Onetti, Juan Carlos - La Niña y La Muerte PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 25

Muerteyninya.

qxd 29/11/07 16:48 Pgina 3

www.puntodelectura.com

JUAN CARLOS ONETTI

La muerte y la nia
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 4

J u a n C a r l o s O n e t t i (Montevideo, 1909-Ma-
drid, 1994) fue uno de los mejores exponentes
de las letras hispnicas del siglo xx. Autor de
relatos y novelas, a su primera etapa se deben
obras tan importantes como El pozo (1939),
Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943)
o La vida breve (1950). Desde la publicacin de
esta ltima, comenz a situar todas sus obras
en Santa Mara, universo imaginario a travs
del que sent escuela en la narrativa latinoa-
mericana. Los adioses (1953), El astillero (1961)
o Juntacadveres (1964) son buena muestra de
su madurez y altsima calidad literaria. Exiliado
en Espaa desde mediados de los aos setenta,
obtuvo el prestigioso Premio Cervantes en
1980 y el reconocimiento de su pas, una vez
ste recobr la democracia, con el Gran Premio
Nacional de Literatura en 1985.
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 5

JUAN CARLOS ONETTI

La muerte y la nia
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 6

Ttulo: La muerte y la nia


1973, Juan Carlos Onetti
Herederos de Juan Carlos Onetti
Santillana Ediciones Generales, S. L.
De esta edicin: enero 2008, Punto de Lectura, S.L.
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (Espaa) www.puntodelectura.com

ISBN: 978-84-663-2078-8
Depsito legal: B-51.621-2007
Impreso en Espaa Printed in Spain

Diseo de portada: Jess Acevedo


Fotografa de portada: Sbat
Diseo de coleccin: Punto de Lectura

Impreso por Litografa Ross, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicacin


no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por, un sistema de
recuperacin de informacin, en ninguna forma
ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico,
electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
de la editorial.
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 7

Para Mara Rosa Oliver


Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 8
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 9

CAPTULO PRIMERO

El mdico se ech hacia atrs y estuvo un rato


golpeando el recetario ya intil muerto por el
ocio, la vejez y la riqueza no buscada con el ca-
bo de su lapicera verde.
Pensaba, un instante, en s mismo; pensaba,
mirando la cara asctica del visitante imprevisto,
imprevisible, el enfermo sano y bien vestido, r-
gido en su asiento luego de la confesin.
De modo que no hay nada que hacer, re-
flexion con dulzura. De modo que este hijo de
una gran perra y de los clsicos siete chorros
de semen de tambin siete perros desconocidos
nos va metiendo a todos, uno tras otro y con una
prisa menor que un ao bisiesto, nos va metien-
do en su bolsa. Camina desganado contando al
mundo su futuro crimen, asesinato, homicidio,
uxoricidio (alguna de esas palabras cuando el
Destacamento de Polica se acuerda de m, cuan-
do necesita al mdico forense); se pasea por estos
restos de Santa Mara con una carta colgada que

9
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 10

apenas le roza el lomo, porque su andar es de ma-


licia y lentitud, un cartel que anuncia en gris y en
rojo: Yo matar. Con esto le basta. Es sincero, no
puede decir que dese la mujer del prjimo por-
que estara mintiendo. Su nico prjimo es l
mismo. Y as, nos va convirtiendo a todos en sus
testigos de cargo y descargo: el obispo y Jesucris-
to, Galeno Galinei y yo, Santa Mara entera. Y es
posible que noche a noche, llorando y de rodi-
llas, rece a Padre Brausen que ests en la Nada
para hacerlo cmplice obligado, para enredarlo
en su trama, sin necesidad verdadera, por un os-
curo deseo de remate artstico.
Eso es todo, doctor dijo el visitante con
su voz acostumbrada a la resignacin; agreg:
Qu puedo hacer? Daz Grey solt la lapicera
y estuvo mirando en silencio la trampa, la hipo-
cresa, la dureza oculta, la congnita astucia.
Y ella? pregunt como si creyera estar
ganando tiempo, un tiempo intemporal y abso-
lutamente intil.
No entiendo, doctor. Largo, an senta-
do, con las ropas caras y oscuras, con su escaso
pelo rubio aplastado, todava buen mozo pero
agresivo e innoble como su dura nariz, que pare-
ca siempre recin alzada de dos pginas de las

