FRANCISCO FERNANDEZ & LUCÍA CASAJÚS (Editores) - España y América en El Bicentenario de Las Independencias

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ESPAA Y AMRICA

EN EL BICENTENARIO
DE LAS INDEPENDENCIAS
COMIT CIENTFICO

REA 1. HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA


Juan Andreo Garca. Catedrtico de Historia de Amrica. Universidad de Murcia.
Ascensin Martnez Riaza. Catedrtica de Historia de Amrica. Universidad Complutense de Madrid.
Elena Hernndez Sandoica. Catedrtica de Historia Contempornea. Universidad Complutense de Madrid.
Manuel Chust Calero. Profesor Titular de Historia Contempornea. Universitat Jaume I de Castelln.
Gonzalo Capelln de Miguel. Profesor Titular de Historia Contempornea. Universidad de Cantabria.
Gonzalo Butrn Prida. Profesor Titular de Historia Contempornea. Universidad de Cdiz.
Jos Miguel Delgado Barrado. Profesor Titular de Historia Contempornea. Universidad de Jan.
Fernando Lpez Mora. Profesor Titular de Historia Contempornea. Universidad de Crdoba.

REA 2. LENGUAS Y LITERATURAS


Francisco Moreno Fernndez. Catedrtico de Lengua Espaola. Director Acadmico del Instituto Cervantes.
Antonio Lorente. Catedrtico de Literatura Hispanoamericana. Universidad Nacional de Educacin a
Distancia (UNED).
Antonio Prez Lasheras. Profesor Titular de Literatura Espaola. Universidad de Zaragoza.
Antonio Azaustre Galiana. Profesor Titular de Literatura Espaola. Universidad de Santiago de Compostela.
Margarita Porcar Miralles. Profesora Titular de Lengua Espaola. Universitat Jaume I de Castelln.
Carmen Ruiz Barrionuevo. Catedrtica de Literatura Hispanoamericana. Universidad de Salamanca.
Amelina Correa. Profesora Titular de Literatura Espaola. Universidad de Granada.
Mara Caballero Wangemert. Catedrtica de Literatura Hispanoamericana. Universidad de Sevilla.
Andrs Snchez Robayna. Catedrtico de Literatura Espaola. Universidad de La Laguna.

REA 3. POLTICA, CULTURA Y COMUNICACIN


Norbert Bilbeny. Catedrtico de tica. Universitat de Barcelona.
Camilo Jos Cela Conde. Catedrtico de Filosofa. Universitat de les Illes Balears.
Domingo Garca Marz. Catedrtico de Filosofa Moral y Poltica. Universitat Jaume I de Castelln.
Susana Asensio Llamas. Consejo Superior de Investigaciones Cientficas (CSIC).
Miguel ngel Quintana Paz. Profesor de tica y Deontologa. Universidad Europea Miguel de Cervantes.
Enric Saperas. Catedrtico de Periodismo. Universidad Rey Juan Carlos.
Emili Prado. Catedrtico de Comunicacin Audiovisual y Publicidad. Universitat Autnoma de Barcelona.
Ferran Requejo. Catedrtico de Ciencia Poltica. Universitat Pompeu Fabra.

COMIT ORGANIZADOR
Junta Directiva de la Unin de Editoriales Universitarias Espaolas

Presidente: Francisco Fernndez Beltrn (Universitat Jaume I de Castelln)


Vicepresidenta: Ana Isabel Gonzlez Gonzlez (Universidad de Oviedo)
Secretario general: Jos Antonio Gmez Hernndez (Universidad de Murcia)
Tesorera: Herminia Calero Egido (Universidad Nacional de Educacin a Distancia - UNED)
Vocales:
Vocal 1: Aranzazu Garca Pizarro (Universidad de La Laguna)
Vocal 2: Llus Pastor Prez (Universitat Oberta de Catalunya)
Vocal 3: Rafael Peinado Santaella (Universidad de Granada)
Vocal 4: Beln Recio Godoy (Universidad Pontificia Comillas)
Vocal 5: Javier Torres Ripa (Universidad de Deusto)
Secretara tcnica: Alicia Buil Garca y Joaqun Corbacho
Coordinacin del Foro: Luca Casajs

4
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

Collecci Amrica, 26

ESPAA Y AMRICA
EN EL BICENTENARIO
DE LAS INDEPENDENCIAS

Francisco Fernndez Beltrn y Luca Casajs (eds.)

2012

5
BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT JAUME I. Datos catalogrficos

Foro Editorial de Estudios Hispnicos y Americanistas (1r. 2010. Castell de la Plana,


Comunitat Valenciana)

Espaa y Amrica en el bicentenario de las independencias : I Foro Editorial de Estudios


Hispnicos y Americanistas : 21 23 de abril de 2010, Paraninfo de la Universitat Jaume I de
Castelln, Espaa / Francisco Fernndez Beltrn y Luca Casajs (eds.). Castell de la Plana [etc.] :
Publicacions de la Universitat Jaume I [etc.], D.L. 2012
p. ; cm. + 1 disc ptic (CD-ROM) (Amrica ; 26)
Bibliografia
ISBN 978-84-15444-00-8
978-84-8021-802-3 (Universitat Jaume I). 978-84-9828-370-9 (Universidad de Cdiz).
978-84-7299-928-2 (Universidad Pontificia de Salamanca). 978-84-9830-333-9 (Universidad de
Deusto). 978-84-15424-20-8 (Universidad de las Palmas de Gran Canaria)
1.Espanya Relacions Amrica Congressos. 2. Amrica Relacions Espanya Congressos.
I.Fernndez Beltrn, Francisco, ed. II. Casajs, Luca, ed. III. Universitat Jaume I. Publicacions. IV.
Ttol. V. Srie. Amrica (Universitat Jaume I) ; 26
008(460:7/8)(063)
008(7/8:460)(063)

JPS
JF
1DSE
1K

Publicacions de la Universitat Jaume I es miembro de la UNE, lo que garantiza la


difusin y comercializacin de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.
www.une.es.

Direccin de la coleccin: Vicent Ortells Chabrera

De los textos: los autores y autoras, 2012

De la presente edicin: Universitat Jaume I, Universidad de Cdiz, Universidad Pontificia


de Salamanca, Universidad de Deusto, Universidad de las Palmas de Gran Canaria, 2012

Edita: Publicacions de la Universitat Jaume I. Servei de Comunicaci i Publicacions


Campus del Riu Sec. Edifici Rectorat i Serveis Centrals. 12071 Castell de la Plana
Tel. 964 72 88 21. Fax: 964 72 88 32
http://www.tenda.uji.es e-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-15444-00-8
978-84-8021-802-3 (Universitat Jaume I)
ISBN: 978-84-9828-370-9 (Universidad de Cdiz)
ISBN: 978-84-7299-928-2 (Universidad Pontificia de Salamanca)
http://dx.doi.org/10.6035/America.2012.26
http://dx.doi.org/10.6035/Amrica.2012.26
http://dx.doi.org/10.6035/America26
ISBN: 978-84-9830-333-9 (Universidad de Deusto)
ISBN: 978-84-15424-20-8 (Universidad de las Palmas de Gran Canaria)

Imprime:

Depsito legal: CS 43-2012

Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica o transformacin de esta obra solo puede ser
realizada con la autorizacin de sus titulares, salvo excepcin prevista por la ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de
Derechos Reprogrficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

NDICE

Francisco Fernndez Beltrn y Luca Casajs


Introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA

Jaime E. Rodrguez
Las independencias: creadoras de naciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Ins Quintero Montiel


La revolucin la hicieron los blancos: reflexiones
en torno a la independencia de Venezuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

Juan Marchena F.
Tiempos de guerra, tiempos de revolucin. Espaa, Portugal
y Amrica Latina en la coyuntura de las independencias. . . . . . . . . . . . . . . 59

Ivana Frasquet, Miquel Izard, Luca Provencio y Vctor Peralta


Historia de Espaa y Amrica: ltimas tendencias en investigacin . . . . . . 83

2. LENGUAS Y LITERATURAS

Fernando Gonzlez Oll


La tarda generalizacin de la lengua espaola en Amrica . . . . . . . . . . 127

Fernando Ansa
Don Quijote, personaje proteico de la narrativa
iberoamericana contempornea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

Manuel ngel Vzquez Medel


Francisco Ayala y su compromiso editorial
en Espaa y Amrica Latina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

Mara Kodama
Borges y Espaa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Ana Choucio, Margarita Santos, Claudio Rodrguez Fer


y Evangelina Soltero Snchez
La herencia del escritor: investigacin y gestin de la memoria literaria . . 199

7
3. POLTICA, CULTURA Y COMUNICACIN

Adela Cortina
Ciudadana cosmopolita: un horizonte para un mundo multicultural . . . 243

Jess Martn Barbero


Comunicacin y ciudadana en tiempos de globalizacin . . . . . . . . . . . . . 255

Winston Manrique, Laura Revuelta y Marcial Murciano


Cultura y comunicacin en Espaa e Hispanoamrica:
existe un territorio comn?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271

(Comunicaciones contenidas en el CD)


1. HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA

Francisco A. Eissa-Barroso
El abate, el consejo y el virreinato: la poltica cortesana
y la primera creacin del virreinato de Nueva Granada (1717-1723). . . 293

scar Muoz Morn y Santiago Bastos Amigo


Los insurgentes de Mezcala (1812-1816). Conflictos internos
y externos ante la celebracin del bicentenario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315

Jos Luis Ego


La huella de las historias filosficas de Raynal, Diderot,
Voltaire o de Pauw en la historiografa colonial espaola . . . . . . . . . . . . 339

Luis Alfonso Escolano Jimnez


Las relaciones exteriores de la Repblica Dominicana
en vsperas de su anexin a Espaa (1860-1861) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353

Nizza Santiago Burgoa


Forjando la cara del imperio. Los arquitectos
del emperador Maximiliano (1864-1867) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375

Pablo Hernndez Ramos


Cartas de Juan Sintierra: las ideas de Blanco White
para la autonoma de las colonias americanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391

8
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

Ral Enrquez Valencia


Rebeliones y manifiestos sediciosos indgenas
en el norte de la Nueva Espaa. La presencia indgena
previa al proceso de independencia de Mxico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 405

Dolores Guillot Aliaga


Vicente Blasco Ibez: su poltica en defensa de Cuba . . . . . . . . . . . . . . 435

2. LENGUAS Y LITERATURAS

Ana Lpez Navajas y Mara Querol Bataller


Estn presentes las escritoras en la enseanza
de la literatura en la ESO? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455

Abderrahmane Belaaichi
Mecanismos lingsticos de la coherencia del discurso
romntico. El caso de las rimas de Gustavo Adolfo Bcquer. . . . . . . . . . . 473

Bibiana Collado Cabrera


Te espero como a Dios y vienes hombre. La encarnacin
de la poesa hispanoamericana del siglo XX:
el caso de Carilda Oliver Labra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 499

Jos Vicente Cintas Borrs


Enrique Vila-Matas, Sergio Chejfec. Libros escritos
por personajes de novela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 515

Gemma Pellisa Prades


Pars e Viana i Curial e Gelfa, un estudi comparat . . . . . . . . . . . . . . . . . 531

Antonio Cano Gins


Las variedades del espaol en el aula ELE ante
el bicentenario: una deuda pendiente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 549

Elia Saneleuterio Temporal


Lxico de espiritualidad en Espaa y Amrica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 567

9
Fernando Guzmn Simn
Because something is happening here/ but you dont know
what it is. Recepcin de la beat generation en la poesa
espaola de la transicin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 583

Javier Medina Lpez


Canarias en la conformacin de Amrica:
aspectos histricos y lingsticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 601

Mara Eduarda Mirande


Hibridaciones y funcionalidad de la memoria cultural
hispana y precolombina en el actual canto de coplas
femenino de Jujuy (Argentina) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 627

M. Teresa Cceres Lorenzo


Nuevos datos sobre la importancia de las lenguas africanas
en el vocabulario del espaol atlntico durante la colonizacin
europea de Canarias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 651

Llus Meseguer
Llengua i literatura dels exiliats de Castell a Mxic . . . . . . . . . . . . . . . . 661

Pedro Tejada Tello


La mexicanidad de un transterrado a travs de un subgnero
propio: los Crmenes ejemplares de Max Aub . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 687

Roco Arana Caballero


La nueva poesa andaluza. ltima dcada: poetas,
propuestas, nuevos rumbos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 705

Susana Echeverra Echeverra


Recetario de cocina mexicana: edicin semidiplomtica
de un manuscrito indito del siglo XIX. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 721

Vicent Salvador
Relaciones literarias entre Valencia e Hispanoamrica:
el modelo de Neruda en Vicent Andrs Estells . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 741

10
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

3. POLTICA, CULTURA Y COMUNICACIN

Alberto Cabedo Mas, Jos M. Pealver Vilar y Antoni Ripolls Mansilla


La relacin intercultural y la msica. El debate entre la dominacin
cultural y la interculturalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 759

Ana Gonzlez Neira


Evolucin histrica y anlisis de la prensa de los exiliados
espaoles en Amrica Latina (1936-1977) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 771

ngel Octavio lvarez Sols


Qui nescit fingere nescit vivere. Polticas de la disimulacin
del pensamiento cortesano espaol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 787

Carlos Nieto Snchez


La Real Orden Americana de Isabel la Catlica: una condecoracin
americanista en el sistema premial espaol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 803

Jos Pablo Carro Aiello


Las culturas polticas nacionales: notas desde los estudios
de comunicacin y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 819

Joan Ort Ferreres


La cultura ldica dEspanya i de lAmrica Llatina.
Semblances i diferncies a partir de la iconografia filatlica . . . . . . . . . . 837

Enrique Snchez Albarracn


Emancipacin cultural y diplomacia latinoamericana
en Espaa y Europa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 859

Fabio Espsito
El mercado de los libros en Amrica y las empresas
editoriales catalanas entre el centenario de independencias
y la Guerra Civil espaola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 877

Flavia Braga Krauss de Vilhena


Las cartoneras latinoamericanas como un envite crtico
en contra de la homogeneizacin de la lengua y cultura
espaolas en el sistema educativo brasileo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 893

11
Luis Amador Iranzo Monts
La prensa como actor poltico: los diarios de Valencia
durante la transicin (1976-1982) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 919

Joaqun Gil Martnez


La dimensin prctica del reconocimiento
en el encuentro intercultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 939

Nuria Escudero Cerrillo


La crtica post-colonial y su eco en Amrica Latina.
Aproximacin a una nueva perspectiva crtica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 959

Patrici Calvo Cabezas


Los valores ticos del tejido empresarial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 969

Alex Arvalo Salinas


Periodismo intercultural y su papel en el conflicto histrico
entre Chile y Per . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 989

Ramn A. Feenstra
tica de la comunicacin: efectos de los medios
sobre la democracia actual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1011

Jorge M. Rodrguez Martnez y Leonor Vzquez-Gonzlez


Las tradiciones culturales formativas de la sociedad
mesoamericana a la luz de la problemtica poltica-filosfica actual . . . 1025

Vanina Papalini
Gneros de la cultura masiva: entre el verismo
y el reencantamiento del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1041

12
INTRODUCCIN

La labor del editor, y especialmente la del editor universitario, es la de


actuar como mediador, como puente, entre los autores, que han generado un
conocimiento nuevo, y el pblico lector, que quiere acceder a ese nuevo esta-
dio de la ciencia. Esta funcin se ha mantenido inalterable desde los tiempos
de Gutenberg, e incluso antes, cuando los copistas de las iglesias y las univer-
sidades seleccionaban con celo el original a reproducir. Y la nueva Sociedad
del Conocimiento, desbordada en ocasiones por la proliferacin enfermiza de
informacin, no ha menguado en absoluto la importancia de esta actividad
profesional. Ms bien al contrario, ya que el exceso de datos produce en la
mayora de ocasiones entropa, y para evitarla nada mejor que la sabidura del
buen editor, capaz de desgranar lo vlido de lo superfluo, lo conocido de lo
realmente novedoso y, en definitiva, lo que aporta valor de lo que simplemen-
te nos quita el tiempo.
Para llevar a cabo ese trabajo de conexin, de enlace, el editor se ha vali-
do durante siglos de un conocimiento tcnico que le ha enseado la mejor
manera de hacer accesible a los lectores las ideas, el pensamiento y, en defi-
nitiva, el saber que se ha ido produciendo a lo largo de la historia en los cam-
pus universitarios. En ese trabajo de mediacin el editor ha tenido y tiene
todava- que desarrollar diversas actividades dependiendo de si se relaciona
con los autores o con el pblico lector. Para los primeros, el editor represen-
ta en muchas ocasiones la primera crtica de su obra, la primera persona que
con sinceridad la juzga y valora su pertinencia. Lejos de ser una barrera en la
difusin de su trabajo, los autores universitarios tienen que ver al editor como
uno de sus mejores colaboradores, ya que ambos persiguen el objetivo de dar
a conocer los avances cientficos al mayor nmero de personas y de la mane-
ra ms inteligible. En este sentido, el papel del editor no puede limitarse a
esperar a que los autores le presenten diferentes propuestas de publicacin,
dejando que toda la iniciativa de la creacin corresponda nica y exclusiva-
mente a la parte autoral. En su lugar, el editor debe asumir un papel activo,

ndice 13
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

protagonista, con la bsqueda decidida de los mejores textos para acercrse-


los a su pblico. En esa labor, el buen editor no busca solo aquello que ya se
ha producido, sino que incluso promueve la creacin ex novo, actuando como
acicate para los autores, como catalizador de la creacin. sa es la principal
motivacin que llev a la Unin de Editoriales Universitarias Espaolas (UNE)
a poner en marcha el I Foro Editorial de Estudios Hispnicos y Americanistas,
un lugar de encuentro entre los principales investigadores de Ciencias Sociales
en espaol y en el resto de lenguas oficiales de Espaa, cuyos principales
resultados se recogen en este libro. La cita, organizada con motivo del bicen-
tenario de los procesos de independencia en Amrica Latina, permiti reunir
a los principales especialistas internacionales en los campos de la historia de
Espaa y Amrica, sus lenguas y literaturas, as como la poltica, la cultura y
la comunicacin en estos territorios hermanados por el tiempo y el idioma. El
resultado final es este libro, que recoge las conferencias plenarias y mesas
redondas, as como las 42 comunicaciones enviadas ex profeso para este con-
greso por 46 investigadores de 12 pases diferentes, y cuya principal virtud es
haber nacido precisamente de la iniciativa de los editores universitarios por
poner en valor los trabajos desarrollados en sus campus. A todos los autores
y autoras que aqu comparten su saber, quisiramos agradecerles su trabajo y
generosidad por colaborar en esta iniciativa que se puede calificar como nica
por el elevado nivel cientfico de los textos aqu recogidos y por la gran varie-
dad de aportaciones procedentes de tantas disciplinas y pases diferentes. Pero
el editor, por ms iniciativa y experiencia en su campo que acumule, jams
podr alcanzar el saber especfico del especialista en cada una de sus reas.
Por ello, ste debe apoyarse siempre en expertos en las diferentes materias
sobre las que publica. As se lo plante tambin la UNE a la hora de promover
este congreso y para ello convoc tres comits cientficos, especializados en
cada una de las reas de conocimiento aqu tratadas, formados por 25 profe-
sores universitarios de 22 universidades y centros de investigacin. Tambin
quisiramos aprovechar estas lneas para reconocer la labor de estos acadmi-
cos, que de manera totalmente desinteresada han colaborado con este volu-
men, tanto en la seleccin de los ponentes que participaron en el programa
como en la valoracin y aprobacin de las comunicaciones que aqu se reco-
gen.
Este encuentro cientfico nos ha permitido analizar las relaciones entre
Espaa y Amrica 200 aos despus de iniciarse los procesos de independen-
cia, cuando se compartan ya ms de tres siglos de historia en comn entre los
territorios a una orilla y otra del ocano Atlntico. Todo ese tiempo comparti-
do entre pueblos y culturas que han sabido defender su idiosincrasia sin per-
der los lazos de unin ha servido para crear un sustrato histrico en comn,

14 ndice
I N T R O D U C C I N

una base en el pasado desde la que seguir trabajando juntos en el presente y


proyectarse hacia el futuro. Ese espacio de lo comn, construido en muchas
ocasiones como conjuncin de las diferencias frente a la imposicin de un
modelo cultural nico, se ha creado a partir de la historia, pero tambin a par-
tir de las lenguas y literaturas, de la poltica, de la cultura, de la comunicacin
y, en definitiva, de todas las manifestaciones sociales que han ido labrando los
habitantes de los diferentes territorios. A todo ello intenta acercarse este volu-
men, y lo hace desde una mirada al mismo tiempo amplia, por la diversidad
de los temas abordados, pero que no renuncia al detalle, a la profundidad del
especialista en cada materia, y todo ello con un enfoque multidisciplinar que
nos permite el mejor acercamiento a una realidad tan compleja como la de
nuestras sociedades.
Con todas las propuestas originales recogidas en este volumen se ha con-
seguido editar una obra magnfica, que supone un avance muy importante
en la investigacin en las Ciencias Humanas y Sociales, y que adems lo hace
en el idioma comn, reivindicando as la gran potencialidad del espaol
como lengua internacional para la generacin y difusin del conocimiento.
Esta ltima cuestin ha sido tambin una de las motivaciones de la UNE para
promover este Foro, la de reivindicar las posibilidades del espaol como len-
gua cientfica en los campos de las Humanidades y Ciencias Sociales. Frente
a otros mbitos en los que el dominio del ingls es ya absoluto e indiscuti-
ble, en estas disciplinas todava es posible reivindicar un espacio propio, y
los editores universitarios espaoles estamos dispuestos a trabajar para
lograrlo. En ese empeo estamos, pero no estamos solos, pues contamos con
un aliado de excepcin, el Instituto Cervantes, entidad coorganizadora del
Foro junto con las editoriales universitarias y a la que desde aqu queremos
reconocer y agradecer su extraordinaria cooperacin con la UNE y la enco-
miable labor que desempea en la proyeccin internacional del espaol.
Solo desde la fortaleza de una lengua ampliamente conocida seremos capa-
ces de difundir adecuadamente los conocimientos cientficos que se produ-
cen en nuestras universidades y llevarlos ms all de nuestros campus.
Tambin es de justicia reconocer aqu el apoyo y colaboracin de cuantas
entidades y personas trabajaron para hacer posible aquel encuentro y este
libro: Cedro, Bancaja, BP Oil, la Direccin General de Libro del Ministerio de
Cultura del Gobierno de Espaa, la Diputacin de Castelln, los diarios ABC,
El Mundo y El Pas, la Comisin Nacional para la Conmemoracin de los
Bicentenarios de la Independencia de las Repblicas Iberoamericanas, los
socios de la UNE, las editoriales universitarias de Hispanoamrica participan-
tes y, de manera muy especial, de todo el personal tcnico de la propia aso-
ciacin y de la Universitat Jaume I (UJI), que actu como anfitriona, as como

ndice 15
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de la Fundacin Universitat Jaume I Empresa, que colabor en las tareas


organizativas del encuentro.
Pero todo este esfuerzo del editor carece de sentido si luego ste no es
capaz de llevar su obra hasta el pblico, hasta el lector. La UNE, que represen-
ta a 61 servicios de publicaciones de entidades universitarias pblicas y priva-
das, es plenamente consciente de ello y, por este motivo, dedica gran parte de
sus esfuerzos conjuntos a la promocin y difusin del libro universitario, tanto
a travs de su presencia en ferias nacionales e internacionales, como median-
te otros instrumentos de proyeccin pblica. Con este mismo objetivo, el
encuentro cientfico que permiti la elaboracin de este volumen acogi, en
paralelo, el I Saln Internacional del Libro Universitario, un espacio expositi-
vo nico, que permiti mostrar ms de 600 novedades bibliogrficas de las
universidades espaolas y americanas, con lo que los especialistas que se des-
plazaron hasta el Foro pudieron acceder a todas ellas.
Los resultados de este esfuerzo tan importante nos animan a continuar por
este camino y a trabajar por la continuidad del Foro Editorial de Estudios
Hispnicos y Americanistas como un lugar de encuentro privilegiado entre
autores y lectores, entre creadores de ciencia y estudiosos de la misma. As,
este libro ve la luz en vsperas del prximo encuentro promovido por la UNE,
que se desarrollar en la Universidad de Cdiz en abril de 2012, coincidiendo
entonces con otro gran acontecimiento histrico, como el bicentenario de
nuestra primera Constitucin, la de 1812, un texto de inspiracin liberal que
aspiraba a mejorar la vida de los ciudadanos y ciudadanas de las dos orillas
del Atlntico, un objetivo por el que, desde la ciencia y su difusin, seguire-
mos trabajando en el futuro las editoriales universitarias espaolas y desde la
UNE como entidad que las acoge a todas. Y lo seguiremos haciendo gracias a
ese instrumento tan increble y fantstico que es el libro, que como defini el
escritor Jorge Luis Borges, es el mejor de cuantos artefactos ha inventado el
ser humano, ya que supone una extensin de la imaginacin y de la memo-
ria.

FRANCISCO FERNNDEZ BELTRN


LUCA CASAJS

16 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

1
HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA

17
LAS INDEPENDENCIAS: CREADORAS DE NACIONES
Jaime E. Rodrguez O.
Universidad de California, Irvine

El 10 de agosto de 2009, la Repblica de Ecuador celebr el bicentenario de


su grito de independencia. Como parte de los preparativos de tal aconteci-
miento que los ecuatorianos consideran el primero de su tipo en Amrica los
intelectuales publicaron en la prensa artculos que explicaban la importancia de
aquel grito. Guillermo Arosemena, destacado estudioso de Economa, escribi
lo siguiente:

Los patriotas de las colonias inglesas en Norte Amrica heredaron la institucio-


nalidad ms avanzada de Europa, los de la Amrica Espaola, la ms atrasada; los
primeros, el sistema poltico ms revolucionario de la historia, los segundos, el
ms retrgrado; los primeros, el sistema econmico ms eficiente del mundo,
los segundos, el ms ineficiente; los primeros, la tecnologa ms vanguardista
del mundo, los segundos, la ms anticuada de Europa... Los colonos [hispanoa-
mericanos] no fueron preparados para manejar con xito sus propios destinos.1

En muchos sentidos, los comentarios de Arosemena no son distintos a los


que pronunciara el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, hace
ms de doscientos aos. Desde el punto de vista de Adams:

1. Guillermo Arosemena, 10 de agosto de 1809 (I), en Expreso (209). Disponible en:


http://works.bepress.com/guillermo_arosemena/263.

ndice 19
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Las gentes de Sudamrica2 son las ms ignorantes, las ms intolerantes, las ms


supersticiosas de todos los catlicos romanos de la Cristiandad... Ningn catli-
co en la Tierra mostr devocin tan abyecta para con sus sacerdotes, supersticin
tan ciega como ellos... Era acaso probable, era acaso posible que... un gobierno
libre... fuese introducido y establecido entre tales gentes, sobre tan vasto conti-
nente, o en cualquier parte de l? Me pareca... tan absurdo como... [lo] sera es-
tablecer democracias entre las aves, las bestias y los peces.3

Pese a un creciente conjunto de evidencias ofrecido por la nueva historia


poltica a lo largo de las ltimas cuatro dcadas, las posturas negativas en tor-
no a la naturaleza de la cultura poltica de la monarqua espaola y de sus ha-
bitantes persisten. En tanto exponente del enfoque revisionista, yo sostengo que
la independencia de la Amrica espaola fue parte del proceso ms amplio
de transformacin que tuvo lugar en el mundo atlntico durante la segunda mi-
tad del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Este perodo ha sido llamado la era
de las revoluciones democrticas, ya que, durante ese lapso de tiempo, algunas
sociedades monrquicas se transformaron en sociedades democrticas. Es de-
cir, los sbditos de algunas monarquas se convirtieron en ciudadanos de esta-
dos nacionales. La independencia de la Amrica espaola no constituy, pues,
un movimiento anticolonial, como muchos afirman, sino que form parte tan-
to de la revolucin dentro del mundo hispnico, como de la disolucin de la
monarqua espaola.
El mundo hispnico, importante segmento de la civilizacin occidental, abre-
v de una cultura poltica europea occidental comn, cuyo origen se remonta
al mundo clsico antiguo. La independencia de Estados Unidos y la Revolucin
francesa brindaron ejemplos apasionantes de transformacin poltica, pero no
exhibieron modelos radicalmente distintos de aquellos ya comunes dentro de
la cultura hispnica. La revolucin poltica en el mundo hispnico, por ende,
evolucion dentro de las fronteras de una legitimidad poltica idealizada y desa-
rroll una cultura e instituciones polticas nicas derivadas no de modelos aje-
nos, sino de las tradiciones y la experiencia del mundo hispnico mismo.
En 1807, las tropas francesas, con el permiso del rey de Espaa, cruzaron la
pennsula Ibrica para invadir Portugal. El prncipe regente de Portugal huy
a Brasil con toda su corte. Durante la siguiente dcada y media Ro de Janeiro
fue la capital de la monarqua portuguesa. Al ao siguiente, Napolen Bonaparte
oblig a los Borbones de Espaa a abdicar y nombr a su hermano Jos rey de

2. Las personas de habla inglesa se referan a Hispanoamrica desde Mxico hasta Chile
como Sudamrica.
3. John Adams, The Works of John Adams, 10 vols. (Boston: Little, Brown and Co., 1850-
1856), X, 144-145.

20 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

la monarqua espaola. Aun cuando las principales autoridades espaolas acep-


taron el cambio, el pueblo un nuevo actor poltico no lo hizo. El clebre 2 de
mayo de 1808, los pobladores de Madrid expulsaron a las tropas francesas fue-
ra de la capital espaola. Su triunfo momentneo encendi la gran Revolucin
que transformara todo el mundo hispnico.
El derrumbe de la monarqua espaola en 1808 precipit una revolucin po-
ltica que fragment aquella entidad poltica mundial en nuevos estados na-
cionales, entre ellos Espaa misma. Tras la estela de la invasin francesa a la
pennsula Ibrica, surgieron tres amplios movimientos en el mundo hispnico:
la lucha contra los invasores; una gran revolucin poltica que buscaba trans-
formar la monarqua espaola en un Estado nacional moderno con una de las
constituciones ms radicales del siglo XIX; y, en Amrica, una fraccionada insur-
gencia que recurri a la fuerza para obtener un gobierno autnomo. Estos tres
procesos simultneos influyeron e interactuaron entre s de diversas maneras.
Ninguno de ellos puede ser comprendido de forma aislada. Casi todos los his-
toriadores han ignorado en gran medida el proceso poltico revolucionario, y
han preferido concentrarse, en cambio, en la Guerra de Independencia espa-
ola contra los invasores franceses, o bien, en las luchas armadas de
Hispanoamrica, distorsionando as nuestro entendimiento sobre la formacin
de los estados nacionales que surgieron a raz de la ruptura de la monarqua es-
paola.
Aun cuando las lites gobernantes de Espaa capitularan ante los franceses
en 1808 y consintieran en transferir la Corona al hermano de Napolen
Bonaparte, Jos, los habitantes de la Pennsula y del Nuevo Mundo se mos-
traron casi unnimes en su oposicin a los invasores. La amenaza externa
acentu aquellos factores que los unan: la monarqua espaola, un catoli-
cismo mediado por el Estado, y una cultura jurdica y poltica flexible. Todos
eran miembros de lo que pronto se llegara a llamar la Nacin Espaola, una
nacin compuesta por la Pennsula y los reinos de ultramar. Los habitantes de am-
bas regiones abrevaron de una cultura poltica comn y buscaron soluciones si-
milares ante la crisis que se desplegaba. Siguiendo la teora poltica hispnica,
la mayora estuvo de acuerdo en que, en ausencia del rey, la soberana deba
recaer sobre el pueblo, quien posea la autoridad y la responsabilidad de de-
fender a la nacin.4
La crisis impuls a los americanos a defender la monarqua y a expandir sus
derechos dentro de tal entidad. Desde su incorporacin a la monarqua espa-

4. Jaime E. Rodrguez O., The Independence of Spanish America (Cambridge: Cambridge


University Press, 1998), 7-59. Vase tambin: Mnica Quijada, Sobre nacin, pueblo, so-
berana y otros ejes de la modernidad en el mundo hispnico, en Jaime E. Rodrguez O., ed.,
Las nuevas naciones: Espaa y Mxico, 1800-1850 (Madrid: Fundacin MAPFRE, 2008), 19-51.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ola, los habitantes de Hispanoamrica haban ejercido un alto nivel de auto-


noma poltica. No fue sino hasta muy tarde, durante el reinado de Carlos III
(1759-1788), que la Corona intent centralizar el gobierno monrquico. Dicho
esfuerzo consisti en una serie de transformaciones econmicas y polticas am-
pliamente conocidas como las Reformas Borbnicas. Los americanos se opusie-
ron a las innovaciones polticas y econmicas que restringan el control local
y modificaron muchas de ellas para satisfacer sus propios intereses. As, en la
vspera de la independencia, los dirigentes del Nuevo Mundo mantenan un gra-
do importante de autonoma y control sobre sus regiones.5
En la Pennsula, las juntas, conformadas originalmente para gobernar sus
provincias y oponerse a los franceses, fundaron una Junta Suprema Central
Gubernativa que se reuni el 25 de septiembre de 1808 para gobernar a la na-
cin y coordinar la lucha contra los invasores. Dicho organismo no tard en
darse cuenta de que necesitaba el apoyo de los reinos americanos para dirigir
la guerra contra los franceses. La Junta Central estaba particularmente preocu-
pada por los ofrecimientos de los franceses a los hispanoamericanos.6 El 22 de
enero de 1809, la Junta decret que cada uno de los diez reinos de Amrica y
Asia los virreinatos de Nueva Espaa, Nueva Granada, Per y Ro de la Plata,
as como las capitanas generales de Puerto Rico, Cuba, Guatemala, Venezuela,
Chile y Filipinas elegira a un diputado como representante ante el gobierno
nacional.7 De esta manera, la Junta Central reconoca explcitamente la afirma-
cin de los americanos segn la cual sus tierras no eran colonias, sino reinos
que constituan parte integral de la monarqua espaola y posean derecho a la
representacin en el gobierno nacional. El acto fue profundamente revolucio-
nario, pues reconoca la igualdad entre americanos y espaoles. Adems, cre-
aba una relacin entre la metrpolis y sus territorios de ultramar que ninguna
otra monarqua europea le haba concedido a sus posesiones.8
Al tiempo que los americanos llevaban a cabo elecciones para la Junta Central,
los franceses renovaron su campaa de conquista de la Pennsula. Los ejrcitos
franceses reocuparon Madrid y durante 1809 y 1810 derrotaron a las fuerzas es-
paolas a lo largo y ancho del pas. Las noticias de estas calamidades alarma-
ron a los americanos, muchos de los cuales crean que la monarqua espaola
no sobrevivira como entidad independiente. Los americanos tambin estaban

5. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, 19-35.


6. Jorge Castel, La Junta Central Suprema y Gubernativa de Espaa e Indias (Madrid:
Imprenta Marte, 1950), 71-76.
7. Real Orden de la Junta Central expedida el 22 de enero de 1809, en Gazeta de Mxico,
XVI (15 de abril de 1809), 326.
8. Jaime E. Rodrguez O., La naturaleza de la representacin en la Nueva Espaa y Mxico,
en Secuencia: Revista de historia y ciencias sociales, Nm. 61 (enero-abril 2005), 6-32.

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L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

preocupados por la posibilidad de que las autoridades en Espaa entregaran


Amrica a los franceses. El clima de temor influy profundamente sobre las ac-
ciones del Nuevo Mundo. No resulta sorprendente, por lo tanto, que en 1809,
mientras se elegan representantes ante la Junta Central, estallaran movimientos
por la autonoma en dos reinos sudamericanos a los que no les haba sido otor-
gada representacin individual ante la Junta por tratarse de audiencias subordi-
nadas: Charcas, en mayo y julio, y Quito, en agosto de 1809. La incertidumbre
poltica proporcion a ambos reinos la oportunidad y la justificacin para bus-
car la independencia respecto de sus capitales virreinales, Buenos Aires y Santa
Fe de Bogot. Charcas y Quito insistieron en que actuaban en nombre del rey
cautivo, Fernando VII, pero las autoridades reales se apresuraron a aplastar am-
bos movimientos.9
El 1 de enero de 1810, en un intento por crear un gobierno ms eficiente, la
Junta Central que haba sido incapaz de poner un alto a la invasin france-
sa decret que se organizaran elecciones para Cortes nacionales. A continua-
cin, nombr un Consejo de Regencia de cinco miembros, que inclua un re-
presentante americano, y se disolvi a finales de ese mismo mes.10 En Amrica,
las elecciones para diputados propietarios a Cortes se llevaron a cabo a fina-
les de 1810 y durante la primera mitad de 1811. Aunque en varias zonas del
continente haban estallado insurgencias, la mayora de los reinos, con excep-
cin de Chile y partes de Venezuela, Nueva Granada y Ro de la Plata, partici-
paron en las elecciones, que tuvieron un profundo impacto en todo el Nuevo
Mundo. Las capitales de casi todas las provincias que reunan los requisitos pa-
ra elegir diputados realizaron amplias consultas en las villas y pueblos de su
regin. Cada centro urbano prepar su lista de notables pidiendo consejo a pro-
minentes individuos de la zona. Durante el proceso de consulta, se gener una
rica discusin en lugares pblicos como plazas, mercados, edificios de gobier-
no, parques, posadas y tabernas. Los curas discutieron la importancia del acon-
tecimiento tanto en misa como fuera de la iglesia, y subrayaron la importancia
de oponerse a los franceses sin Dios que representaban una amenaza para la
Santa Fe, el rey y la patria participando en el nuevo gobierno de la Nacin
Espaola. En general, las elecciones en las capitales de provincia se llevaron a
cabo pblicamente y fueron acompaadas de ceremonias que comenzaban con
una misa de Espritu Santo y terminaban con un Te Deum, taido de campanas

9. Marta Irurozqui, Del Acta de los Doctores al Plan de Gobierno. Las juntas en la Audiencia
de Charcas (1809-1810); y Jaime E. Rodrguez O., El Reino de Quito, 1808-1810, en Manuel
Chust, coord., 1808. La eclosin juntera en el mundo hispano (Mxico: Colegio de Mxico y
Fondo de Cultura Econmica, 2007), 192-226 y 162-191.
10. Federico Surez, El proceso de la convocatoria a Cortes, 1808-1810 (Pamplona: Eunsa,
1982).

ndice 23
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y otras celebraciones. Las ciudades, las villas y los pueblos decoraron su cen-
tro urbano para conmemorar la festiva ocasin. En las grandes ciudades capi-
tales, las fiestas se acompaaron con salvas de can y fuegos artificiales. Estos
eventos crearon un espritu de optimismo y sembraron en los americanos el
sentimiento de que podran superar la grave crisis poltica.

Las Cortes de Cdiz


La primera accin de los diputados a las Cortes de Cdiz fue declararse re-
presentantes de la nacin y asumir as la soberana. Al reunirse las Cortes haba
104 diputados presentes, 30 de ellos representando a los territorios de ultramar:
un diputado propietario de Puerto Rico, as como 27 americanos y 2 filipinos
elegidos como suplentes en Cdiz. Los dems diputados propietarios fueron ad-
mitidos conforme llegaban. Cerca de 220 diputados, entre ellos 67 americanos,
participaran ms tarde en las Cortes Generales y Extraordinarias de Cdiz. Una
tercera parte de los delegados a las Cortes eran hombres del clero, una sexta par-
te, nobles, y el resto eran miembros del tercer estado que, habida cuenta de sus
profesiones, podran ser llamados de clase media.11
El nuevo parlamento se enfrent a la inmensa tarea de reestructurar el go-
bierno al tiempo que libraba una guerra en Espaa y preservaba los reinos de
ultramar. Las Cortes nombraron una comisin de quince individuos, incluidos
cinco americanos, cuya finalidad sera preparar un esbozo de la Constitucin
de la monarqua espaola. La comisin, que procedi con gran cuidado, tard
meses en completar el proyecto, que fue presentado el 18 de agosto de 1811.
En los debates siguientes, que duraron varios meses, los diputados abordaron
cuestiones fundamentales, como el papel de las Cortes, del rey y del poder ju-
dicial; los atributos del gobierno provincial y local; la naturaleza de la ciuda-
dana y los derechos polticos; as como el comercio, la educacin, el ejrcito y
los impuestos. Durante las discusiones en torno a los artculos de la propuesta
constitucional, los diputados se vieron forzados a hacer negociaciones polticas
entre grupos de intereses e ideologas contendientes dentro de la monarqua
espaola. La prensa difundi ampliamente los grandes debates parlamentarios,
que influyeron de manera importante en los hispanoamericanos que apoyaban
o que se oponan al nuevo gobierno hispnico.12
Pese al fervor con que se sostenan convicciones enfrentadas y que llevaba
a acalorados debates, los delegados de Espaa y Amrica a las Cortes Generales

11. Miguel Artola, Los orgenes de la Espaa contempornea, 2 Vols. (Madrid: Instituto
de Estudios Polticos, 1959), I, 404. Mara Teresa Berruezo, La participacin americana en
las Cortes de Cdiz (1810-1814) (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1986), 55-299.
12. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, 64-82.

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L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

y Extraordinarias elaboraron un documento que transform la monarqua espa-


ola. La Constitucin de 1812 no fue un documento espaol; antes bien, fue
una Carta Magna para la antigua monarqua espaola en su totalidad. Los re-
presentantes del Nuevo Mundo jugaron un papel fundamental en la confor-
macin de la Constitucin de Cdiz. Los argumentos y propuestas de los di-
putados americanos convencieron a muchos espaoles de emprender
transformaciones sustanciales en Amrica, as como en la Pennsula. Los dipu-
tados americanos desempearon un papel central en la creacin de un nuevo
organismo que sent las bases del sistema constitucional: la institucin regional
administrativa llamada Diputacin Provincial. Con la creacin de estos cuerpos
de gobierno provinciales, las Cortes abolieron los virreinatos, transformaron las
audiencias de cuerpos judiciales y cuasi administrativos en tribunales supremos
de apelaciones, y dividieron el mundo hispnico en provincias que trataban di-
rectamente con el gobierno nacional de Espaa. Los diputados americanos tam-
bin desempearon un papel central en el establecimiento de una segunda ins-
tancia de gobierno local creada por las Cortes: los ayuntamientos constitucionales,
que sustituyeron con funcionarios elegidos por voto popular a las lites con car-
gos hereditarios que hasta entonces controlaban el gobierno de las ciudades.
Los diputados de Nueva Espaa tambin argumentaron exitosamente a favor de
la instauracin de ayuntamientos constitucionales en ciudades y pueblos
de cuando menos mil habitantes; antes, en Hispanoamrica, slo las ciudades
ms importantes contaban con un gobierno propio. Esta decisin transfiri el
poder poltico del centro a las localidades, incorporando a un vasto nmero de
personas al proceso poltico.13 La Constitucin, por ende, proporcion a los ame-
ricanos que deseaban la autonoma un medio pacfico para hacerse del gobier-
no local. La mayora aprovech la oportunidad.
La Constitucin de 1812, una de las legislaciones ms radicales del siglo XIX,
abola las instituciones seoriales, la Inquisicin, el tributo indgena, el trabajo
forzado como la mita en Sudamrica y el servicio personal en Espaa, y
reafirmaba el control del Estado sobre la Iglesia. Adems, creaba un Estado uni-
tario con leyes iguales para todas las partes de la monarqua espaola, restrin-
ga sustancialmente la autoridad del rey y dotaba a la legislatura de un poder
decisivo. Al otorgar el derecho al sufragio a todos los hombres excepto aque-
llos de ascendencia africana sin exigirles requisitos de educacin o propiedad,
la Constitucin de 1812 superaba a la de cualquier gobierno representativo exis-

13. Manuel Chust, La cuestin nacional Americana en las Cortes de Cdiz (Valencia y
Mxico: Fundacin Historia Social y UNAM, 1999); Rodrguez O., The Independence of Spanish
America, 82-92.

ndice 25
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tente, como el de Gran Bretaa, Estados Unidos o Francia, en materia de de-


rechos polticos para la vasta mayora de la poblacin masculina.14
Los aspectos ms revolucionarios de la Constitucin de 1812 fueron hacer
del poder ejecutivo y del judicial subordinados del legislativo e instaurar la par-
ticipacin poltica masiva. A diferencia de la Constitucin de Estados Unidos,
que estableca tres poderes iguales de gobierno, la Carta de Cdiz cre tres
poderes desiguales. El poder judicial recibi escaso poder independiente y el
ejecutivo qued subordinado a la legislatura. La soberana nacional qued en-
comendada a las Cortes. La participacin poltica masiva se alcanz otorgando
a todos los hombres adultos, excepto aquellos de ascendencia africana, el de-
recho al sufragio sin requisitos de educacin o propiedad, y ampliando el n-
mero de gobiernos constitucionales de ciudades. As, la Constitucin coloc a
la Nacin Espaola a la vanguardia del movimiento ms amplio que transfor-
m las sociedades del Antiguo Rgimen en estados nacionales modernos.
La Constitucin de 1812 increment drsticamente el espectro de la activi-
dad poltica. La Carta de Cdiz fund un gobierno representativo en tres nive-
les: la ciudad o pueblo (con el ayuntamiento constitucional), la provincia (con
la diputacin provincial), y la monarqua (con las Cortes). Las Cortes estable-
cieron 19 diputaciones provinciales para los territorios de ultramar: Nueva Espaa,
Nueva Galicia, Yucatn, San Luis Potos, Provincias Internas de Oriente, Provincias
Internas de Occidente, Guatemala, Nicaragua, Cuba con las dos Floridas, Santo
Domingo, Puerto Rico, Nueva Granada, Venezuela, Quito, Per, Cuzco, Charcas,
Chile, Ro de la Plata y Filipinas.
En aquellas regiones de la monarqua que reconocieron al gobierno de
Espaa, la Constitucin fue implementada a cabalidad. Resulta sorprendente
que Nueva Espaa y Guatemala, tierras que albergaban a ms de la mitad de la
poblacin de la Amrica espaola, implementaran el nuevo orden constitucio-
nal de manera ms plena que cualquier otra regin de la monarqua espaola, in-
cluida Espaa misma. Otras zonas del Nuevo Mundo bajo control realista, que
incluan ms de la mitad de la poblacin restante de Hispanoamrica el Caribe,
Quito, Per y Charcas as como partes de Venezuela, Nueva Granada y Ro de
la Plata, tambin instauraron la Carta de Cdiz. Pese a la confusin, el conflic-
to y el retraso inherentes a la implementacin de un nuevo sistema de gobier-
no, las primeras elecciones constitucionales de Hispanoamrica contribuyeron
a legitimar la nueva cultura poltica. Durante el perodo de 1812 a 1814, los his-
panoamericanos establecieron ms de mil ayuntamientos constitucionales y unas
doce diputaciones provinciales. En algunas zonas, como los territorios de las di-

14. Para una comparacin de las constituciones estadounidense, francesa e hispnica, v-


ase: Mnica Quijada, Una constitucin singular. La Carta gaditana en perspectiva compara-
da, en Revista de Indias, vol. LXVIII, Nm. 242 (enero-abril 2008), 15-38.

26 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

putaciones provinciales de Yucatn y Nueva Galicia, se llevaron a cabo hasta


tres elecciones sucesivas para ayuntamientos. Diversas regiones completaron
dos elecciones en el nivel provincial, primero para establecer sus diputacio-
nes provinciales y ms tarde para renovarlas. Los americanos tambin eligie-
ron a ms de cien diputados para las Cortes en Madrid. Ms de un milln de
ciudadanos, incluidos indgenas, mestizos, castas y negros, participaron en las
elecciones y en el gobierno a nivel local, provincial y monrquico. Si bien la
constitucin exclua del sufragio a los hombres de ascendencia africana, estu-
dios recientes demuestran que estos hombres votaron y, en muchos casos, eli-
gieron a funcionarios de ascendencia africana en regiones de Nueva Espaa,
Guatemala, Guayaquil y Per. Resulta curioso que los estudiosos hayan tendi-
do a ignorar esta gran revolucin poltica y, en cambio, se hayan concentrado
casi exclusivamente en las insurgencias. Se mire como se mire, la revolucin
poltica fue ms profunda y amplia que las insurgencias, que han ocupado
primordialmente a los historiadores.
Las elecciones constitucionales de 1812 y 1813 fueron las primeras eleccio-
nes populares llevadas a cabo en el mundo hispnico. En aquellas reas
dominadas por los realistas, tuvieron lugar elecciones relativamente libres. En
contraste, los insurgentes, o bien no organizaron eleccin alguna, o bien no fue-
ron capaces de llevarlas a cabo de manera democrtica o popular. Aunque
es cierto que la lite dominaba la poltica, ms de un milln de hombres de cla-
se media y baja se involucraron de manera significativa e hicieron sentir su pre-
sencia. El anlisis de Franois-Xavier Guerra sobre el censo electoral de 1813
en la Ciudad de Mxico, por ejemplo, concluye que el 93 % de la poblacin
masculina adulta de la capital tena derecho a votar.15 Los indgenas, miembros
de las antiguas Repblicas de Indios, tambin participaron activamente. En
varias regiones, como Cuenca y Loja, en el Reino de Quito, los indgenas no s-
lo obtuvieron el control de sus pueblos locales, tambin formaron coaliciones
intertnicas para participar en el gobierno de las capitales de provincia.16
Irnicamente, el nuevo sistema poltico hispnico oblig a muchos gobiernos
insurgentes a reafirmar su legitimidad redactando constituciones y organizando
comicios. Sus constituciones, empero, eran menos revolucionarias que la

15. Franois-Xavier Guerra, El soberano y su reino: Reflexiones sobre la gnesis del


ciudadano en Amrica Latina, en Hilda Sabato, coord., Ciudadana poltica y formacin de
las naciones: perspectivas histricas de Amrica Latina (Mxico: Fondo de Cultura Econmica,
1999), 45.
16. Jaime E. Rodrguez O., Ciudadanos de la Nacin Espaola: Los indgenas y las elec-
ciones constitucionales en el Reino de Quito, en Marta Irurozqui Victoriano, ed., La mirada
esquiva: Reflexiones histricas sobre la interaccin del Estado y la ciudadana en los Andes
(Bolivia, Ecuador y Per). Siglo XIX (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Cientficas,
2005), 41-64.

ndice 27
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Constitucin de Cdiz: a menudo restringan el sufragio imponiendo requeri-


mientos de educacin o propiedad.
La primera era constitucional toc a su fin en 1814, cuando el rey Fernando VII
regres de Francia. El regreso del monarca signific una oportunidad para res-
taurar la unidad del mundo hispnico. Casi cualquier acto que hubiera tenido lu-
gar desde 1808 la lucha contra los franceses, la revolucin poltica promulgada
por las Cortes y los movimientos autonomistas en Amrica fue llevado a cabo
en su nombre. Al principio, pareca que el monarca aceptara reformas mode-
radas, pero finalmente el rey opt por abolir las Cortes y la Constitucin de Cdiz.
Su gobierno autocrtico recurri a la fuerza para restaurar el orden monrqui-
co en el Nuevo Mundo. A continuacin, vino un perodo de cinco aos en los
que, desembarazadas de la Constitucin, las autoridades reales del Nuevo Mundo
aplastaron la mayor parte de los movimientos insurgentes. nicamente el apar-
tado Ro de la Plata permaneci fuera del alcance de una debilitada monarqua
espaola.

Las guerras civiles en Amrica


Las insurgencias y las guerras civiles que envolvieron a algunas regiones de
Hispanoamrica fueron una respuesta a los mismos acontecimientos que ge-
neraron la revolucin poltica constitucional. Ambos movimientos intentaron
mantener la independencia de la monarqua espaola en tanto entidad poltica,
as como ampliar la autoridad poltica y la representacin locales. Las desastro-
sas derrotas espaolas de 1809 y 1810 convencieron a la mayora de los ameri-
canos en el Nuevo Mundo de que las autoridades de la Pennsula eran incapa-
ces de defender la monarqua espaola. Hubo quien respondi formando juntas
autnomas locales para gobernar en nombre del rey cautivo Fernando VII. La
mayora de los historiadores afirma que estos movimientos armados buscaban
la independencia, es decir, la separacin respecto de Espaa. Desde su punto
de vista, declarar que actuaban en nombre del rey no era ms que una estrate-
gia para ocultar sus verdaderas intenciones. Al enarbolar estos argumentos, di-
chos estudiosos suponen que en Hispanoamrica las naciones existan antes de
que se formaran los estados, una postura rechazada por la mayor parte de los
historiadores del nacionalismo. Yo sostengo que los residentes de dichos terri-
torios o reinos, como se les llamaba buscaban la autonoma con miras a pre-
servar su independencia respecto de los franceses y a ampliar el espectro de
la autoridad local. Los reinos no eran todava estados nacionales, aunque para
finales del siglo XVIII los residentes hubieran comenzado ya a formarse un sen-
tido de identidad local y a menudo se refirieran a sus tierras como la patria o
esta Amrica.

28 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

Al recibir las noticias de que los franceses haban invadido la Pennsula y


apresado al monarca, los reinos de Amrica reaccionaron con gran patriotismo.
Rechazaron a los invasores y apoyaron al nuevo gobierno de defensa nacional,
la Junta Central. Conforme pas el tiempo, empero, y conforme supieron de las
calamitosas derrotas de las fuerzas espaolas, se inclinaron cada vez ms por
el establecimiento de gobiernos locales. Los americanos que formaron juntas
apelaron al mismo principio jurdico invocado por sus contrapartes peninsula-
res: en ausencia del rey, la soberana recaa en el pueblo. Cierto que dicho prin-
cipio justificaba la formacin de gobiernos locales en nombre del rey, pero no
secundaba la separacin respecto de la monarqua. Quienes favorecan la au-
tonoma fundaban sus argumentos en la constitucin americana no escrita: el
pacto directo entre los reinos particulares y el monarca. Desde el punto de
vista de estos americanos, el rey, y slo l, tena vnculos con los reinos del
Nuevo Mundo. Si esta relacin se rompa por el motivo que fuera, los lazos en-
tre cualquier reino americano y Espaa, o incluso entre reinos particulares del
Nuevo Mundo, dejara de existir.17 Puesto que constitucionalmente la Regencia
y las Cortes no podan acceder a la separacin de los reinos del Nuevo Mundo,
cuando ni las reformas ni las negociaciones lograron restaurar las juntas ame-
ricanas en conformidad con el gobierno real, las autoridades de Espaa recu-
rrieron al uso de la fuerza.
La lucha sobrevino debido a que los hispanoamericanos discreparon respec-
to de la legitimidad del gobierno de Espaa y respecto del locus de la sobera-
na en ausencia del monarca. Tanto los espaoles como los americanos del
Nuevo Mundo que crean que el Consejo de Regencia y las Cortes eran, en ver-
dad, el gobierno legtimo se opusieron a la formacin de juntas locales. Pero
otros crean que la destitucin del monarca en manos de los franceses exiga el
establecimiento de juntas en Amrica. El grupo que defenda la formacin de
gobiernos locales creci conforme llegaron a Amrica las noticias sobre las
funestas derrotas de las fuerzas espaolas en la Pennsula. Los autonomistas es-
taban divididos en torno a si slo las ciudades capitales de los reinos america-
nos tenan derecho a formar gobiernos locales o si las capitales de provincia de
los diversos reinos gozaban del mismo privilegio. Cuando las ciudades capita-
les recurrieron a la fuerza para mantener el control poltico, comenzaron a
formarse algunos grupos insurgentes en defensa de la autonoma de las provin-
cias. Las divisiones entre las lites en el interior de las diversas provincias tam-
bin llev a conflictos. En algunos casos, estall la violencia entre las ciuda-
des y el campo. Y en ocasiones, estas luchas por el poder derivaron en guerras
civiles que enfrentaron a quienes apoyaban al gobierno nacional de Espaa

17. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, 13-19 y 47-49.

ndice 29
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y quienes secundaban a las juntas americanas, a las capitales de los reinos y las
provincias, a unas lites y otras, a los grupos urbanos y los rurales.
Los conflictos dentro de la lite novohispana exacerbaron la divisin, lo que
result en una insurgencia. Temerosos de que los novohispanos aprovecharan
la crisis en la Pennsula para expandir su influencia poltica y econmica, al-
gunos sectores de la comunidad espaola se opusieron a su propuesta de or-
ganizar un congreso de ciudades en la Ciudad de Mxico, congreso destinado
a enfrentar la crisis en Espaa. Cuando el virrey Jos Iturrigaray tom partido
por los novohispanos, los espaoles lo derrocaron la noche del 15 de sep-
tiembre de 1808 y tomaron el control del gobierno. El golpe de Estado y las ac-
ciones del rgimen ilegal que le siguieron profundizaron los enfrentamientos
en Nueva Espaa y convencieron a algunos americanos de que slo podran
obtener un gobierno autnomo a travs de la fuerza.
En el otoo de 1809, las autoridades descubrieron una conspiracin seria en
la ciudad de Valladolid. Los implicados tenan seguidores en otros centros de
provincia como Guanajuato, Quertaro, San Miguel el Grande y Guadalajara.
Estos conspiradores prepararon un levantamiento para el 21 de diciembre de
1809 y esperaban contar con el apoyo del ejrcito y la milicia. Tambin espe-
raban atraer a miles de seguidores entre indgenas y castas, prometiendo abo-
lir el tributo. El plan difera del anterior movimiento autonomista pacfico de
la Ciudad de Mxico slo en que los conspiradores pretendan emplear la fuer-
za, dado que los espaoles haban tomado el gobierno. Cuando la conspiracin
fue descubierta, las autoridades optaron por mostrar clemencia, ya que muchas
personas prominentes declararon abiertamente que los conspiradores slo eran
culpables de buscar por un cauce inapropiado que sus legtimos reclamos fue-
ran atendidos.18
Ms adelante, se organiz otra conspiracin en la ciudad de Quertaro. Bajo
el influjo de la conspiracin de Valladolid, los capitanes de milicia Ignacio Allende
y Juan Aldama y el Corregidor Miguel Domnguez iniciaron plticas informales
con miras a organizar un movimiento similar. Para marzo de 1810, los conspira-
dores haban reclutado al Padre Miguel Hidalgo y a otros americanos rebeldes.
Tambin ellos, como los conspiradores de Valladolid, buscaban derrocar con la
ayuda de los trabajadores rurales y urbanos al gobierno ilegtimo impuesto por
algunos espaoles europeos, y pretendan establecer una junta americana pa-
ra gobernar en nombre de Fernando VII. Los conspiradores planearon el
levantamiento para octubre de 1810, pero las autoridades descubrieron la
conspiracin y el 13 de septiembre de ese mismo ao arrestaron al grupo de
Quertaro. Esta accin preventiva no puso un alto a la revuelta. La maana

18. Ibid, 51-64 y 71-74.

30 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

del 16 de septiembre de 1810, los conspiradores que eludieron la captura


Hidalgo, Allende y Aldama emprendieron la insurgencia desde el prspe-
ro pueblo de Dolores.
El apoyo de la lite a la revuelta encabezada por Hidalgo, que comenz co-
mo un movimiento por la autonoma, toc a su fin cuando se hizo evidente que
los lderes rebeldes no podan controlar a sus seguidores. El saqueo de la ciu-
dad de Guanajuato constituy el punto de quiebre de la revuelta. El pillaje, la
carnicera y la destruccin de esa ciudad demostraron a todas luces que la in-
surreccin promova un conflicto de clases incontrolable. La lite tema que la
revolucin originara una guerra de razas. Gran parte de la poblacin rural, in-
cluidos indgenas y campesinos que posean tierras comunales, teman que
los pobres sin tierras de las fuerzas de Hidalgo los despojaran de sus propieda-
des. El ejrcito real y la mayor parte de la milicia, compuestos por un 95 % de
americanos, permaneci leal a la Corona. Finalmente, los realistas derrotaron
a los insurgentes. Hidalgo fue capturado ms tarde, juzgado, degradado del sa-
cerdocio y ejecutado.19 Ignacio Lpez Rayn, un abogado que asumi el lide-
razgo del movimiento tras la ejecucin de Hidalgo en 1811, intent en un prin-
cipio reconciliarse con las autoridades reales. Cuando stas rechazaron sus
acercamientos, Lpez Rayn y otros lderes insurgentes organizaron la Suprema
Junta Nacional Americana como gobierno alternativo. En enero de 1812, las
fuerzas realistas tomaron el pueblo de Zitcuaro, donde estaba asentada la Junta.
Lpez Rayn escap, pero perdi gradualmente su posicin de lder rebelde.
El Padre Jos Mara Morelos, que haba librado una campaa de guerrilla en
el sur, emergi entonces como el principal jefe insurgente.
La insurgencia de Morelos floreci gracias a que los dirigentes encabeza-
ron un movimiento ordenado que mitig el fantasma de la guerra de razas y
clases. A lo largo de 1811 y 1812, Morelos y sus comandantes se concentraron
en cortar las vas de comunicacin de la capital, obteniendo as el control del
sur. El mayor triunfo de Morelos lleg en 1812, cuando tom Oaxaca. A la si-
guiente primavera, inici un sitio a Acapulco que durara siete meses. Pese a
sus logros militares, Morelos no poda declararse autoridad nicamente por la
fuerza de las armas, en particular porque las Cortes Hispnicas haban ratifica-
do las nociones de soberana popular y gobierno representativo. Despus de
la promulgacin de la Constitucin hispnica de 1812 y de la organizacin de
elecciones populares en toda Nueva Espaa, los seguidores urbanos de Morelos
lo apremiaron para que convocara un congreso cuyo fin sera formar un go-
bierno alternativo. En junio de 1813, las regiones controladas por los insur-

19. Hugh M. Hamill, The Hidalgo Revolt: Prelude to Mexican Independence (Gainesville:
University of Florida Press, 1966).

ndice 31
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

gentes, partes de Oaxaca, Puebla, Veracruz y Michoacn, la Provincia insur-


gente de Tecpan y posiblemente unos cuantos grupos secretos de la Ciudad
de Mxico y otros centros urbanos, organizaron elecciones para un congreso
que se llevara a cabo en Chilpancingo, un pequeo poblado amigable y de
fcil defensa. A diferencia de las elecciones llevadas a cabo bajo la Constitucin
de Cdiz, las elecciones insurgentes fueron manipuladas por los lderes y fue-
ron menos populares, pues involucraron a menos de 10.000 votantes.20
Desde un principio, se suscitaron conflictos entre el ejecutivo insurgente y
la legislatura de ocho miembros. El congreso insurgente ratific a Morelos en su
cargo de generalsimo y declar la independencia de Amrica Septentrional, pe-
ro fue el organismo legislativo el que, a la manera de las Cortes en Espaa, asu-
mi la soberana nacional e intent ejercer el poder supremo. El 22 de octubre
de 1814 el congreso expidi el Decreto Constitucional para la Libertad de la
Amrica Mexicana, conocido como la Constitucin de Apatzingn, nombre
que le vino del pueblo en el que fue promulgada. La nueva carta estableca una
repblica con un poder ejecutivo plural y una poderosa legislatura. El congre-
so rechaz las pretensiones de Morelos al poder y le arrebat la autoridad
suprema, pero mantuvo su apoyo nombrndolo miembro del triunvirato eje-
cutivo. El 5 de noviembre de 1815, empero, las fuerzas realistas derrotaron a
Morelos. ste fue capturado, juzgado, degradado del sacerdocio y ejecutado el
22 de diciembre de 1815. Das antes, ese mismo mes, otros dirigentes insur-
gentes haban disuelto el congreso.21 La Constitucin de Apatzingn nunca fue
implementada y no ejerci influencia alguna en el posterior desarrollo constitu-
cional de Nueva Espaa/Mxico. Si bien los insurgentes de Amrica Septentrional
fueron capaces de librar una guerra de guerrillas durante algunos aos y de ins-
taurar brevemente un gobierno alternativo, la insurgencia no desemboc en la
creacin de un Estado nacional independiente.
A diferencia de Norteamrica, donde el gobierno realista mantuvo el con-
trol de la capital y las instituciones de gobierno, en algunas zonas de Sudamrica
el gobierno real cay y se formaron juntas autnomas. El 19 de abril de 1810
se form en Caracas la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando
VII. Esta Junta Suprema, que se enfrent a la oposicin de otras ciudades y pro-
vincias, convoc un congreso, el Cuerpo Conservador de los Derechos del
Sr. D. Fernando VII en las Provincias de Venezuela, en un intento por fundar
su legitimidad. El parlamento, que se reuni el 2 de marzo de 1811, sigui mu-
chos de los precedentes establecidos por las Cortes de Cdiz. Se arrog la au-

20. Virginia Guedea, Los procesos electorales insurgentes, en Estudios de Historia


Novohispana, 11 (1991), 222-248.
21. Ana Macas, Gnesis del gobierno constitucional en Mxico, 1808-1820 (Mxico:
Secretara de Educacin Pblica, 1973).

32 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

toridad y cre un ejecutivo dbil nombrando un triunvirato. El apoyo al gobier-


no de Caracas declin cuando el congreso decidi declarar la independencia, el
5 de julio;22 ese mismo parlamento redactara ms tarde una constitucin que
creaba un sistema federal y, como la carta que se estaba redactando en Cdiz, es-
tableca el predominio del legislativo y mantena un dbil triunvirato como eje-
cutivo. Sin embargo, la Carta venezolana era ms conservadora que la Constitucin
de 1812 redactada por las Cortes de Cdiz. La Constitucin de Venezuela de-
cret la igualdad legal para los hombres libres, pero, a diferencia de la
Constitucin de Cdiz, mantuvo requerimientos de propiedad para la ciudada-
na activa, es decir, para votar, ocupar cargos, etctera. Abrevando de las tradi-
ciones hispnicas, la Constitucin venezolana otorg considerable autoridad a
las provincias, contrarrestando el poder del gobierno nacional.23 El rgimen
fue rechazado por las provincias y las fuerzas realistas del Caribe. Aun cuando
se le otorg un poder extraordinario al ejecutivo al nombrar a Francisco Miranda
dictador con pleno poder civil y militar, la Repblica colaps en julio de 1812.
La cada de la Primera Repblica, como ms tarde se llamara a este primer r-
gimen, seal el final de la participacin poltica civil masiva y el surgimiento
de dirigentes militares en Venezuela.24
Simn Bolvar, uno de los seguidores originales de Miranda, extrajo una
serie de conclusiones del fracaso de la Primera Repblica, conclusiones que re-
percutiran de manera significativa en la lucha posterior en Sudamrica. Desde
el punto de vista de Bolvar, la Primera Repblica haba fracasado por haber
adoptado una constitucin federal dbil, por ser demasiado tolerante del disen-
timiento, por organizar elecciones que proporcionaban a los dbiles e incom-
petentes una voz demasiado grande, y por haber sido incapaz de reclutar una
fuerza militar efectiva, as como por no lograr administrar la economa.25 Ms
tarde, cuando lleg al poder, Bolvar prefiri gobernar como un autcrata; asu-
mi el ttulo de dictador en varias ocasiones, reforz el papel poltico de los mi-
litares y limit la participacin civil.
Nueva Granada, en el territorio actual de Colombia, llev los principios del
confederalismo y de la legislatura poderosa a un extremo. Ah, durante el pe-
rodo de 1810 a 1815, las provincias se fragmentaron en tres coaliciones.

22. Carole Leal Curiel, Radicales o timoratos? La declaracin de la Independencia abso-


luta como una accin terica-discursiva (1811), en Politeia, Revista de la Facultad de Ciencias
Jurdicas y Polticas de la Universidad Central de Venezuela, vol. 31, Nm. 40 (2008).
23. Caracciolo Parra Prez, Historia de la Primera Repblica, 2 vols. (Madrid: Ediciones
Guadarrama, 1959), I, 367-487.
24. Michael P. McKinley, Pre-Revolutionary Caracas: Politics, Economy, and Society 1777-
1811 (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), 161-174, 41-116.
25. Simn Bolvar, Memoria dirigida a los ciudadanos de Nueva Granada por un caraque-
o, en Proclamas y discursos del Libertador (Caracas: Litografa del Comercio, 1939), 11-22.

ndice 33
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Cartagena form una junta de gobierno el 8 de mayo de 1810, al enterarse de


que en Espaa la Junta Central se haba disuelto y haba establecido un Consejo
de Regencia. Otras provincias siguieron su ejemplo. Sin embargo, muchas otras,
con intereses econmicos encontrados, resintieron el intento de la capital por
dominarlas. Cartagena propuso establecer un gobierno federal que dotara a ca-
da provincia de igualdad y autonoma. Entonces, Santa Fe se opuso convo-
cando un congreso en la capital. En marzo de 1811, la asamblea cre el Estado
de Cundinamarca, que reconoci a Fernando VII como monarca constitucional.
El nuevo gobierno estaba compuesto por una legislatura fuerte y un ejecutivo
dbil. Santa Fe de Bogot y otras provincias de la sierra conformaban este nue-
vo estado centralista. Otras cinco provincias autnomas, encabezadas por
Cartagena, formaron las Provincias Unidas de Nueva Granada, una confedera-
cin extremadamente frgil. Las Provincias Unidas determinaron que, de crear-
se un poder ejecutivo separado, ste quedara completamente subordinado al
congreso de la confederacin.26 Cada una de las provincias de las Provincias
Unidas procedi a redactar su propia constitucin.
Para finales de 1811, existan tres coaliciones polticas enfrentadas las pro-
vincias realistas, como Santa Marta y Panam, el Estado de Cundinamarca, y las
Provincias Unidas de Nueva Granada. Una cruenta guerra civil estall entre
los tres grupos. La mayor parte del conflicto, empero, se dio entre los dos esta-
dos autnomos, Cundinamarca y las Provincias Unidas. Tras aos de guerra,
el 12 de diciembre de 1814, Santa Fe de Bogot cay ante los ejrcitos de las
Provincias Unidas. Pero para ese momento, Fernando VII haba abolido la
Constitucin de Cdiz y enviado a un ejrcito al mando del mariscal Pablo Morillo
para restaurar el orden en el norte de Sudamrica. Despus de una larga lucha,
las Provincias Unidas cayeron en mayo de 1816.
En el Cono Sur estall un conflicto entre la capital y las provincias del
Virreinato del Ro de la Plata. Este virreinato, establecido en 1776, an estaba
en proceso de integrar a sus numerosas provincias distantes cuando Napolen
invadi Espaa en 1808. El intento de la ciudad de Buenos Aires de jugar un
papel protagnico en la formacin y el funcionamiento de un gobierno aut-
nomo para afrontar la crisis en la pennsula Ibrica, desencaden un perodo
de intensa inestabilidad poltica que fragment el virreinato. La respuesta de los
habitantes del Ro de la Plata a los acontecimientos suscitados en Espaa subra-
ya las tensiones entre las capitales virreinales, que buscaban mantener su
estatus en el nuevo contexto poltico, y la determinacin de las ciudades de pro-
vincia y de sus tierras aledaas de afirmar su autonoma.

26. Manuel Antonio Pombo y Jos Joaqun Guerra, Constituciones de Colombia, 3 vols.
(Bogot: Biblioteca Banco Popular, 1986), I, 281-288.

34 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

El 13 de mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires noticias de que la Junta


Central se haba desbandado tras huir a Cdiz. Los dirigentes de la ciudad de-
cidieron no reconocer al Consejo de Regencia. Tras un acalorado debate, el
25 de mayo, los porteos organizaron la Junta Provisional Gubernativa de las
Provincias del Ro de la Plata para gobernar en nombre de Fernando VII. El go-
bierno provisional jur conservar la regin para el monarca y sus sucesores
legtimos, as como mantener el sistema jurdico espaol. Al da siguiente, la
Junta Provisional Gubernativa envi una carta a las capitales de provincia infor-
mndoles sobre los recientes acontecimientos y solicitndoles que reconocie-
ran al organismo como gobierno provisional. El 27 de mayo, la Junta expidi
un decreto instruyendo a las ciudades elegir a un diputado a la Junta Provisional
Gubernativa de Buenos Aires. El cambio de nombre de Ro de la Plata a Buenos
Aires indicaba claramente que los porteos pretendan controlar el gobierno del
virreinato. Con el fin de garantizar su dominio, la Junta organiz un ejrcito pa-
ra imponer la autoridad del gobierno provisional y sus resoluciones en todas
las provincias del virreinato.
Los lderes de las provincias de Ro de la Plata no estaban seguros de que la
Junta Provisional Gubernativa representara sus intereses. Montevideo y su inte-
rior competan con Buenos Aires por el control del comercio martimo, inclui-
da la exportacin de ganado. Paraguay, aislado, tena poco en comn con
los porteos. Charcas, que haba cado bajo el control del Virrey de Per tras los
movimientos autonomistas de La Paz y Chuquisaca en 1809, vea a Buenos Aires
como una amenaza. Los intereses de las provincias del interior del Ro de la
Plata, como Crdoba, Salta, Tucumn, Mendoza y San Juan tambin se contra-
ponan a los de Buenos Aires, ya que, mientras que los porteos insistan en es-
tablecer el libre comercio, dichas provincias dependan del comercio con Charcas
y Chile y requeran proteccin para sus manufacturas. As pues, la mayora de
las provincias que componan el Virreinato del Ro de la Plata rechazaron la
Junta Provisional Gubernativa. Montevideo, Paraguay, Charcas, Crdoba y Salta
decidieron apoyar al Consejo de Regencia en Espaa. El gobierno de Buenos
Aires tambin se vio debilitado por las luchas ideolgicas entre las facciones de
moderados y radicales. Los moderados apoyaban un gobierno autnomo am-
plio para las provincias y favorecan muchas de las reformas adoptadas por
las Cortes de Cdiz, incluida la libertad de prensa.
Los intentos del gobierno de Buenos Aires por mantener el control de las
provincias recurriendo al uso de la fuerza militar fracasaron y endurecieron
los sentimientos separatistas en muchas regiones. Las polticas del gobierno bo-
naerense llevaron a algunos lderes de provincias a discutir la formacin de co-
aliciones sin la participacin del puerto. Los lderes porteos respondieron a
la crisis reforzando el ejecutivo y disolviendo la asamblea antes de que sta

ndice 35
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

redactara una constitucin y formara un nuevo gobierno. En enero de 1814, los


porteos nombraron a Gervasio Antonio Posadas como director supremo, y a
Jos de San Martn como comandante del Ejrcito del Norte.27 Las diversas re-
giones que formaban el Virreinato del Ro de la Plata podran haberse unido
si Buenos Aires hubiera estado dispuesto a aceptar la creacin de una confe-
deracin de provincias de igual jerarqua. Pero no lo hizo. En cambio, los por-
teos intentaron imponer su gobierno por la fuerza. Pese al continuo impasse
entre Buenos Aires y las dems provincias, la posicin geogrficamente aisla-
da de la regin la mantuvo relativamente a salvo de las fuerzas realistas.
Los conflictos entre las capitales de virreinatos, audiencias y capitanas ge-
nerales y sus capitales de provincia estall no slo en Venezuela, Nueva Granada
y Ro de la Plata, sino tambin en Chile y Quito. Estos levantamientos conven-
cieron a dirigentes insurgentes como Bolvar de que slo gobiernos fuertes y
centralizados podran ser capaces de ganar la independencia y establecer el
orden en Sudamrica. Sin embargo, las luchas entre los centralistas y las pro-
vincias eran difciles de contener y continuaron durante dcadas, afectando
profundamente la estabilidad del gobierno y el desarrollo constitucional en
Hispanoamrica.

La Constitucin restaurada y las independencias


Los autonomistas de Amrica y los liberales, tanto americanos como espa-
oles, estaban cada vez ms insatisfechos con el gobierno autocrtico de
Fernando VII, incapaz de ajustarse a las prcticas de gobierno del Antiguo
Rgimen. En marzo de 1820, los liberales de Espaa obligaron al rey a restau-
rar la Constitucin de Cdiz. El regreso del gobierno constitucional provoc res-
puestas dispares en Hispanoamrica. Nueva Espaa y el Reino de Guatemala
llevaron a cabo elecciones para innumerables ayuntamientos constitucionales,
diputaciones provinciales y para las Cortes. Sin embargo, la inestabilidad pol-
tica en la Pennsula durante la dcada anterior haba convencido a muchos no-
vohispanos de que sera prudente instaurar un gobierno autnomo dentro de
la monarqua espaola. Estos novohispanos siguieron dos cursos de accin. Los
diputados de Nueva Espaa a las Cortes de 1821 presentaron un proyecto pa-
ra la autonoma del Nuevo Mundo, segn el cual se crearan tres reinos ame-
ricanos aliados con la Pennsula y gobernados por prncipes espaoles bajo la
Constitucin de 1812. Al mismo tiempo, y temiendo que su propuesta fuese re-
chazada, organizaron un movimiento en toda Nueva Espaa destinado a esta-
blecer una monarqua autnoma bajo la Constitucin de 1812. Enfrentada a una

27. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, 123-130.

36 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

crisis poltica, social y econmica en la Pennsula, la mayora espaola en las


Cortes rechaz la propuesta de creacin de reinos americanos autnomos. En
consecuencia, los lderes de Nueva Espaa optaron por separarse y establecer
el Imperio mexicano. Centroamrica tambin declar la independencia y se
uni al recin formado Imperio.28
En 1816, por inaccin de la Monarqua espaola, Ro de la Plata obtuvo su
autonoma y finalmente su independencia; la monarqua careca de los recur-
sos para preparar una campaa que le permitiera controlar de nuevo la zona.
Las tres provincias que se haban rehusado a aceptar el dominio de Buenos
Aires se convirtieron en las naciones independientes de Bolivia, Uruguay y
Paraguay.29
Chile experiment tan slo un breve combate en la lucha por la emanci-
pacin, y las fuerzas militares que liberaron dicha nacin andina en 1818 pron-
to se retiraron para asegurar la independencia de Per. De esta manera, los
civiles desempearan un papel central en el gobierno chileno.
A diferencia de lo sucedido en el Cono Sur y en la Amrica Septentrional,
la independencia de la zona norte de Sudamrica se logr por medio de la fuer-
za militar y no por negociacin poltica. En 1816, los insurgentes reanudaron
su lucha por obtener el control de Venezuela y Nueva Granada. La restauracin
de la Carta de Cdiz proporcion a los que se inclinaban por la independencia
la oportunidad de impulsar la campaa destinada a liberar el continente.
Buscando fortalecer sus fuerzas, estos insurgentes aceptaron el armisticio ofre-
cido por las Cortes, confiados en que la monarqua no enviara un nuevo ejr-
cito expedicionario a restaurar el orden real en la regin. Sin embargo, estos
hombres se enfrentaron a una fuerte resistencia, ya que la mayora de la pobla-
cin de Venezuela, Quito, Per y Charcas, as como algunas partes de Nueva
Granada, implementaron vidamente el sistema constitucional restaurado. En
esos lugares, se eligieron cientos de ayuntamientos constitucionales, pero la ma-
yora de ellos no pudo completar las elecciones para diputaciones provinciales
ni para diputados a las Cortes en Madrid antes de que los insurgentes violaran
la tregua en 1821 y dieran inicio a una campaa militar destinada a someter a
sus opositores.
El conflicto en el norte de Sudamrica reforz el poder poltico de los hom-
bres del ejrcito. Colombia nos brinda el ejemplo ms claro de este fenme-
no. El Congreso de Angostura, convocado por Simn Bolvar en febrero de 1819,
legitim el poder del comandante y, en diciembre, cre la Repblica de
Colombia, incorporando a Venezuela, Nueva Granada y Quito. Si bien unas

28. Ibd., 169-237.


29. Jorge Siles Salinas, La independencia de Bolivia (Madrid: Editorial Mapfre, 1992).

ndice 37
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cuantas regiones de Venezuela y Nueva Granada se vieron representadas en


Angostura, no sucedi lo mismo con Quito y las zonas ms densamente pobla-
das de Venezuela y Nueva Granada. Ms adelante, en 1821, el Congreso de
Ccuta, presionado por el presidente Bolvar e intimidado por el ejrcito, rati-
fic la formacin de la Repblica de Colombia, una vez ms, sin representacin
de Quito. Bolvar tambin recurri a la fuerza para obligar a grandes zonas de
Venezuela y Nueva Granada a unirse a la Repblica, dado que la mayora de la
gente en aquellas regiones prefera la Constitucin hispnica a la Carta
Colombiana de 1821, que creaba un gobierno altamente centralizado y conce-
da una amplia autoridad al presidente.
Las acciones de Bolvar en el Reino de Quito demostraron su desdn por
el gobierno civil y su disposicin a subyugar a otros gobiernos independien-
tes e imponer la ley marcial en su mpetu por expulsar a las fuerzas realistas del
continente y consolidar el poder. Guayaquil declar su independencia y for-
m un gobierno republicano el 9 de octubre de 1820; en los meses que si-
guieron, intent sin xito liberar a las provincias serranas del Reino de Quito.
Ms adelante, Guayaquil solicit ayuda de San Martn y Bolvar para liberar la
sierra. El general Antonio Jos de Sucre, al frente de una fuerza compuesta prin-
cipalmente por tropas locales, colombianos y hombres del ejrcito de San Martn,
finalmente derrot a las fuerzas realistas en Quito, el 24 de mayo de 1822, en
la Batalla de Pichincha. Bolvar, que lleg del norte en junio con ms tropas co-
lombianas, incorpor la regin a la Repblica de Colombia, pese a la oposicin
tanto de Quito como de Guayaquil. Ms adelante, Bolvar impuso la ley mar-
cial en el antiguo Reino de Quito con la intencin de levar hombres y requi-
sar dinero y provisiones para la lucha contra los realistas en Per, ltimo
bastin del poder real en Amrica.30
Los intentos por derrotar a los realistas en Per comenzaron en agosto de
1820, cuando San Martn desembarc en Lima con un ejrcito libertador inte-
grado por chilenos y rioplatenses. Aun cuando logr controlar la costa, San
Martn no pudo vencer a los realistas en la sierra. El 29 de enero de 1821, en
un intento por ganarse la lealtad de la poblacin, los oficiales liberales del ejr-
cito realista obligaron al virrey a abdicar, implementaron la Constitucin his-
pnica de 1812 y nombraron al general Jos de la Serna como capitn gene-
ral. Los constitucionalistas reorganizaron el ejrcito monrquico y estuvieron a
punto de expulsar de la costa a las fuerzas de San Martn. Sin embargo, las di-
visiones en el interior de las filas realistas les impidieron echar a las fuerzas
republicanas.

30. Rodrguez O., La revolucin poltica en la poca de la independencia: el Reino de Quito,


179-186.

38 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

San Martn, incapaz de conseguir recursos adicionales para continuar con la


campaa peruana, cedi el honor de la victoria final a Bolvar. Aunque los co-
lombianos se integraron a la fuerza en 1823, lograron escasos progresos. Las
divisiones entre peruanos, la escasez de provisiones, y la fortaleza de los ejrci-
tos reales los mantuvieron inmovilizados en la costa. Pero los realistas tambin
estaban divididos. En Charcas, el general absolutista Pedro Olaeta se opuso al
General Jos de la Serna y a los liberales. La situacin alcanz un estado cr-
tico despus de que Fernando VII aboliera de nuevo la Constitucin de Cdiz
en 1823; el 25 de diciembre de ese ao, el general Olaeta tom las armas con-
tra los liberales. El conflicto intestino contribuy a la derrota de los realistas.
Durante casi un ao, mientras Bolvar y sus hombres se recuperaban, los ejr-
citos real constitucionalista y real absolutista libraron una guerra entre s en la
sierra. Finalmente, el general Sucre derrot al ejrcito real constitucionalista
en la batalla decisiva de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Las fuerzas ab-
solutistas de Olaeta, empero, mantuvieron el control sobre Charcas; al final,
las intrigas polticas pusieron fin a la pelea. El asesinato de Olaeta en abril
de 1825 marc el final del poder real en Charcas. Ms tarde, el general Sucre
formara la nueva Repblica de Bolivia en el territorio de la antigua Audiencia
de Charcas. Para 1826, cuando las ltimas fuerzas realistas se rindieron, Bolvar
dominaba la zona central y norte de Sudamrica como presidente de Colombia,
dictador de Per y gobernante de Bolivia.31

La independencia de Brasil
A diferencia de su vecina espaola, cuando los franceses invadieron Portugal
la familia real portuguesa huy a Brasil. Entre el 25 y el 27 de noviembre de
1807, el prncipe regente Don Juan, su familia incluida su madre enloquecida,
la Reina Mara I, y cerca de 15.000 funcionarios civiles, judiciales, eclesisticos
y militares, junto con miembros de la nobleza, la comunidad mercante, otros
ciudadanos y sirvientes abandonaron la pennsula Ibrica. La flota real, prote-
gida por la armada britnica, embarc junto con el tesoro real, plata, joyas y
otros bienes valiosos, incluidos documentos de gobierno, una imprenta, varias
bibliotecas y otras propiedades del gobierno. Al transferirse la corte real a Brasil,
el locus del poder poltico se traslad de Lisboa a Ro de Janeiro.32
La Amrica portuguesa, o el Estado do Brasil, fue diferente a los reinos de
la Amrica espaola. Aquella regin estaba dividida en capitanas autnomas

31. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, 215-219 y 228-234.


32. Jos Honrio Rodrigues, Independncia: revoluo e contrarevoluo, 5 vols. (Ro de
Janeiro: Francisco Alves, 1975-1976), I, 7.

ndice 39
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

que tenan poco contacto con otras capitanas de Brasil. Estas capitanas expor-
taban materias primas a Portugal que, a su vez, los reexportaba a otras partes
del mundo. Aunque un virrey administraba la regin, careca de la autoridad
para gobernar toda la zona. Brasil, al igual que Estados Unidos, se benefici
de las guerras que estallaron tras la Revolucin francesa, ya que sus exporta-
ciones gozaron de una amplia demanda. No obstante, la Revolucin haitiana
inquiet a muchos brasileos, pues la gente de ascendencia africana negros,
tanto libres como esclavos, y mulatos constitua la mayora de la poblacin
de Brasil.33
Al tiempo que se libraba una guerra masiva y violenta en la pennsula Ibrica,
la monarqua portuguesa transformaba Brasil. Durante el perodo de 1807 a
1820, la Corona transfiri las instituciones de gobierno del Estado portugus
a Brasil. Tambin ampli la estructura judicial, fiscal y gubernamental existen-
te en las capitanas, proporcionando nuevos puestos de gobierno a los brasi-
leos nativos. El prncipe regente Juan otorg ttulos de nobleza a las lites na-
cidas en Brasil, en recompensa por la asistencia financiera y logstica en el
establecimiento de la familia real y el gobierno en Ro de Janeiro. Adems, la
monarqua increment el nmero de escuelas primarias y fund instituciones
de estudios avanzados, una academia militar y una naval, as como dos cole-
gios de medicina. Antes de la llegada de la Corte, Brasil careca de universida-
des, bibliotecas y otras instituciones culturales. Ro de Janeiro sbitamente re-
cibi todos los atavos de una gran ciudad capital. La Corona portuguesa, que
dependa de su aliado britnico, elimin las anteriores restricciones comercia-
les que canalizaban el comercio brasileo a travs de los puertos portugueses
y estableci el libre comercio con naciones amigas. Tambin puso fin a las res-
tricciones sobre las manufacturas domsticas, permitiendo as el surgimiento de
industrias textiles y del acero. Adems, la monarqua fund el Banco do Brasil
para facilitar la inversin. En el lapso de una dcada desde la llegada de la Corte,
Ro de Janeiro duplic su poblacin. Otras importantes ciudades porteas tam-
bin crecieron. En diciembre de 1815, el prncipe regente elev a Brasil a un
estatus proporcional al de Portugal. Estas acciones reforzaron el apoyo a la mo-
narqua y al prncipe regente en Brasil y proporcionaron a las capitanas un cen-
tro de unidad. Al ao siguiente, tras la muerte de su madre, la Reina Mara I,
el prncipe se convirti en el rey Juan VI del Reino Unido de Portugal, Brasil y

33. Roderick J. Barman, Brazil: The Forging of a Nation, 1798-1852 (Stanford: Stanford
University Press, 1988), 9-41; Kirsten Shultz, Tropical Versailles: Empire, Monarchy, and the
Portuguese Royal Court in Rio de Janeiro, 1808-1821 (Nueva York: Routledge, 2001), 15-37;
Emilia Viotti da Costa, The Brazilian Empire: Myths and Histories (Chicago: University of
Chicago Press, 1985), 1-14.

40 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

Algarves. Aunque las fuerzas francesas haban sido expulsadas de Portugal des-
de haca aos, la Corte permaneci en Ro de Janeiro.34
Los portugueses, gobernados por un Consejo de Regencia desde la partida
de la familia real, se sentan cada vez ms descontentos y teman haber sido re-
legados a un papel secundario. Desde su punto de vista, en particular el de los
residentes de la Ciudad de Lisboa, se haban convertido en una colonia de la
colonia. Los acontecimientos en Espaa influiran sobre los acontecimientos en
Portugal y Brasil. En marzo de 1820, los liberales de Espaa obligaron al rey
Fernando VII a restaurar la Constitucin de Cdiz. Bajo la influencia de los acon-
tecimientos suscitados en Espaa, los liberales portugueses se rebelaron, exi-
giendo la organizacin de elecciones basadas en la Carta de Cdiz para unas
Cortes portuguesas que escribiran una constitucin para la monarqua portu-
guesa. Los revolucionarios exigieron el regreso inmediato del rey Juan a Portugal.
La Constitucin hispnica gustaba a los liberales portugueses porque reconoca
una Nacin Espaola con su capital en Madrid. Aplicada al mundo portugus, una
carta de esa ndole pondra fin al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves,
y restaurara la monarqua portuguesa con su capital en Lisboa. La Carta de Cdiz
tambin gustaba a los dirigentes de las capitanas en Brasil porque la diputa-
cin provincial que estableca les confera autonoma local. Las capitanas del
norte de Brasil las primeras en recibir las noticias de los acontecimientos en la
Pennsula instauraron juntas de gobierno, introduciendo as la autonoma pro-
vincial. La provincia de Ro de Janeiro perdera estatus bajo el nuevo sistema,
convirtindose en una de las nuevas provincias, antes que en la capital del Reino
de Brasil.35 En abril de 1821, presionado por las Cortes, Juan VI declar que
todo el Reino Unido sera gobernado por la Constitucin espaola desde la fe-
cha del presente decreto hasta la instalacin de la Constitucin en que trabajan
las Cortes actuales en Lisboa.36
Antes de que el Rey Juan VI regresara con su Corte a Lisboa, el 26 de abril de
1821, nombr a Dom Pedro su primognito y heredero prncipe regente
de Brasil. Sin embargo, la situacin haba cambiado: Ro de Janeiro ya no era
la capital, de ah que muchas capitanas, en particular las del norte y nordeste,
expresaran su apoyo a las Cortes y establecieran juntas autnomas de gobier-
no. Dado que Dom Pedro careca de recursos financieros, tuvo que apoyarse

34. Shultz, Tropical Versailles, 39-276; Barman, Brazil, 42-64.


35. Mrcia Regina Berbel, Nacin portuguesa, Reino de Brasil y autonoma provincial,
en Jaime E. Rodrguez O., ed., Revolucin, independencia y las nuevas naciones de Amrica
(Madrid: Fundacin MAPFRE-Tavera, 2005), 397-405.
36. Citado en Luis Geraldo Silva, Impedimento y exilio. Las crisis de las monarquas
ibricas en perspectiva atlntica (1807-1821), ponencia presentada en el Congreso Las
Independencias, un enfoque mundial, Quito, 17-31 de julio de 2009.

ndice 41
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en las tropas portuguesas para mantener una pantomima de autoridad sobre


Brasil.37 Conforme avanz el ao, aument el descontento pblico hacia Ro de
Janeiro y por el estatus disminuido de Brasil; algunos insistan en que Dom
Pedro separara a Brasil de la Corona portuguesa. Temerosos de que el prnci-
pe regente se declarara a s mismo monarca de un Brasil independiente, el 5 de
junio de 1821, las unidades del ejrcito portugus obligaron a Dom Pedro a
jurar la constitucin que estaban preparando las Cortes en Lisboa.38 En Portugal,
las Cortes ordenaron el envo de ms tropas a Ro de Janeiro para restaurar el
orden.
En Brasil, los diputados a las Cortes fueron electos durante mayo y julio.
Es cierto que 75 americanos resultaron electos, pero slo 50 llegaron a Portugal.
Se trataba de una minora en un organismo de 205 diputados; adems, la
delegacin brasilea estaba dividida. Algunos, en particular los diputados del nor-
te, se inclinaban por una Nacin Portuguesa con autonoma provincial similar
a la Nacin Espaola creada por la Constitucin de Cdiz. Otros, encabezados
por los diputados del sur, propusieron el establecimiento de un sistema de co-
munidad o commonwealth parecido al que los diputados hispanoamericanos
haban propuesto en las Cortes de Madrid en 1821. Fueron ellos quienes pro-
pusieron un Acto Adicional a la Constitucin Portuguesa que establecera dos
Cortes, una en Lisboa y la otra en Ro de Janeiro. El rey servira como ejecuti-
vo en Portugal, mientras que el prncipe regente ejercera las funciones del eje-
cutivo en Brasil. Ambas regiones comprenderan la Nacin gobernada por la
Constitucin de la Monarqua portuguesa. Los diputados portugueses, que con-
sideraban el Acto Adicional como un medio para garantizar la emancipacin de
Brasil, rechazaron la propuesta. El debate, que continu hasta finales de 1822,
se vio rebasado por los acontecimientos registrados en territorio brasileo.39
Durante agosto de 1821 las Cortes discutieron un proyecto de ley para esta-
blecer un gobierno interino en Brasil hasta que la Constitucin fuese promulga-
da. Mientras se desarrollaba el debate, los primeros dos diputados americanos de
Pernambuco tomaron sus escaos. El proyecto de ley estableca una junta pro-
visoria de gobierno encargada de administrar las capitanas, consideradas aho-
ra como provincias. Los diputados americanos no se opusieron, as que las Cortes
aprobaron la ley el 29 de septiembre de 1821. Puesto que las provincias brasi-
leas eran ahora autnomas, no exista necesidad de contar con un prncipe re-

37. Neill Macaulay, Dom Pedro: The Struggle for Liberty in Brazil and Portugal (Durham:
Duke University Press, 1986). 72-86; Barman, Brazil, 67-79.
38. Macaulay, Dom Pedro, 92-101.
39. Mrcia Regina Berbel, A nao como artefato. Diputados do Brasil nas Cortes portu-
guesas, 1821-1822 (So Paulo: Hucitec FAPEST, 1998); Vase tambin: Berbel, Nacin portu-
guesa, Reino de Brasil y autonoma provincial, 397-423.

42 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

gente, y las Cortes instruyeron al rey ordenar el regreso de su hijo a Portugal.


De forma parecida, ahora que las provincias eran autnomas, no exista razn
para mantener los tribunales y organismos administrativos introducidos en Ro
de Janeiro en 1808. Sin embargo, cuando un diputado lleg de esa ciudad, se
neg a discutir estos temas antes de que llegaran la mayora de los diputados
americanos. Las Cortes pospusieron de inmediato la deliberacin sobre el tema.
Pero el retraso no modific el resultado: los americanos permanecieron dividi-
dos. Algunos exigieron con vehemencia que Ro de Janeiro fuese despojado de
poder, ya que la constitucin haba creado la autonoma provincial. Otros apo-
yaban los derechos provinciales, pero sugeran que un tribunal permaneciera
en Ro de Janeiro para hacer ms eficiente la revisin judicial. An otros insis-
tan en la unidad de Brasil. Finalmente, la ley para crear un gobierno interino
fue aprobada por una amplia mayora.
El pblico recibi impactado las nuevas leyes, que llegaron a Ro de Janeiro
el 9 de diciembre de 1821. Los grupos que se haban mostrado temerosos de
que las Cortes mermaran la autonoma brasilea se organizaron para defender
sus derechos. Estos grupos enviaron una peticin con 8.000 firmas a la cma-
ra municipal de Ro de Janeiro, solicitando que el consejo de la ciudad inter-
cediera frente al prncipe regente, urgindole a permanecer en Brasil. Tambin
buscaron el apoyo de grupos que pensaban de manera similar en Minas Gerais
y So Paulo. El 9 de enero de 1822, la cmara municipal de Ro de Janeiro
present una peticin ante D. Pedro solicitndole que no abandonara Brasil. El
prncipe accedi. El 26 de febrero las tropas portuguesas se rebelaron y exigie-
ron que D. Pedro partiera, tal como le haba sido ordenado. El prncipe los con-
front, acusando a las tropas de ingratitud, deslealtad y traicin; las masas
que apoyaban a D. Pedro convencieron a los oficiales de retirarse de la ciudad.
Conforme las noticias de los dramticos acontecimientos se difundieron por to-
do Brasil, ms y ms gente lleg a creer que la separacin respecto de Portugal
era necesaria. Sin embargo, las juntas provisorias de gobierno, que administra-
ban las provincias y que favorecan la Constitucin, no estaban dispuestas an
a acceder a la separacin.40
A sugerencia de sus asesores, D. Pedro convoc un Consejo de Procuradores
compuesto por dos representantes de cada provincia que buscara la mejor ma-
nera de mantener la unidad de la monarqua portuguesa y la autonoma de
Brasil. En junio el Consejo propuso convocar un congreso constituyente. El 3
de junio de 1822 D. Pedro expidi un decreto para elegir a un congreso cons-
tituyente con representantes de todas las provincias cuyo objetivo sera man-
tener la integridad de la monarqua portuguesa, definir las bases sobre las que

40. Macaulay, Dom Pedro, 102-118; Barman, Brazil, 80-90.

ndice 43
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

se debera establecer la independencia de Brasil, e insistir en una igualdad


justa de derechos entre el reino americano y Portugal. No todas las provincias
estaban de acuerdo y algunas discreparon. D. Pedro estaba particularmente pre-
ocupado porque la junta de gobierno de Minas Gerais, que lo haba apoyado
pero que tema la prdida de su autonoma, se opuso a reforzar el poder del
ejecutivo. As pues, D. Pedro viaj a Minas Gerais para resolver la cuestin. Ms
tarde, en agosto, el prncipe viaj a So Paulo con un squito de cuatro personas
para resolver un conflicto en el interior de la Junta de Gobierno. Un mensajero
que llevaba comunicados y cartas encontr a D. Pedro junto a un arroyo llama-
do Ipiranga. Al leer los comunicados oficiales de las Cortes, informndole que
ya no era un regente, sino un simple delegado de la Corona, que las Cortes
reemplazaran a sus ministros, y que toda la legislacin promulgada por l en
su cargo de regente era ahora nula, D. Pedro declar: Ha llegado la hora.
Independencia o muerte! Estamos separados de Portugal!. Esa noche, al llegar
a So Paulo, D. Pedro acudi a la pera. Ah declam un discurso informando
al pblico sobre su decisin y reiter su declaracin de independencia. El p-
blico aplaudi y todos en el teatro juraron apoyar a D. Pedro y la indepen-
dencia.41
Por recomendacin de sus asesores, D. Pedro asumi el ttulo de empera-
dor, ya que no deseaba desafiar el ttulo de su padre, el rey. La declaracin de
independencia no solvent la relacin entre Brasil y la monarqua portuguesa.
Las provincias del norte permanecieron leales a las Cortes. Dicho organismo,
empero, envi refuerzos a Salvador, puerto situado ms al sur, para fortalecer
el contingente portugus en el lugar. Sin embargo, bajo el mando de Thomas
Cochrane, la nueva armada brasilea bloque el puerto, orillando a las fuer-
zas portuguesas a rendirse. Aunque estallaron otros conflictos, para finales de
1823, la mayor parte de Brasil estaba bajo control del imperio.
El 3 de mayo de 1823 el Congreso Constitucional se reuni en Ro de Janeiro.
La mayor parte de los diputados eran hacendados y comerciantes de lite, as
como funcionarios del gobierno. A la manera de sus contrapartes portugue-
sas, estaban influenciados por la Constitucin hispnica de 1812. En poco tiempo,
surgieron divisiones entre los brasileos nativos y los residentes portugueses de
Brasil. Un asunto importante y polmico era el poder ejecutivo. La mayora
de los diputados, favoreciendo la Constitucin hispnica, deseaba limitar sus-
tancialmente el poder del emperador. Despus de meses de un infructuoso
debate, Dom Pedro I disolvi el congreso el 12 de noviembre de 1824. El em-
perador nombr un comit de diez miembros que ratific la constitucin que
l prefera, la que otorgaba un poder sustancial al ejecutivo. La Constitucin de

41. Macaulay, Dom Pedro, 116-126.

44 ndice
L A S I N D E P E N D E N C I A S : C R E A D O R A S D E N AC I O N E S

1824, con algunas modificaciones, permanecera en efecto hasta 1889, cuando


el imperio cay.42

Conclusin
Para 1826, las posesiones ultramarinas de la monarqua espaola, una de las
estructuras polticas ms imponentes del mundo a finales del siglo XVIII, ya s-
lo estaban compuestas por Cuba, Puerto Rico, Filipinas y unas cuantas islas del
Pacfico. Habiendo obtenido la independencia, los pases del continente ame-
ricano trazaran en adelante sus propios destinos. La mayora de dichos pases en-
trara en un prolongado perodo de declive econmico e inestabilidad poltica. El
derrumbe de la monarqua destruy un vasto y receptivo sistema social, polti-
co y econmico que funcionaba eficazmente, pese a sus muchas imperfeccio-
nes. Durante cerca de trescientos aos, la monarqua espaola mundial haba
demostrado ser flexible y capaz de dar cabida a las tensiones sociales y a los
intereses polticos y econmicos encontrados. Despus de la independencia, las
partes separadas de la antigua monarqua espaola operaron con una desven-
taja competitiva. En este sentido, la Espaa del siglo XIX, al igual que los rei-
nos americanos, fue tan slo una ms de las naciones recin independizadas
que luchaba por sobrevivir en un mundo incierto y complicado. Los pases
del Atlntico norte, estables, ms desarrollados y ms fuertes, como Gran Bretaa,
Francia y Estados Unidos, inundaron Hispanoamrica con sus exportaciones,
dominaron su crdito y en ocasiones impusieron su voluntad por la fuerza de
las armas. Dadas estas circunstancias, la mayora de las nuevas naciones no
consolidaron sus estados sino hasta las ltimas dcadas del siglo XIX. En conse-
cuencia, los miembros de la antigua monarqua espaola se vieron forzados a
aceptar un papel secundario en el nuevo orden mundial.
A diferencia de los pases hispanoamericanos, que fundaron repblicas, Brasil
se convirti en una monarqua constitucional. Gran Bretaa facilit el recono-
cimiento de la independencia brasilea por parte de Portugal en 1825. El esta-
blecimiento de una monarqua constitucional contribuy sustancialmente a la
relativa paz y estabilidad de la nueva nacin. El Imperio de Brasil, tal como
Estados Unidos, prosper en parte porque Gran Bretaa consider a ambos co-
mo dominios informales.43 As, durante la mayor parte del siglo XIX, ambas na-

42. Ibd., 127-167; Barman, Brazil, 107-129; y Joo Jos y Hendrik Kraay, The Tyrant is
Dead!: The Revolt of the Periquito in Bahia, 1824, en Hispanic American Historican Review,
vol. 89, Nm. 3 (2009), 339-434.
43. Anthony Hopkins, Walter Prescott Webb Professor of History en la Universidad de
Texas en Austin sostiene que Estados Unidos fue un dominio informal de Gran Bretaa has-
ta ms o menos 1860.

ndice 45
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ciones esclavistas se beneficiaron de la proteccin, el apoyo y la asistencia de


Gran Bretaa, la principal potencia industrial, comercial, financiera, tecnolgi-
ca y naval del mundo.

46 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS: REFLEXIONES EN TORNO
A LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA 1
Ins Quintero Montiel
Universidad Central de Venezuela,
Academia Nacional de la Historia

Introduccin
Los aos de la independencia constituyen seguramente el perodo sobre el
cual se han publicado mayor nmero de libros y artculos; es tambin el que
rene las ms slidas convenciones historiogrficas y los ms inmutables luga-
res comunes sobre nuestro pasado.
Se ha dicho hasta el cansancio que la independencia ocurri como resultado
de las profundas e irresolubles disputas entre criollos y peninsulares; tambin
se ha afirmado que la independencia fue la respuesta necesaria e inevitable a
la tendencia centralizadora impuesta por el llamado nuevo imperialismo de los
Borbones, comnmente conocidas como las reformas borbnicas.

1. Los aspectos que se desarrollan en el siguiente ensayo han sido trabajados ms exten-
samente en varias obras cuyo inters ha sido precisamente el estudio de los blancos criollos
en Venezuela. Algunos ttulos de mi autora son los siguientes: La conjura de los mantua-
nos, Caracas, Universidad Catlica Andrs Bello, 2002; La Criolla Principal. Mara Antonia
Bolvar, hermana del Libertador, Caracas, Fundacin Bigott, 2003; Santillana Aguilar, 2008; El
ltimo marqus. Caracas, Fundacin Bigott, 2005; El marquesado del toro. Nobleza y Socie-
dad en la provincia de Venezuela, Caracas, Facultad de Humanidades y Educacin, Acade-
mia Nacional de la Historia, 2009.

ndice 47
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El discurso de las historias patrias ha repetido hasta la saciedad que la inde-


pendencia fue obra de la vocacin libertaria de los americanos contra las arbi-
trariedades y abusos de la monarqua espaola, cobrando especial fuerza los
contenidos de la leyenda negra sobre la conquista y los excesos cometidos
contra los indgenas, de all la necesaria, justa e insoslayable respuesta de los
americanos frente al despotismo espaol, consumada finalmente en la indepen-
dencia.
Tambin se ha dicho que entre las causas que determinaron el estallido de
la independencia estuvo la influencia decisiva de la revolucin independentista
de los Estados Unidos y tambin el impacto, igualmente decisivo, de la Revo-
lucin francesa. Los sucesos ocurridos en las colonias inglesas del norte y los
acontecimientos de la Francia revolucionaria habran tenido incidencia directa
en el inicio y desenlace de las revoluciones independentistas de la Amrica espa-
ola. A ello se aade la influencia de las ideas de la ilustracin, las cuales tuvie-
ron un efecto fundamental en el discurso y actuacin de los libertadores.
Este conjunto de premisas se sistematiz para efectos didcticos en: causas
internas y causas externas. Entre estas ltimas se ha destacado como un factor
determinante la invasin de Napolen a la pennsula Ibrica.
El proceso en su conjunto, desde el inicio al fin, se consagr como la epifa-
na de la historia americana. Los sucesos de la independencia marcaran el
comienzo de una nueva era: el surgimiento de las nuevas naciones resultado
natural de la Revolucin Independentista.
Estas afirmaciones, esta manera de explicar y entender la independencia,
siguen teniendo un enorme peso en la enseanza de la historia en la mayora
de los pases de Amrica Latina y nutre de manera bastante uniforme el discurso
conmemorativo del momento presente, justo cuando se cumplen doscientos
aos de la instalacin de las primeras juntas americanas. En este caso resulta
sintomtico el hecho de que todas estas primeras juntas se postularon o se
erigieron en defensa del rey, la patria y la religin.; no obstante todas ellas han
sido consagradas en Venezuela, Colombia, Mxico, Ecuador, Chile, Argentina y
Bolivia como el inicio de la Independencia o como el da de la Independencia,
constituyndose as en hito cronolgico de las celebraciones bicentenarias en
cada uno de nuestros pases.
El consenso historiogrfico que se construy a partir de estas premisas y
convenciones slidamente establecidas desde el siglo XIX ha sido objeto en las
ltimas dcadas de tratamientos crticos, de intensos debates, de sistemticas
reflexiones, lo cual ha dado lugar a una interesante y fructfera discusin que
si no las niega del todo, al menos las coloca en tela de juicio al proponer su
cuestionamiento y necesaria revisin.

48 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS

La Independencia: el proyecto poltico de los blancos criollos


En el caso de Venezuela y tambin en otros pases hispanoamericanos est
generalmente convenido que la independencia fue un proyecto poltico larga-
mente acariciado por los blancos criollos. Entre las motivaciones esenciales que
los animaron a dar inicio a la independencia estara conseguir la tan ansiada
libertad de comercio, consolidar sus aspiraciones autonomistas y poner fin a su
exclusin de los altos cargos de la administracin colonial.
Segn esta tesis, los blancos criollos adelantaron o promovieron la indepen-
dencia para tomar el control directo del poder, sin que entre sus motivaciones
estuviese la realizacin de modificaciones sustanciales en la estructura econ-
mica o en la organizacin de la sociedad para, de esa forma, garantizar su hege-
mona mediante la ruptura de sus nexos con la monarqua espaola. De todo
ello se desprende que los blancos criollos eran un grupo homogneo, con
claridad de propsitos, unidad de criterios, pareceres y expectativas comunes.
De all su fortaleza y xito en la conduccin de la independencia.
Ninguna de estas afirmaciones puede sostenerse tal como ha sido expuesta;
ninguna admitira una confirmacin categrica. Una revisin individual y/o colec-
tiva de la actuacin de los criollos antes, durante y despus de concluida la gue-
rra, puede contribuir, no solamente a problematizar de manera crtica cada una de
esas convenciones sino tambin, a establecer en qu medida hubo o no una
revolucin poltica y social como resultado de lo que fue el contradictorio y para-
djico proceso de nuestra independencia.

Antes de la Independencia
En las dcadas que preceden a los sucesos de la independencia, puede adver-
tirse la existencia de uniformidad de criterios entre los blancos criollos; esta
comunidad de pareceres se expres en las prcticas sociales, econmicas y pol-
ticas que compartan, las cuales tenan como finalidad ltima la defensa y pre-
servacin del orden establecido.
Los blancos criollos, como descendientes directos de los conquistadores o
de los altos funcionarios peninsulares, se encontraban en el lugar ms elevado de
la sociedad, eran respetuosos y defensores de las jerarquas sociales, conserva-
ban y protegan el orden estamental, estaban pendientes del ceremonial y de
hacer valer los smbolos de distincin. Adquirieron ttulos nobiliarios, hicieron
los trmites demostrativos de su hidalgua, accedieron a las rdenes nobilia-
rias, obtuvieron mercedes reales, todo ello con la finalidad de hacer visible la
calidad y distincin que los diferenciaba del resto de los miembros de la socie-
dad.
Fueron defensores irrestrictos del principio y la prctica de la desigualdad.

ndice 49
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Buscaron y defendieron el matrimonio entre los miembros de las mismas fami-


lias a fin de consolidar los patrimonios y evitar cualquier enlace con las esfe-
ras inferiores de la sociedad.
Enemigos del cambio y de las mudanzas inconvenientes, en 1789 se opusie-
ron a la Real Cdula que favoreca el mejor trato hacia los esclavos y rechaza-
ron en 1795 la sancin y puesta en prctica de la Real Cdula de Gracias al Sacar
que permita la dispensacin de la calidad de pardo a los descendientes de
los esclavos.
Fueron igualmente leales y fieles vasallos de Su Majestad y estuvieron dis-
puestos a proteger el orden monrquico y la integridad del imperio en todas
aquellas ocasiones en que estuvo en peligro la estabilidad de la monarqua. As
ocurri en 1797, cuando fue develada la Revolucin de Gual y Espaa en el
puerto de La Guaira: la nobleza constituida en cuerpo se pronunci en contra
del movimiento y le manifest al monarca su determinacin de defender con
sus vidas su legtima autoridad.
De la misma manera se pronunciaron en 1806, cuando Francisco de Miranda
invadi las costas de Venezuela. El cuerpo capitular de Caracas promovi una
colecta pblica, rechaz de manera categrica la iniciativa de Miranda, ech a
la hoguera sus proclamas y documentos subversivos y puso precio a la cabeza
del traidor.
En 1808, cuando se conocieron las abdicaciones de Bayona, nuevamente se
movilizaron para declarar su lealtad al monarca, en contra de la usurpacin fran-
cesa y por la integridad de la monarqua. Posteriormente, reconocieron la auto-
ridad de la Junta Central y Gubernativa del reino y participaron en el proceso
electoral que condujo a la eleccin del diputado que representara a la pro-
vincia en la Junta Central, mxima instancia de poder de la monarqua

Durante la independencia
Pero esta armona y este relativo acuerdo entre los blancos criollos, no se
mantuvo mucho tiempo. Disuelta la Junta Central y constituido el Consejo de
Regencia, se pusieron en evidencia las diferencias y matices que empezaban a
dividir sus opiniones, intereses y pareceres. El consenso lleg a su fin.
En Caracas, se constituye una Junta Suprema defensora de los derechos de
Fernando VII que asume la soberana interina mientras el rey se mantiene ausente;
esto ocurre el 19 de abril de 1810 y es promovida y llevada adelante mayorita-
riamente por los blancos criollos.
En otras ciudades de la Capitana General, ante la convocatoria de Caracas
se establecen juntas, igualmente defensoras de los derechos de Fernando VII
y se envan delegados a la capital. As ocurre en Cuman, Barcelona, Margarita,

50 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS

Barinas, Mrida y Trujillo. Todas estas juntas, al igual que la de Caracas, estn
integradas, en su gran mayora, por los blancos criollos. Sin embargo, en cada
una de las distintas provincias y ciudades hay quienes manifiestan sus disensio-
nes respecto a la iniciativa juntista, bien porque no comparten la introduccin
de novedades en el gobierno de las provincias o bien porque estiman que podran
adelantarse rupturas ms profundas.
Finalmente, prevalecen las posiciones autonomistas y se acepta la convoca-
toria a elecciones propuesta por la Junta de Caracas para reunir un Congreso
General encargado de definir la organizacin y el futuro del gobierno provi-
sional. Este Congreso integrado por los representantes de las provincias que
se sumaron al movimiento juntista de Caracas sancion la independencia de
Venezuela el 5 de julio de 1811. Los firmantes de la declaracin de la indepen-
dencia eran en su totalidad miembros de los sectores privilegiados de la socie-
dad: clero, comerciantes, hacendados, abogados y militares.
Otras provincias y ciudades no se conducen de la misma manera. Los blan-
cos criollos de Maracaibo, Coro y Guayana, a travs de los cabildos, rechazan
la determinacin de los criollos caraqueos, no reconocen a la Junta de Cara-
cas, declaran su lealtad al Consejo de Regencia, no participan en las eleccio-
nes al Congreso General de Venezuela, reconocen y defienden la legalidad y
legitimidad de la monarqua. En Maracaibo se elige al diputado que representa-
ra a la provincia en las Cortes de Cdiz, en cuyas instrucciones se recogen las
aspiraciones autonomistas de la provincia. Coro y Guayana envan comisiona-
dos a la Pennsula a fin de solicitar representacin en las Cortes y procuran hacer
valer sus demandas y aspiraciones autonomistas, dentro del ordenamiento y fun-
cionamiento de la monarqua.
Esta situacin va a propiciar la divisin, el enfrentamiento y la disparidad
de pareceres respecto a la ejecucin, contenidos y orientacin de las propuestas
polticas, econmicas y sociales entre los blancos criollos, no slo entre quienes
defienden al nuevo gobierno y participan en el Congreso General de las provin-
cias, sino tambin entre aquellos que se mantienen leales al orden monrquico.
Los diputados del Congreso General de Venezuela comparten algunos ele-
mentos bsicos: estn de acuerdo en el principio de la divisin de poderes, en
el establecimiento de un orden republicano, la organizacin de un rgimen fede-
ral, un sistema electoral censitario, y respecto a sancionar la independencia abso-
luta de Espaa. No obstante, hay otros aspectos que son ms difciles de conciliar
y respecto a los cuales se evidencian profundas diferencias: la igualdad pol-
tica entre los miembros de la sociedad no es compartida por la totalidad de
los diputados, tampoco la eliminacin de los fueros ni la abolicin de las jerar-
quas; las diferencias son visibles cuando se discute el lugar que deben ocupar
los pardos en el ordenamiento jurdico de la nueva entidad.

ndice 51
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La declaracin de la independencia, el establecimiento de un orden republi-


cano, la declaracin de la igualdad poltica de los pardos y la sancin de la
nueva constitucin favorecen la profundizacin de las diferencias y el enfren-
tamiento entre los blancos criollos.
Por una parte estn aquellos que toman la resolucin de sostener el pro-
yecto republicano y se comprometen con el conflicto armado. Muchos de ellos
pierden la vida en la guerra.
Otros, muy rpidamente, se arrepienten de su decisin, toman distancia,
salen al exilio y se mantienen al margen de la contienda.
Hay otros que, no slo se arrepienten de haber apoyado la independencia,
sino que se vinculan a la causa del rey y se convierten en los ms entusiastas
defensores de la restitucin del orden monrquico. Entre sus motivaciones est
evitar la anarqua y la disolucin social promovidas por los insurgentes.
De la misma manera que hay posiciones encontradas entre quienes en un
principio defendieron la propuesta independentista, tambin surgen posiciones
diversas entre quienes apoyaron la causa del rey; unos estn dispuestos a reco-
nocer las autoridades constituidas, participan y admiten los mandatos y resolu-
ciones de las cortes, juran y defienden la Constitucin de la monarqua aprobada
en Cdiz. Sin embargo, hay otros que mantienen sus reservas respecto a los con-
tenidos liberales de la constitucin gaditana y, ms bien, resuelven apoyar la
solucin militar del conflicto mediante la exacerbacin del conflicto y el enfren-
tamiento armado para someter a la insurgencia. Disueltas las cortes y restable-
cido el absolutismo, un importante grupo de blancos criollos apoyan y for-
man parte del gobierno monrquico, disputndose las cuotas de poder en las
ciudades y provincias que se mantienen leales a la Corona y dispuestos a hacer
valer sus intereses en el marco de la cambiante situacin que caracteriza estos
aos.

Al concluir la guerra
Cuando finalmente concluye el enfrentamiento armado, en Carabobo pri-
mero, en 1821 y en Maracaibo, tres aos despus con la batalla naval del lago,
las diferencias que dividieron a los blancos criollos desde el inicio de la inde-
pendencia hasta su conclusin definitiva no desaparecen.
Algunos de los ms conspicuos representantes de la elite criolla como el
marqus de Mijares, quien apoy la restauracin de la monarqua y estuvo com-
prometido en el gobierno de los realistas, se va del territorio de Venezuela a fin
de evitar represalias econmicas y polticas. Otros que se integraron a las cor-
tes espaolas del trienio liberal participaron de sus debates y defendieron la
Constitucin espaola. Al concluir la experiencia liberal, algunos logran regre-

52 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS

sar a Venezuela y se integran a la nueva realidad poltica; otros se mantienen al


margen dentro y fuera del pas.
Hubo tambin activos defensores del gobierno de la monarqua, como Feli-
ciano Palacios, to de Simn Bolvar, que decide retirarse de la vida pblica y
se dedica a administrar las propiedades y haciendas de su sobrino, el Liberta-
dor.
Hay otros que, despus de permanecer fuera de Venezuela y mantenerse
al margen de la guerra, regresan y buscan recuperar sus propiedades y ocupar
sus viejos espacios polticos. Es el caso de Francisco Rodrguez del Toro, quien
sale de Venezuela en 1812, se establece en Trinidad hasta 1822 y regresa a Cara-
cas ese mismo ao con la finalidad de reinsertarse en la vida poltica del pas,
haciendo valer su compromiso con la independencia en los dos primeros aos
de la repblica fue firmante de la declaracin de la independencia y general del
ejrcito republicano. Cuando llega a Caracas ocupa un alto cargo poltico admi-
nistrativo pero por un breve perodo; poco a poco va saliendo de la escena
pblica. Aun cuando logra que se le reconozca como uno de los fundadores de
la nacin, no tiene espacio ni figuracin protagnica en el nuevo orden pol-
tico.
En el caso de aquellos que sobrevivieron a la guerra y se mantuvieron com-
prometidos con la causa republicana, les corresponde participar en el proceso
de construccin de la nueva nacin, durante la convivencia colombiana pri-
mero, y despus, a partir de 1830, en la edificacin de la repblica de Vene-
zuela, bajo el manto protector del general Jos Antonio Pez, un hombre sin
prosapia conocida, ni hidalgua comprobada. No les queda ms remedio que
compartir la hegemona que disfrutaron de manera exclusiva en el tiempo anti-
guo, con los generales de la guerra, quienes en su gran mayora no eran des-
cendientes de conquistadores ni formaban parte del reducido y exclusivo cr-
culo de los blancos criollos.
Revisada de manera somera la presencia, actuacin y expectativas de los
blancos criollos, antes, durante y despus de la independencia, resulta difcil
afirmar que efectivamente hubo un proyecto poltico previo concebido, esta-
blecido y madurado por las elites criollas, el cual se materializ en el proceso
de independencia garantizndoles el ejercicio exclusivo del poder. Las cosas no
resultaron tan sencillas.
Uno de los primeros aspectos que salta a la vista es cun diversas y enfren-
tadas fueron las actuaciones y pareceres polticos de los blancos criollos. No se
condujeron de manera homognea, no tenan un proyecto comn, no actuaban
motivados por las mismas ideas, no compartan las mismas frmulas de accin
poltica. Las respuestas frente a la crisis de la monarqua fueron diferentes; unos
apoyaron a la Regencia, participaron en las cortes y luego apoyaron la restitu-

ndice 53
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cin del monarca; otros establecieron juntas, participaron en las elecciones para
constituir un congreso y sancionaron la independencia y un orden republicano.
Las distintas respuestas, las diversas maneras en las cuales se expresaron sus
posiciones dan cuenta de que se produjo una divisin clara entre los blancos
criollos como consecuencia de lo que signific la mudanza poltica, econ-
mica y social que representaba la ruptura del orden antiguo y la construccin
de un proyecto republicano. De all que, con matices distintos y posiciones cla-
ramente diferenciadas, algunos se mantuvieron sujetos a los preceptos antiguos,
otros estuvieron dispuestos a convivir con la propuesta liberal gaditana y a ponerla
en prctica y defenderla, y otros se empearon en construir una propuesta repu-
blicana. En cada caso, adems, es posible advertir diferencias respecto a los con-
tenidos, acentos, prioridades y alcances en sus propuestas o ejecuciones.
Finalmente, no puede afirmarse que los blancos criollos capitalizaron
de manera exclusiva la conduccin de la nueva realidad. Una comparacin
simple de la composicin de los cabildos de las ms importantes ciudades de
Venezuela deja ver que no se mantuvieron como el espacio poltico exclusivo
o mayoritariamente ocupado por los blancos criollos; otros actores y sectores de
la sociedad, por la va electoral, se incorporaron a la vida capitular modificando la
hegemona histrica mantenida por los criollos en el gobierno municipal. Esto
mismo puede advertirse en la integracin del congreso de Venezuela en 1830.
Si en 1811 la gran mayora de los diputados eran blancos criollos provenientes
de las distintas provincias representadas, no ocurri igual en la reunin del con-
greso que sancion la Repblica de Venezuela en 1830 en el cual eran muy pocos
los representantes de la vieja elite mantuana. Corresponde entonces responder
si los blancos criollos hicieron una revolucin.

La independencia fue una revolucin?


Respecto al carcter revolucionario de las independencias durante mucho
tiempo ni siquiera se discuti. Haba ocurrido una revolucin, sin la menor duda.
As lo sancionaron los hroes, las proclamas, el discurso poltico y las historias
patrias. Todava en la actualidad, hay quienes se sienten herederos y continua-
dores de esa revolucin y aspiran o pretenden darle continuidad en el presente.
Ms all de las motivaciones polticas que determinaron en el pasado la valo-
racin de la independencia como una revolucin, entre otras cosas, como ya se
dijo, para darle fundamento a la creacin y consolidacin de la nacin, el tema
sigue siendo materia de debate entre los historiadores. Hay quienes insisten
en que efectivamente ocurri una revolucin y quienes, por el contrario, disien-
ten de este parecer.

54 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS

En el caso de Venezuela, Carlos Irazbal, autor de algunas de las obras semi-


nales de la historiografa marxista venezolana, recurriendo a los postulados o
premisas del materialismo histrico, cuestion la posibilidad de que hubiese
ocurrido una revolucin. Esto est planteado en sus dos obras ms importan-
tes: Hacia la democracia y Venezuela esclava y feudal. El punto central de su
argumentacin es bastante sencillo: si las relaciones de produccin se mantu-
vieron intactas y los medios de produccin no cambiaron de dueo, no se poda
entonces hablar de revolucin. Tambin desde la teora de la dependencia se
hicieron algunos planteamientos que discurran en el mismo sentido; no haba
habido revolucin de independencia en la medida que se mantuvo la depen-
dencia de las nuevas naciones con otros centros de poder capitalistas.
Ms recientemente el debate no slo se ha ampliado sino que ha introdu-
cido nuevos elementos que complejizan y problematizan la discusin, enrique-
cindola.
La obra de Franois Xavier Guerra, Modernidad e Independencias; el libro
de Jaime Rodrguez, La independencia de la Amrica espaola; los numerossi-
mos estudios sobre elecciones y representacin, sobre ciudadana, sobre el
impacto de la Constitucin de Cdiz, que se han multiplicado entre los estudio-
sos de las independencias, le han otorgado nuevos contenidos a la dimensin
revolucionaria del proceso ocurrido en Hispanoamrica. Desde distintos pun-
tos de vista y con referentes tericos diversos se ha planteado que s hubo
una revolucin poltica en el mundo hispnico. La ruptura con el poder abso-
lutista, la reasuncin de la soberana por los pueblos, la constitucin de juntas, la
divisin de poderes, el ejercicio de la representacin, las prcticas electorales,
la libertad de imprenta, entre otros, constituyen aspectos que alteraron la vida
poltica en Hispanoamrica dando lugar a una revolucin de amplio alcance
histrico que, por lo dems, incidi en la formulacin y ejecucin de las pro-
puestas nacionales que se llevaron a cabo durante el siglo XIX.
Hay, como ya se dijo, quienes disienten de esta valoracin y estiman que no
hubo revolucin, ya que, ms bien lo que se advierten son continuidades con
las formas y prcticas polticas del pasado. Todo esto, por supuesto, slidamente
argumentado. Dentro de esta orientacin puede citarse el libro de Jos Mara
Portillo: Crisis atlntica. Autonoma e independencia en la crisis de la monar-
qua hispana (2006).
Hay igualmente posiciones historiogrficas que no comparten la tesis de que
hubo una revolucin, ya que los sectores desposedos y excluidos histrica-
mente no vieron mejorar sus condiciones de vida, ni se les incorpor a la vida
ciudadana.
Una revisin importante de los postulados y tendencias historiogrficas ms
recientes sobre las independencias puede verse en la compilacin realizada por

ndice 55
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Manuel Chust y Jos Antonio Serrano en el libro Debates sobre las independen-
cias iberoamericanas (2007). All estn plasmados los diferentes matices y las
diversas interpretaciones sobre estos y otros temas, as como los debates pen-
dientes y las omisiones que todava persisten en el estudio de estos aos fun-
damentales de la historia hispanoamericana.
En el caso de la independencia de Venezuela y respecto a los blancos crio-
llos para volver al tema que nos ocupa, podra decirse que s hubo una
revolucin y que la revolucin fue iniciada, sancionada y conducida por
los blancos criollos.
Polticamente, se produjo una revolucin de amplio alcance cuyos contenidos
y definiciones tuvieron su inicio en el marco de la monarqua y su continuidad
o transformacin definitiva en la construccin de los proyectos republicanos. La
reasuncin de la soberana, transitoria o en depsito, alter los parmetros de
legitimacin poltica del absolutismo, al desplazarse del rey a la sociedad; el dis-
curso pactista propio de la tradicin poltica del reino dio paso a la emergencia
de los autonomismos americanos frente a la metrpoli, respecto a los centros de
poder internos y en la relacin de las provincias entre s; desapareci la con-
dicin de vasallos del rey: los habitantes de Amrica se convirtieron en ciuda-
danos, unos en ciudadanos espaoles bajo el amparo de la Constitucin de la
monarqua, otros en ciudadanos de las repblicas en ciernes; se produjo una
ruptura del sistema de representacin corporativo del Antiguo Rgimen trans-
formndose en sistemas de representacin territorial por provincias o en siste-
mas de representacin proporcional de la poblacin libre; se ampliaron o se
modificaron las doctrinas, postulados, conceptos que otorgaban sentido a las
prcticas e instituciones polticas antiguas para adaptarlas o transformarlas a
las nuevas circunstancias en un esfuerzo indito de enorme creatividad poltica.
Se consagraron la divisin de los poderes pblicos y el principio de la igualdad
poltica, quedaron abolidos los privilegios, los fueros, las jerarquas y los mayo-
razgos, se dividieron las antiguas fortunas de las ms importantes familias crio-
llas, se desmantel el orden estamental, desapareci el principio del honor como
elemento de diferenciacin social y se sancion constitucionalmente un orden
republicano. Todo ello fue postulado, promovido y ejecutado bajo la orienta-
cin y conduccin mayoritaria de los blancos criollos.
La declaracin de la Independencia, la ruptura con la monarqua y la san-
cin de un rgimen republicano, constituan la negacin de los fundamentos
que sostenan al orden antiguo. De manera que se produjo tambin una revo-
lucin social en la medida que desapareci la hegemona exclusiva de los blan-
cos criollos sobre el conjunto de la sociedad.
Podra afirmarse, entonces, que con la Independencia se extingui fsica,
poltica y socialmente el predominio de los blancos criollos. Fsicamente, en

56 ndice
LA REVOLUCIN LA HICIERON LOS BLANCOS

la medida en que una parte representativa de ellos falleci antes, durante y en


los aos inmediatamente posteriores a la guerra. Polticamente, porque despus
de concluida la contienda no ocuparon ellos de manera exclusiva, predomi-
nante ni determinante las instancias de poder en el nuevo estatuto republicano.
Socialmente, porque se vieron en la situacin de admitir en el estrato superior
de la sociedad a los caudillos de la guerra, gente del comn, sin blasones, hidal-
gua, ni limpieza de sangre, y a compartir con ellos otro tipo de consideracin
social: la de prceres de la Independencia, una nueva forma de estimacin y
distincin construida por el orden republicano.
Sin embargo, no podra afirmarse de manera categrica que desaparecieron
de un todo algunos de los valores y prcticas sociales propias de la sociedad
antigua. La nueva elite de la sociedad compuesta por algunos blancos criollos
sobrevivientes de la guerra, por antiguos y nuevos hacendados, comerciantes,
profesionales, ilustrados, propietarios y oficiales del ejrcito patriota se dispu-
sieron a construir las bases de un estado liberal, capaz de contener las tensio-
nes sociales heredadas de la disolucin del orden antiguo: se limit el ejercicio
de la ciudadana a los propietarios y hombres de bien, se mantuvo la esclavi-
tud, no se modific la estructura econmica de la sociedad, no ocurri un cam-
bio radical en las condiciones de vida de la mayora de la poblacin y no hubo
un reordenamiento ms equitativo de la sociedad. Cada uno de estos aspectos
y muchos otros, expresin de las fortalezas y perdurabilidad de aquel orden
desigual, escapan a los objetivos y conclusiones de esta reflexin; sin embargo,
constituyen asunto de atencin para los historiadores y materia constante de
reflexin para los venezolanos del presente.
El propsito de estas lneas no es convencer al lector, mucho menos cons-
truir un nuevo consenso, todo lo contrario. El inters es contribuir al debate
sobre nuestras independencias de forma tal que podamos enriquecer la discu-
sin, problematizar las miradas convencionales, evitar los consensos y discurrir
sobre estos y otros temas de manera plural y abierta, como una manera de con-
tribuir igualmente a propiciar la diversidad y la pluralidad de miradas para com-
prender y actuar frente al momento actual.

ndice 57
TIEMPOS DE GUERRA, TIEMPOS DE REVOLUCIN. ESPAA, PORTUGAL Y AMRICA LATINA
EN LA COYUNTURA DE LAS INDEPENDENCIAS
Juan Marchena F.1
Universidad Pablo de Olavide, Sevilla

Cuando nos acercamos al tema de las guerras de independencia, tanto la


as llamada de Espaa contra Francia, como las de Amrica contra la monar-
qua espaola, lo primero que llama la atencin al historiador es la indiscuti-
ble lnea de continuidad que enlaza e interconecta ambos procesos. Es lo que
en matemticas llamamos una relacin biunvoca. Relacin que apenas ha sido
estudiada por las historiografas con todos los matices del caso, pues salvo
excepciones no se ha avanzado mucho en esta doble direccin, ms all de sea-
lar la trascendencia del derrumbe de la monarqua espaola y de la quiebra
del Antiguo rgimen de cara a la ruptura de los nexos coloniales, o reafirmar el
influjo de la Constitucin de Cdiz, sus fracturas y continuidades, en los nue-
vos marcos polticos surgidos en Amrica a partir de estas guerras, o el impacto
que las independencias americanas tuvieron sobre la ya maltrecha monarqua
espaola. Pero no se trata de hacer prevalecer una historia sobre otra, ni de sub-
ordinar los procesos, como alguno ha pretendido, sino de entender que ambos
corrieron en paralelo y que, obviamente, interactuaron; afirmar lo contrario sera
ahistrico a la par que de imposible aseveracin para cualquier mediano cono-
cedor de lo que era el Antiguo rgimen, del grado de insercin en el mismo del

1. Director del Programa de Doctorado en Historia Latinoamericana.

ndice 59
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

rgimen colonial, y del estado y la textura de los nexos coloniales en el seno de


la monarqua espaola, de la composicin de sus agentes y de la naturaleza
de los mecanismos de dominacin.
Por todo ello, los huecos que hemos dejado atrs en este campo han sido
y siguen siendo enormes. As como se ha insistido abundantemente en los aspec-
tos puramente blicos de los conflictos, muy poco han sido considerados los
diversos y mutantes comportamientos ideolgicos de todos los grupos y sec-
tores que en ellos participaron; aspectos ideolgicos que apenas han sido teni-
dos en cuenta en el anlisis de las dcadas que siguieron a las guerras, y que
seguramente condicionaron mucho ms el surgimiento y primer desarrollo de
las nuevas naciones (incluida la espaola) que las guerras en s mismas. La
reciente publicacin de un estudio sobre el estado del debate historiogrfico en
torno a las independencias americanas as viene a demostrarlo.2
Rara vez este proceso ha sido analizado como un contnuum entre 1808 y
1825, abarcando y concerniendo a todos los territorios de la antigua monarqua
espaola. Un proceso que comenz en 1808 con la enmaraada renuncia al
trono espaol de la familia borbnica y el establecimiento en Espaa de una
serie de nuevas autoridades dispersas y a veces contrapuestas que pusieron fin
al sistema medular de autoridades propias del Antiguo rgimen; y un proceso
que continu sin interrupciones a lo largo de 1809 y 1810 en la totalidad de los
territorios americanos, igualmente con el establecimiento de nuevas autorida-
des dispersas y asimismo contrapuestas, que, del mismo modo que en Espaa,
pusieron fin tambin al antiguo sistema de gobierno colonial. En ambos casos, la
resistencia de las autoridades tradicionales fue grande, negndose a entregar el
poder y actuando con contundencia contra lo que consideraron que era una
revolucin poltica que les apeaba del mando sobre sus jurisdicciones y de
sus privilegios corporativos. Si en Espaa las autoridades de los viejos consejos
de Castilla y de Estado, y varios capitanes generales y gobernadores, se enfren-
taron a las diversas juntas provinciales, en su afn por no perder el poder cen-
tral, tambin en Amrica las autoridades de las grandes sedes virreinales, Mxico
y Per especialmente, se opusieron con dureza a las diversas juntas locales
o regionales que se fueron estableciendo, igualmente ante el temor de perder
sus competencias de gobierno y el control sobre sus circunscripciones.
De ah que, por lo menos hasta 1814, y tanto en Espaa como en Amrica,
la guerra o mejor dicho las guerras fueron ms un producto de los cambios
polticos y sociales producidos al interior de las colectividades, y de los enfren-
tamientos de nuevos actores surgidos precisamente con la guerra o gracias a

2. Manuel Chust y Jos Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las Independencias Iberoa-
mericanas, Estudios AHILA, Vervuert, 2007.

60 ndice
T I E M P O S D E G U E R R A , T I E M P O S D E R E VO L U C I N

la guerra contra la dirigencia poltico-administrativa tradicional, que una serie


de conflictos que, en el caso peninsular, se dirigieran exclusivamente a expul-
sar a los franceses del territorio, sino que incluyeron tambin las aspiraciones
de muchos de acabar con el viejo rgimen, con el gobierno afrancesado napo-
lenico en cuanto era observado como una modulacin continuista del
mismo a lo que se sumaba el deseo de otros tantos de llevar adelante lo que
denominaron en ese momento la revolucin de Espaa; o que, en el caso ame-
ricano, se dirigieran exclusiva e inmediatamente a la creacin de nuevos regme-
nes republicanos desde el primer momento. Ni siquiera durante el periodo com-
prendido entre 1812 y 1814, aos de vigencia de la Constitucin de Cdiz, podra
afirmarse rotundamente que la ruptura total ya se hubiera producido. Cierta-
mente, los desencuentros en Cdiz entre intereses peninsulares y americanos
fueron profundos: problemas como los desequilibrios en la representatividad
territorial, como la exclusin en sus derechos de importantes colectivos, o como
el mantenimiento de una marcada dependencia fiscal y econmica americana
respecto de la parte espaola de la nueva nacin en ciernes, fueron obstculos
a la larga insalvables. Pero en cambio parecen ser ms las avenencias que las
disonancias entre liberales de ambos lados del mar frente a las actitudes inmo-
vilistas de conservadores y absolutistas; al fin y al cabo, en estos aos iniciales
del proceso, los liberales de ambas orillas entendan al absolutismo monrquico
como el enemigo comn a batir, y al viejo rgimen desptico y arbitrario, como
un estrecho cors del que deban liberarse y liberar a su vez a sus respectivos
pueblos, de los que decan sentirse dirigentes responsables. Quedaba por dis-
cutir cmo habra de llevarse a cabo esta liberacin.
Una identificacin que, del mismo modo, se not muy rpidamente entre
los conservadores de ambos lados del mar, quienes tambin entendieron al un-
sono que el enemigo a batir eran esos liberales, espaoles y americanos, que
no solo propiciaban una revolucin poltica en los territorios de la vieja monar-
qua, sino que avanzaban ahora en la va de una revolucin social al parecer
de ilimitados alcances, cuyos resultados seran devastadores para ellos y para
sus intereses como clase hegemnica tradicional.
Pero la situacin cambi drsticamente. Y de nuevo tanto en Espaa como
en Amrica. Cuando, finalizada la guerra contra Napolen, Fernando VII se
entroniz como monarca absoluto en 1814 y aboli la Constitucin de Cdiz,
comenz a perseguir con toda rotundidad a los liberales fueran quienes fueran
y estuvieran donde estuvieran. Si en Espaa acos, encarcel, dispers y liquid
a los ms destacados liberales, con Amrica decidi emprender, mediante una
serie de campaas pacificadoras, lo que en Madrid denominaron la recon-
quista americana. Desde 1815, primero con la Expedicin Pacificadora de Costa
Firme al mando del general Pablo Morillo, y hasta 1820 con sucesivas expedi-

ndice 61
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ciones, decenas de miles de soldados y oficiales extrados del ejrcito peninsu-


lar que recin haba derrotado a las tropas napolenicas, fueron enviados al
otro lado del mar, desde Nueva Espaa hasta Chile. Se les ordenaba llevar a
cabo una guerra continental de tan vastas e inabarcables proporciones como
incierto desenlace contra los que comenzaron a llamarse patriotas america-
nos.
Estas expediciones fueron la consecuencia de una poltica imperial ya cadu-
cada, como pronto se demostr que pretendi no solo reconquistar y reins-
taurar el absolutismo monrquico en aquellas regiones americanas donde la
insurgencia pareca haber triunfado a las alturas de 1814; sino apoyar con los
recursos ultramarinos el restablecimiento del Antiguo rgimen en la propia
Espaa, habida cuenta la completa bancarrota en que se hallaba la Real Hacienda
tras la guerra contra Napolen. Pero existi otro motivo no menos importante:
la progresiva resistencia que el liberalismo espaol representado por la oficia-
lidad militar estaba ofreciendo al gobierno absolutista de Fernando VII incit al
monarca a buscar una frmula eficaz para disolver el peligro de un ejrcito que,
hasta entonces, haba sido fundamentalmente de corte constitucional, y poda,
si se empeaba en ello, volver a instaurar por la fuerza el texto gaditano. La fr-
mula hallada por el rey vino a ser emplear a estas tropas en una guerra colo-
nial, sobre todo a los oficiales liberales, forzndolos a defender los intereses de
la monarqua al otro lado del mar, emprendiendo una guerra de alta intensidad
que pusiera fin a la insurgencia americana. Reconquistar el continente se trans-
formaba, siguiendo las rdenes del monarca, en una cuestin de obediencia
debida, y al ejrcito y a los oficiales no les quedara sino obedecer. La receta
pareci ser eficaz solo por un tiempo, hasta 1820, pero esos seis aos gasta-
dos en una de las guerras ms crueles del pasado americano y como el tiempo
demostr, tambin ms intiles y esos 50.000 soldados y oficiales remitidos a
Ultramar que nunca regresaron o lo hicieron en una mnima parte marcaron
la historia espaola y americana en las dcadas que siguieron.
Frente al estudio de las guerras en s mismas, o paralelamente al estudio
de estas guerras, han ido surgiendo tanto en Europa como en Amrica Latina
una serie de nuevos trabajos que intentan resaltar el valor de los anlisis de los
procesos ideolgicos, sociales y econmicos que se engavillan en este haz de
conflictos que originaron la quiebra del Antiguo rgimen en Amrica y Espaa,
y hacer perceptibles sus gestores y sus actores, fundamentalmente los colecti-
vos y corporativos. Sobre todo considerando este periodo como una coyuntura
particularmente importante, puesto que en su transcurso quedaron expuestos
los graves problemas de este tiempo de bisagra que, chirriante pero efectiva-
mente, enlaz dos concepciones muy distintas de la realidad, determinando a
las sociedades iberoamericanas en el futuro. Una realidad, la de las primeras

62 ndice
T I E M P O S D E G U E R R A , T I E M P O S D E R E VO L U C I N

dcadas del siglo XIX, en la que conceptos ideolgicos como derechos del hom-
bre, justicia de los pueblos, soberana nacional y ciudadana, transformados
ahora en preceptos polticos, pasaron del lenguaje de las palabras a constituir
la raz de las luchas sociales en la conquista de la libertad.3 De una libertad que,
en s misma, rompa con el pasado. Conceptos y preceptos que, como conse-
cuencia del resultado de estas guerras y como explicaremos, fueron enterrados
y sojuzgados en los aos y dcadas que siguieron, y de un modo similar en
Espaa o en Latinoamrica, pero que han constituido la raz de las luchas socia-
les hasta nuestros das.
Una vez finalizada la guerra contra Napolen en 1814 y reinstaurado Fer-
nando VII como monarca absoluto tras abolir la Constitucin de Cdiz, al amparo
de las bayonetas movilizadas por el general Elo en un golpe de estado que
a muchos tom desprevenidos y apoyado tambin por las soflamas exhorta-
das desde los plpitos contra todo lo que tuviera relacin con el liberalismo, el
rey consider tarea prioritaria el impedir cualquier reaccin frente su gobierno
absoluto. Entre las primeras medidas del nuevo rgimen, y no como un mero
detalle operacional, sino como una ms que significativa sentencia poltica, el
monarca y sus ministros tomaron la imperativa decisin de enviar a sofocar
las insurrecciones americanas a la mayor y mejor parte del ejrcito que hasta
ese momento haba apoyado al constitucionalismo gaditano.
As, en esta medida del rey y de su gobierno, pueden hallarse varios prop-
sitos: por una parte, sujetar bajo la autoridad real a unas provincias ultramari-
nas que, desde 1810, actuaban autnomamente, rompiendo la vieja horma de
la monarqua espaola; por otra, evitar, con una guerra formal y declarada, que
los liberales de ambos lados del mar pudieran establecer algn tipo de acuerdo
en la lnea de recomponer una nueva nacin, o una federacin de naciones
de carcter constitucionalista; y por ltimo, seguramente el motivo ms urgente
y poltico, alejar del escenario peninsular a aquellas fuerzas militares que podran,
dado su manifestado afecto por la Constitucin, intentar reinstaurarla de nuevo
y obligar al rey a cumplirla.
Ante la inmediatez de ser enviados a combatir en ultramar por resolucin
real, los militares liberales espaoles se hallaron confinados en los lmites de
una comprometida paradoja: la de obedecer al rey y por tanto ser desleales a
las ideas que hasta entonces haban defendido, debiendo enfrentarse dramti-
camente contra los liberales americanos, a pesar de mantener con ellos, con
mayores o menores disonancias, una misma ideologa antiabsolutista, un simi-
lar ideal de cambios y de libertad y un ferviente deseo de enterrar definitiva-
mente al Antiguo rgimen y a sus corss autoritarios; o, por el contrario, y como

3. Josep Fontana, La quiebra de la monarqua absoluta, 1814-1820, Barcelona, 2002.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

estaban haciendo en su tierra los independentistas a los que deban combatir,


luchar abiertamente contra el monarca y tumbar su rgimen absoluto, esta vez
en la propia Espaa.4
La decisin de enviar al ejrcito a ultramar por parte de Fernando VII pare-
ca basarse en un anlisis no muy desacertado sobre las posibilidades que tena
el monarca de volver a implantar en Espaa el viejo orden absoluto, despus
del vendaval de la guerra contra Francia, si no se desprenda previamente de
este ejrcito liberal que hasta entonces haba luchado por una nacin constitu-
cional. Posibilidades que no eran ciertamente muchas porque una parte impor-
tante del ejrcito espaol en 1814, o mejor dicho, una apreciable porcin de sus
oficiales, con grados conferidos precipitadamente en una guerra tan irregular
como fue la desarrollada desde 1808 en Espaa, haban sido hasta entonces el
principal soporte de la Constitucin y parecan dispuestos a seguir siendo sus
garantes; es decir, haban luchado a la vez contra Francia y contra el Antiguo
rgimen,5 como indicaba Manuel Jos Quintana al ejrcito en el Manifiesto a
la Convocatoria de la Celebracin de Cortes: Vuestros combates al mismo tiempo
que son contra Napolen son para la felicidad de vuestra patria....6
Efectivamente, muchos de estos oficiales, liberales en diverso grado, se haban
sentado en el hemiciclo de San Felipe Neri:7 sesenta y siete diputados entre 1812-
1814 eran o haban sido militares, el colectivo profesional ms grande, com-
puesto por nueve tenientes generales, seis brigadieres, diez coroneles, cinco

4. Algunas de las claves del proceso estn planteadas en: Francesc-Andreu Martnez Gallego,
Entre el Himno de Riego y la Marcha real: la nacin en el proceso revolucionario espaol,
Manuel Chust (ed.) Revoluciones y revolucionarios en el mundo hispano. Cit; Irene Castells,
La utopa insurreccional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones liberales de la dcada
ominosa, Barcelona, 1989; Isabel Burdiel y Manuel Prez Ledesma (coord.), Liberales, agita-
dores y conspiradores, Madrid, 2000; otra mirada en Alberto Gil Novales, Del Antiguo al nuevo
rgimen en Espaa, Caracas, 1986. Una actitud diferente fue la que tom el que fuera gue-
rrillero contra Napolen y luego jefe liberal Francisco Javier Mina, que march a Mxico en
1816 a seguir combatiendo contra el absolutismo del rey, unindose a los patriotas mexica-
nos y muriendo en el empeo cerca de Guanajuato, fusilado por el virrey Apodaca (1817).
Manuel Ortuo Martnez, Expedicin de Mina. Intervencin exterior en la independencia
de Mxico, en Salvador Broseta, Carmen Corona, Manuel Chust (eds.) Las ciudades y la gue-
rra, 1750-1898, Castelln, 2002, pg. 61.
5. Tesis expuesta desde hace aos por Pierre Vilar, en Hidalgos, amotinados y guerrille-
ros. Pueblo y poderes en la historia de Espaa, Barcelona, 1982, pg. 199.
6. Manuel Jos Quintana y Lorenzo, Manifiesto en nombre de la Junta Central, a la con-
vocatoria de la celebracin de Cortes, en Isidoro de Antilln, Coleccin de documentos indi-
tos pertenecientes a la poltica de nuestra revolucin, Palma, 1811, pg. 124. Ver tambin Miguel
Artola, La Espaa de Fernando VII, Madrid, 1983.
7. Jos Cepeda Gmez: La doctrina militar en las Cortes de Cdiz y el reinado de Fernando
VII, en Historia social de las fuerzas armadas espaolas, vol. 3, La poca del reformismo
institucional, Madrid, 1986, pgs. 16-22.

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tenientes coroneles, cinco comandantes, nueve capitanes, cuatro tenientes, un


guardia de corps, un capelln y diecisis jurdicos castrenses. La mayor parte de
ellos no procedan del antiguo ejrcito borbnico, sino que haban obtenido sus
galones en los campos de batalla, despus de 1808, peleando contra los fran-
ceses. Era un nuevo ejrcito. Su liberalismo qued de manifiesto, segn el estu-
dio de Ral Morodo y Elas Daz, a la hora de votar los artculos y decretos ms
conflictivos: el 95 % de los diputados militares votaron s a la abolicin de la
Inquisicin, el 90 % a favor de la libertad de imprenta, y ms del 80 % a la abo-
licin de los seoros.8 Muchos de ellos siguieron defendiendo abiertamente
el rgimen constitucional a pesar de su abolicin en 1814, organizando asona-
das, sublevaciones y motines por buena parte de la geografa peninsular hasta
1820, y pagando con la vida, el destierro o la crcel su marcado liberalismo.9
No hay que olvidar que, finalmente, y pese al empeo que el rey puso en
lo contrario, persiguiendo a los liberales con todo el rigor que pudo,10 muchos
de estos oficiales reimplantaron la Constitucin en 1820, e intentaron mante-
nerla durante el Trienio Liberal.
El constitucionalismo de una buena parte del ejrcito espaol era, pues, ms
que pblico y notorio. Adems, alguno de ellos, como el coronel de marina
Gabriel Cscar, extenda este liberalismo a la cuestin americana, proclamando
en las Cortes su disposicin a negociar con una Amrica insurgente y expli-
cando su negativa a seguir aplicando medidas de fuerza contra los liberales ame-
ricanos: El medio de la fuerza armada de que actualmente se hace uso para la paci-
ficacin de aquellas provincias [...] envuelve el perjuicio de establecer a la larga [...]
un muro de bronce entre peninsulares y americanos: muro que ya en otros tiem-
pos separ entre nosotros la Holanda y Portugal, considerando necesario esta-
blecer un olvido general de lo pasado para que en el marco constitucional

8. Ral Morodo y Elas Daz, Tendencias y grupos polticos en las Cortes de Cdiz y en las
de 1820, Cuadernos Hispanoamericanos, N.201, 1966. Sobre este asunto ver tambin Julio
Busquets, El militar de carrera en Espaa, Barcelona, 1967; Jos Cepeda Gmez, El ejrcito
en la poltica espaola, 1787-1843, Madrid, 1990; Alberto Gil Novales, Ejrcito, poder y consti-
tucin. Homenaje al general Rafael del Riego, Madrid, 1987; Roberto Blanco Valds, Cortes, rey
y fuerza armada en los orgenes de la Espaa Liberal, 1808-1823, Madrid, 1988. En este sen-
tido resulta imprescindible la consulta de las obras de Manuel Chust, aqu citadas, y del Dic-
cionario biogrfico del Trienio Liberal, dirigido por Alberto Gil Novales (Madrid, 1991) para
comprobar el peso y el nmero de estos oficiales en la prctica poltica del liberalismo espa-
ol del periodo.
9. Charles W. Fehrenbach, Moderados and Exaltados: The Liberal Opposition to Ferdinand
VII, 1814-1823, Hispanic American Historical Review, N. 50.1, 1970; y las obras ya citadas de
Irene Castells e Isabel Burdiel y Manuel Prez Ledesma.
10. Ignacio Lasa Iraola, El primer proceso de los liberales, 1814-1815, Hispania, N. XXX,
Madrid, 1970.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pueda verificarse la slida unin entre los espaoles de ambos mundos. 11 En


las actas de la sesin de las Cortes extraordinarias del 5 de mayo de 1810, puede
leerse la proclama de otro de los diputados militares: Oh! americanos: no vie-
nen vuestros caudales como en otro tiempo venan, a disiparse por el capricho
de una Corte insensata, ni a sumergirse en el pilago insondable de la codicia
hipcrita de un favorito.12 El mismo Riego crea firmemente, y as lo manifest
en su proclama de enero de 1820, que la Constitucin por s sola basta para
apaciguar a nuestros hermanos de Amrica.13 Por tanto, liberalismo, constitu-
cionalismo y negociacin con los patriotas americanos, es decir, traicin a la tra-
dicional nacin espaola y traicin al rey eran los gravsimos pecados en los
que, en opinin de Fernando VII, haban reincidido estos oficiales liberales,
pero de los que l los absolvera por la va de la expiacin al enviarlos a com-
batir al otro lado del mar.
Una decisin que acab en sangriento fracaso. La expedicin de 1815 y las
que siguieron hasta 1820 fueron a la vez una catstrofe militar y un fiasco pol-
tico. Slo lograron demorar la independencia americana, tozuda y violentamente,
apenas por unos pocos aos, demostrando la irreversibilidad del proceso. 14
Irreversibilidad que ya se saba. El mismo rey Jos Bonaparte, Jos I de Espaa,
haba sido informado a fines de 1811 por sus consejeros y ministros espaoles:
La parte dbil del sistema actual de Espaa, como no se le ocultar a Vuestra
Majestad, es la conservacin de las Indias [...] Existe un convencimiento general
de que las Indias estn perdidas, y que tras habernos agotado durante tres siglos
para adquirirlas y defenderlas, su repentina emancipacin nos condena a un
periodo de miseria. Aos antes, el ministro Aranda ya se lo haba advertido
tambin a Carlos IV: Si Espaa entra en guerra en Europa, las poblaciones
de Amrica, que, resentidas y descontentas, esperan una ocasin de levantarse,
se aprovecharn, pues no pudindose enviar pronto grandes fuerzas contra ellas
tendrn tiempo para preparar su defensa.15 Y el mismo Napolen saba que la
sublevacin americana se vena encima ya en 1808, cuando el 19 de mayo de
ese ao orden que es preciso enviar en el acto 500.000 francos a El Ferrol para

11. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, 12 de septiembre de 1813,


pg. 6213. Ver tambin Emilio La Parra, El regente Gabriel Cscar. Ciencia y revolucin en la
Espaa romntica, Madrid, 1995.
12. Id. Diario de Sesiones... 5 de mayo de 1810.
13. Sobre este convencimiento de Riego, Antonio Borrego, El general Riego y los revolu-
cionarios liberales, Ateneo de Madrid, 1885-1886; Stella-Maris Molina de Muoz, El pronun-
ciamiento de Riego, Revista de Historia Militar, N .47, Madrid, 1979.
14. M. Du Casse, Mmoires et correspondance politique et militaire du Roi Joseph, Pars,
1853-54, vol. IV, pg. 467.
15. Andrs Muriel, Historia de Carlos IV, Biblioteca de Autores Espaoles, Madrid, 1959,
vol. I, pg. 155.

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armar seis navos y tres fragatas. Llevarn 3.000 hombres que, desembarcados en
Buenos Aires, pondrn a Amrica al abrigo de cualquier acontecimiento. Al
mismo tiempo, Napolon nombraba al brigadier Vicente Emparn como capitn
general de Venezuela, ordenando embarcarse para Caracas con varios miles de
fusiles en el navo El Descubridor. Adems nombraba al general Gregorio de la
Cuesta (entonces capitn general de Castilla la Vieja) virrey de Mxico, y a varios
coroneles para diversos destinos en Veracruz y otros lugares de Nueva Espaa.
Era una forma de sacarse de encima a los viejos generales borbnicos, a la vez
que asegurar la tranquilidad de las colonias. A Castaos (capitn general en Anda-
luca) le ofreci tambin otro virreinato, quizs el peruano. Es decir, enviar a
Amrica a los enemigos, lo ms lejos posible, no fue un invento de Fernando VII.
Las medidas napolenicas no se concretaron porque los acontecimientos lo impi-
dieron, pero todo indica que estuvo a punto de lograrlo.16
En todo caso lo que obtuvo Fernando VII enviando al ejrcito a Amrica
fue imposibilitar cualquier acuerdo entre las partes. Esta idea de un acuerdo entre
los liberales de ambos lados del mar fue defendida durante el periodo por diver-
sos autores espaoles, en una variedad de posturas, desde lvaro Flores Estrada
en su Examen imparcial de las disensiones de la Amrica con la Espaa, de los
modos de su reconciliacin y de la prosperidad de todas las naciones,17 publicado
en Cdiz en 1812, hasta Blanco White, en las pginas de El espaol, de 1810 a
1814, y luego en Variedades y El mensajero de Londres. Uno de los ms acti-
vos defensores de un acuerdo transocenico entre liberales fue Jos Joaqun de
Mora, editor del almanaque No me olvides, quien recorri varias repblicas ame-
ricanas y que incluso particip en la elaboracin de la Constitucin de Chile.18
La idea de una construccin federal de la monarqua espaola o hispnica fue
igualmente considerada, al menos por parte de los liberales ms progresistas.19

16. Estos generales parece que silenciaron luego estas ofertas de Napolen, so peligro de
ser acusados de traidores, y no informaron de ello a las juntas respectivas, salvo Emparn,
que lo comunic a la de Sevilla y sta lo nombr entonces para idntico cargo, marchando
a su destino en 1809. Jos Ramn Alonso, Historia poltica del ejrcito espaol, Madrid,
1974, pg. 120. El destino de Emparn pareca escrito antes de 1810.
17. Cdiz, Imprenta de Jimnez Carreo, 1812.
18. Vicente Llorns, Liberales y romnticos. Una emigracin espaola en Inglaterra, 1823-
1834, Madrid, 1979.
19. Manuel Chust (ed.) Federalismo y cuestin federal en Espaa, Castelln, 2004; Manuel
Chust, La cuestin nacional americana en las Cortes de Cdiz, Valencia, 1999, pgs. 232 y ss.;
Jos Luis Villacaas Berlanga, Una propuesta federal para la Constitucin de Cdiz: el pro-
yecto de Flrez Estrada, en Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.), La trascendencia del libe-
ralismo doceaista en Espaa y Amrica, Valencia, 2004. Para el caso mexicano, Manuel Chust
e Ivana Frasquet, Soberana hispana, soberana mexicana: Mxico, 1810-1824, en Manuel
Chust (coord.), Doceaismos, constituciones e independencias. La Constitucin de Cdiz y
Amrica, Madrid, 2006, pg. 169.

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Se hablaba pues de un acuerdo que hubiera evitado tambin el papel pre-


ponderante que una generacin de militares iluminados por la guerra alcanz
en la poltica espaola y en la latinoamericana durante las dcadas siguientes,
manifestado en el militarismo autocrtico que acab por imponerse en muchas
repblicas al fin de la guerra por la independencia,20 o en las llamadas guerras
civiles, en las guerras entre federalistas y centralistas, o en las guerras interre-
gionales, en el caso americano; o en las guerras carlistas en el caso espaol, y
en la continuada presencia de militares-caudillos actuando polticamente como
garantes y salvadores de la nacin y de la monarqua. Un papel preponderante,
en resumen, del caudillismo poltico-militar, que impidi el desarrollo normal
de las recin surgidas entidades nacionales en marcos jurdicos ms acordes
con los nuevos tiempos, y otra vez a ambos lados del mar.
Por otra parte, estas expediciones ordenadas por Fernando VII a partir de 1814
produjeron, adems, una terrible sangra humana. En las regiones americanas
donde actuaron (que an queda como un recuerdo aterrador e imborrable en la
memoria colectiva de estas naciones) su efecto fue devastador, y sus vctimas
pudieron contarse en decenas de miles. El mismo Morillo, a los pocos meses de
llegar, comenz a actuar como un verdadero iluminado por una guerra sin lmi-
tes, en un escenario donde, en sus propias palabras todo es sangre, destruccin
y horrores, entre montones de cadveres que resultan de cada accin ganada o
perdida, solicitando continuamente ms y ms poderes en la jurisdiccin neogra-
nadina. As se lo hizo saber en marzo de 1816 al secretario del Consejo de Estado
para que se lo comunicara a Su Majestad: Creo pues de mi obligacin, Sr. Excmo.,
repetir que en Venezuela la autoridad suprema debe residir en uno solo, que sta
debe ser ilimitada, y que a stas provincias [...] no se las debe considerar ms que
como un vasto campo de batalla donde solo decide la fuerza, y en donde el
general que dirige la accin la gana en vista de su talento o fortuna, sin que
nadie se atreva a hacer otra cosa ms que obedecerle, callar y ejecutar sus
rdenes....21
Y produjeron tambin una terrible sangra humana entre las mismas fuerzas
expedicionarias, puesto que, a los pocos meses de llegar al continente, la mayor
parte de estos 40.000 soldados y oficiales enviados haban muerto o desaparecido.
Las enfermedades, producto de su falta de preparacin y aclimatacin; la ausen-

20. Muy revelador es en este sentido el trabajo de Tulio Halperin Donghi, Del Virrei-
nato del Ro de la Plata a la Nacin Argentina, en Vctor Mnguez y Manuel Chust (eds.) El
Imperio sublevado. Monarqua y naciones en Espaa e Hispanoamrica, Madrid, 2004, en
especial las pgs. 280 y ss., donde analiza la importancia de la lite militar, surgida en 1810,
en el transcurso de la revolucin de Buenos Aires.
21. Carta reproducida en El Correo del Orinoco, Angostura, N. 2, julio 1818, pgs. 1 y 2.
Edicin facsimilar de Gerardo Rivas Moreno, Bogot, 1998.

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cia de apoyo logstico desde Espaa que nunca lleg; la desercin, que llev a
muchos a desesperar por la ausencia de relevos; y una guerra que dur ms de
diez aos, acabaron con casi todos ellos. El mismo general Morillo, y el resto de
los jefes militares realistas, se vieron obligados a hacer la guerra con tropas loca-
les en su mayor parte, porque sus altivos regimientos fueron muy pronto consu-
midos, y de ellos apenas quedaban ya, en 1820, las banderas y los tambores. Y
ello extendi an ms por el continente americano la sensacin en realidad bas-
tante ms que una sensacin de que se trataba de una guerra civil entre ameri-
canos, porque a la guerra fueron arrastrados fundamentalmente sectores popu-
lares cuyo poder de decisin para estar en un bando o en otro fue duramente
constreido por las medidas de fuerza que contra ellos aplicaron unos y otros. Sin
olvidar que, adems, en Mxico, en Per, en Charcas, en Chile e incluso en la
Nueva Granada, no pocos de estos oficiales peninsulares acabaron por abrazar
finalmente la causa patriota, sobre todo despus de 1823, cuando, tras tantos aos
en Amrica, acabaron por identificarse ms con la posicin de los militares repu-
blicanos independentistas que con la causa de un rey que de nuevo se empeaba,
tercamente y a cualquier precio, en mantener un absolutismo tan aejo como
imposible.
Al mismo tiempo, esta decisin de enviar al ejrcito a ultramar fue un fracaso
puramente militar. Era masiva la presencia de liberales en el seno de la oficiali-
dad de estas unidades embarcadas, porque precisamente este era el objetivo
que se pretenda, mandarlos lejos; pero tambin entre las tropas, puesto que la
mayor parte de los soldados haban sido voluntarios presentados en las diversas
ciudades espaolas para luchar contra Napolen, pero en modo alguno pare-
can dispuestos ahora a combatir en Amrica; la guerra colonial, despus de siete
aos de duros enfrentamientos en la Pennsula contra los franceses, fue ms que
impopular; no era una guerra ni querida, ni entendida. Definitivamente, estos sol-
dados cruzaron el mar a la viva fuerza, a una especie de destino final del que
muchos saban que nunca podran regresar. De aqu que los jefes supremos ele-
gidos por el rey para mandar todas estas unidades haban de ser absolutamente
fieles a sus ideas y propsitos, absolutistas y obedientes, preferidos por su prag-
matismo, para mandar a una oficialidad y unas tropas que en cualquier momento
podran sublevarse; de hecho, los militares que quedaron en Espaa no cesaron
de alzarse y amotinarse contra el rey. Es decir, las discrepancias en el seno de
estas unidades, incluso antes de salir de la Pennsula, o en el viaje, o ya en Am-
rica, fueron continuas, y as fue hasta el final. Morillo reconoca que en buena
parte de sus oficiales y en la mayora de sus tropas no podra hallar sino una
frgil obediencia debida, que en cualquier momento poda quebrarse como de
seguido le aconteca.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Todo un esfuerzo que vino a ser, por ltimo, y en lo poltico, definitivamente


intil para el rgimen absolutista, porque no logr eliminar en Espaa el peligro
que para l representaba un ejrcito de fuerte impronta liberal y firmemente con-
vencido de su proyecto renovador. Prueba de ello es que, en 1820, otros milita-
res, aborrecidos del absolutismo fantico del rey y su gobierno, de la persecucin
a que eran sometidas las ideas que haban defendido hasta entonces, acuartela-
dos en Cdiz y sus contornos para ser remitidos tambin a Amrica, y sabedo-
res del catastrfico destino al que haban sido arrastrados sus compaeros en
ultramar, se sublevaron antes de embarcar y obligaron al monarca a aceptar el
restablecimiento de la Constitucin.22 Por eso, cuando Fernando VII consigui,
tres aos despus, entronizarse de nuevo como monarca absoluto tras pedir
ayuda a media Europa, quitando de en medio del tiempo a la constitucin
gaditana23 este fue textualmente su dictamen, no dud en emprender una
rotunda y definitiva persecucin antiliberal, que tuvo su fase ms aguda en las
acciones represivas contra los militares progresistas, disolviendo al ejrcito por
entero y sustituyndolo por los Cuerpos de Voluntarios Realistas,24 creando las
Comisiones Militares o Juntas Depuradoras, y purificando uno por uno a estos
oficiales,25 a fin de limpiar todas las Secretaras del Despacho, tribunales y dems
oficinas y guarniciones [...] de todos los que hayan sido adictos al sistema cons-
titucional, protegiendo debidamente a los realistas.26 Y ello a pesar de que estos
oficiales hubieran hecho en su nombre la guerra contra Napolen solo unos aos
antes, o que an defendieran agnicamente la causa de la monarqua en Am-
rica, eso s, sumidos en un marasmo ideolgico que ni los mismos protagonistas
saban explicar a cabalidad.27

22. Antonio Alcal Galiano, Apuntes para servir a la historia del origen y alzamiento del
ejrcito destinado a Ultramar en 1 de enero de 1820, Obras escogidas (Edicin de Jorge Cam-
pos) Biblioteca de Autores Espaoles, N. LXXXIV, Madrid, 1955, pgs. 327-342.
23. Josep Fontana, De en medio del tiempo. La segunda restauracin espaola, 1823-1834,
Barcelona, 2006.
24. Juan Sisinio Prez Garzn, Absolutismo y clases sociales: los voluntarios realistas de
Madrid, (1823-1833), Anales del Instituto de Estudios Madrileos, N.XV, 1978; Federico Surez,
Los cuerpos de voluntarios realistas. Notas para su estudio, Anuario de Historia del Derecho
Espaol, Madrid, 1956; Alfonso Braojos Garrido, Los voluntarios realistas, un vaco en la his-
toria militar de Andaluca, Milicia y sociedad en la Baja Andaluca. S. XVIII y XIX, Sevilla, 1999.
25. Pedro Pegenaute, Represin poltica en el reinado de Fernando VII. Las comisiones mili-
tares. 1824-1825, Pamplona, 1974; Soren Christensen (ed.) Violence and the Absolutist State,
Copenhagen, 1990.
26. Instrucciones personales de Fernando VII, en Federico Surez, Luis Lpez Ballesteros y
su gestin al frente de la Real hacienda (1828-1832), Pamplona, 1970, pg. 84.
27. J. Marchena F., La expresin de la guerra. El poder colonial. El ejrcito y la crisis del r-
gimen colonial en la regin andina, Historia de Amrica Andina, vol. 4, Quito, 2003; Alberto
Wagner de Reyna, Ocho aos de La Serna en el Per. De La Venganza a La Ernestine, Quinto
Centenario, N. 8, Madrid, 1985.

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As pues, liquidar al liberalismo militar haba sido desde 1814 uno de los obje-
tivos de la poltica real. Pero, segn opinaron en 1823 los ms conspicuos con-
servadores y absolutistas, tras el horror y anarqua en que decan haber vivido
los tres aos de reimplantacin del liberalismo que produjo el golpe militar de
Riego y sus compaeros constitucionalistas en 1820, todo se haba debido a la
tibieza de las medidas en 1814 adoptadas contra estos militares liberales. Una
situacin que no poda, insistan, volverse a repetir.
Por tanto, desde 1823, este objetivo inicial emprendido de acabar con los ofi-
ciales liberales se transform en el eje central de la poltica fernandina durante
la dcada que sigui; una poltica a desarrollar a cualquier precio y de la manera
ms contundente, volviendo a poner en vigor los antiguos decretos de 1814 y
aplicndolos a rajatabla. Por Real Orden de 9 de octubre de 1824 se dispuso que:

(Art. 1) Los que se declaren [...] partidarios de la constitucin publicada en Cdiz [...]
son declarados reos de lesa majestad y como tales sujetos a la pena de muerte [...]
(Art. 2) Los que hayan escrito papeles o pasquines dirigidos a aquellos fines, son
igualmente comprendidos en la misma pena [...] (Art. 3) Los que en parajes pblicos
hablen contra la Soberana de S. M. o a favor de la abolida constitucin [...] y fuesen
efecto de una imaginacin indiscretamente exaltada... quedan sujetos a la pena de
cuatro a diez aos de presidio [...] (Art.5) Los que promuevan alborotos [...] que se diri-
gieren a trastornar el gobierno de S. M. o a obligarle a que condescienda en un acto
contrario a su voluntad Soberana, se declaran reos de lesa majestad [...] (Art.8) Los
que hubiesen gritado muera el rey son reos de alta traicin y como tales sujetos a la
pena de muerte [...] (Art. 9) Los masones, comuneros y otros sectarios, atendiendo a
que deben considerarse como enemigos del Altar y los Tronos, quedan sujetos a la
pena de muerte [...] como reos de lesa majestad divina y humana [...] (Art.10) Todo
espaol [...] queda sujeto [...] al juicio de las Comisiones Militares ejecutivas, en con-
formidad con el Real Decreto de 11 de septiembre de 1814, por el que S. M. tuvo a
bien, en las causas de infidencia o ideas subversivas, privar del fuero que por su carc-
ter, destinos o carrera les estuviese declarado [...] (Art.11) Los que usen las voces alar-
mantes y subversivas de viva Riego, viva la constitucin, mueran los serviles, mueran
los tiranos, viva la libertad, deben estar sujetos a la pena de muerte [...] en confor-
midad del Real Decreto de 4 de mayo de 1814, por ser expresiones atentativas al
orden, as como se proceder contra todas las convocatorias a reuniones dirigidas a
deprimir la sagrada persona de S. M. y sus respetables atribuciones.28

28. Decretos del Rey Nuestro Seor don Fernando VII, y reales rdenes, resoluciones y
reglamentos (compilador Jos Mara de Fernando Nieva), Imprenta Real, Madrid, 1829, Vol. IX,
pgs. 224, 227. Ver tambin Mariano y Jos Luis Peset, Legislacin contra liberales en los co-
mienzos de la dcada absolutista, 1823-1825, Anuario de historia del derecho espaol, ao 1967.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Como puede deducirse y varios autores han sealado, en la Espaa de 1814,


1820 y 1823, y a pesar de tanto discurso encendido como se pronunci en otra
direccin, preocup ms el problema poltico peninsular que la independencia de
las colonias. O entendieron que este segundo problema estaba supeditado
al primero. Y ello porque para algunos de los oficiales liberales espaoles la
tarea primordial consista en sacar adelante la revolucin nacional, y con ella
la destruccin definitiva de las estructuras tirnicas del absolutismo, de las
diferenciaciones sociales por origen o condicin, y consolidando adems una
soberana basada en el poder ciudadano; en la confianza de que luego podran
arreglarse otros desajustes pendientes especialmente con los liberales america-
nos, en cuanto afirmaban coincidir con ellos en las principales cuestiones de
fondo. Mientras, para los otros, los absolutistas ms apegados al rgimen servil,
lo ms importante era reinstaurar el viejo orden, y evitar por todos los medios
que los anteriores nunca lograran consolidar su proyecto, toda vez que la mayo-
ra de los conservadores estaban convencidos de que, tras las aspiraciones de una
soberana nacional, se disimulaba la de una soberana popular, as como la
disgregacin de las posesiones inalienables de Su Majestad en el Nuevo Mundo.
Una doctrina de la soberana popular expuesta, entre otros, por Francisco
Martnez Marina en su Discurso sobre el origen de la monarqua y sobre la natu-
raleza del Gobierno espaol, editado en Madrid en 1813,29 en el que afirma: El
Pueblo realmente es la nacin misma y en quien reside la autoridad soberana
[...] El pueblo, que ha de estar representado en Cortes por los procuradores de
los comunes, concejos y ayuntamientos, nicos representantes del reino segn
la ley y costumbre [...]. Una doctrina que, en sus fundamentos, fue la misma que
aplicaron la mayor parte de los cabildos y juntas americanas a partir de 1810, de
ah que resulten idnticos los discursos a uno y otro lado del mar.
Un concepto de nacin que, desde 1810, se hallaba expuesto en los catecis-
mos de doctrina civil publicados por la Junta Suprema de Gobierno en Cdiz,
de carcter verdaderamente rupturista con lo anterior, en cuanto parta de una
disolucin del antiguo orden con motivo de la guerra, para formar una socie-
dad nueva: El pueblo ha recobrado la libertad, cautiva por tanto malvado
egosta, y se ha puesto en el estado anrquico por disolucin, reclamando ince-
santemente el orden y sus derechos para formar una sociedad nueva, cuyo edi-
ficio empiece por los slidos cimientos del derecho natural y concluya con la
ms perfecta armona del derecho civil, arruinando el gtico alczar construido
a expensas del sufrimiento y de la ignorancia de nuestros antepasados. 30

29. Imprenta de Fermn Villalpando, Madrid, 1813. Edicin y estudio preliminar de Jos
Antonio Maravall, Madrid, 1988, pgs. 132 y 150.
30. Andrs de Moya Luzuriaga, Catecismo de Doctrina Civil, Imprenta de la Junta Supe-
rior de Gobierno, Cdiz, 1810.

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De ah que las Cortes pudieran actuar como una asamblea soberana a manera
de convencin, y, segn el decreto de Cortes del primer da de reunin, el
24 de octubre de 1810, los diputados que componen este Congreso, y que
representan la nacin espaola, se declaran legtimamente constituidos en Cor-
tes Generales y Extraordinarias, afirmando que reside en ellas la Soberana
nacional.31 Es decir, se parta de una disolucin del estado social originario (pre-
social, sin autoridades) y se conformaba una nueva realidad, una soberana fun-
dada en los principios del derecho natural. De donde devena, para algunos, el
carcter revolucionario de la guerra. Porque, a partir de sta y con la constitu-
cin de una nacin espaola por obra de las Cortes, el pueblo se sacuda del
yugo absolutista y recobraba la soberana usurpada por los agentes del Antiguo
rgimen. As en el peridico El Robespierre espaol. El amigo de las leyes o cues-
tiones atrevidas sobre la Espaa, editado en Cdiz en 1811, era corriente el
empleo en tal sentido del trmino revolucin.32 En el nmero 12 se lee: El pue-
blo espaol, por medio de su gloriosa revolucin, ha sacudido el yugo que le
agobiaba. Ha recobrado la soberana que le tenan usurpada, y ha dado a sus
diputados todos los plenos poderes y facultades amplsimas para deshacer, refor-
mar, abolir, crear de nuevo, refundir o extirpar cuanto sea conveniente a la sal-
vacin de la patria y a su futura felicidad.
Similar, por tanto, a las proclamas de las juntas americanas. En Quito en 1809,
las palabras son casi idnticas, grabadas en bronce en la Plaza Grande de esta
ciudad. En Caracas en 1810, la Junta y el cabildo proclamaron que si la Junta
Central en Espaa ha sido disuelta y dispersa en aquella turbulencia y preci-
pitacin, y se ha destruido finalmente aqulla soberana constituida legalmente
para la conservacin del estado [...] el sistema de gobierno con el ttulo de Regen-
cia organizado por los habitantes de Cdiz [...] no rene en s el voto general de
la nacin, ni menos an el de estos habitantes (de Caracas), que tienen el dere-
cho legtimo de velar por su conservacin y seguridad como partes integran-
tes que son de la monarqua espaola.33 Apenas unos das antes, el 19 de abril,
el Cabildo haba insistido en que se haca necesario erigir un gobierno que
supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberana, que por
el mismo hecho ha recado en el pueblo, conforme a los principios de la sabia
constitucin de la primitiva Espaa y a las mximas que ha enseado y publi-
cado en innumerables papeles la Junta Suprema extinguida.34 Es decir, el dis-
curso era el mismo y serva en ambas partes.

31. Decreto de las Cortes en el primer da de su reunin, 24 de octubre de 1810.


32. Isla de Len y Cdiz, 1811-1812, nms. 1 al 27, 1811-1812.
33. Gazeta de Caracas, T. II, N.95, 27 de abril de 1810.
34. Acta del 19 de abril de 1810: Documentos de la Suprema Junta de Caracas, Caracas,
1979.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Era la revolucin poltica, que se plante por mil y una vas, a los dos lados
del mar, y en la misma direccin. Vas como la adjudicacin de la vieja simbo-
loga del Antiguo rgimen al nuevo, como arrebatando, restando o eliminando
potestad a las antiguas formas de poder; y asignando dicha potestad a las nue-
vas: de soberano a soberana nacional, un cambio trascendental en la legiti-
macin del imaginario social liberal. Como se ha sealado,35 fue precisamente
un diputado americano en Cdiz, Jos Meja Lequerica, electo por Bogot, el
que propuso que al nuevo poder ejecutivo emanado de las Cortes se le habra
de denominar en adelante Alteza, por ser gestor del poder nacional; que al poder
judicial se le reservara el de Nacin, porque en el imperio de la ley se iguala-
ban todos los espaoles; y que al poder legislativo, es decir, a las Cortes, se le
adjudicara el de Majestad, por ser en ellas donde resida la soberana. Es decir,
trminos antes reservados exclusivamente al monarca pasaban ahora al Estado.36
Como se observa, una revolucin terminolgica que contena una revolucin
poltica, soportadas ambas desde la Constitucin como capital jurdico.37
Pero, al mismo tiempo y en otros frentes, tambin se estaba llevando a cabo
una revolucin social: la que eliminaba o pretenda eliminar los privilegios feu-
dales y estamentales del Antiguo rgimen. Pierre Vilar seala que en 1808 haba
en Espaa guerra y revolucin al mismo tiempo: guerra contra los franceses, y
guerra entre grupos sociales ms lucha de clases, 38 desarrolladas todas en el
marco de un conflicto que, obviamente, iba ms all del mero hecho de com-
batir a las tropas de Napolen. Es decir, una revolucin poltica, y tambin una
revolucin social;39 aunque, como seala Llus Roura, ambas se desenvolvieron
con una clara desconexin entre s.40 De hecho, el trmino guerra de indepen-
dencia espaola fue una acepcin consolidada solo posteriormente por la his-

35. Manuel Chust, Soberana y Soberanos: problemas en la constitucin de 1812, en Marta


Tern y Jos Antonio Serrano Ortega (eds.) Las guerras de independencia en la Amrica espa-
ola, Zamora-Mxico, 2002, pg. 36.
36. Naturalmente, en abril de 1814 los conservadores eliminaron esta disposicin, decla-
rndose que el tratamiento de Majestad corresponde exclusivamente al rey: Manuel Chust,
El rey para el pueblo, la constitucin para la nacin, en Vctor Mnguez y Manuel Chust (eds.)
El Imperio sublevado. Monarqua y naciones en Espaa e Hispanoamrica, Madrid, 2004, pg.
235.
37. Jos Mara Portillo, Revolucin de nacin. Orgenes de la cultura constitucional en
Espaa. 1780-1812, Madrid, 2000; Bartolom Clavero, Jos Mara Portillo y Marta Lorente, Pue-
blo, nacin, constitucin, Vitoria, 2004.
38. Hidalgos, amotinados... cit, pg. 245.
39. Antonio Alcal Galiano, ndole de la revolucin de Espaa en 1808, en Obras esco-
gidas (Edicin de Jorge Campos) Biblioteca de Autores Espaoles, N. LXXXIV, Madrid, 1955.
40. Llus Roura, Guerra y ocupacin francesa: freno o estmulo a la revolucin espaola?,
Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.), La trascendencia del liberalismo doceaista en Espaa
y Amrica, Valencia, 2000, pg. 19. Agustn Argelles, como Roura seala (pg. 25), era cons-

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toriografa conservadora a lo largo del XIX espaol, y escasamente usado durante


el desarrollo de la misma. La mayor parte de los autores del momento se refi-
rieron al conflicto como guerra contra la invasin francesa, y ms que todo
guerra y revolucin de Espaa.
Por tanto, para ambos grupos espaoles, el conservador y el liberal, el pro-
blema americano era una de las difciles cuestiones que tenan que resolver,
pero desde luego no el ms urgente, frente al que consideraban gravsimo pro-
blema poltico de la monarqua. De ah que la solucin aplicada por el gobierno
fernandino de mandar al ejrcito a ultramar les pareciese magnfica a los con-
servadores, en la medida que prevean solucionar los dos problemas con una
misma medida (en realidad no resolvi ninguno de los dos; a todas luces los
complic an ms). Y, por contra, les pareciese terrible a los liberales, ya que
los desplazaba fuera de su escenario poltico (Espaa) y les impeda actuar fc-
ticamente contra el absolutismo del rey. Por eso se resistieron a marchar todo
lo que pudieron.
De modo que es necesario enfatizar el significado de estas expediciones,
la enviada con Morillo en 1815 y las que siguieron hasta 1820, porque sus reper-
cusiones fueron ms all de su propio destino. El intento disparatado de
Fernando VII de detener el tiempo, mediante una guerra de reconquista, remi-
tiendo al otro lado del mar a miles de soldados, conllev la independencia defi-
nitiva de la Amrica continental, donde esta guerra ofensiva solo pudo ser enten-
dida como un acto desptico de tirana e intromisin, y las tropas espaolas
consideradas como invasoras y extranjeras.
Ciertamente que el restablecimiento del rgimen absolutista en la Pennsula
hizo suspirar en Amrica de pura satisfaccin y a robustecerse mucho ms en
su recalcitrante postura a muchos de los militares frreamente realistas y con-
servadores (fueran espaoles a americanos) que all se hallaban destacados y
combatiendo por el mantenimiento a ultranza de las estructuras del Antiguo
rgimen; los que sentan al constitucionalismo gaditano, tal cual alguno escri-
bi, como un sistema destructor de la autoridad y de la moral cristiana; o, como
anot en Charcas el general Olaeta, si algo tena de bueno la Constitucin del
ao 12 es que jams se observ en el Per.41

ciente de esta desconexin, y en su obra La reforma constitucional en Cdiz (reedicin, Madrid,


1970, pg. 262) aclaraba que para llevar adelante otras esferas de la revolucin hubiera
sido necesario luchar frente a frente con toda la violencia y furia teolgica del clero, cuyos
efectos demasiado experimentados estaban ya, por lo que se crey prudente dejar al tiempo,
al progreso de las luces y a las reformas sucesivas y graduales de las Cortes venideras, que
se corrigiese, sin lucha ni escndalo, este espritu intolerante.
41. J. Marchena F., La expresin de la guerra... Cit, pg. 79.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Pero a la vez, la vuelta al absolutismo en 1814 y el envo de estas tropas con-


solid a los militares liberales americanos en su postura independentista y algu-
nos de ellos republicana, advirtiendo a los muchos indecisos americanos que
ese absolutismo, una vez el rey se quit la mscara, era lo nico que poda
esperarse de las promesas espaolas, que haban dejado de ser ambiguas para
ser radicalmente agresivas con el envo de las unidades expedicionarias, como
en 1814 expuso en Mxico el capitn Ignacio Rayn en su proclama a los espa-
oles europeos:

Aclamasteis al Congreso de Cdiz para que os salvase; jurasteis la observancia de


una constitucin que os dio, y que mirasteis como la fuente de vuestra felicidad
futura... Os prometisteis que vuestro Rey sera el primer ciudadano espaol; pero
os engaasteis en vuestra esperanza, pues resistindose abiertamente a guardar
este Cdigo, os ha dejado confundidos y expuestos a ser el blanco del partido
llamado servil, que apoyasteis con vuestra aprobacin y juramentos. El decreto
de 4 de Mayo dado en Valencia, os coloca en el estado en que os hallabais cuando
el valido Godoy dispona de vosotros a su capricho, y ahora sois tan esclavos de
un dspota como lo fueron vuestros antepasados. Estos son los frutos que habis
cogido de vuestras lgrimas y sacrificios hechos por aquel Fernando, en cuyo
nombre habis inmolado ms de cien mil americanos. Recorred nuestras cam-
pias, y las veris desoladas: nuestras propiedades, y las veris invadidas: nues-
tros templos, y los veris saqueados y profanados: veris poludo lo ms santo,
hollado lo ms sagrado, y derramada por todos los ngulos de la vasta Amrica
la sangre, el duelo y la muerte.42

El redactor del Correo del Orinoco, en el nmero 2 de 1818, as lo certifica


tambin, cuando acusa a Morillo de vendido al absolutismo de Fernando VII
despus de haber jurado la Constitucin de Cdiz:

Morillo, uno de los principales traidores que vendieron su patria ya libre, ya bien
constituida, llena de gloria y elevada a su antigua dignidad: la vendieron, digo,
y la sacrificaron al dspota. Traidores que poco antes haban jurado a la faz de
la nacin no admitir en su territorio si al pisarlo no juraba el mismo renunciar
de toda pretensin al poder arbitrario. Sin Morillo, sin Elo, ODonnell y otros
cabecillas, la Espaa no habra perdido el fruto de tantos sacrificios, de tanta cons-
tancia y de tan nobles y heroicos esfuerzos. Qu espaol no se avergonzar de
hacer profesin de tales sentimientos en el siglo 19? El temor de desagradar a Fer-

42. J. Marchena F. Revolucin, representacin y elecciones. El impacto de Cdiz en el


mundo andino, Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, N. 19, Quito, 2003.

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nando es la nica regla de la conducta militar y poltica de Morillo. Como su amo


est contento, qu le importa que su patria oprimida por el imbecil despotismo,
que l mismo contribuy a restablecer, se halle por toda partes rodeada de males
y peligros, y sobre todo empeada en una guerra que evidentemente la conduce
a su ruina, si no aprovecha los momentos de hacer una paz ventajosa? Morillo
conoce esta verdad... y sin embargo lejos de desengaar a su rey, y representarle
con la integridad de un hombre honrado el trmino fatal que debe tener esta gue-
rra si se obstina en continuarla, lo excita a mandar nuevas tropas a perecer en
Amrica, y a vejar con nuevos impuestos a su nacin para emprender nuevas cru-
zadas.43

Y Bolvar, en su carta desde Jamaica de 1815 tras la llegada de las tropas


de Morillo a Nueva Granada, escriba igualmente: Qu demencia la de nues-
tra enemiga pretender reconquistar la Amrica, sin marina, sin tesoros y casi sin
soldados! Pues los que tiene apenas son bastantes para retener a su propio pue-
blo en una violenta obediencia y defenderse de sus vecinos, para aadir que
lo nico logrado por los invasores en Venezuela haba sido hasta entonces que
los tiranos gobiernen un desierto, y solo oprimen a tristes restos que, escapa-
dos de la muerte, alimentan una precaria existencia [...] Los ms de los hombres
han perecido por no ser esclavos, y los que viven combaten con furor en los
campos y en los pueblos internos, hasta expirar o arrojar al mar a los que, insa-
ciables de sangre y crmenes, rivalizan con los primeros monstruos que hicie-
ron desaparecer de la Amrica a su raza primitiva.44
Es decir, el fracaso definitivo de Cdiz en Amrica no devino solo de las difi-
cultades o reticencias de la aceptacin (ni siquiera del rechazo) del texto cons-
titucional en las diferentes jurisdicciones americanas, sino precisamente de la
decisin tomada en Espaa por Fernando VII de acabar con el liberalismo espa-
ol y americano en 1814, restando toda credibilidad a cualquier proceso de
apertura o dilogo entre la monarqua y los territorios de ultramar que no se
basara en la aceptacin del absolutismo fernandino y en el restablecimiento de
las anteriores relaciones de dominacin. Una decisin, la de acabar con Cdiz
y las negociaciones con Amrica que, para que no quedaran dudas, fue certi-
ficada con la puesta en marcha de las expediciones de reconquista, despla-
zando hacia ultramar al ejrcito peninsular.
Por parte patriota, las expediciones no pudieron ser entendidas de otro modo
que como una contundente y definitiva declaracin de guerra. En toda Amrica,
como Margarita Garrido ha explicado para el caso de Nueva Granada, a partir

43. El Correo del Orinoco, cit., pg. 2.


44. Kingston, 6 de septiembre de 1815, dirigida a un ciudadano ingls, Henry Cullen. Rei-
naldo Rojas, Bolvar y la Carta de Jamaica, Barquisimeto, 1980.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de la llegada de las tropas de Morillo y dems cuerpos expedicionarios, la cues-


tin de la independencia se plante como una guerra de valores, entre los pro-
pios de los connaturales americanos contra los de los espaoles, satanizados
ahora como los ms crueles y despiadados [...] monstruos que vomit el infierno,
tal cual fueron anatemizados desde plpitos y escritos por varios eclesisticos
neogranadinos. Estas tropas que llegaron fueron representadas como enemigos
irreconciliables, que justifican por s mismos la desobediencia a un rey que ha
mandado agentes tan perniciosos, invocando al Supremo Poder para que los
eliminase. Cuando los espaoles fueron vencidos al fin, exclamaron desde el
plpito: Desaparecieron las huestes infernales, y se han restituido los derechos
de los Americanos. El Dios de los Ejrcitos ha descargado su brazo poderoso
sobre los tiranos, infundiendo esfuerzo y valor a los americanos para hacer
desaparecer a sus enemigos. Era una guerra planteada entre el bien y el mal, en la
que los americanos luchaban por lo sagrado, mientras los pecados capitales
quedaban del lado de los soldados espaoles de Morillo y dems generales rea-
listas, que eran en s mismos pruebas de la barbarie de su nacin, apareciendo
como impos, ladrones de las joyas sagradas, destructores de nuestros tem-
plos, altares y ministros, portadores de herejas, blasfemias y corrupcin de
costumbres con que quieren acabar con nosotros.45 Ms que significativamente,
eran los mismos adjetivos y argumentos con que la iglesia espaola haba sata-
nizado apenas unos aos antes a las tropas invasoras francesas.46 Las vrgenes
(en Argentina, Chile, Per, Ecuador, Colombia, Mxico... fueran del Rosario,
de la Merced, de Guadalupe) operaban ahora a favor de los americanos, y eran
nombradas patronas de los ejrcitos nacionales, como expres el cura de Gua-
duas, en Colombia: Las Armas de la repblica expirantes se ponen en Chiquin-
quir bajo tu precioso manto: os eligen generala, y t, como la estrella matutina
que anuncia la venida del gran planeta, guiando sus rayos, conduces las armas
por los lados del Caquet a las llanuras del Casanare. Es decir, los iconos reli-
giosos fueron utilizados del mismo modo que en Espaa, donde las vrgenes
tambin haban conducido a las tropas frente a Napolen, y asimismo figuraban
como generalas de las tropas. Pero los blasfemos eran ahora los espaoles, como
manifestaba en un bando Jos Mara Morelos: Que los gachupines se vayan
a su tierra, o con su amigo el francs que pretende corromper nuestra reli-
gin; o Jos Joaqun Olmedo, en su Canto a Bolvar y a la victoria de Junn

45. Sermones de los curas de Bosa, Guaduas y Villeta, 1819. Margarita Garrido, Contrarres-
tando los sentimientos de lealtad y obediencia: los sermones en defensa de la Independencia en
el Nuevo reino de Granada, en Actas del XII Congreso Internacional Ahila, Porto, 2001, vol. II,
pg. 72 y ss.
46. Ibdem, pg. 73, sermn del cura de Guaduas.

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de 1826:47 Guerra al usurpador! Qu le debemos? / luces, costumbres, religin


o leyes? / Si ellos fueron estpidos, viciosos / feroces y por fin supersticiosos!
/ Qu religin? La de Jess? Blasfemos! / Sangre, plomo veloz, cadenas fue-
ron / los sacramentos santos que trajeron.48 Incluso en algunos himnos y can-
ciones patrias, se destac el hecho de que estos espaoles enemigos a los que
ahora se derrotaban haban sido a su vez los vencedores de Napolen, pero
ahora no eran sino tiranos, como escribi el colombiano Manuel Mara Madiedo
en su loa a la batalla de Ayacucho: He aqu por fin los miles de opresores / que
han vencido al invicto Bonaparte / de los Hijos del Sol regios seores.49 O el ya
citado Jos Joaqun de Olmedo: Y el Ibero arrogante en las memorias / de
sus pasadas glorias... / Y el arma de Bailn rindi cayendo / el vencedor del
vencedor de Europa...50 Todas referencias claras del impacto que el envo de
las tropas reconquistadoras para sojuzgar a la independencia tuvieron sobre la
creacin de un imaginario americano, nacional, republicano y, sobre todo ahora
ms que nunca, antiespaol.51
Estas expediciones resultaron funestas tambin para Espaa, puesto que la
persecucin del liberalismo y como consecuencia la remisin de buena parte
del ejrcito a ultramar, vinieron a ser claves en el proceso poltico peninsular,
produciendo un vaco que el liberalismo espaol tard mucho tiempo en cubrir.
Los aos comprendidos entre 1814 y 1820 fueron definitivos en la historia espa-
ola, porque desbarataron el proyecto constitucional que recin se hallaba en
sus albores, y porque oblig a la fraccin liberal a utilizar los pronunciamien-
tos militares, los golpes de mano, los alzamientos y sublevaciones de guarni-
ciones, como uno de los pocos instrumentos polticos a su alcance, en cuya
represin los conservadores no dudaron en utilizar los ms enrgicos procedi-
mientos. La ruptura del continuismo constitucional con el exilio forzado a Europa
de numerosos progresistas espaoles, la remisin a Amrica de muchos de ellos
destinados a una guerra sin horizontes, y la represin a que fueron sometidos
los principales lderes liberales encuadrados en el ejrcito, crearon un hueco
difcil de llenar. Vicente Llorns, en un texto ya clsico,52 concluye: La nacin
espaola no solo se encontraba en ruinas, sino privada de quienes podan con-

47. Citado por Marco Antonio Landavazo, Imaginarios encontrados. El antiespaolismo


en Mxico en los siglos XIX y XX, Tzintzun, Revista de Estudios Histricos, N. 42, 2005, pg.
34.
48. Jos Joaqun de Olmedo, La Victoria de Junn, Canto a Bolvar, edicin de Aurelio
Espinosa Plit, Biblioteca Ecuatoriana Clsica, Vol. 14, Quito, 1989, pg. 114.
49. Manuel Mara Madiedo, Ayacucho, en Poesas, Bogot, 1859, pg. 201.
50. Jos Joaqun de Olmedo, cit., pg. 118.
51. Para el caso de Mxico, Harold Sims, La expulsin de los espaoles de Mxico (1821-
1828), Mxico, 1974.
52. Liberales y romnticos. Cit., pg. 43.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tribuir ms eficazmente a su reconstruccin. Con los afrancesados y los libera-


les haban desaparecido en realidad de la vida pblica las minoras dirigentes
del pas. En consecuencia, no hubo en Espaa una restauracin ni siquiera apa-
rente del anterior orden de cosas, sino una destruccin mayor, una mutilacin
poco menos que irreparable en todos los rdenes de la vida nacional.
Los ms de los oficiales liberales exiliados en diversas ciudades europeas
se mantuvieron durante estos seis aos en la evocacin ms o menos activa de
su lucha antiabsolutista, en la planificacin de conspiraciones algunas de ellas
fantsticas contra el rey feln,53 y en la esperanza de que los compaeros que
haban quedado en Espaa sublevaran por fin a las tropas para devolverles la
nacin perdida, lo que no se concret sino hasta 1820; y todo porque la remi-
sin a ultramar de estas expediciones, y el mtodo empleado para ello, haban
impedido hasta entonces que tal hecho pudiera producirse.54
Al finalizar la guerra, tras la victoria de Ayacucho y la derrota de las tropas
realistas, toda una generacin de militares espaoles que haban combatido en
Amrica por el rey, algunos por ms de quince aos, debieron regresar a su
patria segn las capitulaciones de guerra. Apenas eran ya un puado de super-
vivientes, pero su retorno a Espaa fue sumamente complicado.
Primero, porque a la mayor parte de ellos les esperaba un consejo de gue-
rra, no solo por haberse rendido sino, principalmente, por ser liberales, en la
nueva fase de mxima persecucin poltica del liberalismo por parte de Fer-
nando VII despus de 1823 como ya se coment; de modo que muchos de estos
oficiales de Ayacucho, de Ulua, de Maracaibo, del Callao o de Chilo, optaron
por no volver a Espaa y exiliarse directamente en Francia u otros pases, y vol-
ver a conspirar desde all contra el tirnico rey. Es decir, tras quince aos de
pelear en Amrica defendiendo la causa del monarca, ahora continuaron casi
diez aos ms peleando contra l en Espaa y Europa.
Y segundo, porque los que s pudieron atreverse a regresar a su tierra, toda
vez que se supona haban sido absolutistas durante su permanencia en Am-
rica, y as venan cargados tanto de justificaciones personales de lealtad como
de acusaciones contra sus compaeros de armas liberales y constitucionalistas,
no encontraron la comprensin del gobierno fernandino, sino que fueron rele-

53. Rafael Snchez Mantero, Las conspiraciones liberales en Francia, 1815-1823, Sevilla,
1972; id., Liberales en el exilio. La emigracin poltica en Francia en la crisis del Antiguo rgi-
men, Madrid, 1975.
54. La documentacin sobre los servicios militares de estos oficiales enviados a Amrica
entre 1814 y 1820 se halla en el Archivo General de Simancas, Secretara de Guerra, Guerra
Moderna, 2998. Pueden estudiarse igualmente todas sus hojas de servicio en Juan Marchena
Fernndez (coord.), Gumersindo Caballero y Diego Torres Arriaza, El Ejrcito de Amrica
antes de la Independencia. Ejrcito regular y milicias americanas. 1750-1815. Hojas de servi-
cio.

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gados en el mando, destinados a unidades de segundo nivel, acusados velada o


abiertamente de cobardes, y calificados despectivamente como ayacuchos.
A la muerte de Fernando VII, la batalla en las pampas y cerros serranos andi-
nos volvi a reproducirse en Espaa: los generales y oficiales liberales regre-
saron al fin de su exilio (haban pasado casi veinte aos desde que partieron
a Amrica con las unidades expedicionarias) aprovechando la amnista decre-
tada por la reina regente Mara Cristina hacia los liberales, e inmediatamente
ofrecieron sus servicios a la reina si sta intentaba llevar adelante un nuevo pro-
yecto constitucional, como as fue: generales como Espartero, Canterac, Val-
ds [...] ahora llamados cristinos, volvieron al poder. Los otros generales,
tambin ayacuchos, que haban permanecido al lado de Fernando VII hasta
su muerte, ante la posibilidad de un nuevo restablecimiento constitucional, abra-
zaron la causa del otro pretendiente al trono, el hermano de Fernando, Carlos
Mara Isidro, ultracatlico, ultraconservador y ferozmente antiliberal. Fueron
generales absolutistas en Amrica y ahora carlistas y tradicionalistas en Espaa,
como por ejemplo el jefe de todos ellos, el general Maroto, que haba pelado
en Chile, Bolivia y Per desde 1813, tambin presente en Ayacucho, acusador
despiadado de los liberales a su regreso de las sierras andinas. Estos militares
absolutistas se sublevaron contra la reina regente porque sta haba reimplan-
tado la Constitucin, dndose inicio a las guerras carlistas que asolaron la penn-
sula Ibrica durante ms de cincuenta aos causando ms de cuatrocientos
mil muertos. Si los generales liberales pudieron mantenerse en el poder, como
salvadores de la monarqua constitucional durante la regencia y luego durante
el gobierno de la reina Isabel I, entre ellos el sempieterno general Baldomero
Espartero y toda su generacin de combatientes en las guerras de independen-
cia americana fue peleando durante todo ese mismo tiempo hasta la dcada de
1860 contra el absolutismo carlista y conservador de sus otros compaeros
de armas, muchos de ellos procedentes de las pampas de Ayacucho. Esta gene-
racin de iluminados por la guerra no pudo, porque fueron ya para siempre
incapaces, bajarse jams del caballo, y nunca aceptaron que la poltica y los
pueblos podan prescindir de ellos.
De ah que, para terminar y como indicamos al principio, debe intentarse
acercar dos temas que hasta entonces la mayor parte de las historiografas han
trabajado por separado. No es posible entender ni las independencias america-
nas ni la quiebra del Antiguo rgimen en Espaa, ni las consecuencias de esta
guerra en los mundos americano y espaol, sin poner en contacto ambos obje-
tos de estudio, porque se hallan ntimamente enlazados. Por eso, revisitando las
fuentes, tanto espaolas como americanas, que atienden a ambos e interconec-
tados procesos, el historiador tiene la sensacin de comprenderlos mejor, mane-
jando nuevas claves y proponiendo nuevas miradas.

ndice 81
Historia de Espaa y Amrica:
ltimas tendencias en investigacin
Mesa redonda

83
HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA: LTIMAS TENDENCIAS EN INVESTIGACIN
Ivana Frasquet
Universitat Jaume I, Castell

La historiografa sobre las independencias iberoamericanas ha experimen-


tado un importante crecimiento en los ltimos aos, sobre todo la de aquellos
pases que en 2010 van a conmemorar el bicentenario del inicio de su vida inde-
pendiente. Muchos son los temas en los que se ha centrado esta historiogra-
fa, pero tambin muchos son lo que todava quedan por investigar o deben ser
investigados con otra mirada respecto a la que se tena hasta el momento. En
general, considero que las aportaciones puntuales sobre continuidades o rup-
turas han ensombrecido la perspectiva global de las independencias como un
proceso histrico complejo y complejizante. Y con esta complejidad no quisiera
excusar lo difcil que es historiar el periodo, pues todos los periodos de la his-
toria son complejos. Lo que vengo a sealar es la consideracin de haber lle-
gado a la conclusin de que ste, efectivamente, tambin lo es.
El tratamiento historiogrfico de la Independencia, como sabemos, se inici
sobre todo por cuestiones de construccin de la nacin o invencin de la nacin,
y por ello han comenzado a aflorar las crisis de las identidades de una nacio-
nalidad impuesta a lo largo de Amrica Latina. La historia patria naca con esa
necesidad de buscar una identidad propia y de crear un pasado heroico, romn-
tico, prehispnico, anterior y muchas veces superior a los aos de la domina-
cin espaola. Por lo tanto, se empez a contar casi desde el mismo momento
en el que estaba sucediendo la historia de la Independencia como una histo-
ria de gesta heroica donde haba que reconstruir un pasado precolonial, que ya
era un pasado nacional antes de la llegada de la colonia, y que se haba recu-

ndice 85
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

perado o que se poda recuperar con la Independencia. Es decir, la nacin y


los hroes impregnaron todo el discurso historiogrfico en torno a la cons-
truccin de la historia de las independencias y fueron objeto no slo de estu-
dio, sino tambin de culto, y las figuras heroicas permanecieron durante mucho
tiempo como un consenso historiogrfico, podramos decir, que se apropi de
lo que empez a llamarse la historia nacional.
Las guerras de independencia fueron interpretadas entonces desde esta visin
nacionalista, y empezaron a convertirse en el sustrato heroico, histrico, comn
a las naciones iberoamericanas. Es decir, la contemporaneidad se iniciaba, en
Amrica Latina, con la construccin de las naciones a partir de la independen-
cia. Y ah empezaron a entrar otros conceptos que se fueron incorporando poco
a poco a este relato histrico, como fue el concepto del pueblo, luego modifi-
cado hacia los pueblos, esto es, el pueblo que colectivamente y de forma inc-
lume, homognea, haba participado de esa independencia y haba luchado para
liberarse de ese yugo opresor que significaba la colonia. Esta interpretacin, evi-
dentemente, ocluy a ese pueblo, como digo, en un conjunto homogneo donde
los distintos grupos que podan conformarlo las comunidades indgenas, los
grupos de pardos, los esclavos, etc. quedaron ocluidos en ese binomio de
peninsulares y criollos como los dos grandes grupos que participaron en la Inde-
pendencia, mientras los dems no fueron objeto de estudio. Esta tendencia his-
toriogrfica empez a cambiar a mediados del siglo XX, hacia los aos 60, con
una nueva oleada revisionista, y evidentemente todas las tendencias historio-
grficas que conocemos para la historia europea tambin trascendieron la
Escuela de Annales, los estudios socioeconmicos, las vertientes del materia-
lismo histrico, y aparecieron para renovar ese consenso de la historia patria
y empezar a llevar a cabo una nueva visin o una aportacin diferente a partir
del proceso de descolonizacin, de la revolucin cubana y de todo el impacto
que eso supuso en los estudios sobre Amrica Latina.
Por lo tanto, estas nuevas visiones empezaron a cuestionar ese consenso que
necesariamente identificaba nacionalismo e independencia. Y ah surgieron dos
obras que abrieron nuevas visiones, como son la de John Lynch y la de Fran-
ois Xavier Guerra. Sus trabajos iniciaron el camino de destruir esa parte del
consenso y de empezar a mirar las independencias de otra manera, cada uno
con visiones diferentes.
En este paradigma de lo que ha sido la historiografa de los ltimos 20 o
30 aos hemos dado aqu alguna muestra de las renovaciones, de las nuevas
visiones, del intentar llegar a una concepcin conjunta de lo que pudo ser el
periodo, se han tratado varios temas; algunos se han investigado con ms pro-
fusin que otros. Por ejemplo, las cuestiones tnicas y de raza, que han irrum-
pido fuertemente en aquellos lugares donde, evidentemente, la poblacin, la

86 ndice
LT I M A S T E N D E N C I A S E N I N V E S T I G AC I N

presencia indgena y el mestizaje son mucho ms importantes. O la esclavi-


tud, que es un tema central para toda la zona del Caribe, tanto para Brasil como
para Cuba y Cartagena. La poblacin indgena o los sujetos indgenas como suje-
tos de la historia han sido mucho ms trabajados en zonas mayoritariamente
indgenas como Per, Mxico y el Altiplano. Todava faltan trabajos que con-
textualicen mucho ms a estos grupos dentro del periodo y que no se los vea
tampoco como grupos monolticos e inmviles, porque no lo fueron. En este
sentido, considero que la guerra dividi ms a la poblacin, si se quiere, en dos
bandos, pero la participacin de estos grupos (negros, mulatos, pardos, indge-
nas y dems) en cada uno de esos bandos se debi ms a cuestiones de inte-
reses regionales y personales que pudieran tener en ese momento y menos a
una cuestin de etnia o de raza, entendida como cuestin de clase.
Por otro lado, los temas polticos han cobrado un renovado inters. No se
trata ya de la historia poltica de los grandes personajes que conocamos antes,
sino que estos temas se han contextualizado y se han retomado en relacin con
otros. Tal vez el de la crisis de 1808, como el inicio de ese estallido revolucio-
nario y sus consecuencias en Amrica, ha sido uno de los que ms vigor ha
tomado en los ltimos aos.
Creo que cada vez es ms ineludible y est ms presente la necesidad de
acercarnos a esta etapa de la historia con una mirada de ida y vuelta de Am-
rica a Espaa, o de Amrica a Europa. Y todava falta mucha ms percepcin
del periodo como un proceso de conjunto que deje atrs interpretaciones nacio-
nalistas o incluso regionalistas que no explican una realidad como la de la
primera mitad o primer tercio del siglo XIX en Amrica; desde el hecho, por
ejemplo, de que ninguno de los estados nacionales desde los cuales hoy hace-
mos historia o investigamos la historia de las independencias exista en el
momento de las independencias... Por tanto, sta es una barrera que se debe
superar: intentar trasladar nuestra realidad presentista al siglo XIX. Es cierto
que los avances temticos por regiones nos han ayudado mucho a esclarecer
algunas cuestiones: cuestiones puntuales como los procesos electorales, que se
han trabajado muchsimo en Per, en Ecuador, en Mxico y tambin en el caso
del Ro de la Plata; cuestiones de organizacin judicial o jurdica; cuestiones de
tipo religioso: el planteamiento de la participacin de los curas en la Indepen-
dencia, viendo realmente con qu intereses, y no necesariamente ponindolos
en uno de los dos bandos, etc. sos son temas que estn empezando a ser explo-
rados en diversos lugares.
Una de las grandes deudas es la temtica de gnero. Y ms si cabe cuando
se les ha dedicado tan amplio espacio a los hroes masculinos, a los padres
de la patria, en detrimento de la participacin femenina en el proceso, que sabe-
mos que fue mucha y muy grande (tal como haban participado las mujeres

ndice 87
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en todos los procesos histricos). El tema de la participacin femenina est


siendo introducido en los seminarios, congresos y eventos preparados para este
bicentenario en muchos pases. Es decir, est dentro de la agenda cientfica,
pero en mi opinin no debera servir para construir nuevas heronas, ponerlas
al lado de los hroes y mantener un panten ms igualitario, mixto, por decirlo
de alguna manera, sino ms bien para ampliar el conocimiento de la partici-
pacin de la mujer en esos conflictos, en esos procesos de transformacin his-
trica. Despus del gran esfuerzo por superar esa visin del panten heroico
que se estaba y est llevando a cabo en algunas historiografas, se ha llegado
a la conmemoracin (tambin para esos hroes que parecan olvidados) y nos
hemos dado cuenta de que nuestras investigaciones no sirven afortunadamente
a los intereses polticos y que se sigue encumbrando a los hroes y remozando
el panten heroico. Aunque reconozco lo difcil de realizar una historia en este
sentido, es la que considero que deberamos hacer.
Es evidente entonces que todos los temas necesitan un tratamiento ms
amplio, ms profundo, y que se debe hacer un esfuerzo por contextualizar estos
estudios de caso en perspectivas ms amplias que ayuden a la comprensin de
la Independencia como un proceso y no como un fenmeno aislado en cada
zona de estudio. Y en esto tenemos que insistir. Es muy difcil hablar de Inde-
pendencia de Bolivia, de Independencia de Argentina, de Independencia de
Mxico y de Independencia de Venezuela. Ninguno de esos pases exista por
aquel entonces, y esas regiones estaban interconectadas de otra manera que
hace que, si nos limitamos a ver los hitos histricos que ocurrieron en el marco
nacional de las fronteras trazadas actualmente, vamos a obtener un resultado,
cuando menos, parcial sobre el proceso.
Otras cuestiones relevantes para el estudio de las independencias han sido
los temas de liberalismo gaditano y de su trascendencia en Amrica; de la cues-
tin de las elecciones; de la Constitucin de 1812, etc. Son temas que han cobrado
un renovado inters y que se estn trabajando desde distintas perspectivas. Las
ms destacables son aquellas que insisten en el anlisis de tipo histrico, pues
slo as podremos abordar con garantas la complejidad cambiante y moviente,
en el tiempo y en el espacio, de algunos conceptos como el de liberalismo. Con-
sidero que sera necesario hacer ahora el esfuerzo de descender, es decir, de
intentar acercarnos a lo que significaba el liberalismo: el dnde y el cundo (por
ejemplo, en el Nuevo Reino de Granada en 1805, en 1806 y en 1808). Anlisis
de este tipo nos ofrecen perspectivas de un proceso muy dinmico, precisa-
mente por lo revolucionario; que debemos analizar si no da a da, s mes a mes,
puesto que es as como se estn reinventando y reelaborando todos estos con-
ceptos. Debemos asumir que los propios actores del perodo no conocan el
desenlace de los acontecimientos y que ellos mismos irn de un lado a otro,

88 ndice
LT I M A S T E N D E N C I A S E N I N V E S T I G AC I N

esperando a ver dnde acomodar sus intereses y dnde va a parar toda esta
cuestin.
Finalmente, considero que tambin se ha superado la tesis maniquea de la
historia patria, en cuanto a que se est empezando a investigar el tema de los
otros, y con los otros me refiero a los excluidos de la historia de las indepen-
dencias, a los realistas, a los considerados los perdedores de la guerra. Ellos no
construyen la nacin; sus glorias y sus gestas no tienen el inters de las de los
hroes, y por lo tanto no han sido tenidos en cuenta. Al parecer, eso tambin
est cambiando: el empezar a estudiar a los blancos criollos, a los generales rea-
listas, ver cules eran sus intereses, sus motivaciones, por qu estaban ah; e
incluso terminar con esa tesis de que no slo los indios y los peninsulares son
los realistas, sino que entre los criollos y los americanos tambin hubo parti-
darios de reformar ese sistema absolutista sin por ello continuar tampoco con
los planteamientos coloniales ni llegar a la independencia. La historia en ese
sentido de los vencidos como grupos diversos, con sus conflictos, con sus pro-
blemas y con sus motivaciones complejas.
En conclusin, uno de los temas importantes y que ya haba mencionado
respecto del rescate de esta problemtica tnica es precisamente la inclusin
en el relato histrico de los nuevos actores pardos, negros, mulatos que han
ido cambiando el color de nuestra historiografa, que hasta ahora era blanca-
blanca y que ahora empieza a tener ya unas notas de color un poco diferen-
tes. Creo que ha quedado claro que las clases populares se movilizaron, par-
ticiparon, intervinieron no necesariamente bajo un prisma patriota o realista
no creo que tengamos por qu encasillarlas apriorsticamente en estas dos
concepciones, sino por cuestiones de intereses ligados a sus grupos econ-
micos y raciales e, insisto, no necesariamente encuadradas en un estereotipo
nacional o nacionalista en cuyo discurso de la nacin se las incorporaba y pero
se las dejaba al margen de esa construccin identitaria.

ndice 89
LIBERTARIOS VERSUS LIBERALES
Miquel Izard
Universitat de Barcelona

Civilizacin y barbarie
Los arquelogos parecen concordar en que la humanidad, que surgi en
frica y se desplaz a Europa y Asia har 75.000 aos, pas mucho ms tarde
al continente que los europeos bautizaron Amrica. Donde, al producirse la defi-
nitiva irrupcin occidental (1492) la estructura socioeconmica tena, como
doquier, caractersticas singulares, en la mayora del mbito vivan naciones
autosuficientes conservando los trazos primigenios: vivir de caza pesca y reco-
leccin no generaba excedentes lo que implicaba que no precisaran poder, reli-
gin o represin. Los primeros castellanos los tacharon, despectivamente, de
gente sin dios, rey, ni ley, definicin que tendra por paradigmtica. Las pecu-
liaridades esenciales de todas estas naciones eran similares aunque hubiera
diferencias muy notables en lo secundario: los yaganes de Tierra de Fuego anda-
ban desnudos y combatan un fro polar ingeriendo muchsimas caloras, pero
forjaron una de las gramticas ms complejas del pasado; tribus federadas en la
Liga Iroquesa, con una agricultura notable, trabaron un sistema poltico que pro-
voc la admiracin de Franklin quien dijo: Resultara bastante extrao que seis
naciones de ignorantes salvajes fueran capaces de establecer un proyecto de
unin de este tipo, y capaces de ejecutarlo de manera tal que subsista desde

ndice 91
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

hace siglos y parezca indisoluble; y que, sin embargo, una unin semejante sea
impracticable para diez o doce colonias inglesas.1
Todas las naciones autosuficientes, porfo con disparidades notables, seo-
reaban como un 80 % del continente y englobaban a la mitad de su pobla-
cin. Mientras en el 20 % restante y acogiendo la otra mitad del censo haban
surgido de forma antagnica estados capaces de generar, gracias en buena
parte a una agricultura protagnica con tcnicas muy complejas, notables sumas
de excedentes, trayendo que se apoderaran de ellos una mnima parte de suje-
tos y que para mantener una situacin arbitraria debieran idear un sistema puni-
tivo y represor basado en poder, religin, ejrcito, escuela o familia. Adems
estas sociedades alcanzaron en lo cientfico, tcnico o sanitario desarrollos muy
superiores a los coetneos de Europa. Me limitar a un caso: los mayas fueron
una de las dos comunidades humanas, con los hinds, capaces de idear algo
tan genial como el cero, que les permiti asombrosos clculos matemticos.
Esta distribucin antittica a la de Europa casi todo el territorio de la penn-
sula de Asia que es en realidad el Viejo Continente estaba sometido a reinos y
similares engendr una actitud de desprecio y tuvo secuelas en el devenir de
la colonizacin; en efecto, los primeros, los autosuficientes, libres y nmadas
en potencia, rechazaron la civilizacin, y los agresores del Este no ocuparon
gran cosa ms que un 20 % de Amrica, la tierra sojuzgada por los aztecas y los
parajes del sur, los valles andinos agrupados por los incas, alguna Antilla, cos-
tas y orillas fluviales. Castilla llam Indias a su territorio, ms tarde, holandeses,
galos e ingleses ocuparon pequeos enclaves.
En las Indias, y durante la etapa colonial, los nativos, antes sbditos de sus sobe-
ranos, por lo que ya haban interiorizado la extorsin, fueron esclavizados, al mar-
gen de la ley por supuesto, esto, la implacable sobreexplotacin y las epidemias
llegadas con los invasores que incidieron en poblaciones desnutridas, exhaustas y
frustradas causaron la hecatombe demogrfica, quedando en demasiados lugares
la colectividad reducida en un siglo al 10 % inicial o menos. Pero debemos recor-
dar una obviedad, todos los originarios eran y son mortales. El atroz desplome
demogrfico se debi, simple y llanamente, a que las mujeres se negaron a parir
y, por tanto, no repusieron a los finados. Sin mano de obra las Indias no tenan
viabilidad econmica, por lo que se substituyeron por esclavos africanos y el
incremento de la explotacin degener en una pasmosa lucha de clases que a
la vez lo era de castas, ya que todos los explotadores eran blancos y todas las
vctimas de color.

