Quién de Nosotros Escribirá El Facundo
Quién de Nosotros Escribirá El Facundo
Quién de Nosotros Escribirá El Facundo
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Jos Luis de Diego
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
COLECCIN NTASIS
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Jos Luis de Diego
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
La Plata
2007
5
Jos Luis de Diego
Ediciones Al Margen
Calle 16 n587
C.P. 1900 - La Plata, Bs. As.,
Argentina
E-mail: [email protected]
PS. A veces (no es joda) pienso que somos la generacin del 37.
Perdidos en la dispora. Quin de nosotros escribir el Facundo?
Este trabajo es una versin corregida de la tesis elaborada por Jos Luis de
Diego para la obtencin del ttulo de Doctor en Letras. Logr este Grado Acadmico
el 7 de marzo de 2001 en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin de
la Universidad Nacional de La Plata, con desarrollo del tema Campo intelectual y
campo literario en la Argentina (1970-1986) bajo la direccin del Dr. Hugo Cowes.
Integraron el Jurado: Beatriz Sarlo, Ana Mara Barrenechea, Carlos Altamirano
y obtuvo la Calificacin: 10 (diez), con recomendacin de publicacin.
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
Gracias
a Ediciones Al Margen;
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
INDICE
I - INTRODUCCIN ................................................................................................. 15
IV - LA DICTADURA.................................................................................................. 107
1. Fundamentos y acciones de la represin cultural
2. La resistencia cultural: el campo literario
2.1. Los libros
2.2. Los autores
2.3. Las revistas
2.3.1. Los editoriales de El Ornitorrinco
2.3.2. La primera etapa de Punto de Vista (1978-1982)
V - EL EXILIO........................................................................................................... 155
1. Algunos datos
2. Las mltiples tradiciones del exilio
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APNDICE................................................................................................................ 285
Aportes para un estudio de la novela (1976-1986)
Estado de la cuestin
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
Desde la publicacin del libro, hace cinco aos, mucho se ha escrito sobre el
tema que me ocup entonces. La labor sistemtica de algunas publicaciones, como
Prismas, Sociohistrica, Punto de Vista y Confines, ha terminado por consolidar un
objeto de estudio no slo decisivo para la reconstruccin de nuestra historia reciente,
sino tambin para la comprensin de nuestro dilemtico presente. De entre ese
generalizado y productivo inters, quiero destacar la publicacin del libro de Claudia
Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en
Amrica Latina (Siglo XXI, 2003). Aunque su libro se detiene por los aos en el que
el mo arranca, y aunque mi objeto se limite al caso argentino y el de Gilman a Cuba y
Amrica Latina, numerosas coincidencias interpretativas entre uno y otro permiten
pensarlos como un corpus nico y sucesivo, articulado.
La recepcin del libro represent para m una renovada sorpresa y mucho
debe su difusin y el que haya alcanzado una tercera edicin a la labor de los
amigos de Editorial Al Margen, a las generosas reseas de Mario Goloboff, Miguel
Dalmaroni, Nora Catelli y Mara Celia Vzquez, y a su inclusin en los programas de
numerosas asignaturas y seminarios de universidades del pas. A todos ellos, mi
agradecimiento. El reiterado comentario de que se trata de un libro til o necesario,
de consulta o bibliografa, ha cumplido con mis expectativas al momento de
escribirlo. Dije entonces: ...es posible, a veinte o treinta aos de aquellos sucesos,
situarse en las discusiones de entonces, extraer de all categoras que nos permitan
dar cuenta de objetos problemticos, y formular hiptesis ad hoc que posibiliten
avanzar en un diagnstico de nuestros setentas ms ajustado a la verdad, y que
procure ir ms all del nfasis denuncialista o del reclamo de una memoria que no por
necesaria debe ceder a la tentacin de la distorsin del pasado o la discrecionalidad
argumentativa. Creo que as se lo ha ledo y que aquella expresin de deseo, de
haberse logrado, justifica esta nueva edicin.
Por ltimo, no resulta un dato menor que en el ao 2006 se hayan cumplido
treinta aos del golpe militar que inaugur la ltima dictadura. Porque el libro procur
ser un instrumento de anlisis de aquel pasado, pero tambin un modo de situarse en
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Jos Luis de Diego
los debates del presente. Celebro que este inters por aquella dolorosa experiencia
no haya decado, y que ayude a conservar una memoria comprometida con la verdad
y a juzgar como sociedad las responsabilidades por los horrores vividos.
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I - INTRODUCCIN
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Tern, Oscar, (1991) Nuestros aos sesentas, Buenos Aires, Puntosur.
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Tramas. Una encuesta a la literatura argentina. Los aos 70, n IV, vol. II, Crdoba, Mnica
Figueroa, Ed., Narvaja Editor, junio de 1995.
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Tern, Oscar. Op. cit.; p. 15.
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Eugenio Aramburu abri los grifos del crimen poltico a una escala desconocida
hasta ese momento.4 Es precisamente este hecho el asesinato de Aramburu el
que abre la Cronologa... preparada por Miguel Loreti para el nmero especial de
Cuadernos Hispanoamericanos, como confirmando, en acuerdo con Garca Lupo,
que los setentas se inician en consonancia con la irrupcin de la violencia poltica
en el escenario argentino.5 Aunque su anlisis se distancie ntidamente del que
expone Garca Lupo, la caracterizacin de lo que Carlos Floria llama los aos ciegos
parte de idnticas premisas: 1970 como inicio, y la violencia como diagnstico
excluyente:
"Los aos ciegos comprenden por lo menos la dcada entera del 70
aos antes, aos despus, incluso y en ellos se vierte la lnea del
discurso ideolgico vacilante entre el narcisismo revolucionario vio-
6
lento y la respuesta militarizada violenta..."
Si aceptamos entonces el criterio segn el cual, si bien existen caractersticas
que persisten de la dcada anterior, los setentas pueden ser identificados a partir de
rasgos propios y diferenciados, resulta inevitable considerar el brutal impacto que
representa el golpe militar del 76 para la sociedad en general y para el campo
intelectual en particular. Como lo dijera Abelardo Castillo, en la caracterizacin de
los setentas la dcada vaca, segn sus propias palabras hay un antes y un
despus de 1976; del mismo modo lo entiende Beatriz Sarlo: al referirse a los setentas,
aclara: una dcada bien corta, en verdad, que comprende slo cinco o seis aos.7
Pero aqu tambin pueden advertirse lneas de continuidad y lneas de ruptura. La
controversia puede plantearse en estos trminos: fue la dictadura iniciada en marzo
del 76 una segunda etapa de los llamados regmenes burocrtico-autoritarios, o
existen respecto del Onganiato, por ejemplo, diferencias de naturaleza y no de
grado? Es evidente que respecto del perodo 1966-1972 existe un plus que marca las
diferencias; la denominacin que parece ser ms adecuada, y que identifica con ms
claridad esas diferencias de naturaleza, es la de terrorismo de Estado, y las
diferencias no se limitan, claro est, al mbito de la teora poltica (por ejemplo,
plantean, adems, cuestiones inditas en el campo de los derechos humanos). Porque
si focalizamos la cuestin en el campo de la cultura, tambin la figura terrorismo de
Estado implica situaciones inditas, lo que no significa necesariamente y segn
4
Garca Lupo, Rogelio, (1999) La cruzada militar, en Clarn. Zona, Buenos Aires, 19 de
diciembre, p. 9.
5
Cuadernos Hispanoamericanos, (1993) La cultura argentina. De la dictadura a la democra-
cia, n 517-519, Madrid, julio-septiembre, p. 15. La Cronologa... preparada por Loreti se
encuentra reproducida en el nmero especial de Tramas ya citado, pp. 165-175.
6
Floria, Carlos, (1986) Argentina: dilemas de la transicin democrtica, en Vuelta Sudameri-
cana, ao I, n 2, Buenos Aires, septiembre, p. 6.
7
Sarlo, Beatriz, (1997) Cuando la poltica era joven, en Punto de Vista, n 58, Buenos Aires,
agosto, p. 15.
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crticas que citan una y otra vez a autores reconocidos, y que establecen un corpus
como objeto crtico desde ese marco terico, de manera que la lgica de la fundamentacin
parece invertirse y el marco terico ms que en punto de partida termina por convertirse
en punto de llegada; ms que en fundamento de la investigacin, es la propia investiga-
cin la que parece ceirse y confirmar una y otra vez lo sustentado en el marco terico.
El segundo riesgo encarna en los aplicadores de mtodos: aunque esta tendencia es
visible sobre todo en las variadas formas del anlisis textual, tambin se manifiesta en
trabajos de sociologa de la cultura: dado un mtodo o modelo de trabajo ms o
menos consagrado, aplicarlo a casos relativamente localizados.
Contra estos dos riesgos, este trabajo opta por una revalorizacin de una
escritura crtica ms atenta a la complejidad del objeto que a la fidelidad a tal o cual
modelo. El problema que nos planteamos es cmo extraer categoras crticas del obje-
to y no cmo aplicarlas sobre l. Por ejemplo, la categora campo intelectual la
utilizamos casi con un valor axiomtico, como un instrumento que nos facilita la
descripcin de un objeto, y no vamos, por ensima vez, a delimitar su alcance en la
teora de Bourdieu. Del mismo modo, la pertinencia del concepto de autonoma
relativa planteada especialmente en los captulos II y VI surgir de un proceso de
contextualizacin interdiscursiva y no de una declaracin de validez apriorstica que
ms que a un fundamento terico se asemeja a menudo a una petitio principii. De
manera que este trabajo no reniega de los marcos tericos ni del rigor metodolgico,
pero elige no explicitarlos y privilegiar el trnsito de la escritura crtica a travs de la
densidad significativa del objeto.
El gnero tesis, como es sabido, requiere de una retrica fuertemente
consolidada. Esta codificacin a menudo recorta la hipottica extensin del pblico
lector: previsiblemente, un acotado grupo de especialistas. Nuestra intencin y a lo
largo de la escritura lo vivimos como un exigente desafo fue escribir una tesis que
pudiera ser un libro; un desafo que podra formularse de esta manera: es posible
escribir un trabajo que, respetando el rigor cientfico que un trabajo de tesis reclama,
procure apuntar, al menos como tentativa hipottica, a un pblico lector que no se
reduzca a los especialistas universitarios e intente incorporarse a un debate ms
amplio sobre los controvertidos aos de plomo, o ciegos, sobre la dcada vaca,
segn denominaciones conocidas para referirse a los setentas. Para lograr ese objetivo,
debamos, en primer lugar, establecer una slida base documental, hacer un esfuerzo
por ordenar el caos informativo que se poda rastrear en cientos de fuentes dispersas
y fragmentarias. Sabamos que cualquier interpretacin que no contara con esa base
de investigacin positiva sobre aos tan debatidos, corra el riesgo de naufragar en la
interpretacin que se postula como original, a menudo sustentada en marcos tericos
prestigiosos, pero que en ese mismo gesto delata sus pies de barro. Slo un par de
ejemplos. En el captulo IV, que se refiere a la dictadura, nos propusimos responder,
antes de cualquier interpretacin ulterior, preguntas tan sencillas como: qu se
19
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Boccanera, Jorge, (1999) Tierra que anda. Los escritores en el exilio, Buenos Aires, Ameghino.
Barn, Ana y otros, (1995) Por qu se fueron. Testimonios de argentinos en el exterior, Buenos
Aires, Emec. Gmez, Albino, (1999) Exilios (Por qu volvieron), Santa Fe, Homo Sapiens/
(tea). Parcero, Daniel y otros, (1985) La Argentina exiliada, Buenos Aires, CEDAL, Biblioteca
Poltica Argentina n 109, Cuadernos Hispanoamericanos. Cit., pp. 463-568.
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Saavedra, Guillermo, (1993) La curiosidad impertinente, Rosario, Beatriz Viterbo, Speranza,
Graciela, (1995) Primera persona, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma.
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Zanetti, Susana (dir.), (1982) Encuesta a la literatura argentina contempornea, Buenos Aires,
CEDAL. Humor, (1987) n 196 a 205, Buenos Aires, mayo a septiembre. Gramuglio, Mara
Teresa, (1987) Desconcierto en dos tiempos, en Punto de Vista, n 31, Buenos Aires, noviem-
bre-diciembre, pp. 11-14.
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Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas, (1984) Nunca ms, Buenos Aires,
Eudeba. A.I.D.A., (1981) Argentina, cmo matar la cultura, Madrid, Revolucin. Avellaneda,
Andrs, (1986) Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983. 2 Ts. Buenos Aires,
CEDAL, Biblioteca Poltica Argentina nos, 156 y 158. Avellaneda, Andrs, (1989) Argentina
militar: los discursos del silencio, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.) Literatura argentina
hoy: De la dictadura a la democracia. Frankfurt am Main, Vervuert Verlag, pp. 13-30. La
censura en la Argentina, (1983) en Clarn Revista, Buenos Aires, 29 de mayo, pp. 3-14.
Ciancaglini, Sergio y otros, (1996) Los archivos de la represin cultural, en Clarn, 2
Seccin, Buenos Aires, 24 de marzo.
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
Rozitchner, No Jitrik, Julio Cortzar, Juan Jos Saer y Beatriz Sarlo). Respecto de
las revistas especializadas, citaremos dos: el nmero especial Dedicado a la literatura
argentina: los ltimos cuarenta aos de Revista Iberoamericana (Vol. 49, n 125,
octubre-diciembre de 1983; bajo la direccin de Sylvia Molloy, tienen particular
inters para nuestro trabajo los artculos de Adolfo Prieto y Sal Sosnowski); el
nmero especial ya citado de Cuadernos Hispanoamericanos La cultura
argentina. De la dictadura a la democracia (n 517-519, julio-septiembre de 1993;
preparado por Sylvia Iparraguirre, adems de los numerosos testimonios y
documentos, nos interesan especialmente los artculos de Cristina Pia, Luis
Chitarroni y Jorge Warley).
3.4- La situacin de la cultura en Argentina, y en particular de la literatura, en aos
de la dictadura ha sido motivo de numerosos encuentros, jornadas o congresos.
Las ponencias de esos eventos muchas veces llegaron a ser publicadas, otras,
lamentablemente, no. Citaremos las ms relevantes:
Ideologa y literatura, Minneapolis, Minnesota, 7 al 9 de marzo de 1975. Si
bien este encuentro fue anterior al golpe del 76, algunas cuestiones all
tratadas sern consideradas en el captulo III. Ponencias de este encuentro
fueron publicadas por Hispamrica en un Anejo (Ao IV, 1975).
Fascismo y experiencia literaria: reflexiones para una recanonizacin,
Minneapolis, Minnesota, trimestre de primavera de 1984. Las ponencias, de-
dicadas a Portugal, Espaa, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina, fueron publi-
cadas con el mismo ttulo por la Society for the Study of Contemporary
Hispanic and Lusophone Revolutionary Literatures, bajo la edicin de Hernn
Vidal.
Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino, Universidad
de Maryland, 2 al 4 de diciembre de 1984. Las ponencias, compiladas por Sal
Sosnowski, fueron publicadas bajo ese ttulo por Eudeba en abril de 1988.
Ficcin y poltica. La narrativa argentina durante el proceso militar,
Minneapolis, Minnesota, fines de marzo de 1986. Las ponencias, presenta-
das por Ren Jara y Hernn Vidal, fueron coeditadas por el Institute for the
Study of Ideologies and Literature, de la Universidad de Minnesota, y Alian-
za Editorial en agosto de 1987.
Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino (2 Parte),
Buenos Aires, Centro Cultural General San Martn, 12 al 15 de agosto de 1986.
Aunque el inters original de los organizadores fue publicar las ponencias,
nunca fue posible hacerlo, a pesar del notable inters de pblico que desper-
taron. Sin embargo, es posible rastrear algunas versiones reseadas y aun
publicadas completas (por ejemplo, la ponencia de Carlos Altamirano, publi-
cada en Punto de Vista n 28; pp. 1-4).
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4- Por ltimo, con relacin a las cuestiones ideolgicas, no resulta sencillo plantear
en un trabajo de tesis que, por definicin, reclama mxima objetividad los avatares
de una historia de la que participamos y que marca nuestras biografas con signos de
frustracin y dolor. En su libro sobre los sesentas, Oscar Tern opta por una llamati-
va estrategia: asume desde el ttulo mismo (el posesivo nuestros) la primera perso-
na, como un reconocimiento necesario, y luego se distancia: la primera persona no
vuelve a aparecer, salvo en la introductoria Advertencias y en el cierre (Final).
Este gesto vuelve a hacerse visible en textos que se ocupan de la ltima dictadura,
como si en el intento de lograr una mayor objetividad fuera necesario de antemano
asumirse partcipe de esa experiencia.
Otros textos, en cambio, lo que descartan es precisamente la voluntad de
objetividad: contra las formas del silenciamiento del pasado reciente, contra las
versiones ms o menos edulcoradas o neutralizadas por una clase poltica que no
quiere remover aquellas aguas turbias, estos textos asumen un carcter militante,
opinante y polmico, y no dejan de reconocerse como tales.
Para nuestro trabajo hemos elegido un camino que funciona como un axioma
de base: es posible, a veinte o treinta aos de aquellos sucesos, situarse en las
discusiones de entonces, extraer de all categoras que nos permitan dar cuenta de
objetos problemticos, y formular hiptesis ad hoc que posibiliten avanzar en un
diagnstico de nuestros setentas ms ajustado a la verdad, y que procure ir ms all
del nfasis denuncialista o del reclamo de una memoria que no por necesaria debe
ceder a la tentacin de la distorsin del pasado o la discrecionalidad argumentativa.
Este axioma funciona, tambin, como un desafo para las pginas que vienen.
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Prieto, Adolfo, (1983) Los aos sesenta, en Revista Iberoamericana, vol. 49, n 125,
Pittsburgh, octubre-diciembre, pp. 889-902. Tern, Oscar, (1991) Nuestros aos sesentas.
Buenos Aires, Puntosur. Sigal, Silvia, (1991) Intelectuales y poder en la dcada del sesenta.
Buenos Aires, Puntosur.
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La figura primaca de la poltica suele usarse a menudo para caracterizar a los setentas. La
encontramos ya en aquellos aos en el libro de Jos Pablo Feinmann, (1974) El peronismo y la
primaca de la poltica, Buenos Aires, Cimarrn, y tambin en libros recientes, como el que,
bajo la direccin de Alfredo Pucciarelli, edit Eudeba en 1999: La primaca de la poltica.
Lanusse, Pern y la Nueva Izquierda en tiempos del GAN.
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Benedetti, Mario, (1973) El escritor latinoamericano y la revolucin posible, en Crisis, n 3,
Buenos Aires, julio, pp. 28-35. Cortzar, Julio, (1973) Mi ametralladora es la literatura.
Entrevista de Alberto Carbone, en Crisis, n 2, Buenos Aires, junio, pp. 10-15.
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17
Portantiero, Juan Carlos, (1971-1972) Un captulo particular del problema del poder socialis-
ta, en Nuevos Aires, n 6, Buenos Aires, diciembre-enero-febrero, pp. 102-103.
18
Collazos, Oscar (1970) La encrucijada del lenguaje, en Nuevos Aires, n 1, Buenos Aires, junio-
julio-agosto, pp. 22-23. La polmica fue publicada originalmente en el semanario Marcha a
comienzos del 70, reproducida en Nuevos Aires, y recogida en un libro: Collazos, Oscar,
Cortzar, Julio y Vargas Llosa, Mario (1970) Literatura en la revolucin y revolucin en la
literatura. Mxico, Siglo XXI.
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19
Cortzar, Julio, (1970) Literatura en la revolucin y revolucin en la literatura (II Parte), en
Nuevos Aires, n 2, Buenos Aires, septiembre-octubre-noviembre, p. 35.
20
Rama, ngel, (1981) Los efectos del boom: mercado literario y narrativa latinoamericana, en
Punto de Vista, n 11, Buenos Aires, mayo-junio, pp. 10-19.
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Bobbio, Norberto. Op. cit., p. 71.
22
Vias, David, (1972) Entrevista de Mario Szichman, en Hispamrica, ao I, n 1, Maryland,
p. 66.
23
Benedetti, Mario. Op. cit., pp. 29-30.
24
Concha, Jaime, (1975) Criticando Rayuela, en Hispamrica, Anejo 1, ao IV, Maryland;
pp. 131-158.
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25
Jitrik, No, Sentiments complexes sur Borges, en Les Temps Modernes. Cit., p. 195.
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Nuevos Aires, n 6. Cit., pp. 11-12.
27
En el debate, la revista participa como Nuevos Aires; era dirigida en ese momento por Vicente
Battista y Gerardo Mario Goloboff.
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28
Snchez Vzquez, Adolfo, (1971) Notas sobre Lenin, el arte y la revolucin, en Nuevos Aires,
n 4, Buenos Aires, abril-mayo-junio, pp. 11-19.
29
En rigor, Cortzar s firma una primera versin de la carta; gracias a su influencia, esa primera
versin sali bastante ms moderada que la propuesta originalmente. Cfr. Goloboff, Mario,
(1998) Julio Cortzar. La biografa, Buenos Aires, Seix-Barral, p. 205.
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mrtires: desde el joven poeta peruano Javier Heraud, asesinado por el ejrcito en
un enfrentamiento en 1963, y el poeta salvadoreo Roque Dalton, asesinado en su
pas en el 75, hasta los casos argentinos ms citados, Francisco Urondo, Rodolfo
Walsh, Haroldo Conti.
31
Snchez Vzquez, Adolfo, (1970) Vanguardia artstica y vanguardia poltica, en Nuevos Aires,
n 1. Cit., pp. 3-6.
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32
Cortzar, Julio, (1970) Literatura en la revolucin y revolucin en la literatura, en Nuevos
Aires, n 1. Cit., p. 32.
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intocable, y no puede ser criticada en alta voz sin que quien lo haga se
33
convierta automticamente en cmplice de la reaccin." (p. 202)
Queda en claro que, en Vargas Llosa, el progresivo distanciamiento respecto de las
ilusiones creadas por la Revolucin Cubana y la creciente defensa de la autonoma
del intelectual son parte de un mismo proceso de evolucin. En Cortzar, el imperativo
de seguir siendo fiel a los principios de la revolucin conlleva un esfuerzo mayor
para tratar de defender una autonoma artstica que coincidiera, en paralelo, con la
transformacin social y poltica.
33
Los artculos citados son, sucesivamente: Luzbel, Europa y otras conspiraciones (pp. 150-159);
El socialismo y los tanques (pp.160-163); Reivindicacin del conde don Julin o el crimen
pasional (pp. 174-178); Un francotirador tranquilo (pp. 201-212), en Vargas Llosa, Mario,
(1984) Contra viento y marea, Buenos Aires, Sudamericana-Planeta.
34
Benedetti, Mario, (1968) Relaciones entre el hombre de accin y el intelectual, en Casa de las
Amricas, ao VII, n 47, La Habana, marzo-abril, pp. 116-120.
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Frmula retrica en los debates, frmula terica para resolver la coexistencia dialc-
tica entre ambas vanguardias, tambin la crtica se ha visto tentada a usar la frmula
para referirse a las relaciones entre poltica y esttica en los setentas. En un artculo
acerca de cmo la novela puede incluir a la poltica, Mara Teresa Gramuglio se detiene
en Libro de Manuel, de Julio Cortzar, y cita la reiterada frmula del novelista:
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Carpani, Ricardo, (1971) Alienacin y desaparicin del arte, en Nuevos Aires, n 4. Cit., p. 5.
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Gramuglio, Mara Teresa, (1986) Esttica y poltica, en Punto de Vista, n 26, Buenos Aires,
abril, p. 3.
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Consideramos, por el momento, la primera etapa de Crisis. La segunda se inicia, despus de la
dictadura, con el n 41, de abril de 1986.
41
King, John, (1989) Las revistas culturales de la dictadura a la democracia: el caso de Punto de
Vista, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., p. 89.
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sobre todo a partir del n 5 que incluye reportajes a Arturo Jauretche y a John
William Cooke el orden se invertir y la idea de revisin ir desplazando al proyecto
revolucionario. Dicho de otro modo, la revisin se revela como imprescindible para
dotar de diferentes contenidos al proyecto revolucionario: ste deber nutrirse de
un verdadero mandato histrico, y a medida que la revisin se produce se desvanece
la presencia de los clsicos de la izquierda y se fortalece la operacin de resurreccin
de los hombres del nacionalismo argentino.43 La adjetivacin define el proyecto:
revolucin, entonces, pero revolucin con contenido nacional; socialismo, pero
socialismo nacional; izquierda, pero izquierda peronista. Cmo reconstruye la
revista ese mandato histrico?
En primer lugar, resulta obvio decir que si la revista fortalece y difunde este
proyecto, no lo inventa; en todo caso, el proceso de resurreccin se focaliza en
aquellos autores que, especialmente entre los cincuentas y los sesentas, lo fueron
delineando. As, van pasando por sus pginas Pern (n 1, 3 y 16), Jauretche (n 5,
15 y 26), Cooke (n 5, 9 y 23), Scalabrini Ortiz (n 6), Lugones (n 14), Hernndez
Arregui (n 19), Manuel Ugarte (n 23), Fermn Chvez (n 25), el Padre Castellani (n
37), Ernesto Palacio (n 38); y publican frecuentemente en la revista crticos e
historiadores que han fijado su inters en recuperar esa tradicin, como Eduardo
Romano, Jorge Rivera, Anbal Ford, Ernesto Goldar, Norberto Galasso y el propio
Fermn Chvez. Los tpicos que esta tradicin ha ido construyendo han sido
largamente reseados, comentados y discutidos. La lectura e interpretacin de
nuestra historia es una vasta operacin fraguada por la historiografa liberal, a la
que se asocian fundamentalmente las figuras de Sarmiento y Mitre. El proceso
civilizatorio que postula Sarmiento a partir de su clebre antinomia slo pudo llevarse
a cabo despus de Caseros al precio del exterminio de los caudillos del interior y de
toda forma de cultura popular. As, se constituy una nueva colonia, ahora
dependiente del imperialismo ingls, hegemonizada por una clase la oligarqua
terrateniente, por una ciudad Buenos Aires, y por una cultura la europea. El
proyecto civilizatorio es, por lo tanto, anti-nacional y elitista, y no slo es necesario
desenmascarar, mediante una lectura a contrapelo, esa tradicin liberal, sino que es
menester revelar otra versin de la historia, la sepultada, la verdadera. Este objetivo,
que lleva a cabo la historiografa revisionista, se construye mediante una verdadera
inversin de la historia liberal, y all donde se lean derrotas, se festejan triunfos, all
donde se ensalzaban hroes, se descubren traidores, all donde el pas avanzaba, en
verdad retroceda. Como dice Sonderguer:
43
No Jitrik dar testimonio de este desplazamiento: Yo me acuerdo de que en uno de los
primeros nmeros de Crisis publiqu una traduccin de El placer del texto, de Roland Barthes.
Esa misma revista, un ao despus, celebraba las glorias de Manuelita Rosas en artculos de
Fermn Chvez, yo no lo poda entender, en Tramas. Cit., p. 41.
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Salvo contadas excepciones, no hay en Crisis testimonios de la conciencia culpable que se
debata en Nuevos Aires, herencia de aquella conciencia desgarrada que Tern analiza en la
generacin de Contorno. Una de las excepciones es el testimonio de Haroldo Conti (Compar-
tir las luchas del pueblo, n 16, pp. 41-48).
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
dijo. Todos somos latinoamericanos. Si uno tiene un problema, el que puede, debe
resolverlo. Y piense que sto era hace ms de 25 aos (p. 5).
Es notable cmo la revista procura profundizar todas las formas de
identificacin posibles mediante series connotativas muy poco elaboradas. Decamos
que en Nuevos Aires todo se discute; poco queda de ese bizantinismo argumentativo
en Crisis: asociacin e identificacin son sus estrategias, y mucha veces esas
estrategias se fuerzan o intentan forzarse aun en contra de lo dicho por los propios
protagonistas. En el citado reportaje de Solanas y Getino a Pern, publicado en el
n1 de la revista, los entrevistadores tratan de llevar al entrevistado hacia la
identificacin peronismo=socialismo nacional. Sin embargo, Pern comienza
definiendo qu es ser peronista: ...para m, como conductor del Movimiento, es
todo aquel que cumple la ideologa y la doctrina peronista (p. 44); y, luego de
teorizar sobre los socialismos contemporneos, concluye: El hombre podr
independizarse, solamente, en una comunidad organizada (p. 47).45 A su vez, en el
n 14, se reproduce un dilogo de los periodistas argentinos con Fidel Castro, con
motivo de la Misin Gelbard y el fin del cerco. El periodista intenta una nueva
identificacin, esta vez entre Pern y Allende:
"Periodista: La ultraizquierda formul graves crticas al compaero Allen-
de y en esa misma tendencia se las est haciendo al Tte. Gral. Juan Domin-
go Pern. Qu opinin le merecen estas crticas?
Fidel Castro: Usted me quiere introducir en la poltica interna de la Argen-
tina y creo que debo evitar hacer este tipo de pronunciamientos." (p. 7)
Como se ve, las operaciones de identificacin no eran tan sencillas, y a menudo ms
que como un dato de la realidad se revelaban como una estrategia explcita que
encontraba numerosos escollos. Por momentos, puede advertirse en el campo cultural,
y particularmente en Crisis, la misma tensin que se viva en el campo poltico:
cmo cambiarle el contenido al peronismo, cmo apropiarse de Pern mismo. En
todo caso, lo que rpidamente se aprende en esos aos es que del laberinto de la
cuestin social y de la cuestin nacional slo se sale por arriba, y ese arriba es la
cuestin poltica. Dice Pern en el 71 (n 1; p. 46):
"En este momento, dentro del panorama nacional y frente a la dictadura,
hay tres acciones: una es la guerra revolucionaria, otra es una insurreccin
que parece proliferar en el ejrcito, con los generales y todas esas co-
45
La revista reivindica la figura de Pern no slo de modo expreso; tambin por omisin. En
contraste con las numerosas notas sobre el golpe en Chile desde el n 6, de octubre del 74,
prcticamente no hay notas sobre poltica nacional durante los siete meses de la presidencia de
Pern. La nica excepcin es una pequea columna en la seccin Carnet en la que se critica
la firma del decreto 1774/73, un decreto de censura, cuyo texto se asemeja a los que dictarn los
militares pocos aos despus. No obstante, se aclara que fue firmado cuarenta y ocho horas
antes de que el general Pern asumiera el gobierno. (n 11, p. 74).
48
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Dice Bobbio, con relacin al trmino: ...se remonta, habitualmente, al ruso intelligencija que,
pronunciado intellighenzia, se ha convertido en una palabra del lenguaje comn italiano, recogida
por los diccionarios. Con frecuencia se usa precisamente para designar al conjunto de los
intelectuales como grupo, estamento o clase social, que tiene su funcin especfica y su especfico
papel en la sociedad, aunque haya perdido en gran parte su significado originario, (en Bobbio,
Norberto. Op. cit., p. 116). En el lenguaje de los nacionalistas argentinos, el trmino adquiere
una fuerte connotacin negativa, como sinnimo de intelectuales colonizados y cultura de elite;
se lo suele adjetivar a manera de epteto como intelligentzia liberal o intelligentzia
cipaya.
50
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Jos Luis de Diego
Y el R. P. Carlos Mujica:
"En cuanto a Julio Cortzar, he dicho que su actitud tiene algn valor,
aunque personalmente prefiero ms a los que donan la vida por una
causa, que a los que ceden sus derechos de autor." (p. 17)
Es evidente que en la actitud de solicitar opinin a dos personas dedicadas a la
actividad poltica y muy alejadas de un perfil intelectual, Crisis est provocando
respuestas que, al ensalzar al hombre de accin, colocan a Cortzar en el lugar de la
inoperancia, o quiz peor, en el lugar de la impostura intelectual. La reaccin de
Cortzar, extraamente airada, se puede leer en los dos reportajes que le dedica
Crisis. En el primero (n 2; pp. 10-15), el entrevistador, Alberto Carbone, rescata la
honestidad del escritor, pero cuestiona la eficacia de la novela. Cortzar
reacciona:
"Es curioso, vos te ests poniendo en una actitud abiertamente liberal.
[...] Me inquieta y me va a doler ms todava la crtica del otro lado, la
crtica de la izquierda. [...] Bueno, mir, realmente me importa un carajo
cualquiera de las dos crticas." (p. 10)
52
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sino sobre todo para dejar en claro su constante actividad en favor de Cuba y en
contra del gobierno militar en Chile.
A pesar de las presiones que se ejercan entonces desde Crisis contra los
escritores del boom radicados en el extranjero, es evidente que el corte entre unos
y otros lo marca la adhesin o no a Cuba. La demostracin de lo dicho no requiere
demasiado esfuerzo: de los reportajes centrales de los cuarenta nmeros, 23 son a
escritores latinoamericanos (excluyo a los argentinos). De Cortzar, como queda
dicho, se publican dos entrevistas (n 2 y 11), y de Garca Mrquez tambin dos
(n 24 y 32). Por el contrario, llama la atencin que en esos cuarenta nmeros no
aparezca una sola nota de o reportaje a Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes,
Jos Donoso, Guillermo Cabrera Infante, Juan Rulfo u Octavio Paz. Y llama la atencin
teniendo en cuenta que existen reportajes centrales a Jorge Luis Borges, Adolfo
Bioy Casares o Alberto Girri, de quienes no se podr sospechar afinidad ideolgica
con la revista. Evidentemente, la clebre Carta de Pars haba tenido sus
consecuencias.