10
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 11

enormes biblias amarillentas, tradas a la colonia


suiza por los primeros inmigrantes.
Quiero decir. Si ella sabe. Si los mdicos
le dijeron, como a usted, que otro parto signifi-
cara un peligro de muerte.
S, lo sabe. Se lo han dicho aqu y en la
Capital. Se lo dijeron en Europa, el ao pasado.
Pero no le hablaron de peligro de muerte. Le
aseguraron la muerte.
Cada vez, a cada frase, ms certero y resuel-
to a convencer. Trepando en su confesin de cri-
men, anticipndolo casi con regocijo, fatalista en
todo caso, tan candorosamente habitado por la
desesperacin.
Un dato pidi Daz Grey. El hijo pri-
mero, nico, supongo, cundo naci?, qu
edad tiene?
Un ao, trece meses.
Y desde entonces, desde el nacimiento y
la saludable cuarentena...
Desde entonces sufrimos. Nos miramos,
nos comemos los nudillos, rezamos y lloramos.
Pero ella dijo Daz Grey sin ganas, co-
mo si hablara con un adolescente que se burlaba
de l, ella puede ayudarlo. Puede eso que lla-
man tomar medidas, puede, tambin, negarse.

11
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 12

El cliente movi la cabeza, paciente, incom-


prendido, fatigado por la incomprensin.
Ella sabe, como yo, que toda previsin se-
ra pecado mortal. Y alz la cabeza sin orgu-
llo tampoco se negara. El conflicto, repito, es
slo mo. Por eso le ped esta entrevista.
No slo por eso, hijo de perra; hay un es-
panto detrs, hay un clculo. Se senta ms dbil
que su visitante, empezaba a odiarlo con fran-
queza. Con lentitud deliberada y sin propsito
notable fue desabrochando los botones de su t-
nica, ajada, sin sentido, que continuaba usando
por rutina y homenaje.
Bueno pronunci indiferente, como si
hablara de aspirinas y tnicos, se trata de us-
ted, escribano, exclusivamente de usted: que la
quiere y la desea y cada da ms, ms a medida
que el amor va llenando su corazn y el semen la
vescula; usted que no puede alquilar una prosti-
tuta porque eso significara pecar contra Brau-
sen; que no puede derramar su semilla en la sba-
na, que no puede masturbarse, que no tiene
salvacin, aparte de matarla.
La cara flaca del hombre bien vestido pare-
ci contar en silencio y quietud mientras Daz
Grey hablaba. Luego se movi para asentir.

12
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 13

La tnica estaba abierta, el mdico la separ


de sus hombros.
Como usted, no soy partidario de matarla.
Si no hay otro camino, destryase y yo espero ayu-
darlo. No le hablo de una destruccin total por-
que tambin eso sera pecado mortal. Y Brausen
no perdona las deserciones. Lo s, en esto esta-
mos de acuerdo. Se tratara, entonces, de recetar-
le duchas heladas matinales, bromuro y alcanfor,
caminatas diarias de dos o tres horas, ayunos de
viernes santo como nico rgimen de comida. Se
tratara de lograr su impotencia muchos aos an-
tes del natural climaterio. Es triste, comprendo.
Yacer junto a la esposa amada sin esperanza de
que el deseo inmortal pueda satisfacerse. Pero,
as, el deseo morir antes que ella, y usted queda-
r liberado de los demonios y del remordimiento.
Ahora el hombre bien peinado sonrea ape-
nas, pequeos dientes blancos sumergidos en
una broma de la que slo l conoca la clave.
Acepto dijo sin emocin, ensayar to-
do lo que ordene su receta. Y aadi suavemen-
te: Doctor.
Daz Grey tom con dos dedos la tnica y la
hizo deslizar desde el respaldo del silln hasta la al-
fombra de grandes flores pisoteadas y marchitas.

