y su
funcin era slo la de convencer al lector con el apoyo de una aparente erudicin.
Con Montaigne las citas dejan de ser ficticias, pero siguen siendo un soporte
erudito. Son como joyas que resaltan en el texto y ante cuyo deslumbre se eleva el
valor y credulidad del mismo. En Unamuno y Ortega y Gasset la cita se encuentra
ya incorporada en el texto como parte integrante de ste, sin que ello motive
alteracin alguna en el ritmo de la prosa.
olvidado lo que trataba, porque los negocios y salud me hacen dejarlo al mejor
tiempo, y como tengo poca memoria, ir todo desconcertado, por no poder
tornarlo a leer. Y an quiz se es todo desconcierto cuanto digo; al menos es lo
que siento" (64). Desde los comienzos del ensayo se ha destacado la sinceridad
del ensayista implcito, quien, por otra parte, reiteradamente lo seala en sus
escritos: desde Guevara, "Y porque no parezca hablar de gracia, tiempo es que
demos licencia a que diga en esto lo que siente mi pluma" (Epstolas, I: 220),
hasta Unamuno, "Yo, a fuer de buen espaol, improvisador, he improvisado estas
notas sobre mi pueblo, tal y como en m lo siento" (El porvenir, 152).
Si como hemos indicado el ensayista se expresa a travs de sus sentimientos, slo
lo basado en la propia experiencia tiene valor ensaystico. De ah que en el ensayo
no tenga cabida el pensamiento filosfico sistemtico ni el objetivismo cientfico,
en cuanto pretenden una comunicacin depositaria. La verdad del ensayista no es
un conocimiento cientfico ni filosfico, sino que se presenta bajo la perspectiva
subjetivista del autor y el carcter circunstancial de la poca. "Mi crtica renuncia
a ser imparcial", seala Maritegui, para aadir ms adelante: "Declaro, sin
escrpulo, que traigo a la exgesis literaria todas mis pasiones" (230-231). Por
ello no debe sorprendernos el estilo personalsimo de los grandes ensayistas,
aspecto que, lejos de causarnos confusin, debe reafirmarnos en lo esencial de
esta caracterstica; ya que al mostrarnos lo ntimo del escritor, su personalidad,
forzosamente se proyecta en un estilo singular. Tal es el recurso retrico de las
siguientes palabras de Julio Cortzar: "Yo que escribo esto tampoco s cambiar mi
vida, tambin sigo casi como antes" (II: 10). Los ensayos de Unamuno, por
ejemplo, no son simplemente la expresin del Unamuno implcito, son su misma
esencia.
Ante este contenido se nos da a conocer el verdadero alcance de la asociacin del
ensayista con el peridico. Para poder el ensayista vivirse en sus ensayos, es
necesario que escriba regularmente, que se sepa entre amigos, que converse con
los lectores que asiduamente lo leen, no como el escritor consciente y preocupado
del valor de la palabra escrita, sino con la confianza que emana de la charla de
caf. Slo as estar incitado a escribir tambin de las cosas en apariencia triviales
y a entregrsenos en cada rasgo de su pluma. Si los ensayos son producto de la
personalidad del escritor, tambin lo son de las circunstancias, de la poca en que
ste vive. Son, por as decirlo, el termmetro de la sociedad.
El ensayista, en su doble aspecto de estilista y de pensador, nos importa por su
humanidad, por la fuerza de su persona. De otro modo no le permitiramos tratar
temas pertenecientes generalmente al campo de la ciencia o de la filosofa y
evadirse al mismo tiempo de toda barrera que el objetivismo impone. Incluso
podemos decir que es el subjetivismo en la eleccin y desarrollo de los temas lo
que ms apreciamos en l. En la historia del ensayismo no es posible hablar de
escuelas, nicamente de ensayistas y de imitadores. Ningn ejemplo mejor que el
del ensayismo hispnico de la primer mitad del siglo XX, donde Unamuno,
Maeztu, Azorn, Ortega y Gasset, en Espaa, y Rod, Gonzlez Prada, Maritegui,
Reyes, en Iberoamrica, por mencionar nicamente algunos de los ms
sobresalientes, poseen de comn slo el hecho de reaccionar ante unas
El ensayista, como muy bien dice Prez de Ayala, "se supone que est animado
del deseo de declarar...su sentir y pensar; que traza, en mayor o menor grado, su
biografa espiritual y verifica su confesin" (IV: 995). Interpretado de este modo,
el escribir se convierte en una necesidad, en una forma de realizarse; as anota
Montaigne: "Yo no he hecho ms mi libro, que mi libro me ha hecho a m" (648).
El ensayista necesita, pues, de los ensayos como una exteriorizacin necesaria
para poder comprenderse; de ah su continuo: yo pienso, yo siento, yo amo, yo me
alegro, yo creo, etc., con que expresa su punto de vista, para hacerlo totalmente
suyo. Cmo interpretar si no la frase con que Prez de Ayala finaliza su ensayo
"Confesiones y creaciones": "Y perdonad este desahogo de amargura" (IV: 994).
El carcter confesional de los ensayos, consecuencia directa del subjetivismo, es
caracterstica constante de stos, a pesar de que en diversas pocas haya sido ms
o menos mitigado por las circunstancias ambientales o la personalidad del
ensayista. En las letras espaolas ya se hace patente en Guevara "Yo mismo a
m mismo quiero pedir cuenta de mi vida a mi propia vida, para que, cotejados los
aos con los trabajos y los trabajos con los aos, vean y conozcan todos qunto ha
que dex de bivir y me empec a morir. Mi vida no ha sido vida sino una muerte
prolixa" (Menosprecio, 175), y se presenta con mayor nitidez en Unamuno,
cuya obra es ya toda una pura confesin.
El tono confesional de los ensayos no es nada ms que una manifestacin del
egotismo connatural del ensayista. El escribe sobre el mundo que le rodea y su
reaccin ante l. El "yo" parece ser el centro sobre el que giran las ideas del
ensayo, y sin embargo su egotismo no es desagradable, porque slo ofende quien
adopta una posicin de superioridad, y el ensayista es nuestro igual, dispuesto a
considerar nuestras opiniones. Se nos entrega con pensamientos y reflexiones en
voz alta, como el amigo en busca de confidente. As, por ejemplo, el tono de
Alfonso Reyes cuando nos dice: "A este propsito, voy a contaros una modesta
experiencia personal" (109). Debemos tener tambin en cuenta, como seala
Alexander Smith, "que el valor del egotismo depende enteramente del egotista. Si
el egotista es dbil, su egotismo es despreciable. Si el egotista es fuerte, agudo,
lleno de personalidad, su egotismo es valioso, y se convierte en una posesin de la
humanidad" (36).
ensayos), sino ms bien seala la barrera que la forma dialogal establece entre el
escritor y el lector.
En realidad, la diferencia intrnseca entre el dilogo como forma literaria y el
ensayo se encuentra en que el primero indica explcitamente una posible
interpretacin de lo expuesto por el autor, mientras que en el ensayo hay varias
interpretaciones a distintos niveles que se hallan slo implcitas en la obra. Por
ello, en tanto el dilogo se limita en la calidad del pblico a quien se dirige, el
ensayo deja abierto su radio de accin. En el dilogo, uno de los personajes se
identifica con el autor, pero los dialogantes secundarios establecen el carcter de
los lectores a quienes se destina. En el ensayo, por el contrario, como la
interpretacin depende del lector individual, sea cual fuere la agilidad mental de
ste, encontrar en l un frtil campo de ideas; y slo el resultado final podr
variar en las diversas categoras de lectores. El propsito del ensayo, incitar al
lector a la meditacin, se cumplir independientemente del nivel de respuesta. En
otras palabras, el ensayo es un dilogo donde uno de los personajes es el autor y el
otro es el lector. Adems, una vez que superamos el aspecto superficial de la
forma, y penetramos en la esencia de lo escrito, no es raro encontrar una inversin
de los trminos formales: un dilogo dinmico por naturaleza, puede llegar a
adquirir un carcter esttico (as Fray Luis de Len en De los nombres de Cristo),
mientras que el ensayo, sin poseer la forma dialogal, comparte con el verdadero
dilogo su energa inmanente.
Cuando digo que el ensayo es una forma de pensar, quiero indicar que est escrito
al correr de la pluma, como dilogo ntimo del ensayista consigo mismo: "Para
responder a las preguntas que insistentemente quebrantan mi reposo he escrito
este ensayo personal" (I: 30), nos dice Antonio Pedreira en Insularismo. Por ello
slo al ensayista le permitimos negarse o contradecirse en aquello que unas lneas
antes o en aquel mismo momento acababa de decir. As, no slo no ofende sino
que crece en nuestro aprecio Santa Teresa cuando de forma espontnea escribe
refirindose al alma: "De manera, que an no s yo si le queda vida para resolgar.
Ahora lo estaba pensando y parceme que no" (85). De este modo, por medio del
estilo ensaystico, adems de conseguirse el dinamismo y cercana del dilogo
(como indicamos en la seccin anterior), se gana igualmente en credibilidad. El
lector de ensayos, al compenetrarse en la lectura, se siente ser testigo de la labor
creadora del autor y, como tal, ms capaz de percibir el verdadero contenido de lo
escrito, con la vaga sensacin de ser tambin de algn modo obra suya. Pongamos
de nuevo un ejemplo tomado de Las moradas de Santa Teresa, obra cuyo valor
esttico adquiere proporciones insospechadas al analizarla desde el campo de la
ensaystica: "Deseando estoy acertar a poner una comparacin para si pudiese dar
a entender algo de esto que voy diciendo, y creo que no la hay que cuadre; ms
digamos sta" (150). La comparacin, que parece salir de nuestras mismas manos,
no slo la aceptamos, sino que estaramos dispuestos a defenderla como algo
propio.