Pero donde ms se evidencia la superioridad de la accin es en las
reivindicaciones del escritor combatiente, en donde aparece una exaltacin de la
muerte propia de la poca, en la que se detendr Beatriz Sarlo diez aos despus.47
En el n 7, con el ttulo Los asesinados, se publican poemas de Leonel Rugama,
Roberto Obregn y Otto Ren Castillo: Estos tres poetas, poetas guerrilleros,
murieron muy jvenes y de muerte violenta. El nicaragense Leonel Rugama fue
acribillado a tiros cuando tena veinte aos, al cabo de una gran batalla de tres
jvenes contra un batalln de trescientos soldados, en enero de 1970, en Managua...
(p. 49). De l, dice Ernesto Cardenal:
"Vos Leonel Rugama acribillado y llevado a la morgue
manchado de tierra y sangre dijo La Prensa
fuiste la luz al final de un tnel." (p. 53)
En el n 31 se publica un homenaje a dos voces al poeta salvadoreo Roque
Dalton, asesinado en su pas: una breve columna de Eduardo Galeano, Una risa
matadora de la muerte, y un poema, A Roque, de Mario Benedetti. La primera se
cierra de esta manera:
"No hace falta un minuto de silencio para escuchar su risa clara. Ella
suena alta y clara, matadora de la muerte, en las palabras que nos dej
para celebrar la alegra de creer y de darse." (p. 11)
47
Sarlo, Beatriz, (1984) Una alucinacin dispersa en agona, en Punto de Vista, n 21, Buenos
Aires, agosto, pp. 1-4. Adems, sobre el embellecimiento del horror, puede verse: Dalmaroni,
Miguel, (1998) El deseo, el relato, el juicio. Sobre el retorno a los setenta en el debate crtico
argentino, 1996-1998, en Tramas, vol. V, n 9. Crdoba, pp. 35-42.
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
El segundo termina:
"pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabr qu hacer
con tanta vida." (p. 11)
El herosmo del joven poeta guerrillero tres jvenes contra trescientos soldados
en una gran batalla lo transforma en mrtir, porque su muerte no es muerte,
porque es una luz al final de un tnel, porque su risa es matadora de la muerte,
porque la muerte es derrotada por tanta vida. Este verdadero elogio del poeta
combatiente no parece ser slo una efusin lrica ante una muerte dolorosa, su
naturaleza se acerca ms a la oda que a la elega. Porque la muerte es, adems, un
desenlace posible que exige una preparacin previa. As lo manifiesta el poeta
Francisco Urondo en el n 17, como si previera su trgico final:
"Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del es-
fuerzo de muchos. As, la muerte es algo que uno no solamente no
define, que no slo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede
ponerse en juego por una determinacin privada, ya que no se tiene
derecho sobre ella: es el pueblo, una vez ms, quien determina la suerte
de la vida y de la muerte de sus hijos. Y la osada de morir, de dar y,
consecuentemente, ganar esa vida, es un derecho que debe obtenerse
inexcusablemente." (p. 37)
Respecto del segundo tpico, la superioridad de los saberes naturales y
el antiintelectualismo, tambin es posible rastrear en la revista una suerte de elogio
del poeta sencillo, del escritor del pueblo. Hace un momento decamos que de los
cuarenta reportajes centrales, 23 eran a escritores latinoamericanos no argentinos;
de los 16 dedicados a escritores argentinos (algunos, como Fermn Chvez o Enrique
Pichn Rivire, no se destacaron como escritores) slo tres pueden considerarse
coetneos de la generacin de quienes dirigen Crisis: Haroldo Conti (n 16), Hctor
Tizn (n 21) y Daniel Moyano (n 22), tres hombres del interior del pas que explicitan
cada uno a su modo un necesario aislamiento de los centros para mejor compenetrarse
con la realidad que vive el pueblo. El aislamiento implica dos cosas: la no
contaminacin con las formas degradadas de la cultura y el mejor adentrarse en la
escuela de la vida, en el contacto con la gente sencilla. Este tpico aparece en
numerosas oportunidades y no slo donde resulta previsible, como en la entrevista
a Atahualpa Yupanqui (n 29). En el n 4 se publica una profesin de fe de Pablo
Neruda, que comienza: Yo no aprend en los libros ninguna receta para la
55
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48
Una de ellas es el breve editorial que encabeza el n 12, Al lector, en el que se celebra el primer
ao de vida, se anuncia su crecimiento y se informa sobre cambios en la Secretara de Redaccin.
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En dos entrevistas de aos posteriores, Eduardo Galeano insistir en este aspecto cuando se le
requiere una mirada retrospectiva sobre Crisis: En Crisis publicamos textos inditos de Cortzar,
Garca Mrquez o Neruda sus ltimos poemas, su ltima entrevista pero tambin difundimos
los sueos de los colectiveros, los certeros delirios de los locos, los trabajos y los das de los
obreros de los suburbios, los poemas de los presos, los maravillosos disparates de los nios, las
coplas perdidas de la gente de tierra adentro, las palabras escritas en los muros de la ciudad, que
son la imprenta de los pobres... No es comn que opinen los opinados. En: El Porteo, n 30.
Buenos Aires, julio de 1984; p. 64. Fue una revista que se propuso conversar con la gente y lo
logr. Y se propuso recoger las voces de eso que los intelectuales llaman cultura popular, pero
que nunca se haba concretado hasta que Crisis abri las pginas [...] recogi las voces de los
locos del manicomio, los nios de las escuelas, los obreros de las fbricas, los enfermos de los
hospitales, los indios perdidos en las selvas, los gauchos... las ltimas coplas de los ltimos
gauchos... en Humor, n 167, Buenos Aires, enero de 1986, p. 48.
58
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50
Aqu es importante aclarar que el ttulo del proyecto original de este trabajo de tesis era Campo
intelectual y novela en la Argentina (1976-1983). Ya explicamos en la Introduccin las
razones que nos llevaron a ampliar el perodo de estudio; la segunda modificacin fue del objeto
en s. Ya no se habla de novela y se habla de campo literario. La extensin del trabajo que
tiene como objeto el campo intelectual y literario en el perodo referido hizo que la labor
especfica sobre el gnero novela quedara relegada. Sin embargo, esta modificacin dej dos
marcas sobre el trabajo final: por un lado, se agreg como apndice, a manera de captulo ocho,
un estado de la cuestin sobre los estudios de la produccin novelstica y algunas observaciones
crticas respecto de ese estado de la cuestin; por otro lado, qued una segunda y evidente marca,
ya que toda vez que el trabajo se refiere a campo literario, se est refiriendo, en rigor, a los
novelistas. No hay en este libro prcticamente ninguna referencia a la produccin lrica o
dramtica ni a los respectivos campos, y muy ocasionales referencias a producciones cuentsticas.
Si bien este enfoque puede justificarse en el lugar dominante que el gnero novela tuvo y tiene
desde los setentas hasta hoy, es evidente que la no inclusin de otros campos de la produccin
literaria implican una omisin que es menester clarificar de antemano.
59
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Puig, Juan Jos Saer, Ricardo Piglia (por lo general, no suele hablarse de ellos como
exponentes de la narrativa de aquellos aos y se los considera en tanto proyectos
creadores con alto grado de autonoma; podra citarse, como nica excepcin, a La
traicin de Rita Hayworth, novela del 68 a la que, curiosamente, tambin se la
latinoamericaniza, como ejemplar del llamado posboom). Por otra parte, tambin la
obra de Cortzar parece haber sido desplazada del inters crtico, probablemente
por estar tan identificada con los avatares polticos y estticos que caracterizaron
las dcadas citadas. Quizs la nica excepcin que se salva del olvido y habra que
ver las razones de esa permanencia, y que s suele asimilarse con la produccin de
la poca, es la obra de Rodolfo Walsh. Volveremos sobre estos casos.
El segundo interrogante que se nos plantea es si se puede describir el campo
literario en la Argentina con prescidencia del latinoamericano en una poca en que
aparecen notablemente fusionados. Sin embargo, esa fusin, que aparece
reiteradamente afirmada por la crtica, resulta de ardua comprobacin, ya que las
descripciones de ambos campos suelen ser tan dismiles que la tan mentada
latinoamericanizacin parece ser, en literatura, no mucho ms que un espritu de
poca. De manera que creemos lo ms adecuado comenzar por una descripcin del
campo en Latinoamrica y ver luego el caso argentino, de modo de detectar los
ncleos de inters en el perodo que nos ocupa.
51
Franco, Jean, (1977) Modernizacin, resistencia y revolucin. La produccin literaria de los
aos sesenta, en Escritura, ao II, n 3, Caracas, enero-junio, pp. 3-19.
60
Quin de nosotros escribir el Facundo?
que la novela se haba publicado slo tres aos antes que el artculo de Franco, en
la que se advierten las caractersticas de un nuevo realismo que la autora no
alcanza a definir.
El subttulo Praxis revolucionaria y literaria introduce a la caracterizacin
de una de las formas que asume la vanguardia y que hemos reseado extensamente
en el captulo anterior: la influencia de la revolucin cubana, el rechazo del realismo
socialista por dogmtico y anacrnico, la subordinacin de la literatura a la praxis
poltica, la referencia a los escritores asesinados, el caso Padilla, las polmicas de la
poca cita la de Cortzar y Collazos, la influencia de Sartre en la reivindicacin de
los pueblos del Tercer Mundo. Sin embargo, los autores del boom no aceptarn
pasivamente ni la tradicin realista del personaje autnomo ni las directivas
dogmticas a las que a menudo recurra Fidel Castro. La revolucin les brindaba el
argumento: una nueva sociedad y un hombre nuevo reclamaban una nueva esttica;
la vanguardia les provea el instrumento: eran necesarias nuevas tcnicas para
hacer la revolucin en la literatura. Franco destaca con precisin de qu manera el
lenguaje de algunos autores, como Carlos Fuentes, adquiere extraas similitudes
lxicas con el lenguaje de economistas desarrollistas (p. 10): Nuestra universalidad
nacer, dice Fuentes, de esta tensin entre el haber cultural y el deber tecnolgico.
As, estos autores, a los que Franco -que contina apelando a rtulos antes
ideolgicos que estticos- llama liberales-existencialistas, procuran proyectar los
personajes autnomos, heredados de la tradicin realista, dentro de ambientes
hostiles o fantasmagricos (p. 11). Esta caracterizacin, focalizada en la dupla
personaje/ambiente, le permite reunir un grupo de textos que a primera vista resultan
muy heterogneos: El astillero (1961), El coronel no tiene quien le escriba (1961),
La muerte de Artemio Cruz (1962), La ciudad y los perros (1963), La casa verde
(1966), Cien aos de soledad (1967) y, quizs menos directamente, Rayuela (1963):
"En estas novelas, el individuo, esa fuerza motriz de la sociedad bur-
guesa, se convierte en un hroe fantasmagrico o una excrecencia gro-
tesca cuyo talento e ingenuidad estn fuera de toda proporcin respec-
to a las limitaciones del ambiente." (p. 11)
Pero de los contenidos pasamos nuevamente a las formas, y Franco insiste en que
la tentacin tecnolgica se apoder de muchos de esos autores que rpidamente
fueron abandonando los principios de aquel existencialismo liberal para meterse
de lleno en la experimentacin formal; en ese momento, se advierte una torsin
en la segunda mitad de los sesentas: a medida que va perdiendo peso la impronta
de la revolucin el caso Padilla se destapa en el 68 se acenta la necesidad
de adecuarse a las exigencias de la vanguardia artstica. De la misma manera
que las frmulas econmicas tradicionales del industrialismo, afirma Fuentes
en La nueva novela hispanoamericana, no pueden copar con la revolucin
62
Quin de nosotros escribir el Facundo?
52
Fuentes, Carlos, (1972) La nueva novela latinoamericana, en Loveluck, Juan (ed.), La
novela hispanoamericana, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 4 edicin, p. 171.
53
Cortzar, Julio, (1973) Libro de Manuel, Buenos Aires, Sudamericana, p. 7.
63
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sea el nico escritor incluido en las tres categoras, ya que Rayuela, 62 modelo
para armar y Libro de Manuel responden sucesivamente y con intervalos de cinco
aos a los modelos postulados por Franco. Lejos de ser producto del azar, este
hecho responde al proyecto que ya Cortzar formul en el 70 como la teora de la
espiral:
"...cada libro mo es una nueva tentativa dentro de lo que podramos
llamar una espiral. Si hay escritores que, alcanzado cierto nivel, no quie-
ren o no pueden sobrepasarlo, limitndose a cumplir un derrotero que
ms se acerca a una circunferencia que a una espiral, hay otros en que
las bsquedas de las ltimas posibilidades que puede dar la literatura
se traducen en formas cada vez ms experimentales, ms 'abiertas', ms
56
distanciadas de la obra precedente."
Claro est, la espiral puede leerse como una incesante bsqueda que evite tanto
el anquilosamiento como el fcil encasillamiento, pero tambin como una
manifestacin o bien de oportunismo o bien de incoherencia y debilidad del proyecto
creador. Si tenemos en cuenta que el xito de Rayuela no volvi a producirse, mal
puede hablarse de oportunismo; en todo caso, habr que ver cunto de fallido hay
en las novelas posteriores y no creo que en 62... lo haya para poder juzgar los
resultados obtenidos a partir de la teora de la espiral. Pero no estamos evaluando
la produccin de Cortzar; slo quera poner en evidencia que el artculo de Franco
conserva, en el ao 77, a la figura de Cortzar en un lugar central en la descripcin
del campo latinoamericano.
Dijimos que la descripcin de Franco parte de categoras ideolgicas; otros
autores han preferido situarse en la especificidad de las transformaciones operadas
en la novela como gnero; otros han recurrido a instrumentos habituales en la
historia literaria y bastante desacreditados en nuestros das como una descripcin
por generaciones; otros han echado una mirada desde la sociologa, el anlisis del
lugar del escritor con relacin al mercado; otros lo han hecho desde la historia;
otros, ms recientemente, intentaron una descripcin a partir del gnero dominante
en los setentas, la novela poltica. Para obtener un panorama ms amplio de lo
latinoamericano, researemos brevemente estos aportes.
Una de las ms tempranas y precisas caracterizaciones de los cambios
producidos en el gnero novela en los sesentas fue planteada por el chileno Juan
Loveluck en 1967.57 Luego de definir los alcances de lo que llama la novela impura
cuando sta se carga de elementos polticos sociales o de acusacin que terminan
56
Cortzar, Julio, (1970) Literatura en la revolucin y revolucin en la literatura (II parte), en
Nuevos Aires, n 2. Cit., p. 29.
57
Loveluck, Juan (1967) Crisis y renovacin de la novela hispanoamericana, en Loveluck, Juan
(ed.). Op. cit., pp. 11-31. El trabajo fue publicado originariamente en Coloquio sobre la novela
hispanoamericana, Mxico, Fondo de Cultura Econmica.
65
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66
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58
Goic, Cedomil, (1972) Historia de la novela hispanoamericana, Santiago de Chile, Ediciones
Universitarias de Valparaso.
59
Entre otros, el ya citado Rama, ngel, (1981) Los efectos del boom: mercado literario y
narrativa latinoamericana, en Punto de Vista, n 11, Buenos Aires, mayo-junio, pp. 10-19.
60
Rama, ngel (ed.), (1984) Ms all del boom. Literatura y mercado, Buenos Aires, Folios.
61
Meja Duque, Jaime (1974) El boom de la narrativa latinoamericana, en Narrativa y neocoloniaje
en Amrica Latina, Buenos Aires, Ediciones de Crisis, pp. 109-145.
67
Jos Luis de Diego
aparecen algunos de los trabajos ms rigurosos que se han realizado sobre el boom.
Citando este libro comienza Adolfo Prieto su diagnstico sobre los aos sesenta,
y citando este libro comienza Mara Eugenia Mudrovcic el suyo sobre la novela en
los setentas y los ochentas. Pero no nos interesa aqu recopilar los interminables
debates sobre el boom; lo que s queremos destacar es que las polmicas sobre el
boom pusieron de manifiesto una mirada sociolgica sobre el campo literario que,
aunque exista en germen con anterioridad, es entonces cuando se desarrolla
plenamente. Para Rama, la aparicin de un nuevo mercado literario y la
profesionalizacin creciente del escritor son los ms visibles efectos del boom,
aunque la lectura de su trabajo hace sospechar que por momentos ms que de
efectos se est hablando de causas. La profesionalizacin del escritor, el sueo de
querer abandonar la literatura como segundo empleo, fue un deseo frecuente en
los escritores del modernismo y, entre otros, en Roberto Arlt.
"Pero fue recin en los sesenta, al extenderse los estrechos mercados
nacionales para constituir un mercado continental, a su vez ampliado
mediante las traducciones a un mercado internacional, que se pens
que poda realizarse ese viejo sueo." (p. 11)
Pero el cumplimiento de este sueo vendra acompaado de nuevas exigencias: la
necesidad de asumir un rgimen de trabajo acorde con el nuevo sistema. Esta
necesidad enfrent a los escritores con dos inconvenientes: el primero es superar la
aparente contradiccin entre este nuevo sistema y la esencia de la literatura; el
segundo, el tener que correr detrs de la demanda, inventando libros o entregando
obras con las cuales no estaban an enteramente satisfechos. Del primer
inconveniente ha dejado testimonio Jos Mara Arguedas a travs de los reproches
hacia los escritores que se adaptaban fcilmente a las exigencias del mercado; del
segundo, Rama cita como ejemplos la heterclita composicin de Octaedro de
Cortzar o los descuidos en el terminado de El libro de Manuel [sic], que no son
nada corrientes en su obra (p. 12). Las consecuencias resultan fcilmente
comprobables:
"En la narrativa tal tendencia se ha traducido en la composicin de
libros accidentales, extrayendo del bal manuscritos olvidados, a ve-
ces con justicia, o en la autorizacin para reeditar obras juveniles que el
escritor tena condenadas, o en una costumbre de los setenta, que con-
sisti en rearticular bajo nuevos ttulos el material de libros anteriores
para darles nueva vida o dar a conocer al autor en nuevas plazas edito-
riales con un airecillo novedoso: lo han hecho Fuentes, Cortzar, Garca
Mrquez, Vargas Llosa, Vias, entre otros." (p. 12)
68
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Los escritores, por lo tanto, se han contaminado, debido a las presiones editoriales,
de la incidencia que han adquirido las marcas industriales: su firma deviene una
marca, y el nuevo libro ser del autor de Cien aos de soledad. La imposibilidad
de que un nmero reducido de escritores diera respuesta a esa presin tuvo otra
consecuencia: la revaloracin o, en trminos de mercado, el relanzamiento de
autores latinoamericanos que haban publicado sus obras en bajas tiradas en los
cuarentas y en los cincuentas: Asturias, Marechal, Onetti, Rulfo. Hubo, pues, una
acumulacin que el boom desperdig masivamente en slo un decenio. La explosin
de literatura latinoamericana en pocos aos de los sesentas es entonces el resultado
de esa doble operacin: mayor presin hacia los escritores-profesionales y
relanzamiento de escritores injustamente olvidados. De esta manera, Rama da una
nueva lectura del mismo fenmeno que sealaba Franco: la modernizacin no es slo
el producto de una visin optimista del desarrollo tecnolgico, es tambin un
imperativo de la ampliacin del mercado. Cmo sostener esta tensin entre
modernizacin y revolucin? Cmo resolver lo que Meja Duque calific de
ambigedad constitutiva del boom?62 Los aos setentas estn atravesados por
polmicas de las que el propio Rama fue protagonista que intentan resolver este
dilema, segn hemos procurado dar cuenta en el captulo anterior.
Mencionamos tambin el artculo de Adolfo Prieto;63 si bien el objeto del
mismo procura ceirse al campo literario argentino, su descripcin inicial podra
decirse que tiene alcance continental. Un signo aparece como caracterizador de la
dinmica social en los sesentas: la articulacin de vastos sectores de la poblacin
con lo que pareci ser el fruto maduro de la era industrial de Occidente: la sociedad
de consumo (p. 890). As, un moderado crecimiento del aparato de produccin
aliment las expectativas de vida de una numerosa clase media:
"...esta versin particular de la sociedad de consumo dio curso tambin
a algunos de sus presupuestos morales e ideolgicos; aclimat pareci-
das normas de permisividad; puso en circulacin algunos de sus mitos;
adul a la juventud; estimul, como nunca, la produccin e intercambio
de objetos culturales; aplaudi (y absorbi) los brotes de la contracultura
que buscaba suprimirla." (p. 890)
Si Prieto parte de la lectura del boom que ya hemos citado, es porque coincide con
Rama en que las nuevas manifestaciones en el arte y la literatura de los sesentas
slo pueden interpretarse cabalmente desde la descripcin de unas nuevas
condiciones de produccin y circulacin de los bienes culturales: crecimiento
econmico, modificacin sustancial de la dinmica social, profesionalizacin del
escritor, ampliacin del mercado, novedosas formas de comercializacin y difusin
62
Meja Duque, Jaime. Op. cit., p. 133.
63
El ya citado Los aos sesenta, de 1983.
69
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64
Halperin Donghi, Tulio, (1980) Nueva narrativa y ciencias sociales hispanoamericanas en la
dcada del sesenta, en Hispamrica, ao IX, n 27, Maryland, diciembre, pp. 3-18.
70
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65
Cortzar, Julio, Mi ametralladora es la literatura. Cit., p. 11.
66
Mudrovcic, Mara Eugenia, (1993) En busca de dos dcadas perdidas: la novela latinoameri-
cana de los aos 70 y 80, en Revista Iberoamericana, n 164-165. Pittsburgh, julio-diciem-
bre, pp. 445-468.
67
Vias, David, (1984) Pareceres y digresiones en torno a la nueva narrativa latinoamericana,
en Rama, ngel (ed.), Ms all del boom. Literatura y mercado. Cit., p. 16.
71
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segn la autora, el aserto de Vias: en el campo poltico, el golpe militar que derroca
al gobierno de Salvador Allende en Chile; en el cultural, el primer balance crtico del
boom latinoamericano, la crisis abierta por el caso Padilla, la defeccin de Carlos
Fuentes al aceptar un cargo diplomtico en el gobierno de Luis Echeverra:
"La densidad histrica, por un lado, y la radicalizacin poltica que
afect a los espacios pblicos, por otro, hizo que la prctica literaria
convergiera con la prctica poltica y que ambas compartieran finalmen-
te un espacio comn de enunciacin. La coincidencia entre vanguardia
esttica y vanguardia poltica reconoci un territorio propio en lo que,
a falta de una denominacin acaso ms adecuada, puede llamarse no-
vela poltica." (p. 447)
Algunos rasgos resultarn definitorios de esta novela: a) una ideologa fuertemente
desinstitucionalizadora; b) una crisis de autoridad que afect seriamente los focos
de enunciacin fuerte; c) el desarrollo de proyectos narrativos que quisieron
rivalizar con los relatos del Estado, la historia o la cultura letrada; d) el nfasis en
referir lo real a travs del uso del documento historiogrfico, social o periodstico;
e) el denuncialismo, que aparece siempre como el espacio de riesgo que negocia el
sentido tico de la novela poltica. Desde estas premisas, los autores y obras citados
por momentos exceden largamente los lmites de la dcada: Rodolfo Walsh, Guillermo
Thorndike, Toms Eloy Martnez, Homero Aridjis, Elena Poniatowska, Vicente Leero,
Osvaldo Soriano, Juan Carlos Martini, entre otros. Quedan confirmadas entonces
las advertencias de Mudrovcic: la novela poltica no es la nica manifestacin del
gnero en los 70, sino la dominante, y el modelo no comenz ni se agot en la
dcada, sino que fue en esos aos cuando ocup un lugar central. Sin embargo, por
momentos parece caer en una excesiva simplificacin, por ejemplo, cuando incluye
sin ms a la novela policial, por su alto grado de codificacin, como Trivialliteratur,
cuando, como es sabido, es uno de los formatos que ms tempranamente adoptaron
estrategias denuncialistas y se revelaron como uno de los modos privilegiados para
incluir la dimensin poltica en la literatura.
Ahora bien, hemos procurado acercarnos a una descripcin del campo en
Latinoamrica a partir del comentario de trabajos de diferentes pocas que, desde
estrategias diversas, han intentado dar cuenta, total o parcial, del mismo:68 Jean
68
Aunque no han sido motivo de comentario aqu, es menester mencionar, al menos: La nueva
novela hispanoamericana, de Carlos Fuentes, de 1969; del mismo ao, la compilacin de
trabajos crticos que realiz Jorge Lafforgue, editados por Paids como Nueva novela
latinoamericana 1 y que en un minucioso trabajo de crtica de la crtica analizara Nicols
Rosa en el primer nmero de Los Libros, de julio del 69, y como Nueva novela latinoamericana
2, editados tambin por Paids en 1972; el volumen colectivo que, bajo el auspicio de la
UNESCO, coordin Csar Fernndez Moreno, y que fue publicado en 1972 por Siglo XXI con
el ttulo Amrica Latina en su literatura; los trabajos de Emir Rodrguez Monegal, recopilados
en 1972 como El Boom de la novela latinoamericana.
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Pero veamos quines son los narradores de la generacin del 55 y quines los
jvenes de los sesentas. Entre los primeros, sobresalen David Vias, Beatriz Guido,
Juan Jos Manauta, Hctor A. Murena, Pedro Orgambide, Andrs Rivera, Humberto
Costantini, Elvira Orphe, Dalmiro Senz, Jorge Mascingioli, Sara Gallardo, Marco
Denevi, Alberto Vanasco, Jorge Riestra, y los de transicin, Haroldo Conti y Marta
Lynch. Entre los segundos, Abelardo Castillo, Juan Jos Hernndez, Amalia Jamilis,
Daniel Moyano, Germn Rozenmacher, Juan Jos Saer, Rodolfo Walsh, Nstor Snchez
(a estos se les dedica un comentario de sus principales textos), y los slo mencionados
Miguel Briante, Anbal Ford, Alberto Lagunas, Estela dos Santos y Manuel Puig (de
quien se cita su reciente La traicin de Rita Hayworth). Antes de resear algunas de
las obras del perodo, los autores del fascculo realizan un comentario de inters
respecto del alcance de los gneros:
"Tal vez el carcter fragmentario de las tcnicas expresivas de estos
nuevos narradores, su mayor preocupacin formal, su menor confianza
en la repercusin directa e inmediata de un mensaje social o poltico,
hacen que la mayor parte de ellos se inicien en la escritura de cuentos,
y que slo para un perodo posterior de su actividad reserven la crea-
cin de novelas." (p. 1.303)
Sea cual fuere la razn, la resea de las obras confirma el aserto: la mayora son libros
de cuentos. De modo que en este panorama temprano de la narrativa de los sesentas
en nuestro pas encontramos una caracterizacin de los jvenes narradores en
contraste con la generacin que los antecede, un marco de las influencias que reciben,
una somera descripcin del contexto en que se mueven y una referencia a las nuevas
condiciones de produccin que remiten a la profesionalizacin de la actividad y a los
imperativos ideolgicos del momento. Y ya pueden leerse, adems, al menos en
acotaciones marginales, algunas de las probables causas del contemporneo
desinters por la narrativa de los sesentas: a) el brusco cambio del contexto poltico
que se opera a principios de los setentas, segn lo afirmado por Halperin Donghi y
Mudrovcic respecto de Latinoamrica; b) correlativamente, el paso de la euforia
a la depresin y la consiguiente prdida de la fe revolucionaria y del
compromiso literario; c) el desplazamiento del escritor del lugar el status
que haba adquirido en los sesentas;69 de portavoz o faro se transforma en
el paciente artesano u orfebre de la palabra en algunos casos y, en otros, en
sospechoso, subversivo o conspirador contra el Estado; d) la
latinoamericanizacin de la mirada sobre los sesentas a expensas de los propios
69
Dice Abelardo Castillo: ...nos pareca natural...que se realizaran conferencias para 300 perso-
nas. Hoy, si doy una conferencia, con suerte van 15, si les aviso por telfono antes. [...] Se
publicaban muchos libros. Actualmente es lamentable la cantidad de libros que publica la Argen-
tina, sin contar que tambin es lamentable la calidad de los libros que se publican en la Argenti-
na, en Tramas. Cit.; p. 31.
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70
Jitrik, No (dir.), (1999) Historia crtica de la literatura argentina. Buenos Aires, Emec. El
tomo 10, La irrupcin de la crtica, fue dirigido por Susana Cella. Respecto del perodo citado.
Cfr. p. 7.
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Prieto, Adolfo, (1983) Los aos sesenta; Sosnowski, Sal. La dispersin de las palabras:
novelas y novelistas argentinos en la dcada del setenta, en Revista Iberoamericana, vol. 49,
n 125, Pittsburgh, octubre-diciembre.
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posteriores a las aqu citadas permitirn asociarlos con la narrativa producida en los
aos de la dictadura. Para decirlo claramente: as como Schmucler afirmaba que no se
habla de los setentistas, del mismo modo no se habla de una literatura de los
setentas; la dcada vaca no ha dado escritores fcilmente identificables con ella,
y habr que esperar a la posdictadura para que la creatividad de estos narradores
recupere su potencial, y el campo comience a reordenarse una vez terminada la
dispersin de las palabras.77
Pocos datos tenemos del inters prestado por el pblico a la narrativa de los
setentas, salvo algunas listas de best sellers, las que no siempre representan un
inters real y a menudo estn atadas a modas momentneas y efmeras. Ya para 1977,
Rodolfo Borello alertaba sobre una crisis en el mercado editorial:78
"Econmicamente, el negocio editorial argentino se encuentra en crisis
desde 1954 y la situacin no parece haber mejorado hasta hoy. Es ms,
entre 1975 y 1976 se ha vuelto tan crtica que los ltimos informes sobre
las editoriales y el libro (como industria) no auguran un futuro brillante
para la misma." (p. 38)
Paradjicamente, las fechas tan crticas que cita Borello sern vistas, desde
principos de los noventas, como las pocas de mayor bonanza.79 De entre los autores
citados por Sosnowski, Borello afirma que los escritores de ms sostenido xito de
pblico en las dos ltimas dcadas han sido mujeres: Silvina Bullrich, Beatriz Guido,
Marta Lynch incluye, adems, a Poldy Bird. Y de entre los xitos posteriores se
deben contar obras que han promovido el escndalo y el tema sexual, entre las que
se destaca, por su brutalidad y su ilimitada sevicia, Las tumbas, de Enrique Medina
(tambin menciona en este rubro a Jeringa, de Jorge Montes, La boca de la
ballena, de Hctor Lastra y Nanina, de Germn Garca). Pero si hablamos de novelistas
y narradores de verdadero valor literario, dice Borello, hay que mencionar a Cortzar,
aunque Octaedro y El libro de Manuel [sic] no pasaron de un discreto suceso, y
luego agrega que Manuel Puig vendi muy bien La traicin de Rita Hayworth y,
sobre todo, Boquitas pintadas. (p. 44).
77
Dice Liliana Heker en una entrevista: Es difcil decir que haya surgido una generacin durante
la dcada pasada [...] A mi generacin la consideran como perteneciente al 70, pero somos
escritores que comenzamos muy jvenes en los aos 60. Tal vez empezamos a consolidar
nuestra obra ms tarde, es cierto. Pero yo creo que no hay una generacin especfica del 70 en
El Porteo, n 3, Buenos Aires, febrero de 1985, p. 65.
78
Borello, Rodolfo, (1977) Autores, situacin del libro y entorno material de la literatura en la
Argentina del siglo XX, en Cuadernos Hispanoamericanos, n 322-323. Madrid, abril-mayo,
pp. 35-52.
79
Al respecto puede citarse a Avellaneda, Andrs. Lecturas de la historia y lecturas de la literatura
en la narrativa argentina de la dcada del ochenta. Cit., pp. 173-174: En 1974, 1984 y 1987,
los novelistas extranjeros de ms xito alcanzaron a vender 60 mil, 10 mil y 8 mil ejemplares
respectivamente; los argentinos, por su parte, 20 mil, 5 mil y 3 4 mil ejemplares en cada uno
de los mismos aos.
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Por ltimo, es menester hacer una breve referencia al artculo que public
Andrs Avellaneda en 1985 sobre la Argentina literaria despus de los militares.80
Si bien no estamos hablando de un despus sino de un antes de los militares, nos
interesa, por el momento, el diagnstico que traza el autor a partir de la oposicin
realismo-antirrealismo. Avellaneda delimita tres momentos en el desarrollo del canon
realista: a) Para el primero, se puede tomar el ao 1941 como fecha simblica por
sendos premios ganados por Ciro Alegra y Bernardo Verbitsky del carcter triunfal
del canon narrativo realista (versin rural o urbana) en el continente. b) A fines de
los cincuenta asistimos al pico del realismo crtico teorizado por Juan Carlos
Portantiero y puesto en prctica entre otros por David Vias. c) Hacia 1960 el grupo
Contorno efecta algunos ajustes mediante la crtica al realismo socialista y al
realismo apoltico, y mediante la incorporacin de Roberto Arlt al panten de la
literatura nacional. Y concluye: El grueso de la narrativa escrita y publicada entre
1960 y 1980 sigue en lneas ms o menos amplias el canon de la ilusin mimtica [...]