1. Cfr. Ronald Wright, Continentes robados. Amrica vista por los indios desde 1492, Anaya &
Mario Muchnik, Madrid, 1994, 145.

92 ndice
L I B E R TA R I O S V S . L I B E R A L E S

Al contrario en el mbito franco no ocupado, creci la poblacin, casi sin


contacto fsico apenas contaminaron las epidemias, se esclavizaron algunos
en las fronteras, pero no incidieron en la suma total y, por aadidura, all halla-
ron refugio miles de gentes, huyendo de la atmsfera irrespirable que gener
en Europa la Inquisicin y sus secuelas y en Indias, la vesania de los invasores.
Podra recordar judos, moriscos o gitanos acosados por cuestiones tnicas o
religiosas, mujeres calificadas de brujas, lo que sin duda alguna no era, y muchos
varones a los que se poda tachar de homosexuales, lo fueran o no. Recordando
que el Santo Oficio se basaba en delaciones annimas y en la tortura para arran-
car autoinculpaciones, es ms comprensible el entorno de horror, temor y sor-
didez que aconsej a tantos marcharse a algn lugar donde poder vivir en paz;
y en los mismos barcos en que estos escapaban, iban marinos y soldados que
hartos del trato y la explotacin desertaban en cuanto tocaban puerto. Hay sufi-
cientes evidencias de ese escabullirse que, adems, ayudara a entender la cada
demogrfica metropolitana y la crisis tica que dio lugar a la picaresca. Canti-
dad de estos forajidos ya en Amrica se unieron, ya lo dije, a los que tampoco
toleraban la dantesca sociedad colonial, mujeres y jvenes en primer lugar, y
buscaron su salvacin en el interior, donde recurrieron a la solidaridad espon-
tnea de los originarios, para poder sobrevivir en un ambiente que les era hos-
til por desconocido. Con mucha frecuencia unos y otros se amalgamaron dando
lugar a las que algunos llamamos sociedades cimarronas.
Llevo algunos aos trabajando y publicando sobre el tema.2 Fue una grati-
ficante sorpresa descubrir har cinco aos que los profesores Peter Linebaugh
y Marcus Rediker haban detectado casi lo mismo en el Atlntico Norte;3 y voy
a pormenorizar alguna de sus aportaciones: Entre los escurridizos que pasa-
ron a Amrica haba irlandeses, rurales en la miseria al liquidarse los espacios
comunales, herejes, alguno papista, gitanos, mujeres acusadas de brujera, arte-
sanos vctimas de la incipiente industrializacin, pcaros y mendigos, presidia-
rios, soldados y marinos, resaltando que las naves eran excelentes puntos de
encuentro y conspiracin; detallan asimismo cantidad de rebeliones de escla-
vos en el Caribe en el XVIII; comunidades triraciales entre seminolas del sureste
o mucho irlands viviendo con nativos, emparejndose sin alterar el pano-
rama familiar por ser sociedades matrilineales.
En 1780 al invadir Inglaterra Nicaragua intentando desconectar las Indias,
evitaron cualquier contacto entre sus soldados y los misquitos, mezcla de nati-
vos, afros y europeos, que vivan en armona realizando todas sus tareas de

2. Vase una extensa bibliografa en el apndice.


3. La hidra de la revolucin. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atln-
tico, Crtica, Barcelona, 2005, 479.

ndice 93
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

forma colectiva. Citan a Conzemius que dijo de ellos no tienen inters alguno
por la acumulacin de propiedades, por lo cual no trabajan para conseguir rique-
zas. Viven en la ms perfecta igualdad y en consecuencia no se sienten impulsa-
dos a la laboriosidad. Como se sienten satisfechos con sus sencillos medios, no
muestran deseo alguno de emular hbitos u oficios de los colonizadores. Un
oficial britnico dijo tienen el concepto ms elevado de libertad. Los sol-
dados negros dorman dentro del fuerte para evitar que huyeran, a pesar
de lo cual de una expedicin al San Juan de 2.000 afroamericanos slo regre-
saron cien.
En 1802 se destap una conspiracin radical dirigida por los Despard, Edward
Marcus y su esposa Catherine. El fiscal pidi la pena de muerte para l por su
torpe esquema de igualdad impracticable y sus principios de igualdad univer-
sal, salvajes e igualitaristas que imagin por sus lecturas sobre nativos de Am-
rica del Norte.

Hace doscientos aos


En 1810 se desencaden de forma inesperada el secesionismo criollo, sub-
versin que afect a menos del 20 % del continente, las tantas veces mencio-
nadas Indias. Lo que empez como desacato a Jos Bonaparte y defensa de los
derechos de Fernando VII fue cosa de la oligarqua y sus correveydiles, no ms
del 5 % de su habitantes. De manera alguna, pudo ser popular y a partir de
1830, en las flamantes repblicas desprendidas no imper precisamente liber-
tad, igualdad o fraternidad.4
Hubo casos extremos. En Bolivia, Charcas as bautizada en honor de don
Simn, se impuso un sistema ms desptico y cruel que el colonial, liquidando
resguardos, imponiendo el castellano o el pago de impuestos en metlico obli-
gando a los nativos para saldarlos a malvender sus escasos excedentes. Ms de
un historiador sostiene que el rgimen implantado en Paraguay por Gaspar
Rodrguez de Francia era lo ms cercano al proyecto de los revolucionarios fran-
ceses de 1789.5
El imperialismo, primero britnico y luego gringo, supuso que los nuevos
estados pasaran de una dependencia notoriamente ineficaz a otra efectiva.

4. Prueba el talante de la oligarqua caraquea los festejos enfervorizadas la HS intent esca-


motearlos- organizados en Caracas, el Pblico regocijo por la Feliz instalacin de la Suprema Junta
Central, celebrando la batalla de Bailn. Una peripecia hispanista y fernandista evidenciado no que-
rer acatar a Jos I y menos a Napolen, con toques de campana, tedeums, rogativas pblicas, ilu-
minaciones y teatro. Legajo sin ttulo, Archivo Municipal de Caracas.
5. Cfr. la sugerente propuesta de Richard Alan White, La primera revolucin popular en Am-
rica. Paraguay (1810-1840), Carlos Schauman Editor, Paraguay, 1989, 320.

94 ndice
L I B E R TA R I O S V S . L I B E R A L E S

Hacia 1880 los gobiernos americanos, merced al fusil Remington, agredie-


ron el 80 % del continente que hasta entonces se haba ahorrado la civilizacin,
lo que fue acompaado del exterminio de sus moradores, originarios o cima-
rrones. Al mismo tiempo, estados europeos conquistaban frica o Asia; as, por
citar un caso, Rusia se extenda por Siberia algo mayor que aqulla.
En el caso americano, esta canallada dio origen a un segundo discurso ger-
minal y patritico, ms sacralizador que el previo. En Argentina a San Martn se
le han erigido menos estatuas que al General Roca, que invadi lo que tuvie-
ron la desfachatez de llamar desierto cuando no lo era ni desde el punto de vista
humano ni del geogrfico. Insisto: aduearse del desierto fue un hecho semi-
nal, del dogma nacionalista y entre sus plumas ms representativas podemos
citar a Sarmiento, que en Facundo o civilizacin y barbarie en las pampas argen-
tinas, de 1845, sostena: El mal que aqueja a la Repblica Argentina es la exten-
sin; el desierto la rodea por todas partes y se le insina en las entraas; la sole-
dad, el despoblado sin una habitacin humana, son por lo general los lmites
incuestionables entre una y otras provincias. Acchanla los salvajes, que aguar-
dan las noches de luna para caer, cual enjambres de hienas, sobre los gana-
dos que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones.
Si unos menospreciaban a los nativos, otros, o a veces los mismos, abusaron
del ditirambo al mencionar al genocida, Julio Argentino Roca, que, adems, result
un ladrn saqueador, apoderndose y distribuyendo las tierras ocupadas. Roca
no es slo uno de los paradigmas de la Historia Sagrada patria, usurpando topo-
nimia y monumentos, placas de calles o plazas, adems el culto, honrando al
adalid de la conquista del desierto, fue cosa de la Universidad y del poder;
durante la ltima dictadura militar, la ciudad General Roca, Provincia de Ro
Negro, acogi un Congreso Nacional de Historia sobre la conquista del Desierto,
septiembre de 1979, que organiz la Academia Nacional de la Historia y aus-
pici la Comisin de Homenaje al Centenario de la Conquista del Desierto, pre-
sidida por el ministro del Interior, con tantas ponencias que implicaron cuatro
volmenes de unas 500 pginas. Por las mismas fechas la revista de gran tirada
Todo es Historia sac un nmero especial Campaa del Desierto: una epopeya
argentina. Por si faltara algo el Ministerio de Educacin mand una circular a
todos los centros sugiriendo armar una conmemoracin.
Frente a este nacionalismo rampln, como todos, Ricardo Rojas, ex rector
de la Universidad de Buenos Aires y preso en Ushuaia, donde escribi Archi-
pilago, sobre los aborgenes fueguinos dijo: La Confederacin Argentina est
sealada como pas diferente de Patagonia: oficiales de nuestra armada, al con-
ducirme preso, navegaban con cartas extranjeras en nuestras aguas territoriales
propias, medio siglo despus de que el Sur fue jurdicamente incorporado a la
soberana nacional.

ndice 95
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Como en USA, Siberia y tantos lugares, el expolio se agrav, insisto, extermi-


nando a sus pobladores. As sostienen Gatica y Lpez, El Desierto fue pen-
sado como arrasamiento, eliminado al otro: el genocidio indgena; la masacre
de obreros en las huelgas patagnicas; la negacin de identidades subalternas
y la instalacin de una supuesta homogeneizacin tnica, cultural y poltica. En
definitiva, la negacin del disidente. Algo que por cierto, lo recuerdo, haba ini-
ciado varios siglos antes la Inquisicin.6
El presidente Rivadavia contrat a un prusiano, Federico Rauch, al que brind
el grado de coronel; atacaba por sorpresa y asesinaba aborgenes sin tener en
cuenta sexo o edad. En un parte dijo: Hoy 18 de enero de 1828, para ahorrar
balas, degollamos a 28 ranqueles.
Culminada su gesta, Roca lleg a Buenos Aires como un cnsul romano
triunfante, con 14.172 prisioneros; a 600 se les envi a la zafra a Tucumn,
algunos fueron enrolados en la milicia y mujeres y chiquillos acabaron en
hogares pudientes por mediacin de la Sociedad de Beneficencia y el Defen-
sor de Menores; astillando familias se busc cortar las conexiones fsicas y
culturales (Bellaquera en la que reincidieron los militares un siglo ms tarde
durante la ltima dictadura al repartirse hijos de asesinadas en sus mazmo-
rras). Roca algo despus, 12/10/1880, en unas elecciones, como todas de puro
trmite, lleg a la presidencia de la Repblica. Fue, sin duda, mucho ms
astuto que el general Custer.
Oyarz, enaltecedor de Roca, elabor un panegrico hagiogrfico; dijo que
tras su rol agrediendo al Paraguay realiz homricas proezas en las rudas cam-
paas de la conquista del desierto inconmensurable; campaa, restauracin
de nuestros extensos y riqusimos territorios contra indios que en cantidades
enormes sustraan al progreso de la nacin una considerable extensin de terri-
torios argentinos tiles para el cultivo. Para lograrlo fue necesario llegar hasta
sus mismas guaridas y batirlos y reducirlos al imperio de la civilizacin. Fue un
sublime acontecimiento de la patria rescatar 20.000 leguas fertilsimas para
ser entregadas a la accin benfica del progreso, pues en sus antros misera-
bles entraban nuestras fuerzas a liberar centenares de cautivos y producir en el
estrecho cerebro de esos hombres peligrosos, una evolucin hacia la luz. Si los
nativos ponan en jaque a las tropas de la civilizacin a manera de los marro-
ques, los soldados se esforzaban en pacificar el desierto. No era una cues-
tin nueva, haca tres siglos que este problema esperaba una solucin; pero
ya la cruel caterva, vida de venganzas y de rapia, insolente, ha desaparecido;
insista en agravios e injurias, citando una turba semidesnuda, incendiaria como

6. Gatica, Mnica, Susana Lpez et al., Patagonia: desarrollo y neoliberalismo, Imago Mundi,
Bueno Aires, 2005, 109.

96 ndice
L I B E R TA R I O S V S . L I B E R A L E S

las legiones brbaras de Alarico, que ya desvanecida el terror y la consterna-


cin no invadirn con vrtigos de muerte el hogar cristiano, ni gemir esclava
en el nauseabundo serrallo salvaje, la joven esposa, que vio enloquecida de
espanto triturar a bolazos los crneos de sus tiernos hijos cados en el charco
de sangre, donde se debate agnico su inmolado consorte. En su frenes abus
de voces loatorias. Roca era figura esclarecida del continente latino americano,
de egregia gloria inmortal, o hasta nuestro decoro, como pueblo viril, nos obliga
a someter cuanto antes, por la razn o por la fuerza, a un puado de salvajes
que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente,
en nombre de la ley, del progreso y de nuestra propia seguridad, los territorios
ms ricos y frtiles de la Repblica.
Aada Oyarz el dictamen grandilocuente del general Jos Ignacio Garmen-
dia detallando los colores lgubres de la poca de hierro del pertinaz batallar
contra el indio indomable y astuto, tan intrpido que admira, en cuyo pecho
estalla el instinto salvaje del coraje de raza. Como suele pasar, el discurso era
contradictorio, quizs por lo bochornoso de lo detallado o para glorificar an
ms a los vencedores, el aborgen poda presentarse casi bestializado o decir
que no ha sido comprendido, tan despreciado, maltratado en la esclavitud, que
durante 300 aos bravea en la pelea defendiendo la tierra en que nacieron, la
tierra que legtimamente era suya, bien podra decirse por derecho divino, defen-
diendo el hogar de sus padres asaltado por la usurpacin violenta e hipcrita
que a ttulo de conquista civilizada, esgrimiendo el gladium vengador al lado
de la cruz y aada que los conquistadores castellanos, frente al ms sagrado de
los sentimientos, actuaron con crueldad inaudita y con una saa sin cuartel,
an ms terrible que la ferocidad de esos hombres primitivos; porque era
ferocidad de quienes se vanagloriaban de ser agentes providenciales de la
civilizacin e insista atacaron a seres, en algunos casos casi desarmados,
en quienes no tenan ofensas que vengar, sino codicia que saciar, saltendo-
les implacables sus aduares tranquilos y felices, para exterminarlos, robarles
sus mujeres y sus hijos o esclavizarlos.7
En 1925 el coronel Prado, patrocinado por la Liga Patritica Argentina, habl
de La ocupacin del desierto, y Manuel Carls, su presidente, en la presentacin,
sostuvo que el tema era una leccin de historia y de patriotismo, pues impul-
sados por la fuerza moral que caracteriz a esa poca, realizaron la proeza de
conquistar contra el adversario ms implacable, el desierto, contra los hombres
ms bravos de la tierra. Aada Carls que aos antes, tras una charla en Pars,
la prensa se hizo eco de la trascendental hazaa del ejrcito argentino com-

7. Oyarz, S.A., Rasgos biogrficos del Excelentsimo seor teniente general Don Julio A. Roca,
El Comercio, Buenos Aires, 1913, 71.

ndice 97
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

parndola con las expediciones europeas a frica y Asia y conclua el mundo


entero y quienes hoy pueblan la Patagonia, est en retardo con los benem-
ritos del triunfo ms humanitario en los fastos argentinos, aquel que presenta
al viejo ejrcito nacional como un ngel que guerre sin matar y redimi sin
causar dolor, convirtiendo al indio ocioso y malvado en propietario y trabaja-
dor, y transformando sus tierras bravas en providencia de innumerables fami-
lias que labran el progreso en las regiones ms australes del planeta. Prado
deca en su disgresin que 50 aos antes la mitad del territorio patrio se hallaba
entonces sustrado a la civilizacin, al progreso, y tambin, por qu habramos
de ocultarlo ahora?, escamoteado a la soberana de la nacin; tras detallar la
frontera aada: Ms all de aquel lmite, trazado a punta de lanza por el indio,
insolente y audaz; ms all de aquel valladar oprobioso para el decoro argen-
tino, [de Magallanes a los Andes] imperaba, absoluta y sin freno, la barbarie y
no hubo un solo gobierno que dejase de considerar asunto de honor la supre-
sin de esa vergenza que empaaba con vahos de sangriento lodo el pabe-
lln nacional. Ocuparlo y evitar las depredaciones brbaras era equiparable en
magnitud y resultados a los hechos gloriosos de la independencia; o ms an,
dado el enorme espanto que provocaba con sus malones. Tras citar a Rosas
o Mitre que haban eliminado muchos indios, arrebatado enormes rodeos de
ganado y libertado centenares de cautivos, pero sin haber resuelto el problema,
pues no tardaron en repetirse las invasiones; mencionaba el plan del excelso
Alsina temerario y fantstico, una gallarda frente a caciques mentirosos y de
lenguaje altivo e insolente y presionados por Chile. Alsina no solo quera defen-
der a los pueblos de la frontera, ante todo buscaba ratificar y sanear la inte-
gridad del territorio patrio, dentro de sus lmites naturales e histricos, lmites
que eran descaradamente violados, no tanto por el salvaje cuanto por la intro-
misin de elementos extraos al pas. A continuacin Prado menta como un
bellaco, alertando de una sublevacin general de nativos, a los que volva a cali-
ficar de brbaros o salvajes, pero dotados de una extraordinaria tctica y la reso-
lucin firme e irrevocable de luchar hasta la victoria o la muerte, disputando
el dominio del suelo en que haban nacido. Y alegaba Quin sabe si en la
mente del monarca pampa, no haba prendido la idea, sugerida quizs del otro
lado de los Andes, de exigir y obtener la independencia de los territorios que
ocupaban y crear un nuevo estado que habra sido, en el hecho, una prolon-
gacin de Chile!. Prado cotejaba, por otra parte, el coraje de los oficiales, as el
capitn Victoriano Rodrguez que acababa de escribir, con la punta de su espada,
una de las pginas ms hermosas y brillantes de la historia de su regimiento,
con la mezquindad de los estancieros, pues se les pidi ganado para avitua-
llar al ejrcito y slo pudo recolectarse entre los 5.000 de Buenos Aires, la
irrisoria cantidad de 1.400 matungos; ante tal situacin y vacas las arcas del

98 ndice
L I B E R TA R I O S V S . L I B E R A L E S

erario nacional, Avellaneda habra proclamado: ahorraremos con el hambre y


la miseria del pas; ante momentos de angustia para la repblica y la hora de
solemne expectativa para la civilizacin y el buen nombre de la patria, Prado
sostena que slo un milagro poda resolver el conflicto y el milagro se pro-
dujo (otra vez los prodigios de una Historia Sagrada), pues el gobernador de
Buenos Aires logr que la legislatura de la provincia votase tres millones
de pesos, gracias a lo cual los soldados conquistaron el desierto y en los momen-
tos robados al descanso rompieron la tierra con la punta de los sables a falta de
otras herramientas y en el surco fueron echando la exuberante semilla de la
civilizacin.8
Pero la vesania continuara; para valorar un inmenso territorio que se haba
despoblado a sangre y fuego, los gobiernos argentinos aceptaron miles de
europeos expulsados de sus tierras por las transformaciones capitalistas en la
agricultura o por cuestiones religiosas, en especial de Italia y Espaa, y los inmi-
grantes enfrentaron condiciones laborales y de vida dantescas. Cuando intenta-
ron protestar o declararse en huelga, el ejrcito argentino les dio el mismo trato
que brind a los nativos. Las masacres en Patagonia son de sobras conocidas
y, a la vez, emblemticas de lo que les esperaba en la tierra prometida.

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MUJERES E INDEPENDENCIAS LATINOAMERICANAS
Luca Provencio Garrigs
Universidad de Murcia

Ante todo mi agradecimiento al Foro Editorial Estudios Hispnicos y


Americanistas, y a Manuel Chust, por haberme invitado a participar en esta me-
sa redonda.
Las mesas redondas son interesantes pues invitan al debate, en este caso,
sobre ltimas tendencias en la investigacin de las independencias latinoame-
ricanas. Sin embargo, obligan a la brevedad y a elegir muy bien lo que se va a
exponer. Eso explica que tenga la sensacin de que temticas y aspectos, tal
vez ms significativos para el debate que los escogidos, puedan quedar fuera.
En el mbito de la renovacin historiogrfica sobre las independencias, uno
los ltimos temas llegados es sin duda el estudio sobre las mujeres y las rela-
ciones de gnero. Esto no ocurre en otros temas de la historia contempornea
latinoamericana (ciudadana, sufragismo, revoluciones, participacin laboral, vi-
da poltica, nacin, etc.). Sera interesente preguntarse por qu ha sido as,
pero no puedo agotar mi tiempo respondiendo exclusivamente a esta cuestin;
por ello me centrar en la actualidad historiogrfica para abrir un debate sobre:
discurso y balance historiogrfico, olvidos y androcentrismos, y ejes y claves
analticas que guan las investigaciones. Todo ello en forma de flashes, como
noticias breves, con el nimo de suscitar el debate.

ndice 105
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Discurso y balance historiogrfico


Es importante recordar que los estudios de las mujeres, feministas o de g-
nero1 no se originaron en la comunidad acadmica sino en el movimiento so-
cial feminista, movimiento que tiene sus races en el siglo XVIII, poca en la que
surge una corriente de pensamiento de carcter ilustrado reivindicativa de la
igualdad entre hombres y mujeres. Sus orgenes ms prximos hay que datar-
los en la dcada de los setenta del siglo veinte, en los grupos de mujeres y
colectivos acadmicos interesados en reflexionar sobre temas olvidados o mar-
ginados por el mundo de la academia, como la historia de las mujeres y de las
relaciones entre los sexos y de gnero. Este matiz es importante, ya que nos
puede ayudar a ubicar el tema que tratamos dentro de la historiografa de las
mujeres. En lo que respecta a las investigaciones sobre las mujeres como dis-
curso historiogrfico, ya firmemente anclado, surgen como innovacin historio-
grfica en los estudios independentistas en la dcada de los ochenta y noventa del
siglo XX, momento en el que aparecen obras vertebradoras y fundacionales,2
aunque ha sido en los ltimos diez aos cuando se ha ido afianzando como tal
discurso.3 Esto no significa que no puedan hallarse antecedentes, pues, desde
el siglo XIX hasta los setenta del siglo XX se ha escrito sobre las mujeres, pero
entonces no existan las herramientas analticas necesarias para pensar la histo-
ria de las mujeres, ni desde luego las relaciones entre los sexos como relacio-
nes sociales y relaciones de poder.
El balance historiogrfico evidencia un retraso con respecto al tratamiento
de otros temas de la contemporaneidad. Tal retraso tal vez sea la razn de
que hoy se perciba una especie de urgencia historiogrfica por superar la mar-
ginacin en que en la historiografa sobre las independencias han tenido y tie-

1. Son distintas denominaciones para nombrar una realidad comn no siempre idntica, pudien-
do existir diferencias significativas entre estos estudios. No obstante, todos coinciden en denunciar
la invisibilizacin, exclusion o marginacin de las mujeres, o que cuando se les menciona predomi-
na la inexactitud.
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106 ndice
M U J E R E S E I N D E P E N D E N C I A S L AT I N OA M E R I C A N A S

nen los estudios de las mujeres. En los ltimos aos la investigacin ha expe-
rimentado un considerable avance cuantitativo y cualitativo, lo cual puede cons-
tatarse en los numerosos congresos, seminarios y reuniones que se estn
llevando a cabo desde hace unos aos o que estn prximos a realizarse,4 en los
que se presentan trabajos acadmicos sobre esta temtica. De igual manera han
proliferado las publicaciones cientficas que tratan temas sobre mujeres.5
Qu hay detrs de esa urgencia? el bicentenario? Pregunta retrica. Sin du-
da es as, peor eso, en principio, no es negativo. Siempre las modas o las ur-
gencias historiogrficas han favorecido y favorecern la investigacin. Esto ya
se vio en otros eventos conmemorativos que dejaron posos interesantes, caso
por ejemplo del bicentenario de la Revolucin Francesa, donde surgieron tra-
bajos de investigacin serios y, aquellos que se unieron por moda hoy pasan
inadvertidos.
A otro nivel, me refiero ahora al de la docencia. Los bicentenarios estn pro-
vocando que en Latinoamrica se de por parte del profesorado e instituciones
educativas en los distintos niveles el inters por un saber y conocimientos de
las mujeres en los procesos independentistas para incluirlos en los contenidos
de aprendizaje. Especialmente se reclama hacer visible la historia de las inde-

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4. De entre los muchos eventos destaco tres, el primero ya se realiz y los otros dos estn pr-
ximos a realizarse: Simposio Las Mujeres en la Independencia, organizado por el Centro de Estudios
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las mujeres en la Independencia de Amrica Latina 2-3 setiembre, 2010. Benemrica Universidad
Autnoma de Puebla.
5. Destaco los monogrficos de tres revsitas dedicadas a esta temtica: Feminist Review, No. 79,
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ndice 107
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pendencias desde la voz de las heronas de este perodo, reclamo que eviden-
temente favorece el proceso de investigacin.
Con todo hay una urgencia e inters que no debemos olvidar, al menos yo
no quiero olvidar: se trata del inters de las mujeres por conocer su historia. s-
te es un proyecto que tiene ya una larga trayectoria y que no responde a co-
yunturas de bicentenarios ni conmemoraciones; es ms, se trata de una histo-
ria que tiene un inters poltico: la deconstruccin de la desigualdad y la
construccin de la igualdad.
Hoy lo interesante de todos estos motivos es que buscan desde su hetero-
geneidad visibilizar y conocer el cmo y el porqu de las mujeres en los pro-
cesos independentistas, teniendo como resultado el acceso a un conocimiento
hasta ahora ignorado o falseado.
Un ltimo apunte para terminar este flash: la interdisciplinariedad es un ras-
go que caracteriza los estudios de las mujeres en las independencias, algo a lo
que la historiografa de las mujeres y del gnero est acostumbrada. Cada dis-
ciplina Historia, Crtica Literatura, Lingstica, Antropologa Cultural, Sociologa,
Arte, o Semitica aporta sus propios objetivos y metodologas y las influencias
interdisciplinares acercan mtodos e interpretaciones que diluyen las fronteras
entre ellas, lo cual proporciona una riqueza de enfoques, interrogantes y res-
puestas en la complementariedad.

Olvido y androcentrismo
Hace unos aos los estudios sobre independencias podan permitirse olvi-
dar a las mujeres como sujetos histricos e invisivilizarlas en el genrico mas-
culino,6 pero hoy esta postura resulta historiogrficamente un olvido punitivo.
En julio de 2009, se public en Milenio on line una entrevista realizada al
politlogo e historiador mexicano Gustavo Abel Hernndez Henrquez,7 con
el titular: Inconcebible, que la historiografa mexicana haya olvidado en sus
libros a las mujeres. Hernndez en concreto lanza su crtica a la obra de cua-

6. Tras este olvido hay una tradicin disciplinaria histrica que, desde la apariencia de neutra-
lidad e incluso de progresismo e innovacin historiogrfica, ha dado a la experiencia histrica mas-
culina la validez de universal. En esta lnea se refuerza y se hace hbito la doble costumbre de
generalizar como humano lo que en realidad solo se refiere al hombre, y creer que la expe-
riencia de el hombre agota lo humano. Hbito consolidado en un campo como la poltica y la
guerra donde se ha considerado innecesarias a las mujeres. Espacio del que tambin fueron invi-
sibilizados muchos varones indgenas, negros, mestizos, esclavos... pero ninguno de ellos lo
fue por su sexo. La renovacin historiogrfica de las dos ltimas dcadas los ha incorporado al
relato de la historia, pero las mujeres siguen sin estar en ese gran relato histrico, ausencia que se
ha convertido en un lastre del discurso que pretende representar a la especie humana.
7. Milenio-on line, 2009-07-13, <http://impreso.milenio.com/node/8607455>

108 ndice
M U J E R E S E I N D E P E N D E N C I A S L AT I N OA M E R I C A N A S

tro tomos Una Historia contempornea de Mxico, editada por Lorenzo Meyer
e Iln Bizberg y publicada recientemente por el Colegio de Mxico, aunque la
crtica es a la totalidad de la obra en los siguientes trminos: (La exclusin de
las mujeres) es una falla gravsima. Cmo es posible que esas personas tan cul-
tas, preparadas, con una visin tan amplia, se les haya olvidado la mitad de la
poblacin?. Lo que nos interesa es que en el estudio del proceso histrico de la
independencia mexicana se excluye a las mujeres. Las opiniones y explicaciones
de Hernndez a este olvido deberan matizarse,8 pues una de las historiogra-
fas ms dinmicas en el tema de historia de las mujeres es la mexicana, pero
no deja de ser cierta la marginacin brutal a la que un sector acadmico so-
mete a esta temtica, ms an cuando, y como bien dice este investigador:
No se pueden imaginar la Revolucin y la Independencia hechas nada ms por
los hombres. En primer lugar, no se hizo nada ms por los hombres. Las per-
sonas que se levantaron con Miguel Hidalgo no eran soldados profesionales,
militarizados con instruccin, fue una rebelin de la gleba, del pueblo, y en el
pueblo van hombres y mujeres [...] las llamadas hordas de Hidalgo estaban
conformadas por mujeres y por hombres: Ah comienza la gran falla histrica
desde el inicio: plantear el desarrollo poltico y social de Mxico como si fue-
ra exclusivamente masculino.
Las acusaciones de Gustavo Hernndez fueron contestadas por uno de los
editores, Lorenzo Meyer, que declar: Le voy a ser muy sincero: porque no
se nos ocurri, asintiendo a la responsabilidad de los editores con un grand-
sima culpa, pues y contina: Son cuatro tomos, 34 autores. Cuntos temas
cree que hay en Mxico para resolver y hacer historia? Cien, doscientos? No
nos alcanzaba, tomamos los ms obvios, los ms tradicionales en realidad.
Fue eso lo que hicimos, y s, me declaro en falta. Si realmente es punitivo el
olvido de las mujeres, lo es igual o ms la sinceridad de la respuesta de Meyer,
pues no es cuestin de temas, ni de si stos son tradicionales o innovadores, si-
no de contar la historia contempornea de Mxico olvidando que el 50 % de su
poblacin son mujeres.

8. Extracto de la noticia: Dice (Hernndez) que a diferencia de los investigadores europeos,


que suelen tomar en cuenta la participacin de las mujeres en los procesos histrico-sociales, en
Mxico no se ha podido consolidar una visin terica, incluso metodolgica, para plantear la par-
ticipacin de las mujeres. (En Mxico) simplemente no se escribe o se escribe de manera muy ais-
lada, superficial o tangencial (sobre las mujeres). No hay, digamos, un macizo central de cuerpo
histrico sobre las mujeres. Libros sobre las mujeres posiblemente hay muchos, pero todos dis-
persos, no hay una carrera para estudiar la participacin de las mujeres, lo cual las ha aislado de
todos los procesos histricos, pues se dice que participaron, se seala por ah a alguna, pero no se
le da la relevancia y la importancia que tiene, y sa es una gran falla que hay que subsanar, no en
el futuro inmediato, sino desde ya, demanda el acadmico. Milenio-on line, 2009-07-13, <http://im-
preso.milenio.com/node/8607455>

ndice 109
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Opino que en estos como en otros libros detrs de ese mea culpa debe
haber algo ms que la mera confesin de un olvido. Hoy ya no es cuestin de
olvido, es cuestin de que como investigadoras e investigadores, como edito-
ras, editores, docentes... se reconozca que hay algo ms: el debate historio-
grfico sobre los estudios de las mujeres y de las relaciones de gnero que ha
tenido lugar en los ltimos treinta aos ha sido de tal magnitud y llevado con
tal seriedad incluyendo claro est las necesarias divergencias que ha provo-
cado cambios tan importantes en la historiografa en general, que es imposible,
si se quieren hacer investigaciones serias e incluyentes, permanecer al margen
de estas cuestiones.
Omitir, olvidar e invisibilizar a las mujeres en la investigacin, docencia y
publicaciones sobre las independencias hoy puede ser objeto de crtica y me
atrevo a calificarlo como delito historiogrfico.
Pero para la historiografa de las mujeres las crticas a las ausencias y olvi-
dos no son algo nuevo; siempre se han pedido cuentas a la Historia, por lo que
a las investigadoras y docentes de historia de las mujeres no nos resultan nove-
dosos ni llamativos artculos como el de Hernndez Henrquez. Lo que ocurre
es que precisamente hoy ciertos olvidos son imperdonables, adems de que
nos hacemos eco de ellos globalizadamente y en tiempo real a travs de in-
ternet.
Si se aade que el ejercicio de la autocrtica es muy saludable historiogrfi-
camente, hay que decir que la invisibilidad ha venido igualmente de parte de
la historiografa de las mujeres, que aun contando con una importante y firme
tradicin, apenas se ha dedicado algo de atencin a este tema.9 Las razones de
este olvido evidentemente deben ser mltiples, aunque una explicacin plau-
sible puede estar en que ha existido una mayor preocupacin por las mujeres

9. Uno de los mayores proyectos editoriales realizados en los ltimos aos sobre historia de las
mujeres puede servir de punto de acercamiento a la cuestin antes planteada. Se trata de los cua-
tro volmenes publicados por la editorial Ctedra, con el ttulo Historia de las Mujeres en Espaa y
Amrica Latina, coleccin que ha tenido un gran impacto entre las investigadoras e investigado-
res sobre las mujeres en Europa y Amrica, recibiendo excelentes crticas. Entre los objetivos de la
directora estuvo el que quedase reflejado lo ms relevante de la investigacin sobre historia de las
mujeres realizada a ambos lados del Atlntico (Morant, Isabel: Presentacin, Historia de las muje-
res en Espaa y Amrica Latina. Del siglo XIX a los umbrales del XX, vol. III, Gmez-Ferrer, G.; Cano, G.;
Barrancos, D.; Lavrn, A. (coords.), Ctedra 2006, pp. 7-10). No obstante, llama la atencin que
en el volumen III, relativo al siglo XIX publicado en el 2006, no hay ningn captulo dedicado
a las mujeres en las luchas independentistas latinoamericanas -s en cambio se las trata en la gue-
rra de Espaa (Espigado, Gloria: Las mujeres en el nuevo marco poltico, pp. 27-60, Romero, Mara
Cruz: Destinos de mujer: esfera pblica y polticos liberales, pp. 61-83). Slo se alude a ellas, en
la introduccin de la parte americana, para mencionar a las heronas independentistas y el pa-
pel de madres patriticas que les fue reservado en la narrativas fundadoras patrias (Cano, Gabriela
y Barrancos, Dora: Introduccin, pp. 548).

110 ndice
M U J E R E S E I N D E P E N D E N C I A S L AT I N OA M E R I C A N A S

en la colonia y en la contemporaneidad del siglo XX. El siglo XIX, como dice


Carmen Ramos para Mxico, pero perfectamente extendible a otras geografas
historiogrficas, ha sido el perodo menos estudiado,10 y dentro de l, se puede
afirmar sin error que ha sido el de los procesos independentistas, a pesar de su
importancia en la conformacin del estado nacional.

Ejes analticos y temas 11


Paso a continuacin a presentar dos ejes o problemticas que estn detrs
de la investigacin actual de entre otros que omito, para seguidamente mos-
trar algunos de los temas que atiende dicha investigacin.
El primero de los ejes remite a la invisibilizacin, a la que ya se ha hecho
referencia a lo largo de esta exposicin, pero merece una atencin individua-
lizada. El estudio de las mujeres y el gnero tradicionalmente ha estado cerrado
a las reas de investigacin relacionadas con los procesos de Independencia.
Esto se ha traducido en una preocupacin por la visibilizacin de las mujeres
en las narrativas de estos procesos. Realidad que puede concentrarse en una
expresin que a m me gusta mucho: invisibles no, invisibilizadas s.
Lo invisible no existe, pero ellas s existieron, siempre han estado. Lo que
ocurre, tal y como demuestran las investigaciones llevadas a cabo, es que se las
ha sometido a un proceso de invisibilizacin, algo que no solamente es injus-
to sino histricamente inexacto. Una problemtica ya planteada y resuelta en
los aos 80 y 90 del siglo XX en otros mbitos de estudio de las mujeres, pero
que no lo est para las independencias. Reiteradamente aparece en las inves-
tigaciones el trmino visibilizar, y en esta lnea se estn llevando a cabo impor-
tantes esfuerzos investigativos.
Un ejemplo, tal vez de los ms recurrentes, es la historia de los ejrcitos, mi-
licias y combatientes que lucharon en el conflicto armado. Esta se ha escrito sin
tener en cuenta que a pesar de que no se admita su presencia formal e igua-
litaria cuando se hizo fue de forma excepcional ellas iban entre los ejrci-
tos, milicias y guerrilleros, no solo desempeando ocupaciones propias del

10. RAMOS ESCANDN, Carmen. (2010). La historiografa sobre la mujer y el gnero en la histo-
riografa mexicana reciente. Revista de historia de las mujeres. Lima, Ao XI, No. 120, marzo
<http://webserver.rcp.net.pe/cemhal/revista.html>. Puede ampliarse en: CAULFIELD, Susann. (2001):
The History of Gender in the Historiography of Latin. Hispanic American Historical Review, 81:3-4,
August-November, pp. 449-490.
11. Estas temticas han sido desarrolladas extensamente en: PROVENCIO G., Luca. (2010).
Perspectivas analticas y temticas de los estudios sobre las mujeres en las independencias latino-
americanas. Tiempos de Amrica (en prensa).

ndice 111
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sexo femenino sino con las armas que usaron, eso s, no excepcionalmente, con
o sin travestismo como recurso.12
De ah que, aunque consideremos que la problemtica de la invisibilidad ya
est resuelta, es pertinente seguir replantendola para el caso de las indepen-
dencias, porque el androcentrismo es como el ave Fnix: cuando parece que
muere vuelve a resurgir. Y esto sorprende: cmo es posible que vuelva a re-
surgir el androcentrismo en la perspectiva poltica, en la perspectiva social, en
la econmica...? Pero est ah, y esa pregunta me inquieta. Por ello muchos de
los esfuerzos investigadores estn en la lnea de nombrar a las mujeres, lo que
se ha venido en llamar la individuacin, ya sea como sujetos individuales o
como colectivo, porque hay que nombrar para existir; individual o colectiva-
mente, pero hay que nombrar. Y en todos ellos se remarca la necesidad de nom-
brar en sus diferentes categoras adscriptivas, pues no hay que olvidar que
estamos ante sociedades jerarquizadas en las que las personas ocupan lugares
diferentes y desiguales en funcin de la clasificacin socioeconmica. Este es
un paso importante, ya que hay que restituir a las mujeres como sujetos socia-
les histricos diversos. Planteamiento que me lleva al segundo eje: el tratamien-
to de las mujeres como grupo en su diversidad.
Las mujeres no pueden ser identificadas, ni cuantitativa ni cualitativamente
con colectivos perifricos, ellas siempre participaron en el proceso, y su
historia no se puede equiparar con la historia de las minoras y otros grupos
marginados historiogrficamente (esclavos, indgenas, negros...). Hacer de
las mujeres una minora es un contrasentido imposible. Taxonmicamente al
clasificar en grupos y subgrupos al conjunto social, no se puede incluir a las
mujeres como masa social en el mismo nivel, ya que ellas por su sexo consti-
tuyen una categora que traspasa todas las fronteras de la taxonoma.13 Ellas son
el 50 % de todos los grupos minoras o mayoras y adems son las ms
invisibilizadas de todos los grupos.

12. Mujeres que se vestan con ropa de hombre para ocultar su sexo. En el siguiente artculo
se explica con detalle, a travs de la figura de Gregoria Batallanos, la problemtica del travestis-
mo y la masculinizacin de ciertas actitudes femeninas. AILLN SORIA, Esther. (2009). Gregoria
Batallanos, la Goyta: vestir de hombre para comandar en la guerra. Ponencia presentada en el IV
Simposio Internacional Las mujeres en la independencia de Amrica Latina, Lima (Per), agosto 2009.
Centro de Estudios de la Mujer en Amrica Latina (CEMHAL). (Manuscrito indito en proceso editorial
proporcionado por la autora y citado con su autorizacin. Le agradezco el haber podido consultarlo).
13. CUADRA, Cristina; LORENZO, Josemi, MUOZ, ngela, SEGURA, Cristina. (1997). Las mujeres y
la historia: ciencia y poltica, SEGURA GRAO, Cristina (ed.): La historia de las mujeres en el nuevo
paradigma de la historia. Madrid: Asociacin Cultural al-mudayna, pp. 77.

112 ndice
M U J E R E S E I N D E P E N D E N C I A S L AT I N OA M E R I C A N A S

Las mujeres no son un grupo social, pero lo que s hay que hacer para
visibilizarlas y estudiarlas es tratarlas como si lo fueran,14 este es un matiz im-
portante que se utiliza como estrategia de anlisis, sin olvidar claro, que son su-
jetos diversos integrados en sus distintos grupos sociales, familias, barrios,
haciendas, comunidades, etc.
Para finalizar mi intervencin har una breve mencin a dos de los temas
que resultan ms innovadores: el primero de ellos, y enmarcado en el inters
del que antes hablaba, de conocer la historia de las de mi sexo utilizando pa-
labras de Simone de Beauvoir estara el analizar la forma en que las guerras
o el tiempo blico modifican el orden de gnero previamente existente. En el
siglo XVIII, aunque especialmente en su segunda mitad, tienen lugar arduos y
complejos debates sobre los sexos polmica de los sexos resultado de los cua-
les se acabar por imponer discursivamente la idea normativa de que la mujer
por su sexo, por naturaleza determinismo biolgico queda desplazada al m-
bito de lo privado-domstico (con lmites difusos en la realidad de una socie-
dad del Antiguo rgimen). Y, durante la guerra qu ocurre con esa polmica?
desaparece? toma otra forma? De ser as, qu contenidos lo integran?, cmo
es concebido el sexo y la diferencia sexual?, cules son las definiciones de las
diferencias sexuales que se utilizan?... stas y otras preguntas esperan respues-
ta.
Un segundo tema sera el de la ocupacin del mundo viril de la guerra por
parte de aquellas mujeres que se lanzaron, junto o no a los hombres, armadas
o no, a los cerros, a los pramos, a los valles, ocuparon las calles, los cuarteles,
las plazas como espacios de guerra. Las mujeres ocuparon un mundo viril que
no necesariamente les era desconocido, lo conocieron, lo padecieron y
hubieron de cambiar sus referentes de identidad femeninos para desempe-
arse con xito. Aceptaron el reto de competir con ellos en su propio terreno
y esto signific ser valoradas positiva o negativamente por cualidades pro-
pias de la masculinidad-virilidad: coraje, arrojo, dureza, audacia, don de man-
do y violencia. Se virilizan para ganar autoridad, e incluso para imponerse a los
varones se comportaban como hombres, y hubo quienes se ganaron la fama de
duras y autoritarias. Pero adems lo importante de este tema es averiguar qu
se quiere decir? qu se entenda por conceptos como virilidad, masculinidad
versus feminidad? El entrar en un mundo eminentemente masculino signific
un proceso de modificacin de referentes de identidad femenina, para sobrevi-

14. Debate Segunda mesa redonda: Las mujeres y lo poltico (intervencin de Rosa Cobo),
FRANCO RUBIO, Gloria e IRIARTE GOI, Ana (eds.). (2009). Nuevas rutas para Clo. El impacto de las
tericas francesas en la historiografa feminista espaola. Barcelona: Icaria (Historia y Feminismo),
pp. 295.

ndice 113
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

vir y desempearse con xito en un mundo de varones? En este contexto c-


mo se conceban las diferencias sexuales e identitarias?...
Evidentemente, los ejes temticos que aborda la actual historiografa son
diversos, as como los mtodos empleados, perspectivas analticas e interpreta-
ciones dadas, que abarcan un amplio campo de la experiencia femenina: an-
tecedentes y desarrollo histrico; heronas y luchadoras; mujeres en el discurso
poltico independentista; vida cotidiana, espacios de sociabilidad, mentalidades
y opinin pblica; imagen y representaciones en la iconografa y cinematogra-
fa; la mujer vista por s misma a travs de cartas, diarios y otros escritos; la vi-
sin de las mujeres en la literatura de los siglos XIX y XX; la insurgencia de las
mujeres indgenas y de origen africano: esclavas y libertas; proceso y cons-
truccin del Estado Nacin; exclusin, inclusin e insurgencia, construccin de
ciudadana; la prensa durante el proceso de independencia y la creacin de es-
tereotipos; mujeres y educacin; activistas y escritoras; violencia de gnero;
familia y relaciones conyugales y familiares; gnero e independencia en la
historiografa de Amrica Latina; la historiografa en el bicentenario de las inde-
pendencias15 y, por ltimo, un tema que est tomando gran significacin en la
historiografa: la masculinidad. Cul era su significado?, cmo cambi?, qu
se quera decir cuando se hablaba de masculinidad?, qu masculinidad se
puso en juego en la guerra?, etc. Como se puede observar, stos, como los an-
teriores interrogantes, tienen un doble objetivo no necesariamente separados:
reconstruir el pasado de las mujeres y entender el significado y relacin de los
sexos en los procesos independentistas.
A pesar de la brevedad, mi objetivo, como dije al principio, ha sido ofrecer
cuestiones que puedan resultar interesantes para el debate.

15. En la confeccin de esta lista ha sido fundamental revisar el listado de ponencias al


IV Simposio Internacional Las mujeres en la independencia de Amrica Latina, organizado en Lima
por el Centro de Estudios de las Mujeres en la Historia de Amrica Latina ( CEMHAL) en agosto de
2009, donde se presentaron algunas de las lneas de investigacin privilegiadas por la historiogra-
fa. Igualmente hay que acudir a las temticas que actualmente se estn trabajando desde la Comisin
del Bicentenario: Mujeres e Independencia en Amrica Latina 1780-1824, dirigida por CEMHAL.
<http://webserver.rcp.net.pe/cemhal/revista5.html> <http://webserver.rcp.net.pe/cemhal/simpo-
sios4.html>.

114 ndice
LA JUNTA DE GOBIERNO DE SEVILLA Y SU REPERCUSIN EN LA AMRICA ESPAOLA
(1808-1809)
Vctor Peralta Ruiz
CSIC, Madrid

Introduccin
Las actividades acadmicas vinculadas a los bicentenarios de las independen-
cias hispanoamericanas han destacado el papel desempeado por sus prime-
ras juntas de gobierno en el proceso que condujo del autonomismo al separa-
tismo. As se hizo en 2009 con el recuerdo de las juntas de gobierno de
Chuquisaca, La Paz y Quito y as se viene haciendo en 2010 con las activida-
des vinculadas a reflexionar la naturaleza de las juntas conformadas en Caracas,
Buenos Aires, Bogot, Mxico y Santiago de Chile. Pero en este recordatorio pa-
ra los historiadores americanistas ha pasado casi desapercibido el protagonismo
que tuvo la Junta de Gobierno de Sevilla, creada en mayo de 1808, en la activa-
cin del imparable experimento juntero en la Amrica espaola. La sevillana fue
la nica de las juntas espaolas que en el instante de asumir la soberana real
en ausencia del rey se proclam como Junta Suprema de Espaa e Indias. Esta
decisin provoc reacciones de escepticismo y rechazo entre las juntas surgidas
en la Pennsula, pero oblig a las mismas a poner rpidamente en marcha el
mecanismo para conformar una Junta Suprema y Central a la cual obedecer y
delegar parte de sus poderes. En cambio, en los reinos hispnicos de ultramar
ese proceso de evitar la hidra federal no se poda llevar del mismo modo.

ndice 115
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Los juntistas sevillanos confiaron en que el conjunto de autoridades virreyes,


capitanes generales y gobernadores, as como la poblacin, se someteran a
su mandato provisional en una reafirmacin de su incontrovertible reaccin
fidelista cuando se conoci la abdicacin y el confinamiento de Fernando VII
en Bayona y la invasin francesa de la pennsula Ibrica. Ello fue un craso error
que lo nico que provoc fue aumentar la incertidumbre de los sbditos ame-
ricanos ante el destino de la monarqua hispnica. En las pginas que siguen se
har una revisin de cmo la inicial aceptacin en la Amrica espaola de la
soberana real personificada por la junta sevillana fue, abruptamente, transfor-
mndose en un abierto rechazo a la misma por considerarse que tal decisin se
haba tomado sin consultarse a los pueblos en cabildos abiertos. Varias admi-
nistraciones americanas, a partir del ejemplo sevillano, asumieron su derecho
histrico a convertirse en juntas conservadoras de la soberana de Fernando VII.
El juntismo sevillano sin proponrselo fue el modelo sobre el que los ameri-
canos comenzaron a fraguar sus propios autonomismos.

1. La creacin de la Junta de Gobierno sevillana en mayo de 1808


El levantamiento popular madrileo del 2 y 3 de mayo de 1808 contra los
franceses fue el inicio de una indita eclosin juntera peninsular que en pocas
semanas deriv en la conformacin de una veintena de juntas de gobierno en
las capitales de provincia ms relevantes.1 Las juntas espaolas se formaron al
margen o frente al poder absolutista previamente constituido y en este sentido
se produjo una ruptura con las autoridades establecidas.2 En efecto, las juntas
no slo rechazaron la autoridad de Napolen y de la oficialidad francesa, sino
tambin los mandatos de la Suprema Junta de Gobierno, conformada por
Fernando VII cuando asumi el trono en marzo de 1808, y de las propias Cortes
de Castilla en Madrid. En sus proclamas todas estas juntas hicieron constar su
decisin de autogobernarse y luchar por Dios, la patria y el rey. Los juntistas
espaoles slo aceptaron su sujecin a Fernando VII y para justificar sus actos
recurrieron a la doctrina pactista que justifica que en ausencia temporal del mo-

1. Antonio Moliner Prada, Revolucin burguesa y movimiento juntero en Espaa, Lleida, Editorial
Milenio, 1997; Charles Esdaile, La guerra de la independencia: una nueva historia, Barcelona, Crtica,
2004; Ronald Fraser, La maldita guerra de Espaa. Historia social de la guerra de Independencia,
1808-1814, Barcelona, Crtica, 2006; Richard Hocquellet, Resistencia y revolucin durante la gue-
rra de la Independencia. Del levantamiento patritico a la soberana nacional, Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2008.
2. Antonio Moliner Prada, El movimiento juntero en la Espaa de 1808, en Manuel Chust
(coord.) 1808. la eclosin juntera en el mundo hispano, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2007,
p. 59.

116 ndice
L A J U N TA D E G O B I E R N O D E S E V I L L A

narca corresponde al pueblo asumir la soberana de sus territorios hasta que es-
te reasuma el poder real.
La Junta Suprema de Sevilla fue creada el 26 de mayo de 1808 bajo la pre-
sidencia de Francisco Saavedra, un antiguo ministro de Carlos IV. La junta se-
villana estuvo integrada por diecinueve vocales, en su mayora aristcratas,
altos administradores e influyentes comerciantes y eclesisticos. Por bando del
28 de mayo la junta sevillana se proclam Suprema de Espaa e Indias y asu-
mi la soberana y representacin en nombre de Fernando VII. Con el prop-
sito de coordinar sus actuaciones sin que ello implicara ninguna merma de su
autoridad, los juntistas sevillanos alentaron la formacin de juntas provinciales
en las capitales de menor poblacin. Se dispuso que en los poblados andalu-
ces de ms de dos mil vecinos se constituyesen juntas provinciales. La junta ms
importante que surgi bajo esta reclamacin fue la de Cdiz, que se conform
el 30 de mayo de 1808. A continuacin, se formaron juntas provinciales, suce-
sivamente, en Jan, Crdoba, Granada y Mlaga. Estas cinco juntas se subordi-
naron sin condiciones a la matriz sevillana.
Los juntistas sevillanos aspiraron a que el resto de juntas provinciales espa-
olas reconocieran su autoridad suprema y central sobre todas ellas por ser
un lugar alejado de la guerra, adecuadamente pertrechado, legitimado por la le-
altad de la mayor parte de los reinos de la pennsula y de las Indias y de fcil
comunicacin martima con el aliado ingls.3 Pero lejos de ocurrir ello, los lde-
res junteros provinciales recelaron del deseo de hegemona y protagonismo de
la junta sevillana. En su lugar, y para evitar tanto la hidra del federalismo co-
mo la anarqua derivada de los gobiernos populares, las juntas surgidas en la
pennsula Ibrica acordaron conformar una junta centralizada en la que deba
revertir oficialmente la soberana real. La junta sevillana acept y se sum a
esta propuesta. La Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino fue formal-
mente establecida en Aranjuez el 24 de septiembre de 1808 y la integraron vein-
ticinco vocales. Con posterioridad, se aadieron nueve representantes ms, con
lo que sta estuvo finalmente conformada por treinta y cuatro vocales, la mitad
de los cuales fueron aristcratas, el resto religiosos y militares, y slo un miem-
bro del estado llano. La Junta Central centraliz la actuacin de trece juntas
supremas de diez reinos, dos principados y una provincia de la pennsula Ibrica.4

3. Manuel Moreno Alonso, La Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001.
4. ngel Martnez de Velasco, La formacin de la Junta Central, Pamplona, Ediciones Universidad
de Navarra, 1972, pp. 192.

ndice 117
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2. La Junta de Sevilla en la Amrica espaola


Pero mientras el experimento juntero en la metrpoli pareca discurrir hacia
un consenso sobre qu instancia soberana deba gobernar en ausencia del mo-
narca, la decisin de la Junta sevillana de continuar arrogndose en exclusiva
la representacin de las posesiones americanas iba a provocar la desestabili-
zacin del eufrico fidelismo hispanoamericano que estall una vez que co-
noci con detalle la crisis de la monarqua hispnica. Para garantizar su control
sobre ultramar la Junta sevillana dispuso la inmediata partida a Amrica de va-
rios comisionados que deban informar a las autoridades y a la poblacin, pri-
mero, del establecimiento en Sevilla de un gobierno soberano que actuaba en
nombre de Fernando VII, segundo, de la declaracin de guerra al Emperador
de los franceses y, tercero, de la celebracin de un armisticio con Inglaterra. Lo
que los emisarios deban obtener era la subordinacin incondicional de las po-
sesiones a la junta establecida en Sevilla. Tal fue la tarea que se encomend a
los comisionados Manuel Francisco de Juregui (Nueva Espaa), Antonio Vacaro
y Juan Jos Pando y Sanllorente (Nueva Granada), Jos Melndez Bruna (Caracas),
Rafael Villavicencio (Cuba) y Jos Manuel de Goyeneche (Ro de la Plata y Per).
En la Amrica espaola, la unnime muestra de fidelidad hacia la causa de
Fernando VII iba a debilitarse como reaccin a la inusitada demanda de la Junta
de Sevilla.
En Nueva Espaa la decisin adoptada por la Junta de Sevilla, de hacerse
con la representacin novohispana, provoc una grave crisis poltica. Los miem-
bros del cabildo novohispano, en el que destacaron el alcalde Francisco Primo
y Verdad y el sacerdote Melchor de Talamantes, expresaron que Nueva Espaa
tena el mismo derecho que las espaolas a formar su propia junta de gobier-
no.5 El virrey Jos de Iturrigaray tibiamente respald la pronunciacin del ayun-
tamiento al expresar en su proclama del 12 de agosto de 1808 que cualesquie-
ra juntas en clase de supremas que se establezcan para aquellos y estos reinos,
no sern obedecidas sino fuesen inauguradas, creadas o formadas por S. M. o
lugares tenientes legtimos autnticamente.6 Poco despus de hacerse la jura-
mentacin de Fernando VII el 15 de agosto, Iturrigaray remiti una minuta a
la Junta de Sevilla, con copia a las juntas de Valencia y Zaragoza, en la que re-

5. Virginia Guedea, El pueblo de Mxico y la poltica capitalina, 1808 y 1812, Mexican


Studies/Estudios Mexicanos, vol. 1, nm. 1, 1994, pp. 27-61; Alfredo vila, En nombre de la nacin.
La formacin del gobierno representativo en Mxico, CIDE-Taurus, 2002; Virginia Guedea, El pue-
blo en el discurso poltico novohispano de 1808, en Alfredo vila y Pedro Prez Herrero (comps.)
Las experiencias de 1808 en Iberoamrica, Mxico, Universidad de Alcal y Universidad Nacional
Autnoma de Mxico, 2008, pp. 279-301.
6. Genaro Garca (dir.), Documentos histricos mexicanos, Mxico, Museo Nacional de
Arqueologa, Historia y Etnologa, 1910, t. II, pp. 62-63.

118 ndice
L A J U N TA D E G O B I E R N O D E S E V I L L A

frend su postura de no someterse a la autoridad de aquella, aunque ofreci


tratar a las tres bajo los trminos de hermandad y amistad.7 Esta actitud
provoc el rechazo de los miembros de la Audiencia al considerar estos que su
opinin haba sido menospreciada en la junta del 9 de agosto. Los oidores ca-
lificaron de seria amenaza a su proclamada defensa de la unidad imperial la dis-
posicin del virrey de favorecer la propuesta del Ayuntamiento de convocar un
congreso general con vistas a constituir una junta. Ello deriv en el golpe de es-
tado del 15 de septiembre de 1808 que lideraron con xito los oidores y que
deriv en la destitucin del virrey y el nombramiento en su lugar del mariscal
de campo Pedro Garibay. Mediante un golpe fidelista, los oidores consiguieron
que Nueva Espaa acatase la autoridad de la Junta sevillana.
Al igual que en Nueva Espaa, a lo largo de 1808 tambin se suscitaron desor-
denes en otras administraciones americanas derivadas de la reaccin provocada
por la elite sevillana de constituirse en Junta Suprema de Espaa e Indias. En Santa
Fe, capital del virreinato del Nuevo Reino de Granada, el 15 de septiembre de
1808 el virrey Amar y Borbn, descartando la posibilidad de hacer una con-
sulta popular, hizo pblico por bando el reconocimiento de la autoridad tem-
poral de la Junta de Sevilla. Pero su decisin fue apenas respaldada por el
cabildo. Adems, el descontento popular ante lo dispuesto por el virrey se fue
acrecentando conforme llegaron las noticias de que se haban formado otras
juntas de gobierno en la Pennsula. Por ello fueron inevitables las crticas con-
tra la Junta de Sevilla y, en concreto, contra el comisionado Pando y Sanllorente.
Este fue retratado del siguiente modo por los abogados Frutos Joaqun Gutirrez
y Camilo Torres: negado a toda comunicacin, trataba solo con el Virrey sobre
los objetos de su embajada, los que jams se revelaron al pueblo.8 La noticia
de la creacin de la Junta Central y Suprema del Reino no cambi la actitud des-
confiada de la poblacin criolla con respecto a la actuacin pasiva de sus m-
ximas autoridades. El 18 de enero de 1809 el virrey de nuevo convoc a la
poblacin capitalina a juramentar a la nueva instancia que asuma el gobierno
en nombre de Fernando VII sin ofrecer mayores explicaciones. Camilo Torres
vincul la condescendencia del virrey, los alcaldes y los oidores con el juntis-
mo peninsular a la intencin de todos ellos de perpetuarse en el poder. Por eso
cuando la Junta Central, simultneamente, convoc a los americanos a elegir
sus representantes para integrarse a ella e hizo la consulta al pas, este perso-
naje aprovech esta ltima circunstancia para redactar el Memorial de agravios
del 20 de noviembre de 1809 en su condicin de asesor del cabildo santafesi-
no. En este escrito Torres calificaba a la Junta Central de ms justa y equitativa

7. Ibd, t.II, p. 66.


8. Proceso histrico del 20 de julio de 1810. Documentos, Bogot, Banco de la Repblica, 1960,
p. 69.

ndice 119
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

con Amrica que su antecesora sevillana por haberla incorporado a la represen-


tacin nacional, pero al mismo tiempo censuraba que ese derecho privilegiara
a las provincias de la Pennsula por sobre las americanas en nmero de dipu-
tados.9
Tambin la Capitana General de Caracas fue afectada por el pedido de la
Junta sevillana de que se reconociese su autoridad soberana. El 27 de julio de
1808 el capitn general Juan de Casas desbordado por los rumores que resal-
taban el desgobierno en Espaa opt por promover la formacin de una junta de
gobierno similar a la de Sevilla. El proyecto que contemplaba que la junta
estara integrada por dieciocho vocales bajo el mando de Casas fue aprobado
por el Ayuntamiento. Pero este paso hacia el autonomismo se interrumpi por
la sorpresiva llegada a fines de julio del comisionado Melndez Bruna. Este so-
licit a Casas reconocer la soberana de la Junta sevillana, pero a ella se opu-
so el referido Ayuntamiento caraqueo por no ajustarse a las leyes histricas del
Reino. La influyente opinin de la Audiencia, que mostr su conformidad con
las representaciones que portaba el comisionado, fue clave para que el capitn
general reconociese el 5 de agosto de 1808 la autoridad de la Junta de Sevilla.
Melndez Bruna retorn a Cdiz con la sensacin de haber cumplido su misin.
Sin embargo, en Caracas la situacin volvi a tornarse tensa el 22 de noviembre de
1808 cuando un grupo de connotados criollos y peninsulares liderados por el
conde de Tovar, el conde de San Javier y el marqus de Toro se decant de nue-
vo por la frmula de constituir una junta de gobierno. Este hecho fue conoci-
do como la conspiracin de los mantuanos. Sus lderes no pretendieron des-
conocer a la Junta de Sevilla pero s cuestionaron que Caracas actuase
subordinada a ella en la defensa de los derechos de Fernando VII. Esta inten-
tona finalmente fracas porque por una delacin sus lderes fueron detenidos
antes de producirse la conspiracin.10
En el caso del Ro de la Plata la imposicin de la Junta de Sevilla se sum
y vino a complicar ms un conflicto de poderes suscitado entre Buenos Aires y
Montevideo. A mediados de 1808 el virreinato rioplatense gobernado por
Santiago Liniers se preparaba para un nuevo enfrentamiento blico con los in-
gleses, esta vez apoyados por la corte portuguesa afincada en Ro de Janeiro,
cuando lleg la noticia de las abdicaciones de Bayona. El cabildo de Buenos

9. Sobre los sucesos de 1808 en Nueva Granada ver Armando Martnez Garnica, La experien-
cia del Nuevo Reino de Granada, en Alfredo vila y Pedro Prez Herrero (comps.) Las experien-
cias de 1808 en Iberoamrica, Mxico, Universidad de Alcal y Universidad Nacional Autnoma,
2008, pp. 365-380.
10. Ins Quintero, La conjura de los mantuanos, Caracas, Academia Nacional de la Historia y
Universidad Catlica Andrs Bello, 2008; Ins Quintero, La junta de Caracas, en Manuel Chust (co-
ord.) 1808. La eclosin juntera en el mundo hispano, pp. 334-355.

120 ndice
L A J U N TA D E G O B I E R N O D E S E V I L L A

Aires sugiri a Liniers rechazar a Napolen y reconocer a Fernando VII, pero


ste prefiri esperar a noticias de la pennsula antes de tomar una decisin.
Mientras tanto, el gobernador Francisco Javier de Elo en Montevideo orden
jurar a Fernando VII el 12 de agosto. Fue a escasos das de ocurrir estos suce-
sos, cuando el navo procedente de Cdiz, que transportaba al brigadier
Goyeneche, lleg al Ro de la Plata. Correspondi a Elo iniciar la ruptura de
la unidad poltica rioplatense al demandar la destitucin de Liniers por ser fran-
cs y pretender negociar con Napolen. En esta decisin el gobernador fue res-
paldado por el cabildo de Montevideo. Este a su vez logr el respaldo del
cabildo de Buenos Aires, el cual se hallaba enfrentado con el virrey por el con-
trol de las milicias urbanas. En un vano intento de recuperar su autoridad, Liniers
destituy a Elo y nombr en su lugar al capitn de navo Juan Michelena.
Montevideo repudi esta decisin y el 21 de septiembre de 1808 en cabildo
abierto resolvi constituir una junta de gobierno presidida por Elo que gober-
nara la plaza a ejemplo de las que se han mandado crear por la Suprema de
Sevilla en todos los pueblos del reino que contengan el nmero de dos mil
vecinos.11
La primera junta de gobierno surgida en Hispanoamrica como resultado de
la crisis de 1808 fue la de Montevideo y su orientacin poltica debe calificar-
se de fidelidad a Fernando VII. El manifiesto de la Junta de Sevilla dirigido a las
capitales andaluzas para constituirse en juntas provinciales fue usado por el ca-
bildo montevideano para justificar su actitud. Los miembros de la junta adems
corroboraron en su manifiesto que imitaban a las juntas formadas en la metr-
poli para repudiar a los franceses. Nada hizo en contra de su existencia el
emisario de la Junta de Sevilla, Jos Manuel de Goyeneche, que en ese mo-
mento se encontraba en Buenos Aires. La Junta fue combatida por la Real
Audiencia de Buenos Aires, pero no motiv una censura directa por parte de
las autoridades de la Pennsula. Segn Ana Prego la junta montevideana debe
ser vista, en una perspectiva histrica, como una reaccin de la lite colonial
para mantener sus posiciones y posesiones en medio de la crisis reinante.12
La Junta se disolvi el 30 de junio de 1809 al reconocer a la Junta Central y aca-
tar un pedido de sta en tal sentido.
La formacin de una junta en Montevideo al mismo tiempo que fortaleci la
autoridad de Elo debilit en Buenos Aires al virrey Liniers. Eso explica que los
capitulares bonaerenses liderados por el alcalde y hroe de la resistencia con-

11. Juan E. Pivel Devoto, La junta montevideana de gobierno de 1808. Contribucin documen-
tal, Montevideo, Museo Histrico Nacional, 1963, p. 264. El experimento juntista montevideano
ha sido estudiado por Ana Frega, La Junta de Montevideo en 1808, en Manuel Chust (coord.) 1808.
La eclosin juntera en el mundo hispano, pp. 242-268.
12. Ana Frega, La Junta de Montevideo en 1808, p. 264.

ndice 121
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tra los ingleses, Martn de Alzaga, tramaran varios complots para arrebatar el
poder a Liniers y constituir una junta de gobierno similar a la establecida en
Montevideo, y seguir as el ejemplo juntista de la pennsula Ibrica. Pero el gran
motn ocurrido el 1 de enero de 1809 al grito de Junta como en Espaa se
sald con la derrota de los capitulares y el destierro definitivo de Alzaga. Esta
victoria en realidad no contribuy a fortalecer el poder de Liniers. Al proble-
ma latente de la rebelin de Montevideo vino a sumarse el asunto carlotino que
termin por minar la legitimidad de este virrey. La representacin de la infanta
Carlota Joaquina en la que expona sus pretensiones a la regencia de Espaa
y Amrica fue recibida con reservas por el virrey y el cabildo, pero sorpresiva-
mente fue apoyada por un grupo de criollos bonaerenses liderados por Juan
Jos Castelli que expresaron sus simpatas con ese proyecto y calificaron
a la Junta de Sevilla como ilegtima.13 Apenas alcanz Liniers a juramentar a la
Junta Central en enero de 1810 cuando sta dispuso su inmediato reemplazo
por Baltasar Hidalgo de Cisneros.
1809 fue un ao en el que las juntas hispanoamericanas que estallaron de-
mandaron su derecho a asumir el depsito de la soberana real en sus institu-
ciones ms representativas, primero, como un efecto de las doctrinas pactistas
y, segundo, como un deseo de imitar el juntismo peninsular ejemplificado por
la Junta de Sevilla. Por ello las juntas que se formaron sucesivamente en la
Audiencia de Charcas, la intendencia de La Paz y la Audiencia de Quito no se
asumieron como separatistas sino como defensoras y depositarias de los dere-
chos de Fernando VII. A lo ms, la independencia, si se concibi como un
proyecto, fue para desvincularse de una Espaa que se crea que haba capi-
tulado ante los franceses y haba instaurado a un monarca usurpador e ilegti-
mo. El movimiento juntista que estall en la Audiencia de Charcas se explica
como un proceso de reajuste regional dentro de la crisis de la monarqua his-
pnica. Las motivaciones que dieron lugar a la formacin de la junta chuqui-
saquea el 25 de mayo y, posteriormente, al establecimiento de la Junta Tuitiva
en La Paz el 16 de julio se enmarcan en la antigua demanda de la circunscrip-
cin charquea de adquirir una identidad administrativa no dependiente de los
dictados del virreinato del Ro de la Plata ni del Per sino ms bien equivalen-
te a ambas.14 La presencia en Chuquisaca del emisario de la Junta sevillana,

13. Noem Goldman, Las experiencias de 1808 en el Ro de la Plata: en torno al depsito de la


soberana, en Alfredo vila y Pedro Prez Herrero (comps.) Las experiencias de 1808 en Iberoamrica,
p. 560.
14. Jos Luis Roca, 1809. La revolucin de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y La Paz,
La Paz, Plural, 1998; Marta Irurozqui, Del Acta de los Doctores al Plan de Gobierno. Las juntas en
la Audiencia de Charcas, en Manuel Chust (coord.) 1808. La revolucin juntera en el mundo his-
pano, Mxico, FCE, 2007, pp. 192-226.

122 ndice
L A J U N TA D E G O B I E R N O D E S E V I L L A

Goyeneche, fue contraproducente, porque adems de portar las misivas donde


la infanta Carlota Joaquina fundamentaba sus pretensiones a la Regencia, se in-
volucr innecesariamente en un conflicto local de poder que estall en 1808.
La Audiencia, el cabildo y el claustro de la Universidad de San Francisco Javier
se unieron en contra del presidente Ramn Garca de Len y Pizarro, apoya-
do por Goyeneche, y le destituyeron bajo el cargo de pretender acatar el carlo-
tismo. Esa situacin condujo a los oidores a constituir una junta de gobierno
que comenz a gobernar en nombre de Fernando VII. Similar reaccin se pro-
dujo unas semanas despus en la ciudad de La Paz. All un grupo de vecinos
capitaneados por Pedro Domingo Murillo se alzaron en contra de la autoridad
del intendente Tadeo Dvila, quien fue destituido y apresado por su presunta
colaboracin con el carlotismo. Los rebeldes en cabildo abierto constituyeron
una junta tuitiva que declar su fidelidad a Fernando VII y que jur defender
los derechos de la patria, la religin y la corona. Asimismo, estos reconocie-
ron la soberana de la Junta Central. Inmediatamente, la junta pacea proce-
di al envo de representantes ante los virreyes del Ro de la Plata y el Per y
ante numerosos ayuntamientos del sur peruano y del norte argentino con el fin
de justificar su conducta contra los traidores. Estos emisarios, adems de bus-
car el apoyo a la causa pacea, tuvieron la misin de preservar los circuitos mer-
cantiles para evitar el aislamiento.
La desafortunada actuacin de Goyeneche en el Ro de la Plata y Charcas
fue en parte compensada cuando a este personaje le toc solicitar al virreina-
to peruano el reconocimiento de la Junta sevillana. El 7 de octubre de 1808 lle-
g a Lima un correo procedente de Buenos Aires con tres importantes misi-
vas. En la primera, el brigadier Goyeneche, en nombre de la Junta de Sevilla,
le exiga juramentar a Fernando; en la segunda, era el general Murat, que le con-
minaba a reconocer a Jos Bonaparte, y, por ltimo, en la tercera carta se le ha-
ca saber que el virrey Liniers haba reconocido a Goyeneche como emisario y
haba jurado fidelidad al monarca cautivo. Estas tres noticias coincidieron con
otro acontecimiento ocurrido esta vez en Lima. El cabildo, al conocer los su-
cesos de Bayona y recibir la noticia de que el cabildo de Buenos Aires haba ju-
ramentado a Fernando VII, acord solicitar a Abascal la mayor anticipacin de
la proclamacin solemne de nuestro augusto monarca el seor Fernando VII,
destinada por V. E. para el 1 de diciembre.15 La respuesta del virrey a este ofi-
cio se produjo el 8 de octubre. Tomando en cuenta tanto el pedido de Goyeneche
como la sugerencia del Cabildo, dispuso el virrey el adelantamiento de la pro-
clamacin y jura de Fernando VII para el jueves 13 de octubre. Por esa misma

15. Oficio del Excelentsimo Cabildo de Lima al Excelentsimo seor Virrey, Lima, s. p. d. i., 1808,
p. 2.

ndice 123
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

fecha se reconoci a la Junta de Sevilla como provisional autoridad suprema de


Indias.16 No hubo ningn cuestionamiento posterior a esta decisin tomada ins-
tintivamente por el virrey. Goyeneche una vez en Per en 1809 foment una
estrecha amistad con Abascal y ello le vali a aqul ser nombrado por ste pre-
sidente interino de la Audiencia del Cuzco. El caso peruano fue la excepcin
a una actuacin en general definible como poco afortunada por parte de los
emisarios enviados a la Amrica espaola por la Junta de Gobierno de Sevilla
para legitimar un poder soberano y supremo que no le corresponda ejercer.

16. Vctor Peralta Ruiz, Del proyecto ilustrado a la propaganda fidelista. El Per en 1808, en
Alfredo vila y Pedro Prez Herrero (comps.), Las experiencias de 1808 en Iberoamrica, Mxico,
Universidad de Alcal y Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 2008.

124 ndice
2
LENGUAS Y LITERATURAS

125
LA TARDA GENERALIZACIN DE LA LENGUA ESPAOLA EN AMRICA
F. Gonzlez Oll

Planteamiento
Muy poco a poco se va abriendo paso, lejos an de salvar el crculo de es-
pecialistas, el conocimiento de que la espaolizacin lingstica de Amrica
no se produjo durante la poca virreinal. Ante tal estado de cosas, he credo que
se acomodaba bien a este foro disertar sobre dicho asunto, con viejos y nuevos
datos, en especial con testimonios de poca.
Es obvio que los descubridores llevaron al Nuevo Continente su lengua y
que sta, tras un largo desarrollo natural compatible con leyes idiomticas con-
tradictorias, dificultades prcticas, tensiones sociales, resistencias, etc., arraig
de modo estable y definitivo suplantando, tarde o temprano, a las nativas, aun
sin consumarse su total extincin. Enunciado que exige, hoy por hoy, dada la
situacin expuesta, unas cuantas precisiones.
Resulta errneo suponer que la espaolizacin idiomtica sigui un proce-
so exponencial de incremento. Antes bien experiment abandonos no insli-
tos en beneficio de las lenguas vernculas. Aqu quiz salte la sorpresa: la
conducta de los espaoles propici situaciones peculiares a favor de mantener
y aun dilatar las lenguas indgenas en detrimento, e incluso abandono, s, cir-
cunstancial, de la suya. Hasta tal punto que, de ignorar la historia posterior, al

ndice 127
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

analizar dichas situaciones, diversas segn pocas y regiones, se hubiera predi-


cho la perduracin exclusiva de las lenguas aborgenes en amplsimas zonas.
Justificar esta idea, pero convena anticiparla.
Tan falaz resultara afirmar que la instalacin de la lengua espaola en Amrica
no corresponde bsicamente al perodo virreinal, como creer que en l alcanz
su generalizacin y, menos, su plenitud. La convivencia (en todas sus dimen-
siones polticas, religiosas, comerciales, etc.) de los indgenas con los espao-
les provoc, claro, el comienzo del cambio idiomtico. Pero a la situacin pre-
sente no se hubiera llegado sin la accin de las diversas polticas de promocin
emprendidas por los pases americanos constituidos tras la emancipacin.
Hilando ms fino, valga insistir en que tal proceso an no est plenamente
consumado, como mostrar al concluir esta conferencia, elaborada con preten-
siones sistemticas, pese a su parquedad. Sin embargo, me demoro antes en un
episodio limitado, por su ejemplaridad, para desvanecer tanto ideas rutinarias
como prejuicios.

Un caso ilustrativo
La historia lingstica del noroeste argentino (Tucumn durante toda la
poca colonial), atravesado desde el temprano 1535 por espaoles, revela in-
esperados episodios, de los que entresaco unos cuantos datos tiles a mi ac-
tual propsito.
En 1951 la lengua espaola cubra toda la regin, con dos excepciones. En
la zona ms alta, donde el europeo nunca se asent [...], hace cincuenta aos
nadie hablaba all espaol, hoy slo los viejos hablan atacameo. Exista tam-
bin el importante islote quechua de la regin central de la provincia de Santiago
del Estero, excluidos los nios escolarizados, aunque la capital era bilinge a
comienzos del siglo XX. Pero la vida espiritual es una y la misma [...], funda-
mentalmente hispnica.
El hecho de que en extensos territorios del propio Santiago, Catamarca,
Crdoba, Salta, etc., segn relaciones del siglo XVI, se hablara cacn, lule-to-
nocot, sanaviron, etc., haca creer en un bilingismo prehispnico con el que-
chua. Pues no es creble dice Boman, mxima autoridad en la historia del
noroeste argentino que los encomenderos tratasen de imponer a los indios
del Tucumn el quechua y no el espaol. Pero, apoyndose en documentos,
objeta Mornigo que tal lgica contrara a la verdad de los hechos. A la funda-
cin (1573) de Crdoba, por ejemplo, concurren 50 vecinos espaoles y ms de
6.000 indios, todos venidos del Per. Dada esa desproporcin, la lengua natural
de la calle era el quechua, que los espaoles necesitaban para hacerse enten-
der, como tambin los aborgenes. En los pueblos de indios los peruanos cons-

128 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

tituyeron el grupo director e imponan su lengua tanto por su nmero como


por sus funciones, formaron los ncleos rectores de sus comunidades, y sus
descendientes ya no conocieron otra lengua. Por eso, a fines del siglo XVI el
quechua se erigi en Tucumn como lengua de las ciudades de los espao-
les y la de los primeros pueblos de indios y en ella se imparta la cateque-
sis.
En 1592, diversos testigos confirman no slo el conocimiento de las dos len-
guas amerindias, sino que declaran expresamente su uso entre los criollos. Este
hbito fue incrementndose, hasta el punto de que el obispo declara, en 1635, que
en esta tierra poco hablan los indios y espaoles el castellano, porque est ms
connaturalizada la lengua general de los indios. A finales del siglo XVIII el go-
bernador de la ciudad de Tucumn ordena que los padres espaoles, tanto
nobles como plebeyos y mestizos, aun en medios rurales, hablen a sus hijos y
servidores en lengua espaola, y no les permitan responder ni entenderse en-
tre s en quechua.
No extraar, pues, que empadronamientos, visitas pastorales, etc., hasta,
por lo menos 1789, hubieran de hacerse, segn advertencias expresas, en que-
chua. Son excepcionales las anotaciones del tipo un indio ladino o muy capaz
en la lengua espaola, etc. A mediados del siglo XIX, ciertos pueblos an usa-
ban el quechua para el sacramento de la confesin.
A su vez, el cacn resista frente al quechua. Valga slo apuntar que en 1713
dos indios, pese a ser habitantes de poblacin muy transitada, nicamente co-
nocan cacn.
La propagacin del espaol slo se produjo avanzado el siglo XIX, a causa
de la guerra independentista y otras posteriores; hasta entonces no alcanz a
superar la barrera del quechua. ste no retard sin embargo la europeizacin
del indio, porque el quechua de espaoles misioneros y criollos, que fue a la
postre el trasmitido a los indios, hubo por fuerza de adaptarse a las formas
del pensamiento europeo para trasmitir a los indios la religin y formas de vi-
da sentimental y aun material de esos europeos a quienes ellos admiraban y a
quienes, consciente o inconscientemente, imitaban. La rapidez de la difusin
del espaol en el siglo XIX fue posible gracias a esa europeizacin en quechua
[...]. El cambio del quechua al espaol slo fue un cambio superficial de lengua
y no ya un radical cambio de cultura.
La resumida investigacin de Mornigo permite sacar algunas conclusiones
y proyectarlas vlidamente sobre numerosas zonas de Amrica, con las varia-
ciones propias de cada una. La complejidad del proceso queda as apuntado.
El espontneo desenvolvimiento de la vida ordinaria, con su diversidad de
intereses, actu para que los espaoles favoreciesen natural y aun legalmente
determinadas lenguas amerindias. El desarrollo social y expansin geogrfica

ndice 129
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de stas supuso una amenaza para otras, no slo para las aborgenes, sino pa-
ra el propio espaol. Muy a finales del siglo XVIII empieza a invertirse el pro-
ceso, mediante medidas correctoras de la situacin descrita, cuyo xito solo
se alcanza tras la independencia, cuando el nmero de hispanohablantes se cal-
cula en tres millones.

Poltica lingstica
Al margen de valoraciones, se ha suscitado varias veces, con diversidad de
opiniones, antagnicas incluso, la pregunta de si en la empresa americana exis-
ti una poltica lingstica.
A mi entender, la respuesta no ofrece ninguna dificultad para contestar de
inmediato que s, puesto que se produjo y se conserva una abundantsima
documentacin oficial (leyes, cdulas, instrucciones, etc.) atingente a materia idio-
mtica. Respecto a quienes aventuran una respuesta negativa, slo cabe suponer
que proceden as por no concebir sino un modelo propio de tiempos posterio-
res, valga decir de regmenes contemporneos.
Para cuantos, admitiendo a duras penas su existencia, la tachan de fluctuan-
te, contradictoria, etc., cabe objetar que, al margen de cualquier juicio respec-
to a su acierto o eficacia, necesariamente presenta tales caractersticas. La exi-
gida constancia y uniformidad se muestra inviable. Huelga sealar la imposibilidad
de mantenerla inconmovible en las circunstancias ya apuntadas: durante tres
siglos, sobre un territorio tan dilatado como diverso, desconocido humana y
fsicamente en los inicios, etc. Adems, hubo de responder a mentalidades le-
gislativas cambiantes, aun cuando slo fuera por el ideario poltico de la metr-
poli en cada momento.
Siempre habrn de tenerse en cuenta las diferencias locales y regionales,
porque la legislacin se dirige a veces a un destinatario restringido, no a toda
la extensin de Amrica en general. Y aun en este ltimo caso, los resultados
conseguidos, por diversidad de circunstancias, discrepan, a juzgar por las no-
ticias contradictorias conservadas. Lo cual tampoco ha de extraar, dada, como
vengo indicando, la vastedad de los dominios y su heterogeneidad desde cual-
quier punto de vista que se adopte.
No merece la pena, por razones obvias, seguir arguyendo en la lnea ante-
rior, pero s llamar la atencin sobre otro aspecto: los impedimentos, de muy
distinta naturaleza, para que se ejecutase la legislacin. Aun salvados los riesgos
materiales de su recepcin valga reducirlos a la distancia de la metrpoli, se al-
zaban no pocas dificultades, dado el aludido desconocimiento inicial, y aun pos-
terior, de la inmediata realidad americana; su pluralidad lingstica y cultural; la
falta de oportunidad, en ocasiones, para la aplicacin, circunstancias stas

130 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

y otras similares que sin duda podran convertir en inadecuada su aceptacin


en mltiples casos particulares, etc. Y an habran de aadirse razones subje-
tivas en cuanto al incumplimiento legal, tales como las que refleja en fecha avan-
zada, 1716, un informe del virrey de Mxico:: Aqu a la voz del mando temen
y obedecen poco, y a la del ruego o encargo se ren y no cumplen nada. Pero
la inobservancia en los preceptos de contenido lingstico se produca tambin
por razones de mayor calado, segn paso a explicar.
Para quien llegara a plantearse de buenas a primeras cul era la orientacin
poltica y legal, de inmediato parece lo ms lgico, desde la actual experien-
cia histrica, dar por supuesto que normas y comportamientos se mostrasen
favorables a la difusin de la lengua metropolitana. Sin embargo, no siempre
ocurri as: sobre todo fuera del mbito gubernamental las manifestaciones p-
blicas y la prctica en sentido contrario estn lejos de constituir episodios
aislados. En efecto, existe constancia de criterios y de actuaciones, en volumen
suficiente como para resultar quimrico inventariarlos, que fomentan el empleo
de las lenguas aborgenes, en especial con determinados fines.
Ocurre que no cuentan slo las leyes de la Corona, sino tambin muy diver-
sos factores, tanto de ndole religiosa como civil, no ya en la teora pastoral o
en la actitud social, sino mediante la prctica ordinaria, reiterada e intensa de
aquellas lenguas. Y, a no dudarlo, tales agentes actuaron con ms eficacia que
las disposiciones legales para constituir a las lenguas americanas como veh-
culo de comunicacin entre indios y espaoles. El propsito perseguido con
esta conducta era sencillamente, como se sabe, la instruccin cristiana para lo-
grar la finalidad evangelizadora. A travs de ella, la Iglesia fue la institucin que
ms contribuy a la conservacin y fomento de las lenguas indgenas o, des-
de el punto de vista inverso, el principal freno para la difusin de la lengua
espaola.
Como ha escrito Garza, a lo largo de los siglos XVI y XVII, los misioneros
espaoles desobedecieron las leyes venidas de la pennsula Ibrica, porque cre-
an que su misin no tena por qu consistir en castellanizar a los indios, sino
slo convertirlos al cristianismo. Los frailes, al observar el xito de su evange-
lizacin en las lenguas vernculas, se percataron de que stas eran tanto o ms
efectivas que el latn o el castellano para adentrar a los indgenas en las cosas
de la fe cristiana. Sin negar cunto puede haber de verdad que es alta en las
anteriores afirmaciones, pienso tambin que la aludida desobediencia debi de
ser en buena parte material. Aunque slo fuera por el aislamiento fsico que en
muchas ocasiones, necesariamente, haban de sufrir, no parece que numerosos
misioneros estuviesen en condiciones de conocer con regularidad las indica-
ciones gubernativas.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En resumen, las autoridades civiles se inclinan hacia la generalizacin de


la lengua espaola. Por el contrario, las eclesisticas se muestran con decisin
adictas a la verncula de cada regin, de modo particular los misioneros, quie-
nes precisamente son los que juegan el principal papel en la comunicacin lin-
gstica.

La dificultad comunicativa
Seguro de descubrir nuevas tierras, Coln piensa que ha de entenderse
con gentes desconocidas, cuya lengua ignora. Por eso lleva consigo un judo
converso, que, adems del castellano, saba diz que ebraico y caldeo y aun
algo arvigo, y un tripulante que haba navegado por Guinea y que, parece su-
ponerse, posea conocimientos de lenguas de esa zona. Al desembarcar, tras los
primeros contactos personales, tales medidas se mostraron inoperantes, y Coln
hubo de reconocer que no caba otra solucin que entenderse por seas (las
manos servan aqu de lengua, sentencia el Padre Las Casas). Entre las varias
incidencias a que da lugar esta insuficiente y, sobre todo, equvoca comunica-
cin, quiero reproducir, de forma simplificada, un episodio con la precisa in-
tencin que enseguida declarar. Al percibir, en el tercer viaje, que un grupo
de indgenas vacila sobre si allegarse a su navo:

Mand el Almirante subir en el castillo de popa un tamborino, y a los mane-


bos de la nao que bailasen, creyendo agradalles; pero no lo sintieron as, antes,
como vieron taer y bailar, tomronlo por seal de guerra, y como si fuera des-
afiallos [...], echaron manos a los arcos y flechas; y [...] comenaron a tiralles
una buena nuvada de flechas. Visto esto, mand el Almirante cessar la fiesta
[...] y tiralles con dos ballestas, no ms de para asombrallos.

El ofrecimiento de varios objetos vistosos tampoco consigue sino la huida.


Comprese el precedente episodio con la noticia insertada, casi quinientos
aos despus, en un peridico de Lima (18.I.1984): una expedicin de la ma-
rina de guerra peruana se ve cercada por grupos de nativos, cuya etnia no se
logra identificar. Pese al dilogo por medio de intrpretes, pese a los regalos
ofrecidos, los salvajes en canoas y armados de flechas venenosas empezaron
a rodear las barcazas de los marinos, hasta que stos hubieron de emplear sus
armas de fuego, evitando herirlos, pero s asustarlos, a fin de que los dejaran
tranquilos.

132 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

El imperativo legal
Ni Coln ni ningn otro de los descubridores y menos quienes luego les
siguieron de forma ms organizada, con cargos de gobierno, podan proceder
habitualmente del modo descrito, es decir, por seas. Mltiples razones ob-
vias se alzan para admitirlo as. Pero se impone dejar constancia muy precisa
de un mvil de mxima relevancia. Desconocerlo o relegarlo impide la verda-
dera comprensin global de la empresa americana, como de infinitos aconteci-
mientos particulares, con especial relieve lingstico, por ejemplo en 1536,
segn luego detallo.
Al margen de qu motivos impulsaron a Coln en su aventura, el hecho es
que los territorios descubiertos quedaron a ttulo de la Corona de Castilla, quien,
conforme a la praxis poltica contempornea, en buen derecho estaba obliga-
da a legitimar la ocupacin, que deba ser refrendada, segn los usos de la
Europa medieval cristiana, por el Sumo Pontfice. En consecuencia, con pron-
titud, en 1493, Alejandro VI, otorga a los Reyes Catlicos la posesin de las
Indias con la condicin de adoctrinar a los dichos indgenas en la fe catlica.
Esta finalidad configura el espritu, vivido con extraordinaria fidelidad, que in-
formar las actuaciones de los reyes durante los siglos siguientes, no como me-
ra frmula legal, sino como el principio bsico inspirador de su poltica. Aunque
luego, de hecho, se le adhirieran otras finalidades secundarias, no siempre y a
primera vista, conformes con l.
La presencia del principio inspirador propagacin de la fe que encabeza
las disposiciones regias sobre los ms variados asuntos americanos, no respon-
da, segn adelant, a formularios propios de la cancillera real, luego repetidos
mecnicamente a gobernantes y descubridores, como quiz pudiera suponer-
se. El contenido de muchas rdenes, instrucciones, etc., no mira sino a la ca-
tequizacin de los indios.
Aun no siendo la ms antigua en este aspecto, me parece ejemplarmente re-
presentativa una R. C. de 1526:

Mandamos que de agora y de aqu adelante cualesquier capitanes e oficiales que


[...] fueren a descubrir o poblar o rescatar en alguna de las islas o tierra firme del
Mar Ocano [...] sean tenidos e (sic) obligados de llevar a lo menos dos religio-
sos o clrigos de misa en su compaa [...] para la instruccin e enseamiento de
los dichos indios, e predicacin e conversin dellos conforme a la bula de con-
cesin de las dichas Indias a la Corona Real.

Este sentimiento queda patente en los cronistas, por cuanto parecen reflejar
una actitud sincera, ajena a toda sospecha de rutina y a todo nfasis apolog-
tico, ya que con igual simplicidad revelan otros intereses. Segn Bernal Daz

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

del Castillo, los mviles de la empresa americana son servir a Dios, a Su Majestad
y dar la luz a los que estaban en tinieblas, y tambin por haber riquezas, que
comnmente todos los hombres buscamos. Para Lpez de Gmara, la causa
principal a que venimos a estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo,
aunque juntamente con ella se nos sigue honra y provecho, que pocas veces ca-
ben en un mismo saco.
La suma de declaraciones anlogas permiti concluir a uno de los mejores
especialistas en aculturacin iberoamericana, Rosenblat, ajeno a todo propsito
encomistico, que misioneros, sacerdotes y soldados hablan desde el primer
momento de catequizacin, de cristianizacin, de evangelizacin, de adoctrina-
miento, nunca de hispanizacin o de castellanizacin.
Los ejecutores inmediatos de la finalidad expuesta van a ser, claro, los misio-
neros, que pronto se despliegan por todo el continente, para anticiparse a cual-
quier otro tipo de penetracin, como an sigue ocurriendo hoy en un proceso
abierto. Para cumplir con su labor necesitaban valga repetirlo ms que na-
die una precisa capacitacin verbal. Y con urgencia, segn declaran: no pod-
an esperar a que sus destinatarios se espaolizasen.
Esta raz religiosa, clave de numerosas y variadas actuaciones, entre ellas, co-
mo dije, la ejercida en el mbito de la lengua, la expresaba as Coln en su
primer informe, texto vlido tambin para entender el sentido medieval atribui-
do a la empresa y su enlace con la Reconquista peninsular:

Vuestras Altezas pensaron de embiarme a m a las dichas partidas de India para


ver los dichos prnipes y los pueblos y las tierras [...] y para la conversin d ellas
a nuestra santa fe.

Esta finalidad continu siempre operante. Valga slo citar que, en fecha tan
avanzada como 1783, as lo reconoce el jurisconsulto Parras, pese a su ideolo-
ga regalista.

Los intrpretes
Desde su viaje inicial Coln sintetiza magistralmente el ntimo enlace de los
afanes descubridores con la necesidad de difundir la lengua espaola para al-
canzar la cristianizacin:

Fuera bien tomar algunas personas [] para llevar a los Reyes, porque deprendie-
ran nuestra lengua para saber lo que ay en la tierra y porque, bolviendo, sean len-
guas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la fe.

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L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

Claro que se haba adelantado con los hechos: Siete indios yo hize tomar
para les llevar y deprender nuestra fabla y bolvellos. Pero, al comprobar que
muchas vezes les entiendo una cosa por otra al contrario, toma la innovadora
decisin de desdoblar el aprendizaje: Far ensear esta lengua a personas de
mi casa, porque veo ques toda la lengua una fasta aqu. Y despus se trabaja-
r de hazer todos estos pueblos cristianos.
En efecto, Coln volvi con indios a Espaa para que adquiriesen la len-
gua espaola. Pero tambin encomend a los espaoles dejados en las Antillas
que aprendiesen la lengua y costumbres desta tierra. Adems, otros indgenas
aprendieron espaol entre el primero y el segundo viaje, de modo que, como
despus supo ellos, Coln conoci la desventurada suerte corrida por los expe-
dicionarios establecidos en La Espaola.
De los primeros indios trados a Espaa, el ms famoso fue el bautizado con
el nombre de Diego Coln, que desempe un valioso papel de intrprete. Varios
exploradores procedieron igual que Coln. Alcanzada ya tierra firme, Alonso de
Ojeda tom a la india Isabel, la condujo a Espaa e instruy. Al regreso, Isabel
desempe la funcin de intrprete.
Fenmeno con frecuencia ignorado, falsendose as la realidad sociolings-
tica, me interesa resaltar que los intrpretes no slo fueron indios, sino tambin
espaoles que adquirieron lenguas amerindias.
Anticipndolo a las fuentes narrativas sobre tales casos, aportar un dato po-
co conocido, cuya naturaleza lxica ilustra con ms solidez que las noticias de
aquella procedencia. Desde 1533 est atestiguada abundantemente en documen-
tos mejicanos la existencia de la palabra naguatato para designar al individuo
espaol que habla nhuatl; luego significar intrprete, tanto indio como espa-
ol. El Padre Las Casas refiere el caso de Cristbal Rodrguez, marino que
vivi voluntariamente varios aos entre indios, sin hablar con cristiano alguno,
para aprender el tano.
El caso ms llamativo fue el de Jernimo Aguilar y Gonzalo Guerrero, a quie-
nes encontr Hernn Corts en 1519. Ambos, nufragos en Yucatn, fueron aco-
gidos en un poblado de mayas. Aguilar se uni a Corts, para quien result de
insustituible en la conquista de Mjico. En esta empresa acompaaba tambin a
Corts la famosa india doa Marina, que hablaba maya, como Aguilar, adems
de nhuatl. Utilizando los servicios enlazados de ambos como intrpretes, logr
dialogar con Moctezuma: Corts se diriga en castellano a Aguilar, ste en ma-
ya a doa Marina y sta en nhuatl al emperador azteca; el circuito se cerraba,
claro, en orden idiomtico inverso. Tiempo despus, perduraba el recurso a los
dobles intrpretes. Fray Jernimo de Mendieta, que lleg en 1554, explica:

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Me acaeci tener uno que me ayudaba en cierta lengua brbara. Y, habiendo yo


predicado a los mexicanos en la suya (que es la ms general), entraba l, y pre-
dicaba a los brbaros en su lengua lo que yo a los otros haba dicho.

Mendieta predicaba en nhuatl. El intrprete le es necesario slo para que el


mensaje llegue a un grupo idiomticamente minoritario, que desconoce dicha
lengua. No deja de causar cierto asombro que Mendieta narre el episodio omi-
tiendo toda referencia a la suya nativa.

Los misioneros y la superacin del intrprete


Bien percibieron los primeros franciscanos llegados a Mjico la ya comenta-
da insuficiencia de los intrpretes. Su criterio, aprender la lengua local, ser el
que prevalezca en adelante. El candoroso testimonio, que simplifico, del citado
Mendieta muestra cmo, en su caso, se alcanz tal solucin.
Tras reiterados y diversos intentos, los franciscanos no logran entenderse con
la poblacin indgena. Esta barrera a su celo apostlico, los tena muy descon-
solados y afligidos en aquellos principios, y no saban qu hacer, porque, aun-
que deseaban y procuraban de aprender la lengua, no haba quin se la ensea-
se. Tras redoblar oraciones y ayunos:

Psoles el Seor en corazn que con los nios que tenan por discpulos se vol-
viesen tambin nios como ellos, para participar de su lengua, y con ella obrar
la conversin de aquella gente [...]. Y as fue que, dejando a ratos la gravedad de
sus personas, se ponan a jugar con ellos [...] para quitarles el empacho con la
comunicacin. Y tenan siempre papel y tinta en las manos. Y, en oyendo el vo-
cablo al indio, escribanlo, y al propsito que lo dijo. Y a la tarde juntbanse los
religiosos y comunicaban los unos a los otros sus escriptos, y lo mejor que pod-
an, conformaban a aquellos vocablos el romance que les pareca ms convenir.
Y acontecales que lo que hoy les pareca haban entendido, maana les pareca
no ser as. Y ya que por algunos das fueron probados en este trabajo, quiso Nuestro
Seor consolar a sus siervos por dos vas. La una, que algunos de los nios ma-
yorcillos les vinieran a entender bien lo que decan. Y como vieron el deseo que
los frailes tenan de deprender su lengua, no slo les enmendaban lo que erraban,
ms tambin les hacan muchas preguntas, que fue sumo contento para ellos.

Otro portillo, muy diferente y ms eficaz, se abri en el muro lingstico:

El segundo remedio que les dio el Seor, fue que una mujer espaola y viuda te-
na dos hijos chiquitos, los cuales, tratando con los indios, haban deprendido su

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L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

lengua y la hablaban bien [...]. Holg aquella duea honrada de dar con toda vo-
luntad el uno de sus hijuelos, llamado Alonsito.

El nio, el luego celebrado lexicgrafo Alonso de Molina, tena su celda


con los frailes, coma con ellos y leales a la mesa, y en todo iba siguiendo sus
pisadas. Este fue el primero que, sirviendo de intrprete a los frailes, dio a en-
tender a los indios los misterios de nuestra fe, y fue maestro de los predicado-
res del Evangelio, porque l les ense la lengua, llevndolo de un pueblo a otro,
donde moraban los religiosos, porque todos participasen de su ayuda.

El uso misionero de las lenguas indgenas


Abandonando las incertidumbres iniciales, se asienta pronto la prctica de que
sean los misioneros quienes renuncien a su lengua nativa y adopten las locales
para ejercer su ministerio. La propia experiencia les llev a comprender que
corresponda a ellos y no a los indios adaptarse a la duplicidad sociolingstica
imperante. Era ms asequible que uno aprendiese la lengua de muchos que mu-
chos la lengua de uno. Diversos casos particulares revelan que adoptaron este
criterio al reflexionar sobre las pautas de su actuacin: El lenguaje de estos na-
turales es el instrumento y medio necesario para predicarles el Santo Evangelio.
Por l se decidieron abierta y aun abruptamente, incluso al margen de las leyes
civiles o con propuestas sobre su derogacin, por considerarse culpables si de-
moraban su empresa espiritual.
Esta postura idiomtica cont con el respaldo de los concilios, desde el I de
Mjico, 1555, en especial el III de Lima, 1582-1583, a veces, con la legislacin ci-
vil.
El Padre Acosta, excelente prosista castellano, se erige como uno de los ms
agudos apologistas de la predicacin en lenguas aborgenes, mediante su obra
De procuranda Indorum salute, Lima, 1577. Reproduzco uno de sus numero-
sos alegatos, con equivalentes en varios tratadistas de la misma cuestin:

Quienes sostienen que hay que obligar a los indios con leyes severas a que apren-
dan nuestro idioma [...] son liberales de lo ajeno, y ruines de lo suyo; y, a semejan-
za de la Repblica de Platn, fabrican leyes que son slo palabras, cosa fcil; mas
que, si se llevan a la prctica, son pura fbula. Porque si unos pocos espaoles, en
tierra extraa, no pueden olvidar su lengua y aprender la ajena, siendo de exce-
lentes ingenios y vindose constreidos con la necesidad de entenderse, en qu
cerebro cabe que gentes innumerables olviden su lengua en su tierra y usen slo
la extraa, que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto?

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La actitud idiomtica de los indios


El disgusto, segn escribe Acosta, de los indios hacia la lengua espaola,
se yergue como un motivo ms para prescindir de ella en la catequesis. No es
testimonio nico. Otro excelente escritor, el Inca Garcilaso, mestizo, recordar de
su etapa escolar que, salvo dos condiscpulos,

En todos los dems indios haba tan poca curiosidad en aprender la lengua espa-
ola, y en los espaoles tanto descuido en ensearla, que nunca jams se pens
en ensearla ni aprenderla, sino que cada uno de ellos, por la comunicacin y el
uso, aprendiese del otro lo que le conviniese [...]. Aun los muchachos indios que
conmigo se criaron [...] me obligaban a que se lo dijese en indio.

En fecha avanzada, 1688, el obispo de Puebla de los ngeles informa al rey


de que los nativos de su dicesis no slo son desenclinados del uso de la len-
gua espaola, sino que la aborrecen.
Por el contrario, al igual que otros misioneros, refiere Acosta:

Los indios, cuando oyen a un predicador que les habla en su lengua nativa, le si-
guen con grandsima atencin, y se deleitan grandemente en su elocuencia, y son
arrebatados por el afecto, y con la boca abierta y clavados los ojos, estn colgados
de su palabra.

Aprendizaje y fomento de las lenguas indgenas


El celo de Acosta no le impide ver la realidad de los arduos obstculos
ante sus propuestas: Es duro y muy molesto el trabajo de aprender lengua ex-
traa, sobre todo si es brbara. Pero le mueve a superarlos con argumentos es-
pirituales: La dificultad del lenguaje [...] no es ciertamente pequea, pero debe
ejercitar la caridad del varn de Dios, no extinguirla.
No ser aventurado suponer compartida y generalizada esta apostlica actitud.
De ah que los misioneros, segn acreditan noticias y, con plena rotundidad, sus
actuaciones, no slo estudiaron las lenguas amerindias y las practicaron con xi-
to (algunos, varias muy diferentes), antes bien, para dar continuidad a su em-
presa, describen (gramticas y vocabularios) las que van conociendo. Esta
actividad, de que aqu apenas cabe ocuparse, constituye una de las grandes apor-
taciones de la accin cultural espaola, sin que la Lingstica slo ahora empie-
ce a reconocer su incalculable valor documental.
Alonso de Molina, el nio, recurdese, que instruy a los franciscanos en
el nhuatl, compuso un Vocabulario en lengua castellana y mexicana, Mxico,
1555, el primero en su gnero, incrementado en la edicin de 1571 con una

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L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

segunda parte mexicana y castellana. Son muchas sus ediciones. La primera


gramtica impresa corresponde al quechua: Arte de la lengua general de los in-
dios [...] del Per, Valladolid, 1560, del dominico Domingo de Santo Toms. As
empieza la llamada lingstica misionera, denominacin ya internacionalmen-
te adoptada.
La tempransima implantacin de la imprenta en Mxico (1539) facilit mu-
cho la elaboracin de catecismos bilinges o en lenguas indgenas. En dicho
ao ve la luz el primer libro americano, una Doctrina cristiana en lengua me-
xicana y castellana, obra de Fray Juan de Zumrraga, tratado al que suceden
sin interrupcin obras de enseanza y de devocin. A finales del siglo XVI, de
lenguas correspondientes al virreinato de Nueva Espaa, haba catecismos en
nhuatl, otom, tarasco, mixteco, chuchn, huatusco, zapoteca, maya y zotzil.
Asimismo, el primer libro publicado en el virreinato de Per es tambin una
doctrina cristiana, impresa en Lima en 1584, ao en que lleg la imprenta a aque-
lla corte. Su texto es trilinge: espaol, quechua y aimara, circunstancia que le
confiere excepcional inters lingstico. En guaran se public en 1603 la de Fray
Luis de Bolao.
Obviamente, toda esta tarea editorial redunda en menoscabo de la lengua
espaola.
Se comprenden de inmediato las alusiones a la dificultad de las lenguas in-
dias, brbaras, segn la calificacin que, segn la nomenclatura contempor-
nea, les daban. Pero que dichas lenguas lleguen a suscitar, como enseguida se
ver, un sentimiento de simpata, slo cabe entenderlo desde la caridad reco-
mendada por el propio Acosta. Cualquier otro de los primeros franciscanos,
dominicos, jesuitas, agustinos, etc., partcipes de sus ideales y sacrificios, haba
recibido una educacin vinculada a las humanidades clsicas, cuando en Espaa
todava la lengua vulgar segua relegada respecto de la latina. Pues bien, perso-
nas con tal formacin intelectual experimentan tanto gusto por las nuevas
lenguas que, sin la ingenuidad de sus escritos, pareceran manifestaciones hi-
perblicas fuera de tono. Por eso, no dejan lugar a duda elogios como los con-
signados en esta mnima seleccin (Fray Francisco Jimnez):

En esta lengua quich, [las palabras] son como signos naturales, con tal orden y
correspondencia que no hallo otra lengua ms ordenada ni aun tanto, de tal
modo, que me he llegado a persuadir que esta lengua es la principal que hubo
en el Mundo.

El maya es tan fecundo, que casi no padece equivocacin en sus voces pro-
piamente pronunciadas; tan profuso, que no mendiga de otra alguna [lengua]
las propiedades; tan propio, que aun sus voces explican la naturaleza y propie-
dades de los objetos (Fray Gabriel de San Buenaventura).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Del quechua aseguraba el citado Acosta:

Tiene unos modos de decir tan bellos y elegantes y unas expresiones que, en con-
cisin admirable, encierran muchas cosas, que da gran deleite. Y quien quisiere
expresar en latn o castellano toda la fuerza de una palabra, gastar muchas y ape-
nas podr.

Como anticip, slo el sentido apostlico poda suscitar tales declaracio-


nes. Bueno ser advertir, a fin de comprender todo su alcance, que estn repi-
tiendo los mismos tpicos empleados por los tratadistas europeos para destacar
las excelencias de sus respectivas lenguas vulgares.
El esfuerzo de los misioneros se alivi al descubrir que, entre la innumera-
ble variedad de lenguas amerindias, irreductibles (en espacio de una jornada
[...] no se entienden los unos a los otros indios. A cada legua y a cada paso ha-
ba nueva lengua), descollaban algunas por su extensin territorial y demo-
grfica: las denominadas por los historiadores espaoles lenguas generales
(nhuatl, quechua y tup-guaran). En especial, el quechua se haba impuesto,
bajo graves penas, especialmente entre el estamento dirigente del imperio in-
caico (quienes la ignoraban, eran considerados despreciables), en perjuicio de
otras (puquina, aimara, etc.), antes de llegar los conquistadores. Lo refiere con
detalle Cieza de Len, quien calcula su extensin en ms de 1.200 leguas: Fue
mucho beneficio para los espaoles haber esta lengua, el quechua, pues pod-
an con ella andar por todas partes.
Obvias razones prcticas hicieron de las lenguas generales las ms favore-
cidas (ya he referido alguna situacin concreta). Su enseanza se foment por
las autoridades civiles, hasta llegar a la creacin de ctedras para su estudio y
exigirse su conocimiento al clero de la correspondiente regin. Sin embargo, en
otros momentos posteriores, la Corona no slo rectific esa poltica, sino que
adujo tal estado, es decir, el anterior a la conquista, como fuerte argumento
para monopolizar el espaol.
Merced a la actitud inicial, las lenguas generales ampliaron su rea prehisp-
nica. Se produce, pues, el hecho, paradjico, de que la presencia espaola pro-
sigui la unificacin lingstica del multiforme estadio anterior, afianzando las
lenguas numerosas, en detrimento de las minoritarias.

Balance de la actuacin misionera


Estimo suficiente la exposicin desarrollada, aun reconociendo su esquema-
tismo, para justificar la importancia otorgada a la catequesis por su decisivo
papel en la conservacin de las lenguas amerindias. O, mejor an, constituy el

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L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

factor que ms decididamente influy, con xito, en ese sentido. Aunque el


triunfo final no se haya producido, con carcter exhaustivo, a favor de ellas.
Como contrapunto, no necesario para afianzar las precedentes afirmaciones,
s para una ms completa visin de su alcance y, por tanto, de la difcil implan-
tacin de la lengua espaola, existe una nueva va: la de observar ahora la
trayectoria seguida por la Corona.

La primera legislacin indiana


En ella se encuentran las manifestaciones iniciales de la poltica lingstica.
El seguimiento de sta requiere examinar una abundantsima legislacin, con
las oportunas cautelas en cuanto a su aplicacin y efectividad. Aun suponien-
do que las disposiciones de la Corte llegasen todas a sus mltiples destinos y
se ejecutasen segn advert desde el principio, no siempre se pueden con-
trastar sus resultados y, menos, a corto plazo. El hecho de que la Corte reitere
durante siglos determinadas rdenes, descubre seales del escaso cumplimien-
to de algunas (claro que de tal insuficiente comportamiento receptivo se ha-
llarn muestras en cualquier tiempo y lugar). Con todo, el recurso a los textos
legales se vuelve imprescindible para conocer los propsitos que los suscitan,
dgase aqu sobre la actitud oficial en materia lingstica.
Presentar un restringido elenco de las disposiciones con ms sustancioso
contenido o mayor proyeccin (omito algunas ya citadas), para luego cotejar-
las con los datos de la realidad social y as valorar en lo posible su impacto.
En la Instruccin, 1493, dirigida por los reyes a Coln, se encuentra una re-
ferencia, subordinada a la evangelizacin, de naturaleza lingstica. Muestra bien
la ingenua postura existente. Dada su temprana fecha, no ser arriesgado supo-
ner que por primera vez la Corona aborda tal materia, para indicar al almiran-
te que debe esforzarse en traer a los moradores de las dichas islas y tierra fir-
me a que se conviertan a nuestra santa fe catlica. Contar con religiosos, los
cuales, por mano e industria de los indios que ac vinieron [...], sabrn ya y
entendern nuestra lengua. A la vez, recomiendan que traten muy bien y amo-
rosamente a los dichos indios. Como se deduce, los reyes han aceptado y adop-
tado el sistema de comunicacin seguido por Coln en su primer viaje: el uso
de intrpretes indios formados en Espaa.
Las Leyes de Burgos (1513) primer cuerpo legal americanista, entre las mu-
chas normas sobre el bienestar de los indios, regula que cada encomendero de-
be ensear a un muchacho indio a leer y escribir las cosas de nuestra fe, pa-
ra que luego l las ensee a toda la comunidad. Los hijos de los caciques se
formarn durante cuatro aos con los frailes franciscos para luego desarrollar
la catequesis.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En 1516, Carlos I ordena a los jernimos destinados a las Indias que tomen
algunos dominicos y franciscanos pasados antes a ultramar, para que estn co-
mo intrpretes. Esta medida parece perseguir que los frailes ya residentes ini-
cien a los nuevos en las lenguas indgenas. Repite que se muestre los nios a
leer y escrivir hasta que son de edad de nueve aos, especialmente a los hijos
de los caciques e de los otros principales del pueblo, e as mismo les mues-
tren a hablar rromane castellano.
Con la misma finalidad dispone, en 1535, la fundacin de colegios en las
ciudades principales del Per y Nueva Espaa. La continuidad en este sentido
observada hasta ahora se va a quebrar un ao despus.

Pugna de criterios legales


Las Instrucciones (1536) al Virrey de Mjico, minuciosas en cuanto al adoc-
trinamiento de los indios, llegan a amenazar con castigos a cuantos lo impidan.
Pero su originalidad e inters radica en inesperadas novedades sobre poltica
idiomtica, al revolucionar toda la legislacin anterior. Me limito, como mues-
tra, a transcribir el prrafo que estimo decisivo:

Para aprovechar en la conversin de los naturales es muy importante que, entre-


tanto que ellos saben nuestra lengua, los religiosos y eclesisticos que se apli-
quen a saber su lengua. Y para ello la redugan a alguna arte y manera fcil
cmo se pueda aprender [...]. Donde se ensean nios spaoles, paresce que se-
ra combiniente obiere algn exercicio con que aprendiesen la lengua de esa
tierra. Porque los que dellos binieren a ser sacerdotes o religiosos o a tener ofi-
cios pblicos en los pueblos, podieren mejor dotrinar y confesar los indios y
entenderlos [...]. Pues siendo los indios tantos, no se puede dar orden por ago-
ra cmo ellos aprendan nuestra lengua.

Queda patente que la informacin de la Corte estaba ya ms acorde con la


realidad: sin renunciar al espaol, antes bien, reafirmndolo, las autoridades
metropolitanas perciben la necesidad de manejar las lenguas amerindias. Se pro-
duce as la convergencia con el criterio de los misioneros.
La coincidencia durar poco. Pasados unos cuantos aos, la metrpoli im-
prime otro radical cambio de orientacin, para volver, con ms firmeza y exclu-
sividad, a la situacin anterior a 1536.
En 1550, Carlos I manifiesta a los virreyes de Nueva Espaa y Per y a los
provinciales de franciscanos, dominicos y agustinos, es decir, a las mximas
jerarquas civiles y religiosas:

142 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

Nos deseamos traer a los indios naturales desas partes al conocimiento de nues-
tro Dios, y dar orden en su instruccin [...]. Habiendo muchas veces platicado
en ello, uno de los medios principales que ha parecido que se debra tomar [...],
es procurar que esas gentes sean enseados en nuestra lengua castellana [...], por-
que por esa va con ms facilidad podran entender y ser doctrinados [...]. Y como
los religiosos de vuestra Orden [...] tratan ms ordinariamente con esas gentes y
conversan ms con ellos [...], podran ms buenamente ensear a los dichos in-
dios la dicha lengua castellana que otras personas, y que lo tomaran dellos con
ms voluntad y se sujetaran a la deprender con mayor amor por el aficin que
les tienen a causa de las buenas obras que dellos reciben. Por ende yo os ruego
y encargo que procuris cmo todos los religiosos de vuestra Orden [...] procu-
ren ensear a los indios desa tierra nuestra lengua castellana [...]. Yo escribo al
nuestro Visorrey que para ello os d todo el favor y calor necesario.

La nueva directriz no poda ser ms opuesta a la experimentada de tan satis-


factoria manera por los misioneros precisamente para alcanzar la finalidad bus-
cada por el emperador. Unanimidad de miras total; absoluta discrepancia en los
medios. Aqullos continuaron con su uso de las lenguas indgenas. As, el mis-
mo ao 1550, el franciscano Pedro de la Cruz, por descargo de mi concien-
cia, expone al emperador cun nociva es su orden y le propone que todos de-
prendan la lengua mexicana.

La Corona, a favor de las lenguas indgenas


En 1578, recordando disposiciones previas, Felipe II ordena que no se ad-
mitan sacerdotes espaoles para catequesis de indios si no supieren la lengua
general en que han de administrar, y presentaren fe del catedrtico que la le-
yere, de que han cursado en la ctedra de ella un curso entero. El rigor de la
exigencia queda patente al extenderla a los clrigos o religiosos naturales [...],
si en ellos no concurrieren las dichas calidades. La Corte vuelve as, de nue-
vo, a aceptar la prctica misionera, y no de modo ocasional, pues cdulas pos-
teriores la ratifican y aun intensifican. Valga aportar que en las universidades de
Lima y Mxico pronto hubo una ctedra de la lengua general y luego surgie-
ron otras.
El siguiente interesantsimo episodio deja muy a las claras la respetuosa ac-
titud de Felipe II, sin mengua de firmeza. El Consejo de Indias le advierte de
que la conservacin por los indios de sus lenguas mantiene su primitivismo, obs-
taculiza su entrada en la cultura, dificulta la evangelizacin, etc. No bastan las
ctedras de lenguas de cada provincia [...], sino que es necesario que los mis-
mos indios sepan la nuestra. El remedio reside en ensear la lengua castella-

ndice 143
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

na a los nios y la doctrina cristiana en la misma lengua. El rey contesta: esto


se me consulte. El Consejo insiste: son muy numerosas las lenguas indias e in-
eptas para explicar con correccin en ellas. Felipe II contrarreplica:

No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se po-


drn poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la caste-
llana, y se d orden cmo se haga guardar lo que est mandado en no proveer
los curatos sino a quien sepa la de los indios.

El parecer del Consejo no prosper.

Breve balance del siglo XVI

Bajo Carlos I predomina, en continuidad con la poca inicial, la tendencia


favorable a generalizar el espaol, salvo alguna notable excepcin en contra-
rio. Felipe II invierte esa poltica al encomendar a las lenguas indgenas la
funcin evangelizadora, finalidad considerada principal tanto para uno como
para otro monarca.
Pero, mientras los misioneros, dentro siempre de su opcin favorable a las
lenguas americanas, realizan un eficaz labor, a la Corona slo cabe legislar. Se
perciben serios indicios desfavorables sobre la efectiva ejecucin de las cdu-
las y sobre su eficacia.

Poltica lingstica en el siglo XVII

Aunque sea arriesgado afirmarlo con seguridad, la atencin hacia los asun-
tos de naturaleza idiomtica parece haber perdido intensidad, a juzgar por la
disminucin de actividad legislativa. S cabe ms certeza sobre su escasa no-
vedad.
Nada verdaderamente destacable bajo Felipe III, quien encarece en 1612 a
los virreyes que los colegios creados para nias indias pongan mucha atencin
y diligencia en ensear a estas doncellas la lengua espaola, y en ella la Doctrina
Cristiana [...] y que no les permitan hablar la lengua materna. En 1619 el rey se
muestra ms exigente que su padre: los Superiores de la rdenes remuevan
a los religiosos que no supieren la lengua e idioma de los indios.
En abierta discrepancia, Felipe IV afronta en 1634 el fomento del espaol:

A todos los naturales que estuvieren en la edad de su puericia y pudieren apre-


hender la lengua castellana, se les ensee [...] por los medios mejores y ms
suaves [...], de manera que todos deprendan la lengua espaola y en ella la

144 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

doctrina cristiana [...], supuesto que no parece muy dificultoso [...], pues no lo fue
en tiempo del Inga, que oblig a todos a que supiesen su lengua.

Dos aos despus, el rey urge su ejecucin: como los indios se van a casa
de sus padres y ellos hablan su lengua, es fuerza que olviden lo que se les en-
sea, que es poco. Adems, no acuden a la escuela muchos indios de servi-
cio en las casas particulares, a los cuales sus amos y amas los hablan en len-
gua del inca. Retngase esta significativa informacin, no nica en su especie.
Con Carlos II, en 1691, se da el ms serio intento realizado hasta entonces
sobre la implantacin de la lengua espaola: en todas las ciudades, villas y lu-
gares y pueblos de indios [...] se pongan escuelas con maestros que enseen a
los indios la lengua castellana [...] hasta la edad de diez aos.

El arraigo de la lengua espaola


No suelen enlazarse noticias dispersas sobre esta cuestin, tiles por cuan-
to muestran jalones, con diverso volumen y relieve, del progreso horizontal y
vertical experimentado. Es lo que ahora quiero mostrar con una breve seleccin
de noticias muy espaciadas.
En el segundo viaje de Coln a las Antillas algunos indios ya saban hablar
y entender nuestra lengua. En 1571 desde Lima se informa al rey: no son po-
cos los que la saben. Tambin en Lima, en 1637, todos generalmente, hombres
y mujeres, hablan nuestro lenguaje.
Segn aduje, en Caxica (Colombia), en 1606, haba ms de cuarenta mucha-
chos que leen romance y latn [...] y rezan en lengua castellana y de indio. En
Mxico, en 1686: muchos la saben. En Caracas, en 1688, tras ao y medio de
enseanza, los indios saban muchos de ellos leer y escribir con perfeccin. En
Cuzco, en 1699, los ms de los indios la hablan y entienden por la continua co-
municacin con los espaoles.
Probablemente la comunicacin personal prevaleci sobre la escuela. Pero
conviene recordar que en 1512 pasaron a Amrica 2.000 abecedarios; los env-
os prosiguieron, y en 1533, fueron nada menos que 12.000 ejemplares.

La reflexin poltica
Desde comienzos del siglo XVII, ante la faz lingstica que presentaba Amrica,
algunos tratadistas polticos muestran su desagrado. El ejemplo de los impe-
rios antiguos y de otros pueblos conquistadores; el sentido patritico; las con-
veniencias de carcter gubernamental; sin olvidar tampoco, desde otro ngulo,

ndice 145
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

altruista, la elevacin cultural de los indios, los movan a patrocinar la presen-


cia de la lengua espaola en todos los territorios de la Corona.
Aseveraba Aldrete: De parte de los nuestros no a auido diligencia para la in-
troducin de la lengua, porque, si la vuiera auido, como la pusieron los Romanos
o Guainacapa, en todas partes se hablara.
Solrzano y Pereyra se planteaba si hubiera sido conveniente o lo ser hoy
obligar a que los indios hablen nuestra lengua [...] y dejen del todo las suyas.

El siglo XVIII

Su peculiar carcter en la materia examinada est marcado por el auge de la


espaolizacin idiomtica, tanto en las ideas polticas como en las actuaciones
desprendidas de ella.
Disminuyen la exploracin y colonizacin de nuevos territorios, a la par que
crece el nmero de ncleos urbanos y su densidad demogrfica. Esta doble ra-
zn vuelve menos necesaria la posesin y uso de las lenguas indgenas, pues
en las ciudades moran indios, vecindad el trato, poco antes aducido que
les facilita aprender espaol.
A la vez, se acusa el efecto contrario. Si en Quito, hacia 1625, los espaoles
empleaban con sus criados el quechua, y en Tucumn ms frecuentemente que
la suya, en Cuzco, en 1780, el idioma permanece en los indios sin ninguna al-
teracin y en algunas partes tan ntegro [...], asunto digno de lstima a la nacin
espaola. Nuestros espaoles en nada ms parece que han pensado que en man-
tenerles en el suyo, y aun en acomodarse con l, pues vemos le usan con ms
frecuencia que el propio.
Informacin ratificada en 1795:

Todos los nacidos en el pas hablan esta lengua, que se les ha hecho necesaria pa-
ra entender y ser entendidos, de modo que aun las seoras de primera calidad
hablan con los espaoles en espaol, y con los domsticos, criados y gente del
pueblo precisamente en la lengua ndica. En verdad, con igual destreza en ambas.

All, es decir, en un medio urbano, la predicacin se efecta en quechua, len-


gua conocida de todos los vecinos y nica de los indios, aunque los espaoles
no gustan de asistir a tales sermones para no parecer que desconocen su pro-
pia lengua.
Sin restar inters informativo a estas noticias, sobre ellas pesa un grave
interrogante. Segn testimonio antes aducido, los ms indios de la ciudad ha-
blaban espaol en 1699. No resulta extrao que un siglo despus los espao-
les necesitasen saber quechua? Con todo, habr de admitirse alguna parte de

146 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

verdad, a causa de la convivencia; pero sin olvidar, por ejemplo, que en 1536
la Corona aconsejaba iniciar a los hijos de espaoles en las lenguas locales.

Los mestizos
Cada vez se presenta ms influyente, a lo largo del siglo, la clase de los mes-
tizos, en principio bilinges potenciales. Su propia condicin tnica los convierte
en partidarios, como nadie, de la lengua espaola de todo lo espaol y ad-
versos a las nativas.
Un caso significativo es la revuelta de Tupac Amaru, 1780-1781, contra las
autoridades virreinales. Cierto que la alfabetizacin en lenguas indgenas sera
escasa. Con todo, estimo revelador para predecir el futuro idiomtico de Amrica
que su propaganda poltica distribuida por escrito se presente nicamente re-
dactada en espaol.
ste, huelga apuntarlo, ser la lengua de los grupos raciales ms caracters-
ticos mestizos y criollos que reivindiquen, en su momento, la independencia
respecto de la metrpoli. Lograda esa aspiracin y, con ella, el poder poltico,
quienes impulsen su expansin, entre las capas sociales indgenas, con ms em-
peo y efectividad que la alcanzada por la Administracin virreinal. Pero este
ltimo perodo exige su propio tratamiento, ajeno a mi propsito presente.

Los ilustrados
Desde el siglo anterior, como ya ha quedado expuesto, algunos juristas e
historiadores, al reflexionar sobre la empresa americana, no ocultaban su dis-
gusto al observar el estado lingstico virreinal y las directrices legales que ha-
ban concurrido a l.
Con las manifestaciones de Aldrete y Solrzano concuerdan en lo esencial
los ilustrados del siglo XVIII. Creo que no puede hablarse de una continuidad
formal entre ambos, pues unos y otros participan de concepciones y postula-
dos ideolgicos muy diferentes. Pero en la apreciacin de los hechos coinciden
materialmente. Entre los adscritos a la nueva orientacin intelectual figuran al-
tas jerarquas eclesisticas, que cuentan con una directa y privilegiada experien-
cia americana.
Es el caso de Francisco Antonio de Lorenzana, Arzobispo de Mjico (luego
de Toledo y Primado de Espaa), en quien el celo pastoral se une con una in-
fatigable actividad de gobierno y con una probada erudicin enciclopdica. Vale
la pena citar unas pocas palabras de sus detenidas reflexiones (1769):

ndice 147
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Los ministros eclesisticos que no procuran adelantar y extender el idioma cas-


tellano, y cuidar de que los indios sepan leer y escribir en l, dexndolos cerra-
dos a su nativo idioma, son, en mi concepto, enemigos declarados del bien de
los naturales, de su polica y su racionalidad.

La postura expuesta va a tener continuadores. Pero, anticipndose varios de-


cenios a ella, en un pattico memorial, en 1728, los propios descendientes de
nobles indios haban pedido al rey la reapertura de colegios para lograr la efi-
caz enseanza del espaol, cuya ignorancia es sumamente perjudicial no slo
al bienestar de sus individuos, sino tambin al espiritual aprovechamiento de
sus almas.

El centralismo gubernamental
La concepcin centralista del Estado, por encima de cualquier otra razn p-
blica, y el despotismo ilustrado de los Borbones repercutieron decisivamente
en la poltica lingstica respecto a Amrica.
Un nuevo orden de cosas culmina con Carlos III. El documento, de 1770,
ms exigente de tal proceder determina: Que de una vez se llegue a conseguir
el que se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los mismos domi-
nios, y slo se hable el castellano.
Numerosas normas legales impulsan desde este momento la escolarizacin.
Una R. C., de 1782, dispone que se convenza de sus ventajas a los padres por
los medios ms suaves y sin usar coaccin y que los curas persuadan a sus
feligreses con la mayor dulzura y agrado la conveniencia y utilidad de que los
nios aprendan el castellano para su mejor instruccin en la doctrina y trato ci-
vil, sin mengua, segn posterior R. C., de 1803, de prohibirles usar de su len-
gua nativa.
Los inmediatos acontecimientos polticos la independencia americana im-
posibilitan valorar la eficiencia que la legislacin de Carlos III pudo lograr.
Con todo creo percibir que estas ltimas manifestaciones de la poltica me-
tropolitana sirvieron de pauta intencional, aunque no formal, para las autorida-
des de los nuevos pases independientes (con una poblacin total calculada en
torno a los tres millones de hispanohablantes).
Slo de manera simblica puedo ocuparme del perodo posterior al episo-
dio recin aludido. Por eso, desde el principio he destacado el decisivo papel
que han cumplido los gobiernos nacionales hispanoamericanos en la espaoli-
zacin lingstica. Me limitar a unos testimonios literales, no los ms divulgados,
que reflejan actitudes y sentimientos compartidos desde la poca independien-
te por intelectuales de la ms diversa condicin.

148 ndice
L A TA R D A G E N E R A L I Z AC I N D E L A L E N G U A E S PA O L A

En Argentina, donde apenas exista el problema indigenista, en momentos


todava de encono contra la antigua metrpoli, un ilustre escritor, Esteban
Echeverra, sentenciaba en 1846: El nico legado que los americanos pueden
aceptar y aceptan de buen grado de Espaa, porque es realmente precioso, es
el del idioma.
En Mjico, con una situacin diametralmente opuesta, entre las indicaciones
formuladas en 1864 por Francisco Pimentel para remediar los males de la ra-
za indgena, figura la imposicin del castellano, junto a la moral catlica, la eli-
minacin de las supersticiones, el alcance de la igualdad civil (eco de viejas
leyes y nuevas exigencias), etc. Los derechos del indio, proclamar la Revolucin
mejicana, pasan por el derecho a la lengua espaola. Slo hasta bien entrado
el siglo XX no se reconocer el derecho a la enseanza en lenguas autctonas,
pese a la gran estima nacional por los principios inspiradores del movimiento
indigenista.
En el total espacio iberoamericano, desde el Ro Grande, al norte, hasta el
estrecho de Magallanes, al sur, todava subsisten unos cuarenta millones de
indgenas no integrados (y al margen de censos, claro, quedan tribus primiti-
vas, no contabilizadas ni controladas por ningn gobierno).
Comenc diciendo que el proceso de espaolizacin lingstica de Amrica
an no est plenamente consumado. Valga apoyar ahora mi afirmacin con
un testimonio de naturaleza ms demogrfica que sociolingstica. Con ocasin
de la Segunda Reunin de Presidentes Iberoamericanos, celebrada el mes de ju-
lio de 1992 en Madrid, una propuesta boliviana se encamin a arbitrar diversos
tipos de ayuda para ese alto nmero de marginados la cifra procede de la ci-
tada reunin, del cual se ignora qu proporcin habla o conoce la lengua es-
paola, si bien no cabe albergar muchas ilusiones al respecto.

Conclusin
La poltica lingstica americana est decididamente orientada en funcin de
la tarea evangelizadora, imperativo legal de la conquista.
Entre lengua espaola o lengua aborigen, la Corona elige ad casum la que
tenga por ms apta para facilitar aquella tarea. En un primer momento, de
modo espontneo, prevalece el uso de la espaola, si bien mediante el inevita-
ble recurso a intrpretes, es decir, sin marginar las autctonas. La dificultad y
variedad de las lenguas amerindias, el achaque de su incapacidad para la co-
rrecta recepcin de la catequesis y de la educacin civil, el sentimiento de la
unidad imperial, etc., en continuidad temporal, siempre presente la postura
adoptada en la fase previa de la colonizacin, prolongan dicho apoyo, cuya l-
tima etapa culmina con Carlos III. Por el contrario, a favor de aqullas se de-

ndice 149
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

canta la reflexin, muy pronto asumida con todas sus inmediatas consecuen-
cias efectivas, de resultar ms asequible aprender un individuo el misionero
la lengua de todos que adoptar el proceso inverso; como tambin las favoreci
el respeto al indgena y el facilitarle la comprensin. As lo propugnan los reli-
giosos y algunas disposiciones legales, en particular las dictadas por Felipe II.
Pero la espaolizacin alcanzada en la poca virreinal no es obra slo ni
siquiera principal de la poltica, sino de los espaoles residentes, que, obvia-
mente, conservan su lengua y la propagan con el trato (algunos aprenden por
este medio natural las nativas), sin haberse planteado, al parecer, ningn pro-
blema hondo. Salvo un grupo caracterizado y de intensa incidencia personal
sobre los indios, los misioneros, para quienes revesta radical importancia. Urgidos
a catequizar, enseguida perciben la ineludible necesidad de ser ellos quienes
cambien su lengua para lograrlo. La ejecucin de este criterio provoca la pervi-
vencia de las indgenas y el refrenado avance del espaol. Mientras que los
misioneros actan, la Corona slo legisla, con serios indicios repeticiones
durante toda la poca de ineficacia.
En breve sntesis, ya abundantemente ilustrada. Las disposiciones legales
emitidas por la Corona y sus ministros de todo rango, a una y otra orilla, se ma-
nifiestan casi siempre favorables a la implantacin general de la lengua espa-
ola. La Iglesia, en la teora y en la prctica, asimismo casi siempre, a favor de
la lengua verncula de cada comarca. Este segundo casi puede suprimirse si se
refiere a las rdenes religiosas, que, en el mbito examinado, equivale a decir
misioneros. Y stos represe bien, aislados, incluso individualmente, entre
ellos, son, de todos los espaoles, quienes permanecen de modo constante
en contacto ms personal con los indios. De ah, la ineludible necesidad de
aprender las lenguas aborgenes, para utilizarlas en su ejercicio evangelizador.
No de otra manera conseguiran realizar su labor. Ellos son, como anticip, no
un factor muy influyente, sino el ms influyente en la lentitud de la espaoliza-
cin idiomtica.
El ao pasado, el lingista mejicano Luis Fernando Lara escriba que la his-
toria del espaol en Amrica no fue un simple trasplante a un territorio desha-
bitado o poblado por salvajes, siempre ajeno a unos colonizadores que, por s
solos, hicieron evolucionar la lengua trada de Espaa y la implantaron en el
nuevo continente. Para l, dicha historia todava est por escribirse.

150 ndice
DON QUIJOTE, PERSONAJE PROTEICO DE LA NARRATIVA IBEROAMERICANA
CONTEMPORNEA
Fernando Ansa
Escritor y crtico

Imaginemos por un instante que Don Quijote fuera borrado de golpe de la


historia de la literatura universal. Supongamos que la novela de Cervantes nunca
se hubiera escrito, que desapareciera de la memoria de la humanidad y de todo
archivo porque simplemente no ha existido. Con esta exclusin que parece a
priori un juego sin consecuencias, desapareceran, sin embargo, bibliotecas ente-
ras de estudios cervantinos; monumentos, bustos y retratos de su autor; se
desvaneceran calles, avenidas y centros que llevan su nombre; pereceran tra-
ductores, exegetas y estudiosos que han consagrado su vida a las andanzas del
ingenioso hidalgo de la Mancha y hasta buena parte de sus incondicionales lec-
tores perderan la razn de su vida. En resumen, una catstrofe de incalculables
proporciones, ya que tras Don Quijote tambin desapareceran los Quijotes ap-
crifos, las traducciones, adaptaciones teatrales, ilustraciones, peras y compo-
siciones musicales, cuentos y novelas inspirados en sus andanzas.
Lo que parece una simple ucrona imaginaria es una realidad en el relato As
pens el nio de la mexicana Carmen Boullosa. El nio protagonista de ese breve
cuento, frustrado en su condicin de escritor por un padre autoritario que
pretende hacerle estudiar ciencias en lugar de letras, decide eliminar una obra
de la faz de la tierra para hacerle comprender la importancia que tiene la lite-
ratura. Voy a vengarme dice el nio Voy a borrar un solo libro, slo un libro
voy a borrar del mundo, y el imbcil ver lo que por la desaparicin de algo

ndice 151
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

que l llama intil sucede y elige el Quijote. Ms all de su intencin dar


una leccin a su padre el vengativo nio descubre atnito como su gesto pro-
voca una catstrofe que no haba previsto, tal es la cuantiosa herencia de Cer-
vantes repartida por el mundo entero.1
Herencia de la que Amrica ha sido privilegiada beneficiaria desde que fuera
publicado en 1605. Es bueno recordar que en febrero y en abril de ese mismo
ao salieron desde Espaa rumbo al Nuevo Mundo los primeros ejemplares de
la edicin prncipe: 103 llegaron a Cartagena de Indias, 262 a Mxico, pese a la
censura de que fuera objeto en algunos puertos y al contrabando que gener.2
Ediciones locales no tardaran en circular en todo el continente. La exitosa recep-
cin de Don Quijote que Jos Enrique Rod explic afirmando que la filoso-
fa del Quijote es la filosofa de la conquista de Amrica,3 ha sido glosada y
estudiada por eruditos y estudiosos e integra una bibliografa de ms de cinco
mil ttulos y casi diecinueve mil entradas, sin contar los numerosos ndices nacio-
nales cervantinos repertoriados.4
Tan abrumadora presencia de erudicin, donde todo parece haber sido dicho,
debera disuadirnos de cualquier intento por ser originales. Sin embargo, cree-
mos con Borges un escritor que le ha dedicado sagaces observaciones y un
hermoso poema, Suea Alonso Quijano que aunque parezca una tarea est-
ril e ingrata discutir una vez ms el tema Don Quijote, ya que se han escrito
sobre l tantos libros, bibliotecas enteras, bibliotecas an ms abundantes que
la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristn y el barbero, siempre
hay placer, siempre hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo.5

La herencia americana de Don Quijote


Con esta felicidad y un idntico placer quisiera hablarles hoy de la reno-
vada inspiracin con que Don Quijote se ha prolongado con asombrosa ver-
satilidad en otros textos, de cmo se ha reencarnado a travs de los siglos en

1. Carmen Boullosa, As pens el nio, La cervantiada, Julio Ortega, Editor, Madrid, Edicio-
nes Libertarias, 1993, pp. 25-31.
2. Reinaldo Arenas cuenta el caso de como el mismo Quijote haba sido retenido en un ber-
gantn sin decidirse la aduana a desembarcarlo por traer cosas de la vida muy mundana y falaz. Y
all se consuman, entre polillas y aguardientes dulzones, todos aquellos gruesos volmenes,
hasta que al fin los marineros decidieron contrabandearlos. Reinaldo Arenas, El mundo alucinante,
Caracas, Monte vila, 1968, p.48.
3. Jos Enrique Rod, La filosofa del Quijote y el descubrimiento de Amrica publicado con
el ttulo El centenario de Cervantes, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1967, 12101212.
4. Fernando del Paso, Viaje alrededor de El Quijote, Madrid, FCE, 2005, pp. 16 y 33.
5. Jorge Luis Borges, Conferencia pronunciada en la Universidad de Austin, Texas, publicada
en Papel Literario, El Nacional, Caracas, 1 de agosto de 1999.

152 ndice
D O N Q U I J OT E , P E R S O N A J E P R OT E I C O

diversos personajes, transformndose en un ser proteico y eterno protagonista


de una vasta obra inconclusa que tiene en Amrica una fuente inagotable de
inspiracin. Debo decir desde el principio que la americanizacin de Don Qui-
jote o la identificacin de la obra de Cervantes con aspectos y preocupaciones
americanas que no es lo mismo, aunque lo parezca me ha interesado siem-
pre.
Por lo pronto, me ha interesado para intentar comprender por qu Don Qui-
jote viaja y cabalga con xito por la Patagonia de la mano de Juan Bautista
Alberdi en Peregrinacin de Luz del Da. Viaje y aventuras de la verdad en el
Nuevo Mundo; por una Cuba identificada como nsula Encantada por Lus Otero
y Pimentel6 y por los andes venezolanos con Tulio Febres Cordero, autor de
Don Quijote en Amrica o la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha,
donde el Ingenioso hidalgo se transfigura en el caballero cosmopolita de la
libertad y el progreso. Tambin para intentar comprender por qu Don Quijote
es parte de los juegos onricos de Jorge Luis Borges, Enrique Anderson Imbert,
Mario Denevi, Mario Levrero, Jos Balza o Ana Mara Shua.
El hidalgo fue un sueo de Cervantes /Y don Quijote un sueo del hidalgo/
El doble sueo los confunde y algo est pasando que pas mucho antes, nos
dice Borges en Suea Alonso Quijano.7 En un juego en el que un sueo tal vez
se produce en el interior de otro, Enrique Anderson Imbert narra en La cueva
de Montesinos cmo Don Quijote suea durante tres noches seguidas que se
encuentra con el mago Merln y cuando ste le va a hablar, se despierta. El sueo
parece confirmarse cuando Don Quijote desciende realmente a la cueva donde
encuentra al mago quien, al reconocerlo, se muestra extraado de que cada vez
que lo ha invitado a entrar a su palacio se ha desvanecido.8
Pero hay ms: no es slo Don Quijote, sino el propio Cervantes quien se
reencarna en Amrica. Es sabido que Cervantes intent en repetidas oportuni-
dades ser nombrado por el Consejo de Indias en algn destino del Nuevo Mundo.
En todas fracas, incluso cuando el 21 de mayo de 1590, solicit en forma simul-
tnea varios puestos vacantes: contador del Nuevo Reino de Granada o de las
galeras en Cartagena, gobernador de la provincia de Soconusco en Guatemala
o corregidor en la ciudad de La Paz. La respuesta fue rpida menos de quince
das y lapidaria: Busque por ac en qu se le haga merced.
Cervantes debi como le fuera indicado buscar por ac su destino y olvi-
darse con cierto despecho de Amrica. De modo que ese busque por ac en

6. Luis Otero y Pimentel escenifica Semblanzas caballerescas o las nuevas aventuras de Don
Quijote de la Mancha (1886) en Cuba a la que el protagonista llama nsula Encantada.
7. Jorge Luis Borges, La rosa profunda, Obras completas, Buenos Aires, Emec, 1975.
8. Enrique Anderson Imbert, La cueva de Montesinos, El gato de Cheshire, Buenos Aires, Losada,
1965, p. 135.

ndice 153
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

qu se le haga merced, famosa respuesta real del 6 de junio de 1590 rotunda


negativa en realidad a la peticin de Cervantes para pasar a Amrica, cer-
cen los deseos de su autor pero en absoluto impidi que, andando no dema-
siado tiempo, su libro cruzara el ocano y triunfara allende los mares, al punto
de que Don Quijote adquiri carta de ciudadana ameriana.
Tal vez por ello, Jos Balza imagina en Historia de alguien que Cervantes
pudo efectivamente radicarse en el Nuevo Mundo al ser nombrado por Felipe II
con un puesto oficial en las Indias. Gracias a este ejercicio narrativo como
Balza define su relato Don Quijote se escribe en tierra americana. Estaba en las
Indias, como haba soado, como haban soado tantos otros, se anuncia desde
el principio. En Amrica, Cervantes comprende que si bien la pluma es lengua
del alma, nicamente:

En un Nuevo Mundo se puede desafiar la retrica: convertir en versiones libres


todo lo que ya ha sido y ser codificado. Slo dentro de esta luz y ante este
mar que lo convoca y lo acoge podran surgir los versos que ya se le convier-
ten en prosa: la historia de un otro y su otro, el refugio de alguien mltiple .9

En ese instante, el Cervantes indiano deja que la pluma escriba la primera


frase: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme....
Sin embargo, es sabido que, en realidad, Cervantes al no obtener su nom-
bramiento qued resentido no solo con el Consejo de Indias, sino con el
propio Nuevo Mundo. Las Indias son el amparo de los desesperados de Espaa,
iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas [...], aagaza general de
mujeres libres escribe en El celoso extremeo, para sentenciar que son engao
comn de muchos y remedio particular de pocos.10 El remedio particular de
pocos, la verdadera fortuna americana, aunque no fuera para Cervantes, lo
fue para el Quijote, ya que su espritu puede reconocerse en la mayora de las
literaturas nacionales del continente.

Los Quijotes gauchos


En el caso de la Argentina el paralelo entre el espritu quijotesco y el esp-
ritu gauchesco es notorio. Es del eterno Quijote la aventura/ porque Quijotes
nuestros gauchos fueron, se versifica en Don Quijote en la pampa (1948) de
Pedro Manuel Egua y Fernando Vargas Caba. Antonella Cancellier al analizar

9. Jos Balza Historia de alguien, El sndrome de Pierre Menard, La cervantiada, o.c., pp.
23-37.
10. Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, Nota preliminar de Jorge Luis Borges, Buenos Aires,
Emec Editores, 1946, p. 339.

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esta obra reconoce que hay algo entraable en la insercin del tema cervan-
tino en el mundo rioplatense, y hay algo profundo y trascendente en el per-
petuarse del dinamismo caballeresco en aquellas tierras. La recepcin del mito
se refleja en los arquetipos de la pampa y la meseta castellana, del caballero y
el gaucho y en los paradigmas del Quijote que se reconocen en Martn Fierro
y Don Segundo Sombra en los que coincide la crtica argentina (Ricardo Rojas y
Emilio Carilla) y espaola (Azorn y Guillermo Daz Plaja). El personaje, una
vez independizado de su autor recapitula Cancellier pasa a ser objeto de una
continua re-creacin a travs de adaptaciones, trasposiciones, interpretacio-
nes, parodias, citaciones, pre-textos, pastiches, y otras estrategias de recupe-
racin.11
La crtica reconoce tambin el espritu del Quijote impregnando La gue-
rra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa12 y en El mundo alucinante de
Reynaldo Arenas, donde el homenaje a Cervantes se transforma en parodia pre-
cisamente para ser un verdadero homenaje entendido a la manera cervantina.13
Alejo Carpentier, en cuya obra se pueden rastrear las huellas cervantinas, hizo
creble su boutade: Cervantes es el novelista mayor de Cuba.
Teniendo en cuenta estas influencias de la que esta conferencia tras las hue-
llas del Quijote en la literatura hispanoamericana intenta ser un aporte, Carlos
Fuentes configura su territorio de La Mancha a partir de la lengua comn com-
partida, proyectando la modernidad de la novela desde la orilla americana del
idioma, donde el Quijote habra sido la caja de herramientas del espaol ms
creativo de los autores latinoamericanos contemporneos. Para Fuentes, Cer-
vantes y Coln se embarcaron en la nave de los locos para descubrir uno el
Nuevo Mundo y el otro la novela moderna.14
Una dimensin americana que Dante Medina convierte en el simblico di-
logo entre Don Quijote y el poeta nhuatl Neazahualcyotl, autntica met-
fora del encuentro de dos mundos conmemorado en 1992. Si Cervantes no
pudo viajar a Amrica, lo hace su personaje: Porque hubo viajes que Don Qui-
jote quiso hacer. Porque Don Quijote es un viajero. Y el sueo de todo via-

11. Antonella Cancellier, Don Quijote en la pampa: una reescritura en versos gauchescos de
la I parte del Quijote de Pedro Manuel Egua y Fernando Vargas Caba en Volver a Cervantes,
Actas del IV Congreso Internacional de la Asociacin de Cervantistas, Lepanto 1/8 octubre de 2000,
Tomo II, Palma, Universitat de les Illes Balears, 2001, p. 1122.
12. Guadalupe Fernndez Ariza rastrea el espritu quijotesco de La guerra del fin del mundo en
Mario Vargas Llosa, lector de Cervantes, Homenaje a Mario Vargas Llosa, Asociacin de biblifi-
los extremeos, Almendralejo, 2005.
13. Ana Pellicer, Quijotismo y cervantismo areniano en El mundo alucinante. Del homenaje
a la parodia, Actas del Congreso Territorios de la Mancha. Versiones y subversiones cervantinas en
la literatura hispanoamericana, Almagro, 27-30 septiembre 2004 (en prensa).
14. Carlos Fuentes, Cervantes o la crtica de la lectura, Mxico, FCE, 1976.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

jero es terminar, por fin, de una maldecida vez su aventura para tener dere-
cho a la gracia de contar el viaje. Al dirigirse a Cervantes, le dice: Miguel, t
que soaste con el viaje a ultramar lo sabas mejor que nadie, Don Quijote
fue un pasajero de Indias.15
Pero Don Quijote no slo se trasplanta a las Indias como un hroe popu-
larizado gracias a sus desgracias con las que se identifican, cuando no se sola-
zan en forma revanchista, los humillados y ofendidos, los pobres y explotados
del continente, sino que tiene descendencia, como se dice del padre Quijote,
prroco de El Toboso, en el relato Monseor Quijote, de Graham Greene, que
desciende de un personaje de ficcin Don Quijote lo que provoca la sorpresa
del obispo: Cmo se puede descender de un personaje de ficcin? 16
Esa descendencia puede ser incluso femenina como propone La Quijotita
y su prima (1818), de Jos Joaqun Fernndez de Lizardi, aunque en su pers-
pectiva el quijotismo no sea precisamente una virtud. Fernndez de Lizardi,
defensor de la educacin femenina, contrapone en La Quijotita y su prima la
formacin intelectual ilustrada de Pudenciana a la de su prima Pomposa, apo-
dada Quijotita por sus locuras, mimada y malcriada por sus padres. Pomposa,
aunque seas bonita,/ Y aunque ves que te queremos,/ No por eso dejaremos/
De llamarte Quijotita;/ Y pues tu locura incita/ A ponerte este renombre, la
bautizan sus compaeros de colegio. Mientras la primera aprende a desenvol-
verse en forma independiente en la sociedad gracias a sus conocimientos
prcticos y tcnicos, la segunda es vctima de su falta de formacin y muere dra-
mticamente.
Descendencia que puede ser tambin una forma de inmortalidad como sugiere
el cuento D.Q., de Rubn Daro, donde el protagonista, un extrao abanderado
de la compaa que lucha en Santiago de Cuba, tiene como cincuenta aos,
aunque podran haber tenido trescientos, ya que miraba profundamente con
una mirada de siglos.17 Una vez patriticamente inmolado se descubre que el
abanderado no era otro que Alonso Quijano.

El espritu quijotesco de cada poca


Al modo del Orlando de Virginia Woolf, el personaje de Cervantes vive, a
travs de los siglos, una misma prolongada existencia. Con otras palabras lo
afirma Tulio Febres Cordero para explicar su presencia en Amrica en 1905: por
transfusin espiritista Don Quijote vive y viaja, aparece y desanda por el mundo,

15. Dante Medina, Un encuentro de dos mundos, La Cervantiada, o.c. pp. 6571.
16. Graham Greene, Monseor Quijote, Barcelona, Seix Barral, 1982, cap. 1.
17. Rubn Daro, D.Q., Cuentos completos, Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1994, p. 360.

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encarnando el espritu de cada poca. En ese momento es apstol de la cien-


cia y del progreso. El Hroe de los Molinos est vivo y muy vivo, apostado en
cada encrucijada del mundo afirma Febres, ya que cada persona libremente
puede hacer un Quijote a su medida:

Don Quijote es un fenmeno del mundo invisible, un ente particular, que ora por
hipnotizacin, ora por transfusin espiritista a travs de las generaciones, cual-
quiera que sea su mdium evolutivo, es lo cierto que el Hroe de los Molinos de
Viento, vive y viaja, aparece y desanda por el mundo, como el judo errante: en
l ha encarnado el espritu de cada poca....18

Una creacin personalizada cuyo peligro hermenetico advierte Adelis Len


Guevara.19 Aos despus, en 1943, tras la Guerra Civil espaola, Mario Aguilera
Fuentes, en el ensayo En un lugar de Amrica, imagina a Don Quijote deam-
bulando exiliado por tierras americanas.
Si Don Quijote se transforma en Amrica en un personaje proteico de varia-
das aristas, tambin lo hace Dulcinea del Toboso. Segn Marco Denevi, quien
ha perdido realmente la razn leyendo novelas de caballera es Aldonza Lorenzo,
una moza que se hace llamar Dulcinea del Toboso. En su delirio se inventa
un galn al que da el nombre de Don Quijote de la Mancha, locura que apro-
vecha un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano para hacerse pasar
por el propio Quijote. La versin de Denevi en Dulcinea del Toboso incluye otras
variantes. Segn la ms original, habra habido una verdadera epidemia de Dul-
cineas a partir del rumor de que un joven apuesto y rico, locamente enamo-
rado de una dama del Toboso a la que no conoce, vendra en cualquier momento
a pedir su mano. Todas las jvenes del pueblo quieren ser la Dulcinea de los
amoros de ese caballero andante y lo aguardan en vano. Envejecern solteras
entre suspiros. Las versiones, orales y dismiles, dirn que Don Quijote se ha
prendado de la dama sin haberla visto sino una sola vez y desde lejos. Y que,
ignorando como se llama, le ha dado el nombre de Dulcinea. Tambin dirn
que en cualquier momento vendr al Toboso a pedir la mano de Dulcinea.20
Porque en realidad es Dulcinea la causa de la locura de Don Quijote. Alonso
Quijano se pas la vida eludiendo a la mujer concreta nos dice Juan Jos Arre-
ola prefiriendo el goce de la lectura y los vagos fantasmas femeninos que
aguardaban a los caballeros al fin de sus aventuras. Cuando una joven campe-

18. Tulio Febres Cordero, Don Quijote en Amrica o sea la cuarta salida del ingenioso hidalgo
de la Mancha, Mrida, Universidad de los Andes, 2005, p. 210.
19. Adelis Len Guevara, Introduccin, Don Quijote en Amrica, o.c. p. 17.
20. Marco Denevi, Dulcinea del Toboso, Falsificaciones, Buenos Aires, Ediciones Corregidor,
1999, p. 276.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sina con un fuerte aroma de sudor y lana lo asedia, el hidalgo se vuelve loco
y se lanza a las conocidas aventuras narradas por Cervantes. A su regreso y
cuando muere: un rostro polvoriento de pastora se lav con lgrimas verdade-
ras, y tuvo un destello intil ante la tumba del caballero demente.21

La autora compartida de Don Quijote


En buena parte, si Don Quijote establece tan activo dilogo con su capaci-
dad transformadora, es porque la obra original que narra sus aventuras y
desventuras invita desde el propio texto a nuevas versiones e interpretacio-
nes. Debido a los sugerentes equvocos que procura su intertextualidad y una
ambigua autora compartida, se explica la tentacin que han tenido muchos
escritores de retomar su destino. Hay que recordar que el propio Cervantes se
disimula como autor detrs de la presunta traduccin espaola por parte de un
morisco aljamiado de una obra escrita en arbigo titulada Historia de don Qui-
jote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arbigo. Una
historia de cuya veracidad duda el propio Don Quijote al recordar que es innato
en los moros ser embelecadores, falsarios y quimeristas.
La autora compartida del Quijote tiene otras variantes: en 1614, cuando
Alonso Fernndez de Avellaneda, al apropiarse del xito de la primera parte de
la obra de Cervantes, prolonga la autora equvoca de Cervantes en una obra
apcrifa a la que, a su vez, se refiere un ao despus Cervantes en la Segunda
Parte de Don Quijote. All, el Caballero de la Triste Figura no slo tiene ecos de
sus falsas aventuras, sino que descubre por azar como corrigen las pruebas
de la obra en una imprenta de Barcelona, lo que ha permitido al escritor colom-
biano Fernando Vallejo exclamar: Pero cmo! No es que ya estbamos en la
Segunda Parte? Es posible que estemos viviendo y nos estn imprimiendo a
la vez?.22
Si Sancho trata de hideperro a Avellaneda, Don Quijote, aunque lo califica
de ignorante hablador, concede retrteme el que quisiere pero no me mal-
trate.23 Frente a esta reiterada presencia de Avellaneda en la obra de Cervantes,
no puede olvidarse que queda la posibilidad sugerida por Nabokov de que
Cervantes escribiera su propio Quijote apcrifo, algo sobre lo que ironiza Mon-
terroso:

21. Juan Jos Arreola, Cantos de mal dolor, Bestiario, Mxico, Joaqun Mortiz, 1978, p. 76.
22. Fernando Vallejo, El gran dilogo del Quijote, Babelia, El Pas, Madrid, 10 septiembre 2005,
pp. 12-15.
23. Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c. Tomo 2, II.59.

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Y nadie acepta ya que el autor del Quijote de Avellaneda sea otro que Cervan-
tes, quien finalmente no pudo resistir la tentacin de publicar la primera (y no
menos buena) versin de su novela, mediante el tranquilo expediente e atribu-
rsela a un falso impostor, del que incluso invent que lo llamaba manco y viejo,
para tener, as, la oportunidad de recordarnos con humilde arrogancia su parti-
cipacin en la batalla de Lepanto.24

Gracias a este vasto juego de autoras compartidas, entre ficcin y realidad,


autntica parodia de los libros de caballera a la segunda potencia,25 Cervantes
incorpora al personaje Don lvaro Tarfe del Quijote de Avellaneda al captulo LXXII
de la segunda parte, para hacerlo dialogar con el ingenioso hidalgo, esfuminando
an ms los confusos lmites del mundo real con los de la ficcin, esa disolu-
cin de los bordes del espacio imaginario que caracteriza la apertura del Quijote
como obra literaria.26 Una apertura que es al mismo tiempo la de otros destinos
posibles para un personaje tan proteico como Don Quijote.
Sean historia, ficcin, traduccin novelada o mero calco ficticio de un manus-
crito historiogrfico fraudulento, Don Quijote y Sancho ya son conscientes en
la segunda parte publicada en 1615 que sus aventuras de la primera parte han
sido narradas con xito (hablan de doce mil ejemplares vendidos). Se saben
personajes escritos, en cierto modo inmortalizados, aunque Sancho precise que
entre los lectores hay diferentes opiniones: unos dicen loco, pero gracioso;
otros, valiente, pero desgraciado; otros, corts, pero impertinente.27
Personaje escrito al que aspira Don Quijote desde su primera salida, narrada
en el segundo captulo de la primera parte. En ese momento ya est seguro que
alguien en los venideros tiempos escribir la verdadera historia de sus famo-
sos hechos, aunque lo haga con una ampulosa retrica clsica que Cervantes
parodia: Apenas haba el rubicundo Apolo tendido por la faz de la espaciosa
tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos [...] cuando el famoso caba-
llero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subi sobre su
famoso caballo Rocinante.... El hidalgo proyecta satisfecho la dichosa edad y
siglo dichoso aquel adonde saldrn a luz las famosas hazaas mas, dignas de
entallarse en bronce, esculpirse en mrmoles y pintarse en tablas, para memo-
ria en lo futuro.28

24. Augusto Monterroso, De atribuciones, Movimiento perpetuo, Madrid, Biblioteca El Mundo,


2001, p. 26.
25. Edgardo Rodrguez Juli, El final del Quijote. Borges, Nabokov, Siempre Cervantes, La Cer-
vantiada, o. c., p. 191.
26. Flix Martnez Bonati, La unidad del Quijote, El Quijote de Cervantes, George Haley (Edi-
tor), Madrid, Taurus, 1997, p. 359.
27. Cervantes, Don Quijote, Madrid, Joaqun Gil, 1932, Tomo II, p. 523.
28. dem, Tomo I, p. 29.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Don Quijote vivir as sus aventuras en funcin del sabio encantador que
ser coronista desta peregrina historia, recurrente protagonismo donde los
papeles no dejan de mezclarse y tornarse paradjicos: el personaje literario tiene
una mayor verosimilitud de ser un hroe real al ser sujeto de una ficcin en
segundo grado. El hecho que se escriba y publique su historia le otorga una
gran autonoma e intensifica la ilusin de que tiene una existencia previa e
independiente de la que puede leerse en el texto, ilusin que se ha resaltado
al recordar que el propio Cervantes ironiza sobre el ser histrico de Don Qui-
jote y que como tal, bien podan existir versiones narrativas diferentes de su
vida.29
En efecto, a su regreso y poco antes de morir, obligado por la promesa
que ha hecho al Caballero de la Blanca Luna de abandonar las armas por un
ao si fuera derrotado, Don Quijote se propone iniciar una nueva vida. No
quiero otra satisfaccin sino que dejando las armas y abstenindote de buscar
aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un ao, donde has de
vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego,30
le exige el Caballero de la Blanca Luna como condicin para aceptar el duelo.
Por ello, al ser vencido y lejos de amilanarse Don Quijote invita a Sancho, al
bachiller Sansn Carrasco y al cura a dedicarse a ser pastores y entretenerse en
la soledad de los campos, donde a rienda suelta poda dar vado a sus pensa-
mientos, ejercitndose en el pastoral y virtuoso ejercicio,31 para lo cual compra-
ra ovejas y ganado suficiente y se rebautizara con el nombre de Quijotiz. Es
bueno recordar que este destino lo lleva a cabo en la Patagonia argentina donde
el Quijote funda la Repblica de carneros de Quijotana, segn nos cuenta Alberdi
en Peregrinacin de Luz del Da. Viaje y aventuras de la verdad en el Nuevo
Mundo.
Por ello, tal vez, uno debera ser borrado por sus personajes, de quienes
uno apenas estuvo al servicio insina Monterroso al contraponer a Cervan-
tes a Kafka, cuyos personajes le sirven ms a l que l a ellos: El ms sabio
ha sido Cervantes al esconderse tras otro nombre para contar la historia de Don
Quijote, incluso al grado de que se ha llegado a considerarlo un idiota al lado
de su personaje.32
Las referencias de Augusto Monterroso a Don Quijote son mltiples, espe-
cialmente en Lo dems es silencio (1982), donde resea en forma deliberada-
mente ramplona una nueva edicin del Quijote a la que sigue una carta de un

29. Edward C.Riley, La singularidad de la fama de Don Quijote, Universidad de So Paulo, Cua-
dernos de Recienvenido, 8, 1998, p. 11.
30. Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c. Tomo 2, 1932, p. 983.
31. Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c., Tomo 2, p. 1034.
32. Augusto Monterroso, Viaje al centro de la fbula, Mxico, UNAM, 1981, p. 136.

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lector indignado por los errores que contiene. En otros textos, Monterroso se
divierte combinando los apellidos de Gustavo Dor (ilustrador del Quijote) y
Alberto Durero o presuponiendo que Cervantes us el seudnimo de Avella-
neda y, por lo tanto, fue el autor del Quijote apcrifo.

Un lector de libros atrapado en otros libros


No hay que olvidar, adems, que Alonso Quijano es Don Quijote a causa de
los libros que ha ledo. En muchos momentos, confrontado a la proliferacin
de lectores, poetas, escritores y escribidores que tratan de libros a lo largo de
la obra, se manifestar incluso como agudo crtico literario. La identificacin
de lo imaginario con lo imaginario remite a Don Quijote a la lectura Don Qui-
jote viene de la lectura y a ella va33 lo que permite a Simn Alberto Consalvi
imaginar al hidalgo leyendo La inmortalidad de Kundera e indignarse cuando
repite que Don Quijote era virgen34 segn lo haba definido Avellaneda.
Lector de libros de caballera que lo trastornan en la obra de Cervantes, Don
Quijote pasa a ser lector de El origen de las especies de Darwin, causa de su
locura en Peregrinacin de Luz del Da (1874) de Juan Bautista Alberdi. No hay
libro moderno no hay doctrina social ni teora poltica ni descubrimiento cien-
tfico, cuya noticia haya escapado a su curiosidad ambiciosa, nos dice Alberdi,
para anunciar que Don Quijote ha dejado de mano las hazaas de Tirante el
Blanco o de Pentapoln del Arremangado Brazo por el constitucionalismo de
Constant, la moral de Bentham y la filosofa biolgica de Darwin.35
Lo mismo sostiene Tulio Febres Cordero en Don Quijote en Amrica o la
cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha (1905). Los modernos libros
de caballera del Progreso sustituyen a los de la caballera del honor y de las
armas, por lo que el caballero de la Triste Figura se transfigura en el Caballero
cosmopolita de la Libertad y el Progreso, apstol de la nueva idea, enamorado
del Ideal, atleta del modernismo cientfico y literario. Hasta Dulcinea se reen-
carna en la idea del progreso moderno, mientras Don Quijote se proclama segui-
dor de Darwin. Los modernos libros de caballera del Progreso sustituyen a
los de la caballera del honor y de las armas (p. 137), por lo que Don Quijote
est convencido de que mi patria est donde hay tinieblas que disipar, multi-
tudes irredentas que instruir y campos sin cultivo donde aventar la flgida
simiente del modernismo redentriz (p. 192). En las justas y torneos de la civi-

33. Carlos Fuentes, Cervantes o la crtica de la lectura, Mxico, Joaqun Mortiz, 1992, p. 77.
34. Simn Alberto Consalvi, Discreta querella de Don Quijote de la Mancha con el autor de La
inmortalidad, La cervantiada, o.c., pp. 271280.
35. Juan Bautista Alberdi, Peregrinacin de Luz del Da. Viaje y aventuras de la verdad en el
Nuevo Mundo, Buenos Aires, Ed. Choel-Choel, 1947, p. 18.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lizacin, los Caballeros del Progreso deben llevar adelante mquinas e instru-
mentos cientficos (p. 194).36
Otros escritores, como la argentina Ana Mara Shua o el uruguayo Mario
Levrero, intertextualizan no solo el Quijote sino el relato de Borges Pierre Menard,
autor del Quijote. Ana Mara Shua en El ojo de la cerradura imagina que Cer-
vantes a travs de un instrumento rudimentario para entrever el futuro, pudo
conocer la obra de Pierre Menard antes de componer su Quijote.37
Por su parte, Mario Levrero propone a partir del famoso relato de Bor-
ges que Pierre Menard, autor del Quijote fue escrito en realidad veinte aos
antes por un italiano llamado Giambattista Grozzo y publicado en una revista
donde colaboraba Italo Calvino. Un investigador, Salvatore Ragni, habra des-
cubierto que Borges, impresionado por la teora de la reescritura, no hizo otra
cosa que traducir el texto de Grozzo del italiano al castellano. Rizando el rizo,
Levrero se pregunta si en realidad Grozzo no sera un seudnimo del propio
Borges que habra decidido, ayudado por Calvino, publicar una primera versin
en italiano de Pierre Menard.38

El Quijote indiano
Obra literaria, obra abierta y por lo tanto inconclusa, Cervantes propone
en el Quijote un libro donde el lector y los personajes se saben ledos y el autor
se sabe escrito por un escritor libresco y donde la historia de Don Quijote puede
ser contada por otros. No invita a ello la ltima lnea de la primera parte: Forsi
altro canter con miglior plectro?; no lo hace tambin Avellaneda cuando repite
en castellano el mismo verso: no faltar mejor pluma que los celebre? 39
Pese a la advertencia de Cervantes Tate, tate, folloncitos/ De ninguna sea
tocada,/ Porque esta empresa, buen Rey,/ Para m estaba guardada40 las plu-
mas lo celebrarn y las mejores estarn en Amrica. Juan Montalvo lo reconoce
explcitamente, ya que segn el autor de Captulos que se le olvidaron a Cer-
vantes el autor del Quijote y la importancia de El Quijote de Avellaneda en la
configuracin de la segunda parte invitan a continuar una obra que parece incon-
clusa, aunque se pregunte si tiene derecho un semibrbaro del Nuevo Mundo

36. Tulio Febres Cordero en Don Quijote en Amrica o la cuarta salida del ingenioso hidalgo
de La Mancha (1905).
37. Ana Mara Shua, El ojo de la cerradura, La cervantiada, o.c. p. 117.
38. Mario Levrero, Gianbattista Grizzi, autor de Pierre Menard, autor del Quijote, El sn-
drome de Pierre Menard, Antologa y prlogo de Juan Manuel de Prada, Barcelona, FNAC, 2005, pp.
291-297.
39. Alain-Ren Lesage, traductor al francs del Don Quijote de Avellaneda tom al pie de la letra
la invitacin y continu sus aventuras.
40. Cervantes, Don Quijote, o. c. II, LXXIV.

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a intentar emular a Cervantes, cuyo lenguaje nadie ha podido imitar, por lo


que no es bueno que un americano se ponga a contrahacerlo. El hijo de los
Andes no puede salir airoso de tal empresa sostiene Montalvo aunque la
naturaleza prodiga al semi-brbaro de ciertos bienes que el hombre en extremo
civilizado no da sino con mano escasa: la sensibilidad y la imaginacin.
Proponerse imitar a Cervantes, qu osada! Osada, puede ser; desvergenza,
no. Y aun ese mundo de osada viene a resolverse en un mundo de admiracin
por la obra de ese ingenio, un mundo de amor por el hombre que fue tan
desgraciado como virtuoso y grande.41
A ello contribuye una naturaleza americana montaas, pramos, ros de
cauce proceloso que infunde un amor hecho de sensaciones rsticas. Al pare-
cer le sirve de excusa la ignorancia y el atrevimiento, prendas del hombre poco
civilizado.42 El semibrbaro de Amrica no tiene miedo y advierte que ha escrito
un Quijote para la Amrica espaola, y de ningn modo para Espaa, pese a lo
cual si algn espaol, hermano en religin, lengua y costumbres, la leyera,
le pide que sea benvolo, aunque, como seala Gonzalo de Zaldumbide, el
Quijote de Montalvo nada tiene, ni en los personajes, ni en el ambiente, ni en
el paisaje, peculiar a la Amrica, a todo lo ms un airecillo de sierra ecuato-
riana.43
Cuando Tulio Febres Cordero publica en 1905 en ocasin del tercer cente-
nario del Quijote su obra Don Quijote en Amrica o sea la cuarta salida del
ingenioso hidalgo de la Mancha es acusado del sacrilegio intento de continuar
la obra de Cervantes, autor de una caricatura irreverente44 y de una vitupe-
rable profanacin,45 desatando una fuerte polmica, lo que le permiti agotar
rpidamente la primera edicin. Si el solo ttulo Don Quijote en Amrica indis-
pone luego el nimo sin poderlo remediar; si el subttulo la cuarta salida del
ingenioso hidalgo de la Mancha, no nos deja ya duda de que se trata de una
vituperable profanacin [...] cunto crece nuestro disgusto al ver, por el segundo
prrafo del prlogo, que el Quijote americano pretende ser nada menos que el
mismo de Cervantes en espritu y en verdad!... sostiene Pedro Fortoul Hurtado
en carta abierta al autor.
En la introduccin a la segunda edicin, Febres se defendi afirmando que
Cervantes produjo un hijo capaz de realizar en su tiempo y en los venideros

41. Juan Montalvo, Captulos que se le olvidaron a Cervantes, edicin de ngel Esteban, Madrid,
Ctedra, 2004, p. 108.
42. Captulos que se le olvidaron a Cervantes, o.c. p. 115-116.
43. Gonzalo Zaldumbide, Juan Montalvo, Puebla, Editorial JM.Lapica, 1960, p. 71.
44. Maximiliano Grillo, Don Quijote en Amrica, El Correo Nacional, Bogot, 20 febrero 1906.
45. Misiva reproducida en el prlogo a la tercera edicin de Don Quijote en Amrica, o.c.,
pp. 24-28.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

generosas empresas,46 por lo que haba que aprovechar la clarsima antorcha


que su genio encendi en el mundo, para llevarla a campos necesitados de esa
luz benfica por lo que el hroe de los Molinos de Viento est vivo y muy
vivo.
Un Quijote indiano, un Quijote criollo es a su juicio acequia de regado
del ro grande y majestuoso de la obra de Cervantes,47 por lo cual se lo puede
imitar, aprovecharse de sus pensamientos, resucitar los personajes creados
por su fantasa y tratar de continuar sus narraciones en tierra americana viviendo
aventuras modernas o modernistas. Vamos a correr por repblicas democr-
ticas, y no por vetustas monarquas, le anuncia Don Quijote a Sancho antes de
emprender viaje.48 Sin embargo, no todas sern repblicas democrticas las
que el Quijote recorre en esta y en otras obras de la variada y mltiple autora
compartida que encarna. Porque, por el contrario, en Amrica se siente el
lastimero clamor de los pueblos sedientos de luz y progreso.

La juventud americana de Alonso Quijano


Un lastimero clamor de los pueblos sedientos de luz y progreso que, al
parecer, escuch Alonso Quijano, antes de ser Don Quijote, en su juventud. En
el breve relato La juventud de Don Quijote (de Cervantes) incluido en El libro
negro (1951), el escritor italiano Giovanni Papini, creador del inefable perso-
naje Gog, nos cuenta el hallazgo de un texto autgrafo e indito de Cervantes
entre una coleccin de manuscritos desconocidos comprados a un anticuario
de Londres. Lo interesante del texto encontrado que, al parecer, Cervantes
no habra podido terminar antes de su muerte es que aborda uno de los pun-
tos ms intrigantes de la vida de Alonso Quijano: su pasado. Cul fue la infan-
cia y la juventud de quien, al frisar los cincuenta aos, se transformara en Don
Quijote? El manuscrito Mocedades de Don Quijote nos lo revela, no sin dejar de
sorprendernos.
Segn el original indito de Cervantes, Alonso Quijano provendra de una
familia noble venida a menos; habra sido un errtico estudiante en Salamanca,
oscilando entre la filosofa y las letras y, tras un amor frustrado, novicio en un
convento de carmelitas donde sufri la decepcin de comprobar cun mundana
era la conducta de los religiosos. Gracias a la proteccin de un to marqus, y
con casi treinta aos de edad, Alonso Quijano entr en la Corte de Madrid. Nue-
vas frustraciones le aguardaran: intrigas, altanera de los grandes y comporta-
miento rastrero de los humildes; celos y corrupcin de su entorno que lo lleva-

46. Respuesta de Febres Cordero a Foroul Hurtado, dem., p. 30.


47. Febres Cordero, dem, o.c., p. 40.
48. Febres Cordero, o.c., p. 68.

164 ndice
D O N Q U I J OT E , P E R S O N A J E P R OT E I C O

ron a solicitar un nombramiento en el Nuevo Mundo como oficial de la guar-


dia de un virrey, lo que segn el manuscrito le fue concedido. Alonso Qui-
jano parte, entonces, a las Indias.
Lo que no pudo conseguir el propio Cervantes lo habra obtenido su perso-
naje Alonso Quijano, aunque Papini sugiere en la ambigedad del ttulo de su
relato La juventud de Don Quijote (de Cervantes) qu tambin ese pudo ser
el destino de su autor. Sin embargo, en Amrica, el futuro Caballero de la Triste
Figura, no slo descubre la grandiosa naturaleza ante la que se rinde admirado,
sino tambin las atroces exacciones y cargas a que eran sometidos los pobres
indios. Al parecer:

La crueldad y la jactancia de los conquistadores, la avidez y concusin de los ofi-


ciales del Gobierno, los abusos y depravaciones de la soldadesca, le llenaron
de nuseas, de repugnancia y de horror.49

Cristiano y gentilhombre como era, el futuro defensor de los dbiles no


pudo soportar la visin de esas iniquidades y las denunci ante el Consejo de
Indias. Sin embargo, el inquisidor encargado de su verificacin, coludido con
el virrey, dictamin que eran el fruto de un loco desatinado, de un visionario
calumniador, por lo cual Alonso Quijano es arrestado, conducido a Espaa y
encarcelado en Alba de Tormes, donde, sin ser juzgado por ningn tribunal,
pasa varios aos prisionero. Liberado al fin, melanclico y derrotado, vuelve
al hogar paterno para consagrarse a la lectura de libros de caballera y refugiarse
en la fantasa de la pica. El resto es historia conocida, porque en ese momento
de la vida de Alonso Quijano frisando la cincuentena empieza la consagrada
novela de Cervantes.
La desconocida experiencia americana del hidalgo manchego revelar su
importancia. Al final del relato sobre la juventud de Don Quijote, Gog, el narra-
tario de Papini, anota en su diario que me parece que en esta obra apenas esbo-
zada, actualmente en mi poder, se encuentra la verdadera clave y justificacin
de las fantasas y de las empresas de Don Quijote de la Mancha. Y sentencia:
Quien no conoce la juventud de Alonso Quijano, no puede comprender la
madurez de Don Quijote de la Mancha y sus generosas extravagancias.50
La metfora existencial sugerida Amrica como catalizadora del loco senti-
miento de justicia de Don Quijote instala la gnesis de la novela en una dimen-
sin donde el Caballero de la Triste Figura se convierte no slo en contempor-
neo de Bartolom de las Casas (14721566), sino en compaero de su lucha.

49. Giovanni Papini, La juventud de Don Quijote (de Cervantes), El libro negro, Obras, Tomo
I, Madrid, Aguilar, 1962, p. 740.
50. Papini, o. c., p. 741

ndice 165
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Qu se extrae de esta ficcin y de todas las glosadas en esta conferen-


cia? Por lo pronto, que el quijotismo es ingrediente esencial de lo ameri-
cano. Ana Mara Borrero ya vio en 1943 a Don Quijote como un verdadero
bastin de la resistencia. Nada mejor que las palabras envueltas en lrica
prosa de esta entusiasta cubana para terminar este periplo felizmente incon-
cluso entre los cronistas de la peregrina historia que nos propuso en 1605
Cervantes y su misterioso alter ego morisco:

Quijotes por herencia directa y por la ensoacin perenne de nobles aventuras,


pero Quijotes domeados, podados por el sol de los trpicos, no hemos de per-
der sin duda nuestras capacidades espirituales ante las disciplinas que se aveci-
nan, sino que, muy al contrario, llegaremos ms presto al equilibrio que slo es
capaz de producir el viejo rosal de antiguas culturas en la fresca y fragante rosa
de Amrica.51

En todo, algo mejor que el triste pronstico de Monterroso de que los prime-
ros lectores del Quijote se rean; los romnticos comenzaron a llorar leyndolo,
excepto los eruditos [...] y los modernos ni se ren ni lloran con l, porque
prefieren ir a rer o a llorar en el cine, y tal vez hagan bien.52

51. Ana Mara Borrero, Cuba espera su hora, Revista de La Habana, 1.11, 1943, p. 476.
52. Augusto Monterroso, A escoger, Movimiento perpetuo, o.c., p. 111.

166 ndice
FRANCISCO AYALA Y SU COMPROMISO EDITORIAL EN ESPAA Y AMRICA LATINA
Manuel ngel Vzquez Medel
Catedrtico de Literatura Espaola. Universidad de Sevilla

Es un acto de sensibilidad y generosidad, pero tambin de justicia, que es-


te I Foro Editorial de Estudios Hispnicos y Americanistas dedique una de sus
conferencias plenarias a Francisco Ayala, que aparece aqu asociado a dos de
sus grandes presencias literarias: Cervantes, a quien dedicara importantsimos
ensayos luego recogidos en el volumen La invencin del Quijote. Indagaciones
e invenciones cervantinas,1 y Jorge Luis Borges, con el que mantuvo una gran
amistad, acompaada de recproca admiracin. Recordemos que Borges salu-
dara el relato de Ayala El Hechizado como uno de los cuentos ms memora-
bles de las literaturas hispnicas.2
Miguel de Cervantes fue, para Francisco Ayala, el ms alto exponente de la
creatividad literaria y, al mismo tiempo, de la autoconciencia e intencionali-
dad creadoras. Forjador de la novela moderna y, a la vez, su punto ms eleva-
do, el Cervantes que interesa a Ayala no es slo el autor de El Quijote o de las
Novelas ejemplares, sino tambin el dramaturgo, el poeta acerca de cuyo me-
nester conservamos, como una joya, el anlisis ayaliano del soneto al tmulo
de Felipe II, e incluso el hombre. A diferencia de Unamuno, que afirmaba en

1. Las obras citadas aparecen al final, en Referencias.


2. Cf. Vias Piquer, David: Hechizado por el Aleph: Ayala, lector de Borges; Borges, lector de
Ayala, en Antonio Snchez Trigueros y Manuel A. Vzquez Medel (eds.): Francisco Ayala y Amrica.
Alfar, Sevilla, 2006, pp. 39-54.

ndice 167
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

el Prlogo a Vida de Don Quijote y Sancho me siento ms quijotista que


cervantista y pretendo libertar al Quijote del mismo Cervantes, Ayala se siente cer-
vantista y hasta cervantino, y titula uno de sus textos recogidos en Palabras y
Letras Cervantes no slo escribi el Quijote. En l podemos leer:

Cervantes puso su genio nico en todo cuanto escribi, y no escribi slo el


Quijote [...] Bueno ser que, de una vez por todas, se termine con el juicio inve-
terado acerca de una supuesta mediocridad de Cervantes en cuanto no sea su
Quijote. Es un prejuicio ridculo, y ya es hora de acabar con l.

Lo que para Ayala queda fuera de toda duda es que:

Aun cuando nunca hubiera escrito el Quijote, Cervantes figurara de todas mane-
ras entre los escritores ms importantes del mundo, aquellos pocos a quienes co-
rresponde la primera lnea en la historia de la literatura universal.

En esa primera lnea se sita tambin Ayala.


Hoy es el primer 22 de abril (vspera del Da del Libro), desde hace 104 aos,
que Francisco Ayala no est entre nosotros, dando razn del mundo. Se nos
fue una clara maana de otoo, con la misma sencillez, con la misma digni-
dad con la que siempre vivi... Sin viscerales miedos a la muerte que bien sa-
ba por propia y amarga experiencia que forma parte de la vida. Es difcil que
alguien pueda culminar su existencia con esa rara perfeccin que el maestro
Antonio Machado a quien tanto admiraba y sobre el que tan hermosas y sabias
pginas escribi peda para marcharse en silencio y con discrecin de la vi-
da, ligero de equipaje. Pero si es cierto que lleva quien deja y vive el que ha vi-
vido, Ayala nos deja mucho, y por ello hemos de trabajar en el yunque donde
se forja la palabra, como tributo de gratitud por el regalo de su extensa obra.
Testigo privilegiado del ltimo siglo El escritor en su siglo, titul un volu-
men de ensayos Ayala vio pasar la humanidad del carro tirado por bestias a la
nave espacial, de las sombras chinescas a las imgenes tridimensionales de sn-
tesis, de la invencin de la penicilina a la ingeniera gentica, del pregn
callejero a la consumacin de la Aldea Global en Internet... Y siempre lo hizo
observador excepcional con inters y a la vez con mirada crtica y lcida,
no exenta de capacidad anticipadora, proftica. Tambin con el convencimien-
to profundo de que si, en la ciencia y en la tecnologa, los avances humanos
resultan innegables, en el mbito de la tica, del comportamiento, de las pau-
tas de conducta y de los valores esenciales, no hemos hecho demasiados pro-
gresos desde nuestros antepasados en las sabanas africanas. Y lo peor de todo,
que no estamos a salvo de retroceder en cada recodo de la historia, que no po-
demos cortar la cizaa sin cercenar el trigo, y que hemos de aprender a vivir

168 ndice
F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

con nuestra parte oscura, individual y socialmente. Todo ello se refleja con una
gran riqueza en su obra de creacin, potica, como le gustaba calificarla.
Deca el Premio Nobel de Literatura y compaero de exilio puertorrique-
o de Ayala- Juan Ramn Jimnez, que su propia obra era conocida en parte
y siempre en la misma parte. Algo parecido podramos decir de Francisco Ayala,
uno de los narradores e intelectuales mayores de la cultura universal del Siglo
XX: su obra es conocida poco, en parte, y siempre en la misma parte.
Como en algunas ocasiones he manifestado, si Ayala hubiera fallecido con
75 aos, nadie le hubiera agradecido sus extraordinarias aportaciones a la cul-
tura universal, a uno y otro lado del Atlntico: slo despus llegara su ingre-
so en la Real Academia, el Premio Nacional de Literatura (1984), el Premio de
las Letras Espaolas (1988), el Premio Cervantes (1991), el Premio Prncipe de
Asturias (1988) y su candidatura al Premio Nobel, reconocimiento que estuvo a
punto de alcanzar en 1998.
Y, aunque ya Ayala ha ganado en el canon literario algo ms que unas l-
neas en un prrafo sobre la narrativa espaola del exilio, estamos an muy le-
jos de reconocer en l:

a) A un perspicaz e interesantsimo narrador joven,3 que se incorpora bri-


llantemente a lo mejor de la tradicin de narrativa decimonnica con sus
primeras novelas Tragicomedia de un hombre sin espritu (1925) e Historia
de un amanecer (1926).

b) Al mximo exponente de la narrativa hispnica de vanguardia con El bo-


xeador y un ngel (1929) y Cazador en el alba (1930), as como a un
joven vanguardista enamorado del cine, que escribi el primer libro que
en nuestra lengua se dedic al sptimo arte, con el ttulo Indagacin del
cinema (1929).

c) Al tiempo que forja sus inicios literarios, Ayala se convierte en uno de


los grandes juristas y precursores de las ciencias sociales en Espaa:
tras su formacin en Berln, a finales de los 20 y principios de los 30, Ayala
ser letrado de las Cortes de la Repblica y Catedrtico de Derecho, tras
realizar una innovadora tesis sobre la Constitucin de la Repblica. Sus
traducciones y ensayos sobre la libertad, la cultura y la sociedad de su
tiempo son an, en nuestros das, de vigente referencia.

3. El primer texto impreso de Ayala que conocemos apareci el 28 de febrero de 1923 (an
tena 16 aos) en la revista Vida aristocrtica, y se trataba de un artculo sobre el pintor Julio Romero
de Torres. El 1924 publicara sus primeras narraciones La mariposa y La sombra del hermano
en el peridico El Globo.

ndice 169
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

d) Camino del exilio, en Pars, en 1939, Ayala renovar su trayectoria na-


rrativa potica (creativa) con Dilogo de los muertos, la primera de las
incitaciones a la reconciliacin, texto que ser incorporado a uno de
sus conjuntos de novelas ejemplares, Los usurpadores (1949), que jun-
to con La cabeza del cordero (1949) marcan el camino de renovacin
de la narrativa hispnica de posguerra.

e) Ayala, desde su primera juventud y, especialmente en el exilio, trabaja


incansablemente en lo que hoy llamaramos periodismo cultural, encon-
trndose entre sus publicaciones de referencia La Gaceta Literaria, Revista
de Occidente, El Sol o, ya en Argentina, el diario La Nacin, de Buenos
Aires, en cuyas pginas de cultura dirigidas por Mallea realiza aportacio-
nes intelectuales avanzadas en dcadas a su tiempo. A su regreso del exi-
lio, son de referencia sus artculos en Informaciones, ABC y, especialmen-
te, El Pas.

f) A mediados de los aos 40, y especialmente durante su fecunda estancia


brasilea, Ayala se convierte en una de las grandes autoridades de la so-
ciologa hispnica con su Tratado de Sociologa (1947) y su Introduccin
a las Ciencias Sociales (1952).

g) Durante su tiempo de exilio, como veremos aunque como actividad ini-


ciada desde los aos treinta con la traduccin de Lorenzo y Ana, de Arnold
Zweig (1930)4 Ayala ser traductor de cinco idiomas alemn, francs,
ingls, italiano y portugus as como un importante terico de la traduc-
cin, y tambin terico y crtico literario.5

h) Ayala culmina su trayectoria creativa con sus novelas Muertes de perro


(1958) y El fondo del vaso (1952), y sus relatos posteriores hasta llegar a
esa obra maestra de la narrativa transmoderna que es El jardn de las de-
licias (1971 y posteriores ediciones).

4. En 1929, en Berln, realiz, en colaboracin con Beate Hermann, su primera traduccin de


un relato alemn que se publicara en Sntesis.
5. Cf. El vol. III de sus Obras Completas (Galaxia Gutenberg-Crculo de Lectores, Barcelona,
2007), dedicado a los Estudios literarios, da buena cuenta de estas dimensiones.

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F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

De la Repblica al exilio
Antes de entrar con ms detalle en las relaciones de Ayala con la actividad
editorial, me parece conveniente una breve aproximacin de los aos que
van de la proclamacin de la Repblica al exilio, para poder centrarnos poste-
riormente en su actividad editorial (como escritor, traductor, director de colec-
ciones universitarias y de revistas) a lo largo de su periplo como exiliado, a
travs de Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos.
El ao de 1931 fue fundamental en la vida de Francisco Ayala.
Acababa de concluir su estancia formativa en Berln, que inici en otoo de
1929 -tras la obtencin de su Licenciatura en Leyes y finaliz el verano de 1930.
Un ao crucial en su trayectoria, tanto para su formacin intelectual como por
sus implicaciones personales: especialmente el encuentro con la que habra
de ser su primera esposa, la chilena Etelvina (Nina) Silva.
En enero de 1931 Ayala regresa a Berln para contraer matrimonio con Nina
y posteriormente trasladarse a Madrid: Durante ese perodo afirma Ayala en
Recuerdos y olvidos mi mujer me ayud en los trabajos de traduccin y com-
parti mis amistades, participando en nuestras tertulias [...] El ambiente en que
nos movamos ahora, desde nuestra llegada a Madrid, era un ambiente de ale-
gre expectacin. Los acontecimientos polticos de Espaa desintegracin fi-
nal del rgimen monrquico y proclamacin de la Repblica eran esperados
con un sentimiento de confiada seguridad. El pas respiraba una atmsfera de
tranquila anticipacin: se miraba el porvenir con optimismo, y el advenimiento
de la Repblica era aguardado en la misma actitud con que las familias espe-
ran un parto....
Recordemos que Ayala haba publicado ya, en su juventud, sus primeras no-
velas Tragicomedia de un hombre sin espritu (1925) e Historia de un amane-
cer (1926), as como sus vanguardistas conjuntos de relatos El boxeador y un
ngel (1929) y Cazador en el alba (1930) y el librito Indagacin del cinema
(1929). Sin embargo, los aos que nos ocupan (de 1931 a 1939) sern de pa-
rntesis en su actividad literaria, que se reanudara con el impresionante texto
Dilogo de los muertos (1939) escrito camino del exilio: en los aos que
van desde mi regreso de Alemania hasta el exilio en Buenos Aires, mi actividad
literaria como autor de obras de imaginacin qued en suspenso. Sin embar-
go, su pluma permaneci activa en el campo del ensayo, del estudio filosfico-
poltico, y de la traduccin.
As cuenta Ayala la proclamacin de la Repblica: Se produjo el 14 de abril;
y cuando nosotros omos por la radio la noticia de lo que estaba ocurriendo
salimos a reunirnos en el caf de La Granja El Henar con los amigos que all so-
lan hacer tertulia a diario. La concurrencia era mayor que de costumbre, y la
excitacin de la gente, muy grande. Contertulio del caf La Granja era Manuel

ndice 171
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Azaa, quien habra de tener, a decir de Ayala, destino de hroe shakespearia-


no. Durante esos aos primeros de la Repblica Ayala era ya profesor auxiliar
de Derecho poltico y secretario de la Facultad. En 1931 se doctora y gana
una plaza del Cuerpo de Oficiales Letrados del Congreso, ante un tribunal
presidido por Julin Besteiro. Adems, sigue participando de la tertulia de la
Revista de Occidente, y Ortega le encarga los editoriales o artculos de fondo de
El Sol. En 1932 publica El derecho social en la constitucin de la Repblica, y en
1933 gana la Ctedra de Derecho Poltico de la Universidad de La Laguna, aun-
que pide la excedencia para seguir en la de Madrid.
El 4 de noviembre de 1934, en plena revolucin de Asturias nace su ni-
ca hija, Nina: los quejidos de la parturienta alternaban y se mezclaban con los
disparos de fusilera en la calle. Pocos meses despus mora su madre y da-
ba, sin saberlo, en el funeral, el ltimo abrazo a su padre.
En mayo de 1936 Ayala sale de Espaa para ofrecer una gira de conferen-
cias por Amrica del Sur. Durante su visita a Argentina, Paraguay y Chile en
compaa de su mujer y su hija les sorprende el comienzo de la Guerra Civil.
Ayala regresa a Espaa para ponerse a disposicin del Gobierno de la Repblica,
como funcionario del Ministerio de Estado. Ser Secretario-Consejero de la
Legacin de Praga: En esa temporada prefer olvidarme de que soy escritor y,
dejando para ms propicia ocasin el cultivo de las artes literarias, ocup mi
pluma en la redaccin de documentos oficiales y mi tiempo en gestiones ati-
nentes a nuestras relaciones exteriores.
Ayala sigue el periplo del Gobierno de la Repblica: Madrid, Valencia,
Barcelona poco antes de la entrada de las tropas de Franco en la Ciudad
Condal, emprende el camino del exilio, va Francia, hacia Argentina: Saba que
haba salido de Espaa para muchsimo tiempo, quiz para siempre....
Afortunadamente, no fue as, y se abra, en los aos de Argentina, Brasil, Puerto
Rico y Estados Unidos, el perodo ms fecundo de la escritura ayaliana, desde
Los usurpadores a El jardn de las delicias.

Ayala y el mundo editorial


Hoy, con todo, deseamos centrarnos en las diversas y ricas implicaciones de
Francisco Ayala con el mundo editorial, que comienzan es evidente como es-
critor, y que encuentran en l un inusual inters, slo explicable por su poste-
rior experiencia como editor y director de colecciones y revistas.
Mi labor escrita afirma el granadino universal, con una precisa autocon-
ciencia presenta dos grandes vertientes: por un lado, la del comentario enca-
minado a interpretar el curso de la historia donde me encuentro sumergido, y
por el otro, la plasmacin artstica de mis intuiciones acerca de lo que pueda

172 ndice
F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

ser la realidad esencial. Es ese el ncleo de toda cosmovisin: cul es la rea-


lidad esencial a que responden los acontecimientos y accidentes de la vida?
Ayala, aceptando que el hombre de letras, el intelectual, ha de ser la con-
ciencia del cuerpo social al que pertenece, realiza un importante examen de
conciencia en una de las obras mayores de su pensamiento, Razn del mun-
do. En sus palabras finales proclama que los intelectuales deben esforzarse sin
descanso por hallar, en medio de la crisis y a favor de su coyuntura, el sentido
de la realidad histrica en que se encuentran implicados y, desde el centro de esa
realidad, pensar los temas eternos con sinceridad implacable; mantener viva, en
incansable clamor, la demanda por el destino esencial del hombre.
Esa fue la misin que asumi Ayala y que se manifiesta desde sus juveniles
aos: Aunque no lo puedo recordar nos dice en Recuerdos y olvidos, es lo
ms probable que fuera Melchor Fernndez Almagro quien me facilit el ac-
ceso inicial al que entonces me pareca paraso de la letra impresa, pues a l se
debi, esto sin duda alguna, el que yo publicara en seguida artculos en el
diario La poca [...]. Ayala nos ha contado con detalle cmo lleg a ver im-
presa, a sus 18 aos, su novela Tragicomedia de un hombre sin espritu, gracias
a que Guillermo Fernndez Shaw costeara la edicin. A partir de entonces, re-
afirma su presencia en tertulias y crculos madrileos, especialmente en el cr-
culo de Ortega y la Revista de Occidente, as como en La Gaceta Literaria de
Guillermo de Torre y Gimnez Caballero.
Ayala recuerda tambin con detalle la publicacin en CIAP de sus escritos so-
bre cine, a peticin de Salazar Chapela: Me llev al gerente, entregu los ori-
ginales, y me dieron a firmar un contrato de edicin que yo le estupefacto. La
tirada era relativamente grande, algo como 5.000 ejemplares y me pagaban ade-
lantado el 15 por 100 del precio de venta sobre la edicin entera. Le dije a
Esteban: Pero si esto no puede ser. Van a perder dinero.
La vida de Ayala en la Espaa republicana est profundamente implicada
con diversas iniciativas editoriales: traductor del alemn (Carl Schmitt o El hom-
bre y la sociedad en la poca de crisis, de Karl Mannheim), a ltima hora de la
tarde acuda an a la tertulia de la Revista de Occidente [...] y para recargar to-
dava ms por si fuera poco mi agenda, acept, a sugestin de Ortega, el en-
cargo de redactar los artculos editoriales o de fondo de El Sol, [...] cuando Ortega
perdi el control de aquel diario, pas a escribir para los nuevos nacidos de
su iniciativa, Luz y Claridad, algunos editoriales.
Ayala, con todo, prefiri siempre vivir de su trabajo como profesor,6 editor
o traductor, antes que obligarse a producir, ms all de su vocacin y voluntad,

6. Utilizamos en los prrafos siguientes, con ampliaciones y matices, la esplndida informacin


ofrecida por la Fundacin Ayala: http://www.ffayala.es/index.php/Traductor-y-editor/186/0/.

ndice 173
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en el mbito de su escritura gustosa y creativa: No he sido jams, en rigor, un


escritor profesional, no he vivido de la pluma, sino de otros oficios y menes-
teres, concomitantes en la mayora de los casos.
Su conocimiento de idiomas le permiti, ya desde su etapa de Berln, 7 ini-
ciarse en el arte de la traduccin, y a su regreso a Madrid, afirma, el trabajo de
traduccin iba a procurarme los ingresos indispensables durante el lapso que
transcurriera hasta haber obtenido una posicin econmica de alguna firmeza.
Francisco Ayala, durante su primera etapa de exilio en Buenos Aires, tra-
baj como traductor para la editorial Losada. Su primer encargo fue la versin
espaola de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke,
que apareci en 1941 y que sigue siendo la que publica Alianza Editorial.
Adems de Losada, Ayala fue tambin traductor para otras editoriales argen-
tinas, como Sudamericana, Argos o Schapire. Se dedicaba sobre todo a textos
literarios, principalmente del alemn, como Carlota en Weimar, de Thomas
Mann, o las Conversaciones con Goethe, de Eckermann, pero tambin tradujo
del portugus las Memorias de un sargento de milicias, de Almeida y del fran-
cs unas Pginas escogidas, de Lon Bloy; su traduccin de La romana, del ita-
liano Alberto Moravia, ha conocido numerosas ediciones y actualmente sigue
siendo la versin de referencia en lengua espaola, considerada incluso por al-
gunos especialistas en traduccin como superior a la versin original italiana.
Francisco Ayala, que siempre consider la imprescindible complementa-
riedad entre teora y praxis, entre reflexin y accin, ofreci en el suple-
mento literario de La Nacin, de Buenos Aires, dirigido por su amigo Eduardo
Mallea, una serie de entregas entre diciembre de 1946 y febrero de 1947, que
conforman el ensayo Breve teora de la traduccin, publicado por Taurus en
el cuaderno Problemas de la traduccin en 1965, y recogido posteriormente
en varios volmenes de estudios literarios, especialmente El escritor en su si-
glo y ahora en el vol. III de sus Obras Completas.8
En ese ensayo afirma el autor que la traduccin es labor ingrata: exige
mucho y procura menguados frutos. Quiz por ello, Ayala no se dedic solo
a traducir: tambin prepar ediciones de clsicos, escribi prlogos y estudios
introductorios, ejerci como vocal o asesor en comits editoriales y dirigi co-
lecciones y revistas.
Su relacin con la empresa de Gonzalo Losada, aunque tormentosa, fue la
ms fructfera: Ayala fue vocal de la comisin editorial del Instituto Argentino

7. El primer libro que tradujo fue la novela de Arnold Zweig Lorenzo y Ana, publicada en 1930
en Ediciones Hoy, Madrid. Ayala no dej de hacer traducciones hasta el comienzo de la guerra en
1936, principalmente de textos alemanes de tema jurdico, en colaboracin con su primera esposa,
Etelvina Silva.
8. Pgs. 100-124.

174 ndice
F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

de Filosofa Jurdica y Social y tradujo algn ttulo de su biblioteca temtica, co-


mo el libro de Hans Kelsen La idea del Derecho Natural y otros ensayos; y
dirigi la coleccin Biblioteca Sociolgica, de la que se publicaron ocho vol-
menes.
Ya antes haba dirigido una coleccin llamada Los clsicos polticos para la
editorial Americalee de Buenos Aires: los ocho ttulos que la componan apare-
cieron en 1943, y todos ellos llevaban un estudio preliminar escrito por Ayala.
Entre estos ttulos encontramos:

Fichte, Discursos a la nacin alemana


Benjamn Constant, Principios de poltica
Siyes, Qu es el tercer estado?
Antonio Prez, Norte de prncipes, virreyes, presidentes, consejeros y go-
bernadores, y advertencias polticas sobre lo pblico y particular de una
monarqua
Baltasar Gracin y Morales, El poltico. Fernando. Orculo manual. El h-
roe
Hamilton, Lgica parlamentaria
Inmanuel Kant, Principios metafsicos del derecho

A su vuelta de Brasil, donde pas con su familia todo el ao de 1945, Ayala


retom sus actividades editoriales. Ahora, cuenta en Recuerdos y olvidos, no
estaba apremiado a traducir, y traducir hasta el agotamiento; y sin embargo, por
puro gusto, traduje todava algunos libros. Fue dedicndose cada vez menos a
las traducciones porque su obra propia empez a ocuparle todo el tiempo, pe-
ro no se alej del mundo de la edicin: en 1947 apareci el primer nmero de
Realidad. Revista de ideas, en la que figuraba como director Francisco Romero
pero cuyos editores y verdaderos responsables eran Lorenzo Luzuriaga y
Francisco Ayala.
Realidad dej de aparecer en 1949: se acab el capital, y adems la coyun-
tura poltica y social en Argentina comenzaba a ser desagradable para Ayala,
quien decidi marcharse a Puerto Rico, en 1950. Ejerci como catedrtico de
Sociologa en la Universidad de Ro Piedras hasta 1957, y, desde poco tiempo
despus de instalarse, se dedic tambin a la edicin: ya al ao siguiente me
propuso el rector que me hiciera cargo de la Editorial Universitaria y planease
un programa de publicaciones que, en efecto, llevamos a la prctica en coope-
racin con la Revista de Occidente. El fruto de estos planes fue una coleccin
que se llam Biblioteca de Cultura Bsica de la Universidad de Puerto Rico,
de la que, bajo la direccin de Ayala, se publicaron ms de quince ttulos entre
1952 y 1957.

ndice 175
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Biblioteca de cultura bsica de la Universidad de Puerto Rico. Editados en


coedicin con Revista de Occidente, e impresos en Madrid (estos son los ttu-
los publicados en la poca de Ayala, 1952-1957; aunque hay reediciones pos-
teriores):

Fausto, de Goethe, trad. de Roviralta Borrell y estudio de W. Sinz


El discurso del mtodo, de Descartes, ed. de R. Frondizi
El prncipe, de Maquiavelo, ed. de L. A. Arocena
La Ilada
La Divina Comedia, de Dante
Obras en prosa, de Poe, 2 vols., ed. de Cortzar
El espritu de las leyes, de Montesquieu
Obras Completas I. Macbeth, Trabajos de amor perdidos, Mucho ruido
para nada, de Shakespeare. Ed. de L. Astrana Marn
Meditaciones del Quijote, de Ortega, coment. de Julin Maras
Filosofa, de Karl Japers, 2 vols., trad. de F. Vela
Los Luisadas, de Camoens, ed. de Ildefonso Manuel Gil
Miau, de Galds, ed. de R. Gulln
Novelas y cuentos, de Voltaire, ed. de Antonio Espina
Las leyes, de Cicern, ed. de Roger Labrousse
Los deberes, de Cicern
La Dorotea, de Lope de Vega, ed. de J. M. Blecua

Se puede apreciar, con facilidad, que este pequeo canon que impulsa
Ayala tiene el sentido de universalidad que siempre caracteriz sus escritos, sin
renunciar a las races ibricas (vase la oportuna presencia de Camoens); con-
juga la alta literatura de creacin con la filosofa, el ensayo, los estudios socio-
lgicos y jurdicos; y traza un interesante arco entre obras de plena actualidad,
como las de Ortega y Jaspers, con una buena seleccin de clsicos, entre los
que encontramos algunos de sus imprescindibles (y bien presentes en su obra
de creacin) como Homero, Dante, Shakespeare o Goethe.
En enero de 1953 apareci el primer nmero de La Torre, la revista de la
Universidad de Puerto Rico, impulsada por Ayala y que an hoy se sigue edi-
tando. Fue la ltima empresa editorial en la que habra de embarcarse el au-
tor, pues desde su marcha a Estados Unidos, en 1957, centr su actividad en
la docencia y en el desarrollo de su obra ensaystica y literaria.
En Recuerdos y Olvidos ha dedicado Ayala sendos epgrafes a La editorial
universitaria y Construccin de La Torre, donde podemos leer: Esta revista,
que llegara a ser, y lo fue en efecto durante varios aos, la mejor de su gnero
en toda la extensin a que alcanza la lengua espaola, naci como resulta-

176 ndice
F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

do de mis desvelos. Entre esos desvelos refiere Ayala los relativos a la impre-
sin, pues No haba por entonces en Puerto Rico (ignoro si las habr ahora)
imprentas capaces de producir un libro con la dignidad grfica debida; era
necesario, pues, imprimirla fuera de la isla. Ayala, frente a la tendencia a im-
primir en Estados Unidos con el consiguiente coste decide visitar Mxico e
imprimir la revista en los talleres de la familia Chaves: sin la eficiente coopera-
cin de aquella excelente imprenta mexicana, mal hubiera podido yo sacar ade-
lante La Torre por control remoto. La confeccin de una revista es mucho ms
complicada que la de un libro, cuya unidad permite disponer los originales con
regularidad mayor y criterios ms sencillos; y en cuanto a La Torre no tuve que
lamentar chapuceras: todo march siempre a la perfeccin. Como ancdota
relata Ayala: me opuse a la idea que tena el rector de que la revista se distri-
buyese gratis [...] La gente no suele apreciar aquello que nada le cuesta. Insist
en ello, y en consecuencia se le puso a La Torre un precio moderado, casi sim-
blico; pero quien quisiera recibirla tena que abonar ese precio.
Segn informa Manuel Ros, a fines de la dcada de 1950, Francisco Ayala,
ya instalado en Estados Unidos, andaba planeando publicar una nueva revista
junto a algunos amigos, profesores como l: entre otros, Vicente Llorens, Jos
Mara Ferrater Mora y ngel del Ro. A travs de este ltimo llegaron noticias
del proyecto a Guillermo de Torre, quien, a su vez, estaba embarcado en una
empresa semejante con otros escritores e intelectuales de Espaa y de Argentina.
Tras cambiar impresiones por carta, decidieron que vala la pena aunar
ambos proyectos, con el simblico nombre de El Puente. La revista proyecta-
da nunca lleg a aparecer, pero el nombre y su simbolismo se materializaron
finalmente en una coleccin que publicara la editorial Edhasa, en una prime-
ra etapa, entre 1963 y 1968, bajo la direccin de Guillermo de Torre. All apa-
reci De este mundo y el otro, de Francisco Ayala, en cuya cubierta se repro-
duce un puente romnico sobre el ro Mio, en Orense.
De que Ayala amaba con pasin el mundo del libro, en relacin con el cual
fue autor, crtico, traductor, editor y sobre todo, lector, son buen testimonio
estas palabras: Siempre, desde muy muchacho, ms que dialogar con los libros,
ms que estudiarlos, sola meterme de cabeza en ellos. Quiero decir que para
m han sido una parte (muy importante, desde luego, pero slo parte indistin-
ta) del conjunto de mi experiencia vital, y no un objeto a considerar en fro; no
un objeto de distante observacin y anlisis (aunque tambin observacin y
anlisis vinieran acaso despus)... En mi contacto con las obras de imaginacin
potica he encontrado siempre una fuente de impresiones tan frescas y direc-
tas, de sentimientos tan verdaderos, de emociones tan hondas como las que pu-
dieron procurarme los descubrimientos de mi propia intimidad sensorial o las
revelaciones del mundo afectivo en la convivencia domstica, o del mundo his-

ndice 177
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

trico en los grandes acontecimientos de la poca, que de un modo u otro


deban precipitar la invencin de mis propias invenciones literarias.9
Dice Ayala en el texto final de El jardn de las delicias: Para qu has es-
crito?, No es perverso oponerse a la fugacidad de la vida?. Pero l mismo nos
da, unas lneas ms abajo, respuesta certera: todo lo que l ha ido atesorando
en una arca de palabras se encender y vibrar tambin de alguna manera
cada vez que alguien lo lea.
Ayala se nos ha marchado, pero nos queda la fuerza de su vida ejem-
plar, el fuego y el magnetismo de su palabra viva. Alcanzar su obra creado-
ra (potica, le gustaba llamarla) esa perduracin que merece, y que har
que nuestro querido intelectual y escritor, de verdadera estirpe cervantina,
cruce otros tiempos y siga iluminando, desde su profundo sentido moral,
la vida de los seres humanos del futuro.
No encuentro mejores palabras para concluir este homenaje a la integridad
ante la vida y la muerte, a la visin del mundo y de la realidad de Ayala que es-
tas palabras que escrib hace algunos aos para explicar en qu consista el
Glorioso triunfo del Prncipe Arjuna (ttulo de uno de sus relatos esenciales):
aceptar su destino; actuar con ecuanimidad; buscar un orden pacfico y jus-
to... superar los engaos de los sentidos, la avidez de placeres, el miedo al
dolor... aceptar la muerte para vivir con dignidad y reconocer que slo es in-
vulnerable quien ya est muerto. Pero que, tal vez, en esa total extincin, en
esa nada, se alcance la felicidad prometida del nirvana.
Ayala es, por encima de toda consideracin, un escritor ejemplar: un clsi-
co, un modelo digno de imitacin. La aceptacin de sus circunstancias vitales,
la sabia distancia que adopta ante una felicidad que sabe efmera y un dolor
que proclama inevitable, la capacidad de indicarnos el camino desde nuestra
situacin histrica hacia la radical pregunta por el Ser (y hacerlo de manera tan
hermosa)... su conformidad ante la fatalidad de la muerte le han hecho ya, de
alguna manera, inmortal... En ello consiste el glorioso triunfo de Francisco Ayala.
Y su propia muerte rubrica y confirma la coherencia profunda entre su pensa-
miento y su accin, entre su vida y su obra.

9. Francisco Ayala, La lectura, pliego publicado con ocasin del Da Internacional del Libro
2006, ao del centenario de Ayala. Centro Andaluz de las Letras, Mlaga, 2006.

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F R A N C I S C O AYA L A Y S U C O M P R I M I S O E D I TO R I A L

Bibliografa
AYALA, FRANCISCO: Mis pginas mejores. Gredos, Madrid, 1965.
Los ensayos. Teora y Crtica literaria. Aguilar, Madrid, 1972.
Palabras y letras. Edhasa, Barcelona, 1983.
Las plumas del Fnix. Estudios de Literatura Espaola. Alianza, Madrid, 1989.
El escritor en su siglo. Alianza, Madrid, 1990.
Narrativa completa. Alianza, Madrid, 1993.
La invencin del Quijote. Indagaciones e invenciones cervantinas. Punto
de Lectura, Madrid, 2005.
Recuerdos y Olvidos (1906-2006). Alianza, Madrid, 2006. [RyO]
Obras Completas. Ed. de Carolyn Richmond. Vol. III: Estudios Literarios.
vol. IV: Sociologa y ciencias sociales. Vol. V: Ensayos polticos y sociolgicos.
Galaxia Gutenberg-Crculo de Lectores, Barcelona, 2007.
SNCHEZ TRIGUEROS, ANTONIO y CHICHARRO, ANTONIO (eds.): Francisco Ayala, Terico
y Crtico Literario. Actas del Simposio, Diputacin Provincial de Granada,
1992.
y VZQUEZ MEDEL, MANUEL NGEL (eds.): Francisco Ayala, escritor universal.
Alfar, Sevilla, 2001.
y MANUEL A. VZQUEZ MEDEL (eds.): Francisco Ayala y Amrica. Alfar, Sevilla,
2006.
VZQUEZ MEDEL, MANUEL NGEL (ed.): El universo plural de Francisco Ayala. Alfar,
Sevilla, 1995.
(ed.): Francisco Ayala y las Vanguardias, Alfar, Sevilla, 1998.
(ed.): Francisco Ayala: el escritor en su siglo, Alfar, Sevilla, 1998.
Francisco Ayala. El sentido y los sentidos. Alfar, Sevilla, 2007.
y SNCHEZ TRIGUEROS, ANTONIO (eds.): El tiempo y yo. Encuentro con Francisco
Ayala y su obra. Alfar, Sevilla, 2004.
VIAS PIQUER, DAVID: Hermenutica de la novela en la teora literaria de Francisco
Ayala. Alfar, Sevilla, 2003.