Esta transcripcin del pensamiento segn fluye a la mente del ensayista, se opone,
claro est, a la sistematizacin del tratado. Pero el buen ensayo nos absorbe de tal
modo en el proceso generativo de las ideas que nos impide volver la vista atrs,
evitando as cualquier intento de visin de conjunto, por lo que el desorden que
podra observarse en un anlisis meticuloso, es imperceptible al lector. Srvanos
Unamuno, ningn modelo mejor, en la aproximacin a esta caracterstica del
ensayo, ya que no slo la casi totalidad de su ensaystica ejemplariza este aspecto,
sino que l mismo se muestra consciente del mrito que su maestra supone: "Una
vez que me he decidido a escribir de cosas de tcnica literaria, ruego al lector no
profesional que me tolere, y desde ahora le aseguro que, aunque s por donde he
empezado este ensayo o lo que fuere, no s por donde lo he de acabar. Y de
esto es, precisamente, de lo que quiero escribir aqu; de esto de ponerse uno a
escribir una cosa sin saber adnde ha de ir a parar, descubriendo terreno segn
marcha, y cambiando de rumbo a medida que cambian las vistas que se abren a
los ojos del espritu. Esto es, caminar sin plan previo, y dejando que el plan surja.
Y es lo ms orgnico, pues lo otro es mecnico; es lo ms espontneo" (Ensayos,
I: 588).
Unamuno seala que el ensayo "es lo ms espontneo", pero debemos tener
cuidado en la interpretacin del trmino. La espontaneidad a la que Unamuno se
refiere es, desde luego, la etapa decisiva en el proceso de escribir un ensayo, mas
no la nica. Esta espontaneidad sigue a una profunda y quizs larga meditacin; y
es seguida por una reexaminacin de lo ya escrito, donde se pule el estilo y se
precisan las ideas. El ensayista se siente reaccionar ante una situacin y transcribe
la reaccin misma con la espontaneidad con que es sentida; pero tal reaccin, a su
vez, es producto de una previa meditacin. De este modo debemos entender a
l parece ser en s una digresin que comienza y acaba con el tema indicado en el
ttulo; con lo que ste pasa en realidad a formar el marco del ensayo. Pero de la
relacin ttulo-contenido me ocupar ms adelante.
El ensayista no slo se vale en el desarrollo del ensayo de un proceso de
asociaciones, sino que cuenta tambin con la capacidad del lector para establecer
otras nuevas en un intento de proyeccin en infinitas direcciones y a diversos
planos de profundidad. Naturalmente, esto motiva que un ensayo pueda comenzar
en cualquier momento; y del mismo modo que no existe un principio definido,
tambin puede terminarse en cualquier pgina. Los temas se introducen y se
abandonan segn las conveniencias del momento; por lo que son frecuentes las
expresiones como las siguientes de Octavio Paz: "No puedo detenerme ms en el
anlisis del tema" (Posdata, 140), o de Prez de Ayala: "Ya hablaremos de esto
otro da" (IV: 996). Los ensayos son como la charla de caf que hay que terminar
al llegar la hora de ir a casa, prometiendo continuarla al da siguiente, pero que en
realidad, al cambiar las circunstancias del momento raramente se hace: "Va siendo
demasiado para un solo da. Proseguiremos nuestra histrica caminata en
prximos ensayos" (IV: 1058), indica Prez de Ayala en su ensayo "El arte del
estilo". Y el lector interesado en lo escrito, contina l mismo aquellas
proyecciones interrumpidas por el autor, sin pensar por un momento en ir a buscar
en otras pginas la continuacin prometida. La realidad es que un ensayo no se
puede continuar. Podemos, si as lo deseamos, escribir otro ensayo sobre el mismo
tema, e incluso que sea complementario del anterior, pero al haber variado las
circunstancias que dieron lugar al primero, el enfoque del nuevo ensayo ser
tambin distinto.
Tal caracterstica no le hace perder al ensayo en su valor; ms bien lo enriquece. Y
es que el ensayo, al contrario de los tratados, persigue slo aquello que sabe que
no podr alcanzar plenamente: en este sentido es fragmentario como la vida
misma. De ah que el valor de los ensayos sobreviva a la poca que los vio nacer.
Slo lo que pretendi ser completo, caduca. "Conviene aqu hacer un parntesis
para no caer en el riesgo de dar los toques definitivos a esto que parece ya un
esbozo bastante desarrollado" (56), nos dice Mara Teresa Martnez, indicando
explcitamente el sentir de los ensayistas. Ya que el propsito del ensayo es
nicamente, con palabras de Daz Plaja, "mostrar un camino" (11).
El libro, como verdadero ensayo, posee desde luego un valor permanente, pero no
hay duda de que adquiere su autntica dimensin al ser comparado con la Historia
como sistema, que data de 1935, y con Una interpretacin de la historia
universal, de 1948. Lo mismo podramos decir de Facundo o civilizacin y
barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento, publicado en 1845 y cuyas
reflexiones, aunque se proyectan en el mbito argentino, tienen como verdadero
protagonista al mismo Sarmiento; pero el texto en s es nicamente un primer
captulo de su "autobiografa" intelectual que se complementa en Conflicto y
armona de las razas en Amrica de 1883-1888. Y es que si el ensayo es una
forma de pensar donde el ensayista fija sus reflexiones al modo de confesin
ntima, el crecimiento de su personalidad es tambin de inters para el lector, y, a
veces, aspecto decisivo en la interpretacin particular que se d a lo escrito.
Bstenos un ejemplo concreto como muestra de las mltiples dimensiones que tal
aspecto puede adquirir: Unamuno, en su apasionado egotismo, decidi escribir
"como quien habla o dicta, sin volver atrs la vista ni el odo, hacia adelante,
conversacionalmente, en vivo, como hombre y no como escritor" (Mi religin,
152); por lo que nos llega a decir: "Reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la
de contradecirme si llega el caso" (Mi religin, 14). Y como el lector de ensayos
no va en busca de soluciones, esta sinceridad del Unamuno implcito le contagia y
le atrae con indescifrable fuerza, pero tambin le da conciencia de la ntima
relacin que en lo sucesivo va a existir entre lo escrito y el hombre Unamuno que
se proyecta. Por ello en la lectura del ensayo "Mi religin" y de la novela, tan
rebosante de ensayismo, San Manuel Bueno, mrtir, no nota el lector en ellos
tanto la contradiccin implcita en ambas obras, como el hecho de que estn
separadas por los turbulentos aos que van de 1907 a 1930. En "Mi religin"
habla el Unamuno todava impetuoso que se cree con el deber de agitar a las
masas: "Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al
parado, y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo" (15). En
San Manuel Bueno es el Unamuno maduro, que ha vivido la trgica experiencia
de seis aos de destierro, durante los cuales tuvo tiempo de meditar sobre su
pueblo; es el Unamuno que al sentir cercana su muerte ve desde nueva perspectiva
la vida; y es, en fin, el Unamuno que ahora nos dice que el pueblo "cree sin
querer, por hbito, por tradicin. Y lo que hace falta es no despertarle" (Dos
novelas, 24).
tratados en busca del orden lgico externo y la enseanza directa. De ah que los
"filsofos" lo posterguen a un plano secundario por considerarlo "literatura" y los
estudiosos de la literatura procedan del mismo modo por considerarlo "filosofa".
Hemos indicado ya que el ensayo carece de estructura rgida y que precisamente
una de las diferencias con el tratado es la falta del orden lgico que ste posee. No
quiere esto decir, sin embargo, que el ensayo carezca de concierto; lo que sucede
es que ste es de disposicin distinta. El ensayo es subjetivo y el tratado es
objetivo. En el ensayo el orden es interno, es el del yo-subjetivo del autor,
mientras que en el tratado es el externo predispuesto por el carcter de la misma
investigacin. En el ensayo el orden es siempre ms real que aparente y se
presenta tanto ms obvio cuanto ms profundizamos en lo escrito. En el tratado el
proceso inverso es ms frecuente, y, adems, como depende de un sistema
externo, est sujeto a la marcha del progreso que lo har inevitablemente caduco.
As, mientras se leen todava con valor actual los ensayos de Montaigne o Bacon,
los tratados que se escribieron en su poca han cado decididamente en el olvido.
El valor permanente del ensayo se lo proporciona su carcter de ntimo dilogo
entre el pensar del autor implcito y las proyecciones que realiza el lector. El
ensayista piensa ante nosotros, y la dimensin humana que as consigue ser
siempre un lazo de unin con el lector de todos los tiempos, pues, repitamos, no es
tan importante lo que dice como el ver palpitar a un ser que se vive, y que
precisamente por ello nos hace meditar en nuestra realidad ntima en relacin con
su circunstancia. Unamuno nos dice: "Al llegar aqu tenemos que traer a cuenta
algn 'hecho' que sirva de hilo central a nuestras reflexiones, que seguirn, sin
embargo, sin atarse a l, ondulando ac y all, fuera de maroma lgica, para
engendrar en el alma del lector el nimbo, la atmsfera de donde vaya surgiendo
algn tema" (En torno, 63). Este es el secreto de la permanencia del ensayo: el ser
fragmentario, el ser incompleto sin la participacin del lector. Por ello todo buen
ensayo tiene siempre algo de actual, distinto para cada poca y para cada lector; es
la atmsfera de que nos habla Unamuno, que luego motivar infinitas intuiciones
y proyecciones, no tanto por lo escrito en el ensayo, como por la aportacin del
lector eterno.