(Con la casi nica excepcin de Julio Cortzar...). Hasta aqu, no parece haber
demasiadas diferencias con los textos que hemos venido reseando, desde el catlogo
de Sosnowski, en donde se puede advertir que el realismo aparece como dominante,
hasta las admonitorias prevenciones de Vias cuando certifica que la influencia de
Cortzar en los jvenes puede torcer el rumbo de esa dominante. Lo que s resulta
novedoso en Avellaneda es la temprana deteccin de los desafos al canon realista,
que aparecen desdibujados o reducidos a meras referencias ocasionales en los dems
trabajos. Estos desafos no son el fruto de ciertos contactos generacionales o de
grupos determinables y su incidencia ser diferida en el tiempo: sus propuestas
quedan enterradas bajo el imperio del canon realista prcticamente hasta comienzos
de la dcada del ochenta.... As, el autor que no alcanza a definir los alcances
estticos de estos desafos aporta una suerte de contra-catlogo en el que se
destacan algunos autores que aparecan perdidos en el conjunto:
"Entre 1960 y mediados de la dcada siguiente aparecen los primeros
desafos al canon narrativo realista: Jorge Di Paola (Hernn, 1963);
Nstor Snchez (Siberia Blues, 1967; El amhor, los orsinis y la muerte,
1969; Cmicos de la lengua, 1973); Amalia Jamilis (Detrs de las co-
lumnas, 1967; Los das de suerte, 1968; Los trabajos nocturnos, 1971);
Anglica Gorodischer (Opus dos, 1967; Las pelucas, 1968; Bajo las
jubeas en flor, 1973); Germn L. Garca (Cancha Rayada, 1970; La va
regia, 1975); Luis Gusmn (El frasquito, 1973; Brillos, 1975); Osvaldo
Lamborghini (El fiord, 1973); Mario Goloboff (Caballos por el fondo de
los ojos, 1976); Juan Jos Saer (El limonero real, 1974; La mayor, 1976);
80
Avellaneda, Andrs, (1985) Realismo, antirrealismo, territorios cannicos. Argentina literaria
despus de los militares, en Vidal, Hernn (ed.). Fascismo y experiencia literaria: reflexiones
para una recanonizacin, Institute for the study of ideologies and literature, Minneapolis,
Minessotta, pp. 578-588.
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Sobre el final, el objeto de la crtica se precisa con la aparicin de una palabra que
inundar los textos de aquellos aos: ideologa. Si todo lenguaje est cargado de
ideologa, el objeto se ampla a la totalidad del pensamiento y no slo al lenguaje
literario; por ende, no estamos ante una revista literaria.
Sin embargo, la lectura de muchos de los trabajos crticos que aparecern en
la revista permiten leer la nota editorial inicial tambin como una declaracin de
principios, porque para desacralizar el texto, para explicitar su ideologa, es necesario
detenerse en sus silencios y en sus vacos: nunca la ideologa aparece en la superficie
textual, es ms como haba enseado el marxismo toda ideologa que se explicita
enmascara, y la crtica est llamada a desenmascarar, a subrayar un interrogante
sobre las ideas. Veamos. Dice Nicols Rosa a propsito de un libro de Sarduy
(n 2; p. 5):
"El inconsciente considerado como un lenguaje (Freud, Lacan), el fon-
do de la obra considerado como un vaco (el silencio: Mallarm,
Blanchot), o el contenido como metfora de la ausencia (Barthes) nos
liberan de la tentacin realista."
Schmucler sobre la novela de Cortzar (n 2; p. 11):
"...conciencia de la autonoma del texto: el texto de 62 dice la verdad
de s mismo y no representa al mundo exterior: participa de ese mundo
y proclama negndola la ideologa que lo piensa."
El mismo Schmucler con relacin a Puig en un artculo que se titula Los silencios
significativos (n 4; p. 9):
"Boquitas pintadas denuncia el lenguaje que utiliza (la ideologa que
comporta) cuando simula creer en l."
Y Piglia sobre Cosas concretas, la novela de David Vias (n 6; p. 3):
"...la novela no hace otra cosa que narrar la imposibilidad de hacer
hablar a la prctica poltica con las palabras de la literatura. Al convertir
a esa prctica en una ausencia y un silencio, deja ver una verdad que
Lore trata de exorcisar [sic] en la escritura..."
Vaco, ausencia, silencio: all habla la ideologa deja ver una verdad, dice
Piglia, o mejor, all se la hace hablar. Si toda vez que la ideologa se explicita engaa,
entonces es posible identificar al enemigo de la nueva crtica: el realismo. Nos
liberan de la tentacin realista, apunta Rosa, es decir, liberan al escritor de la tentacin
realista, pero el nos remite a la crtica: los nuevos instrumentos liberan al crtico de
la lectura ingenuamente realista. As, el texto de 62 y no Julio Cortzar no
representa al mundo, sino que es parte del mundo y cuando proclama la ideologa
que lo piensa, a la vez la niega; el texto de Boquitas pintadas y no Manuel Puig
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En el n 28 aparecer una Respuesta de Blas Matamoro (pp. 19-20), y una Contracrtica, de
Nicols Rosa (pp. 21-24).
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Los Libros llena as el que parece ser un requisito insoslayable para las revistas
culturales argentinas: fijar su posicin frente a Arlt y Borges. Y lo hace exhibiendo el
doble afn del que habla Panesi: Marx y Barthes. Rosa por un lado rescata a
Borges del mismo modo que Marx rescata a Balzac; por otro, define la ruptura o
viraje que comienza con Flaubert (cf. El grado cero de la escritura) a partir de
oposiciones que haba difundido la crtica francesa.84 Piglia parafrasea a Marx en el
ttulo mismo de su trabajo, para luego cruzar dos categoras que proceden de campos
diversos: condiciones de produccin y cdigos de lectura. Pero el tironeo no
slo aparecer en el discurso crtico, sino segn veremos en la seleccin de textos
que merecen ser comentados: qu se dice de l, pero tambin de qu texto se habla.
En segundo lugar, la latinoamericanizacin de la revista se plantea de un
modo explcito en la nota editorial del n 8, titulada Etapa (p. 3). Me interesa destacar
algunos aspectos de esa nota: a) La latinoamericanizacin se plantea como una
necesidad econmica y no como un imperativo de tipo ideolgico: Los Libros
cuenta ahora con el auspicio de algunas de las ms importantes editoriales mejicanas,
venezolanas, chilenas y argentinas y con un eficiente sistema de distribucin.... b)
En los diez meses de vida, dice la nota, se sucedieron elogios y crticas: ciertas
coincidencias resultaron inquietantes: Los Libros fue acusada de crptica, elitista,
extranjerizante y estructuralista.... La reaccin de la revista es curiosa; primero se
defiende (esta nueva crtica reacciona como Barthes ante crticas similares que
haba recibido de Raymond Picard): lo nico que se intentaba era introducir un
discurso especfico, un mtodo riguroso. [...] Contra una crtica terrorista de intereses
o de grupos, se ha intentado oponer la bsqueda de las estructuras reales que se
descubren bajo formulaciones imaginarias. Pero luego retrocede, acepta las crticas,
y promete enmendar los errores hacia el futuro: A veces la incomunicacin echaba
por tierra las intenciones del crtico. c) Por ltimo, una reflexin que revela una vez
ms el tironeo y en la que resuenan ecos de las posiciones de Cortzar que, hacia
1969, estaba polemizando con Collazos: Es sabido que con la crtica de libros no se
superar el subdesarrollo que padecen los pases latinoamericanos. Pero es engaosa
toda postulacin transformadora que contine hablando el viejo lenguaje. En
cualquier caso, y volviendo al segundo axioma, es acertada la observacin de Panesi:
la latinoamericanizacin de la revista pasa por la ampliacin del mercado ms
publicidad, mejor difusin, ms lectores, y por la poltica, en nmeros especiales
dedicados a la situacin poltica en pases latinoamericanos -n15/16: Chile; n 19:
Bolivia; n 20: Cuba; n 22: Per; n 24: Uruguay-; pero mucho menos por la literatura:
a diferencia, por ejemplo, del lugar que ocupa en Crisis, la literatura latinoamericana
no tendr un espacio destacado en la revista. Es ms, en el n 12, Santiago Funes,
84
La influencia de Barthes es bien visible en el discurso crtico de Los Libros. Baste sealar que
Nicols Rosa traduce S/Z y El placer del texto, y Hctor Schmucler, Mitologas, todos para la
editorial Siglo XXI.
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provocan la alarma de Portantiero que al entrar en debate con las revistas Envido y
Orden del Sol, a comienzos del 71, escribe:
"Las cosas, ahora, parecen haber cambiado. Sociologa nacional, l-
nea nacional, pensamiento nacional, han pasado a ser suertes de
contraseas a travs de las cuales trata de establecerse la posibilidad
de una crtica a la ideologa liberal y a las instituciones en que sta se ha
cristalizado, superando al nacionalismo de derecha mediante una invo-
cacin populista que simultneamente jaquea a la izquierda acusndola
de no haberse liberado de sus trampas de origen." (n 15/16; p. 51)
Pero la polmica se profundizar en la segunda etapa de la revista, cuando
Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo inician una prolongada tarea de cuestionamiento
del pensamiento nacional que tendr en Los Libros su primer escenario y, aos
ms tarde, continuar en Punto de Vista. En el n 33 se publica una nota editorial
titulada Liberacin o dependencia en la que se discute con el peronismo la
propiedad de la consigna; en el mismo nmero, los autores citados optan por un
tono de enfrentamiento:
"Cmo explicar entonces la conservacin en el interior de los aparatos
ideolgico-culturales de un pensamiento, una esttica y una retrica
caracterizados por el espiritualismo, el hispanismo reaccionario, las ver-
siones racistas o indigenistas del nacionalismo y hasta los mismos mi-
tos y hroes de la lite oligrquico-liberal?" (Acerca de poltica y cul-
tura en la Argentina; p. 23).
Y en el n 38 hacia fines del 74, Beatriz Sarlo publica un minucioso trabajo sobre
uno de los escritores faro de la llamada izquierda nacional: Hernndez Arregui:
historia, cultura y poltica (pp. 3-7): Hernndez Arregui fue un terico consecuente
del peronismo al que sirvi (...) para atraer a su seno precisamente a miembros de la
pequea burguesa intelectual y universitaria a la que proporcion los argumentos
tericos de una operacin poltica (p. 7). De modo que la distancia que se va
produciendo entre izquierda y peronismo alcanza al campo de la lucha poltica e
ideolgica, pero quizs por el recaudo de no contaminarse con las tendencias a las
que acusaban de populistas los intelectuales de Los Libros no llevarn la discusin
al campo de lo que sin demasiadas consideraciones tericas se llamaba cultura
popular, la que, como vimos, tena un lugar privilegiado por aquellos aos en las
pginas de Crisis. Se nos podra objetar que existen manifestaciones de cultura
baja que no necesariamente deban ser asociadas con el concepto de cultura
popular. En efecto, este problema est implicado en el cuarto axioma.
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con la crtica borgeana (me refiero al de Nicols Rosa, Borges y la crtica, n 26;
pp. 19-21), y reclama una nueva lectura de Borges a partir de la consolidacin de
los instrumentos de la nueva crtica. As, comenzaba una suerte de distanciamiento
de lugares comunes muy difundidos respecto de Borges elitismo, europesmo,
indiferencia por la problemtica social y una revaloracin de su obra que ver su
apogeo despus de la dictadura. Por qu la revista es particularmente elogiosa
cuando se ocupa de Bioy Casares? En este caso como en muchos otros, es de
aplicacin el criterio sealado: depende de quin escribe. El director Schmucler
entrevista a Bioy y declara su admiracin por los textos que llevan su firma (nica
verdad que interesa desde el punto de vista de la literatura) (n 3; pp. 16-17); si
leemos con atencin los artculos de Los Libros, esa nica verdad es slo
aplicable a Bioy. Pero, adems, las dos reseas sobre textos de Bioy las escriben
dos crticos atpicos en la revista: Jaime Rest (n 2; pp. 8 y 10) y Enrique Pezzoni
(n 7; p. 4); el ltimo, como es sabido, ligado al grupo Sur; como si se hubieran
buscado esos crticos para ocuparse de ese objeto. Por lo dems, los trabajos de
Santiago Funes sobre Murena (n 1; p. 10); de Beatriz Sarlo sobre Mallea (n 12; pp.
9-10), en el que se afirma que la historia y la sociedad no existen sino como
decorados posibles de un individualismo sin contingencias; y de Mario Szichman
sobre Bianco (n 31; pp. 32-33), con recurrentes trminos como reaccionarismo,
ocultamiento, ideologa de clase; ponen en evidencia que aun con el silencio
sobre Borges y con los elogios a Bioy la mirada hacia Sur reescribe desde la
izquierda desde la categora clase los juicios negativos que el peronismo haba
formulado sobre Sur, como parte de un proyecto antinacional, de penetracin
cultural y de colonizacin pedaggica.
Cuando se trata del grupo antagnico de Sur, la llamada generacin del 55
que abarca, como vimos, una serie de escritores muy heterognea, la nmina
parece reducirse a los dos nombres en los que se haba detenido Juan Carlos
Portantiero en su temprano anlisis del realismo en Argentina85 : David Vias y
Beatriz Guido. Ricardo Piglia, a propsito de Cosas concretas, seala el tema de la
corporalidad en la novela, lo que constituir un verdadero tpico en la crtica
sobre la narrativa de Vias especialmente con relacin a su novela del exilio,
Cuerpo a cuerpo: ...el lenguaje de la accin es hablado con el cuerpo, o mejor: la
literatura que acta en la legalidad del mercado es el reverso del discurso
clandestino, silencioso, de la prctica revolucionaria (n 6; p. 3). Adems, la revista
da un lugar al propio Vias mediante la publicacin en el n 12 de Sbato y el
bonapartismo (pp. 6-8), un adelanto de su libro de prxima aparicin De
Sarmiento a Cortzar. Y en el n 18 Rosa escribe, precisamente sobre el libro de
85
Portantiero, Juan Carlos, (1961) Realismo y realidad en la narrativa argentina, Buenos Aires,
Procyon.
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Vias del 71, uno de los trabajos ms citados sobre su escritura crtica, donde es
posible verificar el laborioso pasaje que la crtica opera desde la pura actividad
mostrativa hasta la produccin significante (p. 14). Como afirma Panesi en el
artculo ya citado:"
Diferente es el lugar que ocupa Beatriz Guido; en dos oportunidades Beatriz Sarlo
se refiere a su novela Escndalos y soledades (n 14 y n 25): ...la literatura femenina,
notoriamente inclinada a politizarse y a asumir una segunda naturaleza: en Beatriz
Guido, la naturaleza del collage, del pensamiento robado, crea un texto que es
hablado a travs de 121 agradecimientos finales: Escndalos y soledades (1970)
(n 25; p. 19). Ni epgonos ni parricidas, los crticos de Los Libros no condenan ni
rescatan en bloque ninguna tradicin; fieles a esa actitud, no vacilan en destacar
a Bioy y a Vias sobre un fondo sometido a una crtica por momentos despiadada.
Pero insistimos: las evaluaciones dependen de quin escribe y cul es su
objeto; con esto no quiero afirmar lo obvio, sino hacer notar que no parecen haber
existido decisiones editoriales y menos grupales acerca de cmo reescribir el canon
de nuestra literatura. As como el artculo sobre Bioy lo escribi Pezzoni, la resea
sobre Megafn, de Leopoldo Marechal (n 13; pp. 6-7), la escribi Angel Nuez
el nico que asume su condicin de peronista en la encuesta a la crtica del n 28 (p. 6), y
ese hecho no obsta a que Sarlo se despache contra El banquete de Severo
Arcngelo en su panorama del n 25 (p. 19). Quizs sea el de Julio Cortzar el caso
que ms claramente evidencia la heterogeneidad de las miradas crticas: en un
primer momento, la resea que escribe Schmucler sobre 62 Modelo para armar (n
2; p. 11) en la que toma una respetuosa distancia frente a la audacia experimental
que Cortzar exhibe en la novela, y la orgullosa presentacin de un adelanto de
ltimo round en el n3 (La mueca rota; pp. 4-6); en un segundo momento, en
los 73 y 74, la politizacin de la revista pona a Cortzar en el banquillo de los
acusados: tales los casos de Jorge Rivera y su trabajo sobre Libro de Manuel
(n 30; pp. 34-35) y la resea de Josefina Delgado sobre Octaedro (n 37; p. 26), que
termina con una irona hacia el ttulo tantas veces citado del reportaje a Cortzar,
publicado en Crisis n 2 (y que ya comentramos en el captulo anterior): ...si su
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prctica social es la literatura [...] cabra esperar que hiciera de ella, el arma que
eligi, un eficaz instrumento de combate. La presencia de Ernesto Sbato en la
revista comienza con una auspiciosa resea de Jorge Rivera sobre su ensayo Tres
aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo (n 1; pp. 4-5); sin embargo, su
obra narrativa sufrir una muy diferente evaluacin. En dos oportunidades Sarlo se
refiere a ella: en el n 25, afirma que Sobre hroes y tumbas representa un verosmil
totalizante: la escritura que explica, denotativa y mtica a la vez, donde el nfasis
es uno de los medios para dar verosimilitud al texto. [...] Sbato pretende en ltima
instancia indicar no slo cmo su texto debe ser ledo sino cmo debe ser pensado:
tiende a la apropiacin de su lector, a su enajenacin (p. 18); y en el n 36, no ahorra
crticas ante la aparicin de Abaddn el Exterminador: psima calidad de su
escritura; no alcanza a contar no slo algo que interese sino a contar nada (p. 32).
A ese verosmil totalizante, mtico y enajenante se opone, segn la lectura de Sarlo,
la obra de Rodolfo Walsh:
"Frente a los textos que creen en lo verosmil estn los textos que pres-
cinden. Los textos que, como Operacin masacre, de Rodolfo Walsh,
se escriben a partir de una conviccin: no existe oposicin entre narra-
cin e historia;... (...) Con lo real narrativo muere lo posible narrativo,
es decir la ficcin: el lenguaje ya no es ms pretexto, pero tampoco,
como podra creerlo un realista ingenuo, medio; es, desde Operacin
masacre a Quin mat a Rosendo?, un espesor donde cabe la eleccin
social, la moral de la forma que caracteriza Barthes: una escritura. Por
eso las dos crnicas de Walsh son la propuesta de la dcada, en fun-
cin de un nuevo tipo de discurso desalienante..." (n 25; p. 18)
Antes, en el n 1 de la revista, Anbal Ford rescataba a Walsh, pero por razones muy
diferentes: a pesar de que su escritura es atpica, desordenada, esencialmente no
especializada (p. 28), su obra se alza contra los obstculos que se oponen a la
liberacin nacional y social (p. 29). En cualquier caso, no deja de resultar curioso el
generalizado respeto en Nuevos Aires, en Crisis, en Los Libros por la figura de
Walsh en la dcada del setenta anterior al golpe militar, una dcada atravesada por
turbulentas polmicas y encendidos debates; y digo curioso porque algunos aos
despus de la cada de la dictadura su figura de intelectual militante asesinado por
los militares haba desplazado al celebrado iniciador de la escritura como resistencia
y de la non-fiction verncula.86
Pero mientras saldaban la relacin con sus padres Arlt, el grupo Sur
(pero todava no Macedonio), Vias y Guido, Marechal, Cortzar, Sbato, Walsh,
86
Me refiero, por ejemplo, a la tan comentada encuesta sobre las diez novelas ms importantes
de la literatura argentina, que Juan Carlos Martini y Rubn Ros organizaron en la revista
Humor (comienza en el n 196, de mayo del 87, y se cierra con la Tabla final en el n 203,
102
Quin de nosotros escribir el Facundo?
los crticos de Los Libros se ocupaban de sus pares: Di Benedetto, Saer, Puig,
Lamborghini, Szichman, Snchez, Rodrigu, Toms E. Martnez, Rivera, Gusmn. El
lugar de Puig en la revista ya comenzaba a anunciar las controversias posteriores
sobre sus novelas. Ya hemos citado el trabajo de Schmucler publicado en el n 4: la
narrativa de Puig se constituye en el modo en que los silencios significan:
"...dilogo de silencios enunciados por un lenguaje cuyo sentido se
constituye, justamente, en el ocultamiento. [...] El lenguaje de Boquitas
pintadas habla para callar, para ocultar. [...] Las pginas del libro po-
dran constituir un catlogo de silencios. [...] Los personajes son silen-
cios espaciales, recorridos por los hechos que los rodean. (p. 8) [...] en
Boquitas pintadas no hay hacedores, todos son hablados por un mun-
do cuyo lenguaje simula la vida, pero que exterioriza, en los silencios
que significa, la muerte irremediable que contiene." (p. 9)
Sin embargo, no todos leyeron lo mismo en la novela del 69. Miguel Dalmaroni ha
hecho notar que Boquitas... es el texto ms votado (la pregunta era: Cul es para
usted el mejor libro de ficcin narrativa publicado en Argentina en 1969?) en la
encuesta a escritores que se publica en el n 7 (enero-febrero del 70).87 Pero lo
llamativo es que el voto por la novela de Puig rene a escritores de ideologas y de
escrituras tan diferentes como Beatriz Guido, Marta Lynch, Germn Garca y Osvaldo
Lamborghini. Mientras este ltimo afirma que con la obra de Manuel Puig, la su-
puesta funcin expresiva del lenguaje literario y la variada gama de ilusiones al
respecto, sufre un golpe verdaderamente crtico (p. 12); Marta Lynch elogia la
novela por su envidiable originalidad, por su vigor y frescura en el mtodo narrati-
vo, por la admirable mezcla de ternura y de irona utilizados para hacer nada menos
que el retrato fino y trascendente, de la mamarrachera argentina (p. 22). Desde
entonces hasta hoy, la narrativa de Puig ha logrado esta doble convocatoria a la
lectura: una tensin constante entre quienes se detienen en su poder representativo
y quienes leen all un corte radical con los modos de representacin. Como dice
Dalmaroni:
"Galeras de tipos, de retratos, pinturas de usos y costumbres, Boquitas
es para Lynch lo que para Los libros y para Literal la novela niega,
de agosto del mismo ao): ni en las extensas siete tablas parciales ni en la final aparece
mencionado Walsh. Es ms, en el comentario de Beatriz Sarlo sobre la encuesta que se publica
en el n 205 (septiembre del 87, p. 95), quien consideraba a las obras de Walsh la propuesta de
la dcada no se sorprende por su ausencia y s, por ejemplo, por la omisin de la Autobiografa
de Victoria Ocampo.
87
Dalmaroni, Miguel, (1998) Todo argentino es hroe de Boquitas, en Amcola, Jos y Speranza,
Graciela (comps.). Encuentro Internacional Manuel Puig. Rosario, Beatriz Viterbo/Orbis Tertius,
pp. 104-110.
103
Jos Luis de Diego
88
El n 1 de Literal aparece en noviembre de 1973 con un Comit de Redaccin integrado por
Germn L. Garca, Luis Gusmn, Osvaldo Lamborghini y Lorenzo Quinteros; el n 2/3 en
mayo del 75 con un Consejo de Redaccin en el que continan Garca, Gusmn y
Lamborghini, y Jorge Quiroga reemplaza a Quinteros; y el n 4/5 en noviembre del 77 en el
que figura Germn L Garca como Director y en la Construccin, el propio Garca y
Gusmn. Sobre la publicacin, puede consultarse: Giordano, Alberto. 1999. Literal: las paradojas
de la vanguardia en: Razones de la crtica. Buenos Aires, Colihue. Dice Giordano: Hay revistas
cuya importancia se mide en trminos de extensin: cantidad de aos durante los cuales
aparecieron, cantidad de nmeros editados durante esos aos, [...]. Hay otras revistas en cambio
que se nos imponen como objeto de estudio en tanto las evaluamos en trminos de intensidad.
[...] La revista Literal, de la que slo aparecieron cinco nmeros en tres volmenes, con una
periodicidad errtica, es una de esas rarezas que, ms all de su escasa consistencia institucional,
se convierten en la ocasin de que volvamos a encontrarnos con nuestras dificultades, de que
volvamos a pensar. Lo dicho importa si tenemos en cuenta a Literal en tanto antecedente de
las estticas que, segn veremos, se irn imponiendo a partir de la dcada del ochenta; en
particular, lo que podramos llamar el populismo intelectual en su versin vanguardista.
89
Sobre Sitio, cfr. Patio, Roxana. 1997. Intelectuales en transicin. Las revistas culturales
argentinas (1981-1987), en Cuadernos de Recienvenido n 4, Universidad de San Pablo,
pp. 29 y ss.
105
Jos Luis de Diego
106
Quin de nosotros escribir el Facundo?
IV - LA DICTADURA
No resulta sencillo escribir sobre la ltima dictadura militar, y esto por varias
razones. Primero, el riesgo del lugar comn. A partir de los inicios del 83 el aluvin de
testimonios, documentos e investigaciones fue tal que cualquier resea que se
pretenda de ese material no aportar demasiado de original y probablemente abunde
en tpicos remanidos. Es frecuente leer esas reseas a manera de prlogo o
introduccin a cualquier estudio sobre el perodo, trtese o no del mundo de la
cultura. Estudios desde la teora poltica, desde la historia, la economa o los aspectos
legales, desde la perspectiva de los derechos humanos, estudios desde los modos
de organizacin social, desde la salud mental o el comportamiento del periodismo, de
las iglesias, o del mundo del deporte. El tristemente clebre Proceso se nos muestra
a menudo como una rara avis, como una incmoda excrecencia de la historia que es
necesario disecar para conocer su etiologa, y parece necesario focalizar en el
comportamiento de cada uno de sus componentes como un modo de comprender
mejor el conjunto: ste es sin duda uno de los temas en debate. Segundo, porque,
como dijo Beatriz Sarlo, pocos temas convocan como ste a la primera persona.90
Los instrumentos de anlisis, o bien debern afinarse de modo de reducir al mximo
las presiones de la subjetividad, o bien debern admitir que la primera persona se
filtre como un elemento ms en la conformacin del objeto: como qued dicho en el
captulo I, trataremos de recorrer la primera de las alternativas. Tercero, el riesgo
sucedneo del anterior de que las evaluaciones de los hechos deriven en la
evaluacin de las responsabilidades de los sujetos. Si se analizan los debates que
atraviesan el mundo de la cultura, especialmente del 83 al 86, se advertir que esta
tendencia es irrefrenable aun en aquellos que pretenden focalizar las
responsabilidades en la dictadura y evitar la fragmentacin del campo cultural: una
vez ms, las polmicas tendrn un carcter ad hominem y no es fcil recortar categoras
90
Sarlo, Beatriz, (1988) El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado, en Sosnowski,
Sal (comp.), Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino. Cit., p. 95.
107
Jos Luis de Diego
de anlisis que permitan atenuar esa tentacin para posibilitar una evaluacin del
conjunto. Esta dificultad se plantea en la escritura misma: la eleccin de ciertos
trminos, el nfasis en la adjetivacin, el acento en tal o cual hecho; si suele afirmarse
que la escritura nunca es inocente, ese axioma, cuando se habla de la dictadura,
resulta flagrante. Intentaremos sortear estos riesgos.
Tres aspectos nos interesan particularmente en este captulo: a) Delimitar
los alcances de la accin de la dictadura en el campo de la cultura. Ms all de la
descripcin de esa accin, nos importa plantearnos la siguiente cuestin: a menudo
se ha tildado a la dictadura de fascista y el adjetivo muchas veces ha referido ms
a la accin represiva contra la sociedad, que a cierta concepcin de Estado y de
gobierno asociada al modelo clsico del fascismo italiano y sus variantes.91 En este
sentido, es posible preguntarse: existi algo definible como una ideologa de la
dictadura, es decir, un conjunto de ideas ms o menos sistemtico que estuvo
detrs, como fundamento, de la accin represiva?; y, correlativamente, existi una
cultura autoritaria de caractersticas propias durante la dictadura, de la manera
que suele hablarse de una cultura fascista?92 b) Describir las acciones del campo
cultural en el perodo. Si bien nuestro objeto es la literatura, es sabido que la
produccin de esos aos, salvo algunas excepciones, resulta diferida: la mayora de
los textos escritos durante la dictadura son publicados despus de su cada. De
modo que cuando se habla de manifestaciones de la cultura en aquellos aos las
menciones ms recurrentes apuntan a formas de expresin que tuvieron en ese
momento algn alcance pblico: revistas, recitales de rock, Teatro Abierto, etc. En
paralelo, las acciones que no pudieron acceder al mbito de lo pblico; la cultura de
catacumbas: la labor solitaria de los artistas, los pequeos grupos de estudio, los
talleres literarios. c) Analizar los debates del campo intelectual que comienzan a
vislumbrarse limitada y espordicamente hacia 1980 y que aparecen con fuerza
explosiva a partir de la asuncin del gobierno democrtico. Estos debates tuvieron
dos ejes no siempre bien delimitados; por un lado, los ajustes de cuentas, las
responsabilidades de uno y otro frente a la dictadura: los que se quedaron, los que
91
Sobre el fascismo en Amrica Latina, puede consultarse Trinidade, Helgio, (1983) La cuestin
del fascismo en Amrica Latina, en Desarrollo Econmico, vol. 23, n 91, octubre-diciembre,
pp. 429-447. All se resean trabajos de autores que asocian a las dictaduras de los 70 con el
concepto de fascismo como Agustn Cueva y Ren Zavaleta Mercado, y de quienes creen que
esa asociacin es inadecuada Hugo Zemelman, Atilio Born, Alain Rouqui. En el nmero
especial de Les Temps Modernes ya citado, David Vias no duda en utilizar el apelativo: ...on
t assassins par le fascisme: Rodolfo Walsh, Francisco Urondo, Haroldo Conti (p. 53). Del
mismo modo, Hernn Vidal, en un lcido trabajo, asimila las dictaduras latinoamericanas con el
trmino genrico de fascismo (Hacia un modelo general de la sensibilidad social literaturizable
bajo el fascismo, en Vidal, Hernn (ed.), (1985) Fascismo y experiencia literaria: reflexiones
para una recanonizacin. Institute for the study of ideologies and literature, Minneapolis,
Minessotta, pp. 1-63.
92
Sobre los aspectos culturales del fascismo italiano, Tannenbaum, Edward R., (1975) (El original
en ingls es de 1972). La experiencia fascista. Sociedad y cultura en Italia (1922-1945).
Madrid, Alianza. En especial, los captulos 8, 9 y 10.
108
Quin de nosotros escribir el Facundo?
se fueron, los que colaboraron, los que resisitieron, los que denunciaron, los que
permanecieron en silencio; por otro, la reformulacin crtica de tpicos centrales en
las ideologas de los 70: la revaloracin de la democracia y la cada de la idea de
revolucin como vehculo de transformacin social, el nacimiento de un imperativo
tico por encima de los avatares polticos, la rediscusin del concepto cultura
popular como un intento de que no se transforme una vez ms en patrimonio de las
ideologas populistas, etc.
109
Jos Luis de Diego
(del primer caso es ejemplo el Decreto 1774/73, que prohibe la introduccin por va
aduanera de literatura considerada subversiva, firmado por Ral Lastiri un da antes
de que asumiera el gobierno Juan D. Pern).94 Ms que ruptura, entonces, continuidad:
a juzgar por sus decisiones pblicas, la diferencia de la accin represiva de la dictadura
del Proceso respecto de gobiernos anteriores no es de naturaleza, sino de grado.
Otro rasgo que cita Avellaneda es el carcter descentralizado o ms que
descentralizado, catico de las decisiones:
"A diferencia de otros casos ejemplares de censura, como por ejemplo
el de la Espaa franquista, no hubo nunca en la Argentina una oficina
de censura centralizada, con prcticas establecidas y con una organiza-
cin administrativa reconocida. Este rasgo de ubicuidad, este estar en
todas partes y en ninguna, fue desde 1974 el elemento de mayor efecti-
vidad del discurso de censura cultural argentino. Su modo operativo se
encuadraba as en la planificacin general del terrorismo de Estado, una
de cuyas metodologas bsicas fue la represin ejercida de modo indis-
criminado y sin fundamento claro para internalizar masivamente el con-
cepto de castigo y paralizar de tal manera el mayor nmero de reaccio-
nes posibles." (pp. 13-14)
Continuidad ideolgica y deliberada descentralizacin de la accin represiva: la
combinacin de ambos rasgos intenta producir el efecto de naturalizacin ideolgica;
esto es, no son ideas sino valores de nuestra identidad y, al no venir de nadie, es
porque son de todos. Cules son esos valores que sirvieron como sustento en
los considerandos de actas y resoluciones? Una de las grandes unidades as
las llama Avellaneda que renen y subordinan los significados del discurso cultural
define al sistema de la cultura segn tres caractersticas: a) posee una misin noble
que no debe ser alterada; b) debe estar siempre subordinado a lo moral; c) puede ser
usado indebidamente. (p. 19). De modo que suponer que el discurso de la cultura
puede ser usado indebidamente, implica que puede ser disfrazado para ponerse al
servicio de algo que atenta contra nuestra identidad y nuestras costumbres, de
donde deriva un concepto de cultura verdadero lo legtimo, nuestro, de adentro
y uno falso lo ilegtimo, ajeno, no-nuestro, de afuera. Si la cultura verdadera debe
estar subordinada a lo moral, entonces ser necesario recortar progresivamente el
alcance de lo no-moral, que abarca los conceptos de sexualidad/familia, religin y
seguridad nacional. El concepto de intimidad sexual, propia, es atacada por el concepto
de sexo indiscriminado, ajeno, en las formas de la perversin, la promiscuidad y la
prostitucin, mientras que el concepto de familia se contrapone al de no-familia, que
asume cualquiera de los modos en que se atenta contra el matrimonio adulterio,
94
Se trata del decreto que citamos en pie de pgina del captulo II, ya que haba sido mencionado
en Crisis, n 11, p. 74.
110
Quin de nosotros escribir el Facundo?
95
Sidicaro, Ricardo, (1989), Ideas de cuando las ideas se mataban, en Babel, ao II, n 10,
Buenos Aires, julio, pp. 14-16.
113
Jos Luis de Diego
96
Las citas fueron tomadas del artculo de Sidicaro, p. 16.