Referencias en Internet
http://www.ffayala.es/index.php/Traductor-y-editor/186/0/

ndice 179
BORGES Y ESPAA
Mara Kodama

Videoconferencia desde Buenos Aires

Javier Torres
Buenos das. Buenas tardes. Tengo el honor de estar acompaado por Mara
Kodama, viuda de Borges y presidenta de la Fundacin Jorge Luis Borges, pa-
ra participar en este importante encuentro de hispanistas y americanistas con
motivo de la conmemoracin del Bicentenario de la Independencia de pases
latinoamericanos.
Nada mejor que evocar la figura de Borges en un escenario como el que nos
ocupa. Reflexionar sobre su legado e influencia para la cultura literaria, de un
lado y otro del Atlntico, es un cometido que no podamos olvidar en este con-
greso. Nadie como Mara Kodama para hablar de los valores literarios que Borges
dej entre nosotros y que tienen una repercusin tan amplia a travs del tiem-
po y de la creacin literaria.
Sin ms, voy a ceder el micrfono a Mara para que empiece su intervencin
situndonos en el contexto que nos ocupa. Parece ser que tenemos un pro-
blema con el audio y con Buenos Aires. No recibimos el sonido de la Sede
del Congreso en Castelln. Si contina as, deberemos apoyar esta transmisin
con el telfono para hacer llegar las preguntas desde el otro lado. As que va-
mos adelante.

ndice 181
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Mara Kodama
Buenas tardes para todos de mi parte tambin. Los sonidos de una lengua,
indiferenciados, misteriosos, son lo primero que llega a un ser humano desde
su nacimiento. Esos sonidos, articulndose en palabras y separndose en es-
tructuras, harn, a travs del aprendizaje, de ese ser, un hombre con toda su
posibilidad de comunicarse y de expresar sus necesidades inmediatas. A travs
de ellos, les ser dada, tambin a algunos, la clave para crear un universo pa-
ralelo al real que emerge y se enraza en l. El universo del arte a travs de la
palabra, el mgico universo de la literatura.
Jorge Luis Borges contaba que, antes de tener uso de razn, saba que de-
ba dirigirse de un modo a su abuela paterna y de otro modo al resto de su
familia. Mucho ms tarde, supo que esas formas correspondan a dos lenguas
distintas, la inglesa y la espaola. Las lenguas, que marcan lo ms ntimo del
ser de manera indeleble, obrarn en l lenta y subterrneamente y, decantadas,
producirn esa literatura nica, esa literatura que lectores, escritores y crticos
consideran que ha cambiado el rumbo de la literatura en lengua castellana.
Esa dualidad trazar en su vida algo semejante a un laberinto, es decir, un
camino que tercamente se bifurca en otro, que tercamente se bifurca en otro....
Los primeros recuerdos que tiene son los de la biblioteca de su padre, cr-
culo mgico que, encerrndolo, le daba, paradjicamente, la extraordinaria
libertad de la lectura y de la imaginacin. A travs de las rejas de ese jardn de
su casa de Palermo atisbaba un mundo hecho de compadres y de violencia que
le llegaba del exterior: mientras que, en la sala, lo aguardaba el otro, hecho
de batallas y de gloria, narrado por los suyos. Los rostros de sus antepasados
lo contemplaban desde los daguerrotipos.
Todo esto iba dejando su huella en el alma de ese nio que, llegado a la
adolescencia, march con sus padres a Europa, sin saber que lo sorprendera
la Primera Guerra Mundial, que cursara su bachillerato en Ginebra y que des-
cubrira un mundo diferente.
La experiencia en Ginebra marcar su manera de pensar, su vida, su obra.
A pesar de recordarla en la Exposicin de la actual poesa argentina (1922-
1927), organizada por Pedro Juan Vignale y Csar Tiempo, como dice poca
sin salida, apretada, hecha de garas y que recordar siempre con algn odio,
el paso del tiempo har que ese sentimiento natural en alguien que dej la
patria siendo casi un nio y a la que vuelve hombre, vaya modificndose. Digo
que ese sentimiento es natural porque, a su regreso, Borges debe reinsertarse
en su pas y dedicar todo su ahnco a cantarlo, redescubrirlo y fundarlo. Tendr
que separarse de ese padre que fue su formacin europea, para adquirir su
propia identidad. Una vez afirmado, su recuerdo de esos aos en Europa cam-

182 ndice
B O R G E S Y E S PA A

bia y surgen nuevamente el amor y el reconocimiento de sus aos transcurri-


dos en Ginebra y en Espaa, que considerar como algo fundamental en su vi-
da y en su formacin intelectual.
No menos importante ser la etapa que sigue a Ginebra, es decir su llega-
da y su estada en Espaa: es en Mallorca, en Sevilla, en Madrid, donde entra-
r en contacto con los escritores y poetas. Permanecer en Espaa entre 1918
y 1921, fecha en que volver a Buenos Aires.
Hablar de la relacin entre Espaa y Borges es una compleja tarea y, como
todo vnculo humano, este lazo tambin est teido de contradicciones. A lo
largo de su vida, podemos distinguir el trazado de un laberinto hecho de apro-
ximaciones y de rechazos, y que nos ofrece, a pesar de todo, un hilo conduc-
tor: su admiracin por Cervantes, Saavedra Fajardo, Quevedo, Fray Luis, Manuel
Machado, autores a los que guard fidelidad a travs de los aos.
De sus aos en Espaa conservar un recuerdo muy especial para un ami-
go que muere en plena juventud, al que conoce en Palma de Mallorca y con
quien mantuvo una intensa correspondencia, Jacobo Sureda. De las noches
de bohemia madrileas, pobladas de tertulias donde se discutan hasta el alba
temas literarios y filosficos, Borges guard y atesor un nombre: Rafael Cansinos-
Assens. A ms de sesenta aos de distancia, en San Pablo, Borges se refiere a
l como su maestro.
Borges relataba siempre las largas caminatas que, con un grupo de jvenes,
haca por las noches, luego de las tertulias en el Caf Colonial, sede indiscuti-
da de Cansinos.
Quiz lo que deslumbr a Borges fue el hecho de que, al ser presentados,
Cansinos, con una voz cadenciosa, le dijo que poda saludar a las estrellas en
treinta y tres lenguas. La relacin entre los jvenes y el Maestro se dar a la ma-
nera de los dilogos socrticos donde se entrelazarn la erudicin, las etimo-
logas y el lcido y claro razonamiento.
Rafael Cansinos-Assens acu el trmino ultra, fue el promotor del ultras-
mo a fines de los aos diez e inicios de los veinte.
El primer manifiesto ultrasta es de 1918 y deca: Nuestra literatura debe re-
novarse, debe lograr su ultra. Su nombre aparece en las revistas que lanzan y
apoyan el ultrasmo: Grecia, Cervantes, Ultra, etc. Cabe destacar que la obra de
Cansinos-Assens parece no tocada por la esttica vanguardista. En pleno apo-
geo del movimiento ultrasta espaol, en 1922, Cansinos publica una especie
de novela-ensayo, El movimiento de U. P., (abreviacin de nicos Poetas). Lo
que asombra es la cida y despiadada crtica a la vanguardia espaola a travs
de esta novela. Esta actitud contradictoria tambin se encuentra en Borges.

ndice 183
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Cansinos, desde su apodo el Poeta de los Mil Aos, critica al modernis-


mo del siglo XIX y a las vanguardias del siglo XX.
Criticar en los XXIX captulos de su novela a la Academia de la lengua, a los
jvenes poetas que se acartonan, el carcter dictatorial de los miembros de la
Academia ejerciendo la tirana absoluta del lenguaje. Tambin ataca el clasicis-
mo, el modernismo, el vanguardismo, y al poeta bohemio y romntico, repre-
sentante de la esttica del siglo XIX.
Cansinos siente el agotamiento de las escuelas pasadas, pero lo que en rea-
lidad ataca son los principios estticos de la vanguardia en general, centrn-
dose en el ultrasmo espaol. Donde puede verse con mayor fuerza esta crtica
es en la figura de Guillermo de Torre, que aparece como el poeta ms joven en
la novela de Cansinos.
Ataca tambin a la cripta del Pombo, congregada alrededor de Ramn Gmez
de la Serna, a cuyos contertulios los llama jvenes poetas viejos.
En medio de toda esta revolucin de ideas, va a producirse el encuentro con
Hispanoamrica, a travs del chileno Vicente Huidobro, que llegaba de Pars
con las ideas cubistas y futuristas, y de Jorge Luis Borges, que llegaba desde
Ginebra con el expresionismo alemn.
La relacin de Borges y de Cansinos es rica: tienen ideas en comn, gustos
en comn y la aoranza de poseer una gota de sangre juda. De hecho, Cansinos
se incorpora ya adulto al judasmo; hay un trabajo al respecto de Edna Aizemberg:
Cansinos Assens y Borges: En busca del vnculo judaico. Pero, sobre todo, lo
que los une es la misma posicin crtica y escptica frente a la vanguardia.
A pesar de haber fundado el ultrasmo, Cansinos en Espaa en 1918 y Borges
en Buenos Aires en 1921, no dejan rastros de l en su obra. Borges, sobre todo,
borrar las huellas ultrastas de la primera parte de su produccin literaria.
Precisamente en el libro de Guillermo de Torre, Para la prehistoria ultrasta de
Borges, el autor se refiere al hecho de la exclusin por parte de Borges de las
composiciones de estilo ultrasta. Manifiesta que tanto l como sus compae-
ros se asombraron de lo que exclua ms que por lo que inclua. Qu motiv a
Cansinos y a Borges a no marcar sus obras como productos de un ismo? Ambos
se sienten atrados por lo nuevo, a lo que se entregaron con fervor pero no sin
cierta reticencia; ambos rehsan el rechazo de toda una tradicin, de los mitos,
de la irona y del humor. Los dos son poseedores de una sabidura que sabe de
matices.
Cansinos es consciente de que toda forma nueva trae consigo un contenido
renovador. A esto se refiere cuando discute el binomio forma vs. ideologas.
Quiz, como dice Jorge Schwartz en su artculo Cansinos Assens y Borges,
la no inclusin de Borges en la novela de Cansinos El movimiento de nicos

184 ndice
B O R G E S Y E S PA A

Poetas se deba a que, en esos dilogos sostenidos con el grupo hasta el alba,
Cansinos supo, tal como escribi en Intermedio lrico, que en ese encuentro
se hallaba ante otro Poeta de los Mil Aos.
Como es sabido ya, Borges llega a Madrid en 1918 y permanecer hasta 1921.
Es en Espaa donde comienza a publicar sus poemas ultrastas en aquellas
revistas que le dan acogida al movimiento. Pero Borges llevar a Espaa y di-
fundir el movimiento expresionista alemn a travs de la traduccin de poe-
mas de Ernst Stadler, Johannes R. Becher, Werner Hahn, Wilhem Klemm, H. V.
Stummer y otros.
En su antologa, Guillermo de Torre rescata los poemas Rusia, Gesta
Maximalista, Tranva, Trinchera, Himno al mar, lamentando su exclusin de
Fervor de Buenos Aires.
Ve, en esta omisin, un anhelo de reintegracin a la patria; piensa que la
emocin lrica se ve perjudicada, opacada por su constante prurito ideolgico
y demostrativo.
Para Guillermo de Torre, Borges aport al ultrasmo el lan whitmaniano; no
lo considera slo como un mero colaborador sino como alguien que aport, a
travs de sus escritos en prosa y en verso, un significado pragmtico y teorti-
co; el que todo esto haya terminado lo atribuye al choque psquico de su
retorno a Buenos Aires. Hace hincapi en el poema Himno al mar, de versos
amplios y aliento csmico.
El pacifismo de los poetas expresionistas lo lleva a unirse a ellos; ante el
rechazo y el horror por la muerte, como la mayora de los jvenes del grupo ex-
presionista, se volc hacia la utopa socialista encarnada en la revolucin de
1917.
Borges publica en la revista Cervantes, en Madrid, en 1920, una antologa de
estos poetas alemanes anteriormente citados. La segunda nota de esta publica-
cin est dedicada a Johannes Becher. Borges valor a Becher como el ms sig-
nificativo e importante de los poetas expresionistas, el ms alto poeta de Alemania
y uno de los poetas cspides de la lrica pluricorde europea. Elogia los poemas,
puentes elsticos de acero que iluminan las mximas banderas de las metfo-
ras.
Tambin en Grecia escribe la nota Efigie Prefacial. All seala lo whitmania-
no de Klemm cuando dice: Una y dos voces. Mi corazn es amplio cual Alemania
y Francia reunidas.
Volver a ocuparse del expresionismo en un ensayo de sus Inquisiciones
(Proa, 1925, pp. 146-152). El ttulo de este ensayo es Acerca del expresionis-
mo. Nos dice aqu:

ndice 185
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Por obra del expresionismo y de sus precursores, se generaliza lo intenso [...]


Vehemencia en el ademn y en la hondura, abundancia de imgenes y una su-
posicin de universal hermandad: he aqu el expresionismo.

En un trabajo de Csar Fernndez Moreno, Esquema de Borges, el autor, en


una introduccin documental, nos presenta los avatares de Borges con respec-
to a sus opiniones y sus actitudes para con la vanguardia, desde 1918 hasta 1952.
El poeta pasar, as, de la fecundidad de metforas del ultrasmo al deseo de
un arte que traduzca la emocin desnuda, el ritmo y, en Buenos Aires, querr
que el ultrasmo forme una mitologa nacional y variable.
Cuando Borges llega a Buenos Aires con todos estos elementos, armando y
desarmando formas con el infinito giro de un caleidoscopio, tratar de recupe-
rar su ciudad, de forjar su lengua y, a travs de ella, a su pas.
Qu es una ciudad? Es la ms artificial creacin del hombre para el hombre.
Est trazada no slo para satisfacer sus necesidades sino tambin para que le
brinde todo aquello que su espritu necesita. Una ciudad es algo maravilloso y
atroz. Para los pueblos brbaros era objeto de temor y trataban de evitarlas en
sus marchas. Los griegos, en cambio, sentan el orgullo de pertenecer a ellas.
Muchos de los filsofos pasaron a la historia con el nombre de la ciudad a la
que pertenecan: Zenn de Elea, Thales de Mileto. Para los rabes, la ciudad era
como una mujer hermosa a la que deban conquistar.
Los tres primeros libros de Borges van dndonos su recuperacin de Buenos
Aires, su deseo de fundarla mticamente, tratando de darle una esencia metaf-
sica y, tambin, de darle sus hroes y el culto persistente del coraje a travs de
sus compadritos.
En Fervor de Buenos Aires, de 1923, trata de recuperar a su ciudad, para es-
cribirle el poema a travs de las cosas ms evanescentes, el olor del jazmn y
la madreselva, el silencio del pjaro dormido, el arco del zagun, la humedad.
En Luna de enfrente, de 1925, en el prlogo a la edicin de 1969, dice Borges:

Olvidadizo de que ya lo era, quise tambin ser argentino. Incurr en la arriesgada


adquisicin de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron
palabras que hoy apenas puedo descifrar: madrejn, espadaa, estaca pampa.... La
ciudad de Fervor de Buenos Aires no dej nunca de ser ntima; la de este volumen
tiene algo de ostentoso y de pblico.

Es en El idioma de los argentinos (1927) donde Borges parece buscar un len-


guaje cotidiano que rechaz en 1921. Expresa su necesidad de un habla argen-
tina. Considera que hay dos conductas, ambas igualmente perjudiciales, la

186 ndice
B O R G E S Y E S PA A

de los saineteros que escriben un lenguaje que nadie habla y que si agrada,
es precisamente porque suena forastero, y la de los cultos que mueren de la
muerte prestada del espaol. Lamenta que haya cado en desuso la naturalidad
de la escritura de autores como Echeverra, Sarmiento, Vicente Fidel Lpez,
Lucio V. Mansilia o Eduardo Wilde, que dijeron bien en argentino y que en su
lugar qued una corriente pseudoplebeya y otra pseudohispnica. Finalmente,
Borges se pregunta:
Qu zanja insuperable hay entre el espaol de los espaoles y el de nues-
tra conversacin argentina...? Ninguna... diferencias tan slo de matices... de con-
notaciones.
Considera que esa diferencia de matiz es suficiente para or la patria. La obli-
gacin de cada uno es dar con su voz, la de los escritores ms que nadie.
San Pablo defini la fe como sustancia de las cosas que se esperan, demos-
tracin de cosas no vistas. Borges dice que l traducira eso como recuerdo que
nos viene del porvenir, y agrega:
La esperanza es amiga nuestra y esa plena entonacin argentina del caste-
llano es una de las confirmaciones de que nos habla. Escriba cada uno su inti-
midad y ya la tendremos.
Toda esa suma de elementos contradictorios nos entrega a un Borges apa-
rentemente desgarrado o parcelado entre tradicin y vanguardia; universalis-
mo, cosmopolitismo y criollismo. En resumen, nos da la imagen de todo
ser humano, la complejidad. Borges, en 1921, reflexionando sobre el oxmo-
ron, que denomina la adjetivacin antittica, se pregunta: Y la adjetivacin
antittica? El hecho de que exista basta para probar el carcter provisional y tan-
teador que asume nuestro lenguaje frente a la realidad. Si sus momentos fueran
enteramente encasillables en smbolos orales, a cada estado correspondera un
rtulo y nicamente uno [...] En lgebra el signo ms y el signo menos se exclu-
yen; en literatura los contrarios se hermanan e imponen a la conciencia una sen-
sacin mixta, pero no menos verdadera que las dems (La Metfora, Cosmpolis,
Madrid n. 35, nov. 1921).
Para Borges, literariamente, la compleja y contradictoria realidad pudo ser
abarcada por el oxmoron, en un intento de superarla.
Si pudiera hacerse un balance, a travs de la larga serie de aproximaciones
y rechazos que Borges sinti por Espaa, a lo largo de su vida, esto nos dara
la medida de su arraigo a la lengua espaola y de la fidelidad que guard a
determinados autores desde su juventud, autores a los que continuamente rele-
a y a los que rindi honores a travs de bellsimos poemas.
A pesar de poder escribir en ingls, que fue la lengua que aprendi junto al
espaol, Borges declara en el poema Al idioma alemn, de El oro de los tigres:

ndice 187
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Mi destino es la lengua castellana,


El bronce de Francisco de Quevedo.

Considera a Fray Luis como el mejor poeta espaol, en Siete noches, y cita
estos versos:
Vivir quiero conmigo
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.

Tambin compondr poemas a Baltasar Gracin y a Cervantes. Cerrar esta


charla transcribiendo Un soldado de Urbina, porque si Cervantes no saba de
qu msica era dueo, quiz tampoco Borges saba que, de todas las lenguas
y las literaturas que ley y que se convirtieron en alma de su alma, compondra
un maravilloso concierto a travs de su destino: la lengua castellana.
Leo de Un soldado de Urbina:

Sospechndose indigno de otra hazaa


Como aquella en el mar, este soldado,
A srdidos oficios resignado,
Erraba oscuro por su oscura Espaa.

Para borrar o mitigar la saa


De lo real, buscaba lo soado
Y le dieron un mgico pasado
Los ciclos de Rolando y de Bretaa.

Contemplara, hundido el sol, el ancho


Campo en que dura un resplandor de cobre:
Se crea acabado, solo y pobre.

Sin saber de qu msica era dueo.


Atravesando el fondo de algn sueo,
Por l ya andaban don Quijote y Sancho.

Muchas gracias.

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B O R G E S Y E S PA A

Javier Torres
Muchas gracias, Mara. Mientras se realizan las pruebas oportunas de soni-
do, vamos a dialogar con Mara Kodama para referirnos a algunos aspectos de
la personalidad intelectual de Borges.
Quiz lo ms apasionante para m es el mundo de los libros. Ayer tuve
el privilegio de estar en la Fundacin, guiado por Mara Kodama, y me emo-
cion con lo que pude ver. El universo de Borges es apasionante: te plantea
mltiples preguntas constantemente, te enriquece; es una delicia. Yo quisie-
ra que hablramos algo sobre este tema de los libros: cmo eran percibidos
para l. En un momento de crisis en el que se habla constantemente de la
fuerza de lo digital, que se va a imponer en determinados mbitos, uno en-
tiende que el libro es un objeto y es una relacin distinta la que se estable-
ce, segn el soporte con el que se est trabajando o se tenga en las manos.
Y parece que las manos de Borges enriquecan los libros que tocaba. Esto
es as, pero me gustara que nos contara algo sobre esto, que ampliara un po-
co ms.

Mara Kodama
S, ayer en tu visita a la Fundacin y al museo pudiste tener conciencia de la
forma en la que Borges no solamente amaba los libros como objetos, porque no
era un coleccionista de libros, sino que era un lector. En su biblioteca, que es un
verdadero tesoro, sus libros muestran la forma en la que trabajaba, en la que
lea, y la concentracin con la que lea. Los libros, por ejemplo, tienen anota-
ciones al comienzo y al final, en las pginas en blanco. Para l era fundamental
esa lectura porque luego, cuando tena que preparar conferencias o, por ejem-
plo, escribir un cuento, muchas veces recurra a esas notas. Tena una memoria
tan increble que recordaba incluso en qu parte del libro estaban. Las notas en
un libro son como un plano del espritu y del alma de una persona, de su inte-
ligencia. Muestran muchsimo. Si alguien puede seguir las notas que otra perso-
na escribi o los prrafos que subray en un texto, es como si lo desnudara,
como si le desnudara el alma. En el caso de Borges, por ejemplo, en el libro que
ley a los 16 aos de Chuang Tzu, cuyas notas viste en el museo, es interesan-
te porque hay una sola nota marginal. Nunca escriba en los mrgenes, pero cla-
ro, tena 16 aos y todava no haba tomado esa costumbre de no escribir en
los mrgenes. Aun as, pronto, en la mitad del libro, se lee lo siguiente:
Equivocacin. Ver pgina tal. Y esa pgina tal, que se encuentra ms all de la
mitad del libro, remite casi al comienzo del mismo. Lo que muestra el grado de
atencin con el que l lea esos textos, que despus va a decantar, como los bue-

ndice 189
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nos vinos, y va a convertir, metamorfosendolos, en parte y en esencia de su pro-


pia literatura.

Javier Torres
Es verdaderamente enriquecedor ver esos libros. Retomando el hilo de tu expo-
sicin, y aunque hemos visto ya la proyeccin espaola en la obra de Borges,
especialmente con los autores del Siglo de Oro que tanto le interesaron, podras
citarnos, tambin, dentro de la literatura europea (anglosajona, alemana, france-
sa...) qu otros autores influyeron en su obra?

Mara Kodama
Claro. Como has visto, la biblioteca de Borges no slo tiene libros en espa-
ol, tiene libros en todos los idiomas, incluso a veces en lenguas que l no
dominaba. Digamos que lo que influy muchsimo en l fueron sobre todo
los autores ingleses y la Biblia. Porque su abuela inglesa le lea los autores
que a ella le gustaban, que eran poetas y escritores ingleses, y es con la que
aprendi, en paralelo al castellano, el idioma ingls. Adems, su abuela saba
versculos y versculos de la Biblia de memoria, y se los recitaba. Me conta-
ba que en esa poca para los catlicos estaba prohibida la lectura de la Biblia
por el temor a las malas interpretaciones que podan hacerse. En cambio, para
los ingleses y alemanes, la lectura de la Biblia era obligatoria, y aun hoy en
las mesitas de noche que hay en los hoteles de Estados Unidos, en Inglaterra
y Alemania uno encuentra la Biblia. sos fueron la base. Ahora, su imagina-
cin tambin se enriqueca leyendo a Julio Verne; Tales before midnigth,
de Mitford, que eran leyendas de Japn que le lea su abuela; a Oscar Wilde
Borges hizo una traduccin de El prncipe feliz cuando tena 10-11 aos, que
al ser publicada en un diario creyeron que era su padre el que la haba he-
cho y no l; a Schopenhauer... Por ejemplo, Borges aprendi el alemn en
Ginebra slo para poder leer a Schopenhauer. Guard siempre una gran ad-
miracin por este filsofo. A travs de Schopenhauer entrar en toda su cu-
riosidad era una persona con una avidez de conocimientos increbles, y
va a entrar en lo que despus lo va a llevar hacia el budismo, a escribir qu
es el budismo y Oriente.
Es decir, l va haciendo todos los puentes de una lengua, de una cultura, de
un pas que se convierte en otro, y que forman, en realidad, el tejido de lo
que es la cultura de la humanidad, cierto legado de la humanidad, digamos: to-
do ese entrecruzamiento y esa generosidad de algunos autores y Borges tam-
bin la tena de incitar, en su propia obra, la curiosidad de los lectores a ir
hacia otros libros, hacia otros autores que no sean del propio pas, muchas

190 ndice
B O R G E S Y E S PA A

veces, porque en definitiva todo eso va sumando, y para los escritores de cada
pas esa suma no va en desmedro de lo que es su lengua o su idiosincrasia, si-
no todo lo contrario: la va enriqueciendo y va potenciando eso que despus ha-
ce eclosin, como en el caso concretamente de Borges, en esa literatura que
es como nica, extraordinaria.

Javier Torres
Una de las invenciones que hay que reconocer a Borges, sin lugar a dudas,
es la capacidad de conectar con la ciencia a travs de la literatura. Cmo hace
esto de una forma tan perfecta? Cmo llega a despertar la curiosidad y su im-
plicacin en el lector?

Mara Kodama
Borges era una persona muy curiosa, y como viste tiene libros extrasimos:
estudios sobre las rocas, sobre el tiempo, que eran uno de sus temas preferidos
y prioritarios. A travs de ellos va acercndose a ese mundo de las ciencias.
Justamente el ao pasado, un cientfico que se dedica a la neurociencia y que
estudi y trabaj en Inglaterra hace muchos aos me deca que cambi el rum-
bo de su carrera y se dedic al estudio de la neurociencia a travs del cuento
de Borges Funes el memorioso. Esa lectura hizo que para l cobrara inters
el estudio del funcionamiento del cerebro, de las clulas que lo componen, y
est haciendo ahora una experimentacin muy interesante, justamente, con el
tema de la memoria. Este ao volvi ac, con una estada un poco ms larga,
y est consultando los libros que Borges tena sobre ciencia. Bueno, est fasci-
nado, enloquecido con todo el material que ha encontrado y con las notas
que Borges ha escrito en esos libros cientficos con los que, aparentemente, tra-
dicionalmente, alguien dedicado a la literatura no tendra por qu estar. Pero yo
creo que la literatura, que es la imaginacin, da a veces a unos pocos el don de
adelantarse a su poca, a lo que la tcnica va a conseguir a travs de estudios
en siglos futuros. se es el caso, por ejemplo, de Julio Verne, de Welles... y de
Borges tambin: adelantaron lo que va a suceder o lo que la inteligencia del
hombre va a ir logrando siglos y siglos despus; es lo que ellos descubren o in-
ventan a travs de su imaginacin.

Javier Torres
Vamos a hacerte una serie de preguntas del pblico.

Mara Kodama
Perfecto, perfecto.

ndice 191
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Francisco Fernndez Beltrn


Hemos disfrutado de la voz y presencia de la seora Kodama. Parece que he-
mos resuelto los problemas tcnicos. En primer lugar, seora Kodama, gracias
en nombre de la Unin de Editoriales Universitarias Espaolas por su presencia
hoy en Castelln, desde Buenos Aires, a travs de esta videoconferencia. Gracias
por acercarnos la figura y la obra de Jorge Luis Borges. Ha sido una suerte y un
privilegio para todos nosotros escucharla. Si me lo permite, vamos a dar paso
a las preguntas del pblico para que los asistentes a este encuentro puedan for-
mularle directamente alguna cuestin. As que, si hay alguna pregunta entre el
pblico Me estn oyendo desde Argentina?

Javier Torres
S, s. Adems, estamos encantados de haber recuperado este audio porque
cobris nueva viveza, nueva realidad, para nosotros

Francisco Fernndez Beltrn


Bueno, nosotros hemos podido escucharos perfectamente en todo momen-
to y la verdad es que ha sido espectacular poder or de viva voz a la seora
Kodama y poder ver este recorrido a travs de la obra y la vida de Borges.
Seora Kodama, nos acompaa en la mesa Mara Caballero, de la Universidad
de Sevilla.

Mara Caballero
Mara, no s si me oyes. Un saludo sevillano.

Mara Kodama
S, te oigo y te devuelvo el saludo desde Buenos Aires con todo el cario.

Mara Caballero
Te recordamos con mucho cario. Muchos saludos de Juan Arana, que no es-
t en este foro de universidades en el que hemos tenido el placer de escuchar-
te. Y nada, decirte que te recordamos de Pars, en septiembre. All hablabas de
los planes de la Fundacin, y me gustara preguntarte por ellos: qu ltimos
planes tienes con Europa? S que vienes a Leipzig en junio a un congreso de
poesa borgiana. Bueno, y yo s de ti porque te conozco desde hace bastantes
aos, desde el noventa y nueve, por lo menos, y tienes tu propia trayectoria,
tu capacidad de impartir talleres; es decir, no eres slo la esposa, la viuda, la
compaera de Borges. Yo quiero que me hables un poco de qu ests hacien-
do desde la Fundacin y qu planes tienes t de cara a Argentina y Europa.

192 ndice
B O R G E S Y E S PA A

Mara Kodama
Con la Fundacin, en noviembre del ao pasado inauguramos en la Noche
de los Museos, en Buenos Aires, el Museo de Borges. Esto tambin va a ser un
logro, pues va a ser un museo cuyos elementos van a ir cambiando cada seis
meses. Bueno, la Fundacin es una casa, no es un museo enorme; pero eso es
agradable tambin porque va a ser como un museo vivo, ya que no van a ir una
vez a verlo todo y ya est. Y eso tambin es lindo.
En lo que respecta a los planes, hemos cerrado un acuerdo con la Universidad
Nacional de Cuyo, de Mendoza, en Argentina, para crear la primera maestra de
literatura argentina contempornea, que no exista. Se ha inaugurado dentro del
marco de la inauguracin de la ctedra Borges de la Universidad de Cuyo. Como
siempre, todos los aos tenemos las jornadas que se llevan a cabo en la sema-
na del cumpleaos de Borges, a las que acude gente de distintos puntos de
nuestro pas, de Latinoamrica, y a veces, cuando se puede, de Europa. Luego
hacemos las publicaciones, gracias a una fundacin, Nueva Mayora, dirigida
por un politlogo argentino que se llama Rosendo Fraga. Adems de eso, orga-
nizamos, como todos los aos desde hace diecisis, el concurso de poesa Haik,
que es poesa japonesa, y va destinado a estudiantes entre 13 y 18 aos. Lo ha-
cemos todos los aos con mucho xito. Su publicacin tuvo lugar hace dos
aos, creo, a travs de la Editorial Planeta, y ah figuran los poemas de los
chicos que ganaron los premios con la lista de los colegios. Gust muchsimo,
y me pareci que fue un fuerte acicate para los profesores, a quienes agradez-
co, realmente, la labor que hacen para la difusin de todo eso. Aparte, espero
que en Espaa en algn momento se solucionen las cosas y pueda abrirlo tam-
bin en ese maravilloso lugar que me haban asignado, una biblioteca, ya que
hemos realizado todos los trmites y slo tenemos que ir a inaugurarlo. Pero
no s qu es lo que pas; algo se infiltr y se demor. Esperemos que se pue-
da llevar a cabo en poco tiempo.

Francisco Fernndez Beltrn


Muchas gracias, seora Kodama. Quisiera preguntarle, mientras sale otra
pregunta del pblico, sobre el compromiso tico de la narrativa borgiana. Me
gustara preguntarle qu cree que queda de tica en nuestros das y, sobre
todo, cmo la habra vivido Borges durante todos estos aos que han trans-
currido desde su muerte.

Mara Kodama
Bueno, sa es una pregunta un tanto complicada. [Re.] Naturalmente, no pue-
do contestar por Borges. Por m debo ser optimista, pero creo que, desgracia-

ndice 193
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

damente, la tica es muy difcil de encontrar hoy en da. Es un valor no quie-


ro decir que se haya perdido que se est diluyendo. A mi parecer, desgracia-
damente, mucha responsabilidad la tienen los medios. Quiero decir, creo que la
ciencia y la tcnica son algo maravilloso: han creado maravillas, y entre ellas
la posibilidad de que estemos conversando ahora, mirndonos con el ocano
de por medio. Esto es casi mgico, es como la videocasin. Entre eso que ha lo-
grado la inteligencia del hombre y la tcnica, que ha materializado esa inteligen-
cia que proyect estas cosas, y la gente a la que todo esto est destinado, es co-
mo si estuvisemos en la Edad Media: seres extraos intervienen y distorsionan
lo que podra ser un medio fascinante para elevar no slo ticamente a la gen-
te, sino culturalmente y como modo de vida tambin. En cambio, en lugar de
hacer eso, esa gente en el medio toma toda esa maravilla y la distorsiona ha-
ciendo cosas que resultan una vulgaridad y que van bajando, incluso, el nivel
de los sentimientos de las personas. Yo no tengo televisin en mi casa y quiz
por eso me impresionan mucho ms las cosas que veo que suceden cuando voy
a un bar a tomar un caf. Es decir, cosas que uno se pregunta si son casi irra-
cionales. Por ejemplo, un seor ha sido asaltado, apaleado, porque le han
robado el negocio y el periodista se acerca y le pregunta: Cmo te sentiste?.
Uno, despus, se pregunta si es una broma, si esa persona tiene conciencia. El
hecho de mostrar continuamente cosas desagradables hace que eso se con-
vierta en parte de la vida y que vaya deteriorando no solamente la inteligencia
o la posibilidad de desarrollar potencialmente esa inteligencia, sino tambin los
sentimientos, la sensibilidad.

Javier Torres
Yo quera aprovechar el hilo de esta pregunta para hablar de algo que a m
siempre me ha preocupado, que es el papel del intelectual en el momento
que le toca vivir. S que esto cambia y no podemos aventurar un juicio sobre qu
papel representara Borges en la actualidad o cul sera su actitud ante los gran-
des retos de la comunicacin actual. Pero ante un personaje con un mundo ima-
ginario tan impresionante, con unas capacidades intelectuales tan desarrolladas,
qu cosa podra llamar su atencin actualmente? Ayer, en privado hablbamos
de la luna, y me pareci tan fascinante la conversacin que quisiera compartir-
la con el pblico. Hablamos un poco de la luna? Entramos en preguntas de ese
tipo, de recuerdos personales? Porque tenemos la suerte de poderlos compar-
tir...

194 ndice
B O R G E S Y E S PA A

Mara Kodama
Bueno, yo le contaba a Javier Torres ayer, justamente, hablando sobre estos te-
mas, que Borges, por supuesto, tampoco miraba televisin, ni exista para l; na-
da, ni radio, ni diarios, porque segn deca, los diarios, como su nombre indi-
ca, eran para el da, y adems mentan, de modo que para qu perder el tiempo.
As que me inculc eso tambin. La primera y ltima vez que l s se sent fren-
te a un televisor fue cuando el hombre camin por la luna. Entonces estaba en
un estado de emocin increble. Recuerdo y l me record en ese momento
algo que yo haba olvidado, que no recordaba, y fue cuando l me pregunt una
vez cul haba sido mi primer viaje. Claro, yo era chica, tena 16 aos, e inme-
diatamente le dije: a la luna. Y l, con una emocin increble, me dijo: Welles,
Julio Verne. Yo creo que eso produjo una unin muy grande entre nosotros por-
que, de algn modo, l tambin haba hecho el primer viaje a la luna con Julio
Verne. Por eso fue tan importante para l, porque juntos habamos hecho, en dis-
tintas pocas, ese primer viaje a la luna. De modo que le result interesantsimo.
Y l pensaba lo mismo, en el sentido de que era una pena que medios que po-
dan ser tan tiles estuvieran dedicados a la pavada, a la tontera...

Francisco Fernndez Beltrn


Parece que la ancdota ejemplifica muy bien esa pasin por la literatura de
Borges y esa capacidad de la literatura para trasladarnos y hacernos viajar. No
s si hay entre el pblico alguna persona que quiera hacerle alguna pregunta
a la seora Kodama...

Mara Caballero
Est entre el pblico Fernando Ansa y me acaba de comentar que pas por
la Fundacin hace un tiempo; yo no s si l quiere saludarte o simplemente te
manda sus recuerdos a travs de m... Yo creo que le van a pasar un micrfo-
no para saludarte.

Fernando Ansa
Tuve el placer de estar en la Fundacin dando una conferencia sobre Onetti
en el mes de noviembre del ao pasado, y tuve tambin el placer de saludarla
justo en el momento en el que estaba organizando esa exposicin temporal de
objetos de Borges. Tuve la oportunidad de ver las vitrinas donde se estaban
poniendo los volmenes de esa exposicin, unos das antes, creo, de que se
inauguraran. No s si usted se acordar de m, de ese momento, porque adems
la imagen que estn transmitiendo es de mi calvicie posterior de la cabeza y no
de frente. [Risas]

ndice 195
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Mara Kodama
Bueno, muchsimas gracias por el recuerdo. S, s recuerdo su saludo. Imagino
que usted tampoco olvidar la locura aquella con cajas, con objetos que baj-
bamos y que despus haba que poner ms o menos estticamente en los mu-
seos, en las vitrinas...

Fernando Ansa
Tengo muy vivo el recuerdo de la ltima vez que vi a su esposo en Pars,
en el momento en que vino a dar una conferencia. Me asombr su erudicin
y los conocimientos que tena de literatura uruguaya, porque en el momento
en que en la embajada argentina en Pars me dijeron de saludarlo, me acer-
qu y me pregunt de dnde era. Cuando le dije que era de Uruguay, empe-
z a darme nombres de literatura uruguaya, sobre todo de Susana Soca y de los
Cuadernos de La Licorne, y me empez, incluso, a hablar de escritores meno-
res de la literatura uruguaya que l tena muy presentes. Tengo ese recuerdo de
un verdadero Funes memorioso, vivo, de la literatura uruguaya.

Mara Kodama
S, ya lo creo, Ipuche debi de haberle mencionado porque lo lea bastante.
Efectivamente, Borges tena parte de su familia en Uruguay, y tena una prima
que deca que era casi su hermana porque haban sido los dos concebidos en
Santa Irene, en la Estancia, al mismo tiempo. Viajaba muchsimo a Uruguay
cuando era chico y joven. Tena un vnculo muy fuerte con Uruguay.

Fernando Ansa
Recuerdo que cuando lo conoc yo era un muchacho y l vino a Montevideo
y dio una conferencia en Amigos del arte, un pequeo grupo en el que sola
dar charlas cuando vena. Y dio una conferencia sobre las rayas de los tigres de
Blake. Una conferencia asombrosa que recuerdo con emocin porque fue pa-
ra m el descubrimiento de Borges.

Mara Kodama
S, me imagino, porque su animal preferido era justamente l, su suced-
neo, o como l deca, la miniatura que Dios nos consigui para acariciar a un
tigre tranquilo, que era el gato. l adoraba a los felinos, y justamente ac Javier
Torres vio ayer las fotos de Borges en el museo con un tigre, y yo le hice un
regalo especial, que fue mostrarle una foto donde Borges est abrazado a la
tigre Rosi. Es realmente impresionante.

196 ndice
B O R G E S Y E S PA A

Francisco Fernndez Beltrn


Seora Kodama, desde la Universitat Jaume I de Castelln y desde la Unin
de Editoriales Universitarias Espaolas queremos agradecerle una vez ms su
participacin en este encuentro. La dicha de Borges est en sus libros y hoy he-
mos podido hacer esa dicha real y presente en esta sala gracias a sus pala-
bras. Muchas gracias en nombre de todos los congresistas.

Mara Kodama
Muchsimas gracias por la invitacin a hablar con ustedes desde Buenos Aires.
Muchas gracias.

Javier Torres
Yo quiero agradecer especialmente a la Cmara Espaola de Comercio de
la Repblica Argentina el habernos acogido en este espacio y facilitado esta co-
nexin. Ha sido decisiva su participacin, su colaboracin, su simpata en todo
momento para que podamos estar ahora hablando. Gracias a los tcnicos de
este lado y a los tcnicos que tambin han estado en la Jaume I haciendo po-
sible esta charla de Borges en un congreso. Esperamos que siga desarrollndo-
se con el buen pie empezado y que sigis disfrutando, encontrando nuevos ha-
llazgos para compartir despus. Muchas gracias.

Francisco Fernndez Beltrn


Muchsimas gracias, Javier.

ndice 197
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

La herencia del escritor: investigacin


y gestin de la memoria literaria
Mesa redonda

199
BIBLIOTECA DE LA CTEDRA DE CULTURA CUBANA ALEJO CARPENTIER
Ana Choucio Fernndez
Directora de la Ctedra. Universidad de Santiago de Compostela

Que mis primeras palabras sean el explcito agradecimiento a la organiza-


cin de este Foro de Editoriales Universitarias Espaolas por la invitacin
cursada a la Ctedra de Cultura Cubana Alejo Carpentier de la Universidad Com-
postelana, la cual tengo la satisfaccin de dirigir desde febrero de 2007 y de
representar hoy ante ustedes.
La celebracin del bicentenario de las independencias americanas consti-
tuye, sin duda, el marco ms oportuno para dar a conocer una de las grandes
aportaciones de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) al reconoci-
miento y difusin de la cultura hispanoamericana con la que ha mantenido his-
tricamente profundos vnculos.
La creacin en el ao 1994 de la Ctedra de Cultura Cubana Alejo Carpen-
tier de la USC vino a satisfacer la necesidad de intercambios en los aspectos cien-
tfico, tcnico y humanstico entre la Universidad de La Habana y la de Santiago
gracias a la firma de un convenio entre ambas instituciones. Por ello son las
facultades y departamentos de las reas humansticas y ciencias sociales (en par-
ticular, la Facultad de Artes y Letras de la Habana) los que han adquirido un
mayor protagonismo.
La Ctedra Carpentier es una institucin financiada por el Grupo Santander
cuyo cometido fundamental es la promocin y difusin de la cultura cubana a
travs de diversas actividades realizadas en el mbito universitario, aunque des-

ndice 201
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tinadas al pblico en general, tales como cursos, ciclos de conferencias y sobre


todo y de forma destacada, la publicacin de la Biblioteca de la Ctedra de Cul-
tura Cubana Alejo Carpentier.
La coleccin Biblioteca es la manifestacin ms visible e importante de la
Ctedra y a la que se destinan la mayor parte de los recursos de la misma. A
continuacin se detallan los contenidos de esta lnea editorial hasta la fecha.
Nuestra coleccin, editada por el Servicio de Publicaciones e Intercambio
Cientfico (SPIC) de la Universidad de Santiago de Compostela1 fue creada con el
objetivo de servir de medio y difusin de investigaciones universitarias o de
rango similar que aborden algn aspecto de la cultura cubana o hispanocubana
relacionado con los mbitos de las humanidades o las ciencias sociales.2
La seleccin de los originales destinados a publicacin se efecta de acuerdo
a criterios de calidad y rigor cientfico, para lo que contamos con el aval de
un consejo de redaccin formado por prestigiosos profesores de la universidad
compostelana y un consejo asesor de solventes especialistas de la Universidad
de la Habana.
Asimismo, una preocupacin constante de la direccin de la Biblioteca ha
sido que la coleccin mantenga un alto nivel de calidad tanto en los acabados
internos como en el diseo de la cubierta.
En homenaje al autor cuyo nombre ostenta la Ctedra, el primer nmero de
la Coleccin de la Biblioteca fue una edicin de la novela El recurso del mtodo,
de Alejo Carpentier, realizada por el profesor de la Universidad de La Habana
y reputado especialista en la obra del autor cubano, Jos Antonio Baujn. La edi-
cin, de carcter acadmico y textualmente muy depurada, se acompaa de un
estudio filolgico de la obra, una amplia bibliografa y se enriquece, adems,
con un apndice de textos que rastrean los sucesivos acercamientos carpente-
rianos al dictador como personaje literario. De la necesidad de este tipo de
ediciones acadmicas de obras cannicas de la literatura hispanoamericana da
muestra el hecho de que este primer nmero se agotase rpidamente.
Las contribuciones del profesor Benito Varela Jcome a la literatura cubana
de los siglos XIX y XX que se encontraban dispersas en forma de ensayos, art-
culos y prlogos, fueron recopiladas conforme a un criterio cronolgico en el
volumen nmero dos de nuestra coleccin bajo el ttulo Asedios a la literatura
cubana: textos y contextos. Varios de estos trabajos muestran la aplicacin de

1. Actualmente dirigido por Juan Blanco Valds (director de publicaciones) y Antonio Azaustre
Galiana (director acadmico).
2. La fundadora y directora de la biblioteca hasta febrero de 2007 fue la profesora Yolanda Novo
Villaverde perteneciente al Departamento de Literatura Espaola, Teora da Literatura e Lingstica
Xeral de la Universidad de Santiago de Compostela. Desde esa fecha, me corresponde la continua-
cin de esta coleccin.

202 ndice
B I B L I OT E C A D E L A C T E D R A D E C U LT U R A C U B A N A A L E J O C A R P E N T I E R

un minucioso anlisis literario a los textos de autores cubanos reconocidos inter-


nacionalmente como Mart, Gertrudis Gmez de Avellaneda, Carpentier o Lezama.
Acompaan a estos dos ensayos los muy referenciados Panorama de la novela
hispanoamericana del siglo XIX y Tendencias del cuento hispanoamericano,
publicados anteriormente en obras colectivas muy difundidas. Este volumen de
la autora de Varela Jcome fue un merecido reconocimiento a uno de los deca-
nos del hispanoamericanismo espaol.
Jos Mart y la cultura cubana, de Ana Cairo, aborda la gnesis y trayecto-
ria del legado intelectual martiano dentro de su poca, desde el proceso de for-
macin del autor en la asuncin de su identidad criolla hasta la visin martiana
de los Estados Unidos. Esta monografa cuenta con la novedad de que los tex-
tos martianos son explicados y contrastados con los de otros pensadores de
su tiempo, estableciendo de este modo un interesante contrapunto entre Mart
y sus contemporneos. Ana Cairo, la autora, es profesora de Literatura en la Uni-
versidad de la Habana donde ocupa la Ctedra Carpentier.
Por su temtica, la compilacin de ensayos sobre artes plsticas del cuarto
volumen tuvo un formato diferente del resto de la coleccin. Alejo Carpentier,
a puertas abiertas: textos crticos sobre arte espaol, compilados por los profe-
sores cubanos Jos Antonio Baujn y Luz Merino, ofrece en primicia el pere-
grinaje que realiz el autor de El siglo de las luces por el arte plstico espaol
durante casi sesenta aos. Uno de los estudios se centra en el anlisis de la
mirada de Carpentier sobre Picasso y Mir. Se reconstruyen las exposiciones de
ambos artistas plsticos organizadas por el cubano en La Habana en 1942, pri-
mera muestra individual de estos pintores en Amrica Latina.
La edicin facsimilar del libro del gallego Jacinto de Salas y Quiroga Viages.
Isla de Cuba, quinto de los ttulos de la Biblioteca de la Ctedra de Cultura
Cubana, se acompaa de un estudio preliminar de Luis Gonzlez del Valle, repu-
tado hispanista y docente de varias universidades norteamericanas. En este libro
Salas reflexiona sobre diversos aspectos del panorama histrico, social y cul-
tural cubano. Al construir la imagen del otro por medio de un discurso euro-
centrista, define, de paso, los rasgos de la identidad de un europeo. El mayor
atractivo del libro reside en su tratamiento de numerosos aspectos primordia-
les de la Cuba decimonnica.
La Lengua en Cuba. Estudios, sexto de los nmeros de la coleccin, fue un
volumen coordinado por la acadmica cubana Marlen Domnguez. Ofrece una
recopilacin actualizada de artculos sobre la variante cubana del espaol. Con
enfoques diacrnicos y anlisis fnicos, morfosintcticos y lxicos, el libro abarca
un panorama amplio de los niveles lingsticos. De entre las diversas aportacio-
nes destaca un novedoso estudio sobre el espaol rural de Cuba y su varie-

ndice 203
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dad regional de la joven investigadora Lourdes Montero. Este volumen ha sido


ampliamente reseado por la crtica del rea.
El original estudio de las profesoras compostelanas Yolanda Novo y Mara
Rbade, Te seguir mi cancin del alma. El bolero cubano en la voz de las muje-
res, ofrece un cancionero heterogneo de textos de boleros escritos e interpreta-
dos por mujeres artistas que pretende contribuir a su mayor visibilidad potica y
del gnero lrico y musical que les es propio. Agrupadas segn un criterio his-
trico, estas composiciones transparentan a travs de sus recurrencias temticas
y formales la potica literaria de las letras y los aspectos interpretativos del bolero
cubano. Un estudio terico aborda las principales problemticas de esos dos
mbitos inseparables en el bolero: el textual y el preformativo. Sigue la antolo-
ga de boleros femeninos de Ernestina Lecuona, M Teresa Vera, Cristina Sala-
drigas, Isolina Carrillo, Omara Portuondo, Marta Valds, La Lupe, Miriam Ramos
y un largo etctera.
En El cuerpo habitado: fotografa cubana para un fin de milenio, el profe-
sor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Vigo, Carlos Tejo, centra
su inters en la evolucin de la fotografa en Cuba durante los ltimos aos
del pasado siglo XX. En la primera parte se analiza el giro que experimenta el
medio fotogrfico al transformar su conocido valor documental y convertirse en
soporte esencial de la prctica artstica. Se trata de un detenido estudio de los
cambios que a nivel social y poltico se suceden en la isla a partir de la revolu-
cin y de las causas y agentes fundamentales de estos nuevos itinerarios. En la
segunda parte se examina el trabajo de un grupo representativo de artistas como
Marta M. Prez Bravo, Ren Pea, Abigail Gonzlez, Eduardo Hernndez San-
tos y Cirenaica Moreira, que entienden el cuerpo como herramienta funda-
mental de su expresin.
Literatura y cine. Lecturas cruzadas sobre las memorias del subdesarrollo
es la incorporacin ms reciente a nuestra coleccin de estudios cubanos. En
este ensayo la profesora Astrid Santana propone un nuevo acercamiento al filme
(1968) de Toms Gutirrez Alea (1928-1996), desde la exploracin de las escri-
turas que lo rodean y sus mapas de relaciones culturales. El propsito de este
estudio es la elaboracin de un tejido crtico que procura las lecturas transver-
sales, la puesta en dilogo de los referentes tanto del filme como de la novela
homnima (1965), de Edmundo Desnoes (1930), que le dio origen. El trabajo
pretende el discernimiento de varias rutas posibles de interlocucin de las obras.
La autora expone la capacidad relacional de Memorias..., principalmente a tra-
vs del mbito literario, que incluye textos de ficcin, ensaysticos, de retrica
poltica y epistolares.
Si bien no forman parte de la coleccin Biblioteca, la Ctedra ha auspi-
ciado tambin otras publicaciones. Ejemplos de ello son las Actas del Semina-

204 ndice
B I B L I OT E C A D E L A C T E D R A D E C U LT U R A C U B A N A A L E J O C A R P E N T I E R

rio Internacional Alejo Carpentier y Espaa, o Diez aos de zunzn. Revista


Infantil cubana 1980-1990. El primero de estos volmenes fue el fruto de un
encuentro celebrado en Santiago de Compostela en marzo de 2005 con ocasin
del centenario del natalicio del novelista cubano. El seminario reuni a varios de
los mejores especialistas en la obra de Alejo Carpentier de dentro y fuera
de la Isla. Los estudios recogidos en las Actas profundizaron en las complejas
relaciones de su obra con la vida y la cultura de Espaa, un tema con poca
bibliografa crtica. Carpentier no solo se form leyendo a los clsicos espao-
les sino que conoci con detalle la historia, las artes peninsulares y los suce-
sos de nuestro pas. Espaa fue uno de sus espacios novelescos y tambin lo
lanza como escritor con la publicacin de Ecue Yamba O en 1933. La segunda
de estas publicaciones est compuesta por una recopilacin de textos e ilustra-
ciones de la revista infantil cubana Zunzn realizada a partir de sus cien pri-
meros nmeros, aparecidos entre 1980 y 1990. En esta revista trabajaron los cle-
bres escritores gallegos Xos Neira Vilas y Anisia Miranda, quienes colaboraron
activamente en la seleccin del material reproducido. Un estudio de mi auto-
ra sobre literatura infantil cubana, la historia de la revista y un breve semblante
de los escritores e ilustradores que formaron parte de la plantilla de Zunzn en
aquella dcada, preceden la edicin facsimilar de los materiales.
Para finalizar, valga la siguiente valoracin: despus de ms de 3.000 ejem-
plares en circulacin, por su heterogeneidad temtica y su vocacin acadmica, la
Biblioteca de la Ctedra Carpentier se ha ganado un puesto entre las referen-
cias imprescindibles para los estudiosos de la cultura cubana, y constituye, en
mi opinin, uno de los proyectos ms comprometidos de la sociedad gallega
con la Isla caribea en esta dcada.

ndice 205
LA GESTIN DE LA MEMORIA LITERARIA: LA BIBLIOTECA DE LA CTEDRA
VALLE-INCLN
Margarita Santos Zas
Directora de la Ctedra. Universidad de Santiago de Compostela

Antes de abordar las lneas editoriales y las publicaciones concretas de la


Biblioteca de la Ctedra Valle-Incln, debo referirme brevemente a la Ctedra
Valle-Incln de la universidad compostelana, a la que est adscrita dicha Biblio-
teca.1
Dedicada al escritor gallego, fue creada en marzo de 2002 con objeto de
proporcionar un marco de integracin y apoyo a la tarea de investigacin, acti-
vidades y proyectos, que viene desarrollando el Grupo de Investigacin Valle-
Incln de la USC (GIVIUS).2
Adems de ese primordial objetivo, la Ctedra Valle-Incln desarrolla sus pro-
pias iniciativas (financiadas en el marco del Programa Universidades del Grupo
Santander), que amplan y completan las propiciadas por el GIVIUS,3 si bien con-

1. Mi agradecimiento a Francisca Martnez, secretaria tcnica de la Ctedra Valle-Incln, por


haber ledo esta ponencia en mi lugar en el I Foro Editorial de Estudios Hispnicos y Americanis-
tas, y a la organizacin por habernos facilitado esta posibilidad.
2. Sucesivos proyectos de investigacin subvencionados por la DGICYT y/o la Xunta de Galicia
han permitido el desenvolvimiento de la labor investigadora de nuestro Grupo, dirigido desde 1994
por Santos Zas, y con anterioridad a esa fecha por Iglesias Feijoo.
3. La Ctedra Valle-Incln y el GIVIUS disponen de una pgina web en la que se puede encon-
trar amplia informacin sobre ambos, que incluye, asimismo, el origen de la Biblioteca y el des-
arrollo de sus proyectos. Su enlace es el siguiente: http://www.usc.es/gobierno/vrrelius/cate-
dras/valle-inclan/biblioteca/>. A esta pgina volveremos a remitir.

ndice 207
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

fluyen en el comn propsito de potenciar los estudios valleinclanianos y dar-


los a conocer a la comunidad cientfica.
A tal fin pusimos en marcha un seminario permanente impartido por especia-
listas en la obra del escritor gallego, que a lo largo de cada curso acadmico, y
desde hace seis aos, proporciona a sus participantes la oportunidad de debatir
y trabajar con reconocidos valleinclanistas problemas y cuestiones que ataen
a la obra del autor de Luces de bohemia. Por otra parte, a finales de 2003 se
plante un objetivo que consideramos prioritario: impulsar una lnea editorial
con sello propio, una coleccin que se ocupase en exclusiva de editar y estu-
diar la obra de Valle-Incln. No parece necesario justificar tal propsito al refe-
rirnos a un escritor que forma parte de la nmina de autores clsicos del siglo
XX. Naci as, en 2005, la Biblioteca de la Ctedra Valle-Incln en el marco del
Servicio de Publicaciones e Intercambio Cientfico de la USC.
Esta Biblioteca responde, pues, al fundamental propsito de la Ctedra Valle-
Incln de crear una coleccin, que sirviese de cauce a la difusin universitaria de
la investigacin en torno a la figura y obra del escritor, para cuyo asesoramiento
cuenta con un consejo editorial, integrado por 23 nombres de reconocidos vallein-
clanistas e investigadores de otros mbitos de la literatura.4
Teniendo presente el rea de conocimiento en la que opera la Ctedra, se
han establecido para su Biblioteca distintas modalidades editoriales, que se agru-
pan en dos lneas bsicas, que ahora me limito a enunciar para desarrollarlas
posteriormente.
La primera, dedicada a los textos del escritor, concretamente, ediciones cr-
ticas, anotadas y facsimilares,5 con especial nfasis en los manuscritos vallein-
clanianos.
En cuanto a la segunda lnea de la Biblioteca de la Ctedra, tiene como eje
los estudios que, con diversas metodologas y enfoques crticos, ataen a la
figura y obra del escritor as como a su contexto historicocultural.
La coleccin tiene un diseo propio para cada serie, original en ambas de
Signum Deseo. Para el caso se han tenido muy presentes las ediciones del pro-
pio Valle-Incln, para quien la obra literaria comenzaba en el soporte que la
acoga, de ah la cuidada factura de sus libros, sus innovadores diseos grfi-

4. Vase en el enlace citado en la nota anterior el apartado correspondiente a la Biblioteca Valle-


Incln. Asimismo, cada volumen editado recoge la relacin de sus nombres.
5. No es la primera vez que el GIVIUS afronta la preparacin de ediciones facsimilares. En 1999
public el facsmil de la revista compostelana Caf con gotas. Semanario Satrico-Ilustrado (1886-
1892), Premio Nacional de Ediciones Universitarias de ese mismo ao; y en 2002 hizo lo propio
con La Joven Galicia (1860). Revista de Instruccin Pblica, Ciencia, Literatura y Bellas Artes, ambas
publicaciones estaban relacionadas estrechamente con la Universidad de Santiago, pues muchos de
sus colaboradores e ilustradores eran profesores o estudiantes de la misma.

208 ndice
L A B I B L I OT E C A D E L A C T E D R A VA L L E - I N C L N

cos, a los que precisamente la USC dedic una amplia exposicin, en la que se
mostraron un centenar de ediciones valleinclanianas (1895-1936) y ms de 1.500
imgenes de sus diseos, motivos ornamentales e ilustraciones,6 que pueden
verse en nuestro Portal de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.7
Con este referente, se han concebido las ediciones facsimilares, que, a mayo-
res de la fiel reproduccin del texto original, combinan distintas tipografas y
utilizan en sus cubiertas e interior motivos ornamentales inspirados en las men-
cionadas ediciones del autor previas a 1936. La segunda serie monografas
difiere de la anterior. Cada volumen, sobre el mismo fondo cromtico, tipo de
papel y tamao, presenta leves variantes en sus cubiertas, a fin de singularizar
cada obra sin perder el carcter unitario de la serie. En sus dobles solapas se
recoge el currculum de sus autores y un resumen del contenido del libro, as
como la historia de la Biblioteca de la Ctedra y los ttulos publicados y previs-
tos. Las ediciones suelen incorporar ilustraciones y se ha acudido en ocasio-
nes al soporte digital para su reproduccin.
Con ambas lneas editoriales, la Biblioteca da Ctedra Valle-Incln quiere ser-
vir de cauce de difusin, como queda dicho, a la investigacin valleinclaniana
y contribuir al mejor conocimiento de la obra del escritor gallego, dejando asi-
mismo constancia de la continuada labor erudita y acadmica desempeada y
promovida por la Ctedra Valle-Incln y el Grupo de Investigacin a ella aso-
ciado.
Desde principios de 2007, en que se edit el primer volumen de la Biblio-
teca Valle-Incln, se han publicado cuatro ms, el ltimo de los cuales un volu-
men doble ve la luz a la par que estas pginas8 y otros cuatro se editarn suce-
sivamente.
Haciendo un rpido repaso de su trayectoria, la Biblioteca se inaugur a
principios de 2007 con un texto singularsimo: el manuscrito autgrafo de Mi
bisabuelo, ttulo de un cuento de Ramn del Valle-Incln, en edicin facsmil al
cuidado de Jorge Devoto del Valle-Incln, nieto del escritor y propietario del
mismo. Era esta la primera vez autntica primicia, pues que se publicaba un
autgrafo de un texto de creacin del escritor gallego.

6. Se inaugur en el histrico Colegio de Fonseca de la USC el 22 de abril de 2009 bajo el


ttulo Valle-Incln debuxado / Obra ilustrada (fondos da USC).
7. En el Portal Ctedra Valle-Incln de la USC se muestran imgenes de todas aquellas edicio-
nes de Valle-Incln anteriores a 1936, que se custodian en la USC. Adems de estos fondos biblio-
grficos, se recoge un amplio muestrario iconogrfico (fotografas y caricaturas del escritor), que se
completa con una biografa y repertorios de bibliografa primaria y secundaria. El enlace es:
http://www.cervantesvirtual.com/portal/catedravalleinclan/pcuartonivel.jsp?conten=imagenes.
8. De todos ellos pueden verse imgenes en la web citada en la nota 3.

ndice 209
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La edicin consta de un prlogo, el facsmil de Mi bisabuelo y su transcrip-


cin, ilustrada con reproducciones igualmente facsimilares de cubiertas, portadas,
pasajes textuales e ilustraciones de las diversas versiones del relato, impresas en
vida del autor. Asimismo, se reproducen otros documentos, como el borrador
autgrafo e indito de la lista de firmantes del manifiesto pro-aliado, que nume-
rosos intelectuales espaoles (pintores, msicos y escritores), encabezados por el
propio Valle-Incln, rubricaron en 1915, en plena Guerra Mundial; o el pasaporte
del escritor, en el que consta su viaje a Francia a finales de abril de 1916, como
corresponsal de prensa, invitado por el gobierno francs. Para el estudio de varian-
tes se utilizaron las versiones impresas del cuento, procedentes tanto de los fon-
dos documentales de nuestro grupo de investigacin, como del existente en la
USC.
Con la edicin de Mi bisabuelo se cumpla una especie de sueo: dar a la
estampa un texto autgrafo original, que en su momento cremos el nico exis-
tente. Pero en diciembre de 2007, la USC firm un convenio con los Herederos
Valle-Incln / Alsina, que encomendaba a nuestro grupo de investigacin el
estudio y edicin del extraordinario legado del escritor:9 ms de 5.000 pginas
autgrafas de Valle-Incln, obras inditas y editadas, adems de cartas, galera-
das, ediciones anotadas de puo y letra del escritor, dibujos, facturas y otros
materiales documentales de excepcional importancia, cuya existencia se igno-
raba hasta entonces. Debo aadir que desde el 20 de noviembre de 2009 los
manuscritos originales de Valle-Incln estn depositados en la USC, de modo que
esta nueva y feliz circunstancia facilita a la Biblioteca de la Ctedra la tarea edi-
torial, ya que hasta esa fecha dispusimos de estos mismos materiales exclusiva-
mente en soporte digital.
Este acuerdo significaba, pues, poner al alcance de la Biblioteca de la Cte-
dra la oportunidad excepcional de dar continuidad a su proyecto ms ambi-
cioso: editar una coleccin de facsmiles de los manuscritos inditos del escri-
tor, cuya trascendencia a nadie se le escapa. Con estas ediciones, que amplan
el corpus valleinclaniano hasta hoy conocido, aspiramos a abrir nuevas vas
de investigacin a los estudiosos de la obra del escritor, creando una coleccin de
referencia, editada de forma paulatina y con estricto respeto a los textos, que pre-
tendemos difundir tambin a travs de un sistema de suscripcin que se pondr
en marcha el prximo otoo.

9. Sobre la presentacin de este fondo manuscrito y su descripcin detallada vanse sendos


artculos de Santos Zas, Los manuscritos de Valle-Incln: inditos (Anuario Valle-Incln VIII / ALEC,
33.3 (2008):5-10; y Los manuscritos de Valle-Incln: el taller del escritor, en Pedro Ctedra y Ben-
dicte Vauthier (eds.). Actas del II congreso Internacional sobre Manuscritos literarios contempor-
neos (San Milln de la Cogolla, 8-11 de diciembre de 2009).

210 ndice
L A B I B L I OT E C A D E L A C T E D R A VA L L E - I N C L N

En cuanto a la segunda lnea editorial, antes enunciada, se centra en los estu-


dios que se refieren a la figura y obra del escritor as como su contexto histori-
cocultural, que resumo a continuacin:

En 2007 se public la monografa de Virginia Milner Garlitz, El centro del


crculo: La Lmpara Maravillosa de Valle-Incln. Consideramos este un
libro idneo para abrir la serie de monografas, porque se trata de un estu-
dio sobre el tratado de esttica, escrito por Valle-Incln en 1916, que el
autor quiso destacar reservndole el volumen I de su Opera Omnia para
que sirviese de prtico a su obra completa. Garlitz analiza estos Ejerci-
cios espirituales a la luz del renovado inters que suscitan a finales del
siglo XIX las doctrinas ocultistas, y en particular conceptos como el cen-
tro del crculo que, a juicio de la autora, actan como eje temtico, guan
la estructura y el sistema de imgenes de La Lmpara Maravillosa.

Con fecha tambin de 2007, pero aparecido a principios de 2008, la Biblio-


teca de la Ctedra Valle-Incln public una nueva monografa, Valle-Incln,
candidato republicano, de Amparo de Juan y Javier Serrano, accsit del
Premio de Investigacin Valle-Incln (2005) de la Diputacin de Ponteve-
dra, que versa sobre la candidatura del escritor a las Cortes Constituyen-
tes de 1931 en la II Repblica.
Este episodio no es una ancdota en la biografa de don Ramn, sino la
ocasin de que el autor proclamase, como en ningn otro momento de
su vida, su alto sentido de la tica y de la moralidad pblicas. En esta
monografa sus autores recogen e interpretan una amplia documentacin
indita, fundamentalmente hemerogrfica, que incluye material grfico
y documental de la prensa contempornea (entrevistas, noticias, propa-
ganda electoral, caricaturas...), a partir del cual analizan las diversas fases
del proceso electoral y sus resultados negativos para el escritor.

A finales de 2008, aunque se incorpor a libreras en febrero de 2009, edi-


tamos Archivo Familia del Valle-Incln: descripcin del fondo documen-
tal.
Fue inicialmente un encargo de Carlos del Valle-Incln Blanco, propie-
tario de este archivo, a Beatriz Prego Cancelo y M. del Carmen Pereira
Pazos, sus autoras. Este libro pretende dar a conocer este valioso fondo
documental, integrado por la documentacin de distintas casas y familias,
generada a raz de las diversas uniones habidas desde el siglo XVI. De ah
los distintos rboles genealgicos, que muestran la singularidad de cada
una de las ramas familiares y su relacin con las dems. El Archivo Fami-

ndice 211
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lia del Valle-Incln quiere proporcionar la organizacin y descripcin de


dicho fondo, sistematizada en un detallado inventario, que se acompaa
de dos ndices toponmico y onomstico, que permite su consulta en
formato digital, al tiempo que ofrece en soporte papel la historia del
archivo y sus avatares, completado con una seleccin de ilustraciones.
Este fondo documental tiene un doble valor, ya que, por un lado, permite
ahondar en el estudio genealgico y en la historia social y econmica de
Galicia y, por otro, muestra la ascendencia familiar de uno de los escrito-
res ms relevantes de nuestra literatura contempornea.

La cuarta monografa un volumen doble es un extenso trabajo colec-


tivo, Premio de Investigacin Valle-Incln 2008 de la Diputacin de Pon-
tevedra y el Concello de Vilanova de Arcusa. En l han participado, bajo
mi direccin, seis miembros de nuestro grupo de investigacin (Francisca
Martnez, Carmen Vilchez, Catalina Miguez, Cristina Villarmea, Sandra
Domnguez y Rosario Mascato).
Todo Valle-Incln en Roma (1933-1936): edicin, anotacin, ndices y fac-
smiles, tal es su ttulo, rene alrededor de 300 documentos procedentes
del archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Academia de Bellas
Artes de Espaa en Roma, que corresponden a la etapa de Valle-Incln
como director de la misma. Consta de dos volmenes, el primero soporte
papel contiene la transcripcin y anotacin de los textos originales, muchos
autgrafos de Valle-Incln, sobre los asuntos concernientes a dicha insti-
tucin. Se incluye en ese cmputo un centenar de entrevistas, artculos,
noticias..., publicados en la prensa nacional El Socialista, Heraldo de
Madrid, El Imparcial, La Libertad, Luz, ABC, El Debate, La Voz, El Sol..., y
local gallega Faro de Vigo, La Voz de Galicia, El Progreso, El Composte-
lano, El Eco de Santiago, El Correo Gallego..., que permiten seguir los
ecos del periplo romano de Valle-Incln en su tierra. Cada documento
remite, en un sostenido dilogo intertextual, a todos aquellos que tratan
un mismo asunto, mediante un sistema de referencias internas. La mo-
nografa se completa con dos ndices: uno, onomstico, que incluye las
biografas de todos los nombres en l consignados; otro, de organismos e
instituciones con las oportunas explicaciones histricas y artsticas. Final-
mente, se aaden dos apndices: la recepcin crtica del estreno de Los
cuernos de Don Frilolera en Roma (1934) y 12 nuevas cartas, respectiva-
mente. El segundo volumen un CD ROM ofrece en soporte digital una
seleccin de 144 imgenes,10 reproducciones de los documentos origina-

10. Las fotografas digitales fueron realizadas por Rosario Mascato y Sandra Domnguez y su
posterior montaje se debe a Francisca Martnez.

212 ndice
L A B I B L I OT E C A D E L A C T E D R A VA L L E - I N C L N

les, previamente transcritos o citados: oficios, informes, telegramas, car-


tas, presupuestos y facturas, as como una serie de fotografas rigurosa-
mente inditas, que testimonian el estado del edificio de San Pietro in
Montorio, sede de la Academia, bajo la direccin de Valle-Incln. Una
documentacin que mayoritariamente se muestra por vez primera.11

Para cerrar esta seccin, destacara la colaboracin editorial de la Biblio-


teca de la Ctedra con otros organismos e instituciones. Tal es el caso del
Concello-Ayuntamiento de Lugo para la edicin del Catlogo Valle-Incln Debu-
xado / Valle-Incln Dibujado, del que son autores Amparo de Juan y Javier
Serrano, resultante de la exposicin dedicada a las caricaturas del escritor, cele-
brada en Lugo en diciembre de 2008 y posteriormente en Santiago (abril de
2009).

La Biblioteca de la Ctedra Valle-Incln tiene en proyecto cuatro nuevos ttu-


los de prxima publicacin:
Por una parte, en la serie de las ediciones facsimilares, antes comentada,
se inscribe el primero de los manuscritos del excepcional Legado Valle-Incln.
Con el alba. Cuaderno de Francia. Es una edicin facsimilar, que preparo
desde hace un ao, del manuscrito autgrafo del cuaderno de notas indito que
Valle-Incln escribi, a modo de diario, durante su estancia en Francia como
corresponsal de guerra en mayo de 1916. Un testimonio nico que recoge las
impresiones del escritor sobre la guerra en las trincheras aliadas, que tuvo oca-
sin de recorrer personalmente. Esta suerte de diario constituye el punto de par-
tida de lo que ms tarde sera La media noche. Visin estelar de un momento
de guerra (1917).
Con esta edicin, la Biblioteca de la Ctedra consolida un proyecto editorial
nico que aspira a convertirse en una coleccin de referencia para estudiosos
y lectores en general.
Por otra parte, dentro de la serie monografas, estn previstos los ttulos de
los autores siguientes:

Dru Dougherty, Iconos de la tirana. La recepcin crtica de Tirano Ban-


deras de Valle-Incln (1927-2000). Rene en este libro el profesor de la
Universidad de Berkeley la recepcin crtica de una de las novelas ms
emblemticas del escritor, desde la fecha de su publicacin hasta los albo-
res del siglo XXI, precedida de un extenso estudio. Esta colaboracin es

11. En 2005 Santos Zas, Domnguez Carreiro y Mascato Rey publicaron un nmero extraordi-
nario del Anuario Valle-Incln V / ALEC (30.3.2005), en el que reproducan en primicia, acompa-
ando el estudio preliminar, facsmiles de algunos de los textos recogidos de nuevo en este CD.

ndice 213
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

indicativa, a nuestro entender, de la difusin que ha alcanzado nuestra


coleccin.

El segundo ttulo lleva la firma de Javier del Valle-Incln Alsina, Letras de


estima (Catlogo de la Biblioteca de Valle-Incln). Se trata de una selec-
cin de la biblioteca de Ramn del Valle-Incln, a la que se tiene acceso
por vez primera, centrada en aquellas obras dedicadas al escritor a lo
largo de su vida. El catlogo facilita una detallada informacin de todos
los ttulos incluidos, adems de breves biografas de los artfices de las
dedicatorias, reveladora de las amistades, simpatas o afinidades que Valle-
Incln mantuvo con numerosos autores de origen diverso. Completa el
volumen una seleccin, en reproduccin facsimilar, de las mencionadas
dedicatorias.

El autor de la tercera monografa, Anxo Abun, indaga desde presupues-


tos comparatistas en la obra del escritor con La palabra en los ojos o el
alfabeto del movimiento. La dramaturgia de Valle-Incln desde la est-
tica del silencio. Este estudio ha sido merecedor del Premio Valle-Incln
2006, concedido ex-aequo.

Por ltimo, est en proyecto la edicin en soporte digital de los fondos


bibliogrficos valleinclanianos ms de mil imgenes digitalizadas, que
fueron objeto de la exposicin Valle-Incln obra ilustrada, antes men-
cionada.

En suma, en muy pocos aos hemos puesto en marcha una coleccin que
ha ido asentando con firmeza sus lneas editoriales y ha alcanzado resonancia
ms all de nuestro mbito acadmico, como demuestra la autora de algunos
de sus ttulos. No habra sido posible sin contar desde el primer momento con
el apoyo del Servicio de Publicaciones de la USC y la eficacia de su equipo tc-
nico. A todos ellos y, en particular, a Antonio Azaustre, Marisa Meln y Juan
Blanco, quisiera agradecerles su confianza en el proyecto de la Biblioteca de la
Ctedra. Es tambin el momento de agradecer a Manuel Martnez el diseo de
la coleccin, al igual que a cuantos la han apoyado mucho antes de saberla una
realidad y la hacen posible con su permanente voto de confianza.

214 ndice
CARTAS DE OCTAVIO PAZ, JULIO CORTZAR Y MARIO VARGAS LLOSA EN LA CTEDRA
JOS NGEL VALENTE
Claudio Rodrguez Fer
Director de la Ctedra Jos ngel Valente de Poesa y Esttica.
Universidad de Santiago de Compostela

La Ctedra Jos ngel Valente de Poesa y Esttica se cre tras la donacin


que el universal poeta gallego hizo de su archivo y biblioteca personales a la
Universidad de Santiago de Compostela. En consecuencia, la primera funcin
de la Ctedra consiste en la custodia, catalogacin y estudio del importante mate-
rial donado, as como en la organizacin de actos y la publicacin de obras
relacionadas con el legado recibido. No obstante, la actuacin de la Ctedra,
denominada de Poesa y Esttica por deseo del propio escritor, est abierta a las
mltiples conexiones interdisciplinares e interartsticas que la proteica obra de
Valente establece con la poesa y con la esttica en general.
La creacin de tal Ctedra, que sucedi a la investidura de Valente como
Doctor Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Compostela en 1999,
tuvo lugar en el ao 2000, durante el Rectorado de Daro Villanueva,
contando con Luis Iglesias Feijoo como primer director. Para albergar todo el
material donado se habilit un espacio especfico en la Biblioteca de la Facul-
tad de Filologa, situada en el Campus Norte de Santiago de Compostela. En su
primer decenio de vida, la Ctedra Valente ha desarrollado dos colecciones de
libros, ha participado en coediciones, ha aportado material fundamental para
numerosas recopilaciones incluidas las Obras Completas del autor y exposi-

ndice 215
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ciones sobre Valente y otros intelectuales con l relacionados, y ha documen-


tado las obras de no menos numerosos investigadores de los ms diversos luga-
res del mundo.
Inmediatamente, se inici una coleccin de obras basadas en las conferen-
cias y seminarios impartidos por fillogos, filsofos y escritores en el seno de
la Ctedra, as como una lnea de coedicin con instituciones, contando en
ambos casos con la ilustracin de importantes artistas vinculados a la persona
y a la esttica de Valente, como Leopoldo Nvoa, Antn Patio, Menchu Lamas,
Alejandro Vidal, Mara Jos Santiso, Carlos Schwartz, Sara Lamas o la propia
esposa del poeta, Coral. Por benevolencia del artista Antoni Tpies, muy vincu-
lado personal y estticamente a Valente, el diseo del logotipo de la Ctedra,
usado en todas sus actividades y publicaciones como signo identificador, est
basado en un motivo del pintor cataln presente en un dibujo de la coleccin
personal del poeta y publicado por primera vez en el libro Material memoria
en 1979.
Buena prueba de las conexiones multiartsticas de Valente quedaron refleja-
das en la exposicin y catlogo de 2003 bajo el ttulo de A palabra e a sa
sombra. Jos ngel Valente: o poeta e as artes / La palabra y su sombra. Jos ngel
Valente: el poeta y las artes, en donde figuraron obras de decenas de pintores y
escultores, como Goya, Luis Fernndez, Tpies, Saura, Oteiza, Chillida, Rebey-
rolle, Pantenheimer, Broto, Sicilia, Forteza, Prez Carri y muchos otros, parti-
cularmente gallegos, adems de los fotgrafos con los que colabor.
Con la misma apertura a la diversidad, la Biblioteca de la Ctedra Valente
cuenta ya con libros de muy heterogneos autores de diversos continentes, como
el fillogo ingls Arthur Terry, de la Universidad de Essex (La idea del lenguaje
en la poesa espaola), el filsofo espaol Jos Luis Pardo, de la Universidad
Complutense de Madrid (Fragmentos de un libro anterior) o la hispanista marro-
qu Fatiha Benlabbah, de la Universidad Mohammed V de Rabat (Jos ngel
Valente y el discurso mstico. En el espacio de la mediacin).
De hecho, la obra titulada Referentes europeos en la obra de Valente, debida
a estudiosos de formacin europea y estadounidense como Manuel Fernn-
dez Rodrguez (Doctor en Filologa Hispnica por la Universidad de Santiago
de Compostela), David Conte Imbert (Doctor en Humanidades por la Universi-
dad Carlos III de Madrid), Jonathan Mayhew (Doctor en Literatura Comparada
por la Universidad Stanford de California), Mara Lopo (Doctora en Literatura
Francesa por la Universidad de la Alta Bretaa de Rennes) y Rosa Marta Gmez
Pato (Doctora en Filologa Alemana por la Universidad de Santiago de Compos-
tela), se acometen, respectivamente, conexiones del poeta tan significativas
como las establecidas con el Romanticismo ingls, con Heidegger, con Beckett,
con Jabs y con Celan.

216 ndice
C A R TA S D E O C TAV I O PA Z , J U L I O C O R T Z A R Y M A R I O VA R G A S L L O S A E N L A C T E D R A JOS N G E L VA L I E N T E

Ahora bien, tambin se ha contado en la Ctedra Valente con grandes cre-


adores a la vez amigos y estudiosos de Valente, como el poeta Antonio Gamo-
neda y el prosista Juan Goytisolo. As, del primero se dio a conocer su ciclo de
intervenciones Valente: texto y contexto, y del segundo se reuni el conjunto
de sus escritos valenteanos bajo el ttulo de Ensayos sobre Jos ngel Valente,
precedidos de una introduccin del poeta mexicano Luis Vicente de Agui-
naga.
Justamente este ltimo libro inaugur una serie editorial denominada Punto
Cero, destinada a la publicacin de estudios monogrficos sobre el poeta, a
veces procedentes de espacios lejanos, en sintona con el ecumnico inters
suscitado por el autor en cuestin, como es el caso de la tesis del profesor Jorge
Machn Lucas, doctorado en Estados Unidos y docente en Canad (Jos ngel
Valente y la intertextualidad mstica postmoderna. Del presente agnico al
presente eterno).
A esta obra seguir la colectnea, coordinada por Andrs Snchez Robayna,
Presencia de Jos ngel Valente, en la que participan numerosos crticos y
creadores del mbito hispnico: Marta Agudo, Ivn Cabrera Cartaya, Begoa
Capllonch, Jordi Doce, Manuel Fernndez Casanova, Juan Andrs Garca
Romn, Jos Luis Gmez Tor, Francisco Len, Antonio Mndez Rubio, Car-
los Peinado Elliot, Esther Ramn, Jos Luis Rey, Alejandro Rodrguez-Refojo
y Nicanor Vlez.
Adems, desde un principio, fue criterio de la Ctedra Valente contar a un
tiempo con los ms veteranos y prestigiosos conocedores de Valente, como
Arthur Terry, Antonio Gamoneda o Juan Goytisolo, y con los ms jvenes y
novedosos estudiosos de su obra, como fue el caso de Manuel Fernndez Rodr-
guez, autor de la primera y monumental tesis doctoral dedicada a los cuentos del
escritor en cuestin, coeditada con la Deputacin de Ourense bajo el ttulo
de El tejedor de redes. Anlisis integral de la narrativa de Jos ngel Valente.
Este mismo criterio, aplicado al terreno de la creacin potica, es el que ha
conformado la obra Poetas con Valente, proyecto en el que han participado
autores en las dos lenguas literarias de Valente gallego y castellano, aunque
uno de ellos haciendo uso tambin del cataln, nacidos todos en dcadas dife-
rentes. De este modo se han reunido seis voces vinculadas a Valente por la amis-
tad, el estudio y la admiracin, cuyo orden cronolgico va desde el nacimiento
anterior al poeta homenajeado hasta la ms indita revelacin juvenil: Luz Pozo
Garza, Antonio Gamoneda, Pere Gimferrer, Claudio Rodrguez Fer, Olga Novo
y Tera Blanco de Saracho.
Ahora bien, el archivo de la Ctedra Valente ha propiciado las ms varias
investigaciones sobre los temas ms diversos, investigaciones y temas que estn
muy lejos de agotarse, sobre todo en relacin con Amrica Latina. Y es que

ndice 217
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en este legado tiene especial relevancia, desde luego, la presencia de escrito-


res latinoamericanos, pues Valente se relacion muy tempranamente con la lite-
ratura y con los literatos de Amrica Latina. No hay que olvidar que, ya desde
que tena veinte aos, Valente public frecuentes colaboraciones latinoameri-
canistas en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, donde comenz escri-
biendo sobre Vicente Huidobro y donde ponder tempranamente el valor de
sus maestros Csar Vallejo y Jos Lezama Lima. Por lo dems, Jorge Luis Borges
sera tambin un importante referente hispanoamericano en el Valente maduro,
quien lo conoci en Alemania y lo visit en Buenos Aires, como acreditan los
libros firmados por el autor de El Aleph que se conservan en la Ctedra Valente
y como se ha tenido ocasin de explicar en otro lugar.1
Esta querencia hispanoamericanista se forj sin duda en su etapa universi-
taria de Madrid, pues all se instal en el Colegio Mayor de Nuestra Seora de
Guadalupe, dependiente del Instituto de Cultura Hispnica, y en el Colegio
Mayor Ximnez de Cisneros, donde conoci y trat a muchos residentes y
visitantes que eran o habran de ser conocidos escritores latinoamericanos: el
dominicano Antonio Fernndez Spencer; los nicaragenses Jos Coronel Urte-
cho, Ernesto Meja Snchez, Carlos Martnez Rivas, Ernesto Gutirrez y Ernesto
Cardenal; los colombianos Eduardo Cote Lamus, Hernando Valencia Goelkel y
Jorge Gaitn Durn; el peruano Julio Ramn Ribeyro; los chilenos Hugo Mon-
tes, Alonso Laredo y Miguel Arteche, etc.2
No es de extraar, pues, que Valente mantuviese relacin epistolar con nume-
rosos escritores de Amrica Latina, algunos de ellos amigos personales e incluso
objeto de poemas, ensayos y ediciones suyas, como es el caso del cubano Jos
Lezama Lima y del peruano Emilio Adolfo Westphalen.3
De hecho, su correspondencia con Jos Lezama Lima, entreverada con la de
Mara Zambrano, por quien accedi a l, dio origen a todo un proyecto de edi-
cin epistolar que lleg a tener ttulo, ndice y contrato firmado, aunque final-

1. Claudio Rodrguez Fer, Borges para Valente: de Aleph a Alef, Moenia. Revista lucense de
Lingstica & Literatura, 14 (2008), Lugo, 2009, pp. 145-158.
2. Vase Luis Vicente de Aguinaga, El boom inadvertido. Jos ngel Valente y los poetas lati-
noamericanos del Colegio Mayor de Nuestra Seora de Guadalupe, en Carlos Ulises Mata (ed.),
Desde esta orilla. Ensayos sobre literatura espaola (1975-2000), Guanajuato, Universidad de
Guanajuato / Facultad de Filosofa y Letras, 2007, pp. 119-135.
3. Entre otros escritos en prosa y verso, al primero, su Maestro Cantor, dedic, en 1968, Carta
a Jos Lezama Lima (ensayo recogido en Las palabras de la tribu) y luego proyect, con Mara
Zambrano, la edicin con notas de las cartas de lo que el escritor cubano llam triada pitagri-
ca bajo el ttulo de Jos Lezama Lima. Cartas desde una soledad. A publicar el segundo en
Espaa dedic notables esfuerzos, que finalmente cristalizaron en su edicin y prlogo de Bajo
zarpas de la quimera en 1991.

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mente no lleg a ultimarse por razones personales. De todo este proceso se


conserva documentacin en la Ctedra Valente.4 Asimismo, su correspondencia
con Emilio Adolfo Westphalen, colega en los servicios internacionales de tra-
duccin, sirvi tambin para documentar con precisin la relacin personal y
literaria entre estas dos nsulas extraas del Pacfico y del Atlntico.5
Hay, no obstante, tres autores hispanoamericanos cuyas respectivas corres-
pondencias con Valente no fueron todava editadas, anotadas y ni siquiera
tratadas: Octavio Paz, Julio Cortzar y Mario Vargas Llosa. El primero, todo un
referente en la poesa de El inocente, dio origen a un pequeo pero significa-
tivo epistolario entre ambos escritores que se custodia casi completo en la
Ctedra Valente, pues el autor espaol guard copia de varias de sus cartas al
polgrafo mexicano. De los dos ltimos slo se conserva una carta de cada uno,
pero, en ambos casos, de carcter bien revelador sobre sus relaciones y sobre
sus opiniones.

Epistolario cruzado entre Octavio Paz y Jos ngel Valente


Es obvio que Octavio Paz y Jos ngel Valente tienen, por s mismos y en
sus respectivos medios culturales, muchos puntos en comn: ambos vivieron
y trabajaron buena parte de su vida adulta fuera de sus pases natales; ambos
fueron, preferentemente, poetas y ensayistas; ambos ejercieron la crtica, distan-
tes de las agrupaciones generacionales, con rigor y con radicalidad; ambos
cultivaron, como recreacin y apropiacin, la traduccin potica; ambos tras-
cendieron sus mbitos estatales para entender la literatura en espaol como
un todo hispnico; ambos promovieron como antlogos selecciones poticas
panhispnicas.
Sabemos tambin lo que pensaban el uno del otro a travs de diferentes
publicaciones. Octavio Paz dej explcita constancia de su visin de Valente
como extraordinario poeta precisamente en cartas a su corresponsal y analista
cataln Pere Gimferrer, a quien confiesa no encontrar contemporneos en la
poesa espaola con la excepcin de tres: Me parecen mis contemporneos

4. Partiendo del material existente en la Fundacin Mara Zambrano y en la Ctedra Jos ngel
Valente, se ha ocupado del tema Javier Fornieles Ten, primero en Correspondencia entre Jos Lezama
Lima y Mara Zambrano y entre Mara Zambrano y Mara Luisa Bautista, Sevilla, Renacimiento,
2006, y luego en Maestro cantor. Jos ngel Valente y Jos Lezama Lima. Correspondencia y otros
textos, Sevilla, Renacimiento. Por su parte, Pepita Jimnez Carreras ha publicado el libro Cartas
desde una soledad (Mara Zambrano, Lezama, Valente), Madrid, Verbum, 2008.
5. Partiendo tambin del material existente en la Ctedra Jos ngel Valente, se ha ocupado del
tema Juan Manuel del Ro Surribas, El ngel y el nufrago. Estudio de la convergencia potica de
Jos ngel Valente y Emilio Adolfo Westphalen, tesis doctoral, Universidade da Corua, 2009.

ndice 219
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nicamente tres poetas: t, Gil de Biedma y Valente, aunque me siento lejos de


los dos ltimos.6
Valente, que menciona en diversas ocasiones en sus ensayos al escritor mexi-
cano de manera positiva, le dedic un artculo a raz de su muerte, en 1998, con
el ttulo de El poeta o la perduracin, en que dice: Octavio Paz ha empe-
zado a sobrevivirse. Su obra se sita en el eje central de la escritura hispnica
del presente siglo.7
En el archivo de Valente se conservaron copia de tres cartas suyas a Paz y
los originales de otras cinco de Paz a Valente, todas las cuales se describen
y reproducen a continuacin por orden cronolgico. Las palabras subrayadas a
mano y a mquina se reproducen en cursiva y el resto tal como aparece, haciendo
notar, en su caso, los desvos de las normas de escritura establecidas, con la
leve correccin de algn despiste (cerrar comillas, suprimir algn trmino repe-
tido o cambiar la mayscula por la minscula en la tercera palabra del ttulo
Interior con figuras). Como Octavio Paz no entrecomilla casi nunca las cabece-
ras de sus revistas Plural y Vuelta y del diario Exclsior y nunca los ttulos de
los poemas de Valente, que cita en muchas ocasiones, se ha optado por aa-
dir las comillas en todos estos casos para facilitar una ms segura, coherente y
cmoda lectura.

1
[O.P. a J.A.V.]
[Carta manuscrita en una pgina]
A 25 de Abril de 1975
Seor Jos ngel Valente,
Ginebra.
Querido amigo:
Conoca sus poemas y admiraba a su autor. Gracias a nuestro amigo Pedro Gimfe-
rrer, acabo de leer su prlogo a Molinos y ahora admiro tambin al ensayista lcido
y al prosista excepcional... Usted no necesita que yo se lo diga pero yo necesitaba
decrselo.
Me gustara que usted colaborase con cierta frecuencia en Plural. Nos hace falta. Puede
enviarnos lo que quiera: poesa, ficcin, ensayo, comentarios sobre la actualidad lite-
raria o poltica...
Su amigo y lector , Octavio Paz

6. Octavio Paz, Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer, 1966-1997, Barcelona, Seix Barral,
1999, p. 216.
7. Jos ngel Valente, Obras completas II. Ensayo, edicin de Andrs Snchez Robayna y
recopilacin e introduccin de Claudio Rodrguez Fer, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Crculo de
Lectores, 2008, p. 1577.

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Lerma 143-601, Mxico 5, D.F.


[Membrete impreso]

2
[O.P. a J.A.V.]
[Carta manuscrita en una pgina]
Cambridge, Mass., a 8 de Diciembre de 1975
Seor Jos ngel Valente.
Querido amigo:
Recib sus dos cartas hace unos das, reexpedidas por Plural. (Enseo en Harvard
durante el Otoo y regreso a Mxico a fines de Enero). Coincidimos: este nmero
de Diciembre aun no me ha llegado, por cierto- se abre precisamente con su traduc-
cin de Montale y con la nota de presentacin de Enrique de Rivas.
Espero sus poemas. Los publicaremos inmediatamente. Desde hace tiempo Pedro Gim-
ferrer nos haba anunciado su envo. Tambin las traducciones de Paul Celan -podra
escribir usted una pequea nota de presentacin? Sabe usted quin tiene los dere-
chos?
La aventura de la Gua en La Habana -no tenga cuidado: no se har un comentario
pblico- no slo es triste sino grotesca. Molinos espiritista! Hay que comparar este
incidente con las extravagantes ilusiones que muchos se hicieron con el socialismo
cuartelesco de Cuba. Qu pensar de la clase pensante de Occidente y de sus peri-
dicas borracheras ideolgicas? Pero no hay que ser demasiado severos: esos entusias-
mos no son sino el reverso de nuestra desesperacin y desaliento. Por eso Molinos
puede ser actual gua de desengaados De nuevo: espero sus poemas.*
Un abrazo
Octavio
*Tambin me gustara publicar algn texto suyo en prosa
[Valente anot a mano en el margen lateral izquierdo la direccin de su corresponsal:
371 Harvard St. Ant 3 A
Cambridge, Mass. 02138
USA]

3
[O.P. a J.A.V.]
[Carta mecanografiada, de gnero circular, seguida de otra manuscrita, las dos en una
pgina, a las que se adjunt un dossier compuesto por el manifiesto El caso de EXCL-
SIOR: declaracin de PLURAL y el artculo La libertad como ficcin de Octavio Paz]
PLURAL

Lerma 143 601


Mxico 5, D.F.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Seor ngel Valente [sic]


Estimado amigo:
Suponemos que ya est usted enterado de los acontecimientos que culminaron en
el alejamiento del Director de Exclsior y de un distinguido grupo de colaboradores
de ese diario. Este cambio, que limita gravemente la pluralidad de opiniones en Mxico
y, por lo tanto, afecta a la libertad de expresin, no poda dejar indiferentes al Direc-
tor y al Comit de Redaccin de Plural. Consecuentes con los propsitos que desde
su nacimiento inspiraron a la Revista, nos hemos retirado y hemos cesado toda cola-
boracin con las personas que actualmente estn al frente de Exclsior.
Estamos seguros de que usted, querido amigo, comprender y aprobar nuestra acti-
tud. Asimismo, confiamos en que usted volver a colaborar con nosotros si, como
esperamos, en un futuro prximo continuamos la empresa de Plural, aunque ahora
de manera independiente y con otro nombre. Ya lo pondremos al corriente de la evo-
lucin de este proyecto.
Le damos las gracias, una vez ms, por la colaboracin que usted tan generosa-
mente prest a Plural y lo saludamos cordialmente.

Octavio Paz
Querido amigo:
Tienen remedio nuestros pases o lo que nos queda a nosotros - la verdadera inmensa
minora- es el destierro interior o exterior?
Un abrazo de su lector que lo admira.
Octavio Paz
[Valente anot a mano, en el margen lateral izquierdo, la datacin aproximada
(fecha alrededor de julio 1976)]

El caso de EXCLSIOR: declaracin de PLURAL

Ante los cambios ocurridos recientemente en Exclsior, los firmantes, miembros del
Consejo de Redaccin de Plural, declaran:
Plural naci hace cinco aos con un propsito claro: ser un sitio de reunin de la
imaginacin creadora y del pensamiento crtico. En nuestra revista se han expresado
las distintas tendencias artsticas y literarias de nuestro tiempo y se han debatido las
ideas que hoy apasionan a los hombres. En sus pginas han sido descritas y denun-
ciadas las realidades de nuestra poca terrible, de Gulag a Chile. La realidad mexicana
ha sido nuestra constante preocupacin; apenas si es necesario recordar que, hasta el
da de su muerte, fue colaborador nuestro uno de los crticos ms lcidos de nues-
tro pasado y de nuestro presente: Daniel Coso Villegas. Aunque, como es natural, no
siempre las opiniones de Plural han coincidido con las expresadas por Exclsior en
sus editoriales, jams se nos pidi que cambisemos una idea, una orientacin o un

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adjetivo. No poda ser de otro modo: slo un peridico independiente como Excl-
sior, hecho y escrito por hombres libres, poda publicar una revista con vocacin
crtica como Plural. De ah nuestra indignacin ante la forma en que se ha procedido
contra Exclsior y sus dirigentes. Es indudable que este ataque no ha tenido otro objeto
que acabar con una isla de independencia crtica. El monolitismo poltico quiere tam-
bin convertirse en monolitismo ideolgico? Las poderosas burocracias polticas y
econmicas que nos rigen se proponen acallar las pocas voces libres que quedan
en nuestro pas?
La salida de Julio Scherer Garca, Hero Rodrguez Toro y un numeroso grupo de perio-
distas de Exclsior significa la transformacin de ese diario en una bocina de ampli-
ficacin de los aplausos y los elogios al poder y a los poderosos. Es imposible no
interpretar lo sucedido como un signo de que avanza hacia Mxico el crepsculo que
ya cubre casi toda nuestra Amrica.

Octavio Paz, Gabriel Zaid, Juan Garca Ponce, Alejandro Rossi, Salvador Elizondo,
Kasuya Sakai, Jos de la Colina, Tomas Segovia.

Como colaboradores de Plural se han adherido a esta declaracin: Ramn Xirau, Rafael
Segovia, Jaime Garca Terrs, Luis Villoro, Esther Seligson, Gastn Garca Cant, Elena
Poniatowska, Enrique Krauze, Manuel Felgurez, Jos Emilio Pacheco.

La libertad como ficcin


Por Octavio Paz
Desde su independencia de Espaa y Portugal, hace ms de un siglo y medio, las
naciones latinoamericanas han vivido bajo constituciones republicanas y democrti-
cas. Para nadie es un secreto, salvo en perodos aislados y generalmente cortos, casi
todos estos regmenes nominalmente republicanos y democrticos han sido de hecho
dictaduras. De 1825 a 1976 nuestros gobiernos han adoptado muchas ideologas pero
la diversidad de todas esas mscaras no ha logrado ocultar la realidad permanente de
nuestra historia poltica: el caudillo. Dentro de esta situacin, que es hoy la imperante
en la Amrica Latina -salvo unas cuantas excepciones, como las de Costa Rica y Vene-
zuela- el caso de Mxico es nico, peculiar. Nuestro rgimen es un compromiso entre
la democracia autntica y el caudillismo a la latinoamericana. Pero este compro-
miso, positivo en su primera etapa, se ha vuelto ms y ms imperante. La crisis de
1968 fue un ejemplo dramtico del progresivo desgaste del sistema mexicano. El Par-
tido en el poder durante cerca de medio siglo, incapaz de resolver el conflicto por
medios polticos, no tuvo ms remedio que apelar a la fuerza y llamar al Ejrcito.
El gobierno actual recogi la leccin e intent una reforma democrtica dentro del
Partido. La mayora de los observadores encontr, con razn, que los cambios han
sido insuficientes. Se dio un respiro pero no se logr infundir en nuestra anmica

ndice 223
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

democracia un poco de vitalidad. En las verdaderas democracias la vitalidad es sin-


nimo de diversidad ideolgica y de pluralidad de opiniones y partidos. La crisis de
nuestro sistema poltico es tal que ninguno de los partidos independientes present
candidatos en la eleccin presidencial de este ao. El panorama es an ms desola-
dor si se piensa en la situacin de los Poderes que, segn nuestra constitucin, estn
encargados de preservar la democracia en Mxico: el Poder Legislativo y el Judicial.
El primero, formado por una abrumadora mayora de miembros del partido oficial,
no es un rgano de discusin y deliberacin sino de aprobacin mecnica de las
iniciativas presidenciales. La misin de nuestros senadores y diputados es aplaudir y
elogiar al Presidente en turno. La funcin del Poder Judicial es todava ms triste: no
es sino un apndice del Ejecutivo.
Los cambios ocurridos en el diario Exclsior adquieren su cabal significado slo
dentro de la realidad que, someramente, acabo de describir. En Mxico no existe una
autntica vida poltica porque carecemos de ese espacio libre donde se despliega, en
las democracias, la actividad de los grupos y los individuos. Ese espacio es plural;
es el lugar pblico por excelencia, llmese plaza, parlamento, peridico o cualquier
otro sitio de confrontacin y discusin de ideas y personas. Los mexicanos no tene-
mos vida poltica real, pero tenemos una ficticia: cada tres y seis aos celebramos elec-
ciones. En ellas participan partidos y grupos fantasmas que no tienen ms funcin
que probar, con su irrealidad, la realidad aplastante y omnipresente del PRI. Tambin
tenemos una Cmara de Senadores y otra de Diputados, una Suprema Corte de Jus-
ticia y una Federacin de Estados Soberanos.
Nuestra ficticia vida poltica sera incompleta si no tuvisemos una libertad de prensa
igualmente ficticia. Tericamente nuestros peridicos pueden decir lo que quieren;
prcticamente dicen lo que pueden. Y lo que pueden es lo que quiere un gobierno.
O lo que quieren los grandes intereses que dominan al pas, de las corporaciones pri-
vadas a las poderosas burocracias obreras y polticas. Aunque no hay que exagerar la
influencia de los organismos privados y gremiales: en Mxico el verdadero poder es
poltico y se concentra en el Estado.
Ante la experiencia de 1968, el rgimen decidi liberalizar su poltica frente a la prensa.
Fue una decisin positiva o que la mayora de los mexicanos aplaudimos sin reserva.
Exclsior era un peridico como los otros; gracias a la nueva coyuntura poltica
y, sobre todo, gracias a la iniciativa de su director, Julio Scherer, se transform en
un peridico distinto a los otros: Exclsior empez a decir lo que muchos queran y no
podan decir. El diario se convirti en el centro de convergencia de las opiniones libres
y disidentes de Mxico. No todo lo que se dijo en Exclsior coincide con lo que yo
pienso y creo. Ms de una vez estuve en desacuerdo con muchos de sus colaborado-
res. No defiendo sus opiniones: defiendo su derecho a sostener ideas distintas a las
mas. Defiendo nuestro derecho a disentir del poder y de los poderosos.

224 ndice
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Justo en el momento en que el ocaso de los partidos independientes clausuraba el


reducido espacio poltico mexicano, Exclsior abri otro espacio. Hoy ese espacio
tambin se cierra. No asistimos al triunfo de una ideologa verde, roja o negra: asis-
timos al triunfo del color gris, el color del conformismo y la pasividad. Por cunto
tiempo?

4
[J.A.V. a O.P.]
[Copia mediante papel carbn de carta mecanografiada en tres pginas]
Collonges-sous-Salve, 20 de junio de 1977
Querido Octavio:
Hace mucho tiempo que le debo o me debo esta carta a usted. He pasado una tem-
porada larga con muchos pequeos (o menos pequeos) problemas acumulados que
apenas me han dejado espacio para las cosas ms de mi gusto. No por eso he sido
infiel a las noticias que de usted me han venido.
As, el pasado verano, cuando me lleg el esplndido texto suyo sobre el asunto del
Exclsior [sic], lo hice publicar aqu en la Tribune de Genve. Aunque tarde, le mando
un recorte del peridico por si quiere usted sumarlo al historial de ese turbio nego-
cio. Tambin envi el texto a Triunfo, donde se public. Despus apareci en Triunfo
un sucio y autoinvalidante ataque, que a m me pareci de autor pseudnimo y como
a sueldo. Juan Goytisolo contest en su momento. Mis relaciones con Triunfo haban
naufragado ya a esa altura de la polmica por diversas razones. La principal es que
ya no tolerar jams el chantajismo de la censura de izquierdas.
De la revista Vuelta no he podido ver ms que algn ejemplar trado por amigos mexi-
canos. Recib, en cambio, Vuelta, su libro. Desde hace meses me acompaa en mi
mesa, entre ese pequeo nmero de libros que uno retiene al lado porque no slo
exigen lectura sino cohabitacin. Bien muestran los poemas de este libro el creci-
miento y la poderosa maduracin de su escritura, todo lo que hace hoy de usted un
maestro de la palabra nuestra. Muy a lo vivo me han llegado los poemas de inmer-
sin (subversin) en la historia. Desde hace tiempo he buscado el punto de fusin de
la biografa personal y colectiva. Slo as pude acercarme a esa rea viscosa y ms
bien msera de lo que entre nosotros se llam poesa social.
La historia me lleva a otro tema. Carlos Franqui me ha hablado despus de haber
tenido con usted una conversacin telefnica. Yo publiqu hace algunos meses en El
Pas un artculo sobre el libro de Franqui. Pienso que, en realidad, las cosas publi-
cadas en Madrid en la prensa diaria (medio ms efmero que el libro) habran de con-
siderarse inditas en Mxico, y viceversa. En todo caso, le mando una versin de
ese artculo, corregido y aumentado con dos citas, una del propio Franqui y otra
de usted, que iluminan bien el tema de la mendacidad de la historia, uno de los ejes

ndice 225
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

del texto mo. Carlos ha insistido en que se lo mande. Yo lo hago con mucho gusto.
Decida usted como mejor le parezca.
Hay otra cosa de la que quera hablarle. Jaime Salinas, que se ha hecho cargo de la
editorial Alfaguara, proyecta una coleccin con la que quisiera, segn me dice, res-
taurar la dignidad de la edicin de libros de poesa. Habr en la coleccin libros
propiamente dichos y cuadernos que daran la posibilidad de publicar textos ms bre-
ves. En principio, yo dirigira la coleccin. Algo suyo (verso o prosa, largo o breve)
sera absolutamente bien venido.
Le mando por correo aparte un ejemplar de mi ltimo libro de poesa, que est impreso
desde fines del ao pasado, pero slo ahora estar en distribucin porque la colec-
cin Ocnos pasa de Barral a Alfaguara y en el periodo de transicin ha quedado inmo-
vilizada. La edicin, como ver, no es excelente.
De ms cosas seguramente deseara hablarle, pero me detengo hoy aqu.
Reciba el afecto de su amigo.

Sr. D. Octavio Paz


Lerma, 143-601
Mxico 5, D.F.

Para insertar como citas entre el ttulo y el texto:


La poesa es historia verdadera.
Carlos Franqui

La poesa no es la verdad:
es la resurreccin de las presencias,
la historia
transfigurada en la verdad del tiempo no fechado.
Octavio Paz

5
[O.P. a J.A.V.]
[Carta mecanografiada en dos pginas]
Julio 18 de 1977.
Querido Jos ngel:
No sabe el gusto que me di [sic] recibir su carta y, con ella, su inteligente y precisa
nota sobre el libro de Carlos Franqui. Lleg cuando ya estaba enviado a la imprenta
el material del nmero de julio (9) pero saldr en el prximo (agosto, 10). Tambin
y ms le agradezco el envo de Interior con figuras. Un libro, en su brevedad, denso.
Denso e intenso. Un libro secreto y que requiere lectores a un tiempo lentos y
vidos, capaces de pensar con el tacto y los ojos. El primer poema, Territorio, se

226 ndice
C A R TA S D E O C TAV I O PA Z , J U L I O C O R T Z A R Y M A R I O VA R G A S L L O S A E N L A C T E D R A JOS N G E L VA L I E N T E

entreabri para m slo en la segunda lectura. Es su potica pero no explicitada sino expre-
sada, convertida de nuevo en poemas, como procede sola la noche de la noche.
Despus, los poemas que ms me impresionaron fueron Consideracin de la mirada,
Una antigua representacin, Criptomemoria (uno de los mejores), Tango y el poema
dedicado a Luis Fernndez. Yo tambin lo admir y me parece exacto e inolvidable
lo que usted dice: T te pusiste del lado ms secreto / de lo nunca visible. El poema
en que habla de sus amigos colombianos y nicaragenses me descubri que no slo
compartimos algunos gustos e ideas sino tambin una comunidad de ausentes-pre-
sentes. Quise mucho a Jorge Gaitn Durn y quiero tambin a Carlos Martnez Rivas.
En cambio Ernesto Cardenal no es santo de mi devocin y mi desconfianza inicial
se ha convertido en antipata. Lo conoc cura falangista y ahora es cura comunista:
cambi de colores no de alma. En la segunda parte hay poemas que me gustaron ms
totalmente an -no porque me parezcan mejores que los que he citado sino por-
que me atraen ms directa y simplemente. Pienso en Calle de Cambridge [el ttulo
exacto es Calles de Cambridge, 1974] y, sobre todo, en Meditacin sobre una ima-
gen cncava, que me gustara haber escrito. Los poemas en prosa: en ese gnero tan
difcil ha logrado usted un nuevo tono y personalsimo. Obituario es un poema lleno
de pliegues y repliegues emplear una frase de Breton para describirlo: una confe-
sin desdeosa. Los otros cinco poemas tambin son memorables. En la cuarta parte,
me quedo con Arietta, opus III (especialmente el fragmento 2), Transparencia de la
memoria (qu exacto el paralelismo entre los espejos del saln que devoran todas
las figuras y esa luz que bebe todo lo visible pero es la memoria o su reverso, el
otro lado de la memoria, el lado ya sin imgenes?), Declinacin de la luz, Fragmento
sin nombre (la pregunta an ms desnuda y desesperada que en los otros poemas),
Cancin para franquear la sombra (la pregunta ha dibujado ya su respuesta) y Ante-
comienzo (que es la respuesta del poema anterior: de comienzo en comienzo -por
comienzos que no tienen fin...).
Gimferrer me ha prometido un ensayo sobre usted. A m me gustara acompaarlo
con la publicacin de algunos poemas suyos. Quiere enviarnos algo o prefiere que
reproduzca algunos de los que aparecen en Interior con figuras? En el segundo caso,
yo mismo hara -si usted est de acuerdo- la seleccin.
Aparte de esta colaboracin potica, le recuerdo mi antigua peticin: puede enviar-
nos un ensayo? Tambin, de vez en cuando, nos gustara recibir de usted artculos
sobre la actualidad literaria, artstica y poltica. No importa que salgan tambin en
algn diario espaol.
No s si puedo aprovechar la invitacin que me hace. Desde hace algn tiempo publico
con Seix-Barral y no me parece correcto dar libros a otros editores. De todos modos:
muchas gracias!
Salude a Carlos Franqui de mi parte. Ya hago que les enven (a usted y a l) los lti-
mos nmeros de Vuelta.

ndice 227
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Cordialmente, su amigo.
Octavio Paz

6
[O.P. a J.A.V.]
[Carta mecanografiada en una pgina]
Lerma 143- 601, Mxico 5, D.F. [Membrete]
A 11 de agosto de 1978.
Querido Jos ngel:
No tengo muchos amigos entre los antroplogos mexicanos pero, con mucho gusto
y empeo, buscar algo para su hija ya sea en el Colegio de Mxico o en el Instituto
Nacional de Antropologa. Ojal que ella pudiese enviarme un curriculum [sic] y un
pequeo proyecto de las actividades que piensa realizar en Mxico en materia de
Antropologa o Arqueologa. Con esos documentos yo podra iniciar la gestin.
Espero con impaciencia el libro suyo que ha editado Maspero. He decidido no regre-
sar a Harvard -los cursos eran una piedra al cuello- de modo que puede usted enviarme
el libro a Mxico. No me mover [sic] de aqu.
Le recuerdo que nos gustara mucho publicar algo suyo en Vuelta, ya sea poesa o
ensayo. Snchez Robayna me envi un ensayo sobre usted, pero cuando nos dispo-
namos a publicarlo, lo vimos en una revista espaola. Lstima.
Su amigo que lo quiere y admira,
Octavio Paz

7
[J.A.V. a O.P.]
[Fotocopia de carta manuscrita en una pgina]
Collonges-sous-Salve
7 de diciembre de 1978
Querido Octavio:
Agradec infinitamente su carta y el inters con que en ella acoga el proyecto de Lucila
en relacin con un posible trabajo en Mxico. Ella est ahora en Aix-en-Provence
donde debe discutir ese y otros temas con Pitt-Rivers. Cuando regrese (a fines o a
comienzos de ao), le escribir ella misma con datos ms precisos sobre lo que podra
o querra hacer. Como Toms Segovia me ha escrito en estos das, pienso que quiz
fuera bueno tocar este tema al contestarle, pues entiendo que es persona muy vincu-
lada al Colegio de Mxico. Se lo digo para que est usted al corriente de todo lo
que en este sentido pueda hacerse.
Le mando para Vuelta siete poemas inditos de mi libro breve que lleva por ttulo
Material memoria y que editar pronto La Gaya Ciencia en Barcelona.

228 ndice
C A R TA S D E O C TAV I O PA Z , J U L I O C O R T Z A R Y M A R I O VA R G A S L L O S A E N L A C T E D R A JOS N G E L VA L I E N T E

Me pareci realmente muy hermoso poema su Representacin de los espejos que pude
leer en Dilogos.
Va tambin con esta misma fecha la edicin francesa de El inocente, mi libro de des-
tino mexicano.
Muy cordial abrazo
Jos ngel

7
[J.A.V. a O.P.]
[Fotocopia de carta manuscrita en dos pginas]
Case Postale 985
1211 Genve 3- Rive
3 de julio de 1981
Querido Octavio:
Hace mucho tiempo que deseaba volver a comunicarme con usted (ha habido largos
y complicados problemas de dispersin familiar). S ahora por Mara Zambrano, quien
a su vez lo tiene del pintor Juan Soriano, que est usted aquejado de un herpes. S
bien que puede ser el herpes cosa bastante dolorosa; espero que puedan atacarlo con
eficacia. Vicente Aleixandre padeci tambin hasta no hace mucho un herpes, aunque
las causas de su actual postracin sean otras.
Precisamente, yo quera escribirle a propsito de Mara Zambrano. Hace algn tiempo,
tuvimos el propsito, ahora en firme renovado, de preparar un libro-homenaje a Mara
con unos quince textos que fuesen acompaados de otras tantas litografas. El pro-
ducto de ese libro, que se imprimira como un libro de arte, ira destinado a ella. A m
(y bien cierto estoy que tambin a ella misma) me gustara poder contar con un texto
suyo sobre, a propsito o con motivo de Mara, en prosa o verso, como usted desee.
El proyecto est ya consolidado y creo que podramos realizarlo en el otoo prximo.
Para esa poca yo ir (por vez primera) a Mxico, donde estar por razones profe-
sionales, todo el mes de octubre (y quiz la primera semana de noviembre). Por
supuesto, me dara mucha alegra tener la certeza de poder encontrarlo entonces.
Pienso tambin que acaso me gustase tener alguna forma de contacto pblico con el
medio que ah se interesa por las cosas literarias o por la poesa. Le digo esto a modo
de consulta.
Mi amigo Baruj Salinas me dijo que le haba entregado un ejemplar de las Tres lec-
ciones de tinieblas. Yo haba pedido a Rosa Regs que le enviaran directamente el libro
y ella me asegur que as se haba hecho. Pero quiz el ejemplar se perdi en el camino.
Con el deseo de que me d noticia positiva de su salud, le envo ahora mi amistad y
mi afecto.
Jos ngel Valente

ndice 229
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

8
[O.P. a J.A.V.]
[Carta manuscrita en una pgina, sin fecha]
A Jos ngel Valente
Querido amigo:
Me imagino que ya habr visto la entrevista. Ojal que nos pudiese enviar pronto
alguna colaboracin. Le doy de antemano las gracias.
Saludos
Octavio Paz

Carta de Julio Cortzar a Jos ngel Valente


Jos ngel Valente conserv una interesante carta de Julio Cortzar en res-
puesta a la peticin, por parte del escritor espaol, de contactos poticos con
motivo de su viaje de 1968 a Buenos Aires, donde, por cierto, visitara a Jorge
Luis Borges, a quien ya haba conocido en Berln. Esta misiva tiene, pues, el
doble valor de certificar la relacin personal y profesional entre Cortzar y
Valente, pero tambin la de mostrar de un modo explcito las preferencias
y valoraciones poticas del primero respecto a la poesa argentina en 1968, que
aqu se reproduce sin modificaciones.

[J.C. a J.A.V.]
[Carta mecanografiada en una pgina]
Pars, 28 de septiembre de 1968
Querido Jos Angel:
No te olvides que me fui de Buenos Aires hace diecisiete aos. Vaya a saber dnde
andan las nieves (o en todo caso las humedades) de antao. Me alegra que te ds [sic]
una vuelta por mis pagos, porque pienso que encontrars poetas jvenes con los que
el dilogo ser no solamente posible sino estimulante. No puedo orientarte demasiado
en ese sentido, porque de esos muchachos conozco solamente algunos libros, y no
s dnde viven ni qu hacen. Pero puedo, de todas maneras, sealarte a Alejandra
Pizarnik, que hasta hace un par de aos viva en la calle Montes de Oca 675, Apto 5,
D. Si puedes conocer a Roberto Jurroz, hablars con uno de mis poetas preferidos.
Vive en Mitre 1829, Adrogu, F.C.N.G.R. (a 25 minutos de la capital). De la gente de
mi tiempo, est por supuesto Olga Orozco, que vive en Ayacucho 1007, Apto. 4, C.
Pero ten en cuenta que todas estas direcciones pueden haber cambiado, pues corres-
ponden a cartas cambiadas hace 3 o 4 aos.
Ya me comentars de aquello cuando nos veamos, quiz en Ginebra este invierno.
Mis afectos a los tuyos, y un abrazo fuerte de
Julio

230 ndice
C A R TA S D E O C TAV I O PA Z , J U L I O C O R T Z A R Y M A R I O VA R G A S L L O S A E N L A C T E D R A JOS N G E L VA L I E N T E

[Valente anot a mano, al final de la carta, la direccin del escritor argentino


Julio Cortzar
R. du Gnral Beuret
Paris XV France]

Parece que no se conserva ninguna carta de Valente a Cortzar, segn me


inform la albacea del segundo, Aurora Bernrdez, cuando le facilit la misiva
arriba publicada para la edicin de la correspondencia completa de su anti-
guo marido:8

[A.B. a C.R.F.]
[Fax mecanografiado en una pgina]
Estimado Rodrguez Fer:
No sabe cuanto le agradezco el envo de la carta de Cortzar a Valente, que incluir
en la nueva edicin de la Correspondencia.
Lamentablemente no puedo retribuirle su favor con las cartas que Valente haya podido
enviar a Julio. Cortzar, siempre errante y escaso de espacio, no conserv la abun-
dante correspondencia que reciba. Lo publicado ya y lo que se aadir, es lo que he
encontrado hasta la fecha.
Vuelvo a agradecerle su gentileza y confo en conocerlo en un prximo viaje a Gali-
cia. Le mando un amistoso saludo.
Pars, 13 de octubre de 2003.
Aurora Bernrdez

La Ctedra Valente facilit tambin la carta de Cortzar para su exhibicin


en la exposicin Ler imaxes. O arquivo fotogrfico de Julio Cortzar, Santiago
de Compostela, Xunta de Galicia, Colexio de Fonseca de la Universidade de
Santiago de Compostela, 2006, y para su edicin facsmile en el libro catlogo
Ler imaxes. O arquivo fotogrfico de Julio Cortzar, Santiago de Compostela,
Xunta de Galicia, 2006, p. 89, y en el libro reportaje Julio Cortzar / Aurora Ber-
nrdez. Un (re)encontro con Galicia, Santiago de Compostela, Xunta de Gali-
cia, 2006, p. 49.

8. Aurora Bernrdez, primera esposa de Cortzar, public tres volmenes de sus Cartas (1937-
1963, 1964-1968 y 1969-1983), Madrid, Alfaguara, 2002, pero, inmediatamente, se dispuso a la
tarea de realizar la edicin de una correspondencia ms completa, como puede comprobarse en
la misiva que sigue. Ms tarde se public el epistolario entre Cortzar, Carol Dunlop, su ltima
esposa, y Silvia Monrs-Stojakovic, su traductora al serbocroata, con el ttulo de Correspondencia,
Barcelona, Alpha Decay, 2009. Cortzar defendi siempre la espontaneidad epistolar, como afirm
en 1942: Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me
siento a la mquina y dejo correr el vasto ro de los pensamientos y los afectos.

ndice 231
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Carta de Mario Vargas Llosa a Jos ngel Valente


Valente conserv en su archivo una carta de Mario Vargas Llosa en la que
ste felicitaba su intervencin en la polmica en torno a Cuba, concretamente
por la publicacin del artculo Cuba: Dogma y ritual en la revista Triunfo, el
19 junio de 1971, que al mes siguiente fue parcialmente recogido en la revista
ndice de artes y letras, en julio-agosto de 1971.9 Tal artculo tuvo lugar en medio
de la polmica mundial suscitada por la detencin y consiguiente autocrtica del
poeta Heberto Padilla en Cuba, pues en 1971 fueron muchos los intelectuales
europeos y americanos de izquierda, entre ellos Valente, que protestaron ante
el gobierno cubano por aquellos sucesos. En Espaa, la revista Triunfo haba
reaccionado el 5 de junio de 1971 con su dossier Cuba: la Revolucin discu-
tida, en el que apareci el contundente artculo de Alfonso Sastre Vergenza
y clera!, al que dos semanas y dos nmeros despus contestar Valente en
el mismo medio.10
A esta contestacin alude expresamente Vargas Llosa en una carta de la que
tan slo substituimos las comillas de las cabeceras de las revistas por la desig-
nacin de stas en letra cursiva.

[M.V.L. a J.A.V.]
[Carta manuscrita en una pgina]
Barcelona, 22 de Junio, 1971
Querido Jos Angel,
Te felicito por tu artculo de Triunfo sobre Cuba. No sabes la alegra que me dio
leer un texto tan lcido y tan valiente sobre este asunto, en el que tantos amigos se
han embarrado hasta los pelos por exceso de ingenuidad o por cobarda. Es de lejos
lo mejor que he ledo al respecto. Ojal alcance Juan a incorporarlo al dossier de Libre!
Parto al Per en estos das. Si puedo serte til all para cualquier cosa, me tienes a
tus rdenes en:
Avda. 28 de Julio 974, dept. 501
Miraflores, Lima
S por los amigos canarios que ests procesado por traicin a la patria, o algo as.
Felicitaciones, tambin.
Un abrazo,

9. Por cierto, esta reproduccin no consultada a Valente apareci con una reticente anota-
cin: (En los inicios de su vida literaria, J. A. Valente fue secretario de redaccin de ndice. Luego,
a ritmo lento, se alej de la Revista... Por qu? Este escrito suyo a Triunfo lo explica (ndice de
artes y letras, nm. 292-293-294-295, p. 73).
10. La revista hizo constar expresamente que la rplica de Valente haba sido seleccionada entre
el autntico aluvin de cartas de lectores, por el valor de llegar, casi, a ser la aproximacin
mxima al conjunto de las opiniones que nos han llegado. (Triunfo, nm. 470, 5-6-1971).

232 ndice
C A R TA S D E O C TAV I O PA Z , J U L I O C O R T Z A R Y M A R I O VA R G A S L L O S A E N L A C T E D R A JOS N G E L VA L I E N T E

Mario
(Vargas Llosa)
[Valente anot a mano, al final de la carta, la direccin de la agencia literaria del escri-
tor peruano, anteponindole la abreviatura convencional de la expresin inglesa care
of, usada internacionalmente para designar a los intermediarios a cuyo cuidado est
la correspondencia:

c/o Agencia Carmen Balcells


Urgel 241
Barcelona 11]

No se ha encontrado constancia de respuesta ni de existencia de ninguna


otra carta de Valente a Vargas Llosa, a quien, por cierto, el poeta alude expre-
samente en su artculo Gato blanco, gato negro, publicado en el diario El Pas
el 17 de abril de 1994, a propsito de la imprecisin del lenguaje poltico y de
la situacin de la democracia en Amrica Latina, tema que sigui preocupando
al autor de Las palabras de la tribu hasta el final de su vida.

ndice 233
LA REVISTA ANALES DE LITERATURA HISPANOAMERICANA
Evangelina Soltero Snchez
Departamento de Filologa Espaola IV
Universidad Complutense de Madrid

Anales de Literatura Hispanoamericana, revista decana de los estudios en


torno a la literatura hispanoamericana dentro del mundo acadmico espaol,
fue fundada en 1972 por Francisco Snchez Castaer.
El nacimiento de la publicacin est ntimamente ligado al Seminario Archivo
Rubn Daro. La existencia de ste se debi a Francisca Snchez, la que fuera
esposa de Rubn Daro. Tras la muerte del vate en 1916 en Nicaragua, los ense-
res y documentos que Daro haba dejado en su casa de Madrid fueron custo-
diados por Francisca Snchez.
En 1956 Carmen Conde y Antonio Oliver Belms conocieron a Francisca y
la buena relacin que se produjo tuvo como consecuencia el que Francisca Sn-
chez, gracias a las gestiones realizadas por el matrimonio, cediera al Ministe-
rio Espaol de Educacin los documentos que posea de Daro.
En 1963 se cre el Patronato Seminario Archivo y en 1967 el Ministerio esta-
bleci la Ctedra Rubn Daro para propiciar la actividad docente en torno al
poeta. Esta ctedra fue ocupada en sus primeros aos por Oliver Belms.
La catalogacin de los documentos del Archivo fue realizada, adems de por
Belms y Carmen Conde, por Mara Dolores Enrquez y Rosa Villacastn, publi-
cndose en 1987 el Catlogo del Seminario Archivo Rubn Daro.

ndice 235
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La Ctedra Rubn Daro fue asumida en 1969 por Francisco Snchez Casta-
er (sucesor de Belms) y con l se inici una actividad destinada a la difusin
de los estudios literarios hispanoamericanos.
Tras la jubilacin de Snchez Castaer, sera Luis Sinz de Medrano el que
ocupara dicha Ctedra. En 1992 se constituy la Comisin Seminario-Archivo
Rubn Daro, presidida por Sinz de Medrano y con sede en el Departamento
de Filologa Espaola IV (institucin que tambin est detrs de Anales de
Literatura Hispanoamericana). Una vez retirado ste, dicha Ctedra se extin-
gue, aunque no las actividades del Seminario Archivo.
La Comisin determin fotocopiar todos los documentos del Archivo para
proteger los originales sin menoscabar el acceso de los investigadores a los docu-
mentos. A partir del ao acadmico 2001-2002 se procedi a la digitalizacin de
estos y a la creacin de una pgina web en la que se han ido descargando.1 Este
proceso se pudo iniciar gracias a dos acciones especiales concedidas por el Minis-
terio de Ciencia y Tecnologa y a cuatro proyectos de innovacin educativa con-
cedidos por la Universidad Complutense de Madrid (el primero otorgado en el ao
2005-2006 y el ltimo en el 2008-2009). Asimismo, el Departamento de Filologa
Espaola IV organiz en 2005 un congreso internacional para celebrar el Primer
Centenario de Cantos de vida y esperanza, congreso coordinado por Juana Mart-
nez Gmez y Roco Oviedo Prez de Tudela.
La ltima actividad celebrada en relacin con el Seminario Archivo Rubn
Daro ha sido la exposicin Rubn Daro. Las huellas del poeta, en la Biblio-
teca Histrica Marqus de Valdecilla de la UCM, durante los meses de octubre,
noviembre y diciembre de 2008. Dicha exposicin mostr la mayor parte de los
documentos del Archivo antes de que estos fueran depositados en la Biblioteca
Histrica para una correcta ubicacin. Los comisarios de la exposicin fueron
Juana Martnez y Roco Oviedo, editoras tambin del catlogo de dicha expo-
sicin, publicado por Ollero y Ramos y la UCM.
Esta breve historia del Seminario Archivo Rubn Daro es necesaria para
explicar el nacimiento de Anales de Literatura Hispanoamericana. Una vez Oli-
ver Belms deposit los documentos de Daro en la Facultad de Filologa, estos
fueron utilizados por los alumnos de doctorado de la segunda mitad de los aos
50 como material de primera mano para los estudios sobre el poeta nicara-
gense. Para una mayor difusin de las investigaciones derivadas del trabajo
sobre los documentos, Belms inici la publicacin de una revista anual titu-
lada Seminario Archivo Rubn Daro, de las que se llegaron a publicar doce
nmeros, el primero en 1959 y el ltimo en 1971. Fue al ao siguiente, en 1972,
cuando sali a la luz el primer nmero de Anales de Literatura Hispanoameri-

1. www.ucm.es/info/rdario

236 ndice
L A R E V I S TA A N A L E S D E L I T E R AT U R A H I S PA N OA M E R I C A N A

cana, viniendo a ser en un principio una ampliacin de Seminario que incor-


poraba a sta como una seccin ms de la nueva revista.
Del nmero 1 (ao 1972) al nmero 21 (ao 1992), la estructura de la revista
no sufri grandes cambios y mantuvo las secciones propuestas por Francisco
Snchez Castaer: Artculos, Notas (estudios de extensin menor), Reseas,
Seminario Archivo Rubn Daro y Libros de creacin (reseas).
En el ao 1993 se produjo un relevo en la direccin de la revista, siendo
nombrada Juana Martnez Gmez directora de la misma hasta la actualidad (Juana
Martnez sustituy a Luis Sinz de Medrano que ocup el cargo de director desde
1978 hasta 1992). Este ltimo cambio de direccin supuso tambin un cambio
en la estructura y en la maquetacin. Sin embargo, las modificaciones no se
haran patentes hasta el ao 1994, ya que el nmero 22, correspondiente a 1993,
fue de transicin y se dedic por completo a la publicacin de artculos centra-
dos en escritores hispanoamericanos en Madrid (este monogrfico estuvo coor-
dinado por Almudena Mejas). Esta excepcin estructural permiti redefinir las
lneas de investigacin que Anales de Literatura Hispanoamericana haba
de seguir a partir del nmero 23, mantenindose en la actualidad, y que consta de
las siguientes secciones: Monografa,2 Archivo Rubn Daro,3 Miscelnea,4
Joven Crtica,5 Reseas / Libros recibidos y Textos inditos / Entrevistas.
La labor de Anales de Literatura Hispanoamericana como gestora de la
memoria literaria6 no slo se cubre con la publicacin de estudios cientficos,
tambin es realizada a travs de la edicin de textos de creacin, de autores
consagrados, que no han tenido ninguna difusin anteriormente (o esta ha sido
muy escasa) e incluso con textos que han sido entregados gratuitamente por
sus autores para la publicacin en la revista.7
Ya en el nmero 1 y en el nmero 7 se haban publicado una serie de poe-
mas inditos o casi inditos de Rubn Daro. Pero ser a partir del nmero 23
cuando esta labor de gestin se convierte en seccin fija de la revista, publicn-
dose en ese ao de 1994 tres poemas inditos de Daro (en este caso en la sec-
cin Archivo Rubn Daro) y una serie de poemas de Gastn Baquero, Juan
Gustavo Cobo Borda y Manuel S. Pichardo (en Textos inditos / Entrevistas).

2. Centrado en un tema de estudio propuesto por el Consejo de Redaccin o el Consejo Ase-


sor.
3. Dedicado a estudios sobre modernismo hispanoamericano.
4. Con artculos sobre cualquier tema y poca de la literatura hispanoamericana.
5. Igual que la seccin anterior pero con estudios firmados por jvenes investigadores que estn
realizando su tesis o que la han defendido recientemente.
6. Entiendo la labor de gestin de la memoria literaria como un acto en el que la institucin,
en este caso la revista, se hace depositaria de la creacin del escritor con el objetivo de difundirla
lo ms posible.
7. Esta accin tambin se realiza a travs de la publicacin de entrevistas a escritores.

ndice 237
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En el nmero 24 vieron la luz creaciones inditas de Brbara Jacobs, Fabio


Morbito, Daniel Sada, Francisco Segovia y Pedro Serrano, y en el nmero 25
aparecieron las primeras entrevistas, una a Luca Guerra y otra a Isaac Chacrn.
La revista public en el ao 1997 (nmero 26) los facsmiles de dos docu-
mentos del Archivo Rubn Daro: la factura de la impresin de Cantos de vida
y esperanza y una carta de Santos Chocano al poeta nicaragense. Asimismo,
Carlos Germn Belli, Sergio Macas y Sal Yurkievich entregaron para su pri-
mera publicacin algunos poemas.
En el nmero 27 el documento indito aparecido llevaba la firma de Efran
Rodrguez Santana, y en el nmero 28 fueron Carlos Germn Belli, Marta Por-
tal, Abel Posse, Gonzalo Rojas y Po E. Serrano los que publicaron una serie de
textos en la revista. En el ao 2001 (nmero 30), con un monogrfico dedicado
al romancero en Hispanoamrica y coordinado por Ana Valenciano, se publi-
caron dos entrevistas, a ngeles Mastretta y a Elena Poniatowska.
El nmero 31, con un monogrfico dedicado a la literatura cubana, ofreci
una pequea antologa de poesa contempornea de la isla. Los poetas Roberto
Mndez Martnez, Alberto Laura, Odette Alonso, Juan Antonio Molina y Rafael
Enrique Hernndez enviaron poemas inditos pare este nmero coordinado por
Paloma Jimnez del Campo.
En el nmero 32, dedicado a las relaciones entre la literatura y el cine, se
dio a conocer un artculo de Horacio Quiroga dedicado al sptimo arte que slo
se haba publicado antes en una plaquette que tuvo nicamente distribucin en
Uruguay; el texto fue entregado por Pablo Rocca a Evangelina Soltero, coordi-
nadora del monogrfico, para su publicacin en este volumen.
La seccin Archivo Rubn Daro, en el nmero 34, dio noticia de la digi-
talizacin de los documentos del poeta. En este mismo nmero Jos Balza entreg
dos cuentos para su primera publicacin, los cuales guardaban relacin con el
tema del monogrfico, la literatura de terror en Hispanoamrica, coordinado
por Cristina Bravo.
El nmero 35 (ao 2006) fue de nuevo una excepcin en lo que se refiere
a la estructura de la revista. El volumen se dedic por entero a Cantos de vida
y esperanza, cuyo centenario de publicacin fue celebrado por el Departamento
de Filologa Espaola IV de la UCM en 2005.
El nmero 36, dedicado al gnero policaco y coordinado por Teresita Mauro,
public un relato de Reina Roff y otro de Ana Mara Shua.
En los nmeros 37 y 38, Jos Mara Martnez entreg una cantidad impor-
tante de crnicas de Manuel Gutirrez Njera, acompaada de un breve estu-
dio realizado por l. Adems en el nmero 37 aparecieron dos entrevistas, la
primera realizada a lmer Mendoza y la segunda, a Jos Vials.

238 ndice
L A R E V I S TA A N A L E S D E L I T E R AT U R A H I S PA N OA M E R I C A N A

El nmero 39, correspondiente al ao 2010, publicar una entrevista reali-


zada al poeta chileno Jorge Teillier.
Los cambios de estructura que ha sufrido la revista a lo largo de los aos
tambin han afectado a la presentacin externa de la misma. La cubierta verde
con sumario incluido, que fue marca de Anales de Literatura Hispanoameri-
cana hasta el nmero 21, fue sustituida, a partir del nmero 22, por una cubierta
azul satinada con una ilustracin que hace referencia al tema del monogrfico
de cada uno de los volmenes.
En el ao 2011 Anales de Literatura Hispanoamericana cumplir 40 aos de
existencia, y en su cuarenta aniversario la revista dedicar su monogrfico a la
literatura de las independencias en un, creemos, debido homenaje a nuestro
objeto de estudio: la literatura hispanoamericana.

ndice 239
3
POLTICA, CULTURA
Y COMUNICACIN

241
CIUDADANA COSMOPOLITA: UN HORIZONTE PARA UN MUNDO MULTICULTURAL
Adela Cortina
Universitat de Valncia

Yo creo que lo mejor que le puede pasar a alguien que d clase es que los
que en un momento fueran discpulos ahora son maestros y lleven su vida pro-
pia con su propio grupo como le ocurre a Domigo Garca Marz, que no sola-
mente lo tiene en esta Universitat Jaume I de Castelln, sino que tambin es
un referente internacional. Tambin a los organizadores por una iniciativa que,
a mi juicio, habra que impulsar por tres razones fundamentales.
Por una parte, porque, como he comentado a menudo con colegas de Ibe-
roamrica, es una lstima que no conectemos ms unos con otros, que no nos
leamos ms unos a otros, que no nos critiquemos ms unos a otros. Siempre
estamos pensando en el mundo anglosajn, parece que sea nuestra referencia,
cuando hay una gran cantidad de autores hispanohablantes sumamente intere-
santes y que, sin embargo, nos son desconocidos. Creo que esta iniciativa intenta
superar ese desconocimiento mutuo y llevarnos a tomar conciencia de lo mucho
y bueno que se est haciendo en el mbito hispanohablante.
Por otra parte, es importante esta iniciativa porque este encuentro se rela-
ciona con las editoriales universitarias y, a mi modo de ver, la aspiracin de estas
editoriales debera de ser la de convertirse en referentes en el mundo acad-
mico, igual que ocurre con las universidades de Estados Unidos, donde las
editoriales universitarias son una referencia total de calidad. Eso es lo que debe-
ramos hacer tambin en todas nuestras universidades, conseguir que lo que

ndice 243
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

se edite en ellas sea un valor seguro, que la gente entienda que merece la pena
leer y estudiar los trabajos de nuestras universidades porque constituyen un valor
seguro.
Y en tercer lugar, considero que este congreso es relevante porque el mdulo
en el que estamos ahora mismo trabajando se relaciona con la cultura, la comu-
nicacin y la poltica, y justamente lo que quera destacar esta maana es la
importancia de la cultura y la comunicacin para una sociedad que quiera deve-
nir cosmopolita, que al fin y al cabo es nuestro horizonte. Ciertamente, no pode-
mos pensar en un mundo globalizado ms que en un horizonte cosmopolita,
pero para ese horizonte la comunicacin es clave y la cultura lo es igual, si no
ms. Por eso, el rtulo que he propuesto para esta conferencia es el de Ciu-
dadana cosmopolita: un horizonte para un mundo multicultural. Empezar muy
brevemente diciendo qu entiendo por ciudadana, qu entiendo por ciudadano,
para despus ir dando una serie de pasos hasta formular la tesis que quiero
defender.
El concepto de ciudadana es un concepto muy debatido. Desde los aos
noventa del siglo XX vuelve sobre el tapete un concepto que viene por lo menos
del siglo IV a.C. y, sin embargo, se pone otra vez de actualidad. Es un con-
cepto central en todos nuestros pases, en el que confluyen distintas tradiciones
y que contiene distintas dimensiones, como intent mostrar en Ciudadanos
del mundo, pero voy a dar una pequea caracterizacin para poder ir avan-
zando.
En principio, entiendo por ciudadano, varn o mujer, aquel que es su pro-
pio seor o su propia seora, el que no es sbdito, el que no es siervo, el que
no es esclavo. El ciudadano es aquel que hace su propia vida, que no se la hacen,
que escribe su propia novela, que no se la escriben, el que es autnomo, el que
no es heternomo. Pero lo peculiar del concepto de ciudadana es que el ciu-
dadano lo es con sus conciudadanos, con los que son iguales en tanto que con-
ciudadanos en el seno de una comunidad poltica. La idea de ciudadana brota
de la ciudad, de la comunidad poltica y, efectivamente, el ciudadano lo
es con sus conciudadanos en el seno de una comunidad poltica. De donde
se sigue que a la hora de averiguar cules son los grandes valores de la ciuda-
dana, que es uno de los temas de nuestro tiempo, en principio seran la auto-
noma, es decir, la libertad entendida como autonoma, la igualdad de los
conciudadanos, porque desarrollar y realizar la igualdad es un autntico reto, y
el percatarse de que esa autonoma y esa igualdad solo se consiguen en solida-
ridad. Las tres grandes claves seran entonces autonoma, igualdad y solidari-
dad. Cmo se consigue encarnar esos valores en la vida cotidiana? A travs del
respeto mutuo, del respeto activo, que es central, y a travs del dilogo como
medio de resolver los desacuerdos. Si hubiera que hablar de cinco valores de la

244 ndice
CIUDADANA C O S M O P O L I TA : UN HORIZONTE PA R A UN MUNDO MULTICULCULTURAL

ciudadana, yo mencionara esos cinco, de los que me ocup detenidamente en


Ciudadanos del mundo.
Ocurre, sin embargo, con el concepto de ciudadana que siempre se forja en
una dialctica interno-externo. El ciudadano es el que es igual a sus conciuda-
danos, pero es diferente de los que no son sus conciudadanos. La comunidad
poltica siempre marca un lmite entre los ciudadanos y los que quedan fuera,
los que son distintos, los otros, los que por lo menos desde la caracterstica de
esa ciudadana no son iguales. De hecho, cuando recordamos la idea del pol-
tes griego, que tan bien describe Aristteles en el clebre pasaje del Libro I de
la Poltica, en el que afirma que el hombre es un animal social porque tiene
lgos, es decir, razn o palabra, ese lgos es el que permite a los ciudadanos de
la comunidad poltica ateniense deliberar conjuntamente sobre lo justo y sobre
lo injusto: esa es la casa y esa es la ciudad. La comunidad poltica es el lugar en
que los ciudadanos deliberan conjuntamente sobre lo justo y lo injusto, de ah
que la idea de comunicacin va a ser absolutamente central. Los ciudadanos
deliberan, los ciudadanos se comunican en el mbito de la comunidad poltica
y eso es lo que genera la comunidad poltica.
Sin embargo, como recordarn, en la Atenas de Pericles no todos los habi-
tantes de la comunidad pueden ser ciudadanos (no lo son las mujeres, no lo
son los nios, tampoco lo son aquellos que no han nacido a su vez de ciuda-
danos atenienses), con lo cual el concepto de ciudadana es restrictivo, es exclu-
yente. En el mundo moderno el mbito de la ciudadana se ampla, pero, en
cualquier caso, las comunidades polticas siempre tienen unos lmites.
La gran metfora del mundo moderno es la metfora del contrato social,
no es la de la comunidad tal como la describa Aristteles, y la metfora del con-
trato social tambin tiene sus lmites, desde Hobbes hasta Fichte la idea central
es que a las gentes que viven en un estado de naturaleza les interesa sellar un
pacto para entrar en una comunidad poltica. En el caso de Hobbes, en el Levia-
tn habla de aquellas pasiones que llevan a los hombres a la discordia y por
contra las pasiones que llevan al hombre a buscar la paz. Todos los seres huma-
nos tenemos unas pasiones que nos llevan a la discordia, el afn de compe-
tencia, el afn de gloria, el afn de poder, pero la razn nos aconseja no dejarnos
llevar por esas pasiones, sino atender a otras que son preferibles. Esa es la
teora de la pasin compensadora, de la que habla Hirschmann, la idea que nace
con Maquiavelo y se prolonga en Hobbes de que, como existe conflicto entre
las pasiones, unas tienen que venir compensadas por otras: el temor a la muerte,
el afn de disfrutar de nuestra vida, el afn de disfrutar en paz nos aconsejan sellar
un pacto, entrar en una comunidad poltica y tratar de convivir pacficamente.
En ese sentido, la comunidad poltica es aquella que protege los derechos de los
ciudadanos, con la que a su vez los ciudadanos tambin tienen obviamente unos

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

deberes, pero siempre ocurre que son los que han firmado el contrato, los que
han firmado el pacto, los que tienen el derecho a verse protegidos, y los que
no han sellado el pacto quedan fuera.
Las teoras del contrato, que son las que estn vigentes en nuestro tiempo en
todas las comunidades polticas, tienen siempre el inconveniente de dejar exclui-
dos. Los que se incluyen son los que estn en la comunidad poltica, los ciu-
dadanos, pero siempre quedan excluidos, que son aquellos que no han sellado
el contrato. Esa, obviamente, es la marca de la comunidad poltica. Los gran-
des autores del mundo moderno defienden la idea del contrato social, con
ms o menos rectificaciones o correcciones a Hobbes, ms bien ms que menos.
Pero es Hegel quien critica duramente el contractualismo y su crtica es muy
fecunda para el cosmopolitismo. Segn Hegel, las teoras del contrato parecen
no percatarse de que no existen individuos aislados que un da sellan un
contrato, sino que nuestro mundo est hecho por seres que desde el origen se
reconocen recprocamente como personas y por eso son personas. La base de
nuestra vida comn no es slo el contrato poltico, sino que cada uno de nos-
otros se convierte en persona porque ha sido reconocido en su hogar, recono-
cido en su escuela, reconocido en los distintos mbitos como persona, con lo
cual la clave no es un individuo que sella un pacto, sino sujetos que se reco-
nocen recprocamente.
En este sentido, es muy bella la interpretacin de Ricoeur en uno de sus lti-
mos trabajos, Caminos del reconocimiento, cuando afirma que lo que est haciendo
Hegel es tratar de enmendarle la plana a Hobbes. Hobbes entiende que
el comienzo de nuestras comunidades es el miedo a la muerte y Hegel cree que el
comienzo es tico, no es el miedo a la muerte, sino el afn de reconocimiento
que tenemos unos con respecto a otros. Y sta sera la base de la comunidad
poltica y de todas las comunidades, lo cual hace que no podamos conquistar la
libertad si no es conjuntamente.
La idea del contrato social, sin embargo, vuelve otra vez sobre el tapete
con la obra de John Rawls, uno de los autores ms citados de los ltimos tiem-
pos. Rawls en 1971 publica su Teora de la justicia, obra en la que saca a la
luz otra vez la teora del contrato social: las comunidades polticas son siste-
mas de cooperacin, no mbitos de puro conflicto. En las comunidades polti-
cas las gentes tienen que cooperar activamente, porque tenemos nuestras
ventajas, vemos protegidos nuestros derechos y por eso tambin tenemos que
asumir nuestros deberes, con lo cual uno de los grandes temas de nuestros das
es cmo construir comunidades polticas que generen esa virtud que se llama
civilidad. La civilidad es una virtud, gracias a la cual las gentes estn dispuestas
no solamente a convivir en una comunidad poltica, sino tambin a trabajar por
ella. Cmo generar civilidad en la ciudadana?

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CIUDADANA C O S M O P O L I TA : UN HORIZONTE PA R A UN MUNDO MULTICULCULTURAL

Aos ms tarde, en Liberalismo poltico, habla Rawls de que la cohesin


de una sociedad viene de dos tipos de cultura: la cultura poltica y la cultura
social. Justamente en el presente mdulo de este congreso tratamos sobre la
fuerza de la cultura porque, efectivamente, la cultura es una fuerza que tiene
capacidad de cohesionar. Rawls habla de dos tipos de cultura: la cultura pol-
tica la componen aquellos valores que estn en la base de las instituciones
democrticas, porque no hay ninguna institucin poltica que no tenga en
su base, legitimndola, unos valores morales, los valores ticos estn en la
base de las instituciones democrticas, de las instituciones polticas. Esa cul-
tura poltica lleva a considerar a todos los ciudadanos como libres e iguales,
a reconocer que tienen derecho a perseguir sus propios planes vitales, pero
dentro de un marco de justicia. Ciertamente, los valores polticos que compo-
nen la cultura poltica constituyen una fuente de cohesin y de integracin
social, hasta el punto de que es imposible construir una sociedad si no es
desde la integracin que viene en muy buena medida de la cultura.
Pero junto a la cultura poltica, Rawls distingue tambin una cultura social,
que no es la de las instituciones polticas, sino la de la sociedad civil. La socie-
dad civil la componen las universidades, las iglesias, las asociaciones, ese tipo
de gentes que no estn relacionadas directamente con el poder poltico, pero
que son el suelo nutricio del que pueden surgir los valores polticos. Segn la
sociedad civil que tengamos, tambin tendremos unos valores polticos u otros.
No son los mismos los valores polticos de sociedades democrticas con una
determinada sociedad civil, que los valores de otros lugares en los que no existe
la sociedad civil con un tipo de universidades, de comunidades religiosas, de
asociaciones cvicas, de asociaciones econmicas, que van generando un caldo
de cultivo que se convierten tambin en cultura poltica.
A mi juicio, entre estos dos tipos de cultura existe un trasvase, existe una
relacin muy directa, y por eso es muy importante para una sociedad saber cul
es su cultura, cul es su caldo de cultivo, qu es lo que le puede permitir des-
pus animar a los ciudadanos a integrarse en la vida poltica. Porque si los
ciudadanos no se sienten identificados con la cultura social y poltica de su socie-
dad, mal se les puede pedir civilidad.
Por acabar en este pequeo recorrido de lo que sera el mundo de la comu-
nidad poltica con sus lmites, quisiera referirme a la propuesta en la que se ins-
cribe nuestro grupo de trabajo, que es la de la llamada tica del discurso. La
tica del discurso, siguiendo esa lnea hegeliana segn la cual la base de una
sociedad es el reconocimiento recproco de los que la componen, toma como
punto de partida de sus propuestas una de las claves de este congreso, la comu-
nicacin. Al fin y al cabo, los seres humanos nos gestionamos y nos produci-
mos comunicndonos a travs de lo que se ha llamado acciones comunicativas,

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y cuando se pronuncia una accin comunicativa, quien la pronuncia est reco-


nociendo a su destinatario como un interlocutor vlido, como alguien que tiene
derecho a ser tenido en cuenta cuando se trata de normas, cuando se habla de
normas o de la justicia de normas que le afectan.
Los creadores de la tica del discurso fueron en un principio Karl-Otto Apel y
Jrgen Habermas, pero hoy en da est extendida por todo el mundo y nuestro
grupo trabaja muy activamente en ella con la conviccin de que, efectivamente,
los seres humanos nos realizamos comunicativamente, y de ah la importancia de
la comunicacin. Pero tambin con la conviccin de que la comunicacin es muy
exigente, porque comunicarse es comprometerse: quienes se comunican estn
reconociendo a los dems como interlocutores vlidos, y cuando la comunicacin
trata de averiguar qu normas son justas, quienes realizan acciones comunicati-
vas se comprometen implcitamente a tener en cuenta a todos los afectados por
esas normas para determinar si son o no justas.
Como es fcil percibir, si las cosas son as, entonces las comunidades polti-
cas se nos quedan muy cortas, porque el mbito del reconocimiento va mucho
ms all de la comunidad poltica, el mbito del reconocimiento va a todos los
seres capaces de comunicarse, a todos los seres que estn dotados de compe-
tencia comunicativa. Para determinar si son justas las normas ecolgicas o las
normas que afectan a gentes de las terceras generaciones es preciso tener en
cuenta no slo a los miembros de la comunidad poltica, sino a todos los afec-
tados por las normas, que son, en muchas ocasiones, todos los seres humanos,
incluidas las generaciones futuras.
Es verdad que hoy por hoy hemos organizado las comunidades polticas
siguiendo el modelo del contrato social, de suerte que siempre es preciso distin-
guir entre los miembros de la comunidad y los que no lo son. En cada una de
las comunidades es como si los miembros de esas comunidades hubiramos
sellado un pacto para formar parte de ellas, y por eso Habermas en Facticidad
y validez hablar de que el principio poltico es el principio de la democracia,
segn el cual, las normas de cada comunidad poltica tienen que tener en cuenta
en primer trmino a los miembros de esa comunidad, porque son los que han
sellado el pacto. Pero ese pacto se sella en el marco del reconocimiento rec-
proco de los seres humanos, que alcanza el nivel mundial, lo cual significa que
en nuestra misma vida comunicativa hay una tensin hacia ese horizonte cos-
mopolita en el que tendran que estar incluidos todos los seres humanos.
La comunicacin es, entonces, clave y lo es tambin la cultura, no slo la cul-
tura poltica sino tambin la cultura social. Porque en la sociedad civil est pre-
sente esa cultura de trasfondo, estn activas esas redes sociales de comunica-
cin, que tienen que ser lo suficientemente ricas como para que, a la hora de
determinar qu normas son justas, haya fuerza vital suficiente como para tener

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CIUDADANA C O S M O P O L I TA : UN HORIZONTE PA R A UN MUNDO MULTICULCULTURAL

en cuenta a todos los afectados. Y justamente la naturaleza de la comunica-


cin humana es la que exige traspasar los lmites de las comunidades polticas
y dar cuerpo a una ciudadana cosmopolita.
Sin embargo, desde el ltimo tercio del siglo pasado se han ido planteando
paulatinamente dos grandes problemas relacionados con el multiculturalismo. En
primer lugar, dentro de cada comunidad poltica se plantea la cuestin de la ciu-
dadana multicultural, es decir, cmo organizar comunidades polticas con ciuda-
danos que tienen distintos bagajes culturales, de modo que aquellos que no
se identifican con la cultura dominante no se sientan tratados como ciudadanos
de segunda. Es el problema que sac a la luz Charles Taylor desde el punto de
vista filosfico en El Multiculturalismo y la poltica del reconocimiento y que a
partir de entonces hemos trabajado muchos de nosotros.
El segundo problema no afecta slo a las comunidades polticas, sino que se
plantea en el mbito global. Hoy en da, en un mundo globalizado, en el que
es posible estar en otro lugar de la tierra en el mismo momento a travs de Inter-
net, del telfono o de tantos otros medios, no tenemos ms horizonte que el de
una comunidad cosmopolita. No se pueden poner vallas al campo, no se puede
decir que los lmites de los seres humanos acaban en el lmite de una comuni-
dad poltica determinada, no se puede decir que se acaba en la Comunidad
Valenciana, o en la espaola, o en la europea, o en la occidental. Nuestro hori-
zonte en una sociedad global es el horizonte cosmopolita. Y adems, el cosmo-
politismo tiene una larga tradicin, es un sueo de la humanidad, por lo menos
en la tradicin occidental que es la que mejor conozco, aunque posiblemente
en otras tradiciones tambin haya presencia del sueo cosmopolita.
En lo que hace al mundo occidental, la tradicin cosmopolita arranca al menos
con el estoicismo en el siglo IV a.C. Ya desde esa poca, los estoicos entienden
que todos los seres humanos estn dotados de lgos y que, por lo tanto, todos
son hijos de un mismo padre, que sera Zeus desde el punto de vista del poli-
tesmo griego. Es famoso el himno de Cleantes que se dirige a Zeus con las
siguientes palabras: hijos tuyos somos porque por todas partes llevamos tu ima-
gen, aludiendo con ello a la razn. Los estoicos entienden que todos los seres
humanos estn dotados de razn, de capacidad comunicativa al fin y al cabo,
de palabra y de razn, y que por eso todos ellos son ciudadanos de dos mun-
dos, ciudadanos de su patria concreta y ciudadanos del mundo. Ya en esta poca
nace la idea de que los seres humanos gozamos de una doble ciudadana, somos
ciudadanos de nuestra comunidad poltica que tiene unas leyes determinadas,
que tiene unas exigencias determinadas, puede ser Atenas, puede ser Esparta,
puede ser cualquiera de las polis griegas, pero a la vez todos somos ciudadanos
del mundo. No es extrao que cuando alguien pregunt a Digenes, el Cnico, de
dnde vena, l contestara diciendo soy ciudadano del mundo.

ndice 249
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La idea de una ciudadana cosmopolita del mundo se potencia en el cris-


tianismo desde la conviccin de que todos los seres humanos son hijos de un
mismo Padre y estn hechos a imagen y semejanza de Dios. Aquella afirma-
cin del Gnesis de que todos los seres humanos estn hechos a imagen y
semejanza de Dios es la que refuerza tambin esa idea cosmopolita de que
todos tienen que ser de alguna manera ciudadanos de un mismo mundo. Y
ms tarde el mundo moderno, y muy especialmente la Ilustracin, reforza-
rn este proyecto cosmopolita. En este contexto la figura de Kant es esencial,
ya que es quien mejor proyecta el cosmopolitismo desde un punto de vista
filosfico en una gran cantidad de trabajos, pero muy especialmente en Ideas
para una historia universal en sentido cosmopolita y en la primera parte de
La metafsica de las costumbres.
Kant intenta reconstruir toda la historia de la humanidad desde una perspec-
tiva cosmopolita, intenta leer esa historia como si lo que hubiramos intentado
ir haciendo los seres humanos es tratar de construir una sociedad cosmopolita.
Y a lo largo de la historia hemos ido mezclando la razn moral y la razn estra-
tgica hasta el punto de que incluso los males, que nadie puede negar que lo
sean, nos han ido encaminando hacia la construccin de una sociedad cosmo-
polita, por ejemplo la guerra. Evidentemente la guerra es perversa, pero tam-
bin es verdad que nos ha obligado a poblar los distintos lugares de la tierra y
a construir comunidades polticas para defender la paz, de modo que quienes
vivan separados han construido comunidades polticas para poder defender la
paz. Lo que Kant llamaba la sociable insociabilidad nos va llevando, aun sin
quererlo, a formar comunidades que cada vez ms internamente intentan ser
pacficas. Por eso nuestro futuro es el de una sociedad cosmopolita, capaz de
asegurar realmente la paz.
En su ensayo sobre La paz perpetua, Kant se propone mostrar cmo slo una
sociedad cosmopolita ser capaz de garantizar que nunca habr guerra, de modo
que cosmopolitismo y paz duradera estn estrechamente ligados, y cmo es
hacia ese sueo hacia el que se encamina la humanidad. Cmo es eso? En la
Crtica del juicio se pregunta Kant cul es el fin de la naturaleza y entiende que
ese fin se identifica con la cultura de los seres humanos. La naturaleza ha ido
obrando de tal manera que los seres humanos han ido generando una cultura
que consiste en la capacidad de cultivar las propias posibilidades. La cultura es el
cultivo, la posibilidad de ir cultivando las propias capacidades, las mejores capa-
cidades para conseguir los fines que nos proponemos. La naturaleza ha dotado
a los seres humanos de ese bien que es la cultura, es decir, la capacidad de
cultivarse a s mismos, la capacidad de hacerse a s mismos, la capacidad de pro-
ponerse fines y tratar de alcanzarlos.

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CIUDADANA C O S M O P O L I TA : UN HORIZONTE PA R A UN MUNDO MULTICULCULTURAL

Y la cultura est estrechamente ligada a una base que es comn a todos los
hombres, que es la comunicabilidad. Todos los seres humanos tenemos la capa-
cidad de comunicarnos: comunicarnos desde el punto de vista de la belleza,
comunicarnos desde el punto de vista de la historia, comunicarnos desde el
punto de vista de los conceptos y comunicarnos desde el punto de vista de cu-
les son nuestros proyectos morales.
Hay, pues, dos elementos estrechamente ligados entre s: la comunicabili-
dad, por la que los seres humanos pueden compartir sus proyectos estticos,
ticos, polticos, religiosos; y la cultura, por la que los seres humanos pueden
cultivar sus capacidades en una direccin. Cul sea esa direccin es lo que tene-
mos que decidir, es algo que est en nuestras manos, y Kant propona trabajar
en la lnea de una ciudadana cosmopolita. Si a fin de cuentas, cada ser humano
es un fin en s mismo, tiene dignidad y no un simple precio, mientras haya algn
ser humano que no sea tratado de acuerdo con su dignidad, todava no habre-
mos alcanzado la meta de la humanidad. En los tratados de pedagoga se dice
expresamente que hay que educar a los nios para una ciudadana cosmopo-
lita, no para el mundo tal como est constituido, sino para generar esa ciudada-
na cosmopolita, esa sociedad cosmopolita, en la que todos se vean respeta-
dos y empoderados.
Por ir dando fin a esta intervencin quisiera recoger lo dicho en ella, cifrando
en dos claves el proyecto de construir una ciudadana cosmopolita, esas dos
grandes claves seran la comunicabilidad y el reconocimiento recproco. Si Kant
saca a la luz la relevancia de la cultura, ligada a la comunicabilidad, ser Hegel,
como hemos comentado, quien entienda que la vida social tiene como base
el reconocimiento recproco de los seres humanos. En nuestros das la tica del
discurso une ambos lados y considera que la comunicabilidad y el reconoci-
miento recproco tienen su expresin en el dilogo. En la accin comunicativa, en
el dilogo nos reconocemos recprocamente como interlocutores vlidos, de modo
que para determinar si una norma es justa, es preciso tener en cuenta a todos
los afectados por ella.
Pero en tiempos de globalizacin una gran cantidad de normas afecta a todos
los seres humanos, no sencillamente a un grupo. Por eso para organizar nues-
tro mundo nos vemos obligados a tener en cuenta a todos ellos, la globaliza-
cin as nos lo exige, nos vemos obligados a considerar a todos, sin exclusin,
como miembros de su comunidad y como ciudadanos del mundo. Es la nica
forma de hacer que la cultura de los derechos humanos sea una cultura mun-
dialmente aceptada y mundialmente respetada.
Ahora bien, tambin es verdad que la globalizacin ha hecho ms patente la
diversidad cultural, y entonces se plantea el problema de cmo organizar esa
ciudadana cosmopolita en un mundo multicultural. se es un desafo que de

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

alguna manera podra llevarnos a pensar en una cultura mundial. Sera preciso
construir una cultura que de alguna manera fuera una cultura mundial? El peli-
gro de que una cultura preponderante llevara a relegar las restantes es claro,
pero no es menos cierto que la cultura es un elemento de cohesin sin el que
los seres humanos no podemos construir nada juntos, no es menos cierto
que sin un proyecto comn, sin una cierta comunidad cultural, es imposible tra-
bajar en una misma direccin. En ese sentido es en el que hoy en da nos enfren-
tamos al reto de preguntarnos si esa cultura es necesaria y, a mi juicio, s lo
es, pero importa mucho el modo cmo vamos a forjarla.
La cultura comn no puede forjarse preservando una y eliminando las res-
tantes, sino que, a mi juicio, es preciso ir generando una ciudadana cosmopo-
lita intercultural. Se tratara de poner en dilogo distintas culturas para tratar
de ir descubriendo conjuntamente cules son los elementos que las distintas cul-
turas pueden compartir, y cules no se pueden compartir, pero, sin embargo,
s estn de acuerdo con la dignidad humana y son formas de vida peculiares
que cada cual realiza a su manera. El dilogo intercultural es una necesidad si
no queremos llegar a ciudadana cosmopolita monocultural, que tenga en cuenta
nicamente una cultura, o bien llegar a que no se construya esa ciudadana cos-
mopolita de ninguna manera, porque no encontremos rasgos comunes entre las
distintas culturas. Pero el dilogo entre las culturas, como deca Amartya Sen,
no tienen que llevarlo a cabo los grandes jerarcas de cada una de las culturas,
sino que tiene que llevarse a cabo desde las bases.
Es preciso entablar esos dilogos en los centros de enseanza primaria y
secundaria, en las universidades, en las fiestas patronales, en los oficios y en las
profesiones, en suma, en la vida cotidiana. Y a buen seguro nos percataremos
de que compartimos mucho ms de lo que creemos, de que podemos hacer la
vida juntos desde esa interlocucin cotidiana. Por eso, en alguna ocasin he pro-
puesto hacer intercultural la vida cotidiana y tambin invitar a quienes se sien-
ten identificados con las distintas culturas que traten de conocerlas a fondo,
porque, como le o decir en una ocasin a Julin Maras, a veces el problema
de la diferencia de culturas es sencillamente de incultura. Es escalofriante
lo poco que sabemos, no slo de las culturas ajenas, sino de la propia, y por
eso cuando se entablan esos dilogos en la vida cotidiana, el desconocimiento
de las culturas es un verdadero obstculo.
A mi juicio, es, pues, urgente ir trazando el camino de una ciudadana cos-
mopolita, sin la que no sabremos acerca de la justicia ni ser posible respetar
los derechos de cada ser humano, y hacerlo de una manera intercultural, haciendo
intercultural la vida cotidiana.
En esta comunicacin de la vida cotidiana tienen una gran responsabilidad
las editoriales, que son puentes de dilogo, dan a conocer a los interlocutores

252 ndice
CIUDADANA C O S M O P O L I TA : UN HORIZONTE PA R A UN MUNDO MULTICULCULTURAL

lo que unos y otros piensan. No siempre es posible relacionarse con las gentes,
ni es posible descifrar un pensamiento serio slo a travs de cursos o charlas, es
indispensable leer. Por eso es importante que los textos lo sean de calidad,
que nuestra cultura social y poltica tenga un alto grado de calidad. Y en este
orden de cosas las editoriales universitarias se encuentran en un lugar privile-
giado para ir gestionando esa cultura de calidad, que debera ir cobrando cada
vez ms peso en la vida cotidiana, en la vida de las sociedades, potenciando esa
ciudadana cosmopolita. Bueno sera empezar por este mundo iberoamericano
nuestro, en el que es fcil sintonizar tan rpidamente y que, sin embargo, nos
resulta a unos y otros tan desconocido. Cuando vistamos nuestros pases
nos encontramos bien pronto en casa y, sin embargo, el desconocimiento filo-
sfico y cientfico es todava grande. A mi juicio, es urgente potenciar la sintona
que ya existe e ir creando vnculos que vayan generando ese mundo cosmopo-
lita, en el que ninguno de los seres humanos, que tiene dignidad y no un simple
precio, quede excluido.

Bibliografa
ARISTTELES (1970): Poltica, Instituto de Estudios Polticos, Madrid.
CONILL, J. (2006): ica hermenutica, Tecnos, Madrid.
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SEN, A. (2000): Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona.
TAYLOR, Ch. (1993): El multiculturalismo y la poltica del reconocimiento, FCE,
Mxico.

ndice 253
COMUNICACIN Y CIUDADANA EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIN
Jess Martn Barbero
Bogot. Colombia

1. Dos lecturas del contexto: espacios y tiempos de nuestra situacin


La situacin latinoamericana se halla hoy marcada a trazos gruesos por
un rasgo fuertemente alentador: el retorno de la poltica al primer plano de la
escena despus de casi veinte aos de sufrir la perversin de tener a la eco-
noma travestida de ciencia pura y dura actuando como nico e inapelable
protagonista. Suplantando a la economa poltica, la macroeconoma no slo
releg la poltica a un lugar subalterno en la toma de decisiones, sino que ha
contribuido grandemente en nuestros pases al vaciamiento simblico de la pol-
tica, esto es, a la prdida de su capacidad de convocarnos y hacernos sentir jun-
tos. Con la secuela de desmoralizacin que ello ha producido, al traducirse una
creciente percepcin de humillacin y sensacin de impotencia individual y
colectiva. El secuestro de la poltica por la macroeconoma ha contribuido tam-
bin a la deslegitimacin del Estado, convertindolo en intermediario de los
mandatos del FMI, el BM y la OMC sobre una sociedad cada da ms desigual y
excluyente, con porcentajes crecientes de poblacin por debajo de los niveles
de pobreza y con millones de seres humanos obligados a emigrar hacia USA y
Europa. Pues al erigirse en agente organizador de la sociedad en su conjunto,
el mercado buscaba redefinir la misin propia del Estado, y ello mediante una

ndice 255
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

reforma administrativa con la que, a la vez que se le marcan metas de efica-


cia cuyos parmetros, eminentemente cuantitativos e inmediatistas, provienen
del paradigma empresarial privado, se le descentra pero no en el sentido de una
profundizacin de la democracia, sino en el de su debilitamiento como actor
simblico de la cohesin nacional.
Es por todo eso que el retorno de la poltica oxigena el ambiente ensan-
chando el horizonte no slo de la accin sino del pensamiento, que se ha visto
tambin seriamente asfixiado por la alianza entre pensamiento nico y determi-
nismo tecnolgico. Vuelve la poltica con todo lo que ella conlleva de inercias
y vacos, pero tambin de esfuerzos por recargarla de densidad simblica y por
avizorar nuevos ngulos y narrativas desde la que pensarla y contarla. De ese
renovador pensamiento son muestra cierta las lecturas mayores que del contexto
nos han legado, antes de morirse ya iniciado el nuevo siglo, dos de nuestros
ms grandes cartgrafos de la poltica: el gegrafo brasileo Milton Santos,
que nos ayud a pensar las transfomaciones del espacio; y el politlogo chileno
Norbert Lechner, que nos invit a descifrar las mutaciones que atraviesa nues-
tro tiempo.
Lcido como pocos entre nosotros, Milton Santos, nos traz en su ltimo
libro publicado antes de morir, Por uma outra globalizacao (2000), el esbozo
de un mapa politico en el que nuestras sociedades se hallan tensionadas, des-
garradas, y a la vez movilizadas, por dos grandes movimientos: el de las migra-
ciones sociales de un tamao estadstico y una envergadura intercultural nunca
antes vistos y el de los flujos tecno-informacionales, cuya densidad est tras-
tornando tanto los modos de produccin como los de estar juntos. A esa luz la
globalizacin aparece a un mismo tiempo como perversidad y como posibilidad,
una paradoja cuyo vrtigo amanaza con paralizar tanto el pensamiento como la
accin capaz de tranformar su curso. Pues la globalizacin fabula el proceso ava-
sallador del mercado, un proceso que uniforma el planeta pero profundizando
las diferencias locales y por tanto desunindolo cada da ms. De ah la per-
versidad sistmica1 que implica y produce el aumento de la probreza y la des-
igualdad, del desempleo tornado ya crnico, de enfermedades que, como el
sida, se tornan epidemia devastadora en los continentes no ms pobres sino ms
saqueados.
Pero la globlizacin tambin representa un conjunto extraordinario de posi-
bilidades, cambios ahora posibles que se apoyan en hechos radicalmente nuevos:
la enorme y densa mezcla de pueblos, razas, culturas y gustos que se producen
hoy aunque con muchas diferencias y asimetras en todos los continentes,
una mezcla posible slo en la medida en que emergen con mucha fuerza filo-

1. M. Santos, Por uma outra globalizaao, p. 46 y ss., Record, Ro de Janeiro, 2000.

256 ndice
C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

sofas, otras, poneniendo en crisis la hegemona del racionalismo occidental;


tambin una fuerte reconfiguracin de la relacin entre poblaciones y territo-
rios: la mayor parte de la poblacin se aglomera en reas cada dia menores
imprimiendo un dinamismo desconocido al mestizaje de culturas y filosofas,
pues, las masas de que hablara Ortega y Gasset a comienzos del siglo XX cobran
ahora una nueva cualidad en virtud de su aglomeracin y diversificacin;2 y el
otro hecho profundamente nuevo, y sobre todo innovador, se halla en la apro-
piacin creciente de las nuevas tecnologas por grupos de los sectores subalter-
nos posibilitndoles una verdadera revancha sociocultural, esto es, la construc-
cin de una contrahegemona en todo el mundo.
Ese conjunto de posibilidades abre la humanidad por primera vez en la his-
toria a una universalidad emprica y a una nueva narrativa histrica. Pero la
construccin de esa narrativa pasa por una mutacin poltica, un nuevo tipo de
utopa capaz de asumir la envergadura de sus desafos. Primero, la existencia
de un nuevo sistema tcnico a escala planetaria, que transforma el uso del tiempo
al producir la convergencia y simultaneidad de los momentos en todo el mundo.
Y con eso, el atravesamiento de las viejas tecnologas por las nuevas, llevndo-
nos de una influencia puntual por efectos de cada tcnica aisladamente como
lo fue hasta ahora a una conexin e influencia transversal que afecta directa o
indirectamente al conjunto de cada pas, y de los pases. Segundo, la nueva media-
cin de la poltica cuando la produccin se fragmenta como nunca antes por
medio de la tcnica, lo que est exigiendo una fortsima unidad poltica que arti-
cule las fases y comande el conjunto a travs de la unidad del motor, que deja
atrs la pluralidad de motores y ritmos con los que trabajaba el viejo imperialismo.
El nuevo tipo de motor que mueve la globalizacin es la competitividad exponen-
cial entre empresas de todo el mundo exigiendo cada da ms ciencia, ms tec-
nologa y mejor organizacin. Y tercero, la peculiaridad de la crisis que atraviesa
el capitalismo reside entonces en el entrechoque continuo de los factores de
cambio que ahora rebasan las viejas gradaciones y mensurabilidades desbor-
dando territorios, pases y continentes. Pues, al hallarse conformado de una
extrema movilidad de las relaciones y una gran adaptabilidad de los actores, ese
entrechoque reintroduce la centralidad de la periferia,3 no slo en el plano de
los pases sino de lo social, marginado por la economa y ahora re-centrado como
la nueva base en la afirmacin del reino de la poltica.
Pasando de la reflexin del gegrafo sobre el espacio a estudiar las tramas
del tiempo, Norbert Lechner tambien nos dej poco antes de morir una preciosa
y anticipadora meditacin sobre los contornos que Las sombras del maana

2. M. Santos, obra citada, p. 118.


3. M. Santos, obra citada, p. 149.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(2002) proyectan ya sobre nuestro tiempo. Instalados como estamos en un pre-


sente continuo, en una secuencia de acontecimientos, que no alcanza a cris-
talizar en duracin, y sin la cual ninguna experiencia logra crearse, ms all
de la retrica del momento, un horizonte de futuro. 4 Hay proyecciones pero
no proyectos, insista Lechner, pues algunos individuos logran proyectarse
pero las colectividades no tienen de donde asir proyectos. Y sin un mnimo hori-
zonte de futuro no hay posibilidad de pensar en cambios, con lo que la sociedad
patina sobre una sensacin de sin salida. Si la desesperanza de la gente pobre
y de los jvenes es tan honda, es por que en ella se mixturan los fracasos de
nuestro pas por cambiar, con la sensacin, ms larga y general, de impoten-
cia que la ausencia de futuro introduce en la sensibilidad del cambio de siglo.
Asistimos entonces a una forma de regresin que nos saca de la historia y nos
devuelve al tiempo del mito, al de los eternos retornos, aquel en el que el nico
futuro posible es el que viene del mas all, no un futuro a construir por los
hombres en la historia, sino un futuro a esperar que nos llegue de otra parte.
Que es de lo que habla el retorno de las religiones, de los orientalismos de la
nueva era y los fundamentalismos de toda laya. Un siglo que pareca hecho
de revoluciones sociales, culturales termin dominado por las religiones,
los mesas y los salvadores: el mesianismo es la otra cara del ensimismamiento
de esta poca, concluye Lechner. Ah est el reflotamiento descolorido pero
rampante de los caudillos y los pseudopopulismos.
A partir de ese foco, Lechner otea las implicaciones convergentes de la
globalizacin sobre el espacio dislocacin del territorio nacional en cuanto arti-
culador de economa, poltica y cultura, y su sustitucin por un flujo incesante
y opaco que hace casi imposible hallar un punto de sutura que delimite y cohe-
sione lo que tenamos por sociedad nacional con lo que la globalizacin hace
del tiempo: su jibarizacin por la velocidad vertiginosa del ritmo-marco y la
aceleracin de los cambios sin rumbo, sin perspectiva de progreso. Mientras
toda convivencia, o transformacin, social necesitan un mnimo de duracin
que dote de orden al porvenir, la aceleracin del tiempo que vivimos las sus-
traen al discernimiento y a la voluntad humana, acrecentando la impresin de
automatismo.5 Que diluye a la vez el poder delimitador y normativo de la tra-
dicin sus reservas de sentido sedimentadas en la familia, la escuela, la nacin
y la capacidad de la sociedad de disear futuros, de trazar horizontes de
sentido al futuro. En esa situacin no es fcil para los individuos orientarse en
la vida, ni para las colectividades ubicarse en el mundo. Y ante el aumento de

4. N. Lechner, en Amrica Latina:la visin de los cientistas sociales, Nueva sociedad 139,
p. 124, Caracas, 1995.
5. N. Lechner, Orden y memoria en G. Sanches y M. E. Wills (comp.) Museo, memoria y nacin,
Pnud/Icanh, Bogot, 2000.

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C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

la incertidumbre sobre para dnde vamos y el acoso de una velocidad sin res-
piro, la nica salida es la inmediatez, ese cortoplacismo que permea tanto la
poltica gubernamental como los reclamos de las maltratadas clases medias.
Lechner afina su anlisis potenciando las metforas: la sociedad no soporta
ni un presente sin un mnimo horizonte de futuro ni un futuro completamente
abierto, esto es sin hitos que lo demarquen, lo delimiten y jalonen, pues no es
posible que todo sea posible.6 Y es entonces que las dolorosas experiencias vivi-
das por la inmensa mayora de los latinoamericanos necesitan ser ledas, pri-
mero, ms all de su significacin inmediata, esto es, en sus efectos de sentido
a largo plazo, esos que acotan el devenir social exigindonos una lectura no
lineal ni progresiva, sino un desciframiento de sus modos de durar, de sus tena-
ces lentitudes y de sus subterrneas permanencias, de sus sbitos estallidos y
sus inesperadas reapariciones. y, segundo, ms all de lo que de esas experien-
cias es representable en el discuso formal tanto de las ciencias sociales como de
la poltica, esto es, en las representaciones simblicas mediante las cuales estruc-
turamos y ordenamos la experiencia de lo social,7 la densidad emocional de
nuestros vnculos y nuestros miedos, de las ilusiones y las frustraciones.
De esas dos lecturas se infiere la necesidad de que la lectura de nuestra situ-
cin implique ante todo el desciframiento de la experiencia comn, y de lo que
hay de comn en nuestras experiencias latinoamericanas. Ya que es en ella/ellas
donde yace el sentido de los procesos de desmoralizacin de las multitudes
multitudes hoy retomadas por el pensamiento social como una de sus ms
polmicas y sugestivas categoras8 y el de sus formas de lucha. Cmo resulta
de significativo hoy el que Thompson diera prioridad epistmica y poltica a
la experiencia sobre la conciencia de clase, con lo que ello implica hoy de des-
afos a nuestro racionalista instrumental de investigacin, pero tambin con la
sintona que introduce nuestro desconcierto cognitivo ante la desfiguracin que
atraviesa la poltica y la perversin de la economa.

2. Globalizacin y crisis de la representacin


Quiz la poltica no sea ya lo que imaginbamos hasta hace poco que era, y la
gente no est dispuesta a seguir invirtiendo tiempo y energa en los ritos de mar-
cha, la concentracin y el desfile o los actos de identificacin colectiva. Es pro-
bable que al aumentar los niveles educacionales de los ciudadanos y extenderse

6. N. Lechner, Orden y memoria, ya citado, p. 77.


7. N. Lechner, Las sombras del maana. La dimensin subjetiva de la poltica, p. 25, Lom,
Santiago de Chile, 2002.
8. Sobre la recuperacin de la multitud: M. Hardt y A. Negri, Imperio, Paids, Buenos Aires,
2002; ver la revista francesa Multitudes: http://multitudes.samizdat.net

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la comunicacin de imgenes televisadas, al enfriarse la contienda ideolgica y


dilatarse los derechos del individuo, al perder gravitacin los partidos y diversi-
ficarse los derechos de la gente, la poltica cambie de ubicacin y sentido. (Jos
Joaqun Brunner).

El globo ha dejado de ser una figura astronmica para adquirir plenamente


significacin histrica, afirma el socilogo brasileo Ianni.9 Pero esa significa-
cin es an profundamente ambigua y hasta contradictoria. Cmo entender los
cambios que la globalizacin produce en nuestras sociedades sin quedar atra-
pados en la ideologa mercantilista que orienta y legitima su actual curso, o en
el fatalismo tecnolgico que legitima el desarraigo acelerado de nuestras cultu-
ras? Identificada por unos con la nica gran utopa posible, la de un slo mundo
compartido, y por otros con la ms terrorfica de las pesadillas, la de la sustitu-
cin de los hombres por las tcnicas y las mquinas, la globalizacin pesa tanto
o ms sobre el plano de los imaginarios cotidianos de la gente que sobre el de
los procesos macrosociales. Hay, sin embargo, algunas dimensiones de la glo-
balizacin que s empezamos a comprender, y son justamente aquellas que ata-
en a la transformacin en los modelos y los modos de la comunicacin.
Entender esas transformaciones nos exige, en primer lugar, un cambio en
las categoras con que pensamos el espacio. Pues al transformar el sentido del
lugar en el mundo, las tecnologas de la informacin y la comunicacin estn
haciendo que un mundo tan intercomunicado se torne sin embargo cada da
ms opaco. Una opacidad que remite, de un lado, a que la nica dimensin
realmente mundial hasta ahora es el mercado, que, ms que unir, lo que busca
es unificar,10 y lo que hoy es unificado a nivel mundial no es el deseo de coo-
peracin sino el de competitividad. Y, de otro lado, la opacidad remite a la den-
sidad y compresin informativa que introducen la virtualidad y la velocidad
en un espacio-mundo hecho de redes y flujos ms que de encuentros. Un mundo
as configurado debilita radicalmente las fronteras de lo nacional y lo local, al
mismo tiempo que convierte esos territorios en puntos de acceso y transmisin,
de activacin y transformacin del sentido del comunicar. Y, sin embargo, nos
sigue siendo imposible habitar el mundo sin algn tipo de anclaje territorial, de
insercin en lo local. Ya que es en el lugar, en el territorio, donde se despliega
la corporeidad de la vida cotidiana y la temporalidad la historia de la accin
colectiva, que son la base de la heterogeneidad humana y de la reciprocidad,
rasgos fundantes de la comunicacin humana. Lo cual exige plantear que el sen-

9. O. Ianni, Teoras de la globalizacin, p. 3, Siglo XXI, Mxico, 1996.


10. Santos, M., Espao,mundo globalizado,pos-modernidade, Margen N. 2, pp. 9-22, Sao Paulo,
1993; del mismo autor, A natureza do espaco: tcnica e tempo, Hucitec, Sao Paulo, 1996.

260 ndice
C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

tido de lo local no es unvoco. Pues uno es el que resulta de la fragmenta-


cin, producida por la deslocalizacin que entraa lo global, y otro la revalo-
rizacin de lo local como mbito donde se contrarresta (o complementa) la
globalizacin, su autorrevalorizacin como derecho a la autogestin y la memo-
ria propia, ambos ligados a la capacidad de construir relatos e imgenes de iden-
tidad. Lo que no puede confundirse con la regresin a los particularismos y los
fundamentalismos racistas y xenfobos que, aunque motivados en parte por
la misma gobalizacin, acaban siendo la forma ms extrema de la negacin del
otro, de todos los otros.
Estamos entonces necesitados de diferenciar las lgicas unificantes de la glo-
blalizacin econmica de las que mundializan la cultura. Pues la mundializa-
cin cultural no opera desde afuera sobre unas esferas dotadas de completa
autonoma, como seran las de lo nacional o lo local. Sera impropio hablar
de una cultura-mundo cuyo nivel jerquico se situara por encima de las cul-
turas nacionales o locales. El proceso de mundializacin es un fenmeno social
total, que para existir se debe localizar, enraizarse, en las prcticas cotidianas
de los hombres.11 La mundializacin no puede entonces confundirse con la
estandarizacin de los diferentes mbitos de la vida, que fue lo que produjo
la revolucin industrial. Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que
se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es una nueva manera
de estar en el mundo. De la que hablan los hondos cambios producidos en el
mundo de la vida: en el trabajo, la pareja, el vestido, la comida, el ocio. Y en
los nuevos modos de insercin en el tiempo y espacio y en la percepcin del
mismo. Con todo lo que ellos implican de descentralizacin que concentra poder
y del desarraigo que empuja a las culturas a hibridarse. Que es lo que sucede
cuando los medios de comunicacin y las tecnologas de informacin se con-
vierten en productores y vehculos de la mundializacin de imaginarios ligados
a msicas e imgenes que representan estilos y valores desterritorializados, y
a los que corresponden tambin nueva figuras de memoria.
La mundializacin de la cultura reconfigura tambin el sentido de la ciuda-
dana: De tanto crecer hacia fuera, las metrpolis adquieren los rasgos de muchos
lugares. La ciudad pasa a ser un caleidoscopio de patrones y valores culturales,
lenguas y dialectos, religiones y sectas, etnias y razas. Distintos modos de ser
pasan a concentrarse y convivir en el mismo lugar, convertido en sntesis del
mundo.12 Al mismo tiempo vemos aparecer la figura de una ciudadana mun-
dial inaugurando nuevos modos de representacin y participacin social y pol-

11. R. Ortiz, Cultura e modernidade-mundo, en Mundializaao e cultura, p. 71 y ss., Brasi-


liense, Sao Paulo, 1994.
12. O. Ianni, Naao e globalizaao en A era do globalismo, Civilizaao Brasileira, pp. 97-125,
Ro de Janeiro, 1996.

ndice 261
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tica.13 Pues tambin las fronteras que constrean el campo de la poltica y los
derechos humanos hoy no son slo borrosas sino mviles, cargando de sentido
poltico los derechos de las etnias, las razas, los gneros. Lo cual no debe ser
ledo ni en la clave optimista de la desaparicin de las fronteras y el surgimiento
al fin! de una comunidad universal, ni en la catastrofista de una sociedad en
la que la liberacin de las diferencias acarreara la muerte del tejido societa-
rio, de las formas elementales de la convivencia social. Como lo ha sealado
Keane,14 existe ya una esfera pblica internacional que moviliza formas de
ciudadana internacional, como muestran las organizaciones internacionales de
defensa de los derechos humanos y las ONG que, desde cada pas, median entre
lo transnacional y lo local.
Con la globalizacin el proceso de racionalizacin parece estar llegando a
su lmite: despus de la economa son los mundos de la poltica y la cultura los
racionalizados. En su genealoga de las relaciones entre secularizacin y poder,15
Marramao centra su reflexin sobre la obra de Weber en la idea, compartida
con Tonnies, de que la racionalizacin constitutiva de la moderna sociedad
iba a significar la ruptura con cualquier forma orgnico-comunitaria de lo social
y su reorganizacin como mundo administrado, aquel en el que la poltica no
puede comprenderse fuera de la burocracia, que es el modo formalmente ms
racional de ejercicio del poder. Lo que implicara la prdida de los valores
tradicionales de respeto y autoridad, es decir, la ruptura del monopolio de la
interpretacin que vena forjndose desde la Reforma protestante. Esa ruptura
y prdida harn parte del largo proceso de conformacin de una jurisdicin
secular de la soberana estatal, esto es, de la constitucin del Estado moderno.
Slo a fines del siglo XVIII la idea de secularizacin se convertir en la catego-
ra que hace explcita la concepcin unitaria del tiempo histrico: del tiempo
global de la histora del mundo. Hegel ya haba llamado mundanizacin al pro-
ceso formativo de la esfera global mundana, que es la que hoy resulta del cruce
del proceso de secularizacin con el de globalizacin. Ser el sistema-mundo16 de
la globalizacin el punto de llegada del desencantamiento de la poltica de la
mano del desarrollo tecnolgico y la racionalidad administrativa? Es lo que
Vzquez Montalbn plante, con su acostumbrada irona, afirmando que hacer
poltica hoy es elaborar un Presupuesto General del Estado lo ms ajustado posi-

13. Kymlicka, W., Ciudadana multicultural, Paids, Barcelona, 1996.


14. J. Keane, Structural Transformation of the Public Sphere, The Communication Review, vol. 1,
N. 1, University of California, 1995.
15. G. Marramao, Potere e secolarizzazione-Le categorie del tempo, Editori Reuniti Milano, 1983;
Cielo e Terra: genealogia della secolarizzazione, Laterza, Turn, 1994.
16 I. Wallerstein, A cultura e o sistema-mundo, en M. Featherstone (org.) Cultura global. Nacio-
nalusmo, cultura e modernidade, Vozes, Petrpolis, 1999.

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C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

ble al inters general. Para lo cual los saberes que el politico necesita son dos:
el jurdico-administrativo y el de comunicacin publicitaria. Primera paradoja: el
desencantamiento de la poltica transforma al espacio pblico en espacio publi-
citario, convirtiendo al partido en un aparato-medio especializado de comuni-
cacin, y deslegitimando cualquier intento de reintroducir la cuestin de los
fines. Para qu, si la tica del poder legitima la doble verdad, la doble con-
tabilidad, la doble moral, y el carisma puede ser fabricado por la ingeniera
meditica? Segunda paradoja: despus de la cada del Muro tiene sentido seguir
hablando de democracia? Es bien sintomtico que sea un agnstico, como Vz-
quez Montalbn, quien responda introduciendo la cuestin del sentido en la
poltica: Necesitamos una idea de finalidad, que se parezca, sin serlo, a una
propuesta transcendente (y para ello) hay que considerar la sabidura de lo que
nos ha dado el negativo de esas ideas de finalidad, bien sea por la va religiosa
o la de las ideologas.17
Pero la ausencia de sentido en la poltica remite ms all de la corrupcin
del poder y de la ingeniera meditica a la desaparicin del nexo simblico
capaz de constituir alteridad e identidad.18 Abstraccin que viene a conectar,
paradjicamente, con otra dimensin de la massmediacin poltica: frente al
viejo militante que se defina por sus convicciones, y una relacin pasional
(cuasi corprea) con la causa, el telespectador de la poltica es una pura abs-
traccin, parte del porcentaje de una estadstica. Y es a esa abstraccin a la que
se dirige el discurso poltico televisado, pues lo que busca ya no son adhesio-
nes sino puntos en la estadstica de los posibles votantes. Aunque an sobre-
vive en nuestros pases el tono y la retrica de la poltica en la calle, hoy es casi
impensable una identificacin pueblo/lder como la que produca un grito en
el discurso de un caudillo. En la televisin ese grito no slo no resuena sino
que sera un gafe que le costara muchos votos al candidato. Pues frente a la
muchedumbre imprevisible que se reuna en la plaza, conformando una colec-
tividad de pertenencia, lo que ahora tenemos es la desagregada, individuali-
zada, experiencia de los televidentes en la casa. La atomizacin de los pblicos
trastorna no slo el sentido del discurso poltico sino aquello que le daba sus-
tento, el sentido del lazo social, esto es el conjunto de las relaciones simboli-
zadas (admitidas y reconocidas) entre los hombres.
Si los pblicos de la poltica casi no tienen rostro, y son cada cada vez ms
una estadstica, ese es un cambio que no produce la televisin sino la sociedad,
y que la televisin se limita a catalizar. Es el proceso de abstraccin que est en

17. M. Vzquez Montalbn, Panfleto desde el planeta de los simios, pp. 55-92 Crtica-Grijalbo,
Barcelona, 1995.
18. M. Aug, Hacia una antropologa de los mundos contemporneos, p. 88, Gedisa, Barcelona,
1995; tambin a ese propsito: C. Castoriadis, El mundo fragmentado, Altamira, Montevideo, 1993.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la base de la modernidad y del capitalismo: el desencantamiento del mundo


por una racionalizacin que deja sin piso las dimensiones mgico-mistricas de
la existencia humana, esa jaula de hierro en la que reina la razn instrumen-
tal, que al operativizar el poder fustico, cognitivo y tecnolgico, del hombre
convierte al mundo en algo predecible y dominable pero tambin fro, insig-
nificante e inspido. Secular significa para Weber una sociedad en la que la des-
aparicin de las seguridades tradicionales resquebraja los lazos que hacan la
integracin de la ciudad. Con esa desintegracin conecta la atomizada, la social-
mente desagregada experiencia de lo poltico que procura la televisin.
Pero en esa experiencia no hay nicamente repliegue sobre lo privado, sino
una profunda reconfiguracin de las relaciones entre lo privado y lo pblico,
la superposicin de sus espacios y el emborronamiento de sus fronteras. Lo que
identifica la escena pblica con lo que pasa en la televisin no sn nicamente
las inseguridades y violencias de la calle, sino la complicidad del sensorium que
moviliza la televisin con el de la ciudad-no lugar.19 La atomizacin de los pbli-
cos de la poltica, y su transformacin en audiencias sondeables, es insepara-
ble de la doble crisis que atraviesa la representacin: la del desgaste de las
dimensiones simblicas, que la mediacin tecnolgica cataliza pero no explica,
pues remiten al dficit de sentido que experimenta lo social y la que intro-
duce la poltica neoliberal deteriorando los mecanismos bsicos de la cohesin
sociopoltica. Pues, del pueblo que se tomaba polticamente la calle al pblico
que semanalmente iba al teatro o al cine, la transicin conservaba el carcter
activo y colectivo de la experiencia, pero, del pblico de cine a las audiencias
de televisin, el desplazamiento seala una mutacin: la pluralidad social some-
tida a la lgica de la desagregacin radicaliza la experiencia de la abstraccin
polticamente no representable. La fragmentacin de la ciudadana es entonces
tomada a cargo por el mercado que, mediante el rating, se ofrece a la poltica
como su mediador.
Pues la poltica se ha vuelto incapaz de poner en comunicacin el mundo
de la economa (de la produccin, del mercado) con los mundos de vida (de
las identidades y la construccin del sentido). Se trata de una incapacidad que
guarda estrecha relacin con su concepcin racionalista, a la que se refiere Alain
Touraine cuando observa que la vida poltica ha sido considerada como el mbito
perteneciente al orden de la razn y la ley, mientras que la vida privada se halla
regida por la tradicin y cuyo mbito es el de la familia, el sentimiento y
la pasin.20 Ese maniqueismo se convierte en esquizofrenia colectiva cuando la

19. M. Aug, Los no lugares. Espacios de anonimato, pp. 81-119, Gedisa, Barcelona, 1993.
20. A. Touraine, La dcomposition de lordre politique, en M. Wieviorka, Une societ fragmen-
te?, p. 191 y ss., La Dcouverte, Pars, 1997.

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C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

globalizacin complete la separacin entre la racionalidad de la economa y el


mundo de las identidades. Es lo que Castells plantea lcidamente al analizar
la sociedad red21 en cuanto regida, de un lado, por el mundo de la racionalidad
econmica basada en los flujos globales de riqueza, tecnologa, informacin y
poder y de otro, regida por el mundo intersubjetivo de las identidades enrai-
zadas al territorio y las tradiciones. El quiebre de la capacidad comunicativa
de la poltica se ve agravado cuando la globalizacin exaspera hasta hacer
alucinar a las identidades bsicas, a las identidades que hechan sus races en
los tiempos largos. La poltica se queda sin lenguaje que le permita mediar entre
la racionalidad mercantil y la pasin identitaria.
Vivimos hoy otra perturbacin del sentimiento histrico que incide an
ms fuertemente en la crisis de la representacin, es la que afecta a lo nacional,
y que paradjicamente resultara, segn Nora, de la tardomoderna pasin por
la memoria: el relevo del mito nacional por la memoria supone una mutacin
profunda, un pasado que ha perdido la coherencia organizativa de una histo-
ria se convierte por completo en espacio patrimonial.22 Y una memoria nacio-
nal edificada sobre la reivindicacin patrimonial estalla, se descentra, se divide
y se multiplica hasta desintegrarse. Cada regin, cada localidad, cada grupo los
costeos, los indgenas, las mujeres reclama el derecho a su memoria. Poniendo
en escena una representacin fragmentada de la unidad territorial de lo nacio-
nal los lugares de memoria celebran paradjicamente el fin de la novela nacio-
nal.23 Que la que dotaba de legitilimidad tanto a la palabra del intelectual como
el discurso de los polticos. Pero en nombre de quin hablan hoy esas voces
cuando el sujeto social unificado en las figuras/categoras de pueblo y de nacin
estalla, desnudando el carcter problemtico y reductor de las configuraciones
de lo colectivo y lo pblico? La desintegracin del lazo social tiene hoy un esce-
nario clave en el mbito del trabajo. Giuseppe Richeri ha referido lcidamente
la desintegracin sufrida por la poltica en Italia a las secretas conexiones entre la
fragmentacin constitutiva del discurso pblico que produce la televisin y
la disgregacin del tejido de tradiciones e interacciones que daban consisten-
cia al sindicato y al partido poltico de masas:24 las fbricas se descentralizan, las
profesiones se diversifican y se hibridan, los lugares y las ocasiones de interac-
cin se reducen, al mismo tiempo que la trama de intereses y objetivos polti-
cos se desagrega. Y en cuanto a los partidos, tambin la prdida de los lugares
de intercambio con la sociedad, el desdibujamiento de las maneras de enlace,

21. M. Casttels, La era de la informacin, vol.1, La sociedad red, Alianza, Madrid, 1997.
22. P. Nora, Les lieux de momoire, p. 1099, vol. lll, Gallimard, Pars, 1992.
23. O. Monguin, Una memoria sin historia?, en Punto de vista, n. 49, p. 25, Buenos Aires, 1994.
24. G. Richeri, Crisis de la sociedad y crisis de la televisin, Contratexto, n. 4, Lima,
1989.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de comunicacin de los partidos con la sociedad produce su progresivo aleja-


miento del mundo de la vida social hasta convertirse en puras maquinarias elec-
torales cooptadas por las burocracias del poder. La eleccin del magnate de la
televisin italiana, Berlusconi, como primer ministro, y el peso que la coalicin
que l preside ha conseguido, dejara de ser mera coincidencia para tornarse
sntoma de la nueva trama discursiva de que est hecha la representacin poltica.
Lo que ah se configura no es la disolucin de la poltica sino la reconfigu-
racin de las mediaciones en que se constituyen sus modos de interpelacin de
los sujetos y representacin de los vnculos que cohesionan una sociedad. Pues
aunque atravesados por las lgicas del mercado los medios de comunicacin
constituyen hoy espacios decisivos del reconocimiento social. Ms que a susti-
tuir, la mediacin televisiva o radial ha entrado a constituir, a hacer parte de la
trama de los discursos y de la accin poltica misma, ya que lo que esa media-
cin produce es la densificacin de las dimensiones simblicas, rituales y tea-
trales que siempre tuvo la poltica. Es la especificidad de esa produccin la que
resta impensada, y en cierta medida impensable, para la concepcin instrumen-
tal de la comunicacin que permea la mayor parte de la crtica. Porque el medio
no se limita a vehicular o traducir las representaciones existentes, ni puede tam-
poco sustituirlas, sino que ha entrado a constituir una escena fundamental de la
vida pblica.25 En los medios se hace, y no slo se dice, lo pblico. Cuando una
emisora radial le da la palabra a una mujer de un barrio popular para que le
cuente al jefe del acueducto en persona que en su barrio llevan ms de dos
meses sin agua, y el funcionario se compromete pblicamente a que en
dos semanas estar solucionado el problema, ah se reconfigura lo pblico, sen-
timentalizado y vedetizado. Pero la presencia de esas dimensiones afectivas y
rituales, que el medio sin duda potencia, no despolitiza la accin, sino que rein-
troduce en la racionalidad formal las mediaciones de la sensibilidad que el racio-
nalismo del contrato social crey poder (hegelianamente) superar. Lo que nos
conduce a la pregunta por los cambios en la sensibilidad que estn mediando
las transformaciones de la socialidad.

3. Metamorfosis de lo pblico en la era de la informacin


En los ltimos aos hemos empezado a comprender la necesidad de inser-
tar las relaciones medios/poltica en un mapa cruzado por tres ejes: el de la cons-
trucin de lo pblico, la constitucin de los medios y las imgenes en espacio
de reconocimiento social, y las nuevas formas de existencia y ejercicio de la ciu-
dadana. Fagocitado casi siempre por lo estatal, slo en los ltimos aos lo pblico

25. H. Arendt, La condicin humana, Paids, Barcelona, 1993.

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empieza a ser percibido en las peculiaridades de su autonoma, sustentada en


su doble relacin con los mbitos de la sociedad civil y de la comunicacin.
Articulando el pensamiento de Arendt y el de Sennet, lo pblico se configura
como lo comn, el mundo propio a todos, lo que implica que como la misma
Arendt ya afirmaba ello sea al mismo tiempo lo difundido, lo publicitado entre
la mayora.26 Que es en lo que hace hincapi Sennet cuando refiere lo pblico
a aquel espacio de la ciudad (desde el gora griega) en el que la gente se junta
para intercambiar informaciones y opiniones, para deambular escuchando y
entretenerse controvirtiendo.27 German Rey ha explicitado y desarrollado esta
articulacin fundante de lo pblico entre el inters comn, el espacio ciuda-
dano y la interaccin comunicativa:28 circulacin de intereses y discursos en plu-
ral, pues lo que tienen de comn no niega en modo alguno lo que tienen de
heterogneos, ya que ello es lo que permite el reconocimiento de la diversidad
de que est hecha la opinin pblica, su contrastacin. Pues es lo propio de
la ciudadana hoy el estar asociada al reconocimiento recproco, esto es al dere-
cho a informar y ser informado, a hablar y ser escuchado, imprescindible para
poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad. Una de
las formas hoy ms flagrantes de exclusin ciudadana se sita justamente ah,
en la desposesin del derecho a ser visto y odo, que equivale al de existir/con-
tar socialmente, tanto en el terreno individual como el colectivo, en el de las
mayoras como en el de las minoras. Derecho que nada tiene que ver con el
exhibicionismo vedetista de los polticos en su perverso afn por sustituir su
perdida capacidad de representar lo comn por la cantidad de tiempo en pan-
talla.
La cada vez ms estrecha relacin entre lo pblico y lo comunicable ya pre-
sente en el sentido inicial del concepto poltico de publicidad en la historia
trazada por Habermas pasa hoy decisivamente por la ambigua, y muy cues-
tionada, mediacin de las imgenes. Pues la centralidad ocupada por el discurso
de las imgenes de las vallas a la televisin, pasando por las mil formas de
afiches, grafitis, etc. es casi siempre asociada, o llanamente reducida, a un mal
inevitable, a una incurable enfermedad de la poltica contempornea, a un vicio
proveniente de la decadente democracia norteamericana, o a una concesin a
la barbarie de estos tiempos que tapan con imgenes su falta de ideas. Y no es
que en el uso que de la imgenes hace la sociedad actual y la poltica haya no

26. R. Sennet, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizacin occidental, Alianza, Madrid,
1997.
27. G. Rey, Balsas y medusas. Visibilidad comunicativa y narrativas polticas, Cerec/ Funda-
cin social/Fescol, Bogot, 1998.
28. N. Lechner, La democratizacin en el contexto de una cultura postmoderna, en Cultura
poltica y democratizacin, p. 254, Flacso/ Clacso/ ICI, Santiago, 1987.

ndice 267
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

poco de todo eso, pero lo que necesitamos comprender va ms all de la denun-


cia, hacia una comprensin de lo que esa mediacin de la imgenes produce
socialmente, nico modo de poder intervenir sobre ese proceso. Y lo que en
las imgenes se produce es, en primer lugar, la salida a flote, la emergencia de
la crisis que sufre, desde su interior mismo, el discurso de la representacin. Pues
si es cierto que la creciente presencia de las imgenes en el debate, las campa-
as y an en la accin poltica, espectaculariza ese mundo hasta confundirlo con
el de la farndula, los reinados de belleza o las iglesias electrnicas, tambin es
cierto que por las imgenes pasa una construccin visual de lo social, en la que
esa visibilidad recoge el desplazamiento de la lucha por la representacin a la
demanda de reconocimiento. Lo que los nuevos movimientos sociales y las mino-
ras las etnias y las razas, las mujeres, los jvenes o los homosexuales deman-
dan no es tanto ser representados sino reconocidos: hacerse visibles socialmente
en su diferencia. Lo que da lugar a un modo nuevo de ejercer polticamente
sus derechos. Y, en segundo lugar, en las imgenes se produce un profundo des-
centramiento de la poltica, tanto sobre el sentido de la militancia como del dis-
curso partidista. Del fundamentalismo sectario que acompa, desde el siglo
pasado hasta bien entrado el actual, el ejercicio de la militancia tanto en las dere-
chas como en las izquierdas, las imgenes dan cuenta del enfriamiento de la
poltica, con el que Lechner denomina la desactivacin de la rigidez en las
pertenencias posibilitando fidelidades ms mviles y colectividades ms abier-
tas. Y en lo que al discurso respecta, la nueva visibilidad social de la poltica
cataliza el desplazamiento del discurso doctrinario, de carcter abiertamente
autoritario, a una discursividad, si no claramente democrtica hecha al menos de
ciertos tipos de interacciones e intercambios con otros actores sociales. De ello
son evidencia tanto las encuestas o sondeos masivos con los que busca legitimar
el campo de la poltica como la proliferacin creciente de observatorios y vee-
duras ciudadanas. Resulta bien significativa sta, ms que cercania fontica, arti-
culacin semantica entre la visibilidad de lo social que posibilita la constitutiva
presencia de las imgenes en la vida publica y las veeduras como forma actual
de fiscalizacin e intervencin de los ciudadanos.
De otra parte, el vaco de utopas que atraviesa el mbito de la poltica se
ve llenado en los ltimos aos por un cmulo de utopas provenientes del campo
de la tecnologa y la comunicacin: aldea global, mundo virtual, ser digital,
etc. Y la ms engaosa de todas, la democracia directa, que atribuye al poder
de las redes informticas la renovacin de la poltica y superando de paso las
viejas formas de la representacin por la expresin viva de los ciudadanos, ya
sea votando por internet desde casa o emitiendo telemticamente su opinin.
Estamos ante la ms tramposa de las idealizaciones, ya que en su celebracin de
la inmediatez y la transparencia de las redes cibernticas lo que se est minando

268 ndice
C O M U N I C AC I N Y C I U DA DA N A E N T I E M P O S D E G L O B A L I Z AC I N

son los fundamentos mismos de lo pblico, esto es los procesos de delibera-


cin y de crtica, al mismo tiempo que se crea la ilusin de un proceso sin inter-
pretacin ni jerarqua, se fortalece la creencia en que el individuo puede comu-
nicarse prescindiendo de toda mediacin social, y se acrecienta la desconfianza
hacia cualquier figura de delegacin y representacin.
Hay sin embargo en no pocas de las proclamas y bsquedas de una demo-
cracia directa va internet, un trasfondo libertario que apunta a la desorientacin
en que vive la ciudadana como resultado de la ausencia de densidad simblica
y la incapacidad de convocacin que padece la poltica representativa. Trasfondo
libertario que seala tambin la frustracin que produce, especialmente entre las
mujeres y los jvenes, la incapacidad de representacin de la diferencia en el dis-
curso que denuncia la desigualdad. Devaluando lo que la nacin tiene de hori-
zonte cultural comn por su propia incapacidad de articular la heterogeneidad,
la pluradidad de diferencias de las que est hecha los medios y las redes elec-
trnicas se estn constituyendo en mediadores de la trama de imaginarios que
configura la identidad de las ciudades y las regiones, del espacio local y barrial,
vehiculando as la multiculturalidad que hace estallar los referentes tradicionales
de la identidad.
Virtuales, las redes no son slo tcnicas son tambin sociales: ah est el dato
duro de que Internet slo concierne hoy a un 1 % de la poblacin mundial, y de
que su requisito, el telfono, nos aboca a paradojas como sta: hay ms lneas
telefnicas en la isla de Manhattan que en toda frica. Por ms que el crecimiento
de los usuarios en Amrica Latina sea rpido, los tipos de usos diferencian radi-
calmente el significado social del estar enchufado a la red. Pues entre el peso de
la informacin estratgica para la toma de decisiones financieras y la levedad del
paseante extasiado ante las vitrinas de los bulevares virtuales hay un buen tre-
cho. Que se hace mucho mayor cuando el crecimiento de la riqueza interior a la
red es conectado con la acelerada pauperizacin social y psquica que se vive en
su exterior: en el lugar desde el que la gente se enchufa a la red. Todo lo cual
tiene poco que ver con las tan repetidas y gastadas denuncias de la homoge-
neizacin de la vida o la devaluacin de la lectura de libros. Pues la virtualidad
de las redes escapa a la razn dualista con la que estamos habituados a pensar
la tcnica, hacindolas a la vez abiertas y cerradas, integradoras y desintegrado-
ras, totalizadoras y destotalizantes, nicho y pliegue en el que conviven y se mez-
clan lgicas, velocidades y temporalidades tan diversas como las que entrela-
zan las narrativas de lo oral, con la intertextualidad de las escrituras y las
intermedialidades del hipertexto.
La toma de distancia crtica del vrtigo en que nos sumergen las innovacio-
nes tecnolgicas empieza por romper el espejismo producido por el rgimen
de inmaterialidad que rige el mundo de las comunicaciones, desde la cultura al

ndice 269
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dinero, esto es, la prdida de espesor fsico de los objetos hacindonos olvidar
que nuestro mundo est a punto de naufragar bajo el peso y el espesor de los
desechos acumulados de toda naturaleza. Pero al mismo tiempo cualquier cam-
bio en esa situacin pasa por asumir la presencia y la extensin irreversible del
entorno tecnolgico que habitamos. Pues no es cierto que la penetracin y expan-
sin de la innovacin tecnolgica en el entorno cotidiano implique la sumisin
automtica a las exigencias de la racionalidad tecnolgica, de su ritmos y sus len-
guajes. De hecho lo que est sucediendo es que la propia presin tecnolgica
est suscitando la necesidad de encontrar y desarrollar otras racionalidades, otros
ritmos de vida y de relaciones tanto con los objetos como con las personas, en
las que la recuperacin de la densidad fsica y el espesor sensorial son el valor
primordial. Y para los apocalpticos que tanto abundan hoy ah estn los usos
que de las redes hacen muchas minoras y comunidades marginadas introdu-
ciendo ruido en las redes, distorsiones en el discurso de lo global, a travs de las
cuales emerge la palabra de otros, de muchos otros. Y esa vuelta de tuerca que
evidencia en las grandes ciudades el uso de las redes electrnicas para cons-
truir grupos que, virtuales en su nacimiento, acaban territorializndose, pasando
de la conexin al encuentro, y del encuentro a la accin. Y por ms tpico que
resulte, ah est la palabra del comandante Marcos introduciendo (junto con el
ruido de fondo que pone la sonoridad de la selva Lacandona) la gravedad de la
utopa en la levedad de tanto chismorreo como circula por Internet.
El uso alternativo de las tecnologas informticas en la reconstrucin de la
esfera pblica pasa sin duda por profundos cambios en los mapas mentales, en
los lenguajes y los diseos de polticas, exigidos todos ellos por las nuevas for-
mas de complejidad que revisten las reconfiguraciones e hibridaciones de lo
pblico y lo privado. Empezando por la propia complejidad que a ese respecto
presenta Internet: un contacto privado entre interlocutores que es a su vez mediado
por el lugar pblico que constituye la red: proceso que a su vez introduce una
verdera explosin del discurso pblico al movilizar la ms heterognea cantidad
de comunidades, asociaciones, tribus, que al mismo tiempo que liberan las narra-
tivas de lo poltico desde las mltiples lgicas de los mundos de vida, despo-
tencian el centralismo burocrtico que la mayora de las instituciones potenciando
la creatividad social en el diseo de la participacin ciudadana.
Que nadie se confunda, las tecnologas no son neutras, pues ms que nunca
ellas constituyen hoy enclaves de condensacin e interaccin de mediaciones
sociales, conflictos simblicos e intereses econmicos y polticos. Pero es por eso
mismo que ellas hacen parte de las nuevas condiciones de entrelazamiento de
lo social y lo poltico, de la formacin de la opin pblica y del ejercicio de nue-
vas formas de ciudadana.

270 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

3. CULTURA Y COMUNICACIN
EN ESPAA E HISPANOAMRICA
EXISTE UN TERRITORIO COMN?
Mesa redonda

271
CULTURA Y COMUNICACIN EN ESPAA E HISPANOAMRICA: EXISTE UN TERRITORIO
COMN?
Winston Manrique

Gracias por esta invitacin y felicitar a la UNE y al Instituto Cervantes por esta
iniciativa, que coincide con estas fechas de las famosas celebraciones del bicen-
tenario de las independencias. Cultura y comunicacin en Espaa e Hispanoam-
rica: existe un territorio comn? es el ttulo de la ponencia. Como periodista, la
respuesta ms inmediata que yo doy es que s. S existe un territorio comn por
la lengua, la cultura, el pasado, pero sobre todo por el futuro. Hay una cultura
que est unificada a travs del castellano y en un territorio; como lo deno-
min ya hace varios aos Carlos Fuentes, literatura de la mancha. Un territo-
rio en el que se trata de una cultura policntrica. Yo creo que se refleja este
territorio en todas las artes, aunque lo que ms se note y se vea realmente a tra-
vs de los medios de comunicacin sean la literatura y el cine, aparte de la
cultura social, que llega con informaciones, noticias y todo lo que est conti-
nuamente divulgando la televisin y cada vez ms Internet (al que debemos
tambin los medios audiovisuales y las nuevas tecnologas esa apropiacin
del territorio comn del mundo hispanohablante).
Me centrar sobre todo en la parte de las creaciones culturales-artsticas, y
especialmente en el mbito de la literatura, que es el que conozco un poco ms.
Pero antes de entrar de lleno en esto, estoy de acuerdo con lo que lea en
uno de los informes de lo que se ha comentado aqu en estos dos das anterio-
res. El acadmico Fernando Gonzlez Oll hablaba sobre que la propagacin
del espaol en Amrica, que es el eje y la espina dorsal que yo considero que

ndice 273
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

unifica a estos 20 pases hispanohablantes, y que no se produjo hasta avanzado


el siglo XIX; es la versin con la que yo simplemente estoy de acuerdo. Segu-
ramente ya se dijo en aquel momento, pero cuando terminaron las indepen-
dencias en los aos 20 del siglo XIX haba una poblacin de 24 millones de
habitantes, ms o menos; tres de ellos hablaban castellano y los dems habla-
ban otras lenguas, muchsimas, decenas de lenguas. Es a partir de ese momento
cuando estos pases independientes que buscan la independencia (fijar sus terri-
torios, fijar sus polticas, sus identidades), utilizan por primera vez un idioma
como arma poltica y de cohesin. Estos nuevos gobiernos empiezan a caste-
llanizar porque es una forma de tener el poder, el dominio, sobre sus habitan-
tes, que es bsicamente lo que dijo el acadmico Gonzlez Oll de manera mucho
ms amplia. Simplemente lo recuerdo ahora porque a partir de ese momento, y
ya ms avanzado el siglo XX, esa cultura, ese territorio comn realmente se asienta
en el continente.
Seguirn las creaciones artsticas: tenemos el cine en Mxico, en los aos 20,
30, 40, que va dando una cierta identidad o reconocimiento a los latinoamerica-
nos; Espaa tiene ya por su cuenta sus propias creaciones, sus propias batallitas
con el 98, Cuba... en fin, todas estas historias. Amrica Latina se va buscando a
s misma. Est tambin, por otro lado, la msica como elemento identitario
del continente, con sonidos y msicas como el tango, por ejemplo, desde hace
ya un siglo. As pues, empieza a ser ste un continente conocido ya no slo como
el continente fabuloso de las crnicas de Indias, el nuevo paraso hecho de mitos,
leyendas, fbulas que tambin lo eran porque se trataba de un mundo sor-
prendente para los que llegaron, sino como un continente que en el siglo XX
empieza a mostrar su cultura a travs de una msica, un cine y una literatura
mucho ms propios (Daro ya estaba reformando el castellano), adems de la cul-
tura indgena y nativa de cada pas. En la literatura, Amrica Latina tambin empieza
a dar esa unidad de orgullo y no me gusta utilizar esta palabra porque es
una palabra sobrevalorada, por decirlo rpidamente. Ya Daro, a principios
del siglo XX, y luego otros escritores, se identifican ms o menos, en el conti-
nente, con la gente culta, y fuera de l tambin porque hay una renovacin del
castellano, de la cultura de un continente y de la cultura de una lengua. Por
tanto, los latinoamericanos e hispanohablantes empezamos a reconocer algo
que no es ya lo espaol, sino lo latinoamericano, y sobre todo lo centroameri-
cano, porque ni siquiera hablamos de Buenos Aires, Mxico o Bogot, sino
de Centroamrica. Ya hay best seller en el mundo literario espaol y latinoa-
mericano que no son libros necesariamente espaoles, como por ejemplo Flor
de fango, de un escritor colombiano, Vargas Vila, y sucesivamente otros ttulos
que no cito para no dejar de mencionar a otros que tambin son muy impor-
tantes.

274 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

Luego llegan los aos 60, en los que, por el famoso boom, se produce una
especie de redescubrimiento o quiz de descubrimiento de Espaa y Amrica
Latina, de estos 20 pases hispanohablantes y de ese territorio comn, pero a
la vez de extraamiento. Yo creo que quizs Espaa y Amrica Latina, hasta ese
momento, se vean y se estudiaban como en dos partes: en bloque Amrica
Latina con 19 pases (quiz se inclua a Brasil, aunque no se hable espaol) y
Espaa. Y digo extraamiento porque hablamos el mismo idioma, pero los medios
de comunicacin cierto que era otro momento de los medios de comunicacin,
y que no haba el desarrollo que hay ahora mismo, con lo cual no se puede
homologar ni hacer comparaciones equitativas porque sera injusto hacan otro
tipo de reconocimiento. Los escritores americanos, por ejemplo, que son de
muchos pases del continente, se sienten representados muy bien en Espaa,
y a su vez Espaa se siente agradecida con eso y se produce un nuevo enrique-
cimiento de la cultura del espaol que, en resumen, es todo esto. Por alguna
razn la literatura siempre ha tenido ms eco que las artes plsticas o la msica
en los medios de comunicacin del mundo hispanohablante; y ya quiz no sola-
mente del mundo hispanohablante, sino en general, salvo en Estados Unidos,
donde el cine tiene una presencia muy fuerte. A lo mejor ese eco se ha debido
a que no hemos tenido grandes intrpretes o autores en cualquiera de las otras
artes.
Producido ese reconocimiento y ese extraamiento, estos 20 pases empeza-
mos a sentirnos como uno solo. En Amrica Latina los medios de comunicacin
asimilan, aceptan y reconocen con normalidad el lenguaje, que es donde se va
haciendo viva la cultura, a travs del idioma, de lo hablado, sobre todo, y luego
tambin de lo escrito; es donde se refleja la forma de ser y de pensar de muchas
de las regiones. No nos extraamos con los mexicanismos o argentinismos; sin
embargo, en Espaa todava chocaba eso, y yo creo que la poblacin espaola,
en general, todava no termina de asimilar o de aceptar con naturalidad esa
riqueza del espaol que es fruto de la cultura que nos une a todos. Y nos une
tanto que el espaol ya lleg a Amrica hace 517 aos, con Coln, y aunque se
fueron imbricando esas dos culturas que vienen de la Amrica amerindia y de
la espaola, acabaron convirtindose en identidad propia. La Real Academia, en
los aos 90, ha empezado a hacer una labor interesante e importante de trasla-
dar esa unidad, es decir, que vale lo mismo una palabra del espaol de Hondu-
ras que una del espaol de Galicia, del espaol de la Crdoba de Argentina o
del espaol de Mxico. La prueba estuvo, por ejemplo, en el lamentablemente
frustrado Congreso de Chile, donde se presentaba ya est en circulacin el
Diccionario de americanismos, en el que se recogen casi 200.000 voces de ame-
ricanismos. All se vuelve a recordar que los hispanohablantes tenemos la gran
suerte de tener una conversacin que es ininterrumpida en ms o menos el

ndice 275
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

80 %. Es decir, yo puedo hablar con un boliviano y con un espaol, por supuesto,


y el 80 %-90 % de las palabras las voy a reconocer, y si no las reconozco o es
la primera vez que las oigo, las saco por el contexto; y esto no ocurre con otras
lenguas y en otros planos, en las que es mucho ms difcil, por ejemplo, enten-
der la pronunciacin, como la del ingls de Australia o de Escocia. sa es para
m parte de la riqueza que los medios de comunicacin vienen reflejando cada
vez ms. Basta ver peridicos como Clarn en Argentina, Reforma y Jornada
en Mxico, Tiempo en Bogot, Mercurio en Chile, y luego aqu en Espaa La
Vanguardia, El Mundo, ABC, El Pas y todos los peridicos regionales, donde
estamos dando cuenta, en el mbito cultural, con ms naturalidad, de estas infor-
maciones y de estos hechos. No creo que sea una comunicacin excelente, pero
es la mejor que hemos tenido hasta ahora; con muchsimas cosas, por supuesto,
que se deben mejorar, en lo que compete al caso de Babelia, por ejemplo, de
dar ms juego a informaciones culturales. Hay una diferencia: Espaa sigue
siendo el altavoz o el bafle para muchas creaciones, muchos autores y muchas
cuestiones en el mbito de la cultura, porque los 19 pases miran a Espaa como
espejo y altavoz. Pero tambin es ms fcil que se d en Espaa esta presen-
cia por la incomunicacin legendaria y centenaria que tenemos en Amrica
Latina por situaciones geogrficas y dems, ya que muchas veces no sabemos
qu pasa en el pas vecino. Medios como la televisin e Internet van solven-
tando esta incomunicacin, y ahora es muy gil la comunicacin a travs de
Internet y de la televisin en el continente hispanohablante, que incluye,
hablando del ciberespacio hispanohablante, a Espaa, por supuesto, as como
al pblico hispanohablante que est en Estados Unidos y el que se encuentra
en el resto del mundo. Este hecho le est dando una fuerza impresionante al
espaol y a la cultura en espaol.
Hace algunos meses, en Casa de Amrica, en Madrid, se realiz una pequea
mesa redonda sobre si estaba de moda la cultura latinoamericana en el mundo.
Decamos que eso habra que mirarlo desde tres perspectivas: por un lado, tene-
mos Estados Unidos, donde ya lleva mucho tiempo por cuestiones de inmigra-
cin; por otro, la afluencia de latinoamericanos en Espaa, que es relativamente
reciente (desde 10 o 12 aos, quiz); y finalmente el resto del mundo. Cada
una tiene sus propios perfiles. Aun as, ms que moda, yo creo que es la pre-
sencia por s sola de un continente de 360 a 400 millones de hablantes, con-
tando Espaa, ms todos los que intentan aprender el espaol en el mundo,
lo que produce esa potencia de querer saber cosas sobre Amrica Latina. Ms
all de la msica, de la salsa, de Garca Mrquez, del flamenco y de todo esto.
A los medios de comunicacin nos falta todava ahondar y abundar en este tipo
de situaciones con ms naturalidad. A veces damos ms valor a un hecho cul-
tural o artstico de segunda o tercera categora en Londres antes que a un evento

276 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

cultural de primera fila en Buenos Aires, por ejemplo. Por qu? Si es que
adems los lectores potenciales de los medios espaoles son los hispanohablan-
tes! Los que quieran saber algo importante de Londres y que nosotros tambin
lo tendramos que dar, seguramente van a ir al The Guardian o cualquiera
de los peridicos de all. Sin embargo, seguimos dando prioridad y en Babe-
lia seguramente tambin a otras noticias, y somos descastados con Amrica
Latina (la descuidamos un poco); y ya no con Amrica Latina, sino con los pro-
pios intereses del mundo hispanohablante. As nos vamos quedando rezagados
frente al movimiento que puedan tener otros medios de comunicacin, porque
quiz pensamos desde Espaa que el centro sigue siendo Espaa. Yo creo
que esto lo que ha demostrado es que no hay un centro ahora mismo. Estamos
en la periferia, la periferia es el centro y es policntrico absolutamente todo.
Tenemos que tomar conciencia de eso. Yo creo que los peridicos latinoame-
ricanos y medios de comunicacin latinoamericanos esto lo tienen asumido
desde hace muchsimo tiempo. Es decir, Clarn o El Mercurio en Chile dan infor-
macin importante de Valparaso o de Caracas, y tambin dan importancia a
la informacin que pueda producir Espaa en cualquiera de sus mbitos cultu-
rales y polticos. Pero en Espaa todava restringimos esa informacin. Preferi-
mos las grandes (Nueva York, Pars, Londres...), que por supuesto tambin
tienen cosas importantes. Sin embargo, insisto, yo creo que los periodistas debe-
mos trasladar a nuestros jefes la inquietud de que lo mejor sera ir ampliando
estas fronteras sin miedo a todo esto.
La identidad fue otro de los temas que abord ayer el profesor Marchena,
de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla. Deca que los jvenes latinoa-
mericanos estn preocupados por la definicin de las identidades y el lugar
que ocupan en el mundo. En un artculo Mario Vargas Llosa deca que para qu
preocuparnos, si hemos estado 200 aos en Amrica Latina con guerras que no
terminamos de fijar. Hace un momento comentbamos con Marcial (Murciano)
la cuestin de la frustracin, el fracaso del concepto de repblica en el conti-
nente americano, que contrasta con el hecho de que ahora es precisamente
cuando queremos tener identidad, ahora que justamente el mundo est bus-
cando eliminar las fronteras. Yo, personalmente, no creo en identidades. Hay
una literatura, una cultura boliviana y una colombiana como tal. A m me parece
que eso est pasado de moda. La cultura y las artes creativas son universales,
no tienen por qu ser fijadas por ningn parmetro. Alguien escribe, alguien
crea o hace una pelcula para que sea entendida o admirada si ha de ser admi-
rada donde sea. Nos faltara esa parte de romper prejuicios y contribuir los
medios de comunicacin a romper con el tpico tropical, con los estereoti-
pos. La gente todava espera muchas cosas o las mismas cosas que han hecho
famosa a Amrica Latina en cualquiera de sus manifestaciones culturales y arts-

ndice 277
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ticas. Y los medios de comunicacin, a veces, insistimos en eso, cuando debe-


ramos ser los primeros en desmarcarnos. Ahora hay una generacin de gran-
des creadores (cineastas, escritores...) muy buenos que no han tenido necesi-
dad de matar a ningn padre del boom o de antes del boom, porque para ellos
es tan importante Cervantes o Flaubert como Michima, el mismo Roberto Bolao
o cualquiera de sus propios contemporneos. Y eso los medios de comunica-
cin lo trasladamos, pero a veces nos quedamos con una pieza concreta (un
reportaje que hace Fulanito, una entrevista de un escritor o de otro creador...);
sin embargo, en el da a da, realmente cumplimos con eso? Quiz por eti-
quetar las cosas, que as se hace ms fcil llegar a la gente, buscamos siempre
ese titular o ese subttulo para captar al lector y que a ste le resulte ms sen-
cillo; es decir, recurrimos a la etiqueta y al tpico.
Quiero finalizar esta intervencin dando de alguna manera las gracias a Inter-
net. Yo creo que en un continente como Amrica Latina falta que lleguen las
nuevas tecnologas a muchsimos hogares ms que en Europa o en el primer
mundo. Pero culturalmente yo creo que Amrica Latina ha estado durante mucho
tiempo de igual a igual con el primer mundo; otra cuestin es la parte poltica,
econmica, social y de injusticias en todos los mbitos, pero en el campo cul-
tural siempre ha estado de igual a igual, y eso lo podemos repasar en cualquiera
de los mbitos creativos: artes plsticas, cine, literatura... Tenemos
tambin por ejemplo a Juan Diego Flores, a gente que ocupa un lugar muy
importante en la pera; no as, insisto, en los otros mbitos (polticos, econ-
micos y sociales). Con lo cual, no veo que haya ningn complejo en la parte
de Amrica Latina con respecto a ese territorio comn que s compartimos y del
que no dudamos en absoluto, porque es que adems la unin a travs del
idioma es lo que nos da la fuerza, y no tenemos miedo de que el mismo cas-
tellano vaya evolucionando, ni tenemos miedo de que un periodista escriba
en un peridico espaol un argentinismo y tengamos que correr a cambiarlo,
ya que los lectores son ms o menos gente culta y sacarn el significado por
el contexto. Los medios de comunicacin debemos perder ese miedo, todos en
general. Estamos haciendo una buena labor y debemos tratar de unificar esto a
travs del espaol, porque se dan muchas circunstancias fsicas, geogrficas,
psquicas y creativas que funcionan al mismo tiempo y con una gran creativi-
dad.

