ALEXIS de TOCQUEVILLE, Recuerdos de La Revolución de 1848
ALEXIS de TOCQUEVILLE, Recuerdos de La Revolución de 1848
ALEXIS de TOCQUEVILLE, Recuerdos de La Revolución de 1848
RECUERDOS DE LA
REVOLUCION
DE 1848
INTRODUCCION
mantiene
correspondencia
regular
con
personajes
de
Tocqueville
tenan
de
antemano
una
audiencia
adopta
una
estrategia
de
comparacin
constante.
El
de
un
tema
bsico
del
libro
sobre
Amrica:
el
tanto
su
correspondencia
como
testimonios
de
familiares)
con
los
legitimistas,
distanciado
de
los
rneos,
conversaciones:
todo
un
enorme
material
R. Aron, Les tapes de la pense sociologique, Paris, Gallimard, 1967, pgina 262.
adems,
sobre
unos
acontecimientos
histricos
tan
Correspondance anglaise, en Oeuvres compltes d'Alexis de Tov.queviUe (desde ahora C.A.), Paris,
Gallimard, 1954, pgs. 47-48.
Tocqueville a La
Democracia en
Amrica, se
La Democracia en Amrica, trad. cast, por Luis R. Cullar, FCE, 1963, pg, 39 (desde ahora DA.).
Matriaux pour une histoire de linfluence de l'Ancien Rgime, en Tocqueville, LAncien Rgime et la
Rvolution, Paris, Gallimard, 967, pgina 23,
Ningn
recuerdo
de
familia,
ningn
inters
partido
poltico:
por
sus
vinculaciones
familiares,
el
se
adhiri
abiertamente
ningn
grupo:
sus
las
discusiones
polticas
entre
usted
yo?
Qu es la democracia?
Comencemos con el concepto de democracia. El cual reclama, antes
de entrar a hablar de su contenido, un par de aclaraciones.
La primera se refiere a la dificultad que plantea la multiplicidad de
contextos en que Tocqueville habla de democracia y a variedad de
situaciones a que aplica el trmino. Se ha podido decir as, que si bien
aparece el concepto constantemente en su obra, nunca es definido
con rigor.
Y es que, en efecto,, democracia es vista en algunos pasajes como
forma de organizacin del poder poltico, pensada en otros como tipo
de sociedad, aqu se esboza una sociologa de la produccin
intelectual y esttica en un contexto democrtico, all se aborda un
retrato psicolgico de la mujer y el hombre demcratas. Las leyes; la
opinin pblica y los partidos polticos; la distribucin del poder, de
la riqueza y del prestigio; la vida cotidiana, bien abierta a la
participacin de todos en actividades colectivas o bien practicada
replegndose cada cual sobre s mismo; la envidia como sentimiento
especialmente democrtico, acompaada de la conviccin de que
todos los miembros de la comunidad deben ser iguales y de que todos
los trabajos y ocupaciones (siempre que no violen la ley) son
igualmente
honorables
respetables;
un
alto
nivel
medio
de
Tanto al hablar de democracia como al hablar de libertad, he utilizado ampliamente las pginas 280-291 de
mi libro, escrito en colaboracin con M. C. Iglesias y J. A. Aramberri, Los orgenes de ta teora sociolgica,
Madrid, Akal, 1980
inextinguible
por
mejorar
el
bienestar
econmico
individual
direcciones
del
movimiento
democrtico.
Hay,
consumo
individual
como
valor
social
mximo
o,
en
fin,
dibujando
un
futuro
de
las
relaciones
El
principio
democrtico,
entonces,
es
el
impulso
Unidos
han
llamado
mi
atencin,
ninguna
me
de
la
obra
de
Tocqueville
e,
incluso,
10
de
proceder
es
buscar
sus
diferencias
con
el
de
aristocracia.
En lo que ahora importa, la aristocracia, para Tocqueville, implicaba
los tres rasgos fundamentales siguientes:
a) Desigualdad entre las distintas clases y estados: el lugar de
nacimiento (en la doble dimensin de territorio geogrfico y familia
concreta) diferenciaba rigurosa y definitivamente a unos de otros:
cada
grupo
social
tena
funciones
normas
^especficas
que
El .Antiguo Rgimen y la Revolucin, trad. cast, por Dolores Snchez de A!eu, Madi'd, Alianza Editorial,
1982, vol. I, pg. 63 (desde ahora A.Ji.).
fin,
las
siguientes
lneas
proporcionan
una
visin
el
poder
regio,
apoyado
sobre
la
aristocracia,
como
un
efecto
del
orden
inmutable
de
la
tambin
pasiones
enrgicas,
sentimientos
en
ser
rico;
porque
el
rico
est
amenazado
por
la
inclinaciones
ni
objetos
comunes,
tradiciones
ni
la
desigualdad
permanente
de
las
condiciones
la
Pretendis
organizar
un
pueblo
en
forma
de
obrar
fuertemente sobre todos los dems? Lo destinis a intentar grandes empresas y, cualquiera que sea el resultado de sus
esfuerzos, a dejar una huella inmensa en la historia?
Si tal es, segn vosotros, el objeto principal que deben
proponerse los hombres en sociedad, no tomis el gobierno de la
democracia; no os conducira seguramente a la meta.
Pero si os parece til desviar la actividad intelectual y moral
del hombre .hacia las necesidades de la vida material, y
emplearla en producir el bienestar; si la razn os parece ms
provechosa a los hombres que el genio; si vuestro objeto no es
crear virtudes heroicas, sino hbitos pacficos; si prefers mejor
ver vicios que crmenes, y prefers menos grandes acciones, a
condicin de encontrar menos delitos; si, en lugar de actuar en
el seno de una sociedad brillante, os basta vivir en medio de una
sociedad prspera; si, en fin, el objeto principal de un gobierno
no es, segn vosotros, dar al cuerpo entero de la nacin la
mayor fuerza o la mayor gloria posible, sino procurar a cada
uno de los individuos que lo componen el mayor bienestar y
evitarle lo ms posible la miseria; entonces, igualad las
condiciones y constituid el gobierno de la democracia.
tienen
idnticos
derechos^y
obligaciones.
Hay
que
sino
una
cuestin
interna
entre
los
diversos
las
cuestiones
ms
generalas
de
la
organizo-cit
El concepto de libertad
Tambin aqu el fondo de su pensamiento se capta mejor oponiendo
libertad
en
democrtico.
27
un
sentido
aristocrtico
libertad,
en
sentido
desiguales
cjl
espritu
humano,
habituado
los
11
Tocqueville, Estado social y poltico de Francia antes y despus de 1789, en Igualdad social y libertad
potiic, trad. cast, por Joaqun Esteban Ferruca, Madrid, Editorial Magisterio Espaol, 197^, pg. 140 (desde
ahora I.S.).
12
Ensayo sobre las libertades, Madrid, Alianza Editorial, 1966, pginas 25-27.
fundadores
posean
condiciones
fundamentales
para
el
se
establecieron
sobre
un
territorio
que
ofreca
apariencia
de
creer.
El
cristianismo
reina,
pues,
sin
imaginacin
de
los
norteamericanos,
en
sus
mayores
aparece
ante
el
ciudadano,
al
tiempo,
como
algo
lo
lo
sospecha,
ha
odo
contar
el
acontecimiento
por
Veo
en
nuestros
contemporneos
dos
ideas
contrarias
como
en
El
Antiguo
Rgimen,
Tocqueville
subraya
dos
impotencia
moral
en
qi^e
haba
cado
el
clero,
el
una
palabra,
los
franceses,
con
sus
provincias,
sus
americana
faltaban
aqu
por
completo:
no
haba
no
sirviendo
sino
para
que
se
destrozaran
que
carecen
de
cauce,
all
se
multiplican
las
produciendo
el
predominio
del,
por
as
llamarlo,
alterar
fundamentales
sobre
en
su
las
esencia
que
se
ninguna
asientan
de
las
las
leyes
sociedades
con
el
nombre
de
instituciones
feudales,
para
de
que
las
instituciones
antiguas
mundo
lo
que
siempre
haba
sido
extrao
esas
al
mundo de
improviso, pero
no
fue
ms
que
el
El
parlamentario:
la
abolicin
de
la
en
el
discurso
del
terico.
Pero
tambin
informan
la
Asamblea.
Netamente
distanciado
de
los
13
haban
conocido
un
notable
incremento
en
produccin
un
modo
de
accin.
Tres
ideas,
perfectamente
ahora
muy
breve,
se
ver
obligada
destruir,
sea
en
la
servidumbre
los
vicios
que
natural
las
medidas
tendentes
instruirlos,
regular
las
costumbres
favorecer
eficazmente
ei
matrimonio.
Tales
nacer
entre
las
dos
razas
esos
sentimientos
estas
circunstancias,
los
colonos
slo
obedecen
14
de
la
correspondencia
esclavitud,
atestigua
contenidas
vma
en
constante
La
Democracia.
curiosidad:
Su
solicita
Uno de los pocos estudios sobre esta dimensin del pensamiento de Tocqueville es el de H. Baudet
incluido en Alexis de TocqueviU, Livre du Centenaire, Paris, CNRS, 1960.
como
actor
con
respecto
otras
comunidades:
en
La
que
ignoraba
y,
para
hacer
mejor
justicia,
E.D.P., 38-39. He utilizado la traduccin de M. Merle y R. Mesa incluida en op. cit., pgs. 267-268.
descubierto
la
fortaleza
la
debilidad
de
nuestros
en
marcha
implicara
tambin
destruccin
de
la
seguir
los
nuevos
predicadores
jefes
religiosos
que
tambin,
pueden
establecerse
vnculos
entre
franceses
ya
formarse
en
algunos
lugares
este
gnero
de
presencia.
Por
otra
parte,
nuestros
cultivadores
1830,
las
agitaciones
populares,
fundamentalmente
escrito
desde
la
perspectiva
de
quien
se
refiere
intelectuales).
Pues
bien,
ante
1848,
reconoce
muy
claramente
conceptos
tocquevillanos
claves.
La
Para una historia de las historias sobre 1848, vase G. Rud, Europa desde las guerras napolenicas a la
Revolucin de ]848, Madrid, Ctedra, 1982, pgs. 211-235. Un anlisis concreto muy reciente e innovador es
el de Ph. Vigier, La vie quotidienne en province et Paris pendan les journes de 1848, Paris, Hachette,
1982.