97
Tern, Oscar, (1983) El error Massuh, en Punto de Vista, ao VI, n 17, Buenos Aires, abril-
julio, pp. 4-6.
98
A conclusiones semejantes llega Rodolfo Fogwill refirindose a otro libro de Massuh, Pensar la
Argentina: Es un testimonio documental de cmo muchos intelectuales hoy arrepentidos,
planificaban la construccin de una Nueva Argentina a partir de los logros alcanzados por el
gobierno militar de 1976 (Los libros de la guerra, en El Porteo, n 32, Buenos Aires, agosto
de 1984, p. 56).
114
Quin de nosotros escribir el Facundo?
99
Augusto Conte analiza los diferentes niveles de un modo aproximadamente anlogo al de
Avellaneda: Se trata de lo que podramos llamar normas de un primer nivel en cuanto resultan
ser de carcter general. Faltara, en consecuencia, un segundo nivel, que podramos llamar de
normas reglamentarias y un tercer nivel, mucho ms preciso, de naturaleza administrativa y
eminentemente operacional, probablemente con indicacin de nombres concretos de personas
a detener y blancos sobre los cuales operar (Las directivas secretas relativas a la represin,
en El Porteo, n 32, Buenos Aires, agosto de 1984, p. 13).
100
Merece destacarse alude a la importancia del diario y a su nivel de circulacin y no implica un
juicio de valor de tipo tico. Es sabido cunto de oportunismo podan esconder estas polticas de
apertura en empresas periodsticas que guardaron prolijo acatamiento en aos de la dictadura.
115
Jos Luis de Diego
cinco largos aos; las presiones y clausuras que soport el Centro Editor desde
que en Baha Blanca el general Acdel Vilas afirm que el Centro era claramente
subversivo; la irrupcin de un destacamento al mando del teniente primero Xifra en
las oficinas de Eudeba el 26 de febrero de 1977 para secuestrar y retirar de circulacin
varios ttulos. Por ltimo, se hace referencia a los escritores desaparecidos Haroldo
Conti y Rodolfo Walsh y a los encarcelados y luego exiliados Alberto Adellach,
Antonio Di Benedetto y Daniel Moyano. Desde la publicacin de este informe que,
por supuesto, no fue el primero, pero s el ms conocido por su alcance nacional,
numerosos artculos en publicaciones peridicas y libros fueron completando los
datos de la sistemtica agresin contra el mundo de la cultura.
Quizs uno de los trabajos ms reveladores apareci, tambin en Clarn,
bajo el ttulo Los archivos secretos de la represin cultural, al cumplirse veinte
aos del golpe militar, el 24 de marzo de 1996. El extenso informe preparado por
Sergio Ciancaglini, Oscar Ral Cardoso y Mara Seoane saca a la luz a la llamada
Operacin Claridad: Por primera vez se conocen los archivos secretos que revelan
el mecanismo utilizado tras el golpe militar para la depuracin ideolgica en el
mbito cultural, artstico y educativo. Se trata del material surgido de un organismo
de inteligencia encubierto bajo el eufemstico nombre de Recursos Humanos y
que dependa del Ministerio de Educacin; el carcter encubierto de la dependencia
se encuentra reconocido de modo explcito en el memorndum estrictamente
confidencial y secreto, del 23 de noviembre de 1976, que enva el Ministro de
Educacin, Ricardo Bruera, al general Videla. Se puede leer en ese memorndum:
"La radicalizacin del accionar opositor de docentes, alumnos y no
docentes en el quehacer educativo y de los elementos actuantes en el
mbito cultural y cientfico tcnico adquiere una importancia tradicio-
nalmente relevante... [...] Se cre, entonces, bajo el encubierto nombre
de Recursos Humanos un rea que funciona como dependencia del
Departamento de Asesores del Ministro. [...] El MCE necesita contar
con una partida de fondos secretos que permita afrontar los gastos que
insume el pago de los servicios del personal tcnico y la creacin de
toda la infraestructura de apoyo a la labor informativa (pago de infor-
mantes ocasionales) todo lo cual ha sido evaluado por la SIDE y pro-
puesto a su Excelencia para su aprobacin."
A pesar de que los documentos elaborados por esa dependencia estaban destinados
estrictamente al destinatario que deber proceder a su destruccin cuando
deje de tener utilidad informativa,101 el acceso a 23 carpetas que se salvaron
101
En un informe se lee: Esta carpeta deber ser guardada bajo llave, y vaciada por lo menos dos
veces a la semana en la mquina trituradora. La orden incluye hasta los papeles carbnicos:
sern TRITURADOS, nunca tirados en el cesto papelero.
117
Jos Luis de Diego
102
La Prensa, 30 de abril de 1976, p. 6. Citado por Avellaneda, Andrs. Op. cit., p. 135.
103
Como una irona propia de la tragedia griega, deca Conti de los escritores: A los otros, los que
no sirven ni se sirven se los condena al silencio, o a las revistas literarias, que es casi lo mismo
porque aparecen y desaparecen con tanta velocidad que uno, a lo sumo, es nada ms que eso: un
aparecido, (en Crisis, n 16, Buenos Aires, agosto de 1974, p. 42). En Crisis n 41 (abril de
1986, pp. 51-52) se publica el testimonio de la esposa de Conti en el que relata los pormenores
de su detencin. La publicacin en El Porteo del artculo Dilogos con Haroldo Conti, de
Irma Cairoli, suscit una polmica en las Cartas de Lectores de esa revista con el hijo del
escritor, Marcelo Conti, sobre aspectos discutidos de la biografa de su padre (El Porteo,
Cartas, febrero de 1985, p. 4, y mayo de 1985, p. 4).
104
Cfr. Walsh, Rodolfo, (1996) Ese hombre y otros papeles personales, edicin a cargo de Daniel
Link, Buenos Aires, Seix Barral, marzo, pp. 247-249.
119
Jos Luis de Diego
anunciada por Miguel Bonasso en una carta de lectores: ...cay asesinado en una
emboscada del Grupo de Tareas 33/2 de la Escuela de Mecnica de la Armada (El
Porteo, n 35, noviembre de 1984; p. 4), aceptada por Emilio Massera que declar
en un reportaje televisivo: Se defendi y fue muerto a tiros, y confirmada por
Horacio Verbitsky (La muerte de Rodolfo Walsh, en Pgina/12, 20 de agosto de
1995). Este es el testimonio de Pedro Orgambide, exiliado en Mxico:105
"Muri Rodolfo Walsh. Lo abatieron no s si en una cita envenenada o
en el azar funesto de estos das. Muri el mejor, sin duda. Lcido, crtico
inconformista, brillante. [...] Una noche como sta, de diluvio y de muer-
te, encontr en Buenos Aires al poeta Miguel Angel Bustos [...] Se lo
llevaron. En la Argentina los poetas no van al muere, se los llevan de los
pelos, los arrojan al mar. [...] Ayer se llevaron a Roberto Santoro; lo
fueron a buscar al colegio donde trabajaba como preceptor. [...] Me
cuentan que Francisco Urondo tena una gran mancha en el pecho por-
que, segn dicen, ingiri una pastilla de cianuro antes de caer frente al
enemigo. [...] Y a uno le da vergenza estar vivo me dice un poeta,
para quien el exilio es insoportable." (pp. 254-255)
106
El mismo tono elegaco se advierte en un texto de No Jitrik de 1977:
"A Rodolfo Walsh lo esperaron una maana en una calle de Buenos
Aires y nada ms se sabe de l; Francisco Urondo muri en un enfren-
tamiento (supo morir con la valenta con que vivi toda su vida); de
Haroldo Conti no se sabe nada con certeza, a veces alguien afirma que
muri durante la tortura, otras se dice que alguien lo vio hecho un
espectro o escuch su voz en algn vago campo de concentracin;
hace ya un ao que Antonio Di Benedetto est en una crcel, no s
cul, con uniforme a rayas, con la visita prohibida; hace poco, en Mxi-
co, muri Ricardo Luna de un paro cardaco; otro cineasta, Raymundo
Gleyzer ya no tiene existencia real; como de Conti, se dice que sobrevi-
vi a la tortura, se dice que muri; me contaron que Daniel Moyano
escap apenas de una segunda detencin y que, por suerte, est en
Madrid; a David Vias le pas otra cosa: inmediatamente despus de
salir de la Argentina le destruyeron la casa y lo hubieran destruido a l
de haberlo encontrado; Miguel Angel Bustos, delicado y tembloroso, el
frgil nio poeta que tenamos y que queramos, fue asesinado; Humberto
Costantini sali a tiempo; Emilio de Ippola [sic] fue apresado junto con
105
Orgambide, Pedro, (1999) Los pasajeros del exilio, en Boccanera, Jorge, Tierra que anda.
Los escritores en el exilio, Buenos Aires, Ameghino, pp. 253-256.
106
Jitrik, No, (1984) Argentina: esquizofrenia y sobrevivencia, en Las armas y las razones.
Ensayos sobre el peronismo, el exilio, la literatura, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 246-259.
120
Quin de nosotros escribir el Facundo?
107
Cito slo algunos de los textos literarios; es mucho mayor la nmina de textos prohibidos de
teora poltica, filosofa, antropologa, sociologa, educacin, etc. Fuente: Lista de libros
prohibidos por decreto. Informe de J. P. Bermdez, (1995) en Pgina/12. Primer Plano.
121
Jos Luis de Diego
identificados con sectores minoritarios de la vida poltica del pas, aunque algunos
de ellos se encuentren arraigados como creencias en capas ms amplias de la
poblacin. Sin nimo de reeditar un paralelo que ha motivado muchas polmicas,
nadie dudara de hablar en Argentina de una cultura peronista, del modo que en
Italia se habl y se habla de una cultura fascista; en estas adjetivaciones de la
palabra cultura se refuerza el carcter de ruptura y novedad que implica una
dimensin poltico-cultural nueva y el arraigo en la poblacin que esa ruptura fue
provocando. As, cuando se habla de cultura durante la dictadura, automticamente
se piensa en la cultura opositora, en la producida en la resistencia y en el exilio. En
todo caso, la dictadura no hizo ms que reinstalar, con un ensaamiento y una
sistematicidad inditos, una cultura autoritaria ya asentada en nuestra sociedad a
travs de aos de inestabilidad poltica, consistente en formular un modelo a priori
y perseguir y eliminar a todo aquel que no se adecue al mismo. A propsito de la
televisin, dice Heriberto Muraro:
"Durante toda esta etapa, esas emisoras de TV fueron manejadas
discrecionalmente por interventores militares de una manera que bor-
de permanentemente la corrupcin administrativa. Esos nuevos 'zares
de la televisin' [...] no introdujeron modificaciones sustanciales a la
programacin. En realidad, se limitaron a ejercer una frrea censura so-
bre noticieros y otros programas periodsticos siguiendo as la doctrina
oficial en la materia segn la cual un canal de comunicacin social es
108
tanto ms peligroso cuanto mayor puede ser su audiencia." (pp. 22-23)
Lo dicho vale, mutatis mutandi, para la intervencin oficial en todas las formas de
actividad cultural.
122
Quin de nosotros escribir el Facundo?
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124
Quin de nosotros escribir el Facundo?
125
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109
Jorge Rivera sita la primavera de la industria editorial argentina entre 1962 y 1968. Cfr.
Rivera, Jorge B., (1980/1986) Apogeo y crisis de la industria del libro: 1955-1970, en
Zanetti, Susana (dir.), Captulo. Historia de la literatura argentina, vol. 4, Los proyectos de
la vanguardia, Buenos Aires, pp. 625-648.
126
Quin de nosotros escribir el Facundo?
Editorial de Belgrano, que public libros de Aira, Heker, Ulla, Fogwill y otros, y
reedit antologas de Castillo, Blaisten, Kordon, e incluso una novela, Copyright, de
Martini Real, publicada por Sudamericana slo tres aos antes. La tercera es el
Centro Editor de Amrica Latina y su coleccin Las nuevas propuestas, dirigida
por Susana Zanetti, que difundi ediciones y reediciones de autores como Andrs
Rivera, Humberto Costantini y Juan Jos Saer. Desde entonces, la presencia de
autores argentinos en el mercado local fue in crescendo hasta producir una notable
proliferacin de ttulos en el perodo 83-86, que incluy la publicacin diferida de la
produccin silenciada o prohibida bajo la dictadura y la de textos publicados en el
exilio que slo entonces pudieron circular en Argentina.
127
Jos Luis de Diego
ejes [...], segn las que los escritores evalan su obra y su funcin, su
relacin con el medio, con el pblico, con la crtica, con el editor. Pero se
formularon tambin teniendo otro centro, ms subjetivo, ms biogrfi-
co: el surgimiento de aquello que suele llamarse 'vocacin literaria'..."
(p. 1. La cursiva en el original)
Hablbamos de una empresa riesgosa; las preguntas, entonces, resultan inevitables:
la desaparicin del discurso de la dependencia las relaciones del escritor con la
poltica, con el compromiso social, con el poder, en un pas dependiente y la
formulacin precisa de los lmites del campo vanguardia, pblico, crtica, editor,
son el resultado de lmites autoimpuestos para que la encuesta pudiera ser publicada,
o son el resultado de un desplazamiento terico, desde el marxismo revolucionario a
la sociologa de los campos, a cuyo principal referente, Pierre Bourdieu, difundan
por esos aos los autores de la encuesta desde Punto de Vista?; el nfasis sobre los
aspectos biogrficos y vocacionales, revela un renovado inters por los modos en
que se constituye el campo o por el mtodo que Sartre expona en su libro sobre
Flaubert, o representa una coartada, un guio, para que los encuestados pudieran
explicitar su situacin, su contorno? Sea cual fuere la respuesta a estas preguntas,
lo cierto es que la amplitud de la convocatoria que inclua a escritores tradicionales
y vanguardistas, radicados en el pas y exiliados, y a crticos de las ms variadas
tendencias tericas e ideolgicas evidenciaba el inters por lograr un muestreo
representativo, aunque la excesiva heterogeneidad de los encuestados y sus
respuestas conspira por momentos contra un anlisis que procure simplemente
postular un sistema hipottico de semejanzas y diferencias; la heterogeneidad est
subrayada por el desorden organizativo: los 84 encuestados se suceden sin ningn
orden predeterminado, ni cronolgico, ni alfabtico ni de otro tipo, ni tampoco aparecen
diferenciados, en el orden/desorden, escritores y crticos. Pero independientemente
del desorden y aun de las preguntas, lo que nos interesa tiene que ver con las
respuestas. Si es aceptado casi como un axioma que los presupuestos ideolgicos
y con ellos, los focos de inters del campo intelectual y literario se modifican
radicalmente en el perodo que va de los primeros setentas ya reseados a la
pos-dictadura segn veremos en los captulos VI y VII, creo que es posible leer en
las respuestas a la encuesta un estado de transicin entre unos y otros. Me referir
a tres aspectos: a) los modos, a veces explcitos, a veces ligeramente elusivos, en
que algunos de los encuestados los menos se refieren a la situacin poltica del
pas; b) los modos en que responden a la pregunta cules son las cualidades ms
importantes de un escritor?; c) los modos en que, en la eleccin de sus modelos,
los escritores van reformulando el canon de la literatura argentina.
128
Quin de nosotros escribir el Facundo?
a) La realidad poltica
Ante la pregunta Cul sera el lector ideal de su obra?, responde David
Vias: Hoy, ahora, qu s yo. Ni en Dinamarca ni en Mxico. Escribo al boleo.; y a
la pregunta Con qu inters lee lo que la crtica dice sobre sus obras?, Eso leo.
Cartas. Siento que me quieren. Que se acuerdan de m. Pocos, desde ya. Que me
besan. Y eso est bien. A veces, me dicen que volvieron a leer Dar la cara (p. 502).
No, ahora nadie lee mis textos antes de publicarlos:, dice Csar Fernndez Moreno,
en los aos sesenta algunos amigos fraternales los lean, pero ahora la muerte y el
exilio los han volatilizado (p. 387). He vuelto a leer a Kafka, dice Germn Garca,
quizs porque en cada noticia que llega de la Argentina se habla de El proceso
(p.23). Y Antonio Di Benedetto: Cuando empec mis tratos con la literatura, me
resultaba un libro cada dos o tres aos. Desde los sucesos que trastornaron mi vida
normal, dejndome sin familia ni un reparo material, y a lo largo del trayecto de mi
adversidad, me consider muerto y he vivido como tal (p. 411). De este modo, los
escritores exiliados planteaban de un modo indirecto Di Benedetto no dice cules
fueron los sucesos que trastornaron mi vida normal o incidental, incluyendo las
referencias en respuestas no previstas en esas preguntas, su condicin de proscriptos.
Decamos que eran los menos; tambin son pocos los que, sin haber sufrido el exilio
y habiendo permanecido en el pas, optan por denunciar la situacin imperante bajo
la dictadura. Seguramente el ms explcito fue Andrs Rivera: La crueldad vertiginosa
de los tiempos que sucedieron al 24 de marzo de 1976 nos dispers: algunos de los
miembros de esas redacciones desaparecieron: otros viven en el extranjero; otros,
pocos, perseveran en esta Buenos Aires que amamos y construyen una obra
esplndida, que vencer al silencio y a las impugnaciones (p. 82); y cuando se
refiere a modelos de escritor e intelectual, cita a los exiliados, a Echeverra, Sarmiento
y Alberdi, y termina: Piense el lector en las ausencias de Rodolfo Walsh y Haroldo
Conti; en la expatriacin de David Vias y No Jitrik (p. 81). Se trata del nico
testimonio que menciona la fecha en que irrumpe la dictadura y nombres de los
escritores que sufrieron muerte y exilio al que habra que agregar el homenaje que
Rodolfo Rabanal rinde al poeta Miguel Angel Bustos (p. 323). Me preocupa mi
pas, dice Martini Real, el tiempo trgico que nos ha tocado vivir, la injusticia y
toda clase de dictadura (tambin la de la escritura), amn de esa estrategia de la
locura que permite alimentar una utopa... (p. 273). El parntesis no resulta ingenuo;
seguramente Martini Real ya haba ledo al Barthes de la Leccin inaugural... y a sus
clebres postulados sobre poder y escritura; tambin la nocin de utopa, que inundar
los debates de los 80, reconoca all uno de sus orgenes. Luis Gregorich impugnado
por esos aos por los escritores exiliados a raz de un artculo publicado en Clarn
es uno de los pocos encuestados en los que se puede leer un tipo de retrica de la
denuncia an arraigada en los setentas: Y el enemigo comn, en la Argentina, sigue
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c) Los modelos
El carcter de transicin entre los postulados setentistas y los tpicos de
los ochentas que exhibe la encuesta tambin se pone de manifiesto cuando los
escritores tienen que responder respecto de sus modelos. Dos constantes merecen
atencin: la resurreccin de Borges anatemizado en los 70, que por ahora aparece
tmidamente y con algunos reparos y en los 80 ser explosiva; y la mencin de Piglia
como una suerte de referente generacional, presencia que se confirmar en la encuesta
de la revista Humor ya citada, en la que Respiracin artificial aparece como una de
las diez novelas ms votadas entre las ms importantes de la literatura argentina.
As, la respuesta de Mara Esther de Miguel, que podra sorprender en una escritora
de caractersticas tan alejadas a estos modelos, ya no parece sorprendente hacia el
82: De los autores argentinos me ha interesado primero Borges, despus Borges y
por ltimo Borges. Eso no quiere decir que mi admiracin no vaya hacia otros autores.
Por ejemplo Bioy Casares; por ejemplo Piglia (p. 19). La lnea Borges-Piglia es, para
el 82, nueva Respiracin... tena slo dos aos de circulacin, pero terminar por
imponerse en las dcadas siguientes. En la encuesta, Piglia aparecer en diferentes
pares que acentan su carcter de referente: Juan Carlos Martini menciona a
Osvaldo Soriano y Ricardo Piglia como sus amistades literarias (p. 230); Jorge B.
Rivera encuestado como crtico afirma que entre las lecturas recientes que ms
me han impresionado figura la de La cultura popular en la Edad Media y en el
Renacimiento, de Mijail Bajtin, y la de Respiracin artificial, de Ricardo Piglia, un
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111
Como lo explicita el propio Piglia, el epteto en italiano fue tomado de T. S. Eliot: en 1922
dedica su The waste land, a Ezra Pound, a quien califica como il miglior fabbro.
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Altamirano, Carlos, (1986) El intelectual en la represin y en la democracia, en Punto de
Vista, ao IX, n 28, Buenos Aires, noviembre, p. 3.
135
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Warley, Jorge, (1993) Revistas culturales de dos dcadas (1970-1990), en Cuadernos Hispa-
noamericanos, n 517-519, Madrid, julio-septiembre, pp. 201-202.
114
Rubinich, Lucas, (1985) Retrato de una generacin ausente, en Punto de Vista, n 23, Buenos
Aires, abril, p. 46.
115
Masiello, Francine, (1987) La Argentina durante el Proceso: las mltiples resistencias de la
cultura, en Balderston, Daniel y otros. Ficcin y poltica. La narrativa argentina durante el
Proceso militar, Buenos Aires, Alianza Estudio, p. 21.
136
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liberal el primer nmero lleva en la tapa una imagen de Victoria Ocampo a la cultura
autoritaria imperante.116 No sabemos si la mencin de Puro Cuento refiere a una
publicacin homnima a la que editara Mempo Giardinelli a partir de noviembre-
diciembre de 1986. Mientras Altamirano se detiene en Crtica y Utopa, una revista
de ciencias sociales aparecida en 1979, Masiello cita a Barrilete, la revista clandestina
de Roberto Santoro, que circul como un conjunto de poemas annimos y
comentarios literarios adversos al rgimen, y Warley brinda algunos ttulos como
Etctera, Alsur y Kosmos. En todo caso, lo que parece evidente es que la
asistematicidad en la configuracin de un posible catlogo de ttulos y de
caractersticas de las publicaciones tiene que ver con la heterogeneidad del corpus
conocido y con la dificultad de reconstruir lo que slo se conoce fragmentaria o
episdicamente.
Pero algunas publicaciones escapan al arbitrio de catlogos ms o menos
informales y son citadas frecuentemente como revistas centrales entre la produccin
del perodo en anlisis. Una de ellas es la revista Humor; aparecida en julio de 1978
(con una caricatura en la tapa en que, significativamente, se cruzaban los rasgos del
entonces ministro de economa Martnez de Hoz y del director tcnico del seleccionado
de ftbol, Csar Menotti) y de frecuencia quincenal, se trataba de una publicacin
que alternaba el humor grfico acentuando los rasgos de stira poltica con notas
de crtica de las costumbres y modos de ser argentinos. A medida que el rigor de la
censura fue cediendo, Humor se fue politizando hasta transformarse en una de las
principales revistas de oposicin al rgimen hecho sustentado, adems, por su
buen nivel de ventas, lo que le vali amenazas, intimidaciones y prohibiciones. Si
bien la revista y sus caractersticas escapan a nuestro objeto, es cierto que muchas
veces hay que recurrir a ella como escenario de testimonios o debates de inters,
especialmente durante el ao 83; como, por ejemplo, el reportaje a escritores exiliados
en el n 119, de diciembre de ese ao. S, en cambio, nos debemos referir con
detenimiento a las dos publicaciones del campo literario ms citadas a la hora de
referir la produccin de entonces: El Ornitorrinco y Punto de Vista.
116
Cfr. Reichardt, Dieter, (1989) La imagen de la literatura en la revista Pjaro de fuego (1977-
1980), en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds), Literatura argentina hoy: de la dictadura a la
democracia, Frankfurt am Main, Vervuert Verlag, pp. 77-85.
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El mismo se encuentra reproducido en las pp. 607-609 del nmero especial de Cuadernos
Hispanoamericanos, ya citado.
140
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En una rpida resea de las dos dcadas, Castillo describe el clima intelectual de los
sesentas, la fuga de cerebros tras el golpe del 66, y se detiene en los setentas:
"...la hiperpolitizacin de ciertos ncleos intelectuales y artsticos que
hacia 1970 degener (el verbo parece excesivo, pero tiende meramente a
describir un hecho) en un caos ideolgico donde la bsqueda de una
identidad nacional se mezclaba con el fascismo astrolgico de los
amanuenses del lopezreguismo, y donde, por motivos al principio gene-
rosos y altruistas, el acto de escribir se transform en un ejercicio ver-
gonzante, casi de traicin a los desposedos, y fue cuestionado y final-
mente execrado por los mismos intelectuales y escritores que deban
defenderlo."
La profesin de fe sesentista no puede ser ms clara: si la generacin de los
viejos ya ha dado su obra mayor y en los setentas se degenera en un caos en
donde la poltica desplaza a la literatura, parece necesario recuperar a la
generacin ausente, en un gesto que en El Ornitorrinco adquiere un tono
nostlgico y aun elegaco y que en Punto de Vista, con el reconocimiento de
Vias y Contorno como antecedentes, resultar programtico. El diagnstico de
Castillo contina:
"Despus de 1970: el nuevo peronismo y su cada. Y las persecuciones
y muertes anteriores a l, y el autoexilio, y la censura y la autocensura,
y la vergenza de los que huyeron sin tener que irse, y la impotencia de
los que se fueron contra su voluntad, y el silencio de los que nos que-
damos. Despus de 1970, en suma, todava es ahora. Por eso no hay una
generacin del 70. Porque as como hubo una dcada infame y una
dcada absurda, estamos viviendo la Dcada Vaca."
En una mirada muy diferente a la que el propio Castillo disear en el 96 los aos
70 estaran divididos para m en dos partes: hasta el 76 y despus del 76; pero esos
setenta que llegaran hasta el 73 o el 74 son un poco la consecuencia de los
sesenta..., y que ya comentramos en el captulo I, aqu los setentas rompen con la
tradicin ausente de los sesentas y forman un bloque todava es ahora con
los aos de la dictadura; a ese bloque denomina dcada vaca. Esta mirada parece
coincidir con quienes indican a la irrupcin de la violencia poltica como el factor
decisivo que marca y define a la dcada y que abarca, por lo tanto, a la dictadura de
Lanusse, al perodo Cmpora-Pern y al gobierno del Proceso.... El final del artculo
retoma el acento voluntarista con el que cerr el editorial del n 5:
"Este es nuestro pas, tanto como el de cualquier otro argentino, sta es
la nica historia que vamos a vivir. Hemos elegido vivirla desde adentro,
141
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del 83. All se puede leer un nuevo editorial de Castillo, Veinte aos despus,
sobre el proceso eleccionario, y en el n 12 agosto-septiembre del 85 un extenso
editorial, que tambin firma Castillo, abordar de lleno el tema de los alcances del
concepto democracia en el auge de la primavera alfonsinista. Para entonces, la
dictadura haba cado y los debates tomaban otros rumbos, que se analizarn en el
captulo VI.
144
Quin de nosotros escribir el Facundo?
que produce la revista desde mediados del 81, si tenemos en cuenta que prcticamente
no difiere con quienes la conducen en la actualidad. En el n 21, en una separata
preparada por Daniel Link, se publica un Indice General de la revista, y all se
explica que algunos de los colaboradores, por razones de seguridad, publicaron en
los primeros nmeros utilizando seudnimos; as, entre otros, Beatriz Sarlo firm
como Silvia Niccolini, Ricardo Piglia como Emilio Renzi, Carlos Altamirano como
Carlos Molinari, Altamirano y Sarlo juntos como Washington Victorini, Nicols
Rosa como Gustavo Ferraris.
A diferencia de las publicaciones reseadas en este trabajo, sobre las cuales
se han publicado muy pocos artculos que las estudien y analicen, sobre Punto de
Vista existe una bibliografa creciente que da cuenta no slo de su importancia
cualitativa, sino tambin del hecho, casi indito en nuestro pas, de una revista de
cultura y literatura que ha cumplido 24 aos ininterrumpidos. En una conferencia que
Sarlo brindara en La Plata en 1996, se pueden ler datos de inters sobre el origen de
la publicacin que, creo, justifican la extensin de la cita:
"Quienes trabajbamos en la revista [Los Libros] nos vemos obligados
a pasar a la clandestinidad, cosa bastante comn despus del 76 en la
Argentina. Surgen entonces las reuniones literarias en las que nos jun-
tbamos unos pocos a hablar de literatura. Las reuniones se extende-
ran hasta 1978, en una salita del Centro Editor de Amrica Latina, lugar
de resistencia por excelencia a la dictadura militar. Esa sera nuestra
'gimnasia del preso', la metfora por medio de la cual aos ms tarde
aludiramos a esa poca. [...] El saln se llam como se tena que llamar
era inevitable; le pusimos 'El Saln Literario'. Fruto de ese ateneo fue
la primera edicin de Punto de Vista que sale en marzo de 1978. [...] La
idea que estuvo muy presente cuando organizamos esa especie de char-
las sobre la historia y la literatura argentinas era: muchos de nosotros
venamos de la poltica, y dedicarse a la poltica era imposible; veamos
qu podemos hacer para ver algunas claves polticas en el pasado ar-
gentino. [...] El primer nmero sale financiado, pagado por una organi-
zacin poltica de aquellos aos, una organizacin poltica marxista le-
ninista revolucionaria con la que simpatizaba Ricardo Piglia; no
Altamirano ni yo, pero s Piglia. [...] Estos fueron los nicos pesos que
Punto de Vista recibi en toda su historia. [...] El aporte de esta organi-
zacin fue un secreto. Fue un pacto de secreto que asumimos Piglia,
Altamirano y yo; no lo conoca nadie ms. [...] El primer nmero sale con
un director que presta su nombre para que no fuera ninguno de noso-
tros; alguien quien en ese momento era presidente de la Asociacin de
Psiclogos de la Repblica Argentina y que ya estaba comprometido
pblicamente. Entonces Jorge Sevilla que hoy vive en San Juan y est
145
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torno a la revista cultural Punto de vista, en Kohut, Karl (ed.), Literatura argentina hoy II. De
la utopa al desencanto, Frankfurt, Vervuert, pp. 185-197.
122
Patio, Roxana, (1997) Intelectuales en transicin. Las revistas culturales argentinas (1981-
1987), en Cuadernos de Recienvenido n 4, Universidad de San Pablo.
147
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123
A primera vista, y mirado desde los noventa, puede llamar la atencin la ausencia de Arlt en la
revista. Sin embargo, esa ausencia parece confirmar una actitud generalizada en los setentas. Suele
afirmarse que la revalorizacin de la literatura de Arlt comienza con los crticos de Contorno
(especialmente Masotta y Vias), y esto es cierto. Pero lo que no suele advertirse es el silencio de
los setentas sobre Arlt: prcticamente no existen artculos que se interesen por su obra en Nuevos
Aires (slo se reproduce en el n 7 un artculo del libro de Diana Guerrero), Crisis, Los Libros (con
la excepcin de Piglia), Literal, El Ornitorrinco y la primera etapa de Punto de Vista. El creciente
inters por Arlt en los 80 parece estar ligado a la insistente tarea crtica de Ricardo Piglia, a sus
comentados trabajos del n 29 de Los Libros y de Hispamrica (Roberto Arlt: la ficcin del
dinero, en Hispamrica, n 7, Maryland, 1974, pp. 25-28), a su Homenaje a Roberto Arlt, del
75 y, especialmente, a Respiracin artificial, de 1980. Resulta bastante sorprendente, en este
sentido, la afirmacin de Sarlo: Lo mismo podra decirse de algunos escritores que la revista haba
defendido especialmente, como Juan Jos Saer; o algunas lecturas de literatura argentina, en
especial la de Borges, Sarmiento, Arlt, Sur, las vanguardias... en Sosnowski, Sal (ed.), La cultura
de un siglo. Amrica latina en sus revistas. Cit., p. 532.
124
Dalmaroni, Miguel, (1997) La moda y la trampa del sentido comn. Sobre la operacin
Raymond Williams, en Punto de vista, en Orbis Tertius, n 5. Centro de Teora y Crtica
Literarias, Facultad de Humanidades, UNLP; pp. 13-21.
125
Sarlo, Beatriz, (1979) Raymond Williams y Richard Hoggart: sobre cultura y sociedad
(Entrevistas a Williams y a Hoggart), en Punto de Vista, n 6. Buenos Aires, julio, pp. 9-18.
Altamirano, Carlos, (1981) Raymond Williams: proposiciones para una teora social de la
cultura, en Punto de Vista, n 11. Buenos Aires, marzo-junio, pp. 20-23.
126
Vulcano, Gustavo, (1999) Crtica, resistencia y memoria en Punto de Vista. Revista de cultura
(1978-1998), en Orbis Tertius, n 7, Centro de Teora y Crtica Literarias, Facultad de Huma-
nidades, UNLP, pp. 105-115.
148
Quin de nosotros escribir el Facundo?
127
Sarlo, Beatriz y Altamirano, Carlos, (1990) Conceptos de sociologa literaria, Buenos Aires,
Centro Editor de Amrica Latina, Coleccin Universidad Abierta, p. 89.
150
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128
En esta lnea de transicin entre viejos y nuevos pueden incluirse los trabajos de Nicols Rosa
publicados en los nmeros 3, 5, 7 y 9, que aparecen como tributarios de los debates sobre
lingstica, semitica y psicoanlisis de los sesentas y los primeros setentas. Se puede advertir
cierta inadecuacin de estos artculos con el proyecto general de la revista, y quizs sta puede
ser la razn por la cual el trabajo del n 9 es el ltimo que publica Rosa en Punto de Vista.
129
Dalmaroni demuestra, por ejemplo, cmo en la operacin Raymond Williams est presente
la impronta barthesiana.