De este modo, aquello que en un principio pareca ser defecto del ensayo, vemos
ahora que es una de las caractersticas que lo hacen ser parte del discurso
humanstico. El tratado, en busca de la objetividad, se expresa en un monlogo
didctico que se dirige al especialista con el propsito explcito de mostrar algo
concreto incluso en el caso de los tratados filosficos (tngase en cuenta que no
me refiero a los ensayos filosficos que son en definitiva ensayos y no tratados)
; de ah que caduque tan pronto como el progreso lo supere o vare la
mentalidad de la sociedad que lo produjo. El tratado pretende ensear, es la
dimensin depositaria de la educacin, el ensayo sugerir, incitar; el tratado se
expresa en trminos tcnicos como corresponde al especialista, el ensayo se
encamina a la generalidad de los cultos en un ansia de ser trascendental.
En conclusin, nada ms a propsito para cerrar las reflexiones de esta seccin
que la siguiente cita de Unamuno, extremada si se quiere, pero que en s encierra
la esencia ensaystica: "Si quieres, lector X, leer cosas coherentes, y transparentes
y claras, y enlazadas lgicamente, y que tengan principio, medio y fin, y que tiren
a ensearte algo, bscalas en donde quieras, menos aqu" (Soledad, 20).
Esta caracterstica, tan comn en los ensayos, es tan antigua como lo es el gnero
ensaystico mismo. Y ningn ensayo ms apropiado en un intento de ejemplificar
este aspecto, que "Des coches" de Montaigne, donde se reflexiona sobre el miedo,
el despilfarro o la liberalidad de los reyes, el significado de la ampulosidad de los
circos romanos, o sobre los pueblos recin descubiertos en el continente
americano. De las diecinueve pginas del ensayo tan slo dos las ms flojas
se dedican a los coches, mientras que se consagran ocho a profundas reflexiones
acerca del significado de las nuevas civilizaciones destrudas en Amrica. Otro
tanto podramos decir del ensayo "Old China", de Charles Lamb, en el que se
medita sobre el valor de las cosas y cmo ste reside ms bien en el esfuerzo por
conseguirlas que en los objetos mismos.
Dentro de la literatura hispnica podemos remontarnos a los comienzos todava
incipientes del ensayismo y ver como Antonio de Guevara aprovecha el haber
recibido cecina (Libro I, Epstola 34), para divagar sobre el linaje montas y
realzar su hidalgua por haber nacido en Asturias. Y ya en el siglo XX, H. A.
Murena, por ejemplo, bajo el ttulo "la voz de Saulo de Tarso", reflexiona sobre la
"propaganda" desde su nacimiento "como corolario de una iluminacin religiosa
superior", hasta su contexto actual como producto de la desacralizacin que
promueve la "propaganda enciclopedista" (76-77). Ortega y Gasset, por su parte,
finaliza el ensayo "La forma como mtodo histrico", con las siguientes palabras:
"Sobre este asunto quera yo haber escrito el presente captulo. Pero me encuentro
al final con que slo lo he mentado en el ttulo. Qu le vamos a hacer!" (Espritu,
31). Sin embargo, como lo que nosotros buscamos en la lectura de un ensayo no
son datos precisos sobre algo concreto, sino las reflexiones que un tema particular
pueda sugerir al ensayista, en realidad lo que menos nos preocupa es si ste trata o
no sistemticamente el tema propuesto. Ramn Prez de Ayala titula
significativamente "Divagaciones" un ensayo en torno a una representacin de La
Bohme, pera de Giacomo Puccini. Tanto el ttulo como el contenido del ensayo
mismo ejemplifican esta caracterstica genrica. Prez de Ayala en su ensayo no
pretende darnos informacin sobre La Bohme (no menciona ni autor, ni
contenido, ni adaptacin); en realidad la pera constituye slo el incitante que
origina las relexiones que dan cuerpo al ensayo. En el ensayo mismo prefiere
hablar sobre el pblico, la opinin pblica y el teatro; ello le lleva a Larra y sus
dudas sobre el pblico, para afirmar l su existencia, lo que une seguidamente con
Shakespeare y su conocimiento del pblico, y los consejos que por boca de
Hamlet da a los cmicos. En fin, termina el ensayo con una meditacin sobre el
significado del ser intelectual y del acto de pensar, que Prez de Ayala une
nuevamente con la pera La Bohme, cerrando de este modo el crculo que
establece la unidad del ensayo.
En secciones anteriores hemos ya mencionado el carcter conversacional del
ensayo, el cual se consigue precisamente mediante su estructura interior, emotiva,
que hace que las ideas emanen unas de otras como los eslabones de una cadena,
sin que la direccin de sta se encuentre de ningn modo predeterminada: "As
voy divagando por la ndole de mi ntimo soliloquio" (83), seala Antonio Caso en
"Ensayo sobre el arrepentimiento". De ah que la siguiente expresin muchas
ms veces implcita que explcita en los ensayos de Giner de los Ros: "Lo que
acabamos de decir nos conduce a hablar de ..." (Ensayos, 69), sea una de las reglas
primordiales en el cdigo ntimo del escritor de ensayos. Esta es la unidad
estructural por excelencia en la obra de Montaigne, cuya frmula l mismo
expresa con las siguientes palabras en el ya mencionado ensayo sobre los coches:
"Lo extrao de tales invenciones me trae a la mente esta otra divagacin" (879).
Otras veces parece que el ensayo es el resultado de una lucha interna entre la
digresin que quiere imponerse y el deseo del ensayista por mantenerse dentro del
tema propuesto; claro est que en estos casos las expresiones al propsito no son
nada ms que frmulas retricas con las que el ensayista justifica el interrumpir
una digresin que no desea continuar. Ortega y Gasset emplea con predileccin
este recurso en su obra: "Pero todo esto anda, por fortuna, muy lejos de nuestro
tema actual", o ms adelante, "Es tema en que no quiero entrar".8
Lo ms comn, sin embargo, es que el ensayista no avise al lector en el momento
de internarse en una digresin, y que ste no sea consciente de ello hasta el final
de la digresin misma, cuando el ensayista hace, con frecuencia, referencia a su
deseo de regresar "al momento" que qued interrumpido. Es como si estuviramos
soando despiertos y sacudisemos la cabeza para interrumpir el hilo de nuestras
divagaciones. Santa Teresa describe este proceso de un modo admirable con su
profunda sencillez: "Ya no s lo que deca, que me he divertido [desviado] mucho,
y en acordndome de m, se me quiebran las alas para decir cosa buena, y ans lo
quiero dejar por ahora, tornando a lo que os comenc a decir".9 En realidad estas
expresiones formularias han variado poco desde los comienzos de la ensaystica.
Montaigne dir al final del ensayo sobre los coches: "Regresemos a nuestros
coches" (894). Rafael Altamira del mismo modo seala: "Pero volvamos a los
artistas verdaderos" (205). Y Ortega y Gasset: "Pero volvamos a nuestro tema"
(Estudios, 117). Miguel de Unamuno, ms directo, nos habla de digresiones: "Mas
dejando esta digresin espinosa, vuelvo a preguntar", "Y dejando esta digresin,
paso a indicar", "Mas basta de digresin y volvamos al hilo" (El caballero, 12, 21
y 62).
Antes de finalizar esta seccin conviene hacer algunas observaciones en torno al
trmino "digresin". el Diccionario de la Real Academia lo define como "efecto
de romper el hilo del discurso y de hablar en l de cosas que no tengan conexin o
ntimo enlace con aquello de que se est tratando". Tal definicin, como ya vimos
al principio respecto de aquella otra que se propone para el trmino ensayo,
resulta, cuando se analiza, inoperante. Quizs los mismos acadmicos lo
comprendieron as, cuando se sintieron obligados a aadir que "la digresin para
no ser viciosa ha de ser motivada". Motivada? Para quin? La experiencia nos
ensea que las digresiones, y esta es la naturaleza del concepto, siempre son
motivadas para el que habla o escribe; para el que lee o escucha lo sern slo en la
medida en que la persona que habla o escribe sea la causa del inters. Meditemos
un momento sobre el asunto, y para ello nada mejor que hacer de nuevo referencia
a la pera La Bohme. Si lo que yo pretendo son datos en torno a la obra, los ir a
buscar en un libro sobre peras, o, si deseo ms profundidad, en un libro crtico
sobre La Bohme. De ningn modo se me ocurrira ir a leer a Prez de Ayala. Es
cierto que entonces cualquier digresin lo que el autor opine sobre el pblico de
peras me parecer una salida del tema inoportuna; preferira, como en
Notas
Notas
10
por su parte, recuerda con frecuencia al lector su deber de ser un miembro activo
en el dilogo que se trata de establecer. Con este propsito Ortega y Gasset seala:
"Yo invito al lector preocupado de las cuestiones artsticas a que lea lo que sigue y
lo medite algunos minutos" (Mocedades, 69); Unamuno, todava ms cercano a la
esencia del ensayo, indica: "Examinar digo, y mejor dira dejar que examine el
lector, presentndole indicaciones y puntos de vista para que saque de ellos
consecuencias, sean las que fueren" (En torno, 51). Y es que Unamuno est
"convencido de que lo que realmente se aprende se saca siempre de propio fondo"
(El caballero, 36). De aqu se desprende que la lectura de ensayos sea una lectura
lenta y llena de interrupciones, motivadas por las proyecciones que al lector le
sugieren las ideas que se desarrollan en el texto. Por otra parte, y en ello reside su
valor social, el lector que reacciona ante un ensayo y cuyas reflexiones le
conducen a un nuevo entendimiento, se ve tambin impulsado a comunicarlo con
aquellas personas cuya conversacin frecuenta.
Recientemente, y paralelo al desarrollo de la tcnica moderna, ha surgido otra
clase de ensayo que no precisa de la palabra escrita. Me refiero al comentario
radiofnico y en los ltimos aos al comentario televisado. En ambos casos
podemos hablar de ensayos y con ello referirnos a las caractersticas aqu
estudiadas. En un primer anlisis parecera que esta nueva modalidad de ensayos
contradice la anterior afirmacin de que el ensayo no se escribi para ser ledo en
voz alta. Un estudio ms profundo, sin embargo, nos pone de relieve las
diferencias esenciales entre el ensayo escrito y aquel otro radiado o televisado, y
nos reafirma ms en la conviccin de que el ensayo no es para ser escuchado sino
ledo.