13
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 14

No dijo. La receta no; no quiero es-


cribirla ni drsela. Con esto basta, confo en su
memoria. Y, sobre todo, creo en su inteligen-
cia. Creo en ella y no me siento feliz. Por otra
parte, su cura confesor tampoco le escribe cer-
tificados.
Estaba seguro de haber hablado en tono de-
finitivo, tanto, casi, como si hubiera empujado al
otro fuera de la habitacin. Pero el hombre lar-
go, delgado y rubio, planchado, brillante, tam-
bin se haba puesto de pie y recit con mesura,
los ojos entornados:
Tampoco l, claro. No ando buscando do-
cumentos. Me basta con hacerme escuchar.
Est claro, comprendo. Ya lo escuch el
seor obispo coadjutor o como se llame hoy. Pa-
ra m sigue llamndose el padre Bergner. Ahora
me toca a m. Y es seguro que, por lo menos, to-
dos los habitantes mayores de edad de la Colonia
conocen el prlogo que acabo de orle.
Puede ser dijo el cliente. Pero slo
habl de esto con el seor obispo y con usted. Con
el obispo, es cierto, no lo hice en plan de confe-
sin. Pero lo conozco desde la infancia (la ma,
naturalmente) y estoy seguro de su discrecin,
como estoy seguro de la suya.

14
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 15

Por primera vez en la entrevista aunque


Daz Grey no pudiera afirmar, despus, que se
tratara realmente de la primera vez el hombre
dej resbalar una sonrisa cnica y casi divertida.
El hombre dijo:
Ni el padre Bergner ni usted. Pero no es
imposible que ella, tan desesperada como yo, y
adems mujer, haya hablado con amigas o pa-
rientes. Las mujeres, es distinto. Creen, como los
enfermos crnicos, usted lo sabe mejor que yo,
que si divulgan sus problemas van obteniendo
una ayuda, o por lo menos un apoyo, a cambio de
cada confidencia. Por ahora hemos decidido un
aplazamiento. Puede llamarlo solucin tempo-
ral. Tal vez el Seor quiera ayudarnos. Pienso ir
unos meses a la Capital y a Chile, asistir a unos
cursos. Yo solo, naturalmente.
Daz Grey no poda contradecirlo. Movi
lentamente la cabeza afirmando su conviccin de
quedar acorralado, espaldas y pared, por una
trampa, una sutileza mayor, un presentimiento
indefinible, grumoso y repelente.
El hombre tambin salud cabeceando.
Y, a pesar de todo lo escrito, alguien hubiera
podido decir que en el fondo se apartaron uni-
dos y cordiales.

15
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 16

CAPTULO SEGUNDO

Daz Grey conoca a la mujer condenada Hel-


ga Hauser y la examin tres veces, un ao an-
tes, dos con la presencia muda del marido que
exageraba la voluntad de no enterarse, la otra sin
anuncio y casi furtiva. En sta el mdico recit el
diagnstico, la prevencin. Palp con caucho,
desagrado e incomprensin a la mujer abierta en
la camilla.
No entiendo. Si ya se lo dijeron en la Ca-
pital y en Europa. Para m es seguro, indudable,
sin posibilidad de errores. No entiendo por qu
consulta a un mdico nfimo, a un sanmariano
que ni siquiera es gineclogo.
No s murmur ella mientras se vesta.
Una esperanza. Una preferencia por morir aqu.
Despus de pagar ri un momento y se bur-
laba.
Tal vez quiera complicarlo. No s.
El amor se haba ido de la vida de Daz Grey
y a veces, haciendo solitarios o jugando a solas al

16
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 17

ajedrez, pensaba confuso si alguna vez lo haba


tenido de verdad.
A pesar de la hija ausente, slo conocida por
malas fotografas, que ahora, fatalmente, estaba
bambolendose en la dichosa sucia adolescencia
y cuyo nacimiento no poda prescindir de un
prlogo. Adolescencia con errores y mugre, ilu-
minada siempre por la creencia en la eternidad
de las vivencias, una fe inconsciente que iran
carcomiendo las inevitables estaciones.
Todos los jueves, salvo la luna, tena en el
crepsculo una mujer en la camilla chirriante o
en la alfombra inapropiadamente espesa y que
mezclaba decenas de olores indefinibles, o por lo
menos era indefinible su conjunto.
La condenada haba estado ms de un ao
atrs. El proclamado asesino, un da antes.
Las mujeres no le importaban de verdad:
eran personas. Almorz hambriento y se tir ves-
tido en la cama.
Por el movimiento del sol, Daz Grey po-
dra haberse supuesto ms de una hora atrapado
en la meditacin que le lleg en lugar de la siesta
perdida y la dispepsia habitual. No se acordaba
del visitante asesino ni del futuro que prometa
su impasible confesin. No recordaba para s,