130
Se publican extensos trabajos de Rama en los n 2 (Encuesta sobre sociologa de la lectura), n 9
(Argentina: crisis de una cultura sistemtica) y n 11 (Los efectos del boom: mercado
literario y narrativa latinoamericana). En el n 8, con el ttulo La literatura de Amrica
Latina. Unidad y conflicto, se reproducen entrevistas de Beatriz Sarlo a Rama, a Antonio
Cndido y a Cornejo Polar. En los nmeros 14 y 17, se publican reseas crticas de Susana
Zanetti sobre libros de Rama. Tambin es Zanetti quien entrevista a Jean Franco en el n 12, y
resulta muy significativo que haya sido un trabajo de la entonces latinoamericanista de Stanford
el que abriera el n 1 de Punto de Vista.
151
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131
Me refiero a la resea de Mara Teresa Gramuglio, publicada en el n 8, sobre Pubis angelical.
En el ya citado Literatura y poltica, de Sarlo, slo se menciona El beso de la mujer araa en
un pie de pgina. El lugar marginal de la obra de Puig en la revista se prolongar en la segunda
etapa, lo que contrasta, por un lado, con la expansin de la bibliografa crtica sobre Puig en los
ochentas, y por otro, con el lugar cada vez ms central que ocupar Saer, quien se convertir en
un asiduo colaborador de Punto de Vista.
152
Quin de nosotros escribir el Facundo?
132
Y lo dicho vale, incluso, para la segunda etapa de Los Libros; la hiperpolitizacin la
partidizacin de la revista llega a impregnar el contenido de todos los artculos, pero esa
impregnacin es mucho menor cuando se trata de crtica literaria strictu sensu, como si se
reconociera algn margen residual de autonoma del arte que nunca termina por ser canibalizado
totalmente por la poltica (Cabe aclarar que impregnar es, segn el diccionario, introducir
entre las molculas de un cuerpo las de otro en cantidad perceptible, sin que haya propiamente
mezcla ni combinacin).
133
En el primer prrafo del ya citado Literatura y poltica, de Beatriz Sarlo, se lee: Seguramente
no en todos los textos, pero incluso su ausencia parece un desplazamiento, una escritura en
hueco. Hay textos elocuentes en su silencio. (p. 8).
134
Creo que es en esa direccin en donde deben buscarse las razones del inters de Beatriz Sarlo y
Mara Teresa Gramuglio por el proyecto narrativo de Saer. Ya desde el n 3, en Punto de Vista
seala, pueden leerse estas palabras sobre La mayor: ...este libro ha sabido ganarse, tambin,
el elogio implcito en su silencio; lo que no deja de ser, lo hemos dicho, una prueba ms de su
inusual calidad (p. 19). Sobre Saer, vuelven a escribir, en la primera etapa de la revista,
Gramuglio en el n 6 y Sarlo en el n 10. Cabe agregar que este inters puede comprobarse en textos
crticos muy tempranos, como el que Gramuglio dedica a Cicatrices, en el n 3 de Los Libros, de
septiembre de 1969 (pp. 5 y 24). Vase: Merbilha, Margarita, (1998) Juan Jos Saer en el
sistema de lecturas de Punto de Vista, en Tramas, vol. V, n 9. Crdoba, pp. 109-116.
153
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V - EL EXILIO
Jorge Luis Borges eligi morir en Ginebra. Julio Cortzar decidi huir de un
pas que lo agobiaba, se radic en Pars y all, en el cementerio de Montparnasse,
descansan sus restos. Manuel Puig abandon la Argentina, perseguido por
amenazas telefnicas, y nunca volvi, hasta que su cuerpo nmade encontr la
muerte en Mxico. No son las mismas razones las que alejan o expulsan a uno y
otro de esta tierra; sin embargo, resulta significativo que tres de nuestros ms
importantes escritores reafirmen a travs de sus decisiones una simbiosis que
parece condenada a perdurar: la literatura argentina y el exilio. Se ha dicho muchas
veces: la literatura argentina fue fundada por exiliados. As lo crey Ricardo
Rojas cuando proyect su Historia de la literatura argentina y decidi titular
Los proscriptos a los dos tomos que incluan a los escritores que inician nuestra
literatura pos-revolucionaria. Se ha dicho tambin muchas veces: Sarmiento y
Hernndez son los grandes escritores que da nuestro pas en el siglo pasado.
Se ha advertido que Facundo fue escrito en el exilio y que Martn Fierro es la
historia de un desterrado? Cuando el personaje de Respiracin artificial, la
novela de Ricardo Piglia, pregunta desde el exilio: Perdidos en esta dispora,
quin de nosotros escribir el Facundo?; est enlazando precisamente esta
lnea de textos que fundan y consolidan nuestra literatura desde fuera del pas.135
Ahora bien, si la literatura argentina parece ser consustancial a la
experiencia del exilio, pocas veces como en la dcada del setenta esa experiencia
golpe con tanta crudeza a la sociedad argentina en general, y a los escritores en
particular. Antes de avanzar, por lo tanto, resulta conveniente intentar un deslinde
semntico. En este sentido, es fcil advertir que el trmino exilio tiene un alcance
cuyos lmites se confunden y desdibujan toda vez que conviven usos literales
con usos metafricos. Los numerosos sinnimos que acompaan al trmino no
hacen sino aumentar los equvocos. A juzgar por el diccionario, existen algunos
matices de inters respecto de este tema:136
135
Piglia, Ricardo, (1980) Respiracin artificial, Buenos Aires, Pomaire, p. 94.
136
a) exilio (y, por ende, exiliado, o su variante galicada, exilado): 1. Separacin de una persona de
la tierra en que vive. 2. Expatriacin, generalmente por motivos polticos. 3. Efecto de estar
exiliada una persona. 4. Lugar en que vive el exiliado.
155
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siempre en el lmite entre dos esferas; una es la de la patria exterior, por as designar
la estructura social en que vive, y la otra es la de lo que hace o se propone hacer en
la suya propia. Juan Martini seala: Quien escribe renuncia al orden establecido,
infringe leyes, rompe pactos, queda fuera de la comunidad y en las fronteras de la
lengua comn.137
Antes, sin embargo, Jan Mukarovsky haba advertido acerca de la saludable
paradoja que enfrenta a las normas sociales con las estticas.138 En el mbito de lo
social, la norma est por encima del valor: una persona es valorada por respetar las
normas; en el arte, el valor desborda la norma, de modo tal que las obras mayores de
la cultura humana se caracterizan no por el respeto de las normas vigentes sino por
su transgresin. Esta tesis, ya clsica, de Mukarovsky cuestiona, al menos en parte,
la idea del exilio de la escritura: si la patria es la lengua, entonces el escritor es un
permanente autoexiliado; pero si la patria es la sociedad, el mundo en el que se
desarrolla y vive un escritor y del que, se supone, extrae elementos que conforman
su imaginario, entonces el arte posee cierto estatuto que admite, as sea
ambiguamente, por castigo y premio, la transgresin como constitutiva del discurso
literario y de su propia razn de ser. Como se ve, aqu se cruzan el uso directo y el
metafrico de la nocin de exilio con el fin de establecer un marco interpretativo
adecuado a la situacin histrica que debemos considerar. En efecto, en virtud de
diversas dictaduras padecidas por Argentina, muchos escritores se reconocieron en
el exilio, lo sufrieron en su sentido directo y, en algunos casos, lo vincularon con el
metafrico refirindose a esta situacin como desarraigo de la patria exterior y como
riesgo de no reencontrar la patria de la lengua a la que pertenecan. Por lo tanto, si los
escritores suelen ser exiliados respecto de un orden social-real, en esta circunstancia,
por tener que vivir en otro lugar, se sintieron doblemente exiliados.
No resulta sencillo ordenar el caudal de testimonios de intelectuales y escritores
que sufrieron la experiencia del exilio durante la ltima dictadura. Por un lado, porque
aunque esa experiencia puede pensarse, desde una mirada exterior, como homognea,
la dimensin subjetiva de quien la ha vivido tie cualquier referencia a la misma. En
segundo lugar, porque no existe salvo pocas excepciones una recopilacin de
datos sobre el exilio argentino que sirva como sustento donde anclar la experiencia
individual. En tercer lugar, porque la recopilacin de los testimonios nunca asume la
forma de la encuesta un idntico formato en el repertorio de preguntas, sino la de
entrevistas abiertas que derivan en el relato de la experiencia sin una sujecin a
tpicos predeterminados. Sin embargo, es posible intentar un ordenamiento de esos
tpicos a partir de un trabajo de deslinde dentro del corpus de testimonios: como lo
137
Martini, Juan, (1993) Naturaleza del exilio, en Cuadernos Hispanoamericanos, n 517-519,
Madrid, julio-septiembre, p. 552.
138
Mukarovsky, Jan, (1977) Funcin, norma y valor estticos como hechos sociales, en Escri-
tos de esttica y semitica del arte, Barcelona, Gustavo Gili.
157
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1- Algunos datos
1) Por qu se fueron?; 2) quines se fueron?; 3) cundo se fueron?; 4) a
dnde se fueron?: las preguntas ms elementales para intentar reconstruir aquella
experiencia a partir de datos que eviten la parfrasis subjetiva o el interminable
anecdotario no suelen encontrar respuestas fcilmente asequibles. En primer
lugar, cualquier tipologa que se intente para responder a la primera pregunta
naufraga ante una casustica irreductible: decir que la mayora de los exiliados
se fue por causas polticas es afirmar lo obvio, es aceptar una categora que, por
demasiado general, no permite ordenar el corpus; en todo caso, si tenemos en
cuenta tanto las causas mencionadas por muchos de los exiliados como las
fechas en que emigran, es evidente que existieron dos momentos
diferenciables entre las que genricamente se mencionan como causas
polticas:
a) Uno aproximadamente entre el 73 y el 75, en que el clima de violencia
poltica se asienta en el pas como mecanismo habitual para dirimir las luchas
por el poder. Resulta inevitable referir los hechos ms sobresalientes
frecuentemente citados entre otros: asesinatos en Trelew (agosto del 72),
masacre de Ezeiza (junio del 73), asesinatos de Jos Ignacio Rucci y del
Padre Carlos Mujica (febrero y mayo del 74, respectivamente); sin embargo,
no aparecen, por lo general, en los testimonios referencias a hechos en
particular, sino a la imposibilidad y al riesgo de seguir viviendo en un clima
de inestabilidad poltica y de violencia cotidiana que colocaba al pas en el
lmite del colapso institucional. Un hecho, no obstante, es el ms mencionado
por los exiliados a la hora de evaluar las causas de la partida: el creciente
poder en el gobierno de Jos Lpez Rega, poder que apareca en las sombras
durante la presidencia del general Pern y se hace manifiesto luego de su
139
Boccanera, Jorge, (1999) Tierra que anda. Los escritores en el exilio, Buenos Aires, Ameghino.
Barn, Ana y otros, (1995) Por qu se fueron. Testimonios de argentinos en el exterio, Buenos
Aires, Emec. Gmez, Albino, (1999) Exilios (Por qu volvieron), Santa Fe, Homo Sapiens /
(tea). Parcero, Daniel y otros, (1985) La Argentina exiliada, Buenos Aires, CEDAL, Biblioteca
Poltica Argentina n 109, Cuadernos Hispanoamericanos. Cit., pp. 463-568. De manera de no
repetir estas referencias bibliogrficas, en las sucesivas citas de testimonios haremos constar las
iniciales de los ttulos respectivamente, TQA, PQF, PQV, LAE, CH y el nmero de pgina
correspondiente.
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
muerte en julio del 74. Lpez Rega, entonces Ministro de Bienestar Social,
organiza la banda parapolicial Alianza Anticomunista Argentina (conocida como
la Triple A), la que focaliza sus ataques y amenazas en el mbito de la cultura,
especialmente a partir de septiembre del 74. Para entonces, las amenazas y
bombas incendiarias no slo abonaban un clima de violencia; ahora sus
destinatarios tenan nombre y apellido.
b) El segundo momento es, obviamente, el golpe militar del 24 de marzo del 76.
Si por unos pocos das vastos sectores de la sociedad experimentaron una
sensacin de alivio debido a lo que interpretaban como un poco de orden ante
tal situacin de caos y desgobierno, rpidamente esa sensacin se diluy ante
el sistemtico programa de ataque a cualquier forma de organizacin gremial y
de manifestacin popular y de persecucin de militantes, sindicalistas, polticos,
artistas e intelectuales.
A partir de este marco en el que nos detuvimos sucintamente, ya que ha
sido muchas veces reseado, es posible intentar responder a las siguientes
preguntas, esto es, quines y cundo se fueron: incluiremos en la nmina
especialmente a escritores y a intelectuales y crticos ligados al campo literario:
1973: Manuel Puig, Vicente Battista.
1974: Nicols Casullo, Pedro Orgambide, No Jitrik, Edgardo Cozarinsky, Tununa
Mercado, Mario Goloboff.
1975: Juan Gelman, Osvaldo Bayer, Juan Martini, Toms Eloy Martnez, Mario
Szichman, Marcelo Cohen.
1976: Hctor Tizn, David Vias, Eduardo Mignogna, Horacio Salas, Humberto
Costantini, Mempo Giardinelli, Osvaldo Soriano, Martn Caparrs, Daniel Moyano,
Sergio Bufano.
1977: Antonio Di Benedetto, Alberto Szpumberg.
1978: Enrique Medina.
1979: Cristina Siscar, Rodolfo Rabanal.
La nmina slo pretende ser un muestrario, ya que, a poco de adentrarnos en cada
caso, se deben multiplicar las aclaraciones. Por ejemplo: Osvaldo Bayer se fue en el
75, regres, y volvi a partir en el 76; Daniel Moyano y Antonio Di Benedetto
fueron detenidos el mismo da del golpe militar en La Rioja y en Mendoza
respectivamente; sus exilios, por lo tanto, fueron compulsivos como respuesta a
numerosos reclamos por su libertad; etc.
La ltima pregunta, a dnde se fueron, requiere reordenar los nombres segn
el pas en el que los exiliados optaron o debieron radicarse:
Mxico: Mempo Giardinelli, Humberto Costantini, No Jitrik, Tununa Mercado,
Pedro Orgambide, Nicols Casullo, Sergio Bufano, Hctor Schmucler, Jorge
Boccanera.
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primeros refugiados [...] Fui parte muy activa de todo aquello. El exilio
fue para m una tarea incesante, una militancia por la denuncia y la
solidaridad. Las luchas por los derechos humanos en el exilio mexicano
fueron apasionadas, y yo particip de innumerables debates y polmi-
cas, as como de la organizacin y funcionamiento del ms importante
organismo aglutinante del exilio en Mxico: la Comisin Argentina de
Solidaridad (CAS). La cual fue, para la mayora del exilio, la institucin
que tuvo una ms interesante evolucin y la que lleg a reunir a la
mayor cantidad de exiliados. [...] La CAS fue fundada en 1975 por los
primeros exiliados a causa del isabel-lopezrreguismo, entre los que es-
taban Esteban Righi, Hayde Birgin y Rafael Prez, y a quienes se su-
maron desde el inicio otros argentinos que ya estaban en Mxico, como
No Jitrik, Tununa Mercado, Mximo Simpson y algunos ms. [...] Fue
la organizacin ms plural, activa, numerosa y democrtica del exilio
mexicano, y se financiaba nica y exclusivamente con el aporte de los
afiliados. [...] En diciembre de 1981 haba alcanzado la cifra de seiscien-
tos sesenta afiliados activos y cotizantes... [...] La casona donde fun-
cion la CAS, en Callejn de las Rosas nmero 21, Colonia Tlacopac, en
el sur de la capital azteca, fue para m, como para centenares de exiliados,
prcticamente una segunda casa durante el exilio. [...] Fue en base a una
propuesta de Jorge Bernetti y ma que se dio por terminada la misin de
la CAS exactamente el 10 de diciembre de 1983, el mismo da en que Ral
Alfonsn asumi en Buenos Aires la Presidencia de la Repblica." (PQV;
pp. 65-67)
El testimonio de Nicols Casullo resulta coincidente al destacar la importancia de la
organizacin:
"En 1976 me desvinculo del comit de solidaridad montonero [el COSPA]
y con unos cien compaeros fundamos la CAS, la Comisin de Solidari-
dad, mucho ms abierta, democrtica y crtica a los vanguardismos arma-
dos de la historia reciente. Ya para mediados de 1977 con Hctor Schmucler,
Sergio Caletti, Carlos Avalo y Jorge Bernetti nos constituimos en un gru-
po de reflexin crtica del ideario poltico militar guerrillero peronista y
marxista. [...] Pasamos a ser en la colonia el Grupo de los Reflexivos,
mientras paralelamente se organizan otros grupos peronistas y socialis-
tas. Unos ms ligados a un ideario sindical como el de Pepe Fidanza,
otros ms peronistas ortodoxos como el de Mario Kestelbaum y Alcira
Argumedo, otros camporistas con Julio Villar, el Bebe Righi y Rody Gil, y
adems la Mesa Socialista, donde participaron Portantiero, Aric, De Ipola,
Nudelman, el Tula, Pedroso y otros." (TQA; p. 106)
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Sobre el exilio en Mxico, tambin pueden leerse: Jitrik, No, La literatura del exilio en
Mxico (Aproximaciones), en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., pp. 157-170; y
Yankelevich, Pablo (coord.), (1998) En Mxico, entre exilios. Una experiencia de sudamerica-
nos, Mxico, Ed. Plaza y Valds.
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Se citan, por ejemplo, las siguientes publicaciones en el exilio: Controversia (Mxico); Testi-
monio Latinoamericano (Barcelona); Resumen (Madrid); La Repblica (Francia); Denuncia
(Estados Unidos); Sin Censura (Estados Unidos y Francia), (p. 224).
143
Sobre el exilio en Espaa, tambin puede leerse: Martini, Juan Carlos. Exilio y ficcin. Una
escritura en crisis, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., pp. 141-146.
144
El testimonio es indito y me fue cedido gentilmente por Ponce en una cinta grabada.
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Rossiello, Leonardo (1993) La literatura del exilio latinoamericano en Suecia (1976-1990)
en: Revista Iberoamericana, n 164-165. Pittsburgh, julio-diciembre, pp. 551-573.
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Kolakowski, Leszek, (1986) Elogio del exilio, en Vuelta Sudamericana, ao I, n 1, Buenos
Aires, agosto, pp. 50-52. Said, Edward, (1984) Recuerdo del invierno, en Punto de Vista, n 22.
Buenos Aires, diciembre, pp. 3-7. Puede citarse, adems, el captulo Exilio intelectual: expa-
triados y marginales, en Said, Edward, (1996) Representaciones del intelectual Barcelona,
Paids Studio, pp. 59-73.
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Citado por Said, Edward. Cit., p. 5.
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Y Blas Matamoro:
"...un escritor argentino puede escribir fuera del pas para la literatura
argentina: la literatura argentina fue fundada por emigrados. En la po-
ca de Rosas, estaban los que se fueron, como Sarmiento, Alberdi,
Echeverra, pero adems el escritor oficial de Rosas era un napolitano
emigrado por razones polticas, Pedro de Angelis. Casos de emigrados
hay todo el tiempo." (LAE; p. 101)
En los proscriptos, entonces, est el inicio no slo de la literatura sino de la historia
nacional; Matamoro ir incluso ms lejos: La Argentina fue antes una literatura que
un pas (PQF; p. 229). Independientemente de la validez de esa hiptesis, la actitud de
poner la literatura por encima o en el origen mismo de la configuracin de una
nacionalidad permite ser leda tambin desde los aos de la dictadura: si estos exiliados
se reconocen en aquellos proscriptos, resulta evidente la deliberada extensin de las
fronteras de lo nacional y la necesidad poltica de negarle al rgimen el patrimonio de
los rasgos definitorios de la nacionalidad. Pero las referencias no se limitan a los
proscriptos: parten de all en un itinerario cuyas escalas no siempre coinciden:
"Uno puede pensar una historia de exilios y omisiones, como una cons-
tante de la vida nacional, comenzando por el largo exilio del general San
Martn [...]. Esa imagen me parece premonitoria de otras: la de Juan
Bautista Alberdi, por ejemplo, el gran ausente que vivi lejos de su
tierra durante cuarenta y seis aos [...]. Destierros, omisiones. Cmo
no pensar en Manuel Ugarte, el escritor y luchador antiimperialista,
poco o mal conocido en Argentina?..." (Pedro Orgambide, TQA; p. 152).
"Crees que este pas expulsa?
S, absolutamente. Haciendo un anlisis de tipo histrico, ste es un
pas expulsador. Si uno piensa, es casi un lugar comn, de un lado y
otro de la ideologa, que San Martn, Rosas, Alberdi, Sarmiento, murie-
ron en el exilio, algo pasa, que Pern estuvo dieciocho aos en el exilio,
y adems pensemos la enorme cantidad de intelectuales, cientficos y la
gente que va por las suyas a trabajar afuera. La Argentina expulsa."
(Horacio Salas, TQA; pp. 177-178)
"En gran parte somos una historia de expulsin. [...] El primer y nico
dato fuerte de nuestra Revolucin es la expulsin de Moreno [...]. Lo
expulsado es la historia inencontrable, la del vencido, la que explicara
todo, la necesitada de re-unir con la que se vive. El expulsado, el
extranjerizado, no sera el brbaro, sino el que cuenta el corazn de la
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reconocimiento social acorde con ella, para cambiar el foco de atencin sobre las
otras, silenciosas e innominadas, vctimas de la dictadura.
Pero si continuamos el itinerario hacia nuestros das especialmente en la
lectura de los testimonios de Por qu se fueron, en el que conviven escritores con
profesionales, artistas y cientficos dos resultan los momentos de expulsin ms
citados: la dcada del primer peronismo y el golpe de Ongana del 66 con su
noche de los bastones largos. Claro est, no se trata, en su mayora, de exiliados de
la ltima dictadura, sino precisamente de quienes decidieron abandonar el pas en
fechas cercanas a los dos momentos polticos citados, de modo que sus testimonios
escapan a nuestro inters especfico. Sin embargo, es interesante ver hasta qu
punto el itinerario parece no cortarse y, ms all del nombre que adopte fuga de
cerebros fue la frmula ms comn desde el Onganiato, pondra de manifiesto
lneas ms del orden de la continuidad que de la ruptura o la experiencia indita,
aunque a veces el relato de esa experiencia adopte la forma de lo excepcional e
irrepetible.
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Hblenme de exilio (Entrevista a Humberto Costantini), en Clarn. Cultura y Nacin, Buenos
Aires, 9 de febrero de 1984. Paremos de cascotearnos (Entrevista a David Vias) (LAE; p. 168).
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Goloboff, Gerardo M., (1989) Las lenguas del exilio, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.).
Op. cit., p. 138.
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Moyano, Daniel, (1989) Escribir en el exilio, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., p. 147.
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Cuentos del exilio (Buenos Aires, Bruguera, 1983) y Sombras nada ms (Buenos
Aires, Alianza, 1984), de Antonio Di Benedetto.
Sermn sobre la muerte (Puebla, UAP, 1977) y La pasin, los trabajos y las horas de
Damin (Mxico, Premia, 1979), de Ral Dorra.
De pe a pa. De Pekn a Pars (Barcelona, Anagrama, 1986), de Luisa Futoransky.
La revolucin en bicicleta (Barcelona, Pomaire, 1980), Luna caliente (Buenos Aires,
Bruguera, 1984) y Qu solos se quedan los muertos (Buenos Aires, Sudamericana,
1985), de Mempo Giardinelli.
Caballos por el fondo de los ojos (Barcelona, Planeta, 1976) y Criador de palomas
(Buenos Aires, Bruguera, 1984), de Gerardo Mario Goloboff.
El ojo de jade (Mxico, Premia, 1980) y El callejn (Mxico, Plaza y Jans, 1987), de
No Jitrik.
Lugar comn la muerte (Caracas, Monte vila, 1979; Buenos Aires, Bruguera, 1983)
y La novela de Pern (Buenos Aires, Legasa, 1985), de Toms Eloy Martnez.
La vida entera (Barcelona, Bruguera, 1981) y Composicin de lugar (Buenos Aires,
Bruguera, 1984), de Juan Carlos Martini.
En estado de memoria (Buenos Aires, Ada Korn, 1990), de Tununa Mercado.
En breve crcel (Barcelona, Seix Barral, 1981), de Sylvia Molloy.
El desangradero (Buenos Aires, Legasa, 1984) y Balada de un sargento (Buenos
Aires, Galerna, 1985), de Francisco Moreyra.
El vuelo del tigre (Madrid, Legasa, 1981) y Libro de navos y borrascas (Buenos
Aires, Legasa, 1983), de Daniel Moyano.
El arrabal del mundo (Mxico, Ed. Katn, 1984), Hacer la Amrica (Buenos Aires,
Bruguera, 1984) y Pura memoria (Buenos Aires, Bruguera, 1985), de Pedro Orgambide.
El beso de la mujer araa (Barcelona, Seix Barral, 1976), Pubis angelical (Barcelona,
Seix Barral, 1979), Maldicin eterna a quien lea estas pginas (Barcelona, Seix
Barral, 1980) y Sangre de amor correspondido (Barcelona, Seix Barral, 1982), de
Manuel Puig.
En otra parte (Madrid, Legasa, 1981) y El pasajero (Buenos Aires, Emec, 1984), de
Rodolfo Rabanal.
Nadie nada nunca (Mxico, Siglo XXI, 1980) y El entenado (Buenos Aires, Folios,
1983), de Juan Jos Saer.
No habr ms penas ni olvido (Barcelona, Bruguera, 1980; Buenos Aires, Bruguera,
1982) y Cuarteles de invierno (Buenos Aires, Bruguera, 1983), de Osvaldo Soriano.
A las 20.25 la seora entr en la inmortalidad, (Buenos Aires, Sudamericana,
1986), de Mario Szichman.
El traidor venerado (Buenos Aires, Sudamericana, 1978) y La casa y el viento
(Buenos Aires, Legasa, 1984), de Hctor Tizn.
Conversacin al sur (Mxico, Siglo XXI, 1981) y En cualquier lugar (Mxico, Siglo
XXI, 1984), de Marta Traba.
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Con este criterio, por ejemplo, excluimos un texto como El cerco, de Juan Carlos Martini, ya
que, a pesar de haber sido publicado en Barcelona y en 1977, fue una novela escrita con
anterioridad al exilio de su autor y a la irrupcin de la dictadura; e incluimos novelas que, aunque
su edicin es posterior, resultan claramente textos del exilio, tal el caso de Informe de Pars, de
Paula Wajsman.
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5 Las polmicas
As como en el mbito de la sociologa y de la teora poltica se insisti y
an se insiste en el tema de la transicin a la democracia como centro del debate
poltico, la problemtica del exilio se erigi en uno de los momentos decisivos del
reordenamiento del campo intelectual durante la dictadura y en la pos-dictadura.
Disputas personales, acusaciones airadas, justificaciones de conductas propias y
ajenas tieron las polmicas. Hoy, con algunos aos de distancia, pueden verse
aquellas polmicas con un grado mayor de objetividad y con la pasin que las
envolva ya apaciguada. De aquellas discusiones, rescataremos las dos que tuvieron
una mayor repercusin en el campo literario.
La primera de ellas enfrent a Julio Cortzar y a Liliana Heker en las pginas
de El Ornitorrinco. Es menester recordar que el exilio voluntario de Cortzar quien
se radic en Francia desde 1951 haba sido uno de los ejes del debate sobre el
compromiso del intelectual en los aos previos a la dictadura. Desde numerosas
publicaciones, como Crisis, las preguntas a Cortzar siempre rondaban el mismo
tema: si un intelectual puede comprometerse con los procesos revolucionarios sin
estar en el pas. La tan citada frase de Cortzar, mi ametralladora es la literatura,
situaba la lucha tal como qued desarrollado en el captulo II en el nivel simblico
de la escritura como quehacer especfico del intelectual. La polmica, por lo tanto,
reedita ese debate a partir de la experiencia de la dictadura; as, es posible leer en las
argumentaciones de Heker ecos de aquellas exigencias del compromiso del intelectual,
esto es, algunas lneas de continuidad a pesar de la fractura. La polmica se
origina en una conferencia de Cortzar que fue publicada en la revista colombiana
Eco (n 205, noviembre de 1978) con el ttulo Amrica Latina: exilio y literatura.
Contra lo dicho por Cortzar, Heker reacciona en un artculo, Exilio y literatura,
publicado en El Ornitorrinco (n 7, enero-febrero de 1980). En carta del 26 de noviembre
del mismo ao, y con el ttulo Carta a una escritora argentina, Cortzar contesta al
artculo de Heker. Finalmente, la escritora publica un segundo artculo en respuesta
a la carta de Cortzar: ambos textos estn reproducidos en El Ornitorrinco n 10, de
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La polmica se encuentra reproducida en el nmero ya citado de Cuadernos Hispanoamerica-
nos; pp. 590-603. Cito las pginas de esta edicin.
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154
Bayer, Osvaldo, (1988) Pequeo recordatorio para un pas sin memoria, en Sosnowski, Sal
(comp.). Op. cit., p. 221.
155
Gregorich, Luis, (1981) La literatura dividida, en Clarn, Buenos Aires, 29 de enero. El
artculo tambin puede leerse en Sosnowski, Sal (comp.), (1988) Represin y reconstruccin
de una cultura: el caso argentino, Buenos Aires, EUDEBA, pp. 121-124. Las citas de pgina
corresponden a este ltimo.
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Incluso aos despus, Ral Beceyro coincide con Orgambide: ...a partir de 1983 muchos de
los que se fueron volvieron al pas, se produjo la integracin, sin grandes fricciones, de los que
se fueron y de los que se quedaron, indistintamente, especialmente en la enseanza, en las
universidades, en los organismos dedicados a la investigacin. Los que se van y los que se
quedan, en Punto de Vista, n 41, Buenos Aires, diciembre de 1991, p. 16.
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en un almuerzo con el presidente, era reconocido por Piglia como il miglior fabbro y,
segn vimos, est prcticamente fuera de los debates que enfrentan a exiliados con
los que se quedaron en el pas. S, en cambio, Ernesto Sbato estuvo en el centro de
los debates: aunque haca tiempo que su figura de escritor se haba opacado, su
persistencia en mantener una presencia pblica de alto perfil le ocasion no pocos
problemas. As, contrastan la verdadera saa personal con que lo ataca Osvaldo
Bayer en su Pequeo recordatorio para un pas sin memoria, con el reconocimiento
respetuoso de Sarlo y Altamirano:
"Il y eut quelques exceptions: Ernesto Sbato qui deplor los morts et
les disparus et denona la censure, lesprit de revanche et le campagne
chauviniste dclenche contre le Chili depuis le dbut."158
"Y estas palabras del breve texto que escribi en la oportunidad [la
muerte de Jean Paul Sartre] Ernesto Sbato para la revista Arte nova
resume muy bien el sentido ms moral que poltico o filosfico del ho-
menaje: 'Los mismos que no han abierto la boca ante la trgica calami-
dad que hemos sufrido, son los que escriben mezquinas diatribas'."159
Con Cortzar muerto en el 84 y Borges en el 86, y con Sbato neutralizado
intelectualmente como una suerte de comodn llevado y trado por funcionarios
radicales, el campo literario se encontrar sin referentes ya sean ticos o estticos
y deber reconstruir su propia fisonoma en el mismo momento en que se discuta la
reconstruccin democrtica; sin embargo, ese reordenamiento haba comenzado,
segn vimos, en las polmicas que hemos reseado.
158
Sarlo, Beatriz (seud. Eisen, Martin), Misre de la culture argentine, en Les Temps Modernes.
Cit., p. 234.
159
Altamirano, Carlos, El intelectual en la represin y en la democracia, en Punto de Vista,
n 28. Cit., p. 3.
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VI - LA POS-DICTADURA:
EL CAMPO INTELECTUAL
160
Esta nota merecera un estudio pormenorizado, pero las menciones de Frondizi, Cmpora/
Pern y Alfonsn y no de la UCRI, el PJ o la UCR parecen poner de manifiesto la dbil
integracin de los intelectuales en la actividad poltica organizada y la identificacin con
procesos polticos a menudo efmeros encarnados por ciertos lderes ms que con partidos de
larga tradicin en la vida poltica del pas.
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La expresin desexilio fue acuada por el escritor uruguayo Mario Benedetti, y fue muy
utilizada en los debates del perodo en cuestin. Cfr. Benedetti, Mario, (1984) El desexilio y
otras conjeturas, Madrid; y, (1986), El desexilio o la contranostalgia, Mxico, Nueva Imagen.
162
En las referencias bibliogrficas, utilizar los criterios explicitados en la nota 139 del captulo
anterior.
163
Para muchos, este panorama represent una nueva decepcin y quizs el testimonio ms
desolador haya sido el del poeta Juan Gelman: en una entrevista de mayo de 1994 afirm que
de todas las formas del exilio, la peor es la de ser extranjero en la propia tierra. Formas del
exilio, en Pgina/12. Primer Plano, Buenos Aires, 22 de mayo de 1994.
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Como vemos, si la experiencia del exilio tiene su pico entre el 75 y el 76, la del
regreso, claramente, lo tiene entre el 83 y el 84. Los testimonios al respecto abundan;
veremos el primero de los aspectos: la intensidad subjetiva y el valor simblico de la
experiencia del regreso. Por qu regresaron?; era posible volver o el exilio es una
experiencia irreversible?; era posible no volver sin experimentar un sentimiento de
culpa?; existi el desexilio?:
"Por ltimo, hay desexilio?