278 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N H I S PA N OA M R I C A

CULTURA Y COMUNICACIN EN ESPAA E HISPANOAMRICA: EXISTE UN TERRITORIO


COMN?
Laura Revuelta

Muchsimas gracias por invitarnos a este encuentro. Ha sido un placer escu-


char las dos conferencias anteriores, en las que de una manera u otra han salido
los medios de comunicacin como uno de los elementos fundamentales para
entender este proceso de interculturalidad en el que vivimos, de integracin,
de comunicacin, de dilogo... Los medios de comunicacin viven, en este
momento, una de sus trasformaciones ms radicales. Posiblemente la invencin
de la imprenta fue el primer cambio radical, y ahora tenemos uno tan impor-
tante como es el marcado por las tecnologas y los medios de comunicacin, que
se estn definiendo: hacia dnde van y de dnde vienen; influidos por Inter-
net, influidos por las nuevas tecnologas y dispositivos en los que se van a divul-
gar... La importancia que se est concediendo a los medios de comunicacin
y a su labor les pilla en un momento en el que de alguna manera u otra se estn
definiendo, estn buscando cmo manifestarse en las prximas dcadas y en
los momentos ms inmediatos. Se hablaba en una de las conferencias de que
el presente de los medios de comunicacin se muere, prcticamente, en el pro-
pio presente. Y es una realidad. Pero es una realidad y una frustracin en la
que vivimos inmersos todos los das las personas que trabajamos y que de alguna
forma tenemos la modesta responsabilidad de ser un filtro de comunicacin
entre lo que pasa en distintos estamentos (ya sean polticos o culturales) y lo
que tiene que llegar a la sociedad. Realmente es cierto que los medios de comu-

ndice 279
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nicacin tienen muchsima responsabilidad. Ahora, yo lo digo desde la mayor


modestia y humildad posible, y es que el trabajo cotidiano y diario de un medio
de comunicacin te lleva a una tremenda frustracin por todo eso que estamos
viviendo. Es decir, esa incapacidad para poder trasmitir todo lo que nos llega y
todo lo que nos gustara trasmitir y divulgar, y evidentemente bajo un anlisis
que no se quede en la superficie como muchas veces y como deca Winston
[Manrique] nos pasa. Quiero decir, la vena, como podramos llamarla porque
nuestro trabajo tambin es muy instintivo, muy rpido y de muy poco poder
reflexionar en breves segundos te lleva a tirarte al tpico en titulares en los
que vuelves a colocar una etiqueta como puede ser la literatura iberoameri-
cana. Por eso creo que este debate en este momento es mucho ms fruct-
fero, porque implica muchsimo dilogo con todas las partes que intervienen
en el mismo para que los medios de comunicacin podamos ocupar ese papel
protagonista que nos ha otorgado la historia y que queremos seguir conser-
vando y fortaleciendo.
Claro, despus de ir escuchando las intervenciones, son tantas las cosas que
se dicen que tienes ms ganas de contestar que de soltar tu discurso, la verdad.
Tampoco yo soy muy de discursos, aunque haya participado en muchas mesas
redondas. Siempre digo que, al fin y al cabo, soy una modesta periodista; mi
trabajo es ser una antena receptora de lo que se genera en el mundo cultural,
en este caso: intentar extractar cosas de lo que fluye en el mundo creativo, cul-
tural e intelectual y divulgarlas. Por eso en estos momentos en los que decir
que el castellano o el espaol es una de las lenguas que ms se habla en el
mundo (quiero decir que de los 400 millones de hispanohablantes slo un 9 %
del espaol se genera en Espaa, que somos una minora los que hablamos
espaol con C), intentamos admitir que existe ese otro, pero tambin lo recha-
zamos. Ejemplos: t mismo [Winston Manrique] hablabas de palabras que encuen-
tras en la prensa y que tienes la mala tendencia de corregir porque las escribe
un escritor argentino; t te las encuentras y percibes que son palabras que sue-
nan raras. El caso reciente es el artculo que nosotros sacaremos el sbado sobre
una crtica de Rodrigo Fresn, que es un crtico-escritor argentino. Publicamos
una crtica de la ltima novela de Coetzee en la que se empleaba un trmino
que a nosotros nos resultaba prximo, pero no acadmicamente correcto: fic-
cionalizado. Una palabra as nos chocaba y tuvimos la tentacin, y camos en
ella, de cambiarla por novelado. Bueno, pues se es nuestro da a da: darte
cuenta de ese tipo de errores que vas construyendo en el trabajo cotidiano. Real-
mente creo que ah, en ese trabajo, es donde se puede conseguir y se puede
dar un salto adelante en un momento en el que y repito se est creando la
cultura latinoamericana e iberoamericana, no solamente a travs de los medios
de comunicacin impresos, sino del gran boom reciente que es Internet, en el

280 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

que nosotros tambin nos estamos metiendo. Winston me contaba que estaba
atrapado de trabajo porque tena que escribir para su blog, tena que coordi-
nar las pginas de libros, tena que leer libros, tena que escribir... En fin...
que estamos metidos en una vorgine creativa y divulgativa que creo que en el
fondo, aunque nos encontremos un poco despistados y no lo reconozcamos,
es la que puede incrementar el dilogo y ser mucho ms enriquecedor en este
momento en el que somos conscientes de nuestras propias limitaciones, de nues-
tras propias frustraciones como medios de comunicacin, y en el que a base de
trabajar y andar diariamente podemos ir puliendo todos esos requerimientos
que se nos exigen desde la sociedad y desde los mbitos acadmicos y uni-
versitarios, de alguna manera. Antes tambin, por ejemplo, citaba Winston a
Carlos Fuentes cuando ste hablaba del territorio de la mancha; lo que vena
a decir es cmo una novela por poner un ejemplo que lo retratase de un
colombiano como Garca Mrquez poda ser llevada al cine por un mexicano,
como Arturo Ripstein, y poda ser protagonizada por una actriz espaola y
por un actor argentino, Marisa Paredes y Federico Luppi. Digamos que sa es
la gran riqueza de la mancha del espaol en el sentido de que somos todo uno,
y en esa convivencia y reconocimiento es donde conseguiremos que de alguna
manera la cultura en espaol pueda equipararse, no solamente en nmeros sino
en presencia, a la cultura anglosajona.
Deca Adela Cortina en su conferencia que nos hemos basado y siempre
hemos vivido bajo un criterio anglosajn. Va a salir dentro de nada un nuevo
canon sobre el ensayo (bueno, no es un canon pero quiero aprovechar la pala-
bra que casi ha explotado como propia Harold Bloom) en el que nuevamente
no vuelve a aparecer ningn referente del mundo latino. Es decir, su nico refe-
rente sigue siendo Cervantes; no hay otro. Hace un pormenorizado desarrollo
crtico de distintos pensadores del pensamiento occidental y no hay nadie que
pertenezca a nuestro mbito. Eso es lo que habr de corregirse; eso lo que,
de alguna manera, desde los medios de comunicacin en este momento, en los
que se vive una transformacin total, creo que se tiene la oportunidad nica de
poder andar y corregir todo este tipo de requerimientos sociales y culturales.
Bueno, la verdad es que dicho as ha quedado como un speech muy infor-
mal porque no he seguido las notas; lgicamente me he dejado llevar por el
deseo de contestar y de seguir un poco el hilo de lo que se ha hablado esta
maana. Me ha salido as, con lo cual lo dejamos y luego seguimos hablando y
contestamos preguntas.

ndice 281
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

CULTURA Y COMUNICACIN EN ESPAA E HISPANOAMRICA: EXISTE UN TERRITORIO


COMN?
Marcial Murciano

El punto de vista sobre la cultura y la comunicacin en Espaa e Hispano-


amrica es ligeramente diferente al de las personas que me han precedido, pues
ellos estn trabajando en medios de publicacin diaria. La aportacin que yo
puedo ofrecer a este espacio comn iberoamericano es mucho ms espec-
fica. Es la visin que puede tener alguien que se aproxima a un espacio tan
vasto desde las acciones que se pueden impulsar desde la Universidad. Por
ejemplo, a travs del mbito que articula una pequea revista acadmica que
hemos puesto en circulacin hace poco tiempo, desde principios del ao 2009.
He preparado unas transparencias para que se pueda ver mejor la publica-
cin.
Conexiones. Revista Iberoamericana de Cooperacin es una publicacin aca-
dmica y tiene una ambicin un poco ms amplia que la de intervenir en un
espacio cultural como el que se ha planteado en esta mesa redonda. Yo creo
que en el campo de la comunicacin y la cultura es preferible hablar hoy de las
posibilidades de un espacio iberoamericano en reconstruccin, en el que me
parece imprescindible tener en cuenta las culturas acadmicas ibricas, por lo
tanto, las de Portugal y de Espaa portugus y espaol que hoy en da, en el
campo de la comunicacin y la cultura son perfectamente reconocibles y con-
vergentes en lo que se denomina el espacio latinoamericano o iberoamericano.

ndice 283
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Es decir, Brasil va hoy de la mano con Mxico, Argentina y Espaa en el mbito


acadmico de la comunicacin y la cultura.
La revista Conexiones tiene la voluntad de establecer lazos entre la cultura
acadmica iberoamericana, en un intento como el ya hicieron hace un siglo los
iberoamericanistas de ambas orillas del Atlntico. Este es el inters principal de
un grupo de trabajo de la Universitat Autnoma de Barcelona, organizado en
el seno del Observatorio Iberoamericano de la Comunicacin, que tiene el obje-
tivo de consolidar una red de cooperacin interuniversitaria, la red RIEC, que
abarque el amplio territorio iberoamericano. La red est formada inicialmente
por siete universidades, situadas en siete ciudades y seis pases: Buenos Aires,
Ciudad de Mxico, Puerto Rico, So Paulo, Santiago de Chile, Madrid y Barce-
lona, donde reside la coordinacin.
Es una red entre cuyos objetivos principales estn los de consolidar un rgano
acadmico de expresin que aglutine o que funcione como un pequeo actor
que contribuya a la construccin de un espacio comn de reflexin sobre lo que
es la comunicacin y la cultura hoy en da en Iberoamrica. Tambin se pro-
pone desarrollar una lnea de trabajo en la investigacin comparada. Nues-
tro propsito es conocer si estamos ms prximos aunque estemos tan aleja-
dos, para lo que deseamos disear y realizar conjuntamente investigaciones
comparadas. Por este motivo creemos que nos ser til una estructura en red
como la que les he presentado. En segundo lugar, pensamos que tambin debe-
mos tener espacios comunes e instrumentos de divulgacin. Uno de estos espa-
cios propios lo constituyen las colecciones de libros, donde se debe concretar
la mirada mltiple sobre los procesos especficos de la comunicacin y la cul-
tura contempornea, y esto obviamente debe estar apoyado por una movilidad
de investigadores y estudiantes de posgrado. En este sentido recientemente
hemos llegado a un acuerdo con la Editorial Comunicacin Social de Espaa
para la difusin de nuestra revista y la creacin de una coleccin de libros
con el nombre representativo de Espacio Iberoamericano.
Formalmente iniciamos esta experiencia hace un ao, aunque evidentemente
siempre hay un trabajo previo realizado. El primer nmero de Conexiones lo
dedicamos al estudio del espacio audiovisual iberoamericano, que de alguna
manera quera hacer una incursin sobre uno de los modelos de comunicacin
la audiovisual que mejor representan en este momento la permeabilidad de
todas las culturas y todos los espacios comunicativos del planeta. En este nmero
tratbamos de hacer explcita nuestra preocupacin por hacer emerger los tra-
bajos iniciales de los jvenes investigadores en el campo. En el primer nmero
aparecen investigadores de Argentina, por ejemplo, formados en este caso en
Amrica, y que despus han hecho su posgrado o su estancia posdoctoral
en Espaa o viceversa. En este sentido podemos constatar en la primera entrega

284 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

el trabajo realizado por investigadores argentinos como Luciano Elizalde; Fran-


cisco Javier Fernndez Medina, de Chile; Fabio Alberto Gil Bolvar, de Colom-
bia; Rodrigo Gmez, de Mxico; Carlos Gonzlez Saavedra, de Venezuela.
Queramos dar cabida y espacio a investigadores que hubieran iniciado su inves-
tigacin bsica en Espaa o en Iberoamrica y fueran ejemplo de un proyecto
iberoamericano compartido desde la formacin doctoral.
Es este un trabajo, obviamente, planteado en un espacio de mbito regio-
nal. Yo hablara de que en este mundo nuestro, donde hablamos tanto de lo
global y de lo mundial, finalmente las formas nuevas de relacin ms cohesio-
nadas e interesantes para la investigacin son los espacios supranacionales o
regionales. Podramos identificar a la Unin Europea como uno de estos espa-
cios supranacionales; podemos tambin identificar un espacio de integracin
en la Amrica del Norte fundamentado en la potencia econmica y cultural nor-
teamericana, de Canad, etc. Y tambin un espacio regional que abarcara Am-
rica Latina, Portugal y Espaa, donde encontraramos este nuevo marco en el
que nos gustara redefinir nuestras actividades. Abarcar ese espacio es, por
supuesto, complejo por lo extenso, y para ello la revista lo ha planteado como
un trabajo cooperativo entre siete directores, que pueden cubrir de alguna manera
mucho mejor un espacio de referencia tan amplio y plural en la investigacin.
Me alegra que est hoy aqu y entre nosotros Jess Martn Barbero porque,
para los que hemos trabajado en comunicacin en Espaa en los aos 70, que
es cuando se define el campo de la investigacin en comunicacin en nuestro
pas, est muy claro que l es un actor importante en el establecimiento de un
primer marco terico de referencia (aparte del europeo y del que aportan las
ciencias sociales norteamericanas) que llega a Espaa desde Iberoamrica.
Por seguir citando algunas de las personas que tenemos en el Comit Cien-
tfico de la revista y de las cuales nos sentimos herederos, todo el mundo sabe
que Luis Ramiro Beltrn es uno de los primeros autores que fundament aca-
dmicamente el papel de las polticas de comunicacin dentro de la corriente
internacional y en particular en Amrica Latina; o Jos Joaqun Brunner y su tra-
bajo en las polticas culturales; o Marqus de Melo en varios aspectos del campo
del periodismo y la comunicacin; o Jess Martn Barbero, que es el introduc-
tor de los estudios culturales en Amrica Latina; o Armand Mattelart, que trabaj
inicialmente en Chile, como ustedes saben, donde hizo las aportaciones ms
significativas al campo de la primera etapa de la economa poltica de la comu-
nicacin; o Antonio Pasquali, que es el iniciador de los estudios crticos en Am-
rica Latina. Hemos querido recoger a estos investigadores representativos en
nuestro consejo porque nos sentimos, de alguna manera, sus herederos intelec-
tuales. No aparece en pantalla la diapositiva en la que constan los nombres
del Consejo de Redaccin al completo, pero creo que es suficiente con lo dicho

ndice 285
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

anteriormente para mostrar la concepcin plural que tenemos del campo de la


comunicacin y sobre el que nosotros deseamos interactuar. El grueso del Con-
sejo lo constituyen investigadores de Espaa, de Portugal, de Puerto Rico, de
Mxico, etc. que hoy en da son continuadores de las tradiciones comentadas
en el campo de los estudios culturales, de la economa poltica, de la semitica,
de los discursos narrativos, etc. y cuyos nombres representaran la contribucin
actual a estos estudios.
Hemos realizado un segundo nmero, aparecido a finales de 2009. La revista
es semestral, y aparece dos veces al ao. En la segunda entrega el nmero se
ha orientado a un problema que preocupa sensiblemente en la parte ms al
norte del continente. Se trata del nuevo orden que emerge de las polticas del
miedo y de la guerra, en particular durante el mandato del presidente nortea-
mericano G. Bush. Responde a las inquietudes de un programa de investiga-
cin joven, que preocupa particularmente en Puerto Rico y Mxico.
Y sobre todo hemos definido o hemos focalizado con la revista objetivos pri-
mordiales para cualquier publicacin peridica, que debe mantener sobre todo
estabilidad y periodicidad; y por lo tanto establecer su contacto con el pblico,
hacerse visible, conseguir cierto reconocimiento en el campo acadmico con la
regularidad de publicacin. El nuestro es un proyecto a medio plazo, con tiempo
suficiente para conseguir los objetivos iniciales, y por lo tanto lo mejor que
puede hacer es planificar y trabajar. El hecho de que seamos una direccin ml-
tiple nos permite, por ejemplo, trabajar a cuatro aos o cinco aos y estar coor-
dinando peridicamente nuestro trabajo en algunos mbitos para ver un poco
cmo evolucionan nuestras preocupaciones. Por ejemplo, el tema de la gestin
y las estrategias en la comunicacin, que ser el eje temtico del prximo nmero
de 2010; o sobre el consumo y su repercusin en la cultura, que ser el siguiente.
Para el 2011 nos preocupan la comunicacin y la educacin, que est traba-
jando el ncleo de Santiago de Chile; o las tecnologas de la comunicacin y la
sociedad de la informacin, que lo estn realizando en Mxico; o periodismo
en transicin, que lo trabajan en Madrid... Es decir, todos estos temas nucleares
son abordados en nuestras reuniones anuales de coordinacin, son evaluados
al mismo tiempo que trabajamos con los directores encargados de cada nmero
en su inicio, desarrollo y ampliacin.
No solamente nos preocupa el trabajo de coordinacin y difusin, sino
que sobre todo la revista quiere ser un actor de investigacin con una estruc-
tura cooperativa y comparada. Por ejemplo, un tema que nos interesa como
programa de investigacin e interesa a casi todo el mundo hoy, si ms all
de su caracterizacin como sociedad postindustrial, sociedad de la informacin
o del conocimiento, es si podemos hacer un anlisis ms concreto de cmo se
est realizando la transicin a la sociedad postindustrial en las diferentes socie-

286 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

dades iberoamericanas. Despus les mostrar algunos modelos para el anlisis


de esta transicin que hemos desarrollado en Barcelona. ste es un tema de
propuesta para la investigacin comparada en Amrica y Espaa que plantea-
remos en la reunin de este otoo en Brasil. Pero igualmente, y a la luz de lo
que hablaban antes mis compaeros de mesa, nos interesa analizar cmo la
prensa de referencia, la prensa de calidad, trata determinados temas a ambas
orillas del Atlntico. Tenemos que definir todava cul es el objeto especfico de
anlisis las transformaciones de la industria cultural, la seguridad ciudadana
o la inmigracin pero s tenemos claro en este momento cmo en los princi-
pales pases (Argentina, Brasil, Chile, Espaa, Mxico, Puerto Rico y Venezuela,
por ejemplo) la prensa de referencia trata determinados temas de inters social
o profesional (en los medios) de forma vinculante con los procesos polticos
cambiantes en Iberoamrica y en Espaa. stos son algunos de los temas que
nos preocupan y sobre los cuales no gustara establecer un programa de inves-
tigacin supranacional en los prximos meses.
Existe tambin un tercer tema que tambin nos preocupa: es el de las nue-
vas generaciones digitales (sus consumos, sus usos, etc.). Porque es en el seno
de un programa de investigacin, en una propuesta de investigacin compa-
rada con las caractersticas que estamos proponiendo, como mejor se pueden
observar y establecer resultados de investigacin empricos y significativos, tanto
nacionales como regionales. Es lo positivo e innovador que pueden aportar este
tipo de investigaciones, ms all de las generalizaciones habituales y de la rplica
de algunas experiencias exitosas de la investigacin internacional.
Al respecto, nosotros hemos analizado lo hicimos hace tres aos con una
investigacin del Plan Nacional de I+D+i y lo vamos continuar haciendo en el
Observatorio Iberoamericano de la Comunicacin en Barcelona con un nuevo
proyecto el cambio tecnolgico-comunicativo en Espaa. No nos interesaba
conocer la posicin de Espaa en el campo de las nuevas tecnologas de la
comunicacin y en el avance hacia la sociedad de la informacin desde una
perspectiva mundial, sino si el cambio comunicativo era homogneo en la socie-
dad espaola y si pasbamos a la sociedad de la informacin de una manera
equilibrada en el territorio o no.
El programa de anlisis propuesto por el ncleo de investigadores de Bar-
celona con seguridad hay otros muchos posibles y deseables diferencia, por
ejemplo, a los sectores participantes, los ciudadanos, las empresas, las admi-
nistraciones pblicas, y el universo de los soportes multimedia y de las infraes-
tructuras de transporte de informacin. Nosotros nos hemos planteado este
primer anlisis comparativo a nivel espaol y por comunidades autnomas,
en el seno de una red para el estudio local de la comunicacin, denominada
Red Localcom.

ndice 287
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Para ello hemos realizado primero un estudio del estado del desarrollo y de
los indicadores de los principales ndices internacionales, los ms representa-
tivos, que en general son muy interesantes y han sido elaborados por algunas
organizaciones internacionales como la Unin Internacional de las Telecomu-
nicaciones, la red de ctedras UNESCO o diferentes consultoras internacionales.
Hemos realizado un repaso de la metodologa mtrica internacional, sobre la
que no voy a profundizar en este momento porque nos encontramos ya fuera
de tiempo, pero s que les querra decir que finalmente desde nuestro grupo de
investigacin de Barcelona vamos a realizar una propuesta para toda la RIEC a
partir de este marco conceptual, que parte de una revisin internacional de lite-
ratura cientfica y propone un anlisis mtrico del tema. Proponemos por tanto
un estudio basado en las diferentes oportunidades de una sociedad la espa-
ola, la argentina, la brasilea, etc., el anlisis del diferente nivel de desarro-
llo de sus infraestructuras y sus diferentes usos. stas son las tres grandes cate-
goras oportunidades, infraestructuras y usos con las que vamos a trabajar,
que estn apoyadas en subcategoras como la capacidad econmica, las redes
que implementan, los usos institucionales, el nivel educativo que en una socie-
dad del conocimiento y de la informacin es fundamental, la capacidad de
conectividad que hay y la intensidad de uso que tienen estas redes. A partir
de estos supuestos, y por medio de unos indicadores representativos de los cua-
les deberemos tener o construir las series estadsticas, podemos encontrar resul-
tados empricos significativos y comparables sobre el estado y la evolucin
del cambio tecnolgico.
En la diapositiva siguiente pueden observar los 24 indicadores con los que
hemos estado trabajando, representativos del ndice Localcom que ustedes
tienen situado a la izquierda, y que mejora, por cierto, los indicadores que tienen
los principales ndices anlizados por nosotros, y que son de base econmica
o principalmente tecnolgica. La base estadstica nos ha permitido medir,
por ejemplo y esto era lo que finalmente les quera ensear, cmo se est
realizando en la sociedad espaola la transicin a la sociedad de la informa-
cin.
Podemos observar siguiendo los datos que proporciona la evolucin del an-
lisis del ndice que, por ejemplo, tenemos ganadores por un lado en la socie-
dad espaola y tenemos tambin perdedores en la sociedad espaola. Lo hemos
establecido por comunidades autnomas, por espacios locales en nuestra ter-
minologa. As pues, podemos observar cmo la Comunidad de Madrid resulta
el territorio o comunidad lder en esta transicin. Podemos establecer tambin
que en esta transicin desde la sociedad industrial, que tan representativamente
haban situado al Pas Vasco y a Catalua como comunidades adelantadas his-
tricamente, la Comunidad de Madrid las va a sobrepasar casi definitivamente.

288 ndice
C U LT U R A Y C O M U N I C AC I N E N E S PA A E H I S PA N OA M R I C A

Tambin tenemos en esta transicin a la sociedad de la informacin perde-


dores, tal y como ya hemos adelantado. Es el caso de la comunidad autnoma
de Extremadura. Podemos observarlo en la transparencia. A travs de los indi-
cadores, que miden de dos puntos en dos puntos, diferencias cualitativas que
establecen una dinmica alta, elevada, intermedia, moderada y baja para la tran-
sicin a la sociedad de la informacin. La construccin de este tipo de indica-
dores, que aqu aparece detallado en una figura de barras, pero todava se
distingue con mayor claridad la existencia de una brecha digital cuando se mues-
tran estos anlisis tomando en cuenta los subndices.
Aunque en unos aspectos unas comunidades o unas regiones logran alcan-
zar un determinado grado de desarrollo, en trminos de categoras de transi-
cin a la sociedad de la informacin su dinmica es menor. Lo que medimos
y analizamos es la composicin global del ndice, y este nos permite establecer
mapas de situacin, como los que ustedes estn viendo: en oportunidades, que
no son iguales para todas las comunidades; la escala con menos trama, siem-
pre sera la ms dbil, y la que aparece con mayor trama sera la de las comu-
nidades con mayor dinmica o que se encuentra ms avanzada.
En este tipo de anlisis podemos observar cmo, por ejemplo, el desarro-
llo del mercado informtico est muy focalizado o centralizado, en este caso en
Madrid, etc. Bien, esto nos podra permitir disponer, por ejemplo, en los prxi-
mos aos de un mapa parecido para el espacio iberoamericano. Es verdad que
esto es investigacin cuantitativa, pero es la base sobre la que despus pode-
mos hacer investigacin cualitativa original y sobre todo la base sobre la cual
se debe plantear la poltica de comunicacin como poltica de reequilibrios
sin duda.
En definitiva, ste es el programa de investigacin que hemos iniciado en
Barcelona, que hemos hecho juntamente con otras universidades espaolas y
que deseamos trasladar al espacio iberoamericano. Nuestro objetivo es ser, como
dijimos al principio, un actor acadmico en este gran territorio compartido
por la investigacin en comunicacin y cultura y que integra a la trayectoria ibe-
roamericana o hispanoamericana. Nada ms.

ndice 289
1
HISTORIA DE ESPAA Y AMRICA
Comunicaciones

291
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

EL ABATE, EL CONSEJO Y EL VIRREINATO: LA POLTICA CORTESANA Y LA PRIMERA


CREACIN DEL VIRREINATO DE NUEVA GRANADA (1717-1723)
Francisco A. Eissa-Barroso
University of Warwick

Resumen
Se analiza el proceso que llev a la primera creacin (1717) y subsecuente
supresin (1723) del virreinato del Nuevo Reino de Granada enfocndose en
cmo la interaccin entre la percepcin de la situacin local y las pugnas de
poder dentro de la corte determinaron las polticas de la Corona hacia Hispa-
noamrica. Argumenta que la creacin del nuevo virreinato fue una respuesta
a los problemas que las autoridades centrales de la monarqua perciban en la
Nueva Granada, en tanto que los tiempos y forma en que se implement sta
fueron consecuencia directa de la lucha entre quienes pretendan que la Corona
ejerciera directamente el gobierno de sus territorios y el Consejo de Indias. De
igual forma, la supresin del virreinato, cinco aos ms tarde, fue un reflejo del
cambio en el balance de poder dentro de la corte, ms que el resultado de la
supuestamente pobre actuacin del primer virrey de Santa Fe. Se cuestionan no
slo las interpretaciones tradicionales sobre el primer virreinato de Nueva Gra-
nada, sino tambin la tendencia a asumir que la Corona era una entidad unifi-
cada que decida las polticas a implementar en base a una serie de intereses
reales claramente definidos.

ndice 293
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El 27 de mayo de 1717 una serie de reales cdulas emitidas por Felipe V


desde Segovia informaba a las autoridades americanas que se haba tomado la
decisin de crear un virreinato en el Nuevo Reino de Granada. Al mismo tiempo
se informaba que Antonio de la Pedrosa y Guerrero, consejero de Indias, pasa-
ra a Santa Fe como encargado de preparar el establecimiento del virreinato a
la espera de la llegada del primer virrey. El nombramiento para este cargo se
hizo el 13 de junio de 1717 desde San Lorenzo y recay en Jorge de Villalonga
y Fortuny, conde de la Cueva, quien ocupara el virreinato desde finales de 1719
hasta su supresin, ordenada el 5 de noviembre de 1723.
Aunque la historiografa ha propuesto diversas explicaciones sobre el por-
qu de la creacin y supresin del virreinato, hasta ahora se ha puesto poca
atencin al proceso que llev a sendas decisiones. El presente texto, mediante
un anlisis de dicho proceso, pretende cuestionar no slo las interpretaciones
tradicionales sobre la creacin y supresin del primer virreinato de Nueva Gra-
nada, sino tambin la tendencia, frecuente entre historiadores de Hispanoa-
mrica colonial, a asumir que la Corona espaola era una entidad unificada que
decida las polticas a implementar en las Indias en base a una serie de inte-
reses reales claramente definidos. Lo que proponen las siguientes pginas es
que fue la interaccin entre la percepcin de la situacin local y las pugnas
de poder dentro de la corte lo que determin tanto la creacin como la supre-
sin del primer experimento virreinal neogranadino.

I. El contexto de la primera creacin del virreinato neogranadino


Tres son las causas ms frecuentemente propuestas para explicar la primera
creacin del virreinato: corregir el desorden poltico-administrativo resultado
de la falta de una autoridad central suficientemente fuerte;1 distribuir recursos de
una manera ms eficiente para reforzar las defensas costeras ante un ataque
enemigo;2 y poner fin a incesantes conflictos y controversias entre autoridades
locales.3 Incluso cuando se llegan a destacar las interconexiones entre estas
explicaciones,4 la mayora de los historiadores se ha limitado a analizar las
circunstancias especficas de las provincias afectadas por la creacin del virreinato.
Cuando ha considerado el contexto ms amplio de Amrica o la monarqua, la
historiografa se ha limitado a mencionar de pasada el centralismo administra-
tivo borbnico,5 la presin fiscal resultado de la Guerra de Sucesin, el miedo

1. Por todos, RESTREPO TIRADO, 1934.


2. Vase, por ejemplo, RESTREPO CANAL, 1928.
3. Vanse, PLAZA, 1850; BENEDETTI, 1887; y ONES, 2000.
4. Vanse, GARRIDO CONDE, 1963, p. 18; y MAQUEDA ABREU, 2007, p. 201.
5. Es el caso, por ejemplo, de OTS Y CAPDEQU, 1950.

294 ndice
E L A B AT E , E L C O N S E J O Y E L V I R R E I N ATO

a los ataques extranjeros en el Caribe, o el omnipresente contrabando, sin con-


siderar detenidamente cmo estos factores se correlacionan con la creacin
del virreinato ni cmo afectaron el proceso de su creacin. Rara vez se men-
ciona que la primera creacin del virreinato de Nueva Granada se dio al mismo
tiempo que otras reformas que afectaron significativamente la forma de gobierno
de las Indias; y menos an se mencionan las vicisitudes de la lucha poltica cor-
tesana al tiempo en que se tom esta decisin.6
Nunca se ha encontrado evidencia de que la Corona haya contemplado la
posibilidad de crear un virreinato en la regin antes del 29 de abril de 1717 ms
all de la mencin hecha en las cdulas del 27 de mayo respecto a que dicha
medida haba sido discutida en varias ocasiones.7 Esta situacin bien podra
atribuirse a malos registros o documentacin perdida, pero si consideramos
cmo funcionaba el gobierno en la corte cuando se decidi crear el virrei-
nato, nos encontramos con una explicacin ms convincente, pues en los meses
inmediatamente anteriores a abril de 1717, el abate Julio Alberoni haba venido
a concentrar en sus manos un poder enorme, en perjuicio de las instituciones
tradicionales de gobierno.
Tras llegar a Espaa en 1711, Alberoni logr convertirse en confidente de la
reina Mara Luisa y ser nombrado representante del duque Parma ante la corte
espaola.8 Tras la muerte de la reina en 1714 jug un papel fundamental en
las negociaciones para arreglar el matrimonio de Felipe V con Isabel de Far-
nesio.9 La llegada de la nueva reina, y su inmediato despido de la princesa de
los Ursinos, llev en febrero de 1715 a la cada del grupo de ministros que, lide-
rado por Jean Orry y Melchor de Macanaz, haba impulsado las reformas de los
primeros aos del reinado.10 El nuevo gobierno fue liderado por el cardenal
Francisco del Giudice, pero Alberoni se fue asegurando poco a poco la con-
fianza de la nueva reina y, a travs de ella, la del rey; y para finales de 1716
haba logrado reemplazar a Giudice como la figura central del gobierno dis-
ponindose a impulsar una nueva serie de reformas.11

6. Hasta donde he podido constatar las nicas excepciones son MCFARLANE, 1993, pp. 190-191;
y MAQUEDA ABREU, 2007, especialmente pp. 177-184.
7. Real Cdula de 27 de mayo de 1717 dirigida al Gobernador venezolano reproducida en
MORN, 1971, p. 488. PEARCE, 1998, p. 61, menciona, sin ms detalles, que la decisin de crear el
virreinato de Nueva Granada fue tomada entre 1715 y 1717, dando a entender que el asunto fue
discutido en los comits de ministros y expertos espaoles que sesionaron durante esos aos bajo
la presidencia de Andrs de Pez, y en manos de los que, segn el mismo autor, Alberoni dej la
formulacin de poltica sobre comercio colonial.
8. KAMEN, 2001, p. 107; y KUETHE, 2007, p. 233.
9. Vanse KAMEN, 2001, pp. 94-97; y DE CASTRO, 2004, p. 301.
10. KAMEN, 2001, p. 97.
11. Idem; tambin DE CASTRO, 2004, pp. 306-311 y 322-326.

ndice 295
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Para nuestros fines, la ms importante de estas reformas fue tambin una de


las primeras. La breve recuperacin que experimentaron los consejos tras la
cada de Orry y la supresin de su controvertida nueva planta de los Consejos
lleg a su fin en enero de 1717. El da 20 una serie de reales decretos cambi
el lugar de reunin de estos rganos y regul hasta el ms mnimo detalle las
horas de trabajo y actividades de sus secretarios, reduciendo de nuevo el poder
y la autoridad de los propios consejos. El de Indias sufri adems una reduc-
cin en el nmero de sus ministros, el nombramiento de nuevos consejeros y
secretarios, la alteracin de sus salarios, la supresin de su tesorera y la restric-
cin de su jurisdiccin a asuntos de causas contenciosas y dems negocios de
mera Justicia, en tanto que todo lo dems, y especialmente lo que tocare a lo
Gubernativo, Econmico y Providencial quedaba en manos del rey por la va
reservada.12
Estas reformas representaban tan slo el ms reciente episodio en la lucha
entre quienes defendan el sistema tradicional de gobierno a travs de los con-
sejos y quienes propugnaban un estilo alterno gobernando a travs de la va
reservada.13 El Consejo de Indias no haba sobrevivido indemne la primera etapa
de reformas. Haba perdido poder tras su exclusin de los mecanismos intro-
ducidos entre 1705 y 1711 para agilizar la venta de oficios americanos a gran
escala.14 Tambin haba sido afectado por las extensas purgas ordenadas por
Felipe V en 1706 contra los consejeros y oficiales subalternos que haban res-

12. Los cinco decretos que afectaron al Consejo de Indias pueden consultarse en AGI, Indife-
rente, 542, L.2, ff. 1r-13v. La cita proviene del Real Decreto de 20 de noviembre de 1717 en que se
previno que todos los negocios tocantes a lo gubernativo, econmico, y providencial se lo reser-
vaba el rey para que se ejecute por la va reservada, y que en lo tocante a esto se abstuviese el Con-
sejo de mandar expedir cdulas de gobierno, f. 10v.
13. En lo que respecta a las instituciones centrales del gobierno de Amrica, los asesores ms
radicales de Felipe V abogaban por la supresin definitiva del Consejo de Indias, lo cual, segn el
marqus de Louville, pondra fin al fraude en la administracin de Amrica y permitira al rey
el acceso directo a todos los recursos necesarios para construir fuerzas navales y militares con las
que asegurar su trono (LOUVILLE y ROURE, 1818, citado en GARCA PREZ, 2004, p. 171). La lite togada,
y particularmente los miembros del propio Consejo, tom una posicin enteramente opuesta ale-
gando que incrementar el poder del Consejo era un paso necesario para restaurar la constitucin
tradicional de la monarqua que supuestamente se haba corrompido durante los ltimos aos de
dominio Habsburgo (GARCA PREZ, 2004, p. 169).
14. Los mecanismos bajo los que se introdujo la venta masiva de cargos tanto americanos como
espaoles en 1706 intentaron garantizar que los ingresos producidos terminaran en la Tesorera
General de la Guerra y que el control sobre los nombramientos permaneciera en manos de la
Corona. Las figuras centrales de esta operacin fueron el secretario de guerra, Jos Grimaldo, y
un reducido nmero de financieros cercanos a los monarcas. Vase al respecto el detallado estu-
dio de ANDJAR CASTILLO, 2008, passim, en especial las pginas 65-88.

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pondido al llamado del archiduque celebrando cesiones en la capital ocupada.15


Y aunque solo temporalmente, con la nueva planta introducida por Orry en
1713,16 el Consejo de Indias haba perdido la jurisdiccin sobre asuntos perte-
necientes a la hacienda americana.17
La reforma de 1717, sin embargo, priv al Consejo de la facultad que haba
hecho prcticamente imposible el evitar su intervencin en el gobierno de Am-
rica. Segn una real cdula expedida por Felipe II el 17 de mayo de 1564, todas
las rdenes generales enviadas a las Indias deban ir sealadas y [...] firmadas
de los de nuestro Consejo Real de las Indias, y sin estas formalidades deban
ser obedecidas y no cumplidas.18 Esto implicaba que el Consejo disfrutaba
del privilegio exclusivo en la comunicacin con las Indias y que el rey slo
poda emitir sus rdenes a travs de dicho organismo.19 Las reformas de 1717
removieron este obstculo autorizando legalmente al rey y sus ministros a comu-
nicarse con las autoridades indianas sin la intervencin del Consejo.20
Fue precisamente este golpe contra las facultades del Consejo lo que ter-
min de abrirle la puerta al programa de reformas americanas de Alberoni.
Comenzando por la creacin de la Intendencia General de Marina, el 28 de enero
de 1717, todas las reformas de importancia introducidas durante los dos siguien-
tes aos la creacin del real monopolio del tabaco en Cuba, la primera crea-
cin del virreinato de Nueva Granada, la reforma y mudanza del Consulado de
Sevilla y la Casa de la Contratacin, la creacin de la Real Factora de Indias,

15. Slo unos cuantos oficiales subalternos, junto con el fiscal y el presidente del Consejo siguie-
ron al rey fuera de Madrid (BERNARD, 1972, pp. 2-3; NAVARRO GARCA, 1989, pp. 9-10). Las purgas de
1706 redujeron el nmero total de consejeros de Castilla, Aragn, Italia, Real Hacienda, Indias y
Ordenes de 108 a 56 y el total de oficiales subalternos de 382 a 240 (KAMEN, 1969, p. 111). Entre
ellos se contaron diez consejeros de Indias y varios oficiales inferiores (BERNARD, 1972, pp. 3-4).
16. Sobre el decreto del 10 de noviembre de 1713 y su impacto en el Consejo vanse BER-
NARD, 1972, pp. 6-7; ESCUDERO, 2004, pp. 102-103; GARCA PREZ, 2004, pp. 175-180; y PREZ CANTO
y VZQUEZ RODRGUEZ DE ALBA, 1988, pp. 241-245.
17. Estos pasaban a manos de un cuerpo especial que inclua a tres consejeros de Indias y
tres de Hacienda, todos designados por el rey (BERNARD, 1972, pp. 7-8). Sobre las protestas del Con-
sejo de Indias contra estas medidas vase PREZ CANTO y VZQUEZ RODRGUEZ DE ALBA, 1988, passim.
18. RECOPILACIN, ley 23, ttulo 1, libro 2.
19. GMEZ GMEZ, 2004, p. 213.
20. Legalmente, el requisito de que todas las reales rdenes fueran ratificadas por el Consejo
no se suprimi sino hasta el 22 de noviembre de 1717 cuando la Corona expidi, a travs del Con-
sejo, y en cumplimiento con la legislacin existente, una real cdula que declaraba nula dicha legis-
lacin (AGI, Indiferente, 827; vase tambin GMEZ GMEZ, 2004, p. 215). Esto no quiere decir que
el Consejo fuese completamente excluido del gobierno de las Indias, aunque s implic un cambio
drstico en sus relaciones con el rey, y aunque el Consejo continu jugando un papel importante
en muchos asuntos de gobierno, ahora lo haca a la discrecin de la Corona y slo cuando el rey
o sus secretarios de Estado decidan someterle algn negocio (GMEZ GMEZ, 2004, pp. 225-226).

ndice 297
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la regularizacin del sistema de navos de aviso y la reforma de los presidios


americanos fueron procesadas por la va reservada, sin siquiera notificar al Con-
sejo en algunos casos.
Encima de esto, cuando se decidi la creacin del virreinato de la Nueva
Granada haba slo tres secretarios de estado en funciones:21 Jos de Grimaldo
era secretario de Asuntos Extranjeros; Miguel Fernndez Durn, de Guerra y
Marina, y Jos Rodrigo, de Justicia, Gobierno Poltico y Hacienda.22 De acuerdo
con el decreto del 2 de abril que haba reorganizado las secretaras, la mayo-
ra de los asuntos pertenecientes al gobierno de las Indias deberan haber cir-
culado por las manos de Jos Rodrigo. Sin embargo, la documentacin existente
demuestra que la gran mayora se tramit por mano del secretario de Guerra
y Marina.23 Y de hecho, se ha sealado que entre 1717 y 1719 la mayora de los
asuntos pertenecientes no slo al gobierno de las Indias sino al de toda la monar-
qua pasaron por el escritorio de Fernndez Durn, simplemente porque Albe-
roni, que no tena ningn cargo oficial y necesitaba que un secretario ratificara
las decisiones tomadas por l en nombre del rey, encontraba ms de su agrado
al secretario de Guerra y Marina. As pues, Fernndez Durn comnmente acom-
paaba a Alberoni a donde fuera el rey, ratificando las rdenes del abate, en
tanto que los otros dos secretarios permanecan en Madrid.24
As pues, la mayora de las reformas de Alberoni fue preparada en un con-
texto de toma de decisiones altamente centralizado, que involucraba muy poca
consulta, y fue puesta en pie mediante reales decretos que incluan alguna varia-
cin de la siguiente frase: y porque as conviene a mi real servicio orden
que se emitiera este [decreto, ttulo, orden, instruccin, etc.] por la va reser-
vada, firmado de mi real mano, sellado con mi sello secreto y ratificado por
mi infrascripto secretario.25 Fue ste el procedimiento que se sigui durante
la primera creacin del virreinato de Nueva Granada, como se puede ver de la

21. NOVSIMA RECOPILACIN, ley 5a, ttulo 6, libro 3. CASTRO, 2004, pp. 324-325 ha sugerido que
esta reforma fue utilizada por Alberoni para deshacerse de aquellos secretarios con los que no sim-
patizaba. Aparentemente, incluso intent librarse de Grimaldo, pero el rey no estuvo dispuesto a
desprenderse de su hombre de confianza.
22. Tras su creacin en 1714, la secretara de Estado de Marina e Indias haba sido suprimida
el 28 de abril de 1715 redistribuyendo sus competencias entre las otras secretaras (ESCUDERO, 2004,
pp. 106-107).
23. ESCUDERO, 2004, pp. 107-108.
24. DE CASTRO, 2004, pp. 332, 54.
25. Vanse, por ejemplo, los documentos en AGI, Santa Fe, 271. Cabe mencionar que la expre-
sin firmado de mi real mano, es simblica en la mayora de los casos, pues el procedimiento ms
comn en el siglo XVIII era que la firma del rey se imprimiera mediante la llamada estampilla (GMEZ
GMEZ, 2004, p. 220, n. 41). En este sentido es significativo el que, tras su cada, Alberoni fuera acu-
sado de haber secuestrado la estampilla con la firma real y de haberla usado para sus propios fines
(DE CASTRO, 2004, p. 334).

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documentacin generada entonces. Desde las reales cdulas del 27 de mayo de


1717 hasta los ttulos de Jorge de Villalonga como virrey, y los poderes e ins-
trucciones que se le dieron, todos los papeles indican explcitamente que fueron
producidos por la va reservada y presentan la firma del secretario de Guerra y
Marina. Esto explica por qu el Consejo de Indias no produjo una consulta sobre
materia de tanta gravedad, y por qu la creacin del primer virreinato de nueva
Granada dej un rastro de papel tan corto.
Las reales cdulas del 27 de mayo incluyen una sola referencia al Consejo
de Indias: la del estatus de Antonio de la Pedrosa, el encargado de establecer
el virreinato, como miembro de dicho consejo.26 Cuando mencionan el hecho
de que la creacin del virreinato haba sido tratada en varias ocasiones no hay
indicacin alguna de que el Consejo haya estado involucrado en ellas.27 Las
cdulas en cuestin explcitamente dicen que de la Pedrosa recibi sus instruc-
ciones y despachos por la va reservada, donde tambin se ha ejecutado ste
[la real cdula] con los dems de esta dependencia por convenir as a mi Real
Servicio.28 Y lo que es ms, el Consejo ni siquiera fue notificado de la crea-
cin del virreinato hasta casi un ao despus del evento.
Si ningn autor ha reparado en estas circunstancias, es probablemente por
la engaosa consideracin de que un miembro del Consejo fuera el encar-
gado de establecer el virreinato. Sin embargo, debemos tener en cuenta que
la relacin de de la Pedrosa con el Consejo de Indias era mayormente espu-
ria: fue nombrado consejero el 20 de enero de 1717,29 por una de las reformas
que iban encaminadas a debilitar el Consejo, y haba seguido una carrera no
del todo tpica de los consejeros letrados, sugiriendo que su elevacin se deba
a sus contactos cerca del rey.30 En todo caso, lo que queda claro es que la cre-

26. Real cdula de 27 de mayo de 1717... en MORN, 1971, p. 490.


27. Real cdula de 27 de mayo de 1717... en MORN, 1971, p. 488.
28. Real cdula de 27 de mayo de 1717... en MORN, 1971, p. 490.
29. AGI, Indiferente, 542, L.2, f. 7v, Real decreto de 20 de Henero de 1717 en que nombr su
Mgd. los Ministros y Srios. de que se ava de componer el Conso. de Yndias; tambin BERNARD,
1972, p. 215, nm. 60.
30. De la Pedrosa fue protector de indios en la Audiencia de Santa Fe de 1687 a 1704. Nunca
sirvi como fiscal u oidor ni en Amrica ni en las audiencias y chancilleras de Espaa. Su nico
otro encargo tpico del cursus letrado fue el de alcalde de casa y corte que ocup poco despus de
1704 y que represent un salto enorme en el escalafn, pues tpicamente este encargo se obtena
despus de haber servido como oidor en una de las audiencias de la pennsula o como fiscal en
las chancilleras. Adems, hay que tener en cuenta que, aunque el puesto de alcalde de casa y corte
era un peldao normal en la progresin hacia consejero de Indias, dada la fecha forma de su nom-
bramiento, es probable que de la Pedrosa haya comprado el cargo. Sobre la venta de oficios en la
sala de alcaldes de casa y corte vase, ANDJAR CASTILLO, 2008, pp. 159-161; sobre el cursus tpico
de los letrados a principios del siglo XVIII, DEDIEU, 2005; y sobre la proveniencia tpica de los con-
sejeros de Indias, BERNARD, 1972, pp. 165-166.

ndice 299
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

acin del virreinato fue slo una de varias reformas introducidas casi al mismo
tiempo y que en conjunto deben ser interpretadas como parte de los esfuer-
zos de los ministros borbnicos por controlar directamente el gobierno de la
monarqua, incluyendo a las Indias, sin la intervencin de las poderosas insti-
tuciones peninsulares que mediatizaban la voluntad de la Corona como el Con-
sejo de Indias y el Consulado de Sevilla.

II. Los motivos tras la primera creacin del virreinato de Nueva Granada
Aunque esto nos explica cmo fue creado el virreinato, debemos ahora con-
siderar los motivos detrs de dicha decisin utilizando las reales cdulas del
27 de mayo de 1717 como punto de partida. En unas cuantas lneas las cdulas
mencionan los objetivos especficamente perseguidos por la decisin: en primer
lugar que sean atendidas y asistidas las plazas martimas con los situados de las
cajas de Santa Fe y Quito que bajo la autoridad de un virrey podran ser distri-
buidos ms rpida y eficientemente. Basado en Santa Fe, en el centro del reino,
un virrey podra aplicar los socorros y dems providencias en las urgencias y
casos que lo pidiesen, y por consiguiente se excusan y evitan por este medio
las discordias y alborotos tan ruidosos y escandalosos como los que se han ofre-
cido en los Tribunales [...] y entre los Ministros que los componen.31 Poner fin
a estos desrdenes era crucial, pues resultaban muy en deservicio de Dios, y
mo y perjuicio de la Causa pblica y no menos detrimento de mi Real Hacienda,
teniendo [...] aquellos Dominios en miserable estado y consternacin.32
Esto sugiere que el principal objetivo de la Corona fue, como ha sealado
Synnove Ones,33 el poner fin a los conflictos entre las autoridades locales y pro-
vinciales. Pero hay que tener en cuenta que la Corona pensaba que estos con-
flictos eran el resultado de dificultades y desacuerdos sobre la distribucin de
recursos para la defensa de las costas. La centralidad de estos dos asuntos la
defensa de las costas y el poner fin a los desrdenes se ve confirmada en el
decreto del 31 de octubre de 1718, mediante el cual la Corona inform al Con-
sejo de Indias de la creacin del virreinato. En el decreto, sin embargo, los
dos temas estn ms desarrollados y ya no aparecen unidos.34
Segn dicho decreto, se haba creado el virreinato para facilitar por este
medio la mejor y ms puntual asistencia y socorro de las importantes Plazas de
Cartagena, Santa Marta, y las dems de su Jurisdiccin, porque, debido a la

31. Real cdula de 27 de mayo de 1717... en MORN, 1971, p. 488.


32. Real cdula de 27 de mayo de 1717... en MORN, 1971, p. 488.
33. ONES, 2000, pp. 298, 301.
34. AGI, Santa Fe, 542, nm. 263. Decreto de SM en q. previene al Conso. haver establecido
Virreynato....

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E L A B AT E , E L C O N S E J O Y E L V I R R E I N ATO

larga distancia desde Lima [...] se dilataban o inutilizaban las providencias para
su resguardo.35 Pero al mismo tiempo la creacin del virreinato se consider
necesaria

para obviar las discordias que entre los Ministros de aquella Audiencia de Santa
Fe fueron frecuentes en distintas ocasiones, y haberse experimentado ltima-
mente los alborotos y escndalos [...] entre el Presidente de ella D. Francisco de
Meneses Bravo de Saravia, y los oidores que la componan, resultando de su des-
unin indecorosas operaciones ajenas de un tribunal de su Autoridad y represen-
tacin [...] y dignas de mi mayor severidad y castigo.36

A esto se una la preocupacin ante los excesos que con igual desorden
se cometan por los oficiales provinciales y los oidores de Panam y Quito
donde divididos en parcialidades atendan ms a la venganza de sus opues-
tos que a la obligacin de su Ministerio, emplendose continuamente en for-
mar sobre sus quimeras particulares multitud de Autos y papeles insubstancia-
les.37
La Corona perciba una ausencia de una autoridad real efectiva en Nueva
Granada y sus alrededores.38 En su anlisis de la situacin no haba un oficial
o corporacin que concentrara en s mismo suficiente autoridad y representa-
cin como para imponerse sobre la multitud de oficiales locales y provinciales
que quedaban libres para perseguir sus intereses particulares. En este contexto,
el razonamiento de la Corona era que un virrey, mediante su inmediata repre-
sentacin de la persona del rey, podra llenar este vaco. Es decir, que se espe-

35. AGI, Santa Fe, 542, nm. 263.


36. AGI, Santa Fe, 542, nm. 263. Meneses haba probablemente comprado su futuro, como pre-
sidente de la audiencia de Santa Fe en 1707 (AGI, Santa Fe, 265, Real decreto de 26 de enero de
1717 haciendo merced de la presidencia de Santa Fe a don Francisco de Meneses Barvo de Sara-
via), y finalmente ocup el cargo en febrero de 1712. Los desacuerdos entre el presidente y los
oidores empezaron cerca de un ao despus de la llegada de Meneses a Santa Fe. Tras un pro-
longado intercambio de acusaciones y crecientes tensiones, el 25 de septiembre de 1715 los oido-
res arrestaron a Meneses y secuestraron sus bienes. El Consejo de Indias reprob el proceder de
la audiencia y orden la restitucin de Meneses a su cargo sin xito. Cuando de la Pedrosa lleg
a Cartagena en septiembre de 1717, Meneses an estaba en prisin. El mejor estudio sobre este
complicado asunto es ONES, 2000, pp. 266-296; vase tambin, VZQUEZ VARELA, 2008, pp. 270-281.
37. AGI, Santa Fe, 542, nm. 263. Sobre los escndalos en las audiencias de Panam y Quito
vase, ONES, 2000, pp. 301-304 y 308.
38. La perspectiva de la Corona en este sentido era sin duda acertada. Para un anlisis deta-
llado de la poltica y luchas de poder en la Nueva Granada de finales del siglo XVII y principios
del XVIII vase ONES, 2000, passim. En palabras de esta autora, Nueva Granada era gobernada por
un sistema administrativo carente de estructuras de autoridad, responsabilidad y rendicin de cuen-
tas claras, y [...donde] jurisdicciones vagamente definidas y traslapadas [] permitan una consi-
derable friccin entre los ms altos niveles de gobierno (p. 297).

ndice 301
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

raba que la autoridad superior del virrey pusiera fin a las rivalidades y la des-
unin entre los oficiales de la Corona y subordinara las venganzas privadas al
servicio del rey.
Ya el 8 de abril de 1717, en una real cdula que ordenaba al virrey del
Per intervenir en el asunto de Meneses, la Corona haba insistido en la impor-
tancia de la reintegracin de la Justicia y de mi autoridad en aquel reino, y que
se mantenga el respeto a quien [] ejerce mi jurisdiccin y administra la Justi-
cia, insistiendo en la necesidad de manifestar que no se permiten ni consien-
ten las tropelas y violencias ejecutadas por los oidores.39 Este documento y los
dems que le siguen en el mismo legajo, a diferencia de los que tratan espec-
ficamente sobre la creacin de virreinato, fueron producidos a travs del Con-
sejo de Indias. Son pues evidencia de que el Consejo por lo menos estaba al tanto
de la preocupacin de la Corona por la falta de autoridad real experimentada
en Nueva Granada, y, sin embargo, no hay en ellos indicacin alguna de que se
estuviera considerando ya la creacin del virreinato; ms an, varios de los docu-
mentos de este legajo, producidos entre mayo y julio de 1717 estn an dirigidos
a un annimo presidente, gobernador y capitn general de Santa Fe,40 lo cual
confirma el que se mantuvo al Consejo fuera del proceso de creacin del virrei-
nato.
Estos documentos aportan otro dato importante sobre los motivos de dicha
creacin. La mayora fue producida entre el 23 y el 26 de mayo de 1717, antes
de que de la Pedrosa partiera rumbo a Santa Fe, pero despus de haberse deci-
dido la creacin del virreinato,41 y el grueso de ellos tiene que ver con distintos
aspectos del mismo asunto: el saneamiento de la Real Hacienda. Ninguno de
los documentos fue redactado por el Consejo; todos estn fechados en Sego-
via, donde se encontraban el rey y Alberoni, y la intervencin del Consejo se
limit a copiar los documentos y aadir la frase por mandato del rey nuestro
seor junto con la firma de uno de sus secretarios.42 Sera razonable suponer,
por lo tanto, que todos fueron preparados por la Corona para su implementa-
cin tras el arribo de la Pedrosa a Nueva Granada, como parte de las prepara-

39. AGI, Santa Fe, 532, L.15, ff. 117r-125v, Real cdula Al Principe de Sto. Bono previnle. de la
resolucion que VM ha tomado en la causa de la deposizn. del Presste. de Sta. Fee Dn. Franco. De
Meneses y de los excesos q. a este se le imputan y ordenle. haga observar sus operaciones, y eje-
cute lo demas q. se expresa en el caso que se previene. La cita en la f. 123r.
40. Vase, entre otros documentos AGI, Santa Fe, 532, L.15, ff. 227r-228r, real cdula Al Preste.
de Sta. Fee sobre q atienda a los socorros de la Ynfantera de Maracaybo.
41. Las reales cdulas del 27 de mayo no hacan ms que reproducir un real decreto de 29 de
abril de 1717, fecha en la que se decidi la creacin del virreinato.
42. AGI, Santa Fe, 532, L.15, passim. En la mayora de los casos los documentos estn firmados
por Francisco de Arana, secretario de la negociacin del Per; un par, sin embargo, tienen la
firma de Andrs de Corovarrutia, secretario de Nueva Espaa.

302 ndice
E L A B AT E , E L C O N S E J O Y E L V I R R E I N ATO

ciones para el establecimiento del virreinato, y por lo mismo son indicativos de


la importancia asignada a la materia. No acaso, fue precisamente el saneamiento
de la Real Hacienda lo que ocup la mayor parte del tiempo y esfuerzos de la
Pedrosa tras su llegada a Cartagena.43
La creacin del virreinato fue pues motivada por la necesidad de incre-
mentar la autoridad real en el la regin. Con esta medida se esperaba tanto sub-
ordinar los conflictos y venganzas entre los oficiales locales como incrementar
la capacidad de la Corona para extraer recursos fiscales mediante un mejor
manejo de la Hacienda Real. Al mismo tiempo, se esperaba que, ante una agre-
sin extranjera altamente probable dada la poltica exterior de Alberoni, el virrey
fuera capaz de dirigir los esfuerzos y recursos disponibles. Si consideramos al
mismo tiempo los motivos y los mecanismos que llevaron a la creacin del virrei-
nato, resulta que sta respondi efectivamente a la situacin que, en la opinin de
la Corona, imperaba en el Nuevo Reino, pero se dio en un tiempo y forma deter-
minados por la situacin poltica en Madrid, y por lo mismo la creacin del
virreinato no se puede entender sin tener en cuenta los esfuerzos de la Corona
por ejercer un control ms directo sobre el gobierno de las Indias, excluyendo
al Consejo de Indias. Si consideramos ahora la supresin del virreinato, vemos
algo muy similar: el tiempo y forma fueron determinados por los vaivenes pol-
ticos en la corte, aunque las justificaciones nuevamente tuvieron que ver con la
situacin presuntamente imperante en Nueva Granada.

III. La supresin del virreinato


Pocos eventos en la administracin de Villalonga han sido tan discutidos
como las preparaciones para su entrada oficial en Santa Fe. Para muchos histo-
riadores, su insistencia en ser recibido con el mismo ceremonial usado con
los virreyes de Lima es evidencia incontestable de su carcter fatuo, ms pre-
ocupado por la dignificacin de su persona que por la situacin del virreinato.44
Ms an, muchos han visto en esta debilidad la causa tanto de la cada del virrey
como de la supresin del virreinato, atribuida por la cdula de 5 de noviem-
bre de 1723 a los dispendios de tantos caudales como es preciso se consuman
en la manutencin del Virrey, sus sueldos y el de sus guardias, y otros gastos
mayores que son inevitables (de su Casa y familia).45 Estas opiniones, sin

43. Sobre las primeras acciones de de la Pedrosa vanse, entre otros, ELAS ORTIZ, 1966, pp. 343-
345; GARRIDO CONDE, 1963, pp. 33-66; MCFARLANE, 1993, pp. 180-190; y MAQUEDA ABREU, 2007, pp. 259-
272.
44. MAQUEDA ABREU, 2007, p. 165; vanse tambin, RESTREPO SENZ, 1945, p. 123; MCFARLANE, 1993,
pp. 191-192; y GARRIDO CONDE, 1963, pp. 68-70.
45. Real Cdula sobre que se suprima el Virreynato..., en ELAS ORTIZ, 1970, p. 52.

ndice 303
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

embargo, sugieren un deficiente entendimiento de la funcin que las ceremo-


nias pblicas y la manifestacin fsica del poder desempeaban en las socieda-
des de antiguo rgimen.46 Al mismo tiempo, al encontrar en la personalidad
de Villalonga la causa de la supresin del virreinato, se ha dejado de prestar
atencin a la situacin poltica a la que se enfrent el virrey y a los verdade-
ros motivos detrs de la supresin.
Al especificar la recepcin que esperaba recibir a su llegada a Santa Fe, el
virrey no hizo ms que resaltar el carcter de su encargo como representacin
fsica del rey mediante un lenguaje que era del todo consistente con las ideas
de la poca y con palabras que podran haber sido tomadas directamente de la
Poltica indiana de Solrzano Pereira,47 y efectivamente Villalonga no pidi nada
que no se hubiera practicado con los ltimos virreyes de Lima.48 Por otro lado
el primer virrey de Nueva Granada celebr su entrada pblica en Santa Fe el
17 de diciembre de 1719,49 trece das despus de que el rey hubiera separado a
Alberoni del gobierno de la monarqua,50 lo que tendra repercusiones muy sig-
nificativas tanto para Villalonga como para Nueva Granada.
La cada de Alberoni conllev la casi total derogacin de su programa de
reformas, la purga en el corto plazo de sus hombres de confianza,51 y el abandono
de su poltica exterior. El 20 de enero de 1720 Espaa se adhiri a la cudruple
alianza, reconociendo oficialmente su derrota militar.52 Las negociaciones de paz

46. Sobre este caso en particular, slo ONES, 2000, pp. 312-313, ha sealado la importancia que
una entrada pblica apropiada tena para la autoridad del virrey.
47. Vase SOLRZANO PEREIRA (1648), pp. 861-873.
48. AGI, Santa Fe, 370, Villalonga a de la Pedrosa, 15 de noviembre de 1719. Habiendo ser-
vido como cabo principal de las armas del Per desde 1708, Villalonga haba presenciado las entra-
das de los tres ltimos virreyes de Lima: el obispo Diego Ladrn de Guevara en 1710, el arzo-
bispo Diego Morcillo en 1716 y el prncipe de Santa Buono ms tarde ese mismo ao.
49. GARRIDO CONDE, 1963, p. 77. Vale la pena sealar que incluso el Consejo de Indias, pese a
su actitud crtica haca el virreinato y el propio Villalonga, se limit a expresar su sorpresa por haber
hecho el virrey uso del palio, ceremonia que el Consejo consideraba reservada al rey y contra cuyo
uso futuro advirti a la audiencia, sin oponerse a ningn otro elemento del ceremonial utilizado
por Villalonga (AGI, Santa Fe, 374, Resumen de y respuesta a la quinta carta de Villalonga al rey).
50. DE CASTRO, 1963, p. 334. Para un agudo anlisis de la situacin diplomtica en Europa durante
la administracin de Alberoni, vase KUETHE, 2007, pp. 236-238.
51. KUETHE, 1999, p. 72. Entre estos estuvieron el almirante Andrs de Pez, que fue separado
brevemente de la presidencia del Consejo de Indias, y Jos Patio, que perdi la Intendencia Gene-
ral de Marina y todos los cargos que haba llegado a acumular. Tras ser interrogado sobre distin-
tos aspectos de las polticas de Alberoni, y sobre su participacin en las mismas, Patio fue rees-
tablecido como intendente general y presidente de la Casa de la Contratacin, quiz gracias a la
influencia de su hermano, Baltasar Patio, marqus de Castelar, quien fue nombrado secretario
de Guerra en enero de 1721.
52. KUETHE, 2007, p. 238.

304 ndice
E L A B AT E , E L C O N S E J O Y E L V I R R E I N ATO

tardaran an varios aos,53 pero para poner fin a la guerra el rey se vio obli-
gado a reconocer las condiciones impuestas por el tratado de Utrecht de 1713,
incluyendo la prdida de todos los territorios italianos, el tratado del asiento con
la Gran Bretaa, y la obligacin de la Corona de restituir el sistema tradicional
de comercio entre Espaa e Indias, incluyendo las flotas anuales.54
En el interior de la monarqua los consejos experimentaron cierto resurgi-
miento; no porque el rey y Grimaldo55 hubieran deseado concientemente res-
taurarlos, sino por su empeo en revertir y regularizar las polticas del antiguo
ministro, a quien ahora se acusaba de haber abusado de la confianza del rey
engandolo y manipulndolo.56 Se increment de nuevo el nmero de las secre-
taras de Estado a cuatro, nombrando al presidente del Consejo de Hacienda
como secretario del ramo, y las reformas hacendsticas de Alberoni fueron supri-
midas.57 Para diciembre de 1720 haba cado el tesorero general y en febrero de
1721 la tesorera volvi a su antigua planta.58 El 21 de marzo de 1721 el Consejo
de Castilla logr la supresin de los intendentes que Alberoni haba reintrodu-
cido en 1718, lo que representaba una enorme victoria, pues con el regreso
de los corregidores el Consejo recuperaba un mayor control sobre el gobierno
provincial de la Pennsula.59
Respecto a las Indias, los comerciantes sevillanos fueron los primeros en
beneficiarse. Inmediatamente tras la separacin de Patio se pusieron en mar-

53. Las negociaciones formales no comenzaron hasta 1722 y la firma del tratado de Cambrai
an hubo de esperar hasta agosto de 1724. Las condiciones aceptadas al final no representaron una
derrota total de Espaa, pues incluyeron el reconocimiento por parte de Austria de la sucesin Bor-
bnica al trono de Espaa, y un acuerdo por el que se aceptaba al infante Carlos, hijo mayor del
rey con Isabel de Farnesio, como heredero a los ducados de Parma y Toscana. Vase, KAMEN, 2001,
pp. 130-131.
54. KUETHE, 2007, p. 238.
55. DE CASTRO, 2004, p. 333. Debe mencionarse que Grimaldo nunca lleg a ejercer un poder
tan vasto como el concedido a Alberoni. De hecho, durante los aos siguientes, el poder en la corte
estuvo bastante distribuido y los distintos secretarios de Estado a menudo pertenecieron a faccio-
nes opuestas (KUETHE, 1999, p. 74). Esto apoya la idea de que, como ha sealado Kamen, tras la
cada de Alberoni, el rey, recuperado de sus episodios depresivos, opt por hacerse cargo del
gobierno personalmente. Vase, KAMEN, 2001, pp. 134-138.
56. Sobre la percepcin de que Alberoni haba engaado al rey regularmente y los intentos
de Felipe V por obtener su arresto en Roma vase DE CASTRO, 2004, pp. 333-334. Respecto a los
consejos es de notar que, contrario a lo que sucedi en 1715 tras la cada de Orry, las reformas
introducidas por Alberoni en 1717 no fueron oficialmente revocadas, y lo que es ms, fueron de
hecho ratificadas en dos ocasiones por los herederos de Felipe V.
57. Para un detallado anlisis de las reformas implementadas por Alberoni en la pennsula vase
DE CASTRO, 2004, pp. 335-352.
58. DE CASTRO, 2004, p. 341.
59. Vase DE CASTRO, 2004, pp. 341, 359-361.

ndice 305
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cha los planes para regresar tanto la Casa como el Consulado a Sevilla.60 Al
mismo tiempo la promulgacin del Proyecto para Flotas y Galeones el 10 de
abril de 1720, resultado de la presin britnica, supuso la recuperacin de muchos
de los privilegios del Consulado.61 En mayo, pas a hacerse cargo de la admi-
nistracin y operacin de los navos de aviso, recuperando su posicin como
intermediario en las comunicaciones entre Espaa y Amrica.62 La recuperacin
del Consejo de Indias fue menos acelerada, pero gradualmente comenz a des-
empear un papel ms central en el gobierno de Amrica.63 No es coincidencia
el que slo tras la cada de Alberoni comenzara el Consejo a revisar el grueso
de los reportes enviados por de la Pedrosa desde Nueva Granda,64 y tampoco
lo es el que los primeros intentos por separar a Villalonga del virreinato se die-
ran en 1722.65
Aunque muchos historiadores han considerado que el virreinato de Villa-
longa estuvo marcado por la inactividad del virrey,66 el registro de sus cartas y
reportes sugieren que fue activo desde el momento de su llegada a Nueva Gra-
nada y que sus rdenes y polticas a menudo encontraron oposicin en el reino.67
Villalonga dedic gran atencin a los asuntos de Quito, ciudad lgicamente
resentida por la prdida de su Audiencia y que resinti an ms los esfuerzos

60. KUETHE, 1999, pp. 72-77.


61. KUETHE, 2007, pp. 238-239. El Proyecto reafirm que todo el comercio entre Espaa y Am-
rica deba ser canalizado a travs de un solo puerto y concentrado en convoyes anuales, uno para
Veracruz y otro para Portobelo. El Consulado, sin embargo, no recuper el control absoluto sobre
la provisin de bastimentos y la preparacin de todas las naves que participaban en el comercio
indiano y la Corona se reserv el derecho a cobrar directamente los impuestos que resultaban de
dicho comercio. Vase tambin PREZ-MALLAINA BUENO, 1982, pp. 371-372; y AGI, Indiferente, 542, L.2,
ff. 153-166.
62. AGI, Indiferente, 542, L.2, ff. 178-188.
63. Tras haber sido interrogados sobre los manejos secretos de Alberoni, Andrs de Pez fue res-
tablecido en su cargo como presidente del Consejo y el 8 de febrero de 1721 se le encarg tambin
la reinstaurada secretara de Marina e Indias. Pez ejerci ambos empleos hasta su muerte en marzo
de 1723 (ESCUDERO, 2004, p. 108). Sin embargo, a lo largo de esos dos aos el almirante solicit repe-
tidamente su licencia alegando que su edad y enfermedades no le permitan continuar ejerciendo
dichos cargos. El Congreso aprovech la oportunidad para recuperar algo del poder perdido en
1717.
64. MAQUEDA ABREU, 2007, pp. 165, 257.
65. Vase, AGI, Santa Fe, 374 Expedientes sobre ilicitos comercios egecutados por el virrey de
Sta. Fe, Governador, ministros y oficiales rs. de Cartagena: aos 1721 a 1723; y MCFARLANE, 1993,
p. 192.
66. MAQUEDA ABREU, 2007, p. 165; ONES, 2000, p. 318.
67. Vase, por ejemplo, sobre las reacciones de Santa Fe tras la decisin de Villalonga de
separar de sus cargos a varios individuos que haban sido nombrados por de la Pedrosa, GARRIDO
CONDE, 1963, p. 81.

306 ndice
E L A B AT E , E L C O N S E J O Y E L V I R R E I N ATO

del virrey por regularizar la real hacienda.68 Tras su llegada a Santa Fe, Villa-
longa se inform sobre la situacin de las distintas provincias del virreinato y
adopt medidas encaminadas a sanear la recaudacin fiscal.69 Al mismo tiempo
distribuy recursos para la defensa de las fortalezas costeras, sugiri medios
para mejorar las fortificaciones sin costo para el erario, recomend medidas para
incrementar los ingresos reales.70 Y a partir de 1721 tambin dirigi su atencin
a la lucha contra el contrabando denunciando a las autoridades de Cartagena y
presentando varias propuestas para regularizar el comercio con Cdiz.71
Siguiendo una real orden para que visitara en persona las fortificaciones
de Cartagena,72 Villalonga parti rumbo a la costa a finales de 1720 con un squito
tan grande como el que lo haba acompaado a su llegada a Santa Fe.73 Perma-
neci en Cartagena de diciembre de 1720 a mayo de 1721 y durante su estan-
cia tuvo constantes conflictos con el gobernador y oficiales reales de la ciudad
por la mala administracin de la Real Hacienda y el contrabando.74 Cuando final-
mente parti rumbo a Santa Fe el tren de equipaje correspondiente a su enorme

68. En ms de una docena de cartas Villalonga llam la atencin de la Corona hacia los muchos
problemas que rodeaban la recoleccin de impuestos en Quito. Demand reformas al cabildo secu-
lar y su exclusin del cobro del tributo indgena, el nombramiento de nuevos oficiales reales para
la provincia y el envo de un visitador para remediar muchos otros abusos que facilitaban multi-
tud de fraudes contra la Real Hacienda. Vanse los resmenes de las cartas 21, 22, 23, 25, 26, 27,
28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 37, 38, 61, y 62 de Villalonga al rey en AGI, Santa Fe, 374. Sobre la
recepcin ofrecida a Villalonga en Quito vase ELAS ORTIZ, 1966, p. 350.
69. En sus cartas 39, 40 y 42 Villalonga inform a la Corona de la situacin general en Carta-
gena, Santa Marta y Caracas y de sus desacuerdos con el gobernador de Cartagena. La cartas 43 y
45 llevaron a que la Corona ordenara separar de sus cargos al gobernador de Guyana y al teso-
rero de la casa de moneda de Santa Fe (AGI, Santa Fe, 374).
70. En particular, las cartas 46 y 47 aconsejaban a la Corona la construccin de un fuerte en
Guayaquil, sugiriendo que se podra introducir un impuesto sobre la sal y la madera en aquella pro-
vincia para cubrir los gastos. La carta 51 urga a la Corona a regularizar y estandarizar el cobro del
tributo, y la 52 recomendaba la supresin de las encomiendas, concentrando su administracin
en manos de la Corona y utilizando el producto de ellas para premiar a los vasallos que lo mere-
cieran con rentas y censos (AGI, Santa Fe, 374).
71. Vanse los distintos documentos y expediente en AGI, Santa Fe, 374; tambin ONES, 2000,
pp. 318-319.
72. AGI, Santa Fe, 271, Instruccin Para que el virrey Dn. Jorge de Villalonga visite y reconozca
los castillos y Fuerzas de tierra firme y Cartgena.
73. Vase la descripcin del squito de Villalonga en RESTREPO SENZ, 1945, pp. 127-128.
74. Tan pronto como recibieron noticias de la posible visita del virrey, las autoridades de Car-
tagena haban expresado su temor de que sta resultase en un nuevo intento por regularizar la Real
Hacienda (GARRIDO CONDE, 1963, pp. 88-89). En cambio, otras autoridades, incluyendo el ingeniero
militar encargado de las fortificaciones del puerto, expresaron repetidamente su aprobacin de
las acciones emprendidas por el virrey y su rectitud durante su estancia en la ciudad (RESTREPO SENZ,
1945, p. 125).

ndice 307
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

squito y el nmero de canoas necesario para su transporte fueron ampliamente


comentados.75
El 3 de junio de 1721, el gobernador de Cartagena quien despus result
estar sumamente implicado en redes de comercio ilcito76 envi una carta a la
Corona en la que acusaba a Villalonga de haber salido de Cartagena con gran-
des cargamentos de contrabando y de haber permitido que sus familiares par-
ticiparan activamente en el comercio ilcito.77 Estas acusaciones vinieron a sumarse
a otras quejas recibidas contra el virrey por diversos motivos incluyendo las
del gobernador de Popayn,78 y las autoridades de Quito que en febrero de 1720
haban logrado el restablecimiento de su audiencia y encontraron eco en el
Consejo de Indias que orden una investigacin de las actuaciones de Villa-
longa. Pese a recibir opiniones muy encontradas sobre la participacin del virrey
en el trfico ilcito, el fiscal del Consejo recomend el 11 de mayo de 1722
que se nombrara a Ministro, o persona en quien concurran las partes de inte-
gridad, celo, desinters e inteligencia [y] se le de Facultad [] para proce-
der contra el referido Virrey D. Jorge de Villalonga, para que [] le separe y
aparte del Gobierno, y manejo [del reino].79 Pero el Consejo, por razones que
no son del todo claras, opt por limitarse a enviar una severa reprimenda al
virrey, suspendiendo los dems procedimientos hasta su juicio de residencia.80
Sin embargo, las relaciones entre el virrey y el Consejo eran ya claramente
tensas y as como el Consejo sospechaba del virrey, ste resenta la constante
interferencia de aqul. En una representacin fechada el 21 de febrero de 1722

75. El itinerario del virrey en su viaje de regreso a Santa Fe pas por Rebolledo, Puerto Barranca,
y el ro Magdalena hasta Mompox (GARRIDO CONDE, 1963, p. 91). Al salir de Cartagena, y durante
las primeras etapas de su viaje, Villalonga fue acompaado por el cabildo secular y los principales
habitantes de la ciudad. Vase, para ms detalle, RESTREPO SENZ, 1945, pp. 126-127.
76. Vase, AGI, Santa Fe, 374, Expedientes sobre ilicitos comercios egecutados por el virrey de
Sta. Fe, Governador, ministros y oficiales rs. de Cartagena: aos 1721 a 1723. El 14 de abril de
1722 Patio inform a Andrs de Pez que, de acuerdo con varios miembros del Consulado, la esposa
del gobernador de Cartagena venda el permiso de su esposo para que navos ingleses, franceses y
holandeses entraran y comerciaran libremente en el puerto.
77. AGI, Santa Fe, 374, Alberto de Bertodano al rey, Cartagena, 3 de junio de 1721. El 9 de abril
el mismo gobernador se quejaba en una carta a de la Pedrosa de que Villalonga, durante su estancia
en el puerto, le haba privado de toda su autoridad y usurpado su jurisdiccin al punto que la nica
tarea que le quedaba era abrir y cerrar las puertas de la ciudad (GARRIDO CONDE, 1963, p. 90).
78. GARRIDO CONDE, 1963, pp. 83-84.
79. AGI, Santa Fe, 374, Expedientes sobre ilicitos comercios....
80. MCFARLANE, 1993, p. 192. Es imposible saber si Villalonga estuvo involucrado o no en cues-
tiones de comercio ilcito. A juzgar por lo que sabemos de otros virreyes de la poca es muy proba-
ble que no haya estado limpio de culpa, sin embargo, hay que destacar que Villalonga fue com-
pletamente exculpado en su juicio de residencia en tanto que muchos de sus acusadores no corrieron
la misma suerte. Lo que intento resaltar aqu es simplemente que Villalonga, por una razn u otra,
gener una oposicin significativa entre sus autoridades subalternas.

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Villalonga recordaba que sus ttulos haban sido expedidos por la va reser-
vada segn los reales decretos de 1717 que haban ordenado que los asuntos
de Hacienda, Guerra y Navegacin de las Indias corrieran por las secretara de
Estado, y se quejaba de que en contravencin de esta real orden y aun subrep-
ticiamente, ha pasado el Consejo a oponerse a la creacin y establecimiento del
Virreinato.81 Al mismo tiempo, el virrey culpaba al Consejo por el restableci-
miento de la audiencia de Quito, medida a la que l se haba opuesto en repeti-
das ocasiones.82 De las quejas de Villalonga resulta claro que l estaba convencido
de actuar en defensa de los intereses del rey y de contar an con el favor del
monarca, pero sobre todo es evidente que el virrey se senta responsable ante
el rey, mas no ante el Consejo.
Pero a medida que el rey, preocupado con los planes para su abdicacin, se
alejaba una vez ms del gobierno, la situacin cambiara. 83 Para 1723, Felipe V
haba comenzado a perder su confianza en Villalonga y a cansarse de sus conti-
nuas quejas. En una real cdula emitida en el Pardo el 13 de enero se adverta al
virrey que habis llegado a lo sumo de la irreverencia y falta de respeto que debie-
rais tener a mis Reales rdenes y que de persistir en su actitud experimentaris
los efectos de mi desagrado y la pena por vuestra inobediencia.84 A mediados de
ao el rey estaba ya decidido a poner fin al virreinato de Villalonga y el 6 de junio
le notificaba a la Cmara de Indias que haba decidido nombrar al marqus de
Castelfuerte como segundo virrey de Nueva Granada.85 Encima de esto, Andrs de
Pez haba muerto el 7 de marzo, dejando vacantes tanto la secretara de Marina
e Indias como la presidencia del Consejo,86 y sus sucesores no seran nombrados
hasta enero del ao siguiente,87 proporcionando al Consejo una gran oportunidad
para recuperar la mayora de los negocios de gobierno de Amrica.88

81. AGI, Santa Fe, 374, Respuesta Fiscal sre. dependencias del Virrey del Nuebo Reyno de Gra-
nada.
82. Vanse los resmenes de las cartas del virrey en AGI, Santa Fe, 374.
83. El inters y actividad del rey en el gobierno de la monarqua tras la cada de Alberoni dur
ms o menos hasta 1722 (KAMEN, 2001, pp. 134-138).
84. Citado en GARRIDO CONDE, 1963, p. 93.
85. AGI, Santa Fe, 265, Real despacho Confiriendo el Virreinato de Sta. Fee a Dn. Joseph de Armen-
dariz, y mandando sele den pr. el Conssejo y Camara, los despachos Correspondientes.
86. ESCUDERO, 2004, p. 108.
87. La secretara de Marina e Indias pas a manos de Antonio de Sopea el 10 de enero de
1724 (ESCUDERO, 2004, p. 108). La presidencia del Consejo fue ocupada por Baltasar de Ziga, duque
de Arin y marqus de Valero, exvirrey de Navarra, Cerdea y Nueva Espaa, el 28 del mismo mes
(BERNARD, 1972, p. 211, n. 8).
88. Segn ESCUDERO, 2004, p. 108, el nombramiento del nuevo secretario de Marina e Indias no
implic un nuevo ocaso del Consejo, pues la influencia personal, el prestigio y la personalidad del
duque de Arin opacaron completamente a Sopea. El balance no se revertira hasta el regreso de
Felipe V y el nombramiento, primero de Ripperd, y luego de Patio en la secretara de Marina e
Indias.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El 19 de abril de 1723, en respuesta a una consulta del rey sobre si sera con-
veniente trasladar la capital del virreinato a Cartagena, el Consejo respondi pro-
poniendo suprimir el virreinato por completo.89 La idea haba sido presentada
por el fiscal, quien se manifestaba contrario a mudar la capital del virreinato por
los graves inconvenientes y alteracin de gobierno que resultaban de no ape-
garse estrictamente a lo prescrito por las leyes de la Recopilacin de Indias.90 Esto
le ofreca al fiscal la oportunidad para argumentar que la creacin del virreinato en
s misma haba sido un experimento desafortunado y sealar lo importante que
fuera que se estableciese el Gobierno como estaba antes, gobernndose por un
Presidente, Gobernador y Capitn General en la forma que disponen las Leyes,
y con la autoridad que resida en el empleo, sin que se rigiese aquel Reino por
la autoridad de virrey.91 Ms an, alegaba el fiscal, la presencia del virrey haba
generado grandes gastos a la Real Hacienda y a los vasallos que no podan hacer-
les frente dado que la mayora eran Indios, y pocos Espaoles, y [...] de muy
pocos caudales.92 El Consejo estuvo de acuerdo con el fiscal en no mudar la capi-
tal del virreinato y, aunque oficialmente se reserv su opinin sobre la supre-
sin del mismo, decidi elevar la propuesta del fiscal a la atencin del rey, ofre-
ciendo producir una segunda consulta de ser requerido.93
A peticin de la Corona, el Consejo opin el 25 de septiembre que no le
parece conveniente la subsistencia del Virreinato que se ha creado de nuevo en
el Reino de Santa Fe, porque este Reino, y sus Provincias son tan pobres, que
todo cuanto produce en l la Real Hacienda no es bastante para su manuten-
cin, sus sueldos, y los de sus Guardias.94 En una tercera consulta, el 6 de octubre,
el Consejo insista en que no hay necesidad de darle [al presidente y gobernador
de Santa Fe] ms autoridad, que la que antes tena por la Leyes.95 El rey estuvo de
acuerdo con esta opinin y el 5 de noviembre de 1723 orden la elaboracin
de las reales cdulas anunciando la supresin del virreinato, pidiendo tambin
a la Cmara de Indias que le propusiera candidatos para la presidencia de Nueva
Granda.96

89. AHN, Cdices, L. 755, nm. 13, ff. 81-83.


90. AHN, Cdices, L. 755, nm. 13, f. 82v.
91. AHN, Cdices, L. 755, nm. 13, f. 82v.
92. AHN, Cdices, L. 755, nm. 13, f. 83r.
93. AHN, Cdices, L. 755, nm. 13, f. 83r.
94. AHN, Cdices, L. 755, nm. 14, ff. 83v-84r.
95. AHN, Cdices, L. 755, nm. 15, ff. 84r-85r.
96. Siguiendo a RESTREPO TIRADO, 1934, ELAS ORTIZ, 1966, p. 315, ha sugerido que de la Pedrosa
fue directamente responsable de la supresin del virreinato. Aparentemente, el ex presidente de
Nueva Granada haba preparado un informe dirigido al confesor del rey el 29 de junio de 1723. En
este documento de la Pedrosa habra mencionado todas las razones incluidas en la real cdula sobre
la supresin del virreinato. Nadie despus de Restrepo Tirado ha podido localizar el informe de De

310 ndice
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Si comparamos los textos de la opinin del fiscal segn la consulta del 19 de


abril de 1723 y de la real cdula que puso fin al virreinato de Nueva Granada, no
queda duda de que la primera fue seguida al pie de la letra por el redactor de la
segunda. Excepto por las primeras lneas que recapitulan el proceso de creacin
del virreinato, y las ltimas que indican que la nueva decisin fue tomada sobre
consultas de mi consejo de Yndias, los textos son idnticos. 97 Resulta claro
entonces que la decisin de suprimir el virreinato fue propuesta por el Consejo
de Indias, y no es difcil ver que fue por razones polticas, ya que las justificacio-
nes esgrimidas eran poco ms que excusas sin fundamento, como varios autores
han sealado.98 Es cierto que quiz la existencia del virreinato en s misma no
afectaba mayormente la posicin del Consejo; sin embargo, es innegable que ste
habra resentido el que una decisin tan importante hubiera sido tomada sin su con-
sulta. Adems, como ya se mencion, los ttulos entregados a Villalonga haban sido
producidos por la va reservada en contravencin del procedimiento tradicional,
lo que resultaba en detrimento de la autoridad que el Consejo poda ejercer sobre
el virrey, punto que no le haba pasado desapercibido al propio Villalonga.
En conclusin, parece claro que mientras la creacin del nuevo virreinato fue
efectivamente pensada como una respuesta a la serie de problemas que las auto-
ridades centrales de la monarqua perciban en la Nueva Granada, los tiempos y
forma en que se decidi e implement la creacin de dicho virreinato fueron con-
secuencia directa de la lucha entre los ministros que pretendan que la Corona ejer-
ciera directamente el gobierno de sus territorios y el Consejo de Indias, en la que
los primeros lograron imponerse a principios de 1717. De igual forma, hemos visto
que la supresin del virreinato, cinco aos ms tarde, fue un reflejo del cambio en
el balance de poder dentro de la corte, ms que el resultado de la supuestamente
pobre actuacin del primer virrey de Santa Fe. Lo que sugieren estas conclusiones
es que, desde la perspectiva de los historiadores americanistas, resulta indispensa-
ble ver a la corte como una arena poltica en la que las decisiones sobre el gobierno
indiano son a menudo el resultado de luchas internas de poder, pues sin tener
en cuenta este factor no podemos entender realmente la rica dimensin atlntica
de la historia poltica e institucional de la monarqua catlica.

la Pedrosa y no es del todo claro qu relacin habra tenido dicho documento con la opinin
emitida por el fiscal del Consejo, por lo menos dos meses antes de la fecha que Restrepo le atri-
buye al informe. En cualquier caso, por las firmas de los consejeros que apoyaron las tres consul-
tas queda claro que de la Pedrosa efectivamente apoy la supresin del virreinato.
97. Vase la real cdula Estinguiendo el empleo de Virrey del Nuevo Reino de Granada y
volviendo a poner su mando y gobierno en el Presidente de la Audiencia con el ttulo de Capitn
General de l en MAQUEDA ABREU, 2007, pp. 617-618; la reproducida en MORN, 1971, pp. 493-495
incluye algunos prrafos adicionales tocantes al gobierno particular de Caracas.
98. Vase la discusin sobre las justificaciones contenidas en la real cdula de supresin del
virreinato en ELAS ORTIZ, 1966, pp. 353-356; y GARRIDO CONDE, 1963, pp. 100-102.

ndice 311
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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314 ndice
LOS INSURGENTES DE MEZCALA (1812-1816). CONFLICTOS INTERNOS Y EXTERNOS
ANTE LA CELEBRACIN DEL BICENTENARIO
scar Muoz Morn
Universidad Complutense de Madrid

Santiago Bastos Amigo


CIESAS - Occidente (Guadalajara, Mxico)

El prximo 16 de septiembre de 2010 toda la Repblica mexicana celebrar con


todos los honores, el bicentenario de la independencia del pas. Sin embargo, en
el pequeo pueblo de Mezcala, la vista estar puesta en la celebracin del 2012,
cuando se cumple su bicentenario particular, el 25 de noviembre. En este 2010, los
mezcalenses festejarn, es posible que con mayor intensidad, el 25 de noviembre
como lo hacen todos los aos. El Estado mexicano, por su parte, representado por
algunas instituciones, conmemorar el 2010.
Los mezcalenses recordarn la defensa de la Isla, cuando entre 1812 y 1816
los habitantes del pueblo, parapetados en una isla del mismo nombre que se
encuentra frente a la comunidad, resistieron durante cuatro aos las envestidas
del ejrcito realista hasta que finalmente se alcanzaron una serie de acuerdos
que parecieron dejar contentas a ambas partes.
Dos elementos queremos destacar de entrada de esta disparidad de fechas
asociadas aparentemente a un mismo acontecimiento: el primero de ellos es
el hecho en s, es decir, que un siglo (el XIX) y un episodio (la independencia)

ndice 315
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Figura 1. Ubicacin de la comunidad de Mezcala en el Estado de Jalisco, junto al lago de Chapala.

comnmente arrinconados en la memoria colectiva del pueblo mexicano,1 ocu-


pan el principal lugar en la escena de la historicidad de la comunidad de
estudio; el segundo, es apuntar el argumento que va a guiar las siguientes pgi-
nas, es decir, la diferencia entre el acontecimiento local y su lectura, y el nacional
y su uso.
Mezcala es una comunidad indgena ubicada en la orilla norte del Lago de
Chapala, en el Estado de Jalisco (figura 1). Pertenece al municipio de Poncitln
y tiene una poblacin aproximada de 4.000 habitantes. Dada la composicin
tnica del rea no hubo un grupo dominante, y tanto cocas como tecuexes ya
estaban bajo la influencia nahua a la llegada de los espaoles.2 Por ello, en el

1. Y por memoria colectiva y pueblo mexicano, no entendemos aqu el conjunto de la nacin


y la memoria oficial, sino aquella que de una forma grupal se maneja en la sociedad, las narracio-
nes orales o cualquier otro elemento que pueda formar parte del transmitir histrico.
2. Baus de Czitrom, C. (1982). Tecuexes y cocas: dos grupos de la regin Jalisco en el siglo XVI.
Mxico: Instituto Nacional de Antropologa e Historia.

316 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

pueblo los hay quienes se definen como nahuas (los menos), como cocas
(actualmente la denominacin oficial por parte de las autoridades agrarias) o,
simplemente, como indgenas (la mayor parte de la poblacin). Es importante
sealar desde el principio que Mezcala es la nica comunidad que se asume
pblicamente como indgena de la regin. Desde hace ya muchos aos posi-
blemente el siglo XIX los pueblos indgenas que hay en la ribera del lago de Cha-
pala han ido perdiendo sus tierras, as como amestizndose hasta perder su
condicin de indgenas. La adscripcin de los mezcalenses como tales indge-
nas, en una regin con dichas caractersticas, se sustenta en tres hechos fun-
damentales: su historicidad, es decir, la forma de interpretar y hacer uso de lo
que consideran su historia (sta se refleja especialmente en la existencia de
una ligazn permanente al territorio);3 sus prcticas rituales y sociales, que les dis-
tinguen de sus pueblos vecinos;4 y el rgimen de propiedad comunal que toda-
va poseen.
Adems, en Mezcala la identidad tnica viene marcada por la polisemia que
conlleva el ser indgena en el Mxico posrevolucionario. Indgena puede hacer
referencia a la comunidad indgena, una institucin agraria que se refiere a una
forma de propiedad, posesin y uso de la tierra. Pero puede referirse tambin
a la comunidad indgena como entidad tnicamente definida segn los crite-
rios oficiales que bsicamente ha sido el uso de un idioma indgena, y por
tanto sujeto de las polticas indigenistas del Instituto Nacional Indigenista (INI)
en el pasado, y ahora de la Comisin Nacional de Desarrollo de los Pueblos
Indgenas (CDI). Pese a su historia y su identidad, durante el siglo XX y lo que
va de XXI, los mezcalenses no han sido considerados tnicamente indgenas por
el Estado, aunque s en trminos agrarios. Pero ellos no distinguen entre las dos
acepciones, y hacen que un significado se sume y refuerce el otro.

3. La historicidad mezcalense parece ser construida en relacin a 3 hitos o mojones histricos,


como nos muestra Jonathan Hill para los pueblos indgenas americanos en Introduction, Hill (ed.),
Rethinking History and Myth. Indigenous South American Perspectives on the Past. University of Illi-
nois Press, Urbana and Chicago, 1988, pp. 1-17: la fundacin de la comunidad (dentro de la cual
juega un papel fundamental el Ttulo Virreinal que ms adelante comentaremos); la gesta de Isla.
La protagonista de este texto y que se desarroll entre 1812 y 1816. A efectos narrativos de los habi-
tantes del pueblo, tan slo se suele mencionar la fecha de 1812 como referente temporal; y la resti-
tucin de tierras en 1974. Entre medias existen otros muchos de menor importancia que nos llevara
mucho tiempo y espacio comentar aqu.
4. Entre stas destaca el intenso calendario festivo distinguible del resto de los pueblos de la
ribera. En las fiestas es muy importante, por ejemplo, la presencia de una serie de danzas que ellos
consideran como parte de su ser indgena, como la de los huhuenches, los tlahualiles o la danza
de la Conquista. En el mismo nivel ritual, pero tambin social, se establece el sistema de cargos,
desde los que se ocupan de los santos, hasta los oficiales que forman el Comisariado de Bienes
Comunales.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

As, tras las reformas en los artculos constitucionales 4 y 27, cuando el ser
indgena en trminos agrarios ya no es una garanta para mantener la tierra, los
mezcalenses estn vindose a s mismos como miembros de un pueblo coca
al que ampara el reconocimiento constitucional de la diversidad y convenios
como el 169 de la OIT. En este contexto, las obras de reconstruccin de la Isla
con motivo del bicentenario propiciaron un conflicto entre la comunidad y una
serie de instituciones oficiales. La primera defendiendo su memoria y territorio,
las segundas argumentando el patrimonio nacional y la historia oficial. Salieron
as a relucir las diferentes versiones sobre los hechos y, con ello, los diferen-
tes proyectos de nacin que estn detrs.

1. El hecho histrico. La defensa de la Isla y los hroes de Mezcala


Brevemente, queremos presentar el acontecimiento histrico segn lo cuen-
tan tres tipos diferentes de fuentes: las histricas, con una crnica directa de sus
protagonistas; las historiogrficas, con el uso de los numerosos trabajos que
se han hecho sobre dicho acontecimiento, y las etnogrficas, con la narrativa
local y la interpretacin que del mismo se hace.5
La gesta de la Isla de Mezcala es una situacin creada a raz de una serie
de acontecimientos blicos que se dieron en las inmediaciones de la ciudad de
Guadalajara y el Lago de Chapala desde el ao 1810 hasta 1812. Fue en estos
aos cuando aconteci lo que Eric Van Young ha denominado la otra rebelin,
es decir, aquella que, en un primer momento, se llev a cabo en las zonas rura-
les, dejando al margen a grandes ciudades islas en medio de la tormenta,6
sustentada por las clases ms bajas y humildes del pas (insurgentes popula-
res) y liderada por grandes personalidades provenientes de este mismo sector,
normalmente notables indgenas, incluso no indgenas o sacerdotes.7
La regin de Chapala se levant con bastante entusiasmo cuando Hidalgo
lleg a Guadalajara desde el Bajo en 1811 y le siguieron hasta la derrota sufrida

5. La primera es la Relacin de la Isla de Mexcala por los Insurgentes Jos Santana y Pedro Nico-
ls Padilla, mandada realizar al primero de ellos el 17 de febrero de 1825 y publicada por Santoscoy
en 1890. Las segundas son los trabajos histricos realizados hasta el momento, principalmente el de
lvaro Ochoa, Los insurrectos de Mezcala y Marcos, y el de Carmen Castaeda, Los pueblos de la
ribera del Lago de Chapala y la Isla de Mezcala durante la Independencia (1812-1816), ambos
publicados en el ao 2006. Respecto a los ltimos, se usarn los registros etnogrficos as como
diversos testimonios sobre el acontecimiento, especialmente el de Leoncio Jacobo.
6. Van Young, Eric (1988). Islands in the Store: Quiet Cities and Violent Countrysides in the
Mexican Independence Era. En The Past and Present Society, 118, pp. 130-155.
7. Van Young, Eric (2006). La otra rebelin. La lucha por la independencia de Mxico, 1810-
1821. Mxico: Fondo de Cultura Econmica; y Van Young (2009). 1810-1910. Semejanzas y dife-
rencias. En Historia Mexicana, vol. LIX, N 1, pp. 389-441.

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L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

en Puente Caldern muy cerca de esta zona. Esta adhesin suscit una pol-
tica represiva de los realistas hacia la poblacin local.8
Como consecuencia, en octubre de 1812,9 tras varias escaramuzas en los alre-
dedores de Mezcala, la poblacin repeli la tropa y se refugi en la Isla.10

Permanecieron en l [el cerro] tres das nicamente porque instruidos de que los
Comandantes Don Pedro Celestino Negrete y Don Manuel Pastor los iban a ata-
car en combinacin por distintos puntos y con fuerzas del todo superiores, pro-
yectando nuestros Patriotas ampararse de la naturaleza se embarcaron en poco
ms de 200 canoas y en reunin de mil hombres de este pueblo y del de San
Pedro Itxicn, y se situaron dentro del mar Chaplico en el islote nombrado de
Mescala.11

A partir de ese momento, las crnicas hablan de una resistencia heroica de


los mezcalenses ante las fuerzas realistas, ms numerosas y mejor equipadas
llegando a juntar 8.000 soldados dedicados al cerco, que establecieron su base
en la playa de Tlachichilco, frente a la Isla. Liderando a los naturales de Mez-
cala, como constantemente se dice en las crnicas, estuvieron: Jos Santana,
natural del pueblo; Encarnacin Rosas, hijo de un pescador de Tlachichilco y
el padre Marcos Castellanos de Saguayo.
Es importante sealar que mientras los mezcalenses luchaban y resistan
en la Isla apoyados constantemente por los habitantes de los pueblos ribere-
os, los pobladores de la cabecera municipal y considerada mestiza de Pon-
citln, abastecan a las tropas realistas con hombres y vveres. Incluso el 29 de
junio de 1813 juraron la Constitucin espaola.12
Sin entrar en grandes detalles de cmo se produjo el quehacer de este con-
flicto, es importante sealar que los mezcalenses consiguieron resistir durante
cuatro aos gracias a las victorias que se fueron apuntando. Durante este tiempo
se dedicaron a hostigar a los realistas, no slo en las riberas del lago, sino lle-
gando incluso a haciendas ms lejanas. Las numerosas incursiones realistas hacia

8. Castaeda, Carmen (2006). Los pueblos de la ribera del lago de Chapala y la Isla de Mezcala
durante la Independencia (1812-1816). Guadalajara: Gobierno del Estado de Jalisco-Ayuntamiento
de Poncitln, pg. 62; Ochoa, lvaro (2006). Los insurrectos de Mezcala y Marcos: relacin crnica
de una resistencia en Chapala. Zamora, Mich.: El Colegio de Michoacn.
9. Santoscoy, Alberto (1890). Relacin de la Isla de Mexcala por los Insurgentes Jos Santana y
Pedro Nicols Padilla. Guadalajara: Instituto Jaliciense de Antropologa e Historia, pg. 30.
10. El acontecimiento de la Isla lo enmarcamos, entonces, dentro de sus movimientos popula-
res de los que habla Van Young, porque, como veremos a continuacin, parece poseer todas las
caractersticas comentadas.
11. Santoscoy, op. cit., p. 34.
12. Castaeda, op. cit., p. 68.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la Isla, acabaron todas en derrota, bien por la imprevisin de stos, bien por los
ingeniosos y bien elaborados medios de defensa por parte de los indgenas.
Este valor qued demostrado cuando se les ofreci la rendicin, recogiendo
la memoria local la respuesta unnime ante la amenaza si no la aceptaban: Pues
que corra la sangre. Desde entonces, esta frase forma parte del repertorio comu-
nitario.
Conozcamos al respecto el testimonio de los mezcalenses contemporneos
que, por otra parte, no difiere mucho de lo recogido en las crnicas:

Entonces arrimaran piedras de all, no s. Hicieron unas estacas de madera maciza,


de palo, unas estacotas grandes y las amarr y las piedras abajo amarradas, abajo.
De modo que los espaoles llegaban y se les atoraban las lanchas. Ya las lanchas
ni pa dentro, ni pa atrs, ni pa fuera. Ya el agua se ti de pura sangre. De pura
sangre. Y as estuvieron y se los acabaron. Y entonces a esos les trajeron un capi-
tn de ejrcito francs. En ese tiempo Francia era el gobierno ms poderoso de
todo el mundo. En ese tiempo que yo le estoy mencionando. Y trajeron un fran-
cs y llegaron a Poncitln para que le dieran albergue. Y la lancha, y venan
por Ocotln [...] Y dijo, Cual es el castillo que vamos a destruir?. La isla que
est, ese. Vamos primero desayunando y despus vamos [...] Y ya vienen las
lanchas ah abajo, y ya vamos y lo hacemos. ste lo vea fcil. Y luego no esta-
ban ni Jos Santana, ni Encarnacin Rosas ni Castellanos [...] Guadalajara se lla-
maba Nueva Galicia. El gobernador se llamaba Jos de la Cruz, era espaol. l
gobernaba aqu. Ya ste llegaron y les taparon todo. No dejaron entrar comida
para que se rindieran. No se rindieron. Entonces se fueron los principales hom-
bres a Tizapn. Los espaoles se haban ido, dejaron slo provisin pa comer,
los tres caudillos, eh. Estaban las puras viejas, las mujeres [...] Pues ya al llegar la
lancha se ator y a l no le mataron.
[...] Al capitn no lo mataron. Lo sacaron y lo amarraron. Ah en la caseta lo ence-
rraron. Ya cuando llegaron los seores Encarnacin Rosas, Marcos Castellanos
y el prebstero, Marcos Castellanos y Jos Santana no les dijeron nada. Ya cuando
acabaron [...] ah ya les tenemos un regalito a ustedes. Lo tenan bien amarrado,
lo sacaron al hombre [...]. Y lo mataron. Entonces Jos de la Cruz, gobernador de
la Nueva Galicia, mand una embajada [...] Para que se fuera Jos Santana para
que se indultara [...] Ya le dijo, Qu pas? Ya los acabaste?. No si quieren que siga
corriendo la sangre. No ve que la laguna se puso roja de sangre? Y l le dijo,
No, pues indultate. Le dijo, Pdeme lo que t quieras. (Leoncio Jacobo)

Y as se alcanz el 25 de noviembre de 1816, fecha del armisticio y los acuer-


dos de la Isla. Los mezcalenses se vieron obligados a llegar a esta situacin,
pues en el ltimo ao haban sufrido innumerables bajas debido a una fuerte

320 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

Figura 2. Presencia de la Isla de Mezcala junto al pueblo,


con las torres de la nueva iglesia en primer trmino.

epidemia que les asol y a la escasez de vveres, que cada vez les llegaban con
mayor dificultad por la fuerte poltica represiva de los realistas en la ribera. Como
bien afirma Leoncio Jacobo, el gobernador de Nueva Galicia era Jos de la Cruz,
quien estableci las bases de la rendicin con Santana. Cuatro fueron los prin-
cipales acuerdos a los que llegaron primero ste y, posteriormente Castellanos:
la reconstruccin de los pueblos ribereos arrasados en la contienda, entre ellos
Mezcala, que haba sido pasado bajo el fuego y destruido casi en su totalidad;
liberar a los mezcalenses de los aranceles parroquiales, restituir a Castellanos
como prroco de la regin, y a Santana darle el cargo de Gobernador de Mez-
cala y de San Pedro Itzican con grado de Teniente Coronel.13

2. La presencia actual de la gesta y los hroes


La presencia en la Mezcala actual del acontecimiento la podemos ver en
varias situaciones de la cotidianidad comunitaria. Las calles del centro del pue-
blo, adems de Jurez e Hidalgo, como en todo el pas, llevan los nombres de
Jos Santana o Encarnacin Rosas, elegido ste tambin para llamar a una

13. Castaeda, op. cit., p. 86-87.

ndice 321
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de las escuelas locales. La cooperativa de Lancheros se llama La Isla Indmita.


La sacrosanta fiesta del 20 de noviembre, que en todo el pas sirve para recor-
dar la Revolucin, en Mezcala se traslada al 25 de noviembre, centro de una
semana de actos cvicos diversos.
Es comn tambin escuchar hablar de la quema del pueblo o la destruccin
de la iglesia durante el sitio. La iglesia actual, construida a mediados del siglo
XX, sustituy a la mocha, iglesia en ruinas desde que, segn los mezcalenses,
fue quemada, junto al resto del pueblo, en los aos del sitio de la Isla.
Territorialmente la presencia del acontecimiento est, sin duda alguna, en la
Isla. La Isla en s siempre est presente y visible desde muchos puntos de
la comunidad. Su presencia recuerda el acontecimiento (figura 2). Dice don
Chava al preguntarle por si conoca la historia cuando era chico:

S la conoca porque yo tambin pesqu. All en la isla. [...] Las ruinas que ahora
andan ponindolas para con turistas, estaban bien, no estaban destruidas [...]
Estaba bonito. No haba gente, estaba deshabitada la isla. Y ya despus, una vez
que fui, ya estaba todo destruido.14

Es decir, el elemento presencial de permanencia en el tiempo perduraba y


era usado. La Isla estaba, se usaba, ya fuera para el cultivo o la pesca, y all
haba vestigios y seales de algo que sucedi en el pasado y que, de una forma
u otra, se conoca en la comunidad.
Existe tambin una narrativa especfica como hemos podido ver con Leon-
cio Jacobo. Ahora bien, es una narrativa que tan slo aparece cuando se pre-
gunta directamente por ella o por la historia de la comunidad. El comn de la
poblacin no parece significar su da a da entorno a este acontecimiento y, por
tanto, la presencia oral no es tan comn como se podra suponer. Incluso pare-
cera que la recuperacin de la gesta de la Isla en la narrativa local es relativa-
mente reciente. Los festejos cvicos del 25 de noviembre se establecieron en los
90, y algunos comuneros, como don Chava, afirman que de pequeo no le pla-
ticaron la historia de la Isla, no, no mucho. Yo la le. O Don Bartolo, que tam-
bin dice conocer la historia en gran medida pues es que de platicar. Ahora
que anduvimos trabajando all, nos dio el gobierno un libro, de que leyramos
la historia.
La lectura nacional por contraponerla a la local del acontecimiento de la
Isla de Mezcala est marcada claramente por la importancia que adquiere den-
tro del contexto de la independencia como hito histrico de creacin del Estado

14. Es importante sealar que la Isla posteriormente s estuvo habitada, como el mismo Chava
indica, durante un pequeo periodo del auge del chayote que se daba all.

322 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

y la Nacin. De hecho, siempre se cita como dentro de los restos de insurgen-


cia despus de Puente Caldern. Para el Estado, el sitio de la Isla de Mezcala
es un ejemplo del comportamiento heroico de los mexicanos por lograr su inde-
pendencia, un episodio que contiene todos los componentes para pasar a for-
mar parte de la historiografa oficial nacional: lucha, resistencia, clases popula-
res, enfrentamiento armado, sangre, muertos y la victoria de los ms humildes
frente al gran ejrcito. Pero desde luego, no ha alcanzado el rango de otros epi-
sodios nacionales, ni sus figuras han llegado ms all del mbito regional.
Lo interesante es que, pese a ello, parece que los mezcalenses han cons-
truido su imaginario del acontecimiento por lo menos el que actualmente est
en boga, en relacin a los libros y textos que sobre el mismo se han escrito.15
Es la historiografa cientfica, externa, la que sustenta gran parte del discurso
local, como parte de una forma ya identificada de relacionarse con la historia
ya detectada en Mezcala de la memoria letrada. Un ejemplo lo encontramos
en los talleres llevados a cabo en las escuelas para ver el conocimiento de los
nios sobre los acontecimientos de la Isla. En el ltimo taller, celebrado el 29
de marzo de 2009, pudimos comprobar cmo los nios hacan un collage con
todo lo aprendido durante los meses anteriores respondiendo a las siguientes
preguntas: quin era el cura Hidalgo?, quines eran los insurgentes?, qu
sucedi en la Isla?, quines eran los espaoles?, qu sucedi en el pueblo
mientras tanto? y qu pas al final?. Las respuestas fueron variadas, pero
tomando el ejemplo de un nio que pareca tener un mayor conocimiento, eran
as: los insurgentes, eran los que defendieron la isla de los enemigos espao-
les; los espaoles, son los que queran la isla de Mezcala; o, al final, son la
Isla y pelearon contra los espaoles y ganaron los indgenas la ltima batalla16
La mayora de los nios, pese a los tres meses de trabajo y la supuesta memo-
ria comunitaria, no tenan un gran conocimiento de lo sucedido en Mezcala
durante estos aos e, incluso, un domingo anterior haban visitado la isla, siendo
la primera vez para muchos de ellos. Algunos afirman que dicha isla est muy
lejos.
Este apoyo en los medios externos y acadmicos podra ser una de las for-
mas encontradas por la comunidad de Mezcala para afirmar su lugar en el espa-
cio y su derecho al territorio desde la modernidad. Pero este uso de las fuentes
letradas no es bice para que los hechos se vean desde una perspectiva local

15. Adems de los textos de historiadores ya mencionados, se podran citar versiones novela-
das del acontecimiento, como Mezcala, la Isla Indmita, escrita por Manuel J Aguirre, o La Isla de
Mezcala. La gesta olvidada, de Salvador Navarro, publicadas en 1966 y 1999, respectivamente. Tam-
bin est el documental producido por TVUNAM con el mismo nombre de la primera novela.
16. Este nio nos dijo tener un conocimiento especial porque su to le haba platicado mucho
de la Isla, porque l tiene libros y todo y luego mero mero ah me platic.

ndice 323
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y s acaso regional. La insercin de la lucha de la Isla en procesos nacionales,


incluso con el envo de armas y vveres, perfectamente demostrada por lvaro
Ochoa, ni aparece ni les importa a los mezcalenses, que ven el episodio desde
el problema que ahora les preocupa: la defensa de su territorio.17
Por ello, esta lectura de los hechos desde la lgica local est muy presente
en un determinado sector de la poblacin que en cierta forma, es el protago-
nista de este ensayo que son los lderes y activistas comunitarios que desde
hace aos se oponen, precisamente, a cmo se est restaurando la Isla, dentro
de un proceso ms amplio de renovacin interna. Para ellos los insurgentes de
Mezcala son nuestros padres nativos o nuestros ancestros que lucharon por la
tierra y por la comunidad. Son los invencibles mezcaltecos, los indios bravos
que dan una connotacin de orgullo a esta identidad tnica. Aparecen constan-
temente en su narrativa y su discurso poltico e, incluso, en el escrito, pues son
capaces de elaborar textos destinados a un pblico no local.18 En ellos, el dis-
curso nacional de la independencia se mezcla con el de las necesidades loca-
les actuales como pueblo indgena que defiende su territorio:

Por qu lucharon? Lucharon por el respeto a nuestras tierras, gobierno y cultura,


buscaban la libertad para el pueblo, libertad que aun gozamos19

As, la interpretacin local de los habitantes de Mezcala no se engloba en la


historia poltica y positivista, sino que tiene una significacin propia marcada
por la necesidad de resaltar su condicin de indgenas. El valor de lo primige-
nio, lo original, el estar en el territorio desde siempre, que tan importante es
para configurar la identidad indgena. Es el orgullo por el antepasado indgena,
por los antiguos que resistieron a las intromisiones independientemente de
quines fueran para defender el territorio. Es decir, es la lucha de los de abajo
por defender sus propios intereses, ms all de grandes proyectos de construc-
cin nacional.20

17. Ochoa, op. cit.


18. Ver el texto de Vicente Paredes Perales, Las luchas de los Insurgentes de Mezcala. Texto
sobre la gesta de la Isla elaborado con la intencin de ser publicado en medios acadmicos. Vicente
es uno de los miembros del Colectivo Mezcala ms activos. Paralelamente Roco escribi otro en la
misma lnea titulado Las luchas por la tierra y la Isla de Mezcala hoy. Ya anteriormente, la misma
Roco, haba conseguido difundir su idea de Mezcala como pueblo en coca en un artculo publi-
cado en la Revista Contradecir desde abajo, Mezcala, un pueblo coca en la defensa de su memo-
ria (febrero 2009).
19. Trifoliar, El Pueblo Coca de Mezcala, una Historia de Lucha, 2008.
20. Es bastante la bibliografa al respecto que podemos encontrar, la mayora de ella ligada a
lo que se conoce como estudios subalternos, creados por Guha en la India: Las voces de la historia
y otros estudios subalternos. Barcelona: Crtica. 2002 y La historia en el trmino de la historia uni-

324 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

Figura 3. Plano de la Isla de Mezcala en 1812, elaborado por Santoscoy para su crnica.

Cuando la gente como Leoncio Jacobo inserta su narrativa en un claro com-


ponente patritico, lo que hace es darle legitimidad y validez a sus palabras
tanto desde el discurso nacional como desde la modernidad letrada. Pero cuando
el suyo y prcticamente todos los relatos locales respecto a la gesta de la Isla
finalizan con la mencin a las prerrogativas ganadas por los mezcalenses que
sea privado de altos impuestos (Leoncio Jacobo) y que se reconstruya y res-
pete al pueblo antes arrasado por las huestes espaolas, lo que se hace es
situarlo dentro de la continuidad histrica para demostrar que los mezcalenses
merecen el disfrute de su territorio porque han peleado por l.
El lugar, la Isla, en mitad de un lago y una regin de un gran atractivo turs-
tico, es el sitio perfecto para poder explotar el patrimonio de la nacin en bene-
ficio de la economa no slo nacional, sino tambin regional y local.

versal. Barcelona: Crtica. 2003; y cuyos mximos representantes son, por ejemplo, Gilbert y Nugent,
Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico. Duke
University Press. 1994, para la Revolucin de 1910 o Ana Mara Alonso, The Effects of Truth: Re-
presentations of the Past and Imagining of Community en Journal of Historical Sociology, vol. I,
nm. 1., pp. 33-57, 1988, para los movimientos postrevolucionarios del siglo XX y el ya citado Van
Young para la Independencia.

ndice 325
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. El conflicto en torno a la reconstruccin y la celebracin


Y es en este contexto en el que hay que englobar la segunda parte de este
artculo, la que se refiere a la situacin que vive actualmente la comunidad,
en la lucha por el control de la Isla. Hemos mencionado las palabras patrimo-
nio y economa unidas a los adjetivos nacional, regional y local. Es en estos
tres mbitos donde aparecen las instituciones protagonistas de este ensayo. Ade-
ms de la Asamblea de Comuneros de Mezcala, interviene el Instituto Nacional
de Antropologa e Historia (INAH), la Secretara de Cultura del Estado de Jalisco
y la Presidencia Municipal de Poncitln. En 2005 estas tres ltimas, advirtiendo
la cercana de la celebracin del bicentenario para 2010, pusieron en marcha
un proyecto comn de reconstruccin de los edificios de la Isla de Mezcala, as
como de elaboracin de un plan de ordenamiento turstico.
Es importante sealar que la Isla, de un escaso tamao un kilmetro y medio
de norte a sur, por poco ms de quinientos metros de este a oeste en su parte
ms ancha, conserva hoy en da una mnima parte de las construcciones rea-
lizadas entre 1812 y 1816 de las capillas y las cercas de resistencia (figura 4). La
construccin ms importante es la estructura completa de un penal elevado y
puesto en uso posteriormente, durante el siglo XIX (figura 3).
El INAH ha sido el encargado del estudio y la supervisin del trabajo, mien-
tras la Secretara de Cultura aportaba los fondos a travs de los programas del
Bicentenario, y el Ayuntamiento de Poncitln ha sido quien directamente est
ejecutando la obra. Para dar base histrica al estudio, se hizo trabajo arqueo-
lgico e histrico.21
Prcticamente desde que empez la obra fsica, en 2006, se inici un con-
flicto que sigue hasta la fecha, en que los mezcalenses organizados se enfrentan
a las autoridades por su actuacin en la Isla. Cuando ese ao La Otra Cam-
paa pas por el cercano municipio de El Salto, los mezcaleneses denunciaron
el despojo de la Isla. Lo mismo hicieron en el Encuentro por la Madre Tierra,
organizado por la Coordinadora Nacional Indgena en Mezcala en noviembre de
ese ao. Ante la falta de respuestas, en enero de 2008 hicieron un plantn delante
del INAH pidiendo informacin, y cuando las autoridades han ido a informar a
Mezcala, les han exigido que la reunin se hiciera en el Comisariado de Bienes
Comunales. As, a lo largo de 2008 y 2009, sus quejas han aparecido peridi-
camente en la prensa de Guadalajara, logrando el apoyo de diversos sectores
locales y regionales.

21. El resultado de la investigacin histrica es el libro Los pueblos de la ribera del Lago de Cha-
pala y la Isla de Mezcala durante la Independencia (1812-1816), por Carmen Castaeda. Los resul-
tados arqueolgicos no han sido divulgados.

326 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

Figura 4. Restos de las antiguas capillas en la Isla de Mezcala.

La base de su descontento con las obras est en que la reconstruccin que


se est haciendo no tiene como finalidad la recuperacin de la historia ni la
celebracin de la gesta de los insurrectos; pues se estn restaurando edificios
que no tienen nada que ver con ella:

La restauracin que han hecho estas autoridades ha sido a los edificios que se
construyeron en los aos posteriores a ese suceso [...] Las construcciones que s
se hicieron en ese momento [...] no son parte de de ese proyecto de restauracin
para los festejos del Bicentenario [...] Esto demuestra lo que ellos llaman restau-
racin para nosotros ha significado la destruccin de la historia y origen de nues-
tra comunidad.22

Pero incluso por encima de ello, la queja es que la Isla est en territorio
comunitario, es parte de la comunidad indgena y por tanto, el Comisariado y
la Asamblea son responsables de lo que en ella ocurre; pero las instituciones

22. El Pueblo Coca de Mezcala, una historia de lucha, trifoliar sin fecha.

ndice 327
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

responsables de las obras no se han dirigido a ellos y no les tienen en cuenta


como autoridad responsable.

El Ayuntamiento de Poncitln ha ignorado a nuestras autoridades tradicionales,


la asamblea de comuneros es nuestra mxima autoridad [...] ha otorgado las con-
cesiones sobre la Isla cuando el dueo es la comunidad de Mezcala.23

La ltima razn de su oposicin es que parece que el objetivo de las obras


no es la recuperacin de la historia, sino convertir la Isla en un destino turs-
tico, de una forma en que los mezcalenses pierden el control sobre su territo-
rio y no se benefician de ello.

Nosotros estamos contentos de que se est trabajando para cuidar de ella (la Isla),
pues como decimos es el corazn de la comunidad, slo que no vemos bien que
quieran convertir nuestra historia en un negocio.24

Estas dos ltimas razones de queja por parte de la Asamblea de Comuneros


tienen sentido si las ubicamos dentro del proceso de fortalecimiento y renova-
cin interna de la comunidad, que se viene dando casi desde que empezaron
las obras en la Isla.
La comunidad comenz en 1956 una lucha por la restitucin de las mismas,
con el fin de ser reconocida como comunidad agraria por las autoridades com-
petentes. En 1974 sta se hizo efectiva a travs de una Resolucin Presidencial
firmada por el presidente Lus Echevarra, que reconoca a Mezcala la posesin
de 3.600 hectreas. Era menos de lo que apareca en el Ttulo Primordial, y sobre
todo las autoridades olvidaron aadir a la Isla de Mezcala como posesin comu-
nitaria, lo que fue oportunamente sealado en el acto de medicin:

Como incidente al presente acto los comuneros asistentes al presente acto mani-
festaron que dentro de los ttulos primordiales se encuentra la Isla de Mezcala
(Isla Indmita) terrenos que han posedo desde poca inmemorial, por lo cual
solicitan la pronta confirmacin de la citada Isla.25

Para la correccin del supuesto hubo que esperar ms de veinte aos, pero
as aparece en el deslinde definitivo de las tierras:

23. Declaratoria de Mezcala, Asamblea General de Comuneros de la Comunidad Indgena de


Mezcala, 3 de febrero de 2008.
24. Declaratoria de Mezcala.
25. Acta de reconocimiento y Titulacin de bienes comunales del poblado Mezcala, municipio
de Poncitln, Jalisco, Registro Agrario Nacional, 18 de agosto, 1971.

328 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

Se hace la aclaracin que la comunidad tiene en posesin adems de la super-


ficie que se deslinda la Isla de Mezcala que est ubicada como a 3,500 metros
enfrente del pueblo dentro del lago de Chapala.26

Como en la mayora de las comunidades indgenas, este hecho constituye


uno de los hitos que configuran su historia, pasando a ser de los ms importan-
tes, no slo por el hecho de la cercana temporal, sino tambin porque gran
parte de los actuales habitantes fueron protagonistas de una forma u otra. Por
tanto, es comn que los comuneros, en medio de las conversaciones, muestren
los certificados que les reconocen como tales, con la firma del mismo presi-
dente.
Por aquel entonces, no todos los mezcalenses fueron declarados comune-
ros, tan slo 406 consiguieron este derecho. Estos comuneros llevaron a cabo
una poltica de defensa de la integridad de su territorio que les llev a que, por
muchos aos, no hayan querido poner en marcha los mecanismos necesarios
para facilitar la herencia y traspaso de la condicin de comunero y de los terri-
torios a las nuevas generaciones. Su miedo era que sus hijos no tuvieran el esp-
ritu de proteccin de la tierra que ellos s parecan poseer. Como consecuencia,
al llegar el cambio de siglo, slo residan en Mezcala unos 80 comuneros de
pleno derecho, de los que slo unos 40 de ellos participan activamente en la
poltica local.
A partir de 2006 empez a darse un proceso de renovacin de la condi-
cin de comuneros, en el mbito generacional, institucional y de bsqueda de
nuevas formas de aprovechamiento econmico de los recursos comunitarios,
de manera similar a lo ocurrido en otros lugares. 27 Dado el crecimiento de la
presin inmobiliaria sobre la ribera norte del lago de Chapala, y el aumento de
los intereses tursticos, la integridad del territorio que los comuneros parecan
asegurar con su poltica de no herencia, estaba siendo amenazada directamente.
En 1999 un empresario tapato invadi y construy una mansin en lo alto del
Cerro del Pandillo; en 2002 se construy la carretera que una Mezcala con Cha-
pala y toda la zona turstica; en 2007 hubo que expulsar a los motoristas que
usaban las reas del bosque que previamente se haba reforestado. La Munici-
palidad de Poncitln ha estado apoyando todas estas iniciativas, pues para

26. Acta de Deslinde definitivo. Octubre de 1997.


27. Ver los ejemplos de Bofill, Silvia (2002). Negociando el inters comn: poder, conflicto y
reciprocidad en San Juan Nuevo, Michoacn. Revista Relaciones, N 89, pp. 129-156; Garibay, Clau-
dio (2002), Comunidades antpodas. En Revista Relaciones, N 89, pp. 85-129; y Zrate, Jos Eduardo
(2005), La comunidad imposible. En Miguel Lisbona (coord.), La comunidad a debate. Reflexiones
sobre el concepto de comunidad en el Mxico contemporneo. El Colegio de Michoacn-Universi-
dad de Ciencias y Artes de Chiapas.

ndice 329
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ella el futuro de Mezcala slo puede pasar por su insercin a los circuitos turs-
ticos, por encima de una forma de posesin de la tierra que consideran atra-
sada.28
En este contexto, los comuneros se aliaron con un grupo de jvenes mez-
calenses que estn aportando nuevas legitimidades y estrategias de defensa
frente a las que consideran estas agresiones externas. El Colectivo Mezcala
haba ido surgiendo en los primeros aos del siglo, construyendo una base
ideolgica que supone una forma de adecuar la historia e identidad como
mezcalenses al zapatismo renacido tras 2001.29 A travs de su vinculacin a
espacios como el Congreso Nacional Indgena, apuestan por una idea del ser
indgena basada en pertenecer a un pueblo que tiene derechos polticos, por el
hecho de ser poblador ancestral de un territorio despus invadido y colonizado.
As, se recrea la identidad tnica ahora como Pueblo Coca y se da importan-
cia a los ancestros, la continuidad en el tiempo y en el espacio, la especificidad
histrica y la autonoma local. Adems, por su origen de izquierda, esta versin
del ser indgena, se relaciona con el ser pobre a travs del despojo y la vio-
lencia histrica, que se actualizan en el contexto contemporneo de globaliza-
cin neoliberal.30
Juntos, jvenes mezcalenses y comuneros censados pusieron en marcha
en 2007 la ampliacin del censo comunero, incorporando a gente de nueva
generacin, algunos de ellos, pertenecientes al Colectivo Mezcala.31 En 2010 la
ampliacin an no est resuelta por los eternos problemas legales, pero 80 per-
sonas al menos ya han sido admitidas como nuevos comuneros aunque no
puedan an participar en la toma de decisiones ni acceder a los cargos y ms
de 100 esperan su turno. De forma paralela, se ha elaborado un Estatuto Comu-
nitario, donde se regulan las funciones del Comisariado y sus relaciones con otros
rganos de gobierno como la Delegacin Municipal o los Jueces de Barrio, desde

28. El plan de uso del suelo asigna una serie de fracciones del territorio de Mezcala para zonas
turstico-hoteleras de densidad media y otras con el eufemismo de zonas habitacionales de den-
sidad media (Plan de Desarrollo Urbano del Centro de poblacin de Mezcala de la Asuncin,
Gaceta, Informacin con sentido. rgano informativo del Gobierno Municipal de Poncitln, n 2,
noviembre 2006).
29. Estamos hablando del zapatismo post-blico y post-chiapaneco que se difundi por el pas
en La Otra Campaa a partir de la 6 Declaracin de la Selva Lacandona.
30. En su tesis de licenciatura en Historia de 2008, titulada La comunidad indgena coca de
Mezcala, el sujeto de la historia en defensa de la tierra, Roco Martnez Moreno, la lder del joven
grupo, justifica la identificacin como indgenas coca, basndose en datos histricos y etnohistri-
cos.
31. Jvenes no significa que en su mayora tengan una media de edad baja. Algunos de ellos
estn en esos parmetros, como la principal impulsora del movimiento en la actualidad, Roco Mar-
tnez, de unos 25 aos. El resto estn en torno a los cuarenta o cincuenta aos.

330 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

la idea de que son rganos del Gobierno Tradicional de la comunidad, que se


rige por sus usos y costumbres.32
Y es en este contexto de renovacin comunitaria, en el que hay que enten-
der el conflicto con las instituciones nacionales por la restauracin de los edifi-
cios de la Isla.33 Como hemos visto, las instituciones encargadas de promover
desde 2005 el desarrollo turstico de la Isla, no tuvieron en cuenta el Comisa-
riado de Mezcala, que ha sido desconocido por la Municipalidad, por el gobierno
del Estado de Jalisco y por el INAH como responsable del territorio en el que se
hacen las obras. Ni tuvieron en cuenta lo importante que la Isla es para los mez-
calenses: el corazn de la comunidad. Por eso, desde 2006, el proceso de reno-
vacin interna encontr en esta actitud un ejemplo del olvido y despojo en el
que estaban como indgenas, y una razn para luchar por sus derechos.
Este conflicto se puede leer en clave de dos diferentes interpretaciones tanto
del acontecimiento histrico como de la identidad y carcter de una comuni-
dad indgena. Rescatamos, por tanto, el comienzo del texto, donde hablbamos
de dos formas de leer una misma fecha: los mezcalenses, su 25 de noviembre,
y las instituciones externas, el bicentenario del 2010.
Los mezcalenses, organizados alrededor de los comuneros, parten de una
idea esencial: la lectura local del acontecimiento y la lucha por la integridad del
territorio. No hay uno por delante del otro, pues interpretacin histrica y defensa
del territorio se entrecruzan en el mismo momento en que la integridad y per-
tenencia al mismo, como hemos visto, es uno de los elementos esenciales del
definirse como indgena hoy en Mxico.34

32. Estatuto Interno de la Comunidad Indgena Coca de Mezcala de La Asuncin, Municipio


De Poncitln, Jalisco. Comunidad Indgena de Mezcala, Mezcala. 7 de junio de 2009. La actividad
del grupo no se limita a esto, pues han promovido o participado en acciones destinadas a ampliar
la base social de la movilizacin, como los talleres escolares de recuperacin de la historia de la
Isla, que ya hemos mencionado.
33. Al mismo tiempo, es importante sealar otro conflicto interno que se est viviendo con gran
crudeza. En agosto de 2008, fue elegido, por sorpresa y contra pronstico, como Comisariado de
Bienes Comunales una planilla de personas que no se encontraba entre los lderes tradicionales
de la comunidad. Estos dirigentes paralizaron y ralentizaron todos los procesos puestos en mar-
cha contra las invasiones que se estaban produciendo en territorio mezcalense. El descontento de
los lderes tradicionales consigui desconocer a estos dirigentes y nombraron otra directiva que fue
reconocida por las autoridades agrarias. En la actualidad, hay un tira y afloja entre ambas directi-
vas, existiendo una duplicidad de las mismas, pues ambas se reconocen como legtimas. A efec-
tos de este trabajo nos interesa la tradicional, pues es ella la que, con ayuda de los jvenes, est
llevando a cabo todas las protestas, actividades, negociaciones y luchas con las instituciones impli-
cadas en la Isla.
34. El ejemplo perfecto al respecto lo podemos encontrar en la citada tesis de Licenciatura en
Historia de Roco Martnez Moreno.

ndice 331
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En realidad, en Mezcala, como hemos visto, parece tener poca importancia


quines eran los que estaban en Tlachichilco. Da igual si eran espaoles, rea-
listas o mestizos; o tal vez, son imaginados como todos al mismo tiempo, en
representacin del otro.35 Son aquellos frente a los que nuestros antepasados
los indgenas defendieron nuestro territorio. Es gracias a ellos por lo que lo
poseen y por los que tienen ciertas prerrogativas como el menor pago de impues-
tos frente a otros pueblos del municipio. Lo que siempre han parecido celebrar
los mezcalenses el 25 de noviembre es la integridad del territorio gracias a unos
ancestros indgenas que lo defendieron con el mayor herosmo posible.

Los indgenas mezcaltecos cada 25 de noviembre recordamos y festejamos la gesta


de los insurgentes de las islas de Mezcala como una lucha nica en todo el pas
porque no fueron vencidos. Los comuneros de Mezcala vemos esta lucha como
una parte de nuestra actual defensa de nuestro territorio y de nuestra isla que
siempre hemos defendido y por lo cual seguiremos luchando como lo hicieron
nuestros antepasados.36

Y la organizacin comunitaria actual persigue ese fin tambin: la defensa del


territorio frente a quien pretende apoderarse de l. Por eso, la defensa de la Isla
por los insurgentes de 1812-1816 es una de las bases sobre la que legitiman su
accionar, insertndolo en su historicidad y considerndose simplemente herede-
ros suyos. Se estn llevando a cabo dos acciones paralelas sobre las que constru-
yen sus argumentos en las reuniones con los representantes de las instituciones
externas. El primero de ellos es el intento de implicacin de la comunidad en
el acontecimiento. Dentro del proceso de renovacin interna, existe una revi-
talizacin y acercamiento consciente de los hechos de la Isla, recordando todo
lo sucedido de diversas formas. Un ejemplo son los talleres escolares mencio-
nados, que un grupo de maestras de Guadalajara realizaron en 2009 en torno
al conocimiento que los nios del pueblo tenan del acontecimiento. Fueron
iniciativa de un investigador de Guadalajara, gran apoyo del movimiento, que con-
sigui implicar a las maestras de una escuela (Escuela de Aprender A. C.) con mto-
dos de enseanza alternativos. Tras los talleres, la Secretara de Educacin del
Estado de Jalisco se ha querido implicar en el proyecto, prometiendo la publi-
cacin de un libro con los resultados.
Esta importancia dada a la defensa de la Isla est suponiendo tambin la
recuperacin y ponderacin de la celebracin del 25 de noviembre. Festivi-
dad al margen del circuito agrario o patronal, hoy en da parece funcionar

35. Ya vimos cmo Leoncio Jacobo incluso hablaba de un coronel francs.


36. Vicente Paredes Perales, Las luchas de los Insurgentes de Mezcala (2009).

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L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

casi como la ms importante en cuanto a movilizacin de las autoridades. Se ha


convertido en un momento de encuentro de las escuelas primarias de Poncitln
y en una fiesta cvica en que la visin local de la defensa de la Isla ha ido per-
diendo importancia.37 Frente a ello, en el ao 2008 se organiz una visita a la
Isla en la que los comuneros censados y los nuevos comuneros manifestaron
sus quejas contra las obras de restauracin. En el ao 2009, mientras en la plaza
se realizaban bailes variados, en la Casa Comunal, los comuneros haban orga-
nizado un apretado programa de intervenciones y conferencias en que se des-
tacaba el valor de la isla y los derechos de los mezcalenses como indgenas.
La otra prctica en la que basan en gran medida sus reivindicaciones los
comuneros organizados, tiene ms que ver con la argumentacin de la posesin
del territorio. La comunidad quiere ahora hacerse con las riendas del proyecto,
al menos ser ellos los que tomen la decisin de cmo se har la explotacin
turstica de la Isla. Afirman que debe ser as, pues son los legtimos dueos de
la misma, siendo propiedad comunal y estando sujeta al control y administra-
cin de la autoridad comunitaria competente. Para ello hacen uso de la histo-
ricidad local, al margen de cualquier tipo de sustento legal o real de la misma.
Su historia dice que la Isla es de ellos. As aparece en el Ttulo Virreinal de 1530,38
y as fue ratificado en la restitucin de tierras de 1997. Y, por supuesto, as lo
atestigua la historia del sitio, con la defensa que hicieron sus antepasados del
lugar. Por tanto, siendo la Isla parte de las tierras comunales, debe ser gestio-
nada por las autoridades locales.
Por su parte, el INAH, la Secretara de Cultura del Estado de Jalisco y la Muni-
cipalidad de Poncitln, argumentan que la Isla se encuentra en territorio Fede-
ral, por efecto de la Ley de Aguas, que establece que las aguas y todo lo que
en ellas se encuentren son propiedad de la Federacin, con lo que se plantea
un conflicto jurisdiccional entre esta ley y la agraria, que ampara a los comu-

37. Tras la celebracin del 25 de noviembre de 2008, unos jvenes mezcalenses se quejaban de
que en vez de danzas locales, el Ayuntamiento de Poncitln haba trado un supuesto baile coreano
realizado por jvenes mestizas casi desnudas.
38. les hisimos grasia y mersed y donacion a estos naturales de la tierra, de esta Isla, que esta
dentro de las Aguas dulses de esta Laguna Chapalica donde estaba su Idolo, THONZTIL, y enseal
de esta posesin y ampara y Cabaron la Tierra, tiraron piedras y buyeron sus Aguas y quedan
dueos perpetuos de esta Isla, para su serviduimbre, Ttulo Original por la Real Autoridad de Nueva
Espaa, del Pueblo de Santa Mara de la Asuncin de Thollatln de Mescala. 25 del mes de marzo
del ao de 1530. No es el lugar apropiado para comentar las caractersticas especiales de los ttu-
los primordiales o virreinales. En lneas generales, podemos decir que todos son documentos rea-
lizados en el siglo XVIII como si hubieran sido redactados tanto en forma como en contenido en el
XVI. Por eso es comn que en ellos aparezcan errores de bulto, como en el de la comunidad de Mez-
cala, firmado por el virrey de Mendoza (en cuyo honor se ha puesto el nombre a la escuela de la
comunidad), cuando en las fechas que est firmado todava no era virrey de la Nueva Espaa, ya
que fue nombrado en abril de 1535.

ndice 333
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

neros. Por tanto, no reconocen como vlida la autoridad comunitaria dentro del
espacio de la Isla y se ven con plena legitimidad para acometer cuntos pro-
yectos crean necesarios en el lugar, sin contar, no ya con la participacin del
Comisariado de Mezcala, si no, ni tan siquiera, con su permiso.
Como vimos, para estas instituciones el acontecimiento de la Isla de Mez-
cala no tiene el carcter local que s le conceden sus habitantes. Es la fecha de
2010 la importante, y no tanto la del 25 de noviembre. Es meramente anecd-
tico el hecho de que sucediera en Mezcala y de que estuvieran liderados por el
indgena Santana. La importancia la adquiere como representativo del carcter
nacional del periodo. La frase de los comuneros referida al mantenimiento de
la integridad del territorio gracias a unos ancestros indgenas que lo defendie-
ron con el mayor herosmo posible puede ser adoptada casi en los mismos tr-
minos por el INAH, por el Estado o por la Municipalidad. Ante el Bicentenario
de la Independencia porque aqu se encuentra la clave la heroicidad de unos
mexicanos da igual cules, pero si son pobres, humildes e indgenas, ms heroi-
cos defendiendo el territorio nacional frente a las huestes espaolas es lo
que adquiere importancia. Es la pica nacional frente la pica local que antes
hemos sealado.
Pero existe otra clave ms actual, y tiene que ver con la insercin de Mxico
en la economa global, y el lugar que se le asigna a lugares como Mezcala en
ese proyecto. Adems de exaltar la identidad nacional, el bicentenario ha de
servir para apoyar su maltrecha economa. El tirn turstico del Lago de Cha-
pala desde hace ya varias dcadas es el entorno ideal para explotar la Isla.
Por eso la necesidad de recuperar el conocimiento sobre lo sucedido encar-
gando estudios historiogrficos o de reconstruccin de las ruinas del lugar, inde-
pendientemente de si pertenecen al periodo o no. Desde el punto de vista
neoliberal de sus gobernantes, el patrimonio memorstico, arqueolgico, geo-
grfico e histrico se convierte en mercanca a la que sacarle rdito. Para el Ins-
tituto Nacional de Antropologa e Historia, el patrimonio ya no es aquello que
pertenece a todos los mexicanos por ser base de su identidad comn, sino que
la Isla de Mezcala al igual que los templos de Teotihuacan o Tulum es un
activo financiero, parte de un capital turstico que hay que explotar. Por eso
los mezcalenses dicen que no quieren que vendan su historia.

Conclusiones
Como hemos podido ver, el hecho de que en Mezcala se d la situacin an-
mala de que una comunidad indgena reivindique un hecho ligado a la inde-
pendencia, se debe a las acciones desarrolladas en su Isla en 1812-1816. Si bien
no fueron excepcionales, dentro de la participacin popular en la otra rebe-

334 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

lin, s lo fueron en cuanto a su capacidad de resistencia y sobre todo a su


resultado. Por eso se convirtieron en parte de la memoria local de una forma
mucho ms clara y contundente que del panten nacional. Si bien para la nacin
mexicana fueron unos hroes ms, para los mezcalenses fueron quienes reno-
varon el derecho ancestral al uso de su territorio.
Y esa disparidad aparece ahora, doscientos aos ms tarde, explicando las
diferentes lecturas hechas sobre la gesta de los insurrectos y, sobre todo, el uso
que se le da para legitimar las acciones actuales. La Isla de Mezcala se ha con-
vertido en el centro de una batalla simblica, no slo sobre las formas de leer
la participacin popular e indgena en la Independencia, sino sobre las for-
mas de insertarse en la globalizacin.
Quiz este uso renovado en el tiempo de la memoria local ayude a explicar
un elemento esencial para entender la comunidad de Mezcala: su particulari-
dad. Es prcticamente el nico pueblo de la regin, reconocido abiertamente
como indgena por ellos y por sus vecinos. Es comn que una comunidad ind-
gena est inserta en una regin tnica, donde un grupo especfico mantiene una
densidad de poblacin ms o menos importante. Mezcala, en cambio, no es
parte de una regin purhpecha, huichola, nhuatl por nombrar los ms cer-
canos y, ni siquiera, coca. Se trata de un pueblo indgena en un rea emi-
nentemente mestiza como es el lago de Chapala. Al interior de la comunidad
no hay una versin local, ni consenso sobre su origen, pero s, claramente, se
definen y son indgenas. Esta identidad, como tambin hemos sealado, parece
estar sustentada en la permanencia histrica, la propiedad del territorio y el ciclo
festivo y ritual.
Quiz la explicacin del seguir considerndose indgenas tenga que ver con
la capacidad de leer la propiedad del territorio en base a ciclos renovados de
permanencia histrica. Es decir, cuando los dems pueblos de la ribera fueron
perdiendo sus tierras y calidad de indgenas a lo largos de los siglos XIX y XX,
los mezcalenses se aferraron a la gesta de la isla para reivindicar ante los veci-
nos, ante las autoridades y ante s mismos la identidad que les aseguraba el
control sobre su territorio local. Y cuando, en la segunda mitad del siglo XX, las
instituciones nacionales encargadas de la poblacin indgena (el INI y despus
el CDI, principalmente) no les reconocieron como tales por no cumplir los requi-
sitos principalmente el idioma ellos se aferraron a la condicin agraria de
Comunidad Indgena como la nueva forma de justificar y legitimar su derecho
al territorio. La insistencia en la Isla como parte de este hecho puede mostrar la
importancia del episodio insurgente en la justificacin.
Llegado ahora el siglo XXI, la comunidad es consciente de que, a efectos
de nombrarse como indgenas ante las autoridades externas, debe hacerlo con
su principal valor en este sentido: la propiedad comunal. Pero, al mismo tiempo,

ndice 335
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ste es el pilar identitario que parece correr ms peligro en la actualidad, por


la aplicacin de las polticas neoliberales en el contexto inmediato de presin
inmobiliaria y turstica. La actitud de la Municipalidad de Poncitln es un ejem-
plo de la actitud oficial ante las tierras indgenas: no slo promueve el desarro-
llo inmobiliario del pueblo sabiendo su carcter comunitario, sino que ha sido
cmplice del asentamiento ilegal del empresario tapato en tierras mezcalenses;
y ha sido la principal impulsora de la reconstruccin de la Isla.39
En este contexto, el grupo formado alrededor del Colectivo Mezcala est
renovando las formas de entender el ser indgena y recrear el sentido de per-
tenencia a la comunidad. Desde concepciones neozapatistas han insertado las
estructuras agrarias de la comunidad en crculos alternativos a los oficiales
que les sirvan de apoyo. A falta de una organizacin regional tnica a la cual
unirse, ellos han optado por el Congreso Nacional Indgena, as como por la
complicidad con la izquierda de Guadalajara: universidades, medios de comu-
nicacin, agrupaciones ciudadanas. Todas ellas han dado voz y espacio para
que estos jvenes presentaran a su comunidad y los problemas que en ella se
plantean.
Y es precisamente en todo este nuevo contexto externo e interno, en el que
los comuneros de Mezcala han actualizado la lectura local de la gesta de la Isla
quiz algo olvidada ante la efectividad de la Resolucin Presidencial para man-
tener el territorio y la identidad y con ello han recreado una versin capaz
de discutir el proyecto oficial de recuperacin de la Isla para el bicentenario.
Con todo ello, la gesta de la Isla se convierte en uno de los soportes ideo-
lgicos de la renovacin del compromiso de la comunidad con su tierra y su
historia. El mismo conflicto suscitado por el proyecto oficial puesto en marcha
en 2005 ha acelerado y reforzado el proceso de recreacin identitaria, con
lo que el 2010 y a nivel local el 25 de noviembre nos sirven para compren-
der los parmetros en los que se manejan Estado y comunidades, las diferentes
escalas, lecturas e intereses que se pueden mover en una gran celebracin como
la actual.

39. Es interesante sealar que Mezcala y Poncitln siguen el patrn comn en gran parte de
Mxico de la permanente disputa entre cabecera municipal mestiza y tenencia indgena. De tal
forma que Poncitln es a menudo culpabilizada desde Mezcala de todos aquellos males que his-
tricamente han sufrido, como pudimos ver en la historia de la gesta de la Isla, donde la cabecera
no slo provea a los realistas de vveres y personas, sino que tambin firm la Constitucin espa-
ola en los primeros momentos de la revolucin.

336 ndice
L O S I N S U R G E N T E S D E M E Z C A L A (1812-1816)

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ndice 337
LA HUELLA DE LAS HISTORIAS FILOSFICAS DE RAYNAL, DIDEROT, VOLTAIRE
O DE PAUW EN LA HISTORIOGRAFA COLONIAL ESPAOLA
Jos Luis Ego
Departamento de Filosofa. Universidad de Murcia

Resumen
Continuando con la tradicin intelectual que haba iniciado principalmente
Feijoo, una larga serie de filsofos e historiadores espaoles de la segunda mitad
del siglo XVIII y las primeras dcadas del siglo XIX vuelve al pasado americano
empendose en construir una historia colonial nacional que atesore la calidad
intelectual necesaria para hacer frente a las geniales obras de historiadores extran-
jeros como De Pauw, Voltaire, Raynal o Diderot, consideradas perjudiciales para
la reputacin internacional de la Corona espaola. Historiadores espaoles, como
Juan Pablo Forner, Juan Nuix o el Duque de Almodvar, y americanos, como
Clavijero, Veyta, Alegre o Molina, se apropian de la metodologa de las histo-
rias filosficas ilustradas en el trabajo de viva crtica a sus contenidos.

1. Introduccin
La presente comunicacin aborda la compleja relacin triangular que se esta-
blece entre Espaa, Amrica y Europa a propsito del desarrollo historiogrfico.
La historiografa o reflexin metahistrica que se produce en estas reas geogr-
ficas y culturales, favorecida por la carga filosfica que incorporan todas las

ndice 339
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

disciplinas durante el perodo de la Ilustracin, se desarrolla de una forma para-


lela pero, a su vez, con perfiles claramente diferenciados.
Nuestro propsito ser el de rescatar los acuerdos metodolgicos, explcitos
o implcitos, que se producen entre los historiadores espaoles y los ilustra-
dos europeos, especialmente los franceses.
En medio de una relacin tormentosa, salpicada de crticas mutuas y de
reproches por la brbara crueldad de los espaoles o por la irreligin, vicios y
atesmo de los franceses, la historiografa espaola, segn nuestra hiptesis,
avanza a grandes pasos en esta poca y lo hace, ciertamente, de la mano de un
nuevo de tipo de historias filosficas ilustradas que, no por criticadas, son menos
ledas.
El francs es en esta poca el idioma de moda en estos aos de revolucin
e imperio napolenico, en los que el pblico lector de las obras francesas en
Espaa supera con mucho al de otras lenguas vivas como el ingls o el italiano.
En este sentido habla Richard Herr, en su obra Espaa y la Revolucin del
s. XVIII, un clsico ya para la historia intelectual espaola, cuando seala que
entre 1786 y 1789, cinco escuelas particulares de francs abrieron sus puertas
en Madrid o que en el ndice espaol de 1790 rebosan los ttulos franceses de
obras condenadas desde 1750,1 llegando a aparecer en su traduccin francesa
obras de otros pases como el Robinson Crusoe de Stevenson.

2. Voltaire y Forner. El acuerdo sobre el mtodo historiogrfico por encima


del desacuerdo sobre los principios religiosos
Es ante todo el mtodo filosfico de las historias ilustradas lo que hace
que trabajos como la Histoire de Charles XII de Voltaire sean tomados como
modelos por los historiadores espaoles de las dcadas siguientes. Voltaire es
adems un pionero en el gnero, pues esta Histoire fue escrita ya en 1732.
Tenemos ndices del inters que despert la obra tanto en la rpida traduc-
cin que se realiz de la misma, estando disponible en una traduccin ntegra
al castellano a partir de 1734. En esta poca, bastante anterior a la prohibi-
cin total de los escritos de Voltaire por la Inquisicin en 1762, tanto el tra-
ductor, Leonardo de Ura y Urueta, como los censores del Consejo de Casti-
lla consideran que se trata de una obra de gran provecho. A diferencia del
resto de obras de Voltaire, que tras esta condena dejaron de imprimirse en Espaa,
la Historia de Carlos XII traducida por Ura conoci nuevas reimpresiones en
imprentas espaolas en 1763, 1771, 1781, 1789 y 1794. Vemos entonces cmo su

1. HERR, R., Espaa y la Revolucin del s. XVIII (1988). Madrid: Aguilar, p. 64.

340 ndice
R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

publicacin se extiende incluso ms all del peligroso perodo de la Revolucin


Francesa.2
A qu se debe esta tolerancia con una obra del peligrossimo Voltaire, con-
siderado por sus adversarios en Francia y Espaa como el ms pernicioso mons-
truo que jams se ha dado al pblico?3 Adems de al hecho de que sta es una
obra escrita por Voltaire en su juventud y traducida en una fecha en la que an
no eran conocidos en Espaa sus escritos crticos con la Iglesia, la Inquisicin
o la dominacin colonial espaola (tema central de su tragedia Alzira), la larga
vida editorial de la obra se debe, a nuestro juicio, a la calidad que el texto
presenta en contraste con los volmenes histricos que circulan en la pennsula
en la primera mitad del siglo XVIII.
Un ejemplo de esta extraa admiracin cargada de reproches que el texto
histrico de Voltaire encuentra en nuestro pas la encontramos en las pala-
bras que Juan Pablo Forner dirige a la nueva generacin de historiadores
espaoles en su Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de
Espaa de 1792. En l, Forner reconoce su deuda personal con Voltaire (ade-
ms de la Histoire de Charles XII,4 apunta al Essai sur les moeurs et lesprit
des nations) y Raynal. As, tras una larga disertacin en la que el que fuera
fiscal del Consejo de Castilla ataca con dureza la infinita variedad y repug-
nancia en las opiniones de las mismas sectas filosficas y su indepen-
dencia desenfrenada que debilita los vnculos ms fuertes de las sociedades
civiles, Forner no puede sino elogiar el modo ilustrado de hacer la histo-
ria.
Su estima por la vala de las publicaciones francesas le lleva a afirmar que
el gnero de historias que han publicado Voltaire o Raynal no ha sido practi-

2. Estas informaciones y muchas otras sobre la recepcin de Voltaire en Espaa pueden


encontrarse en el volumen ya clsico Voltaire en Espagne (1734-1835) que Francisco Lafarga publi-
c en 1989 (Oxford: The Voltaire Foundation). Atencin especial merecen las pginas 133-134 y
176-177.
3. Palabras escritas contra l en El Evangelio en triunfo (1797) por el que fuera su amigo Pablo
de Olavide, filsofo desengaado tras su paso por las crceles de la Inquisicin. Citado por
Francisco Lafarga, Ibd.
4. Como ha sealado Georges Mailhos, en esta obra de juventud de Voltaire, ya se observan
algunos de los elementos que harn famoso su trabajo como filsofo-historiador en obras genia-
les como Le Sicle de Louis XIV o lEssai sur les moeurs et lesprit des nations. As: Lorsque le train
de lhistoire se fait moins rapide, Voltaire dcrit les institutions et les coutumes des pays o le con-
qurant sarrte, aunque ciertamente, en razn de su juventud y de un uso an titubeante de la
nueva metodologa historiogrfica, si lon excepte les additions de 1739 sur ltat de la Russie sous
Pierre le Grand, ces tableaux sont en general brosss rapidement. Voltaire, Histoire de Charles XII
(1968). Pars: Garnier-Flammarion, p. 15.

ndice 341
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cado en Europa desde que muri Tcito, hasta que los filsofos de estos lti-
mos tiempos le han restaurado en lo que han escrito.5
En efecto, los volmenes que llegan a Espaa con tantas dificultades, estn
inspirados por:

Esta filosofa moral pblica o de las naciones que retrata, no los hombres en
singular, sino las sociedades de los hombres; no las virtudes o vicios de los indivi-
duos, sino la excelencia o defectos de los gobiernos; no las relaciones del hombre
con el hombre, sino las de los estados con los estados; no la economa doms-
tica de una familia, sino la administracin econmica de una repblica o monar-
qua; ni la industria o comercio de un ciudadano, sino la industria o comercio de
muchas provincias sujetas a la direccin de una suprema autoridad.6

El gnero de escritura inspirado por la metodologa filosfica, que con-


duce al historiador de lo particular a lo general, separa su labor de la del cro-
nista antiguo, que sigue a los generales con la pluma como si fuera detrs de
ellos en la campaa. Forner lamenta que en el mundo intelectual espaol
an se llenen la mayor parte de los grandes cuerpos de estas historias que
pudieran muy bien ponerse en parangn con los libros de caballera, tanto por
la calidad de los sujetos como por el efecto que producen en los lectores.7
Por la lucidez que caracteriza al Forner historigrafo no puede ser consi-
derado como un reaccionario al uso, tal como afirma Herr en su obra sobre el
siglo XVIII espaol.8 Tampoco Francisco Lafarga est acertado en su obra consa-
grada a Voltaire al considerar a Forner un enemigo acrrimo del escritor fran-
cs y de la Ilustracin. Pese a que otras obras como sus Discursos filosficos
sobre el hombre (1787) constituyan una defensa de los dogmas catlicos acerca
del alma o de la creacin, es en el campo de la historia en el que Forner mues-
tra su talante ms magnnimo y la amplitud de miras intelectuales propia de un
gran pensador.
En estos Discursos se muestra incluso Forner como un espritu adelantado
a la sociedad de su tiempo, partidario de una manera distinta a la de los fil-
sofos franceses, de un gobierno de carcter ilustrado. As, refirindose a los
historiadores y asesores de reyes franceses (lo fueron Voltaire o Diderot), con-
sidera que:

5. FORNER, J. P., Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de Espaa (1973).
Barcelona: Labor, p. 143.
6. Ibd., p. 139.
7. Ibd., p. 141.
8. HERR, R., Op. cit., p. 180.

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R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

Hay en ellos malignidad, hay miras particulares, parcialidad, petulancia, detrac-


cin, desahogo, muchos hechos adulterados y torcidos inicuamente al apoyo
de sus opiniones polticas o filosficas. Pero en cuanto a la forma general de la
historia, y a lo que en ella debe llevarse la principal atencin, han dado ejemplos
muy notables para que, evitando sus vicios, se escriba la historia de modo que
pueda ser en verdad la escuela de los reyes y la maestra de la vida civil.9

Sobre historias como las que siguen los modelos de Voltaire, unificando un
estudio de las costumbres, de las leyes, de la economa, de las acciones mili-
tares, etc., se apoyar un soberano que busque el conocimiento de sus estados
y sus gentes. Conociendo los vicios de la legislacin del pasado, evitar repe-
tirlos en su accin al frente del gobierno. Examinando en los libros la historia
y el carcter singular de los pueblos bajo su dominio evitar la promulgacin
de medidas que puedan dar pbulo a revueltas o ser causa de descontento.
Para Forner es esta historia general y rebosante de un gusto por la abstrac-
cin para el cual slo los ms grandes espritus estn capacitados, la que puede
ser

Verdaderamente la maestra de la vida, es decir la escuela donde representados


los progresos de la sociedad civil, aprendan los reyes y hombres pblicos a mejo-
rarla, y los pueblos a abrazar sus mejoras.10

3. Influencias cruzadas en la disputa sobre Amrica. El mtodo de De Pauw,


arma jesutica contra sus propias ideas
Al hablar de este perodo no podemos olvidar que los historiadores espa-
oles de la poca entienden la historia nacional espaola como una historia
imperial. Entre sus cometidos, los que las instituciones les encargan y los que
ellos mismos se otorgan, figura el de trazar una historia de la Amrica espa-
ola que sea lo ms favorable posible a los intereses de la Corona. Se trata de
intereses que han de ver, en primer lugar, con las maltrechas finanzas de un pas
que, pese a ser dominador de una buena parte del mundo conocido se hunde
en medio del caos administrativo. Por otro lado, el inters en aumentar el pres-
tigio moral y civilizatorio de Espaa en Europa y el mundo no es menos
evidente. La segunda mitad del siglo XVIII, antesala de la independencia de las
colonias americanas, es el marco cronolgico de una batalla de ideas en torno
a la naturaleza y a la justicia del dominio que Espaa ejerce sobre una gran parte
del territorio americano.

9. FORNER, J. P., Op. cit., p. 143.


10. Ibd., p. 154.

ndice 343
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Hablamos, por tanto, de una relacin triangular entre Espaa, la Europa ilus-
trada y la Amrica sometida, que conocer varias fases. Lo que en principio era
una visin de Amrica construida principalmente por Espaa a partir de las rela-
ciones de los muchos conquistadores, misioneros o cronistas que quisieron dejar
su testimonio de su paso por el que para ellos era un nuevo continente, se trans-
forma en el siglo de las Luces en una relacin en la que principalmente Fran-
cia y sus naturales, o los autores que entran dentro de su campo de influencia
cultural, llevan la voz cantante.
El pas galo vive una autntica fiebre ante la llegada de noticias de Amrica,
que se explica no slo por la curiosidad o el desire to understand some-thing
of the reality of the American continent as from a desire to reinforce some gene-
ral philosophical or scientific point, or to make some specific comment on Euro-
pean society or culture. In other words, America tended to be a convenient
means to an intellectual end.11
Los lectores de Rousseau, Voltaire, DAlembert, Diderot y otros filsofos ilus-
trados, por no citar ms que a autores de primersimo rango, saben de la impor-
tancia que la interpretacin de las noticias que se reciben desde Amrica juega
en el desarrollo de conceptos como el de estado de naturaleza, sociedad civil
o contrato social. Tal y como apunta Browning, los pueblos indgenas america-
nos, considerados pueblos jvenes y cercanos al estado natural original, son
estudiados con detenimiento, pero no siempre por s mismos. El carcter filo-
sfico de las preguntas que subyacen a las investigaciones de las ambiciosas
plumas de los philosophes desvirta totalmente la pretensin cientfica de inves-
tigaciones empricas que apuntan a irresolubles cuestiones morales como la
rousseauniana pesquisa acerca de lorigine et le progrs de la mchancet12 del
hombre.
Pese a su riqueza, no es sta la problemtica filosfica que aqu nos inte-
resa, sino el anlisis de las potencialidades que las mismas historias filosficas
ilustradas encierran. Se trata de una fuerza de atraccin que en la poca est
decantando el estado de la opinin de Europa sobre la accin de Espaa en sus
colonias americanas y a la que, con un cierto retraso, en las ltimas dcadas del
siglo XVIII y las primeras del XIX, los historiadores espaoles se incorporan para
una mejor defensa de la patria ofendida.
El relato de reputadas hazaas y heroicas conquistas, sobreabundantes en
el catlogo de escritos sobre Amrica de factura espaola en los siglos XVI y XVII,
ya no resulta creble ni tiene inters en Europa ms all de la vala que muchos

11. BROWNING, J. D., Cornelius de Pauw and Exiled Jesuits: The Development of Nationalism
in Spanish America, Eighteenth-Century Studies, Vol. 11, No. 3 (Spring, 1978), pp. 289.
12. ROUSSEAU, J. J., Lettre Monseigneur de Beaumont (1993). Lausanne: LAge dHomme, p. 88.

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R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

de ellos tienen en cuanto testimonios originales de un primer encuentro inter-


continental.
Tal es la consideracin que les otorga De Pauw en sus Investigaciones, en
las que las fuentes bibliogrficas ocupan un lugar mucho ms destacado que
en el trabajo de Raynal. Para este ltimo, la discusin con otros autores no es
tan importante como los datos econmicos sobre la agricultura, las manufac-
turas y el comercio colonial proporcionados por funcionarios reales y agentes
privados.
La gran mayora de las relaciones espaolas, las relations mensongeres de
Garcilasso et de ses semblables13 sucumben as bajo el calificativo de relatos
exagerados ms proclives a atraer la atencin del lector recurriendo a perso-
najes y detalles fantsticos, como el pueblo de los indgenas varones brasileos
que amamantan a sus nios y nias o los gigantes de la Patagonia.
De Pauw recurre en cambio usualmente y cita con respeto a autores como
Jos Acosta (1540-1600) o Antonio de Herrera (1549-1626). Fuentes cruciales
para el estudio de los pueblos nativos americanos y para la evaluacin de la
accin colonial (ambos autores son retomados por el afrancesado historiador
holands).14 La Historia natural y moral de las Indias de Acosta (1590) consti-
tuye por el tesn emprico y por la agudeza de la mirada directa de Acosta sobre
las poblaciones andinas la obra de un precursor de las investigaciones antropo-
lgicas del Siglo de las Luces, aunque carente del mtodo filosfico y sistem-
tico de las obras dieciochescas. Tambin con Herrera, el que fuera cronista de
Indias y de Castilla a finales del siglo XVI, emprende De Pauw un dilogo de
t a t, aunque su Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas
y Tierra Firme del mar Ocano que llaman Indias Occidentales no fuera ms
que una compilacin de mapas, descripciones geogrficas y relatos de conquis-
tas y batallas transmitidos por los conquistadores.
Consciente de los defectos que presentan las relaciones de los viajeros, no
slo de los espaoles, por los que De Pauw siente aversin en tanto que res-
ponsables de la plus grande injustice qui se fit jamais sur la surfce de ce globe,15
sino de todos los soldados, marineros o misioneros en general, el ilustrado holan-
ds considera que los testimonios contradictorios e imprecisos que se encuen-

13. DE PAUW, C., Recherches philosophiques sur les amricains (1990). Pars: Jean-Michel Place,
p. 317.
14. Filsofo, gegrafo, pionero de la antropologa, estudioso de la geologa, la zoologa y otras
ciencias naturales, Cornelius de Pauw (1739-1799) es un claro representante del modelo de phi-
losophe o savant de las Luces que toman la lengua y cultura francesas como herramientas de tra-
bajo y de difusin de sus escritos. As, las Recherches philosophiques sur les amricains fueron
publicadas originalmente en francs en 1768-1769.
15. DE PAUW, C., Op. Cit., p. 63.

ndice 345
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tran en los relatos de viaje han de dar paso a una historia de la dominacin colo-
nial de Amrica y a una historia natural de los americanos elaborada a partir de
criterios cientficos, tanto en lo que ha de ver con el orden de presentacin
de las materias, como en la seleccin de los eventos y hechos relatados, selec-
cionados y agrupados a partir de los principios filosficos o tesis que inspiran
el cuerpo de la obra.
En el caso de De Pauw, tal principio es el carcter determinante de un hipo-
ttico clima fro del continente americano en la degeneracin fsica e intelectual
de los seres humanos que habitan sus tierras. De Pauw selecciona informaciones
y testimonios, fuerza los hechos y rebate a otros autores con el objetivo de hacer
triunfar su tesis.
Los defectos de una obra escrita a partir de estas premisas son eviden-
tes, pero en todo caso constituyen una separacin del modelo de las histo-
rias picas y de gestas precedente, elaboradas por les premiers aventuriers
qui firent, aux quinzime et au seizime sicle, la reconnaissance des ctes de
lAmrique y que furent presque tous agits de la fureur den crire des relations
mensongres.16
As, de la misma forma en que el anlisis de las fuentes de De Pauw testi-
monia la preeminencia espaola en la elaboracin de crnicas sobre Amrica
en los siglos XV y XVI, por ser, de entre todas las recopiladas, las ms completas
y las que agrupan una mayor variedad de hechos, la lectura de su obra, incluso
considerando que no se trata tanto de una obra de historia propiamente dicha,
sino de un tratado de historia natural, nos permite hacernos eco del ocaso de
un modelo historiogrfico y del avance y consolidacin de otro, las historias
filosficas.
Adems de por la importancia acordada a la tesis central que orienta las
investigaciones, el nuevo modelo historiogrfico se caracteriza por la exhaus-
tividad en la recopilacin de las fuentes y por el anlisis crtico y contrastado
de los materiales que sirven como base a la propia investigacin. En palabras de
De Pauw, con su trabajo ha procedido a un

tude rflchie de toutes les relations qui mritent dtre tudies, nous a pro-
cur sur cette matire des claircissements qui ont manqu aux auteurs qui nous
ont dvancs dans cette carrire [...]. En profitant de leurs fautes & de leurs lumi-
res, nous leur rendons la justice qui leur est due.17

16. Ibd., p. 124.


17. Ibd., p. 320.

346 ndice
R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

La escasez del tiempo del que disponemos para la presentacin de esta comu-
nicacin nos obliga a ser breves. Indicaremos tan slo que estas nuevas carac-
tersticas de las historias filosficas, adems de su carcter multidisciplinar se
reflejarn en las historias americanas de la segunda mitad del siglo XVIII y pri-
meras dcadas del siglo XIX. Los trabajos de Raynal, criticados por sus ataques
al catolicismo o por su visin de unos pueblos americanos degenerados natu-
ralmente, no dejarn por ello de servir de modelo historiogrfico y de ins-
piracin metodolgica. No slo en Espaa, sino tambin en Mxico o Chile
encontrarn sus Recherches philosophiques continuacin y respuesta.
Obras como la Historia Antigua de Mxico de Francisco Xavier Clavijero
(1780) y la obra homnima que Mariano Fernndez de Echeverra y Veyta redacta
en las mismas fechas, la Historia civil y poltica de Mxico (1803) de Andrs Cavo
o la posterior Historia de la provincia de la Compaa de Jess de Nueva Espaa
de Francisco Javier Alegre (1841-1842) respiran este influjo metodolgico ilus-
trado que tanto cal entre los jesuitas expulsados de Mxico en 1767.
El Compendio de historia natural (1776), respuesta temprana del jesuita chi-
leno Ignacio Molina o las Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los
espaoles en las Indias contra los pretendidos filsofos y polticos, para ilustrar
las historias de MM. Raynal y Robertson del cataln Juan Nuix, publicadas en
espaol en 1782, son ejemplos de la apropiacin que espaoles y novohispa-
nos hacen de la metodologa historiogrfica ilustrada para poder rebatir de forma
ms creble la visin histrica negativa que circula en Europa sobre la accin
colonial espaola.

4. La traduccin y adaptacin de la tercera edicin de la Histoire philosophique


des deux Indes (1781): ejemplo de un pragmatismo espaol naciente
Llegados a este punto, examinemos con ms atencin la recepcin de la
Histoire philosophique des deux Indes de Raynal y Diderot, cuya primera edi-
cin se public en 1770 y conoci despus sucesivas ediciones mejoradas.
Adems de la referencia directa que hemos sealado en el texto de Juan Nuix,
resultan de gran inters las reflexiones del Duque de Almodvar, adaptador
de la tercera edicin de la obra del abate Raynal, Histoire philosophique des
deux Indes (1781), para comprender los motivos metodolgicos, polticos y
econmicos que hacan interesante.
El duque de Almodvar, cuya vocacin diplomtica le llev a residir en esta-
dos de Italia, Polonia, los Pases Bajos, Francia, Inglaterra, la Alemania actual,
Rusia o Portugal, no poda sino estar altamente interesado en una obra como
la de Raynal:

ndice 347
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Una de las mejores que han visto los tiempos modernos; su estilo prodigioso;
excelente su mtodo, curiosas, tiles, y las ms veces exactas sus noticias; pre-
ciosos los estados y tablas que presenta; y en fin un cuerpo de historia, de pol-
tica, de filosofa, de instruccin del comercio, el ms importante que hasta ahora
tenemos, y digno de interesar a todos.18

Al mismo tiempo, en su adaptacin espaola, realizada entre 1784 y 1794,


Almodvar se siente obligado a purificar esta utilsima obra de los veneno-
sos efluvios de una pluma, que teida muchas veces en sangre daada, es una
mortal ponzoa.19 De ah el carcter tan particular de esta traduccin que estu-
diosos como Immaculada Urzainqui ha catalogado como un trabajo de traduc-
cin-correccin:

Aquel en el que el traductor, aun pudiendo querer ser fiel en conjunto al origi-
nal, lo somete a una labor de filtro y retoque para eliminar errores, y para supri-
mir o cambiar ideas que considera equivocadas o perniciosas (cuando no, para
evitarse problemas con la censura).20

Del estilo de la obra publicada en espaol bajo el ttulo Historia poltica de


los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas, habla tambin alto
y claro el Duque de Almodvar advirtiendo que:

No nos obligamos a traducir el original que nos gua; sino que abrazando gene-
ralmente su mtodo, escogemos el grano, arrancamos la zizaa, y aadimos las
conducentes noticias hasta el tiempo mismo en que escribimos, acompando-
las de aquellos conocimientos y discursos ms tiles y curiosos para el Pblico
a quien anhelamos servir.21

Estas palabras muestran sobradamente que Almodvar no lleg a ser presi-


dente de la Real Academia de la Historia entre 1791 y 1793 (ao de su muerte)
tan slo por azar o por el favor de Godoy. A buen seguro que su afinado inge-
nio historiogrfico contribuy tambin a que se ganara la estima de sus cama-
radas acadmicos.

18. ALMODVAR, Duque de, Historia poltica de los establecimientos ultramarinos de las
naciones europeas (1784-1794), Madrid: Imprenta de Sancha. Tomo I, p. 7.
19. Ibd., p. 5.
20. URZAINQUI, I., Hacia una tipologa de la traduccin en el siglo XVIII: los horizontes del
traductor en LAFARGA MADUELL, F. y DONAIRE FERNNDEZ, M. L. (coords.), Traduccin y adaptacin
cultural: Espaa-Francia (1991), Oviedo: Universidad de Oviedo.
21. ALMODVAR, Duque de, Op. cit., Tomo III, p. VIII.

348 ndice
R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

La forma en la que Almodvar sirve a la patria es distinta de la censura burda


con que la Inquisicin pensaba poner a Espaa a salvo de las ideas peligrosas
de los innovadores. En su adaptacin, Almodvar har bien a su patria y al
pblico, poniendo a disposicin de ste un conocimiento de las navegaciones,
descubrimientos, conquistas, comercio, gobierno, y estado de las Naciones de
Europa en ellas que es, no solo precioso, sino indispensable para nuestra
instruccin til.22 Adems, con la publicacin en castellano, lo que de mejor
hay en la Histoire philosophique, la curiosidad del pblico lector por las nove-
dades que vienen de fuera, se ver en parte saciada. El duque tampoco des-
dea entrar en la polmica con Raynal u otros filsofos en defensa de la vera-
cidad de las fuentes primitivas espaolas sobre la conquista y el dominio de las
provincias americanas. As, en el Prlogo del Tomo IV, anunciando la futura
publicacin de un tomo sobre el Nuevo Continente que nunca llegara a ver
la luz, considera:

Se vern restablecidas en sus derechos de veracidad las relaciones Espaolas;


se las har justicia; se abrir los ojos al pblico seducido por los posteriores Ge-
grafos, que, como confiesan los Encyclopedistas, las haban privado de su debido
crdito sin razn y sin pruebas.23

Con todo ello, Almodvar se gana a un tiempo el aprecio de ultramonta-


nos como Nicols Rodrguez Laso, inquisidor de Valencia, quien publica un Elo-
gio histrico pstumo del Duque en 1794 que acompaa al ltimo tomo de la
obra de su amigo y en el que elogia la diligencia y esmero que puso en corre-
gir los malignos pensamientos.24 Como relata Ovidio Garca Regueiro en el estu-
dio ms completo sobre la Historia poltica de los establecimientos ultramari-
nos de las naciones europeas25 la prudencia de Almodvar permiti que su obra
circulara incluso en las colonias americanas en poca posterior a la Revolucin
Francesa (Garca Regueiro se apoya en documentos del Tribunal del Santo Ofi-
cio chileno).
La calidad de la obra de Raynal y Diderot, junto a la prudencia de su adap-
tador espaol, la convertirn en la obra histrica de cabecera de personajes
como Aranda o Sempere i Guarinos, quien habla de los dos primeros tomos de

22. Ibd., Op. cit. Tomo I, p. 4.


23. Ibd.. Tomo IV, p. 582.
24. RODRGUEZ LASO, N., Elogio histrico del Duque de Almodvar en ALMODVAR, Duque de,
Op. cit., p. XVI.
25. GARCA REGUEIRO, O., Ilustracin e intereses estamentales (Antagonismo entre sociedad y
corrientes innovadoras en la versin espaola de la Historia de Raynal) (1982), Madrid:
Universidad Complutense.

ndice 349
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la adaptacin de Almodvar en su Biblioteca de los mejores escritores del rei-


nado de Carlos III (1785-1789), confrontndolos sumariamente con el original.
Historiadores como Forner, Blanco White, Masdeu y hasta poetas afectos a la
pica histrica como Juan de Escoiquiz (ver su Mxico conquistada, publicada
en la Imprenta Real en 1798), citan con afecto o desprecio al abate gascn.

5. Conclusin
Si por seguir la tesis de la ya clebre obra de Jos Rabasa, La invencin de Am-
rica. Historiografa espaola y formacin del eurocentrismo,26 Espaa inventa
Amrica con los testimonios directos de Coln, Corts y sus epgonos y con auto-
res como Las Casas o Gonzlez de Oviedo, que constituyen fuentes vitales para
la elaboracin de las historias americanas de los ilustrados franceses y afran-
cesados europeos, con el paso de los siglos, la derrota de la gestin que Espaa
hace de sus colonias y de su historia llevar a los historiadores de nuestro
pas y a los historiadores ilustrados novohispanos a tomar conciencia de las insu-
ficiencias de las historias picas y las crnicas para justificar un dominio colo-
nial espaol al que la Repblica de las letras europea seala con el dedo.
En adelante, los nuevos trabajos histricos se construirn dialcticamente,
en respuesta a las historias o las ideas que autores extranjeros han hecho circu-
lar sobre Espaa desde el siglo XVII. Como vimos, se da la circunstancia de
que los mismos escritores que han manchado con sus plumas venenosas la glo-
ria nacional, dando a la luz libros llenos de vituperios contra Espaa,27 son
admirados por el mtodo empleado en la confeccin de sus historias, que los
historiadores espaoles quieren imitar para construir una historia nacional rigu-
rosa que est en condiciones de competir con garantas ante las ingeniosas invec-
tivas de los extranjeros.
Los historiadores de mayor conciencia historiogrfica, como el ya aludido
Forner, se muestran decididos a remediar la ausencia de los historiadores espa-
oles de los escenarios de discusin europea durante el siglo XVII y durante una
buena parte del siglo XVIII, perodo en el que toda Europa se ha inundado de
una literatura que, en su opinin, es deficiente y maliciosa, construida sobre
lecturas de relecturas de autores como Las Casas o sobre simples mitos sin fun-
damento emprico alguno.
Lamenta as Forner que los monarcas espaoles y la Inquisicin, por el celo
puesto en la censura del testimonio del historiador nacional, hayan convertido

26. Disponemos de la edicin francesa, publicada como la inglesa (1993) antes que la versin espa-
ola del texto, que slo apareci en 2008. Linvention de lAmrique. Historiographie espagnole et for-
mation de leurocentrisme (2002). Pars: LHarmattan.
27. MASDEU, J. F., Historia crtica de Espaa (1783-1800). Madrid: Imprenta de Sancha, Tomo I, p. 1.

350 ndice
R AY N A L , D I D E R OT , VO LTA I R E O D E PA U W E N L A H I S TO R I O G R A F A E S PA O L A

su tarea en ingrata y peligrosa, dejando al mismo tiempo sin defensa a Espaa


ante las plumas extranjeras, que a falta de informes convenientes juntarn toda
la hiel a que d lugar no slo la naturaleza de las acciones, pero la impunidad
misma con que escriben. Por ello se ven Fernando El Catlico, Felipe II o el
Duque de Alba denigrados continuamente y sirven en el resto de Europa a los
malignos motes contra la tirana, sacndolos de sus sepulcros para satirizar en
ellos a los poderosos presentes.28 El historiador extremeo se muestra desolado
ante la circunstancia de que el uso poltico de la historia y su valor como tesoro
nacional, como relato capaz de suscitar la admiracin de los vasallos reales de
todas las provincias del imperio y actuar como elemento de agregacin entre
naciones tan dispares, no haya sido considerado en su justa medida por los
gobernantes espaoles.
En conclusin, slo a partir de la proliferacin de las crticas ajenas con res-
pecto a la conquista americana, de una leyenda negra que ha llegado a su apo-
geo en Europa, brota en Espaa la conciencia de la necesidad de una Historia
de la Modernidad y del Nuevo Mundo que sea nacional, rigurosa y completa,
que sea en suma, enciclopdica y til al pblico, pero que sirva al mismo tiempo
a la gloria de la nacin y que no se escriba en detrimento de la religin.
Para Richard Herr, los Forner o Almodvar son representantes de un patrio-
tismo ilustrado de marcado acento espaol que abandona la actitud particula-
rista de defensa de lo propio para entrar de lleno en una discusin con Europa
de t a t, en la que la obra histrica de la monarqua hispnica ser anali-
zada a la luz de la razn universal.

Desde la Contrarreforma, millones de espaoles estaban totalmente convencidos


de que Espaa, representante del catolicismo, se enfrentaba con un mundo hos-
til y estaban siempre dispuestos a defenderla fsica o espiritualmente [...]. El patrio-
tismo ilustrado de los progresivos presentaba una novedad, pues la adhesin,
que stos continuaron prestando a las luces, le daba un matiz que la diferenciaba
totalmente de la patriotera reaccionaria del otro campo.29

Podemos concluir, por tanto, afirmando que Espaa construye su historia


moderna a finales del siglo XVIII en dilogo con Amrica y Europa. No slo es
Amrica la que se hispaniza, de acuerdo a las celebraciones del 12 de octu-
bre, sino que Espaa misma se americaniza y se europeza a un tiempo porque,
en medio de la incertidumbre a la que la ha arrastrado su decadencia militar y

28. FORNER, J. P., Op. cit., p. 174.


29. HERR, R., Op. cit., pp. 189-190.

ndice 351
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cultural, se ve obligada a justificar, con las pocas armas de las que an dispone,
unas pocas y vigiladas plumas, su posicin como nacin multicontinental.
Estudiando las obras de los autores extranjeros para tomar en principio slo
el mtodo y algunos elementos tiles, las mismas ideas francesas y algunos pun-
tos de vista forneos sobre la conquista y la dominacin de Amrica irn calando
poco a poco en Espaa, que a finales del reinado de Carlos IV cuenta con ensa-
yistas como Blanco White,30 figura crtica e iconoclasta que hubiera parecido
una ensoacin si los Almodvar o Forner no hubieran actuado como prece-
dentes en las dos dcadas anteriores, caracterizadas como estoy sosteniendo,
por una maduracin de la conciencia historiogrfica espaola sin precedentes.
Espaa, poniendo como siempre en la balanza su doble filiacin y adscrip-
cin a las realidades geogrficas y culturales de Europa y Amrica, con respecto
a las cuales juega un doble papel de hija y madre, le debe a ambos continen-
tes el acceso de su historiografa a la mayora de edad en el perodo 1760-1830.
Si Amrica se presenta como un vasto teatro de las acciones que constituyen el
relato histrico, podemos decir que la Ilustracin europea ha sabido encontrar
un mtodo filosfico y, por ende, universal, para gestionar, ordenar y explicar
historias nacionales de pases como Espaa, en los que la historia patria se con-
funde con la historia mundial.

30. BLANCO WHITE, J. M., Conversaciones americanas y otros escritos sobre Espaa y sus Indias
(1993). Madrid: Ediciones de Cultura Hispnica.

352 ndice
LAS RELACIONES EXTERIORES DE LA REPBLICA DOMINICANA EN VSPERAS
DE SU ANEXIN A ESPAA (1860-1861)
Luis Alfonso Escolano Jimnez
Archivo General de la Nacin, Santo Domingo (Rep. Dominicana)

Resumen
La compleja situacin de la Repblica Dominicana desde su independen-
cia de Hait en 1844 condujo al gobierno del general Santana a anexionar aquel
pas a Espaa en 1861. En el proceso que condujo a tal desenlace resulta
imprescindible analizar el papel desempeado por los representantes diplo-
mticos acreditados en Santo Domingo, y de forma particular los de Gran Bre-
taa, Francia, Espaa y Estados Unidos. En este trabajo se aborda la gran con-
fusin existente a lo largo del ao que precedi a la anexin, as como la
rivalidad internacional que operaba en numerosas direcciones, a menudo fruto
de rumores que se difundan sin un fundamento slido y que alarmaban a las
diversas potencias con intereses en juego. El gobierno espaol acept la ane-
xin de un territorio que por su posicin geoestratgica entre Cuba y Puerto
Rico poda convertirse en una amenaza para dichas islas si fuera ocupado por
los Estados Unidos, de modo que a partir de 1860 increment rpidamente su
influencia sobre el ejecutivo de Santo Domingo. ste se vio as apoyado frente
a sus propios enemigos exteriores e interiores, pese al evidente disgusto que
la posibilidad de la anexin, e incluso de un protectorado, causaba a Gran
Bretaa y a los Estados Unidos, y en mucha menor medida a Francia.

ndice 353
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Con la anexin de Santo Domingo a Espaa, que tuvo lugar entre 1861 y
1865, concluye el perodo conocido en la historiografa dominicana con el nom-
bre de Primera Repblica, cuyo inicio coincide con la independencia domini-
cana frente a Hait, proclamada en febrero de 1844. Dicha etapa se caracteriza
por la permanente voluntad de los dos presidentes que ocuparon el poder la
mayor parte de esos aos, Pedro Santana y Buenaventura Bez, de obtener
la proteccin de alguna potencia extranjera. Durante la ltima presidencia de
Santana, en particular entre 1860 y 1861, el gobierno dominicano aceler las
gestiones encaminadas a tal fin, para lo cual pudo contar en todo momento con
la colaboracin del cnsul de Espaa en Santo Domingo. Esta circunstancia per-
miti al ejecutivo dominicano actuar de forma expeditiva pese a la actitud recelosa,
cuando no abiertamente opuesta, que mantenan tanto Gran Bretaa como los
Estados Unidos, y en menor medida Francia, frente a la posibilidad cada vez ms
prxima de la anexin o de un protectorado espaol sobre Santo Domingo.

1. Actitud franco-britnica ante la creciente influencia espaola en la Repblica


Dominicana
Los cnsules de Francia y Gran Bretaa en Santo Domingo, Saint Andr y
Hood, haban venido considerando necesario el establecimiento de un protec-
torado europeo sobre la Repblica Dominicana desde tiempo atrs, ya que ni
siquiera una paz definitiva con Hait servira, en su opinin, para remediar el
estado deplorable en que se encontraba el pas.1 Sin embargo, lo cierto es que
cuando Santana comenz a dar las primeras muestras de su preferencia por
Espaa a la hora de convertir en realidad dicho proyecto, la reaccin del agente
britnico ante tal posibilidad no se hizo esperar. As, cuando el gobierno domi-
nicano decidi saludar con veintin caonazos la bandera de Espaa, con
motivo de la victoria conseguida por las Armas Espaolas en Tetun,2 Hood se
apresur a informar de ello al Foreign Office, y calific este acto como algo
inslito, adornado con favorables expresiones de simpata por la madre patria.
Sin embargo, a juicio del diplomtico, tambin se trataba de una prueba evi-
dente de la vuelta del ejecutivo de Santo Domingo a una disposicin ms amis-
tosa hacia las naciones europeas. Hood comunic adems que el presidente
Santana haba dirigido una carta de felicitacin a la reina de Espaa con el mismo
motivo. Por ltimo, aqul pregunt a lord Russell, secretario del Foreign Office,

1. Archives du Ministre des Affaires trangres et Europennes, Pars, Correspondance poli-


tique, Rpublique Dominicaine, vol. n. 9, Saint Andr-Walewski, Santo Domingo, 7 de febrero de
1859.
2. Archivo General de la Administracin, Alcal de Henares (en adelante: AGA), AAEE, 54/5225,
n. 6, Ricart y Torres-cnsul de Espaa en Santo Domingo, 6 de marzo de 1860.

354 ndice
L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

si dado que tanto Gran Bretaa como Francia tenan la calidad de nacin ms
favorecida por sus respectivos tratados con la Repblica Dominicana, deba
requerir del gobierno de sta parecidas muestras de regocijo en el futuro, con
ocasin de las victorias que obtuviese el ejrcito britnico. El representante de
Gran Bretaa seal que su colega francs tambin haba consultado esta cues-
tin a su gobierno. Por supuesto, el Foreign Office consider ridculo exigir a
un estado neutral que se alegrara por los triunfos de otro pas en la guerra, 3
ya que la insensatez de semejante planteamiento no poda pasar inadvertida en
Londres. Este asunto, aunque anecdtico en apariencia, da una idea del grado
que haban alcanzado los recelos hacia Espaa, sobre todo por parte de Hood,
quien se escudaba a menudo en Saint Andr, como hizo en este caso, para jus-
tificar una actitud a todas luces insostenible.
Por su parte, el cnsul de Espaa en Santo Domingo, Mariano lvarez,
subray con el mayor nfasis la importancia del hecho en su respuesta a la nota
del ministro Ricart, y le indic que comunicara inmediatamente al ministro de
Estado la prueba espontnea de espaolismo que el gobierno dominicano
haba dado en esos momentos a la madre patria. Es ms, el cnsul asegur que
toda la Nacin Espaola, cuando tuviese conocimiento de tan grande demos-
tracin, la aplaudira con jbilo, al ver que cada da se estrechaban ms y ms
sus relaciones con sus antiguos hijos.4 Al poco tiempo, cuando llegaron a la
ciudad de Santo Domingo las noticias de las nuevas victorias alcanzadas por las
tropas espaolas en frica, y de los preliminares de paz que se haban ajustado
como consecuencia de esos triunfos, el ministro de Relaciones Exteriores vol-
vi a felicitar a lvarez. Ricart le asegur que la Repblica Dominicana, Nacin
libre y soberana, tomaba una parte tan viva en todo lo que contribuyese al
engrandecimiento y gloria de la Espaa, como cuando no era ms que una de
sus ms fieles colonias.5
El tono entusiasta de estas palabras no deja lugar a dudas acerca del estado
en el que se encontraban las relaciones hispano-dominicanas. As se deduce
igualmente del contenido de un despacho que dirigi el agente espaol en Santo
Domingo al ministro de Estado, en el que aparte de transmitir la felicitacin del
gobierno de la Repblica al de Espaa, le indic que tan sinceras muestras
de adhesin y simpata aumentaban cada vez ms. Segn lvarez, el motivo

3. The National Archives, Londres (en adelante: TNA), FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo,
12 de marzo de 1860.
4. Archivo General de la Nacin, Santo Domingo (en adelante: AGN), RREE, leg. 14, expte. 5, lva-
rez-ministro de Relaciones Exteriores de la Repblica Dominicana, Santo Domingo, 6 de marzo
de 1860.
5. AGA, AAEE, 54/5225, n 6, Ricart y Torres-cnsul de Espaa en Santo Domingo, 23 de abril
de 1860.

ndice 355
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de aqullas era la esperanza que tenan los dominicanos en que el ejecutivo de


Madrid les prestase su ayuda y proteccin, un espritu que el diplomtico pro-
curaba sostener, por considerarlo muy favorable a los intereses espaoles en
las Antillas.6
En tales circunstancias, Hood se sinti alarmado y record al secretario del
Foreign Office la necesidad de un protectorado europeo sobre la Repblica
Dominicana. Aunque el representante de Gran Bretaa ya se la haba sea-
lado a Russell en una comunicacin del 6 de febrero, no haba mencionado que
tanto l mismo como su colega francs pensaban que Espaa podra estar dis-
puesta a ejercer ese protectorado. Dicha opinin, que se fundaba en la con-
ducta observada por los agentes espaoles, era todava demasiado vaga para
haber informado entonces acerca de ella, pero como aparentemente las circuns-
tancias tendan a confirmar ese extremo, los dos cnsules creyeron que deban
comunicarlo sin demora a sus respectivos gobiernos. Acto seguido, Hood subray
que podra parecer que exista un obstculo insuperable en el hecho de que
la esclavitud estuviera prohibida en la isla de Santo Domingo. Sin embargo,
no haba duda de que, a ojos de Espaa, cualquier eventualidad derivada de la
condicin anmala de una colonia libre situada entre, y casi a la vista de, dos
colonias esclavistas importantes, sera preferible a las seguras consecuencias de
una ocupacin norteamericana de la isla, o incluso de una anexin de la Rep-
blica Dominicana a Hait. Es ms, segn el agente britnico, al parecer, la idea
de recuperar esta antigua colonia no era nueva, puesto que el tratado dominico-
espaol contena una clusula en la cual Espaa expresaba su esperanza de que
ninguna parte del territorio dominicano pasase nunca a manos de raza extran-
jera alguna. No obstante, todos los diplomticos espaoles, actuando sin duda
de acuerdo con las instrucciones, o al menos la inspiracin, de su gobierno,
parecan haber trabajado bajo la impresin de que semejante proyecto sera
inaceptable para los ejecutivos de Londres y Pars, lo que explicara hasta cierto
punto su enorme reserva. Dado que los ltimos informes de Hood y Saint Andr
eran en apariencia muy contradictorios, y para evitar que los mismos llevaran
a sus gobiernos a conclusiones errneas, ambos consideraron necesario reite-
rar la opinin que ya haban expresado con respecto al protectorado europeo
y manifestar que en esos momentos seguan vindolo igual de urgente.7

6. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperacin, Madrid (en adelante: AMAE),
fondo Correspondencia, subfondo Consulados, serie Repblica Dominicana, legajo H 2057, lva-
rez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de mayo de 1860. (Los documentos de este legajo en ade-
lante se citarn: AMAE, H 2057).
7. TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 4 de abril de 1860. (El subrayado es del origi-
nal).

356 ndice
L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

En este despacho no se aprecia, al menos de forma explcita, oposicin alguna


por parte de los representantes de Francia y Gran Bretaa a la posibilidad de
un protectorado espaol sobre la Repblica Dominicana. La misma impresin se
extrae tambin de otra comunicacin remitida al Foreign Office por Hood, en
la que ste adujo como prueba de la nueva poltica del gobierno dominicano
hacia los norteamericanos, el rechazo de la tentadora oferta de un gran prstamo
que aqullos le haban ofrecido, a cambio de ciertos privilegios en minas y nave-
gacin. El cnsul seal que si bien esa conducta pareca indicar un cambio
tan completo como para creer que sera permanente, no se poda confiar en ello
debido a la pobreza del pas, que estaba muy endeudado, no tena crdito ni
comercio y le haca falta dinero, y la nica mano que ofreca algo era una que
prestaba para quedarse todo en el futuro. Por esta razn, Hood advirti de que
llegara la hora en que la necesidad, o la esperanza de srdidas ganancias, aca-
baran conduciendo a los dominicanos a cometer un acto contra la indepen-
dencia de la Repblica. Esta fuerte conviccin era la que haba inducido a Saint
Andr y al propio Hood a insistir en sus opiniones, ya expresadas anteriormente,
relativas a la conveniencia de un protectorado. Adems, los dos agentes tenan
razones para pensar que el gobierno espaol, en esos momentos, estaba recopi-
lando datos que demostrasen la utilidad y la necesidad de poseer la isla de Santo
Domingo para la preservacin de Cuba y Puerto Rico. Por ello, ambos diplo-
mticos decidieron comunicar una sospecha que albergaban desde haca mucho
tiempo, pero de la que hasta entonces no haban tenido pruebas suficientes, en
el sentido de que Espaa estaba dispuesta a aceptar el protectorado sobre la
Repblica Dominicana. Al final de su escrito, Hood indic que un proyecto seme-
jante, en caso de poder llevarse a cabo, sera de lo ms ventajoso, aunque el
mismo no resultara, por lo menos al principio, muy atractivo para una gran parte
de los habitantes del pas.8 As pues, en los dos despachos del representante de
Gran Bretaa en Santo Domingo no se observa la menor crtica hacia el mencio-
nado proyecto, sino ms bien todo lo contrario, junto con un inters evidente en
justificarse por la tardanza en informar acerca de las gestiones encaminadas al
establecimiento de lo que pareca ser un protectorado espaol.
Sin embargo, la situacin tard muy poco tiempo en cambiar de signo de
forma radical. En efecto, fue suficiente para ello una breve respuesta del secre-
tario del Foreign Office a Hood, en la que le comunic que el gobierno brit-
nico consideraba que tal oferta de parte de Espaa la envolvera probablemente
en una guerra con los Estados Unidos, subrayando incluso la necesidad de
que el gobierno espaol sopesara si podra hacer frente a ese peligro.9 No hacan

8. Ibdem, Hood-Edmund Hammond, Santo Domingo, 4 de abril de 1860.


9. Ibdem, Russell-Hood, Londres, 16 de mayo de 1860. (Minuta).

ndice 357
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

falta ms argumentos para oponerse a un posible protectorado espaol en la


Repblica Dominicana, dado que la guerra era el principal obstculo para el
comercio, y la libertad para ejercerlo era a su vez el inters primordial que deba
salvaguardar a toda costa la diplomacia britnica. El cnsul que actuaba en Santo
Domingo en defensa de esos intereses pas, por lo tanto, a ejercer una crtica
cada vez mayor contra la preeminente posicin alcanzada por su colega espa-
ol en todos los mbitos de la realidad poltica, social y econmica de la Rep-
blica Dominicana.
No obstante, mientras que el vapor de la marina britnica Esmeralda visit
el puerto de Santo Domingo el 11 de abril de 1860, y el da 17 hizo lo propio el
bergantn de guerra francs Mercure, en los cinco meses que lvarez llevaba
desempeando sus funciones an no se haba presentado ningn buque de
guerra espaol en aquellas aguas.10 Es decir, pese a la creciente influencia del
agente de Espaa sobre el ejecutivo de Santo Domingo, la realidad es que el de
Madrid no pareca haber tomado una parte muy activa en todo este proceso,
poltica que comenz a experimentar un giro cuando por fin el 3 de julio fon-
de en la rada de la capital dominicana el vapor Pizarro. A bordo del mismo
viajaba el jefe de la escuadra de la Armada, Joaqun Gutirrez de Rubalcava,
quien no pudo reunirse con el general Santana, que se encontraba en la fron-
tera al frente de las tropas, pero mantuvo dos entrevistas con el vicepresidente
Alfau. En ellas, segn lvarez, Rubalcava dej satisfechos a sus interlocutores,
pues les haba hablado de todo lo que concerna a la situacin de la Repblica,
tocando los negocios pendientes con esquisita (sic) habilidad, as como con
la prudencia y circunspeccin que impona este tipo de cuestiones. Por otra
parte, y en vista de cuanto le haba expuesto el diplomtico espaol, Rubalcava
convino con l en la necesidad de dar una solucin a las dos cuestiones Hai-
tiana y Americana, que seguan constituyendo una amenaza para la existencia
de la Repblica. El jefe de la escuadra qued en informar de todo al goberna-
dor de Cuba, hacia donde se diriga; aprob la marcha poltica de lvarez con
el ejecutivo presidido por Santana, y tras una breve estancia de menos de vein-
ticuatro horas en territorio dominicano reemprendi su travesa rumbo a La
Habana.11
Santana regres a Santo Domingo a comienzos de agosto, despus de orga-
nizar la defensa de la frontera con Hait, y su llegada proporcion una nueva
ocasin para que el representante de Espaa desplegase una intensa activi-
dad, la cual puso de relieve el decisivo papel que jugaba ya en la evolucin de
la poltica interna dominicana. lvarez comunic al ministro de Estado que se

10. AMAE, H 2057, lvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 20 de abril de 1860.


11. Ibdem, lvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de julio de 1860.

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L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

intentaba por parte del Ejrcito investir a Santana con la dictadura, y que para
combatir tan perjudicial proyecto haba hecho entender con toda seriedad al
vicepresidente y al resto del gobierno que l se opona a semejante disparate,
ya que provocara una guerra civil e incluso la cada de Santana. Alfau, los minis-
tros, el presidente del Senado y otras autoridades superiores fueron a ver al cn-
sul de Espaa, y convinieron con ste en todas sus apreciaciones respecto a
las fatales consecuencias que traera consigo una dictadura, por lo que haban
trabajado sin descanso para que el plan no se llevara a efecto. As pues, las
tropas y milicias fueron despachadas inmediatamente hacia sus respectivos luga-
res de origen. lvarez se entrevist con el propio presidente, a quien alert
de los peligros a los que se exponan tanto l como la Repblica si tal cosa
se realizase, y usando un lenguaje bastante enrgico le hizo entender que
no contara para nada con su apoyo si el proyecto de la dictadura llegaba a
ponerse en marcha. Al or estas palabras, Santana dio a lvarez toda clase de
seguridades, y le dijo que l se opona al mencionado plan y que esperaba todo
de Espaa, sin cuyo apoyo pensaba que no poda funcionar la cosa pblica.
El presidente le manifest tambin que los pueblos estaban cansados de la mala
administracin de justicia y de otros abusos en los dems ramos, y que por ello
queran investirlo de una autoridad absoluta, creyendo que de ese modo se
pondra coto a tales desmanes. El agente respondi a Santana que el reme-
dio era peor que la enfermedad, y que con la decidida proteccin de Espaa
y los esfuerzos de todos el pas podra organizarse slidamente por las vas
pacficas y constitucionales sin necesidad de recurrir a medios tan violentos
como reprobados. Al despedirse, el presidente asegur a lvarez que no se
hara nada sin participacin y consentimiento del gobierno espaol, hacia el
que se mostraba muy agradecido, tal como seal el diplomtico,12 pero sin
dar ms explicaciones acerca de los motivos por los cuales Santana senta tanto
agradecimiento.
Pese a que se trataba de una clara injerencia en los asuntos internos de otro
pas, Caldern Collantes, el ministro espaol de Estado, dio su aprobacin a
la conducta de lvarez. Es ms, Caldern insisti en la conveniencia de que el
agente siguiese influyendo para que los poderes de la Repblica Dominicana
se ejercieran dentro de los lmites de la legalidad, siempre que fuese compa-
tible con la seguridad de aqulla, y le advirti de que esa influencia no deba
percibirse, para no excitar la rivalidad de los dems Cnsules de las Naciones
amigas. El ministro tambin hizo saber a lvarez que Espaa continuara pro-
tegiendo a la Repblica Dominicana, y contribuira a que aumentara la pobla-
cin espaola como medio seguro de promover su prosperidad y de asegurar

12. Ibdem, lvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 12 de agosto de 1860.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

su independencia. Por ltimo, Caldern subray la importancia de que el


gobierno dominicano pensase en la creacin de medios permanentes para aten-
der al sostenimiento de las atenciones pblicas, y encarg al representante espa-
ol en Santo Domingo que se ocupara del estudio de aqullos, y expresara su
opinin sobre el particular al ejecutivo de Madrid.13
Finalmente, el asunto de la dictadura se resolvi sin quebrantar el marco de
la legalidad, por muy defectuosa que sta fuese, de modo que el gobierno domi-
nicano cumpli con lo estipulado en el ltimo precepto de la atribucin 22 del
artculo 35 de la Constitucin. As, el gobierno dio cuenta ante el Senado
del uso que el presidente haba hecho de las facultades extraordinarias que
dicho artculo atribua al poder ejecutivo, y que por ste le haban sido dele-
gadas para llevar a cabo la obra de pacificacin del pas y la reorganizacin de
las comunes fronterizas del Sur.14 lvarez inform al ministro espaol de Estado
de que haba procurado dar la solucin ms prudente sin salir del crculo cons-
titucional, en unin con el Gobierno y el Senado, al negocio inesperado de la
dictadura. Lo ms llamativo es la afirmacin del cnsul en el sentido de que el
ejecutivo haba dirigido la anterior comunicacin al Senado con su anuencia.
La cmara legislativa, por su parte, que fue convocada en virtud de un decreto
del 16 de agosto para ocuparse de este asunto, haba remitido al gobierno
un proyecto de decreto que conceda al presidente, durante el perodo consti-
tucional vigente, la prerrogativa de tomar todas aquellas medidas que creyera
indispensables para la conservacin de la Repblica. Es decir, el Senado se limit
a acatar los deseos que el ejecutivo haba expresado a travs del mencionado
mensaje, como caba esperar, con el pretexto legal que le proporcionaban los
trminos prescritos por el Artculo 35, atribucin 22 del Pacto fundamental.
lvarez asegur al ministro que el proyecto sera aceptado tal como estaba, por-
que su influencia era completa, y tanto Santana como el vicepresidente Alfau,
los ministros y senadores slo deseaban en esos momentos coadyuvar a la idea,
fuese cual fuese, que el gobierno de Espaa tratara de llevar adelante en la
Repblica Dominicana.15
Los planes del gobierno espaol se vieron claramente reactivados a partir
del final de la guerra de Marruecos, en marzo de 1860, ya que esta victoria le per-
miti dedicar ms atencin a su poltica exterior, y en particular a la Repblica
Dominicana. Por ello, resulta muy acertada una apreciacin de James W. Cortada,
segn la cual la rivalidad entre los Estados Unidos y Espaa aument en toda

13. Ibdem, Caldern Collantes-cnsul de Espaa en Santo Domingo, Barcelona, 22 de septiem-


bre de 1860. (Minuta).
14. Ibdem, Declaracin oficial dirigida por el gobierno de la Repblica Dominicana al Senado
Consultor, Santo Domingo, 16 de agosto de 1860. (Es copia y lleva la firma de lvarez).
15. Ibdem, lvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 21 de agosto de 1860.

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L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

el rea caribea, as como en el resto de Amrica, al mismo tiempo que Espaa


superaba las debilidades que se haba visto obligada a afrontar durante los aos
anteriores, guerras civiles incluidas. De hecho, este autor considera que la con-
fluencia de los problemas europeos y americanos en las dcadas de 1850 y 1860
fue tan profunda que su intensidad es incomparable con la de las dos dcadas
anteriores.16
En efecto, el desenlace de la guerra de Marruecos dio a Espaa la seguridad
necesaria en s misma para comenzar a actuar de forma ms decidida en el
mbito internacional, lo que fue advertido tambin por Buchanan, el repre-
sentante de Gran Bretaa en Madrid, quien se lo hizo ver al secretario del Foreign
Office. El agente britnico pensaba que los espaoles tenan una opinin muy
errnea del poder estadounidense, y a ello se una el hecho de que su triunfo
en la campaa marroqu los llevaba a hacer un clculo exagerado de los recur-
sos militares con que contaban. As pues, y siempre a juicio de Buchanan, Espaa
ofendera a los norteamericanos, quienes en tal caso invadiran Cuba.17
Los acontecimientos tendan a precipitarse cada vez ms y, en un despa-
cho que dirigi a Russell, Hood se hizo eco de ellos, en particular de la llegada
de nuevos grupos de inmigrantes espaoles, que venan a sumarse a los ya esta-
blecidos con anterioridad en territorio dominicano y que, como stos,
tambin eran canarios que huan de Venezuela. Sin embargo, el diplomtico brit-
nico asegur que no haba ocurrido nada que le permitiera formarse una opi-
nin correcta en cuanto a si Espaa albergaba alguna visin interesada con res-
pecto a la Repblica, lo que resulta cuando menos sorprendente, despus de
haber informado acerca de un hipottico proyecto de protectorado espaol
sobre la misma. En cualquier caso, Hood se refiri, acto seguido, a una serie de
circunstancias que indicaran la existencia de algn tipo de acuerdo secreto entre
Espaa y la Repblica Dominicana. En primer lugar, comunic que el 30 de sep-
tiembre haba arribado al puerto de Santo Domingo, procedente de Cuba, un
vapor espaol de guerra que deba zarpar de nuevo el 8 de octubre, y a bordo
del cual viajara a La Habana el ministro de Relaciones Exteriores con el objeto
aparente de procurar obtener un prstamo. No obstante, como el cnsul de
Espaa haba manifestado su intencin de acompaarlo, por cambiar de aires
y por el placer del viaje, que lvarez emprenda sin permiso de su gobierno,
todo ello haca pensar a Hood que algn asunto de carcter poltico llevaba a
Ricart a la sede de la ms alta autoridad espaola en las Antillas. Por otra parte,
el 2 de octubre lleg a Santo Domingo el general Pelez, jefe de estado mayor
del ejrcito de Cuba, quien tras desembarcar en Puerto Plata se haba dirigido

16. J. W. Cortada, Two nations over time. Spain and the United States, 1776-1977, pp. 69-77.
17. J. W. Cortada, Spain and the American Civil War: Relations at Mid-Century, 1855-1868,
pp. 32-33. El autor cita el despacho Buchanan-Russell, Madrid, 8 de mayo de 1860.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

por tierra hasta la capital. Pelez dijo al agente de Gran Bretaa que iba direc-
tamente a Puerto Rico, pero que haba cambiado de ruta para pasar por la Rep-
blica Dominicana, aunque poco ms tarde Hood oy que aqul regresaba a
La Habana con Ricart y lvarez. En ltimo lugar, el representante britnico seal
que segn sus informaciones, como consecuencia de la presunta interferencia
espaola en los asuntos dominicanos, en Santiago y en Puerto Plata reinaba un
gran descontento, sobre todo entre los negros, que pensaban, o se les haba
hecho pensar, que la intencin del gobierno era entregar el pas a Espaa y res-
tablecer la esclavitud.18
Algunos das antes de su salida, lvarez, el general Pelez y el ministro de
Relaciones Exteriores fueron a Los Llanos para entrevistarse con Santana. A pesar
de esto, el gobierno dominicano continuaba asegurando que el objetivo del
viaje de Ricart era simplemente obtener un prstamo en Cuba, que el cnsul de
Espaa iba a La Habana en viaje de recreo, y que los dems se marchaban
por una mera coincidencia,19 debido a la oportunidad que les brindaba la salida
del barco.

