La Maldicion de La Momia. Relat - AA. VV

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Querras volver a poseerme, Demonio, pero te digo que no podrs, porque ya me llega

el fin y dir a los matarifes del dios Shu: Adelante! As concluye el Papiro de Nu,
perteneciente a El libro de los muertos, que se conserva en el Museo Britnico.
La fascinacin de la literatura fantstica occidental por la figura de la momia egipcia es la
consecuencia del temor ancestral a los resucitados (vampiros, zombies) unido al miedo
por lo diferente y extrao: una cultura ya desaparecida, oriental y pagana. Lejos de ser
un fantasma, la momia es un cadver que regresa fsicamente del ms all para
atormentar a los vivos, un resucitado que viene a ajustarnos las cuentas, dispuesto a
hacernos dao, a acabar con nosotros de forma brutal.
La maldicin de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto rene veinte
relatos y un poema, y es la primera recopilacin en lengua castellana que se publica
sobre tan apasionante mito literario (y cinematogrfico). En ella el lector encontrar
desde los grandes nombres de la narrativa fantstica como Arthur Conan Doyle, Sax
Rohmer, Rudyard Kipling, Willa Carter o Robert Bloch, hasta sorprendentes incursiones en
el gnero de conocidos ocultistas como el Conde Louis Hamon o C. W. Leadbeater, o la
novelizacin, a cargo del escritor ingls John Burke, de una de las ms populares
pelculas sobre momias: La maldicin de la tumba de la momia. El volumen se completa
con la aportacin de tres autores contemporneos en lengua castellana: Pilar Pedraza
(Carne de ngel), Norberto Luis Romero (El relicario de Lady Inza) y Jos Mara Latorre
(La sonrisa prpura). Todos ellos contribuyen a definir y engrandecer el mito de la
momia, su potica, su trasfondo macabro e incluso su inconfesable gusto por la necrofilia.
VV. AA.

La maldicin de la momia. Relatos de


horror sobre el antiguo Egipto
Valdemar: Gtica - 65

ePub r1.0
orhi 15.03.2017
Ttulo original: La maldicin de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto
AA. VV., 2006
Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz & Miguel ngel vila
Ilustracin de cubierta e interiores: scar Sacritn

Editor digital: orhi


ePub base r1.2
NO DESPERTIS A LOS MUERTOS:

EL MITO DE LA MOMIA

Antonio Jos Navarro

Qu extraa sensacin la de sostener en la mano la caja precintada con las


pertenencias de un muerto! Es como si de ella partieran hilos delgados e
invisibles, tenues como la tela de una araa, y condujesen a un oscuro reino.
GUSTAV MEYRINK

Hallarse frente a una autntica momia egipcia aunque entre ella y nosotros medie un cristal
protector que la mantiene a salvo de la polucin, de los insectos, de los cambios bruscos de
temperatura y de los turistas tiene un non so che de inquietante, de abisal, capaz de provocarnos
una indefinible zozobra en el alma, un indefinible malestar. La corta estatura del difunto los
antiguos egipcios medan entre 1,50 y 1,70 m, aunque encogan tras el proceso de momificacin
combinada con la desagradable capa de suciedad y moho, acumulado durante siglos, que cubre sus
vendas; el pavor csmico de encontrarnos ante un objeto de entre 2.500 y 4.000 aos de
antigedad que cobija los restos de un ser humano. Indudablemente, a la fascinacin que los vestigios
del pasado producen en cualquier persona con un mnimo de sensibilidad, unida al exquisito frisson
suscitado por ese cadver cuidadosa y ritualmente conservado, se suma nuestra memoria tenebrosa,
que evoca aunque sea de manera elptica y desordenada todos los relatos y filmes de terror
protagonizados por momias que retornan a la vida para atormentar a sus profanadores; e, incluso,
alguna fbula parapsicolgica, supuestamente verdica, en torno a maldiciones como la de
Tutankamon

Primeros contactos con las momias:


entre la medicina y el espectculo
La palabra momia, que aparece por primera vez en textos latinos alrededor del siglo XI de
nuestra era, proviene del trmino rabe mummya[1] con el cual los sirios designaban al betn que
se empleaba para la conservacin de los cadveres como hacan, por ejemplo, los griegos
bizantinos y, por supuesto, a las momias que descansaban en antiqusimas tumbas de Egipto.
Empero, el trmino mummya tambin lo aplicaban al Betn de Judea, sustancia obtenida en las
proximidades del Lago Asfaltites (Mar Muerto) y que desempeaba un papel muy importante en un
macabro fraude. En el siglo XIV, el Polvo de momia egipcia era uno de los frmacos ms populares
en Oriente Prximo, as como en ciertos ambientes aristocrticos europeos Francisco I de Francia
(1494-1547) lo utilizaba para sanar sus achaques, siendo muy popular como remedio para curar
llagas y heridas, y para el tratamiento de lceras, huesos rotos, epilepsia y dolor de muelas segn
asegura el tratado Hydriothapia, or Urn Burial (1658), del ocultista ingls Sir Thomas Browne
(1605-1682). El negocio de las momias estaba controlado en su mayor parte por judos, y fue en el
siglo XII cuando un mdico rabe llamado Al-Magar empez a recetar Polvo de momia a sus
pacientes, sobre todo a los heridos en Las Cruzadas. Como es lgico, las momias egipcias originales
escaseaban, por lo que los judos que detentaban el monopolio de la sustancia buscaron una solucin
prctica: empezaron a inventarlas. Se hacan con cuerpos de criminales que haban sido ejecutados,
as como de personas que haban expirado en hospitales. Una vez en su poder, y despus de tratarlos
muy ligeramente, rellenaban el cadver con Betn de Judea, lo ataban fuertemente y lo exponan al
Sol. Por este simple mtodo parecan verdaderas momias egipcias[2].
En Europa, la mayor demanda de Polvo de momia tuvo lugar durante el Renacimiento (siglos XV
y XVI) y a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Muchos boticarios la diluan en agua, vino, miel o
incluso en cerveza. En algunos casos el Polvo de momia no vena en partculas, sino en trozos de
cadver o en forma de pasta negruzca. Uno de los primeros mdicos que cuestion abiertamente las
falsas propiedades teraputicas de la sustancia fue un cirujano de Bretaa, Ambrose Par (1517-
1590), cuyos argumentos se basaban en el testimonio de Guy de la Fontaine, mdico del rey de
Navarra. De la Fontaine le explic que haba viajado en 1564 a la ciudad de Alejandra, en Egipto.
All supo que haba un judo que traficaba con momias falsas, de no ms de cuatro aos de
antigedad[3].
Sin embargo, la popularidad de las momias en el Viejo Continente se vio acrecentada por el
desvendaje o desenrollado (unwrapping o unrolling) de momias, prctica que desemboc en un
acontecimiento social de bon ton en los ms distinguidos crculos burgueses europeos, aunque
principalmente en Londres. Lo que empez siendo una exigencia cientfica para analizar el proceso
de momificacin la primera sesin de desvendaje de una momia tuvo lugar en El Cairo, en 1718, a
manos del mdico francs Christian Herzog, degener en una distraccin morbosa, tal y como
aclara esta nota del rotativo The Times de 1860: La pasada tarde del lunes tuvo lugar en la
residencia de Lord Londesborough, en Picadilly, el interesante proceso de desenrollar una momia,
en presencia de sesenta de los ms ntimos amigos del Lord Londesborough, incluyendo muchos
eminentes cientficos, escritores y anticuarios.
En la popularizacin de esta actividad ldica jug un destacado papel el galeno ingls Thomas
Joseph Pettigrew (1791-1865), apodado Mummy Pettigrew por sus detractores. Cirujano y
anticuario tuvo una carrera profesional distinguida, la cual le convirti en el mdico privado del
duque de Kent, era adems todo un experto en momias egipcias, aficin que lo hizo muy conocido
en los crculos sociales londinenses, fundamentalmente a causa de las numerosas momias que
desvend y, acto seguido, someti a una rudimentaria autopsia, ante el estupor de los anfitriones de
turno y sus invitados. En 1834 public un interesante ensayo sobre el tema, History of Egyptian
Mummies, considerado un clsico entre los egiptlogos actuales. El duque de Hamilton,
impresionado por el trabajo de Pettigrew, lo contrat para que momificara sus restos una vez
fallecido, segn las tcnicas del Antiguo Egipto. El duque muri en agosto de 1852 y, de acuerdo con
sus deseos, Pettigrew llev a cabo el complejo ritual junto a un asistente. Terminada la operacin de
vendado, sepultaron al noble ingls metindolo en un sarcfago exactamente igual al que utilizaban
los faraones.

En la Casa de la Muerte: cmo se hace una momia

Uno de los pasajes ms apasionantes de la popular novela del escritor finlands Mika Waltari
(1908-1979), Sinuh el egipcio (Sinuhe egyptilinen, 1945), es aquel en que el protagonista, Sinuh,
relata sus experiencias en La Casa de los Muertos, tambin conocida por Casa de la Purificacin; es
decir, el lugar donde se realizaban las momificaciones. En la novela, ambientada en la XVIII Dinasta
(1550-1295 a. C.), Sinuh, decidido a conservar dignamente los restos de sus padres para que
puedan llegar a la Otra Vida, se ofrece a trabajar en la Casa de la Muerte para pagar los gastos de la
momificacin, convirtindose en testigo privilegiado de la tcnica utilizada por los sacerdotes y
embalsamadores que se dedicaban a este negocio. Y decimos negocio porque, incluso en el antiguo
Egipto, exista un sistema tarifario perfectamente regulado en funcin de las posibilidades
econmicas de los parientes del finado o de su clase social. As pues, el historiador griego Herdoto
de Halicarnaso (484-425 a. C.) explica en Los nueve libros de la historia que existan tres tipos de
momificacin: el primero, muy caro, era el que utilizaban nobles, sacerdotes y altos funcionarios y
constaba de ocho pasos; el segundo, asequible monetariamente para artesanos, comerciantes y ciertos
oficiales del ejrcito, se consumaba en slo tres pasos y consista en la introduccin, va anal, de
una generosa cantidad de aceite de cedro, el cual, tras permanecer unos das en las entraas del
cadver, las disolva hasta licuarlas, dejando solamente la piel y los huesos; y, finalmente, el
procedimiento para la gente humilde, lgicamente el ms barato, se completaba con dos pasos
nicamente que, literalmente, suponan el adobo del cadver, que en lugar de ir a parar a un
sarcfago era envuelto en piel de buey. El historiador romano Diodoro de Sicilia (siglo I a. C.)
comenta en su Biblioteca Histrica que el primer proceso costaba un Talento de plata, mientras que
el segundo veinte Minas.
El proceso (autntico) de momificacin egipcia se llevaba a cabo dos o tres das despus de la
muerte. Se colocaba al difunto sobre una mesa de piedra o de madera, e incluso de alabastro, cuyas
patas y decoracin tomaban la forma de un len. Tambin se empleaban otras ms pequeas para
depositar las vsceras del muerto. Ya preparado el cuerpo sobre la mesa, se le extraa el cerebro por
la nariz utilizando un gancho de metal; luego, con un cuchillo ritual, se le abra el costado izquierdo y
se extirpaban hgado, pulmones, intestinos y estmago, los rganos que ms rpido se deterioran,
siendo embalsamados por separado y guardados en cuatro recipientes llamados Vasos Canopes (o
Canopos), cada uno de los cuales estaba dedicado a uno de los cuatro Hijos de Horus, que
originalmente representan a los puntos cardinales Hapi el Norte, Mesta el Sur, Tuamutef el Este y
Quebsenuf el Oeste; a continuacin, se cubra al interfecto con natrn, una sal que lo desecaba,
durante 35 40 das; totalmente deshidratado, el riesgo de descomposicin para el cadver
desapareca, y se rellenaba con limo, aserrn o especias; despus se cosa y, a veces, era cerrado con
lino, una placa de cera o, en el caso de los reyes, con una chapa de oro; ms tarde se lavaba con agua
del Nilo y se unga con blsamos aromticos Y ya se poda vestir al fallecido. Su atuendo consista
en 147 metros de vendas de lino previamente untadas con resina, a fin de mantener pegada la tela y
endurecerla. Mientras se realizaba este proceso, un sacerdote llevaba una mscara del dios Anubis,
al tiempo que recitaba las preceptivas frmulas mgicas. Los brazos de la momia podan dejarse
estirados, pegados a los laterales del cuerpo, o se cruzaban en el pecho en posicin osiraca. Entre
los vendajes se introducan amuletos y tiras de papiro con textos del Libro de los Muertos. Sobre el
pecho se colocaban a veces un escarabajo alado, las cruces de la vida egipcias, llamadas Ank, y
las imgenes de los cuatro hijos de Horus, los dioses protectores de los rganos internos. No
obstante, la parte ms importante del ritual de la momificacin quedaba para el final: la Apertura de
la Boca y Ojos, la cual se efectuaba sobre la momia misma o en una estatua del difunto. La
ceremonia se haca normalmente a la entrada de la tumba o en una habitacin contigua a la misma; la
principal condicin era que el lugar estuviese purificado. Se utilizaba lo que llamaban Azuela de
Upuaut construida, segn el significado del ritual, con el hierro de un meteorito cado del cielo,
con la cual al difunto le abran la boca y los ojos del alma, a los efectos de efectuar el viaje de
retorno a su Alta Fuente de Origen.
La ceremonia de la momificacin estaba repleta de significados msticos y mgicos. La
extraccin del cerebro, por ejemplo, simboliza el despertar del Alma; el lino, cuyas fibras han
servido para elaborar tejidos desde hace unos 10.000 aos, se usaba en el antiguo Egipto para
confeccionar la vestimenta de los grandes iniciados de las escuelas ocultas que custodiaban el
verdadero conocimiento religioso, como por ejemplo los Esenios La cantidad de metros de vendas
de lino era exactamente la altura de la pirmide de Keops, 147 metros, indicando que se trataba de un
viaje ascendente hacia el mundo estelar, segn la simbologa csmica de Helipolis, indicaba la Alta
Fuente de Origen del Alma. Y el Dios Anubis, el custodio de los muertos, determinaba si el alma
dormida en los restos momificados estaba en condiciones de despertar e iniciar el viaje de retorno a
su Alta Fuente de Origen, juzgando su virtud: en uno de los platillos de la balanza que posea, Anubis
colocaba una pluma y, en el otro, el corazn del muerto; si la pluma pesaba ms que ese corazn,
entonces era apto para pasar al Otro Lado.
Los principios hondamente religiosos de la momificacin en el Antiguo Egipto tienen que ver con
una frrea creencia en la inmortalidad, de cariz dualista (espiritualista), cuyos orgenes se remontan a
la Prehistoria. Con arreglo a las notas de Joan Prat Cars[4], el culto a la vida de ultratumba era, en
suma, una de las bases de la cultura faranica; un culto que distingua tres componentes en el hombre:
el cuerpo (Khet), el espritu o doble (Ka) y el alma personal (Ba), cuya suma formaba un ser humano
(Akh). Despus de la muerte, el doble, junto con el alma personal, abandonaban el cuerpo y viajaban
por el mundo de las sombras, aunque visitando peridicamente su envoltura corporal, que
permaneca en refugio seguro. La importancia de la momificacin, la inviolabilidad de la tumba, el
valor econmico, sentimental y prctico de los objetos all depositados, la comida, la compaa de
animales domsticos momificados, etc., aseguraban el bienestar del alma. De todo ello se desprende
que, para los egipcios, la vida en el Ms all no era muy distinta a la de la vida terrenal origen del
llamado dualismo csmico; lo nico que cambiaba era la posibilidad de vivir libres de las
penurias del mundo y en contacto directo con los dioses.

La maldicin de la momia:
realidad o ficcin?

El escritor francs Pierre Loti (1850-1923), nom dart de Louis Marie Julien Viaud[5], fue
invitado, en 1902, a la inauguracin de las nuevas salas que iban a albergar momias en el Museo De
Arte Faranico de El Cairo. Una vez all, Loti, al igual que otros invitados, fue testigo de un curioso
y estremecedor suceso: por efecto de la temperatura, los tendones del brazo izquierdo de la momia
de Ramss II se contrajeron de tal modo que su brazo pareci alzarse lentamente. El prodigio caus
espanto entre los guardianes del museo todos egipcios, quienes huyeron mientras murmuraban
algo acerca de una maldicin Esta ancdota tambin fue comentada por el literato valenciano
Vicente Blasco Ibez (1867 1928) en su libro La vuelta al mundo de un novelista (1925). El
autor describe cmo, en el momento de ser colocada en su vitrina del Museo de El Cairo, la momia
del faran rompi el cristal de un manotazo. Esta vez fueron los visitantes quienes, aterrados,
escaparon atropelladamente por las escaleras. Veinte personas resultaron heridas cinco de ellas
fallecieron posteriormente y el Museo permaneci cerrado durante dos aos a raz del incidente,
pues nadie quera trabajar all Para muchos especialistas, la ancdota revelada por Pierre Loti y la
de Vicente Blasco Ibez marca el inicio de lo que se ha dado en llamar la maldicin de la momia,
un conjunto de historias macabras, muertes violentas e inexplicables, de extraos acontecimientos en
suma, cuyo eje es la presencia de una momia o una tumba profanada.
Sin embargo, algunas maldiciones han sido verdicas. Por ejemplo, en el sarcfago del gran
sacerdote Khapah Amn cuya momia fue descubierta en 1879 por una expedicin francesa de la
que formaba parte un egiptlogo llamado Roger Garis, quien narr la historia, poda leerse la
siguiente inscripcin: La cobra que est sobre mi cabeza se vengar con llamas de fuego a quien
perturbe mi cuerpo. El intruso ser atacado por bestias salvajes, su cuerpo no tendr tumba y sus
huesos sern lavados por la lluvia. La momia de Khapah Amn fue adquirida por un tal Lord
Harrington, coleccionista de antigedades ingls, que muri al poco tiempo de manera muy violenta
durante un safari por el Sudn: fue aplastado por un elefante. Su cadver, abandonado temporalmente
en lugar del fatal accidente, no fue hallado jams por la expedicin que tena la misin de darle
sepultura: las fuertes lluvias haban borrado todo rastro de su paradero Aos ms tarde, en el
sepulcro de Ursu, el Jefe de los Pases Aurferos de Amn (XVIII Dinasta), se encontr una larga
amenaza dirigida contra todo aquel que mancillase su lugar de eterno reposo: El que profane mi
cadver en la necrpolis y rompa mi estatua en mi tumba ser odiado por Ra, no transmitir sus
propiedades a sus hijos, su corazn no estar satisfecho en vida, no recibir agua en la necrpolis
y su alma ser destruida para siempre. No se tiene constancia, por el contrario, de que ninguno de
sus descubridores sufriese dao alguno. En realidad, la creencia sobre la maldicin de la momia
no tiene base cientfica slida, plausible, ms all de las leyendas supersticiosas, muy extendidas
durante el siglo XIX e inicios del XX, sobre los hipotticos conocimientos mgicos de los Antiguos
Egipcios[6]. Si bien a la prensa sensacionalista de la poca no le falt material para alimentar el
mito.
As pues, el naufragio del trasatlntico ms famoso de la historia, el Titanic, el 14 de abril de
1912, se relacion con la presencia de una inquietante momia entre su pasaje. Concretamente, la de
Amen-ra, sacerdotisa del dios Atn famosa por sus habilidades adivinatorias, Amen-ra vivi
durante la poca de Akenatn-Amenofis IV (1372-1354 a. C.), de la XVIII Dinasta, faran que
impuso el culto monotesta al Sol (Atn), cuya tumba fue encontrada en Tell-el-Amarna y, desde
entonces, se ha asociado a extraos sucesos. Hacia 1888 1899 la fecha vara segn las fuentes
, unos ladrones de tumbas egipcios se la vendieron a unos adinerados turistas ingleses. El
propietario de la momia instal provisionalmente el sarcfago en su habitacin del hotel, pero varios
testigos le vieron abandonar precipitadamente su cuarto y huir hacia el desierto, de donde nunca
regres Aos ms tarde, tras llegar a Gran Bretaa dejando a su paso un rastro de dolor y muerte
uno de sus propietarios en tierras inglesas, un excntrico comerciante de la City, no tard en
donarla al Museo Britnico despus de que tres familiares suyos sufrieran un extrao accidente de
trfico, y de que su propia casa ardiera en inexplicables circunstancias; los vigilantes nocturnos del
museo oan agudos sollozos que provenan del interior del sarcfago, y uno de los miembros del
personal de limpieza, que pas de modo insolente el plumero por el rostro de la momia, fue
castigado con el repentino fallecimiento de su hijo pequeo, enfermo de sarampin[7], el
excntrico Lord Canterville aficionado al espiritismo y amigo de Helena Petrovna Blavatsky
(1831-1891), escritora, ocultista y una de las fundadoras de la Teosofa la adquiri a muy buen
precio.
Lord Canterville descubri, despus de examinarla minuciosamente, que bajo la cabeza de la
momia de Amen-ra haba sido introducido un amuleto con la Figura de Osiris y en el que se poda
leer la siguiente inscripcin: Despierta de tu postracin y la mirada de tus ojos triunfar sobre
todo cuanto se haga contra ti. Nervioso por el hallazgo, Lord Canterville la guard en el desvn de
su mansin a fin de recuperar la serenidad. Pero una tarde que invit a su hogar a Madame Blavatsky
que ignoraba la presencia de la momia en el lugar, la visitante se sinti sbitamente invadida
por el miedo, que atribuy sin dudarlo a una presencia diablica. Cuando el angustiado Lord
Canterville le mostr el sarcfago, Madame Blavatsky le advirti que se deshiciera cuanto antes de
aquella pavorosa fuente de maldad si quera seguir vivo. Traspasada, una vez ms, a un
arquelogo norteamericano, que pag una cantidad exorbitante de dinero por ella Lord Canterville
era un buen negociante, ambos partieron de Southampton, a bordo del Titanic, con destino a Nueva
York. El dueo de la momia, temeroso de que pudiera sufrir algn desperfecto en la bodega, logr
depositar la gran caja de madera que contena los restos de Amen-ra en el puente de mando, muy
cerca del capitn Edward J. Smith, mximo responsable del lujoso barco por su experiencia. En
cambio, durante la catstrofe, se comport de modo raro y desacertado: el absurdo trazado del
rumbo, la excesiva velocidad del navo, su autoritaria negativa ante la peticin de botes salvavidas
por parte del pasaje, el retraso con que dio a conocer su plan de salvamento Fue el capitn Smith
vctima de la influencia malfica de Amen-ra? Lo nico cierto que sabemos es que, definitivamente,
el espritu de la sacerdotisa del dios Atn descansa en las profundidades del Ocano Atlntico[8].
Otro asunto misterioso relacionado con el Antiguo Egipto es la arqueologa psquica,
especialidad iniciada por Dorothy Louis Eady (1904-1981), una de las figuras ms controvertidas
que ha dado la egiptologa moderna. Magnfica dibujante y asistente de arquelogos tan importantes
como Selim Hassan o Ahmed Fakhry, la cientfica crea ser la reencarnacin de una sacerdotisa del
templo de Abydos, al sur del pas, dedicado a la diosa Isis. Segn su propio relato, Eady que en
aquel tiempo se llamaba Bentreshyt tuvo una liason clandestina con el faran Seti I gobernante
de la XIX Dinasta, que rein entre 1294 y 1279 a. C. y se qued embarazada. Como las
sacerdotisas de Isis no podan mantener relaciones sexuales, ni siquiera con el mismsimo faran,
antes de poner en un serio apuro a su amado, Bentreshyt se suicid. Desde entonces, Seti la haba
estado buscando en el Ms All, encontrndola al final reencarnada en una muchacha inglesa del
siglo XX. A partir de ese momento, el faran se le apareci en numerosas ocasiones y, asegura
Dorothy Louise Eady, llegaron a tener contactos ntimos y largas charlas sobre el pasado y el
presente.
Gracias a tan peculiar circunstancia vital, Eady intervino en los trabajos de restauracin de
Abydos llevados a cabo en 1956 bajo la supervisin de Edouard B. Ghazouli. La egiptloga
conocida entre los nativos como Omm Seti (La madre de Seti), pues as se llamaba, efectivamente, su
nico hijo, que conoca el terreno a la perfeccin como si hubiese vivido all, ayud
decisivamente a que se descubrieran los jardines situados al sudoeste del Templo. Desde que llegu
aqu escribi, insist en la existencia de ese jardn, que por fin fue descubierto en el lugar
exacto donde yo dije. Haba races de rboles, races de viedo, pequeos canales para el riego y
un pozo, que an tena agua. Hoy Omm Seti figura en todos los libros de egiptologa que hablan de
Abydos, aunque nunca se ha descubierto la cmara subterrnea dentro de la cual se encuentran los
tesoros del Templo, adems de papiros que contienen el diario personal del faran Seti I, escritos de
su puo y letra. El parapsiclogo Stephan A. Schwartz, quien ha estudiado el caso de Dorothy Louis
Eady a fondo, concluye: Lo que parece suceder es que, en algn rincn de la conciencia humana,
existe la habilidad de moverse por el tiempo y el espacio () Quiz Omm Seti aplic facultades de
visin remota cuando descubri el jardn del Templo de Seti en Abydos[9].
Pero la historia que realmente activ en la cultura popular la certeza sobre la maldicin de la
momia, fue el descubrimiento, el 26 de noviembre de 1922, de la tumba del faran Tutankamon
perteneciente a la XVIII dinasta y que falleci a la temprana edad de 18 aos en oscuras
circunstancias: algunos especialistas aseguran que fue herido mortalmente en el transcurso de una
cacera; otros, que fue asesinado por los sacerdotes, pues Tutankamon tena la intencin de
consolidar el culto monotesta a Atn, iniciado por su padre Akenaton-Amenofis IV[10], tumba
situada en el Valle de los Reyes de Luxor y catalogada como la nmero 62. El hallazgo fue realizado
por el egiptlogo Sir Howard Carter (1873-1939), junto a George Herbert, quinto conde de
Carnarvon (1866-1923), su colaborador y mecenas, tras seis intentos frustrados de localizarla desde
1917. Lo extraordinario de su descubrimiento no se debe a la importancia histrica del difunto
muy escasa, ya que apenas rein diez aos, del 1333 al 1323 a. C., sino porque el sepulcro
permaneca relativamente intacto a pesar de sufrir dos intentos de saqueo poco despus de ser
sellado.
A tenor de las informaciones recogidas en la prensa britnica, que pronto se interes por el
asunto de la maldicin, entre 1922 y 1935 murieron de manera cuanto menos chocante 21 personas
vinculadas al descubrimiento de la momia. La primera fue Lord Carnarvon, quien despus de la
apertura oficial de la cmara sepulcral de Tutankamon, se traslad a Asun para pasar unos das de
descanso. Vctima de la picadura de un insecto agravada quizs por el paso de su navaja de afeitar
por la zona afectada, el aristcrata padeci una infeccin generalizada producida por la erisipela.
Su frgil salud y las psimas condiciones de higiene del lugar provocaron su rpida muerte. Al ao
siguiente, en 1924, la viuda de Lord Carnarvon, Lady Almina, pereci en idnticas circunstancias:
una infeccin repentina originada por la picadura de un insecto. Igualmente, el capitn Richard
Bethell, tercer barn de Westbury y secretario privado de Howard Carter, muri en 1929 en el Bath
Club de Londres: una noche, con aire sombro, se sent en la sala de lectura para hojear un
peridico. Media hora ms tarde lo encontraron sin vida, y los mdicos que lo atendieron no
pudieron explicar la causa del fallecimiento. Tambin el padre de Bethell, Lord Westbury, poseedor
de una pequea coleccin de antigedades egipcias, acab con su vida a los 78 aos lanzndose
desde un sptimo piso en Londres. El suicida dej una curiosa nota que Scotland Yard jams pudo
descifrar: No puedo soportar ms tantos horrores Un da ms tarde, el carruaje fnebre de Lord
Westbury arroll a un nio londinense de ocho aos: era el sobrino de Alexander Scott, un
funcionario del Museo Britnico que trabaj en el reconocimiento de la momia del faran. Y en 1956
la viuda de Richard Bethell se quit la vida sin que nadie pudiera intuir los motivos.
Al otro lado del Atlntico, en Estados Unidos, por esa misma poca, Evelyn Greely, profesora de
Historia de la Universidad de Chicago, se ahogaba en las fras aguas del lago Michigan. Nunca se
supo si haba sido un suicidio o un accidente: acababa de regresar de un viaje de estudios a Egipto,
durante el cual haba visitado el sepulcro de Tutankamon. George Jay Gould (1864-1923), magnate
de los ferrocarriles norteamericanos era propietario de Denver and Rio Grande Western Railroad
y de la Western Pacific Railroad y personaje muy prximo a Lord Carnarvon, visit la tumba con
Carter. Al amanecer del da siguiente tuvo un acceso de fiebre con sntomas similares a los de su
amigo y, una semana despus, muri en la Costa Azul francesa de peste bubnica. Y en Egipto, en
1939, la emisora de radio estatal de El Cairo quiso celebrar el Ao Nuevo musulmn con las
trompetas encontradas en la tumba de Tutankamon. El camin que las transportaba se precipit por un
barranco y su chfer muri. Una vez en la emisora, el msico que se dispona a tocar la trompeta real
ante los micrfonos falleci repentinamente de un ataque al corazn. Y dcadas despus, en 1972, el
doctor Gamel Mehrez, director del Departamento de Antigedades del Museo de El Cairo, quien
intervino para el envo por mar de los restos de Tutankamon a Londres para formar parte de una
exposicin, muri vctima de una hemorragia cerebral. Curiosamente, su antecesor en el cargo, que
firm en 1967 un acuerdo para exhibirlos en Pars, sufri otra hemorragia, que le provoc igualmente
la muerte.
El mdico Mark Nelson, investigador de la Monash University, en Prahan (Australia), analiz los
datos de los veinticuatro occidentales que presenciaron la apertura de la cmara mortuoria en 1922, y
los compar con otros once que en ese mismo instante estaban excavando en otros lugares de Egipto.
Estos ltimos vivieron un promedio de 75 aos. Su estudio, publicado en 2002 en el British Medical
Journal, conclua que el caso Tutankamon es, simplemente, un mito. La leyenda establece que los
nicos expuestos a la maldicin de la momia fueron aquellos que tuvieron contacto con ella el primer
da. Pero, segn Nelson, en los siguientes doce aos al descubrimiento, slo haban muerto seis de
los principales testigos del descubrimiento, entre los que haba familiares y amigos de Lord
Carnarvon, los equipos de excavacin del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, periodistas,
miembros de la realeza belga, militares britnicos y expertos contratados por el gobierno egipcio, lo
que suman ms de una treintena de personas. Segn Nelson, la teora de la maldicin fue
alimentada por la prensa londinense de la poca, desairada ante las exclusivas que Lord Carnarvon
concedi a The Times. Los diarios de la capital britnica se divirtieron de lo lindo con la hiptesis
de la venganza de la momia, pues hasta las mascotas del noble fueron objeto de sus fbulas: segn
los medios, sus tres perros aullaron en el momento en que falleci Carnarvon, para morir los tres a
los pocos minutos. Incluso el canario de Carnarvon, dijo la prensa, cay por efectos de la
maldicin: sirvi de almuerzo a una cobra el da en que fue abierto el sepulcro. La argumentacin
del Dr. Mark Nelson parece confirmarse en el hecho de que Sir Howard Carter, uno de los
principales artfices del descubrimiento y quien estuvo ms tiempo en contacto con la momia,
muri tranquilamente en Londres, a los 65 aos de edad, por causas completamente naturales. Pero lo
que Nelson no aclara es la inexplicable cadena de muertes y accidentes relacionados con la momia
de Tutankamon a lo largo de medio siglo.
Nos encontramos ante un misterio inexplicable que podemos llamar ocultismo, maldicin
faranica, brujera o magia. Lo cierto es que en el interior de la pirmide existe una fuerza que
contradice todas las leyes cientficas, declar al New York Times el Dr. Auer Gohed, autor de varios
experimentos en 1969 en la cmara de la Gran Pirmide de Keops, junto al profesor Luis lvarez de
la UCLA (California). Su teora se basa en el hecho de que la permanencia por largo tiempo en
tumbas faranicas, como le sucedi al Dr. Paul Brunton (1898-1981) filsofo y ocultista, autor del
libro A Search in Secret Egypt (1936), encerrado toda una noche en la cmara real de la pirmide,
era causa de alteraciones mentales. Brunton padeci alucinaciones, crisis nerviosas, agarrotamiento
muscular, y al da siguiente se sumi en un estado de profunda apata. Ello alent una teora
extravagante. Varios cientficos del Oak Ridge National Laboratory (ORNL), en Estados Unidos,
pensaron en la posibilidad de que los Antiguos Egipcios conociesen algunos materiales radiactivos,
cuyo efecto pudiera persistir al cabo de 3.000 aos. Sin embargo, ningn detector de radiaciones ha
permitido demostrar la presencia de radiaciones. Sorprendentemente, en 1949, el fsico espaol Luis
Bulgarini se mostraba convencido de que los egipcios conocan el uranio. Bulgarini argument que,
muy probablemente, se sirvieran de pequeas cantidades de ese elemento para proteger sus
santuarios, situndolo en lugares muy estratgicos. Incluso podran haber cubierto con uranio el
suelo de sus tumbas o haberlas construido con mineral radiactivo explicaba. An hoy las
radiaciones podran matar a una persona o por Lo menos daar su salud.

Reflexiones sobre el mito


El inters de la literatura fantstica occidental por la figura de la momia egipcia es la respuesta a
dos grandes temas u obsesiones que alimentan nuestro imaginario siniestro: la ancestral creencia en
los aparecidos, cuyas races se hunden en el miedo a los difuntos, en la estupefaccin que provoca
toda muerte anormal o violenta; y el pavor hacia lo Otro, sintetizado aqu en el contacto con una
cultura ya desaparecida es decir, muerta, oriental y pagana. La momia, lejos de ser un fantasma
un ente intangible, una mera ilusin y, por tanto, inofensiva pese a lo macabro de su apariencia,
es un cadver que regresa fsicamente del ms all para atormentar a los vivos. No es ninguna
ilusin; es real, tangible, y eso la hace peligrosa. Es, en sntesis, un aparecido que viene a ajustarnos
las cuentas, dispuesto a hacernos dao, a acabar con nosotros de forma brutal. Pero, adems, su
contacto con una religin no-cristiana, politesta, plagada de dioses zoomorfos cf. Sebek, el dios-
cocodrilo (quien gobernaba sobre las aguas de los pantanos y del Nilo), Anubis, el dios-chacal (dios
de los muertos y supervisor del embalsamamiento), Horus, el dios-halcn (protector de la monarqua
egipcia), Thot, el dios-ibis (seor de la escritura, de las bibliotecas, de la lengua y las ciencias)
, catalogados por el cristianismo como demonios, sumado a las complejas creencias mgicas de
los egipcios ya sea en sus vertientes Blanca o Negra y la profusin de amuletos y talismanes,
subrayan hasta el paroxismo la malignidad atribuida a las momias.
Las momias, a los ojos de los lectores occidentales, de los fabricantes de ficcin terrorfica, son
personajes molestos. Convenientemente adaptadas a la mitologa tenebrosa europea, y parafraseando
a Claude Lacouteux, la momia, como cualquier otro tipo de aparecido, escapa a toda lgica,
transgrede las leyes naturales, pues no alcanza el otro mundo, no se descompone ya que ha sido
cuidadosamente preservada mediante misteriosos ritos de embalsamamiento, tras los cuales existe
algn funesto propsito, una voluntad malvola inalterable al paso del tiempo, interfiriendo en la
vida de los hombres. Pone en tela de juicio la divisin entre el mundo de los muertos y el universo de
los vivos, abriendo una tercera va unida a los horrores de ultratumba. Perturba una sociedad
cristianizada que ha instaurado un sistema punitivo y redentor alrededor del Infierno, Purgatorio y
Paraso. Los aparecidos, las momias, no pasan al Ms All, por lo que surge una cuestin: cmo hay
que entender el trnsito de la muerte?[11] Un enigma que, en el caso del mito de la momia, se
encuentra condicionado por una serie de constantes muy especficas, establecidas tanto a partir de la
prctica literaria como de la cinematogrfica. A saber: la muerte prematura, y normalmente violenta,
del difunto (momia); el estado de culpa o pecado en el que se halla aqul en el momento del
fallecimiento; la profanacin de su tumba, siglos despus, por extraos que importunan el ya de por
s frgil descanso del finado en las condiciones de anormalidad espiritual ya sealadas; el retorno a
la vida de la momia, arrancada de su fantasmagrico letargo, para vengarse de aquellos sacrlegos
que han roto su sosiego[12].
Por otra parte, la irrupcin de la momia en la literatura fantstica occidental, cuya eclosin tuvo
lugar durante la primera mitad del siglo XIX, plantea en el mbito ideolgico y psicolgico un
importante conflicto cultural. Su figura, de manera muy primaria, aglutina varios de los smbolos y
metforas que ponen en cuestin los valores racionalistas y polticos que instigaban la incipiente
revolucin industrial y cientfica que, por entonces, se gestaba en Europa y Estados Unidos;
valores que, an hoy, imperan en nuestra civilizacin. La ms despiadada mercantilizacin /
espectacularizacin del conocimiento, el desprecio por aquellas doctrinas religiosas, msticas o
mgicas ajenas a nuestro entorno, la trivializacin del pasado y del papel que ste ha jugado en
nuestra configuracin intelectual y social, los estragos del colonialismo y el racismo De alguna
forma, tales asuntos abordados desde una perspectiva muy sarcstica por Edgar Allan Poe (1809-
1849) en su relato Conversacin con una momia (Some Words with a Mummy, 1845), donde una
momia revivida mediante la aplicacin de electricidad, entabla una surrealista conversacin con los
impertinentes sabios que han perturbado su descanso eterno. Julio Cortzar, prologuista y traductor
de los cuentos de Poe al castellano, escribi: La nostalgia de una inmortalidad en la tierra, de la
posibilidad de prolongar indefinidamente la vida, tie el trasfondo de esta stira contra el
arrogante cientificismo de la poca. Poe aprovecha para arremeter contra la democracia
demaggica, los dolos tcnicos u otros males de su tiempo[13].
No obstante, uno de los elementos temticos ms conspicuos en la narrativa y el cine sobre
momias resucitadas es el de la necrofilia, el deseo carnal de los vivos por los muertos. Dejando a un
lado los elementos histricos que ataen a la prctica de semejante desviacin sexual en el Antiguo
Egipto[14], ser el escritor romntico francs Thophile Gautier (1811-1872) quien incorpore la
necrofilia a la estructura del mito en La leyenda de la momia (Le Romn de la momie, 1858), obra
de singular importancia[15]. La agona romntica del hroe, Lord Evendale joven y rico aristcrata
ingls, mecenas de una expedicin arqueolgica que localiza los restos, inmunes al paso del tiempo,
de la hermosa Tahoser, hija del sumo sacerdote Petamunoph, se manifiesta en la platnica pasin
del muchacho por la fallecida, conmovido por su triste historia, relatada en unos jeroglficos que
descifra su camarada, el profesor Ramphius. Gautier finaliza la novela con este bello pasaje: En
cuanto a Lord Evendale, nunca ha querido casarse, a pesar de ser el ltimo de su estirpe. Las
jvenes no se explican su frialdad con el bello sexo, pero, ciertamente, cmo podran imaginar
que el Lord est retrospectivamente enamorado de Tahoser, hija del gran sacerdote Petamunoph,
muerta hace tres mil quinientos aos? No obstante hay genialidades britnicas menos justificadas
que sta[16].
De alguna manera, de acuerdo con la reflexin de Francisco Montaner, se estableca que el mito
de la momia era un gran romance de amor[17], cosa que Bram Stoker (1847-1912) puso abiertamente
en cuestin con La joya de las siete estrellas (The Jewel of Seven Stars, 1903), obra de marcado
acento gtico. En ella, el ilustre autor de Drcula (Dracula, 1897) impone su estilo spero pero
terriblemente evocativo, su entusiasmo por los detalles angustiosos, amenazadores cf. el
inconfundible olor de las tumbas egipcias se apodera de la mansin del protagonista, Abel Trelawny,
fervoroso coleccionista de objetos del antiguo Egipto; un gato vivo empieza a bufar y a maullar, con
el pelo erizado, a la momia de otro gato; las pinceladas siniestras, como la impresionante tormenta
de arena que rodea la apertura de la tumba de la reina Tera, detalles encargados de sugerir la
trasmigracin de las almas el espritu de Tera tomar posesin de la hija de Trelawny, cuya
transformacin captar la atencin (sexual) del abogado Malcom Ross y la persistencia del Mal a
travs de los tiempos. En cualquier caso, el romanticismo tardo de Stoker est teido de un erotismo
fetichista, aterrador Las aletas de la nariz parecan estar en reposo, y los labios rojos y llenos,
aunque la boca no estaba abierta, permitan divisar una fila de dientes nacarados. Su cabello,
abundante y negro, brillante como ala de cuervo, sombreaba la blanca frente () Aquella mujer,
porque no poda pensar en ella como una momia o como un cadver, describe enfebrecido
Malcom cuando desvendan a la reina Tera[18], fetichismo que acerca la novela de Stoker al
concepto de belleza medusea, de La fascinacin de la corrupcin, expuesto por el poeta Percy B.
Shelley, a la tentadora presencia de la vampira Brunhilda imaginada por Ernst Raupach, al mrbido
pensamiento de Chateubriand Mlons des volupts al mort (Mezclemos la voluptuosidad con la
muerte) y a la arrebatadora pasin por la femme fatale de ultratumba, las hermosas difuntas
especialmente cortesanas, reinas lujuriosas y perversas, famosas pecadoras de los escritores
gticos ingleses y los decadentistas franceses. As, el gran romance de amor que algunos creen ver
en el mito de la momia, es vlido, en atinada opinin de Joan Prat Cars, en el sentido de considerar
que Eros y Thanatos (deseo y muerte) son en nuestra sociedad trminos homnimos. El amor en el
contexto del mito de la momia, es algo ms que el afn de dominio, posesin, sumisin,
sojuzgamiento y destruccin del ser amado?[19]

La maldicin de la momia en la literatura

Como la mayor parte de las criaturas terrorficas que han jugado un destacado papel en la
articulacin de una cultura popular oscura fantasmas y aparecidos, el vampirismo, el licntropo, el
tema del Doble, la vida artificial, el Mad Doctor, la momia adquiere forma literaria en la
Inglaterra del siglo XIX, cuando la novela gtica empieza a destacarse como mucho ms que un simple
artculo de moda. Por ende, una de las primeras narraciones conocidas sobre momias es The
Mummy. A Tale of Twenty-Second Century [La momia. Una historia del siglo XXII, 1827], de Jane
Webb (1807-1858), novela de ciencia ficcin que gira en torno a las aventuras de la momia revivida
de Keops en el ao 2126, una era plagada de robots, aparatos elctricos, mquinas voladoras y
televisin! El protagonista, el faran Keops, alejado emocional e intelectualmente de todo cuanto le
rodea, se estremece ante ese mundo deshumanizado, pasto de la idolatra cientfica. El viejo
monarca, atormentado por este pandemnium tecnolgico, huye felizmente de Inglaterra tras
amenazar de muerte al joven estudioso que lo ha devuelto a la vida, y acaba recluyndose en el
interior de su pirmide. Jane Webb no tena vocacin de escritora, pero su padre la anim a escribir
un best seller con apenas diecinueve aos, a la manera de Ann Radcliffe y, dando rienda suelta a su
imaginacin adolescente, urdi la ms genuina intuicin de la ciencia ficcin moderna jams
concebida en el siglo XIX. Curiosamente The Mummy. A Tale of Twenty-Second Century, al igual que
Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, fue publicado en tres volmenes por una pequea
editorial londinense[20].
Sorprendentemente, sera cuarenta y dos aos ms tarde cuando empez a perfilarse la idea
literaria de la momia vengativa producto de una milenaria maldicin, con el relato Lost in a
Pyramid, or The Mummys Curse [Perdido en una pirmide, o la Maldicin de la Momia], de la
escritora estadounidense Louisa May Alcott (1832-1888) autora de la celebrrima Mujercitas
(Little Women, 1868-1869), publicado bajo el pseudnimo de A. M. Barnard en el nmero de
enero de la revista The New World, en 1869[21]. Al igual que suceda en un curioso libro infantil
editado en 1828 una obra annima titulada The Fruits of Enterprize, en la que las momias
servan de improvisadas antorchas a intrpidos exploradores en el interior de una pirmide egipcia
, en el texto de Alcott un explorador/egiptlogo utiliza las extremidades de una momia como
antorcha () para internarse en una pirmide, de la cual sustrae una caja dorada que contiene unas
semillas extraas. La prometida del explorador las cultiva, con lo que da origen a unas grotescas
plantas de raro perfume: cuando lo inhala, la joven cae en coma y se convierte en una momia
Desde ese instante, sera una tarea titnica enumerar la cantidad de cuentos y novelas de horror,
ciencia ficcin, e incluso, de humor cf. la annima Letter from a Revived Mummy (1832),
publicados en torno al personaje de la momia. Sin ningn nimo de exhaustividad, conviene citar:
The Image in the Sand (1905), de E. F. Benson (1867-1940); Green Mummy (1908), de Fergus
Hume (1859-1932); The Wave: An Egyptian Aftermath (1916), de Algernon Blackwood (1869
1951); Encerrado con los faraones (Imprisoned with the Pharaohs, 1924), de Harry Houdini
(1874-1926) y H. P. Lovecraft (1890-1937), The Dog-Eared God (1926) y Un visitante de
Egipto (A visitar from Egypt, 1930), de Frank Belknap Long (1903-1994); The Nameless Mummy
(1932), de Arlton Eadie (1886-1935); The Mummy Worshippers (1934) de Elliot ODonnell
(1872-1965) o Kora and Ka (1934), de Hilda Doolittle (1886-1961). En esta relacin tampoco
debemos olvidar las aplaudidas novelas pulp de Violet Van der Elst, como The Mummy Come To
Life (1940), o las de Luigi Belli, en espacial el dptico The Mummy Walks y The Curse of the
Mummy (ambas de 1950), pasando por relatos como The Other Room (1980), de Charles L. Grant
(n. 1942) o La momia o Ramss el maldito (The Mummy, or Ramses the Damned, 1991), de Anne
Rice (n. 1941), hasta llegar a Nevermore (1994), de William Hjortsberg (n. 1941).
La heterogeneidad de las propuestas argumntales, sus giros y variaciones dramticas, su
generoso surtido de artificios, de trucos y formas, seran materia para un extenso libro monogrfico.
Sin embargo, la momia carece hasta el momento de aquella novela monumental, extraordinaria, capaz
de agotar y, al mismo tiempo, reformular el mito de un plumazo, como sucedi en el caso del
vampirismo el Drcula de Stoker y de la vida artificial el Frankenstein (Frankenstein or
The Modern Prometheus, 1831), de Mary W. Shelley (1797-1851). Por esta causa, es posible que
su popularidad haya sido menor, pero tambin ha sido decisiva a la hora de dotar de una mayor
libertad creativa a los escritores que, a travs del mito de la momia, se han acercado a la literatura
fantstica. Una libertad creativa que, libre del influjo casi infranqueable de un texto de referencia,
fortalece la leyenda de la maldicin de la momia. No es casual, pues, que fuera una novelista
victoriana especializada en ficcin fantstica, Marie Corelli[22], quien, una vez enterada del hallazgo
de la tumba de Tutankamon, mandara una dramtica carta al New York Times en la cual aseguraba
que, en uno de sus viejos libros de magia, se poda leer la siguiente frase: La muerte llega con alas
a quien penetra en la tumba del faran.

Monster Show:
La influencia cinematogrfica

Resulta extremadamente llamativa la tortuosa relacin entre el cine de terror sobre momias
revividas y maldiciones faranicas y la narrativa fantstica centrada en el mismo tema. Por un lado,
no es temerario aseverar que el llamado Sptimo Arte ha contribuido contundentemente a la
popularizacin del personaje, transformndolo en uno de los ncubos ms recurrentes de la cultura
popular moderna, junto al conde Drcula, el monstruo de Frankenstein y el Hombre-Lobo.
Popularidad que ha permitido la recuperacin, a travs de distintas colecciones de relatos[23], de
numerosos prosistas poco conocidos, como Guy Boothby, el do E. & H. Heron, Victor Rousseau o
Donald A. Wollheim cuyas historias poseen un claro inters artstico, por no hablar de oscuros
escritores de literatura pulp, como Paul Ernst (1866-1933). Asimismo, tambin ha facilitado el
redescubrimiento de la excelente labor de autores consagrados, como Sir Arthur Conan Doyle o Sax
Rohmer, y las singulares incursiones en lo numinoso de personalidades de la talla de Tennessee
Williams (1911-1983) cf. La venganza de Nitocris (The Vengeance of Nitocris, 1928). En lo
referente a la vigencia del mito actualmente, desde una perspectiva literaria y en el mbito
anglosajn, es palpable a travs de la publicacin incesante de novelas y cuentos como Mummy
(2000), de Caroline B. Cooney, Haunted Shadows (2000), de Keith Taylor, Hatshepsuts
Revenge (2001), de Peter Schweighofer, o Mask of the Sphinx (2004), de James Axler.
Pero la literatura ha pagado un alto precio a cambio de tan beneficiosa influencia
cinematogrfica. Evitando algunas discutibles novelizaciones de ttulos muy populares, como The
Mummys Ghost (Reginald Le Borg, 1944) o La momia (The Mummy, Stephen Sommers, 1999), el
cine ha construido una imagen muy esclerotizada de las maldiciones egipcias y del retorno a la vida
de las momias. La vacilante efigie del monstruo, envuelto de pies a cabeza por roosas vendas,
dotado de una fuerza sobrenatural que destruye todo cuanto se interpone en su camino, ha
contaminado a la literatura en todas sus formas, como en el caso del novelista juvenil Raymond
Sibley en The Mummy (1985) o de su colega R. L. Stine en The Curse of the Mummys Tomb (1992),
convirtiendo a la momia en una especie de coco nada inquietante. Elemento que ha ayudado al
menoscabo del personaje en pelculas de la catadura de El despenar de la momia (Dawn of the
Mummy, Fran Agrama, 1981) subproducto italo-egipcio-estadounidense que aproxima el mito al
cine de zombies ms truculento. La sombra del faran (Tale of the Mummy, Russell Mulcahy,
1998) a pesar de la excelente idea visual de las vendas que cobran vida, reptando por paredes y
techos como un fantasmal molusco, a la caza de sus vctimas y Ancient Evil: Scream of the
Mummy (David DeCoteau, 2000) un bodrio sobre jovencitos, universidades y arqueologa. Y es
que, sin duda, existe una ntima relacin entre la literatura fantstica contempornea, mediocre en
lneas generales, y la escasa entidad de su homlogo flmico: su pblico ms fiel suele ser el mismo.
Pelculas como el dptico dirigido por Stephen Sommers, La momia y El regreso de la momia (The
Mummy Returns, 2001), en su avidez de abrir caminos nuevos para desmarcarse de productos como
los anteriormente citados, mezclan gneros y multiplican los elementos espectaculares, desvirtuando
por completo la esencia del mito.
nicamente existen dos grandes series de momias flmicas, las cuales consiguen estrechar lazos
con la literatura sin originar grandes lesiones. La primera fue inaugurada por La momia, del cineasta
alemn Karl Freund (1890-1969), el nico monster film de la poca dorada de la Universal
acotada generalmente entre 1931 y 1945 que no se basa en una gran novela gtica, sino que se
inspira claramente en el descubrimiento, en 1922, de la tumba del faran Tutankamon. Por eso, el
primer guin se titulaba Cagliostro, como el personaje histrico de Alessandro Giuseppe Balsamo,
conde de Cagliostro (1743-1795), francmasn que aseguraba haber prolongado su vida durante siglos
gracias a secretos rituales mgicos. Pero, instigado por los altos ejecutivos de Universal Pictures, el
escritor y dramaturgo John L. Balderstone orient la historia hacia el descubrimiento arqueolgico de
una momia egipcia que retorna a la vida, titulndolo Im-Ho-Tep. Slo un par de semanas antes de
su estreno en USA se opt por el ttulo que hoy todos conocemos. Tras este brillante debut La
momia es una magnfica combinacin de romanticismo negro y ambientes opresivos, perfectamente
orquestados en torno a la inolvidable interpretacin de Boris Karloff, la serie de Universal
Pictures perdi calidad con presteza. La momia se torn en la protagonista de un pedestre folclore no
exento de un cierto encanto, pero sin complejidad plstica y psicolgica alguna: era una vulgar
mquina de sustos para sesiones matinales. Eso es lo que ofrecan The Mummys Hand (Christy
Cabanne, 1940), The Mummys Tomb (Harold Young, 1942), The Mummys Ghost y The Mummys
Curse (Leslie Goodwins, 1944), las cintas que componan la serie, incapaces de eclipsar el brillo
artstico del original.
Transcurrida algo ms de una dcada, el mito de la momia vuelve al cine de la mano del
realizador britnico Terence Fisher (1904-1980) y de la productora Hammer Films en 1959 con La
momia (The Mummy). Por favor, yo jams he rodado pelculas de horror. Son cuentos de hadas
para adultos, declar en cierta ocasin Fisher[24], una irnica reflexin acorde con su personalidad
de caballero rural eduardiano en feliz definicin del crtico ingls David Pifie[25], que subraya
la concepcin eminentemente mitolgica de su cine, adornado por un sepulcral onirismo. En
consecuencia, La momia ahonda en la idea del amor idealizado y maldito, capaz de desarmar las
barreras que impone el lgico paso del tiempo, e incluso, de doblegar a la misma muerte. El
compulsivo deseo de un hombre vivo por una mujer muerta, se invierte aqu con retorcido ademn:
flirteando con la legendaria creencia, bastante extendida, de la vida sexual de los muertos, el
revivido Kharis (Christopher Lee) ama a la reencarnacin de su adorada princesa Ananka, Isobel
Banning (Ivonne Furneaux), con delicado y a la vez violento mpetu. Pero deber hacerlo de manera
platnica, sin posibilidad fsica de consumacin, debido a su condicin de cadver embalsamado.
Ello no impide que el relato destile un venenoso erotismo, palpable en la fetichista fijacin de Kharis
por los cabellos sueltos de Isobel, en la descomunal fuerza de la momia, que da una imagen de
potencia sexual sin parangn con ningn hombre vivo, incluido el propio esposo de la mujer, el
arquelogo John Banning (Peter Cushing), cuya cojera, su obsesiva dedicacin a la arqueologa, o el
casto beso en la mejilla que le da a su esposa, insinan una mediocre vida conyugal.
Los dioses condenaron a Kharis a ser un monstruo, un muerto andante entre los vivos, que
deambula sin dicha ni esperanza por un universo de seres materialistas, dementes y perversos. Nadie
siente misericordia por l, ni siquiera Isobel/Ananka. Y, por supuesto, nadie entiende su anhelo
amoroso, capaz de sacarlo de la tumba. Ms humano que los humanos por sus sentimientos, la
monstruosidad fsica de Kharis desvela la monstruosidad moral de sus perseguidores y verdugos. En
definitiva, no hay grandes diferencias entre los sacerdotes egipcios que, tres mil aos antes,
enterraron vivo a Kharis por amar tiernamente a una princesa, y los burgueses Victorianos que
destrozan su enmohecido cuerpo a balazos por amenazar la frgil estabilidad de la razn: con
malsana ira inquisitorial, todos abominan de su sincera y desesperada pasin.
Lgicamente, el xito de taquilla del film que fue objeto de dos reposiciones en Gran Bretaa,
en 1964 y 1968 hizo que Hammer Films produjese secuelas como The Curse of the Mummys
Tomb (Michael Carreras, 1964), The Mummys Shroud (John Gilling, 1967) o Sangre en la tumba de
la momia (Blood from the Mummys Tomb, Seth Holt & Michael Carreras, 1971) basada en la
novela de Bram Stoker La joya de las siete estrellas. Desde una perspectiva cualitativa, aventajan
claramente a todas las continuaciones que Universal Pictures hizo de La momia; y entre todas ellas,
la mejor fue The Mummys Shroud, que vuelve a evocar el descubrimiento de la sepultura de
Tutankamon, pero desde una ptica nada romntica. En la pelcula, el sabio Sir Basil Walden (Andre
Morell) y su patrn, un autoritario hombre de negocios llamado Stanley Preston (John Phillips),
descubren la enigmtica tumba del faran adolescente Kah-To-Bey, custodiada por la momia de un
devoto servidor que, resucitado, emprender una sangrienta venganza contra aquellos que han
infamado los restos de su amo. Llama poderosamente la atencin el cnico retrato psicolgico que el
realizador, John Gilling, efecta de los alter ego de Carter y Carnarvon: Walden es un idealista
obsesionado con su trabajo, que ignora conscientemente, en beneficio propio, las ruindades de
Preston, preocupado nicamente por amortizar su inversin mediante la feroz explotacin comercial
de la momia. Las brutales manos de la momia, pues, castigan por igual el torcido sentimentalismo del
arquelogo que la avaricia del financiero, ya que ambos saquean y afrentan, con innegable arrogancia
colonial, el legado cultural y espiritual del antiguo Egipto. No en vano, la momia es controlada por
Hasmid (Roger Delgado), un rabe contrario al expolio extranjero. Un expolio que, huelga decirlo,
es el origen de toda una leyenda.
LA MALDICIN DE LA MOMIA
Relatos de horror sobre el antiguo Egipto
El breve texto que hemos incluido en esta antologa de relatos fantsticos sobre momias
corresponde a uno de los ciento treinta y siete captulos o, mejor dicho, sortilegios / hechizos (rau),
que componen el Papiro de Nu, el cual, a su vez, forma parte de los cinco papiros que integran El
Libro de los Muertos egipcio. A saber: el Papiro de Ani la versin ms conocida y ms completa
del Libro de los Muertos, destacando su longitud, 23,6 metros, y cuyo autor fue el escriba real Ani
(XIX Dinasta), el de Aufanj, el de Iuya y el de Ja. El Libro de los Muertos, llamado por los
antiguos egipcios Libro para salir al da, es un denso tratado funerario constituido por una
heterognea coleccin de exhortaciones religiosas, oraciones, rituales mgicos, ceremonias
purificadoras y reflexiones teolgicas, adems de todo tipo de consejos prcticos de corte ms
mundano desde tcnicas de caza hasta prcticas sexuales, cuya funcin era ayudar al difunto a
superar el juicio de Osiris quien decida si el fallecido haba llevado una vida virtuosa en la
Tierra y, por consiguiente, mereca ser recompensado con la vida eterna y, sobre todo, asegurarle
su inmortalidad en el Ms All. Su ttulo actual, El Libro de los Muertos, suele atribuirse a su primer
editor y traductor, el egiptlogo alemn Karl Richard Lepsius (1810-1884), quien lo public en 1842
como Das Todtenbuch der gypter. Aunque, con toda probabilidad, su verdadero origen derive del
nombre que los profanadores de tumbas dieron a tales papiros, colocados siempre dentro del
sarcfago, junto a la momia: Kitab al-Mayitun, que en rabe significa Libro del difunto.
Por ms que la aparicin de El Libro de los Muertos data del Reino Nuevo entre la XVIII y
XXI Dinasta (1550-1069 a. C.), para encontrar sus primeros esbozos hay que remontarse a los
llamados Textos de las Pirmides repertorio de conjuros grabados en piedra con la intencin de
ayudar al difunto faran en la Otra Vida que los sacerdotes transcribieron por primera vez durante
el Reino Antiguo periodo que abarca las catorce primeras dinastas, entre 3200 y 1750 a. C., y que
alumbr la construccin de las grandes pirmides de la IV Dinasta, las de Keops, Kefrn y
Micerinos y, posteriormente, a los Textos de los Sarcfagos. stos se popularizaron a lo largo
del Reino Medio (1750-1550 a. C.), poca en la que el pueblo consigui el derecho a ser enterrado
en sarcfagos y emplear los textos antes reservados nicamente a la nobleza. Los escritos, en su
mayor parte realizados en jeroglfica cursiva o hiertica, son de inspiracin solar y osiraca.
El hechizo que aqu reproducimos fue uno de los que ms excit la imaginacin de los primeros
egiptlogos en el siglo XIX en lo referente a la maldicin de la momia, llegando a creerse en un
principio que los papiros hallados junto a los cadveres embalsamados de reyes, reinas, sacerdotes,
altos funcionarios e, incluso, de plebeyos, eran un sanguinario anatema capaz de romper las barreras
del tiempo y del espacio. Por eso, lo que parece ser una jaculatoria para exorcizar cualquier
pensamiento o deseo maligno del cuerpo y del alma del finado, se interpret como una amenaza
sobrenatural para todos aquellos que manipularan y/o deterioraran una momia. A todo ello se aadi
el peculiar detalle que ostentan los Papiros de Nu (catalogados y archivados en el British Museum
con el n 1047), pues entre sus jeroglficos se observa claramente uno de los iconos ms
representativos del Mal segn la tradicin religiosa judeocristiana, una serpiente llamada Sata
(Satans?) a la que acompaa la siguiente letana: Yo Soy la Serpiente Sata, prdiga en aos.
Fallezco y nazco cada da. Soy la Serpiente Sata que mora en los confines de la Tierra. Muero y
renazco, y me renuevo y llego a la juventud todos los das. En realidad, Sata que significa Hijo
de la tierra es una forma del Sol y uno de los varios aspectos de la gran serpiente primordial,
fuente de la vida.
[26]
DE LAS REMINISCENCIAS DEL DEMONIO
(Del Papiro de Nu, Museo Britnico, n 10.477, hoja 8)[27]

Captulo de la expulsin por la boca de las reminiscencias del Demonio.

El superintendente del palacio, el canciller jefe, Nu[28], hijo de Amen-Hotep[29], en su calidad de


triunfal superintendente del palacio y canciller jefe, dice:

Te invoco, a ti que cortas las cabezas y haces una incisin en las cejas, a ti que extraes la
reminiscencia de los actos diablicos de la boca de las gentes de Khus[30], que los despojas del
encantamiento en que han cado, te invoco para que no me mires con los mismos ojos con que
contemplas a dichas gentes. Levntate sobre tus piernas y deja que tu rostro te preceda y se vea,
pues tu majestad s puede ser vista por los divinos matarifes del dios Shu[31] que han venido
contigo para cortarme la cabeza y hacer una incisin en mis cejas, obedeciendo al violento
mensaje de tu Seor, para que as se vea y oiga lo que dices. Haz que las reminiscencias del
Demonio salgan por mi boca; pero no me cortes la cabeza ni me hagas una incisin en las cejas;
haz slo que mi boca no suelte las maldiciones demonacas con que he sido encantado, como t
mismo lo ests; no me hagas lo que has hecho con las gentes de Khus posedas por el Demonio. Ve
y habla con la divinidad Isis y dile que fuiste t quien extrajo de la boca de Osiris las
reminiscencias del Demonio que lo atraparon por culpa de Suti[32], su enemigo, dicindole: Deja
que tu cara se vuelva a tu interior y mira de frente ese rostro como una llamarada del Ojo de los
Cuernos que lucha contra ti desde el interior del Ojo de Tern, y las calamidades de esta noche se
consumirn contigo. Y Osiris se retract, porque tu abominacin estaba en l; y t te retractaste,
porque su abominacin estaba en ti. Y yo tambin me retractar, porque tu abominacin est en
m. Y t te retractars, porque mi abominacin est en ti. Querras volver a poseerme, Demonio,
pero te digo que no podrs, porque ya me llega el fin y dir a los matarifes del dios Shu:
Adelante!
Charles Grant Bairfindie Allen naci en Kingston, Ontario (Canad). Hijo de un pastor
protestante ingls de ascendencia irlandesa y de una mujer pequeo-burguesa de origen
francocanadiense, Grant Allen curs estudios primarios y secundarios en Estados Unidos, Francia e
Inglaterra. Sin embargo, a la hora de completar su formacin universitaria no lo tuvo tan fcil, pues
su primera esposa padeci una grave enfermedad que le provoc una invalidez permanente, y los
recursos econmicos de la pareja eran escasos. Graduado en el Merton College (Oxford), Allen fue
nombrado profesor de filosofa en una nueva universidad para negros de Spanish Town (Jamaica),
que pronto cerr sus puertas por falta de estudiantes. En 1876 regres a Inglaterra y se dedic
profesionalmente a escribir, cultivando con xito la narrativa, la poesa, el ensayo de divulgacin
cientfica, campo en el que recogi sus primeros reconocimientos acadmicos por sus trabajos
Physiological Aesthetics (1877) y Flowers and Their Pedigrees (1884), donde recuper las
originales teoras darwinistas aplicadas a diferentes campos de las ciencias naturales, alejndose de
la llamada psicologa asociacionista de su amigo, el bilogo y socilogo britnico Herbert Spencer
(1820-1903).
Pero sera en el terreno de la narrativa donde Grant Allen alcanz sus mayores logros literarios y
filosficos. Entre 1884 y 1899 escribi cerca de treinta novelas, siendo The Devils Dio (1888) su
primer triunfo crtico, mientras que The Woman Who Did (1895) gener un notable succs de
scandale por su audaz tratamiento de la sexualidad femenina el autor contaba la historia de una
mujer independiente que decide voluntariamente tener un hijo fuera del matrimonio. Una audacia,
por otra parte, inconcebible unos aos antes, cuando Allen manifestaba en su artculo Plain Words
on the Woman Question (1889) que la soltera femenina o el rechazo de la maternidad no haban de
considerarse algo normal en las mujeres, quienes deberan avergonzarse cuando aseguraban que no
deseaban casarse ni ser madres Y es que, a pesar de su educacin religiosa, el escritor se
convirti en un convencido socialista y en un militante agnstico. As pues, no debe sorprendernos
que firmara el polmico libro The Evolution of the Idea of God: an Inquiry into the Origins of
Religion (1897), en cuyas pginas expona una teora de la religin de lneas heterodoxas, de clara
inspiracin darwinista. Semejante teora, muy influida tambin por las ideas de Herbert Spencer,
tuvo, empero, una notable repercusin en su poca, siendo citada en sus escritos por el etnlogo
francs Marcel Mauss (1872-1950) y el psiquiatra alemn Sigmund Freud (1856-1939).
En sus novelas y relatos, Grant Allen cultiv con indiscutible destreza todos los gneros. En
efecto, se le considera el precursor de la ciencia-ficcin en Canad con la novela The British
Barbarians (1895), una historia sobre viajeros del tiempo publicada el mismo ao que La mquina
del tiempo (The Time Machines) de H. G. Wells, pero desde unos planteamientos dramticos
radicalmente distintos, menos apocalpticos y aventureros. Y no conviene olvidar su notorio relato
La catstrofe del valle del Tmesis (The Thames Valley Catastrophe), que vio la luz en la revista
The Strand, en 1901, donde Allen nos cuenta, con todo lujo de detalles cruentos, la destruccin de
Londres debido a una violentsima erupcin volcnica que sepulta la gran metrpoli bajo toneladas
de ceniza, como si de una nueva Pompeya se tratase. Tambin suele ser considerado por algunos
ensayistas especializados en novela detectivesca como uno de sus ms reputados precursores, sobre
todo a causa de un personaje al que llam Coronel Clay, el protagonista de An African Millionaire:
Episodes in the Life of the Illustrious Colonel Clay (1897): Clay era un sofisticado ladrn de guante
blanco en quien se inspir descaradamente Maurice Leblanc (1864-1941) para construir a su
celebrrimo Arsne Lupin.
Por eso, resulta curioso que Grant Allen, hombre de vasta cultura, grandes inquietudes literarias y
nulos prejuicios en lo referente a la noblesse artstica de ciertos gneros, escribiera sus relatos
fantsticos parapetado tras el pseudnimo de J. Arbuthnot Wilson. Bajo esta identidad public
Wolverden Tower atmosfrica y muy potica historia de fantasmas aparecida en noviembre de
1896 en The Illustrated London News y, sobre todo, Mi noche de ao nuevo entre las momias
(My New Years Eve Among the Mummies), publicada en 1878 en el Belgravia Christmas Annual.
Aqu, el narrador explica sus aventuras cuando descubre la entrada secreta de una pirmide y, tras
una larga exploracin, se topa con el faran Thutmes y su corte de momias celebrando una elegante
cena; despus de algunos problemas iniciales de comunicacin, la hija del faran, Hatasu, le aclara
que, como los habitantes de Brigadoon la fantasmagrica aldea escocesa del siglo XVIII que
solamente se hace visible a los mortales una vez cada cien aos, las momias de la pirmide
regresan a la vida por un da y una noche, cada mil aos, para oficiar ese banquete y despus
nos vamos a dormir otro milenio, dice, pero la trama se complica cuando el narrador se enamora
de la difunta Pero es todo una alucinacin? Grant Allen impregna su relato de un humorismo muy
del gusto ingls con constantes alusiones irnicas al choque entre Oriente y Occidente, al
colonialismo, a la poltica interna britnica, a los discutibles logros de la revolucin industrial, no
exento de espordicos toques de ternura hacia las momias que, al final, desemboca en una
velada crtica hacia la sociedad materialista y racionalista de su tiempo, desmarcndose
abiertamente de los artificios ms recurrentes del gnero y convirtiendo Mi noche de ao nuevo
entre las momias en una autntica delicia.
MI NOCHE DE AO NUEVO ENTRE LAS MOMIAS
(My New Years Eve Among the Mummies, 1878)[33]

Durante muchos y muy buenos aos anduve dando tumbos por toda la faz de la tierra, y en ese
tiempo de vagabundeo viv, ciertamente, aventuras extraas. Pero puedo asegurar que nunca sufr
veinticuatro horas como las que pas hace unos doce meses en la gran pirmide de Abu Yilla.
La manera en que fui a parar all fue de por s extraa. Haba llegado a Egipto para pasar unas
vacaciones invernales con los Fitz-Simkinses, con cuya hija, Editha, estaba comprometido por aquel
entonces. Seguramente recordarn ustedes que los Fitz-Simkins regentaron desde antiguo la
importante firma de excelentes vinateros Simkinson & Stokoe, pero cuando el ms veterano de los
socios se retir del negocio y aspir a convertirse en caballero, el Colegio de Herldica descubri
oportunamente que sus antepasados haban cambiado su ilustre apellido normando, Simkinses, por el
equivalente ingls, Simkins, all por los tiempos del rey Ricardo I, por lo que el anciano caballero
fue autorizado prestamente a recuperar el patronmico que con tanta gallarda haban llevado sus
antecesores. No deja de sorprender, por lo dems, la cantidad de veces que se dan hechos semejantes
en el Colegio de Herldica.
Por supuesto que mi relacin con una familia tan distinguida era algo de gran importancia para un
simple abogado como yo que haba hecho una pequea fortuna con mis negocios de seguros en
Sudamrica, lo que me permita afrontar en parte los avatares de mi precariedad como escritor
satrico, habida cuenta de la fortuna que, en su calidad de heredera, corresponda a Editha Fitz-
Simkinses. A decir verdad, la chica era todo un partido. Pero no es menos cierto que haba conocido
a otras chicas que tambin eran un buen partido, y a las que slo su renta de cuarenta mil libras
converta automticamente en ladies. Editha no era as. Y si los viejos Fitz-Simkinses aceptaron
nuestro compromiso fue slo porque Editha se haba enamorado de m hasta las orejas Por eso
flirteamos abiertamente, y acaso desesperadamente, en Scarborough durante el verano, algo que sin
duda difcilmente hubiera aceptado el viejo sir Peter en otras circunstancias. Fui a Egipto con ellos,
pues, para asegurarme mi inversin, en cierto modo, y para hacerme todo lo grato que pudiera a ojos
de mi futura suegra, cuyos pulmones, por otra parte, requeran al parecer de un clima ms clido,
aunque para m que su capacidad pulmonar era ms que notable.
En cualquier caso, debo decir que mis expectativas amorosas no se cumplieron. Editha acab
suponindome menos ardiente que el fiel y devoto escudero que haba querido ver en m, y justo en la
ltima noche del ao tuvimos una pelea de novios porque, por la tarde, me haba largado del barco
con nuestro gua a un Ghawzi, uno de esos sitios de bailarinas que haba en un pueblo cercano.
Cmo pudo enterarse Editha de aquello es cosa que slo Dios sabe, porque haba dado al golfo
Dimitri cinco piastras para que guardara silencio; pero lo cierto fue que se enter de alguna manera,
tomndoselo como una ofensa de primera magnitud, como un pecado mortal que slo poda expiarse
con tres das de penitencia y humillacin.
Aquella noche me fui a la cama, lo que es decir a una tumbona en la cubierta del barco, con
sentimientos que no eran precisamente de satisfaccin. Habamos atracado en la orilla de Abu Yilla,
el ms pestilente agujero que hay entre las cataratas y el delta del Nilo. Los mosquitos eran all an
peores que los del resto de Egipto, algo fantstico, como se ve. El calor resultaba ciertamente
insoportable incluso de noche, y de los lechos de loto brotaba la malaria de manera tan palpable que
pareca neblina. Para colmo, no paraba de preguntarme si Editha Fitz-Simkinses no se me habra
escurrido entre los dedos definitivamente. Me senta dbil y enfebrecido, pero as y todo tampoco
poda dejar de pensar en cierta y adorable bailarina, la pequea Ghziyah, que danzaba de manera
exquisita, maravillosa, deliciosa y arrebatada, aquellas danzas orientales que le haba visto por la
tarde.
Juro por lo ms sagrado que era una criatura bellsima. Tena los ojos como dos lunas llenas, los
cabellos como el Penseroso de Milton, y se mova como si interpretase un poema de Swinburne. Si
Editha empezaba a ser el lnguido retrato de una mujer, juro que me haba enamorado de Ghziyah.
Pero volvan una y otra vez los mosquitos Buzzz Buzzz Buzzz Poda clasificarlos segn
el ruido que hacan; me decid por uno que era algo as como la prima donna de aquella pera
infernal, y lo mat Mat a la prima donna. Pero entonces entraron en escena mil intrpretes ms. Y
las ranas croaban tambin incesantemente entre los juncos y las caas de la orilla. La noche era cada
vez ms calurosa, espantosamente calurosa. No poda seguir all. Me levant, me vest rpidamente y
salt a tierra firme para hacer algo, cualquier cosa, mientras dejaba pasar el tiempo.
No muy lejos, en plena llanura, se alzaba la gran pirmide de Abu Yilla. Iramos a visitarla al da
siguiente para subir a la cspide. Bueno, era el momento de echar un vistazo, de hacer un
reconocimiento sobre el terreno. Camin bajo la luz de la luna con el alma dividida entre Editha y
Ghziyah mientras me aproximaba a la gran mole de piedra, a los antiqusimos bloques de granito
que resaltaban contra la palidez del horizonte terrenal. Me senta a medias dormido y a medias
despierto, pero enfebrecido en cualquier caso. Llegu a la base de la pirmide sumido en una especie
de abandono a mi suerte, con la vaga idea de encontrar acaso la muy secreta y bien sellada entrada en
cuyo descubrimiento haban fracasado un sinfn de exploradores pertinaces y los ms reputados
egiptlogos.
Mientras caminaba a lo largo de la base record aquel pasaje de Herdoto en el que narra, cual
si una de las mil y una noches se tratase, cmo el rey Rhampsinirus[34] construy un lugar en el que
guardar sus tesoros, al que se acceda merced a una gran piedra que pivotaba para girar como si
fuese una puerta, y record igualmente que el arquitecto al que el rey encargara la construccin haba
hecho una trampilla a travs de la cual robar el oro. Supuse, pues, que la entrada a la pirmide no
sera otra que una semejante al tipo de puerta ya dicho. No dejaba de tener su gracia que fuera yo
quien la encontrase.
Estaba al amparo de la luz de la luna, cerca del ngulo de la gran pirmide que apunta al
nordeste, en el duodcimo bloque de piedra desde dicho ngulo. De manera totalmente fortuita,
aunque acaso llevado de algn tipo de intuicin desde luego fantstica, empuj ese bloque de piedra
en su lado izquierdo. Lo hice con todo mi peso, tratando de que girase sobre un pivote imaginario
Sera cierto que haba conseguido moverla poco menos de una pulgada? No, ser slo cosa de mi
fantasa, me dije Lo intentar de nuevo Pero si se mueve! Por la gracia de Osiris que se ha
movido una pulgada, o ms! Mi corazn se aceleraba, no s si por la fiebre o la excitacin que
senta, y lo intent por tercera vez De repente los largos siglos que haban cado sobre el pivote
del bloque de piedra se deslizaron suavemente y la piedra gir sobre aquel eje para ofrecerme el
acceso a un pasaje bajo y oscuro.
Era cosa de locos atreverse a entrar en aquel pasaje prohibido, solo, sin una antorcha, sin una
caja de fsforos siquiera, y encima a aquellas horas de la noche Pero lo hice. El pasaje tena la
altura y la anchura justas para que un hombre de complexin y talla normales pudiera caminar sin
doblarse, y sent al tacto que las paredes eran de granito muy pulimentado; tambin me percat de que
el suelo se inclinaba levemente en un descenso continuado. Segu adentrndome en el pasaje con el
corazn trepidante y los pasos inseguros, hasta avanzar unas cuarenta o quiz cincuenta yardas, en
direccin a lo que supona yo habra de ser el misterioso vestbulo, pero entonces me top con otro
gran bloque de piedra. Ya haba tenido bastante, era suficiente por aquella noche, as que me decid
por regresar al barco para disfrutar tan contento de lo que haba descubierto, pero algo, un hecho
perfecta e increblemente milagroso, atrap por completo mi atencin.
Aquel bloque de piedra que cerraba el pasaje se hizo visible como lo que era, un gran bloque de
piedra, un cuadrado exacto, por una luz que se filtraba por cada uno de sus lados, como si albergase
en su interior una lmpara o una llama Pero y si el bloque de piedra no era ms que la puerta a
una estancia en la que se guareciera una banda de salteadores? La luz que se filtraba por los cuatro
lados del bloque no dejaba lugar a la duda acerca de la presencia humana en la pirmide Pero, por
otra parte, la puerta exterior, el bloque de piedra anterior, haba pivotado sobre su eje como si
llevara siglos sin hacerlo Me debata en la duda y en el miedo, hasta que opt finalmente por
atreverme; as, llevado una vez ms de un impulso que no puedo calificar sino como propio de la
insania, apoy todo mi peso sobre el lado izquierdo del bloque de piedra Lentamente, poco a
poco, fue pivotando hasta abrirse por completo y franquearme el paso al vestbulo central.
Nunca podr olvidar mientras viva el terror, el asombro, aquella suerte de desmayo en que me
sent caer cuando me vi en aquella estancia que pareca encantada. Un gran haz de luz me ceg de
golpe, el que alumbraba la cmara a travs de los surtidores para el gas dispuestos regularmente en
ringleras sobre las columnas y paredes de la vasta estancia Una sucesin de columnas vivamente
pintadas en rojo, amarillo, azul y verde, se sucedan deslumbrantes hacia el fondo. El suelo de sienita
pulimentada reflejaba la esplendorosa iridiscencia de las lmparas, que a su vez resaltaban las
esfinges en granito rojo y prpura oscuro de Pasht, la diosa con cara de gato, que tan bien me eran
conocidas del Louvre y del Museo Britnico. Pero realmente no tena ojos para la contemplacin
detenida de tales maravillas, pues en realidad todo en s me maravillaba, me dejaba atnito Y ms,
la visin que tuve al instante: la de un rey vivo y mitrado, rodeado de su corte, que celebraba en
carne y hueso un banquete sentado en su trono, ante el cual tena una mesa servida con las mayores
delicias de Menfis.
Me detuve, transfigurado por el miedo y la admiracin, como si mi lengua y mis pies hubieran
olvidado para qu estaban hechos, como si mi mente diera vueltas sobre s misma, de manera
semejante a como lo haca en tiempos en Cambridge despus de participar en un torneo de lucha.
Trat de observar con la mayor atencin, no obstante, aquel cuadro que se desarrollaba ante m, pero
no poda sino hacerme de manera confusa con los detalles del mismo; en el fondo era incapaz de
entenderlo o de quedarme con lo ms significativo del mismo. Vea al rey en su trono de granito con
incrustaciones de oro y marfil, en el justo centro de aquella estancia, tocada su cabeza con la
inequvoca corona de Ramss, con los cabellos rizados cayndole delicada y armnicamente sobre
los hombros. Vea tambin a los sacerdotes y a los guerreros a cada lado del rey, vestidos tal y como
se los representa en nuestras ms reseables colecciones musesticas, mientras vrgenes de piel
broncnea que lucan collares sobre el torso desnudo y que posaban de manera realmente pintoresca,
aguardaban medio desnudas a que se les pidiese que sirvieran algo ms en la mesa del rey, tal y
como las hemos visto en las pinturas murales de Karnak[35] y Syene[36]. Y vi tambin a las damas de
la corte vestidas de lino de pies a cabeza, comiendo juntas ms all, en una mesa separada de la del
rey, mientras unas bailarinas que no podan por menos que recordarme a mis amigas del Ghawzi, se
contoneaban a un lado en actitud tan extraa como llamativa mientras cuatro arpistas hacan msica.
En resumen, era como si viese en un sueo la representacin vivida de una jornada en la vida de un
rey egipcio, una representacin que se desarrollaba ante mis ojos con personajes reales y con la
escenografa ms propia y verdica.
A medida que iba observando todo aquello con mayor tranquilidad, me di cuenta de que mis
anfitriones no se extraaban ante mi presencia, que debera haberles resultado una autntica ucrona,
cuando yo s me extraaba, por el contrario, de aquella visin anacrnica que se ofreca a mis ojos.
Un momento despus cesaron la msica y la danza. El banquete tambin pareci cesar all, y el rey y
sus nobles se levantaron sin mostrar en momento alguno extraeza por la presencia all del intruso
que era yo.
Pocos minutos despus se levantaron todos para ir hacia la salida. Finalmente, una joven de
aspecto majestuoso, extraa y singularmente parecida a la hermosa Ghziyah de Abu Yilla, y tambin
a la hermosa doncella que re en el cuadro de Mr. Long que cuelga en la Academia, sali de entre
ellos y se acerc a m.
Puedo preguntarte rae dijo en egipcio antiguo quin eres y por qu has venido a
molestarnos?
Nunca hubiera supuesto que poda entender y hasta hablar la lengua de los jeroglficos, pero no
tuve la menor dificultad para comprenderla, ni para responder a la pregunta que me haca. A decir
verdad, el egipcio antiguo, una lengua realmente difcil de descifrar en su forma escrita, resultaba
sencillo en su manera oral, ms que nada porque era expresado por los adorables labios de aquella
princesa faranica. Todo sonaba como en un susurro, como la j inglesa susurrada veloz y
repetidamente, sin vocales.
Te pido mil perdones por mi intrusin dije con un sincero tono de disculpa, pero no
supona que esta pirmide estuviese habitada; de haberlo sabido, te aseguro que no hubiese entrado
en vuestra morada de manera tan inelegante y ruda En cuanto a lo que quieres saber, te dir que soy
un turista ingls; en esta tarjeta viene mi nombre, mira le dije en tono conciliador, alargndole una
de mis tarjetas, que por suerte llevaba en mi bolsillo. La princesa mir atentamente la tarjeta, aunque,
como es lgico, no entendi nada y segu: En justa correspondencia, puedo preguntarte quin es la
augusta presencia que veo aqu, tras el venturoso accidente que me ha trado hasta vosotros?
Entonces hizo acto de presencia un noble de la corte, que me dio en tono herldico esta respuesta:
La augusta presencia del ilustre monarca que es hermano del sol, Thutmes XXVII, rey de la
XVIII dinasta.
Saluda al Seor del mundo! me orden otro noble en el mismo tono.
Hice una inclinacin de cabeza y me apart, dispuesto ya a irme, pero mis modales no eran al
parecer los propios de la cortesa egipcia, porque la belleza de mujer con la que antes haba hablado
me mir con ojos de furia y expres su indignacin al momento El rey, sin embargo, sonri desde
donde se hallaba y, volvindose al noble que tena ms cerca, dijo con una voz muy dulce:
Este extrao, Ombos[37], es una persona realmente curiosa Su aspecto no es el de un etope,
o el de cualquier otro salvaje, pues se parece algo a esos marinos de rostro plido que llegan hasta
aqu de la Acaya[38], desde ms all del mar Sus maneras no son muy distintas a las suyas, pero su
forma de vestir, tan alejada del buen gusto, demuestra a las claras su pertenencia a cualquier otra raza
de brbaros.
Me mir para comprobar que vesta, simplemente, como es usual entre los turistas; con un traje a
propsito, a medias gris y a medias color barro, hecho a la medida por un sastre de la Bond Street,
nada de particular Tampoco era cosa de ir con un traje de tweed Es evidente que estos egipcios
tienen unos standards de elegancia bajo los cuales les resulta imposible apreciar la gracia y la
belleza del atuendo masculino.
Si me permite Su Majestad hacer una sugerencia, aunque sea yo menos que el polvo que hay
bajo vuestros pies dijo el noble al que se haba dirigido el rey, dir que acaso sea este hombre
un extranjero que nos visita desde las tierras sin civilizar del norte La prenda para cubrirse la
cabeza que lleva en sus manos demuestra su origen septentrional.
Haba hecho intencin de darme la vuelta y largarme de all cuando vi aquel cuadro, y ahora
pensaba lo mismo, pero igual que entonces me senta atnito, incapaz de reaccionar, en una situacin
realmente incmoda, apretando mi sombrero contra el pecho como si fuese un escudo protector.
Dejemos que el extranjero se cubra dijo el rey.
Brbaro intruso, cbrete! me orden uno de los heraldos.
Me di cuenta de que el rey nunca se diriga directamente a nadie, salvo si de alguno de sus nobles
se trataba.
Me puse el sombrero para complacerle.
Ah tenemos la tiara ms vulgar, incmoda y estpida que jams hayamos visto dijo el gran
Thutmes[39].
En nada se parece, Majestad, a vuestra corona, que es la propia de un Len de Egipto dijo
Ombos.
Preguntad al extranjero su nombre dijo el rey.
Aqu no se estilaba lo de dar una tarjeta de visita, como ya se ha visto, as que dije mi nombre
claro y alto.
Un nombre extrao e impronunciable dijo el rey al gran chamberlain, que estaba a su lado
. Estos salvajes hablan lenguas realmente raras, que no tienen nada que ver con las floridas lenguas
de Memnon[40] y Sesostris[41].
Asinti el chamberlain ante las palabras del rey, y para reafirmar su asentimiento le dedic tres
genuflexiones. Debo admitir que comenc a sentirme un tanto avergonzado por lo mucho que me
ridiculizaban e incluso sent que me ruborizaba.
La bellsima princesa, que se hallaba muy cerca de m mientras todo aquello suceda, adoptando
una actitud que la semejaba a una estatua, pareca ansiosa, sin embargo, por cambiar el curso de la
conversacin.
Padre querido dijo haciendo una respetuosa inclinacin hacia el rey, seguro que este
extranjero, a fuer de brbaro, no comprende las alusiones que hacemos a su manera de vestir ni a su
aspecto Demostrmosle, pues, cun grandes son nuestra gracia y delicadeza, cun grande es, en
suma, el refinamiento egipcio Quiz pueda llevar despus, a las salvajes tierras del norte, los ecos
de nuestra cultura tan llena de belleza.
Lo que dices carece por completo de sentido, Hatasu[42] dijo Thutmes XXVII. Los
salvajes no tienen sentimientos, por lo que resultan incapaces de apreciar la sensibilidad egipcia,
como una multitud gritona es incapaz de apreciar la digna reserva y el silencio de los cocodrilos
sagrados.
Me temo que Vuestra Majestad est en un error dije, pues iba recuperando el dominio de m
mismo poco a poco, como es propio de un ingls libre que se halle ante la corte de cualquier
dspota, aunque tena que observar la mayor moderacin en mis apreciaciones, pues no tenamos
Consulado Britnico alguno que nos representase en la pirmide. Soy un turista ingls, un visitante
venido de un pas moderno cuya civilizacin es muy superior a la de esa cultura brutal propia del
antiguo Egipto. Estoy acostumbrado, pues, a que se me respete all donde vaya, como ciudadano del
pas que detenta la primera potencia naval del mundo.
Mi respuesta caus una profunda impresin.
Se ha dirigido al hermano del sol! exclam Ombos, evidentemente anonadado. O es de
sangre real en su tribu, o nunca se hubiese atrevido a hacerlo!
Nada de eso! grit un hombre al que, por sus vestiduras, reconoc como un sacerdote.
Ofrezcmosle en sacrificio a Amon-Ra inmediatamente!
Por lo general soy una persona respetable y reflexiva, pero ante unas circunstancias tan
alarmantes no tuve ms remedio que adoptar un aire de gran dignidad y exagerar la nota, ser an ms
osado.
Soy el hermano menor de nuestro rey dije sin dudar un instante, pues no haba nadie all que
pudiera llevarme la contraria, aunque quise salvaguardar mi conciencia dicindome que por nada del
mundo quera hacer otra cosa que no fuera reclamarme consanguneo de un personaje puramente
imaginario[43].
En ese caso dijo el rey Thutmes con una mayor vehemencia en el tono, no hay nada que
impida que me dirija a ti personalmente Por qu no te sientas a mi lado en la mesa, y
conversamos as sin que nada interrumpa el banquete bajo ninguna circunstancia? Hatasu, hija
querida, t debers sentarte tambin al lado del prncipe brbaro.
Percib la leve turbacin que provocaba en todos los presentes la magnanimidad del rey cuando
tom asiento a su diestra. Los nobles volvieron a ocupar el lugar que les corresponda a la mesa, las
camareras de piel broncnea permanecan a respetuosa distancia, firmes como soldados en
formacin, y a una sea del rey abandonaron aquella hiertica actitud para servir a tan alta
personalidad como era yo a sus ojos, carne, pan, fruta y vino de dtiles.
En todo momento, como es natural, arda yo en deseos de saber quines eran mis extraos
anfitriones y cmo haban logrado preservar su existencia a travs de los siglos en aquella cmara
sin descubrir. Pero tena que esperar a que Su Majestad quedara satisfecha con lo que yo le refera
acerca de mi nacionalidad, la manera en que haba accedido a la pirmide, y acerca tambin de un
sinfn de cosas que pasaban en el mundo por aquel tiempo. Thutmes, no obstante, se negaba a aceptar
que nuestra civilizacin fuera superior a la egipcia, porque, deca, veo por tu forma de vestir que tu
nacin carece por completo de inventiva y buen gusto. No obstante, escuchaba con inters
maysculo lo que le deca yo a propsito de la sociedad moderna, de nuestras mquinas de vapor, de
nuestra permisividad, del telgrafo, de la Cmara de los Comunes, de la autonoma irlandesa, y de
otras cuantas bendiciones ms de nuestra era; tambin escuch con sumo inters lo que le cont de la
historia de Europa, desde su amanecer con los griegos hasta la guerra entre Rusia y Turqua.
Finalmente se cans de hacer ms preguntas, lo que aprovech para hacer yo las mas.
Ahora dije volvindome hacia la encantadora Hatasu, a quien supona mejor y ms
placentera informadora que su padre me gustara saber quines sois.
Es que no lo sabes? dijo realmente sorprendida. Bueno, vers Somos momias.
Lo dijo con un tono tan natural, de manera tan despreocupada, que pareca haber dicho somos
franceses, o somos americanos. Mir entonces a mi alrededor y vi que, tras las columnas, cosa de
la que hasta entonces no me haba percatado, haba un buen nmero de sarcfagos abiertos y con la
tapa cuidadosamente puesta a un lado.
Y qu hacis aqu? pregunt un tanto atemorizado.
Es posible dijo Hatasu que desconozcas el objeto del embalsamamiento? La verdad es
que, a primera vista, pareces un hombre agradable y bien alimentado, pero excsame decirte que eres
un completo ignorante Estamos momificados para preservar nuestra inmortalidad Una vez, cada
mil aos, despertamos durante veinticuatro horas en carne y hueso, y nos regalamos con un banquete
a base de las viandas que nos dejaron en la pirmide, con los platos ms apreciados por las
momias El de hoy es el primer da del milenio, motivo por el que hemos despertado de nuestro
sueo Es la sexta vez que lo hacemos desde que fuimos embalsamados.
La sexta vez? dije incrdulo. Eso quiere decir que llevas muerta seis mil aos
As es.
Pero si entonces no exista el mundo! exclam pleno de un horror de lo ms ortodoxo[44].
Perdname, prncipe brbaro El de hoy es el da primero del trescientos veintisiete mil
milenio.
Mi ortodoxia sufri un severo shock. Sin embargo, no me eran del todo extraos los clculos
geolgicos, por lo que aceptaba la antigedad de la presencia del hombre sobre la tierra. As que
tuve que aceptar sus palabras sin ms.
Entonces os levantis slo un da y una noche? pregunt.
Slo un da y una noche Despus dormiremos durante otro milenio.
Salvo si ardes como el fuel del ferrocarril de El Cairo dije casi para mis adentros y aad
en voz alta: Y cmo hacis para lograr esta luz que hay aqu?
La pirmide se construy sobre una bolsa de gas. Tenemos nuestra reserva de gas a un lado de
la cmara, donde se almacena durante mil aos. Y tan pronto como despertamos, abrimos las espitas
para que salga, prendindolo al momento para que luzca como los fsforos de Lucifer.
Hasta donde yo s dije, en el antiguo Egipto no se conocan los fsforos
Claro que no Pero, como dijo el bardo de Phike, hay ms cosas en el cielo y en la tierra,
Cefrenes, de las que puede soar tu filosofa[45].
A travs de mis preguntas consegu saber ms secretos de aquella extraa pirmide, en parte casa
y en parte tumba, cosa que me mantuvo muy entretenido hasta que acab el banquete. Entonces, el
supremo sacerdote se levant, dio un trozo de carne al dios cocodrilo, que estaba meditabundo junto
a su sarcfago, y dijo que se acababa el festn de aquella noche. Todos nos levantamos de nuestros
asientos, caminamos un poco por la cmara y por los pasillos adyacentes, e hicimos pequeos grupos
que conversaban a la luz tan brillante de las lmparas de gas.
Yo me fui despus con Hatasu hasta el lugar menos iluminado de la cmara, junto a la hilera de
columnas tras la cual estaban los sarcfagos, y me sent en una fuente de mrmol en la que haba
varios peces (dioses de gran santidad, me asegur Hatasu que eran) que jugaban entre s. No s
cunto tiempo estuvimos all sentados, pero s recuerdo que hablamos de los peces, y de los dioses, y
de las costumbres egipcias, y de la filosofa egipcia y sobre todo, de las maneras egipcias del
amor Esto ltimo, sin duda, fue lo que nos pareci ms interesante, y cuando nos entregamos a ello
fervientemente no hubo nada que nos interrumpiera. Hatasu tena una figura magnfica, alta,
majestuosa, levemente oscuros los brazos y el cuello, como de bronce luminoso; sus ojos negros
estaban llenos de ternura y sus largos cabellos quedaban recogidos en un tocado egipcio esplndido,
perfectamente armnico con su talla y su vestido. Cuanto ms hablbamos, ms desesperadamente me
enamoraba de ella y ms me olvidaba de Editha Fitz-Simkinses, la fea hija de un rico, de un
caballero advenedizo, que tantos aires se haba dado conmigo, y que no era nada en comparacin con
aquella princesa, con aquella egipcia de sangre real, tan sensible a las atenciones que yo le
demostraba; tan sensible que me corresponda con mucho ms que una sonrisa recatada y una gracia
ms bien modesta.
Bien, segu diciendo cosas muy bonitas a Hatasu, y ella las aceptaba maravillosamente, y me las
devolva, aunque en una deprecacin, como quien dice en realidad no quiero decir lo que estoy
diciendo, hasta que al fin hube de aseverar que ambos ramos presos de esa enfermedad del
corazn a la que llamamos amor, cosa por otra parte lgica entre dos jvenes como nosotros que
congenian. Ms an, cuando Hatasu consult su reloj algo que tampoco aceptarn como posible los
egiptlogos, pues dirn que semejante mecanismo no se daba en el Egipto antiguo, y dijo que slo
le quedaban tres horas de vida, y que estara muerta durante otros mil aos, me vine abajo Hube de
sacar mi pauelo para secarme las lgrimas, pues lloraba como un nio de cinco aos.
Hatasu se conmovi profundamente y trat de consolarme con mucha ternura; me quit el pauelo
de la cara y dijo con su voz ms dulce que haba una forma de que pudiramos disfrutar juntos un
poco ms.
Imagina me dijo que te momificas Despertaras con nosotros dentro de mil aos, cada
mil aos En cuanto lo hicieras una vez te parecera la cosa ms natural del mundo dormir durante
mil aos como quien duerme ocho horas Naturalmente aadi tras una pausa en la que vi cmo
se ruborizaba un poco, durante los tres o cuatro ciclos solares prximos habr tiempo ms que
suficiente para hacer una serie de arreglos antes de que se produzca otra poca glaciar.
Aquella forma de observar el paso del tiempo me resultaba realmente novedosa, y un tanto
aterradora, debo decirlo, pues no en vano perteneca yo a esa clase de gente que cuenta el tiempo por
semanas y meses; por otra parte, tena una vaga conciencia de que mis relaciones con Editha me
imponan la necesidad de regresar al mundo exterior que me era propio, en vez de convertirme en una
momia milenaria Y tena adems la sensacin de que, si haca lo que me sugera Hatasu, me
disolvera en el aire como un mero fluido antes de que amaneciese el nuevo da, lo que no dejaba de
causarme temor Pero entonces mir a Hatasu, en cuyos ojos brillaban lgrimas de emocin, y
aquella mirada me decidi Opt por olvidarme definitivamente de Editha, de la vida misma, de las
obligaciones contradas con mis perros, y me dispuse a convertirme en una momia.
No haba tiempo que perder. Slo nos quedaban tres horas, y el proceso de embalsamamiento,
incluso en su forma ms rpida, nos llevara por lo menos dos Fuimos en busca del sacerdote
supremo, que era quien se encargaba del departamento dedicado a estos asuntos. Accedi de
inmediato a satisfacer mi deseo de convertirme en momia y me explic brevemente el proceso al que
sera sometido mi cadver.
Aquella palabra me sobresalt.
Mi cadver! grit. Pero si estoy vivo! Claro, no podis embalsamarme mientras viva
S podemos dijo el sacerdote. Con el cloroformo.
Cloroformo! volv a gritar, cada vez ms atnito. No tena la menor idea de que los
egipcios lo conocierais
Brbaro ignorante! exclam el sacerdote torciendo el gesto. Te crees mucho ms
inteligente que nosotros, los autnticos maestros del mundo, pero si estuvieras versado en los
conocimientos que atesoramos los egipcios, sabras que el cloroformo es uno de nuestros anestsicos
ms simples y comunes.
Me puse totalmente en manos del sacerdote. Trajo el cloroformo y lo plant ante mi nariz,
hallndome tumbado en un blando y cmodo canap que haba en el centro de la estancia. Hatasu
sostena mi mano entre las suyas y vigilaba mi respiracin con ojos expectantes. Vi al sacerdote
cernindose sobre m con una redoma en las manos, y tuve la sensacin de oler a mirra y a nardo.
Luego me perd de m mismo por unos instantes, y cuando recobr de nuevo mis sentidos, en una
especie de lapso temporal, el sacerdote tena en la mano un pequeo cuchillo de diorita teido de
sangre y sent adems que mi pecho estaba abierto. Me aplicaron cloroformo de nuevo. Not con
cunto cario me sostena Hatasu la mano. Y todo desapareci finalmente de mi vista, como si me
dispusiera a dormir eternamente.
Cuando despert de nuevo, tuve la impresin de que haban transcurrido mil aos y me dispona a
festejar de nuevo con Hatasu y Thutmes en la pirmide de Abu Yilla. Pero una observacin ms
detenida de lo que me rodeaba me convenci rpidamente de que en realidad estaba tumbado en la
cama de una habitacin del Hotel Shepheard de El Cairo. Tena a mi lado a una enfermera, y no al
sacerdote supremo; tampoco estaba all Editha Fitz-Simkinses Quise preguntar algo, pero fui
perentoriamente conminado a guardar silencio, recibiendo por toda respuesta que sufra de fiebre y
que hablar pondra en peligro mi vida.
Semanas ms tarde se me inform de los avatares de mi aventura nocturna Los Fitz-Simkinses,
al no encontrarme en el barco por la maana, supusieron que habra salido a dar un paseo por la
orilla. Pero tras el desayuno, y tras el almuerzo, y tras la cena, comenzaron a alarmarse pues no me
haban visto en ninguno de esos momentos, y dieron la orden de que se me buscara Uno de sus
rastreadores vio, al pasar por la pirmide, que uno de sus grandes bloques de piedra estaba
desplazado y daba as acceso a un pasaje oscuro y estrecho, del que nadie saba nada hasta entonces.
Como le daba miedo entrar, llam a varios de sus compaeros y se meti all con ellos, recorriendo
el estrecho pasaje hasta llegar a otra apertura a travs de la cual se desembocaba en una amplia
cmara. All me encontraron tendido en el suelo, sangrando profusamente por una herida abierta en
mi pecho, y consumido por la fiebre propia de la malaria Rpidamente me llevaron al barco, y los
Fitz-Simkinses me condujeron a El Cairo para que recibiese la atencin mdica que precisaba.
Editha estaba convencida de que haba intentado suicidarme pues me atormentaba la idea de
haberle causado dolor, por lo que resolvi que se me dedicara la mejor atencin posible. Pero,
hallndose a mi lado para prodigarme cuidados, oy mis delirios, en los que al parecer haca
frecuentes alusiones a una princesa, alusiones que adems se referan claramente a un grado de
intimidad notable, lo cual le hizo recordar el casus belli que nos haba enfrentado a propsito de
aquellas bailarinas de Abu Yilla Aquello la llev a suponer que me hallaba sumido en la
depravacin ms absoluta, de la que era consecuencia la enfermedad que me tena postrado. Hice
adems, en mi delirio, algunas observaciones nada afortunadas sobre su fealdad, comparndola con
la bella princesa a la que aluda una y otra vez, cosa que no pudo suportar, ni olvidara As que se
larg de El Cairo abruptamente con sus padres, para dirigirse a la Riviera francesa, dejndome una
nota en la que denunciaba mi perfidia y la vacuidad de mi cerebro, con el florido lenguaje de su
femenina elocuencia. No la he vuelto a ver.
Cuando regres a Londres y propuse a la Sociedad de Estudios de la Antigedad hacer un
informe detallado de mi peripecia, todos mis amigos trataron de convencerme de que nadie me
creera. Segn ellos, lo ms probable fuese que hubiese ido hasta la pirmide en un estado delirante,
debido a la malaria y, es ms, que hubiese descubierto el acceso por mera casualidad, cayendo
desmayado por agotamiento una vez hube alcanzado, no sin esfuerzo, la cmara que dej al
descubierto. Repliqu basndome en tres hechos claros. Primero, que evidentemente haba
descubierto el acceso al interior de la pirmide, por lo que recib la medalla de oro de la Sociedad
Khdiviale, cosa de la que poda informar tan claramente como lo haca de los hechos que se
sucedieron tras mi descubrimiento. En segundo lugar, haba encontrado en mi bolsillo el anillo de
Hatasu, que tom de uno de sus dedos poco antes de que el cloroformo me hiciera efecto. Y en tercer
lugar, en mi pecho se vea claramente la herida que me infligi el sacerdote con su cuchillo de
diorita, de la cual conservo en el presente una larga cicatriz. La hiptesis absurda de mis amigos
mdicos, segn los cuales me habra herido con el filo de una roca sobre la que pude desmayarme, no
es ms que eso, una hiptesis absurda, por lo que no me detengo siquiera a considerarla.
Mi teora sobre el caso, sin embargo, es la de que el sacerdote no tuvo tiempo de concluir la
operacin, o acaso que la irrupcin de los rastreadores enviados en mi bsqueda por los Fitz-
Simkinses los llen de terror a todos, haciendo que las momias buscaran refugio a toda prisa en sus
sarcfagos, una hora o por ah antes de que se les acabara el tiempo. En cualquier caso, all estaban,
paseando por la cmara y conversando, cuando hicieron su entrada los rastreadores.
Por desgracia, la verdad de mi informe no podr ser verificada hasta que pasen mil aos, pero
como se guarda una copia de este libro en el Museo Britnico, apelo solemnemente a la humanidad
en su conjunto para que compruebe la veracidad de esta historia, enviando en su momento una
comisin de arquelogos a la pirmide de Abu Yilla, que habr de estar all el ltimo da de
diciembre del ao dos mil ochocientos setenta y siete. Si no se encuentran con Thutmes y Hatasu
celebrando en el mismo centro de la cmara, tal y como lo he descrito, entonces no tendr reparo en
admitir que la historia de mi noche de ao nuevo entre las momias fue slo una alucinacin y no algo
digno de ser tenido en cuenta por el mundo de la ciencia.
Sin lugar a dudas, el relato que ms ha influido en la configuracin literaria e, incluso,
cinematogrfica, del mito de la momia es El lote n 249 (Lot No. 249) de Sir Arthur Conan Doyle.
Muy por encima de Edgar Allan Poe y su Conversacin con una momia (Some Words with a
Mummy, 1845) o de Thophile Gautier y su Novela de la momia (Le roman de la momie, 1858),
consideradas a menudo como los textos seminales del gnero, el cuento de Conan Doyle publicado
originariamente en 1892, en la revista Harpers New Monthly Magazine establece varios de los
elementos dramticos y atmosfricos que, con mayor o menor insistencia, vendrn repitindose en la
literatura fantstica britnica y estadounidense de la primera mitad del siglo XX versada en momias
resucitadas: el misterioso ambiente de museos y universidades; los inexplicables crmenes cometidos
por algo que no es humano segn explica siempre algn atribulado testigo; el empleo de la
arcana magia egipcia, por parte de algn malvolo cientfico-aprendiz de brujo, a fin de interrumpir
el eterno sueo de la momia y utilizar su fuerza sobrehumana para sus viles propsitos; el pavoroso y
amenazador aspecto del cadver embalsamado La momia, un objeto horrendo, negro, arrugado,
parecido a una cabeza chamuscada sobre un arbusto lleno de nudosidades, estaba ahora a medio salir
de la caja, con la mano que pareca una garra o el antebrazo huesudo descansando encima de la
mesa, escribi Conan Doyle, el terrible choque entre el (frgil) intelecto moderno y la (fuerte)
hechicera antigua Parafraseando a Antonio Molina Foix, El lote n 249 es uno de los mejores
cuentos fantsticos de Sir Arthur Conan Doyle y una muestra ejemplar de su estilo elegante, ms
preocupado por el prolijo y lgico desarrollo de la trama pese a que admita implcitamente la
existencia de lo sobrenatural que en la consecucin de una atmsfera gtica la cual, no obstante,
jams desde invocar a travs de certeros toques siniestros.
Los relatos reunidos en la presente antologa, The Ring of Thoth tambin conocido como
The Mummy, y que vio la luz en las pginas de The Cornhill Magazine en enero de 1890 y The
Jews Breastplate publicado en la revista The Strand\ en febrero de 1899, constituyen un
perfecto compendio del quehacer literario de Arthur Conan Doyle. La primera narracin, excelente
desde cualquier ptica estilstica o dramtica, establece con firmeza una de las constantes ms
recurrentes del mito de la momia segn argument Joan Prat Cars en su estudio Las races del
miedo. Antropologa del cine de terror (coautor Romn Gubern. Tusquest Editores, col. Cuadernos
nfimos n 86. Barcelona, 1979). A saber: una historia de amor malsana, a caballo entre la vida y la
muerte, que no es ms que un afn de dominio, posesin, sumisin, sojuzgamiento y destruccin del
ser amado, ms all del tiempo, equiparando el sentido del Eros y el Thanatos. As pues, no resulta
extrao que el relato se cierre con la imagen terriblemente inquietante, pero tambin triste,
conmovedora, del sacerdote y nigromante Sos-rah abrazado a la momia de su amada Atmea, en uno
de los salones del Museo del Louvre, logrando por fin reunirse con ella en el Otro Mundo. Y, en las
antpodas de The Ring of Thoth, encontramos The Jews Breastplate, historia que, sin centrarse
en el tema de las maldiciones egipcias, en su universo mgico, utiliza muchos de sus artificios
narrativos. En The Jews Breastplate prevalece el lado ms racional y materialista de Conan
Doyle, quien manipula con suma efectividad la atmsfera numinosa que envuelve a un viejo museo
repleto de reliquias antiqusimas, para plantear un enigma que habra apasionado al mismsimo
Sherlock Holmes.
Sir Arthur Conan Doyle ha pasado a la historia de la literatura universal como el creador del ms
clebre detective privado de todos los tiempos, Sherlock Holmes. Los cincuenta y seis relatos y
cuatro novelas protagonizados por Holmes, reunidos en nueve volmenes aparecidos entre 1887 y
1927, permitieron convertirse en escritor a tiempo completo a este joven mdico de 32 aos en
1880 se embarc como cirujano en el ballenero groenlands Hope; ms tarde sirvi como galeno en
el ejrcito britnico destinado en Sudfrica durante la Guerra de los Bers, sindole otorgado el
ttulo de Sir en 1902 por los servicios prestados, as como por los dos libros que escribi sobre el
conflicto blico sudafricano, The Great Boer War ( 1900) y The War in South Africa; its cause and
conduct (1902). Sin embargo, pese a la fama y el dinero que le report su ms inmarcesible
criatura de ficcin, Conan Doyle tena en muy alta estima sus novelas histricas cf. La compaa
blanca (The White Company, 1891), Los refugiados (The Refugees, 1893), Las hazaas del
brigadier Gerard (The Exploits of Brigadier Gerard, 1903) o Historias de piratas (Tales of Pirates
and Blue Water, 1922), todas ellas publicadas por Valdemar, as como sus cuentos de terror,
misterio y ciencia-ficcin, especialmente los que giraban en torno al profesor Challenger, un
cientfico visionario, aventurero y megalmano, que marca un antes y un despus en la visin
descarnadamente racionalista que Conan Doyle tena de la vida lo que en la poca se llamaba
progreso indefinido y, en cierto modo, del arte literario.
Significativamente, las apariciones de Challenger en El mundo perdido (The Lost World, 1912),
La zona ponzoosa (The Poison Belt, 1913), La mquina desintegradora (The Disintegration
Machine, 1927) y El da que la tierra aull (When the World Screamed, 1928), culminan con El
pas de las brumas (The Land of Mists, 1926), novela donde el extravagante cientfico abraza, al
igual que su creador, la causa espiritista. Educado segn las convenciones de la fe catlica, Arthur
Conan Doyle perdi en poco tiempo a su hijo combatiente durante la Primera Guerra Mundial, a
su hermano menor y a su madre, hechos que lo sumieron en un terrible dolor. Movido por la certeza
de que la muerte no es el final, anhelando ponerse en contacto con ellos, el escritor se inici por
ello en el espiritismo, a cuya divulgacin dedic libros como Historia del espiritismo (The History
of Spiritualism, 1926), tratado que conciba su habilidad como novelista y amante de la historia con
el propsito de que el lector comparta acontecimientos tan notables como los fenmenos de
Hydesville pequea localidad del Estado de Nueva York donde, en 1848, las hermanas Catherine y
Margaretta Fox contactaron supuestamente con los muertos mediante unos golpes codificados, puesto
que los difuntos, segn su testimonio, las haban elegido para convencer al mundo de que haba una
vida despus de la muerte, y descubra las trayectorias profesionales de mdiums tan clebres en su
tiempo como Jackson Davis, Daniel Douglas Home, Eusapia Palladino, los hermanos Davenport o
las investigaciones psquicas de Sir William Crookes. No es extrao, pues, que despus de haber
liquidado a Sherlock Holmes hacindolo desaparecer en las abismales cataratas de Reichenbach,
en Suiza, en el relato El problema final (The Adventure of the Final Problem, 1894), Conan Doyle
lo devolviera a la vida brevemente a travs de una inquietante novela terrorfica, El perro de los
Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1902) y, definitivamente, en un relato de ttulo
tremendamente enigmtico, hermtico, La aventura de la casa deshabitada (The Adventure of the
Empty House, 1905), transformando al famoso detective, a efectos literarios, en una criatura
inmortal.
EL ANILLO DE THOTH
(The Ring of Thoth, 1890)[46]

Mr. John Vansittart Smith, F. R. S., domiciliado en el 147-A de Gower Street, era un hombre cuya
fuerza de voluntad y claridad de juicio podran haberle situado en el puesto ms alto de los
observadores cientficos. Sin embargo, fue vctima de una ambicin de universalidad que le incit a
querer sobresalir en todo orden de materias en vez de lograr la celebridad en una en concreto. En sus
primeros aos demostr una aptitud especial para la zoologa y la botnica, lo que hizo que sus
amigos le considerasen un segundo Darwin; pero cuando estaba a punto de obtener una ctedra,
interrumpi repentinamente sus estudios y concentr toda su atencin en la qumica. En esta materia,
sus investigaciones sobre el espectro de los metales le acreditaron como miembro de la Royal
Society; pero de nuevo jug la baza de la veleidad y, despus de un ao de ausencia del laboratorio,
se afili a la Oriental Society y dio lectura a una comunicacin sobre las inscripciones jeroglficas y
demticas de El Kab, proporcionando de esta manera un ejemplo fehaciente de la versatilidad e
inconstancia de su talento.
Sin embargo, hasta el ms voluble de los pretendientes est expuesto a ser cazado al fin, y esto
fue lo que le sucedi a John Vansittart Smith. Cuanto ms profundizaba en la egiptologa, ms
impresionado quedaba por el vasto campo que se abra al investigador y por la excepcional
importancia de una materia que prometa arrojar alguna luz sobre los primeros grmenes de la
civilizacin humana y el origen de la mayor parte de nuestras artes y ciencias. Tan impresionado
estaba Mr. Smith que contrajo inmediatamente matrimonio con una joven egiptloga que haba escrito
acerca de la sexta dinasta. Asegurada de esta forma una slida base de operaciones, comenz a
recoger materiales para una obra que aglutinara el rigor de Lepsius y la genialidad de Champollion.
La preparacin de esta magnum opus le oblig a realizar muchas visitas perentorias a las magnficas
colecciones egipcias del Louvre, y fue precisamente en la ltima de stas, no ms all de mediados
del pasado octubre, cuando se vio envuelto en la ms extraa y notable de las aventuras.
Los trenes haban sido lentos y el paso del Canal borrascoso, de modo que lleg a Pars en un
estado algo nervioso y febril. Cuando se encontr en el Hotel de France, en la rue Laffitte, se tumb
en un sof durante un par de horas, pero al ver que era incapaz de conciliar el sueo, resolvi a pesar
de la fatiga hacer una visita al Louvre, comprobar los temas que haba venido a solucionar y coger el
tren nocturno para Dieppe. Tomada esta determinacin, se puso encima el abrigo, pues era un da fro
y lluvioso, y emprendi el camino a travs del bulevar de los Italianos y baj por la avenida de la
Opera. Ya dentro del Louvre se hallaba en terreno familiar y se dirigi rpidamente a la coleccin de
papiros que tena intencin de consultar.
Ni los ms entusiastas de los admiradores de John Vansittart Smith podran asegurar que era un
hombre atractivo. Su larga nariz aguilea y la barbilla prominente tenan el mismo carcter agudo e
incisivo que distingua su intelecto. Mantena erguida la cabeza a la manera de un pjaro, y parecan
tambin picotazos de pjaro los movimientos con que lanzaba sus razonamientos y rplicas en el
transcurso de la conversacin. Mientras permaneca all, con el cuello del abrigo levantado hasta las
orejas, podra haber observado en el reflejo de la vitrina de cristal que tena ante l que su aspecto
resultaba bastante singular. Pero slo cay en la cuenta de esta circunstancia, recibida como una
sbita sacudida, cuando alguien que hablaba en ingls exclam a sus espaldas en un tono
perfectamente audible:
Qu aspecto tan raro tiene ese individuo!
El investigador contaba con una considerable proporcin de frvola vanidad en su personalidad,
que se manifestaba en una despreocupacin ostentosa y exagerada por toda suerte de consideraciones
personales. Se mordi los labios y se concentr en el rollo de papiro, mientras su corazn rebosaba
rabia contra toda la raza de viajeros britnicos.
S dijo otra voz, realmente es un tipo extraordinario.
Sabes? dijo el que haba hablado primero, uno podra creer que el tipo ese se ha
quedado medio momificado a fuerza de contemplar tantas momias.
Desde luego, tiene las facciones de un egipcio dijo el otro.
John Vansittart gir sobre sus talones, decidido a humillar a sus compatriotas con una o dos
observaciones corrosivas. Para su sorpresa y alivio, los dos jvenes que haban estado conversando
estaban de espaldas y contemplaban a uno de los vigilantes del Louvre, ocupado en sacar brillo a los
bronces del otro lado de la sala.
Carter nos est esperando en el Palais Royal dijo uno de los turistas, consultando su reloj.
Despus se marcharon con ruidosas pisadas y el estudioso qued a solas con sus estudios.
Me gustara saber a qu llaman esos charlatanes facciones de egipcio, pens John Vansittart
Smith, y cambi ligeramente de posicin para echar un vistazo a la cara del hombre en cuestin.
Nada ms ponerle los ojos encima experiment un sobresalto. Desde luego se trataba del mismo tipo
de cara que sus estudios le haban hecho tan familiar. Los uniformes rasgos esculturales, la frente
ancha, la barbilla redondeada y la tez morena eran una rplica exacta de las innumerables estatuas,
las momias que haba en las vitrinas y los dibujos que decoraban las paredes de la sala. El parecido
estaba ms all de la mera coincidencia. Aquel hombre deba de ser egipcio. La caracterstica
angulosidad de los hombros y la estrechez de caderas bastaban para identificarle.
John Vansittart Smith arrastr los pies hacia el vigilante con intencin de dirigirle la palabra. No
era un hombre brillante en la conversacin y le resultaba difcil dar con el medio justo entre la
brusquedad del superior y la simpata del igual. A medida que se acercaba, el rostro de aquel
individuo se le presentaba con mayor claridad, aunque permaneca concentrado en su trabajo. Al fijar
los ojos en la piel del extrao vigilante, Vansittart Smith recibi la impresin repentina de que su
aspecto tena algo de inhumano y preternatural. Sobre las sienes y los pmulos apareca un brillo
vidrioso, como de pergamino barnizado. No haba seal de poros. Uno no poda imaginarse una gota
de sudor sobre aquella superficie. Desde la frente a la barbilla, sin embargo, la piel estaba surcada
por un milln de delicadas arrugas, que se cruzaban y entrelazaban, como si la naturaleza, dejndose
llevar por un capricho propio de los maores, hubiera intentado trazar el dibujo ms intrincado y
extravagante que pudiera idear.
O est la collection de Menphis? pregunt el investigador, con ese aire inoportuno de quien
busca una pregunta con el nico propsito de entablar conversacin.
Cest l contest secamente el hombre, indicndole con la cabeza el otro lado de la sala.
Vous tes un Egyptien, nest-ce pas? pregunt el ingls.
El vigilante mir hacia arriba y clav sus oscuros y extraos ojos en el interlocutor. Eran unos
ojos vidriosos, con un brillo seco y nebuloso que no haba visto hasta entonces en un ser humano. Al
fijar su mirada en ellos, descubri en sus profundidades una especie de dramtica emocin que suba
y descenda hasta desembocar en una mirada que tena tanto de horror como de odio.
Non, monsieur; je suis Franais.
El hombre se dio la vuelta con cierta brusquedad y se encorv de nuevo para dedicarse a su
trabajo de limpieza. El estudioso le mir con asombro durante unos instantes, se retir a un asiento
que haba en un rincn apartado detrs de una de las puertas y procedi a poner en orden las
anotaciones extradas de sus investigaciones entre los papiros. Sin embargo, sus pensamientos se
resistan a regresar a su cauce natural y se escapaban una y otra vez hacia el enigmtico vigilante de
cara de esfinge y piel de pergamino.
Dnde he visto yo unos ojos como sos? se preguntaba John Vansittart Smith. Hay algo de
satirio en ellos, algo de reptil. Como la membrana nictitante de las serpientes reflexion,
recordando sus estudios de zoologa. Es lo que produce el efecto vidrioso. Pero hay algo ms.
Tienen una expresin de fuerza, de sabidura, al menos as lo interpreto yo, y de cansancio, un
cansancio absoluto y de indecible desesperacin. Tal vez sean imaginaciones mas, pero nunca
haba recibido una impresin tan fuerte. Por Jpiter! Tengo que examinarlos otra vez. Se levant y
dio una vuelta por los salones egipcios, pero el hombre que le despertaba tanta curiosidad haba
desaparecido.
El investigador volvi a sentarse en su apacible rincn y reanud sus anotaciones. Haba
encontrado en los papiros la informacin que buscaba y slo quedaba ponerla por escrito mientras
permaneca fresca en su memoria. Durante un rato el lpiz corri por el papel, pero poco a poco las
lneas empezaron a torcerse, las palabras se hicieron borrosas y, finalmente, el lpiz tintine en el
suelo y la cabeza del investigador cay pesadamente sobre su pecho. Rendido por el viaje, se
sumergi en un sueo tan profundo en su solitario rincn detrs de la puerta que ni el ruido metlico
producido por los vigilantes, ni las pisadas de los visitantes, ni siquiera el ronco estrpito de la
campana al dar el aviso de cierre fueron suficientes para despertarle.
La penumbra dio paso a la oscuridad, el bullicio de la rue de Rivoli aument y despus
disminuy. En la lejana Notre Dame sonaron las campanadas de la medianoche y la figura oscura y
solitaria permaneca sentada en silencio entre las sombras. Era cerca de la una de la madrugad
cuando John Vansittart Smith, con un sbito jadeo y una aspiracin profunda, recobr la conciencia.
Durante unos instantes le rond la idea de que se haba quedado dormido en el silln de lectura de su
propia casa. Sin embargo, la luz de la luna penetraba a rachas por la ventana sin postigos y, a medida
que sus ojos recorran las hileras de momias y la inacabable sucesin de estanteras barnizadas,
recordaba con claridad dnde se encontraba y cmo haba llegado a esa situacin. No era nervioso.
Se senta atrado por las situaciones novelescas, lo cual es caracterstico de su raza. Estir los
miembros entumecidos, consult el reloj y dej escapar una carcajada al ver la hora que era. El
episodio poda constituir una admirable ancdota que relatara en su prximo trabajo, y que sera
como un descanso entre las graves y pesadas especulaciones. Tena un poco de fro, pero se
encontraba perfectamente despierto y recuperado. No haba nada de sorprendente en el hecho de que
el vigilante no hubiera reparado en l, pues la puerta proyectaba una espesa sombra directamente
sobre su pupitre.
El silencio absoluto era impresionante. No se oa ni un solo crujido o murmullo ni en el interior
ni en el exterior. Estaba solo entre los cadveres de una civilizacin desaparecida. Qu importaba el
mundo exterior, totalmente librado al bullicio del siglo XIX! En toda aquella sala no haba un solo
objeto que no hubiera soportado el paso de cuatro mil aos. All estaban los restos que el gran
ocano del tiempo haba rescatado de aquel lejano imperio. Desde la majestuosa Tebas, desde la
altiva Luxor, desde los grandes templos de Helipolis, desde un centenar de tumbas expoliadas,
aquellas reliquias haban sido reunidas. El investigador mir a su alrededor y contempl las mudas
figuras que brillaban vagamente a travs de las tinieblas, antao animadas por mltiples afanes,
ahora tan silenciosas, y se vio arrastrado por un sentimiento de respeto y honda meditacin. Una
desacostumbrada conciencia de su propia juventud e insignificancia le invadi. Recostado en el
asiento, su mirada soadora vag a lo largo de las salas, donde la luz de la luna proyectaba rayos
plateados, y que ocupaban toda un ala del espacioso edificio. Por fin sus ojos recayeron sobre el
resplandor amarillo de una lmpara distante.
John Vansittart Smith se incorpor en su asiento con los nervios al lmite. La luz avanzaba
despacio hacia l, detenindose de vez en cuando, para acercarse a continuacin con pequeas
sacudidas. El portador de la luz se mova sin producir el menor ruido. En aquel profundo silencio ni
siquiera se perciba el ms mnimo roce de los pies que avanzaban. Lo primero que se le pas por la
cabeza al ingls es que se trataba de ladrones. Se recogi todava ms en su rincn. La luz estaba ya
a dos salas de distancia. Ahora se encontraba en la sala de al lado y segua sin escucharse sonido
alguno. Con una sensacin cercana al estremecimiento o al miedo, el investigador descubri un
rostro, un rostro que pareca flotar en el aire, detrs del resplandor de la lmpara. El cuerpo se
hallaba oculto entre las sombras, pero la luz incida sobre aquel extrao rostro de expresin
anhelante. No haba posibilidad de error: el brillo metlico de los ojos y la piel cadavrica. Era el
vigilante con quien haba conversado antes.
El primer impulso de Vansittart Smith fue acercarse y dirigirle la palabra. Unas pocas frases de
explicacin seran suficientes para aclarar la cuestin, y despus le conduciran sin duda hacia
alguna puerta lateral desde la que podra regresar al hotel. Cuando el hombre entr en la sala, sin
embargo, haba algo tan clandestino en sus movimientos y tan furtivo en su expresin que el ingls
abandon su propsito. Estaba claro que no se trataba de la ronda ordinaria de un funcionario. El
individuo llevaba puestas unas zapatillas de suela de fieltro, caminaba de puntillas y lanzaba rpidas
miradas a derecha e izquierda, mientras la llama de la lmpara oscilaba por efecto de su respiracin
agitada. Vansittart Smith se agazap silencioso en el rincn, observndole con creciente inters,
convencido de que su visita obedeca a algn motivo secreto y probablemente ocultaba fines
siniestros.
Sus movimientos no revelaban la menor vacilacin. Se dirigi con paso ligero y rpido hacia una
de las grandes vitrinas, sac una llave de su bolsillo y abri la cerradura. Entonces baj una momia
del estante superior, avanz unos pasos y la deposit con sumo cuidado y solicitud en el suelo.
Coloc la lmpara al lado y, a continuacin, ponindose en cuclillas al estilo oriental, empez a
deshacer con sus dedos largos y temblorosos las telas enceradas y los vendajes que la recubran. A
medida que se desplegaban las tiras de tela, un fuerte y aromtico olor invadi la sala, y fragmentos
de perfumada madera y especias cayeron con un ruido sordo en el suelo de mrmol.
Para John Vansittart Smith era evidente que aquella momia jams haba sido despojada de su
vendaje. La operacin le interesaba profundamente. La observ con curiosidad y emocin, y su
cabeza de pjaro fue alargndose detrs de la puerta. Sin embargo, cuando aquella cabeza de cuatro
mil aos de antigedad fue desposeda del ltimo vendaje, el investigador apenas pudo ahogar un
grito de asombro. En primer lugar, una cascada de largas trenzas negras y brillantes se derram sobre
las manos y los brazos del manipulador. La segunda vuelta del vendaje descubri una frente estrecha
y blanca, con las cejas delicadamente arqueadas. A la tercera vuelta aparecieron unos ojos
luminosos, bordeados de largas pestaas, y una nariz recta, bien perfilada, mientras que la cuarta y
ltima mostr una boca dulce, henchida y sensual, y una barbilla encantadoramente torneada. Todo el
rostro era de una belleza extraordinaria, salvo una mancha irregular en el centro de la frente, de color
caf. Constitua un triunfo del arte de embalsamar. Los ojos de Vansittart Smith se dilataban a medida
que la contemplaba y su garganta dej escapar un gemido de satisfaccin.
Sin embargo, el efecto causado sobre el egiptlogo no era nada comparado con el que produjo al
extrao vigilante. Alz las manos al aire, prorrumpi en un spero martilleo de palabras y, despus,
echndose en el suelo, al lado de la momia, la rode con sus brazos y la bes varias veces en los
labios y en la frente. Ma petite! gimi en francs. Ma pauvre petite. Su voz estaba quebrada
de emocin, y sus innumerables arrugas se estremecan y se retorcan, pero el investigador observ a
la luz de la lmpara que los brillantes ojos del vigilante permanecan secos y sin lgrimas, como si
fueran dos bolas de acero. Durante algunos minutos se qued all tendido, con el rostro crispado,
runruneando y susurrando sobre aquella hermosa cabeza. Despus mostr una sonrisa de satisfaccin,
pronunci algunas palabras en un idioma desconocido y se puso en pie con la expresin vigorosa de
quien se ha preparado para afrontar un duro esfuerzo.
En el centro de la sala haba una vitrina circular que contena una magnfica coleccin de anillos
egipcios primitivos y piedras preciosas en la que el investigador haba reparado con frecuencia. El
vigilante se dirigi a la vitrina, manipul la cerradura y abri la puerta. Coloc la lmpara en un
estante lateral y, a su lado, una pequea jarra de barro que sac del bolsillo. Despus cogi un
puado de anillos de la vitrina y con un gesto grave y ansioso procedi a mojar cada uno de ellos en
el lquido que contena la jarra, examinndolos a continuacin a la luz de la lmpara. El primer lote
de anillos le produjo una visible desilusin, porque volvi a arrojarlos con desprecio a la vitrina.
Sac otro puado. Escogi un anillo de metal macizo con un voluminoso cristal engarzado y lo
someti a la prueba del lquido de la jarra. Al momento lanz un grito de alegra y extendi los
brazos con un gesto tan impetuoso que derrib la jarrita, cuyo lquido se derram por el suelo y
corri hasta los pies del ingls. El vigilante se sac un pauelo encarnado del pecho y se puso a
limpiar la mancha, siguiendo el reguero hasta el rincn, donde se encontr de pronto cara a cara con
el individuo que le estaba observando.
Perdneme dijo John Vansittart Smith con cortesa inimaginable. He tenido la desgracia
de quedarme dormido detrs de esa puerta.
Me ha estado observando? pregunt el otro en ingls, con una mirada venenosa dibujada en
su cadavrico rostro.
El investigador era un hombre que no acostumbraba a mentir.
Confieso dijo que he observado sus operaciones y que han despertado mi inters y
curiosidad en el ms alto grado.
El hombre sac un cuchillo largo y de hoja llameante que tena oculto en el pecho.
Se ha escapado usted por poco dijo. Si le hubiera visto hace diez minutos, le habra
clavado esto en el corazn. Sea como sea, si me toca o interfiere de alguna manera conmigo, es usted
hombre muerto.
No tengo intencin de entrometerme en sus asuntos respondi el investigador. Mi
presencia aqu es completamente accidental. Todo lo que le pido es que tenga la amabilidad de
dejarme salir por alguna puerta lateral.
Habl con extrema suavidad, porque aquel individuo segua presionando la palma de su mano
izquierda con la punta del cuchillo, como si quisiera asegurarse de que estaba bien afilado, y su
rostro permaneca con la misma expresin maligna.
Si yo creyera dijo. Pero no, quiz no tenga importancia. Cmo se llama usted?
El ingls se lo dijo.
John Vansittart Smith repiti el otro. Es usted el mismo Vansittart Smith que ley una
memoria en Londres sobre El Kab? Le un informe sobre ella. Sus conocimientos del tema son
despreciables.
Caballero! exclam el egiptlogo.
Sin embargo, son superiores a los de otros que tienen incluso ms pretensiones que usted. La
piedra angular de nuestra antigua vida en Egipto no se encuentra en las inscripciones o monumentos,
a los que conceden tanta importancia ustedes, sino en nuestra filosofa hermtica y nuestros
conocimientos msticos, de los que ustedes saben muy poco, o nada.
Nuestra antigua vida! repiti el erudito con los ojos dilatados; de repente exclam: Dios
mo! Mire la cara de la momia!
Aquel hombre extrao se volvi y enfoc la luz sobre la mujer muerta, dejando escapar un grito
de dolor mientras lo haca. La accin de la atmsfera haba destruido ya todo el arte del
embalsamador. La piel se haba despegado, los ojos aparecan hundidos en el interior de las cuencas,
los labios descoloridos se haban retorcido por debajo de los dientes amarillentos y slo por la
mancha marrn de la frente poda asegurarse que se trataba del mismo rostro joven y hermoso que
tena apenas unos minutos antes.
El hombre agit sus manos con horror y desesperacin. Despus, dominndose con gran esfuerzo,
volvi a fijar sus endurecidos ojos en el ingls.
No importa dijo con la voz quebrada por la emocin. Realmente ya no importa. He venido
aqu esta noche con la firme determinacin de hacer algo. Y ya lo he hecho. Todo lo dems sobra.
Encontr lo que buscaba. La antigua maldicin ha quedado rota. Puedo reunirme con ella ya. Qu
importancia tiene su forma inanimada, si su espritu me est esperando al otro lado del velo?
sas son palabras un tanto exageradas dijo Vansittart Smith. Cada vez estaba ms
convencido de que estaba tratando con un loco.
El tiempo apremia y tengo que partir continu el otro. Ha llegado el momento que
durante tanto tiempo he estado esperando. Pero antes debo llevarle a usted hasta la salida. Venga
conmigo.
Cogi la lmpara, dio la espalda a la sala desordenada y condujo al investigador con paso rpido
a travs de los departamentos dedicados a los egipcios, los asirios y los persas. Al final de este
ltimo departamento abri una pequea puerta que haba en la pared y descendi por una escalera de
piedra en forma de caracol. El ingls sinti el aire fro de la noche sobre su frente. Enfrente haba
una puerta que pareca comunicar con la calle. A la derecha haba otra puerta abierta que proyectaba
un haz de luz amarilla en el pasillo.
Entre aqu orden el vigilante.
Vansittart Smith vacil. Crea que haba llegado al final de su aventura. Pero la curiosidad era
ms fuerte que cualquier otro impulso. No poda dejar este asunto sin aclarar, de modo que sigui a
su extrao acompaante hasta el interior de la cmara.
Era un cuarto pequeo, similar a los que se suelen destinar para conserjera. En la chimenea
arda la lea. En un extremo haba una cama de ruedas y en el otro un tosco silln de madera, con una
mesa redonda en el centro, donde an se vean restos de comida. Al mirar a su alrededor, el
investigador advirti, con un repetido e intenso escalofro, que todos los pequeos detalles de la
habitacin tenan un diseo extrao y constituan un trabajo de artesana verdaderamente antigua. Los
candelabros, los jarrones de la chimenea, los atizadores de la lumbre, los adornos de las paredes
todo perteneca al tipo de arte que asociamos con el ms remoto pasado. Aquel hombre arrugado y de
ojos turbios se sent en el borde de la cama e indic a su invitado que tomase asiento en el silln.
Tal vez haya sido el destino dijo, expresndose todava en un excelente ingls. Tal vez
estaba decretado que yo dejase detrs de m algn relato que pusiera en guardia a los temerarios
mortales que enfrentan su inteligencia contra el proceso de la Naturaleza. Lo dejo a su eleccin.
Puede hacer con ello lo que desee. En este momento le estoy hablando con los pies en el umbral del
otro mundo.
Soy, como usted habr deducido, egipcio, pero no un egipcio de esa raza pisoteada de esclavos
que habita ahora en el Delta del Nilo, sino un superviviente de aquel pueblo ms valeroso y duro que
domestic a los hebreos, arrastr a los etopes hasta los desiertos del sur y erigi aquellos
monumentos grandiosos que han despertado el asombro y la envidia de todas las generaciones de los
hombres. Vi la luz en el reinado de Tuthmosis, mil seiscientos aos antes del nacimiento de Cristo.
Retrocede usted ante m Espere, y comprobar que soy ms digno de inspirar lstima que temor.
Mi nombre era Sosra. Mi padre haba sido el sumo sacerdote de Osiris en el gran templo de
Abaris, que en aquellos das se alzaba en el brazo del Nilo de Bubastis. Me educaron en el templo y
fui iniciado en todas las artes msticas de las que habla vuestra Biblia. Fui un alumno aventajado.
Antes de cumplir los diecisis aos haba aprendido todo lo que poda ensearme el ms sabio de
los sacerdotes. Desde entonces estudi por m mismo los secretos de la naturaleza, pero no compart
mis conocimientos con nadie.
De todos los problemas que atrajeron mi atencin ninguno me fascinaba tanto como aquellos que
estaban relacionados con la naturaleza misma de la vida. Investigu profundamente en los secretos
del principio vital. El objetivo de la medicina era combatir las enfermedades. Yo estaba convencido
de la posibilidad de desarrollar un mtodo que fortaleciese el cuerpo hasta el punto de impedir que
jams se apoderase de l la enfermedad o la muerte. Es intil que me detenga ahora en el proceso de
mis investigaciones. Adems, si lo hiciera, sera muy difcil que usted lo comprendiera. Llev a cabo
mis experimentos en parte con animales, en parte con esclavos, y en parte conmigo mismo. Basta
decir que, como resultado de mis investigaciones, obtuve una sustancia que al ser inyectada en la
sangre proporcionaba al cuerpo la fortaleza necesaria para resistir los efectos devastadores del
tiempo, de la violencia o de la enfermedad. No proporcionaba la inmortalidad, pero su poder
permanecera durante miles de aos. Inyect la sustancia a un gato y despus le somet a la accin de
los venenos ms mortferos. Ese gato vive todava en el Bajo Egipto. No haba ningn misterio o
magia en mi mtodo. Se trataba simplemente de un descubrimiento qumico que tal vez pueda volver
a realizarse algn da.
El amor a la vida corre impetuoso en la juventud. Crea haber escapado a toda preocupacin
humana ahora que por fin haba conseguido erradicar el dolor y confinar a la muerte en lo remoto del
tiempo. Con gran alegra en mi corazn vert aquella sustancia maldita en mis venas. Despus mir a
mi alrededor para ver si encontraba a alguien que pudiera beneficiarse de mi descubrimiento. Un
joven sacerdote de Thoth, Parmes, haba ganado mi simpata por su naturaleza seria y la devocin
que profesaba a sus estudios. Le hice partcipe de mi secreto y le inyect mi elixir, puesto que as lo
deseaba. Ahora, pens, nunca me faltar un compaero de mi misma edad.
Despus de este grandioso descubrimiento abandon hasta cierto punto mis estudios, pero
Parmes continu con renovada energa. Le vea trabajar todos los das con sus redomas y
destiladores en el templo de Thoth, pero apenas me hablaba del resultado de sus investigaciones. Yo,
por mi parte, me dedicaba a pasear por la ciudad y miraba con exultacin a mi alrededor, pensando
que todo aquello estaba destinado a desaparecer, y que slo yo permanecera. La gente se inclinaba
al verme pasar, pues la fama de mi sabidura se haba extendido por doquier.
Haba guerra en aquel entonces, y el gran rey haba enviado a sus soldados a la frontera oriental
para expulsar a los hiksos. Se envi tambin un gobernador a Abaris, que deba mantener la ciudad
para el rey. Yo haba escuchado las alabanzas sobre la belleza de la hija del gobernador. Un da,
mientras paseaba en compaa de Parmes, la vimos pasar transportada sobre los hombros de sus
esclavos. El amor me traspas como un rayo. Se me escap el corazn. Habra sido capaz de
arrojarme a los pies de los porteadores. Era mi mujer. La vida sin ella me resultaba imposible. Jur
por la cabeza de Horus que habra de ser ma. Hice el juramento ante el sacerdote de Thoth, pero se
alej de mi lado con el ceo fruncido, tan oscuro como la noche.
No es necesario que le hable de nuestros amores. Lleg a amarme tanto como yo la amaba a
ella. Me enter de que Parmes pretenda haberla visto antes que yo, y que le haba dado a entender
que l tambin la amaba, pero yo sonrea ante aquella pasin, pues saba que su corazn me
perteneca. La peste blanca hizo aparicin en la ciudad y las vctimas fueron incontables, pero yo
pasaba mis manos sobre los enfermos y los cuidaba sin ningn temor o recelo. Ella se maravillaba de
mi valenta. Entonces le revel mi secreto y le supliqu que me permitiera emplear mi arte con ella.
Tu juventud jams se marchitar, Atma le dije. Las dems cosas pasarn, pero t y yo, y
el gran amor que nos profesamos, sobreviviremos a la misma tumba del rey Chefru.
Pero ella estaba llena de dudas y no haca ms que poner objeciones tmidas propias de una
doncella. Era eso justo? preguntaba. Acaso no constitua una burla a la voluntad de los
dioses? Si el gran Osiris hubiera deseado que nuestras vidas fueran tan largas, no nos lo habra
concedido l mismo?
A fuerza de palabras cariosas y enamoradas logr dominar sus dudas, pero segua vacilando.
Era una gran decisin, deca. Necesitaba una noche ms para pensarlo. Por la maana me hara saber
el resultado de sus meditaciones. No era demasiado pedir una noche. Deseaba dirigir sus plegarias a
Isis para que la ayudara en la decisin.
Con el corazn abatido, barruntando desgracias, la dej en compaa de sus doncellas. A la
maana siguiente, una vez finalizado el sacrificio de primera hora, corr a su casa. Una esclava
asustada me recibi al pie de la escalera. Su seora estaba enferma, me dijo, muy enferma. Me abr
paso entre la servidumbre, frentico, y atraves salones y pasillos hasta llegar a la cmara de mi
Atma. Estaba tendida en su lecho, con la cabeza sobre la almohada, el rostro muy plido y los ojos
vidriosos. En la frente apareca una mancha inflamada, de color prpura. Yo conoca ya aquella
marca infernal. Era la pstula de la peste blanca, el sello de la muerte.
Para qu hablar de aquellas horas terribles? Durante meses me asedi la locura, el delirio, la
fiebre, pero yo no poda morir. Jams un rabe sediento dese descubrir un pozo de agua como yo
dese la muerte. Si el veneno o el acero hubieran podido cortar el hilo de mi existencia, habra
tardado un instante en ir a reunirme con mi amada en el pas del angosto portal. Lo intent, pero todo
fue intil. La influencia de la sustancia era demasiado poderosa. Una noche, cuando yaca en mi
lecho, dbil y hastiado de la vida, Parmes, el sacerdote de Thoth, vino a visitarme. Le vi de pie, en el
crculo de luz que proyectaba la lmpara, y me mir con unos ojos en los que se adivinaba una
alegra insana.
Por qu permitiste que muriera? me pregunt. Por qu no la fortaleciste, igual que
hiciste conmigo?
Era demasiado tarde respond. Me haba olvidado: t tambin la amabas. Eres mi
compaero en la desgracia. No es terrible pensar que han de pasar siglos hasta que la veamos de
nuevo? Qu estpidos fuimos al suponer que la muerte era nuestro enemigo!
T puedes asegurar eso exclam con una risa salvaje. Esas palabras son acertadas en tus
labios. Para m no tienen significado.
Qu quieres decir? exclam, incorporndome sobre un codo. Seguramente, amigo mo,
el dolor ha trastornado tu cerebro.
El rostro de Parmes resplandeca de alegra, y se retorca y convulsionaba de risa, como si
estuviera posedo por el demonio.
Sabes adnde voy? pregunt.
No respond, no lo s.
Voy hacia ella dijo. Ella yace embalsamada en la tumba ms alejada, donde se levanta la
doble palmera, ms all de los muros de la ciudad.
A qu vas all? pregunt.
A morir! grit. A morir! Yo no estoy sujeto a las cadenas de la vida terrenal.
Pero el elixir est en tu sangre! exclam.
Puedo vencerlo dijo. He descubierto un principio ms poderoso que lo destruir. En este
momento est actuando en mis venas, y en una hora ser un hombre muerto. Me reunir con ella, y t
quedars atrs.
Al mirarle comprend que era cierto lo que deca. El brillo acuoso de sus ojos revelaba que
estaba ms all del poder del elixir.
Tienes que ensermelo! grit.
Jams! respondi.
Te lo imploro, por la sabidura de Thoth, por la majestad de Anubis!
Es intil me contest con frialdad.
Entonces lo descubrir exclam.
No podrs respondi. Lo encontr por casualidad. Requiere una mixtura que no podrs
conseguir nunca. Salvo la que contiene el anillo de Thoth, jams se har otra igual.
En el anillo de Thoth! repet. Dnde est el anillo de Thoth?
Eso tampoco lo sabrs nunca contest. T conseguiste su amor. Quin ha ganado al
final? Te abandono a tu srdida vida en la tierra. Mis cadenas se han roto. Debo irme!
Gir sobre sus talones y sali de la habitacin. A la maana siguiente recib la noticia de que el
sacerdote de Thoth haba muerto.
Desde entonces dediqu todos mis das al estudio. Deba encontrar el sutil veneno que era ms
poderoso que el elixir. Desde el amanecer hasta la medianoche permaneca inclinado sobre el tubo
de ensayo y el horno. Mi primera medida fue recoger todos los papiros y productos qumicos que
haba dejado el sacerdote de Thoth. Pero apenas me ensearon nada. Aqu y all tropezaba con un
indicio o una espordica expresin que despertaba esperanzas en mi corazn, pero no conducan a
ninguna parte. A pesar de todo, mes tras mes, segu luchando. Cuando mi corazn desfalleca, sola
acercarme hasta la tumba de las dos palmeras. All, junto al cofre que contena la joya que me haba
arrebatado la muerte, senta su dulce presencia y le deca en voz baja que si la inteligencia de un
mortal poda resolver el problema, ira a reunirme con ella.
Parmes haba dicho que su descubrimiento estaba relacionado con el anillo de Thoth. Yo tena
un recuerdo vago de aquella joya. Era un anillo grande y pesado, no de oro, sino de un metal ms
raro y pesado procedente de las minas del monte Harbal. Vosotros lo llamis platino. Yo recordaba
que el anillo tena incrustado un cristal hueco que poda albergar algunas gotas de lquido. Estaba
claro que el secreto de Parmes no se refera nicamente al metal, pues haba muchos otros anillos de
dicho metal en el templo. No era ms probable que hubiese guardado su precioso veneno en el
interior del cristal? Apenas llegu a esta conclusin cuando, al rebuscar entre sus papeles, di con uno
que confirmaba mis sospechas y sugera que en el anillo quedaba una porcin que no se haba usado.
Pero cmo encontrar el anillo? Parmes no lo llevaba encima cuando fue despojado de todas sus
pertenencias para entregrselas al embalsamador. De eso estaba seguro. Tampoco se hallaba entre
los objetos de su propiedad. Registr en vano todas las habitaciones en que l haba entrado, todas
las cajas, jarras y objetos que haba posedo. Crib las arenas del desierto en aquellos lugares donde
sola pasear, pero, hiciese lo que hiciese, no pude conseguir el ms pequeo rastro del anillo de
Thoth. Es posible, sin embargo, que mis esfuerzos se hubieran visto recompensados de no haber sido
por una nueva e inesperada desgracia.
Se haba desatado una guerra enconada contra los hiksos y los capitanes del gran rey haban
quedado aislados en el desierto, con todos los cuerpos de arqueros y de caballera. Las tribus de
pastores cayeron sobre nosotros como plagas de langosta en un ao de sequa. Desde los desiertos de
Shur hasta el gran lago de aguas amargas se derram la sangre durante el da y cundi el fuego
durante la noche. Abaris era el baluarte de Egipto, pero no podamos impedir el avance de los
salvajes. Cay la ciudad. El gobernador y los soldados fueron pasados a cuchillo, y yo, junto con
muchos otros, fuimos reducidos al cautiverio.
Durante aos y aos cuid ganado en las grandes llanuras del ufrates. Muri mi amo y
envejeci su hijo, pero yo me encontraba tan alejado de la muerte como siempre. Por fin me escap
en un camello y regres a Egipto. Los hiksos se haban establecido en las tierras conquistadas y su
propio rey gobernaba el pas. Abaris haba sido reducida a escombros, la ciudad incendiada, y del
gran Templo no quedaba ms que una montaa informe de cascotes de piedra. Las tumbas haban sido
saqueadas y los monumentos destruidos. No qued seal alguna de la tumba de mi amada Atma. Las
arenas del desierto la haban sepultado y las palmeras que sealaban el emplazamiento haban
desaparecido tiempo atrs. Los papiros de Parmes y los enseres del templo de Thoth haban sido
destruidos o dispersados por los desiertos de Siria. Cualquier bsqueda resultaba vana.
Renunci pues a la esperanza de encontrar el anillo o descubrir la sutil droga. Intent vivir con
toda la paciencia que me fuera posible los largos aos que habran de transcurrir hasta que los
efectos del elixir desaparecieran. Cmo puede comprender usted lo terrible que es el tiempo,
cuando su nica experiencia es ese corto trayecto que media entre la cuna y el sepulcro? Yo s que he
padecido todo su horror yo que vengo flotando a lo largo de la corriente de la Historia. Yo era ya
viejo cuando cayeron los muros de Ilin. Y mucho ms viejo cuando Herdoto lleg a Menfis.
Llevaba sobre mis hombros una insoportable carga de aos cuando el nuevo evangelio apareci
sobre la tierra. Sin embargo, usted me ve como a cualquier otro hombre, porque el maldito elixir
sigue fortaleciendo mi sangre y preservndome de aquello que yo ms deseo. Pero al fin he llegado
al final de todo!
He viajado por todas las tierras y he morado en todas las naciones. Todas las lenguas son
iguales para m. Las aprend para que me ayudaran a pasar el tiempo fatigoso. No hace falta que le
diga con qu lentitud han transcurrido los aos el largo alborear de la civilizacin moderna, los
aos terribles de la Edad Media, los tiempos oscuros de la barbarie. Todos quedan a mis espaldas.
Jams he vuelto a mirar con ojos enamorados a ninguna otra mujer. Atma sabe que mi amor ha sido
constante.
Me acostumbr a leer todo lo que escriban los estudiosos acerca del antiguo Egipto. He pasado
por muchas situaciones: a veces he sido rico, a veces pobre, pero siempre fui capaz de guardar lo
suficiente para comprar las publicaciones que se ocupaban de tales materias. Hace nueve meses me
encontraba en San Francisco cuando le un informe sobre diversos descubrimientos realizados en las
proximidades de Abaris. Mi corazn dio un vuelco al leer aquello. Deca que el excavador haba
explorado algunas de las tumbas que se haban descubierto recientemente. En una de ellas se haba
encontrado una momia intacta con una inscripcin en el fretro exterior. Dicha inscripcin informaba
de que el cuerpo que contena era el de la hija del gobernador en los tiempos de Tuthmosis. El
artculo deca tambin que al quitar el fretro exterior haba quedado al descubierto un pesado anillo
de platino, con un cristal incrustado, y que haba sido depositado sobre el pecho de la mujer
embalsamada. As pues, era all donde Parmes haba escondido el anillo de Thoth. Desde luego
poda asegurar que estaba a salvo, porque ningn egipcio habra sido capaz de mancillar su alma,
aunque se tratase solamente de mover la caja exterior de un amigo sepultado.
Aquella misma noche sal de San Francisco, y al cabo de unas semanas me encontr de nuevo en
Abaris, si es que puede drsele el nombre de la gran ciudad a unos montones de arena y muros
derruidos. Me apresur a presentarme ante los franceses que dirigan las excavaciones y les pregunt
por el anillo. Me contestaron que el anillo y la momia haban sido enviados al museo Bulak de El
Cairo. Me present en el Bulak, pero all me dijeron tan slo que Mariette Bey los haba reclamado y
embarcado para llevarlos al Louvre. Fui tras ellos, y por fin, despus de cuatro mil aos, me
encontr en la sala egipcia con los restos de mi amada y el anillo que haba estado buscando durante
tanto tiempo.
Pero cmo me las ingeniara para echarles las manos encima? Cmo apropiarme de ellos?
Dio la casualidad de que estaba vacante un puesto de vigilante. Me present ante el director. Le
convenc de que tena grandes conocimientos sobre Egipto. Pero mi ansiedad me hizo hablar
demasiado. El hombre me dio a entender que mereca ms bien la ctedra de profesor que una silla
en la conserjera. Dijo que saba ms que l. Entonces, a fuerza de decir disparates, logr
convencerle de que haba sobrestimado mi conocimiento y me permiti trasladar a esta habitacin los
pocos efectos personales que he conservado. sta es la primera y ltima noche que paso aqu.
sta es mi historia, Mr. Vansittart Smith. No necesito decirle nada ms a un hombre de su
inteligencia. Gracias a una extraa casualidad ha contemplado usted esta noche el rostro de la mujer
que am en aquellos tiempos remotos. En la vitrina haba muchos anillos con cristales y no tuve ms
remedio que comprobar si eran de platino para asegurarme de que haba encontrado el que buscaba.
Una simple mirada al cristal ha sido suficiente para comprobar que haba lquido en su interior y que
por fin me sera dado expulsar lejos de m esta maldita salud que me ha ocasionado mayores dolores
que la ms funesta de las enfermedades. No tengo ms que decirle. Me he librado de una pesada
carga. Puede usted relatar mi historia o silenciarla si lo desea. Lo dejo a su eleccin. Le debo una
compensacin, porque ha estado usted a punto de perder la vida esta noche. Yo era un hombre
desesperado y no me habra detenido ante ningn obstculo. Si le hubiera visto antes de realizar mi
tarea, le habra quitado toda posibilidad de oponerse a mis deseos o de dar la alarma. sa es la
puerta. Conduce a la rue de Rivoli. Buenas noches!
El ingls mir hacia atrs. Durante un instante la figura de Sosra, el egipcio, permaneci
enmarcada en el estrecho umbral. Despus la puerta se cerr de golpe y el pesado ruido del cerrojo
quebr el silencio de la noche. Dos das despus de su regreso a Londres, John Vansittart Smith ley
en la correspondencia de Pars del Times el breve informe que sigue:
Extrao suceso en el Louvre. Ayer por la maana tuvo lugar un extrao descubrimiento en la
sala principal de Egipto. Los empleados de la limpieza encontraron a uno de los vigilantes tendido en
el suelo, rodeando con sus brazos el cuerpo de una de las momias. Estaban abrazados tan
estrechamente que slo despus de mltiples dificultades pudieron ser separados. Una de las vitrinas
donde se guardan anillos de considerable valor haba sido abierta y saqueada. Las autoridades
opinan que el vigilante pretenda llevarse la momia con la idea de venderla a algn coleccionista
privado, pero en ese preciso momento sufri un colapso a consecuencia de una larga enfermedad del
corazn. Se dice que el difunto era un hombre de edad indeterminada y costumbres excntricas, sin
parientes o amigos vivos que puedan llorar su muerte trgica y prematura.
EL PECTORAL DEL PONTFICE JUDO
(The Jews Breastplate, 1922)[47]