No lo creo. Se vuelve y el pas ha cambiado, uno mismo ha cambiado, las
piezas del rompecabezas ya no encajan. [...] El regreso fue, en mi caso, el
reencuentro con muchos vacos, y es as como la memoria regresa a sus
vacos, y tambin el encuentro con presencias inesperadas: la presencia
del temor, pero a la vez la memoria de lo que pas y olvido de lo que
pas." (Juan Gelman, TQA; pp. 46 y 48)
"Retom de inmediato mis hbitos y cre hallar, eso s, una especie de
entraable respeto en muchos de mis paisanos. El pas estaba devastado,
en ruinas, con dolores individuales y colectivos que ninguno podramos
olvidar. Y fue sobre esa desdichada intemperie que debimos, todos, reco-
menzar. [...] Ni entiendo ni me gusta la palabra 'desexilio'; prefiero decir
regreso; aunque uno no se haya ido de verdad nunca, porque siempre es
posible regresar. Es como volver a vivir; de alguna manera, una vuelta a la
semilla, en el mejor de los casos." (Hctor Tizn, TQA; pp. 84-85)
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conseguirlos.164 Ser comn, por tanto, leer en las declaraciones de los exiliados una
sensacin recurrente de haber llegado a un lugar que los rechaza o al menos que no
desea sus retornos y que prefiere no discutir del pasado:
164
Habl en ellas [asambleas realizadas en las embajadas] con toda claridad: la Argentina es un pas
en crisis y el gobierno no estaba en condiciones de resolver los problemas de trabajo y de
vivienda de los que regresaran. (Hiplito Solari Yrigoyen, LAE, p.142)
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duro exilio interno que no volva para ocupar su lugar, que tan solo
quera recuperarhacerme, el mo." (Adriana Puiggrs, PQV; p. 145)
"Frgil democracia, en la que se oa el discurso falaz de los dos demo-
nios. Por l fui procesado al regresar al pas. Extraa paradoja: tener que
justificar la publicacin, en el exilio, de unos escritos adversos a la
dictadura. [...] A ninguno le fue fcil recuperar el lugar que le correspon-
da. Eso cuando lo recuperaba. Porque el proscripto de la ctedra, el
expulsado del peridico, el mdico cesanteado en el hospital, por lo
general encontraron usurpados sus lugares. Hubo que empezar de nue-
vo." (Pedro Orgambide, TQA; pp. 152 y 160)
"Despus se advirti que sa era la poltica que haba elegido el gobier-
no radical respecto al exilio. No hacer ningn gesto, no mostrar ninguna
voluntad de reunin, como si no hubiramos sido parte de un pas de
terror, y neutralizar por lo tanto la posibilidad de un regreso poltico
colectivo para los argentinos, que en sentido contrario, es decir, como
ingreso poltico a Mxico, no haba sido puesto en duda por los mexica-
nos." (Tununa Mercado, TQA; p. 213)
El tercer aspecto est en relacin con lo dicho al comienzo de este captulo.
El extraamiento del regreso era doble: ni los exiliados que regresaban eran los
mismos, ni tampoco lo eran aqullos con quienes se reencontraban, y que haban
debido soportar el exilio interior. Para los proscriptos, quienes se haban quedado en
el pas haban sufrido, en muchos casos, una suerte de lavado de cerebro: Siscar
habla de zombies; Adriana Puiggrs, de una gran frivolidad. Exista una resistencia
a que los recin llegados pretendieran saber qu ocurri bajo la dictadura mejor que
los que la vivieron en carne propia, y la reaccin ser contra los que con cierta
arrogancia se endilgaban un presunto herosmo en la lucha contra la dictadura desde
afuera. En fin, de la fractura ya hemos hablado. Lo que nos interesa ver ahora es
cmo pueden percibirse en los testimonios de unos y de otros las mutaciones polticas
y culturales que fueron modificando a los actores. Una de las recurrentes
formulaciones adopta la forma de la autocrtica, una autocrtica planteada a menudo
como una novela personal o generacional: en qu me equivoqu, en qu nos
equivocamos. Este tipo de planteos contrasta vivamente con las posturas que los
mismos actores solan sostener una dcada atrs, en las que la dimensin subjetiva
quedaba sepultada bajo el peso de los imperativos polticos. Ahora, los anlisis
polticos abundan en reconocer errores, distanciarse de cualquier forma de
dogmatismo, revalorizar la democracia los exiliados refieren que experimentaron
democracias en serio y admitir que el fin no justifica nunca los medios:
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165
Slo hemos encontrado en Julio Cortzar una reaccin contra la insistente apelacin a lo
concreto. En su polmica con Oscar Collazos, leemos: Curiosamente, esta ltima acepcin
de la realidad no es la que motiva su ensayo; de hecho, el acento est firmemente puesto en lo
socio-cultural, en lo concreto. A Collazos le interesa una realidad que cabra llamar inmediata;
tiene buen cuidado de no caer en el vocabulario que llev a la nocin y a las consecuencias del
realismo socialista..., (Nuevos Aires, n 1. Cit., pp. 34-35)
166
Engels, Federico, (1973) Del socialismo utpico al socialismo cientfico, Buenos Aires, Ed.
Polmica, p. 15.
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167
Benedetti, Mario, (1973) El escritor latinoamericano y la revolucin posible, en Crisis, n 3,
Buenos Aires, julio, p. 34. La cursiva en el original.
168
En rigor, no desaparece del todo, ya que pueden rastrearse algunos usos anlogos del trmino en
textos posteriores, como uno de ngel Rama de 1980: Se sabe hoy que la cultura argentina no
es, exclusivamente, el Teatro Coln, el diario La Nacin o la revista Sur, pero la solucin
alternativa populista asumi similares formas autoritarias, generalizadoras e impositivas, pre-
sentndose como el producto de otras lites intelectuales dictaminando a partir de una escasa o
empobrecida experiencia de lo concreto (Argentina: crisis de una cultura sistemtica, en
Punto de Vista, n 9, Buenos Aires, julio-noviembre de 1980, p. 9).
169
Suplemento Cultura y Nacin, Buenos Aires, 23 de mayo de 1985. Con entrevistas a Mauricio
Abadi, Jos M. Castieira de Dios, Beatriz Sarlo y Susana Torrado.
170
Sobre la pelcula de Blaustein, cfr. los artculos de Carlos Altamirano y Ral Beceyro en Punto
de Vista, n 55, Buenos Aires, agosto de 1996, pp. 1-12.
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en las que se afirmaba el pluralismo, los acuerdos sobre formas y una subordinacin
de la prctica poltica a la tica.176 Ya hemos hablado de la primaca de la poltica
en los primeros setentas; en los ochentas, se puede advertir, como afirma Romero,
un desplazamiento de la poltica y, correlativamente, una presencia cada vez ms
central de una suerte de imperativo tico en el discurso en las conductas? de los
intelectuales. Pero en lo que no se ha reparado lo suficiente es en cul era el lugar de
la tica en el discurso de los setentas. En la mayora de los casos, el discurso de la
tica se encuentra denunciado como una verdadera coartada. Segn vimos, el
socilogo Oscar Landi deca que pretender que la gran masa intelectual adopte
una poltica proletaria era una apelacin eticista y utpica. La coordinacin de
los dos adjetivos nos permite poner en contacto sus significados, ya que en lo
tico se puede verificar una idntica estructura de coartada que en lo utpico.
Veamos un par de ejemplos del debate del n 6 de Nuevos Aires:
"... se puede decir en primer lugar que la manera en que se suele
plantear el problema de la relacin intelectualesrevolucin o
intelectuales y poltica en los regmenes socialistas, suele estar
planteada falazmente y lleva por lo tanto a quedar atrapado en una
pinza en la cual la respuesta al conflicto uno la tiene que dar en
trminos que tienen que ver ms con la tica que con la poltica y
con el socialismo." (Juan Carlos Portantiero; p. 107)
"Remontarse de efecto a causa supone la mediacin inexcusable de la
produccin terica de conceptos que den cuenta del mecanismo interno
de la explotacin (extraccin de plusvala) que tiende a enmascararse,
que tiende a desplazar las causas del problema a la tica, (el patrn
ambicioso que 'roba' al obrero) y que muchas veces se deriva en una
estrategia de 'humanizacin del capital'. En poltica esto es toda la
ideologa reformista de tipo distribucionista, de alguna manera lo que
hay que hacer es distribuir mejor la riqueza y no terminar con las
relaciones objetivas de explotacin." (Oscar Landi; pp. 89-90)
Si la dimensin utpica derivaba del socialismo utpico que Engels haba
sometido a crtica, el adjetivo serva para denunciar una coartada recordemos las
reflexiones de Benedetti: dejar librada la realizacin de una sociedad ms justa a la
buena voluntad de algunos burgueses o a un futuro siempre diferido, era una manera
176
Romero, Luis Alberto, (1994) Breve historia contempornea de Argentina, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Econmica, p. 331. Citado por Sbato, Hilda. Historia reciente y memoria
colectiva en Punto de Vista, n 49. Buenos Aires, agosto de 1994, pp. 33.34. En Breve historia
de la Argentina, de Jos Luis Romero (1999), Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica,
primera edicin en Eudeba, (1965), se agrega un captulo final escrito por Luis Alberto Romero
en el que se lee una afirmacin semejante a la citada: A diferencia de experiencias anteriores,
la politizacin se ti de una dimensin tica... (p. 193).
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en el presente. Sin embargo, como ocurre con el trmino utopa, no slo la poltica
del pasado nos sirve como marco de evaluacin del presente, sino que la tica del
presente nos sirve para proyectarla hacia el pasado. La operacin es evidente en las
respuestas de Mempo Giardinelli:
"La nuestra [generacin] fue, ms all de sus yerros, generosamente
tica. Por eso la recordamos aqu: porque siempre son preferibles las
generaciones apasionadas aunque metan la pata hasta el cuadril, a las
generaciones que parecen ser pragmticas desde el vamos." (p. 69)
Lo tico es no ser pragmticos o, al menos, no ser slo pragmticos: esta
afirmacin, vlida para el momento de enunciacin (los noventas), se proyecta hacia
el pasado, hacia una generacin que subsumi la tica en la poltica y que diluy el
debate sobre los valores en una axiomtica que casi nadie se atreva a discutir. Ni
utpicos ni generosamente ticos; por el contrario, la lectura de los textos y
documentos de los setentas pone en evidencia una verdadera pasin por lo concreto
y un coercitivo imperio de la poltica que sepultaba como desviacin o coartada
cualquier apelacin desde la tica. Y pone en evidencia, adems, que lo utpico y
lo tico son categoras de los ochentas y noventas que, atribuidas a los setentas,
no hacen ms que distorsionar la lectura que podamos hacer de aquellos aos.
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178
El trmino renovacin est presente tanto en la corriente interna del radicalismo que lideraba
Alfonsn Movimiento de Renovacin y Cambio, como en la llamada renovacin peronista
que surge en el interior del partido justicialista poco despus de la derrota electoral del 83.
179
Portantiero, Juan Carlos, (1984) Socialismo y democracia. Una relacin difcil, en Punto de
Vista, n 20. Buenos Aires, mayo, p. 5. Adems, de Ipola, Emilio y Portantiero, Juan Carlos,
(1984) Crisis social y pacto democrtico, en Punto de Vista, n 21, Buenos Aires, agosto, pp.
13-20; Nun, Jos, (1984) Democracia y socialismo: etapas o niveles?, en Punto de Vista, n 22,
Buenos Aires, diciembre, pp. 21-26. Puede verse tambin la entrevista de Daniel Molina, (1984)
Juan C. Portantiero y Jos Aric: Repensar la democracia, en El Porteo, n 27, Buenos Aires,
marzo, pp. 16-20.
226
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180
Tern, Oscar, (1984) Una polmica postergada: la crisis del marxismo, en Punto de Vista,
n 20, Buenos Aires, mayo, p. 21. Adems, Nun, Jos (1984) La rebelin del coro, en
Punto de Vista, n 20, Buenos Aires, mayo, pp. 6-11.
181
En Pie de Pgina, n 2, Buenos Aires, invierno de 1983, p. 16.
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En abril de 1986 vuelve a salir la revista Crisis con el n 41: enlazaba, de esta
manera, su segunda etapa con la primera, que se haba cerrado en el n 40, cinco
meses despus de producido el golpe militar. Ahora su Director Periodstico es
Vicente Zito Lema, y Eduardo Galeano y Osvaldo Soriano figuran como Asesores
editoriales. Lo llamativo de este primer nmero de la segunda etapa es que incluye,
como ttulo central, un informe sobre Las izquierdas en Amrica Latina y, a
continuacin, una Zona de reflexin, en la que escriben David Vias, Len Rozitchner
y Juan Jos Sebreli. Es decir que cuando la revista, en su reaparicin, intenta retomar
un debate desde la izquierda, no decide volver a sus columnistas de la primera etapa,
sino que va aun ms atrs y convoca a tres hombres de Contorno, prcticamente
ausentes en la primera Crisis.184 Si hay algo en comn en los tres artculos es la
insistencia en la vigencia del marxismo, a pesar de las derrotas y de los errores del
pasado. As concluye Vias:
"Pues bien, el umbral (la franja correspondiente al salto cualitativo even-
tual) est marcado en Amrica latina, en tanto contexto, por las muertes
de Allende en Chile, y de Guevara en ancahuazu. Marcas fnebres.
Qu duda. Pero en cuyo revs de la trama no slo hay que leer los
lmites de la condescendencia del parlamentarismo tradicional o los erro-
res tcticos de una estrategia cabal, sino la vigencia y no precisamente
el 'revival' del marxismo. Entendmonos: no de un marxismo progresista
y ms o menos tolerado; tampoco eso que suele llamarse humanismo
marxista. Ni cielos ni cataplasmas. Tampoco una escolstica de santoral
acadmico. Hostias no, ni happy end; textos clausurados los dos, al fin
de cuentas. Y mucho menos citas intimidatorias o la consabida ortope-
185
dia catequstica. Un marxismo desilusionado y trgico quiz? "
Y Rozitchner comienza con un diagnstico inequvoco, fuertemente polmico
respecto de un discurso generalizado en el que se sostena que la cada de la
dictadura y el advenimiento de la democracia eran el fruto de la resistencia y de las
luchas populares:
"La democracia actual fue abierta desde el terror, no desde el deseo.
Es la nuestra, pues, una democracia aterrorizada: surgi de la derrota
de una guerra. No la que nosotros ganamos adentro, sino que ellos
perdieron afuera. Y ese deseo regalado, impuesto, se le nota a la
186
izquierda. "
184
De los tres, slo Vias participa en dos oportunidades en Crisis (n 1 y 15).
185
Vias, David, (1986) Los intelectuales y la revolucin, en Crisis, n 41, Buenos Aires, abril,
p. 28. La cursiva en el original.
186
Rozitchner, Len, (1986) El espejo tan temido, en Crisis, n 41, Buenos Aires, abril, p. 29.
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187
Vzquez, Enrique, (1986) El enemigo se re, en Humor, n 167, Buenos Aires, enero, p. 17.
188
Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas, (1984) Prlogo, en Nunca ms,
Buenos Aires, Eudeba, p. 11. La cursiva es nuestra.
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un discurso que se agotase slo en la comunicacin con los pares, y que era necesario
crear un interlocutor imaginario de los propios discursos: el pueblo, el proletariado,
la nacin, el partido..,. Todo este proceso culmina, previsiblemente, en la rendicin
de la lgica intelectual, ya que la accin comenz a devorar a la razn crtica.
Desde Hayden White, Sarlo caracteriza las narraciones de la poltica de entonces
como optimistas, utpicas, redentoristas y mgicas. Finalmente, se llega al presente:
Hoy, se han deteriorado las certidumbres; los intelectuales se enfrentan a los
riesgos ya delineados en el inicio del artculo. Por un lado,
"...lo peor que pueda sucedernos sin embargo, es quedar petrificados
en la contemplacin de nuestro pasado, ya sea bajo la forma del momen-
to revolucionario derrotado o de la equivocacin monstruosa de la cual
nada pueda extraerse." (p. 5)
Por otro,
"...que un nuevo conformismo no reemplace al inconformismo revolu-
cionario de los aos sesenta y setenta [...] Un nuevo conformismo su-
pone la confusin de los lmites de lo realmente existente con los lmites
de lo nicamente posible." (p. 5)
Entre estos riesgos,
"...sera conveniente repensar las relaciones entre cultura, ideologa y
poltica, como relaciones gobernadas por una tensin ineliminable que
es la clave de la dinmica cultural, en la medida en que cultura y poltica
son instancias disimtricas y, por regla general, no homolgicas." (p. 6)
No hay pacto de mimesis entre cultura, ideologa y poltica, dice Sarlo,
ms bien podra decirse que hay diferentes juegos de relaciones entre elementos
siempre heterogneos. Ni mimesis, por lo tanto, ni escisin, la tarea intelectual
obliga a trabajar en y sobre los lmites. Sarlo se despega, de este modo, de la
actitud nostlgica de la izquierda revolucionaria de la que ella misma form parte; se
despega, asimismo, del entusiasmo inicial que llev a una franja de la izquierda
progresista a apoyar al alfonsinismo, ya que esta actitud haba derivado, en
muchos casos, en posibilismo, moderatismo y conformismo. Pero no se
despega de asumir plenamente los lmites y las responsabilidades que implica el
trabajo intelectual y se coloca, mediante una fuerte impronta autobiogrfica, en el
centro del debate: porque ella volver una y otra vez sobre esta problemtica, y
porque otros reconocern esa centralidad al aceptarla como interlocutora, aun
para disentir con dureza con sus posiciones.
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194
Bobbio, Norberto, Sobre la presencia de la cultura y sobre la responsabilidad de los intelectua-
les, en Op. cit., pp. 83-101. La cita en p. 91.
195
La responsabilidad de los intelectuales. Encuesta de Mara Luisa McKay, en Clarn. Cultura
y Nacin, Buenos Aires, 27 de marzo de 1986.
235
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Mediante una serie de ejemplos, Castillo admite como cierto que la controversia
cultural se ha reducido a escritores, discursos, omisiones, lecturas, y que se
la ha fijado en la napa ms superficial: las letras, las discusiones estticas, no
obstante, en su opinin, la polmica es cultural, pero est sumergida en la
discusin social y poltica:
"Y basta enumerar ciertos hechos [...]. Juicio a las juntas. Paro general.
Deuda externa. Punto final. Autocrtica del comunismo. Discurso anti
izquierdista del presidente. Divisin del peronismo. Madres de Plaza de
Mayo. No hace falta calificar nada; incluso el giro 'antiizquierdista' debe
leerse como secamente descriptivo. La polmica real, el pleito, la discusin
profunda, pasa de lleno por lo poltico y lo ideolgico." (p. 27)
196
Castillo, Abelardo, (1986) Prolegmenos a toda polmica futura, en El Ornitorrinco, n 13,
Buenos Aires, febrero-marzo, pp. 2 y 27. La encuesta de Tiempo Argentino fue publicada el 5 de
enero; en ella, diecisis revistas literarias contestan la pregunta: Por qu, fuera de ciertas
expresiones marginales, no hay polmica en el campo de la cultura ni con la cultura del poder?.
Para un comentario y anlisis de las respuestas a esa encuesta, vase el trabajo ya citado de
Roxana Patio, pp. 22 y ss.
236
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237
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198
En el mismo nmero de El Periodista de Buenos Aires, pocas pginas antes de la nota de
Bufano, se publica un artculo de Cristina Civale sobre Roland Barthes (Entre la sabidura y el
goce de la palabra; pp. 24-25). All se cita a Barthes: Los intelectuales son ms bien el desecho
de la sociedad, pero el desecho en sentido estricto, es decir lo que no sirve para nada a menos que
se lo recupere. [...] Los optimistas dicen que el intelectual es un 'testigo'. Yo dira que no es ms
que una 'huella' (p. 24). Si bien la publicacin de ambas notas, una despus de otra, puede deberse
a una mera coincidencia, la intensa lectura de la obra de Barthes en los ochentas seguramente ha
influido en las transformaciones operadas por aquellos aos en la concepcin de intelectual.
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por partes. En primer lugar, Sarlo parece producir una alteracin del debate tal y como
se vena planteando desde el 85 al afirmar que los intelectuales van hacia la poltica,
porque lo que nunca supieron resolver es su relacin con el poder. En rigor, lo que
hace es instalar la discusin en donde la haban dejado los setentas, pero ante un
contexto poltico muy diferente:
"...la historia de las revoluciones incluso la cubana, a partir del caso
Padilla ha demostrado que es una tensin que muchas veces se re-
suelve en detrimento o con el sacrificio de los intelectuales. En realidad,
deberamos diferenciar si la relacin conflictiva es entre los intelectua-
les y la poltica o entre los intelectuales y el poder. Pareciera que los
intelectuales miran al poder como aquello de lo cual carecen en absolu-
to. El poder es la falta radical de los intelectuales..." (pp. 74-75)
Hemos tratado de demostrar, en los captulos I y II, hasta qu punto en los
setentas el campo intelectual era consciente de protagonizar esa tensin: la del
lugar de los intelectuales en las revoluciones triunfantes, y la de cmo salirse de la
poltica para discutir sobre el poder. En todo caso, plantear nuevamente el problema
en el 88 exigira reformular la cuestin: ahora hablamos de la tensin entre
intelectuales y poder en una democracia; y este s es un tema que Sarlo est
incorporando en la discusin precisamente en los momentos en que muchos
intelectuales estaban experimentando una nueva decepcin, esta vez con el
alfonsinismo. Frente a un rgimen democrtico, dice Sarlo, hay varias posibilidades
de comportamiento intelectual y, en la caracterizacin de esos comportamientos,
repite con leves modificaciones los tres caminos de su artculo del 85 ni escisin ni
mimesis y del artculo de Bufano del 86:
"Por un lado, estn aquellos intelectuales que dicen: El lugar del inte-
lectual es el lugar de la crtica. O, ms adornianamente: El lugar del
intelectual es el lugar de la negatividad. Con lo cual todo el programa
queda abierto y cerrado al mismo tiempo. [...] En el otro extremo del
arco, digamos, est el intelectual que ha quedado fijado en el trauma de
1976, y cuyas prcticas de hoy tienen un alto contenido reactivo res-
pecto de sus errores del pasado: fuimos antidemocrticos, por lo tanto
ahora somos solamente democrticos [...]: frente al intelectual que se
piensa como pura negatividad, el intelectual como puro posibilismo."
(p. 75. La cursiva en el original)
Frente a estos dos modelos, en el medio, est aquel intelectual que pone los ojos
sobre lo nuevo o sobre lo menos visible que puede estar ocurriendo en la sociedad.
Sin embargo, este intelectual no tiene, en Argentina, un marco poltico de contencin
como pueden serlo, en Europa, ya sea un partido socialdemcrata alemn, ya sea un
240
Quin de nosotros escribir el Facundo?
partido socialista francs, ya sea un partido comunista italiano. Para este intelectual,
es imposible, en nuestras sociedades, resignar el lugar del Estado, pero la izquierda,
a diferencia de sectores de la derecha, es bastante resistente y tradicionalista:
"Podra decirse que, si por un lado hay intelectuales posibilistas en su
relacin con el gobierno, por otro lado los intelectuales de izquierda
que estn en la oposicin son intelectuales sencillistas, son los
Fernndez Moreno de la poltica." (p. 76)
Finalmente, luego de reconocer que el momento de mxima diferenciacin con el
gobierno fue en enero de 1987, cuando se vota la ley de obediencia debida, Sarlo
explicita su posicin:
"La forma en que diagramo mi relacin con el gobierno de igual modo
que la diagramara si el gobierno fuese peronista es estrictamente
puntual. Esto es: no soy opositora ni oficialista; lo que hago es focalizar
ciertos tpicos y sobre ellos tomo una posicin. Lo que yo diseo y
creo que hay muchos intelectuales que trabajan de ese modo la poltica
son puntos de convergencia y puntos de mxima divergencia respecto
de un problema." (p. 77)
Horacio Gonzlez, bajo el provocativo ttulo De Lugones a Portantiero,
rescata al intelectual en tanto figura trgica y all resuena el eco del marxismo
desilusionado y trgico del que hablaba Vias dos aos antes. Un recorrido que
incluye a Lugones, Scalabrini Ortiz y Martnez Estrada le permite a Gonzlez definir
la tragedia del intelectual: Crea poderes que deber rechazar, imagina libertades
que no tiene, realiza renuncias que tal vez poco importan y cree adquirir su mejor voz
cuando se transforma, pesada y pesarosamente, en orgnico (p. 78). Y a partir de
la reivindicacin de esa tragicidad Gonzlez parece situarse, en palabras de Sarlo,
en uno de los extremos del arco: el de la pura negatividad:
"Se acabaron esas vidas trgicas, despechadas, suicidas,
renunciadoras? Parece ahora que han triunfado los intelectuales de Ins-
tituto y Lengua Bsica Comn, de Modelo de Investigacin Controlado
y Carrera de Investigador, de Gabinete de Asesora y Comunidad Cien-
tfica Establecida. Y que no hay disputas con el Prncipe, que bien los
acoge y los lee. [...] Los intelectuales hacen esas peripecias, algunos
con elegancia, otros sin ninguna, porque la sociedad convulsionada
los llama para que sealen lo obvio. El intelectual, en realidad, es
201
obvio. Dice lo que se espera que diga." (pp. 78-79)
201
Meses despus, James Petras se ocupar, tambin desde El Porteo, de los intelectos
institucionalizados: Los cerebros del Rey Midas, en El Porteo, n 83, Buenos Aires, no-
viembre de 1988, pp. 66-69.
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Pero es sobre el final del artculo donde el carcter polmico se acenta con la
mencin de numerosos nombres propios. Luego de elogiar la capacidad de renegacin
que puede advertirse en los avatares biogrficos de Portantiero, lo que permitira
incluirlo en la tradicin de los intelectuales trgicos y en donde abunda cierta
irona que permite dudar de la buena fe de esa inclusin, Gonzlez se despacha con
su galera de preferibles Fogwill, Ure, Vias, Piglia, Abs y de condenados;
entre otros:
"Parece ms sugestivo un apostrofador que para poder enjuiciar traza
sinopsis descarnadas, como Alvaro Abs, que la elegantrrima
puntillosidad que lleva a Beatriz Sarlo a decir que 'diagrama' su relacin
con el gobierno que sea, focalizando 'ciertos tpicos' y sobre ellos to-
mando oportuna posicin." (p. 79)
Como dijimos, un mes despus, Castro y Warley contestan a Gonzlez; ya
desde el ttulo, El drama de las bellas almas, puede leerse una irona hacia la
tragicidad del intelectual que el artculo de Gonzlez reivindicaba, y el eje de la crtica
apuntar precisamente a la caprichosa estrechez con que Gonzlez se refiere a los
intelectuales a partir de una categora-madre, la tragicidad, una ingeniosa matriz
idealista:
"Cul es la razn para excluir de ese trazado a los organizadores sindi-
cales, estudiantiles, barriales, tambin intelectuales en la concepcin
del Gramsci al que tanto se alude? O la 'organicidad' incluye nicamen-
te a filsofos y escritores? [...] El 'libre albedro' que Gonzlez propone
al decir que 'cada cual tiene sus preferencias', no hace sino afirmar la
autonoma intelectual, la absolutiza, en tanto la restringe a un campo de
decires y pareceres que decantan peligrosamente hacia el esteticismo.
[...] Se trata, en cambio de discutir a quin sirven las bellas almas."
(p. 63. La cursiva en el original)
En el captulo anterior decamos que en las polmicas del exilio existan dos
direcciones: hacia las responsabilidades del pasado y hacia los proyectos de futuro.
En los debates de la pos-dictadura al menos en los que van de fines del 85 en
adelante parece haberse perdido la segunda direccin: a la derrota del 76 se
haba sumado la decepcin, diez aos despus, de la experiencia democrtica.
Desde el 86, lo que parece discutirse no es ya la revisin de los setentas ni
tampoco las expectativas de una nueva etapa, sino qu hacer ante las sucesivas
frustraciones en las que desembocan los proyectos ms o menos alternativos
de pas y de sociedad. Si para entonces los reproches se justificaban en haber
apoyado o no al alfonsinismo reproches que la izquierda lanzaba hacia los
social-demcratas, el triunfo de Carlos Menem en 1989 produjo un efecto
242
Quin de nosotros escribir el Facundo?
202
Para un panorama crtico sobre el tema, cfr. Montaldo, Graciela, (1999) Intelectuales y artistas
en la sociedad civil argentina en el fin de siglo, Latin American Studies Center, Working Paper
n 4, University of Maryland, College Park.
243
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VII - LA POS-DICTADURA:
EL CAMPO LITERARIO
Vittorio Strada afirma que Lukcs ve el mundo sub especie [sic] de novela;203
tratar de justificar en las siguientes pginas por qu postulo una lectura del campo
literario en la pos-dictadura sub specie de novela, ya que es, a mi juicio, en los
debates sobre el gnero donde se va reconfigurando el campo literario, con la
emergencia de sus referentes ms fuertes y el retroceso de las figuras que dominaron
las dcadas anteriores. Con este objetivo, resulta necesario realizar un largo rodeo
terico que procure una demostracin a lo que por el momento se plantea como una
hiptesis incierta. Como decamos en el final del captulo anterior, se requiere a
menudo desandar lugares comunes de la crtica que siguen operando como tales aun
cuando ya han sido largamente cuestionados y, en algunos casos, refutados. Voy a
plantear tres axiomas cuya discusin a propsito del perodo que nos ocupa
guiar el desarrollo de este captulo: 1) la experiencia humana es la materia de la
narracin; el narrador modela su relato a partir de esa experiencia y, mediante una
serie de transformaciones, la convierte en narracin; 2) la novela es una forma
narrativa; ergo, el novelista tambin se vale de la experiencia como materia para
construir su obra; 3) los modos realistas de representacin el canon mimtico
son los ms adecuados y pertinentes para representar la experiencia humana y para
comunicarla.
1 Experiencia y narracin
Para referirnos a la compleja relacin entre experiencia y narracin parece
inevitable remontarnos al ya clsico texto de Walter Benjamin, El narrador204 ; las
hiptesis que all se sustentan son bien conocidas:
"Es cada vez ms raro encontrar a alguien capaz de narrar algo con
probidad. Con creciente frecuencia se asiste al embarazo extendindose
por la tertulia cuando se deja or el deseo de escuchar una historia.
203
Citado por: Altamirano, Carlos y Sarlo, Beatriz, (1983) Literatura/Sociedad, Buenos Aires,
Hachette, p. 136.
204
Benjamin, Walter, (1998) El narrador, en Para una crtica de la violencia y otros ensayos.
Iluminaciones IV. Traduccin de Roberto Blatt, Madrid, Taurus, pp. 111-134. El texto fue
publicado por primera vez en octubre de 1936 como Der Erzhler.
245
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205
Ante la dificultad para conseguir el guin original de Wim Wenders y Peter Handke, agradezco
a Jos Amcola, quien tradujo los prrafos citados directamente de la versin cinematogrfica.
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La generacin de autores a la que perteneca Grass saba que deba asumirse como
la generacin de Auschwitz, pero tambin sabamos una cosa al menos, y era que
en el mejor de los casos el mandamiento de Adorno slo poda refutarse escribien-
do. Pero cmo? Aprendiendo con quin: Brecht, Benn, los primeros expresionistas?
Basndose en qu tradicin y situndose entre qu criterios? (p.14). Es notable
advertir cmo el camino que describe Grass para superar el mandato adorniano se
asemeja a las precisiones que abundaron entre los narradores argentinos que escri-
bieron durante o poco despus de la dictadura:
"Uno de esos lastres, que segua pesando aunque se rechazara como
equipaje, era el mandamiento de Theodor W. Adorno. De sus tablas de
la ley tom prestado mi precepto. Y ese precepto exiga la renuncia al
color puro; prescriba el gris y sus matices infinitos. Se trataba de abjurar
de las magnitudes absolutas, el blanco o negro ideolgicos, de decretar
la expulsin de las creencias y de instalarse slo en la duda, que daba a
todo, hasta al mismo arco iris, un matiz grisceo. Y por aadidura, ese
mandamiento exiga una riqueza de ndole nueva: haba que celebrar la
miserable belleza de todos los matices reconocibles del gris con un
lenguaje daado." (p. 14)
Para hablar de la vida daada del subttulo de Adorno slo resta un lenguaje
daado, y para dar cuenta de esta verdadera apora suelen abundar las formulaciones
en oxmoron: la experiencia muda de la guerra en Benjamin; la epopeya de la paz
en el viejo narrador de Wenders, o celebrar la miserable belleza en el texto de Grass.
Poco importa si Benjamin se refiere a los efectos de la primera guerra y Wenders/
Handke y Grass a los efectos de la segunda; lo que parece quedar en evidencia a
partir del caso alemn es: a) que las situaciones polticas extremas (guerras,
revoluciones derrotadas, feroces represiones bajo regmenes dictatoriales) producen
transfomaciones radicales en el modo de procesar subjetivamente las experiencias
vividas; b) que una de las consecuencias de lo traumtico del procesamiento de esas
experiencias es la extrema dificultad de transformarlas en relato; c) que slo es
posible hacerlo en la medida en que se regrese al punto de partida: situarse en la
duda, abandonar las certidumbres, volver a preguntarse por el origen, asumir la
dimensin autobiogrfica; slo as puede pensarse al gris como una riqueza de
nueva ndole; d) que lo dicho hasta aqu nos lleva a concluir en lo obvio: que la
literatura, como un modo especfico de procesar las experiencias humanas, se ver
afectada por el impacto destructivo que ocasionan las situaciones polticas
mencionadas; pero cmo?
Uno de los aportes ms citados y comentados del texto de Benjamin es
aquel que establece dos modelos bsicos de narrador: por un lado, el viajero, el
narrador nmade; por otro, el agricultor sedentario. Benjamin no explicita si a estos
249
Jos Luis de Diego
207
Piglia, Ricardo, (1986) Crtica y ficcin, Santa Fe, Cuadernos de Extensin Universitaria n 8,
Universidad del Litoral, p. 14. sta y otras afirmaciones de Piglia resultan muy inquietantes
desde el punto de vista de la reflexin terica, pero a menudo son harto discutibles cuando se
trabaja con casos. Algo similar ocurre con sus tan difundidas tesis sobre el cuento.