PRIMERA PARTE
vivido,
aunque
bastante
al
margen,
dentro
del
mundo
sus
recuerdos,
sus
esperanzas
sus
hombres
diversas, que nuestros padres vieron comenzar, y que, segn todas las
probabilidades, nosotros no veremos concluir. Todo lo que restaba del
antiguo rgimen fue destruido para siempre. En 1830, el triunfo de la
clase media haba sidb definitivo, y tan completo, que todos los
poderes polticos, todos los privilegios, todas las prerrogativas, el
gobierno entero se encontraron encerrados y como amontonados en
los estrechos lmites de aquella burguesa, con la exclusin, de
derecho, de todo lo que estaba por debajo de ella, y, de hecho, de todo
lo que haba estado por en- cirnn. As, la burguesa no slo fue la
nica dirigente de la sociedad, sino que puede decirse que se
co/avirtip en su ai-fen- dataria. Se coloc en todos los cargos,
aument prodigiosamente el nmero de stos, y se acostumbr a vivir
casi tanto del Tesoro pblico como de su propia industria.
Apenas se haba consumado este hecho, cuando se produjo un gran
apaciguamiento en todas las pasiones polticas, una especie de
encogimiento universal en todos los aconte- cimi(ntos, y un rpido
desarrollo de la riqueza pblica. El espritu propio de la clase media se
convirti en el espritu genera] de la administracin, y domin la
poltica exterior, tanto como los asuntos internos: era un espritu
activo,
industrioso,
muchas
veces
deshonesto,
generalmente
tras
haberse
acantonado
en
su
poder,
e,
capas
subalternas
de
la
sociedad.
Tena
unas
costumbres
advenedizo
lord
Palmerston,
como
de
pasada,
acab
los
grandes
partidos.
Aquella
singular
homogeneidad-de
talentos,
que
se
agitaban
incesantemente,
sin
poder
Comn.
Algunos
hechos
resonantes
de
corrupcin,
descubiertos por azar, le hacan sospechar que por todas partes haba
otros ocultos, *le haban persuadido de que toda la clas que
gobernaba estaba corrompida, de modo que el pas haba concebido
por ella un desprecio tranquilo, que se interpretaba como una
sumisin confiada y satisfecha.
El pas estaba entonces dividido en dos partes, o, mejor dicho, en dos
zonas desiguales: en la de arriba, que era la nica que deba contener
toda la vida poltica de la nacin, no reinaba ms que la languidez, la
impotencia, la inmovilidad, el tedio; en la de abajo, la vida poltica,
por el contrario, comenzaba a manifestarse en sntomas febriles e
irregulares que el observador atento poda captar fcilmente.
Yo era uno de aquellos observadores, y, aunque estaba lejos de
imaginar que la catstrofe se hallaba tan prxima e iba a ser tan
terrible, senta que la inquietud naca y creca, poco a poco, en mi
espritu, y que en l arraigaba, cada vez ms, la idea de que
caminbamos hacia una nueva revolucin. Esto supona un gran
cambio en mi pensamiento, porque el apaciguamiento y la placidez
universal que haban seguido a la revolucin de julio me haban hecho
creer, durante mucho tiempo, que yo estaba destinado a pasar mi vida
en una sociedad relajada y tranquila. Y, en efecto, quien no hubiese
mirado ms que al interior de la fbrica del gobierno se habra
convencido de ello. All, todo pareca ordenado para producir, con los
resortes de la libertad, un poder regio inmenso, casi absoluto hasta el
despotismo, y esto se produca sin esfuerzo, en virtud del movimiento
cuestiones
de
la
poltica
girarn
en
torno
las
es,
seores,
mi
conviccin
profunda:
creo
que
estamos
provocado
la
ruina
de
las
clases
que
gobernaban,
veo
unos y a los otros. Incluso mis amigos personales pensaban que haba
un poco de retrica en mi exposicin.
Recuerdo que, al bajar de la tribuna, Dufaure me llev aparte y me
dijo, con esa especie de adivinacin parlamentaria que constituye su
nico talento: Habis estado bien, pero habrais estado mucho mejor
an, si no hubierais sobrepasado tanto el sentimiento de la asamblea
y no hubierais querido infundirnos tanto miedo. Y ahora, cuando me
encuentro ante m mismo y busco curiosamente en mis recuerdos si,
en efecto, yo estaba tan asustado como pareca, descubro que no, me
doy cuenta, sin esfuerzo, de que los hechos han venido a justificarme,
ms rpida y ms completamente de lo que yo prevea. No, yo no
esperaba una revolucin como la que bamos a ver. Y quin habra
podido esperarla? Creo que yo perciba ms claramente que cualquier
otro las causas generales que empujaban a la monarqua de julio, por
la pendiente, hacia' su -ruina. Lo que no vea eran los accidentes que
iban a precipitarla en ella. Pero los das que nos separaban an de la
catstrofe se sucedan rpidamente.
II
Los
banquetes.Seguridad
del
gobierno.Preocupacin
de
los
jefes
de
la
l,
pues
quera
el
resultado,
pero
no
la
que,
dos
das
antes
de
la
revolucin
de
Febrero,
aunque tena casi todos los defe;ctos que el espritu de partido puede
dar, pero que, por lo menos, una a ellos una especie de desinters y
ia sinceridad que se encuentra en las pasiones verdaderas, dos
cualidades raras en nuestros tiempos, en los que no se tiene ms
pasin verdadera que la de s mismo. Y, con la familiaridad (^ue
nuestra relacin permita, le dije: nimo, mi querido amigo, jugis
una partida peligrosa. A lo que l respondi gravemente, pero sin
mostrar signo alguno de temor; Estad seguro de que todo esto
acabar bien. Adems, siempre hay que arriesgar algo. No hay
gobiernos libres que no hayan sufrido pruebas semejantes. Esta
contestacin retra- ta perfectamente a aquel hombre resuelto y
limitado, limitado aunque con mucho talento, pero de ese taknto
que, viendo claramente y con detalle todo lo que se encuentra en su
horizonte, no imagina que el horizonte pueda cambiar; erudito,
desinteresado, ardiente, atrabiliario, vengativo, perteneciente a esa
especie sabia y sectaria que hace; poltica por imitacin extranjera y
por reminiscencia histrica, que encierra su pensamiento en una sola
idea, hasta quemarse y cegarse en ella.
El gobierno, por lo dems, estaba an menos inquieto que los jefes de
la oposicin. Pocos das antes de esta conversacin, yo haba tenido
otra con el ministro del Interior, Duchtel. Yo estaba en buenas
relaciones con este ministro, a pesar de que, desde haca ocho aos,
yo sostena una guerra muy viva (demasiado viva incluso, lo
reconozco, respecto a la poltica exterior) contra el gobierno del que
l era uno de los jefes. Ni siquiera s si aquel defecto no me
hababeneficiado, a sus ojos, pues creo que, en el fondo de su
corazn, tena una cierta debilidad por los que atacaban a su colega de
Negocios Extranjeros, M. Guizot. Una lucha que M. Duchtel y yo
juntos habamos mantenido, unos aos antes, en favor del sistema
penitenciario, nos haba acercado, y, en cierto modo, unido. ste no
voluminoso,
comprenda
admirablemente
los
asuntos
hablaba de ellos con altura; conoca bien la gran fuerza de las malas
pasiones huranas, y, sobre todo, de las malas pasiones de su partido,
y saba utilizarla siempre oportunamente; sin prejuicios, sin rencores,
de una espontaneidad clida, fcil y siempre dispuesto a hacer
favores, cuando su inters no se opona a ello; lleno de desprecio y de
benevolencia por sus semejantes, un hombre, en fin, al que no se
poda estimar ni odiar.
As, pues, unos das antes de la catstrofe, yo hice un aparte con M.
Duchtel en un rincn de la sala de conferencias, y le dije que el
gobierno y la oposicin parecan trabajar de acuerdo para llevar las
cosas a un extremo que bien podra acabar siendo perjudicial para
todos; le pregunt si no vea alguna forma honorable de salir de una
situacin tan enojosa, alguna transaccin digna que permitiese
retroceder a todos. Aad que mis amigos y yo nos sentiramos felices
si se nos indicase, y que haramos todo lo posible para conseguir que
nuestros colegas de la oposicin la aceptasen. M. Duchtel escuch
atentamente mi exposicin, asegurndome que l comprenda mi
pensamiento, pero me di perfecta cuenta de que no lo comparta. Las
cosas haban llegado a tal punto dijo, que ya no se poda encontrar
la salida que yo buscaba; el gobierno estaba en su derecho, y no poda
ceder; si la oposicin persista en su actitud, el resultado tal vez sera
un combate en la calle, pero ese combate estaba previsto desde haca
mucho tiempo, y, si el gobierno estaba animado de las malas pasiones
que se le atribuan, deseaba esa lucha en lugar de temerla, pues estaba
aquel
momento,
en
Pars,
no
estaban
preocupados,
por
unas
ideas
tan
siniestras,
que
sta
qued
del poder, y que no haya sido previsto y temido ms que por los
hombres que iban a vencer.
Aqu necesito reanudar un poco la cadena de la historia, para poder
enlazar con ella ms cmodamente el hilo de mis propios recuerdos.
Es de recordar que, en la apertura de la legislatura de 1848, el rey
Luis-Felipe, en su discurso de la Corona, haba calificado a los autores
de los banquetes de hombres animados por pasiones ciegas o
enemigas. Aquello era enfrentar, directamente, a la realeza con ms
de cien miembros de la Cmara. Aquel insulto, que vena a sumar la
clera a todas las pasiones ambiciosas que turbaban ya el corazn de
la mayora de aquellos hombres, acab de hacerles perder la razn. Se
esperaba un violento debate, que, en principio, no se produjo. Las
primeras discusiones de la alocucin real,fueron tranquilas: la
mayora y la oposicin, como dos horrtbres que se sienten enfurecidos
y que temen hacer o decir tonteras en tal estado, se contuvieron, al
comienzo.
Pero la pasin estall, al fin, y lo hizo con una violencia inslita. El
fuego extraordinario de aquellos debates ola ya a guerra civil, para
quien supiese olfatear de lejos las revoluciones.