2. El papel de los Estados Unidos en la coyuntura dominicana


El agente comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo, Jonathan Elliot,
tambin facilit a su gobierno algunos datos interesantes acerca de lo que estaba
ocurriendo en la Repblica Dominicana. El 20 de agosto, aqul envi un des-
pacho a Lewis Cass, secretario de Estado norteamericano, al que adjunt un
ejemplar del peridico publicado en Santo Domingo por oficiales del Ejrcito
espaol, El Correo de Santo Domingo, en el que marc algunos prrafos sobre
los cuales quera llamar su atencin. El primero de ellos se refera a la pr-
xima llegada al puerto de la capital dominicana de la fragata espaola Blanca,
con un teniente coronel, y algunos oficiales de artillera, ingenieros, infantera
y caballera, mientras que el segundo contena un ataque contra las repbli-
cas (sic) e insultos contra los Estados Unidos. Adems, segn el representante
espaol, el nombramiento del ministro dominicano de Relaciones Exteriores
haba sido autorizado por la reina Isabel II, de lo que Elliot dedujo que la Rep-
blica estaba ya claramente bajo el gobierno de Espaa. En una comunicacin
de la misma fecha que la anterior, el agente comercial se defendi de las acu-
saciones que el gobierno dominicano haba lanzado contra l para solicitar su
traslado, con el argumento de que todo se deba a los ataques vertidos contra
los Estados Unidos en el mencionado peridico. A juicio de Elliot, los espao-

18. TNA, FO 23/41, HOOD-RUSSELL, Santo Domingo, 5 de octubre de 1860.


19. Ibdem, HOOD-RUSSELL, Santo Domingo, 31 de octubre de 1860.

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L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

les estaban volviendo otra vez a lo mismo, en referencia a los hechos de 1856,
cuando la agencia comercial y la bandera norteamericana fueron groseramente
insultados. Por ltimo, el agente mencion las palabras de alguien que haba
dicho que no vivira en un pas que estuviese gobernado por Espaa, lo cual
fue suficiente para que se le enviase su pasaporte invitndolo a abandonar
de inmediato el pas. Este incidente sirvi a Elliot para afirmar que en esos
momentos nadie se atreva a hablar, ni tan siquiera en su propia casa, ya que
l se haba limitado a comentar que una repeticin de las escenas del 56 no
sera pasada por alto de nuevo, lo que lleg a conocimiento del gobierno domi-
nicano. Pese a todo, el agente comercial dijo no saber de qu se le acusaba,
pero s tena claro que William Cazneau, el agente especial de los Estados
Unidos en la Repblica Dominicana, era enemigo suyo y estaba involucrado en
el asunto.20
En su edicin del 5 de agosto, El Correo de Santo Domingo, cuyo principal
responsable era el capitn del ejrcito espaol Jos Mara Gafas, public un edi-
torial en el que se refera a los Estados Unidos como el refugio de todos los cri-
minales del mundo entero, lo que dio lugar a que Elliot siguiera criticando sin
tacto la poltica de Santana. En cuanto a sus sospechas sobre Cazneau, el agente
comercial estaba en lo cierto, pues aqul escribi a Cass el 10 de septiembre
para informarle, desde luego con cierta dosis de exageracin, de que Elliot haba
contrado tal hbito de intemperancia que no poda desempear dignamente
su puesto. Segn Cazneau, el agente comercial haba lanzado arengas sedicio-
sas desde su balcn, en los tonos ms estentreos, incitando a la gente de color
contra el gobierno dominicano y ofreciendo guiar a los negros a matar a los
isleos de Canarias llegados desde Venezuela, ya que Elliot les aseguraba que
stos pretendan esclavizarlos. Sumner Welles sostiene que, a juicio de Cazneau,
cualquier persona que expresase sus simpatas hacia la raza de color [...] no
serva para desempear el puesto de representante consular (sic) de los Esta-
dos Unidos. Ms interesante an resulta la afirmacin de dicho autor en el sen-
tido de que el secretario Cass comparta la opinin de Cazneau, y apoya su
aserto en el hecho de que pocos das antes de dimitir, aqul design como sus-
tituto de Elliot a William Richmond, que era un protegido del senador por Lui-
siana, John Slidell. Sin embargo, sus vnculos con los confederados hicieron que
el presidente Lincoln revocara el nombramiento de Richmond, antes de que ste
partiese hacia Santo Domingo. La clara animadversin de Welles por Cazneau,
quien desde luego no era un modelo de prudencia diplomtica, al igual que
Elliot, lo lleva a afirmar que durante los meses anteriores a la anexin el agente

20. A. Lockward, Documentos para la historia de las relaciones dominico-americanas, vol. I


(1837-1860), pp. 356-357.

ndice 363
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

especial de los Estados Unidos en la Repblica Dominicana, aunque bien ente-


rado de lo que se maquinaba, no pareca haber hecho nada para contrarres-
tar esos planes. El mencionado autor explica esta conducta con el argumento
de que ello podra deberse al retiro del Secretario Cass del Departamento de
Estado, en diciembre de 1860, aunque considera que el general tejano estara
ms sobrecogido por la conmocin a punto de estallar en los Estados Unidos
y juzg conveniente para sus intereses particulares permanecer en contacto
ntimo con Santana. No obstante, el propio Welles recoge una de las comuni-
caciones que el agente especial dirigi a Washington sobre la anexin espa-
ola que se aproximaba, fechada el 11 de enero de 1861. En ella, Cazneau
advirti al gobierno estadounidense de que cuatro quintas partes de los domi-
nicanos sin distincin de clase o color estaban aturdidas ante la perspectiva de
volver bajo el yugo de Espaa, palabras que no dejan lugar a dudas acerca
de la postura del agente norteamericano, ni tampoco sobre la seriedad de la
situacin dominicana en esos momentos. Welles, a pesar de todo, insiste en acu-
sar a Cazneau de tener otros asuntos que solicitaban su atencin, como por
ejemplo, los negocios del tambin estadounidense Joseph W. Fabens, con quien
llegara a estar en el futuro ntimamente aliado, asuntos que ocupaban buena
parte de su tiempo.21
En cualquier caso, y aun siendo ciertas muchas de sus apreciaciones, Welles
intenta justificar, a todas luces, la pasividad del ejecutivo de Washington, con el
pretexto de que ste no contaba con los suficientes datos para hacerse cargo
de la gravedad de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la Rep-
blica Dominicana.
Sin embargo, el agente especial de los Estados Unidos en Santo Domingo
proporcion suficiente informacin a su gobierno para que ste fuera capaz
de adoptar las decisiones que estimase ms oportunas en cada caso. As, por
ejemplo, en un despacho del 13 de octubre de 1860, cuando el proceso anexio-
nista no se encontraba an tan avanzado en su desarrollo, Cazneau comunic
al secretario de Estado que el ministro dominicano de Relaciones Exteriores y
Hacienda iba a negociar un prstamo de medio milln de dlares en Cuba, con
la garanta de Espaa. A juicio del agente, de la obtencin de dicho emprstito
dependa la futura independencia de la Repblica Dominicana, y con ello la
seguridad o la expoliacin de los intereses norteamericanos en aquel pas. Inde-
pendientemente de lo acertado o no de su interpretacin de los hechos, Caz-
neau dio noticia de todo, tal como se le haba hecho saber por parte del eje-
cutivo de Santo Domingo. Ahora bien, el agente llam la atencin de Cass, y
con la mayor alarma posible, sobre un supuesto cambio que se haba operado

21. S. Welles, La via de Naboth. La Repblica Dominicana 1844-1924, vol. I, pp. 202-204.

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L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

a partir de septiembre. En efecto, hasta entonces la preservacin de la naciona-


lidad dominicana pareci buscarse en el pleno reconocimiento de la misma por
parte de los Estados Unidos, mientras que desde septiembre tres cuartas par-
tes del gabinete y del Senado se haban convertido en simpatizantes de la
dominacin espaola. Es ms, Cazneau asegur al secretario de Estado que las
masas no coincidan en este sentir, sino que la poblacin blanca de Santiago
y de La Vega murmuraba ominosamente de una guerra civil, pese a lo cual
admiti que el partido espaol contaba con las fuerzas necesarias, que llegaran
desde Cuba, para suprimir cualquier intento de tal clase. Por si el tono de estas
palabras no fuese ya lo bastante alarmista, en otra comunicacin que envi a
Cass, fechada el 17 de noviembre, el agente especial seal que para poner
en marcha el acuerdo alcanzado con Espaa, Santana estaba formalmente inves-
tido [...] de la dictadura, aunque slo con carcter temporal. Adems, aqul
indic que la promesa de apoyo militar hecha por Espaa, con ayuda pecu-
niaria inmediata, a travs de un prstamo de medio milln de dlares, haba
decidido el curso a tomar, as como la decisin del Senado de sancionar la
investidura de poderes extraordinarios al general Santana. El agente subray
que, en caso de que el prstamo no se hiciera efectivo en una fecha prxima,
o de que Espaa se alarmase y retrocediese en sus compromisos, o de que
el amargo y bien extendido descontento de las masas ante la reincorporacin
a sus antiguos dominadores espaoles desembocara en una revolucin, se pro-
ducira un cambio instantneo del programa. Con su habitual optimismo, Caz-
neau consider que la Repblica Dominicana volvera entonces a implorar el
amistoso reconocimiento de los Estados Unidos, y propondra de nuevo un
puerto libre en las bahas de Saman o Manzanillo, como estmulo para que el
gobierno norteamericano estableciese relaciones mediante la firma de tratados.
En todo caso, y a menos que se produjera alguna de esas contingencias, lo
que dara nuevos lineamientos a los asuntos, la Repblica Dominicana, cobi-
jada bajo la corona espaola, se hundira tranquilamente en la forma de una
colonia [...] de cules bajo el gobierno absoluto de la Madre Patria, y con el pen-
samiento de una ltima alternativa de cesin a Francia. Segn el agente, los
oficiales espaoles haban asegurado al ejecutivo de Santo Domingo que
los Estados Unidos se veran obligados en breve a abandonar la Doctrina de
Monroe, y afirmaban ostentosamente en sus crculos sociales que Espaa estaba
buscando una oportunidad para reprimir las pretensiones norteamericanas en
el Caribe.22
Parece evidente que muchas de las afirmaciones de Cazneau son muy exa-
geradas, o cuando menos, no estn lo suficientemente fundamentadas como

22. A. Lockward, op. cit., vol. I, pp. 358-361.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

para juzgarlas merecedoras de todo crdito, pero ello no obsta para que el
gobierno de los Estados Unidos las tuviese en cuenta, ms an dado el preocu-
pante tenor de tales noticias. Como es lgico, adems de los agentes comercial
y especial norteamericanos en Santo Domingo, tambin enviaban sus infor-
mes al ejecutivo de Washington los representantes de ste en Madrid y La Habana.
As, Thomas Savage, vicecnsul general de los Estados Unidos en esta ltima
ciudad, remiti a Cass varias comunicaciones, fechadas entre agosto y noviem-
bre de 1860, en las que anunciaba que el gobierno espaol haba autorizado al
capitn general de Cuba a facilitar a Santana armas y equipo para defenderse
de los haitianos, as como un prstamo. Charles Hauch seala que esta auto-
rizacin de ODonnell vena prcticamente a ratificar las acciones que Serrano
haba ejecutado ya, toda vez que desde agosto de 1860, si creemos a la oficina
consular norteamericana en La Habana, se estaban introduciendo en la Rep-
blica Dominicana hombres y materiales de Cuba y Puerto Rico.23
Sin embargo, tan alarmantes informaciones no obtuvieron respuesta alguna
por parte del secretario de Estado, y Charles Tansill afirma con irona que los
intereses norteamericanos fueron confiados a la sensible compasin de un rgi-
men que haba dado pruebas inequvocas de su hostilidad profundamente arrai-
gada hacia todo lo americano,24 en clara alusin a Espaa.
Lo cierto es que si el gobierno de los Estados Unidos omiti dar a Cazneau
instrucciones acerca de la actitud que deba asumir con respecto al protecto-
rado espaol, no faltan razones de orden interno que expliquen esa momen-
tnea negligencia, relacionadas con la inminencia de un cada vez ms proba-
ble conflicto blico entre los estados del norte y los del sur. En efecto, la campaa
electoral norteamericana se encontraba en su mximo apogeo, de modo que el
inters predominante de los partidos polticos, que pasaba por alcanzar el triunfo
en las presidenciales, haba paralizado toda maniobra o accin de la tendencia
expansionista del Destino Manifiesto que los distrajese de la lucha por el poder.
Tras ganar las primarias del partido republicano a William H. Seward, Abraham
Lincoln deba enfrentarse al candidato de los demcratas del norte, el impe-
rialista Stephen A. Douglas, as como al de los demcratas esclavistas del sur,
John C. Breckinridge, por lo que las prximas actividades de la poltica expan-
siva quedaron supeditadas a esta coyuntura. No obstante, cuando tom pose-
sin como nuevo presidente de los Estados Unidos, en marzo de 1861, Lin-
coln nombr secretario de Estado a Seward, el ms grande abogado y profeta
de la expansin territorial que jams haya ocupado ese puesto, en palabras de

23. C. C. Hauch, La Repblica Dominicana y sus relaciones exteriores 1844-1882, pp. 117-119.
24. C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo 1798-1873. A chapter in Caribbean diplo-
macy, p. 212.

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L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

John Holladay Latan. Este autor tambin sostiene que, en 1860, Seward haba
vislumbrado en las convulsiones que estaban despedazando a las repblicas
hispano-americanas, y en su rpida decadencia y disolucin, la etapa prepara-
toria de su reorganizacin como miembros iguales y autnomos de los Estados
Unidos. Una de las primeras decisiones que adopt fue comunicar a Cazneau,
el 11 de marzo de 1861, que considerase terminadas sus funciones oficiales y
regresara a los Estados Unidos, medida con la que aqul no estaba abando-
nando el inters norteamericano en la Repblica Dominicana, sino ms bien
todo lo contrario. De hecho, ese mismo da, Seward redact las instrucciones
destinadas a orientar la misin de un nuevo agente especial, que debera sus-
tituir a Cazneau.25
Por su parte, el representante de Espaa en Washington, Gabriel Garca Tas-
sara, indic al capitn general de Cuba que no poda decirle nada seguro sobre
las verdaderas disposiciones del gobierno de los Estados Unidos. Acto seguido,
el plenipotenciario aadi que haba llegado a la capital norteamericana una
correspondencia de Puerto Plata, en la que se anunciaba en los trminos ms
positivos que el protectorado espaol era una cosa decidida. A pesar del clima
de excitacin reinante en esos momentos, se haba hablado del asunto en varios
crculos y Tassara consideraba indudable, por lo que all se haba dicho sobre
los planes de Espaa en la Repblica Dominicana, que tal cuestin haba lla-
mado la atencin del ejecutivo de Washington y tal vez estaba influyendo ya en
el estado de cosas de aquel pas. A juicio del diplomtico, era posible que se
hubieran pedido o se pidieran al respecto explicaciones al gobierno espaol,
por medio del agente de los Estados Unidos en Madrid, pero afirm que a l
no se le haba comentado nada sobre ese particular.26

3. ltimas interferencias franco-britnicas antes de proclamarse la anexin


Adems de los Estados Unidos, el nico pas que podra haberse opuesto
abiertamente al protectorado espaol, y con mayor motivo an a la anexin de
Santo Domingo, era sin duda Gran Bretaa, en cuyo caso la reaccin a los pro-
yectos de Espaa en la Repblica Dominicana responde a razones de una ndole
ms compleja de analizar. El 5 de enero de 1861 Hood hizo referencia a varios

25. E. Apolinar Henrquez, Anotaciones del traductor, en Dexter Perkins, La cuestin de Santo
Domingo, 1849-1865, pp. 65-434; vanse pp. 299-302. El autor sigue en parte a Henry Merritt Wris-
ton, Executive Agents in American Foreign Relations, pp. 458-459, y a John Holladay Latan, A
history of American foreign policy, p. 418, pero no indica las ediciones de estas obras. (La cursiva
es de E. Apolinar Henrquez).
26. AGA, AAEE, 54/5225, n 9, Garca Tassara-capitn general de Cuba, Washington, 20 de noviem-
bre de 1860.

ndice 367
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

despachos enviados a Russell durante el ao 1860, en los que le haba infor-


mado acerca de las circunstancias que tendan a mostrar que Espaa intentaba
establecer su protectorado sobre la Repblica Dominicana, u obtener una cesin
total de la isla. Sin embargo, el cnsul britnico asegur que all se observaba
tanto misterio y secretismo, que le era casi imposible obtener alguna informa-
cin veraz sobre el asunto, pero en ausencia de la misma expuso al secretario
del Foreign Office una serie de acontecimientos ocurridos recientemente, que
parecan confirmar su opinin. En este sentido, pas a sealar que lvarez haba
regresado a Santo Domingo el 8 de diciembre, a bordo del vapor espaol Cuba,
y despus de permanecer tan slo unas horas en tierra, durante las cuales estuvo
en comunicacin con el gobierno dominicano, se dirigi en el mismo barco a
Puerto Rico y Saint Thomas. El 20 del mismo mes el representante de Espaa
volvi a Santo Domingo y, tras una escala de pocas horas en ese puerto, sali
de nuevo hacia La Habana, desde donde se esperaba que llegase en cualquier
momento. El 14 de diciembre un buque espaol de guerra, procedente de Cdiz,
desembarc gran cantidad de rifles, mosquetes, caones y municin para el
gobierno de la Repblica.27
En otro orden de cosas, Hood inform a Russell de que a lo largo del mes
de diciembre, el ejecutivo haba convocado en la capital a todos los generales
que estaban en las diversas provincias del pas, tanto en el servicio activo como
en la reserva. Despus de comunicarse con ellos se les permiti volver a sus
casas, excepto al general Mella, que haba sido detenido la noche anterior y
se encontraba bajo arresto. Entre los convocados estaban los generales Valverde
y Mallol, quienes, junto con Mella, fueron la parte principal del gobierno de la
revolucin de julio de 1857. El diplomtico subray que los oficiales espaoles
que haban llegado para ponerse al servicio del gobierno dominicano continua-
ban llevando el uniforme y la escarapela del ejrcito espaol, y se refiri tam-
bin a una noticia segn la cual el ministro Ricart haba obtenido un prs-
tamo de medio milln de dlares espaoles en Cuba. No obstante, lo ms
relevante del despacho de Hood fueron dos rumores comunicados por ste,
que haban circulado en Santo Domingo y parecan provenir de una fuente fide-
digna. El primero de ellos deca que se haba firmado una convencin para esta-
blecer un protectorado espaol, a las nueve de la noche del 20 de diciembre,
el da en que lleg lvarez desde Saint Thomas, y que el texto de ese acuerdo
se haba enviado a Espaa en un barco que sali aquella misma noche. De
acuerdo con el otro rumor, en dicho tratado se contemplaba una cesin abso-
luta de la Repblica a Espaa, y se estipulaba que Santana sera nombrado capi-
tn general. El agente britnico indic que la opinin general era que Espaa

27. TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 5 de enero de 1861.

368 ndice
L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

haba determinado apoderarse de la isla, y que para lograr ese objetivo se esta-
ban gastando o prometiendo grandes sumas de dinero.28
Hood tambin comunic a Russell que, durante un reciente viaje por el pas,
haba notado en todas partes un sentimiento muy fuerte contra los espao-
les, y que la excitacin se haba llevado tan lejos que estaba seguro de que la
menor excusa servira para provocar el estallido de una insurreccin, de las
caractersticas ms alarmantes. El cnsul de Gran Bretaa haba estado inten-
tando descubrir qu intereses llevaban a Espaa a entrometerse en la poltica
dominicana, pero no pudo encontrar nada ms que consecuencias de una natu-
raleza muy seria para ella. Por consiguiente, aqul se haba visto obligado a
buscar en otra parte una explicacin de tan anmala conducta, y pensaba que
haba encontrado algn indicio a este respecto. As, tanto del lenguaje y del
comportamiento de su colega francs, quien segn Hood siempre tena a punto
alguna excusa creble para los actos de las autoridades espaolas, como del
carcter de algunas instrucciones de su gobierno que haba visto, aqul dedujo
que Espaa no actuaba en este asunto como protagonista, sino como un agente.
A juicio del representante britnico, exista algn acuerdo secreto entre Francia
y Espaa por el cual, despus de que sta obtuviera la posesin de la Repblica
Dominicana, la transferira a Francia, momento en el que la baha de Saman
se fortificara, con lo que se convertira en la llave de las Antillas y el golfo de
Mxico. Hood coment que no era un proyecto nuevo, sino que aos atrs ya
se haba intentado hacer algo similar, pero fracas. Sin embargo, y a pesar de
todo lo que llevaba expuesto, al final de su despacho el diplomtico confes
con franqueza que slo se trataba de meras conjeturas, dado que era absolu-
tamente imposible llegar a una conclusin en la que se pudiera tener plena con-
fianza.29
Estas ltimas palabras de Hood no dejan lugar a dudas sobre la enorme con-
fusin existente poco ms de dos meses antes de la fecha en que se proclam
la anexin de Santo Domingo a Espaa. La coincidencia entre aqul y Cazneau
acerca de la versin relativa a un supuesto pacto hispano-francs revela asi-
mismo que las rivalidades operaban en mltiples direcciones, e incluso de forma
entrecruzada, a menudo fruto de rumores que se difundan sin un fundamento
slido y que alarmaban lgicamente a los diversos gobiernos con intereses en
juego.
No obstante, en Londres se consider que la mencionada conjetura era muy
probable, y que podra resultar necesario dar algunos pasos para frustrarla, toda
vez que esos planes se vean por entonces como un verdadero misterio. Por

28. Ibdem.
29. Ibdem.

ndice 369
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

todo ello, el representante de Gran Bretaa en Madrid podra pedir informacin


al respecto.30 No resulta, pues, extrao que el Foreign Office tambin estimase
necesario preguntar a Hood si haba alguna verdad en la noticia de que Espaa
estaba suministrando armas a la Repblica Dominicana.31 El motivo de dicha
consulta fue una conversacin con el agente de Hait en Londres, durante la
cual ste se refiri a los rumores que le haban llegado en tal sentido y sugiri
al Foreign Office la conveniencia de preguntar a Hood sobre el asunto, algo
que Russell orden hacer.32 En cualquier caso, es posible que esa consulta no
llegara a efectuarse nunca, ya que en torno a los mismos das se recibi en la
capital britnica la anterior comunicacin del cnsul, en la que ste anunciaba
el envo de material blico a Santo Domingo por parte de Espaa.
Precisamente con referencia al contenido de su despacho del 5 de enero,
Hood convenci a Zeltner, el nuevo cnsul de Francia, para dirigir junto a l,
como agentes de la mediacin entre Hait y la Repblica Dominicana, una carta
al gobierno de esta ltima, en la que le pedan informacin acerca de los rumo-
res que circulaban con respecto a Espaa y la Repblica. El representante de
Gran Bretaa envi a Russell una copia de esa carta, con la confianza de que
su superior la considerase escrita con el espritu ms amistoso, pese a lo cual
admiti que la cuestin era muy desagradable. En su respuesta, Dvila Fernn-
dez de Castro, quien sustitua interinamente a Ricart al frente del Ministerio de
Relaciones Exteriores, neg la existencia de cualquier tratado entre ambos
pases y al mismo tiempo, segn Hood, haba aprovechado la oportunidad para
mostrar su disgusto, expresndose en los trminos ms ofensivos.33
El texto de la misiva que Hood y Zeltner dirigieron al ministro dominicano
de Relaciones Exteriores es en realidad un cumplido ejemplo de la ms desca-
rada intromisin en los asuntos internos de otro estado. Debido al rumor que
se difunda en la ciudad de Santo Domingo sobre un tratado secreto que habra
sido firmado recientemente entre el gobierno dominicano y el agente del gobierno
espaol, y que al parecer conllevaba la cesin del territorio de la Repblica,
en vez del protectorado del que se haba hablado primero, Hood y Zeltner se
consideraban obligados a pedir algunas aclaraciones. stas eran an ms nece-
sarias teniendo en cuenta el estado de efervescencia existente en las diversas
provincias de la Repblica, al que probablemente se deban atribuir las deten-
ciones que acababan de producirse, as como la convocatoria de los jefes
militares en la capital. Aunque los cnsules aseguraron que no pretendan inmis-
cuirse en los asuntos del pas, aadieron que tras las gestiones llevadas a cabo

30. Ibdem. Se trata de un apunte, sin firma, en el que aparece la fecha 12 de febrero de 1861.
31. Ibdem, Russell-Hood, Londres, 31 de enero de 1861 (minuta).
32. Ibdem. Es un apunte, sin firma, fechado el 26 de enero de 1861.
33. Ibdem, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de enero de 1861.

370 ndice
L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

por Gran Bretaa y Francia para conservar la independencia dominicana, esas


potencias no sabran interpretar favorablemente ningn acto que tendiera a modi-
ficarla o destruirla, y que ocurriese a sus espaldas. En conclusin, Hood y Zelt-
ner solicitaron al ministro las explicaciones oportunas con el fin de poder trans-
mitirlas a sus respectivos gobiernos.34
La nota de respuesta de Fernndez de Castro no estaba redactada en los tr-
minos ms ofensivos, tal como haba sealado el representante britnico, pero
s con un planteamiento claramente destinado a frenar en seco la injerencia
de aqul y su colega francs, por lo cual emple un estilo duro que pona de
manifiesto el respaldo con que contaba. El ministro indic que los rumores
haban hecho el mismo desaire que de costumbre a los que llevados de un celo
excesivo los haban acogido, y que el gobierno de la Repblica no haba fir-
mado tratado alguno, ni con quien los diplomticos europeos llamaban Agente
Espaol, al que Fernndez de Castro dijo en tono irnico no conocer, ni con
ningn otro Representante de Espaa. Tan slo con estas palabras ya queda-
ra contestada la carta, pero el ministro quiso desvanecer por una parte las
equivocaciones que contena, y por otra manifestar su sorpresa por el hecho
de que se hubiera querido hallar fundamento a aquellos rumores en la pri-
sin de un Dominicano. En cuanto a este ltimo extremo, Fernndez de Cas-
tro puntualiz que en todas partes tenan lugar esas medidas precautorias,
aconsejadas por la previsin, cuando con ellas poda evitarse el mal mayor que
viniese de una propaganda indiscreta, por ms absurdos que fueran sus fun-
damentos. El ministro record a Hood y Zeltner que ellos mismos haban sido
testigos de otras muchas detenciones, que desgraciadamente haba hecho nece-
sarias el estado de intranquilidad en que se encontraba el pas, y subray
que nunca sin embargo haba parecido llamar su atencin semejante medida.
Fernndez de Castro neg que sta hubiese excitado los rumores a los que se
refera la nota de los cnsules, sino que por el contrario esos rumores, o mejor
dicho la causa que los produjo, haba hecho necesaria la medida. A juicio del
ministro, la suposicin de que el llamamiento momentneo de algunos jefes
militares hubiera corroborado dichos rumores se basaba tambin en un delez-
nable fundamento, porque aparte de que era frecuente en todo Gobierno hacer
esos llamamientos cuando conviniese, pareca que los justificaba la propia exis-
tencia de tales rumores, y ms an de la propaganda que los originaba. No
obstante, en la ltima parte aparece lo ms llamativo del escrito de Fernndez
de Castro, quien recurri en l a un pretexto cuya eficacia conoca bien, y explo-
taba an mejor, tal como era el temor a la amenaza representada por los Esta-

34. Ibdem, Hood, Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la Repblica Dominicana, Santo


Domingo, 14 de enero de 1861. (Es copia).

ndice 371
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dos Unidos, con mucho la ms peligrosa para la independencia de la Repblica


y para los intereses europeos en ese pas.35
Hood y Zeltner respondieron al ministro que sus aclaraciones probaban que
no exista ningn tratado con Espaa que afectara a la independencia de la
Repblica Dominicana, y les permitan, pensaban, creer que no se tena la inten-
cin de entrar con esa potencia en arreglo alguno sobre tal asunto. Aunque
durante su viaje a las provincias del norte el agente britnico hubiera observado
una efervescencia extraordinaria, que no negaban ni siquiera las autoridades
con las cuales haba hablado de ello, Hood y Zeltner queran creer que el pri-
mero se haba confundido a este respecto, y que la Repblica gozaba de la ms
perfecta tranquilidad. Sin embargo, ambos diplomticos manifestaron a Castro
que el ltimo prrafo de su carta, as como varias expresiones que contena la
misma, les haban causado una verdadera sorpresa, pero no creyeron opor-
tuno responderlas, sino que dejaron a sus gobiernos la tarea de apreciarlas.36
Dicho prrafo sugera la posibilidad de que las sospechas britnicas y fran-
cesas contribuyesen a fomentar, aunque fuera involuntariamente, la actividad de
aquellos grupos favorables a los norteamericanos, con lo que una vez ms Fer-
nndez de Castro demostraba una gran astucia, no exenta de agresividad. Pese
a todo, de sus palabras no puede deducirse ofensa alguna, dado que el minis-
tro no estaba acusando a Hood y Zeltner de provocar los movimientos de pro-
testa, sino que tan slo se limit a advertirles de las posibles consecuencias
que podra tener el escrito en cuestin, cuando el gobierno dominicano ms
necesitaba de la ayuda europea. Debe reconocerse la habilidad del argumento
empleado por Fernndez de Castro, pues aunque sin duda ste ocult parte de
la informacin, al obviar las negociaciones de la Repblica con Espaa, tampoco
estaba faltando a la verdad, ya que an no exista ningn acuerdo formal, y ante
todo le permiti desactivar una posible oposicin a los proyectos de su gobierno.
El agente de Gran Bretaa en Santo Domingo se refiri de nuevo a los
trminos impropios empleados por Fernndez de Castro, en un despacho remi-
tido a Russell, a quien inform de que el ministro les haba asegurado que su
carta no pretenda ser hostil. Segn Fernndez de Castro, el tono y expresio-
nes de aqulla no justificaban la impresin de Hood y Zeltner de que era ofen-
siva. Si bien la opinin de los cnsules segua siendo la misma, stos consi-
deraron que sera descorts dudar de las seguridades que les haba dado el
ministro, y por lo tanto decidieron olvidar el asunto.37

35. Ibdem, Dvila Fernndez de Castro-cnsules de Gran Bretaa y Francia en Santo Domingo,
Santo Domingo, 17 de enero de 1861. (Es copia. Los subrayados son del propio documento).
36. Ibdem, Hood, Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la Repblica Dominicana, Santo
Domingo, 18 de enero de 1861. (Es copia).
37. Ibdem, Hood-Russell, Santo Domingo, 1 de febrero de 1861.

372 ndice
L A S R E L AC I O N E S D E L A R E P B L I C A D O M I N I C A N A

Tres das despus de proclamarse la anexin, acto que tuvo lugar el 18 de


marzo de 1861, el cnsul de Gran Bretaa incluy en un despacho que remi-
ti a Russell una copia del mensaje pronunciado por Santana el 27 de febrero,
con motivo del aniversario de la independencia dominicana. En el mismo el pre-
sidente haba hecho referencia a las proposiciones presentadas por Zeltner
respecto a una convencin con Hait, mientras Hood se encontraba ausente de
la capital, y a juicio de ste lo hizo de tal manera como para dar a entender que
Gran Bretaa y Francia ya no actuaban de acuerdo en dicha cuestin. Por ello,
el representante britnico consider oportuno dirigir una carta al gobierno domi-
nicano sobre el particular, en la que le explicaba lo que haba ocurrido y la razn
por la cual la misiva de Zeltner no iba acompaada de otra suya. En esa comu-
nicacin, Hood hizo tambin algunos comentarios al ministro de Relaciones Exte-
riores sobre la ausencia en el mensaje presidencial de toda mencin de Gran
Bretaa, pese a que incluso los estados de menor importancia haban sido pre-
sentados en un lugar prominente. Por ltimo, el diplomtico seal a Russell
que, como la Repblica Dominicana ya haba dejado de existir, slo se refera a
este asunto para demostrar que tena razn cuando le expuso en sus ltimos
despachos que el gobierno dominicano deseaba manifestar un sentimiento de
hostilidad hacia Gran Bretaa.38
Con la consumacin del proceso iniciado algunos meses atrs, el rgimen
santanista obtena por fin el respaldo de una potencia extranjera para mantenerse
en el poder frente a sus enemigos tanto internos como externos, un objetivo
que vena tratando de alcanzar desde el mismo comienzo de la independencia
dominicana frente a Hait, en 1844. Dicho logro por parte del ejecutivo de Santo
Domingo, pese a las reticencias de todo tipo que tal medida despertaba entre
los diversos pases con intereses en el rea antillana, pone de relieve la inteli-
gencia con que Santana y su gobierno supieron jugar la baza de la rivalidad inter-
nacional en beneficio propio, aun a costa de renunciar a la soberana.

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38. Ibdem, Hood-Russell, Santo Domingo, 21 de marzo de 1861.

ndice 373
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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374 ndice
FORJANDO LA CARA DEL IMPERIO. LOS ARQUITECTOS DEL EMPERADOR MAXIMILIANO
(1864-1867)
Nizza Santiago Burgoa
Doctorando. Universit Paris Sorbonne-Paris IV

Cada hombre tiene su locura particular; y el que no la tuviera,


no sabra contribuir al movimiento general de mundo.
Maximiliano (1869: II, 204)

El trgico desenlace del Segundo Imperio en Mxico tuvo por efecto pro-
longado la creacin y el reforzamiento de mitos y omisiones que marcaron el
curso de la historia nacional. En efecto, el mutismo que imper tras la victoria
de la Repblica juarista y la dispersin de las fuentes del imperio cuando ste
sucumbi, participaron sin duda al desinters por restablecer ciertos aspectos
de su historia. Asimismo, la fuerte institucionalizacin y el sentimiento naciona-
lista que procedieron a la revolucin de 1910 indujeron a la reprobacin de los
smbolos del poder del perodo anterior. De modo que la arquitectura deci-
monnica y en particular la de mediados de siglo, encarn una memoria inde-
seada.
No es sino a partir de la dcada de los 80 que los especialistas en la mate-
ria demuestran un verdadero inters por indagar en las fuentes del siglo XIX. Sin
embargo, las prdidas materiales acumuladas durante la primera mitad de siglo
orientaron la revisin histrica de dichos monumentos en el sentido nico del
porfiriato. A casi tres dcadas de este movimiento reevaluador, generado indis-
cutiblemente por el reforzamiento de las leyes de proteccin patrimonial,

ndice 375
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y como resultado de una mayor accesibilidad a las fuentes del Segundo Impe-
rio, consideramos que es tiempo de examinar ciertos aspectos del legado arqui-
tectnico de Maximiliano.

1. MAXIMILIANO DE HABSBURGO CONSTRUCTOR


Para entender la voluntad constructora de Maximiliano durante su breve impe-
rio, es necesario recordar algunos aspectos de su formacin. Adems de una
educacin meticulosa, que prepar tanto al archiduque Fernando Maximiliano
de Habsburgo (1832-1837) como a su hermano Francisco Jos (18301816)
a los altos designios del mando imperial, ambos recibieron una enseanza arts-
tica desde temprana edad. Esta fue supervisada por los pintores Dullinger y
Peter Johann Nepomuk Geiger. Maximiliano demostr desde entonces tener
grandes aptitudes para el dibujo. Su aguda observacin y las cualidades incisi-
vas de su trazo le permitieron realizar caricaturas tan audaces que desde joven
se gan la desconfianza de ciertos personajes de su entorno (Ratz, 2008: 7-9).
Ms tarde su prctica del dibujo le llevara a construir Hietzing.1
Torcuato de Tena, haciendo referencia a la vocacin constructora del joven
Habsburgo le atribuy el mal de piedra. Efectivamente, su creatividad se vio
con frecuencia plasmada en obras arquitectnicas, las cuales, por una u otra cir-
cunstancia nunca logr ver concluidas. As lo constatamos desde su primera
intervencin en el reino Lombardo-Vneto, cuando emiti el proyecto que
inspir la realizacin de la Piazza del Duomo de Miln; y ms tarde, en dos
obras arquitectnicas altamente reveladoras del gusto de Maximiliano, a saber,
los castillos de Miramar y Lacroma, cuyos proyectos fueron confiados a los arqui-
tectos Carl Junker y Julius Hofmann, respectivamente (Drewes, 1999: 224).
Al aceptar la corona de Mxico (en abril de 1864), consciente de su rol como
futuro emperador, Maximiliano se dio a la tarea de definir un programa que le
ayudara a construir la imagen de su gobierno imperial. Este programa se basaba
en una serie de obras pblicas y privadas, que por medio de las bellas artes,
transformara sus nuevos dominios, y hara entrar el progreso a su nueva patria.
Siendo su modo noble de introducirse ante el pueblo mexicano, Maximiliano
public de inmediato la Ley del 10 de abril de 1864, relativa al Ministerio de
Instruccin Pblica y Cultos. Esta ley dara lugar a grandes cambios en la vida
cultural de Mxico, pues por primera vez se manifestaba el deseo de un gober-
nante por crear las condiciones ptimas para el desarrollo de las artes y las cien-
cias (Acevedo, 1995: 35-79).

1. Posteriormente llamado Maxing, este modesto pabelln de estilo suizo corresponda al gusto
personal del joven archiduque. Fue construido cuando este tena 17 aos, en las cercanas del
parque imperial de Schnbrunn, siendo destruido posteriormente. NB, n inv. PORT_00049660_01.

376 ndice
L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

1.1. Preparando la llegada a Mxico


Desde un inicio la Regencia dio instrucciones para la organizacin y nom-
bramiento de miembros de los diversos comits que realizaran obras de embe-
llecimiento en la ciudad de Mxico. As, el 15 de abril de 1864, se constituy
la primera comisin directiva de las festividades alrededor de la llegada de los
soberanos. La dirigan los regidores Jos Quiones, Jos del Villar y Bocanegra,
Fernando Mangino y Jos Hiplito Gonzlez, quienes decretaron las disposicio-
nes del Ayuntamiento para el recibimiento de los soberanos: se compondran
los caminos y paseos principales, se iluminaran los edificios, se colocaran arcos
triunfales en calles y plazas, etc. Esta comisin design igualmente al arquitecto
Lorenzo de la Hidalga para efectuar las renovaciones del Teatro Imperial.2
(Gmez, 2000: 147-148).
Asimismo, se reunieron esfuerzos para rehabilitar la futura residencia de los
emperadores en la ciudad de Mxico. Efectivamente, ms de cinco dcadas de
pugnas internas e invasiones haban dejado en ruinoso estado a la mayora
de las construcciones nobles de la capital, dificultando la tarea de encontrar un
edificio suficientemente noble y confortable para los emperadores. El entonces
Palacio Nacional no ofreca las condiciones necesarias para ser habitado por
la corona de inmediato y las obras de rehabilitacin tomaran un tiempo con el
cual no se contaba. Conscientes del significado del asentamiento imperial en
el antiguo Palacio de los Virreyes,3 los regentes hicieron acelerar los trabajos
en las habitaciones destinadas al emperador y a la emperatrz hacia junio de 1864.
La direccin de dichas obras qued a cargo de dos arquitectos, a saber, el enton-
ces arquitecto de palacio, Vicente E. Manero, y el clebre arquitecto Lorenzo de
la Hidalga (Arciniga, 2008: 37). Mientras se hacan dichas adaptaciones, otra
de las inquietudes de la Regencia fue la de proponer una residencia proviso-
ria para los soberanos, surgiendo la idea de alojarlos en la villa de Buenavista.
Efectivamente, por sus nobles caractersticas, extensin de jardines y situacin
al suroeste de la catedral, este noble palacio poda satisfacer a los jvenes empe-
radores. Sin embargo, Maximiliano ya tena otros planes en mente. Al poco
tiempo comenzaron a llevarse a cabo los arreglos en la villa de Chapultepec,4
designada como residencia imperial principal por el mismo Maximiliano, como
revela la correspondencia de sus ministros Hidalgo y Almonte en 1863:

2. En vsperas de la llegada de los soberanos, el Ayuntamiento de la ciudad de Mxico gast


ms de 54.030 pesos para los arreglos de la ciudad y dems preparativos.
3. Palacio Nacional, tras la cada del emperador Iturbide en 1823.
4. El palacio neoclsico de Chapultepec, fue construido por el ingeniero Manuel Agustn Mas-
car entre 1785 y 1787. Sede del Colegio Militar, fue bombardeado en 1847 quedando en psimo
estado. Maximiliano lo bautizar Miravalle, en recuerdo a Miramar.

ndice 377
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El Prncipe se propone habitar Chapultepec dejando el Palacio para las ceremo-


nias oficiales. Quiere que las habitaciones de Chapultepec se arreglen con sen-
cillez pero (sean) confortables. Cree que Mora desempeara esta comisin y ya
le escribi sobre esto. Se necesita un plano con lpiz de las habitaciones altas y
bajas de Chapultepec y dibujos de Chapultepec. (Acevedo, 1995: 134).

Las obras realizadas durante el breve perodo de la Regencia, debieron


adaptarse al mximo a las consignas dadas por Maximiliano, quien desde el
extranjero control el avance de los trabajos. Este mismo se asegur de poder
intervenir directamente en las obras a su llegada:

Los prncipes llegarn directamente al Palacio Nacional cuando lleguen a la Ciu-


dad de Mxico. S.A.I. desea que no se haga ningn cambio a la disposicin de los
departamentos ni al mobiliario. Que se efecte solo lo concerniente a crear un
espacio adecuado. Solo los objetos de los baos y las recmaras debern ser nue-
vos. Por lo que queda de Palacio de Mxico y de las otras residencias Imperia-
les, notablemente el Castillo de Chapultepec, el prncipe se reserva el derecho de
hacer los cambios que l juzgue pertinentes, para el embellecimiento de los luga-
res.5

1.2. Gnesis del magno proyecto de obras pblicas


Tras su llegada, Maximiliano y Carlota no tardaron en palpar las grandes caren-
cias del pas y evaluar el estado de abandono en el que se encontraban sus
ciudades. En la capital, cada recorrido por la urbe y sus alrededores fue reve-
lando a su paso el estado deplorable de las vas que la comunicaban. En efecto, el
crecimiento demogrfico dado durante la primera etapa del Mxico indepen-
diente no se haba traducido hasta entonces de manera directa en la fisionoma
de las ciudades. Estas seguan conservando la traza colonial y sus arcaicas fron-
teras. As, tras la casi duplicacin de habitantes en la ciudad de Mxico entre
1790 y 1860, la capital mostraba an muy pocas modificaciones en su topogra-
fa, con respecto al plano levantado por Diego Garca Conde en 1793. Solo el
Paseo de Bucareli y las calzadas abiertas por Revillagigedo, que antes se encon-
traban casi despobladas y deslindadas del circuito capitalino, haban extendido
sus lmites por seis manzanas entre Balderas y Bucareli. Este nico cambio fue
el resultado de la aparicin de las calles de Iturbide y Humboldt (Katzman, 1993:
33-34).
Para darnos una idea de lo que encontraron los emperadores a su paso, exa-
minamos la memoria municipal de 1864:

5. De Maximiliano a Almonte, 26 de diciembre 1863. AKMVM-HHStA, caja 112, folio 36.

378 ndice
L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

En lo general los Paseos han sido abandonados por mucho tiempo a la destruc-
cin, y adems de las obras ejecutadas primitivamente para fundarlos, el arte casi
nada ha hecho para conservarlos ni menos para embellecerlos, con las solas excep-
ciones de la fuente central de la Alameda, que se hizo en 1852, de las dos cons-
truidas en 1862 en sus glorietas San Diego y Santa Isabel, y la colocacin de la
estatua del Rey D. Carlos IV de Espaa en la primera del Paseo. (Azcarate, 1864:
161-174)

Maximiliano contaba entonces con slidas referencias en materia urbanstica,


habiendo podido ver los trabajos y transformaciones que se operaban en capi-
tales europeas como Viena (con la creacin del circuito Ringstrasse bajo la orden
de su hermano el emperador Francisco Jos), Pars (con las obras de urbani-
zacin e higiene de Haussmann) y Bruselas (de la cual conoca el proyecto
votado en 1859 por el burgomaestre Anspach). Es evidente, tomando en cuenta
la experiencia del joven emperador, que este se esmerara por dar un nuevo
esplendor a la capital mexicana, imponindose el deber de modernizarla. Den-
tro de las medidas puestas en marcha a su llegada, se orden al Ministerio de
Fomento el arreglo de caminos y calzadas, la construccin de nuevos puentes
y se dio la consigna de introducir un sistema eficaz de desage, para dar solu-
cin definitiva al recurrente problema de inundaciones en el Valle de Mxico.
Tambin se traz una nueva va, la cual, si no se inspir del modelo de las capi-
tales europeas antes referidas, por lo menos fue ideada para facilitar el acceso
cotidiano al dominio imperial de Chapultepec, como sugiere Jos Luis Blasio en
sus memorias:

Durante uno de sus trayectos en carruaje, Maximiliano imagin el trazo de un


paseo que uniera la entrada del bosque de Chapultepec con la glorieta de Car-
los IV y decidindose a llevar a cabo su proyecto, compr terrenos al ingeniero
Francisco Somera por un monto de $29,815.75. (Cf. Gmez, 2000: 151)

2. CONSTRUIR LA IMAGEN DEL SEGUNDO IMPERIO


Si todos nos unimos con el fin nico de promover la grandeza y prosperidad
duraderas de nuestro pas, la providencia coronar entonces nuestros esfuer-
zos, y floreciendo el Imperio, los diversos departamentos y ciudades encontra-
rn un verdadero progreso.6

6. Extracto del discurso del Emperador al Ayuntamiento de Orizaba el dia 31 de Mayo de 1864.
AKMVM-HHStA, K12, F 7, II, N 6, Fol. 70r.

ndice 379
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El trazo de la Calzada de Chapultepec7 fue casi inmediato a la llegada de los


emperadores a la capital, lo cual se aprecia en el plano de la lnea del ferrocarril
Mxico-Chalco establecido por Ricardo Orozco e Ignacio Dosamantes, ambos
alumnos de la Academia Imperial de San Carlos, el 24 de octubre de 1864.8
Los trabajos fueron confiados al ministro Luis Robles Pezuela, quien, con la
ayuda del inspector de caminos Miguel Iglesias y del director de calzadas Benito
Len Acosta, efectu el trazo. La calzada tena una longitud de 3.435 metros,
una extensin de 18 metros de ancho y cada banqueta deba tener 9 metros,
debiendo partir, segn instrucciones de Maximiliano, del centro de la cabeza de
la estatua9 al centro de la entrada al bosque de Chapultepec. Para obtener una
lnea recta era necesario derrumbar los 18 arcos del acueducto de la calzada de
la Vernica que interrumpan el recorrido (Acevedo, 1995: 142).10
Como la mayor parte de los proyectos realizados durante el perodo, la auto-
ra de dicho trazo ha sido otorgada a varios arquitectos e ingenieros. Algunos
autores lo atribuyen al arquitecto Ramn Agea (Jimnez, 1994: 19); otros, al inge-
niero Eleuterio Mndez,11 y en tiempos recientes, a dos ingenieros militares aus-
tracos, a saber, el cadete-topgrafo Alois Bolland Kuhmackl y el teniente coro-
nel Ferdinand von Rosenzweig. A este respecto podemos suponer que, al igual
que en otras obras proyectadas por Maximiliano, la idea de una creacin indi-
vidual otra que la suya fuera impensable. Ratz y Drewes sugieren que dicho
individualismo es una de las caractersticas de la voluntad artstica12 del Habs-
burgo. Este ltimo solo habra puesto empeo en buscar manos ejecutoras para
sus proyectos personales.

7. Tras la cada del imperio, esta va sera denominada la Calzada Degollado. Hoy Avenida de
la Reforma.
8. Coleccin Academia de San Carlos-ENAP, PI-IV G-9 A, nm. Inv. 08666109.
9. Se trata de la estatua ecuestre de Carlos IV (El Caballito). Obra del escultor y arquitecto Manuel
Tols (1803).
10. En su texto, Esther Acevedo comenta asimismo que una vez terminado el trazo se con-
trat a los hermanos Agea por la cantidad de 90.000 pesos. En efecto, Juan y Ramn Agea, como
arquitectos-socios durante el Segundo Imperio, realizaron diversos proyectos para el emperador;
sin embargo, la nica obra concluida fue la creacin de las escaleras del Palacio Nacional (1864-
1867). No obstante, Katzman atribuye a Ramn Agea un proyecto para la capilla imperial en el Alc-
zar de Chapultepec (1866); el estanque del patio de los colegiales y composturas en el Colegio de
Minera (1866), y el trazo de la calzada de Chapultepec por orden de Maximiliano.
11. Arquitecto e ingeniero civil, Eleuterio Mndez, se gradu en la Academia de San Carlos en
1860. Intervino en el concurso de monumento a la Independencia de la Plaza Principal (1863); cons-
truy la cubierta de madera de la Cmara de Diputados en el Palacio Nacional (1864); Subdirector
de obras bajo la direccin de Ramn Rodrguez Arangoiti.
12. Kunstwollen fue una nocin desarrollada posteriormente por el historiador del arte Alos
Riegl (1858-1905) en su clebre obra El culto moderno de los monumentos (1903).

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L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

Otro aspecto que interviene en el estudio de la creacin de la Calzada es


el hecho de que sta no habra sido precisamente el fruto de una idea origi-
nal, sino el simple aprovechamiento de un camino ya trazado; y que tras la
adquisicin de los terrenos que la atravesaban (en su mayora propiedad de
Somera), la misma municipalidad habra facilitado su construccin y agilizado
las obras de infraestructura, beneficiando nicamente a una minora de terra-
tenientes.

2.1. Obras y proyectos (1864-1867)


Nuestra querida patria me ha confiado una noble tarea, la de poder trabajar por
ella y lo hago con todo mi corazn, con toda mi alma. Entre los ms interesan-
tes deberes de esta tarea, figura el de buscar, desarrollar y utilizar las innumera-
bles riquezas con que la providencia ha dotado este hermoso pas.13

Adems de la realizacin de la nueva calzada, el emperador puso en mar-


cha los trabajos que haba proyectado desde antes de su llegada a Mxico. Sin
embargo, no exista una verdadera organizacin de conjunto, lo cual dificultaba
la supervisin de trabajos y aumentaba sus posibilidades de aborto. Dentro de
los pocos documentos que dan pauta de la organizacin interna para tales
realizaciones en el Ministerio de Fomento, encontramos un plan general de
mejoras dividido en cuatro partes, en el que se enumeran las obras en 23 cap-
tulos. Aqu se designan los principales supervisores, ejecutores y concesiona-
rios que han de participar en cada uno de los proyectos del plan:14

[...] Trabajos de mejoras generales y embellecimiento de la capital; Trabajo del


monumento de la Independencia, con sus mquinas, caeras y establecimiento
de fundicin; Id. de la Alameda. Embellecimiento de la calzada de Chapultepec
con sus fuentes y el monumento de Coln; trabajos del Palacio Nacional con su
fachada, con su arreglo interior, con el arreglo de la parte reservada al Ministe-
rio de Relaciones; con el arreglo del Teatro Nacional; Museos y Biblioteca Nacio-
nal; trabajos de Chapultepec arreglando el alczar, fabricando el edificio inferior
y concluyendo el parque con el jardn zoolgico y los otros diferentes objetos. [...]

En cada captulo se daban instrucciones precisas sobre las realizaciones: as,


la ejecucin de los dibujos de la ciudad y sus alrededores deba ser realizada

13. Discurso pronunciado por S.M. el Emperador en la Academia Mexicana de Ciencias y Lite-
ratura el 6 de julio de 1865. AKMVM-HHStA, K12, Fascicule 7, II, N 30, Fol. 132r- 134r.
14. Se trata de un borrador. AKMVM-HHStA, K16, - Fol. 678r - 682v (s/f).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

por los seores Rodrguez15 y Grube. Siendo el arquitecto Rodrguez el electo


para la ejecucin del Monumento de Independencia16, se recordaba que tanto
los dibujos preparatorios como el presupuesto de ste deban ser realizados por
l mismo. Asimismo, se planeaba aislar la catedral y, en consecuencia, echar
abajo el sagrario, el seminario y la biblioteca; crear una plaza rectangular alre-
dedor de la catedral para dejar el paso libre a los coches saliendo de la calle de
Plateros. En los rincones de la plaza, delante de la fachada de la catedral, habran
de instalarse dos fuentes grandes de estilo Plaza San Pedro de Roma. Se plan-
teaba tambin arreglar la fachada del Ministerio de Fomento, abrir un nuevo
bulevar (plantado de rboles) para ligar el monumento con la catedral. La Ala-
meda se arreglara segn los dibujos de Kaiser y Grube y aqu se instalaran esta-
tuas de zinc hechas en las fbricas de Berln (copiadas del antiguo). Se cons-
truiran: una glorieta; una plaza de toros; la calzada de Chapultepec con sus
arboledas en cuatro hileras, su mquina hidrulica de irrigacin general, sus
bancos de hierro y la fuente monumental de Cristobal Coln (creacin del Sr.
Rodrguez Arangoiti); un sistema hidrulico general; empedrado de calles; alum-
brado de gas en toda la ciudad;17 instalacin de faroles en las plazas monumen-
tales y en los bulevares; caeras; creacin de bulevares en el interior de la ciu-
dad, de lugares de salvacin; hospitales; instalacin de bombas pblicas, y
cementerios.
En la segunda, tercera y cuarta partes del documento se precisan otros pro-
yectos de los cuales se haran estrictamente cargo los arquitectos y maestros de
obras cercanos al entorno imperial. El Sr. Gnner (prefecto de Palacio) deba entre-
gar todos los dibujos y aclaraciones del Teatro Nacional, el Sr. Kaiser deba eje-
cutar los dibujos de arquitectura, el Sr. Hoffmann, los dibujos de ornamentos, y

15. El arquitecto Ramn Rodrguez Arangoiti (1830-1882) fue alumno del Colegio Militar de Cha-
pultepec durante la intervencin americana de 1847. Adquiri en 1855 el ttulo de Doctor en Mate-
mticas en la Universidad de Roma y regres a Mxico como primer arquitecto imperial. Intervino
en el concurso de 1864 para Monumento a la Independencia en la Plaza Mayor, obteniendo el pri-
mer premio, elabor diseos para el monumento a Coln en el Paseo de la Reforma (1865); hizo
transformaciones en el Palacio Nacional (1865); y en el Alczar de Chapultepec proyect la cons-
truccin de un museo chino, una entrada monumental, el edificio del cuerpo de guardia, la capilla
de una cochera para Maximiliano (1865-1866); as como el arreglo de la Plaza Mayor (1866).
16. El proyecto del Monumento de Independencia es uno de los primeros concebidos por el
joven emperador al llegar al pas. 21 proyectos responden a la convocatoria de 1864, pero nin-
guno de ellos se selecciona. El proyecto ser otorgado a Rodrguez Arangoiti el 16 de septiembre
de 1865.
17. A este respecto encontramos la concesin dada a Guillermo Lloyd para que ste se hiciera
cargo del abastecimiento de gas en el imperio. Cf. AGN Fondo Segundo Imperio (136), Galera 5,
Acervo 49 y 50, Caja 3, Exp. 50: Decretos sobre concesin a Guillermo Lloyd para establecer fbri-
cas de gas, expedidos por el Gabinete del Emperador (3 de agosto de 1865-17 de agosto de 1866).

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L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

los Sres. Schaffer y Grube, los de parques y jardines del Alczar de Chapulte-
pec. En Cuernavaca, los Sres. Gnner, Kaiser y Knechtel se haran cargo de la
realizacin de obras y compra de terrenos. Los apuntes generales ponen nfa-
sis en las necesidades imperantes del proyecto:18 entre ellas se requera una ley
de expropiacin (como en Pars y Viena); una ley general de ornato para las
casas de la capital, regida por el Ayuntamiento; una compaa para gas, agua y
electricidad; un reglamento riguroso para los paseos pblicos (para evitar su
deterioro). Por ltimo, se comisiona a los Sres. Rodrguez, Kaiser, Grube, Sojo,
Norea, Rebull y Hoffmann para la elaboracin de un repertorio arquitectnico19
comn destinado a los edificios pblicos.

2.2 Los arquitectos del emperador


En Mxico, Maximiliano nombr dos prefectos para hacerse cargo de los domi-
nios imperiales, y en particular de la coordinacin de obras en edificios, bosques
y jardines. De modo que la Casa Imperial se vio atribuir: un prefecto civil para
el Palacio Imperial, el oficial austriaco Rudolf Gnner; y un prefecto militar
para la villa de Chapultepec, Karl Schaffer. Ambos eran hombres de confianza del
emperador, pues lo haban acompaado durante sus travesas navales, junto con
el oficial Stefan Herzfeld (Ratz, 2008: 14). Sus cargos se subordinaban al del
Gran Chambeln, el conde de Orizaba, quien era responsable de la gestin de
eventos de la Casa Imperial, del respeto y buen uso del protocolo, as como
de la supervisin de los edificios, dominios y paseos de la corona imperial en
su totalidad (incluyendo los castillos de Miramar y Lacroma).
La gestin de los gastos ocasionados por las obras en el Palacio Nacional
estaba sometida al Ministerio de la Casa Imperial, en la cumbre de la pir-
mide.
Como hemos podido constatar, los propsitos imperiales eran vastos en mate-
ria constructiva, y esto, a pesar de la apretada situacin econmica en la que se
hallaba el pas. Resulta pues obvio que para realizar sus planes Maximiliano con-
tratara a ms de un arquitecto. Sin embargo, an es imposible determinar con pre-
cisin el valor atribuido a cada uno de ellos dentro del crculo ntimo de la corte
imperial. Por ejemplo, se sabe que a su regreso de Europa, despus de 11 aos
transcurridos entre Roma y Pars, el arquitecto Ramn Rodrguez Arangoiti se

18. La versin final de este plan se establece el 21 de junio de 1866, en Cuernavaca. Cf. AKMVM-
HHStA, K16, 7i. Fol. 684r 687v.
19. El reporte de dicha comisin fue firmado por todos los miembros y lleva fecha del martes
26 de junio (1866). Cf. AKMVM-HHStA, K16, Fol. 717r /v, 718.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

hizo notar por sus mritos20 en la Academia Imperial y no tard en ser solici-
tado por el emperador (Romero, 2000: 47). Su nombramiento casi inmediato
como director de obras de la Casa Imperial, le vali incluso ciertas fricciones
dentro del crculo acadmico, en particular, con el destituido Lorenzo de la
Hidalga.
Para entender la sobrecarga de trabajos que durante este breve perodo
pudieron recaer sobre un solo arquitecto (como en el caso de Rodrguez y de
Kaiser), es necesario tomar en cuenta que el ramo de la construccin en Mxico
contaba con pocos recursos humanos en esa poca. En el acta expedida en
mayo de 1864 por Jos Fernando Ramrez, director general de la Academia de
Nobles Artes de San Carlos, se autoriza a slo 20 arquitectos, 17 ingenieros y
9 maestros de obras a ejercer sus profesiones en todo el imperio.21 Teniendo en
cuenta que algunos de ellos se encontraban en fin de carrera y que ms de la
mitad acababa de concluir sus estudios, pocos eran aquellos que por experien-
cia podan satisfacer enteramente las necesidades imperiales. Es por esta razn
que los nombres de arquitectos coincidan en una y otra obra, y que los plazos
de conclusin de obras tendan a alargarse.
En la actualidad, la mayora de los planos y dibujos ejecutados durante el
segundo imperio se conservan en la coleccin de la Mapoteca Orozco y Berra
del Instituto de Geografa y Metereologa de Mxico. Entre las firmas recurren-
tes de dichos documentos aparecen las de Rodrguez Arangoiti, Kaiser, Hoff-
mann, Suban, Schafmann (estos ltimos, maestros de obras) y la del prefecto
Schaffer. Tambin se conocen otros nombres gracias a los reportes expedidos
semanalmente por la casa civil y militar del imperio, hoy en el archivo de Viena.
Estos nos permiten ver que los trabajos en Chapultepec estaban bajo la super-
visin del ingeniero Guimbarda, del maestro de obras Mller y del jardinero
Grube.22

20. Efectivamente, en su introduccin como catedrtico de la Academia Imperial de San Car-


los, el director Urbano Fonseca presenta al arquitecto Rodrguez como antiguo miembro de la Aca-
demia Imperial de Bellas Artes de Pars, as como de la Sociedad Central de Arquitectos Britnicos
y Franceses. Sealan asimismo su participacin en la construccin de edificios en el Bulevar Prn-
cipe Eugenio. AAASC, n 6621.
21. AAASC, gaveta 41, exp. 6591.
22. Noticia de los trabajos en las obras de Chapultepec en la semana del 15 al 20 de mayo de 1865.
AKMVM-HHStA, K16, Fol-850r-851v, 852r-853r.

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L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

3. HACIA EL FIN DEL IMPERIO


Hacia el fin del imperio, la difcil situacin econmica, vindose agravada
con el retiro de tropas francesas y del apoyo financiero de Napolon III vol-
vi asfixiante la atmsfera poltica en la capital. Esto, aunado al frgil estado de
salud de Maximiliano provoc que los emperadores trasladaran su residencia a
Cuernavaca a fines de 1865. A pesar de la penosa situacin en la que se encon-
traba el imperio, esto no constituy un freno para la continuidad de los proyec-
tos ni para que Maximiliano se instalase de manera conveniente en su nueva
demora. Aqu comision a Kaiser para acondicionar sus residencias en la zona:
la Casa de Borda y el Palacio de Corts.
La actividad del arquitecto Kaiser en Mxico se hace notar, segn las fuen-
tes, a partir del ao de 1866. Su presencia, un tanto ignorada por los historia-
dores de la arquitectura mexicanos se debe en parte a que su correspondencia
con el emperador fue entablada nicamente en alemn, por lo cual hubo
que esperar los trabajos de Drewes (quien la tradujo) para conocer su existen-
cia. Kaiser tampoco form parte de los adelantados sealados por Ratz, es
decir, del grupo de sirvientes de confianza que se encargaron del acondicio-
namiento de las residencias imperiales en 1864, a diferencia del arquitecto Julius
Hoffmann y del jardinero Wilhelm Knechtel. Su presencia en 1866, sin embargo,
repercute de inmediato en el gran proyecto imperial. Sobre todo en lo que con-
cierne a la administracin de las obras pblicas del Imperio (hasta entonces no
muy eficaz), al grado que si hoy pudimos referirnos a un plan de mejoras ms
detallado, se debe en parte a su contribucin.
Efectivamente, cuando Kaiser llego a Mxico, not precisamente que sera
muy difcil trabajar en buenas condiciones por la simple razn que no exista un
plan general de obras. As, comenta en una carta que dirige al emperador:23

[...] es necesario implementar un mtodo de organizacin y direccin de las obras


pblicas, con el obtetivo de reducir la ineficiencia, las prdidas materiales y el
fraude [...] Hasta ahora los trabajos se emprendieron de manera muy inconexa,
sin ninguna relacin lgica, sin previsin ni clculo aproximativo, lo cual permi-
ta que los precios estuvieran a merced de los contratistas. En cada cambio de
director de obra, se retiraron los planos, las medidas y el equipo de oficina, todo
pagado con el monto de la obra, adems de la prdida de los escritos necesarios
para la supervisin y control y se extraviaron los ms urgentes auxilios de cons-
truccin y tuvieron que restituirse con gastos mucho mayores que al inicio de las
obras [...]

23. De Kaiser a Maximiliano, el 15 de mayo de 1866. AKMVM-HHStA, K16, cuaderno 7, carpeta m,


fs. 800r-802r. Trad. Drewes.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Segn seal, en un lapso de dos aos, se haban multiplicado los directo-


res de obra a una docena. Entre ellos, Hoffmann e Hidalgo perciban 1.200 pesos
al mes; Manero, 1.000; Rodrguez, 800 al mes, ms unos 2.000 pesos de gastos
de oficina; Mndez, con 250, sin contar los cuatro obreros auxiliares bajo el
mando del Sr. Rodrguez... (Drewes, 1998: 241). Como es de suponer, la repar-
ticin de roles que aparece en el plan de mejoras de junio de 1866 es resultado
de las observaciones hechas por Kaiser a mediados de mayo. Adems de esta-
blecer un estado general de las obras, sin duda bajo la solicitud expresa de Maxi-
miliano, Kaiser proyect varias reformas para el Palacio Nacional.

3.1. Obras en Cuernavaca


El acercamiento del emperador con algunos de sus servidores, como en el
caso de Knechtel o de Kaiser durante los ltimos meses de su imperio, dejar
interesantes testimonios sobre el emperador y su sensibilidad artstica. Sabemos,
por ejemplo, que la remodelacin de los parques de Chapultepec, proyectada
por Julius Hoffmann, sera el resultado de largas discusiones con los arquitec-
tos y jardineros imperiales; y que Maximiliano y el jardinero Jellinek (en Mira-
mar) sostuvieron una larga y apasionante correspondencia sobre botnica por
el intermediario de Knechtel (Ratz, 2008: 126-127).
En cuanto a Kaiser, un convenio firmado por Schaffer y l mismo el 23 de
diciembre de 1866 en Puebla, detall las (ltimas) obras que este debi proyec-
tar para el emperador, en el breve plazo de dos meses. Se le encarg ejecutar
los planos para decoracin de los jardines del palacio, los de una gruta y un
museo; disear las escaleras, terrazas y alrededores, as como un pedestal con
una guila mexicana, una iglesia y una casa para el Sr. Conde de Biburek; por
ltimo, un balneario.24 Cabe mencionar que este convenio constituy la nica
garanta para Maximiliano de ver terminados dichos proyectos, pues, por alguna
razn, Kaiser decidi interrumpir su estancia en Mxico a finales del mismo ao.
Por la realizacin de estos bocetos, que remitira a Miramar a ms tardar en
enero de 1867, Kaiser recibi 900 florines.
Por otra parte, mientras las obras seguan lentamente su curso en la ciudad
de Mxico, los trabajos en las residencias de campo de los emperadores se ace-
leraron. Durante la estancia de Cuernavaca, Knechtel surgi como un nuevo
protagonista dentro del equipo constructor de Maximiliano, siendo ascen-
dido al cargo de supervisor de los jardines de la Casa Borda y de las obras de
construccin de la residencia del Olindo, en Acapatzingo, la cual haba sido pro-
yectada por Julius Hoffmann (Ratz, 2008: 127-128).

24. Texto en alemn. AKMVM-HHStA, K16, cuaderno 7, carpeta m, fol. 790.

386 ndice
L O S A R Q U I T E C TO S D E L E M P E R A D O R M A X I M I L I A N O

3.2. Los que se quedaron


La amnesia que atac voluntariamente las consciencias tras la cada del empe-
rador fue el sntoma de una epidemia que intent ahogar las participaciones
de muchos en el imperio. Quienes pudieron se esforzaron en restablecer su ima-
gen frente al nuevo rgimen. Otros fueron ms firmes: en los momentos ms
crticos y ante la inminente tragedia, algunos profesores de la Academia de San
Carlos decidieron levantarse en armas para defender el gobierno de Maximiliano.
El texto del levantamiento, comunicado el 7 de mayo de 186725, fue firmado por
Joaqun de Mier y Tern, Juan Cardona, Juan Agea y Petronilo Monroy, valin-
doles el rechazo inmediato de la sociedad. En respuesta a la resistencia de los
profesores de la Academia, se public lo siguiente en el peridico El Siglo XIX (el
16 de julio de 1867):

Con profunda sorpresa hemos sabido que dicho establecimiento est entregado
a los mismos catedrticos y empleados que lo sirvieron durante el Imperio. Inde-
pendientemente de lo peligroso y antilgico que es poner la instruccin pblica
en manos de los traidores, es adems muy inmoral que sigan en sus puestos los
empleados del usurpador. (Baez, 1993: 21)

En el breve lapso que sucedi la victoria de la Repblica, los arquitectos


imperiales fueron destituidos de sus puestos en la Academia. Los que fueron
graciados por el gobierno se vieron sometidos a una rehabilitacin oficial por
el nuevo rgimen para poder retomar sus funciones. Dos de los arquitectos impe-
rialistas que no corrieron con tal suerte fueron Ramn Rodrguez Arangoiti, que
tuvo que trabajar en otras ciudades por algunos aos; y Joaqun Mier y Tern,
que fue condenado al exilio por haber servido como ministro de Fomento durante
el Segundo Imperio.
A pesar de las mltiples obras que se vieron truncadas con la cada de Maxi-
miliano en Quertaro y haciendo omisin de las terribles polmicas que surgie-
ron alrededor de los gastos imperiales, tras su desaparicin, la presencia de Maxi-
miliano marc profundamente el panorama arquitectnico y urbanstico de
Mxico. El hecho es indudable a pesar de que muchas de las realizaciones no
se concretaron ms que en el papel. El legado del Segundo Imperio mexicano
oper en mecanismos ms complejos, reordenando el pensamiento y la percep-
cin esttica en un proceso que se prolong hasta finales del siglo XIX. Este movi-
miento se dio paralelamente en dos campos: por una parte, en el de la historia
del gusto, y, por otra, en el de las ideas, siendo la modernidad y el progreso del
maximilianato los emblemas de un estado liberal cuyo modelo encontrara en
Porfirio Daz su ms fiel ejecutor.

ndice 387
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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390 ndice
CARTAS DE JUAN SINTIERRA: LAS IDEAS DE BLANCO WHITE PARA LA AUTONOMA
DE LAS COLONIAS AMERICANAS
Pablo Hernndez Ramos
Doctorando. Universidad Complutense de Madrid

Resumen
Las Cartas de Juan Sintierra fueron publicadas entre marzo y diciembre
de 1811 en las pginas de El Espaol, peridico de oposicin a las Cortes de
Cdiz, editado en Londres con el beneplcito del Foreign Office y cuyo direc-
tor fue el clrigo sevillano Jos Mara Blanco White, liberal exiliado en la capi-
tal inglesa. En estas Cartas, escritas por el propio Blanco bajo el seudnimo
de Juan Sintierra, existe una profunda preocupacin sobre la situacin de los
espaoles americanos y una defensa de los movimientos de emancipacin
y sus reclamaciones de libertad. Juan Sintierra propuso en sus Cartas una solu-
cin para la cuestin americana basada en el acceso de las colonias a la auto-
noma, lo que le vali el desprecio y el odio de sus compaeros liberales en
Espaa. Adems, las Cartas de Juan Sintierra exponen una serie de crticas
hacia la obra de las Cortes gaditanas, que para el autor estaban demasiado
alejadas de la realidad del pas y ensimismadas en la teora poltica constitu-
yente.

ndice 391
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Breve introduccin biogrfica


Las Cartas de Juan Sintierra son una serie de reflexiones crticas con las Cor-
tes de Cdiz publicadas por El Espaol, peridico del exilio liberal en Lon-
dres, entre marzo y diciembre de 1811. Estas reflexiones han pasado a la
historia con ese nombre, puesto que se publicaron en formato epistolar y fue-
ron remitidas a la redaccin de El Espaol por el propio Juan Sintierra, seud-
nimo elegido en recuerdo del rey Juan I de Inglaterra. Ahora bien, quin se
esconde detrs de este seudnimo? Detrs de Juan Sintierra se esconde uno
de los padres del constitucionalismo espaol, uno de los principales forjado-
res de la ideologa liberal espaola de principios del siglo XIX: el clrigo, pol-
tico y editor periodstico sevillano Jos Mara Blanco White.
Jos Mara Blanco White naci en Sevilla, en 1775, como Jos Mara Blanco
Crespo (cambiara su segundo apellido por el anglo White en su exilio londi-
nense). Su infancia y juventud estuvieron marcadas por una profunda forma-
cin religiosa, que le llev a ser ordenado sacerdote cuando contaba con
24 aos. No obstante su hondo cristianismo, o quiz precisamente por eso, siem-
pre critic de manera muy activa el fanatismo y la opresin que la religin y
la doctrina podan llegar a ejercer sobre la vida de las personas, debido al oscu-
recimiento deliberado de la verdad en favor de los dogmas. Esta animadversin
hacia el fanatismo religioso traslucira en sus aos de madurez, cuando critic
sin piedad el carcter reaccionario de la Constitucin de Cdiz en cuanto a la
cuestin religiosa. En Sevilla, adems de su formacin sacerdotal, llev a cabo
su primera formacin poltica y acadmica. Fund junto con algunos de sus con-
temporneos la Academia de Letras Humanas de Sevilla, en parte como contes-
tacin y protesta por la insuficiencia de los estudios universitarios, en parte como
copia y seguimiento del modelo educativo britnico, que ya empezaba a tener
presente. Son los aos posteriores a la Revolucin Francesa, en los cuales los
jvenes con estudios solan acceder a libros prohibidos para formarse un esp-
ritu crtico y reformista alejado de las convenciones de la poca. As lo hizo
Blanco White, que ley, entre otros, a Rousseau, Voltaire y Helvtius.1
Blanco White vivi hasta los 30 aos en Sevilla, momento en el cual se tras-
lad a Madrid para colaborar con el Instituto Pestalozziano, institucin educa-
tiva de carcter ilustrado. En la capital intensific sus contactos y sus actividades
polticas, siempre orientadas hacia un liberalismo de tintes conservadores, pero
su experiencia madrilea se vio truncada con los acontecimientos de 1808 y
la llegada del ejrcito francs, hechos que precipitaron su regreso a Sevilla.
Durante el viaje de vuelta a su ciudad natal, Blanco White registr graves con-

1. BLANCO WHITE, Jos Mara (1990). Cartas de Juan Sintierra. Ed. de Manuel Moreno Alonso.
Sevilla: Universidad de Sevilla. p. 15.

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sideraciones respecto al estado de retraso y de analfabetismo en el que se encon-


traban las poblaciones que atravesaba. Esto le llevara a afirmar posteriormente
que un sentimiento de degradacin pblica se haba apoderado de todos los
espaoles no cegados por un puro e instintivo nacionalismo.2 Esta frase es reve-
ladora respecto de la filosofa vital de Blanco White: pese a su declarado patrio-
tismo, que le llev a enfrentarse y a polemizar con los afrancesados, era capaz
de distinguir entre amor a la patria y nacionalismo irracional, al igual que en su
juventud haba distinguido entre religiosidad y fanatismo. Fue monrquico y se
defini como patriota, pero fue de los pocos liberales, junto con Flrez Estrada
(otro liberal que acab exilindose en Londres) que no participaron de un coro
comn de alabanzas a las virtudes del pueblo durante la llamada Guerra de la
Independencia. Sus escritos en el Semanario Patritico de Sevilla, del cual se
hizo cargo en su seccin poltica, trataron sobre varios asuntos, entre los que
destacaban el debate sobre el sistema de gobierno que ms le convena adop-
tar a Espaa, la teorizacin sobre conceptos sociopolticos renovados por la
Revolucin Francesa como libertad e igualdad y la definicin del depositario
legtimo de la soberana. La decepcin de Blanco White respecto de las Cortes
se percibi desde los primeros momentos, desde el mismo instante en el que
en Cdiz se proclam la soberana nacional, que nuestro protagonista vio con
desconfianza, temeroso de que el pueblo se viera prisionero de las obras de sus
representantes. El Semanario Patritico tuvo que cerrar tras el restablecimiento
en mayo de 1809 de la representacin legal y conocida de la monarqua en sus
antiguas Cortes. A finales de ese ao, Blanco White redact un Dictamen sobre
el modo de reunir las Cortes en Espaa,3 en el que repasaba la historia de las
antiguas Cortes espaolas y en el que concluy que era mejor olvidarse de la
historia medieval de las Cortes, ya que lo ideal en ese momento hubiera sido
reunir a lo ms representativo de la nacin espaola en unas Cortes con dife-
rentes brazos, estamentos o cmaras.

2. El Espaol , peridico de oposicin a las Cortes de Cdiz


Hasta entonces lleg el periodo constitucionalista de Blanco, que en 1810
se exili en Londres. En la capital de Inglaterra se acrecent su anglofilia: cam-
bi su apellido y se felicit de encontrarse en la que para l, como para la mayo-
ra de liberales, era la nacin ms libre de Europa. No solo la mayora de sus
compaeros de exilio tenan a Inglaterra como modelo poltico de pragmatismo
y libertades, en oposicin a la Francia catica y anrquica derivada de la revo-

2. Ibdem, p. 17.
3. Ibdem, p. 29.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lucin, sino que tambin ciertos crculos polticos ingleses apreciaban la lucha
espaola por la libertad y aplaudan las demandas de los liberales exiliados.
El modelo pragmtico ingls se basaba en el ser, en la aplicacin de polticas
a la realidad, mientras que el modelo francs era especulativo, basado en el
deber ser y en la aplicacin de polticas ideales. Blanco White rechazaba as
las teoras de autores a los que ley en su juventud, como Rousseau.
En Londres, Blanco White se dedic a crear su obra magna, la que iba a defi-
nir desde Inglaterra muchos de los episodios de las Cortes gaditanas y que cre-
ara una lnea de pensamiento poltico liberal conservador que gozara de gran
influencia en los aos posteriores: el peridico El Espaol. Esta hoja, de perio-
dicidad mensual, se editaba en castellano y tuvo gran difusin, de manera clan-
destina, tanto en Cdiz como en Amrica, los dos puntos neurlgicos del
conflicto entre el liberalismo y el Antiguo Rgimen que estaban removiendo Espaa
en esa poca. Tampoco es casualidad que Cdiz y Amrica fueran los dos pun-
tos clave donde se difundi El Espaol, adems de Londres, ya que fueron temas
gaditanos las Cortes constituyentes y americanos los movimientos de eman-
cipacin los que centraron la atencin del peridico de Blanco White, que ade-
ms de difundir su ideario poltico se dedic a referir las noticias que iban
llegando a Inglaterra desde Cdiz. El editor de El Espaol tambin dedic gran
espacio en sus pginas al seguimiento de la guerra, en su vertiente de anlisis
de las acciones militares. Uno de los grandes planteamientos que Blanco White
quiso difundir a travs de las pginas de su peridico fue el de la defensa a
ultranza de la libertad de imprenta, aspecto considerado por el autor como clave
para la creacin de una opinin pblica fuerte, la cual sera un contrapeso indis-
pensable al poder legislativo de las Cortes, tal y como las Cortes eran el contra-
peso del poder ejecutivo. La opinin pblica ideal que surgiera gracias a la
libertad de imprenta debera darse cuenta de cundo las leyes que se procla-
maban iban en su favor y cundo en su contra. Adems de la libertad de
imprenta, la creacin de la opinin pblica espaola tendra que basarse en una
educacin de calidad, que acabara con el analfabetismo y que proporcionara
luces al pueblo. Ms all de la reivindicacin general del movimiento liberal
en favor de la libertad de imprenta, no es casual que Blanco White se encar-
gara de liderar esta reivindicacin de modo particular, puesto que uno de los
motivos por los que tuvo que exiliarse fue precisamente la imposibilidad de
expresar plenamente sus opiniones en Espaa.
El carcter patritico de las publicaciones de El Espaol tambin define en
su totalidad al peridico. Desde el nombre de la cabecera hasta el anlisis que
haca de las noticias, el amor hacia la patria es un denominador comn en Blanco
White. Este amor hacia la patria no se confunde con el nacionalismo cerril y
miope al que estamos acostumbrados, sino que llega a un punto de raciocinio

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muy difcil de alcanzar cuando se trata de cuestiones tan pasionales. Su patrio-


tismo se basaba en una oposicin a la tirana (encarnada en Napolon Bona-
parte) y en una defensa de las libertades, y demostraba su coherencia al
abordar los conflictos americanos, como veremos ms adelante. La Espaa libre
era para Blanco aquella que tras la revolucin iba a desprenderse de la tirana
religiosa, mientras que la otra Espaa libre eran las colonias, que tras la revo-
lucin se libraran de la tirana de las polticas necias y destructoras de los gober-
nantes peninsulares.4
Sin embargo, la caracterstica ms descollante que define a El Espaol es
su incisiva crtica a la obra que estaban llevando a cabo las Cortes de Cdiz.
Frente al aplauso mayoritario a dicha obra, Blanco White la calific como una
nueva forma de despotismo, tirana, arbitrariedad y parcialidad, como demues-
tran estas lneas: las ms de las leyes que han sancionado las Cortes antes tie-
nen el carcter de sentencias contra ciertas clases de ciudadanos que de reglas
saludables fundadas en el inters comn del pueblo espaol.5 Adems de esta
acusacin de tirana, que recuerda el nivel de compromiso de Blanco con la
libertad pese a cualquier circunstancia, el ataque ms colrico es contra la into-
lerancia religiosa. El Espaol aplaude la decisin de abolir la Inquisicin, pero
carga con dureza contra la proclamacin de Espaa como Estado confesional y
se rebela contra ello, ya que ataca una de las bases de la libertad individual
como es la libertad de culto. Tambin critica nuestro protagonista otros aspec-
tos de las Cortes, como la presencia de centinelas armados en la sala donde se
renen los diputados, el desorden a la hora de tomar la palabra, la excesiva fre-
cuencia de las sesiones secretas, la prohibicin a los diputados del desempeo
de cargos estatales y, desde luego, denuncia la escasa representatividad de que
hicieron gala las Cortes gaditanas en referencia a la Espaa americana, ya que la
representacin de los diputados de las colonias era muy inferior a la que les hubiera
correspondido con un reparto proporcional.

3. Las Cartas de Juan Sintierra y las ideas de autonoma para las colonias
Blanco White se dio cuenta muy pronto de que la revolucin espaola no
iba a tener consecuencias solo en la Pennsula, sino tambin en Amrica. As
como en Espaa se haban formado juntas provinciales, en Amrica se forma-
ron juntas americanas, que significaron el primer paso hacia la independencia
en tanto en cuanto los miembros de las juntas pasaron a ejercer su poder de

4. MORENO ALONSO, Manuel (2002). Divina libertad. La aventura liberal de don Jos Mara Blanco
White, 1808-1824. Sevilla: Alfar, p. 51.
5. Ibdem, p. 87.

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facto sobre las colonias. La formacin de las juntas americanas capt ms aten-
cin en el extranjero que dentro de las fronteras de Espaa, y El Espaol, desde
su privilegiada atalaya londinense, adopt desde el primer momento una pos-
tura favorable a la emancipacin, en contra de la posicin de las Cortes.
La revolucin de Caracas estall en abril de 1810, un mes despus de la
llegada de Blanco White a Inglaterra, por lo que la influencia de este hecho y
de los que siguieron se dejaran notar bien pronto en las pginas de El Espaol.
Blanco reconocera posteriormente en su Autobiografa que los acontecimien-
tos de Caracas le produjeron alegra, puesto que la causa de los revolucionarios
era la causa de la libertad, de la cual l era defensor sin concesiones. As, pre-
dijo que los estallidos revolucionarios no eran simples protestas puntuales, sino
movimientos de ndole ms profunda que tendran consecuencias graves en
el futuro si no se atendan sus reclamaciones. Estas predicciones se revelaron
ciertas con el paso del tiempo, como qued demostrado con la evolucin de
los acontecimientos en Amrica. Ya en julio de 1810, meses antes de la publi-
cacin de las Cartas, Blanco White celebr que el estandarte de la indepen-
dencia se ha empezado a levantar en Amrica.6 Juan Sintierra se lamentara
posteriormente en su Carta III de que las Cortes de Cdiz y la clase poltica
en general no se hubieran preocupado de la situacin en las colonias con la aten-
cin que estas merecan:

El primero y principal [problema] es el que acabo de indicar, y sobre el cual ha


hablado Vd. tanto en su papel: la conducta de las Cortes con Amrica. Ya cono-
cer Vd. que yo soy poco amigo de filosofas [...] Yo voy directamente a la prc-
tica. La Regencia anterior, la presente, las Cortes, y todos los que hayan tenido
parte en la conducta de Espaa con sus Amricas, no deben a mi parecer lla-
marse injustos, sino delirantes.7

Esta primera revolucin colonial, la de Caracas, fue concebida por Blanco


White como modelo ideal, ya que Venezuela, pese a su nueva condicin de
nacin libre, mantuvo la amistad con Espaa y ayud militarmente a la metr-
poli contra los franceses. La poltica venezolana, dirigida contra los impuestos
a los indgenas y favorable a la abolicin de tasas sobre los productos de pri-
mera necesidad y a la liberacin de presos, excit en el editor de El Espaol su
defensa de la libertad y su apoyo a los sucesos de Caracas. Este apoyo, que
siempre se malinterpret en la Espaa del momento como una traicin a la
patria, daba por hecho que las colonias no estaban buscando la separacin de

6. Ibdem, p. 98.
7. BLANCO WHITE, Jos Mara (1990). Op. cit. p. 70.

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la metrpoli, y es por esto que para Blanco su postura no se trataba de ninguna


traicin, ya que simplemente apoyaba la autonoma y no la independencia.
Las pginas de El Espaol siguieron exponiendo las ideas de Blanco White
para la autonoma de las colonias, incluyendo el establecimiento del libre comer-
cio en Amrica, que estaba viendo su economa ahogada por los impuestos que
tenan que enviar a la Espaa peninsular. Blanco White vea a las colonias como
una parte ms de Espaa, por lo que exiga para ellas igual trato que para la
Espaa europea. Si los espaoles europeos no tenan trabas a la hora de reali-
zar intercambios comerciales, la lgica y la justicia pedan que los espaoles
americanos tampoco tuvieran problemas para ello. Este rasgo del pensamiento
de Blanco fue creciendo en su ideario: los espaoles europeos y los espao-
les americanos gozaban para l de los mismos derechos, por lo que cualquier
discriminacin hacia los habitantes de las colonias significaba una injusticia y
una causa de desigualdad para el conjunto de los espaoles. Negaba as cual-
quier tipo de superioridad de la Espaa libre sobre la otra Espaa libre,
algo que tena que verse reflejado en ese momento ms que nunca, puesto que
la situacin de la metrpoli (ocupada casi en su totalidad por las tropas france-
sas) no le permita ninguna exigencia sobre sus territorios americanos. La Carta
III de Juan Sintierra tambin se ocupa de este tema:

Sera una indignidad, un desdoro que las Cortes se sometiesen a unas provin-
cias que solo han sido colonias hasta ahora. La obediencia es lo primero. No,
seores: los pesos duros son ahora antes que la obediencia. Si los americanos
se irritan en negar socorros; si una guerra los disminuye, o los detiene dos o
tres aos, qu prendero les dar a Vds. un dobln por su soberana? [...] Si se
abre el comercio en las Amricas, perecen los comerciantes de Cdiz. Si no
se abre perece la Espaa, porque se ponen en revolucin las Amricas. Si se abre
el comercio se enriquecern los ingleses. Tambin se enriquecern los america-
nos, y unos y otros son los que sostienen la causa de Espaa.8

Para Blanco White, uno de los peores males que podran sacudir Espaa
sera la creacin de un partido peninsular y de un partido americanista, ya
que ello se traducira en una guerra civil soterrada. De este modo, los intereses
de la Espaa europea tendran que estar supeditados a los intereses de la Espaa
americana, y no al revs.
La obligacin moral y jurdica de reconocer los mismos derechos a todos los
espaoles de las dos orillas atlnticas enlaza directamente con la siguiente rei-
vindicacin de Blanco White: los espaoles americanos tendran que estar correc-

8. Ibdem, p. 71.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tamente representados en las Cortes, para que pudieran reclamar con justicia lo
que creyeran conveniente. Si se actuara de otro modo, adems de atentar con-
tra la justicia, las Cortes estaran preparando el camino para la independencia
definitiva. La autonoma de las colonias, es decir, su libertad a la hora de deci-
dir el empleo de sus recursos y la defensa de sus intereses en Cdiz, provoca-
ra un apaciguamiento de los revolucionarios americanos, lo cual sera una garan-
ta para la estabilidad de todo el territorio espaol.
Mientras, las opiniones de Blanco White estaban empezando a provocar reac-
ciones airadas en Cdiz. No solo los contrarios, sino incluso los antiguos ami-
gos de Blanco criticaron agriamente sus posicionamientos. El patriotismo que
se practicaba en Cdiz no tena nada que ver con el que practicaba el editor de
El Espaol. Pronto empezaron a circular los rumores de que el peridico estaba
subvencionado por el Foreign Office, y si bien la defensa de los hechos revo-
lucionarios de Amrica por parte de Blanco White se basaba en sus conceptos
de libertad y de justicia, en Espaa se interpretaba esta posicin como una anglo-
filia mal disimulada. Respecto a la dependencia del Ministerio de Exteriores
ingls, es cierto que Blanco recibi una pensin anual de 250 libras durante los
ltimos aos de su vida, en los que tuvo que pelear con diversas enfermeda-
des, as como tambin es cierto que el embajador britnico en Cdiz reciba
de manera peridica ejemplares de El Espaol para su lectura y reparto por la
ciudad.9 No era extrao pensar que el Foreign Office ayudara a la difusin del
peridico de Blanco, ya que las opiniones que se vertan en sus hojas eran siem-
pre favorables a Inglaterra y contribuan a publicitar la causa britnica en Cdiz,
y por extensin en el conjunto de Espaa, incluidos los territorios americanos.
En el plano internacional, seguramente los apoyos que recibieron los movi-
mientos emancipadores, sobre todo desde Francia e Inglaterra, correspondan
con intereses particulares, y esto mismo podra pensarse del apoyo de Blanco
White, conociendo la intervencin del Foreign Office respecto de El Espaol.
Aun as, para el lector actual no es sencillo distinguir entre la supuesta propa-
ganda poltica patrocinada por Inglaterra y las opiniones sinceras de Blanco,
sobre todo conociendo la trayectoria poltica e ideolgica de este. De todos
modos, la interpretacin de nuestro autor sobre lo que estaba sucediendo en
Cdiz era, claro, bien distinta a la de aquellos que le acusaban de anglfilo y
de vendido. La mayora de los miembros que conformaban la Junta de Cdiz
procedan de las poderosas clases comerciantes de la ciudad, que tenan un gran
inters en mantener sus privilegios de exportacin y en impedir que los comer-
ciantes americanos pudieran competir con ellos en igualdad de condiciones.
As, cualquier concesin a las reclamaciones de Caracas y de Buenos Aires, que

9. MORENO ALONSO, Manuel (2002). Op. cit. p. 133.

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tambin se haba rebelado, ya se vea en Cdiz como un ataque a Espaa, cuando


en realidad era un ataque a los privilegios de los poderosos. Juan Sintierra tra-
tara este tema en diversas ocasiones en sus Cartas, lo que demuestra la impor-
tancia que tena esta cuestin en el ideario de nuestro autor:10

Dbiles y sumisas con los que no debieran temer, orgullosas y tenaces con los
que debieran reconciliar, se humillan a los comerciantes de Cdiz, desatienden
las poderosas provincias de Amrica [...] Por condescender con las ideas limita-
das de una parte del comercio de Cdiz se dio la seal de guerra en Amrica.

Uno de los argumentos de Blanco en contra del partido mercantil de Cdiz


era la evidencia de que el comercio de Inglaterra con sus antiguas colonias no
solo no haba mermado, sino que haba aumentado. La relacin entre Blanco
White y la Junta de Cdiz fue a partir de ese momento irreconciliable. As las
cosas, la tesis emancipadora de El Espaol sigui identificndose con la defensa
de la igualdad de derechos entre los espaoles peninsulares y sus compatrio-
tas hispanoamericanos. La libertad que Blanco White defenda tena tres ver-
tientes: era una lucha contra la tirana de los franceses, la de la Iglesia y la del
Gobierno, y esta lucha tena que extenderse a ambos lados del Atlntico. La
postura de Blanco era clara: si las colonias de Amrica son provincias de Espaa,
los americanos son espaoles, por lo tanto depositarios de los mismos dere-
chos. En relacin a la guerra contra Francia, los americanos tendran que prestar
su apoyo a la causa de sus hermanos peninsulares. La autonoma que propona el
editor de El Espaol no se limitaba solamente, pues, a reclamar derechos para
los americanos, sino que tambin les exiga deberes.
La revolucin ya se haba extendido desde Caracas y Buenos Aires a Nueva
Granada y Mxico, y queda demostrada la difusin que El Espaol tena en Am-
rica, ya que se pueden leer en sus pginas cartas remitidas desde los virrei-
natos, y se observa un crecimiento de las noticias referentes a las sesiones
dedicadas en las Cortes de Cdiz a la cuestin americana. Tambin se destacaba
el papel de Inglaterra como mediadora entre la metrpoli y las colonias, o ms
bien ya entre Espaa y lo que empezaban a consolidarse como nuevas rep-
blicas. El peridico de Blanco White public, adems, diferentes documentos
revolucionarios, como la declaracin de los derechos del pueblo de Vene-
zuela o los decretos de libertad de imprenta y de comercio libre en ese pas.
Siempre que daba espacio a estos documentos y a los hechos revolucionarios,
El Espaol matizaba que en todo caso las nuevas repblicas deberan mantener
los lazos de unin con Espaa. Este condicionante, que se refera nuevamente

10. BLANCO WHITE, Jos Mara (1990). Op. cit. p. 68.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

a un posicionamiento favorable a la autonoma y no a la independencia, se


explica con la comparacin entre la independencia de la Amrica inglesa y la
de la Amrica espaola.
En otra de las acometidas que definen la anglofilia de nuestro autor, que pese
a ello en este punto puede que no fuera muy desencaminado, Blanco afirmaba
que la preparacin poltica y moral de los espaoles americanos no les permita
asumir el mando de un pas, mientras que la preparacin de los emancipados
ingleses en Amrica del Norte haba sido ms que suficiente para constituir una
repblica que haba cumplido ya ms de 30 aos de relativa estabilidad. Y a cuento
de esta comparacin entre las Amricas inglesa y espaola, Blanco White intro-
duce un nuevo elemento que va a refrendar su coherencia en la defensa de
las libertades y de la justicia, y por el que va a justificar su idea de que las colo-
nias espaolas eran todava inmaduras. Afirmaba que las colonias se haban
establecido y haban prosperado sobre la opresin y la explotacin de los ind-
genas, de los negros y de los mulatos, adems del desprecio de los criollos. A
este respecto, en septiembre de 1811 las Cortes aprobaron un decreto por el
cual se conceda carta de ciudadano a los espaoles de origen africano, habi-
tantes coloniales en su mayora, previo cumplimiento de diversas condiciones.
Blanco White se indigna cuando tiene noticia de este decreto, puesto que los
efectos que va a producir no solo no sern beneficiosos, sino que agravarn el
problema americano:11

Los efectos del decreto no se han de sentir en Espaa, sino en las Amricas, que
es donde viven estas clases numerosas de descendientes africanos. Las nicas
preocupaciones que podan merecer atencin en este punto seran las de aque-
llos pases. Cun fuertes debieran ser estas preocupaciones, y cun funestas las
resultas de atacarlas, para poder privar a millones de hombres de los derechos
que les da su nacimiento, y degradarlos por castas en una asociacin poltica que
se est tratando de renovar segn las leyes de la naturaleza, lo dejo a conside-
racin de los prudentes.

El Espaol acab siendo prohibido en Mxico bajo acusaciones de mali-


cioso y subversivo12 igual que ocurri con otro peridico, El Colombino, cado
bajo las mismas acusaciones que El Espaol. Esta censura solo sirvi para exci-
tar an ms las denuncias de Blanco White hacia la Junta Central, artfice de
dicha prohibicin. La arbitrariedad y el despotismo de la Junta enervaban a
Blanco, que la evaluaba como rgano degradado, calumniador y chismoso. La

11. Ibdem, p. 99.


12. MORENO ALONSO, Manuel (2002). Op. cit. p. 125.

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prohibicin de su peridico en Nueva Espaa espole la percepcin de Blanco


sobre la incomprensin del concepto de libertad por parte de las Cortes, que
daban muestras de un comportamiento injusto y hostil a las hojas de oposicin
por el mero hecho de defender posturas contrarias o diferentes a las del
Gobierno. Apareca de nuevo el problema de la libertad de imprenta, que tanto
preocup a Blanco White, exiliado por no poder expresar sus opiniones en
Espaa de forma libre y humillado ahora una vez ms por esas Cortes a las que
exiga ser el contrapeso del poder ejecutivo a cambio de soportar ellas mis-
mas el contrapeso de los papeles peridicos y de la opinin pblica. As, se
puede considerar El Espaol verdaderamente como un peridico de oposicin,
ya que desde ese momento va a estar siempre en contra, de manera ms acu-
sada que antes, de lo aprobado por las Cortes. El pensamiento de Blanco White
respecto a la cuestin americana era difano: la solucin liberal era la nica
posible con vistas a un desenlace positivo. Ninguna de las posiciones defendi-
das en la Espaa peninsular, por un lado el patriotismo ciego que exiga el man-
tenimiento del status quo, y por otro el movimiento reaccionario que reclamaba
un regreso a la monarqua absoluta tradicional, podan desembocar en reme-
dios favorables. En esta ocasin la historia volvi a dar la razn a Blanco White
con el paso de los aos: la intransigencia de los gobiernos de la Espaa penin-
sular y su voluntad de acabar con las revoluciones por las armas terminara en
1824 con la derrota de Ayacucho y la independencia total y definitiva de las
colonias.
Volviendo a la situacin de 1811, los ataques de Blanco hacia las decisiones
que se tomaban en las Cortes respecto de la cuestin americana fueron ya inin-
terrumpidos. El editor de El Espaol se lamentaba de las intervenciones de los
diputados sobre Amrica, que valoraba como vacas de contenido y excesiva-
mente elocuentes sin ofrecer ningn avance prctico, mientras las revoluciones
seguan su curso sin esperar ya ningn signo de reconciliacin por parte de las
Cortes de Cdiz. En la Carta II ya haba advertido Juan Sintierra cmo acaba-
ra la cuestin americana si segua por los mismos derroteros que hasta ese
momento:13

Viene la Regencia; enreda ms que un captulo de frailes, y se retira muy que-


josa, dejando entretanto los franceses como se estaban, y a la Espaa con las
Amricas de menos.

13. BLANCO WHITE, Jos Mara (1990).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

4. Blanco White, liberal americanista


Hemos encontrado pues en la obra de Blanco White, y en concreto en sus
Cartas de Juan Sintierra, todo un corpus ideolgico que define perfectamente
el pensamiento que intent llevar a la prctica el clrigo sevillano. La defensa
de la libertad, tanto la individual como la colectiva, es el eje central en torno
al cual organiza todos sus razonamientos y tambin sus pasiones. As, para Blanco
White, el patriotismo, la religin, las relaciones entre pases y entre personas,
las obras polticas y militares y todas las dems vertientes de la actividad humana
tienen que plegarse al principio inquebrantable de libertad, entendida como la
capacidad de cada cual (ya sea individuo o colectivo) de orientarse en la vida
sin ninguna imposicin externa, ms all de la libertad del otro.
Concretamente, en lo referente a las independencias americanas, cuestin
que ha centrado este estudio, la posicin de Blanco demuestra punto por punto
sus posiciones ideolgicas. Los extremos del conflicto entre Espaa y sus colo-
nias se dibuj tanto en la metrpoli, donde se exigi el sometimiento absoluto
a los dictados de la Junta Central, como en Amrica, donde se acab pidiendo
la independencia sin condiciones. Entre los dos fuegos que sacudieron el con-
flicto, Blanco White alz su propuesta de autonoma desde Inglaterra, propuesta
que constituy una tercera va, una propuesta moderada a la que solamente
hicieron caso contados personajes. La receta de autonoma para las colonias
de Blanco White hubiera respetado en teora la libertad de todos, puesto que
en Amrica se hubiera gozado de igualdad de oportunidades, tanto sociales
como econmicas, respecto de la Espaa europea, mientras que en la metrpoli
se hubiera mantenido una influencia de autoridad sobre los territorios ameri-
canos.
El editor de El Espaol defendi en su larga historia liberal muchas causas, casi
siempre colocndose del lado del ms dbil. En el caso americano, la debilidad
estaba seguramente del lado de la metrpoli, visto el resultado final de los levan-
tamientos, favorable en todos los casos a los independentistas americanos,
desde la alegra que le produjo el levantamiento de Caracas hasta la reclamacin de
justicia en los decretos que otorgaban la ciudadana a los espaoles americanos
descendientes de africanos. No obstante, la debilidad que Blanco percibi y que
le hizo ponerse del lado de los espaoles americanos fue precisamente la impo-
sibilidad de estos de expresar sus opiniones y de participar en los asuntos de su
pas de manera justa y libre. La falta de libertad fue siempre, en el pensamiento
de Blanco White, el principio fundamental a defender y la principal causa de debi-
lidad de los pueblos, por delante de cualquier otro principio. Por esta, y por todas
las razones repasadas en este trabajo, el legado de este personaje se puede defi-
nir como liberal y americanista. Hubiera funcionado en la prctica el modelo
autonomista de Blanco White? La respuesta ms segura es que no lo sabemos,

402 ndice
C A R TA S D E J U A N S I N T I E R R A

pero s se puede afirmar que si la moderacin en la solucin del conflicto


hubiera sustituido a la cerrazn por ambas partes, el resultado histrico hubiera
sido diferente, quiz mejor, quiz peor, pero siempre basado en el respeto a
la palabra y a la libertad de todas las partes.

Bibliografa
BLANCO WHITE, Jos Mara (1990). Cartas de Juan Sintierra. Ed. de Manuel Moreno
Alonso. Sevilla: Universidad de Sevilla.
(1999). Bosquejo del comercio de esclavos y reflexiones sobre este trfico con-
siderado moral, poltica y administrativamente. Sevilla: Alfar.
FUENTES, Juan Francisco y FERNNDEZ SEBASTIN, Javier (1998). Historia del perio-
dismo espaol. Madrid: Sntesis.
MORENO ALONSO, Manuel (2002). Divina libertad. La aventura liberal de don Jos
Mara Blanco White, 1808-1824. Sevilla: Alfar.
SERRANO SECO, Carlos (1983). Blanco White y el concepto de revolucin atln-
tica. En Alberto Gil Novales (editor): La prensa en la revolucin liberal.
Madrid: Universidad Complutense.

ndice 403
REBELIONES Y MANIFIESTOS SEDICIOSOS INDGENAS EN EL NORTE DE LA NUEVA
ESPAA. LA PRESENCIA INDGENA PREVIA AL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE MXICO
Ral Enrquez Valencia
Estudiante de estancia posdoctoral en la Universit Degli Studi di Firenze

Resumen
En esta ponencia planteo la presencia de una terrible epifana sediciosa de
factura india y subversiva que circul en las postrimeras del virreinato novohis-
pano. El regreso y la anunciacin de un Mesas indio preocuparon a las auto-
ridades coloniales. Las huellas de estos manifiestos sediciosos conectan a cua-
tro textos judiciales. El primero de ellos se presenta en el sur del reino de Sonora
y Sinaloa a finales en 1771; el segundo manifiesto lo encontramos en Tepic en
el Reino de la Nueva Galicia en 1801; el tercer manifiesto lo encontramos en
el Reino de la Nueva Vizcaya tambin en 1801; y por ltimo, la sedicin del
indio Juan Jos Garca en el Nuevo Reino de Len en septiembre de 1801.

El fundamento bsico de la labor antropolgica ha sido histricamente la


escritura sobre la diferencia. La representacin de lo otro, se ha pensado desde
distintos horizontes a lo largo de la historia. Su enunciacin busca darle sentido
de acuerdo a la temporalidad que lo destaca. En este trayecto, distintos meca-
nismos de mediacin se interponen. Proyectos, planes y ambiciones se bos-
quejan. Grupos sociales, elites polticas y culturales recrean la otredad desde
el filtro de su idea e imagen del mundo. La pregunta que surge es cmo y para

ndice 405
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

qu se representa? Cul es el valor, el significado social, cultural e ideolgico


de lo creado?
Una terrible epifana sediciosa de factura india y subversiva circul en las
postrimeras del virreinato novohispano. El regreso y la coronacin de un Mesas
o rey indio preocuparon a las autoridades coloniales. Las huellas de este mito
conectan a cuatro textos de factura judicial. En primer lugar, la sublevacin
del indio Jos Carlos Ruvalcaba, alias el rey Jos Carlos V, en el Reino de Sonora
y Sinaloa en 1771; en segundo trmino, la rebelin del indio Mariano, de Tepic,
provincia de la Nueva Galicia en 1801; en tercer lugar, la sedicin del capitn
Cuerno Verde en San Juan del Ro, provincia de la Nueva Vizcaya, en 1801; y
por ltimo, la sedicin de Juan Jos Garca, alias Indio Mariano o Alejandro Pri-
mero en el Nuevo Reino de Len, en septiembre de 1801, diagnosticado des-
pus de su arresto como loco melanclico. El eje central de estas historias de
rebelin reales o imaginarias es que estos indios emprendieron un conjunto
de acciones contra la autoridad colonial al autoproclamarse reyes o prncipes ind-
genas del Reino de Indias. Existe en todos ellos una continuidad temporal y geo-
grfica que da coherencia a un discurso sedicioso basado en la figura de un rey
o Mesas indio, de cuna tlaxcalteca, libertador y justiciero de la opresin y la
esclavitud espaola.
El contexto de estos eventos son las reformas borbnicas de la segunda mitad
del siglo XVIII. Con estas, el indio fue sometido a un nuevo proceso de culturi-
zacin y de segunda reconquista. En el mbito de los grupos marginales,
las reformas borbnicas significaron el desquiciamiento de la vida de misin
(hablo para el caso especfico del norte de la Nueva Espaa); el orden social
y cultural de los pueblos indgenas y las misiones fue destrozado, en favor de
la expansin de los ranchos y los reales de minas, especialmente con la expul-
sin de la Compaa de Jess en 1767. Como respuesta, estas sediciones se refu-
giaron en la trada imaginaria que daba coherencia al mundo novohispano: Dios,
el rey y la patria. Los cuatro indios que fueron sujetos de un proceso judicial,
por sediciosos, realizaron una apropiacin y lectura de los valores universales
dentro del mundo hispnico, tejindolos con la historia de los privilegios con-
cedidos al reino de Tlaxcala por los servicios prestados durante la conquista
y, especficamente, con los otorgados a las colonias tlaxcaltecas durante la con-
quista de la Gran Chichimeca. Esta revaloracin funcional de los signos dio
forma a un mito: el regreso y coronacin de un rey indio.
En la segunda mitad del siglo XVIII, el juez provisor, vicario general e inqui-
sidor de indios y chinos Manuel Antonio Sandoval, consideraba en un tono
paternalista que los indios eran una llaga cancerada para la Iglesia y el Estado
Novohispano. La deplorable constitucin de los indios tena dos causas funda-
mentales: la incontenible corrupcin y abusos de los alcaldes mayores y la psima

406 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

calidad de los servicios religiosos tanto en adoctrinamiento como en la admi-


nistracin de los sacramentos.1 La mala crianza de los indios, la temible vara
de hierro de los alcaldes y el errado e inflamado amor a la patria por parte de
los criollos eran juntos el principal veneno que respiraba la Nueva Espaa.

1. Convocatorias sediciosas
El primer episodio de esta trama mtica se inicia con el indio Jos Carlos
Ruvalcaba, el cual realiz una serie de convocatorias a cuatro pueblos dentro
de la provincia de Copala Reino de Sonora y Sinaloa en abril de 1771. Se haca
llamar y venerar con el alias de Jos Carlos Quinto rey de los cielos y de la tierra
originario de Tlaxcala.2 Ruvalcaba utiliz los servicios de un espaol maestro de
escuela para redactar sus convocatorias y para producir un documento oficial
(una carta) que lo autorizaba como dignatario real. Al espaol, le prometi el
futuro cargo de escribano real. Fue apresado junto con su squito de cuatro per-
sonas y calificado como sacrlego perturbador de la paz y enjuiciado por el
delito de lesa majestad. Fue condenado a cuatro aos de servicio a racin y sin
sueldo en las fortificaciones de Veracruz y al destierro perpetuo del reino de
Nueva Galicia. La descripcin del indgena candidato a monarca es interesante: 3

Un indio alobado, ladino, no muy alto y regordete. Llevaba el pelo largo, reco-
gido en una trenza y tena amarrado un lienzo blanco en la frente. Su vestido
consista en un traje muy ordinario de cotn... todo viejo, del que destacaban
unas mangas de pao pardo y unas botas rotas, debajo de las cuales se le divi-
saban unas medias azules. La nica insignia con la que trataba de avalar la auten-
ticidad de su cargo era un bordn de palo de bano que llevaba por bastn
con un listn azul colgando.

Su squito real se compona de cuatro personas en calidad de sirvientes.


Dos indios caciques del pueblo de Maloya, actual municipio de El Rosario, un
espaol antiguo recaudador de impuestos en la regin y una mujer identificada
como mulata. En la jurisdiccin de Copala (actual municipio de la Concordia

1. Manuel Antonio Sandoval, Reflexiones sobre la naturaleza y carcter de los indios, en David
Brading, El ocaso novohispano: testimonios documentales, Mxico, Instituto Nacional de Antropo-
loga e Historia-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996, pp. 77-152. Documento escrito
antes de 1786, pues atacaba a los alcaldes mayores, que en ese ao fueron abolidos con el estable-
cimiento de los intendentes. Sandoval pidi licencia para publicar su ensayo en 1791; sin embargo,
el Consejo de Indias prohibi su publicacin por el tono crtico del mismo.
2. Archivo General de la Nacin (AGN), Provincias Internas, volumen 167, expediente 1.
3. Ibd., f. 56.

ndice 407
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Sinaloa) anunci que era hijo del gobernador de Tlaxcala, y que iba a traer la
corona que sac de Espaa, que era el rey de los cielos y de la tierra de nom-
bre Jos Carlos V. Prevena y anunciaba en los pueblos el regreso para su coro-
nacin para mediados de mayo.4
Asimismo, durante su recorrido de reconocimiento dict varias disposiciones
a los pueblos de indios so pena de que su inobservancia sera castigada con pena
de la vida. Orden no obedecer a ningn juez espaol, ni los mandamientos de
Nuestro Rey Catlico ni de sus ministros que los obligaran a trabajar en las minas.
De igual forma, orden no consentir la presencia de espaoles en los pueblos y
que a ninguno se le vendiera maz, y en caso de confrontacin con algn alcalde
mayor se defendieran y no se rindieran, y que en cualquier caso le informaran
de su situacin para poder ayudarlos.5
Durante su estancia en el pueblo de Jacobo utiliz los servicios de un espa-
ol llamado Serna, maestro de escuela, para redactar cartas-convocatorias a los
pueblos vecinos anunciando su llegada e invitndolos a unirse a su movimiento.
Al maestro Serna, le asegur que en el futuro lo nombrara escribano real
por su buena relacin con los indios a los cuales en adelante no haba de mirar-
los como prximos sino como hermanos. La carta-convocatoria para el pueblo
de San Juan6 deca lo siguiente:

Hijo alcalde y dems principales. Manda el rey de los cielos y el rey de la tierra,
por su real corona, que se prevengan con sus vasallos para recibirlo de las diez
a las once del da, el da domingo, y pena de la vida si manifestaren vecino
ninguno. Y dando las gracias al rey de los cielos las persuaden de mano de Santa
Teresa de Jess de la dicha ciudad de Tlaxcala, le conviene la ocasin que le pro-
pone la devocin de lo creado de salvacin de su perdicin inclua el penar para
ganar el amparo de obligacin, Jacobo, abril, 20 de 1771. Don Jos Carlos V.

Poco antes de partir al pueblo de San Juan cambi su bordn de bano por
el bastn de puo de plata del capitn de la guerra de Jacobo y pidi al gober-
nador una escolta de seis indios armados. Tom prestados tres caballos, que
prometi pagar despus, y al gobernador la cantidad de cuatro pesos. El auto-
nombrado rey Jos Carlos V continu con su recorrido por los pueblos de San
Juan y Santa Apolonia donde recibi buena acogida. Su suerte cambi en
San Jernimo de Ajoya. A la salida del pueblo, en el paraje conocido como Pal-
marito y Acatitn fue capturado junto con toda su comitiva el 25 de abril de 1771.

4. Ibd., f. 9-14, 56-57.


5. Ibd., f. 11, 98.
6. Ibd., f. 4.

408 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

Le fueron aplicados 25 azotes, y una vez amarrado a la picota en el pueblo de


San Ignacio de Piastla, se le oblig a confesar pblicamente ante los poblado-
res que los haba engaado con el slo fin de que contribuyesen con lo que
peda de dinero y lo dems para su trnsito.7
En los interrogatorios posteriores confes toda la trama que haba urdido
junto con su ayudante espaol Francisco Garca, antiguo recaudador de impues-
tos de la regin. Jos Carlos Ruvalcaba era en realidad natural de Michoacanejo,
jurisdiccin de Teocaltichi, provincia de Lagos, en Nueva Galicia. Trabaj en
Guadalajara como operario de la construccin, donde muri su esposa haca
dos aos. Deambulando en busca de trabajo, confes que ide su discurso y
plan subversivo a partir de una conversacin que escuch en un camino a
orillas del ro Santiago en la Provincia de Nayarit. En aquel paraje:

Encontr unos pasajeros operarios de minas que salan de estas tierras para afuera,
que estaban platicando del asunto y diciendo que el hijo del tlaxcalteco [...] se
iba a coronar tierra adentro y que un Francisco Hernndez y un Esquivel lo escri-
ban o participaban a los pueblos; que no lo pudo or con individualidad porque
no convers con ellos sino que los estuvo escuchando retirado.8

A partir de esta idea primordial, el plan final se enriqueci argumentando


que era un enviado del gobernador de Tlaxcala, un tal Francisco Hernndez.
Que haba partido de su natal pueblo de Santa Luca Tlaxcala en diciembre de
1770. Hasta ese momento haba ya visitado las poblaciones de Guaticlan, San
Juan del Ro y Guadalajara, y que tena como destino final el real de Palo Blanco,
en la jurisdiccin de Culiacn. Su misin consista en convocar a todos los pue-
blos de los naturales para que hicieran muchas armas, les mostrara sus ttulos,
compusieran sus casas reales y le habilitaran de dinero, vveres y remuda para
pasar de unos pueblos a otros. Se ostentaba como hijo del gobernador de Tlax-
cala que haba de ser coronado rey de los naturales y que la coronacin haba
de ser en Tlaxcala.9 El inters personal del indio Ruvalcaba era tomar las armas
y coronarse monarca por el honor y la ambicin de hacerse majestad; consi-
deraba que la corona de este reino no perteneca a nuestro catlico monarca
sino que, ha tenido por cierto que le perteneca a los naturales de l. Y que si
hubiera logrado coronarse, habra peleado contra las armas espaolas hasta
quedarse slo con los naturales.10 Todo result ser en realidad una gran men-
tira ideada para esquilmar a los pueblos e indios incautos.

7. Ibd., f. 75.
8. Ibd., f. 177.
9. Ibd., f. 126.
10. Ibd., f. 128-129.

ndice 409
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Las investigaciones llegaron hasta Tlaxcala donde se comprob la falsedad


de toda la trama subversiva. Algunas autoridades creyeron que en realidad se
trataba de un plan subversivo de gran alcance. El alcalde mayor de Copala, por
ejemplo, manifest que aquel indio forastero conoca bien los misterios de la fe
catlica y saba bien la doctrina cristiana, y aunque pareca indio era bien ladino
y hablaba con bastante claridad e inteligencia el castellano.11 Por su parte, el
famoso visitador Jos de Glvez consider que la conspiracin del indio Ruval-
caba era una muestra y producto del fuego que las manifestaciones violentas
y las rebeliones de 1767 haban alcanzado en la provincia de Tlaxcala y la Ciu-
dad de Mxico como consecuencia de la expulsin de la Compaa de Jess.
De los interrogatorios se desprendi que el indio Ruvalcaba y sus cmplices
haban esquilmado ya varias poblaciones ubicadas entre el sur del actual estado
de Sinaloa y el norte de Nayarit, desde Quiviquinta, Acaponeta, hasta Maloya
y Otatitln de Pomozas.12 Despus de los interrogatorios los inculpados pidie-
ron perdn y misericordia a Dios y al Rey. El indio Ruvalcaba peda humilde-
mente perdn por sus hierros y manifestaba que, aunque desde el principio
saba que incurra en delito, no comprendi la gravedad de l y por ignoran-
cia se dej arrastrar de su codicia, instado de su miseria y de su pobreza.13 Su
defensa trat de salvar su causa argumentando la ineptitud, la incapacidad y la
demencia del acusado, pues arga que el delito de lesa majestad sin dolo, no
puede cometerse, y en todo caso, se tratara de una ficcin y no de una con-
juracin. Todo fue infructuoso y el 12 de junio de 1773 fue condenado a cua-
tro aos de servicio a racin y sin sueldo en las fortificaciones de Veracruz y al
destierro perpetuo del reino de Nueva Galicia.

2. La rebelin de Tepic
Un segundo episodio es la rebelin del indio Mariano en la provincia de
Tepic, Reino de Nueva Galicia en 1801. Esta rebelin fue organizada por un prin-
cipal de Tepic llamado Juan Hilario Rubio, el alcalde de repblica Jos Desi-
derio Maldonado y el escribano indgena Juan Francisco Medina. Estos indios
principales convocaron para el 6 de enero de 1801 una serie de comunidades
de la provincia de Tepic en el reino de Nueva Galicia a la coronacin del Rey
de Indias Mariano Primero, hijo del gobernador de Tlaxcala. Estas convocato-
rias sediciosas anunciaban el regreso del Mesas indgena y la eliminacin del
tributo. La coronacin fue frustrada por las autoridades y se apresaron a los tres
cabecillas junto con otras 300 personas. La mayora de los reos recibi el indulto.

11. Ibd., f. 126.


12. Ibd., f. 147.
13. Ibd., f. 176.

410 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

A Juan Hilario Rubio, en condena post mortem, se le confiscaron sus bienes, se


demoli su casa y se derram sal en su predio. A los otros dos cabecillas se
les conden a seis aos de trabajos pblicos en el socorrido destino de muerte
para convictos: el puerto de Veracruz. Lo interesante de este caso es que nos
encontramos en la matriz cultural de la regin donde tuvo su origen el mito del
regreso del rey tlaxcalteco.
Durante los interrogatorios se desprendi que Juan Hilario tena alrededor
de 60 aos, casado y vecino del pueblo de Mascota. Su testimonio refiere que
pocos das despus de la Navidad de 1800, se haba entrevistado con un indio
que dijo ser hijo del gobernador de Tlaxcala nombrado Mariano, un mulato lla-
mado Antonio el Peregrino y un nio de nueve aos.14 Durante la entrevista el
citado indio Mariano comunic a Juan Hilario que vena despachado de su tie-
rra a poseer este lugar en calidad de rey y que para esto procurase ver los
pueblos de esta jurisdiccin y dems de estas tierras. Que todo esto lo comu-
nicase a los pueblos en su nombre. l se diriga al puerto de San Blas para con-
tinuar con su recorrido y que regresara para el da de Reyes de 1801 para su
coronacin. Tambin le comunic que su padre, el gobernador de Tlaxcala, ya
difunto:

En su vida lo haba mantenido con cacles de oro y la grandeza correspondiente,


y que en ese tiempo haba ido el tal Mariano a Espaa y habladole al Rey Nues-
tro Seor que Dios guarde, dicindole que iba a que le pagase las rentas de sus
tierras y que a esto, su Majestad dio seis pasos para atrs dejndolo afuera, y que
con esto se retir dicho Mariano y se vino huido para este reino, pero que no le
dijo en que puerto o embarcacin se haba venido y s solo que se haba mante-
nido en el mar mucho tiempo, y que cuando lleg a Tlaxcala haba muerto su
padre, y otro hijo que tena y se haba venido para estas tierras por los pueblos
de la parte del sur que caen en la costa.15

La filiacin del indio Mariano es la siguiente: Yndio bajito de cuerpo, del-


gado y con balcarrotas, barbicerrado, calzn exterior de chivo viejo [sic] y de
manta abajo, con campana y Joloto [sic] de manta y un somite cuarteado con lis-
tas moraditas y blancas.16 El Indio Mariano haba dispuesto que habra de coro-

14. Coleccin de Fondos Especiales de la Biblioteca Pblica del estado de Jalisco. Archivo Judi-
cial de la Audiencia de Guadalajara. Seccin Criminal, paquete 33, expediente 9, documento con
nmero de serie 763, 1801, f. 45.
15. Ibd., f. 48.
16. Ibd., f. 45-46. La descripcin que aparece en AGN, Criminal, volumen 326, expediente s/n,
f. 397 es muy similar. Que su estatura es muy pequea, como edad de 30 aos, barbiserrado,
cortado el pelo con bancarrota que usa calzn de manta y cobija de somite.

ndice 411
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

narse en la puerta de la Parroquia a donde hara viniese el Padre Guardin


de la Santa Cruz para que lo coronase. Y que eso haba de ser con la corona
de Jess Nazareno, pues vena a padecer para libertar a sus hijos y que no
la quera de oro ni de plata. Reclamaba para s el derecho legtimo de pose-
sin de estas tierras, que adems, estaba perdiendo de sus rentas y prometi
que una vez que tomara posesin de su cargo sus hijos (los indios) tendran
muchos bienes y que les minorara el tributo.17
Para el da de su coronacin pidi que adornaran la plaza del pueblo con
una bandera colorada con la imagen de Nuestra Seora de Guadalupe y otra
bandera de color blanco. Juan Hilario y los otros dos indgenas principales man-
daron cartas convocatorias para recibir al Indio Mariano el da 6 de enero a
los alcaldes de Xalisco, Guainamota, Santa Mara, Zapotln, San Luis, San Andrs,
Cordilleras, San Pedro Yscatan e Ysquintla en las provincia de Tepic y Nayarit.
Los indios principales no consideraron que esto fuera un delito, ya que todos
los dichos y circunstancias que haba comunicado el Indio Mariano eran con-
formes a la ley que profesaba Jesucristo. La conspiracin subversiva fue des-
mantelada el 3 de enero de 1801, con la detencin de Juan Hilario Rubio, Jos
Desiderio Maldonado (alcalde de repblica) y el escribano indgena Juan Fran-
cisco Medina. A pesar de las detenciones, el 5 de enero se produjo un enfren-
tamiento entre soldados e indios que se dirigan a Tepic en las faldas del cerro
de San Juan cercano a Tepic. Durante el enfrentamiento dos indos murieron y
75 indgenas de Mecatn, Guainamota y Xalcocotn fueron detenidos. Les fue-
ron confiscados 33 cuchillos, 15 terciados, 17 belduques, 1 machete, 8 carcajs
llenos de flechas, un frasco con plvora, 2 lanzas, 8 arcos con flechas, 1 esco-
peta y 34 garrotes, adems de dos banderas con una cruz azul sobre fondo
blanco; 35 sospechosos ms fueron capturados cuando se dirigan a Tepic pro-
cedentes de Acatn y San Luis.18
Los rumores hablaban de un levantamiento generalizado de indios yaquis,
yumas, tepehuanes, nayaritas de la sierra, huicholes y coras. Todos marcha-
ran hasta Tepic a coronar a su rey. Por esas fechas se avistaron dos fragatas
inglesas en las costas de Colima y entonces se habl de una posible influencia
e invasin extranjera.19 Durante los das y semanas siguientes continuaron los
rumores de nuevos avistamientos de indios embijados, con plumajes en la cabeza
y armados. Varios contingentes fueron vistos marchando en direccin a Tepic.
Un ranchero de Guamuchil (Senticpac) vio a 100 indios formados en cuatro
hileras, los cuales se enfrentaron el 9 de enero contra soldados del virreinato.

17. Coleccin de Fondos Especiales..., f. 46-51.


18. AGN, Criminal, volumen 326, expediente s/n, f. 403-409.
19. Genaro Garca (comp.), Documentos inditos o muy raros para la historia de Mxico. Tomo X.
Tumultos y revueltas acaecidos en Mxico, Mxico, Librera de la UDA de CH. Bouret, 1907, p. 260.

412 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

El 13 de enero se inform que en la jurisdiccin de Acaponeta se haban levan-


tado 17 pueblos con 1.300 tributarios. Los misioneros de San Pedro y Huaji-
cori se refugiaron en Acaponeta, pues cinco pueblos de la sierra del Nayar se
haban sumado a la rebelin aunque no se especific cules.20
Toda esta informacin atrajo la atencin del virrey Marquina, quien instruy
que se atendiera con sagacidad y eficiencia todos estos acontecimientos. Fue noti-
ficado el intendente y presidente de la Real Audiencia de Guadalajara Jos Fer-
nando de Abascal, el cual orden al capitn de fragata y comandante
interino del puerto de San Blas, Francisco de Eliza, de armar a los vecinos de Tepic,
traer soldados y artilleros de San Blas, trasladar el batalln de milicias de Guada-
lajara y el Cuerpo de Dragones de Nueva Galicia, a los milicianos de Acaponeta,
Senticpac, Compostela Sandovales y Paramita. En total el capitn de fragata logr
reunir a 762 hombres y ocho piezas de artillera. La fuerza militar reunida era
enorme para la poca y la zona.21 Los antecedentes histricos de la zona pesaron
al momento de evaluar un supuesto alzamiento generalizado.
Los indios de la sierra del Nayar y el sur de la Nueva Vizcaya haban per-
manecido durante ms de 200 aos libres del yugo espaol y la maquinaria
colonial de explotacin. La zona haba servido como refugio de fugitivos y
enclave de gentiles no reducidos hasta 1722, cuando finalmente fueron conquis-
tados.22 Se les consideraba como indios serranos brbaros, apstatas, chichime-
cos, frreos defensores de su autonoma, peligrosos, belicosos, bravos, agres-
tes e indmitos. En San Luis de Colotln, en las fronteras de la sierra, se haba
establecido a finales del siglo XVI, una colonia de indios tlaxcaltecas con el obje-
tivo de que con la convivencia y la vecindad se pudiera ablandar el corazn
de los indios serranos y para que los chichimecas idlatras aprendieran
a vivir y convivir con gente de poltica y de buen ejemplo dentro de la civili-
dad cristiana.23 Despus de un breve periodo de labor misional de la Compaa
de Jess, la situacin social de la sierra y otros lugares de misin jesuita se haba
agravado con la expulsin de la Compaa en 1767.
Finalmente, la situacin fue controlada, y en un informe fechado en Madrid
de 1805, se hablaba de que la supuesta insurreccin se haba exagerado y la
enorme y costosa fuerza militar conjuntada en 1801 haba sido excesiva para

20. AGN, Criminal, vol. 326, exp s/n, fojas 4-6 y 67.
21. AGN, Criminal, vol. 327, exp. s/n, f. 5-6.
22. Ral Enrquez Valencia, Fbulas y Alegoras en el Gran Nayar. Una antropologa de los mitos
en la historia colonial de Mxico, Mxico, Universidad Autnoma Metropolitana, 2009. (Tesis doc-
toral).
23. Alonso de la Mota y Escobar, Descripcin geogrfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva
Vizcaya y Nuevo Len, Mxico, Instituto Jalisciense de Antropologa e Historia-Coleccin de obras
Facsimilares #8, 1993, p. 61.

ndice 413
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

someter a 2.000 tributarios. El monarca se lamentaba de la mala conduccin de


aquellos acontecimientos, pues a pesar de las contradicciones en las confesio-
nes de los detenidos y las cartas convocatorias, todo prosigui como si se tra-
tara de una verdadera revuelta.24 Este tipo de reacciones eran comunes en el
ambiente de muchos oficiales del ejrcito y de la administracin virreinal. Se
crea en los rumores y las confabulaciones ms inverosmiles para subvertir y
derrocar al rgimen. Sumado a la incapacidad de los nuevos administradores
en su nuevo cargo, las aspiraciones criollas, la violencia crnica y la profunda
hostilidad de las clases bajas se interpretaban como signos de conducta revolu-
cionaria. No obstante, el monarca instrua que se ampliasen las diligencias para
dar con el paradero y capturar al mtico Indio Mariano. Por su parte, el presi-
dente de la Real Audiencia de Guadalajara, en premio a su reaccin a los acon-
tecimientos y en reprimir esta conspiracin fue premiado con el virreinato de
Buenos Aires y despus con el del Per.25

3. El fantasma del Indio Mariano


Un tercer episodio se produce en enero de 1801, cuando en la provincia de
San Juan del Ro, Reino de la Nueva Vizcaya, el indio Jos Silvestre Sariana o
Jos Bernardo Herrada, alias Capitn Cuerno Verde, convocaba la coronacin
de su padre, el Rey Tlaxcalteco, amparado en una cdula real dada por el rey
Carlos IV (sic) en 1786, para el prximo 29 de marzo. Fue apresado y diag-
nosticado como un ocioso, vagabundo y estafador. Es acusado de sedicin y
condenado a 6 aos de presidio ultramarino. Para su fortuna logr escapar de
su seguro destino de muerte el 15 de diciembre de 1805 arrancando la puerta
donde estaba encerrado a media noche.
A finales de enero de 1801 la bsqueda del subversivo Indio Mariano con-
tinuaba. Por esas fechas, se presenta en la provincia de San Juan del Ro en el
reino de la Nueva Vizcaya, un indio regordete que se haca llamar Capitn
Cuerno Verde, de oficio torero pidiendo permiso para torear en las fiestas pr-
ximas de la comunidad. Se le concede el permiso, pero a los pocos das es remi-
tido a la crcel de la comunidad por expresiones que inquietaban a los indios
y ciertos papeles sediciosos. En los interrogatorios respondi que se llamaba
Jos Silvestre Sariana, indio tlaxcalteco originario de San Juan Bautista de Analco
en Tlaxcala; que era capitn de 36 pueblos de su tierra. Aadi que saba hablar
castellano, tlaxcalteca, otomite, tarasco, lipan, lipillan, indio blanco, gileo, tejas,

24. Jean Meyer, Nuevas Mutaciones. El siglo XVIII. Coleccin de documentos para la historia de
Nayarit, Mxico, Universidad de Guadalajara y CEMCA, 1990, p. 305.
25. Lucas Alamn, Historia de Mxico, volumen I, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1985,
p. 136.

414 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

como crudo y pame.26 Su padre se llamaba Jos Antonio Pedro Alcantar Gon-
zlez Amarillo de Arelln y su madre simplemente Tomasa.
El famoso papel sedicioso, o pasaporte en un pedazo de papel muy roto,
instrua a suministrar los fondos de la cofrada del pueblo y treinta pesos al suso-
dicho Capitn Cuerno Verde, prometindoles que en marzo venidero experi-
mentaran algunas novedades. Aquel papel rado y desgastado vena firmado
por el supuesto gobernador de Tlaxcala, un tal Conde de Santiago, un oidor y
un escribano real.27 Por su importancia y trascendencia, el caso es trasladado a
la jurisdiccin de Durango el 12 de febrero de 1801. La descripcin fsica que
se hace del Capitn Cuerno Verde es la de un hombre regordete, chato, color
aindiado, barbilampio, con unas manchas pintas en la espalda y una cicatriz
en el brazo izquierdo. En la ampliacin de su declaracin, manifiesta que es
indio cacique de capa, espada y daga, banco y mesa, que su hermano es gober-
nador de Atolongo en la jurisdiccin de Tlaxcala. Es adems labrador en su casa
y que ha estado en prisin en 37 ocasiones, una de ellas en Tepic en abril del
ao anterior. El famoso pasaporte o papel sedicioso le fue dado y dictado por
su padre, el gobernador Tlaxcala.28
Llama la atencin de las autoridades la estancia del indiciado en Tepic en
fechas recientes, pues la sombra del Indio Mariano se encuentra viva y muy pre-
sente. A pesar de todo, la historia que revela el Capitn Cuerno Verde es con-
fusa, contradictoria y poco creble. Menciona, por ejemplo, la existencia de una
real cdula expedida por el virrey Azanza donde le instruye la recoleccin de
hombres, mujeres, nios, soldados, lmparas, candeleros y dinero de los fon-
dos de comunidad del santsimo de los pueblos que visitase. Adems, por orden
de su padre, tiene el encargo de recoger 40.000 firmas de indios justiciales, capo-
rales y administradores sin que espaoles y jueces reales lo entendiesen.29 A
la pregunta de cul era el objetivo de tales encargos, el Capitn responde que:

Siendo el motivo del viaje la averiguacin del nmero de espaoles que haba
en cada paraje y poblacin, que estos tenan oprimidos y avasallados a los indios
y que su padre tena corona y poder (seal que su padre posea un vestido
de oro que le cubra desde los zapatos hasta la cara); se trataba de expatriar a
todos estos (espaoles) por su mandato al modo que se hizo con los jesuitas.30

26. Coleccin de Fondos Especiales de la Biblioteca Pblica del estado de Jalisco. Archivo Judi-
cial de la Audiencia de Guadalajara. Seccin Criminal, paquete 33, expediente 9, documento con
nmero de serie 763, 1801, f. 4.
27. Ibd., f. 6.
28. Ibd., f. 16.
29. Ibd., f. 19-20, 23.
30. Ibd., f. 24. Cursivas mas.

ndice 415
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La fuerza de este plan subversivo aada estaba respaldado por quinien-


tos ingleses y trescientos franceses cuya ubicacin exacta nunca seal. La real
cdula que haba expedido a favor de su padre, el rey Carlos IV, en 1786, le
daba amplias facultades para mandar, hacer y disponer, y que la coronacin
de su padre el Rey Tlaxcalteco habra de ser el 29 de marzo en California, Nueva
Orleans o el puerto de San Blas. Todos aquellos castellanos, espaoles, coman-
dantes intendentes y gobernadores que descubrieran el contenido de esta real
cdula seran castigados con pena de la vida.31 Las investigaciones se amplia-
ron para conocer el verdadero origen del Capitn Cuerno Verde. Se descubri
que su verdadero nombre era Jos Bernardo Herrada, nativo del Tunal en San
Juan de Analco en la jurisdiccin de Durango; su madre de nombre Mara Mnica
Len y su padrastro Jos Tadeo Herrada. Las referencias recabadas en su pue-
blo natal mencionan que es un vagabundo de profesin, jugador, bebedor y su
conducta desde chiquito haba sido mala. Su madre manifiesta que haca 18
aos que no vea a su hijo y que la ltima vez que lo vio haca un ao. Cuerno
Verde entonces trat de tomarla como su mujer reputndola viuda. Su madre
lo acus de ingrato y desde entonces no ha tenido ms contacto con l.32
Las autoridades pidieron la colaboracin de la provincia de Tlaxcala mediante
sendos oficios para ampliar las investigaciones, mas nunca obtuvieron respuesta.
En un principio las autoridades de Durango creyeron que Cuerno Verde era
en realidad el tan buscado y nunca encontrado Indio Mariano y pidieron la cola-
boracin de la Audiencia de Guadalajara, pues entendan que Cuerno Verde era
aquel indio que andaba esparciendo convocatorias relativas a la sublevacin
que se versa en la presente causa y que tal vez puede ser el Mariano que estuvo
en el pueblo de Tepic.33 En realidad, el tiempo comprob que no fue necesa-
rio, y, despus de la intervencin de un mdico que analiz a Bernardo Herrada,
se demostr que se trataba de un estafador, ratero, embaucador y adems medio
loco. l mismo haba redactado los supuestos papeles sediciosos, las cartas y
cdulas reales. Una supuesta alianza indgena-franco-inglesa para invadir la Nueva
Espaa para libertar a los indios era un disparate. Las autoridades se excusaban
sobre el trato y estado de los indios aduciendo que falsamente se dice que los
indios estn avasallados, cuando el Rey, las leyes, sus ministros ejecutores, y
todos los espaoles los miran con tanta bondad, le llenaron de tanto beneficio
y les franquearon tantos favores y privilegios.34 Esta respuesta era tambin una
exageracin.

31. Ibd., f. 25.


32. Ibd., f. 29.
33. Ibd., f. 52.
34. Ibd., f. 37.

416 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

El mdico especialista Promotor Fiscal Letrado Don Jos de la Barcena con-


cluye que los dichos de Cuerno Verde no son otra cosa que un conjunto de
desatinos, enjambre de disparates, embustes y mentiras dictados por persona
muy simple fingiendo y disimulando la figura de un hombre incgnito, de
poder y autoridad. En realidad se trata de un hombre vago, ocioso que ha via-
jado por muchas distancias y lugares [...] con estafa ha podido pillarles a los
incautos, incultos y simples, que es un hombre demente, cuya mana ha sido la
de figurarse poder de mando. No son necesarias ms diligencias sobre el caso,
pues est claro que se trata de:

Un ocioso, vagabundo, estafador, slo un insano, loco o demente pudo transi-


tar una gran parte de este Nuevo Mundo, quien sino un hombre de la clase dicha
pudo haber imaginado una real cdula del virrey Azanza, la recoleccin de 40
mil firmas, el averiguar el nmero de espaoles habitantes del reino y la existen-
cia de 500 ingleses y 300 franceses, quin se pregunta de la Barcena sino
uno de aquellos que se llaman maniticos.35

Bernardo Herrada es acusado de sedicin y considerado merecedor de un


grave castigo y encarcelamiento. Fue condenado en octubre de 1803 a seis
aos de presidio ultramarino. Para su suerte, logr escapar de su seguro des-
tino de muerte el 15 de diciembre de 1805 arrancando la puerta donde estaba
encerrado a media noche.36

4. La melancola del Indio Mariano


Un cuarto captulo cierra la trama del regreso del rey Indio Mariano. El pri-
mero de septiembre de 1801 es apresado en el Nuevo Reino de Len un ex
miliciano indio llamado Juan Jos Garca mientras robaba ganado. Quiso burlar
la justicia hacindose llamar Mariano Primero o Alejandro Primero. Este indgena
justificaba su real cuna y abolengo en cdulas papales que afirmaba haba
conseguido en Roma. Su caso fue llevado hasta el Tribunal del Protomedicato.
Los mdicos del tribunal le diagnosticaron el padecimiento de un afecto hypon-
condriaco en grado superior, que es decir locura, mana, frenes, de que es capaz
dicha enfermedad. A este padecimiento, se le aada un temperamento y dis-
posicin preternatural fomentada de un humor melanclico, cuyo predomi-
nio conduce a tantos y tantos a la demencia. Su constitucin orgnica le priv
del libre albedro y esto lo hizo menos culpable, por eso se orden su tras-
lado al hospital de San Hiplito para su curacin.

35. Ibd., f. 82-83.


36. Ibd., f. 113.

ndice 417
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La saga del Indio Mariano continu escuchndose en el norte de Mxico


durante septiembre de 1801. Esta vez, el teatro de operaciones se desplaz al
Nuevo Reino de Len. El problema de los indios belicosos en esta regin pare-
ca haber desaparecido, y para 1773, en la provincia de Monterrey, slo haba
ocho soldados profesionales distribuidos entre las misiones. Sin embargo, al
ao siguiente hordas de apaches empezaron a invadir la provincia, lo que dio
lugar al establecimiento de una guarnicin de 25 soldados en Punta Lampazos,
que pronto aument su fuerza a cien veteranos de caballera.37 Los apaches se
introducan en gran medida a robar ganado y al saqueo. El da primero de sep-
tiembre de 1801 es arrestado y hecho prisionero un hombre desconocido en
el paraje de Potrero Grande Villa de Salinas, provincia del Nuevo Reino de
Len, cuando pretenda robarse unas bestias:

Un hombre que encontraron desnudo, sin armas y de muy mal aspecto en un


paraje por donde siempre se han introducido los apaches. Se le pregunt quin
era y a dnde iba a lo que no quiso responder a nada, a la sazn le amarraron
y presentaron ante el juez del partido, ante quien dijo llamarse Mariano primero,
que era natural de esta provincia y que vena de Mxico a donde haba pasado
a presentarse al seor virrey. Su aspecto demuestra tener 50 aos de edad, su
estatura de cinco pies y cuatro pulgadas, color cobre, poca barba y mucho pelo
negro, voz ronca, ojos vivos, muy perspicaz, manifestando carcter fuerte y vigo-
roso.38

El inculpado es traslado a Monterrey, en las diligencias se descubre que en


realidad se llama Juan Jos Garca, natural del Valle de Pesquera Grande de
esta jurisdiccin. Se haba desempeado como solado en la tercera compaa
de Conchos en la provincia de Nueva Vizcaya de 1785 a 1794, y en la com-
paa del presido de San Buenaventura de 1794 a 1797 donde fue licenciado
por enfermo. Desde entonces vivi en a la villa de Chihuahua hasta 1801. En
su declaracin manifiesta que el 15 de enero de 1801 realiz un viaje a la
Ciudad de Mxico para entrevistarse con el virrey para que lo nombrara visi-
tador por llamarse y ser Mariano Primero.39 En la ciudad de Mxico nunca
encontr al virrey y se lanz en su bsqueda hacia Jalapa, Veracruz, Piedras
Negras, la Huasteca, Revilla de Santander, Pesquera Grande y por ltimo se
diriga a Chihuahua cuando lo apresaron.

37. Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva Espaa, Mxico, Universidad Nacional Aut-
noma de Mxico, 1996, p. 43.
38. AGN, Historia, volumen 413, expediente s/n, foja 269.
39. Ibd., f. 249.253.

418 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

De las diligencias en Pesquera Grande, su padrastro lo recordaba como un


mozo malo, travieso, ratero e incorregible; a la edad de 16 aos huy de su
hogar. En la ampliacin de su declaracin Juan Jos Garca reafirm que se lla-
maba Mariano Primero y que si le preguntaban la verdad, vena de Roma con
unas cdulas del Papa, que las haba dejado en la corte de Mxico en la Audien-
cia con los oidores.40 El gobernador de Monterrey califica estas declaraciones
como incoherencias y despropsitos. En diciembre el caso es trasladado a San
Luis Potos. El traslado se pide que se lleve a cabo con toda reserva y sigilo. El
coronel del ejrcito Flix Calleja retoma el caso.
Nuevamente, lo que ms interesaba a las autoridades es despejar la duda
de si se trataba del Indio Mariano de la rebelin de Tepic. El indio Garca mani-
fiesta que no conoce Tepic o San Blas, ni a sus moradores, y jams ha tenido
contacto ni correspondencia con ellos. El coronel Calleja somete entonces a
duros tormentos y torturas al indio Garca para tratar de desvelar el fondo del
asunto. Lo confina primero a la Bartolina con cuatro grilletes encima, y ms
tarde lo pone de cabeza en el cepo. Despus de estas terribles torturas es inte-
rrogado nuevamente en febrero de 1802. Juan Jos Garca mantiene sus dichos
y al mismo tiempo pide conmiseracin pues se halla bastante atormentado.41
Ante tales acontecimientos, el coronel Calleja pide la intervencin de un mdico
para que analice y revise al reo.
El 3 de abril de 1802, el facultativo Jos Mascareas, autorizado por el Real
Tribunal del Protomedicato, concluye que Juan Jos Garca padece una ver-
dadera demencia melanclica y que su mente ha estado y est bastantemente
lesa y perturbada por lo cual es improbable que se trate de una locura fin-
gida.42 Un segundo facultativo llamado Antonio Daz de Corvera amplia las
observaciones de Jos Mascareas y concluye que el indio Garca padece de
la variante ms virulenta y peligrosa del morbo melanclico. Adems de la tris-
teza, taciturnidad, abstinencia, abatimiento, cobarda e imaginacin falsa, en
Garca se observa hallarse atacado de un afecto hypocondraco en grado supe-
rior. Se trata de una variante del humor terroso que afecta al hipocondrio, por
tal motivo se confirma como verdadera, cierta y clara la locura del indio Gar-
ca:

Que padece ste un mal hypocondraco en sumo grado, que es decir locura,
mana preis, de que es capaz dicha enfermedad [...] si a esto se agregan las
circunstancias de su temperamento y disposicin preternatural fomentada de un

40. Ibd., f. 263.


41. Ibd., f. 284.
42. Ibd., f. 290.

ndice 419
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

humor melanclico, cuyo predominio conduce a tantos [y] tantos a la demen-


cia.43

Con estas conclusiones los mdicos sealan la necesidad de remitir a Juan


Jos Garca a un hospital para atender su afeccin de humor negro y reque-
mado. Las ltimas diligencias confirman el perfil de Garca como un indio flojo,
mal soldado, perdido, desastrado, vicioso, ladrn, de malas costumbres, vaga-
bundo y tahr. Finalmente, a principios de 1803, fue trasladado al Hospital
de San Hiplito de la ciudad de Mxico. En los informes de su recibimiento
describen al indio Garca como un reo dbil, anciano y atontado y falto de agi-
lidad en sus respuestas. Su afeccin morbosa de humor negro lo priv de una con-
dena a presidio ultramarino y muerte segura.
El mito de la melancola tiene su origen en la ciencia mdica de la antige-
dad grecolatina. En su aspecto general, la melancola se ha caracterizado como
enfermedad mental (que se expresa en ansiedad, depresin profunda y fatiga)
y como un tipo de carcter; tambin se le consideraba como un estado tran-
sitorio vinculado a una estacin del ao: la melancola de otoo. Junto con el
sanguneo, el colrico y el flemtico conforma el sistema de los cuatro humo-
res. Se crea que estos humores estaban en correspondencia con los elemen-
tos csmicos y las divisiones del tiempo, que controlaban toda la existencia y
la conducta de la humanidad y, que, segn como se combinaran, determina-
ban el carcter del individuo.44 En este sentido, la teora humoral, adems,
ofrece un maravilloso paisaje coherente y repleto de atractivas imgenes y
metforas. El sistema mental y cerebral en el que se aposentan los vapores
de la melancola funciona como una combinatoria de procesos mecnicos, refle-
jos pticos, transmisiones neumticas y cocciones qumicas.45 En su versin
mtica, est dotada de un inmenso poder metafrico, funciones mediadoras,
larga duracin, poder generador de rplicas fieles a un canon original, cone-
xin con rituales mgicos o diablicos, etc..
El ideal del cuerpo sano era el equilibrio de los cuatro humores (eucrasia),
el cual nunca se alcanzaba. Por el contrario, lo ms recurrente era el des-
equilibrio (discrasia) que produca una adustin de los humores (se quema-

43. Ibd., f. 291 y 296. El trmino de preternatural refiere bsicamente a una caracterstica de
orden excepcional e inusual en oposicin a una caracterstica sobrenatural o milagrosa. Se trat de
una perspectiva cientfico-natural que apuntal paradjicamente las prcticas demonolgicas de los
exorcistas en el siglo XVI. Roger Bartra, Cultura y melancola. Las enfermedades del alma en la
Espaa del siglo de Oro, Barcelona, Anagrama, 2001, pp. 58, 205.
44. Raymond Klibansky y otros, Saturno y la Melancola, Madrid, Alianza Editorial, 1991, p. 29.
45. Roger Bartra, op. cit., p. 210.

420 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

ban), provocando una enfermedad. En el caso del humor melanclico y su ver-


sin requemada podemos diferenciar tres tipos principales:

1. La melancola que ataca los ventrculos cerebrales, que, segn Hipcra-


tes son la base somtica del alma, puede ser de dos maneras: una puede
consistir ya sea en un comportamiento agresivo, como en la licantropa,
o bien en dolor de cabeza y sueo (estas manifestaciones provienen de
la presencia de bilis negra en el cerebro o de su corrupcin); la otra
manera es provocada por la bilis amarilla quemada, acompaada de
fiebre alta, acciones demenciales y movimientos raros.46
2. La melancola que ataca todo el cuerpo, que se consideraba muy peli-
grosa, que puede llegar al cerebro, y que produce terror, ansiedad y depre-
sin, adems de los sntomas sealados en la primera forma.
3. La melancola hipocondraca, que atacaba el bajo vientre y era la peor
de todas. Es producida por el derrame de la bilis negra en el epigastrio
y que secundariamente llega al cerebro; provoca flatulencia, pesadez,
vmitos agrios y llantos constantes.

El mito de la melancola se ha asociado de manera recurrente con los judos,


los genios, los artistas, con el poder poltico, con las mujeres, el misticismo, la bru-
jera y el erotismo. La prdida del objeto amado es el dispositivo o mecanismo fun-
damental de estas formas de sufrimiento. En general, la esencia metafrica del
humor terroso expresa el carcter oscuro y negro, ambas caractersticas negativas.
Como bien ha dicho Roger Bartra:

La melancola era un mal de frontera, una enfermedad de la transicin y del tras-


trocamiento. Una enfermedad de pueblos desplazados, de migrantes, asociada a
la vida frgil de gente que ha sufrido de conversiones forzadas y ha enfrentado la
amenaza de grandes reformas y mutaciones de los principios religiosos y mora-
les que los orientaban. Un mal que ataca a quienes han perdido algo o no han
encontrado todava lo que buscan y, en este sentido, una dolencia que afecta
tanto a los vencidos como a los conquistadores, a los que huyen como a los recin
llegados. La melancola poda desequilibrar a quienes traspasaban fronteras
prohibidas, invadan espacios pecaminosos y alimentaban deseos peligrosos.47

Hacia finales del siglo XVI, el mdico Juan de Crdenas, aplicando la teora
de los cuatro humores y los cuatro temperamentos, haba clasificado al indio

46. Ibd., p. 32.


47. Ibd., p. 31.

ndice 421
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

novohispano como de un humor flemtico; asimismo, al criollo, como sangu-


neo y colrico. Pero haca una clasificacin especial a los indios reducidos del
norte de la Nueva Espaa. Como era comn describirlos en aquella poca, la
nacin chichimeca para Crdenas era:

una gente brbara salvaje, jams sujeta ni domada por otra nacin alguna, tiene
propiedad de andar perpetuamente desnuda, su habitacin es entre fragosos ris-
cos y peascos, su propio oficio es matar y quitar la vida [...] mostrndose ene-
miga, cruel y carnicera a todo [...].48

Sin embargo, lo interesante de su perspectiva mdica era la acotacin del


dramtico cambio que sufran aquellos indios brbaros al reducirlos a pobla-
ciones y asentamientos sedentarios al estilo espaol. Cuanto en su tierra son
de valientes, fuertes, recios y muy sanos [...] y despus le viene entre nos-
otros, hecho un mojigatillo, y vuelto un retrato de enfermedad y duelo [...]. Las
razones de este fenmeno, segn Juan de Crdenas, son el cambio de la ali-
mentacin, la falta de ejercicio que haca retener los malos humores en vez de
evacuarlos, adems del cambio climtico que les privaba de aires sanos, lim-
pios y enxutos. La conclusin de este proceso era bien clara:

El venir a vivir en casas de poblacin, donde ni bien se ejercitan, ni bien gozan


de buenos aires, sino antes bien avahados y repletos de todo mal humor, de que
con mucha facilidad enferman y se mueren: tambin la tristeza, coraje y melan-
cola que les carga, de verse entre gente que tan por extremo aborrece [...].49

La melancola, segn Juan de Crdenas, era una amenaza real a todo aquel
indio sometido a la cultura de misin del norte de la Nueva Espaa. Es posi-
ble que este extrao y peligroso fenmeno fuera la causa de la melancola hipo-
condraca de Juan Jos Garca.

5. Conclusiones
Como hemos podido observar, de los cuatro casos judiciales podemos inte-
grar el canon de un mito de factura indgena y subversiva que en el ocaso del
periodo virreinal fue perseguido por las autoridades. Se trata del supuesto regreso

48. Juan de Crdenas, Problemas y Secretos maravillosos de las Indias, Madrid, Ediciones Cul-
tura Hispnica, 1945, p. 200.
49. Ibd., pp. 202-203.

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de un Mesas indgena, de origen tlaxcalteco, llamado Indio Mariano o Mariano


Primero, que tiene como matriz cultural la provincia de Tepic y la sierra del Nayar
en la Nueva Galicia, y que en el caso de la rebelin de Tepic, se introducen tam-
bin smbolos e imgenes del catolicismo en Nueva Espaa como la virgen de
Guadalupe. Uno de los elementos ms importantes del mito es la supuesta fun-
cin libertadora y redentora del rey tlaxcalteco hacia con los indgenas y donde
se ubica a los espaoles, criollos y gachupines como fuentes de opresin, abuso
y avasallamiento.
Las formas utilizadas en todos estos casos revelan lo que Roland Barthes ha
definido como el habla del oprimido, un habla necesariamente pobre, montona
e inmediata. El habla del oprimido es real como la del leador, una especie de
lenguaje productor un lenguaje objeto, es un habla transitiva casi incapaz de men-
tir, la mentira es una riqueza inaccesible. Esta pobreza esencial produce mitos
escasos, magros, fugitivos y pesadamente indiscretos. Estos mitos proclaman su
naturaleza de mito, sealan su mscara con el dedo.50 Por el contrario, el habla
del opresor es rica, multiforme, y dispone de todos los grados posibles de digni-
dad: tiene la exclusividad del metalenguaje. El primero, el lenguaje objeto, es
el lenguaje a partir del cual el mito construye su propio sistema. Y el segundo, el
mito mismo, es un metalenguaje porque es una segunda lengua en la cual se habla
de la primera: el lenguaje de uno tiende a transformar, el lenguaje del otro tiende
a eternizar.
Las tres primeras revueltas inspiran el sinsentido de la vida. No hay futuro.
Pero es una manifestacin violenta, agresiva, apuesta a la accin todava. Con el
cuarto caso, la locura demencial y la incoherencia son plenas y no dan pie a nin-
guna otra cosa. Estn agotados los significados, los sentidos, y esta direccin ase-
gura que todo esto forma parte de una gran crisis. El mito de la melancola nos
puede ayudar a entender este contexto.
Por otro lado, los tres primeros procesos judiciales han sido trabajados ante-
riormente como fenmenos aislados, y se ha dicho que la rebelin del Indio
Mariano y el regreso y coronacin de un rey indio no pas de ser una confabu-
lacin exagerada, imaginaria e inexistente, la cual, las autoridades coloniales sobre-
dimensionaron debido al abismo cultural existente entre gobernantes y gober-
nados. Al respecto, es necesario enfatizar de manera contundente retomando a
Eric Hobsbawm que aunque el sendero rebelde seguido por estos indios tuviera
la escarapela real de bulas papales y cdulas reales, y fuese adems verdadera o
imaginaria y no tuviera ningn viso de efectividad y xito, no porque su camino

50. Roland Barthes, Mitologas, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1983, p. 244.
51. Eric Hobsbawm, Rebeldes Primitivos, Barcelona Ariel, 1974, p. 40.

ndice 423
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

fuese un callejn sin salida hemos de negarles el anhelo de libertad y de justicia


que les impulsaba.51
A mi juicio, de lo que estamos hablando es de un asidero comn, un lugar
comn imaginario y psicolgico que aliment las esperanzas redentoras de estos
hroes trgicos, subrayando la idea del regreso para su coronacin de un rey ind-
gena en la frontera norte de la Nueva Espaa. Un pasado colectivo en el marco
de una tradicin se convirti en fuente de legitimidad, una puesta en escena de
una herencia histrica permiti construir una historia idealizada al servicio de las
necesidades de estos indios perturbadores del orden. Los indios conocan bien
la historia de los privilegios concedidos al reino de Tlaxcala por los servicios pres-
tados durante la conquista y la trada imaginaria que daba coherencia a la identi-
dad del mundo novohispano: Dios, el rey y la patria; con estas herramientas
culturales hicieron todo lo posible para justificar favores y prebendas, al mismo
tiempo que trataron de transformar el estado de cosas, al menos dentro de su
mbito personal y comunitario, aunque hay que sealarlo, las aspiraciones y deman-
das subversivas tenan un alcance ms all del mbito regional, ya que incluan a
todo el reino de la Nueva Espaa.
Aquellos efmeros dignatarios indios ofrecan a las capas inferiores de la estruc-
tura jerrquica lo que ms anhelaban: la eliminacin del tributo y las pesadas car-
gas que la empresa colonizadora exiga: servicios personales y de trabajo en las
minas y los ranchos. En realidad, la sedicin de estos indios rebeldes no visuali-
zaba ningn mundo de igualdad ni fue en modo alguno revolucionario. La inver-
sin de la jerarqua fue el modelo que siguieron intercambiando la figura de un
monarca peninsular por la de uno indio, a su manera; la pobreza y la opresin
podan revertirse de esta manera. Un sueo poderoso los impulsaba: el del regreso
de un monarca indio benigno y justiciero.
La imaginera jurdica, desde que Mxico es pas independiente, elimin cons-
titucionalmente la categora de indio, y la Constitucin de 1824 declar a todos
sus habitantes como ciudadanos iguales. Por su parte, la Corona espaola haba
definido a la comunidad indgena como una corporacin, a la que dot de tierra
y gobierno autnomo en lo que llegaran a ser las repblicas de indios: para ser
indio se tena que pertenecer a un pueblo. En el fondo, se trataba de un rgi-
men jurdico de segregacin racial en el que la adscripcin legal estaba definida
por la filiacin tnica. Rigurosas normas de convivencia regidas por los criterios
de raza, cuna y estamento dividan al mundo de los indios y las castas. Los indios
contaban con un cuerpo jurdico que los protega: las Leyes de Indias. En su con-
junto, esta estructura jurdica paternalista defina al indio como verdadero vasallo
del rey, del cual gozaba de proteccin y al cual deba lealtad. El caos que rodea
a los procesos judiciales seguidos a estos indios sediciosos ser llenado por esta
naturaleza jurdica plasmada en las Leyes de Indias y un conjunto de sentimientos,

424 ndice
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imgenes y sensaciones que despertaron durante todo el periodo colonial la sola


mencin de los indgenas o de los pardos evocando trminos despectivos como
perezoso, cargado de vicios, corrupto, dedicado a la vagancia, entre otros.
En el escenario del desencanto y crisis de legitimidad que provocaron los
aires borbnicos en las jerarquas y grupos marginales novohispanos, el meta-
lenguaje melanclico y las redes imaginarias que daban coherencia al mundo
hispnico autorizaron a las autoridades coloniales para hablar de los Otros
en nombre de la herencia ibrica; este lugar de produccin construy e invent
la identidad de aquellos que osaron invadir fronteras prohibidas, condenndo-
los a la funcin y el papel de chivos expiatorios en el contexto de los miedos
y paranoias que despertaban en los reinos ultramarinos las interminables gue-
rras imperiales. Anhelos, utopas y proyectos revelaron la otredad a las autoridades
novohispanas. Estas redes imaginarias ocultaban diferencias y contradicciones, frac-
turas irreductibles que en el mbito de la monarqua ibrica y sus reinos ultrama-
rinos parecan ser impostergables.
La frontera norte de la Nueva Espaa padeci el influjo de una violencia cr-
nica no domesticada; el poder expuesto constantemente a los ataques de indios
chichimecas caracteriz los confines septentrionales del virreinato a una existen-
cia permanentemente amenazada. Muy a menudo, los oficiales del ejrcito metro-
politano y los administradores coloniales no comprendan adecuadamente a la
sociedad que administraban y teman lo peor sobre los rumores que circulaban
entre la gente de los estratos sociales ms bajos; rumores que hablaban de ofertas
de ayuda militar o apoyo ideolgico del extranjero: las aspiraciones de los criollos
de tener puestos y poder, y la violencia crnica y la profunda hostilidad de las cla-
ses bajas se interpretaban como signos de una conducta revolucionaria.52
Los humores negros y requemados parecan dibujar a principios del siglo XIX
el destino de la monarqua espaola en Nueva Espaa. El mito de la melanco-
la, como red mediadora impulsada por la ciencia mdica, fue capaz de tradu-
cir estados de tristeza y abatimiento (productos de la servidumbre, el vivir en
tierras ajenas, por las injurias recibidas y nunca vengadas, por la soledad y la
incomunicacin, etc.) y funcionar al mismo tiempo como un lenguaje de exclu-
sin que puso fin a otro mito: la coronacin de un rey indio.

52. Christon Irving Archer, El ejrcito en el Mxico Borbnico 1760-1810, Mxico, Fondo de Cul-
tura Econmica, 1983, p. 110.

ndice 425
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

7. La geografa del mito

Plano 1. Provincia de Lagos, Reino de Nueva Galicia


(Lugar de origen del indio Ruvalcaba)

426 ndice
R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

Plano 2. Reino de la Nueva Galicia en 1786.


Nm. 27 Tepic

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Plano 3. Provincia de Tepic


Matriz cultural y lugar de origen del mito del rey tlaxcalteco

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R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

Plano 4. Provincia de Nayarit 1786


Matriz cultural y lugar de origen del mito del rey Tlaxcalteco

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Plano 5. Reino de la Nueva Vizcaya 1786 / Fuente: Peter Gerhard 1996

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R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

Plano 6. Provincia de San Juan del Ro / Fuente: Peter Gerhard 1996

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Plano 7. Nuevo Reino de Len 1786 / Fuente: Peter Gerhard 1996

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R E B E L I O N E S Y M A N I F I E S TO S S E D I C I O S O S I N D G E N A S

Bibliografa
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ndice 433
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Fuentes manuscritas
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de Nueva V izcaya. AGN, Provincias Internas, volumen 167, expediente 1.
Sobre el alboroto de los indios del pueblo de Tepic y otros de las inmediaciones.
AGN, Criminal, volumen 326, exp. s/n.
Criminal. Contra el yndio Jos Silvestre Sariana, por los motivos que dentro se
expresan. Coleccin de Fondos Especiales de la Biblioteca Pblica del Estado
de Jalisco, Archivo Judicial de la Audiencia de Guadalajara, Seccin Crimi-
nal, paquete 34, expediente 9, documento con nmero de serie 763.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

VICENTE BLASCO IBEZ: SU POLTICA EN DEFENSA DE CUBA


Dolores Guillot Aliaga
Profesora titular. Universitat de Valncia

Resumen
Vicente Blasco Ibez fue un novelista muy comprometido con los pro-
blemas sociales de su poca; vivi intensamente la guerra de Cuba, oponin-
dose a la poltica gubernamental. Critic duramente la desigualdad social exis-
tente, reflejada en estos momentos de guerra, en el privilegio de redencin del
que disfrutaban las clases pudientes para librarse del servicio militar. De un
modo enrgico cuestion la accin del gobierno que enviaba a unos inocentes
al desastre para salvar a una monarqua que para l era totalmente obsoleta,
pues slo caba la Repblica, un gobierno de hombres para hombres.

En el presente trabajo se pretende mostrar la visin que tena el escritor


valenciano sobre Cuba y, en concreto, sobre su independencia de Espaa. El
estudio se centra fundamentalmente en aquellos aspectos que hacen referencia
a la guerra cubana y su repercusin aqu en la sociedad espaola. Nacido en
Valencia, en el ao 1867, fue un hombre comprometido no slo con el arte, sino
tambin con la poltica y las cuestiones sociales de su poca. Radical en sus
ideas y fiel a sus principios, critic duramente la poltica practicada por el
gobierno en relacin con la isla desde el peridico El Pueblo. Aunque tuvo una
vida poltica intensa fue diputado a Cortes esto no le impidi convertirse en
un novelista popular destacando entre otras obras: La barraca (1898), Entre

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

naranjos (1900), Caas y Barro (1902), etc. No obstante, en su obra literaria no


reflej la cuestin cubana al igual que tampoco lo hicieron los dems escrito-
res de su poca, quienes callaron ante la prdida de la colonia. Ni siquiera el
propio Benito Prez Galds, en su ltima serie de los Episodios Nacionales,
trat el tema antillano, aunque en la mente de algunos de sus personajes estu-
viera presente. Slo Alas Clarn, en su cuento El Rana y Pardo Bazn en su
Poema humilde lo hicieron, pero Blasco Ibaez no lo hizo en sus novelas,
sino a travs de sus artculos en el peridico El Pueblo, el cual se convirti en
su instrumento para difundir sus opiniones e ideologa poltica.
A finales del siglo XIX Espaa vivi uno de sus peores momentos: el derrum-
bamiento de su imperio en Amrica y Oceana. Se haba fracasado en la pol-
tica de lograr una pacificacin, y cuando, finalmente, se haba optado por la
solucin de un estatuto de autonoma, ya era tarde porque la voladura del aco-
razado Maine en el puerto de la Habana provoc la indignacin norteameri-
cana y Espaa se vio abocada a una guerra que slo la poda conducir a la cats-
trofe. Adems estaba sola, no formaba parte de un sistema de alianzas: estamos
solos, sin un amigo en la tierra ni un protector en el cielo; a merced del ms
fuerte que quiera robarnos y devorarnos; no era una potencia naval, su ejr-
cito era escaso, obsoleto y muy poco preparado, por lo que polticamente estaba
equivocada, pues no poda defender unos territorios tan dispersos y lejanos,
pero la prensa quit importancia a esto e hizo creer que era suficiente con tener
la razn para ganar la guerra. As, en el artculo publicado el da 18 abril de 1898
por el peridico El Liberal se dijo: estamos solos. Pero nos acompaa la razn
y aceptaremos la prueba que sobre nosotros venga, seguros de que un pue-
blo que defiende su honor lleva siempre ventaja sobre el que lucha nicamente
por el inters o por la codicia. Pero era evidente que al pas le haca falta
algo ms que tener razn o luchar por su honor, ya que no contaba con una
buena organizacin militar para hacer la guerra en la manigua y se enfren-
taba, adems, a una potencia joven y pujante, los Estados Unidos. El manteni-
miento de la Isla supona un coste econmico y humano muy elevado. Al haber
fracasado la va diplomtica, se tuvo que recurrir a la guerra, puesto que una
negociacin parcial de venta de Cuba conservando el resto era inviable. Aun-
que no era partidario de la guerra porque la guerra es mala; la guerra es detes-
table; es el peor azote de la humanidad, consider que en algunos casos era
inevitable ya que ante agresiones inesperadas no caba ms que la defensa. Esto
le llev a admitir, en un primer momento, las medidas adoptadas para sofocar
la insurreccin: Venga en buena hora la guerra si es que los Estados Unidos
han de continuar queriendo imponernos su voluntad,1 pero despus se opuso

1. BLASCO IBEZ, V., La guerra, El Pueblo, 3 de abril de 1898.

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enrgicamente y afirm que el pueblo espaol no quera la guerra, pero se haba


vendido sta como defensa del honor nacional. Critic duramente la manipu-
lacin hecha del trmino honor para deslumbrar a un pueblo que desconoca
lo que era la justicia y el derecho porque viva inmerso en las sombras de la
preocupacin. Consideraba que hubiera sido muy distinto si a los espaoles se
les hubiera permitido romper la ley que anulaba su voluntad y los converta en
mquinas movidas al antojo de quienes los dirigan. El honor, segn su opinin,
no deba estar fundado en la sujecin de los ms dbiles imponindoles la
servidumbre, ni deba tener fuerza de ley para despoblar a una nacin y arrui-
narla, sino que deba basarse en otro orden de cosas ms atemperado a la jus-
ticia.2
Se haba creado un estado de opinin favorable a la guerra. Los espaoles,
deca el ministro de Asuntos Exteriores, en 1848, preferan que la isla se hun-
diera en el ocano antes que verla en manos de otra potencia.3 La prensa jug
un papel importante en todo ello al animar a la poblacin a ir a una guerra des-
calificando a los americanos y exaltando el valor de los soldados espaoles. En
poco tiempo, la guerra hispano-norteamericana era un hecho. Y aunque el
gobierno espaol era plenamente consciente de que no era posible ganarla,
acept el enfrentamiento para poder justificar la prdida colonial y evitar de
esta forma que la monarqua resultase perjudicada ante una nacin exaltada,
ciega e inculta que deseaba ante todo ir a luchar. Blasco Ibez se quejara y
afirm de un modo tajante que una guerra de esa envergadura deba haberse
impedido ya que el pas no estaba preparado para algo as:

Saban hace dos meses que Espaa carece de elementos para sostener una lucha
con los Estados Unidos? Pues debieron evitar la guerra por amor a Espaa, en
vez de acelerarla con el fin de halagar los sentimientos patriticos y dar cierta
popularidad a la monarqua.4

Pero seal que si no hay ms remedio para la guerra con los Estados Uni-
dos, vayamos a ella, pero sabiendo que vamos solos y con plena conciencia de
nuestra situacin. Todo lo peor que puede ocurrirnos en el choque con el pue-
blo americano, es la prdida de Cuba.5 Pensaba que la guerra se podra haber
evitado si se hubiera colocado a las posesiones de Amrica al mismo nivel de
libertad y derechos que merecan por su cultura:

2. BLASCO IBEZ, V., El pueblo no quiere la guerra, El Pueblo, 31 de agosto de 1895.


3. CARR, RAYMOND, Espaa, 1808-1939, Edit. Ariel, 1979, pp. 365.
4. BLASCO IBEZ, V., La paz deshonrosa, El Pueblo, 22 de junio de 1898.
5. BLASCO IBEZ, V., La intervencin de las potencias, El Pueblo, 4 de abril de 1898.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

[...] revoluciones que hubieran podido sofocarse inmediatamente haciendo uso


de la salvadora panacea de los pueblos sometidos, que es la prctica franca y
noble de la libertad.
Quin duda que, procedindose inmediatamente a conceder la autonoma de
Cuba, sera un hecho la pacificacin?
Quin no cree que de haberse planteado en la Gran Antilla las reformas a las
que tan violenta oposicin hicieron los conservadores, la guerra hubiese care-
cido de sus principales elementos?6

Quienes amaban la libertad en su totalidad, es decir, en su grandeza y su


miseria, deban haber utilizado la misma vara para medir la Pennsula que las
Antillas porque nadie hubiera protestado ni se hubiera sublevado por el simple
hecho de que se le concediera ms libertad. Sin ningn tipo de duda afirm
que todo era consecuencia de la opresin sufrida y que todo se hubiera resuelto
mediante la concesin de la autonoma completa. Utiliz como ejemplo para
ilustrar su opinin la poltica utilizada por Inglaterra con respecto a Canad a
la cual calificaba de maestra en el arte de conservar las colonias cuando stas
alcanzan un grado de cultura igual al de la metrpoli. 7 En cambio, el pueblo
antillano haba tenido que acudir a medios revolucionarios por haber que-
dado todo intento de reforma en papel mojado.
El patriotismo, segn Blasco, consista en hablar mucho de las pasadas gran-
dezas de Espaa, en llamar cerdos a los yanquis y en pedir el triunfo de la
nacin, pero sin prestarle voluntariamente ayuda.8 No era posible la retirada, el
abandono, pues supona la prdida del honor y ello poda arrastrar a la monar-
qua, lo cual no interesaba. El propio escritor valenciano declar que se hizo
salir de Santiago a una escuadra compuesta por barcos que haban costado cua-
tro veces ms de lo que valan y que en el momento en que se necesitaron resul-
taron inservibles, y todo ello para salvar a una institucin monrquica que careca
de simpata y arraigo en el pas.9 Denunci la manipulacin que el gobierno
haca de la informacin. Siempre empleando previa censura, impidiendo cono-

6. BLASCO IBEZ, V., Espaa quiere la paz, El Pueblo, 31 de diciembre de 1896.


7. BLASCO IBEZ, V., Lo de Cuba, El Pueblo, 28 de febrero de 1895.
8. BLASCO IBEZ, V., Comamos y riamos!, El Pueblo, 1 de mayo de 1898.
9. BLASCO IBEZ, V., La nica responsable, El Pueblo, 11 de febrero de 1899: Para salvar a esa
institucin monrquica, falta de simpata y arraigo en el pas, se hizo salir de Santiago aquella escua-
dra que era un robo flotante compuesto de barcos que costaron a Espaa cuatro veces ms de lo
que valan, y que en el momento decisivo resultaron casi inservibles; para salvar intereses de una
familia se entreg la plaza de Santiago, contando con medios para resistir, como se entreg Manila
en iguales condiciones, y hemos pasado por la vergenza de que un ejrcito que se bati bien con-
tra la insurreccin cubana o tagala se haya rendido a los americanos sin disparar sus armas.

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cer cules eran sus propsitos y manteniendo al pas en la ignorancia.10 Pen-


saba que si la guerra se hubiera desarrollado en Espaa, habran bastado sus
derrotas para que al impulso de la pblica indignacin se derrumbara lo exis-
tente, como en Francia se derrumb el trono de Napolen III con los prime-
ros fracasos de la guerra franco-prusiana.11
Lo que ms difcil resultara de comprender a Blasco era que todo el pueblo
espaol no estuviera unido para hacer frente a la guerra. En su mente estara
presente la Guerra de la Independencia donde toda una nacin se enfrent a
los franceses. Pero ahora contemplara una situacin muy distinta, donde slo
los ms pobres, los ms humildes estaran obligados a luchar mientras el resto
se quedara en casa cmodamente a esperar. Ahora no haba una juventud exal-
tada que defendiese con su vida a la patria, como se haba querido hacer creer
desde la prensa, sino una juventud formada por quienes no tenan que comer
y no les quedaba ms remedio que ir a morir. Tampoco la accin blica se desa-
rrollaba en el propio territorio nacional, lo cual era un problema, porque en las
guerras de este tipo se derribaban las instituciones que las provocaban y para
l hubiera sido bueno que se hubiera eliminado la monarqua para establecer
la Repblica. Al haberse desarrollado tan lejos, el pas no poda sentir la misma
indignacin que si hubiera tenido lugar aqu, en la patria, siendo adems que
las noticias de lo que suceda all estaban desfiguradas por las mentiras oficia-
les que trataban de camuflar la verdad.
Los soldados espaoles no estaban preparados para esa guerra. Hubo que
acudir al reclutamiento voluntario. Aunque todo espaol deba servir a la patria,
caba la posibilidad de eximirse mediante el pago de una cantidad. Contem-
pl desde su ms profundo dolor cmo el nmero de redimidos, que en perio-
dos de paz se haba mantenido, ahora se incrementara. En el peridico El Nuevo
Pas (diario republicano) se public que las redenciones por servicio militar
haban ascendido en octubre de 1898 a 13.108.000 pesetas frente al mismo mes
del ao anterior que haban supuesto 8.221.500 pesetas.12 Slo quienes inte-
graban la clase obrera eran quienes iban a servir a la patria al no poder pagar

10. BLASCO IBEZ, V., Silencio nacional, El Pueblo, 22 de julio de 1898: Con la suspensin
de garantas decretada nicamente para amordazar a la prensa, se ha paralizado la vida moral de
la nacin. El gobierno emplea la previa censura como antifaz, tras el cual es imposible adivinar sus
propsitos. Ahora que el pas necesita ms que nunca conocer su verdadera situacin, es cuando
menos sabe. Espaa est aislada del resto del mundo. Dueo el gobierno de las vas de informa-
cin, empleando como auxiliares en cada provincia elementos no propios para tales funciones;
haciendo pasar a toda la prensa por el espeso tamiz de una previa censura escrupulosa, aqu solo
puede saberse lo que el Gobierno quiere que se sepa y excusado es decir qu grados de veracidad
alcanzarn las noticias pblicas....
11. BLASCO IBEZ, V., La nica responsable, El Pueblo, 11 de febrero de 1899.
12. El Nuevo Pas (diario republicano), El Pueblo, 5 de noviembre de 1898.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

la cuanta de la redencin. Por ello censur duramente este privilegio que


permita a la nobleza y a la burguesa sustraer a sus hijos del servicio militar.
Era un insulto para los ms humildes el no poderse redimir por carecer de
fortuna cuando la propia Patria no distingua entre ricos ni pobres a la hora
de servirla. Para l se tratara de una forma de esclavitud que en el presente
subsiste, ya que bajo forma de servidumbre sufren el servicio de las armas los
que carecen de fortuna, pobres parias que miran asombrados esa irritante ley
que les sujeta a todas las penalidades y, en cambio, ofrece puerta de escape a
los que poseen un poco de oro.13 Defendi con energa el establecimiento
del servicio militar obligatorio para todas las clases sociales, eliminando la injus-
ticia que supona redimir al rico y obligar a llevar fusil a quien careca de medios
econmicos.13 Esto era para l un abuso que pona de manifiesto la tirana del
dinero, origen de la hostilidad siempre existente entre el rico, para quien no
habra ms derecho que el privilegio, y el pobre marcado por el deber, la pacien-
cia ante la explotacin y la pasividad ante el atropello. Clam ante la actitud del
gobierno por no tener voluntad alguna de cambiar esa situacin pese a que toda
la nacin hubiera visto con buenos ojos la reforma. Critic a Cnovas y a sus
partidarios por declarar que no era posible constitucionalmente establecer
ipso facto el servicio obligatorio porque creen que ser ms til cuando ya est
terminada la lucha y el pueblo sea el nico que haya pagado en Cuba el tributo
de sangre.14 El 14 de agosto de 1896, en contra de la recluta voluntaria, escri-
bira Los mercenarios:

[...] No basta ya la juventud obrera arrancada al campo y al taller entre los dolo-
rosos alaridos de la madre y el hondo pesar del viejo obrero, que se echa en cara
con desesperacin la honrada pobreza que no le permite poseer el puado de
billetes que libra a su hijo de la muerte; no es suficiente pasto para el infierno
de la Antilla ese rebao gris que, sombro y resignado sale de los cuarteles con
direccin a los puertos y desde la popa de los trasatlnticos dice adis! A Espaa;
es ya necesario acudir al apoyo del hombre que vende su cuerpo, a la recluta
voluntaria, al abanderamiento de lo ms peorcito del pas, de la espuma infecta
que sobrenada en los ms misteriosos y oscuros rincones de la sociedad.
Alguien habr que voluntariamente, posedo por el entusiasmo, se deje arras-
trar por la recluta y lleve en s el germen de un hroe, pues aqu lo nico que
no hemos perdido con el transcurso del tiempo es la recra de valientes; pero la
mayora de esos soldados que compra la patria van all impulsados por el ham-

13. BLASCO IBEZ, V., Servicio obligatorio, El Pueblo, 15 de agosto de 1895.


14. El Globo, 15 de junio de 1898: El servicio militar obligatorio, en su interpretacin ms amplia
es hoy una idea encarnada en el sentimiento popular, porque hoy ms que nunca es preciso que
todos, absolutamente todos los ciudadanos acudan a la Patria con las armas en la mano.

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bre o la holgazanera, y bien pudiera suceder, como indican algunos peridi-


cos, que con la recluta, lo que se haga es enviar refuerzos a la insurreccin.
[...] Siempre han dado fatales resultados las guerras en las que ha habido nece-
sidad de acudir a la recluta voluntaria, al auxilio mercenario, a los brazos com-
prados con dinero.

La muerte quedaba nicamente reservada para los trabajadores. Las clases


ricas no combatan, lo que produca en las clases humildes un sentimiento de
injusticia que ocasion un aumento del nmero de desertores:

Estos dos o tres mil jvenes que vagan por Francia como desertores y a los que
sin duda envidian muchos de aqu en la Pennsula, bien claro dicen por qu han
huido negndose a ser soldados; no por miedo, sino por espritu de igualdad,
porque quieren estricta justicia para todos; porque si los ricos marcharan tam-
bin, ellos no tendran inconveniente en marchar a Cuba.

Se pregunt qu era lo que se opona a que todos, pobres y ricos, sirvie-


ran por igual a su patria. Qu argumentos se podan dar contra el servicio obli-
gatorio. Slo haba para l una respuesta: Nada, como no sea que la monar-
qua, incompatible siempre con la democracia, quiere que prevalezcan los
privilegios hasta en esto tan sublime e igualitario como es el de servir a la patria.17
Este privilegio de la nobleza y de la burguesa de poder sustraer a sus hijos
del servicio militar, por muchos ingresos que pudiera producir a las arcas del
estado, estaba marcado por la injusticia y la desigualdad, aunque se creyera que
as la moral quedaba a salvo para quienes eludan mediante pago sus obliga-
ciones ciudadanas:

Me dir usted como suprema razn que Espaa necesita dinero y que las redencio-
nes del servicio militar producen al Estado unos cuantos millones de pesetas. Pues
con aumentar esta cantidad a la tributacin, lo que producira un insignificante
aumento en el recibo de cada contribuyente, est el asunto terminado y se salva la
moral y la justicia.

Frente al argumento de que los ricos contribuan con dinero al redimir a sus
hijos de las obligaciones militares y los pobres aportaban lo nico que pose-
an que era su sangre, afirm el escritor valenciano que el hecho de contribuir
a los gastos blicos no exclua la obligacin de dar la vida por la patria en

15. BLASCO IBEZ, V., El servicio obligatorio, El Pueblo, 27 de agosto de 1896.


16. BLASCO IBEZ, V., Los mercenarios, El Pueblo, 14 de agosto de 1896.
17. BLASCO IBEZ, V., Los desertores, El Pueblo, 26 de agosto de 1896.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

momentos de peligro: si paga es por ser rico, no por el mero hecho de ser espa-
ol; y cuando la patria est en peligro, esta patria a cuya integridad va unida
tambin la integridad de sus intereses, entonces no tiene nicamente el deber
de contribuyente, que consiste en dar dinero, sino el de ciudadano, que es el
de ofrecer su vida. Convencido de que los pobres contribuan doblemente,
no slo con su vida, sino tambin econmicamente cada vez que se llevaban
un trozo de pan a la boca, beban una copa de vino o pagaban para tener un
techo donde guarecerse, pondra de manifiesto no slo su posicin defensora
de los desheredados, sino tambin la doble moral que rega en la sociedad;
muchas procesiones, misas y rezos, pero se desconoca lo que era la verdadera
fraternidad y el desear para los dems lo que se quera para uno mismo:

por qu nicamente los ricos han de ser espaoles para gozar y los pobres
para morir? por qu se ha de pregonar que vivimos en una sociedad cristiana,
regida por el Evangelio, que reconoce a todos los hombres como iguales, ligados
por los deberes de la fraternidad? por qu ustedes, que llevan el cirio en la pro-
cesin o desgastan losas de iglesia, creen servir al dulce ser que dijo: no quie-
ras para otro lo que no quieras para ti?. Quieren mucha guerra, mucho patrio-
tismo, mucho honor nacional, pero con condicin de tener los hijos en casa por
seis mil reales y que sean los hijos de los otros, de los infelices, de los deshere-
dados, los que vayan a romperse la cabeza.

Quin tena la culpa de todo esto? Esta cuestin era fcil de contestar: era
evidente que la oligarqua econmica, formada por exportadores industriales y
hacendados, en cuyas manos estaba el monopolio colonial, estaba dispuesta a
luchar por mantener el imperio, pero derramando la sangre de los hijos de las
clases trabajadoras, no la de los suyos que se libraban. Y, sobre todo, la gran
culpable era la monarqua, que no haba hecho nada para evitar esta situa-
cin, a la que nunca se deba haber llegado. Quin es el culpable? quin
ha permitido que esa guerra de Cuba llegase a su estado actual?; quin pudo
debilitarla y extinguirla en los primeros momentos y no lo hizo por testarudez
reaccionaria?; quin se confiesa hoy impotente para salvar la patria, y, sin
embargo, sigue en su sitio, prefiriendo que Espaa se pierda antes que abdicar
de sus egostas intereses?: la monarqua.18
Esta guerra iba a ser cruel, ya que no slo iba a suponer un despilfarro pre-
supuestario, que l estimaba en unos cincuenta mil duros diarios, adems de que
las exigencias crecientes de tan terrible guerra harn que el presupuesto diario
ascienda a millones,19 sino tambin por otros aspectos sociales y polticos. Se

18. BLASCO IBEZ, V., Trescientos mil hombres, El Pueblo, 3 de octubre de 1896.
19. BLASCO IBEZ, V., Explotacin infame, El Pueblo, 9 de junio de 1895.

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pregunt: a cunto ascender nuestra deuda al terminar la campaa de Cuba?.20


No eran los enormes gastos de la contienda el nico problema; la situacin
era mucho ms compleja, pues el pas no contaba con un aparato militar efi-
caz para hacerle frente y haba que enviar a numerosos hombres a un futuro
muy incierto: No bastan an doscientos mil hombres; hemos de mandar ahora
veinte mil ms. Maana Dios sabe cuntos. No nos honrar la victoria, pero nos
deshonrar el vencimiento. Que venzamos o que salgamos vencidos, tendre-
mos, despus de todo, la satisfaccin de haber dado por tumba la isla a cien mil
espaoles.21 Detrs de todo se ocultaban intereses econmicos que, con un falso
patriotismo, mostraban su gran mezquindad organizando corridas de toros, fun-
ciones benficas, rastrillos patriticos...22 Y, entre todos estos males, la Iglesia,
que no solo bendeca la guerra,23 sino que tambin alentaba la formacin de
batallones de voluntarios por medio de las sociedades catlicas. Ella formaba
parte tambin de esa oligarqua con grandes intereses colonizadores.

Pero nuestro alto clero no ha tenido una palabra de censura para nadie; de sus
labios no ha salido un apstrofe contra los culpables; se han limitado arzobispos
y obispos, como funcionarios del Estado, a servirle, animando a los que van a
Cuba, como ayudan a bien morir al moribundo o al ajusticiado, y llevando an
ms all esa misin burocrtica, el Nuncio ha arrimado el ascua del patriotismo
a la sardina del carlismo, y no ha parado hasta dejarla hecha polvo.24

Dramtica fue la descripcin que realiz de los soldados que iban a luchar.
Los identific con los rebaos de ovejas. Todos iguales, en silencio, guiados por
sus pastores hacia el matadero. Se alejaron de tierra firme sin saber que ms de
la mitad morira, y los que sobrevivieran tendran un futuro muy incierto, pues
entre los que les despidieron ayer no faltar quien les compre los abonars irri-
sorios con un descuento del 99 por 100, y si quedan invlidos pueden apren-

20. BLASCO IBEZ, V., El ltimo figurn, El Pueblo, 29 de agosto de 1895.


21. BLASCO IBEZ, V., Mas hombres, El Pueblo, 24 de noviembre de 1896.
22. BLASCO IBEZ, V., El rey se divierte, El Pueblo, 26 de julio de 1895: Con qu alboroto rela-
tan nuestros croniqueus las fiestas ntimas de Palacio, la magnificencia de las fiestas que all se
celebran y los ingeniosos deportes con que se distraen el rey y los magnates... Cuando nuestro ejr-
cito regrese de Cuba, despus de batir a los filibusteros y los pobres hijos del pueblo inutilizados
en la guerra comiencen a invadir las calles implorando limosna, qu orgullo sentirn al encontrarse
con un rey, aventajado ciclista, que ennoblece y da das de gloria al divertido arte del pedal.
23. BLASCO IBEZ, V., La bendicin papal, El Pueblo, 17 de agosto de 1895: Las tropas expe-
dicionarias que marchan a Cuba y las que en aquella isla pelean por la integridad de la patria, ben-
ditas de Dios son, que el romano pontfice, a instancia de la reina regente de Espaa, ha derramado
sobre ellas la gracia de la bendicin apostlica.
24. BLASCO IBEZ, V., Sermones blicos, El Pueblo, 30 de agosto de 1895.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

der a tocar la guitarra para pedir una caridad a cualquiera de esas familias enri-
quecidas en Cuba, y es posible que desde sus carruajes les arrojen dos cnti-
mos. Si no moran por alguna herida mortal, probablemente lo haran por ago-
tamiento o enfermedades. Se trataba de un ejrcito condenado al aniquilamiento,
a la enfermedad y a la derrota:

La explotacin, el abuso, la crueldad, han de hacerles sus vctimas, sin que sus
esfuerzos sirvan de nada a la patria. Su juventud y su vigor se extinguen en mar-
chas y contramarchas sin objeto, que slo sirven para acreditar la incapacidad de
los que les dirigen; la inercia de algunos de stos les hace permanecer en luga-
res insalubres, donde slo la muerte puede habitar; y cuando caen por fin en el
hospital y ven cercano como risuea esperanza el descanso para siempre, llega
el espritu de explotacin, el negocio sin conciencia, y se apodera de sus cuer-
pos, negndoles el regreso a las entraas de la madre tierra.25

Como hombre preocupado de las cuestiones sociales no slo denunci la


situacin de esos soldados que iban a la guerra, sino tambin el sufrimiento que
sta comportaba para toda la sociedad en general; no slo la estaban pade-
ciendo quienes iban a luchar sino tambin las familias, amigos o vecinos de
aqullos, que quedaban en el puerto esperando su regreso; los hijos y muje-
res de muchos de ellos pasaban todo tipo de penurias: hambre, enfermedades...
y lo que era peor, no podan ni siquiera pedir una limosna en nombre de quien
haba perdido su vida mientras defenda a la patria:26

Nuestro padre, Higinio Palacios, de treinta aos de edad, pelea en Cuba por la
integridad del territorio; nuestra desolada madre, en el colmo de la miseria y pr-
xima a dar a luz, ha ingresado en el hospital. Carecemos de alimentos y slo espe-
ramos la proteccin del cielo y el amparo de la Casa de la Misericordia.

Frente a quienes estaban padecindola en sus propias carnes, se hallaban


las clases pudientes formadas por holgazanes, parsitos sociales. A estos no les
preocupaba para nada su nacin; se limitaban nicamente a pedir la guerra, a
la que deban ir, por supuesto, los ms pobres, mientras ellos permanecan en

25. BLASCO IBEZ, V., Carne para tiburones, El Pueblo, 21 de septiembre de 1897.
26. BLASCO IBEZ, V., El rebao gris, El Pueblo, 9 de marzo de 1895: En la orilla las madres
y las hermanas conteniendo los sollozos; veianse las mujeres de los sargentos tragando sus lgri-
mas para no asustar a los nios que miraban con asombro en la popa del buque al padre vuelto
de espaldas para ocultar su emocin; era dolorosa la despedida... Que vayan todos: pobres y ricos!.
El Pueblo, 5 de septiembre de 1896: Todos tienen madre: cada uno de ellos representa a una fami-
lia que llora a estas horas, y que maana, junto con el dolor de la ausencia, volver a sentir las esca-
seces de la miseria....

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la seguridad de sus hogares. Y, entre ellos, estaban los peores, los que que-
ran hacer negocio con la guerra, quienes pretendan enriquecerse a costa del
dolor de otros:

Comillas lleva cobrados, ad majorem Dei gloriam, millones de duros por los trans-
portes de la guerra de Cuba, y sin embargo, las expediciones de soldados y enfer-
mos son cargamentos inhumanamente realzados, que serviran de leccin a los
antiguos negreros de Guinea27

Fundamentalmente por esta razn Blasco senta un gran desprecio hacia esa
clase social la burguesa que viva como todo parsito lo haca:

[...] esos buenos burgueses que a la menor alteracin de orden pblico corren
a esconderse en el ltimo pueblo de la provincia, pero que, belicosos por afi-
cin, gustan de leer por las noches en la caliente cama y con gorro de dormir,
las noticias de las batallas, y por las maanas digieren mejor el chocolate si saben
que hemos vencido

Esta divisin de la sociedad no caba en su mente en una situacin como


la que se estaba viviendo. Tena muy clara la idea de que deba ir todo el pas
junto, no caba en esos momentos ningn tipo de desunin. Frente a su idea-
lizacin de Guerra de la Independencia en la que todo un pas unido se enfrent
a los franceses, ahora tena que contemplar cmo los pobres, los humildes,
los que no tenan otra posibilidad... se vean obligados a ir a la guerra mientras
que otros se quedaban en sus casas cmodamente. No iba una juventud ansiosa
por defender a su patria, sino aquellos que no tena que comer:

Para la defensa de la integridad nacional lo primero que se requiere es entusiasmo;


que la juventud sin distincin de clases sociales corra a las armas como en la epo-
peya de la Independencia. En cualquiera de nuestras luchas polticas, en los movi-
mientos revolucionarios o en las guerras carlistas, ha habido ms abnegacin y
entusiasmo que en el presente.
Ahora que se trata de la conservacin de Cuba, slo van all entre lgrimas y cons-
ternacin los forzados reclutas, las vctimas de su pobreza o los que se venden
por desesperacin o por vicio. En las clases poderosas, en las que viven entre
riquezas, no se ve el menor intento de sacrificio ni se registra el ejemplo de un
solo individuo que, abandonando el regalo de su existencia, vaya a pelear en la
manigua...28

27. BLASCO IBEZ, V., Cargamento de Carne, El Pueblo, 31 de octubre de 1896.


28. BLASCO IBEZ, V., Los mercenarios, El Pueblo, 1 de agosto de 1896.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Nada se pudo hacer para evitar el desastre: la armada espaola fue aniqui-
lada el 3 de julio a la salida de la baha de Santiago de Cuba. En las negocia-
ciones de paz, Espaa asisti a un humillante reparto de sus colonias ultrama-
rinas por las potencias. Por el Tratado de Pars tuvo que renunciar a Cuba, Puerto
Rico, Filipinas y Guam. En 1899 vendi las Marianas, las Carolinas y las Palaos
a Alemania. As, Espaa perdi lo ltimo que le quedaba de su imperio y con
ello casi toda su influencia en el marco internacional. No hubo reaccin por
la prdida de las colonias y la derrota. Incluso los pobres se alegraron porque
ya no tenan que mandar a sus hijos a luchar. El pueblo espaol no reaccion.
Ni siquiera el vergonzoso trato que reciban los repatriados caus ningn tipo
de queja. La prensa reflej en sus artculos la penosa situacin de los repatria-
dos; en el peridico Heraldo de Madrid se public, el 23 de octubre 1896, un
artculo titulado Para los heridos de Cuba en el que se narraba el mal estado
en que regresaban los soldados:

No pocos regresan inutilizados por completo; sus lesiones los han dejado sin
medios de accin para ningn oficio. Muchos vuelven consumidos por las fie-
bres, destrudos por el vmito, vctimas de la anemia, extenuados y demacrad-
simos. La piel pegada a los huesos, los ojos hundidos en las rbitas, sin fuerza
para andar, perdido el apetito, en la mayor miseria fisiolgica, causa lstima infi-
nita verlos. Estos ltimos constituyen la mayora de las bajas del glorioso ejrcito.

Volvan enfermos, mutilados... y lo que era peor, con grandes dificultades


para reinsertarse en la sociedad. Con pocas posibilidades de encontrar tra-
bajo, no caba volver a la normalidad. Esto ocasionara que muchos de ellos,
desengaados y con escasos medios para sobrevivir, optasen por el suicidio, tal
y como reflejara la prensa. En el peridico El Pas de 25 de junio de 1900 se
dice: Ayer intent suicidarse arrojndose al estanque del Retiro, un hombre de
cuarenta aos, repatriado de Cuba, donde sirvi a la Guardia Civil. El hombre
fue la causa de que el infeliz atentara contra su vida.... Pero como respuesta
slo silencio, aunque Blasco protest ante las Cortes por el lamentable estado
en que regresaban las tropas tras la guerra:29

Se ha procedido con tanta imprevisin, que en los rigores del verano se han des-
tinado para alojar a los soldados, buques donde no tenan aire para respirar; y
en la misma capital de Espaa se ha visto por las calles soldados que se caan de
debilidad; otros han permanecido cinco horas en las estaciones de ferrocarril sin

29. Diputado Blasco Ibez! Memorias parlamentarias, Los soldados repatriados de Cuba,
martes 6 de septiembre de 1898, HMR, 1999, pp. 30-31.

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que nadie hubiera ido a recibirlos; por todas partes se ha dado un espectculo
tristsimo.
Nosotros no cometeremos la injusticia de exigir responsabilidad o de acusar al
Gobierno por la mortalidad de los repatriados, en cuando sea consecuencia de
los rigores del clima y de las penalidades de la campaa; pero s podemos acu-
sarle de imprevisin, de descuido, de olvido para los soldados. Ah, Sres. Ministros.
Bien se conoce que la carne del pobre va barata y os importa poco que mueran
esos soldados!
[...] Para condensar y para exigir en momento oportuno la responsabilidad que
proceda a este Gobierno, pido que se traiga al Congreso un estado expresivo de
los soldados repatriados procedentes de Santiago de Cuba, indicando los que han
muerto en el mar, en los lazaretos y en los hospitales, y expresando tambin
las enfermedades que hayan producido las defunciones.

Si bien la costosa guerra no trajo la ruina econmica, la mitad de los solda-


dos movilizados, de origen humilde, reclutados improvisadamente y contra su
voluntad, no regresaron, y quienes lo hicieron, volvieron en psimas condi-
ciones: a esos soldados infelices se les embarca siendo casi unos cadveres, se
les hace sufrir una larga travesa que quebranta hasta a los fuertes; todo en nom-
bre de la caridad, del respeto a la humanidad enferma. Famosa caridad que
niega al enfermo una tumba en la tierra y protege a los tiburones, proporcio-
nndoles pasto!. Describi a los barcos que traan a los soldados de Cuba como
barcos fantasmas que iban dejando a su paso el horror: hace tiempo que el
barco fantasma viene efectuando sus viajes ttricos, arrojando en los puertos
del Cantbrico su cargamento de carne moribunda y volvindose inmediata-
mente por el mismo camino en que an parecen flotar numerosos cadveres,
indicando la estela de su paso.30
Para Blasco Ibez estos soldados eran los verdaderos patriotas, los nicos
y los que haban pagado en sus propias carnes los errores del gobierno. Pero
lo ms lamentable para l era que, al regreso de estos hroes, nicamente les
esperase la carrera de la miseria en gratitud por los servicios prestados. Los cali-
fic de espaoles de tercera:

Esos infelices que regresan a la Pennsula enflaquecidos por el sol tropical, con
los ojos brillantes por la fiebre y las enjutas carnes forradas de rayadillo, hbito
de la gran orden mendicante del sacrificio annimo, son ms espaoles que todos
nosotros, pues su amor a la patria lo han demostrado con hechos, no con voci-
feraciones de caf... En una nacin donde la desigualdad y el mentido patrio-

30. BLASCO IBEZ, V., Carne de tiburones, El Pueblo, 21 de septiembre de 1897.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tismo se revelan tan descaradamente, se comprende que ocurra lo que aqu ha


ocurrido. Para la ingratitud y el egosmo, son pocos todos los castigos. Obrero
vestido de soldado que al regresar del infierno ultramarino ves que en tu patria
te queda como recurso la brillante carrera de mendigo, teniendo como tienes en
el bolsillo crditos contra el Estado: no llores, consulate pensando que el obispo
que te bendijo al partir para que matases con autorizacin celeste y el alto fun-
cionario que mascullando su gran cigarro te llamaba hroe han cobrado pun-
tualmente sus sueldos y seguirn cobrndolos para mayor lustre y prestigio del
Estado. Qu eres t? Un pingajo de la rota bandera colonial, ms o menos apre-
ciable, pero pingajo al fin...31

El impacto de la independencia no afectara mucho, ya que el comercio con


la isla haba decado ya antes de la guerra. La poltica tampoco experimentara
grandes cambios en cuanto que el sistema no fue cuestionado, aunque sirvi
para poner de manifiesto las limitaciones del rgimen de la Restauracin, as
como para criticar la oligarqua y caciquismo, aprovechando la ocasin para
exigir reformas. El propio peridico El Liberal, el 14 de agosto de 1898 public
la siguiente noticia al respecto:

Qu le queda, despus de sacrificio tan terrible y de prdida tan enorme? Que-


dan al frente del Gobierno y en condiciones de aspirar a l, los mismos parti-
dos y los mismos hombres que con su doctrinarismo o su falta de voluntad y
de ideas han originado el desastre...

El gobierno que, como la mayora de los gobiernos espaoles, no tena idea


del pas, crea que, al saber la derrota, los espaoles iban a revolucionarse o,
al menos, a protestar, pero no pas nada. Al saberse la noticia, en Madrid, la
gente fue a los toros y al teatro tan tranquila, sin hacer ni siquiera comenta-
rios. Ante la no reaccin del pas por la prdida colonial y por la indiferen-
cia ante el elevado nmero de prdidas de vidas humanas, Blasco dijo: todo
el mundo re: la felicidad anida en la pennsula; no se nota ms que otras veces
la ausencia del dinero. Dnde estn, pues, las doscientas mil madres de
esos esclavos de la pobreza que cargaron con la misin de defender al gobierno
en Cuba y Filipinas? Dnde las viudas de aquellos cuyos huesos blanquean
en la maniagua?32 Donde ms trascendencia tuvo la derrota fue en el plano
intelectual e ideolgico, ya que se acab con la confianza ya muy minada

31. BLASCO IBEZ, V., Espaoles de tercera, El Pueblo, 16 de enero de 1899.


32. BLASCO IBEZ, V., La nacin se divierte, El Pueblo, 6 de agosto de 1897.

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por la crisis econmica y por la confusin poltica existente. As lo expres el


escritor cuando en su artculo La nica culpable afirm que no slo se haba
perdido lo que nos perteneca, sino que tambin habamos quedado deshon-
rados ante el mundo, mostrndonos tan dbiles que slo nos resta que nos
dividan en pedazos y se los reparta Europa como envidiable comida de fieras:

Perdimos la cuarta parte del territorio nacional y ocho millones de compatriotas


para que no se perjudicasen los intereses de una seora y un nio... y no pas
nada.
Se envi a la muerte, sin honra ni provecho a todo el rebao obrero, mientras
los de arriba, metidos en casa, cantaban la Marcha de Cdiz glorificando la gue-
rra... y todos quietos.
Se hundieron cuantos barcos de verdad tenamos sobre el mar en intil y vergon-
zosa catstrofe preparada por el gobierno monrquico para acabar ms pronto...
y tan frescos.
Despus de la derrota se recargaron escandalosamente los tributos para seguir
manteniendo los parsitos autores de aquella... y aqu no ha pasado nada.
Ni los partidos polticos, ni las clases contribuyentes, ni nadie hemos echado el
pecho afuera para protestar... Nada nos duele; todo est bien; vivimos en el mejor
de los mundos.33

Culp a los gobernantes, quienes para justificar su mala poltica haban exten-
dido la culpa de lo ocurrido a toda la nacin haciendo responsable al sol-
dado que slo haba hecho que obedecer y al ciudadano que lo nico que haca
era pagar tributos o ceder la sangre de sus hijos. l mismo se pregunt de
quin haba de ser la culpa. Y su respuesta fue: No ha hecho la nacin ms
que cumplir cuantos sacrificios se le han exigido. Los soldados han sabido
batirse siempre que no se les ha dado rdenes en sentido contrario. La masa
popular ha sufrido con resignacin patritica la absurda ley de castas, de pobres
y ricos, que hace gravitar sobre ella el peso de la defensa nacional. Nadie ha
puesto su egosmo por encima de los intereses de la patria. nicamente la
monarqua y sus hombres, por seguir en pie, no han vacilado en enterrar
la nacin. Incluso afirm la suerte que haba tenido Cnovas de haber muerto,
porque no slo no tendra que vivir la grave situacin por la que atravesaba
el pas, sino tambin porque pasaba a la historia como un mrtir. Aunque no
era partidario del asesinato, pensaba que la muerte le haba librado del des-

33. BLASCO IBEZ, V., El resorte, El Pueblo, 25 de abril de 1900.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

crdito y de los graves problemas en los que se hallaba metido el pas, entre
otros la guerra de Cuba.34
Comprendi que ya no era posible, tras lo sucedido, seguir por el mismo
camino, era necesario cambiar. No caba hablar de un regeneracionismo siguiendo
antiguos moldes, sino que haba que probar otros, por ello se estaba haciendo
ahora tan necesaria para l la Repblica. No era para el escritor una solucin
poltica sino una necesidad nacional. Represent para el pas su dignificacin,
ya que se tratara de un gobierno de los hombres regidos por los hombres con
absoluta responsabilidad de sus actos. Se mostr claramente antimonrquico,
pensando que la monarqua llevaba la intranquilidad, el llanto, la tristeza y la
muerte a cuanto tocaba. Respecto a la familia real la defini como funesta fami-
lia! y esper a que algn da el pas despertar y comprender por fin que no
puede ser grande, ilustrado, trabajador, honrado, si no prescinde de la monar-
qua y se libra de una vez para siempre del fatal influjo de los Borbones. Expres
que no era posible la monarqua con la libertad, con la felicidad y con la dig-
nidad de Espaa, aunque, segn algunos, las instituciones haban salvado su
prestigio tras el desastre colonial.35 Pero caba preguntarse qu poda importar
a un pas todo esto cuando slo tena inters por sus dos cultos nacionales:
los toros y la Iglesia; qu representaba esto frente a los juguetes de vapor y a
las habilidades de mercachifle de Inglaterra o a las grandes ferias universales de
Francia. Qu es eso? humo, ruido molesto, sosera, nada. La ignorancia, para
Blasco, era lo que haba impedido conocer los comienzos de la insurreccin, el
creer que los frailes eran el nexo de unin que ligaba a los indgenas de Filipi-
nas con la metrpoli, los que permitan que la soberana espaola se conservara
sobre el archipilago, el creer que la raza india era inferior... De todo esto resul-
tara finalmente un gran desengao porque esos rebeldes, a quienes se negaba
la condicin de hombres, ahora convocaban asambleas, organizaban ejrcitos,
promulgaban constituciones... La ignorancia ms grande fue la de creer que
un pueblo arruinado, como era Espaa, poda lanzarse a una guerra suicida con
una nacin rica y fuerte como la de Estados Unidos. Por eso, de una forma

34. BLASCO IBEZ, V., Ante el cadver de Canovas, El Pueblo, 13 de agosto de 1897: Cno-
vas se vea en la ms difcil de las situaciones. Con el compromiso de salvar una monarqua que es
obra suya y cada vez resulta ms prxima a su ruina y con una guerra en Cuba cuyo trmino nadie
conoce y que amenaza con catstrofes de las que Cnovas es el principal responsable por su
testarudez reaccionaria, estaba en un callejn sin salida, en cuyo fondo iba a estrellarse para
siempre su reputacin y su escaso prestigio. Pero cay sobre l la venganza que no repara en con-
secuencias, atenta slo al fin inmediato, y los tiros de ese italiano, cuya serenidad y fro fanatismo
recuerdan a los carbonarios de hace medio siglo, han sido para Cnovas poderosas alas que le han
sacado de la sima para llevarlo a la inmortalidad.
35. BLASCO IBEZ, V., Boda sangrienta, El Pueblo, 14 de febrero de 1901.
36. BLASCO IBEZ, V., Espaa ignorante y envilecida, El Pueblo, 17 de octubre de 1898.

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rotunda dijo que si algn da sucumbe Espaa al peso de tanto infortunio y


tanta vergenza, no tendremos que apurarnos mucho para encontrar el epita-
fio que habr de grabarse ante la losa de su sepulcro. Bastar con que escri-
bamos: aqu yace Espaa. Muri de un empacho de ignorancia.36

Bibliografa

BARRERA GARCA, C.: Vivencias americanas de Blasco Ibez plasmadas en sus


novelas, Notas y estudios filolgicos 1991; (6) pp. 45-70.
BERNARD BARRIERE: Hispanoamrica en la obra de V. Blasco Ibez, Anales de
Historia Contempornea, 1990-1991, (8), pp. 59-72.
BLASCO IBEZ, V. (1978), Contra la Restauracin. Periodismo poltico 1895-1904.
Compilador P. Smith, edit. Nuestra Cultura, Madrid.
(1978), Artculos contra la guerra de Cuba, ediciones Len Roca.
CARDWELL, RICHARD A., Blasco Ibaez. La protesta social y la generacin del
noventa y ocho: una contribucin al debate, BBMP, 1987, (LXIII), pp. 311-332
CARR, RAYMOND (1979), Espaa, 1808-1939, edit. Ariel.
DE DIEGO, EMILIO (1996), 1895: la guerra en Cuba y la Espaa de la Restaura-
cin, Editorial Complutense, Madrid
RUBIO, JAVIER (2004), El final de la era de Cnovas: los preliminares del desastre
de 1898, Ministerio de Asuntos Exteriores, Secretara General Tcnica, Madrid
RUIZ LASALA, I., Vicente Blasco Ibaez. Su gran patriotismo, Cuadernos de Ara-
gn.

ndice 451
2
LENGUAS Y LITERATURAS
Comunicaciones

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ESTN PRESENTES LAS ESCRITORAS EN LA ENSEANZA DE LA LITERATURA
EN LA ESO?
Ana Lpez Navajas
Universitat de Valncia
Mara Querol Bataller
Universidad Catlica de Valencia San Vicente Ferrer

Resumen
El propsito de esta comunicacin es resaltar la necesidad de disponer de
la obra editada de las escritoras espaolas, no slo para poder ofrecer al
pblico general el conocimiento de unas obras cada vez ms solicitadas, sino,
y ante todo, para ayudar a subsanar una importante carencia del sistema edu-
cativo: la ausencia de escritoras en la enseanza de la literatura en la ESO.
Dicha ausencia se puso de manifiesto en un proyecto de investigacin lle-
vado a cabo en la Universitat de Valncia, Las mujeres en los contenidos de
la ESO, en el cual se cuantificaba la presencia de mujeres en los libros de texto
de la ESO. Los resultados de dicho estudio sealan una reducida presencia
de estas, en torno al 13 %, pero si nos centramos en el mbito de la literatura
espaola, el porcentaje disminuye hasta el 7,5 %. Estos datos indican, por
un lado, que la literatura que enseamos en la ESO es una literatura fallida por-
que no considera a todas sus voces y, por otro, que a travs de la visin de
un mundo sin mujeres que implcitamente se transmite desde el sistema de
enseanza, se perpetan patrones de desigualdad. Ambas cosas representan

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

una carencia del sistema educativo y necesitan ser subsanadas a travs de ins-
trumentos de intervencin en el aula que incorporen a las escritoras en la
Universitat de Valncia estamos realizando una base de datos con esa finali-
dad, y a travs de la edicin de las obras de las escritoras.

1. Introduccin 1
La contribucin de las escritoras a la literatura espaola es muy fecunda y la
encontramos desde los primeros tiempos de la escritura en romance. Sin embargo,
no es fcil conocerlas ni acceder a su obra. As pues, queremos comprobar, por
un lado, su presencia en los textos escolares de Literatura de la secundaria obli-
gatoria y, por otro, su accesibilidad editorial, si tienen obra editada y si se puede
encontrar. Entendemos que estos son dos factores decisivos para el conoci-
miento y la divulgacin de las escritoras espaolas y que nos proporcionarn
datos sobre el estado de la cuestin de la presencia de las literatas y el acceso
a su obra, requisito imprescindible para su conocimiento.
Para ello empezaremos necesariamente haciendo un breve repaso de algu-
nas de las escritoras ms sobresalientes de cada poca, pues, dado que la ense-
anza de la literatura en la ESO es la que nos ocupa, para sealarlas hemos tenido
en consideracin los limitantes de contenidos y extensin que nos impone la
ESO. Continuaremos con los datos de presencias de escritoras en los libros de
texto de la ESO que nos ha proporcionado el estudio realizado en la Universi-
tat de Valncia y que nos servir para comprobar el papel que les otorgamos
a las escritoras en la historia de la literatura que enseamos, y, por ltimo, valo-
raremos los datos que hemos recogido de un muestreo editorial que nos dar
idea de cuntas mujeres hay obra editada y cuntas son accesibles. Con estos
datos podremos dar una respuesta a la pregunta aqu planteada.
Antes que nada debemos decir que la importancia de la enseanza de la lite-
ratura en la ESO se la da la obligatoriedad de la etapa, que no slo es la mani-
festacin ms clara del derecho a la educacin, sino que afecta a la totalidad de
la poblacin la obligatoriedad as lo impone y, por tanto, en relacin a su
influencia social y su papel como formadora de ciudadanos, esta etapa es
ms importante que las posteriores, porque afecta a toda la ciudadana e igual
de importante que las anteriores, la formacin bsica. Es, adems, la etapa edu-
cativa en la que reciben los primeros conocimientos sistematizados de historia
de la literatura as como de otras asignaturas que son los que ayudan a for-
mar los referentes literarios y, por tanto, culturales y sociales; la visin de mundo

1. Este trabajo se desarrolla en el marco del proyecto de investigacin Las mujeres en los con-
tenidos de la Educacin Secundaria Obligatoria.

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E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

que proporcionamos. De la misma forma que en las primeras etapas educativas


hay que tener en consideracin la coeducacin en su aspecto ms procedimen-
tal el lenguaje no sexista o el trabajo cooperativo en esta ltima etapa, el peso
de los contenidos informativos o conceptuales es determinante. Y a eso le hemos
prestado especial atencin. Tras esta etapa el alumnado diversifica sus estu-
dios o se incorpora al mundo laboral; por tanto, la idea general de cmo ha sido
la historia y el desarrollo humano, quin ha sido considerado relevante en l y
cules son nuestros patrones sociales y culturales de referencia y comportamiento
los marcamos en esta etapa. Dentro de ella, la literatura, as como las asignatu-
ras que tienen un enfoque histrico, total o parcialmente (Historia, Msica, Pls-
tica, Latn) representan un factor decisivo para elaborar identidades sociales
(Zavala, 1999).
Un bajo ndice de presencia de escritoras en los libros de texto de la secun-
daria indicara un importante desconocimiento de las escritoras en la enseanza,
que sera de mayor envergadura si nos encontrramos con una limitada difu-
sin editorial de las obras, porque dificultara su conocimiento. Si esto fuera as,
pondra en evidencia una importante carencia del sistema educativo tanto en el
aspecto literario, con la enseanza de una literatura fallida, alejada del rigor, por
no dar cuenta de todos sus escritores, como en el formativo, con la transmisin,
a travs de la visin implcita en sus textos de un mundo sin mujeres, de patro-
nes de desigualdad. En ese caso, deberamos hacer una revisin crtica de las
nociones de cultura y de canon para arbitrar mecanismos de intervencin peda-
ggica que permitan enmendar la situacin.

2. Breve recorrido por las escritoras de la Literatura Espaola


En los albores de la literatura en romance, nos encontramos con las prime-
ras escritoras reconocidas: las trovadoras, que cultivaron el amor corts, entre
las que destacamos a la Condesa de Da y a Azalais de Porcaraigues, entre un
nutrido grupo de escritoras (Martinengo, 1997).2 Ellas, asumiendo el cdigo del
amor corts, logran dar al discurso amoroso que en esa poca se formaliz una
gallarda inusual en la lrica amorosa que encontramos en boca de mujeres. No
solemos tener en consideracin esta aportacin, ya que, en general, no se suele
contemplar la voz de la mujer en la lrica culta en los libros de la ESO.

2. Quedan composiciones, adems de las nombradas, de Na Tibors de Sarenom, Almucs de


Castelnau e Iseo de Capio, Mara de Ventadorn, Alamanda, la condesa (Garsenda) de Provenza, Isa-
bel, Lombarda, Castelloza, Clara de Anduza, Azalais de Altier, Guillerma de Rosers, Beiris de Romans,
Germunda de Montpellier, Alais, Iselda y Carenza, Dama H., Bona Domna, La Genovesa y seis com-
posiciones annimas ms.

ndice 457
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Ya en el siglo XV, dentro de la poesa cancioneril, encontramos a Florencia


Pinar, de la que, a pesar de no quedar muchos datos de su vida, s conoce-
mos algunas de sus composiciones, entre las que destaca Destas aves su nacin.
Tambin en el XV Teresa de Cartagena, monja sorda de origen converso, escribe
La arboleda de los enfermos, una obra mstica que trata sobre los beneficios del
sufrimiento para acercarse a Dios. Debi escribir ms tarde otra obra Admira-
in operum Dey para defenderse de aquellos que la acusaban de plagio diciendo
que no poda haber escrito una obra de esa envergadura.
En el siglo XVI nace Teresa de vila, que con su Vida de Santa Teresa esta-
bleci el modelo ms importante de autobiografa femenina de toda la Europa
de la poca (Bolufer, 2007) y que an falta integrar como escritora dentro de la
Literatura, mas all de su consideracin de mstica y doctora de la Iglesia. Este
siglo, el XVI, y el siguiente, el XVII, una poca de esplendor literario para Espaa
a la que no son ajenas las mujeres, ofrece un considerable nmero de escrito-
ras que cultivaron todos los gneros, pero entre las que destacan dos: la impo-
nente figura de Sor Juana Ins de la Cruz, monja mejicana novohispana,
que posiblemente represente una de las cumbres del Siglo de Oro espaol
y que cultiv con gran acierto la poesa y el teatro, adems de mantener una firme
postura sobre las posibilidades y el derecho de las mujeres para escribir, como
manifiesta en su Respuesta a sor Filotea de la Cruz; y la escritora Mara de Zayas
y Sotomayor, que en sus Novelas amorosas y ejemplares, que no han dejado de
ser editadas desde entonces, recoge la tradicin de Boccaccio y Cervantes. Hubo
otras literatas reseables como Ana Caro Malln de Soto, dramaturga de xito
que vio representadas sus obras durante aos o Feliciana Enrquez de Guzmn
y Leonor de la Cueva, tambin dramaturgas; poetas como Cristobalina Fernn-
dez de Alarcn, que encontramos en el Cancionero Antequerano, o Cristoba-
lina Enrquez, Justa Snchez del Castillo o Isabel Correa, humanista y poeta juda;
escritoras msticas de la envergadura de Sor Teresa de Jess Mara, nombre de
Mara de Pineda, cuya obra merecera un lugar ms destacado del que ocupa o
escritoras religiosas como Luisa de Carvajal que en poesa religiosa, y en su
siglo, nadie la sobrepasa en castellano (Nelken, 1935).
Del siglo XVIII destacaramos a Mara Rosa Glvez, autora teatral cuyas come-
dias se representaron con xito en grandes teatros e incluso se repusieron
despus de muerta. Mujer independiente, fue muy criticada en la poca. Junto
a ella nombraramos a Josefa Amar y su Discurso en defensa del talento de las
mujeres, aunque hay otras mujeres tambin destacadas como Ins Joyes o Mara
Catalina de Caso.
Las figuras ms conocidas del siglo XIX parecen ser, como poetas romnti-
cas, Gertrudis Gmez de Avellaneda y Carolina Coronado, a pesar de que figu-
ras como Carolina Lamas y Letona, menos conocida (slo se edit en 1856) y

458 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

que parece escribir de una forma ms genuinamente romntica (Kirkpatrick,


1990) o Rosario de Acua, esta, dramaturga, mereceran un mayor reconoci-
miento y, desde luego, Rosala de Castro, indiscutida poeta del siglo XIX. Den-
tro de la narrativa se encuentra Fernn Caballero (Cecilia Blh de Faber) cuya
novela, la Gaviota, da forma a la novela realista espaola (Ferreras, 1990), y
Emilia Pardo Bazn, introductora de la novela naturalista en Espaa.
Cuando entramos en el siglo XX, el nmero de escritoras se multiplica. Para
facilitar la tarea, las abordaremos por gneros y por periodos cronolgicos, ya
que suelen ser estos los criterios utilizados en los libros de texto, a pesar de que,
en ocasiones, no dan cuenta de la trayectoria de las escritoras.
En poesa, cercanas a la Generacin del 27, estn Concha Mndez, Jose-
fina de la Torre, Ernestina de Champourcin y Rosa Chacel; cercanas a la gene-
racin del 50 estn Julia Uceda, M. Victoria Atencia, Carmen Conde y Pilar Paz
Pasamar; y en las ltimas dcadas del siglo tenemos a Gloria Fuertes, Ana M.
Moix, Clara Jans, Ana Rossetti, Almudena Guzmn, Chantal Maillard, Olvido
Garca Valds, Blanca Andreu o las latinoamericanas Alejandra Pizarnik, Alfon-
sina Storni, Delmira Agustini e Idea Vilario.
En teatro, en las primeras dcadas del siglo se encuentra Concha Espina,
Mara de la O Lejrraga cuyo seudnimo era Gregorio Martnez Sierra y Mara
Teresa Len; posteriores a la Guerra Civil estn Julia Maura, Mercedes Balles-
teros y Mara Isabel Surez de Deza; y en las ltimas dcadas del siglo tenemos
a M. Aurelia Capmany, Pilar Enciso, Maribel Lzaro, Carlota ONeill, Ana Dios-
dado, Paloma Pedrero, Pilar Pombo, Lourdes Ortiz o Carlota Soldevila.
En prosa, siguiendo en la misma lnea, nos encontramos, en las primeras
dcadas del siglo, con Rosa Chacel, Mara Zambrano, M Teresa Len o Carmen
de Burgos Colombine; tras la Guerra encontramos las escritoras que parecen
estar ms reconocidas: Carmen Laforet, Ana Mara Matute y Carmen Martn Gaite,
y junto a ellas encontramos a Rosa Chacel, Elena Quiroga, Josefina Aldecoa o
Mercedes Salisachs. Ya en las ltimas dcadas del siglo, tenemos a Almudena
Grandes, Soledad Purtolas, Adelaida Garca Morales, Rosa Montero, Luca Etxe-
barra, Laura Freixas, Rosa Regs, Beln Gopegui o Espido Freire o las latinoa-
mericanas Laura Esquivel e Isabel Allende, entre otras muchas novelistas. Esta
relacin de escritoras no ha querido sino mostrar, a modo de ejemplo, algunas,
entre las muchas otras que hay, de las literatas que en todas pocas han escrito.
Sin embargo, salvo algunas excepciones, estas escritoras no suelen aparecer
en las historias de la literatura ni, ms relevante an por su extensa influencia
social y formativa, en los libros de texto de la secundaria obligatoria. As que
nos detendremos en el anlisis de estos libros para determinar el grado de par-
ticipacin de las mujeres que presentan.

ndice 459
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. Las escritoras en los libros de texto de Literatura en la Educacin Secundaria


Obligatoria
La Universitat de Valncia est desarrollando un proyecto de investigacin3
que tiene como objetivo incluir a las mujeres ausentes en los contenidos de
todas las asignaturas (19) y todos los niveles de la enseanza secundaria obli-
gatoria (de 1. a 4. de ESO) a partir de la creacin de una base de datos que
sirva como instrumento didctico de uso en el aula o para la edicin de libros
de texto de la ESO. En la primera fase del proyecto se realiz una base de datos, de
carcter analtico, donde se recogan todos los datos sobre la presencia
de personajes (slo reales, ni dioses, ni personajes de ficcin) en los libros de
texto de todas las asignaturas de la secundaria obligatoria. Vamos a exponer
someramente los datos y conclusiones generales de toda la etapa, y con ms
detalle los datos de la asignatura de Lengua y Literatura Espaola, para ofre-
cer el estado de la cuestin sobre la visibilidad de las escritoras en la Literatura.
Los libros de texto analizados son los ltimos editados, del ao 20072008, que
incluyen los ltimos cambios normativos. Veremos cmo en Lengua y Literatura
se reproducen, an ms marcados, los patrones generales que seala el anli-
sis de los datos.
Esta base de datos permite un anlisis cuantitativo y cualitativo de los per-
sonajes que aparecen en los libros de texto y, por tanto, de las mujeres que se
encuentran en ellos. Se han introducido dos indicadores: la presencia de per-
sonajes, es decir, el nmero de personajes que aparecen y las apariciones de
los personajes, es decir, las veces que cada uno de estos personajes aparece
citado. El primer indicador nos muestra cuntos hombres y mujeres aparecen
en el texto, y el segundo, la repercusin que estos personajes tienen en l.
Al introducir los datos, se ha hecho constar el nombre de todos los perso-
najes que aparecen en el texto y se puede consultar el lugar donde aparece
(Cuerpo, Actividades y Anexo) y el modo (Reseada, Citada, Obra Original e
Ilustracin). La consulta se puede hacer combinando las variables de sexo, edi-
torial, nivel (1. a 4.), asignatura, bloque de contenidos normativo y tema. De
manera que se puede saber cuntas, dnde, cmo y qu mujeres aparecen en
la editorial SM, en 3. de ESO en Lengua y Literatura Espaola, en el bloque de
Educacin Literaria, en el tema del Barroco.
Elegimos para analizar tres editoriales de mbito nacional, Santillana, Oxford
y SM, porque su excelente difusin nos permita conocer los referentes cultu-
rales y sociales que recibe buena parte de la poblacin escolar. Asimismo, nos
centramos en el anlisis completo de la Enseanza Secundaria Obligatoria, como
antes hemos dicho, por ser esta la ltima etapa obligatoria, lo que propicia que

3. Las mujeres en los contenidos de la ESO. PET2008_0293.

460 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

su influencia se extienda a toda la sociedad y por tener entre sus objetivos fina-
les no slo la formacin acadmica, sino tambin la formacin ciudadana.
El anlisis que nos muestra los datos recogidos no por esperado es menos
desolador: hay 692 mujeres entre 4.716 hombres, un 12,8 % de presencia feme-
nina en todos los libros de texto de todas las asignaturas, pero si atendemos a
la repercusin de las mujeres en el texto al ndice de apariciones los resul-
tados son an ms bajos: hay 1.266 apariciones de mujeres frente a 15.648 de
hombres, el 7,5 %. Hay pocas y con una menor repercusin en los textos. Este
patrn de comportamiento se repite, con una mayor o menor diferencia, en las
asignaturas de todos los niveles y, por supuesto, en Lengua y Literatura.
Por otro lado, si observamos los datos por niveles, la primera etapa de la ESO
(1. y 2.) presenta un nmero mayor de mujeres 13,1 % que la segunda etapa
(3. y 4.), que presenta un 10,4 %: a medida que los cursos avanzan y los
contenidos tienen ms peso, el nmero de mujeres y su importancia disminu-
yen en ellos.