250
Quin de nosotros escribir el Facundo?
cuya gnesis nos reenva a los textos de Benjamin de los 30. En 1933, Benjamin
haba publicado en Praga un artculo titulado Experiencia y pobreza, en el que
adelanta algunas de las ideas que desarrollar en sus conocidos trabajos del 36;208
por un lado, encontramos frases que se repetirn textualmente en El narrador (por
ejemplo: Entonces se pudo constatar que las gentes volvan mudas del campo de
batalla [p. 168]); por otro, ya su mirada sobre los medios de reproduccin tcnica
manifiesta el inters central que ocupar esa temtica en La obra de arte en la
poca...209 tambin del 36, segn puede verse en el siguiente prrafo: Naturaleza
y tcnica, primitivismo y confort van aqu a una, y ante los ojos de las gentes,
fatigadas por las complicaciones sin fin de cada da y cuya meta vital no emerge sino
como lejansimo punto de fuga en una perspectiva infinita de medios,... (p. 172).
Sera absurdo intentar demostrar, a ms de sesenta aos, el aserto del pensador
alemn: lo que entonces tena el valor de una lcida profeca hoy se ha transformado
en una verdad irrefutable. En efecto, hablar hoy de la mediatizacin de la experien-
cia es abundar sobre lo obvio; tanto la teorizacin del fenmeno como el registro de
una casustica inagotable inundan las pginas de libros y publicaciones peridicas.
Si uno viva cierta experiencia (Todo lo que es aprehendido por los sentidos y
constituye la materia del conocimiento humano 2 acepcin), uno adquira cierta
experiencia (Conocimiento que se adquiere con la prctica 1 acepcin), y ese
conocimiento era transferido mediante la narracin. En ese proceso, hay un primer
momento decisivo en la mediatizacin con la aparicin del libro; como deca el viejo
narrador de Wenders, Y ellos no estn sentados en crculo, sino cada uno aislado y
nada sabe uno del otro, repitiendo, de este modo, la tantas veces citada queja de
San Ambrosio. En el libro se poda leer la narracin de una experiencia ajena, pero ya
no de boca de quien la vivi, sino a travs de un medio; pero, adems, la lectura
comenzaba a ser un fenmeno de ida y vuelta: el autor transfera su experiencia al
lector, y el lector transfera (esta vez, en el sentido psicoanaltico del trmino) su
experiencia hacia el texto (transferencia que se ha difundido con el nombre de
bovarismo). De modo que no slo el narrador confa su experiencia a un medio, sino
que tambin lo hace el lector, y en esa confianza produce un reemplazo de la propia
experiencia por la experiencia de otro: son ambos los que mediatizan su experiencia.
A partir de estas reflexiones, si volvemos a las dos hiptesis que confluyen en los
textos de Benjamin del 36, veremos que ambas se plantean en instancias diferentes
de un mismo fenmeno. Grficamente:
208
Benjamin, Walter, (1989) Experiencia y pobreza, en Discursos interrumpidos I. Traduccin
de Jess Aguirre, Madrid, Taurus, pp.165-173.
209
Benjamin, Walter, (1989) La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica, en
Discursos interrumpidos I. Cit., pp. 15-57.
251
Jos Luis de Diego
A B
Experiencia del narrador Narracin Experiencia del lector
210
Saavedra, Guillermo, (1993) La curiosidad impertinente. Entrevistas con narradores argenti-
nos, Rosario, Beatriz Viterbo, p. 47.
252
Quin de nosotros escribir el Facundo?
experimentacin formal, auge de los discursos pardicos, muerte del autor, etc.
Estas caractersticas no slo fueron imperativos autoimpuestos por los escritores
que se alejaban ms y ms del realismo ingenuo, sino tambin el fruto de una labor
crtica que se ocup de desmontar la supuesta naturalidad del realismo decimonnico
(...ninguna escritura es ms artificial que la que pretendi pintar a la Naturaleza ms
de cerca, deca Roland Barthes en 1953), y demostr un sostenido entusiasmo por
las manifestaciones artsticas que se distanciaban ostensiblemente de ese modelo.
Un ejemplo muy claro de esta impregnacin entre escritura literaria y labor
crtica son precisamente las teoras sobre los discursos pardicos: a medida que
crecan en nmero los textos literarios en los que se adverta el recurso a la parodia,
la crtica ampliaba aun ms el alcance terico del trmino. De manera que la parodia se
transform en una especie de nuevo realismo: as como era realista todo texto que
de algn modo refiriera aspectos de lo real (es decir, todo texto era, de algn modo,
realista); termin siendo pardico todo texto que hablara de algn modo de otro
texto (es decir, todo texto es, de algn modo, pardico). Si la literatura iba
abandonando la realidad extramuros, y manifestaba su inters hacia las mltiples
tradiciones de su propio campo la realidad intramuros; y si todo discurso intramuros
se identifica con el recurso a la parodia que va desde la burla a la distancia irnica
y aun hasta el homenaje, la conclusin parece evidente: todo es pardico211 . Y,
si todo es pardico, dice Beatriz Sarlo, la parodia (tan necesitada siempre de la
diferencia) deja de existir212 . La parodia, por lo tanto, ha dejado de ser el arma
clebre contra los modos de representacin esclerosados segn lo haban
consagrado los formalistas rusos, en especial Iuri Tyninov, para transformarse en
un componente central de lo que podemos llamar un nuevo verosmil.213 Y, como es
fcil observar, el recurso no resulta exclusivo del llamado gran arte, del cine o la
literatura alta, sino que se ha multiplicado en las ms variadas formas de la literatura
trivial y del cine comercial.214 En este punto, parece necesario detenerse en la lcida
descripcin de Umberto Eco del fenmeno que estamos describiendo:
211
La oposicin metafrica extramuros / intramuros pertenece al conocido trabajo de Linda
Hutcheon, (1991) A Theory of Parody. The Teaching of Twentieth Century Art Forms, N. York/
Londres, Routledge. Para una actualizacin del concepto de parodia, puede consultarse:
Amcola, Jos, (1996) Parodizacin, pesquisa y simulacro, en Orbis Tertius, n 1, Centro de
Teora y Crtica Literarias, Facultad de Humanidades, UNLP, pp. 13-30.
212
Sarlo, Beatriz, (1988) Transgresiones y tributos, en El Periodista de Buenos Aires, n 197,
Buenos Aires, julio, p. 52. Continuando con la homologa terica, podra decirse que: o bien
ningn texto puede dar cuenta de la realidad, y por lo tanto el realismo es una pretensin
ilusoria; o bien todo texto de algn modo habla de la realidad, y por lo tanto el realismo es una
categora intil.
213
En otro lugar, he procurado caracterizar un nuevo verosmil a partir de ejemplos tomados del
cine y la televisin. Cfr. de Diego, Jos Luis, (1994) El nuevo verosmil, en AA. VV., La
escritura en escena, Buenos Aires, Corregidor, pp. 17-27.
214
Por dar slo un ejemplo, baste recordar la clebre escena del cochecito que escapa de las manos
de la mujer y se precipita por una escalera en El acorazado Potemkin, el clsico de Sergui
Eisenstein de 1925; la misma escena fue reproducida por Brian De Palma en Los intocables, de
1987, a manera de parodia-homenaje; y, en un recurso de parodia de la parodia, la escena
253
Jos Luis de Diego
"Pienso que la actitud posmoderna es como la del que ama a una mujer
muy culta y sabe que no puede decirle 'te amo desesperadamente',
porque sabe que ella sabe (y que ella sabe que l sabe) que esas frases
ya las ha escrito Liala. Podr decir: 'Como dira Liala, te amo
desesperadamente'. En ese momento, habiendo evitado la falsa
inocencia, habiendo dicho claramente que ya no se puede hablar de
manera inocente, habr logrado sin embargo decirle a la mujer lo que
quera decirle: que la ama, pero que la ama en una poca en que la
215
inocencia se ha perdido."
Dijimos que esta digresin hacia el problema de los discursos pardicos era slo un
ejemplo en un marco de transformaciones ms vasto y complejo. En todo caso, mi
intencin es poner de manifiesto: a) que el auge de la parodia es una y slo una de
las pruebas de que B se ha transformado en el tema de A; b) que se trata de
una de las derivaciones de la crisis de la narracin en tanto instrumento para comu-
nicar la experiencia; c) que es, adems, un sntoma de que la problematizacin del
orden de la representacin ha desplazado a la seguridad del orden de lo representa-
do, orden garantizado por una relacin transparente entre el signo y su referente;
d) que, lejos de ser un recurso para iniciados como muchos suponen, su uso se ha
generalizado aun en los circuitos ms extendidos de la comunicacin meditica.216
2 Narracin y novela
Pero no toda narracin es literatura, y no toda literatura pertenece a la
especie novela, de modo que hablar de la relacin narracin/novela es hablar de una
relacin compleja y mediata. Se podra plantear, en principio, de una manera sencilla:
si la narracin es un medio a travs del cual se comunica la experiencia, y la novela es
una forma narrativa particularmente importante desde fines del siglo XVIII; enton-
ces, la novela ser un medio privilegiado de comunicar la experiencia. De aqu sur-
gen, al menos, dos preguntas.
La primera de ellas es: qu tipo de experiencia narra la novela?, pregunta
que por momentos se plante en trminos preceptivos: qu tipo de experiencia debe
narrar la novela? Es bien conocido, en este sentido, el imperativo lukacsiano: el
aparece una vez ms, burlescamente distorsionada, en La pistola desnuda 33 1/3. El insulto
final (Peter Segal, 1994), en la que los cochecitos se multiplican y los bebs vuelan por los aires.
Como se ve, la parodia enlaza a un clsico del cine con una comedia de masas, a travs de un
director como De Palma que suele alternar las parodias-homenaje (por ejemplo, a Alfred
Hitchcock en Vestida para matar [1982] o Doble de cuerpo [1984]) con un cine abiertamente
comercial.
215
Eco, Umberto, (1987) Apostillas a El nombre de la rosa. Traduccin de Ricardo Pochtar,
Buenos Aires, Lumen/de la Flor, p. 74.
216
Cfr. Jameson, Fredric, (1991) De cmo el pastiche eclips a la parodia, en El posmodernismo
o la lgica cultural del capitalismo avanzado. Traduccin de Jos Luis Pardo Toro, Barcelona,
Paids Studio, pp. 41-44.
254
Quin de nosotros escribir el Facundo?
217
Goldmann, Lucien, (1971) La sociologa y la literatura: situacin actual y problemas de
mtodo, en AA. VV. Sociologa de la creacin literaria. Traduccin de Hugo Acevedo, Buenos
Aires, Nueva Visin, pp. 9-43.
255
Jos Luis de Diego
218
Puede leerse una excelente resea de estos debates en: Altamirano, Carlos y Sarlo, Bea-
triz, (1983) Las estticas sociolgicas, en Literatura/Sociedad, Buenos Aires, Hachette,
pp. 135-161.
219
Lukcs, Georg, (1978) Narrar o describir? Contribucin a la discusin sobre el naturalismo y
el formalismo, en AA. VV. Literatura y sociedad. Introduccin, notas y seleccin de
textos: Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo. Traduccin de Cristina Iglesia. Buenos Aires,
CEDAL, pp. 33-63.
256
Quin de nosotros escribir el Facundo?
el mismo ao, Benjamin. Interesado siempre por los medios de reproduccin tcnica,
Benjamin sita la primera gran escisin entre narracin y novela a comienzos de la
edad moderna:
"El ms temprano indicio del proceso cuya culminacin es el ocaso de la
narracin, es el surgimiento de la novela a comienzos de la poca
moderna. Lo que distingue a la novela de la narracin (y de lo pico en
su sentido ms estricto), es su dependencia esencial del libro. [...] El
narrador toma lo que narra de la experiencia; la suya propia o la
transmitida. Y la torna a su vez, en experiencia de aquellos que escuchan
su historia. El novelista, por su parte, se ha segregado." (p. 115)
Lo novedoso de la hiptesis de Benjamin es que la novela no abandona la narracin
segn lo postula Lukcs durante un proceso fechable en la segunda mitad del
siglo XIX, sino que la novela moderna nace contra la narracin; con el origen de la
novela comienza a desaparecer la narracin como tantos otros, Benjamin menciona
al Quijote como hito inicial de la novela moderna. Visiblemente, Lukcs focaliza su
mirada en el mundo representado en la novela y en los procedimientos de que se vale
el novelista, mientras que el punto de vista de Benjamin es ms de carcter
antropolgico y meditico; de ah, la consabida vigencia de las profticas hiptesis
del pensador alemn en nuestros das. Pero sea cual fuera el origen del fenmeno
descripto, en lo que no parece haber dudas es que nunca como en el siglo XX se
puso de manifiesto de manera tan ostensible el divorcio entre narracin y novela. Si
la experiencia constitua la materia de la narracin y la narracin era el procedimiento
dominante en la novela, podramos decir platnicamente que, en nuestro siglo, la
novela se encuentra alejada de la experiencia en segundo grado. De modo que
representar la experiencia a travs de una novela resulta una empresa cada vez ms
mediata: una vez ms, paulatina pero crecientemente, B se ha transformado en
el tema de A.
Pero vayamos al caso argentino. Segn Beatriz Sarlo durante los setentas
se pasa del sistema de la dcada del sesenta, presidido por Cortzar y una lectura de
Borges (lectura contenidista, si se me permite la expresin) [...] al sistema dominado
por Borges, y un Borges procesado en la teora literaria que tiene como centro al
intertexto.220 Qu implica, para el tema que estamos considerando, la relacin
narracin/novela, la afirmacin de Sarlo?; podramos reescribir rpidamente esa
afirmacin de esta manera: se pasa del sistema presidido por un autor que escribi la
novela ms celebrada e influyente de los sesentas al sistema dominado por otro que
jams escribi una novela.
220
Sarlo, Beatriz, (1983) Literatura y poltica, en Punto de Vista, n 19, diciembre, p. 8.
257
Jos Luis de Diego
258
Quin de nosotros escribir el Facundo?
en los ltimos aos. En este itinerario se puede incluir la labor de los crticos de
Punto de Vista: el reiterado e insistente inters en Borges y en Saer pone de manifiesto,
por oposicin, las aisladas y espordicas menciones a la obra de Cortzar,223 que
contrastan con el lugar central que ocupaba su figura en las revistas de los primeros
setentas, Crisis, Los Libros y Nuevos Aires, entre otras.224 En 1987, tres aos despus
de la muerte de Cortzar, se realiza el Coloquio de Eichsttt editado por Kohut y
Pagni al que ya hemos hecho referencia; all, Jaime Alazraki ley una ponencia en la
que afirmaba:
"Aqu importa sealar que si la obra de Cortzar se convierte en modelo
por su rigor formal y su bsqueda humana, en no menor medida abre
ese camino que, sin abandonar sus bsquedas y preocupaciones
individuales, empalma con la historia. Esta doble perspectiva, este frente
doble, lo convierte entre los escritores argentinos que escriben hoy, en
la figura gravitante y axial que Borges haba sido para la generacin de
Cortzar. Libro de Manuel, de 1973, es, a pesar de la estela polmica que
la acompaa, a pesar de los malentendidos y equvocos que provoc y
a pesar de los rechazos y corcoveos con que fue recibida, la novela que
define la direccin dominante que seguir la narrativa argentina de estas
225
dos dcadas." (p. 224)
Previsiblemente, y segn lo que afirma Andrea Pagni en Zonas de discusin el
texto que cierra las actas del Coloquio, la hiptesis de Alazraki fue refutada por la
mayora de los presentes (Pagni menciona nada menos que a Martini, Piglia y Saer226 ).
Sin embargo, en el mismo ao, en la ya citada encuesta que Juan Martini y Rubn
Ros organizaron desde la revista Humor, y para sorpresa de muchos, Rayuela fue la
ms votada y ocup el primer lugar como la novela ms importante de la literatura
argentina. 227 La pregunta sigue pendiente: fue de las ms votadas por su
vigencia o porque es un clsico, con las connotaciones negativas con que
us el trmino Heker? En 1993, se publica La curiosidad impertinente, el libro de
entrevistas de Guillermo Saavedra a 18 escritores argentinos; si no le mal,
Cortzar aparece mencionado slo una vez, y de ninguna manera all media
223
Entre los pocos trabajos, puede citarse: Gramuglio, Mara Teresa, (1995) Novelas y poltica,
en Punto de Vista, n 52, Buenos Aires, agosto, pp. 29-35.
224
Cfr., a manera de ejemplo, Crisis n 2, 11 y 36; Los Libros n 2, 3, 30 y 37; Nuevos Aires, n 1,
2, 3 y 8.
225
Alazraki, Jaime, Cortzar y la narrativa argentina actual, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea
(eds.). Op. cit., pp. 217-230.
226
Saer se suma a Piglia en el modo de relativizar el legado cortazariano: Sin embargo, su
influencia no es visible en Piglia, en Aira, en Fogwill, o en los ms jvenes como Chefjec o Alan
Pauls. Es como si Cortzar hubiera cerrado un camino, no s. Podra decirse que hay algunos
escritores que lo han imitado, pero no han producido cosas interesantes... en: La Maga, n 5,
Homenaje a Cortzar, Buenos Aires, noviembre de 1994, p. 16.
227
La encuesta se public, sucesivamente, desde la Humor n 196, de mayo de 1987, hasta la
n 203, de agosto del mismo ao; en la pgina 97 de esta ltima aparece la Tabla final.
259
Jos Luis de Diego
260
Quin de nosotros escribir el Facundo?
261
Jos Luis de Diego
232
Esta afirmacin est extrada de una conferencia que dict Ricardo Piglia en la Facultad de
Humanidades (UNLP) a principios de los noventas, que fue desgrabada y de la cual circula una
versin en fotocopias.
233
Harto de los laberintos (1983) Entrevista con Csar Fernndez Moreno, en Rodrguez
Monegal, Emir. Borges por l mismo. Barcelona, Laia, pp. 175-224.
234
La referencia al Quijote de Benjamin y de Borges para hablar del fin de la narracin resulta casi
obvia si tenemos en cuenta que la novela moderna nace si se me permite el juego de palabras-
con una novela moderna, en donde hay parodia, autoreflexividad, bovarismo, etc.
262
Quin de nosotros escribir el Facundo?
Jos Saer har una lectura similar a la de Piglia a la hora de interpretar la desconfian-
za de Borges hacia la novela; a partir de la lectura de textos como El arte narrativo
y la magia y De las alegoras a las novelas, Saer afirma:
"...en el centro de la teora borgiana de la narracin, hay un rechazo del
acontecimiento, de la causalidad natural, de la inteligibilidad histrica y
de la hiperhistoricidad que caracteriza al realismo tal como es practica-
do hasta Bouvard y Pecuchet, [...]. Para simplificar podra decir que de
un lado est la narracin y del otro la novela: toda novela es una narra-
cin pero no toda narracin es una novela. La novela no es ms que un
perodo histrico de la narracin, y la narracin es una especie de fun-
cin del espritu. La novela es un gnero literario. Despus de Bouvard
235
y Pecuchet la narracin ha dejado de ser novelesca." (pp. 289-290)
Si despus del Quijote la novela ha dejado de ser narrativa, Saer focaliza una segun-
da ruptura con la novela de Flaubert e invierte la frmula: la narracin ha dejado de
ser novelesca. En rigor, lo que invierte es la implicacin: la narracin no es slo una
funcin o un procedimiento del gnero dominante, la novela, sino que la novela es
una manifestacin contingente de una funcin natural, la narracin.
Pero Borges vea, adems, una diferencia entre narracin y novela que iba
ms all de las mutuas implicancias que hemos estado analizando: la novela se atiene
a una causalidad motivada por el referente, una causalidad histrica o psicolgica,
mientras que la narracin se atiene a una causalidad lgica, slo motivada por la
concatenacin de causas y efectos que se postulan en y desde la construccin del
relato. De manera que el referente es el garante de la verosimilitud de la novela,
mientras que la verosimilitud de la narracin slo se encuentra garantizada por la
construccin de lo referido. Refirindose a su Poema conjetural, Borges afirma:
"Aunque, desde luego, sea del todo inverosmil, porque esos ltimos
momentos de Laprida, perseguido por quienes iban a matarlo, tienen
que haber sido menos racionales; ms fragmentarios, ms casuales. [...]
Creo que si hubiera sido un poema realista, si hubiera sido lo que Joyce
llama un monlogo interior, el poema habra perdido mucho; y mejor que
236
sea falso, es decir, que sea literario."
235
Saer, Juan Jos, (1997) Borges novelista, en El concepto de ficcin, Buenos Aires, Ariel,
pp. 282-290. Esta separacin tajante entre narracin y novela, que Saer atribuye a Borges, no
parece ser del todo asumida por el escritor santafesino, quien, por momentos, produce una
identificacin total entre una y otra; recordemos la intervencin de Tomatis en Cicatrices: No
hay ms que un gnero literario, y ese gnero es la novela. Hicieron falta muchos aos para
descubrirlo. [...] Y eso es todo. la nica forma posible es la narracin, porque la sustancia de la
conciencia es el tiempo (Saer, Juan Jos, [1983] Cicatrices, Buenos Aires, CEDAL, p. 55).
236
Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, (1987) Dilogos ltimos, Buenos Aires, Sudamericana,
p. 27.
263
Jos Luis de Diego
237
Sbato, Ernesto, (1968) Sobre los dos Borges, en Tres aproximaciones a la literatura de
nuestro tiempo. Sartre, Robbe-Grillet, Borges, Santiago de Chile, Editorial Universitaria,
pp. 31-62.
264
Quin de nosotros escribir el Facundo?
ra, la concepcin del arte que ha expuesto con insistencia encuentra sus races en el
psicoanlisis preestructuralista, en una confusa identificacin de categoras como
inconsciente con los demonios interiores y, ms genricamente, con las fuerzas
del mal. Cortzar, por el contrario, es el gran novelista de la vanguardia de los sesen-
tas que, como vimos en el captulo III, combinaba admirablemente recursos tcnicos
novedosos como una dimensin potica en el uso de la lengua con una suerte de
bsqueda metafsica continuamente desacralizada por la irrupcin del absurdo. Por
lo menos desde Rayuela en adelante, Cortzar pretendi encarnar en la literatura
argentina la imagen de la sntesis tantas veces debatida entre vanguardia artstica
y vanguardia poltica: sntesis siempre diferida, ya que si en los sesentas se impone
la imagen del vanguardista, a partir del 68, y visiblemente desde Libro de Manuel, a
medida que Cortzar acrecentaba su imagen de escritor politizado y solidario con los
movimientos de emancipacin de Amrica Latina, su figura, segn vimos, iba ingre-
sando al panten de los clsicos, y por lo tanto perdiendo su valor de referencia
fuerte y transgresora para los escritores jvenes. Si nos detenemos en los parntesis
aclaratorios de la cita de Sarlo que hemos estado comentando, tambin en Borges
parecen haber dos etapas, o mejor dicho, en la recepcin de Borges: de una lectura
contenidista a un Borges procesado en la teora literaria que tiene como centro al
intertexto. Sean cuales fueren las causas de ese cambio de lecturas de la obra de
Borges, lo cierto es que el progresivo desinters por los textos de figuras centrales
en los sesentas y en los primeros setentas, como Sbato, Marechal y Cortzar, y la
reaparicin de Borges en el centro de la escena no deja de ser algo en apariencia
enigmtico y que a mi juicio no ha sido explicado an de modo convincente. Si a la
afirmacin de Sarlo aadimos los sentimientos complejos que expone Jitrik en el
81, las reflexiones de Piglia sobre la novela argentina despus de Borges, el explcito
reconocimiento de Saer en su Borges novelista, la provocativa respuesta de Martini
a Gregorich y aun el sugestivo ttulo Borges requiem de Horacio Gonzlez en su
artculo sobre la novela argentina en los 80238 , habremos mostrado slo la punta
de un iceberg cuyo volumen real puede rastrearse en infinidad de textos de los
ochentas. Las extensas referencias que hemos hecho a la compleja relacin experien-
cia/narracin/novela han procurado dar una explicacin de transformaciones estti-
cas que exceda el limitado campo de la novela argentina. As, esa nueva lectu-
ra de Borges en los ochentas de la que habla Sarlo haba terminado por detectar
en los primeros textos de Ficciones y de El aleph el origen de una esttica: los
relatos de Borges, ms que encajar en esa esttica, la haban generado, y ahora
el problema era cmo escapar a esa sombra terrible, cmo y quin iba a entonar
el Borges requiem.
238
Gonzlez, Horacio, (1986) Borges requiem, en El Porteo, n 60, Buenos Aires, diciembre,
pp. 60-62.
265
Jos Luis de Diego
3 Novela y representacin
Cuando en el campo de la novela mucho ms que en cualquier otro gnero
debemos ocuparnos del orden de la representacin y de lo representado, parece
inevitable enfrentarnos a una de las categoras ms transitadas por la crtica: el
realismo. Si gran parte de la produccin literaria del siglo XX intent explicarse
mediante la oposicin realismo/vanguardia, an es fcil percibir que el realismo pervive
en muchos casos como el elemento dado o no marcado, y la vanguardia como lo
marcado, como su reverso negativo. Incluso uno de los autores que mejor compren-
di la significacin de los movimientos de vanguardia, como Adorno, se refiere a la
negatividad como una de sus caractersticas definitorias. Sin embargo, a medida que
el tiempo pas y que la vanguardia se fue consolidando como una suerte de clasicis-
mo de nuestro siglo a medida que los extravagantes y sofisticados pintores fueron
ingresando al museo, segn la conocida reflexin de Edoardo Sanguinetti,239 fue
perdiendo su carcter transgresivo, y la progresiva aceptacin social fue neutrali-
zando los ribetes ms escandalosos que rodearon su irrupcin en los comienzos del
siglo. Segn vimos en los captulos II y III, la asociacin entre vanguardia esttica y
vanguardia poltica postulada en los sesentas fue el ltimo intento de dotar al campo
esttico de una virulencia revolucionaria que ya estaba en vas de extincin. A partir
de all, la vanguardia pareci fragmentarse entre los clsicos ya aceptados por el
mercado y los nostlgicos de los sesentas artistas que profesionalizaron su
histrionismo, hippies de ms de cincuenta aos, constantes reciclamientos de gru-
pos y hits musicales de entonces: hoy, como afirma Piglia, la vanguardia es un
gnero como cualquier otro. Desde esta perspectiva, es menester preguntarse si es
posible referirnos a la produccin novelstica de las ltimas dcadas sin desembocar
en el binarismo fatal de textos realistas vs. textos antirrealistas (otra vez, la negatividad,
la definicin por oposicin). Todo indica que la respuesta a esa pregunta es negati-
va: a pesar de haber soportado crticas y severos cuestionamientos tericos, la
categora realismo parece soportar inmune esos ataques.
Cules son las soluciones que han encontrado escritores y crticos para
continuar aferrados a una categora tan vapuleada? Una solucin es la adjetivacin,
un realismo adjetivado. Mediante este procedimiento, la categora ha sido rescata-
da aun por sus ms acrrimos detractores: as, un realismo de otro signo deba
oponerse al realismo ingenuo o realismo decimonnico, un realismo crtico deba
afirmarse frente a los imperativos del realismo socialista; y frente al crudo realismo
de las llamadas novelas de la tierra, se levant en los sesentas la bandera del
realismo mgico o maravilloso.240 En nuestro pas, ese gesto se puede advertir
239
Sanguinetti, Edoardo, (1969) Sociologa de la vanguardia, en AA. VV. Literatura y sociedad.
Traduccin de R. de la Iglesia, Barcelona, Martnez Roca, pp. 13-33.
240
En oportundidad del traslado de los restos de Pablo Neruda en 1992, el Presidente del Partido
Comunista chileno, Volodia Teitelboim, dijo: Aqu el realismo mgico de Garca Mrquez o lo
266
Quin de nosotros escribir el Facundo?
267
Jos Luis de Diego
247
Borges, Jorge Luis, (1951) El idioma analtico de John Wilkins, en Otras inquisiciones.
Buenos Aires, Emec.
268
Quin de nosotros escribir el Facundo?
248
Barthes, Roland, (1986) Leccin inaugural de la ctedra de semiologa lingstica del Collge
de France, pronunciada el 7 de enero de 1977. Trad: Oscar Tern, 3 edicin, Mxico, Siglo
XXI.
249
Dice Piglia: Yo tomo distancia respecto a la concepcin de Foucault que a menudo tiende a ver
lo real casi exclusivamente en trminos discursivos, en Crtica y ficcin. Cit., p. 15.
269
Jos Luis de Diego
250
Sirva como ejemplo, una vez ms, la recanonizacin de Roberto Arlt: Pero el mal no es
solamente la consecuencia o el efecto de la jerarqua social, ni tampoco que las novelas de Arlt
representan como doblndolo en la ficcin a un mundo donde las jerarquas existen. Sino que
en el mal [...] ese mundo se nos presenta. (Masotta, Oscar, [1965] Sexo y tracin en Roberto
Arlt. Buenos Aires, Jorge Alvarez, p. 66. La cursiva en el original). Este es el material que l
[Arlt] transforma, que hace entrar en la mquina polifactica, para citarlo, de su escritura. Arlt
transforma, no reproduce. En Arlt no hay copia del habla. (Piglia, Ricardo, [1980] Respiracin
artificial, Buenos Aires, Pomaire, p. 170). Los actos que la conspiracin arltiana programa
constituyen a la sociedad entera en un cuerpo sobre el cual ejercer una fuerza; de ah que no
aspiren a reproducir lo real, sino a producirlo. (Pauls, Alan. Arlt: la mquina literaria, en
Montaldo, Graciela y colaboradores, Yrigoyen, entre Borges y Arlt (1916-1930). Vias, David
(dir.), [1989] Historia social de la literatura argentina, tomo VII, Buenos Aires, Contrapunto,
p. 318). Presentar, transformar, producir, son los trminos que la crtica opone a la
representacin/reproduccin de lo real y el itinerario que va de Masotta a Piglia y de Piglia a
Pauls no es casual ni inocente: los sesentas, los setentas, los ochentas.
271
Jos Luis de Diego
251
Catelli, Nora, (1983) La vuelta a la narracin, en Punto de Vista, n 18. Buenos Aires, agosto,
pp. 38-40. Catelli volvi sobre el tema, una dcada ms tarde, con su excelente artculo: Ya
no hay invitados a la mesa de Orlando?, en Letra Internacional, n 27, Madrid, invierno de
1992, pp. 57-60.
272
Quin de nosotros escribir el Facundo?
252
El trabajo se encuentra reproducido en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., pp. 105-121;
y en: Saer, Juan Jos, El concepto de ficcin. Cit., pp. 99-126. Cito por el nmero de pginas del
segundo.
273
Jos Luis de Diego
253
Narrativa argentina. Tercer Encuentro de Escritores Dr. Roberto Noble. Literatura y medios
de comunicacin. Presentacin y seleccin de textos: Liliana Lukin, (1990) Buenos Aires,
Serie Comunicacin y Sociedad, Cuaderno n 5, Fundacin Dr. Roberto Noble/Clarn.
254
Los escritores argentinos debaten acerca de la relacin entre la literatura y el mercado.
Entrevistas de Miguel Russo (1993), en La Maga, n 71, Buenos Aires, 26 de mayo, p. 47.
255
En el ya citado tomo 11 de la Historia crtica..., aparecido en el 2000, son los nicos tres autores
cuya obra merece una consideracin exclusiva (Cfr., en el apartado Figuras, los trabajos de
Jos Amcola [Puig], de Miguel Dalmaroni y Margarita Merbilha [Saer] y de Jorge Fornet
[Piglia]).
275
Jos Luis de Diego
256
Cfr. Martini, Juan, (1988) Espeficidad, alusiones y saber de una escritura, en Sosnowski, Sal
(comp.), Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino, Buenos Aires, EUDEBA,
pp. 125-132.
257
Respecto de ese recambio, se pueden mencionar los fallecimientos de Cortzar (1984), Mujica
Linez (1984), Borges (1986), Di Benedetto (1986), Costantini (1987), Puig (1990), Moyano
(1992) y, algunos aos despus, Soriano (1997).
276
Quin de nosotros escribir el Facundo?
de Juan Jos Saer. Esa centralidad de Piglia que ya era notable, segn vimos en el
captulo IV, en la Encuesta... del 82 fue advertida rpidamente por los escritores
exiliados que regresaban al pas, aunque muchos de ellos no comulgaban con una
potica a la que consideraban demasiado intelectualizada y por momentos
hermtica.258
En una conferencia que expusiera en La Plata,259 Ricardo Piglia se refiri a la
obra de Jorge Luis Borges con relacin al conflicto entre narracin y novela,
problemtica que, segn Piglia, est en el centro del debate actual sobre la novela y
a la que ya hemos hecho referencia. Es en el marco de este conflicto en que Piglia
define modos de solucin al mismo y establece una tipologa que nos interesa
particularmente. Segn Piglia, la narrativa de Juan Jos Saer nos remite al modelo que
encarna Samuel Beckett: el escritor se resiste al canibalismo de los medios de
comunicacin y a la trivializacin que impone la industria cultural; su enemigo
flagrante es el estereotipo y su escritura se sita en la resistencia a la aceptacin
social y en la bsqueda de una lengua pura; es, dice Piglia, una potica suicida.