Los oradores de la oposicin moderflda se vieron obligados, en el calor
de la lucha, a afirmar que el derecho de reunirse en los banquetes era
uno de nuestros derechos ms indiscutibles y ms necesarios; que el
hecho de negarlo era pisotear la libertad misma y violar la Carta, sin
darse cuenta de que as. hacan, sin sospecharlo, una llamada, no a la
discusin, sino a las armas. Por su parte, M. Duchtel, que, por lo
general, era muy hbil, se mostr, en aquella ocasin, de una torpeza
consumada. Neg, de una manera absoluta, el derecho a reunirse en
cualquier banquete, y, sin embargo,' no dijo claramente que el
gobierno
estuviese
decidido
impedir,
en
lo
sucesivo,
toda
tres das despus. El ministerio, que ya era censurado por una parte
de los suyos por haber permitido, tcitamente, el banquete, se crey
autorizado, desde aquel momento, a retractarse. Anunci oficialmente
que lo prohiba y que lo impedira por la fuerza.
Fue aquella declaracin del poder la que proporcion el campo para la
lucha. Puedo afirmar, aunque la cosa parezca increble, que el
programa que hizo cambiar, sobre la marcha, el banquete en
insurreccin,
fue
compuesto,
discutido
publicado
sin
la
III
Disturbios del 22 de febrero.Sesin del 23. Nuevo ministerio.Sentimientos de
M. Dufaure y de M. de Beaumont.
general,
emprenden
las
insurrecciones,
suelen
hacerlo
que
aquel
incidente
preocupaba
ms
los
espritus,
M.
no
slo
se
haban
elevado
con
la
ayuda
de
sus
heterognea
en
cuanto
la
poltica.
Unos invitados
se
qu
conspiraciones
secretas
han
producido
IV
El 24 de febrero.Plan de resistencia de los ministros. La guardia nacional. El
general Bedeau.
cuya
teora
deban
la
experiencia
de
tantas
recuerdo
que,
mostrando,
Lanjuinais
aquellas
mano,
cuando
volvimos
pasar.
Las
barricadas
eran
encontrando
de
buen
gusto
censurar
sus
propias
estado
acontecimiento,
bastante
para
que
unidos,
yo
antes
pueda
despus
hablar
aqu
de
de
Eiquel
l
con
conocimiento de causa. Es cierto que se le haba transmitido la ordende no combatir, pero por qu obedeci a una orden tan extraa, y
tan poco aconsejable, dadas las circunstancias?
Bedeau no era tmido, en modo alguno, y, para hablar con exactitud,
ni siquiera indeciso, porque, una vez adoptada su decisin, se le vea
marchar hacia su objetivo con mucha firmeza, con serenidad y con
audacia. Pero tena el carcter ms metdico, ms desconfiado de s
mismo, menos aventurero y ms blando que se pueda imaginar.
Estaba acostumbrado a considerar la accin que iba a emprender, en
todos sus aspectos, antes de ponerse a ,1a obra, y comenzaba, ante
todo, esta revista por los peores aspectos, y perda un tiempo precioso
disolviendo su pensamiento en muchas paUibras. Por lo dems, era un
hombre justo, moderado, liberal, humano, como si no hubiera hecho,
V
Sesin de !a Cmara,La seora duquesa de Orlans.Gobierno provisional.
ti-at,
inmediatamente,
de
desembarazarse
de
aquella
se
pusieron
discutir
apasionadamente
con
tan
ridicula,
abandon
aquel
lugar
en
el
que
se
que
no
poda
ser\rle
ms
que
para
morir
agitan
all
sus
estandartes
vociferan
con
muchos
entonces,
como
he
dicho,
todas
las
tribunas
haban
permanecido
inmvil
en
mi
escao:
muy
atento,
pero
una
emocin
ms
viva
en
presencia
de
un
los
recuerdos
de
la
literatura
del
teatro
con
sus
nombres,
en
su
mayora,
fueron
aclamados;
algunos,
haba
encontrado
M.
Barrot.
Caminaba
me
dijo
Invlidos, pero, al llegar all, crey ver un tropel de gente al otro lado
del ro, y tambin, se neg a pasar. Nos dirigimos al puente de Jena,
que estaba libre, y lo atravesamos sin dificultad; al llegar al otro lado,
M. Thiers, que vio por las gradas del anfiteatro donde haba de
construirse el palacio del rey de Roma, a unos muchachos que
gritaban, se meti inmediatamente por la calle de Auteuil, y entr en
el Bois de Boulogne; all, tuvimos la suerte de encontrar un cabriol
que accedi a llevarnos por los bulevares exteriores, hasta los
alrededores de, la barrera de Clichy, por donde volvimos a su casa, a
travs de unas calles apartadas. Durante todo aquel trayecto, aada
M. Talabot, pero, sobre todo, al principio, pareca que M. Thiers casi
haba perdido el juicio; gesticulaba, sollozaba, pronunciaba palabras
incoherentes; la catstrofe de que acababa de ser testigo, el futuro del
pas, sus propios peligros, formaban un caos en el que su pensamiento
se agitaba y se extraviaba a cada instante.
As, de los cuatro hombres que ms haban contribuido a provocar los
acontecimiento del 24 de febrero Luis- Felipe, M. Guizot, M. Thiers
y M. Barrot, los dos primeros estaban proscritos al final de aquel
mismo da, y os otros dos, medio locos.
SEGUNDA PARTE
Todo lo que este cuaderno contiene (a saber, desde el rjmero I al
nmero XI inclusive) fue escrito en Sorrento, a salto de mata, en
noviembre, diciembre 1850, enero, febrero y marzo 1851.
Mi juicio sobre las causas del 24 de febrero, y mis ideas aceica de sus
consecuencias.
He aqu, pues, la monarqua de Julio cada, cada sin lucha, en
presencia ms que bajo los golpes de los vencedores, tan asombrados
de su victoria como los vencidos de sus reveses. Despus de la
revolucin de Febrero, he odo muchas veces a*M. Guizot e incluso a
M. Mol y a M. Thiers que no haba que atribuir aquei acontecimiento
ms que a una sorpresa, y que no deba considerarse ms que como
un simple accidente, como un golpe de mano afortunado, y nada ms.
Y yo siempre senta la tentacin de responderles como el Misntropo
de Molire a Oronte: Para considerarlo as, usted tiene sus razones,
porque esos tres hombres haban dirigido los asuntos de Francia bajo
la mano de Luis-Felipe durante dieciocho aos, y les resultaba difcil
admitir que el mal gobierno de aquel prncipe haba preparado la
catstrofe que lo arroj del trono.
Es lgico que yo, que no tengo los mismos motivos de Opinin, no
sea, en absoluto, del mismo parecer. No es que yo crea que los
accidentes no han desempeado ningn papel en la revolucin de
Febrero. Por el contrario, han desempeado uno, y muy importante,
pero no lo han hecho todo.
Yo he vivido con gentes de letras, que han escrito la historia sin
mezclarse en los asuntos, y con polticos que nunca se han
preocupado
ms
que
de
produc'
los
hechos,
sin
pensar
en
antemano.
Los
hechos
anteriores,
la
naturaleza
de
las
revolucin
de
Febrero,
como
todos
los
otros
grandes
adquirido
demasiada
experiencia
de
los
hombres
para
conformarme esta vez con vanas palabras. Saba que, si una gran
revolucin puede instaurar la libertad en un pas, la sucesin de
varias revoluciones hace imposible en l, para mucho tiempo, toda
libertad regular.
Ignoraba an lo que saldra de aqlla, pero estaba seguro ya de que
no nacera nada que pudiera satisfacerme, y prevea que, cualquiera
que fuese la suerte reservada a nuestros sobrinos, la nuestra
consistira,
de
ahora
en
adelante,
en
consumir
nuestra
vida,
podemos
concebir
an,
no
habremos
de
acabar,
de
mi
disgusto,
pero
me
di
cuenta,
casi
diccin
de
los
actores,
independientemente
de
las
II
(Reanudado en Sorrento, en octubre 1850.)
Pars, al da siguiente de] 24 de fc-lDrero y en das sucesivos.Carcter socialista de
la nueva revolucin.
burgueses
asustados,
pero,
sobre
todo,
emocionados,
como
de
gehte,'eran
soldados.
Unos
aislados,
otros
en
emprender
las
nocivas
las
peligrosas
ante
de
permanecer sin hacer nada, pero consejos muy poco eficaces, como la
mayor parte de los que van contra la naturaleza.
Pas toda la tarde vagando por Pars. Dos cosas me impresionaron,
sobre
todo,
aquel
da.
La
primera
fue
el
carcter,
no
dir
en
aquel
primer
momento,
por
el
bajo
pueblo,
122
Ugin comn, que podra ensearse y hacer que la siguieran todos los
hombres. sa era la parte realmente nueva dcl antiguo cuadro.
Durante aquella jornada, yo no vi en Pars ni a uno solo de los
antiguos agentes de la fuerza pblica, ni a un sohiado, ni a un
gendarme, ni a un agente de la polica; incluso la guardia nacional
haba desaparecido. Slo el pueblo llevaba armas, guardaba los lugares
pblicos, vigilaba, mandaba, castigaba. Era una cosa extraordinaria y
terrible el ver, slo en manos de los que nada posean, toda aqucilla
inmensa ciudad, llena de tantas riquezas, o, mejor dicho, toda aquella
gran nacin, porque, gracias a la cenra- li?:ac:in, quien reina en
Pars manda en Francia. As, el terror de todas las dems clases fue
inmenso. Yo no creo que en ninguna poca de la revolucin haya sido
tan grande, y pienso que no podra compararse ms que con el que
debieron de sentir las ciudades civilizadas del mundo romano, cuando
se vean, de pronto, en poder de los vndalas y de los godos.
Como nada semejante se haba visto hasta entonces, muchas gentes
esperaban actos de violencia inusitados. En lo que a m se refiere,
jams compart aquellos temores. Lo que vea me haca presagiar,
para un prximo futuro, perturbaciones extraas, crisis singulares,
pero nunca cre en el Saqueo de los ricos. Conoca demasiado a los
hombres el pueblo de Pars, para no saber que sus primeras actitude!s, en tiempos de-revolucin, suelen ser generosas, que gustan de
pasar los das inmediatamente siguientes al triunfo jactndose de su
victoria, haciendo alarde de su autoridad y jugando a los grandes
hombres. Durante ese tiempo, suele ocurrir que se instituye un poder
cualquiera, la polica vuelve a su sitio, y el juez a su silln, y cuando
nuestros grandes hombres quieren, al fin, volver a bajar al terreno
ms conocido y ms vulgar de las pequeas y malas pasiones
homicidio
permitida
la
devastacin,
pero
el
robo
est
partir
del
25
de
febrero,
mil
extraos
sistemas
brotaron
III
Incertidumbres de los antiguos parlamentarios sobre la actitud que debera
adoptarse.Mis reflexiones sobre lo qv\e he de hacer y niis resoluciones.
instintiva
recordar
aquel
miserable
mundo
por abajo. Encontr mucho miedo, pero tan pocas pasiones verdaderas
como haba visto en la otra parte: una resignacin singular, sobre
todo ninguna esperanza, y casi dira que ninguna idea de retorno al
gobierno que, sin em-, bargo, slo se acababa de abandonar. Aunque la
revolucin de Febrero haya sido la ms corta y la menos sangrienta de
todas nuestras revoluciones, haba llenado los espritus de los
vencidos y sus corazones con la idea y el sentimiento de que era
omnipotente, mucho.ms que ninguna otra. Yo creo que esto se debi,
sobre todo, a que aquellos espritus y aquellos corazones estaban
vacos de creencias y de ireri^ores polticos, y a que en ellos no
quedaba, despus de tantos desengaos y vanas agitaciones, ms que
el deseo del bienestar, sentimiento muy tenaz y muy exclusivo, pero
muy apacible, que se acomoda fcilmente a todos los regmenes de
gobierno, siempre que se le permita satisfacerse.