Consideremos por un momento un ensayo de Ortega y Gasset, "Lo que ms falta
hace hoy", que precisamente pertenece a esta nueva modalidad, ya que fue escrito
para ser ledo por radio en 1935. Tanto el estilo como los propsitos de Ortega y
Gasset al preparar este ensayo son semejantes al de los otros muchos que escribi.
l mismo seala casi al final de la lectura y dentro de lo mejor de su tradicin
ensaystica: "Los minutos que me han sido concedidos para hablaros se van
consumiendo y me encuentro con que no me quedan los bastantes para intentar yo
mismo la respuesta. Tal no era lo que estaba en mi propsito, sino, mas bien,
traeros la pregunta, despertar vuestra curiosidad por la gran cuestin y esperar que
vosotros mismos, cada uno de vosotros, ensayara la solucin del enigma"
(Meditacin, 62-63). No obstante, el ensayo mismo posee ciertas peculiaridades
caractersticas de su modo de difusin: a) es breve, comparado con aquellos que
se destinan a un lector; y a pesar de su brevedad cinco pginas viene a
representar la extensin mxima de esta clase de ensayos; b) no posee digresiones
del tema nico que en l se desarrolla, y ste se presenta de un modo claro con un
uso parco del lenguaje aforstico. Cuando leemos un ensayo, podemos en
cualquier momento detener la lectura para proyectar una sugerencia, tomar unas
notas o consultar un dato. El ensayo que escuchamos, por otra parte, no puede ser
interrumpido, y si en un momento determinado nuestra atencin se detiene en
proyectar un pensamiento, perderemos el resto del ensayo; toda reflexin ha de
quedar forzosamente para el final. De ah la necesidad de que el ensayo radiado o
televisado sea breve. Del mismo modo, en el ensayo escrito el lector, segn la
profundidad del tema o del valor sugestivo que para l tenga, puede volver a leer y
releer un prrafo o una seccin tantas veces como crea necesario; cuando escucha
un ensayo esta posibilidad desaparece, por lo que ste ha de ser ms ligero en su
exposicin y limitarse a un tema concreto del que slo en raras ocasiones y
brevemente puede separarse. Es decir, el ensayista debe ser consciente de que toda
reflexin que pueda llegar a suscitar a travs del ensayo tendr que venir
forzosamente despus de que ste haya terminado; y como estas reflexiones son
precisamente el resultado que el ensayista desea alcanzar, en el ensayo radiado o
televisado se ve forzado a sacrificar su libertad y poner lmites a la extensin y
complejidad del mismo.
Si abrimos el libro de Azorn Castilla, y leemos los ttulos de los ensayos que en
l se renen, recibimos en un principio la impresin de una aparente vulgaridad en
los temas propuestos. En efecto, "Las nubes", "El mar", "La catedral" o "Una
ciudad y un balcn", no parecen elevarse ms all de lo consabido. Y, sin
embargo, es precisamente lo cotidiano, lo ignorado por su continua presencia, lo
que proporciona a Azorn el punto de partida de su reflexin sobre el paso del
tiempo, sobre la eternidad. No es necesario, ni en la mayora de los casos
apropiado, buscar lo transcendental en lo raro ni en lo nuevo. El efecto, y el
mrito, del ensayo es ms completo cuanto ms cercanas a nosotros son las
imgenes que se emplean en la aproximacin al tema tratado. La pluralidad de
reflexiones que en los distintos lectores llega a sugerir el ensayo "Una ciudad y un
balcn", difcilmente se podran conseguir mediante una disertacin filosfica
sobre el significado del tiempo. Las siguientes palabras, con que comienza
Unamuno el ensayo "Viejos y jvenes", exponen con brevedad su posicin al
propsito, que es al mismo tiempo peculiar del ensayista: "Las consideraciones
que voy a exponer en estas lneas son tan vulgares y tan obvias, que entran de
lleno en el campo de las verdades de Pero Grullo. Ms he de repetir aqu por
centsima vez y espero no sea la ltima lo que he dicho lo menos noventa y
nueve veces, y es, que conviene refrescar lo que de puro sabido se olvida, y que el
repensar los lugares comunes es el mejor medio que tenemos para librarnos de su
maleficio" (31). En realidad, slo en el progreso de la tcnica, en las ciencias
exactas, logra una generacin superar a la anterior; en las ciencias del espritu, la
superacin es slo aparente, pues lo que as consideramos resulta a la postre ser
nicamente un rechazo, ms o menos parcial, de lo pensado por la generacin
anterior y un nuevo replanteamiento de los problemas perennes en torno a la
existencia del hombre. Cada generacin hereda la responsabilidad de volverlos a
replantear y proporcionar nuevas respuestas ms de acuerdo con las circunstancias
peculiares del momento histrico.
Si, como ya indicamos en secciones anteriores, la intencin del ensayista al
escribir ensayos es la de sugerir e incitar al lector a reflexionar, nada ms a
propsito para tal fin que el hacerlo sobre aquello que nos es comn en la vida
cotidiana. De este modo, el ensayista no slo consigue ms repercusin, sino que
al versar sobre cosas aparentemente triviales, establece con ms claridad la
verdadera dimensin reflexiva del pensamiento humano. El ensayo de este modo
lenguaje de las tejas" toma de nuevo algo cotidiano que va a analizar nicamente
en una dimensin inesperada, como deseaba Montaigne. De las tejas le interesa
slo el material con que estn hechas, para luego proyectarlo en la dimensin
filosfica de un inconcluso todava sincretismo cultural que une los tres grandes
periodos iberoamericanos: techos grises de paja que imponen la persistencia del
sustrato precolombino; tejados de barro cocido de la herencia colonial y la teja
metlica impersonal de la poca republicana.
Lo original del ensayo no reside, pues, en lo nuevo de los temas tratados, sino en
el tratamiento mismo; para ello el ensayista cuenta con su propia personalidad y
visin del mundo, que le individualiza; cuenta tambin con las circunstancias
histricas de la sociedad de su poca, que no slo aporta nuevas preocupaciones,
sino que igualmente modela nuevos lectores con nuevas experiencias. De
cualquier tema puede nacer un ensayo. El ensayista no slo cuenta con el da que
transcurre ante sus ojos, tiene tambin a su disposicin los diez mil aos de la
humanidad para reflexionar; no hay tema que por vulgar deba desdear, ni que por
elevado no pueda tocar. "No nos dejemos arrastrar por apariencias; penetremos en
la esencia y razn de las cosas" (Estudios, 122), seala Giner de los Ros, y
expresa as la necesidad de tener en cuenta uno de los pocos requisitos a que se
obliga el escritor de ensayos; si se le concede entera libertad en la eleccin del
tema y del punto de partida del ensayo, es con la expresa condicin de que en su
escrito debe sobrepasar el mbito de lo vulgar, debe transcender lo particular. Y
debe conseguirlo, ante todo, siendo autntico y personal, hasta el punto de mezclar
lo autobiogrfico con lo ensaystico, pues el ensayista debe ser en todo momento
consciente de que el lector es atrado no tanto por el tema tratado como por la
aproximacin al mismo; ms que los datos expuestos le interesa la fuerza de la
personalidad del ensayista.
Estamos de acuerdo con Fryda Schultz de Mantovani cuando dice: "Son las ideas
el principal motor de los ensayos? S; pero las ideas disparadas por el arco de la
imaginacin" (14). Y esta imaginacin a la que se refiere Schultz, es la
imaginacin potica del ensayista, la que da valor esttico al ensayo. Hay crticos,
filsofos, historiadores, etc. que se acercan en sus escritos al ensayo, al intentar en
ellos una superacin esttica; del mismo modo que por carecer de ella, hay
pretendidos ensayistas que no pasan de simples divagadores.
En una reduccin, quizs excesiva, pero que nos sirve para comprender este
aspecto, se pueden resumir en tres las caractersticas esenciales del ensayista: a) es
un pensador; b) se nutre de la tradicin, pero en lugar de enterrarse en ella, como
el erudito, la usa para superarla; y c) escribe en un estilo personal y de elevado
valor esttico, que por s slo hace del ensayo una obra de arte, independiente del
mrito de su contenido. En el ensayo se reemplaza la ordenacin cientfica por la
esttica, y, como gnero literario, se acerca a la poesa, pues se modela a travs de
la actitud del ensayista sea sta satrica, cmica, seria, etc., por lo que lo
potico constituye el trasfondo del ensayo, aunque sta sea poesa del intelecto.
De ah que el verdadero asunto del ensayo no sean los objetos o los hechos
tratados, sino el punto de vista del autor, el modo como stos son percibidos y
presentados; por ello, cmo se dice una cosa es tan importante como qu se dice.
Pero en este punto toda explicacin parece pobre; slo el texto mismo puede
proporcionarnos una gua, a modo de ejemplo, de cmo el ensayista crea y
sostiene dicho equilibrio al mismo tiempo que encierra en la unidad del ensayo las
tres caractersticas anteriores. Veamos el siguiente prrafo de "Nuestra Amrica"
de Jos Mart:
Trincheras de ideas valen ms que trincheras de piedra. No hay proa que taje una
nube de ideas. Una idea enrgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la
bandera mstica del juicio final, a un escuadrn de acorazados. Los pueblos que no
se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos.