Evolucin por cursos


1. ESO
hombres mujeres %m
997 150 13,1

2. ESO
hombres mujeres %m
1.404 211 13,1

3. ESO
hombres mujeres %m
1.334 156 10,5

4. ESO
hombres mujeres %m
2.673 306 10,3

Este ltimo patrn tiene una consecuencia ms paradjica. Es en 4. de ESO


cuando, tanto en Historia como en Lengua y Literatura, se aborda la poca con-
tempornea. La poca donde la presencia y la participacin de la mujer parece
estar ms documentada no slo en historia, sino en las ciencias, las artes y
las humanidades es la que presenta un menor nmero de mujeres. La mujer
apenas aparece en la narracin de la contemporaneidad.
Y a esto, finalmente, hay que aadir un factor nada desdeable. La impor-
tancia y el peso de las asignaturas de Lengua y Literatura e Historia en el an-
lisis es muy grande, no slo porque son las que mejor transmiten los patrones

ndice 461
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sociales y culturales, sino tambin porque entre las dos contienen ms de la


mitad de los personajes de la base de datos. Sin embargo, la presencia de muje-
res en estas asignaturas es exigua: en Lengua y Literatura es de 164 mujeres
entre 1.212 hombres, un 11,9 % de presencia, pero en Historia la diferencia es
de 109 mujeres entre 1.532 hombres, un bajsimo 6,6 %. Como es habitual, ambas
asignaturas reducen sus cifras cuando observamos la repercusin en el texto;
Historia baja al 5 %, pero Lengua y Literatura desciende hasta el 6,8 %. Ellas son
una de las muestras ms claras de la ausencia de mujeres en los contenidos
escolares y en los referentes sociales que implcitamente transmiten.
Si nos centramos en la Lengua y Literatura, observamos que cumple con
todos los patrones antes expuestos: para empezar, las apariciones marcan cifras
menores que la presencia, o sea, hay pocas mujeres y su repercusin es an
menor en el texto y para continuar, en la segunda etapa la de mayor conte-
nido, adems de ser cuando se empieza a dar historia de la literatura por pri-
mera vez en la enseanza hay una menor presencia y las mujeres pierden peso
en ella, como comprobamos en la siguiente tabla.

Enfoque histrico
1. ESO
hombres mujeres %m
presencia 263 36 12,0
apariciones 511 45 8,1

2. ESO
hombres mujeres %m
presencia 345 52 13,1
apariciones 672 67 9,1

3. ESO
hombres mujeres %m
presencia 490 47 8,8
apariciones 1.018 59 5,5

4. ESO
hombres mujeres %m
presencia 578 65 10,1
apariciones 1.339 88 6,2

Totales
hombres mujeres %m
presencia 1.212 164 11,9
apariciones 3.540 259 6,8

462 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

La asignatura de Lengua y Literatura tiene cuatro bloques de contenidos a


travs de los cuales se desarrolla el temario: Comunicacin, Lengua y Sociedad,
Tcnicas de trabajo, Conocimiento de la Lengua y Educacin Literaria. El blo-
que de Educacin Literaria es el que estudia la literatura por tanto el bloque
de mayor contenido histrico, cultural y social y en concreto, en 3. y 4. de
ESO, que es cuando se imparte historia de la literatura, el nmero de mujeres
desciende considerablemente:

Educacin literaria. Castellano


1. ESO
hombres mujeres %m
presencia 103 10 8,9
apariciones 207 11 5,1

2. ESO
hombres mujeres %m
presencia 162 23 12,4
apariciones 296 32 9,7

3. ESO
hombres mujeres %m
presencia 265 17 6,0
apariciones 663 25 3,6

4. ESO
hombres mujeres %m
presencia 369 38 9,3
apariciones 920 56 5,7

Totales
hombres mujeres %m
presencia 682 72 9,6
apariciones 2.086 124 5,6

En 3. de ESO, que se estudia Edad Media, Renacimiento y Barroco, hay un


6 % (17 mujeres entre 265 hombres) y en 4. de ESO, que se estudian los siglos XIX
y XX, hay un 9,3 % (38 m. entre 369 h.). As, la media de estos bloques se
queda en un 7,5 % aproximadamente, muy baja respecto a la media de la pro-
pia asignatura un 11,9 %, como hemos visto antes con las implicaciones
que esto conlleva. Por aadidura, si atendemos a las cifras de repercusin en el
texto, estas se desploman: 3 se queda con un 3,6 % y 4., con un 5,7 %.
Si pasamos ahora a realizar un anlisis ms detallado, a observar qu muje-
res aparecen en cada periodo, en qu lugar del texto (Cuerpo, Actividades,

ndice 463
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Anexo) y cmo (Citadas, Reseadas, Obra original e Ilustracin), podemos tener


una idea ms clara de las literatas que presentan los libros de texto de litera-
tura.
Aqu abajo tenemos una tabla que indica, por periodos histricos segn se
suele presentar la historia de la literatura en la ESO las escritoras presentes.
Hemos indicado las escritoras espaolas pertenecientes a ese periodo histrico
que aparecen reseadas (cuando hay cualquier informacin ms all del nom-
bre, aunque sea solo la atribucin de su obra) o citadas (cuando se citan ni-
camente por el nombre, sin aadir ningn tipo de informacin ms) en los libros
de texto.
Aparecern subrayadas aquellas escritoras que estn reseadas, es decir,
aquellas de las que tengamos alguna informacin ms que el mero nombre.
Tambin hemos dividido la tabla por editoriales para observar qu escritoras
aparecen en cada una de las editoriales

Escritoras que aparecen en los libros de texto por pocas y editoriales:

poca Santillana SM Oxford


3 de ESO
Edad Media
Renacimiento Teresa de vila Teresa de vila Teresa de vila
Barroco
Ilustracin
4 de ESO
Romanticismo Rosala de Castro Rosala de Castro Rosala de Castro
Realismo Fernn Caballero Fernn Caballero
Emilia Pardo Bazn Emilia Pardo Bazn Emilia Pardo Bazn
Poesa antes de la Guerra
Poesa despus de la Guerra
Poesa ltimas dcadas del siglo Ada Salas
Narrativa antes de la Guerra Rosa Chacel Mara Zambrano
Zenobia Camprub
Narrativa despus de la Guerra Ana Mara Moix Ana Mara Moix Ana Mara Moix
Ana Mara Matute Ana Mara Matute Ana Mara Matute
Carmen Martn Gaite Carmen Martn Gaite Carmen Martn Gaite
Carmen Laforet Carmen Laforet Carmen Laforet
Narrativa ltimas Almudena Grandes Almudena Grandes Almudena Grandes
dcadas del siglo Rosa Montero Rosa Montero
Beln Gopegui
Luca Etxebarra
Dulce Chacn
Soledad Purtolas
Laura Gallego
Teatro antes de la Guerra
Teatro despus de la Guerra

464 ndice
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Teatro ltimo tercio s. XX Ana Diosdado


Carlota Soldevila
Paloma Pedrero
Literatura latinoamericana Alfonsina Storni
Gabriela Mistral
Laura Esquivel

Nmero de mujeres por editorial 11 25 10

Antes de valorar los datos de esta tabla debemos advertir que dentro de la
Edad Media, en las actividades de SM, aparece un texto de Laura Gallego y un
fragmento del Diario de Anna Frank, y en el Romanticismo, en SM, aparece citada
Mary Shelley junto a un fragmento de Frankenstein. No hemos incluido esta
ltima por no ser autora espaola, y las dos primeras, por no pertenecer a la
poca literaria, ya que estamos buscando qu referencias femeninas ofrecen los
libros de cada poca. Adems, debemos decir que sor Juana Ins de la Cruz
aparece en el primer tema de introduccin al lenguaje literario en el libro de
Oxford, pero ni siquiera es citada o reseada, la encontramos en una activi-
dad donde hay diferentes formas estrficas que el alumno debe catalogar. De
sor Juana Ins hallamos los cuatro primeros versos de unas famosas redondi-
llas. Este tema no pertenece al recorrido histrico de la literatura, por eso no la
hemos nombrado, porque en el Barroco, ni en ningn otro periodo, aparece ni
siquiera citada.
Hechas estas salvedades, podemos observar en la anterior tabla que el pano-
rama literario que nos ofrecen los libros de texto de secundaria sobre las con-
tribuciones de las escritoras desde el siglo XII hasta el XX es desolador y muy
ilustrativo. La visin androcntrica que presenta la literatura es abrumadora.
En la literatura de 3. de ESO, que corresponde a la Edad Media, el Renaci-
miento, el Barroco y la Ilustracin, slo aparece una mujer, y adems citada con
su nombre exclusivamente, sin ms informacin: Teresa de vila. En toda la
literatura que hay desde el siglo XII hasta el XVIII, solo ella parece haber sido una
escritora digna de mencin, ninguna otra es ni siquiera citada.
En la literatura de 4. de ESO, que comprende el siglo XIX y el XX, a pesar de
que la situacin parece mejorar algo, es slo apariencia. nicamente aparece
informacin de tres escritoras: dos del XIX y una del XX (Rosala de Castro, Emi-
lia Pardo Bazn y Carmen Laforet). Almudena Grandes es reseada en dos edi-
toriales y Carlota Soldevila aparece reseada en SM. El resto son escritoras que
aparecen meramente nombradas. El panorama que presentan estas editoriales
en la literatura del XX tiene vacos incomprensibles: la poesa y el teatro de antes
y despus de la Guerra Civil estn desiertos. En la prosa es donde encontramos
autoras reconocidas, pero solamente en la segunda mitad del siglo XX.

ndice 465
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Por editoriales, destaca claramente la editorial SM, que presenta 25 mujeres,


frente a las 11 de Santillana y las 10 de Oxford. Tanto para Oxford como para
Santillana no hay ni una sola mujer en todo el siglo XX que deba ser citada ni
en el teatro ni en la poesa. Las tres editoriales mantienen la nica mujer que
aparece en 3. de ESO, desde el siglo XII hasta el XVIII y tambin coinciden con
las dos autoras reseadas del siglo XIX. Es en el siglo XX donde se dan las dife-
rencias en la propuesta. SM hace un intento de nombrar algunas escritoras, al
menos, en todos los gneros, aunque la poesa es la que peor parada sale.
Si adems comparamos estas mujeres con algunas de las que hemos mencio-
nado en el recorrido literario y lo contrastamos tambin con los datos numricos
del porcentaje entre hombres y mujeres en el bloque de Educacin literaria de
3. y 4., la evidencia se acenta.
Como vemos, la literatura que aparece en los libros de texto que utilizamos
para el aula es una literatura sin mujeres, donde las escritoras parecen no contar,
proporcionando una visin torticera e incompleta de la literatura espaola. Estos
datos nos plantean algunas preguntas: son estas todas las escritoras que han con-
tribuido a la creacin literaria espaola?, es esta nuestra literatura, as, sin ellas?,
las contribuciones de estas escritoras no nos proporcionan conocimiento?, no
perdemos todos cuando no sabemos de estos escritores? Es esto lo que queremos
ensear cuando enseamos literatura?
Lo que resulta claro es que estos datos revelan varias cosas, a saber: una
negligencia considerable en la revisin crtica de la informacin los conteni-
dos conceptuales que transmitimos en la enseanza, una falta de rigor en la
consideracin y enseanza de la literatura espaola, al olvidar parte de sus voces,
y por ltimo, sealan una carencia en una enseanza que, pretendiendo dar
una educacin en igualdad, perpeta, a travs de estos contenidos sesgados,
patrones de desigualdad contra los que pretende luchar.
Por tanto, es necesaria una intervencin en el sistema educativo para ade-
cuar los contenidos de la secundaria y proporcionar una idea ms completa de
la literatura, acorde a una visin de mundo que recoja la participacin de todos
y todas. Para ello es preciso arbitrar mecanismos de intervencin pedaggica
que permitan incluir los datos, sacados a la luz por los ltimos estudios de muje-
res, dentro de los contenidos y libros de texto de la ESO. Este es uno de los meca-
nismos que debe ponerse en marcha. Otro de los elementos importantes es la
difusin editorial de las obras de las autoras.

4. La difusin editorial de obras de las escritoras


Como hemos visto, el conocimiento de estas escritoras resulta muy difcil,
no slo porque no aparecen en la informacin acadmica que transmitimos

466 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

en la secundaria, sino tambin, y es de fundamental importancia, porque no


se suelen encontrar fcilmente obras suyas en las libreras. Nos ha parecido espe-
cialmente importante observar la situacin editorial de las escritoras. Compro-
bar si estn accesibles, si su obra est editada y en qu formato. El hecho de
tener al alcance obras accesibles es uno de los pilares fundamentales para su
divulgacin.
Por eso hemos realizado un muestreo, para comprobar la situacin edito-
rial de las escritoras nombradas en el recorrido literario: cuntas ediciones tenan,
si se encontraban a la venta y su accesibilidad, qu tipo de ediciones o institu-
ciones editoras tenan. Para catalogarlas, hemos establecido las siguientes cate-
goras:

a) No accesible. Consideramos las obras no accesibles cuando no se encuen-


tran, bien porque no fueran editadas en su momento, bien porque las edi-
ciones no estn disponibles o bien porque, aunque en el ISBN figura como
disponible, son ediciones ya muy antiguas, y por tanto, imposibles de con-
seguir, o son ediciones con escasa repercusin o capacidad de distribu-
cin. Por ejemplo: todas las que editan los ayuntamientos, diputaciones o
concejalas cuya iniciativa para intentar conservar la obra es muy loable,
pero no es obra fcilmente accesible por dificultades de distribucin.

b) Poco accesible. Las consideramos de esta categora cuando se encuen-


tran en ediciones de obras completas, como las de Simancas, o colec-
ciones como las que realiza Planeta Agostini. El coste de estos productos
y la manejabilidad no las hacen accesibles.

c) Accesibles. Cuando se encuentra la obra disponible en libreras. Para rea-


lizar esta categorizacin se ha tomado como referencia un lector medio,
no especializado, que no busca ni obras completas ni obras especficas o
raras, sino obras conocidas en versiones econmicas o asequibles. Tam-
bin se ha considerado como criterio la accesibilidad de las ediciones para
proponerlas como lecturas de secundaria, aquellas que pueden requerir
disponer de veinte a sesenta o ms ejemplares. Teniendo en cuenta estos
criterios y dada la ingente informacin que hemos recogido, hemos inten-
tado componer, a grandes rasgos, los siguientes grupos:

No accesibles. Aqu encontramos a la mayora de las autoras ajenas a


los temarios de literatura hasta que llegamos al siglo XIX. Salvo la poesa
de sor Juana Ins de la Cruz, la Vida de Teresa de Jess y ltimamente
las novelas de Mara de Zayas, el resto de literatas que escriben desde

ndice 467
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

el siglo XII hasta el XIX son difciles de encontrar. Tambin encontramos


en este apartado algunas autoras teatrales contemporneas, cuyas obras
no fueron editadas en su momento.

Poco accesibles. Las autoras de la primera mitad del siglo XX. Algunas
escritoras del XIX como Rosario de Acua, Gmez de Avellaneda o Caro-
lina Coronado, a pesar de estar editadas recientemente por Castalia, no
son de fcil acceso en las libreras.

Accesibles. Se trata en la mayora de los casos de autoras de narrativa y poe-


sa del ltimo medio siglo cuyas obras se pueden conseguir con relativa
facilidad, pero no es igual en teatro, donde hay dificultades evidentes para
encontrar a algunas de las escritoras actuales. No obstante, algunas que son
accesibles, como Carmen Laforet, Ana Mara Moix, Fernn Caballero o Pardo
Bazn, en realidad solo lo es parte de su obra. Igual que pasa con santa
Teresa de Jess y sor Juana Ins de la Cruz.

Los datos que hemos recogido de las editoriales no muestran un panorama


muy halageo y revelan una no muy amplia difusin editorial de obras de escri-
toras. Las nicas que no tienen mucho problema de edicin son las escritoras
que aparecen en los libros de texto y las novelistas actuales, fuera de ellas, la
divulgacin editorial es ms difcil.
A pesar de reconocer que existe un cada vez mayor esfuerzo editorial para
publicar escritoras y recuperar sus voces, como demuestran las recientes edicio-
nes de Rosario Acua, Luisa Sigea o Gmez de Avellaneda entre otras, algunas
de las cuales haca mucho tiempo que ya no se encontraban en los anaqueles
de las libreras, esto no resulta suficiente para darlas a conocer. A pesar de todo,
sus obras no resultan de fcil acceso, tanto por el desconocimiento de las escri-
toras como por el tipo de difusin editorial. Esto dificulta su visibilidad tanto cul-
tural como en el sistema de enseanza. Por eso, sera muy plausible, por parte
del sector editorial, una actuacin que siguiera recuperando esos discursos olvi-
dados, editar estas obras inencontrables de buenas escritoras, volver a escu-
char su voz. Parece, adems, una demanda editorial que se debera tener en
cuenta, editando en rstica o en ediciones de uso escolar o ediciones crticas de
uso universitario para facilitar la difusin.
Lo bien seguro es que poder acceder y conocer las obras de estas escritoras
nos ayudar a todos a conocer y completar nuestra literatura y sera un impa-
gable apoyo para, a travs de la difusin de las obras de las escritoras, propor-
cionar una mejor enseanza de la literatura. Sin la posibilidad de leerlas, no es
posible conocerlas.

468 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

5. Conclusiones
A tenor de los datos obtenidos, la pregunta planteada en esta comunicacin
tiene una respuesta clara: las escritoras no estn presentes cuando enseamos lite-
ratura y eso tiene importantes consecuencias.
En el conocimiento y la divulgacin de las escritoras intervienen dos factores
fundamentales: su difusin en la enseanza y la posibilidad de acceder a la obra
original, a la edicin de sus obras. As, el sistema de enseanza y el mundo edi-
torial se convierten en dos pilares fundamentales de la normalizacin y difusin
de estas escritoras.
Los datos extrados de los libros de texto de secundaria, en el estudio rea-
lizado en la Universitat de Valncia, nos muestran un panorama, no slo de la
literatura, sino de todas las asignaturas de la etapa, donde las mujeres estn
ausentes sistemticamente porque su presencia siempre es excepcional. Estos
datos presentan una literatura que olvida a la mayor parte de sus escritoras apenas
cinco escritoras, en 800 aos de literatura, son reseadas en los libros de texto
y por tanto y para empezar, nos muestran como normalidad lo que es una abso-
luta exclusin: la escasa presencia de escritoras en la literatura espaola. Esta
ausencia, adems, convierte a la literatura espaola en una literatura fallida por-
que no es capaz de dar cuenta de todas sus voces y, con ello, desdea conoci-
miento y se mengua. Por tanto, subsanar esta ausencia se convierte, tambin, en
una cuestin de rigor acadmico: es preciso escribir una literatura que tenga
presentes a todas sus voces, donde y como corresponda, que las incluya y nor-
malice, porque escribirla, y esto es importante, es el paso previo para poder ense-
ar literatura, tanto en secundaria como en otras etapas educativas.
Por otro lado, estos datos muestran tambin una cierta negligencia en la revi-
sin crtica de los contenidos que se imparten en la secundaria. En la innova-
cin educativa, cuyos avances en coeducacin en aspectos procedimentales de
los contenidos educativos son remarcables, no se debera descuidar la revisin
de los contenidos conceptuales.
Por su parte, el mundo editorial ofrece datos que ayudan a comprender este
olvido: a pesar de que se nota en las ltimas ediciones una voluntad creciente de
recuperacin de obras de mujeres, una buena parte de las obras de las escritoras,
salvo de un grupo de escritoras consolidadas, son, en menor o mayor medida,
difciles de encontrar. Las escasas obras y ediciones que se pueden encontrar y el
nada fcil acceso a ellas convierte esto en un escollo para el conocimiento y
la divulgacin de estas escritoras. Esta limitada divulgacin editorial es un factor
que, por un lado, aumenta el alcance de las implicaciones que la ausencia de escrito-
ras en la enseanza presenta porque dificulta an ms su conocimiento y, por
otro, tiene tambin una dimensin ms amplia dentro de la divulgacin general,
ya que no permite, al lector interesado, conocer y valorar estas obras.

ndice 469
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Tanto esta ausencia de escritoras en los libros de texto como la limitada difu-
sin editorial de sus obras apuntalan una misma visin de mundo donde no estn
presentes las mujeres. Esto tiene unas consecuencias como son, en el aspecto lite-
rario, el desconocimiento que tenemos de parte de nuestra literatura, y, en el
aspecto social, la perpetuacin de desigualdades sociales, que se transmiten a tra-
vs de una visin de mundo, implcita en los textos, que no tiene presente a las
mujeres, hurtndoles la importancia y la contribucin que al desarrollo humano
prestaron.
Ambos aspectos evidencian una marcada carencia en el sistema educativo que
le impide cumplir su doble cometido de formar acadmicamente, ya que falta rigor
en el relato de la historia que se cuenta desde la enseanza, y cvicamente, ya que
se transmiten patrones de desigualdad que perpetan los desequilibrios socia-
les. As, es preciso subsanar esta importante carencia que desvirta los objetivos
del sistema de enseanza, el cual pretende una educacin en igualdad, pero no
es capaz de ofrecerla.
Estas conclusiones ponen en evidencia algunos vacos que necesitamos cubrir,
a saber:

Hace falta crear instrumentos de intervencin educativa para el aula, que


permitan visibilizar a estas mujeres ausentes en el relato de la literatura
y tambin en el de la historia, el arte y las ciencias y normalizar la situa-
cin en el sistema educativo para conseguir subsanar esa carencia.
En la Universitat de Valncia estamos trabajando en una base de datos que
abarca toda la etapa y pretende ofrecer actividades e informacin de las
mujeres que deben ser incluidas en todas las asignaturas, niveles y bloques
de contenidos, para que se pueda incorporar a cualquier material didctico
que se emplee. La edicin de libros de texto ms adecuados sera tam-
bin una buena iniciativa.

Hace falta revisar nuestra historia de la literatura y escribir una que incluya
a las escritoras olvidadas; sin ellas, la nuestra no ser una literatura com-
pleta. Y esto debe hacerse revisando la nocin de canon literario y la pro-
pia nocin de cultura.

Hace falta editar obras de escritoras. Resulta evidente la necesidad de dar


a conocer, de hacer visibles a nuestras escritoras tanto en la enseanza de
la literatura como para el pblico general, y para eso resulta imprescindi-
ble disponer de la edicin, y en ocasiones tambin adaptacin, de sus obras,
tanto sea esta en ediciones crticas como en formatos divulgativos o en
adaptaciones adecuadas para su lectura en institutos o colegios.

470 ndice
E S T N P R E S E N T E S L A S E S C R I TO R A S E N L A E N S E A N Z A D E L A E S O ?

La desconsideracin hacia las mujeres nos ha hecho olvidar a nuestras auto-


ras, y con ese olvido perdemos el conocimiento que sus obras aportan. Es hora
de recuperarlas para todos.

Bibliografa
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ndice 471
MECANISMOS LINGSTICOS DE LA COHERENCIA DEL DISCURSO ROMNTICO.
EL CASO DE LAS RIMAS DE GUSTAVO ADOLFO BCQUER
Abderrahmane Belaaichi
Facultad de Lenguas y Traduccin. Universidad Rey Saud. Arabia Saud

Resumen
Trataremos de disear algunas pautas metodolgicas, en el marco de las
nuevas aportaciones de la lingstica del texto al anlisis de los textos literarios,
que sirven para una mejor exploracin del texto potico desde su interior, basn-
dome en los elementos lingsticos superficiales a los que apela el poeta para
vehicular su discurso y tejer su pensamiento. En el caso de las Rimas de Bc-
quer, procederemos a la puesta en evidencia de todos los recursos lingsti-
cos superficiales utilizados con miras a comprobar la consistencia y la coheren-
cia del discurso romntico en general. As, pondremos el acento en los ms
recurrentes partiendo de los recursos morfosintcticos, pasando por los pro-
cedimientos semnticos y llegando a las figuras de estilo ms relevantes.

1. Introduccin
La notable separacin que se suele establecer entre la literatura y la lin-
gstica arranca de un pasado remoto. De hecho, en la tradicin del anlisis de
una obra de arte literaria, los crticos han venido discerniendo el campo de actua-

ndice 473
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cin de cada disciplina. A la lingstica asignaban generalmente tareas como el


tratamiento de teoras gramaticales, la descripcin de lenguas naturales, etc. En
cambio, atribuan a la literatura la de interpretar y valorar la esttica de una obra
literaria o bien las de localizarla en la cronologa de la literatura, entre otras.
Son innegables las ventajas que presenta la mencionada separacin. As, cada
disciplina se ocupar profundamente de su campo respectivo y estudiar inten-
samente sus problemas especficos e internos. Sin embargo, se corre el riesgo
de una independizacin que pueda impedir una mejor investigacin en las reas
comunes a ambas disciplinas.
Segn los estudiosos de la materia, hay que buscar los factores contribuyen-
tes en el ensanchamiento de la brecha existente entre las dos ciencias en la pos-
tura que sostiene cada una respecto de otra. A este propsito afirma el crtico
Spillner (1979: 13-14):

El abismo entre lingstica y literatura est condicionado, sin embargo, por el


hecho de que por ambas partes existen mutuos prejuicios. Por parte de la
lingstica, un sinnmero de interpretaciones de la literatura se consideran meta-
fsicas, meramente subjetivas y [...] sencillamente acientficas. Por otra parte, den-
tro de la literatura existe una justificada desconfianza respecto al pensamiento
anexionista de algunos lingistas, que con la consigna de lingistizacin de la
literatura parten de que [...] una disciplina como la literatura [...] (puede) incor-
porarse integrndola en la esfera de la investigacin de la lingstica.

Sin embargo, no se debe olvidar que ambas disciplinas ofrecen estrechas afi-
nidades en su universo de investigacin; de hecho, las dos estudian esencial-
mente textos, adems del inters de los crticos despertado a mediados del
pasado siglo por la retrica y el estilo as como por la semitica, campos vin-
culados simultnea y directamente con la lingstica y la literatura (Spillner, 1979:
15). El mencionado inters fue coronado por la creacin de los mtodos de an-
lisis lingsticos para interpretar las obras de arte literarias. Este hecho traduce
explcitamente el anhelo de atenuar la barrera antes existente entre una apro-
ximacin puramente lingstica y otra puramente literaria. En trminos de Lzaro
Carreter (1979: 31)

No es ya aventurado afirmar que la actividad desplegada en los dominios de la


investigacin y de los estudios literarios durante los aos 1958-1968, ha transfor-
mado sus supuestos y sus mtodos, hasta el punto de haberlos hecho entrar,
parece, en una nueva edad. [...] Es normal, por tanto, que las relaciones entre la
lingstica y los estudios literarios, actividades ambas vinculadas por un objeto

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M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

que en parte es comn, hayan sido sometidas a energticas revisiones, y que hoy
ofrezcan un panorama tan confuso como digno de ser explorado.

El aludido anhelo de los crticos emana de la voluntad de someter la inter-


pretacin literaria a un criterio riguroso y cientfico, lo ms lejos posible de toda
subjetividad; y crear por consiguiente otras perspectivas de lectura, abriendo
de este modo nuevos horizontes para el tratamiento de la obra literaria con miras
a captarla en su totalidad, aunque esto pueda parecer demasiado ambicioso.
La categora estilo constituye por excelencia una razn suficiente como para
pensar que hay un lazo fuerte entre la lingstica y la literatura (Spillner, 1979: 20).
Para eludir el perderse entre las abundantes definiciones tejidas alrededor del
estilo y por razones prcticas, mantenemos la que lo define como el conjunto
de rasgos o caracteres que distinguen una poca, una obra, un autor determi-
nado (Prez-Rioja, 1967: 82).
Es de sealar que el nacimiento de los mtodos de anlisis semntico-estruc-
tural y generativo-transformacional, dado su inters comn por el lenguaje de
los textos literarios (especialmente por el estilo y las expresiones artsticas (Lzaro
Carreter: 32-33) refleja en cierta medida el acierto de los esfuerzos invertidos
por los crticos en este sentido, y se ha pensado desde aquel entonces en fun-
dar una ciencia de la literatura basada en la lingstica, que podra llamarse po-
tica, cuya funcin fundamental segn Lzaro Carreter (1979: 32-33) consiste en:

Ver cmo el lenguaje de la comunicacin ordinaria se transformaba en arte ver-


bal, dejando fuera las consideraciones biogrficas, psicolgicas, sociolgicas,
genticas y valorativas en que se ocupan tradicionalmente la historia y la crtica
literarias; es de observar el comportamiento intrnseco de la lengua literaria y
su estructuracin en unidades interrelacionales.

Por su parte, Ramn Jakobson considera la potica como parte integrante


de la lingstica, ya que sus objetos de investigacin son fenmenos verbales,
es decir, trata de los problemas de la estructura verbal. La define pues en estos
trminos:

La potica puede ser definida como el estudio lingstico de la funcin potica


en el contexto de los mensajes verbales en general y de la poesa en particular.
(Lzarro Carreter, 1979: 14)

Nuestra comunicacin se articular en dos fases. La primera arrojar luz tanto


sobre la lingstica del texto, disciplina que vio luz a mediados del siglo pasado,
como sobre el texto, objeto mismo de esta ciencia. La segunda es de carcter

ndice 475
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

prctico y tiene por objetivo poner en aplicacin uno de los mtodos de an-
lisis preconizados por la lingstica del texto. A este respecto seguiremos las
pautas de Enrique Bernrdez y Manuel Casado Velarde para comprobar que
los recursos lingsticos y gramaticales son decisivos para conferir y mantener
la coherencia dentro de los textos literarios y son al mismo tiempo vehculos
que canalizan y condicionan el discurso y las ideologas que lo rigen. Dado
el carcter didctico de esta investigacin, procedemos a hacer un estudio ais-
lado y visualizado de unos recursos sin pretender agotarlos. Merece un espe-
cial estudio el tratamiento de la metfora, que dejamos para otra ocasin.

2. Lingstica del texto


A lo largo de la historia, el texto ha sido objeto de inters de crticos, soci-
logos, psiclogos, tratadistas, gramticos, lingistas, etc. En efecto, el texto ha
ejercido siempre una fascinacin particular sobre los estudiosos tanto por su
complejidad como por su capacidad ilimitada de comunicacin. Es a travs del
texto, siendo ste la unidad mxima de comunicacin, que podemos transmitir
nuestras impresiones, opiniones, sentimientos, quejas, alegras, denuncias; en
fin, todo lo que se nos pueda ocurrir; todas nuestras vivencias y experiencias
tanto positivas como negativas. Los recursos utilizados varan cada vez segn
la naturaleza de estas vivencias, segn el grado de nuestra predisposicin a con-
tarlas y compartirlas con el otro, pero tambin segn el impacto que en nos-
otros han tenido, y, consecuentemente, segn el tipo de relacin que entre ellas
y nosotros se ha establecido.
De hecho, estas circunstancias dan lugar al uso por parte del autor de los
textos, abstraccin hecha de su gnero y clases, de una sarta de procedimien-
tos lingsticos y estilsticos que en la mayora de los casos pasan inadvertidos
para muchos de los lectores no siempre tan armados de suficiente conocimiento
terico de estos recursos. Lo cual impide, de una parte, la buena percepcin de
stos, hecho que repercute negativamente en la captacin de la esencia de la
idea o las ideas que se quiere transmitir; de otra, el aspecto esttico de los
textos no goza de la debida atencin por parte del receptor para quien el autor
escribe su texto...
El inters por el estudio del texto desde el punto de vista lingstico surgi
a mediados del siglo pasado, cuando aparecieron por primera vez algunos inten-
tos que tenan como objeto alcanzar y dar nuevos horizontes al estudio de los
textos, lejos de los modelos ya establecidos, clsicos y juzgados, hasta cierto
punto, superados por las muchas insuficiencias que presentaban. La aparicin
de la gramtica transformativa, tras las primeras publicaciones del lingista nor-
teamericano Noam Chomsky, dio un impulso serio a estas iniciativas. Las abun-

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dantes y copiosas publicaciones sobre la materia, a partir de los aos sesenta


del siglo pasado, constituyen la prueba firme de ello. En esos aos dice Ber-
nrdez (1981: 15-16):

La cantidad de escuelas o tendencias lingsticas resulta especialmente signi-


ficativa: es la poca del triunfo del generativismo chomskyano, de la aparicin
de teoras prximas pero diferentes, como la gramtica de los casos o las semn-
ticas generativas, del surgimiento de nuevas escuelas, como la sistmico-fun-
cional britnica de M. A. K. Halliday [...] Y es la poca del desarrollo del
tratamiento automtico del lenguaje, la traduccin mecnica, la lingstica mate-
mtica, etc. Es tambin la poca en que aparecen los primeros trabajos sobre
lo que hoy llamamos con preferencia a otros nombres posibles, lingstica del
texto.

La lingstica del texto no pretende ser una ampliacin a las tendencias con-
temporneas sino una autntica alternativa a ellas. Si los aos sesenta han
sido aos de abundantes publicaciones sobre esa nueva aproximacin a los tex-
tos, los aos setenta han sido aos de modelos y teoras pero tambin de estu-
dios prcticos sobre aspectos distintos y estructuras textuales de determinadas
lenguas (Bernrdez, 1981: 17).
El texto no es una suma de oraciones. Est dotado de intencionalidad y se
produce en situaciones comunicativas concretas. Para estudiarlo, ha surgido la
lingstica del texto. Esta estudia en general la lengua, que se organiza a nivel
de cuatro planos:

Plano fonolgico: estudia los fonemas.


Plano morfosintctico: estudia la unin de los fonemas formando pala-
bras. En l se puede encontrar el plano morfolgico (que estudia la
estructura interna de las palabras) y el sintctico (que estudia la propia
unin y la combinacin de stas dentro de la oracin).
Plano semntico: estudia el significado de las palabras y oraciones.
Plano pragmtico: estudia los elementos extralingsticos que influyen al
dar un mensaje.

El mismo Bernrdez (1981: 31) resume las causas que han contribuido en el
desarrollo de la lingstica del texto como sigue:

Necesidad de realizar aportaciones de carcter lingstico a las discipli-


nas que trabajan con textos completos, como potica, estilstica y trata-
miento mecnico de la informacin lingstica.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Necesidad de explicar, por el recurso al texto coherente, una serie de


fenmenos que no pueden estudiarse adecuadamente en frases aisladas.
Necesidad de integrar los datos semnticos y pragmticos con los gra-
maticales.
Necesidad de seguir las directrices cientficas generales, entre las que se
encuentra la de realizar estudios integradores, escapando del reduccio-
nismo de otras tendencias lingsticas.

Segn Casado Velarde (2000: 9) se cultivan actualmente, al menos, las tres


siguientes formas de la lingstica del texto:

La lingstica del texto propiamente dicha. Se ocupa del estudio de los


textos en cuanto tales, abstraccin hecha de las lenguas en que se han
producido.
La gramtica del texto. Se ocupa del texto en tanto que nivel de la estruc-
turacin de una determinada lengua. Se le denomina, adems de gra-
mtica del texto, gramtica transformacional, anlisis transformacional...
Mezcla indiscriminada de ambos puntos de vista. Este planteamiento iden-
tifica y mezcla la funcin textual comprobada en un determinado texto.

Finalmente, en su rpido desarrollo, la lingstica del texto ha avanzado


mucho en conocimientos concretos de las propiedades del texto: coherencia
textual, coordinacin, conclusividad comunicativa, estructuracin, etc. (Casado
Velarde, 1991: 89).

3. Texto
El estudio de los textos ha sido llevado a cabo por diferentes disciplinas (Lou-
reda Lamas, 2003: 20). La primera disciplina que mostr su preocupacin por
los textos fue la retrica. Ms tarde, pas a tratar el estudio de los textos la esti-
lstica, cuya meta principal no era describir simplemente las caractersticas for-
males de los textos, sino tambin mostrar la significacin formal para la inter-
pretacin del texto. Los textos adems han sido objeto de anlisis de los estudios
literarios, as como de la antropologa, la filosofa y la sociologa, sin olvidar que
la llamada sintaxis textual tambin ha puesto su granito de arena en el estudio
de los textos.
Antes que nada es menester proceder, en trabajos de este tipo, a la defini-
cin del objeto de anlisis. El estudio del texto exige que se establezca una defi-
nicin precisa de su significado, porque de ello dependern posteriormente las

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aproximaciones y aplicaciones tericas que se tejern a su alrededor o a las que


l mismo se someter para comprobar su eficiencia.
Se han convenido los especialistas en los estudios textuales que es casi impo-
sible, al igual que en las reas afines, establecer una definicin precisa y cabal
del trmino. Dice Bernrdez (1982: 76):

Una definicin de texto no puede ser sino el resultado de los estudios sobre l,
no el punto de partida, sino el de llegada: la lingstica del texto puede consi-
derarse como un intento de definir el texto.

Ante esta dificultad, se procede ms bien a la identificacin y enumeracin


de una serie de factores y criterios que hacen que un escrito sea o no texto.
Dicho de otro modo, se centra la atencin ms en aquellos elementos que
distinguen los textos de los no-textos, siguiendo siempre a Bernrdez y tam-
bin a Cervera (2003: 187 y ss).
En efecto, el trmino texto es antiguo y anterior a la aparicin de la lin-
gstica del texto. La palabra figura, entre otros, en el Diccionario Etimolgico
de Corominas, en el siglo XIV en castellano. Lzaro Carreter (1979: 391), por citar
una definicin tradicional, define el texto as:

[...] todo conjunto analizable de signos. Son textos, por tanto, un fragmento de
una conversacin, una conversacin entera, un verso, una novela, la lengua en
su totalidad, etc.

Para los autores del Diccionario de Lingstica (1973: 600), el texto es:

el conjunto de enunciados lingsticos sometidos al anlisis: el texto es, por tanto,


una muestra de comportamiento lingstico que puede ser escrito o hablado
[...]

El texto oral o escrito es el producto de la actividad humana. Transmite


un significado global y responde a una intencin comunicativa del emisor. Frente
a la oracin, el texto es la unidad mxima de comunicacin y, por tanto, tiene
carcter autnomo y autosuficiente. Contiene todo cuanto es necesario para
establecer un acto comunicativo o para transmitir a un receptor real o virtual
un mensaje. Vale por s solo y no necesita de la ayuda de ningn elemento fuera
de los que ya contiene.
Se aplica el trmino texto a la cadena del lenguaje que tiene un sentido cohe-
rente en el contexto de su uso. Dicho texto puede darse oral o escrito, o puede

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ser tan largo como un libro o tan corto como un ttulo, una palabra, un suspiro.
Y acorde con Cerezo Arriaza (1997: 20):

Se entiende por texto todo discurso cifrado en uno o varios cdigos que se
nos ofrece como una unidad de comunicacin concluida y autnoma. Son tex-
tos, pues, un telegrama, una conversacin telefnica, una pelcula, una novela,
una fotografa, un cuadro de pintura, un poema, una cancin, etc.

Desde esta ptica, el texto se caracteriza ms que se define; es decir, que no


se tiene que buscar la definicin sino las propiedades del texto tales como el
tamao, la extensin, el cierre, la recurrencia, la coherencia, etc. Reproducimos
a este respecto la descripcin del mismo elaborada por Bernrdez (1981: 85):

Texto es la unidad lingstica comunicativa fundamental, producto de la acti-


vidad verbal humana, que posee siempre carcter social; est caracterizado por
su cierre semntico y comunicativo, as como por su coherencia profunda y super-
ficial, debida a la intencin (comunicativa) del hablante de crear un texto nte-
gro, y a su estructuracin mediante dos conjuntos de reglas: las propias del nivel
textual y las del sistema de la lengua.

Las caractersticas fundamentales que un texto debe demostrar son la unin


integrada de las ideas de sus partes, el orden en que se desarrollan y la cohe-
rencia semntica que ofrecen.
Cuando estamos ante un texto, sea cual sea su tamao, forma de expre-
sin y gnero, nuestra atencin se dirige hacia dos componentes bsicos: el con-
tenido que transmite (qu dice) y la expresin (cmo lo dice); en trminos de
crtica literaria, nos referimos al fondo y a la forma.
Podemos resumir las caractersticas fundamentales del texto de esta manera
(Cervera, 2003: 80):

A. Adecuacin
Es la caracterstica de los textos que estn bien construidos desde el punto
de vista comunicativo. Es el resultado de una serie de elecciones que el
hablante o autor ha de llevar a cabo teniendo en cuenta las caractersti-
cas concretas de los diferentes factores que intervienen en la comunica-
cin (quin es el emisor, cul es su intencin, cul es la relacin que hay
entre el emisor y el receptor, de qu manera el canal y los aspectos de la
situacin condicionan la comunicacin). El emisor debe tener en cuenta
las caractersticas del texto:

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M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Funcin del lenguaje (referencial, emotiva, apelativa, ftica, metalin-


gstica y potica)
Nivel del lenguaje
Eleccin del canal y cdigo
Variedad del discurso (dilogo, narracin...)

Lo anterior tambin sirve para que el lector comprenda e interprete ade-


cuadamente el texto.

B. Coherencia
Es la propiedad que hace que un texto pueda ser percibido como una
unidad comunicativa y no como una sucesin de enunciados inconexos.
Se distinguen tres niveles:

Coherencia global: un texto debe tener un ncleo informativo funda-


mental (asunto del que trata). El receptor capta esa unidad de sentido
a la que subordina los distintos enunciados (tema). Un texto deja de
ser coherente cuando carece de ese tema general.
Coherencia lineal: un texto debe tener secuencias de significado (captu-
los...) y cada uno de ellos adquiere sentido en relacin con el sentido
general. El texto debe tener una progresin temtica. La coherencia se
rompe cuando existe un exceso de informacin o falta de sta y por una
inadecuada ordenacin de las ideas.
Coherencia local: entre los distintos enunciados los elementos lings-
ticos establecen entre s relaciones de significado. La coherencia local
se puede perder porque se viole una implicacin lgica, una presupo-
sicin o cuando se rompe el conocimiento del mundo sera coherente
dentro de un texto literario (marco de discurso).

C. Cohesin
Es una realizacin lingstica determinada por la relacin entre los ele-
mentos de un texto a nivel superficial (Lozano y otros, 1989: 22 y ss.).
Dicha relacin se basa en el manejo de reglas que rigen la ordenacin
y dependencia sintctica y semntica de los elementos textuales. Se trata,
pues, del manejo de propiedades sintcticas y lxico-semnticas en la
estructura superficial del texto. Como en el caso de la coherencia, existe
una serie de mecanismos que dotan de esta cohesin a los textos. La
cohesin es esencial en la estructuracin de un texto, aunque por s misma
no constituye el mismo (Casado Velarde, 2000: 18). Todo texto viene
determinado por la cohesin interna y externa. La estructura semntica

ndice 481
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

externa e interna y la estructura formal son las que crean el todo del
texto.
La cohesin hace referencia a las articulaciones gramaticales del texto.
Las oraciones que conforman un discurso no son unidades aisladas e
inconexas, puestas unas al lado de otras, sino que estn vinculadas o rela-
cionadas con medios gramaticales diversos (puntuacin, conjunciones,
artculos, pronombres, sinnimos, entonacin, etc.), de manera que con-
forman entre s una imbricada red de conexiones lingsticas, la cual hace
posible la codificacin y descodificacin del texto.
Cerezo Arriaza, en su libro Texto, contexto y situacin (1997: 69), sostiene
que la cohesin de un texto se cumple de dos maneras:

Cohesin sintctica: que conecta los diferentes sintagmas y frases mediante


conectivos o nexos de relacin, sin los cuales el texto sera una sucesin de pala-
bras sin aparente concomitancia. En este sentido, la cohesin es una propiedad
de la estructura formal y superficial del texto.
Cohesin semntica: llamada tambin coherencia lineal, que conecta las frases
de una secuencia y las diferentes secuencias entre s mediante una relacin tem-
tica que se proyecta en la estructura superficial mediante conectivos y nexos de
relacin.

D. Propiedad lxica y correccin gramatical y ortogrfica

Tiene que haber armona entre el contenido y la expresin, por ello se


recurre a un vocabulario rico y preciso, a una combinacin cuidadosa de
signos dentro de la oracin, a unos recursos estilsticos acordes al tema
y al uso apropiado de signos ortogrficos (puntuacin, acentos y letras).

4. Recurrencia o repeticin anafrica


Un procedimiento que contribuye en la cohesin textual a nivel superficial
es la recurrencia o la repeticin lxica. En realidad, este fenmeno adquiere
distintas manifestaciones en los textos pero cada vez el objetivo es el mismo:
unir sus partes, prrafos e ideas repitiendo algn elemento para mantener viva
la idea de unidad del texto o para mantener la referencia y el recuerdo del ser
u objeto del que se ha hablado o se est hablando (Serrano Serrano, 2002: 118).
La repeticin, o la recurrencia de un elemento con valor semntico o fun-
cional, despus de la primera ocurrencia del elemento que sustituye, es uno de
los fenmenos que, segn Bernrdez (1982: 102), llamaron la atencin de los
lingistas sobre la necesidad de trascender los lmites de la frase.

482 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

El mismo Bernrdez (1982: 102) recoge las palabras de Dieter Viehweger


quien dice:

las primeras observaciones sobre el problema de las repeticiones lxicas se encuen-


tran ya en la retrica clsica. En el postulado, propio de la retrica y la estilstica,
de que han de evitarse las repeticiones lxicas y que la nueva mencin de obje-
tos del discurso coherente deben hacerse mediante variaciones del lxico, es
decir, mediante sinnimos, se refleja por vez primera una propiedad fundamen-
tal de las sucesiones de frases enlazadas semnticamente, que en los trabajos
de lingstica textual se denominan cadenas isotpicas, cadenas nominativas,
enlaces semnticos de frases mediante repeticin lxica y sustitucin pronomi-
nal.

El mrito de la lingstica del texto no consiste en descubrir estos fenme-


nos, que ya gozan de una tradicin dentro de la lingstica tradicional, sino
en delimitar con mayor precisin cmo se realizan estos procesos de sustitu-
cin y en integrarlos en el esquema general de la estructuracin del texto (Ber-
nrdez, 1982: 103).
La repeticin anafrica de las palabras dentro del texto puede adquirir varias
manifestaciones gramaticales. Dado el carcter didctico del artculo, vamos a
citar a continuacin, por su categora, unos fenmenos que surgen en las rimas
de Bcquer, para mostrar ora su alcance sintctico ora su alcance semntico; los
cuales en la mayora de los casos tienen, en su contexto, repercusiones estils-
ticas que se manifiestan en la fuerza expresiva que confieren a los enunciados
donde hacen su aparicin o en los paralelismos sintcticos, que a su vez tien-
den a producir efectos comunicativos y estilsticos diversos tales como la unin
o la unidad del pensamiento del poeta romntico, que aspira, a fin de cuen-
tas, entre otras, a lograr cierta simbiosis y comunin con su entorno natural o
con su propio ser.

Recurrencia nominal
En la rima 23, el sustantivo beso, reiterado dos veces en los dos ltimos ver-
sos, tiene como objetivo enlazar el fin con el comienzo de la rima a fin de darle
coherencia global y explicar el lugar que ocupa su comienzo con respecto al
final. Es la exaltacin mxima, como veremos ms adelante (ver la gradacin),
del beso, smbolo del contacto fsico de dos amantes, ya que no encuentra el
poeta la respuesta a la propuesta de dar el beso. A la mirada corresponde el mundo;
a la sonrisa, el cielo; pero al beso, no encuentra el poeta nada que pueda ser la
recompensa-respuesta:

ndice 483
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Por una mirada, un mundo;


por una sonrisa, un cielo;
por un beso..., ya no s
qu te diera por un beso!
Rima 23

Recurrencia verbal
Un ejemplo muy vivo de este tipo de recurrencia que manifiesta la cohe-
sin superficial lo encarna perfectamente la rima 9, en la que la exaltacin del
beso se hace mediante la reiteracin de la palabra en su categora verbal para
darle ms movimiento y animacin. La metfora del beso sobrepasa los lmi-
tes de lo humano para extenderse a toda la naturaleza, para ser as, ms all de
un elemento lingstico cohesivo, un elemento garante de la simbiosis y la armo-
na del contacto de los distintos elementos de la naturaleza:

Besa el aura que gime blandamente


las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de prpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza;
y hasta el sauce, inclinndose a su peso,
al ro que le besa, vuelve un beso.
Rima 9

A priori, hay que visualizar los cuatro enunciados construidos todos a base
del verbo besar:

Sujeto Verbo CD
el aura besa las leves ondas
el sol besa a la nube
la llama besa a otra llama
el ro besa el sauce

Las lexas que figuran en la posicin sintctica del sujeto (S) y del comple-
mento directo (CD) se inscriben todas en el macrocampo semntico naturaleza,
dentro del que podemos establecer pequeos universos de significacin que
toman en consideracin la variedad significativa de dichas lexas:

484 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Campo de viento (aura)


Campo de sol (sol)
Campo de agua (ro)
Campo de fuego (llama)

El verbo besar introduce una isotopa extranjera (humana) y establece as


una relacin metafrica con los dems constituyentes oracionales, por no cua-
jar los rasgos sintcticos de stos con los que requiere el mismo verbo:

El aura las leves ondas


El sol besa a la nube
El ro el sauce

[[-hum.]] [[+hum.] S __ [+anim.] CD


] [[+anim.]]
La subcategorizacin estricta del verbo reiterado muestra la intencin del
poeta de personificar (ms bien de dar vida) el contacto no intencionado,
espontneo y natural de los distintos elementos de la naturaleza. La metfora
del beso csmico (Celaya, 1982: 289) pone de relieve la armona y la sinto-
na que reinan intuitivamente en la naturaleza al tiempo que introduce una nota
de afeccin sensual (ertica) en el mecanismo que describe.

Recurrencia determinativa

Dos rojas lenguas de fuego


que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.
Dos notas que del lad
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.
Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.
Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al reunirse en el cielo
forman una nube blanca.

ndice 485
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Dos ideas que al par brotan,


dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.
Rima 24

Es innegable el papel cohesivo y coherente de la repeticin del determinante


dos a lo largo de toda la rima. Aparte de que aporta una precisin numrica
referente al poeta y su amada, tiende asimismo a servir la unidad que inmedia-
tamente sigue, introducida mediante la segunda proposicin relativa, introdu-
cida a su vez por la conjuncin disyuntiva y. La rima empieza con la variedad
y la diversidad (dualidad poeta/amada), pero termina y culmina con la unidad y
la unin de las almas de los dos amantes. La reiteracin del mismo esquema
sintctico intencionado visualiza ms el papel cohesivo de la recurrencia del deter-
minante dos, consolida esa dualidad permanente y recurrente a lo largo de toda
la rima (diversidad/unidad) y le confiere consecuentemente su debida coheren-
cia global:

Diversidad Unidad
Dos rojas lenguas forman una sola llama
Dos notas se abrazan armoniosas
Dos olas se coronan con un penacho de plata
Dos jirones de vapor forman una nube blanca

Recurrencia conjuntiva
En la siguiente rima hallamos otro ejemplo de la eficacia del procedimiento
anafrico muy utilizado por el poeta romntico como recurso cohesivo. La con-
juncin mientras reiterada quince veces adquiere en la rima un carcter de
empeo, pero al mismo tiempo introduce una nota de optimismo de que habr
poesa. Las estructuras subordinadas que encabeza comportan todos los elemen-
tos que sostienen este empeo y optimismo del poeta. La anfora, al permitir
indagar y explorar todos los caminos recorriendo distintos campos semnticos
muy tpicos relativos a la naturaleza, al ser humano y a sus distintas vivencias,
permite unir y enlazar todos estos universos como signo de la coherencia del con-
junto, y sirve, en consecuencia, la misma causa: la poesa:

No digis que agotado su tesoro,


de asuntos falta, enmudeci la lira:

486 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Podr no haber poetas; pero siempre


habr poesa.

Mientras las ondas de la luz al beso


palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve


perfumes y armonas;
mientras haya en el mundo primavera,
habr poesa!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance


las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al clculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando,


no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
habr poesa!

Mientras sintamos que se alegra el alma


sin que los labios ran;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;

mientras el corazn y la cabeza


batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
Habr poesa!

Mientras haya unos ojos que reflejen


los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso


dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
Habr poesa!
Rima 4

ndice 487
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

5. Sustitucin por proformas


La sustitucin es un procedimiento mediante el cual una determinada uni-
dad del texto se manifiesta y se reitera mediante el uso de las proformas de
contenido muy general. Las define Bernrdez (1982: 104) como elementos lin-
gsticos cuya funcin es la de servir de sustituto a un elemento lxico en el mismo
texto.
Se suelen distinguir en general tres categoras de proformas: los lxicos, los
pronombres y los pro-adverbios (Casado Velarde, 2000: 20). A continuacin, vamos
a tratar de demostrar el aporte de este recurso a la cohesin textual mediante el
pronombre demostrativo sustituto eso.
En la rima 3, el pronombre demostrativo sustituto eso tiene un carcter anaf-
rico por aparecer en la ltima estrofa ocupando el mismo lugar (posicin ini-
cial) y la misma funcin sintctica (el sujeto) que ocupan sus antecedentes en las
cuatro estrofas precedentes. Adems del papel cohesivo, presenta la proforma eso
valores expresivos de suma importancia por condensar y asumir las mismas car-
gas semnticas y connotativas de los elementos que sustituye. Dice el poeta:

Saeta que voladora


cruza arrojada al azar,
sin adivinarse dnde
temblando se clavar;

hoja que del rbol seca


arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volver;

gigante ola que el viento


riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qu playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos


brilla, prxima a expirar,
ignorndose cul de ellos
el ltimo brillar:

eso soy yo, que al acaso


cruzo el mundo, sin pensar
de dnde vengo, ni adnde
mis pasos me llevarn.
Rima 2

488 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Damos a continuacin el esquema que pone de relieve el proceso de la sus-


titucin:
...Saeta que

Hoja del rbol


eso ...que

...Gigante ola que

...Luz que

Adems del poder condensador, el pronombre demostrativo sustituto eso


logra introducir el paralelismo y confiere de esta forma a toda la rima una estruc-
tura sintctica estndar que podemos plasmar de la manera siguiente:

PN (adj.) N (SN) O

Y dado que la estructura profunda (EP) restituye el sujeto y el verbo copu-


lativo, la estructura subyacente (abstracta) que genera el conjunto ser:

O SN + PN
PN cp. (adj.) N (SN) O
SN N / pronombre

6. Relacin entre palabras


Los signos no estn aislados, mantienen entre s una red de relaciones jerar-
quizadas y muy complicadas; las cuales pueden ser sintagmticas o paradigm-
ticas y varan de una situacin comunicativa a otra. Dentro de la lingstica
del texto estas relaciones se convierten en un recurso de suma importancia. Tra-
taremos de establecer un inventario de los ms relevantes para comprobar
una vez ms el aporte de estos recursos a la cohesin y coherencia en todas sus
manifestaciones textuales, y al mismo tiempo comprobar, mediante los mismos
procedimientos, la consistencia y la elaborada construccin del discurso romn-
tico de Bcquer.

ndice 489
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Campo semntico o correferencia


Las palabras y sus significados no constituyen solamente una lista donde cada
elemento se limita a ser distinto de los dems. Los significados, dice Del Teso
Martn (2002: 26-27), pueden diferenciarse y coincidir parcialmente, por lo que
establecen ciertas asociaciones que dan lugar a una estructura de trminos
ms que a una lista. Los significados gozan dentro de los campos semnticos de
un sema comn, o sea, comparten un sema genrico y una idea, a la vez que
se oponen por tener unos semas propios distintivos. Recojamos la definicin de
Coseriu (1981: 210) a este respecto:

Un conjunto de lexemas unidos por un valor lxico comn (valor del campo),
que ellos subdividen en valores ms determinados, oponindose entre s por dife-
rencias de contenido lxico (rasgos distintivos lexemticos o semas).

Retomemos asimismo la definicin de Pottier (1968: 26) de otros trminos


operacionales dentro de la semntica:

El contenido smico de un lexema es su semema. El semema es el conjunto de


semas. El sema es el rasgo distintivo mnimo de significacin y se revela por opo-
sicin en un conjunto lxico. No es ms que operando, pues, en pequeos con-
juntos lxicos como se pueden establecer los semas de un semema.

Las palabras del campo semntico pueden aparecer en un mismo contexto.


Constituyen campo semntico los trminos de parentesco, colores, medios de
transporte, etc. Cuando aparecen combinados en un mismo texto se convierten
en un elemento de cohesin textual por excelencia. Contemplemos estas estro-
fas que contienen distintos campos semnticos como garantes de su coherencia
y cohesin:

Campo de naturaleza:
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.
Rima 5

Campo de fenmenos naturales:


Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella
y ciego en el relmpago
y rujo en la tormenta.
Rima 5

490 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Campo de estados de nimo:

Yo ro en los alcores
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.
Rima 5

Campo de dolor:
Ay!, a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
Amargo es el dolor pero siquiera
padecer es vivir!
Rima 56

Sinonimia
No se trata en los versos que van a continuacin de la sinonimia absoluta,
donde los trminos son sustituibles mutuamente, sino de una sinonimia parcial
en trminos de Lyons (1980: 253). El rasgo contextual que tienen en comn los
sintagmas subrayados (me recuerda / se me figuran / me parece) es el de la
comparacin. El poeta aspira a atribuir a cada estado de nimo de su amada,
mediante el proceso de comparacin asumida mediante estos mismos verbos,
una imagen (positiva y alegre) inspirada del entorno natural del romntico a fin
de expresar otra vez esta comunin con la naturaleza:

Tu pupila es azul y cuando res


su claridad suave me recuerda
el trmulo fulgor de la maana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul y cuando lloras
las trasparentes lgrimas en ella
se me figuran gotas de roco
sobre una violeta.
Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella
Rima 13
Anttesis
Otro procedimiento frecuente y eficaz para mantener explcita y patente la
cohesin a nivel superficial dentro de los textos ser la anttesis o la antonimia.

ndice 491
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Es la relacin que establecen palabras que parecen ser una negacin de la


otra (Del Teso Martn, 2002: 27). Este recurso puede realizarse de distintas mane-
ras segn si es lxico u oracional.

Y re y llora, y aborrece y ama


y guarda un rostro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
Rima 74

Es fcil notar que en esta rima Bcquer combina la anttesis nominal y ver-
bal pero sin abandonar la esfera semntica del dolor y del jbilo (llora, abo-
rrece, dolor,) y (re, ama, gozo,) respectivamente. Lo cual garantiza la coherencia
tanto local como global y la solidaridad verbal y tambin semntica del texto
becqueriano.
En la misma rima hay que subrayar el papel cohesivo de la conjuncin dis-
yuntiva y, que tiene aqu doble funcin: de un lado, une pares antitticos
(re/llora, aborrece/ama, dolor/gozo); de otro, une lexas antagnicas:

Re vs llora
Aborrece vs ama
Dolor vs gozo

Este procedimiento es tan recurrente en la poesa romntica que se consi-


dera ya uno de sus tpicos imprescindibles. Dice Bcquer expresando su capa-
cidad de adentrarse en las entraas de su amada:

Yo s por qu sonres
Y lloras a la vez;
Yo penetro en los senos misteriosos
De tu alma de mujer
Rima 59

Y apela el poeta romntico en la rima 34 a esta misma estrategia que esta-


blece una antonimia vertical verbal y nominal en esta estrofa. La cual hace ms
evidente la cohesin de sus partes y ms patente la coherencia global:

Re, y su carcajada tiene notas


del agua fugitiva;

492 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

llora, y es cada lgrima un poema


de ternura infinita.
Rima 34

Y para expresar metafricamente la brevedad de la vida compone el mismo


poeta la rima siguiente donde nacemos y morimos trazan los lmites antagni-
cos y cercanos de la misma:

Al brillar un relmpago nacemos,


Y an dura su fulgor cuando morimos,
Tan corto es el vivir!
Rima 69

La anttesis puede asimismo adquirir distintas manifestaciones gramaticales:


as, puede ser oracional, versal o estrfica, como lo comprueba ntidamente
la siguiente rima:
T eras el huracn y yo la alta
torre que desafa su poder:
tenas que estrellarte o que abatirme!
No poda ser!
T eras el ocano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivn:
tenas que romperte o que arrancarme!
No poda ser!
Hermosa t, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
No poda ser!
Rima 42

Para expresar el amor imposible entre l y su amada, recurre el poeta otra


vez al procedimiento de anttesis pero en un grado ms alto que en las prece-
dentes rimas. Su estructura sintctica abstracta se puede trazar como sigue:

A es B y C es D
A es B vs C es D

Este procedimiento viene verbalmente consolidado mediante el uso de la


metfora y la elipsis, recursos estilsticos difusos e invasores de toda la poesa
romntica. Las tres estrofas, pese a la variedad de las palabras que las compo-

ndice 493
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nen, tienden a expresar lo mismo, es decir, que gozan de una coherencia glo-
bal por desembocar en el mismo objetivo; hecho que manifiesta otra vez la
coherencia del discurso romntico. De un lado, pone el poeta a su yo, y de otro
a su amada, t. La exasperacin se expresa en cada estrofa por la increduli-
dad de los dos, tambin antagnica:

Estrellarte vs abatirme
Romperte vs arrancarme
Uno a arrollar vs el otro a no ceder

Hay que sealar, en fin, que el artificio de esta rima es ms complejo al adver-
tir que cada una de sus tres estrofas constituye un conjunto paralelstico con
respecto a las dems, considerando A1, B1, C1 y D1 cuatro elementos sucesi-
vos distinguidos en la primera estrofa; A2, B2, C2 y D2, los de la segunda y A3,
B3, C3 y D3, los de la tercera. El cuadro siguiente recoger el aludido parale-
lismo:

I A1 huracn B1 torre C1 estrellarte D1 abatirme


II A2 ocano B2 roca C2 romperte D2 arrancarme
III A3 hermosa B3 altivo C3 arrollar D3 no ceder

De este modo, la rima da prueba de la concomitancia de dos sistemas de


conjuntos semejantes: uno es correlativo (paraxis); otro es paralelstico (hipo-
taxis) (Bousoo, 1979: 184); los cuales permiten la lectura horizontal y verti-
cal. La lectura vertical pone de relieve:

A (1, 2, 3) los atributos de la amada


B (1, 2, 3) los atributos del poeta
C (1, 2, 3) las acciones de la amada
D (1, 2, 3) las acciones del poeta

Mientras que la lectura horizontal permite confrontar y poner de relieve el


antagonismo entre estos atributos y acciones:

T eras el huracn Yo alta torre que...


A1 versus B1
Tenas que estrellarte y/o Abatirme
C1 D1

494 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

T eras el ocano Yo la enhiesta torre que...


A2 versus B2
Tenas que romperte y/o Que arrancarme
C2 D2

Hermosa t yo alivio
A3 versus B2
Tenas que romperte (,) El otro a no ceder
C3 D3

Este paralelismo sintctico comprobado junto con el procedimiento metaf-


rico y simblico de los elementos lingsticos utilizados por el poeta son sufi-
cientes como para decir que el conjunto presenta partes coherentes y cohesivas;
lo cual sirve la intencin comunicativa inicial del poeta, antes ya sealada.

Gradacin
Otro recurso para manifestar la cohesin entre los elementos del texto es
la gradacin. Constituye una de las manifestaciones ms relevantes de la enu-
meracin y consiste segn Fontanier (1977: 333) en:

Presentar una serie de ideas o de sentimientos en un orden de manera que lo que


sigue diga siempre un poco ms o un poco menos que lo que precede, segn
que la progresin es ascendente o descendente.

El esquema abstracto de la gradacin se puede dibujar de la manera siguiente:

(clmax)

(f - i)

Sm n Sm A
de
te

sc
en

Sm 3 Sm B
en
nd

de
ce

nt
as

Sm 2 Sm C

Sm 1 amortiguadores Sm n

I f
(anticlmax)

Elementos de la cadena discursiva comn

ndice 495
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Gradacin temporal
La expresin del transcurso del tiempo funciona como una advertencia
del poeta a su amada de la fatalidad de la muerte. La muerte se convierte en
el elemento unificador entre los dos. El encuentro slo es posible gracias a la
muerte, en la muerte y ms all de la muerte. Ello hace que los aos transcu-
rran rpidos y la nocin de tiempo pierda su significacin, ya que el resultado
es de antemano conocido. La coherencia del poema pasa forzosamente por estos
versos que expresan una gradacin ascendente y constituyen el puente que
posibilita el encuentro entre el poeta y su amada. Esta gradacin nominal se
localiza temporalmente en el futuro y espacialmente en nuestro mundo (aqu);
sin embargo, su clmax se sita en el otro mundo (all), despus de la muerte,
con el apoyo contextual del verbo metafrico volar.

Antes que t me morir; y mi espritu


en su empeo tenaz,
sentndose a las puertas de la muerte,
all te esperar.
con las horas los das, los das
los aos volarn,
y a aquella puerta llamars al cabo...
Quin deja de llamar?
Rima 37

Fijndose en la estructura enunciativa de la figura, podemos distinguir dos


etapas constitutivas de la misma:



a) con las horas los das
b) con los das los aos

A nivel de la cadena fnica la gradacin es formalmente discontinua, pero


sin que ello perturbe el transcurso normal del tiempo. La pausa marcada a media-
dos de la figura da muestras de la paciencia notable del poeta por estar seguro
del acaecimiento de la muerte. El clmax (muerte) se presenta como una garan-
ta del encuentro del poeta y su amada, imposible en la vida (ver el final de la
rima).
La gradacin paralelstica halla su lugar privilegiado tambin en la poesa
romntica y se convierte en un recurso ms de coherencia del discurso potico
de Bcquer. Vemoslo a travs otra vez de la rima 23, la rima del beso:

496 ndice
M E C A N I S M O S L I N G S T I C O S D E L A C O H E R E N C I A D E L D I S C U R S O R O M N T I C O

Por una mirada, un mundo;


por una sonrisa, un cielo;
por un beso..., ya no s
qu te diera por un beso!
Rima 23

La suspensin que caracteriza el final de la gradacin nominal ubicada en


esta rima pone de manifiesto una vez ms el puesto eminente que ocupa el
tema de la mujer en la poesa romntica. Tal es el objetivo de la gradacin, por
excelencia. El poeta ha tenido que pasar, para llegar a esta conclusin tajante,
por una gradacin que tampoco est lejos del universo femenino. Lo cual con-
fiere a toda la rima su debida coherencia.
Los sintagmas subrayados constituyen una gradacin ascendente, mientras
que los dems elementos oracionales forman una acumulacin. Cada verso com-
porta de este modo una lexa de la gradacin y otra de la acumulacin que
corresponden a lo que podemos denominar propuesta y respuesta respectiva-
mente. La elisin, en los dos primeros versos, del verbo dar ocasiona la apo-
sicin sintctica de dos nombres semnticamente distantes; lo cual permite, por
consiguiente, acercar la respuesta de la propuesta. La preposicin anafrica
por y la pausa que separa en cada verso las dos figuras mantienen el parale-
lismo y disponen los versos en un orden creciente:

3. un beso --- Final 3. Final


Propuesta pausa respuesta

2. una sonrisa 2. un cielo


darte
Por

1. una mirada al cielo 1. un mundo


Las lexas de la acumulacin aportan a la gradacin una hiprbole que con-
siste esencialmente en brindar respuestas remitentes a realidades inaprensi-
bles e intangibles (mundo, cielo [-concreto]). La cual culmina con la ausencia
de la respuesta correspondiente al clmax (por un beso). Todo ello desem-
boca en la intencin del poeta de resaltar lo valioso que es el contacto carnal
entre l y su amada, contacto que encarna y personifica la gradacin del beso.

7. Conclusin
Este modesto trabajo no pretende agotar el tema de la coherencia ni mucho
menos profundizar las cuestiones ya tratadas. Constituye, sin embargo, a nues-
tro modesto parecer, una pequea asomada a un mundo potico muy rico
sintctica, semntica y estilsticamente. Los recursos analizados someramente no

ndice 497
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

son los nicos existentes, pero constituyen una muestra de la cohesin y la


coherencia del discurso y el pensamiento romnticos. El poeta romntico sabe
hacer uso de la lengua para servir su causa, sabe someter esta herramienta,
nica desde luego, de la que realmente dispone, para transmitir con mucha
armona y coherencia sus emociones, sus aspiraciones, sus dolores, sus amo-
res, en fin, su concepcin de la vida.

Bibliografa
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498 ndice
TE ESPERO COMO A DIOS... Y VIENES HOMBRE. LA ENCARNACIN DE LA POESA
HISPANOAMERICANA DEL SIGLO XX. EL CASO DE CARILDA OLIVER LABRA
Bibiana Collado Cabrera
Universitat de Valncia

Resumen
Esta comunicacin pretende analizar y comentar la figura de Carilda Oliver
Labra, poeta cubana que ha sido precursora y, a su vez, uno de los mximos
exponentes de la poesa ertica escrita por mujeres en la segunda mitad del siglo
XX. Nuestro trabajo repasa una parte de la recepcin crtica de Carilda Oliver
para reflexionar en torno a su compleja entrada en la historiografa literaria,
determinada por su condicin de mujer y por la temtica elegida, considerada
impropia (lo ertico). Asimismo, apuntaremos procesos como su construc-
cin-conversin en mito, su mediatizacin o la entrada de su persona-personaje
en el mercado como bien de consumo (la mercanca es ella misma, no su obra).

Punto de partida
Escrbete: es necesario que tu cuerpo se deje or afirma Cixous (1995). Se
refiere a un t-mujer. Y, precisamente, esa ha sido la labor llevada a cabo por
una gran cantidad de mujeres a lo largo del siglo XX: escribirse, escribir su cuerpo.
Pero escribir el cuerpo, encarnar la poesa (en el sentido ms literal, el de escri-
bir de y desde lo carnal) ha resultado una tarea controvertida que ha estallado
en diversos frentes: social, historiogrfico e, incluso, poltico. Un ejemplo de

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

recepcin y construccin polmica de la escritura de una mujer es el caso de


Carilda Oliver Labra.
Cuerpo/alma, prosa/poesa, hombre/mujer: son tres opuestos que atravie-
san la recepcin crtica y la entrada en la historiografa de Carilda Oliver. Cixous
(1995: 14) seala:

El pensamiento siempre ha funcionado por oposicin.


Palabra/Escritura
Alto/Bajo
Por oposiciones duales, jerarquizadas. Superior/Inferior. Mitos, leyendas, libros.
Sistemas filosficos. En todo (donde) interviene una ordenacin, una ley organiza
lo pensable por oposiciones (duales, irreconciliables; o reconstruibles, dialcticas).
Y todas las parejas de oposiciones son parejas.

El establecimiento de esas oposiciones nos obliga a categorizar, lo cual pro-


blematiza y enmascara, en muchos casos, los textos, al establecer una falsa jerar-
qua.
En el contexto cubano de la segunda mitad del siglo XX las dificultades se
hacen ms evidentes. Las historias literarias nacionales continan, tal y como
seala Gonzlez-Stephan, con respecto al siglo XIX (2002: 212) formalizando en
una doble direccin las preferencias ideolgicas del sector dominante, constitu-
yndose en monumentos discursivos que reforzaban desde arriba la consolida-
cin del efecto de unidad nacional. La mujer, todava inscrita en el mbito de
lo privado, difcilmente es aceptada como representante de la nacin y, por tanto,
su entrada en el canon es mucho ms complicada. Ms an en el caso de Carilda
Oliver, que no vari sus lneas de creacin despus de la Revolucin y, por tanto,
no subordin su escritura a las circunstancias de poder.
Lejos de entrar en la pedagoga patritica que exiga el proceso revoluciona-
rio, Carilda Oliver continu con su labor de escribir el cuerpo para conseguir la
complejizacin del arquetipo femenino, que supera a la mujer-sabia, la mujer-
ngel y la mujer-demonio, tal y como apunta Sarlo (1988: 82) con respecto a
Alfonsina Storni en Decir y no decir: Erotismo y represin. Con Alfonsina, al
igual que con Delmira Agustini, Gabriela Mistral y muchas otras poetas hispa-
noamericanas del siglo XX, presenta grandes puntos de contacto: el prejuicio ante
la mujer de letras, la interferencia persona-personaje o persona-autora, etc. Pero
el caso de Carilda Oliver, adems de padecer estas trabas, entra en un proceso
de espectacularizacin que la convierte en bien de consumo y nos lleva a nue-
vos debates.

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

A continuacin, vamos a realizar el seguimiento de una parte de la recepcin


crtica de Carilda Oliver (abarcarla por completo en este estudio resulta imposi-
ble), apuntando las principales problemticas que se derivan de ella.

1. Una muchacha rubia


En ciertos momentos apasionados y confusos de nuestra vida nacional, con-
viene evadirse del seco y spero trajn de la poltica, y darle un poco de impor-
tancia a las almas lricas que todava hacen versos (Iraizoz, 2004: 13). As comienza
este autor su artculo Las imgenes de Carilda y con este texto empieza la com-
pilacin El Don Perpetuo. Miradas a la obra de Carilda Oliver Labra, la cual pre-
tende recoger la gran mayora de textos crticos escritos en torno a la produccin
de Carilda Oliver Labra. En tan slo un par de lneas subyace un posicionamiento
ante la creacin lrica y, consecuentemente, ante la autora de la que va a tratar.
La produccin potica se nos aparece entendida como un mecanismo de eva-
sin, como actividad alternativa a la vida nacional, con un claro matiz de mar-
ginalidad y en vas de extincin, de ah que sea necesario darle un poco de
importancia a las almas lricas que todava hacen versos, como una limosna com-
pasiva o un tibio programa de reinsercin. Pensar el lugar de la poesa en el con-
junto de la produccin literaria e, incluso, en el total de la produccin escrita
(propagandstica, burocrtica, etc.) debera ser un a priori necesario para poder
acercarnos a la obra de Carilda y poder entender su localizacin en la historia de
la literatura y su construccin como personaje social. Sin embargo, este trabajo
no puede permitirse esa profundizacin y focaliza su reflexin en la escritora.
De Matanzas me llega un recado... Es un tomito de poesas. Titlase Al sur
de mi garganta. Lo ha escrito una muchacha rubia. Se llama Carilda Oliver Labra
(Iraizoz, 2004: 13); as continua el artculo de este autor. La poesa llega como un
recado, como algo del afuera que alcanza el sistema oficial y logra penetrarlo a
travs de ese tomito escrito por una muchacha rubia. Antes de darnos a cono-
cer su nombre, la autora ya aparece marcada: es una mujer, joven, rubia. Se
nos presenta como un mecanismo sorpresivo: si sorprendente es que alguien
todava escriba versos, an ms lo es que lo haga una muchacha rubia.
El artculo es realmente breve; no obstante, es suficiente para dejar patente
una postura ante la escritura de la mujer: La inquietud de Carilda est ms en su
alma que en su cuerpo. Ya estamos cansados de las nias erticas que dejan la
poesa en cuanto se casan o se echan un amante (Iraizoz, 2004: 15). Cuando Irai-
zoz publica este artculo, Carilda slo ha publicado sus dos primeras obras,1 en

1. OLIVER LABRA, Carilda (1943). Preludio lrico. Matanzas: Casas y Mercado. OLIVER LABRA,
Carilda (1949). Al sur de mi garganta, Matanzas: Talleres de El Imparcial.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

las cuales no supo intuir el fuerte protagonismo que la representacin del cuerpo
adquirira progresivamente; de hecho, crticos posteriores la acusan precisamente
de lo contrario, de total ausencia de trascendentalismo. Lo que s aparece con
claridad en el artculo es cmo la irrupcin de una mujer en el panorama lite-
rario implica una inmediata reflexin y cuestionamiento en torno a sus predece-
soras y una puesta en relacin con ellas. El autor de este texto conecta la escri-
tura de Carilda con la de aquellas nias erticas que parecen constituir la
inmediata tradicin de escritura femenina segn Iraizoz. La poeta aparece legi-
timada frente a las otras porque est ms en su alma que en su cuerpo, por-
que ella sabe que no habr ms remedio que el novio (Iraizoz, 2004: 15).
Marquina (2004: 16), Bueno (2004: 18) o Rodrguez Alemn (2004: 21), entre
otros crticos y articulistas de la poca, hablarn de espritu, de inocencia, de
frescura, de finura y gracia; como si de un empeo por desvincular a Carilda
de esas nias erticas se tratara. La ponen en relacin con la ingenuidad de la
juventud, la presentan asociada a lo angelical resaltando lo rubio de su cabe-
llo, insisten en ligarla a lo espiritual para alejarla de ese tipo de escritoras que
resultan molestas en el campo cultural dominante.
Vitier (1952), en la antologa organizada con razn del cincuentenario de la
independencia, incluye a Carilda Oliver, la cual contaba en aquellos momentos
con slo dos obras publicadas, pero ya era Premio Nacional de Poesa del Minis-
terio de Educacin.
En esta compilacin, Vitier no incluye el neorromanticismo como categora
de su esquema clasificatorio. La no utilizacin de esta terminologa no es ino-
cente sino una estrategia de deslegitimacin de un movimiento, de inmensa
popularidad, pero de escasa calidad a ojos del grupo Orgenes, preponde-
rante en el mbito oficial intelectual cubano. Jos ngel Buesa y Guillermo Villa-
rronda aparecen bajo el epgrafe de Figuras aisladas incluido en la Poesa
nueva. A Buesa lo caracteriza antes como autor de novelas radiales que como
poeta (esta priorizacin tampoco es casual) y afirma de l que cultiva un lirismo
amoroso de musicalidad fcil y temtica monocorde (Vitier, 1952: 274); sin
embargo, no utiliza en ningn momento el adjetivo neorromntico para defi-
nir sus creaciones. El mismo mecanismo emplea para hacer referencia a Villa-
rronda, al cual califica como periodista antes que poeta, y del cual tampoco dice
que pertenezca al neorromanticismo. Esta categorizacin no se nombra, preci-
samente, hasta la aparicin de Carilda:

Dentro del lirismo neo-romntico que representan, con modalidades diversas,


segn ya hemos visto, Jos A. Buesa y Guillermo Villarronda, Carilda Oliver Labra
obtiene en su segundo libro, Al sur de mi garganta, un tono directo y personal,
aunque inseguro todava entre las experiencias reales de la provincia que pro-

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

vocan sus mejores textos y los peligros del provincianismo literario. Apuntamos
en ella un desenfado formal, un ansia de veracidad, una pupila tierna o vigorosa
para lo cotidiano, y, desde luego, un temblor lrico genuino, que pueden condu-
cirla a desarrollar plenamente sus ms valiosas posibilidades (Vitier, 1952: 387).

El tradicional enraizamiento de la lrica de Carilda Oliver con el neorro-


manticismo es ms que cuestionable. Buesa acogi a la poeta como compaera
de movimiento antes de que ella misma o la crtica pudieran pronunciarse.
Sin embargo, esta etiqueta se consolid, tal y como muestra el hecho de que
Vitier la aplique para encajar a la autora en una familia literaria. El reconocido
poeta y crtico se muestra aparentemente ms benvolo con la matancera que
con Buesa o Villarronda y habla de valiosas posibilidades, pero en la resea
subyace un evidente tono paternalista e, incluso, un punto despectivo, al cali-
ficar su tono de inseguro y amenazado por los peligros del provincianismo.
Carilda es mujer, joven y de provincias y, adems, escribe fuera de los mrge-
nes del grupo Orgenes que preside el propio Vitier, todo ello hace de ella un
elemento extrao y, quiz, amenazante; el antlogo se ve obligado a incorpo-
rarla a causa de su ostentacin del Premio Nacional y del reconocimiento popu-
lar, pero, posiblemente, no la considera al nivel de otros autores que apare-
cen recogidos en la obra. De ah que lo destacable en ella sean aspectos como
su desenfado formal o su ansia de veracidad en lugar de su labor de renova-
cin de las estrofas tradicionales o lo novedoso de su temtica. A pesar de los
pesares, el hecho en s mismo de que aparezca en la antologa ya es suficien-
temente relevante, puesto que supone su entrada en la historiografa cubana
oficial. Eso s: es una entrada diferente, una entrada oblicua. Nada que ver con,
por ejemplo, la entrada de Roberto Fernndez Retamar, tambin muy joven
en el momento de la publicacin de la antologa (aparece, precisamente, el
ltimo), pero que es acogido con mayor solemnidad y fervor. El tiempo corro-
borar, indirectamente, las apreciaciones de Vitier: Carilda se convertir en un
personaje pblico ms relacionado con el espectculo que con lo meramente
literario, mientras que Fernndez Retamar pasar a ser el crtico y poeta cubano
por excelencia en la segunda mitad del siglo XX, en muchos aspectos sucesor
del propio Vitier. Significativamente, Fernndez Retamar no mencionar a Carilda
Oliver en sus obras crticas de gran repercusin literaria, tales como Para una
teora de la literatura hispanoamericana (1995), donde s se hace eco de la gran
mayora de poetas cubanos contemporneos.
Agustn Acosta, poeta tambin matancero y amigo de la autora desde 1947,
escribe el prlogo a Libreta de la recin casada,2 donde se refiere a lo espiri-

2. OLIVER LABRA, Carilda (1955). Libreta de la recin casada. Matanzas: Ediciones Milans.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tual cotidiano (2004: 161). Por primera vez se prioriza en la obra de Carilda lo
cotidiano, pero slo como un adjetivo de lo espiritual. Este prlogo es ya un
preludio del enfoque que la crtica dar a la produccin carildiana ms adelante,
cuando la poesa coloquial etiquete muchos de los espacios en blanco de la
escritura contempornea. A pesar de ese tibio acercamiento a lo terrenal, la poe-
sa seguir mirando hacia arriba aunque nuestra poeta se empee en situarla,
precisamente, al sur de su garganta. De esta manera, Acosta (2004: 161) afir-
mar: No importa que la impresin de un hecho vulgar carezca de espirituali-
dad: ella le comunica la suya, y el hecho aparece espiritualizado, como si Carilda
fuera una especie de mstica, capaz de elevar consigo todo lo que toca. Por
qu esa obsesin por conectar la potica de Oliver Labra con lo etreo?: para
diferenciarla de las otras mujeres y, as, salvarla? para colocarla del lado de la
poesa espiritual, que es, segn un fuerte sector de la tradicin, la verdadera
poesa? para negar lo femenino en su escritura? Tal vez la utilizacin de lo espi-
ritual es un forzado intento por hacer calzar sus versos en el campo de lo des-
erotizado, de lo no sexuado, como si el tributo de Carilda para entrar en los
mecanismos culturales oficiales fuera alejarse de la representacin del cuerpo
o utilizarlo solamente para trascenderlo. Esta representacin pseudomstica lle-
vada a cabo sobre la figura del poeta se concreta, en el caso de las mujeres que
escriben, en una serie de atribuciones particulares como son el infantilismo, la
inocencia, la ternura o la esperanza. La mujer escribe poesa pero lo hace desde
una posicin inferior, la del infante angelical; esa es la va que parece legiti-
mar la escritura de Carilda en sus primeros tiempos y que le permite entrar en
el campo cultural reconocido y vinculado al poder. No obstante, se hace impo-
sible obviar determinados rasgos de su obra, los cuales escapan a esta catego-
ra casi celestial en la que se la pretende incluir. De acuerdo con esto, Acosta
(2004: 162) la describe as: Seria y tierna, modesta y fuerte, su espritu exqui-
sito acuna los ngeles que ella misma crea. Subvirtiendo por debajo, como
un segundo texto que espera escondido tras las grandes palabras (espritu, nge-
les, etc.), aparecen seria y fuerte, adjetivos que nos alejan de esa visin ms-
tica y apuntan hacia una nueva construccin de la poeta. Pasarn dcadas hasta
que aflore completamente esta nueva configuracin.
Pogolotti, curiosamente, destaca esos rasgos de fortaleza levemente apun-
tados en la crtica de Oliver Labra hasta el momento e histricamente atribui-
dos a lo masculino y su produccin. La profesora Pogolotti (2004: 28) dir de
Carilda que es, desde luego, un poeta autntico porque tiene, sobre todo,
carcter. En el momento en que se destaca el carcter (entendemos un carc-
ter fuerte) tiene lugar una correspondencia con lo masculino: ella es un poeta
autntico y no una poeta autntica. La poeta es revestida de dotes masculinos
con la (al menos aparente) intencin de ensalzar caractersticas que, como mujer,

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seran reprochables. Adems, Pogolotti (2004: 28) parece ser la primera en apun-
tar explcitamente la sensualidad en los versos de Carilda, aunque, inmediata-
mente, la proteja afirmando que son siempre limpios en el afn, nunca mor-
bosos y turbios.

2. La novia que todos quisieron tener


Durante las dcadas siguientes, tras el efecto sorpresa inicial que provoca Al
sur de mi garganta, ganadora del Premio Nacional de Poesa y con los avatares
de la Revolucin, se reduce considerablemente la atencin de la crtica a la pro-
duccin de Carilda Oliver, aunque en esos aos su obra se multiplica (es, sin duda,
una autora prolfica).
En 1987 aparece Calzada de Tirry 81, con un interesantsimo prlogo de Alci-
des en formato epistolar. La ficticia carta aparece encabezada por Enigmtica
amiga, lo cual resulta muy significativo. La imagen de Carilda ha dado un salto
importante: la muchacha rubia ha crecido y se ha convertido en una mujer rode-
ada de misterio. El enigma es ahora uno de los puntos clave de su construccin
social y de la interpretacin de su obra.
Tu poesa es como el cigarro: un vicio del que nunca lograr curarme (1987:
5), as se inicia el texto. Carilda es, pues, un vicio. Esta categorizacin es emple-
ada en el prlogo con una connotacin positiva, pero deja traslucir otros senti-
dos que la ponen en comn con lo obsceno, con lo prohibido, con el placer
oculto. Un haz de significaciones ambiguas que transgreden la obra para insta-
larse en la poeta y ponerla en contacto con la idea de mito.

Como Silvia Pinal en su tiempo, Rita Hayworth, Liz Taylor o Greta Garbo y la
Bardot, t has sido un ideal. Callarlo impedira penetrar en gran parte las razones
por las cuales t y tu poesa han sido un mito. Como para todos los de mi gene-
racin, caballeros blancos en canas ya algunos de ellos, y otros barrigones y hasta
calvos, hoy t eres una hermanita (la menor); pero para los muchachos de maana
y de siempre, continuars siendo una novia: la novia que todos quisieron tener.
(1987: 5)

Lo que aparentemente se presenta como un elogio, deja transparentar una


actitud de superioridad y condescendencia con respecto a la obra de Oliver
Labra. Ella es la hermanita menor, no slo por la diferencia cronolgica que la
separa de los poetas contemporneos a Alcides sino por la temtica de sus
versos, ella es la que escribe versos de amor: Sucede que t eres nuestra con-
ciencia de Amor, que t, Carilda Oliver Labra, haces la poesa con la temeri-
dad con que los jvenes hacen el amor, y que el Amor alcanza en tu Poesa la

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

temeridad inevitable de los grandes acontecimientos (1987: 6). Y, para los mucha-
chos, representa la figura de la novia, como si su poesa presentara una ligazn
inevitable con lo adolescente. En contraposicin con ese fuerte grupo de cre-
acin y crtica que supuso Orgenes, la obra de Carilda es considerada (aunque
sea indirectamente) menor porque est alejada del tono de solemnidad y tras-
cendencia que caracterizaba a aqullos. Ella es novia y hermana menor, defi-
nida siempre en relacin al otro, precisamente, al hombre.
A tanto llega la envoltura creada en torno a la figura potica, que Alcides
llega a afirmar: Tan natural y tan Carilda eres que quienes te conozcan ni siquiera
tendran que leerte (1987: 6). Carilda es ya un significante dotado de una deno-
tacin y connotacin definida, independiente de su escritura, presenta unos atri-
butos propios que vencen y supeditan a su produccin. Ella es mi Carilda: se
ha producido una apropiacin por parte de sus compaeros escritores contem-
porneos y por parte del pueblo cubano, una apropiacin que neutraliza su
escritura.
No obstante, Alcides reivindica la necesidad de una revisin de la obra de
Carilda desde la perspectiva del coloquialismo:

El coloquialismo y la mal llamada antipoesa estaban ya en tu poesa de los


cuarentipico, y que eres t una mujer! quien introduce en la poesa de la gene-
racin, la cebolla y la potasa y el jabn y los zapatos y el tranva, y el Cdigo
Civil junto con el desplante y la carga honesta de erotismo que no pocos haba-
mos de cultivar despus.

Pero ubicar la obra de Oliver Labra en el debate de la poesa conversacio-


nal no es ms que descentrar la verdadera revisin que necesita y que estara
fundamentada en otros pilares como el de la llamativa utilizacin de comenta-
rios del tipo una mujer! para su descripcin y anlisis. S es necesaria la revi-
sin pero desde otra perspectiva, la de su discutida inclusin en la literatura ofi-
cial a coste de la neutralizacin y manipulacin de sus principales rasgos
distintivos.
Lpez Lemus retoma la etiqueta del coloquialismo y se la adjudica definiti-
vamente a Carilda al incluirla en su Palabras del trasfondo. Estudio sobre el colo-
quialismo cubano. Es la primera que incluye en el listado, por considerarla pre-
cursora aunque no miembro de pleno derecho a causa de su veta neorromntica.

La poesa de Carilda Oliver Labra (1924) se aleja de todo trascendentalismo,


de todo deseo de ser profunda, filosfica, reflexiva. Es como si llegramos de
visita a la casa de una amiga, y de pronto ella nos trajera, junto al convite de cor-
tesa, un manojo de versos que ha escrito o imaginado mientras escoge el arroz,

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

tiende la cama, o cuando se ha sentado a descansar con la aguja y el hilo de las


reparaciones. (1988: 180)

Con estas palabras comienza Lpez Lemus su apartado dedicado a Carilda,


inicio que resulta bien significativo. Lejos del tono que emplear en el trata-
miento del resto de autores, presenta a la autora como la amiga (en la misma
tnica de la hermana de la que hablaba Alcides) que escribe en medio de
sus labores domsticas. Con seguridad el crtico no se hubiera atrevido a esta-
blecer esta comparacin si el escritor fuera un hombre, y le hace ciertamente
un flaco favor aunque pretenda alabarla por su sencillez. De nuevo, el halago
es una trampa que descubre el lugar donde la crtica ha colocado a la escritora.
Lpez Lemus (1988: 180) habla de flujos del corazn [...] escritos por una sen-
sibilidad supraemotiva que se canta a s misma, y por tanto, toma de su bio-
grafa emocional la materia prima de sus creaciones. El empeo de la crtica en
trabar una ligazn indestructible entre obra y vida, y la superficial y negativa
etiqueta de poeta emotiva trastocan la entrada de Carilda en la historiografa
literaria. Esta entrada en el crculo literario oficial no es ms que un reflejo de
la imagen construida sobre la poetisa-leyenda (Lpez Lemus, 1988: 181).

3. El mito: el triunfo del personaje


En 1997 se publica Cinco noches con Carilda, un libro consistente en la trans-
cripcin y narrativizacin de las conversaciones mantenidas entre la poeta y un
popularsimo periodista de la televisin cubana. Nada es casual: ni el ttulo, que
remite fcilmente a un nombre de programa televisivo; ni el escritor, proveniente
de los medios de comunicacin; ni el tipo de entrevista, claramente sensacio-
nalista. Con estas palabras presenta el libro Armando Cristbal, director de la
Editorial Letras Cubanas.

Un encuentro, pues, entre Carilda, la mtica musa y poetisa matancera, y Vicente,


el comunicador nato e informado. Entre la audaz muchacha que, a pesar de todo,
no posee malicia y escribe conocidsimos versos (es un lugar comn, lo reconozco,
pero resulta inevitable citar: me desordeno, amor, me desordeno!). Y el agudo,
a veces impertinente, intuitivo modelador de una exitosa y recin historia de la
televisin para mostrarla en la televisin con los medios propios de la televisin.
Carilda Oliver Labra y Vicente Gonzlez Castro, en vivo y en directo. (1997: 6)

Este breve fragmento condensa el cambio de perspectiva que se ha produ-


cido sobre la imagen pblica de Carilda: ha pasado de ser la audaz muchacha
que escribe poesa sin malicia a la mtica musa. Y, como mito moderno, entra

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en el circuito de los medios de comunicacin. El editor aade ms adelante


cmo negarse a disfrutar el xito editorial de un mano a mano entre Carilda y
Vicente (1997: 7). Ya no hay duda: la construccin de Carilda como mito est
directamente relacionada con su conversin en producto, con su entrada en
el mercado de las intimidades trascendentes (1997: 7). La vida de Carilda se
convierte en un bien de consumo ms ansiado que su obra potica. Gonzlez
Castro deja claras sus intenciones en la Nota al lector del libro: le dije que no
vena a ella tras sus glorias poticas, sino para descifrar su mito (1997: 16).
Las preguntas escogidas y la estructuracin del libro suponen lo ms interesante
de ste (mucho ms que las respuestas de la propia Carilda), puesto que ponen
de manifiesto con claridad el modelaje que se ha llevado a cabo sobre la figura
de la poeta. Sin olvidar que ella acepta el juego e, incluso, participa de su redac-
cin ltima.
El libro (resulta complicado incluirlo en algn gnero) se organiza en cinco
captulos, que corresponden a las cinco noches de entrevista. El primero, titu-
lado Anatoma de la tristeza (los nombres de los captulos presentan una cierta
familiaridad con nombres de novelas de folletn o telenovelas), da vueltas en
torno a la primera y principal pregunta del libro: Por qu el mito de Carilda? A
la cual ella contesta:

Yo trato de explicrmelo y creo que la primera causa fue el intento de suicidio


de mi primer esposo y el de un muchacho con el que yo no tuve nada que ver.
De eso no quiero ni hablar: segundo suicidio. Despus vienen un chiflado, poeta
pero chiflado, que era graduado de la Sorbona, y se enamora de m, pero como
yo tena novio, se enreda a piazos con l: se cayeron al ro y casi se ahogan...
y vino el otro escndalo.

Luego se suicida de verdad Hugo... Mi matrimonio con un hombre mucho ms


joven que yo. Tambin estn los rumores del presunto romance entre Heming-
way y yo, que no existi, y la ancdota publicista de un peridico surameri-
cano en relacin con aquel poeta que despus escal el Aconcagua para gritar
desde el pico que me amaba. sas pueden ser las causas del mito, pero tal vez
en alguna de ellas yo no tenga nada que ver. (1997: 24)

Las supuestas causas que seala Carilda son episodios relacionados con su
vida sentimental, real o ficticia. No hace mencin a lo arriesgado o transgresor
de sus versos, al fuerte erotismo de sus sonetos, a la repercusin de su obra...
no. Ella misma participa, pues, de la imagen colectiva que se ha creado en torno
a s misma o, como mnimo, es consciente de los mecanismos que la han cre-
ado, tal y como delata la ltima frase: pero tal vez en alguna de ellas yo no

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

tenga nada que ver, en la cual subyace toda una declaracin de intenciones.
El suyo es un juego de ambigedades consistente en la provocacin oculta tras
estrategias de inocencia. Hablando de uno de los hombres que, supuestamente,
han contribuido a su mito, afirma: sin darme cuenta lo provoqu (1997: 29).
Ese parece ser el parapeto que salva a la autora a lo largo de las entrevistas: la
inconsciencia de su capacidad de provocacin. No obstante, ella misma lo ha
dicho: si en algunas causas no tiene nada que ver es porque, en todas las dems,
s ha tenido que ver.
En el segundo captulo, titulado (no casualmente) Una muchacha buena,
el entrevistador declara: Saba que, en alguna medida, poda contribuir a que
muchas personas no juzgaran a Carilda con severidad o, al menos, podra dar-
les los elementos necesarios para que, en lo adelante, los juicios fueran exac-
tos (1997: 58). Encontramos en esta obra una clara intencin de salvar a Carilda
ante la opinin pblica, pero esta pretensin es, en realidad, tramposa. La
presuncin de que debe ser redimida ya le supone una falta previa, algo que
hay que subsanar y, por tanto, en lugar de clarificar la imagen de la poeta,
aumenta la expectativa y el mito. A lo largo del captulo, queda claro que el
pecado del que debe redimirse es el sexo, y hacia ello orienta la conversacin
el periodista, obteniendo respuestas de la autora como Es un libro de amor en
el que hay mucha calidad humana, y no hay nada absolutamente nada! de
sexo, incluso no hay alusiones (1997: 67) (refirindose a Al sur de mi garganta)
o haciendo comentarios como Lo del erotismo piensa que es un disfraz; jus-
tamente porque es un sentimiento que en ella ha sido bastante reprimido y trau-
mtico (1997: 75).3 Lo que afirmaciones como stas consiguen es descentrar
el sexo como materia potica en su obra y justificar la aparicin de este tema
como consecuencia de la vivencia traumtica de ste, estableciendo una rela-
cin indivisible entre la experiencia personal del poeta y su produccin (el autor
se ha tomado la molestia de relatar anteriormente los dos intentos de viola-
cin padecidos por la autora, los mltiples amoros infructuosos, la complicada
moralidad mojigata de un lugar como Matanzas, etc). Todo ello pone de mani-
fiesto una voluntad de corregir el tratamiento del sexo en la obra carildiana:
una mujer, si escribe sobre sexo, no puede hacerlo desde una perspectiva posi-
tiva y vital, sino como resultado del trauma.

3. Esta afirmacin no aparece como declaracin directa de la autora sino como alusin del narra-
dor-periodista, es decir, a travs del discurso indirecto, muy peligroso en un tipo de libro como
este, puesto que difumina los lmites entre lo dicho por la entrevistada y lo dicho por el entrevis-
tador; no obstante, no podemos olvidar que est revisado y, por tanto, consentido, por la propia
Carilda.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El tercer captulo, Har que perdonarme la tristeza, continua en esta misma


lnea. El narrador-entrevistador le pregunta sobre su poema ms conocido, Me
desordeno, amor, me desordeno, y afirma:

La provoco comentando que muchas personas lo encuentran muy morboso, muy


carnal, casi burdo. Ella no comprende qu pasa con ese poema que tantos tras-
tornos le ha ocasionado. No acierta a entender por qu provoca a quienes lo leen
esa extraa reaccin, cuando, por el contrario, es tierno y describe el primer acer-
camiento al amor. (1997: 85)

De nuevo, hallamos una justificacin inducida, provocada (como el propio


entrevistador seala). La autora aade: Aunque la gente no lo crea, es un poema
muy espiritual (1997: 85). La espiritualidad que se le atribua en las primeras
reseas y artculos vuelve a emerger en este libro como mecanismo de legiti-
macin, transmitiendo la idea de que una mujer slo puede escribir la sexuali-
dad como manifestacin de una relacin espiritual ms profunda. Con la pre-
tensin de dejar clara esta hiptesis, el autor finaliza el captulo diciendo:

Para Carilda, la atraccin sexual es la forma ms primitiva del amor, porque es la


trampa que la naturaleza le impone a las especies para perpetuarse, pero la gente
debe ir ms all, aprender a amarse. No es que ella piense que el sexo sea con-
denable, pero cree que hay que saber sublimarlo, pues de nada sirve eso si no
se tiene lo otro. (1997: 115)

De nuevo la ambigedad del discurso indirecto, de nuevo la necesidad de


sublimacin, de nuevo una excusa. Leyendo estas declaraciones y leyendo la
obra de Carilda parece producirse un desfase discursivo, una dislocacin de los
centros temticos. Resulta difcil pensar que un autor que escoge en sus poe-
mas la palabra puta y no ramera, o cualquier otra, insista con tanta vehe-
mencia en la espiritualidad, en la inocencia, en la sublimacin de sus versos.
Tal vez es parte del juego de hacer y negar lo hecho, de ensear y escon-
derse, propio de la provocacin; o, tal vez, es el tributo a pagar por una mujer
que supera los bordes de la escritura que se le considera propia y debe justifi-
carse por ello.
En el cuarto captulo, Me hace falta un cielo (los ttulos continan con la
tnica de espiritualizacin), la legitimacin se lleva a cabo a travs de la bio-
grafa profesional. Carilda aparece como la buena maestra: Nunca rega a sus
alumnos; ms bien, era amiga de ellos (1997: 123). Esta exaltacin de su vena
docente por encima de los distintos cargos polticos que ocup (tambin mien-
tras estuvo Batista en el poder) supone el segundo mecanismo de redencin

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

del libro, tras la redencin sexual nos encontramos con la redencin poltica:
Muchos [...] han buscado siempre en ella el viso de la duda, de la falsedad patri-
tica, pero De tantas dudas y acusaciones de sus enemigos abiertos o encubier-
tos, ha salido limpiamente (1997: 124). As, limpia, sale Carilda de este libro
o, al menos, esa parece ser la pretensin superficial del libro.
El ltimo captulo, Anoche he soado contigo, confirma y cierra lo mani-
festado anteriormente. El entrevistador afirma: me molesta mucho ver cmo se
distorsionan las cosas, al extremo de que Carilda es, para algunos, una especie
de prostituta retirada y dedicada al oficio de escribir poesas (1997: 138).
Por eso pretende ofrecer a los lectores una imagen mucho ms justa que la que
ya tenan, en la que lo ertico ocupara su lugar exacto, pero ni ms ni menos
(1997: 138). Vuelta una vez ms a la reubicacin del sexo en Carilda, pero esta
vez no en su obra, sino en su vida. Vuelta tambin a la confirmacin de su fide-
lidad a la Revolucin, para lo cual llega a reproducir la carta enviada por Fidel
Castro a Carilda con motivo de las cuatro dcadas de la composicin de su Canto
a Fidel,4 en la cual el dirigente habla de el testimonio agradecido de todos los
que de una generacin a otra, y ya van siendo unas cuantas hemos disfrutado
alguna vez de tu poesa apasionada, y el de todo tu pueblo que te siente esen-
cialmente suya (1997: 149). La carta de Fidel, adems de dejar atado y bien atado
el posicionamiento poltico de Carilda ante todos aqullos que la han acusado
de traidora, es representativo en cuanto que recoge las principales caractersti-
cas que definen la parte supuestamente positiva del mito: por una parte, su apa-
sionamiento en la poesa (pasin y poesa irn ligadas en muchas de las inter-
pretaciones de los textos de la autora) y, por otra, su pertenencia al pueblo que
la siente, como dice el comandante, esencialmente suya, como si Carilda fuera
parte del patrimonio nacional cubano.
Hacia el final del libro el narrador realiza la pregunta clave: Aunque creo
saber la respuesta, le pregunto si le interesa lo que digan los dems, y, obvia-
mente, me dice que no, se re a plenitud y agrega que si le preocupara, ya se
hubiera muerto de dolor (1997: 154). La negativa es una convencin: si no le
importa la opinin del pblico, no tiene sentido un libro como este.
El libro, vertebrado a travs de ese desvelar (quitar los velos que cubren
al mito para dotarlo de otros que la legitiman precisamente como mito), cae
finalmente en su propio juego y se cierra con una serie de comentarios de la
voz conductora que encajan perfectamente en la imagen que supuestamente se
pretenda desmontar. Tales como: Cuando logro abstraerme del encanto de su
conversacin y contemplo a esta mujer que seduce a hombres de tantas gene-

4. Incluido en: OLIVER LABRA, Carilda (1987). Calzada de Tirry 81. La Habana: Editorial Letras
Cubanas.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

raciones, veo que an mantiene cierto misterio que la hace sumamente atrac-
tiva (1997: 155). O:

Cuando se habla con Carilda, uno siempre se pregunta si se tiene delante a un


ngel o a un demonio disfrazado de pudor.
Su cuerpo, todava slido, se contonea con gracia y elegancia. Me imagino cunto
debe sufrir una mujer as, al ver que tambin sus emociones y sentimientos siguen
siendo muy jvenes, pero su rostro comienza a sentir el paso de los aos.
No obstante, la coquetera de Carilda no es de ahora, porque teme a la vejez. Ya
antes dedicaba horas a teirse el pelo todas las semanas, de un color diferente
a pesar de que el suyo es prodigioso, o se pona pestaas postizas, que tam-
poco le hacan falta. Andaba por las calles con muchos adornos y prendas para
llamar la atencin de los dems, siempre aparentando un aire de mujer fatal que
ni ella misma sabe por qu razones disfrutaba. (1997: 156)

Al autor del libro, a la editorial del libro, no le interesa desmitificar el per-


sonaje de Carilda por claros intereses de tipo comercial. Slo pretende legiti-
marlo para que sea digno de su tratamiento de mito pero sin despojarlo de su
productivo misterio: Carilda es un bien de consumo.
El remate del libro viene dado por un eplogo en el que Carilda comunica
su prximo enlace con Raidel Hernndez Fernndez, del cual le separan toda-
va ms aos que de su segundo marido. De manera que el texto concluye con
el broche sensacionalista propio de los programas del corazn y da pie a la con-
tinuidad del mito. Se trata de una estrategia de perpetuacin: Carilda no es un
producto interesante por su vida pasada sino por su actual vida. Sigue en el
mercado, continua siendo espectculo.

4. Pespunte
De muchacha dulce a mito ertico, de espiritual a profundamente carnal, de
neorromntica a poeta coloquial. La figura de Carilda Oliver Labra ha dado serios
bandazos en el discurso crtico del siglo XX. stos manifiestan la perplejidad
de un estadio crtico que pretende absorberla para neutralizarla pero no sabe
cmo incorporarla a la tradicin literaria. Hacer un seguimiento de la produc-
cin terica que ha acompaado la obra de Carilda es un interesantsimo tra-
bajo del que aqu slo hemos podido llevar a cabo una muestra. Se trata de
un trabajo que puede darnos claves sobre las lneas de evolucin de la poesa
en la segunda mitad del siglo XX y sobre la inscripcin de las mujeres en los
campos culturales, una inscripcin todava problemtica.

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L A E N C A R N AC I N D E L A P O E S A I B E R OA M E R I C A N A D E L S I G L O X X

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BUENO, Salvador (2004) Al sur de mi garganta. En A. Zaldvar y R. Hernndez
(comp.): El Don Perpetuo. Miradas a la obra de Carilda Oliver Labra. Matan-
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Buenos Aires: Nueva Visin.
VITIER, Cintio (1952). Cincuenta aos de poesa cubana. La Habana: Ediciones
del Cincuentenario.

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ENRIQUE VILA-MATAS, SERGIO CHEJFEC. LIBROS ESCRITOS POR PERSONAJES DE NOVELA
Jos Vicente Cintas Borrs

La relacin exacta con el mundo es el rodeo


M. Blanchot

Resumen

En este ensayo se estudia la literatura del barcelons Enrique Vila-Matas y


del bonaerense Sergio Chejfec. Se sugieren correspondencias textuales y afi-
nidades tanto estilsticas como temticas entre la literatura de ambos autores
a partir de la siguiente presuposicin: la asimilacin mutua entre vida y lite-
ratura que se da en la escritura de Vila-Matas y de Chejfec rebasa las posibi-
lidades narrativas del monlogo interior y, no obstante, en tal asimilacin sub-
yace una nocin de subjetividad de la cual, a su vez, procede la controversia
en torno a los gneros literarios. Las cuatro cuestiones en que se despliega la
presuposicin se abordan parcialmente y evitando construir un argumento. El
objetivo del ensayo no es constatar la presuposicin inicial, sino sealar a par-
tir de ella, pero siempre desde la reserva y la discrecin, cmo puede abrirse
a nosotros el espacio literario de algunos textos de Vila-Matas y de Chejfec.
Este ensayo consta de seis apartados.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. La presencia de la literatura hispanoamericana en la escritura de Vila-Matas


y un motivo de su literatura
El inters de Vila-Matas hacia la literatura americana as como su conoci-
miento de ella se hacen evidentes a partir de las abundantes referencias que
pueden encontrarse en sus pginas a autores americanos. El pasado 9 de marzo,
da en que hizo cien aos que muri el poeta Julio Herrera y Reissig,1 se public
un texto de Vila-Matas titulado Torre de los panoramas dedicado a este poeta
y a otros autores de Montevideo. Segn Vila-Matas, en su momento, tan slo
Valle-Incln percibi en Espaa la renovacin que vena de la mano de Herrera
y Reissig. Sin embargo, llama la atencin, contina diciendo Vila-Matas, el duro
desinters de hoy hacia el mundo americano. En esta Torre de los panoramas
Vila-Matas expresa su admiracin por el talento de Juan Carlos Onetti para el
relato, as como el de Idea Vilario para la poesa.
Esta Torre de los panoramas no es una manifestacin aislada del inters de
Vila-Matas hacia la literatura hispanoamericana, pues en su ltima novela, Dubli-
nesca, contina teniendo presente la literatura de Montevideo. En la pgina
61 se acuerda de Idea Vilario y en la 180 de Onetti. Pero no solo se refiere a
los escritores de Montevideo, sino tambin a Cortzar en las pginas 65 y 86,
a Borges en la 256, y en la 85 a Bolao, acerca de quien Vila-Matas ya escri-
bi un texto cuyo tema principal fue la transformacin de uno mismo en un
personaje literario. Vida y literatura abrazadas.2 Considerando conjuntamente
esta transformacin y este abrazo en el horizonte de los referentes literarios his-
panoamericanos, puede sospecharse el motivo de la literatura de Vila-Matas.
Podran aducirse tambin referencias procedentes de textos de aos anterio-
res para apreciar la presencia de la literatura hispanoamericana en la de Vila-
Matas. Pero por no incurrir en el inventario y evitar lo que podra ser algo as
como el catlogo de los autores hispanoamericanos de Vila-Matas, su inters
hacia aquellos puede entenderse hacindolo gravitar en torno al escritor argen-
tino Sergio Chejfec. Ambos autores se han ocupado el uno del otro en unos tex-
tos breves que por su densidad se revelan infinitos, pues en ellos centellea en
tanto que ausente cuanto les excede.
Chejfec ha percibido la armadura de la literatura de Vila-Matas y la ha des-
crito lacnicamente en un texto titulado Cuando la literatura es experiencia.

1. Es instructiva la contextualizacin que Carmen Ruiz Barrionuevo hizo de la obra de este poeta
montevideano en el texto que public en 1991 en la Universidad de Salamanca. Para abundar en
Herrera y Reissig vase el Prlogo de Idea Vilario a Poesa completa y Prosa selecta de Julio Herrera
y Reissig en la edicin de Alicia Migdal (1978) Ed. Biblioteca Ayacucho. Asimismo, la edicin cr-
tica coordinada por ngeles Estvez publicada en 1998 por la editorial Allca XX de Santiago de Chile
rene textos sumamente interesantes acerca de Herrera y Reissig.
2. VILA-MATAS, Enrique, Bolao en la distancia.

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L I B R O S E S C R I TO S P O R P E R S O N A J E S D E N OV E L A

Para Chejfec los libros de Vila-Matas asocian constantemente mundo y lite-


ratura [...] los trazos con los que se urde la literatura se hilvanan consistente-
mente con los de la vida. Son las mismas palabras que Vila-Matas emple para
hablar de Bolao. Si bien esa asimilacin entre literatura y vida o mundo no
es nueva, pues sedujo a los escritores y artistas desde hace siglos (el romanti-
cismo3 es un importante precedente), Chejfec dice que se trata del nfasis con
el que Vila-Matas aborda literariamente la relacin entre literatura y vida o mundo.
Se trata de un abrazo esencial que, como expresa Vila-Matas, permite vivir
en el centro del mundo. Para vivir este abrazo esencial se exige flotar sobre la
metamorfosis literaria de la percepcin del espacio y del tiempo. Abrazar lite-
ratura y vida es el motivo de la escritura.
En lo indiscernible entre literatura y vida est el motivo de la escritura de
la autoficcin. Que los libros puedan estar escritos por los personajes que en
ellos aparecen no puede entenderse a partir de la observacin de que a menudo
los protagonistas de los libros de Vila-Matas y de Chejfec son escritores que leen
y son ledos. Vila-Matas emplea la nocin de autoficcin4 para designar la rela-
cin fabulosa entre ficcin y biografa, entre personaje de novela y autor. Sin
duda, el solapamiento de ficcin y biografa no nos deja indiferentes. La per-
plejidad que suscita la relacin enftica entre vida y literatura exhorta a una
reflexin en torno a la nocin de subjetividad. El personaje autor de novelas se
entiende a s mismo como un texto escrito.5 Este es el primer eje en que se des-
pliega la presuposicin inicial. Podra entenderse el vnculo entre vida y litera-
tura como una provocacin que hace posible la reflexin acerca del problema
del sujeto. Seguramente la nocin de autoficcin debera situarse al margen
de la nocin de pacto autobiogrfico que ha desarrollado Philippe Lejeune.6

3. Los referentes romnticos para este ensayo son, entre otros, los textos de Wackenroder y
Tieck, y los del joven Hegel.
4. A Vila-Matas pertenece la nota Autoficcin; en ella dice que la nocin la ha extrado de
Serge Doubrovsky.
5. En la palabra escrito cabe considerar la dimensin insondable y abismal inherente a la
palabra escrita. Es lo inhspito e inabarcable de los personajes que se entienden como escritos.
No se trata de estar escrito en participio ni fijado con un aspecto definitivo. En Dublinesca el tr-
mino escrito aparece destacado en itlica. En el contexto del romanticismo temprano, ya Wacken-
roder y Tieck consideraron dialcticamente la dimensin esotrica y exotrica del texto. En sus Eflu-
vios cordiales, como dice Cord-Friedrich Bregan, describieron pinturas a base de poemas porque
all donde las imgenes se resisten a ser descritas, la superficie del texto se vuelve asimismo impe-
netrable. Lo mismo ocurre con el escrito que pretende dar cuenta del sujeto: el escrito que
trata de desvelar al sujeto queda l mismo velado dejando, por lo tanto, velado tambin el sujeto
objeto de desvelamiento.
6. LEJEUNE, Philippe (1994). El pacto autobiogrfico y otros escritos. Madrid. Megazul-Endymion.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2. Algunos temas de la literatura de Vila-Matas a partir de sus Relecturas


y de Chejfec
Las Relecturas de Vila-Matas son textos breves de publicacin peridica sobre
los libros de otros autores. Las Relecturas son relevantes en la literatura de Vila-
Matas: ofrecen el elenco de temas de sus novelas as como sus principales
referentes literarios.7 En las Relecturas se da la articulacin de ensayo y relato,
pensamiento y ficcin.8 Este es otro eje de la presuposicin inicial. Tanto Vila-
Matas como Chejfec han expresado que para ellos a la literatura le incumbe la
reflexin, la toma de conciencia. De ah los lmites de lo narrativo o lo inena-
rrable: el pensamiento pasa a entenderse como lo que tambin es literario. Cada
relectura se sumerge en una nota biogrfica que, trascendiendo la ancdota,9 se
torna literaria, autoficcin. No pueden desvincularse escritura y subjetividad. De
la cuestin de los gneros literarios en connivencia con la nocin de subjetividad
resulta el estilo de las Relecturas. El estilo y el tema de las Relecturas coinciden.
De este punto cabe derivar la procedencia biogrfica de la controversia de los
gneros literarios. El origen de las disputas sobre la diferencia o asimilacin
de los diferentes gneros literarios est en la nocin de subjetividad que se
maneje.10
En la Relectura n. 10, titulada Doctor Finnegans y Monsieur Hire, Vila-
Matas escribe: Mis dos mundos, la novela de Sergio Chejfec despert podero-
samente mi atencin. Y evocando quiz el reconocimiento que en su momento
expres Valle-Incln hacia Julio Herrera y Reissig, hoy Vila-Matas considera que
Mis dos mundos de Chejfec abre un espacio muy interesante para la novela del
futuro.
No es ni impreciso ni una exageracin proponer la Relectura n. 10 de Vila-
Matas como prlogo a Mis dos mundos de Chejfec. De un modo afn a como
Borges hizo converger la novela psicolgica o de corrientes de conciencia con
la realista en el prlogo que prepar para La invencin de Morel de su amigo
Adolfo Bioy Casares, Vila-Matas entiende que la escritura de Chejfec en Mis dos
mundos es hbilmente cmplice del estilo de James Joyce en Finnegans Wake
y del de Georges Simenon en La prometida de monsieur Hire. Por ello Mis
dos mundos de Chejfec es lo que Borges y Vila-Matas llamaran una obra de

7. Estas palabras sobre las Relecturas de Vila-Matas se refieren a las trece que el autor ha escrito
hasta hoy. Sin duda, la reunin de todas ellas ha de dar lugar a un libro por venir importante
para la literatura.
8. Esta articulacin afecta directamente la relacin realidad-ficcin: No hay da en que no vea
borradas las fronteras entre la realidad y la ficcin, VILA-MATAS, Enrique, Explorador que avanza.
9. PARDO, Jos Luis. Basado en hechos reales. En el blog de Vila-Matas.
10. Con ello se est ante la todava irresuelta controversia entre la modernidad y la posmo-
dernidad.

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L I B R O S E S C R I TO S P O R P E R S O N A J E S D E N OV E L A

imaginacin razonada.11 Lo relevante de Mis dos mundos radica en el entusiasmo


por sacudir la consolidada clasificacin que escinde con artificiosa claridad lo que
vino a llamarse el monlogo interior de la novela psicolgica y las descripciones
del mundo circundante, caractersticas de la novela realista. La interioridad reclama
realidad, el argumento y la trama devienen ficticios y artificiosos. Se trata de ajar
a la vez los lmites del monlogo interior y de la literatura realista. Cada uno de
estos dos extremos consisten en lo otro de s, y esta inestabilidad hace que la
novela, ese texto escrito, enlace lo escindido. Entre lo narrativo y lo inenarrable,
en palabras de Vila-Matas, hay tan solo una lbil frontera.
El espacio de los dos mundos representados por el monlogo interior y las
descripciones de la literatura realista est indicado por la lbil frontera por
la que se pasean, sigue diciendo Vila-Matas, dos de los muchos dos mun-
dos que aparecen en la novela de Chejfec. La lectura que Vila-Matas ofrece
de Mis dos mundos hace hincapi en que las condiciones de posibilidad de la
literatura provienen del entrelazamiento de la duplicidad de mundos que en
los apartados siguientes del ensayo se analizan. La novela de Chejfec favorece
la aproximacin literaria de estos mundos, de las dos vas literarias que Vila-
Matas, a partir de Joyce y de Simenon, ha llamado la va Finnegans y la va
Hire.

3. La duplicidad temporal de los mundos


La novela de Chejfec es la narracin de un singular paseo. Posiblemente la
figura ms relevante que adopta la duplicidad de los mundos de Chejfec es de
naturaleza temporal. Las pginas de Mis dos mundos ofrecen los suficientes indi-
cios para que el lector imagine a Chejfec escribiendo su novela a partir de un
mapa y a base de las descripciones de las fotografas tomadas de los diferen-
tes lugares en los que estuvo anteriormente. Chejfec al escribir establecera ana-
logas entre los recuerdos sugeridos por las fotografas que habra repartido
sobre el escritorio y las fotografas mismas.12 La concepcin literaria del mundo
con la que el protagonista de la novela de Chejfec pasea, deambula, transforma
el mundo emprico y provoca que su materialidad pase a un segundo plano de
profundidad relativa, perifrica y flotante.13 Chejfec dice: la literatura que admiro
siempre ha hecho del espacio su mayor interrogante. El acceso al espacio pre-
sente est interferido por el tiempo pasado. Lo presente siempre es ya el recuerdo
y es generado espontneamente por la memoria. Como resultado de la con-

11. BORGES, Jorge Luis, Prlogo. En BIOY CASARES, Adolfo (1989). La invencin de Morel. Madrid.
Alianza.
12. CHEJFEC, Sergio (2008), p. 46.
13. Ibd., p. 25.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

fluencia indeleble de los dos mundos que no estaban separados,14 el caminante


de Chejfec expresa: en las caminatas una imagen me lleva a un recuerdo, o a
varios, que a su vez imponen otras evocaciones y pensamientos conectados.15
La singularidad del paseo narrado por Chejfec consiste en la metamorfosis
literaria de la que resultan un espacio temporalizado, o pensado, y un tiempo
casi extenso que resulta inenarrable porque escapa al lenguaje.
La nocin de paseo, o de caminata, de la novela de Chejfec es profun-
damente afn a la nocin de viaje de los textos de Vila-Matas. Convendra con-
siderar el uso clsico de la nocin de viaje como metfora de la construccin
de la biografa o de la subjetividad. Este es el tercer elemento de la presuposi-
cin inicial. Fue influyente el anlisis que en 1944 hicieron Adorno y Horkhei-
mer de la Odisea de Homero. En definitiva se trataba del radical cuestionamiento
del viaje debido a la irrupcin del lenguaje en la conciencia y al aprovecha-
miento de la ambigedad del mismo. Odiseo se salv porque al adaptar su
muerte a la ambigedad del lenguaje pudo presentarse como nadie ante el
cclope Polifemo.16 El lenguaje irrumpe en la conciencia como el elemento cen-
tral del viaje. El viaje en el que haba de consistir la construccin de la auto-
biografa pudo ser topogrfico y sin embargo ser pensado, recordado. En su
novela, Chejfec establece una identidad entre caminar y pensar hasta el extremo
de transformar el paseo en un asunto inventado,17 en el asunto de una subje-
tividad compleja con connotaciones existenciales. Ser el ejercicio de la remi-
niscencia a partir del cual se ha de hallar la analoga de la duplicidad tempo-
ral que se genera entre el recuerdo y el instante presente, hasta borrar la diferencia
entre acordarse y mencionar.
Los referentes literarios de Vila-Matas en torno a la cuestin del viaje van
desde Francia hasta Amrica, desde Xavier de Maistre hasta Chejfec pasando
por lo que vino a llamarse la literatura del boom hispanoamericano. Vila-Matas
recupera el Viaje alrededor de mi habitacin que Xavier de Maistre escribi

14. Ibd., p. 128.


15. Ibd., p. 24.
16. HORKHEIMER, Max y ADORNO, Theodor W. (1970). Dialctica del iluminismo. Buenos Aires.
Sur.
17. CHEJFEC, p. 43. Por otro lado, no puede olvidarse ni El paseo repentino que Vila-Matas
cuenta en la antologa Recuerdos inventados (1994) ni el maravilloso paseo del Johannes Clima-
cus de Kierkegaard. Para una perspectiva filosfica de la correspondiente invencin o versin de
mundo que implica este tipo de paseo, RIBES NICOLS, Diego, (2000). Nelson Goodman: cuando la
filosofa mira al arte. En revista Kallias. Valncia. IVAM. El ttulo del ensayo acabado de citar dio
nombre a la asignatura de doctorado que Diego Ribes imparta en la Universidad de Valencia. Del
mismo autor tambin, (2006) Sobre expresin y vaco. Un punto de confluencia entre S. Cavell y
J. Derrida. En revista Pasajes de pensamiento contemporneo. N 20. Publicacions de la Universi-
tat de Valncia.

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en 1794 y dice que este escritor estaba preparando el terreno para que nues-
tro viaje contemporneo fuera una sucesin infinita de odiseas.18 El potencial
catlogo de odiseas se extendera decenas de pginas. Vila-Matas escribe: he
admirado siempre a los escritores que cada da emprenden un viaje hacia lo
desconocido y sin embargo estn todo el tiempo sentados en una habitacin.19
El autor se refiere a estos viajes u odiseas con la expresin viajes craneales.20
La mutacin de la metfora de la odisea como construccin de la autocon-
ciencia en una reflexin sobre el lenguaje literario exige matizar que ni los paseos
y caminatas de la novela de Chejfec ni las odiseas craneales que relata Vila-
Matas son monlogos interiores o corrientes de conciencia. Ms bien, a dife-
rencia de ellos son, dice Vila-Matas, algo as como encierros que le conectan
a uno con el Universo entero. Las implicaciones de este matiz son importantes.
A modo de ejemplo, cabe indicar sucintamente una: el monlogo interior fue
uno de los aspectos narrativos empleados para consolidar la renovacin de la
literatura realista o naturalista de finales del siglo XIX y principios del XX en el
horizonte de Joyce. Faulkner, ya con El ruido y la furia (1929), empieza a influir
notablemente en la literatura hispanoamericana de mitad del siglo XX; sin
embargo, ni El Pozo (1939) de Onetti, ni La vuelta al da en ochenta mundos
(1967) de Cortzar, ni La invencin de Morel (1968) de Bioy Casares, ni Mis dos
mundos (2008) de Chejfec, corresponden plenamente a las tcnicas narrativas
propias de las corrientes de conciencia o del monlogo interior. Pero esto no
lo digo en sentido asertrico, sino como propuesta de lectura compatible, segu-
ramente, con otras perspectivas.
El protagonista de El Pozo de Onetti, Eladio Linacero, como el del texto de
Xavier de Maistre, anda por su habitacin aparentemente enfrascado en un soli-
loquio. Linacero quiere escribir la memoria, pero no de las cosas que le suce-
dieron, sino de sus sueos: la historia de un alma, de ella sola, sin los suce-
sos en que tuvo que mezclarse.21 Pero entonces Onetti se ve obligado a establecer
a travs de Linacero la irnica distincin entre los dos mundos, el de los suce-
sos y el de los sueos, para oponerse en serio a que le llamen soador. Pues

18. VILA-MATAS, Enrique, Relectura n. 12, El viaje alrededor.


19. VILA-MATAS, Enrique (2010).
20. En Al sur de los prpados Vila-Matas ya manifest su incipiente inters por el viaje litera-
rio sin retorno y por la huida en la que pretenda evadirse de todo, incluso de s mismo. En la
pgina 33 de Dublinesca se establece una contraposicin entre viaje rectilneo y viaje circular
correspondiendo la primera expresin al viaje u odisea craneal. En el ltimo apartado del presente
ensayo se retoma la expresin viaje craneal y establece el arranque de una interpretacin hege-
liana de dicha expresin a partir de HEGEL (2006). Captulo V. A. La razn observadora. En Feno-
menologa del espritu. Valencia. Pre-Textos.
21. ONETTI, Juan Carlos (1980). El Pozo. Barcelona. Seix Barral, p. 11.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Linacero asegura que ha vivido como cualquiera o ms. 22 Imaginar y soar


no supone dejar de vivir ni desentenderse de ello. Tambin Larsen en El asti-
llero (1961) suea junto con los otros personajes para vivir, y anhelan juntos
la realizacin siempre por venir de una ilusin. La estructura de estos sueos
desborda, de alguna manera, la de la corriente de conciencia. De un modo afn
a Onetti, es evidente que para Cortzar lo propio de un cronopio no es tam-
poco la univocidad interior.23 Con La invencin de Morel como puente podra
llegarse a Chejfec y Vila-Matas.24

4. La duplicidad biogrfica y la subjetividad como autoficcin


En la asimilacin mutua entre vida y literatura subyace la nocin de subje-
tividad. La biogrfica es otra figura que adoptan los dos mundos de Chejfec. En
la Relectura n. 10 acerca de Chejfec Vila-Matas cobija en la cuestin de los pseu-
dnimos y heternimos.25 El tema de la duplicidad constitutiva de la estructura
de la conciencia. No puede desvincularse la figura temporal vista en el punto
anterior de la figura biogrfica que adquiere la duplicidad de mundos de la
novela de Chejfec. En el hecho de que la biografa se bifurque por igual y sin
prioridades en realidad y ficcin est la base de la autoficcin. En este punto
cabe decir que la realidad y la ficcin no se relacionan en un orden consecu-
tivo ni alternativo: no es posible una introduccin del yo en la ficcin como
si ste accediera a ella despus, proviniendo de la realidad, ni tampoco el yo
est alternativamente en la realidad abandonando la ficcin o a la inversa.26

22. Ibd.
23. Esto queda claro tanto en las Historias de cronopios y de famas de Cortzar, publicadas en
1962, como en La vuelta al da en ochenta mundos. En este segundo texto, Cortzar contrapone
la figura del cronopio a la del piantado, cayendo ste, a diferencia del primero, en lo ms pro-
fundo del monlogo interior y su solipsismo.
24. Pero el arco que conforman estos autores no ha de entenderse como una tradicin, pues
cada autor en cada libro inventa sus propios precursores. Segn Chejfec, un escritor puede hacer
visibles libros que hasta ahora estaban en otro lugar de la cadena o de las tradiciones [...] hay un
efecto reorganizador de la literatura en cada autor o en cada libro. Hans Robert Jauss ofreci
un buen planteamiento terico de este tipo de escritura a partir del Pierre Menard de Borges. El
escritor revisa a la vez su pasado y el de la literatura. Posiblemente a partir de esta idea se abre a
nosotros el espacio literario de las Relecturas de Vila-Matas. La re-lectura supone una lectura ante-
rior. El tiempo transcurrido desde la lectura previa es crucial para escribir la Relectura.
25. A la nocin de heternimo recurri Pessoa y actualmente Banville. A esta nocin se le
otorga todo su alcance recuperando las connotaciones de la nocin de heterotes platnica. Efec-
tivamente los heternimos permiten al escritor comenzar a transformarse en otro diferente.
26. En la pgina 37 del primer escrito publicado de Vila-Matas, Mujer en el espejo contemplando
el paisaje (1973), ya puede leerse: es obvio que desenredar la ficcin de la realidad y viceversa
es tarea conflictiva. Y en la pgina 49 de Al sur de los prpados, no era la primera vez que pasaba

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La idiosincrasia de la combinacin de gneros literarios que practican Vila-


Matas y Chejfec radica en el nfasis del elemento biogrfico convertido en
autoficcin. La nocin de sujeto que subyace en esta literatura no consiste
en la postulacin de una identidad esencial del yo o un fundamento interior
de la conciencia. Vila-Matas titula La desaparicin del sujeto el primer captulo de
su novela El Doctor Pasavento (2005) y en l desarrolla una historia literaria
de la subjetividad desde Montaigne hasta Maurice Blanchot. Sin embargo, en
los captulos posteriores de esta novela Vila-Matas cuestiona la posibilidad de
una desaparicin absoluta del sujeto. Que la desaparicin de la subjetividad sea
parcial y ambigua hace que la literatura de Vila-Matas y de Chejfec se site entre
la novela realista y el monlogo interior sin caer en ninguno de los extremos,
siendo literatura de imaginacin razonada.
La escritura de una odisea craneal viene precedida por una reflexin en torno
a la nocin de sujeto o de yo. Suscribiendo los anlisis que Octavio Paz ofrece
en Los hijos del limo, cito unas palabras suyas: la crtica del objeto y la del sujeto
se cruzan en nuestros das.27 La autoconciencia del sujeto entendida como el
enmaraamiento indescifrable de objeto y sujeto da lugar a pasajes literarios de
autoficcin que perfectamente podran calificarse de metafsicos. Solo cuando
la escritura parte de la reflexin de la subjetividad es cuando la subjetividad
se entiende como autoficcin. De esta reflexin surge la concepcin que Vila-
Matas tiene de la literatura y que seala en su novela El mal de Montano (2002):
la literatura es inventar otra vida que bien pudiera ser la nuestra, inventar un
doble [...] el tema del doble y tambin el del doble del doble y as hasta el infi-
nito en un extenso juego de espejos en el que lo reflejado es siempre la ima-
gen de otra imagen y nunca de un modelo primero. El protagonista de la novela
de Chejfec dice: me tent la idea de olvidar mi propio nombre y tratar de ser
otro, alguien nuevo. Tambin Xavier de Maistre, antes de emprender su viaje
de cuarenta y dos das, consider indispensable explicar su teora del sujeto; en
tono platnico escribi: se observa a simple vista que el hombre es doble,28
que es Alma y Bestia.
Puede extraerse de Octavio Paz o Paul De Man, que esta nocin de subje-
tividad duplicada la teoriz por primera vez el joven Hegel en 1807 y por ella
se ha sentido fascinada la literatura desde entonces. Lo que empez en 1807

de la reflexin a la fantasa para poco despus pasar de la fantasa a la reflexin, pero s era la
primera ocasin en que la sbita aparicin de imgenes me remitan no solo al terreno potico sino
tambin al novelstico. Rota la demarcacin entre los gneros. La recuperacin de estas palabras
pretenden resaltar que ya en los primeros textos de Vila-Matas est presente la controversia de los
gneros literarios en forma de la lbil frontera indicada anteriormente que acota el relato frente al
pensamiento.
27. PAZ, Octavio (1986), p. 223.
28. DE MAISTRE, Xavier (2007), p. 22.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

fue recuperado para la literatura por Blanchot que, segn Nadeau,29 es un autor
influyente en la escritura de Vila-Matas. En cuanto al tema de la odisea cra-
neal en el horizonte de la subjetividad escindida, Georges Perec es un autor afn
a Vila-Matas y Chejfec. Un hombre que duerme (1967) es un comentario litera-
rio de la nocin de subjetividad duplicada indicada a partir de Hegel, el roman-
ticismo, Octavio Paz y De Man. El deambulador parisino protagonista del libro
de Perec se califica de observador observado y se dice nunca dejars de verte
[...] te ves, te ves verte, te miras mirarte.30 Esta es la injerencia de lo biogrfico
en la literatura, esta es la verdadera autoficcin. Y este no es un planteamiento
forzado para articular la literatura y el relato con el pensamiento y el ensayo.
Vila-Matas ha dicho que escribir consiste en una bsqueda lenta de la concien-
cia de s misma por parte de la literatura a la vez que por parte del autor.31 Pero
una literatura que proceda de una reflexin sobre la nocin de sujeto o de con-
ciencia no puede obviar el contenido metafsico inherente a dicha nocin. A
la literatura le concierne la metafsica.32 Quiz la literatura (y la crtica literaria)
oscile entre la esttica y la metafsica.33
Michel Foucault sentencia la muerte de la concepcin moderna del sujeto.34
La nocin de sujeto se ha desplazado desde el cogito cartesiano hasta una abso-
luta asimilacin a los discursos cientficos emergiendo como una estructura lin-
gstica. El orden del discurso es el que definitivamente aclara que el sujeto
es discurso. Entonces, paradjicamente, el sujeto persiste ms all del discurso
en el que sin embargo consiste. El sujeto se convierte en lo impensado, en lo
inenarrable, en una dimensin insondable.35

29. NADEAU, Maurice. En el blog de Vila-Matas.


30. PERC, Georges (2009), p. 94.
31. VILA-MATAS, Enrique (2008).
32. En Vida y muerte de las ideas (1980) Jos Mara Valverde dice: el pensamiento, por abs-
tracto que sea, no existe sino como lenguaje, y, por tanto, como literatura, por variable que sea el
encanto o la aridez del estilo incluso una torpeza tan poco jugosa como la de Kant tiene un pecu-
liar valor literario por su insustituible ajuste a la experiencia intelectual en marcha.
33. Este desplazamiento de la literatura hacia la metafsica est en Heidegger. Para una pers-
pectiva hegeliana de dicho desplazamiento, JIMNEZ REDONDO, Manuel, Sobre algunos conceptos
bsicos de la filosofa de Hegel. En HEGEL (2007). Enciclopedia filosfica para los ltimos cursos
del bachillerato. Valencia. MuVIM.
34. FOUCAULT, Michel (1971). Las palabras y las cosas. Una arqueologa de las ciencias huma-
nas. Mxico. Siglo XXI.
35. Junto a la nocin de sujeto de Foucault es pertinente tener en cuenta la de Pierre Reverdy.
Y, por otro lado, es interesante considerar que el marcado camino hacia el fin de la interioridad que
traza Laurent Jenny concluye, tras la exposicin de la escritura automtica del surrealismo, con la
propuesta de la ficcin y la invencin esttica. JENNY, Laurent (2003). El fin de la interioridad.
Teora de la expresin e invencin esttica en las vanguardias francesas (1885-1835). Madrid. Cte-
dra.

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Samuel Riba, el protagonista de la ltima novela de Vila-Matas, es un editor


de libros literarios que se ha jubilado y que al cabo de los aos de profesin
declara saber poco de s mismo. Samuel Riba atribuye este desconocimiento a
la suplantacin de su biografa por el catlogo de autores que a lo largo de su
vida ha editado despus de leer. Samuel Riba dice: No me conozco [...] Mi
biografa es mi catlogo. Pero falta el hombre que estaba ah antes de que me
decidiera a ser editor. Falto yo en definitiva.36 Samuel Riba percibe que, al menos
en parte, su yo original y primero ha muerto. Samuel Riba se ha transfor-
mado en otro: su biografa lleva implcita cierta tara de desaparicin, de muerte.
La declaracin de Samuel Riba es un admirable caso de autoficcin.

5. Del monlogo interior al murmullo como el mal de autor


La nocin de sujeto que se perfila en esta literatura es la que propugna la
ausencia de una identidad original que sea el fundamento de la subjetividad.
Pero no debe creerse que la ausencia de fundamento comportar tambin la
ausencia del sujeto. Ms bien en este inicial nihilismo o deconstruccin se genera
la necesidad posterior de crear la subjetividad que como tal creacin ser fic-
cin. En este sentido la subjetividad es ficcin y el autor adquiere protagonismo
en el seno de sus personajes. En esta literatura no hay un yo original que quepa
ser expresado o extrado hacia fuera.37 Y si no existe el fundamento de la sub-
jetividad, sta se hunde en un abismo inenarrable que da lugar al pensamiento,
a la reflexin.
La inexistencia de una causa primera de la subjetividad hace que la odisea
de la conciencia sea rumbo a lo desconocido, al ms all del yo en el que
sin embargo el yo consiste: se trata de los otros. Este es el cuarto y ltimo ele-
mento de la presuposicin inicial. Entonces la voz que habla en la literatura no
procede de un yo interior. El sujeto se descubre constituido por un murmu-
llo de voces ajenas. El monlogo interior de ningn modo reproduce, lo sabe-
mos bien, lo que alguien se dice a s mismo. 38 El monlogo interior en estos
casos se ve desplazado por lo que Vila-Matas llam el mal de Montano, y en su
ltima novela ha llamado directamente el mal del autor. Tambin Chejfec en
sus paseos solitarios por el parque de la ciudad del sur del Brasil se siente para-
djicamente acompaado por otros sujetos ausentes.39

36. Ibd., p. 35.


37. Encontramos esta posicin en HANDKE, Peter (2006). La tarde de un escritor. Madrid. Alfa-
guara.
38. Maurice Blanchot.
39. Tambin a Hire el rumor lo persegua [...] las voces, llenas de ansiedad, se haban trans-
formado en murmullos, p. 145-146.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En este punto cabe reclamar la importancia literaria en el ltimo tercio del


siglo XX de la novela Una casa para siempre (1988) de Vila-Matas. En la pro-
puesta de desplazar el monlogo interior, el mayor acierto de esta novela es
el de recurrir a la figura del ventrlocuo.40 Esta figura recupera las propiedades
ms relevantes del poeta en la Grecia arcaica y pone en jaque al monlogo inte-
rior cuyo origen filosfico podra hallarse, ms que en Freud, en el cogito car-
tesiano de la modernidad. La figura del ventrlocuo descoyunta toda posibili-
dad de la univocidad interior propia de la concepcin moderna del sujeto.
De los estudios de Dodds puede obtenerse una ajustada caracterizacin de
la figura del poeta en la Grecia arcaica. Diferenciando la locura ordinaria de la
inspirada por las musas, de quienes eran conocidos con el nombre de ventr-
locuos se deca que tenan dentro una segunda voz que dialogaba con ellos.41
Dodds escribe de Hesodo que cuando se le ocurra algo nuevo no lo conside-
raba como algo que acababa de inventar [deca que] lo oa [...] como algo que
le haba dado la Musa y que l saba, o esperaba [...] tena la impresin de
que el pensamiento creador no es obra del ego.42 En Grecia estuvo clara la dife-
rencia entre creacin y ego o cogito, que favorece el desplazamiento del mon-
logo interior de origen cartesiano.
En Una casa para siempre Vila-Matas escribe: tener una voz propia era un
problema.43 La casa a la que se refiere Vila-Matas es la casa de la ficcin.44 La
nica certeza que este ventrlocuo podr arrogarse finalmente es la de creer
en una ficcin que se sabe como ficcin [...] que la exquisita verdad consiste en
ser consciente de que se trata de una ficcin y, sabindolo, creer en ella.45 En
este sentido, Una casa para siempre est presente en las principales estrategias
narrativas que Vila-Matas desarrolla genialmente en sus novelas posteriores, Bar-
tleby y compaa (2000), El mal de Montano (2002) y El Doctor Pasavento (2005),
e incluso Dublinesca (2010).

40. En Mujer en el espejo contemplando el paisaje ya estn presentes de algn modo la cues-
tin del ventrlocuo y de la voz en su problemtica del origen. En la pgina 29 se lee: usar de
artilugios de ventrlocuo; en la 61 se cuenta que una horda de muecos no cesaba de moverse y
de gritar salvajemente al lado de la ventana y sus voces eran las voces de mi madre que utilizaba
trucos propios del arte de la ventriloquia; y en la 58: sabiendo que no hay necesidad de hablar y
que las palabras estn en ti y no interesa escucharlas pues ests hecho de ellas, palabras tuyas y
palabras de otros. Por otro lado, qu ha sido del texto de Gonzalo Torrente Ballester Los cua-
dernos del vate vago?
41. DODDS, E. R. (1999), p. 78.
42. Ibd., p. 87.
43. VILA-MATAS, Enrique (1988), p. 25.
44. Ibd., p. 141.
45. Ibd., p. 141.

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La literatura puede entonces caracterizarse como la voz impropia, ajena.


En las novelas de Vila-Matas el murmullo que disgrega la univocidad interior
del autor adquiere la forma de citas textuales de otros autores. Quiz los libros
anteriormente indicados de Onetti, Bioy Casares, Cortzar y Perec, as como los de
Chejfec y Vila-Matas, podran entenderse mejor mantenindolos al margen del
monlogo interior que pudo ser central para la literatura del boom hispanoa-
mericano. Se trata de entender que un libro es el murmullo que procede de los
libros de otros autores. Cada libro, pues, ser incompleto e incluso fragmenta-
rio; fragmento, sin embargo, de cuantos no consiga reflejar.
Vila-Matas describe este murmullo de voces que es el libro como exquisita
verdad y podra entenderse como el germen de la estructura de la autoconcien-
cia. De esta concepcin del libro deriva la responsabilidad de la literatura. Res-
ponsabilidad irreconciliable con una desaparicin absoluta de la subjetividad
y la conciencia o con el anonimato y la indiferencia. La literatura no surge del
solipsismo ni de la univocidad del monlogo interior, sino de la presencia de
los otros, de la memoria y el recuerdo de las voces amigas cuyos cuerpos se
han ausentado en la distancia definitiva. Cuando estoy slo no estoy slo.46
Tambin el aliento de la novela de Chejfec es, a modo de ostinato, esta poli-
fona, esta fuga de voces amigas.47 La voz que viene de afuera es a la vez el ori-
gen de la literatura, su lmite y la responsabilidad del autor.48 La autoficcin no
es un antojo.49

6. Libros escritos por personajes de novela


Ante la pregunta de cmo podra un libro estar escrito por sus personajes,
la respuesta consistira en retomar los cuatro ejes del proceso por el cual se rea-
liza la presuposicin inicial de la convergencia entre vida y literatura. Para finali-
zar cabe comentar, en este sentido, dos cuestiones ms de la ltima novela de
Vila-Matas, publicada dos aos despus de Mis dos mundos de Chejfec.

46. Citado por Vila-Matas de Blanchot en la primera pgina de Una casa para siempre.
47. Vila-Matas en el conmovedor texto No soy Auster (2008) dice: los otros (hablo de los otros
escritores, y de entre stos slo los que nos gustan, los que llevamos con nosotros) actan de un
modo extrao que hace que nos resulte imposible aislarnos de ellos [...] uno descubre que est
habitado por otros. Por qu en La caricia ms profunda de Cortzar (en La vuelta al da en ochenta
mundos) no hay otro y no se consigue superar la rotunda soledad que echa a perder todo abrazo,
que junto a la imposibilidad del dilogo genera la invisibilidad kafkiana de un G. Samsa?
48. En este punto es necesario recordar tanto los postulados lingsticos de Deleuze y Guat-
tari sobre el discurso indirecto libre como los estudios antropolgicos de Marcel Detienne acerca
de la Grecia arcaica.
49. Continuando con el breve texto No soy Auster (2008): no hay mayor sentido del despre-
cio hacia el otro que pensar que lo hemos imaginado.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La primera cuestin. En esta novela, Vila-Matas realiza de un modo admi-


rable la aproximacin de vida y literatura basndola en el eros y en el entu-
siasmo del protagonista, Samuel Riba. Se entienden el deseo y el entusiasmo
como condicin sine qua non para la superacin, al menos por un instante, de
la soledad y el monlogo interior.50 Se trata de un deseo que integra siempre lo
que Platn llam la heterotes. En Dublinesca la superacin de la soledad queda
ilustrada por la imagen del abrazo de Samuel Riba con Celia. Samuel Riba es
alguien suplantado por la literatura y Celia es la vida. En esta unin, entre Samuel
Riba y Celia, Vila-Matas evoca la deseada contemplacin de la sonrisa de Bea-
triz por parte de Dante y la intensidad del deseo que Hiperin siente hacia Di-
tima. Puede considerarse que esta es una razn ms que suficiente por la cual
aceptar que los protagonistas de las novelas son envidiados por sus autores
hasta el punto de que stos aceptan canjear la autora por desear, entusiasmarse
y experimentar la heterotes como los protagonistas de sus novelas. Vila-Matas
dice: Mis libros deberan ser vistos como lo que realmente siempre han sido:
libros escritos por personajes de novela.51 El nfasis que Vila-Matas y Chejfec
ponen en la autoficcin como estrategia que supera el monlogo interior y ana
la diversidad de gneros literarios ya est presente en el Romanticismo y en la
antigua Grecia.52 Precisamente por ello puede apreciarse el alcance de la mara-
villosa literatura de Vila-Matas y Chejfec y de qu modo desbordan la contro-
versia entre modernidad y posmodernidad.
La segunda cuestin. Algunos pasajes de Dublinesca, pero tambin de Mis
dos mundos, son metafsicos, y obviamente no porque en ellos aparezca el
trmino metafsica. En este ensayo se ha entendido la literatura como una odi-
sea craneal rumbo a lo desconocido. La subjetividad, en la exploracin literaria
de s, ha hallado un abismo habitado por el murmullo de voces que, no perte-
necindole ms que como recuerdo, le constituye. La literatura, como una serie
de lentos funerales, halla que su origen le resulta desconocido. Origen conti-
guo a la muerte, entendida sta como lo impenetrable para el entendimiento.
La muerte trasciende las posibilidades epistemolgicas de la razn terica. La

50. Algo ms de No soy Auster, pues de l no puede pasarse por alto lo siguiente: se trata de
encontrar al otro [...] si hay algo que tranquiliza enormemente es que haya alguien que, con toda
seguridad, tiene ms encanto que t; alguien a quien podra ser que te parecieras pero al que, hagas
lo que hagas, no te parecers nunca. Por suerte. Porque as no te sentirs solo en el mundo. As
siempre tendrs a otro, y en lugar de encontrarte slo a ti mismo, podrs en el camino, de paso,
encontrarte tambin el mundo.
51. VILA-MATAS, Enrique, Explorador que avanza.
52. Si de la Grecia arcaica puede recuperarse la nocin de poeta como ventrlocuo para leer
Una casa para siempre, para leer Dublinesca puede recordarse la estructura de las tragedias grie-
gas de Esquilo, Sfocles y Eurpides. Dublinesca est organizada en tres partes (o actos): Mayo,
Junio y Julio. Es relevante reparar en que son tres actos de naturaleza temporal.

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odisea craneal que es la literatura progresa hacia un origen ausente, muerto, y


se hunde en cuestiones metafsicas. El murmullo de la muerte tan temida es la
que en ltima instancia da la voz a la literatura. Murmullo y muerte que son rea-
les: las odiseas craneales en las que consiste la autoficcin son corporales. La
literatura y el pensamiento flotan sobre el cerebro,53 su base qumica que en
alguna medida es inerte. Si los objetos mentales de la filosofa, del arte y de
la ciencia (es decir las ideas vitales) tuvieran un lugar, ste estara en lo ms
profundo de las hendiduras sinpticas, en los hiatos, los intervalos y los entre-
tiempos de un cerebro inobjetivable, all donde penetrar para buscarlos sera
crear.54 Y no siendo reducible a su base qumica la vida se abraza a la literatura
para ser vida.
Es emocionante descubrir en Dublinesca de Vila-Matas cmo en el paso que
se da desde la literatura francesa a la inglesa, desde Simenon a Joyce, la litera-
tura hispanoamericana se mantiene como un inamovible referente del autor.
Resulta esperanzador aprender de Vila-Matas que la renovacin literaria que
supuso en su da la escritura de Julio Herrera y Reissig hoy puede proceder
de novelas como Mis dos mundos de Chejfec.

Bibliografa
CHEJFEC, Sergio (2008). Mis dos mundos. Barcelona. Candaya.
Cuando la literatura es experiencia. En blog de Vila-Matas.
Textos en blog del autor: www.parabolaanterior.wordpress.com
DE MAISTRE, Xavier (2007). Viaje alrededor de mi habitacin. Madrid. Funambu-
lista.
DOODS, E. R. (1999). Los griegos y lo irracional. Madrid. Alianza.
JOYCE, James (2000). Finnegans Wake. Great Britain. Penguin.
PEREC, Georges (2009). Un hombre que duerme. Madrid. Impedimenta.
SIMENON, Georges (2001). La prometida de monsieur Hire. Barcelona. Tusquets.
VILA-MATAS, Enrique (1973). Mujer en el espejo contemplando el paisaje. Barce-
lona. Tusquets.
(1988). Una casa para siempre. Barcelona. Anagrama.
(2000). Bartleby y compaa. Barcelona. Anagrama.
(2002). El mal de Montano. Barcelona. Anagrama.
(2005). El Doctor Pasavento. Barcelona. Anagrama.

53. DELEUZA, Gilles y GUATTARI, Flix (2005). Del caos al cerebro. En Qu es filosofa? Barce-
lona. Anagrama.
54. Ibd., p. 210.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(2007). Autoficcin. En Extraas notas de laboratorio. Venezuela. El otro el


mismo.
(2008). Mastroianni-sur-Mer; Bolao en la distancia; Explorador que avanza.
En El viento ligero en Parma. Madrid. SextoPiso.
(2010). Dublinesca. Barcelona. Anagrama.
Relecturas. En blog del autor: www.enriquevilamatas.com.

530 ndice
PARS E VIANA I CURIAL E GELFA . UN ESTUDI COMPARAT 1
Gemma Pellisa Prades
Universitat de Barcelona

Resum
A travs de lanlisi dels parallelismes entre el Pars e Viana catal i el
Curial e Gelfa, en relaci amb les novelles cavalleresques europees, es cons-
tata que els trets comuns entre totes dues obres no obeeixen al fet que el Pars
e Viana sigui una de les fonts del Curial, sin que sn motius literaris que
comparteixen amb la resta de les anomenades novelles cavalleresques.

1. Introducci
Lestudi ms complet sobre el Pars e Viana catal, el devem a Pedro Cte-
dra, que el public lany 1986 amb ledici facsmil de la traducci catalana de
lobra impresa a Girona lany 1495. Entre les propostes de recerca que hi sug-
gereix destaca la destablir els parallelismes entre el Pars e Viana i el Curial
e Gelfa per tal de provar la dependncia daquesta darrera novella del Pars e
Viana, coneguda a la corona catalanoaragonesa abans de la primera meitat del
segle XV (Ctedra: 1986, 36-38). Ctedra parteix del fet que lautor del Curial

1. Lautora daquesta comunicaci s beneficiria duna beca FPU (concedida al juliol de 2009).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

e Gelfa coneixia directament o indirecta la histria del Pars e Viana perqu


en cita els protagonistes en una llista denamorats clebres: Aqu vrets Tisbe
e Pram fer-se meravellosa festa, Flors e Blancaflor, Tristany e Isolda, Lanalot
e Ginebra, Frondino e Brisona, Amads e Oriana, Fedra ab Hiplit, Aquilles tot
sol menaant son fill Pirro, Triol e Briseida, Pars e Viana e molts altres (Curial,
III.35.12).
Aix no obstant, a travs duna comparaci exhaustiva hem constatat que
els trets comuns entre totes dues novelles sn compartits amb la resta de novelles
europees del segle XV, les anomenades novelles cavalleresques (Vrvaro, 2002:
149-168 i Riquer, 1990: 257-271).
El propsit daquesta comunicaci s enumerar les semblances entre el Pars
e Viana i el Curial e Gelfa i mostrar, a travs dexemples daltres textos de
lpoca, que sn llocs comuns. En primer lloc, analitzarem els parallelismes
advertits per Ctedra (1986, 37): a) el tractament realista, la referncia a perso-
natges pseudohistrics i lesment de la font dingressos del protagonista (les lle-
tres de canvi), b) lexili de lenamorat en una geografia similar (el viatge orien-
tal), c) la reclusi de la protagonista en espera de lestimat, d) la visita que
lenamorat fa a la dama disfressat de moro sense que ella el reconegui i e) ls
de penyores. En segon lloc, completarem loperaci amb altres trets comuns
que hem observat en la comparaci entre les dues novelles: f) la desigualtat
social entre la dama dalt llinatge i lenamorat, g) lanonimat del cavaller, h) el
reconeixement de lenamorat per part de lestimada, i) el combat de bellesa
femenina a les llotges, j) la discussi tcnica del combat, k) els smptomes de
la passi amorosa, l) el confident, m) lintercanvi epistolar, n) la cerca del marit
per a la dama sense que ella en tingui coneixement i o) el doble matrimoni final.

2. El tractament realista
Tant el Pars e Viana com el Curial e Gelfa pertanyen al grup de les novelles
daventures realistes dels segles XIV i XV que Vrvaro (2002: 153-165) caracteritza
a partir de lmbit geogrfic i temporal concret en qu se situa lacci; la utilit-
zaci dantropnims i, sobretot, de ttols nobiliaris reals, sense que hi hagi neces-
sriament una correspondncia entre els personatges histrics i els de ficci;
lesment de fets histrics per dotar de credibilitat el relat; ls del tpic del manus-
crit trobat i latenci pel detall quotidi, com, per exemple, lesment de la pro-
cedncia dels ingressos del protagonista o la necessitat dobtenir salconduits per
a un viatge llarg. Degueren ser aquestes les raons que portaren La Cpde, el
compilador de la versi francesa del Pars e Viana, a referir-shi amb aquests
termes: la matiere me semble estre bien raisonnable et asses creable (Kalten-
bacher, 1904: 392).

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PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

De la mateixa manera que el Curial t com a referncia temporal el regnat


de Pere el Gran, lautor del Pars e Viana situa lacci mitjanant referncies
dinstiques (Ferrando, 2007: 65-66):

En lo temps del gran emperador Carles, rey de Frana, fill del rey Pep, qui de la
una part dEspanya lan los moros (Pars e Viana, 1),

tot i que durant el regnat de Carlemany no exist el delfinat de Viana i, a ms,


els fets histrics que apareixen en la novella per augmentar-ne el realisme lem-
presonament del delf Humbert II durant una expedici a lArxiplag (Colville,
1941: 483) i la visita del rei de Xipre i de la Petita Armnia a Frana (Vrvaro,
2002: 157) daten del segle XIV. En tot cas, la voluntat de situar la novella en
un espai temporal concret s la mateixa que en el Curial i en la resta de novelles
cavalleresques del segle XV; com s el cas del Tirant, emmarcada al segle XV,
o de Jacob Xalabn, al segle XIV, en temps de Murat I.
Si, a ms, es compara la presncia de personatges amb noms i ttols crebles
en les tres novelles, hom sadona que tenen com a model literari les biografies
de cavallers reals dels segle XIV i XV (Riquer, 1990: 65-70). Fixem-nos en els noms
i els ttols dels cavallers del bndol de Floriana:

se meteren [sota la bandera de Floriana] tots los qui la amaven, so es, Johan, fill
del comte de Flandes, Felip, nabot del rey de Frana, lo fill del duch de Burgunya,
lo fill del comte Ysnaldo, lo fill del comte de Proena e Jofre de Picardia. (Pars
e Viana, 15)

Joan I fou comte de la vuitena dinastia de Flandes (mort el 1419); la tradici


del nom de Felip entre els monarques francesos s llarga; els ducs de Borgonya
estigueren enemistats amb Frana durant la Guerra dels Cent Anys, fins al trac-
tat dArrs (1435), i Picardia s una regi histrica de Frana, igual que Provena,
governada pels comtes de Provena. El fill del comte de Provena s, precisa-
ment, el protagonista duna altra novella, el Pierres de Provena, que tamb es
caracteritza per un tractament realista de la histria.
Un altre tret realista que comparteixen aquestes novelles s lesment de
les dificultats econmiques del protagonista:

Ab aquestes letres, trams Adoardo una letra de crdit a Pars ab qu li foren


donats vm ducats perqu pogus assentar-se. (Pars e Viana, 48)

Car, sitot a present no he argent per despendre, joiells tenc e altres penyores mol-
tes, de qu em socorrer. (Curial, II.48.1)

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En tant que aquest Al Bax an per la ciutat, no volent que Jacob Xalabn hi ans;
e (Du, qui no fa sin tot b) de present trob molts diners, que li donaren per
amor de Du; e aprs an-sen a la plassa, e compr pa, e let e fruyta. (Jacob
Xalabn, cap. 4)

Tirant trams aquell servidor seu qui tant de temps lo havia servit e sabia en
sos secrets ms que tot altre, e trams-lo a casa de son pare e mare perqu li
fallien los diners per posar-se en orde de les coses necessries per anar en Sc-
cia per fer la batailla. (Tirant, cap. 74)

La situaci de lacci en un mbit geogrfic definit s el quart aspecte que


contribueix a augmentar la credibilitat del relat. De fet, podrem traar litinerari
de Pars sobre un mapa: les estades a Pars i a Brabant i la fugida de la ciutat de
Viana fins a Alexandria. En aquest viatge, Pars sembarca al port dAiges
Mortes don part a les croades Llus IX, rei de Frana cap a Gnova, gran
potncia martima. Dall visita Roma i Vencia i hi torna per partir cap a Cons-
tantinoble, Tunis, Jerusalem, lndia i Alexandria. En el viatge de retorn des dA-
lexandria paren a Beirut, Xipre on obtenen ingressos i Aiges Mortes. El rea-
lisme en la toponmia, tamb el trobem al Tirant, on sesmenten, entre altres
llocs, Anglaterra, Jerusalem, Alexandria, Vencia, Frana, Siclia, Rodes, Constan-
tinoble, la costa de Berberia; al Pierres: Provena, Npols, Beirut, Roma, lilla de
Saona, i al Curial: Montferrat, Alemanya, Barcelona, Messina, Npols, Parns, la
costa de la Berberia, Trpoli, Tunis. En el Pars e Viana el cavaller es mou en una
geografia molt similar a la dels protagonistes daquestes altres novelles en el viatge
a Orient (Ctedra, 1986: 37).

3. El viatge oriental
El viatge a Orient s un motiu literari present a les novelles cavalleresques
(Vrvaro, 2002: 155-156). Lexotisme daquestes terres s compatible amb la fide-
litat de lonomstica i els relats de costums (Jacob Xalabn, cap. 8).
La partida de lestimat a Orient significa la separaci de lestimada Pars e
Viana (56), Curial e Gelfa (III.15.1), Tirant (cap. 4), Frondino e Brisona
(vv. 62-185), Pierres (pg. 64), que es plany de la sort del cavaller: la Gelfa,
la comtessa de Varoic, Magalona i Viana temen per la vida de lenamorat. Per
lautor del Pars e Viana no desenvolupa els motius sentimentals del plany, sin
que es limita a descriure en dues lnies el desesper de la dama en rebre la carta
de Pars informant de la seva partida a Orient:

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PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

La qual letra Adoardo mostrant a Viana hac tanta dolor e fu tal complanta com
si Pars fos mort. E roms molt trista en la pres, tenint present contnuament la
sua partida. (Pars e Viana, 56)

En canvi, quan al Curial (III.15.1-3) la Gelfa sassabenta del naufragi de la


galera on viatjava el seu cavaller, es delecta els lectors amb una expansi sen-
timental que respon a lanlisi de Ribera (1994) sobre la ficci sentimental en la
literatura catalana: mentre se sol treballar sota el convenciment que a les lle-
tres catalanes no hi ha una cannica novella sentimental, aquesta potser est
en els episodis intercalats entre la matria cavalleresca de lesmentat Curial e
Gelfa. Diu aix:

E aix com entr [labadessa], a grans crits [la Gelfa] crid e dix:
[...] On st, nima mia, vida mia? En quals llocs habites e quals palaus sn
dignes a tu? Oh, Gelfa, brfega e cruel! E com tolguist la llum dels teus ulls?
E per qu no els marranque en manera que altre home no sia vist per mi? Oh,
dip! Prec-te que em prests los teus dits amaestrats e ardits! Ai de mi! E com viur
sens Curial? Oh, falsa e cruel! Jo he mort aquell que los cavallers no podien matar,
jo he venut lo vencedor de tots, donant a exili lo pus virtus e millor cavaller
del mn. (Curial, III.15.2)

Al Pars e Viana aquests episodis sn menys nombrosos ats lesquematisme


del relat.
El viatge oriental obeeix, a ms, a un motiu estructural en el Pars e Viana,
el Curial i el Frondino e Brisona, ja que el viatge forma part de la trajectria
dascensi social del cavaller fins a ser mereixedor de lestimada, que pertany a
un estament social ms alt.

4. La reclusi de la dama
Ctedra (1986: 37) relaciona la reclusi de la Gelfa, malalta, en un mones-
tir de dones (I.18.3) amb lempresonament de Viana, malgrat que en el primer
cas no es tracta duna reclusi forosa. Sembla ms adequat comparar lencar-
cerament de Viana amb el de Cmar (Curial, III.16.1), ja que les dues enamo-
rades sn tancades per ordre del pare per al motiu folklric de la crueltat
paterna, veg. Thompson, 1996: S.11. Lempresonament duna donzella per ordre
del pare o del marit gels s un lloc com present tamb a la Crcel de amor,
als Lais (Yonec) i a la Flamenca (vv. 1304-1426), sense oblidar els contes popu-
lars (Thompson, 1966: R.41, R.53.1) i els mites clssics: Dnae (Metamorfosis).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Tant Cmar com Viana rebutgen contreure matrimoni amb el pretendent dalt
llinatge al qual els pares donen el vistiplau: el rei de Tunis i el fill del duc de
Borgonya, respectivament. Aix, traeixen la famlia per amor, igual que ho fan
Zoraida (Quixot, cap. 40-41), la germana del senyor de Satalia (Jacob Xalabn,
cap. 11), i Magalona (Pierres, pp. 44-45).
El refs dels pretendents s un motiu cristi. La resistncia de la dama a un
bon matrimoni es troba en les vides de santes Cobles de senta Agnes (vv. 13-
28 i 37-44), en qu lautolesi corporal s una manera per deixar de ser des-
itjades. Les ferides de les santes sn reversibles grcies a miracles reparadors.
En les novelles de temtica sentimental, les enamorades imiten els maltracta-
ments de les santes, com expliquen Badia i Torr a la nota III.17.4 del Curial
a propsit de Cmar. Aquesta, requerida pel rei, sesgarrapa i es clava un gani-
vet entre els pits. s ms sorprenent la manera com Viana es deslliura del seu
pretendent a travs de lembrutiment del cos (53): el delf tramet menjar i roba
a la pres perqu el fill del duc de Borgonya trobi Viana en bon estat, per la
donzella es posa la carn de gallina de lpat davall de laixella perqu quan
la visiti el cavaller desprengui tanta pudor que pensi que est malalta. En tot cas,
tamb ser una malaltia reversible. Galms (1970: 20) apunta que aquesta tctica
apareix en un conte napolit, don degu passar al Libro de los ejemplos, 17.
Un cop superada la prova, lespera de Viana transcorre sense canvis. Podem
afirmar que al Pars e Viana es desenvolupa molt poc el motiu sentimental de
lespera, que procedeix de la tradici clssica (Penlope) i que tamb figura al
Curial, al Frondino e Brisona, a la Fiammetta, al Pierres i a El cavaller del lle
(pp. 63-66).

5. El retorn de lenamorat vestit de moro


Durant el viatge cap a les ndies, Pars: aprs de parlar morisch tam b com
si fos nat all, e lescuder aix mateix, e vests com a moro e ab gran barba (Pars
e Viana, 57).
Amb aquesta aparena, el cavaller es presenta acompanyat dun monjo a la
pres del delf (61) i demana al clergue que sigui el seu intrpret i tradueixi en
llengua romnica les paraules que adrea al delf els clergues, al Pars e Viana
tenen una funci auxiliar, com a la novella artrica. Pars mant oculta la seva
identitat fins i tot en el retrobament amb Viana, que no el reconeix (69-70). Le-
namorat, que, vestit com si fos una altra persona, prova la fidelitat de lestimada,
s present al mite de Proxis, narrat a les Metamorfosis (VII.9, Cfal i Proxis).
Lescena la retrobem al Curial, on el protagonista, ja a Montferrat, es pre-
senta davant de la Gelfa sense ser descobert, ats que:

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PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

parlava francs contnuament, e la barba, que li donava quaix a la cinta, e lo des-


fressament terrible, totes aquestes coses treien de memria a la Gelfa aquest
poder sser Curial. (Curial, III.24.4)

Per, un cop ms, aquest episodi com a les dues obres es repeteix en altres
novelles, com per exemple al Tirant, en qu el comte de Varoic torna del pele-
grinatge a Jerusalem amb un aspecte desconegut:

lo comte sen torn en la sua prpia terra, tot sol, ab los cabells larchs fins a les
spatles e la barba fins a la cinta, tota blanca, e vestit de lbit gloris de sanct
Francesch, vivint de almoynes. (Tirant, cap. 4)

de manera que tampoc s reconegut per la comtessa quan li demana almoina.


A diferncia dels protagonistes daquestes novelles, que amaguen cons-
cientment la prpia identitat a lestimada, Pierres es mant en lanonimat per-
qu nha fet vot a Du i a sant Pere. En tots els casos el resultat s el mateix,
lenamorada no els reconeix. Pel que fa a Viana, s grcies a la penyora amo-
rosa que ella havia regalat a Pars quan se separaren i que, al seu torn, ell li
dna desprs de la segona visita a la pres, que reconeix lestimat (Pars e Viana,
72).
s tamb un anell lobjecte que desencadena el plany de la Gelfa (Curial,
III.15.7) i de la mare de Pierres (Pierres, pg. 64), que lidentifiquen com a pro-
pietat del protagonista i temen per la seva vida.

6. Les penyores amoroses


Un altre motiu de les novelles cavalleresques s la penyora amorosa, que
en el Pars e Viana provocar, com hem vist anteriorment, el reconeixement de
lestimat al final de la novella. Durant el comiat dels enamorats, Viana havia
donat a Pars: un diamant perqu fos recort e senyal de la amor li tenia (Pars
e Viana, 38).
Aix mateix, al Curial, hi apareixen diverses penyores damor, com les que
sintercanvien Curial i Lquesis durant el torneig de Mel (II.14.6, 14.12). Al Pierres
el protagonista tamb tramet penyores tres anells a lestimada amb una
mitjancera: Y llauors tragus vn anell de molt gran valor y donl a la ama (Pie-
rres, pg. 19). Tamb al Fraire de joi (vv. 146-159) i al Frondino e Brisona
(vv. 200-203) els enamorats es donen anells com a penyora. Annicchiarico (1990)
anota el passatge com a tema folklric (Thompson, 1966: C635). Per les pe-
nyores amoroses, com sobserva al Curial, poden ser de naturalesa diversa: al
Tirant (cap. 60) el cavaller aconsegueix el fermall de la bella Agns i al Jacob

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Xalabn (cap. 4) Nerguis envia a lestimat un mantell fet per ella perqu sel
posi.
Per tant, totes les semblances que Ctedra (1986: 37) enumera entre el Pars
e Viana i el Curial com a indici duna possible relaci de dependncia entre les
dues obres es constata que formen part dels motius literaris compartits per
les novelles cavalleresques del segle XV. Tanmateix, no volem deixar de referir
els altres parallelismes que hem constatat entre les dues obres, ja que mostren,
un cop ms, els materials comuns que sutilitzen en lelaboraci daquestes
novelles (Vrvaro, 2002: 149-168).

7. La desigualtat en la relaci amorosa


Lautor del Pars e Viana insisteix en la relaci amorosa desigual entre els
protagonistes, que pertanyen a estaments socials diferents, ja que s el motor
de lacci. Al segon pargraf de la novella, la descripci de Pars fill dun cava-
ller vassall del delf i el seu enamorament de Viana filla del delf sacom-
panya daquestes paraules: Per com [Pars] pensava aquell amor no era ygual,
desliberava dexar-lo (Pars e Viana, 2). I, en el primer encontre dels enamo-
rats (30) un altre motiu com en aquestes novelles Pars recorda la relaci
de vassallatge que luneix a la seva senyora i la refora declarant-sen, a ms de
vassall natural, vassall amors. El motiu literari de lenamorat que serveix una
dama dalt llinatge procedeix de la tradici trobadoresca i tamb s el motor
literari del Curial i el Jean de Saintr (Riquer, 1990: 66 i 68) i hi podrem afe-
gir el Tirant i el Frondino e Brisona.
A les dues novelles que comparem, la desigualtat que hi ha entre els ena-
morats determina el tipus de relaci, per tant, la dama imposa el secretisme
amors trobadoresc (Pars e Viana, 30; Curial, I.6.7; Lais, Lanval, pg. 63;
Pierres, pg. 31) i dicta les condicions dels encontres.
Curial i Pars superen lobstacle que suposa la relaci desigual de manera
diferent. Al Curial, com al Tirant, els fets darmes sn fonamentals per a las-
censi social del protagonista i estan estretament lligats a les seves relacions
amoroses. Les accions que marquen la trama sn: la iniciaci del cavaller per
defensar la duquessa dOstalrich i temptaci de Lquesis (llibre I); el combat
contra Boca de Far, pretendent de la Gelfa (llibre I); la consolidaci de la fama
de Curial com a cavaller errant i participant del torneig de Mel i retrobament
amb Lquesis, en qu es produeix intercanvi de les penyores amoroses, fet que
augmenta la gelosia de la Gelfa (llibre II); el combat victoris contra Sanglier
i lestima de la cort (llibre II); la superaci de la prova de Cmar i sortida del
captiveri grcies a la victria contra els lleons (llibre III); el desencant del mn
de la cavalleria amb la derrota de Guillaumes del Castell (llibre III); la madu-

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resa: reconquesta de prestigi en la guerra contra els turcs i alliberament del tutor
de la Gelfa (llibre III); el reconeixement al torneig a la Cort del Puig de Nos-
tra Dona i matrimoni amb la Gelfa (llibre III). En canvi, la cavalleria t molta
menys importncia en la progressi de Pars, que ja es presenta com un cava-
ller format al comenament de la histria (22); Viana se nenamora abans dels
dos nics tornejos descrits; els fets darmes de Brabant (22) noms shi esmen-
ten; no hi ha referncies a les accions de Pars com a almirall durant les croa-
des i els tornejos en motiu del matrimoni dels protagonistes formen part de lam-
bient esportiu i cortes. La cavalleria al Pars e Viana s noms un marc
sociocultural; a diferncia de Curial i Tirant, Pars no triomfa amb gestes, sin
grcies a les habilitats cortesanes sonador, falconer, aptituds socials i a ls de
lenginy present tamb al Tirant (cap. 12, 14, 24 i 25). El tractament accessori
dels fets darmes es documenta a la Crcel de amor i en novelles de cavalle-
ria com ara el Floris e Blancaflor.

8. Lanonimat del cavaller


El secretisme amors prov tamb de la tradici trobadoresca, en la qual
soculta el nom de lestimada mitjanant el senhal. En la novella cavalle-
resca, el cavaller mant lanonimat en els tornejos en qu participa per amor
de la dama. Pars participa com a cavaller no conegut de les armes blan-
ques (9) al torneig de la ciutat Viana i, secretament (12) al de Pars, on
defensa la bellesa de lestimada; igual que Curial mant lanonimat al tor-
neig de Mel (llibre II) i al del Puig de Nostra Dona, on sens diu que: Curial
no era en aquell lloc [al campament], ans sera desat, a fi que no fos cone-
gut (Curial, III.36.1).
La ra per la qual no es descobreixen s la relaci desigual; mentre que Pars
samaga perqu no mereix lamor duna dama tan ben situada, Curial ho fa
per ordres de la Gelfa, que li mana que mantingui el secret damor.
Lanonimat del cavaller s un motiu present tamb al Lancelot, al Tristany
en prosa, a El cavaller del lle (pg. 113), a la Crnica de Desclot (104.1.19-21),
al Tirant (cap. 70-73) i al Pierres (pg. 11-15). El desconeixement de la identi-
tat del protagonista provoca la curiositat dels organitzadors del torneig. s el
cas del delf i la seva famlia pel que fa a Pars (3, 5, 10 i 21), la cort del rei
de Frana respecte de Curial i el rei Pere, la famlia reial anglesa quant als
quatre cavallers misteriosos al Tirant (cap. 71), el senyor de Palcia al Jacob
Xalabn (cap. 4) i Magalona al Pierres.

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9. El reconeixement de lenamorat
Malgrat lanonimat del cavaller, la vertadera enamorada intueix de manera
instintiva la identitat de lestimat. Aix, Viana relaciona el sonador que tocava
per a ella cada nit amb el cavaller annim dels tornejos (8, 21) i, ms endavant,
en el possedor de les armes de lhabitaci de Pars (21): Germana, aquells
qui no tenen algun senyal me obliguen molt ms dels altres (Pars e Viana,
8).
Tamb Gelfa reconeix Curial pels seus fets darmes al torneig del Puig
de Nostra Dona: La Gelfa pensava que aquell qui a feia era Curial, sitot
no es volia donar a conixer (Curial, III.36.7); al contrari de Lquesis,
que no representa lamor veritable: Lquesis deia mal contnuament del
cavaller del falc, no de la sua cavalleria, car no la podia reprendre, mas de
la sua vanaglria e de lergull (Curial, III.38.3).
El reconeixement de lenamorat per part de la dama ja el trobem en la novella
artrica, en Ginebra (Lancelot en prosa) i Isolda (Tristany).

10. Benedicta tu in mulieribus


Malgrat tot, en la celebraci dels tornejos, les dames no es limiten a obser-
var el combat dels cavallers, sin que senfronten per ser les ms belles per
al tractament de la bellesa en la literatura, vegeu Curtius, 1999: 260-262. Per
lenfrontament de les llotges repercuteix en el camp de batalla, on els cava-
llers defensen la bellesa de la dama que estimen. Aix, si Arta-Festa shavia
batut en bellesa amb Lquesis al torneig de Mel (Curial, II.17.10-12, 18.4):
Aix que les belleses daquelles dues [Festa i Lquesis] se combatien cont-
nuament e no es podien venre luna a laltra (Curial, II.17.10), al torneig
del Puig de Nostra Dona s la mateixa Gelfa, la que eclipsa la bellesa de
Lquesis:
Totes les senyores muntaren a les llotges e la reina, que viu la Gelfa plena din-
credible bellesa, comen a festejar-la, aix per amor della e de Curial com per
despit de Lquesis, la qual tenia present. [...] Lquesis la mirava de fit a fit e no
partia della la sua vista. Miraven-la tots los gentilshmens, e com ms la miraven
ms creixia a casc lo desig de mirar-la. E paregu a tots que, des que la Gelfa
era venguda, Lquesis havia perduda la meitat de la sua bellesa. (Curial, III.36.2)

Al torneig de Viana (8, 10) la filla del delf s la ms bella de la llotja, per
desprs de la celebraci es compara amb dues dames absents, la germana del
rei dAnglaterra i la filla del duc de Normandia: E los cavallers tornaren-sen
parlant de la molt gran gentilesa de Viana e de la sua discreci, tant, que
sen mogu entrels barons grans differncies (Pars e Viana, 10).

540 ndice
PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

Com a conseqncia, el rei de Frana convoca un torneig on es decidir qui


s la ms bella (11). De la mateixa manera que el protagonista s el vence-
dor dels fets de cavalleries, lenamorada surt victoriosa de la competici.
La descripci de Magalona al torneig de Santa Maria de setembre s molt
semblant a la de les dames citades:

Lo Rey en lo catafal, y los altres senyors ab ell; y en altre catafal estaua la Reyna,
y Mafalona, sa filla, y las altres dames y donzelles, que era molt gran plaher de
les mirar; emper entre totes les altres Magalona semblaua vna estela del cel quant
hix a la punta del da, car la sa gentileza sobrepujaue totes les altres dames y
donzelles. (Pierres, pg. 36)

11. La discussi tcnica del combat


Un altre element caracterstic dels tornejos i del pblic cortes s la discus-
si tcnica del combat. Lesquematisme del Pars e Viana catal no impedeix
que lautor dediqui tot un pargraf a relatar el debat que sorigina entorn del
combat un contra un de Pars i Jofre de Picardia, molt ms desenvolupat a la
versi francesa (pg. 442).

Pars far tan poderosament a Jofre, quel mes a terra molt luny de son cavall e,
al colp, lo caval de Jofre sclat e per o la gent dix que tornassen a la junta.
Mes Pars, com no era conegut, no havia qui parls per ell; mas al rey paria que
Jofre fos venut, dient que no volria fer tort al cavaller no conegut, com a bon
cavaller. E trams-li un cavaller dient com al rey aparia que Jofre fos venut, mes
si ell volia justar altra volta per cortesia, que fos a sa voluntat, que ell li donava
vicria de aquell torneig. (Pars e Viana, 17)

Al Curial (II.22.12-14), shi narra una polmica similar, tot i que de manera
ms extensa:

Salisberi fonc molt reprs de lempresa que havia feta contra lo cavaller del falc
[...], puis que personalment se trobava en aquell debat e volgus ajudar o aju-
ds a Claucestre, a podia ell fer molt b e sens crrec seu. Mas, mirant a, llei-
xar-los e anar a cercar cavallers e ajustar-los e tots dart venir contra un sol cava-
ller, a els paria mal fet e que no fonc obra de tal cavaller com ell cuidava sser...
(Curial, II.22.12)

ja que acaba derivant en una discussi sobre si Aquilles va matar Hctor seguint
les normes de cavalleria, que al llibre III.11 es conclou amb el judici de Curial.

ndice 541
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Al Tirant es debat si un cavaller A, que ha jurat no fer armes fins a comba-


tre contra uns altres cavallers B i C, pot defensar-se de tradoria abans que tin-
gui lloc el combat acordat:

A qual de aquests dos devia primer acrrer: al jurament que fet havia present los
bons cavallers, o al cars de trai que li posaren Kirielayson e son germ? Mol-
tes rahons si poden fer duna part hi daltra. (Tirant, cap. 84)

12. La simptomatologia de la passi amorosa


Si b al Pars e Viana es troben motius literaris que formaran part dels recur-
sos utilitzats en les ficcions sentimentals de la segona meitat del segle XV el
plany, el fet de morir damor, les epstoles, la malaltia damar, els dilegs amo-
rosos, no shi desenvolupen. Aix no significa que no hi hagi moments pun-
tuals com al Curial i al Tirant en qu saprofundeixi en els sentiments i els
smptomes amorosos, ats el poc pes de lacci en la trama. Tot seguit indica-
rem quins sn aquests moments dintrospecci sentimental al Pars e Viana i els
relacionarem amb el Curial i altres novelles on els personatges pateixen els
mateixos smptomes derivats de la passi amorosa.
Lenamorament de Viana es produeix doda (5), sense conixer lestimat
(Thompson: T11), perqu lha sentit tocar per a ella diverses nits, talment com
al Frare de joi (vv. 50-52) el protagonista senamora doda de Sor de Plaser. El
primer smptoma denamorament de la filla del delf s la necessitat de parlar
del seu enamorat. Tamb la Gelfa cerca una confident en labadessa per con-
fessar els seus sentiments (I.18.14). Al mateix temps, Pars ja no pot amagar ms
els smptomes de la passi amorosa i vehent quant parill era descobrir ses inten-
cions desliber apartar-sen [de Viana] (5), igual que al Curial (I.16.6) sens diu
que Lquesis no sabent cobrir les sues passions, dues voltes se gir a mirar
Curial.
Enamorats, els protagonistes del Pars e Viana es deixen endur per la malen-
conia, fruit de la impossibilitat amorosa (6). De fet, quan lAutor de la Crcel
de amor (cap. 7) veu Laureola en aquest estat dedueix que est enamorada de
Leriano i mant lesperana. Segons els tractats de medicina medieval, la malen-
conia pot provocar la mort, ja que s un estat dnim causat per lhumor sec i
fred. El mateix Leriano acaba morint damor.
Per tal devitar les conseqncies negatives de la malenconia, el pare de
Viana convoca un torneig per divertir-la; el marit de la Fiammetta prova, sense
xit, el mateix tipus de cura per a lesposa en diverses ocasions. A ledat mit-
jana els jocs eutraplics eren aconsellables per gaudir duna bona salut, ja que
es pensava que els accidents de lnima afectaven el cos. Per Viana reconeix

542 ndice
PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

lenamorat en el vencedor dels dos tornejos i els smptomes de la passi amo-


rosa saguditzen (21) tant en ella com en Pars, al qual el pare i Adoardo retreuen
que ja no tingui cura de les seves pertinences ni participi en festes com solia.
El punt culminant de la tensi amorosa arriba amb el reconeixement de les armes
que el cavaller victoris havia portat als tornejos i que Viana troba a la cambra
de Pars. Lemoci s tan forta que tota alterada no podia tenir-se en peus (25), de
la mateixa manera que no ho pot fer Lquesis desprs que Curial hagi partit del
seu costat: Mas com Curial shic parts, Lquesis lo mir e, aix com lo perd
de veure, tots los espirits li fugiren (Curial, I.16.8).
Tot i aix, un cop ms, lautor del Pars e Viana opta per la brevetat descrip-
tiva i la sobrietat en lexpressi dels sentiments. Noms labandonar en
quatre ocasions: a) el monleg de gelosia de Pars (32) present tamb al Fron-
dino (primera lletra) i causa del despit de la Gelfa al Curial, b) el comiat dels
enamorats (37-38) que apareix al Curial (I.17.6), al Frondino e Brisona
(vv. 69-250) i la Fiammetta, c) la primera carta de Viana que rep Pars carac-
teritzada de manera similar en la recepci de Curial de les cartes de Gelfa i
d) el retrobament (72) tamb a Pierres (pp. 76-78), Curial (III.24) i Fron-
dino (vv. 422-437), moments en els quals sutilitza lestil directe. En canvi, lau-
tor del Curial s ms prdig en expansions sentimentals, com hem observat en
el plany de Gelfa per por de la mort de lestimat en un naufragi (III.15.2).
Per tant, les novelles cavalleresques utilitzen com a material literari els smp-
tomes de la passi amorosa, considerada una malaltia als tractats mdics de l-
poca com el Tractatus de amore heroico, per mostrar al lector la psicologia
sentimental dels personatges. La ficci sentimental de la segona meitat de segle
aporta una considerable crrega retrica a lelaboraci literria de la simptoma-
tologia amorosa (Crcel de amor, Lnima dOliver de Moner).

13. El confident
A les novelles de temtica sentimental el confident possibilita lexpansi
amorosa. Al Pars e Viana, igual que al Curial, sn dos els personatges que des-
envolupen aquesta funci. Aix, Edoardo, amic i conseller de Pars (4, 7, 12,
22, 35 i 47) t lequivalent femen en Isabel, criada de Viana (26 i 34); aix com
Curial confia en Melcior de Pando i la Gelfa en labadessa. Per no sn els
nics enamorats amb confident: Tirant compta amb Diafebus i Carmesina, amb
Estefania (Tirant); Jacob Xalabn t Al Bax i Nerguis, la cambrera; Oliveros de
Castella, Arts dAlgarve (Oliveros de Castella, cap. 4-5, inseparables); la Fiam-
metta, la dida (Fiammetta); Magalona, lama (Pierres) i Leriano, lAutor (Cr-
cel de amor).

ndice 543
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

14. Les epstoles sentimentals


Malgrat que la brevetat del Pars e Viana catal deixa sense desenvolupar
molts dels motius literaris que hi apareixen al contrari de la versi francesa s
que reporta una transcripci de lepistolari entre Pars, Adoardo i Viana: un total
de cinc cartes (43-48); mentre que al Curial, tot i lefecte que provoquen les
lletres de la Gelfa al protagonista, no shi reprodueixen. En canvi, s que es
mostren al Tirant (cap. 158), en el Frondino e Brisona i, per descomptat, a les
ficcions sentimentals (Crcel de amor, Cartes a lamada de Moner). A les esco-
les de retrica saprenien les ars dictandis i la gramtica a travs de la traduc-
ci de textos com les Heroides dOvidi (Torr, 2007: 380).

15. La cerca de pretendent


La cerca de marit per a la dama per part del seu tutor sense que la interes-
sada nestigui al corrent s un altre tret com entre el Pars e Viana (32) i el
Curial (II.34.I) que comparteixen amb el Tirant, per en aquesta novella, mal-
grat que el concert de matrimoni es negoci entre el rei i Tirant, es deixa que la
infanta decideixi si accepta el pretendent, el fill del rei de Frana (cap. 101).

16. El matrimoni doble


En una relaci amorosa desigual els enamorats han de vncer innombra-
bles obstacles, incrementats pels personatges que soposen al seu amor: el delf
(Pars e Viana), els envejosos de la cort de Montferrat (Curial e Gelfa), la
Viuda Reposada (Tirant). Hi ha tres desenllaos possibles: el fracs de lamor
(Crcel de amor), la mort dels enamorats (La Celestina) i el matrimoni (Pars
e Viana, Curial, Pierres). Darrere del final feli hi ha una intencionalitat per
part de lautor de legitimar una relaci basada en lamor. Torr (1996: 43) des-
taca la novetat del concepte damor conjugal, ja que en els discursos eclesis-
tics no sidentificava lamor amb el matrimoni. Torr afegeix que aquesta idea
introdueix en la literatura un posicionament diferent respecte de la irraciona-
litat de la passi amorosa i de la impossibilitat de ser correspost per una dama
virtuosa.
La fidelitat dels amics dels protagonistes s recompensada amb el matrimoni
doble: Pars-Viana, Adoardo-Isabel i Curial-Gelfa i Galceran de Mediona-Arta
a les novelles estudiades. Al captol 14 del Jacob Xalabn, hi trobem una des-
cripci a grans trets del matrimoni de les dues parelles molt pareguda a la del
Pars e Viana (75).

544 ndice
PA R S E V I A N A I C U R I A L E G E L FA , U N E S T U D I C O M PA R AT

17. Conclusi
La comparaci de les caracterstiques comunes del Pars e Viana catal i el
Curial e Gelfa amb altres novelles que presenten els mateixos trets posa de
manifest que les coincidncies entre les dues primeres novelles no sn altra
cosa que motius literaris compartits per una srie dobres que classifiquem dins
dun mateix gnere literari, la novella cavalleresca.

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ndice 547
LAS VARIEDADES DEL ESPAOL EN EL AULA ELE ANTE EL BICENTENARIO: UNA DEUDA
PENDIENTE
Antonio Cano Gins
Departamento de Filologa Espaola. Universidad de La Laguna

Introduccin
La enseanza del espaol como lengua extranjera tiene desde siempre una
deuda pendiente con las variedades del espaol y, especialmente, con el espa-
ol de Amrica. A este espaol de las Amricas, quiz por su amplsimo terri-
torio, quiz por sus cuatrocientos millones de hablantes, quiz por lo difcil
de su sistematizacin general en algunos niveles del lenguaje, se le ha sosla-
yado injusta y sistemticamente en el aula de espaol.

La enseanza de la lengua es tanto la razn como el medio para valorizar la


riqueza del mundo hispano. En un contexto globalizado la idea es unir a los pue-
blos y abrazar al mundo.1

No es raro encontrar a profesores de espaol preguntarse qu espaol ense-


ar, qu normas observar o qu lxico elegir para sus clases. La estigmatizacin

1. Cabrera Gmez, Jorge y Esteves dos Santos, Ana Luca (1999) Espaol de las Amricas: Base
conceptual. En Actas ASELE IX. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela,
pg. 165.

ndice 549
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de las variedades americanas o de las variedades meridionales en Espaa se


sigue haciendo patente en el aula, no slo por el inconfesable prejuicio del pro-
fesorado, que llega a traicionar su propia variante, adaptando su acento a un
espaol peninsular (con todas sus zetas), sino tambin por una perspectiva mar-
cadamente centralista (de mbito castellano) en la edicin de materiales para la
enseanza del espaol.

1. Objetivos
Nos proponemos en esta comunicacin observar y abundar en aquellos
aspectos en los cuales creemos que se puede y se debe acabar con este ostra-
cismo didctico: polticas institucionales, programas de mster en formacin de
profesores especialistas en la enseanza de ELE, marco de referencia para la
enseanza del espaol, el papel de las editoriales (manuales de aprendizaje,
materiales para la enseanza de la lengua, lexicografa didctica, etc.).
En definitiva, pretendemos contribuir en algo a saldar la deuda que la ense-
anza del espaol/LE tiene con el espaol de Amrica en este ao del bicente-
nario de la independencia de la mayor parte de los pases suramericanos.
El espaol de Amrica e Hispanoamrica en general tienen una relevancia
indiscutible en el aula de espaol. Esto es as no solo por el nmero de hablan-
tes al otro lado del Atlntico, que tambin, sino por la importancia econmica
de los pases americanos en los que se habla el espaol, de su prestigio entre
los hablantes americanos y de su produccin cientfica, tcnica y literaria. Por
su emergente inters turstico, sus manifestaciones artsticas de todo tipo, los
eventos deportivos que all se celebran, etc. Todo ello son razones que atraen
hombres y mujeres de todo el mundo hacia Hispanoamrica, y estas grandes
motivaciones no pueden ser ajenas a la enseanza de la lengua y [a su] pre-
sencia en el aula de espaol segunda lengua.2
La presencia del espaol en organismos internacionales ha venido a aumen-
tar esa relevancia, en especial desde el nacimiento del Mercado Comn del Cono
Sur (MERCOSUR) en 1991, entre cuyos pases miembros se encuentra desde sus
comienzos Brasil, que ha impulsado enormemente la enseanza-aprendizaje del
espaol en los ltimos aos, principalmente convirtiendo en obligatorio el estu-
dio de la lengua espaola en la enseanza secundaria.
La proyeccin de futuro que tiene Hispanoamrica es formidable, y la irra-
diacin de la lengua que nos une va unida a su desarrollo.

2. Anadn Prez, M Jos (2005) Hispanoamrica y el espaol de Amrica en la enseanza del


espaol como segunda lengua entre alumnos ingleses. Cap. 2.3. Recuperado el 9 de enero de 2010
de http://www.educacion.es/redele/biblioteca2005/anadon.shtml.

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L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

Estamos convencidos de que si el espaol es una lengua bien posicionada


en el ranking de las lenguas ms influyentes en el mundo es, en definitiva, por
la presencia, la fuerza, el empuje y la vitalidad de que goza en el continente
americano. No queremos decir con esto que Espaa sea un elemento menor en
el florecimiento de este inters por nuestra lengua comn. Muy al contrario,
celebramos que Espaa haya apostado fuerte por la difusin del espaol con
su red de institutos Cervantes por todo el mundo, aplaudimos el impulso de
grandes editoriales espaolas para la publicacin de materiales para la ense-
anza y aprendizaje del espaol, y elogiamos, por supuesto, el esfuerzo de ins-
tituciones como la Real Academia Espaola (RAE) para avanzar en diferentes
trabajos panhispnicos.
Toda contribucin suma, sin duda. Aun con todo, seguimos pensando que
el espaol de Amrica no est presente en la proporcin que debiera en las lla-
madas industrias de la lengua. Quiz se trate simplemente de coordinar esfuer-
zos, encontrar lugares comunes prcticos y seguir trabajando en la lnea de lo
panhispnico, aunque no se nos escapa que lo panhispnico en el aula de espa-
ol a la mayora de los lingistas se nos antoja poco prudente y, en concreto,
en lo que a la enseanza del lxico se refiere, casi utpico.
Lo que s es una realidad es que

somos ahora millones de personas las que compartimos adems de lengua materna
muchas cosas ms: referencias culturales, valores y creencias, afinidades estti-
cas, sentimientos... Desde que en 1492 se produjo el primer contacto, una corriente
ininterrumpida de personas ha cruzado el Atlntico, en una y otra direccin, en
busca de fortuna, de refugio y, a veces, en pos de la aventura y el conocimiento,
y se han establecido permanentes lazos de parentesco fsico, cultural y econ-
mico. Las relaciones no han sido siempre fciles, pero los habitantes de una y
otra orilla nunca han dejado indiferentes a los de la otra.3

Los lugares comunes en lo lingstico y en lo vital, por tanto, han existido y


existen desde el comienzo. Y ahora, en el siglo XXI y en un mundo globalizado
los lazos se estrechan.
El profesor Snchez Lobato lo explica as:

El peso del espaol en el mundo se ha trasladado del pas que lo acun Espaa
a los diferentes pases americanos que lo eligieron como idioma nacional defi-
nitivamente unido al grito de independencia. La lengua espaola, en su vasta
geografa actual, presenta diversos tonos, diferentes acentos, unos ms acentua-

3. Anadn Prez, M Jos (2005) Op. cit., cap. 2.

ndice 551
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dos que otros cierto es, pero todos los hablantes de espaol no importa su
origen, absolutamente todos, cantamos la misma cancin. [...] Somos capaces
de reconocernos y de comprendernos all donde nos encontremos [...] el enorme
influjo de los poderosos medios de comunicacin: prensa radio y televisin, tami-
zan matices y expanden usos y modas, tanto sociales, culturales como lingsti-
cos, a los cuatro vientos.4

2. El papel de las instituciones


La Real Academia Espaola, la Asociacin de Academias de la Lengua Espa-
ola (AALE) y el Instituto Cervantes son en este momento las instituciones con
mayor peso en las labores de investigacin y difusin de la lengua espaola.
Todas estn realizando un enorme esfuerzo para integrar las particularidades
del espaol de Amrica en sus obras de referencia, y para conseguir el mayor
consenso posible entre todos los estudiosos de la lengua en las dos orillas.
As, aparece recogido en los estatutos vigentes como objetivo prioritario el
de:
velar por que los cambios que experimente la lengua espaola en su constante
adaptacin a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad
que mantiene en todo el mbito hispnico.5

Y as lo hace notar en su prlogo la Nueva gramtica de la lengua espaola


de 2009:

La obra que ahora ve la luz es el resultado de este ambicioso proyecto. No es


solo una obra colectiva, resultado de la colaboracin de muchos, sino tambin
una obra colegiada, el ltimo exponente de la poltica lingstica panhispnica
que la Academia Espaola y sus veintiuna Academias hermanas vienen impul-
sando desde hace ms de un decenio. El texto bsico de esta Nueva Gramtica
fue aprobado por todas y cada una de ellas en la sesin de clausura del XIII Con-
greso de la Asociacin, celebrado en Medelln (Colombia) el 24 de marzo de
2007.6

Aun as, la RAE reconoce sus limitaciones en lo que a la variacin geogrfica


se refiere:

4. Snchez Lobato, Jess (1994) El espaol en Amrica. En Actas ASELE IV. Problemas y mto-
dos en la enseanza del espaol como lengua extranjera. Coord. por Jess Snchez Lobato e Isa-
bel Santos Gargallo. Madrid: SGEL, pg. 554.
5. RAE (1999) Ortografa de la lengua espaola. Madrid: Espasa, pg. XV.
6. RAE y AALE (2009) Nueva gramtica de la Lengua espaola. Madrid: Espasa, pg. XL.

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L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

La variacin geogrfica tiene aqu muy abundante presencia, si bien no debe


esperarse el grado de detalle que correspondera a un tratado de dialectologa.
Las referencias geogrficas especficas se introducen muchas veces en funcin de
pases o de regiones, pero en la mayor parte de los casos se establecen a partir
de zonas o reas lingsticas ms amplias.7

El Diccionario Panhispnico de Dudas (DPD) es otra de las grandes aportacio-


nes de la RAE y la AALE en estos primeros aos del siglo XXI. El proyecto de crea-
cin del DPD surgi en 1998 al hilo de otra novedad: el departamento de Espaol
al da en la pgina Web de la Academia Espaola, creada ese mismo ao. Este
Departamento, al que cualquier persona interesada puede dirigirse para solven-
tar cualquier duda, fue creando una base de datos de las ms habituales y recu-
rrentes que se convertira en el germen primero de este magnfico trabajo del
que ahora disfrutamos.
Est llamado a ser el vademcum del profesor de espaol/LE y de cual-
quier hispanohablante preocupado por la correccin en su discurso. Tiene voca-
cin de continuidad y de normativo, incluso ms que la Nueva Gramtica de
la lengua espaola en cuyo prlogo alude a esta cuestin:

De manera paralela a como el Diccionario panhispnico de dudas (DPD) pone


mayor nfasis en la norma, la Nueva gramtica acenta los diversos factores per-
tinentes en la descripcin.8

Y al profesor de espaol no hay nada que lo tranquilice ms que una sen-


tencia acadmica ante una duda.
Bien es verdad que el DPD huye conscientemente de los trminos correcto e
incorrecto para evitar sentencias e interpretaciones categricas, y lo justifica por
la naturaleza relativa y cambiante de la norma. Prefiere respuestas con expre-
siones matizadas del tipo: Se desaconseja por desusado...; No es normal hoy y
debe evitarse...; No es propio del habla culta...; Esta es la forma mayoritaria
y preferible, pero tambin se usa..., etc. Es su intencin al matizar con estas expre-
siones atender los criterios de vigencia, extensin y frecuencia en el uso gene-
ral culto en sus juicios y recomendaciones sobre los fenmenos analizados.9
Pero al fin, aun con matices, la ansiada norma. La norma hay que entenderla,
dice el DPD en su presentacin, como

7. RAE y AALE (2009) op. cit., pg. XLIV.


8. RAE y AALE (2009) op. cit., pg. XLIII.
9. RAE y AALE (2005) Diccionario panhispnico de dudas. Madrid: Santillana, pg. XV.

ndice 553
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

el conjunto de preferencias lingsticas vigentes en una comunidad de hablan-


tes, adoptadas por consenso implcito entre sus miembros y convertidas en mode-
los de buen uso [...] no por decisin o capricho de ninguna autoridad lingstica,
sino porque asegura la existencia de un cdigo compartido que preserva la efi-
cacia de la lengua como instrumento de comunicacin.10

Dado el carcter supranacional de la comunidad hispanohablante, es obvio


que no existe una nica norma, as entendida. El espaol se habla en ms de
veinte pases y existen por tanto normas diversas que comparten una base
comn: la que se manifiesta en la expresin culta de nivel formal.11
El problema viene ya de antiguo: Y qu norma? La de qu comunidad de
hablantes? Las academias encuentran una solucin que al profesor de espaol
le viene a auxiliar especialmente en dos de las cuatro destrezas que debe ense-
ar: en la comprensin lectora y, sobre todo, en la expresin escrita. Esto es as
por la intencin del Diccionario de normalizar el espaol estndar (la lengua
general culta) ante la imposibilidad reconocida de dar cuenta sistemtica de
todas las variedades que de uno y otro tipo [geogrficas y sociolingsticas] pue-
dan efectivamente darse en las distintas regiones de habla hispana.12
Entendemos ms que razonable la postura acadmica. Ya es extremadamente
complejo intentar abarcar las divergencias de uso geogrfico y sera, cuanto
menos imprudente, intentar sistematizar y normalizar la totalidad de variables.
A pesar de las limitaciones el DPD trata de orientar al lector para que pueda dis-
cernir, entre usos divergentes, cules pertenecen al espaol estndar [...] y
cules estn marcados geogrfica o socioculturalmente.13
Otra gran obra de referencia para el estudio del espaol, la Gramtica des-
criptiva de la lengua espaola, de Ignacio Bosque y Violeta Demonte, atiende
en sus contenidos las caractersticas particulares del espaol de Amrica aun-
que disculpa as el lmite en su estudio:

10. RAE y AALE (2005) op. cit., pg. XIII.


11. Lo explica con claridad el Diccionario en su presentacin: Una amplia base comn, la
que se manifiesta en la expresin culta de nivel formal, extraordinariamente homognea en todo el
mbito hispnico, con variaciones mnimas entre las diferentes zonas, casi siempre de tipo fnico y
lxico. Es por ello la expresin culta formal la que constituye el espaol estndar: la lengua que
todos empleamos o aspiramos a emplear, cuando sentimos la necesidad de expresarnos con correc-
cin; la lengua que se ensea en las escuelas; la que, con mayor o menor acierto, utilizamos al hablar
en pblico o emplean los medios de comunicacin; la lengua de los ensayos y de los libros cient-
ficos y tcnicos. Es, en definitiva, la que configura la norma, el cdigo compartido que hace posible
que hispanohablantes de muy distintas procedencias se entiendan sin dificultad y se reconozcan miem-
bros de una misma comunidad lingstica. En RAE y AALE (2005), ibd., pg. XIV.
12. RAE y AALE (2005) ibd, pg. XV.
13. RAE y AALE (2005) ibd, pg. XV.

554 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

Se recogen aqu los aspectos fundamentales de la variacin sintctica (ms an


los morfolgicos) [...] con ms prolijidad que en cualquier otra descripcin sin-
crnica del espaol, pero no se nos oculta que existen otros hechos sintcticos
de comprobada variacin en el mundo hispnico que tal vez podran haberse tra-
tado ms pormenorizadamente.14

Tambin lamentan los autores de esta gran obra colectiva (73 colaborado-
res) la desproporcin entre el nmero de autores espaoles, mucho mayor, y
autores hispanoamericanos e hispanistas extranjeros, con menor presencia en
la elaboracin de la obra. No obstante, reconocemos con los autores que los
lingistas hispanoamericanos que se han especializado en el estudio de la gra-
mtica espaola constituyen un porcentaje menor en esa comunidad que el
de espaoles que han elegido el mismo campo.15
Asimismo, el esfuerzo por incorporar americanismos en las ltimas edicio-
nes del Diccionario de la lengua espaola de la RAE es innegable. Valgan como
aval sus palabras en el prlogo de su 22. edicin:

El Diccionario es una obra corporativa de la Real Academia Espaola, con la cola-


boracin de las Academias hermanas, que pretende recoger el lxico general
de la lengua hablada en Espaa y los pases hispnicos [...] Esta seleccin, en
algunos casos, ser lo ms completa que a los medios a nuestro alcance permi-
tan especialmente en lo que se refiere al lxico de la lengua culta y comn de
nuestros das, mientras que otros aspectos dialectalismos espaoles, america-
nos y filipinos, tecnicismos, vulgarismos y coloquialismos, arcasmos, etc. se
limitar a incorporar una representacin de los usos ms extendidos o caracte-
rsticos.16

La misma Academia Espaola en el prlogo de su Ortografa de la lengua


espaola de 1999 lo deja claro:

nuestro viejo lema fundacional limpia, fija y da esplendor, ha de leerse ahora,


ms cabalmente, como unifica, limpia y fija y que esa tarea la compartimos,
en mutua colaboracin, con las veintiuna Academias de la Lengua Espaola
restantes, las de todos los pases donde se habla espaol como lengua propia.17

14. Bosque, Ignacio y Demonte Violeta (1999) Gramtica descriptiva de la lengua espaola.
Madrid: Espasa. vol.1, pg. XXVIII.
15. Bosque, Ignacio y Demonte Violeta (1999) op. cit., pg. XXVI.
16. RAE (2001) Diccionario de la lengua espaola. 22 edicin. Madrid: Espasa, pg. XXIX.
17. RAE (1999) Ortografa de la lengua espaola. Madrid: Espasa, pg. XV.

ndice 555
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Por lo hasta aqu expuesto, es nuestro deseo reconocer y agradecer desde


aqu a la Academia espaola el esfuerzo por la descentralizacin de criterios a
la hora de enunciar sus preceptos y recomendaciones. No sera justo obstinarse
en no ver los avances. De hecho, cada vez tienen menos sentido las crticas de
monopolio de la correccin que recaen sobre la institucin.

No hay que ignorar [] que desde que se cre la Asociacin de Academias de


la Lengua Espaola las decisiones que afectan a las normas generales de acep-
tacin y correccin se han tomado contando con la opinin de esas Academias.
La estandarizacin del espaol ya no es tarea exclusiva de la espaola.18

La otra gran institucin en lo que se refiere a la difusin y a la investigacin


sobre la lengua espaola es el Instituto Cervantes. Desde su creacin el 11 de
mayo de 1990 por el Gobierno de Espaa bajo el mandato del presidente Felipe
Gonzlez, su tarea ha sido la promocin y enseanza de la lengua espaola, as
como la difusin de la cultura de Espaa e Hispanoamrica.19 Y, sin duda, pode-
mos decir que la tarea est siendo bien cumplida.
A su pgina web acudimos todos los profesionales relacionados con la ense-
anza de la lengua espaola con intenciones muy distintas: participar en sus
foros, leer noticias sobre el espaol, seleccionar algn programa entre su ampl-
sima oferta de cursos para la formacin del profesorado, o descargar actividades
para la prctica en el aula de cualquier aspecto gramatical, literario o de la cul-
tura hispnica.
Entre las labores del Instituto destaca la organizacin de cursos de lengua
espaola, que es su principal actividad, pero no descuida otras tareas en las que
se aprecia con claridad su vocacin panhispnica: organiza, junto con la Real
Academia Espaola, los congresos internacionales de la lengua espaola, con-
siderados actualmente los mayores foros de reflexin sobre el idioma espaol,
y que se celebran cada tres aos en alguna ciudad de Hispanoamrica.20
Asimismo, ha colaborado en el Diccionario Panhispnico de Dudas. Participa
activamente en la Oficina del Espaol en la Sociedad de la Informacin (OESI),

18. Moreno Fernndez, Francisco (2000) Qu espaol ensear. Madrid: Arco libros, pg. 77.
19. Los objetivos del Instituto Cervantes son, segn el artculo 3 de la Ley 7/1991, de 21 de
marzo, por la que se crea, los siguientes:
- Promover universalmente la enseanza, el estudio y el uso del espaol y fomentar cuantas
medidas y acciones contribuyan a la difusin y la mejora de la calidad de estas actividades.
- Contribuir a la difusin de la cultura en el exterior en coordinacin con los dems rganos
competentes de la Administracin del Estado.
20. Hasta 2007 han tenido lugar en Zacatecas (Mxico), Valladolid, (Espaa), Rosario (Argen-
tina) y Cartagena de Indias (Colombia). Lamentablemente, el Congreso de 2010 en Valparaso
tuvo que suspenderse por el terremoto que asol Chile el pasado mes de marzo.

556 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

que est dedicada a promocionar la presencia del espaol en el mbito de las


tecnologas de la informacin. Da apoyo a la labor de los hispanistas de todo
el mundo a travs de su Portal del Hispanismo, convertido ya en centro de refe-
rencia del hispanismo en Internet. En l podemos encontrar informacin sobre:
departamentos y centros de investigacin universitarios con secciones de espa-
ol; asociaciones de hispanistas y de profesores de espaol; informacin sobre
congresos, seminarios, jornadas, etc.; recursos en Internet para investigadores,
noticias de inters para los hispanistas o enlaces especialmente relacionados o
relevantes para cualquier investigador en la materia.
En un mbito ms cultural, el Instituto Cervantes pone a disposicin de
los artistas de origen latinoamericano las salas de exposiciones de sus cen-
tros, actualmente ms de 70 repartidos por todo el mundo, aportando una
magnfica oportunidad de exhibir sus obras. Tambin colabora en la orga-
nizacin de conciertos, proyecciones, obras de teatro, etc. relacionados con
la cultura hispanoamericana.
No hay ms que bucear un poco, o mejor dicho, navegar entre sus publi-
caciones peridicas en la red y fuera de ella para constatar la abrumadora canti-
dad de eventos que organiza el Instituto para conseguir sus objetivos: La
Memoria del Instituto Cervantes, el Anuario del espaol y la Revista del Ins-
tituto Cervantes.21
En su firme apuesta por las nuevas tecnologas, el Instituto Cervantes cre
en 1997 el Centro Virtual Cervantes (http://cvc.cervantes.es) como complemento
a la enseanza en sus centros. Hoy en da es lugar de referencia no solo para
profesores y alumnos de espaol, sino para cualquier persona interesada en
la lengua y la cultura hispnicas.
Para completar su oferta, el Cervantes ha sido el primer instituto lingstico
europeo en tener su propio canal de televisin: http://www.cervantestv.es. Como
anunciaba en rueda de prensa Carmen Cafarell, directora del Instituto Cervan-
tes, el da de su inauguracin (el 12 de febrero de 2008): Es la gran apuesta del
Cervantes por las tecnologas de la informacin y por el medio televisivo para
que los contenidos culturales y didcticos del Cervantes lleguen adonde no lle-

21. Revista Instituto Cervantes: revista gratuita de periodicidad bimestral, donde se publican los
actos que el Instituto Cervantes realiza, tanto en Espaa como en cualquier centro del extranjero,
con la intencin de informar del progreso del centro y de las lenguas espaolas. Anuario del
espaol: bajo el ttulo genrico de El espaol en el mundo analiza la situacin y novedades de la
lengua espaola en sus distintos mbitos de uso. Las sucesivas ediciones, que se publican desde
1998, forman una coleccin de imgenes sobre la situacin del espaol. Memoria del Instituto Cer-
vantes: publicacin anual en la que se expone la evolucin del Instituto Cervantes a lo largo del
ltimo ao. Se centra en la actividad cultural y acadmica de cada centro y biblioteca, as como las
inauguraciones que hayan tenido lugar. Se incluye informacin sobre el Aula Cervantes, entida-
des colaboradoras y patrocinadoras. Fuente: Wikipedia.

ndice 557
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

gamos presencialmente.22 Con programacin las 24 horas al da, sus conteni-


dos bsicos son boletines culturales, entrevistas, tertulias, reportajes, msica y
documentales sobre la actualidad cultural de Espaa y de los pases hispanoha-
blantes, as como informacin sobre los ms de cinco mil actos culturales que
se celebran anualmente en sus centros.
Sinceramente, a la luz de lo expuesto hasta aqu de la labor del Instituto Cer-
vantes, no sera de justicia decir que no atiende a las variantes americanas. Lo
que s es cierto es que su atencin a lo hispanoamericano est fundamentalmente
vinculada a lo sociocultural, y en menor medida, a lo estrictamente lingstico. As
lo reconoce el Instituto en su publicacin acadmica ms ambiciosa, el documento
que establece los objetivos generales y los contenidos de la enseanza que son
de aplicacin en todos los centros para asegurar la coherencia de [su] nuestra
actividad acadmica.23 Nos referimos a su Plan curricular de 2007 en el que se
afirma que:

Para desarrollar las especificaciones de los inventarios se parte del espaol cen-
tral-septentrional y se incluyen especificaciones sobre otras variedades del espa-
ol. Tanto las especificaciones como los ejemplos que se dan en los distintos
inventarios responden en general a la norma culta.24

De hecho, no hemos encontrado entre sus pginas alusin alguna al seseo


o al voseo, por poner dos ejemplos llamativos y caractersticos del espaol ame-
ricano, aunque el seseo, como se sabe, tambin aparece en el espaol de las
Islas Canarias y en zonas meridionales de la pennsula Ibrica.
En definitiva, si bien todos reconocemos que toda labor institucional es mejo-
rable, y que queda mucho por hacer, especialmente en la atencin a la varia-
cin lingstica geogrfica, no podemos sino felicitarnos por la evolucin y el
trabajo desarrollado hasta el momento por el Instituto Cervantes.

3. Contribucin de las universidades


Las universidades tambin contribuyen a atender las variedades del espaol
americano. El estudio de las variantes geogrficas enfocado a la enseanza
del idioma como lengua extranjera est ubicado bsicamente en programas

22. Para ms informacin sobre los objetivos del canal Cervantes de televisin visitar:
http://www.cervantes.es/sobre_instituto_cervantes/prensa/2008/noticias/noticia_08-02-12.htm. Recu-
perado el 11 de marzo de 2010.
23. Instituto Cervantes (2007) Plan curricular del Instituto Cervantes. Biblioteca nueva/Edelsa:
Madrid, pg. 9.
24. Instituto Cervantes (2007) op. cit., pg. 15.

558 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

de doctorado, ttulos propios y msteres oficiales de los centros cuya finalidad


es la formacin de profesores de espaol LE.25
Estamos convencidos de la necesidad de la existencia de mdulos que abun-
den en las diferencias. Por nuestra experiencia en la formacin del profesorado
podemos afirmar que si bien casi todo el alumnado que se acerca a un curso
de este tipo tiene una formacin bsica en dialectologa, no existe suficiente
sensibilizacin (a veces ni mnima) en cuanto a la necesidad de conocer e inte-
grar la diferencia diatpica en el aula. Y es bsico tenerla en cuenta. Cuando
afirmamos ante los alumnos de mster que el 90 % de la poblacin hispano-
hablante sesea, o cuando relativizamos la norma en cuanto al uso de los pasa-
dos, en concreto, al hablar del contraste pretrito perfecto / pretrito indefinido
(por poner un par de ejemplos recurrentes), notamos demasiadas miradas de
asombro, de incredulidad, incluso. Y al segundo, surge en el aula la discusin
sobre la norma y las inevitables preguntas: Qu espaol es mejor? Qu espa-

25. Andaluca: Universidad de Granada: Mster en Enseanza del Espaol como Lengua Extran-
jera. Universidad de Mlaga: Mster en Enseanza del Espaol como Lengua Extranjera. Universi-
dad de Sevilla: Mster en Formacin de Profesores de Espaol como Lengua Extranjera. Docto-
rado en Adquisicin de Segundas Lenguas. Universidad Pablo de Olavide: Mster en Formacin
de Profesores de Espaol como Lengua Extranjera. Universidad Pablo de Olavide: Doctorado en
Adquisicin de Segundas Lenguas. Aragn: Universidad de Zaragoza: Doctorado en Didctica de
Segundas Lenguas. Cantabria: Universidad Internacional Menndez Pelayo: Mster en Enseanza del
Espaol como Lengua Extranjera (en colaboracin con el Instituto Cervantes). Canarias: Universi-
dad de La Laguna: Mster Universitario en Enseanza del Espaol como Lengua Extranjera. Uni-
versidad de Las Palmas de Gran Canaria: Mster Universitario en Enseanza del Espaol como Len-
gua Extranjera. Castilla y Len: Universidad de Valladolid: Mster en Enseanza del Espaol como
Lengua Extranjera. Universidad de Salamanca: Mster universitario. La Enseanza del Espaol
como Lengua Extranjera. Catalua: IL3 - Universitat de Barcelona: Mster en Formacin de Profeso-
res de Espaol como Lengua Extranjera. Universitat de Girona: Mster en Formacin de Profesores
de Espaol como Lengua Extranjera. Universitat Rovira i Virgili: Mster en Enseanza del Espaol
como Lengua Extranjera. Euskadi-Pas Vasco: Universidad de Deusto: Mster Europeo en Enseanza
del Espaol como Lengua Extranjera. Madrid: Universidad Complutense de Madrid: Mster en Ense-
anza del Espaol como Lengua extranjera. Universidad Rey Juan Carlos: Mster en Enseanza del
Espaol como Lengua Extranjera. Universidad de Alcal de Henares: Mster en Enseanza del Espa-
ol como Lengua Extranjera y Mster en Enseanza de espaol e ingls como L2/LE. Universidad
Camilo Jos Cela: Experto en Enseanza del Espaol para Extranjeros. Universidad Antonio de
Nebrija: Mster en Enseanza del Espaol como Lengua Extranjera. Doctorado en Lingstica apli-
cada a la Enseanza del ELE. Murcia: Universidad de Murcia: Curso de especialista universitario en ELE.
Navarra: Universidad de Navarra: Mster de Enseanza de Espaol como Lengua Extranjera. La Rioja:
Universidad de la Rioja: Mster Universitario en Didctica para Profesores de Lengua y Cultura Espa-
olas en Centros Educativos Extranjeros. Valencia: Universidad de Valencia: Mster Universitario
en Didctica de Lenguas. Universidad de Alicante: Mster Oficial en Enseanza de Espaol e Ingls
como Lengua Extranjera. UNED (Universidad Nacional de Educacin a Distancia): Mster en Ense-
anza del Espaol como Segunda Lengua. Fundacin Universitaria Iberoamericana: Mster en
Enseanza del Espaol como Lengua Extranjera. Fuente: Instituto Cervantes: http://cvc.cervantes.es/ense-
nanza/formacion/universidades.htm. Recuperado el 25 de marzo de 2010.

ndice 559
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ol ensear? O la ms ingenua: Tengo que cambiar mi acento? Podemos ase-


gurar, por tanto, que la labor de formacin, sensibilizacin y respeto hacia la
variedad sigue siendo estrictamente necesaria.