17
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 18

para nadie, ni para un imposible bichicome que


vagara o durmiera en la playa cercana.
Dudaba, desinteresado, de sus aos. Brausen
puede haberme hecho nacer en Santa Mara con
treinta o cuarenta aos de pasado inexplicable,
ignorado para siempre. Est obligado, por respe-
to a las grandes tradiciones que desea imitar, a ir-
me matando, clula a clula, sntoma a sntoma.
Pero tambin tiene que seguir el montono
ejemplo de los innumerables demiurgos anterio-
res y ordenar vida y reproduccin. As que vinie-
ron los desvanecidos adolescentes, sus noviazgos
y apareamientos, los partos abrumadores que tu-
ve que atender; y as vinieron las muchachas, sus
adjetivos, sus perfiles, sus cabellos, sus duros se-
nos y nalgas. Vinieron y estn, siempre ausentes,
risueas o melanclicas.
(Aquel momento verdadero en que uno de
los amantes, casi nunca la mujer porque se sabe,
y es cierto, inmortal, celosamente repetida desde
el principio y hacia el infinito. Aquel pasajero,
rpidamente olvidado momento en que uno de
los dos logra ver, sin propsito, con un adelga-
zado deseo de pedir perdn, excusarse, bajo la
piel de la cara ajena, abrillantada por el amor o el
vino, a travs de la piel de la cara que se quiere.

18
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 19

Cuando uno de ellos tropieza con, traspasa sin


desearlo la piel tan lastimosamente indefensa,
tensa o blanda de la cara del otro. Y ve durante
un segundo, adivina y mide la dureza y la audacia
de los huesos, el candor de los pmulos, la fragi-
lidad o el intil grasoso atrevimiento del men-
tn. Cuando uno de los amantes sospecha una
chispa y el olvido la calavera futura y ya puesta
en el mundo, en su vida, del otro amante.)
Ellas siempre lejanas e intocables, apartadas
de m por la disparidad de los treinta o cuarenta
aos que me impuso Juan Mara Brausen, maldi-
ta sea su alma que ojal se abrase durante uno o
dos pares de eternidades en el infierno adecuado
que ya tiene pronto para l un Brausen ms alto,
un poco ms verdadero.

19
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 20

CAPTULO TERCERO

Augusto Goerdel haba sido engendrado en la


Colonia suiza o ya vena dentro del vientre de
la madre durante el largo viaje de nuestra bam-
boleante Flor de Mayo. De todos modos, naci
aqu, en la Colonia recin fundada. Si se puede
llamar fundacin a un reparto caprichoso y asi-
mtrico de bales, a demarcaciones con palos
verdes, a una bsqueda metdica de bosta y tie-
rra para hacer ladrillos.
La tierra era fcil; a veinte metros de la cos-
ta, atravesada y escarbada la arena, encontraban
tierra rojiza y hmeda que extendan bajo el sol y
el aire despus de arrastrada hasta el misterio de
lo que condenaban a colonia y asiento. Para el
estircol, distribuan durante el da patrullas de
nios que ya saban moverse indiferentes, alerta-
dos para relinchos y mugidos. Luego, el robo
nocturno, las grandes bolsas oliendo a establo y
abrigo. Ms luego, en maanas consagradas, los
grandes fuegos separados, la coccin lenta, el