Ward Mortimer, gran amigo mo, era uno de los hombres de su tiempo que ms entendan de todo
lo relacionado con la arqueologa del Oriente. Haba escrito profusamente sobre el tema, vivi por
espacio de dos aos en una tumba de Tebas, mientras realizaba excavaciones en el Valle de los
Reyes, y despert, por ltimo, una gran sensacin al exhumar una pretendida momia de Cleopatra en
el santuario interior del templo de Horus de Philae. Con una hoja de servicios semejante a la edad de
treinta y un aos, era opinin general que hara una gran carrera, de modo que nadie se sorprendi
cuando le nombraron director del Belmore Street Museum, que lleva consigo la obligacin de dar un
curso de conferencias en el Colegio Oriental, y que tiene unos ingresos que han quedado reducidos
por el descenso en el precio de la tierra, pero que siguen mantenindose en esa cifra ideal que basta
para estimular al investigador, pero que no es lo bastante grande para enervarlo.
Un solo motivo poda hacer algo embarazosa la situacin de Ward Mortimer en el Belmore Street
Museum, y consista en que su antecesor era una eminencia extraordinaria. El profesor Andreas,
hombre doctsimo en su especialidad, gozaba de una reputacin europea. Sus cursos de conferencias
eran seguidos por investigadores procedentes de todas las partes del mundo, y era un hecho conocido
en todas las sociedades doctas que su manera de conservar la coleccin confiada a sus cuidados era
digna de admiracin. Despert por todo ello profunda sorpresa la noticia de que el profesor Andreas,
cuando slo contaba cincuenta y cinco aos de edad, presentase de pronto la dimisin de su cargo y
abandonase unos deberes que constituan para l un placer y un medio de vida. Abandon, en
compaa de su hija, el cmodo departamento que tena asignado para residencia oficial como
director del museo, y mi amigo Mortimer, que era soltero, ocup esas habitaciones.
El profesor Andreas, al enterarse del nombramiento de Mortimer, le escribi una carta muy
afectuosa y halagea. Yo mismo me encontr presente en la primera entrevista que celebraron, y
acompa a Mortimer en el recorrido del museo mientras el profesor dimisionario iba mostrndonos
la admirable coleccin que durante tanto tiempo haba cuidado con el mayor cario. Nos
acompaaron tambin en ese recorrido la bella hija del profesor y el capitn Wilson, joven que,
segn cre, contraera pronto matrimonio con ella. Constaba el museo de quince salas, pero las ms
ricas de todas eran las de Babilonia, la de Siria, y el saln central que contena las colecciones
judaica y egipcia. El profesor Andreas era hombre reposado, severo, entrado en aos, de rostro
afeitado y maneras impasibles; pero cuando nos haca resaltar la rareza y la belleza de algunos de los
ejemplares expuestos, sus negros ojos relampagueaban y sus facciones adquiran una entusistica
vitalidad. Acariciaba los ejemplares con tal amor que saltaba a la vista el orgullo que senta por
ellos y el dolor que ocultaba en su corazn al entregar a otro el cuidado de los mismos.
Nos haba ido mostrando sucesivamente sus momias, sus papiros, sus raros escarabajos, sus
inscripciones, sus reliquias judaicas y su ejemplar duplicado del clebre candelabro de los siete
brazos del Templo, que fue llevado a Roma por Tito, y que algunos dan por supuesto que todava hoy
reposa dentro del lecho del ro Tber. Despus, se acerc a una vitrina que haba en el centro mismo
del gran saln, y mir a travs del cristal con actitud y ademanes reverentes, diciendo:
Para un especialista como usted, seor Mortimer, esto no constituye novedad, pero me atrevo a
decir que su amigo, el seor Jackson, sentir inters en contemplarlo.
Me inclin por encima de la vitrina y distingu un objeto cuadrado de unas cinco pulgadas,
consistente en doce piedras preciosas engastadas en oro, con ganchos del mismo metal en dos de los
ngulos. Las piedras eran todas de clases y colores diferentes, pero de tamao idntico. Su
conformacin, disposicin y gradacin de tonos me hicieron pensar en una caja de pinturas a la
acuarela. Cada piedra llevaba grabado en su superficie un jeroglfico.
Oy usted hablar, seor Jackson, del urim y thummim?
Los vocablos no me eran desconocidos, pero mi idea acerca de su significado era
extraordinariamente confusa.
El urim y thummim es el nombre con que llaman al pectoral precioso que el sumo pontfice de
Israel llevaba sobre el pecho. Sentan los judos profundsima reverencia hacia ese objeto, una cosa
parecida a lo que pudiera sentir un romano antiguo por los libros sibilinos que se guardaban en el
Capitolio. Como usted ve, tiene doce magnficas piedras preciosas, inscritas con caracteres msticos.
Las piedras, contando desde el ngulo superior izquierdo, son: carniola, peridoto, esmeralda, rub,
lapislzuli, nice, zafiro, gata, amatista, topacio, berilo y jaspe.
Me qued posedo de asombro ante la variedad y la belleza de las piedras preciosas, y pregunt:
Tiene este pectoral antecedentes especiales?
Es antiqusimo y de un valor inmenso me contest el profesor Andreas. Sin poderlo
afirmar de una manera rotunda, tenemos muchas razones para pensar que bien pudiera ser el urim y
thummim del templo de Salomn. Desde luego, en ninguna coleccin europea existe otro ejemplar tan
bello. Este amigo mo, el capitn Wilson, es una autoridad prctica en piedras preciosas, y l puede
hablarle de su extraordinaria pureza.
El capitn Wilson, hombre de cara morena y rasgos duros e incisivos, estaba de pie junto a su
prometida al otro lado de la vitrina, y contest concisamente:
S, yo no he visto nunca piedras ms finas que stas.
Sin contar con que el trabajo del oro es tambin digno de estudio. Los antiguos sobresalan
en
Pareca que se dispona a decir algo en relacin con el engaste de las piedras, cuando el capitn
Wilson le interrumpi diciendo:
Como trabajo en oro, podrn examinar un ejemplar mejor en este candelabro.
Al decirlo se volvi hacia otra mesa, y todos le hicimos coro en su admiracin hacia el cuerpo
central repujado y hacia los brazos de un delicado trabajo de orfebrera. En conjunto, constituy una
experiencia interesante y nueva el que un tcnico tan distinguido nos diese explicaciones acerca de
aquellas piezas de museo tan extraordinariamente raras. Cuando, por ltimo, el profesor Andreas dio
por terminada nuestra inspeccin dejando la preciosa coleccin en manos y al cuidado de mi amigo,
no pude por menos de compadecer al primero y de envidiar al sucesor, que iba a vivir entregado a
una tarea tan agradable. Ward Mortimer se instal adecuadamente antes de que se cumpliese una
semana en su nuevo departamento, y se convirti en el autcrata del Belmore Street Museum.
Unos quince das despus, mi amigo dio una pequea cena a seis amigos solteros para celebrar su
nombramiento. Cuando se retiraban los invitados, Mortimer me tir de la manga, dndome a entender
que deseaba que me quedase, diciendo:
T vives en Albany y slo ests a unos centenares de yardas de distancia. No te importar
quedarte un rato ms y fumar tranquilamente un cigarro conmigo. Deseo vivamente que me aconsejes.
Volv a dejarme caer en un silln y encend uno de sus excelentes cigarros Matronas. Despus de
despedir en la puerta al ltimo de sus invitados, volvi junto a m y tom asiento enfrente, sacando
una carta del bolsillo del smoking.
Esta carta annima la he recibido esta maana me dijo, y quiero que la leas y que me
aconsejes.
Valga poco o mucho mi consejo, yo te lo dar muy a gusto.
He aqu lo que dice la carta: Seor. Yo le aconsejara vivamente que mantenga estrechsima
vigilancia sobre los muchos objetos de valor que tiene a su cargo. Yo no creo que sea suficiente el
sistema actual de un solo vigilante. Mantngase en guardia, porque, de lo contrario, podra ocurrir
una desgracia irreparable.
Nada ms?
Nada ms.
Pues bien le dije, lo evidente, por lo menos, es que ha sido escrita por una de las pocas
personas que estn enteradas de que slo ponis de noche un vigilante.
Ward Mortimer me entreg entonces la carta, dicindome con una sonrisa curiosa:
Entiendes algo de escrituras? Pues bien, fjate en esta otra puso delante de m otra carta.
Fjate en la c de cargo y en la c de congratulo de la otra carta. Fjate tambin en la Y
mayscula. Y en el empleo del guin en lugar del punto!
Es indudable que ambas escrituras son de la misma mano, aunque en esta carta de ahora se
observa cierta tendencia al disfraz.
Pues la otra carta es la que el profesor Andreas me envi para felicitarme con motivo de mi
nombramiento.
Me qued mirndolo atnito. Luego volv la hoja de la carta que tena en mi mano, y, desde luego,
vi la firma de Martin Andreas. A nadie que tuviera los ms superficiales conocimientos de la
ciencia grafolgica poda caberle duda alguna de que era el profesor quien haba escrito la carta
annima previniendo al sucesor suyo contra un robo. La cosa resultaba inexplicable, pero era
absolutamente cierta.
Por qu razn ha podido hacerlo? pregunt yo.
Ah es precisamente donde yo quisiera conocer tu opinin. Si l tena esas sospechas, por qu
no vino y me lo dijo directamente?
Piensas hablar con l a ese respecto?
Tambin en ese punto tengo mis dudas. Es posible que l optase por negar que haya escrito la
carta.
En todo caso opin yo, esta advertencia est inspirada en un espritu amistoso, y yo
actuara tenindolo muy en cuenta. Son las medidas que tenis tomadas en la actualidad suficientes
para impedir cualquier tentativa de robo?
Yo, al menos, as lo crea. El museo slo est abierto al pblico desde las diez de la maana
hasta las cinco de la tarde, y hay un vigilante por cada dos salas. Ese vigilante se sita en la puerta
que las divide, de manera que desde ese punto domina las dos salas.
Y durante la noche?
Una vez que el pblico se ha retirado, cerramos las grandes contraventanas de hierro, que nos
garantizan de una manera absoluta contra toda tentativa de los ladrones. El vigilante nocturno es un
hombre muy capaz. Monta la guardia en la galera, pero hace cada tres horas una ronda por todas las
salas. Toda la noche hay encendida una luz elctrica en cada sala.
Resulta difcil sugerir ninguna otra medida ms, como no sea la de que los vigilantes de da
permanezcan tambin toda la noche.
Eso nos sera imposible.
Al menos yo me pondra en comunicacin con la polica para que situase un guardia ex profeso
en la parte exterior del edificio, o sea, en Belmore Street. En cuanto a la carta, si quien la escribe
desea permanecer en el anonimato, yo creo que tiene derecho a ello. Debemos dejar que el tiempo
nos descubra alguna razn que justifique este sorprendente medio a que ha recurrido.
Con eso dimos por tratado el tema, pero despus de regresar a mis habitaciones no hice otra cosa
aquella noche que torturarme el cerebro para dar con el posible mvil que pudo tener el profesor
Andreas para escribir una carta annima de aviso a su sucesor. Que la letra era suya era algo de lo
que estaba tan seguro como si le hubiese visto escribir la carta. Prevea, sin duda, algn peligro para
su coleccin. Present quiz la renuncia del cargo precisamente porque prevea ese peligro? En ese
caso, por qu vacil en firmar la carta de advertencia con su propio nombre? Le di vueltas y vueltas
en la cabeza a esos interrogantes, hasta que me qued amodorrado, con el resultado de que despert
ms tarde que de costumbre.
Mi despertar tuvo lugar de forma extraordinaria y eficaz, porque mi amigo Mortimer entr a eso
de las nueve como una exhalacin en mi cuarto. En su rostro se retrataba la consternacin. De
ordinario era el hombre ms pulcro entre todos mis amigos, pero en ese momento traa un extremo
del cuello de la camisa suelto, el lazo de la corbata deshecho y el sombrero echado completamente
hacia atrs. Lo comprend todo al ver la expresin alocada de sus ojos, y no le di tiempo a que
hablase.
Se ha cometido un robo en el museo! grit, sentndome en la cama de un salto.
Eso me estoy temiendo. Las piedras preciosas aquellas! Las piedras preciosas del urim y
thummim! jade, porque de tanto correr vena sin aliento. Voy a la comisara. Y t, Jackson, ven
al museo lo antes posible. Adis!
Sali corriendo como loco del cuarto y pude escuchar el estrpito de sus pisadas al bajar la
escalera.
No me demor mucho en seguir sus indicaciones, pero para cuando llegu, l estaba ya de
regreso con un inspector de polica y con otro caballero anciano, que result ser el seor Purvis, uno
de los socios de la firma Morson and Company, los conocidos diamantistas. En su condicin de
tcnico en piedras preciosas, acuda siempre que se le necesitaba para orientar con su consejo a la
polica. Todos ellos formaban un grupo alrededor de la vitrina en la que haba estado expuesto el
pectoral del pontfice de Israel. Ese pectoral haba sido sacado y estaba sobre la parte superior de la
vitrina, con las tres cabezas inclinadas sobre l para examinarlo.
No cabe la menor duda de que el pectoral ha sido manipulado dijo Mortimer. Me di
cuenta en el momento mismo en que pas esta maana por la sala. Ayer por la noche lo estuve
examinando, de modo que puedo afirmar con certeza que alguien lo ha sacado durante la noche.
Saltaba a la vista que mi amigo tena razn al afirmar que alguien haba manipulado el pectoral.
Los engarces de la hilera superior de cuatro piedras, a saber, carnolia, peridoto, esmeralda y rub,
mostraban asperezas y cortes, como si alguien hubiese raspado a su alrededor. Las piedras estaban en
su sitio, pero el hermoso trabajo del orfebre que habamos admirado pocos das antes haba quedado
con torpes seales todo alrededor.
Yo dira que alguien ha tratado de desmontar las piedras preciosas apunt el inspector de
polica.
Lo que yo temo dijo Mortimer es que no slo han tratado de hacerlo, sino que lo han
conseguido. Yo creo que estas cuatro piedras son hbiles imitaciones que han sido colocadas en
sustitucin de las piedras primitivas.
Esa misma sospecha debi de tener evidentemente el tcnico de la firma de joyeros, porque haba
estado examinando con sumo esmero las cuatro piedras con la ayuda de una lupa. Despus hizo con
ellas varias pruebas, y por ltimo se volvi con expresin alegre hacia Mortimer, y le dijo con
mucha cordialidad:
Lo felicito, seor. Yo me juego mi reputacin a que las cuatro piedras preciosas son autnticas
y de un grado de pureza extraordinario y nada corriente.
El rostro asustado de mi amigo empez a recobrar el color y respir profundamente. Finalmente,
exclam:
Gracias sean dadas a Dios! Pero qu diablos pretendi entonces el ladrn?
Es probable que pretendiera llevarse las piedras, pero que se viera interrumpido en su
tentativa.
En ese caso, lo lgico habra sido que las arrancase una a una. Aqu se observa que el engarce
ha sido aflojado, pero todas las piedras estn en su sitio.
Desde luego, se trata de un hecho extraordinario dijo el inspector. No recuerdo ningn
caso que se le parezca. Vamos a interrogar al vigilante.
Se llam al guarda, que result ser un hombre de porte militar y cara honrada, que pareca tan
afectado por el suceso como el mismo Ward Mortimer.
No, seor; yo no o el menor ruido. Hice mis cuatro rondas de costumbre, sin observar nada
sospechoso dijo, contestando a las preguntas del inspector. Llevo en mi empleo diez aos y
jams me ha ocurrido nada parecido.
No habr podido entrar algn ladrn por la ventana?
Eso es imposible, seor.
En ese caso, habr pasado por la puerta, cruzando por delante de usted.
De ninguna manera, seor, porque yo no me ausent ms que para hacer mis rondas.
Qu otras vas de acceso tiene el museo?
nicamente la puerta que da acceso a las habitaciones particulares del seor Ward Mortimer.
Esa puerta permanece cerrada de noche explic mi amigo, y quien pretendiera llegar a
ella desde la calle tendra que abrir tambin la puerta exterior.
Y sus servidores?
Sus habitaciones estn en un ala completamente independiente.
Esto resulta, desde luego, muy oscuro, muy oscuro dijo el inspector Sin embargo, de
acuerdo con la opinin del seor Purvis, no se ha producido ningn dao.
Yo estoy dispuesto a declarar bajo juramento que estas piedras son autnticas.
En ese caso, nos encontraramos simplemente ante una tentativa malintencionada de causar
dao. Sin embargo, yo no me quedara tranquilo hasta dar una vuelta completa y detenida a todo el
local, por si descubrimos algn indicio de quin ha podido ser el visitante.
La investigacin que realiz el inspector fue cuidadosa e inteligente y nos llev toda la maana,
pero no arroj ningn resultado. Nos hizo ver que existan dos posibles vas de acceso al museo, que
se nos haban pasado por alto. Una de ellas desde las bodegas, por una trampilla que daba al pasillo.
La otra por una claraboya desde la buhardilla, que caa encima mismo de la sala a la que el intruso
haba entrado. Como el ladrn no poda haber entrado en la bodega ni en la buhardilla si antes no
hubiese estado ya en el interior con las puertas cerradas, el asunto no tena ninguna trascendencia
prctica, y la capa de polvo de la bodega y del tico nos dio la seguridad de que no se haba servido
ni de aqulla ni de ste. En resumidas cuentas, al final estbamos igual que al principio, sin la menor
pista sobre cmo, por qu o quin haba manipulado los engarces de las cuatro piedras preciosas.
A Mortimer slo le quedaba una medida que tomar, y la tom. Dejando que la polica prosiguiese
sus infructuosas investigaciones, me invit a que le acompaase aquella tarde a visitar al profesor
Andreas. Se llev con l las dos cartas, y su propsito era decirle abiertamente a su antecesor que
era l quien haba escrito el aviso annimo, y que deba explicar el hecho de que conociese por
anticipado y con tal exactitud lo que posteriormente haba ocurrido. El profesor resida en un
pequeo chal de Upper Norwood, pero la criada nos advirti que no se encontraba en casa. Al ver
nuestra expresin de desencanto, nos pregunt si no nos agradara entrevistarnos con la seorita
Andreas, y nos pas a la modesta salita.
He dicho ya de una manera incidental que la hija del profesor era una muchacha bellsima, rubia,
alta y esbelta, con el cutis de esa tonalidad delicada que los franceses llaman mate, es decir, del
color del marfil antiguo o del de los ptalos ms claros de la rosa de t. Sin embargo, me qued
profundamente sorprendido al verla entrar en la sala por lo mucho que haba cambiado en el espacio
de quince das. Su rostro apareca macilento y sus ojos brillantes como turbios de preocupacin.
Pap se march a Escocia dijo. Se encuentra, por lo visto, fatigado y con una gran
preocupacin. Sali de aqu ayer.
Tambin usted parece un poco cansada, seorita Andreas le dijo mi amigo.
Es que estoy muy preocupada por mi padre.
Podra usted darme su direccin en Escocia?
S; vive con su hermano, el reverendo David Andreas, 1, Arran Villas, Ardrossan.
Ward Mortimer anot la direccin y nos retiramos, sin hablar una palabra sobre el objeto de
nuestra visita. Al anochecer de ese da nos encontrbamos en Belmore Street en situacin idntica a
la que habamos estado por la maana. Nuestra nica pista era la carta del profesor, y mi amigo
estaba decidido a ponerse al da siguiente en camino para Ardrossan, a fin de llegar hasta el fondo de
lo que pudiera haber en la carta annima. Pero un nuevo hecho vino a alterar nuestros proyectos.
A la maana siguiente, y a una hora muy temprana, vinieron a despertarme de mi sueo una serie
de golpes dados en la puerta de mi dormitorio. Procedan de un mensajero que me traa una carta de
Mortimer:
Ven por aqu, porque este asunto est ponindose cada vez ms extrao, me deca la carta.
Cuando, obedeciendo a su llamamiento, llegu al museo, encontr a mi amigo yendo y viniendo
muy excitado por la sala central, en tanto que el veterano vigilante del local permaneca en un rincn,
erguido con rigidez militar. Mi amigo exclam:
Mi querido Jackson, no sabes la alegra que me produce que hayas venido, porque este asunto
resulta ya de lo ms inexplicable.
Pero qu es lo que ha ocurrido?
Me seal con un vaivn de la mano la vitrina que contena el pectoral, y me dijo:
Fjate en eso.
As lo hice, y no pude reprimir un grito de sorpresa. Los engarces de la hilera central de piedras
preciosas haban sido profanados de manera idntica a los de la hilera superior. De las doce piedras
preciosas, ocho haban sido ya manipuladas de esa forma tan misteriosa. El engarce de las cuatro
piedras de la lnea inferior apareca limpio y sin raspadura alguna. El de todas las dems presentaba
un aspecto irregular y raspado.
Habrn sido cambiadas las piedras? pregunt.
No. Estoy seguro de que estas cuatro de arriba son las mismas que el tcnico dio por
autnticas, porque ayer me fij en este pequeo borde descolorido de la esmeralda. Si no se han
llevado las cuatro piedras preciosas de la lnea superior, no hay razn tampoco para creer que hayan
cambiado las de la lnea media. De modo, Simpson, que usted no oy nada?
Absolutamente nada contest el vigilante. Pero cuando hice mi ronda despus de
amanecer, me fij especialmente en estas piedras, y a la primera ojeada comprend que alguien las
haba tocado. Pintonees le despert a usted, seor, y se lo dije. Me he pasado toda la noche de un
lado para otro sin or el ms pequeo ruido ni ver a nadie.
Ven, Jackson, desayunaremos juntos dijo Mortimer, y me llev a una de sus habitaciones.
Una vez all me pregunt: Y ahora, qu piensas de esto?
Que en mi vida he visto un asunto ms intil, despreciable e idiota que ste. Slo puede ser
obra de un monomaniaco.
No se te ocurre alguna hiptesis que lo explique?
Y de pronto me vino a la cabeza una idea extraa, y dije:
El pectoral constituye una reliquia judaica antiqusima y muy sagrada. No andar en esto
algn antisemita? No podra haber algn fantico que, lleno de odio?
No, no y no! exclam Mortimer. Por ese lado no llegamos a ninguna parte! Un hombre
de esa catadura sera capaz de llegar en su locura hasta el extremo de destruir una reliquia judaica,
pero cmo diablos es capaz de entretenerse en mordisquear alrededor de cada una de las piedras tan
a conciencia que slo ha podido roer cuatro piedras en una noche? Necesitamos una solucin del
enigma mejor que sa, y somos nosotros quienes tenemos que dar con ella, porque me parece que
nuestro inspector nos va a poder servir de poco. En primer lugar, qu opinas del vigilante Simpson?
Tienes alguna razn para recelar de l?
Ninguna, salvo que es la nica persona que se queda dentro del museo.
Pero qu motivos puede tener para entretenerse en una obra tan insensata de destruccin? No
falta ninguna piedra. Y l no tiene ningn mvil.
Y si se tratara de una monomana?
No; yo asegurara bajo juramento que es un hombre de cerebro sano.
Y no se te ocurre otra hiptesis?
S; estoy pensando en ti. No sers por casualidad sonmbulo?
Te aseguro que no lo soy.
Pues entonces, me rindo.
Pero yo no, y tengo un plan que lo pondr todo en claro.
El de visitar al profesor Andreas?
No; encontraremos nuestra solucin a una distancia mucho menor que la de Escocia. Vers lo
que vamos a hacer: te acuerdas de la claraboya por la que se domina la sala central? Pues bien:
dejaremos encendidas las luces elctricas de la sala, y t y yo montaremos la guardia en la buhardilla
para aclarar el misterio por nosotros mismos. Si nuestro misterioso visitante manipula cada vez
cuatro piedras, le quedan todava cuatro por hacer y, segn toda probabilidad, volver esta noche
para completar el trabajo.
Magnfico! exclam.
Mantendremos la cosa en secreto, sin decir nada ni a la polica ni a Simpson. Me
acompaars?
Con muchsimo gusto le contest. Quedamos, pues, en firme.
Aquella noche volv al Belmore Street Museum cuando ya haban dado las diez. Encontr a
Mortimer en un estado de excitacin nerviosa reprimida, pero era an demasiado pronto para
empezar nuestra guardia, de modo que permanecimos todava cerca de una hora en sus habitaciones,
mirando desde todos los puntos de vista aquel extrao asunto cuya solucin nos tena reunidos all.
Lleg un momento en que el estrpito continuado de la corriente de coches de alquiler y el ruido de
pasos precipitados fueron hacindose menos intensos y ms intermitentes, a medida que la gente que
haba ido a divertirse regresaba a sus hogares o a sus hoteles. Eran cerca de las doce cuando
Mortimer me condujo a la buhardilla desde la que se dominaba la sala central del museo.
Mortimer haba estado all durante el da, cubriendo el suelo con algunas harpilleras de modo
que pudisemos apoyarnos con comodidad y mirar directamente al interior del museo. La claraboya
era de cristal liso, pero se hallaba cubierta con una capa de polvo, de manera que nadie podra
descubrir desde la sala, aunque mirase hacia arriba, que haba personas vigilndole. Limpiamos cada
uno en un ngulo un pequeo trozo del cristal, quedando de ese modo en disposicin de dominar todo
el mbito de la sala que tenamos debajo. Cuantos objetos haba en la misma se destacaban con
absoluta claridad, iluminados por la fra luz blanca de las lmparas elctricas, hasta el punto de que
poda distinguir los ms pequeos detalles de los objetos contenidos en las distintas vitrinas.
Una guardia de esa clase constituye una excelente leccin, puesto que no nos deja otra alternativa
que la de mirar fijamente a los objetos junto a los cuales solemos pasar con inters ms que
desmayado. Yo invert las horas en estudiar desde mi agujerito de observacin todos los ejemplares
del museo, desde el enorme sarcfago apoyado en la pared en que estaba guardada la momia, hasta
las mismas piedras preciosas que nos haban llevado a ese lugar, y que brillaban y centelleaban en su
vitrina de cristal situada justo debajo de nosotros. Eran muchos los objetos de orfebrera y muchas
las valiosas piedras preciosas que estaban guardadas en gran nmero de vitrinas, pero aquellas doce
piedras maravillosas del urim y thummim resplandecan y ardan con una luminosidad que eclipsaba
todas las dems. Fui estudiando las pinturas de las tumbas de Sicara, los frisos de Karnak, las
estatuas de Menfis y las inscripciones de Tebas, pero mis ojos volvan siempre a aquella admirable
reliquia judaica, y mi pensamiento al misterio extraordinario que la rodeaba. Estaba yo sumido en
esos pensamientos cuando mi acompaante dej escapar un sbito jadeo, reteniendo el aliento, y me
oprimi el brazo con mano convulsa. En el mismo instante descubr lo que de tal manera lo haba
conmocionado.
He dicho ya que a la derecha de la puerta de entrada (es decir, a la derecha de donde mirbamos
nosotros, pero a la izquierda conforme se entraba en la sala) haba un gran sarcfago de momia
apoyado en la pared. Con indecible asombro nuestro, el sarcfago empez a abrirse lentamente. La
tapa se iba alzando poco a poco, y la negra abertura de la misma se iba haciendo cada vez ms ancha.
Tan suavemente y con tal cuidado se realizaba aquel desplazamiento, que pareca casi imperceptible.
Y, mientras estbamos mirando aquello con el en suspenso, surgi una mano blanca y delgada en la
abertura, empujando hacia arriba la tapa pintada; luego surgi otra, y, por ltimo, una cara; una cara
que ambos conocamos perfectamente; la del profesor Andreas. Se desliz sigilosamente fuera del
sarcfago, igual que un zorro que sale de su madriguera, volviendo constantemente la cabeza a
derecha e izquierda, avanzando, detenindose y volviendo a avanzar, como una imagen viviente de la
astucia y de la precaucin. En un momento dado, bast un ruido que vena de la calle para dejarlo
rgido e inmvil, escuchando, vuelto el odo en aquella direccin, dispuesto a precipitarse otra vez
en el refugio que tena a sus espaldas. Luego volvi a avanzar sigilosamente, caminando de puntillas,
muy suavemente, muy lentamente, hasta que lleg a la vitrina que haba en el centro de la sala. Una
vez all extrajo del bolsillo un manojo de llaves, abri la cerradura de la vitrina, sac el pectoral
judaico y, dejndolo sobre el cristal que tena delante, empez a manipular en el mismo con una
herramienta pequea y brillante. Quedaba tan vertical debajo de nosotros, que su cabeza nos impeda
ver lo que estaba haciendo, aunque por el movimiento de sus manos adivinbamos que estaba
ocupado en terminar aquel sorprendente trabajo de desfiguracin que haba empezado haca dos
noches.
Por el jadeo de la respiracin de mi compaero, y por los respingos nerviosos de su mano, que
segua aferrada a mi mueca, pude comprender la arrebatada indignacin de la que estaba posedo al
contemplar semejante vandalismo realizado precisamente por la persona de quien menos poda
esperarse. Quien se hallaba en ese momento entregado a semejante profanacin era precisamente el
hombre que quince das antes se haba inclinado con reverencia ante aquella reliquia nica en su
clase, ponderndonos su antigedad y su carcter sagrado. Aquello era imposible, inimaginable,
pero, sin embargo, all tenamos al hombre vestido de negro, de cabellos entrecanos y brazo
tembloroso, bien enfocado por el claro resplandor de la luz elctrica que haba debajo de nosotros.
Qu hipocresa inhumana, qu odiosos abismos de maldad contra su sucesor tenan que ocultarse
bajo aquella siniestra tarea nocturna? Resultaba doloroso pensarlo y terrible verlo. A m mismo, que
no posea la exacerbada sensibilidad del especialista, me resultaba insoportable contemplar la
mutilacin tan calculada de una antiqusima reliquia. Fue un alivio para m que mi compaero me
tirase de la manga para indicarme que le siguiese. Sali de la buhardilla caminando con paso
sigiloso. No abri la boca hasta que estuvimos dentro de su propio departamento, y entonces pude
ver en sus facciones la honda consternacin de la que estaba posedo.
Ese brbaro repugnante! Habras podido imaginarte cosa igual? exclam.
Me ha dejado atnito.
Ese hombre es un canalla o un luntico. Una cosa u otra. Pronto vamos a salir de dudas. Ven
conmigo, Jackson, y llegaremos hasta la raz de este asunto tan negro.
El pasillo del departamento de mi amigo tena una puerta por la que se entraba en el museo. Se
quit los zapatos, y yo le imit, abriendo acto seguido con su llave muy suavemente la cerradura.
Fuimos avanzando juntos con mucho tiento por las diferentes salas, hasta que tuvimos delante la
visin de la gran sala central, y dentro de ella al hombre vestido de negro, que segua inclinado sobre
la vitrina central, entregado a su tarea. Avanzamos hacia l con la misma cautela que le habamos
visto emplear; pero por suaves que fuesen nuestras pisadas, no conseguimos apresarlo por sorpresa.
Mediara entre l y nosotros una docena de yardas cuando se volvi sobresaltado, lanz un ahogado
grito de espanto, y ech a correr como un loco por el museo.
Simpson! Simpson! rugi Mortimer, y vimos de pronto que la rgida figura del veterano
surga al fondo de la hilera de puertas del panorama iluminado por la luz elctrica. Tambin el
profesor Andreas lo vio y se detuvo en su carrera con un gesto de desaliento. En el mismo instante lo
sujetbamos mi amigo y yo, ponindole una mano en cada hombro. El profesor jade:
S, caballeros, s. Ir con ustedes. Por favor, seor Ward Mortimer, condzcame a sus
habitaciones! Comprendo que le debo una explicacin.
La indignacin de mi amigo era tal, que yo me di cuenta de que no se atreva a darle la respuesta
que habra deseado. Caminamos conduciendo entre los dos al anciano profesor, llevando para
guardar la retaguardia al atnito vigilante nocturno. Cuando volvimos a estar junto a la vitrina
violentada, Mortimer se inclin y examin el pectoral. Una de las piedras preciosas de la hilera
inferior tena ya el engarce aflojado de la misma manera que las otras. Mi amigo lo levant con la
mano y grit, mirando con furor al preso:
Cmo ha podido usted! Cmo ha podido usted!
S; es horrible, horrible! dijo el profesor. No me extraa su indignacin. Llveme a sus
habitaciones.
Pero eso no le librar de comparecer ante la vergenza pblica! grit Mortimer.
Mi amigo cogi el pectoral y lo llev con ternura en la mano, mientras yo caminaba al lado del
profesor, como un guardia junto a un criminal. Entramos en las habitaciones de Mortimer, dejando
que el veterano, que no sala de su asombro, hiciese las hiptesis que mejor le pareciesen. El
profesor se sent en el silln de Mortimer, y se puso tan lvido que nuestros rencores se convirtieron
momentneamente en preocupacin. Un buen vaso de aguardiente lo reanim. Entonces dijo:
Bueno, ya me siento mejor ahora! Estos ltimos das han podido ms que yo. Estaba
convencido de que no podra resistir mucho ms. Es una pesadilla, una pesadilla horrible, verme
detenido como ladrn en el que durante tanto tiempo ha sido mi propio museo. Sin embargo, no los
censuro a ustedes. No podan obrar de otro modo. Yo esperaba poder dar fin a la tarea sin ser
descubierto. Lo de esta noche era el colofn de mi obra.
Cmo se las arregl usted para entrar? pregunt Mortimer.
Tomndome la excesiva libertad de utilizar su puerta particular. Pero la finalidad que me traa
justificaba mi accin. Esa finalidad lo justificaba todo. Cuando sepa lo ocurrido, se tranquilizar
usted. Por lo menos no se indignar conmigo. Yo dispona de una llave de la puerta lateral
independiente para entrar en su departamento, y de otra llave para la puerta de entrada desde el
departamento al museo. Me qued con ellas cuando le hice entrega a usted de la direccin. Ya ve,
pues, que no me result difcil entrar aqu. Lo haca cuando circulaba an la multitud por la calle.
Luego me esconda en el sarcfago de la momia y, en cuanto Simpson iniciaba su ronda, yo me
refugiaba en l de nuevo. Siempre le oa venir. Sala de la misma manera que haba entrado.
Se expona usted a un peligro.
No tena ms remedio.
Pero por qu? Qu diablos se propona usted al hacer una cosa como sta?
Mortimer seal con expresin de censura el pectoral que estaba encima de la mesa.
No se me ocurri ninguna otra solucin. Por ms que le di vueltas y vueltas, no encontraba otra
alternativa, como no fuese provocando un vergonzoso escndalo pblico, y un dolor y un pesar que
habran ensombrecido nuestras vidas. Actu movido por las mejores intenciones, por increble que
esto les parezca, y nicamente les pido que me escuchen y me permitan demostrrselo.
Escuchar lo que tenga usted que decir antes de tomar ninguna otra medida dijo Mortimer
con acento adusto.
Estoy resuelto a no callarme nada y a confiarme por completo a ustedes dos. Dejar a la
resolucin de su propia generosidad el decidir la manera que tendrn de emplear los datos que voy a
revelarles.
Conocemos ya los hechos esenciales.
Pero, a pesar de ello, ustedes no comprenden todava nada de lo ocurrido. Me remontar
algunas semanas en mi explicacin, y se lo aclarar todo. Cranme que lo que les diga ser la verdad
pura y completa. Yo les present a ustedes a cierta persona que se hace llamar capitn Wilson. Digo
que se hace llamar porque tengo ya razones para creer que no es se su verdadero apellido. Me
llevara demasiado tiempo detallar todos los medios a que recurri para conseguir que me lo
presentasen y para ganarse mi amistad y el cario de mi hija. Se present con cartas de colegas
extranjeros que me obligaron a atenderlo. Despus, y gracias a sus propias dotes, que son muy
notables, consigui llegar a ser visita muy bien recibida en mis propias habitaciones. Al enterarme
de que haba logrado ganarse el amor de mi hija, me pareci algo prematuro, pero no me sorprendi
en modo alguno, porque era un hombre dotado de un trato encantador y de una conversacin que lo
habra llevado al primer plano en cualquier crculo social. Se interesaba muchsimo por las
antigedades orientales, y ese inters se hallaba justificado por sus conocimientos en la materia.
Muchas veces, en el transcurso de las veladas que pasaba con nosotros, peda permiso para entrar en
el museo con objeto de poder examinar en privado las distintas piezas expuestas en el mismo. Ya se
imaginarn ustedes que a m, tan entusiasta por esta materia, semejante peticin me agradaba, y que
no me produca ninguna sorpresa esa reiteracin de sus visitas. Cuando el compromiso con Elisa fue
un hecho, apenas dejaba de acudir una noche, dedicando por lo general una o dos horas de la velada
al museo. Iba y vena por sus dependencias con entera libertad, e incluso no tuve ningn
inconveniente en que, durante algunas noches que yo estaba ausente, hiciese aqu lo que ms le
agradase. Semejante estado de cosas slo finaliz cuando present la dimisin de mi cargo oficial y
me retir a Norwood, con la esperanza de disponer de tiempo para escribir una obra importante que
tena proyectada.
Apenas habra transcurrido una semana de mi dimisin, cuando comprend por primera vez la
verdadera ndole y personalidad del hombre a quien de un modo tan imprudente haba introducido en
mi familia. Deb semejante descubrimiento a cartas que me enviaron mis amigos extranjeros, de las
que result patente que las de presentacin eran unas puras falsificaciones. Aterrado por aquella
revelacin, me pregunt cul poda ser el mvil que haba llevado a ese hombre a engaarme
mediante un procedimiento tan complicado. Yo soy un hombre demasiado pobre para que me
sealase como vctima suya ningn cazadotes. Por qu, pues, haba venido? Record entonces que
algunas de las piedras preciosas de mayor valor que haba en Europa haban estado bajo mi custodia,
y se me vinieron tambin a la imaginacin las excusas ingeniosas de que ese hombre se haba servido
para manipular con toda comodidad en las vitrinas en que esas piedras estaban guardadas. Ese
hombre era un canalla que proyectaba un robo gigantesco. Cmo poda yo, sin lastimar
dolorosamente a mi propia hija que estaba enamoradsima de l, impedirle que llevase a cabo sus
proyectos, cualesquiera que stos fuesen? El medio a que recurr fue torpe, pero no se me ocurri
otro ms eficaz. Si yo hubiese firmado la carta, lo natural habra sido que usted me pidiese
explicaciones que yo no deseaba dar. Recurr, pues, a una carta annima, rogndole que se
mantuviese en guardia. No estar de ms que les diga que mi cambio de domicilio de Belmore Street
a Norwood no interrumpi las visitas de ese hombre, quien, segn creo, siente por mi hija un amor
verdadero y dominador. Por lo que a ella se refiere, jams habra credo que ninguna mujer pudiera
caer de manera tan absoluta bajo la influencia de un hombre. Por lo visto, su fuerte personalidad la
dominaba por completo. Yo no me di cuenta de la verdadera situacin ni del punto a que haban
llegado las cosas entre ellos, hasta la noche misma en que vi con claridad el verdadero carcter de
aquel hombre. Haba dado orden de que cuando se presentase en casa lo pasasen a mi despacho en
vez de pasarlo a la sala. Una vez en mi despacho, le dije sin rodeos que estaba enterado de su
verdadera personalidad, que haba dado pasos para hacerle fracasar en sus propsitos, y que ni yo ni
mi hija queramos volver a verlo. Aad que daba gracias a Dios de que lo haba descubierto antes
de que pudiera hacer ningn dao a los valiosos objetos que durante toda mi vida me haba
consagrado a proteger.
Era, sin duda, un hombre con nervios de hierro. Mis palabras no despertaron en l ninguna
reaccin de sorpresa ni de desafo, porque me escuch con seriedad y suma atencin hasta que
termin de hablar. Entonces cruz el despacho sin decir palabra, y toc el timbre de llamada. Cuando
acudi la criada, le dijo: Pida usted a la seorita Andreas que tenga la amabilidad de venir al
despacho. Entr mi hija, y aquel hombre cerr la puerta. Luego la cogi de la mano, y le dijo:
Elisa, tu padre acaba de descubrir que soy un canalla. Sabe ya lo que t ignorabas. Mi hija call, y
escuch. Dice tu padre que debemos separarnos para siempre, le dijo. Mi hija no retir su mano.
Seguirs sindome fiel, o hars que desaparezca la nica influencia buena que ha entrado en mi
vida? No te abandonar nunca, John! Nunca, nunca, aunque todo el mundo se vuelva contra ti, le
contest ella, apasionadamente.
Fueron intiles cuantas razones le expuse y cuantas splicas le hice. Absolutamente intiles.
Haba ligado por completo su vida a la de aquel hombre que estaba delante de m. Pues bien,
seores, mi hija es todo lo que me ha quedado por amar en este mundo, y me sent angustiado al
comprobar mi impotencia para salvarla de su ruina. Ese sentimiento mo de desamparo pareci
conmover al hombre causante de mi dolor, y entonces dijo con su habitual serenidad: Quiz la
situacin no sea tan mala como usted cree, seor. Yo amo a Elisa con un amor tan firme que basta
para regenerar incluso a quien tiene un pasado como el mo. Ayer precisamente le promet que jams,
en toda mi vida, volvera a hacer nada que pudiera avergonzarla. He tomado esa resolucin, y hasta
ahora nunca he tomado una resolucin que no haya cumplido. Su tono daba conviccin a sus
palabras. Cuando acab de hablar, meti la mano en el bolsillo y extrajo una cajita de cartn,
diciendo: Voy a darle a usted una prueba de mi resolucin. Aqu tienes ya, Elisa, el primer fruto de
tu influencia redentora. Acert usted, seor, al pensar que yo traa determinados designios sobre las
piedras preciosas de su museo. Esta clase de aventuras tienen para m un encanto especial, porque
hay en su realizacin riesgos que igualan al valor del botn. Las clebres y antiqusimas piedras del
pontfice israelita constituan un reto a mi audacia y a mi habilidad. Resolv, pues, apoderarme de
ellas. Lo sospechaba. Pero hay algo que usted no lleg a barruntar. Y qu es? Que las tena
en mi poder. Estn dentro de esta cajita. Abri la cajita y verti el contenido en un ngulo de mi
mesa escritorio. Se me erizaron los cabellos y se me escalofri todo el cuerpo al ver aquello. Eran
doce magnficas piedras cuadradas y grabadas con caracteres msticos. No caba duda alguna de que
eran las urim y thummim. Santo Dios! exclam. Cmo ha podido usted hacerlo sin que se
haya descubierto? Poniendo en su lugar otras doce, fabricadas ex profeso e imitadas de manera tan
minuciosa que desafo a cualquiera a que descubra la diferencia. Segn eso, las piedras que tiene
ahora el pectoral son falsas, exclam. Lo son desde hace algunas semanas. Todos permanecimos
en silencio, pero mi hija, aunque plida de emocin, no retir su mano de la de aquel hombre, que
aadi: Ya ves, Elisa, de lo que soy capaz. S, ya veo que eres capaz de arrepentirte y devolver lo
que no te pertenece, contest ella. Gracias a tu influencia! Seor, le entrego las piedras. Haga con
ellas lo que mejor le parezca. Pero tenga presente que cualquier cosa que haga en perjuicio mo, lo
hace en perjuicio del futuro esposo de su propia hija. Elisa, pronto recibirs noticias mas. Es sta la
ltima vez que doy un disgusto a tu tierno corazn. Dichas estas palabras, se retir del despacho y
de la casa.
Mi situacin era espantosa. Cmo poda devolver aquellas piedras preciosas que estaban en mi
poder sin levantar un escndalo y exponerme a la vergenza pblica? Conoca a fondo el carcter de
mi hija para saber que no sera capaz de dejar de querer a aquel hombre una vez que le haba
entregado por completo su corazn. Tampoco estaba seguro de obrar bien apartndola de l,
ejerciendo como ejerca una influencia tan grande y tan bienhechora sobre l. Me sera posible
desenmascararlo a l sin causarle dao a ella? Hasta qu punto poda exponerlo a la vergenza
pblica despus de que se me haba entregado inerme y por voluntad propia? Medit largamente en
todo ello y llegu por ltimo a una decisin que quiz les parezca a ustedes disparatada, pero que, si
volviese a encontrarme en el mismo caso, seguira parecindome la mejor de cuantas poda tomar.
Mi resolucin fue la de volver a colocar las piedras, sin que nadie se enterase de lo ocurrido.
Dispona de llaves para penetrar en el museo en cualquier momento, y confiaba en evitar cualquier
encuentro con Simpson, porque conoca perfectamente su horario y sus normas. Decid no confiarme
a nadie, ni siquiera a mi hija. A ella le dije que me marchaba de visita a casa de mi hermano en
Escocia. Me haca falta disponer de entera libertad durante algunas noches, sin que me hiciese
preguntas sobre mis idas y venidas. Con ese objeto alquil esa misma noche una habitacin en
Harding Street, diciendo que era periodista y que trasnochara mucho. Esa misma noche penetr en el
museo y coloqu en sus lugares respectivos cuatro de las piedras autnticas. El trabajo era difcil y
me llev toda la noche. Siempre que oa las pisadas de Simpson, mientras haca sus rondas, me
ocultaba en el sarcfago de la momia. Yo tengo algunos conocimientos de orfebre, pero soy
infinitamente menos hbil que el ladrn. ste haba movido y vuelto a ajustar los engarces con tanta
perfeccin que nadie habra sido capaz de notar diferencia alguna. Mi trabajo, en cambio, fue tosco y
rudimentario. Sin embargo, confiaba en que el pectoral no sera objeto de estudio detenido, ni se
descubrira lo desmaado del engarce hasta despus de que hubiese terminado mi tarea. Al da
siguiente reemplac otras cuatro piedras. Hoy habra dado fin a mi tarea de no ser por la desdichada
circunstancia que me ha puesto en la obligacin de revelar tantas cosas que hubiera deseado que
permanecieran en secreto. Hago, seores, un llamamiento a su sentido del honor y a su compasin,
antes de que decidan si todo esto que les he relatado ha de quedar entre nosotros o hacerse pblico.
Todo depende de la decisin que ustedes tomen: mi propia felicidad, el porvenir de mi hija y las
esperanzas de que ese hombre se regenere.
Nuestra decisin es que no hay nada malo en lo que acaba bien, y que este asunto queda
terminado aqu y ahora mismo. Un orfebre experto pondr maana a punto los engarces sueltos, y de
ese modo el urim y thummim se habr salvado del peligro mayor que lo amenaz desde la
destruccin del templo dijo mi amigo. Profesor Andreas, aqu tiene usted mi mano, y ojal que
yo, puesto en una situacin tan difcil, hubiese sido capaz de portarme con tanta ausencia de egosmo
y de tan digna manera.
Voy a poner una nota a este relato. Elisa Andreas contrajo matrimonio antes de que transcurriese
un mes con un hombre que, si yo cometiese la indiscrecin de revelar su nombre y apellido, stos
resultaran a mis lectores sobradamente conocidos y pertenecientes a una persona merecidamente
honrada. Pero si se supiese toda la verdad, esa honra no le correspondera a l, sino a la bondadosa
joven que tir de l y le hizo volver sobre sus pasos cuando ya se haba adentrado bastante por el
ominoso camino del que muy pocos vuelven.
Este breve relato potico, pico y, de forma muy esquiva, tremendamente fantstico, titulado Un
cuento de la pirmide blanca, nada tiene que ver con las escalofriantes belles lettres de la literatura
pulp, o con las macabras genialidades de Sir Arthur Conan Doyle, Sax Rohmer o Seabury Quinn. Su
autora, la norteamericana Willa Cather, nos ofrece una narracin de naturaleza musical por la
regularidad rtmica de sus palabras, por la armona de los sonidos, capaces de suscitar impresiones
de arrobamiento, de tremenda fascinacin, de temor, incluso de una sorda extraeza, que evocan de
un modo inmediato, sin elementos de reflexin, una interioridad. Como atrapada en un estado de
duermevela, viajera en el tiempo a travs del sueo, Cather narra los espectaculares funerales de
Senefru/Seneferu I (2597-2547 a. C.), faran de la IV Dinasta uno de los primeros constructores
de pirmides: a l se le atribuyen, por este orden, la pirmide escalonada de Seila (El Fayum), la
encorvada de Dashur (que los antiguos egipcios llamaron La Pirmide Brillante Meriodional), y la
pirmide roja tambin en Dashur (La Pirmide Brillante), que Finalmente se convirti en su
sepultura, exequias presididas por su sucesor, su hijo Jufu/Keops, el seor de La Gran Pirmide.
Su mirada deslumbrada por la magnificencia de todo cuanto acontece ante ella el sellado de la
tumba real, va ms all de la simple especulacin didctica de un suceso histrico del cual no
sabemos nada. Es la descripcin del vrtigo que provoca en una mujer del siglo XX la obsesiva
determinacin de una civilizacin tan prodigiosa como la egipcia a la hora de prepararse para la
muerte, como si su nico cometido en la vida fuese procurarse una majestuosa tumba con la que
preservar sus cuerpos momificados para el viaje al Otro Mundo. Resulta inolvidable el tono sombro
y un tanto opresivo del cuento perfectamente pautado, como si se tratase de una partitura musical
que el lector ir interpretando a medida que avanza su lectura, su tono in crescendo hasta alcanzar
el clmax. Llegados a ese punto, absortos, asistimos a un notable fenmeno: la energa que llev al
difunto Seneferu a construir su pirmide ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma en la
frrea decisin de Jufu/Keops por levantar un monumento funerario an ms colosal que el de su
padre. Pero todo ello sugerido de manera silenciosa, entre susurros.
Un cuento de la pirmide blanca, al igual que, aos ms tarde, hiciera la notable pelcula del
cineasta estadounidense Howard Hawks (1896-1977), Tierra de faraones (Land of the Pharaohs,
1955) film que narra con gran lujo de detalles y aire aventurero la construccin de la Gran
Pirmide, bucea en ese sentimiento trgico de la existencia que presida la antigua cultura egipcia,
con la pasin de la bsqueda que no tiene fin, con el extravo que produce la incertidumbre de las
verdades apenas vislumbradas. Es el contrapunto perfecto para esa visin siniestra, tpicamente
contempornea, que la literatura (y el cine) de horror han ofrecido de esta portentosa civilizacin
humana, adornada con frecuencia de rasgos casi aliengenas. Por qu? Sin duda porque el miedo ha
tenido siempre una estrecha afinidad con los movimientos artsticos modernos, incluso cuando stos
se proponen representar nuestro pasado. Como bien desvela Willa Cather en su relato, la envidia, el
orgullo, el miedo, la desconfianza o el afn de superacin, entre otros, son sentimientos muy humanos
que hacan de los egipcios personajes muy prximos a nosotros, por encima de fantasas ms o menos
impas.
No sorprende que Willa Cather efecte tan melanclica y subyugante mirada hacia Egipto si
tenemos en cuenta que sus mejores novelas, las que la convirtieron en una de las autoras ms
brillantes de su generacin Pioneros (O Pioneers!, 1913), Mi Antonia (My Antonia, 1918), La
muerte llama al arzobispo (Death Comes for the Archbishop, 1927), son hermosos y dramticos
retratos de la vida de los pioneros norteamericanos, aquellos aventureros llegados de Europa para
poblar las tierras del nuevo inundo y, ms concretamente, las inhspitas tierras de Nebraska. El
espritu y coraje de los inmigrantes suecos, checos, rusos o alemanes, que ella conoci muy bien de
nia, al trasladarse desde su Virginia natal naci en el mtico Shenandoah Valley a Nebraska y
que tan bien refleja en Mi Antonia, es el tema central de sus historias. Una materia que guarnece con
sus inquietudes ms ntimas: la prdida de seres queridos, de la vida pasada, de las esperanzas
juveniles Admirada profunda y sinceramente por grandes literatos como William Faulkner o
Truman Capote, o por no menos grandes cineastas como Douglas Sirk, entre los aos veinte y
cuarenta del siglo pasado Willa Cather fue una de las escritoras estadounidenses ms prestigiosas de
su tiempo, sobre todo despus de ganar el Premio Pulitzer en 1923 con la novela One of Ours
(1922). A travs del uso del estilo indirecto pocas veces se sirve de la primera persona e incluso
cuando el narrador es testigo, nunca actor principal, como queda bien claro en Un cuento de la
pirmide blanca desarrolla unas tramas de tono amargo y amable a un mismo tiempo, como si, a
pesar de todo, valiese la pena quedarse con las pocas cosas buenas de la vida, entre las que ocupan
un lugar destacado la literatura y la bondad innata de las personas. Su lucha contra falsas apariencias
y la ruindad de la sociedad le llev a no ocultar jams su lesbianismo tuvo relaciones con la
folclorista Louise Pound (1872-1958) y la escritora Edith Lewis (1882-1972), as como con su
secretaria, Isabella McClung, quien poco tiempo despus de su ruptura se cas, lo que provoc en
Willa una profunda depresin, a pesar de las crticas que recibi por ello. Aspecto de su vida
privada que, por fortuna, jams empa su talento artstico, a pesar de los denodados esfuerzos que,
en este sentido, llevaron a cabo los sectores ms reaccionarios de la sociedad estadounidense de
entonces.
UN CUENTO DE LA PIRMIDE BLANCA
(A Tale of the White Pyramid, 1892)[48]

(Yo, Kakau, hijo de Ramenka, sacerdote supremo de Phtahah, Ptah, en el gran templo de Menfis,
escribo lo que sigue, que es un recuento de lo que yo, Kakau, vi en el primer da de mi llegada a
Menfis, y en el primer da de mi alojamiento en la casa de Rui, mi to, que fue sacerdote de Phtahah
antes que yo.)

A medida que me acercaba a la ciudad, el sol luca ms fuerte y sofocante sobre el valle que se
extenda hacia el sur como una larga herida verde. A cada lado del ro se abran los campos de mies,
y ms all se avistaba el desierto de arena amarilla hasta las colinas de Libia, que parecan tocar el
cielo. El calor era muy fuerte y la brisa apenas meca las caas y los juncos que crecan en los
barrizales de las orillas donde el Nilo, como una serpiente gigantesca y morosa, corre perezoso a
travs del desierto. Menfis se alzaba tan silenciosa como el saln de los juicios de Osiris. Los
comercios y hasta los templos se hallaban desiertos, y no haba hombre alguno que recorriera las
calles, salvo los guardias de la ciudad. A hora temprana, la gente se haba lavado las cenizas del
rostro, se haba rasurado el cuerpo, se haba quitado la ropa de duelo y abandonado las calles, para
observar los setenta y dos das de luto que comenzaban entonces.
Senefru I, Seor de la Luz y de las Normas en los reinos de las altas y de las bajas tierras, haba
muerto para reunirse con sus padres. Su cuerpo haba pasado por las manos de los embalsamadores y
yaca en salitre, preparado para el transcurrir de esos setenta y dos das de duelo, tras ser
embalsamado con resina, especias y lino blanco, en un sarcfago dorado, antes de ser puesto en otro
sarcfago, de piedra ste, y depositado en la pirmide blanca, donde su alma quedara a la espera.
Aquella maana, a hora temprana, apenas hube llegado a la casa de mi to, me hizo subir a su
carro y partimos de la ciudad rumbo a la gran planicie del norte, donde se alza la pirmide. Ya estaba
la planicie totalmente llena de hombres, que haban llegado en multitud desde la ciudad, pero tambin
de otros lugares de la tierra de Khem. Aqu y all se vean los caballos y los camellos de los que
haban arribado desde ms lejos. All estaba el ejrcito, y estaban igualmente los sacerdotes
supremos, y hombres de todos los rangos, tales como esclavos, herederos y prncipes. Comandaba el
ejrcito un hombre alto y de tez oscura, subido a un carruaje de marfil y oro, que hablaba con un
joven que estaba junto al carruaje.
Es Kufu[49], el rey me dijo Rui; la gente deca que antes de que el Nilo se desbordase con
la prxima crecida de las aguas habra levantado una pirmide como no la ha visto hombre alguno y
como no la veremos despus, y as ha sido.
Y quin es el que est a su lado, el que habla con el rey? pregunt.
Pareci como si se nublara el rostro de Rui, el hermano de mi padre, que me dijo:
Es un joven de la tierra de los pastores del norte, un arquitecto muy capaz en la construccin
de tumbas Es diestro de mano y muy sabio de corazn; Kufu le tiene mucha voluntad, pero la gente
no le quiere bien porque es de sangre extranjera.
No dije nada ms de aquel joven porque vi que Rui no le tena aprecio, pero mis ojos no podan
dejar de mirarle, pues jams haba visto un hombre igual de hermoso, de cara tan bella, de formas tan
perfectas como las suyas.
Pasado un largo espacio de tiempo ces el tumulto en la planicie y murieron en sus labios las
palabras de los hombres. Desde las orillas del lago sagrado parti el cortejo fnebre hacia la tumba
y pens que acaso la gloria de Isis no fuese tan grande como la del propio Seor de la Verdad, el que
iba a ser sepultado. Haba muchachos cubiertos de arcilla blanca y tocados con flores de loto, y
miles de esclavos cubiertos con pieles de leopardo, que llevaban pan, vino y aceite, los unos, y que
portaban las imgenes de los dioses los otros. Haba tambin vrgenes, arpistas y msicos, y los
cautivos a los que el rey haba tomado presos en sus campaas llevaban atados leones y leopardos
del desierto. All estaba el arca sagrada tirada por veinte bueyes blancos, y haba gran cantidad de
sacerdotes, y estaban los guardias del rey, y el cuerpo sagrado de Senefru llevado por porteadores.
Tras el cuerpo del rey muerto iban todas sus mujeres, golpendose el pecho para manifestar el dolor
de corazn que las embargaba y llorando amargamente. A medida que se aproximaba el cortejo, los
hombres se cubran el rostro con las manos y elevaban sus preces a Phtahah, la Gran Muralla del Sur,
mientras Kufu le dedicaba una inclinacin de cabeza. El cortejo se detuvo a los pies de la pirmide,
y los ms jvenes, completamente vestidos de blanco, y los sacerdotes, y todos aquellos que
comenzaban a ascender por la pirmide llevando el cuerpo sagrado, empezaron a cantar as:

Descansa, faran, en tu reino!,


pues resulta muy pesada la corona
que ostentas, de tus dos tierras,
y tu cabeza es ya la de un anciano.
Que repose para siempre!
Ya se agotaron tus brazos,
ya te pesaba el cetro del que ansiabas
desprenderte.
Entra en tu nuevo reino,
ms grande que la eternidad.
Que la oscuridad te acompae, oh, rey!
Duerme cuanto te plazca!
Ya no te despertarn los carruajes de Etiopa,
ya no te acompaarn las multitudes en la batalla,
pues t, habiendo muerto, accedes a la condicin de Dios
y ests adornado por la mayor virtud
del entendimiento, oh, rey!
Nada podr hacerte el demonio,
nada podr molestarte ya,
porque has muerto para ser un dios.

Lo depositaron al fin en el fondo de la pirmide, y all lo dejaron, durmiendo, a la espera


Entonces vi a la multitud de hombres arracimarse junto a la gran piedra blanca de la base de la
tumba, y pregunt a Rui qu hacan, y l me contest:
Esta pirmide, como ves, no tiene la entrada a un lado, sino en la cspide. Esa gran piedra
tapar la apertura. Los hombres se aprestan a amarrarla con cuerdas para luego izarla desde arriba y
ponerla en el lugar para el que ha sido tallada. Mil hombres la cortaron, tallaron y pulieron durante
diez aos para que encajase bien en la entrada de la tumba.
Vi a los esclavos subirse a la piedra y desplegar sus cuerdas con las que arrastrar la gran piedra,
unindolas a las cuerdas de las poleas que haban puesto en lo alto de la pirmide. Mientras hacan
esto, compaas de esclavos suban por los lados de la pirmide, cada una al mando de su jefe.
Todos aquellos hombres vestan a la usanza del norte, y eran fuertes como el acero, los ms fuertes
de Egipto. Al poco reinaba el silencio en la planicie. Los esclavos unieron las cuerdas que pendan
de las poleas a las cuerdas con que haban amarrado la gran piedra blanca que sellara la tumba del
faran, y al poco se dejaron sentir las voces de los capataces y de los maestros de obra, que hicieron
sonar sus ltigos para que los dos mil esclavos que haba junto a la piedra comenzaran a tirar al
unsono de las cuerdas de las poleas para izarla, y as, lentamente, se fue despegando la piedra de la
tierra. Hicieron sonar sus instrumentos los msicos y vitore la multitud, pues jams se haba visto en
Egipto que se izara una piedra tan gigantesca. Pero de repente cesaron los vtores, ces la msica;
todo qued en suspenso, como si el sueo de Nut[50] hubiese cado sobre la planicie. Las gentes
alzaron los ojos y el corazn de todo Khem se estremeci. La gran piedra blanca estaba a medio
camino de la cspide de la pirmide, las cuerdas de las poleas parecan firmes, como si estuviesen
atadas a los pilares del cielo, pero una de las cuerdas que amarraba la piedra a las cuerdas de las
poleas se rompi, y la gran piedra blanca, orgullo de todos los hombres de aquella tierra, se inclin a
un lado, amenazando con caerse. Los esclavos siguieron ascendiendo hacia lo ms alto de la
pirmide para tirar de las cuerdas de las poleas, los arquitectos y constructores no decan nada, y las
gentes de la planicie apartaron la vista de la piedra por temor a verla caer. Yo alc los ojos y vi a un
hombre correr por la base de la pirmide, por el lado opuesto a ese en el que penda la piedra. Iba
despojndose de sus vestiduras mientras corra, y al llegar bajo la piedra se detuvo. Pareci dudar
unos instantes; luego se dobl sobre s mismo, como si quisiera hacer acopio de todas sus fuerzas, y
al momento, enderezndose de nuevo, sali como una flecha disparada por el arco, trep por las
piedras de la pirmide, y cuando estuvo a la altura sobre la que penda la gran piedra, salt sobre
ella. All, firme como la estatua de Horus, observ el lado de la piedra que se inclinaba hacia el
suelo, y adelantando el pie izquierdo hacia ese lado, comenz a balancearse descargando todo su
peso sobre el lado opuesto a ese en el que la piedra se inclinaba, y agarrndose a las cuerdas unidas
a las de las poleas, con toda la fuerza de sus msculos en tensin, contrastando su cuerpo moreno
contra la piedra blanca, fue enderezndola lentamente hasta situarla en el plano debido mientras el
sudor le baaba de la cabeza a los pies. La piedra pareci entonces una roca firme que estuviera
suspendida en el aire, el sol luci con toda su intensidad, suspendido en el cielo como la piedra lo
estaba en el aire; fue como si el cielo y el mar se hubiesen unido en los rostros de quienes
observaban aquel prodigioso esfuerzo, y los esclavos volvieron a tirar de las cuerdas de las poleas
para procurar el ascenso despacioso de la piedra hasta lo ms alto de la pirmide, y la multitud, que
hasta entonces haba permanecido en silencio, estall en un clamor tal que pareci que la tierra y el
cielo se haban unido, que los dioses los hubieran golpeado con el trueno. Y entonces se dej sentir
un fuerte grito:
Tirad fuerte! Os lo pido por Phtahah y por el alma de vuestros padres!
Era la voz de Kufu. Lentamente, como quien despierta de un largo sueo, los criados siguieron
subiendo la gran piedra blanca que se balanceaba en el aire, con el que la haba enderezado firme
sobre sus pies en ella. Una vez estuvo la piedra sobre la apertura de la cspide de la pirmide,
comenzaron a descenderla igual de lentamente, para cerrar as la tumba con ella. Me pregunt si el
hombre que estaba subido en la piedra podra descender hasta donde hubiera de hacerlo la gran mole
blanca para sellar la entrada de la tumba, y s lo hizo. Luego sali radiante, fuerte y triunfal, y
comenz a bajar por la pirmide, mientras los esclavos retiraban las poleas y las cuerdas. Entonces
recorri las riberas del Nilo un grito de jbilo como nunca se haba odo ni en sueos, un grito que
hizo temblar las murallas de la ciudad. Cuando ya estuvo en tierra, llevaron a aquel hombre en
volandas hasta el carruaje del rey, y el rey orden que las trompetas llenasen el aire, y luego anunci
lo siguiente:
Hoy hemos presenciado un hecho nunca antes contemplado, ni siquiera nuestros padres
pudieron hablarnos de algo semejante Sabed, hombres de Egipto, que el extranjero venido de las
tierras de los pastores del norte, el que ha conseguido encajar la piedra en la apertura de la pirmide,
es tambin el que la construy, por lo que se ha convertido en mi favorito. Yo, el rey, he dicho!
La gente lanz vtores, pero con el rostro sombro. El cochero del rey azot a los caballos en
direccin a la ciudad.
De la gran pirmide blanca y de sus misterios, as como del arquitecto extranjero que la
construy, y del pecado del rey, no dir nada, sin embargo, pues mis labios estn sellados.
En la Espaa de la Segunda Repblica, en los aos anteriores a la Guerra Civil, era muy popular
la obra literaria del australiano Guy Newell Boothby nacido en Adelaida, antes de dedicarse por
completo a la literatura fue secretario del alcalde de su ciudad natal, quien en 1894 abandon su
pas para instalarse en Gran Bretaa. All desarroll toda su carrera como escritor: Boothby public
unos cincuenta libros en el transcurso de una dcada entre novelas y recopilaciones de cuentos
hasta que una neumona puso fin a su vida, apenas cumplidos los treinta y ocho aos de edad. Varias
de sus novelas de aventuras cf. La bella corsaria (The Beautiful White Devil, 1897), El prncipe
de los timadores (A Prince of Swindlers, 1900) e, incluso, las andanzas de su ms popular
creacin, el Dr. Nikola, se tradujeron al castellano en esa poca. El Dr. Nikola, misterioso cientfico
versado en artes ocultas y obsesionado con hallar el conocimiento hermtico que le permita alcanzar
la inmortalidad, protagoniz cinco novelas, La venganza del Dr. Nikola (Bid for Fortune: or, Dr.
Nikolas Vendetta, 1895), El retorno del Dr. Nikola (Dr. Nikola Returns, 1896), The Lust of Hate
(1898), El experimento del Dr. Nikola (Dr. Nikolas Experiment, 1899) y Farewell, Nikola (1901),
las cuales le reportaron a su autor una gran fama. La inmediata popularidad del Dr. Nikola,
comparable a la de los best sellers actuales, hizo que el incipiente cine britnico adaptara la primera
novela de la serie en el film silente A Bid for Fortune (Sidney Morgan, 1917). No obstante, hoy en
da la labor como escritor de Guy Boothby as firmaba sus obras permanece olvidada por gran
parte de los aficionados a la literatura fantstica y de terror, aun contando en su haber con relatos de
la categora de With Three Phantoms (1897) o Remorseless Vengeance (1902). En Un profesor
de egiptologa publicado en la revista The Graphic, diciembre de 1894, su verdadero
protagonista, el enigmtico Profesor Constanides, alter ego an ms tenebroso del Dr. Nikola, es en
realidad un sacerdote egipcio que espera dar descanso a su espritu enmendando un antiguo crimen,
para lo cual necesita encontrar a una joven britnica llamada Cecilia, reencarnacin de la princesa
Nofrit. Durante su secuestro, y en uno de los instantes ms sobresalientes del relato, Cecilia efectuar
un viaje astral, o una regresin mental, hacia el Egipto de los faraones, concretamente al escenario de
una tragedia que aconteci hace tres mil aos Has conseguido ver a travs de las edades me
dijo el profesor Constanides, lo has hecho Has viajado a travs de los siglos hasta ese da en
el que, siendo t Nofrit, cre que me habas traicionado, por lo que te mat. Un profesor de
egiptologa presenta una factura estilstica considerable que privilegia la atmsfera, esa capacidad
potica de la prosa de sugerir extraos estados de nimo, de evocar mundos del pasado sin recurrir a
los efectismos ms trillados de la literatura fantstica. Por el contrario, una lectura minuciosa del
relato nos sita en el resbaladizo territorio de la duda, ya que todo puede explicarse desde la
alucinacin, desde el alma y los alterados sentidos de una joven enamoradiza que, al mismo tiempo,
rechaza al hombre que la atrae, sumergindose en un universo de agitadas visiones terrorficas,
vctima de una angustia mrbida.
UN PROFESOR DE EGIPTOLOGA
(A Profesor of Egiptology, 1894)[51]

Desde las siete a las siete y media de la tarde, lo que es decir la media hora anterior a la cena, el
gran vestbulo del Hotel Occidental se llena de gente ociosa, entre la que se cuenta lo ms granado y
a la moda que pasa el invierno en El Cairo. La noche de la que quiero hablar no fue la excepcin a la
regla. Al pie de la gran escalera de rutilante mrmol, orgullo del propietario del hotel, un muy
conocido miembro de la representacin diplomtica francesa hablaba de manera amistosa y relajada
con una duquesa inglesa, cuya bella hija, un tanto delicada de salud, sin embargo, flirteaba
acarameladamente con uno del Sirdar Bimbashi[52] del Sudn, recin licenciado. A la derecha, donde
estaba el gran sof del vestbulo, una duquesa italiana, de reputacin tan dudosa como los diamantes
que luca, escuchaba con aparente inters lo que le contaba un apuesto y joven griego experto en el
ataque a las damas, aunque ella, en realidad, trataba de captar al menos fragmentos sueltos de la
conversacin que mantenan, a corta distancia de donde se hallaba, un ruso muy ingenioso y una muy
inteligente hija de los Estados Unidos. All estaban representadas, pues, casi todas las
nacionalidades, aunque, por desagracia para nuestro prestigio, la mayor parte de los presentes eran
ingleses. La escena, en cualquier caso, resultaba de lo ms llamativa, y el brillo de los rutilantes
uniformes militares, junto a los no menos rutilantes del cuerpo diplomtico (se celebrara poco
despus una gran recepcin en el Palacio Khedivial), aportaba un particular toque de color al cuadro.
Todo aquello, observado desde un punto de vista poltico, era suficientemente significativo en s
mismo.
Al fondo del vestbulo, junto a las grandes puertas acristaladas, una elegante dama de edad
provecta y con los cabellos blancos, pero atractiva an, conversaba con uno de los mdicos ingleses
ms importantes del lugar, un hombre de pelo gris y de aspecto distinguido, con toda la pinta de ser
muy inteligente, que posea la feliz facultad de impresionar a todos aquellos con los que hablaba, y
que haca sentir a cualquiera que no haba nada ms importante en el mundo que la sociedad de esa
persona con la que hablaba, que era adems la suya propia. Charlaban acerca de qu tipo de ropa era
ms conveniente para un viaje por el Nilo, mientras la hija de la dama, que se encontraba muy cerca
de ellos, y que poco antes haba rememorado con su madre aquel primer viaje que cursaron a Egipto
(tambin haba hablado de ello con el doctor), prefera ahora estar indolentemente recostada en el
sof observando a los dems, a quienes se hallaban a su alrededor. Tena los ojos grandes y oscuros,
de mirada atenta y contemplativa. Al igual que su madre, se tomaba la vida muy en serio, aunque de
manera distinta. Alguien que hubiera suspendido tres veces en matemticas difcilmente podra
llamar su atencin, como nadie que gustase de los besamanos en un jardn sabra apreciar los mritos
de ella, ni su manera de vestir. Eso no quiere decir, sin embargo, que la joven luciera calcetines
azules, por ejemplo, como dice la expresin vulgar para referirse a una persona desastrada o de mal
gusto. Se haca una experta en todo lo que le interesaba, y las matemticas eran su pasin ms
acendrada, como otros se apasionan por Wagner, el ajedrez o el croquet; las matemticas eran,
adems de una gran pasin, su hobby favorito, y hay que decir que ciertamente tena gran xito en su
prctica. En ocasiones montaba a caballo, iba en coche de tiro, jugaba al tenis y al hockey, y miraba a
su alrededor, observaba el mundo en que se desenvolva, con mucha tranquilidad, con ojos
escrutadores pero siempre dispuestos a ver en las cosas el lado bueno en vez del lado malo.
Contradictorios como lo somos, incluso en lo que respecta a nosotros mismos, slo aquellos que la
conocan bien, unos pocos y muy escogidos, saban que a despecho de todo lo anteriormente
sealado haba en ella, siendo esto acaso un rasgo distintivo de su personalidad, una fuerte tendencia
hacia lo misterioso, o dicho con mayor propiedad, hacia lo oculto. Quiz hubiera sido ella la primera
en negarlo, pero la historia que contar demuestra sobradamente lo contrario.
Mrs. Westmoreland y su hija haban salido de su confortable casa de Yorkshire en septiembre, y
tras un corto viaje por el continente haban llegado a El Cairo en noviembre, que para m es el mes
ideal para hacerlo, pues en ese tiempo el calor no es asfixiante, el servicio en los hoteles es bueno
porque quienes lo prestan an no se han cansado de tantas obligaciones como tienen en otras pocas
y, lo mejor de todo, las habitaciones ms confortables y hasta lujosas an no han sido ocupadas. En el
tiempo del que hablo, sin embargo, era ya diciembre, y el caravanserai de la gente a la moda lo
llenaba todo, como todos los aos, abarrotando hasta los tejados. Todos los das llegaba gente, y el
director del hotel lamentaba de continuo no tener, para ofrecrselas, al menos otras cien habitaciones
que llenar de huspedes. Era suizo, por lo cual el gobierno de un hotel era para l toda una profesin.
Aquella noche en concreto, esa de la que he comenzado a hablar, Mrs. Westmoreland y su hija,
Cecilia, haban quedado a cenar con el doctor Forsyth, lo que quiere decir que se iban a sentar a su
mesa para compartir cena y velada, y conocer as a un hombre del que haban odo hablar mucho
pero que an no les haba sido presentado. El individuo en cuestin era un tal profesor Constanides,
reputado como uno de los ms importantes egiptlogos y autor de varios trabajos bastante conocidos
y apreciados. Mrs. Westmoreland no era una persona metdica, ni siquiera caprichosa, as que, con
tal de cenar en compaa agradable, le daba lo mismo hacerlo con un distinguido conde ingls que
con el primer extranjero mundano con que se encontrase.
Eso no importa realmente, querida deca a su hija; da lo mismo a quin elijas para cenar
en compaa con tal de que la mesa est bien servida, la comida bien cocinada y el vino sea
irreprochable. Al fin y al cabo, un primer ministro y un vicario rural son simplemente hombres
Enfrntalos por una herencia, o por un soborno, y pelearn como gatos callejeros. En realidad no
quieren conversar
De aqu puede deducirse que Mrs. Westmoreland era una mujer en muy buena relacin con su
mundo. Miss Cecilia, sin embargo, comparta sus opiniones hasta cierto punto, y en todo caso de
manera distinta. Sin embargo, ella tambin quera conocer al profesor Constanides, quien, por lo que
haba odo decir, se hallaba en posesin de una inteligencia extraordinariamente intuitiva o quiz
habra que llamarla instintiva para descubrir las tumbas de los faraones de las dinastas XI, XII y
XIII.
Me temo que Constanides va a llegar tarde avis el doctor, que haba consultado varias
veces su reloj; en ese caso espero que acepten las disculpas que les ofrezco en su nombre, como
amigo suyo que soy y anfitrin de ustedes.
El doctor no era hombre que reparase en el sonido de su propia voz, pero aquella vez estuvo a
punto de hacerlo Al fin y al cabo, Mrs. Westmoreland era una viuda con una muy buena renta, y
Cecilia, estaba seguro, deseaba casarse pronto.
Concedmosle tres minutos ms de espera dijo la joven dama con gran tranquilidad, y
aadi en el mismo tono: Quiz debamos hacerle sentir nuestro agradecimiento si al fin y al cabo
aparece
Tanto Mrs. Westmoreland como el doctor la miraron con ojos a la vez dulces y de reproche. La
primera no poda concebir que alguien hiciera un feo semejante al doctor, que haba cursado la
invitacin a cenar para que pudieran conocer al profesor, mientras su hija crea difcil que alguien
hiciera un desaire semejante al famoso doctor Forsyth, el que, aun a pesar de su fracaso en la Harley
Street[53], haba amasado una fortuna considerable en la tierra de los faraones.
Estoy seguro de que mi buen amigo Constanides no nos decepcionar dijo el doctor
consultando por cuarta vez su reloj. Quiz la culpa sea ma, pues acaso me adelant a la hora al
convocarlas a ustedes; puedo asegurarles que el profesor nunca ha sido impuntual Se trata de un
hombre admirable realmente admirable Jams he conocido a nadie como Constanides Todo
un estudioso!
Despus de tan encomisticas palabras, el doctor tir de los puos de su camisa, apret el nudo
de su corbata, se ajust los lentes, todo ello con sus maneras tan profesionales, y ech un vistazo ms
all, hacia el vestbulo, como si buscase un enfrentamiento con quien se atreviera a contradecir las
afirmaciones que acababa de hacer.
Usted habr ledo, claro est, su obra Mitologa egipcia observ Miss Cecilia, despacio,
hablando como si el asunto estuviese fuera de toda duda.
El doctor pareci algo confundido.
Ejem! Djeme ver titube mientras intentaba salir del atolladero. Bueno, a decir
verdad, mi querida seorita, no estoy muy seguro de haber ledo, o estudiado, mejor dicho, esa obra
en particular Mire, en realidad debo confesarle que tengo una escasa predisposicin para leer
cosas que no estn en relacin directa con mi profesin Para m eso es mucho ms necesario que
cualquier otro asunto.
Miss Cecilia torci el gesto como si intentase reprimir una sonrisa. Justo en ese instante se
abrieron las puertas acristaladas del vestbulo e hizo su entrada un hombre. Fue significativo que
todos se volvieran para verle, algo que no pareci desconcertarle de ninguna manera.
Era alto, con un porte excelente; tena todo el aire de quien est acostumbrado a mandar y dirigir.
Su rostro era oval y muy grandes los ojos, de esos que aterrorizan cuando miran directamente pues
expresan el poderoso influjo de quien los posee. Sus mandbulas eran fuertes y su amplia frente haca
que resaltase especialmente su cabello negro, ms an de lo que es comn en los griegos. No luca
barba ni mostacho, lo que haca ms visible su boca grande y firme, la fortaleza de unos labios que
aumentaban la expresin decidida de aquel hombre. Quienes son capaces de percibir estas cosas,
hubieran notado que vesta sin tacha pero sin pretensiones, incluso con una cierta dejadez. Miss
Cecilia, que posea el precioso don de la observacin, un don largamente desarrollado, se percat de
ello al instante; aquel hombre no luca ms que un sencillo anillo y un prendedor de corbata en el que
destacaba una perla, nada ms, ninguna otra joya Mir a su alrededor, en busca del doctor Forsyth,
y en cuanto lo vio se dirigi a l alegremente.
Mi querido amigo! exclam en ingls, idioma que hablaba casi sin acento, le pedir
perdn mil veces, si es preciso, por haberle hecho esperar.
No, no, al contrario; es usted puntual dijo el doctor, muy efusivo. Permtame el placer, un
inmenso placer, de presentarle a mis amigas, Mrs. Westmoreland y su hija, Miss Cecilia, de las que
tanto me ha odo hablar
El profesor Constanides dedic una inclinacin de cabeza a las damas y expres el placer que le
produca conocerlas. Aunque no hubiera podido explicarlo, tuvo Miss Cecilia la sensacin de era
presentada en el mismsimo saln del trono. Un momento despus sonaba el gong y se dejaba sentir
un rumor de vestidos y de golpes de abanico en direccin al saln comedor. En su calidad de
anfitrin, el doctor Forsyth ofreci su brazo a Mrs. Westmoreland mientras Constanides haca lo
mismo con Miss Cecilia, quien, sin embargo, notaba en s una vaga irritacin. Admiraba a aquel
hombre, lo que quiere decir que admiraba su obra, pero hubiese preferido que su nombre significara
para ella otra cosa (debe hacerse notar aqu que lo ltimo que haba ledo de Constanides, a
propsito de un broche de turquesas, le haba parecido una autntica estafa, algo realmente
abominable, por lo que su nombre, desde entonces, le sonaba como una ofensa). La mesa del doctor
Forsyth estaba al fondo, junto a un ventanal, por lo que se tena desde all una excelente perspectiva
del saln. La escena era ciertamente animada Alguien, es de temer, cierta dama, no olvidara jams
todo aquello por mucho que lo intentara.
En los primeros momentos de la cena, la conversacin qued prcticamente limitada a Cecilia y
Constanides; el doctor y Mrs. Westmoreland quiz estuvieran ya cansados de tanta charla y
prefiriesen no participar. Luego, en cualquier caso, comenz a relajarse la disciplina y el buen tono
que observaban a la mesa, lo que quiere decir que empezaron a interesarse por aquellos a los que
tenan cerca, en las mesas de al lado.
No he podido dejar de preguntarme, desde entonces, con qu sentimientos recordara Cecilia
aquella noche. Acaso para castigar mi curiosidad, admiti ante m mismo que nunca haba vuelto a
hablar, tras aquella noche, con un hombre tan inteligente como Constanides Aquello hizo que me
sintiese humillado, pues, si no amantes, ramos al menos amigos desde haca mucho tiempo, y al fin y
al cabo la cocinera de Mrs. Westmoreland es nica.
Desde aquella noche apenas hubo un da en el que Constanides no disfrutara alguno de los
placeres de la sociedad de Miss Cecilia Westmoreland. Iban juntos al campo de polo, bajaban en
carruaje hasta el pueblo de Gezireh, iban de compras al Muski, y escuchaban a la orquesta del Hotel
Shepheard mientras tomaban el t de la tarde en su amplia terraza. Siempre se vea a Constanides la
mar de relajado, pintoresco, decididamente interesante Y, lo ms reseable, nunca defraudaba a
los que ya se haban hecho una idea de cmo era. Por lo que pareca, era mucho ms conocido, sin
embargo, en los barrios de los nativos que en los habitados por europeos. Cecilia se dio pronto
cuenta de que, en efecto, los nativos lo trataban con un respeto y pleitesa slo dedicados de comn a
los reyes. Aquello la maravillaba, pero no deca una palabra. Por lo que a m respecta, slo puedo
preguntarme por qu su madre no la recomend que observase las debidas precauciones antes de que
fuera demasiado tarde Estoy seguro de que tuvo que darse cuenta de lo muy peligrosa que
resultaba para su hija la intimidad que se traa con Constanides. Fue el coronel Bettenham, por el
contrario, quien dio la primera voz de alarma. De una u otra manera estaba relacionado
familiarmente con los Westmoreland, lo que le daba cierto derecho, al menos, a expresar libremente
su opinin al respecto.
No puedo decir quin es realmente ese hombre avis a la madre de Cecilia, pero si yo
estuviese en su lugar me andara con cuidado A estas alturas del ao El Cairo se llena de
aventureros
Mi querido coronel respondi Mrs. Westmoreland, no creo realmente que pretenda usted
sugerir siquiera que el profesor podra ser un aventurero a la caza de dotes Nos lo present el
doctor Forsyth Es autor de libros muy interesantes.
Los libros, querida, no lo son todo replic el otro muy juiciosamente, y sigui diciendo con
esa imparcialidad caracterstica del hombre que apenas lee: De hecho, Phipps, uno de mis
capitanes, escribi una novela hace algunos aos Slo una novela Eso quiere decir, querida, que
la experiencia no le resultara tan grata, puesto que no volvi a repetirla Pero, volviendo a ese
hombre, Constanides, creo que le llaman as, yo, de ser usted, me andara con cuidado.
Debo decir que aquella conversacin atribul a la pobre Mrs. Westmoreland mucho ms de lo
que ella misma estaba dispuesta a admitir, incluso para s misma. Ella, al igual que su hija, haba
cado fascinada ante la verborrea del profesor. A tal punto, estoy convencido de lo que digo, que
hubiesen preferido ambas a los griegos antes que a los ingleses, por mucho que mi afirmacin pueda
parecer una hereja Pero ya se entender bien, ms adelante, lo que digo y por qu lo digo.
Particularmente me inclino a pensar, sin embargo, que fui yo quien se percat primero de lo muy
alarmante que resultaba todo aquello. Lo vi en los ojos de Cecilia, aunque me resultase difcil
expresarlo entonces. Pero algo sent, algo muy profundo, desde luego, porque, por mucho que me
avergence confesarlo, comenc a verme con ella sistemticamente a partir de entonces. Al fin y al
cabo ambos compartamos algn secreto del otro, y hasta me haba confiado alguno ms a propsito
de lo que le ocurra en aquel tiempo tan extraordinario para ella Y ya lo creo que fue un tiempo
extraordinario para Cecilia! Aunque tambin sea cierto que ni ella ni yo alcanzbamos an a ver
siquiera de lejos el drama que tenamos ante nosotros Uno de los dramas sin duda ms terribles
que este mundo nuestro haba visto, ahora estoy convencido de ello.
Pasaron las Navidades y lleg el nuevo ao, y con el ao nuevo lleg tambin el principio del
fin. Creo, sin embargo, que por aquel tiempo Mrs. Westmoreland ya se daba cuenta de lo que suceda,
al menos en cierto modo. Pero quiz era demasiado tarde para intervenir. Estoy seguro, en cualquier
caso, de que Cecilia no se haba enamorado de Constanides; estoy tan seguro de eso como de que
tampoco yo me haba enamorado de l Simplemente, estaba fascinada por l, algo tan difcil de
explicar, en cualquier caso, como la necesidad de que haya paz en el mundo, de ah nuestra
perplejidad. Para ser preciso, dir que la gran crisis estall el da 3 de enero, un martes. En el
atardecer de aquel da, Mrs. Westmoreland, acompaada por su hija y por el doctor Forsyth, acudi a
una recepcin en el palacio de un pasha[54], cuyo nombre me reservo. El inters de mi historia
requiere decir, simplemente, que se trata de un hombre muy orgulloso y pagado de s mismo, por lo
que slo cursa invitacin a gentes seleccionadas previamente con gran rigor. En sus salones puede
uno, por ello, encontrarse con los hombres ms distinguidos de Europa, y ocasionalmente acceder al
conocimiento, naturalmente, de determinadas intrigas polticas, las cuales, por decirlo con suavidad,
le dan a uno la oportunidad de reflexionar acerca de las inconstancias e inestabilidades de los
asuntos mundanos, y del affaire de lo poltico en particular.
La tarde avanzaba ya hacia la noche cuando Constanides se dej ver all. Fue fcil observar que
se hallaba an ms tranquilo de lo que en l era habitual. Un rato despus consinti Cecilia en salir
con l a la gran balconada del palacio, y all, bajo la luz clara de la luna, disfrutaron de una bonita
vista del Nilo. No he sabido con exactitud qu fue lo que Constanides le dijo a Cecilia; slo s, por
lo que me cont su madre, que cuando se reuni con ella estaba visiblemente agitada. De hecho,
volvieron al hotel de inmediato, antes de que concluyese la recepcin, y Cecilia se refugi en su
habitacin para descansar.
Pero ahora viene la parte de esta historia que resultar al lector tan difcil de creer como me lo
pareci a m, aunque tengo datos suficientes como para corroborar que cuanto aqu se refiere es
cierto. Era casi la medianoche y el hotel disfrutaba, por as decirlo, de una tranquilidad que apenas
tena a lo largo de las veinticuatro horas del da. Ya he sealado que Cecilia se haba retirado a su
habitacin apenas lleg all, pero no he dicho con ello toda la verdad, pues si bien es cierto que dio
las buenas noches a su madre antes de hacerlo, no se encerr all precisamente para descansar. Abri
la ventana para disfrutar del frescor de la noche y se asom para contemplar la calle sobre la que se
derramaba la luz de la luna. No s, por supuesto, en qu pensaba, tampoco ella lo recuerda Por mi
parte, no obstante, me inclino a creer que estaba en una especie de trance a medias hipntico, por lo
que tena la mente en blanco.
Pero, a partir de este punto, que sea la propia Cecilia quien narre su historia:
No podra decir cunto tiempo estuve asomada a la ventana; lo mismo pudieron ser cinco
minutos que pudo ser una hora Pero de repente ocurri algo extraordinario. Supe que era
imprudente, supe que era un error hacerlo, ms bien, pero algo me oprima, algo que necesitaba
expulsar de m Tena la sensacin de que la habitacin me apresaba, por lo que si no consegua
salir pronto al aire libre acabara perdiendo la vida. Aunque parezca extrao, no quise librar una
batalla contra esa sensacin. Era como si supiera que no poda resistirme, pues me hallaba ante algo
infinitamente ms fuerte que yo. As, apenas consciente de lo que haca, al final me cambi de ropa, y
cubierta con una capa apagu la luz elctrica de la habitacin y sal al pasillo. Los criados rabes
vestidos de blanco descansaban en el suelo, como es su costumbre. Todos dorman profundamente.
Mis pasos no se dejaban sentir al bajar por la gran escalera alfombrada. El vestbulo del hotel se
hallaba sumido en la semioscuridad y el recepcionista deba de estar haciendo su ronda, pues en el
mostrador no haba nadie que pudiera verme. Atraves el vestbulo y abr la puerta principal; me
acompa la suerte, pues el pomo gir con suavidad y la cerradura no hizo ruido; poco despus
estaba en la calle. Nada me haca reparar en la tontera de aquella escapada; apenas era consciente
del misterioso poder que me empujaba a hacer todo eso, as que sin detenerme a pensar en ello gir
rpidamente a la derecha y me fui calle abajo tan veloz como jams haba andado. Los rboles hacan
que las aceras estuviesen muy oscuras, pero en el centro de la calzada la luz de la luna pareca
diurna. Cerca de m pas un carruaje ocupado por franceses que hablaban y rean felices, pero, salvo
eso, la ciudad entera pareca ma, como si nicamente yo la habitase. Ms tarde o el canto del
muecn llamando a la oracin desde el minarete de alguna mezquita del vecindario, un canto que
comenzaba a repetirse en todas las mezquitas de la ciudad. Entonces me detuve de golpe en una
esquina de la calle, como si alguien me lo hubiera ordenado imperativamente. Puedo recordar bien
que temblaba, aunque no sabra decir por qu razn Lo digo para que se observe que, si bien era
incapaz de regresar al hotel, o de hacer cualquier cosa por mi propia voluntad, an me hallaba en
posesin de mi capacidad para observar.
Apenas haba llegado a esa esquina en la que me detuve como si hubiese recibido la orden de
hacerlo, la reconoc al instante, como si antes hubiera estado all; poco despus se abra la puerta de
una casa cercana y sala un hombre. Era el profesor Constanides, pero su presencia a tales horas y en
aquella calle, como todo lo que me iba sucediendo a medida que avanzaba la noche, no me choc, no
me pareci cosa que hubiera de tomarse en consideracin.
Tienes que obedecerme me dijo a modo de saludo, ser lo mejor Ahora sigamos, se
est haciendo tarde.
Tras decirme aquellas palabras, se dej sentir el chirriar de las ruedas de un carruaje que
apareci por la esquina y se detuvo ante nosotros. Mi acompaante me ayud a subir y luego tom
asiento a mi lado Ni siquiera entonces, a pesar de lo muy extrao que resultaba todo, incluida mi
manera de actuar, se me pas por la mente resistirme.
Qu significa todo esto? me limit a preguntar. Responde, por favor Qu hago yo
aqu?
Pronto lo sabrs me dijo con un tono de voz que no le conoca.
Recorrimos una distancia considerable, creo que incluso cruzamos el ro por algn tramo, sin
que ninguno de los dos dijera una palabra.
Piensa primero y dime despus me dijo al fin si recuerdas por dnde has ido en coche
conmigo.
Hemos ido juntos en coche muchas veces respond; ayer mismo estuvimos en el polo, y
anteayer fuimos a visitar las pirmides
Sigue pensando me dijo mientras me tomaba la mano. La suya estaba fra como el hielo,
pero me limit a negar con la cabeza.
No puedo recordar ms dije, y algo en mi interior, algo tan intangible como fuerte, me hizo
saber que no podra ir ms all en mis recuerdos.
Me lanz una leve mirada y seguimos en silencio. Los caballos del carruaje tenan que ser
ciertamente fuertes pues nos llevaban a buen paso. La verdad es que no me importaba por qu ruta
bamos, pero finalmente algo atrajo mi atencin lo justo como para que supiera que nos hallbamos
en el camino que lleva a Gizeh. Poco despus, el famoso museo, que una vez fuera palacio del jerife
Ismael, llenaba mi vista, y el carruaje se detena bajo los rboles, sobre todo albizias lebbek, que
haba en la acera. Mi acompaante me pidi que me diese prisa. Lo hice y le o hablar con el cochero
en algo que supuse era rabe. El cochero fustig a los caballos y pronto se perdi de nuestra vista.
Vamos! me dijo en el mismo tono imperativo de antes, a la vez que sealaba en direccin
a las puertas de acceso al palacio, hacia donde comenzamos a andar.
Con mi voluntad sometida a su dominio, as y todo pude admirar la belleza del museo bajo la
luz de la luna. Bajo la luz del da era una edificacin nada reseable, incluso insustancial, pero
entonces su arquitectura oriental lo asemejaba a un palacio de cuento. El profesor abri las puertas,
no s cmo; slo s que poco despus cruzbamos los jardines y me vea ascendiendo por la escalera
de la entrada principal. Despus dejbamos atrs otra puerta y entrbamos en un saln. Quiz sea
digno de mencionar que en ningn momento de aquella extraa aventura sent miedo, acaso porque no
hay nadie en el mundo que me hubiera podido obligar a hacer todo aquello a la fuerza,
aterrorizndome. La luna derramaba su luz sobre todos los monumentos de otras edades que haba en
el palacio, penetrando a travs de los cristales de las ventanas. Una vez ms Constanides me orden
seguir adelante, y as entramos en un segundo saln, luego pasamos ante el Skekh-El-Beled[55] y ante
el Escriba sentado[56]. Fuimos sala tras sala y creo que subimos tambin alguna escalera de muchos
peldaos. Finalmente entramos en una sala en la que Constanides se detuvo. Haba all muchos
sarcfagos con momias, sobre los que caa la luz de la luna a travs de un tragaluz que haba en el
techo. Estbamos ante un sarcfago que recordaba haber visto en una visita anterior al museo. An
me parece ver las inscripciones y grabados que tena. El profesor Constanides, con la soltura propia
de quien est acostumbrado a la prctica de determinados trabajos, levant con gran facilidad la tapa
del sarcfago para mostrarme la figura momificada que albergaba su interior. Tena la cara
descubierta y estaba magnfica y raramente bien conservada. La observ decididamente y mientras lo
haca me embargaba una sensacin extraa, irreconocible. Mi cuerpo temblaba, se me helaba la
sangre Por vez primera en toda la noche sent la necesidad de huir, de romper las cadenas
invisibles que me ataban. Pero fue en vano. Sent que me hunda ms y ms, sin remedio, en algo que
desconoca Entonces la voz del hombre que me haba llevado a aquel lugar retumb en mis odos,
aunque pareca venir de muy lejos. Y casi al momento cay sobre m una luz muy fuerte que me hizo
sentir como si caminase en un sueo. Pero saba que me estaba sucediendo algo muy real, algo muy
verdadero, algo ajeno por completo a cualquier creacin de mi fantasa.
Era ya noche avanzada y el cielo se vea cubierto de estrellas. A cierta distancia haba
acampado un gran ejrcito, y las voces de los centinelas llegaban de vez en cuando hasta donde me
encontraba. De algn modo me daba lo mismo saber o no dnde me hallaba, cul era mi posicin. Ni
siquiera la manera en que iba vestida me sorprenda. A mi izquierda, en direccin al ro, se alzaba
una gran tienda de campaa ante la que pasaban continuamente hombres armados. Me mir como si
ms que mirarme quisiera ver a alguien, pero no haba nadie.
Que sea la ltima vez, tiene que ser la ltima vez, me dije.
Qued a la espera y, mientras lo hice, o cmo la brisa de la noche agitaba los juncos de la
orilla del ro. De la tienda que se alzaba cerca de m la de Usirtasen, hijo de Amenemhait[57], de
donde salan las rdenes contra los libios pues l mismo diriga la contienda, me llegaba el clamor
de la revuelta. El aire fro que vena del desierto me haca tiritar pues apenas estaba cubierta con una
capa. Me ocult tras una gran roca, para protegerme del fro, y all estaba cuando sent pasos. Al
volverme vi a un hombre muy alto, que caminaba despacio y adoptando muchas precauciones, lo que
me hizo suponer que no quera ser descubierto por los centinelas de la tienda real. Le miraba y a la
vez sala de aquella proteccin que me brindaba la roca para seguirle, para encontrarme con l. No
era otro que Sinfihit, el hijo menor de Amenemhait y hermano de Usirtasen, quien mantena en la
tienda una reunin con sus generales.
Pude ver, de sbito, que vena hacia m Alto, bien parecido, desafiante como todo un hombre
a pesar de su juventud. Caminaba con el paso seguro de quien ha combatido en la guerra y est
acostumbrado a los ejercicios, por ello, que fortalecen a los soldados. Por un momento lament
verme obligada a darle las nuevas que deba pero slo por un momento. Segua oyendo la voz de
Usirtasen desde su tienda, y eso haca que no pudiera pensar en nada ni en nadie ms.
Eres t, Nofrit? me pregunt nada ms verme.
S, soy yo dije; llegas tarde, Sinfihit No deberas haber andado por ah bebiendo vino.
Te equivocas, Nofrit respondi l con esa fiereza por la que era tan celebrado; no he
bebido vino esta noche. De no habrmelo impedido el capitn de la guardia habra llegado antes
Ests enfadada conmigo, Nofrit?
No, eso sera una autntica presuncin por mi parte, mi seor respond. Acaso no eres
t el hijo de un rey, Sinfihit?
S, pero juro por lo ms sagrado que sera mejor para m no serlo dijo. Usirtasen, mi
hermano, se queda con todo; yo soy como el chacal que va buscando por ah cualquier cosa que
llevarse a la boca hizo una pausa y sigui diciendo: No obstante, nuestra conspiracin har que
cambien las cosas, que todo vaya mejor Con un poco de tiempo gobernar esta tierra y la de
Khem[58] dijo ponindose en pie y alzando los brazos imponente, mientras diriga la mirada al
campamento dormido de las fuerzas de su hermano Era de sobra conocido que entre los hermanos
no haba nada de amor, ni de confianza, y s muchos recelos.
Paz, que haya paz musit temiendo que sus palabras fuesen odas por alguien en el
campamento. No hables as, mi seor; si te oyesen, ya sabes qu castigo caera sobre ti.
l se ech a rer, aunque su risa era amarga. Bien saba que Usirtasen, llegado el caso, no
tendra piedad con l. No era la primera vez que se converta en sospechoso, pues se haba entregado
a un juego realmente desesperado. Se acerc a m y me tom las manos. Quise apartarlas pero no me
lo permiti. Nunca hubo hombre tan ardiente como lo fue l entonces.
Nofrit me dijo despus y sent su Aliento en mi cuello, qu podra decir yo, qu
responder? Ya ha pasado el tiempo de hablar, ahora ha llegado el momento de actuar Y como bien
sabes, prefiero los hechos a las palabras Mi hermano Usirtasen sabr maana que soy tan fuerte
como l.
Dado lo que saba, aquellas palabras suyas podan haberme hecho rer, pues resultaban
jactanciosas. An no haba concluido el tiempo de hablar, por lo que yo mantena las esperanzas de
que pudiera hacerse la paz. Tramaba un complot contra su hermano, al que yo amaba, y quera que lo
ayudase en su conspiracin. Quiz no fuese yo capaz de hacerlo.
Escucha me dijo entonces acercndose mucho ms a m, hablndome con aquella voz que
me haca sentir todo su ardor, sabes lo mucho que te amo Sabes, por ello, que sera incapaz de
hacer nada que pudiera perjudicarte Ten fe en m, pues; nada ser en vano Todo est ya
dispuesto y antes de que la prxima luna se oculte ser el faran y suceder a mi padre, Amenemhait.
Ests seguro de que tus planes no sern descubiertos? le pregunt sin poder evitar que se
me notara cunta risa me daba su jactancia, pues jactancioso era pretenderse general supremo de un
ejrcito capaz de llevarlo al poder, conspirando con generales que desertaran en plena batalla Y
an ms, bien saba yo cun equivocado estaba al creer que su padre lo prefera a Usirtasen, que
mucho haba hecho por el reino y que era adorado tanto por las gentes de mayor rango como por los
ms inmundos. Pero no estaba en el carcter de Sinfihit contemplar el lado oscuro de las cosas. Tena
gran confianza en s mismo y se crea en posesin de la fuerza necesaria como para conspirar con
xito contra su padre y contra su hermano Me desvel sus planes detalladamente, tan pobres e
inanes que enseguida me di cuenta de que era por completo imposible que resultaran exitosos. Qu
misericordia esperaba recibir cuando cayese derrotado? Yo conoca a Usirtasen muy bien, por lo que
estaba segura de que no se apiadara de su hermano. As que, usando toda la elocuencia de que era
capaz, y de toda mi capacidad de persuasin, trat de convencerlo para que desistiese y abandonara
la intentona, o al menos para que la pospusiera por un tiempo Me tom de las muecas, me atrajo
hacia s y me dijo violentamente a la cara:
Es que no me tomas en serio? me dijo. Si es as, mejor ser que te ahogues en el ro
Traiciname, y ni el propio faran podr salvarte.
Estaba convencida de que lo hara. Era un hombre desesperado; se haba jugado cuanto era y
tena en el mundo en aras de una aventura dudosa. Puedo decir, sin que falte con ello a la verdad, que
si bien aquella noche, como tantas otras, pude conspirar con l, nunca lo hice de forma que pudiera
perjudicar a su hermano, ni de manera que pudiera perjudicarle a l mismo. Pero daba la impresin
de que mi nico papel a representar no era otro que el de acompaarlo en todo momento, incluso en
su inminente y trgica cada.
Nofrit me dijo tras una corta pausa, acaso no es importante para ti convertirte en la
esposa de un faran? No te resulta especialmente grato, en tanto no has tenido que hacer el menor
esfuerzo para ello pues ha sido l quien te ha elegido?
No haca otra cosa que alimentar sus ilusiones con falsas esperanzas. As y todo, era muy difcil
saber qu haba de verdad en su mente, no lo dejaba ver, quiz a causa precisamente de sus falsas
esperanzas. Yo me senta como la hierba seca entre dos fuegos. Bastara con que saltase una chispa
para que ardiera, para que explotase la conflagracin que me consuma por momentos.
Escchame con atencin, Nofrit me dijo; t sabes de los planes de Usirtasen Bien,
pues hzmelos saber maana, el resto ser fcil Quiero saber qu hay en su mente Ya vers
como todo resulta mucho ms grande y maravilloso de lo que habas soado.
Aunque no tena la intencin de hacer lo que me peda, me di cuenta de que, hallndose como se
hallaba con un humor excitado, sera mejor no llevarle la contraria. Le di las buenas noches y me fui
a descansar. Apenas llevaba unos minutos en mi cabaa cuando lleg un mensajero de Usirtasen para
llevarme a su presencia. Aunque no poda suponer de qu se tratara a tales horas, obedec.
Al llegar lo encontr rodeado de sus oficiales. Una sola mirada bast para que me diese cuenta
de que estaba violentamente molesto por alguna razn, y yo tena las mejores razones para suponer
que era precisamente conmigo. Haba ocurrido lo que me tema! El complot de Sinfihit caa hecho
aicos, pues haba sido descubierto, seguido y vigilado, por lo que mi encuentro aquella noche con l
era ya bien conocido En vano protest, en vano me declar inocente. La prueba era demasiado
contundente, me condenaba por s sola.
Vamos, habla, di todo lo que sabes! me grit Usirtasen con un tono que hasta entonces no
le haba conocido. Habla, eso es lo nico que har que te salves! Cuntanos tu historia, hecha con
los relatos de otro
Me temblaban todos los miembros del cuerpo mientras responda una por una a todas las
preguntas que me haca Tema la sensacin de que no me crea; en sus ojos vi que haba perdido
todo el favor que hasta no mucho antes me dedicaba, un favor del que ya no me sera dado disfrutar
en adelante.
De acuerdo dijo l cuando conclu mi relato; ahora comprobaremos cuanto has dicho con
tu compaero de intrigas con el que quiere derrocarme con el que se pretende faran con el
que nunca me hizo temer de su espada.
Hizo una sea a uno de sus oficiales, que dej raudo la tienda para regresar a ella poco despus
con Sinfihit.
Yo te saludo, hermano le dijo Usirtasen en tono de burla, echndose hacia atrs en su
asiento y contemplndole con los ojos entreabiertos por la risa. Quiz no hayas tenido ocasin de
disfrutar del vino esta noche, aunque supongo que te gustara beber siquiera un poco Perdname,
pero no podr ser; acaso en otra ocasin puedas disfrutar merecidamente de nuestra hospitalidad.
No importa replic Sinfihit mirando a su hermano a la cara, hay otras cosas que
requieren mi atencin y no puedo perder el tiempo quedndome aqu Slo te pido que no me lo
tomes como un rechazo.
No, claro que no Acaso esas cosas que requieren tu atencin urgente tienen que ver con
nuestra seguridad? dijo Usirtasen con el mismo tono de burlona caballerosidad. Acaso has
odo decir que hay en nuestro ejrcito alguien que no muestra la mejor disposicin hacia nosotros? Si
sabes de quin se trata, dmelo, por favor te lo pido Dime su nombre, hermano, para que sea
castigado como merece pero antes de que Sinfihit pudiera responder, escupi a sus pies y le dijo
: Perro! Quieres hacerme creer que tienes asuntos importantes a los que atender, cuando esos
asuntos no son otros que conspirar contra el trono de nuestro padre y contra m? Llevo meses
sospechando de ti, y ahora por fin lo veo todo muy claro Por todos los dioses! Por lo ms
sagrado! Juro que esa tontera te costar la vida!
Fue justo en ese momento cuando Sinfihit se percat de mi presencia. No pudo reprimir un grito
de espanto al verme, y su cara me deca a las claras que nunca hubiera sospechado realmente que le
traicionara. Reaccion, sin embargo; me pareci que iba a decir algo contra m, cuando un gritero
en el exterior hizo que todos nos volvisemos hacia la entrada de la tienda. Usirtasen orden a sus
guardias que fuesen a ver de qu se trataba, pero antes de que lo hicieran entr un mensajero. Por su
ropa se vea que vena de lejos. Se prostern ante Usirtasen y le dijo:
Dios te guarde, faran! Vengo del palacio de Titoui.
No pudo evitar Usirtasen que una expresin de terrible ansiedad se le dibujara en el rostro al
or aquellas palabras del mensajero. Tambin not la sorpresa que invada a Sinfihit, quien alz las
cejas al or al mensajero. Un momento despus supimos que Amenemhait haba muerto poco antes,
por lo que inmediatamente le suceda en el trono Usirtasen. Aquellas malas nuevas eran tan sbitas, y
las consecuencias que de ellas se derivaban tan amplias, que no se poda contemplar el momento con
la tranquilidad necesaria. Mir a Sinfihit y sus ojos se clavaron en los mos. Pareca meditar
profundamente. Entonces se acerc a m, veloz como un rayo. Una daga brillaba en su mano y al poco
sent en mi pecho el acero candente Y ya no recuerdo ms.
Luego me recuper de aquella sensacin de caer que haba tenido en el museo, y al despertar de
aquel sueo, si es que lo fue, me vi all, junto al profesor Constanides, en la sala de los sarcfagos.
Has conseguido ver a travs de las edades me dijo el profesor Constanides, lo has
hecho Has viajado a travs de los siglos hasta ese da en el que, siendo t Nofrit, cre que me
habas traicionado, por lo que te mat Despus me escap de all como pude para llegar a
Kaduma, donde fallec un tiempo despus Pero qued escrito que mi alma no hallara la paz hasta
que volviramos a encontrarnos y me dieses tu perdn Por eso he esperado tanto tiempo, hasta que
aparecieses Al fin nos hemos reencontrado.
Puede que resulte extrao lo que digo, pero aquella situacin no me pareca ni chocante ni
fantstica, por muy improbable que fuese. Todava hoy, cuando recuerdo aquellos hechos, que veo en
blanco y negro, me descubro preguntndome si alguien perfectamente despierto, alguien que no
estuviese soando, podra tener sensaciones tan vvidas y recuerdos tan evidentes como los mos
Es que de veras fui yo Nofrit, tantos miles de aos despus de su existencia real, esa a la que dio
muerte Sinfihit, hijo de Amenemhait, pues crey que le haba traicionado, que yo le haba
traicionado? Parece increble, desde luego; pero si todo eso no fue ms que una pesadilla nacida de
mi imaginacin, a qu vino ese sueo, qu significa ese sueo? Mucho me temo que nunca sabr la
respuesta.
Pero como no le deca nada, el profesor Constanides pareci estremecerse de pnico.
Nofrit me dijo con una voz en cuyo temblor se perciba la emocin que lo embargaba,
piensa en lo muy importante que es para m tu perdn Si no me perdonas, ambos estaremos
perdidos para siempre.
Su voz era profunda, triste, temblorosa; su rostro, a la luz de la luna, era el de un hombre que se
adentra en los senderos de la desesperacin.
Perdname, por favor, perdname! clamaba extendiendo sus manos hacia m. Si no lo
haces, penar eternamente por culpa de mis actos; penar por tu muerte, origen de mis desgracias y
de mi ruina.
Yo temblaba como las hojas de un rbol.
Si es como dices, cosa que me parece imposible de creer, de acuerdo, te perdono de todo
corazn, lo hago libremente le dije con una voz que apenas poda reconocer como la ma.
Qued en silencio por un largo rato, y luego se arrodill ante m, tomando mis manos entre las
suyas para llevarlas a sus labios y besrmelas. Despus se puso de nuevo de pie e, inclinando la
cabeza ante la momia frente a la que nos hallbamos, musit estas palabras: Descansa en paz,
Sinfihit, hijo de Amenemhait, pues ya no pesa la maldicin sobre ti, y te ha sido levantado el
castigo. Al fin puedes descansar en paz eternamente, majestad.
Despus volvi a cerrar el sarcfago y se volvi hacia m.
Hemos de irnos me dijo, y salimos de all recorriendo las salas por las que antes habamos
pasado, ahora en direccin a la calle.
Juntos, pues, salimos del museo y cruzamos los jardines en direccin a las puertas de la calle.
All nos aguardaba el mismo carruaje en el que habamos ido. Subimos y ocupamos nuestras plazas
en la cabina. De nuevo golpearon los cascos de los caballos el pavimento, rompiendo as el silencio
de la noche, para llevarnos de regreso a El Cairo. No hablamos una palabra en todo el trayecto. Yo
slo deseaba llegar cuanto antes al hotel y descansar en la almohada mi cabeza embotada. Pasamos
el puente y entramos al fin en la ciudad. No s qu hora sera Pero s fui consciente de que el
viento era an ms fresco, lo que sugera la inminencia del amanecer. El cochero detuvo a los
caballos en la misma esquina donde nos habamos subido al carruaje, del que nos apeamos entonces,
siguiendo l adelante, como si respondiera a unas rdenes recibidas de antemano.
Puedo acompaarte al hotel? me dijo Constanides con su gentileza de siempre.
Creo que intent decir algo, pero me traicion la voz. En realidad creo que iba a decirle que
prefera ir sola, pero, como no me sali la voz, ech a caminar en su compaa. Nos detuvimos en la
esquina de la calle donde estaba el hotel.
Bueno, pues aqu hemos de separarnos dijo, y aadi tras una pausa: Hemos de
separarnos para siempre Nunca volver a contemplar tu rostro.
Piensas irte de El Cairo? fue todo lo que se me ocurri decir.
S, en breve me ir de El Cairo respondi con un nfasis especial. Ya ha concluido mi
vagabundear por aqu Descuida, que jams volver a causarte problemas.
Me miraba con ojos ardientes.
Nofrit me dijo, siempre sers mi reina, la mujer a la que ms he amado, no importa cun
lejos estemos en adelante el uno del otro Slo pido que nunca ms te sea permitido mirar al
pasado como lo has hecho esta noche Puede que juntos hubiramos hecho grandes cosas,
acompaadas todas ellas de la mayor felicidad, pero quisieron los dioses que no fuera as
Dejmoslo estar Y ahora Adis! Al fin he obtenido el descanso que esperaba desde haca tanto
tiempo.
Sin decir una sola palabras ms, se dio la vuelta y se fue. Yo segu hasta el hotel. Recuerdo que
las puertas estaban abiertas y entr directamente. De nuevo, para mi alivio, el recepcionista estaba
ausente del mostrador del vestbulo.
Temblorosa de miedo y a la vez veloz, para que nadie me viese, sub la escalera, sal al pasillo
en el que seguan durmiendo los criados rabes, y alcanc mi habitacin. Todo estaba tal y como yo
lo haba dejado; nada indicaba que mi ausencia hubiese sido descubierta. Me asom de nuevo a la
ventana, en un estado de gran excitacin interior, pero slo para descubrir en el cielo las primeras
luces del da. Tom asiento en la butaca y me puse a pensar en todo lo que me haba sucedido aquella
noche, tratando de convencerme de que nada era real, de que slo haba soado No puede haber
sido de otra manera!, me deca una y otra vez Al fin, muy cansada, me acost. Crea que me iba a
dormir pronto, como suelo dormirme cuando estoy muy agotada, pero esta vez no fue as Me pas
hora tras hora dando vueltas en la cama, pensando y pensando en todo aquello Cuando al
levantarme, ya de da, me mir en el espejo, apenas pude reconocerme. Tambin mi madre coment
algo acerca de mi aspecto lamentable cuando bajamos a desayunar.
Hija ma, pero si parece que no has dormido en toda la noche dijo, y aunque lo dijera de
pasada, como quien no quiere la cosa, mientras untaba mantequilla en su tostada, tena razn.
Despus sali de compras con cierta dama que tambin se alojaba en el hotel. Y yo volv a mi
habitacin para echarme en la cama. Cuando nos reunimos para el almuerzo vi enseguida que tena
noticias que darme, algo muy importante.
Mi querida Cecilia me dijo, acabo de encontrarme con el doctor Forsyth, que me ha
dado una noticia terrible, me he quedado de piedra No quiero que te asustes, cario, pero no
has odo decir que han encontrado muerto en su cama al profesor Constanides esta maana? Terrible,
de verdad que es terrible! Parece que muri mientras dorma
Como se comprender fcilmente, no tuve nada que decir, nada que aadir a la noticia que me
haba dado mi madre.
Extravagante, misterioso, encantador, poseedor de habilidades que escapan a toda comprensin
humana stos y otros elogios fueron vertidos, por quienes le conocieron personalmente, sobre la
figura de Louis Hamon y no Leigh de Hamong, como suele escribirse errneamente en algunas
reediciones de sus obras, uno de los ocultistas ms famosos de finales del siglo XIX e inicios del
XX. Bajo el colorido pseudnimo de Cheiro que proviene del griego (Kheirn), nombre del
centauro sabio y bondadoso Quirn, mentor de Peleo, Aquiles, Dimedes y Esculapio, experto en las
artes de la msica, la guerra, la caza y, muy especialmente, de la medicina. Louis Hamon
desarroll sus asombrosos poderes de adivinacin a travs de la quiromancia, la astrologa y la
numerologa caldea. No era un farsante, como poco a poco sus profecas se encargaron de demostrar.
Por ejemplo, con dos aos de antelacin, predijo con exactitud el inicio y fin de la Guerra de los
Bers, la muerte de la reina Victoria, el asesinato del rey Humberto I de Saboya y el fallecimiento
del rey Eduardo VIL Tambin predijo, con dcadas de antelacin, la creacin del Estado de Israel en
1948, el crack econmico de 1929, la llegada al poder en Espaa, por la fuerza de las armas, de
Francisco Franco y, sorprendentemente, el dominio espacial de los Estados Unidos a partir de 1969.
No es extrao, pues, que entre sus amistades y clientes, se encontraran personajes y
personalidades de la talla de Mark Twain, Sarah Bernhardt, Mata-Hari, Oscar Wilde, Grover
Cleveland, Thomas Alva Edison, el prncipe de Gales posteriormente Eduardo VIII, el general
Horatio Herbert Kitchener, William Gladstone y Joseph Chamberlain.
Natural de Bray, una pequea poblacin al sur de Dubln (Irlanda), su madre era una francesa de
origen griego, y su padre un comerciante britnico llamado John William Warner, aunque Louis
siempre afirm, de manera harto fantasiosa, que en verdad su progenitor era un noble venido a
menos, el conde William de Hamon, exhibiendo en sus tarjetas de visita un ttulo nobiliario de muy
dudosa procedencia. Tras su glamourosa vida entre Estados Unidos y Gran Bretaa, entre Chicago y
Londres, pas los ltimos seis aos de su vida en Hollywood, recibiendo a unos veinte clientes por
da y escribiendo guiones para films que jams se llegaron a rodar.
Sus principales obras escritas que todava suelen reimprimirse en Estados Unidos y Gran
Bretaa, a causa de la gran aceptacin de la que an disfrutan tratan sobre asuntos esotricos,
especialmente sobre quiromancia: Cheiros Language of the Hand (1896), Your and Your Star
(1900?), Palmistry for All (1920), Mysteries and Romances of the Worlds Greatest Occultist
(1930?). Aunque tambin se le conoce un interesante volumen de cuentos de fantasmas, True Ghost
Stories (1925), publicado por London Publishing Company con ilustraciones de su esposa, la
condesa Hamon, donde a su conocimiento del folclore espectral se suman sus experiencias
con el mundo de los espritus. Entre ellas, destaca una extraa historia sobre una maldicin
faranica, de la cual fueron protagonistas l y su mujer. Durante su visita a la ciudad de Luxor en
1890, Louis Hamon emple sus poderes para sanar a un aristcrata rabe enfermo de malaria. Una
vez restablecido, y como agradecimiento, aqul le regal al ocultista el brazo derecho momificado de
una princesa egipcia. Al llegar a Gran Bretaa, la condesa Hamon se horroriz ante tan macabro
presente, debido al aura de sufrimiento y malignidad que, segn ella, desprenda tan pavorosa
reliquia. Por ello, oblig a su marido a encerrarla en una caja fuerte.
Segn pudo averiguar Louis Hamon con ayuda de su amigo, el egiptlogo y mecenas ingls
Lord Carnarvon, uno de los descubridores en 1922, junto a Howard Carter, de la tumba de
Tutankamon, la extremidad cercenada podra pertenecer a una de las hijas del faran Akhenatn
(XVIII Dinasta) probablemente a Meritatn, la primognita del monarca, con quien se cas
incestuosamente y tuvo una hija, quien enoj a su padre-esposo de tal manera que ste la conden a
ser violada y asesinada por los sacerdotes del templo. Enterrada en secreto en el Valle de los Reyes
de ah que jams se haya encontrado su tumba. Akhenatn, preso de un odio incontrolado, le
cort el brazo derecho, a la altura del codo, a fin de que jams lograra reposar en la Otra Vida.
Pero treinta y dos aos despus, en 1922, la condesa Hamon abri la caja fuerte y descubri que
el brazo estaba flcido, fresco, con la piel y la carne totalmente regeneradas (!). Asustada, hizo
partcipe de su descubrimiento a Louis, quien decidi darle una sepultura digna al miembro de la
princesa Meritatn. El ocultista esper hasta la noche de Todos los Santos (Halloween), coloc el
brazo en la chimenea a fin de incinerarlo y ley un pasaje de El Libro de los Muertos egipcio.
Pero, despus de cerrar el libro y prender fuego a la lea del hogar, la mansin de los Hamon se
estremeci de arriba abajo, y un extrao viento huracanado abri la puerta del saln. All, Louis y su
esposa vieron la aterradora aparicin de una princesa egipcia de gran hermosura y lujosamente
ataviada con ropa real, quien exhiba un desagradable mun a la altura del codo derecho. El
espectro cruz la estancia, agarr el brazo momificado y desapareci La esposa de Louis Hamon
fue ingresada en un hospital durante unos das a causa del shock, mientras que l, conocedor de las
actividades de Lord Carnarvon en Egipto, le escribi rpidamente: Ahora s con certeza que los
antiguos egipcios tenan amplios conocimientos sobre energas de las que actualmente no
sabernos nada. En el nombre de Dios, te pido que tengas cuidado con lo que haces all. Varios
meses despus del descubrimiento de la tumba de Tutankamon, Carnarvon muri de repente, dando
lugar al mito de la Maldicin de la Momia.
La novela corta (novelette) Estudio del destino es, efectivamente, una obra maestra de lo
fantstico y de lo misterioso, que confirma el notable talento, apenas explorado, que tena Louis
Hamon para la ficcin. Publicada en 1898 en Gran Bretaa por Saxon & Co. Publishers y
reeditada en los Estados Unidos, ese mismo ao, bajo el ttulo The Hand of Fate, por E. T. Neely,
es la historia de una espeluznante maldicin que nace en tierras hindes y que se consuma en el
interior de una tumba egipcia, durante unas excavaciones arqueolgicas. Alejado de las ms
recurrentes convenciones del gnero no hay rabes malvados ni violentas momias resucitadas, ni
apartadas casas solariegas ni labernticos museos, a Hamon le preocupa, especialmente, crear un
ambiente de densa malignidad y de gran angustia existencial, a la cual los restos del Antiguo Egipto,
con su obsesivo culto a la muerte, otorgan un especial toque de inquietud.
ESTUDIO DEL DESTINO
(A Study of Destiny, 1898)[59]

Una maana de verano de 1889, acompaado por un arquelogo ms bien anticuado, me


encontraba tratando de llegar a un acuerdo con algunos rabes para que nos permitieran usar su choza
durante nuestra estancia en El Karnak.
Mi compaero era una de esas personas extraordinarias que uno espera encontrar viajando en un
pas como Egipto. Era un fragmento de la creacin que rehusaba a ser vaciado por la vida en el
molde comn de los mortales ordinarios.
Era alemn de nacionalidad y conoca su alcurnia hasta No, y con bastantes aos sobre su
cabeza, tantos que su corazn ya no meda el tiempo con regularidad, manteniendo en lugar de
palpitacin una especie de trote de perro que el ngel de la Muerte pareca ignorar. Su profesin era
profesor de arqueologa. Conoca individualmente cada piedra de las pirmides y daba la impresin
de haber sido presentado personalmente con cada una de las momias que haban sido embalsamadas
desde los das de Keops hasta nuestra actual era de grandes museos, y era un hombre que trabajaba
por la felicidad que da el trabajo y sin pensar para nada en remuneracin; y era tan extrao en este
aspecto que la gente sospechaba que estaba algo loco, exceptuando por supuesto aquellas ocasiones
en que tal locura les produca ms dinero del que jams podran llegar a ganar, mediante la lucidez
de su propia estupidez intelectual. Su pas de origen, Das Vaterland, no lo haba reconocido en
todo lo que vala. Alemania contaba con muchos fsiles, humanos y de otro tipo, pero es probable
que al dar un gran valor a sus antigedades francesas, no encontrara una gran virtud en el estudio de
egipcios muertos. Por lo tanto, el profesor busc amparo en Inglaterra y este pas lo adopt y se
convirti en su refugio cientfico, ya que siendo Inglaterra parcial a las momias, construyendo
sarcfagos, cajas y hermosos museos para conservarlas, se preocupaba por pagar a profesores de
aspecto sabio para que las etiquetaran cronolgicamente y discutieran durante aos la autenticidad de
sus nombres.
Varias veces haba recibido menciones honorficas del gobierno por sus servicios al Museo
Britnico, y hubo una ocasin en que su conocimiento de joyas y reliquias egipcias le permiti hallar
una tumba hasta entonces desconocida por los egiptlogos, basndose en la aparicin en el continente
de varios de esos tesoros, que una banda de rabes estaba robando sistemticamente de la tumba para
beneficiarse con su venta a coleccionistas particulares. En agradecimiento a su servicio tan notable a
la ciencia, cualquier otro hombre hubiera recibido probablemente una gran recompensa, pero el
profesor se conform con que lo enviaran a Egipto en la peor poca del ao, para hacer arreglos de
la futura custodia de la tumba profanada. Una vez que este trabajo fue llevado a cabo con xito, el
profesor dirigi su atencin a los monumentos de Tebas, y en el momento en que comienza mi
narracin, l haba determinado dedicarse a buscar evidencias de otra tumba con riquezas imposibles
de imaginar, que sospechaba que deba de encontrarse en Tebas o sus alrededores segn algunos
indicios, y todo esto pretenda hacerlo solo y casi sin fondos.
Por lo que a m respecta, haba conocido al anciano profesor en Londres, unos cuantos aos
antes, mientras cenaba una noche en un caf cercano al museo. El profesor se sinti atrado por un
anillo que yo llevaba y que era una reliquia persa hallada en la mano de un esqueleto cerca de
Nnive, formado por tres pequeos escarabajos cincelados que representaban el demonio, el mundo y
la eternidad. All mismo el profesor tom una impresin en cera del anillo, determinando que los
escarabajos databan del periodo sasasiano de Persia. A travs de este pequeo incidente nos hicimos
amigos rpidamente. No es de extraar entonces que, cuando nos encontramos nuevamente como
compaeros de viaje en Egipto, l me expusiera sus planes y yo estuviera de acuerdo en ocupar el
resto de mi tiempo acompandolo en sus bsquedas entre momias disecadas, dolos rotos y tumbas
enterradas.
Decidimos instalar nuestro cuartel general en El Karnak, y a eso se debe el que en la maana en
que inicio mi historia nos encontrramos haciendo tratos con un respetable ciudadano rabe para
conseguir un domicilio, de la misma manera en que lo haramos con una casera de Londres.
Para el propsito de este cuento, ser suficiente con explayarnos nicamente en los puntos de
inters que tengan relacin directa con el mismo, por lo que me abstendr de detallar todas las
pequeas experiencias o descripciones elaboradas tanto de El Karnak como de Tebas.
La maana siguiente a nuestra llegada, equipados debidamente con un gua y todo lo necesario,
cruzamos el Nilo y nos dirigimos hacia ese maravilloso Valle de la Muerte, las Tumbas de los
Reyes. Comenzaba a amanecer. nicamente se divisaba al este del horizonte una franja luminosa,
para romper el manto de la noche, que hua fugitiva ante la fiera persecucin del Rey del Da. Frente
a nosotros se vislumbraba vagamente una hilera de colinas pequeas envueltas en esa extraa y fra
quietud que parece preceder siempre al da. Los reyes embalsamados se encontraban ocultos en el
corazn de granito de la Necrpolis, reyes ante los cuales tal vez temblaron las naciones y que sin
embargo hoy raramente se les menciona. El polvo acumulado por los siglos cubre su grandeza, y su
gloria ha pasado de la misma forma en que desaparecieron los rayos del sol de ayer. Estn peor an
que los muertos desconocidos, que son olvidados rpidamente. Como reyes que fueron, estn
destinados a ser vctimas de una curiosidad imperecedera. Son arrancados de sus tumbas, se les
compra y vende como mercanca, se les coloca en cajas de cristal para que se les observe, son objeto
de las burlas de los ignorantes, sus miembros son expuestos, sus hazaas escritas y sus locuras
registradas. Sin embargo, a pesar de esta leccin, el hombre moderno est deseoso de ser grande, ya
sea por el camino del bien o del mal, olvidndose en su ambicin del futuro.
Es imposible describir adecuadamente la sombra magnificencia, lo impresionante de la escena
alrededor de estas tumbas. Difcilmente puede uno dominar el temor en el alma y dejar de sentir un
estremecimiento en el corazn, ante el agudo sentimiento de desolacin que impera. Por todos lados
hay ruinas desmoronadas de catacumbas y monumentos pomposos, testigos solemnes de glorias
pasadas, esculturas que parecen despreciar a los vivos y a sus problemas.
Aqu, en este valle, reina un silencio que tiene, dentro de su quietud, los elementos de una
elocuencia inarticulada, aunque las piedras no tengan lengua y las almas de los muertos sean
espectros mudos. A lo lejos, sobre las colinas, uno ve el ilimitado espacio azul del cielo, despus
vuelve la vista nuevamente hacia la oscuridad de las tumbas donde los faraones duermen, y el
corazn tiembla de miedo, no por uno mismo, ya que aqu somos como nada, sino debido a ese
misterio desafiante llamado vida y a ese misterio de misterios llamado muerte, ante el cual los
mortales somos an impotentes.
Sin querer nos detuvimos un momento en la entrada. Pareca que aqu en el umbral, todo lo
animado e inanimado resenta las pisadas intrusas del hombre.
Un murcilago grande sali volando de una de las tumbas ms prximas, y cegado por la luz fue a
estrellarse contra nuestras caras, dio un grito ensordecedor y desapareci rpidamente en direccin a
la noche.
Pensamos que estbamos solos, que ramos los primeros en esa temprana maana en
aventurarnos entre las reliquias de esplendor real en el santuario de la muerte. Sin embargo, no era
as. Escasamente a unos cien pasos de distancia, distinguimos la figura de un hombre, un hombre
joven que pareca no escuchar ningn sonido, y as era efectivamente, embelesado por la maravillosa
quietud que prevaleca en aquel lugar misterioso. Haba algo extrao en su personalidad que llam
nuestra atencin de inmediato. No era el hecho de haberlo encontrado all a hora tan temprana,
aunque eso tambin resultaba raro, ya que en esta poca del ao los turistas abandonaban El Karnak.
Era algo sutil que lo envolva. No hay acaso algunas personas cuyo aire y expresin denotan un alma
superior, mientras que otras desprovistas de estas cualidades parecen ser desalmadas?
El desconocido se haba quitado su gorra, aparentemente como seal de reverencia a esta antigua
morada de muertos ilustres. Mientras permaneca ah con la cabeza descubierta, era imposible dejar
de notar que su cara atractiva y de rasgos firmes tena una expresin de tristeza y desolacin que
pareca estar de acuerdo con la escena. Aunque se trataba de un turista y vesta ropa comn, haba
algo en l que armonizaba con lo misterioso del valle y lo haca ver como parte del cuadro. Podra
haber sido un ejemplar viviente de ese extrao poder invisible llamado cohesin, que uno ve en el
destino de las naciones, pero que no quiere admitir que existe individualmente en el destino del
hombre.
Nos acercamos a l con fines amistosos, pero para nuestra sorpresa camin rpidamente hacia
otra tumba ms distante con una expresin peculiar de desconfianza y sin devolver nuestro saludo, y
como si estuviera familiarizado perfectamente con el lugar, entr en ella y se perdi de vista.
Por nuestro gua supimos que el desconocido haba andado por esos rumbos desde haca algn
tiempo, que viva apartado de los dems y que no hablaba con ningn ser humano a menos que las
circunstancias lo forzaran. Se rumoreaba que pasaba la mayor parte del da y de la noche rondando
las ruinas. Su refugio favorito eran las Tumbas de los Reyes, donde generalmente poda
encontrrsele.
Pero es valiente, valiente como un len continu diciendo el gua, y despus nos cont
cmo, slo un mes antes, este hombre se haba arrojado al Nilo para salvar a una pequea nativa de
ser atrapada por la rueda impulsora de un buque de vapor.
Pero hay algo de lo que ese ingls est temeroso aadi el gua con un tono misterioso en la
voz, y con un gesto serpenteante de la mano y mientras emita un siseo agudo, nos hizo entender que
el extrao tena un miedo pavoroso de una serpiente.
Habamos llegado a la entrada de una de las tumbas grandes y el viejo profesor se olvid de todo
en su entusiasmo por su trabajo. Por suerte encontramos una tumba que pareca concordar
exactamente con un bosquejo en el que l haba trabajado cuidadosamente. Su vieja cara se ilumin
de jbilo y se sinti rejuvenecer ante la promesa de la realizacin de uno de sus sueos ms
acariciados.
Durante momentos de gran excitacin, mi amigo tena como hbito sacar una pequea pipa
alemana y canturrear para s mismo mientras la frotaba y pula con la manga de su chaqueta negra,
pasada de moda. En esta ocasin, la hornilla de la veterana pipa fue pulida hasta brillar como si
fuera de bano, hacindome temer que la manga de la chaqueta se quemara debido a la vigorosa
friccin. El profesor me confi con orgullo que haba usado esa misma chaqueta durante ms de
veinte aos, en sus periodos de trabajo en el extranjero. El cmo esta prenda haya durado tanto
tiempo sin caerse a pedazos escapa a mi comprensin; su color era negro oxidado, y estaba brillante
por el uso, pero siempre muy limpia, pues este hombre tena habilidad nata para mostrarse pulcro y
arreglado bajo cualquier condicin. Aun despus de una larga caminata a travs del desierto, lo he
visto llegar al final sin un solo cabello fuera de lugar, y con una frescura tal en su lampio rostro, que
inducira a cualquiera a pensar que acababa de salir del bao. El buen hombre sola mofarse
constantemente de mi barba cerrada que creca rpidamente, y daba gracias a la Divina Providencia
por haberlo salvado de ese problema. Creo que, de haber tenido que rasurarse, lo hubiera hecho
maldiciendo por la interrupcin que implicara en su trabajo. Aun cuando ya haba cumplido setenta
aos, el profesor era gil y despierto como un muchacho. Usaba anteojos, pero por supuesto no se
puede imaginar a un profesor sin anteojos, a un egiptlogo erudito en particular. Sus anteojos con
aros dorados constituan su nica extravagancia, y prestaban a su rostro un aspecto de ser poseedor
de profundos conocimientos que impresionaba grandemente a nuestro gua rabe, de modo que el
bribn ni siquiera intentaba embaucarnos con las usuales invenciones y mentiras que como regla se
les endilga a los turistas; nicamente se limitaba a indicarnos los sitios y objetos de inters con un
dedo largo y delgado, dejando las explicaciones al profesor.
As fuimos de cripta en cripta, hasta que el da lleg a su final y regresamos a nuestra choza.
El profesor se senta extremadamente satisfecho con los resultados alcanzados en el primer da
de trabajo, pero desconfiaba del rabe que nos acompaaba sirvindonos de gua. Al terminar
nuestra frugal cena, me coment algunos detalles extraos en el comportamiento del rabe.
Particularmente la ocasin en que, al seguir un pasadizo que nos condujo hasta una pequea cmara,
el profesor, interesado, decidi detenerse para examinar de cerca la formacin de las piedras de la
pared, lo que caus que nuestro gua nos indicara insolentemente que debamos alejarnos de all. Lo
que el rabe no haba calculado, por muy astuto que fuese, era la tenacidad del hombre al que se
enfrentaba. El profesor Von Heller haba venido a Tebas a encontrar algo, y nada, ni una pared, ni una
turba de rabes hostiles, tendra la menor oportunidad de hacerlo cambiar de curso, una vez que l
hubiera llegado a la conclusin de que su deber era seguir adelante con sus investigaciones en
beneficio de la ciencia.
El profesor decidi que no llevaramos al gua para proseguir nuestra exploracin el da
siguiente y sus ltimas palabras fueron para prevenirme de que no olvidara llevar una buena cantidad
de cerillas:
Ya que continu diciendo con una sonrisa es costumbre de estos perros maosos seguir
cautelosamente a los turistas que rehsan sus servicios y soplar para apagar sus antorchas en la parte
ms lgubre de las criptas, pensando que despus de pasar una noche horrible en compaa de las
momias, estarn deseosos en el futuro de pagar para que los acompaen.

II

Amaneca apenas cuando el profesor, totalmente vestido, me despert dicindome de manera


suave y persistente que era hora de levantarse. Le obedec con pereza y an amodorrado. Mientras
me vesta, las voces de dos hombres que murmuraban al otro lado de la ventana llamaron mi
atencin. Reconoc una de las voces como la de nuestro gua de ayer y la otra era la de nuestro
sirviente rabe, que en ese momento lo que deba estar haciendo era nuestro desayuno. Algo en el
tono de la voz del gua, aunque yo no poda entender una palabra de lo que hablaba, me hizo
sospechar que el tema de conversacin ramos mi compaero y yo.
Justamente en ese momento el profesor regres al cuarto, y de inmediato lo atrajeron los
murmullos sospechosos de las voces. l entenda rabe y hacindome una seal para que callara, se
acerc a la ventana para escuchar. Anot cada palabra en su cuaderno de notas, y en su rostro
apareci una benvola sonrisa de satisfaccin. Unos momentos despus ces la conversacin, el gua
parti y nuestro sirviente rabe nos anunci el desayuno en un ingls chapurreado.
Al terminar nuestra comida, el profesor me confi que sus sospechas del da anterior estaban bien
fundadas. Por las palabras del gua confirm que pensaban que tratbamos de averiguar algo que
ellos deseaban impedir que descubriramos, y que nuestro sirviente haba sido prevenido para que
no nos proporcionara ninguna informacin relativa a las tumbas. Despus de esta conversacin no le
qued al profesor ninguna duda de que no slo haba una tumba sin descubrir, sino que adems se
trataba de la ms valiosa de todas y en la cual encontrara una gran cantidad de joyas y reliquias. Los
rabes, que saban este secreto, tenan un plan preconcebido para robar la tumba cuando llegara el
momento propicio. El profesor no estaba seguro exactamente de cul sera la actitud que tomaran
cuando se enteraran de que habamos prescindido de sus servicios. El sirviente haba sido prevenido
para que cuidara sus propios intereses, ya que algn da probablemente nosotros no regresaramos y
l deba contar con una buena coartada.
Debo confesar que me sent algo ansioso mientras hacamos los preparativos para salir. El
profesor me haba contado toda clase de historias sobre antorchas apagadas en los pasajes ms
difciles, y sobre gente que se perda y mora de hambre, antes de que su ausencia fuera descubierta.
Sin embargo, me reconfort dicindome:
Estoy preparado para cualquier emergencia y puedo hasta frustrar la codicia de un rabe al
mismo tiempo que sacaba de su bolsa de viaje dos linternas plegadizas con vidrios oscuros
corredizos y una pequea lata de combustible que desliz en su bolsillo.
Empezamos nuevamente y, con objeto de distraer las sospechas de los rabes, visitamos algunos
otros puntos de inters antes de dirigirnos hacia el lugar al que tenamos planeado llegar.
Exceptuando al joven ingls, ramos los nicos extraos en los alrededores. La estacin estaba muy
avanzada y todo el que poda se alejaba de Egipto para escapar del intenso calor. Por lo que se
refiere al extrao de cara triste, rara vez le veamos. Ocasionalmente nos lo encontrbamos al pasar
por los laberintos que nos llevaban de tumba en tumba, pero cada vez que esto suceda,
deliberadamente trataba de evitarnos. Pudimos darnos cuenta de que todos los rabes parecan
tenerle un temor supersticioso; jams se le acercaban bajo ningn pretexto, y hasta los nios, que
generalmente acosan a cualquier extranjero para pedirle limosna, se alejaban dejndolo solo. Por su
apariencia y ropas pareca un caballero, sin embargo, era imposible verlo sin darse cuenta de que
algo oscuro y nefasto pareca envolverlo constantemente. Era como una sombra de tristeza, de
desolacin, de melancola y recelo que no poda pasar inadvertida.
Cuando finalmente llegamos al punto en el que habamos dejado nuestra investigacin el da
anterior, el profesor encendi las linternas, y sin ms entr en el oscuro subterrneo que lo
conducira a las tumbas ms remotas. De vez en cuando se detena y diriga la luz hacia alguna pieza
esculpida o inscripcin sobre los muros, y not que al principio de cada pasaje examinaba
cuidadosamente el lado izquierdo, y tomando un poco de cera de su maletn de gelogo hecho de
piel, tomaba la impresin de una inscripcin o signo pequeo que yo ni siquiera haba notado. Al
principio, pens que el objeto de todo aquello era slo una precaucin para poder volver sobre
nuestros pasos en caso de ser necesario, pero ms tarde me explic que en su entusiasmo no haba
tenido un solo momento para pensar en el peligro, simplemente haba descubierto unos signos que
nunca haba visto en ninguna otra tumba y que l consideraba eran una pista importante para dar con
la que buscaba.
Hasta ese momento no habamos odo para nada a los rabes, ni fuimos molestados en ninguna
forma. Precisamente cuando haba logrado vencer mis temores, el profesor dio la vuelta a la placa de
vidrio oscuro de su linterna para amortiguar la luz, y en silencio me arrastr hasta un estrecho nicho
tallado en el muro slido. La repentina oscuridad era tan intensa que nuestros ojos, que an no se
acostumbraban a ella, vean una y otra vez el colorido brillante de las figuras e inscripciones que
haban visto en la luz. El silencio era casi enloquecedor. Finalmente fue roto por un leve roce en el
suelo y pudimos darnos cuenta de la presencia del cuerpo desnudo de un rabe que pas frente a
nosotros arrastrndose como una serpiente. Pas algn tiempo antes de que nos decidiramos a salir
de nuestro escondite, y cuando lo hicimos fue para dar marcha atrs y regresar a casa.
El profesor pas el resto de la tarde arreglando las diferentes impresiones que haba tomado. Las
coloc cuidadosamente de acuerdo con el dibujo que haba hecho de las tumbas y, cuando hubieron
encajado simtricamente, me llam a su lado y me seal, con una mirada de satisfaccin, que todas
las marcas llevaban directamente a la parte de la tumba donde nuestro gua se haba molestado el da
anterior.
Y sin embargo continu diciendo el profesor, frotando la pequea pipa negra con mayor
vigor que nunca, despus de mi examen de ayer podra jurar que no hay nada ah sino roca slida.
Justo en ese momento el joven ingls se acercaba por la calle y pas frente a la puerta. Mir
hacia nosotros, y ese algo indescriptible de su rostro atrajo tanto al profesor que se olvid de su
plano y de sus impresiones de cera. Camin hacia la puerta y observ que el desconocido se diriga
hacia las ruinas del Templo de El Karnak. Cuando el viejo profesor regres a sus planos, se dedic a
pensar, no a trabajar. Sus manos marchitas empujaron descuidadamente las impresiones de cera sobre
el papel; hasta la pequea pipa negra fue olvidada, y pude darme cuenta de que el misterio que
rodeaba a ese joven ocupaba un lugar ms importante en el corazn del profesor, en ese momento,
que el secreto de Tebas que l se haba propuesto descubrir.
Mientras observaba al profesor, poco a poco me qued dormido en mi silla, y despus de una
siesta larga y reconfortante, despert para descubrir que era casi medianoche y que el anciano an se
encontraba en profunda meditacin en el mismo sitio. Con objeto de distraerlo un poco, lo toqu en el
hombro y le suger que diramos un paseo antes de acostarnos. Se sobresalt al sentir mi mano y
accedi a mi proposicin sencillamente ponindose el sombrero y siguindome mecnicamente hacia
la calle silenciosa.
Caminamos sin rumbo en direccin de las ruinas de El Karnak. Era una noche como slo puede
verse en Egipto, y eso, adems, nicamente en cierta poca del ao. La quietud de la muerte pareca
reinar eternamente en este lugar; no haba brisa, ni ningn sonido humano o animal; en la tierra
pareca haber un penoso silencio, mientras del cielo colgaba una luna grande y plida como el
fantasma de un mundo muerto, intranquilo y solo.
El calor era intenso, un calor entorpecedor que llegaba desde el desierto en ondas sutiles,
quemando nuestros labios y entumeciendo las venas como el beso de la fiebre cuando nuestra fuerza
nos ha abandonado. Las chozas pequeas y blancas que haba alrededor de las ruinas estaban
silenciosas y austeras. Parecan perreras insignificantes al lado de esas columnas y esculturas
majestuosas, magnficas y fastuosas aun abandonadas y en ruinas. Podra uno imaginarse los
prpados cerrados, los labios partidos, los miembros distorsionados que esas esculidas chozas
protegan del cielo. Protegan, s!, de que los fantasmas de la luna pudieran burlarse de los
miserables descendientes del pasado.
Sin pronunciar una palabra pasamos choza tras choza, mirando fijamente los pilares
monumentales que se levantaban hacia el silencio ininterrumpido del cielo. Por todas partes haba
ruinas, pero qu ruinas! La majestuosidad, grandeza e intelecto, intelecto soberbio, haban diseado
y erigido estos monumentos que ni aun las voraces fauces del tiempo haban logrado destruir
completamente. Eran, en verdad, sepulcros adecuados para reyes.
No son realmente dignos de admiracin aquellos que construyeron estos monumentos
maravillosos para que perduraran a travs de los siglos como testigos de su gloria mundana y de sus
grandes proezas, buscando guardar en la muerte las manos que imperiosamente sostuvieron un cetro,
las cabezas que rigieron sus destinos y los cuerpos que reverenciaron, contra los estragos crueles del
tiempo, los envolvieran en vendas de lino y los embalsamaran con aromas, con la esperanza de que
por lo menos sus cuerpos pudieran perdurar, ya que no podan vivir eternamente?
Y sin embargo, qu vanidad de los mortales el luchar para enfrentarse con lo inevitable: la ley
del destino. No pueden evitar que los muertos se pudran, ni que sus templos se derrumben, ni que sus
dinastas sean devastadas por usurpadores. Qu extrao y humillante es el que los que vivimos esta
era hayamos aprendido tan poco de las lecciones del pasado. Sus religiones estn muertas; sus dolos
rotos y sus templos devastados son slo monumentos a la locura. Las momias, con todas sus
envolturas aromticas, se han convertido en polvo, y ms repulsivo an, algunos gusanos han sido
engaados mientras que otros han sido alimentados como vampiros. No obstante, nosotros con
nuestra civilizacin jactanciosa, con nuestros credos y cristianismo, nos consumimos por una vanidad
que me pregunto si no es mayor que la de ellos. Ya no hacemos dioses de piedra, pero hacemos otros
menos tangibles: dioses de las ideas, dioses de las teoras, dioses que no dejan ninguna ruina visible,
excepto en los corazones traicionados de aquellos que alguna vez fueron creyentes. Nuestras
diferentes religiones han construido templos, es verdad, pero no como los templos de creencias
pasadas. Ya no tenemos tiempo de cincelar en nuestros templos la historia de nuestra era, y
valoramos su gloria en la riqueza de sus ingresos. Ya no hacemos sacrificios sangrientos, pero en
nuestra rivalidad egosta y ambiciosa nuestros caminos estn inundados por sacrificios ms terribles.
Sustituimos nuestras creencias por hechos tangibles, que torturan, que encadenan y embotan nuestra
conciencia, que nos hacen esclavos del egosmo de algn dios humano, que a fin de cuentas cambia y
nos deja destruidos y perdidos con nuestra desilusin.
A pesar de todo, la ley de la vida y la muerte contina siendo la misma. Las flores del campo
florecen para marchitarse y lo mismo pasa con nosotros. Los nios vienen y van como los brotes de
los rboles. Ren, juegan, se ven alegres como las flores, pero como las flores estn inconscientes
del gusano de la muerte que han heredado y que avanza lentamente hacia el centro de sus corazones
para daarlos y destruirlos. Aun as, seguimos llevando tributo a los sepulcros, rezndole a este
santo o a aquel dios, pero la llaga se extiende, sufrimos, y llega el fin. Solamente cuando afrontamos
este momento supremo, nos damos cuenta de cun terrible e inevitable es el destino. Slo cuando
estamos impotentes, cuando estamos aturdidos por un algo que no podemos resistir, inclinamos la
cabeza cobardemente y nuestros labios murmuran: Hgase Tu Voluntad, y aun as, el alma se
rebela. Demasiado tarde!
Nosotros mismos nos colocamos en un pinculo y soamos que vemos todo porque no vemos
nada. Somos unos pobres pigmeos. Creemos controlar, cuando en realidad somos nosotros los
controlados, sirvientes que obedecemos sin saber siquiera el significado de la obediencia. Para
tranquilizarnos, cada uno de nosotros hacemos un dios imaginario para refugio de nuestra
irresponsabilidad. Nos sentimos dominados por el Ser Infinito que nos cre, que dot a nuestro ser
con pensamientos, sentimientos, conciencia y espritu; sin embargo, no estamos dispuestos a imitarlo.
Nacimos para reproducirnos y perfeccionar nuestra propia especie, pero qu pobremente cumplimos
con nuestra misin. Transgredimos las leyes que Dios nos dio, y despus criticamos tontamente las
imperfecciones y crueldad de las mismas cuando el castigo inexorable es ejecutado. En estas
transgresiones somos peor que brutos, ya que nosotros conocemos el mal y aun as nos resistimos al
bien. De cualquier modo, el mundo contina su marcha. El tiempo de sembrar y cosechar viene y va.
Naciones se elevan y caen, lo mismo que los hombres, pero no les importa la semilla que sembraron,
ni cosechar lo que no sembraron. La ley inescrutable del destino est encima de todo, alrededor de
todo y en todo. Es todo. Abarca desde el principio hasta el final. Es verdad y falsedad; el bien y el
mal y las consecuencias que le siguen. Dios es lo Infinito, el hombre lo finito. Y el amor y el bien son
el misterio que oculta el propsito.

***

Mientras estaba de pie bajo esas estructuras gigantescas del pasado, estos pensamientos corran
por mi mente. Por primera vez pude darme cuenta de la insignificancia del hombre y de la grandeza
de la ley dominante del destino a la que hemos rendido culto durante tantos siglos, bajo diferentes
nombres. Me volv hacia mi viejo amigo y me sorprendi el ver que a l le haba pasado lo mismo.
Pude leer en su rostro la sorpresa de su alma, pude ver el anlisis de ideas viejas y creencias
ortodoxas. Pero no habamos aprendido la leccin, apenas habamos abierto la cubierta del libro.
Los hombres, como los nios, son aficionados a las ilustraciones, y en breve veramos un boceto del
libro del destino que quedara por siempre grabado en nuestros corazones.
Habamos seguido avanzando en silencio hacia el centro de las columnas, donde an permaneca
la porcin rota del techo, cuando de repente omos unos sollozos tenues que parecan venir de una
esquina de las ruinas donde las sombras acumuladas eran casi impenetrables, aun durante el da.
Ms que un sollozo era un gemido gutural que pareca sobrehumano en su intensidad, hasta que se
convirti en la voz del dolor retumbando de pilar a pilar, hasta llegar a nuestros odos para
congelarnos la sangre que hasta un momento antes corra por nuestras venas. Nos quedamos
inmviles, posedos por un terror indescriptible. Nos miramos el uno al otro, notando que nuestros
rostros haban palidecido por el miedo y parecan irradiar un resplandor fantasmal a la plida luz de
la luna. Un terrible silencio sigui al gemido, durante el cual puedo jurar que o mi sangre correr por
las arterias hacia mi cerebro, hasta paralizar de miedo cada msculo y cada nervio de mi cuerpo. El
horrible grito se oy de nuevo y nuestros sentidos, excitados, lo vieron, lo vieron en mil formas y
figuras cruzando por debajo del techo, rompindose contra los dolos de piedra y dioses quebrados,
y murmurndonos al odo una angustia tal que obligaba a nuestros corazones a detenerse.
No poda haber duda, era el grito de un alma en agona. No de un alma ordinaria, sino de esas
almas sensitivas pero fuertes que encierran sus pesares en s mismas, para llorar slo en el silencio
de la noche, cuando no hay nadie alrededor que pueda mitigar su pena. Instintivamente, nos
adelantamos para tratar de ayudar, de consolar, de hecho para hacer cualquier cosa que impidiera la
repeticin de ese horripilante sonido; pero apenas se haban movido nuestros pies sobre la suave
arena, cuando de entre las sombras apareci como un fantasma un hombre, en realidad era el joven
que haba ocupado nuestros pensamientos tan a menudo, aquel cuya cara triste, pero atractiva,
habamos notado a nuestra llegada. Lentamente, pero con paso firme, cruz hasta el centro del templo
y se qued quieto, tan quieto como el gran dolo que bloqueaba su camino. Con el cabello revuelto y
el rostro demudado, se qued entre los pilares enormes que lo flanqueaban. Su camisa inglesa suelta
estaba desabotonada desde el cuello hasta la cintura, mientras que con sus manos oprima su pecho
como si estuviera alistndose para arrancar su corazn y lanzarlo contra las piedras.
Dirigi la vista hacia arriba, como si pudiera mirar al cielo directamente a los ojos; en ese
momento, ms que hombre, era un dios suplicando piedad de algn dios superior. De pronto, su
apariencia cambi por completo y pareci convulsionarse por causa de algn dolor, presionando sus
manos an con ms fuerza sobre su corazn. Rechin los dientes para contener el nuevo grito que
comenzaba a brotar de su alma. Trat de reprimirse con ansia, desesperadamente, pero la agona era
demasiado grande y el grito sali forzando su camino a travs de los dientes apretados, como si fuera
el gemido de un animal herido, mientras perda el sentido y caa sobre el dolo, como si estuviera
muerto.
En menos de un segundo, el profesor estaba postrndose junto a l, y con la ternura de una mujer
sec las grandes gotas de sudor que perlaban la frente del cado. Le frot las fras manos y como no
encontraba signo alguno de vida me mir ansiosamente, como pidindome que hiciera algo para
reanimar a la figura que yaca entre nosotros, tan inanimada como el dolo roto que tenamos al lado.
De repente, un movimiento en su pecho llam nuestra atencin, obligndonos casi a detener nuestro
aliento por el suspenso; haba algo en su pecho que se mova bajo la delgada seda de su camisa y que
nos hizo presentir que algo demoniaco se esconda ah, llenndonos de temor y consternacin.
Involuntariamente yo me haba acercado demasiado al extrao y extend la mano para levantar los
vuelos de su camisa. Al hacerlo, toqu algo que me hizo temblar, algo tan horrible y espectral que
aun ahora, mientras escribo, puedo recordar vivamente la sensacin. Mi mano haba entrado en
contacto con algo fro y hmedo que sala de su cuerpo, algo que se movi al tocarlo, retorcindose
como si estuviera bajo algn tormento. Al mirar fijamente not que entre mis dedos sostena la
cabeza de una serpiente! Una ojeada fue suficiente para que cayera sin sentido, debido al sobresalto.
Mi apariencia debe haber sido tan desastrosa que el profesor pens que mi desmayo sera fatal, pero
slo ocasion que me viera obligado a guardar cama durante algunas semanas.

III

Cuando recobr el conocimiento me encontr a solas con mi viejo compaero. Con mucha
dificultad, despus de aquel episodio terrible, me llev de regreso a nuestro domicilio. Pero pasaron
das y semanas antes de que el profesor mencionara lo que haba sucedido despus de haber perdido
el conocimiento. Por fin, una tarde, me dijo que precisamente despus de mi desmayo, el
desconocido empez a reanimarse y abri los ojos, y con una mirada aterradora se llev su saco
hacia el pecho, se par rpidamente y sin pronunciar palabra desapareci entre las ruinas.
Aun entonces el profesor no quiso dar crdito a lo que yo afirm haber visto. Fue en vano que
tratara de convencerlo. Finalmente y en son de broma me dijo que tal vez aquel individuo tan
excntrico llevaba una serpiente igual a la que yo describ como mascota.
Una noche en que estbamos sentados hablando nuevamente sobre aquella aventura extraa,
vimos que la persona en cuestin se acercaba con pasos suaves a nuestra choza. Por un momento
pensamos que iba a hablarnos. Pareca estar contento de verme de nuevo, pero en lugar de hablarnos
se quit levemente el sombrero, salud y sigui de largo, una vez ms, en direccin a las ruinas de El
Karnak.
El profesor estaba muy complacido de haber logrado aunque sea ese cumplido. De nuevo pens
que aquel individuo misterioso algn da sera el instrumento que le dara la llave del secreto que l
tanto deseaba solucionar. No poda explicar en ese momento la razn de esa conclusin, excepto que
presenta que as iba a suceder. Por alguna fuerza intuitiva indefinida, su alma ya se haba puesto en
contacto con el futuro. Se senta confiado y, sin embargo, a pesar de que se trataba de su ms caro
anhelo, la seguridad del conocimiento no le trajo ninguna felicidad. Tal vez su alma, mirando en el
futuro, vio tantas desgracias y sufrimientos que le pareci que el precio por todo lo que deba
aprender era muy alto y que deba pagarlo irremediablemente.
Mi convalecencia nos permiti continuar con nuestro trabajo en Tebas. Todas las maanas
cruzbamos el Nilo y algunas veces no regresbamos a nuestra choza hasta bien entrada la noche.
Una y otra vez nos encontramos en nuestras bsquedas con nuestro amigo desconocido, pero siempre
pareca evitarnos. El profesor fue llegando gradualmente a la conclusin de que ramos nosotros los
que debamos trabar amistad con la esfinge, cuando, debido a un incidente muy simple, una maana
se rompi la barrera. Con cunta frecuencia nos sucede esto en la vida: cuando hemos dejado de
planear es cuando logramos nuestro propsito.
Por largo tiempo el profesor haba estado entretenido tomando impresiones de algunos
jeroglficos que haba encontrado en los muros de los pasajes. Al colocar los segmentos
subsecuentes todos juntos, descubri que formaban una llave, y con esto procedi a planear su
camino de pasaje en pasaje. En el da en cuestin, sin embargo, el profesor estaba completamente
confundido por algo que pareca ser un signo simplemente. El anciano haba tratado una y otra vez de
que las partes encajaran para poder proseguir con el plan que se haba trazado. Pero algo estaba mal,
y despus de intentar encontrar la falla varias veces, el profesor se dio por vencido y abandon la
tarea, con muestras de verdadera desesperacin. En ese momento el desconocido se acerc hacia
nosotros desde uno de los pasajes y pareci darse cuenta, de una sola mirada, de cul era el
problema.
Seor, si me permite dijo, le mostrar qu es lo que est mal.
Sin esperar respuesta reacomod las diferentes secciones y en pocos segundos el problema haba
sido resuelto.
La gratitud del profesor no tena lmites. Se expres al mismo tiempo en alemn e ingls y se
calm nicamente cuando el extrao dijo tranquilamente:
Apenas empieza, no se ha encontrado usted an con verdaderas dificultades.
Pero la esperanza en el corazn del anciano era difcil de matar. Lleno de gratitud y satisfaccin,
estrech nuevamente la mano del joven y se dedic a terminar su trabajo.
Nuestro amigo desapareci casi tan rpidamente como haba llegado, pero el hielo haba sido
roto y el profesor esperaba con agrado poder tener con l una nueva entrevista en el futuro. Se frot
las manos con gusto pensando cmo haba intuido, desde el primer momento, que este hombre posea
el secreto que l buscaba. Me hizo notar la facilidad con que haba arreglado las piezas, algo
imposible sin conocer antes el significado de los signos.
Pero adnde nos llevan sus signos, a fin de cuentas? pregunt.
El profesor me seal el extrao cuadro con las cifras, que estaba ante l.
El ltimo debe tener la clave del secreto dijo. Est de acuerdo con esto, formado por la
combinacin de los siete primeros smbolos. Debemos andar cerca. Veamos si podemos encontrarlo.
Y al decir esto, tom una de las lmparas y empez a caminar. Estbamos, en efecto, cerca del
fin. Unos cuantos pasos nos llevaron a la misma cmara pequea que habamos visitado el primer da
con el gua y, para mi asombro, descubrimos, tallada en el centro del techo, la inscripcin que
buscbamos y que era el duplicado de la que estaba dibujada en nuestro cuadro. Con una mirada de
triunfo y satisfaccin, Von Heller dio rienda suelta a sus sentimientos ejecutando unos pasos de lo
que, estoy seguro, l considera la versin alemana de un baile escocs. Pero la temperatura de Egipto
no era apropiada para tan vigorosa gimnasia y el resultado fue un breve colapso del viejo y
honorable profesor.
Tan pronto como se hubo recuperado de su esfuerzo, procedi a examinar la extraa inscripcin.
No poda interpretarla por lo que se refiere al lenguaje, pero no tuvo ninguna dificultad en descubrir
que, aunque tena un carcter propio diferente, estaba hecha, en realidad, de los primeros siete
signos. Sin embargo, se dio cuenta de que no estaba ms cerca que antes de la solucin. Era verdad
que haba descubierto algo extrao, algo que an no haba sido descubierto por ningn otro
arquelogo; pero despus de todo, no era ms que una curiosa inscripcin tallada en el techo de una
cmara vaca, un signo sin solucin, una puerta quiz, pero sin llave. Fue en vano que buscara en los
muros alguna abertura o pasadizo secreto. Tambin fue intil que golpeara con su martillo en el piso
y el techo. Todo sonaba igual. nicamente el eco burln responda a su esperanza, un eco que mora
en el espacio, dejndolo desesperado.
El profesor necesit un largo tiempo para recuperarse y admitir que estaba derrotado por
completo, despus de todos esos das y semanas de ardua investigacin. Haba trabajado
activamente, hasta el punto de descubrir que los signos encontrados eran obviamente seales para
dirigir a travs de todos esos laberintos enigmticos y pasajes subterrneos, y que, el encontrar una
figura formada por los siete signos, significaba haber hallado la llave de entrada a la tumba secreta,
que era el culmen de sus sueos. Y al descubierto, ah mismo, enfrente de nosotros, estaba la figura,
el codiciado heptgono, en el cuarto ms insignificante, que no llegaba a los tres metros cuadrados y
que no mostraba en sus paredes ningn otro signo, palabra o jeroglfico, excepto ese extrao
bajorrelieve en el centro. A pesar de todo, si exista algn modo de entrada a la gran tumba, ste
permaneca escondido inexorablemente. Bajo la gran presin de su derrota, el anciano registr una
vez ms cada pedazo de piedra, interrogando su superficie con su pequeo y fiel martillo. Vi cmo
sus ojos se arrasaban de lgrimas al no tener xito. Desconsolados, dejamos las catacumbas y
regresamos a nuestra choza sin pronunciar palabra; pude notar, por su modo de caminar, que por
primera vez en su vida haba perdido la esperanza.
A la maana siguiente, Von Heller haba recuperado parte de su buen humor, y con renovados
bros me inst a empezar de nuevo. Como antes, comenzamos en las catacumbas, caminamos por los
mismos pasadizos que habamos recorrido el da anterior, y con alguna dificultad llegamos de nuevo
a la pequea cmara marcada por el smbolo compuesto por los siete signos. Una y otra vez el
profesor, con su infatigable tenacidad, trat de arrancar alguna pista a las slidas paredes por todos
los medios a su alcance y conocimiento. Pasaron las horas sin promesa alguna de encontrar el pasaje
secreto que nos conducira a nuestra meta, pero los slidos bloques de granito nicamente dejaban
or el eco de los golpes de su martillo de metal, una y otra vez, negndose obstinadamente a revelar
su secreto, hasta que al fin, exhausto y sin energas, el pobre profesor se tir en el piso y se dej
llevar por el desencanto y la desesperacin. Me dio tanta pena verlo en ese estado, que tom mi
linterna y me retir hacia uno de los pasadizos adyacentes, explorando un poco por mi cuenta. Tuve
mucho cuidado de caminar en una sola direccin, temeroso de perderme en los intrincados laberintos
si cambiaba de rumbo. No haba recorrido mucha distancia cuando mi pie golpe el cuerpo desnudo
de un rabe que se arrastraba, alejndose de la cmara donde haba dejado al profesor.
Evidentemente, el hombre haba estado escuchando subrepticiamente todo lo que decamos. Al
dirigir mi linterna hacia su cara para verlo mejor, lo reconoc como uno de los rabes que formaban
el grupo del cual habamos escogido a nuestro gua. Nervioso, esperaba que el hombre arremetiera
contra m, por lo que, sin dudarlo, saqu mi revlver; pero en lugar de atacarme, se ri burlonamente
y desapareci en la oscuridad maldiciendo a todos los cristianos. Lo sucedido me hizo volver
rpidamente sobre mis pasos, sorprendindome considerablemente al escuchar voces provenientes
del cuarto donde haba dejado al profesor. Creyndolo en peligro, corr para protegerlo, pero, para
mi sorpresa, en lugar de encontrarlo rodeado de rabes hostiles, lo encontr en el centro del cuarto,
estrechando con alegra las manos del joven que tanto haba llamado nuestra atencin, a la vez que le
daba las gracias profusamente.
Al aproximarme, mi viejo amigo, con voz temblorosa por la emocin, me dijo en unas cuantas
palabras que el extrao haba venido por su propia voluntad a servirnos de gua, y ofreca mostrarnos
exactamente la misma tumba que nosotros estbamos tratando de localizar, y cuya entrada slo l y
unos cuantos rabes conocan.
S concedi el hombre aquel, dirigindose al profesor, yo les mostrar aquello que
buscan. Muchas veces he deseado revelar este secreto, pero he esperado hasta encontrar a alguien
que pudiera comprender su valor cientfico e histrico, alguien que no lo contemplara slo como un
tesoro para ser saqueado. Por esta razn, he venido observando su forma de trabajar sin que usted lo
notara. He escuchado inclusive la mayora de las conversaciones que ha sostenido con su amigo. Este
da me he sentido tan conmovido por su abrumadora desesperacin, que ya no pude sustraerme por
ms tiempo de decirle que casi ha llegado a descubrir la entrada a la tumba que busca. No pierda
ms tiempo, que yo le dir cmo entrar. No me lo agradezca. En circunstancias diferentes,
probablemente habra utilizado lo que s en provecho propio; sin embargo, los honores que me
hubiera acarreado el descubrimiento no me seran de ninguna utilidad ni significaran provecho
alguno para m. Pero no tenemos tiempo para perderlo en palabras, y sera muy peligroso que alguien
nos viera juntos, particularmente en este sitio. Encuntreme esta noche a la entrada de esta cripta, y
con mucho gusto le revelar lo que s.