Los que se ensean los puos, como hermanos celosos, que quieren los dos la
misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de
encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradicin
criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra
del hermano vencido, del hermano castigado ms all de sus culpas, si no quieren
que les llame el pueblo ladrones, devulvanle sus tierras al hermano. Las deudas
del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no
podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor,
restallando o zumbando, segn la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen
las tempestades; los rboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante
de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de
andar en cuadro apretado, como la plata en las races de los Andes. (37)
El lenguaje metafrico, el giro aforstico, la yuxtaposicin de ideas, todo ello
forma parte de un estilo literario, de un conjunto armnico. La preocupacin de
Mart por la causa cubana, su "tema de nuestro tiempo", se encuentra aqu fundida
en una filosofa iberoamericanista, "nuestra Amrica", que transciende lo
inmediato y que si recoge el sueo bolivariano de la unidad/hermandad de los
ensayo, pues, al igual que en los dems gneros literarios, es un recurso estilstico
que el autor emplea consciente de sus efectos artsticos.
Forma del ensayo
Si bien para que el estudio de la forma del ensayo pueda tener sentido, debe
hacerse en su relacin con los dems gneros literarios, parece conveniente aqu
considerarla en su aspecto ms general, y, en definitiva, preguntarnos si tiene el
ensayo una forma caracterstica. Con frecuencia se ha dicho que el ensayo es en
prosa lo que el soneto en poesa; pero esta comparacin, sin duda muy sugestiva,
tiene nicamente valor, y quizs ms que nada simblico, en lo que a la voluntad
de estilo se refiere; es decir, la brevedad del ensayo hace que en l se acumulen
los recursos estilsticos en un intento de perfeccin esttica. Por lo dems, nada
ms opuesto a la libertad formal del ensayo, que las estrictas reglas que gobiernan
al soneto.
En el ensayo no existe regla, por esencial que nos parezca, que en alguna
circunstancia, sea sta excepcional si se quiere, no pueda ser suprimida. La forma
del ensayo es orgnica, no mecnica. Por ello, slo debemos hablar, al tratar este
aspecto, de la forma artstica del ensayo, y aqu tienen aplicacin las
caractersticas ya estudiadas. No obstante, del mismo modo que al tratar de
caracterizar la novela no decimos que la forma dialogal sea una de sus
caractersticas, si bien reconocemos que hay numerosas novelas dialogadas, as
tambin podemos afirmar que la forma por excelencia del ensayo es la prosa, y
que tanto el verso como el dilogo dramtico, si no se oponen a la esencia del
ensayo, s presentan a veces invencibles inconvenientes a la realizacin de ste.
Extensin del ensayo
Cuando al tratar de una obra literaria prestamos excesiva atencin a su
presentacin externa, corremos el peligro de olvidar, en el proceso, el verdadero
carcter de la creacin literaria, donde la forma es siempre accidental. En el
ensayo, quizs ms que en ningn otro gnero, ha dado pie el aspecto de su
extensin a las ms dispares especulaciones. Se ha tratado incluso de buscarle un
mnimo de pginas, sin las cuales no puede haber ensayo, y un mximo que no
puede ser sobrepasado sin que se desvirte. Claro est que tales intentos,
preocupados slo por un prurito de clasificacin mediante fciles referencias
externas, olvidan la esencia misma del gnero ensaystico. Partamos en nuestras
reflexiones de la siguiente afirmacin de Essie Chamberlain: "Una caracterstica
corriente en el ensayo es su brevedad. El ensayista proporciona un conciso
tratamiento de su tema" (XXIII); hasta aqu la experiencia nos permite estar de
acuerdo con lo dicho. Sin embargo, Chamberlain dice a continuacin, al comparar
los ensayos actuales con los de pocas pasadas, "hoy, como el cuento, el ensayo es
relativamente breve. Algunas veces es slo un fragmento" (XXIII). De este modo,
de lo que comenz siendo una observacin correcta de un aspecto formal del
ensayo, se pas a juzgar, contando tan slo con esta medida externa, la
caracterstica esencial de su unidad. Adems, cmo explicar la contradiccin
implcita en tal afirmacin? O es un ensayo, o sea, una totalidad, o es un
fragmento, de ensayo si se quiere, pero de ningn modo puede ser ambas cosas al
mismo tiempo. La unidad del ensayo, lo hemos dicho ya varias veces, no es
externa sino interna, no es mecnica sino orgnica; la unidad del ensayo que
debemos buscar es la unidad literaria, la unidad artstica. Y sta es independiente
del nmero de pginas.
Se ha dicho con frecuencia que la extensin del ensayo debe limitarse slo a
aquello que puede ser ledo de una sola sentada. Aun cuando esta afirmacin es
comnmente repetida por aquellos crticos que de algn modo tratan el aspecto
terico del ensayo, si se analiza detenidamente, se hace forzoso reconocer que,
fuera de un contexto particular, carece de valor concreto. En efecto, si el ensayo se
destina a la generalidad de los cultos, contar entre su pblico al lector ocasional
para quien diez o veinte pginas es todo lo que su poder de concentracin le
permite leer de una sola sentada; pero igualmente contar con el lector asiduo,
cuyo poder de concentracin fcilmente llegar a las cien pginas. En realidad son
muy pocos los ensayos que alcanzan tal extensin. Pero si el nmero de pginas es
ms reducido, no se debe a presiones exteriores de unos posibles lectores, sino al
carcter mismo del ensayo, cuyo propsito no es el de proporcionar soluciones a
problemas concretos, sino el de sugerirlas; o de manera ms simple todava, el de
reflexionar sobre nuevos posibles ngulos de observar un mismo problema. Esto
incita al ensayista a usar con predileccin de dos recursos estilsticos: brevedad en
la exposicin y profundidad en el pensamiento. Por otra parte, al no querer
limitarse en la exposicin de sus pensamientos a un estricto mtodo, que al reducir
su libertad de creacin y poner nfasis en una estructura externa podra convertir
su obra en un tratado, prefiere el ensayista, por ello mismo, al hablar sobre un
tema de un modo prolongado, hacerlo mediante diversas calas, en s
independientes, aun cuando traten un mismo asunto. De este modo, ciertos
ensayos que aparecen en forma de libro con cien, doscientas o ms pginas,
divididas en secciones o captulos, si se analizan, no son uno sino varios ensayos
sobre un mismo tema y agrupados en un libro. Srvanos como ejemplo a este
propsito los libros de Ortega y Gasset, Espaa invertebrada y La rebelin de las
masas, cuyas diversas secciones, que poseen sin duda unidad artstica, fueron
originalmente publicadas en el diario El Sol, y ledas y juzgadas como ensayos
independientes, que slo con posterioridad se ampliaron y recogieron en libro.
Clasificacin de los ensayos
En este aspecto, el ensayo, al igual que los otros gneros literarios, no ha podido
librarse de los ms variados intentos de clasificacin. Y del mismo modo que la
agrupacin de las obras literarias en gneros, es algo externo e independiente de la
creacin artstica misma, as tambin las clasificaciones del ensayo propuestas
poseen nicamente valor editorial y, cuando ms, valor didctico en cuanto a la
ordenacin de los ensayos en un libro o a la presentacin de los mismos al lector
no iniciado. Si aceptamos esta interpretacin de las clasificaciones, stas slo
sern provechosas cuando proporcionen al lector una gua en la aproximacin al
ensayo. En la prctica, no obstante, al erguirse ellas mismas como fin, ms bien
aportan confusin al concepto de ensayo. Srvanos como ejemplo la que nos
proponen Angel del Ro y Jos Benardete en su ya clsico libro, El concepto
Uno de los mtodos ms simples, y sin duda efectivo, de poner a prueba las
caractersticas del ensayo aqu estudiadas, es la comparacin sistemtica de ste
con las otras formas de expresin afines. Claro que una obra literaria no es ms o
menos creacin artstica porque sea novela o ensayo, por ejemplo, o porque no
pueda definirse por poseer caractersticas de ambos gneros, pero el hecho de
reconocerlo as hace que nos aproximemos a la obra sin prejuicios que nos
impidan su verdadera comprensin. Consideremos un caso concreto en las letras
espaolas, La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea. Si guiados por su
forma aparentemente dramtica la supusiramos escrita para ser representada ante
un pblico, prestaramos demasiada atencin a supuestos defectos, como podra
ser, entre otros, la dificultad escenogrfica. Considerada como novela pareceran
innecesarias ciertas tcnicas teatrales que en ella se encuentran. En ambos casos,
la aplicacin de una idea superficial preconcebida, imposibilitara de gran modo la
verdadera comprensin de la obra. Ahora bien, si la aproximacin a La Celestina
se hace desde el conocimiento de los elementos esenciales de la novela y de la
obra dramtica, sta adquirir su verdadera dimensin.
Entre dos formas de expresin, cualesquiera que stas sean, puede siempre
trazarse una lnea que una los dos puntos extremos que representan sus
caractersticas esenciales; el punto medio resultante (y por proyeccin cualquier
otro) tendr forzosamente que definirse en funcin de los dos extremos. Tal es la
situacin, ms o menos lmite, que siempre encontramos en el anlisis de una obra
literaria. Volvamos a nuestro caso y supongamos una lnea horizontal (fig. I) en
cuyos extremos "A" y "B" localizaremos las caractersticas consideradas como
esenciales de la novela y de la obra dramtica. Supongamos ahora que La
Celestina se encuentra en un lugar intermedio "C".
(La Celestina)
C
(novela) A
B (drama)
(fig. I)
Es obvio que entre "A" y "B" no existe en ningn momento un punto de divisin,
que nos fuerce a decir aqu salgo de "A" (o sea, de lo que consideramos ser
novela), y aqu penetro en "B" (es decir, en el campo del gnero dramtico);
nicamente contamos con una proyeccin que al alejarse de "A" se le van
atenuando los rasgos novelsticos, y que del mismo modo, al acercarse a "B"
aumentan tambin las caractersticas dramticas. Por otra parte, las caractersticas
esenciales que atribuimos a un determinado gnero literario (o cualquier otra
forma de expresin), son siempre tericas y representan esos puntos extremos "A"
y "B". La realidad de la obra artstica es muy diferente y su lugar es
invariablemente uno de los mltiples puntos intermedios.