20
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 21

miedo a las repentinas lluvias y nieblas, el miedo


al desmenuzamiento y la fragilidad.
Si se puede llamar fundacin a un sufrimien-
to diario, que no poda ser medido por horas, para
apilar los ladrillos, alzar paredes, enramar techos,
hasta el descanso bestial del exhausto que cree
tener casa y logra un domingo de paz y agradeci-
miento, arrodillado sobre la enorme, casi inmane-
jable biblia con tapas negras frente al tembloroso
cerco de voces latinas dichas por un cura que sa-
li de cualquier parte porque era imprescindible.
Y despus, para Santa Mara y para m el
desconcierto. No se sabe, ni importa, cuntos
meses o arias pasaron ayudados, empujados sin
piedad para ellos mismos ni para nadie hasta
que las rubias, severas ratas desembarcadas con
menos esperanza que rabia suicida, fueran ricas y
engordadas, dominaran la ciudad fundada por
Nuestro Seor Brausen sin necesidad de mos-
trarlo. Tal vez les repugnara la evidencia. Eran
oblicuos, eran indirectos, eran pudorosos.
Que el tiempo no existe por s mismo es de-
mostrable; es hijo del movimiento y si ste dejara
de moverse no tendramos tiempo ni desgaste ni
principios ni finales. En literatura Tiempo se es-
cribe siempre con mayscula.

21
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 22

Nadie puede negar probables coincidencias


en las visitas del entonces padre Bergner y del
inevitable doctor Daz Grey a la Colonia suiza.
Uno estaba comprometiendo a Dios con un bau-
tizo, con un casamiento de novios previamente
endurecidos para el trpode de Orloff, prncipe
o gran duque, artista fotogrfico, o con un capri-
cho de muerte, hijo de un viejo sofisma aceptado
sin pelea, a veces tambin endurecido, otras en
vsperas; el otro, Daz Grey, entablillando una
pierna rota o pinchando una hidropesa.
Repito que pudieron coincidir muchas ve-
ces y que, en alguna de ellas, por qu no, estuvie-
ron juntos en la casa de los Goerdel.
Los veo saludndose con la corta efusin
que corresponde a dos enemigos que hubieran
preferido no serlo, con el respeto profundo y fro
de los pares.
No importa qu recet el mdico para el
resfro de Augusto Goerdel, que tena once aos
de edad en el tiempo de la coincidencia supuesta.
Esto puede rastrearse, si importara, en los libros
de Barth, boticario, concejal y nuevamente bo-
ticario. Lo que importa es ignorar para siempre
y aqu hay una especie de felicidad qu con-
vers, qu supo, qu dedujo el padre Bergner en

22
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 23

la posible visita que, se nos antoja, fue crepuscu-


lar, lenta y tranquila. Porque, no debe olvidarse
nunca, los padres de Bergner tambin llegaron
en nuestra Flor de Mayo a la costa de Santa Mara,
por voluntad de Brausen. Hermanado con los
Goerdel por la semejanza de la historia, tambin
por el lenguaje y, sobre todo, por el estilo en que
lo hacan coloquial.
Muy importante porque las visitas del Padre
se hicieron frecuentes y menos de un ao des-
pus Augusto Goerdel pas a Santa Mara para
continuar estudiando en la catedral, con una be-
ca muy pobre y exacta para los planes de Bergner.
Porque el Padre simul estar fabricando un
cura, sabiendo siempre que no era se el destino
ni la utilidad de Augusto Goerdel; pensaba ms
lejos. Mucho ms lejos que el Captulo de la Igle-
sia, laicos y tonsurados, que se reuna y crea re-
solver, una vez por quincena, en la austeridad del
refectorio alargado en su deliberada penumbra.
Bergner no perteneca a la orden de los je-
suitas; desconfiaba de ellos y los admiraba. Pero
les haba odo decir, y ms de una vez: denos su hi-
jo y se lo devolveremos con un ttulo bajo el brazo.
Estudi calmoso a su falso futuro sacerdo-
te. Si la inspiracin, el proyecto, procedan real-