IV

Fieles a las instrucciones de nuestro joven amigo, al caer la noche cruzamos el ro desde El
Karnak para juntarnos con l a la entrada de las tumbas. Desde entonces han sido muchas las veces
que me he preguntado a m mismo: por qu estbamos, tanto el profesor como yo, ms
impresionados esa noche con la dulzura del mundo exterior que de costumbre? Mientras
caminbamos por el callado y misterioso valle, hacia las Tumbas de los Reyes, una y otra vez
comentamos instintivamente el brillo de la luna y las estrellas. Y por qu al descender ms y ms
dentro del valle, pareca que nos bamos encogiendo ante la magnitud de lo que estbamos por
intentar? Qu podra pasar?
Las colinas que escondan el lugar de descanso de los reyes se elevaban oscuras y siniestras en el
silencio de la noche y se recortaban ferozmente contra el cielo. La entrada a las tumbas tena ahora el
aspecto de una negra boca hambrienta, boca de vampiro que se abra enormemente para devorar los
cuerpos de vivos y muertos. El aire pareca estar lleno de presagios que nosotros sentamos, pero
que no podamos entender. Durante la ltima parte de nuestra jornada no hablamos y sentimos un
verdadero alivio cuando por fin distinguimos la figura de nuestro amigo, paseando de un lado a otro
frente al lugar de nuestra cita.
Nos haba dado instrucciones explcitas de no llevar ninguna linterna encendida y de no hacer
nada que pudiera llamar la atencin de los rabes cuando pasramos por El Karnak. Tambin nos
dijo que tuviramos cuidado de no ser seguidos, y lo primero que nos pregunt cuando llegamos fue
si habamos sido observados. Contestamos negativamente; hasta donde nosotros sabamos, nadie nos
haba visto. Una vez que estuvo seguro de que no haba ningn rabe acechndonos, nos dijo que por
precaucin debamos ponernos a cuatro patas y continuar la marcha de esa forma hasta hallarnos a
cierta distancia, antes de poder encender nuestras linternas.
As fue como empezamos; nuestro extrao gua iba delante, despus el profesor y por ltimo yo.
Despacio y sin hacer ningn ruido fuimos adentrndonos poco a poco en las profundidades de la
tumba. Cada vez que debamos cambiar el rumbo, nuestro gua nos esperaba hasta que pasbamos a
salvo de un pasadizo a otro. La oscuridad era intensa, y el calor y mala ventilacin casi
insoportables. El nico ruido que rompa el silencio era el que hacan los murcilagos al mover sus
alas negras para volar frente a nosotros y desaparecer cuando alguna vez llegbamos a molestarlos.
En una ocasin nos pareci or voces detrs de nosotros, pero despus de esperar un momento sin
escuchar ningn sonido nuevamente, llegamos a la conclusin de que nuestros sentidos en tensin nos
haban traicionado y proseguimos con cautela.
Por fin nuestro nuevo compaero crey pertinente que encendiramos las linternas, y con su
ayuda pronto llegamos a la pequea cmara que contena el extrao y misterioso smbolo de siete
signos.
Volvindose al profesor, nuestro amigo dijo:
Ahora, seor, usted puede darse cuenta de que he seguido exactamente la misma ruta que usted
sigui basndose cuidadosamente en los signos que descubri. Todos sus clculos fueron correctos
hasta aqu; sin embargo, le hubiera sido imposible seguir adelante basndose en clculos, a menos
que por alguna afortunada casualidad se topase con el secreto. Los egipcios siempre han sido
famosos por sus tretas arquitectnicas tan intrincadas. Nunca dejaremos de admirarnos y
preguntarnos cmo fueron colocadas en su lugar las piedras colosales de la Pirmide de Keops. Pero
qu pensar cuando le diga que el secreto de esta cmara es que uno de sus muros es totalmente una
puerta giratoria, una puerta que hasta un nio puede abrir si el nio supiera el secreto, desde
luego?
Y al decir lo anterior mir hacia arriba, al extrao smbolo en el centro del techo, y despus,
siguiendo un cierto ngulo, coloc su pie izquierdo en una leve marca casi borrada por el tiempo.
Con su mano derecha apenas toc un lado del muro, cuando, para nuestro asombro, el muro completo
de la cmara gir sobre sus ejes dejando una abertura por ambos lados, por la que cualquier persona
poda pasar fcilmente. Entramos alegremente y nos encontramos en una cmara que corresponda
exactamente a la que acabbamos de dejar.
Nuestro compaero volvi a repetir el mismo procedimiento que haba usado para abrir el muro,
y con un leve ruido la piedra descomunal gir para volver a quedar en su sitio.
Atravesando esta cmara, llegamos a un estrecho pasadizo que, a su vez, nos llev al interior de
un cono invertido, por cuyos lados en declive nos preparbamos a descender cuando nuestro amigo
nos llam la atencin hacia una gran piedra que descansaba en la orilla del cono y que se balanceaba
de tal modo que el menor movimiento la enviara estrepitosamente al fondo.
Esa piedra dijo fue colocada simplemente para sellar la tumba cuando la ocasin lo
requiriera; una vez que caiga la piedra, la tumba quedar sellada para siempre.
Para bajar tuvimos que ir alrededor del cono, exactamente como si siguiramos las espirales de
un gran tornillo. Al hacer eso, nos vimos forzados a pasar bajo la enorme piedra varias veces y me
fue imposible, cada vez que esto suceda, evitar un estremecimiento de miedo, temiendo que pudiera
caer. Por fin llegamos a la base del cono y nos detuvimos un momento bajo un pequeo arco,
maravillados ante el espectculo que se presentaba a nuestra vista. Estbamos en el umbral de la
entrada de una inmensa tumba, mayor an que la Cmara del Rey en Gizeh. Tena una gran altura y
estaba construida en forma de una pirmide de siete lados. Los muros, pisos y techos eran de mrmol
pulido de Tebas que produca reflejos y proyectaba en todas direcciones la luz tenue de nuestras
linternas. Los cuerpos de siete momias descansaban sobre plataformas de piedra elevadas en cada
uno de los siete puntos de la cmara, y estaban acomodadas de tal modo que el eco producido por los
muros de la cmara, a cualquier punto donde los siete cuerpos descansaban, pareca repetir el menor
murmullo desde una momia a la otra, hasta que, despus de haber pasado por las siete, terminaba
donde haba empezado con volumen redoblado.
El profesor fue el primero en evocar inconscientemente este fenmeno de acstica tan
sorprendente. Se haba quedado en la entrada un momento ms que nosotros, completamente
fascinado, y se haba quitado su sombrero viejo con reverencia, y mientras haca esto, sus labios
murmuraron:
Oh, Dios! Qu maravilla!
Momia tras momia pareci repetir estas palabras, y cuando la sptima emiti el ltimo sonido,
ms sonoro an, el profesor se cogi de mi brazo en busca de apoyo, repitiendo involuntariamente,
con labios temblorosos, esta letana aceptada por los muertos; y este eco misterioso y terrible
nuevamente se repiti en el extrao crculo, hasta que lleg por ltimo otra vez al profesor y despus
flot hacia arriba y muri a lo lejos.
Es ms fcil imaginar que describir el efecto de la quietud sepulcral que reinaba aqu. Una
sensacin de temor y reverencia hacia la muerte todopoderosa nos posey por completo. Mientras
estbamos ah de pie, nuestra raza moderna pareca hecha de pigmeos; nuestros inventos jactanciosos
parecan tan poca cosa comparados con la ciencia y el intelecto de esos egipcios muertos que haban
planeado y erigido todas estas esculturas maravillosas.
Pero a medida que avanzamos pudimos darnos cuenta de cunto pillaje y vandalismo se haba
cometido en ese sitio.
Todos los sarcfagos haban sido forzados y abiertos menos uno, aunque ste no se haba salvado
totalmente de la violacin por los rabes y probablemente razas anteriores que haban invadido esta
cripta fantstica. Casi todas las momias haban sido despojadas despiadadamente. Las vendas de lino
que las envolvan haban sido quitadas completamente de algunas de ellas y a otras slo las haban
desnudado hasta el pecho, y las joyas y reliquias que llevaban haban sido robadas. Quienesquiera
que hubiesen sido los merodeadores haban dejado por todos lados plena evidencia de su
atolondrada prisa. Aqu y all haba, esparcidas por el suelo, joyas y anillos, como si un torbellino
hubiera arrasado aquel lugar, y cerca de la puerta de entrada estaba el esqueleto de un hombre que
haba cado con las manos avarientas llenas de joyas y haba muerto en su cada. Su postura,
apariencia y la proximidad a la entrada, contaban su historia. Evidentemente, haba sido sorprendido
por alguna calamidad, y al tratar de escapar con lo que haba podido coger nicamente, por una razn
inexplicable, cay para no volver a levantarse.
El sarcfago sin abrir fue el principal objeto de inters para el profesor. Ah estaba aparte de los
dems, completando los siete y ocupando un lugar principal, casi al centro de la tumba. No estaba
hecho de la misma forma que los otros ni estaba adornado con ningn jeroglfico egipcio, excepto
por un extrao signo que el profesor examin con avidez. Sacando algunos dibujos de su bolsillo, los
estudi y compar con el signo y por fin, con una mirada de triunfo, dijo, agitado por la excitacin:
Si lo que creo haber encontrado aqu es verdad, ste ser el descubrimiento ms valioso hecho
hasta ahora en relacin con la historia de los antiguos egipcios.
Ya ms calmado, nos explic que el gran enigma para todos los egiptlogos haba sido, y an era,
el sarcfago vaco encontrado en la Gran Pirmide (La Pirmide de Keops). Despus nos dijo, en
pocas palabras, que en los escritos de Didoro, en su descripcin de las pirmides relacionadas con
el periodo de Keops, haba escrito claramente: Aunque este rey haba destinado esta pirmide para
su sepulcro, sucede, sin embargo, que nunca fue enterrado ah Ya que la gente, exasperada por lo
arduo del trabajo, amenaz con cortar en pedazos su cuerpo muerto y arrojarlo fuera de su sepultura
ignominiosamente, por lo cual, al morir, pidi a sus amigos que lo enterraran en otro lugar.
Este curioso smbolo continu el profesor es exactamente igual a uno que se encontr en
la Gran Pirmide entre las inscripciones relacionadas con la Primera Dinasta; as que no es ilgico
suponer que el sarcfago que est frente a nosotros no contiene otra cosa que la momia perdida de
Keops. Debemos regresar maana.
Justamente cuando el profesor deca las ltimas palabras, un sonido leve pero ominoso nos
sobrecogi. Pudo haber sido casi imperceptible si no fuera por el eco de la tumba, pero a pesar de
ser tan leve nos llen de terror, y un fro presentimiento recorri cada uno de nuestros nervios y
venas. Provena de la abertura del gran cono por el cual entramos. Esto era suficiente para decirnos
que habamos sido traicionados y que en breve afrontaramos una condena demasiado terrible an de
imaginar.
Instintivamente nos apresuramos hacia la abertura por la que habamos entrado. Demasiado
tarde! Una risa burlona y maligna nos previno del peligro y al momento omos un ruido ensordecedor
y despus un estallido que retumb en nuestros odos como si cientos de caones hubieran sido
disparados. Nos dimos cuenta de que la piedra haba cado y la entrada a la tumba haba sido sellada
para siempre.
V

No ahondar en nuestros sentimientos; creo que ser suficiente dejar a la imaginacin del lector
la agona que nos produjo la mera idea de haber sido encarcelados, enterrados vivos. Cuanto ms
grande es la pena, ms calladamente se soporta, y sospecho que lo mismo pasa bajo la presin de un
gran choque emocional. La sorpresa de cualquier situacin nueva, ya sea desafortunada o afortunada,
frecuentemente nos hace reaccionar de un modo extrao. El profesor, que doce horas antes casi haba
llorado como un nio cuando crey haber triunfado en su propsito, ahora, cuando se enfrentaba a
este destino terrible, estaba aparentemente tan calmado como si en ese momento se encontrara
realizando simplemente su trabajo diario en el Departamento de Momias del Museo Britnico. Es
ms, incluso la pequea pipa alemana hizo su aparicin, pero no para ser frotada hasta brillar como
el bano, no, slo para ser sostenida con cario por sus nerviosos dedos, como si dos amigos de
mucho tiempo estuvieran a punto de separarse.
Por lo que se refiere a nuestro nuevo compaero, dijo muy poco, pero lo que dijo revelaba en
tono agonizante la tortura que estaba padeciendo por la suerte tan terrible que, sin intencin, haba
hecho caer sobre nosotros. No descansara hasta haber hecho todo lo posible para encontrar un plan
para escapar. Pero qu salida poda haber de tal prisin, de una tumba que estaba bajo todas las
dems; un lugar construido para guardar tal secreto que haba confundido durante siglos cualquier
intento por descubrirlo? No, esa ltima risa maligna del rabe deba ser el ltimo sonido que
escucharamos en la tierra.
Oh, Dios, qu terrible! Esa caminata constante alrededor de nuestra lgubre prisin; la presin
de nuestras manos contra las piedras; los ojos cansados de la oscuridad y los corazones llenos de
esperanza. A veces retrocedamos enfermos de miedo, mientras que nuestros murmullos aumentaban
los ecos terribles y escuchbamos el remedo de lo que pensbamos en voz alta regresar a nosotros,
como si proviniera de los labios muertos de esas momias rgidas que haban permanecido durante
tantos siglos en esta tumba fra y oscura.
Haba una fuente en el centro, un enorme pozo negro que se hunda en las profundidades de la
tierra, como slo he visto uno que hay en el centro de las pirmides de El Cairo. Sin esperanza
llegbamos una y otra vez a su orilla y sostenamos nuestras linternas por encima mientras nos
asombamos a su oscuridad sin lmite, preguntndonos si alguna ayuda podra venir de sus
profundidades. Una de nuestras linternas ya no tena combustible. Esto nos recordaba que llegara el
momento en que nos quedaramos sin ninguna luz. Como nios nos abrazamos unos a otros,
aterrorizados por nuestra propia impotencia, y nos recostamos juntos y quietos a la orilla del cofre
sin abrir que encerraba la historia de la momia que guardaba.
Despus camos en un silencio absoluto. Mientras transcurran las horas, sabamos tcitamente
que pronto estaramos en la ms completa oscuridad y nos quedamos sin ninguna esperanza de ser
rescatados.
Pocas son las personas que podran entender lo que tal oscuridad significa, o imaginar la
sensacin de pavor indescriptible que embargaba nuestros corazones y caa como plomo sobre
nuestros sentidos, hasta dejarnos caer, abrumados, en el suelo. Qu extraordinarias visiones y
desengaos pasan frente a nuestros ojos bajo tales circunstancias. A veces luces extraas, semejando
lucirnagas, bailaban ante nuestros sentidos amodorrados y despus neblinas blancuzcas salan de la
oscuridad tomando la forma de nuestros pensamientos y asustndonos con imgenes distorsionadas,
caras ausentes y sueos acariciados, que desaparecan para volver y mofarse y atormentarnos, y
despus desaparecer nuevamente.
Para colmo de nuestro terror, pronto empezamos a darnos cuenta de que la temperatura de la
cmara era considerablemente ms baja que la de nuestros cuerpos. Probablemente la depresin
extrema de nuestros espritus afectaba nuestra circulacin; sin embargo, por momentos el fro pareca
penetrarnos y helar la mdula de nuestros huesos. Y esto no era todo, pronto sentimos el temor de que
haba otra afliccin ms para nosotros, para aumentarla a la miseria de la oscuridad, al fro, al
cautiverio. Pude darme cuenta de cmo el fro afectaba terriblemente a nuestro extrao compaero,
pues lo o estremecerse y sent cmo temblaba violentamente. Me quit mi chaqueta y se la puse
encima. Un leve gemido se oy, un gemido ms o menos como el que habamos escuchado ya antes, y
me as del brazo del profesor. l tambin lo haba odo y se estaba incorporando para escuchar.
Nuevamente volvimos a orlo, pero ms lejano. Nos acercamos para tocar a nuestro infortunado
compaero, pero se haba ido y podamos orlo arrastrarse ms y ms lejos, hacia una esquina
distante para sufrir solo.
No tuvimos valor para encender nuestras cerillas y as rastrear su escondite. Sabamos, por
instinto, que no podamos hacer nada, as es que seguimos recostados escuchando los dbiles
gemidos que sin querer emita de cuando en cuando. Finalmente, su agona hizo crisis y buscamos a
tientas el camino para llegar a l, encontrndolo cuando el ataque haba pasado y el pobre hombre
yaca exhausto sobre las piedras.
Lo levantamos cuidadosamente y lo ayudamos a volver al refugio del sarcfago desconocido, que
pareca ser de algn modo nuestro hogar en ese espantoso lugar. No nos referimos en ningn
momento a su sufrimiento o a la causa de l, por eso nos sorprendimos bastante cuando, por propia
iniciativa, comenz a relatarnos en voz baja la siguiente historia.

VI

Recargndose sobre el sarcfago cerrado, comenz a hablar con voz dbil:


Creo que es mi deber, en este momento, contarles la causa de mi sufrimiento, para que puedan
comprender ms fcilmente que ms tarde tampoco podrn hacer nada por ayudarme o aliviarme.
Hay, sin embargo, otro motivo que me urge a hablarles, un motivo que ustedes pueden llamar
debilidad, pero una debilidad que est oculta en el pecho de todos los hombres y que es el deseo de
desahogar el corazn de cualquier secreto que lo haya oprimido cuando el fin est cerca, cuando la
marea de la vida est bajando y la arena y las hierbas malas no pueden refugiarse ms en las olas o
esconderse en la espuma del mar.
Estoy seguro que dentro de unas horas mis labios estarn sellados para siempre. Me siento
impulsado a hacer esta confesin por una razn que mi historia por s misma explicar, pero si por
algn motivo extraordinario llegara a suceder que ustedes pudieran escapar, les pido, como ltimo
gesto de bondad, que dejen mi cuerpo en este lugar para siempre.
Para que pueda contarles los eventos tan extraos, que son como eslabones en la cadena del
destino, que me han empujado irresistiblemente hasta esta tumba, es necesario que les refiera ciertas
circunstancias que rodearon la vida de mis padres y la ma propia cuando an era pequeo.
Cuando yo nac, mi padre, el coronel Chanley, comandaba una guarnicin muy importante en el
norte de la India, cerca de la frontera de Afganistn. Haba estado bastante tiempo en el servicio en
la India y era muy conocido y respetado por los nativos en cualquier rincn del pas. Era un hombre
justo, pero extremadamente austero y severo en su ejecucin de la justicia. Era ya bastante mayor y
todos sus amigos lo consideraban un soltern empedernido, cuando se cas. Fue muy comentado
cuando de repente anunci sus intenciones de casarse, y escogi como novia a la nica hija de su
viejo camarada, el comandante Uphman. Mi madre, aunque joven en el momento de su matrimonio,
era una mujer que tena bastante experiencia en la vida de las guarniciones de la India y,
consecuentemente, estaba bien adaptada para asumir las numerosas funciones sociales que ms tarde
tendra como esposa de un oficial de mando. Como mi padre, todos los ancestros de mi madre,
durante varias generaciones, haban estado en el servicio militar, y tambin como l, la mayora
haban estado conectados con asuntos en la India. Esto puede ser la causa, de algn modo, de su
carcter altanero y dominante hacia los nativos y nunca se tomaba la molestia de ocultar sus
prejuicios personales. La gente la aconsejaba una y otra vez previnindola del peligro que corra al
contraer el odio de tal raza, pero ni los consejos ni las amenazas produjeron el efecto de un cambio
en sus sentimientos o la adopcin de una actitud ms diplomtica. Despus de su matrimonio se
propuso deliberadamente trabajar para desterrar de los alrededores a todos los brujos, hechiceros y
gente que tuviera algo que ver con lo anterior; y en su determinado y antagnico celo no se limit a
los faquires ms conocidos, magos y prestidigitadores, sino que fue tan lejos que lleg a perseguir
hasta a los inofensivos yoguis y msticos que son encontrados en tantas partes de la India.
Sin embargo, hubo uno a quien no pudo obligar a desalojar a pesar de todos sus esfuerzos. Era
un hombre de edad avanzada, un yogui o mstico de la orden ms alta, que viva en las montaas
haciendo caso omiso de la guarnicin de mi padre. Los nativos crean que este hombre tena el poder
de predecir los desastres, las plagas o la muerte, semanas y hasta meses antes de que ocurrieran. Su
aparicin en cualquier lugar o aldea era siempre motivo de que cesaran todas las labores u
ocupaciones. Cuando lo vean aproximarse, toda la poblacin pareca entrar en trance y lo segua y
observaba caminar hasta que llegaba al centro de la aldea. Una vez ah, pronunciaba sus predicciones
con voz profunda y sonora y misteriosamente desapareca rumbo a la montaa de donde haba
venido.
Debido a la reverencia con que era visto por los nativos, nadie osaba interponerse a este
hombre; no obstante, mi madre no perda oportunidad para hablar acerca de su ignorante supersticin
de los nativos y citar las predicciones del yogui como ejemplo de la influencia malvola que ejerca
sobre aquellos crdulos. Y as siguieron las cosas hasta un poco antes de mi nacimiento. Por ese
entonces se esperaban algunos problemas con la tribu de los afridis en la frontera de Afganistn y un
segundo regimiento de soldados fue enviado para reforzar las fuerzas a las rdenes de mi padre. Era
una costumbre en la vida de guarnicin en la India que, cuando un regimiento nuevo llegaba,
generalmente se daba un baile para dar la bienvenida a los extranjeros a sus nuevos cuarteles, y
siendo una de las primeras oportunidades que mi madre tena desde su boda de dar una fiesta de esta
clase, se propuso hacer todo lo que estuviera en sus manos para que fuera una ocasin memorable a
los ojos de sus invitados. Nada fue pasado por alto para hacer resaltar el evento. Se arregl que el
baile se diera en el cuartel, y el gran edificio y sus alrededores fueron decorados vistosamente con
banderolas, hasta que todo el lugar tuvo una apariencia de fiesta que debi complacer bastante a los
recin llegados.
Todo march muy bien hasta cerca de la mitad del baile, cuando una figura extraa e impetuosa
sali de la oscuridad, y avanzando a grandes pasos a travs de la sala de fiesta por entre los
bailarines, lleg hasta el estrado donde mi madre estaba sentada y con voz profunda y sonora
proclam, como la ltima prediccin que estaba destinado a proferir, que, antes de que la noche
terminara, la guarnicin sera atacada y destruida casi totalmente.
Durante la excitacin que sigui, el anciano hubiese podido escapar si mi madre no lo hubiese
perseguido y ordenado a la guardia que lo pusiera bajo arresto.
Despus regres al saln de baile e hizo reanudar la fiesta ridiculizando la prediccin. La
msica volvi a sonar y todos bailaron nuevamente.
Dos horas despus se descubri un pequeo incendio en uno de los cuartos, pero fue extinguido
fcilmente. Sin embargo, algo ms tarde, el techo se encontraba en llamas, y mientras los msicos,
los que bailaban y los espectadores huan alarmados, se oy el fuerte sonido de una trompeta. Antes
de que los oficiales y los hombres tuvieran tiempo de alcanzar sus espadas, muchos fueron heridos y
golpeados por una banda de feroces afridis, que al amparo de la noche haban avanzado
cautelosamente contra los desprevenidos participantes de la fiesta. Durante los primeros momentos
todo era confusin, pero los soldados se recuperaron rpidamente y despus de una fiera batalla que
dur ms de dos horas hicieron retroceder a los invasores a las montaas y restauraron la calma,
pero no antes de que un considerable nmero de soldados fueran muertos y heridos.
Cuando lleg la maana, mi madre pidi urgentemente un interrogatorio del anciano profeta,
quien todo este tiempo haba estado confinado en una celda. Durante el proceso, el yogui no despeg
los labios, ni aun cuando despus de haber buscado en su morada en las montaas, los soldados
regresaron con un papel lleno de signos msticos en el cual se hallaba inscrito el momento exacto del
ataque. Finalmente fue condenado por evidencia circunstancial de estar ligado con los insurgentes y
fue llevado al patio del cuartel para ser fusilado. Me avergenza confesar que mi madre estuvo al
lado de mi padre para presenciar la ejecucin del yogui.
Justamente antes de que la orden de fuego fuera dada, mi madre avanz hasta el anciano y le
pidi que confesara libre y completamente la parte que haba tenido en la tragedia de la noche
anterior. Irguindose en toda su estatura el hombre le dijo orgullosamente: Seora, no tengo nada
que confesar. La muerte no es nada para los yoguis. Vivimos para morir. El crimen que estn a punto
de cometer traer su propio castigo. As como no deseo escapar a mi destino, ustedes tampoco
podrn escapar al suyo, y el pequeo que usted pronto traer a este mundo tampoco escapar,
recurdelo! He hablado. Ahora mtenme.
Mientras ella volva a su lugar desdeosamente, la orden de fuego fue dada, los mosquetes
resplandecieron y el viejo cay acribillado a balazos. En el mismo momento, sobre el ruido de los
fusiles, se escuch un grito agonizante de miedo y terror y mi madre cay desmayada en manos de mi
padre. Cuando el humo se hubo desvanecido era evidente para todos que algo terrible haba ocurrido
para asustarla. Algo pareca haber saltado de la hierba golpendola, pero nadie saba qu era. Algo
me asust, era la explicacin que ella misma dara, as es que la llevaron a la zorra de los cuarteles
que haba escapado del fuego y ah permaneci algunos meses hasta que, debido al susto, nac
prematuramente.
sa fue la historia de mi nacimiento que o cuando crec lo bastante para comprenderlo. No supe
qu haba golpeado y asustado a mi madre en esa maana terrible hasta despus de algunos aos.
Cuando se hubo recuperado lo suficiente para viajar, para asombro de todos los que conocan su
naturaleza ambiciosa, ella insisti en que mi padre se retirara y volviramos a Inglaterra. Y as fue
como siendo un beb fui llevado de la India hacia el sur de Inglaterra y por mucho tiempo imagin
que haba nacido en el lugar tranquilo y pequeo que mi madre posea en el Valle de Devon. Fue
aos despus, cuando ya era un muchacho bastante crecido, que una tarde mi padre me cont la
historia de mi nacimiento. De hecho fue la ltima tarde que pasbamos juntos, ya que despus de eso
me fui al colegio y mi padre se dej persuadir a aceptar una posicin importante en el servicio civil
y regres a la India.
Era solamente el deseo de ascender, alguien dijo, lo que indujo a mi madre a dejarlo regresar,
pero, cuando pas ao tras ao y l an permaneca all, la gente empez a preguntarse si mi madre
se unira a l, mas como ella no guardaba el secreto de lo mucho que le disgustaba la India, los
comentarios cesaron y el asunto se olvid.
No hubo ninguna nube que oscureciera el brillo de mi juventud, que yo recuerde. Todas las
personas con quienes entr en contacto predecan una carrera brillante para m. Realmente en
aquellos das casi todo lo que yo intentaba resultaba un xito. En el colegio, el estudio era un placer,
no una obligacin, y los honores me llovieron. Mis das de colegio terminaron justamente despus de
que cumpl los diecinueve aos y regres a casa a pasar algunos meses antes de decidir finalmente en
qu direccin seguira.
Haba una carta afectuosa de mi padre esperndome en casa, en la que me comunicaba la grata
noticia de que en un mes ms estara de regreso en Inglaterra despus de una larga ausencia. Yo
estaba tan contento con esta noticia, que a la maana siguiente me dirig al pueblo ms prximo para
enviarle un cable expresndole nuestra felicidad. En el camino tena que pasar por la vicara, y
cuando estaba frente a ella detuve mi caballo pensando enviar con la mano un saludo afectuoso al
vicario desde el camino. Pero en lugar del venerable vicario, un rostro dulce y joven sali de entre
las rosas para saludarme, y mientras me inclinaba desde mi caballo para tomar en la ma una mano
suave y linda, unos ojos oscuros de mujer se levantaron hacia m, y en la mirada de reconocimiento
que sigui, ambos sentimos que el ngel del amor haba entrado por primera vez en la cmara secreta
de nuestros corazones.
S, la pequea compaera de mis primeros aos haba crecido para convertirse en una mujer, y
justamente haba regresado de una escuela en Alemania el mismo da que yo regres del colegio.
Casi la haba olvidado durante todos los aos que estuve lejos, pero el solo contacto de su mano, la
sola mirada de sus ojos, hicieron a un lado las telaraas de mi memoria y una vez ms Lucy Marsden
estaba ante m. Pareca haber pasado tanto tiempo desde que, cuando nia, ella con su vestido
blanco con cintas rosas y yo muy formal, sorprendamos al vicario pidindole solemnemente que nos
casara!
Pero ahora ella era una mujer. Sus ojos parecan reprocharme por pensar en ella como una nia.
No esper para ver al vicario, y sin entender por completo el nuevo sentimiento en mi corazn,
tom las rosas que me daba y las llev a mis labios alejndome y pensando en otras cosas, debo
confesarlo, que el objeto de mi cabalgata.
La primera nube apareci cuando regres a mi casa. Mi madre not las rosas y para mi asombro
se mostr triste de que Lucy Marsden hubiera regresado. Hizo todo lo que pudo para cambiar mis
sentimientos hacia ella y finalmente trat de hacerme prometer que no la vera ms. Era el primer
malentendido que haba entre nosotros. Desde entonces mi madre se descubri como realmente era.
Qued asombrado al ver que ella trataba de impedir mis visitas a la vicara con los pretextos ms
ingeniosos.
Pero el amor es una expresin de vida ms grande an que la vida que lo hizo nacer. Lucy y yo
nos hicimos inseparables. Trat una vez, para probar la autenticidad y constancia de ese sentimiento,
de alejarme de ella, slo para comprobar que le haba dado mi corazn, mi alma, todo sentimiento de
noble sinceridad y amor que un hombre puede dar o mujer puede aceptar. Y una noche en que
contemplbamos la luz de la luna entre las rosas de ese viejo jardn de Devonshire, le habl de mi
amor, de mis planes, mis proyectos, y mirando a las estrellas que eran nuestros testigos, hicimos
votos de querernos para siempre ante el Dios que ambos adorbamos.
Fuimos tan felices en los pocos das que siguieron, que todas las noches temamos que la
maana siguiente nos trajera desdicha. Nos asustaba nuestra felicidad, ya que no ramos ms que
mortales y sabamos que nada mortal puede durar, de este modo cada momento nos traa temor y
alegra a la vez.
Con frecuencia he pensado desde entonces por qu cre Dios el amor, cuando el precio que
pagamos por l es a veces ms grande que la salvacin de nuestra alma. Es poca cosa perder el
descanso en el ms all, ya que el espritu no puede tener penas de amor. Pero saber lo que es el
amor y perder lo que uno ha amado, estar obligado a seguir viviendo por momentos que son peores
que eternidades, tener un cuerpo viviente que cuidar, vestir, alimentar, mientras que dentro hay un
corazn muerto, es a mi modo de ver una pena mucho ms grande que la agona ostentosa de los
condenados.
Pero hay tan pocos que hayan amado verdaderamente, que estas palabras pueden tener
significado slo para algunos, muy pocos en verdad. Por lo general la gente quiere, desea, codicia,
pero no ama. Ellos emplean mal la palabra y en su frivolidad consultan un libro de escuela para
buscar el significado de su sentido sagrado. Pero amar verdaderamente, amar con el corazn y el
alma, con la mente y el cuerpo, es ser como Dios, es la nica aproximacin a la Divinidad; para los
puros y creyentes es crear no una cosa, sino todas las cosas, un cielo nuevo, y una nueva tierra, y en
la realizacin de los sueos que son, ver la perfeccin de los sueos por venir.
Y as era con nosotros, pero ramos criaturas de la tierra, regida por las leyes de la causa y el
efecto, sentenciados por la locura de los dems.
Una maana fatal lleg la noticia de que mi padre haba muerto en un accidente. Eso que la
costumbre llama accidente o casualidad cuando es malo, y la voluntad de Dios cuando es bueno.
Cuando el cuerpo de mi padre fue enterrado en el tranquilo cementerio de Devon, me encontr
con que la administracin de sus bienes y capital estaba nicamente en manos de mi madre mientras
ella viviera, con la excepcin de una plantacin de t en la India que l haba comprado ltimamente
y me haba legado en mi prxima mayora de edad. Mi madre no perdi tiempo en ejercer el poder
legal que tan inesperadamente le haba sido legado, para impedir lo que ella se complaca en llamar
un mal matrimonio. Fueron en vano mis ruegos, mis protestas. A pesar de todo, yo haba resuelto que
me casara con Lucy, y llegara hasta el fin del mundo con tal de lograr mi propsito. En su intento de
frustrarme, ella no atenda a mis splicas y pronto me di cuenta de que tena que recurrir a otros
medios si quera llevar a cabo mi resolucin.
En unos cuantos meses obtendra mi mayora de edad y convencido de que mi madre estaba
determinada a tenerme en su poder vendiendo la propiedad en la India antes de que yo pudiera
controlarla, no haba otro camino que ir all y prevenir cualquier accin a este respecto.
La maana fijada para mi partida le comuniqu mi resolucin a mi madre. Todo estaba listo, el
carruaje me esperaba a la puerta cuando entr a su cuarto para despedirme.
Me haba preparado para tener una escena, pero no una tan tempestuosa ciertamente como la que
sigui. Cuando se lo dije, al principio slo intent disuadirme de ir; despus me suplic, me
amenaz, y finalmente, cuando sal del cuarto, la o arrojarse en el sof y llorar: A cualquier parte,
a cualquier parte, hijo mo, menos a la India! Hubo algo en sus palabras que me hizo dudar. Me
detuve y regres junto a ella pensando que la encontrara ms comprensiva. Le pregunt si consentira
en mi matrimonio, pero con la sola mencin del tema se torn nuevamente en la mujer dura de antes;
era intil seguir discutiendo; as es que dicindole adis sal de su cuarto y sin vacilacin ped que
me condujeran a la estacin.
Me haba despedido de Lucy la noche anterior. Ella tambin haba hecho todo lo que estaba en
su mano para disuadirme de ir, y con un extrao presentimiento y tristeza mir desde el tren en
direccin a la vicara y vi, o me imagin ver, una cara plida entre las rosas de su ventana y una
pequea mano blanca que me enviaba un ltimo adis.
Trat de consolarme a m mismo por dejarla, repitindome una y otra vez que me iba por su
bien. Quiero dinero y posicin para ella, pens, debe tener todo lo que el mundo pueda darle.
Sin embargo, las palabras de mi madre: A cualquier parte, a cualquier parte, hijo mo, menos a la
India!, an sonaban en mis odos y me llenaban de presentimientos y pensamientos oscuros que en
vano trataba de hacer desaparecer.
Durante el viaje resolv que tan pronto como mis asuntos de negocios estuvieran arreglados,
hara una visita a mi lugar de origen. Record vivamente todo lo que mi padre me haba contado y
trat de imaginarme las montaas speras y la extraa escena trgica ocurrida antes de mi
nacimiento. El deseo de ir all se torn irresistible.
Al llegar a la India me dediqu a arreglar los asuntos relacionados con la plantacin que pronto
me pertenecera legtimamente. Era una suerte que as fuera, ya que eso facilitara las cosas y me
permitira vender la plantacin y regresar inmediatamente al lado de Lucy. Pero qu poca cuenta nos
damos de que slo somos esclavos en las manos de ese mismo destino que envi a Napolen al trono
y a Judas a la destruccin.
Pasaron una semana tras otra y siempre haba alguna demora. Un soldado borracho le peg a un
cipayo, se arm un alboroto y todos los asuntos de gobierno se detuvieron. En otra ocasin, debido a
la interpretacin con palabras impropias de un telegrama, todas las transacciones fueron suspendidas
momentneamente. Eran slo detalles pequeos, pero tan potentes, tan fatales
Y as fue como llegu a la mayora de edad en la India y ciertamente hered la propiedad, pero
qu les parecera si les dijera que haba tambin otra herencia? Una herencia con la que yo no haba
contado.
Esa maana, cuando mi alma deba estar jubilosa, me despert como de costumbre y sent un
calor insoportable, aun para esa hora tan temprana. Al hacer a un lado las mantas para aliviarme un
poco del bochorno, sent unas palpitaciones dolorosas muy extraas en el costado izquierdo sin
poder explicarme a qu se deban.
Fatigado por el dolor, me qued dormido nuevamente y so, me pareci, el mismo sueo una y
otra vez. Vi a mi padre entrar en el cuarto y detenindose cerca de mi cama, se agach y murmur en
mi odo: La semilla sembrada debe ser cosechada, no importa mucho por quin. S paciente, no hay
ms ley que la de Dios. La naturaleza y el destino son slo siervos.
Me despert oyendo an estas palabras y con ese horrible dolor mordindome peor que antes, y
con un espantoso temor de algo que no poda explicarme y menos an entender. Aun cuando mi mente
estuvo muy confusa durante todo el da, escrib una larga carta a Lucy aparentando alegra. Su ltima
carta, en la que me daba una noticia que pensaba me iba a agradar, me haba sorprendido bastante.
Deca que mi madre haba cambiado completamente su actitud hacia ella, por lo cual estaba muy
contenta, y que haba ido varias veces a visitarla a mi casa y que ira nuevamente el mismo da en
que me escriba esta carta para hablar de m y de nuestro futuro.
Lo primero que vino a mi mente fue prohibirle a Lucy tales visitas. Sus simples palabras me
llenaban de recelo. Pero despus no pude ms que sentirme avergonzado de mi deslealtad filial, as
que contest nicamente que estaba bastante sorprendido del cambio por parte de mi madre y que
esperaba que no sucediera nada que pudiera causarle dao. No pude escribir ms al respecto, ya que
todo en m se rebelaba.
Una y otra vez le la carta de mi amada y mientras me detena a meditar en sus dulces palabras y
en sus pensamientos ms dulces an, me senta tan contento que me olvid de mi sueo, de mis raros
presentimientos y aun del dolor tan terrible en el costado que durante varias horas del da me haba
causado la mayor agona. Me consol a m mismo con el pensamiento de que ya era mayor de edad y
poda disponer de la plantacin en un corto espacio de tiempo y regresar para or esas tiernas
palabras de amor de labios de Lucy. Soaba con poder hacerla mi esposa muy pronto.
Sin embargo, haba que pasar por ciertos tecnicismos legales y seis meses deban transcurrir
antes de que finalmente pudiera disponer de la propiedad y prepararme para regresar.
Durante estos seis meses sufr considerablemente por el dolor; no obstante, no busqu consejo
mdico. Me persuada de que se trataba probablemente del resultado de tantas tensiones y que sera
mejor esperar y ser atendido adecuadamente cuando regresara a Londres. A pesar de todo haba algo
ms que me causaba una gran ansiedad. De unos meses para atrs haba notado un cambio
considerable en el tono de las cartas de Lucy. stas se parecan cada vez menos a las cartas llenas de
expresiones amorosas y de devocin que haba recibido al principio. Ocasionalmente llegaba una
escrita con el patrn anterior, pero aun as no poda dejar de ver que se haba efectuado un cambio en
Lucy y mi corazn estaba enfermo de ansiedad por no saber el motivo. Poco despus recib una carta
del vicario en la que me deca que Lucy haba estado muy enferma, pero que pareca que estaba
mejorando, por lo que no era necesario inquietarse, ni que se me ocurriera regresar antes de que mis
negocios estuvieran arreglados.
En ese momento quise tomar el siguiente barco, pero como todo estaba en vsperas de concluir,
me vi forzado a esperar y trat de consolarme contando los das y las horas en que me sera posible
regresar y consolar a Lucy.
En la conclusin de mis negocios haba una transaccin que requera que yo fuera a cierto lugar
que se encontraba a corta distancia de mi pueblo natal. Al concluir con este asunto me vi forzado a
esperar una semana antes de que el prximo vapor partiera y, no teniendo nada que hacer mientras,
decid hacer el viaje a mi pueblo, ya que tal vez sta sera la ltima oportunidad que tendra de
hacerlo.
Qu poco imaginamos lo que un solo paso en sta o aquella direccin puede traernos. Sin
embargo, es intil preocuparse, lo que ha de ser, ser. Tena que ir.
Llegu all, me di a conocer y fui recibido con la mayor hospitalidad por el coronel y los
oficiales del cuartel. Como pretenda quedarme un solo da, a la maana siguiente sal acompaado
de algunos de mis nuevos amigos con la intencin de ver los puntos de mayor inters, tales como
fuertes, etc., construidos durante el tiempo en que mi padre estuvo al mando del cuartel.
De nuevo escuch la historia del viejo yogui que fue ejecutado el da siguiente del ataque de los
cuarteles. Aunque haban transcurrido muchos aos, la historia segua llegando a mis odos de todo
regimiento que se estableca ah. Durante el camino fueron expuestas varias teoras sobre lo que
haba asustado tanto a mi madre o lo que ella y mi padre haban visto cuando el viejo yogui cay a
tierra sin vida.
Deteniendo su caballo al pasar bajo las orillas de una spera montaa, el coronel seal arriba
hacia una gran cueva que se encontraba justo bajo una meseta de roca slida y que haba sido la
habitacin del yogui durante el tiempo en que mi padre estaba al mando.
En broma se me ocurri proponer que debamos subir all y el coronel tom en serio mi
proposicin, aunque personalmente declin subir la cuesta con la excusa de que sus huesos eran
demasiado viejos para poder escalar. Los otros dos oficiales, sin embargo, saltaron ante la idea, as
que dejando los caballos al cuidado del coronel, empezamos a escalar la empinada escarpadura.
An era muy temprano y el roco de la noche haca las rocas y el musgo tan resbaladizos y
peligrosos que nos vimos forzados a proceder con suma precaucin. Por fin llegamos a la ancha y
rocosa meseta quedando frente a la boca de la cueva y por un momento permanecimos embelesados
con la magnificencia de la vista. Toda la naturaleza pareca haberse combinado para producir un
escenario con tanta riqueza que no poda ser superado.
Bosque, llano y montaa se desplegaron a nuestro alrededor y como un panorama grandioso
pareca cambiar y crecer y despus disolverse con cada movimiento de los ojos. Sobre nuestras
cabezas la cima de la montaa rocosa pareca levantarse hasta el corazn del mismo cielo, mientras
que por los lados el tiempo haba labrado la roca en formas tan raras y fantsticas que hubieran
deslumbrado a la imaginacin ms grande.
A nuestros pies podamos ver los cuarteles y a los soldados movindose como pequeas
hormigas trabajadoras bajo el sol de la maana, mientras que a nuestra derecha estaba un fuerte
encalado con una bandera inglesa desplegada y con los boquetes negros de sus caones mirando a
travs de la frontera con ojos recelosos.
Vivir aqu podra hacer de cualquier hombre un mstico. Y miren, aqu hay mucho que comer
y agua para beber dijo uno de los oficiales mientras se volva hacia la cueva y sealaba hacia una
gran fosa en donde pareca haber explotado la primavera, llenndola de un precioso jardn de hierbas
comestibles, junto a la que brotaba un hermoso manantial.
Dentro de la cueva encontramos todo como si su morador la hubiese dejado slo una hora antes.
Haba una cama toscamente hecha en el rincn ms apartado, encima de la cual estaba la piel de un
tigre, y a un lado de la cama se encontraban varios anaqueles que contenan una variedad de libros
sobre temas profundos que nos dejaron asombrados. En el otro extremo haba una gran cavidad que
aparentemente se us como templo. En el centro estaba un altar y una figura de piedra del dios Siva,
El Destructor, que por su apariencia debi haber sido esculpida siglos atrs. Ante el dios an
permanecan los tallos marchitos de hierbas y flores, probablemente la ltima ofrenda propiciatoria
que haba hecho el viejo yogui antes de aquella noche fatal.
Sobre una mesa, tosca como el resto del mobiliario, colocada a la cabecera de la cama, haba
una copia del Veda (libro sagrado en la India), una biblia en ingls y un tablero en el que
evidentemente el anciano ermitao acostumbraba a escribir sus pensamientos. Con mano temblorosa
tom el tablero. Me pareca sentir que mi alma leera su sentencia de muerte; sin embargo, no pude
evitar mirar.
La primera lnea estaba en indostano y no pude entenderla. Despus siguieron las palabras en
ingls: Ningn hombre escapar a su destino, acaso no muri Dios para que las escrituras se
cumplieran?
Ningn hombre escapar a su destino. Qu raro, pens, que dondequiera que voy haya algn
aviso de esta clase abordndome. Qu puede significar esto?, exclam en voz alta olvidndome de
mis compaeros. En respuesta lleg un suspiro tan extrao y audible que hasta los soldados saltaron
por el susto.
Vmonos! exclam uno de ellos. Este lugar me produce escalofros y adems no
podemos dejar que el coronel siga esperando ms y tomndome por el brazo se dispusieron a salir.
Habamos descendido slo unos cuantos pasos cuando record que haba olvidado mi fusta al
lado de la cama, y regres a por ella diciendo a los otros que siguieran adelante y yo despus los
alcanzara.
El regreso del fulgor fuerte de la luz solar a la oscuridad de la cueva, me impidi ver por un
momento. Cuando lo hice, mi corazn casi dej de latir. Estaba consciente de la aparicin de un
anciano que me miraba desde donde estaba la cama y, cuando mis ojos se encontraron con los de l,
seal con un dedo largo y huesudo hacia las palabras escritas en el tablero, las mismas que an
corran por mi mente como el azogue.
Una sensacin de miedo se apoder de m. Sal como pude de la cueva, mis pies resbalaban
sobre las rocas y el musgo; en vano me asa a los arbustos y a las zarzas en mi trayectoria. Trat de
detenerme, pero algo pareca empujarme. Poda ver al coronel all abajo y or las voces de mis
compaeros gritndome que tuviera cuidado, pero mis pies seguan deslizndose. Las piedras, el
musgo y las rocas eran como resbaladeras para m. Me cog de las ramas de un rbol, pero stas se
quebraron. Mi cabeza era un torbellino, mis sentidos estaban enfermos de miedo. O el estrpito
causado por una roca que al resbalar deslav y con un grito salvaje de auxilio mi cuerpo se tambale
y no recuerdo ms.
Cuando estuve consciente nuevamente, me encontr en el cuarto del coronel en los cuarteles. Me
dijeron que haba estado ah durante tres das. En un principio temieron que se me hubiera fracturado
el crneo, pero despus de un examen concienzudo hecho por los mdicos, encontraron que adems
de una abertura profunda en el pericrneo, la peor herida que haba recibido era una rotura
complicada en la pierna derecha, suficiente para mantenerme en cama por lo menos ocho semanas.
Pero Lucy, pens, qu ser de ella? Qu pensara de este retraso despus de haberle prometido
que regresara? Mientras permanec encamado por el dolor, da tras da mis pensamientos eran para
ella y trataba de imaginarme cmo tomara esta desilusin.
Despus de un largo tiempo logr que las cartas que me llegaran me fueran reexpedidas al
cuartel. La primera que abr era del vicario dndome la mala noticia de que mi amada estaba enferma
de nuevo, tan enferma que no le era posible ni escribir.
Con gran esfuerzo, enfermo como estaba, me levant y decid salir para Inglaterra aunque me
costara la vida. Recuerdo muy bien aquella maana. Estaba a medio vestir cuando el dolor en el
costado, que no haba sentido durante varios das, regres con ms intensidad que nunca. El doctor
entr en ese momento y despus de colocarme nuevamente en la cama comenz a examinarme y por
la mirada de perplejidad que haba en sus ojos pude darme cuenta de que el motivo de mi
padecimiento estaba ms all de su comprensin. As siguieron las cosas hasta que lleg el da en
que el dolor fue insoportable y finalmente una tarde la carne se abri y un tumor muy peculiar empez
a aparecer. A partir de entonces el doctor del ejrcito rehus hacerse cargo del caso, y mi buen
amigo el coronel decidi que no haba ms remedio que trasladarme inmediatamente al hospital
militar ms prximo. Se construy una ambulancia provisional y un grupo de nativos fueron
empleados para transportarme al pueblo ms cercano. Despus de un largo sufrimiento, llegu al
hospital.
Despus de varias consultas, los doctores admitieron que nunca haban visto algo as antes, pero
insistieron en llamarlo tumor, as es que finalmente fue diagnosticado con un nombre en latn como un
brote tumoroso. A pesar de toda su habilidad mdica, aquella cosa segua creciendo. Yo nunca la
haba llamado tumor, para m era una cosa indefinida, horrible y sin nombre. Cuando los huesos de
mi pierna rota soldaron lo suficiente para poder viajar, aquello haba crecido varias pulgadas de
largo fuera de mi costado. Para complicar an ms las cosas, haba crecido desde dentro, forzando la
carne al salir y dejando abierta una herida. Por su posicin entre las costillas y la pelvis, el doctor
arguy que su proximidad con el corazn y otros rganos vitales dejaba cualquier oportunidad de
operar fuera de discusin. Sin embargo, an lata la esperanza dentro de mi corazn y, confiado en
los conocimientos mdicos de los especialistas de Londres, me embarqu por fin hacia Inglaterra con
un suspiro de alivio.
An no me daba cuenta en toda su extensin de la calamidad que me haba sobrevenido.
Imaginaba que se trataba de algn tumor de una clase poco comn y estaba seguro, a pesar de la
opinin de los cirujanos del hospital militar, de que algn doctor de Londres o Pars podra
extirparlo. Pero la felicidad proporcionada por la ignorancia me dur poco.
Una maana, en medio del ocano, me encontraba revisando algunos papeles de mi padre y
encontr un viejo diario que l haba escrito durante el tiempo que estuvo al mando en la frontera de
Afganistn. Lo llev a cubierta y comenc a leerlo. Pasaron hora tras hora mientras lea embebido las
experiencias, proezas y sueos del hombre que fue responsable de mi existencia. Empezaba a
oscurecer cuando llegu al pasaje: Oh, cmo me gustara tener un nio, un hijo que pudiera
perpetuar mi nombre. Un poco ms tarde lea me haba casado, ms por tener un hijo que por
tener una esposa.
Y as segu leyendo ms y ms hasta que llegu a la terrible noche del baile y de la ejecucin
del yogui. Por fin, pens, sabr lo que caus a mi madre aquel miedo tan terrible que produjo mi
nacimiento prematuro. Inclinndome sobre las hojas amarillentas le el siguiente pasaje:
Oh, Dios mo! Qu he hecho? Al dispararse los fusiles y caer al suelo, el cuerpo del viejo
yogui se alz en la hierba, a los pies de mi esposa, una horrible serpiente negra que con un siseo
espantoso salt hacia ella golpendola en el costado, y cayendo de nuevo en la hierba desapareci.
Inmediatamente pens en las ltimas palabras del viejo yogui. Es que se haban cumplido, aun antes
de que el ltimo aliento dejara su cuerpo? De nuevo pens en el nio, el nio que tanto haba
deseado, por el que haba rezado, el nio que viva dentro de ella. Oh, Dios mo, qu he hecho? Si
se ha cometido un crimen, si la naturaleza debe ser vengada, deja que el castigo, te lo suplico, caiga
sobre m y no sobre mi hijo que no tiene culpa del pecado de su padre.
No pude seguir leyendo. El diario resbal de mis manos y cay a mis pies, pero no pude
moverme. Instintivamente mis ojos miraron inquietos hacia el cielo, pero no haba Dios para m. La
noche cay y las estrellas empezaron a salir, pero no haba ni Dios ni esperanza para m.
Las estrellas recorran su sendero establecido, no pueden cambiar su curso tradicional a travs
del cielo y, mientras las observaba desesperado, las palabras del viejo yogui pasaron nuevamente
ante mis ojos: Ningn hombre escapar de su destino. Acaso no muri Dios para que las Escrituras
se cumplieran?
No s cunto tiempo permanec sentado ah. La semilla que ha sido sembrada debe ser
cosechada. No poda haber ahora ninguna duda sobre cul era mi destino y ese descubrimiento por un
momento me acobard completamente. Un dolor terrible en el costado me hizo volver al presente. El
dolor tena ahora un significado nuevo que requera de toda mi fortaleza para afrontarlo. Me mord
los labios para no emitir el grito de agona que sala desde el fondo de mi alma. As segu sentado,
esperando y temiendo, como quien teme la llegada clandestina de un enemigo invisible.
De repente todo mi cuerpo se puso rgido y un fro de terror se apoder de m. Haba habido un
breve movimiento en aquella cosa, un ligero temblor, un estremecimiento de vida. Un sudor fro
perl mi frente. Pude or mi corazn dejar de latir, la sangre se hel en mis venas y llev mis manos a
la cara, encogindome al sentir su contacto fro como el hielo.
Pero una resolucin tomaba forma en mi mente. Un pensamiento que un momento antes hubiera
sido rechazado con disgusto. Yo nunca haba visto aquella cosa. Nunca me haba atrevido a
mirarla. Ahora ira a mi camarote y vera a mi enemigo cara a cara. Tom mis muletas y atraves la
cubierta cojeando. Era medianoche y no haba ningn sonido que perturbara el silencio del ocano
excepto el resoplido de los motores al surcar las profundidades del mar.
La lmpara de mi camarote estaba encendida. Una pequea lmpara de aceite que
proporcionaba una dbil luz amarillenta. La tom y colocndola donde pudiera ver bien me abr la
camisa de seda que llevaba y al verme en el espejo una mirada fue suficiente para darme cuenta de
que mis peores temores se haban realizado.
S, la cosa haba empezado a tener vida propia, independiente de la ma. Oh, Dios, cmo se
estremecieron mis sentidos cuando vi la forma que adquira. Sal del camarote tambalendome y
llegu a cubierta delirante y frentico. Cuntas personas que han tenido alguna pena insignificante
ponen fin a sus miserias, y ya se imaginarn que yo tambin decid poner fin en ese momento a mi
existencia maldita. Sera tan fcil, pens, y debido a un accidente, desde luego. Es extrao que aun en
un momento como se tenga uno en cuenta la opinin del mundo. Sin embargo, no pens precisamente
en quitarme la vida. Mi nico pensamiento era matar a aquella cosa. Miraba mi cuerpo como
alguien mirara una piedra, una piedra para arrojarla y ahogarla y dejarla en las profundidades del
ocano para siempre. Podra deslizarme tan fcilmente sin ser visto por un lado del barco y ser
tragado para siempre por el mar con el estigma de mi secreto. Pero aun as tema que la gente
encontrara mi cuerpo y que ojos curiosos me vieran y especularan sobre aquel brote y su causa, y
tem tambin, ms que nada, que si me daba un tiro o me envenenaba, la cosa siguiera viviendo y
avanzando lentamente como un vampiro en el cuerpo muerto que le haba dado vida; pero qu
importaba, yo ya sera insensible.
Llegu a la popa del barco. Todo estaba tranquilo. Inclinndome mir hacia la negrura
insondable del ocano, pero el rostro de Lucy lleno de reproche se levant ante m y me detuvo. Sus
ojos se fijaron en los mos. Sus brazos me detuvieron y, asustado de mi cobarde intento, me arrodill
sobre cubierta bajo la sombra de un bote salvavidas y permanec ah hasta el amanecer.
Como no haba enviado ninguna noticia de mi partida desde la India, cuando llegu a Inglaterra
en lugar de ir directamente a casa me fui a Londres y consult con varios especialistas antes de
arriesgarme a ir a Devon. Pero no hubo esperanza, me examin un mdico tras otro y no supieron
hacer un diagnstico. Matar aquella cosa sera matarme, dejarla viva resultara en lo mismo
finalmente. Todos aquellos hombres de ciencia escucharon mi historia, pero no la hubieran credo si
no hubieran visto y examinado la cosa con sus propios ojos. No podan entender por qu no se
haba manifestado hasta que llegu a la mayora de edad, porque la madurez legal y natural estn en
desacuerdo. A falta de algo mejor llegaron a la conclusin de que era debido al calor tan intenso de
la India. Pero la cadena de coincidencias era tan fuerte que supe por instinto que el destino haba
dispuesto que yo fuera a la India. Los doctores creyeron que pasara un tiempo antes de que la cosa
estuviera totalmente desarrollada y sus colmillos podran entonces ser extrados y yo podra seguir
viviendo, pero vivira con aquella cosa como eterna compaera.
As regres a casa, sin ninguna esperanza. Decid ir a ver a Lucy para darle mi adis para
siempre. Renunciara a mi felicidad y despus me ira a algn lugar tranquilo y me esforzara en
encontrar el valor suficiente para terminar con mi vida o esperar hasta que me fuera quitada, pero
nunca, nunca, sembrara la infame semilla para que alguien la cosechara despus. Me devan los
sesos pensando en una historia plausible que contarle a Lucy como excusa para dejarla nuevamente.
No me atreva a decirle la aborrecible verdad, no me consider capaz de hacerlo. Cont cada minuto
que me llevara junto a ella sintindome acosado e incierto sobre lo que deba hacer. El tren entr en
la estacin y con el corazn pesado me dirig a cumplir mi misin, vctima marcada por una herencia
obstinada, criatura del destino cruel.
Era verano nuevamente. Los setos del singular camino de Devonshire estaban repletos de flores
y antes de llegar a la vicara me lleg el perfume de las rosas y me alegr por un momento
llenndome de viejos recuerdos. Era tarde cuando entr en el jardn, casi anocheca. No haba
ninguna cara asomada entre las rocas; tan abandonadas y descuidadas se vean ahora que mi corazn
casi dej de latir al pensar por cunto tiempo sus manos habran dejado de cuidarlas.
El porche estaba silencioso y desierto, la puerta estaba abierta y como nadie contest a mi
llamada, entr al vestbulo y me detuve por un momento sin saber lo que deba hacer.
La sala estaba vaca, tambin el estudio. Sobre el escritorio, bajo una vieja lmpara pasada de
moda estaban las notas del vicario para el sermn del prximo domingo. En un rincn del escritorio,
donde los afectuosos ojos del vicario pudieran verlo, haba un pequeo retrato de Lucy con el mismo
vestido con el que yo la haba visto en esa primera maana en el jardn. Lo tom y lo llev a mis
labios y lo bes hasta que las lgrimas corrieron por mis mejillas y apenas pude ver el retrato. Sin
embargo, dentro de unos momentos tendra que dejarla para siempre, quiz romper su corazn por lo
que tena que decirle.
Por fin o voces tenues, casi murmullos, escaleras arriba. No puedo explicar qu me impuls a
subir. Fui hacia arriba por las escaleras suavemente alfombradas y me detuve un momento fuera de un
pequeo cuarto dentro del cual se vea un jarrn lleno de rosas, las rosas que yo ms amaba. O la
voz del viejo vicario en oracin, palabras suaves que apenas pude captar y que de vez en cuando
eran interrumpidas por sollozos. Poda escuchar alguna que otra palabra y alcanc a or pronunciar
mi nombre. O que el anciano peda a Dios entre sollozos entrecortados que me perdonara por la
cruel decepcin que les haba causado. No pude or ms. Entr suavemente. Lucy alcanz a verme y
un segundo despus ella estaba en mis brazos y con voz dbil y rara me dijo: Oh, saba que
vendras! No les cre. Me dijeron que no regresaras nunca, que me habas abandonado, pero saba
que no era as. Gracias, gracias, Dios mo!
Despus se dej caer exhausta. El esfuerzo al hablar haba sido demasiado. Una mirada en sus
ojos me dijo que haba llegado tarde. Los brazos largos y huesudos de la muerte la reclamaban. Era
de ella, no ma. Inclinndome cerca de ella le dije: Amor mo, nunca te abandon. Lo que ellos te
dijeron fue falso, totalmente falso. Te amo ahora como te he amado siempre. Eres ma a pesar del
destino, a pesar de la muerte, Lucy, ma hasta el fin de la vida y el tiempo y la eternidad.
Suspir con infinito amor, llena de felicidad, y con un murmullo de Gracias, Dios mo,
mientras las sombras de la tarde se cerraban, lleg el fin.
El viejo vicario y yo nos quedamos solos. Por l, en pocas palabras llenas de dolor, supe la
causa de la angustia de Lucy y todo lo que haba sucedido durante mi ausencia.
Mi madre se haba ganado su confianza, hasta su amor, y despus de eso, llevada por su orgullo,
haba aplastado el corazn de Lucy con sus historias sobre mi infidelidad, que se enconaron en el
corazn devoto de la muchacha hasta matarla finalmente. se fue el fin.
S, mi madre haba cometido ese gran pecado, ella me lo confes contrita esa noche de luto,
debido al gran amor que me tena, a su orgullo maldito, a su amor egosta y posesivo. Cuando se
arrepinti ante m y me suplic que la perdonara, apenas supe lo que hice o dije. nicamente
recuerdo que en mi frentica indignacin, llevado por mi loca pasin, rasgu mi ropa para mostrarle
lo que me suceda por su causa, y ella retrocedi con horror y repugnancia ante m, el hijo de su
orgullo, y sin piedad la dej ah, vctima de su propia iniquidad, y sal hacia la noche, solo.
Oh, Dios, cmo sufr los das y meses que siguieron. El fro del clima hizo que el dolor me
torturara con agona. Trat de morir muchas veces, pero no pude, no me atrev. La cara de Lucy
apareca siempre ante m, sus labios se interponan entre los mos y la muerte que estaba deseoso de
beber. As he seguido viviendo, rezando porque esto termine; por fin no tengo que esperar ms. Est
cerca de m ahora. Los mdicos en Londres me dijeron que ellos suponan que a su debido tiempo se
desarrollaran los colmillos o glndulas venenosas de la cosa y todo lo que poda hacerse era
esperar hasta entonces para extirparlos. Cuando esto sucediera, ellos crean que podra seguir
viviendo tal vez hasta llegar a la madurez o a una edad mediana. Pero eso no suceder. Hace unos
das que los colmillos estaban casi listos para hacer su trabajo, la frialdad de este lugar apresurar
las cosas. Eso es todo. La semilla que fue sembrada est casi cosechada. No soy peor que otros.
Tuve algunos malos deseos, algunas pasiones, algunas enfermedades que son peores que la muerte.
Algo ms, he tenido el coraje moral de resistirme a sembrar semillas infortunadas para heredarlas.
Mi fuerza fue mi amor por Lucy.
Vine aqu para vivir entre estas tumbas y encontrar el valor suficiente para afrontar la muerte.
He logrado ms, ya que he sacado una filosofa de mi sufrimiento y de estos egipcios muertos, que
est ms all de la muerte y sabe de redencin y promesas de reencarnacin para el alma que ha sido
purificada de todo lo que es carnal.
Por lo que se refiere a mi conocimiento de estos lugares, durante mi vagabundear entre las
tumbas yo tambin descubr esos extraos signos y un da tuve la fortuna de encontrar por accidente
el secreto de la entrada a travs de la que acabamos de pasar.
He guardado este descubrimiento para m, con la esperanza de que al llegar la muerte me
encontrara en este lugar, donde mi cuerpo podra convertirse en polvo sin ser molestado, sin ojos
que espiaran para preguntar con curiosidad y sin piedad alguna.
Mi historia termina, igual que mi vida acabar pronto. Ya no me rebelo ms. Hay una ley natural
que gobierna todo aquello que aparenta ser sobrenatural o desnaturalizado. Cualquier mal que se
haya hecho, se debe pagar, y as hay que recordrselo constantemente a todos los irreflexivos del
mundo. Si lo entendemos, entonces podemos cambiar. As como el presente es el efecto de una causa
anterior, nuestras acciones presentes sern la causa de lo que suceda posteriormente.
Torturamos y castigamos a aquellos que tratan de levantar el velo olvidando que si los mortales
somos siempre tan dbiles, la ms pequea luz puede advertirnos por adelantado de peligros de los
que no hay escapatoria cuando somos atrapados en su seno.

VII

El efecto de esta historia terrible, contada en los alrededores horripilantes y oscuros de la tumba,
tuvo, como pueden imaginarse, la influencia ms poderosa en nuestras mentes.
Mientras permanecimos ah, nos pareca ver que esa cosa espantosa creca ms y ms a cada
momento, hasta que por fin enterr furiosa sus mortales colmillos en el cuerpo en el que haba
vivido. Sin embargo, aunque parezca extrao, la historia que habamos escuchado llena de pena,
sufrimiento, de rebelin y de noble resistencia, tuvo el efecto de anular nuestra propia agona mental
y el temor por nosotros mismos. Nos posey una simpata afectuosa. As pasa siempre en la vida, a
menudo existe una antimuerte que se opone a la muerte real; la historia del sufrimiento de otros tiene
a veces el efecto de hacernos olvidar nuestros sufrimientos. La influencia de un alma fuerte, que pasa
con valor por sufrimientos personales sin quejarse, habilita a otros ms dbiles a veces a acumular
fortaleza para aguantar desgracias an mayores.
Despus de que termin nos quedamos silenciosos. En estos momentos un apretn de manos
expresa ms an que el lenguaje de los labios. Me pregunto si alguna vez el profesor o yo habamos
considerado el problema del destino de un modo tan eficaz. Lamentablemente, la educacin en esta
poca prctica en la que vivimos no nos fomenta este tipo de pensamientos. Avanzamos lentamente y
con esfuerzo en lo que llamamos progreso, ilustracin y elevacin, por qu tenemos entonces que
ocuparnos del destino?
Las leyes de la herencia son estudiadas y practicadas en la cra y reproduccin del ganado; sin
embargo, son menospreciadas y descuidadas en las criaturas humanas. Nos burlamos de ellas y
hablamos hipcritamente sobre las leyes inescrutables de Dios, no porque seamos una raza religiosa,
sino porque evadimos nuestras responsabilidades y an queremos ser considerados respetables. Y
as vivimos, o ms bien morimos, y nicamente al momento de nuestra muerte es cuando deseamos
saber; por lo tanto se puede decir que slo al momento de nuestra muerte vivimos en realidad.
Aun as presumimos de nuestra libre voluntad, y en nuestra vergonzosa ignorancia reproducimos
nuestra especie, y a travs del instinto carnal maldecimos a nuestra degenerada y afligida prole, lo
que es peor que matarla.
Es verdad que un hombre puede decir que es libre de dar vueltas a izquierda o derecha, mediante
la accin de su voluntad, pero al hacerlo no debe olvidar que esta accin se debe al esfuerzo
consciente, mientras que el inconsciente se encuentra por siempre al volante del destino.
Pensamientos como el anterior se agolpaban en mi mente, en el tremendo silencio que sigui a la
historia de nuestro compaero, mientras nos preparbamos para la muerte de la que no pareca haber
escapatoria posible.
Con nuestra ltima cerilla encendimos una pequea pila de tiritas de lino que alguna vez haban
envuelto la momia de algn rey egipcio, y que estaban impregnadas con betn y ungentos
aromatizantes.
Mientras la pequea llama brotaba, percibimos que por alguna razn indefinida habamos
cambiado nuestras posiciones y estbamos de frente a la entrada de la tumba mirando hacia el cuerpo
disecado de la sptima momia, la cual haba sido colocada como para vigilar toda entrada y salida.
Casualmente notamos que el vendaje de la mano izquierda de la momia haba sido completamente
arrancado y yaca fuera del sarcfago roto, casi tocando el suelo. Fue una fruslera que distrajo
nuestra atencin por un momento nada ms. La llama pronto se apagara. Celosamente nos volvimos
hacia ella, creyendo que sera el ltimo destello de luz que jams veramos, y nos quedamos ah
apesadumbrados mirndola hacerse cada vez ms pequea, hasta que por fin se apag y no qued
nada ms que el rescoldo que brillaba dbilmente en la oscuridad. Nos separamos un poco el uno del
otro sin decirnos ninguna despedida; un apretn de manos fue suficiente. El momento supremo se
cerna sobre nosotros. Esperbamos la muerte, cada hombre por s solo.
Es ms que probable que el profesor instintivamente, siguiendo su bsqueda hasta el final, se
hubiera preparado para enfrentarse a la muerte con sus ojos mirando hacia la sptima momia, que
ocupaba una posicin privilegiada, pero fuera as o no, cuando la ltima luz se apag, el anciano de
pronto nos sac de nuestro marasmo con una expresin de sorpresa. Con voz ronca exclam:
Miren ah! Miren ah!
Esforzando nuestros ojos para ver en la direccin aparente que indicaba su voz, descubrimos un
pequeo brillo de luz fosforescente del tamao de una tachuela. Antes de que yo pudiera moverme,
Chanley se haba arrastrado sobre las piedras con un esfuerzo sobrehumano hasta llegar a l. Con voz
que temblaba por la emocin, nos urgi a revivir de nuevo a llamas los rescoldos del fuego que ya se
haba apagado. Todas nuestras cerillas se haban agotado, y si no podamos obligar a la pequea
chispa a revivir de nuevo en fuego, nos sera imposible obtener una luz. Arrancando la mecha de la
linterna y abanicando, mientras con todo cuidado alimentaba con pedazos de mecha a los rescoldos,
pude revivir un pequeo resplandor y por fin, una llama temblorosa, y con la ayuda adicional de
vendajes arrancados de la momia ms cercana, una vez ms un fuego ardiente ilumin brillantemente
el lugar.
Pudimos ver que Chanley tena en su mano un anillo grande, un aro de oro cubierto de
inscripciones que rodeaban una piedra plana de un curioso color verde. Sus manos temblaban con la
excitacin nerviosa que le haba producido el descubrimiento, mientras trataba de examinar y
descifrar los jeroglficos. En la oscuridad, la piedra era fosforescente y emita un tmido y plido
resplandor. Al colocarla cerca de la luz se volvi casi negra, mostrando lneas blancas que formaban
un extrao diseo jerrquico sobre su superficie.
Con voz nerviosa Chanley se volvi hacia nosotros y dijo:
An puede haber una oportunidad. Las lneas grabadas sobre este extraordinario anillo
contienen un plano muy bien dibujado de los pasajes que conducen a esta tumba, y por eso deduzco
que quiz haya alguna va de escape abierta. Lo que voy a tratar de hacer ahora no pasa de ser
meramente una especulacin. Segn este anillo hay ranuras talladas en el lado izquierdo de la pared
del pozo. Voy a descender por ellas, tratando de encontrar un pasadizo que, de acuerdo con el anillo,
debe dirigir desde esta tumba hacia el mundo exterior. Adis, camaradas, me despido en prevencin
de que ocurriera alguna fatalidad que me impidiera regresar.
Chanley encontr las ranuras indicadas sin gran dificultad, pero est de ms decir el peso que
sintieron nuestros corazones mientras lo veamos desaparecer en ese profundo agujero que pareca no
tener fondo. Como el profesor haba visitado el pozo en las pirmides de Keops y ste pareca ser
bastante similar, no era mucha nuestra esperanza de que los resultados fueran positivos. Segn el
profesor me haba dicho a menudo, el pozo en la pirmide de Keops no llevaba a ninguna parte, ni
contena agua, por lo que simplemente era motivo de teora la razn por la que se haba llegado a
construir. Si se debe de dar crdito al testimonio de las pocas personas que han llegado a descender,
era de una profundidad extraordinaria y en el fondo slo se encontraba una especie de lagartos
desconocida en cualquier otro lugar.
Con corazones que alternaban entre esperanza y desesperacin, abanicamos la llama tratando de
mantenerla viva, ya que la penumbra del lugar era ahora ms terrible de soportar. Ocasionalmente
nos arrastrbamos sobre nuestras manos y rodillas hasta la orilla del pozo, para escuchar la
posibilidad de algn sonido que indicara que nuestro amigo se aproximaba, pero siempre nos
retirbamos decepcionados.
Los minutos se sucedieron y nosotros seguamos esperando.
Habamos alimentado el pequeo fuego por ltima vez, ya que ambos estbamos tan dbiles que
no nos creamos capaces de mayor esfuerzo. De pronto un sonido leve lleg a nuestros odos, y antes
de que tuviramos tiempo de preguntarnos si era un engao de la imaginacin o la realidad, vimos a
Chanley trepar por el borde del pozo y caer exhausto a nuestros pies.
Sus ropas estaban completamente desgarradas, y mientras sacuda el agua de sus cabellos, pude
notar a la luz del fuego una expresin macilenta en su rostro y una mirada en sus ojos que slo poda
tener un significado. El momento supremo haba llegado para l. Apenas poda hablar y pareca que
los msculos de su cuello se estaban endureciendo.
Rpido! Escuchen! Bajen por las ranuras de la pared del pozo hasta llegar a un arrecife del
que salen tres pasadizos. Tomen el de la izquierda. Tendrn que ir agazapados hasta llegar a una
profunda caverna llena de agua. Sin temor, sumrjanse hasta el fondo y al frente; hallarn una salida
que conduce al Nilo y que los llevar con seguridad al mundo civilizado. A m, por favor,
djenme.
Su cabeza cay hacia atrs. Con un ltimo esfuerzo trat de sonrer, pero sus labios se negaron a
moverse. El anciano profesor, con lgrimas deslizndose por su cara, trat de levantarlo dicindole
mientras lo haca:
Debes venir con nosotros, muchacho, debes venir!
Sus manos, mientras tanto, rasgaron la camisa de Chanley hasta dejar al descubierto su pecho. El
destino haba sido en verdad cruel e inexorable hasta el final. La cosa yaca ah, sin movimiento.
Haba hecho su trabajo, sus colmillos estaban enterrados en su carne. Con un ltimo esfuerzo se
enderez y tomando nuestras manos dijo suavemente:
Recuerden, la semilla que fue sembrada ha sido cosechada. Adis!
Katherine OBrien Prichard y su hijo, Hesketh Vernon Prichard, son unos absolutos
desconocidos, en general, para los lectores de habla hispana. No obstante, disfrutan de una innegable
popularidad entre los connaisseurs de la literatura fantstica y de terror en Estados Unidos y Gran
Bretaa, ya que madre e hijo crearon uno de los ms populares detectives de lo oculto, Flaxman
Low. Protagonista de una quincena de relatos cortos, la irrupcin de Low en el panorama literario
anglosajn tuvo lugar en el nmero de abril de 1898 del Pearsons Magazine, donde se publicaron
aventuras como The Story of the Spaniards, Hammersmith, The Story of the Grey House, The
Story of Yand Manor House, The Story of Crowsedge o The Story of Mr. Flaxman Low, entre
otras narraciones, recopiladas en un solo volumen en 1913, bajo el ttulo The Experiencies of
Flaxman Low. Por supuesto, Low es todo un caballero que suele actuar a peticin de un amigo en
apuros, a requerimiento de la polica o del gobierno. Aunque cada nueva aventura es para l un
renovado desafo, sus conocimientos en torno a lo sobrenatural, ligados a la lgica y a cierto mtodo
cientfico aplicado a la investigacin, lo convierten en un peligroso adversario para momias,
fantasmas, sociedades secretas chinas, mortferos hongos africanos y, especialmente, para su
enemigo, el Dr. Kalmarkane, un malvado ocultista. Katherine y Hesketh Vernon Prichard jams
ocultaron la deuda contrada con Sir Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes lgicamente, su
relato predilecto era El perro de los Baskerville (The Hound of Baskerville, 1902) y con Sheridan
le Fanu (1814-1873) y su Dr. Martin Hesselius. Empero, lo cierto es que Flaxman Low tuvo una
notable influencia en el nacimiento de otros acreditados ghostfinders, como Carnacki (William Hope
Hodgson), John Silence (Algernon Blackwood) o el mismsimo Jules de Grandin (Seabury Quinn).
En Historia de la casa Baelbrow, uno de los ms excitantes casos de Flaxman Low, los autores
coligan hbilmente tres temas: el de la casa embrujada, el de la momia resucitada y el vampirismo
sobrenatural. El primero es el responsable de crear una atmsfera, una textura, alrededor de unos
pocos detalles malsanos: el hedor insoportable, a moho y putrefaccin, que acompaa las
apariciones del espectro; ese ruidito tenue y perturbador como si un perro pequeo araase
con las uas el suelo de madera de roble Tick, tick; el desconcertante dato del brazo vendado
del fantasma El segundo surge paulatinamente como resultado de las pesquisas de Low, y el
tercero contribuye a darle una nueva dimensin terrorfica a la historia, la cual, curiosamente,
permite explicar con naturalidad el desconcierto de lo extrao, de lo pavoroso. Los Prichard, poco
inclinados a las especulaciones sobre el arte narrativo, manejan a la perfeccin todos los
mecanismos de la literatura de terror. Por eso, la Historia de la casa Baelbrow no se pierde en
sentimientos ampulosos ni resulta tramposa o enftica en su exposicin. La fluidez del ritmo, la
capacidad de sugerencia, la frrea modulacin de los instantes lgidos de horror, el total dominio de
la accin por encima de la descripcin de caracteres, aunque perfectos, tal vez produzcan una
impresin de superficialidad; sin embargo, el arte que roza la epidermis no es inferior en dignidad al
que sacude las entraas.
Periodista y explorador, Hesketh Vernon Prichard fue considerado en su poca como uno de los
mejores tiradores del mundo fund la primera academia militar de francotiradores (The Army
School of Sniping, Observing and Scouting) del ejrcito de Su Majestad, adems de un
consumado jugador de criquet. Durante la Gran Guerra (1914-1918) sirvi en la Infantera britnica
con rango de comandante, y coordin las acciones de los francotiradores ingleses en el frente
siendo condecorado por ello con la Cruz Militar y la Orden de Servicios Distinguidos. Sin
embargo, cay vctima de los gases txicos empleados por los alemanes, a consecuencia de los
cuales enferm los gases le envenenaron la sangre y, tras aos de padecimientos, falleci.
Hesketh y su madre, Katherine Prichard a la que conviene no confundir con la prestigiosa novelista
australiana Katharine Susannah Prichard (1883-1969), dama perteneciente a la ms acomodada
burguesa inglesa, escondidos tras el pseudnimo E. & H. Heron, escribieron relatos de terror,
misterio y aventuras cf, The Guarded Treasure (1905), The Bottle-Shaped Dungeons of Count
Otto, the Hunter (1913) y, sobre todo, idearon a Don Q (Don Quebranta Huesos), un hroe
caballeresco en la lnea de El Zorro de Johnston McCulley (1883-1958). No en vano, el famoso actor
del cine mudo Douglas Fairbanks (1883-1939) llev el personaje a la pantalla como Don Q, el hijo
del Zorro (Don Q, Son of Zorro, Donald Crisp, 1925).
HISTORIA DE LA CASA BAELBROW
(The Story of Baelbrow, 1899)[60]

Es de lamentar que la mayora de los recuerdos de Mr. Flaxman Low tengan que ver con los
episodios y experiencias ms oscuros de su vida. No obstante, resulta indubitable que, si bien los
casos cientficos ms reseables a menudo no contienen elementos dignos de inters para el pblico
en general, sin embargo poseen elementos de un alto inters para los estudiosos y expertos. Por otra
parte, se considera ms propio elegir el caso de estudio ms completo, ese que concluye con una
demostracin plena, que optar por aquellos que contienen muchos ejemplos, los cuales, por el
contrario, no acaban con una demostracin convincente, sino que se interrumpen bruscamente sin
haber llegado a obtenerla, por lo que nunca podrn ser analizados a la luz de las pruebas necesarias y
definitivas.
Al norte de una extensin de tierra baja y desnuda de la costa este anglia[61], el promontorio de
Bael Ness hunde su roma nariz en el mar. All, rodeada de pinos, se alza la mansin de piedra
conocida en la regin como la casa Baelbrow, que ofrece su fachada principal a los vientos del este
desde hace trescientos aos, el mismo tiempo que tiene como casa de la familia Swaffam, una estirpe
que nunca supo disimular el orgullo que senta por sus antepasados, por la simple razn de que la
casa estaba encantada. El fantasma de Baelbrow dio a los Swaffam una gran reputacin, de la que
siguen sintindose tan orgullosos como del propio fantasma, aunque nadie haba podido hablar jams
de sus maneras y comportamiento hasta que el profesor Van der Voort, de Lovaina, decidi informar
al respecto, solicitando para ello la ayuda urgente de Mr. Flaxman Low.
El profesor, bien secundado por Mr. Low, inform al final de todos los detalles de la
investigacin llevada a cabo en la casa Baelbrow, sin olvidarse de los terribles sucesos que se
produjeron en el curso de la misma.
Segn dicho informe, Mr. Swaffam padre, que pasaba gran parte de su tiempo en la casa, invit al
profesor a disfrutar all del verano. Cuando los Van der Voort llegaron a la casa Baelbrow quedaron
fascinados con el lugar. El mobiliario, aunque no muy variado, era suficiente y cmodo, y el aire todo
de la casa resultaba exhilarante, muy confortable. La hija del profesor disfrutaba adems de las
frecuentes visitas de su prometido, Harold Swaffam, mientras su padre se pasaba el da consultando
la biblioteca de la casa.
Los Van der Voort haban sido avisados de la presencia del fantasma, un signo de distincin de la
casa, a fin de cuentas, pero tambin se les haba dicho que nunca molestaba a los moradores de la
mansin. Durante un tiempo aquello les pareci cierto, pero a comienzos de octubre empezaron a
cambiar de opinin. Hasta entonces, hasta donde llegaban los anales de la casa de los Swaffam, el
fantasma no haba sido otra cosa que una sombra, un susurro, una leve visin Nada, en fin,
significativo, ni problemtico Pero a comienzos de aquel octubre empezaron a suceder cosas
ciertamente extraas. Y se desat el terror cuando, tres semanas despus, una de las criadas de la
casa fue hallada muerta en un pasillo. Fue entonces cuando el profesor decidi acudir a Mr. Flaxman
Low.
Mr. Low lleg a la casa un atardecer, cuando el lugar comenzaba a sumirse en un color prpura y
el aroma resinoso de los pinos se expanda dulcemente con la suave brisa. Van der Voort lo recibi
en el vestbulo amplio y bien iluminado. Van der Voort era un hombre sobrio y elegante, de cabellos
blancos y ojos grandes, realzados por sus lentes, y de rostro afable y soador. Su especialidad era la
psicologa y tena por pasatiempos el ajedrez y fumar un tabaco muy aromtico en su gran pipa.
Ahora, profesor dijo Mr. Low cuando ambos se hubieron sentado ya en el saln de la casa
, cunteme cmo empez todo.
Se lo contar, pero, antes que nada, quiero decirle que se me ha aparecido el fantasma dijo
Van der Voort alzando la barbilla y golpendose el pecho levemente con los dedos, como si al fin
pudiera sentirse libre para hablar.
Mr. Flaxman esboz una sonrisa y le dijo que nada poda parecerle ms satisfactorio.
No tan satisfactorio objet el profesor. Estaba aqu sentado, solo Era alrededor de la
medianoche cuando o algo, como si un perro pequeo araase con las uas el suelo de madera de
roble Tick, tick Silb, pues cre que era el pequeo Rags, el perrito de mi hija, y me levant y
abr la puerta Entonces lo vi ahora pareci dudar el profesor y mir intensamente a Mr. Low a
travs de sus lentes. Algo desapareca al final del pasillo que une las dos alas de la casa Era
una silueta no muy distinta de una silueta humana, aunque s ms enjuta y alta de lo que es normal
entre los humanos Creo que incluso le vi una mata de cabello negro y algo que flotaba a su
alrededor, acaso un pauelo Me invadi una gran sensacin de asco O sus pasos claramente,
muy livianos, por unos momentos ms, y luego cesaron creo que en la puerta del museo Vamos,
le mostrar ese lugar.
El profesor condujo a Mr. Low al vestbulo. Ante ellos arrancaba la escalera, oscura y sinuosa, y
tras la escalera estaba el lugar al que haba aludido el profesor. Era un corto trecho de unos veinte
pies de largo, en cuya mitad haba una puerta con arcada a la que se acceda subiendo dos escalones.
Van der Voort explic a su acompaante que era la puerta de un saln al que llamaban museo en la
casa, por guardarse all las curiosidades que Mr. Swaffam padre, todo un diletante, traa de sus
viajes al extranjero. Dijo entonces el profesor que, tras reponerse de la sorpresa, haba seguido a la
silueta hasta all, entrando en el saln para no ver otra cosa, sin embargo, que los sarcfagos y cofres
en los que el joven Swaffam tena las cosas tradas de sus viajes, sus tesoros.
No he dicho una sola palabra de todo esto a nadie confes el profesor a Mr. Low; cre
entonces que haba visto realmente al fantasma de la casa, pero dos das despus, una de las criadas
cont que en ese pasillo, en la oscuridad, un hombre la haba agarrado del brazo cuando pasaba ante
la puerta del museo, pero logr soltarse y correr aterrorizada y gritando hasta las dependencias
donde estaba el resto de la servidumbre Fuimos a comprobarlo, pero no vimos nada Nada que
pudiera hacer sostenible su historia No le di mayor importancia, aunque el caso de la criada tena
algunas semejanzas con la experiencia que yo mismo haba vivido, pero una semana despus mi hija
Lena baj en busca de un libro y, cuando cruzaba el vestbulo, alguien, o algo, la golpe en la
espalda Las mujeres no son de gran ayuda en las investigaciones que se pretenden serias Pero
se desmay! Est enferma desde aquel da; los doctores le dicen que camine y nada aqu abri
las manos el profesor y separ los brazos. Maana se ir de aqu, ser mejor que cambie de
aires Desde aquel da, varios miembros ms de la servidumbre han manifestado haber sido
atacados del mismo modo y con los mismos resultados Estn aterrados. Ser difcil que se
recuperen de la impresin sufrida.
Pero la semana pasada todo esto concluy en tragedia Los criados se haban negado a pasar
por aqu, salvo si lo hacan en grupos de tres o de cuatro, y as y todo muchos preferan dar toda la
vuelta por la terraza para llegar a esta parte de la casa. Pero una criada, Eliza Freeman, dijo que ella
no tena miedo del fantasma de la casa Baelbrow y una noche fue a apagar las luces del vestbulo.
Cuando ya lo haba hecho, y volva por el pasaje, a la altura de la puerta del museo fue atacada, o al
menos eso suponemos, porque sin duda muri de terror. La encontraron sin vida con las primeras
luces grises de la maana, yaciente junto a los peldaos de la puerta de entrada al museo. Haba un
poco de sangre en sus mangas, pero ninguna huella en su cuerpo, salvo una pequea pstula bajo una
de sus orejas. Segn el mdico, la muchacha padeca una fuerte anemia, y eso, junto con un ataque de
terror, fue lo que determin su muerte, pues tena el corazn muy dbil. Aquello me sorprendi
mucho, porque la joven me haba parecido particularmente fuerte y activa.
Podra ver maana a la seorita Van der Voort, antes de que se vaya? pregunt Low al
profesor, y ste le devolvi un gesto con el que le hizo ver que no tena nada ms que aadir a lo que
ya haba referido.
Al profesor le resultaba incmodo que su hija fuese interrogada, pero no tard mucho en dar su
consentimiento. A la maana siguiente, pues, Low dio un breve paseo con la joven, antes de que sta
abandonara la casa. Le pareci muy bella, a pesar de su palidez y del miedo que se vea en sus
brillantes ojos castaos. Mr. Low le pregunt si poda darle detalles sobre el ataque que haba
sufrido.
No respondi ella; no pude verle porque estaba a mi espalda Slo percib una mano
oscura y huesuda, con las uas muy brillantes; me tap los ojos con un brazo vendado antes de que
me desmayase.
Un brazo vendado? No haba odo hablar de eso hasta ahora dijo Low.
Bah, bah! Simple fantasa! dijo entonces el profesor, muy impaciente.
Vi perfectamente que tena el brazo vendado insisti la joven volviendo bruscamente a un
lado la cabeza. Y ol adems la corrupcin antisptica con que estaba impregnada la venda.
Veo que result usted herida en el cuello observ Low fijndose en una pequea mancha
circular y roscea que tena bajo la oreja.
La joven se estremeci y empalideci an ms, llevndose la mano al cuello con un gesto
nervioso, y dijo en voz muy baja y ahogada:
Pudo haberme matado Antes de que me tocase, supe que estaba all Sent que estaba all!
Cuando se hubo ido la joven, el profesor pidi perdn a Low por lo irreal y excntrico de la
declaracin de su hija, e insisti en lo muy distinta que haba sido su reaccin ante la presencia del
fantasma, y la de ella.
Dice que no vio nada, salvo ese brazo Pero puedo asegurarle que no tiene brazos, lo que
dice mi hija es descabellado! Quin puede imaginarse a un manco entrando en esta casa para atacar
a una muchacha? No s, la verdad, cmo podra hacerlo sin brazos Ante quin estamos, pues? Se
trata de un hombre o del fantasma de la casa Baelbrow?
Por la tarde, cuando Mr. Low y el profesor volvieron de caminar un rato por la orilla, se
encontraron en el vestbulo con un joven moreno y con el cuello como el de un toro, muy fuerte y
musculoso, al que present el profesor como Harold Swaffam.
Swaffam tendra unos treinta aos, pero era ya muy conocido desde tiempo atrs como miembro
de la Cmara de Comercio.
Encantado de conocerle, Mr. Low dijo con agudeza malvola. No parece usted muy fuerte
como para dedicarse a lo que se dedica
Low se limit a hacerle una inclinacin de cabeza.
Vamos! No lanzar usted a sus huestes contra m por lo que le he dicho! sigui Swaffam en
el mismo tono. O acaso slo ha venido usted para echar de nuestra casa al pobre fantasma de
Baelbrow? Olvida usted, en ese caso, que se trata de una herencia, de una propiedad familiar Y
dgame usted, profesor qu es eso de que el fantasma se ha convertido en un asaltante de
muchachas? aadi Swaffam dirigindose entonces bruscamente a Van der Voort.
El profesor cont, una vez ms, su historia. Pareca claro que no opinaba lo mismo que quien iba
a ser su yerno y, es ms, que se hallaba francamente disgustado con l.
Eso ya me lo ha contado Lena, a la que acabo de ver en la estacin dijo Swaffam. Creo
que las mujeres de esta casa sufren una epidemia de histeria No est de acuerdo conmigo, Mr.
Low?
Es posible Acaso fuera la histeria lo que mat a la criada Freeman
Pues mire, yo no me atrevera a decir eso hasta que no hubiese examinado en profundidad todo
lo concerniente a este caso dijo entonces Swaffam. No crea que he permanecido ocioso desde
mi llegada He examinado el museo con detenimiento. Nadie ha entrado ah, y no hay otra manera
de hacerlo que la de ir por el pasillo, atravesando el vestbulo El suelo de ese saln, por lo dems,
est recubierto por una fina capa de cemento Pero hablbamos del fantasma y tras sumirse en
una honda meditacin se volvi a Mr. Low de esa forma tan vehemente que tena de abordar a alguien
. Dgame qu le parece este plan, Mr. Low Propongo que el profesor se vaya a Ferryvale y est
en el hotel un da o dos, y yo dar permiso a la servidumbre que an me queda en la casa para que se
ausente el mismo tiempo, unas cuarenta y ocho horas Mientras, usted y yo trataremos de ir hasta
donde podamos para elucidar el secreto de ese cambio que parece haberse producido en el fantasma
de la casa. Qu le parece?
Flaxman Low respondi que aquel plan era perfecto, y no slo eso, sino que estaba totalmente en
consonancia con lo que pensaba al respecto, pero el profesor protest pues no quera salir de la casa.
Harold Swaffam, sin embargo, era un hombre al que le gustaba solucionar las cosas a su manera, y
apenas cuarenta y cinco minutos despus se llevaba de all a Van der Voort en el dogcart[62].
El atardecer fue muy nublado, y Baelbrow, como todas las casas construidas en terrenos al
descubierto, era extremadamente sensible a los cambios climatolgicos. Pasadas varias horas,
cuando ya era noche cerrada, la casa se llen de los ruidos que haca el fuerte viento al golpear en
las ventanas y en las puertas, y las ramas de los rboles azotaban la casa.
Harold Swaffam, a quien sorprendi la tormenta cuando regresaba, lo hizo empapado. Tras
cambiarse de ropa, acordaron turnarse en la vigilia, de modo que l se quedara un par de horas
descansando en el sof del saln mientras Mr. Low permaneca de guardia en el vestbulo.
La primera parte de la noche transcurri sin la menor novedad. Una leve luz alumbraba el
vestbulo, pero el pasillo estaba completamente a oscuras. No se oa ms que el fragor de la tormenta
y el rugido ululante del viento que soplaba del mar, mientras las rfagas de lluvia golpeaban los
cristales de las ventanas con gran estridencia. Pasaban las horas y Mr. Low encendi una linterna que
tena a mano, con la cual se adentr en el pasillo para dirigirse hasta la puerta del museo y abrirla.
Lo hizo y el viento le dio en la cara. Cerr la ventana y ech un vistazo a su alrededor, tras dirigir
una mirada al gran cofre donde Mr. Swaffam guardaba uno de sus tesoros, para asegurarse de que en
aquel saln no haba un ser vivo que no fuese l mismo.
De repente, sin embargo, comenz a notar a su espalda un ruido como de raspadura, y se volvi
de golpe para no descubrir nada Sali de all poco despus, dej la linterna sobre un banco que
haba en el pasillo, para que lo iluminase y arrojara luz tambin sobre la puerta del museo, y volvi
al vestbulo, donde sigui vigilante, a muy corta distancia de la puerta del saln donde estaba Harold
Swaffam.
Transcurri lentamente una hora ms, durante la cual sigui rugiendo el viento, un rugido que se
colaba por la gran chimenea del vestbulo, sobre la que estaba la lmpara que daba aquella tenue luz,
y poco despus se dejaron sentir sobre la vieja madera del piso lo que parecan unos pasos furtivos
que venan desde todos los rincones de la casa. Flaxman Low, sin embargo, no dio la menor
importancia a todo aquello l esperaba cierto ruido
Y lo oy al cabo de un rato Un sonido sobre la madera del piso, pero muy particular, no el de
unos pasos cualesquiera. Se levant para dirigirse despacio hacia la puerta del museo Clic, clic
As sonaban aquellos pasos sobre el suelo de cemento del museo, como los de un perro pequeo,
hasta que aquello, lo que fuese, pareci agazaparse tras la puerta abierta, como si quisiera
escuchar Low oy entonces ulular el viento, pero nada ms. Y merced a la luz que entraba por la
puerta abierta del museo percibi algunas sombras escurridizas.
Volvi a rugir furioso el viento, colndose por todas las rendijas de la casa, como si la invadiera,
para apagar la llama de la linterna Cuando volvi a lucir, vio Flaxman Low que una forma silente
haba salido del museo para quedarse en los escalones de entrada. Apenas poda ver algo ms que
una sombra oscura en la no menos oscura entrada al museo, pero all estaba.
Entonces se dej sentir un ruido para el que Mr. Low no estaba preparado, el de una respiracin.
Y a la par, el aire se llen de un olor pestfero, acaso el del aliento de un oso o de cualquier otro gran
animal, que se extenda desde la puerta del museo al pasillo, y desde all al vestbulo, metindosele
por las fosas nasales. Las palabras de Lena Van der Voort le llegaron entonces de golpe a la cabeza.
All estaba la criatura del brazo vendado.
Volvi a rugir el viento hasta dar la sensacin de que iba a reventar las ventanas, y se hizo la
oscuridad en lo que unos momentos antes haba alumbrado la luz. La cosa, lo que fuese, se haba
movido del ngulo que ocupaba hasta entonces ante la puerta, y supo Flaxman Low que se diriga a l
a travs de la oscuridad del vestbulo. Dud un segundo, y de inmediato abri la puerta del saln y
entr.
Harold Swaffam se levant del sof, interrumpido su sueo.
Qu ha ocurrido? Est aqu?
Low le cont todo lo que acababa de presenciar. Swaffam le escuch con una media sonrisa.
Y qu piensa hacer usted ahora? pregunt.
Yo le pedira que nos olvidsemos de eso, de momento replic Low.
Debo suponer que tiene usted una teora elaborada sobre todas estas cosas tan incongruentes?
dijo Swaffam.
Tengo una teora, es cierto, pero acaso deba ser modificada, segn lo que avancemos en el
conocimiento de la situacin respondi Low. Mientras, dgame si, como lo indica el nombre de
esta casa, fue levantada en verdad sobre un cementerio[63].
As es, pero no creo que eso tenga mucho que ver con ese monstruo en que al parecer se ha
convertido nuestro fantasma respondi rpidamente Swaffam.
Y quiz Mr. Swaffam ha hecho llegar recientemente a esta casa un nuevo sarcfago?
pregunt Low.
Hizo llegar uno en septiembre, s.
Y lo abri usted afirm Low.
S Y crame que lo hice sin un manual de instrucciones
No he examinado esos sarcfagos dijo Low, pero infiero que usted ha hecho algunas otras
cosas
Una cosa ms dijo Swaffam sin dejar de sonrer. Supone usted que hay algn peligro real
para nosotros esta noche, para unos hombres como nosotros? No me parece que sea de recibo tomar
en consideracin lo que dicen las histricas.
Me parece que s hay un peligro evidente, al menos para quienes anden por esta parte de la
casa cuando ya ha anochecido replic Low.
Harold Swaffam volvi a tomar asiento y cruz las piernas.
Vayamos al comienzo de nuestra conversacin, Mr. Low Le recuerdo los casos, ms o
menos conflictivos, que debera conocer usted antes de presentar al mundo una teora ms o menos
convincente?
Nada podra complacerme ms.
En primer lugar, nuestro fantasma no ha sido ms que una presencia inconcreta, vaga, un mero
sonido impreciso, una sucesin de sombras informes Ahora, sin embargo, nos encontramos con que
resulta tangible y que puede matar de miedo, segn hemos podido comprobar Segn Van der Voort,
se trata de una presencia enjuta y alta, en la que no se aprecian brazos, a pesar de lo cual Miss Van
der Voort declara que no slo tiene brazos, sino que los lleva vendados y se percibe en dicha
presencia una mano perfectamente humana con las uas muy brillantes Tambin declara haber
sentido cun fuerte es Pero Van der Voort mantiene que sus pasos son como los de un perrito, cosa
que tambin corrobora usted, aadiendo el detalle del olor repugnante que acompaa a dicha
presencia El olor propio de una bestia Ante qu estamos, pues? Una presencia que se percibe,
que se oye, que se huele y que se esconde en una habitacin en la que no hay un lugar donde
hacerlo; ni una cripta, ni un espacio suficiente, nada Un lugar donde no podra esconderse ni un
gato. Y an pretende hacerme creer que puede explicar todo eso?
Por supuesto dijo Flaxman harto convencido.
Crame si le digo que por nada del mundo quisiera aparentar rudeza o descortesa, pero si
acudimos al mero sentido comn creo que tengo algo que decir al respecto comenz a decir
Swaffam. Creo que todo esto no es ms que el resultado ltimo de una imaginacin exaltada. Y
creo poder demostrarlo De verdad le parece a usted que nos acecha un peligro real esta noche?
Un gran peligro, estoy convencido dijo Low.
Muy bien Como he dicho, voy a demostrarle lo contrario Permita usted que lo encierre
con llave en otra habitacin, una que est bien apartada de este saln, donde no pueda prestarle
ayuda, ni pueda usted prestrmela Yo pasar el resto de la noche dando vueltas por el pasillo y el
vestbulo en la ms completa oscuridad Bueno, as tendremos la ocasin de demostrar una cosa u
otra.
Hgalo si as lo desea dijo Low, pero permtame que est cerca para observarle
Preferira hacerlo desde el exterior, a travs de la ventana desde la que se ve el pasillo, justo la que
est frente a la puerta del museo No puede usted negarme la condicin de testigo preferente.
Claro que no puedo hacerlo respondi Swaffam. Pero tenga en cuenta que, aunque la
noche sea realmente mala, una noche de perros, no tendr ms remedio que cerrar la puerta para que
no pueda entrar usted Tendr que permanecer fuera todo el tiempo.
Eso no me preocupa Deme usted un impermeable y deje la linterna donde yo la puse, para
que alumbre la entrada al museo.
Swaffam lo hizo. Mr. Low hara posteriormente un muy grfico informe de lo que sucedi a partir
de ese momento. Sali de la casa, que fue cerrada desde el interior; dio luego una vuelta alrededor y
luego se puso frente a la ventana desde la que se dominaba el pasillo y la entrada al museo. La puerta
del museo segua entreabierta y la luz de la linterna permita ver, aunque en la penumbra, parte de la
habitacin. En el vestbulo no haba ms que sombras sinuosas. Low, protegindose de la lluvia lo
mejor que poda, aguard la aparicin de Swaffam en aquel escenario. Estara en el rincn opuesto
aquella presencia oscura y amarillenta, agazapada en las sombras y dispuesta a saltar sobre el
intrpido vigilante que se dispona a pasar el resto de la noche haciendo su ronda entre el vestbulo y
el pasillo?
Low oy un portazo en el interior de la casa y al poco descubri a Swaffam con una palmatoria
en la mano de la que se desprendan leves, aislados rayos de luz contra la oscuridad que le rodeaba.
Avanz lentamente por el pasillo; apenas se le distinguan los rasgos de la cara en aquel ambiente y,
al tiempo que avanzaba, Mr. Low comenz a experimentar esa sensacin indefinible que precede a
ciertas experiencias que nos limitamos a calificar como extraas Swaffam lleg al extremo del
pasillo. Entonces percibi Low un leve movimiento en la puerta del museo hasta entonces
entreabierta, y se dej sentir casi al instante el ruido atronador, brutal, de un portazo. El ruido de la
abrupta cada de la oscuridad que as lo dominaba todo.
Rpido, Low rompi el cristal de la ventana y la abri, entrando en el pasillo a su travs. All
encendi un fsforo, a cuya pobre luz observ un cuadro aterrador.
Swaffam yaca de bruces, con la cara pegada al suelo, y mientras Low intentaba aguzar la vista
cuanto le era posible, observ que una especie de cabeza repugnante se alzaba para despegarse de
los hombros del cado.
Se le consumi el fsforo que haba prendido y sinti Low aquellos pasitos en el suelo, clic, clic,
mientras buscaba la palmatoria que haba llevado Swaffam. La encendi al fin, se aproxim a
Swaffam y lo puso boca arriba. Su cara tena el color de la cera; el contraste de su rostro, con el
cabello y las cejas negros, era extraordinario. En el cuello, bajo una oreja, tena una pequea pstula
de la que caa un hilillo de sangre hasta su mandbula.
Algo instintivo hizo que Low se levantase de golpe y se volviera hacia la puerta del museo. All
contempl un rostro huesudo, una gran nariz, una mirada furiosa Un rostro maligno, en suma, de
ojos hundidos en sus grandes cuencas, un rostro de dientes negros. Low se llev la mano al bolsillo y
poco despus se dejaba sentir un disparo que retumb en el pasillo y en el vestbulo. El viento entr
entonces a travs de la ventana rota y algo pareci deslizarse sobre el suelo de madera pulida, y eso
fue todo Flaxman Low, no sin dificultad, llev entonces el cuerpo de Swaffam hasta el saln.
Tard bastante Swaffam en recuperar el sentido. Oy todo lo que le contaba Low con una
expresin de pnico en sus ojos ahora sombros.
El fantasma ha podido conmigo dijo al cabo con una risa extraa, pero esto an no ha
concluido, ahora me toca a m Vayamos al museo y echemos un vistazo detenidamente Quiero
que me d su opinin sobre cualquier aspecto que nos parezca importante Qu razn tena usted al
decir que corramos un autntico peligro esta noche! En lo que a m respecta, slo puedo decirle que
sent algo extrao en mi interior, algo que me impela, sin ms; es todo lo que s Creo que, de no
haberme pasado lo que me ha pasado, nunca le hubiese preguntado a usted por su opinin acerca de
todo esto con el inters con que ahora lo hago concluy con una suerte de spera franqueza.
Creo que hay dos indicios importantes dijo Low; uno, ese vendaje amarillento y ptrido,
que he podido ver con algn detalle en el pasillo, y el otro, esa marca que tiene usted en el cuello.
A qu se refiere? dijo Swaffam levantndose de golpe y mirndose el cuello en un pequeo
espejo de mano que tom de una mesa baja.
Piense en esas dos cosas; creo que podr usted extraer sus propias conclusiones sin necesidad
de que yo le diga nada ms.
No, no Oigamos su teora al respecto replic Swaffam.
De acuerdo dijo Low, ahora con cierto buen humor; el anonadamiento de Swaffam le pareca
normal en aquellas circunstancias. Esa figura enjuta, alta y sin brazos que crey ver el profesor
Van der Voort, y que segn Miss Van der Voort s tena brazos y adems vendados, y una mano
huesuda en la que eran perceptibles las uas brillantes, y el sonido de los pasos, coinciden en lo
fundamental, pues sabemos bien que esas antiguas sandalias de cuero no desentonan con el detalle de
las uas brillantes y las vendas El cuero viejo y reseco, por lo dems, hace un ruido semejante al
de los pasos de un perrito en un suelo de madera tan pulida como el suyo.
Bravo, Mr. Low! Me est diciendo que mi casa est encantada, y que lo est adems por la
presencia de una momia?
Eso creo Y lo que he visto no hace otra cosa que confirmar mis teoras iniciales.
Debo admitir, para hacerle justicia, que ya sostena usted una teora que los hechos de esta
noche han confirmado En realidad, ahora lo veo claramente, usted me pregunt si mi padre haba
enviado una momia a casa, y supuso usted que yo haba abierto su sarcfago
S Supuse que adems haba quitado usted parte del vendaje a esa momia, liberando as sus
miembros Creo que la momia lo fue mediante el mtodo tebano, es decir, con especies aromticas,
lo cual da a la piel un tono aceitunado y una textura seca y a la vez flexible Como la piel bien
curtida As, las facciones del rostro se mantienen en un estado de conservacin relativamente
bueno, y el cabello, los dientes y las cejas se conservan en un estado casi perfecto.
Eso parece ms que verosmil, desde luego observ Swaffam, pero dgame a qu se
debe esa vitalidad de la momia digamos intermitente? Acaso la pstula de mi cuello quiere decir
que la momia se alimenta de aquellos a los que ataca? Y qu tiene que ver en todo este embrollo el
viejo fantasma de la casa Baelbrow?
Swaffam trataba de expresarse en un tono mesurado, pero su temperamento excitable se impona
a esos intentos que haca en aras de la moderacin.
Comencemos por el principio de todo dijo Flaxman Low. Todo el mundo que investigue,
honesta y racionalmente, los fenmenos espiritistas, descubrir tarde o temprano elementos que lo
dejarn completamente perplejo, elementos que no pueden observarse a la luz de las teoras con que
por lo general nos manejamos Por razones en las que no es necesario que entre ahora, el caso que
nos ocupa, en mi opinin, pertenece a ese tipo de casos a los que me refera. Tengo razones ms que
suficientes para sospechar que el fantasma que durante tantos aos ha morado en esta casa es un
vampiro.
Swaffam mir a Mr. Low con gesto de incredulidad.
Hace ya mucho tiempo que dejamos atrs la Edad Media, Mr. Low! Pero, al margen de eso,
dgame Cmo pudo llegar hasta aqu un vampiro? dijo con aire burln.
Hay autores que sugieren que, bajo ciertas condiciones, un vampiro puede crearse a s
mismo Usted me dijo que, en efecto, esta casa se levant sobre un antiguo cementerio, por lo que
no debe extraarnos, pues, que germinara algn elemento psquico Al fin y al cabo, en todo resto
humano se contienen las semillas del bien y del mal. El poder que las hace germinar es el
pensamiento, que a su vez obtiene de ellas una extraordinaria vitalidad que lo capacita para
proveerse de cuantos elementos necesite para su desarrollo y crecimiento. Ese germen puede estar
durante mucho tiempo sin actividad, a la espera de una situacin propicia que le ayude a adquirir una
apariencia material a travs de la cual dar rienda suelta a la voluntad derivada del pensamiento. Lo
invisible, pues, es lo real; la materia no hace ms que contener sus manifestaciones. La realidad
intangible cobra as una existencia determinante a travs de un mdium fsico, como puede serlo una
momia Slo debemos juzgar, a estas alturas, cul es la naturaleza del germen a travs de su
materia As, todo parece indicar que la inteligencia del vampiro cobr vida a travs de unos restos
humanos, como lo son los de una momia. Reparemos en las marcas que deja en el cuello de sus
vctimas, y en la anemia que les causa Los vampiros, como usted sabe, se alimentan de sangre.
Swaffam se levant y tom en sus manos una lmpara.
Deberamos comprobar todo eso dijo con cierto anonadamiento, como embotado. Espere
un segundo, Mr. Low Ha dicho usted que abri fuego contra la aparicin, no es as? y tom de
la mesa el revlver que Low haba dejado all.
S, dispar contra lo que vi de sus pies en los escalones de entrada al museo.
Sin decir ms, empuando el arma, Swaffam se dirigi rpidamente al museo.
Aullaba el viento alrededor de la casa Baelbrow, y la oscuridad que precede al amanecer se
extenda por doquier cuando ambos procedieron a examinar aquello que hubiese aterrorizado a
cualquier hombre.
A medias dentro y a medias fuera de un sarcfago oblongo puesto en un rincn del museo, yaca
un cuerpo cubierto parcialmente de vendas amarillentas, podridas. El cuello descarnado sostena una
cabeza sobre la que se vea una buena mata de pelo. Por las sandalias le asomaban los dedos y en el
pie derecho se observaba la huella de un disparo.
Swaffam, con gesto duro, se inclin sobre la momia para verla mejor y, tomndola por las
vendas, la meti por completo en el sarcfago, dejndola en la posicin debida, boca arriba, con la
cara apuntando hacia ellos.
Swaffam permaneci inmvil unos instantes, contemplndola. Luego, mientras deca con voz
profunda una maldicin, levant el revlver y dispar repetidamente con un deliberado afn de
venganza Luego golpe la cabeza de la momia con la culata del revlver hasta destrozarla; lo hizo
con tal violencia que pareci que en aquel saln se estaba produciendo un crimen.
Despus se volvi hacia Low y le dijo:
Aydeme a acabar con todo esto.
Piensa enterrarla?
No se merece recibir tierra, debemos desembarazarnos de ella respondi violentamente.
Hemos de pegarle fuego en la vieja canoa.
Haba dejado de llover y amaneca ya cuando arrastraban hasta la orilla la vieja canoa. All
depositaron el sarcfago con su fantasmagrico ocupante, rodeado de gavillas de lea. Encendieron
aquella pira flotante y empujaron la canoa al mar. Desde la orilla, Low y Swaffam contemplaron
cmo arda lentamente; primero fue una leve llamarada de la que saltaban montones de chispas.
Despus, una gran ola de fuego ondulante que ya mar adentro consumi a aquel ser al que haban
embalsamado los sacerdotes de Armen, tres mil aos atrs, para que descansara en su pirmide.
La condena de Al Zameri, el cuento fantstico escrito por el rabino ruso-estadounidense Henry
Iliowizi, se articula alrededor de una leyenda de origen rabe citada vagamente en el vigsimo
captulo o sura de El Corn, y que hace alusin a Al Zameri, un judo que particip junto a los suyos
en el xodo, libres de la esclavitud del faran y guiados por Moiss hacia la Tierra Prometida. Pero
la codicia marc trgicamente el destino de Al Zameri y, durante el breve lapso que el pueblo
elegido por Dios traicion su fe y cay en la idolatra, adorando a un becerro de oro, rob un puado
del preciado metal. Tras regresar Moiss del monte Sina con las Tablas de la Ley, y restablecer el
orden, Al Zameri fue castigado de modo terrible por el pecado que haba cometido: Moiss dijo a Al
Zameri: ve y camina, pues tu castigo es el de penar eternamente y decir a quien se te acerque no
me toques. Esta leyenda, cuyos orgenes se remontan a unos 1.500 aos antes de la era cristiana, se
encuentra en la base del mito del Judo Errante, un zapatero judo que insult a Jess durante la
crucifixin, por lo que fue condenado por el propio Nazareno a errar hasta su retorno; es decir,
hasta la segunda venida del Mesas. Mientras que algunos antroplogos y filsofos ven al Judo
Errante como una metfora de la Dispora Juda, el subtexto antisemita cristiano antisemitismo que
tambin existe en la versin musulmana de la fbula la interpreta como un castigo divino a la
responsabilidad de los judos en la crucifixin.
La condena de Al Zameri es una prueba palpable de que Egipto, su tierra, su historia, tiene
mucho que ver con el mito de la momia aunque, como en el caso que nos ocupa, no aparezca momia
alguna. Es ese hlito sobrenatural que recorre su paisaje, ese sentimiento normal de extraeza ante el
magnfico y lgubre espectculo que ofrecen los restos de una civilizacin cuyos pobladores
respiraron un aire distinto al nuestro, poblado por sabores y fragancias que desconocemos, y que
sentan de manera tan diferente que, todava hoy, nos resulta difcil comprender numerosos aspectos
de su vida cotidiana, de sus relaciones sociales y personales, de su moral. Es, en suma, lo que en
lengua alemana se denomina unheimlich y en francs tranget. Quienes fueron nuestros
antepasados, humanos como nosotros, se vuelven, de repente, extraos a nuestros ojos, casi
aliengenas; los objetos que nos legaron, los espacios en donde residieron, se convierten en cosas
que nos intimidan. La condena de Al Zameri evoca todo ello de forma absolutamente potica y
perturbadora, tanto que parece un captulo del xodo escrito por el novelista gtico ingls William
Thomas Beckford (1760-1844), revisado y corregido por el Clark Ahston Smith de Zotique.
Nacido cerca de Minsk (Rusia), Henry Iliowizi se traslad a Alemania a los diecisis aos de
edad, despus de completar sus estudios, para convertirse en rabino. Bajo la custodia del Dr.
Baerwald, el joven pas dos aos en Frankfurt-am-Main; ms tarde se traslad al seminario judo en
Berln, donde permaneci tres aos ms al cuidado del rabino Honviz, y, de all, ingres en el
seminario teolgico en Breslau, durante ms de un ao. Finalmente se instal en la Asociacin Anglo
Juda de Londres para adquirir conocimientos docentes y cientficos, y perfeccionar su ingls, con la
finalidad de convertirse en profesor de escuela. Pero su posterior estancia en un colegio infantil en
Tetun (Marruecos), ciudad en la que tom contacto con la pobreza, con la miseria, peleando contra
el clera, el hambre y la barbarie, marc su carcter y despert su amor por frica y el Prximo
Oriente, por donde viaj en numerosas ocasiones tomando nota de las costumbres de judos,
musulmanes y cristianos. Muy interesado por la mitologa religiosa, sus mejores textos versan sobre
este tema, como Herod, a tragedy (1884), Sal (1994) o In the Pale: Stories and Legends of
Russian Jews (1897), considerndose su mejor libro en este mbito The Weird Orient (1901),
recopilacin de nueve leyendas populares rabes de las que forma parte La condena de Al Zameri
las restantes son: Sheddads Palace of Irem, The Mystery of the Damavant, The Gods in
Exile, King Solomon and Ashmodai, The Croesus of Yemen, The Fate of Arzemia, The
Student of Timbuctu y A Night By the Dead Sea. Iliowizi fij su residencia en Estados Unidos
en 1880. All finaliz sus das como Gran Rabino de la sinagoga de Minneapolis.
LA CONDENA DE AL ZAMERI
(The Doom of Al Zameri, 1901)[64]

Nada se conoce en la naturaleza que impresione de forma tan sobrecogedora como el subyugante
escenario asociado para siempre con las revelaciones hechas por Dios al hombre. El brazo del
Ocano Indico llamado Mar Rojo se bifurca hacia el oeste por el golfo de Suez y hacia el este por el
golfo de Aqaba, y la pennsula triangular as formada alcanza la regin que ostenta el nombre de
Monte Sina, consagrado por el cielo. El que desde esa altura contempla los prodigios de una parte
del mundo tan eterna, altozano tras altozano, entre una infinita variedad de picachos que elevan su
cresta hacia las nubes, en medio de una gran confusin de desfiladeros y gargantas, barrancos y
quebradas, inmerso en el fulgor de una tierra roja entreverada de prfiro y diorita, tendr, adems de
reminiscencias espirituales muy hondas, la impresin de que sus das acabarn all, en el corazn
mismo de la omnipotencia que dio origen a la Creacin.
Todo tiene all un aire fantasmagrico, un halo terrorfico que se sustenta en un encadenamiento
de picos, montes y barrancos, lo propio de una tierra balda, desierta de vida. Si las rocas que
circundan el Mar Muerto acobardan, las del monte Horeb procuran una conmocin sublime. Y si todo
esto acontece bajo la luz del da, cuando llega la noche la regin se inviste de un misticismo
imposible de expresar, o de un temor mstico indecible; algo que adems se magnifica por un rumor
constante, indefinible, que acaso slo se parezca al de un trueno lejano, lodos estos sentimientos
convergen en uno solo, el del terror, cuando, como sucede a menudo, una fuerte tormenta de truenos y
relmpagos se cierne sobre el Sina. Entonces, los picachos y los montes, en tierra tan rida, apenas
retienen el agua ms que las piedras de las pirmides, y cae torrencialmente por ellos con una
violencia propia del desencadenamiento de un cicln, arrancando rboles las torrenteras e inundando
los asentamientos humanos diseminados aqu y all, y borrando todo rastro de cuanto el hombre, en
comunin con la naturaleza, ha sido capaz de producir.
Fue durante una de esas tormentas devastadoras cuando, en el ao 1185 posterior a la partida de
Mahoma desde la Meca, se dej ver una silueta embozada en un claro que se hizo bajo el corazn
mismo de las nubes, entre relmpagos, truenos y rayos que removan el sustrato mismo de las
montaas de aquella regin desoladora. Los beduinos haban apagado ya sus hogueras, al ver
acercarse la tormenta, yndose como si se esfumaran en el aire antes de que se desatara la furia de
los elementos, y suponiendo que se diriga a la planicie de Al-Rahe que se abra ante l, aquel
fugitivo alz su cabeza hacia el Jebel Musa, o Monte de Moiss, traicionado por su propia ansiedad
de no ser reconocido. La lluvia y el viento forzaron al hombre a buscar refugio en cualquier parte,
pues haba preferido la oscura soledad de una cueva a la segura hospitalidad de las tiendas de los
rabes. Las torrenteras que caan desde los montes parecan cataratas, arrastrando palmeras y
tamariscos, ovejas y cabras ahogadas; incluso enormes cantos rodados que en el torrente parecan
simples guijarros.
Detenindose unos instantes, sin decidirse a tomar una direccin, la figura embozada alcanz a
discernir la presencia de una silueta humana, tan ajena al lugar como la suya misma, arrastrada
entonces por el torrente, en peligro claro de muerte. Aun a riesgo de su propia vida, el misterioso
fugitivo alcanz a asir al que era arrastrado por las aguas, y tirando con fuerza de l lo puso a salvo,
llevndolo luego a una cueva que acababa de ver.
No me toques! grit el que haba sido rescatado, con una voz que detuvo en seco a su
salvador.
Aquella voz, comparada con el resto de la individualidad del que haba estado a punto de morir
arrastrado por las aguas, era lo menos espantoso de l. Era un hombre con la cabeza desnuda, sin
turbante ni pauelo, un hombre de edad, plido como un fantasma, flaco hasta la consuncin, con
mirada de ogro, peludo como un oso, con la barba hasta las rodillas y el cabello hasta la mitad de la
espalda. Tena ojos de muerto y el rostro macilento y magro; era la imagen misma del abandono y la
desesperanza, la de alguien que slo aguarda el momento de que lo lleven a la tumba. Incapaz de
sostenerse sobre sus piernas, el rescatado yaca en la cueva, grun y quejumbroso.
La inclemencia del tiempo haba llevado al salvador a compartir aquella cueva con alguien que
pareca escapado de la tumba, pero el ruido de unos caballos aproximndose no dej lugar a las
reflexiones. Embozado, el fugitivo, como una sombra, se escabull raudo, antes de que los dos
jinetes, como si se hubieran percatado de la existencia de la cueva, se acercaran a su entrada
mientras uno de ellos exhalaba una maldicin:
Que Al parta en dos al demonio! Si no fuera por mi pobre caballo, me metera en ese maldito
agujero para ponerme a salvo de la tormenta Mira las torrenteras! Parecen cataratas! Y corren
hacia el Nilo! Ya nos avis el vuelo del halcn al que vimos huir de aqu, justo cuando nos
adentrbamos en esta regin Si no llegamos pronto a Wady-Feiran, la fiebre se me agarrar al
vientre, ya siento el fro en el corazn.
Y dejaremos escapar la recompensa que dan por la cabeza de Al Bey? dijo el otro.
Dejaremos escapar al diablo! No creo que se esconda por aqu el esclavo del sultn, y te digo
que somos tontos por meter las narices en algo que no nos va a llenar la barriga dijo el primero,
muy impaciente.
Cruz el cielo un relmpago rojo; el estallido del trueno puso de manos a los caballos, y si los
aterrorizados jinetes no hubiesen huido como el viento, aquel relmpago les habra revelado el
objeto de su caza, el celebrado Sheyk el-Beled egipcio, un ttulo equivalente en dignidad al de
Califa. Tal era Al Bey, quien, en la cumbre de su carrera de aventuras y romances, haba devenido
en un proscrito huido por las tierras ms inhspitas, y al que haban puesto precio, aumentando as el
nmero de sus enemigos en pos de su cabeza.
Esos perros sanguinarios de momento me han perdido el rastro; si mis emisarios logran llegar a
salvo a Acra, mi amigo Daher acudir en mi auxilio Pero dnde esconderme hasta entonces?, se
deca el Sheyk el-Beled Al Bey mientras amparado por la oscuridad de la tormenta proceda a tapar
la entrada de la cueva a la que lleg con ramas, piedras y broza que tena a mano. A menos que haya
serpientes en esta cueva, podr descansar una hora, se dijo Al cuando termin de ocultar el acceso
a la cueva recin descubierta.
Una ululacin quejumbrosa, sin embargo, un lamento llegado desde la oscuridad ms profunda de
la cueva, le hizo recordar al otro hombre con quien haba compartido la cueva primera,
provocndole una alarma que no pali el sbito resplandor que ilumin tenuemente el fondo de la
cueva. Ya no le cupieron dudas de que as era.
Al Bey no era un hombre que temiera mirar cara a cara a otro, ni mucho menos enfrentarse con
quien fuese. Pero aquello era distinto, supona un fenmeno paralizante, que dejaba sin palpitar su
corazn. El brillo de una joya provena, sin embargo, no de una mano decrpita como la de aquel
hombre al que haba rescatado, sino de otro en la flor de su juventud, y que no obstante se pareca
extraordinariamente al primero. Quin sera? Acaso un hijo de aqul? O es que se haba obrado en
l el milagro de un sbito rejuvenecimiento? Y si fuera Satn el que as se le apareca, en aquella
cueva en tinieblas, en una de sus mltiples y diablicas representaciones?
Seas hombre o demonio dijo Al Bey con la firmeza de la desesperacin, seas detentador
de un poder benfico o de un poder maligno, en el nombre de Al te pido que me desveles tu
misterio Eres ese hombre al que salv de la furia de los elementos? No, no lo creo Ese hombre
tena cerca de cien aos, y t pareces andar por la treintena; aquel hombre estaba ms cerca de la
muerte que de la vida, y t pareces rebosante de vitalidad Te pareces mucho a l, es verdad, pero
por tu vigorosa juventud creo que eres, realmente, su nieto Aunque y si fueras el mismo?
Dmelo, te lo ruego O dime si no eres ms que una ilusin, una manifestacin del venturoso
espritu de estas montaas Y si eres ese espritu, sabrs bien quin soy. Y si slo eres humano, te
digo que soy Al Bey, el Sheykh el-Beled de Egipto, que anda en busca de ayuda para defenderse de
las conspiraciones de sus enemigos.
Mi Sheykh el-Beled respondi el otro en un tono de voz propio de su apariencia de hombre
joven, soy un espritu tanto como lo eres t, pero s te digo que soy menos humano de lo que fue
cualquier hombre, aunque menos mortal que la propia muerte, pues he ido a travs del tiempo, por
los ocanos de las edades, siglo tras siglo, ciclo tras ciclo, milenio tras milenio, en busca de la paz
para mi alma, en busca de la esperanza, a favor de las preces y del nepente del olvido Anso, en
fin, el reposo que da la sepultura Pero no temas al or mi nombre Soy Al Zameri, el maldito
transmigrador del tiempo, el condenado con cuerda de oro, el que rejuvenece cada lapso de cien
aos, pues eso dice su condena al desamparo, al abandono de Dios, a la desesperanza, a la
oscuridad, a la persecucin y al odio.
Al Zameri! exclam Al Bey, horrorizado, retrocediendo unos pasos.
S, se es mi nombre, al que siempre acompaan el pecado, la angustia, la guerra, las plagas,
las inundaciones, los huracanes y la peste Siempre y cuando quedes fuera del alcance de mi
aliento, sin embargo, no habr hombre que te pueda herir ni capturar le prometi aquella presencia
aterradora y errabunda.
Que Al confunda al demonio! Pero si habras muerto arrastrado por las aguas de no haberte
salvado yo! exclam Al Bey, convencido no obstante de que aquella presencia era la nica de la
que poda fiarse. O es que nuestro encuentro respondi a un propsito oculto? Nac esclavo y sin
embargo el destino me ha conferido el poder de desafiar y vencer al Califa del Islam. Mi espada se
alz contra el imperio que gobierna en las orillas del Nilo. En la batalla a campo abierto no tengo
rival, pero han sido las conspiraciones y las malas artes de mis enemigos las que me ha empujado a
huir para no sufrir una celada y caer asesinado Al Zameri, estoy en manos de Al el
misericordioso Pero dime, hombre inmortal, por qu razn provocaste la ira de las gentes de
Dios Por qu te tomaron por el hacedor de un falso dolo de oro? Y qu experiencias has tenido
desde que traicionaste las palabras con las que el Profeta ense el Corn?
Sheykh el-Beled, tu generosidad, no tus actos, obtiene todo mi reconocimiento Pero el
auxilio que me prestaste no me era, en realidad, necesario; tu esfuerzo fue vano, por ofrecrselo a
quien, como yo, est condenado ms all de las edades Mi condena, que data ya de hace tres mil
aos, es una pesadilla que me devuelve de continuo al antiguo Egipto, donde yo, un hebreo, nac
sometido a la esclavitud ms abyecta. Un mal da ardi mi sangre caliente y devolv a uno de mis
atormentadores golpe por golpe, y escap luego, en compaa de otros esclavos rebeldes, buscando
refugio en una de las minas de cobre del faran, en la costa de Aqaba, en el valle de Semud, donde
trabaj. All era donde se hacan los dolos del antiguo Egipto, y all fue donde aprend los secretos
de los sacerdotes, instruyndome tambin en el trabajo y forja de los metales con los que hacer los
dolos, en sus ms ocultos sonidos y en las preces que elevar a los orculos. Haba ciertos
instrumentos que se insertaban en los dolos, y que los sacerdotes manipulaban convenientemente
ocultos para hacer creer a los fieles que el propio dolo era un orculo, e incluso un dios, ante cuya
palabra, que no era sino la de los sacerdotes, caan prosternados. Para salvaguardar el fraude se
amenazaba con el corte de la lengua a quien lo revelase.
Yo era joven y fuerte; as, como la alegra era constante en nuestra colonia de perseguidos, una
alegra que se acrecent cuando supimos por boca de uno de sus mayores fieles que la clera de Dios
azotaba Egipto con una plaga tras otra, un hombre santo que proclamaba que los israelitas habran de
liberarse de la opresin, la esclavitud y las torturas, ante lo cual nosotros comenzamos a conspirar
con ansias desesperadas en pos de nuestra libertad y en aras de la exaltacin de los que haban
derramado su sangre por ofrecer resistencia. El amor a nuestros padres muertos nos haca desafiar
todo peligro. Yo, vestido como un egipcio, me aventur a ir de nuevo a la tierra de los faraones, pero
una noche hube de detener mi camino en pleno desierto, consternado por cierta manifestacin Una
columna de luego avanzaba sobre la tierra desde el este, rotando sobre sus llamas deslumbrantes
como si obedeciese a una fuerza que la impela desde las estrellas. Era como un meteoro luminoso,
enorme y terrible, que llenaba de gloria el desierto e iluminaba el cielo y la tierra. Mientras corra
para apartarme del camino de aquella columna de fuego, que pens iba a devastarme, sent, sin
embargo, que bien podra ser aquel fenmeno una seal que me indicara cmo y hacia dnde ir en
pos de la ansiada libertad. Lo que vea y oa me haca temer emocionado, sin embargo, pues no en
vano un poder ms fuerte que el de Osiris arrasaba Egipto reducindolo a cenizas, y no era otro que
el poder de mi Dios. No tard mucho en llegar hasta los mos, comprobando que mi padre ya haba
muerto. Abrac a mi anciana madre y a mi hermana, y lloramos los tres de alegra.
No haca ms de una hora que haba llegado al campo donde todos nos abrazamos a los
nuestros, cuando comenzaron a dejarse sentir gritos y llantos.
Nos persiguen! Los egipcios vienen tras nosotros!
El terror y la confusin se apoderaron de la multitud, corriendo como maniacos los hombres, las
mujeres y los nios, mientras muchos, entre los que me contaba, mirbamos hacia el hombre de Dios
para ver qu sugera. Lo vimos en compaa de Aarn y de Hur, como si orase, concentrado en la
contemplacin de la columna de fuego. Era Moiss, el hijo de Amram. En su mano, un bculo; la
barba y los cabellos grises resaltaban un rostro de masculina firmeza, atemperada por una gracia
femenina y su mirada soadora; sus ojos contemplaban la columna de fuego que se iba extinguiendo
ya lentamente. Como si fuese cmplice de sus preces, la prodigiosa columna se apart del curso que
segua, gir a la derecha, y se acrecentaron sus llamas expandindose de lado a lado para
interponerse entre los perseguidos y sus perseguidores. Aqulla fue la segunda gran seal de la
noche. Estbamos apenas a una hora del Yam-Mitzrayim[65], aunque una densa neblina nos impeda
calcular con certeza a qu distancia se hallaban nuestros enemigos. Imperaba el miedo, no obstante la
proteccin brindada por la columna de fuego, y Moiss se enojaba al or las voces de los ms
temerosos, las voces que llenaban el aire de imprecaciones y reproches. Dijo Moiss algunas
palabras, que brotaron de su enojo, palabras con las que preguntaba a las gentes si acaso dudaban de
la salvacin que el Seor les brindaba, pero fueron apagadas por la vociferacin imperante de la
multitud.
A una seal de Aarn, cinco mil hombres armados, de la tribu de Levi, se interpusieron entre el
gua y la turba vociferante. Fue un momento crtico. El gua uni sus manos en oracin.
La tercera seal de la noche lleg con un viento helado que levant la neblina y desvel un mar
azotado por la tempestad. Era ya el amanecer cuando nuestro gua, inspirado por el Altsimo, golpe
el suelo con su bculo. Entonces se apaciguaron las aguas, se rompieron por la mitad y nos
ofrecieron un camino tan seco como la orilla. Con su hermano, el gua se adentr el primero en
aquella senda bendita, y luego le sigui toda la multitud entre las fras aguas apartadas, hasta alcanzar
todos a salvo la otra orilla, felices, ahora jubilosos.
Justo en ese momento, la luz del da, que naca por el este, fue eclipsada por el fulgor de la
columna de fuego, que parta del oeste del Mar de Egipto, y al volver los ojos vimos que la columna
de fuego era como un sol cuyas llamas eran espadas, y ascenda lentamente al cielo. Aquello seal
el fin de los egipcios. En su impetuosa persecucin, cegados por aquella luz, cayeron en las fauces de
la muerte. El camino milagroso abierto en el mar no era para ellos, y cuando ya estaban en mitad de
aquel abismo, nuestro gua Moiss golpe de nuevo el suelo con su bculo y las aguas cayeron como
murallas sobre nuestros perseguidores, destruyendo as al poderoso ejrcito egipcio que nos
persegua. El aire se llen entonces con nuestros gritos de jbilo. ramos al fin miradas de fugitivos
felices y agradecidos. Con canciones y danzas celebramos el gran evento, guiados hacia la libertad
por el ms grande de los hombres que he conocido a lo largo de la historia y de los anales del
hombre.
Ah!, pero permite que te cuente la causa de mi condena Permite que te cuente lo que ocurri
entre el paso del Mar Rojo y el Da de la Revelacin, algo que no he podido borrar de mi memoria
aunque sucedi miles de aos atrs, pues anduve expuesto a la vida salvaje del desierto de Zin[66]
Tras una corta acampada, nuestro gua, el gran jefe entre los jefes, nos hizo saber que en apenas tres
das la gran Majestad Divina le revelara su verdad en lo alto del Sina, un tiempo que habramos de
pasar entregados a la purificacin.
Como si los terremotos y las tormentas de las edades se hubieran unido para descargar su fuerza
en aquel amanecer, la tierra convulsa y el firmamento hundindose despertaron a nuestras gentes de
su sueo para hacerlas buscar refugio a los pies del monte que temblaba y vomitaba fuego, donde
recibiran los primeros mandamientos de la Tora, la Ley del Mundo. Obedecieron al llamamiento
intimidatorio, pero sucumbieron ante las manifestaciones sobrenaturales. Sin ser visto l mismo, la
voz de nuestro gua cay desde las nubes, como si estuviese en comunin con el Omnipotente, y
atronaron el aire las trompetas, que unieron su cntico al rugido de los elementos. De repente se hizo
un silencio en medio de aquella agitacin universal. La claridad dej ver despejada la cumbre del
monte, la claridad dej ver el horizonte; cada odo, cada corazn, cada alma se dej llevar por la
meloda inefable de las alturas, que caa desde el Empreo. Cual sinfona de un coro angelical, los
Diez Mandamientos hacan vibrar los espacios de lo eterno, reclamando de las gentes que salieran de
su molicie y torpor para vivir una vida maravillosa como nunca la haban conocido. Con un fondo
azul celeste comenz a descender de los cielos el Declogo, como expresin de la Divina Majestad,
siendo el mismo Declogo esplndido como la gloria de un rey sobrenatural, pues era la palabra del
que permaneca apenas visible en las alturas, dejando ver slo un rollo escrito que llevaba en una
mano y ocupaba la mitad del firmamento. El Declogo brillaba as en todo su esplendor, enaltecida
cada una de sus palabras por el reflejo de una luz que provena de las estrellas ocultas entonces en la
hondura del cielo.
Sigui a tan mayesttica y luminosa escena un periodo de jbilo, y los esclavos emancipados ya
se abandonaron a tal punto, llevados de su alegra, que pronto cayeron en lo licencioso. En el
extremo de aquella agitacin nadie observ la abstencin recomendada por el venerable profeta,
nuestro gua, que no haba sido visto ni odo desde el Da de la Revelacin, hallndose sus familiares
y quienes les eran ms prximos tan ajenos a su peregrinaje como lo estbamos los dems. Pero una
vez hubo transcurrido un mes entero, sin que nada del profeta se supiera, la multitud volvi a clamar,
profiriendo ahora su queja porque su gua y su Dios la haban abandonado. Aarn intent aplacarlos,
no consigui nada. Movido entonces por la furia de la muchedumbre, que no atenda a su peticin de
paciencia, cedi en un momento de debilidad, pidiendo a las mujeres que le entregaran sus joyas para
hacer con ellas un dios, un dolo. Mas, a pesar de lo que supona, que las mujeres no le haran
entrega de sus joyas, ocurri lo contrario a sus esperanzas. Y una vez tuvo las joyas en sus manos, yo
le induje a cometer la ms hrrida de las transgresiones que puedan deberse a un ser humano.
En ello estriba la enormidad de mi culpa. Aarn nunca hubiera podido cumplir su promesa,
hecha a su pesar, de ofrecer un dios a la turba, de no haber contado con mis arteros servicios, pues le
ayud a moldear un becerro de oro al modo y manera en que los antiguos egipcios moldeaban sus
dolos. Aun dudoso de mi habilidad para materializar aquello que l haba prometido a las gentes, me
dio su consentimiento, y as, la experiencia acumulada por m en el trabajo de los metales, produjo un
magnfico becerro de oro provisto adems con los instrumentos internos necesarios para articular las
palabras.
Cuando la gente vio la imagen, y oy que el becerro de oro les deca que era su dios, se
volvieron locos de alegra, salvajemente felices, y hasta el propio Aarn fue vctima de la infeccin
de la masa. Pronto se produjo la construccin de un altar, se proclam la festividad del dolo y se le
ofrecieron sacrificios, despus de todo lo cual la masa se entreg a una autntica orga.
A la orga sigui pronto un estallido de violencia y conflictos, que ces cuando al fin vino de
nuevo hasta nosotros el profeta. Con su mayesttica presencia, tan luminosa como el sol, baj
lentamente del monte, alz las tablas de la ley, que contenan los Mandamientos que haba recibido
de las manos de Dios, y redujo el dolo a polvo que se llev el viento. Aarn quiso exonerarse de
toda culpa aludiendo a la locura de la masa y sealndome como nico culpable
Este Azazel[67] ha metido el gran pecado en la cabeza de las gentes dijo mirndome con los
ojos llenos de odio.
Qu poda hacer yo para negar aquella autora diablica de la que se me acusaba?
De inmediato decidieron castigarme severamente. Cuatro mil de los que se haban entregado a
la orga de ofensas cayeron bajo la espada, pero a m se me conden a vagar a travs de las edades,
diciendo: Al Zameri no morir. Al Zameri vagar de ahora en adelante como Can, odiado,
despreciado y perseguido. Al Zameri visitar de nuevo, de aqu a cien aos, el lugar de su crimen,
ser devuelto entonces a su actual condicin de apestado, y volver a vagar maldito, odiado y
perseguido, hasta que el paso de las edades sepulte en el olvido su diablico pecado. Tal fue el
veredicto que o. Aqullas fueron las palabras que dijo el profeta, nacidas de su propia inspiracin, y
me dejaron marchar libremente[68].
Y libre soy, y libre camino como una bestia salvaje, condenado de continuo a transfigurarme en
el hombre joven que entonces fui, cuando me expulsaron de la raza humana.
En esa hora terrible sent, sin embargo, el impulso irreprimible de buscar el desierto, el vaco,
la jungla, las cinagas, la oscuridad, la tumba, las ruinas Y la necesidad de apartarme de todo
cuanto es sagrado entre los hombres, abominando de la luz del sol para ocultarme tras las cortinas
que brinda la oscuridad. La luz del da me cegaba como a los bhos; el brillo del oro me confunda;
su solo roce me quemaba. Las bestias feroces me acechaban; las serpientes me rodeaban
amenazantes. Sin embargo, poco a poco me fui convirtiendo en un habitante de las regiones ms
salvajes, de la vida animal, aprendiendo el lenguaje de los pjaros, solazndome en el silencio, en la
vida abandonada. Corr con los vientos, me sum en las tormentas, me alegr con los relmpagos y
con el estruendo de los truenos, me imbu de todos los elementos y maldije como el ms fiel de los
siervos de Abaddon[69] Desde entonces, la guarida del tigre es la ma; desde entonces me sirven de
almohada la cola de los reptiles Me arroj a las fauces del len, beb la esencia de los venenos,
pero todo fue en vano. La muerte se ha coaligado con la creacin entera en mi contra. Si trato de
acabar con mi vida miserable arrojndome desde cualquier risco, me vuelvo liviano como el aire.
Las aguas no me sumen, ni me quema el fuego; el acero puede atravesar mi carne, pero sin lacerar mi
vida La desesperanza, pues, es mi existencia; el tiempo infinito, sin final, es para m una catarata
de aos odiosos, de dcadas, de ciclos, de milenios As es el destino que el cielo quiso para m, el
desventurado Al Zameri.
Horrible hado el mo! Para m el infierno est en la tierra, pues soy el ms fiel hijo del pecado,
el que sin serlo devino en un demonio, el adorador del oro Ah, el oro, ese luminoso fetiche!
Cuntos crmenes se han cometido en aras de la fascinacin que ejerce!
Pero la fuerza de la oracin y la bondad de Al el misericordioso, el rey del da del Juicio
Final, acaso no te brindan alivio, acaso se te niegan? pregunt Al Bey.
La oracin, al hombre que se halla bajo la proteccin del cielo, lo llena de solaz en el alma, le
unge de vida, le enaltece el corazn fuerte como una corriente que se originase en las fuentes de Dios
respondi Al Zameri uniendo sus manos con un gesto de dolor[70]. Pero para m sera como
mezclar los ros benditos del Edn con las llamas del infierno. Todo cuanto el cielo revela como
santo y maravilloso me est vedado, como lo est todo lo que la belleza inspira, pues no hay bondad
a la que pueda acogerme, ya que no hay bondad tan amplia que me exonere de mi culpa Una vez,
cuando an el Oriente no haba sucumbido a la espada de Roma, rec llevado del susurro que me
hizo un bendito querubn, pero con aquella oracin sucumbi la ltima llama de esperanza que
albergaba en mi pecho, pues el corazn se me hizo de pedernal. Y fue porque ya haba sido ganado
por las potencias del infierno, que me ocultaban las luces del paraso. Habrs odo hablar de las
antiguas glorias de Balbec[71], de las que an hablan por s solas sus ruinas Bien, yo estuve all en
sus das de esplendor; era una ciudad de palacios para que vivieran en ellos los prncipes
mercaderes, y la gran rival de Tiro, Tadmor y Damasco. A los pies del Antelbano, sobre la frtil
planicie de Sahlat-Baas-el, rodeada de arboledas y jardines regados de continuo por el manantial de
Raas-el Ayr, Balbec estaba llena de grandes monumentos y templos dedicados a los dioses,
construidos con los mrmoles ms bellos del mundo. En los bazares de Balbec poda encontrarse lo
ms precioso, ornamental y til. Las caravanas entraban y salan por las puertas de la ciudad
cargadas de tesoros de valor incalculable, y las realezas que moraban en la ciudad mostraban gran
munificencia en sus actividades diarias. Balbec creca imponente y magnfica por encima incluso de
Siria, pero su enemigo mortal se agazapaba tras la fuerza de los terremotos que a menudo la
visitaban. Debo confesar que a veces deseaba ver tanto esplendor arrasado por el caos, pero mi
anhelo de morir en el terremoto ltimo, el que hiciera sucumbir los esplendores de la ciudad, el que
llev la catstrofe a Balbec, de nada me sirvi. Fui, por el contrario, de la mano de Satn en aquella
tragedia.
Recuerdo bien la atmsfera de la ciudad, saturada de vapores opresivos, el ominoso vuelo de
los pjaros en aquel aire, los temblores de tierra sucesivos, las explosiones en el seno de la tierra.
Ansiando an morir sepultado en Balbec, corr hasta las puertas de la ciudad apenas se inici el
terremoto, y vi desde ella el gran templo. El terror se haba apoderado de la multitud, que corra
aplastndose los unos a los otros en una suerte de batalla sin cuartel mientras las ruinas seguan
cayendo sobre los hombres embrutecidos por el miedo. Caan a tierra los monumentos, los ms
grandes edificios no eran ms que un montn de piedras, mrmoles y otras materias propias de la
albailera, y las tumbas quedaban al descubierto. Todo lo presidan la muerte y la destruccin. Yo, a
quien apenas afectaba cuanto se iba derrumbando a mi paso, segua albergando la esperanza de hallar
la muerte en cualquier rincn de la ciudad que se derrumbaba por momentos, y as me aventur por
una escalinata que me condujo a un magnfico edificio que an no se haba derrumbado por completo.
Me vi en un amplio espacio hexagonal que tena las dimensiones propias de un tribunal, pero que
slo era un vestbulo, el de una entrada principal ante la que se abran dos puertas, las del tribunal en
s; un vestbulo que era como un peristilo rodeado de columnas de muy artstica riqueza, tras las
cuales haba estatuas dedicadas a los dioses. Como nadie sala al paso del intruso que era yo, me
detuve a contemplar todo aquello, indeciso, sin una determinacin clara. Entonces se dej sentir otra
violenta sacudida subterrnea que hizo temblar los cimientos de aquella construccin. Cayeron las
estatuas destrozndose en mil pedazos, y sent un grito de espanto a mis espaldas, un grito
sorprendente que me sac de aquella contemplacin en la que estaba. Era una damisela que se
retorca en el suelo. Corr hacia ella, la tom en mis brazos y la llev a un rincn apartado, donde
supuse que podra hallarse a salvo del derrumbe inminente, pero entonces, al contemplarla mejor, me
pareci demasiado perfecta para ser mortal y demasiado carnal para ser divina. No tena ms heridas
que las causadas por el miedo, sin embargo, y la conduje al cuadrngulo del peristilo, quedando yo
mismo a su lado en el suelo, sostenindole la cabeza entre mis brazos, contra mi pecho.
Eres la diosa a la que est dedicado este templo? le pregunt ansioso.
Recib por toda respuesta su mirada de ojos negros desorbitados, unos ojos que tenan la fiereza
del tigre y la encantadora sugestin de la hidra. Pero se cerraron de inmediato.
Sheykh, te digo que acababa de ver a quien era como Sisigambis, la gran dama imperial de
Persia, la madre de Daro, cuyas mejillas parecan las joyas de la tiara, la que luca tan graciosa y
mayesttica. Y ms an, la vi como a Cleopatra, en un saln del que pendieran sedas, vestida como
Venus y rodeada de mujeres ataviadas como ninfas, alrededor de las cuales haba nios como
Cupido. No me movi hacia ella ms admiracin que la observada hacia otras bellezas que haba
conocido en tiempos, pero encendido como lo estaba por la belleza de la damisela a la que sostena
en mis brazos, dije a sta a media voz:
S ma eternamente Qu me importan el favor o la condena del cielo, si eres ma para
siempre?
De nuevo abri sus ojos, ahora desnudos incluso de ferocidad, y volv a preguntarle: Eres una
divinidad a la que rendan pleitesa los naturales de Balbec?
Como quien despierta de un trance visionario alz la cabeza, la volvi hacia m y se levant
lenta y majestuosamente para mirarme desde su altura divina. Luego, con expresin temerosa,
respondi a mi pregunta con otra pregunta: si era yo uno de los dioses a los que haba sido
consagrada por su padre.
Soy sacerdotisa de la casta Istar. Slo un dios podra salvarme, como me has salvado t
clam despus la virginal damisela, postrndose ante m.
Otra sacudida hizo temblar lo que an quedaba en pie de aquella edificacin, a tal punto que
slo permanecieron erectas unas pocas columnas. Las otras cayeron con sus capiteles corintios,
dejando la antigua corte de justicia reducida a escombros que se diseminaban por doquier.
El prtico orientado al este qued irreconocible, de tantos cascotes salpicados por las columnas
cadas, y slo en la parte oeste del edificio se vea una posible va de escape. Hacia all corr
llevando en mis brazos a la doncella desvanecida, para encontrarme al fin ante otro edificio an ms
hermoso que el que acababa de derrumbarse, y que segua inclume. Era el Templo del Sol de la
ciudad de Balbec, una maravilla escultrica y arquitectnica, ricamente ornamentado con estatuas de
dioses y de hroes de gran categora artstica.
Declinaba ya el da, y expectante, ansioso por obtener una panormica mejor, sub por la
escalinata en busca de un lugar donde pudiera hacerlo bien y, sobre todo, en busca de algn lugar
donde estuviese a salvo la preciosa criatura de la que cuidaba. A travs de un alto portaln
despejado llegu a un inmenso vestbulo del que partan dos escaleras, una a la derecha y otra a la
izquierda, cada una de las cuales llevaba a la ltima planta, al espacio que albergaba el templo en s
mismo. All me detuve para tomar aliento, pues llevarla en brazos me haba dejado sin resuello, y
all volv a contemplar sus ojos abiertos pero que no me vean, sus ojos que ahora nada denotaban.
No obstante, un momento despus pareca reparar en m.
Slvame, slvame y te adorar y rezar siempre, ser tu sierva, dios del sol susurr
entonces la dulce criatura.
Te equivocas, damisela encantadora le dije, yo no soy un dios, slo un hombre de carne
y hueso que cuenta con enemigos como nunca los conoci hombre alguno.
Que no eres un dios, sino un hombre que cuenta con muchos enemigos? No aparentas ser un
hombre mortal, y adems has venido a salvarme, cuando todos los mortales, incluidos los sacerdotes
y las sacerdotisas, huyeron sin pensar en otra cosa que no fuera salvar la vida Estoy segura de que
eres mucho ms que un hombre mortal Estoy segura de que no morirs.
Nada ms lejos de mi afn que defraudarte, sacerdotisa de Istar, aunque Tienes razn! No
soy un mortal ms, sino un hombre maldito, condenado a vagar y a sufrir a causa de un gran pecado
cometido hace miles de aos dije para iluminarla de una vez a propsito de quin era yo
realmente, para decirle al fin cul era mi naturaleza verdadera, y el porqu de mi naturaleza maldita.
Me mir entonces con gran compasin y ternura, desde su inmaculada contencin, y tomndome
de una mano con infinita dulzura me dijo:
Deja que comparta tus sufrimientos, deja que comparta tus miserias y necesidades, tu
pobreza, la condena a vagar por haber ofendido a Zicara y a su progenie S, rezar por ti
Escucha, Zicara, la ms poderosa, y t, Ea, el que sustenta la vida y el conocimiento, el gobernante
de los abismos, el rey de los ros y de los jardines, el favorito de Bahu, el que naci de Bal
Merodach, escucha la splica que te elevo para que retires del bendito Al Zameri las garras de los
siete espritus malignos que lo atrapan, y hagas que los dioses se apiaden de l y le consientan al fin
el descanso que merece despus de tantas edades de tormento y dolor Te ofrezco mi vida, Zicara, a
cambio de su descanso, pues l y slo l me salv la vida.
Apenas hubieron dicho sus labios aquellas palabras fervorosas de la que se haba arrodillado
para decir la splica, una suerte de mana delirante se apoder de m Me volv violentamente y
busqu la salida, pero ella, la que an oraba de rodillas, se volvi a m y exclam:
No te vayas de aqu antes de que haya besado tus manos, mi salvador.
La dulce doncella llen mis manos de besos clidos que atravesaron la coraza con que pretend
cubrirme. Y la bes en la cabeza, en las mejillas, en la boca, pues fue la nica mujer en el mundo que
me ofreci compartir mi destino fatal, la que haba ofrecido su propia vida a cambio de mi salvacin.
Pero no haba cadenas que pudieran contener mi locura, mi delirante mana Romp nuestro abrazo
y hu, aunque mientras lo haca sus lamentos me destrozaban el corazn.
Dos perros rabiosos que iban detrs de m hicieron que corriera con todas mis fuerzas en
direccin a las secas faldas de las montaas, sin que me abandonase el recuerdo de la dulce
damisela, de sus lamentos, de su desesperacin al comprender que me iba de su lado. Corr hasta
encontrarme con una gran roca que me cerraba el camino, y ca entonces de bruces llorando
amargamente por mi suerte, s, llorando para que l, a quien tanto disgust, se apiadara de m y me
liberase de mi condena.
Rendido, agotado, me dorm al fin. Y con el sueo lleg hasta m una figura de arcilla que
posea un brillo sobrenatural.
Soy Metatron, el mensajero de la gracia, el que lleva las oraciones de los hombres al trono
del Altsimo; soy Metraton quien te habla, Al Zameri. Entre la oracin y el Altsimo se alza un mundo
demonaco sostenido por el fetiche a ti debido. T fuiste quien sedujo al pueblo elegido para redimir
a la humanidad, y slo cuando la raza vea reducido a polvo el dolo, slo entonces, se abatir la
fiebre que hizo presa en tu alma. Pero an el dolo vive, an es smbolo de la locura, an mora en
Sodoma, rebosando en las ftidas, en las odiosas charcas del abandono de la espiritualidad.
Y entonces Al Zameri qued en silencio, ocultando su rostro entre las manos.
El oro, en s mismo, no es diablico dijo Al; es slo la raz del mundo diablico, la
leprosera del corazn, un ansia incurable como la consuncin de los pulmones que seca las mejillas
del hombre y le quita la vida As, tu culpa es tan oscura como grande es tu pena Yo tambin fui
esclavo en la tierra del Seor donde nac, y de la que despus llegu a ser jefe; el valor me sirvi de
mucho, pero el oro me sirvi de ms El oro, que es capaz de hacer que una mujer se vuelva loca y
que un hombre sea su villano Aqu, Mahoma es el rey de reyes. Y yo, Al Bey, soy un fugitivo que
huye de quienes me mataran a cambio de oro, pues el Calila del Islam depende de los bribones para
sobrevivir. T amasaste oro para hacer un dolo, en cuyo altar qued sacrificado el corazn de los
hombres, en cuyo altar se ofrend la virtud de las mujeres No obstante, sigue tu camino, Al
Zameri, que Al har que el hombre que desate su justa clera se ahogue en una corriente de oro
lquido.
Quit el condenado las piedras que tapaban la entrada de la cueva y se desliz al exterior como
un fantasma. Con l desapareci la tormenta, dejando en el corazn de Al Bey un estremecimiento.
Al es grande dijo entonces Al Zameri, pero me temo que su encuentro conmigo le
causar la muerte, pues as lo dicta la estrella diablica que gua mi camino.
Acontecimientos posteriores demostraron cunta razn haba en este proftico sentimiento de Al
Zameri, pues el celebrado Sheykh encontr la muerte en una emboscada.
Al igual que su compatriota Arthur Conan Doyle, el escritor ingls Sax Rohmer permanece en la
imaginacin popular como el creador de un solo personaje mtico, decenas de veces imitado pero, en
definitiva, absolutamente inconfundible. Nos estamos refiriendo, por supuesto, al misterioso (y
peligroso) Dr. Fu-Manch, un individuo alto, delgado y felino, de hombros anchos, cejas a lo
Shakespeare y cara de demonio, el crneo afeitado y unos ojos alargados, magnticos, verdes
como los de un gato. Dtele usted de toda la astucia cruel de la raza oriental pero concentrada en
una nica inteligencia gigantesca, con todos los recursos de la ciencia antigua y actual ()
Imagnese ese ser monstruoso y tendr usted el retrato mental del doctor Fu-Manch, el peligro
amarillo encarnado en una sola persona, segn la despiadada descripcin de Dennis Nayland-
Smith, uno de los ms prestigiosos inspectores de Scotland Yard y su ms acrrimo enemigo. Creado
en 1913, fecha en la que se public El Misterioso Doctor Fu-Manch, la primera novela sobre tan
amenazador sujeto, se cuenta que Fu-Manch podra guardar algunas similitudes con el clebre jefe
mafioso chino Mister King rey del Chinatown londinense, sobre el cual Sax Rohmer haba
recopilado abundante informacin durante su corta trayectoria profesional como periodista
Aunque, por otra parte, segn declaraciones del propio escritor, el aspecto fsico del maligno doctor
se inspira muy directamente en los rasgos del faran egipcio Seti I, de la XIX dinasta (1294-1279 a.
C.), cuya momia, extraordinariamente bien conservada, le fascinaba a causa de los sucesos
paranormales con los que estaba relacionada, tal y como hemos visto con anterioridad en la
introduccin.
Vctima de su xito, Sax Rohmer prolong la vida literaria del Dr. Fu-Manch a lo largo de trece
novelas escritas entre 1913 y 1959, las cuales, como en ms de una ocasin confes a sus ntimos, le
reportaban tales beneficios econmicos que le permitieron concentrarse en otros trabajos mucho ms
personales sin preocuparse de su comercialidad. Y cules eran esos trabajos? Pues todos aquellos
relatos que tuvieran que ver, segn sus propias palabras, con mis principales intereses como
literato: el ocultismo y el Antiguo Egipto. No por casualidad, el primer relato que public como
profesional con apenas veinte aos, en 1903, en la revista Pearsons Weekly, fue The Mysterious
Mummy, en el que el ambiente del ficticio Great Portland Square Museum resulta esencial para
construir la atmsfera de la historia, su mecnica narrativa. Aqu, Sax Rohmer evoca claramente el
embrujo que ejerci sobre l, durante aos, el British Museum y, muy especialmente, el ala dedicada
al Antiguo Egipto en la actualidad, las salas 60-66, con su sarcfago interno dorado de
Henutmehit, la piedra Rosetta y, sobre todo, sus momias. Rohmer deca que ya empezaba a sentir ese
embrujo cuando se acercaba paseando por los aledaos del museo, ya fuese por Tottenham Court
Road, New Oxford Street o Drury Lane.
Consagrado aos despus como escritor en el periodo de 1920 a 1930, Sax Rohmer fue uno de
los escritores britnicos de ficcin ms ledos y mejor pagados, realiz varios viajes a Egipto
acompaado de su esposa, Rose Elizabeth Knox con quien contrajo matrimonio en 1909, durante
los cuales intent ampliar sus vastos conocimientos mgicos sobre la civilizacin de los faraones, ya
revelados en novelas como Brood of the Witch Queen (1918) que contaba la resurreccin de una
arcaica reina-bruja egipcia capaz de asolar el mundo actual gracias a sus conjuros, y cuya densa
textura terrorfica llev a un entusiasta H. P Lovecraft a compararla con el Drcula de Brant Stoker
o en antologas de relatos como Tales of Secret Egypt (1918), donde aparece por primera vez el
cuento Lord of the Jackals y que posteriormente sera publicado en Estados Unidos, con todos
los honores de un clsico, en el nmero de septiembre de 1927 de la revista Weird Tales, en el cual
Sax Rohmer combina la brujera con la mstica fnebre de los antiguos egipcios el chacal, animal
de mal agero, merodeador y necrfago, es el smbolo tambin de Anubis, dios destinado al cuidado
de los muertos, alcanzando una encomiable perfeccin estilstica a la hora de dosificar los efectos
terrorficos. Sealemos que el creador de Fu-Manch, aparte de sus cuentos fantsticos sobre
momias revividas y maldiciones faranicas, continu abordando el tema egipcio desde otras muchas
pticas folclricas, histricas, tnicas, memorias de sus viajes en libros como Tales of East
and West (1932) o Egyptian Nights (1944). Una obra que, lamentablemente, contina indita en
lengua castellana, a pesar de su importancia dentro de la literatura fantstica; por este motivo, la
doble seleccin de las ya citadas The Mysterious Mummy y The Lord of the Jackals, permitir a
los lectores comprobar, por un lado, la evolucin creativa del autor en lo tocante a su tema favorito y,
por otro, la influencia de su trabajo en otros escritores pulp, particularmente estadounidenses.
Sax Rohmer, cuyo verdadero nombre era Arthur Henry Sarsfield Ward, naci en Birmingham, en
el seno de una humilde familia de origen irlands. Su padre, William Ward, era oficinista, mientras
que su madre, Margaret Mary Furey, era un ama de casa neurastnica y alcohlica que apenas se
ocupaba de su hogar. De ah que el pequeo Arthur Henry dejara la escuela a los diez aos de edad,
aunque posteriormente adquiri una vasta cultura, de forma autodidacta, gracias a su voraz placer por
la lectura, aficin que le inculc su progenitor. A los dieciocho aos adopt el nombre de Sarsfield,
impresionado por las historias de su madre en las que afirmaba descender del famoso general
irlands del siglo XVII Patrick Sarsfield (1650-1693). A fin de apoyar a la magra economa familiar,
el futuro escritor desempe diversos oficios trabaj como administrativo en un banco, en la
compaa del gas local; fue redactor del semanario Commercial Intelligence y reportero en un
importante rotativo de Birmingham, hasta que a los veinte aos decidi dedicarse a su vocacin, a
la literatura, fijando su residencia en Londres. Una vez all, empez a utilizar el pseudnimo que le
dara fama mundial, Sax Rohmer: sax significa filo en sajn, y rohmer, vagabundo.
Pero el hecho personal que mejor acredita las inquietudes ocultistas de Sax Rohmer quien
lleg a ser un experto en brujera, satanismo y fenmenos paranormales, adems de egiptologa es
su vinculacin a la sociedad rosacruciana The Hermetic Order of the Golden Dawn (La Orden
Hermtica del Amanecer Dorado), fundada en 1888 por el Dr. William Wynn Wescott, el tambin Dr.
William Robert Woodman y Samuel Liddell Mathers. Como bien explica Jess Palacios en su libro
Desde el infierno. Una historia oculta del siglo XX, Rohmer ingres en 1904 en The Golden Dawn,
poca en que ya era un importante centro de reunin de cientficos, artistas, magos e intelectuales
de todo signo y condicin William Butler Yeats, Aleister Crowley, Arthur Manchen, Algernon
Blackwood, Lord Dunsay, Sir Henry Rider Haggard, John William Brodie-Innes. La sociedad
admiti al escritor a travs del mdico de su madre, R. Watson Councel, a quien le escribi, a modo
de agradecimiento, el prlogo de su libro Apologa Alchimiae (1925). Transcurridos unos aos, el
propio Sax Rohmer publicara su nico y muy interesante tratado sobre historia de la magia, The
Romance of Sorcery del que existe una edicin moderna a cargo de Kessinger Publishing
(Montana, USA), en el que pueden leerse sus incisivos y doctos comentarios sobre personajes
como el filsofo mstico Apolonio de Tiana, el matemtico, astrnomo, ocultista y alquimista John
Dee, as como de Nostradamus, Cagliostro y la fundadora de la teosofa, Madame Blavatsky, por la
que senta una gran admiracin Un bagaje cultural oscuro que, como prueban sus obras, result
fundamental para articular la personalidad artstica de Sax Rohmer.
LA MOMIA MISTERIOSA
(The Mysterious Mummy, 1903)[72]