Perciba,
pues,
un
esfuerzo
universal
por
acomodarse
al
ms diversos. Esa vanidad tiene una cara y una cruz, pero es siempre
la misma moneda.
Como entonces ya no haba ms pasiones verdaderas que la del
miedo, lejos de romper con aquellos de sus antepasados que se haban
lanzado a la revolucin, trataban de acercarse a ellos. Era el momento
en que se quera sacar partido de todos los malos sujetos con que se
contaba en la familia. Si por fortuna se tena un primo, un hermano o
un hijo que se hubiese arruinado por su conducta desordenada, ste
se
hallaba
en
las
mejores
condiciones
para
medrar,
si
se
aconsejaban
salir
de
ella.
Duvergier
estaba
desorientado.
La
hablar, sino que son los extravos del espritu los que involutariamente revelan los vicios del corazn.
Pero aun cuando se quiera ser sincero, es muy raro que se consiga tal
propsito. La culpa es, en primer lugar, del pblico, que gusta de que
uno se acuse, pero que no tolera que uno se elogie; los propios amigos
tienen la costumbre de llamar candor amable al mal que uno dice de
s mismo, y molesta vanidad al bien que de s mismo se cuanta, de tal
suerte que la sinceridad se convierte, as, en una. profesin muy
ingrata, en la que slo pueden tenerse prdidas, y ninguna ganancia.
Pero la dificultad est, sobre todo, en el propio sujeto. Se est
demasiado cerca de s m.ismo para verse bien, y fcilmente nos
perdemos en medio de los pimtos de vista, de los intereses, de las
ideas, de los gustos y de los instintos que nos han impulsado a obrar.
Este en- trecruzamiento de pequeos senderos, mal conocidos de los
mismos que los frecuentan, impide distinguir bien los grandes
caminos que la voluntad ha seguido para llegar a las resoluciones ms
importantes.
Quiero, sin embargo, tratar de reencontrarme dV- este laberinto. Es
justo, en fin, tomar respecto a m mismo las libertades que me he
permitido ya y que tan frecuentemente me permitir an respecto a
muchos otros.
Dir, pues, que, cuando me detuve a mirar atentamente al fondo de
mi corazn, descubr, con alguna sorprej^a, un cierto alivio, una
especie de alegra mezclada a todas las tristezas y a todos los temores
que la revolucin suscitaba. Sufra por mi pas, a causa de aquel
terrible acontecimiento, pero estaba claro que no sufra por m
mismo; por el contraro, me pareca que respiraba ms libremente que
antes de la catstrofe. Siempre me haba sentido reprimido 5^
oprimido en el seno de aquel mundo parlamentario que acababa de ser
de
hablar
bien
ha
extinguido
siempre
en
m,
que
se
me
atribuan
cualidades
defectos
conocido
nunca,
no
las
conocen
ya.
Se
les
acusa,-
honestamente
cosas
bastante
poco
honestas.
Desgraciadamente,
yo
jams
he
podido
llegar
iluminar
mi
De
ello
haba
salido,
-ciertamente,
una
sociedad
IV
Mi candidatura por el departamento de la Mancha.Aspecto de la provincia.La
eleccin generai.
campesino,
al
informarme
de
lo
que
pasaba
all,
Francia, los provincianos tienen por Pars y por el poder central, cuya
sede es l^ars, unos sentimientos anlogos aj'Ios-que tienen los
ingleses por su aristocracia, de la que se quejan, a veces, con
impaciencia, y a la que ven, frecuentemente, con envidia, pero a la
que, en el fondo, aman, porque siempre esperan que el poder de la
aristocracia llegue a ser til a sus propios intereses. Esta vez, Pars y
los que hablaban en su nombre hciban abusado hasta tal punto de su
poder, y parecan tener tan poco en cuenta al resto del pas, que la
idea de sacudir el yugo y actuar, al fin, por s solo surga en muchos
esprit.us que no la haban concebido jams. Deseos inciertos, es
verdad, y tmidos, pasiones efmeras y torpes, de las que nunca, cre
que
hubiera
mucho
que
esperar,
ni
mucho
que
temer:
esos
lo
que
muchas
veces
he
observado
en
otras
mil
haba convertido en
tribuna. El
por
uno
de
esos
ambiciosos
desorientados,
que
haban
una
cierta
oportunidad
el
calor
que
nunca
deja
de
V
Primera reunin de la Asamblea constituyen:e.- Aspecto de aquella
Asamblea.
No me detuve en Valognes ms que para decir adis a algunos de mis
amigos*. Varios se separaron de m con lgrimas en los ojos, porque
era una creencia extendida en la provincia que los representantes
iban a estar expuestos a grandes peligros en Pars. Algunas buenas
gentes me dijeron: Si atacan la Asamblea Nacional, iremos a
defenderos. Lamento no haber visto entonces, en aquellas palabras,
ms que unas expresiones vacas, porque, efectivamente, vinieron
todos ellos y muchos ms, como luego se ver.
Hasta Pars, no supe que yo haba tenido 110.704 sufragios, de un
total aproximado de 120.000 votantes. Los colegas que se me haban
dado haban pertenecido, en su mayora, a la antigua oposicin
dinstica; slo dos haban profesado opiniones republicanas antes de
la revolucin, y eran lo que en la jerga del momento se llamaba
republicanos de antes.
Como se sabe, lo mismo ocurri en la mayor parte de Francia.
Ha habido revolucionarios ms malvados que los de 1848, pero no
creo que nunca los haya habido ms tontos; no supieron ni servirse
del sufragio universal, ni prescindir de l. Si hubieran hecho las
elecciones al da siguiente del 24 de febrero, cuando las clases altas
estaban aturdidas por el golpe que acababan de recibir, y cuando el
pueblo estaba ms emocionado que descontento, habran obtenido tal
vez una Asamblea segn sus deseos. Si hubieran optado, audazmente,
por la dictadura, habran podido conservarla algn tiempo en sus
manos. Pero se entregaron a la nacin, y, al propio tiempo, hicieron
todo lo que poda alejarki de ellos. La amenazaron, mientras se
colocadla
una
cab'.za
triangular,
muy
expresiva,
aceptaban
muy
gustosamente
los
procedimientos
me
sorprendieron
el
idioma
las
costumbres
de
los
Asamblea
constituyente
tena
otros
dos
aspectos
que
me
me
convena,
y,
pesar
de
la
gravedad
de
lc>s
con
ayuda
de
la
nueva
fuerza
que
el
principio
VI
Mis relaciones con Lamartine.Vacilaciones de ste.
como
un
salvador.
Pars
once
departamentos
pero
l.
precisamente,
no
poda
olvidar
que
haba
pues, vea para l casi tantos daos y peligros en vencer como en ser
vencido.
Creo, en efecto, que, si Lamartine se hubiera puesto resueltamente,
desde el primer da, a la cabeza del inmenso partido que trataba de
frenar y de regular la revolucin, y si hubiera logrado conducirlo a la
victoria, no habra tardado en ser enterrado en su triunfo, pues no
habra podido detener a tiempo su ejrcito, que en seguida le habra
dejado atrs para entregarse a otros dirigentes.
Cualquiera que fuese la conducta que adoptase, no me parece que le
fuera posible retener el poder por mucho tiempo. Creo que no le
quedaba ms opcin que la de perderlo con gloria, salvando al pas.
Lamartine no era, seguramente, hombre capaz de sacrificarse de esta
manera, ni de otra. No s si he encontrado, en este mundo de
ambiciones egostas en medio del cual he vivido, un espritu ms
ajeno que el suyo a la idea del bien pblico. En ese mundo, he visto a
muchos hombres defraudar al pas, por medrar: es la perversidad
normal. Pero creo que Lamartine es el nico que siempre me ha
parecido dispuesto a trastornar el mundo, por distraerse. Tampoco he
conocido jams un espritu menos sincero, ni que tuviera un
desprecio ms completo por la verdad. Cuando digo que la desprecia,
digo mal: nunca la ha respetado lo suficiente para ocuparse de ella, de
ningn modo. Al hablar o al escribir, se aparta de la verdad o vuelve a
ella, sin preocuparse, slo atento a un determinado efecto que quiere
producir en ese instante.
No haba vuelto a ver a Lamartine, desde la jornada del 24 de febrero.
Le descubr, por primera vez, la vspera de la reunin de la Asamblea,
en la nueva sala adonde yo iba a elegir mi sitio, pero no le habl.
Estaba rodeado entonces de algunos de sus nuevos amigos. En cuanto
me vio, fingi ten^ algo que hacer en el otro extremo de la sala, y se
dificultades
del
momento,
para
poder
entendemos
directamente. Champeaux se declar, adems, encargado de preguntarrne mi parecer acerca de la situacin; yo se lo di, con muc:ho
gusto,
pero
intilmente.
Aquello
estableci
ciertas
relaciones
muy
satisfecho,
soando,
sin
duda,
con
las
glorias
de
la
Asamblea
en
las
manos
de
los
viejos
jefes
forz a cada partido a escudarse tras unas teoras que le eran to-'
talmente ajenas, o incluso absolutamente contrarias. El antiguo
partido realista sostuvo que la Asamblea deba gobernar por s misma
y elegir a los ministros, con lo que se acercaba a la demagogia, y los
demagogos pr(;tendieron que era necesario remitir el poder ejecutivo
a una comisin permanente, la cual gobernara y elegira a todos los
agen-, tes de la administracin, sistema que se acercaba n las ideas
monrquicas. Toda aquella verborrea quera decir que unos deseaban
apartar del poder a Ledru-Rollin, y los otros deseaban mantenerlo.