Partiendo, pues, del principio bsico de que las caractersticas genricas son
nicamente conceptos tericos, aunque necesarios, y de que no existe una
marcada lnea divisoria entre las distintas formas de expresin, podemos, ahora,
sealar con ms precisin el lugar ideal que concedemos a las caractersticas
atribuidas al ensayo. Supongamos, para mejor proceder a su estudio, un sistema
de coordenadas (fig. II) cuyo punto "A" sera el extremo subjetivo, el punto "B"
correspondera, entonces, al objetivo; en el extremo "C" colocaramos la
preocupacin esttica, la forma, y en su opuesto, punto "D", tendramos el fin
didctico o preocupacin por el contenido.
(fig. II)
En tal diagrama colocaramos el ensayo en el punto "E", o sea, en el cruce de
ambas lneas; con ello haramos referencia al equilibrio que en un ensayo
prototpico habra entre la preocupacin por la forma y por el contenido (es decir,
que ninguno de ellos se sacrifique a causa del otro); o el equilibrio deseable entre
lo subjetivo y lo objetivo. Quizs podemos hacer comprensible el diagrama si
novela
B (narracin)
(fbula)
(fig. III)
De acuerdo con esta interpretacin, segn el punto "B" se vaya desplazando hacia
"A", la narracin y la fbula irn perdiendo vigor, mientras que paulatinamente se
conceder creciente nfasis a la meditacin y a las ideas; y la novela, por lo tanto,
se ir convirtiendo poco a poco en ensayo; el "yo" del narrador igualmente seguir
un proceso de identificacin con el "yo" del autor.
Considerada de este modo la proyeccin de novela a ensayo, dejan de tener
sentido las polmicas sobre si una obra pertenece a uno u otro gnero literario. En
realidad, sern muy pocos los casos que puedan situarse en los extremos "A" y
"B"; Los ensayistas, aun los ms puros, intercalan frecuentes ancdotas en sus
ensayos, del mismo modo que en la lectura de las novelas hay que tener presente
la posicin ideolgica que el autor desarrolla. Adems, una obra puede ser
apreciada de diferente modo con el paso del tiempo; por ejemplo, El criticn, de
Gracin, poco a poco ha ido perdiendo para el lector moderno el valor ideolgico
que pudo haber tenido para sus contemporneos, al mismo tiempo que se da ms
nfasis a la ancdota y su contenido alegrico. Un caso opuesto nos encontramos
en Civilizacin y barbarie, de Sarmiento, en cuya obra el lector moderno da ms
nfasis al contenido ideolgico. En fin, en la novelstica actual iberoamericana,
sobre todo, se estn experimentando nuevos mtodos de fundir lo novelstico y lo
ensaystico en una misma obra; no al modo de Gracin o de Sarmiento, que
situaban su creacin literaria en un punto intermedio entre los extremos ensayo y
novela, sino pretendiendo trasladar la reflexin al dominio de la forma. Por ello,
las novelas ms recientes desorientan e irritan al lector, que todava se resiste a
aceptar tales transposiciones. El experimento es arriesgado, pues pretende crear
nada menos que una nueva forma de arte en la novela, a pesar de que para ello
cuente ya con los modelos de las artes plsticas.
Ejemplifiquemos esta situacin considerando por un momento Terra nostra
(1975), de Carlos Fuentes, quizs la obra ms pretenciosa de la nueva narrativa
iberoamericana. Fuentes lleva a un extremo las posibilidades de la forma, siempre
con un consciente intento de perfeccin esttica, pero a esta forma une un
profundo contenido ensaystico. En la tradicin literaria, como vimos, cuando lo
novelesco aumentaba, disminua lo ensaystico; si se daba nfasis a la forma, se
sacrificaba para ello el contenido. Fuentes pretende unir ambos extremos en una
unidad artstica. Ahora bien, la comprensin de la idea y la proyeccin reflexiva
de la misma exige un esfuerzo, que si no es opuesto, s es diferente al que
demanda la contemplacin de la belleza. Esto no es nada nuevo en el arte,
pensemos en el Guernica, de Picasso. Lo que s es nuevo es el modo de
presentacin. Un cuadro o una escultura exigen poco espacio y la mente puede
recrearse en el sincretismo de la obra, examinando y volviendo a examinar cada
uno de sus aspectos, de modo que la comprensin intelectual aumenta cada vez
ms el placer esttico. No es que ambos placeres sean simultneos, sino que ms
bien forman una espiral donde uno proyecta al otro a niveles cada vez ms altos.
La obra literaria, sin embargo, no se nos puede presentar simultneamente como
una totalidad que nos permita contemplar de nuevo la creacin artstica en cada
vuelta de la espiral, segn nos proyectamos a planos de comprensin y de placer
esttico ms elevados. El texto escrito, aun cuando en l desaparezca el tiempo
cronolgico, es necesariamente lineal, y el efecto totalizador del cuadro slo se
puede conseguir mediante la constante superposicin de planos, como en un
continuo nuevo replanteamiento. As lo hace Carlos Fuentes en Terra nostra, y el
efecto es muy semejante al de esa visin simultnea y totalizadora de que antes
hablbamos; sin embargo, para dar cuerpo a su mensaje precisa Fuentes de 783
pginas de texto. De aqu su dificultad, Cuntas horas de concentracin requiere
su lectura? Y esa continua y necesaria repeticin, cuya frecuencia no responde a
las necesidades particulares de cada lector, sino que es impuesta por el autor
mismo, no disminuir poco a poco el placer esttico hasta hacerlo desaparecer?
Estos experimentos, llevados a cabo en nuestra lengua por la nueva narrativa
iberoamericana, y todava muy lejos de conseguir la perfeccin que persiguen,
sirven para reafirmar, en lo esencial, la validez de la proyeccin que
representamos en la fig. III, ya que fuera de tales intentos, la narracin y la fbula
todava se encuentran en relacin inversamente proporcional a la meditacin y la
idea, en cuanto participacin reflexiva del lector.
El ensayo y la carta
Aunque todos los gneros han variado con el paso de los siglos, segn se iban
modificando las circunstancias que hacan posible su existencia, el gnero
epistolar merece, en este aspecto, especial atencin. En un principio, mucho antes
de que apareciera el trmino "ensayo", el concepto que ahora representa se
identificaba, de modo ms o menos limitado si se quiere, con el propsito
explcito de las epstolas. Recordemos las palabras de Francis Bacon al comentar
el trmino ensayo creado por su contemporneo Montaigne: "La palabra es nueva,
pero el contenido es antiguo. Pues las mismas Epstolas a Lucilo, de Sneca, si
uno se fija bien, no son nada ms que 'ensayos', es decir, meditaciones dispersas
reunidas en forma de epstolas" (XI: 340). Aunque se podra discutir sobre lo
apropiado o no de tal afirmacin, y sobre los motivos que le llevaron a Bacon a
formularla, lo que s es indudable, es que las Epstolas de Sneca poseen
abundantes rasgos ensaysticos.
(fig. IV)
B (carta)
tratado filosfico, pero cuya peculiaridad es propia del tratado mismo: "Toda
filosofa es, en primer lugar, un trabajo de la mente; pues bien, si aslo el
producto, y lo expongo separado de la mente que lo piensa, har categora; si lo
expreso con la vivacidad de lo que est naciendo como un producto viviente, ser
ensayo" (48). Este aislar el "producto de la mente", que seala Morn Arroyo, es
el proceso que sigue el escritor de tratados, por lo que la personalidad del autor, el
elemento subjetivo, se reprime hasta el anonimato, y es el tema el que da carcter
a la obra. En el ensayo, como hemos indicado repetidas veces, es la personalidad
del autor la que domina y a la que incluso se subordinan los temas. El tratado se
dirige al especialista y su verdad, con la que pretende ensear, es cientfica; el
ensayista, por su parte, se orienta al lector general, a quien slo le exige que se
acerque a su lectura con curiosidad intelectual; sus verdades son estticas y crean
interpretaciones que nicamente se proponen formar. El tratado, en fin, es
monlogo cerrado, sistemtico, que persigue un fin preestablecido, que, a su vez,
le fuerza a seguir estrictamente el tema en cuestin. El ensayo es un dilogo, y,
por lo tanto, abierto, y tan asistemtico como la vida o el pensar mismo.
El ensayo y el artculo de crtica
El artculo de crtica, comn a todas las ramas del saber humano, es producto de la
creciente especializacin de nuestra poca, aunque sus antecedentes se remonten
al siglo XVIII. Se asemeja al ensayo ante todo en su extensin y tambin en el no
pretender ser exhaustivo, en el representar nicamente una cala entre las muchas
posibles. Sus caractersticas esenciales, sin embargo, son aquellas estudiadas bajo
la prosa didctica y el tratado. El artculo crtico es, por as decirlo, el primer
eslabn en la proyeccin artculo-monografa-tratado, y se destina, como stos, al
lector especializado, nico preparado para la comprensin del vocabulario tcnico
que en ellos se emplea y desarrolla.
ensayo
A
artculo de crtica
(fig. V)
En nuestra comparacin con el ensayo nos ayudar imaginar de nuevo una lnea
(fig. V), en cuyos extremos situaremos el ensayo, "A", y el artculo de crtica, "B".