Eran casi las cinco de la tarde de una calurosa tarde de agosto, cuando un hombre alto y delgado
que luca barba rala y al que daban un aire conspicuo la levita vieja que llevaba y el rado y alto
sombrero de seda, se dirigi a la entrada del Great Portland Square Museum. No llevaba bastn y
mir a su alrededor, como si se notase extrao al lugar, no obstante lo cual comenz a subir la
escalera principal con paso fuerte, aunque detenindose a intervalos para toser ahogadamente.
Su magra figura atrajo de inmediato la atencin de mucha gente que estaba all, entre la que se
contaba el vigilante de la sala egipcia. Lo tom por un excntrico, por uno de esos que se pasan las
horas dando vueltas alrededor de las momias de los antiguos reyes egipcios, pero como ste era an
ms extrao y no dejaba de toser, capt de inmediato la atencin del vigilante. Varios de los
visitantes salieron de la sala al entrar l, atemorizados al observar que el vigilante no le quitaba el
ojo de encima. Luego supuso aliviado que se iba ya del museo, pues lo vio tomar la direccin de la
escalera. Pero no lo hizo, segn constara en diversos testimonios.
Una vez transcurrida la jornada del museo, y cuando se hubieron cerrado sus puertas, entr la
patrulla de polica que vigilaba cada noche el museo. Cada hombre en una sala, iniciaron los agentes
su ronda nocturna, comprobando que todo estaba en su sitio, sin dejarse un rincn ni una grieta sin
revisar. Una vez concluida su tarea, procedieron a cerrar cuidadosamente las puertas de cada sala,
por lo que el agente que permaneca de guardia en el interior de cada una de ellas se vea as
imposibilitado para abandonarla o para dirigirse a otra. A cada hora, los responsables de la patrulla,
un sargento, un inspector y un bombero, hacan una ronda completa por el edificio. Cualquiera que
pretendiese hacerse con alguno de los muchos tesoros que albergaba el museo, lo tendra bastante
ms que difcil, pues habra de poner en juego un gran ingenio para sacar adelante sus planes.
Se produjo aquella noche, sin embargo, un incidente que requiri la atencin de los vigilantes, el
llamado caso de la momia de la sala etrusca.
Las personas familiarizadas con el Great Portland Square Museum saban que en la sala etrusca
se utilizaban algunos nichos como receptculo para los sarcfagos de las momias egipcias que tena
el museo, las cuales, por varias razones, no se mostraban al pblico en la sala que les hubiera
correspondido. Quien se haya acercado a un sarcfago, y contemplado la momia que yace en su
interior, comprender los sentimientos de temor que podan embargar a un hombre dedicado de noche
a semejante custodia. La luz elctrica aliviaba algo esa aprensin, pero una vez se haban revisado
las salas y cerrado sus puertas, la luz elctrica se extingua.
El agente que vigilaba la sala etrusca lanz la luz de su linterna de ojo de toro hacia los nichos de
piedra que albergaban los sarcfagos, a travs de las sombras. Convencido de que no haba nadie, y
aliviado por ello, subi los peldaos que conducan a la galera romana de la misma sala y apag las
luces de la parte que quedaba justo bajo la galera, cuyo interruptor estaba al final de sta. Vio que en
el vestbulo del edificio an haba luz, pues el sargento todava no haba echado las llaves. Esperaba
el hombre a que lo hiciera su superior cuando ocurri algo de veras sorprendente.
De algn lugar de la sala en penumbra sali una tos ahogada.
Como no era un hombre que careciese de valor, el agente baj la escalera de la galera en un par
de saltos mientras su linterna arrojaba discos de luz como satlites sobre las estatuas y los nichos. La
tos no se volvi a repetir. Y como no haba nada que lo llevase al origen de aquel ruido, inici un
repaso metdico de los sarcfagos, incluso de los que estaban menos a la vista, abriendo para ello
los nichos. Cuando ya los hubo examinado todos, crey el agente que la tos no haba sido otra cosa
que una imaginacin suya. Pero al arrojar luz de nuevo, rutinariamente, con su linterna de ojo de toro,
sobre uno de los sarcfagos, experiment una angustiosa sensacin de pnico. El sarcfago estaba
vaco. Y recordaba perfectamente que apenas unos minutos antes haba visto all una momia.
Nada ms haber hecho tan aterrador descubrimiento, se dijo sin embargo que hara mucho mejor
en retomar su bsqueda del hombre que haba tosido, pues estaba seguro entonces de que en efecto
alguien haba tosido all. Entonces se apagaron de pronto las luces de la galera, y decidido por ello
a llevar su investigacin a las ltimas consecuencias, subi los peldaos que conducan a la galera
romana, que estaba en penumbra. Apunt al fondo de la galera con su linterna de ojo de toro y ech a
correr hacia all.
Quin ha apagado las luces aqu? se oy la voz del sargento que acababa de entrar en la
galera.
Eso quisiera saber yo Alguien las apag cuando an no haba subido a la galera dijo el
agente y comenz a referir al sargento lo de la tos que haba odo y la desaparicin de la momia.
Cunto tiempo llevaba esa momia en la tumba? pregunt el sargento.
Hubo otra ah, hasta hace un mes, pero la cambiaron de sitio, se la llevaron arriba Me
parece que fue hace una semana cuando la volvieron a bajar, o quiz pusieron otra nueva, no lo s
Ver, yo no estuve aqu de guardia anoche.
Era verdad, y el sargento hubo de aceptarlo. Tena tres pelotones de agentes para hacer la guardia
en el museo, pero ninguno de los que estaba all aquella noche haba prestado servicio en las dos
ltimas semanas.
Pues s que es extrao! dijo el sargento y un segundo despus hizo sonar su silbato.
Pronto llegaron all los otros, pues an no haba cerrado el sargento las puertas de las salas.
Parece ser que hay alguien en el musco Revisad todas las salas de nuevo les orden.
Se fueron los agentes, y el sargento, acompaado del inspector, comenz a examinar la sala
etrusca. No encontraron nada. Los dems tampoco tuvieron xito en su bsqueda. No haba el menor
rastro de que alguien se hubiese quedado en el museo tras la hora del cierre. Salvo dejar abierta,
como lo estaba, la puerta que separaba la galera romana de las escaleras que conducan a ella, no
caba hacer nada ms. La galera, adems, comunicaba en su final con el vestbulo de la entrada,
donde pasaban la noche de guardia el sargento, el inspector y el bombero. La decisin de dejar
abierta aquella puerta era buena, ya que as tendran noticia de cualquier movimiento extrao que se
produjera entre la galera y el vestbulo. Pero se probara despus que todas esas precauciones no
sirvieron para nada.
Transcurri la noche sin alteraciones, pero el misterio de la momia desaparecida, y el misterio,
tambin, de aquella tos ahogada, seguan constituyendo el enigma a resolver. Con la llegada del
nuevo da se levant la guardia en las salas, y el inspector, el bombero y el sargento, siguieron sin
embargo investigando en el museo, en su afn de resolver el caso de la desaparicin del ocupante del
sarcfago.
Una momia en esa tumba de all? se extra el responsable de la sala etrusca. Mi
querido amigo, pero si hace un mes que no hay ninguna momia en ese sarcfago
Pues uno de mis hombres asegura que vio una ah, anoche mismo, mientras haca su ronda
dijo el inspector.
El conservador de la sala pareca perplejo. Se volvi a un ayudante y le pregunt:
Quin se encarg de la sala etrusca a partir de las seis de la tarde?
Yo mismo, seor.
Hubo muchos visitantes?
Ninguno entre las cinco y cuarenta minutos y las seis.
Y antes?
Estaba tomando el t, seor.
Y quin lo sustituy a usted entonces?
Mr. Robins.
Pues llame a Robins.
Lleg el aludido.
Cunto tiempo estuvo usted ayer en la sala etrusca?
Una media hora, seor.
Y no vio nada raro en ese tiempo?
Bueno, seor, quiz deba de haber informado antes, lo siento mucho dijo preso de una gran
excitacin. Cuando Mr. Barton, mi jefe, me llam, sobre las seis menos veinticinco, haba alguien
aqu, un hombre con levita y sombrero de copa, de seda muy rada, al que no recuerdo haber visto
salir.
Y no ech usted un vistazo a la sala?
S, seor, pero no vi a nadie.
Siga informando sobre todo eso. Yo tengo que ver a Barton.
Barton, el jefe de los empleados del museo, recordaba haber estado hablando con Robins en la
escalera que conduca a la sala etrusca. Tampoco vio salir a nadie de all, pero aceptaba como
posible que alguien hubiera podido salir de la sala sin ser visto por Robins, ni por l mismo.
Enve a tres de sus mejores empleados a revisar minuciosamente la sala orden el jefe al
encargado de la sala etrusca.
Se volvi despus al inspector y al sargento con una amplia sonrisa.
Me atrevo a decir que estamos ante una pesadilla ms Ya ha pasado antes en el museo
dijo. Aqu suelen darse situaciones de lo ms misteriosas.
Apenas haban salido de sus labios estas palabras cuando lleg hasta ellos un alto responsable
del museo, un antroplogo muy conocido, que pareca realmente alarmado.
Por Dios, Peters! exclam nada ms ver al conservador de la sala etrusca. Ha
desaparecido el vaso Rienzi!
Qu? dijo un coro en tono de incredulidad.
Han recortado cuidadosamente la parte superior de la urna circular donde se conservaba, y han
sustituido el vaso por uno falso.
No esperaron ms; salieron a la carrera para subir los peldaos que conducan a la sala del vaso
Rienzi. El vaso Rienzi, que no era ms grande que una vulgar taza para el desayuno, posea sin
embargo un gran valor, como era de todos bien conocido. Pareca por completo inconcebible que
alguien hubiera podido robarlo. Pero all, en mitad de aquel nudo que formaban los atribulados
responsables del museo y los encargados de la investigacin, all estaba aquella imitacin del vaso,
que pasaba de mano en mano.
Nunca antes se haba visto una escena semejante en el museo. El staff al completo, como un solo
hombre, pareca haber perdido cualquier atisbo de ingenio. Qu hacer?, sa era la pregunta
generalizada. En menos de media hora se abriran las puertas al pblico, y la ausencia del famoso
vaso sera la noticia inexcusable, no se poda mentir al respecto. Fue en esa tesitura, cuando todos
hablaban a la vez, cuando uno de los all reunidos, que estaba junto a una vitrina, dijo de repente:
Un momento, escuchen!
Se hizo el silencio; incluso otros que estaban en dependencias adyacentes acudieron ante aquella
llamada. Y detrs de alguna de las vitrinas que haba cerca de las paredes de la sala se oy una
especie de lamento ahogado, una suerte de murmullo que electrific a todos los presentes. Pronto
entraron en funcin las llaves, para abrir la puerta de cristal que haba tras las vitrinas, ante los
nichos, y se produjo el segundo y no menos sorprendente descubrimiento de aquella maana llena de
acontecimientos.
Vieron que un hombre estaba metido en un gran sarcfago.
Pronto acudieron a liberarlo las manos de los que haban hecho el descubrimiento, y trataron de
reconfortarlo pues pareca muy dbil. Estaba vestido slo con su ropa interior y tena una respiracin
muy agitada, como la de un hombre apenas repuesto de una fuerte borrachera. Todos aguardaban
ansiosos que saliera de aquella semiinconsciencia en que se encontraba, pues suponan que slo l
podra aportar alguna pista a propsito de lo que haba sucedido por la noche en el musco, una pista
que ayudara a resolver el enigma que los ocupaba. Ya recuperado por completo el sentido, aquel
hombre, sin embargo, tuvo algunas dificultades para expresarse. Era el agente Smith, que haba
estado de guardia en la sala egipcia. En un momento de su guardia, durante la primera hora y antes de
que se diera la alarma, haba sido sorpresivamente asaltado y maniatado mientras recorra la sala.
No pudo ver a su atacante, que una vez lo hubo maniatado le condujo hasta el lugar donde fue
hallado, dejndolo sin capacidad para defenderse. Despus sinti que le aplicaban a la nariz alguna
droga, algo que ola muy fuerte, y ya no recordaba nada salvo el momento en que lo rescataron del
sarcfago. Eso fue lo que declar. Pero en aadidura a lo dicho por el agente Smith se produjo poco
despus otro descubrimiento. Los tres hombres que haban quedado en la sala etrusca, con el
cometido de examinarla minuciosamente, encontraron una especie de vestuario de pera compuesto
por un sombrero de copa, una levita, unos pantalones y un par de botines con polainas. Todo eso
apareci tras una estatua, habiendo pasado inadvertido, desde luego, a la inspeccin anterior a la de
aquellos tres empleados del museo. Ya tenan la prueba en la que habran de basarse las
investigaciones subsiguientes. Luego decidi la direccin del museo que se cerrase la sala egipcia,
bajo la excusa de que se hacan all unas reparaciones, sin que se pudiera obtener ningn dato
relevante ms por parte de los que haban estado de guardia en el museo la noche anterior. El
inspector, el sargento y el bombero juraron solemnemente que haban acudido como era normal a la
sala egipcia, cada hora de la noche, sin que percibiesen ninguna alteracin y encontrando siempre en
su puesto al agente all destinado. Smith jur, sin embargo, aunque con idntica solemnidad, que lo
haban drogado durante la primera hora de su guardia, y arrojado despus al sarcfago de la momia.
Todo fue cuidadosamente ocultado a los peridicos, aunque el museo se vio lleno de detectives
en los das que siguieron. Dos semanas despus de los hechos la sala egipcia segua cerrada, pero
ciertas personas bien informadas, o simplemente agudas, de las que estaban en el secreto del caso,
comenzaron a sospechar que aquella situacin no podra mantenerse igual durante mucho ms tiempo.
As que algunos empezaron a ver al agente Smith como un sospechoso. Y fue en ese punto cuando
consideraron que la desaparicin del vaso Rienzi, una pieza mundialmente famosa, era cosa digna de
comunicarse al pblico en general, no sin decir que las ms altas autoridades estaban dispuestas a
recuperarlo, y que se haba probado ya suficientemente que ninguno de los que se encargaron aquella
noche de autos de la vigilancia del museo estaba implicado en la desaparicin.
Apenas se hizo el anuncio menudearon las teoras que trataban de dar una explicacin al caso.
Algunos sostenan que en realidad el vaso nunca haba salido del museo, mientras otros aseguraban
que tras el robo estaba algn gobierno extranjero.
Al margen de cualquier explicacin verdadera, el secreto era guardado celosamente por los altos
oficiales concernidos en la investigacin, por los que saban la verdad, unos pocos, comunicndose
que, una vez hallado el vaso Rienzi y resuelto el caso de su desaparicin, volveran a abrirse al
pblico las puertas de la sala egipcia.

Ahora que ya vuelve a ocupar el vaso el lugar que siempre ocup, no veo objecin alguna para
que cuente cmo fue que el famoso vaso Rienzi permaneci en mi poder durante doce das Y si hay
alguna objecin pues lo siento mucho Ustedes deben saber, en cualquier caso, que no soy un
ladronzuelo al uso, ni un piernas cualquiera Soy una persona de buen carcter y muy respetuosa, y
mi negocio consiste, digamos, en la deteccin de las debilidades en la vigilancia de cualquier
institucin, aunque no reclame mis servicios, instituciones a las que cobro por mi trabajo una
cantidad modesta. Una vez, por ejemplo, descubr que cierta y muy valiosa tiara guardada en un
museo francs corra serio peligro pues haba muchas deficiencias en su custodia, por lo que decid
sustituirla por una copia mientras se proceda a resolver aquellas deficiencias. Las autoridades
prefirieron no pagarme lo acordado, sin embargo, y todo el mundo sabe que mi excelente copia de la
tiara fue ratificada como tal falsedad por los expertos. Pero all ellos con su conciencia y con sus
sentidos, si creen de veras que la tiara autntica es la que exhiben.
Del mismo modo me traje de El Cairo una momia histrica, a la que haba sacado de su
enterramiento, pero todos supusieron que se trataba de una de mis falsificaciones, cuando la
falsificacin yaca en el sarcfago, obra de un excelente artesano de Birmingham, y pronto cerraron
el caso. As que me largu de El Cairo sin ms, con la momia autntica. No puedo, sin embargo,
sentirme orgulloso de aquello, pues en realidad no tuve que ser muy sutil, todo lo contrario, fui
bastante tosco. Pero el caso del vaso Rienzi s me llena de orgullo, debo decirlo Ustedes juzgarn
mis procedimientos una vez haya contado cmo hice aquel negocio.
Han de saber antes, sin embargo, que lo primero que descubr, en lo que a las deficiencias del
Great Portland Square Museum se refiere, fue que los grandes nichos de la pared, en los que estaban
los sarcfagos de la sala egipcia, mostraban un gran abandono. Me di cuenta de ello una tarde. Cierto
caballero, del que no dir el nombre, mostraba los tesoros de la sala a un grupo de damas. Se haba
dejado abierto uno de los grandes nichos y contaba a las damas dnde haban aparecido los hermosos
abalorios que tena en sus manos. Estaba a muy poca distancia de m, pero como me daba la
espalda fue suficiente. La llave estaba en el manojo que penda de la cerradura de una gran puerta
de cristal que haba ante los nichos. Considerarn ustedes que aquel hombre no haca bien su trabajo,
pero sean comprensivos La presencia de cuatro encantadoras damas americanas hubiese turbado a
cualquiera Excusmosle, pues!
Confieso, y me avergenza decirlo, que hice un poco de ruido al tomar el manojo de llaves, por
lo que alguna dama se volvi a mirarme Pero aquel hombre, encantado con sus conocimientos de
egiptologa, y no menos encantado con la visita de las damas a las que atenda, cmo iba a reparar
en aquello, cmo iba a sospechar algo? Luego pas entre el grupo de damas, pidindoles perdn muy
educadamente, y me fui de all con una buena copia de la llave hecha en cera. Lo dems fue sencillo.
El plan era simple. Saba que varios pelotones de policas vigilaban el museo por la noche, y que
cada sala sola serle asignada al mismo hombre cuando le tocaba guardia. Luego me di cuenta de que
eran tres los pelotones de policas que se encargaban de la vigilancia del museo, por lo que los
agentes que los componan libraban all dos semanas despus de haber hecho guardia una. Hice una
observacin detenida de todos ellos, durante das, a la hora en que llegaban al museo; hice una
observacin detenida de cada uno de los siete hombres que componan cada pelotn, antes de
decidirme por el que ms propicio me pareciera.
El primer polica en el que me fij era bajo y fuerte, por lo que me hubiese resultado un fardo, un
mal trabajo. Observ atentamente sus movimientos, lo que me sirvi posteriormente para tener un
buen conocimiento de lo que hara en su patrulla otro agente, Smith, del que descubr a qu bar
acuda antes de entrar de servicio. ste era un tipo alto y delgado, y a veces un tanto insolente. Pero
supe cmo ganrmelo, pues soy buen fontanero y adems generoso con el dinero, lo que dobleg su
mal carcter.
Pas toda una semana, tarde tras tarde, en compaa del agente Smith, en el bar, tiempo en el que
pude hacer un estudio completo de su personalidad, bastante anodina, por cierto. Y una tarde decid
entrar en el museo, con una barba postiza, disfrazado a la manera de un caballero antiguo, con mi tos
no siempre forzada, y me dirig a la sala egipcia para asegurarme de que, como supona, segua all
cierto sarcfago, una vez comprobado lo cual baj a la sala etrusca.
Anduve por all durante media hora, ms o menos, pero el empleado encargado de la sala no se
mova de su silla. Saba, sin embargo, que se trataba de un empleado que ocupaba aquel sitio en
sustitucin de otro que haba salido a tomar el t, pues gracias a Smith conoca suficientes
pormenores acerca del museo como para tomarme las cosas con calma aquella tarde a la espera de
que su compaero regresara. Por suerte ocurri algo que sirvi muy bien a mis propsitos. Apareci
por all el jefe y dijo un nombre: Robins!
Robins se levant al instante y en menos de quince segundos me transform. Me quit la barba
rala y el mostacho, los botines con polainas, la levita, el viejo sombrero para la pera, y en un
momento me dispuse a ser el agente Smith, aunque vendado como una momia.
Dej lo que me haba quitado tras una gran estatua, donde a nadie se le ocurrira mirar de
primeras. No haba un segundo que perder. En el ltimo nicho, en el ltimo sarcfago, saqu una
careta de goma con las rudas facciones del agente Smith, que me sujet bien a las orejas, y as, yerto
de piernas y de brazos bajo las vendas sobre las cuales me haba puesto el disfraz de opereta, me
convert en una momia que llevaba mucho tiempo muerta Una momia, sin embargo, tumbada sobre
una cartera de piel.
Un trabajo muy divertido, se lo aseguro aunque uno est acostumbrado a hacerlo. No tard
mucho en regresar a la sala el encargado. No me haba visto salir, pero, como era de prever, tampoco
poda estar seguro de que no lo hubiera hecho. Mir suspicaz a su alrededor, pero no me vio, claro.
Lo bueno empez realmente dos horas ms tarde, cuando un agente de polica repas los nichos y los
sarcfagos con la luz de su linterna.
Cre que mi corazn se parara del todo mientras iluminaba mi mscara, pero aquel pobre
estpido se conform al momento y o sus pasos alejndose hacia la puerta. Esper a que fuese a
apagar la luz de la sala etrusca, y entonces Bien, sal del sarcfago y me escond en un nicho
anexo, que estaba vaco, el ms prximo a la corta escalera que llevaba a la galera romana. Tos un
poco Cielos! El agente baj a tal velocidad que en un segundo recorri prcticamente media sala.
Luego comenz a enfocar con su linterna hacia los nichos y los sarcfagos, pero lo cierto es que para
entonces ya haba alcanzado yo la galera romana.
Estaba apagada la luz elctrica en la sala etrusca, pero como la noche era clara entraba luz
suficiente por la ventana como para que pudiera moverme bien en la galera, donde an haba una
lmpara encendida; apagndola podra ver incluso si alguien acuda hasta la puerta en que
desembocaba la galera, as que me acerqu al interruptor y la extingu. Luego fui por la galera hasta
una columna con su correspondiente capitel, que llegaba hasta el techo de la galera, a la que
comenc a subirme.
Lo tena todo bien planeado, como podrn imaginarse No obstante, debo confesar que senta un
poco de miedo all, encaramado al capitel de la columna, sujetando mi cartera de piel con los
dientes. Y mucho ms miedo sent cuando entr el sargento en la galera y el agente subi desde la
sala etrusca para encontrarse con l.
O que conversaban apresuradamente. Luego se encendieron de golpe las luces y o un silbato.
Era una tontera que me asustase, porque lo esperaba. Muy pronto llegaron los dems policas, y
aunque estaba fatigado por mi escalada, me esforc en otra acrobacia ms.
El capitel de la columna no estaba a mucha distancia de la balaustrada de piedra de la primera
planta, donde estaba la sala egipcia, y el pasamanos que rodeaba la galera romana no tendra ms de
once pulgadas de anchura, a unos cuatro pies por debajo del techo. Salt con mucho cuidado de la
columna al pasamanos, en un punto donde no podan verme los que ya se haban reunido en la sala
etrusca, y asindome fuertemente con las manos, y apretando el cuerpo contra la pared, consegu
alcanzar la balaustrada. Como el agente Smith haba corrido raudo al or el silbato del sargento, hice
tranquilamente mi entrada en la sala egipcia, y us cierta llave que tena para abrir una urna muy
especial Luego me escond tras un sarcfago.
Pobre agente Smith! Lamento haber tenido que actuar as. Pero diez minutos despus de que se
cerraran las puertas de las salas, sal a hurtadillas de mi escondite, le ataqu por la espalda y lo
derrib al suelo, todo ayudado por las vendas que me cubran, pues impedan que mis pies levantaran
ruido en el piso de madera de la sala. Tena yo un pauelo en mi cartera, que satur rpidamente con
el contenido de una ampolla que haba guardado junto a la careta.
Le puse las rodillas en la espalda y le at las manos con un nudo que cualquiera puede ensearle
a hacer a uno, a cambio de una peseta[73], en un lindero de Tnger. Como era un hombre musculoso,
trat de volverse contra m, su atacante invisible; pero le apliqu el pauelo a la boca y a la nariz, y
apenas pudo exhalar unos gritos inaudibles. Pronto qued inconsciente, y hube de trabajar rpido
antes de que el inspector hiciera su ronda. El sarcfago de la momia estaba en el suelo, no en un
nicho, a pesar de lo cual me cost un gran esfuerzo arrastrar al polica hasta all y meterlo en la caja,
hecho lo cual cerr las puertas acristaladas que haba frente a los sarcfagos. A toda prisa me puse el
uniforme del agente, terminando de hacerlo justo cuando o la llave del inspector en la cerradura de
la puerta de acceso a la sala. Fue muy duro, pero Ah, qu gran profesin la ma!
Lo dems result mucho ms sencillo. En las amarillentas vendas de la momia llevaba
escondidas las herramientas necesarias, y en mi cartera de piel tena el falso vaso de Rienzi. La urna
circular donde se conservaba la pieza autntica me ofreci algn problema. Hasta cinco veces hube
de guardarme las herramientas y esconderlas, por coincidir con la entrada del inspector en la sala
durante su ronda, hacindome pasar por el agente Smith, amparado yo por la penumbra, por la escasa
luz de la linterna. El pobre agente Smith comenz a quejarse alrededor de las seis de la maana, por
lo que tuve que aplicarle de nuevo el pauelo con una nueva dosis de medicamento. Tena que
mantenerlo dormido al menos una hora ms.
Me largu de all junto a los dems policas por la maana, con el vaso autntico en mi cartera.
Lo que sigue es breve. Claro que los detectives pusieron manos a la obra, pero Bah! Soy
demasiado viejo, un pjaro muy experimentado, como para dejar pistas. Eso es cosa de aficionados.
Trab contacto en privado con los responsables del museo, imponiendo mis condiciones.
Supusieron, sin embargo, que tenan alguna pista, y lo retrasaron todo durante una semana ms. Lo
hicieron para interrogar al pobre agente Smith, que no pudo decirles una palabra, simplemente Fue
muy gracioso, s Pero como en realidad slo queran que el vaso volviera a exhibirse donde
siempre haba estado, para evitar el consiguiente escndalo, se avinieron al fin a pactar conmigo para
que se lo devolviese.
EL SEOR DE LOS CHACALES
(Lord of the Jackals, 1918)[74]

Por aquellos das, naturalmente (dijo el agente francs mirando al mar de Yssuf Efendi[75], cuyo
oleaje casi alcanzaba la balconada desde la que se contemplan a la luz de la luna los lejanos
minaretes de El Cairo que sealan el camino hacia Dios), no ocupaba yo la posicin que tengo en el
presente. No, yo era demasiado joven entonces, adems de ambicioso; en realidad aspiraba a grabar
mi nombre en los anales de Egipto, como lo est el de Lesseps[76].
Mi idea la misma que sostenan otros entonces era la de expandir las fronteras de Egipto
Amigos mos, Egipto, despus de todo, no es ms que un doble cinturn de barro que se extiende a lo
largo del Nilo, limitado por el desierto tanto al este como al oeste. El desierto! El sueo de mi vida
era acabar con el desierto, con el desierto hambriento y grisceo; mi plan, un plan estpido, ahora lo
s, pasaba por ampliar el frtil Fayum y expandir su oasis Cmo hacerlo? Ah!
Pero cmo desenterrar todos aquellos esqueletos? Sera difcil de hacer; nunca podra hacerse;
no obstante, permtanme que no les aburra contndoles cmo me dispuse a hacerlo Baste decir que
mi ambicin me llev a organizar una caravana bien pertrechada con la que llegar al corazn mismo
del desierto.
Yo era muy ambicioso, ya lo he dicho; tena slo diecinueve aos, me faltaba poco para cumplir
los veinte A esa edad, un hombre llegado a Egipto desde St. Rmy no teme nada, no ve obstculos,
no repara en los malos hados que puedan salirle al paso en los caminos; a esa edad, un hombre
contempla el mundo como un buen racimo de uvas que se dispone a saborear en toda su dulzura, sin
reparar en otra cosa.
Por aquellos tiempos haba aprendido yo, de su Rudyard Kipling, que el Oriente es el Oriente
Estaba en ese tiempo, pues, subyugado por los misterios de Egipto acerca de los que tanto se ha
escrito, acerca de los que tanto se escribe, y acerca de los que tanto se escribir, pero sobre los que
muy pocas personas saben algo realmente Muy pocas personas
As pues, yo, Ren de Flassans, vi con mis propios ojos algo contra lo que la razn debera
rebelarse, algo que mi pobre inteligencia europea no poda explicarse, ni mucho menos aceptar sin
ms.
No me han pedido que les hable de eso? Pues lo har con sumo placer, porque s que hablo con
hombres honorables, y tambin porque s que me har bien hablar de ello ahora que tengo gris la
barba y an recuerdo cun barbilampio era en aquel tiempo, y cun fuerte y capaz, sin embargo, me
crea.
Una noche, finalizado ya un da que haba sido francamente duro, bajo un cielo en el que pareca
reflejarse el fuego del infierno, me dirig a caballo hacia un campamento rabe, en compaa de mis
nativos.
Eran beduinos no viene al caso ahora de qu tribu, y como sabrn ustedes, los beduinos son
las criaturas ms hospitalarias que Dios haya creado jams. La tienda del jeque siempre est abierta
a cualquier viajero que necesite descansar y recuperar la fuerza de sus miembros agotados. All
podr disfrutar adems de todo cuanto de bueno pueda ofrecerle la tribu, comida, bebida y
compaa Y por si fuera poco, si pretende pagarles, no har otra cosa que ofender su
caballerosidad.
As es la hospitalidad en el desierto. Una lanza clavada ante la tienda significa que cualquiera
que alce su mano contra el husped tendr que vrselas con el jeque. De igual manera, levantar una
tienda en las proximidades de un campamento de beduinos es un insulto para stos.
Bien, amigos mos; todo eso me resultaba plenamente sabido, pues no era yo un extrao entre
quienes llevan una vida nmada, as que, sin miedo de las miradas realmente fieras que observaban
nuestro acercamiento, present mis respetos al jeque Sad Mohammed, siendo de inmediato
reconocido por l como amigo y hermano. Puso una tienda a mi entera disposicin y regal
igualmente con manjares a los que iban conmigo.
Han visto ustedes cmo cae la oscuridad en Egipto? De repente parece el cielo un lienzo
brillante, gloriosamente pintado con todos los colores del arte, y despus cae de all un teln, que es
como un maravilloso velo de color violeta; las estrellas brillan al poco como diamantes sobre ese
teln y la noche adquiere matices aterciopelados; la noche es ms violeta que negra. Pueden
observarlo incluso aqu, en nuestro tan ruidoso El Cairo. Pero les aseguro que en el desierto todo
esto se incrementa al menos diez mil veces, y se hace diez mil veces ms inmenso, diez mil veces
ms impresionante Es algo que habla al alma con la voz del silencio Ah, esas noches del
desierto!
As fue la noche de la que hablo; despus de compartir la cena con el jeque y hay que decir que
las cenas de los beduinos no estn hechas para estmagos delicados, me deleit an ms con el
caf aromtico, de gusto exquisito, un autntico nctar, y despus con la contemplacin de las cuatro
o cinco palmeras de aquel oasis, que vea desde la entrada de la tienda, y tras las cuales esa gris
alfombra del desierto tomaba entonces un tono de bano que pareca ir a unirse con el violeta fuerte
del cielo.
Quiz fui el primero en verle, no puedo decirlo taxativamente Pero bien es cierto que no lo
vieron los beduinos, aunque uno de ellos montaba guardia a la entrada del campamento.
Cmo podra describirlo? A medida que se acercaba bajo la luz de la luna pareca caminar con
pasos torpes, dudosos; mi primera sensacin fue la de que nunca haba visto algo semejante. Y de
inmediato supe cul era la causa de mi asombro, y de mis dudas Aquello, aun sin saber de qu se
trataba, me produjo un espanto y una repulsin indecibles, aterradores en s mismos.
Tena bucles de elfo, de un gris sin brillo, que le caan sobre el rostro anguloso, de modo que lo
que ms resaltaba en l eran sus ojos amarillos. Vesta andrajos. Mostraba una actitud furtiva y
pareca realmente frgil, sobre todo visto en aquella vastedad.
Apenas apareci, los perros del campamento percibieron su presencia, ladrando y gruendo a
cuanta sombra vean junto a las tiendas, cuando hasta entonces haban estado tranquilos. Nunca antes
me haba sido dado ver una cosa como aqulla. En medio de tal maraa de sombras, de reflejos
amarillentos y de ladridos y gruidos, aquel anciano exhal un grito ahogado.
Levant raudo el palo que llevaba en la mano y sal de la tienda. Otros hicieron lo mismo, y
tambin me vi rodeado de los perros, que gruan y ladraban incesantemente. Llegu el primero y de
inmediato me detuve ante l, que alz la cabeza.
En silencio me dio las gracias, con los ojos entornados, y de su garganta sali un sonido extrao,
gutural, mientras juntaba las manos y se las llevaba as a los labios.
Ante una tienda que estaba unas pocas yardas ms all, haba una tinaja de barro llena de agua.
Alc el palo para espantar a los perros ms agresivos, los que mostraban sus colmillos al anciano,
prestos a atacarlo, y lo llev hasta all para darle agua, con la que se moj los labios resecos.
Quienes me rodeaban observaban un silencio extrao; slo se alz un rumor de voces que no
entend, aunque mi conocimiento del rabe era bueno ya entonces, cuando llev al anciano de un
brazo para que no cayese pues sus pasos seguan siendo inseguros. Pero not que todos guardaban
una distancia, no saba si precavida o respetuosa, del anciano al que haba socorrido y de m.
Entonces, abrindose paso entre los que as estaban, se hizo presente el jeque Sad Mohammed.
Salud al extrao con un respeto reverencial y le pregunt si deseaba pasar la noche a resguardo.
El anciano neg con la cabeza sealando a la tinaja de agua, y por mostrar sus dientes
amarillentos vimos que quera algo de comer.
De inmediato le fueron servidos los alimentos. Los guard entre sus harapos, tom agua de la
tinaja en una cantimplora, y sin mirar a los rabes se volvi hacia m. Se toc con una mano las
cejas, los labios y el pecho para saludarme; y sin decir una palabra se dio la vuelta y se fue con su
andar extrao, trastabillando, a punto de caer.
Los perros del campamento aullaron entonces y se hizo un silencio, que no puedo calificar sino
de raro, entre los rabes y yo. Todos mirbamos aquella silueta que se alejaba lentamente, y as
estuvimos hasta que se perdi de nuestra vista en la oscuridad del desierto. Los beduinos, siempre en
silencio, volvieron entonces a sus tiendas.
Sad Mohammed me tom de una mano y con pocas pero muy sentidas palabras me dio las
gracias por haberle salvado del deshonor, as como a su tribu. Es preciso que diga que no daba
crdito, que me senta anonadado? Alguna vez se han encontrado ustedes, amigos mos, a un beduino
tan caballeroso y noble como el ms noble entre todos los nobles franceses, y a la vez fiero como un
len, y galante como una mujer, que les d las gracias por haberle servido de manera al parecer tan
sabia?
Dos de los perros, sin que pudiramos evitarlo, haban seguido al anciano; de repente o sus
ladridos desde la distancia; y despus unos aullidos lastimeros, a los que siguieron un coro de
gruidos salvajes y aullidos no menos aterradores, el de los chacales Nunca antes haba odo algo
como aquello durante mi vagar por el desierto Siguieron oyndose mucho rato los aullidos de los
chacales, sin que se dejaran sentir ms los de los perros, ni sus ladridos. Los perros no regresaron al
campamento.
Mir a mi alrededor, para preguntar al jeque qu significaba aquello, pero no estaba.
Preguntndome ansioso qu supona aquel incidente, entr en la tienda que estaba al final del
campamento, la tienda que el jeque haba puesto a mi entera disposicin para que descansara, y me
tumb, ms para pensar en lo ocurrido que con la intencin de dormir. Pero en mi mente se mezclaban
y confundan aquellos ojos amarillos, el aullido de los chacales, el ladrido de los perros Y as me
lleg el sueo.
No sabra decir cunto tiempo dorm, pero s que me despert el fro tacto del amanecer
inminente, que levantaba la arena del desierto. Una luz gris e incierta iluminaba la tienda, y algo
pareca rascar su tela.
Me levant de un salto, tom mi revlver y me dirig a la entrada para ver qu era aquello.
Una sombra esquiva se desliz entonces entre las tiendas que haba prximas a la ma, y me dije
que seguramente haba sido un perro el que la rascara. En el silencio de la maana se dej sentir
entonces una llamada fantstica, un grito extrao, y mir hacia el este, por donde apenas se levantaba
el da, para ver slo una silueta oscura, una figura solitaria e inmvil algo ms all del campamento.
Por aquel tiempo, amigos mos, yo era un muchacho valiente Todos lo somos a los diecinueve
aos Me ech una capa sobre los hombros y me dirig sin dudarlo hacia aquella figura inmvil.
Pero no haba dado ms de diez pasos cuando una mano suya me detuvo Era el extrao misterioso
quien me detena! De nuevo tan cerca de l, aprovech para preguntarle si haba sido l quien haba
merodeado por mi tienda.
Asinti y, mediante una suerte de pantomima grotesca y muda, me hizo saber que me haba
despertado para comunicarme algo Se volvi, haciendo un gesto con el que me peda que nos
alejramos del campamento. Le acompa sin dudarlo un segundo.
Nadie nos dio el alto, aunque haba un centinela de guardia; as, cien yardas ms all de la ltima
tienda del campamento, el anciano se detuvo y se volvi hacia m.
Primero seal hacia el campamento, luego me apunt con el mismo dedo, y despus hacia una
caravana que se diriga al Nilo.
Quiere decir le pregunt, aunque lo crea mudo o consagrado al silencio que debo
abandonar el campamento?
Asinti con sus ojos amarillos ms brillantes.
Ahora mismo? volv a preguntar.
Asinti de nuevo.
Por qu?
Mediante su mmica me hizo saber que sera preso de la muerte si no me iba de all cuanto antes,
si no abandonaba el campamento antes de que se dejara sentir el sol.
No creo poderles dar una sensacin siquiera aproximada de la locura en la que pareca hallarse
sumido aquel hombre. No obstante, cualquiera de ustedes comprender la importancia de los
consejos dados por los ancianos, aunque aquel viejo, que me pareca un orate, me inspiraba un
sentimiento de repugnancia del que no poda desprenderme.
Negu con la cabeza, aunque sin dar muestras de descortesa, y dicindole adis con la mano
comenc a alejarme de l; l, con ese brillo espantoso que tena en los ojos, y que no lograba
aterrarme, me salud gravemente y se fue hasta perderse de vista.
Aunque entonces no lo saba, acababa de escoger yo el sendero por el que ir a travs del fuego.
Dorm un poco ms tras aquella corta entrevista con el anciano si es que realmente aquello fue
un encuentro y no un sueo, y an cansado, como si no hubiese podido conciliar el sueo
realmente, vi al fin salir el sol en todo su esplendor prpura sobre las colinas lejanas.
Han tenido que soportar alguna vez, mis queridos amigos, un kamsn[77]? Supongo que no, como
tampoco habrn conocido el simoon[78] Un simoon en el corazn del desierto! Pues eso fue lo que
sucedi aquella maana Que se levant una muralla de arena tan alta que pareca desprenderse del
mismo sol, y tan densa que convirti el da en noche, y tan sofocante que llegu a pensar que no
podra sobrevivir.
Me pareci, sin embargo, que los beduinos saban de la proximidad de la tormenta y se haban
preparado para ello. Los caballos, los camellos y los asnos fueron puestos en una tienda grande para
mantenerlos a salvo de la tormenta de arena, y los hombres se cubrieron con sus capas, y sobre todo
cubrieron sus cabezas para hacer frente al terrorfico viento del desierto.
Dios mo! Era el mismsimo demonio quien me cegaba, quien me sofocaba, quien me
estrangulaba por el cuello y me atenazaba la garganta con sus duros dedos de arena. Aquello era,
supuse, el peligro que me aguardaba, que podra matarme, si no abandonaba el campamento antes de
que luciera el sol en lo ms alto.
Ciertamente, supuse que de haberme ido de all, siguiendo el consejo recibido de manera tan
extraa, habra podido ponerme a salvo y regresar a la aldea del gran oasis, de donde haba partido.
Pero pronto me di cuenta de que el simoon era un peligro menor, no ese del que realmente me haba
avisado aquel anciano.
As, pas la tormenta, y cada uno de los hombres del campamento dio gracias a Dios por
habernos salvado. Y entonces, cuando nos afanbamos para que el campamento volviera a estar como
antes, la vi Si quieren, pueden leer esta historia, pues fue recogida por H. M.[79], que la escribi e
hizo llegar por correo tras muchas horas de duro trabajo.
Sakna sali de la tienda del jeque Sad Mohammed para sacudir la arena a una de las alfombras.
El sol reciente extraa brillos de los brazaletes que luca en sus brazos oscuros mientras sacuda
aquella colorista alfombra a la entrada de la tienda. El sol extraa tambin brillos de las trenzas con
que llevaba recogido el cabello, y de su vestido ligero, y de los aros de plata de sus tobillos, y de sus
pies pequeos. Creo que me transfigur al contemplarla; creo, amigos mos, que en realidad me
qued sin respiracin al verla. Entonces me mostr el sol sus ojos, que eran como dos lagos de
oscuridad misteriosa en los que se sumieron mis propios ojos, que no podan dejar de mirarla.
El rostro de aquella adorable doncella rabe se arrebol al ver que la observaba, y llev un trozo
de su vestido hasta los ojos para cubrrselos, entrando de inmediato en la tienda.
Fue slo una mirada, amigos mos, una sola mirada Pero ni el arco de Ulises hubiera podido
lanzar una flecha ms certera, ms mortalmente certera, como la que me lanzaron sus ojos. Recuerden
ustedes que tena yo diecinueve aos y provena de la Provenza Qu hubieran sentido ustedes ante
una mirada semejante, ustedes que han recorrido el mundo, que alguna vez tuvieron tambin
diecinueve aos?
De repente me sent enfermo, como si realmente me hubiera afectado la tormenta de arena, y
aprovechndome de esa hospitalidad del desierto a la que ya he aludido, me fui a la tienda que me
haba sido destinada.
En aquel encierro voluntario aprend poco de las cosas y actividades del campamento. Me pas
todo el da tumbado, pensando, soando despierto con aquellos ojos negros; y por la noche, cuando
se dej sentir de nuevo el aullido de los chacales, pens tambin en el anciano vagabundo que me
haba aconsejado marcharme de all. Al da siguiente segu all tendido; y al otro, lo mismo. Me
atendan las mujeres de la tienda de Sad Mohammed, cubiertas todas por el velo, naturalmente. Pero
aguardaba en vano la entrada en mi tienda de aquella cuya ausencia haca que aumentara mi fiebre
por verla; aquella a la que en mis sueos le brillaban los ojos como antorchas, aquella de la que
ansiaba los pasos de sus pies pequeos dirigindose a mi tienda sobre la arena, escuchando
cualquier paso a lo largo de las horas, siempre en vano.
Pero a los diecinueve aos resulta uno poco accesible a la desesperacin, y las esperanzas que se
tienen a esa edad, capaces seran de hacer frente a la propia muerte. Fue cuando se cerna la cuarta
noche violeta, mientras me hallaba tumbado, en cierto modo avergonzado de m mismo por la
decepcin que pareca ir apoderndose de mi corazn poco a poco, cuando entr en mi tienda.
Lo hizo llevando un poco de sopa en un cuenco, y la vi en la entrada de la tienda, transparente su
vestido bajo los rayos de aquel sol que iniciaba su declive.
Mi conciencia dej de atormentarme entonces. El corazn comenz a latir con tal fuerza en mi
pecho que pareca ir a derribarme, a m que haba sobrevivido sin mayores esfuerzos a una tormenta
de arena.
A uno le hierve la sangre a los diecinueve aos, amigos mos, sobre todo cuando lo miran unos
ojos tan brillantes como los de aquella muchacha.
Con su rostro modestamente velado, la doncella beduina se arrodill ante m, poniendo en el
suelo el cuenco de madera en el que llevaba la sopa. Mis ojos rompan su yashmak[80], en un intento
de observar su rostro, aunque all estaban sus ojos descubiertos, sus gloriosos ojos que se negaban a
mirarme de frente. Mi corazn o acaso era mi vanidad? me deca que, no obstante, me
contemplaba a hurtadillas con inters, aunque no se senta cmoda, desde luego, en mi compaa, y al
cabo, sin haber dicho una palabra, sin haberme mirado francamente, se levant para irse de mi
tienda, momento en el que alargu mi mano para tomar la suya.
Entonces s me mir de frente, como una gacela asustada, y se fue de all.
Se fue, s, y mi alma se fue con ella. Segu tumbado durante horas, sin preocuparme del alimento
que ella me haba llevado; slo pensaba, soaba despierto con sus ojos. Qu haba sido de mis
planes? Cmo puede uno seguir albergando planes a los diecinueve aos cuando hay por medio dos
ojos luminosos y arrebatadores?
S, amigos mos No osar hablarles ms de mis expectativas de entonces, ni siquiera de
aquellas que hasta ese momento haban sido lo ms importante de mi vida Es tan glorioso tener
diecinueve aos y ser de la Provenza! Nada puede haber tan glorioso cuando se es joven, nada en el
mundo, cuando el fruto de los rboles parece al alcance de la mano y no se tiene conciencia del
pecado. S, cuando uno mira atrs se da cuenta de que a los diecinueve se es un autntico pcaro, un
briboncillo.
Las beduinas son mujeres cuando las europeas an son nias. Sakna, cuyos ojos podan penetrar
hasta el alma de un hombre, slo tena doce aos Doce! Podran imaginarse ustedes a una nia de
doce aos teniendo a merced de sus manos el corazn de un hombre enamorado, un hombre que
dejaba volar su imaginacin entre las trenzas de aquella muchacha virginal?
Ustedes, amigos mos, acaso sean capaces de entenderlo, porque conocen el Oriente, y a las
mujeres del Oriente Muchas de ellas son adorables con slo diez u once aos Pero a los veinte
casi todas estn ya ajadas, absolutamente pass Y a los veintisis, todas, salvo notables
excepciones, son como odres viejos y gritones.
Pero para ustedes, mis otros amigos, tan ajenos a las maneras del Oriente, no obstante lo cual
saben que los melocotones tienen una hora muy corta de dulzor, resultar extrao, incluso horrible,
que yo amara con todo el ardor que entonces me era propio a tan pequea y virginal rabe, que de
haber nacido en Francia an no habra concluido la escuela primaria. Pero no quiero caer en
digresiones
Los rabes haban acampado cerca de un arroyo, naturalmente Corra por una leve depresin
que haba tras las palmeras, y all, cuando el sol se pona, iban las mujeres con los cntaros sobre la
cabeza, misteriosas bajo sus velos, graciosas en su caminar.
Son muchos los melocotones que se han podrido desde aquel lejano da, pero puedo asegurarles
que an hoy, s, an hoy, soy esclavo del misterio que se esconde bajo el velo de las mujeres
egipcias. Puede que lo que digo sea depravado, inconveniente, sucio Pero les aseguro que la figura
de una mujer egipcia con el cntaro en su cabeza, con su manera de caminar, lenta, sinuosa,
mayesttica, cuando se dirige al pozo oscuro, es una figura que encadena y atrapa la imaginacin.
Muy pronto, pues, se rompe esa barrera de reserva, como la cortina del harn, que separa a la
mujer oriental del amor. Arroj al viento mis triviales escrpulos, lo que quiere decir que aun
sintindome dbil sal a disfrutar del frescor de la noche. Eso fue dos das despus de que ella
entrase en mi tienda.
Mis pasos, pueden estar ustedes seguros, me llevaron al arroyo. Y ustedes, hombres de mundo,
sabrn que Sakna, a pesar de los reproches que le hacan las mujeres del servicio del jeque, a pesar
de lo que le afeaban que no cumpliera con sus deberes, sera la ltima de ellas en acudir en busca de
agua.
La imaginaba diciendo mi nombre Ren Cun dulce tendra que sonar en sus labios, aunque
no pronunciase la n precisamente a la manera provenzal Y al cabo, aunque aquel lugar al que iban
las mujeres en busca de agua fuese un autntico gineceo, nadie supo de nuestros encuentros, como
pasaron igualmente inadvertidos en el campamento.
Con su cntaro en el suelo, a su lado, esperaba sentada mi llegada abriendo mucho aquellos ojos
maravillosos que tena, y se entregaba a mis palabras apasionadas como se rinden a la brisa los
juncos y las caas de las riberas del Nilo. Era su alma como el pimpollo de una flor, el amoroso
instrumento en el que hice sonar la msica del xtasis. Y cuando me ofreca sus labios Ah! Qu
grandiosas noches en aquel desierto al que me senta atado! Dios es bueno con los jvenes y cruel
con los viejos.
Siempre junto a su padre, el hermano de Sakna era el mejor caballista de la tribu, y pareca
volar a lomos de su blanca yegua. Yo me admiraba en la contemplacin de tan gloriosa criatura como
lo era aquella yegua, amigos mos, e hice cuanto pude por granjearme su confianza.
Apenas en dos semanas vi cumplidos mis planes hasta cierto punto, al menos. Como al fin
fracasaran, igual que se fueron al traste todas mis expectativas, no tengo inconveniente en hacerles
partcipes de los detalles, caballeros, y as les dir que apenas una hora antes del amanecer de cierto
da, cort las amarras con que la blanca yegua estaba atada a los camellos, y sin ser visto ni odo me
llev a tan hermosa criatura sobre la silenciosa arena, hasta alcanzar una depresin del terreno donde
la mont para galopar y hallarme pronto a mil yardas de distancia del campamento.
El beduino que estaba de guardia tena consigo una calabaza llena de erksoos[81]. Como fue
Sakna quien se la prepar para la guardia, aprovech la ocasin y le puse en el erksoos unas cuantas
gotas de cierta medicina que llevaba entre mis cosas.
Faltaba una hora para el amanecer, pues, y me encontraba junto a la yegua, a prudencial distancia
del campamento, tratando de ver y de orlo todo; faltaba una hora para el amanecer cuando al fin,
ella, por quien haba renunciado a mis planes, por quien corra yo el riesgo de ser vctima de la
venganza, justa venganza, de unos hombres que son los ms fieros del mundo que conocemos, vino
corriendo por las dunas y al llegar al leve valle se ech en mis brazos.
Cuando el sol estuvo ya en lo ms alto y llenaba de luz todo el desierto, llevbamos cinco horas
cabalgando, lo que no quiere decir, sin embargo, que estuviramos a ms de una hora del alcance de
los rabes. Conoca relativamente los caminos del desierto, pero aquel lugar fantasmagrico y
desolado al que habamos ido a parar por error me llenaba de oscuros presentimientos.
Todo en los alrededores, hasta donde alcanzaba la vista, pareca cubierto por piedra volcnica
salpicando las arenas que parecan levantar ms all confines en los que el desierto haca una
muralla de piedra y arena realmente temible. Aquella muralla de piedra y de arena tena en algunos
puntos tneles a modo de entrada; pens que podan ser tumbas prehistricas; no haba un pice de
verdor, nada creca en aquel terreno yermo, ni al norte, ni al sur, ni al este ni al oeste Todo era
desolacin, arenas, piedra, tonos ocres y grises Aquel lugar, aterrador por s solo, evocador de un
sentimiento antiguo de espanto y dolor, expanda ese hedor de remota y eterna mortalidad al que
hemos dado en llamar el polvo de Egipto.
Sentada ante m en la silla de montar, Sakna se volva para mirarme con su rostro inmutable de
felicidad, acariciando mi cuello con sus finos dedos oscuros. Pero me di cuenta de que comenzaban a
abandonarle las fuerzas. Se haca preciso descansar al menos un poco.
No haba seal alguna de que nos persiguieran, as que desmontamos y sent a mi gentil
acompaante junto a una roca que cubr con una spera manta y le ofrec agua.
No desayunamos otra cosa que pan y dtiles, lo nico que llevbamos aparte de las cantimploras
con agua, pero el pan, los dtiles y el agua son autntica ambrosa cuando se saborean entre besos
Ah, esa maravillosa locura de la juventud! A veces, amigos mos, tiendo a creer sinceramente que
el hombre que nunca ha sido malvado por amor tampoco ha podido ser feliz!
Imagnense el cuadro, all sentados los dos, juntos en semejante paisaje desolado que era para
nosotros, sin embargo, como un jardn preado de rosas; imagnense a dos enamorados como
nosotros comiendo tan escaso y pobre alimento como si fuera el mero alimento de los dioses
All estbamos, delirantemente felices, ajenos a todo lo que nos rodeaba, sin atender a que la
muerte poda segar en cualquier momento nuestros juegos bajo el sol, cuando de repente algo, s,
algo, me habl
Entindanme, caballeros; no quiero decir realmente que algo me hablara, en tanto que escuch
cualquier cosa perfectamente audible; lo que quiero decir es que de repente, aunque tena sus brazos
aterciopelados alrededor de mi cuello, me sent compelido a levantarme, lo que hice despacio E
igualmente despacio me volv a mirar en direccin a unas rocas negras que se alzaban ms all como
un muro.
Dios misericordioso! Mi corazn lata brutalmente, como me late ahora, todava, al recordar
aquel momento.
Inmvil como una estatua, pero en actitud incierta, como si pudiera derrumbarse de un momento a
otro, aquel que me haba prevenido, aquel que me haba aconsejado que abandonase el campamento,
estaba all, mirndonos con gesto adusto desde las rocas.
No s cunto tiempo estuve mirndole. Pero cuando me volv hacia Sakna la vi en el suelo,
yaciente y temblorosa, con la cara entre las manos.
Entonces, aquel anciano ominoso, que pareca incapaz de mantenerse en pie, salt de las rocas
con la agilidad de una cabra de monte y se dirigi raudo hasta donde nos encontrbamos.
Cubri velozmente la distancia de arena y piedra que nos separaba. Y cuando estuvo ante m
Bien, cualquiera de ustedes hubiera podido ver en sus ojos, como lo vi yo, el reproche, la ira, la
rabia semejante a la de un perro golpeado injustamente y sin misericordia por su amo No deca
nada, pero de los ojos amarillos de aquel vagabundo del desierto brotaba la reprobacin ms dura
No poda decirle nada, no me salan las palabras.
Sent que me echaba a temblar violentamente, como si adems del miedo me poseyera una
desazn indecible, a tal punto que hubiera dado por buena entonces la visita de la muerte, lo que me
hubiese liberado de aquella mirada insoportable, de aquel reproche hiriente.
Seal entonces hacia el horizonte, donde destacaban unas siluetas oscuras en la lejana.
Ca de rodillas ante Sakna. Era yo entonces una figura lamentable, plena de dolor, pobre y
penosa La locura de mi pasin amorosa me haba abandonado por completo; era un ser msero a la
sombra de aquel otro ser extrao que me haca reproches indecibles con su mirada. Ni siquiera me
salan las lgrimas, de tan aterrado; supe de mi culpa; comprend que no haba hecho otra cosa que
llevar hasta aquel desolado confn a Sakna para que muriese.
Aquel hombre cuyas maneras no se parecan en nada a las humanas, empez a balbucear como un
orate, empez a gesticular sealndome No creo que puedan comprender ustedes siquiera una
mnima parre de los sentimientos que me embargaban en aquellos momentos. Sakna se aferr a m
temblando de un modo que nunca, nunca, podr olvidar mientras viva Y su mirada Todava hoy
me remuerde; an en el presente me hiere recordarla
A la vez que se acercaban desde la lejana aquellas siluetas oscuras, salieron de sus escondrijos
esos lagartos del desierto que se confunden con las rocas y la arena.
Mi locura desesperada se incrementaba por momentos. Comprend que aquel ser no haba dejado
de vigilarme un solo instante. El viejo segua mirndome con sus ojos insoportables; Sakna, mi
dulce compaa, tambin se aterrorizaba an ms a cada poco, temblorosa de tal manera que la
descripcin resulta imposible.
Era evidente, sin embargo, que aquel anciano albergaba alguna intencin con respecto a m.
Gesticulaba sin parar, sealando a los rabes cada vez ms cercanos, y se volva despus a sealar
hacia las rocas que haba a su espalda Supuse, en cualquier caso, que era imposible huir, pues la
yegua no podra distanciarse de nuestros perseguidores llevndonos a Sakna y a m, justo entonces,
cuando ya oa el golpear de los cascos de los caballos de los rabes en la arena sembrada de
piedras, por lo que ansi en verdad que aquel anciano me estuviera sealando un buen lugar en el que
escondernos.
Me maldije entonces por haber hecho aquella pausa que nos haba puesto al alcance de nuestros
perseguidores. Ahora s, no obstante, que nos hubieran dado alcance aunque no hubisemos
desmontado donde lo hicimos. Pero entonces, urgido por la persecucin, tena que reaccionar de otra
manera.
Maldije tambin, en aquella mezcla de sensaciones que me invada, no haber hecho caso del
aviso que me dio aquel anciano miserable; y trat de convencerme, al tiempo, de que fue necesario
hacer aquel alto en nuestra huida porque la dulce nia a la que me llevaba necesitaba descansar, por
mucho que eso nos hubiera puesto a merced de nuestros perseguidores.
La partida, en nmero de cuatro jinetes, en cuya avanzadilla iba Sad Mohammed, estaba ya
apenas a cinco yardas de distancia cuando volv a sentirme en posesin de mis sentidos. El viejo
ermitao tiraba adems de mi brazo con fuerza e insistencia, lo que me hizo darme cuenta del peligro
inminente; sus ojos amarillos brillaban an ms que antes, aunque no obstante la locura que se vea
en ellos percib tambin su intencin piadosa.
Vamos! acert a decir tomando a Sakna en mis brazos. Escondmonos tras las rocas,
este hombre nos ayudar a hacerlo!
No, no! protest dbilmente ella. No me atrevo
Pero la alc en vilo con todas mis fuerzas, y corr desesperadamente con ella entre mis brazos.
La distancia que nos separaba de aquellas rocas que parecan una muralla era mayor de lo que
pareca y el terreno resultaba realmente impracticable, como dificultosa nos result la ascensin
Ya en las rocas, hubo de asistirme con su mano en muchas ocasiones nuestro gua, pues apenas poda
valerme porque llevaba a Sakna en mis brazos.
Sakna, sin embargo, senta autntico terror ante aquel hombre, y me pareci que tambin por el
lugar al que nos conduca. Cre sinceramente que estaba a punto de volverse loca de miedo. Cuando
el anciano se detuvo ante una apertura que haba en una gran roca, de no ms de quince pulgadas de
anchura, y agit sus brazos en el aire sugirindonos as que entrsemos, sus rizos lficos y grises que
le caan sobre los hombros, y sus brillantes ojos amarillos, intimidaron a tal extremo a Sakna, que
consigui desasirse de m y echar a correr hacia abajo, por la peligrosa pendiente.
No entrar ah! grit cuando le ped que volviera, extendiendo hacia m sus manos,
pidindome que regresara con ella. No quiero entrar ah, ese hombre nos devorar!
Al pie de la loma que conduca a las rocas, Said Mohammed, que ya haba desmontado de su
caballo, y que encabezaba la subida de los perseguidores hacia donde estbamos, sac entonces su
pistola y abri fuego
Es necesario que siga?
Hace de eso tantos aos que apenas puedo contarlos Pero permanecen tan frescos aquellos
hechos como si hubieran ocurrido ayer mismo, amigos mos Son ya muchos los aos que
contemplan mi soledad, seores, pues estoy solo desde que son aquel disparo Un disparo que
cambi para m la faz del mundo. All concluy mi juventud, tan abruptamente; all comenc a saber
quin era yo realmente, el mal que haba causado.
Ningn discurso humano puede ser tan elocuente como lo fue aquel disparo que hizo Sad
Mohammed, cuyo eco permaneci largamente entre las rocas, en la enorme expansin del desierto, a
travs de esos laberintos que nos circundan y en los que tantas veces nos vemos inmersos.
El destino se encarn as en el fuerte brazo del jeque, en su mano que apret el gatillo.
Un leve gemido, que no podr borrarse de mi mente, sali de los labios de Sakna, cada casi a
mis pies Y su sangre comenz a teir la dura roca sobre la que fue abatida.

***

El hombre que les hace esta descripcin y muestra sus emociones ante ustedes no es ms que un
impostor Desde aquel da, el mundo se hizo para m negro; cada una de las emociones que antes
me haban adornado qued paralizada.
Desde entonces, realmente, no oigo nada, no veo nada que no sea aquel cuerpo abatido, aquella
sangre cubriendo la roca negra, el amor agonizante que traslucan los ojos de Sakna Entre
sollozos me arroj sobre su cuerpo, y mientras exhalaba el ltimo suspiro de su existencia contra mi
pecho, supe, y que Dios se apiade de m, que lo que haba empezado como un dulce amor de juventud
era en realidad una tragedia vivida e insoportable. Sent que con su muerte se apagaban para m las
luces del mundo; supe que en adelante jams sentira el calor del sol ni la dulzura de la maana.
Aquel hombre de las cuevas, con la fidelidad propia de un perro, trataba de arrancarme del
cuerpo sin vida de mi amor para llevarme al lugar donde pretendi darnos cobijo para ponernos a
salvo de nuestros perseguidores. En mi estado tan parecido a un estado comatoso, apenas poda intuir
siquiera lo que pretenda decirme con sus balbuceos de orate Y lo apart de m a empellones,
maldicindole.
Los beduinos suban ya por las rocas, una vez salvada la loma, y estaban apenas a cien yardas de
donde me hallaba. Bajo aquella luz para m dudosa vi bien, sin embargo, el gesto brutal de Sad
Mohammed.
El anciano al que haba apartado violentamente de m volvi a tirar de mi brazo, sin embargo,
para llevarme a su cueva, pero yo segua postrado, abrazado al cuerpo de Sakna, incapaz de
reaccionar aunque vea cada vez ms cerca a mis perseguidores.
Not sin embargo que cesaban de repente sus esfuerzos por desasirme del cuerpo de mi amada, y
supuse que aquel anciano loco, incapaz de salvarme de quienes queran quitarme la vida, haba
decidido salvar al menos la suya.
Pero estaba equivocado.
No s si sera de recibo que me preguntasen ustedes por la magia de Egipto, pues ya ven cuntas
lgrimas me cost Aunque les aseguro, amigos mos, que no me avergenzo de haber llorado
tanto No tengo ningn inconveniente, en cualquier caso, en seguir hablando de ello Dnde est
la magia?, se preguntarn ustedes. Y yo les contestar que la magia estuvo en la conversin de mi
falso amor en una verdad terrible Pero hay algo ms, igualmente mgico Algo que me rode, de
lo que me imbu cuando estaba a merced de mis enemigos, esperando que me dieran muerte.
Detrs y sobre m, a todo mi alrededor, surgi entonces un lamento Seguro que han odo
ustedes alguna vez ese cntico beduino, el Mizmne, que dice as:

Ya men melek ana dri Waat sa jebb.


Id elish hoosa beb hatsa azt ta lebb[82].

No han odo que las flores caen de sus tallos cuando se canta esto de una manera muy sentida?
Si lo dudan es que jams han odo un lamento mgico.
Yo no albergo dudas, amigos mos Yo s escuch ese mgico lamento, que me envolva, tan
parecido al cntico Mi mente embotada comenz a repetirlo, como si quisiera corearlo, aunque
jams haba dicho hasta entonces aquellas palabras del Mizmne. Volv entonces la cabeza, y all, en
lo ms alto de las rocas, estaba el anciano de la cueva, extendiendo sus brazos hacia m.
Exhal de nuevo aquel lamento indescriptible. No era un lamento humano. Tampoco era un
quejido animal, aunque estaba ms prximo al mundo de los animales que al de cualquier raza
humana. Sus ojos brillaban entonces con un fulgor aterrador; su cuerpo corcovado adquira ahora un
significado difcil de comprender Se haba transfigurado.
Exhal su lamento una tercera vez, y de una de aquellas aperturas que haba en las rocas sali un
chacal. Sabrn ustedes que el chacal es una criatura que huye del da y se agazapa en la noche Sin
embargo, all estaba, bajo la luz dorada e imperiosa del da Y pronto otras siluetas oscuras como
la suya contrastaban contra la refulgencia del sol.
Se apoder de m una gran ansiedad por saber qu aconteca, pues al primer chacal haba seguido
otro, y a ste un tercero, y un cuarto, y un quinto He dicho un quinto chacal? No, quera decir
quinientos chacales O acaso cinco mil chacales.
De todo agujero, de toda resquebrajadura en las rocas, de todo cuanto ms recndito haba en
ellas, salan chacales temibles. Ya no me hice ms preguntas, pues me abandon el miedo. Olvid mi
tristeza, mi pesar. Qued supeditada mi inteligencia al imperio de los chacales del desierto. No vea
aqu y all ms que un mar de chacales movindose subrepticiamente, al acecho, protegindome
pues todos ellos sin excepcin volvan sus cabezas para clavar los ojos en los beduinos.
Y una y otra vez o aquel grito, ese lamento Los chacales, por miles, avanzaron lentamente
hacia los beduinos.
No haba lugar al norte o al sur, al este o al oeste, por el que no se expandiera aquella marea de
chacales. Y nunca hubo nada, al norte o al sur, al este o al oeste, que pusiera en fuga al jeque Sad
Mohammed Pero en aquella ocasin huy aterrado.
Vi galopar desesperadamente a los cuatro jinetes bajo el alto sol de la maana. La yegua blanca
en la que me haba fugado del campamento tambin huy tras ellos. Y el desierto se torn amarillo
por el reflejo de los ojos de los chacales. O por ltima vez aquel lamento y los chacales comenzaron
a regresar lentamente a los recnditos escondites de las rocas de los que haban salido.
Perdnenme, amigos mos, si les parezco un tonto emocionado Pero cuando me recuper de
aquel anonadamiento que me produjo un espectculo tan ajeno a lo que es natural, el mago, aquel
anciano, ya no estaba junto a m, haba desaparecido dejndome solo.
Pronto desaparecieron igualmente los chacales, no qued ninguno al alcance de mi vista. Cav un
hoyo con las manos y di tierra a mi amada muerta. No puse en su tumba una cruz, ningn smbolo,
nada que indicase que all reposaba su cuerpo. Pero s puedo decirles que dej mi juventud en su
tumba. sa fue mi ofrenda.
Dirn ustedes que, puesto que pequ tan gravemente, pues traicion la confianza del noble Sad
Mohammed, hu de all rpidamente en cuanto me fue posible hacerlo.
No, nada de eso, no podran saber ustedes la verdad.
Se preguntarn tambin qu fue de ese a quien deba gratitud por haberme salvado, y al que no
haba podido mostrar mi agradecimiento Bien, de l voy a hablarles.
Aos despus, no importa cuntos, pero valga decir que era yo por aquel entonces un hombre sin
ilusiones, mi vagabundeo de ave solitaria me llev cierta noche a un lugar raramente visitado por la
gente. Un lugar que estaba en una profunda depresin del terreno, un lugar muy parecido a uno en el
que me vea repetidamente en mis sueos, y del que ya les he hablado, y en el que vi, a medida que
me acercaba, unas pocas palmeras que parecan enseorearse de la arena.
Iba solo y me senta cansado. El lugar donde hacerme con agua, que se me haba acabado,
quedaba an a varias millas de distancia, segn lo que me era conocido; estaba escrito que habra de
pasar mucho tiempo y no pocas penalidades antes de llegar a un pozo, y me senta terriblemente
dbil.
Cuanto ms me acercaba a aquel lugar, ms percib los muchos buitres que llenaban el aire, lo
que me hizo dudar de que pudiese llegar al lejano pozo. Pero cuando desde lo alto de una duna tuve
una visin ms ntida del lugar, eso me hizo espolear a mi caballo para llegar all cuanto antes
Volando con el pnico en mi corazn.
La luna brillante llenaba con su luz aquella depresin del terreno y extraa de las palmeras densas
sombras cimbreantes sobre la loma que haba un poco ms atrs Vi entonces, para mi sorpresa, un
arroyo Y a muy poca distancia, fantasmagrica su presencia a la luz de la luna, el cuerpo sin vida
de un hombre.
Supe de inmediato quin era, aun antes de acercarme a l Y por si eso no era suficiente, tuve
una evidencia mayor: cuanto ms me acercaba miles de ojos se clavaban en m.
Dios! Todo estaba rodeado de chacales Mis amigos los chacales, comedores de carroa
Chacales silenciosos, vigilantes, que velaban al anciano sabio muerto. Al que en vida haba sido su
seor.
Has odo decir, vagamente, que el hombre posee algo inmortal que se llama alma, la cual
se supone que sobrevive a la muerte del cuerpo. Quiero que deseches esa vaguedad, y que
comprendas que, aun siendo cierto el concepto, es una visin de los hechos muy restringida.
No digas: Considero que tengo un alma, sino: S que soy alma. Porque sa es la pura
verdad; el hombre es un alma, y tiene un cuerpo. El cuerpo no es el hombre. Lo que t llamas
la muerte no es sino el acto de despojarse de una vestidura inservible, y esto no implica el fin
del hombre as como no implicara el fin tuyo quitarte el abrigo. Por consiguiente, no has
perdido al que amas entraablemente, solamente has perdido de vista el abrigo en el cual
acostumbrabas a verlo envuelto. El abrigo se fue, mas no el hombre que lo vesta; seguramente
es el hombre lo que t amabas y no su vestidura.

Esta reflexin tan mstica aparece en las primeras pginas del libro Reincarnation (1898), obra
de C. W. Leadbeater, ocultista, escritor y vidente tarea a la que se entregaba espordicamente,
cuando se daban las circunstancias propicias. Leadbeater fue asimismo uno de los personajes ms
singulares de la llamada Eterna y Divina Sabidura, la Teosofa, disciplina filosfica y espiritista
creada/ordenada mediante la Theosophical Society por Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891),
William Quan Judge (1851-1896) y Henry Steel Olcott (1832-1907). Con el tiempo, el ocultista se
convertira en un destacado tesofo, cuya obra an se reedita en castellano, como demuestran
Clarividencia y clariaudiencia: mtodos prcticos para su desarrollo (Clairvoyance, 1899),
Protectores invisibles (Guardian Angels and Other Unseen Helpers: A Lecture, 1903), La ciencia
de los Sacramentos (The Science of the Sacraments: An Occult and Clairvoyant Study of the
Christian Eucharist, 1920), La masonera: la historia secreta (The Hidden Life in Freemasonry,
1926) o Los Chakras (The Chakras, 1927). En este sentido, el monumental trabajo emprendido por
Leadbeater compuesto por ms de medio centenar de libros ha sido fundamental para
popularizar la Teosofa, y sobre todo, muy influyente en la configuracin de las ms diversas y
extravagantes formas de pensamiento New Age.
Aunque las fotografas que se conservan de C. W. Leadbeater nos descubren a un anciano de
mirada afable, melena canosa cuidadosamente peinada hacia atrs y larga barba, similar a la de un
faquir hind, la personalidad del ms animoso profeta de la Teosofa tuvo una vida llena de
claroscuros. Cuando era un nio se traslad junto a sus padres a Brasil, donde vivi, segn confesin
propia, muchas experiencias espirituales, y perdi trgicamente a un hermano, que de acuerdo con
sus convicciones espirituales, se reencarn como Charles Jinarajadasa (1875-1853), elegido
presidente de la Sociedad Teosfica en 1944. Al regresar a Inglaterra, Leadbeater ingres en la
Universidad de Oxford, logrando ordenarse en 1878 ministro de la Iglesia Anglicana, donde actu
como ministro hasta 1884, cuando tom contacto con la Teosofa, trasladndose a vivir durante cinco
aos a Ceiln (actualmente, Sri Lanka). En 1906, de nuevo en Gran Bretaa, fue acusado de
pederastia por uno de sus alumnos, un nio de once aos llamado Hubert van Hook, por lo que
Leadbeater fue retirado inmediatamente del sacerdocio. Pese a que la acusacin no pudo probarse
el asunto ni siquiera lleg a los tribunales, otros jvenes alumnos se sumaron a la denuncia de Van
Hook, presentando pruebas escritas que, como se demostr posteriormente, resultaron ser falsas.
Harto del acoso social padecido durante aos a raz de este escndalo, en 1915 se embarc con
destino a Sydney (Australia), donde se erigi en lder de la Liberal Catholic Church.
El templo abandonado es una de las raras incursiones de C. W. Leadbeater en la literatura de
ficcin, y uno de los relatos incluidos en la antologa Perfume of Egypt and Other Weird Stories
que recoge, entre otras narraciones, Test of Courage, An Astral Murder, A Triple Warning,
The Concealed Confession, Jagannath: A Tale of Hidden India, The Barons Room o Saved
by a Ghost, muy influidos por sus creencias teosficas pero, tambin, por sus neurosis, sueos y
delirios. La idea de una regresin astral hacia el pasado (Egipto); la presencia del templo de mrmol
negro, con una escalinata de color rojo como la sangre; la enigmtica presencia de unos sacerdotes
egipcios ataviados con tnicas blancas, la posibilidad de que los sueos de dos personajes distintos
sean los mismos y estn coordinados Son muestras de las posibilidades dramticas de un tema que,
para Leadbeater, pertenece a la esfera de una realidad percibida por unos pocos privilegiados.
EL TEMPLO ABANDONADO
(The Forsaken Temple, 1911)[83]

Viv hace muchos aos en una pequea villa a siete u ocho millas de Londres; era un lugar
tranquilo, una villa antigua y no muy en boga por aquel entonces, que pareca hallarse por ello a cien
millas de distancia de cualquiera de esos centros comerciales en que por aquel entonces ya se han
convertido otras ciudades. Ahora, sin embargo, la villa ha sido prcticamente absorbida por la gran
ciudad en su irresistible expansin. La vieja carretera, que era una autntica avenida que discurra
entre los olmos ms hermosos del reino, se ve flanqueada en la actualidad por hileras de casas
suburbanas; no hace mucho se inaugur la nueva estacin de trenes, con la consiguiente oferta de
tquets baratos para los trabajadores. Con ello, el pintoresco espacio que ocupaban aquellas casas de
madera dispersas aqu y all ha quedado reducido a la visin de construcciones mucho ms
funcionales y modernas. Bueno, supongo que es la consecuencia del progreso, el avance de la
civilizacin; no obstante, quiz haya que disculpar a los ms ancianos del lugar si opinan que la vida
all no es ni tan saludable ni tan feliz como en aquellos tiempos tan apacibles, anteriores al progreso.
No llevaba an mucho tiempo en la villa cuando hice amistad con el clrigo del distrito y le
ofrec ayuda en todo lo que me fuera posible, para que sobrellevara bien el trabajo que le supona su
parroquia. Fue clido y amable conmigo, aceptando mi ofrecimiento; como vio que los nios me
apreciaban, me sugiri que fuese su profesor y una especie de superintendente de la escuela
dominical. Aquello, naturalmente, me llev a relacionarme con los habitantes ms jvenes de la
villa, y sobre todo con los que haban sido seleccionados para el coro de la iglesia. Entre stos haba
dos hermanos, Lionel y Edgar St. Aubyn, que demostraban un evidente talento musical, por lo que les
suger un da que acudieran a mi casa para darles all ms lecciones que les ayudaran a desarrollarlo.
No hace falta decir que aceptaron de inmediato, lo que hizo que nuestra amistad fuese al cabo an
ms estrecha.
Por aquel tiempo me hallaba muy interesado en el estudio de los fenmenos espirituales; y
cuando descubr accidentalmente que aquellos dos muchachos eran unos excelentes mdiums fsicos
me decid a hacer algunas sesiones en mi casa, una vez concluidas las lecciones de msica. Tuvimos
as algunas experiencias de lo ms curiosas, pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora Debo
sealar, no obstante, que tras aquellas lecciones, y como comenzaba a caer la noche, acompaaba a
los dos chicos del coro dando un paseo hasta su casa, pues vivan a una milla y media de la ma.
Una noche, de vuelta ya de uno de aquellos paseos, me sent a escribir en mi biblioteca hasta muy
tarde. Ya haba observado antes, o acaso deba decir que ya haba tenido antes esa sensacin, que los
muebles de mi biblioteca crujan en mitad del silencio, de manera no muy agradable, adems, y que
incluso en ocasiones se movan un poco. Aquella noche en concreto todo aquello se hizo
particularmente notable. Segu escribiendo en cualquier caso, sin preocuparme, hasta las dos de la
madrugada, cuando, inopinadamente, sin que pudiera saber muy bien por qu lo haca, qu razn
consciente me mova, experiment un impulso incontrolable de ir a mi dormitorio, que estaba en la
habitacin contigua. Me pregunt, no obstante, a qu se debera aquello, a pesar de lo cual dej la
pluma, abr la puerta de mi biblioteca y sal al pasillo.
Pero cul no sera mi sorpresa al observar que la puerta de mi habitacin estaba entreabierta y
que haba luz en ella, pues recordaba bien que haba apagado la luz antes de salir y cerrarla. Me
acerqu. Lo que vi me dej sin reaccionar unos instantes, incapaz siquiera de pedir auxilio, aun en el
caso de que hubiese querido hacerlo. Aparentemente no haba una fuente de luz, nada siquiera
parecido a una lmpara o a una vela, y a pesar de eso la habitacin luca levemente plateada, en una
radiacin que haca bien visibles todos los objetos que haba en su interior. En un principio no vi
nada extrao, sin embargo, hasta que repar en la cama. Yaca all y mientras escribo esto vuelvo a
sentir el mismo escalofro que entonces me recorri la espalda Lionel St. Aubyn, al que haba
dejado en su casa sano y salvo junto a su madre cinco horas atrs.
Debo admitir que mi primer impulso no fue precisamente valiente, pues no tuve otra idea que la
de irme corriendo de all y encerrarme en mi biblioteca; resist, en cualquier caso, me arm de valor,
abr un poco ms la puerta de mi cuarto, y me dirig lentamente hasta mi cama. S, no haba duda; era
l quien yaca en mi cama. Tena las manos entrelazadas sobre el pecho y sus ojos abiertos me
miraban, aunque no posean la expresin que les era propia. No estaba seguro de que realmente me
viese, pero comprend de inmediato, acaso instintivamente, que aquel brillo y aquella fijeza que
haba en su mirada eran la expresin suprema de la clarividencia; supe, pues, que el muchacho estaba
en trance visionario y exttico, algo a lo que rara vez consiguen inducir los mesmeristas a quienes
participan en sus sesiones.
Creo que pronto vi que sus ojos posean de nuevo la capacidad de reconocer, pero no perciba en
l un leve movimiento ni de los msculos faciales ni de sus miembros. Pareca sometido a un
encantamiento que anulaba todo rastro vital. Vesta una tnica blanca de corte eclesial y cruzaba su
pechera una banda roja ribeteada de hilo de oro. Es ms fcil imaginar que describir el sentimiento
que me embarg al contemplar aquella visin. El ms evidente fue creerme en mitad de un sueo, por
lo que me pellizqu el brazo izquierdo, como hacen en las novelas, para descubrir si realmente
estaba despierto o dorma. Obtuve como resultado la evidencia de que me hallaba despierto, por lo
que mis brazos cayeron a los lados, abatidos, y luego se apoyaron en el borde de la cama, mientras
trataba de hacer el acopio suficiente de coraje para acercarme ms a mi inslito husped y tocarle.
Mientras pensaba en todo aquello, sin embargo, percib un cambio notable a mi alrededor. Las
paredes de mi habitacin parecan ensancharse increblemente, desmesuradamente, y observ que de
sbito aunque segua contemplando a quien yaca en mi cama nos hallbamos en una vasta
dependencia, justo en el centro de un templo como aqullos del antiguo Egipto, con altas columnas
circundantes, y de techo tan alto que apenas se alcanzaba a contemplar en aquella penumbra de
inspiracin religiosa que entonces me envolva. Atnito, alc los ojos y mir a mi alrededor para
contemplar que las paredes estaban cubiertas de frescos y jeroglficos, y que muchas de las figuras
all representadas eran de tamao natural, aunque la pobre luz no me permita observarlas en detalle.
Todo estaba en silencio, reinaba la tranquilidad, pero mis miradas convergieron de nuevo,
finalmente, en la increble presencia de mi acompaante inmerso en un trance.
Entonces viv una experiencia, que, me temo, ser difcil de explicar adecuadamente, si no
imposible. Slo dir que por primera vez supe que se puede mantener una existencia consciente en
dos lugares a la vez, pues mientras segua mirando fijamente a Lionel en el interior del templo, me vi
a la vez en el exterior, ante la entrada del templo. La magnfica fachada pareca orientada al oeste,
pues sobre las escalinatas de mrmol negro que conducan al interior (de unos quince peldaos)
caan los rayos horizontales y rojos como la sangre, del sol de poniente. Me volv para ver si haba
alguna edificacin por los alrededores, pero no pude contemplar ms que desierto, un desierto de
arena que todo lo abarcaba, y slo a la derecha del templo, a considerable distancia, se alzaba un
grupo de palmeras. Jams podr olvidar mientras viva tan sobrecogedor paisaje, aquel autntico
cuadro de la desolacin, el amarillo ilimitado del desierto, la clamorosa soledad del grupo de
palmeras en la distancia, la fachada de aquel templo abandonado sobre cuya escalinata de mrmol
negro caa la luz del ltimo sol, roja como la sangre.
Aquella escena se esfum de golpe y me vi de nuevo en el interior, aunque segua conservando la
extraa y doble consciencia, pues mientras una parte de m mantena la postura inicial, ante la cama,
la otra contemplaba atentamente los frescos y los jeroglficos de las paredes, que pasaban ante m
como si me hallase contemplando las visiones disolventes que ofrece la linterna mgica. Por
desgracia, nunca he conseguido recordar bien qu expresaban aquellas pinturas, pero s s que eran
extraordinarias, excitantes; y que las figuras representadas en ellas, adems de poseer un tamao
natural, dimanaban espiritualidad ms all de la vida. Aquella visin tambin ces al poco, de modo
que mi consciencia no pudo seguir dividida mucho ms, por lo que volv a concentrarme nicamente
en la observacin del cuerpo que, empero, haba seguido viendo en todo momento, y cuyos ojos
escrutaba ahora con mis manos apoyadas a la altura de la almohada.
As estuve, no s por cunto tiempo, hasta que sent una voz que me hiri los odos. Una voz
enftica, dura, que dijo con absoluta claridad estas palabras:
Lionel no debe ser mesmerizado! Eso le matara!
Me volv alarmado, pero no pude ver a nadie. No tard mucho en or la misma advertencia. Y de
nuevo me pellizqu el brazo, con la esperanza de despertar de un mal sueo. Pero no. El resultado
fue el mismo de antes. Algo, acaso un sentimiento, me deca en mi interior que algo podra romper el
encantamiento, as que me acerqu mucho ms a Lionel, haciendo un esfuerzo sobrehumano para ello.
Ya tena mi rostro frente al suyo, a muy corta distancia. Pero Lionel segua sin mover un msculo; ni
una sombra pareca alterar sus ojos maravillosamente luminosos. As estuve contemplndole, sin
aliento, muy cerca mi rostro del suyo, encantado yo mismo, apenas a un palmo sus ojos de los mos.
Hube de hacer un gran esfuerzo para liberarme del aprensivo influjo que el rostro de Lionel ejerca
sobre m, y le toqu. Aquella luminosidad de antes se desvaneci entonces y me vi rodeado por
completo de oscuridad, de rodillas, apoyado en el borde de mi propia cama con las dos manos.
Me levant al fin a duras penas, y poco a poco fui recobrando mis sentidos. Trat de
convencerme de que me haba quedado dormido en la silla de mi biblioteca, cayndome al suelo, y
de que luego tuve un sueo muy vvido a expensas del cual trat de llegar a mi habitacin
arrastrndome No puedo decir que aquella explicacin que me di entonces me dejase precisamente
satisfecho, porque mi propio sentido comn me deca que tal cosa no tena razn de ser. En cualquier
caso, decid no trabajar ms aquella noche, as que fui a la biblioteca, cerr mi escritorio, me lav la
cara con agua fra y me met en la cama.
Aunque me levant tarde a la maana siguiente, me senta cansado, abatido, muy dbil, todo lo
cual atribu al sueo que haba tenido antes de acostarme. Decid no contrselo a nadie, sin embargo,
y mucho menos a mi madre, pues se hubiera asustado. La recuerdo mirando con mucha curiosidad, a
la luz del da que entraba por las ventanas de la casa, las marcas que me haba hecho en el brazo
izquierdo, cuando me pellizqu para ver si soaba o si dorma.
Aquella tarde Lionel St. Aubyn fue a mi casa, no recuerdo ahora a propsito de qu, pero s que
me dijo:
Anoche tuve un sueo muy extrao, seor.
Sus palabras fueron para m como un shock elctrico, pero consegu mantener la presencia de
nimo necesaria y le respond:
De veras? Mira, me dispona a dar un paseo, as que ven conmigo y me lo cuentas.
Lo hice en realidad porque no quera que mi madre oyese lo que Lionel pudiera contarme, pues
algo me deca que ya lo saba. Apenas salimos de mi casa, pues, le urg para que me lo refiriese
todo, especialmente los detalles, y en cuanto empez a hablar volvieron a cruzarme la espalda los
escalofros de la noche anterior.
Seor, so que yaca en una cama, y aunque no estaba dormido era incapaz de moverme. Pero
poda observarlo todo muy bien y tena sentimientos extraos que nunca antes haba conocido. Me
senta especialmente sabio, me senta capaz de responder a cualquier pregunta, capaz de resolver
todos los enigmas del mundo, capaz de responder a cualquiera, sobre cualquier cosa.
Cmo yacas en esa cama, Lionel? le pregunt.
Se me eriz el vello cuando le escuch responder lo siguiente:
Yaca de espaldas, con las manos entrelazadas sobre el pecho.
Estabas vestido como ahora?
Oh, no, seor! Tena puesta una especie de tnica blanca, como la de los sacerdotes; y me
cruzaba el pecho una banda roja ribeteada de hilo de oro Era muy bonita, imagnese
Recordaba perfectamente que aquella banda que le cruzaba el pecho era muy bonita, recordaba
bien que todo l luca hermoso, pero decid guardarme mis recuerdos. Ya saba que mi expedicin
nocturna haba sido algo ms que un sueo, su experiencia lo probaba tanto como la ma. A la vez
senta yo, no obstante, la necesidad de rebelarme contra la evidencia de que nuestras experiencias
haban sido comunes, y quise hallar en ellas algn matiz diferente, algo que pudiera ofrecer otro
significado, para escapar de las conclusiones que iban tomando forma en mi mente.
Supongo que estabas en tu propia cama, claro dije.
No, seor replic Lionel. Primero cre reconocer la habitacin en la que estaba, pero de
repente se hizo enorme a tal punto que ya no fue una habitacin sino un templo muy grande, como los
que vienen en algunos libros Un templo con muchas columnas y pinturas muy bonitas en las
paredes.
Un sueo muy interesante, Lionel dije. En qu ciudad se alzaba ese templo?
Se hizo un silencio. No poda mirarle. O al fin su respuesta, la que ya conoca.
No era una ciudad, seor; el templo se alzaba en medio de una gran planicie de arena, como el
desierto del Sahara que sale en nuestro libro de geografa No se poda ver alrededor del templo
otra cosa que no fuese arena, salvo unos rboles que haba lejos, a mano derecha, altos y muy bonitos
pero sin ramas, como los que se ven en las fotos de Palestina.
Y de qu estaba hecho ese templo?
De una piedra negra muy brillante, seor Pero los peldaos de la escalinata tenan un brillo
de color rojo como la sangre, o como el fuego, porque caa sobre ellos el sol.
Y cmo podas ver todo eso, muchacho, si estabas en el interior, si yacas sobre una cama?
No lo s, seor Todo era muy extrao; era como si pudiese ver a la vez el interior y el
exterior, y a pesar de que no poda moverme, s alcanzaba a ver las bonitas pinturas de las paredes,
aunque no era capaz de entender qu representaban.
Y al fin me atrev a hacerle la pregunta que me rondaba la mente desde el principio, la pregunta
que tanto me aterraba:
Viste a alguien en ese lugar tan extrao, Lionel?
S, seor dijo con los ojos brillantes; lo vi a usted. No haba nadie ms que usted.
Trat de rer, pero comprend que hacerlo no sera ms que una demostracin de mi debilidad, as
que decid preguntarle qu haca yo en aquel lugar de su sueo.
Pues lleg usted, seor, y mir a travs de la puerta entreabierta, y cuando me vio yaciente en
la cama se sorprendi mucho y se qued mirndome largo rato Luego entr y se dirigi lentamente
hasta la cama. Usted no haca ms que pellizcarse el brazo izquierdo con la mano derecha. Despus
apoy las manos en la cama y me mir mucho rato, todo el tiempo que estuvimos en aquel templo,
mientras yo contemplaba las pinturas de las paredes. De repente desapareci aquello y usted se
pellizc de nuevo el brazo, y luego se acerc an ms a m para mirarme fijamente a los ojos
Pareca usted muy extrao, su mirada era casi salvaje y sent mucho miedo me dije en este punto
que el muchacho tena razn, que sin duda mi expresin haba sido de lo ms extraa. Se acerc
an ms a m, de manera que su cara casi tocaba la ma, y yo segua sin poder moverme. De repente
me toc usted con las manos, y eso me despert Entonces me di cuenta de que todo haba sido un
sueo, pues estaba en mi cama, como todas las noches.
Como podr suponerse, aquella clara confirmacin de mi experiencia nocturna, y el hecho de que
el muchacho fuera testigo de mi extrao comportamiento, o de mi extraa transfiguracin, todo, en
fin, especialmente lo que coincida hasta en los ms mnimos detalles, afect de manera muy sensible
mi mente, a tal punto que experiment el miedo propio de un nio cuando caminamos bajo unos
rboles mientras comenzaba a brillar la luna en el cielo. Hice, no obstante, todos los esfuerzos de
que fui capaz para no demostrar semejante aprensin ante el muchacho, por lo que nunca pudo saber
Lionel St. Aubyn cun importante fue para mi propia experiencia su tan curioso sueo.
He relatado los hechos escrupulosa y fielmente, tal cual ocurrieron. Pero cmo explicarlos? Se
me ocurren dos posibilidades, aunque sea difcil aceptarlas. La experiencia que tuve podra ser
definida como de doble sueo, un fenmeno mediante el cual dos personas suean lo mismo
simultneamente. Pero es posible que una de esas dos personas sea quien suea activamente y reciba
sus visiones el cerebro de la otra, como si se le impresionaran en un trance hipntico. En tales casos,
los dos participantes de la experiencia ven las mismas cosas y actan de manera idntica, aunque en
el caso que refiero, si bien es cierto que ambos tuvimos las mismas visiones, la misma experiencia
de doble consciencia, no lo es que acturamos igualmente, pues cada uno vio al otro como ste se vio
en el trance.
La otra hiptesis sugiere que Lionel estuvo realmente en mi habitacin, en su cuerpo astral,
aunque materializndose para que pudiera verlo, o acaso lo vi porque mi mente se expandi lo
necesario para que pudiera contemplarle. Era la nica manera en que nuestros cuerpos astrales
pudieran hacer el mismo viaje hasta el templo abandonado, a travs del espacio, hasta llegar al
lejano desierto. Esta hiptesis es igualmente difcil de aceptar, no obstante, y a los legos en materia
de los estudios referidos a estos casos les parecer an ms improbable que la anterior. Yo mismo
creo que puede ser razonable, aunque slo parcialmente. S estoy convencido de que Lionel pudo
llegar, en su cuerpo astral, hasta mi habitacin, y que merced a un proceso de materializacin lo vi
all, en mi cama. Por lo tanto, es igualmente posible que la visin comn del templo abandonado se
impresionara en nuestras mentes por la accin de una fuerza mayor a las nuestras.
Siempre he sospechado, desde aquel da, que hubo, pues, una tercera fuerza, una tercera voluntad,
concernida en el caso. Ah est esa voz misteriosa que me previno a propsito de la inconveniencia
de que Lionel fuese mesmerizado, para dar cuerpo, una raison dtre al conjunto del enigma. Esa
tercera fuerza en juego bien pudo ser la de un miembro adulto del coro, yo mismo, mi otro yo, que
habiendo descubierto accidentalmente que Lionel poda ser un mdium excelente, tratara de inducirlo
a un trance que desarrollase su clarividencia. Y que mi instinto, sin embargo, se rebelara a la vez
contra ello, por lo que abandon. No obstante, tras esta especulacin, prefiero sealar que en
cualquier caso desist pronto de hacer cualquier experimento en el que pudieran demostrarse las
capacidades que como mdium tuviera Lionel, y que aquella voz no hiciera, por ello, sino sealar el
peso de la locura que alguna vez se me haba pasado por la cabeza cometer. Puede, en suma, que
aquella voz de alarma fuese realmente el objeto ltimo de la visin, y que todo lo dems slo
tendiese a impresionar con fuerza nuestras mentes, para reordenarlas, lo que ocurri ciertamente.
En diversos tratados histricos en torno a la figura de Napolen Bonaparte (1769-1821) se
cuenta que, justo antes de emprender la conquista de Egipto (1798-1799), su esposa, Josefina de
Beauharnais (1763-1814), le dijo: Si vas a Tebas, no te olvides de traerme un obelisco. Es probable
que semejante ancdota sea falsa, quiz una broma sacada de algn libelo antibonapartista, pero
sintetiza perfectamente la visin que, a finales del siglo XVIII, los europeos tenan de la tierra de los
faraones: Egipto era para ellos un inmenso bazar en el que comprar/robar exticas reliquias que
satisfacan la curiosidad de la burguesa acomodada. No obstante, Napolen, en un gesto muy poco
usual para la poca, reuni hasta un total de 175 sabios y artistas, entre los cuales haba minerlogos
o gemetras, poetas y pintores, arquelogos e historiadores, y los embarc con sus 34.000 soldados
en los 328 buques de guerra que partieron hacia Alejandra. As, junto a los 2.000 caones que
albergaban las bodegas de su flota, viaj el material cientfico ms avanzado de su tiempo. El futuro
emperador buscaba el prestigio de las artes, pero, adems, pretenda que los eruditos dieran
testimonio de una ansiada gesta militar; Bonaparte profesaba una sincera devocin a los principios e
ideas de la Ilustracin, pero tambin deseaba estar bien informado de cuanto le pudiese resultar til
poltica o militarmente.
Durante el siglo XIX y principios del XX, europeos (ingleses, franceses, alemanes) y
estadounidenses se acercaron a los tesoros arqueolgicos de Egipto espoleados por contradictorias
emociones: a veces, los empujaba un sincero amor hacia tan compleja y rica cultura, fascinados por
su sabidura, por su misterio; otras, los mova nica y exclusivamente el expolio (despojar con
violencia o con iniquidad), el saqueo (entrar en un lugar robando cuanto se halla) y la profanacin
(tratar un objeto sagrado sin el debido respeto), a fin de alcanzar un sustancioso beneficio econmico
enmascarado tras el inters cientfico. De aqu parte, pues, una de las bases narrativas fundamentales
sobre las que se levanta el mito de la venganza de los Antiguos Dioses contra los profanadores
occidentales de tumbas, presente de manera implcita o explcita en decenas de cuentos y novelas
sobre momias revividas y horrores faranicos, como Lost in a Pyramid, or the Mummys Curse
(1869), de Louise May Alcott la clebre autora de Mujercitas (Little Women, 1868), Iras, A
Mystery (1896), de H. D. Everett novela de densa atmsfera necrfila que cuenta las aventuras de
un egiptlogo que se enamora de la momia resucitada de una princesa egipcia vctima de una
maldicin, e incluso de pelculas antiguas y contemporneas como El sudario de La momia
(The Mummys Shround, John Gilling, 1967) o Ammn, el destructor (The Fallen Ones, Kevin
VanHook, 2005).
Y ste es el eje del hermoso relato de Rudyard Kipling Reyes muertos, en el que, haciendo gala
de su habitual irona, el autor de El libro de las tierras vrgenes (The Jungle Book, 1894) y
Capitanes intrpidos (Captains Courageous, 1897) nos habla de la vulgar comercializacin de
antigedades egipcias, del rapaz divertimento practicado por ricos aventureros consistente en
merodear por el Valle de los Reyes, hurgando en sus tumbas y tesoros. Como bien seala Kipling al
principio de su narracin: Aceptado como est que Egipto es un emporio comercial grande y
emprendedor, qu resultara ms fascinante que el hecho de que el Gobierno se instalara en un
rincn de este emporio comercial, que formara una pequea compaa y que pasara la temporada
de fro emplendose en la paga de dividendos mediante la comercializacin de gargantillas de
amatista, escarabajos de lapislzuli, potes de oro puro y estatuillas de un valor inapreciable? Ms
an, si uno es rico, qu otra cosa puede hacerse ms divertida que enrolarse en una expedicin
para cavar en el lugar donde se supone que hay una ciudad muerta y ver cmo resucita? Conoc a
un gran cazador que recorri el continente atrado por este deporte.
Autor de relatos, cuentos infantiles, novelista y poeta, Rudyard Kipling es recordado
principalmente por sus relatos y poemas sobre los soldados britnicos destacados en la India y por la
defensa del imperialismo ingls en aquel pas aqu juegan un papel determinante sus antecedentes
familiares: Kipling naci en Bombay, y su padre, John Lockwood Kipling (1837-1911), era un oficial
del ejrcito britnico experto en arte y artesana hindes, aunque tambin se le suele citar como
uno de los inspiradores de la ciencia-ficcin moderna, debido principalmente a la influencia de su
relato futurista, With the Night Mail: A Story of 2000 A. D. (1912), en la obra de John W. Campbell
(1910-1971), Robert A. Heinlein (1907-1988) y Paul Anderson (1926-2001). Empero, su dilatada
carrera literaria est repleta de excelentes obras, caracterizadas por una fina sensibilidad y un
notable pragmatismo Seis honrados servidores me ensearon cuanto s. Sus nombres son cmo,
cundo, dnde, qu, quin y por qu, escribi, como prueba Reyes muertos. Publicado por
primera vez en 1920 en su libro recopila torio Letters of Travel, dentro del captulo titulado
Egypt of the Magicians que Kipling escribi en 1913 tras un largo viaje por el pas rabe;
Reyes muertos no tiene nada de truculento ni de fantstico, pero logra describirnos de manera tan
potica como fnebre, el miedo que nos embarga ante lo desconocido, ante la muerte, ante la misma
tierra que acoge, tiernamente, a los faraones, cuando se visita su inquietante lugar de reposo Uno,
all abajo () demuestra una natural tendencia a salir al exterior cuanto antes, con los dems. Ni
siquiera la visin de un gran sarcfago con su rey, bajo la luz elctrica, o la visin de las pinturas
que representan diversas escenas de la vida del muerto, quita al turista las ganas de escapar.
Resulta curioso constatar que Rudyard Kipling, uno de los grandes talentos de la literatura fantstica
de los siglos XIX-XX -cf. La marca de la bestia (The Mark of the Beast, 1890), El retorno de
Imray (The Return of Imray, 1891), Ellos (They, 1904), jams escribi un cuento de terror
acerca de maldiciones egipcias o de momias que retornan a la vida, tal como hicieron Arthur Conan
Doyle o Sax Rohmer.
REYES MUERTOS
(Dead Kings, 1914)[84]

Aceptado como est que Egipto es un emporio comercial grande y emprendedor, que resultara
ms fascinante que el hecho de que el Gobierno se instalara en un rincn de este emporio comercial,
que formara una pequea compaa y que pasara la temporada de fro emplendose en la paga de
dividendos mediante la comercializacin de gargantillas de amatista, escarabajos de lapislzuli,
potes de oro puro y estatuillas de un valor inapreciable? Ms an, si uno es rico, qu otra cosa
puede hacerse ms divertida que enrolarse en una expedicin para cavar en el lugar donde se supone
que hay una ciudad muerta y ver cmo resucita? Conoc a un gran cazador que recorri el continente
atrado por este deporte.
El ao que viene formar un grupo en la ciudad, ir all y ver las excavaciones por m mismo
dijo. Es como trocear elefantes. En este juego desentierras cosas que estn muertas y las haces
vivir. Por qu no te animas a revolotear un poco por ah?
Me mostr un breve folleto de lo ms seductor. En lo que a m respecta, sin embargo, nunca
alargara las manos para hacerme con el equipamiento de un muerto, por mucho que ste se fuera a la
tumba albergando la creencia de que los dijes y abalorios garantizan la salvacin. Hay, por supuesto,
otro argumento, propio de los escpticos, segn el cual los egipcios de la antigedad eran unos
vocingleros que magnificaban sus logros, unos excelentes propagandistas, por lo que nada poda
complacerles ms que el imaginarse admirados por muchos aos. Ms an, uno podra robar
tranquilamente alguna de esas almas dobladas sobre s mismas que no pueden verse a la luz del da.
Al final de la primavera los expedicionarios dedicados a la excavacin volvieron del desierto
para pasar buenos ratos intercambiando nuevas y haciendo chanzas en las terrazas. Por ejemplo, la
Compaa A haba encontrado un material de valor incalculable, slo Dios sabe cunta antigedad
atesoraba, del que no se poda por menos que estar orgulloso, mientras la Compaa B, menos
afortunada, insinuaba que de haber tenido la Compaa A tan poca ayuda como la que recibieron
ellos de los nativos en la excavacin, no se hubieran mostrado tan felices, pues no habran hallado
nada aun tenindolo ante sus narices de arquelogos.
Eso no tiene sentido replicaba la Compaa A-. Tambin los que excavaban para nosotros
estaban bajo sospecha Pero los vigilamos estrechamente.
Seguro que sospechabais de ellos? replicaban los otros. Bueno, pues la prxima vez que
estis en Berln, entrad en el Museo para ver cuntas cosas se han llevado los alemanes Lo mismo
que podrais haber sacado vosotros, y no lo hicisteis La dinasta lo demuestra.
As pues, la copa de A quedaba envenenada, al menos hasta el ao siguiente.
Ningn conservador de un museo, sin embargo, puede albergar escrpulos, y afirmo que jams
me he encontrado con alguno que los tuviera. En cuanto a los alemanes, puedo asegurar que gentes de
cuatro nacionalidades distintas, por lo menos, ratifican que son los mayores piratas.
El negocio de la exploracin es tan romntico como el trabajo en el ferrocarril de la India. Las
mismas caravanas, las mismas filas de burros cargados, las mismas bandas de tipos pertrechados con
toda suerte de herramientas y los mismos grupos de mujeres que hacen un conjunto medio azul y
medio negro, cargadas con sus hijos y con sus cestas. Pero en este caso no llevan azadas en esas
caravanas, como cuando se va a destripar terrones, sino que al llegar ante un paredn los hombres
comienzan a cavar cuidadosamente con sus propias manos. Un hombre blanco o que al menos lo
era a la hora del desayuno recorre de continuo la lnea de la excavacin. Pueden transcurrir
semanas sin que encuentren nada, un mnimo trozo de algo, pero en cualquier instante puede brotar la
sorpresa, y el hallazgo responde as a las expectativas del descubrimiento.
Tuvimos la fortuna de estar un tiempo en el cuartel general del Museo Metropolitano (Nueva
York), en un valle tan horadado que pareca una enorme madriguera de conejos, de tantas tumbas
como haba. Sus caballerizas, sus tiendas y casas, las habitaciones de los criados, eran antiguas
tumbas; all, por lo dems, no se hablaba ms que de tumbas; sus sueos (los sueos de todo el que
se dedica a las excavaciones arqueolgicas) no eran otros que los del descubrimiento de una tumba
virgen, que nunca hubiera sido hollada, en la que el muerto yaciera con todas sus joyas. A cuatro
millas de all estn los hoteles, grandes y acogedores. En el valle, por el contrario, no hay ms que
rascar la muerte de muertos que lo son desde hace miles de aos. En sus tumbas jams ha crecido la
hierba, ni las plantas, nada de eso que identificamos con el color verde. Los moradores de las villas,
con una experiencia de doscientos aos, por lo menos, en el saqueo de las tumbas, acompaan sin
embargo a los turistas y a los arquelogos expectantes, como si no quisieran defraudar sus
expectativas. Se recorren as senderos hechos secularmente por los pies desnudos de los moradores
de las villas y de las aldeas, que van de una tumba, o de lo que fue una tumba, a los lodos que
preceden a la siguiente tumba, y as una vez y otra. No lo hacen de manera muy distinta a la de los
caracoles pegajosos que siguen sus rutas, y como stos, lo vienen haciendo desde tanto tiempo
atrs
Pero jugar con el tiempo es algo muy peligroso. Aquella maana, el conserje se dirigi a
nosotros y a los marinos del barco de vapor para ver si podamos demorarnos tres das. Por la noche
estuvimos departiendo con gente para la que el tiempo se haba detenido en la poca de Ptolomeo.
Primero me pregunt hasta qu punto tenan algo que ver con el hecho de que algunos faraones, para
hacerse sus tumbas, hubieran robado las columnas de la tumba de otro faran, antes o despus de
Melquisedec. Su tradicin e influjo antiguos eran inconcebiblemente remotos para la mentalidad de
nuestros das. Pero a la maana del da siguiente, all estbamos, tomando posesin de la tumba de un
noble, que mostraba sus pinturas en buen estado, un ministro de agricultura muerto unos cuatro mil o
cinco mil aos atrs. Su momia me dijo as:
Observe cunto me parezco a su amigo, Mr. Samuel Pepys[85], al que tanto admira Crame,
tengo un gran inters por la vida, de la que, por otra parte, mucho he disfrutado, tanto de sus aspectos
puramente mundanos como de su vertiente espiritual No creo que encuentre por ah cualquier
departamento de Estado en tan buen estado de conservacin como el mo, o una casa igual de bien
conservada que la ma, ni siquiera una de esas casas tan bonitas que tienen los jvenes En cuanto a
mis hijas Bueno, la mayor, como puede observar usted, est junto a su madre; la menor, junto a m,
pues siempre fue mi favorita Ahora le mostrar todo lo que hice, y delitese con todo ello, pues ya
es hora de que se aprecien mis logros.
Y en efecto, me mostr con todo detalle, unas veces pintados en color y otras con simples pero
elocuentes trazos, su ganado, sus caballos, sus cosechas, sus recorridos por el distrito, sus informes,
y a l en s mismo, el ms ocupado entre los ms ocupados en sus buenos tiempos.
Pero cuando luego me llev por el estrecho pasaje que desembocaba en la cmara mortuoria
donde haba yacido por un tiempo con todos sus bienes, no pude seguirle bien No pude ver cmo
aquel hombre, de vida con tantas experiencias, poda sentirse a gusto entre frisos en los que haba
pinturas francamente monstruosas que se repetan como si estuviesen archivadas Trat de
explicarme algo al respecto:
Vivimos junto al ro, un lugar donde no disponemos de espacio, pero tampoco de
estrecheces Detrs tenemos el desierto, con lo cual no nos afecta, pues no suele ir all ningn
hombre hasta que ha muerto; no se utilizan las tierras cultivables para cavar tumbas. Por todo ello,
pues, prcticamente nos movemos slo en dos dimensiones, corriente arriba, o corriente abajo. Si
dejamos a un lado el desierto, al que tenemos la misma consideracin que un hombre sano puede
observar con respecto a la muerte, ver usted que no disponemos de paisajes, que no poseemos un
fondo Nuestro mundo est entre dos lneas, una verde, la del ro, y otra oscura y terrosa, la del
desierto. Durante meses, pues, slo observamos el resplandor del cielo en las aguas. Si contempla
usted los Colosos[86], por ejemplo, ver cun extravagantes somos en esta tierra, al hacer cosas tan
desmesuradas en un espacio as de mnimo como el que le he descrito. Pero observe igualmente que
nuestras cosechas son suficientes y que nuestra vida resulta fcil, muy fcil Adems, no tenemos
vecinos, lo que quiere decir que podemos expandirnos sin peligro si as lo decidimos As pues,
qu otra cosa pueden hacer nuestros sacerdotes, sino pintar frisos y desarrollar rituales, ya que
encima son muy imaginativos? Sin mayores perspectivas, limitados por el espacio en el que nos
desenvolvemos, divididos entre el ro hipnotizador y el desierto que slo evoca a la muerte,
debemos, pues, ipso facto
Ni siquiera as lo interrump comprendo a vuestros dioses, ni vuestra relacin con las
bestias y los monstruos.
Prefiere que se lo explique de manera indirecta? Bien, sea Al fin y al cabo escribimos
Humanidad con H mayscula Digamos que mis dioses, o lo que veo en ellos, me contienen a m.
Quiere decir con eso que lo que observa en sus dioses incide en sus creencias y en su
conducta?
Conoce usted la respuesta al enigma de la Esfinge?
No dije en un susurro. Cul es?
Todo hombre sensible tiene la misma religin, pero no todos los hombres sensibles lo dicen.
Y me tuve que dar por contento con sus palabras, pues el pasaje conclua en pura roca.
Hay un valle sembrado de rocas y de piedras que ofrecen un reflejo marrn y rojo, al que llaman
el Valle de los Reyes. All, un pequeo ingenio petrolero trabaja todo el da, gracias a lo cual la luz
elctrica ilumina las caras de los faraones a unos cuantos cientos de pies bajo tierra. Todo el valle,
durante la temporada turstica, se ve recorrido por borricos que van de un lado a otro llevando gente
y carga. Por todo el valle, igualmente, se extienden las tumbas de los reyes, que son innumerables, las
cuales pueden visitarse durante el da y quedan cerradas con cadenas a la cada de la noche. Para
visitarlas hay que pagar un tquet a los encargados del Departamento de Antigedades. Uno entra, y
tanto en lo ms profundo de las tumbas, como en la superficie, oye las voces incesantes de los guas
tursticos repitiendo los nombres y los ttulos de quienes all fueron enterrados, tan ilustres Hay
que cuidarse de no sufrir heridas en los pies con los filos cortantes del piso de roca, y por lo general
hace un calor sofocante all abajo, en esos pasajes oscuros y las cmaras que, segn los guas, son
tan intrincados porque as los hicieron los sabios arquitectos de la antigedad para evitar que los
ladrones camparan all por sus respetos. Por all pasan cada ao todas las razas de Europa, y varias
de las que atesoran los Estados Unidos. Sus pasos van haciendo que el suelo sea cada vez ms romo,
a lo que tambin ayuda la cantidad de polvo que all se acumula, un polvo que no barren los vientos.
Los turistas admiran los techos pintados, las paredes igualmente pintadas con distintos motivos, se
entusiasman ante una u otra cornisa, y salen sin aliento para embarcarse en la aventura de recorrer un
buen trecho bajo el duro sol, hasta llegar a la siguiente tumba y hacer un recorrido semejante. Lo que
se les ocurre decir, lo que les sugiere todo aquello, lo dicen alto y fuerte; y cabe sealar que algunas
de las cosas que dicen son muy interesantes. Tambin es cierto que intuyes lo que van a decir con la
sola observacin de sus movimientos, de su actitud. En algunos ves que sus palabras van a ser las
propias de la modestia, en otros ves el escepticismo, pero en cualquier caso ninguno de nosotros
puede afirmar que sus actitudes difieren de las nuestras. En suma, lo normal en alguien que se mete
bajo tierra sin nimo de lucro, o en alguien al que van a meter bajo tierra definitivamente. Uno, all
abajo, cobra conciencia de cun grande es el peso de la tierra, pues la sabe arriba, y cuando hace
bulto con los dems visitantes, una vez recorridos los pasajes, y visto las cosas que hay all abajo,
demuestra una natural tendencia a salir de all cuanto antes, con los dems. Ni siquiera la visin de
un gran sarcfago con su rey, bajo la luz elctrica, o la visin de las pinturas que representan
diversas escenas de la vida del muerto, quita las ganas de salir de all, cuanto antes, al turista.
Algunos dicen que la cripta de San Pedro, con slo nueve siglos a sus espaldas, y las tumbas de
los primeros Papas y de unos cuantos reyes, resultan ms impresionantes que el Valle de los Reyes,
pues evidencian cun breve es la vida. Pero el Valle de los Reyes no expone otra cosa que no sea eso
tan terrible que leemos en Macbeth:

Hasta la ltima slaba del tiempo recordable.

Es la tierra la que abre sus labios secos y as lo dice.


En la poca de esplendor de las revistas pulp estadounidenses, hubo muchos autores que, a fin de
poder vivir nica y exclusivamente de su trabajo literario, diversificaron su produccin cultivando,
en la medida de lo posible, los gneros ms interesantes para sus editores. Britnico de nacimiento,
aunque buena parte de su vida transcurriera en Estados Unidos, Victor Rousseau Emanuel fue uno de
esos escritores. Rousseau empez publicando novelas y relatos del Oeste The Branded Man
(Argosy All-Story Weekly, abril-mayo de 1929), Indian Dawn (Five-Novels Monthly, febrero de
1930), Cactus Tirad (Ranch Romances, agosto de 1931), Buffalo Trail (Fighting Western,
octubre de 1946), actividad que le report cierto prestigio entre los aficionados y posibilit una
tmida aproximacin a Hollywood como guionista de varios westerns de serie B, como The Truant
Soul (Harry Beaumont, 1916), West of the Rainbows End (Bennett Cohen, 1926), Wanderer of the
West (Robin Williamson y Joseph E. Zivelli, 1927), Prince of the Plains (Robn Williamson 1927),
Devils Tower (J. P. McGowan, 1928) y Trailin Back (J. P. McGowan, 1928).
Pero la experiencia de Victor Rosseau en el mundo del cine no estuvo a la altura de las
expectativas, por lo que prosigui su ascendente trayectoria como escritor de narrativa popular,
coqueteando con la aventura cf. Eric of the Strong Heart (Railroad Mans Magazine, noviembre
de 1918), que narra el descubrimiento de una comunidad perdida de vikingos en el Crculo Polar
rtico, para quienes el tiempo no ha pasado, el thriller The Black Avatar (Thrilling
Adventures, diciembre de 1931) o las historias blicas It Is for France (Soldiers of Fortune,
octubre, 1931), sin despreciar en modo alguno lo terrorfico y lo fantstico. En consecuencia, no es
extrao que Rousseau fuera un colaborador ms o menos habitual de revistas como Ghost Stories,
Argos y, por supuesto, Weird Tales, cuyas primeras colaboraciones tuvieron lugar en 1926 con los
cuentos The Jailers Daughter (septiembre), The Woman With the Crooked Nose (octubre) y
The Legacy of Hate (diciembre), los tres primeros casos del Dr. Ivan Brodsky, un detective de lo
oculto conocido por sus admiradores como el cirujano de las almas. Pero las bajas tarifas y el
escaso inters que el editor Farnsworth Wright mostraba hacia su trabajo, hicieron que las
colaboraciones de Rousseau se espaciaran mucho en el tiempo: tras una poca de febril actividad, a
la publicacin de The Majors Menagerie (enero, 1927), The Fetish of the Waxworks (febrero,
1927), The Seventh Symphony (marzo, 1927), The Chairs of Stuyvesant Barn (abril, 1927),
The Man Who Lost His Luck (mayo, 1927), The Dream That Came True (junio, 1927) y The
Ultmate Problem (julio, 1927) sigui un prologando silencio que se rompi por ltima vez con la
novela por entregas The Phantom Hand (julio-noviembre, 1932), una sorprendente historia en
cinco partes de Magia negra, estremecedores crmenes en un reino de sombras, segn se
explicaba en el ndice de la segunda entrega.
La maldicin de Amen-Ra, aparecido en Strange Tales of Mystery and Terror, en el ejemplar
de octubre de 1932, es un sombro y, a ratos, perturbador relato de horror donde, adems de
recuperar el amor maldito entre la princesa Amen-Ra y su prometido, el noble Menes asesinado
cruelmente por los sacerdotes 3.000 aos atrs, con el objeto de impedir la inconveniente boda entre
ambos jvenes, asistiremos atnitos a actos de necrofilia, a casos de metempsicosis y a la pugna
de diversas momias por salir de sus sarcfagos retorcindose como gusanos, todo ello aderezado por
las deliciosas artimaas de la literatura pulp, mezcla de honda erudicin y descarado efectismo cf.
los dos demonacos halcones que merodean por el relato son representaciones del Ba, parte
espiritual del muerto momificado que adoptaba la apariencia de un pjaro y que poda salir del
sepulcro para visitar los lugares que deseara ver el difunto y, por consiguiente, existir de forma
independiente al cuerpo. Sin olvidar, por supuesto, las violentas regresiones espacio-temporales
que padecen varios personajes, las veladas alusiones al cine de terror de la poca, en concreto a La
momia (The Mummy, Karl Freund, 1932), su clarividencia iconogrfica a la hora de construir ciertas
imgenes ya cannicas en el gnero la momia, vendada de pies a cabeza, avanzando lentamente
con una bella mujer desvanecida en sus brazos, y un final feliz muy inquietante. Todo un clsico.
LA MALDICIN DE AMEN-RA
(The Curse of Amen-Ra, 1932)[87]

La escena a mi alrededor era tan repulsiva, que alguien como yo no haba visto jams cosa
semejante. Por todas partes se expanda el pantano de lgamo, con sus juncos crecidos, y frente a
m s, aquello tena que ser la Isla de Pequod, pues una manga de aguas sucias y pesadas, muy
lentas y espesas, la separaba del continente.
La isla de Pequod, en la zona menos caudalosa de la baha de Chesapeake, estaba apenas a cien
pies de distancia de donde me encontraba. Hubiera podido intentar alcanzarla directamente,
vadeando toda aquella porquera, pero la sola visin de la cinaga me hizo desistir, poda quedar
atrapado all.
No haba necesidad alguna de intentarlo; un viejo marino se diriga adems hacia m en su
barcaza antediluviana, bogando por la parte del canal en la que haba ms agua, as que me detuve a
esperarlo.
Me salud en la jerga local, absolutamente ininteligible para m. Luego me clav sus ojos
profundos, sobre los que tena unas cejas completamente blancas, y me apunt con su barba
igualmente blanca, esperando que dijese algo.
A qu espera? le dije impaciente. No ve que quiero cruzar?
Quiere cruzar? Y para qu quiere hacerlo?
Aquello empezaba a incomodarme.
Deseo ver a Mr. Neil Farrant, si quiere saberlo le respond. No tena conocimiento de que
esa isla fuera suya, caballero
Neil Farrant? El que trajo esas momias a Taps Point? me di cuenta de que en los ojos del
viejo marino se reflejaba el miedo. No querr verle No quiere ver a nadie. Ha venido a
visitarlo mucha gente desde que regres de su viaje, profesores de universidad y todo eso, pero no ha
querido verlos
Mi caso es distinto dije. Me llamo Jim Dewey y he sido llamado por el propio Mr.
Farrant para que le ayude en su trabajo.
Jim Dewey? dijo el viejo marino metindose en la boca un poco de tabaco de mascar.
S, ya recuerdo Mr. Farrant dijo que lo esperaba
Pero segua all, apoyado en la percha con que se ayudaba para vadear la cinaga, mirndome
con ojos de rumiante incrdulo.
Bueno, por qu no acerca su bote lo justo como para que pueda subir? le pregunt.
Ver usted, seor Cmo puedo fiarme de que no ayudar usted a escapar a uno de esos
locos del doctor Coyne? me respondi.
De qu demonios me habla? Quin es ese doctor? le pregunt muy sorprendido.
Antes de que el viejo pudiera responderme, me vino a la memoria que Neil me haba hablado
alguna vez de que gran parte de la isla estaba ocupada por la casa y las tierras del doctor Rolf
Coyne, que eran en realidad un sanatorio particular para locos, donde estaban asilados los tipos ms
insanos de Virginia y otros Estados.
Por eso, Neil, que haba trabajado estrechamente con el doctor Coyne durante tres o cuatro aos,
antes de partir hacia Egipto, como asistente de la Universidad de North Virginia, en la Fundacin
para las Excavaciones Arqueolgicas de la misma, haba elegido aquella isla apartada para trabajar
en ciertos experimentos con las momias que se trajo del viaje. Precisamente porque ramos buenos
amigos desde que cursamos estudios en la universidad, me haba pedido que le ayudase en su trabajo.
Para ello me escribi en trminos harto elogiosos, diciendo que apreciaba grandemente mi
curiosidad y afn de conocer, por lo que me peda aquella ayuda, as que respond inmediatamente a
su carta, aceptando el ofrecimiento que me haca.
El viejo marino me gui un ojo.
Ya sabe, hay gente que ayudara a escapar a cualquiera de esos locos a cambio de un poco de
dinero me dijo. Ms de uno ha conseguido largarse de ah. Por eso no hay un puente que
comunique la isla con el continente Pero yo soy un viejo incorruptible, todos lo saben As me
llama el doctor, el viejo incorruptible Si es usted amigo de Mr. Farrant, le pasar en mi barca;
pero si piensa usted ayudar a que se escape algn pobre diablo de sos, le aseguro que los perros de
presa del doctor Coyne le perseguirn hasta destrozarlo a dentelladas.
Mire, no pienso estar aqu todo el da, oyendo las tonteras que se le ocurran dije.
Acerque usted su bote, o lrguese por donde ha venido, que ya me encargar yo de telefonear a Mr.
Farrant para contarle qu ha pasado.
El anciano sigui como estaba durante un par de minutos, mirndome incrdulo, mascando
tabaco, reluctante Despus clav la percha en la cinaga y se acerc a la orilla. Sub a su barcaza
abrazando mi maleta, por miedo a que se me cayese, y el viejo marino volvi a clavar la percha en el
fondo escaso de aquellas aguas de la cinaga para acceder a la isla.
Cunto le debo? pregunt una vez pisamos tierra.
Deme lo que le parezca, seor me respondi. El dinero no significa nada para m. Ya
sabe, el doctor me llama el viejo incorruptible, y eso es lo que soy, un viejo incorruptible Puede
darme un cuarto de dlar, si quiere O cincuenta centavos.
Como no tena suelto le di un billete de dlar y le dije que se lo quedara. Sus ojos denotaron un
brillo de avaricia cuando lo guardaba en el bolsillo.
Por dnde se va a la casa de Mr. Farrant? le pregunt.
Est en Taps Point, por ah abajo me respondi. Siga ese camino y encontrar pronto la
villa; la casa est a un cuarto de milla de la villa, ms o menos Pero escuche, seor me tom
de un brazo cuando ya me dispona a avanzar por aquel camino. Ya no podr salir de all Nadie
que abra las tumbas donde descansan las momias puede salir de all Slo Mr. Farrant, y eso
porque es un sabio, el ms sabio de todos. Mr. Burke y Mr. Watrous, y un ingls cuyo nombre no
recuerdo, murieron Hay una maldicin que persigue a quienes abren las tumbas donde reposan los
prncipes y las princesas Por eso la gente de aqu ya no quiere bajar a Taps Point. Lemos eso en
un peridico dominical y no nos gustara que las momias merodeasen por nuestras casas y mataran a
nuestros hijos Le aviso, seor, los otros no fueron avisados de eso, pero usted s Ahora bien, si
quiere suicidarse, adelante Pero mantenga a esas momias alejadas de nuestras casas, por favor
me dio unas palmaditas en los hombros y aadi: No podr escapar, seor Cuando vea
halcones, significar que habr problemas, todos lo sabemos, tambin los perros Lamentar usted
haber venido.
Habla usted como un demente le dije.
Por otra parte, no dejaba de maravillarme que la leyenda acerca de la maldicin, surgida a raz
de la extraa muerte de varios arquelogos que formaron parte de una expedicin a Egipto, hubiese
llegado de aquella forma tan curiosa a un rincn apartado como la isla Pequod para asustar a
aquellos payasos El viejo marino segua mirndome impasible mientras mascaba tabaco, y me fui
camino abajo, en direccin a Taps Point.
La isla de Pequod era mucho ms pintoresca de lo que sugera una primera vista desde la orilla
opuesta. En pocos minutos pas a caminar entre junperos y cipreses. Y al fin vi, tras los altos
rboles, un gran edificio que supuse era el sanatorio particular del doctor Coyne. Haba canchas de
tenis en las que jugaban varios hombres. Otros estaban tirados en la hierba. Todo estaba abierto, sin
barrotes ni cercas Para qu, si a un lado estaba el mar caudaloso y al otro la cinaga? Para qu,
si tenan perros de presa?
Dej atrs el sanatorio y camin hacia la villa que pareca alzarse muy cerca del mar. Varios
botes pesqueros proclamaban la naturaleza de la vida de los habitantes del lugar, una vida en
libertad, una vida plena Dos o tres hombres con los que me cruc en el camino se quedaron
mirndome con gesto interrogante, y una mujer lo hizo de otra manera, desafiante, desde la puerta de
su casa. Murmur algo que no pude or. Un poco ms all, otra mujer, al verme, apret a su hijo
contra el regazo, como si temiese que se lo raptara.
Yo segua mi camino con la cabeza alta, sin preocuparme del peso de mi maleta. Me parecan
indignantes aquellas historias que se contaban por all, de las que haba tenido noticia a travs del
viejo marino Y todo porque Neil Farrant se haba llevado, de manera no muy legal, sin
autorizacin alguna, eso es cierto, los sarcfagos de tres o cuatro momias que encontr en uno de los
enterramientos reales que no mucho tiempo atrs haban sido descubiertos en el alto Egipto. Pero,
por lo mucho que conoca a Neil, saba que no poda prestar la menor atencin a los cuchicheos de
aquellas gentes, ni a las absurdas historias que hablaban de maldiciones.
Nunca haba conocido a alguien ms inteligente que l, a nadie con la cabeza ms fra. De hecho,
estaba ansioso por saber de qu se trataban aquellos experimentos que me anunciaba en su carta.
Bien, dej atrs la villa y llegu a Taps Point. All, lo que ms atrs era cinaga se converta en
una autntica baha en la que estaban anclados varios botes de pesca. El sol comenzaba a ponerse por
el oeste, alumbrando un escenario delicioso, natural. Frente a m se alzaban rboles que parecan ir a
caerse al mar, lo que me hizo pensar en la erosin de aquella parte de la isla, a causa de los
temporales marinos.
Y de repente vi la casa de Neil. Era una antigua granja, grande, de piedra. Seguro que en tiempos
haba sido la casa de algn colono importante.
El sol pareca hundirse de canto en la baha. Nada alteraba la paz del anochecer. Los botes de
pesca estaban abandonados, no haba ni un pescador en ellos. Slo se perciba algo en el aire, un
halcn Y pronto hubo otro Me pareci que llegaban a la baha desde el sanatorio. Luego vi un
tercero. Poco despus apareci un cuarto halcn.
Halcones pescadores, pens. Su presencia en el aire, sobre la baha, no tena mayor
importancia Pero no haba dicho algo acerca de los halcones aquel viejo loco? S, haba dicho
que cuando viera halcones habra problemas.
Bueno, pues all estaban los halcones; all los tena, a mi vista. Lleg un quinto halcn, y despus
un sexto Yo no tena ni un problema, ni la sensacin de que podra tenerlo. Experimentaba, por el
contrario, un sentimiento de placer en aquella dulce anochecida, ms cuando me acercaba a la casa
de Neil. Me extra un poco que todas las ventanas estuvieran cerradas, tanto las de la fachada
frontal como las de los laterales de la casa; me extra porque saba que Neil disfrutaba mucho del
aire fresco y siempre tena las ventanas abiertas en nuestros das de estudiantes Llegu a la puerta
a travs del sendero de piedras, que hacan el paso algo incmodo, y llam.
Me haba dado cuenta de que los halcones volaban en la misma direccin que yo segua, pero
tampoco le di importancia. Saba que los halcones suelen acechar a los pescadores, para ver si se les
cae algn pez, as que pens que me tomaban por uno que volva a casa con su pesca. Pero lo cierto
es que ya seran unos ocho o diez halcones los que volaban en crculo sobre m, aunque no me alarm
porque lo hacan a una altura considerable. Volv a llamar, alegre al pensar que vera pronto a Neil, y
porque saba que tambin l iba a alegrarse mucho de verme al fin en su casa. Pero no hubo
respuesta, y llam una tercera vez. Entonces se dej sentir la voz de Neil desde el interior de su casa.
Quin es? Qu busca aqu?
Su voz me son extraamente desagradable, hosca O incluso aterrorizada. Supuse que quiz
estuviese harto de las estpidas suspicacias de la gente de la villa.
Soy Jim Dewey Es que no me esperabas? le dije alzando la voz.
Jim Dewey? Por qu no me avisaste de cundo vendras, hombre, como te ped que hicieras?
Lo hice Pero me temo que el telgrafo no es lo suficientemente rpido en esta parte del
mundo respond. Es que no me vas a invitar a entrar?
Claro, claro Pero Realmente ests solo, Jim? No hay nada contigo?
Claro que vengo solo respond.
O sus pasos acelerados en el interior y luego que quitaba cautelosamente la cadena de una
cerradura. Abri la puerta lentamente, pulgada a pulgada, hasta que lo vi ante m. Me impresion
encontrarlo tan cambiado. La dureza del desierto y el sol lo haban oscurecido mucho, adems de
devastarle. Tena para colmo una barba de tres das, y la ropa le colgaba por todas partes, adems de
estar sucia. Pareca bastante ms viejo de lo que era.
Bueno, Neil, no pareces alegrarte mucho de mi presencia le dije alargndole mi mano.
Vi que su mano se alzaba lentamente hacia la ma Entonces mir por encima de mis hombros y
al momento sali de sus labios un grito estremecedor. Pens que iba a estrellar la puerta en mi cara.
Los halcones! Cuidado, que no entren! gritaba.
Antes de que pudiramos entrar en la casa y cerrarla, aquellas malditas aves cayeron sobre la
puerta; nunca haba visto algo igual, nunca haba visto halcones que pareciesen tan hambrientos. Yo
estaba justo a medio entrar, en el umbral, y Neil y yo nos vimos envueltos de repente en un brutal
aleteo.
Los halcones parecan enloquecidos. Aleteaban sobre nosotros, nos golpeaban con sus alas, pero
no ramos el objeto real de su ataque. Slo parecan querer entrar en la casa. Vi que Neil atrapaba a
uno de los pjaros e intentaba retorcerle la cabeza, pero se le escap de las manos y al momento se
volvi contra nosotros, como los dems.
Yo tambin braceaba para golpearlos, pero sus malditas alas eran las que en realidad me
golpeaban a m y ms de una vez fui herido por sus garras.
Pero conseguimos ganarles. En un momento, cuando se apartaron un poco de la puerta para
reagruparse y volver a la carga, Neil tir de mi brazo y me introdujo en la casa. Casi al instante
volvan los halcones a atacar la puerta, pero fue en vano.
Poco despus o a uno de los perros del sanatorio del doctor Coyne, y luego otro, y otro ms,
ladrando todos. Me sent angustiado entonces, al comprobar que el sol ya se haba puesto y la
oscuridad comenzaba a invadirlo todo rpidamente.
Me qued mirando a Neil, que estaba lleno de araazos, como yo mismo.
Bueno, hemos conseguido mantenerlos a distancia, Jim me dijo. Mejor subamos al cuarto
de bao para ponerte un poco de yodo en esas heridas.
Por qu no disparas a esos malditos pjaros? le dije. Estn realmente rabiosos.
Es que no moriran se es el problema, Jim Ya te hablar de todo esto.

II

Despus de lavar y desinfectar las heridas que habamos sufrido, bajamos a la planta baja de la
casa. Pasamos ante un saln pobremente amueblado, porque adems los pocos muebles que haba
eran aqullos tan feos de 1870 en adelante, pero entre los que destacaban varias estanteras repletas
de libros fundamentalmente de egiptologa, y no pocos textos medievales dedicados a la astrologa y
cosas semejantes. Atravesamos otra habitacin ms y llegamos al fin a un gran saln, en la parte
trasera de la casa, que pareca algo as como el almacn de una tienda.
Todo all era de piedra; las paredes no estaban ni encaladas, porque eran de mera piedra. Y las
varias ventanas que tena aquel saln estaban cerradas y tenan barrotes.
Neil encendi una lmpara de varios brazos que haba en el techo, de luz artificial, y tuve al
momento la sensacin de hallarme en la sala de un museo. Haba innumerables trofeos que Neil se
haba trado de Egipto. Y dos sillones sacados de una tumba, y papiros, y una gran vitrina llena de
distintos fragmentos de potera. En aquel saln ola muy fuerte a especias.
Aunque me di cuenta de todo eso, mi atencin, sin embargo, qued atrapada casi nada ms entrar
all por cinco sarcfagos, sarcfagos de momias, situados uno tras otro junto a la pared de piedra y
puestos de frente sobre el borde de una tarima, de forma que estuviesen un poco levantados por la
parte de la cabeza. Cada uno de aquellos sarcfagos tena pintada en la tapa una bonita
representacin de quien yaca en su interior. Una de aquellas pinturas representaba a una hermosa
joven egipcia, de belleza exquisita y porte noble. No pude quitar la vista de all durante un buen rato.
Ya saben lo mucho que se parecen las bellezas del antiguo Egipto a las bellezas del presente.
Salvo porque tenan los ojos pintados con largas rayas, sus facciones eran perfectas. Las narices,
pequeas y armnicas; las barbillas, breves; la expresin, altiva y a la vez ensoecida, adems de
inteligente Pero sobre todo me atrajo la pintura de aquella joven deliciosa. Un retrato
absolutamente ideal que me quitaba el aire.
Vi que Neil me miraba y sonrea pcaro. Por primera vez pareci el que siempre haba sido, y no
el viejo, casi un ogro, que me recibi una media hora antes.
Es la princesa Amen-Ra me dijo divertido porque yo segua sin quitar la vista de la tapa del
sarcfago. Perteneci a una de las ms antiguas dinastas reales del antiguo Egipto, aunque la
datacin exacta del tiempo en que vivi sigue siendo en el presente motivo de controversia entre los
especialistas. Se puede asegurar, sin embargo, que antecedi a Moiss y a las primeras tribus de
Israel en varios siglos Quieres que te cuente su historia, Jim? Bien, pues tras la muerte de su
hermano sigui diciendo Neil sin esperar mi respuesta, ella gobern el reino. Vivi y muri
soltera. Esos de ah seal hacia los dems sarcfagos fueron los consejeros del reino ms
cercanos a ella.
Su reinado es legendario, es conocido como la edad de oro del antiguo Egipto. Al Nilo no le
escase jams el agua en aquel tiempo y todo el reino vivi un prspero periodo de paz. Por donde
quiera se extenda la riqueza. La reina obr como una divinidad.
Pero haba algo que turbaba a los sacerdotes. Consideraban stos que Amen-Ra tena que
casarse, aunque lo ms difcil de resolver era quin sera el esposo adecuado. Que matrimoniase con
un extranjero resultaba inconcebible, pues se consideraba a Amen-Ra descendiente directa del dios
Osiris.
Un noble de Tebas llamado Menes, sin embargo, se enamor perdidamente de la princesa, y ella
le correspondi. Menes era demasiado poderoso como para que fuese condenado o se le hiciera
desaparecer, aunque los astrlogos vaticinaron que el casamiento, de llevarse a cabo, atraera sobre
el reino la clera de los dioses. Por lo tanto, los sacerdotes comenzaron a conspirar con los
consejeros reales para matar al joven noble, pensando siempre en la salvacin de Egipto.
La misma noche del da en que se celebr la ceremonia nupcial, los conspiradores entraron en
el palacio y asesinaron a Menes y a los consejeros de la princesa, entre ellos al ms anciano, al que
haba consentido en la boda, pero ste, antes de morir, hizo que el Nilo se desbordase, merced a su
conocimiento de un conjuro mgico, y que un terremoto derribara los muros del palacio. La princesa,
desesperada, se quit la vida con un veneno. Para colmo, hubo despus un levantamiento de los
campesinos que complet el desastre Todo eso est escrito en ese papiro Neil seal hacia un
tubo de cristal que haba junto al sarcfago, en el que estaba aquel papiro. Nunca pudieron
encontrar el cuerpo de Menes sigui diciendo, pero aquellos que sobrevivieron al desastre
consiguieron rescatar los cadveres de la princesa y de sus consejeros traidores, que fueron
cuidadosamente embalsamados, aunque sin extraerles el cerebro y las vsceras, costumbre que se
extendera en Egipto mucho tiempo despus. Fueron enterrados en el templo de Set y desenterrados
por nuestra expedicin.
De acuerdo con las creencias egipcias, tras un periodo de unos tres mil aos, el Ba regresara
para reanimar aquellos cuerpos, para que la princesa y sus consejeros volvieran a gobernar el pas y
a devolverle su antigua gloria.
Ba era el alma? pregunt.
En efecto, el alma Una cosa distinta, por lo dems, de Ka, el doble, o el cuerpo astral En
cuanto a Menes, sin embargo, se crea que su cuerpo haba sido reducido a cenizas Vers, los
amantes se haban jurado fidelidad eterna ante el dios Horus, y los sacerdotes teman que Menes
regresara para reclamar a su esposa, pasados tres mil aos, cuando se hubiera restaurado el
esplendor del antiguo reino.
Por eso decidieron inscribir en el sarcfago de Amen-Ra una maldicin contra quien lo sacara
de la tumba. Una maldicin que alcanzaba por igual a los salteadores de tumbas y a los musulmanes
que invadieron el pas Slo nosotros nos atrevimos a desenterrarlo.
Vamos, Neil, no creers todas esas tonteras
Bueno, no las crea cuando se inici la Expedicin de la Universidad de Virginia. Pero qu
ocurri? Lord Cardingham, que tan generosamente financiaba la expedicin, se cay en una de las
zanjas excavadas y se parti el cuello Burke enferm de unas fiebres tan sbitas como misteriosas
y muri el mismo da. Dijeron que era la plaga, pero la verdad es que no haba plaga alguna en el
alto Egipto Watrous se pinch un dedo con una astilla y muri a causa de un envenenamiento de la
sangre Tres de los nativos que iban con nosotros murieron tambin sbita y misteriosamente en
apenas una semana Lewis y Holmes tambin enfermaron y hubieron de regresar a la costa. Lewis
falleci poco despus y Holmes muri al naufragar su barco cerca de Sicilia Yo no tena sntoma
alguno de enfermedad, pareca el nico a salvo Supongo ahora que era inmune a la maldicin,
precisamente porque formaba parte de la expedicin como mdico No crea en esas cosas, lo
repito; es ms, era decididamente incrdulo y me dije que tena que averiguar cules eran las causas
reales de aquellas enfermedades sbitas que llevaban a nuestros hombres a la muerte en muy poco
tiempo Consegu, no sin esfuerzo, que algunos nativos se atrevieran a cargar los sarcfagos y otras
cosas halladas en el enterramiento que habamos descubierto, en un barco que contrat para ello y
para poner rumbo a Amrica. El doctor Coyne, con quien ya haba trabajado, uno de los neurlogos
ms importantes del mundo, me sugiri que habilitara esta vieja casa en la que estamos, de la que l
es propietario, para que llevase a cabo mis experimentos.
Qu experimentos? le pregunt con bastante incredulidad pues su expresin, en aquel
instante, era la de un fantico.
Primero respondi Neil quiero or de tus propios labios que ests dispuesto y preparado
para asociarte conmigo en este trabajo, aceptando el riesgo de ser vctima de la maldicin
No tengo el menor problema en aceptar el trabajo que me propones le dije, pero todo eso
de la maldicin me parece una idiotez completa.
Neil me mir de manera extraa y se apart en direccin a donde estaba el papiro. Empez a
traducir lo que all vena:
Menes, uno de los malditos, cuyo cuerpo fue destruido por el fuego, nunca deber retornar a
esta tierra La maldicin de Horus, la maldicin de Anubis, de Osiris, de Hapimus, el dios del
Nilo, la maldicin de Shu, divinidad de los vientos, la maldicin de Mesti, la divinidad con cabeza
de halcn, han cado sobre l porque puede violentar el secreto de las tumbas Por ello ser
destruido mediante agua, astillas y fuego
De veras habla de astillas, as, tal cual? dije al recordar que Watrous haba muerto tras
pincharse con una astilla.
Neil sigui leyendo:
Ser destruido mediante la peste, o un mal viento, o un naufragio, o por las garras de Mesti.
Habr de consumirse en su fuego interno, as como todos sus cmplices Bueno, creo que ya es
suficiente dijo Neil alzando los ojos del papiro y mirndome asustado, furtivamente. Querras
echarle un vistazo a la princesita? me dijo despus en un tono de voz muy bajo, angustiado.
Claro que s respond. De veras?
S, ya he abierto todos esos sarcfagos Es verdad que la humedad de la isla de Pequod ha
deteriorado un poco a las momias, pero vers El experimento
Se interrumpi, fue hacia un armario y tom un cortafros para levantar la tapa del sarcfago. Era
evidente que lo haba hecho muchas veces pues procedi con absoluta ligereza y habilidad,
descubriendo aquello Tuve ante m, as, la momia de una joven, de una mujer muy joven, con su
vestimenta talar algo podrida, esa impresin me dio, cubierta por un velo de lino, de la que sala un
olor difuso a especias y a natrn.
Apenas se le apreciaba algo ms que el contorno, por estar cubierta con aquel largo velo de lino
igualmente podrido Pero tambin resultaba evidente que haba sido descubierta no una vez, sino
montones de veces, por Neil, supuse en buena lgica A Neil, por cierto, le temblaban entonces las
manos. Me pareci que tema ms por m que por aquel aleteo que se dejaba sentir fuera de la casa,
tan fuerte, por aquellos golpes de las garras de los halcones contra los barrotes externos de las
ventanas.
De alguna manera me pareci que la presencia de los halcones, enloquecidos aun siendo de
noche, tena algo que ver con lo que haca mi amigo. Ces aquel ruido que hacan las aves, y cre que
volvera a dejarse sentir en breve, cuando Neil comenz a quitar lentamente el velo de lino que
cubra a la momia. As la empec a ver completa al poco, de la cabeza a los pies.
Percib unos mechones de cabello negro, y me maravill del magnfico estado de conservacin en
que pareca encontrarse el cuerpo. Fue, desde luego, la experiencia ms reseable de cuantas haba
tenido hasta entonces, y de cuantas he tenido posteriormente Ver as, a tan corta distancia, tan
intensamente, el cuerpo de una mujer que fue hermosa, el cuerpo de una princesa egipcia muerta
miles de aos atrs Verla as, bajo la luz, elctrica
Neil se detuvo cuando la momia estaba a medio descubrir, mir a su alrededor y despus clav
los ojos en m, como si no me reconociese, como si fuera yo un intruso, alguien hostil para con l y
para con su trabajo Y yo no pude por menos que asombrarme de la transformacin que se obraba
en l.
Su mirada era la misma que cuando me abri la puerta. Una mirada que me sugiri los ojos de un
cadver. O una mirada, quiz, que no era la propia de un americano del siglo XX.
Jim! Qu diablos? comenz a decir cuando pareci que volva a reconocerme. Era
evidente que trataba de hacer un gran esfuerzo interior para recuperarse. Supongo que
comprenders ahora cul es el objeto de mis trabajos Perdona si te parezco raro Quera
mostrarte la momia de Amen-Ra, pero no s si ella
Me parece que ests yendo muy lejos No hay que darle ms importancia, te aseguro que me
ha gustado mucho verla le respond.
Pero de inmediato me pareci que se olvidaba por completo de mi presencia, como si me hubiera
desvanecido en el aire. O como si me hubiese evaporado en su consciencia. Sus manos siguieron
descubriendo a la momia mecnicamente.
Curiosamente, bajo aquel velo de lino podrido haba otro de seda perfectamente conservada Y
otros dos velos ms, bajo aqul, idnticamente bien conservados. Y justo cuando comenzaba a
preguntarme si habra ms velos, apareci ante m la cara y el torso desnudo de Amen-Ra.
Me qued mirando aquel rostro y sent que mi respiracin se haca ms agitada por momentos.
Aquello era realmente una momia? Desde luego, estaba mucho mejor conservada an de lo que me
haba parecido en lo que se vea de ella a travs de los finos velos que la cubran Poda ser
realmente aqulla la cara de una muchacha muerta incontables siglos atrs? Pero si pareca recin
fallecida! Su piel, de un delicado color aceituna, era perfecta; daba incluso la sensacin de que tena
circulacin sangunea, pues haba en sus mejillas una tonalidad ciertamente roscea Tena cerrados
los ojos, pero sus prpados oscuros semejaban ocultar una pupila viva, brillante.
Me pareci incluso que haba en sus labios algo que me atrev a pensar vena a ser el fantasma de
una sonrisa Una mueca encantadora, adorable Una sonrisa, acaso, de burlona exquisitez, como
quien bromea delicadamente, como si los ltimos pensamientos de aquella mujer tan joven hubieran
sido dedicados a ese con quien se haba prometido fidelidad eterna ante Horus, convencida de que ni
la vida ni la muerte podra separarlos.
Mir an ms intensamente aquel rostro aparentemente sano y entonces el recuerdo de aquella
trgica historia de amor asalt mis pensamientos, sacndome de la abstraccin en que me haba
sumido. Se me encogi el corazn. Aquella mujer estaba viva! Pareca increble que perteneciera a
la noche de los tiempos.
Neil se dej caer de rodillas sbitamente ante el sarcfago. Sus manos se asan
desesperadamente al borde de la caja. Contemplaba a la princesa como herido por un dolor profundo
y comenz a gritar con los labios crispados:
Amen-Ra! Oh, Amen-Ra! Te amo, te amar siempre, te esperar ms all del tiempo! Para
m no hay nada ms verdadero que la promesa de amor y fidelidad eternos que nos hicimos ante
Horus, cuya proteccin pedimos, el nico que puede hacer que volvamos a ser t y yo uno solo
Acaso no me reconoces? Despierta de tu sueo de siglos y hblame, te lo suplico Mrame y di
que an me amas.
De sus labios siguieron saliendo cosas que no entend, extraos sonidos que no supe si tomar por
palabras egipcias. Me acerqu y le puse una mano en el hombro.
Neil le dije, no deberas hacer esto Vuelve en ti, hombre!
Pero estaba rgido como una roca; o acaso, como un hombre en estado catalptico. Dudaba qu
hacer, y me asaltaron an ms dudas cuando se volvi a sentir fuera aquel aleteo insoportable, el
choque de las garras de los halcones contra los barrotes de las ventanas.
He de decir, sin embargo, que mantena la claridad en mi mente. En la mente de Neil Farrant, por
el contrario, pesaba con fuerza la desaparicin de quienes haban ido con l a Egipto, lo que supuse
le haba impresionado a extremos de volverle loco Desde su regreso viva con aquella momia, en
absoluta reclusin, sin nadie ms a su lado. Eso, sin duda, haba agravado sus impresiones. Trat una
vez ms de que volviera en s, de que se recuperase de aquel trance, de aquel acceso de locura, pero
con idnticos resultados.
Es que ya no me recuerdas? segua clamando patticamente, arrodillado ante la momia.
Soy Menes, tu Menes dijo de pie ahora, dando palmaditas en las mejillas de la momia. Por
qu no despiertas de tu sueo, aunque slo sea un instante, y me reconoces?
Entonces ocurri algo que supuse producto de mi imaginacin, aunque aseguro que estaba en mis
cabales, alerta, pues aquello me hizo retroceder trastabillando como un borracho.
Vi que los prpados de la princesa tremolaban y que su sonrisa encantadora le relajaba an ms
la boca, amplindosela en las comisuras. Me qued all clavado, sin saber qu hacer ni qu pensar,
mientras Neil segua dando suaves palmaditas en las mejillas de la momia Puedo jurar que sus
prpados seguan tremolando.
Lleg desde el sanatorio el ladrido de un perro, y otro, y otro ms, hasta llenarlo todo All
estaba yo, de pie, sin saber qu hacer, incapaz de ayudar a mi amigo Viendo cmo aquel hombre
vivo haca el amor a una muerta.