Inversamente, Manuel Puig responde al conflicto desde otro modelo. El escritor no
trabaja contra el estereotipo, sino desde o con el estereotipo. El problema de Puig
sera cmo construir alta literatura a partir de formas degradadas por una comunicacin
trivializada. Si Saer escribe una novela en la que dos personajes conversan sobre los
mosquitos mientras caminan unas pocas cuadras, Puig construye quijotes
microscpicos y barriales que modelan sus vidas a partir de telenovelas, boleros,
folletines baratos y pelculas maniqueas. El tercer modelo es Rodolfo Walsh, quien
propone formas de renovacin de la novela, que no son la renovacin va la lrica y
la constitucin de una lengua pura, ni tampoco el trabajo sobre los estereotipos;
sino que busca la renovacin mediante la tcnica de la no-ficcin, materiales no
ficcionales que son elaborados tcnicamente por el escritor, como sera el uso de la
novela policial y el folletn en Operacin Masacre. Ahora bien, la caracterizacin de
Piglia no resulta demasiado novedosa: de Saer, Puig y Walsh se ha dicho muchas
veces lo que Piglia dijo. No obstante, es interesante ver dos cosas: por un lado, el
intento de una tipologa desde la dicotoma novela y narracin y postulada por un
escritor consagrado; por otro, advertir cmo Piglia, al caracterizar a otros escritores,
se sita, a la vez, l mismo en el centro del debate; en efecto, las novelas de Piglia son
de difcil inclusin en esa tipologa. La referencia a la tipologa de Piglia se justifica,
258
Transcribo a continuacin, citando de memoria, algo que me dijo Osvaldo Soriano en 1986 en
una visita a La Plata: Volv al pas con las dos novelas que haba publicado en Espaa y que se
estaban vendiendo muy bien en Argentina, pero notaba que no era demasiado aceptado en los
ambientes literarios. Todos hablaban de Piglia. Hasta que un da me cans, lo llam por telfono
y nos fuimos a tomar un caf. Le pregunt: 'Ricardo, qu te parecen mis novelas?', y me
contest: 'Estn muy bien, Gordo, vos segu en la tuya'. Desde ese da, al que viene a decirme
algo, le digo que Piglia me dijo que est bien y que no me hinche las pelotas.
259
Me refiero a la conferencia mencionada en la nota 232.
277
Jos Luis de Diego
260
Martnez, Tomas Eloy, (1988) El poder escribe la historia. Entrevista, en Crisis, n 62,
Buenos Aires, julio; p. 35. En junio de 1991, aparece un suplemento cultural de Pgina/12,
cuyo significativo ttulo es Primer Plano, y su editor Toms Eloy Martnez; desde all,
Martnez continuar su batalla contra el writing on writing y opondr a este modelo, con
excesiva insistencia, la narrativa norteamericana. Pero en Pgina/12 ya esa batalla haba
comenzado: por ejemplo, en 1989, con motivo de la aparicin de la novela La construccin del
hroe, Jorge Warley titul su resea: Juan Carlos Martini insiste con el viejo truco de la
metaficcin.
278
Quin de nosotros escribir el Facundo?
261
Cfr. Williams, Raymond, (1980) Marxismo y literatura. Traduccin de Pablo Di Masso. Barcelona,
Pennsula, pp. 144 y ss.
262
Ese lugar es explcitamente reconocido en el ya citado Borges requiem, de Horacio Gonzlez.
263
Cfr. nota 255.
279
Jos Luis de Diego
Castillo y de Liliana Heker; esa actitud muy visible, por ejemplo, en el artculo de
Heker de mediados del 86, Posboom: una potica de la mediocridad parece integrarse
con las opiniones de Toms Eloy Martnez que acabamos de resear, y configura lo
que hemos llamado lo residual del campo literario. Por ltimo, los jvenes escritores
que se identificaron, a partir del 87, con el denominado grupo Shangai, que haban
participado algunos de ellos del nmero especial de Vuelta Sudamericana sobre la
literatura argentina del ochenta de marzo del 87 y que publican Babel a partir del 88,
representan, con singular empeo, lo emergente del campo.264 Como es evidente y
prestamos atencin exclusivamente a las intervenciones hechas por escritores: Piglia,
Saer, Martnez, Heker, Caparrs, lo residual tiene estrechos contactos con las estticas
que caracterizamos en el captulo III; lo dominante ha sido objeto de anlisis en el
presente captulo; lo emergente escapa a los lmites temporales que nos hemos impuesto.
Es posible formular un correlato entre este ordenamiento del campo y las
publicaciones peridicas de entonces? Recordemos la ya citada afirmacin de Piglia:
En este pas hay que hacer la revolucin. Sobre esa base se puede empezar a hablar de
poltica. De lo contrario, prefiero conversar sobre la variante de Kasparov en la formacin
Scheveningen de la defensa siciliana o sobre el empleo del subjuntivo en la prosa de
Musil. Me parecen temas mucho ms interesantes y provechosos. Si tenemos en
cuenta el panorama de las publicaciones culturales de los ochentas, esta afirmacin
dista mucho de ser una mera boutade; describe, ms bien, una situacin dilemtica a la
que muchas no pudieron escapar. Consideremos, dentro de un campo que se caracteriza
por su heterogeneidad, a las publicaciones que tuvieron mayor repercusin y pudieron
superar una existencia que, en la mayora de los casos, fue efmera.
Como vimos en el captulo anterior, el debate ideolgico de la pos-dictadura
tuvo como escenario una serie de revistas que alternaban la nota cultural con la de
actualidad u opinin poltica y aun con el humor. Si nos hemos referido reiteradas
veces a El Porteo, a Humor o a la segunda etapa de Crisis, fue precisamente porque
all confluyeron una serie de intelectuales y artistas que protagonizaron centralmente
ese perodo de arduas polmicas. Afirma Roxana Patio: Tal vez no haya otro ejemplo
ms claro que la aparicin de la segunda poca de Crisis para demostrar la imposibilidad
de reproducir un clima intelectual como el de los setenta;265 nosotros agregamos que
esa afirmacin podra aplicarse, mutatis mutandi, a otras publicaciones de entonces.
264
Me refiero, claro est, a Jorge Dorio, Martn Caparrs, Daniel Guebel, Luis Chitarroni, Alan
Pauls, Sergio Chejfec, Daniel Samoilovich, Sergio Bizzio y otros. Cfr. Caparrs, Martn,
(1993) Mientras Babel, en Cuadernos Hispanoamericanos, n 517-519, Madrid, julio-
septiembre, pp. 525-528. Adems: Vuelta Sudamericana. Literatura argentina actual: un
panorama, n 8. Buenos Aires, marzo de 1987. En relacin con Babel: Delgado, Vernica,
(1996) Babel. Revista de libros en los 80. Una relectura e ndice literario-crtico de
Babel, en Orbis Tertius, n 2/3, Centro de Teora y Crtica Literarias, Facultad de Humanidades,
UNLP, pp. 275-302. Lo emergente tiene, sin embargo, algunas lneas de continuidad con el
llamado populismo en su versin vanguardista, comentado en la nota 88.
265
Patio, Roxana. Op. cit., p. 28.
280
Quin de nosotros escribir el Facundo?
El protagonismo de figuras como Vicente Zito Lema, Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano,
Mario Benedetti, Osvaldo Soriano, David Vias y aun Julio Cortzar 266 presentes a
travs de artculos, reiteradamente entrevistados, o como participantes de paneles y
mesas redondas dieron a esos debates el tono ms sobresaliente: una versin
acrtica y a menudo complaciente de los aos previos al golpe militar, un tinte pico
en la rememoracin de aquellos buenos tiempos del reino de la utopa, una visin
trgica trgicamente bella del drama de los muertos y de los desaparecidos, una
mirada desconfiada, de outsider, hacia la democracia recuperada. De esto ya hemos
hablado: lo que s me parece pertinente acentuar es que el protagonismo de estas
figuras tuvo un efecto casi nulo en el campo literario, como si en sus intervenciones
perviviera la marca de los setentas en el sentido de la imposibilidad de dotar al campo
del grado creciente de autonoma que la nueva situacin poltica razonablemente
reclamaba. Aun cuando esas intervenciones abandonaran por momentos el campo de
la opinin poltica y se ocuparan de evaluar la produccin literaria, nunca esa evaluacin
poda prescindir de las responsabilidades asumidas en el pasado reciente o de las
actitudes ms o menos complacientes para con el alfonsinismo. Hemos comentado, en
este sentido, los reproches en ambas direcciones a figuras como Luis Gregorich, pero
tambin esos reproches alcanzaron a escritores que conocieron el xito en aos de la
dictadura: quizs el que alcanz mayor difusin fue el caso Ass.
Flores robadas en los jardines de Quilmes, la novela de Ass publicada por
Losada en 1980, y que en poco tiempo super los cien mil ejemplares vendidos,
pareci responder al proyecto que con toda claridad enunciaba el autor desde sus
pginas: que se hablara de l, aunque se hablara mal. Sin embargo, los innumerables
debates que suscit el caso Ass no tuvieron como un correlato previsible la
aparicin de estudios crticos que se ocuparan de su obra en particular, de su
exitosa novela, como si la controversia sobre el escritor y sus actitudes pblicas
hubiera desplazado al inters por detenerse en los textos desde una mirada crtica
que pudiera o bien soslayar el calor de los debates, o bien incluirlos como objeto de
estudio.267 A partir de una estructura bastante elemental, la novela produjo un im-
pacto muy fuerte en los lectores y en la crtica. Algunos festejaron la frescura del
estilo, la crudeza de raigambre arltiana, el realismo de las escenas, la capacidad
mimtica en la representacin del habla popular. Otros condenaron su virulencia en
el ataque a la generacin de los setentas, como si fuera la responsable de su propia
266
Parece obvio aclarar que la serie de figuras mencionadas no resulta homognea y que existen,
adems de los elementos en comn, matices diferenciales.
267
Entre las excepciones, suelen citarse los siguientes trabajos: Marimn, Antonio, (1982) Un
best-seller argentino: las mil caras de un pcaro, en Punto de Vista, n 14, Buenos Aires, marzo-
julio, pp. 24-27. Avellaneda, Andrs, (1983) Best-seller' y cdigo represivo en la narrativa
argentina del ochenta: el caso Ass, en Revista Iberoamericana, n 125, Pittsburgh, octubre-
diciembre, pp. 983-996. Fogwill, Rodolfo, (1983) Ass y los buenos servicios, en Pie de
pgina, n 2, Buenos Aires, invierno, pp. 21-24.
281
Jos Luis de Diego
268
Carne picada, su novela de 1981, se abre con tres epgrafes; uno de ellos es un espacio en blanco
y debajo se lee Jacques Lacan, una clara irona contra el psicoanlisis. ([1981] Carne picada.
Canguros II, Buenos Aires, Legasa, p. 9).
269
Heker, Liliana, (1983) Osvaldo Soriano: los subproductos del exilio, en El Ornitorrinco, n 11.
Buenos Aires, junio-julio, pp. 24-25.
270
Ass, Jorge, (1985) Yo soy un clsico. Entrevista de Daniel Molina, en El Porteo, n 38,
Buenos Aires, febrero, pp. 81-83.
282
Quin de nosotros escribir el Facundo?
283
Jos Luis de Diego
284
Quin de nosotros escribir el Facundo?
APNDICE
Aportes para un estudio de la novela (1976-1986)
Estado de la cuestin
teora, un problema que siempre debe ser derivado al estudio de casos. A continuacin,
nos ocuparemos de establecer sumariamente un estado de la cuestin sobre el tema
que nos ocupa.
1.1 Researemos brevemente los trabajos del primer grupo, es decir, los que intentan
un ordenamiento del corpus, aunque no se refieran, obviamente, ms que a algunas
novelas. Sin duda, una mencin especial merece el primero y uno de los pocos libros
publicados en relacin con la temtica que nos ocupa. Me refiero a Nombrar lo
innombrable, de Fernando Reati. En la introduccin, el autor explica las razones que
justifican la eleccin del corpus novelstico: la seleccin se ha restringido a obras
que mantienen un grado de conexin implcita o explcita entre el referente histrico
y su representacin bajo la forma de la ficcin novelstica y en el marco de la violencia
poltica del perodo reciente. [...] Del corpus escogido decenas de novelas
correspondientes a la etapa 1975-1985 se desprende un discurso comn, una amplia
intertextualidad relacionada con el extratexto cultural... (p. 20). Ese discurso comn
le permite postular una voz transautorial, y formular, as, su tesis: La principal
tesis de este libro es que los escritores proponen soluciones simblicas a los conflictos
sociales, sintetizadas en el caso argentino en la oposicin entre autoritarismo y
democracia (p. 14). De acuerdo con estas afirmaciones, el texto de Reati recorre las
novelas de entonces desde diferentes perspectivas temticas: a) la ruptura con la
visin maniquea; b) el testimonio de una identidad fracturada; c) las relaciones entre
memoria, novela e historia; d) los cruces entre las aberraciones sexuales y la violencia
poltica. La lectura del libro de Reati pone en evidencia un plausible intento de
286
Quin de nosotros escribir el Facundo?
271
Reati, Fernando, (1992) Nombrar lo innombrable. Violencia poltica y novela argentina:
1975-1985, Buenos Aires, Legasa.
272
Sarlo, Beatriz, (1983) Literatura y poltica, en Punto de Vista n 19, Buenos Aires, diciembre,
pp. 8-11. Poltica, ideologa y figuracin literaria, en Balderston Daniel y otros, (1987)
Ficcin y poltica. La narrativa argentina durante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza
Estudio; pp. 30-59. El saber del texto en: Punto de Vista n 26, Buenos Aires, abril de 1986;
pp. 6-7.
287
Jos Luis de Diego
descripcin del campo literario argentino. En este trabajo, Gregorich intenta una
clasificacin de los textos a partir de la categora realismo. As, afirma que se est
produciendo una reaccin contra el realismo social, aunque ste no parece dis-
puesto a abandonar el campo (p. 116), y que narradores antirrealistas aparecen
influidos por un aparato conceptual sustentado en ideas formalistas y
estructuralistas, una vertiente psicoanaltica y un apoliticismo desencantado. El n-
fasis clasificatorio que exhibe lo lleva a ordenar el campo en una suerte de bandos
los que se fueron, los que se quedaron, los realistas, los antirrealistas los
que, aunque finalmente se niegue su existencia, terminan por ser las categoras de
anlisis, ciertamente maniqueas e imprecisas (La imprecisin alcanza a conceptos
bsicos, por ejemplo, la nocin de referente en la siguiente frase: ...el realismo
implica cierta relacin [mimtica] del signo literario con el referente (la realidad mate-
rial, poltica, etc.). (p. 118)273
A partir de premisas semejantes, la oposicin realismoantirrealismo,
Andrs Avellaneda arriesga afirmaciones de inters. Por un lado, en un artculo del
84 publicado en el 85 advierte que entre 1960 y mediados de la dcada siguiente
aparecen los primeros desafos al canon narrativo realista (p. 580), pero que el
grueso de la narrativa escrita y publicada entre 1960 y 1980 sigue en lneas ms o
menos amplias el canon de la ilusin mimtica (p. 581). En ese cruce, la nueva
narrativa opta por un discurso mestizo: ...las propuestas de estos nuevos narra-
dores coinciden al menos en un punto: la necesidad de un discurso mestizo, de una
prctica textual que exalte la naturaleza hbrida de los materiales, que subraye el
cruce donde los discursos dejan de ser lo que eran antes de su ingreso al espacio
comn que los alberga sin extraviar por ello su rumbo original (p. 584). Por otro lado,
en un artculo reciente, Avellaneda precisa aun ms los alcances de su descripcin
del campo:
"Qu fue construir sentido frente a ese monlogo autoritario del esta-
do militar terrorista? La narrativa escrita durante su hegemona ensay
dos respuestas posibles. Por una parte, busc resemantizar las marcas
del castigo y de la brutal ruptura del mundo social a partir de estrategias
textuales caracterizadas por el quiebre de la subjetividad, por la frag-
mentacin de los hechos y por la desconfianza en el contrato mimtico
como forma del relato. Por otra parte, sobre todo despus de 1983, ya
273
Gregorich, Luis, (1981) Dos dcadas de narrativa argentina y Postscriptum de diciembre de
1980, en Tierra de nadie. Notas sobre literatura y poltica argentinas, Buenos Aires, Editorial
Mariano Moreno, pp. 83-112. El primero de los trabajos, en Revista Nacional de Cultura
n 236, Caracas, mayo-junio de 1978. La literatura dividida, en Clarn, 29 de enero de 1981.
Reproducido en: Sosnowski, Sal (comp.), (1988) Represin y reconstruccin de una cultura:
el caso argentino. Buenos Aires, Eudeba, pp. 121-124). Literatura. Una descripcin del cam-
po: narrativa, periodismo, ideologa, en Sosnowski, Sal (comp.). Op. cit., pp. 109-120.
288
Quin de nosotros escribir el Facundo?
274
Avellaneda, Andrs, (1977) Literatura argentina, diez aos en el sube y baja, en Todo es
Historia, n 120, Buenos Aires, pp. 105-120. Realismo, antirrealismo, territorios cannicos.
Argentina literaria despus de los militares, en Vidal, Hernn (ed.), (1985) Fascismo y experiencia
literaria: reflexiones para una recanonizacin, Institute for the Study of Ideologies and Literature,
Minneapolis, Minnesota, pp. 578-588. Lecturas de la historia y lecturas de la literatura en la
narrativa argentina de la dcada del ochenta, en Bergero, Adriana y Reati, Fernando (comps.).
(1997) Memoria colectiva y polticas de olvido. Argentina y Uruguay, 1970-1990, Rosario,
Beatriz Viterbo, pp. 141-184.
275
Lafforgue, Jorge, La narrativa argentina (Estos diez aos: 1975-1984), en Sosnowski, Sal
(comp.). Op. cit.; pp.149-166.
276
Sosnowski, Sal, (1983) La dispersin de las palabras: novelas y novelistas argentinos en la
dcada del setenta, en Revista Iberoamericana, vol. 49, n 125, Pittsburgh, octubre-diciembre,
pp. 955-964.
289
Jos Luis de Diego
por la presencia de una censura frrea y brutal... (p. 122). Los efectos producidos
por esta doble necesidad son un alto grado de experimentacin formal y el recurso
a una diversidad de cdigos para la configuracin del discurso narrativo (p. 123):
cdigos extralingsticos (el cine), cdigos extraliterarios (la historia, el periodismo,
la teora literaria) y los gneros menores (policial, ciencia ficcin, aventuras). El
ordenamiento del corpus incluye una extensa referencia a textos que escenifican las
marcas de la historia, un breve comentario de textos que incorporan otros cdigos
y un captulo final dedicado a las voces femeninas.277
Finalmente, en un artculo presentado como ponencia en el encuentro de
Eichsttt, Noem Ulla afirma que en los diez aos englobados en el ttulo de su
ponencia se han actualizado algunas poticas [...] y entiendo que esto se advierte
como modalidades del discurso rioplatense de los escritores que publican en torno
a 1980, entre la dictadura y la democracia, y que en muchos casos heredan, continan
o quiebran estticas de la narrativa y la poesa que les precede (p. 189).
El ordenamiento del corpus de novelas y poemas seleccionados (las novelas
comentadas resultan bastante atpicas respecto del resto de los artculos aqu
reseados) se efecta desde tres modos diferentes de representacin: las invenciones
(textos literarios donde la mmesis tiene escaso y ningn lugar [p. 189]), el
testimonio (nocin que estableci la fuerte permanencia de una esttica ligada a la
politizacin [p. 189]) y la escritura de la parodia (que en muchos textos ni siquiera
es acentuadamente ideolgica, pero que es el nico discurso literario que permite la
burla, la crtica y la reflexin travestidas [p.191]).278
1.2 Otros trabajos no han intentado, en rigor, una clasificacin de los textos, sino
que han preferido partir de categoras especficas en relacin con ciertos temas o
formas recurrentes, y verificar esa recurrencia en el anlisis de las novelas. Es el caso
de Mario Cesreo, que rastrea el paradigma de la bsqueda como un intento de
reconstruccin de la circunstancia presente, es decir, la historia concebida como
una concatenacin de respuestas repetitivas ante un origen traumtico (p. 506).
Plantea tambin la recurrencia de la corporalidad como problema: El cuerpo funciona
entonces como encarnacin de lo contingente, donde dominan las relaciones de
poder imperantes en la totalidad social ese cuerpo aparecer siempre como realidad
limitadora y limitada: cuerpo encarcelado, sufriente, sujeto a la tortura y la vejacin
(p. 519). Bsqueda y corporalidad, por lo tanto, como redes que posibilitan la lectura
de cuatro novelas.279
277
Pia, Cristina, (1993) La narrativa argentina en los aos setenta y ochenta, en Cuadernos
Hispanoamericanos. Cit., pp. 121-138.
278
Ulla, Noem, (1989) Invenciones, parodias y testimonios. La literatura argentina de 1976 a
1986, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.), Op. cit., pp. 189-197.
279
Cesreo, Mario, (1985) Cuerpo humano e Historia en la novela del Proceso, en Vidal, Hernn
(ed.), Op. cit., pp. 501-531.
290
Quin de nosotros escribir el Facundo?
280
Morello-Frosch, Marta, (1987) Biografas fictivas: formas de resistencia y reflexin en la narra-
tiva argentina reciente, en Balderston, Daniel y otros. Op. cit., pp. 60-70. La cursiva en el original.
281
Gramuglio, Mara Teresa, (1981) Tres novelas argentinas, en Punto de Vista n 13, Buenos
Aires, noviembre, pp. 13-16.
282
Campra, Rosalba, (1989) El exilio argentino en Europa. Formas del viaje, forma de la memo-
ria, en Kohut, Karl y Pagni, Andrea (eds.). Op. cit., pp. 171-185.
291
Jos Luis de Diego
1.3 Es posible, como parte del estado de la cuestin, establecer una suerte de
estado del inters que han despertado las novelas en la crtica? En efecto, uno de los
temas por considerar es si se ha consolidado un repertorio de textos cannicos de
aquellos aos. En este sentido, mencionar a continuacin las novelas o autores en
los que cada libro o artculo reseado se ha detenido especialmente; excluyo, por lo
tanto, las menciones pasajeras o el mero catlogo:
283
Perilli, Carmen, (1986) Violencia y delirio histrico en tres novelas argentinas del 80, en La
Razn. Cultura, Buenos Aires, 16 de noviembre, pp. 2-3.
284
Foster, David William, (1987) Los parmetros de la narrativa argentina durante el 'Proceso de
Reorganizacin Nacional', en Balderston, Daniel y otros. Op. cit., pp. 96-108.
285
Maristany, Jos Javier, (1999) Narraciones peligrosas. Resistencia y adhesin en las novelas
del Proceso, Buenos Aires, Biblos. Corbatta, Jorgelina, (1999) Narrativas de la Guerra Sucia en
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artificial de Ricardo Piglia y En el corazn de junio de Luis Gusmn, en Balderston, Daniel y
otros, Op. cit.; pp. 109-121. Halperin Donghi, Tulio, El presente transforma el pasado: el
impacto del reciente terror en la imagen de la historia argentina, en Balderston, Daniel y otros.
Op. cit., pp. 71-95.
292
Quin de nosotros escribir el Facundo?
Fernando Reati
Cola de lagartija, de Luisa Valenzuela; El beso de la mujer araa, de Manuel Puig;
El mejor enemigo, de Fernando Lpez; De Dioses, hombrecitos y policas y La
larga noche de Francisco Sanctis, de Humberto Costantini; Luna caliente, de Mempo
Giardinelli; Fuego a discrecin y Siempre es difcil volver a casa, de Antonio Dal
Masetto; No habr ms penas ni olvido y Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soria-
no; La ltima conquista de El ngel, de Elvira Orphe; La calle de los caballos
muertos, de Jorge Ass; Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso; Con el trapo en
la boca, de Enrique Medina.
Beatriz Sarlo
Respiracin artificial, de Ricardo Piglia; Cuerpo a cuerpo, de David Vias; En esta
dulce tierra, de Andrs Rivera; Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge
Ass; El beso de la mujer araa, de Manuel Puig; El pas de la dama elctrica, de
Marcelo Cohen; Fuego a discrecin, de Antonio Dal Masetto; El vuelo del tigre y
Libro de navos y borrascas, de Daniel Moyano; La vida entera y Composicin de
lugar, de Juan Carlos Martini; La casa y el viento, de Hctor Tizn; No habr ms
penas ni olvido y Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soriano; Hay cenizas en el
viento, de Carlos Dmaso Martnez; Nadie nada nunca, de Juan Jos Saer.
Luis Gregorich
Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Ass, en oposicin o contraste
con Respiracin artificial, de Ricardo Piglia (este contraste aparece tambin en los
artculos de Lafforgue y Avellaneda); Juan Jos Saer y Manuel Puig, los dos mayo-
res narradores de la generacin intermedia; los experimentalistas y antirrealistas
Alberto Laiseca, Liliana Heer, Csar Aira, Rodolfo Fogwill, Nicols Peycer y Luis
Gusmn.
Andrs Avellaneda
(De entre el enorme volumen de textos citados, menciono slo los que merecen un
tratamiento ms detenido) Copyright, de Juan Carlos Martini Real; Respiracin
artificial, de Ricardo Piglia; Nadie nada nunca, de Juan Jos Saer; las novelas de
Andrs Rivera; No se turbe vuestro corazn y Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson;
El ro de las congojas, de Libertad Demitrpulos; La novela de Pern, de Toms
Eloy Martnez; El ejrcito de ceniza y ltimos das de la vctima, de Jos Pablo
Feinmann; las novelas de Juan Carlos Martini; Flores robadas en los jardines de
Quilmes, de Jorge Ass; bajo el subttulo Escrituras hiperliterarias: Luis Gusmn,
Hctor Libertella, Osvaldo Lamborghini, Csar Aira.
293
Jos Luis de Diego
Jorge Lafforgue
(No se analizan textos o autores en particular; se establecen tendencias y se ubica en
ellas a los autores que se consideran ms representativos) Existe una explcita mencin
al ao 1980 como un ao de inflexin por la publicacin de Flores robadas en los
jardines de Quilmes, de Jorge Ass; Respiracin artificial, de Ricardo Piglia y
Juanamanuela mucha mujer, de Martha Mercader (p. 164).
Sal Sosnowski
Se refiere especialmente a los siguientes nombres: Juan Jos Saer, Hctor Bianciotti,
Julio Cortzar, Pedro Orgambide, David Vias, Humberto Costantini, Manuel Puig y
Marta Lynch.
Cristina Pia
La vida entera, de Juan Carlos Martini; No habr ms penas ni olvido, de Osvaldo
Soriano; Siempre es difcil volver a casa, de Antonio Dal Masetto; Nadie nada
nunca, de Juan Jos Saer; Respiracin artificial, de Ricardo Piglia; La revolucin es
un sueo eterno, de Andrs Rivera; Libro de navos y borrascas, de Daniel Moyano;
La casa y el viento, de Hctor Tizn; El apartado y En otra parte, de Rodolfo
Rabanal; Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Ass; El que tiene sed,
de Abelardo Castillo; El beso de la mujer araa, de Manuel Puig; y las voces
femeninas: Tununa Mercado, Liliana Heker, Reina Roff, Sylvia Iparraguirre, Anglica
Gorodischer y Elvira Orphe.
Noem Ulla
Ema, la cautiva, de Csar Aira; Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge
Ass; Kalpa Imperial, de Anglica Gorodischer; Nieblas, de Blas Matamoro.
Mario Cesreo
Respiracin artificial, de Ricardo Piglia; Cuerpo a tierra, de Norberto Firpo; Con el
trapo en la boca, de Enrique Medina; El pas del Minotauro, de Mariano Castex.
Marta MorelloFrosch
Respiracin artificial, de Ricardo Piglia; Hay cenizas en el viento, de Carlos
Dmaso Martnez; Nada que perder, de Andrs Rivera; Tinta roja, de Jorge
Manzur.
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
Rosalba Campra
Libro de navos y borrascas, de Daniel Moyano; Criador de palomas, de Gerardo
Mario Goloboff; La casa y el viento, de Hctor Tizn.
Carmen Perilli
La calle de los caballos muertos, de Jorge Ass; No habr ms penas ni olvido, de
Osvaldo Soriano; La vida entera, de Juan Carlos Martini.
David Foster
El Duke, Perros de la noche y Con el trapo en la boca, de Enrique Medina; La
penltima versin de la Colorada Villanueva e Informe bajo llave, de Marta Lynch;
Ganarse la muerte, de Griselda Gambaro; Soy paciente, de Ana Mara Sha; Solamente
ella y Juanamanuela mucha mujer, de Martha Mercader; Respiracin artificial, de
Ricardo Piglia; Cuerpo a cuerpo, de David Vias; La brasa en la mano, de Oscar
Hermes Villordo; Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Ass.
Jorgelina Corbatta
Textos de Ricardo Piglia, Juan Jos Saer, Luisa Valenzuela y Manuel Puig.
Daniel Balderston
Respiracin artificial, de Ricardo Piglia; En el corazn de junio, de Luis Gusmn.
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Jos Luis de Diego
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Quin de nosotros escribir el Facundo?
Y Maristany:
"Cada vez que el discurso literario se integraba a estas 'mltiples
resistencias de la cultura', deba abandonar el neonaturalismo testimonial
de los aos 70 para establecer lazos ms sutiles y menos evidentes con
la realidad de la poca..." (Cit.; p. 54)
Sin embargo, si tenemos en cuenta la hiptesis de Sarlo comentada en el captulo
VII: durante los setentas se pasa del sistema de la dcada del sesenta, presidido por
Cortzar y una lectura de Borges (lectura contenidista, si se me permite la expresin)
[...] al sistema dominado por Borges, y un Borges procesado en la teora literaria que
tiene como centro al intertexto, la pregunta que se nos plantea parece obvia: es
posible calificar a alguno de esos sistemas el cortazariano o el borgeano como
realistas?; se puede afirmar que el pico del canon realista est situado entre el 72
y el 74, si advertimos que en el 73 se publican Libro de Manuel y Dormir al sol, El
frasquito y The Buenos Aires Affair, Sebregondi retrocede y Triste, solitario y final?.
Si es cierto que en aquellos aos asisitimos a un proceso fuerte de latinoamericanizacin
con las exitosas ediciones de Yo el Supremo (1974) o El otoo del patriarca (1975),
entre tantos otros que termina por consolidar el llamado realismo mgico, y que un
texto esttica y polticamente muy celebrado como Mascar el cazador americano, del
75, se adecua visiblemente a esa esttica; entonces habr que aceptar que el axioma de
un predominio del canon mimtico anterior a la dictadura es por lo menos una verdad
por demostrar. En consecuencia, no parece tan evidente que esa crisis del canon
mimtico puede ser leda como un efecto de la irrupcin de la dictadura o como una
rplica a la uniformidad del discurso autoritario.
2.3 Cuando Morello-Frosch afirma que las vidas narradas a travs de las
biografas ficticias no estn determinadas aunque s signadas por el acontecer
nacional (Cit.; p. 65), se aleja ostensiblemente de una teora de las
determinaciones ligada al marxismo ms ortodoxo y a la llamada teora del reflejo.
Esta preocupacin es visible en la mayora de los trabajos, en los que se buscan
mediaciones tericas que permitan escapar a las trampas de la determinacin y
el contenidismo: as, las novelas de la dictadura no seran slo aquellas que
de algn modo hablan de la dictadura. No obstante, cuando se recorta el objeto
cuando se fijan lmites al corpus no parece fcil escapar a esas trampas; esto
se advierte, por ejemplo, en la Introduccin del libro de Reati:
"...la seleccin se ha restringido a obras que mantienen un grado de
conexin implcita o explcita entre el referente histrico y su
representacin bajo la forma de la ficcin novelstica y en el marco de la
violencia poltica del perodo reciente." (Cit.; p. 20)
297
Jos Luis de Diego
O en el artculo de Perilli, cuando afirma que los escritores que tematizan la violencia
necesitan exorcizarla en su obra, reflejar en el universo literario la pesadilla de su
pueblo... (La cursiva es nuestra). Por el contrario, en la mayora de los trabajos se
procura, como dijimos, escapar de esta trampa. La categoras varan: Lafforgue pos-
tula con un criterio amplio un ordenamiento genrico; Sarlo parte del concepto de
discurso autoritario; Maristany, de formacin discursiva; Ulla, de modos de
representacin; Avellaneda y Gregorich privilegian la oposicin realismo-
antirrealismo. En casi todos los casos, sin embargo, lo que prevalece es una lectura
sincrnica autorizada por el axioma que planteamos en 2.1. Lo sincrnico la lectu-
ra transversal de la que habla Maristany suele imponerse sobre el anlisis de
procesos diacrnicos que vayan ms all de los lmites cronolgicos de la presencia
de la dictadura (los trabajos de Sosnowski y Avellaneda son, en este sentido, excep-
ciones dentro del conjunto).
2.4 Por ltimo, respecto de lo que llamamos estado del inters (1.3.), es fcil
advertir las diferencias entre los censos de obras y autores segn sea el recorte
establecido previamente. El criterio novelas del Proceso parece operar un
efecto igualador en el que conviven generaciones distantes (Rivera y Orgambide
con Caparrs y Cohen), estticas polares (Moyano y Tizn con Medina y Ass),
proyectos consagrados con textos episdicos (Saer, Piglia, Martini y Puig con
Mariano Castex, Juan Luis Gallardo, Ana Mara Sha y Norberto Firpo). Algu-
nas novelas, sin embargo, parecen haber escapado a criterios ms o menos ad
hoc y haberse transformado en referencias inexcusables toda vez que se habla
de la produccin del perodo; por ejemplo, y por diversas razones, las novelas
de Piglia y de Ass.
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