En el punto "A" se hallarn todas aquellas caractersticas que en teora
concedimos al ensayo ideal, en su opuesto, "B", aquellas otras que asignamos a la
prosa didctica y, dentro de sus limitaciones, al tratado. Si ahora nos ceimos al
campo literario, ser fcil observar que muchos de los artculos que escribi Larra,
por ejemplo, en torno a temas literarios, en realidad estn muy prximos al punto
"A". Segn avanza el siglo XIX y XX tales artculos se van haciendo cada vez
ms especializados: lase a Montalvo, Valera, Clarn, Henrquez Urea, Alfonso
Reyes, Mario Benedetti, etc., y se descubrir como poco a poco sus escritos se
dirigen a un grupo de lectores cada vez ms reducido y selecto en su formacin
literaria y filosfica. En las ltimas dcadas, incluso en aquellos artculos de
crtica que versan sobre filosofa, literatura, historia, etc., donde la materia misma
(fig. VI)
Semejante relacin podramos ahora establecer entre los puntos "E" y "A", pero
bstenos para imaginar la gama de posibilidades, dos ejemplos del mismo Larra:
uno de ellos el ya sealado de "La nochebuena de 1836" y el otro, colocado en el
punto "A" o muy cercano a l, el artculo titulado "Empeos y desempeos". En
este ltimo Larra no consigue o no desea sobrepasar el retrato de una estampa de
la sociedad de principios del siglo XIX; es decir, escribe un cuadro de costumbres,
en el cual apenas si est presente la reflexin y la visin del autor se manifiesta
nicamente a travs de algunos juicios moralizantes. De ah que, aun cuando
ambos se encuentren bajo el ttulo comn de "artculos de costumbres", "La
nochebuena de 1836" es un ensayo, mientras que "Empeos y desempeos" es
propiamente un artculo de costumbres.
Las diferencias entre el ensayo y el cuento costumbrista parecen obvias, y ms si
para establecerlas comparamos, por ejemplo, la obra de Larra con la de Estbanez
Caldern. Resulta ms difcil, y por ello mismo ms apta para establecer el
carcter del ensayo, la distincin entre el ensayo y el artculo de costumbres. Para
ejemplificar tal diferencia vamos a considerar tres obras que versan sobre un
mismo motivo: "el objeto testigo de la historia". La primera es "El retrato", de
Mesonero Romanos, y que nos servir como ejemplo de un artculo de
costumbres; la segunda lleva por ttulo "Las tres tazas", de Jos Mara Vergara y
Vergara, y la estudiaremos como ejemplo de ensayo costumbrista; la tercera, de
Germn Arciniegas, se titula "El lenguaje de las tejas", y nos servir como modelo
de ensayo propiamente dicho.12
El retrato. Mesonero Romanos hace referencia en "El retrato" a tres pocas: 1789,
1815 y 1831, pocas de gran importancia en la historia del pueblo espaol, por
cubrir un periodo de transicin, de acelerados cambios tanto en el mbito
intelectual como en el poltico y en el social. Mesonero, sin embargo, haciendo
Notas
10
11
12
Bacon, Francis. Works of Francis Bacon. New York: Garrett Press, 1968.
Chamberlain, Essie. Essays Old and New. New York: Harcourt, Brace and
Co., 1938.
Len, Fray Luis de. Obras completas castellanas. 2 vols. Madrid: BAC,
1967.
____. Meditaciones del Quijote. Ideas sobre la novela. Madrid: EspasaCalpe, 1964.
____. Dos novelas cortas. New York: Ginn and Co., 1961.
Alvar, Manuel. "La turbada historia de la palabra ensayo". Dispositio 2223 (1983): 145-168.
Annimo. "The Ego in the Essay". Essays of Today. Editado por Rose A.
Witham. (Cambridge: The Riverside Press, 1931), pgs. 3-6.
Becker, Klaus. Der Stil in den Essays von H. D. Thoreau. Marburg, 1952.
140 pp. (Tesis doctoral). (Est dividida en siete partes; la primera es un
estudio preliminar de los conceptos de estilo y ensayo. Partes dos a la seis
son estudios acerca de Thoreau, su vida y obra, y las crticas de sus
contemporneos acerca de su estilo. En la parte siete concluye su estudio
con unas consideraciones sobre el estilo y la forma interna de los ensayos
de Thoreau).
Belloc, Hilaire. "An Essay upon Essays upon Essays". One Thing and
Another (London: Hollis and Carter, 1956), pp. 11-14.
Bense, Max. "ber den Essay und seine Prosa". Merkur 1 (1947): 414424. (Tambin en Plakatwelt. Stuttgart: Deutsche Verlags-Anstalt, 1952,
pp. 23-37).
Benson, Arthur Christopher. "The Art of the Essayist". Types and Times in
the Essay. Editado por Warner Taylor (New York: Harper and Brothers
Publishers, 1932), pp. 3-12.
Berger, Bruno. Der Essay, Form und Geschichte. Bern: Francke Verlag,
1964. 283 pp. (Trata los siguientes temas: "Aproximacin al ensayo y al
ensayista", "el tema", "la forma", "el pseudo-ensayo", "el ensayo ideal", y
"sumario de una historia del ensayo". Incluye una bibliografa e ndice de
nombres).
Boase, Alan M. "The Early History of the Essai Title in France and
Britain". Studies in French Literature Presented to H. W. Lawton (New
York: Manchester University Press, 1968), pp. 67-73.
Bryan, William Frank and Ronald S. Crane. "A History of the English
Familiar Essay". The English Familiar Essay (New York: Ginnand Co.,
1916), pp. XI-LX.
Burton, Richard. "The Essay as Mood and Form". Forces in Fiction and
Other Essays (Indianapolis: The Bobbs-Merrill Company, 1902), pp. 8599.
Canby, Henry Seidel. "Out with the Dilettante". Definitions. First Series
(New York: Kennikat Press, 1967), pp. 246-248.
Carballo Picazo, Alfredo. "El ensayo como gnero literario. Notas para su
estudio en Espaa". Revista de Literatura, 5 (1954): 93-156. (Es el estudio
ms completo hasta su fecha. Comienza con una crtica de lo escrito sobre
teora del ensayo, para detenerse en el significado del trmino ensayo y su
desarrollo hasta nuestros das. El resto del estudio podemos agruparlo en
las siguientes secciones: reflexiones en torno al ensayo como gnero
literario; anlisis del ensayo de Montaigne y su influencia en Espaa;
decadencia de la novela y xito del ensayo; la preocupacin por Espaa y
el ensayo; el ensayo como respuesta a la circunstancia de nuestro tiempo y
estudio del ensayo a travs de la obra de Ortega y Gasset).
Cody Sherwin. "The English Essay and English Prose Style". A Selection
from the Best English Essays (Chicago: A. C. McClury and Co., 1926), pp.
XII-XLIII.
Cornwallis, Sir William. "Of Essaies and Bookes". Essayes. Editado por
Don Cameron Allen (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1946), pp. 190202.
Chadbourne, Richard M. "Renan and the Art of the Essay". Ernest Renan
as an Essayist (Ithaca: Cornell University Press, 1957), pp. 193-213.
Doren, Carl Van. "A Note on the Essay". Readings in the Modern Essay.
Editado por Edward S. Noyes (New York: Books for Libraries Press,
1971), pp. 449-451.
Drew, Elizabeth. "The Lost Art of the Essay". How Writers Write. Editado
por Nettie S. Tillett (New York: Thomas Y. Crowell Company, 1937), pp.
35-49. (Apareci tambin en: The Saturday Review of Literature, Feb. 16,
1935: 485-486).
Earle, Peter G. "El ensayo argentino". Los Ensayistas 6-7 (1979): 7-17.
(Considera que el ensayo argentino iberoamericano ya en el siglo
XIX "se americaniz", al participar "de la amplia concepcin americana de
que el escritor es artista en segundo trmino; lo primero es ser hombre de
accin". Parte de que el ensayo, en cuanto gnero literario, es "el mximo
equilibrio posible de los tres elementos" siguientes: 1. "Expresar una
sensibilidad autobiogrfica [...] Arte del testimonio parecido al de la
narracin"; 2. "Superar mediante la voluntad personal a la conciencia
colectiva [...] Eficacia persuasiva basada en conviccin"; 3. "Lograr en
todo momento la comprensin recproca entre autor y lector [...] Invitacin
abierta al lector a participar".
Exner, Richard. "Roman und Essay bei Thomas Mann. Probleme und
Beispiele". Schweizer Monatshefte 44 (1964-65): 243-258.
Exner, Richard. "Zum Problem einer Definition und einer Methodik des
Essays als dichterischer Kunstform". Neophilologus 46 (1962): 169-182.
Fadiman, Clifton. "A gentle Dirge for the Familiar Essay". Party of One
(New York: The World Publishing Company, 1955), pp. 349-353.
Fischer, Herbert. Die Literarische Form des Essays und seine besondere
geistesgeschichtliche Bedeutung. Munich, 1950. (Tesis doctoral). (Divide
el estudio en dos partes: a) origen e historia del ensayo y b) la temtica,
anlisis terico y ensayistas del siglo XX. Conclusiones y bibliografa).
Foster, Richard. "Literature and the Literary Essay". The New Romantics.
A Reappraisal of the New Criticism. (Bloomington: Indiana University
Press, 1962), pp. 193-210.
Friedrich, Hugo. Montaigne. Pars: Gallimard, 1968. 434 pp. (De especial
inters para el estudio terico del ensayo es el ltimo captulo que versa
sobre la conciencia literaria de Montaigne y la forma de sus ensayos).
Gerke, Ernst-Otto. Der Essay als Kunstform bei Hugo von Hofmannsthal.
Hamburg: Matthiesen Verlag, 1970.
Ghiano, Juan Carlos. "De ensayistas". Ficcin 27, (1961): 88-90. (Estudio
panormico sobre ensayistas del siglo XX argentino. Comienza con unas
reflexiones en torno al ensayo como gnero literario, donde desarrolla su
posicin de que "el ensayo se sostiene casi exclusivamente por la
personalidad del autor").