La nacin vea entonces en Ledru-Rollin la imagen sangrienta del
Terror. Vea el genio del mal en Lecim-Rollin, como en Lamartine vea
el genio del bien, y se equivocaba en las dos cosas. Ledru no era ms
que un muchacho grande, muy sensual y muy sanguneo, carente de
principios y casi de ideas, sin verdadera audacia de espritu ni de
corazn, e incluso sin maldad, porque tena buenos deseos, por
naturaleza, para todo el mundo, y era incapaz de hacer cortar el
cuello
ninguno
de
sus
adversarios,
no
ser,
quiz,
por
pareca
que
todo
retraso
disminuira
nuestras
fuerzas
del
pueblo
caa
as
en
la
sala,
otra
parte,
compuesta
principalmente por los jefes de los clubes, nos invada por todas las
puertas. Aqullos llevaban consigo muchos emblemas del Terror y
agitaban en el aire una multitud de banderas, algunas de las cuales
estaban coronadas por el gorro rojo.
La muchedumbre llena, en un instante, el gran vaco que haba en el
centro de la Asamblea, all se apia, y en seguida, al encontrarse
cerrada, sube por todos los estrechos caminos que entre nuestros
bancos conducan a los pasillos. Se amontona cada vez ms en esos
punto
de
sati^facerse
dominaba
cualquier
otro
Desde
haca
muchos
das,
los
peridicos
ultra-
de
los
clubes,
que
nos
conmina
pronunciarnos
dijo
con
una
voz
entrecortada
jadeante
que,
bien
como
conoca
sus
antiguos
amigos.
Siempre
he
el
lenguaje
de
estos
instrumentos
guerreros.
Corr
VIII
La fiesta de la Concordia y la preparacin de las jornadas de Junio.
Los revolucionarios de 1848, que no queran o no podan irnitar las
locuras sanguinarias de sus predecesores, se consolaban a menudo
imitando sus locuras ridiculas. As fue como haban imaginado dar al
pueblo grandes fiestas alegricas.
A pesar del pavoroso estado de las finanzas, el gobierno provisional
haba decidido emplear uno o dos millones para celebrar la fiesta de la
Concordia en el Campo de Marte.
Segn el programa, que se public antes y que luego se cumpli
fielmente, el Campo de Marte estara lleno de figuras destinadas a
representar toda clase de personajes, de virtudes o de instituciones
polticas, e incluso de servicios pblicos. Francia, Alemania e Italia
dndose la mano; la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad dndose la
mano tambin; la /Agricultura, el Comercio, el Ejrcito, la Marina y,
sobre todo, la Repblica, sta de un tamao colosal. Un carro deba ir
tirado por diecisis caballos de labor. Ese carro deca el mismo
programade forma sencilla y rstica, llevar tres rboles un roble,
muchacha
corpulenta
se
apart
de
sus
compaeras,
y,
resonar
el
grito
de:
Viva
Lamartine!
Pero
la
gran
las
plazas
pblicas
sobre'las
armas.
Todos
deseaban
La
Asamblea
Nacional
estaba
tan
constantemente
obsesionada por aquella idea, que se dira que lea las palabras guerra
cv/ escritas en lus cuatro paredes de la sala.
De todos los lados se hacan all grandes esfuerzos de prudencia y de
paciencia para impedir o, por lo menos, para retrasar la crisis. Los
miembros, que, en el fondo de su corazn, eran los ms enemigos de
la revolucin, con- tenm cuidadosamente la expresin de su
de
Mme. Sand, y, a
sin
prevenirles.
Se
encontraban,
pues,
poco
en
el
mundo
de
aventureros
literarios
que
ella
en
lugar
de
interesarnos
ofrecindonoslas
bajo
sus
que
todos
ustedes
perecern.
Tras
aquellas
palabras
(Sorreno) IX
Jornadas de Junio,
He llegado, por fin, a la insurreccin de Junio, la ms grande y la ms
singular que haya tenido lugar en nuestra histfjL'i y tal vez en
cualquier otra: la ms grande^ porque, durante cuatro das, ms de
cien mil hombres tomaron parte en ella, pereciendo cinco generales; y
la ms singular, porque los insurgentes combatieron sin grito de
guerra, sin jefes, sin banderas, y, no obstante, con una ccirijuncin
maravillosa y con una experiencia militar que asombr a los ms
viejos oficiales.
Lo que la distingui, adems, entre todos los acontecimientos de este
gnero que se sucedieron desde hace sesenta aos en Francia, fue que
no se propuso cambiar la forma de gobierno, sino alterar el orden de
la sociedad. No fue, ciertamente, una lucha poltica (en el sentido que
hasta entonces habamos dado a esta palabra), sino un combate de
como
los
hombres.
Mientras
stos
combatan,
aqullas
no
nos
marcharemos..,.
Delegaciones
de
ellos
muy
pronto
perd
aquella
esperanza.
Las
noticias
iban
hablando
vagamente,
escuchando,
esperando.
Hacia
la
Prosegu .mi camino, y encontr, a la entrada de la calle SaintHonor, a un enjmbre de obreros que escuchaban con ansiedad los
caonazos. Aquellos hombres estaban todos en blusa, que es para
ellos, como se sabe, el traje de combate tanto como el de trabajo. Sin
embargo, no tenan armas, aunque en sus miradas se vea que estaban
bien decididos a empuarlas. Observaban con una alegra apenas
contenida que el ruido de los caonazos pareca acercarse, lo que
anunciaba que la insurreccin ganaba terreno. Yo auguraba, ya que
toda la clase obrei'a estaba comprometida en la lucha, o con sus
brazos, o con su corazn, y aquello me lo confirm. El espritu de
insurreccin circulaba, en efecto, de un extremo a otro de aquella
vasta clase y por cada una de sus partes, como la sangre en un solo
cuerpo. Aquel espritu llenaba tanto los barrios en los que no se
peleaba, como aquellos que servan de teatro a la lucha, y haba
penetrado en nuestras casas, alrededor, por encima, por debajo de
nosotros. Los propios sitios en los que creamos ser los dueos,
hormigueaban de enemigos internos. Era como una atmsfera de
guerra civil que envolva a todo Pars y en medio de la cual haba que
vivir, cualquiera que fuese el lugar a que nos retirsemos, y, a este
propsito, voy a violar la ley que me he impuesto de no hablar nunca
segn testimonios ajenos, para contar una ancdota que me dio a
conocer, unos das despus, mi colega Blanqui: aunque muy trivial,
caracteriza maravillosamente la fisonoma de la poca. Blanqui haba
trado del campo y colocado en su casa como criado al hijo de un
pobre hombre cuya miseria le haba impresionado. La tarde del da en
que se inici la insurreccin, oy a aquel nio, que deca, al recoger la
mesa, despus de la comida familiar: El domingo que viene (era
jueves) seremos nosotros los que comeremos las alas del pollo, ajo
que una nia que trabajaba en la casa respondi: Y nosotras nos
pondremos ios bonitos vestidos de seda. Quin podra dar mejor una
idea exacta del estado de los espritus, que el cuadro infantil de
triunfan
comiencen
sin
jefe,
pero
siempre
acaban
por
los ' que simpatizan sin abandonarse enterafnente a ellas, como para
los que las condenan y combaten.
Los nicos hombres que habran podido ponerse a la cabeza de los
insurrectos de Junio se haban hecho prender prematuramente, como
tontos, el 15 de mayo, y no oyeron el ruido del combate ms que a
travs de los muros de la fortaleza de Vincennes.
A pesar de mi preocupacin por los asuntos pblicos, no dejaba yo de
estar muy atormentado por la inquietud que de nuevo me causaban
mis jvenes sobrinos. Se les haba mandado otra vez al pequeo
seminario,, y yo pensaba, con razn, que la insurreccin deba de
atenazar muy de cerca el lugar que ellos habitaban, suponiendo que
no lo hubiesen alcanzado ya. Como sus padres no esraban en Pars,
me decid a ir a buscarles: recorr, pues, de nuevo, el largo camino que
separa
el
Palais
Bourbon
de
la
calle
Notre-Dame-des-Champs.
de
los
insurrectos,
pero
haban
sido
abandonadas
recuperadas al amanecer.
Todos aquellos barrios resonaban de una msica diablica, mezcla de
tambores y de clarines, cuj^os sonidos entrechocados, discordantes y
salvajes me eran desconocidos. En efecto, yo la oa por primera vez, 5'
no he vuelto a orla nunca: era la generala, que se haba acordado que
no se tocara ms que en peligro extremo, -para llamar a las armas a
todo el mundo a la vez.
Por todas partes, los guardias nacionales salan de sus casas. Por
todas partes, grupos de obreros en blusa oan la generala y los
caonazos, con un aire siniestro. El combate no haba llegado an
hasta la calle Notre-Dame-des- Champs, aunque ya estaba muy cerca.
Cog a mis sobrinos y volv a la Cmara.
la
Asamblea
agitada
por
mil
rumores
siniestros.
La
pueden estar aqu, y nos matarn, a uno tras otro. No Ies parece que
sera conveniente que nos pusiramos de acuerdo para proponer a la
Asamblea, cuando lo consideremos necesario y antes de que sea
demasiado tarde, que reunamos alrededor de ellas las tropas, a fin de
que, colocados en medio de ellas, salgamos todos juntos de Pars, para
trasladar la sede de la repblica a un lugar donde podamos llamar al
ejrcito y a todas las guardias nacionales de Francia en nuestra
ayuda? Dijo esto en un tono muy animado y con ms emocin tal vez
de la que conviene mostrar en ios grandes peligros. Vi que el espectro
de Febrero le persegua. Dufaure, que tena la imaginacin menos gil,
y que, por otra parte no se decide fcilmente a asociarse con las
personas que no le gustan, ni siquiera para salvarse, Dufaure digo
explic con una mueca y una flema un tanto burlona que an no haba
llegado el momento de ocuparse de semejante plan, del cual podra
hablarse ms adelante, y que nuestras posibilidades no le parecan tan
desesperadas como para vernos obligados a pensar en una medida tan
extremada, y que el pensar en ella era ya debilitarse. Seguramente,
tena
razn.
Aquellas
palabras
pusieron
fin
la
conferencia.
Viva
la
Asamblea
Nacional!
Jams
una
ruidosa
caa,
ellos
se
veran
convertidos
en
esclavos.