III

Fue el timbre del telfono lo que recuper a Neil de su rapto enajenado. Se puso rpidamente de
pie y se qued mirndome. Tambin miraba alternativamente a la momia. Pareca que se le haba
aclarado el cerebro.
Bueno, Jim, ya la has visto me dijo, y supe por el tono de su voz que era completamente
inconsciente de lo que acababa de suceder, de la escena de la que yo s poda levantar acta. Es
una belleza, verdad? A que parece estar viva? Bien, me ayudars esta noche en mi experimento; al
fin y al cabo, para eso te ped que vinieses Coyne cree que tengo razn. Mi experimento tiende a
desvelar el misterio del proceso de momificacin, lo mismo, en suma, que tantos egiptlogos han
intentado hacer.
Como el telfono volvi a sonar insistentemente, sali para responder a la llamada. Estaba en un
perfecto estado mental.
Supongo que ser Coyne me dijo cuando ya iba a descolgar. Olvid decirte que iremos a
cenar a su casa esta noche Disculpa, tengo que atender la llamada
Segua pensando que Neil no era consciente de lo que haba pasado. Era como un hombre con
doble personalidad. No me cupo la menor duda de que su otro yo crea ser de veras el mtico Menes,
el amor de la princesa tantos siglos atrs.
Me fij de nuevo en la cara de la princesa momificada, alumbrada por la luz elctrica. Qu
tonteras puede hacerle creer a uno su propia imaginacin!, me dije. No obstante, estaba seguro de
haber observado signos vitales en el rostro de la momia, estaba seguro de haber visto cmo le
tremolaban los prpados Pero me dije una y otra vez que no era posible. Me negaba a creer lo que
me haban ofrecido mis sentidos.
Pero tambin poda ser que mis sentidos me hubieran traicionado. Ahora poda ver claramente el
bello rostro de la princesa, de expresin absolutamente natural, sin crispacin alguna, pero saba que
todo era consecuencia de un perfecto proceso de momificacin. No haba signo vital de ninguna
especie en aquel rostro que pareca de cera.
Escuch a Neil hablando por telfono:
S, Coyne, Dewey est conmigo Lleg hace una hora. Ya le he dicho que cenaramos los tres
juntos, todo est en orden El experimento? Acaso lo llevemos a cabo esta noche, si ustedes dos
estn de acuerdo, naturalmente S, por supuesto que considero a Jim Dewey el hombre adecuado
Confo en l ms que en cualquier otra alma viviente
Le o colgar el telfono y regresar junto a m.
S, era Coyne me dijo. Quera saber si ya habas llegado. Es un buen tipo, ya vers;
seguro que estaris encantados de conoceros Con su ayuda podremos avanzar ms. El ambiente
est muy hmedo, deberemos proceder con mucho cuidado pero, mira, Jim y se ech a rer.
Tengo que vendar de nuevo a esa dama Alguien podra enamorarse de ella, y al fin y al cabo es una
momia, no?
Con sus dedos desde luego muy hbiles en vendar y en quitar las vendas a la momia, procedi a
cubrirla rpidamente con ellas de manera que slo se apreciase su contorno. Luego cerr
cuidadosamente el sarcfago.
Ests listo, Jim? me pregunt. Pues adelante Sern slo cinco minutos Saldrs t
primero y yo me cerciorar de que no anda por ah ninguno de esos malditos halcones.
Sal de la casa. Arriba, contra la luna, vi una bandada de pjaros, pero en esta ocasin no se
interpusieron los halcones entre nosotros, por lo que Neil se me uni, cerrando a sus espaldas la
puerta con llave.
Tengo que mantener este lugar inaccesible me dijo. Todos esos pueblerinos de la villa son
insaciablemente curiosos, y adems se enteraron hace poco de todo lo relacionado con las momias
gracias a un peridico dominical. Hay un tipo, un tal Jones, el encargado del ferry, que es el peor de
todos Siempre anda merodeando por aqu Coyne lo llama el viejo incorruptible, porque una vez
rechaz cinco mil dlares que le daba el hermano de uno de los pacientes del sanatorio si ayudaba a
que ste escapara.
Caminamos casi hombro con hombro por un sendero que conduca al sanatorio. La tormenta se
cerna ya sobre nosotros, y ms abajo el oleaje haca rugir el mar brutalmente. El ambiente era
sofocante, opresivo. Segua preguntndome si Neil era capaz de recordar algo de lo que haba
pasado.
Tendramos que disparar contra esos halcones dijo. Supongo que ser el olor del natrn
de las momias lo que los excita, como la gatera excita a los felinos He disparado ya contra ellos,
pero son muy cautos.
Pero Neil me haba dicho que los halcones no moriran si se les disparaba y se acertaba con el
tiro. Y haba visto cmo l mismo retorca el pescuezo de uno de aquellos halcones, como si fuera a
arrancarle la cabeza, sin conseguir matarlo.
Lo mir de reojo. Era otra vez el Neil Farrant que siempre haba conocido, salvo por su aspecto
fsico, tan moreno del sol de Egipto, tan devastado. Decid que debera hablar con el doctor Coyne
acerca de Neil, siempre y cuando aquel mdico me pareciese un hombre accesible y de confianza.
Pasamos entre unos robles altos, macizos, y tras dejarlos atrs accedimos a un sendero muy bien
cuidado, regular, fcil de transitar As llegamos al sanatorio. No haba verjas, ni rastro de los
perros de presa. A un lado estaban las canchas de tenis; al otro, el prado para jugar a los bolos.
Tampoco haba vigilantes.
Haba una serie de edificaciones bajas, de dos plantas, alrededor del edificio principal, todos
ellos bien iluminados. La institucin, en fin, estaba en muy buen estado de mantenimiento y mostraba
un aspecto moderno.
Llamamos al timbre de la puerta principal y una enfermera uniformada nos abri. Sonri a Neil.
S, creo que el doctor les aguarda dijo. Adelante, por favor.
Un segundo despus estbamos en presencia del doctor Coyne, en un amplio recibidor tras el cual
vi su despacho y consulta, con los armarios que contenan el instrumental mdico, una silla, una
camilla y algunos muebles ms. Neil nos present y el doctor Coyne estrech mi mano mientras me
observaba con gran curiosidad.
Era un hombre ya mayor, de entre sesenta y cinco y setenta aos, con unos ojos azules de mirada
profunda y escrutadora, y una cara llena de arrugas. Tena todo el aspecto de ser un hombre muy
juicioso. Un hombre capaz de descubrir en uno su autntica naturaleza con una sola mirada, y quiz
un hombre que necesitaba descubrrsela a los dems.
Encantado de conocerle, Mr. Dewey me dijo. Farrant me ha hablado mucho de usted
dicindome adems cunto ansiaba su presencia, su colaboracin. Creo que ambos son muy
afortunados Pero, como ya est servida la cena, demos cuenta de ella sin ms formalidades
dijo mirndome fijamente. Espero que no se hiciera usted esas heridas tratando de llegar hasta
aqu a travs de la isla
No, nada de eso, fuimos atacados por unos halcones dije cuando ya entrbamos en el
comedor.
Coyne frunci el ceo.
Son una autntica plaga dijo. Lamento que haya tenido una experiencia tan desagradable
nada ms llegar a nuestra isla Hay un tipo de halcn pescador, propio de la isla de Pequod, pero a
saber por qu razn algunos se han vuelto agresivos y han comenzado a atacar a la gente Hemos
organizado partidas para abatirlos a tiros, pero son muy listos
En el amplio comedor haba una buena cantidad de mesas pequeas, ocupadas todas por
comensales. Algunos se levantaron e hicieron una reverencia a Coyne y los dems siguieron dando
cuenta de su cena como si nada.
Me fij en que haba ms personal de servicio de lo que en realidad haca falta. Pero en su gran
mayora aquellos hombres no servan las mesas sino que estaban junto a las paredes. Seran, supuse,
enfermeros vestidos como los camareros.
El doctor Coyne encabezaba nuestra marcha hacia una mesa ms apartada, que estaba entre dos
grandes ventanales a travs de los cuales vi las luces de la villa en la distancia. El ambiente era muy
pesado, provocaba una sensacin opresiva.
Coyne, la verdad, me ofreci una excelente cena de bienvenida. Le habl de mi larga amistad con
Neil, y de mi trabajo en el Instituto de Biologa, del que haba llegado directamente para ayudarle en
sus experimentos, a peticin suya.
Le ha mostrado nuestro amigo aqu presente esa momia de la bellsima y joven princesa?
me pregunt Coyne. Si no lo ha hecho, se habr perdido usted algo realmente impresionante.
Al tiempo que deca aquello me miraba de una forma extraa que no supe interpretar.
S respond En tiempos tuvo que ser muy bella.
Su historia es muy romntica, al menos segn lo que se refiere en el papiro continu Coyne
. Farrant an no le has contado a Mr. Dewey en qu consiste el experimento?
Mir a Neil, quien respondi indiferente al mdico.
No, an no se lo he contado Trataremos de ese asunto esta noche, doctor Jim acaba de
llegar, no he tenido tiempo de hablar con l a fondo.
Bueno, ya veremos si puede llevarse a cabo dijo el doctor.
Observ que aquello le provocaba cierto disgusto, pero fui incapaz de adivinar la razn. Neil
pareca muy concentrado en el cuchillo y el tenedor. Tuve la impresin de que haba all propsitos
contrapuestos.
Supongo que todos sos son convalecientes, verdad? dije para cambiar de conversacin.
No, por desgracia me respondi el doctor en voz baja. De hecho, me encargo de los casos
ms desesperados, de los desahuciados Rara vez algn paciente mo recupera sus facultades
psquicas pero en realidad eso ocurre por lo general slo en los libros de texto Por ejemplo,
aquel hombre y seal a un sujeto de aspecto apacible, un hombre de edad vestido de etiqueta, del
que me haba llamado la atencin que comiese con una cuchara de madera. Lo ve bien? Pues ah
lo tiene, un hombre que sufre de frenes homicida He tenido que convencerle de que los mangos de
los cuchillos, los tenedores y las cucharas atraen ciertos rayos galvnicos que estn en su interior
Compruebe usted que recibe una atencin especial, aunque disimulada, por parte de los cuidadores
Despus de cenar ser todo un placer para m mostrarle algunos pacientes ms A sos no se les
puede juntar con el resto.
Una mujer comenz a entrechocar el cuchillo y el tenedor.
Este men est electrificado, doctor grit levantndose de la mesa. Lanza rayos gamma!
Se lo ruego, doctor, no permita que mis enemigos atenten contra m ante sus propias narices O es
que no los ve?
Arthur, alcnceme el plato de Mrs. Latham pidi el doctor a uno de los camareros. Y que
traigan otro plato para ella inmediatamente, por favor. Si alguien ha querido atentar contra usted,
madame, electrificando su men, descuide que llegaremos al fondo del asunto.
Pero mis enemigos son muy poderosos, no podr enfrentarse a ellos! grit la mujer. Mis
enemigos pueden utilizar su laboratorio, incluso, para contaminar mi comida con los rayos gamma y
tendr que gastarme el dinero yendo a comer a otro lado
Una enfermera de edad, uniformada tambin, apareci en escena y tom a Mrs. Latham de un
brazo. Le cost sacarla de all. Cuando se la hubo llevado, cesaron los signos de agitacin que
haban comenzado a manifestarse entre los dems comensales, y todo el mundo sigui cenando
tranquilamente.
Dar orden de que este plato sea examinado de inmediato en mi laboratorio, para que todos
estn tranquilos dijo entonces el doctor dirigindose a los locos.
Me llam mucho la atencin la forma en que logr apaciguarlos. Me sorprendi verlos conversar
en un tono de voz tan moderado, como si nada hubiese pasado.
Pero tambin me llam la atencin una cierta extraeza, algo raro, en la relacin que se daba
entre Coyne y Neil. Vi algo no del todo claro en la actitud de Coyne hacia mi amigo. Uno a uno, o de
dos en dos, todo lo ms, los pacientes comenzaron a salir del comedor poco despus. Tan pronto
estuvo fuera el ltimo, Coyne se levant de repente de la mesa y dijo:
Farrant, si de veras pretendes hacer tu experimento esta misma noche, estar contigo en una
hora.
Esplndido! exclam Neil. Entonces regresar a casa con Jim.
No, mejor ve t solo y prepralo todo para cuando lleguemos Mr. Dewey y yo replic
Coyne. Recuerda que le he prometido mostrarle algunos pacientes a los que tengo aqu asilados
Neil miraba dubitativo mientras Coyne se mostraba resuelto, imperativo.
Bueno, como usted diga Quera exponerle algunas ideas dijo Neil.
Habr tiempo, descuide Pase lo que pase, le aseguro que estar con usted dijo Coyne.
Sabe que puede contar conmigo.
Neil sali del sanatorio. El doctor lo mir mientras se iba. Despus se volvi hacia m.
Pobre Farrant! exclam. Sufre de inestabilidad emocional desde que regres de Egipto,
como consecuencia de las duras experiencias que hubo de padecer all.
Quiere decir que se ha vuelto loco? le pregunt alarmado, ms que nada porque, gracias a
sus palabras, las cosas comenzaban a estar ms claras para m.
La locura es un trmino puramente mdico Farrant no podra ingresar aqu como paciente
dijo el doctor, y tras una pausa aadi: Pero la verdad es que, desde que regres de Egipto
Bueno, creo que ser mejor que me guarde por ahora lo que iba a contarle, al menos hasta que
hayamos visto a esos enfermos de los que le he hablado. Creo que sus casos pueden estar
relacionados con el de nuestro amigo Por all, por favor.

IV

Salimos del edificio principal para ir a otro, pequeo y apartado, al que se acceda por un
camino de gravilla. En el vestbulo estaba sentada una enfermera con su correspondiente uniforme.
Se levant cuando entramos. Coyne la salud con una inclinacin de cabeza y subimos por la
escalera a la segunda planta, en cuyo largo pasillo haba una buena cantidad de puertas a cada lado.
Haba all ms enfermeras, sentadas en mecedoras, en el descansillo de la planta.
Alguna novedad, Miss Crawford? pregunt Coyne a una de ellas, con tono imperativo, un
tanto brusco.
Me temo que el viejo Mr. Friend puede morir esta noche, lo encuentro muy mal respondi la
enfermera.
Bien, cuide de l dijo Coyne y se volvi hacia m. Muchos de mis pacientes mayores
pueden irse de este mundo en cualquier momento, y a veces parece que se ponen de acuerdo para
hacerlo todos a la vez.
La enfermera abri una de las habitaciones y entramos. En la cama, con ojos de hallarse inmerso
en un profundo estupor, yaca un hombre muy viejo, enjuto, seco y plido, tan consumido como una
momia. Resultaba extrao observar que an mantuviese un hlito de vida en aquellas circunstancias,
pues tena toda la pinta de haber sido embalsamado por los egipcios miles de aos atrs. Estaba
tumbado boca arriba, respirando dificultosamente, en un estado aparente de coma.
Contra la ventana de la habitacin se produca un aleteo constante, suave cuando entramos all y
muy brutal al poco. Uno de aquellos malditos pjaros lleg a golpear el cristal de la ventana con sus
garras mientras sus ojos prfidos se clavaban en m. Entonces se acerc el doctor a la ventana, hizo
un gesto brusco con la mano y las aves se perdieron en la oscuridad de la noche.
El doctor se volvi hacia la enfermera.
Si observa algn cambio, diga al doctor Sellers que le ponga una inyeccin intravenosa
orden. Hemos de mantenerlo vivo cuanto nos sea posible Qu hay de los otros?
Siguen todos prcticamente igual respondi la enfermera.
Abri sucesivamente varias puertas. En aquellas habitaciones vi al menos a tres hombres que
tenan toda la pinta de no ir a durar mucho. Dos de ellos mostraban un estado de semiinconsciencia, y
el tercero, sentado en una silla, pareca no ver, ni or ni entender. No prest la menor atencin a
nuestra entrada.
Este hombre lleva conmigo veintitrs aos me dijo el doctor Coyne en voz baja y luego se
dirigi a l en un tono ms alto: Cmo se encuentra, Mr. Welland? le pregunt poniendo una
mano en su hombro.
Welland gir la cabeza lentamente, como si lo moviera un mecanismo oculto. Me fij en sus ojos.
Eran, desde luego, los ojos de una autntica momia, en un cuerpo que pareca realmente
momificado Aquel pobre anciano susurr algo que no entend y volvi a sumirse en el estupor.
Est a punto de morir me dijo muy bajo Coyne mientras haca un gesto a la enfermera,
indicndole que saliese de la habitacin, a la vez que me llevaba hasta la ventana. Antes de que
visitemos al ltimo de estos pacientes, Dewey, me gustara que hablsemos del experimento que
pretende hacer esta noche el pobre Farrant Ver Ms all de que resulte exitoso o acabe en un
fracaso rotundo, le aviso a usted de que ver cosas extraordinarias; cosas, por cierto, acerca de las
cuales yo mismo he mantenido un gran escepticismo durante mucho tiempo. Pero no me ha quedado
ms remedio que creerlas a partir de la llegada de Farrant a esta isla Farrant, por lo dems, me ha
hablado mucho de usted, Dewey, y debo admitir que adems conozco bien su currculum. Por otra
parte, creo que s reconocer a un hombre de un vistazo. Usted y yo no nos habamos visto jams hasta
hace apenas un rato, pero le tengo a usted por una persona ideal para participar en el experimento.
Confo en usted, Dewey, porque he podido observar que tiene un don poco comn: la mente abierta
Creo haberle sugerido ya, sin embargo, que Farrant no es el mismo, que no est en sus cabales
Presenta un cuadro que denominamos de doble personalidad, algo que no es raro, desde luego, pero
s mucho ms raro de lo que se creen quienes lo padecen.
Yo no acertaba a saber hasta dnde quera llegar Mir por encima de sus hombros y me
encontr con los ojos de momia de Mr. Welland, que segua hundido en su butaca. Por qu haba
querido el doctor Coyne que viera a esos pacientes, y qu relacin haba entre ellos, Farrant y sus
momias? Algo me deca que s, que haba una relacin El mdico segua hablando.
Le resulta familiar la literatura sobre estos casos de los que hablo? me pregunt.
S estaba familiarizado con aquella literatura y se lo dije. Pareci encantado.
Yo he seguido siempre una praxis que podramos llamar heterodoxa sigui diciendo Coyne
, y as he llegado a la conclusin de que estos casos que llamamos de doble personalidad se
corresponden en realidad con la posesin.
Cmo?
Una posesin debida a otras entidades, digamos A eso me refiero, Dewey.
Se refiere a la muerte? le pregunt asombrado.
Una posesin debida a otras entidades vivas, o muertas, en efecto me respondi Coyne.
Es indudable que otra entidad, muy distinta a la suya propia, ha tomado posesin de Neil Farrant
He podido comprobarlo en alguna ocasin, y estoy seguro de que usted, aun llevando muy poco
tiempo aqu, tambin lo ha comprobado.
Pero no supe qu decir.
La sugestin de que era Menes, aquel personaje del antiguo Egipto, poda haber hecho mella en la
mente de Neil Farrant, en efecto, y que por culpa de esa idea violara todos los cnones del sentido
comn. Observ que el doctor me miraba con expresin inquisitiva.
Vayamos a ver al ltimo de mis pacientes que quiero mostrarle, Dewey dijo, sin hacer ms
comentarios, y salimos al pasillo, donde nos esperaba la enfermera.
Cmo sigue Miss Ware? le pregunt el mdico.
Igual que en las dos ltimas semanas respondi la enfermera.
Ir a verla dijo Coyne. Este caso me dijo es claramente lo que denominamos
demencia precoz. Quienes se ven afectados pueden estar semanas enteras en un estado aparente de
inconsciencia. Miss Rita Ware pertenece a una familia importante del sur y estaba prometida a un
joven caballero no menos notable, el hijo de un millonario que posee varias plantaciones de algodn.
De repente, inopinadamente, Miss Ware rompi el compromiso. Poco despus comenz a mostrar
claros sntomas de insania mental Lleva conmigo casi un ao.
No hay esperanzas? pregunt.
La demencia precoz es un trastorno que se genera en la adolescencia y se considera incurable
respondi Coyne. En algunos casos, con mis mtodos, desde luego, he obtenido algn resultado
relativamente satisfactorio. Pero ya le he dicho que suelo decantarme por una praxis heterodoxa, por
unos mtodos propios, que trato de ensear a mi mejor discpulo, el doctor Sellers, para que pueda
aplicarlos en lo sucesivo se encogi de hombros y dijo a la enfermera: Bien, vayamos a visitar
a Miss Ware.
La enfermera abri una puerta que estaba al fondo del pasillo de la planta. La habitacin era ms
grande que las otras. Gracias a la luz de una lamparita que haba justo sobre la cama pude contemplar
que el mobiliario era excelente, y que haba en las paredes buenos cuadros, tapices y otros adornos.
Sentada en un magnfico silln orejero, la joven nos contempl cuando entrbamos. Era realmente
joven. Como los dems, pareca atnita, como si no nos viera, aunque nos mirase. El doctor Coyne
dio una vuelta alrededor del silln que ocupaba y luego se detuvo ante ella. Alarg un brazo para
pasarle la mano ante la cara, y lo volvi de inmediato a su posicin anterior.
Acrquese, Dewey, por favor me pidi Coyne con su habitual tono imperativo.
Mantngase en calma, pero observe con detenimiento su rostro Quiz comience a entender algo
Me acerqu al silln orejero que ocupaba la chica. Y entonces se desat al fin la tormenta, con
una furia que no puedo calificar ms que como manaca Se fue la luz y la habitacin qued a
oscuras. nicamente llenaba la habitacin el estallido de los relmpagos y algn rayo Y llova y
tronaba brutalmente. El aullido del viento pareca ir a derribar el edificio. El agua se estrellaba
violentamente contra los cristales de la ventana. Desde el exterior lleg un sonido que imagin poda
tratarse del lamento de las almas en pena.
De repente vi a travs de los cristales de la ventana, iluminados por los relmpagos, los ojos
feroces de dos halcones, que se clavaban en m. Casi al instante, aquellos demonios con alas
consiguieron entrar en la habitacin rompiendo los cristales. Pronto me di cuenta de que no eran dos,
sino veinte.
La enfermera grit aterrada. Coyne braceaba violentamente para apartarlos. Levant
instintivamente las manos para protegerme los ojos, pero los halcones no parecan en realidad
interesados en m. Uno de ellos se pos en la cabeza de aquella muchacha con la razn perdida.
Despus se perdieron todos por el pasillo.
Coyne sali tras ellos, gritando:
Maldita estpida! dijo a la enfermera. Se dej usted la puerta abierta!
Entr en otra habitacin y pude ver, a la luz de los relmpagos, la sombra de tres o cuatro
halcones revoloteando.
De repente se encendieron las luces. Me vi en la habitacin del viejo Welland. Segua en su
butaca, pero ahora tena cerrados los ojos de momia. Se vea la muerte en sus facciones como de
cera. Se oy un grito en el pasillo.
Estn muertos! Han muerto todos! Los ha debido matar un rayo!
La enfermera, presa del pnico, lleg corriendo hasta donde se encontraba el doctor Coyne. Se
limit a quitrsela de encima con un empujn.
Preocpese de esos malditos halcones! rugi el mdico.
Los halcones revoloteaban por todas partes, metindose en las habitaciones que la enfermera
olvid cerrar. Pero no me parecieron entonces ms agresivos, al contrario. Cre que intentaban
buscar una salida, y as fue, porque poco despus entraban en la habitacin de Miss Ware y se iban a
travs de la ventana, perdindose en la noche.
La tormenta, sin embargo, no remita, al contrario. De todos los edificios del sanatorio sala el
grito de terror de los pacientes all asilados. Se oan tambin las carreras de los empleados. Los
rayos y los relmpagos se alternaban casi mecnicamente con los truenos y el agua sugera un
diluvio. La enfermera que nos haba acompaado sufri un desvanecimiento, cayendo en el pasillo, y
otra acudi a reanimarla. Una tercera enfermera iba corriendo de habitacin en habitacin, sin
sentido aparente. Parecan haber perdido el juicio.
Coyne haba entrado en la habitacin de Rita Ware persiguiendo a los halcones. Como haban
escapado, levant a la muchacha, que estaba cada en el suelo, y observ detenidamente su rostro. De
sus labios sali un grito de alivio.
Gracias a Dios que no la han matado esos malditos diablos con alas! Est viva, Dewey! Est
viva!
Me miraba exultante. Yo segua en la puerta. Por los cristales rotos de la ventana penetraba el
vendaval y el aguacero.
Coyne no se haba preocupado de correr las cortinas, y el agua penetraba casi torrencialmente en
la habitacin. Entr entonces, cerr las contraventanas y corr la cortina. El mdico an sostena a
Rita Ware en sus brazos, rgida ella como si fuese una estatua.
Mrela, Dewey! me dijo Coyne en un susurro ansioso.
La mir. Me estremec. La cara de aquella chica inconsciente era, rasgo a rasgo, faccin a
faccin, lnea por lnea, la misma cara de la adorable princesa momificada, Amen-Ra.

Coyne la dej de nuevo, con sumo cuidado, en el silln orejero donde haba estado sentada.
Aydeme, Dewey me pidi mientras seguan oyndose pasos apresurados en el pasillo.
Hemos de llevarla cuanto antes a casa de Farrant No permita que caiga en un sueo profundo!
Hemos de llevarla despierta.
Sali para atender a sus ayudantes, que requeran su presencia, cerrando la puerta a sus espaldas.
O algn intercambio de opiniones, alguna orden Me percat de que varios pacientes sufran
ataques de pnico.
No, no! gritaba el doctor Coyne. Que los atienda Sellers, l sabe qu hacer Y que
venga para certificar las defunciones. Yo tengo cosas ms importantes que hacer ahora mismo.
Yo segua junto a Rita Ware, observando su rostro, tratando de convencerme de que aquel
parecido con la momia era simple casualidad, o una mera apreciacin ma. Pero al tiempo no poda
evitar decirme que tena que haber algo, una relacin de alguna especie entre aquella pobre
muchacha y la princesa egipcia momificada. Y era evidente, adems, que alguna importancia iba a
tener en el experimento que pretenda realizar Neil, o la haba tenido ya. Me senta confuso. Y
temeroso. No obstante, segua all, cuidando de la chica, mientras en el pasillo no dejaban de orse
las voces y las carreras.
Coyne volvi a la habitacin poco despus.
Bien, Dewey, ya ha visto lo que ha pasado Supongo que comienza a comprender Dewey,
confo en usted Tengo que hacerlo, y usted debe ayudarme a hacerlo Por la salud de Farrant, y
por la salud de todos nosotros, en realidad Hemos de ocuparnos de esas malditas momias
Tienen vida, Dewey, crame.
Que tienen vida? dije.
Usted cree que los egipcios eran imbciles? No, nada de eso Esas momias que conserva
nuestro amigo no fueron vaciadas; conservan, pues, sus cerebros y rganos vitales Fue mucho
despus, en un periodo histrico ya tardo, cuando los sacerdotes egipcios decidieron eviscerar a los
muertos que embalsamaban. Pero le repito que esas momias tienen vida; una vida suspendida, cierto,
pero susceptible de resurreccin. Si Farrant consiguiera al menos mantener a distancia a esos
malditos halcones
Pero qu relacin tienen los halcones con todo esto? Parecen halcones enfurecidos, sin ms
Ahora no tengo tiempo para explicrselo, Dewey Supongo que habr observado que Rita
Ware es la reencarnacin de la princesa Amen-Ra No me malinterprete ni piense que trato de
convencerle de la bondad de una hiptesis descabellada. S bien, porque he podido comprobarlo,
que el alma ligada a un cuerpo humano vuelve tras la corrupcin de ese cuerpo, con toda la
experiencia acumulada a lo largo de una vida, con las lecciones del pasado bien aprendidas El
problema con que nos encontramos en este caso radica en que el alma de Amen-Ra tiene dos
cuerpos Dos cuerpos con vida, Dewey Porque en realidad el cuerpo originario, el cuerpo al que
perteneci en un principio, no se ha corrompido, sigue vivo Uno de los dos cuerpos ha de morir,
pues. Da igual si es el cuerpo de Rita Ware, o el momificado Pero si es Rita quien muere,
tendremos que enfrentarnos al hecho de que el cuerpo de la princesa Amen-Ra cobre existencia en
este mundo, y sea capaz sabe Dios de qu maldades
Eso explica el estado de postracin mental en que se encuentra Miss Ware? pregunt.
As es, Dewey Su cuerpo est aqu, pero su alma Bueno, ya se lo explicar con ms calma
en cuanto haya ocasin Promtame que colaborar conmigo, por favor La verdad es qu no s
muy bien qu pretende hacer Farrant, no me fo del todo, no le veo en sus cabales Me temo que lo
que quiere, en realidad, es devolver a la vida a esas momias que trajo de su viaje, sin ms En cuyo
caso, tngalo por seguro, lo que quiero de verdad no es otra cosa que destruir a esos monstruos
diablicos y devolver a Rita Ware a una vida normal, a un estado pleno de salud mental.
Eso quiere decir
Eso quiere decir que un alma no puede habitar dos cuerpos al mismo tiempo, Dewey Pero
nuestra primera tarea pasa por llevar a Miss Ware a casa de Farrant Ya he ordenado que me
traigan mi automvil Ah viene dijo cuando, en efecto, se dej sentir el sonido trepidante de un
motor. Bajemos al coche a esta pobre chica Y rece usted, Dewey, si es hombre de fe Los
viejos, los bestiales dioses egipcios, puede que no vivan realmente, pero s inciden en determinados
puntos de la conciencia de algunas gentes, por as decirlo Por eso suponen una realidad aterradora.
Cuando esos oscuros poderes anidados en una mente humana se encarnan en una existencia real, tenga
usted por seguro que se activan unos mecanismos destructivos, que no son sino los de las
manifestaciones de esos poderes Vamos, Dewey aadi tras una pausa, bajemos a Miss Ware
a mi coche Ya me he ocupado de distanciar a las enfermeras y a Sellers para que no vean nada.
Entre los dos levantamos a la chica. Percib que se daba en ella un cambio, cuanto menos extrao
por lo que le haba observado hasta entonces. Aun inconsciente, o ajena, cada msculo de su cuerpo,
sin el menor tono antes, cobraba tensin ahora, como si estuviese en trance catalptico. La llama de
la vida pareca alumbrarla ahora, no se haba extinguido. Pero su rostro segua mostrando esa
condicin crea de la muerte y no observ que respirase.
Coyne le tom el pulso.
Est viva dijo, dando as respuesta a mis pensamientos. Vive porque es la reencarnacin
de Amen-Ra, aunque an no hayamos desenredado la madeja del nuevo nacimiento Esos cuatro
ancianos que acaban de fallecer no fueron sino extraos cuyas almas tomaron las momias.
Almas posedas? pregunt.
Pero ella no est en peligro de muerte sigui sin contestar a mi pregunta. Al menos hasta
que comience la lucha que habr de sostener su cuerpo contra la momia Por eso debemos trabajar
juntos, muy coordinados.
Me ech a temblar. De repente haba desaparecido de m todo atisbo siquiera de escepticismo.
Nada pareca carecer de su oportuna explicacin, convincente por lo dems.
Bajamos a Rita Ware por la escalera. Ante la puerta estaba aparcado el pequeo automvil del
doctor Coyne, con el motor en marcha. Pero no haba conductor. Todo pareca ms tranquilo, aunque
an se oa el grito de una mujer en una ventana en la que haba luz, en el ltimo piso del edificio
principal.
La tormenta segua azotando la isla sin misericordia. Pareca an ms fuerte que cuando se inici.
Hasta donde nos encontrbamos llegaba el rugido del mar, el estruendo del oleaje desbocado.
Cuando salamos del edificio omos incluso cmo se tronchaban y caan a tierra algunos rboles.
Fue muy difcil introducir a Rita en el automvil. Su cuerpo pareca resistirse increblemente.
Tuvimos que doblarle las rodillas, pues tena los miembros como si fueran de mrmol. Tem
romperle algn hueso.
No se preocupe me dijo Coyne mientras tomaba asiento ante el volante. Est mujer, un ser
vivo, se resiste a la momia, lo que acta a nuestro favor Espero que todo salga como lo he
previsto Pero recuerde en todo momento que nuestro objetivo primordial es el de devolver a la
vida y a la salud mental a Miss Ware Y de paso salvar a Neil Farrant.
Pero realmente an no sabe usted en qu consiste el experimento? pregunt extraado a
Coyne, alzando la voz para hacerme or por encima del rugido del viento.
No, no lo s, pero me temo que Farrant ha ideado algo llevado de su afn de devolver la vida a
la princesa, y tambin a las otras momias, como le he dicho Y debemos luchar contra eso, Dewey.
Pero estamos hablando de un hombre, Farrant, muy inteligente, uno de los mejores en su
especialidad, por lo que habremos de aguzar nuestro ingenio para adelantarnos a sus planes y as
neutralizarlos.
Omos el estruendo que hizo otro rbol al caer a tierra. Las rachas de viento parecan ir a volcar
el coche de un momento a otro, o a sacarlo de la carretera. La lluvia segua cayendo torrencialmente,
como si se hubiese declarado el diluvio. El estruendo de las olas al romper contra la costa se haca
cada vez ms estremecedor. El barro salpicaba el coche como si lo apedreara cuando Coyne sali de
la carretera para tomar un camino que conduca a la casa de Farrant.
Vimos luz en la casa. Toda la casa estaba iluminada.
Oh, Dios! Mire eso me dijo Coyne de repente.
Parte del tejado de la casa de Farrant haba sido levantado por el vendaval, partiendo en dos la
chimenea, cuyos ladrillos caan al suelo. En el camino haba dos rboles derribados, que vimos
gracias a las luces del coche y a las de la casa. Coyne y yo salimos del automvil y el diluvio nos
cal hasta los huesos al instante.
A pesar del furor de la tormenta, me di cuenta de que unos halcones revoloteaban sobre nosotros,
como si el agua no entorpeciera su vuelo. Rpidamente se dejaron caer sobre la parte del tejado
arrancada por el viento, para sobrevolarla de cerca.
Vaya, parece que van a entrar en la casa! dijo Coyne. Eso complicara considerablemente
nuestros planes, Dewey.
Llevaremos a la casa a Miss Ware, de todas formas? le pregunt.
Me tom con fuerza de un brazo, para sacudirme.
Pero es que an no se ha dado cuenta de lo que ocurre? me dijo violentamente. Claro
que la llevaremos a la casa! Se trata de la vida de Miss Ware contra la de esa infernal momia
vampira. Hemos de reducir a polvo el cuerpo de la princesa. Para eso he venido, y es eso,
precisamente, lo que ignora Farrant.
Sacamos del coche a Rita Ware tambin con mucha dificultad, y la llevamos en volandas hasta la
puerta de la casa. Me daban ms miedo que nunca aquellos pajarracos del infierno, pero no nos
molestaron. Volaban en crculo sobre la casa, sin aparente esfuerzo, en mitad de la tormenta, como si
el viento los llevara. Bajaban hasta el tejado, como si quisieran observar el hueco que se haba
abierto all, y volvan a levantar el vuelo.
Pugnando contra el vendaval alcanzamos la puerta.
Coyne llam. No hubo respuesta. Pero omos que Neil vociferaba de manera incoherente. El
doctor golpe con furia la puerta, usando ahora el viejo llamador de hierro que haba en ella, y tras
unos instantes de tensa espera omos los pasos de Neil. Entreabri la puerta y se qued mirndonos
como si no entendiera el porqu de nuestra presencia. Tal y como me haba recibido unas horas antes,
tras mi llegada a la isla. Pero de repente nos reconoci.
Esos malditos halcones acaban de colarse por el tejado nos dijo. Y s que antes
estuvieron en el sanatorio, lo intuyo Las momias estn muy contentas Esperan recobrar la
libertad, claro Las he visto intentando levantarse y salir de sus sarcfagos. Dios mo! No pude
evitar rerme al verlas Menos mal que siguen obedecindome se ech a rer a carcajadas
abrazndose al doctor Coyne y sigui diciendo: Pero tendrn que esperar un poco, incluida la
princesa No dejar que se larguen as como as antes de que haya acabado mi experimento.
Coyne y yo estbamos en el umbral de la puerta, sosteniendo el cuerpo rgido de Miss Ware, que
pareca un leo. Neil se qued mirndola entonces.
Qu me traen? pregunt.
Es una de mis pacientes dijo el doctor Coyne dndose mucha importancia, con todo el aire
profesoral de que poda hacer gala, en su afn de dominar al otro.
Neil contempl atentamente la cara de Miss Ware.
S, es una chica muy bella, realmente y se ech a rer de nuevo, como un loco. Bien, pues
que sea bienvenida tambin ella Quiz la princesa quiera tomarla como sirvienta cuando reviva
Ya saben, est acostumbrada a que la sirvan, como corresponde a su clase.
Me sorprendi que Neil no hiciera ninguna observacin acerca del parecido entre Miss Ware y la
princesa, pues la casa estaba bien iluminada.
Vamos, adelante, entren dijo Neil al fin. No perdamos ms tiempo, me parece que ya
hemos desperdiciado bastante
Nos condujo hasta aquella gran sala que pareca un museo. Las luces estaban encendidas, y no
slo las del techo, sino tambin otras lmparas elctricas instaladas en las paredes, en las que no me
haba fijado por la tarde. As, toda la habitacin estaba llena de luz. Quiz eso hizo que me fijase de
inmediato en los cinco sarcfagos.
De cuatro de ellos sala un sonido extrao, como de unos araazos y golpes en la caja.
Neil se dirigi a los sarcfagos.
Estis vivos, queridos amigos, y no ser yo quien os impida disfrutar de este momento dijo
. Pero esperad un poco Por qu no tomis ejemplo de la princesa? Ya veis qu bien se
comporta!
Mir el quinto sarcfago, el de la princesa, y de all no se oa ningn ruido.
Una especie de gruido ahogado se dej sentir entonces en uno de los otros sarcfagos. Aquello
me hel la sangre. Neil lo golpe en la tapa y al poco se dejaron sentir los mismos golpecitos que ya
haba odo antes en el interior.
Aquel ruido era el de unos nudillos, no haba duda. Mir a Coyne y me di cuenta de que estaba
tan impresionado como yo.
Haciendo un gran esfuerzo dio un paso adelante, hacia la lnea de los sarcfagos, para or mejor
todo aquello. No haba duda de que los ruidos se producan en el interior. Entonces cre realmente
que las momias estaban vivas Y trataban de salir de sus sarcfagos!
Sobre los sarcfagos vi adems la huella de los halcones, como si aquellos obscenos pjaros se
hubieran posado all en busca de reposo.

VI

Confieso que, por un momento, estuve a punto de no poder resistirme al terror que me invada.
Me apart cuanto pude y pegu mi espalda a la pared. Neil Farrant se ech a rer al verme.
Ya te dije que habras de pasar por experiencias ms bien extraas si me ayudabas, Jim me
solt entre risas. Hblele de los halcones, doctor.
Dewey, se trata de lo siguiente comenz a decir Coyne. Los halcones eran animales
sagrados para la mitologa del antiguo Egipto Mesti[88], el dios halcn, era venerado por encima
de los dems dioses, a excepcin de Osiris y Horus. Se le atribua la funcin especfica de extraer el
alma de los muertos para volver con ella cuando acabase el ciclo de la momificacin y el difunto
volviese a la vida Me sigue usted, Dewey?
Quiere decir que esos pjaros se llevaron las almas de los ancianos del sanatorio para
trarselas a estas momias?
Dewey, no le he hablado de mis creencias, sino de lo que dice la leyenda mitolgica Eso es
lo que Farrant me ha pedido que hiciera.
Creo que mov la cabeza en sentido negativo. No, aquello era del todo increble, que los halcones
se llevaran las almas de unos muertos para entregarlas a otros cuerpos Trataba de mantener
inclumes mis facultades mentales Eso, a pesar de que segua oyendo aquellos golpes en el
interior de los sarcfagos, aquellos gruidos que me helaban la sangre Neil se volvi hacia ellos
de nuevo.
De acuerdo, de acuerdo les dijo. Ya os dejar salir, pero comportaos bien, no seis malos
chicos.
Tom el cortafros y se dispuso a levantar la tapa de uno de los sarcfagos. Al poco sali de all
un olor a especias aromticas que llen la habitacin. No pude evitar gritar de horror ante aquella
visin. Coyne hizo lo mismo.
La momia se mova ondulante como una larva, pugnando por liberarse de las vendas que la
envolvan.
Yo contemplaba todo aquello, incapaz, no obstante, de creer que era cierto lo que me mostraban
mis ojos. Y saba a la vez que no me engaaban. Los movimientos de la momia seguan y seguan A
veces se quedaba quieta, como si se tomase un descanso, como si se hubiera quedado exhausta tras
una pugna tan larga. Pero al poco volva a moverse, con ms fuerza.
Me senta tan horrorizado, tan enfermo, que se me escaparon algunos detalles de la escena. Pero
s me di cuenta de que Neil proceda a la apertura de los otros sarcfagos, y que el hedor a natrn
hizo insoportable el ambiente. En cada uno de aquellos sarcfagos yaca una momia, pero no una
momia quieta, muerta desde haca milenios, sino una momia activa, que luchaba para librarse de sus
vendajes, que emita unos sonidos aterradores Unos sonidos que les salan a las momias de sus
labios muertos.
Entonces se dirigi Neil al sarcfago de la princesa, para abrirlo tambin. Aun enfermo como
estaba, espantado, alterado psquicamente, di unos pasos adelante para contemplar mejor todo
aquello, impelido por una curiosidad que no poda reprimir Y comprob que Amen-Ra tena los
ojos abiertos.
No pareca molestarles la luz. El iris era de un color marrn oscuro; sus pupilas, grandes, muy
dilatadas y luminosas. Eran los ojos, desde luego, de alguien que puede verlo todo La momia de
la princesa vea! Miraba a los ojos de Neil y sonrea Le sonrea abiertamente.
No tena los vendajes de las otras momias, pues era evidente que se los haba quitado Neil, pero
as y todo estaba tranquila, no intentaba salir de su sarcfago. No pareca desesperada, ni mucho
menos furiosa.
Pero en realidad no era una momia. Era una mujer. La tonalidad crea haba desaparecido de su
piel, que estaba sonrosada, la consecuencia lgica de un buen riego sanguneo. Sus tejidos eran los
de una persona viva. Lo que yo vea era, al margen de cualquier otra consideracin, un rostro
viviente.
Y era adems el rostro de Rita Ware. No haba ni una partcula que diferenciase los rostros de la
princesa y ella. Podra habrselas tomado por gemelas idnticas pero no lo eran; no tenan nada
que ver la una con la otra Aunque nada impeda que se las tomase por la misma persona.
Coyne se fue al fondo de la sala, tom a Rita en brazos y la dej yaciente junto al sarcfago de la
princesa.
Farrant dijo, mrala Mrala, por el amor de Dios! Es que no ves que son la misma
persona?
Neil observ detenidamente a Rita.
Que son la misma persona? Qu quiere decir con eso de que son la misma persona?
pregunt extraado. Hay un cierto parecido entre ellas, desde luego, pero no deja de ser
superficial, slo eso Qu pretende usted, doctor?
Neil se dirigi a uno de los armarios. Vi que los ojos de la princesa Amen-Ra lo seguan
atentamente. La mujer viva pero inconsciente, y la muerta consciente, yacan la una muy cerca de la
otra Pero quien mostraba en su rostro los signos de la vida era la muerta, y quien tena en el rostro
una palidez absolutamente mortal era la viva.
Neil tom algo del armario. Era una vasija de obsidiana, de un verde muy apretado, y bastante
profunda, casi como un jarrn. Verti all una gran cantidad de un polvo pardusco que llevaba en un
papel convenientemente doblado. Luego tom asiento ante una mesa y nos mir sonriente, con aire
triunfal.
Y bien, cul es el secreto? pregunt ansioso el doctor Coyne.
Vi que temblaba, que le costaba sobremanera mantener el control de s mismo, que no era
entonces el mdico seguro que todo lo dominaba. Era Neil, por el contrario, quien dominaba por
completo la situacin.
El secreto? dijo Neil y al orle comenzaron las momias a agitarse de nuevo, a intentar
romper sus ligaduras, a asirse con sus dedos descarnados al borde de los sarcfagos.
Yo retroced de nuevo, empavorecido, incapaz ahora de gritar, no ya de decir una palabra. La
princesa tambin sonrea triunfal; ella s pareca hallarse en conocimiento de los secretos.
Seguramente se los haba confiado Neil durante uno de sus cambios de personalidad
Ahora le desvelar el secreto, doctor sigui diciendo Neil. Y adems lo har rpido, pues
no hay tiempo que perder. El secreto no es ms que una enseanza recibida de la lectura del papiro;
un secreto a cuya revelacin aspiran los egiptlogos con el entusiasmo propio de los nios Un
secreto, en fin, que se refiere a la razn por la que los egipcios embalsamaban a sus muertos Le
aseguro, doctor, que aquellos antiguos egipcios no eran tontos, no Mucho menos los que
embalsamaban a los muertos sin eviscerarlos, dejndoles el cerebro. Pero en realidad no crean que
el alma exhalada por un cuerpo volviera a morar en l Saban que slo podra reencarnarse en otro
cuerpo pues la llamada vida futura, y la presente, tienen existencia simultnea. Toda actividad
relacionada con nuestro cuerpo obtiene duplica inmediata en el inframundo de Ba, el alma, y de Ka,
el doble etreo Por eso, tanto como pueda preservarse el organismo humano, tanto seguir la
actividad del alma en su inframundo, hasta que el ciclo de la reencarnacin conduzca esa actividad a
su fin lgico. Si se destruye el cuerpo, el alma penar por unos tres mil aos. Si se preserva el
cuerpo, el alma actuar eternamente, sin rupturas ni cambios. Creen ustedes que los sacerdotes que
traicionaron a Amen-Ra escaparon realmente de su venganza por el mero hecho de morir? No, nada
de eso El drama contina, y tenemos la suerte de ser ahora espectadores privilegiados del mismo.
A qu se refiere? pregunt Coyne, que pareca haber recobrado su pose y se atreva a mirar
a Neil fijamente.
Este incienso sigui diciendo Neil, que obtuve de la tumba de la princesa, y que estaba en
una redoma de cristal perfectamente sellada, es la autntica droga de la inmortalidad, conocida por
los egipcios desde tiempos ms que remotos Ya los cretenses oyeron rumores acerca de su
existencia El humo de este incienso acta sobre el organismo humano de una manera muy parecida
a como acta el hachs, si bien es mucho ms potente Destruye la ilusin del tiempo Mientras se
queme, podremos liberarnos los tres de nuestra envoltura humana, de las ligaduras del tiempo, para
vivir en Ba aun cuando nuestros cuerpos sigan aqu Seremos transportados al antiguo Egipto,
porque no ser otra la idea que domine nuestros pensamientos S, seremos los espectadores
privilegiados de un drama que se inici hace tres mil aos.
Parecer increble, pero las momias entendan su discurso, lo celebraban golpeando el interior de
los sarcfagos con sus nudillos. Vi que una de ellas se incorporaba a tal punto que pareca a punto de
salir de all.
Qudate donde ests, viejo amigo! le grit Neil. Ya te llegar el momento, muchacho
Un gran momento! Has vivido durante tres mil aos ah metido, pero en breve regresars a la
carne S paciente!
Neil encendi un fsforo y aplic la llama al polvo que haba depositado en la vasija. Un humo
negro comenz a expandirse por el saln, llevando un aroma fuerte, picante, que acab con el hedor
del natrn.
El humo ascenda en volutas ensortijadas. Su aroma era cada vez ms penetrante. Comenc a
sentir algo extrao en mi cabeza. Me pareci que el saln se oscureca, que a mi alrededor no haba
ms que sombras cimbreantes.
Al fin ha llegado vuestro momento, queridos amigos! grit Neil. Sac unas tijeras y
comenz a cortar los vendajes de las momias. O gruidos de satisfaccin que se producan en los
sarcfagos. Vi que caan al suelo aquellos vendajes de lino. La primera momia salt al suelo
entonces, haciendo unos movimientos propios de quien desentumece sus msculos.
Era un hombre de unos setenta aos, al que le caa sobre la cara huesuda el cabello largo y
blanco. Sus ojos no paraban de mirarlo todo, en una especie de movimiento vertiginoso. Era un
esqueleto vestido slo con la piel; pero una mirada ms atenta me hizo ver que, a pesar de su
consuncin, posea un cuerpo lleno de vida.
Neil hablaba con el monstruo en una lengua extraa y silbante, como si le diera explicaciones,
mientras la momia tomaba asiento como un hombre en el cuarto de bao y lo miraba atentamente, con
ojos inteligentes.
Neil fue liberando a las momias una por una. De cada sarcfago emergieron cabezas, caras,
hombros de ancianos Cuerpos, en suma, de hombres resucitados.
Todo me pareca envuelto en bruma, como en un sueo. Me pareci ver a Neil, a las momias, a
Coyne muy lejos, a gran distancia, como si repasara un libro ilustrado No era capaz de decirme
siquiera quin era, haba perdido la consciencia de mi propia identidad. El humo del incienso me
suma en la estupefaccin.
All estaban aquellos cuatro hombres, consumidos, viejos, oscuros, pero vivos, animados por una
vitalidad plena, renacidos, encarnados y sanguneos, aunque pareciesen esqueletos cubiertos slo por
la piel. Vi que movan los brazos; escuch sus voces, que eran como gruidos o chillidos.
Entonces, cuando Neil la toc delicadamente, se levant la princesa. Se despoj de cuanto la
cubra, salvo de un velo blanco, de seda, que pareca muy nuevo, como si lo estrenara Sali
despacio del sarcfago, con una elegancia inslita. Era una mujer bellsima, delicada y exquisita. La
vi junto a Rita Ware, cuya presencia pareci no descubrir, o al menos ignorar. Se dirigi a Neil con
los brazos abiertos.
Hablaron en aquella lengua ilegible, se sonrean felices.
Neil la estrech en un abrazo y unieron sus labios. Supe que era ajeno a todo, salvo a ella.
Apenas poda sentir algo, pero me di cuenta de que Coyne se acercaba a m y me tomaba del
brazo.
Dewey, ha llegado el momento me dijo. Hemos de salvar a Miss Ware y acabar con toda
esta hechicera Voy a matar a la princesa pero antes
Lo vi extender las manos hacia la vasija donde se quemaba el incienso, aunque me pareci que lo
haca muy despacio, atribulado por la duda o por la incapacidad, como un paraltico. El humo le
afectaba tanto como a m.
Dios mo, no veo! grit y dej caer sus brazos, derrotado.
Me percat entonces de algo ms. Una de las momias, la de un anciano cubierto por una especie
de tnica que le llegaba a los pies, comenz a gruir de tal manera que pareca soltar invectivas
mientras agitaba los brazos y haca girar su cabeza sobre el eje del cuello de manera grotesca.
No sin trastabillar alcanz la puerta, que estaba entreabierta. Pero pareca conocer bien su uso,
as que la abri del todo y sali al vestbulo sin dejar de gruir.
O era Coyne quien haca todo eso? Pens entonces que la momia realmente se pareca a Coyne,
pero ms viejo, como si le hubieran cado de golpe treinta aos encima. Todo aquello, quise decirme,
no poda ser otra cosa que el efecto de la estupefaccin provocada por el humo del incienso. Me
resultaba imposible razonar. Las siluetas de Neil y la princesa, que seguan abrazados y besndose,
me parecieron an ms tenues, fantasmagricas.
Vi que en su huida a travs del vestbulo la momia chocaba con una silla antigua de las que se
haba trado Neil de su viaje, y caa al suelo. Se levant con gran dificultad y sigui su camino, sin
embargo, sin dejar de gruir. Fue lo ltimo que vi. Luego me envolvi la oscuridad completa.

VII

Sent hallarme perdido, aunque vagamente. Caminaba por una especie de jardn a cuyos lados
haba columnas. El sol se pona, era una bola roja cuya luz atravesaba el desierto que tena ante mi
vista. Muy cerca haba un ro caudaloso en el que bogaban embarcaciones de un solo mstil en las
que se vean marinos vestidos de blanco, mbar y beige, acercndose a las dos orillas.
El jardn en el que me hallaba tena un edificio inmenso construido con bloques gigantescos de
piedra. Haba en su fachada y a sus lados imgenes de dioses, de un tamao colosal, hechas tambin
de piedra. O voces que salan de aquel edificio, voces que parecan escapar de todas las partes del
edificio. No parecan voces de felicidad, al contrario. El edificio estaba iluminado.
Supe entonces quin era yo Acaso no haba sido durante los ltimos seis aos uno de los
hombres de la guardia de la princesa Amen-Ra de Egipto? Acaso no era yo el hijo de un noble que
posea muchos esclavos e incontables acres de tierra a cada lado del sagrado Nilo, y que pas a
formar parte de la guardia de la princesa porque mi familia era la ms leal a la dinasta reinante
desde haca generaciones?
Saba todo eso y a la vez no saba nada, lo que me provocaba cierta confusin mental, como si
soara Perciba un olor extrao, curioso Era que acababa de asistir al embalsamamiento de un
pariente lejano, un anciano que haba servido honestamente en la corte.
Debi ser la mezcla del olor a natrn y a especias lo que me causaba aquel cierto anonadamiento,
me dije mientras segua caminando despacio con mi espada al cinto, deslizndose mis sandalias
sobre las piedras de los senderos del jardn. Tena que permanecer de guardia en mi puesto en el
jardn durante tres horas, pues la princesa Amen-Ra precisaba de la proteccin de los nobles como
yo, y no de los simples soldados de la gleba.
Sin embargo, mis pensamientos eran oscuros, amargos, envidiosos Aqulla sera la noche de
los esponsales de Amen-Ra con Menes de Tebas, un noble que no poda reclamarse de mejor cuna
que la ma, ya que los dos ramos descendientes directos de los dioses. La princesa se haba
enamorado de l y ambos se haban prometido amor eterno ante Horus, para as mantenerse unidos
siempre, al menos por tres reencarnaciones sucesivas.
Todo Egipto era feliz en aquellos das, pues Amen-Ra se proclamaba descendiente directa de
Osiris, y su matrimonio auguraba una nueva edad de oro y larga paz para toda nuestra tierra, una vez
olvidada la ltima y terrible guerra, cuando regresaban los barcos a las orillas del Nilo cargados de
riqueza, pues habamos firmado la paz con los cretenses, con los hititas y con los atlantes.
Pero yo amaba a la princesa desde la primera vez que mis ojos se clavaron en ella, cuando an
era un muchacho, apenas seis aos atrs Sin embargo, Menes, aquel advenedizo, haba cautivado
su corazn, y la sola idea de su matrimonio me resultaba intolerable.
Se hunda el sol en el desierto mientras yo me hunda en aquellas trgicas meditaciones. Las
sombras de las columnas comenzaban a arrastrarse bajo aquella luz dudosa. Un esclavo se acerc a
m.
Seti, mi seor me dijo, vengo a ti enviado por el sumo sacerdote Khof Espera tu
beneplcito.
Dile que no le fallar respond. Estar a su entera disposicin cuando llegue el momento.
El esclavo me dedic una sumisa inclinacin de cabeza y se fue. Segu dando los cortos paseos
de un guardia. Poco despus se diriga hacia m, saliendo de entre las columnas, una mujer. Era
joven, muy joven.
Mi seor Seti me dijo, la princesa reclama tu presencia.
Y quin me sustituir en la guardia si me ausento? repliqu.
La joven se ech a rer.
Quien ha sido escogido por la princesa nada debe temer, mi seor Seti me respondi. Lo
que diga el sacerdote Khof no ha de tenerse en cuenta, pues unas veces pronuncia unas palabras y
otras veces dice las contrarias Parecen llevadas por el viento; as, en ocasiones tienden en una
direccin, y al instante se producen en la otra Pero la princesa tiene sus propios seguidores, muy
fieles, entre los que te cuenta Acaso vas t, mi seor Seti, a poner en entredicho las rdenes de la
que desciende directamente del sol?
No, claro que no Ir contigo le dije.
Era una de las siervas de la princesa, a la que mostraba su mayor fervor. Y not que me tena en
gran estima, que poda ser yo el dueo de sus favores. Aunque mi corazn ardiese de amor hacia
Amen-Ra, tena que mostrarme complaciente con ella, pues era tambin de noble cuna y nuestras
familias se conocan desde generaciones atrs y compartan propiedades y tierras junto al Nilo
Adems, era una joven muy bella a la que pretendan muchos hombres.
No te dejas ver mucho por donde estoy, mi seor Seti me dijo aquella joven, tmidamente.
Pero s que ests hechizado por Amen-Ra.
Pero qu tonteras dices? respond ruborizado. Es que no tienes otra cosa que hacer,
sino decir estupideces? No ves que si te oyeran, podras ser duramente castigada por lo que dices?
Ah, mi seor Seti! exclam la joven, detenindose, mirndome a la cara bajo aquella luz
del ocaso. De qu he de cuidarme? Por qu he de preocuparme cuando el hombre al que amo no
me corresponde? Qu me importa todo lo dems? Tengo que decrtelo, mi seor! Te amo, Seti,
estoy segura de que lo sabes desde hace mucho tiempo Y he de decirte que tu fatuo y vano amor
por la princesa te llevar a la ruina Mtame, atravisame con tu espada, te lo suplico! grit
descubriendo su pecho.
Me sent conmovido por la devocin que me demostraba aquella mujer, a pesar del celo amoroso
que me posea a causa de la boda de la princesa.
Lo que dices es verdad, Liftha conced a la hermosa joven. Amo a la princesa; la amo
desde que la vi por primera vez Quin es ese advenedizo, Menes, al que ha escogido ella como
consorte? Acaso me supera en linaje y abolengo? Alguien puede demostrar que su fortuna es mayor
que la ma? He de decirte que
Calla, calla me susurr la doncella. Si alguien te oyera decir eso seras torturado sin
misericordia Por Osiris te ruego que no consientas en esos sueos imposibles Acaso no te ha
pedido la princesa que la protejas junto a tus compaeros de la ira de los sacerdotes? Podras
hacerlo albergando los celos que demuestras?
Sus palabras despertaron la duda en m. De nuevo me sent confuso, embotado. Me vi por unos
momentos como si me hallase en alguna habitacin de un lugar que desconoca, con la princesa y
Menes Pero Menes vesta unas ropas extraas, las propias de un brbaro, y el sumo sacerdote
Khof, a mi lado, me tomaba de un brazo para decirme algo Quera matar a Amen-Ra, a la que
abrazaba su enamorado Y entonces observ que Khof tambin vesta las ropas propias de un
brbaro.
Se esfum entonces aquella visin. Decididamente, no poda tratarse de otra cosa que del influjo
del humo del incienso que haba aspirado aquella tarde durante la ceremonia de embalsamamiento de
mi pariente.
Tienes razn, Liftha dije, y la segu al interior del palacio.
Haba guardias, mis compaeros, nobles como yo mismo, en los pasillos y corredores del
palacio. Todos tenan prestas las espadas. Me saludaban a medida que pasaba ante ellos, y yo les
devolva el saludo. Liftha me dej en una gran antecmara en la que haba seis guardias ms. Eran
hijos de los ms altos nobles de nuestra tierra. Amen-Ra me haba concedido el favor de ser su
comandante.
Un gran cortinn de lino carmes, al abrirse en dos mitades, me franque el paso a donde se
hallaba la princesa Amen-Ra, a cuyo lado se encontraba Menes. Ante ellos estaban sentados en sillas
ms bajas que el trono cuatro sabios, cuatro ancianos consejeros del reino, de unos setenta aos
todos ellos, que servan a la princesa como antes haban servido a su hermano, a su buen padre y a su
abuelo.
Amen-Ra y Menes estaban sentados en sendos tronos, y tenan a su alcance unas mesas en las que
haba pan y sal, copas de oro y una gran frasca con agua del Nilo. El matrimonio ya haba sido
verificado por uno de los sacerdotes, un sacerdote menor, fiel por completo a la princesa, que por
ello tena que afrontar la ira de Khof, pero los amantsimos esposos no tuvieron inconveniente en
posponer el banquete nupcial para atender al consejo de los sabios ancianos.
Hice una respetuosa inclinacin de cabeza ante ellos, sin osar mirar directamente a la princesa
hasta que ella se dirigiera a m, aunque s mir a Menes, que estaba sentado a su lado como si fuese
un rey Menes, el que ocupaba el lugar que me corresponda en el corazn de la princesa. De haber
sido inteligente hubiera comprendido mi mirada, me hubiese ledo la mente.
Pero no tena ojos ni pensamientos ms que para la princesa. En realidad ambos no tenan ojos
ms que para el otro. Por lo que repararon en m slo cuando me situ a la altura del crculo formado
por sus consejeros, hacindoles otra reverencia de cumplido, tal y como lo exiga el ceremonial.
Amen-Ra me mir entonces, apartando sus ojos de Menes.
Me hizo una sea para que me acercase an ms, y yo obedec y me arrodill ante ella.
Mi buen Seti me dijo, te he mandado llamar porque s que me aprecias, y porque confo
en ti como en ningn otro hombre de mi guardia Confo en ti tanto como en mi esposo y en estos
sabios consejeros.
Mi corazn se torn fro, duro. Hubiera sido capaz de arremeter contra Menes y atravesarlo con
mi espada. De haber sabido el sumo sacerdote Khof que se me presentara una oportunidad como
aqulla, me habra urgido sin duda a matarlo sin necesidad de urdir otros planes para hacerlo.
Mir a Amen-Ra, y mi corazn volvi a enternecerse. Hubo un tiempo, cuando ella se hizo mujer,
en que pude conquistarla. Lo saba bien, y saba igualmente que no le haba resultado yo del todo
indiferente hasta que Menes hizo su aparicin en escena.
Pero all estaba l, sentado como consorte junto a la princesa reinante, vestido elegantemente,
con lino teido de prpura, contemplndome ahora con la arrogante condescendencia de un rey.
Promteme se dirigi a m la princesa que t y tus compaeros me daris guardia
fielmente esta noche, y en adelante, siempre He pensado elevarte de rango, ascenderte a la mayor
dignidad.
Puedes estar segura de que as se har, favorita del sol; puedes estar tranquila, pues sabr
cumplir bien con mi deber le dije.
Amen-Ra me sonri.
S que lo hars, digno Seti me respondi. Pero mi astrlogo me ha asegurado que hay en
mi horscopo una estrella diablica, a la que sigue vigilando Se halla en trnsito hacia Acuario, y
es una estrella desconocida hasta ahora, pero que tiene todo el aspecto de serme poco propicia y s
muy peligrosa. Menes y yo no podremos consumar nuestro matrimonio, ni ofrecer un gran festn por
ello, hasta que esa estrella est ms all de Acuario.
La princesa se volvi entonces hacia el ms anciano de sus consejeros y me pidi que me
acercase a l.
Sabes algo de Khof, mi seor Seti? me pregunt el anciano.
El sacerdote supremo no har nada dije. Acaso crees que osara mostrar violencia contra
quien desciende de Osiris?
La princesa tom en cuenta mis palabras.
Pero me siento sola y amenazada, slo encuentro sostn en mi seor Menes dijo con una voz
que denotaba su angustia. Si el sumo sacerdote se levanta contra m
Entonces, t, la descendiente del sol, no temers nada porque atravesar con mi espada a quien
se levante contra ti dije. No tienes nada que temer.
Eso est bien dijo Amen-Ra recobrando su compostura. Ya no tengo miedo, digno Seti.
Sonri entonces a Menes, y se esfumaron las dudas que envolvan mi corazn. Abrieron de nuevo
el cortinn y entr en la estancia el astrlogo. Era un hombre entre los sesenta y cinco y los setenta
aos, con unos ojos azules escrutadores y la cara llena de arrugas. Se prostern ante Amen-Ra; tena
estampada en su tnica la imagen del dios halcn.
Esa diablica estrella ha superado ya a Acuario? le pregunt ansiosa la princesa.
An no respondi el astrlogo, an orillea la constelacin Pero de aqu a una hora
quiz se haya aclarado el panorama y podamos entonces, oh, t, la elegida!, comprobar en qu
estado se encuentra la constelacin con respecto a ti.
Y si eso no ocurre?
Si eso no ocurre, y la estrella prosigue su curso parablico, sin abandonar la atraccin
celestial de Acuario, correremos el serio peligro de sufrir cataclismos, pues imperar una
constelacin de agua, oh, t, la elegida!
Qu clase de cataclismos? inquiri la princesa.
La posicin del planeta Marte seala derramamiento de sangre Puede haber una guerra
civil
Ay! se lament amargamente Amen-Ra. Por qu he de conformarme con saber de las
posibilidades, y no del conocimiento completo de lo que ha de suceder? Es que no hay nadie que me
pueda hablar del futuro sin prevaricaciones o dudas? Cules son tus vaticinios para m y para mi
amado Menes?
En su curso parablico la estrella diablica pasar a slo veinte grados de Marte, y Jpiter, el
guardin benigno, an no habr despertado Pero hay ms peligros dijo el astrlogo, un tanto
reluctante.
Ms peligros? se inquiet la princesa, levantndose. Dime toda la verdad, no me ocultes
nada! Si no lo haces, te maldecir en nombre de Osiris, de Isis y de Horus, la santsima trinidad
cuyos nombres no pueden tomarse en vano.
Habr muertes, muchas muertes susurr el astrlogo y se cubri el rostro ante la princesa.

VIII

Segu mi guardia caminando entre las estatuas de los dioses. Mir el reflejo de la luna en el agua
para saber la hora y vi as que apenas me quedaba ya una hora de guardia. En el palacio seguan
encendidas las luces, pero no se oan voces. Nada. Ni un sonido, salvo el montono del Nilo
alcanzando sus riberas.
Era como si la naturaleza toda se hubiese suspendido al paso de una estrella diablica. Yo, con
mi corazn dividido, amando y odiando por igual, qu podra hacer ante algo tan ineluctable como
las rbitas errantes que pudieran ampararse en las esferas de Acuario?
Record a Amen-Ra en su trono, junto a Menes, rodeada por sus consejeros, aguardando la hora
propicia de consumar su matrimonio y mi corazn se estremeci de nuevo, enternecido y apiadado.
Cun sola estaba a pesar de su inmenso poder! Cun sola, aun gobernando el ms vasto imperio del
mundo! Record entonces sus palabras, la confianza depositada en m, y me asaltaron nuevamente las
dudas.
Mir al cielo en direccin a Acuario Vi as la estrella errante, a la que supe reconocer porque,
como egipcio noble que era, haba sido instruido en las artes astrolgicas y en el influjo de los astros
en el destino humano. Vi bien el perfil de la constelacin; pero vi tambin que unos pocos grados ms
abajo Marte comenzaba a levantarse, rojo de sangre, adentrndose en el cielo oscuro Y vi un
instante despus que Marte se aprestaba a tomar posesin de la estrella errante.
Me quit las sandalias para que mis pasos no se oyesen y me dirig a la orilla del ro. El barco de
vela en el que la princesa bogara placenteramente, aquel barco con velas de puro lino teido de
escarlata, permaneca anclado, mecido con mucha suavidad por la corriente. Era el bajel ms bello
que jams se haba construido. Y era mo. Tres meses haban tardado en construirlo, casi
secretamente, los ms diestros armadores del reino, que dirigieron a mis esclavos, y saba yo bien
por eso que sera muy difcil abordarlo en cuanto comenzara a deslizarse sobre las aguas.
El jefe de mis esclavos, Kor, que paseaba por la orilla, se qued rgido como una estatua al
verme llegar.
Bien, ya est todo dispuesto? le pregunt.
Dio unos pasos hacia m.
S, mi seor. Podremos cortar la cuerda del ancla con un hacha y bogar raudos, el viento nos
ser favorable.
Ya han subido a bordo tambin las provisiones de alimentos?
S, mi seor Loti Hay comida suficiente para llevarnos a Creta. Todas tus rdenes han sido
cumplidas.
Han subido a bordo los dos esclavos encargados de la navegacin?
Ya esperan a bordo, mi seor Seti.
Muy bien me congratul. Si me sigues sirviendo como lo haces, Kor, pronto sers un
hombre libre S, te libertar apenas lleguemos a las costas de Creta, donde tendr garantizado el
refugio.
Y volv sobre mis pasos con el corazn encendido, latindome fuerte. Entre los que componan la
guardia real haba tres hombres que me eran de una fidelidad inquebrantable, tres jvenes nobles que
me haban jurado lealtad completa ante Horus, y que confiaban ciegamente en m, cosa an ms
importante. Eso me haca sentir tranquilo, pues con su ayuda y el barco dispuesto podra salvar a
Amen-Ra de los traidores sacerdotes comandados por Khof.
Tena previsto conducir rpidamente a la princesa hasta el barco, apenas se iniciara la batalla en
palacio, y una vez a bordo, iniciar la travesa hasta el ocano, desde el Nilo, para poner rumbo a la
tierra de Creta.
Me dirig al oscuro templo de Serapis, al que slo superaba en sus dimensiones el palacio.
Frente al templo se alzaba la estatua inconmensurable del dios, con su gran cabeza encornada, y con
el perro y la serpiente a sus pies.
El templo estaba sumido en la oscuridad. Todo pareca muerto, salvo el chacal que lo guardaba,
al que llevaban comida los sacerdotes a diario. Pero el chacal me reconoci pronto, tras acercarse a
m cuando pasaba entre las columnas, y se apacigu al instante, sometindose como si fuera uno de
mis esclavos. Poco despus llegaba all el esclavo con el que me haba visto en la orilla del ro una
hora antes.
S bienvenido, mi seor Khof te espera me dijo.
Voy a verle dije, y el esclavo me hizo una inclinacin de cabeza y se fue corriendo,
silencioso como una sombra.
Pas entre la columnata y entr en el templo. Todo estaba tan oscuro que slo quien como yo
haba sido instruido en sus misterios sabra conducirse all. Me vi ante otra gran estatua de Serapis,
una estatua que arrancaba del suelo para tocar el techo, pero que tena la encornadura en las manos
para recibir en ella el bolo de los feles.
Pas junto a la estatua del dios y vi que al fondo, de una dependencia, sala luz bajo la gran
cortina. Era el cuarto reservado a los sacerdotes. Me detuve un momento. Repas los planes que
haba hecho y no encontr ni un fallo en ellos.
Haba decidido mantener mi absoluta lealtad a Amen-Ra, y nada me hara ceder, ni desmayar en
el empeo.
Corr la cortina y entr. El sumo sacerdote Khof y una docena de ayudantes, sacerdotes todos
ellos, me esperaban. Khof presida la reunin sentado a la cabeza de la mesa, vestido con sus galas
de mayor esplendor, alumbrado por una lmpara de aceite que tena junto a s. Su larga barba blanca
le caa sobre el pecho. Sus ayudantes eran todos mucho ms jvenes, estaban bien rasurados, segn
nuestra manera egipcia para los jvenes, y pude ver el brillo del acero en sus cngulos.
Me inclin ante ellos y se hizo un silencio momentneo. Khof me miraba inquisitivamente.
Llegas tarde, mi seor Seti me dijo.
As es, oh, t, nacido de Osiris! La princesa me hizo llamar para pedirme que me mantuviese
fiel a ella.
Y aceptaste? me pregunt al momento.
Claro! No le iba a decir que realmente sirvo a tus intereses y a tus designios, tena que
mantener el secreto.
Han consumado el matrimonio? Han celebrado ya el sagrado festn nupcial?
An no, seor Ella y el intruso esperan a que el astrlogo les comunique que ya es la hora
propicia para hacerlo dije. Pero mientras haca guardia en el jardn del palacio, alc los ojos al
cielo y vi que la estrella diablica de la que tanto temen ha entrado en las esferas de Acuario, y que
Marte se levanta en contra de la rbita No tienen escapatoria, mi seor Khof.
No tienen escapatoria repiti el sumo sacerdote. Yo, que tengo otros dioses ms all de
las estrellas, a los que serles fiel, he sabido leer lo que est escrito en mi corazn.
Clav entonces sus ojos en m de tal manera que sent un fuerte escalofro. Saba bien que el
sumo sacerdote tena a su disposicin otros augures, que dejaban en un juego de nios las cuitas de
los astrlogos, receptores de las enseanzas de un sabio muy notable llegado a Egipto desde la India
siglos atrs, un gran visionario que haba enseado a nuestros sacerdotes los secretos de la
adivinacin.
Y qu has ledo en tu corazn, mi seor Khof? le pregunt.
Confas en tus hombres?
Tanto como para asegurar que podremos llevar adelante nuestro plan sin temer nada.
Ve a cumplir con tu deber, pues En el momento oportuno debers franquearnos las puertas
del palacio No dudamos ni de tu fe ni de tu valor, mi seor Seti.
Ah! Pero qu hay de mi recompensa? pregunt entonces, para hacerles ver que mis motivos
eran otros muy distintos a los suyos. Recuerda la recompensa que me prometiste
Tendrs una habitacin llena de plata, y ocupars un puesto de la mayor dignidad,
inmediatamente por debajo del mo.
De acuerdo, pero ten por seguro que no me hars esperar mucho tiempo para recompensarme
le respond.
Mir detenidamente a los jvenes sacerdotes que le acompaaban. Eran fanticos, no se
detendran por ello ante nada. El viejo sumo sacerdote Khof, sin embargo, sabio y astuto, pensaba
por s mismo, albergaba planes propios Los jvenes sacerdotes crean de verdad que eran el
instrumento de los dioses para asesinar a un advenedizo como Menes, pero Khof saba muy bien que
los dioses no son ms que un aspecto de lo nico, de lo Indivisible. Lo guiaba, pues, el inters, no el
fanatismo.
Le dediqu una inclinacin de cabeza y sal de all rpidamente, para ocupar mi puesto en la
guardia del palacio. Iba calzado de nuevo. El ruido de mis sandalias rompa el silencio de la noche.
Un silencio en el que se hubieran podido or los pensamientos de la princesa Amen-Ra y de Menes,
sus splicas para que pasara cuanto antes aquella estrella diablica.
Pero no sera as. Alc otra vez los ojos al cielo y vi que Marte y la estrella estaban ya a muy
pocos grados de distancia.
Una sombra se desliz por el jardn en direccin al puesto que ocupaba entonces. Era Lifhta.
Vino hasta m, me mir y se detuvo con las manos entrelazadas sobre su pecho. Sigui mirndome un
rato, en silencio, intensamente.
Y bien? Qu se te ofrece? Vuelve a llamarme la que es nacida del sol? le pregunt al fin.
No, mi seor Seti Pero te traigo malas nuevas de palacio.
Qu ha ocurrido? pregunt ansioso.
La estrella diablica an no ha pasado El matrimonio no puede consumarse todava, ni la
celebracin del banquete nupcial Y te amo
Me ech a rer.
Eso ltimo tiene que ver con las malas nuevas que dices traerme? pregunt sarcstico.
Acarici mi brazo con su mano.
No te ras de m, mi seor Seti, no juegues ms conmigo, que ya no soy una nia Te pido que
me tomes por esposa tan pronto como hayan pasado los peligros que acechan, o no podr vivir ms
Dime la verdad, dime que sientes por m lo mismo que yo siento por ti, y no tardes en tomarme.
La mir tratando de contener la ira que me invadi entonces.
Quieres que te diga que te amo? Eso es lo que pretendes, Liftha? Es que alguna vez te he
dicho una sola palabra que te hiciera pensar que te amo?
Nunca, mi seor Seti, pero a veces no hacen falta las palabras para demostrar el amor; las
miradas las suplen; el amor es un lenguaje que no siempre ha de expresarse con palabras, yo lo s
bien.
Lo sabes bien dije. Lo que tienes que saber es que no te amo, Liftha. Slo amo a Amen-
Ra, y jams podr amar a nadie aunque ella no me corresponda. Bscate un joven noble de la guardia
de la princesa, y olvdate de m.
Es tu ltima palabra? me pregunt con la voz trmula.
S, por la sagrada trinidad de Osiris, Isis y Horus le dije haciendo un juramento que no ha de
romperse.
Hizo un gesto rpido, de angustia, llevndose la mano a los labios, y vi que se meta algo en la
boca. La tom del brazo, pero ya era tarde.
Qu tontera haces? le pregunt.
No es nada, mi seor Seti Slo un trozo de carne para los chacales, emponzoada con un
potente veneno Mi vida se acaba S feliz si puedes Acaso
Dio unos pasos y cay en el sendero de piedras. Trat de levantarla, pero ya haba exhalado su
ltimo suspiro. Haba usado un veneno cuya composicin era conocida slo por los sacerdotes, un
veneno destinado a los chacales que profanaban los templos y robaban lo que all dejaban los fieles.
La estrella diablica se acababa de cobrar su primera vctima. Alc los ojos al cielo una vez ms
y comprob que a Marte y a la estrella apenas los separaba ya un dedo.
Me asustaron entonces las sombras que percib en los alrededores, unas sombras que venan
hacia m entre las columnas, pero vi pronto que se trataba del sumo sacerdote y sus aclitos. Todos
iban armados de espadas y puales, se les vean bajo sus tnicas.
Todo en orden? me pregunt Khof.
Todo en orden le dije.
Entonces franquanos el paso.
Empu mi espada, aunque sin desenvainarla, y me dirig al palacio, seguido por los sacerdotes.
En los pasillos y corredores seguan los guardias, cada uno en su puesto, que saludaban con el mayor
respeto al sumo sacerdote. Al llegar a la cortina que haba ante la estancia de la princesa, me detuve
y ellos hicieron lo mismo.
Corr lentamente la cortina de terciopelo carmes. Nada pareca haber cambiado desde que
estuve all una hora antes. La princesa y Menes seguan sentados, muy cerca el uno del otro. El pan,
la sal y el agua del Nilo an no haban sido tocados por sus manos, custodiados los alimentos por los
ancianos consejeros. Junto a stos se encontraba tambin el astrlogo, que tena la barbilla hundida
en el pecho, como si meditase. Deca algo en voz muy baja y mostraba una clara expresin de
angustia.
Amen-Ra alz la cabeza al percatarse de que yo corra la cortina. Me mir intensamente. Cre
entonces que era capaz de leerme incluso aquello que ms oculto estaba en mi corazn.
Se puso de pie lentamente.
Qu significa esta intromisin, digno Seti? dijo. Es que te he mandado llamar? O
acaso?
Clav entonces los ojos en el sumo sacerdote y en la partida que lo acompaaba. Tenan a medio
desenvainar las espadas y miraban a Menes con una furia que no dejaba lugar a dudas. Todo ocurri
tan rpido que no fui capaz de ver ms que leves fragmentos de la escena, movimientos veloces.
Amen-Ra se volvi hacia Menes, que tambin se haba levantado y estaba junto a ella, tratando
de protegerla, aunque no tena una espada a su alcance. La princesa se abraz a l. Los cuatro
ancianos consejeros gritaban alarmados. Los guardias de la antecmara mostraban gran confusin, sin
saber qu hacer. Khof, el sumo sacerdote, dio una orden y l y su partida se lanzaron al ataque.

IX

Alto, Khof! le grit el ms anciano de los consejeros de la princesa, tratando de cerrarles el


paso con sus manos desnudas. Acaso ignoras el poder que detento, ante el cual han de someterse
incluso tus designios? Alto, te digo, o te juro por los dioses que har que seas arrojado al Nilo para
que te ahogues! Detente, te lo ordeno! Sabes que tienes que obedecerme!
Khof y los sacerdotes se detuvieron por unos instantes. Parecan reparar en las palabras del
anciano. Vi que los amantes seguan abrazados, tensos, a la espera. No haba temor en sus ojos,
aunque me fij en que la princesa me miraba de soslayo, como si me reprochase todo aquello, o
acaso esperanzada en que interviniera de una vez por todas.
Traidor! me grit al fin, sin embargo, al comprobar que no me mova. Traidor a m y a tu
juramento! Vamos, s valiente y haz t mismo aquello por lo que te han pagado.
Me sent mordido por la duda una vez ms. Pero ver a Amen-Ra abrazada al que consideraba mi
rival reaviv mi odio. Di unos pasos adelante, hacia donde estaban ambos. O que el viejo consejero
deca en voz alta las palabras de la frmula mgica reservada para casos de extrema necesidad, unas
palabras para salvar el trono de la codicia de sus usurpadores. Pero no le prest atencin. Me dirig
a Menes. Amen-Ra trat de protegerlo con su cuerpo. Me ret con la mirada. Pero actu con la
astucia de la serpiente, y aprovechando un leve hueco que haba entre ambos atraves a Menes con
mi espada, sin remisin.
De un empujn hice a un lado a la princesa, y tom el cuerpo del cado en mis brazos para
arrojarlo a los pies de la partida de los sacerdotes.
Me sent herido por sus gritos victoriosos La sala entera era una autntica batalla, luchando
ahora los guardias contra los intrusos a espadazo limpio, en su intento de rescatar a la princesa. Y
mientras se produca aquel combate vi cmo Khof mataba a los ancianos consejeros, uno a uno. La
princesa sufri entonces un desvanecimiento, la tom en mis brazos y vi que tres o cuatro hombres de
la guardia trataban de llegar hasta m.
El ms anciano de los consejeros, an con un hilo de vida, logr ponerse de pie a pesar de las
heridas que le haba causado la espada del sumo sacerdote. Segua diciendo la frmula sagrada para
preservar el trono, heredada por los consejeros ms ancianos de generacin en generacin. La
concluy con un tono de xtasis y lo vi caer al descargar Khof otro espadazo terrible contra l.
Y entonces tembl todo el palacio. An con Amen-Ra en mis brazos sal corriendo de all entre
los muertos, que estaban apilados en el suelo.
El palacio temblaba hasta sus cimientos. Los antiguos dioses haban decidido actuar bajo el
influjo de la frmula mgica en cuyo conocimiento estaba el ms anciano de los consejeros. Los
dioses se haban removido en sus tumbas celestiales, y con ello el palacio, y los templos, y todas las
edificaciones del reino, se vean sacudidos por aquel terremoto. Todo fue pronto una ruina.
Hasta las grandes columnas cayeron rompindose en miles de piedras. El estruendo era tal que
pareca que el mismo cielo cayera sobre la tierra. Corra con la princesa en mis brazos mientras el
techo se me caa encima, cuando las paredes y los muros se derrumbaban.
Pronto me vi en un lugar donde estaba a salvo del derrumbamiento, donde ya no se dejaban sentir
los gritos de los sacerdotes y los guardias. Todo era oscuridad, silencio. Me detuve tratando de
reconocer dnde estaba, pero no pude. Y me aventur por aquellos senderos en tinieblas.
A mi alrededor no haba ms que devastacin, piedras, los restos del hundimiento del palacio
Haba logrado escapar de la muerte milagrosamente; a la luz escasa de las estrellas adivin muertos,
los cuerpos sin vida de los sacerdotes, de la guardia, de los sirvientes Haba logrado salir
indemne, sin un solo hueso roto.
Oa a los lejos los gritos de la multitud, pero en los alrededores del palacio derruido todo era
silencio. Cuando logr salir a una superficie donde la claridad era mayor, me di cuenta de que haba
cado en el gran hoyo hecho en la tierra por una piedra gigantesca, lo que me haba salvado. Pero fui
consciente en ese momento de que ya no tena conmigo a la princesa, y corr de nuevo hacia las
ruinas del palacio para tratar de encontrarla.
All la vi, viva como yo mismo, pugnando violentamente por desplazar la gran piedra que haba
cado sobre el cuerpo ya sin vida de Melles. Y mientras as pugnaba segua dicindole palabras de
amor muy tiernas, muy sentidas Me detuve a contemplarla, sorprendido y conmovido a la vez por
su devocin ms all de la muerte.
La llam suavemente pero no me oy. Entonces me acerqu y la tom de una mano.
Est muerto le dije. Vmonos de aqu, Amen-Ra, pongmonos a salvo en un lugar seguro.
Se vino abajo por completo. Me miraba como si no me conociera. Era como si tuviese un velo en
los ojos.
Traidor! me grit sin embargo. T vives, y l, mi amado, est muerto Pero entrate
bien: si los dioses han querido que vivas, ser slo para hacerte padecer tormentos que no harn que
me apiade de ti. Que caigan sobre ti las maldiciones de Thoth, de Horus, de Anubis, de Mesti, y la
del propio Osiris Que no te permitan el descanso eterno!
Era como una serpiente rabiosa que tratara de morderme. Pero yo sonrea triunfal. Qu
significaban los dioses para m, que era un iniciado y saba por ello que los dioses no son ms que
aspectos del ser nico?
Te amo desde la primera vez que te vi le respond. Si te hubieras dignado a sonrerme con
tu gracia, nada de todo esto hubiese ocurrido Es que acaso l era mejor que yo? Es que acaso
tuvo mejor cuna? Te amo, te lo digo una vez ms, y te lo digo no como un siervo sino como un
hombre digno y enamorado Adems, tu reino se ha sumido ahora en la ms absoluta oscuridad.
Las perdido, en realidad, tu reino le dije mientras se oa ms fuerte el llanto y el lamento de la
multitud. Ya vienen los campesinos a acabar con lo que pueda quedar de tu trono Pero tengo
preparado un barco segu dicindole que han construido mis esclavos pacientemente, a lo largo
de tres meses, bajo la supervisin de los mejores armadores del reino. No hay bajel que pueda darle
alcance, una vez despliegue sus velas al viento. Vaymonos de aqu, y te prometo que sers princesa
en otra tierra que conquistar para ti. Huyamos juntos y olvidemos todo lo sucedido en virtud de
nuestro amor.
Segua mirndome fijamente, pero me di cuenta de que sus ojos suavizaban la mirada lentamente.
Cre que mis palabras haban ablandado su corazn, pues corrieron lgrimas por sus mejillas. Me
acerqu ms a ella y la tom de una mano.
Te amar como ningn hombre ha podido amar jams a una mujer dije. Es que acaso no
ha sido por el amor que te tengo, que el trono de Egipto ha sido destruido? Contempla, pues, cun
fuerte es mi amor. Y te prometo un nuevo reino, an ms grande que ste. Vaymonos de aqu de una
vez, Amen-Ra!
Las palabras con que me respondi no mostraban ira. Eran solemnes y dulces, pero tan elocuentes
como el canto de las sibilas.
Todo lo que ha ocurrido me dijo ya me fue adelantado por mi astrlogo Lo supo slo
cuando descubri en el cielo el curso de la estrella diablica Pero tambin me dijo que algn da
podr reunirme con el hombre al que de veras amo, aunque haya sido vctima de un destino fatal
Mi astrlogo predijo que cuando se haya completado el ciclo de la reencarnacin, Menes, el hombre
al que amo, el nico hombre al que puedo y podr amar, se reunir conmigo pues nos hicimos
promesa de amor ante Horus, ms all de la muerte. Una promesa de amor que nada ni nadie podr
romper jams. Y a ti slo te corresponde ayudar a la restauracin de todo lo que has destruido. Es mi
voluntad que mi amado siga en el mundo de las sombras, bajo la proteccin de Osiris En cuanto a
ti, mi digno Seti, slo te queda una oportunidad para redimirte. No la desaproveches, pues si la
tomas, los dioses te sern propicios y sabrn perdonar tus pecados Si as no lo hicieras, caer
sobre ti el ms cruel castigo eterno. Un castigo tan grande que hasta los dioses volvern la cara para
no verlo Mtame, digno Seti! susurr entonces la princesa en un rapto desesperado, y vi que sus
ojos ardan, en efecto, con el deseo de la muerte. Slo as, segn las palabras del astrlogo,
conseguir vivir eternamente hasta que llegue el momento de la ansiada felicidad Mtame!
Puso en mi mano una daga. Me debat en la duda. Bien saba ya que Amen-Ra jams sera ma,
pero as y todo se me haca imposible matarla.
Esto es una locura dije.
Esto es la verdad revelada. Lo que te pido significa la concesin de la paz eterna tanto para m
como para el hombre al que amo Y como te he dicho, slo si me ayudas eludirs el juicio terrible
de Osiris y te ser concedida la misma paz que te suplico para m y para mi amado, una vez hayas
muerto.
Segua debatindome en la duda. Pero al cabo decid guardar la daga en mi cinturn.
Nunca! grit. Crees que he hecho todo esto de lo que soy el nico culpable slo para
perderte? No! Si consigo poseerte en esta vida, poco me importarn los sufrimientos eternos, pues
s adems que la eternidad no existe, que todo llega a su fin en algn momento Y en las edades de
tiniebla que han de suceder a mi muerte volver a ser libre.
La estrech en mis brazos. Amen-Ra no ofreci resistencia, ni se desmay. La apart de all.
Creo que me volv loco de alegra, me recuerdo exultante. Corr llevndola de mi mano entre las
piedras y los cadveres. Me detuve ante las piedras que tapaban lo que fue la entrada del palacio.
Hice un esfuerzo sobrehumano para apartarlas de all, pues no quera soltar la mano de la princesa, y
as, arrastrndola, nos sumimos en aquella oscuridad terrible.
Se dej sentir entonces el aullido de un chacal, al que pronto secundaron otros. Las llamas iban
arrasndolo todo a orillas del Nilo, unas llamas rojas que contrastaban contra el cielo negro. Oa yo
impvido los violentos rugidos de la multitud, mezclados con sus lamentaciones, pero saba que no
llegaran hasta el palacio derruido. El palacio y el templo se alzaban en una loma, y entre la loma y
el ro haba una profunda depresin lacustre, que vade sin soltar a la princesa, incluso cuando el
agua me llegaba al cuello.
Luch fuertemente contra la corriente hasta llegar al canal que daba al Nilo, gritando el nombre
de mi fiel esclavo Kor, pero sin recibir respuesta. Adems, en aquella oscuridad me resultaba
imposible discernir las sombras.
El Nilo haba crecido mucho y me vea rodeado por una inmensa masa de agua negra, que cada
vez se haca ms honda. Segu luchando con toda mi fuerza contra el agua, cuidando a la vez de que
nada le ocurriese a la princesa. Ms all el agua dejaba de ser negra para adquirir el tono rojo de la
sangre, pues se reflejaban en ella las llamas que ascendan en busca del cielo. Supe as que la ciudad
tambin haba sido incendiada.
Todas mis esperanzas, todos mis anhelos, todos mis esfuerzos se desvanecieron al poco. No vi el
barco que haba construido para la princesa. Nada. Y lo comprend todo de golpe. Kor me haba
traicionado, poniendo rumbo hacia Creta sin esperarme, con todo cuanto yo posea a bordo.
Traicin por traicin. Grit desesperado, apretando contra m, an ms fuertemente, el cuerpo de
Amen-Ra para que no me lo arrancara la furia del Nilo crecido. Nad arrastrndola hasta una
plataforma de madera que haba en la orilla, el puesto de uno de los guardias que vigilaban las
riberas. An confiaba en avistar desde all, en contra de todos mis temores y de todas las evidencias,
mi barco. Aquella plataforma, clavada al fondo del ro por unos maderos, comenzaba a ser alcanzada
por las aguas. Pronto la cubriran, tal era la crecida del Nilo que amenazaba ya con desbordarse.
Apret ms a Amen-Ra contra m, tratando de ver su rostro. Tena los ojos abiertos y me miraba
con una sonrisa condescendiente y a la vez triste. Su expresin era la de quien ha pasado por tantas
desgracias que ya no teme nada ms.
Mtame, digno Seti Hgase la voluntad de los dioses misericordiosos me pidi de nuevo
. Dame la paz eterna y librate a la vez de los sufrimientos del infierno.
Jams! grit.
Not que, a pesar del momento, me invada una exultacin plena, una alegra desbordante. El
placer de vivir se dejaba sentir de nuevo en mi pecho. Podra perseguir a Kor, mi esclavo traidor,
hasta Creta, recuperar mis tesoros y darle su merecido. Podra levantar all el imperio que ansiaba
regalar a Amen-Ra. Y acaso aguardar en esa tierra propicia el momento idneo para regresar a
Egipto.
Gracias a la plida luz de la luna que se dejaba sentir lentamente, vi botes y barcos bogando en la
corriente del ro crecido hacia la orilla ms cercana al palacio. Oa los gritos de quienes iban a
bordo. Eran campesinos y esclavos, los cuales, una vez saciado su apetito de venganza en la ciudad,
se dirigan a robar los tesoros que saban escondidos en las tumbas de los reyes, en los stanos del
palacio y en la cripta del templo.
Oa cada vez ms cercanos sus gritos de ira, sus llamamientos a la venganza, mientras apretaba
contra m el cuerpo de Amen-Ra, que pareca abandonado de s misma.
Entonces me percat de que alguien suba a la plataforma, por la parte en que la oscuridad era
mayor. Se dirigi lentamente a m, y lo reconoc al instante, antes de verle la cara, por su brillante
tnica estampada. Era el astrlogo que haba previsto todo lo que estaba sucediendo.
Me sent abrasado por el fuego de su mirada. Saqu de mi cinto la espada de doble filo y lo
amenac con ella, conminndole a que no diese ni un paso ms. Ahora le culpaba realmente de lo que
pasaba, de tanta desgracia. Puse la punta de mi espada en su pecho.
Se detuvo, pero levant orgulloso la cabeza para mirarme fijamente. Dimanaba de l un poder
extrao que me impeda asestarle el golpe mortal. Mir a Amen-Ra.
Mtala! me orden. Mtala para que se cumpla la voluntad de los dioses. Slo as podr
reunirse con su enamorado cuando se haya iniciado el prximo ciclo de su vida mortal.
Estpido! le grit. Acaso crees que la quiero perder para siempre?
El astrlogo me asi fuertemente de un brazo.
Seti, mi seor dijo, tu camino y el de ella no habrn de encontrarse nunca como lo han
hecho esa estrella diablica y Marte, que adems habrn de seguir su rbita en breve por separado
As ser contigo y la princesa; en tu prximo nacimiento a la vida podrs verla, sin embargo, y
sabrs entonces que tampoco podr ser tuya ese da Y acabar por esfumarse el deseo que sientes.
Mtala ahora, cumple lo dispuesto por los dioses, que son quienes rigen la vida desde la creacin del
mundo. Mtala, te digo! As escapars del castigo del infierno, pues se la devolvers a Menes, al
que quitaste la vida.
Oa el aullido de los chacales, temerosos de las aguas del ro que al desbordarse amenazaban con
anegar el desierto. Sent entonces un olor penetrante, acre, que me repugn Ante m pareci abrirse
una oscuridad abisal. Qu arte mgica dispona ahora de m? Las formas de Amen-Ra y del
astrlogo me resultaban muy confusas, cre que se mezclaban.
Mtala! volvi a gritarme el astrlogo.
Alc mi brazo, dubitativo, pero la oscuridad me impeda ver y segua asqueado por aquel olor
Sent que me caa, que me hunda poco a poco en la tiniebla Sent un ruido muy fuerte Entonces
abr los ojos y me vi en aquel saln de la casa de Neil Farrant.

Una de las dos sillas egipcias que estaban contra la pared haba cado al suelo. se fue el ruido
que me despert, que me sac del pozo de aquel sueo. Vi la oscura silueta de la momia an en la
puerta, disponindose a salir del saln para dirigirse a la calle.
Y entonces le siguieron las otras momias, emitiendo sonidos que parecan de aves. Todas se iban
del saln, menos la princesa Amen-Ra; la tena en mis brazos, pero lo que vi ahora en mis manos no
fue otra cosa que las tijeras con que Neil haba liberado a las momias de sus vendas.
Estaba de pie, con el agua que entraba por la puerta de la calle abierta y por el hueco del tejado,
anegndolo todo; haba ms de un palmo de agua en el suelo. En el exterior la tormenta de lluvia y el
vendaval parecan haber llegado a unos extremos que nunca haba conocido. El rugido del mar
prximo era an ms fuerte que el alarido del viento.
Detenedlos! Detenedlos! grit sin saber muy bien qu deca, cuando me percat de que las
momias se fugaban.
An no haba recuperado del todo la consciencia; o quiz fuese que segua confundido por los
retazos del sueo que se mezclaban con las imgenes de la realidad.
El humo que sala de la vasija de obsidiana haba desaparecido, pero persista el olor punzante.
Neil Farrant estaba apoyado contra la pared, aparentemente desorientado; cerca de m se encontraba
Coyne, que tambin mostraba confusin y pareca esforzarse por recuperar la consciencia de s
mismo.
Mtela! Mtela! me grit.
Entonces me di cuenta de que fue l quien haba armado mi mano con las tijeras.
Matarla? A quin? A la momia? Pero si tena en mis brazos a una mujer viva y palpitante,
aunque hubiera yacido siglos en aquel sarcfago, cubierta de vendas y de velos. Matarla? Amen-Ra
miraba a Neil pero me di cuenta de que lo vea, pues pareca recin despertada, como si hubiera
dormido larga y profundamente, como si saliera de una escena infernal.
Mtela! Vamos, mtela, hgalo de una vez! me grit el doctor Coyne sealndola.
Entonces me fij en Rita Ware, yaciente un poco ms all. Era totalmente como la princesa Amen-
Ra, salvo por su piel, ms plida. Entonces record lo que me haba dicho Coyne, que una de las dos
tena que morir.
La princesa se fij por primera vez en Rita. Se solt de mis brazos, se levant con dificultad, me
arranc la tijera de la mano y se dirigi hacia la paciente de Coyne.
Fue Coyne quien la detuvo. Tena la cara congestionada por el esfuerzo que hubo de hacer para
desarmarla y someterla, para impedir que matase con la tijera a la joven viva.
Dewey! Dewey! La tijera! Cjala! Mtela! me grit una vez ms.
La lucha que sigui fue lo ms duro y terrible, aun con todo, de aquella historia Pronto
comprend que Amen-Ra no era humana, ni acaso lo haba sido nunca, sino una vampira, por lo que
la vida de Rita Ware le resultaba necesaria para evitar su destruccin. Ninguna mujer, por fuerte que
sea, podra resistirse con la fuerza bestial con que la princesa se resisti Era un ser animado por
una voluntad carente, sin embargo, de inteligencia. Amen-Ra era la efigie de una princesa del antiguo
Egipto, pero la Amen-Ra vital era Rita Ware, que segua yaciendo en el suelo, como sin vida.
Tem, me aterroric al pensar que si dejbamos que Amen-Ra despojara a Rita Ware de su
esencia vital, habramos puesto en libertad a un ser infernal, para que campase por sus respetos a lo
largo y ancho del mundo. Adems, la salud mental de Neil Farrant dependa tambin de que fusemos
capaces de destruir a la vampira que haba sido liberada de un sarcfago egipcio.
Menes! Menes! grit Amen-Ra.
Despus grit algo ms en su antigua lengua egipcia Aunque aquello me trajo alguna
reminiscencia, no logr comprender lo que deca.
Neil, sin embargo, la escuch. Y recuper de golpe la consciencia plena. Se fue hacia nosotros,
pero no como Neil, sino como Menes de Egipto, pensando, no me cupo duda, que ramos unos
conspiradores a los que tena que combatir en el palacio. Pero sobre todo se fij en m. Yo era, a sus
ojos, el traidor mayor, el cabecilla, Seti Coyne y yo seguamos luchando para reducir a Amen-Ra,
que no cejaba en su empeo de clavar la tijera en el corazn de Rita.
Sujtela usted un momento! dije al doctor y me fui al encuentro de Neil.
De muchacho fui muy buen boxeador, y le solt un directo que lo lanz contra la pared,
tambaleante.
Volv sobre Amen-Ra, justo a tiempo porque haba conseguido hacerse con las tijeras de nuevo y
pugnaba desesperadamente por caer sobre Rita. La sujet con fuerza por la mueca, tir de ella hacia
atrs y escuch entonces el crujido de los huesos de su mueca, que se rompan. Se volvi como
un gato rabioso y me cruz la cara con las uas de su mano izquierda. Neil, recuperado, volva ya
contra m para ayudarla.
Ahora fue Coyne quien se encarg de Neil.
Mtela! Mtela! me grit una vez ms, echndose con todas sus fuerzas sobre Neil para
dominarlo.
All estaba el viejo y frgil doctor luchando contra un hombre posedo por una fuerza primitiva,
con los msculos endurecidos en la vida del desierto, con una fuerza sobrehumana, en suma, capaz
por ello de lo ms brutal, pues su vitalidad era bruta. Coyne cay al suelo, pero arrastr en su cada a
Neil, y ambos rodaron por el piso encharcado.
Yo nunca hubiera luchado contra Neil ni contra la princesa, pero intervino el destino. Neil
consigui derrumbar a Coyne en el suelo, golpendole con la silla que haba cado. Yo segua
tratando de someter a Amen-Ra. Haba hecho presa en su mueca rota, pero aun as, con los huesos
astillados, luchaba frenticamente, braceando con una bestialidad indecible para alcanzar a Rita y
clavarle la tijera. Me interpuse a duras penas. La punta de la tijera se clav en mi chaquetn, sin
alcanzarme, y pude arrebatrsela as a aquella criatura infernal.
Menes! Menes! clamaba, y aquel grito fue como el eco del grito de las almas que penan
eternamente.
Neil, ya de pie, se diriga hacia m, gruendo. Pareca un autntico demente Ocurri que,
gracias a Dios, pude cobrar ventaja sobre l, sin embargo.
Tena ya la tijera en mi poder. Empundola con mi mano izquierda di un tajo profundo en la cara
de Neil, cuando ya lo tuve a mi alcance, que le oblig a detenerse. Despus, rpido, clav la tijera en
el corazn de Amen-Ra.
Le clav la tijera con tal violencia que casi le introduje el puo en la herida. Pronto dej de
sangrar. Amen-Ra sigui de pie unos instantes, atravesada por el acero Despus fue como si se le
borrase de golpe la diablica maldad que poco antes tena en el rostro.
Era de nuevo la hermosa princesa, la virginal doncella a la que haba visto en el sarcfago y a
la que recordaba lejanamente, como en un sueo, haber visto radiante en el antiguo Egipto Tena en
la boca una sonrisa beatfica. Y entonces vi que se converta en polvo, cayendo al suelo la tijera. Ya
no haba momia, slo un montoncito de polvo en el aire. De la Amen-Ra que haba visto en el
sarcfago, pronto no qued ni ese rastro.
Aquel horror que acababa de vivir me impact fuertemente. Recuper la tijera, temeroso de que
Neil volviese a atacarme, pero lo vi de pie, apoyado contra la pared, mirando como si acabara de
despertarse de un mal sueo Mientras, Coyne se levant a duras penas del suelo y fue lentamente
hacia m.
Contempl un rato cmo el polvo en que se haba convertido Amen-Ra se perda en el agua de la
lluvia que haba inundado la casa. Se dirigi entonces hasta donde yaca Rita Ware, y la levant para
que no siguiera mojndose, porque el agua estaba a punto de cubrirle el rostro. Vi que tena los ojos
abiertos y lo miraba todo en un estado de profundo anonadamiento.
Coyne la llev hasta un sof, donde la recost. Estaba trmula, semiinconsciente. Neil no
mostraba signos de recuperacin. Coyne se dirigi a m, aliviado.
Gracias a Dios, Dewey! me dijo. Ya saba yo que poda confiar en usted La que ha
muerto no era realmente Amen-Ra; esta joven s es Amen-Ra, renacida En tanto viviera esa
vampira, esa doble suya, tres almas correran el peligro de penar en el infierno, la suya propia, la de
Farrant y la de esta joven Pero todo ha concluido bien, gracias a Dios!
Neil Farrant se dirigi hacia nosotros, trastabillando.
Dnde estoy? balbuce. Por dnde ha entrado el agua? Qu ha pasado? El
experimento sali mal? No puedo recordar slo s que tuve un sueo So que era aquel tipo,
Menes Ustedes dos tambin estaban en el sueo, tambin
Comenz a rerse con una risa histrica, y al cabo sus ojos se clavaron en Rita Ware.
Quin es? musit apenas.
Se lo contar ms tarde, Farrant le respondi Coyne. Antes hemos de salir de aqu. La
casa est completamente inundada. Vayamos al sanatorio, en tanto podamos hacerlo an. Adems
hemos de llevarla
Neil comenz a mirar a su alrededor.
No estn las momias! grit. Qu ha pasado con ellas?
Abandonaron los sarcfagos se limit a decir Coyne. Usted les facilit la huida,
recurdelo
Buenos, pues que les vaya bien dijo Neil en tono sarcstico. Ya estoy harto de todos ellos,
Coyne Esa frmula mgica ha resultado un fiasco, y me siento muy decepcionado y aburrido de
las momias.
Hizo ademn de salir mientras hablaba, pero Coyne lo detuvo.
Tmeselo con calma, Farrant le dijo. Cree que debe salir as como as, con esa
tormenta? y dirigindose a m aadi: Dewey, aydeme con Rita Ware, por favor.
Dnde estoy, doctor? pregunt entonces Rita, semiinconsciente, y su voz son tan
melodiosa como la de Amen-Ra en mi sueo. Creo que me llevaron a su sanatorio para que
descansara, no? Pero esto no parece un sanatorio, verdad?
No, no lo es, pero enseguida estaremos all la tranquiliz Coyne, al que an le sangraban los
labios por los golpes recibidos de Neil, y que mostraba un aspecto de lo ms cmico, calado de agua
como lo estaba, pero que volva a tener esa seguridad profesoral de siempre en la expresin, volva
a ser el mdico responsable de aquella institucin, al que haba conocido yo no haca tantas horas.
Este caballero y yo dijo sealndome la vamos a llevar a usted de vuelta al sanatorio. Hemos de
darnos prisa, antes de que el agua cada nos impida el paso Pero no, no intente caminar, la
llevaremos haciendo una silla con nuestras manos Sabe cmo se hace, Dewey?
Asent. Juntos levantamos a la joven del sof. El nivel del agua segua aumentando en la casa, ya
casi nos llegaba al pecho. En el exterior se escuchaban gritos, imponindose al vendaval y al
estruendo de las olas al romper contra la costa. Un gran relmpago cruz el cielo, seguido de una
explosin fenomenal.
Dios! Qu ha sido eso? dijo Coyne.
Neil se detuvo ante la puerta antes de abrirla.
Tengamos cuidado con los halcones! avis.
Me parece que los halcones ya no van a molestarnos respondi el doctor.
Neil abri al fin la puerta, y una violenta rfaga de viento estuvo a punto de sacarla de los
goznes. Entr an mucha ms agua en tromba. Nos cost ms de lo previsto sacar de all a Rita, como
si vaderamos un ro con ella a cuestas. La puerta iba y vena con el agua, y hubo de sujetarla Neil
con fuerza para que pudiramos salir. La inundacin era grande. Un grupo de hombres se diriga en
un bote hasta la casa. Dos de ellos, de pie, llevaban cuerdas.
Agrrense, agrrense! nos grit uno de aquellos hombres. Cremos que no habran
logrado salir ustedes con vida Ah, pero si es usted, doctor! No sabe que su sanatorio est en
llamas? Y hay unas malditas momias corriendo libres por la isla!
Hablaba el encargado del ferry, el viejo incorruptible.

XI

No hubiera hecho falta que nos dijese que el sanatorio se haba incendiado, pues muy pronto
vimos las llamas tras los rboles. Ardan todas las dependencias, el edificio principal y los otros.
Daba la impresin de que se derrumbaran de un momento a otro. Subimos a Rita al bote y la
sujetamos bien. Coyne pareca realmente conmocionado.
No se preocupe, doctor, que sus pacientes estarn pronto a salvo Hay media docena de
barcazas por all para rescatarlos Pero perdone que le diga a la cara que ese incendio no se
hubiera producido de no ser por culpa de las momias de Mr. Farrant Y no estamos dispuestos a
permitir que esos monstruos vayan por ah, por toda la isla de Pequod, asustando a las mujeres y a
los nios.
Eso no tiene sentido! dijo el doctor Coyne con cierta petulancia.
Neil, sin embargo, no deca una palabra. Miraba a Rita y pareca transfigurado. La inundacin
haba anegado toda la parte baja de la isla y flotaban en el agua, peligrosamente, los rboles
arrancados por el viento. El vendaval segua siendo violentsimo; a medida que nos acercbamos al
sanatorio seguan cayendo rboles. La lluvia comenz a menguar al rato, no obstante, y en el cielo se
produjo un desgarrn de su negrura. El bote encall en la pequea loma sobre la que se alzaba el
sanatorio ahora en llamas. Saltamos a tierra. Neil tom a Rita en brazos.
Usted qudese aqu con Miss Ware, Farrant dijo Coyne. Sgame, Dewey!
Alrededor de los edificios en llamas de la institucin bogaban los botes, y vi que en una
elevacin del terreno, a la que apenas llegaba el agua, haba un montn de personas. El incendio,
evidentemente, haba sido devastador, a pesar de la terrible lluvia de la tormenta, y no nos cupo duda
de que en una hora, a lo sumo, todo aquello se vendra abajo con estrpito. Coyne corra y yo iba tras
l.
Uno de sus ayudantes nos sali al paso al reconocer al mdico.
Hemos conseguido salvar a todos! dijo atropelladamente, salvo a bueno a
Supe a quines se refera. Coyne y yo corrimos hasta donde estaban los asilados, al cuidado del
personal de la institucin. El ayudante de Coyne corra detrs de nosotros, diciendo cosas
incoherentes, atropelladas, mientras sealaba con la mano hacia algn sitio.
En el tejado del edificio donde haba estado asilada Rita Ware vimos unas siluetas oscuras,
semidesnudas, que canturreaban algo alzando los brazos al cielo.
No hemos conseguido bajarlos de ah! dijo el ayudante de Coyne. Quines son? O qu
son? Nunca los haba visto!
Las llamas hacan que la escena fuese tan clara como bajo la luz del da. Los cuatro del tejado,
sin preocuparse de las llamas que los rodeaban, canturreaban y bailaban, y el canto salvaje que sala
de sus labios se dejaba sentir por encima del viento.
Dios! Pero si es el doctor! grit alguien.
Me fij bien y vi que, en efecto, uno de los cuatro de la banda era la exacta rplica de Coyne. S,
tena la cara y el cuerpo de Coyne; lo nico que lo diferenciaba es que se cubra con algunos trozos
de venda de lino. Y, ms an, entonces lo reconoc bien: era el astrlogo de la corte de Amen-Ra
Me vino a la mente mi sueo.
Cmo voy a ser yo? Eso es una tontera No ve que estoy aqu? deca Coyne.
Tenemos que bajarlos de ah como sea, y salvarlos aunque no sepamos quines son.
No podremos, Sellers dijo Coyne. Moriramos sin remedio si lo intentsemos.
Pero quines son? De dnde han salido? insista Sellers.
Son esas malditas momias intervino el viejo incorruptible. Dejemos que se mueran de una
vez No queremos que asusten ms a nuestras mujeres y a nuestros hijos. Que se achicharren!
Los pescadores, reunidos en aquella especie de asamblea espontnea, jalearon las palabras del
viejo marino.
Arriba, en el tejado, los cuatro seguan danzando mientras el fuego comenzaba a alcanzarlos,
cuando las llamas apenas dejaban que se los viera desde abajo.
Y de repente concluy todo.
El fuego se aviv an ms en un momento y el tejado se vino abajo con tal violencia que las
llamas parecieron rebotar en el suelo para llegar despus al cielo. As y todo, entre las ruinas en
llamas, vimos a los cuatro unos instantes ms Poco despus no hubo ms rastro de ellos en medio
de aquel holocausto.
Coyne se volvi hacia m, plido, tembloroso.
Bueno, aqu acaba todo, Dewey me dijo, y aadi dirigindose a Sellers: Lleven a
nuestros pacientes a la villa, en los botes Vamos a estar muy ocupados esta noche

XII

Volv a donde aguardaba Neil con Rita Ware. Estaban juntos en un lugar donde no cubra mucho,
y parecan absortos el uno en el otro Tanto que ni siquiera me vieron cuando me acerqu a ellos.
Bueno, todo el mundo est a salvo dije a Neil.
Eso est bien se limit a responder. Jim, conoces a Miss Ware? Porque me ha dicho que
tiene la sensacin de haberte visto antes Cree que fue en Filadelfia
S, puede que nos hayamos visto casualmente en Filadelfia dije, aunque la verdad es que
jams haba estado en esa ciudad.
Escucha, Jim Eres mi amigo sigui dicindome Neil. Lo que voy a decirte puede que te
parezca una locura, pero pienso seguir dedicndome a las momias y a la egiptologa a tiempo
completo Adems, bueno, Rita y yo vamos a casarnos en cuanto
Podemos confiar en tu amigo? le pregunt Rita mirndome con una expresin extraa.
Bueno, he estado enferma mucho tiempo Fue como si me hundiera en un pozo negro Pero ya
estoy bien Y si eres amigo de Neil
Espero ser en adelante un buen amigo de los dos dije. Me alegro mucho de que vayis a
casaros.
Esto parece una locura dijo ella, pero vers Neil y yo nos reconocimos al instante,
nada ms vernos Y el caso es que no tengo ni idea de dnde pudimos vernos, o si nos hemos visto
en esta vida, o en otra vida anterior, pero es indudable que nos conocemos profundamente, y que
bueno, que nos pertenecemos, que estamos hechos el uno para el otro.
Se volvi de nuevo hacia Neil y me di cuenta de que me ignoraban por completo. Mejor, eso era
justo lo que deseaba. En el fondo estaba seguro de que el juramento hecho ante Horus haba unido a
aquellas almas para siempre, tres mil aos despus de que sus cuerpos sucumbieran. Ni el agua ni el
fuego, ni siquiera mi espada traicionera, haban sido capaces de separarlos.
Fui a seguir ayudando en el rescate de los asilados en el sanatorio. Mi corazn se haba liberado
de un peso mortal.
Creo que mi vida es un ejemplo bastante aproximado de las teoras que el escritor Lester
Anderson expuso en un provocativo artculo sobre la supersticin. Sea como fuere, nac en viernes
13, bajo los signos de Capricornio y Saturno, y desde siempre he flirteado con casi todos los gafes
conocidos. No silbo en la oscuridad, jams he consultado libros de interpretacin de los sueos ni
me he psicoanalizado y, siempre que resulta ms cmodo, paso por debajo de las escaleras en lugar
de rodearlas. En lo referente a los gatos negros, qu puedo deciros, pues hace ya muchos aos que
tengo uno: una criatura sumamente siniestra, con todo el porte de un brujo de la antigedad. Quiz
todo esto ayude a explicar el licor de kumiss que tengo dentro de la cabeza o mi capacidad para
contemplar los actos ms horrendos sin pestaear. Acaso, del mismo modo que coexisten
supersticiones modernas y antiguas, tambin eso pueda explicar mi absoluta falta de fe en el plan
quinquenal, en el EPIC (Educational Program Innovations Center) o cualquier otra ridiculez utpica.
Asimismo, puede que contribuya a esclarecer mi inters por los fenmenos extraos e inexplicables,
as como por las teoras de Einstein y la ciencia moderna en general, pero con una saludable pizca de
sal.
Con estas palabras el escritor, poeta, pintor y escultor estadounidense Clark Ashton Smith
dibujar y esculpir me resulta mucho ms fcil y placentero que escribir, confes se
presentaba a sus lectores en los aos treinta, esbozando una falsa semblanza autobiogrfica: no
estamos ante la descripcin de una trayectoria vital, con sus hitos, fracasos y fechas para el recuerdo,
sino frente a una misteriosa radiografa del corazn, del alma. Y es que, al igual que su amigo H. P.
Lovecraft, Smith cre una imaginera fantstica y terrorfica a partir de su vida solitaria y
disfuncional, al borde casi de la misantropa, alejada de la sociedad, de los crculos literarios de la
poca, sin inters aparente por los placeres mundanos y/o materiales. Por ello, no resulta extrao que
su carrera como escritor profesional durara alrededor de veinticinco aos, entre 1912, fecha en que
public su primer libro de poemas, The Star-Trader and Other Poems que le vali el calificativo,
por parte de la prensa especializada de San Francisco, del Nuevo John Keats y 1937, ao en el
que fallece Lovecraft a consecuencia de un cncer intestinal entre sus ltimos escritos se hall un
poema dedicado a Clark Ashton Smith bajo su alias esotrico, Klarkash-Ton, Seor de Averoigne
, luctuoso suceso que lo sumi en una profunda depresin. Pero no slo la desaparicin de su ms
querido amigo a quien dedic tres emotivos panegricos publicados en Tesser Act (abril de 1937),
Science-Fiction Critic (mayo de 1937), y Weird Tales (julio de 1937), pese a no haberlo conocido
jams en persona, sino nicamente a travs de un intenso intercambio epistolar fue el detonante de
su abatimiento: su padre muri en diciembre de ese mismo ao tras una enfermedad que dur dos
aos, Weird Tales y otras revistas empezaron a rechazar sus relatos por diferentes razones
demasiado erticos, demasiado macabros, demasiado enigmticos y sus crecientes apuros
econmicos le abocaron al alcoholismo. Quiz su necesidad de dinero y el decisivo apoyo de
algunos colegas como Augusth Derleth otro de los integrantes del Crculo Lovecraft fueron
determinantes para que, de manera muy intermitente, siguiera publicando en Weird Tales uno o dos
cuentos al ao, hasta 1943. Despus, el silencio. Uno de sus mejores amigos, el tambin escritor pulp
E. Hoffman Price (1898-1988), dijo de l: Cavaba pozos. Trabajaba en los huertos que florecan en
las laderas de Auburn (pequea localidad californiana, en Placer County, cerca de la cual vivi casi
toda su vida el artista, en una cabaa en plena naturaleza). Aserraba y cortaba maderos. Usaba sus
manos con lo que tuviera ms cerca, y era capaz de escribir como quisiera y lo que quisiera sin
importarle los editores o los lectores a los que no les gustaba su obra. Clark jams envidi la fama,
ni quiso ser un escritor profesional, ni le importaba que lo consideraran un simple leador. Nunca
se degrad en aras de conseguir unos ingresos constantes y sustanciales. Una vez satisfecho, jams
pensaba en sacrificar algo para conservar su integridad artstica () Nunca estuvo a disgusto
con la civilizacin o con lo que le rodeaba: simplemente ignoraba lo que no le gustaba. Era
demasiado libre para dejarse impresionar por la sociedad.
Es muy difcil valorar, en unas pocas lneas, la extraordinaria calidad literaria de la obra en
prosa de Clark Ashton Smith, integrada por algo ms de un centenar de relatos y novelas cortas, una
obra que, segn confesin propia, poda inscribirse casi por completo en el terreno de la fantasa o la
ciencia-ficcin. Narraciones en su mayora excelentes, inolvidables, que participaron activamente en
la configuracin de los Mitos Cthulhu cf. Estirpe de la cripta (The Nameless Offspring, 1932),
Ubbo-Sathla (d., 1933), a la vez que construyeron distintivos ciclos legendarios, como los de
Hyperbrea, Zothique y Averoigne la tierra de los brujos y los vampiros, que aluden a
continentes perdidos o a regiones malditas del medioevo. Y es que sus relatos de horror jams se
ajustaron a las convenciones y artificios ms conspicuos del gnero; su genio para imaginar lo
abominable, lo monstruoso, supera incluso al del mismsimo H. P. Lovecraft, quien afirm al
respecto: Nadie como l tae tan bien los acordes del horror csmico. Acaso no haya escritor
alguno, presente ni pretrito, que supere su prstina rareza demonaca, su fertilidad en la concepcin.
Quin sino l ha tenido unas visiones tan soberbias, prdigas en detalles, enfermizamente
distorsionadas, de esferas infinitas y mltiples dimensiones, y ha vivido para contarlo? As pues, en
El coloso de Ylourgne (The Colossus of Ylourgne, 1934), el infame Nathaire, alquimista, astrlogo
y nigromante, ayudado por fuerzas infernales, se afana en robar indiscriminadamente el fnebre
contenido de criptas y sepulcros. Ellos que vinieron aqu como muchos partirn como uno solo,
invoca el prfido mago, y as cumple su amenaza: un monstruoso gigante hecho de centenares de
cadveres asolar la ciudad de Ylourgne. Mujeres mutiladas, hombres aplastados, sangre y
desolacin son las ddivas del coloso. Pero Garspard du Nord, noble aprendiz de hechicero,
destruir a Nathaire y a su infame criatura. Lo importante de El coloso de Ylourgne no es
nicamente la tenebrosa atmsfera del relato, sino su ritmo infernal in crescendo, su obsesin por
construir una transgresin potica de lo macabro a quienes atrap () descuartiz miembro a
miembro como un nio hara con un insecto, lo que convierte esta narracin en una autntica obra
maestra. Cabe recordar, por otra parte, su innovador enfoque de la ciencia-ficcin, tal y como ponen
de manifiesto cuentos como Las criptas de Yoh-Vombis (The Vaults of Yoh-Vombis, 1931), El
habitante de la sima (The Dweller in the Gulf, 1932) o El seor del asteroide (The Master of the
Asteroid, 1932), historias de astronautas que, en calidad de aventureros, cientficos o soldados, se
enfrentan a entidades de pesadilla. En este sentido, cabe considerar a Las criptas de Yo-Vombis
como una clara precursora de la clebre pelcula Allen, el octavo pasajero (Allen, Ridley Scott,
1979): ocho arquelogos descubren en Marte las ruinas de una primitiva civilizacin extraterrestre y,
en sus entraas, los repugnantes restos momificados de uno de sus habitantes, instalado en una cripta
decorada con extraos jeroglficos que advierten de algn peligro; lentamente, algo tan
informe como una gran sanguijuela, sin cabeza ni cola, ni rganos visibles, una cosa inflada,
sucia y correosa, cubierta de pelusilla como moho, escribe Smith ir eliminando uno a uno a los
miembros de la expedicin, logrando escapar tan slo uno de ellos con vida.
Hombre de vastsima cultura autodidacta el kumiss al que haca alusin en su escueto esbozo
autobiogrfico, es una bebida mongol hecha de leche fermentada, cuyas inquietudes intelectuales
iban de la poltica al arte, el xito como narrador de Clark Ashton Smith aunque pueda parecer una
blasfemia, habr que darle la razn al erudito estadounidense Peter Ruber cuando asegura que los
cuentos de Smith son mucho ms entretenidos y atrayentes que los de H. P. Lovecraft resida en su
estilo, sensual, tremendamente grfico cuando la ocasin lo requera, o sutilmente evocativo a la hora
de articular una envolvente atmsfera de espanto, gracias a una extensa panoplia de figuras retricas,
lo que explicara en parte su lentitud a la hora de escribir. Un cuidado en el estilo que provena,
efectivamente, de su faceta como poeta, gnero que cultiv con notable intensidad hasta 1925,
periodo en que public sus principales obras: la ya citada The Star-Treader and Other Poems, Odes
and Sonnets (1918), Ebony and Cristal (1922) con la que se gan un rendido admirador, H. P.
Lovecraft, quien le escribi una carta expresndole su entusiasmo e inici una amistad que dur
quince aos y Sandalwood (1925), adems de Selected Poems, antologa que l mismo prepar en
1949 compuesta por ms de quinientos poemas, muchos de ellos inditos, y que no fue
publicada hasta 1971 por August Derleth y Arkham House. En estos trabajos abunda la poesa de
corte fantstico, incluso con claras alusiones a los Mitos de Cthulhu cf. The Dark Chateau, In
Lemuria ya otros mundos ya muertos y olvidados. Por eso hemos seleccionado este pequeo
pero hermoso poema, The Mummy, perfecta ilustracin del talento de Clark Ashton Smith como
rapsoda, posedo por una sobrecogedora visin mstica donde el mundo que nos rodea, actual o
pretrito, es una constante fuente de oscuras fantasas.
LA MOMIA
(The Mummy, 1937)[89]

De la oscuridad de un da radiante,
desde el esplendor faranico de las tinieblas de Menfis
y de la noche del en de las tumbas,
sale a encontrar la lnea del camino moderno.
Sobre su ceo, el sello inclume del barro,
mientras los dioses cumplen una sentencia olvidada
en el tiempo, y la desolacin y el polvo toman
el templo y lo sumen en la decadencia.

Desde la eternidad sublime del tero


de la muerte ciclpea, inmersa en la tierra
de las tumbas y de las ciudades podridas al sol,
la momia renace para burlarse del paso inexorable del tiempo,
mientras los reyes se protegen contra el olvido
levantando muros y columnas de arena que lleva el viento.
Existen diversas razones para que un escritor profesional oculte su verdadero nombre tras un
pseudnimo. Por ejemplo, en la edad de oro de la literatura popular espaola, es decir, entre 1930 y
1970, poca en la que menudeaba la ficcin de todo tipo y condicin terror, western, ciencia-
ficcin, policaco, aventuras, novelistas como Francisco Lpez Ledesma (Silver Kane) o Luis
Garca Lecha (Clark Carrados) firmaban con sobrenombre anglosajn por razones meramente
comerciales puesto que, segn el absurdo criterio de sus lectores, un escritor espaol no poda
pergear una buena historia de vampiros, cowboys o gngsters. El mismo fenmeno se registr
tambin en Italia el clebre autor de relatos de horror y fantascienza P. Kettridge era, realmente, el
prestigioso escritor italiano Franco Lucentini (1920-2002) y cont en ambos pases con su
correspondiente traslacin al mbito flmico.
Igualmente, durante el siglo XIX y el primer tercio del XX, muchos de los autores ms populares
de la narrativa fantstica britnica y estadounidense eran, en realidad, mujeres dotadas de un
extraordinario genio artstico que, debido a la represiva estructura patriarcal de la sociedad, se
escondieron tras pseudnimos masculinos. En consecuencia, las primeras ediciones de Jane Eyre
(1847), de Charlotte Bront, aparecen firmadas por Currer Bell; Edith Nesbit From the Dead
(1893), The Shadow (1905) public varios de sus mejores relatos de terror como Fabian Bland,
mientras que Violet Paget, la autora de narraciones tan inquietantes como La virgen de los siete
puales (The Virgin of the Seven Daggers, 1889), ha pasado a la historia de la literatura fantstica
arropada por su clebre alias, Vernon Lee.
En contraste, los escritores varones podan permitirse el lujo de jugar con su ego mediante la
adopcin de nombres falsos. De ah que Arthur Henry Sarsfield Ward firmara como Sax Rohmer para
reclamar la atencin del pblico gracias a su especial sonoridad y, de paso, distinguirse de otros
insignes colegas, o que el Conde Leigh de Hamong prefiriera el enigmtico nom de guerre de
Cheiro, vinculndolo a sus creencias ocultistas. No obstante, la mayora de pseudnimos literarios se
han utilizado para soterrar trabajos alimenticios poco dignos o para dedicarse a algn tipo de ficcin
artstica y moralmente poco estimable, pero muy bien remunerada.
A lo largo de sus sesenta aos de intensa labor literaria, Robert Bloch emple diferentes
nombres, como Will Folke, Nathan Hindin, E. K. Jarvis, Wilson Kane, John Sheldon o Tarleton Fiske.
Fue en su primera y ms relevante etapa como escritor profesional, entre 1935 y 1942, durante la
cual colabor con Weird Tales y otras revistas pulp de similares caractersticas, cuando Bloch ms
acudi a los alias a causa de su prolfico nivel de escritura, que abarcaba casi todas las cabeceras de
corte fantstico o macabro existentes en aquel entonces en los Estados Unidos. Viv de la literatura
pulp a lo largo del periodo entre 1935 y 1942 explicaba Bloch, simplemente porque en esa
poca, para subsistir, se necesitaba nicamente entre cien y doscientos dlares al mes. Podas vivir
decentemente. Aunque si quera ganar ese dinero, incluso doscientos cincuenta dlares al mes, tena
que ser productivo y escribir unas veinticinco mil palabras [More Mythos in Bloch, por Will
Murray. The Crypt of Cthulhu, n 40 (verano 1986)]. Tan frentico ritmo de trabajo le llev en
repetidas ocasiones a doblar o triplicar sus colaboraciones en un mismo nmero de Weird Tales,
Imagination o Fantasy & Science Fiction. Por esta razn, el editor de Weird Tales, Farnsworth
Wright, le sugiri que adoptara una nueva identidad: as naci Tarleton Fiske, responsable de cuentos
como Return to the Sabhath (1938) la primera aparicin pblica de Fiske, The Seal of the
Satyr (1939) o Mystery of the Creeping Underwear (1943).
Beetles fue publicado por primera vez en las pginas de Weird Tales (diciembre de 1938). Sin
embargo, conviene resear que en dicho nmero no se encuentra ninguna otra colaboracin de Robert
Bloch. En tal caso, por qu firmar como Tarleton Fiske? En realidad, Beetles deba haberse
incluido en el nmero anterior, en noviembre donde s aparece otro relato de Bloch, titulado The
Hound of Pedro y firmado con su verdadero nombre; pero la publicacin ese mes de la primera
parte de la novela corta de Thomas P. Kelley (1905-1982) I Found Cleopatra unida a la
maravillosa ilustracin de portada de A. R. Tilburne, hizo que Farnsworth Wright decidiera que ya
haba suficiente terror egipcio en ese ejemplar. Desde entonces, Beetles, una de las ms celebradas
narraciones de horror de Robert Bloch, ha sido objeto de diversas reediciones en los volmenes
recopilatorios The Opener of the Way (Arkham House, 1945), Yours Truly, Jack the Ripper
(Belmont, 1962), The Opener of the Way (Panther, 1976), First World Fantasy Awards (Doubleday,
1977) y Robert Bloch: Appreciations of the Master (Tor Books, 1995).
No es Beetles el primer relato sobre momias revividas y maldiciones faranicas escrito por
Robert Bloch. De hecho, el primero fue Los ojos de la momia (The Eyes of the Mummy),
publicado en el nmero de abril de 1938 de Weird Tales, y que era una especie de continuacin de
otro relato previo asimismo ambientado en Egipto, The Secret of Sebek Weird Tales, noviembre
de 1937, donde hace su aparicin el antropomorfo dios-cocodrilo Sebek, considerado por los
antiguos egipcios como el seor de los pantanos y de los ros. Bloch decidi otorgar a The Secret of
Sebek un tratamiento entre lo lovecraftiano y lo gtico, idea que trasplant a Beetles donde, con
su inimitable estilo ligero y srdido, nos explica el horroroso destino sufrido por un arquelogo que
tiene la disparatada ocurrencia de robar una momia egipcia protegida por el Escarabajo Sagrado,
llamado Khepri o Khepera. Hay que reconocerle al escritor estadounidense su mimo por los detalles
pues, en realidad, el Escarabajo Sagrado representaba para los egipcios la inmortalidad,
convirtindose con el paso del tiempo en un amuleto de vida y de poder. Aquel que lo llevaba en
vida tena la proteccin contra el mal, visible o invisible, y el que lo llevaba en la muerte, es decir,
durante los ritos funerarios egipcios, tena la posibilidad de resucitar y alcanzar la vida eterna.
Entre doscientos y cuatrocientos relatos cortos cifra que oscila en funcin de las fuentes
consultadas, precisamente, a consecuencia de los pseudnimos y del trabajo en ignotas revistas pulp
que hoy ya no se pueden encontrar ni siquiera en los fondos de coleccionistas y veintids novelas
integran la trayectoria literaria de Robert Bloch, quien public su primer cuento de manera
profesional, The Feast in the Abbey, en el nmero de enero de 1935 de Weird Tales, en compaa
de sus admirados Seabury Quinn, Clark Ashton Smith y H. P. Lovecraft, con quien empez a cartearse
apenas cumplidos los diecisis aos. Sin embargo, y no sin cierta irona, a Robert Bloch suele
recordrsele por una sola de sus novelas, Psicosis (Psycho, 1959), adaptada al cine nada menos que
por Alfred Hitchcock. Todo un clsico de la Historia del Cine, en una obra de referencia plagiada
una y mil veces y que, a partir de ese momento, mgico y aciago a un mismo tiempo, atrap a su
autor en el Motel Bates. Pero como bien demuestra Beetles, su talento supera tan limitado espacio.
No en vano Richard Matheson, uno de los grandes de lo fantstico en el siglo XX cf. Soy leyenda (I
am Legend, 1954), El hombre menguante (The Shrinking Man, 1956) afirm: Robert Bloch ha
sido el gua de toda una generacin de jvenes escritores norteamericanos especializados en fantasa,
ensendonos que la comercialidad y la calidad, la inspiracin y la diversin, deben ser los mejores
distintivos de nuestro oficio. Fue maestro sin saberlo, fue un genio humilde que estaba dispuesto a
afrontar cada da un nuevo desafo.
ESCARABAJOS
(Beetles, 1938)[90]

Cuando Hartley regres de Egipto, sus amigos dijeron que haba cambiado. Les result difcil,
sin embargo, precisar la naturaleza especfica del cambio, porque ninguno de ellos pudo verle ms
que un rato. Slo una vez se dej caer por su club, antes de recluirse en su casa. Como si no quisiera
tratos con sus antiguas amistades. Sus maneras eran tan hostiles, tan antisociales, que muy pocos de
sus amigos se tomaron la molestia de visitarle, y quienes optaron ocasionalmente por hacerlo no
fueron recibidos.
Aquello fue causa de muchas habladuras. Todos los que haban conocido a Arthur Hartley en los
tiempos anteriores a su expedicin a Egipto se sentan intrigados por la drstica metamorfosis que se
haba obrado en l. Hartley, adems de ser reconocido como un gran estudioso, como un hombre de
probada erudicin en el trabajo de campo arqueolgico, haba sido siempre una persona
especialmente encantadora. Tena, pues, ese reconocimiento de todos, asociado de comn a los
hroes ficticios de E. Phillips Oppenheim, y su mismo sentido del humor condescendiente. Era un
tipo de esos que saban elegir el vino adecuado en cada momento, dando la impresin a la vez de que
l mismo se sorprenda ms de su excelente eleccin que sus propios invitados. A todos les fascinaba
su aire de cultura sin ostentacin. Adems haba trasladado su sentido del ridculo a su trabajo, a tal
punto que, aun siendo bien conocida su solvencia en las cuestiones arqueolgicas, y una figura ms
que notable en dicho campo, siempre se refera a sus estudios como simples anlisis de potera y
fsiles que a menudo no son ms que restos de potera.
En consecuencia, la sorpresa de todos sus amigos, al verle tan cambiado tras su regreso de aquel
viaje al antiguo Egipto sudans, fue completa.
Lo nico que se saba realmente era que haba pasado cerca de ocho meses de estudio e
investigaciones, y que a su regreso haba interrumpido todo contacto con el instituto cientfico al que
perteneca. En cuanto a lo que poda haberle sucedido durante aquel viaje, nadie poda decir algo
que no fuera producto de una mera conjetura, si bien pareca indudable que algo extrao tuvo que
haberle ocurrido.
Prueba de ello fue la breve visita que efectu a nuestro club aquella noche. Lleg de manera
silenciosa y discreta. Hartley era una de esas personas que hacan una entrada en todo el sentido de
la palabra Alto y bien parecido, impecablemente vestido siempre con traje de etiqueta, pareca un
galn de melodramas, con sus sienes plateadas a la manera de un Stokowski. Lo mismo poda pasar
por todo un hombre de mundo que por un ilusionista que esperase el momento de salir al escenario.
Aquella noche, sin embargo, Hartley haba entrado en el saln del club de modo muy discreto, en
silencio, despacio. Vesta de etiqueta, pero la chaqueta le colgaba blandamente de los hombros, sus
cabellos mostraban bastantes ms canas, y su tez, pese al bronceado adquirido bajo los soles de
Egipto, no lograba disimular su aspecto enfermizo. Tena la mirada perdida y haba desaparecido de
su expresin aquel aire amistoso y clido de siempre.
No salud a nadie y tom asiento solo, en una mesa aparte. Como era lgico, todos los que le
conocan se acercaron a l para darle la bienvenida, pero no les invit a que tomaran asiento a su
mesa. Ninguno insisti en acompaarle, de tan extraa como les result su actitud. Tras unas palabras
de saludo, volvieron a ocupar sus asientos y comentaron todo eso que tanto los haba sorprendido.
Alguno de los presentes aventur la posibilidad de que Hartley hubiese contrado alguna variante
de la fiebre en Egipto, pero no me parece que lo creyeran de corazn. Lo nico cierto era que Arthur
Hartley pareca un extrao, un hombre al que acababan de conocer, y que haba hablado con trmula
vocecilla al contestar a las preguntas que le hicieron, y que daba la impresin de no reconocer a los
que le saludaban. Qu otra cosa puede decirse de un antiguo amigo que nos mira sin expresin
alguna cuando le hablamos, y cuyos ojos revelan la impresin del miedo?
Esto era lo ms intrigante de la actitud de Hartley. Estaba aterrorizado. Se le notaba el pnico en
sus miradas huidizas. Se le notaba en el abatimiento de sus hombros. Se le notaba en la palidez
cenicienta de su cara. Se le notaba el pnico en el temblor de su voz.
Cuando me contaron todo eso decid ir a verle a su apartamento. Ya me haban hablado otros de
sus intentos por hacer lo mismo, en la semana que sigui a la aparicin de Hartley en el club, sin que
percibieran la menor seal de vida en su casa. Decan tambin que no se pona al telfono, por lo que
supusieron que lo haba desconectado. Aquello me intrig mucho ms, e incluso me espole: verle
pareca una tarea difcil.
No permitira que Hartley se hundiese. Era un buen amigo. Debo confesar que adems me
intrigaba todo aquel misterio. La combinacin de circunstancias lo haca irresistible. As que una
tarde me dirig a su apartamento y llam a la puerta.
Nadie contest. All, en el oscuro descansillo de la escalera, pegu la oreja a la puerta e intent
or algo, unos pasos, cualquier cosa. Nada. Silencio absoluto. Pens por un momento que quiz se
hubiera suicidado, pero aquella idea me pareci al cabo tan absurda que me hizo rer. Era una
estupidez, a pesar de lo que poda suponerse tras los informes que me haban dado acerca del estado
mental de Hartley. Es cierto que me haban alarmado aquellos informes recibidos de los estlidos
miembros del club, pero de ah a aceptar la posibilidad de un suicidio
Llam otra vez, ms por inercia, por hacer algo, que esperando un resultado tangible. Luego
comenc a bajar por la escalera. Sent, debo decirlo as, un gran alivio a medida que me iba alejando
de la puerta de su casa. La idea de que se hubiera suicidado, aun no queriendo aceptarla, no era
precisamente agradable.
Iba a salir ya del portal cuando me cruc con una figura que entraba y me result familiar. Me
volv. Era Hartley.
Al fin lo vea tras su regreso. La verdad es que en la penumbra del portal pareca un fantasma. El
tiempo transcurrido, apenas una semana desde que hiciera su aparicin en el club, haba acentuado su
aspecto lamentable. Caminaba con la cabeza gacha. La levant con dificultad cuando le salud. Su
mirada me caus un shock terrible. Estaba vaca Pareca la de un extrao, la de un hombre que
sufriese un encantamiento. Slo reaccion cuando volv a decir su nombre.
Se cubra con un abrigo andrajoso, que realmente pareca sobrarle por todas partes. Vi que
llevaba algo envuelto en papel de estraza.
Le dije algo, no recuerdo qu En cualquier caso, algo, supongo, que me sirviera tambin para
salir de la confusin que me causaba verlo as Creo que fui tan cordial como siempre, sin
embargo, porque se detuvo en el primer peldao, lo que me llev a dar un paso y ponerme a su
altura. Subimos las escaleras sin decir una palabra. Me senta descorazonado, atnito. Pero a pesar
de su aparente oposicin me invit a entrar en su casa.
Nada ms entrar, Hartley cerr con llave la puerta. Eso indicaba a las claras que se haba obrado
en l una metamorfosis. En otro tiempo Hartley tena siempre abierta la puerta, en el ms amplio y
literal sentido de la palabra. Incluso cuando estaba en el instituto tena abierta la puerta de su casa,
por si alguien decida acudir a esperarlo. Ahora la cerraba con llave.
Ech un vistazo al apartamento. Mi mente se haba preparado ya para lo peor, para cualquier
atisbo de cambio radical, pero no observ nada extrao. En realidad no haba cambiado nada. All
seguan los muebles. All seguan los cuadros. All seguan las estanteras llenas de libros.
Hartley se excus, entr en su dormitorio y sali despus de quitarse aquel abrigo andrajoso.
Antes de sentarse se dirigi a la repisa de la chimenea y encendi una varilla de incienso ante una
figura que representaba a Horus. Al segundo, aquello comenz a soltar espirales de humo gris en el
mejor estilo de una ficcin extica y comenc a sentir el penetrante olor del incienso.
All tena la primera pista del enigma. Me comportaba inconscientemente como un detective en
busca de huellas, o quiz como un psiquiatra al acecho de tendencias neurticas. El incienso, a fin de
cuentas, era una cosa totalmente ajena al Arthur Hartley que yo haba conocido.
Esto limpia el ambiente y despeja el mal olor dijo mi amigo.
No le pregunt qu olor. Ni le pregunt por su viaje, ni le ped cuentas acerca de su proceder
inexplicable, ni le reproch que no respondiera a mis cartas antes de que saliera de Jartum, ni que
hubiese evitado mi presencia en los ltimos tiempos. Esper a que hablara.
Pero no le o una palabra de inters al principio. Su conversacin giraba sobre temas triviales.
Luego me dijo que haba renunciado a su profesin y que era posible que tuviese que marcharse muy
pronto de la ciudad para volver con su familia, que resida en el campo. Haba estado enfermo. Se
senta defraudado por las limitaciones que presentaba la egiptologa. Odiaba la oscuridad. En Kansas
haba una gran plaga de langostas.
Aquellas divagaciones eran las de un desequilibrado.
Era evidente que Hartley se haba vuelto loco. Las limitaciones de la egiptologa. Odio la
oscuridad. La langosta que est asolando los campos de Kansas.
No obstante, me abstuve de hacer comentarios. Encendi una serie de velas situadas en distintos
puntos de la habitacin, para volver a sentarse frente a m, fija la vista en las nubes de humo de
aquellas velas que arrojaban una luz amarilla sobre su rostro consumido. Y entonces se decidi a
hablar.
Eres amigo mo? me dijo, aunque supe que era una afirmacin y no una pregunta, por lo que
me limit a asentir en silencio, gravemente. S, eres un buen amigo dijo, como si hiciese una
declaracin; luego respir profundamente y prosigui: Sabes lo que hay en ese paquete que traa
de la calle?
No.
Te lo dir Insecticida. Nada ms que eso. Un insecticida y me mir con una nueva luz en
los ojos, ms animado, antes de continuar: Llevaba una semana sin salir de este apartamento. No
quera propagar esa plaga. Porque me siguen, sabes? Por todas partes. Y hoy pens que podra
utilizar insecticida, y fui a comprarlo. Un producto ms mortfero que el arsnico. Ya lo ves, un
procedimiento de lo ms elemental, pero su misma sencillez puede contrarrestar las fuerzas del mal.
Asent de nuevo, como un tonto que no entiende una palabra, mientras me preguntaba cmo
sacarlo de all aquella misma noche. Quiz mi amigo el doctor Sherman pudiera diagnosticar su
Y ahora sigui diciendo Hartley, que vengan si quieren! Es mi ltima oportunidad. El
incienso no les causa ningn efecto, y las velas, aunque las tenga encendidas constantemente, no
sirven para nada, porque se arrastran por los rincones a los que no llega la luz. Me sorprende que el
suelo de madera resista tanto. Ya debera estar completamente agujereado.
De qu me hablaba?
Olvidaba dijo Hartley que no sabes una palabra de todo esto De la plaga, me refiero
Y de la maldicin dijo levantando las manos, que arrojaron contra la pared una sombra semejante
a un pulpo. Antes me rea de estas cosas, ya sabes. La arqueologa no se dedica precisamente al
anlisis de las supersticiones. Todo lo ms a las ruinas Nunca me pareci que unos cacharros y
unos fsiles pudieran contener una maldicin, jams di importancia a todo eso. La egiptologa es algo
muy distinto Pero all hay cuerpos enterrados. Momificados, pero perfectamente humanos. Los
egipcios fueron una gran raza. Estaban en posesin de secretos cientficos que an no hemos podido
desentraar. Y por supuesto, no estamos en condiciones de comprender, siquiera someramente, sus
conceptos sobre el misticismo.
All estaba el quid de la cuestin! Segu escuchando atentamente lo que deca.
He aprendido un montn en este viaje continu. Conozco bastantes mitos egipcios: la
leyenda de Bubastis, la teora de la resurreccin referente a Isis Los nombres de Ra, la alegora de
Set Esta vez descubrimos cosas muy interesantes en aquellas tumbas excavadas ro arriba.
Pudimos hacernos con mucha potera, muebles, bajorrelieves Pronto podrs leer en la prensa la
informacin completa del hallazgo. Lo peor fue que tambin encontramos momias. Momias malditas.
Y yo fui un insensato al hacer lo que hice. Nunca deb hacerlo, y no slo por razones de tica, sino
por otras ms importantes, unas razones que pueden costarme el alma.
En aquel momento tuve que realizar un esfuerzo para mantenerme callado, para recordar que el
que hablaba estaba loco y que su acento convincente no era ms que un claro sntoma de su
desequilibrio mental. De otro modo, en aquel ambiente, con el resplandor de las velas que ardan a
nuestro alrededor, y con tantas historias sobre asuntos de la antigedad, podra haber quedado
fcilmente persuadido de que el estado de extenuacin en que se encontraba mi amigo era debido al
influjo de un poder malfico.
Pero yo no pude resistir la tentacin continu Hartley. A pesar de haber ledo la leyenda
sobre la Maldicin del Escarabajo Sagrado! No sospech, siquiera, que pudiera tener un mnimo
viso de realidad. Sabes bien que siempre he sido un escptico. Todos lo somos, en cierta forma,
hasta que nos sucede algo grave. Cosas que son como el fenmeno de la muerte. Sabemos que es algo
que les ocurre a otras personas, pero no comprendemos que pueda sucedemos tambin a nosotros. La
Maldicin del Escarabajo Sagrado viene a ser cosa parecida record entonces algunas cosas
acerca de la maldicin egipcia del Escarabajo Sagrado, y me acord igualmente de las Siete Plagas,
y supe entonces de qu seguira hablando mi amigo: El caso fue que en el viaje de regreso
comprob lo que estaba ocurrindome. Entonces los vi por primera vez, arrastrndose por el suelo
de mi camarote, todas las noches, todas las noches Cada vez que encenda la luz, se apresuraban a
refugiarse en las sombras que proyectaban la litera, las cortinas y otros objetos del camarote, pero
cuando me dispona a conciliar el sueo entonces volvan, para trepar hasta m y al principio
quem incienso, con la intencin de ahuyentarlos. Luego me cambi de camarote, pero fue intil,
porque me siguieron. Me seguan a todas partes. No me atrev a decrselo a nadie, lodos se hubieran
echado a rer. Y los otros egiptlogos de la expedicin seran incapaces de prestarme ayuda. Adems
no poda confesarles mi delito, el autntico crimen que haba cometido. Por eso decid soportar a
solas la situacin, por terrible que me resultase sonaba su voz como si se le hubiera secado la
garganta. Aquello era un infierno. Una noche en que estaba cenando en el comedor del barco, vi a
una de esas negras maldiciones en la comida de mi plato. A partir de entonces, com a solas en mi
camarote, de donde procuraba no salir ms de lo necesario. No quera que los dems se dieran
cuenta de lo que me pasaba. Porque aquellos seres malditos me seguan por dondequiera que fuese.
Es terrible! Te lo aseguro. Lo nico que los mantena alejados de m era la luz, fuese la del sol o la
de una lmpara, o la de una llama. An no puedo explicarme cmo subieron al barco. Por eso no te
extrae que en cuanto toqu tierra me faltara tiempo para ir al instituto y presentar mi dimisin. En
cualquier caso, tendra que haberla presentado cuando se descubriese la verdad. Que se descubrir,
no te quepa duda, tarde o temprano, y ser un escndalo. Y hace unas noches, al entrar en el club, con
el deseo de saludar a mis amigos No sabes cmo me sent Apenas me hube sentado, vi que uno
de esos seres malditos se arrastraba por la alfombra, hacia m. No puedes hacerte idea del esfuerzo
a que me obligu para no gritar como un poseso! Tengo que vencer a la maldicin. Es lo nico que
me queda por hacer. No puedo esperar ninguna ayuda.
Iba a decir algo, pero me detuvo con un gesto y sigui hablando en tono de gran desesperacin:
No, no puedo huir. Me han seguido a travs del ocano, me siguen por la calle. Aunque me
encerrase, conseguiran dar conmigo! Rodean mi cama todas las noches. Suben por las patas y se
arrastran hasta mi cara. Necesito dormir. Tengo que conciliar el sueo como sea, porque de lo
contrario me volver loco; pero apenas consigo conciliar el sueo, se arrastran hasta mi cara y me
despiertan. As una noche y otra. Sin descanso.
Era impresionante ver cmo deca aquellas palabras, con los dientes apretados, luchando
desesperadamente por mantener el necesario autocontrol.
Puede que el insecticida los mate. No s cmo no se me ocurri antes, pero estaba tan
trastornado Te parecer ridculo, verdad? Emplear insecticida contra una maldicin secular.
Al fin pude decir algo.
Son escarabajos, no?
Hartley asinti.
Escarabajos sagrados dijo. Ya conoces la maldicin Las momias puestas bajo su
proteccin no podrn ser violentadas.
Conoca aquella maldicin, en efecto. Una de las ms antiguas de la historia, y una de las ms
conocidas. Una leyenda que tiene, como todas las leyendas, larga vida. Puede que incluso tengan algo
de razn. Y acaso pudiera empezar a tener yo alguna razn para comprender a Hartley.
Y por qu habra de afectarte esa maldicin? le pregunt.
S, poda ser que comenzase a comprender a Hartley. La fiebre egipcia lo haba descompuesto,
afectndole severamente, y por eso aquella leyenda tan extica y colorista haba ocupado su mente,
trastornndola. Por eso trataba de expresarme con lgica aguda, para demostrarle que padeca una
alucinacin.
Por qu habra de afectarte a ti, precisamente a ti, esa maldicin? volv a preguntarle.
Al cabo de una corta pausa, respondi como si las palabras pugnaran por salir de su boca:
Porque rob una momia dijo. Rob la momia de una virgen del templo. Deb de volverme
loco, de lo contrario no me explico cmo pude hacer algo as. A veces, el sol del desierto le
reblandece la sesera a ms de uno. En el sarcfago de la momia haba adems oro, joyas y
ornamentos propios del culto religioso, y tambin Tambin estaba escrita all una maldicin, pero
me dio igual, me lo llev lo mir fijamente y comprend que deca la verdad. Comprendes
ahora por qu no poda continuar en mi puesto? Rob una momia y estoy maldito. Al principio no
se me ocurri ni pensar en la maldicin. Luego, cuando comenzaron a perseguirme los escarabajos,
supe que se estaba cumpliendo, supe que la leyenda era cierta. Tambin supuse que ah acabara todo,
que los escarabajos se limitaran a seguirme a cualquier parte para que no pudiese relacionarme ms
con el resto de la gente. Pero desde hace unos das pienso que ah no acaba la cosa. Ahora creo que
son heraldos vengadores y que acabarn matndome.
Aquello pareca un arrebato de locura, sin ms.
Desde entonces no me he atrevido a abrir el sarcfago de la momia sigui diciendo. Temo
leer de nuevo esa inscripcin. La tengo aqu, en casa, pero est cerrada y no te la ensear Querra
quemarla, destruirla definitivamente, pero, por otra parte, conviene que est aqu para que sirva
como prueba si me sucede algo. Y si esos malditos seres llegan a matarme
Sultalo ya de una vez! exclam entonces, incapaz de continuar dominndome.
No s bien qu palabras utilic, pero dije unas cuantas cosas ms, quiz duras, pero de todo
corazn, para incitarlo. Cuando acab, Hartley sonrea. Con esa sonrisa martirizada que tienen los
obsesos.
Crees que tengo alucinaciones? No, los escarabajos son reales. Pero no s de dnde salen,
porque no hay ninguna grieta en el piso de tarima. Pero oigo el ruido que hacen en las paredes. Todas
las noches aparecen en mi dormitorio, miles y miles de escarabajos negros, de apenas una pulgada.
No muerden, desde luego; slo se arrastran por ah, sobre la alfombra, trepando a la cama, sin
dejarme conciliar el sueo Nunca he podido atrapar a uno solo de ellos. Se mueven muy gilmente,
como si adivinasen mis intenciones O como si el poder que los dirige supiera lo que intento hacer.
Y esto no puede durar mucho tiempo ms. Alguna noche, tarde o temprano, me quedar dormido,
rendido de fatiga, y entonces
De pronto se levant, gritando:
Ah estn, en aquel rincn!
Unas sombras se movan, en efecto; parecan avanzar.
Hartley sollozaba.
Encend la luz elctrica. No haba nada, por supuesto. No dije una palabra. Me fui de all
abruptamente, dejando a Hartley hundido en su butaca, con la cabeza entre las manos.
Sal para ver a mi amigo el doctor Sherman.