4. El papel de las editoriales


Las editoriales que se dedican a la difusin de materiales para la enseanza
del espaol tambin deben actuar con responsabilidad en este sentido. Y, en
honor a la verdad, cada vez son ms los trabajos que salen de sus rotativas con
la intencin de integrar las distintas variantes del espaol entre sus pginas.
La cultura de los pases hispanoamericanos est, ciertamente, cada vez ms
presente en sus publicaciones, y se puede constatar fcilmente con una mirada
detallada a sus catlogos y a las muestras que de sus publicaciones tienen en
sus sitios web.26 Hasta hace pocos aos nos tenamos que conformar con tibios
acercamientos al lxico hispanoamericano y con referencias anecdticas al
mundo hispnico ms all de las fronteras espaolas. El desarrollo de la inves-
tigacin en espaol como lengua extranjera y, sobre todo, la demanda de mate-
riales para la enseanza-aprendizaje del espaol donde las variantes america-
nas son insoslayables, Brasil y Estados Unidos, principalmente, han contribuido
definitivamente a los avances editoriales en este sentido.

5. Responsabilidad del profesorado del espaol como lengua extranjera


A los profesores de espaol se les exigen, no solo conocimientos lingsti-
cos, sino un sinfn de habilidades que nos parecen ms propias de un superh-
roe que de un mortal. No me resisto a traer aqu la visin que de este extremo
tiene el genial humorista grfico Forges, la cual fue plasmada en un chiste genial
que hemos visto enmarcado en algn que otro despacho (figura 1).
S, es cierto, se les pide demasiado. Pero no podemos olvidar que la ver-
dadera responsabilidad del profesor es ensear espaol. Para ello, primero ten-
dr que conocer profundamente el idioma y sus particularidades en todos los
niveles del lenguaje, y despus tendr que ocuparse y preocuparse de llevar
esos conocimientos al aula. Es decir, primero el qu y despus el cmo. En
el aula de espaol para extranjeros es cierto que se complementan y se nece-

26. Catlogos de las principales editoriales dedicadas al espaol como lengua extranjera: Edi-
torial Edelsa: http://www.edelsa.es/cata.php?nivel=0; Editorial SGEL: http://www.sgel.es/ele/; Edito-
rial Edinumen: http://www.edinumen.es/index.php?option=com_content&task=view&id=12&Ite-
mid=31; Editorial Difusin: http://www.difusion.com/catalogo/1/2/catalogo.html; Editorial Santillana:
http://www.santillanaele.com/web/index.php?santillanaele_es; Editorial SM: http://catalogo.edicio-
nessm.com.mx/ ver.aspx?catalogo=86&rama=002001. Recuperado el 30 de marzo de 2010.

560 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

Figura 1. Vieta de Forges sobre la profesin de profesorado de espaol.

sitan ms un aspecto y otro que en la enseanza de otras materias relacionadas


con el estudio de la lengua, pero vaya por delante que sostenemos sin son-
rojo que si no tenemos claro el qu, difcilmente sabremos cmo.
Llevamos ya muchos aos, quiz demasiados, preocupados por la didctica
del espaol como lengua extranjera. Y esto ha sido as porque, en efecto, haba
que preocuparse por ella: no exista una tradicin, no haba suficiente investi-
gacin y estbamos, ciertamente, muy por debajo del nivel alcanzado por len-
guas como el ingls en esta materia. Pero esta necesidad ha provocado, desde
nuestro punto de vista, una descompensacin notoria en la formacin de los
jvenes especialistas en la enseanza del espaol: saben ms metodologa y
didctica que gramtica espaola. Y ni que decir tiene que en cuestiones bsi-
cas de dialectologa, fontica o sociolingstica se enfrentan al aula con vastas
lagunas de todo punto indeseables.
Decamos al comienzo de este apartado que se le pide demasiado al pro-
fesor de espaol, y no quisiramos caer en ese exceso, pero estamos conven-
cidos de que, salvando las diferencias lxicas en el territorio hispnico, que
aunque siempre enriquecedoras son muchas, casi diramos que incontables e
inabarcables, las diferencias morfosintcticas entre las variedades a uno y otro
lado del Atlntico no son tantas ni nos son tan ajenas como para no conocer-
las ni atenderlas. No olvidemos que sin salir de Espaa podemos ya distinguir
entre la variedad castellana y la no castellana. Nos referimos en concreto a las
variantes meridionales en las que ya encontramos las diferencias que se suelen
atribuir a las variantes de all.

ndice 561
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Observemos el siguiente repertorio de fenmenos fonticos y morfosintcti-


cos del espaol de Amrica: el seseo; la aspiracin de la -s final; la ausencia
de vosotros; la neutralizacin de usos del pretrito perfecto e indefinido; la pre-
ferencia por las formas del imperfeto de subjuntivo en -ra; el empleo en plural
de las formas impersonales de haber en cdigos restringidos (haban / hubie-
ron tres personas); la conservacin del sistema etimolgico en los pronombres
tonos de 3. persona; mayor presencia de las formas perifrsticas para la expre-
sin del futuro (ir a +infinitivo; haber de +infinitivo); el adjetivo posesivo ante-
puesto al nombre (ven, mi hijo. mi madre! en vez de ven, hijo mo o madre
ma! utilizados en la variante castellana); tendencia a la sufijacin diminutiva en
-ito; supresin de interfijos (solito por solecito, cochito por cochecito, etc.).
Pues bien, todos los fenmenos mencionados y que son los caractersticos
del espaol de Amrica estn plenamente vigentes en el espaol de Canarias, y
la mayora de ellos lo estn tambin en amplias zonas de Andaluca. Por todo
ello, y as deben explicarse, son parte de las normas del espaol entendido en
su conjunto.

En una visin panormica de los posibles rasgos caractersticos del habla ameri-
cana precisa M. Beatriz Fontanella de Weinberg slo podemos considerar unos
pocos rasgos como exclusivos aunque no generales del espaol americano
actual frente al peninsular, entre los que destacan el voseo y el uso de la prepo-
sicin hasta con valor temporal restrictivo.27

Y entonces, por qu el profesorado no las integra con normalidad en sus


programas, en sus materiales o en sus explicaciones? Creemos simplemente que,
en general, es un problema de falta de formacin y sensibilidad para las dife-
rencias, aunque sean mnimas como acabamos de ver en lo que a morfosinta-
xis se refiere, y que aludir al componente lxico hispanoamericano aade un
extra de inseguridad que al profesor no le compensa. Nos resistimos a pensar
que an flote en el inconsciente colectivo el miedo a una posible fragmentacin
de la lengua espaola. Ese miedo est superado, ya no tiene mucho sentido.
Muy al contrario, con el tiempo se reducirn las diferencias fnicas, morfosin-
tcticas y lxicas entre hispanohablantes. El profesor Francisco Moreno afirmaba
con rotundidad que

S puede tenerse una realidad por segura. Dado que el contacto entre los hablan-
tes de espaol de todas las latitudes es cada vez ms frecuente, ya sea en persona
(gracias a la facilidad para viajar), ya sea a distancia (gracias a los medios de comu-

27. Fontanella de Weinberg, M Beatriz (1992) El espaol de Amrica. Mapfre, Madrid.


Pg. 14. Tambin en Snchez Lobato, Jess (1994) op.cit., pg. 557.

562 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

nicacin), puede decirse que en el futuro todos nos pareceremos un poco ms


de lo que nos parecemos, sobre todo en los usos lxicos.28

Quiz la clave para el xito en la docencia del espaol como lengua extran-
jera est en la adaptacin de un feliz concepto que est reportando muchos xi-
tos en la economa globalizada en la que ya nos encontramos, y que se est
imponiendo en la poltica de las empresas multinacionales. Nos referimos al con-
cepto de glocalizacin,29 es decir, pensar global y actuar local.30 Este concepto
alude en economa al hecho de saber ajustar las peculiaridades locales a las pol-
ticas corporativas generales de una empresa. Pensemos, por ejemplo, en la
cantidad de choques culturales que existen en las relaciones interpersonales
de ejecutivos y trabajadores de diferentes sedes de una misma multinacional, y
que no comparten ni idioma, ni referentes culturales, ni maneras de pensar, ni
horarios, ni comidas, etc.
Si trasladamos esta idea de glocalizacin a la enseanza del espaol, podr-
amos contemplar el espaol estndar como si de una poltica corporativa gene-
ral se tratara, y a las diferentes variedades como peculiaridades locales. De
este modo, todos tendramos un mismo punto de partida, y en funcin de un
anlisis de necesidades de nuestro pblico meta, del alumnado, adaptaramos
nuestros programas en aquellos aspectos en los que hay variantes y divergen-
cias relevantes. Recordemos que, como veamos ms arriba, no estn tanto en
lo lingstico como en lo sociocultural. Adems, es bien sabido por todos que
en el hecho comunicativo entre personas un error lingstico es perdonable,
es ms, puede resultar hasta simptico, pero los errores por falta de compe-
tencia sociocultural son de consecuencias imprevisibles.

6. A modo de conclusin
No hay ms que un mundo, aunque a uno lo llamemos viejo y a otro lo
llamemos nuevo, ya lo deca el Inca Garcilaso de la Vega, y no hay ms que una
lengua. Una lengua de muchas lenguas. Alvar (1996) lo dice as:

[...] no hay un espaol de Espaa y otro de Amrica, sino muchos espaoles a


ambos lados del mar. [...] Habr hay espaoles que se consideren dueos de la

28. Moreno Fernndez, Francisco (2005) El espaol que hablaremos. Publicado en La Opinin
digital (Los ngeles) el 11 de agosto de 2005. Recuperado el 5 de abril de 2010 en
http://www.linguas.net/Default.aspx?tabid=77.
29. Fernndez Parratt, Sonia. La glocalizacin de la comunicacin. En: http://www.comuni-
cacionymedios.com/. Recuperado el 15 de noviembre de 2009.
30. As alude a este concepto Anadn Prez, M Jos (2005) op.cit., cap. 2.3. Recuperado el 9
de enero de 2010 de http://www.educacion.es/redele/biblioteca2005/anadon.shtml.

ndice 563
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lengua y americanos habr y hay que desprecian los modos peninsulares. Todos
se equivocan [...] No hay una mejor lengua [...] sino una lengua de todos y de
cada uno de nosotros, que slo entonces adquiere la dignidad de mejor, cuando
nos integramos en ella y creamos el sistema de sistemas que es el espaol gene-
ral.31

La tarea es clara, todos debemos contribuir a que el espaol crezca como


lengua de comunicacin internacional y de investigacin cientfica. As reza
en el escudo de la Real Academia de la lengua vasca junto al roble: Ekin eta
jarrai Empezar y seguir. Empezar, ya empezamos hace ms de cinco siglos,
y seguir, lo haremos entre todos y para todos, los de esta y los de aquella ori-
lla.

Bibliografa
ALVAR, Manuel (1996). Manual de dialectologa hispnica: El espaol de Am-
rica. Barcelona: Ariel.
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31. Alvar, Manuel (1966) Manual de dialectologa hispnica: El espaol de Amrica. Barcelona:
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564 ndice
L A S VA R I E DA D E S D E L E S PA O L E N E L A U L A E L E A N T E E L B I C E N T E N A R I O

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blemas y mtodos en la enseanza del espaol como lengua extranjera.
Coord. por Jess SNCHEZ LOBATO e Isabel SANTOS GARGALLO. Madrid: SGEL.

ndice 565
LXICO DE ESPIRITUALIDAD EN ESPAA Y AMRICA
Elia Saneleuterio Temporal
Universitat de Valncia

Resumen
Nuestra investigacin tiene un doble propsito explicativo y comparativo del
lxico utilizado en dos grupos espirituales concretos. El corpus de estudio corres-
ponde a dos agrupaciones catlicas de diversa ndole: una de adultos y de marco
parroquial (Neocatecumenado), otra infantil y de mbito dominantemente esco-
lar (Oratorio de Nios Pequeos, de los Escolapios). Ambas, adems, tienen pre-
sencia relativamente importante tanto en Espaa, donde fueron creadas en la
segunda mitad del siglo XX, como en Amrica, donde se exportaron no muchos
aos despus. Nuestra investigacin establece la naturaleza de dicho lxico y
propone una categorizacin del mismo segn sus campos lxicos y sus proce-
sos de formacin. Al tiempo, se lleva a cabo un estudio comparativo entre ambos
grupos, por un lado, y entre ambos polos geogrficos, por otro.

1. Metodologa. Criterios de extraccin y seleccin del corpus delimitado


Nos proponemos con este trabajo realizar un pormenorizado anlisis del
lxico ms caracterstico de dos tipos de grupos espirituales, presentes actual-
mente en pases de todo el mundo: las comunidades neocatecumenales movi-
miento de la Iglesia Catlica iniciado por Kiko Argello y el Oratorio de Nios

ndice 567
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Pequeos creado y promovido por el Padre Escolapio Gonzalo Carb. El pri-


mero naci en Madrid en los aos 60; el segundo, en Valencia a finales de los
80. Ambas experiencias se extendieron con relativa rapidez por colegios y parro-
quias de toda Espaa, e incluso del extranjero. Nuestra investigacin se va a
centrar en las realidades de habla espaola, estableciendo las diferencias cuando
las haya entre las variedades geogrficas de ambos movimientos. La hipte-
sis inicial de la que partimos es que la diferencia entre ambos lxicos por otra
parte bastante cercanos estriba principalmente en cuestiones de carcter dia-
fsico. Concretamente, es el factor edad el que ms influira en la seleccin
del lxico.
Vamos a trabajar con un corpus real, extrado de reuniones mediante toma
de notas o grabaciones, as como de testimonios escritos. Estos ltimos pueden
ser de diferente naturaleza; en el caso de los grupos del Oratorio de Nios Peque-
os, trabajaremos con las guas de las reuniones, con fotocopias repartidas a los
nios y a los animadores, y con redacciones que los propios nios hacen sobre
el oratorio; en el caso de las comunidades neocatecumenales, utilizaremos para
nuestro anlisis el Estatuto del Camino Neocatecumenal, las preguntas plante-
adas en encuestas, sus correspondientes respuestas y las anotaciones de cate-
quistas. Por ltimo, trabajaremos con cuestionarios realizados a miembros de
ambos grupos y pertenecientes a diversos pases de habla espaola. Nuestro
corpus abarca, en concreto, muestras de Espaa, Chile, Nicaragua y Puerto Rico,
principalmente.

2. Delimitacin del corpus seleccionado en el diasistema del espaol


El corpus seleccionado podra definirse como una variante diafsica del espa-
ol. Se trata de un lxico de especialidad, cuya condicin es el contexto comu-
nicativo. Cuando se est en determinados lugares y con determinadas personas
se puede utilizar este tipo de lxico con seguridad de comprensin. Fuera de
estos mbitos probablemente muchas de las expresiones seran opacas debido
al desconocimiento del lxico por parte del interlocutor o confusas pues
muchas palabras estn sacadas del vocabulario general, pero utilizadas con sen-
tidos especficos. La consecuencia directa de esto es que se podra derivar en
malentendidos. Tal es el caso de palabras como las que siguen, muchas de las
cuales merecern ms adelante un comentario o un anlisis aparte:

Reunin (encuentro con los nios en el Oratorio).


Revestirse (ponerse la tnica el sacerdote y representar as la figura de
Jess).
Forma de pan (Eucarista).

568 ndice
L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

En secreto (con el pensamiento, en dilogo mental con Dios).


En el corazn (dentro de nosotros, cuidado amorosamente).
Jess (Jesucristo).
El servicio (voluntad del sacerdote, que celebra gratuitamente).
Mis / los catequistas (grupo de personas que llevan una comunidad).

3. Caracterizacin del lxico desde su formacin


Buena parte del lxico que vamos a analizar no pertenece al caudal del lxico
nuclear, sino al forjado. Hemos encontrado formaciones de palabras pertene-
cientes exclusivamente a esta rea y otras del lxico general romance. Tambin
hay casos de formaciones que ya se dieron en latn, y que el castellano recoge,
bien directamente por va culta (se explican as cultismos como didscalo, kai-
rs, kenosis, eucarista, del griego, u ostiario, del latn), bien siguiendo su evo-
lucin fontica ms o menos regular (palabra patrimonial). Varios son, pues, los
recursos que identificamos en el corpus:

3.1. Perfrasis, unidades fraseolgicas o lexas complejas: abrir el odo (por escu-
char o hacer escuchar, a travs de una metfora), dar la vida, celebracin
domstica, pasar la bolsa, etc. Estas tres ltimas son ms frecuentes en el cor-
pus peninsular que en el americano.

3.2. Sufijos: Sobre predicar, predicacin. Sobre convivir, convivencia.

3.3. Prefijos: trpode, triduo, Pentecosts, con los prefijos numerales tri- o pente;
otros ejemplos son neocatecumenado, colaborador, convivencia.
El caso de contraer en el lenguaje religioso (y tambin jurdico, en este caso)
se aplica a contraer matrimonio. En la lengua general, como apunta Lzaro
Carreter (2003: 134), esta palabra slo se reserva a dos aplicaciones ms a
parte de la citada, la de las enfermedades y la de la contraccin (curiosas aso-
ciaciones).

3.4. Reduccin o elipsis:


ministro de Dios = ministro (sacerdote)
el camino neocatecumenal = el camino (ms frecuente en Espaa)
comunidades neocatecumenales = comunidades (solo en Espaa)

3.5. Composicin: vanagloria, cuyo derivado vanagloriarse ha sido diana de


nuestro Robin Hood de la lengua; Lzaro Carreter (2003: 184) advierte que se

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

trata de un verbo pronominal reflexivo, como jactarse, y que en ningn caso


existe vanagloriar en el sentido de adular.

4. Aplicacin de los principios tericos de los campos lxicos


A partir de la tesis de Coseriu (1977), segn la cual una estructuracin de
la semntica es posible, vamos a trabajar con la nocin de campo semntico.
Para los estructuralistas, un campo semntico es un grupo de palabras con un
contenido semntico comn, cada una de las cuales se diferencia por una serie
de rasgos distintivos. Para la estructuracin de los campos lxicos, se parte de
una serie de conceptos, terminologa iniciada por Grimaud y desarrollada por
Pottier (1977): los lexemas son las palabras en s, que se pueden descompo-
ner en semas (rasgos distintivos), entre los que se encuentran algunos de carc-
ter peculiar como los virtuemas (rasgo connotativo, estilstico). El semema sera
el conjunto total de rasgos que integra un lexema. El archisemema se corres-
pondera con el valor unitario de un campo lxico, es decir, el conjunto de semas
presentes en todos los lexemas que integran el campo. Si el archisemema est
lexicalizado, si tiene una realizacin concreta en la lengua que estamos estu-
diando, entonces se trata del archilexema, el cual se suele dar en los campos
semnticos ms prototpicos, como el de asiento o pariente. Por ltimo, desta-
caran los clasemas, que son rasgos de tipo universal, a veces de tipo ms
bien gramatical, que organizan el lxico de todas las lenguas. Este concepto ser
el que retomarn los generativistas para el anlisis componencial del mtodo
Katz-Fodor (1963).
En la parcela de lxico objeto de nuestro estudio, encontramos algunos cam-
pos semnticos susceptibles de una estructuracin y ordenacin, aunque supo-
nen realidades ms complejas de analizar que los campos semnticos protot-
picos, como el de la familia o relaciones de parentesco, el de los medios de
transporte y el del asiento. En primer lugar, intentaremos organizar segn sus
semas el campo lxico de las personas que participan en el Oratorio de Nios
Pequeos.

Sexo Laico Perteneciente Lleva la Solo Destinatario Organiza


h/m al colegio reunin observa a los nios
Presbtero +/- - + + - - +
Animador/a + + -- - +
Colaborador/a + - - - - +
Acompaante + - - + - -
Maestro/a + + - - +
Nio/a + + - - + -

570 ndice
L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

Archisemema: cristiano catlico vinculado al movimiento del Oratorio de


Nios Pequeos de las Escuelas Pas.
Clasemas: animado, humano.

En los colegios escolapios americanos, los presbteros son llamados Padres


(en Espaa alternan); y las maestras o maestros, profesoras/es (en Espaa los
nios los llaman por su nombre o con las abreviaturas propias profe o seo).
Cabe matizar que, tanto en Espaa como en Amrica, los nios no suelen hacer
distincin entre animadores, colaboradores y maestros: para ellos todos tienen
autoridad.
Por otro lado, en el Oratorio de Nios Pequeos se hace una distincin impor-
tante entre los objetos en los que Jess est presente, segn la fe, y los obje-
tos que son un simple recuerdo de l (de su infancia, de su muerte, de sus
hechos, etc.). Esto es algo en lo que se insiste en las reuniones, razn por la
cual los nios lo tienen bastante claro, y son capaces de diferenciar ntidamente
las diferencias entre cada uno. A continuacin intentaremos, pues, sistemati-
zar el campo semntico de estos recuerdos y presencias de Jess.

Concreto Presencia Recuerdo Ha Ha Nos Nos Nos Nos


de Jess de Jess resucitado muerto ama cuida habla escucha
Vela + - + + - - - - -
Biblia + + - + + + - + -
Cruz + - + - + + - - -
Sagrario + + - + - + + - -
Icono + - + - - -
Entre nosotros - + - + - - + - +
Corazn - + - + - + - + +

Archisemema: lugares actualizados en el Oratorio.


Clasema: inanimado, concreto/abstracto.

Los trminos de la lista coinciden en todos los pases de habla hispana, salvo
en la pronunciacin de icono, que en Amrica es esdrjula. Por ejemplo: Quin
recuerda lo que significa este cono? Aun as, los nios suelen hablar ms comn-
mente de cuadro. Adems en Espaa, para referirse a la Biblia en el contexto
del Oratorio, se utiliza con ms frecuencia el trmino Libro.
Vamos a proponer ahora el campo semntico de las personas que integran
una comunidad neocatecumenal, diferenciando por rasgos distintivos los dife-
rentes cargos que en ella se pueden encontrar. Es necesario sealar que, en este
caso, no todos los trminos del campo semntico poseen la misma naturaleza;
as, encontramos algunos como sacerdote que actualizan el contexto (la pala-

ndice 571
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

bra por s sola evoca el mbito religioso, al tiempo que lo requiere) y otras que
adquieren su significado en funcin del contexto de uso (hermano no es lo
mismo en un contexto familiar que en uno religioso; responsable no es lo mismo
en el mbito neocatecumenal que en el laboral, adems est tomada exclusi-
vamente como sustantivo). Esto se debe a la polisemia de las palabras, o mejor,
a sus distintas acepciones. Podemos concluir que algunas de las palabras que
aqu encuadramos estn tomadas solo en un sentido entre sus posibilidades.

Laico Sexo Matrimonio Soltero Canta Preside Organiza Catequiza Prepara Lee Catequista
h/m a los nios la asamblea
Presbtero + +/- - + - + - + - + -
Dicono - +/- - + - - - - - -
Seminarista (+) +/- - + - - - - - - -
Responsable/s + (+) - + + - - +
Corresponsable/s + - - + - - - +
Responsable + - + - + - - - +
de jvenes
Salmista + - + - - - - + -
Cantor/a + - + - - - - - -
Lector/a + - - - - - - + -
Ostiario/a + - - - - + - -
Didscalo + - - - + - - +
Hermano + - - - - - - -

Archisemema: cristiano catlico perteneciente a una comunidad neocate-


cumenal.
Archilexema: catecmeno (en Amrica); kiko (en Espaa; tambin vir-
tuema, en algunos contextos).
Clasema: animado, humano.

Cabe matizar que el concepto Responsable de jvenes apenas es registrado


en el corpus y, en todo caso, siempre en Espaa y en el contexto de comuni-
dades recientes. En Amrica es poco frecuente, asimismo, el trmino cantor,
usado con cierta frecuencia en la pennsula, sobre todo en plural: No te sientes,
que esta fila est reservada para los cantores.
Por ltimo, sera interesante organizar el mapa terminolgico de los tiempos
litrgicos, empleado en ambos tipos de grupos espirituales y en el resto de con-
textos religiosos en general. Es comn, con exactitud, a ambos lados del Atln-
tico. Este parece, de entre los que hemos intentado, el campo semntico ms
perfecto.

572 ndice
L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

Inicio de la Final de la Preparacin Celebracin Conclusin


vida de Jesucristo vida de Jesucristo espiritual de la fiesta (plenitud) del tiempo
Adviento + - + - -
Navidad + - - + -
Epifana + - - (+) +
Cuaresma - + + - -
Pascua - + - + -
Pentecosts - + - (+) +

Archisemema: tiempos litrgicos o momentos del calendario litrgico.


Clasema: inanimado, abstracto (excepto la Doa Cuaresma que lidia con
Don Carnal en el Libro de Alexandre).
Virtuema: conceptos de la religin catlica.

5. Explicacin de las relaciones de significado en el corpus


5.1. Sinonimia. Muchos son los ejemplos de parejas de sinnimos encontrados
en el corpus, pero la regla general es que se d una preferencia por uno de
ellos. En el caso de Eucarista misa, obviando la definicin, la preferencia
es clara hacia Eucarista: tanto en las comunidades como en el Oratorio, y
en ambas orillas del Atlntico, se prefiere Eucarista por su mayor resonan-
cia culta. En ambos casos se utiliza misa para la celebracin eucarstica que
tiene lugar en la parroquia, y Eucarista para la celebrada en la comunidad
en el caso del camino neocatecumenal, o en el colegio, en el caso de las
Escuelas Pas. Parafraseando a Lzaro Carreter (1997: 632), eucarista es el
sublime y alongado vocablo con el que se ha desplazado al humildsimo y
breve misa: Es ya muy raro or esta palabra en la parla de clrigos e inicia-
dos: su erradicacin, a punto de ser completa, ha sido cosa de pocos aos, y
casi ha dejado a las puertas del templo a quien se niegue a comulgar con
tal pedantera, aunque no ignore que eucarista es, quiz, voz ms apropiada.
En nuestra opinin, es comprensible que se prefiera el helenismo a la meto-
nimia latina misa, si tenemos en cuenta que la etimologa de esta se encuen-
tra en la frmula de despedida a los fieles.
En el caso de sermn-prdica-homila para referirse al discurso del pres-
btero despus de la proclamacin del Evangelio, existe un reparto concreto:
en Amrica, no se utiliza sermn; la pareja usual sera prdicahomila,
utilizndose preferentemente el segundo trmino, por sus resonancias cultas.
En Espaa, donde prdica no se usa, la preferencia tambin es clara hacia
homila, quizs por las connotaciones negativas que pueda tener el vocablo
sermn. Este sera un caso de envilecimiento, pues en su origen el trmino
no posea matices despectivos.

ndice 573
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Para referirse a los grupos neocatecumenales, un par de sinnimos muy


frecuente en Espaa es el camino-comunidades. Por ejemplo: Si yo no estu-
viera en el camino... Pero es de comunidades? En mi clase hay una chica que
es del camino. En Amrica, el sinnimo de ser del camino (que se utiliza aun-
que con poca frecuencia) es ser de comunidad en singular o ms popu-
larmente ser catecmeno/a.
Otro caso de sinonimia sera el expresado por demonio, el Maligno,
Satans y diablo, en ese orden segn su frecuencia de aparicin en Espaa.
En Amrica, el orden general de frecuencia sera demonio, diablo y Sata-
ns, no utilizndose Maligno salvo en contextos chistosos.

5.2. Polisemia: palabra: en las comunidades neocatecumenales espaolas cele-


bracin semanal en comunidad o fragmento bblico o de la predicacin que
puede ayudar a una persona dada. En Amrica, solo se usa en el segundo
de los sentidos; para el primero se utiliza la palabra liturgia ambas son expli-
cables, si tenemos en cuenta que el nombre completo de estas celebraciones
es liturgia de la palabra.

Salmo: Composicin bblica potico-musical, principalmente del profeta


David o Celebracin por las casas de los neocatecmenos, donde se analiza
un salmo.
Asamblea: en Espaa, gente reunida y tambin lugar de reunin. En Am-
rica, no se utiliza para designar espacios fsicos.

Cruz: madero de Cristo o sufrimiento personal que acerca a Dios, aparte


de su significado en la lengua general (dos lneas perpendiculares).

5.3. Homonimia: escatologa (1): relativo a los misterios del ms all o a la vida
de ultratumba; escatologa (2): referente a los excrementos y suciedades,
aunque esta ltima variante no se ha hallado documentada en el corpus de
lxico religioso.1

5.4. Hiperonimia: catequista, que puede incluir a responsables, corresponsables,


responsable de jvenes, salmista, siempre en el contexto neocatecumenal.

Caridad (hacia los hermanos, amor fraterno), ms especfico y por tanto


de menor aplicacin que su hipernimo amor (de Dios a los hombres, entre
hombre y mujer, o entre dos personas cualesquiera).

1. La Academia los trata como homnimos, no como palabra polismica.

574 ndice
L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

5.5. Antonimia: Terrenal / celestial: como dice Lzaro Carreter (2003: 131), esta
es una declarada pareja de sinnimos, con significado nico, aunque hoy en
da algunos brbaros del lenguaje usan terrenal cuando quieren decir terres-
tre.
En el contexto de las comunidades neocatecumenales, hay dos palabras que
se oponen siempre: el mundo / la Iglesia. Por ejemplo: Estoy empezando a
salir con uno, pero es un chico del mundo.
Corazn de piedra / corazn de carne: clara pareja de sintagmas antni-
mos, presentes en ambas realidades espirituales, pero mucho ms frecuente
en el Oratorio de nios pequeos. Un ejemplo paradigmtico sera: Seor,
te pido que me cambies el corazn de piedra por un corazn de carne.
Bendecir / maldecir: tanto en las comunidades como en el Oratorio esta
pareja de sinnimos se usa con un reparto curioso; el primer verbo puede
tener como agente a un ser humano o a Dios, indistintamente. Por ejemplo:
Yo te bendigo, Padre, Seor del cielo y de la tierra. Dios nos ha bendecido con
un hijo. El segundo, excepto en citas bblicas, no lo hemos encontrado con
sujeto agente divino: las personas pueden maldecir a los dems o a Dios
cuando no aceptan sus circunstancias, pero en estos grupos no se siente que
Dios maldiga a nadie. Por ejemplo: Muchas veces he maldecido mi historia.
Yo le he pedido a Jess que me ayude a no maldecir.

6. Tratamiento lexicogrfico
Buena parte del lxico analizado se caracteriza por tener una acepcin ms
general en el diccionario, en el caso de que aparezca. He aqu el anlisis de
algunos ejemplos, muchos de los cuales ya hemos comentado, por alguna
otra razn, en los apartados anteriores.

Asamblea (DRAE)2 f. Reunin numerosa de personas convocadas para algn


fin.
La misma definicin se registra en el DUE. Con este sentido se registra en los
ejemplos sacados de las comunidades neocatecumenales, aunque ms espe-
cficamente se refieren a las personas reunidas, presentes. Por ejemplo: Te
pedimos Seor por esta asamblea reunida en tu nombre. Esta acepcin es la
que recoge Seco en su DEA, bajo la marca Rel. Catl.: reunin de fieles para
la celebracin de la misa u otro acto litrgico. Tambin el conjunto de fie-

2. Utilizaremos las siguientes siglas: DRAE (Diccionario de la Real Academia Espaola), DUE (Dic-
cionario de uso del espaol, de Mara Moliner), DEA (Diccionario del espaol actual, de Manuel
Seco).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

les que asisten. Sin embargo, esta misma palabra se registra en el corpus
peninsular con otra aplicacin, llegada probablemente por metonimia: sala
preparada para la reunin, con las sillas, flores y todo lo necesario. Por ejem-
plo: El ostiario es el encargado de preparar la asamblea. Est bonita la asam-
blea, eh? De este uso nada dice el DRAE ni el DUE. En las comunidades y gru-
pos de Oratorio americanos, al lugar de reunin se le llama sala, palabra
que tambin se utiliza con este sentido en Espaa.

Reunin (DRAE) f. Accin y efecto de reunir o reunirse. ||2. Conjunto de perso-


nas reunidas.
Nada ms aade Mara Moliner; Seco por su parte da otra acepcin: fiesta
casera generalmente de gente joven, en que se merienda y se baila, que no
encuentra en ninguno de los dos corpus.
En el Oratorio, se llama reunin a cada sesin de oracin. Una reunin dura
unos cincuenta minutos, y en ella se reza y se explican hechos de la vida de
Jess y dogmas de la Iglesia catlica. Por ejemplo: Reunin del martes 15.
En el corpus de los grupos neocatecumenales solo hemos encontrado esta
palabra para referirse a encuentros extraordinarios, entre los responsables
de una comunidad y los catequistas de la misma. Por ejemplo: Eso no se dijo
en la reunin con los catequistas.

Historia (DRAE) f. ||5. Conjunto de los acontecimientos ocurridos a una persona


a lo largo de su vida o en un perodo de ella.
Lo mismo registra el DUE, pero con la adicin: implica valoracin moral.
Esta acepcin es la que se registra en muchos de los ejemplos del corpus de
los grupos neocatecumenales, aunque con ciertas particularidades. Por ejem-
plo: Me gustara dejar que el Seor actuara en mi historia. Esta palabra viene
a hablarte a ti, que no puedes aceptar tu historia. La historia que el Seor
est haciendo en mi familia es maravillosa. El Seor quiere hacer una his-
toria de salvacin contigo, quiere conquistarte.

Monicin (DRAE): f. Consejo que se da, o advertencia que se le hace a uno, admo-
nicin. (DEA): Advertencia hecha por una autoridad eclesistica.
DUE no dice nada de esta palabra, remite directamente a admonicin o repren-
sin.
Muy diferente es el uso de esta palabra en el contexto del Neocatecu-
menado: la nica acepcin aplicable en los ejemplos del corpus es la de
prembulo o introduccin a una lectura bblica en una celebracin. Por
ejemplo: Las moniciones han de ser breves. A quin le toca la monicin
a la segunda?

576 ndice
L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

Bendecir (DRAE): tr. Alabar, engrandecer, ensalzar. ||2. Colmar de bienes a alguien
la providencia; hacerlo prosperar. || 3. Invocar en favor de alguna persona
o cosa la bendicin divina. || 4. Consagrar al culto divino alguna cosa,
mediante determinada ceremonia. || 5. Hacer el obispo o el presbtero la
seal de la cruz sobre personas o cosas.
Lo mismo dice DEA. DUE aade: mostrarse satisfecho de algo o de alguien,
o agradecido, o alabarlo con agradecimiento, usando el mismo verbo ben-
decir u otras expresiones.
Todas estas acepciones funcionan en los ejemplos que tenemos recogidos,
tanto en el Oratorio como en el camino neocatecumenal. Por ejemplo: Yo te
bendigo, Padre, Seor del cielo y de la tierra. Dios nos ha bendecido con
un hijo.

Beln (DRAE) m. fig. nacimiento, representacin del de Jesucristo.


DEA tambin recoge esta acepcin; DUE hace una especificacin ortogrfica,
refirindose a que se escribe con minscula.
Con esta misma acepcin acadmica se usa en el Oratorio y en las comu-
nidades. Por ejemplo: En mi casa ya hemos montado el beln. Montad el beln
con vuestros hijos. El beln de mi casa tiene una explicacin.

Demonio (DRAE) m. diablo. || 2. Genio o ser sobrenatural, entre los gentiles. ||


3. Uno de los tres enemigos del alma, segn el catecismo de la doctrina cris-
tiana.
DUE no aade nada nuevo; DEA no recoge la tercera acepcin.
Salvando la segunda acepcin, el resto estn activas en el corpus. Por ejem-
plo: Es que esto viene del demonio, seguro.

Catecumenado (DRAE) m. Ejercicio de dar instruccin en la fe catlica con el fin


de recibir el bautismo. ||2. Tiempo en que se imparte o recibe esta instruc-
cin.
Esta palabra no aparece en la macroestructura del DUE. En cuanto al DEA:
estado del catecmeno. Tambin el tiempo que dura.
En las comunidades se utiliza este cultismo con esta misma acepcin, aun-
que lo ms frecuente es anteponerle el prefijo neo-, pues la mayora de per-
sonas ya estn bautizadas desde pequeas. Por ejemplo: Por eso estamos
en este camino, que es un neocatecumenado.

Catequesis (DRAE) f. catequismo. (DEA): lugar o reunin donde se hacen las cate-
quesis. (DUE): labor realizada por personas o entidades en ese aspecto.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

[Catequismo (DRAE) m. Ejercicio de instruir en cosas pertenecientes a la reli-


gin. || 2. Arte de instruir por medio de preguntas y respuestas.|| 3. ant. cate-
cismo]. Esta palabra no la recoge el DEA.
En el Oratorio se utiliza la palabra catequesis con un sentido ms acotado,
y suele alternar con catecismo: instruccin que reciben los nios semanal-
mente antes de tomar la comunin. Por ejemplo: No, me quedo hasta las seis
porque esta tarde tengo catequesis. En el camino neocatecumenal, las cate-
quesis, siempre dichas en plural, son las ocho o nueve reuniones con los
catequistas que preceden a la conversin de un grupo de jvenes y adul-
tos en una comunidad. Por ejemplo: La hija de Tere est haciendo las cate-
quesis. Qu edad tiene ya?

Ostiario (DRAE) m. Clrigo que haba obtenido la primera de las rdenes meno-
res, hoy suprimida, cuyas funciones eran abrir y cerrar la iglesia, llamar a los
dignos a tomar la comunin y repeler a los indignos.
Lo mismo se repite en DUE y en DEA, aunque en este ltimo no se explici-
tan sus funciones.
Por metfora, cuya consecuencia es la extensin del significado, se llama
ostiario a la persona de la comunidad, que sin haber recibido ninguna clase
de orden religiosa, se encarga de la organizacin fsica de las reuniones. Por
ejemplo: Recuerdo a los ostiarios que lleguen un poco antes para preparar la
asamblea.

7. Perspectiva diacrnica
Segn Meillet (1905), una de las causas del cambio semntico es que, al
ser el significado la categora lingstica ms endeble, propicia que la transmi-
sin del significado se d en muchas ocasiones de una manera vaga o impre-
cisa. La aparicin frecuente de una palabra en un contexto puede vaciarla de
su significado originario y rellenarla de otros que se consideran ms transpa-
rentes por el hecho de estar ms relacionados con ese mismo contexto. Un ejem-
plo documentado de este fenmeno, en relacin con el lxico religioso, sera
el caso de virgen. Los nios pequeos aprenden este adjetivo en el contexto
exclusivamente mariano. De ah que para ellos el significado de virgen sea
Mara, la madre de Jess; con este y solo con este referente lo asocian.3 Este
es, pues, un caso evidente de la vaguedad en la transmisin del significado.

3. Equiparo conscientemente significado y referente, pues los nios no distinguen estos con-
ceptos: para ellos silla significa donde estn sentados.

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L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

Vamos a analizar a continuacin algunos cambios semnticos que hemos


hallado en algunos ejemplos del corpus. Dentro de las causas sociales (Ullmann,
1962) podemos distinguir dos casos, que se corresponden en realidad con las
consecuencias del cambio semntico:

1. Por generalizacin: sera el caso de palabras como ostiario o lector, que de


rdenes menores han pasado a designar un cargo de responsabilidad en un
laico.

2. Por especializacin: muchas palabras han restringido su significado, aadiendo


semas a su significado. Cabe decir que las acepciones que hemos registrado
no han sido lexicalizadas, es decir, que slo se usan en este contexto: histo-
ria (vida de cada uno, acontecimientos de salvacin), palabra (celebracin
semanal o bien cita o extracto de las enseanzas bblicas que nos pue-
den ayudar en un momento dado), asamblea (grupo de personas celebrando
algn oficio religioso), bolsa (recogida de dinero para pagar algn gasto),
figura (personaje bblico), preparar (elegir las lecturas para una celebra-
cin), preparacin (reunin en una casa privada con el fin de seleccionar
unas lecturas), ambiental (monicin o introduccin que encabeza una cele-
bracin), monicin (presentacin de una lectura o canto), presencia (mis-
terio de la consagracin), ministro (sacerdote), catequesis (reuniones
con las que se da comienzo al Camino Neocatecumenal), convivencia (reu-
nin mensual de la comunidad), reunin (sesin del Oratorio), Libro
(Biblia).

Una causa psicolgica sera la que ha propiciado el cambio Seor por Dios.
Este cambio podra ser englobado dentro del tab del miedo, relacionado qui-
zs a la tradicin bblica del temor a pronunciar el nombre de Dios. De hecho,
el nombre mediante el cual se le hace referencia en el antiguo testamento es El
que no tiene nombre o Yahveh. La consecuencia de este cambio de signifi-
cado sera la especializacin en este contexto del vocablo Seor, aunque sin
perder su significado originario. En Nicaragua, algunos se refieren a Dios como
Papach (Papato).

La naturaleza del cambio semntico:

Metonimia: un ejemplo ya citado es el de Libro (por Biblia), que sera un


caso de el gnero por el objeto o hiperonimia. Otro caso sera el de kiko (per-
sona que sigue el Camino Neocatecumenal, fundado por Kiko Argello), o el
de regalo (acontecimiento grato propiciado por Dios).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Casos de metfora seran: precariedad (pequeez, insignificancia), combate


(tensin entre nuestras tendencias y lo que estimamos correcto), fro (ale-
jado de la fe), tibio (entre el mundo y la Iglesia), eco (sugerencias que la pala-
bra proclamada suscita en cada uno y la expresin verbal de las mismas en el
espacio de tiempo precedente a la homila), camino (sucesin de vivencias
que llevan a la salvacin), hermano (compaero de comunidad, pues se com-
parte el mismo Padre celestial), corazn de piedra ( propio del incrdulo, inmu-
table), corazn de carne (propio del que est abierto a los designios de Dios,
sensible a su Palabra).

Elipsis: [remito al punto 3.4]

Etimologa popular: se han registrado, entre los hablantes ms incultos o ms


mayores de las comunidades neocatecumenales, casos de vulgarismos de este
tipo, como conveniencia por convivencia, o comodidad por comunidad.

8. Conclusiones finales
Nuestra hiptesis inicial queda falsada despus de nuestro anlisis. El len-
guaje de los nios es ms sencillo, como era esperable, y est influido por el
ambiente escolar en el que se desenvuelve el proyecto del Oratorio. Destaca,
por ejemplo, el apelativo al Hijo de Dios: los nios siempre lo llaman, cario-
samente, Jess, (Por ejemplo: Jess, te quiero mucho y te doy mi corazn. Jess
no quiere que pegue). Tambin los adultos lo llaman as en el contexto del Ora-
torio o para dirigirse a los nios (funcin del didscalo o de los animadores)
(Por ejemplo: Qu tres cosas les dice Jess a los discpulos?). Por el contrario,
entre ellos los adultos lo llaman Jesucristo o Cristo para referirse a l, y Jess en
las imprecaciones directas, sobre todo en la intimidad (Por ejemplo: Jess, hijo
de David, ten piedad de m que soy un pecador. Cristo quiere que t vivas).
Un dato clave es la presencia de un adulto o varios en las reuniones del
Oratorio, cosa que inevitablemente condiciona el lxico all utilizado: en este
contexto hay palabras que usan los nios, y hay palabras que slo usan los
mayores, pero que los nios entienden. Un rasgo infantil positivamente activo
en el Oratorio es que los nios no tienen vergenza de preguntar lo que no entien-
den, cosa inusual entre adultos.
Gracias a la realizacin de la presente investigacin hemos podido sacar otras
conclusiones que anteriormente no nos habamos planteado: es esencial dis-
tinguir entre el lxico especfico y el de adaptacin conceptual, es decir, entre
el lxico que crea y actualiza el contexto religioso con su sola mencin (tal
es el caso de sacerdote, diezmo, sagrario, cuaresma o pentecosts, como ya hemos

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L X I C O D E E S P I R I T U A L I DA D E N E S PA A Y A M R I C A

apuntado en su momento), y el lxico tomado de la lengua general que se aplica


en este contexto con un significado diferente o restringido (monicin, atril,
palabra, bolsa, historia o ambiental). Seran casos contrarios:



palabra contexto
contexto palabra

Es decir, en el primer caso la palabra crea el contexto (monosmica), y en


el segundo el contexto actualiza el significado (polismica). Bral (vase Ull-
mann, 1976: 182) postula que la polisemia no es ms que la especializacin
de un trmino segn el medio social. Si segn la hiptesis de Sapir-Whorf (Ull-
mann, 1976: 284) cada lengua contiene una metafsica oculta, que se concreta
en una manera peculiar de ver el mundo y que impone esta perspectiva a los
que la hablan, lo mismo podemos decir de las lenguas de especialidad. En este
caso, el lxico peculiar registrado en las reuniones del Oratorio y en las de las
comunidades neocatecumenales impone a sus componentes una determinada
manera de hablar, de usar el lenguaje. Porque el lenguaje es eso, un medio ver-
bal para entendernos.
Sin embargo, otra variable entra en juego a la hora de la comprensin, la
variedad geogrfica de la lengua de los usuarios, si bien es verdad que la mayo-
ra de diferencias estribaran en giros y usos del lxico general, mientras que el
lxico caracterstico de cada grupo resulta bsicamente similar, con algunas
excepciones relevantes, como es el caso de la denominacin de la pertenen-
cia a la realidad eclesistica neocatecumenal de comunidad o catecmeno, en
Amrica; de comunidades o del camino, en Espaa, o el caso tambin de litur-
gia de la palabra, a la que se refieren como liturgia o palabra, respectivamente.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

BECAUSE SOMETHING IS HAPPENING HERE / BUT YOU DONT KNOW WHAT IT IS.
RECEPCIN DE LA BEAT GENERATION EN LA POESA ESPAOLA DE LA TRANSICIN
Fernando Guzmn Simn
Universidad de Huelva

Resumen
Al final de la dcada de los sesenta, en Espaa, los jvenes promovieron los
cambios sociales y ejemplificaron, mejor que en otros mbitos, la transicin
de una sociedad industrial a otra posindustrial. Para entender este proceso de
cambio debemos analizar cules fueron los referentes intelectuales y literarios
de la nueva generacin que, a la sazn, pertenecan a la literatura escrita de
otras lenguas. El modelo de la Beat Generation fue uno de los ms influyentes,
pues los jvenes autores espaoles de los sesenta y setenta tuvieron accesos a
sus textos desde 1967 a travs de las primeras traducciones en la revista Clara-
boya. Dicha difusin fue escasa hasta 1970, cuando fue publicada la Antolo-
ga de la Beat Generation al cuidado de Marcos-Ricardo Barnatn. A partir
de esta fecha, se genera un nuevo impulso literario marcado por una esttica
rupturista, en lo estilstico, y un existencialismo vitalista e inconformismo liber-
tario, en lo vital. En un contexto cultural pobre y carente de libertad del tar-
dofranquismo, la lectura de los autores beat norteamericanos llev a una
profunda renovacin en la poesa espaola escrita por los autores de la nueva
generacin de los setenta.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Introduccin
Las cosas estn cambiando tan rpidamente que, con movimiento o sin l, habr
una generacin de jvenes que pensar de modo diferente a como pensaba la
gente cuando nosotros tratbamos de hacer valer nuestros derechos, cuando tra-
tbamos de demostrar que haba otras maneras de pensar, de percibir el mundo.1
Allen Ginsberg (Cook, 1974: 285)

El final de la dcada de los sesenta en Espaa evidencia cmo los versos de


la Ballad of a Thin Man de Bob Dylan ponen voz a la inquietud juvenil que,
a pesar del inmovilismo del rgimen franquista, percibe los profundos cambios
producidos en la sociedad espaola del segundo lustro de los aos sesenta
(Because something is happening here/ But you dont know what it is/ Do you,
Mister Jones?).2 De esta manera, muestra la emergencia de un sujeto que fue
ms rebelde que revolucionario y que, por ende, haba renovado en profun-
didad la sociedad al tomar conciencia de clase. En cierto modo, los jvenes pro-
mueven los cambios sociales y ejemplifican, mejor que en otros mbitos, la tran-
sicin de una sociedad industrial a otra posindustrial. Esto conlleva la ruptura
con la moral y las costumbres establecidas, pues los jvenes reprueban la socie-
dad heredada de la posguerra y suean con la construccin de un nuevo hori-
zonte. Esta nueva tica se manifiesta en las actitudes juveniles anti-autoritarias
y anti-patriticas, basadas en un inconformismo esttico y en la necesidad del
individuo de expresarse en libertad.
Pero, para entender este proceso de cambio debemos analizar el modelo vital
y literario de la Generacin Beat, que fue el ms influyente de los adoptados
por los jvenes autores espaoles de los sesenta. Inspirado en el compromiso
social de Allen Ginsberg, dicho modelo era de contenido ideolgico, en tanto
que los jvenes se vean a s mismos como aquel personaje interpretado por
Jean Dean en Rebelde sin causa, transformados de la noche a la maana en
escpticos contagiosos (Bevilacqua, 1996) ante la sociedad espaola biempen-
sante. En este sentido, hallamos en los autores espaoles algunas de las actitu-
des derivadas de dicha alienacin social, como la necesidad de subvertir los
valores sociales a partir de la revolucin sexual o la prctica emocional de un
existencialismo vitalista que, slo en algunos casos, desemboc en cierto culto
al desenfreno o el peligro, como demostraron en sus poemas y en sus vidas Fer-
nando Merlo y Leopoldo Mara Panero. En un contexto cultural pobre y ausente
de libertad (como el espaol de los aos sesenta y setenta), la lectura de estos
autores norteamericanos llev a los espaoles a posturas vitales no siempre idn-

1. Conversacin con Bruce Cook en 1968, en el fin de semana de Woodstock, Nueva York.
2. Bob Dylan, Ballad of a Thin Man, Highway 61 Revisited, Columbia, 30.08.1965.

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ticas a ellos. Sin embargo, tenan en comn el anhelo de ampliar los lmites de
la percepcin y el goce suficiente de libertad para compartir dichas experien-
cias. La joven generacin de los sesenta y setenta encontraba en los textos beats
el origen de la incomodidad, del malestar, de la sickness profunda e inexplica-
ble, de la inseguridad y del miedo: los beats fueron las antenas sensibles que
percibieron esa realidad (Maffi, 1975: 13). Esta nueva sensibilidad es la que John
Clellon Holmes describe en su artculo-ensayo This is the Beat Generation (New
York Times Magazine, 16/11/1952) y que con posterioridad profundiza con algo
ms de perspectiva en The Philosophy of the Beat Generation (Esquire, febrero
1958), como defensa de la novela de Jack Kerouac On the Road:

Quien ha sobrevivido a una guerra, cualquier tipo de guerra, sabe que ser beat no
significa tanto estar muerto de cansancio como tener los nervios a flor de piel,
no tanto estar hasta las narices como sentirse vaco. Beat describe un estado de
nimo carente de cualquier superestructura. Sensible a las cosas del mundo exte-
rior, pero intolerante con las banalidades. Ser beat significa haberse sumergido en
el abismo de la personalidad, ser existencialista en el sentido de Kierkegaard ms
que en el de Jean-Paul Sartre... (Holmes, 1997: 57)

Esta actitud existencial y subversiva de los jvenes autores de finales de


los sesenta posea ciertas analogas con la sociedad norteamericana de los cin-
cuenta, como nos seala en el ensayo Bruce Cook titulado The Beat Genera-
tion. The Tumultuous 50s Movement and Its Impact on Today. La caza de
brujas anticomunista iniciada por Joe McCarthy y el conformismo de la socie-
dad norteamericana de aquellos aos servan como referente a la sociedad espa-
ola de los sesenta, atrapada entre una moral religiosa y una dictadura que diri-
ga tanto la vida pblica como la privada. Del mismo modo, esta Espaa
tardofranquista conoci cierto auge econmico y el desarrollo de la clase media,
circunstancia que, salvando las distancias, posibilit que una joven generacin
inconformista y subversiva comenzara a tomar sus calles, se vistiera con pan-
talones vaqueros y se inspirara en las canciones y los poemas de autores extran-
jeros. La visin de la Beat Generation por parte de los jvenes espaoles fue
especialmente llamativa en tanto que stos simbolizaron la crisis de lo estable-
cido, como ocurri en su pas natal:

[...] los beats adquirieron una importancia considerable en la dcada del cincuenta,
pues en seguida fueron considerados como una amenaza contra todo eso ya que
ponan en tela de juicio los valores suburbanos, conservadores y corporativos
ensalzados tan ampliamente. Los beats no slo pusieron esos valores en tela de

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

juicio, sino que tambin los desafiaron, y pronto recibieron abundante publici-
dad como rebeldes contra el sistema. (Cook, 1974: 15)

Aunque la cultura franquista era un cadver a partir de esta fecha, 1968 inau-
gur un progresivo endurecimiento de los derechos civiles, ya en el incremento
de las restricciones impuestas por el rgimen autoritario, ya en la paralizacin de
todas aquellas reformas liberalizadoras puestas en marcha por el propio rgi-
men. En este sentido, ser la accin cultural, por un lado, la que abandere estos
tiempos de cambio y transformacin; y la Universidad, por otro, se convirti en
los aos 1956, 1962-1963 y 1969 en uno de los focos de conflicto ms acervos
con el rgimen de Franco.3 En todo este proceso, escribe Jos Antonio Biescas:

Al orden drstico impuesto por los vencedores de la guerra civil, desplegando


hasta el mximo sus aparatos [...] y utilizando el entorno exterior, ha sucedido un
sistema de prohibiciones que cuadran mal con la realidad: huelga prohibida, pero
huelga real; sindicato de clase prohibido, pero organismo sindical de hecho en
los lugares de trabajo; Universidad ortodoxa y dogmtica con textos prohibi-
dos, pero, de hecho, Universidad penetrada por marxismo, freudismo, existen-
cialismo, agnosticismo, etc. (Biescas-Tun de Lara, 1980: 522)

Es en esta esquizofrenia cultural e intelectual cuando la joven generacin


nacida tras la Guerra Civil comienza su intervencin en la historia, tanto cultu-
ral y social como poltica. El ao de 1968 se convirti en un smbolo de liber-
tad, en la utopa tras la que cientos de jvenes se lanzaron para cambiar el
mundo, es decir, su propia ciudad. Espaa, reserva espiritual de Occidente,
empezaba a conocer la revolucin de los electrodomsticos, la televisin (con
la llegada del hombre a la Luna en la madrugada del veinte de julio de 1969),
el dentista y la desconocida pldora, recetada con graves problemas de concien-
cia por los gineclogos. En fin, una Espaa de 1968 que empezaba a asimilar
los modelos literarios de la Beat Generation, precisamente, cuando la prensa
escrita difunda la noticia en 1969 de la defuncin de Jack Kerouac.4
El modelo de la Generacin Beat adoptado por los jvenes escritores espa-
oles no fue el esbozado por los escritos de Norman Mailer en The White Negro:

3. Sobre esta cuestin, cfr. Juan Pablo Fusi (2007).


4. Cfr. la nota de la seccin Letras de Nuevo Diario, 26/10/1969, Pg. 22. Tambin se puede
observar en las pginas de este diario madrileo firmadas por Miguel Romero Esteo su inters por
la literatura de la Beat Generation en sus artculos El planeta y los universos (Nuevo Diario,
19/09/1971, pp. 12-13) y Ferlinghetti, poeta de los universos cotidianos (Nuevo Diario, 29/10/1971),
sobre Planet News (Pars, Christian Bourgois Editeur, 1971) de Allen Ginsberg y Un regard sur le
monde (Pars, Christian Bourgois Editeur, 1970), respectivamente.

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Superficial Reflections on the Hipster, publicado en 1957. Si, por un lado, los
jvenes autores espaoles de los sesenta se sentan atrados por el contenido
ideolgico descrito por Mailer (en cuanto a la alienante situacin del indivi-
duo en la incipiente sociedad industrial espaola), por otro rechazaban la ima-
gen del hipster como representante de la bsqueda del placer inmediato, la
violencia y el apolitismo.

2. Las primeras noticias de los autores beat en Espaa


S, como Proust, un fantico del tiempo. (Kerouac, 1961)

En Europa, la Generacin Beat tuvo una tarda recepcin y, tal como des-
cribe el libro Bomb Culture, de Jeff Nuttal (1968), el movimiento cultural under-
ground ingls tuvo como acontecimiento inaugural el 11 de junio de 1965, con
la celebracin de un recital potico en el Royal Albert Hall de Londres. Bajo el
ttulo Primera Encarnacin Potica Internacional, se reunieron adems de auto-
res ingleses, los norteamericanos Ginsberg, Corso, Ferlinghetti, y el ruso Andr
Voznesensky. Como consecuencia de esta recepcin tarda fueron confundidos
los trminos beats y hippies en el segundo lustro de los sesenta.
En este contexto, una de las primeras noticias que se tienen en Espaa sobre
la Beat Generation se la debemos a Jos Corrales Egea quien, desde 1949 por
encargo de Enrique Canito, comenz a publicar diversos artculos y, en espe-
cial, sus Carta de Pars (la primera de ellas en nsula, nm. 54, junio 1950). Sus
pginas en la revista nsula fueron una ventana a la tradicin ms relevante de los
aos sesenta procedente de la cosmopolita Pars. Entre sus artculos ms destaca-
dos hallamos el titulado Irrupcin de los beatniks, escrito con motivo de
la publicacin en Francia de una antologa de poesa beat y la novela On the
Road:

Kerouac y sus amigos los poetas Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg [...]
son los principales tericos del movimiento, en su rama ms importante o cali-
forniana. Probablemente Ginsberg es el mejor poeta del grupo. Todos ellos, junto
con otros ms, han hecho irrupcin reciente en Francia, sea a travs de una anto-
loga de poesa norteamericana contempornea presentada por A. Bosquet, sea
a travs de la traduccin de la novela de Kerouac primero citada, sea a travs del
cine. Dos pelculas que se proyectan actualmente se relacionan con la Beat Gene-
ration: una, bastante mediocre, que explota este nombre en el ttulo; otra, Pro-
piedad privada, que sin abordar el tema directamente refleja un estado de nimo
y ciertas tendencias propias de aquellos grupos. (Corrales, 1960: 3)

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Esta circunstancia editorial motiv el extenso artculo de Jos Corrales Egea,


donde se pudo leer una completa informacin sobre el origen de la Beat Gene-
ration, sus autores y obras imprescindibles, as como el paralelismo entre stos
y la Lost Generation norteamericana, la superficialidad en la interpretacin de
la filosofa nietzscheana y el budismo que impregn sus pginas. Las lneas
de Corrales Egea muestran que haba realizado una atenta lectura de los tex-
tos recientemente publicados en Francia (incluidos los artculos tericos de John
Clellon Holmes) y, a pesar de las crticas, ofreca a los lectores espaoles un pri-
mer contacto con la Beat Generation, ms profundo de lo que puede advertirse
en una lectura rpida:

Lo primero que uno se pregunta es cmo en medio de esa Amrica prspera [...]
surge esta generacin que se dice vencida, liquidada. [...] En definitiva, esta gene-
racin contina una actitud anterior, la de la generacin perdida, intensificndola
al haberse agravado las causas. [...] El movimiento beat arranca de un esfuerzo
supremo por recobrar la libertad humana, por desertar de una sociedad domi-
nada, tiranizada por los objetos y bienes materiale. (Corrales, 1960: 3)

De nuevo, las pginas de Jos Corrales Egea abran nuevas perspectivas lite-
rarias que, debido a la particular situacin cultural de Espaa, poca o ninguna
repercusin tuvieron en los primeros aos sesenta. Dicha lectura crtica debi
esperar hasta 1965 en la revista leonesa Claraboya y la llegada a Espaa del
poeta argentino Marcos-Ricardo Barnatn.

3. Las primeras traducciones de poesa beat

Lo que sientas encontrar por s solo su estilo. (Kerouac, 1961)

Las primeras traducciones de los autores beats las hallamos en las pginas
de la revista leonesa Claraboya. Si bien el nmero monogrfico titulado Poesa
beatnik (nm. 14, marzo/abril 1967) fue la primera traduccin de textos poti-
cos publicada en Espaa, ya en el nmero 10 (1965) de la misma revista se inclua
a estos autores como parte fundamental de la renovacin potica llevada a cabo
por los escritores norteamericanos. De este modo, Claraboya introduce una refle-
xin donde se explicita el dilogo entre la poesa hispanoamericana y la Beat
Generation. Todo ello implica una clara conciencia del nuevo mpetu que haba
tomado la lrica en el Nuevo Continente, de donde nacan novedosas perspec-
tivas literarias que, en la dcada de los sesenta, adquiran un nuevo inters para
los autores espaoles.

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En este sentido, dicho inters se concreta un par de aos despus con la


publicacin del monogrfico titulado la Poesa Beatnik (Claraboya, 1967). Este
nmero es inaugurado con el editorial La poesa Beat de Marcos-Ricardo Bar-
natn, que sirve de prlogo, y seguido de las traducciones a cargo de los poe-
tas tambin hispanoamericanos Jos Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal, Julio
E. Miranda, Rolando Costa Picazo y Jos Mara Delgado. El texto aborda el carc-
ter pretrito de los acontecimientos de la Generacin Beat (Son ya historia las
primeras manifestaciones beat nacidas en la europea San Francisco [Barnatn,
1967: 5]), pero a la vez muestra aquellos aspectos que podan ser retomados
por los lectores de 1967 espaoles (el nuevo movimiento haba nacido al amparo
de la poesa, sus profetas la esgriman como nica arma, con la que aspiraban
a dar a conocer su rebelda pacfica [Barnatn, 1967: 5]). En este editorial se
citaron los artculos de John Clellon Holmes sobre el significado de lo beat y
su relacin con la joven generacin, al igual que algunos apuntes sobre las decla-
raciones de Jack Kerouac o Lawrence Ferlinghetti.
Este discurso libertario en el mbito de la literatura tambin tiene una lec-
tura social y poltica que, aunque es una protesta rebelde y no revoluciona-
ria (Barnatn, 1967: 6), presenta todo un programa subversivo y modernizador
de las conciencias. Por ello, Barnatn (1967: 6) aada que Los poetas beat reac-
cionan contra los valores dominantes, contra la civilizacin comercial de la oferta
y la demanda, contra la guerra, contra la cultura oficial y erudita, sealando
con insistencia que sta se pronunciaba tambin contra el marxismo y los reg-
menes socialistas, al que afirman han logrado superar. Esta afirmacin, si bien
era cierta, tambin resultaba tranquilizadora para las autoridades censoras fran-
quistas, que deban observar de cerca una literatura de juventud tan crtica como
rebelde. El carcter oral de esta poesa sera otra forma de ruptura con la tra-
dicin, aunque tampoco son escasas las influencias que sealaban los crticos
en los poemas de los beatniks (Whitman, Pound, Miller, Beckett, Rimbaud, Apo-
llinaire, los surrealistas franceses, etc.).
Este nmero de Claraboya posee una clara finalidad divulgadora de unos
autores inditos en Espaa, por lo que se aadi a las notas de Marcos Ricardo
Barnatn (1967: 9) una breve resea bio-bibliogrfica bajo el ttulo Los poetas
beatniks. A su vez, se incorporan Dos textos beat, un extracto del Credo y
Tcnica de la prosa moderna, de Jack Kerouac, y una seleccin de una carta
escrita por Allen Ginsberg.5 Junto a estos, un breve artculo de Ignacio Gmez

5. Este texto es un fragmento de una carta de Allen Ginsberg firmada el 16 de octubre de


1961 y publicada en la revista norteamericana Palante. Posteriormente, su traduccin fue editada
en 1963 en la revista argentina Eco Contemporneo, desde donde fue tomada para la posterior publi-
cacin en las pginas de Claraboya.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de Liao (1967: 37), titulado Sobre Allen Ginsberg y la Generacin Beat, pro-
fundiza sobre cmo el planteamiento esttico de la Generacin Beat est rela-
cionado por el anlisis sociolgico de su aparicin. Hasta podemos decir que
lo primero perceptible en el hecho beat es una actitud, un gesto social. En este
sentido, Gmez de Liao seala claramente el inters que la joven poesa espa-
ola de 1967 tiene por la obra de Jack Kerouac o Allen Ginsberg. De hecho,
este autor tan prximo a la neovanguardia de los sesenta afirma:

Los beatniks no han revolucionado la esttica de nuestro tiempo, siguen apega-


dos a un esquema de comunicacin literaria que puede adecuarse perfectamente
al escritor burgus. Lo que ellos nos han entregado es una crnica, es un informe
rabiosamente sincero de s mismos, se trata la mayor parte de las veces de una
historia sin respuesta, la respuesta que no puede dar la sociedad en la que viven.
(Gmez de Liao, 1967: 37)

Es precisamente esa actitud rebelde frente a los valores sociales preesta-


blecidos lo que convierte a estos autores en atraccin, como fenmeno social,
y en producto de imitacin, en su literatura. En este artculo, al igual que ocu-
rriera en otras publicaciones, la figura de Allen Ginsberg se convierte en el para-
digma de toda su generacin, pues ser el poeta de Nueva Jersey quien reciba
el mayor nmero de comentarios y recensiones. El ludismo y la intrascenden-
cia vital, junto con el alegato defensor del espritu humano frente a la razn y
la modernidad de la civilizacin occidental, transforman su rebelda en toda una
nueva visin del mundo que convierte a los Beatniks en rebeldes, no en revo-
lucionarios.
Sin embargo, el inters del Grupo Claraboya por la poesa de Ginsberg y
compaa no naci de la intencin de identificarse con los parmetros poticos
de poemas como Howl (cfr. Lanz, 2005). De hecho, debemos buscar dicho
acercamiento en el espritu inconformista y rebelde de los autores norteameri-
canos y en el sincero vitalismo de su temtica, que compartan con las lectu-
ras de Csar Vallejo, Blas de Otero y Bertolt Brecht, en un primer momento, y
Carlos Sahagn, Claudio Rodrguez y Jos ngel Valente, despus. En este sen-
tido, la potica del objetivismo dialctico6 (tanto con sus frmulas rotas del
cine de Antinioni y ascendencia beat como de la poesa narrativa de Brecht,

6. En opinin de Juan Jos Lanz, [...] el objetivismo dialctico propuesto por Claraboya se sita
en un espacio equidistante del objetivismo caracterstico del realismo histrico-crtico, del objeti-
vismo brechtiano y del practicado por el nouveau roman; de aqullos les distancia una actualiza-
cin y adecuacin de los modos de captacin de la realidad, del ltimo les separa la presencia de
un elemento ideolgico que se plantea una funcin reveladora (y, por lo tanto, revolucionario)
de la escritura (Lanz, 2005: 93).

590 ndice
R E C E P C I N D E L A B E AT G E N E R AT I O N E N L A P O E S A E S PA O L A

Nazim Hikmet y Luis Cernuda) distaba considerablemente de los planteamien-


tos de la escritura automtica de Jack Kerouac, el cut-up de William Burroughs
y la sensibilidad neorromntica e iluminada de Allen Ginsberg. Por ello, no
hay en los versos beat ese compromiso histrico ni esa expresin de lo soli-
dario tan caractersticas de los versos de Csar Vallejo, basado en el acento
en el compromiso solidario, el humanismo comn y la captacin en vivo de
la realidad (Lanz, 2005: 107). Esta poesa llegaba a Espaa despus de transi-
tar por Hispanoamrica en numerosas revistas, antologas de poesa nortea-
mericana y recensiones en la prensa cultural.7 Las pocas pginas de 1967 en la
revista Claraboya tuvieron una repercusin extraordinaria, pues despertaron el
inters en los jvenes poetas de los sesenta y mostraron el camino de una nueva
forma de construir el discurso potico.

4. Difusin e influencia de la Antologa de la Beat Generation de Barnatn


No pienses con palabras, es mejor que procures ver la imagen. (Kerouac, 1961)

Habr que esperar hasta 1970 para que vea la luz el impulso definitivo a las
traducciones de los poetas norteamericanos en la Antologa de la Beat Gene-
ration, editada y traducida por el poeta argentino Marcos Ricardo Barnatn.
Tras la experiencia de la traduccin colectiva en las pginas de Claraboya, el
poeta argentino rene una seleccin de poemas en la coleccin de bolsillo Selec-
ciones de Poesa Universal de la editorial Plaza&Jans. Esta nueva edicin de
1970 contiene el aliento de un trabajo que atenda tanto al rigor filolgico
de una edicin bilinge, una Bibliografa sumaria y un apndice con textos sobre
la poesa beat, como diversas bio-bibliografas y una Introduccin a la poesa
beatniks, que aproxim las claves de sus autores a lectores poco avisados. En
este sentido, el excelente trabajo de Barnatn supone en 1970 la incorpora-
cin de la literaria norteamericana a las lecturas de buena parte de los jvenes
lectores de los setenta. Su difusin fue mucho ms amplia que la traduccin
anterior e insert esta tradicin en las nuevas propuestas poticas que desde
finales de la dcada de los sesenta y principios de los setenta surgan en todo
el territorio nacional.
El objetivo que pretenda su autor con la seleccin de los textos de Gregory
Corso, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, Jack Kerouac y Philip Lamantia

7. Entre otras antologas y traducciones, encontramos el Panorama y antologa de la poesa nor-


teamericana (Madrid, Seminario de Problemas Hispanoamericanos, 1948) de Jos Coronel Urtecho,
la Antologa de la poesa Norteamericana (Madrid, Aguilar, 1963; 2 ed. Madrid, Alianza, 1979) de
Jos Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal o las traducciones de Mexico city blues (Valncia, Uni-
versitat de Valncia, 2008) de Jack Kerouac a cargo de Rolando Costa Picazo.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

era configurar un corpus representativo del movimiento Beat. De esta manera,


Barnatn construye una antologa programtica de grupo que concede cierta
coherencia interna a los discursos dispares de los poetas beats. La eleccin de
los textos no se debe nicamente a su carcter representativo de los mismos,
sino que incorpora a este criterio las dificultades derivadas de la traduccin.
Para ello, el editor/traductor selecciona los textos conjugando los criterios de
representatividad, por un lado, y el resultado de una traduccin satisfactoria,
por otro. A pesar de ello, al observar el ndice de los textos incorporados a la
antologa descubrimos cmo en sus pginas hallamos los poemas ms repre-
sentativos de la Generacin Beat, desde Howl o Kaddish de Allen Ginsberg
hasta He de Lawrence Ferlinghetti, Birthplace revisted de Gregory Corso o
Mexico City Blues de Jack Kerouac. Muchos de estos poemas daban ttulo a
los libros donde iban incluidos, hecho que los convierte en textos fundamen-
tales de sus autores. Entre las ms extensas estn las dedicadas a Allen Gins-
berg, mostrando el inters que ya haba despertado su obra en los lectores
hispanohablantes. De hecho, esta antologa sobre la Beat Generation tiene como
centro potico al autor de Howl, pues en l se concentran las caractersticas
ms sobresalientes del grupo, tanto en su aspecto biogrfico como en el lite-
rario.
Como antlogo individual, Marcos Ricardo Barnatn construye un discurso
nuevo, cuya labor hermenutica de relectura permite el dilogo polifnico entre
diversos discursos con el fin de expresar la nueva emotividad ante un mundo
profundamente transformado. Por ello, el texto crtico introductorio nos recuerda
que Lo importante, ahora, es enfrentarse con la poesa de los beat, con el
desnudo testimonio de este tiempo, conmocionado y angustioso, que ellos nos
traen dramticamente de una forma hasta ahora inexistente (Barnatn, 1970:
26). La Antologa de la Beat Generation posee un carcter claramente gene-
racional, pues pretende difundir entre los jvenes autores la lectura de los escri-
tores beatniks. Barnatn rene en este libro su labor potica como traductor y
crtico de nuevas lecturas. Con este fin, arma un discurso programtico, donde
presenta la obra e importancia de los poetas del grupo beat, Gregory Corso,
Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, Jack Kerouac y Philip Lamantia, por su
estricto orden alfabtico. La propia heterogeneidad, que seala el antlogo en
la obra de estos poetas, queda atenuada ante el hecho de configurar un grupo
con caractersticas ms o menos homogneas.
En consecuencia, la potica que subyace en las pginas de la Antologa de
la Beat Generation parte de algunas premisas fundamentales. La primera es la
deliberada ambigedad del ttulo, pues de ste se deduce que los textos de
la Beat Generation son fundamentalmente poticos. Sin embargo, dicha ambi-
gedad queda disuelta con la lectura del prlogo Introduccin a la poesa beat-

592 ndice
R E C E P C I N D E L A B E AT G E N E R AT I O N E N L A P O E S A E S PA O L A

nik, que deja fuera a otros autores de la Generacin Beat, como William
Burroughs y buena parte de la mejor literatura de la generacin escrita en prosa
(como le ocurre a Jack Kerouac). La segunda premisa (que, en cierto modo,
es consecuencia de la primera) hace referencia al papel central de la poesa
de Allen Ginsberg entre estos autores, como muestran el nmero de poemas
y pginas que se le dedican. Por ello, Marcos Ricardo Barnatn construye tanto
en el prlogo como en los textos seleccionados un discurso donde los movi-
mientos de vanguardia histrica y la influencia de la obra de Walt Whitman,
William Carlos Williams, E. E. Cummings y Ezra Pound sirven de inspiracin a
los jvenes autores de la Generacin Beat, bajo el signo de la tradicin de la
ruptura. En consecuencia, se desliza un apunte disonante a sus palabras cuando
Barnatn (1970: 15-16) seala unas lneas ms abajo: adems de un enorme
respeto hacia el equilibrio que T. S. Eliot haba logrado construir en su volun-
tario destierro. Dicha lectura posee una gran relevancia en el contexto potico
espaol de los aos setenta, pues no son pocos los intentos de los jvenes poe-
tas (de novsimos y no-novsimos) por hallar una tradicin que sorteara, por un
lado, la poesa intimista y social de la posguerra y, por otro, expresara la reali-
dad de una nueva sociedad moderna e industrial de la Espaa de finales de los
sesenta.
La publicacin en 1970 de la Antologa de la Beat Generation tuvo una
amplia aceptacin como muestran las notas de prensa aparecidas tanto en bre-
ves reseas bibliogrficas8 como la aparecida en ABC o en artculos crticos como
el planteado por Jenaro Talens en la revista nsula, titulado Marcos Ricardo Bar-
natn: Antologa de la Beat Generation. A este hecho no eran ajenos dos ele-
mentos fundamentales: el primero era la amplia distribucin de los libros de
la editorial catalana Plaza & Jans; el segundo, y quizs el ms relevante, el con-
texto editorial y el inters por la literatura extranjera con la publicacin de
una coleccin titulada Selecciones de Poesa Universal, entre los que encon-
tramos a los poetas Jules Laforgue, Friedrich Hlderlin, Sylvia Plath, Giuseppe
Ungaretti, W. B. Yeats, Fernando Pessoa, Paul Eluard, Leonard Cohen, Cesare
Pavese o William Blake, entre otros. Su amplia promocin en la prensa crtica
especializada (como podemos observar en la revista nsula [Barnatn, 1977: 4])
le concedi tambin el prestigio de una coleccin selecta y cuidada, que res-
ponda a una cada vez mayor demanda de traducciones literarias bilinges con
abundante aparato crtico y bibliogrfico.

8. En estas Notas a pie de pgina se poda leer: Marcos Ricardo Barnatn ha preparado para
Plaza y Jans, que acaba de publicarla, una Antologa de la Beat Generation. Gregory Corso,
Lawrence [Ferlinghetti, Allen] Ginsberg y Philip Lamantia son los principales nombres incluidos.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Pero ste no fue el nico frente en el que se difundi la traduccin de Mar-


cos Ricardo Barnatn. En las mismas fechas, algunas revistas se hicieron eco
de sus textos y publicaron algunos de ellos, incluso con la elaboracin de algu-
nos nmeros monogrficos, como el realizado por la revista Aquelarre. Cuader-
nos de Poesa (1970). En el Atrio o editorial que inauguraba sus pginas, Mar-
cos Ricardo Barnatn expona la necesidad de renovacin de la poesa, pero
se preguntaba si la senda marcada por la Beat Generation era la ms acertada.
La lectura que realiza el poeta y crtico argentino es, en estas pginas, la ms
metapotica, pues reflexiona sobre el papel e influencia que esta poesa norte-
americana poda tener en la joven generacin de los setenta.

5. El mito de caro o la antologa de Poesa Beat (1977) de Margaret Randall


Traduce constantemente la historia real del mundo a monlogo interior. (Kerouac,
1961)

La publicacin en 1977 de la antologa Poesa Beat a cargo de Margaret Ran-


dall y traducida por Jernimo-Pablo Gonzlez Martn vino a cerrar un periodo
de inters por estos poetas norteamericanos en los jvenes autores de los setenta.
Su publicacin en la editorial Visor, especializada en sus inicios en la traduc-
cin de poesa extranjera, pona fin, en lneas generales, al dilogo intergene-
racional y cultural entre las literaturas norteamericana y espaola. Por esta razn,
las pginas introductorias de Randall (1977: 7) nos recuerdan en su tono a una
recapitulacin, a una sala de museo cuyo visitante nicamente pudiera afir-
mar que cualquier tiempo pasado fue mejor: La generacin beat constituy un
tipo de repulsa [...] del American Way of Life; fue un grupo de profetas, una
escuela o camino de poesa. Como literatura, rompe con la tradicin victo-
riana inglesa. El recorrido por los inicios de la Beat Generation (con Ginsberg
y Burroughs a la cabeza) y sus rasgos ms destacados nos conduce a los crite-
rios de seleccin de la autora. Entre ellos, Poesa Beat presenta una discrimi-
nacin de textos basada en la dificultad de acceder a ellos, subordinando el cri-
terio de representatividad que debe presidir una antologa de grupo.
Esta circunstancia extraliteraria devala la seleccin de textos que, adems,
tampoco presenta el valor aadido de una edicin bilinge, pues los criterios
editoriales de Visor en sus primeros aos contemplaban nicamente la publica-
cin de textos traducidos. Entre los aciertos de Randall, debemos sealar la
incorporacin de un apndice con otros autores beat menos conocidos (como
Philip Lamantia, Peter Orlovsky, Philip Whalen, John Wieners, Barbara Moraff,
Diane di Prima, Jack Spiecer, Michael McClure y Gary Snyder) y que completan
la nmina de los Ginsberg, Kerouac, Ferlinghetti, Corso y Jones. Unas pginas

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despus, Randall (1977: 10) llega a afirmar en sus conclusiones que Como gene-
racin, los beat no [...] constituyen ya la vanguardia, no son ya el punto focal
del cambio. [...] los beats, que influyeron en la cultura mundial como una rebe-
lin histrica, han sido asimilados por la sociedad superdesarrollada, aunque
empezaran protestando contra ella, ya que no son sino un producto de la misma.

6. Maneras de interpretar o las lecturas de la Beat Generation


Dedica ms tiempo a la poesa, pero slo a lo que lo es en esencia. (Kerouac,
1961)

Un apartado ciertamente importante en el anlisis de la recepcin de la Beat


Generation fue el cambio cultural en la juventud norteamericana en la posguerra
mundial, en general, o la publicacin de ensayos sobre los autores beat, en par-
ticular. Estos textos fueron los responsables de la construccin de un metatexto
que daba los instrumentos necesarios para el anlisis contextualizado de la lite-
ratura beat. Este acercamiento a la sociedad norteamericana tuvo como autores
a escritores e investigadores extranjeros, circunstancia que tambin seala el
inters de cierto pblico espaol por la lectura de ensayos sobre la sociologa
de la cultura. Un claro ejemplo de esto que afirmamos fueron las publicaciones
El nacimiento de una contracultura. Reflexiones sobre la sociedad tecnocrtica
y su oposicin juvenil (1970) de Theodore Roszak y Beat, Hippie, Yippie. Del
underground a la contracultura (1974) de Fernanda Pivano. En sus pginas,
descubrimos un profundo anlisis desde la msica de Bob Dylan a los versos
de Howl de Allen Ginsberg, pasando por el sentido del nuevo espritu orien-
talista, la experiencia psicodlica y la sociologa visionaria de Paul Goodman.
Todo ello construa un complejo armazn interpretativo de la Beat Generation
norteamericana no siempre fcilmente extrapolable a la realidad de la Espaa
de los setenta.
El tercero de los textos estaba circunscrito a un marco ms pequeo: los
autores de la Generacin Beat. La traduccin de Esdras Parra daba vida a La
Generacin Beat (1974) de Bruce Cook, cuyas pginas mostraban una lectura
profunda y mesurada de la vida y la obra de los autores ms representativos de
la Beat Generation. Su recorrido bio-bibliogrfico incidi tanto en los antece-
dentes de estos escritores como en sus fuentes literarias ms cercanas, donde
se reivindica tanto el papel de William Carlos Williams en la construccin del
discurso potico de Ginsberg como la fundamental relectura de Walt Whit-
man. Las pginas elaboradas por Bruce Cook ponan en las manos de los lec-
tores de lengua hispana una gran cantidad de informacin sobre la literatura

ndice 595
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

beat, as como entrevistas y bibliografa de poca absolutamente desconocida


en la Espaa de los aos setenta.

7. Algunas notas provisionales como conclusin


Este proceso de entropa o transformacin del campo literario (Bourdieu,
1995) de los aos de la transicin, entendido como periodo amplio entre 1968
y 1982 (Buckley, 1996), vena a colaborar ya en el desorden, ya en el orden de
los textos y la lectura de nuevos repertorios o metatextos que, de una manera
asistemtica, fueron transformando los gustos literarios de los autores jvenes.
La lectura de una obra novedosa y rupturista de la Beat Generation sirvi tanto
para beber de su misma literatura como para comenzar una relectura crtica de
la tradicin potica de posguerra desde el prisma de la modernidad, como tra-
dicin de la ruptura y conciencia crtica de su tiempo.
Del mismo modo, la recepcin de la Beat Generation a travs de antologas
de poesa con sus respectivas traducciones y metatextos (prologales o ensayos)
evidenci la permeabilidad cultural e inters por la literatura extranjera de las
nuevas generaciones que comenzaban a escribir a finales de los sesenta (Even-
Zohar, 1990, 1999). El agotamiento del modelo cultural tardofranquista pro-
voc un debilitamiento tanto del canon literario de posguerra como de su opo-
sicin antifranquista. En este sentido, nacera en la literatura espaola de los ms
jvenes el anhelo de romper con toda la tradicin anterior asimilando modelos
poticos forneos, como el que defendan Ginsberg, Kerouac o Ferlinghetti. El
horizonte de expectativas de los lectores de 1970 se abra a la modernidad de la
American Way of Life y todo lo que representaba Estados Unidos. La lectura de
poemas como Trofeos y La barriga entre las piernas de Fernando Merlo (2004:
39, 47), As se fund Carnaby Street de Leopoldo Mara Panero (1993: 33-48),
Treinta monedas de pus de Jess Fernndez Palacios (1971: 26), La mala crianza
o Cancin del reincidente de lvaro Salvador (1974: 13-15, 43-44) o Suicidio
de Rafael lvarez Merlo (1971: 16) son nicamente un botn de muestra que evi-
dencia la influencia de la literatura beat en los primeros poemas de esta gene-
racin. La capacidad de expresar cierta rabia y angustia por la ausencia de liber-
tad empuja a estos autores a buscar nuevos modos de expresin que no
encuentran en la literatura espaola.
La adquisicin de la potica beat conllev un intenso trabajo de adaptacin en
estos poetas, pues toda apropiacin es, a su vez, una alteracin y adaptacin
de sus fuentes. En unos pocos aos, los escritores espaoles irrumpieron con
sus propuestas en el panorama literario al mezclar la baja con la alta cultura a
travs del uso de registros coloquiales y la sinceridad expresiva que sus versos
directos mostraban, con temas como el sexo, las drogas, la violencia o el suici-

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dio. El escndalo que persegua la publicacin de esta poesa beat signific uno
de los intentos ms enrgicos a favor de la subversin literaria dentro del sis-
tema cultural de los aos finales del franquismo. La lectura de los poemas de
la Beat Generation supuso una relectura tras su traduccin en clave netamente
espaola, salvndose las distancias de distintos cdigos literarios, de gnero lite-
rario o de grupo procedentes de la tradicin inglesa. De este modo, seala
Miguel Gallego Roca (1994: 158-159), las traducciones literarias, como textos
que funcionan en el sistema de destino, pues de lo contrario no seran acepta-
das como tales textos literarios, sufren el mismo proceso de hiperseleccin de
acuerdo a los cdigos vigentes, propio de la literatura espaola.
La debilidad de la cultura de la transicin posibilit que, en un breve periodo
de tiempo, fueran asimilados numerosos elementos de la Beat Generation, pues
en un proceso de grandes cambios y rpida transformacin social fueron incor-
porados al discurso generacional buena parte de las propuestas literarias y del
espritu de dichos autores norteamericanos. La influencia de la Beat Generation
en la literatura espaola de la transicin subraya la intensa relacin entre tra-
duccin, relectura y reescritura como fenmenos de primer orden en la evolu-
cin literaria contempornea.

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CANARIAS EN LA CONFORMACIN DE AMRICA: ASPECTOS HISTRICOS Y LINGSTICOS
Javier Medina Lpez
Instituto Universitario de Lingstica Andrs Bello

I. Canarias en la encrucijada migratoria atlntica


La emigracin canaria desde los primeros momentos de la colonizacin ame-
ricana no est exenta de problemas de orden metodolgico y conceptual; esto
es, las cifras ofrecidas por los historiadores cuando se refieren a la presencia
inicial del archipilago en la fundacin de las regiones americanas son desigua-
les no solo en nmero sino tambin en la propia consideracin y concepto de
lo canario en Amrica. Y esto es as, en buena medida, si se considera que la
investigacin histrica ha contado grosso modo con dos grandes tendencias
investigadoras (Martnez Shaw, 1994: 24): por un lado, las fuentes americanas1
y por otro, las fuentes espaolas,2 ambas, como se sabe, coadyuvando a un
mejor conocimiento de la realidad migratoria espaola y americana. En todo
este proceso se ha puesto de manifiesto no solo el contingente humano tras-
ladado a Amrica, sino tambin el carcter sociolgico de la propia conquista
y, en definitiva, la real configuracin de las sociedades virreinales (Mrner, 1975).

1. Han empleado los censos de poblacin, padrones, listas de habitantes, relaciones de cuer-
pos u oficios, asientos de colonos, fundaciones de ciudades, etc.
2. Aportando documentos judiciales, protocolos notariales, honras fnebres, declaraciones de
soltera, bienes de difuntos, cartas de naturaleza, depsitos de moneda extranjera, ventas de inmue-
bles, actas capitulares, etc.

ndice 601
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Para el caso de las Islas Canarias, se ha sealado que la no obligatoriedad


de viajar hasta la sevillana Casa de Contratacin dej fuera del Catlogo de
Pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII a miles de individuos que
embarcados desde las Islas emprendan la aventura americana. El punto de par-
tida est en las Informaciones y licencias de pasajeros del Archivo General
de Indias de Sevilla. El conjunto editado incluye los pasajeros hasta 1599, pero
el catlogo, lejos de ser la nica fuente (aunque s importante) de inters para
los asuntos migratorios, no contempla el tema de la emigracin ilegal y no cons-
tata los navos que salieron desde Canarias u otros puertos (Mrner, 1994: 470;
Morales Padrn, 1955). Los datos geobiogrficos aportados en las investigaciones
de Boyd-Bowman (1956, 1962, 1963, 1964, 1968, 1974 y 1976), siendo intere-
santes y abundantes para la poca, tampoco evidencian la realidad migratoria
de las Islas, aunque s ponen de manifiesto la desigual participacin de las regio-
nes espaolas en la conquista y colonizacin de Amrica, aunque con evidente
predomino de las regiones meridionales consideradas en su conjunto.
As pues, las cifras ofrecidas por estos3 y otros estudios que trataban de los
contingentes humanos a las Indias en los primeros aos de la conquista lla-
maron la atencin de numerosos historiadores que pronto se interesaron por la
autntica aportacin canaria. Tal es el caso de Borges (1977: 7) que deduce,
segn recuentos seguros que

[...] salieron hombres e incluso familias oriundas del Archipilago; entre las que
se encuentran las de origen indgena y castellano, y tambin portugus, flamenco,
genovs o irlands. Y aunque en nmero reducido, merecen citarse a los mesti-
zos canarios y guanches que permanecieron en el anonimato como la mayora
de los expedicionarios salvo rara excepcin, pues no se cumpli con aquel ele-
mental requisito de que fueran registrados segn ordenaba la real cdula de 1511.

El etngrafo palmero Jos Prez Vidal en la dcada de los aos cincuenta


del siglo XX traz de forma ntida el primer acercamiento en profundidad de las
relaciones canario-americanas en un clebre artculo titulado Aportacin de
Canarias a la poblacin de Amrica. Su influencia en la lengua y en la poesa
tradicional, publicado en el nmero 1 del Anuario de Estudios Atlnticos de
Las Palmas de Gran Canaria (Prez Vidal, 1955). En este trabajo el autor critica
las fuentes y los materiales consultados por distintos estudiosos y pone de relieve
los escasos datos de Cuervo, Hernquez Urea, Prez Bustamante y otros, o
Autrey Neasham. Para el investigador palmero la importancia social, econmica,

3. Boyd-Bowman solo seala 8 emigrantes canarios para el perodo antillano. Otras cifras ms
altas se encuentran en el estudio de Martnez Shaw (1994: 88) o en Borges (1977), quien seala
cifras en torno a los 10.405 emigrantes.

602 ndice
C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

cultural, etnogrfica, literaria y lingstica de las Islas en Amrica, ya desde el


primer viaje de Coln al continente, es algo que, en aquellos aos, deba pro-
fundizarse y analizarse con mayor rigor y criterio. Por ello hay que rastrear otro
tipo de fuentes, aunque el propio Prez Vidal reconoce la escasez de canarios
en los primeros tiempos de la colonizacin americana. Muchas dcadas des-
pus, Cioranescu (1992) rene un amplio conglomerado (diez mil nombres) de
canarios en Amrica entre finales del siglo XV hasta el XVIII. A todo ello hay que
aadir, por supuesto, las numerosas salidas ilegales que, obviamente, no apa-
recen recogidas en las fuentes oficiales.4
El estamento social de la emigracin canaria a Amrica tambin ha sido
motivo de amplia investigacin. Marineros, conquistadores y agricultores de la
caa de azcar, sobre todo, son las primeras aportaciones sociales hacia Am-
rica desde las Islas. Ya bien avanzado el XVI los contingentes humanos estarn
conformados por colonos fundadores, gente de buena reputacin y estable, las
primeras salidas en grupos o familias, expedicionarios, militares de distinta gra-
duacin que desarrollaron una destacada labor en Amrica; hombres defenso-
res del rgimen colonial y, por tanto, de los vnculos con Espaa (virreyes, pre-
sidentes de audiencias, gobernadores, corregidores, secretarios, fiscales); en el
lado contrario, estn tambin aquellos que, habiendo emigrado desde las Islas
o siendo ya hijos de isleos (criollos) se enrolan en la defensa de los valores
independentistas, convirtindose as en libertadores. Tambin es destacable el
importante aporte en materia de evangelizacin, as como el que corresponde
al componente cultural, representado, bsicamente por letrados que desarrolla-
ron diferentes labores literarias o periodsticas (Prez Vidal, 1955: 22 y 38).
Como consecuencia de todo lo anterior, de forma paradjica se produce tam-
bin una alarmante despoblacin y abandono de las Canarias ante las grandes
expectativas de mejora y riqueza que llegan de las Indias. Toda esta situacin
de trasiego martimo-migratorio que se produjo en las Islas unido al estatuto
legal que las autoridades le haban conferido hizo que el nmero de pasaje-
ros que viajaba sin registro aumentara de forma considerable, al igual que el
incremento de barcos que burlaba la vigilancia estatal tambin creci. Todo ello
supuso un gran fraude que colisionaba, adems, con los barcos que legalmente

4. Algunos de esos nombres son las expediciones en las que viajaban Nicols de Ovando (1502),
Pedrairas Dvila (1514), Juan Daz de Sols (1515), Magallanes (1519), Lope de Sosa (1520), Frey
Garca de Loaisa (1525), Diego Garca (1526), Nicols Federman (1529), Hernando y Francisco Piza-
rro (1530), Diego de Ords (1531), Pedro de Heredia (1532), Gernimo Dortal (1534), Simn de
Alcazaba (1534), Pedro de Mendoza (1535), Pedro Fernndez de Lugo (1535), Alonso Luis de Lugo
(1541), Hernando de Soto (1538), lvar Nez Cabeza de Vaca (1540), Francisco de Orellana (1545),
Pedro de La Gasca (1545), Jaime Rasquin (1550), Menndez de Avils (1565), Fernndez Serpa
(1569), Ortiz de Zrate (1572) o Maraver de Silva (1576). Cfr. Morales Padrn (1988).

ndice 603
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

salan desde la Pennsula. Si durante algn tiempo se intent regularizar este


comercio ilegal y, por tanto, poner freno a la salida de vecinos de las Islas, lo
cierto es que con posterioridad las autoridades espaolas ante la peligrosa infil-
tracin de elementos extranjeros en las colonias americanas deciden fomentar
la emigracin para contrarrestar el efecto nocivo que tales presencias pudie-
ran provocar en las colonias.5 Es por ello que desde el siglo XVII las corrientes
migratorias procedentes de las Canarias adquieren un protagonismo singular en
las grandes antillas (La Espaola, Cuba o Puerto Rico) y en Florida o Venezuela.
Parece, as pues, que los datos aportados por los historiadores actuales, las
referencias de cronistas y viajeros y, en definitiva, anotadores del pasado como
apunta Morales Padrn (1991: 97) indican que en todas las expediciones que
pasaban por las Islas debieron subirse isleos con intencin de hacer fortuna
en Amrica. Y en este sentido, los argumentos que se esgrimen para explicar
las ansias de dejar las Islas son los que ponen de relieve la psima situacin
insular. En efecto, el comercio, base fundamental de la economa canaria (junto
con la agricultura, sta muy ligada al anterior) tiene cuatro momentos impor-
tantes, en los que cada uno ha ocupado distintos grados de relieve segn el
devenir de los acontecimientos histricos:6 a) el cultivo de la caa de azcar
que durar hasta mediados del siglo XVI; b) el comercio vitivincola que abarca
desde mediados del XVI hasta el fin del XVIII; c) el perodo de la cochinilla del
siglo XIX; d) la etapa del tomate y el pltano en el siglo XX.
El anlisis de la corriente migratoria canario-americana no ha estado libre de
dificultades que, en buena medida, tambin tienen que ver con la propia esencia
de lo que se podra denominar identidad canaria, tan reclamada en los ltimos
tiempos, por cierto, sobre todo por determinados grupos nacionalistas e indepen-
dentistas. La cuestin radica en poder delimitar desde cundo puede hablarse sensu
stricto del trmino canario como realidad sociocultural y lingstica que dejara
su impronta en las Indias. No pocos problemas, en este sentido, caben atisbar con
el horizonte plagado de incertidumbres, vacos histricos o carencia de informa-
cin documental que, con el paso del tiempo, intenta despejarse cada vez ms.
Y estas dificultades, como ha sealado Hernndez Gonzlez (1995: 15), son de
orden bsicamente histricas:

5. Tal es lo que ocurri, por ejemplo, con la fundacin de poblaciones en la banda norte u occi-
dental de la isla La Espaola. As, en 1684 llegaron a dicha isla las primeras familias canarias destina-
das a ese fin. stas embarcaron en Tenerife el 26 de octubre a bordo de la nao del capitn sevillano
Ignacio Prez Caro y llegaron a Santo Domingo el 7 de diciembre. Lo hicieron 97 familias (543 perso-
nas). San Carlos y Bnica (1684), Hincha (1704), San Juan de la Maguana (1733), Neiba (1735),
Puerto Plata (1737), Dajabn (1740), Montecristi (1751), Saman (1756), Sabana de la Mar (1760), San
Rafael (1761), Azua (1761), Ban (1764), San Miguel de la Atalaya (1768) y Las Caobas (1768). Cfr. Este-
ban Deive (1991: 87).
6. Cfr. Morales Padrn (1955: 21 y ss.).

604 ndice
C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

Pero la discusin fundamental sobre la participacin de Canarias en la conquista


y colonizacin de Amrica en el siglo XVI estriba en hasta qu punto se puede
denominar como canarios a los que se embarcan desde las islas para adentrarse
en el Nuevo Mundo. [...] Debemos tener en cuenta que a principios de siglo eran
todava tierra de conquista. Se estaban estableciendo pobladores, que evidente-
mente eran portugueses, castellanos o andaluces. Las facilidades de emigracin
clandestina eran un poderoso estmulo para trasladarse hacia ellas. Determinar
el origen de los expedicionarios es en buena medida una tarea imposible. Refle-
jar su rango de vecinos es algo igualmente complicado.

Otros estudios apuntan tambin a esta misma circunstancia: la real cuanti-


ficacin del movimiento migratorio. A los datos aportados por Borges (1977:
261) para el perodo 1493-1599 (unas 10.405 personas) se aaden los de otros
autores (Macas Hernndez, 1992: 28; Hernndez Gonzlez, 1995: 15) que cuestio-
nan tanto esta cifra por escasa as como por el hecho mismo de quines eran
esos emigrantes. Todos canarios nacidos ya en las Islas? No lo parece, ya que
la naturaleza canaria de cualquier residente indiano puede ocultar un posible
origen europeo. La tarda conquista de La Palma (1493), Tenerife (1496) o,
incluso, Gran Canaria (1483) supuso, desde luego, una ms que improbable
conciencia regional o una sociedad con vnculos arraigados en la participa-
cin inicial de la conquista americana. Dice Alvar (1990: 72) a este respecto que
estos hechos

me hacen pensar que los espaoles afincados en las islas no se consideraran


an isleos, sino sevillanos, gaditanos o jerezanos y como tales figuraran en
las naos que cruzan el Atlntico: slo despus, cuando nacieron los criollos cana-
rios, se pensara en su origen distinto del andaluz.

Qu duda cabe, adems, que la privilegiada situacin estratgica del archipi-


lago canario ofreci la oportunidad de que muchos extranjeros tambin pasaran
por las Islas con la intencin de embarcar hacia Amrica, tal y como ha sealado
Macas Hernndez (1992: 20)

[...] El proceso migratorio aqu examinado puede concebirse tambin como un


proceso inconcluso, donde Canarias juega un papel de enlace entre reas de emi-
sin y posibles destinos. Los emigrantes europeos de cortos recursos llegaban a
las islas; aqu aprovechaban las oportunidades que les brindaba la economa local
para incrementar sus ahorros y continuar luego si la fortuna lo permita, eligiendo
su posterior destino indiano entre el cmulo de opciones que le ofreca el intenso
trfico con Amrica desde los puertos canarios.

ndice 605
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Estamos ante un hecho capital al menos hasta el siglo XVIII, ya que, en este
sentido, podemos estar utilizando el trmino canario simplemente como una
denominacin geogrfica que abarca una visin amplia de las corrientes migra-
torias hacia Amrica y en la que no solo es destacable el nmero de individuos
embarcados desde las Islas, sino tambin la importancia de los mismos (Mr-
ner, 1994: 471).
Las condiciones de vida en las Islas empiezan a adquirir tintes dramticos
en la segunda mitad del siglo XVII, ya que se endurecen los requisitos a la expor-
tacin de los vinos, se dan importantes y largas sequas y, por tanto, no menos
venturosas cosechas agrcolas. Todo ello provoc revueltas y enfrentamientos
en la poblacin. Emigrar era, una vez ms, la salida para la desastrosa econo-
ma de las Canarias.
En el caso de las Antillas, la realidad no iba del todo bien. Al natural aban-
dono de las mismas en favor de tierra firme (en el continente) donde se haban
constituido importantes virreinatos, se aade cmo el Caribe queda a merced
de potencias extranjeras, sobre todo de Inglaterra y Francia. La Corona de Espaa
advirti este peligro e inici nuevas polticas que recondujeran la situacin, para
lo cual foment e incentiv la repoblacin de territorios coloniales hispanos.
Los obstculos de todo este proceso que deban auspiciar las autoridades ayu-
das a las tierras, aperos de labranza, aportacin de semillas, exencin de impues-
tos,7 etc. fueron resueltos con la Real Cdula de 1678, la cual ofreca algunas
ventajas para los que quisieran embarcar y comerciar con las Indias, conjugando
as los intereses tambin tanto de las clases dominantes como de la poltica sobre
poblacin alentada por la Corona (Hernndez Gonzlez, 1995: 26). Esta Real
Cdula conocida como El tributo de sangre o tambin Derecho de familias
obligaba a poblar los territorios deshabitados de Amrica por parte de los cana-
rios que as lo deseasen a cambio de mantener su comercio privilegiado, cinco
familias por cada cien toneladas. Luego este tributo se estableci en 1.000 rea-
les, cantidad que qued fijada en el Reglamento de 1718 (art. VIII) que regulaba
el comercio canario-americano hasta la paulatina generalizacin del libre comer-
cio a partir de 1765 (Morales Padrn, 1955: 84; Hernndez Gonzlez, 1995: 27).
Tampoco la orden de 1678 supuso un absoluto control y registro docu-
mental de toda la emigracin (Mrner 1994: 481) y por esta razn la investiga-
cin historiogrfica relacionada con la emigracin canario-americana ha ampliado
las fronteras con el afn de aportar nuevos datos y perspectivas a la real con-
formacin de lo canario en Amrica. As surgen los expurgos de las fuentes

7. Y as la Corona instaba a los respectivos gobernadores de las islas de Barlovento y de Tierra


Firme a que diesen a los colonos todo el buen pasage y acogida que fuere posible para que, con
la notizia que desto bolviese a las islas de Canaria, apeteciesen otros hazer el mismo viage. Cfr.
Morales Padrn (1970, III: 318), apud. Macas Hernndez (1992: 52).

606 ndice
C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

que suministran los protocolos notariales insulares (Faria Gonzlez, 1991; Lobo
Cabrera, 1991; Torres Santana, 1991), el estudio de los bienes de difuntos,
los procesos inquisitoriales en los que se juzgan los casos de bigamia de hom-
bres casados en Amrica y luego denunciados, los archivos parroquiales y nota-
riales o padrones municipales. Todos ellos son fuentes que amplan el nmero
de datos y ofrecen una cobertura mucho mayor del verdadero contingente
humano emigrado a Amrica (Mrner, 1994: 481).
Desde el punto de vista de la crtica historiogrfica, no todos los especialistas
estn conformes en aceptar como nica interpretacin migratoria la actua-
cin de la Corona y el Derecho de Familias. As lo hace notar Macas Hernn-
dez (1992: 54 y ss.) para el cual, junto a los dos factores reseados, habra que
aadir una cierta concepcin malthusiana (relacin directa entre poblacin y
falta de recursos). La postura de este investigador se basa en la consideracin
del hecho migratorio como una manifestacin clara de una va capitalista en
el marco de una economa en crisis. Por eso mantiene, adems, que la dispora
insular no puede ser explicada slo en funcin de la actuacin de la Corona y
el Derecho de familias, en tanto en cuanto ese derecho result segn indica,
un fracaso en varios aspectos (volumen migratorio poco relevante; rechazo de
las familias a viajar a tierras yermas e inhspitas y, por ltimo, el hecho
de que los viajeros que podan hacerlo eligieron las tierras ms atractivas por
su actividad econmica y no las recomendadas por la Corona en las Antillas).
De la misma opinin es Hernndez Gonzlez (1995: 28 y ss.), para quien:

La emigracin a Amrica promovida por la Corona, el llamado Tributo de San-


gre, no puede ser considerado nicamente desde la perspectiva de un impuesto
cobrado a los comerciantes canarios por gozar de un rgimen privilegiado. [...]
Pensamos que el transporte de familias fue un negocio para los comerciantes
canarios en la medida en que no slo se embarcaban las familias sometidas al
impuesto, sino otras muchas, cuyo pasaje era pagado por la Corona. Adems, los
comerciantes obtenan privilegios para realizar travesas o aumentar el tonelaje
de sus buques.

La poltica gubernamental que se inicia en el siglo XIX es restrictiva en mate-


ria migratoria, ya que el gobierno espaol intervino decisivamente en la regu-
lacin de todo este proceso hasta la dcada de los aos cincuenta de la misma
centuria. Hernndez Garca (1981: 85-135), por ejemplo, indica dos tipos de cau-
sas de la emigracin: (a) las generales que afectan a toda Espaa y, (b) las de
Canarias en particular. En lo que se refiere a las primeras, el gobierno espaol
pone obstculos a la emigracin para facilitar el proceso repoblador de las zonas
rurales, estimulando, adems, la natalidad o dando facilidades para residir en

ndice 607
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Espaa. Este proceso, no obstante, se haba iniciado desde el siglo XVII mediante
la promulgacin de la Real Cdula de 1787, o los reales decretos de 1816, 1819,
1825, o la Ley de Cortes de 1855. En toda esta normativa se conceden licen-
cias a ayuntamientos, cabildos, instituciones religiosas, espaoles y extranje-
ros para que emprendan todo tipo de gestiones en favor de la mejora agr-
cola, exencin de tributos a la Hacienda estatal, venta de terrenos baldos, etc.
Las Reales rdenes de 1 de octubre y de 6 de noviembre de 1836 prohben via-
jar a Amrica (con la vigilada excepcin de Cuba, Puerto Rico y Filipinas). A
partir de 1853 hay un cambio de actitud y se promueven medidas migratorias.
Los principales destinos de la emigracin peninsular sern las repblicas de la
Argentina y Brasil, las colonias espaolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, el
Norte de frica (Argelia), Francia y Portugal. Sin duda, la poltica favorable recep-
tora de mano de obra extranjera por parte de algunos pases hizo que se obtu-
vieran con facilidad los correspondientes permisos de entrada como, por ejem-
plo, en la Argentina o Brasil.
En suma, los graves problemas que en materia de despoblacin padecan
amplias zonas de la Pennsula y de las Islas, con especial incidencia en las reas
rurales, motiv el ordenamiento jurdico a travs de la promulgacin de decre-
tos y reales rdenes que intentaron regular las relaciones de Espaa con las
nuevas repblicas que surgieron despus de que se iniciara el proceso de eman-
cipacin a partir de 1810. Ser despus de la segunda mitad del XIX cuando se
consoliden los puntos receptores de la moderna emigracin espaola, en gene-
ral, y canaria, en particular, hacia Amrica. En este sentido, hay que mencionar8
la creacin en 1882 del Instituto Geogrfico y Estadstico, que a travs de su
Direccin General publica las memorias del siglo XIX. Para las Islas Canarias, por
ejemplo, una de las bases de datos ms importantes del perodo decimonnico
son las Comendaticias que aparecen desde los aos cuarenta del XIX hasta fina-
les del mismo. Esta licencia de embarque (a modo de instancia actual en la
que se solicitaba permiso para viajar al extranjero) tena que ser remitida a
los alcaldes de los ayuntamientos. Este es un rico material que supone todo
un ndice de gran valor histrico y social de cada emigrante, pues los datos
solicitados deban informar de: destino especfico, ao de salida, mes y da de
expedicin de la Comendaticia, nombre y apellidos del solicitante, naturaleza
y vecindad, edad, estado civil, si es analfabeto o alfabeto, si va solo o acompa-
ado, razn del viaje o profesin (no siempre). En los ayuntamientos con puerto,
adems, se indicaba el barco y la fecha de salida. Junto con estos registros, los
datos que contiene la prensa del XIX son tambin bsicos para conocer una variada

8. Cfr. tambin con aparato crtico sobre fuentes y documentos el trabajo de Martnez Shaw
(1994).

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C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

gama de situaciones y hechos relacionados con el mundo de la emigracin: lle-


gadas y salidas de barcos, nombres de estos, precios de los viajes, rutas, exce-
lencias de los mismos, ventajas de viajar a determinados lugares, reclamos de
todo tipo, contratistas, as como visitas o salidas de personajes ilustres. La infor-
macin extrada de la prensa local se ampla con la que empieza tambin a
suministrar, ya gubernativamente, el Boletn Oficial de la Provincia de Cana-
rias. Adems de todas estas fuentes principales, estn todas aquellas que se des-
prenden de la consulta de documentos depositados en los Archivos Histricos
Provinciales, las Reales Sociedades Econmicas o las actas de la Diputacin Pro-
vincial de Canarias.9 Como cabe presuponer, de todo este proceso tenemos hoy
en da informacin abundante de la emigracin en masa del ltimo cuarto del
siglo XIX y la primera mitad del XX a pases como Cuba y Venezuela, que ocu-
paron, como se sabe y por este orden, los centros de atraccin de la reciente
emigracin canaria hacia Amrica.
El siglo XIX es tambin el momento en el que las estadsticas oficiales ela-
boradas por diferentes organismos estatales10 constituyen la base posterior de
no pocas investigaciones tanto de alcance nacional como regional.11 En este sen-
tido, las dos aportaciones ms destacadas e importantes son las de Galicia y la
de Canarias.
Para concluir con esta visin sucinta de la accin migratoria de las Islas hacia
Amrica, que constituye un elemento ms de la formacin de la identidad ame-
ricana heterognea y compleja en todo su vasto territorio debe considerarse
todo un conjunto de hechos polticos, econmicos, sociales, demogrficos, geo-
grficos, climticos e incluso psicolgicos del emigrante. Macas Hernndez
(1991) indica, en este sentido, como principales caractersticas del flujo emi-
gratorio: a) emigracin intensa de carcter secular desde los orgenes mismos
de la Conquista del Archipilago; b) elevado componente familiar que se ve
interrumpido en el ltimo cuarto del siglo XIX por el efecto de la emigracin
golondrina; c) poblacin bsicamente de campesinos, la mayora analfabetos;
d) marco jurdico propiciado por la Corona que prohibi y/o favoreci segn
las pocas tanto la salida legal como la clandestina de importantes contin-
gentes humanos desde las Islas; e) corriente migratoria con una direccin: Cuba

9. Cf. Hernndez Garca (1981) y Macas Hernndez (1988).


10. En 1827 se derogan las leyes de Indias y el Reglamento para el Comercio Libre. En 1835
se promulg una Real Orden de 10 de julio segn la cual se sealaban las condiciones para expe-
dir pasaporte para viajar a Amrica. A partir de 1860 se confecciona, por nica vez, el Nmero
de individuos que salieron del Reino con pasaporte, 1860-1861 en el Anuario Estadstico de Espaa
1860-1861, Madrid, 1862.
11. Galicia, Canarias, Cantabria, Extremadura, Andaluca, Asturias, Pas Vasco, Navarra, Valen-
cia y Catalua, entre otras. Cfr. para una visin global de toda esta realidad los trabajos de conjunto
recogidos en Snchez-Albornoz [comp.] (1988) y Eiras Roel [ed.] (1991).

ndice 609
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

y Venezuela, lo que signific que durante el siglo XIX y primer cuarto del siglo XX
casi el 90 % viajase a Cuba, sin duda tambin como un efecto de las cadenas migra-
torias; f) otros factores son las sequas, hambrunas, elevada presin fiscal, la lla-
mada familiar, el ejemplo de los indianos, el crecimiento vegetativo, la pobreza
de la economa insular o las crisis agrarias. Macas Hernndez (1992: 135 y ss.)
tambin habla de la crisis coyuntural de la burguesa canaria que incide direc-
tamente en la economa campesina tradicional: cada del precio de la cochini-
lla en los mercados londinense y francs o la elevada presin fiscal. Segn este
investigador, no fue la presin demogrfica originada por un elevado saldo vege-
tativo como algunos han apuntado la causa principal de la emigracin, sino
la primera crisis del modelo capitalista isleo que haba sido incapaz de reprodu-
cir los efectivos que haba generado en su expansin. Por su parte, Hernndez
Garca (1981: 85-135) seala las siguientes razones: 1) La situacin geogrfica
de las Islas como ruta hacia las Indias que ha estado vinculada con la propia
historia insular desde el siglo XV en adelante. Esto ha provocado de alguna
manera una tradicin migratoria que entronca desde los orgenes mismos de la
conquista del archipilago. 2) El elevado ndice demogrfico de las Islas. Estas
posean un crecimiento biolgico superior al de la media nacional, tal y como
se advierte con claridad desde el primer censo de 1857 hasta el de 1970. Ante
la falta de recursos y trabajo, el xodo migratorio siempre fue una salida vital.
3) La sequa. Esta fue especialmente dura en las islas orientales de Lanzarote y
Fuerteventura, a lo que se une la naturaleza volcnica de la mayor parte de su
territorio. La consecuencia ms inmediata se traduce en las malas cosechas o,
incluso, la inexistencia de las mismas. 4) La atomizacin del terrazgo. Esta se
advierte en el constante cuidado que requiere el terreno insular, la poca produc-
tividad del mismo, as como el carcter hereditario y como consecuencia de
mayora minifundista al que se ve sometida la mayora de las familias canarias.
5) Relacionado con el punto anterior est la precaria estructura econmica (arcaica,
dbil y deficitaria) que sumir en la pobreza a la mayor parte de la poblacin
insular y que tiene su incidencia directa en los elevados precios en los artcu-
los de primera necesidad (sobre todo el trigo), pobre alimentacin, crisis agr-
colas, bajos salarios, elevada presin fiscal. Una vez ms, algunos estudiosos
incluso ya en el siglo XIX sentencian que dadas estas condiciones, la nica salida
que le quedaba al canario era la emigracin clandestina o la crcel ante el impago
de numerosos tributos (de inmuebles, culto y clero, pajas y utensilios o de gue-
rra). 6) Fracaso de la industria de la grana o cochinilla, al que se suma la cada
del comercio del azcar y del vino.12 7) Valoracin del canario no slo en Cuba
y Puerto Rico (todava colonias espaolas), sino tambin en otras regiones

12. Cf. Bethencourt Massieu (1956).

610 ndice
C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

y pases ya independientes, en los que se estimaba al emigrante canario, entre


otros aspectos, por su alto rendimiento como colonos. 8) Las cartas de llama-
das. Esto es, los mensajes hechos por los familiares ya instalados en el conti-
nente y que reclaman que sus parientes isleos les secunden en la aventura
americana. Reencuentro auspiciado, con frecuencia, por un padre, un hermano,
un to... 9) La actividad propagandstica llevada a cabo por los consignatarios,
dueos y agentes de buques para que se emigre a Amrica en las mejores con-
diciones. 10) El mito indiano. La poca dorada de la emigracin convirti en
ricos hombres a numerosos canarios, ahora convertidos en indianos. El anhelo
por buscar una salida prspera a las psimas condiciones insulares sin duda
engrandeca psicolgicamente esta figura. 11) La presencia del mandatario isleo.
De capital importancia en algunas zonas hispanoamericanas, tambin es un
factor que incidi en esta corriente positiva hacia Amrica. 12) Un grupo mis-
celneo de hechos no es descartable en la bsqueda de las razones migratorias:
el caciquismo insular, las epidemias, el espritu aventurero del isleo o la pari-
dad climtica e idiomtica de Canarias con Amrica.

2. El devenir lingstico de Canarias y Amrica: influencias de ida y vuelta


Las dificultades sealadas, como hemos visto en las pginas anteriores, para
determinar el verdadero contingente poblador de las Canarias a Amrica durante
el perodo colonial, sobre todo, encuentran tambin su paralelismo cuando se
aborda la cuestin de la lengua llevada a Amrica o trada desde esta hacia las
Islas y dems variedades del espaol. Es indudable que una primera cuestin
entronca tambin con la propia gnesis y conformacin de lo que se llama espa-
ol atlntico, denominacin que con mayor o menor fortuna responde inicial-
mente a las zonas costeras de Hispanoamrica, aunque en el uso ms habitual
su extensin se ha ampliado, como se sabe, a parte del medioda peninsular,
las Islas Canarias, las regiones del Caribe y la totalidad del espaol continental
americano. A ello hay que aadir en un intento de trazar similitudes e influen-
cias a ambos lados del Atlntico la heterogeneidad sociolingstica de muchas
regiones o el parcial desconocimiento que se tiene de muchas de ellas; facto-
res todos que, en buena medida, impiden una segura y total comparacin entre
Canarias y Amrica en materia lingstica (Samper Padilla, 1994: 1175-1178) y
literaria (Arencibia Santana, 1994).
Como cabra esperar, las zonas de mayor influencia migratoria canaria son
las que han recibido ms indagacin lingstica, como son los casos de la Lui-
siana (EE UU) y las islas de Cuba, la Repblica Dominicana y Puerto Rico y con
la excepcin de Venezuela, que ha tenido una desigual atencin, al igual que
ocurre con Uruguay y la Argentina, pases con amplia recepcin migratoria cana-

ndice 611
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ria. Para el caso cubano, por ejemplo, se han puesto de manifiesto las voces
coincidentes como gnigo, roln, ferruja o botar. El occidente peninsular ha
ofrecido a las Canarias y a Cuba palabras como margullo, faoso o serventa
y entre los trminos cubanos incorporados al archipilago tenemos ciguata,
morrocoyo, guagua, mameyazo o barrenillo, entre otros (Daz Alayn, 1991a
y 1991b). La toponimia canaria se rastrea, por ejemplo, en regiones de Amrica
central o en otros enclaves de Per, Colombia o Paraguay con referencias a
Candelaria o Tenerife, mientras que en el caso de los antropnimos, estos
son ms numerosos: Arrocha, Bello, Betancor, Carmona, Chinea, Dniz, Dorta,
Franqui, Lugo, Machado, Melin, Negrn, Oramas, Padrn, Peraza, Perdomo,
Revern, Sosa, Tacoronte, Toro, Umpirrez, Yanes, segn informa Rgulo Prez
(1988: 141).
Acercarse a la realidad canaria en Amrica supone, desde la perspectiva his-
trica, indagar en el sustrato primitivo que los canarios dejaron repartido por
toda Amrica, tal y como constat Prez Vidal (1955) para todo el continente o
lvarez Nazario (1967, 1972, 1981, 1982, 1991 y 1993) para Puerto Rico. Para
esta isla caribea, Canarias ha sido en muchos casos la portadora de voces pro-
cedentes de Andaluca, Portugal, Len y Extremadura o de las tierras de Casti-
lla o de las propias innovaciones y recreaciones producidas en el archipi-
lago. Muchas de ellas tambin han desaparecido hoy en da, estn en vas de
extincin o son reconocidas por hablantes mayores de procedencia mayorita-
riamente rural (topnimos como La Guancha, El Rosario; lxico de la flora como
galn de noche, pasionaria; la fauna: coruja, aguaviva; el individuo: antrop-
nimos como Perdomo, Delgado, Prez, Acosta, Barreto, Barrios, Cabrera, Este-
ves, Febles, Marrero, Padilla, Padrn, Pea, Ramos, Reyes, Santana, Santos,
Tejera, Torres, Zamora, etc., o voces referidas al cuerpo humano: coco, chola,
cachetada/cachetazo, trompa, cielo de la boca, pescuezo, caja del cuerpo, cua-
dril, verija o canilla; vida material: sancocho, mojo, gofio, pan fresco; dulce-
ra: bienmesabe, pirul, rapadura, empajarse, tanganazo, lasca; alio, ropa y
calzado: empercudido, empaquetarse, pieza, saco, lancha. La casa y sus ense-
res: casa terrera, cuarto, solera, lata, trancarse, pileta, balde, bacinilla, etc.
Por su parte, MacCurdy (1950 y 1975), Armistead (1978, 1985, 1991 y 1992a),
Lipski (1978, 1984, 1985, 1986, 1990 y 1996) o Alvar (1998) han dedicado sus
esfuerzos en traer a nuestra memoria los vestigios del dialecto de la Luisiana en
EE UU. Las investigaciones sobre este isleo suponen la aportacin ms exten-
samente tratada tanto en su vertiente lingstica y literaria como en la etnogr-
fica y folclrica.13 La llegada hacia 1778 de familias canarias en un contingente
cifrado en unas 4.000 personas fue la causa del mantenimiento de algunos usos

13. Cfr. Armistead (1978, 1980-1981, 1983, 1985, 1989, 1991, 1992a, 1992b, 1994a, 1994b, 1997).

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C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

y costumbres (Prez Vidal, 1955: 123). Una variante dialectal conocida como el
isleo ha sobrevivido milagrosamente desde los asentamientos en el siglo XVIII.
Es indudable que una comunidad de estas caractersticas conformada como
un islote dentro de una cultura bsicamente anglosajona ha sufrido un proceso
de adaptacin y asimilacin al medio. Razones histricas justifican, ya en el siglo
XIX, la llegada de refugiados franceses y haitianos quienes impusieron el fran-
cs en la regin antes de la Guerra Civil americana. Por ello, muchos canarios
adoptaron las formas francesas en sus apellidos: Caballero se hizo Chevalier,
Plasencia > Plaisance o Acosta > DAcoste. A finales del XIX el ingls acab
imponindose como lengua general de la comunidad a travs de la escuela, la
prensa, la radio, el cine y la televisin. El informe de Din (1994: 838) seala que

[...] hay como cincuenta mil personas que son por lo menos parcialmente de des-
cendencia canaria en el estado de Luisiana. De ellos se calcula que solamente
unos dos mil practican algn aspecto de la cultura. Y de ellos, hoy da menos de
quinientas personas an hablan espaol canario entre los diez mil descendien-
tes isleos que viven en la parroquia de San Bernardo.

El terreno del lxico es, una vez ms, la fuente que proporciona mayor infor-
macin de las relaciones de ida y vuelta canario-americanas. En el nico dic-
cionario publicado hasta la fecha (Corrales y Corbella, 1994) que trata sobre las
coincidencias lxicas entre Canarias y Amrica sus autores ponen de manifiesto
diferentes agrupamientos:

a) trminos de origen marinero:


ABOYADO, DA. (De orig. marinero.) adj. Fv, GC, Go, Lz y Tf. Se dice de lo que
flota, semihundido, a flor de agua. 2. LP. Se dice de la persona desocupada
y holgazana. 3. Fv, GC, LP y Tf. Amodorrado, cansado por el exceso de
comida o por haber tomado mucho sol.|| 1. Lo mismo en Cuba. Se dice
de las personas. 2. Cuba. Derrotado, sin recursos econmicos. 3. Cuba. Harto,
repleto, que ha comido demasiado.

FLETA. (De orig. marinero.) f. Friega, frotacin, friccin.|Lo mismo en Chile,


Colomb., Cuba (ant.), P. Rico y Venez.|| Chile, Colomb., Cuba, P. Rico (p.us.)
y Venez. Azotaina, zurra.||Chile. Derrota aplastante.
b) arcasmos:
ENGRIFARSE. (arc.) r. GC, Hi, LP y Tf. Rebelarse, irritarse, cobrar altivez o petulan-
cia.||Lo mismo en Chile, Colomb., Mx., Nicar. y Sto. Dom.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

TUSAR. (arc.) tr. desus. Atusar, trasquilar, cortar el pelo. .t.c.r.|| Lo mismo en
Ant., Argent., Bol., Chile, Colomb., Ecuad., Guat., Mx., Nicar., Per, Urug.
y Venez. .t.c.r.||Argent. y C. Rica. Cortar la crin.

c) portuguesismos:
ENGODAR. (Del port.) tr. Atraer a los peces con cebo o engodo. Por ext., apl. a
otros animales. 2. Atraer con halagos, engatusar. Se usa tb. la variante engoar.
|| ENGOAR. 1. Lo mismo en Ant. y Mx. Se dice tb. engodar. 2. Lo mismo en
P. Rico.|| r. P. Rico (desus.). Encariarse o apegarse alguien a una persona
o a una cosa, engrerse.

FOGAJE. (Del port. fogagem.) m. Erupcin de la piel. 2. Bochorno, calor exce-


sivo. 2. LP. Fogosidad, ardor, bro.|| 1. Lo mismo en Argent., Colomb., Cuba,
Ecuad., Guat., Mx., Pan., Sto. Dom. y Venez.|| Venez. Fiebre de pocos gra-
dos, febrcula. 2. Lo mismo en Ant., Argent., Colomb., Ecuad., Guat., Mx.,
Pan. y Venez.

d) americanismos:
GUACAL. (Del nhuatl huacalli angarillas.) m. GC y LP. Envase de tiras finas y
estrechas de madera para la exportacin de pltanos, tomates, etc. V. hua-
cal.|| Lo mismo en Colomb., Cuba, Mx., P. Rico (p.us.), Sto. Dom. y Venez.

GUANAJO, JA. (Del arahuaco.) m. y f. GC, Go, LP y TF. Cobarde, bobalicn, men-
tecato. .t.c.adj. V. aguanajado.|| Lo mismo en Ant., Colomb., Mx. y Venez.
En Argent., Chile, C. Rica, El Salv. y Mx. se usa tb. guanaco.

e) afronegrismos:
BEMBA. (De origen africano.) f. Labio grueso y abultado. .m. en pl.||Lo mismo
en Ant., Argent. (desus.), Colomb., Ecuad., Hond., Mx., Pan., Per, Urug.
(desus.) y Venez.

PINGA. (De origen africano.) f. Pene.|| Lo mismo en Ant., Argent., Bol., Chile,
Colomb., C. Rica, Ecuad., El Salv., Guat., Mx., Nicar., Pan., Per y Venez.
En Argent. y P. Rico, tb. pingo.

f) occidentalismos peninsulares:
ARRENDAR. (Del occ. penins.) tr. Tf. Desbrozar las vias, limpiarlas de algunas de
sus hojas. 2. Hi y Tf. Acollar, cobijar con el pie de los rboles, las vias y
otras plantas.|| 2. Lo mismo en Cuba.

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ATORRARSE. (Del occ. penins.) r. Fv y GC. Comportarse de forma astuta, escon-


derse, agazaparse detrs de una pared por miedo a algo. 2. Tf. Resguar-
darse de la lluvia.|| 1. Argent. y Urug. Dedicarse a la vida de atorrante,
vagabundear.

g) voces que no encajan en la clasificacin anterior y que responden a las posi-


bilidades sistemticas del espaol en todas sus manifestaciones morfolgi-
cas, fonticas, etc. En estos casos establecer con certeza dnde se forj la
creacin y quines la llevaron, o si fueron desarrollos paralelos de la lengua,
son asuntos de difcil resolucin.

MATAZN. f. Matanza del cerdo. || Cuba. Sacrificio de reses vacunas u otras para
el servicio pblico.|| Amr. Central, Colomb., Cuba y Venez. Matanza, espe-
cialmente de personas.

FONDERO. m. LP. Fondista, persona que atiende una fonda o es su propietario.


|| FONDERO, RA. m. y f. Lo mismo en Argent., Chile, Cuba, Ecuad., Guat., Mx.,
Per, P. Rico y Urug. .t.c.adj.|| FONDERA. f. Colomb., Vendedora del mercado.

h) andalucismos: no especificada su filiacin etimolgica dada la complejidad


dialectal de su procedencia.

Nos encontramos, as pues, en muchos casos ante nuevos significados asig-


nados a significantes ya conocidos, deformaciones populares del significante
con cambio o no del significado, y derivaciones a partir de sufijos (Corrales y
Corbella, 1994: 9). El cultivo de la caa de azcar, el cultivo y manufacturado
del tabaco y la cra y las rias de gallos son los tres grandes campos lxicos que
adquieren mayor protagonismo.
En el lxico canario los americanismos o indoamericanismos estn presen-
tes en mayor o menor medida, y su filiacin americana (cuando se constata) no
parece ofrecer dudas y puede decirse, en general, que fueron voces introduci-
das en las Islas por la emigracin de vuelta o por la continua llegada de barcos
y mercancas procedentes de las Indias. Una de esas voces que se hace habi-
tual en el lxico gastronmico canario actual es arepa (Especie de pan de
forma circular, hecho con maz ablandado a fuego lento y luego molido, o
con harina de maz precocida, que se cocina sobre un budare o una plancha
o que se fre, y que fue introducida en las Islas Canarias por la influencia vene-
zolana). Hoy en da tanto la voz y como los establecimientos que las expenden
a modo de restaurante (llamados areperas) estn tan arraigados que dejan de
tener la primigenia evocacin americanista. Arepa procede, segn varios indi-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cios, del arahuaco erepa (maz), voz empleada por los indgenas cumanago-
tos que habitaban en el noreste de Venezuela. La constatacin de esta voz en
la geografa americana nos lleva a las Antillas, Bolivia, Colombia, Costa Rica,
Mxico, Per y, por supuesto, Venezuela.
La identificacin de americanismos en las Islas no es fcil, como apuntamos,
dado que la comprobacin histrica de una voz requiere de grandes esfuer-
zos documentales, de su primera constatacin, del recorrido seguido y de su
posterior expansin en el nuevo territorio. S podemos estar ms seguros, por
el contrario, de aquel conjunto de voces que se refiere a los guanchismos. En
este sentido, tal y como apunta Corrales Zumbado (1998: 335), resultan llama-
tivas por su escasez las voces prehispnicas canarias en Amrica. Una de ellas
es gofio:

GOFIO. (De orig. guanche.) m. Harina de maz, trigo o cebada tostados. || Lo


mismo en Ant., Argent., Bol., Ecuad., Urug. y Venez. A veces se mezcla con
azcar. || C. Rica, Cuba, P. Rico y Venez. Pasta de alfajor hecha con harina
de maz o de cazabe y papeln.|| Nicar. Pasta ordinaria de pinol con miel
de raspadura, plana y cortada en forma de rombos.|| Cuba y P. Rico. Plato
de comida que se hace con harina muy fina de maz tostado y azcar. Argent.
Mala comida, plato psimo por su pobreza o preparacin descuidada.

La historia de gofio es rica y recorre una amplia geografa americana, segn


nos informan (Corrales y Corbella, 2001, S. V.: GOFIO). Quiz la voz est docu-
mentada ya en 1484 en una crnica primitiva de la conquista de la isla de Gran
Canaria. No obstante, el primer dato fehaciente que se ofrece en el dicciona-
rio es el de una temprana reclamacin judicial canaria de 1495 en la que se
lee [...] e que los clrigos fletaron vn navo en que se bolviesen e evada para
gofio [...]. Numerosos testimonios se encuentran en un variado conjunto docu-
mental a lo largo de los siglos. Para Amrica, como hemos visto arriba, la cons-
tatacin de la voz aparece en textos de Puerto Rico, Santo Domingo o Cuba,
donde Esteban Pichardo en su diccionario de voces cubanas acredita el trmino
hacia 1836. Tambin aparece gofio (toasted cornmeal) en St. Bernard (Luisiana)
y en el francs criollo del mismo estado norteamericano. Desde 1925 el DRAE lo
incluye y en el DRAE-92 se proporciona la etimologa voz guanche.
La otra voz interesante es tabaiba, que como se ver, es el nombre genrico
que se da a varias plantas de la familia de las euforbiceas tanto en Canarias
como en Amrica, a donde fue llevada con distintas variantes:

TABAIBA. (De orig. guanche.) f. Planta de la familia de las euforbiceas, de madera


muy ligera y poco porosa (Euphorbia balsamifera, E. obtusifolia, E. regis-

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C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

jubae, E. bravoana). V. atabaibo.|| Cuba y P. Rico (tb. tabeiba y tapaiba).


rbol de las costas, de 9 a 10 metros de altura, de madera bastante apreciada
(Plumeria alba). En Venez., tamaiba.|| P. Rico. Arbusto de flores blancas o
rosadas (Curcas hernandifolius). Se dice tb. tamaiba.

El trmino se encuentra muy pronto en las Datas de Tenerife en un escrito


fechado el 8-XI-1501: [...] y de all derecho hasta un mojn que est al pie de
una tabaiba hasta un barranquillo que es frontero del dicho camino [...].

El regreso del emigrante ha sido, as pues, en todo este proceso, un factor


clave que explica el arraigo de numerosos trminos en las Islas y que han expe-
rimentado una desigual fortuna a travs del tiempo. En ms de una ocasin,
puede decirse que estamos ante un lxico que se bate ya en franca retirada o
que, a lo sumo, aparece en situaciones contextuales muy concretas y en boca
de hablantes de generaciones mayores. Esta aportacin aunque menos nume-
rosa de lo que en un principio podra pensarse define y singulariza, en buena
medida, el lxico insular frente a otras variedades peninsulares: voces del
arahuaco-caribe como ajs, ann, araguato, arepa, arique, batata, batatero,
babatazo, batato, boho, boniato, cabuya, caimn, canabuey, catire, cayo,
ciguata, cocuyo, conuco, coroto, cuje, curiel, guama, guanajada, guanajo, agua-
najado, guano, guaracha, guataca, guatacazo, guataquiada, guataquear,
guayabo, giro, henequn, jagey, jbaro, macana, macanazo, macanudo,
mamey, man, manisero, morrocoyo, nagua, nagetas, papaya, papayero, pita,
totuma, tunera y tuno o del tup-guaran (pitanga, pitanguero) se sumaron al
espaol insular en un triple procedimiento: por un lado para designar nuevos
elementos, por otro para nombrar las realidades ya existentes y, por ltimo, para
sealar e identificar nuevas experiencias, comportamientos y hbitos culturales.
Parte de este vocabulario es general en el espaol hablado en Canarias: chayota,
batata, guanajo, guataca, man, pachanguero o tuno, capaces a su vez de ser
el origen de innovaciones y derivados (batata, batatazo, batatero, batato; gua-
najo, aguanajado, aguanajarse, guanajada; guataca, guatacazo, guataquear;
macana, macanazo, macanudo) o de incorporarse a modismos y frases hechas
(estar hecho un quique, sacar guasca, coger el giro, enredar la pita), etc. Otras
voces parecen limitadas a ciertas terminologas como guano (penca de la rama
de la palmera), canabuey (dicho del gallo de pelea de color blanco y con las
alas meladas), cuje (vara horizontal en que se cuelgan las mancuernas en la
recoleccin del tabaco) y no tienen un uso general en todo el territorio insular.
Vaquero de Ramrez (1984-1985) al estudiar los mapas del Atlas Lingstico y
Etnogrfico de las Islas Canarias (ALEICan) identifica veintids indoameri-
canismos lxicos: aguacatero, arique, balayo, batata, batea, boniato, cucuyo

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

[sic], chayota [sic], chiquero, guachinango, guanajo, guano, guataca, huracn,


imagua [sic], maz, man, mole, nagua, papa, papayero y totuma. La cifra es,
desde luego, escasa mxime si se parte de la base de que nicamente veinti-
cuatro de los 1.212 mapas de que consta el ALEICan muestran indoamericanis-
mos lxicos, lo que supone un 1,98 % del total. La voz quechua papa (ALEICan,
III, 1069) es la que tiene predominio absoluto en todas las Islas Canarias. La
documentacin histrica de esta voz pronto queda constatada hacia el ao 1540,
con referencia al Valle del Cauca (sur de Colombia), con datos de Corominas-
Pascual (1993, S.V.: PAPA II, patata). En 1546 el conquistador vasco Pascual de
Andagoya ya la incluye en su Relacin. Aos ms tarde, hacia 1574 el tubrculo
fue llevado a Espaa desde el Virreinato de Nueva Granada por Venero de Leiva,
segn informa Bayo, y desde all fue exportada a otros lugares de Europa. En
las Canarias, a juicio de Viera y Clavijo (en su Diccionario de Historia Natural),
su cultivo no se produce hasta 1622. La gran expansin de su consumo y explo-
tacin hizo que se confundiera con la voz batata a lo largo del siglo XVIII, dando
lugar al nacimiento de la variante patata en todo el espaol europeo, con la
excepcin de algunas zonas de Andaluca y Canarias. La primera documenta-
cin recogida por Corrales y Corbella (2001, S.V.: PAPA) es en una crnica de
1730 de la isla de Lanzarote con la siguiente informacin: [] Y por ltimo
en oiendo a Vuestra Seora que el ao est bueno en papas, y millos []. La
coincidencia lxica mostrada por Corrales y Corbella (1994, S.V.: PAPA) indica
lo siguiente:

PAPA. (Del quechua.) f. Solancea tuberosa originaria de Amrica del Sur (Sola-
num tuberosum). 2. Papa frita. Com. Tonto, poco listo. 3. La papita suave.
F. Cosa fcil. Le gusta la papita suave.|| 1. Lo mismo en Amr. 2. Lo mismo
en Argent. 3. Ser algo una papa suave. fr. Cuba. Ser algo muy fcil, de poco
trabajo.|| PAPA. f. Chile. jerg. juv. Cosa fcil.

Del conjunto de voces analizado por Corbella Daz y Medina Lpez (1996:
89), sobre un total de 94 trminos, result que el 55,3 % tiene su origen en el
arahuaco-caribe; el 23,4 % en el nhuatl; el 18,1% en el quechua; el 2,1 % en
el tup-guaran y el 1,1 % en el araucano. Como se observa, predominan las len-
guas de los tres grandes troncos lingsticos que mayor difusin tenan en la
Amrica precolombina en las regiones de Mxico, el Caribe, Centroamrica
y Amrica del Sur. Las islas del archipilago canario en donde se documentan
estas voces son las de La Palma, Tenerife y Gran Canaria, lo que se explica
por las grandes corrientes migratorias de estas islas del antiguo realengo. En
las dems, su nmero es francamente menor o casi inexistente y en las que,
en este sentido, la emigracin, entre otros factores, fue ms escasa.

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C A N A R I A S E N L A C O N F O R M AC I N D E A M R I C A

En cuanto a los afroamericanismos, menor ha sido su influencia, en la misma


medida en que estos tampoco tuvieron una fluida penetracin en el lxico ame-
ricano general. Rgulo Prez (1982) estudi hace ya algunas dcadas las voces
bamba, funche, pinga, singar, banana, basilar, bemba, cachimba, guarapo,
guasa, macuto, mendongo/mondongo, ame, ato, isca(s), quimbambas, san-
dunguero, tngana y en Rgulo Prez (1984) analiz la voz bamba (moneda
de plata de uno o dos reales), introducida en Canarias en el siglo XVII, hoy casi
desaparecida.
El componente portugus es otro de los hechos destacables que singulari-
zan el lxico canario-americano, tanto por lo que tiene de comn que es
mucho, como por lo que de singular presenta cada voz a uno y otro lado del
Atlntico. Y en este sentido, las Islas Canarias han supuesto, segn algunos estu-
diosos, una va indirecta de entrada de portuguesismos en Amrica (Granda,
1968), pues fue a travs de las Islas cmo aquellos llegaron a las costas ameri-
canas. Todo ello se explica por la impronta histrica, cultural, econmica y lin-
gstica de Portugal en las Islas Canarias y, por extensin, por sus especiales y
complejas relaciones con la Corona espaola a lo largo de los siglos (Prez Vidal
1991; Morera 1994). Por todo ello, es fcil advertir en diccionarios, repertorios
lxicos y glosarios, entre otros, voces compartidas y en las que en numerosas
ocasiones se desconoce quin result ser, en terminologa de Pratt (1980), el
timo inmediato; es decir, si fue una introduccin va Canarias o, por el con-
trario, lo fue de Amrica. En el trabajo llevado a cabo por Corbella (1995) la
autora manifiesta que en la conformacin del lxico canario en el que ms de
mil trminos son de procedencia lusa, un 17 % muestra un uso igual en His-
panoamrica. En el corpus analizado se advierte la estrecha unidad entre todas
las modalidades del espaol atlntico, la caracterizacin arcaica de algunas
voces castellanas que pudo verse favorecida por la incidencia portuguesa, la
importancia de la tradicin marinera, la va de transmisin de arabismos a tra-
vs del portugus, el vocabulario especfico a ambos lados del Atlntico que se
constata en determinados campos lxicos (caa de azcar, labores tradiciona-
les de pesca, ganadera, agricultura, enfermedades, nombres de animales, etc.),
adaptacin fontica a las normas locales o paralelismos en ciertos cambios de
significado, tanto porque amplan su sentido original portugus como porque
slo se trata de prstamos exclusivamente semnticos para un significante ya
existente.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. Final
Las relaciones entre Canarias y Amrica parece que no pueden explicarse,
desde una perspectiva histrica y amplia, sin tener en cuenta el peso que las
corrientes migratorias de ida y vuelta han ejercido en las dos realidades. Es
indudable que cualquier acercamiento que se pretenda para explicar lo ameri-
cano de las Islas y lo canario de Amrica debe hacerse considerando, en buena
medida, muchos de los factores que en estas pginas he expuesto. Lengua y
emigracin van por la misma senda, pues es a travs de ellas cmo se forj la
identidad americana variada y compleja, como ya he sealado al igual que
la configuracin de la fisonoma de lo canario. Los historiadores y los lingistas,
cada uno en sus campos, a veces, y en otros en comn colaboracin, han tra-
tado de dar una explicacin a los fenmenos ms interesantes cuando se aborda
la realidad de Hispanoamrica y Canarias. En lo que se refiere a los aspectos
lingsticos, por ejemplo, qu duda cabe que hay numerosos proyectos y face-
tas de la investigacin de hoy en da en los que el componente histrico el
sustrato que ha dado entidad y que ha conformado la gnesis de lo que se deno-
mina Espaol de/en Amrica no ocupa un primer plano, sino que su anlisis
se lleva a cabo considerando, precisamente, al espaol hablado en Amrica no
como un apndice subsidiario, por tanto, de la modalidad castellana propia
de Espaa, sino como una realidad sociolingstica y cultural que ha desarro-
llado su andadura y su propia personalidad especialmente una vez que las nue-
vas repblicas hispanoamericanas iniciaron la senda de las independencias.

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HIBRIDACIONES Y FUNCIONALIDAD DE LA MEMORIA CULTURAL HISPANA
Y PRECOLOMBINA EN EL ACTUAL CANTO DE COPLAS FEMENINO DE JUJUY (ARGENTINA)
Mara Eduarda Mirande
Universidad Nacional de Jujuy-Argentina

Cuando oigo sona una caja


se me hace el mundo totora
no s de qu casta hei sido
mi madre no jue cantora.
Copla jujea contempornea

Resumen
Un testimonio vigente de la ntima conexin cultural entre Espaa y Am-
rica es el canto tradicional de coplas, que con diversas modalidades an se prac-
tica en algunas regiones del Nuevo Mundo. Tal como sucede en Jujuy, pro-
vincia del norte argentino situada hacia el centro-sur de los Andes, que perteneci
antiguamente al Kollasuyo, uno de los cuatro cuadrantes del Imperio Inca. El
copleo especialmente femenino constituye en esta zona una prctica socio-
discursiva, fruto de un complejo proceso histrico, poltico, religioso e ideo-
lgico que contribuy a fusionar dos tradiciones lrico-musicales: hispnica y
precolombina. En este trabajo examino sintticamente el fenmeno cultural
del copleo en la mencionada regin con tres propsitos: reconstruir los hitos
fundamentales de la memoria del gnero; identificar los aportes de cada una

ndice 627
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de las tradiciones operantes en el proceso de configuracin de la copla andina;


y, por ltimo, reconocer los principales elementos de su funcionalidad semi-
tica que contribuyen a explicar su arraigo en suelo americano (andino en par-
ticular) y su pervivencia como fenmeno popular que an resiste los emba-
tes del mundo global.

1. TRAS LA MEMORIA DEL GNERO: DERROTEROS DE LA COPLA EN ESPAA Y AMRICA


La copla (del latn copula: enlace o unin) es una estrofa de cuatro versos
generalmente octoslabos, con asonancia en los versos pares y sin correspon-
dencia en los impares. Esta breve composicin potica naci unida al canto y
suele funcionar como una unidad autnoma, o bien glosarse segn diferentes
modelos de desenvolvimiento estrfico.
Segn una teora sostenida por Menndez Pidal (1958: 82), Snchez Rome-
ralo (1969: 27), Baehr (1970: 246) y Frenk (1978: 246), los orgenes de la copla
estn vinculados a la antigua lrica tradicional hispnica, cuyos ms lejanos ante-
cedentes orales se remontan al siglo XI, y que fue registrada en cancioneros o
pliegos escritos en los siglos XVI y XVII. Durante la centuria del 1500, la copla se
consolida como estructura potica fija y es en esta poca cuando llega a Am-
rica. Cmo se explica este suceso?

1.1. Oralidades en contacto


Desde sus primeros contactos interculturales, las profundas diferencias que
separaban a Amrica de Europa se hicieron manifiestas. Una de las grandes bre-
chas se abra en torno a los sistemas de comunicacin. Los hombres del Viejo
Continente contaban con una herramienta de larga data y prestigio: la escritura
alfabtica nacida en Grecia alrededor del siglo VII (a. C.); mientras, los pue-
blos americanos se regan casi exclusivamente por una economa cultural de
oralidad.1
En estas ltimas tres dcadas, numerosos estudios han centrado su atencin
en la compleja relacin entre oralidad y escritura, y sus consecuencias en la con-
formacin cultural de Amrica (Rama, 1985; Cornejo Polar, 1994; Lienhard, 1992;
Pacheco, 1992, entre muchos otros). Mi trabajo se distancia parcialmente de esta
corriente, pues atiende al rol de la voz en el choque cultural entre europeos y
americanos en la regin de los Andes. Propongo, en este sentido, repensar el

1. La sociedad prehispnica estaba regulada por la oralidad, aunque se empleaban sistemas de


notacin mnemotcnica (kipus, glifos, tejidos) para la administracin estatal o para registrar cono-
cimientos cosmogrficos, cosmognicos, histricos y genealgicos vinculados a los grupos domi-
nantes (Cfr. Lienhard; 1992: 31-138).

628 ndice
H I B R I DAC I O N E S Y F U N C I O N A L I DA D E N L A M E M O R I A C U LT U R A L

encuentro de europeos y americanos como un lugar de contacto de voces y


conciencias estructuradas por la palabra oral. Sabemos que un gran nmero de
conquistadores y colonizadores espaoles era analfabeto (Cornejo Polar, 1994:
38), y podemos suponer que sus modos de expresin, sus procesos de pensa-
miento y su visin del mundo estaban organizados prioritariamente por soni-
dos y por la preeminencia del sentido del odo frente al de la vista, que su
percepcin del mundo era sinttica y totalizadora, y que su memoria estaba pre-
parada para recuperar informacin almacenada gracias a pautas equilibradas y
rtmicas, frmulas y toda una gama de recursos destinados a fijar y reproducir
saberes colectivos que aseguraban su pertenencia a una misma comunidad de
hablantes (no de escribientes).2
En este contexto hipottico de oralidades en contacto sito el arribo de la
poesa popular (y en especial de la copla) a Amrica. La copla y todo el con-
junto de la lrica tradicional se hallan fundados en los cimientos de la voz popu-
lar y de la conciencia oral, y desempearon un importante rol en el proceso de
transposicin de lenguajes y cosmovisiones durante el choque cultural entre
el Viejo y el Nuevo Mundo. Pero, por qu y cmo llega la copla a Amrica?
Cul fue su deriva en suelo americano?

1.2. Auge y difusin de la poesa popular en Espaa (siglos XV a XVII )

Inmersa en un estadio cultural de oralidad parcial, circula la poesa popu-


lar en la Espaa de fines del siglo XV y de los siglos XVI y XVII. A lo largo de este
extenso periodo, tuvo lugar un fenmeno de expansin de la lrica popular,
producto de la revalorizacin del arte potico musical del pueblo en las Cortes
de Aragn, Navarra y Castilla. Frenk (Cfr. 1978: 47-80) seala dos etapas en este
largo proceso.
La primera se inicia en la poca de los Reyes Catlicos y concluye hacia 1580.
Durante este tiempo, las Cortes espaolas acogen a la cancin lrica popular y
al romancero: romances y villancicos son entonados por msicos y poetas, quie-
nes los adoptan en un primer momento como simples canciones; pero, paula-
tinamente, esta poesa se ir infiltrando en el gusto aristocrtico hasta ser incor-
porada de diversas maneras en las producciones lricas cortesanas.

2. El impacto revolucionario de la imprenta en la Europa del siglo XVI ha sido por lo general
sobrevaluado. Si bien la imprenta se desarroll al servicio de un mercado especializado [de] estu-
diosos, doctores, abogados, telogos, mercaderes, profesores, funcionarios, estudiantes; los efectos
de la alfabetizacin y de la escritura slo alcanzaron a un porcentaje mnimo de la poblacin.
(Cfr. Ife, 1992: 12 y 13).

ndice 629
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La segunda etapa abarca desde 1580 a 1650. Durante este perodo el mbito
de la cultura espaola sufre un general aburguesamiento. El circuito cultural
deja de ser controlado exclusivamente por la aristocracia cortesana para con-
vertirse en patrimonio de la mayora, especialmente de la burguesa urbana.
Estos desplazamientos generan un nuevo pblico para la literatura que, a su
vez, experimenta hondas transformaciones. Uno de esos cambios da lugar a un
fenmeno de folklorizacin inspirado en las formas y el estilo potico-popula-
res. Los productos literarios estarn destinados a complacer y atraer al hombre
comn, y para lograrlo se le ofrece su propia literatura sometida a un proceso
de renovacin, reelaboracin y readecuacin a los nuevos modos literarios. Es
as como:

los poetas cultos de fines del siglo XVI crean para el pueblo espaol una nueva
poesa popular, tan vieja y a la vez tan atractivamente distinta, que no puede sino
invadir el gusto de la gente, haciendo caer en el olvido los cantares antiguos.
La seguidilla y la cuarteta octosilbica, viejas formas espaolas, se convertirn en
vehculo principal de la invasin; a travs de ellas fluir todo un mundo po-
tico de recentsima invencin, que quedar grabado durante siglos en la imagi-
nacin del pueblo. (Frenk, 1978: 66 y 67)

En esta etapa se produce un extraordinario fenmeno de divulgacin de poe-


sas populares en pliegos sueltos y libritos de bolsillo, y en cancioneros colec-
tivos impresos y manuscritos, casi todos sin nombre de autor.
Este fenmeno de divulgacin y expansin de la cancin popular fue comn
a toda la cultura renacentista europea. Pero, como bien seala Frenk: ningn
pas dio a esa tendencia el riqusimo y mltiple desarrollo que alcanz en la
pennsula Ibrica (Frenk, 1978: 80).
La aficin por los cantares populares cobr dimensiones de fenmeno nacio-
nal en Espaa. (Cfr. Snchez Romeralo, 1969: 84). Esto significa que abarc
todos los estratos sociales y que, adems, la poesa popular (en todas sus varian-
tes, incluida la copla) circul como prctica cultural no solo ligada a la voz y
a la transmisin oral, sino tambin a la escritura. Por estas dos vas llega a Am-
rica: fraguada en los textos e impregnada en la voz de descubridores, con-
quistadores y evangelizadores.

630 ndice
H I B R I DAC I O N E S Y F U N C I O N A L I DA D E N L A M E M O R I A C U LT U R A L

1.3. Derroteros de la poesa popular hispana en suelo americano


A Juan Alfonso Carrizo3 debemos un pormenorizado registro de libros trans-
portados al Nuevo Mundo, cuyas nminas actualmente se conservan en el Archivo
de Sevilla (1951: 241-243). En ellas sorprende constatar la robusta presencia de
la tradicin lrica popular escrita; lo que induce a este investigador a afirmar
que:
antes de finalizar el siglo XVI haban entrado romances, canciones y coplas de
autor conocido y annimos, en tal proporcin, que verdaderamente asombra,
pues en aquellos aos los espaoles venidos eran poqusimos si se considera la
vastedad del territorio, y ms an seran los que sabran leer, no digo escribir.
(Archivo de Sevilla, 1951: 243-244)4

Por otra parte, son numerosas las crnicas que dan cuenta de la presencia
de la lrica popular en el discurso cotidiano de conquistadores y colonizadores.
En sus crnicas de la expedicin de Hernn Corts a Mxico,5 Bernal Daz del
Castillo relata vivamente un dilogo entre el conquistador y Alonso Hernn-
dez Puertocarrero en el ao 1519, en el cual ambos emplean versos tradicio-
nales (una copla y un dstico octoslabo perteneciente a un romance viejo):

[...] y luego de buena hora llegamos a San Juan de Ula, jueves de la Cena (Jue-
ves Santo de 1519) despus de medioda. Acurdome que lleg un caballero que
se deca Alfonso Hernndez Puertocarrero, e dijo a Corts: Parceme, Seor,
que han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a
esta tierra:
Cata Francia, Montesinos,
Cata Pars, la ciudad,
Cata las aguas del Duero
Do van a dar a la mar.

3. J. A. Carrizo (1895-1957) fue un investigador argentino de la poesa oral, y uno de los ms


importantes de Amrica. Gracias a su labor, la Repblica Argentina cuenta con la coleccin
ms completa de cantares populares del mundo hispnico. Entre sus obras, se hallan: Los Can-
cioneros populares de Catamarca (1926), Salta (1933), Jujuy (1935), Tucumn (1937) y La Rioja (1942),
Cantares Histricos del norte argentino (1939); textos a los que acompaan prlogos y notas en los
que despliega gran cantidad de datos e informaciones de inters. A estas compilaciones se suman
dos obras de gran importancia filolgica: Antecedentes hispano-medioevales de la poesa tradicio-
nal argentina (1945) y La poesa tradicional argentina- Introduccin a su estudio (1951), y un libro
pstumo editado por la Universidad Nacional de Tucumn: rimas y juegos infantiles (1995).
4. Para ampliar este tema, consultar: Leonard Irving. 1953. Los libros del conquistador. Fondo
de Cultura Econmica, Mxico.
5. Me refiero a Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espaa.

ndice 631
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Yo digo que miris las tierras ricas, y sabeos bien gobernar. Luego Corts bien
entendido a qu fin fueron aquellas palabras dichas, y respondi: Dnos Dios
ventura en armas, como al paladn Roldn; que en lo dems, teniendo a vues-
tra merced y a otros caballeros por seores, bien me sabr entender. (Citado por
Carrizo, 1945: 61)

Otro ejemplo lo hallamos en el contexto de las revueltas ocasionadas por


Hernando Pizarro en 1573, que el cronista Pedro Cieza de Len registra en Gue-
rras civiles del Per. Guerra de las Salinas:6

Almagro pide la paz


los Pizarros guerra! guerra!
ellos todos morirn
y otro mandar en la tierra.
(Citado por Carrizo, 1951: 256 y 257)

En otro texto del mismo cronista, Descubrimiento y conquista del Per, encon-
tramos una copla de protesta creada bajo curiosas circunstancias: un espaol,
contrariado por las rdenes impartidas por Diego de Almagro y Francisco Piza-
rro, trama un ardid para que el gobernador Pedro de los Ros se entere de los
sucesos, y le enva dentro de un ovillo de algodn hilado el texto que sigue:

Ah, seor gobernador: miradlo bien por entero,


all va el recogedor y aqu queda el carnicero!
(Cieza de Len, 1986: 75)

Bastan los ejemplos sealados para dar testimonio tanto de la adherencia de


las matrices lricas tradicionales, y especialmente de la copla, a la conciencia
lingstica de los hablantes hispnicos durante los siglos XVI y XVII, como de
su funcionalidad en la dinmica de la comunicacin oral. Cada cuarteta permite
en un breve espacio condensar amplias porciones de informacin textual.
Un tercer dato de la difusin y arraigo de las formas lricas tradicionales en
suelo americano lo aporta nuevamente Carrizo, quien apunta al papel de los
clrigos en estos procesos, y menciona a varios sacerdotes que, impulsados por
el lema fides per audition,7 evangelizaron en toda Amrica empleando idio-
mas indgenas. Un ejemplo paradigmtico fue el del Padre Alonso de Barzana
(1528-1598), polglota que predic a los indios en sus lenguas nativas, pero que

6. Pedro Cieza de Len, Guerras Civiles del Per, Guerra de las Salinas, 2 ts., Madrid, Garca
Rico y Ca., t. 1, pg. 266. (Citado en nota a pie por Carrizo, 1951: 257).
7. Lema que Carrizo traduce como la fe por la msica y por el canto (1951: 261).

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adems, dej un valioso testimonio de la presencia de la poesa tradicional espa-


ola en la colonizacin de la regin del Tucumn:8

Todas estas naciones son muy dadas a bailar y cantar [...] Los Lules entre todos
son los mayores msicos [...] y as, la Compaa para ganarlos con su modo, a
ratos los iba catequizando en la fe, a ratos predicando, a ratos hacindoles can-
tar en sus corros y dndoles nuevos cantares a graciosos tonos y as se sujetan
como corderos, dejando arcos y flechas (75, II, apnd. 3, pg. LVIII). (Citado por
Carrizo, 1945: 64 y 65)

El procedimiento de llevar a los naturales cantares espaoles vertidos en


sus lenguas arraig en toda Amrica y en nuestro pas, an en las regiones ms
apartadas de los centros de la vida ciudadana. No podemos saber con certeza
cules seran esos nuevos cantares empleados por los sacerdotes de la Com-
paa de Jess para evangelizar. Sin embargo, resulta evidente que los mode-
los adoptados fueron los que circulaban en Castilla a causa del fenmeno de
folklorizacin y nacionalizacin de la lrica popular. A qu otros referentes
recurriran los evangelizadores, si no a las canciones populares (coplas, redon-
dillas y romances) que rodaban de boca en boca en gran parte del territorio
peninsular y tambin en Amrica?
As lo atestigua el padre Jos de Acosta hacia 1590:

Tambin han puesto [los nuestros] en su lengua, composiciones y tonadas nues-


tras, como de octavas, y canciones de romances, de redondillas,9 y es maravilla
cun bien las toman los indios, y cunto las gustan. (Acosta, 1590: Libro VI, cap-
tulo XXVIII).

Los datos sealados muestran que la circulacin del canto popular hispnico
(y en especial de la copla) se produjo asociada al canto y al baile, a las fiestas
y celebraciones de los pueblos originarios, objeto de debate para las autorida-
des coloniales que buscaron desde un principio ejercer su control.

8. Amplio territorio que comprenda las actuales provincias del noroeste argentino: Jujuy, Salta,
Catamarca, Tucumn y Santiago del Estero.
9. La redondilla es una estrofa de cuatro versos, por lo general octoslabos, con rima conso-
nante abrazada o cruzada. Por sus caractersticas estructurales se emparienta con la copla, aunque
sus orgenes son diferentes. El mximo florecimiento de la redondilla en la lrica y en el teatro se
produjo en el ltimo cuarto del siglo XVI. (Cfr. Baehr, 1970: 237-245).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1.4. La fiesta colonial como mbito de insercin de la lrica tradicional hispnica


Desde los comienzos del proceso de formacin de la sociedad colonial, ini-
ciado en la regin andina despus de la prisin y muerte de Atahuallpa en 1532,
las autoridades de Indias y de la Iglesia advirtieron la importancia del canto y
el baile en las comunidades indgenas. Estas prcticas, en su gran mayora,
estaban asociadas a un calendario ritual, destinadas al culto a las divinidades
locales, y eran controladas y utilizadas por las elites nativas para afirmar su
dominio.
La importancia ritual y poltica de la fiesta constituy para el poder colo-
nial un campo de debate y conflictos que exiga la implementacin de polticas
culturales definidas. A lo largo de tres siglos de dominio, los posicionamientos
institucionales no fueron siempre homogneos ni mantuvieron una misma direc-
cin. Sin entrar detalladamente en la historia de las polticas culturales adoptadas,
se pueden reconocer tres momentos: una primera poca temprana caracteri-
zada por una acelerada adecuacin y asimilacin de los antiguos cantos y
bailes indgenas a los modelos hispnicos,10 donde se procur integrar los patro-
nes lricos peninsulares al universo cultural indgena; una etapa posterior ini-
ciada a mediados del siglo XVI, donde las prcticas festivas de indios, negros,
mestizos y mulatos fueron parcialmente controladas mediante el mecanismo
regulador de la fiesta colonial. Y una tercera fase, acaecida desde el ltimo
tercio del siglo XVIII bajo el rgimen borbnico, donde se prohibi este tipo
de celebracin popular policoral que se vio reemplazada por un nuevo modelo
festivo con intervencin de la milicia y renovado control de la ritualidad.
La fiesta colonial tuvo su poca de esplendor durante el siglo XVII y dos
terceras partes del XVIII. Estuvo impregnada de un fuerte espritu barroco que le
imprimi un carcter diverso, policoral y plurismico, orientndola hacia fines
didcticos-corporativos. Se caracteriz por la superposicin y amalgama de ele-
mentos andinos, espaoles y africanos, y un sistema de reglas internas que permi-
tan resolver en un juego simblico las tensiones y conflictos entre los diversos
grupos, pues en el mbito de la celebracin, cada sector se representaba a s
mismo como entidad diferenciada, confrontando con los dems y poniendo en
escena sus aspiraciones de autonoma. Su dinmica, sin embargo, lograba afian-
zar el poder central. Por ello se estableci como una institucin necesaria para

10. La incorporacin de los bailes de indios a las ceremonias catlicas se produjo de diferen-
tes maneras. Las prcticas rituales catlicas conservaban hondas races agrcolas y ganaderas pro-
venientes de antiguas celebraciones del Oriente cercano, las cuales haban recibido la impronta del
calendario ritual agrcola romano. Esto provoc la coincidencia de algunas festividades indgenas
con las cristianas, que permita sustituir el objeto de culto conservando la ceremonia nativa, como
el caso de Corpus Christi, que concordaba con la fiesta del Inti Raymi.

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la colonia, regulada por las autoridades eclesisticas y estatales, quienes en


numerosas ocasiones se disputaron su control. (Cfr. Estenssoro Fuch, 1997).
El escenario de la fiesta colonial funcion en los hechos como lugar de nego-
ciacin de los diferentes sectores de una sociedad profundamente heterognea
y estratificada, operando como espacio de preservacin de la memoria simb-
lica de los pueblos originarios. Desde la perspectiva semitica lotmaniana, actu
como una frontera entre semiosferas11 diferentes; es decir, un mecanismo bilin-
ge de traduccin de los mensajes forneos a alguno de los lenguajes inter-
nos de los universos culturales en contacto. All los textos de cada universo
semitico (el hispano y el andino) fueron sometidos de manera recproca a
un complejo proceso de filtrado y traduccin para ser convertidos posterior-
mente en nuevos textos, segn el funcionamiento cultural lotmaniano (Cfr.
Lotman, 1996: 24-29). Gracias al mecanismo policoral de las celebraciones fue
posible traducir lenguajes ajenos, salvaguardar parte de los propios, y con ellos
regular parcialmente el funcionamiento de la memoria comunitaria.
A la luz de los datos expuestos, no cabe duda de que durante la poca
colonial la esfera plurismica de la fiesta religiosa o profana fue el contexto
de insercin de diversos gneros lricos peninsulares: octavas, canciones de
romances, coplas y redondillas. A pesar de haberse prohibido la fiesta colo-
nial bajo el rgimen borbnico, la copla y otras manifestaciones lricas ya haban
arraigado en el mbito de las festividades populares sagradas y profanas, donde
se conservaron hasta hoy. Si la copla se ha mantenido como texto activo de la
cultura jujea, es porque resulta funcional a su memoria colectiva. En qu sen-
tido debemos entender esta funcionalidad?

2. INSERCIN DE LA COPLA EN LA MEMORIA CULTURAL DE LOS ANDES


La copla es uno de los textos del amplio texto cultural de la lrica tradicio-
nal hispnica, que fue incorporado a diferentes estratos de la semiosfera lati-
noamericana y asimilado al conjunto de textos que conforman la memoria de
algunas comunidades autctonas. En los Andes se difundi y an se conserva

11. Iuri Lotman (1996: cap. I) propone la nocin de semiosfera para designar al espacio ocu-
pado por formaciones semiticas de diversos tipos organizadas en diferentes niveles. As como
en biosferas naturales cualquier ser vivo existe slo dentro de un sistema natural y en relacin
con otros seres vivos; en el mbito de las ciencias sociales, un signo o un sistema sgnico slo puede
funcionar en un espacio semitico y en relacin con otros signos o sistemas sgnicos. La semios-
fera es el lugar de la semiosis fuera del cual los procesos semiticos no pueden existir. (Cfr. Lot-
man, 1996: 22-24). Cada semiosfera funciona como un continuum semitico multicentrado, con sus
respectivos ncleos y periferias, y como un espacio delimitado por fronteras semiticas internas
(situadas entre los ncleos y sus respectivas periferias) y externas (ubicadas entre semiosferas dife-
rentes), las cuales a su vez funcionan como mecanismos bilinges de traduccin de lenguajes.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en diferentes regiones como prctica tradicional asociada al canto, y especial-


mente al canto femenino. Este texto cultural activo trabaja como un dispositivo
pensante (Lotman, 1996: 99): un reservorio de informacin y de amplias por-
ciones de la memoria cultural andina pero tambin hispana, que son actuali-
zados, reinterpretados y recodificados cada vez que un coplero o coplera canta.
El copleo resulta as funcional a la memoria colectiva, ya que conserva lenguajes
que las comunidades autctonas preservan como puntales de su identidad.
El fenmeno del copleo es producto de una amalgama de elementos pro-
venientes de dos tradiciones lrico-musicales:
La tradicin lrica prehispnica le imprimi sus rasgos ms caractersticos:
el acompaamiento de la caja, la modalidad del canto en ruedas, la voz en
grito y la tritona musical. Pero, adems, brind los fundamentos simbli-
cos y rituales del canto con caja. Este sustrato funciona en las capas ms
profundas del texto cultural de copleo, especialmente femenino, y de l
emanan el prestigio social y la investidura simblica de cantoras y canto-
res.
La tradicin lrica popular hispnica, por su parte, proporcion el molde
potico de la copla cuyos rasgos textuales y discursivos resultan de una
gran productividad semitica.

2.1. El legado de la tradicin prehispnica al copleo andino


En trminos generales, el copleo acompaa el calendario religioso agrario que
pauta la vida festiva del pueblo jujeo, especialmente en las zonas perifricas y
campesinas. Est presente en carnaval, durante el topamiento o encuentro de
comadres, en Pascuas, en los ritos de marcada del ganado, y en festivales muni-
cipales o autoconvocados.
En su ejecucin existe una amplia gama de variantes, por lo que propongo
examinar una performance tipo en base a elementos recurrentes. Este patrn
est asociado a la ronda de cantores que es, sin duda, la forma ms tpica y
ritualizada que asume la prctica del copleo.
En Jujuy y en otras regiones argentinas (Salta, Tucumn, La Rioja, San Juan,
Catamarca) la copla se canta acompaada con caja. Se trata de un tambor rs-
tico de origen preincaico formado por un aro de madera flexible con dos par-
ches: el percutor de cuero de cabra u oveja y el resonador de panza de vaca.
El parche resonador va atravesado por una trenza de crin de caballo (a veces
de cuero o alambre), conocida como chirlera, que produce una especial vibra-
cin o zumbido csmico. (Cfr. Valladares, 2000: 31 y 32). El macillo percutor
se llama guastana o huajtana.

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Referencias a este tamboril aparecen en las crnicas de Indias. Hacia media-


dos del siglo XVII (1653), Cobo, en una detallada descripcin de instrumentos
musicales indgenas andinos, aseguraba que el tambor o huncar en lengua
autctona era el ms generalizado entre los indios:

[...] hacanlos, grandes y pequeos, de un palo hueco tapado por ambos cabos
con cuero de llama, como pergamino delgado y seco. Los mayores son como
nuestras cajas de guerra pero ms largos y no tan bien hechos; los menores
como una cajeta pequea de conserva, y los medianos como nuestros tambo-
rinos. (1956, t. II: 270)

La caja, segn hoy se conoce, debe haber correspondido a los tambori-


nos sealados por el cronista.
En cuanto a la manera de cantar, los copleros entonan sus coplas con una
vocalizacin extraa y caracterstica que ha llamado la atencin de los musi-
clogos. Isabel Aretz sostiene que los cantores de la Puna y la Quebrada de
Humahuaca:

[...] entonan coplas o tonadas de verano o de invierno en las que se aprecian bor-
daduras, portamentos y quejidos guturales en los finales de frase cuando el
cantor, tal como dice Prez Bugallo: afloja la tensin que imprime en sus cuer-
das vocales por cantar en registros sobreagudos. (2003: 171 y 172).

Ya algunos cronistas haban hecho referencia a esta particular forma de


ejecutar el canto:

[...] sulenseles pasar [a los indios] los das y las noches bebiendo y bailando al
son de sus roncos atambores y canto, tristes a nuestro odo, aunque alegres
al suyo. (Cobo, 1959: II 21, citado por Estenssoro, 1992: 381).

Esta forma vocal de herencia prehispnica (Cfr. Aretz; 2003: 170) se percibe
como una voz en grito, voz en extrema tensin sonora cuya modulacin se
aproxima al quejido o al lamento. Es posible que sta fuera asociada reitera-
damente por algunos cronistas con la tristeza natural del indio, rasgo que se
identific con el lan vital andino.
Por otra parte, la rueda de copleros o el canto en corros12 suele ser la manera
ms peculiar y enigmtica de ejecucin de las coplas, modalidad sealada por

12. Respecto a esta prctica puede consultarse mi ensayo.: brase esta rueda, vulvase a cerrar.
La construccin de la identidad mediante el canto de coplas, en Cuadernos 27, 2006. Ediunju, Jujuy
(pp. 99-110).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

las fuentes histricas como una prctica indgena. Sorprendido ante estas for-
mas de celebracin cantada, Pedro Pizarro en sus Relaciones, escritas en 1571,
refiere que los indios:

[...] bailaban rondas al comps de la voz de un cantor que se colocaba al centro


y al cual todos respondan girando en torno suyo. Apenas estos bailes comen-
zaban corran desde lejos para tomar parte en l porque mucho les gustaba.
(DHarcourt, datos tomados del cronista Pedro Pizarro, citado por Carrizo, 1989:
CXXVIII).

Durante el Topamiento de comadres realizado en Humahuaca en febrero de


2004, pude comprobar la resistencia de esta prctica. Mientras las copleras espe-
raban su turno para subir al escenario, se organizaron de manera espontnea
rondas de copleras que, cantando al son de las cajas y con un suave meneo,
circulaban de izquierda a derecha marcando el ritmo con los pies, mientras en
forma alternada una cantora ocupaba el centro de la rueda. El ritual de la ronda
se iba desarrollando detrs del escenario, ajeno a las reglas del espectculo orga-
nizado.
Finalmente, como ltimo elemento caracterizador, los estudios musicolgi-
cos (Vega, 1944; Aretz, 1952 y 2003; Cmara, 1999) destacan el tipo de meloda
del canto de coplas. As lo afirma Isabel Aretz, investigadora de la msica tra-
dicional de la regin de la Quebrada y Puna jujeas:

La msica de los puneos, anterior a la penetracin incaica, era evidentemente


tritnica, tal como se expresa an hoy en las bagualas y en los toques de erke
y erkencho, que son instrumentos tradicionales. (2003: 171).

La msica tritnica, de origen prehispnico, est construida sobre la base de


tres sonidos, obedeciendo en general a intervalos de la escala mayor. Precisa la
reconocida musicloga:

[...] la escala tritnica coincide con notas de cualquier acorde perfecto mayor: As
aparece en numerosas canciones de toda la franja andina, desde San Juan hasta
los confines de Bolivia, lo mismo que en el Chaco o Formosa o en el centro de
Per [...] (Aretz, 1952: 31).

La meloda tritnica con la que se canta la copla jujea es la ltima prueba


formal de su vinculacin con un canto indgena anterior a la llegada de los espa-
oles a Amrica.

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Figura 1 Figura 2

El anlisis de la performance tipo del copleo en Jujuy ha sacado a luz


una serie de elementos y prcticas discursivas y sociales ligadas a la memoria
cultural andina prehispnica: el acompaamiento de la caja, el uso de la voz en
grito cercana al lamento, el canto en corros o ruedas de copleros y la tritona
musical permiten afirmar que la cuarteta octosilbica fue asimilada a determi-
nadas formas musicales nativas, textos culturales olvidados o re-codificados,
cuyos resabios perduran en algunas formas de ejecucin del actual canto de
coplas en la provincia de Jujuy, y aun en el noroeste argentino.
Pero existe un sustrato de orden ritual y simblico en esta prctica, ligado a
la memoria de los pueblos andinos, del que emana el prestigio de los canto-
res de la regin, y especialmente el de las copleras, que ocupan en sus comu-
nidades un lugar de prestigio social. Ante la presencia de una cantora pulsando
la caja y su voz, se activa un halo significante que las trasciende conectndo-
las con una memoria antiqusima. Revisando la Nueva Cornica i buen gobierno
de Felipe Guaman Poma de Ayala, me sorprendi encontrar ocho imgenes13
donde la caja, segn la conocemos en el norte argentino, aparece dibujada con
todo detalle, y ms significativo an es que quienes la taen son mujeres can-
toras en contextos rituales. Su manera de sostener y percutir el instrumento,
su disposicin grupal y su actitud festiva se parecen tanto a los de las actuales
copleras de Jujuy que resulta asombroso.

13. Los grficos corresponden a los nmeros 130[132], 242[244], 258[260], 320[322], 326[328],
554[568], 847[861] y 862[876].

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Figura 3 Figura 4

La primera figura muestra a la sesta coya Cuci Chimbo Mama Micai, a quien
se describe como amiga de cantar y mcica y tocar tambor, hazer fiestas y uan-
quetes... (Poma [1615], 1981: 109). La representacin de la soberana al frente de
una comitiva en un entorno festivo apunta a mostrar el rol poltico de la mujer
del Inca en la vida pblica del reino (Cfr. Hernndez Astete, 2002: 35).
La segunda imagen representa la celebracin de Abril Camai, Inca Raimi (des-
canso, festejo del Inca). Ocupa el espacio central del dibujo la pareja del Inca
y la Coya. Nuevamente es ella quien tae la caja escoltada por otra cantora. La
mirada de los tres personajes vuelta hacia el sol (Tata Inti) y el Inca sealndolo
muestran la importancia de la mxima divinidad en el universo ceremonial andino.
Capac Inti Raimi, la gran pascua solemne del sol, ocupa el tercer dibujo. En
este caso quienes tocan las cajas son un conjunto de mujeres que cortejan a la
figura central del Inca. Las tres imgenes descritas muestran el rol de la Coya
en las fiestas pblicas del Incanato, generalmente unidas al ciclo agrario ritual.
La cuarta imagen presenta la Fiesta de los Chinchai svio (Chinchay Suyos). El
dibujo reproduce una situacin de contrapunto que el texto luego especifica: dos
hombres ritualmente ataviados, soplando cabezas de venado, ocupan las dos ter-
ceras partes del espacio pictrico; mientras que el otro tercio muestra (o ms bien
sugiere) un conjunto de mujeres que ejecutan la caja y cantan.
El mismo esquema dual rige en el quinto dibujo, donde se representa la Fiesta
de los Conde suyos. Estos dos ltimos grficos muestran el sistema ritual de alian-
zas entre pueblos que regulaba simblicamente el delicado equilibrio poltico del
Incanato.

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Figura 5 Figura 6

La sexta imagen representa a un encomendero espaol quien es llevado en


andas, imitando el tratamiento con que se renda honores al Inca. La mujer que
tae la caja forma parte de la comitiva.
Bajo el ttulo Pulica y cristiandad, el sptimo grfico muestra el cumplimiento
ritual de las leyes tradicionales andinas que regulaban el matrimonio. El buen
orden (pulica) y el concierto cristiano entre los miembros de las familias vin-
culadas quedaba asegurado mediante un sistema de parentesco que estableca
derechos y obligaciones mutuas. En el dibujo, Guaman Poma ve la necesidad de
plasmar el ritual de alianzas familiares colocando en el margen derecho (izquierda
pictrica) a una mujer que tae la caja y canta.
El objeto de representacin del octavo grfico es una borrachera ritual. El texto
verbal la describe como parte de las ceremonias sagradas de los indios. Nueva-
mente el cronista se ve impulsado a plasmar el sentido ceremonial mediante la
figura de una mujer que canta al son del tambor.
Una lectura conjunta de las ocho imgenes revela que el mbito del canto
femenino con caja es siempre una celebracin ritualizada, sagrada o profana, des-
crita en el apartado verbal que acompaa al grfico. El actual canto de coplas
femenino con caja en Jujuy es portador de este resabio cultural prehispnico y
andino, que se reactualiza en cada performance, de all la importancia ritual que
se le atribuye y el valor simblico identitario que posee para las comunidades
jujeas.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Figura 7 Figura 8

3. EL LEGADO HISPNICO: LA COPLA Y SU PRODUCTIVIDAD SEMITICA Y DISCURSIVA


El anlisis de las caractersticas semiticas y discursivas de la copla brinda
nuevos argumentos que contribuyen a explicar las razones de su profundo
arraigo, continuidad y permanencia en la voz potica popular americana.

3.1. Binarismo estructural y experiencia sensible


La copla est constituida por cuatro versos octoslabos acomodados en pares
o dsticos asonantes. Desde el punto de vista rtmico, se percibe como una uni-
dad articulada en dos perodos ondulatorios separados por una breve pausa
respiratoria o cesura interior. El efecto sonoro es un doble movimiento de expan-
sin y repliegue que crea un ritmo bipartito claramente punteado por la aso-
nancia de los versos pares. Esta disposicin rtmica binaria se reproduce en el
interior de los dsticos y en los dems niveles textuales de la copla, tanto en
el orden sintctico como en el semntico.
La estructura binaria que organiza la disposicin de la copla en sus niveles
fnico, sintctico y semntico podra resumirse en la frmula A + B, siguiendo
el esquema propuesto por Snchez Romeralo14 para el villancico tradicional
(1969: 145).

14. Antonio Snchez Romeralo (1969) fue el primero en reconocer y analizar el binarismo estruc-
tural del villancico (estrofa nuclear de la lrica tradicional hispnica, antecedente antiguo de la copla).

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Ejemplo:
Pobrecita mi cajita
tan chiquita y sonadora; } A
igualita que su duea
chiquitita y paridora. } B
Ambos trminos son el resultado de un doble movimiento de expulsin de
la voz. La estructura sonora de la cuarteta asonantada acompaa la oscilacin
del soplo, pues su vaivn cclico se acomoda perfectamente al comps respi-
ratorio humano. El reconocimiento de este acople rtmico respiratorio inspir
en Ral Dorra un lcido anlisis del principio estructural binario de la copla,
asociado a un dualismo originario (Dorra, 1997: 72) inherente al proceso de
percepcin del mundo sensible y a la estructura misma de la memoria oral.
El hombre se constituye como sujeto frente al mundo mediante una serie de
actos perceptivos, a travs de los cuales procura incorporarlo como sentido.
Durante este proceso, el sujeto opera un movimiento de expansin (y posterior
repliegue) sobre el continuum de lo vital con el fin de segmentar y discretizar
la materia sensible para dotarla de forma inteligible. En la base de este proceso
perceptivo funciona un ritmo binario (Cfr. Dorra, 1997: 47 y 48) originado en
la mecnica del comps respiratorio: la inspiracin y la espiracin, en su cons-
tante movimiento iterativo, imprimen a la conciencia una matriz bipartita desde
la cual el hombre procesa el conjunto de percepciones provenientes del mundo
sensible. Al respecto, Dorra (1997: 66) afirma:

La respiracin [...] hace del hombre un animal dualista: la inspiracin y la espira-


cin, la adquisicin y la prdida, la atraccin y la dispersin, son el origen y el
horizonte de la experiencia humana.

Esta dualidad originaria (que pauta los ritmos simblicos del sujeto) opera
en la raz de los procesos perceptivos que transforman lo sensible en sentido
y, por lo tanto, condiciona la organizacin primordial del mundo. La vida se
funda sobre la incesante dualidad, afirma Dorra; y la vida social, el universo
cultural humano, reconoce los mismos fundamentos binarios, pues se insti-
tuye mediante un dualismo semitico de partida (Lotman, 1996: 85) que pro-
duce la duplicacin del mundo en la palabra y la del individuo en el espacio.
Esto significa que la cultura se construye sobre la base de dos lenguajes pri-
marios: las lenguas naturales y los modelos clasificacionales del espacio que
funcionan por un mecanismo de oposiciones, duplicaciones y reduplicaciones.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Los textos que una comunidad crea reproducen a travs de seales semn-
ticas ms o menos dispersas las configuraciones de su sistema cultural. Y los
textos poticos orales no escapan a esta ley, muy por el contrario, en ellos dichas
seales se manifiestan con mayor densidad. Adems, al estar fuertemente vin-
culados por su origen y su naturaleza (Cfr. Zumthor, 1991: 12) a las formas pri-
marias de estructuracin de lo real, reproducen en sus niveles constitutivos el
dinamismo de base binaria que las particulariza.
La copla comparte estas caractersticas de los textos orales, y por ello se con-
figura como un espacio discursivo tramado por tensiones binarias manifiestas
en todos sus planos constitutivos. Estas marcas ponen en evidencia su natura-
leza engendrada en la voz, su raz ligada a los procesos perceptivos primarios,
a las formas del pensamiento oral y a los modos expresivos vinculados a la
memoria, a la conservacin de la palabra sonora y de la frase como unidad
rtmica.
De all que la composicin de la copla est regida por tres figuras dominan-
tes: la recurrencia,15 manifiesta a travs de repeticiones, paralelismos y fr-
mulas16 que actan en el nivel fnico-sintctico; el smil o la comparacin que
expresa el binarismo de base en el nivel semntico (Dorra, 1997: 56 y 57); y la
anttesis, que funciona como correspondencia semntica de las tensiones bina-
rias que saturan su espacio discursivo.
En los siguientes ejemplos se puede reconocer estas figuras binarias:

Tengo una pena dorada


y un sentimiento amarillo:
las penas parecen brevas
y el sentimiento, membrillo.

Sombrero nuevo mhi puesto,


qu ms me puedo poner;
si no me quieren los mozos,
los viejos me han de querer.

Las aves cantan al alba;


yo canto al amanecer;
ellas cantan porque saben,
yo canto por aprender.

15. La recurrencia es la iteracin de ocurrencias (identificables entre s) dentro de un proceso


sintagmtico que manifiesta de modo significativo, regularidades que sirven para la organizacin
del discurso-enunciado. (Greimas y Courts, 1990: 333).
16. Frmulas entendidas segn Parry como un grupo de palabras que se emplea con regula-
ridad en las mismas condiciones mtricas para expresar una esencial idea habitual. (Citado por
Chasca, 1967: 165).

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En sntesis, la copla traduce en su organizacin profunda las formas prima-


rias de organizacin de la experiencia sensible. Su estructura y su sentido se
construyen en el espacio de lo rtmico, a travs de un juego de tensiones bina-
rias que se articula en todos sus niveles constitutivos. Desde sus ms remotos
orgenes, concebidos a la luz de una conciencia basada en la potencia figura-
tiva y performativa de la voz, la copla se presenta como una frmula rtmica y
un dispositivo semntico aptos para la expresin simblica de las formas ele-
mentales de la existencia del hombre en el mundo.

3.2. Binarismo y cosmovisin andina


La copla funciona como un dispositivo construido con las figuras propias
del texto oral que la memoria puede activar y recrear en cada actualizacin. Este
dispositivo, saturado de tensiones binarias, se articul al decir potico ameri-
cano no slo como instrumento de una poltica cultural, sino por su capaci-
dad de simbolizar la experiencia perceptiva primaria del mundo. Esta facultad
intrnseca facilit la naturalizacin de la cuarteta octosilbica en el campo de
la lrica popular americana.
Pero en la regin de los Andes, otros factores vinculados a un tipo de pen-
samiento prehispnico coadyuvaron a la insercin de la copla en el sustrato de
las manifestaciones artsticas orales indgenas.
Sin pretender ahondar en la cosmovisin andina, puedo afirmar que en la
regin de los Andes centrales y meridionales se configur una particular manera
de representar y simbolizar la realidad circundante, cuya vigencia se extendi
hasta el Imperio Inca y que, incluso, lleg hasta nuestros das a travs de la con-
tinuidad de diversos elementos.
Esta visin de mundo, tal como se fue constituyendo hasta la llegada de
los espaoles, no pudo resistir los embates sistemticos de doctrineros y evan-
gelizadores, quienes impulsaron con celo y obstinacin el adoctrinamiento
cristiano. Sin embargo, quienes vivimos en contacto con el universo andino, no
podemos negar que subsisten formas de concebir la realidad y de pautar la rela-
cin del individuo con su entorno, ajenos a la tradicin cristiana: restos de
una memoria cultural prehispnica que permiten entrever un sistema de creen-
cias hoy dislocado. Tales vestigios nos ayudarn a comprender en parte el
fenmeno de arraigo de la copla en la poesa popular cantada en los Andes.
En lneas generales, el hombre andino tiende a percibir el cosmos como una
totalidad donde cada elemento est relacionado con otro formando pares opues-
tos y complementarios organizados jerrquicamente. Esta inteligencia de lo real
va articulando redes complejas que proyectan el sistema de relacionalidad a
todas las esferas de la vida humana a travs de tres principios reguladores: corres-

ndice 645
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pondencia, complementariedad y reciprocidad. Ellos organizan los vnculos


sociales, afectivos, ecolgicos, productivos, ticos, estticos, sagrados y sim-
blicos del individuo. (Cfr. Estermann, 1998).
La visin de mundo resultante es dualstica, y en ella se funda la tradicin
mtica de gnesis con la que se explica el origen de los seres y las cosas desde
la pareja. A partir de esta concepcin fundante, los andinos formaron oposicio-
nes, como las de hombre-mujer, Sol-Luna, sierra-mar, alto-bajo, blanco-negro,
vida-muerte, luz-oscuridad, fro-calor, etc. Esta filiacin de parejas complemen-
tarias se proyect en la forma de organizacin espacial como un sistema de
capas opuestas que se extendan latitudinalmente en diferentes niveles, pero
que se unan a travs de vnculos de reciprocidad y complementariedad.
(Cfr. Granda Paz, 2006: 145). La percepcin bipartita que explicaba la dinmica
csmica, mtica y social del hombre andino alimentaba, a su vez, todas sus pro-
ducciones estticas, desde el tejido hasta la arquitectura, y desde la poesa hasta
la msica.
Qu vinculaciones podemos establecer entre la disposicin binaria de la
copla y los principios rectores de la cosmovisin andina, cuyos resabios son
observables hoy en numerosas prcticas sociales tanto rituales como consuetu-
dinarias?17
Reciprocidad, complementariedad, correspondencias dan forma a una visin
de mundo de naturaleza predominantemente binaria y dialgica, es decir, a una
organizacin que para ser tal necesita de dos polos en relacin, de la misma
forma en que la copla como frmula rtmica y dispositivo semntico se despliega
en la relacin de solidaridad y complementariedad rtmica, sintctica y concep-
tual de dos trminos.
Estas concomitancias me permiten sostener que hombres y mujeres andinos
hallaron (y hallan) en la dinmica estructural y semntica de la copla, es decir,
en sus lenguajes constitutivos, una productividad que acomodaron (y acomo-

17. Me refiero a las relaciones de com-parentesco y ayuda mutua en la esfera familiar, donde
subsisten antiguas costumbres, como la minka mtodo laboral y productivo de base cooperativa
y solidaria que funciona en diversas localidades rurales, o el sistema de compadrazgo y madrinazgo
que crea fuertes vnculos sociales y afectivos. En el orden econmico, el trueque se utiliza todava
como importante instrumento de intercambio entre los habitantes de diferentes regiones producti-
vas de la Puna y la Quebrada jujeas. De igual manera, en el mbito ecolgico la reciprocidad
funciona en la devocin a diversas deidades telricas. El culto a la Pachamama incorpora rituales
alimentarios y libaciones destinados a la divinidad para asegurar su respuesta en el multiplico del
ganado o en la productividad de la cosecha anual; asimismo, la adoracin a los apus involucra un
sistema de restituciones mutuas: hojas de coca, alcohol, y otros, a cambio de proteccin, ayuda, etc.
Esta creencia en la interrelacin recproca entre lo humano y lo divino subyace a lo largo de los
Andes centrales y meridionales en diversas prcticas religiosas, sean cristianizadas o no.

646 ndice
H I B R I DAC I O N E S Y F U N C I O N A L I DA D E N L A M E M O R I A C U LT U R A L

dan an) naturalmente a sus formas relacionales y recprocas de representa-


cin del mundo.
En suelo americano y en el territorio de los Andes, la copla actu como veh-
culo de transacciones y traducciones semiticas que conect a los universos cul-
turales hispano y andino. Su proceso de insercin en el nuevo contexto no slo
estuvo ligado a coyunturas histricas, al contacto entre oralidades, a las polti-
cas culturales eclesisticas y estatales, a la frontera semitica de la fiesta colo-
nial, sino a la productividad discursiva del gnero: la cuarteta octoslaba es una
frmula rtmica y semntica de organizacin binaria, apta para la expresin sim-
blica de las formas elementales de la existencia humana, ntimamente ligadas
a la voz y a la estructura de la memoria. Adems, sus lenguajes binarios internos
funcionaron (y funcionan) como instrumentos de traduccin de la cosmovisin
andina, fundada en un sistema relacional entre pares opuestos y complemen-
tarios.
Cada vez que una coplera o coplero canta en Jujuy, restituye porciones de
la memoria cultural hispnica y americana, logrando diluir en la zona-refugio18
del canto las tensiones del contacto entre estos mundos dismiles, antagni-
cos, pero tambin permeables entre s. Entonces, el espritu de la fiesta colonial
renace y es posible transitar el gozoso camino del dilogo cultural.

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ndice 649
NUEVOS DATOS SOBRE LA IMPORTANCIA DE LAS LENGUAS AFRICANAS EN EL
VOCABULARIO ESPAOL ATLNTICO DURANTE LA COLONIZACIN EUROPEA DE CANARIAS
M. Teresa Cceres Lorenzo
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

1. Introduccin
A la hora de hablar sobre la influencia de las lenguas africanas en el espaol
del Siglo de Oro en Canarias es posible comprobar que se trata de una lnea
de investigacin de la que sabemos muy poco, bien porque se trata de una cues-
tin marginal no demasiado significativa en la historia externa o social de las
hablas canarias, o bien, porque los grupos sociales que provenan de frica en
el contexto insular, a priori, nunca parecan muy numerosos, y se presentaban
como una comunidad de habla con una cohesin interna poco regular durante
la colonizacin europea. En la actualidad, y como nueva aportacin, es posi-
ble ofrecer datos que complementan lo que ya sabemos, sobre este contacto lin-
gstico y cultural, gracias a la investigacin documental, historiogrfica, y a la
elaboracin de diccionarios histricos del canario a finales del siglo XX.
Esta investigacin, lejos de ser marginal, tiene una cierta relevancia, ya que
los datos obtenidos no son exclusivos para Canarias, sino que son extensibles
a Amrica, por el gran nmero de esclavos negros que llegaron al Caribe, a veces
desde el territorio insular. De hecho, Canarias y las Indias Occidentales esta-
ban cerradas a los que profesaban la religin islmica por disposiciones regias
de 13 de julio y de 16 de septiembre de 1501, en las Instrucciones dadas a Nico-

ndice 651
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ls de Ovando, que expresamente prohiban la entrada de judos, moros y nue-


vos convertidos a la Espaola, salvo si fueren esclavos negros u otros esclavos
que fayan nascido en poder de cristianos, nuestros sbditos e naturales,1 por
lo que la esclavitud negra desde Canarias era un hecho fehaciente.
Esta cuestin ya fue puesta de manifiesto por Granda (1991: 196), quien
determinaba que los canarios (primero esclavos y luego cooperadores en la
colonizacin del Caribe) asociados a la caa de azcar y a los esclavos negros,
emigraron de manera masiva a Amrica desde su misma colonizacin, y son
uno de los factores concomitantes y reforzadores de la presencia de muchos
prstamos lxicos como los afronegrismos en el espaol de Amrica (Caribe).
Y es que a la hora de hablar de Canarias,2 el incipiente espaol de este
periodo se encuentra en otro contexto similar al que encontrar en las islas
del Caribe, no slo porque las islas representen una Nova Realia con respecto
a la pennsula, sino tambin, porque el espaol comparte espacio geogrfico
con las distintas lenguas que aporta cada grupo humano que vive en Cana-
rias, presente en el periodo de colonizacin y que se suman a un castellano que
est prximo a formar un espacio variacional propio (Oesterreicher, 2004), y
que entra en contacto con las siguientes lenguas y culturas: aborgenes autc-
tonos de origen africano que denominamos de manera genrica guanche; comer-
ciantes europeos con distintas lenguas; moriscos que, a diferencia de los terri-
torios peninsulares, no son la consecuencia de la asimilacin de una poblacin
musulmana preexistente en territorios ganados por las armas y repoblados des-
pus con cristianos;3 esclavos, muchos de ellos subsaharianos, bozales o no;
libertos norteafricanos. Y aos ms tarde, se les unirn los criollos nacidos en
las Indias, que parecen traer de vuelta a Canarias, algunos ejemplos de lxico
de origen africano.
Estas situaciones de posible contacto del incipiente espaol con otras len-
guas y culturas no romnicas, nos permiten plantear distintas y complejas situa-
ciones de posible convivencia durante el siglo XVI. Tngase en cuenta que
Canarias, con unos 36.000 habitantes en este periodo histrico, era poblada
de forma muy desigual y con diferentes tipos de colonizacin, adems de ser

1. Archivo General de India. Indferente, 418. lib. [folio 39].


2. Las Islas Canarias (Espaa) estn situadas en el Ocano Atlntico, en el noroeste de frica.
Durante la colonizacin de Amrica, su colaboracin a esta empresa fue muy importante y siem-
pre se asocian a la historia americana. Canarias forma parte la regin Macaronsica (junto con las
Islas de Madeira, Azores, Cabo Verde, y Salvajes) muy cerca del continente africano. El archipilago
canario lo integran las islas occidentales: Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro (provincia de
Santa Cruz de Tenerife), y las orientales: Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote (provincia de Las
Palmas).
3. vid. Moreno Fernndez (2005).

652 ndice
N U E VO S DATO S S O B R E L A I M P O R TA N C I A D E L A S L E N G U A S A F R I C A N A S

un territorio fragmentado que ofreca distintos contextos de comunicacin y


tipos de discursos.
Por ejemplo, las islas de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, quizs por su con-
dicin de islas de realengo son las ms populosas y cohabitan en ellas indge-
nas guanches (junto a moros y negros), y colonizadores con una representacin
numrica muy desigual a favor de estos ltimos. En estas islas conquistadas y
colonizadas directamente por la monarqua, los documentos que se generan
son ms numerosos, y la organizacin social y administrativa es similar a la de
cualquier otra provincia andaluza.
Sin embargo, en los territorios orientales de Lanzarote y Fuerteventura, que
se consideran islas de seoro, es decir, con una administracin peculiar, por-
que son un territorio que pertenece a un noble con la autorizacin del monarca
espaol. Adems, por su evidente cercana con frica, la proporcin num-
rica es de forma significativa muy distinta, ya que los africanos (esclavos o/y
libertos) son un grupo muy numeroso, y los cristianos forman una minora.
Los documentos que se escriben en estas islas para dar noticias de su actividad
econmica o social son ms reducidos, por lo que los datos obtenidos, casi
siempre son de forma indirecta.
Por ejemplo, a la hora de expresar el nmero de habitantes en el ltimo ter-
cio del siglo XVI, sabemos por distintas fuentes que estas islas orientales cono-
cen un gran crecimiento poblacional, aunque la emigracin a Amrica es tan
constante que a veces no es posible cuantificarla con datos efectivos.
Adems, Lanzarote y Fuerteventura (y otras islas, aunque con menos fuerza)
cobran un gran valor econmico despus de los tratados de Alcaovas-Toledo
(1479), Tordesillas (1494) y Sintra (1509),4 en el que la lnea de demarcacin
entre las colonias espaolas y portuguesas se vuelven a configurar de polo a
polo a ms de 360 leguas al oeste de Cabo Verde. De esta forma, los espaoles
pierden la oportunidad de participar de manera activa en el comercio de escla-
vos en territorios africanos, pero se les abre el camino para las Indias a travs
de las condiciones geogrficas del archipilago canario, y por la convivencia de
facto con los portugueses en territorio canario.
Canarias, como escala a Amrica, participa de circunstancias similares a las
de las nuevas comunidades que se forman tras la conquistas en el Nuevo Mundo

4. Los dos reinos de Portugal y Castilla situados en la Pennsula Ibrica tenan unos conoci-
mientos muy avanzados en la exploracin de rutas mercantiles martimas. Antes de la firma de este
Tratado sabemos que las rutas africanas eran codiciadas por estos dos reinos peninsulares. En 1479,
por el tratado de Alcaova-Toledo, Alfonso V de Portugal renunci a sus aspiraciones sobre Casti-
lla y reconoci los derechos de Castilla en las Islas Canarias (que se convierten en lmite de una
posible expansin castellana), mientras que este reino reconoca los derechos de Portugal en las
Azores, Cabo Verde y Madeira (Lobo Cabrera, 1982).

ndice 653
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(Snchez Mndez, 2003: 56), es decir, un lugar de encuentro de distintas lenguas


y de sus respectivas variedades en las que encontramos variantes diastrticas/socia-
les y distintos contextos de comunicacin y tipos de discursos que an no se
han investigado en profundidad. De esta forma, el an inmaduro espaol (con
la primaca numrica de los espaoles del occidente peninsular, y con la influen-
cia de otras lenguas romnicas como el portugus) convive con las lenguas afri-
canas que pertenecen a comunidades con un estatus social que difiere en
algunas circunstancias al que reciben en la Pennsula, por situarse este pro-
ceso en islas de seoro.
No olvidemos que en este periodo histrico, el espaol es una realidad com-
puesta por una serie de subsistemas que se ha formado por la variacin diaf-
sica, diatpica y diastrtica propia de la Edad Media, en la que este espaol
acompaa a la Reconquista y al asentamiento de los monarcas por el territorio
peninsular desde la proclamacin de Isabel I como reina de Castilla en diciem-
bre de 1474 (Snchez Mndez, 2003: 59). Esta transformacin del incipiente espa-
ol desde la Baja Edad Media se hace patente en las nuevas y las viejas pronun-
ciaciones romances y latinas que conviven con una morfologa y una sintaxis
cercanas a la codificacin gramatical en los documentos de esta poca, y que se
corresponden a una lengua que camina hacia la estandarizacin sin haber logrado
la plena codificacin (Rivarola, 2005).

2. Circunstancias sociales y lingsticas de la presencia de los africanos en Canarias


Para comprender la historia social de los africanos en Canarias como parte
de lo que sucede en Amrica, se deben considerar las siguientes cuestiones socio-
histricas canarias como ejemplos singulares de este archipilago, o como el ini-
cio de lo que se produce en este momento en otras reas hispnicas.
Al hablar de las lenguas prehispnicas en Amrica y en Canarias, es nece-
sario mencionar la aculturizacin y asimilacin como caractersticas de la situa-
cin social que vive el espaol atlntico, es decir, los indgenas canarios de
origen africano que se conocen con el nombre genrico de guanches, incor-
poran los elementos de la nueva cultura del occidente peninsular, y se produce
un reajuste o una adaptacin total de los patrones culturales y lingsticos de
dicho grupo.
De hecho, en este archipilago atlntico, del vocabulario de los autctonos
prehispnicos que inicia un proceso de prdida desde el inicio de la Conquista,
tan slo perviven en la actualidad ciento veinte trminos prehispnicos, segn
las ltimas recopilaciones lxicas. Pero es que adems, de stos slo unos pocos
son de uso general, conocidos por todos los isleos en su vocabulario activo.

654 ndice
N U E VO S DATO S S O B R E L A I M P O R TA N C I A D E L A S L E N G U A S A F R I C A N A S

En lo que se refiere a los negros, se debe tener en cuenta que hasta la fecha,
siempre que se hace alusin a la presencia de los afronegrismos en Canarias
como posibles prstamos en el vocabulario diferencial de las hablas canarias, es
inevitable referirse al hecho de que stos provienen de Andaluca, ya que, por
ejemplo, en Sevilla en 1565, el nmero de negros es de uno por cada catorce
habitantes, y coinciden con Amrica; es lo que Rgulo Prez (1982) denomin
afroamericanismos lxicos, y que sigue siendo una conclusin vlida.
Decamos que esta afirmacin se mantiene en todos los repertorios lxicos
e investigaciones al respecto, pero quizs sea posible completar la explicacin
de la procedencia directa desde Andaluca, y deba vincularse con un vocabu-
lario relacionado con la inmigracin desde Canarias, o con la importancia de
la caa de azcar hacia el Caribe en la que los portugueses, canarios y negros
fueron expertos desde los primeros aos de la colonizacin.
Segn Lobo Cabrera (1982: 137), los africanos negros provienen de Cabo
Verde y de Guinea, cuantificndose en el mercado de esta isla entre 1510 y 1600
un total de 1.371 esclavos. Su lengua o lenguas subsaharianas no eran homog-
neas, por lo que precisaban de traductores, ya que stos procedan de una
amplsima franja de la costa atlntica africana comprendida entre Magarabomba,
al sur de la actual Sierra Leona, y Guinea hasta el Senegal, e incluso en las pri-
meras dcadas de la conquista los subsaharianos esclavos eran trados a Cana-
rias desde Berbera, por lo que sus lenguas y culturas de origen deban diferir
en gran medida.
Estos negros se comportaban de un modo mucho ms sumiso. Profesaban
generalmente unas creencias religiosas menos dogmticas, y aceptaban sin rebel-
da la nueva fe catlica que le era impuesta, o en su caso la que sus compae-
ros moriscos le inculcaban, o sea la fe islmica. En su mayora se plegaron sin
problemas a la religin de sus amos.
En lneas generales, segn los escritos de la poca, inquisitoriales, notariales
u otros, el desarraigo en este grupo fue tanto cultural como ambiental, ya que
el medio al que llegaban difera en casi todo con el de origen, y porque muchos
pronto eran llevados a los ingenios del Caribe.
El trabajo de estos esclavos negros debi estar muy unido con las labores
necesarias para la obtencin de azcar: recoleccin de la caa, transporte de la
lea, en el desmonte de vias y campos, etc., o lo que es lo mismo, a la presen-
cia de los portugueses en Canarias. Por lo que, a medida que aumentaron el
nmero de ingenios durante el siglo XVI, lo hicieron en la misma proporcin la
cantidad de trabajadores esclavos, al igual que, al terminar este ciclo azucarero
a principios del s. XVII, Canarias ve desaparecer la presencia de los esclavos (Lobo
Cabrera, 1982: 259).

ndice 655
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En nuestra investigacin, hemos encontrado en fuentes documentales e


historiogrficas la insistencia de que en Canarias los negros tambin son abun-
dantes, como en Sevilla, bastante ms incluso que los moriscos. De hecho, en
las primeras fases de la colonizacin, a partir de 1530, y ya ininterrumpidamente
hasta finales del siglo XVI, forman el 70 % o ms, del total de la poblacin esclava
de las islas orientales de Lanzarote y Fuerteventura (Santana Prez, 2007). Asi-
mismo, comprobamos que la influencia africana en el vocabulario canario no
siempre es posible documentarla en la etapa de conquista y colonizacin, por
todas las circunstancias socioculturales citadas, y quizs las caractersticas de las
islas de seoro, Fuerteventura y Lanzarote en los que fueron ms numerosos.
Y aunque los africanos tambin estn presentes en otras islas, en estos casos son
tratados como esclavos, y el prestigio de los occidentalismos lxicos en los docu-
mentos escritos en estos territorios parece estar ms cercano a Andaluca que
a los nuevos contextos comunicativos propios de la convivencia.
Dichas afirmaciones se corroboran con los ejemplos, ya que constatamos que
hasta 1700, segn Corrales Zumbado y Corbella Daz (2001) en el vocabulario
diferencial en los textos de Canarias, que suman un total de mil ejemplos, slo
se han documentado dos afronegrismos (ame (1535) y bamba (1676) moneda),
y el resto ya aparecen a partir del siglo XIX.
Ahora bien, estos datos debieran compararse con la localizacin en las fuen-
tes documentales de los indoamericanismos en este primer periodo. stos no
superan los cinco ejemplos, nmero insignificante si tenemos en cuenta la rei-
terada relacin entre Canarias y Amrica en este periodo. Segn Corrales Zum-
bado y otros (1996), los ejemplos provienen del arahuaco, boho (s. XVI) casa,
jbaro (1610) salvaje; del nhuatl jcara (1671) vaso; y del tano mamey (1608)
rbol. Ntese que en la actualidad, segn los datos de los que disponemos,
tampoco contamos en las hablas canarias con muchos indoamericanismos, por-
que las principales coincidencias con Amrica son occidentalismos lxicos y
arcasmos.
Sin embargo, el nmero de voces de clara procedencia portuguesa, sobre todo
de Madeira5 (sin descartar de otras reas lusas) y coincidentes con el occidente
peninsular que se emplea en los documentos canarios, llegan a contabilizar una
cuarta parte de los mil ejemplos recuperados de las fuentes documentales. Estos
ejemplos se corresponden con un vocabulario propio de la Nova Realia, mari-
nerismos, de la industria de la caa de azcar, y otros oficios.

5. Tngase en cuenta que durante la colonizacin de Canarias, los lusitanos son los verdade-
ros expertos en cuestiones canarias que llegan a este archipilago por las mismas razones que los
castellanos: para evitar la persecucin de la Inquisicin, para pasar al Nuevo Mundo, y por mejo-
rar sus condiciones econmicas (Prez Vidal, 1991: 65).

656 ndice
N U E VO S DATO S S O B R E L A I M P O R TA N C I A D E L A S L E N G U A S A F R I C A N A S

Y todo esto sin descartar la funcin intermediaria de Canarias en el comer-


cio de esclavos africano, como se desprenden de los documentos de la poca,
ya que muchos de los que llegaban a los puertos isleos tenan como destino
final el Nuevo Continente. Y es que su precio en Amrica triplicaba el que se
pagaba por ellos en Gran Canaria, por lo que la exportacin de esclavos negros
de esta isla hacia Nueva Espaa, Santo Domingo o Cartagena era un negocio
muy rentable. No as el de los esclavos moriscos cuya exportacin estaba pro-
hibida.
Pero es que, adems, parece que Canarias generaba sus propios esclavos
para que trabajaran en las islas de realengo, por la necesidad de contar con
mano de obra que ayudara en la colonizacin, y debido al despoblamiento de
las islas de seoro, Fuerteventura y Lanzarote, conquistadas a principios del
siglo XV. En estos territorios orientales muy cercanos a frica, los seores Diego
Garca de Herrera y su hijo Sancho realizan las primeras incursiones a Berbe-
ra (1467) y continan hasta finales del s. XVI, sumndoles las realizadas desde
Gran Canaria (Lobo Cabrera, 1982: 65-68).
Las capturas de infieles moros o cabalgadas eran muy frecuentes, porque
normalmente eran una manera de obtener ingresos o de reclutar esclavos que
se quedaban en Canarias o se llevaban a Amrica, o se canjeaban a cambio de
dinero, mercancas o esclavos bozales o negros (Lobo Cabrera y otros, 1994: 65-
68). Pero no slo son estas cabalgadas las que traen africanos moriscos (llama-
dos tambin, moros, blancos y berberiscos), a veces se producen a travs de una
emigracin espontnea que procede del norte de frica y de la pennsula Ib-
rica (Fernando Armesto, 1997: 73), porque la expansin econmica que vive en
el archipilago es un importante reclamo. En 1501 se escribe, con temor, al gober-
nador de Gran Canaria para que impida la entrada de moros u otros africanos
procedentes de Berbera (Aznar Vallejo, 1981: 107).
Pero estos norteafricanos no viven en todas las islas de igual forma; en Gran
Canaria y el resto de las islas occidentales su asimilacin sigui pautas distintas,
ya que se les consideraba poblacin con poca presencia social, en el mismo
estatus que los aborgenes y los esclavos negros. Una situacin muy alejada a la
realidad de Fuerteventura y Lanzarote, en las que formaban sociedades inde-
pendientes, poblados enteros, con costumbres y lengua propias, que sabemos
por medio de la historiografa, pero no por la pervivencia de prstamos lxicos.
De manera indirecta, podemos acercarnos a la realidad lingstica canaria
desde la influencia de los africanos, por ejemplo, en 1558 encontramos una refe-
rencia sobre el grado de pervivencia de las costumbres moriscas de los africa-
nos que residen en estas islas orientales de Lanzarote y Fuerteventura (Lobo
Cabrera, 1982: 46):

ndice 657
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

[] que los moriscos ni otras personas hablen morisco, pues hablan ordinaria-
mente su lengua arbiga y la ensean a sus hijos, perdindoles. Que no se can-
ten cantares moriscos lo cual es escndalo. Que mientras se estn en misa y
vsperas no taan panderos adufes ni biquelas en ninguna casa. Que los moris-
cos que vienen a misa no se vayan hasta que hayan odo la doctrina cristiana.

rdenes similares se repiten los aos siguientes citndose concretamente


como uno de sus defectos el que hablen su algaraba, es decir, en lenguas nor-
teafricanas, y en las cabalgadas se hace necesario la presencia de un adalid o
lengua. Esta rebelda a integrar las costumbres cristianas y la lengua romance
de los castellanos forz muchas veces a la Inquisicin a promover prohibicio-
nes, y a realizar acciones sobre estas aldeas de moriscos situadas en Lanzarote
y Fuerteventura, en las que sus habitantes no vivan ni vestan como cristianos, y
aunque se decan cristianos y tenan nombres castellanos, entre ellos respon-
dan a nombres rabes como Al, Mahoma, etc. (Lobo Cabrera, 1982: 119).
En este contexto histrico y social, la respuesta a la presencia o no de los
prstamos africanos en Canarias antes de 1700 se debe explicar teniendo en
cuenta las siguientes posibilidades: primera, que se hayan incorporado directa-
mente por el contacto con estos grupos humanos africanos en Canarias o de
paso hacia Amrica; o segundo, que estos prstamos en las hablas canarias se
vinculen a la presencia de portugueses o de pobladores del rea occidental de
la Pennsula, que mantienen durante todo el siglo XVI una importante relacin
comercial con frica y Andaluca y que los encontramos en Amrica (Frago Gra-
cia, 1997: 152).

3. Conclusiones
En Canarias se vive un contacto continuo con las lenguas y culturas africa-
nas del que podemos seguir investigando de manera indirecta, o a travs de las
relaciones comerciales y la pugna hispano-portuguesa en el Atlntico, y de forma
especial en las islas de seoro.
Por ahora, podemos concluir que la solucin a este contacto de lenguas se
enmarca en la idea de prestigio, y, por lo tanto, de transculturizacin de dife-
rentes pueblos africanos que conviven con el espaol. A pesar de las condi-
ciones geogrficas y socioculturales de Canarias, la estimacin social que haba
adquirido el espaol durante esta fase histrica es el principal factor a la hora
de dar entrada en los documentos escritos a un afronegrismo u otro prstamo
llegado de frica, o de Amrica.
Tres contactos distintos se viven primero en Canarias, que tienen en comn
la diversidad lingstica frente a la fuerte estandarizacin que est adquiriendo
paulatinamente el espaol moderno. Estos contactos lingsticos y las solucio-

658 ndice
N U E VO S DATO S S O B R E L A I M P O R TA N C I A D E L A S L E N G U A S A F R I C A N A S

nes tomadas en el caso de los prstamos lxicos sern un ensayo de lo que suce-
der en Amrica: la profunda aculturizacin o asimilacin de los aborgenes guan-
ches, la convivencia con los norteafricanos moriscos que fueron muy numerosos e
influyentes en las islas orientales de Canarias, y como esclavos o/y libertos en el
resto de las islas; y la influencia de las minoras de esclavos subsaharianos negros,
que son los que menos cohesin social presentan.
Por ahora, segn los documentos, el bilingismo individual slo parece
que fue posible en las islas orientales, en el caso de los moros y moriscos, y
en las comunidades guanches apartadas de las ciudades de todo el archipilago,
porque el control frreo de los que escriben, parecen igualar unidad lings-
tica a unidad religiosa, y no hizo posible que pasaran a los textos escritos con
la abundancia de ejemplos de prstamos africanos que podamos esperar. En el
resto de los casos, slo es posible adivinar la presencia de la diglosia, asimila-
cin o aculturizacin, ya no que no encontramos alternancia de cdigos, ni
siquiera en el lxico.
Y por ltimo, los datos obtenidos en Canarias durante el periodo coloniza-
dor nos lleva a concluir que la historia sociocultural del espaol en las Islas Cana-
rias, a pesar de su situacin marginal en el imperio espaol, es fundamental para
comprender el comportamiento de esta lengua. Dichas conclusiones ya no per-
tenecen a una historia interna concreta, sino que nos explican los procesos cul-
turales y sociales que acompaan la aceptacin de los prstamos lxicos en el
espaol moderno.

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660 ndice
LLENGUA I LITERATURA DELS EXILIATS DE CASTELL A MXIC
Llus Meseguer
Universitat Jaume I

1. Lexili, els exilis


En lexili republic del 1939 i els anys segents a Mxic, els mbits territo-
rials dEspanya van obeir a una complexa representaci literria i professional.
Aix, la diversitat lingstica i cultural de lEspanya de lEdat de plata es va
reflectir en una rica i variada gamma de tendncies ideolgiques i personals.
Dins aquella diversitat, el component territorial va ser un dels factors rellevants,
i insuficientment estudiat dacord amb la seua capacitat per a explicar el sentit
de les obres literries, cientfiques i artstiques dels exiliats.
Si duna banda, la Repblica signific diverses i dividides interpretacions
ideolgiques en la memria exiliada, certament, tal com assenyal Llorens (1974:
71):

Es significativo que la forma de agrupacin de los espaoles fuera de Espaa


haya sido la regional, en contraste con los pueblos europeos, principalmente el
francs.