Cuando
tan
extrao
tan
nuevo
en
nuestros
anales
desde
aquel
momento,
que
nosotros
acabaramos
X
Continuacin de las jornadas de Junio.
Tenamos entonces como portero de la casa en que vivamos, en la
calle de la Madeleine, a un hombre de muy mala fama en el barrio,
antiguo soldado, un poco alocado, borracho y gran holgazn, que
pasaba en la taberna todo el tiempo que no empleaba en pegar a su
quera juzgar por m mismo acerca del estado de las cosas, porque, en
mi total ignorancia de la guerra, no poda comprender qu era lo que
prolongaba tanto el combate. Y tambin, por otra parte, quiero decir
que una tremenda curiosidad iba abrindose paso en medio de todos
los sentimientos que llenaban mi espritu, y, de cuando en cuando, los
,dominaba. Recorr una gran parte de los bulevares sin encontrar
huellas de la batalla, pero, a partir de la puerta de Saint-Denis, eran
abundantes. Se caminaba entre los escombros dejados por la
insurreccin en su retirada: ventanas rotas, puertas hundidas, casas
salpicadas por las balas o atravesadas por los caonazos, rboles
abatidos, adoquines amontonados, y, detrs, paja sucia de sangre y de
barro, esos eran los tristes desechos.
Llegu as al Chteau-d'Eau, alrededor del cual se hallaba reunido un
gran cuerpo de tropas de distintas armas. Bajo aquella fuente haba
una pieza de artillera que disparaba contra la calle Samson. Al
principio, cre que los insurgentes, respondan tambin a caonazos,
pero luego me di cuenta de que me equivocaba, a causa de un eco que
repeta, con un ruido espantoso, el fragor de nuestra propia pieza.
Jams he odo otro igual: podra creerse que estbamos en medio de
una gran batalla. En realidad, los insurgentes slo respondan con un
fuego de mosquetera, escaso, pero mortfero. Era un extrao
combate. Como se sabe, la calle Samson no es muy larga; al final, pasa
el canal Saint-Martin, y, detrs del canal, una gran casa hace frente a
la calle.
La calle estaba absolutamente desierta, no se vea ni una barricada, y
pareca que el can tiraba al,blanco. Slo de vez en cuando, una nube
de humo sala de algunas ventanas de la calle y anunciaba a un
enemigo presente, pero invisible. Nuestros tiradores, colocados a lo
largo de las paredes, apuntaban hacia las ventanas de donde vean
sahr los disparos. Detrs de la fuente, Lamoricire, plantado en un
el
bulevar,
habra
obstaculizado
mucho
nuestras
Pero resultaba fcil ver que lo que amaban era mucho ms el combate
que la causa misma por la que combatan. Todas aquellas tropas, por
lo dems, eran muy bisoas y muy expuestas al pnico; yo mismo fui
juez de ello, y casi vctima. En la esquina de la calle Samson,
justamente al lado del Chteau-dEau, se encontraba entonces en
Construccin una casa grande y alta. Unos insurgentes, llegados, sin
duda, por detrs, a travs de los patios, se haban instalado en ella,
sin que nadie lo sospechase. De pronto, aparecen en lo alto del
edificio y hacen una gran descarga contra las tropas que llenaban el
bulevar y que estaban lejos de pensar que veran al enemigo tan bien
apostado y tan prximo. El ruido de sus fusiles, al retum-, bar contra
las casas opuestas con gran estrpito, hace creer que del otro lado se
produce una sorpresa de la misma naturaleza. Inmediatamente, la
confusin ms espantosa se apodera de nuestra columna: artillera,
infantera, caballera, se mezclan en un instante, los soldados
disparan en todos los sentidos, sin saber lo que hacen, y retroceden
tumultuosamente ms de sesenta pasos. Este movimiento de retirada
fue tan desordenado y tan impetuoso, que yo me vi arrojado contra el
muro de las casas que dan frente a la calle del Faubourg-du-Temple,
derribado por la caballera y estrujado de tal modo, que dej all mi
sombrero, y a punto estuve de dejar mi persona. Fue, seguramente, el
peligro ms serio que corr en las jomadas de Junio. Aquello me hizo
pensar que no todo era siempre heroico en l heroico juego de la
guerra. No dudo que accidentes de ftste tipo ocurren frecuentemente
a las mejores tropas, pero nadie se jacta de ello y los boletines no o
cuentan.
El que estuvo sublime, en aquel momento, fue Lamoricire. Hasta
entonces, haba mantenido su espada en la vaina, pero; ahora la saca,
corre hacia sus soldados, con el ms esplndido furor en todas sus
facciones; los detiene con su voz, los agarra con las manos, los golpea
(Sorrento-Marzo, 1851)
XI
Comisin constituyente.
Cambio ahora de tema, y dejo gustosamente las escenas de guerra
civil para volver a los recuerdos de mi vida parlamentaria. Quiero
hablar de lo que ocurri en la Comisin constituyente de la que yo
form parte. Esto nos obligar a remontarnos un poco ms atrs,
porque el nombramiento y los trabajos de esfa comisin son
anteriores a las jornadas de Junio, pero no he querido hablar de esto
antes, por temor a interrumpir el curso de los hechos que nos
conduca, directa y rpidamente, hasta aquellas jorndas. Se comenz
a nombrar la Comisin constituyente el 27 de mayo. La operacin fue
larga, porque se haba decidido que los comisarios seran elegidos por
toda la Asamblea y por mayora absoluta de votos. Yo fui elegido en la
primera vuelta de la votacin, con Cormenin, Marrast, Lamennais,
Vivien y Dufaure. No s cuntas votaciones hubo que hacer para
completar la lista, que deba ser de dieciocho. Aunque la comisin se
nombr antes de la victoria de Junio, casi todos sus miembros
pertenecan a ios diferentes partidos moderados de la Asamblea. Slo
haba dos representantes de la Montaa: Lamennais y Considrant. Y
aun esos dos no eran ms que unos soadores quimricos: sobre todo,
Considrant, que merecera que se le internase en un manicomio, si
hubiera sido sincero, pero me temo que no mereciese nada mejor.
Al contemplar la comisin en su conjunto, era fcil ver que no caba
esperar de ella una obra muy notable.
totalmente
de
la
direccin
que
deseaban
seguir.
hasta
pretender
que
la
repblica,
lejos
de
reducir
la
cuanto
Marrast,
perteneca
la
raza
ordinaria
de
los
As, cuando se dice que entre nosotros no hay nada que se encuentre
al abrigo de las revoluciones, yo afirmo que no es cierto y que la
centralizacin se encuentra. En Francia, slo hay una cosa que no se
puede hacer un gobierno libre, y slo hay una institucin que no
se puede destruir la centralizacin. Cmo va a perecer? Los
enemigos de los gobiernos la aman, y los gobernantes la adoran. Es
verdad que, de cuando en cuando, aqullos se dun cuenta de que los
expone a desastres repentinos e irremediables, pero esto no los
indispone con ella. El placer que les proporciona de mezclarse en todo
y de tener a todos en sus manos les permite soportar sus peligros.
Prefieren una vida tan agradable a una existencia ms segura y ms
larga, y dicen como los licenciosos de la Regencia: Corta y buena.
La cuestin no pudo decidirse aquel da, pero qued prejuzgada al
acordar que no empezaramos ocupndonos del sistema comunal.
Al
da
siguiente,
circunstancias
en
Lamennais
present
que
encontrbamos,
nos
la
dimisin.
aqul
En
las
era
un
clericales
ejercen
sobre
quienes
una
vez
los
han
la
adoptsemos.
Pero.no
saba
cmo
conseguirlo.
La
por
as
decirlo,
sin
que
nosotros
nos
diramos
cuenta,
totalmente
redactados,
conduca,
poco
poco
lucha,
se
acababa
cediendo
ante
aquella
suave
avanzamos
hasta
el
fin,
adoptando
grandes
principios,
palabras
gruesas.
Por
el
honor
de
la
Comisin,
deseo
favor
de
opiniones
democrticas,
corra
el
contrapeso
que
consideraban
necesario,
otros
se
era
tan
nueva
como
peligrosa.
En
un
pas
sin
menores
como
en
los
ms
importantes,
no
poda
del
presidente
se
dejaba
al
pueblo.
Los
distintos
constitucin
la
cabeza
republicana
de
la
repblica,
perfecta.
que
Estbamos
por
elaborar
entonces
bajo
una
el
ridculo.
si
no
era
responsable
de
la
administracin
ridiculamente,
en
la
tribuna,
que
era
republicano
de
nuestras
deliberaciones,
que
toda
Francia
deseaba
TERCERA PARTE
I
Regreso a Francia.Formacin del gabinete.
haban
sucumbido
en
las
elecciones.
De
los
trece
Los conservadores, que, desde haca seis meseji, haban visto cmo
todas las elecciones parciales acababan, invariablemente, con ventaja
para ellos, que llenaban y dominaban casi todos los consejos locales,
haban pue.-sto en el sistema del sufragio universal una confianza casi
ilimitada, despus de haber profesado contra l una desconfianza
ilimitada tambin. En la eleccin general que acribaba de celebrarse,
haban esperado, no solamente vencer, sino aniquilar, por as decirlo,
a sus adversarios, y, aJ haber quedado por debajo del triunfo que
haban soado, se mostraban tan abatidos como si realmente hubieran
sido derrotados, y, por otra parte, los Montaeses, que se haban
considerado perdidos, estaban tan ebrios de alegra y de una loca
audacia como si las elecciones les. hubieran asegurado la mayora en
la nueva Asamblea. Por qu el resultado se haba apartado as, a la
vez, de 4as esperanzas y de los temores de los dos partidos? Es difcil
contestar con certeza, porque las grandes masas de los hombres se
mueven en virtud de causas casi tan desconocidas para la humanidad
como las que rigen los movimientos del mar. En los dos casos, las
razones del fenmeno se ocultan y se pierden, en cierto modo, en
medio de la inmensidad.
Sin embargo, es lcito creer que los conservadores debieron su
fracaso, principalmente, a sus propios errores. Su intolerancia,
cuando se crean seguros de triunfar, respecto a los que, sin compartir
todas sus ideas, les haban ayudado a combatir a los Montaeses; la
conducta violenta del nuevo ministro del Interior, M. Faucher, y, ms
que cualquier otra cosa, el mal resultado de la expedicin de Roma,
indispusieron contra ellos a una parte de las poblaciones que estaban
decididas a seguirlos, y las arrojaron, de pronto, en brazos de los
agitadores.