II

Su diagnstico confirm lo que yo haba pensado: fobia acompaada de alucinaciones. El


sentimiento de culpa que albergaba Hartley por haber robado la momia le haca sentirse perseguido.
Como resultado, la visin de los escarabajos.
El doctor Sherman dijo algo muy simple, pero acudiendo al lenguaje tcnico de los psiquiatras.
Llamamos por telfono al instituto donde Hartley haba trabajado. Verificaron la historia, incluso
saban que Hartley haba robado una momia.
Sherman tena una cita tras la cena, pero prometi reunirse conmigo a las diez para ir juntos al
apartamento de Hartley. Le haba insistido para que lo hiciramos, tena yo la impresin de que ya no
se poda perder ms tiempo. Aquello, por supuesto, quiz fuera una imprudencia por mi parte, pero
lo que haba presenciado y odo por la tarde no me dejaba otra opcin, aquello me haba alterado
mucho.
Pas un buen rato sumido en reflexiones enervantes. Quiz todo aquello no fuese ms que una
manera comn, una reaccin propia de los egiptlogos. El complejo de culpa que senta tras haber
robado en una tumba poda haberle llevado a proyectar las sombras de un castigo imaginario contra
s mismo. Seran en ese caso, las suyas, alucinaciones de retribucin. Puede que eso sirva igualmente
para explicar las muertes atribuidas a Tutankhamn; una justificacin para los suicidas.
Por eso insist tanto a Sherman para que visitase y reconociera a Hartley aquella misma noche.
Tema que Arthur Hartley, al borde del colapso mental, acudiera al suicidio para liberarse de su
imaginaria persecucin.
Eran casi las once cuando llamamos a su puerta. No hubo respuesta. Estbamos casi a oscuras en
el descansillo de la escalera y volv a llamar a la puerta insistentemente. El silencio no haca ms
que aumentar mi ansiedad. Me senta terriblemente asustado; de lo contrario, jams hubiera osado
utilizar mi esqueleto como si fuese una llave.
As lo hice, pensando que el fin justifica los medios. Abr la puerta dndole unos cuantos
empellones con mi hombro y entramos.
En la sala de estar no haba nadie. Observ que todo segua igual que por la tarde, sin cambios;
lo pude comprobar bien pues las luces estaban encendidas igual que algunas velas.
Pero Sherman y yo percibimos de inmediato el olor hiriente del insecticida, un olor muy fuerte, y
comprobamos que el suelo estaba prcticamente cubierto por aquel polvo blanco para matar insectos.
Antes de aventurarme a entrar en el dormitorio le llamamos a voces, por supuesto. El dormitorio
estaba a oscuras y supuse que tampoco se encontrara all Hartley. Pero al encender la luz vi un bulto
bajo las sbanas y las mantas de la cama. Era Arthur Hartley; no necesit mirarlo dos veces para
percatarme de que su cara blanca tena la mueca inequvoca de la muerte.
En el dormitorio ola an ms a insecticida, un olor mezclado con el del incienso
Pero ola a algo ms Era un hedor vagamente animal, quiz mohoso.
Sherman contemplaba la escena a mi lado, sin decir una palabra.
Qu hacemos? le pregunt.
Bajar a la calle para telefonear a la polica me respondi. No toque nada.
Sal tras l para verme fuera del dormitorio, me senta enfermo. No quera estar cerca del
cadver de mi amigo; el rictus terrible que tena en la cara me daba mucho miedo. Suicidio,
asesinato, ataque al corazn Me daba igual, hubiera preferido no conocer la causa de su muerte.
Me dola mucho que no hubisemos llegado a tiempo.
De repente, cuando sala del dormitorio, se me meti en la nariz un olor extrao, muy fuerte. Supe
enseguida qu era. Escarabajos!
Pero cmo poda ser que hubiese all escarabajos? Aquello no haba sido ms que una
alucinacin de la mente enferma del pobre Hartley. Hasta su cabeza enloquecida le haca extraarse
de que los hubiera, porque no haba un solo lugar del que pudieran salir. Por lo tanto, no poda
haberlos.
Aquel hedor insoportable persista, incluso aumentaba. Un olor a muerte, a decrepitud; a la
corrupcin que imperaba en el antiguo Egipto. Me dej llevar por aquel hedor hasta el segundo
dormitorio y forc la puerta.
En la cama estaba la momia. Hartley me haba contado que la tena all encerrada. El sarcfago
tena puesta la tapa pero se vea que estaba abierto.
Levant la tapa. A cada lado del sarcfago, en su interior, haba unas inscripciones; quiz alguna
aluda a los Escarabajos Sagrados, no lo s. S s, sin embargo, que pronto capt toda mi atencin la
momia, aquella visin fantasmagrica que yaca en la cama. Era una momia, evidentemente, y por
ello estara seca. Todo era pura carcasa. Tena una gran cavidad abierta a la altura del estmago, y al
acercarme pude ver ciertas formas, de no ms de una pulgada, que se movan en aquel interior; unas
formas negras como botones, con largas antenas. Aunque la luz hizo que buscaran refugio
rpidamente en el cuerpo vaco y seco de la momia, supe que eran escarabajos.
All estaba el secreto de la maldicin. Los escarabajos vivan en el interior de la momia. Se
alimentaban de ella y vivan en ella. Y salan por la noche, cuando todo estaba a oscuras. Era cierto!
No pude evitar un grito. Me hera especialmente comprobar que Hartley haba dicho la verdad y
volv a la habitacin donde yaca sin vida. O pasos en el rellano de la escalera; llegaba la polica
pero no poda esperarlos. El corazn me urga.
As que la historia que me haba contado Hartley era cierta Significaba eso que los
escarabajos eran los heraldos de una venganza divina?
Rpidamente pas mis brazos bajo el cuerpo de Hartley y lo levant, para examinarlo por todas
partes, pero no descubr ni una herida en su cuerpo.
No haba heridas, no haba sangre, no haba un arma Tuvo que matarlo, pues, un shock brutal,
un ataque al corazn. Cuanto ms lo miraba ms me convenca de eso. Volv a dejar que su cabeza
reposara sobre los almohadones.
Debo decir, sin embargo, que me senta relativamente contento, porque mientras levantaba el
cuerpo de Hartley para examinarlo, mis ojos recorran la habitacin en busca de los escarabajos y no
los vieron.
Hartley tema a los escarabajos, aquellos escarabajos que salan de la momia. Salan todas las
noches, si haba que creer lo que deca. Y entraban en su dormitorio, y suban por las patas de la
cama, y alcanzaban sus almohadones.
Pero dnde estaban ahora? Quiz se haban ido ya de la momia, una vez muerto Hartley
Dnde estaran?
De repente me dio por mirar otra vez a Hartley. Haba algo extrao en su cadver yaciente sobre
la cama. Cuando lo mov me pareci muy liviano para un hombre de su corpulencia. Ahora me
pareca vaco de algo ms que la vida. Me acerqu ms a su cara. Entonces grit horrorizado La
piel de su cuello se mova convulsa, su pecho pareca respirar, suba y bajaba Su cabeza se mova
a ambos lados de los almohadones Viva O quiz haba en su interior algo vivo.
Grit otra vez, ms fuerte, ms horrorizado, pues comprend de golpe qu haba matado a Hartley.
Comprend lo que significaba la maldicin de los Escarabajos Sagrados, que los escarabajos haban
abandonado el interior de la momia para tomar la cama de Hartley. Supe bien qu haban hecho
aquella noche. Volv a gritar, esperando que mi grito tapara aquel sonido espantoso que llenaba la
habitacin, que sala del cadver de Hartley.
Ya no me cupieron dudas acerca de que lo haba matado la maldicin de los Escarabajos
Sagrados, y volv a gritar una y otra vez, al comprobar que se despegaban los labios del muerto y
salan de su boca varios escarabajos negros que corran sobre los almohadones.
Para la literatura fantstica y de terror, las momias egipcias han sido y son algo ms que un
amasijo de huesos polvorientos y carne apergaminada. Del mismo modo que los museos de
egiptologa o de historia suelen ser mucho ms que magnos templos alzados en honor del saber y de
la memoria. Las vacas cuencas oculares de una momia pueden convertirse, casi de repente, en las
umbras puertas del Infierno; las amplias estancias del museo, donde se exhiben los restos de una
enigmtica civilizacin del pasado, el siniestro receptculo de la ms pavorosa abominacin Y se
es el espritu que anima el sugerente relato de Donald Allen Wollheim, Huesos (Bones), publicado
en la revista Uncany Tales en julio de 1941 bajo el pseudnimo de David Grinnell. Observando
estrictamente las enseanzas de sus ms insignes predecesores cf. Sir Arthur Conan Doyle, el
decorado del museo, ubicado en una ciudad tan sombra, lovecraftiana, como Boston, adquiere una
fascinante textura gtica, idneo para ubicar esta historia de horror de impreciso tono
cinematogrfico. Probablemente, en la mente de Wollheim an pesaba el impacto que caus en su
momento la pelcula dirigida por el fotgrafo y realizador alemn Karl Freund (1890-1969) en 1932,
La momia protagonizada por Boris Karloff, y la popularidad de la serie de films que origin, la
cual arranc con The Mummys Hand (William Christy Cabanne, 1940). Films que influyeron, de una
manera u otra, en el trabajo de numerosos escritores estadounidenses, como Victor Rosseau cf. La
maldicin de Amen-Ra.
Pero lo ms significativo de Huesos es su evidente relacin con la ciencia-ficcin la momia
que pretenden resucitar los protagonistas, un grupo de sabios tpicos de la narrativa pulp o del cine
serie B, es el resultado de un experimento milenario llevado a cabo por los sacerdotes de la IV
Dinasta, a fin de enviar a uno de los suyos al futuro, mediante un estado de animacin suspendida
, gnero del que Donald A. Wollheim era un destacadsimo cultivador. A finales de los aos treinta
del siglo pasado fund Los futuristas, un selecto crculo de escritores, editores y fans de la
ciencia-ficcin. El deprimente entorno socioeconmico de la Gran Depresin, que aboc a millones
de ciudadanos al desempleo, y a muchos de ellos, a la indigencia, sin un techo sobre sus cabezas ni
nada que llevarse a la boca, hizo que Wollheim y sus amigos se sumergieran en sus mundos de
fantasa escribiendo historias y poesas que publicaban en sus propios fanzines. As pues, el 18 de
Septiembre de 1938, Wollheim, junto a John B. Michael, Frederik Pohl y Robert Loundes, fundaron
la Sociedad Libertaria de Ciencia de Futuro (Futurian Science Libertary Society), origen de toda una
notable generacin de escritores de ciencia-ficcin cf. Isaac Asimov. No obstante, la
experiencia dur poco, hasta 1945, cuando muchos de sus asociados masculinos empezaron a intimar,
emparejarse y casarse con varias colegas femeninas pensemos que todos ellos tenan entre
dieciocho y veinticinco aos, algo que molestaba sobremanera a Wollheim, aduciendo que la
gente no puede concentrarse en la ciencia-ficcin mientras otra gente est haciendo esas cosas. Tras
varios incidentes entre l y varias parejas, como la formada por James Blish (1921-1975) y Virginia
Kidd (1921-2003) que llegara a ser la agente de Ursula K. Leguin, Alan Dean Foster y Anne
McCaffery, el grupo se deshizo.
Donald A. Wollheim, aparte de publicar veintids novelas cf. The Girl with the Hungry Eyes
(1949), Secret of the Martian Moons (1955), Secret of Saturns Rays (1966), y decenas de relatos
cortos recopilados en diferentes antologas Adventures in the Far Future (1954), Universe
Makers (1971), tambin fue director de varias colecciones sobre ciencia-ficcin en importantes
editoriales como Avon Books y Ace Books, hasta que en 1971 crea DAW Books, compaa que
diriga junto a su esposa y su hija, hasta que quebr en 1985. Relegado a los ms cerrados cenculos
de la ciencia-ficcin, el trabajo de Donald A. Wollheim nicamente adquirir, por un breve espacio
de tiempo, cierta popularidad gracias a la adaptacin flmica que el cineasta mexicano Guillermo del
Toro hizo en 1997 de su cuento Mimic, publicado en diciembre de 1942 en la revista Astonishing
Stories bajo el pseudnimo de Martin Pearson.
HUESOS
(Bones, 1941)[91]

El Museo de Ciencias Naturales no estaba muy lejos de donde se hospedaba, as que Severus
decidi ir hasta all dando un paseo por las calles oscuras en aquel anochecer ventoso. Estaba en
Boston de visita para ver a aquellos estudiosos con los que haba hecho amistad e intercambiado
conocimientos un ao antes. La carta que haba recibido lo invitaba a una demostracin de carcter
privado que se celebrara esa misma noche.
El paseo no era precisamente agradable, incluso lament no haberse decidido a tomar algn
medio de transporte. Las edificaciones que se alzaban a los lados de aquellas calles estrechas las
hacan an ms oscuras. La iluminacin era escasa, casi toda de farolas viejas y con los cristales
polvorientos, de un siglo antes. Alrededor de aquellas luces pobres revoloteaban grandes polillas y
otros insectos, para aadir sus sombras trepidantes a la desolacin que se apoderaba de las calles.
La luna y las estrellas se haban ocultado tras las nubes que poblaban el cielo otoal. La noche se
cerna sobre l con ese calor inesperado y sorprendente que a veces se deja sentir en el otoo.
Severus tirit alguna vez cuando la brisa le daba en la cara al doblar una esquina. Aprensivo,
apretaba entonces el paso.
Estaba en Boston, en la parte vieja de la ciudad. Algunas de aquellas edificaciones por cuyas
calles caminaba databan de los tiempos de la Revolucin, e incluso de mucho ms atrs. Eran lo que
dos siglos antes fueron las mansiones de las grandes familias. Ahora, el progreso las haba
convertido en poco menos que barcos anclados en orillas desiertas. Con sus tres y hasta cuatro
plantas, muchas de aquellas casas de ladrillo rojo visto y ventanas negras, cuyas fachadas parecan ir
a derrumbarse sobre las aceras y la calzada de un momento a otro, servan ahora de refugio a los ms
pobres, a los ms raros habitantes de esa parte antigua de la ciudad. Olvidado de todos, el distrito
comunicaba su desesperacin y abandono al hombre que caminaba por all aquella noche.
Sin embargo, conquistado en parte por el aroma antiguo de aquellas casas, por el pulso de las
generaciones pasadas que de ellas se desprenda, evit que su espritu se hundiera. Severus sali al
fin de aquella encrucijada de calles estrechas y lleg a la amplia plaza donde se alzaba el museo.
Aquel cambio de ambiente le sorprendi. Era un lugar abierto. El cielo oscuro, cubierto por las
nubes, pareci ir a caer sobre l de un momento a otro. La marmrea fachada del museo le pareci
realmente extraa bajo aquella luz. Todo aquello pareca fuera de lugar en ese ambiente; todo aquello
pareca muy reciente, excesivamente nuevo, como para alzarse all. Aquella construccin
pretendidamente griega resultaba sin embargo paradjica, horriblemente moderna y cruda, rodeada
como lo estaba de edificaciones hechas en el siglo XVIII.
Cruz a buen paso la plaza, hacia las escaleras de acceso al museo. Entr por una de las puertas
laterales, que permaneca abierta, como si quisiera escapar del recuerdo de las calles por las que
haba caminado hasta llegar all.

Pero qu ftiles eran esas esperanzas en un museo! Se dio cuenta de ello nada ms entrar, en
cuanto se cerr la puerta a sus espaldas. Se detuvo en el oscuro vestbulo, apenas iluminado por una
lmpara que haba sobre la entrada y otra en el extremo opuesto. Sinti al instante el olor inequvoco
que hay en esas instituciones, un olor del que resulta imposible abstraerse. El olor del paso del
tiempo!
El aire mustio que respiraba lo invadi de pies a cabeza. El silencio asaltaba sus odos de tal
manera que no escuchaba ms que su propia respiracin. Mir a su alrededor intentando hacer
acopio de fuerzas. Entonces se aventur a caminar y fue a travs de una amplia cmara, y sigui
despus por un corredor que haba al final de la misma. No mir ni una vez a cualquiera de los lados.
Le bastaba con las pesadas sombras que arrojaban al suelo unas cuantas cosas indescriptibles que
all haba. Su imaginacin haca el resto. La sombra inevitable de algn sarcfago y las sombras de
los grotescos dolos hechos de distintos materiales le hicieron sentir un escalofro que le recorri la
espina dorsal.
Subi por una escalera estrecha y gir a la derecha. Al fin estaba ante la sala donde se producira
la demostracin privada a la que haba sido convocado. Se detuvo un instante para controlar su
respiracin y tomar aire para recobrar la compostura. Luego empuj la puerta y entr.

Era una sala desnuda, sin rastro de mobiliario de ningn tipo. Haba unos siete u ocho hombres en
su interior. Siempre en un tono bajo de voz le dieron la bienvenida y lo invitaron a compartir con
ellos el crculo que formaban. Todos estaban de pie; no haba sillas. Slo se vean dos cosas que
parecan potros de tortura con un tablero encima.
Justo en el centro de la sala, dominndola, estaba aquello, que era en realidad una mesa larga y
baja sobre la que se vean unas ropas de un gris oscuro y sucio que parecan las de un hombre de ms
de dos metros, dispuestas en la mesa de tal forma que parecan un capullo de flor gigante. Severus se
qued mirando aquello unos segundos y comprendi que se trataba de una momia egipcia sacada de
su sarcfago. Aquello, evidentemente, esperaba a ser desenrollado.
De manera que haba sido invitado para presenciarlo, pens mientras se deca a la vez que acaso
hubiera sido mejor no trabar amistad con los arquelogos responsables de aquel museo.
Severus mir a su alrededor para tomar nota de los que all estaban. Se sorprendi al reconocer
en uno de ellos a quien era uno de los mdicos ms estimados por su trabajo en el hospital de la
ciudad. Pareca adems uno de los ms activos participantes en lo que iba a producirse de inmediato,
pues llevaba puesta una bata blanca, lo que indicaba que se dispona a pasar a la accin.
Bantling, el egiptlogo, alz la mano para pedir silencio.
Muchos de ustedes dijo saben qu va a ocurrir esta noche; en cualquier caso, adelantar
algo para completar la informacin de los que ya estn al tanto de lo que nos ocupa, y tambin para
dar cuenta de ello a quienes no saban nada de esto e hizo una inclinacin de cabeza dedicada a
Severus, sonrindole, tras lo cual prosigui: Esto que ven aqu, como lo habrn supuesto, es una
momia egipcia. Pero se trata de una momia, eso esperamos, distinta de otras que hemos examinado
con anterioridad De acuerdo con nuestra prolija traduccin de los jeroglficos del sarcfago del
que hemos extrado este cuerpo, se trata de un experimento de los sacerdotes de la Cuarta Dinasta
para enviar a uno de los suyos, vivo, al tiempo por venir Lo ms importante de lo que hemos visto
en esos jeroglficos, aquello que nos ocupa fundamentalmente esta noche, es que este sacerdote no
muri realmente, pues se observa perfectamente que su cuerpo no fue sometido a ninguna mutilacin.
No obstante, de acuerdo con dichas inscripciones, es evidente que fue baado y embalsamado con
ciertos compuestos, los cuales serviran para suspender indefinidamente la vida, la actividad de cada
clula de su cuerpo. Le fue inducido el sueo hasta un extremo prximo a la muerte, que no era,
desde luego, la muerte en s. As podra mantenerse durante aos y ms aos, hasta que llegara el
momento de que fuese reanimado y actuara como un hombre vivo En resumen, y haciendo uso de la
terminologa moderna, las gentes a las que llamamos de la antigedad pugnaban por descubrir el
secreto de la suspensin de la vida. A nosotros corresponde ahora determinar si lo consiguieron o no.

Severus volvi a sentir escalofros mientras intentaba asimilar lo que escuchaba. El pasado
llegaba hasta el presente. Iba a ser testigo de la resolucin de un experimento iniciado miles de aos
atrs. Quiz hasta pudiera charlar tranquilamente con un hombre que vivi en una edad ya perdida
Aquel antiguo Egipto, enterrado cientos de siglos atrs, aquel Egipto perdido en el tiempo y ms all
de las creencias S, un hombre de aquel tiempo perdido, de aquel imperio acabado, yaca all, en
aquella sala, en la ciudad norteamericana de Boston.
Tres mil setecientos aos antes de Cristo oy decir Severus a alguien que responda a una
pregunta que no haba odo.
Severus apart al fin los ojos de lo que estaba en la mesa y mir a la ventana para ver qu haba
ms all de los cristales. El cielo se haba despejado parcialmente de nubes y brillaban framente las
estrellas. Manchas luminosas y fras en el cielo, en suma, que tambin se habran visto sobre el cielo
del antiguo Egipto. La luz que pasaba a travs de su crnea quiz se haba originado en aquel tiempo
en que la cosa que haba sobre la mesa estuviera a punto de ser alumbrada a la vida y a la muerte.
Desde muy lejos, como embotado, lleg el sonido de la campana de una iglesia hasta la sala
donde estaban.
Hola, viejo uno de sus amigos dio una palmada a Severus en un hombro. Pues no tiene tan
mala pinta, verdad? Me pregunto qu har este tipo cuando una vez pasada la noche sea uno ms,
como nosotros Habr que tomarlo por un nuevo inmigrante.
Bantling, ayudado por un asistente, comenz a remover de aquel montn trozos y ms trozos de
tela y vendas que envolvan a la momia. Rollos y ms rollos de vieja tela y de vendas corrompidas,
crujientes, que iban descubriendo poco a poco el cuerpo que haba sobre la mesa. El aire se llen de
polvo y edades. Se oyeron algunas toses. Tuvieron que abrir la puerta para que se renovara el aire de
la sala.
Quitaron a la momia el ltimo rollo de venda. El cuerpo qued as completamente descubierto.
Rpido, muy rpido, echaron las telas y las vendas a un receptculo mientras los dems se acercaban
para contemplar al egipcio.
No estaba en mal estado de conservacin, despus de todo Tena la piel oscura y lisa. Sus
brazos y las piernas mostraban un cierto grado de flexibilidad, no haba ni rastro del rigor mortis.
Bantling pareca muy contento.
Severus, horrorizado, observ que en el rostro y otras partes del cuerpo de aquel ser haba
algunas manchas de un gris azulado, que reconoci sin necesidad de que nadie se lo dijera como una
especie de moho.
El doctor Zweig, el mdico prestigioso del hospital, tambin se percat de aquello y extirp
cuidadosamente las manchas de moho. Al quitrselas aparecieron unas cicatrices profundas que
estuvieron a punto de hacer que Severus se pusiera enfermo. Hubiera querido salir de la sala, del
museo, perderse en la fra y clara noche Pero la fascinacin del horror lo mantuvo all, mirando
fijamente, como en un trance hipntico, a lo que tena ante sus ojos.
Procedamos dijo el doctor Zweig en voz baja.

Primero rociaron el cuerpo con una sustancia antisptica para borrar toda huella de las sustancias
que se le hubieran aplicado en otro tiempo.
Es admirable tanta perfeccin en este ser dijo el mdico con la respiracin agitada.
Realmente admirable!
Quedaba abierta la puerta a una especie de revival. Se aplicaron al cuerpo almohadillas
elctricas. Pronto lo recorri la corriente. Poco a poco aquel cuerpo fue adquiriendo temperatura.
Despus le abrieron venas y arterias, en las que introdujeron unos tubos conectados a varios
aparatos que haba bajo la mesa. Severus comprendi que se estaba transfundiendo sangre a la
momia en un intento de activar sus rganos vitales y hacer que tuviese de nuevo circulacin
sangunea.
Pronto anunci el doctor Zweig que acometera ya la parte final y ms importante de su tarea, que
no era otra sino la de obtener de la momia un cuerpo vibrante, que no era otra sino la de convertir un
cadver en un ser vivo. No tard mucho aquel ser en parecerse a un hombre vivo; la sangre
transfundida haca que sus mejillas, que toda su piel, adquiriesen un tono rosado. Severus sinti que
le corra por todo el cuerpo un sudor fro.
La sangre corre de nuevo por sus venas y por sus arterias susurr el egiptlogo. Ha
llegado el momento de activar mecnicamente su corazn para que pueda recuperar definitivamente
la vida.
Clavaron un vial en su pecho y le inyectaron directamente una sustancia que habra de activar su
corazn embotado, seco, todo su aparato cardiovascular dormido durante miles de aos. Supuso
Severus que se tratara de adrenalina.
Aplicaron oxgeno a la momia a travs de la boca y de sus fosas nasales para que los pulmones
recuperasen su ritmo natural. Durante un buen rato pareci que nada de aquello daba el menor
resultado. Severus peda fervientemente en su interior que todo siguiera igual, que no pasara nada
Se perciba la tensin que haba en el ambiente, la mezcla del horror con las expectativas cientficas.
No se oa en la sala otra cosa que el sonido de los aparatos que utilizaban en la resucitacin.
Miren!
Alguien grit aquello, electrificando con su aviso a todos los que estaban en la improvisada sala
de resucitacin. Un dedo sealaba directamente al pecho del ser que haba en la mesa. Aquello era
digno de mencin, desde luego. El pecho de la momia comenzaba a agitarse con cierto vigor,
subiendo y bajando rtmicamente. El mdico le quit rpidamente la mascarilla de oxgeno y cerr la
bombona.
No obstante, el pecho del egipcio segua haciendo los movimientos obvios de la respiracin.
Respiraba por s mismo. Percibieron un sonido extrao, o no tanto El propio de la respiracin de
un hombre que duerme.
Ya respira! exclam el mdico poniendo los dedos en una de las muecas de la momia para
tomarle el pulso. Su corazn late perfectamente.
Ha vuelto a la vida!

Los ojos de los all reunidos se clavaban expectantes en el ser revivido. All, sobre aquella
mesa, yaca un hombre de piel levemente oscura y de rasgos semticos; un hombre que aparentaba ser
de mediana edad. Y slo estaba plcidamente dormido.
Quin querra despertarlo? se pregunt Severus en un susurro cuando ms fuerte lata su
corazn.
Despertar pronto dijo alguien a su lado, a modo de respuesta. Se levantar y andar
como si nada hubiese ocurrido.
Severus, incrdulo, neg con la cabeza Y entonces
El egipcio comenz a moverse. Temblaban sus manos. Se abrieron sus ojos como si acabara de
sentir una sacudida.
Sin poder decir una palabra, los americanos clavaron sus ojos en los de aquel hombre de la
antigedad. Luego se miraron los unos a los otros, conmocionados.
El egipcio comenz a incorporarse lentamente, como si le doliese hacerlo. No obstante, sus
facciones permanecan inalterables; su cuerpo se mova despacio, sacudido por leves estertores.
Los ojos de aquel hombre de la antigedad contemplaron entonces a los que estaban reunidos a su
alrededor. Se clavaron por un instante en el rostro de Severus. Siguieron mirando a los dems. Aquel
ser verminoso pareca sentir un dolor hondo, de siglos; un dolor agnico, un sentimiento de infinita
tristeza cargada de centurias.
El rostro del egipcio comenz a contraerse; lentamente alz un brazo y abri la boca como si
fuese a hablar.

Severus no pudo resistir aquello y sali corriendo de la sala, aterrorizado. Los otros le siguieron.
A sus espaldas se oa un bramido espantoso. Luchaban los unos contra los otros, como animales
acorralados, en busca de la salida, para alcanzar la calle cuanto antes, para dejar atrs el museo y
correr por las calles oscuras.
Hay partes del cuerpo humano que por no haber tenido jams vida orgnica propia, no pueden
preservarse mediante la suspensin de la vida. Los huesos y los dientes, por ejemplo, los cuales, aun
fuertes en apariencia incluso durante la muerte, no pueden resistir el paso de los milenios.
Por eso, cuando el egipcio abri su boca para hablar, su cara comenz a descomponerse como un
trozo de madera infestado de termitas y sus huesos se rompieron atravesando la piel. Se agit
brutalmente su cuerpo entonces y l mismo comenz a quitarse con las manos aquellos trozos
informes de carne seca y sangre coagulada en los que haba innumerables fragmentos de huesos
quebrados, de un color gris oscuro.
Entre octubre de 1925 y septiembre de 1951, el escritor norteamericano Seabury Quinn public
en la revista Weird Tales noventa y dos relatos cortos y una novela por entregas The Devils Bride
(Weird Tales, febrero-junio de 1932) sobre uno de los ms estimados ghostfinders de la literatura
anglosajona, Jules de Grandin. A lo largo de todos estos aos, Quinn fue el autor ms clebre de
Weird Tales: sus narraciones fueron acreedoras de las mejores ilustraciones de portada un total de
treinta y tres, ms que ningn otro prosista de la publicacin, puesto que suscitaban todo tipo de
reacciones y polmicas entre los lectores, quienes colapsaban la redaccin de la revista con sus
cartas, generalmente prdigas en exaltados elogios.
Aunque pueda sorprendernos, la popularidad de Seabury Quinn eclips a escritores hoy
legendarios, como H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith, Robert W. Howard o Robert Bloch. Sin
embargo, a Quinn no le importaba admitir que escriba por dinero de ah su prolfica obra,
integrada por unos 550 textos, que rene narrativa de todos los gneros imaginables, desde historias
del Oeste hasta relatos de detectives, incluyendo ensayos sobre personajes como Barbazul (1923) o
el hombre-lobo de St. Bonnot (1924), y sola valorar el trabajo de sus colegas muy por encima del
suyo. Por ejemplo, con motivo del repentino e inesperado fallecimiento de Howard quien se
suicid el 11 de junio de 1936 escribi: El campo de la ficcin fantstica pierde con Robert E.
Howard a uno de sus ms destacados y reconocidos maestros. Sus historias sobre Solomon Kane,
sus relatos sobre el Rey Kull, y su saga de Conan, todas ellas son soberbias a su manera. Fue un
autor prolfico, pero siempre mantuvo un estilo fresco y vigoroso. No es algo de lo que muchos
puedan alardear [The Weird Tales Story, por Robert Weinberg. Wildside Press, Berkeley Heights
(Nueva Jersey), 1999, pg. 126]. Homenaje que pone de relieve la natural modestia del escritor
cuyos conocimientos en leyendas sobrenaturales, religiones brbaras, misticismo, brujera,
necromancia y ritos fnebres eran, segn el historiador Peter Ruber, similar a Lovecraft (o incluso
an ms instruido), ya que posea una enorme biblioteca con viejos libros versados en la materia
(Maestros del horror de Arkham House. Col. Gtica n 46, Editorial Valdemar, Madrid, 2002. Pgs.
461-467).
A lo largo de su azarosa trayectoria como detective de lo oculto, Jules de Grandin el
personaje que siempre se presenta como De Grandin, de la polica parisina, es uno de los
mejores anatomistas y fisilogos de la Facultad de Medicina de Pars, y en tiempos form parte de
los servicios de informacin durante la Gran Guerra se enfrent en cinco ocasiones con horrores y
misterios provenientes del Antiguo Egipto: The Bleeding Mummy (Weird Tales, noviembre de
1932), The Children of Ubasti [Weird tales, diciembre de 1929) donde Jules de Grandin y su
amigo y ayudante, el Dr. Trowbridge, deben hacer frente a la monstruosa prole de la diosa-gata
Bastet, The Dust of Egypt (Weird Tales, abril de 1930) aqu De Grandin intentar
neutralizar la maldicin que desencadena la profanacin de una tumba egipcia, El hombre de la
calle Crescent Terrace [The Man in Crescent Terrace, Weird Tales, marzo de 1946) y The Ring of
Bastet (Weird Tales, septiembre de 1951). Y, con toda probabilidad, El hombre de la calle
Crescent Terrace sea uno de los mejores lo cual, considerando el considerable nivel de los otros
relatos, no es poco, salpicado de interesantes detalles. Uno de los ms llamativos es la curiosa
mixtura de realidad y ficcin de la que hace alarde la narracin: con el fin de ilustrarse acerca de
cuestiones sobre magia negra egipcia y momias vivas, Jules de Grandin se pone en contacto con el
escritor estadounidense Manly Wade Wellman (1903-1986), popular autor de ciencia-ficcin que
tambin cultiv con xito el horror, la fantasa, el western o la detective sotry, gran amigo de
Seabury Quinn y colaborador de Weird Tales. Un simptico apunte postmoderno al que se suma el
habitual erotismo sotto voce de las narraciones protagonizadas por el astuto investigador Con
mucha delicadeza pero a la vez raudo [De Grandin] comenz a desabotonar la blusa de la chica,
que le sac por encima de la cabeza con idntica suavidad, procediendo luego a quitarle la falda
de crpe. No llevaba bragas, ni medias, ni sujetador. La pusimos de lado para examinar bien su
herida y una sutil, pero evidente crtica de Quinn hacia el cine de horror de la poca
recordemos que, a mediados de los aos cuarenta, el gnero est dominado por producciones de
serie B como The Mad Monster (Sam Newfield, 1942), Frankenstein y el Hombre Lobo
(Frankenstein Meets the Wolf Man, Roy William Neill, 1943), The Mummys Ghost (Reginald Le
Borg, 1944), La mansin de Drcula (House of Dracula, Erle C. Kenton, 1945), a travs de
una divertida conversacin entre De Grandin y la herona del relato, Edina Laurace:

Me parece que he visto demasiadas pelculas de terror dijo la chica. Vi esa camilla,
nada ms despertarme, y el instrumental y las vendas, y ol a medicinas, y me vi as vestida En
fin, que mi primer pensamiento fue que me haban raptado, y que
De Grandin solt una carcajada ante la confesin que haca la muchacha, un tanto ruborizada.
Mondieu, ni que hubiera credo usted que estaba en la mansin de Monsieur Drcula J.
Frankenstein, y que un mdico diablico fuera a convertirla en un cerdito o en un conejito
blanco No es cierto, mademoiselle?

Con todo, ms all de tales matices y apuntes, El hombre de la calle Crescent Terrace es un
magnfico compendio del arte de Seabury Quinn como admirable fabulador de lo macabro cf. los
movimientos de la momia son descritos como los de una marioneta, como si alguien la moviese con
unos hilos, aderezado con oportunos toques de humor y un ingenio nada usual a la hora de plantear
un punto de vista novedoso a convenciones narrativas ya desgastadas por el uso. No es algo de lo que
muchos literatos, viejos o nuevos, puedan alardear.
EL HOMBRE DE LA CALLE CRESCENT TERRACE
(The Man in Crescent Terrace, 1946)[92]

Esto es lo mejor, vraiment me dijo Jules de Grandin cuando llegbamos a la esquina donde
la seal amarilla y negra anunciaba la parada del autobs. El moteur es lo ms conveniente. S
Whiz Pouf Y te lleva rpidamente al lugar que desees ir, y te devuelve al punto de partida igual
de rpidamente Pero ahora no lo necesitamos para ir a donde vamos. Podemos hacerlo
sustituyendo la gasolina por el msculo, amigo Trowbridge. No le apetece caminar en una noche tan
bonita?
La leve luz del otoo pareci ocultarse tras una cortina que se hubiera corrido sobre el cielo,
hacindose la oscuridad; por el este apareci una estrella, a la que acompaaron al poco muchos ms
puntos brillantes. Una suave brisa corri entre los arces, aunque me pareci que el sonido que haca
al pasar entre los rboles no era el de siempre, no era ese sonido grato de las noches de brisa suave,
sino una especie de lamento.
Con el sonido, con aquel silbido del viento, se sinti casi al instante el ruido estrepitoso de unos
pasos. Unos altos tacones golpeaban el pavimento en staccato, con una fuerza y rapidez que
denotaban pnico, un tamborileo asustado. El difuso globo de una farola la alumbr lo justo, sin
embargo, como para que pudiramos verla. Iba casi corriendo, con esa inseguridad, con ese taconeo
descontrolado propio de las mujeres cuando se ven obligadas a apretar el paso, echando miradas
furtivas por encima de sus hombros a cada poco, aunque el terror no pareca detener su camino.
Nos vio cuando estbamos a muy poca distancia de ella y nos dirigi una mirada llena por igual
de splica y de miedo.
Socorro! nos pidi con los ojos desorbitados. Vmonos, viene por ah!
Tenez dijo De Grandin. Quin viene por ah? Dganos quin la persigue Ser para m
todo un placer romperle la nariz.
Corran, corran, no se queden ah como un par de tontos! les grit la joven histricamente,
agarrndose a mi brazo como un nufrago se agarra a una tabla flotante. Si ese hombre me
alcanza
Aquellas palabras, dichas ya sin aliento, parecan salirle de las rodillas temblorosas. La sent sin
fuerza, blanda como una mueca de trapo.
Apret su cuerpo liviano contra mi pecho y al hacerlo mis guantes se mancharon de sangre.
De Grandin! grit alarmado. Esta muchacha est herida! Est sangrando!
Hein? dijo mientras segua mirando calle abajo, a travs de la semioscuridad. Qu dice
usted, mordieiu? Tiene razn, amigo Trowbridge! Debemos examinarla Taxi, taxi!
Abordamos a toda prisa aquel taxi providencial que apareci por el arco que formaban los
rboles sobre la calzada.
Lo siento, seores dijo el taxista. Ya he acabado el servicio por hoy y me queda la
gasolina justa para llegar al garaje.
Pardieu, pues tendr usted que seguir prestando servicio le dijo sin ms De Grandin.
Somos mdicos y esta seorita est herida. As que hemos de procurarle tratamiento con prontitud
Le dar cinco dlares no, le dar tres dlares de propina
Le he odo a la primera, jefe lo interrumpi el taxista, cinco dlares estarn bien
Vmonos!
Nuestra inopinada paciente estaba inconsciente cuando llegamos a mi casa, y mientras De
Grandin conclua sus acuerdos contractuales con el taxista la llev a mi consulta. No pesara ms de
cincuenta kilos. Era liviana, muy liviana; tena un cuerpo fibroso, casi de muchacho, y esa impresin
de leve masculinidad se vea acentuada por el corte de su cabello rubio. Su manera de vestir apenas
aada algo de peso a su figura. Llevaba una blusa de seda negra, a la manera de Madame Chiang[93],
y una falda corta que dejaba al aire sus rodillas. No luca tocado alguno en la cabeza, pero s guantes
largos, hasta el codo, en sus manos largas y finas, y en sus pies pequeos unas sandalias negras, de
ante, con tiras doradas. No tena bolso, lo que significaba que probablemente lo haba perdido en su
huida.
Bien, veamos qu hacer dijo De Grandin mientras yo depositaba tan preciosa carga en la
camilla de mi consulta.
Con mucha delicadeza pero a la vez raudo comenz a desabotonar la blusa de la chica, que le
sac por encima de la cabeza con idntica suavidad, procediendo luego a quitarle la falda de crpe.
No llevaba bragas, ni medias, ni sujetador. La pusimos de lado para examinar bien su herida.
No era una herida muy grande. Presentaba un corte de unas cuatro pulgadas junto a la escpula
derecha, en direccin a la aponeurosis[94] vertebral en un ngulo de seis grados, pero sin alcanzarla.
Una primera impresin sugera que podra tratarse de una herida profunda, que hubiera ido de la
dermis a un nivel subcutneo, pero la inspeccin detenida de la misma arrojaba el diagnstico de que
se trataba de una herida superficial, que no haba daado tejidos importantes. Aunque sangraba, el
corte de la herida era limpio y bastara la propia elasticidad cutnea para restaarla en poco tiempo.
Dada la limpieza del corte observ De Grandin, me parece que la herida le fue infligida
con un cuchillo afilado o con una navaja de afeitar, igualmente muy afilada No le parece, amigo
Trowbridge?
Mir el hombro de la muchacha y asent.
Prcisment Y por la trayectoria que sigue el corte continu De Grandin, mucho ms
incisivo al principio, me atrevo a sugerir que fue atacada por la espalda, tomndola por sorpresa,
pero quiz un segundo tarde, lo que dio tiempo a que la chica se volviese, iniciara la huida y el
impacto fuera menor Aventuro tambin que probablemente el atacante quera herirla en el cuello,
pero al percatarse de la agresin, la chica hizo un movimiento hacia delante, con lo que la cuchillada
no impact de lleno en ella. Bueno, despus de todo ha tenido suerte, la pobre Un segundo antes, y
la cuchillada, aun fallando el agresor su objetivo, que era el cuello, le hubiera alcanzado el
romboideo[95], seccionndole la arteria limpi la herida con una gasa y le aplic despus alcohol
en la epidermis, para unir despus los labios del corte. Aplic otra gasa a la herida, sobre la que
puso despus un apsito elstico. Voil! y sonri con cara de elfo. Est mucho mejor de lo
que me tema, amigo Trowbridge, se recuperar pronto. Tiene la ropa manchada de sangre, sin
embargo, y no debera ponrsela, as que hizo una pausa, entornando los ojos como si pensara
en algo muy serio, excseme, ser un segundo, nada ms y sali de mi consulta.
O sus pasos en la escalera que conduca a la segunda planta de mi casa, preguntndome qu
habra desencadenado la actividad cerebral de aquel francs imprevisible, pero antes de que pudiera
salir a preguntrselo, regres a la consulta con una amplia sonrisa en los labios, con una sonrisa de
autntica satisfaccin, y con una fina toalla turca doblada sobre su brazo.
Mreme, amigo Trowbridge! Mreme y admire cuntos son mis recursos! y cubri el torso
desnudo de la muchacha con aquella fina toalla, y ms que el torso, pues como la toalla era de bao
le llegaba casi a las rodillas; luego, levantndola suavemente, fue enrollndosela y se la sujet
despus con un par de imperdibles. Morbleu, a veces pienso que hubiera sido mucho mejor
modista que mdico dijo mientras daba los ltimos toques a su obra. No le parece que esta
joven luce de lo ms chic con mi creacin? Claro que s!
Bueno Al menos est convenientemente tapada, si es lo que deseaba or usted admit.
Esperaba un poco ms de entusiasmo por su parte, la verdad me dijo con una sonrisa
burlona en las comisuras. Pero que voulez-vous? Los diseadores, como los profetas, jams son
bien aceptados en este mundo y asinti gravemente, pero siempre con aquella sonrisa burlona,
mientras tomaba en sus brazos a la muchacha para dejarla en un silln, cuidando de no rozar siquiera
el apsito con que haba cubierto su herida.
Luego le puso ante la nariz un frasco de amoniaco, y la chica, al sentir aquellos efluvios, dio un
respingo y abri los ojos.
Y bien, mademoiselle, se encuentra mejor ahora? Claro que s! Tome, beba un poco, le
sentar estupendamente alcanz a la chica un vaso con brandy. Est bueno, nest-ce-pas?
Morbleu, creo que s, que est muy bueno, por lo que me parece conveniente que yo mismo tome una
pequea dosis bebi un sorbo, se repas los labios con la lengua, se cruz de brazos y dijo:
Y ahora, tendra la bondad de contarnos qu ha ocurrido, mademoiselle?
Se ech hacia atrs en su asiento y vimos cmo le lata el pulso en el cuello. Tena la mirada an
algo perdida, pero segua denotando miedo, como quien asoma la cabeza por la ventana y ve a un
muerto.
Quines son ustedes? Dnde estoy? rog, ms que preguntar. Dnde est? La pueden
ver?
Tena los dedos de las manos crispados, como quien padece un acceso de histeria, y se tiraba de
la toalla que la cubra. Luego, con el contacto de la toalla, parecieron relajarse sus dedos, como si
tuvieran inteligencia propia, separada del resto de su ser. Entonces baj la vista, suspir
profundamente, emiti una leve queja y se levant del silln.
Dnde estoy? pregunt. Qu me ha pasado? Por qu no tengo puesta mi ropa, qu hago
con esta toalla?
De Grandin la empuj suavemente para que volviera a sentarse.
Le dar una respuesta, mademoiselle, y le har despus una pregunta dijo De Grandin.
Est usted en la casa del doctor Samuel Trowbridge, aqu presente De Grandin me dedic una
inclinacin de cabeza. Y yo soy Jules de Grandin Ha sido usted herida, mademosille, aunque no
de gravedad, por eso est aqu; nos abord usted en la calle y despus se desmay Yo soy el
responsable de que luzca usted ese atuendo, improvisado con una toalla; pero tranquilcese, que est
usted muy guapa, luce muy chic, aunque quiz tenga el doctor Trowbridge otros gustos y no se lo
parezca. Si est as es porque la ropa que vesta est manchada de sangre Pero eso tiene fcil
remedio. Bien dijo abriendo mucho sus ojos azules, sin dejar de sonrer a la muchacha, me
parece que ya he respondido a sus preguntas Sera usted tan amable de responder a las nuestras?
Su mirada era ms franca, se haba borrado de sus ojos el miedo de antes, incluso esbozaba una
sonrisa La gente suele sonrer a De Grandin.
Me parece que he visto demasiadas pelculas de terror dijo la chica. Vi esa camilla, nada
ms despertarme, y el instrumental y las vendas, y ol a medicinas, y me vi as vestida En fin, que
mi primer pensamiento fue que me haban raptado y que
De Grandin solt una carcajada ante la confesin que haca la muchacha, un tanto ruborizada.
Mordieu, ni que hubiera credo usted que estaba en la mansin de Monsieur Drcula J.
Frankenstein, y que un mdico diablico fuera a convertirla en un cerdito o en un conejito blanco
No es cierto, mademoiselle? Puedo asegurarle que esos temores son del todo infundados. El doctor
Trowbridge es un mdico tan eminente como respetado, y en lo que a m respecta, aunque haya
podido ser acusado de unas cuantas cosas, le aseguro que la viviseccin no es una de ellas Hace
aproximadamente tres cuartos de hora el doctor Trowbridge y yo la encontramos a usted en la
esquina de Colfax con Dorondo, junto a la parada del autobs. Hua usted desesperadamente, al
parecer de alguien Y estaba de veras aterrorizada Cuando lleg a nuestra altura nos pidi que
corriramos; luego la sostuvo entre sus brazos el doctor Trowbridge, justo cuando usted se
desmayaba. Entonces comprobamos que estaba herida, e hicimos lo correcto en estos casos. La
subimos a un taxi y vinimos hasta aqu para curar su herida Ya ve usted que tuvimos que
desnudarla y vestirla despus con ese atuendo de mi entera creacin, que espero le guste Ya
conoce usted los hechos, mademoiselle Ahora debera referirnos qu le ocurri antes de que nos
encontrramos Puede hablar con absoluta libertad, pues somos mdicos y sabremos mantener el
secreto Por lo dems, si est en nuestra mano, nos resultar muy grato prestarle la ayuda que
precise.
Sonri agradecida.
Me parece que ustedes ya han hecho mucho por m Me llamo Edina Laurace y vivo con mi
ta, Mrs. Dorothy Van Artsdalen, en el 1840 de la Pennington Parkway Esta tarde, tras hablar con
unos amigos que viven en Clinton Avenue, camin hasta Dorondo Street a travs de la Crescent
Terrace, para tomar el autobs 42. Iba todava por la calle Crescent Terrace, cuando se detuvo y
pudimos ver que le palpitaba brutalmente una vena azul que se le transparentaba en el cuello, lo que
denotaba que tena el corazn desbocado. Y entonces me di cuenta de que alguien corra hacia
m
Parbleu, otro corredor murmur Jules de Grandin y dijo: Contine, mademoiselle, por
favor.
Como es lgico, me volv para mirar Estaba todo tan oscuro Yo iba sola
Lo comprendo Y dgame Qu vio entonces?
Que un hombre corra hacia m Quiz no exactamente hacia m, pero s en la misma
direccin Tena pinta de ser un desgraciado, un pobre; lo digo por cmo iba vestido, con una ropa
que le quedaba muy grande, y porque sus zapatos hacan mucho ruido Ya saben cmo suenan en el
pavimento los zapatos malos Encima deban ser de dos nmeros ms del que usaba Pareca muy
asustado, desde luego, pues a cada poco miraba hacia atrs, como si quisiera ver dnde estaba quien
le persegua Entonces vi de qu hua, y me ech a correr yo tambin. Era se cubri el rostro
con las manos como si quisiera evitar a sus ojos la visin de algo espantoso, y comenz a temblar
como si una fra rfaga de viento la hiciese tiritar. Era una momia!
Cmo? dije.
Comment? casi ladr Jules de Grandin.
Claro dijo la chica mientras las plidas mejillas se le arrebolaban de golpe, dirn ustedes
que estoy loca Pero repito que era una momia, una de esas cosas que se ven en los museos, ya
saben Era alta, seguro que meda ms de dos metros Y muy huesuda. Hasta donde pude ver, era
oscura como el betn y pareca desnuda Corra de una forma muy particular, no como lo hacemos
los humanos, sino como una marioneta, como si alguien la moviese con unos hilos. Pero corra muy
rpido. El hombre que corra en la misma direccin que yo tambin lo haca con todas sus fuerzas
pero no lograba adelantarme sus palabras iban siendo por momentos las de alguien sumido en el
terror, pero no obstante haca pausas para tomar aliento y poder referirnos todo con el mayor detalle
. Al principio me pareci que la momia llevaba un palo en la mano, pero a medida que se acercaba
vi que no, que se trataba de una especie de bastn muy largo con la empuadura de oro, aunque puede
que fuese de bronce, no lo s Ya saben ustedes lo que pasa cuando te ataca el miedo, que no
puedes ver bien lo que te rodea, y ms si encima tienes que correr todo lo que te den de s las
piernas y mirar hacia atrs para ver a qu distancia tienes a tu perseguidor As corra yo. Corra
un poco y senta la necesidad de volverme. Al principio no quera convencerme de que era una
momia, pero s que lo era. Y cada vez se acercaba ms a aquel pobre hombre que corra detrs de
m Justo cuando llegaba yo a la Dorondo Street o un grito espantoso. Pero no fue exactamente un
grito, sino una especie de combinacin de varios gritos de horror, de distinto tono pero aterradores
todos. Mir una vez ms hacia atrs y vi que la momia haba atrapado a aquel hombre y lo golpeaba
con la empuadura de su bastn Por eso gritaba tanto hizo una nueva pausa, tom aire otra vez y
prosigui: Luego vi que daba unos pasos, que ya no corra, y vi tambin que se derrumbaba sobre
la acera, con los brazos y las piernas abiertos en X.
Y despus? pregunt De Grandin cuando la chica hizo otra pausa.
Entonces aquella cosa se detuvo ante el pobre hombre cado y sigui golpendole brutalmente
con la empuadura de su bastn Luego le clav la punta, como una mujer que pincha el bizcocho
para ver si ya est hecho, no s si esto les dir algo
De Grandin asinti despacio, muy serio.
Es una buena descripcin, mademoiselle dijo. Y despus?
Corr an con ms fuerza, porque aquella cosa vena a por m Segu corriendo y mirando
hacia atrs, como ya les he contado, y una de las veces en que me volv me pareci que la momia
dudaba, que aminoraba su carrera para ver bien por dnde me diriga Eso me dio una idea.
Cambi de direccin y me dirig a una esquina junto a la que haba dos farolas, y cruc a la otra
calle, tratando de ocultarme en las sombras mientras segua corriendo Pero volv a mirar hacia
atrs y vi que aquel monstruo me segua de nuevo. Tuve otra idea. Me pareci que, por su manera de
correr, aquella criatura estaba ciega, y me segua ms por el ruido de mis tacones que por verme. As
que cruc de nuevo la calle y me ocult tras un gran rbol. En efecto, la momia apareci por all al
poco y me di cuenta de que dudaba; se haba detenido como si quisiera saber por dnde me haba
escapado. Entonces comenz a caminar por la acera, golpeando el suelo con su bastn como hacen
los ciegos. Lleg a menos de diez pasos de donde me haba escondido, y me aterroric Supe que,
de seguir all, acabara encontrndome. Y antes de que pudiera reaccionar, all estaba, dando vueltas
alrededor del tronco del rbol, y pegando bastonazos, mientras yo daba tambin vueltas alrededor
del rbol para evitar sus golpes No se pueden hacer idea de cmo me senta Aquella cosa
estaba ciega, es cierto; tena los labios muy finos y secos, como si slo fuesen de piel; vea sus
dientes, porque entreabra la boca como si quisiera decir algo; me fij entonces en sus ojos y vi que
tena las cuencas vacas. Ciega o no, la momia poda orme, sin embargo, y me senta cada vez ms
perdida, pues poco a poco se estrechaba la distancia entre nosotros y el rbol acabara por no
ofrecerme un buen refugio As que ech a correr de nuevo con todas mis fuerzas por la acera, y me
proteg tras otro gran rbol, pero volvi a pasar lo mismo, no poda despegarme de aquella cosa,
estuvo a punto de alcanzarme con su bastn ms de una vez As que me ech a correr, rodeando
mientras lo haca todos los rboles que haba en la acera, tratando de despistarla Cre conseguirlo
y me detuve de nuevo para tomar un poco de aire, pues estaba agotada. Luego ech a correr hacia el
parque, y all la hierba silenciaba mis pasos, lo que me hizo sentir bastante alivio. Segu corriendo
por una zona sin csped, tranquila porque no haca tanto ruido como al correr por la acera y la
calzada, pero as y todo la momia acab detectndome Ya la tena otra vez corriendo tras de m, a
punto de darme alcance. Recuerdan ustedes ese cuento de los hermanos Grimm en el que un gigante
captura a un prncipe, y aunque ste lo deja ciego, el anillo mgico del gigante le permite mantenerlo
preso? Pues as me senta yo, incapaz de despegar a mi perseguidor Aquella cosa estaba ciega,
pero un sonido cualquiera, por leve que fuese, la pona otra vez sobre mi pista, todo lo que intentaba
era en vano. Me resultaba imposible no hacer cualquier ruido que me traicionase Haba intentado
burlar a la momia entre los rboles, y nada; por el contrario, casi me caz con su bastn. Bueno, en
realidad me alcanz una vez en el hombro, aunque de refiln; y cuanto ms corra, ms senta la
sangre corriendo a su vez por mi espalda. Aquello me hizo perder la cabeza por completo y echarme
a correr desesperadamente calle abajo, sin pensar ya en otra cosa que en salvar mi vida como
fuese Y me hubiera llegado el fin, de no ser por aquel gato
Un gato, mademoiselle? pregunt De Grandin.
S, seor, un gato La momia estaba ya a muy corta distancia de m, a punto de darme alcance,
cuando un gran gato negro cruz la acera No s de dnde sali, supongo que andara de caza, a ver
si pillaba algn ratn para comrselo Si volviera a verlo, le llevara todas las noches un par de
ratoncillos para el postre Lo hara durante el resto de su vida Han visto ustedes lo que hacen a
veces los gatos, cuando ven que alguien viene hacia ellos, que se quedan quietos como si esperasen
que los rodearas? Pues eso fue lo que hizo aquel gato, al principio. Pero cuando la momia estaba ya
muy cerca de l, se apart, arque la espina dorsal, levant la cola, todo el pelaje se le puso de
punta, buf primero y despus solt un miau tan alto que hubiera sido capaz de despertar a la misma
muerte Bueno, pues aquello hizo que la momia se parase de golpe. Ya saben cun persuasivo
puede ser el maullido de un gato, que es como el aullido de una banshee[96] y parece venir de media
docena de sitios a la vez. La momia pareci atnita al sentir la vibracin del maullido, como si fuese
un muy delicado aparato de radio que captase las ondas, aunque no poda precisar el lugar exacto del
que sali el maullido del gato. Mir atrs una vez ms, y si lo que vi no era horrible, s que fue al
menos gracioso, pues aquella momia ciega y asesina estaba quieta, absolutamente inmvil, como si
alguien hubiera cortado los hilos invisibles que la movan, girando la cabeza con su cara de piel seca
y oscura a un lado y otro; y el gato negro segua all, a un lado, mirndola con sus ojos que parecan
dos llamas de fuego verde. As estaran un par de minutos, por lo menos, si no ms. Yo no dejaba de
volverme para verlos, aunque segua corriendo con toda mi alma, claro, tena que salvar mi vida
como fuese. Lo ltimo que vi fue que el gato se pona entonces a dar vueltas alrededor de la momia,
caminando muy despacito, como lo hacen los gatos cuando se disponen a pelear, sin apartar su
mirada de la momia ni un momento, emitiendo esos extraos sonidos sordos y profundos que hacen
los gatos cuando estn enfurecidos. Creo que la momia trat de apartar al gato con su bastn, pero no
estoy segura Pero no o que el gato emitiera uno de esos chillidos de pnico que lanzan cuando
alguien los ataca Y entonces los vi a usted y al doctor Trowbridge a la altura de la parada del
autobs, y dej caer sus manos en un gesto de conclusin aqu estamos.
Pues s, aqu estamos dijo De Grandin con una sonrisa. Pero no podemos quedarnos
mucho tiempo, me temo Se est haciendo tarde y Tante Dorothe[97] se va a enfadar. La llevaremos
all. Maana podr venir a recoger su ropa y reconoceremos su herida, aunque si lo prefiere puede
acudir usted al mdico de su familia tom la barbilla de la muchacha con sus dedos pulgar e
ndice, la mir fijamente y aadi: Creo que su ropa an tiene la sangre hmeda, y adems s por
experiencia que las manchas de sangre no son algo precisamente bonito La llevaremos en el coche
del doctor Trowbridge Quiere ponerse encima uno de mis abrigos, aunque eso oculte la
maravillosa creacin con que la he vestido? As nadie podr ver tan precioso atuendo, pero
Claro, seor, muchas gracias dijo la chica sonriente, aguantndole la mirada. Aunque este
vestido que llevo ahora es realmente precioso Perdone, no quera burlarme
No se preocupe; acepto el cumplido, mademoiselle, aunque quiz lo haya hecho usted un poco
tarde, la verdad
De Grandin se hizo a un lado, cediendo galantemente el paso a la chica, y salimos al vestbulo.
Cuando ya bamos de camino en mi coche, dijo a la chica:
Creo que sera preferible que no contase nada de su aventura a Tante Dorothe No lo
entendera
Quiere decir que nunca me creera, ms bien dijo la chica haciendo algo ms que una broma
. Yo tampoco creera a quien me viniese con una historia como sa su aire encantador y gracioso
dio paso entonces a un gesto severo. Reconozco que es muy difcil aceptar que haya podido
pasarme algo as Las momias no andan corriendo por ah, matando gente por las calles Pero es
que ocurri tal y como se lo he contado a ustedes.
No se preocupe, ma petite dijo De Grandin con voz lisonjera. Cuando llegue a la edad
que yo tengo, para lo cual le quedan a usted muchos aos, ver que hasta las cosas en apariencia ms
imposibles son ciertas As lo creo.
Llegamos a la modesta pero bonita casa donde la muchacha viva con su ta.
Usted se cree de verdad toda esa historia, me equivoco? dije a De Grandin cuando
regresbamos a mi casa.
Claro.
Pero eso es una fantasa, un delirio Las momias no van por ah corriendo como locas y
matando a la gente, hasta esa pobre chica lo ha dicho
Es verdad, las momias, por lo general, no andan por ah corriendo por las calles dijo De
Grandin. No obstante, creo a esa chica.
Bien, supongo entonces que ahora acudir usted a Costello
Si no me equivoco, creo que al bueno de Costello no le har falta que le digamos nada No
es el que est frente a su casa, amigo Trowbridge?
Nada ms bajarnos del coche, De Grandin salud al teniente Costello:
Hola, mon lieutenant Qu buen viento le ha trado a usted hasta aqu?
Buenas noches, caballeros el teniente inspector Jeremiah Costello avanz hasta nosotros
desde la puerta de mi casa. Menos mal que los encuentro Ya me ha dicho Mrs. McGuinnis que
salieron ustedes pitando, dejndola con la cena puesta en la mesa. Tambin me dijo que no tena ni
idea de cundo regresaran.
Bueno, pues aqu estamos ya Y ya que se alegra tanto de vernos, lo invitamos a cenar dijo
el francs.
Gracias, seor, es usted muy amable, pero ya he cenado Y tengo mucho trabajo por hacer
esta noche.
Vamos, vamos lo interrumpi De Grandin. Me temo que est usted perdiendo la forma.
Desde cundo no puede cenar dos veces en una misma noche? Acaso le han cosido la boca para
que no pueda pedir ms? No obstante, incluso si no tiene usted apetito, sera una terrible descortesa
por su parte no tomar asiento con nosotros, y compartir al menos un caf, un licor, un cigarro
Claro, seor, me encantar acompaarlos dijo Costello. Pero querrn escuchar mientras
cenan el cuento que les traigo?
Por supuesto, mon vieux Su charla siempre nos resulta de lo ms interesante.
Muy bien, seores dijo el inspector.
Costello nos empez a contar su historia mientras tomaba a sorbitos el whisky que le sirvi De
Grandin.
La cosa est as dijo el polica: iba a salir de la comisara a eso de las ocho de la tarde,
cansado de estar ah metido todo el da, pues entr esta maana a las ocho, que un teniente tiene que
dar ejemplo y trabajar mucho, porque en realidad trabajo ahora mucho ms que cuando era sargento,
cuando son el telfono. Al otro lado estaba Dogherty, de homicidios. l y Schmelz, un buen
muchacho que no come ni una pizca de bacon en su desayuno con huevos fritos el da del Yom
Kippur, haban salido a dar una vuelta por ah para ver si un tipo llamado Louis Westbrook, y
apodado Looie the Louse[98], tena algo de inters que contarles Un tipo sin problemas con la ley
pero s con el alcohol, lo que le llevaba a causar algunos altercados, pero nada ms Un buen
stooly[99]
Un stooly? se extra De Grandin. Qu es eso, si tiene la bondad de decrmelo?
Claro, seor Una paloma mensajera, vamos.
Ah, s, ya comprendo! A dnonciateur, un confidente Tambin los tenemos en la Sret.
Eso es, seor Como iba diciendo, Looie the Louse, segn me cont Westbrook, haba
muerto, lo acababan de encontrar tirado en plena calle Crescent Terrace y
Morbleu, qu ha dicho usted? En la Crescent Terrace?
Eso mismo, seor. Y como iba a contarles
Un momento, por favor Estaba muerto como consecuencia de los fuertes golpes recibidos en
la cabeza, y sobre todo en el cuello, donde tena heridas incisocontusas Y lo hallaron con todo el
cuerpo agujereado Es as?
Caramba, seor! Lo encontraron tal cual lo ha dicho usted Cmo lo ha adivinado?
Yo no adivino, amigo mo. Yo s Contine con su relato del caso, por favor.
Bien, seor, como iba a decir, encontraron a Looie tirado en el suelo, con la cabeza destrozada
y el cuello herido por una espada o algo as. Tena rota la espina dorsal, adems, y se le haba
quedado la cabeza as torci la cabeza para describirnos aquello, ponindose los dedos a la altura
de la tercera vrtebra cervical. He visto gente a la que haban matado de la misma manera cuando
estuve en las Filipinas Trabajan muy bien con el bolo[100] esos johnnies filipinos Los
sanguinarios japos lo saben bien, los han sufrido Y como ha dicho usted, seor, tena todo el
cuerpo agujereado, el pecho, la espalda, las piernas Le haban causado unas heridas brutales. Tuvo
que ser con un cuchillo de hoja muy ancha, o con un machete, o con una bayoneta. Claro que tambin
puede parecer un asesinato de la Camorra siciliana, el Sfregio, como lo llaman, eso de la tortura
hasta la muerte haciendo a la vctima setenta heridas No lo llaman as, Sfregio? Todo eso me ha
recordado la muerte del pobre Joe. Por lo tanto
Un momento, por favor volvi a interrumpirle De Grandin. Quin es ese Joseph al que
acaba de referirse? No hablbamos del infeliz Monsieur Louis the Louse, tan tristemente
desaparecido? Acaba de aludir usted a otra vctima
Ah, doctor De Grandin, eso! Es muy sencillo dijo Costello a medias entre la risa y la
sorpresa. Cuando dije Joe quera decir Looie
De veras? Son tales un mismo nombre?
As es, seor. Puede decirse que s.
De Grandin me mir alzando levemente las cejas y se encogi de hombros, en un gesto
tpicamente francs que indica una completa disconformidad con lo que se est oyendo.
Dganos ms, amigo mo le orden De Grandin secamente. Hblenos del infortunado
Monsieur Joseph-Louis y su trgica muerte
Bueno, seor, como iba a decirles, Looie no era un mal tipo y s un buen confidente; como
delincuente no tena la menor importancia, slo se emborrachaba y montaba alguna pelea, adems de
hacer algn negocio no muy provechoso por ah, que aunque fuese ilegal no tena mayor
trascendencia. Un pobre diablo, ya les digo A veces pasaba por la comisara y lo invitbamos a
tomar algo, porque estaba tieso, sin un centavo en el bolsillo Le aprecibamos Por eso
queremos saber quin fue capaz de matarlo de esa forma tan asquerosamente carnicera Y sobre
todo queremos saber por qu lo hizo, quien fuese.
Creo que puedo darle una respuesta, al menos parcial, mom Lieutenant le dijo De Grandin
asintiendo gravemente.
De veras, seor? Eso estara muy bien! Sera fantstico que me dijese quin lo hizo, al fin y
al cabo no tiene usted por qu guardrselo; esto no es un secreto militar, no cree?
Pues no, ciertamente Mire usted, la verdad es que lo mat una momia.
Alabado sea Dios! Costello vaci de un trago el whisky que acababa de servirse. Dice
usted que a ese pobre hombre lo mat una momia! Supongo que bromea usted, doctor De Grandin, ya
s que le gusta mucho hacer chistes Pero hablamos de un asunto muy serio.
De Grandin mir a Costello framente, con sus ojos azules ms acerados que nunca.
Hablo completamente en serio, amigo mo dijo. Le repito que a su confidente lo mat una
momia.
Okay, seor Si usted lo dice La verdad es que nunca me haba contado un cuento
semejante, al contrario, siempre me aporta usted soluciones Pero que me diga que lo mat una
momia Sera como si me dijese que los cerdos vuelan o que los gatos cantan pera Pero bueno;
si aceptamos lo que usted dice, dnde encontrar a esa momia asesina? En un museo? O es que
anda por ah tranquilamente, pasendose por las calles de la ciudad?
Eso slo lo sabe le bon Dieu respondi el francs con cierta sorna, pero quiz podamos
estrechar nuestro margen de bsqueda Maana ir a la morgue para examinar el cadver de
Monsieur Joseph-Louis. Mientras, hay algo que s puede hacer usted para ayudar un poco La calle
Crescent Terrace es corta, por lo que tengo entendido. Hgase con los nombres de quienes viven ah,
y recoja datos suficientes sobre ellos. Ya sabe: cules son sus hbitos, de dnde proceden, cunto
tiempo llevan viviendo en esa calle Todo eso, qu le voy a decir Cualquier detalle, por mnimo
que sea, tendr importancia, no lo dude. No puede despreciarse nada en un caso como el que nos
ocupa. Me he explicado bien?
Perfectamente, seor.
Trs bien dijo De Grandin echando una curiosa mirada, una mirada un tanto especulativa, a
la botella de whisky. Quedan en esa botella unos cuantos dedos de whisky, amigos mos Por
qu no los acabamos tranquilamente?
Nos reunimos en mi despacho al anochecer del da siguiente, en una especie de consejo de
guerra, para examinar los datos de que disponamos. La noche era fresca y por el oeste brillaban ya
las primeras estrellas. De Grandin tamborileaba con sus dedos sobre la carpeta que tena ante s.
Este sujeto, Monsieur Grafton Loftus, me parece el principal sospechoso dijo. Aqu est
lo que su propio departamento dice de l, amigo Costello:

Crescent Terrace, 18. Loftus, Grafton. Soltero de unos cincuenta aos. Nacido en
Inglaterra. Lleg a este pas hace cuatro aos, procedente de Londres. Sin ocupacin
conocida, tiene algunas acciones en la Clifton Trust Co., que le ingresa los dividendos en un
banco extranjero. Paga siempre en efectivo. Sale poco de su casa, no tiene relacin con sus
vecinos. Recibe pocas visitas. Nadie sabe nada de sus hbitos personales. No tiene animales
domsticos. Los vecinos de las casas adyacentes aseguran que por las noches se deja sentir en
la suya una especie de sonido de flauta, algo muy particular, que no llega a ser msica. A
veces dura media hora. Tambin afirman esos vecinos que de la casa de Loftus sale a veces un
fuerte olor a incienso chino.

Quiz sea yo un poco obtuso dije con sarcasmo, pero la verdad es que no veo en ese
informe nada que resulte sospechoso Falta adems una descripcin personal de Mr. Loftus Y si
fuera una momia?
Yo no dira eso intervino De Grandin. Habl con l esta tarde, pretextando que deseaba ir
a visitar a Monsieur John Garfield, un nombre que se me ocurri de repente. Monsieur Loftus me
abri la puerta de su casa, despus de que llamara al timbre unas cuantas veces, casi durante media
hora, y me pareci bastante atontado, como si acabara de despertarse Es un hombre alto, calvo,
moreno, con la cara bastante enrojecida y unas mejillas carnosas que hacen que apenas se le vean los
ojos Tiene los labios muy rojos y la boca ms bien pequea. Habla con un tono de voz agudo y un
aire algo petulante. No puedo decir que me pareciese un hombre precisamente corts, al contrario.
Cuando le pregunt si saba cul era la casa de Monsieur Garfield, lo que hice de manera harto
educada, me mir de una forma que no me gust nada La verdad es que ese hombre no me parece
muy de fiar.
Estamos en las mismas insist en el tono sarcstico de antes. No le he odo a usted decir
nada sobre si ese hombre tiene o no la pinta de una momia que va por ah matando a pobres infelices.
Bah! Usted pretende burlarse de m, amigo Trowbridge dijo De Grandin. Escuche, por
favor Una vez visto el tal Monsieur Loftus, puse una conferencia telefnica para hablar con
Scotland Yard. Comuniqu con mi buen amigo el inspector Grayson, que en tiempos sirvi en la
Inteligencia britnica. Me cont muchas cosas que deseaba saber. Por ejemplo, que el tal Monsieur
Loftus estuvo en las tropas britnicas destacadas en Egipto y Mesopotamia durante la Primera Guerra
Mundial. No fue precisamente un soldado disciplinado, y fue llevado hasta tres veces ante una corte
marcial, por desertar ante el avance de los nativos No les parece un detalle de importancia? No?
Muy bien, oigan lo siguiente: Cuando regres a Inglaterra se enred en varias de esas pestferas
sociedades secretas. La primera fue la de las Gorgonas, una sociedad dedicada al culto satnico.
Pasado un tiempo se cans aparentemente de estar ah, por lo que pas a formar parte de otra de esas
sociedades, la del culto a Lokapala, de la que slo se sabe que reivindicaba cultos africanos y se
dedicaba al sacrificio brutal de animales, sospechndose que al menos en una ocasin pudieron sus
miembros sacrificar igualmente a un humano La polica disolvi al cabo esta sociedad, y varios de
sus miembros, entre ellos Loftus, fueron condenados a trabajos forzados, aunque por muy poco
tiempo. Bien, tras aquello nos lo encontramos en la sociedad secreta de los Leopardos Humanos,
cuya sede en Shooters Hill, localidad del condado de Blackhead, asalt la polica en 1938. Nuestro
amigo Monsieur Loftus fue a parar otra vez a la crcel, pero igualmente por poco tiempo. Estuvo
implicado tambin en las maquinaciones diablicas de Rowely Thorne, el asesino de John
Thunstone, amigo del inspector Grayson y mo Y bien nos ech una fra mirada, una mirada de
desafo, dganme ahora si no estamos ante un tipo al que al menos se puede considerar un
indeseable
Podramos decir que s le conced, pero seguimos en las mismas. En realidad
Claro Las mismas quiere decir que tambin form parte de la sociedad esotrica de la
Resurreccin Comprende?
No podra decir que s Es una de esas sociedades de carcter medio religioso?
No exactamente, querido Trowbridge Al menos en el sentido estricto del trmino La
sociedad se form con miembros de otras sociedades, de distintos pases y de razas diversas
Algunos eran cientficos, hombres y mujeres que haban corrompido sus conocimientos. Otros eran
msticos de la India, de Egipto, de Siria Y haba tambin drusos, chinos, ingleses, franceses,
italianos Incluso algunos norteamericanos. Buscaban la sabidura oculta del Oriente para
ensamblarla en extrao maridaje con los avances cientficos del Occidente. El resultado fue un
autntico engendro. Permtanme que les lea, llegados a este punto, algunos puntos significativos de un
documento de la sociedad:

Los miembros del culto, vestidos completamente de blanco, levantarn en los jardines de
nuestra sede la rplica exacta de un enterramiento egipcio, con sus pesadas puertas
clausuradas por cerraduras y travesaos de plata. Tras una breve ceremonia de respeto y
saludo, los miembros de la sociedad cambiarn sus blancas vestiduras por otras negras, y
saldrn de la sede encabezados por el Gran Hierofante, que vestir de rojo. Se prosternarn
ante la rplica de la tumba, y se taparn las orejas con las manos para no escuchar las
palabras secretas con que el Gran Hierofante y sus aclitos harn que se abran las puertas del
enterramiento. Despus, el Sumo Sacerdote dir la palabra sagrada para invocar el Poder
Secreto del Mundo, mientras sus siervos queman incienso en el brasero que hay ante la tumba.
Luego entrarn en la tumba para salir despus con el negro sarcfago en el que habr una
momia desnuda. Darn tres vueltas al jardn llevando a la momia, para que todos los
miembros vean que se trata realmente de un cuerpo embalsamado. Una vez concluida la
ceremonia de verificacin, el Sumo Sacerdote y sus siervos devolvern el sarcfago a la
tumba.
Seguir quemndose el incienso mientras los miembros se arrodillan sobre la tierra
desnuda y miran fija y devotamente hacia la entrada del enterramiento. Minutos despus
vern aparecer ante aquella tumba a la momia, que mostrar movimientos lentos y mecnicos,
como una marioneta a la que moviesen unos hilos invisibles. La momia llevar en su mano
derecha el gran bculo de los antiguos egipcios, con la empuadura filosa de cobre que slo
ellos saban hacer.
El Gran Hierofante se dirigir a la momia, haciendo sonar una flauta de plata. Entonces,
el resucitado seguir el sonido de la flauta. La momia resucitada dar tres vueltas al jardn,
siguiendo siempre al Gran Hierofante, que no dejar de tocar la flauta en ningn momento,
tras lo cual el Sumo Sacerdote y sus siervos la conducirn de nuevo al interior de su
enterramiento. Una vez hayan salido de all, el Sumo Sacerdote cerrar de nuevo La puerta
con travesaos y cerraduras de plata. Se comprobar que suda profusamente, aunque la noche
sea fra.
Un silencio absoluto presidir la ceremonia. Quien lo rompa mientras la momia da las tres
vueltas rituales alrededor del jardn, recibir un severo castigo. En cierta ocasin, una mujer
sufri un ataque de histeria al ver a la momia resucitada y comenz a llorar
escandalosamente. La momia la golpe con su bculo y luego le clav la punta repetidamente
en todo el cuerpo, dejndola destrozada en el suelo. Slo el sonido persistente de la flauta de
plata que tocaba el Gran Hierofante hizo que la momia se olvidase al cabo del cuerpo
ensangrentado y roto de aquella mujer para regresar a su tumba.

Tras una pausa, una vez concluida su lectura, De Grandin nos mir fijamente:
Qu piensan ahora, hein? dijo.
Eso suena a delirio por intoxicacin de hachs, o a un mal sueo respond.
No haba ni un signo de impaciencia en la sonrisa que me dedic De Grandin.
Estoy de acuerdo, amigo Trowbridge, se trata de algo realmente extra ordinem dijo. Son
cosas difciles de aceptar, como dira un abogado. Pero tambin es verdad que en muchas ocasiones
cometemos el error de no darles importancia. Cuando le por telfono esta tarde lo mismo que les
acabo de leer ahora a ustedes, a nuestro buen amigo Monsieur Manly Wade Wellman[101], me dijo que
le pareca ms que posible que estas cosas sucedan.
Como es lgico de nuevo nos volvi a mirar fijamente, como si fuese un gato, he
elaborado una hiptesis a partir de todo eso Ese sujeto tan odioso, Loftus, miembro de tantas y no
menos detestables sociedades secretas, no desaprovech la ocasin de hacerse con unos
conocimientos prohibidos. As, mientras los dems miembros de la secta se taparon los odos, como
lo exiga el ritual, mientras el Gran Hierofante deca aquella invocacin secreta, l hizo como que se
los tapaba tambin, pero en realidad oy perfectamente las palabras, que retuvo en su memoria.
Despus hizo el mismo experimento alguna vez, no me cabe duda, pero el estallido de la Gran Guerra
y su posterior regreso a Londres interfirieron en sus planes. Alors, viaj tiempo despus a este pas,
vino a residir a la tranquila calle de Crescent Terrace, y volvi a intentarlo De ah ese olor a
incienso del que hablan sus vecinos, de ah ese sonido de la flauta que han referido No les parece
razonable?
No estoy de acuerdo dije, aunque, si sigo sus premisas, lo que dice puede ser razonable.
Triomphe! exclam con una risa burlona. No sabe cmo me alegra orle decir eso, amigo
Trowbridge, no sabe cmo me alegra orselo decir a un escptico como usted Creo que vamos
avanzando Y ahora, amigos mos dijo mirndonos uno a uno, a m, a Costello, a Dogherty y a
Schmelz, si les parece, pongmonos en marcha Pronto ser noche cerrada, eh bien Quin
podra decir lo que acontecer?
Crescent Terrace era una calle semicircular que comunicaba con la Clinton Avenue y con la
Dorondo Street, con casas slo en un lado de la calle, el oeste, pues el otro haca un talud. Slo haba
veinte casas conformando el nico bloque de la calle, cuyos nmeros arrancaban de la casa ms
prxima al pequeo parque que encaraba la curva de la calle hacia el este.
Aparcamos en el extremo del parque para caminar despus entre lechos de berzas y salvias. Ya
en la acera vimos el bloque de casas.
La segunda por el final es la del nmero 18 nos dijo en voz baja Jules de Grandin. Tome
posiciones tras esos arbustos, amigo Costello, y que los sargentos Dogherty y Schmelz se embosquen
tras aquellos pinabetos Usted, amigo Trowbridge, qudese con el teniente, para que podamos
contar con dos partidas de reserva al completo.
Y dnde se esconder usted, seor? le pregunt Costello.
Digamos que yo ser el cebo, el inocente corderillo que el pastor ofrece al lobo para cazarlo
cuando se acerque.
No podemos permitir que se arriesgue, seor objet Costello.
De Grandin, sin embargo, lo cort tajantemente:
No! Har usted lo que yo le diga, mon ami He trabajado matemticamente esta estrategia y
s lo que hago Adems, no he nacido precisamente ayer, o anteayer Mucha suerte, mes amis
dijo De Grandin y se desliz silencioso entre las sombras como si se sumergiera lentamente en un
bao de agua negra.
Despus lo vimos a lo lejos, saliendo a la Clinton Avenue, para girar a la izquierda y entrar en la
Crescent Terrace. Iba con toda la pinta de quien se ha extraviado, alzando el brazo para rascarse la
cabeza canosa, un gesto, al doblar el codo, que me sugiri el de un tamborilero de una banda de
msica Acto seguido le omos mascullar algo, siempre como quien se ha perdido y precisa de
ayuda.
Haba recorrido ya las apenas trescientas yardas de la curva en media luna de la calle,
caminando ms despacio a medida que se aproximaba a la esquina de la Dorando Street.
No veo nada dijo entonces Dogherty, un tanto desalentado. Me siento como un gato
esperando a que salga el ratn de la ratonera No veo nada raro
De veras? lo interpel Costello. Mira a la calle, y no al doctor De Grandin, y as quiz
veas algo interesante Qu es eso que se ve en la puerta del 18?
Hicimos lo que sugera Costello, y en vez de mirar a De Grandin miramos a la calle. Al aguzar
nuestras miradas vimos una silueta que se deslizaba ante la puerta y la fachada del nmero 18, una
silueta oculta por la sombra que arrojaba la propia casa. Al final no pareci ms que un efecto de las
luces que salan de las casas adyacentes, que se colaban entre los rboles que haba a cada lado de
las mismas, separndolas No obstante, seguimos mirando con atencin y as descubrimos que no se
trataba de eso, sino de una silueta alta y huesuda, como si un esqueleto caminase por all al amparo
de las sombras.
Lentamente, aquello dio unos pasos adelante, y a despecho de mi incredulidad, de todas las
reservas que mantena, sent un escalofro que me recorri la espalda hasta el cuello y un calambre
en los brazos. Aquel ser era alto, muy alto; tendra unos dos metros desde sus pies desnudos a la
cabeza, la piel pareca muy pegada a su calavera y a todo el esqueleto, igualmente, sostena apenas
un pellejo sobre sus huesos. La nariz era grande, en caballete, y corvada hacia abajo como el pico de
los halcones y las guilas, y su mentn era prominente, resaltado por aquel pellejo oscuro que lo
cubra. Sus ojos parecan cerrados, pero bien mirados se observaba en ellos una depresin, lo que
indicaba que tena las cuencas vacas. Los labios descarnados, entreabiertos, dejaban ver dos lneas
de dientes prietos. Los movimientos de la momia eran imprecisos, como los de un monstruoso
mueco mecnico, o como haba dicho Edina Laurace, como los de una marioneta movida por hilos
invisibles. Eso fue al principio, cuando dio los primeros pasos desde la puerta de la casa, porque
despus pareci convulsa, como si estuviese presa de una fuerte agitacin. Sali a la acera
caminando como si se le fueran a quebrar las rodillas huesudas, gir sobre sus pies como si fueran un
pivote, y fue en la direccin en que vena De Grandin.
Cualquiera hubiese salido corriendo despavorido ante una presencia tan horrible. Pero De
Grandin se detuvo y esper tranquilamente a que la momia llegase a su altura; entonces gir sobre s
mismo, haciendo que pasara de largo, con sus ojos azules muy abiertos y a la vez burlones, sonriendo
con unos dientes apretados como los de la propia momia, pero desde luego bastante ms limpios.
Vaya, vaya, Monsieur le Cadavre dijo muy divertido. Me parece que ha llegado el
momento de que obtengamos algunas conclusiones de todo esto, no cree? Monsieur Joe-Louis, el
Louse al que usted asesin, se lo puso fcil Pero conmigo las cosas le van a resultar muy
diferentes. A m no me va a matar, claro que no!
Como un rayo de plata bajo la luz de la farola ms prxima brill su espada mientras se pona en
guardia. La momia no pareci prestar mayor atencin a la espada que haba sacado De Grandin,
como si fuese de palo. Avanz entonces hacia l sacudiendo golpes con su bculo como quien utiliza
un hacha. De Grandin acert a parar sus golpes, y por un momento no se oy ms que el sonido del
acero chocando contra el bculo. En una de esas, la diestra mano del francs, que manejaba su arma
con la mano enguantada, acert con un soberbio golpe en el bculo, y se libr de los ataques del
monstruo con un magnfico juego de esgrima.
La momia sigui hacia delante, sin embargo, de manera estpida. O acaso haya que decir de
manera insensata, como un autmata. Segua sacudiendo golpes al aire con su bculo, y sus
movimientos eran cada vez ms ridculos bajo la luz de la farola. Mientras, De Grandin danzaba a su
alrededor tan gil como una mera sombra a la que pudiese mover el viento. Era tan bella la escena,
que su espada, ciertamente, ms que de acero pareca de plata. Una vez, dos veces, tres veces,
incontables veces, contemplamos embobados su danza, su esgrima perfecta que lo libraba a veces
por una pulgada del golpe brutal de la momia Pero la momia no pesara ms de lo que le pesaban
los huesos, y comenz a decrecer su fuerza bajo los golpes de la espada que le daba De Grandin, por
lo que empez a tambalearse y trastabillar.
Mais cest lenfantillage! Pero si esto es un juego de nios! omos que gritaba el
hombrecillo francs, tan vigoroso, por otra parte, rindose de su huesudo enemigo. Quien lucha
siendo un engendro de Satn, aunque se pretenda humano, es un imbcil Tranquilos, amigos mos!
nos grit cuando vio que hacamos intencin de salir de nuestras cubiertas para auxiliarle. Esto
es cosa ma y ya estoy a punto de concluir mi tarea! Por el cielo que lo har!
Y esquivando una vez ms el ataque de la momia, lanz De Grandin el suyo y hundi su espada en
el cuerpo de su huesudo adversario.
Ya ensartada la momia, De Grandin le dio un empelln con su mano izquierda, para extraer su
espada y hacer caer al monstruo Luego meti esa misma mano izquierda en su bolsillo Omos un
clic. Acababa de encender el bonito mechero que utilizaba para dar fuego a sus cigarrillos.
Acerc la llama azul del mechero a la piel de la momia, que pareca apergaminada, y al momento
todo aquel montn de huesos envueltos en un pellejo solt una llamarada amarilla, y aquel saco de
huesos que era el monstruo no tard mucho en consumirse bajo el fuego. Ni el algodn impregnado
de gasolina hubiese ardido tan rpido. La llamarada se extendi en un segundo por el torso y los
miembros de la momia; aquella cosa pas a ser pronto slo un montn de cenizas humeantes.
Ja, usted no haba imaginado que me guardaba esta treta, Monsieur le Cadavre! De Grandin
comenz a remover los restos humeantes de la momia con la punta de su espada, como si fuera un
atizador de chimenea. Era usted, desde luego, invulnerable a mi espada, porque no tena nada que
el acero pudiese vulnerar, estaba usted realmente seco, amigo mo Pero no contaba con esto,
verdad? Oh, no, claro que no, mi viejo y sucio camarada Usted mat al pobre Joe-Louis the
Louse, y aterr a la encantadora mademoiselle Edina, e incluso lleg a herirla en un hombro, pero no
ha podido conmigo, lo ve? Jules de Grandin, amigo mo, es un tipo listo y diablico, capaz de ganar
un match a cualquier momia de Egipto. Ya ha visto que no miento! Y ahora, amigos mos dijo
volvindose hacia nosotros, concluyamos el trabajo segn lo previsto en nuestra agenda Creo
que ha llegado el momento de que tengamos unas palabras con el infame Monsieur Loftus.
Haba un llamador de bronce en la puerta del nmero 18 de la Crescent Terrace y Jules de
Grandin lo utiliz para descargar unos cuantos golpes que sonaron como truenos. En principio no
hubo respuesta, aunque cabra decir que no la hubo en un buen rato, pero cierto tiempo despus se
dejaron sentir unos pasos cansinos en el interior y la puerta se abri apenas unas pulgadas. El tipo
que nos miraba era ciertamente grande y ancho, adems de turbio. Le colgaban las mejillas como a un
perro de presa y tena la boca pequea y carnosa, como un nio abandonado o como una mujer terca,
y nos miraba a travs de sus pequeos lentes con una falta absoluta de amabilidad, como si nos
perdonase la vida.
S? dijo con una voz blanda, oleaginosa.
Es usted Monsieur Loftus? pregunt De Grandin.
Aquel hombre lo mir como si intentase hacer memoria.
Ah, es usted! dijo. No anduvo por aqu esta tarde?
Assurment, Monsieur, y aqu me tiene de nuevo, acompaado por estos seores de la
polica Nos gustara hablar con usted, si puede dedicarnos unos minutos. Aunque si no le
apetece bueno, da igual, hablaremos con usted de todas formas.
Quieren hablar conmigo? De qu?
De unas cuantas cosas Por ejemplo, de esa momia abominable a la que usted devolvi a la
vida, o a una pseudovida, ms bien, merced a ciertos encantamientos aprendidos en su condicin de
miembro de la Socit de la Rsurrection Esotrique Y tambin nos gustara hablar con usted a
propsito de la muerte de Monsieur Joe-Louis the Louse, que tuvo la desgracia de cruzarse con esa
momia, y nos gustara hablar tambin del ataque sufrido por Mademoiselle Edina Laurace, a la que
hiri su detestable criatura momificada.
La gorda cara de aquel tipo pareca transformarse por momentos. Su boca de nio abandonado o
de mujer terca comenz a temblar convulsivamente, cayndole la saliva por las comisuras.
No pueden hacerme nada! Lo niego todo! Yo jams he tenido una momia! gritaba Loftus.
Qu es eso de que he revivido a una momia? Y cmo podra hacer que saliera a matar por ah?
Quin iba a creerles si pretendieran realmente llevarme ante un jurado bajo esos cargos? Ningn
juez querra orles! Ningn jurado podra condenarme!
Cllese, cochon! le grit De Grandin, enrgico. Suba esa escalera y haga la maleta Lo
llevaremos al burean de police sin ms dilaciones.
Aquel hombre alto y gordo dio un paso atrs sonriendo como si se apiadara de De Grandin.
Si quiere usted hacer el ridculo dijo.
Allez vous-en! le grit el francs sealndole la escalera. Recoja sus cosas, o nos lo
llevaremos como est Por cierto, he reducido a su execrable momia a cenizas Y usted se
quemar en la silla elctrica, no lo dude.
Mientras Loftus comenzaba a subir los peldaos, el francs dijo a Costello en voz baja:
Tiene razn, maldita sea! Ningn jurado, ningn tribunal moderno le condenar por esos
cargos, sobre todo en este pas Es como si lo acusramos de volar en una escoba o de convertirse
en lobo.
Es verdad, seor, tiene usted razn le concedi Costello. Lo hemos visto todo con
nuestros propios ojos; vimos cmo luchaba usted contra esa cosa, y que al final le pegaba fuego
Pero si le decimos eso a un juez nos mandar al manicomio sin remedio Seguro que hace eso,
mierda!
Prcisment Por esa razn le ruego que salga usted al porche con los otros. Esprenme all.
Tengo un plan.
No puedo imaginarme de qu plan se trata, seor.
No es necesario que sea usted testigo, amigo mo. Es ms, ser mucho mejor que no vea
nada Haga lo que le he dicho, por favor. En un momento ese tipo puede hallarse de nuevo entre
nosotros, y entonces ser muy tarde.
Salimos y esperamos en el porche.
No se oye nada dijo Dhogerty.
Pero no pudo aadir ms, porque al momento omos un grito estremecedor, a medias de terror y a
medias de protesta, por lo que decidimos entrar de nuevo. La puerta estaba cerrada con llave, sin
embargo, y Costello y Dhogerty intentaban derribarla mientras Schmelz y yo nos dirigamos a una
ventana.
Entremos! dijo nada ms romper los cristales el sargento Schmelz. Aguante, que ya
llegamos, De Grandin!
Costello y Dhogerty consiguieron derribar la puerta cuando Schmelz y yo entrbamos por la
ventana.
Por lo ms sagrado! exclam Costello.
Loftus yaca en el suelo, al pie de la escalera, sin vida, tan grotesco como un espantapjaros
gordo. Tena la cabeza en un ngulo imposible, y sus brazos y piernas parecan ir a desprenderse en
cualquier momento del cuerpo, retorcidos sobre los codos y las rodillas.
De Grandin estaba a su lado, y por la expresin de su rostro no hubiera sabido decir si lloraba de
risa o si rea por no llorar.
Je suis dsol, estoy completamente desolado, amigos mos nos dijo. Justo cuando
Monsieur Loftus estaba a punto de bajar la escalera, resbal y bueno Cay pesadamente Me
temo que se ha roto el cuello. Es ms, sera capaz de asegurar que se ha roto el cuello Creo que
est muerto, sin remedio. No les parece lamentable?
Costello se qued mirando a Jules de Grandin, y Jules de Grandin miraba a Costello, y no se vea
en sus rostros ni un gesto, nada.
Usted no pudo ayudarle, verdad, seor? pregunt al fin el irlands.
Prestarle ayuda, mon lieutenant? Pues no Iba delante de m cuando cay rodando No
pude sujetarle Es lamentable, una desgracia, desde luego Pero las cosas son as tantas veces
S, seor dijo Costello en un tono de voz bajo, no muy convincente. A veces pasan cosas,
uno nunca sabe lo que puede ocurrir Schmelz! Dhogerty! Por qu os quedis ah parados como
si nunca hubierais visto a un muerto? Es que no sois sargentos del cuerpo de homicidios? Vamos, en
marcha, vagos, ms que vagos! Telefonead de una vez al coronel y decidle que tenemos un negocio
que endosarle
Y ahora, seor, qu vamos a hacer? pregunt a De Grandin.
Eh bien, mi querido amigo Qu pueden hacer dos hombres que acaban un buen da de
trabajo?
Claro, doctor De Grandin, seor Nada mejor que tomarse unos tragos, aunque no sean muy
grandes, no es verdad?
Ambos intercambiaron un largo y solemne guio.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la progresiva conversin de la literatura en un mero
producto de consumo, as como el tremendo impacto popular del cine en aquellos lectores que,
tiempo atrs, consuman vidamente pulp fiction, best sellers o cualquier otro tipo de narrativa
popular, dar como resultado un tipo de novelas y/o relatos hbridos que tienen su origen en un film
ms o menos clebre. De esta manera, nace la novelizacin, un mercenario maridaje entre el cine y
la literatura que intenta repetir en las libreras, como parte de una estudiada campaa de marketing,
el xito ya experimentado en las taquillas de un producto audiovisual. As pues, pelculas tan
dispares como La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977), Rambo. Acorralado, II
parte (Rambo: First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985), Wyatt Earp (d., Lawrence
Kasdan, 1994) o Spider-Man (d., Sam Raimi, 2002), entre otras, han tenido su correspondiente
novelizacin e, incluso, films que, curiosamente, ya se basaban en una novela previa, como son los
casos de Ben-Hur (d., William Wyler, 1959) o El hombre que mat a Liberty Valance (The Man
Who Shoot Liberty Valance, John Ford, 1962).
Por lo que respecta a las novelizaciones en el cine de terror, podra decirse que se trata de un
fenmeno relativamente reciente, de produccin bastante discontinua debido a las peculiaridades del
gnero. Si ya resulta extremadamente difcil adaptar a la pantalla ciertos universos literarios a causa
de su extraordinario poder de evocacin, de su textura narrativa y de su elaborada composicin
verbal, sintctica y semntica cf. Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Algernon Blackwood, M. R.
James an lo es ms cuando una historia, unos personajes, una atmsfera, previamente definidos
por las imgenes cinematogrficas, se transfieren a un texto fabricado sin excesivas ambiciones
artsticas. La clave del xito de cualquier relato fantstico es que su autor se asemeja a un
prestidigitador, que muestra para mejor ocultar, que describe con el fin de transcribir lo indecible
(Le rcit fantastique, por Irne Bessire. Ed. Larousse, col. Themes et Textes, Pars, 1974. Pg.
33), mientras que en el cine, el poder de sugestin se basa en la concrecin del horror a travs de una
vvida experiencia casi onrica, semejante a una pesadilla. No en vano, el excelente realizador
britnico Terence Fisher (1904-1980), autor de films como Drcula (Dracula, 1958), The Curse of
the Werewolf (1960) o El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969), dijo:
Por favor, yo jams he rodado pelculas de horror. Son cuentos de hadas para adultos.
Por ello, el trabajo del escritor ingls John Burke cobra una mayor relevancia si tenemos en
cuenta su slido oficio a la hora de novelizar algunos de los ms importantes ttulos de Hammer
Films Productions, compaa britnica que lider el resurgir del cine fantstico europeo entre 1957 y
1968. Burke, gracias a sus obras sobre pelculas como La maldicin de Frankenstein (The Curse of
Frankenstein, 1957), The Revenge of Frankenstein (1958), La gorgona (The Gorgon, 1964) o
Drcula, prncipe de las tinieblas (Dracula, Prince of Darkness, 1965) todas ellas dirigidas por
Terence Fisher. Rasputn (Rasputin, The Mad Monk, 1965), de Don Sharp, o The Plague of the
Zombies (1966) y El reptil (The Reptile, 1966), ambas firmadas por John Gilling, contribuy a
afianzar an ms si cabe el mito Hammer en los pases anglosajones. En todas estas
novelizaciones publicadas entre 1966 y 1967 por Pan Books supo ahondar en el sesgo
mitolgico de sus personajes, en el recargado hlito gtico de sus siniestras aventuras, combinando
un funcional pero riguroso estilo literario atractivo para el lector/espectador.
Por eso, en su novelizacin de The Curse of the Mummys Tomb (1964) segunda produccin
de momias de Hammer Films, dirigida por Michael Carreras despus de La momia (The Mummy,
Terence Fisher, 1959), llama poderosamente la atencin cmo John Burke esquiva la atemperada
mediocridad de su modelo. Ilustracin de los tpicos ms recurrentes sobre el tema que nos ocupa
aventuras arqueolgicas, choque de culturas, capitalistas sin escrpulos, cientficos abnegados,
exotismo novelesco. The Curse of the Mummys Tomb, la pelcula, es slo un irregular
encadenado de brillantes momentos de terror cf. el asesinato en la escalinata de un neblinoso
callejn londinense, y la lucha entre la momia y la polica, en las amplias estancias de una sobria
biblioteca protagonizados, of course, por la vengativa momia, y poco ms. En cambio, en su
versin novelada, La maldicin de la tumba de la momia consigue un notable ejemplo de pulp
fiction, similar a la que britnicos y estadounidenses consuman en los aos veinte y treinta, bien
construida a nivel argumental, con dosificados toques de suspense y carente del farragoso humor que
salpica la pelcula de Carreras. Su autor modific, adems, ciertos elementos dramticos para lograr
un ritmo mucho ms fluido, un tono ms compacto. La lectura de La maldicin de la tumba de la
momia perturba la lgica de la tradicin literaria, altera la idea que crticos, escritores y periodistas
se han forjado acerca de este tipo de ficciones, pues ostenta un grado de dignidad y artesanal talento
poco habitual. Y para corroborarlo, basta nicamente comparar cualquiera de las novelizaciones de
John Burke con las de otros colegas concentrados tambin en el cine de horror de Hammer Films:
The Brides Of Dracula, de Dean Owen (Monarch Publishers, 1960) segn Las novias de Drcula
(The Brides of Dracula, Terence Fisher, 1960). Hands Of The Ripper, de E. Spencer Shew
(Sphere, 1971) inspirada en Las manos del Destripador (Hands of the Ripper, Peter Sasdy, 1971)
o The Sears Of Dracula, de Angus Hall (Sphere, 1971) basada en Las cicatrices de Drcula
(Sears of Dracula, Roy Ward Baker, 1970).
Dejando a un lado su vinculacin literaria con Hammer Films, John Burke cuya primera
novela, Swift Summer (1949), mereci el Atlantic Award concedido por la Rockefeller Foundation
ha sido, sin duda, el ltimo novelista pulp del Reino Unido cuando ya haban desaparecido los
magazines y semanarios literarios que alumbraron dicha forma de concebir la literatura fantstica.
Sus antologas Tales of Unease (1966), More Tales of Unease (1969) y New Tales of Unease (1976)
causaron cierto furor entre los aficionados ms selectos, entusiasmo que se enardeci con la
aparicin del sombro detective de lo oculto Dr. Caspian personaje que, respetando
escrupulosamente las constantes del subgnero, es un investigador psquico asistido por su fiel amigo
y cronista Bronwen Powys, protagonista de tres novelas, The Devils Footsteps (1976), The Black
Charade (1977) y Ladygrove (1978). Burke es tambin responsable de dos divertidas novelizaciones
de la popular serie televisiva UFO (Gerry & Sylvia Anderson, 1970-1971), tituladas Flesh Hunters
(1970) y Sporting Blood (1971), segn confesin propia, un par de trabajos alimenticios que firm
con el pseudnimo de Robert Miall.
LA MALDICIN DE LA TUMBA DE LA MOMIA
(The Curse of the Mummys Tomb, 1966)[102]

Cabalgaron hacia donde se encontraba, en aquel lugar del desierto, antes de que pudiera
percatarse de su llegada. Trataba de clasificar el hallazgo recin hecho en la excavacin, una serie de
potes, cuando un puado de arena le golpe el rostro. Dubois alz los ojos indignado.
Tres beduinos a caballo le miraban. Tras ellos, mudos y temerosos, estaban los tres porteadores
que le haban acompaado hasta poco antes. El silencio de los caballistas inspiraba miedo, pero el
profesor Dubois no hizo mucho caso; se levant lentamente y les pregunt qu se les ofreca. Estaba
seguro de que oira una historia, ya familiar, de robos y expolios, acaso ms exhaustiva que las
anteriores. Los porteadores a veces eran quejicas, a veces aduladores y a veces agresivos Ahora,
en vista de su actitud, estaba seguro de que podan ser agresivos.
Qu queris? pregunt.
No hubo respuesta. Los porteadores le rodearon en un momento y le pusieron las manos a la
espalda. Al tratar de esbozar una protesta, una mano oscura le tap violentamente la boca. Fue atado
al poste que sealaba el extremo de la zanja excavada, a partir de donde habra de proseguir con sus
excavaciones la semana siguiente.
Uno de los beduinos desmont de su caballo y sac un cuchillo. Dubois lo miraba incrdulo.
Aquello no poda estar sucediendo realmente; haba trabajado con esa gente mucho tiempo, respetaba
sus costumbres, los empleaba y pagaba bien, les daba la oportunidad de conocer un sinfn de cosas
acerca de su propia historia
El beduino puso la hoja de su cuchillo en la cara de Dubois. Sentir el acero le hizo estremecerse.
Los otros, ante aquella escena, rean salvajemente. La hoja del cuchillo brill al sol unos instantes y
luego se hundi en el vientre de Dubois.
Dubois se dobl sobre s mismo e intent desasirse del poste y escapar. Trat de gritar, pero no
le sala ms que un lamento ahogado. Tema que uno de los porteadores le cortara la mano derecha.
Le el beduino quien alz de nuevo el cuchillo, que ya no brillaba al sol. La hoja estaba teida de
sangre. Un instante despus aquella hoja seccionaba la mano derecha de Dubois, que vio con espanto
cmo caa sobre la arena.
II

La expedicin de King en 1900 encontr pocas dificultades para iniciar sus trabajos en Egipto,
financiada por un americano poseedor de una gran fortuna, Alexander King, y dirigida por los dos
egiptlogos ms reputados que Francia e Inglaterra podan aportar, era lo suficientemente prestigiosa
como para superar cualesquiera objeciones, tanto privadas como oficiales. Los ladrones de tumbas,
los especuladores franceses de 1877, haban dejado a sus espaldas un autntico saqueo en las ruinas
de Abydos, sembrando con ello la hostilidad hacia los europeos, a los que se consideraba carentes
de escrpulos y muy aprovechados. Flinders Petrie, sin embargo, haca intentos por devolver su buen
nombre a los arquelogos que trabajaban seriamente, y no obstante la impetuosidad que caracterizaba
al emprendedor Alexander King, la reputacin de los profesores Pierre Dubois y sir Giles
Dalrymple, abrieron a la expedicin las puertas del Valle de los Reyes. Algunos observadores
escpticos sugirieron que se le cambiara el nombre por el de Valle de Alexander King, pero no
obstante estos reparos, ajenos a las risas y a las burlas de dichos observadores, los arquelogos se
aplicaban a la delicada tarea de excavar en busca de las tumbas y hacer un escrupuloso recuento de
lo que encontraban en ellas. Dubois y Dalrymple no tenan inters alguno en llevarse cosas que
pudieran vender luego con provecho, ni convertirlas en objeto de orgullo nacional ofrecindoselas a
cualquier museo de la avaricia y la rapia. Realmente queran profundizar en lo ms oculto del
conocimiento de los faraones. Queran encontrar los eslabones perdidos en la sucesin dinstica. Las
momias de muchos reyes y prncipes del antiguo Egipto haban ido desapareciendo a lo largo de los
siglos, destruidas por lo general a manos de los vndalos Pero quiz quedasen an muchas que,
simplemente, no haban sido descubiertas.
El rey Sechembre Shetaui y su consorte, por ejemplo, haban sido irreverentemente ultrajados por
los ladrones de tumbas. Pero indicaba eso que el gran Ra Antef, desaparecido del lugar donde
habra de reposar eternamente en el Valle de los Reyes, tambin haba sido destruido? Y dnde
estaba Tuthmosis IV, y dnde estara el rey joven, Tutanhkamon? Los arduos trabajos para fijar una
cronologa harto complicada y la investigacin hecha en las tumbas, podran confirmar sus teoras
acerca de la desaparicin de muchos hombres de menor importancia de la antigedad, cosa que, no
obstante, supona la prdida igualmente de los eslabones dinsticos. Bajo aquel sol hiriente, en el
ambiente podrido que preservaba las pirmides y las inscripciones que podran quedar destruidas
tranquilamente a manos de hombres de otros pases, slo un fantico perseverara Dubois y
Dalrymple eran unos fanticos de su trabajo, y adems estaban orgullosos de serlo. Haban
consagrado sus vidas al estudio de la muerte y sus enredos.
Dubois llevaba como asistente a su hija, Annette. Sir Giles tena consigo a John Bray, un joven
procedente de Cambridge, muy inteligente y bien preparado. Todos soportaban de buen grado la
presencia intermitente de Alexander King, pues al fin y al cabo era quien les procuraba dinero, y si
en ocasiones resultaba difcil tratar con l respetuosamente, no es menos cierto que le mostraban
gratitud. Por suerte para ellos, el americano no poda soportar mucho tiempo el clima del desierto;
sus visitas, as, eran breves, pues ansiaba regresar cuanto antes a su confortable hotel de El Cairo,
dejando a los arquelogos que cavaran y buscasen, que hicieran acopio de datos y que especularan
con ellos, ya se tratase del nfimo fragmento de una vasija, o de un rastro mnimo de algo que pudo
haber sido una inscripcin significativa.
Despus de diez meses de arduo trabajo descubrieron un pequeo paso de piedra, lo que hizo
suponer a los investigadores que al fin podran ofrecer a las generaciones venideras el hallazgo de,
al menos, una pequea cmara mortuoria. Las excavaciones que hicieron despus de dar con ese
pequeo paso de piedra les reafirmaron en su conviccin de que no se trataba de un descubrimiento
menor. No era, desde luego, una tumba perteneciente a los tiempos anteriores al inicio de las
dinastas, pero cuanto ms se adentraban en aquella profundidad ms cosas de inters encontraban.
Tras seis das de esfuerzos indecibles accedieron al umbral de una amplia cmara mortuoria. Haban
llegado a la gran puerta que les conducira al pasado All estaba la esfinge de Anubis, el de la
cabeza de perro, patrn de los embalsamamientos y guardin de las tumbas.
Cuando empujaron la puerta para entrar, comprobaron que el polvo de los siglos idos llenaba el
ambiente. El aire, pues, resultaba pesado, irrespirable y soporfero; pareca contener la textura y los
ecos de una civilizacin que se hubiese esfumado. Impregnaba las ropas y los cabellos de los
intrusos que haban descubierto el acceso a la cmara, y se les meta a travs de las fosas nasales
para llevarlos a un estado prximo a la estupefaccin y quitarles toda intencin de ir ms all, de
seguir adelante.
Pero continuaron avanzando.
Ante otra puerta estaba la esfinge de Bubasti, la de la cabeza de gato, y un poco ms all de ella
una rica muestra del mobiliario fnebre, junto a las pertenencias del prncipe. Haba estatuas de su
dios, armas, granos y semillas, ropajes suntuosos y joyas; y junto a la pared del fondo estaba el
sarcfago, magnficamente ornado, que contena los restos del prncipe. Sus ojos pintados an
posean una mirada llena de sabidura que no poda por menos que aterrar a los que haban osado
aventurarse en su cmara fnebre. Alrededor del sarcfago haba jarras y papiros en los que se
mostraban diferentes modelos de barcos. Todo, pues, le haba sido bien dispuesto para su travesa al
otro mundo.
Los intrusos estaban a la vez admirados y espantados del esplendor de quien yaca ante ellos.
Eran estudiosos acostumbrados al acopio y clasificacin de objetos y restos intangibles de la
historia, pero se vean superados ahora por la magnitud y cantidad de lo que se ofreca a sus ojos,
aunque al tiempo sentan una impresin, una emocin inclasificable, sugerida por la presencia del
gobernante muerto tantos siglos atrs. Procedieron a catalogar y describir los objetos que all haba,
as como a la traduccin de los jeroglficos Pero con todo y con eso, hubieran sido incapaces de
hacer una descripcin siquiera mnima de la pavorosa y a la vez emocionante sensacin que
experimentaron en el interior de la cmara mortuoria.
En un oscuro rincn haba un buitre tallado, que reposaba sobre el brazo de un silln. Haba
autnticos tesoros por doquier: en los rincones, en las paredes, por el suelo Ningn
descubrimiento poda compararse al que haban hecho desde los tiempos en que Napolen cay
sobre Egipto y dio la orden de que fueran abatidas las puertas que conducan al pasado.
Dubois y Dalrymple, sin embargo, consiguieron recobrarse pronto de la estupefaccin primera.
Casi al instante haban iniciado la reconstruccin de aquel periodo histrico que la tierra les
mostraba abrindoles su seno. Su inters acadmico se impuso pronto, pues, al embotamiento de los
sentidos y de los pensamientos que les haba provocado el descubrimiento de aquella sagrada cmara
mortuoria.
Annette Dubois, sin embargo, no consegua recuperarse de la primera sensacin sufrida. De pie,
inmvil tras su padre cuando ste empuj la puerta para acceder a la cmara, apenas lo hubo hecho
sinti la necesidad urgente de huir de all, de salir corriendo, aunque no lo hizo aun sabiendo ya que
todo aquello tena un significado sobre el que acaso alguien debiera exponer su pensamiento, aunque
no quera ni or las palabras que lo expresaran. Senta que en aquella cmara haba un peligro tan
evidente como agazapado, lo que le haca sentir, a la vez, la necesidad de dar marchar atrs y
abandonar aquel proyecto para siempre, cuando todava estaban a tiempo de hacerlo. Pero el influjo
que su padre ejerca sobre ella, as como su ejemplo, eran muy poderosos. Annette, por ello, sigui a
pie firme, no huy, pero slo se decidi a entrar en aquel lugar clausurado durante ms de tres
milenios cuando su padre lo hizo y alumbr con su linterna aquellos oscuros y siniestros rincones.
Albergaba la terrible sensacin de profanar la mascarilla sagrada y orgullosa de aquel hombre que
haba decidido permanecer all eternamente. Temblaba Annette mientras ayudaba en el acopio de
objetos y de datos. El ambiente ptrido y asfixiante de la cmara, el polvo que se le meta por la
nariz y raspaba en su garganta, el silencio mortal que imperaba en aquel interior, todo eso,
permanecera con ella por el resto de su vida, sin remedio. Senta que al entrar en aquella cmara
mortuoria haba contrado una enfermedad para la que no haba curacin posible.
Annette estaba aterrorizada, pero no obstante aquel pnico que la posea sigui con su trabajo sin
decir una palabra. La rutina de las excavaciones y de la clasificacin de lo descubierto, en cualquier
caso, no la absorba como a los otros. En los das que siguieron al descubrimiento de la cmara se
senta desfallecer de continuo bajo el sol inmisericorde. El sol, o quiz el espritu vengativo de la
momia descubierta, minaba lenta pero implacablemente sus fuerzas, dificultaba su paso por las
arenas del desierto. Un da se atrevi a sugerir a su padre la posibilidad de que, al menos ella,
abandonara el lugar, y vio en sus ojos una absoluta reprobacin. Siempre haba credo y confiado en
ella, hacindola sentir indispensable para su trabajo, tratndola como a la discpula ms aventajada
de cuantas haba tenido. Y ahora pareca una tpica mujer comn, desequilibrada, temerosa y dbil.
No tard mucho en decir bruscamente que slo permanecera en las excavaciones el tiempo mnimo
imprescindible. Ms an, se quedaba a cubierto del sol en la cueva mientras los otros hacan el
recuento y clasificacin de lo hallado. Annette, as, se convirti en una especie de cajera de la
expedicin, limitndose a hacer la anotacin de cuanto su padre y Dalrymple descubran, en largas
hojas de papel que escriba a la sombra.
Incluso entonces, cuando apenas participaba en las dems actividades de la expedicin, el miedo,
un autntico pavor, segua con ella. Un pnico que se le acrecent aquella noche en que su padre
tardaba en regresar a la cueva, cuando ya tena que haber concluido la excavacin en la que se
desempeaba.
Unas lmparas de aceite daban luz a la entrada a la pequea cueva donde haban establecido su
cuartel general. La cortina que haban puesto a la entrada estaba echada, por lo que no entraba un
poco de aire; tampoco llegaba hasta all un sonido mnimo, un ruido que saliera de la rida extensin
de arena y rocas circundantes. Podra haber sido una aventura romntica. Incluso pens que, cuando
pasara todo aquello y volviera su padre, seguramente le parecera una aventura romntica, un lugar
romntico aquella cueva Pero ahora se le haca un lugar inhspito y siniestro.
John Bray vena de lavarse los brazos y las piernas en el fondo de la cueva, para quitar de ellos
el polvo acumulado durante las excavaciones. Annette se qued mirndolo y le hizo la pregunta que
ya le haba hecho varias veces.
Qu hora es?
El rostro de Bray, recio y curtido por el sol, mostr contrariedad. Pareci que haca un gran
esfuerzo, un esfuerzo incluso exagerado, mientras sacaba lentamente su reloj de bolsillo, de oro, y
dijo:
Han pasado diez minutos exactos desde la ltima vez que me lo preguntaste.
Perdona dijo ella.
Su padre sola regresar a la cueva poco antes de que anocheciese. Annette no podra estar
tranquila hasta que lo viera llegar.
Quiz haya encontrado algo de inters especial dijo John Bray para tranquilizarla.
S, esa jarra cannica dijo ella tratando de hacer una broma. Quera reconstruirla y quiz
se le haya pasado el tiempo hacindolo
Querida, me refera a algo de mucho ms inters que eso dijo Bray. Puede que se haya
encontrado con una doncella de los desiertos
Annette se esforz en sonrer.
La nica doncella del desierto con la que mi padre ansia encontrarse respondi ella est
momificada, no lo dudes Y tiene ms de tres mil aos.
John asinti.
Bueno, la verdad es que me parece un poco vieja incluso para tu padre.
Annette dej al fin escapar una carcajada. En realidad quera rer. Deseaba que todo volviera a
ser divertido y grato como antes.
Eso est mejor dijo John. Quieres beber algo?
Sin esperar respuesta fue al pequeo aparador que sir Giles haba instalado en un canto saliente
de la cueva. Dalrymple nunca viajaba sin eso que deca era su botiqun El mueble, por lo dems,
un mueble de su entera invencin, tena la cerradura a prueba de los ladrones de tumbas con menos
escrpulos.
Es que quieres emborracharme? dijo Annette.
John mir a su alrededor, como si buscase algo en las paredes y en el suelo de la cueva.
No, aqu no Tampoco esta noche Aunque quiz ms adelante, cuando hayamos regresado a
Pars
Annette miraba su grotesca sombra en la pared, al tiempo que miraba tambin a John, que se
diriga a ella con un vaso de vino; Annette pens, aunque de manera un tanto abstracta, que cuando
estuvieran de regreso en Pars quiz le gustara verlo A lo largo de aquellos doce meses que
llevaban trabajando juntos, haciendo los planes pertinentes en Europa, primero, y llevndolos a la
prctica sobre el terreno, despus, algo indefinible haba ido creciendo en ellos, algo que haca que
les gustase estar juntos. Adems, saba que dara a su padre una gran alegra si le deca que iba a
casarse con John. Y sir Giles tambin bendecira su matrimonio John, estaba segura de ello, le
gustaba.
Y ella?
John se detuvo ante Annette, le ofreci el vaso y la bes S, le gustaba mucho John, se llevaba
muy bien con l, y era evidente que tambin l con ella. Les gustaban las mismas bromas y el mismo
tipo de vida. John era inteligente, creativo, un joven bien dispuesto siempre, atractivo al punto de
hacer que a ella le gustase estar a su lado Adems, no haba la menor duda por parte de nadie de
que algn da sera famoso y reconocido como uno de los mejores en su especialidad, algo que, al
menos hasta entonces, a ella le haba parecido la carrera ms importante de todas.
Incluso entonces, cuando su corazn pareca debilitado ante la adversidad, roto por el control
perdido de s misma, pensar en aquellos aos por venir, que podan resultar tan esplndidos como el
ao anterior, excavando, clasificando hallazgos de gran inters, pactando con nativos desconfiados y
con unas autoridades poco dispuestas en un principio a darles su apoyo, le haca recobrar el nimo,
al menos parcialmente. No en vano, hasta entonces haba disfrutado de su trabajo tanto como los
otros. Aunque ahora, cierta intuicin que tena la haca considerar el peligro de que hubieran
llegado a un punto sin posible retorno.
En el exterior, sbita e imprevisiblemente, se levant el viento. Lleg envuelto en un coro de
voces rabes, al que orden silencio, con su tono bien conocido de autoridad, sir Giles Dalrymple.
Poco despus entraba sir Giles en la cueva.
Era un hombre voluminoso, incapaz de adelgazar ni siquiera tras semanas de duro trabajo a pleno
sol. Su voz fuerte y tajante no casaba bien, por ello, con su aspecto rubicundo y con su cara un tanto
aniada a pesar de sus aos. Cualquiera esperara de l una vocecilla amable, aun cuando hablara
con la precisin y el laconismo militar que le eran propios. Su voz le haca ms fuerte, incluso ms
rudo, de lo que realmente era. No obstante, siempre haba conducido a sus colegas, incluso por los
vericuetos ms intrincados y peligrosos, con aparente impasibilidad. Slo pareca gentil y
caballeroso cuando excavaba; entonces tomaba con mimo entre sus dedos cualquier mnimo
fragmento de lo que fuese, cualquier leve pista, temeroso de que se le convirtiera en polvo.
Ahora, sin embargo, pareca cansado y molesto. Su expresin era la propia de quien va a
anunciar un desastre. Annette le conoca bien. Ya estaba de pie antes de que sir Giles llegara hasta
ella.
Annette, querida
Dnde est mi padre? pregunt ella.
Sir Giles se detuvo en seco. Hashim, el representante del Gobierno egipcio, un hombre oscuro y
enjuto, que los acompaaba desde el inicio de las excavaciones, entr en la cueva tras sir Giles y
descorri la cortina. Entraron tambin dos hombres de barba cerrada con unas parihuelas. Annette no
poda ver el rostro del cuerpo que llevaban entre ambos, pero no lo necesit. Supo de inmediato que
haba ocurrido lo que temi durante la espera.
Los dos hombres con barba avanzaron hasta el centro de la cueva y dejaron las parihuelas en el
suelo. Cay la sbana que cubra el cadver para mostrar el rostro del profesor Dubois. Tena la
boca contrada en un rictus de pavor. Sus ojos de espanto parecan mirar al techo.
John Bray reaccion violentamente. Annette, anonadada, lo sinti pasar como una exhalacin a su
lado y vio que se abalanzaba contra uno de aquellos hombres con barba, uno bajo y huesudo, al que
derrib al suelo.
John! le grit sir Giles, sujetndolo de un brazo.
Ha sido l! grit John sealando al representante gubernamental. Lo ha hecho
deliberadamente, es el lder Lo he visto alentndoles
Hashim dio un paso al frente.
Est usted en un error, Mr. Bray Nosotros no incitamos a matar.
S muy bien lo que hacen replic John con rabia. Hemos tenido unas cuantas
demostraciones en los ltimos meses El robo de nuestros descubrimientos La incitacin
continua para que desertaran quienes trabajaban con nosotros S, claro que s estaba realmente
furioso; al principio se mostraban agradecidos Tenamos dinero y estaban ustedes muy felices
poniendo las manos para que se lo disemos Pero entonces descubrimos la tumba de Ra Antef
Echaron un vistazo a su interior y decidieron que lo que hay all tena que ser para ustedes Y ahora
se interpona entre Annette y el cuerpo sin vida de su padre, para que ella no pudiera verlo,
bien, he aqu lo que han hecho ustedes al profesor Dubois Quieren aterrorizarnos, que nos
larguemos de aqu, verdad?
Cmo osa usted hacernos tales acusaciones? Mi Gobierno y yo les hemos ofrecido toda la
cooperacin posible.
Ustedes no
Caballeros, por favor terci sir Giles, amable pero firme. sta no es manera de honrar la
memoria del profesor Dubois.
Orden a los porteadores que levantasen de nuevo las parihuelas. Miraron nerviosos a John, pero
obedecieron. Llevaron el cadver a una suerte de pequea cmara que haba al fondo de la cueva.
Annette los contemplaba muda. Las fuerzas la haban abandonado. Quiso seguirlos, tocar a su padre,
decirle que despertara, que no siguiera all, inmvil y silencioso. Pero no poda ni moverse.
Debo pedirles que se vayan dijo Hashmi.
Maana levantaremos el campamento dijo sir Giles, hemos de regresar a El Cairo.
Hashmi, incrdulo, se dirigi entonces a John.
Pero an no han concluido ustedes su trabajo dijo.
Por el bien de los tesoros encontrados, y por nuestra propia seguridad, seguiremos haciendo el
inventario en la ciudad dijo John, sarcstico. Da la impresin de que su estrategia al fin le ha
dado los resultados apetecidos, Hashmi Ahora recogeremos nuestras cosas y nos iremos de aqu,
ya ve.
Los ojos de Hashmi parecan esconderse en una sombra impenetrable. La dbil llama de la
lmpara de aceite que penda de una percha, cerca de l, en vez de iluminarle lo mostraba ms
oscuro. Entonces, en un tono de voz muy bajo, casi en un susurro, dijo algo que, no obstante, retumb
como un eco en la cueva:
No podrn irse de aqu No podrn escapar a la maldicin de la tumba de la momia.
Annette sinti que el corazn le daba un vuelco. Como saba que su padre siempre haba
rechazado la simple idea de que pudieran darse tales maldiciones, no se decidi a comentar siquiera
vagamente algo acerca de las antiguas leyendas de los faraones que haban sellado sus tumbas, no
con cera ni metales, sino con una maldicin. Ella haba experimentado cun poderoso era aquel
encantamiento nada ms entrar en la tumba.
No diga tonteras, Hashmi replic John.
Estamos condenados a morir dijo Hashmi agachando la cabeza; por un momento pareci que
oraba. Yo tambin estoy condenado a morir porque he cometido una profanacin, como ustedes
Yo tambin soy un transgresor Por eso hemos sido condenados.
No s por qu quiere ponerme una venda en los ojos con esas viejas leyendas
No es una venda lo que oscurece sus ojos, Mr. Bray, sino la incapacidad de ver.
Con mano diestra sir Giles abri su aparador. Se sirvi una copa de brandy que bebi de un
trago.
No pesa maldicin alguna dijo John lentamente sobre la tumba de Ra, Hashmi All no
hay ms que los huesos y las pertenencias de un prncipe de la antigedad. Deberamos admirarnos
de tan grande descubrimiento en vez de pensar que es cosa del demonio.
Annette se vio entonces caminando hacia el camastro donde los dos porteadores con barba haban
dejado el cuerpo sin vida de su padre Los porteadores salieron de all, pegados a la pared,
tratando de poner la mayor distancia posible entre John Bray y ellos.
Annette se inclin sobre el camastro. Y entonces grit.
Un brazo caa de un lado del camastro; el otro, en la parte contraria, doblado sobre el cuerpo,
mostraba un mun sanguinolento. Junto al cuerpo estaba la mano cortada, y junto a sta el cuchillo,
con la hoja ensangrentada.
Sir Giles corri hacia ella, la sostuvo en sus brazos y la sac de all. John corri hacia el
camastro y se detuvo de golpe, horrorizado.
Ser mejor que nos vayamos de aqu cuanto antes dijo.

III

Trabajaron enfebrecidamente toda la semana, revisando informes, aadiendo datos, elaborando


minuciosos diagramas para describir la cmara mortuoria, haciendo una meticulosa descripcin, en
suma, de los tesoros que all haban descubierto. Ningn estudioso podra decir en adelante que la
Expedicin King no haba procedido de manera estrictamente cientfica, que sus excavaciones no
fueron fructuosas. Llegaron de El Cairo una gran cantidad de cuvanos y recipientes para guardar
todo aquello, adems de un carro de madera. Hashmi, realmente asustado por el destino, por el mal
hado que en su sentir acechaba a los europeos, habida cuenta de lo que le haba sucedido al profesor
Dubois, iba de un lado a otro haciendo gestiones ante el Gobierno egipcio y ante los responsables del
Museo de El Cairo. John segua mirndole con reticencia, continuaba sospechando de l, aunque por
otra parte no le quedaba ms remedio que admitir que Hashmi trabajaba con denuedo a favor de los
descubrimientos hechos. Quiz slo fuese que aquel egipcio taimado y esquivo deseaba que se fueran
cuanto antes, sin ms, y trataba por ello de allanarles el camino de regreso a casa.
En uno de esos viajes que haca al lugar donde se haban producido las excavaciones, le
acompaaron dos veteranos conservadores del Museo, que iban de mala gana acaso porque el viaje
haba interrumpido su perezoso estar en el trabajo al que se dedicaban, pero que se sorprendieron
mucho al ver a plena luz del da las excavaciones. El resultado inmediato de aquello fue la oferta de
setenta mil libras que hizo el Museo a los arquelogos, a cambio de los tesoros de Ra Antef. Con eso
bastaba para sufragar los gastos de la expedicin y para que obtuvieran los cientficos un buen
provecho econmico de sus esfuerzos.
Sir Giles estaba encantado. John comparta su entusiasmo, ciertamente, pero no dejaba de sealar
que la decisin final acerca de si aceptar o no la oferta corresponda a Alexander King.
Convencern ustedes a Mr. King de que es una buena oferta, la mejor oferta, verdad? deca
Hashmi. Adems, as ese tesoro quedar entre nosotros, en nuestro pas.
Creo sinceramente que s, que esos tesoros deberan permanecer en su Museo acept sir
Giles.
Hashmi hizo un gesto de alivio.
As quiz cese la maldicin dijo.
Sir Giles, un hombre de gran tacto, guard silencio. John, ms temperamental, a punto estuvo de
dar rplica a las palabras del egipcio, que para l carecan de sentido y en todo caso no intentaban
ms que ocultar los motivos reales de su afn por que abandonasen las excavaciones, pero guard
silencio igualmente al ver el ceo fruncido de sir Giles.
En los dos ltimos das, sin embargo, haban tenido ocasin de intercambiar opiniones al
respecto y de argumentar acerca de muchas otras cosas. Haban precisado de ayuda para sacar de la
cmara los tesoros ya debidamente relacionados en sus informes, relacionados pieza a pieza, cabe
decir, y slo quedaba all el sarcfago. No haban intentado sacarlo, por supuesto, pues para eso
requeran de la ayuda de los porteadores, pero saban que aquellos hombres no se atreveran a entrar
en la cmara mortuoria salvo si se les permita hacerse con los trozos de estao desprendidos del
mobiliario fnebre.
Finalmente sacaron de all el sarcfago que contena los restos momificados del prncipe para
llevarlo al mundo exterior. En tiempos, Ra Antef haba vivido y disfrutado bajo aquel mismo sol;
haba cazado gansos salvajes, como lo mostraban las tallas hechas en la madera de sus sillones,
haba pescado en el Nilo y se haba recostado para or plcidamente cmo los msicos tocaban y
cantaban para l. Luego, cuando le lleg la muerte, fue enterrado con todo aquello que pudiera
hacerle ms grato el trnsito a la otra vida. Pero ahora retornaba, an esplendoroso, a su intenso y
ardiente antiguo mundo de los vivos.
Sir Giles supervis la tarea de depositar el sarcfago en el carro que haba sido acondicionado a
propsito. El sudor le baaba la cara. Quera, ante todo, evitar cualquier accidente que pudiera
afectar a la preciosa carga que se disponan a transportar. No quera ni pensar que aquello pudiese
sufrir el menor dao.
Un poco ms all, sobre una leve loma, John abrazaba a Annette mientras observaban las
operaciones.
Cuidado! repeta sir Giles. T, Hassan, sujtalo por el otro extremo!
Por momentos slo se dejaba sentir el crujido de la madera del carro.
Todo bien, John? preguntaba sir Giles. Observas algn problema?
No, todo va bien
Perfecto Ya est!
Rieron contentos los porteadores, entre gritos y vtores, pues all conclua su tarea.
Bien, ya hemos acabado No cre que lo hiciramos tan pronto dijo John mirando las hojas
con informes que tena en las manos; sac despus un lpiz y escribi algo ms, concluyendo as el
inventario que haca. Annette dijo despus, guarda esto en algn lugar donde est a salvo.
Ella tom los papeles que le ofreca. Tena un gesto grave. Su rostro mostraba tristeza y
desconsuelo. John se dijo que no estara del todo contento hasta que la sacaran de all. Le haba
sugerido que se fuera del pas mientras sir Giles y l concluan su trabajo, pero Annette se haba
negado a hacerlo. Quera contemplar el final de las operaciones. Odiaba aquel lugar y todo lo que
supona, pero como buena hija de su padre, de quien haba recibido siempre el mejor ejemplo, jams
dejaba una tarea sin acabar. Haba trabajado en los ltimos das sin ganas, abatida siempre, sin el
inters demostrado en otras excavaciones, hechas en otro tiempo y bajo circunstancias muy
distintas Pareca encerrada en s misma. John, sin embargo, aguardaba ansioso ahora el momento
en que estuviesen lejos de all, suponiendo que as volvera a verla sonrer, que ella aceptara otros
planes para ms adelante, acaso el de contraer matrimonio, entre otros.
Sir Giles dio una vuelta alrededor del carro y acarici el sarcfago como si se tratase de una
mascota muy querida. Luego, en avanzadilla, inici el ascenso de la loma para dirigirse a la cueva
que haca de cuartel general de las operaciones. John pens que pareca al menos cinco aos ms
joven de lo que realmente era. Haba concluido su misin. Haba cesado la tensin, justo lo que John
ansiaba que le pasara a Annette.
Acabamos de protagonizar un hito realmente histrico en la arqueologa proclam sir Giles
. Nuestros nombres jams caern en el olvido, muchacho Nunca! Ahora dispondr el Museo de
una coleccin completa de mobiliario fnebre, as como la momia en mejor estado de conservacin
que jams haya sido descubierta hizo una pausa, mientras contemplaba el sarcfago con arrobo, y
concluy: Esto es un triunfo vuestro, mo, de toda la humanidad!
Una oscura figura se diriga a la cueva, donde ya estaba Alexander King, que acababa de llegar
para observar el final del trabajo de su expedicin.
Hashmi! dijo John con bastante pesadumbre. Me pregunto qu estupidez se le ocurrir
ahora
Creo que no eres justo con l le dijo sir Giles y se dirigi de inmediato al egipcio. Bien,
Hashmi, creo que podemos felicitarnos todos, y celebrar nuestro xito nase a nosotros. Su
Gobierno ha de estar muy contento con usted
Aparentaba dignidad, como si se sintiese ultrajado. Era un hombre insignificante comparado con
el poderoso Alexander King, pero pareca crecerse ante todo lo que se relacionara con el americano.
Me parece que no entiendo su sentido del humor, sir Giles No comprendera que hablase
usted en serio dijo abiertamente; honestamente, cabra decir. En cualquier caso, tendr que
discutirlo con mis superiores.
Pues vaya usted y hgalo, pdales permiso para celebrar
Hashmi se volvi hacia sir Giles, que contemplaba el pequeo aparador en el que tena la
bebida.
Sir Giles dijo Hashmi, espero que su integridad y buenos modales prevalezcan en todo
momento.
Sir Giles trabaja para m! exclam entonces Alexander King con una voz filosa y tajante.
Hashmi asinti pensativamente. Comenz a caminar en direccin a la salida de la cueva.
Hemos de dar algunos pasos previos, en cualquier caso dijo. Si me disculpan, seores
King le hizo con la mano el gesto de que se fuera. Luego se burl del egipcio.
Bah!, son todos iguales Siempre intentando fastidiarnos con lo que sea dijo. Bueno,
dejmosle que pregunte, que investigue, que compruebe lo que le venga en gana No encontrar
nada en lo que hacer hincapi, ni alterar mnimamente nuestros planes. Hablemos de ciertos
detalles
Sir Giles no pudo aguantar ms. Abri el pequeo aparador y llen unos vasos sobre todo el
suyo, que casi rebosaba. John acept la bebida, aunque comprob que no le saba tan bien como
otras veces.
El 3 de marzo presentaremos nuestro descubrimiento en Londres anunci entonces
Alexander King.
Lo dice en serio? se extra sir Giles.
Siempre hablo en serio Y usted ir donde le diga mi dinero que vaya.
Sir Giles contempl silenciosamente su vaso ya vaco y decidi que debera llenarlo de nuevo
Se lo bebi entonces de un trago.
Pero
Usted lo interrumpi King me ha dicho que se trata de un descubrimiento nico, no es
as? Uno de los descubrimientos ms grandes jams hechos, verdad? Algo que no se olvidar en
siglos, me equivoco?
Pero por el bien de la humanidad
Y quin mejor que yo puede obrar por el bien de la humanidad? volvi a interrumpirle
King. Acaso usted? Es que de veras pretende dejar todo eso en un oscuro y polvoriento museo
de un pas de camelleros, donde no lo podrn contemplar ms que pequeos grupos de turistas alguna
tarde en la que llueva? Yo quiero mostrar al mundo nuestro descubrimiento Bien, si la gente ansia
educacin, yo se la dar, claro que s A diez centavos la entrada.
Sir Giles enrojeca por momentos a causa del brandy y de la rabia que senta. Los dos se miraban
fijamente, como retndose. Sir Giles, sin embargo, opt por la pomposidad en sus maneras, aunque a
la vez pareca pedir clemencia, hallarse perdido. John jams le haba visto as.
No podemos hacer eso dijo sir Giles desprovisto de toda conviccin; mir en derredor suyo
y aadi: No podemos hacerlo King, Mr. King dijo mientras posaba el vaso, si insiste
usted en semejante locura, no me quedar ms remedio que rechazar toda responsabilidad en
este asunto.
Dgame de verdad quin est cometiendo una locura le dijo King.
No puedo sostener algo semejante titube sir Giles.
Entonces sali de all con aparente decisin. Pero en realidad no tena adnde ir, no saba hacia
dnde encaminar sus pasos; se qued a la entrada de la cueva, meditabundo, sin saber bien qu hacer,
si quedarse o irse definitivamente.
Hubo una tensa pausa y un silencio ms que enojoso. Alexander King esper un rato, y luego se
dirigi a John. Mostraba una sonrisa sarcstica, con la que instaba al joven a que tratase de
convencer a su jefe. Tuvo que admitir que haba algo infantil y teatral en sir Giles, algo muy poco
convincente, tan melodramtico como su manera de posar el vaso.
King le dijo entonces, con toda intencin:
Te gustara cambiar de trabajo, John? Te gustara hacerte cargo de todo esto en Londres?
Quieres supervisarlo todo y arreglar nuestra marcha?
John dud, realmente contrariado. Le estaban ofreciendo el reconocimiento mximo, prestigio,
aclamaciones, la posibilidad de abrirse definitivamente todas las puertas. Pero entonces mir a sir
Giles. Su lealtad hacia el hombre que le haba escogido como ayudante era firme; le haba escogido
entre docenas de candidatos realmente bien preparados y dispuestos.
En lo que a m concierne, sir Giles sigue al mando de las operaciones respondi.
Sir Giles acaba de lavarse las manos dijo King.
Dalrymple se volvi de golpe. Le temblaban las manos y tom de nuevo el vaso entre ellas.
No te preocupes, John dijo a su ayudante. Has escuchado a Mr. King y has odo tambin
mis argumentos Estoy resignado.
Pero
Por el mayor inters de la expedicin sigui diciendo sir Giles amargamente, te sugiero
que aceptes la oferta de Mr. King. Al fin y al cabo, es l quien decide, y el producto de nuestro
trabajo debe ser trasladado con mimo, no importa si es una decisin honesta o no.
Si piensa eso dijo John en tono de reproche, por qu no se encarga usted de comandar
las operaciones como hasta ahora?
No puedo hacerlo dijo sir Giles tras echarse otro trago, antes de salir de la cueva. Yo no
puedo hacer eso Pero t s puedes Ten por seguro que te dejar las manos libres, no me
inmiscuir en tu trabajo.
John acudi a Annette, sin decir una palabra. Pero ella apenas le ayud, carente de cualquier
actitud. Se limit a dedicarle una triste sonrisa, con la que acaso lo invitaba a aceptar la oferta del
americano. Haba escuchado todo lo que se haba dicho all, sin que nada la conmoviese. Se senta
ajena a lo que pasaba. No tena sentido apelar a sus opiniones, ni a sus sentimientos, ni buscar
comprensin en ella; al fin y al cabo era Annette la que necesitaba ayuda.
Cenemos juntos esta noche propuso King con una sonrisa y un tono que pretenda fueran
amables. S de un sitio donde podremos disfrutar de las mayores delicias culinarias locales.
Las delicias culinarias locales incluan para Mr. King bellas bailarinas y camareros harto
obsequiosos. John estaba ms interesado, sin embargo, en los planes del americano que en la
banalidad de las noches sociales. Le repelan los hombres entregados al materialismo ms grosero, si
bien Mr. King, aun sin dejar de repelerle, tambin lo fascinaba. Tena una mayor proclividad hacia
gentes como sir Giles Dalrymple, y hasta por hombres como Hashim, pero haba algo en las crudas
maneras de King que le forzaba a saber ms de l, a saber, en el fondo, qu le tena preparado. En
principio, le haba propuesto un cambio en su trabajo a todas luces ventajoso. Algo probablemente
ms brillante que la vida de restricciones acadmicas que tena ante s.
En medio de la confusin que le creaban tan discordantes instrumentos, dudando si convertirse o
no en una mera figura decorativa ante el sarcfago de Ra Antef, King recab su atencin,
abruptamente, a propsito de lo que se traa entre manos. Haba apagado una parte de su mente, a la
vez que le encenda la otra.
Debes decidir ya si quieres trabajar conmigo, muchacho le dijo el americano.
John no supo hasta ese preciso instante que ya haba tomado una decisin. Su respuesta, por ello,
le sali naturalmente.
S, quiero trabajar para usted, Mr. King dijo.
Me alegro dijo entonces Annette, sorpresivamente.
King se alegr.
Eso es lo que deseaba or dijo. Llegaremos muy lejos Lo lamento por sir Giles, pero es
que vive en el pasado Estamos en 1900. Se impone una mentalidad ms moderna.
John pensaba que quiz el americano tuviera razn, que no haba que dejar pasar las
oportunidades que se presentaran. Le aguardaran, sin duda, momentos difciles, dado el carcter de
King, pero pensaba tambin que su propuesta de obtener beneficios de los tesoros de Ra Antef no era
descabellada, despus de todo. Y adems no era tan deshonroso pretender mostrarlos a la mayor
cantidad posible de gente, que as recibira noticia de los esplendores del pasado. Era una manera de
defender un tiempo ya ido.
John se dio cuenta de que King les sonrea paternalmente, a Annette y a l mismo.
Qu planes tenis para el futuro, mis queridos nios? les pregunt.
Annette baj la mirada. Pocas semanas atrs hubiera respondido rauda, sin dudarlo, con esa
vivacidad francesa que tanta mella haca en el corazn de John. Ahora pareca no saber qu decir.
Senta que no estaba para juegos.
King segua esperando una respuesta.
El futuro? dijo John con cierta rudeza. Nunca se sabe Quiz estemos juntos en un
futuro
No tengis en cuenta eso de la maldicin de los faraones, eh?
No haba forma de saber si King haba dicho aquello en serio o era uno ms de los tpicos que
usaba en sus conversaciones tan poco mesuradas.
As que tambin usted ha odo hablar de eso dijo John un tanto sombro.
Que si he odo hablar de eso? Vamos! Pero si he sido yo quien lo ha inventado! Todo el que
abra la tumba de un faran, maldito sea para siempre, tendr una muerte horrible! King pareca
infantilmente divertido. Una tontera semejante hace ganar muchos dlares, es un gran reclamo
publicitario. Como dice mi buen amigo Phineas T. Barnum, cada minuto nace alguien Y ese alguien
gustar de cosas como sa La gente ama sentirse en peligro, siempre y cuando sepa en el fondo que
no se trata de un peligro real Decidme creis que diez centavos por cada entrada ser
suficiente?
Un muchacho de piel oscura hizo acto de presencia en la cueva. John supuso que era uno de los
que solan dejarse caer por all en busca de unas monedas, o de algo de comida. Pero antes de que
pudiera interpelarlo, dijo el muchacho:
Efendi, traigo un mensaje urgente de su jefe Dice que vaya rpidamente.
De quin?
Annette pareci salir de un trance.
Se referir a sir Giles dijo.
El muchacho asinti.
As es dijo. Venga rpido, por favor.
John mir a King.
Debe ser urgente, de lo contrario no hubiese enviado a un mensajero dijo. Le parece
bien, seor, que vaya?
Ir contigo, muchacho King se apresur a dejar caer unas monedas para que las recogiese el
muchacho. Dmonos prisa, lo he organizado todo muy bien y no quiero incidentes.
Se decidieron a salir de la cueva.
Comenzaba una danza un tanto convulsa. King mostraba alguna dificultad, sin embargo, para
proceder con rapidez, pareca costarle salir de all.
Si esta gente aprendiera a hacer las cosas bien alguna vez, podra ayudarles a ganar fortunas
dijo.
Fueron conducidos hacia las excavaciones cuando comenzaba a cernirse la plida noche. Ya a
cierta distancia observaron luces, una actividad poco comn a tales horas. John comenz a
alarmarse.
Su alarma estaba justificada. La expresin de sir Giles, cuando llegaron a la excavacin, bastaba
para confirmarla. A la luz de una linterna examinaba un estuche tomado al azar de entre los objetos
que haba por el suelo, todos ellos extrados de la tumba, caticamente desperdigados por ah como
si les hubiera cado encima una tormenta.
Pero qu ha ocurrido aqu? dijo King plantndose en mitad de la zanja donde haba
quedado su tesoro, tras sacarlo de la tumba de la momia.
Ha habido un saqueo dijo sir Giles, pero no parece que hayan causado daos mayores,
gracias a Dios.
Y han robado algo?
No lo he comprobado an Es evidente que buscaban algo, pero no se han dado por
satisfechos con lo que hay aqu.
Y qu buscaban? pregunt King.
Si furamos capaces de responder a esa pregunta dijo Hashmi saliendo desde la cmara que
conectaba con la zanja, sabramos quines lo han hecho No se han llevado ni el oro ni las joyas,
cosa que hubiera hecho cualquier ladrn.
Se miraron los unos a los otros con la duda en el rostro. Se haban tranquilizado al comprobar
que los tesoros estaban intactos, y se haban intranquilizado a la vez al comprobar cun fcil les
haba resultado a los asaltantes abrir los estuches y los cofres.
Quin estaba de guardia? No es usted el responsable de la guardia, eh? espet King a
Hashmi.
Ahmed estaba de guardia se excus Hashmi. Y ha desaparecido.
Claro, y supongo que ya no volveremos a saber de l
Efendi
John, prximo a la entrada a la cmara desde la zanja, se volvi para ver los ojos
desmesuradamente abiertos y aterrorizados de uno de los porteadores que sala de all. Corri junto a
l y vio entonces lo que le sealaba, que no era sino el cadver de un hombre. Era Ahmed. Estaba
muerto. Tena un cuchillo clavado en el pecho y pareca haber sido arrastrado al interior de la
cmara desde la zanja donde montaba guardia.
Los hombres que haban acudido hasta all, al percatarse del revuelo, comenzaron a retroceder
espantados. Una vez visto lo que le haba ocurrido a su compaero se negaban a seguir all.
John!
Le lleg la voz de Annette desde lo alto de la zanja. Silueteada contra las luces de las linternas y
los hachones, le peda con gestos que saliera de all. John orden a dos de los porteadores que se
haban quedado, que sacaran de all el cuerpo de Ahmed, pero no se qued a comprobar si tenan la
valenta de obedecerle, o si se iban raudos como los otros.
John, ha desaparecido la lista de tu inventario le dijo Annette cuando estuvo con ella.
Que ha desaparecido?
S, han abierto el cofre donde la guard
John solt una maldicin. No haba copia de aquella lista, no haban tenido tiempo de hacerla. En
cierto modo, todo su trabajo se haba ido al traste.
Por qu? clamaba a punto de desesperar. Qu uso pueden hacer de ese inventario?
Hashmi se acerc a Annette.
Si alguien quisiera saber exactamente qu haba en la tumba, nada mejor que su lista para
saberlo dijo.
Eso quiere decir respondi John que no somos los nicos interesados en los tesoros de
Ra.

IV

De noche el mar parece tan oscuro e ilimitado como el desierto. Pero desde el mar llega una
brisa fresca que es como el vino fro tras meses de estancia en una tierra rida. Annette se senta tan
a gusto que hubiera sido capaz de estar en el barco durante el resto de sus das, da y noche, oyendo
sin descanso el rumor del mar. Lejos ya de aquella civilizacin teida con las evidencias de la
barbarie antigua y con el salvajismo de su presente, pareca recobrarse poco a poco del brutal
impacto que le haba causado el asesinato de su padre. Nadie haba sido acusado del crimen. Nadie
haba sido detenido siquiera para ser interrogado. Era como si se considerase aquella muerte como
una cosa del azar, o como algo devenido de un hecho perfectamente habitual y comprensible. Quiz
con el tiempo pudiera, como los otros, quitarse aquello de la mente.
La orquesta del barco tocaba una meloda muy dulce y grata de escuchar, una meloda nostlgica.
La vida en el barco transcurra plcidamente, sin sobresaltos.
En la bodega, lejos de la cubierta y de los salones en los que se dejaba sentir la dulce msica de
la orquesta, iban las reliquias de aquel pasado. El producto del descubrimiento de los arquelogos
sala as de la tierra a la que perteneca. Aquellas reliquias viajaban, por as decirlo, con sus
captores, y Annette, a pesar de todo, segua sintiendo que eran un peso insoportable, casi un peso
fsico.
Puso las manos en la borda mientras senta la brisa del mar. Una mano firme se las cubri al
poco.
Hace una noche preciosa dijo John.
Recuerdo ahora otra noche como sta, pero cuando venamos a Egipto.
l asinti.
Sabes que hace ya ms de un ao de aquello? dijo.
Haba sido un buen viaje, haban hecho una travesa perfecta. Se haba sentido muy bien junto a
John, entusiasmada ante la posibilidad de conformar ambos un excelente equipo de trabajo, capaz de
desentraar los ms recnditos secretos en aquella tierra secreta El sabor de la aventura era ahora,
sin embargo, amargo. Ella se estremeci.
Tienes fro? le pregunt John.
No, la verdad es que no.
Te preocupa algo?
No lo s Quiz sea que no me gusta pensar en la momia que viaja en la bodega
No te preocupes por eso Est a buen recaudo y perfectamente etiquetada Mira, el nico
peligro real que te acecha, un peligro fsico, no viene de la momia sino de m
Trat de abrazarla pero ella se apart. No hubiera podido explicar, sin embargo, su rechazo a ser
tocada. Pensaba que pronto se sentira mejor, y en consecuencia, ms dispuesta hacia John, con lo
que podran cumplirse todos sus planes Pero ahora no se atreva a mirarle a la cara al saber que
con su actitud le haba herido.
Perdona dijo l.
John, no creas que soy as de imbcil Es que hay algo No s qu es, pero lo siento, aunque
no pueda explicarlo. Cuando hayamos regresado a la civilizacin todo volver a ser como antes,
estoy segura.
John se esforz en rer.
Algunos expertos diran que lo que acabamos de dejar atrs es precisamente la civilizacin
La civilizacin ms grande que jams haya conocido el mundo.
Annette pens entonces en la ptrida atmsfera de las tumbas, en la obsesiva preocupacin por la
muerte que llevaba a aquellas gentes a construir necrpolis ms grandes y suntuosas que los palacios,
y un milln de veces ms importantes que los hogares de las gentes comunes. Y pens tambin en los
sacrificios rituales como deuda sagrada, que an se daban en aquella tierra a pesar del afn de las
autoridades por erradicarlos. Trataba, sin embargo, de pensar en otras cosas Pronto estaran de
regreso a casa. Quiz en otro lugar aquella momia podra resultar incluso algo bonito y agradable
En otro lugar podra ser, simplemente, eso que la gente llama una pieza de museo.
Alguien se acerc entonces a ellos, deslizndose raudo por la cubierta. Era sir Giles Dalrymple.
Buenas noches, sir Giles lo salud John.
S? Ah, hola, buenas noches! Y a ti tambin, querida Ests muy guapa Buenas noches
Sir Giles pareca confuso, o despistado. Incluso dubitativo. Al final sigui su camino. John se
alert al ver en aquel estado al que hasta haca poco tiempo fue su jefe.
De continuar as dijo, acabar pronto convertido tambin l en una momia.
Annette segua mirando al mar. A pesar de la tristeza en que se hallaba sumida, era consciente de
lo que le suceda a sir Giles. Una tragedia. Al comienzo del viaje se haba pasado casi todo el
tiempo encerrado en su camarote, y cuando al fin se le haba visto en la cubierta resultaba evidente
que estaba a punto de caer, de tanto como haba bebido. El negocio con King haba acabado
hundindole. La decepcin al ver que se derrumbaban sus sueos, todo aquello por lo que haba
trabajado denodadamente, aquel escrito oficial del Gobierno egipcio, en el que se deca que
renunciaba a que la momia y cuanto haba sido descubierto en la tumba fuese a parar al Museo de El
Cairo, por lo que daba su autorizacin para que se lo llevaran lejos del pas, todo eso haba acabado
con sir Giles. Ms an, el Gobierno egipcio hizo saber a sir Giles, y as lo notific a la prensa,
adems, que en adelante no se le autorizara comandar ninguna expedicin ms en el pas. Las
expediciones futuras, se deca en aquel comunicado, habran de encomendarse a personas ms
responsables. Eso fue lo que ms duramente golpe a sir Giles. No estaba en su naturaleza, sin
embargo, devolver los golpes a quien se los haba dado, que en aquel caso concreto no haba sido
otro que el propio Alexander King. Guard un silencio absoluto. Acept la infamia de que se le haca
objeto sin decir una palabra. Pero ya no podra ser el mismo. Idos sus sueos, trataba por todos los
medios de encontrar el sueo en las botellas.
Qu podr hacer en adelante? dijo Annette.
Tendr que retirarse dijo John. Encima ya no es precisamente un jovenzuelo.
Lo que le ha ocurrido es devastador Sabe ms del antiguo Egipto que nadie, aparte de mi
padre Y mi padre
Y volvi a sumirse en un silencio amargo. Entonces, por encima de la msica de la orquesta, y
del rumor del mar, se dej sentir un grito. Era un grito extrao, como una nota musical alta
sbitamente truncada. Era la voz de un hombre La voz de sir Giles.
John sali corriendo al lugar del que haba brotado el grito. Annette trat de seguirle, pero l le
pidi que esperase.
Qudate ah!
Corri hacia unas puertas que haba al final de la cubierta, que daban acceso a la escalera que
conduca al pasillo donde estaban los camarotes. Annette se agarr con todas sus fuerzas a la
barandilla de la borda, pero no pudo seguir all mucho tiempo, esperando y preguntndose qu haba
sucedido. Nadie ms que ellos pareca haber odo aquel grito. Un hombre alto se acercaba despacio
a donde estaba ella: no haca ms que dar un paseo.
Annette sali corriendo hacia el lugar por el que se haba perdido John.
Cuando ya estaba a punto de alcanzar la puerta que llevaba a los camarotes, sali de all un
hombre. Se abalanz contra ella, que instintivamente levant un brazo para protegerse por temor a ser
derribada. A la incierta luz vio un brillo. Tena muy cerca de la cara la hoja de un cuchillo. Annette
logr desasirse y salir corriendo hacia la cubierta. Tropez y cay contra una silla. El hombre se
abalanzaba ya sobre ella con el cuchillo en alto.
Se dej sentir entonces el sonido de un golpe y un grito ahogado. Aquel joven alto que haba
salido a dar un paseo por la cubierta actu con rapidez y gran eficiencia. Solt dos fuertes golpes en
el estmago del atacante, que cay al suelo perdiendo el cuchillo.
Annette trat de levantarse, pero estaba como desvanecida. Pugn por ponerse en pie, no
obstante, y cuando lo hizo vio dos siluetas oscuras que luchaban en el suelo, incapaz de distinguir a
la del atacante de la de su defensor. Se pusieron de nuevo en pie para enfrentarse a puetazos. El
asaltante fue derribado de nuevo. Se levant, y al recibir otro puetazo cay de espaldas sobre la
barandilla de la borda, rodando sobre ella lentamente, sin remedio.
De pronto, justo en ese instante, la cubierta pareci llenarse de gente que sala de todas partes.
Un primer murmullo de voces se resolvi al fin en un grito:
Hombre al agua!
Aquello era para todos ellos una experiencia excitante. En el fondo parecan muy felices gritando
a la vez, como si tuviesen una sola voz.
Son entonces la campana del barco y se dej sentir el rugido de la sirena.
Hombre al agua!
El hombre que haba salvado a Annette se dirigi a ella, recomponindose la chaqueta primero y
quitndose con fastidio los guantes despus. Vio bajo las luces encendidas en la cubierta que no era
tan joven como le haba parecido en un principio. Era un hombre de rostro anguloso y nariz aquilina,
que tena ese gesto melanclico que da la experiencia. Caus de inmediato una honda impresin en
Annette. Una mirada ms y le pareci fuerte, un hombre de una pieza, autosuficiente.
Aquel hombre se inclin respetuosamente ante ella.
Parece usted muy impresionada por el ataque de ese desalmado, y lo comprendo.
No puedo imaginar quin era dijo ella con la voz alterada. Dnde est John?
Se puso de pie de un salto para dirigirse hacia abajo, hacia los camarotes. El de sir Giles estaba
en la sexta puerta del pasillo. La puerta de aquel camarote estaba abierta y John trataba de ponerse
de pie en el umbral. Lo consigui cuando Annette lleg hasta l. Le rode los hombros con sus
brazos. An tambaleante, se dirigi John al interior del camarote. Sir Giles estaba en un estado
semejante al suyo, pugnando por mantenerse en pie y con la cabeza entre las manos.
Qu ha pasado, John? pregunt Annette.
l pareca ahora ms firme sobre sus pies.
Un hombre ha atacado a sir Giles dijo recostndose en la puerta abierta, mesndose los
cabellos, y despus a m Creo que me va a salir un buen chichn, pero supongo que sir Giles se
sentir como si le hubiera pasado un carro por encima.
Sir Giles se levant trabajosamente y fue hasta un armarito que haba en el camarote, junto a la
cama. Sac de all una botella y se bebi de golpe un gran trago. Luego ofreci la botella a John, que
neg primero con la cabeza aunque se desdijo al instante.
Puedo ayudarles?
El extrao estaba junto a Annette Al orle se apart, por lo que John lo vio de inmediato. Los
dos se miraron unos instantes. John pareca confuso, dubitativo; el otro, fro, consciente.
Les presentar dijo Annette. John Bray Y
Me llamo Adam Beauchamp.
John y l se dieron la mano. Sir Giles, un poco ms all, volva a beberse un largo trago. Despus
pareci que buscaba algo.
Se le ha perdido algo? le pregunt John.
Perdido? Sir Giles le miraba sin comprender. No puede ser Aqu no hay nada que
robar busc en su valija y cont los cheques, el dinero en efectivo, dando por concluida la
bsqueda cuando sus dedos parecan impedidos para separar dos notas. Est todo el dinero, no
falta nada.
Y si no buscaba dinero, el que haya sido qu podra buscar? pregunt entonces Adam
Beauchamp.
John miraba sin saber qu decir. Recordaba ahora aquellos papeles que haba perdido en Egipto.
Antes de embarcar, y cuando ya estaba a bordo, haba intentado rehacer el listado para iniciar la
redaccin de un nuevo catlogo. Tena todas las notas en su camarote, no en el de sir Giles.
Significaba eso que se producira otro ataque?
Me parece que todo esto tiene que ver con Ra dijo entonces Annette. Tantas coincidencias
no son una mera casualidad.
Eso no puede ser! dijo John.
Annette se dirigi a Adam Beauchamp.
Ver Nosotros
No hace falta que me cuente nada dijo l con una sonrisa mientras dibujaba en el aire un
grcil movimiento con sus finas manos. Todo el mundo sabe del descubrimiento que han hecho
Seguro que sir Giles no guardaba en su camarote ninguno de esos tesoros?
Claro que no dijo John tan bruscamente que hubiese alarmado a cualquiera que pudiera estar
escuchando la conversacin. Los tesoros viajan en la bodega del barco, debidamente custodiados.
Annette pensaba, sin embargo, que alguien pugnaba para que aquellos tesoros volvieran a Egipto
como fuese. Se basaba en las muchas dificultades a las que haban tenido que hacer frente durante las
excavaciones, primero, y al hecho evidente del ataque que acababa de sufrir sir Giles. Los tesoros
estaban a salvo en la bodega del barco, pareca claro, pero alguno de ellos no pareca a salvo de
sufrir algn problema en adelante.
Qu planes tienen? pregunt Beauchamp.
Trasladaremos a Londres todo eso dijo John. En principio habamos pensado quedarnos
un tiempo en Pars, pero Mr. King arde en deseos de inaugurar pronto la exposicin en Londres,
aunque antes habr de rehacer el catlogo con todo lo descubierto y extrado.
Despus acudiran a la exposicin miles de visitantes, y habra entre ellos, sin duda, enemigos.
Eso pensaba Annette, a quien el corazn le daba un vuelco al pensar en una vida futura junto a John,
acechados en adelante por el peligro, siempre bajo vigilancia, sin poder acaso pasear
tranquilamente Y acaso, igualmente, sin escapatoria posible. No era precisamente lo que su padre
haba previsto al dar inicio a las excavaciones.
Dnde se hospedarn?
Adam Beauchamp, que acababa de hacer la pregunta, no pareca tener prisa por marcharse de
all. Annette se daba cuenta de que John ansiaba que se fuese. John quera ir cuanto antes a su
camarote para cerciorarse de que no le haban robado nada, y echarse a descansar despus. Ella
inici la salida del camarote de sir Giles, en un intento de satisfacer los deseos de John. De
inmediato la siguieron los dos.
Hemos reservado habitaciones en el Hotel Bloomsbury dijo John. All nos alojaremos
Annette y yo.
No me parece el mejor lugar para hospedarse dijo Beauchamp.
Annette se volvi para mirarle, sorprendida ante sus palabras. John frunci el ceo. Era un
comentario extrao, hecho adems por un perfecto extrao.
El hotel est prximo al Museo Britnico dijo John, cortante. Es una buena referencia. Y
parece un hotel suficientemente confortable.
Vivo en una gran casa, cerca del Regents Park dijo Beauchamp. Me pregunto si
aceptaran alojarse en ella
Se detuvieron ante la escalera que conduca al restaurante y a su bar. Annette se senta
extraamente, absurdamente excitada. Poda ver que John comenzaba a dudar ante la oferta hecha por
Beauchamp: era el tpico ingls reticente, y una proposicin tan directa no poda por menos que
embarazarlo. No haba razn para que cambiaran sus planes de hospedaje, pues al fin y al cabo
Beauchamp era un desconocido, no tena ningn sentido que les hiciera una invitacin tan espontnea.
Le pareca ridculo, pero no por ello poda dejar de aceptar que el magnetismo de Beauchamp era
irresistible.
John, en cualquier caso, no perciba aquel atractivo en el otro.
Lo siento dijo al fin, pero no hay caso, ya hemos tomado una decisin sobre nuestro
hospedaje.
Muchas gracias, en cualquier caso; ha sido muy amable de su parte dijo Annette al extrao,
intentando ser conciliadora.
Me fascina el trabajo que hacen dijo Beauchamp; siempre me digo que debera dedicar
ms tiempo a mis inclinaciones artsticas.
La arqueologa, ms que un arte, es una ciencia dijo John, acerado.
De veras? Pero no me negar que los tesoros que descubren ustedes no tienen un valor
artstico muy por encima de su valor cientfico O quiz participen por igual de ambos supuestos
Una autntica y perfecta combinacin entre arte y ciencia, lo que siempre han querido los filsofos.
Me haran un gran favor si aceptaran alojarse en mi casa.
Crea que me encantara satisfacer sus ambiciones, Mr. Beauchamp, pero me temo que ya es
tarde como para que podamos alterar nuestros planes.
Beauchamp mir a Annette para observar su reaccin. Ella trataba de mostrarse indiferente, de
mantenerse fiel a John. Aunque todo en su interior propenda a la esperanza de que al fin se alterasen
ciertamente sus planes, pues precisaba de los estmulos de un cambio, de una huida del peligro que
senta cercano. Aunque poda ser que aquello resultara an ms peligroso para John y para ella, para
la relacin que haba surgido entre ambos, no obstante lo cual deseaba que ocurriese. Tema tambin
verse enfrentada a s misma, y descubrir con ello qu era realmente lo que deseaba.
Acompenme a tomar un licor propuso Adam Beauchamp, y lo discutiremos.
Muy bien dijo Annette.
John la mir molesto.
Mira le dijo, no hay nada ms que discutir.
Nos vendr bien tomar un trago y seguir hablando insisti ella.
Tenemos cosas ms importantes que hacer dijo John, de nuevo cortante.
Al final subieron al bar Adam Beauchamp y Annette. Luego se les unira John, despus de entrar
en su camarote para comprobar que todo estaba en orden.