Gold, Herbert. "How Else Can a Novelist Say It". First Person Singular
(New York: The Dial Press, 1963), pp. 9-14. (Estudia brevemente la
relacin novela-ensayo).
Gray, Rockwell. "The Essay Tradition". Book Forum 4.3 (1978-79): 541545.
Grolman, Adolf von. "Vom tapferen Versuch. Wesen und Sinn des Essays".
Eckart 13 (1937): 328-333.
Haas, Gerhard. Studien zur Form des Essays und zu seinen Vorformen im
Roman. Tbingen: Max Niemeyer Verlag, 1966. 148 pp. (De especial
inters es la seccin que dedica a comparar el ensayo con la novela, y el
origen y funcin de lo ensaystico en la novela).
Hall, James Norman. "A Word for the Essayist". Under a Thatched Roof
(Freeport: Books for Libraries Press, 1970), pp. 1-10.
Horst, Karl August. Kritischer Fhrer durch die deutsche Literatur der
Gegenwart. Munich: Nymphenburger Verlagshandlung, 1962. 520 pp.
(Divide el libro en dos secciones. En la primera estudia la novela y la
poesa; en la segunda, "Figuren des Essays", pp. 279-501, considera el
ensayo a travs de los ensayistas alemanes. De especial inters es la
relacin que establece entre el ensayo y el escrito cientfico).
Kayser, Rudolf. "Wegen des Essays". Die Neue Rundschau Vol. 2, No. 36
(1925): 1313-1318.
Klie, Barbara. Des deutsche Essay als Gattung. Berlin, 1944 (tesis
doctoral). (Divide el estudio en tres secciones: a) desarrollo y carcter del
ensayo; b) medios estilsticos y relaciones literarias; c) comparacin entre
ensayismo y periodismo).
Lagmanovich, David. "Paul Groussac, ensayista del 80". Revista InterAmericana de Bibliografa 32.1 (1982): 28-46. (De las cinco partes en que
estructura el estudio, la primera, "Groussac en el ensayismo argentino", y
la tercera, "caracteres de lo ensaystico", contienen reflexiones tericas
sobre el ensayo).
Law, Marie Hamilton. The English Familiar Essay in the Early Nineteenth
Century. Philadelphia, 1934. 238 pp. (Contiene dos partes: la primera
habla del ensayo periodstico en el siglo dieciocho y las influencias de los
siglos diecisiete y dieciocho en los ensayos de Hund, Lamb y Hazlitt. La
segunda parte destaca los elementos romnticos en el ensayo familar).
Link, Franz H. "Tale, Sketch, Essay und Short Story". Die Neueren
Sprachen 6 (1957): 345-352.
Lukcs, Georg von. "ber Wesen und Form des Essays". Die Seele und
die Formen: Essays (Berlin: Egon Fleischel und Co., 1911), pp. 3-39.
Lynd, Robert. "The Essay". Essays of the Year, 1930-1931 (London: The
Argonaut Press, 1931), pp. XI-XIX.
Matthews, Brander. "A Note on the Essay". The Book Buyer 16 (1898):
201-204.
McCallum, James Dow. "What is the Essay?" The College Book of Essays
(New York: Harcourt, Brace and Co., 1939), pp. 3-11.
Misenheimer, James B., Jr. "Dr. Johnson on the Essay". New Rambler
(Johnson Society) Ser. B, Vol. 18 (1966): 13-17.
Muoz G., Luis. "El ensayo como discurso. Algunos rasgos formales".
Acta Literaria 3-4 (Concepcin, 1978-79): 85-92. (A travs de un metodo
y terminologa estructuralista, examina el discurso ensaystico en dos
planos: a) "El enunciado" "La secuencia argumentativa", "Exposicin",
"Dimensin temporal", "Lo implcito", "La plurivalencia", "La
figurabilidad", "La dimensin simblica", y b) "La enunciacin"
"Indicios de persona", "Relacin del sujeto con el discurso o con su
referencia", "La interpretacin", "El monlogo").
Muth, Karl. "ber die kunst des Essays". Hochland 24 (1926-27): 345347.
Peffer, Nathaniel. "Editors and Essays". Essay Annual, 1936. (New York:
Scott, Foresman, and Company, 1936), pp. 212-223.
Prez U., Jorge. "En busca de una nocin histrica de ensayo". Cuadernos
Americanos 219 (1978): 96-112. El estudio queda estructurado en dos
partes: en la primera trata de la palabra ensayo y su uso en Espaa de
acuerdo con lo ya expuesto por Alfredo Carballo Picazo y otros; en la
segunda parte pretende llegar a una definicin del concepto ensayo (en
cuento gnero literario), pero lo hace comparando nicamente aquellas
obras que en su ttulo llevan el trmino ensayo usado en sus multiples
acepciones, sin establecer diferencias entre las mismas).
Randak, Ernst. "ber den Essayisten". Wort in der Zeit 7, N 2 (1961): 3840.
Read, Herbert. "On Something in Particular". The Tenth Muse (New York:
Horizon Press, 1958), pp. 1-4.
corregida y aumentada. New York: Eliseo Torres, 1974, 459 pp. (El libro
"pretende ser una coleccin de ensayos", y lo es en el sentido de que "el
ensayo es el resultado de una reflexin y de la voluntad de transmitir
artsticamente las conclusiones o impresiones que de ella se derivan". Se
reflexiona sobre el concepto de ensayo en las pginas 28 y 29 de la
introducin).
Rohner, Ludwig. "Versuch ber den Essay". Deutsche Essays, (Prosa aus
zwei Jahrhunderten) (Berln: Luchterland, 1968), Vol. I, pp. 7-24.
Salaverra, Jos Mara. "El arte del artculo". Antologa literaria de ABC:
El artculo, 1905-1955 (Madrid: Editorial Prensa Espaola, 1955), pp.
408-410. (El trmino "articulo" tiene aqu el sentido de ensayo escrito para
el peridico; el estudio es de carcter muy general).
Sherman, Stuart P. "An Apology for Essayists of the Press". Points of View
(New York: Charles Scribner and Sons, 1924), pp. 173-185.
Squire, Sir John C. "An Essay on Essays". Essays of the Year (1929-1930)
(London: Argonaut Press, 1930), pp. IX-XVIII.
Squire, Sir John C. "The Essay". Flowers of Speech. 2 ed. (New York:
Books for Libraries Press, Inc. 1967), pp. 108-115.
Stabb, Martin S. "Not text but texture: Cortzar and the New Essay".
Hispanic Review 52.1 (1984): 19-40. (Estudio del ensayo como gnero a
travs de la obra ensaystica de Cortzar para establecer un marco que
permita investigar las nuevas e innovadoras expresiones formales del
ensayo iberoamericano).
Stoessl, Otto. "Der Essay". Geist und Gestalt (Wien: Saturn-Verlag, 1935),
pp. 107-108.
Thompson, Francis. "The Essay: Ancient and Modern". The Real Robert
Louis Stevenson and Other Critical Essays (New York: University
Publishers Incorporated, 1959), pp. 286-291.
Torri, Julio. "El ensayo corto". Tres libros (Mxico: Fondo de Cultura
Econmica, 1981), pp. 33-34. (Ensayo sobre la brevedad del ensayo).
Varela, Jos Luis. "La 'literatura mixta' como antecedente del ensayo
feijoniano". El P. Feijoo y su siglo (Oviedo: Universidad de Oviedo,
1966). pp. 79-88. (Tomando como base el estudio de Alfredo Carballo
Picazo, "El ensayo como gnero literario", estudia el ensayo de Feijoo, y
seala que tanto la voz "discurso" como la expresin de "literatura mixta",
poseen un significado prximo al que se da actualmente al trmino
ensayo).
Varela, Jos Luis. "Raz y funcin del ensayo espaol de hoy". Ensayo
(Mlaga: Diputacin Provincial de Mlaga, 1980), pp. 45-63. (Parte del
supuesto de que "cabe mantener, respecto a otros gneros, el carcter
orientador y precursor del ensayo en el orden formal y en el ideolgico,
con lo que su funcin intelectual y literaria no slo se justifica, sino que se
nos presenta como necesaria").
Victoria, Marcos. Teora del ensayo. Buenos Aires: Emec, 1975, 151 pp.
(A pesar del ttulo, el aspecto terico queda relegado a un mnimo. El libro
es ms bien una coleccin de ensayos sobre ensayistas Luciano de
Samosata, Erasmo, Montaigne, Saint-Evremond y Vauvenargues,
Rousseau, Taine, etc., donde se reflexiona ocasionalmente sobre el
carcter del ensayo).
Wais, Kurt. "Antwort auf eine Umfrage ber den Essay". An den Grenzen
der Nationalliteraturen (Berln: Walter de Gruyter, 1958), pp. 338-340.
Wais, Kurt. "Essay-Zum Wort und zur Sache". Neue Literarische Welt 3,
No. 4 (1952): 2.
Walker, Hugh. The English Essay and Essayists. New York: AMS Press,
1975. 343 pp. (Estudio acerca de las diferentes formas del ensayo y los
diversos ensayistas de los siglos diecisiete al diecinueve).
Weber, Horst. Studien zur Form des Essays bei Charles Lamb. Heidelberg:
Carl Winter Universittverlag, 1964.
Williams, Orlo. The Essay. London: Martin Secker, 1924, 63 pp. (Es un
estudio panormico del ensayo ingls con ocasionales reflexiones sobre el
carcter del ensayo).
Williams, Orlo. "The Essay". Essays for Our Day. Editado por L. B.
Shackelford y F. P. Gass (New York: W. W. Norton, 1931), pp. 352-360.
Wolffheim, Hans. "Der Essay als Kunstform. Thesen zur einer neuen
Forschungsaufgabe". Festgruss fr Hans Pyritz (Heidelberg:
Universittsverlag, 1955), pp. 27-30.