Como he dicho, ciento cincuenta Montaeses acababan, pues, de ser
elegidos. Una parte de los campesinos y la mayora de los soldados
haban
votado
por
ellos:
eran
las
dos
ncoras
maestras
que
miedo
me
garantizaban
su
abstencin.
Nos
bastaba,
pues,
opinin
pblica
nos
llamaba,
pero
habra
sido
una
gran
gobernndola
de
una
manera
regular,
moderada,
consideraban
como
un
remedio
que
tenan
que
tomar,
para
ocupar
el
ministerio
de
Instruccin
Pblica.
fin. Ya crea que todo estaba perdido, pero, al contraro, todo estaba
ganado. Usted lo quiere me dijo, tendindome la mano con esa
hermosa desenvoltura aris- tocitica con la que saba recubrir, de un
modo tan natural, todos sus sentimientos, incluso los ms amargos.
Usted lo quiere. Soy yo quien tiene que ceder. No se dir que ima
consideracin particular me haya hecho romper, en tiempos tan
difciles y tan crticos, una combinacin tan necesaria. Me quedar
slo en medio de ustedes. Pero confo t:n que ustedes no olviden que
no soy slo su colega, sino tambin su prisionero. Una hora despus,
el gobierno estaba formado, y Dufaure, que me lo anunci, me
comprometi
tomar
inmediatamente
posesin
de
Negocios
ntimamente
ms
estrechamente
entrelazada
con
su
II
Fisonoma del gabinete.Sus primeras acciones, hasta despus de las tentativas
insurreccionales del 13 de junio.
inclinaciones
republicanas,
sus
recuerdos
de
oposicin
que
daba
cada
vez
menos
libertad
que
la
monarqua
aunque,
por
as
deciro,
en
Francia
no
hubiera
clases medias a las que yo, durante dieciocho aos, haba visto tan
incapaces de gobernar bien a Francia. Por otra parte, no haba nada
dispuesto para el triunfo de aquella dinasta.
Solamente Luis Napolen estaba preparado para ocupar el puesto de la
repblica, porque ya tena el poder. Pero, qu poda salir de su xito,
sino una monarqua bastarda, despreciada por las clases ilustradas,
enemiga de la libertad y gobernada por intrigantes, aventureros y
criados? Ninguno de estos resultados vala una nueva revolucin.
La repblica era, sin duda, muy difcil de mantener, porque los que la
amaban eran, en su mayora, incapaces o indignos de dirigirla, y los
que podan consolidarla y dirigirla la detestaban. Pero tambin era
bastante difcil de derribar. El odio que se le profesaba era un odio
blando, como todas las pasiones que el pas senta entonces. Adems,
se condenaba su gobierno, sin que se prefiriese ningn otro. Tres
partidos irreconciliables entre s, ms enemigos los unos de los otros
que ninguno de ellos de la repblica, se disputaban su sucesin. En
cuanto a mayora, no la haba, en absoluto.
Yo pensaba, pues, que el gobierno de la repblica, al tener a su lado la
realidad y al no tener nunca por adversarios ms que a unas minoras
difciles de coordinarse, poda mantenerse en medio de la inercia de la
masa, si se^ diriga con moderacin y con prudencia. Por eso 5^0
estaba decidido a no prestarme a las acciones que pudieran intentarse
contra l, sino a defenderlo. Casi todos los miembros del Consejo
pensaban lo mismo. Dufaure crea ms que yo en la bondad de las
instituciones republicanas y en su futuro. Barrot se senta menos
inclinado que yo a respetarlas siempre, pero todos, en aquel
momento,
queramos
mantenerlas
firmemente.
Esta
resolucin
en
su
estrella.
Se
consideraba
firmemente
como
el
Asamblea
constituyente,
antes
de
terminar
su
turbulenta
La traduccin bribones y hampones es una de las que en castellano DO? permiten mantener la rima que
en francs existe entre escrocs et msi'auds. (N. del T.)
quimricas
por
la
interesada
complacencia
de
sus
agentc'.s. Esta vez, vi, y mucho ms de cerca an, cmo los mismos
agentes -pueden dedicarse a acrecentar el terror de quit;nes los
utilizan; efectos contrarios producidos por la misnia causa: cada uno
de ellos, considerando que nosotros estbamos inquietos, quera
sealarse por el descubrimiento de nuevas tramas, y proporcionarnos,
a su vez, algn nuevo indicio de la conspiracin que nos amenazaba.
Se nos hablaba de nuestros peligros tanto ms gustosamente cuanto
ms se crea en nuestro xito. Es uno de los caracteres y de los
peligros de ese tipo de informaciones: que se hacen ms raras y
menos explcitas, a medida que, al hacerse mayor el peligro, seran
ms necesarias. Los agentes, dudando entonces de la duracin del
gobierno que les paga y temiendo ya a su sucesor, no hablan como
antes, o se callan totalmente. Aquella vez, hacan gran ruido. ]')e
prestarles odos, habra que creer que estbamos en- la pendiente de
un abismo, y, sin embargo, yo no lo crea, en absoluto. Yo estaba
palabras
excesivas,
los
insultos,
ultrajantes
directos.
Aquella
sala,
miembros,
difcilmente
preparada
acoga
para
cuatrocientos
setecientos
sesenta
cincuenta.
Nos
de
procesamiento,
no
cre
que
pudiera
seguir
directamente
Ledru-Rollin.
Le
haba
acusado,
con
permaneci
bastante
tiempo
sin
reunirse,
porque,
sin
molestias
de
la
enfermedad
reinante),
gritaba
con
republiccino
pueda
decirlo
siempre
con
justicia:
he
recordad
que
nosotros
culparamos
de
ello
vuestras
casi
sin
lucha.
Los
Montaeses,
cercados
en
el
Montaeses
eran
unos
extraos
personajes:
su
carcter
Considrant,
Conservatorio
llegar
con
a
Ledru-
Blgica.
Rollin,
Yo
logr
haba
escapar
tenido
con
del
l,
declarado
fuera
de
la
ley,
no
vacilen
en
dirigirse
III
Gobierno interior.-Querellas internas deL gabinete.Sus dificultades con la
mayora y con el presidente.
formaban
el
grueso
de
la
mayora,
estaban
mucho
ms
cmo
Falloux
daba
vueltas
alrededor
de
Dufaure,
le
dejaba
hacer,
luego
se
limitaba
responderle
259
gana, que no se le vea nada satisfecho, de modo que entreg a su
prefecto, sin ganarse a Falloux.
Pero la parte ms difcil de nuestra tarea fue la conducta a seguir
respecto a los antiguos conservadores que formaban el grueso de la
mayora, como ya he dicho.
stos tenan unas opiniones generales que imponer, y, a la vez,
muchas
pasiones
particulares
que
satisfacer.
Queran
que
'se
una
sociedad
tiene
de
salvaguardarse,
no
hay
derechos
cruel
agitaciones
experiencia
violentas,
que
de
nos
ha
dado
complots
dieciocho
incesantes,
de
meses
de
temibles
mejor
al
gobierno
republicano:
los
que
fomentan
las
pero
sin
satisfacerles.
decir
verdad,
para
Pero lo que necesitaban, sobre todo, era quitar los cargos a sus
enemigos y recuperarlos, lo ms rpidamente posible, para sus
partidarios o para sus parientes. Ah tropezbamos con todas las
pasiones que haban provocado la cada de la monarqua de Julio. La
revolucin no las haba destruido, slo las haba sitiado por el hambre.
Ese fue nuestro grande y permanente escollo. Tambin aqu, yo
pensaba que haba que hacer concesiones. En los cargos pblicos, se
encontraba todava un nmero muy elevado de republicanos, o poco
capaces o corrompidos, a quienes los azares de la revolucin haban
llevado al poder. Mi parecer era que nos desembarazsemos de ellos
inmediatamente, sin esperar a que se nos exigiese su despido, de
modo
que
inspiraramos
confianza
en
nuestras
intenciones
Y lo peor era que, al negarse, no saba hacerlo con gracia, sino que la
forma de sus negativas molestaba an ins que el fondo. Jams he
podido comprender que un hombre tan dueo de su expresin en la
tribuna, tan hbil en el arte de elegir los argumentos y las palabras
ms convenientes para agradar, tan seguro de mantenerse siempre
dentro de los matices que mejor podan lograr una favorable acogida a
su pensamiento, estuviese tan atado, fuese tan enojoso y tan torpe en
la conversacin. Yo creo que esto se deba a su educacin inicial.
Era un hombre de mucho ingenio, o, ms bien, de talento porque
ingenio propiamente dicho no tena, pero de ninguna sociabilidad.
Haba tenido una juventud laboriosa, concentrada, casi desabrida. A
los cuarenta aos, se haba casado. Aquella unin no hizo ms que dar
una nueva forma a su desabrimiento. Entonces, se haba retirado a su
hogar, donde ya no haba vivido en soledad, sino siempi'e retirado. En
realidad, ni la poltica le entusiasmaba. Se mantena al margen, no
slo de las intrigas, sino del contacto de los partidos. Detestaba la
agitacin de las asambleas, tema a la tribuna, qrie constitrna, sin
embargo, su nica fuerza, pero era ambicioso a su manera, aunque
con una ambicin mesurada y un poco subalterna, que aspiraba al
manejo de los asuntos, ms que a dominarlos. Sus modos de tratar a
la gente como ministro eran, a veces, muy extraos. Un da, el general
Castellane (un picaro loco, desde luego, pero muy influyente), le pidi
una audiencia. Es recibido, y explica ampliamente sus pretensiones y
lo que l llama sus derechos. Dufaure le escucha, larga y atentamente,
despus se levanta, conduce al general hasta la puerta con muchas
reverencias, y le deja all plantado, sin haberle respondido ni una sola
palabra. Y, reprochndole yo aquella conducta, me contest: No
habra podido decirle ms que cosas desagradables, de modo que lo
ms amable, no era no decirle nada, en absoluto? Se puede creer
caer
sobre
un
montn de
pinchos.
pesar
de
sus
decisiones,
la
mayora
contra
criticaban
nosotros,
nuestras
censuraban
medidas,
nuestras
interpretaban
ms
idneos
que
los
conservadores.
Ellos
contaban,
de
modo
que
le
importunaban:
nosotros
estbamos
muy
atentamente,
no
perd
las
esperanzas
de
que
opiniones,
siguindolas,
veces,
y,
en
caso
necesario,
hombre
extraordinario
(no
por
su
genio,
sino
por
las
al
decirlas.