V
Durante el resto del viaje, Adam Beauchamp despleg sabiamente todos sus encantos para
derrotar a John en la guerra sorda que le haba declarado. Annette, sin embargo, comparta con John
la extraeza ante el inters que Adam se tomaba por ellos. Tena toda la pinta de ser un hombre en
posesin de una gran fortuna, adornado adems por unos modales exquisitos. Mucho ms delicado y
joven que Alexander King, y mucho ms educado, adems Adam, a pesar de su insistencia, no
daba la sensacin de pretender que las cosas se desarrollasen como l las haba previsto. Adam era
un hombre pertinaz, insistente, pero no hiriente ni grosero. Daba toda la impresin de que siempre
estaba haciendo un gran favor a los dems. Su sabia combinacin de humildad y persistencia
resultaba realmente provocativa, realmente atractiva.
Describi su casa a Annette con orgullo y calidez, pero tambin con una sencillez que no pudo
dejar de impactarla, de hacerse ms prximo a ella. Casi era capaz de ver las estancias de la casa
gracias a la minuciosa descripcin que haca Adam, para referrselo todo despus a John, al que
Beauchamp describi su residencia, por otra parte, como un lugar pleno de calma, una casa idnea
para recluirse y trabajar en las mejores condiciones de confortabilidad y aislamiento. All, segn
Beauchamp, no llegaba el ruido de los cascos de los caballos y el chirriar de los carruajes, como
ocurra en Bloomsbury, y por supuesto no se daban esas caractersticas de impersonalidad que tienen
los hoteles. Segn l, John podra avanzar ms, en un lugar semejante, en la elaboracin de su
catlogo, en la preparacin de la muestra que abriran en el museo.
Por qu estar tan deseoso de que nos hospedemos en su casa? pregunt John a Annette una
vez ms. La verdad es que me parece un tanto obsesivo. A qu vendr ese inters por su parte?
Ella no saba qu responderle. Si bien es cierto que en su mente caba una explicacin, era tan
privada y personal, y tan perturbadora, que prefera no decrsela a John. Aun as, se mostraba
reticente a admitir la verdad si es que haba alguna verdad que admitir incluso para s misma.
Pero a medida que se acercaban a Inglaterra se mostraba al tiempo alarmada y exhilarante. Le
resultaba imposible aguantar la mirada de Adam, que tan a menudo se clavaba en ella. Estaba
inmersa en un conflicto de emociones que nunca haba sentido.
La confusin que se produjo en los muelles de Londres fue la causa ltima de la rendicin de
John. Insisti en supervisar personalmente y en todos sus aspectos el desembarco de la preciosa
carga, slo para descubrir que las formalidades y requisitos del proceso le ocuparan la mayor parte
del da, que ciertos papeles fundamentales y muy necesarios haban desaparecido, y que el
transportista con el que se haban hecho ya los arreglos para el porte no apareca. Alexander King
ruga. John y Annette trataban de resolver un problema tras otro a medida que se presentaba. As,
hubieran estado perdidos de no ser por Adam. Su dinero habl elocuentemente, aunque no tan alto ni
tan violentamente como lo haca King, sino en un tono de voz mucho ms convincente Como John
pareca desbordado por los acontecimientos, l mismo parti de inmediato hacia el centro de
Londres para resolver la situacin tan rpidamente como pudiera. Volvera para estar junto a sus
amigos recientes toda la noche y el da siguiente. Cuando al cabo de todo ese tiempo vieron que su
arduo trabajo estaba por fin a salvo, quedaron exhaustos. Entonces, Adam, echndose a rer
cordialmente, les asegur que slo haba un sitio al que podan dirigirse Su casa, donde
disfrutaran de excelentes alimentos y el confort y la decencia necesarios, lo que supona magnficas
camas en habitaciones bien aireadas, donde dormir y allegarse el descanso que ansiaban.
De acuerdo, vamos all acept John resignado, aunque al instante se ech a rer con los
otros.
La casa desde la que se dominaba el Regents Park era tal y como la haba descrito Adam.
Apareca ante ellos, rutilante y blanca, entre los rboles, a medida que se aproximaban, y Annette, a
despecho de su cansancio, iba anticipando para sus adentros lo que se vera acto continuo, ahora una
arcada, despus un jardn precioso, enorme All estaban al fin, en el lugar exacto al que les haba
dicho Adam que los llevara, alejados del mundanal ruido.
John y Annette fueron conducidos a sus habitaciones por Jessop, un mayordomo muy digno,
incluso altivo, al que evidentemente haba anunciado su seor la llegada de sus huspedes. Annette
pensaba que Adam saba bien que acabaran hospedndose en su mansin, pero no dijo nada a John.
Su habitacin era pequea pero suficiente, nada estrecha. Las paredes estaban ricamente
empapeladas en satn, por lo que la luz del da pareca all mucho ms refulgente. La ventana daba al
jardn. Tras el polvo del desierto, tras el calor insufrible de Egipto, tras la singladura en el barco que
los haba llevado a Inglaterra, y tras el sufrimiento y la irritacin padecidos en los primeros
momentos de su llegada, aquella tranquilidad, aquella habitacin idlica, era cuanto poda desear, y
ms Ansiaba acostarse en aquella cama tan bien hecha y dormir.
Pero su anfitrin les pidi que tomaran unos tragos en el saln de la planta baja. Confiaba
Annette en que no se tratase ms que de un rato de conversacin agradable, pero Adam quera darles
una bienvenida mucho ms formal que eso y no hubiera sido elegante por su parte mostrar cansancio
y deseos de echarse a dormir.
No obstante, apenas entraron en el saln, sinti Annette que se le iba por completo el sueo. El
aroma especiado de una gran fuente de ponche caliente puesta sobre una mesa de bronce que estaba
justo en el medio del saln, era no ya agradable, sino muy estimulante. La sonrisa que le dedic
Adam, al verla entrar, fue mucho ms radiante y alegre que cualquiera de las que le haba dedicado
durante la travesa. John pareca muy relajado, ajeno a todo aquello A pesar de las muchas
reservas que segua albergando acerca de Adam y de su hospitalidad, se encontraba cmodo, no
quera hacerse ahora ms preguntas, slo pretenda disfrutar de aquel confort.
Jessop, el mayordomo, sirvi ponche en una copa que ofreci a Annette. Ella comenz a sorberlo
lentamente, deleitosamente El clima ingls era, desde luego, muy distinto del egipcio, que le haba
causado tantos temblores aunque all no hiciera fro sino un calor insoportable. Annette se ech a
rer. Le pareca extrao que en un espacio de tiempo tan corto hubiera pasado de ansiar el agua a
degustar una bebida caliente.
Sostena Annette la copa entre sus manos y notaba con gusto que aquel calor se las entibiaba
agradablemente mientras echaba un vistazo detenido al saln. La gracia de aquella estancia radicaba
tanto en sus dimensiones como en su decoracin, lo que daba a quienes se encontraban all una gran
sensacin de tranquilidad. Era el saln que cualquiera deseara tener. All tena cabida cualquier
cosa, menos la vulgaridad y la prisa.
Estaba junto a una cmoda con patas de haya sobre la que haba un exquisito espejo de mano; el
marco del espejo era una autntica joya, con piedras preciosas engastadas en plata recamada de la
ms exquisita porcelana. Todo el mobiliario supona una coleccin a la vez excntrica, que iba
mucho ms all del capricho personal o del simple buen gusto, para hacer del saln una estancia
deliciosa, nica en su belleza y armona, de la que era el mejor ejemplo aquella cmoda con su
espejito de mano, que realzaba el valor y la belleza de la decoracin.
Adam se acerc a ella.
Veo que te interesa dijo.
Todo esto es adorable
Adorable. Tanto, pens Annette, como el lujo recargado del antiguo Egipto, como el no menos
recargado ornato que se poda ver en los tesoros descubiertos por sus excavaciones Aunque todo
eso, ahora, en aquel maravilloso saln, le pareca a Annette muy poca cosa.
Faberg[103] resulta a veces un poco exagerado dijo Adam tomando en sus manos el espejo
, pero a veces tiene momentos de gran inspiracin Este espejo da cuenta de uno de esos
momentos y, al mover un poco aquella joya, la luz del saln extrajo de ella brillos indescriptibles,
destellos nicos. Perteneci a la emperatriz de Rusia sigui diciendo Adam y siempre he
credo que debera pertenecer de nuevo a una mujer bellsima.
Tom la mano de Annette y puso en ella la joya.
Es una maravilla dijo ella.
Quiero que te lo quedes dijo Adam.
Annette le mir sorprendida y dio un pasito atrs. Vagamente, acaso por el cansancio, acaso por
el ponche, sinti que aquel hombre iba muy deprisa y muy lejos Ella haba esperado que sus
pasos fuesen ms contenidos, no tan veloces ni tempranos.
Pero esto no tiene precio acert a decir.
Adam, con gesto grave y a la vez muy seguro, pareca dispuesto a hacerle una confesin
inminente. John, cmodamente instalado en un silln, pareca ajeno por completo a la escena. Annette
hubiese querido en aquel momento que saliera de su abstraccin, que interviniese para que las cosas
volvieran a su cauce; en cierto modo, para pararle los pies a Adam Pero John, su querido y muy
trabajador John, su devoto John, pareca haberse perdido en sus pensamientos. Quiz estuviera
haciendo planes para la muestra a presentar en el museo, quiz pensara dnde habra de colocar cada
una de las piezas a exhibir
Annette mir a Adam fijamente, directamente a los ojos. Tuvo otra vez la impresin de que estaba
unido a ella de algn modo, algo que acaso ya haba sentido, ahora lo crea as, cuando se
conocieron. Aun joven, era lo suficientemente maduro, y mostraba tal seguridad en s mismo que
resultaba arrebatador. Y mucho ms inteligente an de lo que ya pareca a simple vista. Todo lo que
haca, era evidente, estaba perfectamente calculado, tena un propsito plenamente consciente. Aquel
regalo, pues, no era una casualidad, ni una mera galantera. Tampoco un gesto impulsivo del que ms
adelante se arrepintiera.
Acptalo, por favor dijo Adam.
No era una orden, desde luego, ni un ruego, ni mucho menos una pregunta acerca de cualquier
cosa. Lo haca de la manera ms natural.
Sera poco elegante por mi parte rechazarlo dijo ella, muy turbada.
Adam la tom de una mano. Ella no intent retirarla. Con una leve presin en los dedos de
Annette, Adam se llev su mano a los labios y la bes.
Annette se apart entonces de l y comenz a recorrer el saln como si quisiera hacer un recuento
detallado de lo que all haba. Temblaba de nervios. Ella misma se extra de la alteracin de su
voz, de lo alto que hablaba, cuando se dirigi a John.
Mira, John No es una maravilla?
John mir aquella joya que Annette le mostraba. Su mente, sin embargo, estaba en otras joyas, en
otros tesoros.
S, es muy bonito dijo sin mayor nfasis.
Tena la copa vaca. Adam se la tom de las manos para llenarla de nuevo. Dedic una sonrisa
maliciosa a Annette. Aquello daba a entender que ambos, en cierto modo, eran partcipes de una
conspiracin, de una especie de broma sostenida a medias, de una complicidad evidente contra John.
Annette no poda evitarlo, aunque no fuera lo que ms deseaba.
Pero realmente saba lo que deseaba?
Adam se dirigi a ella y alz su copa de ponche.
Puedo proponer un brindis por el xito de la exposicin de Ra?
Annette y John alzaron sus copas.
Brindo tambin aadi Adam para que los dioses inspiren con sus mejores sonrisas
nuestra amistad.
No tardaron mucho en retirarse a sus respectivas habitaciones. Annette cay dormida muy pronto,
no sin antes contemplar con embeleso el espejo de mano, la joya regalada, que en el cuarto tan
elegante que le haba sido destinado luca an ms esplendorosa que sobre el mueble del saln.
Al da siguiente John y ella comenzaron a trabajar muy pronto.
Alexander King decidi de repente levantar una gran tienda de campaa en pleno Hyde Park.
Como se le haban hecho ciertas objeciones acerca de su afn por comercializar a tales extremos el
descubrimiento hecho por su expedicin, King no paraba en mientes, no se detena ante ellas.
Siempre haba jugado con los aspectos culturales de aquellos eventos que financiaba, y estaba
acostumbrado a que ni los eminentes sabios a los que contrataba pusieran freno alguno a su show.
Ahora amenazaba con llevarse todo aquello a Estados Unidos, a poco que pretendieran torcerle los
planes, sin dejar en Inglaterra ni una sola cosa que mostrar de aquel tesoro de fbula del que era
propietario.
Iban a descubrirse los tesoros en aquella gran tienda, pues, y no en el musco, y pretenda King
que John supervisara la operacin. No tuvo que insistir mucho. John jams hubiera permitido que
alguien que no fuera l se responsabilizara de aquello. Mientras King comenzaba a contratar la
instalacin de la tienda, las barreras que habran de ponerse para contener a los visitantes y
conducirlos a la taquilla, los mostradores y las vitrinas, John se dedic con una concentracin suma a
desembalar los objetos hallados en la tumba.
Annette saba bien que John no era feliz haciendo aquello, que aquel trabajo le pareca indigno y
vergonzoso. No obstante se dedic con ahnco a elaborar el catlogo de los objetos a mostrar, cosa
para l ms importante que la exhibicin en s misma, lo que en cierto modo tranquilizaba su
conciencia cientfica y le ayudaba a olvidarse de la previsible avalancha de gente deseosa de ver
aquello. Pero King era el jefe. Siempre lo haba dejado claro. Aquello era una especie de show
itinerante, y si John pretenda preservar algunos aspectos del descubrimiento en el mbito de lo
puramente cientfico, tendra que hacerlo al margen del espectculo organizado por su jefe.
Ya estaba King dando rdenes, yendo y viniendo, incluso antes de que comenzara a levantarse la
gran tienda. La momia, segn l, habra de ser el elemento principal de la muestra. Ya haba
decidido, por ello, dnde habra que instalarla. Quera luces, muchas luces. Una tarima aqu, unos
paneles con los jeroglficos all Un gran mural al fondo Pedestales en los que poner las
vasijas
Bien, al fin ests aqu, John! le dijo King al verlo llegar, mientras daba rdenes a los
operarios que descargaban las cajas donde estaban los tesoros. chame una mano, que no logro
hacerme entender bien por estos hombres Trtalos en un lenguaje que puedan comprender.
S, les hablar en ingls antiguo brome John en voz baja, dirigindose a Annette.
Tuvo que ir elaborando John el catlogo de los objetos a toda prisa, a la vez que transmita a los
hombres encargados del montaje los deseos de King. Y hubo de hacer esfuerzos indecibles por
mantenerse en calma y no alzar la voz en protesta cuando King cambiaba de opinin un minuto
despus de haber decidido una cosa, con lo que obligaba a un nuevo esfuerzo, a una recapitulacin.
El ruido de los martillazos era adems insoportable. Y en medio de todo aquello tena John, adems,
que ir desembalando uno a uno cada objeto, cada una de las partes del tesoro.
La cabeza de perro de Anubis pareca extraada de verse en aquel ambiente. Algunos
trabajadores hicieron bromas de mal gusto al contemplar la mirada dorada de un prncipe del antiguo
Egipto. John era un autntico manojo de nervios, temeroso de que algo se rompiera, en su afn de
supervisar hasta el detalle ms nfimo, avisando constantemente de la posibilidad de un desastre si
no se seguan estrictamente sus instrucciones.
Las cosas, sin embargo, fueron desarrollndose bien. Qued situada la momia en el justo centro
de la tienda y el mobiliario que haba alrededor del sarcfago dio a la escena un aspecto coherente
que evocaba los orgenes del enterramiento mismo y llamaba con un terror implcito, con un terror
religioso, a la contemplacin sobrecogedora de todo el conjunto, algo que por fuerza tena que hacer
mella incluso en el ms materialista de aquellos hombres contratados para montar la exposicin en la
tienda.
King se mostraba de nuevo feliz y contento, incluso afable. Dio unos golpecitos a John en los
hombros y le felicit por todo.
Saba que podramos hacerlo, y adems a tiempo.
Nada ms entrar en la tienda veran los visitantes la primera vitrina, que era un autntico
relicario. Todo estaba dispuesto para que quienes accedieran a la exposicin supieran al instante
cuanto concerna a la vida de Ra, para lo cual, junto a ese relicario con objetos preciosos, se haban
instalado unos grandes paneles con la informacin al respecto, y a la izquierda de ellos, siguiendo un
pasillo acordonado, la primera muestra del fantstico mobiliario fnebre hallado en la tumba.
Annette, agotada de tanto trabajar en la instalacin de los paneles y en la distribucin de los
objetos que haba en las cajas de embalaje, lo que tambin haba hecho ella como un trabajador ms
de los contratados entonces, se dirigi lentamente a la entrada y observ una vez ms aquellos
paneles. Era la primera vez que se sorprenda contemplndolos, que reparaba en la maravilla de todo
aquello, algo que no haba tenido en cuenta desde la muerte de su padre. Aquello le hizo sentir que
volva a la vida. Y al tiempo, que aquel esplendor tan bien representado en el interior de la tienda,
que aquellos cuadros de un pasado mayesttico que all se ofrecan, no podran por menos que atraer
la atencin de las gentes que acudieran en breve a ver el producto de su trabajo, lo que era como
decir la gran importancia que tuvo en vida Ra Antef.
El primer gran panel mostraba a Ramss VIII y a sus hijos, los hermanos gemelos, Ra y Be,
atendidos por mujeres harto obsequiosas. Ra, se explicaba all, era el mayor de ambos, por cosa de
unos pocos minutos. Los dos nios haban crecido igual, con las mismas atenciones, no obstante lo
cual desarrollaran con el paso del tiempo caractersticas muy distintas, tanto fsicas como mentales.
Ra lleg a convertirse en un gran pensador, alguien que buscaba la verdad de las cosas por encima de
todo, el secreto de la vida eterna. Be, sin embargo, fue un hombre de acusada sensualidad que se
pas la mayor parte de su vida dedicado a los placeres del cuerpo.
Las edades estn llenas de escritos y poemas que se refieren a los dos hermanos, y all, en la
tienda, haba pinturas de aquel tiempo real e ido muchos siglos atrs, que contaban la historia de
ambos con el dramatismo inequvoco de la inmediatez.
Be, sin embargo, siempre alberg celos de la posicin respetable y de la popularidad que
adornaron a su hermano. l mismo consideraba a Ra un sabio, un pensador de gran hondura, pero
conspir contra l para hacerlo pasar por brujo. Su estrecho crculo de sicofantes le ayudara a
hacerlo. Tuvo tanto xito que el viejo Ramss, en su afn de evitar la guerra civil, se vio obligado a
aceptar las insinuaciones de sus consejeros y relegar a su hijo preferido.
Meses despus de vagar por el desierto, Ra y un pequeo grupo de seguidores fueron acogidos
por una tribu nmada del remoto Sahara, y as, aunque no volvieran a frecuentar las frtiles riberas
del Nilo, conocieron la bondad de los oasis del desierto y acostumbraron sus vidas a los rigores de
la vida nmada, lo que consideraban preferible a plegarse a la voluntad de un faran autoritario.
A medida que pasaba el tiempo creca el respeto de los nmadas hacia Ra. Haban comprendido
que tenan ante s a un autntico prncipe. Su filosofa fue la de l. Nobles en s mismos, los nmadas
lo reconocieron como el ms noble. Y le pidieron que fuese su rey y los gobernara.
Los nmadas adornaron a Ra en su coronacin con todos los preciados objetos que posean. Cada
uno aport su tesoro ms querido. Y en la exposicin se mostraba el fantstico medalln en el que
estaban grabadas las secretas palabras de la vida, un secreto que posea la tribu desde haca siglos.
Se puede decir que conocan el secreto de conceder la inmortalidad, bajo ciertas circunstancias, un
poder, sin embargo, que slo poda ser concedido por los dioses, mediando los nmadas para ello, a
quien se hubiera hecho acreedor a la inmortalidad.
Aos despus, siempre acompaado por su tribu devota, Ra hizo planes para regresar
triunfalmente a Egipto y recuperar aquello de lo que haba sido despojado. Rez a Bubasti, la diosa
de cabeza de gato, tan poderosa, la inmortal, que le fue favorable. Guiado espiritualmente por ella y
por la sabidura que los nmadas le haban insuflado, acerca de la inmortalidad, march hacia su
tierra natal convencido de que podra llevar a buen trmino su sagrada misin.
Be, no obstante, tuvo conocimiento de unos rumores acerca de la intentona de su hermano gemelo,
elaborada en la soledad del desierto. A Ra no lo haba traicionado ninguno de sus seguidores. Fueron
otros nmadas, menos orgullosos de su condicin de tales, menos valientes, quienes lo hicieron. Y
Be envi al desierto a unos muy duchos asesinos a su servicio para que mataran a Ra.
El ms intrincado de los paneles, que haba una vez quedaban atrs las doradas puertas de la
tienda, mostraba un tropel de hombres en combate. Sus rostros, en los que se vea la emocin ms
estilizada, sugeran un terror ignoto pocas veces contemplado en las manifestaciones artsticas del
realismo. Una de aquellas imgenes mostraba a Ra de rodillas, entre dos sacerdotes, con la cabeza
inclinada. El enemigo le rodeaba. El panel informaba de que all se le haba despojado de la vida.
No hubo piedad para Ra. Lo mataron a l, mataron tambin a sus nmadas y a sus sacerdotes
Pero fue Ra la vctima ms preciada. Una vez muerto, cortaron su mano izquierda para quitarle los
magnficos anillos que all luca, los que simbolizaban su alta cuna. Be recibi la mano de su
hermano como prueba de que sus crueles rdenes haban sido satisfechas.
El entierro de Ra se hizo apresuradamente, sin ceremonial. Ms adelante, cuando ya estaba
prximo a la muerte, Ramss orden que fuera recuperado el cuerpo y que recibiese la sepultura
debida a un prncipe en aquella suntuosa cmara fnebre, con todos los esplendores del mayor rango.
Bien, pues la momia ha sido desenterrada de nuevo dijo una voz a espaldas de Annette.
Aquella voz la llev rpidamente del pasado al presente. Adam estaba ahora junto a ella, a su
izquierda, y lea la historia que se contaba en uno de los paneles.
Annette! la llam entonces John.
Hizo una sea a Adam, para que la siguiera, y dieron la vuelta sorteando la gran pantalla que
conformaban los paneles. Estaban disponiendo la colocacin del sarcfago, de manera tal que los
visitantes pudieran contemplar de frente su parte superior, y su apariencia era impresionante,
majestuosa, realzada por la pasta de cristal con que haba sido barnizado, y por las incrustaciones de
piedras semipreciosas que tena en la tapa.
Annette y Adam se detuvieron ante aquella presencia imponente. Los mismos trabajadores que
haban situado el sarcfago en aquel lugar permanecan ahora en silencio. El sarcfago lo dominaba
todo, y no slo la escena compuesta por los tesoros que haban sido dispuestos a su alrededor, sino
tambin el ambiente vivido de la tienda, incluso a quienes lo haban instalado all.
Bueno se dej sentir una voz un tanto destemplada, qu tenis que decir, eh?
Que es de veras impresionante respondi Adam sin dejar de contemplar el sarcfago.
Todo Londres est deseando ver esto dijo King muy alegre, con su voz destemplada.
Adam sali entonces de aquel trance en que pareca sumido.
Abrir usted el sarcfago? pregunt a King.
Claro que lo abrir! Quiere verlo?
Antes de que pudieran decir algo ya estaba King moviendo los dedos en el aire, como si llamara
al dependiente de un bazar o a los porteadores que le haban llevado las cosas hasta el Valle de los
Reyes. Annette lo contemplaba jugando con el medalln que tena colgado alrededor del cuello,
sintiendo por primera vez que pesaba ms de lo que crea, y dicindose al tiempo que luca mejor
que cualquier otro broche sobre el terciopelo verde de su vestido.
Aquello llam la atencin de Adam. La tom de los brazos y la estrech contra su pecho.
Es nuevo?
El medalln? No, es muy antiguo.
Entonces la bes en los hombros desnudos, lo que la llev a preguntarse si realmente estaba
interesado en el medalln que luca o haba sido una mera excusa.
Durante la cena pregunt Adam ms acerca del medalln, y Annette le dijo que era un regalo de
su padre Haca mucho que no hablaba de su padre. Y todo le vino de golpe a la memoria. La
escena dispuesta para la exhibicin de los tesoros, su vestido de terciopelo verde, el medalln, acaso
ayudaron a ello Pero ahora, ante Adam, se sinti fuerte, supo que al fin poda hacer frente a sus
peores recuerdos. Era como si insuflara en ella la mayor confianza mediante una suerte de hipnosis.
Hablaba ahora distendidamente, incluso de lo que haba sucedido durante la expedicin, sin que al
hacerlo se alterase.
Cont a Adam cosas de su niez y le confes sentir autntica adoracin por su padre.
Aunque, cuando muri mi madre, se fue a dar clases en el Museo de Egiptologa de Pars
dijo. Pasaron seis aos hasta que volv a verlo.
Por qu no te llev a su lado?
Yo era entonces un verdadero estorbo para l.
Adam hizo una pausa, sosteniendo el tenedor en el aire, a mitad de camino. Lo que acababa de
escuchar le pareca increble.
Por qu?
Siempre quiso tener un hijo respondi ella.
Pues me parece que no estaba muy en sus cabales.
Annette sigui recordando: la amargura, su vergenza al darse cuenta del rechazo de su padre, la
tristeza de tantos aos alejada de l Era muy joven, casi una nia, y por lo tanto muy fcil de
herir No poda entender lo que suceda, aunque intentaba hacerlo. Y tom entonces una decisin:
se encontrara con su padre en el campo que le era propio, y le demostrara cun capaz era.
Creo que estudi tan duro como nadie lo haya podido hacer nunca; ms an que el mejor hijo
varn posible recalc. Le todo lo que haba escrito y todo lo que haban escrito otros acerca de
sus trabajos. Mis amigos de aquel tiempo me consideraban una chica poco femenina, pero insist,
persever en mi esfuerzo. Cuando fui a Pars ya poda hablar con l a su misma altura.
Se sorprendi?
A partir de este momento los recuerdos de Annette fueron ms gozosos. Nunca podra olvidar
aquello, tan feliz, de lo que hablaba.
Estaba asombrado, encantado conmigo. Muy pronto me pidi que fuera su ayudante.
As que la historia tuvo un final feliz
Hasta aquella maldita noche en el desierto dijo Annette, ahora llorosa.
Adam asinti. No dijo una palabra ms hasta que les fue servido el caf. En cierto modo se senta
responsable de haberla sumido de nuevo en la tristeza cuando pareca tan feliz. Pero fue ella quien
quiso hablar de su padre, como si deseara quitarse de encima un maleficio. Ahora, sin embargo, ms
que hablar pareca pensar, como si hiciese un gran esfuerzo por retomar el buen nimo de antes.
Adam la comprenda. Era un hombre sensible; incluso pareca capaz de leerle los pensamientos.
Beban ya un buen brandy cuando l la mir a travs del cristal de la copa y dijo:
Una destilacin perfecta de los ingredientes ms admirables Como la belleza y la
inteligencia en una mujer.
Se levantaron de la mesa y fueron hacia unos sillones, donde Annette tom asiento mientras Adam
la contemplaba pensativo.
Debo confesarte, sin embargo, que me produce una gran perturbacin que una mujer utilice su
inteligencia slo con un propsito acadmico dijo abruptamente.
Ella sinti una punzada de incomodidad y desagrado ante aquellas palabras. Nunca haba
soportado a los que pensaban que no hay para las mujeres otro mbito que no sea el domstico.
Crees que debemos quedarnos recluidas en casa? le pregunt.
Adam sonri.
No me malinterpretes dijo. Slo digo que la inteligencia, adems de en la academia, debe
utilizarse en casa Y creo que un hombre debe esperar de su mujer algo ms que los dbitos
conyugales obvios Debe esperar de ella ingenio, intelecto Una mujer deber ocuparse de su
trabajo, y mostrar el ms alto inters por lo que hace Y creo que un hombre deber respetar
siempre esos intereses de ella. Slo as podrn ofrecerse una buena compaa; slo as podrn ser
felices y esperar del otro la debida recompensa.
Or sus propias ideas, expresadas por la voz de Adam, fue mucho para Annette Dej su copa
en la mesita baja que tena al lado del silln donde estaba sentada. No haba percibido el menor tono
de superioridad en la voz de Adam, que se expresaba, por el contrario, como un igual a ella, que
hablaba de la relacin entre un hombre y una mujer en trminos de absoluta igualdad.
Con gran agudeza, ansioso de profundizar ms en aquello de lo que hablaban, Adam dijo
entonces:
Estoy seguro de que John tambin lo entiende as
No No del todo.
Pues deberas hablar de ello dijo Adam. Trabajis en el mismo campo Eso tiene que
significar mucho para ti.
l est dispuesto a permitir que contine con mi carrera cuando nos hayamos casado.
Eso suena a una simple concesin, no a una conviccin positiva al respecto dijo Adam
levantando su copa de brandy y sorbiendo elegantemente un poco del contenido. Pero de veras
quieres casarte con l?
Annette se sorprendi al orse decir esto:
No estoy segura.
Aunque sinti al instante que haba cado en una trampa, no poda intentar justificar ahora sus
palabras. Adems, ya haba decidido que se casara con John Estaba segura, a menos que A
menos qu? Le resultaba imposible decirse en aquel momento cundo comenzaron a surgir sus dudas,
la tentacin de echarse atrs en la decisin de casarse.
No ests segura? dijo Adam. Entonces te pido, te imploro, que lo pienses bien antes de ir
ms lejos Una vida echada a perder por un mal matrimonio es una autntica tragedia, pero para
alguien como t, verse sometida a los rigores de un compromiso apresurado, puede ser una doble
tragedia.
Eres realmente turbador, Adam.
Y t eres bellsima, Annette.
Esperaba que fuera a sentarse junto a ella. Y cuando lo hizo supo que no podra resistirse. Su
mundo se embrollaba de manera quiz inconveniente, pero no quera impedirlo.

VI
John Bray atraves el vestbulo y Jessop le abri las puertas del saln comedor. Annette y Adam
se volvieron para mirarle. Parecan turbados, como actores interrumpidos bruscamente en mitad de
una escena, como si aguardasen a que el apuntador les diera el pie necesario para continuar. John se
detuvo y los mir. Comprendi que estaba fuera de lugar. En trminos concretos, sinti que Annette y
l no se pertenecan. Ella tena todo el aire de quien al fin acepta y es aceptado.
Pero John estaba muy cansado como para preocuparse ahora de eso.
Siento llegar tarde se disculp, y acept pensativo la copa que Adam le puso en la mano.
Ests muy cansado? le pregunt solcito su anfitrin. Prefieres que te sirvan la cena en
tu cuarto? Le dir a Jessop que lo haga
Gracias, ya he cenado dijo John, y habl con desgana y disgusto de los sndwiches que
haba comido en la tienda, mientras l y King daban los ltimos toques a la exposicin, lo cual, si
bien no haba satisfecho su paladar, al menos le haba quitado el hambre. Me temo sigui
diciendo que ese encanto de Mr. King, tan propio del Nuevo Mundo, acabar por hacer de m un
hombre flaco y consumido Si pretende que siga trabajando tan duro como l mismo lo hace, eso es
innegable, terminar bueno, como esa momia
Tom asiento en un silln, frente a Annette. Antes la bes. Ella permaneci rgida. No pudo evitar
John una sospecha. Adam Beauchamp era un hombre atractivo, todo un caballero. Y haba pasado
mucho tiempo con Annette. Y pareca excesivamente hospitalario. John se sinti como si estuviera a
punto de ser expulsado de all.
Miraba intensamente a Annette, acaso inquisitivamente. Ella no poda soportarle la mirada.
Entonces se fij John en el medalln que llevaba colgado al cuello.
Qu es eso? No recuerdo habrtelo visto antes.
Aunque con bastante desgana, Annette lo despeg de su pecho para que pudiese verlo bien. John
se restreg los ojos. Haba trabajado tanto a lo largo del da, concentrado intensamente en su tarea,
que le fallaba ahora la vista. Le resultaba difcil, pues, ver lo que haba grabado en la superficie del
medalln, aunque no obstante supuso que se trataba de algo puramente ornamental, adems de bonito.
Una escritura cuneiforme. Pero de una cosa s estaba seguro: aquello poda ser un buen ejemplo de
una muy antigua manifestacin artesanal.
John mir de nuevo a Annette y luego a Adam.
Te lo ha regalado l? pregunt a Annette.
Es un regalo que me hizo mi padre dijo ella justo el da antes de que muriese.
Adam se acerc con la mano extendida. Sin decir una palabra, Annette se quit el medalln para
drselo y que lo examinara.
Tu padre lo encontr en la tumba? pregunt John.
Claro que no! dijo Annette.
Respondi con gran indignacin, aunque mientras lo haca se preguntaba cmo podra saber
realmente de dnde provena el medalln. Era extrao, como poco, que estuviera en posesin de una
pieza tan nica, que su padre se la hubiese dado para que pudiera contemplarla todo el mundo.
Todo esto es muy raro sigui diciendo John. Todas las piezas halladas durante la
expedicin deberan haber sido catalogadas
John, no querrs sugerir que mi padre
Esto no puede haber salido de la tumba intervino entonces Adam mostrando el medalln.
Tanto la piedra como el jeroglfico que hay grabado en ella son, por lo menos, dos mil aos ms
antiguos que la propia tumba Dira que este medalln pertenece a los tiempos del Primer Reino.
John reaccion dando un respingo. Ya saba unas cuantas cosas acerca de la autosuficiencia de su
anfitrin, pero que pretendiera ser tambin ducho en una materia en la que l era un especialista, le
molest especialmente, le pareci muy pretencioso y artero por su parte.
Y cmo lo sabes? pregunt.
Digamos que mi inters por vuestro trabajo no es slo el de un amateur
Es la primera vez que lo dices lo ataj John, mirando burln a Annette, como si la invitase a
compartir su escepticismo, pero ella no le devolvi la mirada.
No quiero inmiscuirme en asuntos que no son de mi entera competencia, o que te competen ms
a ti que a m dijo Adam sin alterarse, en un tono realmente mesurado, aunque no por ello dej de
percibir John el leve tinte de irona que haba en sus palabras, pero gracias a mis estudios s que
este medalln pertenece al periodo que ya he dicho.
Y se lo alarg a John para que lo examinara.
Era una pieza muy pequea, comparada con las halladas en la tumba de Ra Antef, y adems
estaba hecha en piedra, lo que vena a demostrar que no se corresponda con el esplendor de los
tiempos estudiados por ellos durante sus excavaciones. No obstante, pareci no concederle mayor
relevancia a la pieza.
Insisto en que pudo hallarse en la tumba que excavamos dijo inalterable.
Adam mostr una gran sorpresa y abri desmesuradamente los ojos, que tenan ahora un punto de
furia contenida. John se alegr de haber roto la habitual imperturbabilidad de su anfitrin, de
obligarle a mostrarse un tanto hostil.
Te repito, Mr. Bray, que este medalln pertenece al periodo del Primer Reino.
Ningn experto se mostrara tan seguro como para decir eso, Mr. Beauchamp Por lo menos,
no sin haber procedido antes a un minucioso examen de la pieza.
Por qu no te reservas entonces tu opinin hasta que hayas procedido a ese minucioso examen
de la pieza del que hablas?
Muy bien dijo John mientras Adam haca con su mano derecha ese tpico movimiento con el
que uno requiere que le sea devuelto algo; John, antes de entregarle el medalln, mir a Annette y le
dijo: Con tu permiso
Pero qu ocurre? pregunt ella, que pareca ahora al menos tan hostil como Adam.
John tuvo la certeza de que controlaba perfectamente la situacin, as que habl con gran calma.
Slo hay una persona dijo que lo sabe todo acerca de ese periodo del Primer Reino, y esa
persona es sir Giles Por supuesto que sabe ms que cualquiera de nosotros Me gustara verle
ahora mismo.
Ahora? dijo Adam, que intentaba ser de nuevo corts con su husped. John, creo que es
un poco tarde Tomemos un trago ms, y quiz maana
No, quiero verle ahora mismo insisti John. An no se habr acostado Si me
disculpis Saldr de inmediato para verle.
Se volvieron para verle salir. Se fue de all con la satisfaccin de saber que al menos haba
logrado alterarlos, algo que podra interferir en el placer de verse solos, dejndolos adems
expectantes ante la posibilidad de su regreso, ms o menos temprano.
Sir Giles, como haba supuesto John, an estaba despierto si es que puede decirse as Nada
ms entrar en su biblioteca supo John que el viejo arquelogo estaba borracho. Su deterioro, aun en
los pocos das transcurridos, era evidente. No haba en l un mnimo rastro de aquella arrogancia
casi militar que siempre haba mostrado. Sus palabras eran no ya ininteligibles, sino incoherentes.
No obstante, John, sin mayores prembulos, le ofreci el medalln y qued a la espera de un
veredicto. Sir Giles movi la cabeza, como para salir de su aturdimiento, mir el medalln pero
no dijo ms que sus lamentos de los ltimos das Que su gran amigo Dubois haba muerto, que
King le haba despedido, que nunca ms podra trabajar Pura autocompasin, no deca nada ms.
Acudo a usted le dijo John recalcando acaso brutalmente sus palabras para que sir Giles
reaccionase porque quiero que me diga qu hay de este medalln.
Y se lo puso ante los ojos.
Mientras John se iba a las estanteras de la biblioteca para repasar con la vista los volmenes, sir
Giles, que haba tomado en sus manos el medalln, se sirvi un trago ms, tan largo que rebos el
vaso y parte del licor cay sobre la mesa.
Si el dinero farfullaba sir Giles es la medida de todas las cosas, si el dinero es la vara
con que ha de medirse la educacin, ser mejor que todos nos convirtamos en asnos S, en unos
asnos Temo al futuro Pensemos en el futuro que se nos viene encima Pensemos en que los
grandes hombres del futuro sern como Mr. King Puaf! En apenas seis meses ha convertido los
campos de trabajo arqueolgico en una especie de feria pueblerina de esas en las que los
propietarios de las casetas no piensan ms que en obtener un provecho econmico
John tom un volumen de pginas amarillentas, y dijo mientras le echaba un vistazo:
Bueno, pero Mr. King estar contento de sus clculos aritmticos, que le procurarn excelentes
resultados. Puede que todo radique en eso, en un clculo bien hecho, para obtener unos dividendos
mximos.
Con aquellas palabras pretenda apelar a sir Giles, hacerlo salir de su abstraccin. Lo consigui.
Sir Giles comenz a chascar la lengua en un gesto de disgusto y a removerse en su asiento. Pero acto
seguido no hizo ms que proseguir con sus lamentos.
Piensa en m, John! dijo. Alguien ha odo hablar de un egiptlogo al que se le prohba la
entrada en Egipto? Me han prohibido volver all! Me han tachado de indeseable, de persona non
grata! Y eso es lo que soy, realmente Para esto no hay tribunal de apelacin posible.
En qu pgina estar lo que busco? dijo John como si nada, repasando el complicado
ndice del volumen que tena entre las manos.
Ah, ese maldito Hashmi! sigui lamentndose sir Giles. Por qu no dijo a las
autoridades que el responsable de todo era Mr. King y no yo?
En qu pgina, sir Giles?
Cmo? Ah, s, ese libro! Creo que por la pgina trescientas o por ah viene algo Un par de
cosas breves Quiz pueda ayudarte
Me preguntaba
Pero John no concluy su pregunta, dej morir las palabras en sus labios. Pareca como si a sir
Giles se le hubieran borrado de la mente, antes prodigiosa, todos los conocimientos atesorados a lo
largo de muchos aos de estudio. No pareca capaz de extractar siquiera una informacin mnima. Y
quiz nunca ms lo fuese Cuando un hombre bebe hasta alcanzar no ya la borrachera, sino el
anonadamiento absoluto, la estupefaccin mxima, eso quiere decir que ha renunciado a los valores y
a la dignidad que pudo tener en otro tiempo.
Sir Giles, sin embargo, se sinti herido por la mirada de John. Intent sonrer. Trat de hacerle
ver a quien fuera su pupilo que no se haba olvidado del objeto de su visita, y puso el medalln sobre
la mesa para observarlo mejor, mientras hincaba los codos. Pero transcurri un buen rato sin que
dijese una palabra. Su vaso de licor, sin embargo, amenazaba con rebosar de nuevo.
Ver hundido a quien haba sido su dolo hizo, sin embargo, que John perdiese la mesura.
Maldito viejo borracho! grit a sir Giles.
Sir Giles hizo un repaso de s mismo. Ya era demasiado tarde. Una lgrima incongruente le rod
por el ojo izquierdo.
Ya veo que me has perdido el respeto se lament mientras intentaba levantarse. Seguro
que te ir mucho mejor si trabajas solo, sin mi ayuda dijo en un rapto de pattica dignidad.
Perdone, sir Giles Es que
Buenas noches le dijo sir Giles dirigindose dificultosamente hacia la puerta. Qudate el
tiempo que quieras, ya conoces la salida.
John apoy las manos en el respaldo de una silla, incapaz de insistir en lo que pretenda. Se
avergonzaba de su reaccin, aunque estuviese justificada. Supona que, presionndole, sir Giles
hubiera podido rehacerse, superar su adversidad. De haber estado sobrio Pero ya slo poda
lamentarse.
John volvi a centrar su mirada en el medalln. Tom una lupa que haba en la mesa de sir Giles
y empez a examinarlo en detalle.
De inmediato se form en su mente una teora increble Vio que tanto Adam como l tenan
razn en sus apreciaciones. El medalln, en efecto, poda pertenecer al Primer Reino, y poda haber
estado igualmente en la tumba de Ra Antef. Acaso estaba ya en la tumba, o en la tierra donde se hizo
la tumba, desde mucho antes de que el prncipe tuviera all la digna cmara fnebre que le fuera
destinada O acaso lo haba dejado all, cuando se produjo el enterramiento, algn devoto que
poseyera el medalln, pensando que un simple mortal no podra hacer la interpretacin debida de su
significado, de aquellas palabras grabadas en la piedra.
Volvi a las estanteras repletas de libros. Una grata brisa entr por la ventana entreabierta. Mir
por encima de su hombro. La cortina de la ventana se agitaba con la brisa. John tom un libro y lo
llev a la mesa. Empez a leer la historia que aluda a Ra y Be. Pero no encontr all una
informacin suficiente sobre la que apoyar su tesis. Todo lo que all vena ya le era conocido, ya
haba sido escrito; es ms, la expedicin King, con sus hallazgos, dispona de ms y mejores datos al
respecto. En el libro no se daba cuenta sino de especulaciones, referencias Nada ms.
No obstante, mediante la utilizacin del mtodo consistente en acumular referencias, acaso
pudiera hallar una forma de aproximarse al menos a una interpretacin de las palabras grabadas en el
medalln Tom de nuevo la lupa, pero la dej al instante sobre la mesa.
Primero oy unos pasos en direccin a la puerta. Trat de levantarse. Pero fue muy tarde. Intent
protegerse del brazo que se alzaba ante l, pero le fue imposible. Recibi un gran golpe en la cabeza
y cay desvanecido.

VII

Diez minutos antes de la apertura de la exposicin a la prensa, y a las ms selectas


personalidades, hizo su entrada en la tienda Hashmi Bey.
Annette fue la primera que lo vio. Adam y ella estaban de pie ante una mesa en la que haba
viandas y bebidas con que obsequiar a los visitantes. Alexander King saba bien cmo ganarse el
favor de las damas y de los caballeros tan distinguidos que acudiran en breve, as como el favor de
la prensa. King, apenas con tan pocos minutos para la inauguracin, no cesaba de ir de un lado a otro
haciendo retoques, dando rdenes Vesta elegantemente, de manera un tanto recargada y teatral
Vesta, en realidad, con un atuendo egipcio de ceremonia
Hay que crear un ambiente haba dicho a la sorprendida Annette. As vestido ayudo a
crearlo.
Annette se dijo que la expresin de Hashmi, al ver de aquella guisa a King, hubiera resultado
divertida de no ser excesivamente agria. Pidi a Adam que observara al recin llegado, que hablaba
entonces con Alexander King, un tanto forzado y pretendidamente conspicuo, segn era ms que
perceptible. King, en un momento de la conversacin que mantena, movi la cabeza, en gesto de
negacin rotunda. Hashmi abri desmesuradamente los ojos y comenz a golpear con el puo una
mesa.
Creo que hemos de proteger a Mr. King dijo Adam.
Annette dudaba que King necesitase la proteccin de alguien, pero quera saber qu ocurra, en
medio de todo le haca gracia la escena.
Hashmi recibi su presencia con una corts inclinacin de cabeza. El incidente no pareca
haberle hecho olvidar las exigencias de la buena educacin.
No es cosa de broma, Mr. King deca con gesto y actitud tan solemnes como orgullosos,
justo cuando Annette y Adam llegaron hasta donde hablaban. Me gustara que desistiera usted de
sus pretensiones Recibira por ello la suma de veinte mil libras inglesas Confo en que esto le
haga reconsiderar su actitud.
No me sea gallina, hombre! le espet King. De veras espera usted que recoja todo esto,
suspenda la inauguracin y embarque de nuevo los tesoros?
Mi Gobierno se har cargo de todos los costes, y lo har con absoluta responsabilidad y
beneplcito.
Eso es como ofrecerme maz para las gallinas! dijo King dando unos golpecitos a Hashmi
en los hombros, que no eran del todo afectuosos. Mi show ya ha sido anunciado en Estados
Unidos, y pienso ir all en cuanto clausure la exposicin en Londres, no piense otra cosa. Si no lo
hiciera as, no dude de que alguien me pegara fuego apenas hubiera desembarcado en mi pas No
querr usted que agravie a toda esa gente del medio oeste, eh? No sabe usted lo que significa un
circo para ellos, les encanta
Un circo!
S, un espectculo para toda la familia dijo King esbozando una sonrisa sentimental. Un
da para el recuerdo.
Le pido por ltima vez que acepte la generosa propuesta de mi Gobierno insisti Hashmi.
King se ech a rer.
Bien, pues entonces amenaz Hashmi atngase a las consecuencias. Slo usted ser
responsable de cuanto pueda suceder.
Bien, pues que empiecen de una vez por todas esas consecuencias dijo King sin dejar de
rerse.
King se apart de Hashmi para dirigirse a Annette con los brazos abiertos. Quera, desde luego,
que lo felicitase por su duelo con el otro, por su gallarda.
Usted denigra la memoria de Ra le dijo ella.
King acus el golpe, pero se rehzo aparentando indiferencia.
Lamento mucho que no est aqu John dijo. Al fin y al cabo, gracias a l esta exposicin
ser todo un xito, aunque a ti te parezca algo horrible, Annette Por cierto, dnde est John?
Adam y Annette lo haban dejado reposando cuando se dirigieron a la tienda. El mdico haba
dado rdenes estrictas de que John no se moviera de la casa de sir Giles Dalrymple hasta que se
hubiese recuperado del todo. Repentinamente sobrio cuando descubri a su pupilo inconsciente, sir
Giles haba dado pronto aviso al mdico y fue la mejor compaa para John, que al recobrar el
conocimiento no saba bien qu le haba pasado, ni mucho menos quin lo haba atacado Fue sir
Giles quien le dio cuenta entonces de la desaparicin del medalln, y se arrepenta ahora de no
haberse encontrado suficientemente despejado cuando John se lo ofreci para que lo examinara.
Pensaba Annette en la humildad de sir Giles, al reconocer su error, y pensaba al tiempo en lo fatuo y
arrogante que era Alexander King, por lo que le resultaba imposible mostrar simpatas hacia el
organizador de la exposicin.
John est muy enfermo respondi llorosa a Alexander King, y se apart de l.
King movi la cabeza, lamentndose. Pero nada podra deprimirle aquella noche. Sus previsiones
empezaban a cumplirse provechosamente. Sera en breve, sin dudarlo, el centro de toda atencin
Junto con la momia, por supuesto Pero no estaba dispuesto a consentir que el prncipe muerto y
embalsamado le robase protagonismo.
Adam se volvi hacia la puerta al or un montn de voces.
Me parece que ya est ah la prensa dijo.
Y unos cuantos amigos ms aadi King henchido de felicidad. A los periodistas siempre
se les pegan sus amigos cuando hay barra libre Si me disculpan Tengo que dar inicio a mi
show
Lo vieron recibir efusivamente al tropel recin llegado. Pronto se llen la gran tienda de la
exposicin de voces, de conversaciones que se producan aqu y all Sonaba de continuo el clic de
las copas al entrechocarse en un brindis. Pero por encima de todas las voces y de todos los ruidos se
escuchaba la de King, que no paraba de hablar, de explicar cualquier cosa, de lucirse, en suma
Resultaba absolutamente infantil, pens Annette, en su afn de mostrarse a todos como el nico capaz
de apreciar en toda su grandeza lo que all se mostraba, el nico de todos que se hallaba en posesin
de un buen gusto definitivo.
No obstante, al comprobar la aceptacin que tena King entre los periodistas y hasta los crticos,
se pregunt Annette si realmente no era l quien estaba en lo cierto Quiz expresarse en la cultura
de masas, en vez de hacerlo en el estudio sosegado, apartado del mundanal ruido, fuera mucho mejor,
aparte de mucho ms rentable, para llegar a las masas, en vez de esperar a que stas se interesaran
por los resultados de una investigacin hecha en el silencio ms absoluto.
Vio Annette, entre aquella muchedumbre, a sir Giles. Pareca realmente espantado ante el tumulto
creado en la tienda, aunque al menos ahora era dueo de todas sus facultades. Quiz hubiera sido
mejor, sin embargo, que se quedara en casa. Habra sufrido menos. Se hubiese evitado as el hondo
dolor que le produjo contemplar todo aquello. Pero al tiempo comprendi Annette que no hubiera
querido perdrselo, que no poda desligarse por completo de una investigacin en la que haba tenido
la mayor relevancia.
Se dej sentir un gong tras el teln perfectamente teatral que cubra parte de la escena. El
murmullo de voces fue decreciendo hasta agostarse.
King, al frente de la escena, abri los brazos y las trompetas atacaron una fanfarria.
Los reporteros apuraron sus vasos y buscaron los asientos. Sir Giles se qued a un lado del
improvisado auditorio. Adam condujo a Annette hasta una silla, tom asiento a su lado y entrelazaron
sus manos. Ella pensaba en John, rogaba que se recuperase pronto, pero junto a Adam se senta
absolutamente feliz. En cada fibra de su ser experimentaba la clida sensacin de que las cosas
estaban a punto de alcanzar el clmax ansiado. Ya no le quedaba ms remedio que tomar una
decisin. Pronto.
Distinguidos invitados, amigos, y seores de la prensa comenz a decir King en tono jovial
, estamos viviendo un momento histrico. Descubriremos hoy ante ustedes el sarcfago de Ra
Antef, muerto y momificado hace tres mil aos Un gran prncipe del antiguo Egipto! hizo un
mutis para que se dejara sentir otra fanfarria, y prosigui: Primero, no obstante, quiero que se
impregnen de este ambiente legendario, como lo han hecho los intrpidos arquelogos artfices del
descubrimiento.
Se hizo a un lado y un haz de luz se clav en la pantalla que el teln haba descubierto a sus
espaldas. Para su sorpresa, vio Annette all el rostro de sir Giles Dalrymple. Haba olvidado que
King, en sus cortas visitas a las excavaciones, se pasaba el tiempo tomando fotografas, sobre todo
en los primeros das de trabajo, con la intencin, ahora le pareca evidente, de convertirlas en
filminas para su proyeccin a travs de la linterna. Hubiera querido saber qu pensaba sir Giles en
ese preciso momento. Seguramente, lo mismo que ella Estaba claro que la expedicin haba sido
para King, desde el principio, poco menos que una trouppe de circo. Estaba claro que ya entonces
albergaba la idea de levantar aquella gran tienda de campaa.
El miembro ms importante de nuestra expedicin dijo entonces King fue el profesor
Dubois, del Museo de Egiptologa de Pars y vio Annette a su padre, proyectado en la pantalla,
examinando junto a John una formacin rocosa. All estaba el profesor Dubois, inmortalizado en la
foto para siempre, como inmortalizado estaba Ra Antef en aquellos paneles que narraban
pormenorizadamente su vida. Inmortalizados, preservados, ofrecidos a la posteridad Pero muertos
. El componente ms joven y bello de nuestra expedicin sigui diciendo King a su audiencia,
sin tener en cuenta las susceptibilidades de algunas personas que se hallaban entre ella es Annette
Dubois, con su encanto parisino, que fue una rfaga de aire fresco en medio del calor del desierto
Y que adems de ser, por su belleza, un elemento decorativo de primer orden, demostr ser una muy
capaz asistente de su padre, el finado profesor Dubois, que desgraciadamente hizo una pausa
histrinica tras la cual alz la cabeza, para nuestra mayor desgracia, s, muri a manos de unos
nativos supersticiosos pareci recobrarse de inmediato de aquella tristeza que lo afligi unos
instantes, y anunci: El gran inspirador de nuestra expedicin, su gran gua, por ello
Se vio entonces en la pantalla una representacin de Ramss VIII.
No, no fue l, querido Mr. King Fui yo!
Estall una carcajada en el auditorio.
King se detuvo cuando iba a hacer lo que segn l sera la descripcin tcnica ms propia de los
mtodos utilizados para llevar a trmino las excavaciones. Annette se pregunt qu hubiese dicho de
John, de haber podido estar all. Pero ella tambin se sorprendi al or muy cerca de donde estaba
aquella voz que haba interrumpido el discurso de King, y al volverse comprob que, en efecto, haba
sido la voz de sir Giles.
Varios periodistas comenzaron a apuntar aquello en sus libretas. Otros miraban a su alrededor
tratando de reconocer al interpelante.
King empalm las ltimas palabras que haba dicho con las siguientes, hablando an ms alto:
Damas y caballeros, por favor Ahora antes de proceder a la verificacin de un momento
histrico, debo hacerles una confidencia. Debo prevenirles Hay una maldicin, segn la cual toda
persona que se halle presente en el momento de abrir el sarcfago de un faran, y mire a la momia
morir hubo un gran murmullo entre los asistentes, que llen de satisfaccin a King, por lo que
pas a utilizar un tono de voz que pretenda fuese ms impresionante, ms melodramtico an. S,
quien contemple a la momia morir sin remedio, vctima de la perfidia de los dioses egipcios
Eso dice la leyenda. As que, quienes entre ustedes propendan al trastorno nervioso, y deseen
abandonar esta sala, hganlo cuanto antes.
Mir retador a su audiencia. Una mujer se mova nerviosa en su silla. Sir Giles mascullaba
palabras de desaprobacin y no paraba, igualmente, de moverse en su silla. Annette miraba a un lado
y a otro, y al fondo de la sala vio a Hashmi, serio, grave, sin demostrar emocin alguna, vigilante,
siempre vigilante
Bien, ya han sido avisados dijo King.
Son de nuevo el gong, al que sigui un redoble de tambores que se resolvi con una fanfarria
mucho ms florida que las anteriores. La iluminacin se fue debilitando lentamente.
Damas y caballeros Por vez primera, y ante sus propios ojos, voy a cortar el precinto real.
Adam mir con una risa sardnica a Annette. Ella saba bien que no era la primera vez que lo
hacan Pero el show tena que seguir.
El chorro de luz blanca de un foco cay directamente sobre la tapa del sarcfago. Cuchillo en
mano, King se dirigi al tmulo funerario all dispuesto. A cada lado haba un nubio, como si
montaran guardia. A una sea de King levantaron la tapa del sarcfago.
Es para m, Alexander King, un gran orgullo presentarles a la momia de un miembro de la
familia real, el prncipe Ra Antef.
Hubo otro murmullo de expectacin en el auditorio. Pero de repente destac la risa de alguien.
Vaya, esto s que es importante! dijo un reportero disponindose a tomar nota de lo
ocurrido.
Hubo un gran ruido de sillas movindose porque la gente comenz a levantarse. Muchos
bromeaban y se rean.
El sarcfago estaba vaco.
Annette se puso de pie. King, con los brazos abiertos en un gesto histrinico, mostraba gran
turbacin en su rostro al contemplar las reacciones de sus invitados. Se qued mirando fijamente,
anonadado, el sarcfago. Abatido, dej caer sus brazos a los lados del cuerpo.
Annette sali rauda para hablar con el inspector de polica encargado del pequeo contingente
que montaba guardia en los alrededores de la tienda desde que se dio inicio a los preparativos de la
exposicin. El inspector se haba empleado hasta entonces ms en el ordenamiento del trfico y en
mantener alejados a los curiosos, que en un trabajo puramente detectivesco. Pero le gust aquel
cambio en su rutina y se puso raudo a investigar.
Varios periodistas y unos cuantos invitados haban salido ya de la tienda y se rean sin
misericordia.
El inspector orden a sus hombres que evitaran la fuga del culpable. Era harto difcil que alguien
pasara ante ellos con una momia a cuestas, pero hasta que no hubiera resuelto ciertas cuestiones,
como hacer algn que otro interrogatorio, no quera que los asistentes huyeran en desbandada.
La verdad es que no hizo unas preguntas muy agudas. Todas, encima, se circunscriban a lo
mismo.
Quin querra robar una momia?
Algn competidor respondi King, rabioso. Alguien que desea arruinarme.
Tiene usted enemigos, Mr. King?
Claro que tengo enemigos! Soy un hombre del show business! Cualquiera de los que se dicen
mis amigos podra ser mi enemigo King seal entonces a Hashmi, que se encontraba entonces
junto al sarcfago vaco. Este hombre, sin ir ms lejos, ha tratado de chantajearme esta tarde
Aqu tiene a uno de mis enemigos.
Es eso cierto, seor? pregunt el inspector a Hashmi.
Que yo he intentado chantajearle? No, claro que no Me limit a prevenirle, a decirle qu
poda suceder.
Cree que alguien querra robar la momia? pregunt el polica pretendindose muy agudo.
Es lo ltimo que poda esperarme dijo Hashmi, que hablaba con el corazn en la mano.
Ja! Sin duda el de hoy ha sido un gran da para l dijo King con sorna.
Por qu dice eso, seor? pregunt el polica a King.
Porque este hombre pretenda que la momia fuese a parar a cierto museo polvoriento
Entonces se acerc a ellos sir Giles Dalrymple.
Y as debi hacerse dijo. Nada de esto hubiese sucedido.
El inspector trataba de aparentar agudeza y calma, pero resultaba evidente que estaba perdido.
Procedi entonces a examinar una vez ms el sarcfago, y lo que haba bajo el tmulo, e incluso el
propio suelo sobre el que se haba levantado todo aquello Crey al fin que le resultara muy difcil
encontrar al culpable, pues todo estaba rodeado de reporteros y de curiosos, que no paraban de ir de
un lado a otro, como lo haban hecho antes de que King pretendiera inaugurar la exposicin, por lo
que descubrir al autor del robo se le haca poco menos que imposible.
Un par de reporteros hicieron algo ms que relajarse, y que rerse Al da siguiente publicaron
en sus columnas una dura crtica a los mtodos policiales, o a la falta de mtodo, mejor dicho, para
prevenir lo sucedido Fue as porque no pudo evitar el inspector que se fueran de all a tiempo para
redactar sus notas e incluirlas en las ediciones de la maana. No obstante, orden a sus hombres que
anotaran los nombres y direcciones de todos los que pudieran y anduviesen por all, tras lo cual los
dej marchar. Los agentes apostados a la entrada de la tienda intentaron hacer su cometido de la
mejor manera posible.
Eso es todo lo que va a hacer usted? dijo King al polica.
Descuide, que seguiremos trabajando en el caso, seor; le iremos dando cuenta de las
pesquisas que hagamos.
Pero podran sacar la momia de este pas maana mismo!
Yo no me preocupara por eso, seor Nunca pasara la aduana dijo el inspector mientras
consultaba su reloj con una tranquilidad tal que pareca capaz de resolver cualquier caso, por
enrevesado que fuera. Dejar aqu, de guardia, a dos de mis hombres, seor, mientras yo voy a
Scotland Yard para pedir a nuestros cientficos que vengan a inspeccionar el sarcfago. Tan pronto
como tengamos algo de que informar, nos pondremos en contacto con usted Buenas noches, seor.
A King no se le ocurri nada que decir mientras el inspector se alejaba.
Bah!, no es ms que un polica ingls murmur al cabo para s mismo. Slo sirve para
que le preguntes la hora Tendr que arreglrmelas sin l.
Por mucho que detestara a King, Annette no poda reprimir una sonrisa de simpata hacia l.
Aquella frustrada representacin haba dicho mucho de aquel hombre. Pudo haber sido su gran
momento, la culminacin de todos sus esfuerzos hechos con tanto dinero y dedicndoles adems
mucho tiempo, y todo haba concluido en un desastre.
Por qu no se va a casa y descansa? le sugiri Annette con gran amabilidad.
A casa? dijo King. Ese hotel Y cmo podra descansar con todo lo que ha pasado?
No he podido ni comenzar realmente el show!
Adam, que estaba junto a Annete, habl casi a la vez que ella:
Si puedo ayudarle en algo
S dijo King como si recobrase el vigor perdido, pueden vendarse el cuerpo y meterse en
esa caja
Adam tom del brazo a Annette.
Buenas noches, Mr. King.
Buenas noches.
Se alejaron de la tienda mientras el furioso tendero daba vueltas y vueltas alrededor del
sarcfago, como si esperase que una puerta mgica, o un encantamiento hecho en escritura
cuneiforme, obrara el milagro de hacer que las cosas fuesen como deban.
VIII

An haba luz en la tienda cuando lleg John Bray. Se dirigi con paso lento a la entrada, a
despecho del dolor y del aturdimiento que an lo atenazaban. Sir Giles haba intentado por todos los
medios que se quedara en la cama, pero despus de lo que el egiptlogo le haba referido a propsito
de la inauguracin, John se dijo que debera acudir all y colaborar en cuanto pudiera. Durante el
camino haba intentado concentrarse, poner en claro las teoras dispersas y dismiles que le brotaron
en la cabeza mientras convaleca en cama, a medias consciente.
Un polica le sali al paso y le pregunt qu quera.
Tengo que ver a Mr. King dijo John en un tono de voz muy bajo; habl adems de manera tan
dubitativa que el polica supuso que estaba borracho.
Ah ya no queda nadie, seor.
Est seguro de que Mr. King?
John! John! Eres t?
El polica condujo a John al interior de la tienda. King estaba en la plataforma, en su escenario,
firme junto al tmulo funerario sobre el que haban puesto el sarcfago. Era cierto, pues La momia
haba desaparecido La visin del sarcfago vaco era ms inapelable de lo que John haba
supuesto.
Pues es cierto que no est! exclam desazonado.
Bueno, yo quera publicidad, no? Pues seguro que la obtengo dijo King acercndose a l
. Dime, t no estabas en la cama?
Creo que s por qu ha ocurrido esto dijo John.
King lo mir expectante.
Cmo dices?
Al fin he descubierto el significado de las sagradas palabras de la vida El medalln Los
antiguos poderes de Ra Antef Pero me lo han robado Me lo han robado
El rostro de King pas de la palidez a la furia. Haba gastado una gran suma de dinero en la
expedicin, pero era incapaz de entender cualquier cosa referida a los hallazgos hechos en las
excavaciones. Para l, los tesoros descubiertos, como era un showman, tenan la misma importancia
que un freak sacado de alguna reserva india. Hasta un circo de pulgas le hubiera hecho feliz, siempre
y cuando las pulgas le diesen a ganar buenos dineros.
Quien haya robado la momia dijo John pretende volverla a la vida.
Y de nuevo se sinti confuso, enfermo. El rostro de King se crisp.
Tienes algo mal en la cabeza, muchacho dijo King con un tono de voz que hiri los odos de
John.
Por qu no me cree?
Creo que ests realmente enfermo, muchacho, muy mal Te pedir un taxi
Mire, Mr. King
Pero cmo podra King, ayuno de todo conocimiento como estaba, comprender algo, siquiera
algo, acerca del significado del medalln y del mensaje que contena? Empezar a contarle paso a
paso la historia de Ra Antef sera imposible, mucho ms a tales horas de la noche As que John
decidi no hacerlo. Pero, en cualquier caso, se vea en la necesidad de forzar que el otro actuase de
manera correcta Estaba posedo por visiones que le hablaban de antiguos ritos de brujera, de
ngeles del terror inmersos y libres en el mundo moderno, de la blasfema vuelta a la vida de
alguien o de algo que debera descansar toda la eternidad.
Agente, podra pedir un taxi para este caballero?
King contemplaba a John con gesto preocupado ante la tienda.
Si alguien quiere vengarse realmente insisti John, qu otra manera mejor de hacerlo que
devolviendo la vida a la momia?
Claro, claro Vamos
Qu mejor manera de hacerlo que ocultar los motivos reales de esa venganza bajo el pretexto
de una maldicin legendaria?
Venga, ve a dormir le dijo King, solcito. Te ver maana temprano.
Usted no quiere or lo que digo, verdad, Mr. King?
Ahora mismo no, la verdad Lo nico que me pregunto dijo King es cmo pudo Hashmi
hacer esto
Hashmi?
Slo pudo hacerlo l, estoy seguro Es lo nico que tiene sentido en toda esta historia
Tenas que haber visto su cara esta noche
Ha estado aqu?
S, pero no me preguntes cmo pudo llevarse la momia Bueno, la polica tiene su direccin.
En cuanto descubra cmo hizo el robo, acabar con l.
Un agente acompaaba a John por un sendero hasta la calzada donde le aguardaba el taxi. Antes
de que lo alcanzaran le pregunt John:
Tomaron ustedes la direccin de Hashmi Bey?
A quin se refiere, seor?
Hashmi Bey Mr. King dice que tienen ustedes su direccin Me gustara verle.
El polica se detuvo bajo una farola de gas, a la entrada del parque, y sac su cuaderno. Pas
rpidamente unas pginas y consult el listado de direcciones que tena.
Quiz tenga esa direccin uno de mis compaeros, seor Hemos apuntado la direccin de
tantas personas No, espere, aqu la tengo
Se la mostr a John, que ley aquella direccin y asinti dando las gracias al agente. Despus
entr en el taxi.

IX

Alexander King estaba muy cansado. Tambin estaba furioso. Pero ganaba el cansancio. No haba
nada ms que hacer aquella noche. La momia haba desaparecido y por el momento de nada serva la
tienda; por mucho que caminara a su alrededor, fumando sin parar, la momia no aparecera Al da
siguiente se sentira mejor. Al da siguiente acudira a la polica de Londres para urgirles a que
redoblaran sus esfuerzos.
Cuando sala de la tienda, el agente que montaba guardia a la entrada se dirigi a l.
Le pido un taxi, seor?
No, gracias.
Caminar por las calles vacas, con aquella fresca brisa, le vendra bien, ayudara a que se
calmara. Necesitaba tranquilizarse si quera dormir bien aquella noche.
King se fue.
La neblina invada las calles, se pegaba a los muros de las casas. Las farolas de gas contribuan a
dar a la ciudad un aspecto fantasmagrico, tindola de un amarillo desvado y pobre. Escuch un
reloj que daba la hora y su sonido tambin pareci extrao en medio de la neblina.
Una mujer que estaba frente a la puerta de una casa le sali al paso.
Tienes algn problema, muchacho?
Yo no Puedo hacer algo por usted?
Nada, cario Pero me pregunto si no ser yo quien pueda hacer algo por ti
King pareci salir entonces de su abstraccin.
No, no Muchas gracias.
Sorte a la mujer y sigui su camino. Diez minutos despus se dio cuenta de que se haba
perdido. Crea conocer Londres muy bien, pero su mente, ocupada en otras cosas, en todo lo que
concerna a la momia, le haba traicionado. Naturalmente, pensaba tambin, con mucho dolor, en el
ridculo que haba hecho, y en que al da siguiente los peridicos le ridiculizaran an ms As, era
difcil que prestara mayor atencin a las calles por las que iba.
Se detuvo en una esquina y resopl.
Las dudas y las especulaciones, no obstante, seguan rebosndole la cabeza Quiz aquella
publicidad, aun negativa, le resultara beneficiosa Eso, aunque hubiera desaparecido la momia,
poda hacer que mucha gente se acercara a la exposicin Y si consegua encontrar la momia
Tena que encontrar la momia. Sin la momia, la exposicin no estara completa.
Cuando la tuviera de nuevo en su poder Cuando la encontrara
Intent concentrarse en su camino. La calle en la que estaba no tena el rtulo con su nombre.
Cruz la calzada en direccin a una arcada en la que quiz hubiera un rtulo Pero a medida que se
iba acercando no oa ms que el rumor del agua, y un poco despus la sirena de un barco.
Supo as que estaba muy cerca del ro. Le pareci inconcebible que hubiese caminado tanto
tiempo en la direccin equivocada.
Tras unos momentos de duda volvi sobre sus pasos.
Vio otra arcada un poco ms all, entre la neblina cada vez ms espesa. La proximidad del ro
haca que fuese mucho ms densa, que aquella neblina arrojase sombras dudosas a su alrededor. La
arcada a la que se diriga arrojaba una sombra mucho ms slida.
Cuando se acercaba, sin embargo, observ que aquella sombra no se disolva, al contrario Se
hizo ms evidente. Porque no era una sombra sino la silueta de un hombre que aparentemente lo
esperaba, tranquilo, impvido.
Carraspe para aclararse la voz, tomada por la neblina.
Creo que me he perdido Voy bien por aqu al centro de la ciudad?
No hubo respuesta.
Mire King no estaba para bromas ni prdidas de tiempo, no s quin demonios es usted,
pero no me
La silueta avanz desde la arcada. Bajo la difusa luz de las farolas, en mitad de la neblina cada
vez ms densa, pareca una masa informe. King alcanz a ver, sin embargo, que tena los brazos
vendados, unos brazos que extenda hacia l. King vio su cara indescriptible. Y fue incapaz de
aceptar lo que vea.
Solt una fuerte carcajada.
Vamos, si esto te parece una buena broma
Pero la momia no bromeaba. Era real y poderosa. Un fantasma tangible, fuerte, venido de una
edad remota. Aunque debiera de pertenecer a la muerte, estaba viva y en posesin de una fuerza
sobrenatural.
Estrech a King entre sus brazos, que lo levantaron del suelo. Vio as los ojos furiosos de quien
en un tiempo lejano, muy lejano, fue un prncipe del antiguo Egipto. Y entonces no pudo King
reprimir un grito de pnico.
Las casas de aquella calle parecieron girar como aspas ante l La arcada tambin gir ante l,
vertiginosa. La momia lo arroj entonces, lejos, hacindole experimentar la sensacin de que iba
lanzado entre una sucesin infinita de arcadas hasta que se estrell contra las piedras
experimentando un dolor agnico. La momia lo recogi luego del suelo y lo tir al ro.
El agua cubri a King rpidamente.

Creo que se hospeda aqu un caballero extranjero, me equivoco? dijo John Bray.
Aquel hombre sin afeitar que le haba abierto la puerta pareci suspicaz y gru su pregunta:
Qu se le ha perdido a usted aqu?
John se meti la mano en el bolsillo y sac un puado de monedas. Tras el hombre vio la silueta
huidiza de una mujer con el cabello alborotado y el rostro cetrino. Lo nico que denotaba alguna
felicidad en su rostro fue or el sonido de aquellas monedas en la mano de John. Entonces se acerc
al hombre sin afeitar que haba abierto la puerta.
Se trata de un caballero egipcio dijo John.
La mujer extendi la mano y John puso en ella el puado de monedas.
S, lo encontrar usted en el primer piso de la parte de atrs dijo la mujer.
Gracias.
Entr John y subi por la estrecha escalera que llevaba a la parte de atrs de la casa, cuidando de
no hacer ruido aunque el suelo era de linleo. Tras l se produca entonces una discusin entre el
hombre y la mujer a propsito de las monedas. Son un portazo mientras seguan pelendose.
John camin por el pasillo del primer piso hasta la parte trasera de la casa. La neblina haba
cubierto por completo los cristales de las ventanas. Al final del pasillo haba una sola puerta. Llam
con los nudillos, aunque pareci que lo haca con un martillo.
Hashmi, abra la puerta!
No hubo respuesta. John mir atrs, hacia la escalera por la que haba subido. Se dijo que mejor
no hacer ruido para no alertar a la pareja que segua discutiendo. Podran echarle de all con cajas
destempladas. Qued a la escucha. Ningn sonido de aquella habitacin. Pronto cesaron tambin las
voces del hombre y la mujer.
Volvi a llamar y trat de girar el pomo de la cerradura. No se abri pero pareca muy endeble.
John presion la puerta con el hombro.
Abri la puerta al segundo intento y entr en la habitacin.
No haba nadie.
Sac un fsforo y encendi una lmpara de gas. El aspecto de aquella habitacin era
absolutamente siniestro. Comenz a investigar.
Desde luego, Hashmi tena muy pocas cosas. En su maleta haba unas cuantas prendas de vestir;
de una percha colgaba un traje polvoriento y arrugado. El escaso mobiliario era viejo. Quitaba John
la colcha de la cama cuando entr Hashmi despacio y silencioso como un gato, blandiendo un
cuchillo en la mano.
Ha encontrado lo que busca, Mr. Bray? dijo.
John se volvi asustado. Dej caer la colcha de la cama.
Dnde est? dijo tras reponerse de la impresin primera.
Hashmi avanz hacia l enarbolando su cuchillo.
Si supiera a qu se refiere
Lo sabe muy bien Me refiero al medalln. Dnde lo tiene?
Hashmi respir profundamente. Pareca an ms grotesco a la luz de la lmpara de gas.
As que es verdad que existe ese medalln
S, y usted me lo ha robado dijo John.
Hashmi le observ unos instantes y dej el cuchillo sobre una mesita. Despus cerr la puerta.
Hablamos del mismo medalln, del medalln sagrado que confiri a Ra Antef los secretos de
la vida, aquel medalln que segn una leyenda le fue entregado por su tribu de nmadas? El
medalln que bajo ningn concepto deba caer en manos de su hermano, Be, el asesino, el que nada
saba de aquella preciosa posesin en cuyo poder estaba Ra?
S, y me parece que sabe usted bastante del asunto dijo John. Y creo tambin que saba de
la existencia de ese medalln desde el principio Y justo cuando me dispona a descubrir la verdad,
cuando estaba a un paso de hacerlo
No sea tonto! le grit Hashmi. Si yo tuviese ese medalln, y si poseyera el secreto de
revivir a los muertos, cree usted de verdad que hubiese procedido de la manera tan estpida que
dice usted?
John no saba qu pensar. En realidad no poda acusar a Hashmi de nada, pues le faltaba una
secuencia bien hilada de los hechos. As, no podra acusar ni a Hashmi ni a nadie. El hombre al que
haba acusado de ladrn le pareci entonces realmente ntegro, sobre todo por la forma en que haba
hablado de aquella santa reliquia de la historia de su pas Claro que tambin su integridad podra
ser una aagaza de fantico capaz de cualquier violencia para impedir que se descubriese el caso.
Viene usted conmigo a la polica? le pregunt John abruptamente.
Me sentir muy feliz de colaborar para que nadie pueda hacer uso de la violencia.
Ya en la puerta, cuando salan, John fue incapaz de reprimir una pregunta que le rondaba la
mente:
Sabra usted decirme quin est detrs de todo este maldito y pavoroso asunto?
Digamos que hay algunas fuerzas trabajando en ello, hasta donde yo s respondi Hashmi
con mucha seriedad; unas fuerzas, por cierto, cuyas intenciones sera incapaz de comprender la
mente del cientfico ms lcido de este pas.

XI

Sir Giles Dalrymple abri la botella de brandy y alcanz un vaso. Luego cerr la botella. Era
importante que mantuviese clara la mente, por lo que apart el vaso, sin embargo, en el que acababa
de servirse un trago. Tena mucho trabajo por delante. Tena que haberse puesto a trabajar en el
mismo instante en que el joven John Bray acudi a l para comunicarle sus sospechas Su antiguo
ayudante estaba en el buen camino. Por eso precisaba de las aportaciones que pudiera hacer alguien
ms experto.
John haba hecho algunas anotaciones antes de que fuera golpeado, y all estaban dichas notas, en
su escritorio. Sir Giles vio en ellas las lneas maestras para descifrar unos jeroglficos, pero no
estaba muy seguro de que sirvieran para la interpretacin de otros. Conoca bastante bien aquello, no
obstante, pues no en vano haba sido l quien instruyera a John en la materia.
Seran aquellos garabatos hechos en una de las notas el dibujo de algo que estuviese grabado en
el medalln? Sir Giles concentr toda su atencin en ello. Contendra aquello el significado ltimo
de las sagradas palabras de las que hablaba la leyenda, las sagradas palabras de la vida? No, sera
absurdo Las sagradas palabras de la vida
Sir Giles se recost en la silla. Quiz necesitara un trago Pero no, tena que ser fuerte y
mantenerse sobrio Era capaz de resistirse a una tentacin como la de beber. Tena que demostrar a
todos, adems, que segua en poder de aquella sabidura que le haba valido la mayor reputacin
como investigador e intrprete del antiguo Egipto, el nico hombre capaz de desvelar los enigmas de
aquel pasado.
Comenz a escribir con enorme precisin y buen pulso una lnea jeroglfica que podra dar
sentido a lo apuntado por John. Y mientras lo haca, lea en voz alta lo que iba escribiendo,
descubriendo as unas palabras que eran ms vibrantes minuto a minuto.
Fue interrumpido, sin embargo, por un ruido de cristales rotos. Sir Giles se volvi hacia la
ventana y vio que la momia entraba en su biblioteca.
Tena una pistola en el cajn derecho de su escritorio. Quiz no fuera suficiente para enfrentarse a
aquel monstruo, pero sir Giles ech mano del arma, instintivamente. Abri fuego dos veces contra la
aparicin. La momia pareci acusar los impactos, se tambale, pero no cay al suelo. Sir Giles
dispar por tercera vez. Pero la momia alarg sus brazos portentosos y lo apret fuertemente contra
s.
Sir Giles apenas pudo exhalar un grito, pues la presin de los brazos de la momia le impeda
respirar. Despus oy cmo se le rompan todos los huesos del cuerpo cuando la momia lo golpeaba
contra el escritorio. El dolor que senta era insoportable. Entonces la momia le puso las manos en el
cuello. Las sinti frreas bajo las vendas. Lo ltimo que vio sir Giles, cuando ya le resultaba
imposible respirar, cuando comenzaba a nublarse su mirada, fue un gato de pedernal chino que tena
en su mesa de trabajo. Sir Giles vio que la momia lo alzaba contra l. Le golpe tres veces en la
cabeza, antes de que se rompiera la pieza. Pero sir Giles ya no pudo resistir el tercer golpe.

XII

Adam tena un libro abierto sobre su regazo. Lea con su voz honda, reflexiva, pausada y musical,
alzando los ojos a intervalos para contemplar a Annette.

Quieres saber cmo te amo? Tratar de decrtelo.


Te amo hasta lo ms profundo, hasta mi ltimo aliento,
con toda la fuerza de mi alma; te amo con todo mi ser
henchido de tu ideal, infinita gracia.
Te amo en todas las horas del da,
te necesito ms que al sol y ms que a la luz.

Annette senta mecerse bajo aquel ritmo clido de la voz de Adam, que incrementaba el tibio
ambiente ofrecido por la chimenea. Saba bien, no obstante, el porqu de todo aquello: Adam
pugnaba por apartarla de John como fuese Y no tena fuerzas para resistirse.

Te amo libremente, como el hombre que busca lo ms cierto;


te amo con una pureza digna del Paraso.
Te amo con toda la pasin de mis antiguos anhelos
y con la fe de mi infancia.
Te amo con un amor que ya cre perdido junto
a los santos que un da guiaron mi camino.
Te amo con el hlito, con las lgrimas, con las sonrisas
de mi vida entera.
Y si es que as lo quiere Dios, te amar incluso
ms all de la muerte.

El ltimo verso retumb en el saln. Adam se qued en silencio, mirando aquella pgina durante
un rato que se hizo eterno. Al fin alz la mirada hacia Annette.
Ms all de la muerte repiti.
Annette intent encontrar algo divertido en aquello, algo con lo que poder bromear, pero
evidentemente no era momento para bromas. Era el momento de la verdad. Un momento inaplazable.
Adam cerr el libro.
Tengo que salir de Londres dijo.
Oh, no!
Aquella protesta de Annette tuvo un tono desesperado.
Lo he ordenado todo para que John y t sigis en esta casa mientras dure la exposicin.
Sin ti?
Aqu estaris bien atendidos. No os faltar de nada.
No podr quedarme aqu dijo ella.
Adam dej el libro en el suelo, se acerc a ella, tom asiento a sus pies y tom sus manos entre
las suyas.
Bien dijo; pues en ese caso, ven conmigo Me gustara que vinieses conmigo Puedo
pedrtelo?
No se le ocurri a Annette preguntarle siquiera adnde iran, ni cunto tiempo estaran fuera. No
pareci tener una sola duda, pues se limit a preguntar:
Cundo salimos?
Maana temprano. Muy temprano.
Cmo se lo diremos a John?
Pero daba ya lo mismo cmo decrselo; no pensaba en las posibles complicaciones presentes, ni
mucho menos en unas posibles complicaciones futuras. No es preciso decir que, en realidad, a
Annette le preocupaba muy poco John a aquellas alturas Ya haba tomado su decisin y no se vea
en la necesidad de justificarse ante nadie. Llegado el momento, se la hara saber a John, sin ms.
Mejor no le hagas una escena, ten en cuenta que an est convaleciente dijo Adam. Mejor,
djale una nota
No me parece bien, pero
Escrbesela ahora dijo Adam con mucha calma e igual autoritarismo.
Annette sinti por unos instantes que haba depositado la vida en sus manos Sinti que careca
ya de iniciativa. Nunca hubiera supuesto algo semejante, ni mucho menos que pareciera no
importarle Ciertamente, haba autoritarismo en la voz y en los modos de Adam, aunque jams
perdiera la mesura. Entonces pens en que realmente no saba nada de l, salvo que era
evidentemente rico; y que en ese no saber nada de l se inclua eso, un total desconocimiento de
cmo haba hecho fortuna, de la carrera que le haba dado aquella seguridad en s mismo con la que
hablaba, de su habilidad para dar rdenes sin que pareciera que las daba, y ser obedecido sin
contestacin
Annette quit sus manos de entre las de Adam y se fue a su cuarto. En el silencio blanco y limpio
de su habitacin estara a salvo del influjo de Adam, que empezaba a resultarle molesto. Y all, a
solas, quiz sintiera renacer en ella su necesaria rebelda. l dej que retirase sus manos y la vio
salir del saln. Annette le dijo que necesitaba pensar en cmo dirigirse a John, y l se qued en
silencio.
Pronto, sin embargo, la ansiedad y la duda hicieron presa en Adam. Aunque se dijo que en breve
acabara Annette de redactar su carta para regresar a su lado.
Annette, en efecto, comenz a escribir una carta a John.
Frente al pequeo escritorio del cuarto tena un espejo de pared. Se detuvo a pensar cul sera la
mejor frase para iniciar la escritura de su misiva, y se contempl all plida, con un gesto de
reproche que evidentemente diriga a s misma Era muy cruel hacerle eso a John Era de cobarde
no decrselo francamente, hablndole a la cara. Pero estaba poseda. Ya no prevaleca en ella
ninguno de los valores que haba sostenido siempre.
Slo espero que algn da consigas olvidarme
Dijo en alto aquellas palabras, antes de escribirlas. Entonces, cuando ya estaba a punto de
llevarlas al papel, oy un gran ruido que retumb en toda la casa. No fue un ruido comn,
reconocible; nada semejante a un accidente domstico, como la cada de una mesa, de cualquier
mueble, de una bandeja llena de platos. Luego sinti otro ruido, sordo ahora, como de lucha.
Annette se levant y fue hacia la puerta. Se asom primero y luego fue hasta la escalera para
mirar en direccin a la planta baja. No pudo evitar un grito desgarrador.
Adam luchaba desesperadamente con la momia. A la siniestra criatura se le haba soltado parte
del vendaje que la cubra y vio sus brazos desnudos que intentaban estrangular a Adam, que trataba
en vano ahora de golpear a aquel ser en la cabeza.
Annette volvi a lanzar un grito desesperado, un grito de socorro, y la momia se detuvo. Adam
estaba ya sin fuerza. La momia lo arrastr hasta el arranque de la escalera.
La momia lo pisote y despus comenz a subir los peldaos. Annette retrocedi unos pasos
hasta pegar su espalda a la pared. Quiso huir, pero no encontr las fuerzas necesarias para hacerlo.
Se qued clavada donde estaba. Si buscaba refugio en su cuarto, resultara en vano, aquella criatura
no encontrara la menor dificultad para derribar la puerta. Tena que encontrar, pues, otra salida, otra
va de escape, toda vez que no poda huir ya por la escalera. Era preciso que saliera de all cuanto
antes para dar la alarma. Pero el horror segua paralizndola; su cuerpo no responda a sus
pensamientos. Y aquel ser monstruoso e implacable segua avanzando hacia ella, peldao a peldao.
De repente sinti que su propia respiracin la hera en la garganta y, lo que es peor, que la
respiracin agitada de la momia impona su ruido al de la suya propia. La momia respiraba.
Estaba a punto de darle alcance. La momia extenda hacia ella uno de sus brazos. Annette sinti
que le temblaban las piernas, que se le doblaban las rodillas. Estaba a punto de ceder, estaba a punto
de derrumbarse, de hundirse en un colapso.
Pero entonces, Adam, desde el arranque de la escalera, trataba de ponerse en pie.
Sobreponindose a la merma de sus fuerzas, haciendo un esfuerzo suficiente para recabar para su voz
toda la autoridad de que era capaz, grit:
Detente, Ra!
La momia se detuvo.
Adam logr subir con dificultad dos escalones.
Detente, Ra! Por Nekhebet te lo pido!
La momia pareci sorprendida, indecisa. Volvi lentamente la cabeza, con gran solemnidad.
Annette dio unos pasos hacia atrs, para alejarse de ella todo lo que pudiese, hacia un rincn. Su
movimiento, sin embargo, volvi a atraer a la momia, que de nuevo avanz hacia ella. Aquella forma
tan lenta y a la vez segura en que extendi su brazo hacia ella fue irresistible para Annette. Cay de
rodillas, sollozando.
Ansiaba or de nuevo la llamada rtmica, profunda, de Adam dirigindose a la momia para
detenerla. Annette trataba de reincorporarse para alejarse ms; en su anonadamiento, las palabras de
Adam le parecieron llegar desde ms all de una pesadilla dolorosa que, paradjicamente, la
insensibilizaba. La momia se detuvo de nuevo y volvi a girar la cabeza hacia el hombre que la
llamaba, como si quisiera cerciorarse de las palabras que oa. Y de nuevo, un instante despus, se
dirigi a Annette, que ahora se debata en la pregunta de cunto de aquello era realidad y cunto un
mal sueo, una fantasa que todo lo distorsionaba. Por un lado, le pareca que la momia avanzaba
hacia ella con toda la furia de las edades transcurridas, y por otro que lo haca gentilmente,
tiernamente Sinti entonces que ola a blsamo y especias, dulcemente. Y sinti de nuevo,
igualmente, con ms fuerza, su respiracin.
Un momento despus se esfum aquel olor, ces tambin el sonido de aquella respiracin fuerte y
agitada. Derrumbada, vio Annette, con la mejilla contra el suelo, cmo la momia se giraba lentamente
e iniciaba el descenso de la escalera. Hizo un esfuerzo desesperado y brutal por acercarse a la
barandilla, y vio desde all que Adam aguardaba a que bajase la momia, como si retase a la hrrida
criatura.
Vio Annette entonces que al llegar a la planta baja la momia alzaba un brazo, y lo dejaba caer
pesadamente, como un martillo. Un instante despus Adam yaca en el suelo.
Entonces sinti ruido, mucho ruido, un gran ruido. Annette crea seguir oyendo aquella
respiracin enfermiza de la momia junto al sonido de la campanilla de la puerta, y unos pasos
lejanos, y voces de hombres.
Cuando se fij bien, la momia haba desaparecido. Adam segua en el suelo. Y de golpe la planta
baja se llen de gente. Hombres en el vestbulo y en el saln. Uno de ellos subi corriendo la
escalera y la sujet entre sus brazos.
Cario, cario! Qu ha ocurrido?
Era John. An en el momento ms terrible de su pesadilla lament que fuese John, precisamente
l, quien hubiera acudido en su auxilio.
Cmo est Adam? pregunt Annette.
Dos policas de uniforme introdujeron una nota discordante en el esplndido saln.
Todo bien, seor? pregunt uno de ellos a Adam.
Adam musit ella.
Se pondr bien, seorita dijo el polica.
Gracias a Dios!
Annette comenz a descender los peldaos, ayudada por John, para reunirse con el grupo.
Supongo que me recordar usted, seorita, soy el inspector Mackenzie
Lo recordaba perfectamente. Haba hablado con l un rato cuando en la inauguracin se
descubri que la momia haba desaparecido. Desde entonces, y a pesar del poco tiempo transcurrido,
haban pasado muchas cosas. Tantas, que segua siendo incapaz Annette, a despecho de sus vividas
sensaciones, de saber si todo era un mal sueo o suceda realmente.
Seorita sigui diciendo Mackenzie, podra decirme qu ha sucedido?
La momia acert a decir Annette.
Slo decir aquello la hizo temblar de nuevo. John la sujetaba con todas sus fuerzas para evitar
que se derrumbase otra vez. Hashmi Bey qu demonios pintaba all?, se pregunt Annette se
acerc a ella interesado en lo que pudiera referirles.
De veras ha estado aqu la momia? pregunt Hashmi.
As es dijo ella. Est viva.
Asegura usted que la vio? pregunt el inspector Mackenzie.
S Atac a Adam
Que atac a Adam? dijo John, incrdulo.
Su incredulidad, supo ella por el tono de su voz, no se refera, sin embargo, a que no creyera
posible que aquello hubiese sucedido. Haba en su tono algo ms extrao, ms recndito.
Hashmi y John se miraron como si ratificasen algo.
No me explico cmo ha podido suceder dijo Hashmi con gran extraeza.
El inspector, pensativo, repasaba su labio inferior con un dedo.
Todo apunta a que su teora es errnea, inspector le dijo John.
Bueno, eso es lo que suele pasar tantas veces con las teoras, seor.
Una de las puertas del saln se abri lentamente e hizo su entrada Jessop, que pareca inalterable,
como de costumbre. Abri desmesuradamente los ojos, sin embargo, cuando vio a su seor en el
suelo. Un sargento le ayud a llevarlo a su cuarto. Cuando salieron de all, los dems policas y
algunos curiosos que se haban quedado a la entrada del saln, en el vestbulo, seguan mudos, como
a la espera de una respuesta, deseosos de or algo que tuviera sentido.
Fue John quien se decidi a romper el silencio espeso.
Bien, pues quiz dijo hayamos confirmado la nica teora posible A menos que
Bueno, puede que esta teora tambin sea errnea, habr que verlo.
Annette no saba de qu hablaba. Dudaba, en cualquier caso, de que la teora del inspector
pudiera ser mejor que cualquiera de las que hiciese John.
Mire dijo John al inspector, sera conveniente que nos diera una oportunidad de
demostrar que estamos en lo cierto
Los detectives amateur tienen esa ventaja, disponen de una segunda oportunidad dijo
Mackenzie.
John pensaba en su segunda oportunidad, cuando Annette se apart de l para dirigirse a la
habitacin de Adam.
Jessop y el sargento le observaban all, tumbado sobre la blanca colcha de su cama. Sorprenda
el ambiente espartano de la habitacin, que un hombre como l careciera all casi por completo de
mobiliario. Adam pareca irse recobrando poco a poco de su inconsciencia, e hizo un gesto a Jessop,
que dirigi igualmente al sargento de polica.
El sargento se dirigi a la puerta.
Creo que el inspector desea hablar con usted, seor dijo a Adam antes de irse.
Ahora no respondi Adam con su autoritarismo de siempre.
Claro, seor Cuando se haya recuperado usted dijo el sargento.
Ser yo quien diga cundo hablamos
Tras un momento de duda, sali el sargento. Adam se recost contra el cabecero de la cama y
alarg sus manos a Annette, que las tom entre las suyas.
No logro comprender nada, todo esto carece de sentido dijo ella.
Vers como s lo tiene dijo Adam mirando el techo. Todo te parecer lgico cuando sepas
la verdad.
La verdad? Y qu ms necesito saber despus de haber visto que la momia te atacaba? Si
todas esas antiguas leyendas son ciertas Si es posible la vida desde las tumbas Entonces de nada
sirven nuestros estudios, ni lo que hemos hecho hasta ahora sir Giles, John, yo misma Tampoco
creo que t puedas saber la verdad No estuviste all, con nosotros, cuando descubrimos el
enterramiento Nos conocimos cuando regresbamos a Inglaterra y nos ofreciste tu hospitalidad.
Estaba sorprendida ante la calma que demostraba Adam. A pesar del terrible ataque sufrido, no
pareca tener miedo, ni siquiera un resto de resentimiento; pareca el hombre generoso y dominador
de la situacin que siempre era. Descansaba tranquilo, con los ojos abiertos, como si atisbase algo
remoto, muy remoto, que slo l era capaz de contemplar. En realidad pareca contento por todo lo
que haba sucedido. Y por lo que an estaba por suceder. Como si aguardase la verificacin de un
acontecimiento memorable, algo que cambiara sus vidas para siempre.
Hablaremos cuando toda esa gente se haya largado dijo.
Puede que an se queden un buen rato observ ella.
No lo creo dijo l con mucha calma.
Como si quisiera confirmar sus palabras, John se present en la habitacin con aire de
despedirse. Lgicamente, se detuvo un instante ante la escena que contemplaba: Annette y Adam
tenan las manos entrelazadas. Mantuvo sin embargo la tranquilidad, logr que su voz no demostrase
la menor emocin, y dijo:
Creo que debemos ir ms all de nuestras teoras Si damos por cierto el hecho del
encantamiento debido a una maldicin, quiz estemos en el buen camino Hemos de ir a consultar
con sir Giles; hemos de pedirle que trabaje estrechamente con nosotros si conseguimos que se
olvide del alcohol al menos por un rato
Adam segua mirando el techo.
Te veo muy decidido dijo abstractamente.
Pues s respondi John con un vigor inusual. Estoy muy decidido a llegar al final de todo
este asunto Por cierto, en cuanto te hayas recobrado aadi con un muy perceptible tono de
irona, crecindose al ver que las mejillas de Annette se ponan coloradas, quiz puedas ayudarnos
un poco, por ejemplo describiendo a la polica los pormenores del ataque Se quedarn de guardia
en el saln hasta que decidas bajar a declarar formalmente.
Annette reconoci perfectamente la burla que haba en sus palabras. Aquello, sin embargo, no
pareci hacer mella en Adam, aunque mostr un gesto de desagrado, como un nio al que se le priva
de unas vacaciones. Algo, desde luego, se interpona en su ansiada felicidad. Ya no podran viajar,
tal y como lo haban planeado. Estaban envueltos en un asunto ciertamente horroroso y no podran
partir al menos hasta que todo aquello hubiera quedado resuelto, siquiera parcialmente. John apenas
poda disimular la alegra que todo eso le produca. Los policas eran para l, ms que unos
protectores, unos autnticos garantes.
Creo que Adam necesita descansar dijo ella.
No, si ya lo hace respondi John.
Sali de all sin decir ms. Oyeron sus pasos raudos. Oyeron tambin que se cerraba de un golpe
la puerta de la calle.
Tras una larga pausa, Adam acert a decir:
Son unos autnticos imbciles si creen que voy a permitir la presencia de unos policas en mi
casa
Quiz comenz a decir Annette y se interrumpi; aadi luego: Vamos a irnos de
viaje, como habamos previsto? Crees que deberamos, despus de todo lo que ha sucedido?
Primero dijo Adam quiero que sepas toda la verdad.
Ahora la mir fijamente. Annette se estremeci al descubrir el pozo de las edades que contenan
sus ojos. No era el mismo Adam que conoca, aqulla no era su mirada de antes Haba en su
expresin algo ms, algo que pareca haber estado oculto hasta entonces.
Ests cansado dijo ella, como si quisiera postergar aquel momento de una revelacin tan
inminente como inaceptable. Ya hablaremos ms adelante.
Tengo mucho que contarte dijo l. Piensa primero en la leyenda de Ra Vers que hay
elementos que no puedes interpretar, por muy experta que seas en los jeroglficos, ni por muy grandes
que sean tus conocimientos del antiguo Egipto. Por otra parte, el paso del tiempo ha borrado
inequvocamente algunas huellas significativas de esa antigedad Los estudiosos, pues, debis
conformaros con el conocimiento de unos simples fragmentos Y os dais por satisfechos! Cun
vanidosos sois! Vers Cuando Ramss oy las malas nuevas que le hablaban de la muerte de Ra,
su hijo predilecto, sufri un choque brutal que en muy poco tiempo acab con su vida Antes de
morir, sin embargo, haba enviado emisarios para que dieran a Ra el enterramiento que mereca.
Hasta ah conoces la historia, ms o menos Pero no sabes nada acerca de lo que hizo Ramss
cuando ya estaba en su lecho de muerte No sabes que luch por capturar a quien era responsable
de la muerte de Ra, para hacerle pagar con su propia vida, ms all del tiempo. Y as lo maldijo por
el resto de su existencia a travs de las edades, condenndole a morir a manos de su propio hermano
ya muerto.
Y cmo sabes t todo eso? dijo Annette en una especie de susurro aterrado.
Porque yo soy ese hombre dijo Adam reincorporndose, bajando entonces las piernas de la
cama e irguindose triunfal en medio de la habitacin, con la cabeza alta, arrogante, mirndola desde
el infinito. Yo soy Be prosigui, el hijo menor de Ramss de Egipto, el faran de faraones.
La casa pareci venrsele encima. Sinti Annette que las paredes de la habitacin se estrechaban
para hacerla presa. Quera creer que slo escuchaba las palabras de un loco, pero al tiempo saba
que no era as, que todo aquello suceda realmente. Adam le haba prometido contarle toda la verdad,
y acababa de hacerlo.
S, fui condenado a vagar eternamente sigui diciendo Adam, fui condenado a vivir
eternamente. Y la nica persona capaz de liberarme de esa maldicin ha sido asesinada por quien ha
de asesinarme. Mi padre me castig con tan infamante y grotesco destino. Pero la eternidad tampoco
me ser plcida; jams podr hallar reposo si soy muerto por un muerto. Es una maldicin macabra,
hiriente. Una broma, un imposible pareca convulso a causa de su propia desesperacin, hablando
de algo sucedido miles de aos atrs. Y al fin parece haberme llegado ese momento fatal
concluy con una voz apenas audible.
XIII

El cadver de sir Giles Dalrymple yaca en la penumbra de su biblioteca. Cuando John entr all,
despus de que el ama de llaves del egiptlogo llamara varias veces a la puerta sin recibir respuesta,
John, Hashmi y el inspector Mackenzie se detuvieron de golpe al verlo. El ama de llaves sufri un
desmayo.
El inspector pidi refuerzos mientras John y Hashmi consultaban unos libros. Poco despus
varios policas procedan a examinar el cuerpo sin vida del anciano, la ventana destrozada y todo lo
que haba en el escritorio. Ms tarde retiraron el cadver. A despecho de las dudas que aquello
pudiera suscitar en sus superiores, el inspector comenz a redactar su informe basndose en lo que le
decan John y el egipcio.
Corrieron las cortinas para ocultar los destrozos hechos en la ventana. El inspector Mackenzie
sugiri que quiz fuera conveniente hacer que reparasen ya la ventana, pero John mostr su
disconformidad.
Tengo una sensacin que me llega hasta los huesos esta frase sorprendi al inspector en
aquel glido ambiente, una sensacin que me dice que alguien pretende distraernos de nuestras
investigaciones Por eso creo que hemos de proceder con mucha calma. Deje usted la ventana tal y
como est, inspector, que no vamos a morirnos de fro Pero quiz sea necesario que despliegue
usted unos cuantos hombres alrededor de la casa.
El inspector Mackenzie le garantiz que tomara las medidas necesarias y se fue de all, dejando
a John y a Hashmi en la biblioteca de sir Giles.
Los libros que consultaban no parecan despejar sus dudas. No decan ms que lo que John ya
saba, no hacan ms que confirmar las sospechas que tanto Hashmi como l albergaban, pero sin
aportarles una solucin al enigma. Cada alusin a las maldiciones se resolva con el aserto de que,
todo aquel que osara profanar una tumba real, correra peligro mortal. Tenan que hallar, pues, otros
elementos de anlisis, algo que nunca hubiera sido de dominio comn Algo, en fin, que no estara
escrito en ninguno de aquellos libros.
Era inconcebible, por lo dems, que la momia, una vez devuelta a la vida, se convirtiera en un
mero asesino sin cerebro. De ser as, resultara sencillo detenerla. Pero el antiguo ritual contena
otros enigmas. Cmo saber quin corra un peligro inminente, y por qu? Quin sera la prxima
vctima? Qu antiguo ritual gobernaba los pasos de la momia?
John albergaba en cierto modo la esperanza de que aquella noche fuese l quien tuviera que
encararse con la momia. Si tena que ocurrir, que sucediera cuanto antes. Hashmi y l estaban, al fin y
al cabo, relacionados de una u otra manera con la profanacin de la tumba; y ahora se encontraban
juntos, trabajando estrechamente, y por ello, si alguna fuerza psquica mova a la momia en busca de
sus vctimas, ms tarde o ms temprano tendran que enfrentarse a ella.
Las cortinas que cubran la ventana se agitaron a causa de una rfaga de viento. Se agitaron como
las faldas de una mujer.
Hashmi mir a su alrededor.
Ha descubierto algo? pregunt John.
Nada respondi Hashmi tomando otro grueso volumen de una de las estanteras.
Otra vez se movieron violentamente las cortinas. John se dirigi a la ventana. Vio entonces una
mano vendada que agarraba una de las cortinas de terciopelo que cubra los visillos. Los dedos de
aquella mano parecan pugnar en busca de su mayor flexibilidad, como si quisieran liberarse de la
venda.
Hashmi observ el rostro de John y lo comprendi todo al instante. Se dirigi raudo al escritorio.
Entonces cayeron las cortinas y los visillos. La momia haba entrado por la ventana destrozada.
Respiraba con dificultad, con mucha agitacin; sus movimientos eran lentos pero tan inexorables
como los de un magistrado dispuesto a dictar sentencia.
John corri hacia la puerta y la abri.
Inspector! grit.
Mackenzie acudi a la carrera. Hashmi y John se hicieron a un lado al ver que dos policas
entraban con una gran red. El inspector les dio con un gesto su aprobacin y los agentes echaron la
red sobre la momia, inmovilizndola. El inspector se acerc a ella y la derrib entonces al suelo. La
momia trataba de desasirse, intentaba bracear, pero ya en el suelo le result imposible, y para los
otros fue mucho ms fcil inmovilizarla. Luego la amarraron con cuerdas. Pareca impotente, ante la
complacencia de John y de Hashmi, que contemplaban atentamente la escena.
Hashmi se acerc a la impresionante criatura. Su rostro pareca muy contrito. Y entonces sali de
sus labios un grito:
Alto!
El inspector Mackenzie lo mir sorprendido. John levant una mano para pedir calma a los
policas, mientras Hashmi caa de rodillas ante la momia.
Oh, Ra Antef! exclam Hashmi admirado y devoto.
La momia dej de agitarse ante sus palabras. Dej de orse su respiracin dificultosa.
Oh, t, prncipe de Egipto, hijo del faran de faraones! Mrame, contempla a tu siervo, que ha
profanado tu tumba y es culpable del ridculo en que te ves!
Hashmi! le grit John mientras trataba de llevrselo de all, pero se detuvo de golpe, como
si una fuerza ignota se lo impidiese, algo que tena que ver con la estricta aplicacin de la justicia.
Haz que la memoria de mis ancestros se borre por siempre de la faz de la tierra deca
Hashmi entre sollozos. Haz que la memoria de m mismo, yo, infiel e indigno, quede slo en el
recuerdo de las lombrices que se arrastran por la tierra Yo, que he cometido lo que slo podra
hacer el ms vil de los infieles, imploro de ti la destruccin, que aniquiles mi cuerpo msero, para
que pene mi alma eternamente!
De nuevo se dej sentir la respiracin de la momia, fuerte y tenebrosa. Los dos agentes que la
haban atado trataban de apartar a Hashmi. Antes de que pudieran advertirlo, la momia rompi sus
ligaduras, liberando sus brazos poderosos, con los que destroz la red.
Uno de los agentes perdi la compostura y ech a correr.
La momia, ya de pie, se dirigi a Hashmi, que segua de rodillas.
La cabeza de Hashmi se estrell violentamente contra el suelo. La momia levant un pie y lo dej
caer sobre la sien de Hashmi. Levant otra vez el pie, y lo mismo Y as una y otra vez, hasta que el
crneo del egipcio qued destrozado. De Hashmi no sali ni un grito, ni un lamento Slo un sonido
que no pareca humano. La cabeza de Hashmi era una masa sanguinolenta. Una masa de sesos y
huesos.
El otro agente comenz a vomitar. El inspector tom un pesado tintero de la mesa y amenazaba
con tirrselo a la momia.
John supuso que le haba llegado su turno, que la momia lo aplastara como acababa de aplastar a
Hashmi. Pero entonces el inspector Mackenzie y dos de sus hombres, que haban acudido a su
llamada, se interpusieron entre ambos. La momia pareci ahora renunciar a su ataque. Aquellos
agentes que haban entrado en la biblioteca llevaban consigo otra gran red. La momia huy rauda por
la ventana.
El inspector se asom, dio la impresin de que iba a salir en su persecucin, pero se detuvo y dio
una orden.
Sargento Walters, siga a esa criatura! dijo. Pero mantngase a una distancia prudencial,
tenga cuidado! Smith, cubra usted al sargento! luego se qued mirando unos momentos al cuerpo
que yaca en el suelo con la cabeza aplastada, y dijo despus a John: Tiene alguna idea a
propsito de adnde puede dirigirse?
Aparte de atacar otra vez a Adam Beauchamp, supongo que slo se volver contra quienes la
molesten dijo John.
Creo que Miss Dubois y usted estn en peligro dijo el inspector. Creo que ha llegado el
momento de
Ir con el sargento dijo John.
No, no lo har solo dijo el inspector Mackenzie con determinacin. Quiero
Qu quiere hacer?
Iba a decir que quiero matarla.

XIV

El stano era mucho ms grande de lo que sugera la ya de por s espaciosa casa. Annette se
qued contemplando el stano en aquella semioscuridad, maravillada ante el mundo que acababa de
descubrir. Pero no fue aquel espacio inmenso lo que le quit el aliento, sino todo lo que all haba. Al
pie de la escalera del stano se alzaba una estatua negra del dios chacal, Anubis, con ojos de
obsidiana y alabastro. A su lado, altiva, con una lmpara a sus pies, haba otra estatua, la de Osiris.
Las paredes estaban tapizadas en negro y colgaban de ellas objetos realmente preciosos. Muchos le
resultaban familiares a Annette, aunque nunca los haba visto tan perfectos, tan nicos y adems
reunidos en un mismo lugar.
No puedo creerlo dijo Annette. Todo est maravillosamente bien conservado.
Adam la acompaaba en silencio. Annette se detuvo ante un anaquel y tom en sus manos una
esplndida corona. Tena la forma de la cabeza de la diosa buitre Nekhabet, con incrustaciones de
turquesas y lapislzuli.
Es la corona de un faran! exclam Annette.
Tuvo que ser ma dijo Adam.
Annette la volvi a dejar donde estaba y se volvi para mirar a Adam a los ojos. All
contemplaba al verdadero Adam, en un lugar increble. O tendra que aceptar ya que se trataba de
Be?
Qu va a pasar ahora? T yo Qu va ser de nosotros?
Yo debo morir.
Adam!
Grit ella un nombre humano, el de un hombre que perteneca a su propio tiempo Y hablaba de
alejarse de ella Lo haca tranquilo, implacable. Pero ya no poda seguir siendo Adam.
Cuando tu padre descubri la tumba de mi hermano dijo Adam, descubri tambin los
significados de su hallazgo. Y eso le mat. Eso lo apart de ti, mi querida Annette Tu padre
descubri las palabras que reviviran a la momia. Y te hizo partcipe de su descubrimiento.
A m?
Adam sac de su bolsillo el medalln. Antes de que pudiera preguntarle Annette cmo segua en
su poder, Adam se lo puso delicadamente alrededor del cuello.
Debo hacer uso de este medalln mientras mi hermano tenga viva la mano As podremos
estar j untos t y yo en adelante, que es todo lo que anhelo. T y yo, Annette, juntos Dijiste que te
iras conmigo, verdad?
S respondi ella, aunque no saba bien qu deca.
Pues hagmoslo ya.
La tom de un brazo y la condujo al centro del stano, donde podan ser contemplados mejor por
los dioses con cabeza de animal que haba sobre los muebles y en los anaqueles. El lugar, pensaba un
tanto histrica Annette, pareca una tienda de juguetes sobrenaturales. Hubiera querido hacerle esta
observacin a Adam, pero no era, desde luego, el hombre que haba conocido. Adam clav las
rodillas en el suelo y pidi a Annette que hiciera lo mismo. Habl con un tono de voz inusitadamente
duro. Obedeci Annette, aunque todo su ser intentaba rebelarse.
Repite conmigo estas palabras le orden Adam: Despierta, oh, t, el Silencioso, t que
tanto tiempo has dormido!
Los labios de Annette estaban sellados, seca su garganta. Uni sus manos, pero no dijo una sola
palabra.
Di esas palabras! le grit Adam.
De los labios de Annette comenzaron a salir las palabras que l exiga, dichas apenas con fuerza
e incoherentemente.
Despierta, oh, t, el Silencioso, t que tanto tiempo has dormido!
Levntate! sigui diciendo Adam. Ests justificado para vengarte de quienes han
profanado el lugar donde descansabas eternamente
Levntate! dijo ella. Ests justificado
Annette parpade. Un panel que estaba al fondo del stano hizo el ruido inequvoco de
resquebrajarse. De all sali la momia. Comenz a caminar lentamente por el suelo de piedra.
Adam, con las manos unidas en oracin, alz los ojos. Todo su rostro demostr una gran ternura.
El color se le iba y le vena. Su voz denotaba una alegra emocionada.
Osiris, padre nuestro, concede a tu siervo lo que regalas al pajarillo que an no ha salido del
huevo. Dame la vida y los poderes de la muerte Adam extenda sus manos implorantes hacia la
momia. Osiris, haz que llegue el tiempo en que todos vuelvan a adorarte. Y que sea tal tu voluntad.
Osiris, librame para adorarte siempre de rodillas an, levant los ojos hacia la momia, segua
con las manos extendidas hacia ella. Despierta, Ra, hermano mo! clam. Despierta, hijo del
faran de faraones! Despierta, Ra, prncipe del desierto!
Annette oy al fin lo que nunca supuso que oira: la respiracin de la momia, que ahora era
pausada, rtmica, intensa. La momia dio tres pasos hacia Adam.
Adam se levant.
Bienvenido, hermano mo dijo. Ha llegado el tiempo en que cumplas la ltima misin que
te queda por hacer en esta tierra; despus podrs descansar eternamente por toda la eternidad
Apidate de m Para implorar tu perdn te ofrezco dijo sealando a Annette a esta miserable
blasfema que profan tu tumba. Es a ella a quien buscabas.
Annette trat de huir, pero las manos de aquel hombre, al que tena definitivamente por un loco,
se lo impidieron. Grit desesperadamente mientras Adam sonrea saboreando ya su sdico triunfo.
La momia se acerc a ella, alzando su brazo derecho. Annette volvi a gritar aterrorizada. Adam
la empuj hacia la momia para entregrsela en sacrificio. As le demostraba su amor; aquello era lo
que le tena reservado: entregarla a un sacrificio ritual tal y como lo demandaban las antiguas
tradiciones de su tierra.
Antes de que nosotros dos, hermanos como lo somos, pasemos a la regin de las sombras
sigui diciendo Adam, sacrifica a esta criatura indigna Ella no debe contemplar nuestro ritual
ltimo. Librame de mi condena, Ra, pero no lo hagas en presencia de esta extraa.
En algn lugar, sobre sus cabezas, se dejaron sentir pasos en tropel. Pasos que se expandan por
todo el techo como ratas lejanas buscando una cubierta.
Entonces se dej sentir la voz del inspector Mackenzie:
Registrad toda la casa! Toda la casa! No os dejis ni un rincn sin registrar!
Annette volvi a gritar con todas sus fuerzas, una y otra vez, Adam trat de callarla, pero Annette
segua gritando hasta enronquecer. Se dej sentir un portazo, no muy lejos Comenzaron a orse
voces en lo alto de la escalera del stano. Annette logr desasirse de Adam y corri hasta unos
fuertes brazos que la estrecharon. Sinti un olor de ultratumba, terriblemente ftido. La momia la
levant en vilo y la arroj lejos de s, contra uno de los paneles. Luego volvi a atraparla.
Adam! oy entonces la voz fuerte de John. Dnde est Annette?
La puerta de acceso al stano se cerr tras l, por lo que apenas poda ver algo. El hedor de la
momia lo dominaba todo. Era un olor putrefacto. Annette no saba en qu modo podran avanzar
quienes iban a rescatarla, en medio de aquella oscuridad infernal; supo, sin embargo, que bajaban los
peldaos de la escalera y sinti que lo hacan para dirigirse al justo centro de la tierra.
Se oy tras ellos un ruido y se filtr una luz. El reflejo de aquella luz pareca el de un agua
oscura.
Era un colector, que tena el acceso en un extremo del stano. Adam corri a su interior. John
sali tras l. La entrada al tnel de la alcantarilla arrojaba sombras entremezcladas.
La momia tambin se dirigi a la entrada de la alcantarilla para introducirse en el estrecho tnel
del que llegaba al stano un rumor de agua envuelto en un hedor an ms pestfero. Adam corra
cuanto le era posible hacerlo, yendo de un tnel a otro, con John y el inspector Mackenzie tras l,
guindose por el ruido de las pisadas del fugitivo. John logr darle alcance al fin, antes de que
pudiera alcanzar otro de aquellos tneles, cuando ya haba levantado una reja para adentrarse en otra
alcantarilla. John pis la verja con violencia y le pill los dedos de la mano, que se le desprendieron
seccionados. Adam aull como una bestia herida. Se oy el ruido que hizo al caer al agua ftida del
canal. As logr escapar.
La momia tampoco dud por dnde ir. Llevaba a Annette consigo e hizo que se detuviera antes de
saltar sobre un canal. Annette trat de mirar atrs, pero no percibi ms que la superficie del agua
oscura.
Un poco ms all Adam lograba salir del canal, no sin grandes dificultades. La momia,
arrastrando a Annette, lo sigui. Ambos desembocaron en un amplio espacio de aquellas siniestras
catacumbas.
All! indic Adam a la momia.
La momia, con cierta delicadeza pero firme, arrastr hasta all a Annette, ponindola contra la
pared de aquella amplia cmara. Adam y la momia tapaban la salida.
Adam se retorca de dolor y pareca dudar por dnde ir. La sangre que manaba de su mano
encharcaba el suelo. Pronto estara excesivamente dbil como para seguir huyendo o para seguir
pensando. Pero era inmortal, pens Annette; seguira viviendo, se recuperara, nada poda acabar con
l Salvo
La momia se volvi para mirarla, se dirigi de nuevo a ella.
Adam, por favor.
Annette no quera morir. Mucho menos all, en aquel lugar infame, a manos de un monstruo
Adam, detenlo, por favor, no le dejes que lo haga
No temas a la muerte a despecho de su dolor agnico, la voz de Adam era ms persuasiva
que nunca. Acptala como una liberacin, dale la bienvenida Al fin acabar para ti esa
angustiosa tortura a la que los tontos llaman vida
No! Quiero vivir!
No sufrirs La muerte es rpida. No es nada en comparacin con el dolor que he visto al
vagar por el mundo durante tres mil aos Plagas, hambrunas, pestes, guerras Y los hombres
comportndose inhumanamente con los otros hombres, da tras da Adam alz su mano mutilada
. Este dolor que siento no es nada comparado con los sufrimientos de los que he sido testigo. La
vida sin fin es lo nico contra lo que nos debemos rebelar, es lo nico que nunca podremos
soportar Eres muy afortunada, Annette Muy afortunada, querida ma entonces mir a la momia
y sonri, urgindola a que culminase su tarea: Ahora, Ra, ahora!
La mano de la momia agarr a Annette por el cuello. Pero sinti que no apretaba. Entonces not
un tirn en la cadena de la que llevaba colgando el medalln.
La momia dio un paso atrs con el medalln en su mano.
Adam se qued mirndola.
Mtala de una vez!
Aquel grito, tan distinto de la dulzura con que poco antes haba hablado, retumb en aquella
cmara hedionda, se expandi por todos los tneles del colector.
La momia segua impvida. El medalln apenas se vea en la penumbra.
Mtala!
Adam blandi un cuchillo con la mano que le quedaba sana. Pas junto a la momia para dirigirse
a Annette. Aquel carcter diablico que haba tenido tantos siglos atrs lo haba transfigurado.
Ra! grit pleno de furia. Es que quieres que la mate yo en vez de hacerlo t? Mi pobre
hermano, un esteta! Mi pobre hermano, el amante de la belleza!
Levant el cuchillo. Annette dej escapar un sollozo. Pero el cuchillo no bajaba, segua en el
aire. La momia sujetaba la mueca de Adam. Hubo un instante en el que ambos parecieron
completamente inmviles. Entonces, Adam, con una mano herida y con la otra sujeta, comenz a
ceder.
La momia, sin embargo, no cedi. Hundi a Adam en el canal de aguas ftidas, sujetndole por la
mueca. Adam sac la otra mano, la que tena herida. Los dedos que en su mano sana sujetaban an
el cuchillo, lo soltaron. Annette nunca podra olvidar aquella escena, por muchos aos que viviese.
Poco a poco fue hundindose la mano que haba sacado del agua, hasta desaparecer.
La momia solt entonces a su hermano muerto y se volvi hacia Annette, que temblaba. Pens que
le quedaba poco de vida. Pens que todo haba acabado ya para ella. Crey que tambin acabara
ahogada en el canal. Pero una vez ms se resisti, intent huir de all La momia, sin embargo, le
tap la salida. Volvi a sentirse fatalmente rendida.
A la momia se le cay el medalln de la mano, que hizo un sonido extrao al chocar contra el
suelo. La momia mir hacia abajo y se dispuso a recogerlo.
All acabara todo, definitivamente. Annette comenz a rezar en silencio. La maldicin legendaria
haba cado sobre ella. Iba a morir en pago por el crimen cometido. Iba a morir por haber profanado
una tumba, la de Ra Antef Iba a expiar al fin su pecado.
De repente, sin embargo, la momia se apart de la nica salida que haba en la cmara. Se fue
hacia el extremo del canal, hasta donde se abran dos nuevos tneles. Annette se levant buscando
por dnde escapar una vez superada la salida de la cmara. Tena que irse de all cuanto antes,
aunque no saba por dnde hacer el camino de vuelta.
La momia se meti por uno de aquellos tneles, agachando la cabeza para no golpersela contra
el bajo techo abovedado. La momia alz la mano hasta el techo y cayeron piedras en el agua ftida.
Una de ellas debi de ser muy grande, por el estruendo que hizo.
Annette iba muy pegada a la pared, caminando por la estrecha acera junto al canal, mirando de
continuo hacia donde desapareca la momia. Vio entonces que la momia golpeaba el techo del tnel
con sus manos, que comenzaban a caer ms piedras, a pesar de lo cual segua golpeando el techo con
una furia inhumana.
El techo comenz a derrumbarse por completo, cayendo sobre la cabeza y los hombros de la
momia grandes piedras. Una avalancha de piedras y polvo. La momia segua erguida en mitad de
aquel derrumbe, soportando los impactos de las piedras sin intentar siquiera protegerse con sus
brazos. Entre el polvo brillaba el medalln, que segua teniendo en una de sus manos.
All est!
Era la voz del inspector, no muy lejos. Acababa de ver a Annette.
No veo a nadie ms! dijo Mackenzie tras unos instantes de duda.
Annette! grit John.
Volvi la cabeza para dirigir la mirada al lugar de donde vena la voz, cuando una de las piedras
del techo estuvo a punto de alcanzarla Pero tena que contemplar el final de la momia, as que se
qued mirando hacia donde estaba. Segua soportando la cada de ms piedras, de autnticas rocas.
Observ Annette que al fin dejaba caer el medalln, que se perdi en el agua sucia sobre la que caan
incesantemente las piedras. Vio que las manos de la momia se abatan por completo. Vio que
inclinaba al fin la cabeza, que cedan sus hombros, que se doblaba hacia el frente Y vio que
aquellas ptridas vendas se hundan en el agua, bajo las piedras y el polvo, para perderse en la
oscuridad ms absoluta.
Dejaron de caer las piedras y entr luz a travs del enorme boquete del techo del tnel. John se
diriga hacia ella por la estrecha acera del canal.
Y entonces se dej sentir una voz de ultratumba que retumb haciendo eco en los tneles de la
alcantarilla:
Aqu concluye todo, padre mo! Al fin puedo descansar!
Cul ser el secreto de Jos Mara Latorre para publicar novelas sin descanso y no bajar
nunca el listn de exigencia? Quizs el entusiasmo contagioso con el que estn escritas Con
estas palabras, pronunciadas en las pginas del rotativo asturiano La Nueva Espaa, el periodista y
escritor Tino Pertierra se refera al espritu que domina la labor literaria de Jos Mara Latorre. Un
espritu por supuesto latente en La sonrisa prpura, relato indito incluido en esta antologa, el cual
sintetiza el genio de su autor: un estilo sobrio, del que cabe subrayar su peculiar prctica de le mot
juste, con un lenguaje cuidado, medido, fundamental para construir el ambiente opresivo e
inquietante que poco a poco va aduendose de la accin, donde ningn detalle es intrascendente.
Por ejemplo, en una de sus ms logradas novelas de horror, Visita de tinieblas (1999), nos
enfrentamos a la siguiente frase: El cielo se hallaba cubierto de unas nubes blanquecinas
bordeadas de negro y sobre el bosque caa una luz lechosa que le confera un aire irreal. Sencillo
pero perturbador, delicadamente dmod aunque, sin duda, cargado de un oscuro sentido, como una
inscripcin en piedra medio borrada. Frases como la que sigue son las que hacen progresar la
narracin en La sonrisa prpura: Esa maana la bruma era tan intensa que impeda ver los
rboles a ambos lados del camino, y tan hedionda que Pettigrew se dijo que era como si las aguas
del Tmesis fueran un depsito de cadveres descompuestos. El tiempo se acelera, el misterio se
aduea de las situaciones, las desgracias acechan sigilosas, los sucesos escapan a la semirrealidad
del pasado para invadir violentamente la realidad del presente y el horror acaba por manifestarse
Con una treintena larga de ttulos publicados, entre novelas y antologias de cuentos, a la extensa
obra de Jos Mara Latorre cabe sumar sus colaboraciones en diversas antologas de ficcin cf.
Cuentos bblicos (1994), Nuevas aventuras de Simbad el marino (1996), Homenaje a Casanova
(1998), ensayos sobre cine, literatura y msica El cine fantstico (1987), Nio Rota, la imagen
de la msica (1989) o Los sueos de la palabra (1992), centenares de artculos alrededor de los
citados temas publicados en revistas y peridicos como Film Ideal, Dirigido por, Nosferatu,
Quimera, Camp de larpa, Gimlet, La Vanguardia, El Da de Aragn, Cartelera Turia o El
Noticiero Universal y guiones para televisin para el programa de TVE Ficciones (1973/74),
entre los cuales destacan sus adaptaciones de La condesa de Gratz (Bram Stoker), Estirpe de la
cripta (Clark Ashton Smith) y La muerta enamorada (Teophile Gautier). Una obra que, desde
todos sus frentes, deja bien patente el cario de su autor por lo fantstico, lo terrorfico. Latorre no es
slo uno de los escasos escritores espaoles en activo que frecuenta el gnero con tanto tesn como
acierto cf. Las trece campanadas (1989), La mirada de la noche (2002), Codex Nigrum (2004),
El palacio de la noche eterna (2004) y el recopilatorio de narraciones breves Fiesta perpetua
(1991), dentro del cual se incluyen dos cuentos verdaderamente memorables, Shelleyana e
Instantneas, sino que es un profundo conocedor y terico sobre la materia.
Jos Mara Latorre argumenta, muy consecuentemente, que lo fantstico es el gnero o
movimiento que ms obras maestras ha suministrado a la literatura universal, y que todos los grandes
autores, en algn momento de su trayectoria, han escrito historias fantsticas, cuando no abiertamente
de terror cf. William Faulkner (Una rosa para Emily), Robert Graves (El grito), Len Tolstoi
(La mueca de Porcelana), Truman Capote (Miriam), Julio Cortzar (Las babas del diablo),
Emilia Pardo Bazn (La resucitada), Miguel de Unamuno (Niebla), pero, lamentablemente,
apenas han obtenido reconocimiento. De ah que, por ejemplo, Edith Wharton sea ms valorada por
La edad de la inocencia (Age of Inoncence, 1920) que por sus cuentos de fantasmas, por mucho que
estos relatos sean cualitativamente superiores a la acreditada novela. Hay prejuicios tontos contra
la literatura fantstica, recalca. Latorre se confiesa poco original en cuanto a sus escritores
fantsticos favoritos: suele citar a Edgar Allan Poe, M. R. James Poe y James me fascinan, resalta
. H. P. Lovecraft, Thophile Gautier, Clark Ashton Smith, y Charles Dickens en concreto, sus
historias de aparecidos y espectros. Asimismo, asegura guardar escasas afinidades con los autores
modernos, pese a la mirada personal de gente como Clive Barker. Sin embargo, entre sus muchas
preferencias fuera del estricto mbito del gnero figuran los novelistas centroeuropeos en general y
dos estadounidenses modernos, Philip Roth y Cormack McCarthy.
La sonrisa prpura no es la primera incursin de Latorre en el universo de las momias
redivivas y las maldiciones egipcias, como bien acreditan sus novelas La mano de la momia (2002)
una historia que combina con destreza el satanismo y el advenimiento del nazismo y El sudario
de hiedra (2006) primera entrega de las inslitas aventuras de un detective de lo oculto, Henry
Saville. Un logro nada desdeable si reconocemos, como hace el propio autor, las limitaciones
creativas que, hasta el momento, prevalecen en el subgnero de las momias. Por eso, La sonrisa
prpura, a pesar de su extraordinaria atmsfera gtica en ocasiones, el lector tiene la impresin
de estar leyendo un relato de Jerome K. Jerome (1859-1927) o Bernard Capes (1870-1918), o
contemplando una pelcula Hammer firmada por Terence Fisher, sabe adornar la narracin con
elementos tan perturbadores como el enterramiento en vida, o con la notable presencia de personajes
reales, como la duquesa Caroline de Brunswick (1768-1821), esposa del rey George IV de
Inglaterra, que falleci misteriosamente seis meses despus de los hechos ficticios que recoge La
sonrisa prpura. Por ltimo, destacar que el hroe de esta truculenta aventura es el doctor Thomas
Joseph Pettigrew (1791-1865), cirujano, anticuario y experto en momias egipcias, autor del conocido
tratado History of Egyptian Mummies (1834), libro descrito por el egiptlogo William H. Peck
como una histrica piedra angular en esta clase de estudios (Mummies of Ancient Egypt, Aidan,
Cockburn & Reyman Publishers, 1998). El mismo personaje aparece en La mano de la momia
citado a travs de unas conferencias manuscritas sobre el desvendaje de momias y en El sudario
de hiedra John Handley, el camarada de Saville, consulta uno de los textos escritos por Pettigrew
, confirindole al trabajo de Latorre una singular coherencia.
LA SONRISA PRPURA
entr y vio los secretos de la ignota tierra/
vio los lechos de los muertos
William Blake

Cuando Thomas John Pettigrew fue llamado a presentarse con premura en el castillo de Windsor
en la maana del 8 de febrero de 1821, estaba lejos de sospechar que eso iba a involucrarlo en unos
sucesos extraordinarios que le haran dudar de su sentido de la realidad. La invitacin, cursada por
Caroline, la esposa del nuevo monarca todava no coronado, George IV, le haba llegado el da
anterior de manos de un lacayo y en ella no se haca referencia al motivo de que se le requiriera con
apremio; slo apuntaba que deba acudir provisto de su instrumental. Aunque la nota le produjo
extraeza haba procurado no pensar en eso, ni aun por la noche en la cama, hasta el momento de
acudir all, pero cuando al punto de la maana el coche tirado por dos caballos enviado por Caroline
lo llevaba a Windsor sinti crecer su curiosidad. Estaba seguro de que la llamada no tena que ver
con problemas cortesanos, porque nunca haba tenido relaciones con la realeza ni la aristocracia y su
vida transcurra con placidez, dedicado como estaba al ejercicio de la medicina, terreno en el que
eso no se le escapaba haba adquirido cierta notoriedad.
Probablemente me ha llamado por algo relacionado con un problema de salud; de ah que deba
ir con mi instrumental, pens, no sin un cierto asomo de vanidad.
Lo que s saba, pues era el principal tema de conversacin en las reuniones a las que haba
asistido desde la reciente muerte de George III, era que el rey y su esposa hadan vidas separadas, y
se comentaba con repugnante malicia que George habra compartido el trono de mejor gana con una
cualquiera de sus muchas amantes, y Caroline la cama con uno de los suyos. No era ningn secreto
que la pareja apenas se relacionaba, y el hecho de que la mujer llevara viviendo unas semanas en
Windsor pareca indicar que se trataba de un gesto inducido por George para acallar las
murmuraciones, por lo menos hasta el da de la coronacin, fijado para el 19 de julio. Se rumoreaba
que la mujer se hallaba de viaje por Europa acatando rdenes de su marido, quien la quera mantener
alejada de Londres, pero aquella nota era una prueba irrefutable de que no era as. La atmsfera de
malestar que en tales circunstancias debe de respirar Caroline en el castillo puede afectar a su
salud, sigui reflexionando Pettigrew. Pero por qu me ha llamado precisamente a m en lugar
de a uno de los mdicos de la corte? Es posible que las opiniones sobre mi trabajo hayan llegado al
castillo?
Esa maana la bruma era tan intensa que impeda ver los rboles a ambos lados del camino, y tan
hedionda que Pettigrew se dijo que era como si las aguas del Tmesis fueran un depsito de
cadveres descompuestos. Cada vez que, para observar el paisaje, aproximaba su cabeza al cristal
de la ventanilla acaricindolo con las mejillas o con la frente hasta sentir en sus entraas el fro del
vidrio, vea los rboles convertidos en unas sombras informes, hacindole pensar en un ejrcito
fantasmal acechante del paso de viajeros, y adverta que la niebla se haca cada vez ms espesa,
hasta el punto de que temi sufrir un accidente, si bien se daba cuenta de que el cochero tena
cuidado de no azuzar en demasa a los caballos. Senta como si el coche lo estuviera llevando a un
destino incierto internndose por tierras desconocidas. No le gustaba alejarse de Londres, y menos
an viajar. Se senta a gusto con sus costumbres, contaba con una distinguida clientela en la ciudad, y
por ese motivo haba rechazado una propuesta que le haba hecho su amigo italiano Giovanni Battista
Belzoni para viajar juntos a Egipto a la llegada del otoo con el propsito de cultivar su compartido
inters por las momias y por otros hallazgos pertenecientes a la antigedad de ese pas. Egipto le
agradaba, pero visto desde Londres, con la pipa de opio preparada, un buen libro en las manos y el
fuego de la chimenea caldeando la habitacin.
Ese pensamiento le hizo sentirse mejor, como si el evocado ambiente de su casa se hubiera
trasladado mgicamente al interior del coche. Cuando ste se detuvo por unos instantes, oy piafar a
los caballos y cerr los ojos despus de apoyar la cabeza en el respaldo. Windsor distaba pocas
millas de la ciudad e hizo el resto del viaje sumido en un estado prximo a la ensoacin, mecido
por el traqueteo y tratando de no pensar en nada que no fuera su trabajo. La niebla tampoco le dej
ver el castillo en lo alto de una colina que se elevaba orgullosa desde el Tmesis, pero conforme el
coche se aproximaba a l por el neblinoso camino se iba haciendo ms visible, aunque siempre en
forma de gigantesca sombra. Nunca haba estado en aquel lugar, al que slo conoca por medio de un
cuadro de su amigo John Constable, quien lo haba pintado atrado por la belleza del paisaje. Y ya no
apart la mirada de la mole hasta que el coche, con l dentro, pas a formar parte del castillo. Por un
momento tuvo la extraa sensacin de que ambos haban sido adheridos mgicamente en otro cuadro
al patio de piedra, a los pies de una torre cilndrica engullida en su parte superior por la bruma.
Ya estamos, seor le grit el cochero.
Lo s, lo s repuso algo molesto.
Si bien le atraa saber que pronto iba a salir de dudas con respecto a la causa de su viaje, se
haba sentido a gusto en el ltimo tramo del trayecto y no le agradaba el tono familiar que haba
utilizado el hombre para advertirle de la llegada. Se hizo cargo de la bolsa con su instrumental y al
bajar mir en torno suyo, mas slo vio niebla. Una pareja de guardias se despegaron de ella para
acercarse al coche.
Tengo que esperar? pregunt el cochero con voz ms apagada, quiz amedrentado.
Puedes marcharte le orden uno de los guardias entregndole varias monedas.
Tras hacer una inclinacin de cabeza, el cochero hizo dar la vuelta al coche y movi las bridas
azuzando a los caballos. Pettigrew oy rechinar las ruedas en el suelo humedecido y lo vio alejarse
por el mismo camino que haba seguido para entrar.
Acompaadnos le pidi el otro guardia.
Ambos le hicieron ir hasta un portn abierto, donde dos compaeros suyos se hicieron cargo de
l. A pesar de la rapidez con que lo condujeron a travs del hall y de varias salas y salones,
Pettigrew advirti que la magnificencia del lugar superaba a cuanto hubiera podido imaginar, y al fin
lo dejaron solo en una estancia cuyas paredes estaban cubiertas de candelabros de oro y tapices, en
la que haba un pianoforte, una espineta, un clavicordio y unas sillas, todo ello sobre un suelo
ajedrezado tan flgido que se asemejaba a un descomunal espejo.
Debe de ser la sala de msica, se dijo.
Permaneci de pie hasta que pasado un rato se cans de esperar, y aunque no le haban invitado a
sentarse ocup la silla ms prxima al piano dejando la bolsa en el suelo. Desde all mir
insistentemente el teclado, atrado por la combinacin blanquinegra; amante de las artes como era
desde su infancia, le gustaban la msica, la pintura, la escultura, el teatro y la literatura, tena un
pianoforte en su casa y le tentaba la idea de posar sus manos sobre aqul. En principio no le pareci
correcto porque estaba en el castillo de Windsor y no conoca a la mujer que lo haba llamado,
esposa adems del nuevo rey George por mucho que se hablara de sus malas relaciones, pero la
tentacin fue ms fuerte que su voluntad. Se levant para ir a pulsar unas teclas. El sonido que
produjeron le pareci tan estridente y tan alejado de la armoniosa msica de Haendel que se haba
propuesto tocar, que se arrepinti en el acto de haberlo hecho, y ms todava cuando oy detrs de l
la voz de una mujer:
Os gusta la msica? Os aseguro que no es fcil encontrar a un mdico a quien le agrade,
por lo comn slo suelen interesarse, y aun as no mucho, por los problemas de nuestra salud.
Al darse la vuelta, avergonzado como un chiquillo sorprendido cometiendo una travesura, se vio
ante una mujer alta, delgada, arropada con un vestido de color azul celeste. No era hermosa, pero su
rostro tena un raro atractivo, realzado por un grueso collar de rubes y por unos pendientes a juego
cuyos destellos daban la impresin de teir las blanquecinas mejillas con una leve capa carmes. Las
arrugas que rodeaban su boca a la manera de una cadena de parntesis trazados sobre la piel podan
interpretarse como huellas dejadas por las preocupaciones y el sufrimiento. Su vestimenta y su
actitud dieron a entender a Pettigrew que la llamada tena un carcter ms privado que oficial, pero
la salud con un gesto respetuoso.
No os d vergenza, no hagis como tantos hombres que consideran la msica un
pasatiempo, una diversin, antes de pasar a dedicarse a asuntos que juzgan ms importantes. El da
que sea considerada en ms alto grado que la guerra y las murmuraciones cortesanas, la humanidad
habr dado un paso adelante sonri. Me parece estupendo que un reputado mdico no sea
indiferente a ella y pueda armonizar el trabajo con las artes y con otras aficiones, como la de
ampliar conocimientos sobre los fabulosos legados del antiguo Egipto.
Estis enterada de mi inters por la antigedad egipcia? le pregunt Pettigrew, extraado.
S que el ao pasado abristeis unas momias a peticin de vuestro amigo Belzoni y que despus
habis adquirido una que otro mdico, Charles Perry, trajo a Inglaterra hace mucho, mucho tiempo,
cuando ni vos ni yo habamos nacido todava. Lo que desconozco es si tambin habis abierto sa.
No tengo noticia de ello.
Lo hice, en privado confes en voz baja.
Hubo un breve silencio, durante el cual Caroline mir sin disimulo la bolsa que el hombre haba
dejado en el suelo.
Veo que habis seguido mis instrucciones coment. Bien, eso har que perdamos menos
tiempo Si os he hecho venir no es por vuestra condicin de mdico, aunque me han llegado ecos de
vuestro buen hacer, ni porque os guste la msica se permiti esbozar otra sonrisa, sino por la
curiosidad cientfica que sents por las momias.
Se call para observar el rostro del hombre, como si quisiera comprobar el efecto que sus
palabras obraban en l. Pettigrew estaba sorprendido, si bien procur no demostrarlo: era el ltimo
motivo en el que habra pensado para explicarse por qu haba sido requerido en el castillo de
Windsor.
La campaa de Bonaparte en Egipto tuvo dos inmejorables conclusiones: la derrota del Corso
y haber despertado el inters cientfico en Europa por los hallazgos arqueolgicos efectuados en esa
tierra, y al decir esto me incluyo entre los interesados, como vos, pero de una forma mucho ms
modesta, con menores conocimientos prosigui Caroline. La existencia no ha tenido a bien
depararme hasta hoy muchas satisfacciones, y una de las pocas que he conocido es poder tener cerca
de m objetos arrancados del suelo egipcio Sin duda no sabis que Charlotte, la esposa del
anterior George, recibi un regalo del rey de Persia: un pedazo de un mineral formado, al parecer,
del alquitrn en las faldas de los volcanes y al que se atribuyen propiedades milagrosas; en aquellas
tierras le dan el nombre de mummia y afirman que es capaz de curar instantneamente heridas y
cortes, mas debo reconocer que no hay constancia de ello.
El doctor Pettigrew hizo una mueca desdeosa; no era reacio a considerar la posibilidad de que
la medicina pudiera progresar por medio del estudio de los minerales, igual que se haba logrado
experimentando con plantas, pero no crea que ninguno poseyera la milagrosa propiedad de soldar
heridas, por mucho que proviniera de un pas extico. Su reaccin no le pas inadvertida a Caroline.
Veo que no lo creis dijo suspirando. No puedo erigirme en paladn de ninguna causa
mdica porque soy profana en esa materia. Sin embargo, la curiosidad es lo nico que puede
mantenernos vivos. Cuando lo conocido nos inspira tedio slo queda la excitacin ante lo
desconocido. Charlotte tampoco debi de creerlo, pues el pedazo de mummia sigue intacto en un
lugar de este castillo como si nadie lo hubiera tocado nunca. Quiz Charlotte tena bastante con sus
plantas, y con ese Mozart por quien estaba tan entusiasmada.
Y pretendis que yo compruebe si esos poderes medicinales son ciertos aventur Pettigrew.
No es tan sencillo. Voy a explicaros qu espero de vos. Charlotte tambin conservaba una
momia que le fue regalada meses despus. Las dos cosas se encuentran en una sala subterrnea del
castillo, esperando que les presten la debida atencin Quiero que abris la momia, intocada desde
entonces, y que analicis el mineral; estoy persuadida de que gracias a vuestra intervencin el pasado
nos hablar con claridad.
Si me permits la pregunta, por qu yo?
Ya lo habis hecho antes de ahora. Podra haber recurrido a los servicios de ese experto
italiano amigo vuestro, pero prefiero que lo hagis vos, sois ingls. Por ello os he pedido que
trajerais vuestro instrumental.
En estos momentos no estoy preparado, es preciso cierto estado de nimo arguy Pettigrew.
Os lo ruego
Y ha de ser ahora?
Lo he estado meditando unos das y no puedo esperar repuso Caroline con firmeza. Venid
conmigo.
Desconcertado, Pettigrew cogi la bolsa y sigui a la mujer hasta la puerta del saln para dejarse
llevar despus por un largo corredor cerrado de techo a suelo con deslumbrantes cristaleras
venecianas, tras las cuales se adverta un jardn difuminado tras la niebla del que provena un rumor
de agua corriente. Apenas tuvo tiempo para divisar la sombra de una fuente, pues Caroline, que
caminaba delante de l, abri una pequea puerta con forma de arco situada al fondo del corredor y
le indic que fuera hacia all. Pettigrew se vio ante el nacimiento de una escalera de la que surgi
una vaharada de aire viciado, donde esperaba un lacayo con un candelabro de seis brazos, quien se
inclin saludando respetuosamente a la mujer.
Vamos a la sala de las reliquias, Basil le dijo Caroline; y volvindose a Pettigrew aadi.
Y vos, seguidnos.
Una capa de moho cubra las paredes de la escalera, y el mdico, molesto por el intenso olor a
humedad, repar no sin aprensin en las telaraas que pendan del techo.
Los criados se encargan de limpiarlas a menudo, mas no tardan en volver a salir, no lo
tengis en cuenta explic la mujer. El mundo subterrneo es diferente del nuestro, se rige por
leyes diferentes a las de los humanos. Sin embargo, no he querido trasladar la momia a otro lugar del
castillo, despus de todo pertenece al subsuelo. El mineral est con ella, uno y otra son hijos del
Oriente.
Es cierto, no esperaba ver otra cosa minti Pettigrew.
La luz del candelabro era insuficiente para despejar del todo la oscuridad de la escalera y del
stano al que llegaron, por lo que bajaron con cuidado de no perder pie. En cierto momento, el
mdico apoy su mano derecha en la pared y la retir asqueado al apercibirse de que haba
desprendido unos grumos de tierra. Nadie dijo nada hasta que el lacayo se detuvo ante una celda con
la puerta abierta. Pettigrew dej pasar delante a la mujer y el criado entr detrs de ellos. En contra
de lo que caba esperar, a tenor del camino recorrido para llegar all, la estancia estaba limpia,
aunque desprovista de ornamentos. Dos antorchas ardan en las paredes laterales, desprendiendo el
aroma dulzn de la resina, y en medio de la celda destacaba una especie de sarcfago colocado en un
catafalco, y dos sillas, en una de las cuales haba un objeto oscuro como la brea, semejante a un
mineral cristalizado. Debe de ser la mummia, pens Pettigrew.
Desde que decid llamaros di la orden de conservar la estancia iluminada; se ha convertido en
un lugar muy importante para m explic Caroline. Y t, Basil, espera en la puerta, te llamar si
te necesitamos.
El lacayo se retir despus de haber dejado el candelabro sobre el sarcfago.
No demoremos lo que hay que hacer, empezad ya, os lo ruego dijo la mujer.
Vais a quedaros delante?
No os habra llamado si no hubiera tenido el propsito de ser testigo de vuestro trabajo.
Proceded como si yo no estuviera, haceos cuenta de que soy invisible.
Asintiendo, el doctor Pettigrew dej la bolsa en la silla que estaba libre y la abri mientras se
preguntaba si dispondra de lo necesario para desvendar la momia. Al menos contaba con lo
fundamental: un cuchillo, unos cinceles y, sobre todo, confianza en s mismo y en la habilidad de sus
manos, que tanto servan para devolver la salud a un cuerpo enfermo como para internarse por los
secretos de un cuerpo muerto desde haca siglos. Lo nico que fallaba era tener de testigo a la esposa
oficial de quien iba a ser el nuevo rey y la falta de estmulo personal, pues no se trataba de una
decisin propia sino de cumplir una orden. Sus experiencias le haban enseado que dentro de los
sarcfagos sola haber un jeroglfico con la momia, y se propuso encontrarlo antes de que llegara el
momento de desvendarla.
Habra estado bien tener un martillo le coment a Caroline.
Le dir a Basil que traiga uno.
Esperemos a ver si hace falta
Tras acercar al sarcfago la silla con la bolsa con objeto de tener as ms luz, el doctor Pettigrew
traslad a ella el candelabro y, ponindose unos guantes negros, procedi a limpiar con sumo
cuidado los laterales usando un pauelo. No tard en dejar a la vista unos dibujos que representaban
al dios Anubis en forma de chacal. Al cabo de un rato, sirvindose del cuchillo consigui abrir la
tapa y se sinti impresionado por lo que vio y oli al desprenderla: un fuerte aroma a especias y a
blsamos corrompidos que, mezclado con el humo que desprendan las antorchas de las paredes, le
provoc una rara sensacin de embriaguez, pero lo ms fascinante para l fue el cuerpo seco,
mineralizado casi, que haba dentro del sarcfago. El cadver tena los brazos alzados como si
hubiera sido enterrado en vida y hubiese consumido sus ltimas fuerzas en querer liberarse de su
terrible prisin tratando de mover la tapa que cerraba el fretro. Junto a l, medio oculto bajo lo que
haba sido el costado derecho, haba un papiro que Pettigrew, despus de arrojarle un rpido vistazo,
no se consider capaz de descifrar en esos momentos delante de otra persona. Ms que vendas y
ropajes podridos por el transcurso del tiempo, lo que envolva el cadver era algo parecido a una
gruesa capa de betn slido, la cual ofreci resistencia a las sucesivas incisiones que intent hacer
en ella con el cincel, sin dejar de observar lo que restaba del rostro ni la postura de los brazos. En
ms de una ocasin tuvo que apartarse con repugnancia al notar en sus mejillas y en su frente el fro
roce de las manos del cadver. Desprender una mnima capa de betn le llev el resto de la maana y
necesit la ayuda de un martillo que llev el lacayo a peticin de Caroline. A su lado, sta no perda
detalle de sus movimientos sin dar seales de fatiga.
Las dos momias que he tenido oportunidad de abrir eran diferentes le explic Pettigrew.
Se trataba de cadveres embalsamados, momificados, y da la impresin de que este hombre fue
enterrado vivo, si bien lo vendaron. Tampoco hay ornamentos ni monedas, ni siquiera cornalinas,
escarabeos o amuletos. Puede ser que la explicacin est en el papiro; es preciso descifrarlo, y para
ello debera llevrmelo a casa porque no puedo hacerlo sin consultar mis documentos.
Se ha fijado en su boca? le pregunt la mujer. Parece que sonra, y eso no se entiende
si fue enterrado estando con vida.
S, es una sonrisa macabra
Pettigrew se inclin para mirar de cerca la boca del cadver y repar en que los labios, o lo que
alguna vez debieron de ser labios, tenan un color distinto al del resto del cuerpo, lo cual los haca
an ms siniestros. Eran de un ligero tono prpura y daban la impresin de pertenecer a un hombre
vivo.
No, no fue embalsamado Esperad, he visto ms A un lado de la boca hay un bulto
cristalizado con una mancha oscura en su interior. Parece resina, pero no creo que lo sea.
Caroline se acerc al cuerpo.
S, es en la comisura izquierda de los labios, y, tal como decs, dentro de l hay algo ms
oscuro corrobor.
Permitidme, voy a examinarlo con mi lente de aumento Pettigrew abri la bolsa para extraer
de ella una lupa. Es un insecto, dira que se trata de una especie de escarabajo, pero no me
atrevera a asegurarlo. Hace falta ms luz, siempre es necesaria ms luz para todo, acercadme el
candelabro
Las velas se estn extinguiendo, har que Basil traiga otro. Y si lo deseis dir que os sirva un
t.
Os lo agradezco, pero no voy a tomar nada.
El mdico esper al lacayo observando el cristalino bulto. Aquel insecto no pareca pertenecer a
ninguna especie de las conocidas del antiguo Egipto, mas eso no significaba nada porque la envoltura
lo mantena semioculto y porque los descubrimientos eran pocos y mucho lo que an quedaba por
descubrir y estudiar en ese terreno. La falsa sonrisa del cadver le resultaba cada vez ms
perturbadora, tanto como la postura de los brazos; sin embargo, no poda apartar su mirada de la
boca. Lo que estaba claro era que esta vez no debera desvendar el cuerpo porque los podridos
andrajos se hallaban adheridos a la capa de betn que lo recubra y se haban desprendido con ella.
Qu misterio esconda aquel cadver y qu significaba el insecto colocado en la comisura de los
labios? Quin habra sido aquella persona?
Pudo contemplarlo mejor con el nuevo candelabro: era como un escarabajo, aunque su cabeza,
ms oscura que el resto del cuerpo, se asemejaba antes bien a una mosca de gran tamao, quiz a la
de un ejemplar gigante de tbano.
Bien, seora, he hecho todo lo que estaba en mis manos, pero ignoro qu clase de insecto es
se dijo.
Y podis extraer alguna conclusin?
Pettigrew medit lo que deba contestar. No quiero equivocarme y que mi error permanezca
conmigo, se dijo, recordando un verso de Blake.
Mi amigo Giovanni Battista sabe ms que yo de estos temas repuso con cautela. Ahora no
se encuentra en Londres pero, si os parece, le expondr el caso en cuanto vuelva a verlo.
Probablemente deba examinar l mismo esta momia. Habra algn impedimento para que me
acompaara?
No, tambin yo quiero saber lo ms posible. Y el mineral?
Antes de pronunciarme debera hacer algn experimento. No me atrevo a pediros permiso para
llevrmelo a casa, pero si pudiera arrancar un pedazo, aunque fuera pequeo
Contis con l asinti Caroline.
Con la ayuda del cincel y del martillo, Pettigrew pudo hacerse al cabo de un rato con una muestra
de mummia y, envolvindola con su pauelo de batista, la introdujo en la bolsa sin olvidarse de
guardar tambin el papiro.
Mirad la boca del muerto! dijo la mujer, con voz alterada.
Haban dejado el candelabro cerca de la mejilla izquierda del cadver y el bulto de la boca
comenzaba a disolverse a causa del calor. Un espeso lquido ambarino se deslizaba por ella como
una suerte de babas podridas expelidas por un organismo enfermo, y la sonrisa del muerto pareca
ms acentuada. Ambos se quedaron mirndolo con una mezcla de fascinacin y rechazo, sin que se
les ocurriera apartar las llamas con el fin de evitar que el bulto acabara de licuarse, y observaron
maravillados cmo el lquido caa encima del resto de los vendajes y del cuerpo ennegrecido
dejando tras l un sucio reguero y el rastro del insecto pegado a los restos de la boca.
Es perfecto en su fealdad! exclam Pettigrew.
No, es monstruoso le rectific Caroline. Habra que diseccionarlo y estudiarlo. Pero
no est completamente inmvil!
En efecto, un leve movimiento apenas perceptible haba parecido sacudir la cabeza del insecto.
Es imposible, lleva miles de aos muerto coment Pettigrew, aunque con un escalofro.
Slo ha sido una ilusin ptica; lo examinar con mi lupa aadi, situando la lente a la altura de la
cabeza del animal y procurando no mirar los brazos del cadver; es como si antes de morir hubiera
querido abrazar la eternidad, se dijo; lo agitado de su respiracin y el temblor de sus manos hacan
notar que estaba alterado.
Una quietud total dijo. Nada, es lo que caba esperar, lo anormal habra sido que se
moviera.
Puedo mirar? inquiri Caroline.
Por supuesto, pero tened cuidado de no mancharos.
La mujer dedic ms tiempo a observar el insecto.
Tenis razn reconoci. Vais a llevroslo para abrirlo?
Prefiero dedicar mi tiempo en los prximos das a descifrar el papiro y a efectuar pruebas con
la mummia, si me lo permits, claro est. Ni el cadver ni el insecto se movern entretanto de aqu.
S, hay prioridades. Lo que est muerto puede esperar. Quiero saber qu propiedades tiene ese
mineral y, si es posible, quin era ese hombre.
Ese hombre o esa mujer por el momento no hay elementos para afirmar una cosa u otra
dijo Pettigrew.
Es un hombre, estoy segura de que es un hombre concluy Caroline.