23
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 24

mente de Brausen y no eran trampas del demo-


nio, el tiempo no contaba. Supo que el muchacho
era inteligente, que haba nacido implacable por
la ambicin y la necesidad germana del triunfo,
de la revancha. Cualquiera fuese su destino, aho-
ra, con Bergner o sin l, no volvera nunca a la
miseria de su casa en la Colonia; no aceptara ya
el futuro previsible y campesino de criador de ani-
males y destripaterrones.
Una resolucin que Bergner fortaleca, h-
bil y distrado. Fue la suya, A. M. D. G., aunque
rechazara con violencia las iniciales, una pacien-
te tarea de refinamiento y corrupcin. Del mu-
chacho tosco, del estudiante y monaguillo, tena
que nacer su instrumento, su fantico servidor de
la Iglesia.
Supo que el inmaduro Goerdel, cado en sus
manos, era ambicioso, fino en la mentira y en
sus cautas retracciones, duro tras la sonrisa in-
fantil, sabedor por instinto de aquellos futuros,
probables tiles, que deba adular sin exceso, in-
diferente, sin grosera con los que no valdra la
pena cultivar.
Supo adems y desde el principio que el ins-
trumento y el fantico seran suyos mientras la
Iglesia le permitiera medrar y crecer.

24
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 25

Sin palabras, por lo menos hasta la aproxima-


cin del adis hipcrita, tambin supo Bergner
que no se haba equivocado, que su eleccin fue
buena y que no pudo ser mejor. Lo fue confirman-
do en los das y en los aos: Augusto Goerdel era lo
ms adecuado a su propsito entre todos los habi-
tantes de Santa Mara y la Colonia; y la educacin y
la disciplina de la Iglesia, lo mejor para la paciente
y resuelta voluntad de triunfo del nio, adolescen-
te, adulto. Bergner crey en la inspiracin divina;
Goerdel crey en la oportunidad y la buena suerte.
Bergner persisti feliz hasta la separacin,
hasta su muerte. Pero mucho antes fue necesaria
la gran farsa mutua.
O, mejor, el final de la farsa iniciada diez aos
antes por Bergner y sospechada, seguida impl-
citamente por el nio enfermo en el catre de su
habitacin en la casucha de la Colonia, que saba
llorar en silencio, boca arriba, descubriendo en
el techo quinchado las araas inmviles del mie-
do y del misterio.
En el primer encuentro, el muchacho, solo
o ayudado por su madre, acert a enredar las ma-
nos en un rosario; mover los dedos con una de-
sesperanza delicada que bordeaba con lejana y
desconsuelo la splica nunca dicha.

25
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 26

Un par de aos despus, ya en el ala de la


iglesia que haban bautizado Seminario aunque
el nico seminarista fuera Augusto Goerdel,
Bergner sonri entre las sombras a una escena
semejante y perfeccionada.
Desde la siempre pobre habitacin del ado-
lescente que slo dispona de estampas de san-
tas y vrgenes varias para cumplir el rito del prlo-
go que le traera el sueo se alargaba un pasillo
de baldosas siempre fras hasta la escalera en ca-
racol que se retorca bajando hacia el templo, las
misas, las confesiones.
La segunda escena fue contemplada por un
Bergner escondido y cauteloso, despertado en
la madrugada por un ruido de puerta que abre
y cierra. Un ruido deliberado, pens sin apren-
siones y curioso. Sali de su dormitorio, descalzo
y lento como el ladrn que llegara por la noche.
En el pasillo, siempre oloroso a humedad y
ausencia, incrustado en el muro, apenas ilumina-
do por una fosforescencia verdosa, protegido por
la ayuda ambivalente de un vidrio, haba un san-
grante Jesucristo de cera clavado en la cruz. Ba-
jo la luz de lucirnagas tambin poda leerse un
poema de autor annimo. Cuatro lneas sobre
un papel ocre y ondulante:

26
Muerteyninya.qxd 29/11/07 16:48 Pgina 27

T que pasas miram.


Ay, hijo, qu mal me pagas.
Cuenta si puedes mis llagas,
la sangre que derram.

Y all, en camisn y arrodillado, golpendo-


se el pecho para acompaar el llanto, Augusto
Goerdel.
Debe hacerlo todas las madrugadas, pen-
s Bergner; sudoroso o helado, tenaz y puntual,
apostando sobre la ley de probabilidades, seguro
de que alguna vez tendr que verlo, sorprender-
lo en su pieza de bravura y creer en l. Mi pobre
idiota hipcrita, mi hermano.

27

También podría gustarte