Lo
que
yo
le
aconsejaba
me
pareca,
das,
sin
necesidad,
rechazando
todos
sus
candidatos,
nos,
gradualmente,
en
su
estimacin.
Pero,
por
el
semanas
despus,
ocurra
exactamente
lo
contrario.
Los
era
la
situacin
cuando
se
reanudaron
los
trabajos
IV
Negocios Extranjeros.
No he querido interrumpir el relato de nuestras calamidades internas
para hablar de las dificultades que encontrbamos fuera, y cuyo peso
yo soportaba en mayor medida que cualquier otro. Vuelvo ahora sobre
mis pasos, y regreso a esta parte de mi tema.
Cuando me instal en el ministerio de Negocios Extranjeros y me
pusieron ante ios ojos el estado de los asuntos, me asust ante el
nmero y la magnitud de las dificultades que observaba, pero lo, que
me inquietaba ms que todo el resto era yo mismo.
Por naturaleza, yo tengo muy poca confianza en m mismo. Los nueve
aos que haba consumido, bastante lamentablemente, en las ltimas
asambleas
de
la
monarqua
haban
aumentado
mucho
aquella
decididos
animarle,
defenderle,
de
los
que
podran
ltimo,
la
grandeza
misma
del
objetivo
que
se
persigue
sobreexcita hasta tal punto todas las fuerzas del espritu, que, si bien
la tarea es un poco ms difcil, el obrero es mucho mejor.
Yo me haba sentido perplejo, lleno de desaliento y de inquietud, ante
responsabilidades pequeas. Pero experiment una tranquilidad de
espritu y una calma singular, cuando me vi ante las ms grandes.
Jams he sabido enardecerme a voluntad. La sensacin de la
importancia
de
las
cosas
que
tena
entonces
me
elev
Yo
lo
practiqu
muy
afortunadamente
en
aquella
Rmusat,
que,
sin
pretensiones
personales,
deseaba
si,
mediante
algunas
compensaciones,
su
corte
para
entenderse
directamente
con
los
prncipes
de
de
Alemania,
mediante
razonamientos y
decretos,
preocuparse de ocultarlo.
El zar me ha dicho esta maana me escriba, el 11 de agosto de
1849, Lamoricire, en un despacho secreto: 'General, usted cree que
sus partidos dinsticos serfin capaces de unirse a los radicales para
derrocar una dinasta que no les gustase, con la esperanza de colocar
la suya en su lugar; y yo estoy seguro. Su partido legitimista, sobre
todo, no dejara de hacerlo. Hace mucho tiempo que pienso que son
los legitimistas los que hacen imposible la rama mayor de los Borbn.
Es una de las razones por las que he reconocido la repblica, y
tambin porque me parece que hay en vuestra nacin un cierto buen
sentido, del que carecen los alemanes. Ms adelante, el emperador
me ha dicho tambin; 'El rey de Prusia, mi cuado, al que me una
una estrecha amistad, ha hecho caso omiso de mis consejos. Nuestras
relaciones polticas se han enfriado por fllo, notablemente, hasta el
punto de que han repercutido incluso en nuestras relaciones de
familia. Vea usted cul ha sido su conducta: no se ha puesto a la
cabeza de esos locos que suean con la unidad de Alemania? Ahora
que
ha
roto
con
el
parlamento
de
Francfort,
no
acaba
de
restablecerse,
redoblaban
sus
esfuerzos
para
estar
en
lo
ms
rpidamente
posible,
de
aquellos
huspedes
insegura, con unos tiempos tan turbulentos y tan peligrosos como los
nuestros, ni con unos poderes pasajeros, como el que por azar se
encontraba en mis manos.
Una pregunta ms seria que yo me formul fue la que ahora recuerdo
aqu, porque debe replantearse constantemente: conviene a Francia
que el lazo de la Confederacin geririnica se fortalezca o se debilite?
En otras palabras: debemos desear que Alemania llegue a ser, en
ciertos aspectos, una sola nacin, o que siga siendo un conjunto mal
articulado de pueblos y de prncipes desunidos? Es una antigua
tradicin de nuestra diplomacia la tendencia a que Aleisiania
permanezca
dividida
entre
un
gran
nmero
de
potencias
cuya
destruccin,
consumsida
por
los
pueblos,
fue
que
aquella
paz
se
hiciese
sin
tardanza. Nada
estaba
de'pronto,
que
el
plenipotenciario
austraco,
cambiando
El
prncipe
explicaciones
de
Schwartenberg
justificativas
me
de
hizo
excusas,
llegar
y
la
toda
paz
clase
se
de
firm
de
este
ministro.
Mientras
yo
informaba
lord
me
escuchaba
con
las
ms
vivas
mus
ras
de
una
teora
honesta.
Cuando
sus
protegidos
llegan
de
que
nosotros
casi
los
habamos
abandonado.
Kossuth,
escribieron
nuestro
embajador
en
los
proscritos
imploraban
el
apoyo
de
Francia,
los
Aguijoneado
as,
el
gobierno
ingls
tom
partido
que
condenaba
lo
que
acababa
de
pasar
en
el
gabinete,
despus
de
haber
visto
terminarse
as,
APENDICES
I
El 24 de febrero, segn G. De Beaumont.
Hoy (24 de octubre de 1850), he tenido con Beaumont una
conversacin que merece ser registrada. He aqu su relato:
El 24 de febrero, a las siete de la maana, Jules Lasteyrie y otro (he
olvidado el ^nombre que me ha dicho Beaumont) vinieron a buscarme
para llevarme a casa de M. Thiers, donde deban encontrarse Barrot,
Duvergier y algunos otros.
D.Saben ustedes lo que haba pasado, por la noche, entre Thiers y
el rey?
B.Me ha contado Thiers, y, sobre todo, Duvergier, que haba tomado
nota inmediatamente del relato de Thiers, que ste haba sido llamado
hacia la una, y que haba encontrado indeciso al rey. Que le haba
dicho, antes de nada, que no poda entrar ms que con Barrot y con
Duvergier, y que el rey, tras algunas objeciones, haba parecido ceder.
Que haba citado a Thiers para la maana, y que, sin embargo, al
despedirle, le haba dicho que an no haba compromiso alguno, ni de
una parte ni de la otra. (Evidentemente, el rey se reservaba el intentar
otra combinacin antes del amanecer.)
las
hostilidades...
el
nombre
de
Bugeaud
es
un
en
un
lenguaje
confuso
alejndose
sin
haber
le
api-erniaba
con
tal
vehemencia,
que
ste,
II
Conversacin con Barrot (10 octubre 1850). El 24 de febrero, segn su versin.
para
calmarle.
En
la
imposibilidad
en
que
nos
efectivamente,
estaban
vacas.
Abandon
las
Tu-
llcras,
III
Secuelas del 24 de febrero de 1848.Esfuerzos de M. Dufaure y de sus amigos por
impedir la revolucin de Febrero.Responsabilidad de M. Thiers, que los redujo a
la impotencia.
con
Sallandrouze
con
los
hombres
quienes
la
operacin
de
que
se
haba
hablado.
Nos
separamos
IV
Notas para los Recuerdos desde el mes de junio de 1848 hasta el mes de junio de
1849. (Abril de 1851.)Nota sobre la parte que debe extenderse desde las jornadas
de Junio hasta mi ministerio.
querido
gobernar
ms
que
con
los
republicanos
viejos,
movimiento,
cada
vez
ms
sensible,
incluso
bajo,
la
informes
de
los
prefectos
Dufaure;
Cavaignac
ceder
ante
el
torrente;
la
cola
de
la
sociedad
arrastra
revolucionario
de
aquella
Asamblea.
Contino
menos
completo
de
lo
que
se
haba
pensado;
estaban
V
Diversas notas sobre la parte que me queda por escribir de los Recuerdos (abril de
1851, en ruta, para volver).
Mayo de 1849.
Mi viaje a Alemania y mi estancia en Francfort, hacia el fin de la
Dieta, cuando ya muchos miembros se haban retirado.
Mi
impresin:
pas
profundamente
alcanzado
por
el
espritu
nosotros, una vez pasado el peligro; incluso nuestra victoria deba, sin
duda,
provocar
nuestra
cada.
Intiles
en
cuanto
hubiramos
actitud
guerrera
inc'onsti-
tucional
adoptada
Roma
un
procesamiento
buen
de
texto
los
(sic)
ministros;
de
mi
revolucin;
situacin
demanda
de
terriblemente
cosas
en
el
exterior;
todo
gran
movimiento
fuera,
nosotros
desebamos
sinceramente
abatir
al
partida
podido
complacerles
totalmente,
pero
Dufaure
les
siempre
muy
hostiles
al
gabinete,
siempre
en
Los
antiguos
amigos
los
amigos
Negocios Extranjeros
Tratar todos los asuntos del margen, despus de haber ledo los
expedientes y cerrar con la cuestin de Roma. Esta cuestin produjo
el nacimiento y la cada del gabinete. Contarla de un extremo al otro,
y llevarla hasta nuestra salida del gobierno, con un pequeo eplogo
que d a conocer cmo, despus de habernos drribado porque no
mostrbamos energa, se cedi todo, no slo eri Roma, sino en toda
Italia.
Si, en lugar de esta larga exposicin del comienzo, pudiese mezclar
las ideas, en parte, con la narracin, sera mejor, ms natural y ms
interesante, como, por ejemplo, en el caso de las querellas de Dufaure
con Falloux.
VI
Conversacin que yo tuve con el presidente de la Repblica el 15 de mayo de 1851.
(Le vea por primera vez,' desde mi regreso de Italia.)
bien.
Creo
que
la
situacin
ha
empeorado
mucho,
es incmoda, provocativa,
VII
Revisin de la Constitucin.Conversacin que tuve con Berryer, el 21 de junio de
1851, en una cita que yo le haba dado en mi casa. Los dos ramos miembros de la
Comisin de Revisin.
celebrarse
maana
si
usted
hubiera
de
recoger
consigue.
Hasta
entonces,
cree
usted
que
el
movimiento
INDICE
Introduccin.................................................................. 7
Sembianza de Alexis de Tocqueville........................ 9
Qu es la democracia?............................................ 17
El concepto de libertad.............................................. 27
Democracia y libertad: el caso americano y el
caso francs ....................................................... 30
El parlamentaria: la abolicin de la esclavitud y
el problema de Argelia......................................... 39
La Revolucin de 1848 y ios Recuerdos.................. 55
Primera Parte.................................................................................... 59
Sbgunda Parte................................................................... 111
Tercera Parto ............................................... ................................. 229
Apndices................................................................................................ 299