***

En el camino de regreso, que hizo a la hora del crepsculo en otro coche que le aguardaba en el
patio, Pettigrew se dedic a reflexionar sobre lo sucedido y, ajeno al paisaje que se apagaba con
tenuidad a ambos lados, abra de tanto en tanto la bolsa para acariciar con las yemas de los dedos el
papiro y el trozo de mummia, como si al hacerlo extrajera un placer tctil. En un primer momento
haba pensado que todo obedeca al capricho de una mujer que, insatisfecha con su vida, trataba de
trascenderla interesndose por objetos provenientes de antiguas civilizaciones, pero conforme el da
haba avanzado al encuentro de la noche le haba parecido que su inters era autntico. Todava
recordaba el brillo de ansiedad en sus ojos. Por qu se pregunt, mirando la negrura dibujada al
otro lado de la ventanilla, sin verla, como si estuviera atrado por un abismo negro de pensamiento
habra insistido en que el muerto era un hombre? Acaso le desagradaba, por afinidades de sexo, ver
los efectos de la muerte en el cuerpo de una mujer? Veremos si tiene razn, siempre y cuando pueda
descifrar el papiro y en l se haga referencia al muerto.
Londres lo recibi con una total oscuridad que converta cada rincn en un enigma, cada calleja
en una trampa peligrosa. No era un lugar agradable por las noches. La niebla ocultaba los edificios y
llevaba hasta el interior del coche un repugnante olor a coles hervidas y a excrecencias corporales, y
por unos momentos tuvo la sensacin de encontrarse en una ciudad extraa, fuera del mundo, a la que
ni siquiera los fantasmas se queran asomar. Debera pensar en otra cosa, se dijo, no existen
fantasmas; cuando abro un cuerpo slo veo materia ante m, viva si el individuo est con vida, y en
putrefaccin si no lo est. Mas reconoci para s mismo que la visin del cadver le haba afectado
en mayor medida de lo que crea, en especial los brazos tendidos en busca de luz y de aire, y su
sonrisa muerta, coloreada de prpura, que pareca dedicada con desprecio al mundo de los vivos.
Pudo imaginar lo que aquella persona debi de sentir viendo cmo el sarcfago se cerraba sobre
ella.
Se alegr de no tener que pagar al cochero y no perdi tiempo para subir los peldaos que lo
separaban de su casa. Sin volverse a mirar atrs, oy el sonido del coche al alejarse. Slo lo hizo en
el instante de entrar en el hall, para ver ante s slo la calle silenciosa y desierta, y cerr
rpidamente la puerta como si temiera que la niebla pudiera entrar en l. Le pregunt a su criado,
Malcolm, si haban entregado algn mensaje y su respuesta negativa le alegr porque nada le
apeteca menos que internarse a esas horas por las calles de Londres. Profiriendo un suspiro le dijo
que no iba a cenar y se retiraba a su despacho.
No quiero ser molestado orden.
Despus de echar el pestillo de la estancia extrajo de la bolsa el papiro y el trozo de mummia, y
los mir pensativamente. Por una parte se senta tentado de dedicarles las siguientes horas para
intentar descifrar uno y analizar otro, pero al fin pudo ms la fatiga de la jornada y se acost pronto,
dejando ambos en la mesilla como compaeros nocturnos junto a la palmatoria.
Esa noche no pudo dormir bien. En cuanto cerraba los ojos le persegua el recuerdo de la
macabra sonrisa del cadver, por lo que tuvo que recurrir ms de una vez a la luz de la vela para
comprobar si estaba solo en el dormitorio, y si consegua descabezar un sueo se vea asaltado por
una pesadilla en la que la sonrisa prpura se abra paso en la oscuridad y se aproximaba al lecho,
ella sola, sin cuerpo. Por eso, fatigado como estaba, al levantarse decidi pasar la maana en su
despacho sin atender a sus compromisos tras haber dado orden a Malcolm de que si se presentaban
preguntando por l le excusara alegando una indisposicin. Tambin los mdicos tenemos derecho a
estar enfermos, reflexion con irona.
Las diversas pruebas que hizo con el mineral no arrojaron luz alguna sobre su naturaleza y sus
presuntas propiedades curativas. Slo le faltaba aplicarlo a una herida, y l mismo se practic un
corte poco profundo en el dedo ndice de su mano izquierda, sobre el cual aplic la mummia. Esper
un rato, pero la herida no se cerr a pesar de que la frot insistentemente con el mineral. Sea quien
fuere el que le dijo eso a Charlotte, la enga, concluy.
No estaba decepcionado porque no haba tenido confianza en el resultado positivo de las
pruebas, pero en el fondo le molest reconocer su fracaso. Al dejarlo se sinti an ms cansado, sin
saber si se debera al exceso de trabajo o al efecto del frotamiento con la mummia sobre la herida, y
al tocarse la frente y las mejillas not algo de calentura, por lo que se propuso guardar cama luego de
tomar una frugal comida, dejando para otra ocasin el asunto del papiro, pues uno o dos das de
espera no significaran nada para algo que arrastraba una antigedad de varios siglos.
Se levant avanzado el nuevo da, sintindose mejor despus de una noche sin pesadillas. Tena
la intencin de dedicar un rato de su tiempo a tratar de descifrar el papiro, pero le esperaban tantas
visitas, inexcusables en su mayor parte, que tuvo que posponerlo otra vez. Slo tema que Caroline le
hiciera ir a Windsor para interesarse por el papiro y por el experimento con la mummia, mas por
fortuna no recibi ninguna noticia de ella.
El tiempo transcurrido desde su marcha del castillo y del primer examen de la momia, el
repentino acceso de fiebre que le haba postrado unas horas en el lecho y las atenciones que debi
dispensar a sus enfermos enfriaron un tanto su curiosidad, chasqueada adems por sus fracasos con el
trozo de mummia, y pasaron otros cuatro das sin que hubiera tocado el papiro, el cual yaca sobre la
mesa de su escritorio, mezclado entre los papeles, como si se tratara de un vulgar recuerdo de viaje o
de un objeto adquirido sin entusiasmo en la tienda de un brocantero.
Una semana despus, ya anochecido, mientras oa golpear la lluvia en la cristalera del ventanal y
estaba tomando notas sobre la enfermedad de una de sus pacientes, lady Margaret, y los primeros
resultados de la medicacin que le estaba aplicando, Malcolm llam a la puerta del despacho para
decirle que acababan de entregar un mensaje. El mdico observ que estaba lacrado con el sello de
Windsor.
Esperan respuesta? quiso saber.
El hombre que lo ha trado ya se ha marchado.
Pettigrew abri el mensaje sospechando que su presencia iba a ser requerida de nuevo en el
castillo. Su intuicin no le engaaba. La nota, escrita con letra apresurada y levemente inclinada
hacia la izquierda, deca:
Tenis una hora para prepararos. Un coche os recoger en vuestra casa y os traer a Windsor. Es
un asunto de suma importancia y puede que debis permanecer en el castillo hasta maana. C.
Tras asimilar el contenido de la nota subi a cambiarse de ropa y, cubierto con su capa, esper la
anunciada llegada del coche mientras echaba un vistazo al papiro tratando de descifrar su contenido.
Estaba seguro de que la mujer le preguntara por l y deba estar preparado para ofrecerle una
respuesta. Lo que crea entender era incoherente, aparte de que no encontraba explicacin al hecho
de que no hubiera referencias a la identidad de la persona enterrada en el sarcfago. Si su amigo
Belzoni hubiera estado en la ciudad l habra sabido disipar la incgnita! No le extraaba que
Caroline le hiciera ir otra vez a su residencia, pero s su tono perentorio y el aviso de que tal vez
debera hacer noche en Windsor. La nota no deca nada sobre su instrumental, por lo que ante la duda
decidi llevar la bolsa.
El coche apareci por fin, tirado por dos caballos negros, y Pettigrew subi a l luego de
impartir instrucciones a Malcolm y decirle que no deba esperarle levantado, pues ignoraba cundo
regresara.
Puede que no pase la noche en casa No te preocupes, no sucede nada aadi para
tranquilizarlo al advertir su expresin de inquietud.
La lluvia haba barrido las calles de prostitutas, ladrones y mendigos, y slo se adverta
ocasionalmente algn ventanal iluminado detrs de la oscuridad. Por lo dems, la atmsfera segua
siendo pestilente y tuvo cuidado de ajustar bien las ventanillas para evitar el hedor y que la lluvia
salpicara al interior del coche. Cerr los ojos, proponindose no abrirlos hasta el final del viaje. Eso
le hizo rememorar su visita anterior al castillo y experiment cierta turbacin al pensar que volvera
a ver los brazos alzados del cadver, su macabra sonrisa y el repulsivo insecto adherido a la
comisura izquierda de los labios como si fuera baba solidificada.
Cuando, tras un ltimo traqueteo, el coche se detuvo en el patio, Pettigrew sali dando un gil
salto y, sin pararse a mirar a su alrededor, se cubri con la capa para resguardarse de la lluvia y
dirigirse corriendo, chapoteando en los charcos, hacia el mismo portn por el que haba entrado la
otra vez, el cual le fue abierto por un guardia que se encontraba de pie ante l. Le sorprendi que
Caroline le estuviera esperando en el hall.
Os doy las gracias por haber venido dijo la mujer.
Pettigrew le rest importancia con un gesto.
Lo que os tengo que decir es muy extrao Pero quitaos la capa mojada y tomad asiento
Recordis vuestra visita? inquiri Caroline.
No puedo olvidarla repuso, haciendo lo que le haba dicho la mujer. Y os debo una
explicacin por mi largo silencio: deberis disculparme, pues permanec un da en cama y he tenido
mucho trabajo, las enfermedades se enseorean de Londres en esta poca No obstante, he hecho
pruebas con la mummia y
Olvidad el dichoso mineral! Es ms grave lo que est sucediendo en este lugar desde el da
que abristeis el sarcfago. Esa misma noche muri Basil, el lacayo que nos acompa, fue un
fallecimiento sbito, no estaba enfermo y lo encontraron por la maana, muerto en su cama.
Hay muertes repentinas aleg Pettigrew.
S, yo tambin pens eso, y probablemente lo habra seguido pensando de no haber sido porque
al da siguiente falleci Helen, una de mis doncellas. Tena diecisis aos y era una muchacha sana.
Apareci muerta en el lecho. Y dos das despus le sucedi lo mismo a otra, Elizabeth, tan joven
como Helen. No os parece sospechoso que tres personas hayan fallecido repentinamente en pocos
das y que todas bajaran al menos una vez al subterrneo donde se encuentra el sarcfago con la
momia? No resulta llamativo?
Mientras hablaba, Caroline haba estado dando vueltas alrededor del silln en el que se haba
sentado Pettigrew, y se detuvo para aadir con nfasis:
Los tres estuvieron all y los tres murieron.
Es sorprendente, s, pero las casualidades existen Pettigrew se removi inquieto. Supongo
que un mdico se encargara de estudiar los cadveres para dictaminar la causa de las muertes.
Slo pudo certificarlas, no encontr nada que apuntara a las causas de los fallecimientos.
Y vos no habis detectado algo anmalo? El da que abr el sarcfago y la momia me di
cuenta de que sois una buena observadora.
De eso os quera hablar la mujer mir fijamente a Pettigrew; tena una expresin seria y l
observ que unos cercos violceos haban nacido bajo sus ojos. Despus de la tercera muerte yo
misma baj a la celda para examinar el sarcfago y descubr que el insecto que habamos visto en
la boca de la momia no estaba all haba desaparecido.
Haba bajado la voz, como si temiera pronunciar esas palabras.
El insecto estaba muerto le record Pettigrew.
Os dije que lo vi moverse! Por incomprensible que pueda parecer, viva.
Nada puede vivir miles de aos Es probable que lo haya cogido alguien.
Os aseguro que nadie ha entrado en ella aparte de Basil, Helen, Elizabeth y yo, pues la he
mantenido cerrada con llave. Eso quiere decir algo
Pero vos estis viva
Y debo dar gracias al cielo porque as sea Esperad, an no os he contado todo Tengo
motivos de sobra para creer que ese insecto est vivo. Como he dicho, baj a la celda, movida por la
curiosidad y la sospecha. En principio no tena intencin de hacerlo y no haba ordenado prender las
antorchas. Estaba completamente a oscuras, y puedo jurar que el momento en que puse los pies en
ella percib algo maligno en la atmsfera, hasta el extremo de que llegu a pensar en renunciar a
inspeccionarla, volver a cerrar la puerta y alejarme de all. Fue una sensacin espantosa, como si
alguien que no fuera de este mundo me observara desde la negrura, y mis manos temblaban cuando
me ocup de las antorchas para procurarme luz. Lo hice adoptando la precaucin de mirar hacia
atrs, pues crea percibir una presencia a mi lado. La sensacin de estar siendo observada no
desapareci ni cuando examin la celda a la luz. Era algo oscuro, siniestro, ominoso Con ese
estado de nimo fui hasta el sarcfago, pensando que aquel cuerpo muerto posea un poder para hacer
el mal La mueca de la momia se asemejaba ms que nunca a una sonrisa, y a pesar del horror que
me inspiraba reun el valor suficiente para mirar sus brazos y su rostro. Fue entonces cuando
descubr que el insecto no estaba en la boca del cadver, y no pude evitar recordar que das atrs lo
haba visto moverse. Al darme cuenta grit, retroced hasta que mi espalda choc contra el obstculo
de la pared, y me qued mirando con fijeza el sarcfago, incapaz de moverme, como si hubiera sido
vctima de una experiencia mesmrica que hubiese atado mis pies al suelo En ese instante no me
habra extraado ver a la momia alzndose del fretro, e hice lo ms prudente que en tales
circunstancias poda hacer: marcharme. Pero antes de que hubiera alcanzado la puerta percib un
zumbido Algo estaba revoloteando por la celda! Inevitablemente pens que el insecto de la boca
de la momia estaba vivo y en aquel lugar. O el zumbido todava ms cerca de m Agit las manos
para ahuyentarlo y sal cerrando de golpe la puerta, pensando que la muerte nunca se me haba
manifestado con tanta proximidad Eso sucedi anoche.
Ningn ser puede existir durante siglos, todo lo que tiene vida muere coment Pettigrew,
impresionado a su pesar por las palabras de Caroline. Las emociones que haban suscitado en l eran
una mezcla de terror fsico y mental que no le costaba esfuerzo alguno vincular con sus propias
pesadillas, aunque en principio se neg a reconocerlo; aun as insisti filosficamente: todo lo que
florece se extingue
Esperad, an no he concluido Esta maana, un impulso me ha llevado a visitar las tumbas de
Basil, Helen y Elizabeth. Sin duda sabis que algunos miembros de la realeza, entre ellos la querida
Charlotte, estn inhumados en la capilla de San George de este lugar. Pero ignoris que en las
inmediaciones hay un pequeo cementerio que da cobijo a los despojos de la servidumbre, cuando
el cadver no es reclamado por la familia, lo cual sucede raras veces. Una de las acusaciones que me
imputan es la de profesar demasiada estima a lacayos y criadas Pues bien, tal estima, ms lo
inesperado de sus muertes y lo que haba sentido y odo en la celda han guiado mis pies a ese
camposanto. Me hallaba ante la tumba de Elizabeth pensando con melancola en cmo la muerte siega
cruelmente tantas vidas jvenes, cuando percib unos ruidos y gritos ahogados que parecan surgir de
las entraas de la tierra, y record la momia del sarcfago y nuestra sospecha de que ese hombre
haba sido enterrado vivo. Y me pregunt si no habra sucedido lo mismo con Elizabeth. Era una
posibilidad tan espantosa que me inclin hacia la tumba con el fin de sentirme ms cerca de la
enterrada y or mejor, mientras pensaba que quiz haba sido vctima de una ilusin porque el viento
arrancaba gemidos de las viejas cruces de madera podrida y de la hierba crecida en las sepulturas, y
eso poda haberme confundido. Aunque permanec as durante un rato, no volv a percibir nada. Pero
os juro que los ruidos y los gritos me haban llegado al alma. De all fui corriendo a las tumbas de
Helen y Basil, decidida incluso a aplicar mi odo contra la tierra, mas slo percib el silencio de la
tumba, not el fro de la muerte hasta en los huesos si bien algo me deca en mi interior que
tambin haban sido vctimas de un enterramiento prematuro. Regres a la tumba de Elizabeth para
cerciorarme, y de nuevo cre percibir debajo de m unos golpes contra algo duro y unos gemidos
ahogados. S que voy a ser una efmera ocupante de Windsor, porque mi lugar dejar de estar en este
castillo en cuanto George sea coronado en Westminster, pero al menos de momento mi voz sigue
siendo escuchada, y para poder dormir en paz en lo sucesivo se me ha ocurrido solicitar al arzobispo
que conceda autorizacin para abrir sin demora las tres tumbas No podra continuar viviendo con
esa sospecha! El permiso me ha sido concedido y he hecho llamar al abate Ackland a la vez que a
vos. Hay cuatro sepultureros aguardando a que nos personemos en el cementerio.
Lo que me habis contado es horrible y espero que no haya sucedido as dijo Pettigrew.
Pero no entiendo qu puedo hacer yo.
Estoy segura de que todo tiene relacin con la momia que abristeis! He estado pensando en lo
sucedido hasta temer que iba a perder la razn y deseo saber Pero, callad, creo que llega el
abate Ackland.
El sonido de otro coche al detenerse en el patio se mezcl con el producido por la lluvia
azotando los cristales de las ventanas, y Pettigrew mir inquieto a su alrededor. Hasta entonces no
haba reparado en ello, absorto en el relato de Caroline, pero el hall slo estaba tenuemente
iluminado con un candelabro y la luz no alcanzaba a sacar de la oscuridad todos los rincones y
recovecos, lo cual lo llev a imaginar la fantasa de que no se encontraba en Windsor sino en un
grande y lbrego mausoleo donde se acabara de oficiar un responso de tinieblas, a lo cual contribuy
el punzante olor a cera quemada. Las figuras de los cuadros haban desaparecido de su vista, creando
la impresin de que las molduras doradas servan de marco a inquietantes telas negras en las que
crea ver reflejada la negrura de su propio pensamiento, y las paredes tenan un color desvado. Era
como si la estancia hubiera ido perdiendo colorido y realidad a medida que el relato de Caroline
llegaba a su fin: como si la realidad estuviera dejando de serlo. Sus divagaciones quedaron
interrumpidas cuando la puerta se abri sbitamente para dar paso a un anciano clrigo alto, calvo,
de rostro blancuzco, y tan esqueltico que podra haber servido de modelo a un pintor que se hubiera
propuesto dotar a la Muerte de un rostro y un cuerpo con apariencia humana. Por todos los cielos!,
acaso no haba en Londres un clrigo de aspecto menos siniestro?, se pregunt. Su aspecto
resultaba ms horrible visto de cerca, pues tena una fina lnea en vez de labios, le faltaba un ojo y el
otro chispeaba con una mirada cruel en la que los vicios haban dejado su huella. El recin llegado
apenas prest atencin al mdico, limitndose a hablar con Caroline, a quien dijo que estaba
informado y se hallaba dispuesto a acompaarla. Su voz tena una resonancia cavernosa.
El camposanto no est lejos, pero he dado orden de que tengan preparado un coche para
protegernos de la lluvia hasta que lleguemos le dijo Caroline a Pettigrew, como si dirigindose a
l tratara de paliar un tanto la descortesa del clrigo.
El coche estaba en el patio, junto al que acababa de llevar al abate Ackland. En cuanto subi,
Pettigrew pens que se habra sentido mejor yendo a solas con la mujer, pues el clrigo le inspiraba
repulsin, y no slo por sus psimos modales. El trayecto se le antoj demasiado largo a pesar de su
brevedad y procur mantener la mirada apartada del abate para dirigirla a la ventanilla y escuchar el
montono golpear de la lluvia contra el coche y el camino, pero cuando en ocasiones lo observaba de
reojo reparaba en que, al contrario, l lo miraba con insistencia. El coche fue a detenerse en un lugar
que responda a lo que Pettigrew esperaba ver tras or la descripcin de Caroline. Consista en
varias filas de tumbas desordenadas y una pequea capilla, de la cual salieron cuatro hombres
provistos de picos y palas. El cielo cosa con hilos de lluvia su negrura con la oscuridad de la tierra.
Los cuatro saludaron con respeto a Caroline y al abate, y a una indicacin de la mujer se
encaminaron hacia una de las sepulturas donde, una vez que el clrigo hubo trazado la seal de la
cruz sobre ella, empezaron a excavar en la tierra. Vindolos, Pettigrew se acord de la sonrisa
prpura de la momia y no advirti que la lluvia estaba empapando sus ropas hasta que vio gotear el
agua desde su sombrero. Caroline asista a la ceremonia con la mirada fija en la tumba, retorcindose
las manos, lo cual haca ms llamativa la indiferencia que se dibujaba en el rostro del abate. De vez
en cuando, la mujer les peda a los sepultureros que cesaran en su actividad por unos instantes y
escuchaba sin ocultar su emocin, mas slo rompa el silencio el doble fragor de la lluvia y el viento.
En mi opinin no debis temer le dijo el clrigo con tono persuasivo. Los mdicos de la
corte son inmejorables y tienen mucha experiencia, saben cundo ha muerto una persona.
Lo creis de verdad as? repuso Caroline sin mirarle.
El abate Ackland no contest. Unos golpes de las palas contra algo que son a madera indicaron
que los sepultureros haban llegado al atad. Caroline dio unos pasos sobre la tierra removida hasta
colocarse en el borde de la fosa, y Pettigrew hizo lo mismo; slo el clrigo se mantuvo apartado, sin
dejar de mirar por ello. La mujer tena el rostro demudado y los cabellos mojados se le adheran
como una mscara a las mejillas y al rostro.
Callad! pidi. No os nada?
Un sordo pnico invadi a Pettigrew al ver el fretro despuntando entre la tierra. Tendra razn
Caroline al temer que su doncella haba sido inhumada en vida? Los sepultureros procedieron a
desprender la tapa y el horror surgi ante todos: la joven enterrada en l yaca inmvil, pero sus
manos se hallaban alzadas, las puntas de los dedos no eran sino muones ensangrentados, tena la
boca abierta en un mudo grito de espanto; lo peor era la mirada muerta de sus ojos, abiertos a un
horror indefinible. Pettigrew mir al cielo y se dijo que nunca podra olvidar aquella mirada.
Viva esta maana todava estaba con vida murmur Caroline antes de desplomarse sin
conocimiento.
Entre los seis hombres la llevaron a la capilla, donde recobr la consciencia a los pies de un
Cristo crucificado otro indiferente al dolor humano, como el que se llama a s mismo su ministro
en la tierra, se dijo Pettigrew despus de que el mdico le aplicara a la nariz un frasco de sales.
Caroline tard en hablar, y lo hizo para balbucir:
La momia ha sido culpa de la momia
A qu os refers? inquiri el abate, dando por primera vez muestras de inters.
Es necesario abrir las otras tumbas, tengo que saberlo se volvi hacia Pettigrew. Vos
me comprendis
Sigue lloviendo, seora repuso el mdico, deberamos dejarlo para maana.
Hay que abrirlas esta noche insisti ella.
Como queris, pero ser mejor que esperis entretanto en la capilla; hace fro, podrais
enfermar.
Mi puesto est ah fuera.
Con esas palabras Caroline dio por zanjada la discusin y el grupo sali al cementerio. La lluvia
haba cesado como por ensalmo durante el tiempo que haban permanecido en la capilla, mas la
tierra estaba tan embarrada que los pies se hundan en ella y el cielo pareca formado por una sola
inmensa nube negra. Pettigrew se dio cuenta de que el abate Ackland le miraba frunciendo el ceo,
con expresin de recelo. Caroline no dijo nada ms; se limit a asistir a las exhumaciones sin indicar
cules eran las tumbas, ya que los sepultureros las conocan bien por ser ellos mismos quienes las
haban cubierto das atrs, pero su rostro acus la impresin que le produca ver en una y otra la
siniestra estrechez del fretro, la expresin de horror, los brazos extendidos, la boca abierta y los
ojos desorbitados cerrados para siempre a los colores del mundo. Los cuerpos de Basil y Helen
acusaban la rigidez de la muerte, y sin embargo parecan vivos, posedos por un miedo sin lmites, a
la espera de que alguien pudiera extraerlos de su encierro. Caroline se mostraba tan angustiada como
Pettigrew, e incluso el abate y los sepultureros temblaban a la vista de los cadveres.
Por qu por qu todo esto, oh, Dios musit la mujer.
Un sentimiento de culpa se haba apoderado de Pettigrew al verse asaltado por el pensamiento de
que Caroline poda estar en lo cierto al atribuir aquello a la apertura del sarcfago de la momia, y al
ver el tercer cuerpo sinti que no poda soportarlo ms, por lo que se alej del grupo congregado en
torno a la tumba y no se movi de all hasta que Caroline se reuni con l. Empezaba a llover de
nuevo y no supo si lo que se deslizaba por el rostro de la mujer eran lgrimas o gotas de lluvia.
Van a cubrir las sepulturas, no podemos hacer nada oy que le deca.
El coche devolvi a Windsor a unos enmudecidos pasajeros. La lluvia haca brillar las piedras
del patio y el cielo anunciaba la inminente llegada del alba. Una vez all, el abate pidi permiso para
retirarse a la estancia que le haban preparado, a la que lo condujo uno de los lacayos. Su aspecto
testimoniaba lo que haba sido la terrible noche y estaba an ms plido, si cabe.
En previsin, he hecho preparar otra estancia para vos. Ahora os llevarn a ella le dijo
Caroline.
Sus cabellos seguan ocultando una parte de su rostro, sus ojeras eran ms pronunciadas y tena la
expresin de estar padeciendo un tormento interior. Aunque todava se mostraba capaz de mantener
su porte, no se asemejaba a la mujer que Pettigrew haba conocido.
Si no lo tomis como descortesa, prefiero regresar a mi casa, donde debo proseguir mi
trabajo. Pero antes me gustara ver otra vez la celda y la momia repuso el mdico.
Estis seguro?
Pettigrew asinti.
En tal caso os llevar yo misma. No quiero que nadie ms vuelva a entrar en esa celda, ya
basta con lo que ha sucedido.
Camin como un sonmbulo siguindola a travs de diversos salones hasta que llenaron la
galera con cristaleras venecianas. En ausencia de niebla, el jardn, y con l la fuente, eran visibles.
La luz de la naciente maana permita advertir las plantas mojadas por la lluvia, y la fuente consista
en una figura mitolgica de cuya boca abierta brotaba el agua. El doctor Pettigrew crey que nunca
podra volver a mirar la boca abierta de un ser humano si no lograba olvidar lo que haba visto esa
noche en el cementerio. Se detuvo a contemplar el cielo plomizo, pero sigui inmediatamente a
Caroline hasta el subterrneo.
La mujer extrajo una llave para abrir la puerta de la celda, donde los recibi una negrura intensa
como la brea. Pettigrew se estremeci: tambin l haba notado algo aterrador en el aire viciado de
aquel lugar. Caroline prendi una de las antorchas, y el pedazo de mummia y el sarcfago quedaron
expuestos a la luz oscilante de la llama. Los brazos de la momia recordaron al mdico la postura de
los tres cadveres exhumados; pero haba una diferencia: la momia pareca sonrer, mientras los
otros haban muerto profiriendo gritos de horror. Qu secreto ocultaba ese sarcfago? Era una
locura creer que exista alguna relacin entre l y los sucesos acaecidos en Windsor? Un zumbido lo
sac de su ensimismamiento.
Otra vez ese horrible animal! grit Caroline.
Pettigrew escrut la celda con atencin hasta que alcanz a divisar el vuelo de una suerte de
escarabajo que de vez en cuando se posaba sobre una de las paredes, y lo sigui con la mirada,
fascinado por el zumbido. Era ms grueso y rojizo que cualquier otra especie de insecto volador
conocida. La nusea que le inspir fue ms fuerte que su curiosidad cientfica y ni siquiera se
pregunt si se trataba del mismo que Caroline y l haban visto adherido a la boca de la momia,
aunque cualquier cosa pareca posible esa noche. Despus de quitarse el sombrero, se acerc
cautelosamente a la pared donde se hallaba posado el escarabajo y, con un rpido movimiento, lo
cubri con l y lo arrastr de all al suelo procurando no dejar ningn resquicio por el que pudiera
escapar. Como tema que el insecto pudiera levantar el vuelo, ante la mirada horrorizada de Caroline
pisote el sombrero y no ces hasta que estuvo convencido de que el animal deba de haber muerto.
Cuando al fin se decidi a levantar el sombrero descubri debajo un grueso insecto reventado de
cuyo cuerpo haba surgido un repugnante lquido entre rojizo y amarillento. Haba actuado as
movido por la ira, sin hacerse ninguna pregunta.
Era un bicho repugnante coment, como excusndose.
Ms que eso, era un misterio dijo Caroline.
Hubo un silencio durante el cual cada uno de ellos se pregunt qu deba de estar pensando el
otro.
Habis decidido qu hacer con el mineral y con la momia? pregunt el mdico.
Hoy no me siento con nimo para pensar en eso, no lo s, es probable que lo legue al
Museo. Como quiera que sea, hacedme un favor Considerad un regalo el papiro que os llevasteis,
pero si alguna vez llegis a descifrar su contenido no me lo digis nunca, no quiero saber nada de esa
maldita cosa Disculpad mi lenguaje.
Lo incorporar a mi coleccin de antigedades repuso Pettigrew. Y ahora voy a
marcharme, con vuestro permiso.
Caroline se aproxim a l, y lo mir fijamente. En sus ojos se adverta tanto horror como dolor.
Debis jurrmelo le exigi.
Os doy mi palabra el mdico titube. Lo juro.
De regreso a la ciudad, Pettigrew se esforz por olvidar la momia, el insecto aplastado y la
macabra experiencia vvida, e incluso tom la determinacin de no descifrar el papiro, pero en
cuanto lleg a su casa volvi a pensar en l. Por su profesin, estaba acostumbrado a tratar de
averiguar las causas de las anomalas fsicas, y todo cuanto haba vivido en las ltimas jornadas era
una gran anomala. Se sent a la mesa del despacho y acarici el papiro mientras preparaba una pipa
de opio. Estaba seguro de que deba buscar la explicacin en l y no poda renunciar a conocerla
aunque luego debiera guardarla para s mismo. Descifrarlo le llev un da, que pas encerrado sin
comer ni atender a su criado ms que con monoslabos a travs de la puerta. Cuando lo consigui se
sinti atenazado por el horror. La traduccin libre del papiro era:

El nombre de quien ocupa este sarcfago no sea pronunciado nunca ms. Profanador de
tumbas, ladrn de reliquias, inmundo e impuro. Eterna ser la oscuridad de su condena. Que sus
ojos no vuelvan a abrirse a la luz. l, que tantos sueos perturb por codicia, es vendado y
enterrado con vida, maldito de Osiris, en una de las tumbas profanadas por sus manos, en
compaa del escarabajo del sueo mortal. Quien recibe su picadura adquiere apariencia de
muerte. Cuando despierte se sentir encerrado, inmovilizado. Es designio de Amenemheb que
muera con sufrimiento. As se escribi y as se cumple. No se le mata porque sera sencillo para
l. No se le hace dormir ni se le extirpan los ojos para que cuando despierte del sueo de la
muerte asista al horror del castigo y mire de frente a la oscuridad eterna, no se le cortan las
manos para que padezca la tortura de querer moverse y no poder. La comida que dejamos
prolongar su agona. Est en nosotros alimentarnos cuando tenemos hambre, aunque nos sepamos
encerrados en un lugar sin salida. Nuestra maldicin, la comida y el escarabajo sern sus
compaeros. Unas se acabarn, mas el otro es eterno porque Anubis lo mira con buenos ojos. El
escarabajo no morir.

Caroline no estaba equivocada dijo en voz alta; y arroj el papiro a las llamas de la
chimenea.
Norberto Luis Romero naci en Crdoba, Argentina. Profesor y licenciado en cinematografa, en
1983 publica en Espaa, en Editorial Noega, su primer libro de cuentos, Transgresiones. A esta
edicin sigue un largo silencio, roto por la aparicin en 1996 de una nueva antologa de relatos, El
momento del unicornio (Ediciones Nobel), y de su primera novela, Signos de descomposicin,
publicada por la Editorial Valdemar. Este sello madrileo edita tambin su segunda novela, La noche
del Zepeln (1999), y la tercera, Isla de sirenas (2002). Un ao despus, Romero publica otra
novela, Ceremonia de mscaras (Editorial Laertes), junto con The Last Night of Caminal (Leaping
Dog Press) en 2004, y en 2005, The Arrival of the Autumn in Constantinople & Others Stories,
antologa de narraciones cortas en traduccin de H. E. Francis, y la novela Bajo el signo de Aries
(Editorial Egales). Sus cuentos aparecen habitualmente en prestigiosos peridicos y revistas
literarias de Espaa, Argentina, Canad, Estados Unidos, Francia y Alemania. Muchos de ellos han
sido incluidos en recopilaciones como Literary Olympians II, Crosscurrents Anthologies, Asylum
Annual, Dos veces cuento, Antologa de microrrelatos, Antologa de ficcin sbita, Antologa de
Literatura Fantstica o Antologa de relatos gays.
Norberto Luis Romero domina una prosa fluida, estilsticamente muy elaborada, la cual contrasta
con su sombra visin del mundo y de los seres humanos. De ah que Norberto guste de las
atmsferas turbias, los espacios asfixiantes, las casas-prisiones, las situaciones lmite, el hedor
que desprende la ancestral convivencia familiar. Sus personajes fascinantes, bellos, turbios,
crueles, frgiles, desmesurados aman y odian con la pasin de la desesperacin, se mueven en
esa antesala mrbida de las relaciones familiares, esa que antecede al lado ms oscuro de la
familia, al viejo tab del incesto (Javier Goi, El Pas, Babelia, 19/01/03, crtica de Isla de
sirenas). Un universo tenebroso que alcanza su cenit en la que es, posiblemente, su mejor novela,
Signos de descomposicin, obra de acusado carcter escatolgico, de atmsfera opresiva y
angustiante, donde asistimos al proceso de desintegracin mental y fsico del narrador, en la lnea de
escritores como William S. Burroughs y J. G. Ballard.
El relicario de lady Inza nos sita lejos de los ardientes desiertos egipcios, pero tambin de
la brumosa Inglaterra. Distanciado de las convenciones de la literatura fantstica victoriana, de sus
automatismos ms usuales, y ajeno a los maravillosos excesos y efectos de la literatura pulp, el texto
de Norberto Luis Romero nos traslada a un Buenos Aires decimonnico donde la burguesa local, al
igual que sus coetneas britnica o francesa, organiza animadas soires en las cuales, como principal
atractivo, se libra a una momia egipcia de sus vendas. En el relato, sin embargo, todo se complica
cuando, ante la imposibilidad de que tan preciada reliquia llegue a tiempo a la capital, la dama que
ha preparado la velada deba recurrir a mtodos poco limpios para conseguir otra momia, con
nefastas consecuencias Construido de manera impecable, con un meritorio dominio del tempo
narrativo y de los mecanismos ms sutiles del gnero mis lecturas, aquellas que me formaron
fueron las que hall al alcance de mi mano en las estanteras de la casa de mis padres, y que eran
en su mayora novelas y cuentos de autores anglosajones, de terror, fantsticas, aventuras,
romnticas, muchos clsicos. Pero lo que marc mi narrativa definitivamente fueron los autores de
literatura fantstica del siglo XIX y los ya sobradamente conocidos del XX, desde Bradbury a
Calvino o Buzzati, desde Borges a Cortzar, comenta Norberto, El relicario de lady Inza
sorprende a causa de su inicial tono ligero, humorstico, ligeramente costumbrista, que poco a poco
degenera en algo monstruoso. Estamos ante un cuento gtico, romntico, extravagante y con toques de
terror cmico.
Sobre los orgenes histricos y culturales del relato, sobre sus matices creativos, Norberto Luis
Romero cuenta: Era costumbre en los salones europeos durante el siglo XIX proceder a desenvolver
una momia trada de Egipto, como una atraccin extica. Llevaba tiempo deseando escribir un
cuento sobre este asunto, pues tena la imagen de una dama de la aristocracia londinense,
ataviada en rojo sangre, contemplando impvida el espectculo desde la barandilla del
distribuidor de las habitaciones superiores del palacete; pero no s cmo la historia acab en
Argentina, entre Buenos Aires, Crdoba y el pueblo donde pas mi infancia y juventud, pero, eso s,
en el siglo XIX. Y como casi siempre ocurre, la narracin cobr vida propia siguiendo derroteros
ajenos a mi voluntad original, que tuve que reconducir, felizmente o no, hacia un nudo y un
desenlace.
Darwin, en su libro Viaje de un naturalista alrededor de mundo (A Naturalists Voyage, 1843-
1845), cuando llega a Buenos Aires en 1833, durante el primer mandato del general Rosas Juan
Manuel de Rosas (1793-1877), poltico y militar de claras tendencias dictatoriales, fue gobernador
de Buenos Aires por primera vez entre 1829 y 1832, dice de los porteos que son gente amable, y
habla a continuacin de las frecuentes luchas por el poder, de la corrupcin generalizada, de los
gobernadores de las provincias, que son en su mayora militares incultos que apenas saben firmar
y cuyo cargo es mrito de la cantidad de orejas de indios que traigan a la vuelta de sus campaas.
Un par de orejas equivale a un indio muerto, ste era el valor de cambio por entonces.
Recordando estos prrafos de Darwin, Norberto hace que el naturalista aparezca en la historia.
Es posible que el lector espaol, al desconocer la historia y cultura argentinas, se pierda muchos
de los matices, no slo de carcter histrico, sino y sobre todo humorstico, que se detectan en el
libro. Existen numerosas alusiones vinculadas a la cultura y costumbres argentinas y, sobre todo, a la
historia que se imparta en los colegios, en la poca en que el autor era nio. Esa historia falsa y
polticamente correcta donde siempre se escamoteaba la verdad comenta Norberto; la
ancdota era lo esencial y jams el fondo de los acontecimientos y sus relaciones entre s, ni sus
consecuencias. Por ejemplo, que las hermanas Rocamora se llamen una Celeste y Blanca la otra,
aluden directamente a los colores de la bandera argentina, es como si en Espaa se llamaran
Gualda y Roja. La alusin a Mariquita Snchez de Thonson, a quien hago amenizar la fiesta
tocando el piano, es un personaje histrico de quien se nos dijo que haba interpretado por
primera vez el Himno Nacional, pero nunca que esta mujer fue una defensora de los derechos
humanos y sobre todo de las mujeres y una progresista librepensadora. Enemiga de Rosas, hubo de
exiliarse en Uruguay a causa de su lucidez, concluye.
Resulta tambin llamativa la presencia de los nativos de la provincia de Crdoba, los indios
sanavirones y comechingones, cuyo origen ha sido objeto de varias teoras cientficas, la ms
extravagante les atribuye origen sueco. Luego, todo aquello que a los ojos de un europeo puede
parecer exagerado inmediata y automticamente pasa a etiquetarse como realismo mgico
apunta Norberto; un europeo no puede concebir que las hormigas derriben una casa, y eso es,
sencillamente, una realidad en algunas latitudes. Argentina es un pas que una vez independizado
de la corona espaola entra en una lucha constante por el poder, con una tradicin de caudillos y
con un constante enfrentamiento entre quienes pretendan un gobierno unitario y otros uno
federalista. La frase pronunciada por lady Inza que cierra el cuento, es, desgraciadamente, la
conclusin de una realidad que no ha cambiado apenas en ms de doscientos aos.
EL RELICARIO DE LADY INZA
Lady Inza, Elizabeth Sheridan de soltera, llevaba casada con Gonzalo Inza Aguirre poco ms
de tres aos. Era ste acaudalado comerciante y eminente miembro de la sociedad portea,
proveniente de las Vascongadas espaolas, perseguido en 1819 acusado de afrancesado y liberal por
el gobierno absolutista de Fernando VII, y aunque no lo pareciera a simple vista, dados su tamao y
aspecto rstico y campechano, era hombre de excelsa cultura, refinados modales, carcter retrado y
taciturno, que casi rozaba la melancola. Si bien eran parte de su carcter estos sentimientos
sombros, es verdad que, para sorpresa de todos y de la misma lady Inza, y contrariamente a lo
esperado, dado el amor sostenido durante el noviazgo y que continuaban profesndose, los
sentimientos sombros, repito, iban gradualmente acentundose a medida que pasaban los aos y
comprobaba, con profunda tristeza, cmo los sueos de perpetuar su estirpe se desvanecan con cada
primavera. Gonzalo le llevaba a su esposa veinte aos y esta diferencia de edad le provocaba un
profundo aunque infundado sentimiento de culpa, as como una continua tendencia a infravalorarse.
Elizabeth apenas frisaba los veintitrs aos, tena esa piel de aspecto transparente y frgil que
refleja una exquisita procedencia familiar, un privilegiado linaje y los mayores cuidados recibidos a
lo largo de todas las etapas de su vida. Su cabello, de un negro azulado, habitualmente partido al
medio y recogido en un moo a la nuca, brillaba con ms fuerza a medida que pasaban los aos, y en
sus ojos no haba indicio alguno de su ntima y oculta tristeza. Su carcter abierto, jovial y
extremadamente dulce, contrastaba con el de su marido, que se agriaba ao tras ao volvindose ms
hurao a causa de ese hijo anhelado que se resista a venir al mundo y llenar sus vidas de plenitud.
Esa relampagueante noche, los Inza Sheridan celebraran en su casona de Palermo una fiesta por
todo lo alto. No haba sido Elizabeth la nica responsable en concebir y convocar esta fiesta, lo fue
slo en parte, como un intento ms de los que habitualmente haca para distraer a su amado esposo
procurando paliar su tristeza; porque las verdaderas artfices, quienes vislumbraron la idea original
del espectculo que habra de quedar registrado en los anales de la historia de Buenos Aires, fueron
tres importantes damas de la rancia sociedad portea, ntimas amigas, s, de lady Inza, quienes
inocentemente conspiraron a espaldas de Gonzalo. Una de estas damas, Celeste Rocamora, apodada
en la intimidad la pizpireta, haba sido, meses antes, quien le haba sugerido a Elizabeth lo de la
momia.
Querida le haba dicho, es lo que se lleva en los salones de Londres y Pars. Hace furor!
En efecto, el mayor refinamiento y esnobismo que poda exhibirse por entonces en una fiesta de
aristcratas que se preciara de serlo, consista en desenvolver ante los invitados atnitos una momia
trada de Egipto. Abundaban de tal forma estas reliquias en los desiertos, que los barcos llegaban a
Liverpool cargados de sarcfagos cuya dudosa utilidad haca que acabaran en su mayor parte en los
hornos de los telares a vapor de las industrias textiles de Inglaterra.
Al or la propuesta de su amiga, Elizabeth se haba llevado una mano al pecho con un marcado
mohn de disgusto. Escandalizada, le haba respondido que la idea le pareca de mal gusto y una
afrenta a los muertos.
Pero querida, mi conciencia me impide hacer semejante cosa! protest. Jams me
perdonara si llegase a cometer tal afrenta a la naturaleza humana y divina. No volvera a pegar ojo y
el remordimiento acabara conmigo.
Dos aos antes, los seores Rocamora Stegman, padres de Celeste y Blanca, con ocasin de un
viaje de placer por Europa, asistieron a una velada en un saln londinense, donde se llev a cabo el
desenvolvimiento de una momia especialmente trada desde El Cairo. Segn palabras del
matrimonio: Una experiencia inolvidable, sublime y muy inquietante. A su regreso a Buenos Aires,
la seora de Rocamora haba comentado a sus amigas ms ntimas mientras tomaban el t:
Ya pueden imaginarse lo que sent, queridas, cuando vi aquello! Me qued paralizada de
miedo, a punto estuve de desmayarme en brazos de un general prusiano que se encontraba a mi lado
en aquel momento terrorfico. Y haba continuado su narracin: Y esa misma noche, segn nos
contaron al da siguiente, tanto la momia como el policromado sarcfago acabaron en el stano,
formando parte del combustible para las estufas y salamandras.
Ante la negativa de Elizabeth, Celeste busc apoyo en su hermana Blanca y en Rosaura Laprida,
para convencerla.
Quiz fruto de la insistencia de stas, y en parte tambin por su carcter un tanto inseguro, e
incluso movida por el profundo y tenaz deseo de contribuir a que su marido recuperase la alegra y el
entusiasmo por la vida, Elizabeth fue cediendo a los ruegos de sus amigas, hasta convencerse
plenamente de que desenvolver una momia egipcia sera lo nico capaz de devolver la felicidad a su
amado esposo. Su convencimiento pronto deriv en enorme entusiasmo.
Fue Celeste quien se encarg, a partir de ese momento, casi de todo, y empez por rogarle al
coronel Gutirrez Anchorena, ntimo y fiel amigo de su familia, que usara sus influencias para
gestionar ante el consulado britnico la consecucin de una momia egipcia, una cualquiera de las que
tanto abundaban all.
Se lo agradecera eternamente le dijo, tomndole las manos y besndoselas con sentimiento
tal, que el coronel, dbil ante las splicas de la agraciada dama, acab por ceder y comprometerse a
hacer cuanto estuviera en sus manos. No obstante, quiso saber el motivo de tan extrao pedido, pero
Celeste Rocamora esquiv con sonrisas y arrumacos una respuesta y adems le hizo jurar que lo
mantendra en secreto. Pocos hombres se resistan a los caprichos de Celeste Rocamora; su belleza,
frescura, carcter tierno y agraciado cautivaban al instante a cualquier alma sensible, por viril que
fuera el pecho donde sta se alojase.
Ni siquiera los sirvientes deben enterarse de esto. Ya sabs cmo son estos indios, unos
desagradecidos incapaces de guardar un secreto; olvidan con demasiada frecuencia que cuanto
poseen nos lo deben a nosotros fue ste uno de los consejos que Celeste dio a sus amigas durante
las frecuentes, estrechas visitas y reuniones en las cuales las cuatro muchachas, como una pia,
fueron urdiendo los detalles de la fiesta.
En los das siguientes, cuando la decisin estuvo plenamente aceptada, pudo verse a una
Elizabeth ms jovial que nunca, yendo de un lado a otro de la casona de Palermo, encerrndose horas
en su gabinete, diseando los adornos con los que habra de engalanar los salones, confeccionando el
men, encargando empanadas de Crdoba y Tucumn; pasteles del Barrio del Tambor, mazamorra y
dulces; agregando y quitando nombres a la lista de invitados y atendiendo los pormenores de la
fiesta, pues no quera que un descuido tonto empaara el brillo de tan crucial evento.
La decepcin de las muchachas llegara al cabo de unas semanas cuando, entre las misivas que
los criados llevaban y traan de casa de Elizabeth a la de los Rocamora de la calle Victoria, Celeste
recibi una carta del Coronel Gutirrez Anchorena, comunicndole, muy compungido, la
imposibilidad de conseguir en Londres una momia egipcia. Se excusaba diciendo que haba hecho las
gestiones a su alcance, que incluso haba echado mano de sus socios y albaceas en el extranjero, pero
que a pesar de sus influencias, nada haba logrado: las autoridades de Londres se haban negado de
plano, sin dar un solo motivo que justificase tal arbitraria negativa.
Celeste fue a casa de Elizabeth y le comunic la triste noticia. sta, tras orla con aparente
entereza y cuando su amiga se hubo marchado, se encerr en su habitacin donde dio rienda suelta al
llanto. En los das siguientes procur disimular su abatimiento, sobre todo ante su marido, pero su
estado de nimo no escap a la sagacidad de su ama de cra, la negra Prudencia que, alarmada, le
pidi que abriera su corazn y se lo contara todo. As fue como Prudencia se enter de lo de la
momia y, sin inmutarse, le lanz con la mayor naturalidad:
Ezo no ez un problema, zeora Elizabeth, momiaz zobran en las zierras de Crdoba. Yo
hablar con la zeorita Celeste.
Una momia de indio? quiso cerciorarse Elizabeth, extraada.
Por qu no? Acazo estn mz muertaz las momiaz egipciaz que las nueztraz?
Elizabeth lo pens un momento y decidi que Prudencia, demostrando una vez ms su sentido
prctico, no estaba desencaminada en su propuesta, y que seguramente Celeste estara de acuerdo y
encontrara una forma de llevarlo a cabo.
De acuerdo le dijo a Prudencia, pero debers prometerme que esto no saldr de esta
habitacin. Ser un secreto.
Despus de prometerle el silencio ms absoluto y jurar por sus ancestros, la negra Prudencia
sali rauda a casa de los Rocamora y se lo cont todo a Celeste. sta, su hermana Blanca y Rosaura
Laprida, se presentaron horas despus en casa de Elizabeth, visiblemente entusiasmadas:
Darling le propuso Celeste a su querida amiga, mi prometido saldr el lunes prximo
rumbo a Crdoba. El coronel Vieytes Alsina le ha encomendado una misin muy delicada e
importantsima: sosegar a los indios rebeldes amotinados en la Cueva del Tigre, en las Sierras
Chicas, al pie del Cerro Uritorco.
Lo conozco, querida. All cerca tenemos la estancia la interrumpi Elizabeth. Celeste
continu:
No creo que mi querido y dulce Thomas se niegue a hacerme este pequeo favor, l jams se
atreve a contradecirme; ni creo que le resulte dificultoso hacerse con una momia de Comechingn,
pues dicen que abundan por esa zona y agreg haciendo un mohn de repugnancia; y es fcil
encontrarlas tiradas por todas partes.
Blanca asenta a cada palabra de su hermana y cada tanto se tapaba la boca para ahogar la
sensacin de aprensin que le produca la charla. Rosaura pona los ojos en blanco y se abanicaba,
prxima al sofoco o al desvanecimiento, como era habitual en ella.
Celeste continu, ilusionada, sin dejar de sonrer y gesticular:
La envolveremos en gasas y nadie notar la diferencia y aadi, fingiendo escalofros: Al
fin y al cabo todas las momias se parecen, con esas bocas descarnadas, esas crenchas hirsutas, esos
cuerpos resecos y marrones como vainas de algarrobo.
Pero las momias de comechingones protest Elizabeth con un conato de rebelda fruto de su
propia inseguridad y el temor a fracasar estn sentadas, en cuclillas
Eso tiene remedio, darling. Con dejarla un par de das en remojo ser suficiente: las
articulaciones volvern a hidratarse y recuperarn la elasticidad. La estiraremos y listo.
Fue cuando intervino Rosaura:
De todas maneras, querida, no puedes comparar una momia egipcia con una momia de
Comechingn. Existe un abismo de clases entre una y otra! Es como si vos te pusieses a la altura de
uno de tus sirvientes
Rosaura tiene razn; los egipcios eran todos ellos reyes o faraones, nobles y civilizados, no
como estos indios miserables y taimados acoto Blanca.
No se hable ms zanj Celeste. Yo me ocupar de todo y nadie notar la diferencia.
Oh, queridas! exclam Elizabeth, emocionada, son ustedes maravillosas. No s yo qu
hara sin ustedes, mis amigas, estara perdida en la oscuridad. Esta fiesta excede mis escasas fuerzas,
a pesar de la energa que me otorga el inmenso cario que siento por mi esposo.
Tu adorable esposo te lo agradecer eternamente dijo Celeste, enfatizando lo de adorable
; pero no tens que darnos las gracias por esto, porque nosotras lo hacemos de corazn, por tu
bienestar y felicidad.

El verano se present ese ao particularmente hmedo y bochornoso, los patios olan como nunca
a carne podrida por ms que se cubrieran con tablas y arpilleras mojadas los pozos de desperdicios.
Las tormentas hicieron ms ruido que dejaron lluvias y hubo abundantes tardes en las que el cielo se
encapot de tal manera que pareci caer la noche, y los relmpagos convulsionaron de azul la ciudad
entera durante largas horas.
Por esos mismos das comenzaron a llegar de Europa numerosos barcos con mercancas
procedentes de los puertos de Liverpool y Havre: ponchos de Inglaterra, loza y vajillas de Sevres y
Limoges, sedas de Japn, especias de la India, vestidos y sombreros a la ltima moda y exquisitas
fragancias de Grasse, y de Espaa llegaban objetos para el sagrado culto en la catedral. Tambin
desembarcaron algunos extranjeros: petimetres, presumidos y romnticos bohemios provenientes de
Pars; avaros comerciantes oriundos de Holanda y Catalua; industriales, cientficos y viajeros
curiosos de Inglaterra y una extravagante dama portuguesa procedente de Brasil, que se present en
sociedad diciendo ser una afamada pitonisa. Asimismo, de Espaa vino un cura y una veintena de
monjas pertenecientes a la orden de las Adoradoras del Cuerpo Incorrupto, recientemente fundada
por Fray Miguel Pastrana de Almeida y Garay, excomulgado unos quince aos atrs y despojado de
sus hbitos jesuitas por anatema, blasfemo y sacrlego, durante sus aos de misionero en Paraguay,
donde se deca que haba vendido su alma a dioses paganos, y cuya muerte, acaecida el ao anterior
a manos de una tribu de indgenas del Amazonas, haba sido muy sonada pues se deca que haba sido
convertido en un acerico viviente durante una fiesta donde los aborgenes se excedieron con sus
brebajes de mandioca fermentada. Iban todos estos religiosos destinados a un convento en Cosqun,
en las sierras de Crdoba, abandonado desde haca aos, perteneciente otrora a la orden de las
Teresianas de clausura y ahora nuevamente consagrado merced a la influyente intermediacin de un
importantsimo miembro de la masonera inglesa para alojar a esta nueva orden. Eran muchachas
jovencsimas, de espesas cejas, gesto sombro y enjuto, y olan bastante mal. Sus hbitos eran de
riguroso negro y semejaban estar confeccionados con vendas, retales y remiendos; llevaban al cuello
un crucifijo igualmente envuelto en trapos negros y, desde el momento de su ordenacin hasta el da
de su muerte, cean un cinturn de castidad de cuero que jams se quitaban, ni siquiera para hacer
sus necesidades ms ntimas, pues posean stos una hechura y ciertas aberturas pensadas para tales
propsitos: una rejilla por delante y un orificio por detrs, rodeado de pas ligeramente orientadas
hacia fuera. Este cinturn las obligaba a permanecer casi todo el tiempo de pie o recostadas de lado
y las salvaguardaba de caer en garras de la concupiscencia o de indgenas violadores; y a pesar de
soportar estas incomodidades y padecer las llagas y escaras que el talabarte les produca a lo largo
de sus vidas, aceptaban el tormento como penitencia y prueba de su amor al cuerpo incorrupto de
Cristo.
Comandando a las monjas vena Sor Estigma, mujer de unos cincuenta aos, de mirar torvo y
gesto duro, que apenas hablaba, y un fraile llamado Mamerto Fernndez Nuo, natural de Castilla,
cuyo destino junto a las religiosas era el citado convento de Crdoba. Era ste un hombre joven, de
rostro afilado y plido, con profundos ojos negros, penetrantes y severos, a la vez que soadores
cuando se lo sorprenda a solas. Su figura era recia y fuerte, como la de un campesino, pero haba en
sus gestos una delicadeza y elegancia que lo desmentan y ponan al descubierto cierta condicin y
cierto origen noble. Al poco de llegar a puerto, las religiosas salieron en dos carretas rumbo a
Crdoba, pero Fray Mamerto hubo de permanecer en Buenos Aires hasta recibir las nuevas rdenes
del obispo que, a decir verdad, se haba mostrado reticente en todo momento con esta dudosa orden
religiosa.

Las jvenes amigas continuaban organizando la fiesta a la espera de noticias de Thomas, el


prometido de Celeste, y mataban su tiempo a la sombra de los sauces del riachuelo tomando sorbetes
de granizo con limn o visitando a los tenderos de la calle Maip y prximos a la Recova, que
exhiban en sus vidrieras sus mejores gneros recientemente venidos de Europa.
Al cabo de seis das de traqueteado viaje, lleg en una carreta proveniente de las sierras de
Crdoba la esperada vasija con la momia, embalada en un esqueleto de madera de quebracho. Desde
la ventana de su gabinete, situada en el piso superior, lady Elizabeth y sus amigas observaban, presas
de gran agitacin, las esmeradas maniobras de los esclavos que, bajo las ceceantes rdenes de la
negra Prudencia, la bajaron del vehculo y entraron en la casa por la puerta de servicio, desde donde
la trasladaron al gabinete en el cual habitualmente reciba los jueves a los ms ntimos.
Djenla aqu les indic sta, sealando un quillango de vicua a los pies de una mesa
redonda que haba hecho disponer para la ocasin. Y despidi a los negros en cuanto hubieron
retirado las tablas del embalaje, no sin antes advertirles que nunca jams hablaran del asunto; y para
mejor asegurarse su silencio, les dio a cada uno medio real de plata.
Vos tambin andate abajo. Prudencia le pidi a la negra, hacindole un guio. Prefiero
que ests abajo vigilando para que a nadie le d por subir aqu a chusmear. Prudencia reajust el
nudo del pauelo con lunares rojos que cea su pelo y obedeci a su seora sin rechistar, pues
aparte de lista era sumamente obediente. Antes de salir se volvi y, haciendo un gesto altivo y de
desdn a la vez, puntualiz: Era de un prncipe, dijeron ezoz que la trajeron.
Las muchachas quedaron a solas, de pie alrededor de la vasija de barro, observndola con
ansiedad, mordindose los labios e intentando apaciguarse intilmente, pues cuando fueron a decir
algo, lo hicieron las cuatro a la vez. Rironse ante la situacin, y fue Elizabeth quien habl para
decir:
Bueno, por fin ya est aqu suspir aparatosamente. Ahora, a ver qu hacemos?
Oh! exclam Rosaura Laprida, llevndose una mano a la boca. ste ser un momento
inolvidable. Querida Elizabeth, te das cuenta de que esto significa el principio de tu reencuentro con
la felicidad?
Dios te oiga, darling.
S, querida amiga asintieron las hermanas Rocamora. A partir de hoy tu vida dar un
vuelco.
Ya vers como recuperas tu felicidad y la de tu adorable esposo sentenci Blanca. Pero
ahora sosegumonos y pongmonos manos a la obra.
Se miraron entre ellas esperando ver quin de las cuatro tomaba la iniciativa. Y fue Celeste,
siempre dispuesta y comedida, quien lo hizo, pidiendo a Elizabeth que le diera unas tijeras con las
que cortar los tientos que cean el trozo de cuero tensado que tapaba la boca de la vasija.
Una vez retirado el tapn, dudaron un momento antes de asomar los ojos al interior de la vasija,
de la cual sala un penetrante olor cido. Rosaura retrocedi un paso y se mantuvo tensa, junto a la
ventana, sin atreverse a mirar directamente a la vasija.
Mandar que suban una canasta con limones dijo Elizabeth. Est claro que aqu huele a
chiquero.
Fue Celeste la primera en atreverse a mirar dentro de la vasija y anunci:
Bah, es slo una momia inofensiva envuelta en trapos. Vamos a sacarla y ponerla sobre la
mesa. No podemos perder el tiempo, hay mucho que hacer. Vamos, nias! orden a la par que las
sacuda de un brazo para que se espabilaran. Y ahora, Rosaura, hace el favor de cerrar las puertas
con llave para que nadie nos moleste, no sea cosa que Prudencia se descuide.
Nada ms asomar del envoltorio la momia, Rosaura Laprida se desvaneci y cay redonda al
suelo, sobre el quillango que amortigu el golpe, pero tanto Elizabeth como las hermanas Rocamora
permanecieron, aunque sudorosas, ntegras, en pie, e inmediatamente acudieron en su auxilio y,
abanicndola, la reanimaron.
Sos una floja, Rosaura Celeste Rocamora fue la primera en recriminarle su debilidad. Si
vas a estar desmayndote a cada rato, como siempre te ocurre, mejor bajs a la sala a tocar el piano,
que nosotras tres, solitas, podemos hacerlo todo.
Tiene razn Celeste apostill su hermana.
Pero Rosaura, desde la butaca en la que se desmadejaba, plida como la cera, con un hilo de voz
prometi reponerse y no volver a desmayarse: no quera perderse aquello por nada del mundo.
Despus de numerosas y torpes maniobras pudieron extraer el cuerpo de la momia y colocarlo
encima de la mesa, hecho un ovillo como estaba, sentado en cuclillas. Fue entonces cuando las
muchachas se quedaron de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, observando detenidamente
por primera vez, llenas de malsana curiosidad, al malogrado prncipe comechingn. Rosaura
temblaba, pero fiel a su juramento, haca lo imposible por mantenerse ntegra y rogaba en silencio no
volver a desmayarse, mientras los colores le iban y volvan, se le nublaba la vista, y la salita, con
todo lo que en ella haba, le daba vueltas.
Desde lo alto de la mesa, envuelta en varios ponchos y mantas de lana de guanaco, tocada la
cabeza con los restos de una principesca pero apolillada corona de plumas de and, la momia, cuya
faz asomaba entre trapos, pareca observarlas a su vez, con similar curiosidad e incomprensin,
tambin atnita, a travs de unos ojos convertidos en dos pasas de uva que reposaban al fondo de las
rbitas exageradamente abiertas, pues los prpados haban desaparecido por completo. Acaso el
infeliz no entendiera qu significaba aquello: ese entorno cbico limitado e inslito, lleno de ricas
colgaduras e incomprensibles objetos, y esas cuatro mujeres blancas, pasmadas, cubiertas con
intiles y raros ropajes, que se comportaban con afectacin y olan tan raro.
Es horrible! murmur Rosaura en voz muy baja, como si quisiera evitar que la momia la
oyera, y se llev una mano a la boca, igual que si hubiera escapado de sus labios una palabrota.
S, querida, la verdad es que la pobre es un poco repugnante dijo Celeste, rompiendo as la
tensin acumulada. Y todas se echaron a rer, con esa risa nerviosa que pretende encubrir un miedo
intermitente y ancestral.
Armadas de coraje, sobre todo Rosaura, que temblaba como una hoja y sudaba copiosamente,
procedieron a retirar las mantas y ponchos que la envolvan, el tocado de plumas y las hojotas de
cuero de los pies, hasta dejarla totalmente desnuda, en la piel y los huesos.
Parece que es un hombrecito manifest Celeste Rocamora, haciendo un gesto pcaro con los
ojos, que discretamente dirigi a la entrepierna de la momia.
Por Dios, Celeste! exclam Rosaura, con las mejillas arreboladas. Cmo pods decir
esas cosas? Ests ante un muerto que, a pesar de su lamentable estado, merece respeto.
A ver? Blanca se acerc muerta de curiosidad, pero Elizabeth la retuvo por un brazo y la
reconvino:
Blanca, no le hagas caso a tu hermana, que es una irrespetuosa.
Es ms fea de lo que imaginaba coment Rosaura, acercndose e inclinndose hacia la
momia para observarla ms de cerca, y apoyando la barbilla en una mano y el brazo plegado sobre el
pecho, en actitud reflexiva, suspir profundamente y recapacit en voz alta: Pensar que esta pobre
criaturita estuvo viva un da que ri, sufri y am como cualquier hombre creado por Dios
Rosaura, darling, no es momento de ponerte trascendental la interrumpi Celeste. Todava
hay mucho que hacer.
Elizabeth, en esos momentos se dispona a tirar dentro de la vasija los trapos de lana, que se
deshacan slo con tocarlos, y al asomarse descubri algo en el fondo. Se trataba de un envoltorio
doblado en numerosas partes, aparentemente hecho con algn tipo de corteza o cuero muy fino. Dej
en el suelo los trapos para poder maniobrar con facilidad, meti un brazo en la vasija para alcanzarlo
y una vez en sus manos lo despleg no sin dificultad. Haba en la superficie dibujos torpemente
ejecutados, pintados en rojos, verdes y azules desvados, que no se molest en observar
detenidamente, porque le pareci un objeto muy feo, acaso pintado por un nio o un adulto muy torpe.
Cosas de indios murmur con desdn. Y volvi a dejarlo en el fondo de la vasija, donde
asimismo ech los restos de vestiduras y las plumas del tocado que haba dejado a un lado.
Vena la parte ms complicada de toda esta ceremonia ftil y caprichosa, que era enderezar a la
momia, vendarla y darle un aspecto tal que pasara inadvertido su origen criollo plebeyo y adquiriera
la apariencia noble de una autntica y noble momia egipcia. Para esto, Elizabeth ya haba pensado y
tena dispuesta en su habitacin la tina de zinc en la que un da tuvo el capricho de baarse con la
triste consecuencia de enfermar gravemente, y que desde entonces permaneci arrinconada detrs de
un biombo chino. Las criadas, convencidas de que su ama haba enloquecido encaprichndose por
segunda vez en baarse, la haban llenado horas antes con agua muy caliente, a la que haban
agregado ptalos de rosas frescas, cogidas del jardn esa misma maana, agua de lavndula y hojas
de t.
Celeste sugiri dejar la momia sumergida hasta el da siguiente, convencida de que seran
necesarias al menos veinticuatro horas para que las articulaciones volvieran a adquirir la
flexibilidad originaria que les permitiera estirarla y cruzarle los brazos sobre el pecho, hasta darle la
postura de una autntica momia egipcia. Secaron sus manos en toallas humedecidas con agua de
violetas y bajaron a las cocinas, lejos de los fogones, donde llegaba el aire fresco que sala del
stano, all se aposentaron a una mesa y, amablemente, se pusieron a tomar mate perfumado con
canela, acompaado con tortas fritas, y a charlar en ingls, como lo hacan habitualmente delante de
los criados y esclavos, que a esas horas de la tarde pululaban desplumando palomas, vaciando
achuras, limpiando las verduras y lo necesario para la cena, bajo las indicaciones y la mirada celosa
de la negra Prudencia, cuyas facciones simulaban la mayor de las ignorancias.

Esa noche, Elizabeth apenas pudo dormir, pues no tuvo en cuenta su temeridad cuando dej la
momia remojndose en su recmara, detrs del biombo, a escasos tres o cuatro metros del lecho.
Intent conciliar el sueo en varias ocasiones sin resultados, pues cada tanto, desde la duermevela, la
asaltaba la imagen del indio mirndola a travs de las cuencas vacas.
Por la maana, mientras tomaba el mate que cebaba Prudencia en la galera, decidi participarle
a sta su inquietud, esperando acallar su conciencia, pues algo la reconcoma, pero la negra la
tranquiliz dicindole que las momias estaban muertas pero que bien muertas, y que a quienes haba
que temer era a los comechingones y sanavirones vivos:
Ezoz z que zon peligrozoz, zeora, dgamelo a m
La negra Prudencia hablaba por boca de la experiencia, ya que de nia haba sufrido en sus
carnes las consecuencias de un maln: los indios le haban destrozado los dientes superiores de un
macanazo, antes de que pudiera huir y esconderse en los galpones, bajo las parvas de alfalfa; az me
dejaron ezoz demonioz, deca, sealndose la boca.
Mediaba la tarde cuando volvieron a presentarse las tres amigas en casa de Elizabeth y lo
primero que hicieron fue reprocharle su estado:
Pero qu te pas, darling, que tens tan mala cara?
No dormiste, acaso?
Pero Elizabeth no respondi, se limit a ordenarles que subieran de inmediato, pues todava
quedaba mucho por hacer. Y le pregunt a Celeste con viveza:
Trajiste las plumas que te ped, querida?
S contest sta, agitando delante de sus ojos un envoltorio alargado de papel.
Una vez en el gabinete, sacaron la momia del agua, la tendieron sobre la mesa usada el da
anterior, y procedieron a flexionarle las extremidades buscando la postura deseada. No fue
complicado, porque las articulaciones se haban ablandado bastante, salvo la del hombro derecho,
que se parti nada ms intentar torcerla.
Esto no es ningn problema dijo Celeste, muy resuelta. Y sacndose del cabello una cinta
azul de raso, le at la escpula al hombro en un santiamn. Una vez enderezada le ajustaron a la
cabeza una vincha roja de lana, en la que ensartaron las plumas de pavo real tradas por Celeste, y
con tiras de sbanas y enaguas gastadas, la vendaron de arriba abajo con numerosas vueltas.
Satisfechas, cubrieron la momia con sbanas limpias y la ocultaron debajo de la cama hasta el da
siguiente, da sealado para la gran fiesta.
Hay un detalle coment Rosaura, ciertamente preocupada.
Cul?
No hay sarcfago.
Bah, no te preocupes por eso la tranquiliz de inmediato Celeste. Diremos que durante la
travesa en alta mar una fuerte tormenta destroz el sarcfago y el capitn se vio obligado a arrojar
los restos por la borda.

Por la maana se celebr una misa especial en la catedral, por encargo de lady Elizabeth. Todo
se desenvolva con marcada etiqueta, nicamente se oan en el sacro recinto los estornudos de la
negra Prudencia, que padeca una fuerte alergia a las flores de retama, con las que Elizabeth haba
mandado engalanar el altar. De improviso, en el inviolable momento de la consagracin, las
feligresas sintieron un escalofro que les recorri el cuerpo, y una extraa pero agradable sensacin
las recorri por dentro aposentndose finalmente en los lugares ms escondidos de su delicada
anatoma; fue un hormigueo creciente e ntimo que dur unos segundos, segundos que se hicieron
escasos y acabaron en una indescriptible sensacin de plenitud femenina. Todas ellas suspiraron a un
tiempo, aturdidas por las oleadas de bienestar, pero afortunadamente no se oyeron los suspiros, pues
en ese mismo instante el monaguillo, hijo menor de los Druring Bartrina, nio extrao por sus
refinados modales, exagerados y un tanto equvocos, agitaba como un poseso la campanilla en alto.
Su carita rubicunda, enrojecida ms de lo habitual, estaba tan congestionada que ms pareca un
pequeo demonio que un monaguillo.
Tambin el obispo que oficiaba fue presa de escalofros, del aliento lascivo que se esparci por
el mbito con el filo de una blasfemia, y tuvo una sbita y marcada ereccin que por fortuna para
l y los asistentes, aunque no para Dios, a cuyos ojos son intiles velos y encubrimientos qued
oculta bajo los hbitos holgados y negros. Tambin los hombres y los nios, aunque ajenos a tales
lbricos influjos, notaron un momentneo malestar, una ligera ansiedad que atenaz sus corazones
con similar angustia a cuando se pierde de repente a un ser amado.
Pero la ilusin que los concurrentes tenan puesta en la fiesta de los Inza Sheridan, en cuyo
programa anunciaban el desenvolvimiento de una momia, era tal que a media tarde ya haba olvidado
lo ocurrido en la catedral.

La fiesta se inici a las siete, con la concurrencia de lo ms granado de la sociedad portea.


Mariquita Snchez de Thonson interpret al piano el minu, el cielito criollo, el montonero, y un par
de veces el pericn nacional, que los asistentes bailaron con patritico entusiasmo, porque, como
susurrara al odo de lady Elizabeth el coronel Mansilla durante la danza: Querida, no podemos
dejar pasar esta ocasin, pronto har treinta aos que arrojamos a los buitres esa pesada e impropia
corona espaola que oprima nuestras sienes.
Blanca Rocamora consum el anhelado sueo de interpretar una danza egipcia vestida de
odalisca, envuelta en superpuestos velos, luciendo una hermosa peluca azul y una gargantilla copiada
del pectoral de una momia de El Cairo, cuyo grabado haba visto en un ejemplar de El Grito
Argentino, Un flautista libans, un criado chino que tocaba las campanillas y un mulato con un
tambor, disfrazados todos ellos de rabes, fueron los encargados de interpretar la msica egipcia
inventada y compuesta por su hermana Celeste, que sin llegar al virtuosismo al piano de Mariquita
Snchez, se defenda con bastante dignidad, sobre todo cuando interpretaba a Chopin.
Elizabeth y sus amigas haban dispuesto una mesa alargada de cocina en el saln de baile, ante la
chimenea de piedra, cubierta por un faldn de terciopelo rojo con pasamanera. Tras las cortinas
cerradas que daban al distribuidor de la zona de servicio, aguardaba la momia en una improvisada
camilla cubierta por una sbana, y dos criados vestidos de egipcios, con sendos nemes dorados en la
cabeza y faldones de piel de tigre el uno y de gato monts el otro, se encargaran de introducir la
momia y retirarla luego una vez desenvuelta.
Circulaban el vino y las empanadas, los cuencos con mazamorra, cuando a unos sonoros acordes
al piano, de manos de la virtuosa Mariquita Snchez, los criados apagaron ceremoniosamente las
velas de sebo y dejaron encendidas nicamente las lmparas de aceite, cuidadosamente cubiertas con
velos de seda carmes, que crearon una penumbra misteriosa e inquietante. Asimismo, a un acorde
sealado, los criados introdujeron la momia al saln, a paso solemne, sin llegar a la pompa de un
desfile fnebre, y la depositaron sobre la citada mesa.
Elizabeth y Celeste, vestidas asimismo de egipcias, con profusin de velos, entraron por la puerta
enfrentada. Con una sonrisa de lado a lado, y tras una reverencia graciosa al pblico, anunciaron el
espectculo y se aplicaron a la paciente y aparatosa tarea de quitarle las vendas a la momia, que
haban bautizado con el rimbombante nombre de Alef-Katn, faran del Alto y Bajo Egipto, segn
rezaba el programa. Durante el vendaje, haban tomado la precaucin de introducir baratijas entre las
bandas de tela, de manera que cada tanto fingan sorprenderse, lanzaban a la concurrencia un
exagerado: Oh!, y exhiban en alto uno de los supuestos tesoros egipcios que, acto seguido, ante
los ojos atnitos de damas y caballeros, arrojaban al aire como si hieran flores.
Temerosas, las seoras avanzaban con las manos en alto, disputndose la posesin del valioso
presente, que luego recogan no sin gesto de aprensin, y volvan junto a los dems con paso
apresurado y una risita histrica y juguetona, como si acabaran de cometer una travesura.
Pero el momento culminante, en el que las anfitrionas depositaron toda la tensin y el buen arte
del aspaviento, lleg cuando Elizabeth anunci que procederan a retirar las ltimas capas del
vendaje, e inst a los asistentes a acercarse para disfrutar mejor del espectculo. Hubo un murmullo
de aprobacin y tambin una oculta resistencia a hacerlo, cierto temor a la proximidad con aquel
sujeto u objeto inerte que encerraba tanta dignidad real a pesar de su repugnancia.
Celeste y Elizabeth, dado el xito obtenido, confiaron plenamente en su talento teatral, redoblaron
sus afectaciones y, morosamente, con aparatosidad estudiada, fueron quitando las ltimas vendas,
dejando a la vista los miembros resecos y marrones de la momia. Un par de criados, severamente
instruidos, no daban abasto en administrar sales entre las damas, pues una tras otra se desvanecan
entre ayes a medida que el cuerpo descarnado del indio sala a la luz. Y en el preciso momento en
que Elizabeth retir las gasas que envolvan el crneo, hubo un grito de horror generalizado y
algunos, incapaces de resistir el miedo, salieron de all huyendo hacia los jardines. Fue entonces
cuando la anciana Mariquita Snchez, demostrando su temple, arreci los acordes al piano
aporreando las teclas ms bajas de la escala cromtica, acordes que acabara con un glissando que
abarcaba ms de la mitad del teclado, seguido de un acorde sonoro y definitivo.
Los aplausos no se escatimaron y los vtores y risas resonaron a lo largo y ancho de todas las
dependencias de la enorme casona de Palermo. Elizabeth corri junto a su marido, dichosa, radiante
y ms bella que nunca y lo abraz riendo, consciente y satisfecha de haber cumplido su cometido,
pues vio enseguida en el semblante de ste dibujada la alegra y en los ojos negros y duros, por
primera vez despus de aos, destellar el fulgor acuoso de la felicidad.
Mientras tanto, los asistentes se reponan de tantas emociones y, envalentonados, se acercaban a
la mesa donde yaca la momia entre un revoltijo de vendas perfumadas y se atrevan a tocarla con la
punta de los dedos, acompaando el gesto valiente con un gritito agudo y breve que les robusteca el
coraje. Y aquellas seoras que no haban tenido la suerte de verse agraciadas con alguna reliquia,
osaban incluso recoger una falange, una ua, un diente o un trozo de piel reseca, para llevrselo
como recuerdo.
Ha sido maravilloso, querida! Nunca habamos disfrutado de una fiesta tan original!
Elizabeth no dej de recibir elogios durante el resto de la velada. Y por qu no, tambin ella
tena derecho de guardar para s un recuerdo, de manera que, cogiendo del brazo a su marido, se
acerc a lo que quedaba de la momia y, a falta de una pieza definida, se qued con un trozo de
materia renegrida, tal vez un apndice carnoso que semejaba un puado de pasas de ciruela. Recogi
una servilleta bordada de una mesa vecina y en ella lo envolvi.
Tambin Fray Mamerto, que haba sido invitado antes de su partida definitiva al convento donde
habra de hacerse cargo de los futuros feligreses y de las monjas, venciendo sus pruritos recogi algo
de la momia y se lo guard en un bolsillo de la sotana.
Haba una alegra desmedida en la atmsfera del saln de baile, ciertos efluvios de extraa
jocosidad se desplazaban de un lado a otro y envolvan a los asistentes como pmpanos carnosos de
una insolente enredadera. Acaso fuera el espritu de las bebidas, el ponche, los vinos priorato y
carln o acaso fuera el nima del prncipe indio, que arrancada de su milenario letargo se mezclaba
jubilosamente con los asistentes, contagiada de la jarana y empeada en participar de la fiesta desde
el ms all.
Y mientras la luna luca esplendorosa y llena en el cielo y los grillos vibraban lanzando sus
requiebros en el aire para regalo de las hembras, cuando los numerosos relojes de campana
distribuidos en las habitaciones tocaron al unsono las doce campanadas, se levant un viento fro
que entr por las puertas y ventanas abiertas y estremeci a la sorprendida concurrencia, no
dispuesta para unas temperaturas fuera de estacin, y apag las lmparas y las velas dejando en
tinieblas el saln y el resto de la casa. El cielo se cubri de nubes espesas y plomizas y estallaron
furiosos truenos que conmovieron la vajilla de Sevres y la cristalera, quebrando las piezas ms
elegantes y frgiles. Un relmpago furioso, de un azul intenso, ilumin la estancia como una
fantasmagora, y fue entonces cuando las parejas interrumpieron el pericn nacional y descubrieron
horrorizadas a la momia, sentada en la mesa. Y cuando tenan puestos sus ojos aturdidos en ella, con
un chirrido de huesos, el indio gir la cabeza hacia el pblico. Su cara descarnada era el mismsimo
horror incrustado en el nimbo de iridiscencias verdes de las plumas de pavo real. Para mayor
sorpresa y terror de los asistentes, el indio abri la boca y se puso a hablar, con voz de ultratumba,
grave y sonora:
Ima_rayku ruwaranki chayta.
Se hizo un glido silencio que hel los corazones. El coronel Mansilla orden, alzando un brazo
en alto:
Silencio! Est hablando en quechua! y luego de escuchar con atencin, agreg: Pero no
entiendo del todo lo que dice, es quechua, s, pero mezclado con kakn y volvi a pedir silencio,
un silencio que no se hizo, pues el horror era de tal magnitud que muchas damas lloraban, otras huan
como posesas por los grandes ventanales, los hombres juraban por sus antepasados llevndose las
manos a la cabeza, y los militares desenvainando sus espadas. Pero el gritero acab muy pronto,
cuando la negra Prudencia se llev una mano al pecho como impidiendo que se le saliera el corazn
y con la otra seal hacia el fondo del saln en direccin opuesta a la horrible momia y grit:
Ez ella, la pitoniza portugueza!
Todos se volvieron hacia donde sealaba y vieron a Agostinha Das Luengas traspuesta, de pie
junto a una columna con su vaporoso vestido verde, con las manos crispadas en alto, el rostro
congestionado y los ojos en blanco, la boca llena de espumarajos, profiriendo palabras en quechua:
Sunqunkuna
Silencio, silencio! insisti Mansilla. Habla de muerte
Pero nadie le hizo caso, por el contrario, arreciaron las voces y chillidos, el llanto de impotencia
y pnico.
Ezt pozeda por la momia! destac por encima de las voces el grito agudo de Prudencia. Y
en todo el saln se dej or un Ho, generalizado.
En efecto, Agostinha das Luengas, la portuguesa, hablaba por la boca del indio. El espritu del
infeliz se haba metido en su cuerpo y lo usaba para lanzar su maldicin de momia, maldicin que, si
bien todos reconocieron como tal, nadie supo adivinar su alcance o contenido, pues el coronel
Mansilla aunque tena conocimientos de la lengua quechua, no distingui ms que algunas palabras
dispersas, que hablaban de desgracias, podredumbre y muerte.
Ante la mirada atnita de todos, la pitonisa emiti un fuerte suspiro y enmudeci de pronto; sus
ojos se cerraron, sus manos recuperaron la laxitud y la cabeza le cay sobre el pecho: dorma
profundamente y una baba espumosa se deslizaba por la comisura de sus labios. Se hizo un enorme y
glido silencio, no se atrevieron ni a hablar ni a moverse, permanecieron all paralizados por los
extraordinarios sucesos. Pero stos no acabaran aqu, porque cuando los cuerpos y las mentes
comenzaban a templarse y cada uno de los asistentes recuperaba la vida que haba estado a punto de
salirle huyendo del pecho, la momia, como si hubiese acabado su cometido, se derrumb sobre s
misma, el crneo cay de la mesa al suelo y rod a lo largo del saln hasta acabar a los pies del
piano, junto al ruedo de holandas del vestido de Mariquita Snchez, que cerr el teclado y se levant
de un salto, con un grito, seguido de un silencio y una sonora e histrica carcajada, hilaridad que,
pasado el susto, todos acompaaron de buen grado. Y aunque la risa pareciera estar fuera de lugar,
tena el poder de conjurar el terror, alejar los espritus llegados de ultratumba y devolver a los all
reunidos al plano de la vida terrenal.

Horas despus de medianoche, quiz a causa de estos sucesos de naturaleza inquietante y


enigmtica, si bien inofensivos, los que permanecieron en la casona de Palermo, tanto las familias
patricias invitadas como los criados y esclavos, e incluso los animales: las aves del columbario, las
gallinas y los conejos, se vieron invadidos por un infundado y contradictorio entusiasmo, por cierta
jocosidad malsana con visos de indecencia que, en algunos casos termin en sofocos y calenturas. Se
trataba de similares extraos efluvios a los acaecidos en la catedral esa misma maana. Los criados,
por su naturaleza simple e ignorante, libres de prejuicios y ataduras morales, se lanzaron a las calles
oscuras y se metieron en los zaguanes, donde dieron rienda suelta a sus bajos instintos poseyndose
unos a otros. Mientras, en la casa, ms de uno y una, con cuidada discrecin, se desliz por los
amplios corredores a oscuras en busca de una puerta que no era exactamente la de su aposento,
buscando al otro lado las manos y los labios precisos para aplacar su apetito. Fray Mamerto,
recluido en la habitacin de huspedes asignada en lo ms alto de la casa, se azotaba las carnes
prietas y ardientes conjurando as corrompidos pensamientos, deseos inconfesables, imgenes
sacrlegas y lujuriosas que surgan de la oscuridad cenagosa de su mente. Jams en sus treinta y seis
aos el demonio lo haba tentado con semejante encono, jams haba tenido que luchar contra l con
tal ahnco y tal energa.
Elizabeth, a pesar de sus slidos principios y sentido de la responsabilidad propios de su rango,
no se vio exenta del general embrujo, tampoco su marido que, contraviniendo su habitual carcter
fro y distante, le sonrea lascivamente y le echaba miradas encubiertas desde el lecho donde se
haba tumbado, completamente desnudo, contrariando el decoro. Supo ella enseguida que este cambio
no se deba a los efectos del ponche, pues su amado esposo nunca bebi ms all de lo que marcan
las reglas de la etiqueta. Y fue esa noche cuando Elizabeth conoci por vez primera la pasin de un
hombre desbocado como un potro salvaje, y ella, debido a la influencia de la noche, tambin dio
rienda suelta a sus instintos de yegua en celo.
Simultneamente, a doscientas leguas de posta de all, en el recientemente ocupado convento de
las Adoradoras del Cuerpo Incorrupto, la atmsfera de los claustros se enrareci de golpe, la madre
superiora y las monjas despertaron a causa de una repentina opresin en el pecho y un calor
sofocante que las baaba en sudor fro. Abrieron las ventanas y se asomaron buscando alivio en el
sereno de la noche, pero al poco volvieron a asfixiarse y se echaron a los jardines y la huerta donde
corrieron como posesas entre los yuyos y abrojos, pisoteando los recientes almcigos de flores y
hortalizas con los pies desnudos. Sus voces despertaron a calandrias y zorzales que, confundidos, se
pusieron a gorjear como si fuese el alba; y los chelcos y lagartijas, vboras, cuises, mulitas, tats,
vizcachas y quirquinchos abandonaron las madrigueras y, como si huyeran de las voraces llamas de
un incendio, se escabulleron hacia los montes ms lejanos. Ya en el paroxismo de la locura, las
hermanas se desvanecieron entre ayes. Amanecieron tiradas entre las matas de carqueja y paja brava,
con los hbitos desgarrados y sucios, llenas de magulladuras y cortes. Con horror, descubrieron
abiertos los cinturones de castidad y, sin perder un instante, unas a otras se palparon en lo ms ntimo
para comprobar, con un suspiro de alivio, que seguan intactas. En Cosqun, pueblo vecino al
convento, no faltaron quienes afirmaron haber odo esa noche al lobisn sietemesino aullar con
mayor desgarro que nunca, como posedo por el mismo mandinga.

Aplacados los extraos sucesos, los nimos se serenaron y la rutina volvi a instalarse entre
amos y criados segn fueron pasando los das; Elizabeth fue comprobando, con creciente dicha,
significativos cambios en el nimo de su marido: el semblante ms luminoso, el gesto menos
endurecido que de costumbre y en sus ojos un antiguo brillo que denotaba una ntima satisfaccin con
la vida.
Movida por la esperanza, despus de tantos aos de padecer la lnguida frialdad de su marido, el
lento descenso a la indiferencia y la tristeza, Elizabeth concluy que el mrito de semejante cambio
no poda ser otro que el xito de la fiesta y el an ms acertado desenvolvimiento de la momia.
Record entonces el despojo que esa noche haba recogido de entre los vendajes y tuvo la certeza de
que su naciente felicidad se deba a ste, a los efluvios del alma del prncipe que de l emanaban, y
decidi convertirlo en un talismn y hacerlo objeto de reverencia.
A dos cuadras del Cabildo, viva el maestro orfebre Henri Chabrom, venido de Pars haca una
veintena de aos, famoso entre otras cosas por sus hermosas y trabajadas bombillas de alpaca, plata
y oro. Elizabeth no dud un instante en dirigirse hacia all una tarde bochornosa, montada en el sulky,
acompaada de la negra Prudencia, llevando envuelta en un pauelo su preciada reliquia.
Fue tanta la felicidad de Elizabeth por aquellos das que, en las siguientes semanas a la fiesta no
ces de acudir a casa de sus amigas, cmplices de su argucia, para agradecerles su colaboracin y
participarles, llena de entusiasmo, la notoria mejora de carcter de su marido, pormenorizando y
prodigando detalles de su amable y dulce comportamiento.
Y no es de extraar les dijo dejando ver una enorme sonrisa, para agregar a continuacin:
Estoy encinta!
Oh, darling! sa s que es una buena noticia dijeron stas a coro. Y, tras mirarse unas a
otras, rompieron en un llanto convulso.
Qu ocurre, queridas? pregunt Elizabeth, llena de desconcierto, mirando a una y a otra en
busca de un gesto, una palabra. Pero qu pasa aqu? reiter al ver que callaban. Y fue Celeste
quien rompi el silencio con un hilo de voz:
Tambin nosotras estamos encinta
Qu? Pero si, es broma, no?
No, no es broma. Te parecer imposible, pero es as.
Pero, Blanca, t tambin?
S respondi sta, ruborizndose y mirando el suelo.
Naturalmente, nadie debe saberlo dijo Celeste, reponindose y recuperando su habitual
temple.
Pero quin es el padre? insisti Elizabeth, acercndose a Blanca y rodendola con sus
brazos.
Nadie. No hay padre. Ser un hijo del viento, como dicen las indias y Blanca volvi a
deshacerse en llanto.

Una tarde, por mediacin de un aprendiz, Elizabeth recibi recado del joyero comunicndole que
el relicario estaba listo, y si deseaba retirarlo personalmente o prefera que se lo enviase a casa.
Elizabeth despidi al negro, se ech la toquilla sobre los hombros y sin perder un momento llam a
Prudencia, le orden recoger la sombrilla y acompaarla a la joyera. A continuacin mand
enganchar los caballos al sulky y parti rauda.
El resultado fue una primorosa caja de alpaca labrada, con cristales de roca a los lados, a travs
de los cuales se apreciaba perfectamente la extraa reliquia. La tapa practicable era igualmente de
alpaca, en la que haba incrustados tallos y hojas de nice verde y flores del mismo mineral en tono
rosa. Una vez en casa, Elizabeth se lo ense a su esposo dicindole que deban su felicidad a la
reliquia, y lo coloc sobre la cmoda en su dormitorio, junto a una imagen de la virgen.
Una extraa influencia ejerca aquel despojo sobre Elizabeth. Influjo del que no era totalmente
consciente, pero pasaba horas contemplndolo con fijeza mientras era invadida por una progresiva
sensacin de plenitud, y al cabo de unos minutos se haca tan intensa que se estremeca bajo
estertores y escalofros, los dientes le castaeteaban y, sin proponrselo, alcanzaba una sensacin
muy similar al xtasis. Era entonces cuando Elizabeth se acariciaba el vientre convexo en cuyo
interior palpitaba una vida.
Pero al cabo de un par de meses, cuando lady Inza y su marido rubricaban lo que pareca la
cspide de su felicidad, unas fiebres vespertinas y una pertinaz debilidad se apoderaron de ella, y
sus mejillas comenzaron a perder color. Curanderos y gualicheras desfilaron por las habitaciones de
la casona del barrio de Palermo, incluso Agostinha das Luengas, que por sus acertadas predicciones
estaba hacindose famosa y rica entre los poderosos de Buenos Aires, hizo un diagnstico poco feliz
por boca del espritu de Paracelso. Pero nada pudieron hacer vivos y muertos. Elizabeth continu
empalideciendo, adelgazando da a da y perdiendo su espritu alegre y emprendedor. Poco le cost
al mdico de a bordo de la nave Beagle, en esos das de paso por El Plata, diagnosticar tuberculosis,
pues vio claros los sntomas aunque todava no hubiera esputo sanguinolento. El hombre prescribi
sosiego, una dieta a base de lentejas e infusiones de carqueja y le prohibi el mate cocido. Si
deseaban salvaguardar las vidas de la madre y su retoo, Elizabeth tendra que abandonar el clima
hmedo y ftido de Buenos Aires, alejarse del bullicio, las reuniones sociales y tambin
obligaciones, y guardar reposo al amparo del aire de las Sierras Chicas.
A la semana, el matrimonio cuya felicidad se vea tronchada por el destino de forma tan repentina
e injusta, parti en compaa de la negra Prudencia, en diligencia rumbo a Los Sauces, escoltada
por un puado de gendarmes, ya que los indgenas vagaban soliviantados por aquellas tierras,
diezmados, hambrientos, desarrapados y deseosos de justicia. Dos carretas cargadas de criados y
bales con los ajuares y las vestimentas de los seores, los seguan a escasos metros. Elizabeth
llevaba a buen recaudo, en el bolso de mano, el querido relicario del que jams se separaba.
Justamente por entonces, cuando a pesar de su dispersin los escasos y diezmados indgenas
rumiaban un fuerte resentimiento contra los invasores blancos, lleg a odos de los indios lo del robo
y sacrilegio de la momia de su prncipe a manos de los seores Inza Sheridan, propietarios de la
estancia.
Sanavirones y comechingones se unieron bajo el mando del cacique Vinachel con la excusa de
recuperar la momia; evasiva falsa, pues la verdadera razn de esta alianza no era otra que presionar
al gobierno central para que les devolviera sus legtimas tierras, arrebatadas durante la conquista.
Hartos de chicha, montados a pelo en sus alazanes, ataviados con sus cueros y sus vinchas
emplumadas ceidas a la frente, enarbolando lanzas, macanas y boleadoras, avanzaron una
medianoche en desvencijado maln sobre Los Sauces, aprovecharon el sueo de los moradores,
derribaron la tranquera y saquearon lo que pudieron de la estancia con sus dependencias, incluidos
los establos, de donde robaron los caballos; se alzaron con los aperos de los galpones y de la capilla
se fueron cargados con la plata, la ropa del cura, los santos y los objetos litrgicos; entraron en
algunas habitaciones torpemente, con ms miedo que convencimiento y arrasaron con cuanto pudieron
o, como urracas, con cuanto brillaba, incluido el relicario, del que jams sospecharon su verdadera
esencia, pues lo desconocan. Huyeron al galope, algunos malheridos por los escasos peones que,
aunque reaccionaron a destiempo, repelieron con todas sus fuerzas y armas de fuego el ataque, a
pesar de que se vieron obligados a atender tambin los numerosos focos de incendio provocados por
los infelices. Los indios huyeron a campo traviesa perdiendo lo saqueado en cada empelln, dejando
tirados a los heridos; as regresaron al valle al otro lado del Cerro Uritorco, a la Cueva del Tigre,
donde dos semanas despus la mayora sera masacrada y desorejada por los hombres del caudillo
Juan Manuel.
Los seores de la casa, junto con unos cuantos sirvientes y esclavos entre quienes se hallaba la
negra Prudencia, salieron ilesos gracias a que reaccionaron justo a tiempo para refugiarse en los
stanos.
El relicario desapareci aquella noche para siempre, si bien algunos aos despus, hubo quienes
aseguraron haberlo visto formando parte del tesoro de la catedral de Toledo, en Espaa.
A pesar de las bonanzas del clima cordobs, Elizabeth, lejos de reponerse, fue empeorando da a
da. Su delgadez se hizo extrema, padeca fiebres, frecuentes accesos de tos y su pauelo de mano
empez a ocultar flores malditas de sangre. nicamente la mantena con vida la esperanza: el fruto
del amor que llevaba en su vientre abultado.
En la misma semana que en Los Sauces naci el hijo de Elizabeth, de manos de la negra
Prudencia, en la capital vieron la luz tres nias, hijas de Celeste, Blanca Rocamora, y de Rosaura
Laprida; unas criaturitas del tamao de ratas, oscuras, fesimas y ciegas como topos y que, por
fortuna para todos, nacieron muertas. Nadie supo por entonces que dos meses antes, a doscientas
leguas de Buenos Aires, en el convento de las hermanas espaolas Adoradoras del Cuerpo
Incorrupto, inexplicablemente haban venido a este mundo en una misma noche una veintena de
sietemesinos varones que apenas tuvieron tiempo de exhalar su primer berrido, pues se esfumaron al
instante de nacer, sin dejar rastro, gracias a la voracidad de los chanchos del chiquero. Y
absolutamente nadie, salvo las monjas y la madre superiora, tuvo constancia de estos hechos
ocurridos de puertas adentro del convento.
Y Elizabeth fue mejorando su aspecto y su salud dej de quebrantarse. Su hijo, al que tambin
llamaron Gonzalo, era hermoso, vivaz, con ojos renegridos como los de su padre, pero al cabo de los
das, en los que no dejaba de llorar, y segn iba acercndose el primer aniversario de aquella fiesta,
empez a frenar su crecimiento y a verse posedo por extraas fiebres. No tard en comenzar a
deshidratarse y a perder su blancura a causa de unas manchas marrones que avanzaban desde el
pecho hacia el resto de su cuerpecito inocente. Sus rasgos infantiles y puros se fueron deformando
como si envejeciera prematuramente. Elizabeth desesper y la enfermedad volvi a hacerla su presa:
rosas rojas salan por su boca, flores de sangre maldita.
No hubo mdicos capaces de diagnosticar el mal ni de impedir que avanzara apoderndose del
nio, ni hubo curanderos venidos del interior con sus sortilegios, gualichos y pases mgicos que
paliaran o interrumpieran su precipitado deterioro o el mal de la madre. En su desesperacin, el
coronel escribi urgentes cartas a la corona, solicitando la intervencin de los mejores mdicos de
Londres, pero para cuando stos contestaron el nio haba muerto.
En los ltimos das de vida de Gonzalito su aspecto fue algo horrible, espantaba y mova a las
lgrimas, pues se haba oscurecido como el color del caf; se haba resecado hasta quedar de l
nicamente la piel finsima pegada a los huesos y las articulaciones se haban rebelado a las leyes de
la anatoma humana doblndose caprichosamente en cualquier sentido. Y a las doce de la noche, el
nio abri desmesuradamente la boca por donde sali un eructo de adulto junto a su alma inocente.
As muri Gonzalito, con la boquita abierta. Despus de cuatro das de velatorio en la catedral, al
que asisti compungida la gran mayora de los vecinos de Buenos Aires, fue enterrado en el
cementerio de La Recoleta, y al ao exacto la tumba fue profanada y el cuerpo desapareci
misteriosamente. Una leyenda asegura que los indios lo robaron y se lo llevaron a las tolderas donde
lo guardaron en una tinaja en reemplazo del prncipe robado.
Elizabeth volvi a Los Sauces, donde permaneci con el fin de recuperarse de su enfermedad y
tambin de los golpes asestados por el destino. Al cabo de unos meses pudo vrsela un poco
recuperada de semblante, si bien poseda por una melancola que la perseguira hasta la tumba. Se
encontraba en los jardines de la estancia, bajo el sol clido de la maana, adormecida en un silln de
mimbre, con la bandeja del t en la mesa a su lado, atendida por un lacayo diligente y fiel.
Su marido, que jams pudo recobrarse del golpe y cuya apariencia a pesar de sus cuarenta y
cinco aos era la de un anciano centenario, se acerc a ella dicindole que haba hallado algo muy
curioso en los galpones de la estancia, que oficiaban de tambo.
Mir, querida le dijo, parece un cdice pintado por un nio. Son unos dibujos torpes y
muy desvados, acaso lo pintaron los indios hace siglos. Estaba dentro de una tinaja enorme, junto a
un montn de trapos deshechos y mugrientos.
Elizabeth fij sus ojos desganados en el objeto que su marido deposit en la mesa, junto a la
bandeja del t, y lo reconoci de inmediato. Sin dejar traslucir sorpresa ni sentimiento alguno que
delatara su aversin por el objeto, ni reconocer su remota y cmplice familiaridad, lo tom en sus
manos y lo despleg con cierta desgana, mientras su amable esposo la observaba con una sonrisa de
resignacin, doblegado a la fuerza del destino que haba transformado a su hermosa y jovial mujer en
un ser abatido que se consuma a orillas de la muerte.
Elizabeth dej caer sus ojos hundidos en los dibujos, record entonces a su querida amiga
Celeste Rocamora, la pizpireta, muerta pocos das despus del parto de su criatura desalmada y
fea, la record en aquella tarde ahora lejana, cuando desnudaron la momia y ella se fij en el sexo de
sta sonriendo con esa picarda y espontaneidad tan suyas. Distradamente, con la mente puesta en
aquel aciago pasado, Elizabeth recorri con ojos hmedos la serie de dibujos cuya secuencia lgica
descubra ahora por vez primera: s, all estaba plasmada su propia y desventurada historia, desde el
da en que trajeron la momia a la estancia hasta el da de la muerte de su infortunado hijo; all se
iluminaban las escenas, como el va crucis de todo su infortunio, encadenadas como una maldicin:
sus amigas, la sacrlega fiesta, los malogrados hijos. Y cuando crey haber llegado al final de la
narracin, nuevas escenas se iluminaron floreciendo del pergamino donde estaban latentes: su propia
muerte y asimismo la de su amado esposo estaban all, muy cercanas. Horrorizada, profiri un grito
y, como si le quemara las manos, arroj lejos de s el cdice.
Pero Elizabeth! alcanz a protestar su marido, a la par que, con dificultad, se agachaba a
recogerlo de entre el pasto.
Ella permaneci impertrrita, manteniendo toda la dignidad de la que fue capaz, a pesar de su
profundo dolor. Le temblaba la barbilla y los ojos se le anegaron en lgrimas, fijos en un punto
inconsistente del lejano Cerro Uritorco.
Su esposo volvi a mirar el pergamino con mayor detenimiento, pero no apreci ms que
monigotes, figuras humanas torpemente ejecutadas, formando escenas con un ligero aire obsceno en
el que antes no haba reparado.
Perdona, querida, no cre que estos dibujos fueran a disgustarte tanto le dijo a su esposa,
inclinndose solcito hacia ella y acaricindole el cabello recogido en una trenza que encaneca.
No es nada, Gonzalo murmur Elizabeth alzando la cabeza y mirndolo con dolorosa
ternura. Y con un profundo temblor de amargura en la voz reiter: No es nada, Gonzalo. Es el sol
que me deslumbra.
Se llev a los labios la taza de t, sorbi apenas unas gotas y al cabo de unos instantes, entre los
labios apretados precis, esta vez con una voz firme, llena de resentimiento:
Es el sol que incendia esta tierra de brbaros.
Desde un congreso cientfico en Roma a las criptas del Convento de los Frailes Capuchinos de
Palermo, ste es el maravilloso y tambin macabro recorrido literario que nos propone Pilar
Pedraza en su relato Carne de ngel. Perturbadora aficionada a les contes cruels adems de
profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valencia y extraordinaria ensayista, como
prueban La bella, enigma y pesadilla (Tusquests Editores, 1991) y Mquinas de amar. Secretos del
cuerpo artificial (Ed. Valdemar, 1998), cuentos rebosantes de misterio, de viciada atmsfera
gtica y de un potico ensimismamiento necrfilo, la narracin de Pedraza tiene una protagonista
indiscutible, Rosala Lombardo, una niita italiana de dos aos que falleci en 1920 y cuyo cuerpo
incorrupto sorprendentemente incorrupto, cabra aadir, reposa en las catacumbas del
Convento de los Frailes Capuchinos de Palermo (Sicilia), expuesta a la mirada impdica de cientos
de turistas y curiosos que pasan por all, insensibles a la conmovedora belleza de esta muerta las
muertas que parecen vivas, lascivas vampiras, seductoras revenants, dainas hechiceras, damas que
regresan de la tumba y otras belles dames sans merci, son un recurrente tema literario y erudito para
Pilar: ver Espectra. Descenso a las criptas de la literatura y el cine (Ed. Valdemar, 2004), una
criatura que parece dormir un largo y profundo sueo del cual, tal vez algn da, despierte.
Efectivamente, las catacumbas del Convento de los Frailes Capuchinos de Palermo acogen la
mayor coleccin de momias europeas que existe en el mundo, pues se calcula que atesora cerca de
novecientos cuerpos en distintos grados de conservacin. Los capuchinos, o frailes menores, son una
de las tres ramas autnomas de la Orden franciscana procedentes de la reforma emprendida por
Mateo de Bassi (1495-1552), austero religioso que quiso para la Orden un mayor rigor y perfeccin
espiritual. Hasta el s. XVII, los capuchinos de Palermo eran los nicos que reciban sepultura en las
catacumbas de su convento. Pero un Decreto de la Santa Sede de 1637 autoriz a los frailes para que
aceptaran en su peculiar cementerio a los seglares. As se cumpla el deseo de los feles de reposar
en la iglesia, y de esta manera, segn crean, estar ms cerca de Dios.
Los datos ms antiguos sobre los embalsamamientos artificiales realizados por estos frailes
proceden de la obra de Fray Benedetto Sambenedetti, Vita de Fra Bernardo de Carbone (siglo XIV
aproximadamente), donde se hace referencia a la preservacin de cuerpos desecados. La cripta
dispona de un lavadero especial para los cadveres donde eran enjuagados con vinagre y un
secadero, espacio cerrado y muy ventilado. A veces, los cadveres eran envueltos en telas de saco
llenas de paja, lo que ayudaba a la desecacin y eliminacin de humedades o de posibles hongos.
Tras pasar all un par de semanas, eran vestidos y colocados en los nichos o en cajas de madera
alineadas a lo largo de los corredores de la cripta. Algunos manuscritos de la Orden aseguran que los
cuerpos eran baados en arsnico y cal, mientras que los ms recientes fechados a principios del
siglo XX hablan de la inyeccin de soluciones qumicas en los cadveres. Por ltimo, otros escritos
sealan que los cuerpos eran tratados con una frmula secreta inventada por el Dr. Alfredo Salafia,
creador de la momia de Rosala Lombardo.
Deambular por la cripta de los capuchinos de Palermo es una experiencia impresionante. Las
momias aparecen situadas de pie, adosadas o colgando de las paredes de las galeras, inclinadas
hacia el visitante curioso, vestidas de las formas ms extraas. Unas llevan gabardinas, otras, trajes
militares, otras visten pantaln y chaqueta, camisa y corbata, dejando ver solamente las manos
esquelticas y la cara momificada, asomando los pies secos. Hay una galera dedicada slo a momias
de frailes capuchinos, otra para profesionales, otra para mujeres, otra para vrgenes y otra para
nios. Actualmente, es uno de los espacios tursticos ms concurridos de la ciudad italiana.
Pilar Pedraza se confiesa obsesionada por la imagen de Rosala Lombardo desde el primer
momento que la vi. Parece como si tuviera sudor en la frente, y sus rizos estn frescos, no resecos
como el de las otras momias de la cripta, aclara. Una fijacin patente en esta historia, que se cuenta
entre lo mejor de su obra. Esa sensacin extraa de estar entre la vigilia y el sueo (entre la realidad
y la pesadilla), una de las caractersticas estilsticas y cosmognicas ms recurrentes en Pilar,
teidas siempre de un vago hlito de memoria personal me cont que cuando descubri por s
mismo las inmensas criptas de Palermo, los pasillos interminables con los centenares de
cadveres colgados de las paredes o en sus sarcfagos abiertos, su entusiasmo no tuvo lmites y
decidi dedicar su vida a investigar la conmocin que aquello haba producido en su espritu. Fue
para l una revelacin de la amable inexistencia de la muerte, la ausencia de peligro, la
discrecin inofensiva. Porque todos aquellos muertos secos y ataviados, de pie o tumbados,
repartidos por oficios, conversando entre s o abismados en su nada, eran la viva estampa de la
paz. Especialmente la pequea Rosala Lombardo, precioso cadver de alguien que muri a los
dos o tres aos pero que llevaba all desde los aos veinte del siglo pasado, flanqueada por los
extraos atades de dos compaeritas resecas, una de ellas con la boca abierta con el bostezo de
los muertos ante el vaco o simplemente por el desecamiento de las mejillas, y la otra malcarada,
con la frente percudida de hongos grises y un poco malvola, pero graciosa Todas permanecan
tranquilas bajo una luz fra y marmrea, casta, en sus cajas de cristal, como muecas de una
pequea diablesa abandonadas en un desvn, sensacin que combina con su desatencin por los
tpicos ms trillados del gnero aunque, como en el caso que nos ocupa, percibamos algo ms que
huellas de la mejor ghost story. A nuestra autora, segn comenta, no le atraen las momias egipcias:
estn excesivamente muertas. Los espectros, los zombies, en el umbral de la vida y de la muerte,
tienen ms carcter.
En efecto, Carne de ngel, al igual que sucediera con los relatos que componen su libro Arcano
trece (2000) o su novela Piel de stiro (1998), nicamente viene a confirmar una impresin tan
intensa como subjetiva: la literatura de Pilar Pedraza es una versin (moderadamente) moderna de
aquellas grandes escritoras gticas y victorianas del siglo XIX y principios del XX, como Sarah
Wilkinson, Mary W. Shelley, Edith Nesbit, Vernon Lee, Sarah Wilkinson o Greye La Spina. Y no
solamente por su compartida condicin femenina, la cual hace que su percepcin del mundo y de los
seres humanos sea, evidentemente, distinta a la de los varones por muchas y muy evidentes razones.
Est, sobre todo, ese malsaine poder de evocacin, su pasin por los detalles, esa prosa de delicada
tenebrosidad Por contra, la propia autora se declara ms cercana de sus colegas escritores
masculinos Edgar Allan Poe, E. T. A. Hoffman, Guy de Maupassant, que de tanta dama sombra.
CARNE DE NGEL
Para Juan Lpez Ganda

Pase! grit un par de veces antes de que el visitante me oyera y empujara la puerta de mi
despacho.
Lo hizo suavemente, con timidez.
Se puede? pregunt. Llego en mal momento?
Al contrario. Me alegr su aparicin. Interrumpa el molesto sopor que sola acometerme al
medioda, despus de las clases.
La cabeza de Goran Pizska, mi estudiante del Doctorado europeo, hizo amistosas muecas y
reverencias desde el umbral. Preceda a un cuerpo grande, blando y desgarbado, que consigui dejar
de tropezar consigo mismo y entrar en mi pequeo habitculo abarrotado de libros y tapizado con
carteles de las exposiciones en las que haba participado como comisaria.
Conoca poco a Pizska, pero lo tena por persona excelente y apasionado estudioso de la cultura
de la muerte. Y adems algo necrfilo. Esto ltimo lo supe desde el da en que le conoc, en un
congreso en Pava, donde present una breve y nerviosa comunicacin en la mesa que presida yo
misma. Me agrad el brioso amor con que trataba su tema en una sede como aqulla, acadmica,
pretendidamente cientfica y ms bien fra. Ni siquiera se serva del power point, sino que disertaba
sin leer, con diapositivas y fragmentos de video que manejaba con nerviosismo.
Segn supe despus, su necrofilia perteneca al gnero platnico. La cruda realidad es que no
haba visto un muerto, un verdadero muerto de carne y hueso, en toda su vida. Tambin yo soy amante
de la palabra muerte ms que de los cadveres. Pizska, que me conoca por referencias, se peg a m
enseguida irradiando ese cario admirativo de quienes nos interesamos por lo mismo, ya sea
coleccionar vitolas de habano o estudiar las costumbres de los escorpiones.
Llevada por la atmsfera fraternal y generosa del congreso, acced, quiz precipitadamente y
contagiada por el entusiasmo de aquel individuo tan llamativo, a dirigir su tesis doctoral sobre la
artesana macabra practicada por los monjes capuchinos. Pizska se lo haba pedido en vano a algunos
otros colegas, que no vieron la utilidad de tal estudio, ya muy trillado, y lo rechazaron con diversas
excusas. Yo confiaba ms en los jvenes que la mayora de mis compaeros. Al cabo de un da, las
obsesiones de Pizska se me haban contagiado y ya hablaba como l de muertos momificados
con quien se me pusiera por delante. Mientras tombamos una copa en el vestbulo del hotel con
algunos colegas antes de retirarnos a descansar, mencion la cripta de Via Veneto en Roma. Pocos de
los circunstantes, en su mayora historiadores del arte y estudiosos de tumbas blanqueadas, la
conocan. Pizska la haba visto en fotografas, pero no haba estado all. Le recomend que la visitara
cuanto antes e incluso que la estudiara. En ningn otro lugar iba a encontrar una ordenacin tan
rigurosa de arquitectura de huesos combinada con momias enteras expuestas al aire, cinchadas a los
muros para mantenerse en pie.
Haba que fechar aquellas maravillas cuanto antes y con rigor, porque sin duda haban sido
retocadas modernamente con pastelera decimonnica ms propia de monjas que de austeros
barbudos. Los esqueletos infantiles figurando querubines con alitas hechas con omoplatos, y otros
detalles de un gusto afeminado, no correspondan a la poca del traslado de los huesos y mojamas
desde el Quirinal. Poner orden en aquel aparente rigor geomtrico que no era ms que un caos
paranoico, no era fcil, pero alguien tena que hacerlo, y yo estaba ocupada en otras cosas. Los
circunstantes apuraron sus copas entonando alabanzas a tan raro enterramiento, pero nadie mostr
inters por trabajar en l, ni siquiera el entusiasta Goran Pizska.
No vi al estudiante checo por algn tiempo. Durante el curso siguiente me visit en mi despacho
de la universidad un par de veces para que le firmara el papeleo de la inscripcin de la tesis. Dijo
que haba estado siguiendo la pista a la momia de la india peluda mexicana Julia Pastrana desde
Oslo, de cuyo museo de ciencias naturales haba desaparecido como todos sabamos, y que el rastro
pareca perderse en Pars. Pero haba encontrado la manera de hacer hablar a la persona que tena
ms datos sobre ese asunto, un polica francs retirado, de la Interpol.
Esta vez me ech a temblar. La Interpol, Pars, Oslo aquel chico deliraba, y si crea que una
tesis doctoral era una novela negra por entregas, estaba aviado. Yo tena algunas experiencias en ese
sentido y saba que una folie deux acadmica era fatal y sola terminar como el rosario de la
aurora. Pero en este caso era la pura verdad. Los documentos y materiales grficos que me mostr me
sacaron de dudas. Se las haba ingeniado para ver lo que quedaba de la momia de Julia Pastrana y su
beb. Aquello que, segn viejas leyendas urbanas, haba acabado en un vertedero o haba sido
rescatado de l. Las fotos de Pizska coincidan con los horribles daguerrotipos tomados en la carpa
bajo la cual Theodore Lent, el marido de la Pastrana, exhiba las momias de aquellos dos pobres
seres, la mujer simio y su peluda criatura muerta al nacer, a la vez que se casaba con una nueva mujer
barbuda, movido por una extraa locura tricfila, de la que muri en un asilo.
T crees que la momia infantil que aparece en las fotos es la de su hijo? pregunt a mi
doctorando.
No, sin lugar a dudas ese nio vestido de marinerito es un cadver annimo. El suyo era ms
pequeo, recin nacido. Creo que en esto, como en tantas cosas, Lent hizo trampas antes de volverse
loco.
Goran no poda ocultar su inters hacia la abyecta locura de Theodor Lent. Le exaltaba
especialmente su vagabundeo de ciudad en ciudad con su espectculo y la exhibicin en l de las
momias de su esposa y del pequeo fraude, tieso y envarado gracias a una armazn de alambre, como
ella misma, que pareca dar un paso de danza, volviendo con horrible coquetera su rostro barbudo y
simiesco y levantando delicadamente un pie calzado con una zapatilla de raso.
Evidentemente, Goran Pizska saba cosas, tena buen gusto en materia de cadveres y era sensible
al encanto letal de los muertos. Un romntico. Me di cuenta de que le gustaban las momias europeas.
No haca gran aprecio de las de Guanajuato ni del negro de Banyoles recubierto con la capa de
alquitrn o pintura negra, que haba visto sin emocin antes de su desmantelamiento humanitario en
1997 y su envo a Boswana para enterrarle.
Estuve a punto de creer que el objeto de su obsesin eran las mojamas peludas, y que finalmente
iba a proponerme encaminar los pasos de su investigacin doctoral hacia ellas. No estuve dispuesta a
consentirlo aunque tambin a m me fascinaran. Con la cuota de excentricidad que haba alcanzado en
la universidad tena ms que suficiente. Pero por fin sali a la superficie de aquellas aguas cenagosas
la muerta sublime, la bella durmiente.
Pizska me cont que cuando descubri por s mismo las inmensas criptas de Palermo, los pasillos
interminables con los centenares de cadveres colgados de las paredes o en sus sarcfagos abiertos,
su entusiasmo no tuvo lmites y decidi dedicar su vida a investigar la conmocin que aquello haba
producido en su espritu. Fue para l una revelacin de la amable inexistencia de la muerte, la
ausencia de peligro, la discrecin inofensiva. Porque todos aquellos muertos secos y ataviados, de
pie o tumbados, repartidos por oficios, conversando entre s o abismados en su nada, eran la viva
estampa de la paz. Especialmente la pequea Rosala Lombardo, precioso cadver de alguien que
muri a los dos o tres aos pero que llevaba all desde los aos veinte del siglo pasado, flanqueada
por los extraos atades de dos compaeritas resecas, una de ellas con la boca abierta con el bostezo
de los muertos ante el vaco o simplemente por el desecamiento de las mejillas, y la otra malcarada,
con la frente percudida de hongos grises y un poco malvola, pero graciosa Todas permanecan
tranquilas bajo una luz fra y marmrea, casta, en sus cajas de cristal, como muecas de una pequea
diablesa abandonadas en un desvn.
Rosala era la reina. Pareca dormir y sudar ligeramente bajo la tapa transparente de su fretro.
Todo en ella rezumaba pureza, como otros rezuman erotismo. Con su gran lazo de raso de color
vainilla prendido en los cabellos rubios, era la momia ms hermosa de la tierra, la menos muerta, la
bella durmiente. Eso deca Goran Pizska, sin darse cuenta de que repeta como un papanatas los
tpicos de los folletos tursticos y las postales que venda un viejo y gordo capuchino a la entrada a
las criptas, encargado quiz tambin de demostrar que no slo los muertos olan mal. La bella
durmiente pareca respirar, nunca soar. Goran Pizska a veces utilizaba abundantes y buenos verbos
cuando hablaba de ella. Siendo su necrofilia platnica, no estaba enamorado sino prendado.
Ahora que ya estoy bien, he terminado del todo. Aqu tiene un captulo de la introduccin, por
si fuera buena dijo al cabo de diez meses, poniendo sobre mi abarrotada mesa un centenar de
folios a modo de muestra.
Estaban pulcramente impresos en letra Times, numerados y con un aspecto muy acadmico
gracias a las notas a pie de pgina, que ahora son tan fciles de insertar gracias a los procesadores
de textos.
Hoje la entrega y as, por encima, no me pareci mal. Haba trabajado de firme. Mucha
documentacin y poca reflexin, como es habitual. Mejor de lo que esperaba. En el ndice ech de
menos un captulo dedicado a Rosala Lombardo. Supuse que estara en los seiscientos folios que
Pizska amenazaba con mandarme por correo electrnico. El joven me mir fijamente con sus ojos
azules ligeramente estrbicos, que me mareaban porque no parecan mirar a ningn sitio en concreto,
y se pas ligeramente las puntas de los dedos por la frente. Lo consider un signo de interrogacin a
la vez que un gesto propio de una persona sudorosa. Tena una cara muy agradable, de amplia frente y
nariz fina, larga y algo respingona.
Muy bien dije. Mndame el resto. No te prometo nada. Puedo tardar un mes o ms en
leerlo, porque es un mal momento. Parece como si os hubierais puesto de acuerdo todos en traerme
manuscritos, y yo por mi parte he de entregar a mi editor mi propio libro. Y por si fuera poco dirijo
un ciclo de conferencias que me roba ms tiempo del que pensaba.
No se preocupe, sin prisa. Me vuelvo a mi pas y no volver en algunos meses. Tengo que
hacer reposo.
Te encuentras mal? Tienes problemas de salud?
S. Sufr depresin. En Palermo puse muy malo. Todava en tratamiento.
Bajamos a la cafetera de la Facultad. Ped una cerveza aunque saba que no me sentara bien
antes del almuerzo, pero tena la garganta seca como siempre que hablo con extranjeros, aunque sea
en mi idioma. Goran pidi agua mineral por las pastillas, se excus por no acompaarme con el
alcohol. Su educacin a veces me pareca portentosamente austrohngara.
Me cont su obsesin por la momia de Rosala Lombardo. Haba vuelto varias veces a Palermo,
con lo cual su beca sufri serias menguas a causa de los viajes. Perdi el sentido del tiempo en la
contemplacin de aquel enigma, de aquel misterio de belleza que desafiaba al tiempo, obra del
doctor Alfredo Salafia, que la embalsam por un procedimiento secreto. Haba descubierto muchas
cosas en torno a la familia Salafia, y concretamente sobre el autor del embalsamamiento de Rosala,
y del envenenamiento presuntamente accidental de sta con arsnico.
Tambin me dijo que l mismo haba pedido en vano a las autoridades municipales y a las
eclesisticas permiso para verla de cerca, mejor dicho, para fotografiarla sin la tapa de cristal que
cubre todo el frente del atad. Las cartas y autorizaciones que le otorgaron en la Universidad de
Palermo, y las que llevaba nuestras, no le sirvieron de nada. Pero l no poda escribir un tratado
sobre las criptas sin examinar su obra maestra. La respuesta fue un no tan rotundo que Goran
enloqueci como los hroes necrfilos de Lovecraft y estuvo varios das vagando por aquellos
corredores desde los que los muertos parecan mirarle, aunque en realidad ya slo estaban all para
ser mirados. Por suerte tuvo fuerzas para reaccionar y acab encerrndose en las criptas por la noche
en compaa de un experto en aperturas, es decir, un ladrn, con quien le puso en contacto uno de los
chicos de la pensin donde se alojaba lugar ms de regocijo que de estudio, visto que pagara
bien el trabajo, que por otra parte no era difcil ni peligroso. Cataldo Marchesi estaba adems libre
de cualquier clase de supersticiones, tena los nervios templados y desde luego prefera abrir una
caja de bombones como aqulla a una caja fuerte como las que constituan su especialidad y su arte.
Se introdujeron por la tarde con los turistas. Dieron al grasiento hermano portero unas monedas a
cambio de una estampa y de que dejara de mirarlos como si fueran delincuentes en potencia, como
haca con todos, japoneses o no. Cataldo slo llevaba una manta de algodn doblada debajo de su
cazadora, una linterna y una pequea palanca de hierro. No les fue difcil esconderse en un hueco de
uno de los corredores de aquel ddalo infinito, tapizado de cadveres de palermitanos ilustres,
vestidos y tocados para su ltima reunin social, detrs de unos fretros poco frecuentados a causa
del nulo inters que ofreca su contenido unos monjes muy estropeados que parecan estar absortos
en un intercambio de opiniones teolgicas o culinarias. Cuando al cabo de una hora el guardin
pas agitando su campanilla y el manojo de llaves con la cantinela Si chiude, se acerc
peligrosamente a ellos, pero Cataldo tir de Goran hacia abajo y no los vio. Los visitantes fueron
saliendo, sin demorarse mucho por miedo a quedar encerrados, al contrario que Goran y su
compaero.
Al cabo de media hora, la luz parpade a modo de aviso durante dos largos minutos y luego se
apag, quedando encendidos unos pilotos anaranjados en las esquinas de los corredores y en algunas
otras partes para orientacin de vivos y muertos.
Cataldo sac la linterna, la manta y la ganza. Permanecieron quietos un buen rato, oyendo los
diversos ruidos y rumores del edificio. Goran nunca haba sentido menos miedo ni aprensin. Estaba
a gusto, casi eufrico. Por fin iba a tener en los brazos el objeto de su pasin. Slo quera tocarla,
sentir su peso y en sus dedos el tacto de aquella piel que la vista anunciaba sedosa y tibia como la de
los albaricoques.
Haciendo presin con la palanca y tomando el cristal entre los dos, ayudndose de la manta para
no daarse y proteger el vidrio, tuvieron abierta la tapa en un santiamn.
Truenos lejanos haban estado sonando toda la tarde, pero ahora la tormenta estaba encima del
convento y las criptas. Una rfaga de viento abri con estrpito una de las ventanas termales situadas
cerca del techo de la capillita de las nias. Cuando Pizska cogi el cadver de Rosala con manos
temblorosas por la emocin, no se percat de la tromba de agua que arrastrada por el viento cay
sobre l y su compaero, que por su parte se percat absolutamente, porque exclam: Porca
miseria!
Goran estaba absorto en otra cosa. Se le haba cado el alma a los pies porque aquella mueca
con olor a pergamino y alcanfor no pesaba nada, pero nada de nada, como una pluma, como una hoja
seca o el ala de una liblula. Toda aquella pltora de vida aparente, la adorable cabeza cofre de
tranquilos sueos, el sudorcillo, el pelo, el lazo no eran nada, una pavesa. Las piernecitas,
invisibles hasta entonces por estar tapada la nia hasta la barbilla con un espectacular tejido de color
magenta, se desprendieron y cayeron al suelo, y la cabeza, como la de una marioneta, se torci. La
desesperacin, o tal vez el temor reprimido hasta entonces, puso histrico a Goran. Su compaero
tuvo que sacarle de all a empujones, tras asegurarse de que el pequeo y maltrecho cadver quedaba
en su sitio. No hubo tiempo de volver a colocar el cristal sobre la caja, porque empezaron a sonar
alarmas, nada previsibles en un lugar tan aoso y amojamado, entre los truenos y relmpagos de la
tormenta, mucho ms potentes.
Pizska me ense recortes de prensa que llevaba en el portafolios de falsa piel, de donde minutos
antes haba sacado las hojas que me entreg. En efecto, no eran delirios suyos. Los diarios locales se
hacan eco vagamente de la profanacin de la tumba de Rosala, aunque en realidad, a juzgar por las
fotos, Goran y su compaero que no aparecan por parte alguna no haban estropeado gran cosa.
Ignoro si se puede llamar profanacin a algo tan pulcro. Ayud sin duda la pericia y celeridad de los
monjes en la reparacin de los desperfectos. Pero el cadver, dijo Goran, pareca haber perdido su
esplendor, al entrar en contacto el aire y el tiempo tras largos aos de reposo bajo la proteccin del
cristal. En efecto, en las fotografas posteriores al suceso, pareca como si la que fue la rosa del
muladar se hubiera marchitado y hubiera adquirido cierto parecido con sus compaeritas de los otros
atades infantiles. Incluso el lazo pareca menos tieso que antes.
No sabe usted cmo he sufrido a causa de mi irresponsabilidad. Slo me consuela el hecho de
que mi fechora no sin castigo qued me confes Goran. Una noche despert presa de un gran
malestar y ahogo. Algo pesaba sobre m. Ese peso era como otro peso que nunca pude tener, cuando
cog a la nena y fue como coger un cscaro. No poda moverme, pero no tena nada encima. Algo me
miraba con ojos vacos desde el umbral de la puerta. Desapareci y no volvi hasta algn tiempo
despus. Cuando recoga y ordenaba las hojas de la tesis para llevarlas a encuadernar, el captulo
dedicado a ella haba desaparecido. Trat de imprimirlo de nuevo. Imposible. Desde entonces la vi a
menudo. Me segua. En la biblioteca de la Facultad sobre todo, se sentaba en el pupitre contiguo y se
quedaba dormida, con la cabecita apoyada en los brazos, rubia y llena como un melocotn. No me
causaba ningn dao, pero me turbaba. Se lo cont a mi doctor de cabecera. Le pregunt si era
posible que Rosala volviera para atormentarme. Una revenante? pregunt. Sin duda, las
muertas regresan. Los hombres, no, no sabemos por qu. Tenemos ahora muy buenos tratamientos
para ese mal gracias al descubrimiento de la revenancina. Me dio consejos y pldoras muy buenas y
muy caras, que me devolvieron la tranquilidad. Rosala desapareci. Ahora casi la echo de menos.
Pero sigo sin poder imprimir el captulo que le corresponde.
Has probado a escribirlo a mano? pregunt.
Me mir perplejo y luego desvi la vista hacia la ventana. Quiz al otro lado del cristal la
revenante haba llamado su atencin con alguna travesura.
Nunca parece que va a llegar el da de la defensa de una tesis doctoral. Pero indefectiblemente
llega, como la muerte. Yo, como directora de la de Goran, tuve que hacerme cargo de la enojosa
misin de convencer a siete colegas europeos para que se reunieran en mi universidad. Tras una
primera gestin telefnica con cada uno de ellos, dej los asuntos administrativos y los viajes en
manos de mis secretarias, salvo en el caso de mi amigo personal Denis Labastille, de la Universidad
de Nanterre, hombre guapo y discreto, que haba escrito un libro admirable sobre las momificaciones
que realizaban las monjas clarisas rellenando los cuerpos con resinas aromticas y ptalos de clavel.
Fui a recogerle al aeropuerto. Por suerte lo encontr enseguida y sin problemas de equipaje. Me
pareci ms alto y delgado que de costumbre, algo demacrado y con el cabello largo. Siempre me
pareca un hombre al que acabaran de atormentar sin que hubieran logrado hacerle confesar. Tena
aureola, carisma, como un personaje de ficcin. Llevaba slo una bolsa negra en bandolera y tena un
aire ms juvenil que nunca. Me fij en sus zapatos estrepitosamente modernos bajo su aparente
discrecin. Nos alegraba encontrarnos, lo que era relativamente frecuente desde que nos movamos
en el espacio transnacional de una universidad integrada por todas las de los pases de la Unin.
Le llev a su hotel y luego a un restaurante a cenar. Cuando nos hubimos sentado y tuve cerca su
rostro, me admir una vez ms la ptina romntica que lo cubra. Era como si matizara su rostro con
polvos de arroz, cosa que, naturalmente, no haca. La montura de sus gafas, que renovaba con
frecuencia, siempre me llamaba la atencin. La actual era de un mbar muy claro, con las patillas
negras. Los chispeantes ojos azules brillaban tras los cristales como joyas en un escaparate. Pero no
eran piedras: eran ojos que me miraban y por los que yo me senta mirada. Le conoca lo bastante
como para darme cuenta de que algo le disgustaba. Algo le atormentaba y esta vez confesara. Se lo
pregunt a bocajarro. l respondi que saba que me dara cuenta, pero que no quera preocuparme.
Le pregunt si tena algo que ver con la tesis de Goran Piszka, temerosa como es frecuente en un
director de tesis doctoral en vsperas del acontecimiento. Pero no pareca encontrarla especialmente
mala. Al fin, dijo:
No es la tesis lo que me perturba, sino que se estudie en ella a la nia Rosala Lombardo, cuyo
recuerdo va ligado al de mi madre. Ya ves, a mi edad y todava con achaques freudianos. Como t y
yo, mi madre era una gran aficionada a las cosas de la muerte, de un modo laico y casi amable, quiz
porque estaba predestinada a morir antes de los treinta aos. Cuando yo tena diez, fui con mis
padres a Sicilia. Mi padre no era un gran viajero. Sola entregarse a placeres sencillos, como
callejear y degustar las especialidades culinarias. Pero mi madre, que era una mujer culta y gran
lectora, deseaba ver las criptas capuchinas, que conoca por el libro de Odette Olifant, que por cierto
Goran Pizska no cita en su tesis dijo sonriendo con cierta crueldad natural en l. En aquella
poca, cuando los turistas de las criptas eran escasos y no haba necesidad de arrojarlos a la calle a
grito pelado o con la campanilla, que pronto se convertir en una sirena, an haba culto en la capilla
de Santa Rosala, y unos cuantos bancos para los feles, estratgicamente situados en torno a los
sarcfagos de las nias.
Mi joven madre, que viva sin miedo en una permanente vspera de la muerte a causa de una
enfermedad incurable, se aficion a pasar unos momentos al da en aquel fresco remanso de paz. Mi
padre slo la acompa una vez. Creo que se asust. La vista de aquellas cajitas que guardaban sin
velarlos aquellos cadveres angelicales, le dej confundido. No pudo convencerla de que no
volviera a aquel lugar, que consideraba macabro y nocivo para su salud. As que ella aprovechaba la
hora de la siesta para acercarse a los Capuchinos. Recorra automticamente los corredores
tapizados de cadveres y se sentaba en un banco de la capilla de Santa Rosala, no sin antes
inclinarse sobre el cristal de la nia con la boca levemente fruncida en un amago de beso como
Narciso sobre el espejo del agua. A veces hallaba sobre el cristal una rosa dejada all por algn otro
admirador.
Al cabo de unos das se dio cuenta de que entre los escasos visitantes reconoca a una joven, en
cuyos ojos sorprendi una mirada furtiva dirigida a s misma. No contenta con sentarse frente a ella,
se aline a su lado. Yo iba con mi madre ese da, porque mi padre haba tenido que hacer una visita y
no quisieron dejarme solo en el hotel. La seorita que llamaba la atencin de mi madre era pequea y
distinguida yo sola apreciar la distincin donde la hubiera, habilidad que he perdido con el
tiempo, de unos veinte aos, de cuerpo algo deforme y rostro lindsimo, como una hermosa foca.
La sirena de Palermo, dijo mi madre ms tarde refirindose a ella. Pero no era la desproporcin
entre las partes superior e inferior de su cuerpo lo que sorprenda en ella, sino cierto aire de
semejanza con la pequea muerta, cierto parecido tan inasible como un perfume en el fondo del viejo
armario de una dama. Un velillo de tela de araa con pequeos lunares de terciopelo velaba sin
borrarlas las facciones y un flequillo rizado y rubio espumeaba sobre la frente.
Aquella muchacha inconfundible se levant de pronto del banco, se acerc al sarcfago de
Rosala Lombardo, se agarr firmemente con las manos enguantadas de encaje a ambos lados del
fretro, mir adentro con fijeza de loca y se puso a gritar y a patalear como una posesa. No tard en
acudir uno de los monjes barbudos que me daban tanto miedo y le dijo algo al odo. Ella no hizo
caso. l entonces la separ de la caja. Para ello tuvo que tocar a la mujer, pero lo hizo con extraa
delicadeza. Yo no hubiera sabido arrancar a una persona de all sin algn tirn. Con el tiempo no se
aprende, se olvida lo que una vez se supo. Yo olvid afortunadamente cmo tocaba aquel barbudo un
cuerpo de mujer. Mi madre era entrometida, o ms bien curiosa, una artista de la vida que lo quera
saber todo para poder arreglarlo a su manera. Me dej sentado en el banco y corri tras el monje,
hacia el altar, cuando todos se fueron. Hablaron largo rato, y vi tambin que ella echaba dinero en un
cepillo y l se lo agradeca gentilmente con un movimiento de cabeza y una bendicin.
La velada fue inolvidable. Cenamos en un comedor reservado del hotel en obsequio de unos
amigos de mi padre que comieron con nosotros. Mi madre estaba deslumbrante. Cuanto ms tiempo
pasaba en el cementerio de los capuchinos, ms hermosa y fresca se volva. Uno de los invitados, el
arquitecto Francesco Valmarana, explic las propiedades de las criptas para conservar a los muertos
y embellecer a los vivos. Al preguntarle mi madre si tambin ella aumentara en belleza y juventud en
aquel lugar, que frecuentaba, el viejo zorro dijo que no se poda aadir nada a lo excelente, pero que,
de todas formas, mejor que un lugar tan melanclico le sentara su propio jardn secreto, tpico de las
grandes casas palermitanas.
Ella entonces se hizo la interesante contando la escena desgarradora junto al fretro de Rosala
Lombardo, que habamos presenciado aquella tarde, cuando la muchacha desconocida se abalanz
sobre el cristal de la caja gritando come une hysthrique, como una energmena. El arquitecto
Valmarana exclam que no era posible que hubiramos visto a la signora Lombardo, la sorella,
pues su existencia no era ms que una leyenda, que haca aos haba propagado un fraile chiflado,
lejano pariente de la familia. Segn l, haba una hermana superviviente y gemela idntica de la
Rosala Lombardo que tanto gustaba a todos por ser rosa fresca del jardn de muerte. Se llamaba
Virginia y habra ido creciendo al comps natural de los aos, dejando atrs a su hermanita muerta.
Se deca que eran como dos gotas de agua y que vivieron como si fueran un solo ser hasta que
Rosala muri intoxicada accidentalmente por el veneno que se usaba en la casa para exterminar
cucarachas gigantes que haban invadido las alacenas y carboneras. Casi todo el mundo pasa por alto
este tema del veneno, pero para m prosigui Labastille es esencial en la historia. Pocos saben
que el arsnico dota a los cuerpos que lo han ingerido de una especie de resistencia a la putrefaccin.
Los Lombardo quisieron hacer embalsamar a la nia y darle sepultura en la cripta familiar de su
lugar natal de Monreale. El doctor Salafia, a quien encargaron el embalsamamiento, pidi permiso
para llevar a cabo su trabajo en las instalaciones de los capuchinos, que conoca bien y con las que
estaba familiarizado. No hubo inconveniente. La nia fue trasladada inmediatamente a las estancias
del bao de natrn y al secadero, y comenz a sometrsela al procedimiento secreto que daba tan
buenos resultados. Naturalmente, la otra nia, la hermanita superviviente, no supo nada de esto.
Cuando al cabo de ocho meses el cuerpo de Rosala hubo vencido a la corrupcin y poda pasarse a
una fase superior del arte, el doctor Salafia sufri un infarto cerebral y dej el mundo de los vivos y
hasta el de los muertos. El prior propuso a los Lombardo que los monjes embalsamadores terminaran
el trabajo con Rosala, a cambio de que la familia la permitiera descansar all, probablemente
porque era tan bella, tan extraa, tan sublime, que la queran para s como un trofeo, como una obra
de la que estaban orgullosos.
He sostenido en varios artculos que el hecho de que Rosala muriera envenenada con arsnico
facilit su buena conservacin prosigui Labastille, cada vez ms melanclico y alterado. No he
encontrado ms que dificultades. Aqu nunca se ha querido ni or hablar del tema. El caso es que la
familia no vio con malos ojos que se estableciera una capilla de Santa Rosala en los Capuchinos
para cobijo de la nia y que el mundo pudiera verla y admirarla, sin estar oculta en la cripta familiar
hmeda e ignota. No fue un secreto sino un orgullo. Quiz incluso una manera de alejar de s
cualquier indicio de sospecha por leve que fuera sobre la muerte de la pequea, no por asesinato
sino simplemente por descuido.
Cuentan que cuando cumpli quince aos, con su joroba, su melena imposible y su aparato de
ortodoncia, Virginia, la gemela viva, se enfrent por vez primera con el rebelde espejo que constitua
la bellsima Rosala. Se le prohibi visitarla, pero desde muy joven se escapaba para verla detenida
en el tiempo mientras por ella pasaban los das y los aos. Goran Pizska ha reparado en la madera
del fretro que corresponde a la cabeza, en un letrero de letras irregulares que dice MORS SPES
MEA (la muerte es mi esperanza). l conjetura que se hizo a punta de navaja, pero yo creo que fue
rascando con las uas de una mano femenina. Expresa de un modo muy pattico la angustia de la
muchacha solitaria que se asomaba una y otra vez al agua turbia del cristal para ver el rostro
delicioso de su hermana y percibir el negro soplo del tiempo.
Cuando desped a Labastille en la puerta del hotel, camin preocupada bajo la lluvia. Qu saba
yo, en definitiva, de todo aquello? Y Goran, qu diablos saba Goran, que haba acarreado toneladas
de papelotes, que de pronto me parecan vanos? Cuando llegu a mi casa tom un vaso de leche con
un valium y hoje mi ejemplar de la tesis. No estaba tan mal como haba credo en mi crisis de
pnico. Estaba muy bien, lo que ocurra era que en el tema se mezclaban insidiosamente las lneas de
investigacin con la cultura popular viva, pero de eso ni mi alumno ni yo tenamos la culpa.
Al da siguiente, el de la lectura pblica de la tesis, me di cuenta de que, aunque casi todos los
miembros del tribunal eran amigos mos, no apreciaban demasiado el trabajo de mi pupilo. Tem que
fueran crueles con l. Podemos serlo todos, yo misma lo he sido a veces con otros aspirantes a
doctor. Pizska no se lo mereca. Haba trabajado mucho y si sus conclusiones no eran geniales, tal
vez se deba a la mezcla de mi propia ineptitud para dirigirle y su tozudez en seguir su propio camino
sin hacer caso de nadie. En eso se pareca a otra doctoranda extranjera, la iraqu Nedjwa Rashid, que
me haba hecho perder la paciencia en varias ocasiones con su tesis sobre enterramientos asirios.
Pobre Nedjwa, quiz pereci bajo una bomba norteamericana pocos aos despus.
Cuando el viejo doctor Leonardo Sigismondi, el ltimo en hablar porque presida la sesin,
protest porque en su ejemplar de la tesis uno de los captulos estaba escrito con mquina de escribir
y no con ordenador como el resto, lo que le pareca un desalio y una falta de respeto al tribunal, la
puerta de la sala de grados donde estbamos se abri de golpe con estruendo, y entr por ella una
rfaga de aire helado que nos hizo estremecer. Se extendi por la sala un intenssimo olor a amoniaco
y a almendras amargas. Una nia rubia muy pequea, con un gran lazo de color crema recogiendo uno
de sus rizos en lo alto de la cabeza, apareci en el umbral. Llevaba un vestido rosa sobre unas
anticuadas enaguas almidonadas, calcetines blancos de ganchillo y zapatitos rosas. Se sent en una
butaca de la ltima fila y all se qued muy formal, mirando fijamente a Goran, que estaba de
espaldas y no la haba visto en el primer momento pero que enseguida no slo la vio sino que qued
petrificado. Todos la vimos. Luego entr una joven vestida de un modo un tanto formal y anticuado,
como si fuera a asistir a una Primera Comunin o a alguna fiesta eclesistica, con guantes hasta el
codo y la cabeza adornada con un tocado discreto pero no soso. Busc con la mirada, angustiada, a la
pequea. Cuando la vio, se acerc a ella, tir de su brazo violentamente y la sac de la sala. La nia
no protest. Quiso nicamente pararse a recoger el lazo que se le haba cado, pero la otra no se lo
permiti. Hubiera dado diez aos de mi vida por aquel lazo, que finalmente recogi Goran cuando
abandonbamos la sala. Justicia potica. Quiz nadie se dio cuenta salvo yo de la reaccin de
Labastille. Se quit las gafas, las limpi cuidadosamente y las introdujo en el bolsillo superior de la
chaqueta. Tena las ojeras muy acentuadas y los ojos con el brillo helado de los zafiros azules.
El presidente del tribunal no tard en reponerse de aquellos accidentes, y tranquiliz a Goran
sobre la vala de su trabajo. Haba llegado la hora de comer y una angustia nauseosa se extenda por
la sala. Era cruel tenernos a las tres de la tarde oyendo hablar de desventramientos, trepanaciones,
baos de arsnico, natrn, sulfito de sosa y otras materias relacionadas con la mojama humana. Sobre
todo despus del sobresalto del viento abriendo la puerta, que ocupaba todas las mentes. Sent un
leve mareo, del que procur reponerme pensando que aquello no iba a durar mucho y slo quedaba
ya un ltimo suplicio, la comida en un buen restaurante a costa del pobre doctorando.
Con todo lo que se dijo y se insinu all, y los cientos de folios que ya tena redactados Goran, le
envi de nuevo a Palermo con una beca y le dije que no volviera a verme sin un libro que estuviera a
la altura del tema. Lo hizo. Es magnfico, pero le falta la explicacin de uno de los pequeos
misterios: el de su propia profanacin de la momia de Rosala Lombardo. Yo siempre lo he tenido
por un suceso apcrifo, fruto del delirio doctoral.
Notas
[1] No obstante, algunas fuentes documentales apuntan que la palabra rabe mummya deriva del
vocablo persa mummeia o mum, que significa alquitrn, un preservante recomendado en el
tratamiento de maderas duras, y que se utilizaba para la construccin de navos y como aislante. <<
[2]Curiosamente (o no?), la creencia en las fabulosas propiedades curativas del polvo de momia se
prolong hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando los avances cientficos de la poca probaron
fehacientemente que todo ello era un mito. A consecuencia del descubrimiento, los gatos
momificados animal domstico sagrado, objeto de culto desde el 2900 a. C. por mediacin de la
diosa-felina Bastet, y protegido por rigurossimas leyes que prohiban su maltrato o muerte, so pena
de ser condenado a la esclavitud de por vida o ser decapitado sufrieron la rapacidad de los
europeos, concretamente de los britnicos, que las convirtieron, una vez trituradas, en fertilizante
para las cosechas (). Est documentado un caso especialmente deplorable acaecido en 1859: el
descubrimiento en Beni Hasen de un cementerio con 300.000 momias de gatos, llev a un grupo de
comerciantes a arrasar el lugar, triturando todas las momias para conseguir veinte toneladas de
abono que vendieron a cuatro libras esterlinas la tonelada. <<
[3] Segn explica Gerardo Jofre en su excelente artculo El polvo de momia, aparecido en el
Boletn de Amigos de la Egiptologa. Ao II, nmero 15. Septiembre 2004.
http://www.egiptologia.com/bolelin/htm/biae15.htm <<
[4]Las races del miedo. Antropologa del cine de terror, por Romn Bubern y Joan Prat Cars.
Tusquets Editores, col. Cuadernos nfimos n 86. Barcelona, 1979. Pg. 135. <<
[5]Pierre Loti se inici en la literatura en 1876 tras haber viajado por todo el Oriente, lugar que fue
el escenario de muchas de sus novelas, por lo que se le considera el padre de la ficcin extica
moderna. Mediante un acusado tono romntico y un estilo muy sencillo, intentaba provocar en sus
lectores experiencias nostlgicas indirectas sobre lugares donde jams haban estado. Sus obras ms
destacadas son La novela de un Spahi (1881), Pescador de Islandia (1886), Ramuntcho (1897) y
Las desencantadas (1913). <<
[6]Idea que luego se vio sustancialmente transformada y ampliada, en plena eclosin de la cultura
pop y de las paraciencias ocultas, gracias a la irrupcin del fenmeno OVNI: segn las nuevas
creencias, las pirmides fueron construidas con ayuda de tecnologa extraterrestre (sic). <<
[7]Estos hechos, y otros muchos que nos es imposible relatar aqu por falta de espacio, hicieron que
la prensa londinense empezara a hablar de la maldicin de la momia. Un reportero grfico se
atrevi a tomar una fotografa del sarcfago; pero cuando revel la instantnea descubri para su
sorpresa y horror que el bello rostro de la princesa, tallado en la parte superior de la tapa, se haba
convertido en una faz monstruosa. El fotgrafo, presa de una fuerte crisis nerviosa, coment la
escalofriante metamorfosis a uno de sus colegas periodistas y le ense la foto. ste,
inmediatamente, huy despavorido hacia su casa, y una vez all, se vol la cabeza de un disparo. <<
[8]The Curse Of The Pharaohs, de Philipp Vandenberg. Book Club Associates, Londres, 1976.
Research Ship May Have to Halt Effort to Locate the Titanic, The Washington Post, 17 de agosto
de 1980. <<
[9] The Secret Vaults of Time. Grosset & Dunlap, Nueva York, 1978. <<
[10]En opinin del egiptlogo y paleontlogo estadounidense Bob Brier (n. 1943), el golpe en la
cabeza que acab con Tutankamon tuvo que ser causado por alguien cercano al rey: un guardia, su
asistente personal o el copera real. Nadie poda ponerse tras el faran, a no ser que fuera parte de su
trabajo. The Murder of Tutankhamen. Berkley Trade / Univesity of Berkley, California, 1999. <<
[11]
Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, por Claude Lacouteux. Jos J. de Olaeta Editor.
Palma de Mallorca, 1999. Pg. 155. <<
[12] Las races del miedo. Antropologa del cine de terror. op. cit. 4. Pgs. 141-144. <<
[13]Cuentos 2, de Edgar Allan Poe. Traduccin, prlogo y notas de Julio Cortzar. Ed. Alianza
Editorial, col. Libro de Bolsillo, Madrid, 1984. Pgs. 512-513. <<
[14]En La Casa de la Muerte/la Casa de la Purificacin institucin dependiente de los templos
trabajaban grandes y respetados profesionales de la momificacin, pero tambin parias de la
sociedad y fugitivos de la justicia, quienes eran repudiados por todos, incluso por las prostitutas de
ms baja ralea, quienes se negaban a comerciar sexualmente con ellos. Tal contingencia hizo que se
produjera, en ms de una ocasin, la violacin de las muertas ms jvenes y hermosas, delito que era
castigado con la mayor severidad. Este hecho, conocido sotto voce por todos, llev a los parientes
de las muchachas fallecidas a entregar sus cuerpos a La Casa de la Muerte tres o cuatro das ms
tarde de lo prescrito. Con las altas temperaturas de Egipto, el proceso de descomposicin se
aceleraba y sus primeros signos, ya evidentes, disuadan a los potenciales necrfilos. <<
[15] Edicin en castellano por Editorial Mateu (Barcelona, 1966). <<
[16] La leyenda de la momia, op. cit X. Pgs. 271-272. <<
[17] Los mitos del terror: La momia en Terror-Fantastic n 5, febrero 1972. Pg. 9. <<
[18]
La joya de las siete estrellas, por Bram Stoker. Ediciones Montesinos. Barcelona, 1987. Pg.
217. <<
[19] Las races del miedo, Antropologa del cine de terror, op. cit. 4. Pg. 147. <<
[20]Everett Bleiler, uno de los primeros historiadores de la ciencia ficcin literaria, escribi en la
revista The Arkham Sampler (primavera de 1949): The Mummy. A Tale of Twenty-Second Century
de Jane Weeb es un extrao estofado (sic). En l, el Frankenstein de Mary Shelley permanece a
modo de pastiche, donde el hombre ahora se dedica en serio a juguetear con medios cientficos bajo
su poder, y donde la momia de Keops, revivida por la sacrlega ciencia, hace del monstruo de
Frankenstein un aficionado. <<
[21]Relato hasta hace unos pocos aos totalmente desconocido, fue encontrado por el prestigioso
egiptlogo britnico Dominic Montserrat (1964-2004) en los archivos de la Biblioteca del Congreso
de los Estados Unidos, en Washington D. C. profundamente enterrado entre la coleccin de
revistas y semanarios, en el transcurso de unas investigaciones que ste llev a cabo para
determinar cundo naci, desde una ptica literaria, el mito de la maldicin de la momia. <<
[22]Marie Corelli era el pseudnimo de la escocesa Marie Mackey (1855-1924), autora de libros tan
populares en su poca como The Sorrows of Satan (1895) de la que el pionero del cine
estadounidense, David Wark Griffith (1875-1948), di rigi una esplndida adaptacin flmica en
1917, adems de Barabbas: A Dream of the Worlds Tragedy (1893) o Devils Motor: A Fantasy
(1910). A Marie Corelli le interes por igual la ciencia, la magia y, por supuesto, el misterioso
Egipto de los faraones: aparte de Twin Souls: The Strange Experiences of Mr Ramses (1887)
extravagante mezcla de ocultismo y novela rosa, su obra maestra al respecto es Ziska: The
Problem of a Wicked Soul (1897), una historia repleta de erotismo y horror en torno a la
trasmigracin del alma y la reencarnacin desde el Antiguo Egipto, cuyo clmax tiene lugar en la
cmara mortuoria de una pirmide. <<
[23]Cf. The Mummy Walks Among Us, por Vic Ghidalia (Ed.); Xerox Education Publications,
Connecticut, 1971. Mummy!: A Chrestomathy of Cryptology, por Bill Pronzini (Ed.); Arbor House
Pub Company, Nueva York, 1980. Mummy Stories, por Martin Harry Greenberg (Ed.); Ballantine
Books, Nueva York, 1990. Into the Mummys Tomb, por John Richard Stephens (Ed.); Berkley Trade,
Nueva York, 2001. Pharaoh Fantastic, por Brittiany A Koren & Martin H. Greenberg (Eds.); Daw
Books Inc., Nueva York, 2002 <<
[24] Declaracin extrada del rotativo London Daily Telegraph, 27 de noviembre de 1976. <<
[25] El vampiro en el cine, por David Pirie. Ed. Centropress S. L., 1977. Pg. 74. <<
[26] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[27]Segn la traduccin hecha al ingls por el egiptlogo E. A. Wallis Budge, en su versin de El
libro de los muertos. (N. del T.) <<
[28]
Los mdicos en el Antiguo Egipto eran queridos y respetados; se les conoca como hombres que
cuidan de los que sufren, que es lo que significa Sun-Nu, plural de Nu, mdico. (N. del T.) <<
[29] La casa de la alegra fue el antiguo nombre que recibi la residencia palaciega de Amen-Hotep
III. Actualmente, este yacimiento recibe el nombre rabe de Malkata o ms concretamente el de
Malkat el Bahirat, el lugar donde las cosas antiguas se pueden sacar en la ciudad de el Bahira.
(N. del T.) <<
[30] La antigua Nubia. (N. del T.) <<
[31] El dios del aire seco. (N. del T.) <<
[32] El dios Tifn. (N. del T.) <<
[33] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[34] Nombre griego de Ramss III. (N. del T.) <<
[35] Nombre moderno de la antigua Tebas. (N. del T.) <<
[36] La actual ciudad de Aswan. (N. del T.) <<
[37]Ciudad del Alto Egipto, la actual Kom Ombo. Puede que en la Antigedad, como sugiere el autor,
fuese tambin nombre de persona. (N. del T.) <<
[38] Nombre antiguo del Peloponeso. (N. del T.) <<
[39]Hubo un faran llamado Thutmes III, tambin de la dinasta XVIII, del que dieron primera noticia
los griegos. No consta ninguno como Thutmes XXVII, el rey de este relato. (N. del T.) <<
[40]Alusin a la llamada del Memnon de la mitologa griega a su madre Aurora, la diosa del alba. Si
no la haca, se entenda que el dios estaba enojado. (N. del T.) <<
[41] Faran de la dinasta XII, conquistador de Nubia. (N. del T.) <<
[42] Evocacin de la reina Hatasu, de la dinasta XVIII. (N. del T.) <<
[43]La humorada es evidente, pues en 1878, fecha de la aparicin de este relato, no haba rey en
Inglaterra sino reina: Victoria. (N. del T.) <<
[44] Se refiere a la ortodoxia cristiana. (N. del T.) <<
[45]En realidad es un remedo humorstico de Shakespeare, en Hamlet, donde dice: Hay ms cosas en
el ciclo y la tierra de las que puede soar tu filosofa, Horacio. Sita adems a Shakespeare en
Phike, en la actual Bostwana, de la que dice que es bardo, y menciona a Cefrenes, en vez de Horacio,
que fue constructor de la segunda pirmide. (N. del T.) <<
[46] Traduccin: J. L Velzquez. <<
[47] Traduccin: Amando Lzaro Ros. <<
[48] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[49]Es el faran tambin conocido como Keops, hijo de Senefru, de la III dinasta, constructor de la
pirmide blanca. (N. del T.) <<
[50]La creadora del universo fsico y de lodos los astros. Sus hijos fueron Osiris, Isis, Seth, Neftis y
Horus. A estos hijos suyos se los llama hijos del desorden, debido a las perturbaciones que, con sus
disputas, introdujeron en la creacin. (N. del T.) <<
[51] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[52] Cuerpo de camelleros del ejrcito britnico. (N. del T.) <<
[53]Calle de Londres tradicionalmente llamada de los mdicos por haber all en tiempos
innumerables consultas. En la actualidad acoge las sedes de varios laboratorios mdicos y
farmacuticos de gran importancia. (N. del T.) <<
[54]Baj, general, gobernador, funcionario superior o almirante turco y egipcio. Un notable, en
cualquier caso. (N. del T.) <<
[55]O Sheikh el Balad, estatuilla en madera a la que dieron tal nombre, que significa El alcalde,
segn dicen por su parecido con quienes detentaban dicho cargo. Data de la V dinasta. (N. del T.) <<
[56]Son innumerables las estatuillas egipcias que representan al escriba sentado en todos los
periodos. (N. del T.) <<
[57] O Amenemhat, faran de la XII dinasta. (N. del T.) <<
[58] Segn la mitologa egipcia, la primera tierra creada por los dioses. (N, del T.) <<
[59] Traduccin: Miguel ngel vila. <<
[60] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[61] En el original, Anglian coast. Del latn angli, anglos, ingleses. (N. del T.) <<
[62]
Coche de dos ruedas, tirado por un caballo, con dos asientos unidos por el respaldo, y un espacio
habilitado bajo stos para llevar a los perros. (N. del T.) <<
[63]
Baelbrow, voz de etimologa difcil de precisar, era en la antigedad el cenotafio donde reciban
honores los cados en una batalla. (N. del T.) <<
[64] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[65]
El Mar Rojo. En este punto introduce el autor una nota en la que seala que entre los hebreos, el
Mar Rojo (Yam-Mitzrayim), era el Mar de Egipto. (N. del T.) <<
[66]El desierto de Zin se encuentra al nordeste del desierto de Paran; el oasis de Cades, entre ambas
zonas desrticas, fue el lugar en el que, segn la mitologa hebrea, pasaron casi cuarenta altos los
israelitas tras su xodo de Egipto. (N. del T.) <<
[67]Azazel es el nombre de una entidad demonaca. Su origen es hebreo y significa la cabra del
emisario, o chivo expiatorio, expuesto en Levtico 16, 8-10, y no vuelve a mencionarse en ninguna
otra parte de la Biblia hebrea. Se origina de dos palabras de raz, aze, que significa la cabra, y azel,
que significa la salida. Otro posible origen del nombre es que sea un derivado de las palabras
hebreas azaz, que significa veneno, y el, que significa resplandeciente o luminoso. Cabe indicar que
este sufijo, el, se aplica a casi todos los ngeles y a buena parte de los ngeles cados. (N. del T.) <<
[68] Inserta aqu Iliowizi una nota muy interesante que dice as:
Esta leyenda del judo errante, sobre la que nada he visto escrito, hasta donde me ha sido dado
investigar, salvo algunas referencias en el Corn, es sin duda el origen de la leyenda cristiana del
judo errante, leyenda originada unos 1.500 aos antes de la era cristiana. En mi opinin, posee un
inters psicolgico evidente. Dice el Corn: Y Al Zameri tom cuanto haba recibido y cre con ello
un becerro. Y Al Zameri y los suyos dijeron ste es vuestro dios y el dios de Moiss Y Moiss le
dijo qu pretendes, Al Zameri? Y Al Zameri contest s bien que no saben que he tomado un
puado de oro de los mensajeros de Dios, y he hecho con ello un becerro, llenado de mi propia
intencin (Sura 20).
La presencia avisa del peligro de que le toquen, del peligro de todo contacto con l, a quien le ha
salvado, cuando le dice: No me toques! La referencia cornica en la que me he basado dice as:
Moiss dijo a Al Zameri ve y camina, pues tu castigo es el de penar eternamente y decir a quien se
te acerque no me toques. (Sura 20).
El errabundo Al Zameri viene a ser para el folklore oriental una especie de compaero de Can,
tambin errante, de quien se dice que vive eternamente. <<
[69] El ngel cado que representa la muerte y la destruccin. (N. del T.) <<
[70]
Incluye Ilowizi una nota en este punto, que dice as: Es un gesto comn en Oriente, mediante el
cual se expresa una emocin dolorosa. Primero se abren de brazos y despus se golpean el pecho
con las manos, que luego juntan con un trmulo espasmo. (N. del T.) <<
[71] O Baalbek, la Helipolis griega tras la conquista de Alejandro el Magno. (N. del T.) <<
[72] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[73] As en el original. (N. del T.) <<
[74] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[75] El Mar Rojo. Llamado as durante la dominacin otomana de Egipto, en el siglo XVI. (N. del T.)
<<
[76]
El artfice del Canal de Suez, vizconde Ferdinand-Marie de Lesseps, nacido en Versalles en 1805
y muerto en 1894. Haba sido nombrado vicecnsul de Francia en Alejandra en 1835. (N. del T.) <<
[77] Viento que sopla desde el desierto del Sahara. (N. del T.) <<
[78] Viento que sopla desde el norte de frica. (N. del T.) <<
[79]Iniciales de un personaje, un reportero, que aparece en alguno de los cuentos de Rohmer. Un
recuerdo acaso de s mismo, pues cuando ejerci de joven como periodista de sucesos firm varias
crnicas con dichas iniciales. (N. del T.) <<
[80] El velo femenino de color negro, ms a la manera turca que rabe. (N. del T.) <<
[81] Licor de hierbas con un sabor amargo. (N. del T.) <<
[82]Traduccin imposible. Ni siquiera consultando un ensayo excelente y muy interesante, de 2005:
Sax Rohmers Use of Oriental Words in His Fiction, de Garland Cannon, profesor emrito de
lingstica, de la Texas A&M University. (N. del T.) <<
[83] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[84] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[85]
La chanza es evidente: de Samuel Pepys decan sus contemporneos que tena cara de momia,
dada su fealdad. (N. del T.) <<
[86] Se refiere a los Colosos de Memnm. (N. del T.) <<
[87] Traduccin: Jos Luis Moreno Ruiz. <<
[88]
El dios halcn, segn la mitologa egipcia, es Horus. Mesti es hijo de Horus. Resulta extrao que
Coyne coloque a Mesti por encima de Horus, identificndolo con el dios halcn. (N. del T.) <<
[89] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[90] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[91] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[92] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[93]Se refiere a la sociloga china Mayling Soong, educada en Estados Unidos y conocida como
Madame Chiang tras su matrimonio con el lder nacionalista chino Chian Kai-Shek, opuesto a Mao.
(N. del T.) <<
[94]Membrana formada por tejido conjuntivo fibroso, cuyos hacecillos estn entrecruzados, y que
sirve de envoltura a los msculos. La descripcin anatmica que hace Quinn no deja de ser un tanto
sui generis, en cualquier caso, pero vale para designar una herida leve, superficial. (N. del T.) <<
[95]O romboidal, msculo situado en la parte superior de la espalda, que va de la apfisis espinosa
de las ltimas vrtebras cervicales y de las primeras dorsales hasta el borde interno del omoplato.
(N. del T.) <<
[96] Segn la mitologa cltica irlandesa, la banshee es una diablesa que vaga por el mundo
alimentndose de almas afligidas. Caza slo de noche y usa su voz para emitir una aguda llamada con
la cual detecta a sus vctimas, pues rebota en el dolor y la afliccin de stas. (N. del T.) <<
[97] La ta Dorotea. La chica dijo que su ta se llamaba Dorothy. (N. del T.) <<
[98] Louse significa piojo; Crab-louse, significa ladilla, y Plant-louse, pulgn. (N. del T.) <<
[99]
De la expresin de jerga escocesa To go to stool, que significa hacer de vientre. Evacuar, en
suma. Stoll es banqueta, escabel, silleta, etctera Y de all, inodoro, taza del WC. (N. del T.) <<
[100] Machete filipino. (N. del T.) <<
[101]
Manly Wade Wellman, nacido en Kamundongo (ahora Angola) en 1903, ha sido uno de los
maestros del cuento de terror, escribiendo multitud de relatos para Weird Tales, Wonder Stories y
Astounding Stories. (N. del T.) <<
[102] Traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz. <<
[103] Se refiere a Carl Faberg (1846-1920), el joyero ruso creador ele un estilo. (N. del T.) <<

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