Podria semblar una simplificaci generalitzadora, per tal com lexili espa-
nyol els exilis, cal dir t uns perfils no comparables als altres de lEuropa coe-
tnia, ni als de les societats amb dictadures a partir dels anys quaranta, ni als

ndice 661
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dels estats derrotats en la Segona Guerra Mundial; ni, per cert, tampoc als exi-
lis espanyols anteriors: per exemple, les dispores espanyoles liberals de prin-
cipis del segle XIX o les emigracions econmico-socials de principis del XX.
Tanmateix, a lefecte de la consideraci de la literatura, all que resulta inte-
ressant de remarcar no s solament la funci que a lescriptura literria i a lac-
tivitat cientfica concedien els intellectuals exiliats: la tradici del comproms
social interpretada pels corrents de pensament vinculats a la poltica liberal, la
republicana, la socialista, la comunista, lanarquista, etc. Ni tan sols la diversi-
tat de professions que es vinculaven a lescriptura; s a dir, laclimataci de la
modernitat en lescriptura periodstica, literria de tots els gneres cultes i popu-
lars, lespectacular, la radiofnica i cinematogrfica, vinculada a la revoluci de
lalfabetitzaci i el progrs cultural dels anys vint i trenta.
Aix, les situacions personals dels literats i cientfics tenen una casustica
professional variada, per vinculada, sobretot, al fet que la categoria dautor
literari anava vinculada a la seua dependncia daltres professions, sobretot dues:
una encara liberal, la del periodisme, i laltra, la docncia, funcionarial en els
nivells ms alts, i precria en els ms baixos. Ambdues tenien un desplegament
recent en la societat hispnica, i, complementriament, la interrupci de la con-
tinutat de la vida educativa i la comunicativa a lEspanya sota el franquisme
va constituir lautntica ruptura poltica.
I els autors de pasos, de situacions culturals dependents al si dEspanya,
havien nascut amb lepifania, amb la renaixena, de les literatures perifriques:
la catalana, sobretot; en part, la gallega; i en menor mesura, la basca. Aquest
era un dels signes rellevants de lEdat de plata, el de les literatures hispni-
ques, per en fase de creixement i de constituci; en tot cas, traslladades a Mxic,
mancaven per complet de referncies i de pblic, i, correlativament, desaparei-
xien a lEspanya totalitria, sotmeses a una frria repressi especfica. Als fac-
tors generals, poltics i tics, de lexili cultural hispnic, safegia una referncia
concreta, nacional o regional, que havia existit com a constituent de lEspanya
republicana i en alguns moments, amb dificultats conegudes-, amb les seues
conseqncies, no ja professionals i existencials, sin fins i tot esttiques. Dit
altrament: lexili espanyol general, i el catal, el gallec o el basc, expressaren les
seues especificitats, precisament, en el conreu de la cultura i la literatura.
La cultura valenciana, dins aquest esquema, possea una complexitat encara
superior o si es vol, a escala reduda, com lEspanya multicultural i multilinge
en qu shavia anat configurant a la de qualsevol altre territori peninsular:
(a) una srie dautors valencians i mediterranis formaven part de la cultura lite-
rria espanyola amb una projecci general: Blasco Ibez, Mir, Azorn, i sels
afegeixen ara altres per diversos motius, com Hernndez, Gaos, Aub o Chabs;
(b) amb lanomenada Generaci dels 30, una altra srie dautors ms locals

662 ndice
L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

shavien situat dins la cultura en llengua catalana com a participants moderns


(un Carles Salvador, un Artur Perucho, un Bernat Artola); (c) en determinats
mbits importants, com leducaci, lart, el periodisme o lespectacle, els valen-
cians havien donat algunes figures rellevants; i (d) bona part daquestes per-
sonalitats, i moltes altres de menor projecci, havien emigrat a Madrid o Barce-
lona; i a Europa o Amrica.
No resulta intil, en tot cas, de rememorar en quins mbits professionals
es manifesta el sector valenci de lexili hispnic, a travs de les seues figures
o biografies ms o menys conegudes i fent abstracci, more pedagogico, de les
vlues objectives de llurs obres, vinculades a la cultura i lart:

Arquitectura: Flix Candela, Jess Mart, Enrique Segarra...


Espectacle, teatre, cinema, televisi i especialitats vinculades: (ja) Mara
Conesa, les germanes Blanc, o Jos Elviro Pitouto (a principis del segle);
i ara, Pascual Aragons, Miguel Arenas, Jos Baviera, Augusto Benedico,
Sonia Furi, Liliana Duran, Josefina Meli, Aurora Molina, Manuela Saval,
Concepci i Maria Gentil. Especialitats: Luis de Llano, Max Aub, Jos Agut,
Marco Chilet, Vicente Petit, Federico Amrigo, Blas Lpez Fandos, Miguel
Maci, Francisco Pina, Artur Perucho, Jos Espert, Josep Renau...
Cincia i lletres: Jos Puche, Jos Gaos, Jos Medina, Jos Mara Ots...
Periodisme, rdio: Fernando Fe i els seus fills Vicente i Francisco, Carlos
Espl, Ernest Guasp, Julin Amo...
Llibreters i editors: Josep Bolea, Julin Gorkn, Manuel Bonilla, Libertad
Blasco-Ibez...
Mestres: Guillermina Medrano, Jos Martnez, Juan Bonet, Luis Castillo,
Jos Mara Sansano, Jos Albert (pare i fill), Antonia Simn, Ana Matilde
Martnez, Antonio Deltoro, Jos Barn, Danton Canut, Genoveva Pons,
Juan Sapia...
Arts: Msica: scar Espl, Jos Iturbi (ja als Estats Units); pintura i arts
plstiques: Josep i Juan Renau, Antonio, Josefina i Manuela Ballester,
Ramn Gaya, Enrique Climent, Vicente Ganda...

La qesti s, precisament, per tant, determinar no solament la seua inter-


acci amb el conjunt de lexili hispnic, sin, sobretot, quines bases referen-
cials, quines connexions ideolgiques i poltiques, quines relacions laborals i
personals, forneix aquest tresor de la cultura valenciana, a llurs activitats lite-
rries, i als escriptors Max Aub (quant a la seua relaci amb Castell, veg. Mese-
guer, 2008a: 121-123), Ramn Gaya, els germans Gaos, Julin Gorkn, Josep
Bolea, Virgilio Botella, Juan Gil Albert, Carlos Espl, Rafael Altamira o Alcal

ndice 663
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Llorente; i entre ells, per cert, als retornats prompte Vicente Gaos i Juan Gil
Albert.
Hi ha dos mbits previs, en relaci a la cultura literria valenciana, de la
memria de lexili. Lun s el de la memria de la Valncia republicana i dels
dos anys posteriors al cop destat, centrat en dos nivells: la Valncia personal,
ntima i territorial, patritica, la Valncia agrria, lluminosa, mediterrnia, labo-
riosa, en trnsit a la modernitat; i la Valncia internacional, capital de la Rep-
blica durant uns mesos, mxima rereguarda dels combatents republicans, darrer
territori de la llibertat i la legalitat republicanes. De la simbologia que sen deriva,
predomina levocaci duna Valncia dambient festivo y tenso, que Jos Luis
Abelln (1995: 15-22), consider com a mxim cronista, no aquest o aquell perio-
dista internacional dels dies del II Congrs Internacional dEscriptors Antifeixis-
tes, del juliol del 1937, sin els poemes dAntonio Machado, evocant passatges
dalguns dels seus (darrers) textos, escrits en la Valncia capital i resistent:

Cmo parece dormida


la guerra, de mar a mar,
mientras Valencia florida
se bebe el Guadalaviar.

En canvi, com sexpressa en les dcades dels quaranta, els cinquanta, els
seixanta, la memria interna valenciana, expressada pels seus cientfics, artistes
i escriptors de qualsevol ordre? Dins aquell context, duna banda, els exiliats
concentraran aquest vector de la seua memria en una evocaci del parads
perdut, de la terra fsica i del cicle de lany popular, de la percepci popular
de la histria i les personalitats prpies, per, certament, sense resoldres en un
projecte poltic i compartit, un conjunt dinfluncies per a la plenitud poltica i
cultural incloent-hi, s clar, la presncia de la llengua prpia i la dita plenitud,
i tamb la coimplicaci del futur de la Repblica i el de la Valncia democrtica i
finalment vencedora o superadora del franquisme. I, duna altra banda, hi ha la
memria interna, s a dir, la de lexili interior, i fins i tot dels sectors valencians
liberals o moralment no subjugats o integrats pel franquisme: el reconeixe-
ment que bona part dels millors intellectuals, artistes i escriptors valencians,
els ms rellevants i els ms progressistes, shavien hagut dexiliar.
Per aix, al costat duna adhesi al franquisme duna part dels sectors intellec-
tuals i artstics fins al punt que el franquisme mateix descans damunt tpics
vinculats a una certa lleialtat de Valncia, des de lempresa cinematogrfica CIFESA
a la senyora Concha Piquer, el silenci fou un dels mtodes de gesti tica i
esttica de la destrucci de la Valncia democrtica. Al costat duna lrica gar-
cilasista o dun retorn a Llorente, s a dir, a una escriptura desproveda de

664 ndice
L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

voluntat dintervenci en la vida valenciana o hispnica real; i al costat dun tea-


tre i duna rdio popularista, sainetesc, o simple provncia de la cartellera
madrilenya; una dada destaca concloent: dacord amb el cmput de Vicent Sim-
bor (1991: 51-82), sobre la narrativa en valenci publicada en el perode ante-
rior al 1972, cap novella de la dotzena curta publicades vers directament sobre
la guerra. Aix no vol dir, tanmateix, sin que les obres memorials valencianes,
majoritriament, es vinculen a un dcalage fonamental, trgic, el de la prag-
mtica de la seua escriptura i el de la seua recepci, el retard de dcades a ser
coneguts i valorats els textos en el seu context social valenci. I totes les grans
obres sobre el perode les memorials com Sumarssim durgncia de Gonal
Castell, les literries com Enll de lhoritz dEnric Valor, escrites quan foren
escrites, es conegueren com un ingredient ms del final del franquisme. Entre
els autors vinculats a Castell, lobra Romeu, un camarada, prohibida per la
censura franquista, i presentada al Premi Catalnia institut a Mxic, no es va
publicar fins al 1991.
En la microsocietat castellonenca, en tot cas, convisqueren, a propsit del
mateix fenomen de lexili local, fets com els segents. Ramon Serrano Suer,
resident familiarment a Castell, va ser un dels dirigents franquistes ms impor-
tants des de la segona meitat de lany 1938 la ruptura del territori lleial ses-
dev a labril per Vinars, i la caiguda de Castell de la Plana el 14 de juny; i
la requisa de documentaci per a la repressi comen precisament per Cas-
tell i la immediata postguerra, quan la repressi cultural se suma als crims
contra la humanitat de la conversi en aptrides dexiliats republicans del camps
de concentraci, i poc desprs, a lallistament de lanomenada Divisin Azul.
En contrast, ell mateix fou segurament qui facilit la recuperaci del Boletn
de la Societat Castellonenca de Cultura, que en el seu primer nmero de post-
guerra, del 1943, sobri amb una editorial en qu salludeix al dolor de labsncia
daquells intellectuals castellonencs desplaats lejos, en tierras de ultrapuertos.
I, en les dues dcades posteriors, cap altre intellectual va ser un corresponsal
ms actiu, en epistolari i en breus collaboracions de tema histric i de crnica
contempornia, que el mestre i escriptor castellonenc Enric Soler Godes, sot-
ms ell mateix a una variant dexili: el desterrament dins Espanya. Una forma
dexili tamb patida pel geleg Vicent Sos, que deix una ingent obra a Extre-
madura, o larqueleg Francesc Esteve, autor de tres volums de memries, segu-
rament les ms importants de tota la histria valenciana contempornia, publi-
cades a partir del 1995!

ndice 665
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2. Mobilitat, sociolingstica i discurs literari


En tot cas, la condici oberta, complexa, exportadora, de la societat valen-
ciana ajuda a situar qualsevol anlisi de la cultura literria exiliada lluny de sim-
plificacions, i potser ms com una motivaci trgica, violenta, dun fenomen
absolutament habitual en les societats en canvi i en progrs: la mobilitat, els
corrents migratoris (Meseguer, 2010). Aix, la motivaci essencialment poltica
producte dun crim poltic de lexili del 1939 connecta millor les seues accions
i els seus fruits culturals amb la moral, leconomia, els factors personals, i sobre-
tot, els culturals els dels consensos i vivncies vinculades a la creaci i la recep-
ci de les obres literries concretes.
Si b el plantejament es pot adduir per al conjunt divers de les terres valen-
cianes de nord a sud, del mn rural a lurb, de la costa ciutadana a linterior
despoblat, del venatge a Catalunya, al dArag i al del sud hispnic per en una
Espanya unitarista i centralista, quant a lexili procedent de les comarques
del hinterland castellonenc, vinculat per descomptat al conjunt dels exiliats
valencians, cal precisar les seues ramificacions dactivitat poltica, cultural i lite-
rria a Madrid i, sobretot, a Barcelona (Meseguer, 2008).
Aix, ja a principis del segle lemigraci artstica castellonenca a Barcelona
havia resultat decisiva en el coneixement internacional del guitarrista Francesc
Trrega, en la formaci de Joan Baptista Porcar, en linici de la carrera de les
germanes Mara i Teresa Conesa (aquesta, justament, la futura Gatita blanca);
i en una segona onada hi emigren futurs exiliats com el fotgraf Agust Cente-
lles, el sindicalista Josep Peirats, lescriptor Julin Gorkin que duu Piscator a
Barcelona, i s director de La Batalla durant els fets de la repressi contra el
POUM, o Artur Perucho precisament, director de Treball i presumpte coautor
del libel estalinista Espionaje en Espaa. Tamb a Madrid, en diverses profes-
sions de la cultura, els castellonencs hi tenen una presncia notable: lescultor
Joan Baptista Adsuara, larquitecte Jess Mart Martn, els periodistes Alardo Prats
o Jos Bort Vela, els cientfics Jos Royo o Vicent Sos. Noms amb aquests noms
es comprn labast daquesta emigraci: la majoria foren desprs exiliats a Mxic.
More litterario, es tracta de considerar el significat de lmbit local tenint
en compte, per exemple, ls semblant o divers de les dues llenges literries
presents en el territori amb mbits ds radicalment diferents, s a dir, en situa-
ci de diglssia: el castell modern i generalitzat en els processos dalfabetitzaci
daquells anys per totes les terres dEspanya, i el valenci en procs daggiorna-
mento normatiu i social en els camps comunicatiu i educatiu, i de connexi
amb el mn cultural de Catalunya. Aix, a la condici habitual demigrants cien-
tfics o artstics del camp a la ciutat, del territori valenci a les capitals cultu-
rals hispniques... de bona part dels exiliats posteriors, s clar que les seues
obres es veien determinades no ja pels temes noms per ltica i lesttica sin

666 ndice
L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

tamb per la llengua per lestilstica. O, sobretot, quedaven interrompudes


les poques biografies literries, o eren temptades o venudes pel silenci. I, en
tot cas, laire dunitat i dinteracci dels intellectuals exiliats es va sotmetre a
una triple destinaci: Mxic i Llatinoamrica; Frana (la Catalunya nord, Tolosa
i Pars); i la Uni Sovitica en contingent ms escollit i dirigit. Desprs, com s
sabut i estudiat, en les revistes mexicanes en castell i en valenci/catal collabo-
raren exiliats des de Frana, i a linrevs, i, amb condicionants diversos, des
de la Uni Sovitica; i en les revistes sovitiques, sacoll amb filtres la vigoria de
la literatura internacional.
Els mbits temtics dels textos literaris castellonencs exiliats, i les seues impli-
cacions estilstiques, queden, per tant, mediatitzades per dos nivells de refe-
rncies: (a) la condicions comunes de lexili republic, i la implicaci en les
diverses especialitats professionals i de creaci cultural; i (b) la pertinena a un
mbit originari, propi, el de la cultura valenciana expressada en castell o en
catal amb les seues particularitats, una de les quals, precisament, la impor-
tncia dels factors locals, duna memria vinculada a la representaci la fide-
litat de la famlia, la ciutat, la comarca de la infantesa.
Molts aspectes estilstics han estat adduts com a manifestacions de la lite-
ratura espanyola en condici dexili: el valor referencial de lexpressi illocu-
tiva de la memria vindicativa, autojustificatria, elegaca...; les funcions de
la metaforicitat i la ironia com a expressions de la llibertat i la funci pedag-
gica o combativa de lescriptura literria; fins i tot ls de la llengua tenint en
compte la riquesa estilstica dels temps de les avantguardes i dels grans mestres
lrics la Generaci del 27; narratius sobretot, els de la narrativa vinculada
al periodisme i lassaig breu; i fins i tot de la dramatrgia avantguardista o popu-
larista. s clar que, sempre, pel que fa a lAmrica Llatina, en contacte amb les
cultures de recepci. En tot cas, per tria lliure o per obligaci imposada, la con-
dici poltica de la memria, de la llibertat, de la vinculaci al pas o a la ciu-
tat inevitablement prpies, remeten a un comentari precisament esdevingut a
Castell de la Plana al juliol del 1937, i relatat en una crnica pel cub Juan Mari-
nello (Hora de Espaa, VIII):

Hace dos tardes, me deca en Castelln el camarada Malraux, que entre el pol-
tico y el escritor slo haba una diferencia de calidad de obra, de disposicin
mental, de mtodo, en una palabra.

Tal comentari sesdevenia precisament quan, en el moment del II Congrs


Internacional dEscriptors Antifeixistes, Alejo Carpentier vivia a lHospital de les
Brigades Internacionals de Benicssim els fets que narraria en La consagracin
de la primavera, no solament de lamor simblic i corpori, sin de lactuaci de

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Paul Robeson en el teatre de lhospital, batejat amb el nom dHenri Barbusse. s


a dir, en un moment dinternacionalitat absoluta de les relacions i les activitats,
i les creacions literries.
Tanmateix, a propsit del que succeir als literats valencians, i en particular
als castellonencs, en lexili mexic i en lexili general, la llengua i la literatura en
valenci o siga, en catal i en valenci popular, cal afegir una srie rellevant
de matisos. En primer lloc, lexistncia dun sector valencianista en lexili, for-
mat per intellectuals que tenen la llengua com a vehicle de voluntat dexpres-
si mai exclusiu, sin en la fase histrica de qu parlem, mediatitzat per ls
del castell, i sobretot que, en lexili, trobem en la collaboraci amb les orga-
nitzacions, els intellectuals i les revistes catalanes de lexili, la seua condici ple-
nria de pertinena a una cultura compartida amb Catalunya, les Balears, part
de lArag oriental, i fins i tot la Catalunya del Nord. Tal s lambient, i el debat
implcit i irresolt sobre el futur democrtic i nacional del Pas Valencia i de les
seues regions, com Castell, precisament el territori ms valenci i ms prxim
a Catalunya escrits i articles poltics del metge Miquel Penya, els advocats i pol-
tics Josep Castell Trrega o lvar Pascual Leone, els mestres Joan Sapia o
Seraf Salort; els valencianistes de Frana com Gaet Huguet Segarra o els ger-
mans Josep i Angel Castanyer, i fins i tot conferncies de cientfics de primer
nivell, com el geleg Josep Royo Gmez o lhistoriador Josep Maria Ots Capde-
qu (veg., en general, les dades i els textos recopilats per Corts, 1993 i 1995).
Aix, en tot cas, lesperit de regionalitat valenciana majoritriament no con-
traposada en absolut a la condici poltica compartida i unida de lexili de la
Repblica, a ms de lexpressi de grup, revela un manteniment delements
temtics curiosos, potser diferencials. El ms important, ladhesi a una idea
hedonista, mediterrnia, de memria, fonamentada en el que es coneix en la
histria literria valenciana com a paisatgisme sentimental, s a dir, una forta
impregnaci terral, de base rural, de la lrica de paisatge, lrica, fins i tot pica
i fins i tot vinculada al tema religis, amb lleus excepcions com el poemari Inte-
riors, dEmili Gasc Contell, antic collaborador de Blasco Ibez (Montpeller,
1946). Per sestn el concepte jocund, amb la marca de la ironia afegida a i
enll, tamb a la narrativa breu si no hi ha narrativa llarga, larticle de revista,
dapunt personal o costumista, en fa la funci referida a la memria i al pas,
i fins i tot algunes peces dramtiques popularistes, com dues estrenes dram-
tico-populars a la Casa Regional Valenciana de Pars de Josep Castanyer, el 1948:
Encara estem a temps i De terra adins; o la pea breu La deman de Diego
Perona, escrita a Moscou.
Es pot arribar a dir, aix, que tenen ms contingut sociocultural o poltic les
collaboracions de revista dels corresponsals de linterior per damunt de tots,
Enric Soler i Joan Fuster, que les produdes a lexili, i fins i tot sobserva ms

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

comproms poltic implcit per implcit, i ja a finals de la dcada dels cin-


quanta en la poca literatura valenciana de linterior, que en la poqussima de
lexterior.
Les tries editorials dautors valencians de referncia publicats a Mxic sn
tamb significatives: una Antologia potica mnima de Teodor Llorente, o la
Comdia nova en un acte titolada El virgo de Vicenteta i lalcalde de Favara o
el parlar b no costa un patxo de Josep Bernat i Baldov (ambdues el mateix
any 1947). I shi pot afegir, encara, la pellcula La Barraca (1944) dirigida per
Roberto Gavaldn, i les activitats de leditorial Prometeo, precisament, de Liber-
tad Blasco-Ibez. En tot cas, Santi Corts (1995) collaciona les activitats edi-
tores de la Casa Regional Valenciana, les seues publicacions valencianes Levante,
Mediterrani, Senyera, i altres escrits a les publicacions catalanes Full Catal,
Quaderns de lExili, Orfe catal, La Nostra Revista, La Humanitat i Pont Blau;
i nantologa les collaboracions literries i periodstiques amb els segents tems
aclaridors i significatius: Evocacions i semblances, Vicent Blasco Ibez, tica
i poltica, Lideal irrenunciable. Textos nacionalistes, Estudis literaris i biogr-
fics, Sobre Valncia, els valencians i llur llengua (quant a la temtica de les
revistes valencianes, cfr. Caudet, 1995: 69-86).
Encara que, certament, noms amb la perspectiva del retard de dcades en
el coneixement dels textos resultants, es pot avaluar la qualitat cultural de lac-
ci de personalitats valencianes com Emili Gmez Nadal, noms recognoscible
literriament rere la publicaci definitiva dels seus diaris i records (Gmez-Prez
(eds.), 2008). I, a ms, resta per incloure aquesta pulsi valencianista general
en la important activitat periodstica i del camp de lespectacle dalguns caste-
llonencs a Mxic: els magnfics literats i periodistes Alardo Prats prolfic i
amb indits importantssims encara ara i Artur Perucho aquest, en silenci lite-
rari, per dirigint la revista Mirador de Joan Grijalbo, i guionista, o els pro-
ductors Pasqual Aragons i Luis de Llano Palmer.

3. Discursos literaris i textos


Es tracta, en definitiva, de reconixer a travs dels textos, els elements lin-
gstics, literaris i culturals que subjauen i interrelacionen els textos i els discur-
sos de literats que sense ser, en general, dels ms atesos per la crtica, en
comparaci amb altres emigracions del territori van contribuir de manera relle-
vant a la vida periodstica, cultural, artstica i literria de Mxic (veg. Girona-
Mancebo, 1995 i Garcia, 1995, passim).
Lentourage pragmtic de les activitats literries dels autors castellonencs sha
de comprendre, en conjunt, revelant tendncies daquest nucli dexiliats a la-
band o el reforament de les seues activitats anteriors en el marc del comer

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i la indstria, amb perfils culturals (aix, els casos de Jos Agut, Jess Mart, Enri-
que Segarra, Jos Castell); els perfils vinculats a les arts i lespectacle (Iturbi,
la Gatita Blanca, Luis de Llano, Pascual Aragons; i per cert, conv aclarir que
Rafael Ribelles s fill, i Amparo Ribelles nta, dun home de teatre popular
castellonenc); i els professionals que sacomoden a les seues especialitats (la
cincia, Jos Medina (veg. Calles, 2002: 74-93) o Jos Royo; el periodisme, Alardo
Prats (veg. Monferrer, 2010) o Artur Perucho (veg. Palomero, 2010), ms que
a un perode de creaci literria. Si sestira el concepte de literat ad infinitum
en el sentit de les publicacions constants i conegudes, certament, noms cal
referir-lo a Max Aub; i, quant a autors que es vinculen a Castell durant el per-
ode bllic, a Pere Calders o Vctor Alba.
Tanmateix, s en els contorns daquests professionals i artistes manifestats
en les tertlies i les activitats compartides, per testimoni extern o per memria
personal on naix la literatura. Aix, ho podem veure en un text de Max Aub en
Campo cerrado (1939: 25-41), on descriu el Castell dels anys vint:

Castelln es un pueblo chato, ancho, sin ms carcter que la falta de l. Las casas
son blancas, con un piso a cuestas, desvn y terrado donde secar la ropa; sin ms
fantasa que el zcalo imitando mrmol, veteado gris, rosa o verde. Las impostas
y las cornisas sin adorno; los balcones corridos, de serie; las barandas, jarrones
o voleos que el moldeador haya tenido a bien enviar al maestro de obras; las per-
sianas, verdes o sucias. De tarde en tarde -una docena por toda la poblacin- un
casern estilo renacimiento espaol con blasn y tragaluces de cemento port-
land, el dintel y el friso rameado, las pilastras de estilo incierto, gran portal,
gran balcn de forja, todo ello rematado con florones esfricos, veleta y pararra-
yos; las maderas pintadas de oscuro resaltan sobre la cola gris pinteada del blanco
de las falsas piedras; cruzando la barandilla, una palma con su lazo descolo-
rido; da la argamasa en cartn, la madera en papel, el aire en pataratero, rimbom-
bante, pompeado. Las calles anchas, el calor pegajoso, los carros muchos; el polvo
se releva, retuerce y deposita a capricho de las blandas tolvaneras de cada esquina:
no levanta polvo el viento sino el propio polvo.
El mar no existe; hay puerto a lo lejos, y su comercio. Los negociantes tez parda,
nariz cinzolina, manos rugosas y duras, mesas escritorios con salvadera, poco
amigos de filateras garganteros, desconfiados, regateadores, gustosos de cierto
toreo efectista, agarrados a muerte a las rejas de los bancos, viven para su comer-
cio; todos son hijos de la tierra rojal, ricos por herencia, mohatra o tozudez; no
tienen ms Dios que sus naranjos, ni ms Virgen que la de los Desamparados (la
patrona es la Magdalena, pero se la tiene en menos que a la valentina). Andan
con blusa negra, camisa blanca, sombrero negro, pantaln negro, zapatos negros
o alpargatas blancas, luciendo sus cheques, sus amigos de Hamburgo o Liver-

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

pool, sus perros de caza. El que ms y el que menos estuvo en les Halles o en
Bremen; traen de Europa un gran desprecio por lo que no sea suyo:
- Ch, all fa molt de fret.

La comparaci daquest complex text amb les referncies prpies hauria de


fer-se en dues direccions: la iconografia pictrica i les descripcions costumistes.
En realitat, potser, cap de les dues abunden a mesclar elements diversos com
els entrevistos per la mirada exterior. Tot amb tot, ms enll de les notries
inexactituds comenant per les religioses, la suma de ruralitat i comercialitat
castellonenca presenta una curiosa xarxa de fets, revelada a la memria ado-
lescent del protagonista al llarg del fragment que segueix:

Lo dems inexiste: importa la tierra y su cuidado: a nadie se le ocurrir construirse


una casa a orillas del mar, sino huerta adentro, aunque el calor y los cnifes le
obliguen a vivir a oscuras y a dormir entre tarlatanas. Los baos llegaron hace
poco, y por el qu dirn, que en el mar, nunca o, a lo sumo, mojarse las posa-
deras un da en San Sebastin, despus de la feria de Valencia, en compaa de
la cnyuge, para dar que hablar. El pescado no suele ser plato corriente, como
no est dignificado por el arroz. Cuando se habla de agua se sobrentiende siem-
pre que es la de riego. No hay rico que tenga canoa automvil, coches, s: Caste-
lln de la Plana, paraso de los Ford y de los Chevrolet; Amrica del Norte les
suena muy fuerte en los odos y en las imaginaciones, y se ha injertado, estos
aos, mucha California.
El Casino es el Casino, muy Renacimiento espaol, ms Renacimiento espaol
que todo, con sus partidas de julepe, de domin y sus tiradores: porque aqu, y
en Valencia, el tiro de pichn no tiene el tono aristocrtico que cobra en Andalu-
ca o en Madrid.
Alrededor de los naranjeros vive la ciudad, secuela de sus granjeras. En los pene-
trales sus: mi seora, sin faja, en unas mecedoras, abanican desmalazadamente
sus sobaquinas; la anea se comba al peso redondo y blandengue; una alcarraza
suda sobre un velador, cubierta con un pao de cliz.
- La Enriqueta, la Felisa... doa Perpetua... don Martn... En casa Pampl...
El gobernador es de tercera; las mancebas, pocas y sucias; los cafs se oyen de
lejos: el domin es el juego capital. Los nicos trabajadores que se ven son los
carreros; las fbricas estn en las afueras, la estacin en la periferia; pas de
recaderos, ciudad quieta, lenta, pequea, blanda y rica. Un Ateneo languidece
frente a una acacia y algn maestro de escuela escribe modosos versos en valen-
ciano.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Sens dubte, del Castell de la rereguarda i els terribles bombardejos nazis i


feixistes, el millor cronista per no lnic s Pere Calders, que escriu el lli-
bre ms ampli conegut sobre la vida a Castell durant la guerra: Unitats de xoc
(1938). La fina sensibilitat mgica de lautor, sumada a la vivncia quotidiana,
dibuixa un autntic paisatge moral. Aix, quan anota larribada en tren com a
jove barcelon voluntari de la Repblica (Calders, reed. 1983: 21):

Castell de la Plana ens produeix una impressi estranya. Des que hi hem posat
els peus, ens ha semblat una ciutat coneguda, en la qual no podem sentir-nos
forasters de cap manera. [...] lescalfor del sol, la calma de les coses i les perso-
nes que veiem pels carrers, ens encomanen una pau interior que atenua el neguit
que ens dominava.

El jove anir comprovant els fets i els contrastos de la guerra a la reraguarda,


quan comenta ls del catal en les advertncies policials als vianants, el discurs
vehement del governador, la lectura de lnic diari local, els camps de tarongers
vora el Santuari de Lled vistos des de la improvisada caserna... Una vida ciu-
tadana aparentment amable (Calders, 1983: 87):

s clar que Castell s una reraguarda tan pacfica com les que ho puguin sser
ms de la Pennsula, i t bars, cinemes, un teatre municipal, noies boniques
que animen els diumenges amb desfilades de carrer, i botigues on s possible
trobar conserves de fruita, salses i condiments de luxe, i tot de coses que obli-
guen a pensar que la guerra no passar mai per Castell.

En alguns moments, lobra ateny un valor documental i literari compartit.


Aix, quan relata la trobada casual, en una estilosa casa recentment abandonada
per un burgs local de nom velat per la delicadesa de Calders, dun docu-
ment comprometedor: una carta comercial dun nazi alemany. Tanmateix, poques
escenes viscudes a Castell deuen haver tingut trasllat literari en els termes da-
quest document de les conseqncies dels bombardeigs que patia la ciutat
des de Mallorca (Calders, 1983: 101):

He recollit, a uns cent metres dun dels forats de les bombes, un nen ferit. Deu
tenir uns dos anys dedat; la metralla li ha arrencat una cama, les restes de la qual
qui sap on han anat a parar. El nen no plora, ni crida. Lhe trobat amb una taronja
a mig menjar estreta contra el pit, i mha mirat amb uns ulls esbatanats. Quina
mirada, Senyor! Si els parlamentaris del mn poguessin veure-la, si haguessin de
recollir aquesta criatura i tenir-la als braos! Si el Pare Sant de Roma hagus
de passar les seves mans pels cabells daquest infant i dir-li que no sespanti, que

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

no t res, com li costaria desprs de beneir amb les mateixes mans els aviadors
feixistes!

Entre els intellectuals que visiten la ciutat durant la contesa, es manifesta


la percepci ambigua alludida ads. Aix, Vctor Alba, (1990: 243-247) en la pri-
mera part de la seua autobiografia, descriu els dies de servei a lHospital amb
el Doctor Palomo, Hiplit Fabra i Joan Peset, la caiguda de la ciutat i el trasllat
dels malalts a Valncia (Alba, 251-255). La vida sescolava plcida i silenciosa
(Alba, 244-245):

[S., el narrador] Es passava tota la vida a lhospital, encara que, amb una bicicleta
deixada per Sanchis, feia llargs passeigs entre els tarongers i mandariners de la
carretera del Grau. Li agradava aquell port gaireb abandonat i collir les man-
darines del arbres i menjar-se-les a la vora del cam. Foren uns mesos destranya
castedat. Castedat tamb poltica, car no es parlava de la guerra. Pla semblava l-
nic, amb S, que comentava la marxa de les coses. Els altres, o simpatitzaven amb
laltre bndol o no simpatitzaven amb el republic. Potser passava el mateix al
carrer, car Castell era una provncia de dretes. All que el fascinava era el sis-
tema de catacombes obert pels habitants sota els carrers, amb entrades des de
dintre de les cases, per a protegir-se dels bombardeigs, que sovintejaven. No
els calgu organitzaci, nhi hagu prou amb la por. Feien tnels com en una ter-
tlia i en feren fins a la vetlla de la caiguda de la ciutat.

Pocs anys desprs, el mestre Seraf Salort forneix un dels millors documents
de literatura popular satrica. Emprant la metodologia de la festa popular de les
Falles valencianes (daltra banda, no exactament prpies del mn festiu caste-
llonenc), publica el breu poema satric All-i-oli (1945), per a una activitat de la
qual foren nomenats fallers honorfics lhistoriador Rafael Altamira i el militar
Francisco Llano de la Encomienda, pare del productor Luis de Llano:

Posa en un plat, no molt net,


dos unces de seoritos,
un quilo de requets,
tres quarts duna de moritos.
Macarrons, els que vulgues
(no fan gust ni fan color);
Falangistes que comulguen
amb uns credos de retor,
posan u, i en sn massa;
de pas dnec un grapat,
un trosset de carabassa

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(ac sn ell i el cunyat).


Remena a en un morter
i, quan estigues cansat...
tira el morter al carrer:
a bon segur... restes fart.

Sens dubte, la mxima creaci literria de lexili castellonenc s Pedro Osuna.


Cronicn de la Ilustre Villa de Alcal de San Martn (1944) dlvar Pascual Leone.
Lautor, diputat dues vegades per Castell, vinculat als diversos sectors repu-
blicans valencians i fortament implicat en la participaci cultural, hi recrea, com
s sabut, un Alcal de san Martn sincrtic les ciutats de referncia del poltic
foren Valncia i Madrid entre exemple de ciutat tradicional entre la tradici
localista i la nova societat republicana, modernitzadora de la vida urbana i oberta.
En canvi, les evocacions realistes, s a dir, la referncia a la societat valenciana
de la capital i del hinterland dels pobles lautor procedia duna famlia libe-
ral de Vinars assoleix en lobra diversos moments remarcables. Aix, per exem-
ple, levocaci de limpacte en la formaci del personatge de Perico Osuna, de
la biblioteca de Romualdo Ruiz Martnez Aloy, Cebrin?, viejo historiador
valenciano (Pascual, 1944: 76-78):

Era ste un erudito, cuidadoso y paciente, rebuscador de archivos y excavador


de ruinas. Maestro en Gay Saber.
[En la biblioteca] arriba de las libreras, prendidos de alambres gruesos y colgados
de clavos de cabeza de cobre, platos y azulejos de fina cermica clsica: los azu-
les y dorados de Manises, los verdes de Paterna, la gracia rococ de Alcora... Detrs
del silln, que tena en el cordobn el hueco cumplido del cuerpo de don
Romualdo, evidencia de largas vigilias y meditaciones, estaba un trozo de un reta-
blo de Jacomart, sobre un terciopelo antigo, color granate. Los anchos balcones
abranse al jardn profundo, sombro, melanclico, aprisionado entre tapiales hme-
dos de los huertos aledaos y medianeras desconchadas de las casas vecinas.

La conversa, la tertlia, entre la saviesa de don Romualdo i el hijo prdigo


Osuna, anava passant dels objectes guanyats en Jocs Florals una viola dOr
amb qu havia guanyat lamor de la Reina dels Jocs a la cita clssica: Y ame-
rengado el anciano, rezaba unos versos de Ausis March. La cita dautoritat
del perode clssic de la societat valenciana, per, continuava en les passeja-
des per la ciutat: el carrer de Cavallers, el Mercat... O en les paelles celebrades
a lHorta... s a dir, en una confirmaci de lexistncia del parads trgic que era
en guerra Valncia i que havia universalitzat precisament Vicente Blasco Ibez.

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

Un altre passatge (Pascual, 1944: 176-177) descriu lascens de Beniar (Beni-


carl) als Ports muntanyencs de Morella:

Levantse. Era muy de maana, cuando sali a la solana despus de un impaciente


perjeo. El sol, oblicuo, encenda su llama de oro; el cielo alto, azul desvado, fuego
y sangre de alumbramiento del da. Y la altiplanicie yerma, pastizales, tierras panie-
gas recin segadas, algn rbol, manchas negras de matojos, embeban la luz
blanca, y se alargaban las sombras retorcidas como en desperezo. Las estribacio-
nes del puerto de la Bota, apretadas de pinos sonoros, verde profundo; amari-
llos y claros verdes de retama en los alderos. Al fondo, Morella, recogida sobre
un alcor redondo, limpiamente recortada sobre un azul pueril: las murallas ocres,
las grises casas de rojos tejados, el castillo.

La paleta cromtica de la visi es culmina amb la paraula, el castillo que


trasllada la reflexi del camp visual a lhistric, i a lideolgic:

Osuna contempl deslumbrado el paisaje. Daba largo tono caliente a su emocin


nueva, la cancin de los trilladores que sala como un vaho colorido de las eras
envueltas por cendales de plata, que suban, se deslean en el aire, dejando pren-
didos brillos de tamo; las mieses como frgiles varillas de oro; al fondo los almia-
res...

Unes quantes dcades abans, el Prez Galds de La campaa del Maestrazgo;


uns pocs anys abans, el Baroja de Los confidentes audaces, i pel mateix temps,
Los endimoniados de la Balma dAlardo Prats i evocacions dautors del terri-
tori en valenci, com narracions del bar dAlcahal o sobretot, lngel Snchez
Gozalbo de Bolangera de dimonis, havien evocat la terra amb deixos de moder-
nitat i lhavien situada en el debat tradici-modernitat. Ara, per, des de lexili,
Pascual Leone recorre al ms acreditat dibuix, ni noms machadi, ni noms de
Mir o Azorn, ni, evidentment, de poesia de Jocs Florals.
Si tal s la percepci del paisatge, el de les figures resulta una aposta per un
realisme notable. En el moment en qu Osuna, propietari i autoritat republicana
destirp urbana, transita cap a la derrota en la guerra, en el mateix territori more-
ll (Pascual, 1944: 267-268):

Grandes temerosas voces les dieron el alto, cerca de Morella; y a la luz indecisa
del amanecer vironse rodeados de guerrilleros. Hombres con blusas y sombre-
ros haldudos, calzn corto, ancha faja y pauelo envolviendo la cabeza; otros
con mono de mecnico y gorro cuartelero. Manos crispadas, rostros sin afeitar,

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

prietos y cortezosos, asoleados y sucios, y ojos de miradas siniestras. Portaban


armas, fusiles, pistolas, escopetas, viejos sables, hoces, navajas y estacas.

La pintoresca partida de guerrilleros, els Aguiluchos de la Libertad, dema-


nava papers i salconduits a la parella destranys fugitius disfressats (Osuna, de
capell), per a comprovar, a la vista de la seua targeta de diputat de les Corts
Constituents del 1931, que havia estat Diputat i fins i tot Menistro. s el moment
en qu apareix el lder, el tio Matafachas (Pascual, 1944: 269-270):

Apareci un pintoresco guerrillero, por detrs de una barda ruinosa, untada de


lquenes cobrizos. No poda traer ms armamento el pobre hombre: un fusil, una
bayoneta, un machete de cazador, una pistola automtica y una pesada canana.
Envolva su cabeza un pauelo rojo y negro; tena su cara morena una talla dura,
como una escultura de Pompeo Leoni, y unos ojos hundidos en el socavn de
los cuencos ardan negros, punzantes, aviesos. Contrastaba su atuendo fiero y
la crueldad altiva de su gesto, con la suavidad de sus manos largas que no haban
hecho costra y callo todava.

Era un guerriller carl del segle XIX, un bandoler del Barroc, o un autntic
militant anarcosindicalista, amb pauelo rojo y negro? Per aix, ignorant els sons
castellans no propis del valenci interdental (si parese un capelln de ver-
dad) i el verlar aspirat (yo soy su quefe), se significa amb una anlisi poltica
contundent (Pascual, 1944: 271):

Este es mi Seor Don Pedro Osuna, el amo de la Masa de los Olmos. Un seor
con seoro y un amo de los buenos, no como los seores de Morella, carlisto-
nes la mayora, que se chupan la sangre de los pobres. Don Pedro es diputao y
republicano de los antiguos. Qu hacis ah como pasmarotes...? Abrazdle como
a uno de los nuestros.

I sautoidentifica amb el nom de Visentet el de Cat (Pascual, 1944: 272):

El ms cantador y el mejor jugador de pelota. El seorito cuando estuvo en la


Masa le daba peridicos y libros, y parlaban muchos ratos. Cuntas tardes haban
echado un cigarro juntos, despus del trabajo, a la sombra del parral. Las cosas
que haban pasado desde entonses. Los carcundas, que ahora se llaman fascistas,
cada da estaban ms embravecidos, los curas predicando contra la Repblica
desde los plpitos: y no por Dios, nuestro Seor, sino por la paga y por el mando.
Los amos de las tierras hacan el pacto del hambre contra los ms hombres... Si
todos fueran como don Pedro! La guerra y la revolusin sta ser peor que la car-

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

listada. Don Carlos Chapa no pidi tropas a los extranjeros. El bisabuelo de Visen-
tet haba estado con los carlistas, y era muy macho y espaol como el que ms;
nunca habra combatido junto a los italianos y a los alemanes como los fachas
de ahora...

Desprs, dins la narraci, ve la caiguda del front dArag, la crueldat dels


falangistes dAlcal (Pascual, 1944: 276) i la marxa de Pedro a la guerra (Pas-
cual, 1944: 277). I aix acaba lobra: la lleialtat. En tot cas, resulta crucial, per a
la comprensi dalgun daquests passatges, entre nivell literari i procedncia
documental, un text periodstic de Pascual Leone: Ayguals de Izco, el bon libe-
ral (La Nostra Revista, 3, 15-III-46, apud Corts, 1995: 174-177).

Ning no sap qui va ser lAyguals de Izco.


A Vinars el poble de lAyguals i el meu poble, en la meua infantesa sentia par-
lar molt daquest personatge. Ranovan els vells mariners assegutys en el caf
Coln taula de marbre, fum, got de rom, caliquenyo-, de cara a una pintura,
molt negra i tot bruta, dun senyor de rostre rod, pelut i ros.

Un dia la seua mare el va dur a ca lAyguals. Descripci dun despatx amb


finestres a lhort. Desprs, lectures de lAyguals. I esbs biogrfic sobre lestada
a Barcelona i a Madrid. Desprs excurs histric, i apareix la guerra carlina:

Espanya encesa amb la primera guerra carlina. El Maestrat, niu dguiles, es


veia a la llum dels incendis: Morella senyorial, el Port de la Bota coronat amb els
pins musicals.

Ancdota final de memria oral marinera. Uns nufrags duna goleta sal-
vats a Vinars. Quan un dels salvats veu que s al republic Vinars, crida: No
ens mateu! No som dels den Cabrera!. Les dones clamen: Mateu-los!. Ales-
hores interv Aygyals el naixement literi del qual, amb El Tigre del Maestrazgo,
es deu a la mort del seu germ a mans dels carlins:

LAyguals de Izco obre els seus braos i fa una santa creu de perd. I parla a la
gentada: Covards! Tots a la mar! A salvar els nostres germans!
Aquest home, el ms home de Vinars, va venjar daquesta manera la mort del
seu germ.
Els ulls del vellet tenien una llum generosa de llgrimes: El ms home de tots els
homes de Vinars, deia el mariner, lavi dels mariners. Tot un home, com sn
els liberals....

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Idntic pacte entre memria i lleialtat, aplicada al conjunt dEspanya i a la


vivncia autobiogrfica, revela un autor prxim, el periodista a Pars i a Belgrad
Jos Bort Vela, en les seues memries La angustia de vivir. Memorias de un emi-
grado republicano (1977). s a dir, lemigrat amb memria local del poble com
a origen: el seu Alcal de Xivert emprant un nosaltres progressista: Yo recor-
daba de nuevo las vicisitudes de nuestra guerra. Habamos sido nosotros siem-
pre justos?
I relata (Bort, 1977: 87-93) com, estant ell ja a Madrid, reb una carta del
pare, un propietari liberal que havia tolerat una profunda educaci religiosa de
la famlia de la mare, queixant-se dels excessos dels revolucionaris de la loca-
litat. Havia arribat la guerra, i els pesudorevolucionaris van provocar una crema
dimatges religioses:

Qu saban los pseudo-revolucionarios, del valor de aquellas imgenes?; la mayo-


ra de ellos eran analfabetos, o apenas saban leer o escribir que como deca
Blasco Ibez, son los peores analfabetos.

Tot seguit incorpora el substrat del carlisme del segle XIX aprofitant la mem-
ria del militar local Francisco Cucala, importantssim en la configuraci pol-
tica dAlcal de Xivert, i reconvertit en extremismes sense control ideolgic
desprs del cop destat, que desemboquen en atacs a la seua famlia liberal i el
respecte al vell Cucala per part dels anarquistes; mentre evoca La Marsellesa
com a mxim smbol emotiu-ideolgic de la infantesa. I per aix, les pgines
dedicades a la seua activitat periodstica al Pars lliure i democrtic dels darrers
anys quaranta (Bort, 1977: 178 i ss.) queden tenyides dun estusiasme acrescut
per la memria de lhimne a la llibertat. s a dir, si la separaci entre lEspanya
republicana i la revolucionria forma part essencial del moment del cop dEs-
tat, la llibertat democrtica republicana de Frana resulta una condici humana
apassionant i victoriosa.
Quant a la memria lrica, un dels mxims homes de cultura, lactor i gestor
cultural Diego Perona (apud 2003: 118-121), des de la Uni Sovitica, recita a
Rdio Moscou el memorial Noche en mi Plana (signat al maig del 1954), per
la comarca originria, don ell pren fins i tot el pseudnim radiofnic i literari,
Diego de la Plana:

I
Tambin all...
en los levantinos horizontes
de mi Plana,
por donde el da despereza

678 ndice
L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

suaves albas de plata.


Por donde nace el color
y como hermanos
los azules se abrazan.
Tambin all...
tras las verdes barreras
de mi vieja Castalia,
por donde la luz busca su sueo,
con vestido de brisa rosa escarlatada
que bordan los luceros
con las turquesas agujas de Santa Agueda.
Tambin all...
donde el Mijares exprime
la dulce naranjada
de su pecho de madre,
en el rubio limn
y revienta botones de azahares,
hincha racimos
y se corona de olivos y de palmas.
Tambin all...
donde el soar no encuentra su reposo
y esperas desvelado en cada aurora,
desnudo y sin cansancio,
las libres claridades que hagan libres,
ese mar, esa tierra y ese cielo.
Tambin all...
hoy se levantan espesos lutos negros.
Huye el paisaje,
se oscurece el pinar de sus fiestas,
se oculta la escultura en los jardines,
se rompen los pinceles
y Ribalta se esfuma en negra niebla.
Borran las sombras a Trrega el divino
del rincn recoleto,
abrazado a su amada, la guitarra.
Ya no tae caprichos arabescos
que desgrana su lgrima
Cmo se desvanece
el perfil ciudadano de su torre
libre de las tutelas clericales!

ndice 679
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Qu parda es ya su cal!
Ya se nada en el aire y devoran los pulmones
espesos lutos negros!
Qu arde, qu se abrasa,
para que haya en su luz tanta negrura?
Tambin sobre su alfombra
quiere parir la muerte!
Ay qu noche ms triste
hay en mi Plana!

II
En este instante,
yo quiero estar contigo,
en tu dolor a solas,
y devolverte la fe
y la sonrisa que me diste
curadas en mi ausencia
de utpicas quimeras
y enviarte con mi beso
que tiene toda tu forma
la dimensin exacta
que ensancha tus fronteras.
Mi pequeo rincn!
No llores soledades!
Tienes las extensiones
de las patrias inmensas
y encendido te llega
desde la lejana
el amor anhelante
que te da las distancias
y hacia tu esplendorosa
libertad nos gua.
La fibra, dbil antes,
se trenza en la maroma.
Gotas de tu roco
se harn inundaciones
y medir tu anchura
el abrazo fecundo
de toda la virtud
que sali de tu vientre

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

a toda la virtud
que ha nacido en el mundo.
Se hacen fuertes tus hijos
en la comn trinchera.
comprimido est el aire
de todos los suspiros.
Si los que te vendieron
dieran paso a la guerra,
barrern los negros nubarrones
que te envuelven
todos los huracanes juntos
de la Tierra.
Cmo duele en la carne
tu esclavitud penosa!
Ms que todo el tormento,
ms que todo el martirio!
Mas no podr inclinar tu frente
el triste duelo!
A los que ahogar tu vida intentan
dar muerte
el idioma de amor y paz
que habla tu pueblo!

Un document destacadssim de recepci externa de la cultura artstica cas-


tellonenca a Mxic s lescena potica En el estudio de Mart de Len Felipe
(incorporada al recull Oh este viejo y roto violn!), referida a larquitecte i pin-
tor Jess Mart Martn (dedicada a linsigne Jos Puche, mdico heroico y gene-
roso de la Emigracin).

YO NO s mucho de pintura
ni tampoco he visto mucha pintura.
No tengo cuadros en mi casa
y me marea ir a las exposiciones
y a los museos.
Me pasa lo mismo con las bibliotecas.
En cuanto doy una vuelta
me desplomo sin conocimiento
y hay que llamar al mdico en seguida.
Pero me gusta ir al estudio de mi amigo Jess Mart.
Gran pintor,

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

amigo senequista...
Ya sabis cmo le escriba Sneca a
Lucilo hablndole de la amistad:
Busca un amigo para tener por quin
sacrificarte, no para que se sacrifiquen por ti.
As es este Mart:
un pintor, refugiado espaol
que cierra los ojos para ver la luz de castilla.
Cmo era aquella luz, Mart?
Ya se nos va olvidando!...
Aquella luz de Velzquez!
Me ensea unos cuadros
y hojeamos despus los libros lujosos de los grandes maestros.
He tomado del estante uno al azar
y lo he abierto.
Es de Van Gogh.
Y lo he abierto por una pgina
donde hay un hombre solo, viejo, llorando...
Y yo pregunto en seguida:
Quin es este hombre?
Y por qu llora?
Est de frente...
tiene tal vez mi edad.
Est sentado en una silla de paja.
Apoya los codos sobre las rodillas
y se sostiene la cabeza con los puos cerrados
golpendose los ojos con rabia.
No se le ve la cara,
slo se le ve la cabeza,
inclinada hacia adelante...
como si embistiera.
Es una cabeza calva,
calva como la ma.
Est llorando.
No se le pueden ver los ojos
pero est llorando.
Por qu llora?
Y quin es este hombre?
Yo no entiendo mucho de pintura...
pero este cuadro

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L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

me conmueve profundamente, Mart,


y me parece admirable.
Tiene ttulo?
Le llaman El zapatero de Van Gogh dice Mart,
Conque ste es el zapatero de Van Gogh...?
El zapatero de Van Gogh, que llora...
Por qu llora el zapatero de Van Gogh?
Y quin le habr enseado a llorar a este zapatero?
Tal vez el mismo Van Gogh.
Pobre Van Gogh! Llor mucho tambin.
Saba llorar!
Y si fuese ste el mismo Van Gogh
que no quiere que le vean la cara
y est ah llorando solo
como un zapatero cualquiera!

Linvestigador biomdic Alfred Giner Sorolla, assagista i estudis de la rela-


ci entre literatura i cincia com a instruments de creaci de coneixement, emi-
grat als Estats Units, representa la segona generaci demigraci intellectual.
Aix, en el poemari Dol duen les flames (pp. 22-28), comena amb un Ora-
tori, on parla la HISTRIA:

Dol,
dol
plour
damunt
de
dol
als eixuts
casolans indrets,
endurits per la fam
duna mai
no imminent justcia. [...]
Legions
divergents,
la Violncia
nica,
transpiren vesnia
perforant un sotil barandat
de fumaredes babliques.

ndice 683
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Rodola
amassolat dels cims avall,
un doble corrent
portant sang de geologia,
fang,
fang parit al vrtex
de primor de mnegues.

I responen, enmig la nit, les veus del POBLE:

Veus
desmarrits acers
per lalt
sescampen [...]
Crits
cargolats
amb salitrosos renecs,
gemegors dimmolacions
pertot arreu
es despleguen
al sant cos
de la terra
trencada,
entranyes i carn
en viu
de libric brau,
partides.
El lliri i el corb
esgallats es fonen
amb la mateixa tallant fal,
aceflic carnaval dinsdies.
Trons
cenyits amb espantalls
als quatre nords sencenen,
junt amb brams de llaut,
trngol i pregons de tiranies.

Valguen aquests textos per a comprovar, entre lanlisi i la lectura literries,


un dels passatges fonamentals de la cultura literria castellonenca del segle XX,
les seues connexions internacionals manifestades com a contribuci a la cultura

684 ndice
L L E N G U A I L I T E R AT U R A D E L E X I L I AT S D E C A S T E L L A M X I C

contempornia de Mxic, i la impossibilitat de llegir-los sense unir indestria-


blement el trgic dest de lexili i la representaci de levoluci i el progrs
cultural de la terra en el seu nivell ms profund i ntim, i per tant, real, vital
i universal. Aix, lliures, comuniquen, interroguen i comprometen. Carmina
invenient iter.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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686 ndice
LA MEXICANIDAD DE UN TRANSTERRADO A TRAVS DE UN SUBGNERO PROPIO:
LOS CRMENES EJEMPLARES DE MAX AUB
Pedro Tejada Tello
IES Vicent Castell i Domnech (Castelln)

Resumen
Max Aub fue un escritor que se aclimat muy rpidamente a su nueva tie-
rra de acogida (transterrado como acu Jos Gaos), sin dejar de extraar la
que haba dejado, siempre atento a su circunstancia y patentizndola en sus
escritos periodsticos, teatrales, narrativos, en sus guiones cinematogrfi-
cos... Inagotable en su produccin e innovador: dio un gran impulso al gnero
microrrelato (cronolgicamente puede considerarse uno de sus pioneros, aun-
que este mrito haya sido nada o poco reconocido en el mbito latinoame-
ricano, pues comienza a recopilarlos desde finales de los 40) creando cons-
cientemente un subgnero propio, el crimen (crimen = confesin de un asesino
+ humor absurdo y verbal + microrrelato) con los rasgos que despus se han
considerado cannicos del microrrelato: extrema brevedad y concisin, dua-
lidad o juego de contrastes, bsqueda de la sorpresa, referencialidad cultural,
y concomitancias con otros gneros. Con este nuevo subgnero pasar revista
a la sociedad mexicana, captando en profundidad lo esencial de su alma y
asimilando su habla (modismos y coloquialismos). El objetivo principal de
esta comunicacin es demostrar esta captacin y asimilacin mediante an-
lisis de textos concretos.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Un transterrado
Anotaba Max Aub (1998: 96) en su diario el 1 de octubre de 1942 al arribar
a Mxico, en concreto a Veracruz:

Veracruz. El Orizaba, la bruma, el mar verde, el puerto surgiendo de la bruma.


Rancao. Carlos Gaos. Mxico, sucio y bien educado; brbaro y pulido. Veracruz:
Castelln y Murcia.

Empezaba su destierro mexicano y con estas palabras presagiaba que iba a


ser transtierro: no haba puesto pie en tierra mexicana cuando ya estaba pro-
yectando la que llevaba interiorizada. Veracruz le recuerda Castelln y Murcia.
Lo que en un principio poda parecer suplantacin, se ver despus que era
simultaneidad, porque el tener presente la tierra que haba dejado no le va a
impedir observar, captar la nueva realidad circundante, la manera de sentir y de
expresarse del mexicano y todo esto de una forma rpida y nada forzada, cosa
que no nos debe sorprender si repasamos someramente la biografa aubiana.
En efecto, la vida de Max Aub estuvo marcada por sucesivos destierros: naci
en Pars en 1903, hijo de padre alemn y de madre francesa; descendientes
ambos de judos, aunque jams practicasen la religin de sus antepasados. Con
el estallido de la Primera Guerra Mundial la familia tiene que trasladarse a Espaa
e instalarse en Valencia. En 1939 la derrota del gobierno legtimo obliga a Max
Aub a cruzar los Pirineos y volver a Pars. Una delacin annima y falsa la
de ser comunista y judo le llevar a sucesivas reclusiones en Rolland Garros,
Vernet, Marsella y, finalmente, en Djelfa (Atlas argelino). En 1942 podr embar-
car hacia Mxico, donde vivir hasta su muerte en 1972. En Mxico, adems de
no olvidar sus penalidades concentracionarias ni olvidar la Espaa que tuvo que
abandonar, debe aclimatarse al nuevo pas de acogida, esperando que llegue el
momento de regresar a Espaa (de ah, por ejemplo, que la revista unipersonal
que l mismo editar llevar por ttulo Sala de espera, que como tambin vati-
cin con su humor peculiar se ira convirtiendo en sala de estar).
Al llamar transterrado a Aub estamos tomando un trmino que acu con
xito su amigo, y tambin compaero del exilio, Jos Gaos, con un signifi-
cado diferente al de refugiado, asilado, exiliado o desterrado. Todas estas pala-
bras tienen en comn la idea de abandono obligado del pas en el que se naci.
Es el significado que da el Diccionario del Espaol Actual para transterrar (tras-
terrar): Forzar [a alguien] a establecerse en un pas extranjero, especialmente
por motivos polticos. (El Diccionario de la Real Academia no lo recoge). El
significado de este neologismo sugiere un hecho preciso como se indica en el
diccionario digital del antiguo Centro Coordinador y Difusor de Estudios Lati-

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L A M E X I C A N I DA D D E U N T R A N S T E R R A D O

noamericanos de la UNAM (CCyDEL), hoy designado como Centro de Investiga-


ciones sobre Amrica Latina y el Caribe:

[...] los espaoles encuentran en Mxico una continuidad lingstica y en gran


parte cultural, lo cual les permite proseguir y ampliar sus obras realizadas en
Espaa.1

Se sentirn all empatriados, es decir, no sentirn haber cambiado su patria


por otra extranjera, sino que se han trado, por decirlo as, la suya puesta,
ms bien es el traslado de una tierra de la patria a otra.2
Y como escribir Gaos (1949):

Por fortuna, lo que hay de espaol en esta Amrica nos ha permitido conciliar la
reivindicacin de los valores espaoles y la fidelidad a ellos con la adhesin a
los americanos.3

Esta conciliacin de valores ser posible en Max Aub. Por una parte, como
ya destac, entre otros estudiosos, Sanz lvarez (1999: 159), nuestro escritor
siempre se sinti espaol por encima de todo y sigui viviendo con la vista
puesta en Espaa.. Y aporta como testimonio unas palabras en una entrevista
de 1969 a Max Aub:

No fue el exilio el que ha influido en mi literatura, sino la guerra. Y la guerra


cambi del todo en todo. Pero igual hubiese sucedido si la hubiera realizado
en Espaa, de la que de hecho no he salido nunca. (Sanz, 1999: 161)

Pero muy pronto se aclimat al nuevo pas de acogida (esta versatilidad la


llevaba en sus genes), introducindose muy rpidamente en el mundo cultu-
ral mexicano, y causa sorpresa, como ha sealado Caudet (2003: 224), que reci-
biera el encargo, casi recin instalado en Mxico, de hacer documentales como
Mxico es as, La tierra es la patria y Mxico hacia el futuro. Y adems de docu-
mentales, guiones cinematogrficos, obras teatrales, narrativas y artculos perio-
dsticos. Sin embargo, este rpido meter la cabeza en el mundillo cultural
azteca no significar, como veremos despus, que lograra meter el resto del

1. Diccionario digital del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos de la UNAM


(s. d.), Transterrados (Empatriados). Recuperado el 25 de marzo de 2010 de http://
www.ccydel.unam.mx/PensamientoyCultura/Biblioteca%20Virtual/diccionario/Transterrados.htm
2. Ibd.
3. GAOS (1949), citado por el Diccionario digital del CCYDEL de la UNAM. (Ver bibliografa).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cuerpo. Y como tambin han remarcado varios estudiosos, Max Aub tambin
muy pronto supo captar el habla mexicana. Apunta la historiadora mexicana
Meyer (2003: 68):

Max Aub era un observador atento y constante del escenario que lo rodeaba. Por
ello se apropi de los colores, las texturas, los sonidos y hasta la cadencia de los
mexicanos al hablar.

Y no olvidemos tampoco que fue en Mxico sobre todo en el D.F. donde


Max por fin podr echar races con su familia (su esposa Peua y sus tres hijas),
llegando a nacionalizarse mexicano en 1955 y morir all en el verano de 1972.
Entre todas las obras en que se patentiza esta mexicanidad nos vamos a ocu-
par de una de marcada singularidad, Crmenes ejemplares, obra que apareci
por primera vez, por entregas entre 1949 y 1951, en la ya mencionada revista
unipersonal Sala de espera. Obra abierta, pues durante ms de veinte aos el
autor la fue reelaborando, creando nuevas piezas, suprimiendo otras, retocando
las ya publicadas, incluso dejando voluntaria o involuntariamente inditos
algunos de estos microrrelatos. Aunque el ttulo de la obra es Crmenes ejem-
plares, en la mayora de ediciones los crmenes suelen ir acompaados de otras
piezas breves denominadas epitafios, suicidios y de gastronoma.4

2. El gnero microrrelato y el crimen


Centrndonos para esta comunicacin nicamente en los crmenes, vamos
ahora a estudiar la aportacin de Aub al gnero microrrelato. Por las fechas
apuntadas finales de los 40 y principios de los 50 los Crmenes ejemplares
merecen, pensamos, el calificativo de precursores de este gnero breve. Sin
embargo, cuando los principales estudiosos de la microficcin hablan de inicia-
dores en Hispanoamrica coinciden en sealar a Julio Torri (A Circe, 1917),
Juan Jos Arreola (Varia invencin, 1949), Augusto Monterroso (La oveja negra
y dems fbulas, 1969), Adolfo Bioy Casares (Guirnalda con amores, 1959),
Jorge Luis Borges (El hacedor, 1960) y Julio Cortzar (Historias de cronopios y
de famas, 1962), entre otros (Epple, 2004: 15) y cometen una injusticia al no
nombrar jams Crmenes ejemplares de Max Aub, a pesar de que sus edicio-
nes mexicanas son anteriores a algunas de esas obras, y de que su influencia
posterior es demostrable.

4. Por eso la edicin mexicana de 1969, de la editorial Finisterre, llevaba como ttulo Crme-
nes ejemplares y otros.

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L A M E X I C A N I DA D D E U N T R A N S T E R R A D O

Por otra parte, la denominacin escogida para estos microrrelatos por su autor
fue siempre la de crmenes, y si nombrar es crear, Aub tena conciencia plena
de estar creando un nuevo gnero y no admita otra denominacin. Contamos
con varias pruebas que demuestran esta voluntad del autor,5 pero ahora slo
vamos a aportar una: en una carta de Max Aub a Antonio Beneyto (ste le haba
mandado las pruebas de su edicin Algunos crmenes ejemplares para la colec-
cin La Esquina, que apareci en 1968) le escribe:

Muchas gracias por su carta del 18 y las pruebas de Algunos crmenes. En vez
de Relatos no estara mal poner pura y sencillamente: Crmenes.6

Adems en todos los manuscritos y copias mecanografiadas que hemos revi-


sado en el archivo de la Fundacin Max Aub en Segorbe el autor siempre los
designa como crmenes.
Y cmo podramos definir este subgnero peculiar de Aub? Creemos que
con esta frmula:

Crimen = confesin de un asesino + humor absurdo y verbal + microrrelato

El primer sumando alude a la estructura temtica y nuclear de cada una de


las piezas de este conjunto: stas conforman un coro de voces, de narradores
homodiegticos, que son los propios criminales que van confesando sus crme-
nes, ante un autor-transcriptor-editor que se desdobla, en compaa de otros
personajes implcitos (el juez, el abogado...), en narratario, pues escucha y trans-
cribe esas declaraciones.
El segundo sumando resulta muy difcil de sintetizar en pocas lneas, por-
que ya de por s resulta difcil definir el humor sea negro o no (recordemos
la frase de Baroja: Parece mentira que se sepan tantas cosas de astronoma, que
son lejanas, y no sepamos qu es el humorismo). Simplificndose muchas veces
el acercamiento a la obra aubiana, se ha solido calificar su humor de negro, por
el peso que en l, y en toda su obra, tiene la muerte. Sin embargo, en la Con-
fesin (p. 15), que, a modo de prefacio, aparece en algunas pocas, edicio-
nes de los Crmenes ejemplares, Max Aub nos da la clave de su humor:

5. Ver Tejada (2008: 107).


6. La carta, fechada el 25 de noviembre de 1968, se conserva en el Archivo de la Fundacin
Max Aub (AFMA) (18/2).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Empleo, evidentemente, un tono absurdo para presentar estos ejemplos. Me falta


aliento para hacerlo a la pata la llana, que la retrica tiene eso de bueno: muleta
y muletas.7

Es decir, por una parte el absurdo, que marca su relacin con las vanguar-
dias y el arte. Por otra parte, retrica, que remarca la importancia de lo verbal
en cualquier manifestacin humorstica. El humor, exceptuando el mimo, es
sobre todo palabra.
El tercer sumando nos sita genricamente en el terreno del microrrelato.
Siguiendo a lamo (2009) entendemos como microrrelato: una especial moda-
lidad narrativa en la que se extreman las estructuras formales cannicas con-
formativas del cuento.

De ese extremar escriba as Lagmnovich:

Se caracteriza por una intensificacin de los elementos o la matriz de la narrativi-


dad asignada generalmente al cuento, reduciendo o soslayando algunos de los
componentes sintagmticos (exposicin, complicacin, clmax, desenlace) y cuyo
resultado formal es una mutacin estructural de esa matriz.8

Atendiendo a Martn y Valls (2002: 10-11), los rasgos ms caractersticos del


microrrelato, que definiran la mutacin estructural de esa matriz narrativa son:

1) La extrema brevedad y concisin: LO MAT porque era de Vinaroz (p. 17)

2) La dualidad o juego de contrastes entre dos planos. Por ejemplo, el con-


traste entre las consecuencias reales del acto que provoca el asesinato y
la gravedad de la respuesta: EL AVIN SALA a las seis cuarenta y cinco. Le
dije que me despertara a las cinco. Me despert a las siete. Lo peor es que
asegur haberme llamado. Nunca me duermo si me despiertan. No tena
nada que hacer en Acapulco, pero se emperr: Yo le llam, seor. Yo
le llam. Y las mentiras me sacan de quicio. Le hice rebotar la cabeza
contra la pared hasta que me lo quitaron de las manos. (pp. 32-33).

3) La bsqueda de la sorpresa. Brevedad, elipsis e implicitaciones potencian


una de las claves de la tcnica narrativa de Max Aub: la presentacin
abrupta del final: ERA MS INTELIGENTE que yo, ms rico que yo, ms des-
prendido que yo; era ms alto que yo, ms guapo, ms listo; vesta mejor,

7. Todas las citas de Crmenes ejemplares corresponden a la edicin de 1996. Ver bibliografa.
8. Citamos por lamo Felices (2009).

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L A M E X I C A N I DA D D E U N T R A N S T E R R A D O

hablaba mejor; si ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siem-
pre pens en la manera de deshacerme de l. Hice mal en envenenarlo:
sufri demasiado. Eso lo siento. Yo quera que muriera de repente.
(p. 33)

4) Referencialidad cultural: el siguiente crimen est inspirado muy proba-


blemente en la muerte de Isadora Duncan: SOY MODISTO. No lo digo por
halagarme, mi reputacin est bien cimentada: soy el mejor modisto del
pas. Y aquella mujer, que se empeaba en que yo la vistiese, llegaba a
su casa y haca de su capa un sayo, dicho sea con absoluta propiedad.
Sobre aquel traje verde se ech la echarpe de tul naranja de su conjunto
gris del ao pasado, y guantes color de rosa. At disimuladamente el velo
a la rueda del coche. El arranque hizo lo dems. Que le echen la culpa
al viento! (pp. 29-30)

5) Concomitancias con otros gneros: algunos crmenes se aproximan al


poema o al epigrama, como el siguiente: ERA TAN FEO el pobre, que cada
vez que me lo encontraba, pareca un insulto. Todo tiene su lmite. (p. 25)

Con este subgnero propio, el crimen, pasar revista a la sociedad mexicana,


porque ese era un rasgo esencial de su forma de ser y escribir. Como apunta
Meyer (2003: 46): Aub no poda permanecer ajeno al constante cambio de la
vida poltica y social de los mexicanos. Aunque slo tres ediciones de Crme-
nes ejemplares (las de 1964, 1971 y 1972)9 usan el gentilicio mexicanos para
referirse y abarcar una parte muy pequea del conjunto y, a pesar de que en
la Confesin indique que los crmenes fueron recogidos en Espaa, Francia y
Mxico itinerario biogrfico de Aub y que se parecen por su universalidad
(Un siciliano, un albans mata por lo mismo que un dinamarqus, un noruego
o un guatemalteco, pp. 13-14) pensamos que la mayora de crmenes poseen
una marcada mexicanidad, que los propios crticos mexicanos muy pronto reco-
nocieron y resaltaron.10
Han sido ya varios los especialistas que han estudiado con mayor profun-
didad esta mexicanidad de los Crmenes ejemplares. En algunos casos se ha
querido ver una ntima correlacin entre stos y la circunstancia sociopol-
tica mexicana de aquel momento. As, Hernndez Cuevas (2007) ve que:

9. Ver bibliografa.
10. Quienes siguen al doctor Samuel Ramos en sus investigaciones acerca de quin es el mexi-
cano y cmo es, encontrarn en este libro escrito por un espaol nacido en Pars y que habla con
acento alemn y tiene cara de ruso, documentos interesantsimos sobre cmo y por qu mata el
mexicano, y por qu y cmo quisiera asesinar, y a quines. (J. C.: 1957) (Sign. A.M.A.C. 45/18/3)

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

un nmero considerable de los micro-relatos intitulados crmenes mexicanos de


Crmenes ejemplares (1957) de Max Aub, recrean el mbito social, histrico y pol-
tico del perodo gubernamental del ex presidente mexicano Miguel Alemn Val-
ds (1946-1952).

Esos crmenes mexicanos describen las acciones de:

un gobierno que impuls el desarrollo capitalista por medio de la reestructura-


cin ideolgica del Partido Oficial, la acelerada industrializacin de la ciudad
de Mxico apoyada por la emigracin rural, la colaboracin con los Estados
Unidos, inversiones de capital, y el sometimiento del ejrcito, los sindicatos e
intelectuales. (Ibd.)

Los ejemplos que aporta Hernndez Cuevas son vlidos, pero explican par-
cialmente el sentido de la obra, pues se basa en la edicin de 1957 (85 piezas),
y posteriormente Max lleg casi a duplicar el nmero de crmenes. Si nos cen-
tramos slo en los crmenes mexicanos a los que alude Hernndez, no estamos
de acuerdo con l cuando dice que la violencia, corrupcin e impacto paula-
tino del sexenio motivara a Max Aub a escribir los crmenes mexicanos. De
hecho, el tema de la violencia y de la muerte violenta est presente en toda
su obra, y su necrofilia tiene mucho que ver con su filiacin vanguardista. Tiene
mucho de humor surrealista, un humor trascendente, creador, imaginativo, que
impone la destruccin de la lgica racional por el automatismo psquico. El arte
visto as es un juego en libertad que reivindica la supremaca del inconsciente
y de lo onrico sobre el consciente. Esta libertad supone acogerse muchas veces
al atractivo de la crueldad. El humor cruel de Buuel (Un perro andaluz), buen
amigo de Aub, parece colarse ms de una vez en la obra de ste. Por ejem-
plo, en Campo de sangre (2002: 20) podemos leer:

Se defendi sonriendo, lo hubiese aplastado, se deseaba machacndole las lien-


dres, volvindose tortillas los sesos, hundindole el trax a taconazos, dando pun-
tapis a la piltrafa sanguinolienta.

Ecos de esta violencia son frecuentsimos en Crmenes ejemplares:

LA HEND de abajo a arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al
techo mientras haca el amor. (p. 21)
SE MONDABA los dientes como si no supiese hacer otra cosa [...] Le transform la
biznaga en bayoneta, clavndosela hasta los nudillos.
Se atragant hasta el juicio final. No temo verle entonces la cara. Lo gorrino quita
lo valiente. (pp. 18-19)

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[...] Al mate, cog un alfil y se lo clav, dicen que en el ojo. El autntico mate
del pastor... (p. 32) (Aqu un posible recuerdo de la famosa escena de la navaja
y el ojo en El perro andaluz de Buuel.)
[...] En mi vida he pegado un batazo con ms ganas. Le volaron los sesos como
atole con fresa... (p. 47)

Y en esta violencia de los Crmenes ejemplares puede haber sin duda influen-
cia de las ideas de Samuel Ramos (El perfil del hombre y de la cultura en Mxico,
1934), quien consideraba que ese talante violento proceda de un sentimiento
de inferioridad, y de Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1950), que hablaba
del hermetismo mexicano, que le hace vivir instalado eternamente en la des-
confianza y a la defensiva. Del influjo de ambos intelectuales hemos tratado
en otro lugar (lo mismo que Hernndez Cuevas),11 por lo que ahora preferi-
mos abordar otro punto de vista, analizando textos concretos.
En primer lugar, en Crmenes ejemplares pervive una de las principales carac-
tersticas de la literatura aubiana: dar testimonio de su circunstancia, de las
costumbres y usos de su poca (y en este caso de su nuevo pas), incluso docu-
mentar, pero plegndose a las caractersticas del gnero que ha elegido. Com-
probmoslo con el crimen siguiente:

LA CULPA: del pito. Yo trabajo en casa y oigo el silbido tres calles ms all, lo veo
crecer, acercarse, engrosar llevando las esperanzas a su colmo. Entra en todas par-
tes: en el 5, en el 7, en el 9, no en el 11 porque no existe, resuena en el 13. Todos
los das. Hacia las 11 de la maana y cerca de las 4 de la tarde. Suplicio que no
deseo al peor de mis enemigos, si es que los tengo. Sigue lo insufrible: se va
alejando, cambia de acera y empieza el pito a menguar, a irse, a desaparecer,
del 18, que est frente a mi casa, frente a su casa de usted, al 16, al 14, al 10 no
hay 12 al 8, al 4 tampoco hay 6 as hasta que dobla por Artes. Si estoy en el
bao, que da a la parte de atrs, lo sigo oyendo, si presto atencin, hasta que llega
a Sullivan. Claro, usted no est en casa a esas horas; adems, no espera cartas.
Ni las escribe ni las recibe. O me equivoco? Los que reciben cartas tienen cierta
sonrisa que no engaa. Dir que yo tampoco tengo cara de recibir cartas. Acierta,
pero debiera recibirlas. Mi hija debiera escribirme como tiene la obligacin, y no
me escribe. No tiene ni idea de lo que es esperar una carta y or llegar la marea...
Me dir, qu culpa tena el cartero? Quin tocaba el pito? Dios? (pp. 49-50)

Destacaremos en este crimen el carcter documental: Artes y Sullivan son


dos calles del Mxico D. F.; los carteros mexicanos traen hasta el da de hoy
un silbato con el que anuncian su presencia, aunque todos no lo usan;12 ele-

11. Ver Hernndez Cuevas (2007) y Tejada (2008: 108-109).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

mentos implcitos y pragmticos: cerca de Sullivan se encuentra el monumento


a la Madre (levantado el frente de la Plaza Mariscal Santacruz, en terrenos de la
antigua estacin de ferrocarriles); de ah se coligen varios dualismos o juegos
de contrastes propios de los microrrelatos: 1) Se culpa al pito y por tanto al car-
tero y se mata al mensajero precisamente por no serlo; 2) Madre asesina y monu-
mento cercano a la Madre (con lo que la eleccin del escenario del crimen no
es casual).
Otro crimen con valor documental es el siguiente:

AH EST LO MALO: Que ustedes creen que yo no le hice caso al alto. Y s. Me par.
Cierto que nadie lo puede probar. Pero yo fren y el coche se detuvo. En seguida
la luz verde se encendi y yo segu. El polica pit y yo no me detuve porque no
poda creer que fuera por m. Me alcanz en seguida con su motocicleta. Me
habl de mala manera: Que si por ser mujer crea que las leyes de trnsito se
haban hecho para los que gastan pantalones. Yo le asegur que no me pas el
alto. Se lo dije. Se lo repet. Y l que si quieres. Me soliviant: la mentira era
tan flagrante que se me revolvi la sangre. Ya s yo que no buscaba ms que uno
o dos pesos, o tres a lo sumo. Pero bien est pagar una mordida cuando se ha
cometido una falta o se busca un favor. Pero en aquel momento lo que l sos-
tena era una mentira monstruosa! Yo haba hecho caso a las luces! Adems el
tono: como saba que no tena razn se subi en seguida a la parra. Vio una mujer
sola y estaba seguro de salirse con la suya. Yo segu en mis trece. Estaba dis-
puesta a ir a Trnsito y a armar un escndalo. Porque yo pas con la luz verde!
l me mir socarrn, se fue delante del coche e hizo intento de quitarme la placa.
Se inclin. No s qu pas entonces. Aquel hombre no tena ningn derecho a
hacer lo que estaba haciendo! Yo tena la razn. Furiosa, puse el coche en mar-
cha, y arranqu... (pp. 21-22)

Aqu se documenta la tpica mordida o soborno que se pagaba (y se sigue


pagando) en Mxico para evitar multas o conseguir ms rpidamente determi-
nados documentos oficiales; en cuanto a la retirada de la placa, todava hoy el
Reglamento de Trnsito Metropolitano del Gobierno del Estado de Mxico con-
templa la posibilidad de retirar la placa o matrcula de los vehculos, cuando los
conductores cometan alguna infraccin.13

12. Informacin va correo electrnico proporcionada por Eugenia Meyer.


13. Artculo 44, apartado IV: Solicitarn al conductor la licencia de conducir y la tarjeta de cir-
culacin, documentos que deben entregarse para su revisin, y devueltos en el mismo sitio inme-
diatamente despus de que los hubiese revisado; salvo que se haya cometido alguna infraccin al
reglamento, se podr retener algn documento de los citados o la placa de circulacin, para garan-
tizar el pago de la multa (www.tlalnepantla.gob.mx/portal/descargas/nuevoreglamentotransito.pdf)
Recuperado el 25 de marzo de 2010)

696 ndice
L A M E X I C A N I DA D D E U N T R A N S T E R R A D O

En segundo lugar, nos parece muy interesante el bloque de crmenes que se


refieren a rasgos propios de la idiosincrasia mexicana, que al no ser respetados
o compartidos provocan la respuesta violenta. En estos casos Aub puede estar
alegorizando o escenificando la postura del exiliado que no ha conseguido adap-
tarse o tambin la progresiva aculturacin que podra estar viviendo la socie-
dad mexicana (algo que tambin apunta Hernndez Cuevas, 2007). Max en sus
Notas mexicanas, que pueden servir de perfectas glosas para algunos de
sus crmenes, destacaba algunos de estos rasgos de la idiosincrasia mexicana.
Uno de ellos es la idea del tiempo que tiene el mexicano, para el que no existe
o carece de importancia:

Gran diferencia: en Europa dependencia del tiempo, aqu el tiempo depende de


nosotros. All nos atemperamos a su falsilla, aqu lo arrastramos a como d lugar.
All rige, aqu carece de importancia. (1963: III)

Podemos destacar en este sentido el siguiente crimen:

SI NO DUERMO ocho horas soy hombre perdido; y me tena que levantar a las siete
Eran las dos y no se marchaban: repantigados en los sillones, tan contentos. Y
sabe Dios que no haba tenido ms remedio que invitarlos a cenar. Y hablaban
por los codos, por las coyunturas, a chorros, lanzndose el uno al otro la hebra,
enredndola a borbotones, despotricando de cosas insubstanciales, y venga tomar
copas de coac y otra taza de caf. De pronto, a ella se le ocurri que, un poco
ms tarde, podramos tomar unas sopas de ajo. (Mi cocinera tiene reputacin.)
Yo no poda ms. Los invit a cenar porque no tena ms remedio, porque soy
una persona bien educada. Llegaron ms o menos puntualmente, a las nueve y
media, y eran las dos de la maana y no tenan trazas de marcharse. Yo no poda
apartar mi pensamiento del reloj, porque mirarlo no poda, ya que ante todo est
la buena educacin. Yo me tena que levantar a las siete, y si no duermo ocho
horas paso todo el da hecho un guiapo; adems lo que decan no me impor-
taba nada, absolutamente nada. Claro est que poda haber procedido como un
grosero y haberles dicho de una manera o de otra que se fueran. Pero eso no
reza conmigo. Mi mam, que se qued viuda joven, me ha inculcado los mejo-
res principios. Lo nico que tena eran ganas de dormir. Lo dems me importaba
poco. No es que tuviera mucho sueo: pensaba en el que tendra al da siguiente...
Mi educacin me impeda simular bostezos, que es medida corriente en perso-
nas ordinarias.
Y usted por aqu, y usted por all... y aqul, y el de ms all. El gin rommy, el
ajedrez, el poker... Ginger Rogers, Lana Turner, Dolores del Ro (odio el cine). El
sbado en Cuernavaca (odio Cuernavaca). Ay, la casa de Acapulco!, y Men-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

gano perda tanto y tanto, a usted qu le parece? A usted, a usted, a usted... Y


el Presidente, y el ministro, y la pera (odio la pera). Y el casimir ingls, don
Pedro, la chamba, las llantas.
Y aquel veneno tan parecido de color al coac...

En este crimen el asesino, que se define con insistencia como persona edu-
cada, est marcando continuamente el transcurso temporal y un final abrupto,
inesperado, por el contraste entre el talante del personaje aunque la obse-
sin por remarcar el paso del tiempo y su necesidad de dormir ya eran un aviso-
y su accin final suministra veneno en el coac a sus invitados. Este anfitrin
no era mexicano o no era autnticamente mexicano, pues aparte de esa fijacin
cronolgica, tambin ignora lo que es para los mexicanos beber o tomar. En
De las copas (tambin incluido en Notas mexicanas) escriba Aub:

[...] El ingls, el francs, toman una copa antes de comer, el mexicano sin que
llegue a generalidad muchas, sin comer. Pirdese as la nocin del tiempo, en
Francia, en Inglaterra. Para los mexicanos, al revs: al no tener nocin del tiempo,
las copas se multiplican de por s. (1963: III)

Similares conflictos encontramos en crmenes en los que el asesino no


entiende este vivir ajeno al concepto de tiempo: el que asesina a quien llega
tarde a una cita (eso s, le hace esperar una hora y treinta y cinco minutos) y
quien mata al mesero lento:

HACA UN FRO de mil demonios. Me haba citado a las siete y cuarto en la esquina
de Venustiano Carranza y San Juan de Letrn. No soy de esos hombres absur-
dos que adoran el reloj reverencindolo como una deidad inalterable. Comprendo
que el tiempo es elstico y que cuando le dicen a uno las siete y media, lo mismo
dan las ocho. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido
un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no
se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo soy puntual a las citas
no obliga a los dems sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocern con-
migo que ese punto existe. Ya dije que haca un fro espantoso. Y aquella con-
denada esquina est abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos
veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que
por qu no lo dej plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respe-
tuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero
cuando digo una cosa, la cumplo. Hctor me haba citado a las siete y cuarto y
no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte,
las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Hctor sin venir. Yo estaba positiva-

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L A M E X I C A N I DA D D E U N T R A N S T E R R A D O

mente helado: me dolan los pies, me dolan las manos, me dola el pecho, me
dola el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo caf, lo ms proba-
ble es que no hubiera sucedido nada. Pero esas son las cosas del destino y
les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que sal de casa, nadie poda
suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve
menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Lleg a las nueve menos
diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guan-
tes forrados:
Hola, mano!
As, sin ms. No lo pude remediar: lo empuj bajo el tren que pasaba. Triste casua-
lidad. (pp. 44-45)

SOY UN HOMBRE exacto, nunca llego tarde a una cita. Es mi hobby. Y tena una cita.
Tena una cita y tena hambre. La cita era muy importante. Pero aquel mesero
tard tanto, tanto en servirme, y yo tena tanta, tanta prisa y me contest de una
manera tan lnguida, tan sin querer comprender la prisa que me reconcoma,
que no tuve ms remedio que darle en la cabeza. Ustedes dirn que fue despro-
porcionado. Pero, hagan la prueba: entre plato y plato tard exactamente dieci-
siete minutos. Ustedes se dan cuenta lo que son, uno tras otro, diecisiete minu-
tos de espera, viendo correr la aguja del reloj, viendo cmo el minutero da vueltas
y ms vueltas? Y la cita, hacindose imposible. Lo malo, desde luego, que no se
defendi. No quiero recordarlo. (pp. 39-40)

Puede tambin darse el conflicto por una razn de ndole inversa: el correr
excesivamente, como el que asesin al que jugando a las cartas ganaba dema-
siado deprisa:

LLEG, ECH un ojo, gan. No se pueden hacer las cosas demasiado aprisa. No,
seor, no fue con el as de espadas, con el siete del mismo palo para no perder
por lo menos la tradicin. (p. 64)

Sigue siendo de todas formas un choque de visiones en torno a la nocin


temporal. Como escribe Aub en De lo violento:

Aqu el violento no es solamente el fuera de s, sino el rpido. La prisa se ve con


desconfianza. Sali violentamente quiere decir que lo hizo con rapidez es el
apresurado. (1963: IV)

Tambin se ve como una forma de violencia el grito: Hirese ms al mexi-


cano por el odo que por cualquier otra parte. (1963: IV).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Esto explica el siguiente crimen:

Me despert de mala manera y sin ninguna razn, yo le call de la misma manera.


El que a gritos despierta... sin razn ya sabe a lo que se expone. Adems, no
poda con mi alma... (crimen indito)14

Comentbamos ms arriba que si Aub logr pronto meter la cabeza en el


mundillo cultural mexicano, no pudo, sin embargo, introducir el resto del cuerpo.
En algunos crmenes el conflicto planteado alude a circunstancias que Max Aub
no slo vivi desde fuera, sino que le toc vivir y sufrir en carne propia: el
drama del transterrado que al final no es de ninguna parte, porque en la nueva
tierra no le dejan ser en plenitud. Atendamos a estos tres crmenes:

ESTABA LEYNDOLE el segundo acto. La escena entre Emilia y Fernando es la mejor:


de eso no puede caber ninguna duda, todos los que conocen mi drama estn de
acuerdo. Aquel imbcil se mora de sueo! No poda con su alma. A pierna suelta,
se le iba la morra al pecho, como un badajo. En seguida volva a levantar los ojos
haciendo como que segua la intriga con gran inters, para volver a transponerse,
camino de quedar como un tronco. Para ayudarle lo descabec de un pue-
tazo; como dicen que algn Hrcules mat bueyes. De pronto me sali de aden-
tro esa fuerza desconocida. Me asombr. (p. 26)

EL OFICIAL MAYOR de la Unin de Autores Cinematogrficos me devolvi amable-


mente mi manuscrito:
Lo siento mucho, seor, pero la comisin de registro ha dictaminado que su
argumento no se puede aceptar porque su historia es idntica a otra que regis-
tr hace un mes el seor Julio Ortega.
No es posible. Esta historia se me ha ocurrido a m! Es ma!
Segn dicen, slo vara el ttulo y unos pequeos detalles.
Era imposible. Era una historia muy buena, completamente original. Seguramente
le habra gustado a alguno de los componentes de esa misteriosa comisin, y
decidi apropirsela. Apur mi paciencia:
Puedo ver el argumento del seor Ortega?
Me lo tendi y lo hoje. Efectivamente, los dos asuntos eran muy semejantes.
Pero era imposible que se le hubiese ocurrido a l! Aunque lo hubiera registrado
antes que yo! As lo escribiese antes que yo! La idea era ma y nada ms que
ma! Era un robo!

14. En archivo de la Fundacin Max Aub, Sign. A.D.V.C. 6/9 (p. 211a).

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As lo dije, as lo grit. No lo quisieron comprender. No acertaron a darse cuenta


de que el tiempo no importa absolutamente nada para las ideas. Muy pocas gen-
tes saben lo que es poesa: la confunden con la historia, con la historia falsa que
inventan para satisfacer sus mezquinas necesidades. Yo vi cmo cuchicheaban,
sonrean. Botarates! Hasta me sonroj! No me pongo colorado ms que cuando
me achacan algo falso. Se me revolvieron las tripas.
Entonces entr el seor Ortega. Era un hombre completamente vulgar, a quien
evidentemente no se le poda haber ocurrido aquella idea: la frente estrecha, la
panza grande; con tipo de carnicero. Lo hice con la plegadera, pero lo mismo
hubiera podido ser el pisapapeles. Sangr como un cochino. (pp. 38-39)

ME DIJOque lo publicara en mayo, luego en junio, despus en octubre. Pas el


invierno, con la primavera se me revolvi la sangre, era mi segundo libro! El
decisivo. Que lo fuera para el joven editor, lo siento. Pero me lo agradecern
muchos y, seguramente, llamar la atencin y ser una buena publicidad. (p. 89)

En el primero de estos crmenes se recrea una costumbre de Max: la de leer


a sus amigos sus obras de teatro antes de publicarlas. Pero Max estren muy
poco en Mxico y, en gran medida, por no ser nacido en aquel pas.
En el cine tampoco le fue mucho mejor y a ello se refiere el segundo cri-
men. Lleg en cierta manera, y durante un tiempo, a trabajar de negro, pues
fue por ejemplo uno de los guionistas de Los olvidados (1950) de Luis Buuel,
pero su nombre no apareci en los crditos para evitar problemas con los sin-
dicatos. Por eso muchos exiliados entre ellos Max Aub se vieron obligados
a nacionalizarse mexicanos para poder trabajar en la industria cinematogrfica
mexicana.
El tercer crimen se relaciona con las grandes dificultades que encontr
Aub para publicar en Mxico (tambin en Espaa, por supuesto) por diferen-
tes motivos (informalidad de los editores, divergencias con el gusto con el
pblico...) que le llevaron a hacerlo l mismo por su cuenta con la mayora
de sus obras.

Conclusiones
Max Aub fue un escritor que se aclimat muy rpidamente a su tierra de aco-
gida, sin dejar de sentirse dentro de la que haba dejado atrs: un transterrado
o empatriado. Siempre atento a su circunstancia, que supo patentizar en sus
escritos periodsticos, teatrales, narrativos, ensaysticos, en sus guiones cinema-
togrficos, etc. Inagotable en su produccin e innovador, dio un gran impulso
a la modalidad narrativa conocida como microrrelato, que l convirti en un

ndice 701
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

gnero propio que denomin crimen. Con sus crmenes, durante ms de veinte
aos, pasar revista a la sociedad mexicana, captando en profundidad lo esen-
cial de su alma y asimilando su habla, a la vez que, en cada una de esas vie-
tas que constituyen los Crmenes ejemplares.

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ndice 703
LA NUEVA POESA ANDALUZA. LTIMA DCADA: POETAS, PROPUESTAS, NUEVOS RUMBOS
Roco Arana Caballero
Universidad de Sevilla

Resumen

Andaluca siempre ha sido tierra frtil en poetas. Durante la ltima dcada


hemos podido presenciar la culminacin y el nacimiento de voces persona-
les, empresas poticas que aportan un aliento nuevo y original a esta trayec-
toria que nunca se ha interrumpido. Sevilla, Granada, Cdiz son semilleros de
continua ebullicin creativa.
De entre todas las tareas que puede acometer un fillogo, resulta cuanto
menos interesante analizar, al margen de escuelas e influencias ya bien estu-
diadas, la creacin que en los ltimos aos han llevado a cabo figuras per-
tenecientes a dos generaciones distintas, pero unidas por su lugar de naci-
miento, su clara vocacin potica y su visin del arte como contemplacin
y servicio, en esa doble vertiente que hace que la poesa sea siempre algo
dinmico: Rafael Adolfo Tllez, Jos Julio Cabanillas, Jos Mateos y Enrique
Garca-Miquez.
Esto es lo que me propongo realizar en esta comunicacin, reseando,
adems, al final de ella algunos de los nuevos proyectos culturales que no
dejan de surgir en una ciudad como Sevilla: nuevas revistas de poesa, nue-
vas editoriales, nuevas voces.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Dos poetas nacidos en Andaluca a finales de los cincuenta


Comenzar hablando del poeta Jos Julio Cabanillas. Nacido en Granada, en
el ao 1958, es el autor de los poemarios Las canciones del alba (Renacimiento,
1990), Palabras de demora (Renacimiento, 1994), En lugar del mundo (Pre-
Textos, 1998), Los que devuelve el mar (Pre-Textos, 2005) y Cuatro estaciones
(Adonis, 2008.) Tambin ha publicado un poemario en prosa, La luna y el sol
(Nmenor, 2006), y una novela, Benzel (Pre-Textos, 1998.) Ha traducido a G.
M. Hopkins y G. K. Chesterton.
Diversos escritores jvenes se consideran en mayor o menor medida disc-
pulos suyos, o han dejado sentir su influencia en sus versos. En ltimo trmino,
un maestro es el que seala a otro un camino, y Cabanillas es, adems de poeta,
maestro de poetas, porque les seala su camino con clarividencia. Ambas ver-
tientes se dan en l la mano, ya que un poeta es alguien que tiene una historia
que contar, un mundo por dentro que sacar afuera, que compartir, repartir, recrear.
Un poeta que adems es maestro de poetas es un espejo donde se miran otros,
y en este trabajo podr resear brevemente algunas de esas huellas.
La de Jos Julio Cabanillas es una poesa indudablemente escrita por un hom-
bre, como la de Julio Martnez Mesanza o Eloy Snchez Rosillo: est llena de
una fuerza digamos ancestral, basada en la intuicin y en la visin proftica. Est
tambin impregnada de una concepcin mtica de la realidad, un amor por las
cosas de siempre, un saber transcenderlas. Es por ltimo una poesa que se
mueve entre lo pico y el mundo antiguo de las baladas:

El ciprs oye un dragn trajinando entre los veladores y sabe que l no es rubio
ni hermoso. Jams ver un escudo fuerte, una espada brillando. [...] El regato que
le canta: t a mi lado, conmigo, y yo siempre marchndome.1

Afirma Luis Arenal2 que Cabanillas se adentra en el mundo con una mirada
diferente, centrada en lo cotidiano pero, a la vez, universal. Cuatro estaciones
queda marcado por un ritmo muy significativo que tiene algo casi de litrgico.
En su lcida crtica del poemario, Arenal seala los temas principales de su ltimo
poemario y en general de su potica. Uno de ellos es la infancia, esa edad de
oro donde la luz brillaba ms, y otro sera la muerte:

Te encontr una maana, sombra puesta a mi lado,


y cada noche eres ms grande que mi vida.3

1. CABANILLAS, J. J., La luna y el sol, Sevilla, Nmenor, 2006, p. 12.


2. ARENAL, L., crtica a Cuatro estaciones en www.poesiadigital.es,
3. CABANILLAS, J. J., Cuatro estaciones, Madrid, Adonis, 2008, p. 24.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

En La luna y el sol encontramos un libro de campo, de mundo abierto y


mundo interior, de infancia. A veces, en captulos como La hora del diablo o
El cleriguito enlazamos con Benzel. Sin embargo, no es un libro con prota-
gonista: el protagonista no es Jos Julio Cabanillas, si acaso la visin de un nio,
visin que empieza a ser potica. Cabanillas nio se cruza con Coln, con Juan
de Yepes, con Falla... Pero tambin con la vieja Dolores, su madrina de bau-
tismo, o con un vendedor de habas de su calle. Esta cercana de lo real es la
que hace que lo sobrenatural o lo onrico sea tambin tan cercano, en defini-
tiva tan verosmil. Algo que tambin ocurre en el resto de sus poemas:

Mira mi blanca sien... Padre, he nacido?4

En los poemas de Cabanillas se siente un amor profundo y firme, por la natu-


raleza, por las cosas de toda la vida, por la casa de uno. Es un amor de ida y
vuelta: de un lado el nio que contempla las cosas que le rodean, y del otro las
cosas, el campo, el hogar, que le contemplan y le quieren. Con palabras apa-
rentemente sencillas realiza la personificacin que convierte el poema en algo
vivo. Agazapada dentro del recurso literario se encuentra la reflexin lrica: un
hombre puede pensar muchas cosas; un poeta, las piensa y las dice con pala-
bras y msica.

El mundo lo componen ocanos y continentes, y se abrevia en un atlas. Un dedo


seala un lugar preciso longitud, latitud, y es apenas un punto. Pero si all est
tu casa, eso no hay quin lo abrevie [...] Abre la puerta, lee.5

Hay en la obra de Cabanillas honda reflexin, como hemos visto, pero es


una reflexin que no termina en s misma o en la nada, sino directamente en
la poesa mediante un quiebro mgico. Como sucede en El pozo:

Aupado de puntillas al brocal, vuelve el nio la cara. Mira al cielo. Brilla la luna
hermosa sobre el pozo. Entonces le pregunta por qu siempre tan guapa para
bajar a verme?6

Tal vez lo que ms impresione, sugiera y emocione de La luna y el sol


sea la continua conversacin de su autor con los rboles. En El ciprs, en El
nisporero y, por ltimo, en El pinar:

4. CABANILLAS, J. J., Los que devuelve el mar, Valencia, Pre-Textos, 2004, p. 10.
5. CABANILLAS, J. J., op.cit., p. 27
6. CABANILLAS, J. J., Ibdem., p. 32

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Murmura galn el viento: yo he venido a rendir tu fortaleza. Y Los pinos son


domingo, un da sealado. El sol sobre sus copas dice: Bien est. Hoy descanso.7

Es imposible no recordar, leyendo esta pieza, uno de los versos festivos de


Chesterton: Entonces dijo Dios: hoy, diversin.8 Se respira en toda la obra de este
autor el murmullo de los rboles, el murmullo de una infancia mgica. Un mur-
mullo al que acompaa y realza la musicalidad del verso, a menudo endecas-
labo o alejandrino. Una poesa que suena a msica antigua, a madera de roble.
A la misma generacin pertenece Rafael Adolfo Tllez, nacido en Palma del
Ro, Crdoba, en el ao 1957. Al igual que Cabanillas, Tllez es un artesano
de la palabra y del tiempo. Ambos poetas comparten una forma de escribir, cen-
trada en el tiempo, las personas y la tierra como triple tema central.
Si para Machado la poesa es dilogo del poeta con el tiempo que le toc
vivir, para Tllez ese tiempo est hecho de personas y paisajes, y la poesa suya
parece ser un dilogo interminable con las personas y cosas que am en un
tiempo pasado, y que misteriosamente siguen vivas. Lo que los diferencia qui-
zs es el matiz que cada uno da a ese tiempo, que para Cabanillas es trascen-
dente, teido por un optimismo vital que a veces se ensombrece, y para Tllez
es telrico y sumido en la sombra de un pesimismo rasgado por alguna rfaga
de luz.
Los pasos lejanos (La Veleta, 2007) es la recopilacin de las obras comple-
tas de Tllez, es decir, de sus cuatro libros: Si no regresas junto al portn oscuro
(1988), Quienes rondan la niebla (1993), Los adioses (1996), Muertes y mara-
villas (2004) y Los cantos de Joseph Uber, indito. Tllez nos regala esta cos-
movisin completa, esta potica del campo en la que cada palabra adquiere un
sentido ancestral.
Todos los poetas tienen un tono, una voz que unifica sus poemas, pero a
unos se les nota ms que a otros. No es malo que as sea. Aburren ya los cr-
ticos que acuden a una crtica tan fcil y manida, el autor se repite... A veces
la obligacin de un poeta es repetirse, desarrollar el gigantesco monlogo inte-
rior que apunt ya en su primer poemario. Rafael Adolfo Tllez es coherente
consigo mismo, con su mundo potico. El portn oscuro enlaza a la perfeccin
con el lbum de familia de su segundo libro. Se vislumbran las influencias de
Csar Vallejo y Eugenio Montejo, que acompaarn al poeta hasta su cuarta
obra. Predominan los poemas cortos de versos cortos que, luego, en recitales,
Tllez entrelazar hasta alargarlos y que adquieran ese ritmo tan caracterstico,
ritmo de leyenda contada ante el fogn.

7. CABANILLAS, J. J., ibdem, p. 38.


8. CHESTERTON, G.K., Lepanto y otros poemas, Sevilla, Renacimiento, 2003, p. 61. Traduccin de
Enrique GARCA-MIQUEZ.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

Quienes rondan la niebla comienza con una serie de poemas de amor bell-
simos, que no abandonan el escenario campesino, rural, y por ello tampoco les
abandona ese aura de leyenda. Para hablar de amor, Tllez habla de sangre, de
herencia, y elige palabras sencillas como cordeles, llovizna, frescor o ropa. Para
hablar de algo tan verdadero no se necesitan artificios de relumbrn, por eso
parece que las palabras fluyen con mansedumbre. Hay imgenes, s, pero las
mismas metforas parecen emerger del campo, del ajuar de la casa, sin que
en ningn momento pueda el lector ver el mecanismo del poema. Acaso sea
verdad lo que dijo Miguel dOrs en un recital, que el buen poema era fcil de
escuchar pero difcil de escribir. Quizs sea en Donde el aire se reclina a tu
vera, donde esta verdad sencilla y potica se vislumbre:

Dejas, mansamente,
en sbana fresca de hilo, la bronca lujuria de las yeguas,
la furia delicada de las rosas.9

Hay smbolos que nos acompaarn a lo largo de toda su obra, como la rosa
o la luna. Y, en estos smbolos, hay introspeccin que lleva a la nostalgia, y nos-
talgia que crea belleza:

Si puedes destrozarte un poco ms el corazn,


hndete en la noche
y pregunta qu eres t a los ojos de aquella a quien amaste.10

Con la prdida de la amada, sta se convierte de algn modo en parte de


quienes rondan la niebla, su nombre pertenece ya a un montn de rosas innom-
brables.
Ya en Quienes rondan la niebla aparece con fuerza un elemento poderoso
en la obra de Tllez: la reflexin acerca de su propio oficio, en poemas meta-
poticos que hablan, como suele ocurrir, de la propia vida.

No quiero escribir
como el husped de una casa derruida,
sino como el limpio amanuense de los das
con sol.11

9. TLLEZ, R. A., Quienes rondan la niebla, Sevilla, Renacimiento, 1993, p. 17.


10. TLLEZ, R. A., ibdem, p. 35.
11. TLLEZ, R. A., ibdem, p. 42.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Su siguiente poemario, Los adioses, muestra dolor contenido pero tambin


magia. Los poemas dedicados al padre muerto o a la hermana muerta, que el
poeta no puede amparar, contrastan con la poderosa imagen de la amada como
una lmpara encendida, en unos versos plsticos, visuales.

Mi amor, sentada, sola,


contra la oscuridad de la tierra.12

Muertes y maravillas, cuarta entrega potica del autor, contiene el que, a mi


parecer, es el mejor poema de Rafael Adolfo Tllez: Accin de gracias. Aqu
utiliza un recurso que le caracteriza: nombra, y convoca al nombrar, a distin-
tos personajes, en una enumeracin que desemboca en ese caminar a salvo
entre las gentes, fruto de haberse detenido junto al portn oscuro.
Tambin hay enumeracin catica en Csar Vallejo, un poema que ana
todas las presencias del libro. La enumeracin le sirve para desarrollar un tema
con variaciones, como en una meloda. De cada persona que nombra dice algo,
sintiendo piedad por ellos y por s mismo.
En este libro estn presentes la lluvia y el fuego, presencias constantes de
su poesa. Y en este libro aparece por vez primera el pastor Joseph Uber, su
heternimo. De Los cantos de Joseph Uber quiero detenerme en los poemas dedi-
cados a Turbriga, en mi opinin los ms hermosos.

He dicho adis a mi calle


y al ngel invisible de mi calle.13

Es muy difcil conseguir que una despedida sea hermosa: se requiere una
concepcin mtica de los muertos y el oficio de pensar muy bien cada pala-
bra. Es precisamente eso lo que hace que la poesa de Tllez sea algo ms
que unos cuantos adioses.

2. Dos poetas gaditanos de los aos sesenta


Quisiera detenerme ahora en analizar con brevedad el ltimo libro de Enri-
que Garca-Miquez. Nacido en Murcia en el ao 1969, ha vivido siempre en el
Puerto de Santa Mara, por lo que se considera gaditano. Tiene en su haber po-
tico tres poemarios: Haz de luz (Pre-Textos, 1997), Ardua mediocritas (nfora
Nova, Cajasur, 1997), y Casa propia (Renacimiento, 2004.) Este ltimo podra

12. TLLEZ, R. A., Los adioses, Sevilla, Renacimiento, 1996, p. 48.


13. TLLEZ, R. A., Ibdem, p. 51.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

entenderse, segn Aquilino Duque, como un diario de un poeta recin casado


o una vita nuova.14 En este poemario, Garca-Miquez da un enorme salto cua-
litativo, de modo que ya no puede seguir considerndose a s mismo como
un poeta menor (en anteriores publicaciones suyas se recoge un poema llamado
Oracin por nosotros, los poetas menores). Aqu adquiere una casa propia y
una voz propia, donde los juegos de palabras a los que era tan aficionado se
convierten en verdaderos retrucanos, metforas y paradojas con un por qu,
serenos, transfigurados. Sigue traslucindose su admiracin por los maestros
(Dante, Borges, Chesterton, Miguel dOrs), pero con su propia cadencia, un
ritmo donde el verso clsico parece brotar de la propia vida. Se escucha en cada
poema el golpeteo del reloj, el latido del corazn de la persona amada. El amor
incluso pasa de ser un tema clsico a convertirse en pura metapoesa:

No sabes que el amor es siempre adolescente?


Oh mi amor a los nombres y a tu nombre, tan mgico.
Releerlo me deja rozarte con los labios.15

La poesa de Enrique Garca-Miquez est impregnada de una clara voca-


cin al vocativo. El lector es importante en estos versos, tanto que se le dedica
un poema entero. En palabras de Aquilino Duque, el papel de fingidor que
Pessoa atribua al poeta, Garca-Miquez se lo atribuye al lector.16 Esta es la
forma que tienen ambos de entenderse, como bien afirma el poeta. La reflexin
acerca de su doble oficio, escritor y lector, inspira sus mejores versos, como en
Da sin libro, (las pginas / que lees y que no lees dicen lo mismo),17 o en Sin
fin (la vida es ese libro inagotable).18
En numerosos recitales se ha hablado de la obra de este autor con adjetivos
sonoros, se ha presentado su poesa como poesa hmnica, como si el yo po-
tico tuviera que disculparse por ser feliz en el poema. Lo cierto es que su obra
gira en torno a un tema que en nuestros das se ha convertido en tremenda-
mente original: la accin de gracias. En ver la vida como un milagro cotidiano
consiste ese comenzar la casa por el tejado que proclama como un objetivo
en la pieza que abre el poemario.
El segundo poeta del que voy a tratar en esta seccin comparte amistad, cer-
cana y espacio temporal con Garca-Miquez. Jos Mateos naci en Jerez de la
Frontera (Cdiz) en 1963. Ha publicado Una extraa ciudad (Renacimiento,

14. DUQUE, A., La casa nueva de un poeta, en www.analisisdigital.com.


15. GARCA-MIQUEZ, E., Casa propia, Sevilla, Renacimiento, 2004, p. 72.
16. DUQUE, A., loc. cit.
17. GARCA-MIQUEZ, E., op. cit., 47.
18. Ibdem, p. 54.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1990), Das en claro (Pre-Textos 1995) Canciones (Pre-Textos, 2000) y La nie-


bla (Pre-Textos, 2003). Tambin es autor de un libro de aforismos y reflexiones
en prosas, Soliloquios y divinanzas (Pre-Textos, 1998), y fue director de la revista
literaria que edita la Editorial Renacimiento Nadie pareca. En el ao 2006 sali
Reunin, una poesa reunida publicada en la Veleta (Granada).
Miguel dOrs ha dicho de l que es uno de los poetas jvenes espaoles de
hoy a los que el Cielo ha dado un mayor caudal de eso que yo suelo llamar la
gracia,19 y que ha de ser considerado como un poeta de profunda vocacin
clsica.20
Esta gracia, presente en toda la obra del autor jerezano, se combina con una
vaga niebla de dudas a medio resolver. El propio Mateos se define a s mismo
como alguien que duda y canta, un binomio que le cuadra muy bien, ya que el
trabajo que supone la esforzada duda no es obstculo para la frescura que con-
lleva la cancin. Es un escritor en continua creacin de lo que escribe, dejando
que el tiempo madure cada verso. Podemos estar o no de acuerdo con l en
alguno de sus cambios. A m, particularmente, me cautiv el final de uno de los
fragmentos de su largo poema La Niebla:

[] Y sin embargo
para decir: te quiero, nadie puede
arrancar una flor sin marchitarla.21

Y, sin embargo, en las obras completas encontr lo que ya me adelant el


mismo Mateos en un recital: el final que tanto me gustaba ha evolucionado, no
dir que para peor, pero s en perjuicio de una imagen que l consideraba
manida, y a m me parece que en sus manos cobraba una fuerza y un brillo
nuevos. Ah pudo quedar la ancdota, pero un encuentro fortuito con Pablo
Moreno me confirm en mi idea de que la obra de Jos Mateos era una obra pen-
sada. Se trata de la ltima pieza del libro, dentro de los poemas llamados indi-
tos, que ahora ya no lo son. Pablo me dijo que l guardaba el autntico indito,
escrito en una postal, y efectivamente era algo distinto del que ahora se nos
ofrece.
Dudar y cantar son acciones muy propias de Jos Mateos: en sus creaciones
se advierte una delicadeza sutil, como de hoja que tiembla bajo la lluvia. Puede
que sea se el motivo de su valiente defensa del arte menor en la mtrica, del
verso dicho en voz baja, vertido en formas ntimas como la cancin y el haiku.
Sus canciones son la unin perfecta de belleza y filosofa. Su voz se ha vuelto

19. DORS, M., Virutas de taller, Sevilla, Los papeles del Sitio, 2007, p. 202.
20. DORS, M., ibdem, p. 205.
21. MATEOS, J., La niebla, Valencia, Pre-Textos, 2003, p. 19.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

ms reconcentrada, despus de un primer y un segundo libro, Una extraa ciu-


dad y Das en claro, que guardan poemas tan redondos como Julia Reis, Noche,
y La rueda del tiempo, y versos tan rotundos como:

La nostalgia / de tardes que encendan el rubor de la nieve

o:

Lo dice un libro. Volver yo a ser nio y a jugar por las tardes con un baln de
trapo.22

Esa capacidad de meditar en verso, que siempre ha tenido, se vuelve ms


patente en Canciones, donde conversa con un padre muerto, con el tiempo,
con la sombra, con la propia muerte. Si alguna vez nos parecan sus palabras
las de un estoico resignado, al volver las pginas vemos cmo el libro se tie
de luz, de una luz misteriosa que no nace de las trampas de un falso happy end.

Aqu, frente al mar, lo dice


el sol del anochecer:
Morir
es empezar a volver.23

En La Niebla encontramos un hallazgo que ha servido de inspiracin y apren-


dizaje a muchos poetas jvenes andaluces (Jess Beades, Pablo Moreno, Roco
Arana): el verso endecaslabo con acentos en cuarta y octava. Jos Mateos lo
maneja con maestra, y le sirve como caudal abierto a las preguntas. En la pre-
sentacin de este libro, en junio de 2003, Fidel Villegas afirmaba que Mateos se
haba ganado una merecida fama de poeta preguntn. Empieza el largo poema
preguntando y lo termina preguntando, pero tambin nos ofrece alguna res-
puesta slida, como Un dios que se concibe ya no es Dios, o Y tu casa esta aqu:
es esta niebla.
Finaliza el libro con unos pocos haikus y poemas inditos. En los haikus
vuelve al tono menor, pero para seguir interrogndose y respondiendo. La poe-
sa de Jos Mateos es una poesa de silencio, forjada en el silencio, en la natu-
raleza, en la sombra que quiere ser luz, y por eso mismo ya nos ilumina.

22. MATEOS, J., Reunin, Granada, La Veleta, 2006, p. 67.


23. Ibdem, p. 102.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. Nmenor, grupo sevillano de poetas jvenes


Durante la ltima dcada ha surgido en Sevilla un grupo de jvenes poetas
que crecieron al calor de la revista literaria Nmenor, fundada y dirigida por
el profesor de literatura Fidel Villegas. El grupo, al que pronto se comenz a
llamar grupo Nmenor en circuitos editoriales y en las revistas de crtica lite-
raria, hizo una primera aparicin en la antologa La bsqueda y la espera (Kro-
nos, 2001), y fue reseado por, entre otros, Jos Luis Garca Martn y Fernando
Ortz, que lo mencion junto al grupo Medioda. Incluso ya hay quien le ha aso-
ciado rasgos generacionales: Carmelo Guilln Acosta lo denomin como la
generacin optimista.
En el ao 2006 volvieron a aparecer los poetas que lo forman en una anto-
loga que prolog y prepar el crtico Jos Luna Borge, Alzar el vuelo. Antologa
de la joven poesa sevillana, (Csar Sastre, editor, Sevilla, 2006). Pertenecen al
citado grupo Francisco Gallardo, Pablo Moreno, Roco Arana, Alejandro Martn
Navarro, Jess Beades y Joaqun Moreno.
En la formacin de todos ellos ha jugado un papel primordial Fidel Villegas,
al que reconocen desde sus poticas y dedicndole poemas. En palabras de
Enrique Garca-Miquez, es un grupo muy cohesionado en amistad, en refe-
rentes culturales y en calidad potica. Dentro de esas referencias culturales se
encuentra su devocin por Tolkien, a quien deben su nombre. Tambin com-
parten su amor a los metros clsicos (en especial el endecaslabo) y su admi-
racin por unos pocos modelos comunes: Cabanilllas, Miguel dOrs, Jos Mateos,
Eloy Snchez Rosillo o Julio Martnez Mesanza.
Comentar brevemente la poesa de tres jvenes autores que pertenecen a
este grupo: Jess Beades, Pablo Moreno y Alejandro Martn Navarro.
Jess Beades (Sevilla, 1978) es autor de tres poemarios. El primero, Tierra
firme, obtuvo el premio Gerardo Diego en el ao1999; Centinelas abri la colec-
cin Vandalia Nova de la Fundacin Jos Manuel Lara en el 2002, y con La ciu-
dad dormida fue accsit del premio Adonis de 2004.
La poesa de Jess Beades se caracteriza por un manejo poderoso de la pala-
bra: se le ha llegado a llamar poeta ro. Palabras que cobran una fuerza arro-
lladora, donde la adjetivacin brillante, la bsqueda de una imagen efectista o
la musicalidad del endecaslabo sirven de trampoln al torrente de ideas que flu-
yen por sus versos. En opinin del propio Fidel Villegas, director de la revista
que le vio nacer como poeta, en su potica las pequeas cosas de la vida
corriente no se agotan en ellas mismas y en las muy momentneas emociones
que procuran, sino que se dicen y se viven desde la perspectiva radical de
quien busca ser feliz al poseerlas como parte del mundo: ...has recobrado todo.
/ Abre los ojos, mira: te pertenece el mundo. (Tierra firme). Y, al otro lado,
las grandes ideas Dios, textos sagrados, altos ideales: los cuatro amores se

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

han encarnado con la naturalidad que salta, por ejemplo, en el poema Palabras
a la novia, de Centinelas.
A lo largo de sus tres libros, asistimos a una autntica evolucin potica: si
tras ganar el premio Gerardo Diego afirmaba en una entrevista a la prensa
que un poema no debe ser un jeroglfico, en La ciudad dormida descubrimos
un Beades onrico, casi surrealista. La propia bsqueda de imgenes que pon-
gan brida al torrente de ideas le empuja a ello, y el lector sale ganando.
Los temas de su obra no dejan de ser los temas universales de todo gran
poeta: el amor, la belleza de la mujer, el ansia de plenitud, la visin del hom-
bre como ser cado pero capaz de redencin.

El corazn podrido
va aprendiendo a olvidar cul es su patria
y ya no puede ver
la desnudez del mundo, su belleza,
los ros, los caballos y los hombres,
pues vive en una crcel,
condenado a s mismo.24

Beades no es en absoluto un poeta religioso al uso: le sobra calidad po-


tica y carcter contestatario para caer en el confesionalismo que no deja crecer
al verdadero arte. Sin embargo, s es un poeta trascendente, que habla de los
grandes deseos del corazn humano y no se retira con cobarda ante el deseo
de redencin: la esperanza en penumbra se trasluce en sus versos, as como la
huella de escritores y pensadores claves en el siglo XX: Chesterton, Tolkien y
C. S. Lewis. Defiende Fidel Villegas que las verdades de fe le han posibilitado
experiencias susceptibles de ser expresadas en palabra potica.

Ah tus ojos me salen al paso en el camino


cuando voy a Emas desalentado
cuando cae la tarde despus de un duro da
partes el pan conmigo me acompaas
eres nica amor eres t misma
pero todos tus gestos me recuerdan a Otro25

Encontramos esta misma visin trascendente y en penumbra en el ltimo


trabajo del joven poeta Pablo Moreno Prieto (Sevilla, 1977.) Es autor de tres

24. BEADES, J., Centinelas, Sevilla, Fundacin Jos Manuel Lara, 2002, p. 55.
25. BEADES, J., ibdem, p. 50.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

libros: De alguna manera, (Nmenor, 1999), Clara contrasea, (Nmenor, 2003),


y Discurso de la Ceniza, que en diciembre de 2007 se hizo con un ccesit del
prestigioso premio Adonis. La suya ha sido llamada por la crtica como poesa
de largo aliento, y es el perfecto contrapunto a la obra del poeta anteriormente
mencionado. Pablo Moreno ama la lentitud y el silencio, los versos recitados en
voz baja, la esttica de chimenea y mesa camilla junto al hogar. Sus palabras no
son un torrente pero dejan un poso de largo recorrido en quien las lee. Fue
l, dentro del grupo Nmenor, quien cit en uno de sus poemas la insignia latina
Omnia mea mecum porto, que se ha convertido en lema para todos sus com-
paeros.

Cmo dentro de ti, sin darte cuenta,


vas llevando a la gente que alguna vez quisiste.
y al momento congregas,
junto a la mesa de tu cuarto,
a una muchedumbre [...]
Nunca estaremos solos.26

Al igual que lo que se dijo de Roco Arana, la poesa de Moreno es una poe-
sa habitada, cercana y repleta de personas muy queridas: padres, hermanos,
abuelos difuntos, sobrinos por nacer, amigos. En l cobran notas picas e inti-
mistas a la vez el tema de la sangre, los ancestros, la familia y el hogar. En La
casa en obras, dice:

En tu interior, la casa verdadera se alza sin ceniza sobre el tiempo.27

Jess Beades ha comentado este poema en una resea para Poesa Digital:

la ceniza hace su discurso, con cenicientas palabras, respirando ceniza a cada


paso, y sin embargo... la casa verdadera est en otra parte, en el interior (signi-
fique lo que signifique). Y se alza sin ceniza. Y sobre el tiempo. Qu hay, en
el hombre, en la vida del hombre, en sus palabras, que pueda ponerse, que pueda
soarse al menos, sobre el tiempo? Slo el Reino de Dios, que entra en el tiempo
para llevarnos ms all del tiempo.

El tercer poeta que voy a citar es Alejandro Martn Navarro, nacido tam-
bin en Sevilla en el ao 1977. Con un primer poemario, Vasos de barro, gan

26. MORENO, P., Clara contrasea, Sevilla, Nmenor, 2003, pp. 48 y 49.
27. MORENO, P., Discurso de la ceniza, Madrid, Adonis, 2008, p. 18.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

el cessit del premio Luis Cernuda, concedido por el Ayuntamiento de su ciu-


dad natal, y su segundo libro, Aquel lugar, mereci el Premio Miguel Hernn-
dez en el ao 2005. Ha traducido y publicado en la editorial Renacimiento las
Canciones espirituales de Novalis.
Martn Navarro estudi Filosofa, se doctor en Filosofa por la Universidad
de Sevilla y ahora ensea filosofa en un instituto de Castilla La Mancha: con
esto deseo decir que quizs sea el poeta ms reflexivo de Nmenor, y que en
su reflexin sobre temas ya tradicionales en este grupo hay autntica hon-
dura. De sus maestros (Miguel dOrs, Eloy Snchez Rosillo, Julio Martnez
Mesanza, Jos Mateos) no slo ha aprendido a utilizar con maestra el endeca-
slabo blanco, sino a preguntarse y responderse con sinceridad potica. Lo vemos,
por ejemplo, en el poema La seal:

El imposible vuelo de una alondra,


la cintura desnuda de una joven,
no es smbolo tambin? El almbar tostado de su carne
qu dice? qu seala?28

Segn Jess Beades, recuerdan mucho estos intensos versos a otros de La


niebla, de Jos Mateos, en los que, tras una enumeracin, termina: son sea-
les de qu?, signos de qu? Estas confluencias no son la sencilla emulacin de
un autor preferido, sino indicio de la misma visin simblica de la realidad. Por
eso sigue afirmando Beades que, para Alejandro Martn Navarro, la poesa y la
vida son temblor, resplandor y respuesta, ms o menos ciega, a una vocacin
redentora.
Si por algo se ha caracterizado siempre Nmenor es por el buen olfato de
su director al publicar a autores noveles. En los ltimos dos aos han sido publi-
cados los primeros poemarios de Ivn Garca, Ramn Simn, Mara Eugenia
Reyes Lindo o Juan Jos Cerero. Voy a detenerme un momento en este ltimo.
Lo primero que debe preguntarse un poeta es de qu va a hablar en su poe-
sa, y luego llegar el cmo. Juan Jos Cerero tiene claro su mundo potico, y
por eso puede hablarnos con tanta coherencia potica del amor, de sus amigos,
de su familia, temas cotidianos conocidos y manejados por el resto de poetas
del grupo Nmenor, y an as apuntar una voz nueva, distinta. Comparte con
poetas como Pablo Moreno, Roco Arana o Jess Beades una concepcin de
la poesa como camino, un camino que se comparte.
Los temas universales de la poesa son tratados bajo el prisma de momen-
tos sencillos, vestidos con metforas cotidianas tambin. Estos temas son la fami-

28. MARTN NAVARRO, A., Aquel lugar, Madrid, Hiperin, 2006, p. 33.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lia, la amistad, la poesa. La casa como eje de la vida de un hombre, los amigos
como seres con quienes compartir y aprender. La infancia como aprendizaje
al que siempre se vuelve. El lenguaje de Cerero es musical (tocado de igual
modo por la varita mgica del endecaslabo), cercano e incluso coloquial. Tiende
a la acumulacin, a la enumeracin catica. Llama la atencin, tambin, el manejo
de los tiempos verbales, evocando un pasado que viene al presente al enca-
rarse con el recuerdo o una foto, presente que mejora el pasado:

Las naranjas
que recog de nio, siguen dando
su zumo dulce y agrio como entonces.29

Aunque sin renunciar tampoco a la imagen onrica: hay mujeres que pasan
como nubes. S hay en el yo potico de Cerero una tenue vacilacin. Vacila entre
una visin gris y cida de la existencia y la luminosidad de otros versos suyos.
Se atisba en ocasiones una visin negativa del yo, paliada a travs de la irona.
Aqu tambin contrastan distintos matices en diversos poemas. En Amanecer,
por ejemplo, dice lo mismo ms o menos que en Elogio de la oscuridad, pero
sin tomarse en serio, distancindose de s mismo por medio de las metforas e
hiprboles: Esta maana estoy anochecido.

4. ltimas iniciativas: editorial y revista potica Isla de Siltol


Acaba de ver la luz, en Sevilla, el primer nmero de la revista potica Isla
de Siltol, un nuevo proyecto del polifactico editor gaditano Javier Snchez
Menndez. Editor, poeta, empresario y director de la academia de oposiciones
Ecoem y de la fundacin Ecoem, sta ha sido su ltima empresa y aventura. La
revista tiene la misma presentacin impecable que es ya santo y sea de la cui-
dada editorial, Siltol, que comenz su andadura hace un ao en Sevilla. La
clave de este gran trabajo radica en su tesn y en su acierto al haberse sabido
aconsejar muy bien. Compone el consejo editorial de la revista un plantel de
nombres serios y deslumbrantes: el poeta jerezano Jos Mateos, el editor Abel
Feu, que trabaj durante muchos aos en la editorial Renacimiento (Sevilla), y
los poetas Luis Alberto de Cuenca y Julio Martnez Mesanza.
Javier Snchez aclara que siempre ha conciliado su faceta de empresario con
su vocacin potica. En los aos noventa tena otra editorial llamada Pasarela
Libros, y en ella public el poeta sevillano Carmelo Guilln Acosta su libro Rosa
de invierno.

29. CERERO, J. J., Oro, Sevilla, Nmenor, 2007, p. 48.

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L A N U E VA P O E S A A N DA L U Z A

A finales de los ochenta escriba varias columnas en ABC y otros diarios, diri-
ga un suplemento cultural y trabajaba para Anthropos. Era tambin profesor
asociado en la Universidad de Sevilla. Abri y dirigi un centro privado de
formacin, dedicado a preparar a opositores de la enseanza. Ecoem lleva en
el mercado veinte aos ya, y por sus aulas ha pasado toda una generacin de
poetas y maestros andaluces: Enrique Garca-Miquez, Miguel Agudo, ngel
Mendoza. En el ao 2003, aprovechando el boom que vivieron las organizacio-
nes no gubernamentales, cre la Fundacin Ecoem para publicar buenos tex-
tos sobre pedagoga y educacin. Sin embargo, no olvid sus sueos de tener
otra editorial literaria.
La editorial Siltol se fund a mediados del ao 2009. Cuenta con varias
colecciones: Siltol poesa, la principal. Anejos de Siltol, la coleccin de lujo
que publica poesa con ilustraciones y cuenta con un magnfico primer nmero:
Elogio del desierto, con poemas de Julio Martnez Mesanza e imgenes del
fotgrafo Jos del Ro Mons. Arrecifes, coleccin dedicada a editar antologas
de poetas con una extensa obra en su haber, y por ltimo logos, enfocada a
la crtica literaria. logos es un nombre inventado por el propio Javier Sn-
chez para designar los comentarios que se realizan en un blog. Ya existe una
peticin para que dicha palabra aparezca registrada en el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua, peticin levantada por el poeta Jose Miguel Ridao. El
ltimo poemario publicado en Siltol es la delicada obra Temporada de fresas,
de Pilar Pardo, que en 2009 gan el prestigioso premio Florentino Prez Embid
de la Academia de Buenas Letras de Sevilla.
El primer nmero de la revista Isla de Siltol contiene textos en prosa de los
andaluces Aquilino Duque, Jose Mara Jurado, Enrique Baltans y Jos Mateos,
aunque no se aferra a clichs ni se impone lmites espaciales: se abre este nuevo
proyecto con fragmentos del crtico Jose Luis Garca Martn y con un trabajo
ensaystico de Enrique Garca-Miquez; con poemas inditos de Miguel dOrs,
y otros tantos de Jos Julio Cabanillas. Por ltimo, contiene, como es natural,
versos de los autores que ya han publicado en la editorial: Jess Cotta, Juan
Antonio Gonzlez Romano... Esta mezcla ofrece nuevos panoramas, enriquece
y muestra un acertado mapa cultural de las letras hispnicas en el ao 2010.

Bibliografa
ARENAL, L., crtica a Cuatro estaciones en www.poesiadigital.es.
BEADES, J., Centinelas, Sevilla, Fundacin Jos Manuel Lara, 2002.
CERERO, J. J., Oro, Sevilla, Nmenor, 2007.
CABANILLAS, J. J., Cuatro estaciones, Madrid, Adonis, 2008.
La luna y el sol, Sevilla, Nmenor, 2006.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Los que devuelve el mar, Valencia, Pre-Textos, 2004.


CHESTERTON, G.K., Lepanto y otros poemas, Sevilla, Renacimiento, 2003.
DORS, M., Virutas de taller, Sevilla, Los papeles del Sitio, 2007.
DUQUE, A., La casa nueva de un poeta, en www.analisisdigital.com. G ARCA-
MIQUEZ, E., Casa propia, Sevilla, Renacimiento, 2004.
MATEOS, J., La niebla, Valencia, Pre-Textos, 2003.
Reunin, Granada, La Veleta, 2006.
MARTN NAVARRO, A., Aquel lugar, Madrid, Hiperin, 2006.
MORENO, P., Clara contrasea, Sevilla, Nmenor, 2003.
Discurso de la ceniza, Madrid, Adonis, 2008.
TLLEZ, R. A., Los adioses, Sevilla, Renacimiento, 1996.
Quienes rondan la niebla, Sevilla, Renacimiento, 1993.

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RECETARIO DE COCINA MEXICANA: EDICIN SEMIDIPLOMTICA DE UN MANUSCRITO
INDITO DEL SIGLO XIX
Susana Echeverra Echeverra
Instituto Cervantes de So Paulo

Este trabajo presenta una muestra de la edicin semidiplomtica del texto


manuscrito indito titulado Recetario de Cocina Mexicana ca. 1850, cuyo ori-
ginal se encuentra en la Biblioteca Nacional de Espaa, en Madrid. El manus-
crito Mss/23133/15 est compuesto por doce hojas que contienen cuarenta y
tres recetas de carnes, pescado y repostera que ostentan ttulos tan sugeren-
tes como Pollos borrachos, Chicha de limn o Queso de almendras.
Tan slo, por la informacin gastronmica que ofrece, ese documento mere-
cera ser editado, pero es que, adems, las informaciones ortogrficas, fonticas,
morfolgicas, sintcticas y lxicas que incluye su texto servirn para enriquecer
los registros que describen la evolucin del espaol de Amrica.
Con el fin de facilitar su lectura, en primer lugar, transcribimos el texto, escrito
en letra bastarda, y lo editamos, respetando al mximo sus rasgos lingsticos.
Para ello, mantuvimos la escritura original del documento, no modificamos su
ortografa ni su puntuacin, como se puede apreciar en la siguiente muestra:

Pollas borrachas | Preparadas segn constunbre se echan en una | olla, con bino,
binagre, jamon rebanado, pasas al- | mendras, sus espesies molidas, jitomates asa-
dos y | molidos que quede espesa la salsa, usando de | la sal el gusto. (l.38)

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Esa y las dems normas que seguimos para la elaboracin de la edicin semi-
diplomtica, y que presentamos antes de la transcripcin, las elaboramos a
partir de las Normas para la transcripcin de documentos histricos hispanoa-
mericanos, de las Normas para transcrio de documentos manuscritos para a
histria do portugus do Brasil y de las Normas de transcripcin paleogrfica,
de ngel Riesco Terrero.
A continuacin de la edicin semidiplomtica, ofrecimos una versin moder-
nizada del texto, para favorecer su divulgacin; y, para terminar, realizamos
un comentario lingstico sobre los rasgos que ms se destacan en el Receta-
rio.
En ese sentido, y desde el punto de vista ortogrfico, resulta sorprendente
para la mirada de un lector del siglo XXI comprobar que, por ejemplo, la primera
mano que copia las dieciocho primeras recetas, utiliza n, invariablemente, ante
b y p en palabras como linpia (l.51); tambin resulta significativa la manera como
introduce, en su escritura, marcas de su pronunciacin, cuando, por ejemplo,
escribe s en trminos como: troso (l.4), cosimiento (l.4), onsa (l.5).
Desde el punto de vista morfolgico, llama, sin duda, nuestra atencin al leer
la recetas de las Pollas borrachas, por ejemplo, el que no se lleve a cabo la con-
traccin de la preposicin a y el artculo el en usando de la sal a el gusto (l.41),
o la adscripcin al gnero femenino de la palabra almibar (l.123). En cuanto a
la sintaxis, sorprende, por ejemplo, la construccin vatido que este (l.127), con
valor de cuando est batido.
De cualquier forma, es en el lxico gastronmico y expresiones culinarias que
el documento se muestra ms rico, con el uso de palabras como almoradus (l.5),
que el Diccionario de la Lengua Espaola de la Real Academia Espaola recoge
como almoraduj o almoradux, ms conocido en la pennsula como mejorana; o
de locuciones como: se pone a coser en una casuela con agua competente (l.44),
o tres libras de asucar bien clarificadas y tibias en punto de espejo (l.79).

1. Edicin semidiplomtica
Para Spina (1977: 79), a transcrio semidiplomtica representa uma ten-
tativa de melhoramento do texto, com a diviso das palavras, o desdobramento
das abreviaturas (trazendo as letras que no figuram no original, colocadas entre
parnteses) e s vezes at com pontuao. En el caso de esta edicin, optamos
por desdoblar las abreviaturas, pero escogimos mantener la frontera de las pala-
bras donde se encontraba en el documento original, y en lugar de parntesis,
utilizamos corchetes, para indicar las intervenciones del editor en el texto, como
sugieren las Normas para transcrio de documentos manuscritos para a his-
tria do portugus do Brasil.

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R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

1.1. Normas utilizadas en la edicin del Recetario de Cocina Mexicana


Otras normas que aplicamos a nuestra transcripcin fueron:

1. Mantuvimos, dentro de lo posible, la organizacin grfica del texto, como


puede observarse en los anexos A y B;
2. Anotamos a pie de pgina los comentarios sobre particularidades de la escri-
tura, aclaraciones semnticas, elementos grficos que se encuentran en la
pgina, etc.
3. Indicamos con una lnea vertical el cambio de rengln en el manuscrito ori-
ginal.
4. Colocamos entre dos lneas verticales el nmero de pgina, que definimos
con el nmero ms la inicial correspondiente al lado recto (r.) o al verso (v.).
5. Desarrollamos las abreviaturas, incluyendo, en itlica, los grafemas que las
completan.
6. Escribimos entre corchetes los grafemas omitidos.
7. Sealamos, entre corchetes duplos, las palabras repetidas.
8. Tambin, entre corchetes, pero subrayndola, anotamos la palabra inteligi-
ble, cuando, por el motivo que sea, no era posible su lectura.
9. Sin embargo, cuando se poda leer la palabra bajo borrones o tachaduras,
la escribimos entre corchetes con una lnea horizontal que la tacha longitu-
dinalmente.
10. Subrayamos las firmas, para destacarlas.
11. Entre mayor y menor, incluimos los trechos de texto escrito entre lneas.

1.2. Muestra de la edicin semidiplomtica del Recetario de Cocina Mexicana


||1r.|| 211

4 Vaca Francesa.2

Cuatro3 libras de carne linpia de huesos y | pellejos, se echan a coser en una


olla, si es | posible en un solo troso, para su cosimiento se conpone | vina-
gre fuerte con una onsa de Ajenjible, una de | pimienta gorda almoradus y tomi-
llo, y de oregano me | dia onsa, seis cabesas de Ajos grandes y dos Cebollas
| linpias, echandole sal a el gusto; con la cantidad | suficiente de este caldo,

1. Hay un 1 escrito en el margen superior derecho, a la altura de 21; fue rotulado por otra
mano.
2. A la izquierda del 4 hay otro nmero tachado, parece otro 4.
3. A la izquierda de esta palabra hay dos letras tachadas con una lnea vertical.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

se4 pone a erbir tapando[s]5 | la olla con una casuelita y masa al rededor, |
cuando se considere cosida se enbuelbe en un coten6 | se y mete una prensa
para dies doce oras, apren | sada que sea, se rebana en tajadas y se pone
una | cama de hellas en una olla barrilito despolboriandole | ensima, Lau-
rel tomillo y oregano enteros, repitiendo7 | esta operacin hasta acomodarla
toda, en este estado | se cubre de binagre conpuesto de sal y ajos al gusto. |
Alos ocho dies dias, lla puede servirse.8 ||1v.||

23

Benason,9

Unas pulpas de Vaca Carnero bien desan | gradas, se echan por veinte y
cuatro oras en | adovo comun, pasadas estas, se echan en | otro adovo con-
puesto de chile molido, Cane | la, clabo, pimienta, cominos, ajos, culantro10 tos-
tado, | vinagre, una lima rebanada, oregano y Sal, | otro dia se saca y se b
mechando con | rajas de Canela, dientes de ajo, clabo y pimi- | enta, mucho
Jamon remojado en agua de Sal; lue | go se cuese aadiendole todas espe-
sies molidas: | para serbirlo se rebana echandole un polvo de | Sal pimienta.

Empanadas en Asador11

Preparadas en crudo unas Gallinas, se | echan en agua fuerte de Sal, cuando


se con | sidere que lla hayan tomado alguna, se en | jugan y se untan de aseite
y manteca | para ponerlas asar; conforme se ballan do- | rando, se les untara
con una brocha pluma | huebo batido, cubriendolas con arros- ||2r.|| molido
en seco, esta operacin ser repetida, has | ta que esten cosidas y cubiertas de
arros.12

4. A la derecha de la e hay un borrn.


5. A la derecha de la o, se aprecia una s tachada con dos lneas transversales.
6. http://es.wiktionary.org/wiki/cotense
7. Bajo la r puede leerse una p.
8. En el margen inferior derecho encontramos un sello de la Biblioteca Nacional.
9. Antes de esta palabra encontramos un 5 tachado.
10. La coma que sigue a esta palabra se encuentra tachada.
11. Antes del nombre de esta receta, hay un 11 tachado.
12. A la derecha de esta palabra, aparece el nmero 2, correspondiente al nmero de la pgi-
na, escrito por otra mano.

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R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

22

Escabeche de Ternera.13

Una poca de pulpa desangrada en agua | de Sal, se pone coser con unas
cabesas| de ajo vinagre aguado y Laurel, cosida que est, se | frie en man-
teca y se echa rebanadas y se echa | en infucion de binagre <por nueve das>,
compuesto con pimienta, cla | bo, canela, tomillo, oregano y unas rebanadas
| de limon rebolbiendole un poco de Aseite, y unas | rebanadas de Cebollas
por nueve das.

[178]

Pollas borrachas14

Preparadas segn constunbre se echan en una | olla, con bino, binagre,


jamon rebanado, pasas al | mendras, sus espesies molidas, jitomates asados y
| molidos que quede espesa la salsa, usando de | la sal el gusto.15 ||2v.||

Jamon Costrado16

Un Jamon17 vien lavado y sin garras, se po- | ne a coser en una Casuela con
agua competente | conpuesta de un cuartillo de vino Jeres, y vinagre | fuerte,
laurel y un pedaso de Azucar, cosido que est, | se enjuga y se buelbe echar
en infucin de | vino y binagre para mantenerlo umedo, sacado- | se la infu-
cion, se le echa asucar enpolbo, - | se enbuelbe en un papel, se pone en una
| parrilla fuego lento, y por ensema se cos | tra con fierros calientes cuando
est costra | do por el magro, se le quita el cuero se ase | lo mismo por el
gordo.

Budin de Coco.

Media libra almendra linpia<y molida>, un coco | rayado, nueve huevos


batidos, una libra | [ilegible] polbo de asucar, mesclese [t]odo, y | echese en

13. A la izquierda del nombre de la receta, hay una palabra sobrescrita a otra y el nmero 4 ta-
chado.
14. A la izquierda del nombre de la receta, encontramos el nmero 12 tachado.
15. En el margen inferior izquierdo aparece impreso un sello de la Biblioteca Nacional.
16. A la izquierda del nombre de la receta, hay un nmero tachado.
17. Hay un borrn de tinta sobe la o.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

una casuela untada de mante | quilla suficiente ponindola dos fuegos - |


con lentitud.||3r.||

Panqu.18

Una libra de asucar, otra de arina igual | cantidad mantequella amasese,


con trese hue- | bos vien batidos, al [bati] amasarse, se le | mesclara medio
posillo de Aguardiente refino, cuando | se haye bien incorporado se llenaran
medios | moldes untados de mantequilla, y se metern | a un orno tenplado.

Cocada.

A un coco regular y rallado se le mes- | clan seis onsal de almendra molida,


diez y | seis llemas de huevo unas pocas de natillas | y tres quartillos de leche,
cuando est vien reb- | elto se echa en dos libras de almibar clarifica- | do
y se le d el punto corriente.

Pescado frito.19

Se fren <en Aceite y manteca> unas migajas de pan despus de | tostado


lo que se agrega un poco de tomate asa- | do y molido con pimienta clabo y
canela al gusto ||3v.|| una poca de Cebolla y ajos picados, cuando es- | te
frito se le agrega binagre y perejil picado: | en esta salsa se echa el pescado
cosido que- | de un hervor.

Otra.

Se pone freir ajo en aseite y mante- | ca, tan luego como haya dejado el
gusto, se le | echa tomate conpuesto como el anterior agre- | gando despus
unas alcaparras.

Tamales de pan.

A un poco de pan duro y molido, se | umedese con leche vatiendolo hasta


que este de | un espeso regular, acosa de un real de pan se | le rebuelben tres
llemas y dos claras de huevo. | dos mantequillas regulares una libra de polbo

18. En el margen superior derecho, encontramos el nmero 3, correspondiente a la nueva p-


gina, escrito por otra mano.
19. Encima del nombre de esta receta hay un smbolo que parece un 7, pero podra tener
otro significado. A la derecha, puede verse el sello de la Biblioteca Nacional.

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| de asucar, vatido todo esto se echa en el sen- | tro un picadillo de asitron,


almendra, pasas y | piones, puestos coser en ojas lo mismo- | que todos.

Ante.

Tres libras de asucar vien clarifica- | das y tibias en punto de espejo, se le


echan ||4r.|| media libra de almendra molida, se rebuelbe20 vi- | en y se pone
al fuego para que vuelva a tomar | el mismo punto, separado del fuego cuando
| est tivio se le echan veinte y dos llemas de | huebo batiendo21 vien hasta
que se incorpore, en | este estado se vuelve de nuevo la lumbre | y al pri-
mer erbor se le mesclan unas na- | tillas de leche, continuando su erbor hasta
que | se despegue del vaso, momento en que debe bajarse | para cubrir reba-
nadas de mamon umedesidas con | leche dulce, adornando la ultima capa con
pol- | bo de canela, en onor de la madre Escoto.

2. Edicin modernizada del Recetario de Cocina Mexicana


Para Cambraia (2005), una edicin modernizada implica modernizacin lin-
gstica. Aunque l no lo dice, qu aspectos comprendera esa moderniza-
cin, en nuestra edicin? Bueno, pues la correccin ortogrfica, morfolgica y
sintctica, de acuerdo con el uso actual; es decir, entre otros, separaremos las
palabras, eliminaremos las maysculas en interior de palabra, la duplicacin
de grafemas, corregiremos los tiempos verbales en desuso, etc. Pero, adems de
esa normativizacin del texto, en nuestra transcripcin, hemos seguido algu-
nas normas que han guiado su ejecucin.

2.1. Normas para la edicin modernizada del Recetario de Cocina Mexicana


1. Eliminamos el registro de los nmeros de pgina.
2. Suprimimos la mencin de los smbolos grficos que no ayudan a la inte-
ligibilidad del texto.
3. Uniformizamos la organizacin grfica del texto; por ejemplo, subraya-
mos todos los ttulos, pues la mayora lo estaban en el original, y suprimimos
el punto que, en muchos casos, iba al final de ese rtulo.
4. Anotamos los trminos que, como peninsulares, y usuarios de las cocinas
del siglo XXI, nos pareci que podran resultar oscuros para aquellos lectores
que quisiesen realizar las recetas.

20. Encima de esta palabra, en el margen superior derecho, encontramos el nmero 4, corres-
pondiente a la nueva pgina, escrito por otra mano.
21. La b fue conformada a partir de una v.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

5. Al mismo tiempo que pretendimos simplificar las recetas y facilitarles su


lectura al mayor nmero de lectores posible, tratamos de mantener, siempre que
eso fue posible, las caractersticas estilsticas del texto, en detrimento de la sen-
cillez, algunas veces.

2.2. Edicin modernizada del Recetario de Cocina Mexicana


Vaca Francesa

Cuatro libras de carne limpia de huesos y pellejos, se echan a cocer en una


olla, si es posible en un solo trozo. Para su cocimiento, se aade vinagre fuerte
con 30 g de ajenjible,22 30 g de pimienta gorda almoradus23 y tomillo, y de or-
gano, 15 g, seis cabezas de ajos grandes y dos cebollas limpias, echndole sal
al gusto; con la cantidad suficiente de ese caldo, se pone a hervir; tapando la
olla con una cazuelita y masa alrededor, cuando se considere cocida se envuelve
en un cotense24 y se mete a una prensa por diez o doce horas. Ya prensada,
se rebana en tajadas, y se pone una cama de ellas en una olla, espolvorendole
encima, laurel, tomillo y organo enteros, repitiendo esa operacin hasta aco-
modarla toda; en ese estado, se cubre de vinagre compuesto de sal y ajos al
gusto. A los ocho o diez das, ya puede servirse.

Venason25

Unas pulpas de vaca o carnero bien desangradas, se echan por veinticua-


tro horas en adobo comn; pasadas esas, se echan en otro adobo compuesto
de chile26 molido, canela, clavo, pimienta, cominos, ajos, cilantro tostado, vina-
gre, una lima rebanada, organo y sal. Al da siguiente se saca y se va mechando
con rajas de canela, dientes de ajo, clavo y pimienta, con mucho jamn remo-
jado en agua de sal; luego, se cuece aadindole todas las especias molidas.
Para servirlo, se rebana echndole un polvo de sal y pimienta.

Empanadas en Asador

Preparadas en crudo unas gallinas, se echan en agua, fuerte de sal, cuando


se considere que se hayan salado lo suficiente, se enjugan y se untan de aceite

22. Jengibre, en la pennsula.


23. Mejorana, en la pennsula.
24. http://es.wiktionary.org/wiki/cotense
25. Venaison, en francs.
26. Pimiento, en la pennsula.

728 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

y manteca, para ponerlas a asar. Conforme se vayan dorando, se les untar, con
una brocha o pluma, huvo batido, cubrindolas con arroz molido en seco,
esa operacin ser repetida, hasta que estn cosidas y cubiertas de arroz.

Escabeche de Ternera

Un poco de pulpa desangrada en agua de sal, se pone a coser con unas cabe-
zas de ajo, vinagre aguado y laurel. Cuando est cocida, se fre en manteca y se
corta en rebanadas. Despus, se introduce en una infusin de vinagre por nueve
das; compuesto con: pimienta, clavo, canela, tomillo, organo y unas rebana-
das de limn; revolvindole un poco de aceite y unas rebanadas de cebollas.

Pollas Borrachas

Preparadas segn costumbre se echan en una olla, con vino, vinagre, jamn
rebanado, pasas almendras, sus especias molidas, jitomates asados y molidos
hasta que quede espesa la salsa, usando sal al gusto.

Jamn Costrado

Un jamn bien lavado y sin pezuas, se pone a cocer en una cazuela con
agua suficiente, compuesta de medio litro de vino de Jerez y vinagre fuerte, lau-
rel y un pedazo de azcar. Cuando este cocido, se enjuga y se vuelve a poner
a remojo con vino y vinagre para mantenerlo hmedo; se saca y se le echa az-
car en polvo; se envuelve en un papel, se pone en una parrilla a fuego bajo,
y, por encima, se costra con fierros27 calientes. Cuando est costrado por el magro,
se le quita el cuero. Se hace lo mismo por el gordo.

Budn de Coco

Media libra de almendra limpia y molida, un coco rayado, nueve huevos bati-
dos, una libra de polvo de azcar. Mzclese todo, y chese en una cazuela, sufi-
cientemente untada de mantequilla, ponindola a fuego medio. Cocnese con
lentitud.
Panqu

Una libra de azcar, otra de harina e igual cantidad de mantequilla. Amsese


con trece huevos bien batidos. Al amasarse, se le mezclara medio pocillo de

27. Hierros, en la pennsula.

ndice 729
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

aguardiente refino. Cuando se haya incorporado bien, se llenarn moldes por


la mitad, untados de mantequilla, y se metern al un horno templado.

Cocada

A un coco regular y rayado se le mezclan 180 gr. de almendra molida, die-


cisis yemas de huevo, unas pocas natillas y un litro y medio de leche. Cuando
est bien revuelto, se echa en dos libras de almbar clarificado, y se le da el
punto corriente.

Pescado Frito

Se fren en aceite y manteca unas migajas de pan, despus de tostado se le


agrega un poco de tomate asado y molido con pimienta, clavo y canela al gusto,
un poco de cebolla y ajos picados. Cuando est frito, se le agrega vinagre y pere-
jil picado. En esta salsa, se echa el pescado cocido a que d un hervor.

Otra

Se pone a frer ajo en aceite y manteca, tan pronto como haya dejado el gusto,
se le echa tomate, compuesto como el anterior, agregndole despus unas alca-
parras.

Tamales de Pan

Se humedece con leche un poco de pan duro rayado, batindolo hasta que
alcance una consistencia regular. Se revuelven tres yemas y dos claras de huevo
con un real de pan, dos mantequillas regulares, una libra de polvo de azcar.
Batido todo eso, se echa, en el centro, un picadillo de acitrn, almendra, pasas
y piones, puestos a cocer en hojas, lo mismo que todos.

Ante

A tres libras de azcar bien clarificada y tibia a punto de espejo, se le echa


media libra de almendra molida. Se revuelve bien y se pone al fuego para que
vuelva a tomar el mismo punto. Separado del fuego, cuando est tibio, se le
echan veintids yemas de huevo, batiendo bien hasta que se incorpore. En
ese estado, se lleva de nuevo al fuego, y, al primer hervor, se le mezclan unas
natillas de leche, continuando su hervor hasta que se despegue del recipiente;

730 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

momento en que debe bajarse, para cubrir rebanadas de mamn humedeci-


das con leche dulce, adornando la ltima capa con polvo de canela.

3. Historia del documento


Como comentbamos en la introduccin, el manuscrito data de 1850; se,
por lo menos, es el ao que aparece en la fotocopia de la encuadernacin. Sobre
la portada, en un tejuelo, est escrito:

RECETARIO
DE
COCINA MEXICANA
ca. 1850

Junto a las fotocopias del manuscrito, nos lleg de la Biblioteca Nacional de


Espaa, una hoja con las siguientes informaciones sobre ese documento:
Signatura: MSS/23133/15
Tema: Recetas de pastelera y cocina. siglo XIX. 12 h; 22 x 16 cm.
Origen: Probablemente de un pas hispanoamericano. Mxico?
Adquisicin: Compra, Libreria Antiquria Delstres, Barcelona, 2006.
Sobre cmo lleg ese documento a Espaa, no poseemos ningn dato, pero
deducimos, por la autora de otros documentos de la misma poca, y por su
contenido, similar al de otros documentos encontrados en Internet,28 que pudo
haber viajado junto a algn miembro de la orden religiosa que las recopil. A
favor de esa teora, encontramos en la receta de Ante (l.78) la recomenda-
cin de adornar la ltima capa con polvo de canela, en honor de la madre
Escoto.29

4. Comentario lingstico
De entre los mltiples aspectos que se podran analizar en este apartado,
hemos escogido algunos, que organizamos en cuatro niveles: ortogrfico, mor-
folgico, sintctico y lxico.

28. Recetas del convento de las carmelitas: http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documen-


tos/lhr/dominguez_p_al/apendiceB.pdf
29. El Diccionario de la Lengua Espaola de la Real Academia Espaola ofrece la siguiente
acepcin para madre: Ttulo que se da a ciertas religiosas.

ndice 731
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

4.1. Nivel ortogrfico


Tambin en la introduccin, adelantbamos algunas caractersticas lingsti-
cas del Recetario. Comentbamos que la ortografa sorprende a un usuario del
espaol del siglo XXI, pues no respeta algunas de las normas establecidas por la
ltima Ortografa publicada por la Real Academia de la Lengua y practicadas
por los hablantes de espaol, aunque s obedece a algunos preceptos de la que
publicara esa institucin en 1826, como el que prev que se acenten las voca-
les: a, e, o, u [...] cuando se hallaren solas formando partes de la oracin; fin
de que no se pronuncien como unidas la vocal que precede se sigue, como
sucede, por ejemplo, en numerosas de las recetas que transcribimos, con la nica
salvedad de, en ocasiones, llevar un acento circunflejo en lugar del acento agudo,
al que las lneas extradas de la pgina 77 se estaran refiriendo. Encontramos
ejemplos de esa ndole en la lnea 9 (), en la 19, (), y en la 55 ().
Destaca tambin la total ausencia de uniformizacin en el uso de <v>, <b>,
<h>, <ll> o <y>, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos: adovo
(l. 17), binagre (l.12), hellas (l.10), lla (l.12), oya (l.105).
Contra lo que prescribe la Ortografa de 1826, que advierte de la ineficacia
de las maysculas cuando se ponen en las ocasiones que no lo requieren, como
lo vemos en muchas obras y escritos, donde se hallan multiplicadas indebida-
mente las maysculas por ignorancia, descuido capricho, se utilizan en el
Recetario las letras maysculas de forma aleatoria, como se puede observar por
los siguientes ejemplos de palabras que no dan inicio a oraciones: Ajenjible (l.5),
Vaca (l.16), Rosa (1.151), etc.
Ese manual ortogrfico nos ayuda a comprender el hecho de que una de las
manos duplique la r en posicin inicial de palabra, como es el caso de: rreales
(l.130), rremovida (l.130), rremojado (l.131), rremolido (l.131), rrebuelve (l.131),
al rrededor (l.134). En la pgina 46 de ese libro, la Real Academia Espaola escla-
rece que la r simple suena siempre suavemente, excepto cuando est principio
de diccion, pues entonces sin necesidad de duplicarla, adquiere el sonido fuerte.
Aparte de rr, encontramos duplicada la s, en assi (l.280).
Otro rasgo ortogrfico del manuscrito, al que no queremos dejar de aludir,
es la casi total utilizacin de s en el lugar de c o z, que reflejara un rasgo fon-
tico de la variedad seseante de los/las copistas, como se refleja en las siguien-
tes voces: coser, por cocer (l.3); espesies, por especias (l.21); arros, por arroz
(l.29); ensima, por encima (l.10); asucar, por azcar (l.46), etc.
Resulta igualmente destacable, al menos en algunas de las manos, la igno-
rancia de la norma ortogrfica sobre el empleo de m ante las bilabiales oclusi-
vas sonora b y sorda p, a pesar de ya ser mencionada, esa regla, en la
Ortografa de la lengua castellana de 1770 (p. 62). Ya la primera mano utiliza
conpone (l.4) y costunbre (l.39).

732 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

Para terminar con este somero anlisis, no podemos dejar de mencionar la


unin de palabras o la segmentacin de sus slabas, que, si bien no es tan
profusa como en textos del siglo XVIII, contina mostrndose como una pecu-
liaridad ortogrfica de la poca. En ese sentido, nos gustara presentar, aqu, los
siguientes casos: al rededor (l.8), serllan (l.118), quebrarse aparta, por que-
brar, se aparta (l.149).

4.2. Nivel morfolgico


A diferencia del gran nmero de casos de ortografa peculiar, el Recetario
no presenta abundancia de divergencias morfolgicas con el espaol actual. Sin
embargo, las que encontramos merecen ser comentadas.
Ya en la primera receta, nos deparamos con a el gusto, que, de acuerdo con
Garca de Diego (1951), sera una reduccin frecuente ya en la poca clsica,
pero que en el manuscrito no se realiza.
Varias veces tambin nos encontramos en el documento con numerales escri-
tos de una manera diferente a como estamos hoy acostumbrados; por ejemplo,
veinte y cuatro (l.16) o diez y seis (l.125). Para Bello (1954), que public su Gra-
mtica en abril de 1847, los numerales cardinales [...] Jntanse a veces dos o
ms de estos nombres para designar el nmero de que se quiere dar idea, como
diez y nueve, veinte y tres,... Aclara, sin embargo, Cuervo, en los comentarios
a la obra de Bello, realizados casi un siglo despus, en 1954, que conforme a
un uso bastante general, aprobado por la Academia, se escriben en una sola
palabra veintiuno, veintids, etc, hasta veintinueve.
Se echan [...] que quede espesa la salsa (l.40), otra construccin intere-
sante en la que se observa el valor diferente de la preposicin , que en nues-
tros das se expresa con hasta.
En la receta Conserva de Naranja, descubrimos el adjetivo amargo, utili-
zado como sustantivo, hasta que no tengan amargo ninguno; en la versin
modernizada de ese texto, lo hemos transcrito como hasta que desaparezca su
amargor.
Otro aspecto morfolgico que sobresale en el texto es la asignacin a algu-
nos sustantivos de un gnero diferente al que se les otorga hoy. Por ejemplo,
en las lneas 104 y 148, nos deparamos con asucar blanca; encontramos tam-
bin, asuCar molida (l.265) y azucar clarificada (l.249). Lo mismo se percibe
con el nombre almibar, que, en la mayora de los casos en que aparece lo hace
acompaado por determinantes femeninos, como, por ejemplo, en la lnea 162,
la almibar.
Ms todava que el ejemplo anterior, el prximo capta nuestra atencin
por la falta de concordancia de los pronombres indefinidos con sus anteceden-

ndice 733
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tes, dos reales de Noes media | libra de Almendra una y otra molido; pues, en
ese caso, adems de en gnero, no se realiza la concordancia de nmero.
En la lnea 168, localizamos una forma verbal que presenta una configura-
cin desviada de la norma, se trata de cri, tercera persona singular del presente
de subjuntivo de criar se hecha | en el platon y se deja que cri costra.
Para terminar nuestra observacin de nivel morfolgico, sealaremos el uso
del futuro de subjuntivo en el lugar del pretrito imperfecto de subjuntivo que
lo ha reemplazado casi en la totalidad de ocurrencias; as, escribe Alarcos Llo-
rach (1994), se ha descartado la forma cantares que hoy, salvo en alguna zona
conservadora, es mero arcasmo de la lengua escrita; [...] Ya Andrs Bello con-
signaba el desuso de cantares y apunt sus equivalencias: Si alguien llamare
(llama) a la puerta, le abrir; y contina el autor de la ltima Gramtica de la
Lengua Espaola de la Real Academia Espaola: Cuando el uso de cantares
se mantena vivo, sus morfemas de perspectiva temporal eran sin duda los de
presente, [...], como se observa en los siguientes ejemplos del Recetario:

agua tibia la que fuere | nesesria se desase lo que cave un posuelo de leba | dura
(l.204); quando estubie | ren fritos, los pondrs en vna Casuela (l.272); Son muy
| gustosos, pero silos quicieres hazer fritos | con Tosino Manteca, son tambin
buenos (l.283)

4.3. Nivel sintctico


Para ayudarnos a contextualizar la sintaxis del manuscrito escribe Bello (1954)
que en su tiempo se utilizaba el participio absoluto con los verbos tener, ser y
estar, como lo confirma, en varios lugares, nuestro manuscrito, apren | sada
que sea, se rebana en tajadas (l.9); cosido que est, | se enjuga y se buelbe
echar en infucin de | vino (l.45); vatido | que este, se ba echando la masa en
cajoncitos (l.127). Para Alarcos Llorach (1994), esos ejemplos, sin embargo, si
usados hoy, se interpretaran como un uso afectado de la lengua.
Tan interesantes como los ejemplos anteriores van a resultar al lector de
nuestros das los que presentamos a continuacin; curiosamente, en los tres
casos, sustituiramos elementos de las cuatro oraciones por un el adverbio rela-
tivo cuando. En el primero, hasta que no ten | gan amargo ninguno que se
echaran en | agua limpia caliente (l.121), el segundo que, adquiere en la oracin
un claro valor temporal, sera una clara muestra de omisin de preposicin ante
el relativo, pues podramos colocar en y nos aproximaramos a la construc-
cin que sera ms extensamente aceptada, esto es, la sustitucin de que
por cuando. La segunda oracin, ya que esta de punto de Cajeta se monda
una | [una] pia (l.132), descontextualizada, como aparece aqu, nos pre-

734 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

senta el relativo con un antecedente adverbial, ya que, con aparente valor


causal, que, en realidad, lo es temporal; eso se puede percibir, si lo cambiamos
por cuando. Ese mismo adverbio nos ha servido, en la versin modernizada
del Recetario, para sustituir al gerundio en: irviendo el | Caso se le va echando
al rrededor (l.134); conforme a la opinin de Bello (1954), para quien el gerun-
dio es un adverbio, y a la de Alarcos Llorach (1994), segn el cual los gerundios
aparecen como adyacentes circunstanciales.
Una peculiaridad de la sintaxis de las recetas recopiladas en el manuscrito
es la de sus autores/as a utilizar ms la unin de oraciones paratctica que la
hipotctica. Para Gili Gaya (1989), la hipotaxis significa:

un fortalecimiento de las relaciones entre los componentes del perodo, y mayor


posibilidad de matices cualitativos en la expresin de tales relaciones. Por esta
causa las conjunciones subordinantes aparecen tarde [...] en la medida que la cul-
tura individual las va haciendo necesarias; y si la instruccin literaria es nula o
escasa, muchas de ellas seguirn siendo desconocidas durante toda la vida.

En Quezo de Almendras, por ejemplo, de un total de diez oraciones, seis


van introducidas por la conjuncin copulativa y, como se comprueba a conti-
nuacin:

[...] se | vate bien, y se le vuelve la lumbre, has- | ta que despegue del caso, y
entonces se | deja enfriar, y se le revuelven diez y | seis yema[s]30 de huevos <y se
vuelve poner al | fuego hasta que despegue del caso> | [y] se muele | en un
metate y biolento se forma | el quezo.

4.4. Nivel lxico


Decamos al iniciar este trabajo que el lxico culinario que se nos presenta
en el Recetario es muy rico, no slo para reconstruir la historia de la gastrono-
ma mexicana como tambin para enriquecer el lxico de los hablantes de espa-
ol de otros pases.
En las prximas lneas, ofrecemos una muestra de la riqueza a la que nos
referamos, en forma de listado de palabras y expresiones que separamos en:
ingredientes, platos, utensilios, tcnicas culinarias, medidas, verbos y expresio-
nes.31

30. Sobre la s hay un borrn de tinta.


31. No nos extenderemos en la explicacin de sus significados, puesto que eso ya lo hace-
mos en las ediciones semidiplomtica y modernizada del Recetario.

ndice 735
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Ingredientes: ajenjible, almoradus, pimienta gorda, aguardiente refino, culan-


tro, acitrn; camote, tornachiles, cochorizones, chcharos, harina flor, livianos,
agua de ceniza, ejotes, chirivas, pern, grageas y almidn cernido.
Platos: ante, mamn y escafiroleta.
Utensilios de cocina: barrilito, cotense, fierros; vaso, cajoncitos, comal, pla-
tn y metate.
Tcnicas culinarias: tapando la olla con una cazuelita y masa alrededor.
Medidas: libras, onzas, reales y cuartillos.
Verbos: aprensar, despolborear, clarificar, refregar, largar, agitar, clavetear,
chorrear, escusar, emperdigar, nogar, martajar, sancochar y desatar.
Expresiones: cama, medios moldes, tan pronto como haya dejado el gusto,
que hayan tomado alguna sal, se echa rebanadas, garras, competente, se vuelve
a echar en infusin, animndola si se quiere con algn licor; que se quiera,
punto de espejo, a fuego manso, a dos fuegos, muy atrs, bolondrones, ge-
ros, hasta que haga ojos y suene bien, violento, granos de ajo, tenga su tez
blanca, cajeta, se cuela por una servilleta, se hace bola, se pone al calor del
rescoldo y granchones.

5. Conclusiones
La realizacin de esta edicin ha sido un trabajo muy gratificante. En primer
lugar, siempre es emocionante transcribir un manuscrito indito, como lo es el
Recetario de Cocina Mexicana. A ello hay que sumar, el placer que sentimos en
nuestros encuentros diarios con el manuscrito, provocado, entre otros motivos,
por la que podramos denominar como cocina virtual de los deliciosos platos
que se nos presentan a lo largo de este corto pero intenso viaje a la gastrono-
ma mexicana del siglo XIX. Marquesote de rosas, conserva de naranja, merme-
lada de coco, chicha de limn, leche piada, son algunos de los platos que
hemos descifrado siguiendo las diestras instrucciones que muestran sus reco-
piladores; o deberemos decir recopiladoras, porque, de acuerdo con nuestra
aproximacin a la historia del documento, vimos que el manuscrito mexicano
podra ser autora de miembros de una orden religiosa que, por motivos que
desconocemos viaj a Espaa.
Otra fuente de satisfaccin durante la composicin de este estudio ha sido
el aprendizaje que ha supuesto el buscar los significados de trminos y expre-
siones culinarias totalmente desconocidas, porque, adems de aprehender sus
sentidos, durante el proceso de investigacin, descubrimos varias fuentes de
informacin riqusima de un gran atractivo, que utilizaremos y daremos a cono-
cer siempre que surja la necesidad de hacerlo.

736 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

Dejamos para otras oportunidades la presentacin del anlisis paleogrfico


y codicolgico del manuscrito, que por motivos de espacio resulta, en esta oca-
sin, inviable.

Bibliografa
ALARCOS LLORACH, Emilio, (1994), Gramtica de la Lengua Espaola, Madrid:
Espasa Calpe.
BELLO, Andrs y Rufino CUERVO (1954) Gramtica de la Lengua Castellana, Bue-
nos Aires: Editorial Sopena Argentina.
CAMBRAIA NARDELLI, Csar, 2005, Introduo crtica textual, So Paulo: Martins
Fontes.
GILI GAYA, Samuel., (1989), Curso Superior de Sintaxis Espaola: Barcelona, Vox.
REAL ACADEMIA ESPAOLA, 1770, Ortografa de la Lengua Castellana, Madrid:
D. Joaquin de Ibarra, Impresor de Cmara de S.M.
1826, Ortografa de la Lengua Castellana, Madrid: Imprenta Real.
SPINA, Segismundo, 1977, Introduo Edtica, So Paulo: Editora da Univer-
sidade de So Paulo.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ANEXO A

738 ndice
R E C E TA R I O D E C O C I N A M E X I C A N A

ANEXO B
Huevos Mejidos

A tres libras de almbar clarificado y de medio punto, se le echa media libra


de camote, otra de coco, y 120 gr. de almendra molida; continuando su hervor,
hasta que tome punto. En ese estado, se aparta del fuego, esperando a que se
enfre un poco, para echarle huevos batidos y mezclrselos, hasta que no tenga
bolitas y quede suelto, sin estar aguado. Cuando se halle en esos trminos, ya
se habr preparado una cazuela con manteca quemada, aunque no muy caliente,
para ir friendo, en grupos, segn se quiera, los huevos mejidos.

Chicha de Limn

Triturar una pia regular y madura, sin estar podrida. Se mezclar con 3 litros
de agua, en la cual habrn estado en infusin seis limones exprimidos y sus cs-
caras, una libra de azcar blanco, un poco de clavo, canela en polvo y un pedazo
de pastilla. Despus de pasar la mezcla a una olla limpia, se dejar reposar
por veinticuatro horas. Se le puede agregar, si se quiere, algn licor, para ani-
marla.

ndice 739
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

RELACIONES LITERARIAS ENTRE VALENCIA E HISPANOAMRICA: EL MODELO DE NERUDA


EN VICENT ANDRS ESTELLS*
Vicent Salvador
Universitat Jaume I

Resumen
El propsito central de este texto es el estudio de la influencia de la poesa
de Pablo Neruda en la de Vicent Andrs Estells, as como las elaboraciones y
recontextualizaciones que el poeta valenciano efecta a partir de algunos de
los temas y de algunos rasgos tonales o estilsticos del poeta chileno. Sin embargo,
como transfondo, se vern otras influencias hispanoamericanas en la poesa
estellesiana y, ms en general, el marco de relaciones de la literatura producida
en Valencia con los pases del otro lado del Atlntico, que han sido diversas e
intensas y que han operado a menudo en una dimensin interlingstica.

1. Un poco de historia
De hecho, a pesar de la vocacin mediterrnea de Valencia, las relaciones
culturales con los pases de la Amrica Latina no han sido histricamente poco
frecuentes. Dejando ahora de lado los movimientos migratorios, que dieron

*Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigacin UJI-Fundaci Bancaixa


Castell: P1 1B2007-37.

ndice 741
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lugar al establecimiento de colonias y casas regionales valencianas en varios


pases de la zona, an hoy vigentes en muchos casos, podemos recordar algu-
nos fenmenos de relacin estrictamente literaria. As, por ejemplo, el polifac-
tico personaje decimonnico Mariano de Cabrerizo, a su regreso del exilio pari-
sino durante parte de la dcada ominosa, moviliza en Valencia una empresa
editorial con amplia difusin en los pases hispanos. Cabrerizo se haba enamo-
rado de la efervescencia romntica que vivi a orillas del Sena y, a su regreso
a Valencia, se convirti en una especie de apstol del nuevo gusto literario,
apostolado que conflua con su habilidad de negociante de la cultura. DArlin-
court, Chateaubriand, Madamme Stal o varios autores de novela histrica,
incluido Walter Scott (traducido y adaptado por Ramn Lpez Sole), entran as
en la cultura hispnica, por medio de los 45 ttulos que, segn Montesinos,
publica entre 1819 y 1856. De ese modo, su coleccin de novelas que inclua
otros gneros literarios y abundaba en traducciones de romnticos europeos
desempe un papel de mediacin cultural importantsimo en la difusin del
Romanticismo en la literatura espaola, incluso en pases de allende el Atln-
tico como Cuba o Puerto Rico (Salvador, 2001: 111-116). Ese mismo impulso
romntico, manifiesto sobre todo en el subjetivismo lrico y en la visin de las
historias nacionales, tuvo sin duda una incidencia notable en la gestacin de la
Renaixena valenciana de la segunda mitad del ochocientos, que no se explica-
ra sin el fermento romntico, y no fue ajeno tampoco al desarrollo de la literatura
hispanoamericana de la poca y a su potenciacin de las races americanistas en
el imaginario cultural.
Naturalmente, la referencia a Cabrerizo constituye tan solo un episodio de
una cadena de conexiones que pasa por la aventura americana de otro valen-
ciano, Vicente Blasco Ibez, en sus aos argentinos; pasa as mismo por la fas-
cinacin que ejerci en Vargas Llosa la gran novela valenciana Tirant lo Blanc,
y que determin un relanzamiento editorial de la misma a finales de los sesenta,
por medio de su edicin castellana de bolsillo publicada por Alianza editorial
y prologada por la reivindicativa carta de batalla de Vargas Llosa; y todo ello
sin olvidar una circunstancia determinante histricamente como fue el exilio de
algunos personajes de la cultura catalana y espaola despus de la derrota
de la Segunda Repblica.
En efecto, en este ltimo aspecto se pueden sealar ejemplos ilustrativos
como el del exilio mexicano de un escritor y poltico valenciano, Artur Peru-
cho, caso semejante al de muchos otros escritores valencianos y catalanes, o
artistas plsticos como el cartelista valenciano Josep Renau. Del mismo modo
cabe considerar la intensa relacin que Joan Fuster mantuvo con los redactores
de la revista catalana editada en Mxico Pont blau (1952-1963), que pretenda
mantener los puentes culturales entre el mbito de la resistencia cultural inte-

742 ndice
R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

rior y el del exilio americano. Adems de procurar una plataforma de opinin


no sujeta a la vigilancia franquista. Junto a Pont Blau, en Mxico aparecieron
otras publicaciones de sentido semejante, como La Nostra Revista, Lletres o Xaloc,
y en Buenos Aires Ressorgiment. Pero Pont Blau, que lleg a sacar 126 nmeros
y donde Joan Fuster colabor asiduamente, parece ser la ms representativa y
la que ms contribuy a mantener las relaciones culturales, la informacin, la
crtica literaria y cultural y el debate, a caballo entre el exilio exterior y el inte-
rior. Lo hizo adems con un nivel muy digno que se alejaba del folklorismo nos-
tlgico que era la tentacin perpetua de las casas regionales. Como botn de
muestra solo aludir a la colaboracin de Fuster en el nmero 100 de la revista,
titulada Literatura entre literaturas, donde el escritor de Sueca propugna una
proyeccin exterior, internacional, de la literatura catalana que supere la
circumstancialitat histrica local. En el programa fusteriano haba un punto
insoslayable: la necesidad de pasar de una literatura de resistencia nacional a
los aires nuevos y amplios de la cultura internacional. Ningn lugar mejor
para plantear estas cuestiones que un medio publicado en Mxico, el pas que,
bajo la presidencia de Crdenas, haba acogido a la intelectualidad antifran-
quista.
En este contexto que acabo de esbozar, podemos comprender mejor la recep-
tividad de Vicent Andrs Estells, desde la Valencia del franquismo y de la
transicin, por lo que respecta a los referentes simblicos del mundo hispano-
americano, que representaban un espacio de lucha por las libertades y por la
busca de las identidades populares en el marco de una cultura compartida y de
una lengua que tena una presencia abrumadora en la formacin e incluso
en una pequea parte de la produccin literaria del poeta de Burjassot.

2. Estells y las referencias culturales hispanoamericanas


En cuanto a la proyeccin de la literatura hispanoamericana en la obra este-
llesiana, la nmina de referencias que esta contiene es muy variada: Rubn
Daro, Santos Chocano, Jos Mart, Gabriela Mistral, Csar Vallejo, Vctor Jara...
A travs de fronteras geogrficas y lingsticas, en la escritura de Estells sur-
gen a menudo estas referencias que se erigen como tems de una cultura comn.
Son numerosas las ocasiones en que se alude explcitamente a estas figuras.
As, por ejemplo, la emblemtica Can de la rosa de paper del libro Taula
parada, poema que fue varias veces musicado con posterioridad, se inicia
con una dedicatoria que reza as: Homenatge a Jos Mart. Mart, poeta y hroe
de la independencia cubana, fue hijo de un emigrante espaol nacido en una
calle del centro antiguo de la ciudad de Valencia. El mismo poeta realiz
una larga estancia en Espaa y sinti por la cultura espaola una honda admi-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

racin, a pesar de su rechazo a la poltica colonial de la metrpoli. El poema


con el que Estells homenajea a Mart es un canto de tono popular a una hero-
na annima que genera y transmite, de mano en mano, el smbolo de la lucha
popular y la reivindicacin identitaria: una mujer que confecciona con humil-
des hojas de peridico una rosa de papel imagen de la palabra potica, de la
escritura comprometida que alimenta la fe de los ciudadanos en la recupera-
cin de las libertades y su actividad de resistencia contra la dictadura. Estells
quiso que el recuerdo del poeta cubano de origen valenciano fuera asociado
a su canto de libertad donde la palabra crnica para la memoria y lrica para
la emocin asume el protagonismo del mecanismo simblico.
Otro caso de referencia que activa la semiosis literaria en torno a un plante-
amiento de protesta por la dictadura y sus atrocidades lo encontramos en el
Oratori per la mort de Vctor Jara, incluido en el volumen de textos teatrales
Oratori del nostre temps. Vctor Jara, que haba sido poco antes torturado y ase-
sinado por la dictadura chilena, se erige aqu en smbolo de la voz popular con-
tra la tirana, en unos versos, a menudo espeluznantes, donde se relata la terrible
muerte del cantor y la pervivencia de la llama entre el pueblo: Les nits de
Xile / shan tornat caragoles: / el poble escolta / en silenci la teua / veu invicta
i amarga. De este modo, las caracolas, marinas y nocturnas, reproducen el
sonido inacabable del planto funeral, que es a la vez llanto, denuncia y pro-
mesa de futuro. Por otra parte, la aparicin de dos adjetivos clave en el estilo
de Estells, invicta y amarga, asociados en sus versos generalmente a la digni-
dad humana, escenifican la proyeccin del mismo poeta y de su propia circuns-
tancia histrica sobre la figura de Vctor Jara, con la eficacia potica derivada
de una diccin dotada de alta temperatura emocional. Como teln de fondo
aparece el drama de Chile, un Chile en el corazn, como la Espaa en el cora-
zn que tres dcadas y media antes haba invocado otro poeta de aquel mismo
pas: Cante la ptria / de Gabriela i de Pablo, noms de salnitre, / noms de cavall
i coure, / de litoral frentic. / Pujava larbre / amb sang, amb llet humana. Se cie-
rra as el crculo de la solidaridad entre los pueblos oprimidos y el protago-
nismo de la poesa en la conciencia cvica.
Otra conexin hispanoamericana de Estells es la que corresponde a Rubn
Daro y Jos Santos Chocano, los poetas modernistas admiradores de Walt Whit-
man, vinculados con Espaa y partcipes del sueo de una pica del continente
americano. Santos Chocano, el poeta aventurero, el cantor de Amrica en quien
la sangre es espaola e incaico es el latido aparece asociado con Rubn, de
quien fue amigo, en el curioso ttulo de una plaquette estellesiana que se incor-
porar al volumen 9 de su Obra Completa: Da sen deia plafons en temps
de Rubn Daro i Santos Chocano. Bajo ese pintoresco ttulo se agrupan dos
poemas dedicados respectivamente a Prvert y a Baudelaire, en el segundo

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R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

de los cuales se alude brevemente a Csar Vallejo. En realidad, la denomina-


cin de plafones, que proviene de la pintura (as, por ejemplo, Alexandre de
Riquer en el modernismo cataln) y se asocia con composiciones poticas
breves que recuerdan a un panel informativo, aparece precisamente en el poe-
mario modernista Los heraldos negros, de Vallejo, donde una seccin de 11
poemas se titula Plafones giles. Se trata de un sutil guio de Estells que nos
remite nuevamente a la poesa hispanoamericana. Ciertamente, Estells fue un
admirador de los versos rubenianos, e incluso en alguna entrevista lleg a
afirmar que la primera inspiracin del Mural del Pas Valenci procedi de Daro,
antes que de Neruda. Sin duda, el indigenismo de Rubn, su mirada mitifica-
dora hacia los orgenes precolombinos o sus poemas americanistas, se insertan
en la corriente que desembocar en el Canto general nerudiano, como vere-
mos. En un conocido pasaje de las Palabras liminares en Prosas profanas
defenda esa apuesta potica por las races: Si hay poesa en nuestra Amrica
ella est en las cosas viejas, en Palenke y Utatln, en el indio legendario, y en
el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo dems es
tuyo, demcrata Walt Whitman.
Ahora bien, la figura de Vallejo tiene seguramente ms proyeccin que la de
Rubn. Para los jvenes poetas espaoles de la postguerra Vallejo era la inno-
vacin, la abrupta radicalidad de lo moderno. No en vano la revista leonesa
Espadaa, con cuyo grupo promotor estuvo relacionado el jovencsimo Este-
lls de los aos madrileos, ofreci en su nmero 39 un breve pero significa-
tivo homenaje:

CSAR VALLEJO.
Naci el da 6 de junio del ao 1983 en Santiago de Chuco (Per)
y muri en Pars el da 15 de Abril de 1938. Jos Luis L. Aranguren, Antonio G.
de Lama, Victoriano Crmer, Eugenio de Nora, Leopoldo Panero, Luis Rosales,
Jos Mara Valverde y Luis Felipe Vivanco LE RECUERDAN.

Era este un escueto recordatorio, como escueto y seo era el verso de Vallejo,
pero constituy una iniciativa relevante por la reivindicacin, en plena posgue-
rra, del autor de Espaa, aparta de m este cliz. Sin duda, Estells, el joven
poeta en espaol de aquel momento, bebi la influencia de Vallejo, como otros
muchos poetas del momento. Y ello a pesar de que, al decir de Flix Grande
(1970), el peruano fue durante mucho tiempo, ms que ledo en el sentido lite-
ral del trmino, un poeta por tradicin oral (Poemas humanos se edit en Pars
en 1939, con una tirada cortsima) cuyo hmero asomaba en la revista leonesa.
La alusin al hmero por parte de Grande (en el captulo que titula: Espadaa.
Asoma un hmero de Csar Vallejo) proviene de uno de los poemas ms repre-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sentativos de su obra, el que se titula Piedra negra sobre una piedra blanca
(Poemas humanos), una de cuyas estrofas dice as:

Jueves ser, porque hoy, jueves, que proso


estos versos, los hmeros me he puesto
a la mala y, jams como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

Hoy mismo, una revista peruana de periodicidad mensual, dedicada a las


artes, las letras y las humanidades, se titula precisamente Hueso hmero. Por
otro lado, el verbo prosar adquiere, aunque sea anecdticamente, unas remi-
niscencias particulares cuando hablamos de Estells, quien, segn una referen-
cia ms o menos humorstica de Josep Pla, era un prosista que escriu en vers.
Al menos fue un poeta que asumi muchos prosasmos para convertirlos en
carne de poema. En Quadern de 1962, el poeta de Burjassot dedica a Vallejo,
inmediatamente despus del que dedica a Neruda, un texto muy explcito sobre
su imagen de la poesa del peruano, donde se percibe una apuesta clara por y
una proyeccin innegable sobre la figura del prosador de versos:

magradaria rebre com era abans costum la visita de csar vallejo per csar vallejo
sha mort definitivamente amb la publicacin de la seua obra completa amb ano-
tacions i tota la bblia. csar vallejo quantes quantes memries de pus de semen
de gargalls i vitralls de pedres i remotes paraules familiars. a tu el meu home-
natge sols a tu nicamente a tu pur impur adorable. els teus versos marriben com
les telles remotes del mort i pam de la meua infantesa. et recobre i em salve
csar vallejo. deixe el teu nom ac al darrer poema amb un amor que mai no sen-
tendr. els crtics faran posiblemente al seu temps les seues crtiques. jo s b
quant et dec i tho pague de moment amb aquest cdol que diposite damunt la
taula una abrupta pedra de via per en la qual tu mentens toque mare i em basta.
a mamar tots els versos a prendre vent tota lars potica.

En un lcido artculo, Mario Benedetti (1972) contrapona las figura de ambos


poetas hispanoamericanos por sus dos modos de influir en la poesa del
momento: Hoy en da parece bastante claro que, en la actual poesa hispano-
americana, las dos presencias tutelares se llaman Palo Neruda y Csar Vallejo.
Para Benedetti, la lrica del chileno practica en sus metforas y en todo su estilo
un inslito centelleo potico y una espontaneidad torrencial que determinan
su poder hipnotizante sobre el lector y, por ende, sobre el poeta en ciernes
que se siente fascinado por sus versos y se ve ms tentado al epigonismo que
a la potenciacin de su propia originalidad creadora. En cambio, la seduccin

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R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

que ejerce la escritura de Vallejo, construida poco menos que a contrapelo de


lo literario, no se limita, para Benedetti, al movimiento de fascinacin, sino que
una vez que tiene lugar ese primer asombro, todo el resto pasa a ser algo subsi-
diario, por valioso e ineludible que ese resto resulte como intermediacin. En
el peruano habra, as, un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de
rebelin, de desgarramiento, de algo que podramos llamar soledad fraternal.
El texto estellesiano que acabo de citar expresa muy bien esa sensacin de Bene-
detti y constituye el homenaje de una nueva piedra (aquest cdol... una abrupta
pedra de via) sobre la piedra vallejiana.
Ahora bien, Benedetti, como no poda ser de otro modo, matiza la contun-
dencia didctica de su contraposicin en al menos dos aspectos. Uno es que el
torrente potico de Neruda no es homogneo, sino que ofrece tambin produc-
tos ms afines a la lnea de Vallejo-Benedetti; seala, en especial, Plenos pode-
res. La otra dimensin modalizadora de la contundencia lapidaria de sus afir-
maciones consiste en que la dificultad de los seguidores de Neruda para encontrar
una voz propia, su camino de originalidad particular, no es radical, sino que
pueden acceder a este camino ms tarde, por otros afluentes, por otros atajos.
El caso de Estells es sin duda particular, y no solo por el hecho de que el
flujo de modelos es aqu necesariamente translingstico, aspecto que no puede
olvidarse. Pero adems, la sombra de Neruda no se percibe en los primeros poe-
marios en cataln, que miran antes a otros modelos, otros y diversos, entre los
cuales la poesa de Vicente Aleixandre ocupa un lugar nada desdeable al lado
de poetas en lengua catalana y, en menor medida, en la francesa. Tengo la
impresin de que la influencia de Neruda no se produce an durante su escri-
tura de los aos cuarenta ni los primeros cincuenta, sino cuando su voz po-
tica ya ha alcanzado la plena madurez, a mediados de esa ltima dcada. En
cualquier caso, es innegable que Neruda habra de ejercer un influjo pode-
roso sobre el de Burjassot. Hay entre ellos una afinidad soterrada, por la torren-
cialidad incontrolada de su verbo en ambos casos, por la fuerza de su poesa
amatoria, por su compromiso con una clase y con una identidad nacional o
colectiva. Veamos ahora en qu dimensiones es ms destacable esta fascinacin
productiva que Estells elabora y reincorpora a su potica propia.

3. El Neruda de Estells
En primer lugar, existe una admiracin por la persona, por la figura del poeta
culto y comprometido. Estells lo evoca as en una de las prosas poemticas de
Quadern de 1962, la que precede a la dedicada a Vallejo. Se trata de un encuen-
tro imaginario a modo de tertulia literaria con el chileno, donde este aparece
bebiendo vino, trajinando con textos de sus poetas predilectos realmente pre-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dilectos de Pablo Neruda en una atmsfera de clandestinidad e improvisando


un poema, una oda elemental:

de vegades tamb arribava Neruda. mirava lun costat i laltre amb aquells ulls de
peixot sota la seua gorra es seia en el divan mirava encara amb certa cautela.
no pots fiar-te mai em deia agafant-me del bra. jo ho comprenia tot i ho dis-
culpava tot. ell es treia de la butzaca una primera edicin de quevedo i una segona
edicin de frai luis de leon i es treia encara ms papers per exemple la partida
bautismal de jorge manrique uns originals de gngora a la mort del conde de
villamediana coses totes absolutamente interdictes llavors. en uns gots aculats
dun vidre da dit bevia el vi negre mentre jo llegia les trboles lnies amarga-
mente llunyanes. en establir-se un cert ambient de confiana es treia un calcet
i improvisava una oda elemental mentre el dit gros del peu descal sobresortia
indmit. sn coses de la guerra qu the de dir tu ja mentens i mut.

Se trata, en efecto, de la escenificacin onrica de un autntico dilogo inter-


textual con complicidades literarias y vitales. La referencia a la oda elemental
es un indicio sustancial en este marco: Neruda la improvisa, con facilidad cre-
ativa, mientras Estells escucha atento. Conviene recordar que el primer poe-
mario de odas elementales es publicado por Losada en Buenos Aires en 1954 y
debi circular poco despus en libreras de Madrid o de Valencia. El ao en que
se escribe Quadern de 1962 Estells ya conoca la obra de Neruda desde unos
aos antes, sobre todo las residencias y algunas cosas ms y, ms recientemente,
las sucesivas entregas de odas elementales. El da que podamos examinar con
calma la biblioteca particular del poeta se podrn documentar estos aspectos,
las ediciones que tena en casa y quiz sus anotaciones manuscritas. Ahora pode-
mos tan solo constatar el testimonio del texto citado y rastrear los indicios que
aparecen en Horacianes, uno de los libros capitales del autor, escrito durante
los aos sesenta, donde la huella de Neruda, superpuesta a la plantilla inicial
de las odas horacianas ha sido largamente sealada por la crtica, al comentar
poemas como los que tienen como motivo el pimiento asado, la berenjena, el
dedo grueso del pie, el condn usado o... su propia defecacin. Calvo (2007: 553)
en una reciente tesis doctoral sobre las prcticas intertextuales de Estells, donde
examina con brillantez las huellas de Horacio, ha insistido tambin en la impor-
tancia del filtro nerudiano:

Horacianes, plus quun autre recueil de ce cycle, porte les marques sinon de la
posie populaire, du moins dune volont de rester proche de loralit que cette
source incarne. Il est vrai dailleurs que, par lintermdiaire de Pablo Neruda,
les odes dHorace nous parviennent charges dune implication sociale non pas

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R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

de registre populaire, mais proltaire, ce qui change la donne vis--vis de la tra-


dition potique. A partir de ce moment le texte dEstells se charge lui aussi de
la dimension militante dune posie de la transgression.

Aunque lo del registro proltaire quiz debera tomarse en un sentido muy


amplio, es cierto que Estells acua un lenguaje transgresor en su poesa de esa
poca, y el peso de las odas elementales es decisivo al respecto. Conviene no
olvidar que la profesin periodstica del poeta se conjuga a la perfeccin con
la voluntad de Neruda de publicar inicialmente esos poemas en un espacio
periodstico, con el rtulo de crnica. La potica de la elementalidad hace de
esos poemas los de Neruda, a lo largo de la evolucin que sufrieron en las
sucesivas entregas del gnero, y los de Estells en Horacianes un producto
claro, diurno, infiltrado de cotidianeidad y expresado conversacionalmente. No
se trata tanto de impulso proletario de hecho, a algunos crticos de izquierda
no les gust ese giro en la potica de Neruda, que calificaban de ahistrico-
como de una voluntad de concrecin lrica manifestada en un lenguaje dem-
tico. En realidad, el verso de Neruda se hace menos metafrico en esos casos,
como ha subrayado algn comentarista (Concha, 2009: 45):

En este sentido no es muy propio hablar de metforas en la poesa de las Odas,


debido a que el rgimen que organiza las imgenes no es el de la analoga. Todo
objeto, toda forma singular equivale a una sincdoque del cosmos, en la medida
en que participa de las fuerzas solidarias de la realidad.

El Neruda de las metforas deslumbrantes cede aqu terreno a otro tipo de


expresin. Y por lo que atae a Estells, se ha repetido a menudo que su estilo
potico es ms metonmico o sinecdquico, si se quiere que metafrico (Sal-
vador, 2004). En el gnero de las odas elementales, la potica de los dos escri-
tores se aproxima. Por supuesto, no se trata de un fenmeno exclusivo de ellos
dos. Otra propuesta confluyente con las citadas sera, en la poesa francesa de
la primera mitad del siglo XX, la de los pomes que Francis Ponge dedica al cara-
col, a la naranja, a la ostra o al pan, en libros como Le parti pris des choses.
Con ello no quiero entrar en el juego de las influencias literarias constata-
bles, claro est, pero no es ocioso referir el dato, al menos como muestra de
confluencia propiciada por un ambiente compartido. En todo caso, ese mismo
parti pris por las cosas elementales emerge en muchos versos de Horacianes,
como estos que siguen, donde la abstraccin vida aparece corporeizada en
la epifana de experiencias aparentemente banales:

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

mhe estimat molt la vida,


no com a plenitud, cosa total,
sin, posem per cas, com magrada la taula,
ara un pessic daquesta salsa,
oh, i aquest ravenet, aquell all tendre,
qu dieu daquest llu,
s sorprenent el fet duna cirera.

Pero tambin en otros poemarios podemos rastrear los ecos de la voz neru-
diana. Y referencias explcitas, como el poema titulado Oda necessriament
elemental a Pablo Neruda, con alusiones biogrficas a Matilde, a Isla Negra, a
Temuco. El texto aparece en el breve poemario Quadern pblic i notori que se
publica por primera vez en 1990, en el volumen nmero 10, el ltimo, de Obra
completa. Pero, ms all de las referencias explcitas, estn los ecos intertextua-
les: los de las odas elementales, cierto, y tambin los del primer Neruda, el de
las residencias, principalmente. Cuando Amado Alonso dedica al poeta su cle-
bre estudio Poesa y estilo de Pablo Neruda, en una primera edicin de 1940 y
una segunda, ampliada, de 1951, ha de centrarse necesariamente en la primera
etapa de la produccin del chileno, la que culmina en Tercera residencia. El
maestro de la estilstica caracteriza con agudeza algunos de los principales recur-
sos de esa poesa, desde los adverbios en -mente, los encabalgamientos, las
comparaciones, el simbolismo lxico... No puedo entra ahora en el examen
de estas cuestiones, pero realmente merece la pena leer muchas de las obser-
vaciones analticas de Alonso cotejndolas con el estilo de Estells. Claro que
la mayora responden a una potica contempornea a la que Neruda contribuy
de manera decisiva, pero no son especficas de su estilo. Sin embargo, ciertas
coincidencias hacen pensar en algn tipo de concomitancia profunda. Me limi-
tar a poner un ejemplo, el de uno de los prosismos sintcticos sealados por
Alonso, que consiste en el recurso a largas enumeraciones polisintticas, poco
trabadas sintcticamente y a menudo con cierto carcter anmalo. (Alonso, 1979:
cap. 5). La crtica posterior ha insistido en ese mtodo de construccin discur-
siva basado en la estructuras ilativas reiteradas. Dar, como botn de muestra,
dos fragmentos de Caballero solo, poema de Residencia en la tierra I, que
no est entre los estudiados por Alonso pero que es caracterstico de ese pro-
cedimiento tan frecuente en la poesa surrealista:

Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos


se unen como dos sbanas sepultndome
y las horas del almuerzo en que los jvenes estudiantes,
y las jvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
y los animales fornican directamente,

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y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban colricas,


y los primos juegan extraamente con sus primas,
y los mdicos miran con furia al marido de la joven paciente,
y las horas de la maana en que el profesor, como por descuido,
cumple con su deber conyugal, y desayuna,
y, ms an, los adlteros, que se aman con verdadero amor
sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
seguramente, eternamente me rodea
este gran bosque respiratorio y enredado
con grandes flores como bocas y dentaduras
y negras races en forma de uas y zapatos.

Observemos ahora el ltimo poema de LHotel Pars, libro cuya produc-


cin podramos datar de manera aproximada a mediados de los aos cincuenta.
El volumen contiene frecuentes y largas enumeraciones con una sintaxis rela-
jada y desballestada, anmala para los esquemas del discurso escrito formal,
que se aproxima a menudo al monlogo interior. He aqu dos fragmentos que
nos servirn de muestra para la comparacin con las estructuras sintcticas estu-
diadas por Alonso en Neruda. Se trata del inicio y el final de un poema que es
una larga retahla de frases amontonadas con una dbil estructuracin sintc-
tica que no excede la ilacin ms rudimentaria de un repertorio enumerativo:

Com hi ha el fill sense els pares i els pares sense el fill


i xiques, al cinema, amb les cames obertes
i una m entre les cuixes, i el rosari en famlia,
i hi ha el pe que es mata caent des dun andami
i lhome que fa el pa i hi ha qui porta un metre
per saber el tamany escaient del tat
i com hi ha els tramviaris que treballen la nit
de cap dany i els forats de les piques i hi ha
lascensor amb un llum groguenc esperant
mentrestant la portera semborratxa de vi
[...]
mentrestant la portera pixa pels escalons
i el marit no pot ms i la dona del metge
sen va i agafa el metge i li diu fill de puta
i la nena que plora sola a la porteria
i les inscripcions obscenes dels comuns
i el crani rebotant per tots els escalons.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Las semejanzas en el tono o en la sintaxis, o en la prctica del collage com-


positivo, son bien patentes. Con la diferencia, eso s, de que el surrealismo este-
llesiano respeta el metro, y toda esa enumeracin desaforada y furiosa no se
realiza en verso libre sino en pautados alejandrinos.
Un punto de inflexin en la admiracin de Estells por el chileno es el de
la muerte trgica de este, poco despus del golpe de estado. Desde la atms-
fera cargada y al mismo tiempo esperanzada del ltimo franquismo, el final del
Chile democrtico bajo las botas de los golpistas se vivi con ansiedad y con
empata solidaria. As, por ejemplo, en Antibes, escrito poco despus de la muerte
del poeta de Isla Negra, uno de los breves poemas del libro consiste en esta
invocacin casi litrgica:

per lamarga mort de Neruda


per la molt amarga mort de Neruda
per Neruda

Ms explcito es cuando, el 9 de octubre de 1973, en un artculo del diario


Las Provincias, en cuya plantilla trabajaba, escribe estas lneas:

Todo se me baraja y se me confunde. A veces creo que he llegado a las heces


de Residencia en la tierra y a veces creo que he tocado la vertiginosa raz de
la cebolla de las Odas elementales. Pobre Pablo Neruda. Pagara ahora unos
solemnes funerales por Pablo Neruda.

4. Del Canto general al Mural del Pas Valenci


En 1974, con la impresin reciente de la muerte del escritor chileno y en
unos aos en que la transicin democrtica espaola se alzaba ya como una
flagrante inminencia, Vicent Andrs Estells da inicio a su Mural del Pas Valen-
ci, un ambicioso proyecto de gran fresco pico dos millares de pginas con
el que quera culminar su trayectoria creativa. Durante los aos sucesivos fue
dando a la luz de la imprenta algunos libros componentes de ese extenso reta-
blo, pero la obra como conjunto, inacabada en algunos aspectos aun cuando
su mayor parte estaba ya escrita en 1978, se publicara pstumamente, en 2002,
nueve aos despus del fallecimiento del autor.
Son muchas las concomitancias con el Canto general, debidamente recon-
textualizadas para ajustarse a otra lengua, a otro pas mucho menor en exten-
sin geogrfica y demogrfica, claro est y a otra circunstancia histrica, como
era la de los albores de una era democrtica y de un proyecto identitario tras la

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R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

desaparicin del franquismo. Sin nimo de exhaustividad, podemos exponer


algunas de esas semejanzas y de esas diferencias.
Por supuesto, la figura de Neruda, desaparecido poco antes, es invocada
como referente de un progresismo reivindicativo encarnado en la literatura. Bajo
su advocacin con el nombre catalanizado, Pau Neruda, por cierto y con su
auspicio, se sita el Mural de manera explcita:

Pense en Neruda, i vull dedicar a Neruda


aquest cant, que s un cant desperana i de rbia.
Pense les seues brusques soledats dIsla Negra;
pense el seu estupor i ladmiraci
entre el seu poble en una hora determinada.
Ara escric el seu cim, i el deixe, i no vacille;
toque la cabellera de Matilde Urrutia.
Perqu el Pas comena, perqu crec en el poble,
i si aquesta creena lluminosa en el poble
em mancs algun dia, jo no vacillaria:
amb una pedra al coll, em llanava a la squia.
Perqu crec molt encara, perqu confie encara,
ara escric aquest nom de futur i de vi.
He dit Neruda; dic cast amant, Pau Neruda.
En el seu nom comena el cant de lluita i pedres.

En primer lugar, hay que constatar que ambos libros, empresas ciclpeas por
su extensin y su ambicin, comparten un aliento pico de races telricas y
una decidida voluntad educativa. Comparten tambin el sentimiento hbrido de
rabia y esperanza. En todo caso, eso s, con una alta carga de energa positiva.
En efecto, cuando Neruda cuenta en Confieso que he vivido cmo dio comienzo
al Canto en 1938, explica que en aquel momento senta que ya haba caminado
bastante por el camino de lo irracional y de lo negativo. La nueva etapa cre-
ativa emprenda la senda de un humanismo ms racional y ms constructivo.
En un artculo aparecido en Las Provincias el 22 de abril de 1974, Estells escribe,
refirindose al Mural: Potser ha arribat el dia del meu cant a Valncia, purifi-
cat i irat, digne i colric, personal i collectiu. En ambas obras, el programa
de vertebracin es indiscutible: de un continente inmenso o de un pas pequeo
en el seno de una comunidad lingstica y cultural ms amplia.
Biblia o enciclopedia, retablo didctico para la instruccin popular, com-
posicin coral con ribetes autobiogrficos: todo eso es comn a ambos pro-
yectos. Lo es tambin el gusto por el topnimo genuino, por antropnimos
emblemticos Tpac Amaru o Ramon Llull, por el dato histrico, por la des-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cripcin de las poblaciones, los ros o las montaas, por los artistas emblem-
ticos, entre los cuales los pintores y muralistas ocupan un lugar destacado.
Tambin es comn la caracterizacin de hroes y villanos: conquistadores y
libertadores en un caso; traidores a la identidad y trabajadores de la cultura en
el otro. Se puede subrayar, sin embargo, un notable contraste entre ambos libros:
Neruda tiene precedentes, ancestros poticos para su Canto: Rubn Daro en
algunos poemas americanistas, el Santos Chocano, de Alma Amrica, o el enci-
clopedismo de El repertorio americano de Andrs Bello (Sant, 2009: 65-69).
Estells, en cambio, no cuenta con antecedentes prximos, al menos en el mbito
del Pas Valenciano, y por eso se inserta en esa estirpe y enarbola el Canto gene-
ral como modelo en muchos aspectos.
Otra cuestin a tratar es la de la articulacin entre lo individual y lo colec-
tivo en ambas empresas literarias, y las consecuencias compositivas de esa arti-
culacin. Por descontado, el destinatario es colectivo, popular, como el pblico
de los murales mexicanos de Rivera o de Siqueiros, un pblico que incluye a
los iletrados. La figura autorial, en cambio, oscila entre el coro plural de voces
como los autores annimos de las entradas de una vasta enciclopedia y las
referencias subjetivas de carcter autobiogrfico. Las compaeras de los poetas,
Matilde e Isabel, tienen su lugar como testimonio de vida ntima: en el caso
de Estells, el poema preliminar del Mural son unas palabras de despedida vital
dirigidas a su esposa. A continuacin viene un incipit con fe de vida, fechado
a 31 de diciembre de 1974, que comienza as: als cinquanta anys de la meua
vida, / quan davallen les aiges, trboles, pels espills, / molt modestamente ini-
cie aquest cant. Y la obra se clausura con un Testament cuyos beneficiarios
explcitos son los miembros de su colectividad: Deixe ac el cant per al meu
poble.
En cambio, Neruda prefiere el modelo del Gnesis en su poema inicial, Amor
Amrica (1400): Antes de la peluca y la casaca, / fueron los ros: ros arteria-
les.... Y reserva el relato autobiogrfico para el final: Yo soy, que se clausura
con la datacin del final de la composicin de la obra:

As termina este libro, aqu dejo


mi Canto general escrito
en la persecucin, cantando bajo
las alas clandestinas de mi patria.
Hoy 5 de febrero, en este ao
de 1949, en Chile, en Godomar
de Chena, algunos meses antes
de los cuarenta y cinco aos de mi edad.

754 ndice
R E L AC I O N E S L I T E R A R I A S E N T R E VA L E N C I A E H I S PA N OA M R I C A

El conjunto de poemas titulado Yo soy constituye un primer discurso auto-


biogrfico del escritor, que ser reescrito, con extensin creciente, en otros
momentos de su trayectoria: en los versos, publicados en 1964, de Memorial de
Isla Negra y en las memorias pstumas de Confieso que he vivido, libro apare-
cido diez aos ms tarde.
Ese autobiografismo que florece en ambas obras, tan inevitable como leg-
timo, responde, claro est, a la conciencia del escritor del siglo XX, que asume
con su firma y su ficha personal la responsabilidad de la autora y que lega su
obra en testamento a la posteridad de su pueblo. Pero an hay otra vuelta de
tuerca ms, que nos permitir establecer un ltimo paralelismo entre los dos
poetas. Y es que el individualismo irreductible de la autora se contrapesa, en
ambos casos, con la proyeccin del poeta sobre los hroes annimos y los per-
sonajes colectivos. La tierra se llama Juan, en el Canto, remite a ese anonimato
popular de dimensiones telricas. En El hombre invisible, de Odas elementa-
les expresar de una forma ms explcita esa fusin de lo individual y lo colec-
tivo popular:

y yo paso y las cosas


me piden que las cante
[...]
yo quiero
que todos
vivan en mi vida
y canten en mi canto,
yo no tengo importancia

Ms tarde, en Memorial de Isla Negra, el inicio del poemario es muy signi-


ficativo en este sentido, incluyendo una cierta confusin entre personas ver-
bales (naci... viv):

Naci un hombre
entre muchos
que nacieron,
viv entre muchos hombres
que vivieron,
y esto no tiene historia
sino tierra

ndice 755
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Paralelamente, Estells hace de la mxima un entre tants un autntico


leit-motiv que recorre toda su obra potica, como expresin de la voluntad de
ser un rapsoda annimo cuya voz se funde voluntariamente con la del pue-
blo, lejos de la funcin sacerdotal del intelectual. Es muy sintomtico, en este
sentido, que el nico poema del Llibre de meravelles un autntico best-seller
del autor que Estells rescata de ese libro exento para insertarlo en el Mural,
es el que comienza con el verso Assumirs la veu dun poble y concluye con
un dstico lapidario: All que val s la conscincia / de no ser res si no ss
poble.

Bibliografa
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756 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

3
POLTICA, CULTURA
Y COMUNICACIN
Comunicaciones

757
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA RELACIN INTERCULTURAL Y LA MSICA. EL DEBATE ENTRE LA DOMINACIN


CULTURAL Y LA INTERCULTURALIDAD
Alberto Cabedo Mas
Jos M. Pealver Vilar
Antoni Ripolls Mansilla
Universitat Jaume I

Resumen
La msica es un fenmeno eminentemente humano. Ms all de su dimen-
sin meramente esttica, representa un fenmeno social y, por ello, est con-
templada dentro de los patrones culturales de cada sociedad. No se conoce
an una sociedad que no posea un cierto tipo de msica dentro de sus carac-
tersticas culturales. Por su dimensin social, el fenmeno musical tiene la vir-
tualidad de generar vnculos comunes entre individuos de un mismo grupo
social. Este sentimiento de autoagrupacin derivado del hecho musical puede
en ocasiones estar articulado a partir de un discurso homogeneizador que
se asiente sobre la base de la exclusin hacia otros colectivos sociales, e incluso
sobre la dominacin de los mismos. Bajo estos postulados, la labor del artista
ser tambin la de favorecer a travs del discurso musical una convivencia
intercultural.

ndice 759
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Del pluralismo cultural hacia la relacin intercultural


Cuando hablamos de la necesidad de incorporar en el proceso educativo la
dimensin intercultural, debemos tener muy en cuenta que un marco cultural no
es un sistema cerrado y excluyente, ya que los principios de una determinada
cultura pueden evolucionar, verse modificados, en funcin de las directrices que
los miembros de esta comunidad o colectivo cultural decidan y determinen. Slo
desde esa base adquirimos el convencimiento de que somos efectivamente capa-
ces de modificar las relaciones establecidas entre nosotros mismos y configurar
nuevos horizontes que hagan posible generar vnculos conducentes al dilogo
con otras culturas y a la convivencia pacfica entre los seres humanos.
Para entender este principio de conciliacin nos gustara hacer alusin a la
definicin del trmino cultura que Morin (1999: 26) nos propone, y hacer hin-
capi en la idea de que una cultura no se configura como una unidad cerrada
y excluyente:

La cultura est constituida por el conjunto de los saberes, saber-hacer, reglas, nor-
mas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores, mitos que se transmi-
ten de generacin en generacin, se reproducen en cada individuo, controlan la
existencia de la sociedad y mantienen la complejidad psicolgica y social. No hay
sociedad humana, arcaica o moderna que no tenga cultura, pero cada cultura es
singular. As, siempre hay la cultura en las culturas pero la cultura no existe sino
a travs de las culturas.

Somos conscientes del peligro que supone tratar de articular un concepto de


cultura que sea restrictivo y pretenda aplicarse exclusivamente a un colectivo
social determinado, por la facilidad de que esta homogeneizacin de caracte-
rsticas o, como nos indica Morin, de saberes, saber-hacer, normas, creencias,
ideas, valores, etc., puede sentar la base implcita de la homogeneizacin de ide-
ales o imaginarios, los cuales estn basados en la estabilizacin de prejuicios.
Por ello, y sin olvidar que efectivamente la existencia de caractersticas cultura-
les nos define como colectivos sociales determinados, debemos ser muy cons-
cientes de que los seres humanos compartimos una igualdad de fondo, pero al
mismo tiempo somos diferentes en manifestaciones y lenguajes. Por esta razn,
incluso dentro de un mismo colectivo social, no debemos pretender homoge-
neizar cada uno de sus componentes, puesto que al tratar de caracterizar a los
mismos, podemos encontrarnos, en primer lugar, con la resistencia y oposicin
de los mismos integrantes del colectivo social; en segundo lugar, mediante esta
actitud por nuestra parte no haramos sino elaborar un discurso homogeneiza-
dor con la pretensin de mantener la relacin social, pero en realidad fomen-
taramos un referente imaginario, sin ser conscientes de hasta qu punto este

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L A R E L AC I N I N T E R C U LT U R A L Y L A M S I C A

imaginario se aleja de la realidad (Garca Castao y Granados Martnez, 1999:


69). Y puesto que en ocasiones configuramos realidades a travs de nuestros dis-
cursos, este tipo de discurso podra derivar en germen de violencia al estable-
cerse como base de dominacin, bien directa, bien cultural, de un colectivo hacia
otro determinado.
Por otra parte, y como posteriormente desarrollaremos, tampoco creemos en
la idea de que los seres humanos, que pertenecen a realidades culturales dife-
rentes, poseen todas y cada una de las caractersticas sociales diversas, puesto
que esta idea nos llevara a configurar las identidades culturales en oposicin
y no en referencia a las otras diversidades culturales. La construccin de un
ideal cultural semejante podra conducir, con toda facilidad, al establecimiento
de un peligroso germen de violencia. La visin que homogeneiza colectivos en
funcin a su porvenir cultural, construyndolos en oposicin a sus vecinos, a los
que configura como una alteridad, puede desencadenar planteamientos ideo-
lgicos que sustentan modos de construir realidades y relaciones que son valo-
radas bajo un nico patrn moral, el propio del analizador.
Los seres humanos, como tal, tenemos la necesidad de vernos integrados
dentro de una realidad cultural, y en referencia a ella aprendemos a identificar-
nos como individuos sociales que poseemos una serie de caractersticas
compartidas con todos los que nos identificamos como colectivo social. Y deci-
mos que aprendemos a identificarnos, porque el ser humano est inmerso en
un proceso continuado de aprendizaje; es decir, devenimos humanos y hemos
de merecer continuamente la condicin humana. Este proceso de aprendizaje
se configura dentro de los mrgenes y referencias establecidos en la cultura
donde nacemos y vivimos, hasta el punto de que los hbitos adquiridos por
mimetismo cultural pasan a ser considerados por nosotros como normales
(Mira, 1985: 127).

La cualidad de la especie humana que ms ayuda a hacer posible el estudio sis-


temtico de la civilizacin es el notable acuerdo o consenso tcito que hasta el
momento induce a poblaciones enteras a unirse en el uso de la misma lengua, a
seguir la misma religin y las costumbres tradicionales, a asentarse en el mismo
nivel general de arte y conocimientos. (Tylor, 1871: 35)

2. La condicin social del ser humano


La condicin social, como nos ense Aristteles, es constitutiva y esencial
del ser humano. Como humanos, necesitamos interrelacionarnos con los dems.
Por ello tendemos inequvocamente al asociacionismo y asimilamos compor-
tamientos que nos configuran e identifican como iguales.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

De la misma forma que cada ser humano necesita de los dems para desa-
rrollar su condicin natural, constatamos que cada una de las culturas posee
determinados valores, capacidades y respuestas a las demandas de la vida sobre
la tierra, pero ninguna rene un repertorio suficiente para cubrir todas las posi-
bilidades de desarrollo humano. Por ello, las diferentes culturas estn llama-
das a complementarse, a corregirse y ratificarse mutuamente, ampliando los
horizontes de las otras y posibilitando el descubrimiento de otras posibilidades
(Garca Fernndez y Goenechea Parmisn, 2009: 34).
Efectivamente, construimos nuestros valores culturales siempre en el marco
de una sociedad determinada, pero esta sociedad adquiere su particularidad en
relacin con otras formas culturales distintas. As, podemos decir que determi-
namos nuestra cultura a partir de otras culturas. Este proceso de configuracin
de valores que sustentan los comportamientos, tomando como referencia a otros
similares en una relacin de reciprocidad, presenta una serie de normas y
relaciones que se perfilan como solidarias. De este modo, a pesar de parecer
que las culturas estn encerradas en s mismas con el fin de salvaguardar su
identidad, realmente son entidades abiertas, capaces de integrar nuevos sabe-
res, ideas, tcnicas, costumbres, etc. Este proceso de asimilacin de otras for-
mas culturales es el que en definitiva enriquece a cada cultura particular (Morin,
1999: 26).
Cuando construimos nuestros valores culturales en relacin con las manifes-
taciones de otras culturas, el proceso se abre a la posibilidad de una conviven-
cia prspera y pacfica. El problema se genera cuando decidimos configurar
nuestra cultura en oposicin a culturas vecinas e ideolgicamente distintas.
Cuando se crean nuevos vnculos de convivencia que se sustentan en motivos
de exclusin, los comportamientos consecuentes tienden hacia la dominacin.
En el proceso mediante el cual planteamos las relaciones sociales sobre la base
de unos supuestos valores considerados superiores porque son los nuestros, infra-
valoramos automticamente los aspectos de la cultura que no es la nuestra. Nues-
tro comportamiento social se convierte en una norma moral determinante, cuyos
preceptos estarn vinculados a un proceso de dominio o culturizacin de otras
colectividades culturales. Esta forma de comportamiento social es enseada ins-
titucionalmente y transmitida mediante procesos de aprendizaje que conllevan
el germen de la violencia (Garca Martnez, 1996: 72).

De la misma forma que cada ser humano necesita de los dems para desarrollar
su naturaleza, podemos afirmar que cada cultura posee determinados valores,
capacidades y respuestas a las demandas de la vida sobre la Tierra, pero ninguna
rene un repertorio suficiente para cubrir todas las posibilidades de desarrollo
humano. Por ello, las diferentes culturas se complementan, corrigen o ratifican

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L A R E L AC I N I N T E R C U LT U R A L Y L A M S I C A

mutuamente, ampliando los horizontes de las otras y posibilitando el descubri-


miento de otras posibilidades. (Garca Fernndez y Goenechea Parmisn, 2009: 34)

Que las culturas conviven y se comunican es un hecho tan natural como que
el ser humano, por su condicin humana, necesita relacionarse con los dems.
A travs de la observacin de los comportamientos de los dems descubrimos
nuestra propia identidad, es decir, concluimos quin y cmo soy yo, as como
cules son las particularidades de mi comportamiento. Si configuramos nuestra
identidad personal en relacin a las identidades particulares de aquellos con los
que nos relacionamos, tambin, como hemos visto, una identidad colectiva, una
cultura, se configura a partir de las relaciones con los otros colectivos cultura-
les.

3. La dimensin tica del dilogo cultural


La relacin social y la conexin entre los distintos colectivos culturales nos
abre un nuevo horizonte antropolgico: la dimensin filosfica en su perspec-
tiva tica. A partir de esta constatacin, la relacin cultural ya no deviene
nicamente en simple multiculturalismo que tolera y soporta diferentes plantea-
mientos culturales, sino que incluye el precepto moral de reconocer al otro en
su diversidad. Este reconocimiento conlleva la exigencia de dialogar con l a
pesar de que es distinto de m. Este dilogo interpersonal e intercultural depura
lo localista y accesorio de cada uno de los planteamientos colectivos con la
mirada puesta hacia la convergencia en formas y normas transculturales que son
consideradas como normas y comportamientos morales (Rubio Carracedo, 2002:
150). El reconocimiento que emerge del planteamiento tico es vlido para favo-
recer una comunicacin que conecte intersubjetividades, como nos propone
Axel Honneth, en su ensayo sobre La Lucha por el reconocimiento.1
Este reconocimiento recproco del que nos habla Honneth, y que en parte
deriva de los postulados de las obras de autores como Herbert Mead, Karl-
Otto Apel y Jrgen Habermas, es sea de identidad de una tica que concuerda
con los postulados que defendemos, los cuales, sin ser derivados exclusivamente
de la pura subjetividad, favorecen y fomentan procesos de comunicacin con-
ducentes hacia relaciones de dilogo que permitan la conexin de intersubjeti-
vidades. A nuestro entender, concuerda muy bien con los postulados de una
Ethica cordis (Cortina Orts, 2009: 708).2

1. HONNETH, AXEL (1997): La Lucha por el reconocimiento, Barcelona, Crtica.


2. La profesora Adela Cortina establece los postulados de una tica Cordial como una versin
de la tica del Discurso, de Karl-Otto Apel y Jrgen Habermas.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

De esta manera, las relaciones interculturales que se sustenten bajo la base


del reconocimiento y que a su vez concuerden con los postulados de una tica
cordial, deben venir marcadas, cuanto ms posible, por relaciones de paridad
entre las partes. Asimismo, como ya habamos indicado, cualquier accin que
se emprenda, debe ser considerada por las partes como un proceso que se
asiente bajo criterios de justicia recproca. A su vez, se insta al reconocimiento
efectivo de cada una de las partes como interlocutor vlido para construir las
normas morales que definan qu es aquello que se considere como justo.

La tica de la razn cordial, por su parte, reconoce que sin capacidad para estimar
el valor de la justicia ni siquiera importa que una norma sea justa; sin capaci-
dad de estimar a los dems interlocutores como valiosos la justicia de las normas
que deberan estar a su servicio es irrelevante. (Cortina Orts, 2009: 709-710)

La sociedad actual en la que vivimos est caracterizada por haber supe-


rado la barrera dialctica de la identidad nica. Las tendencias actuales superan
y relevan la ideologa de la nica directriz identitaria de los integrantes de nues-
tra comunidad, que hubiera apostado por la homogeneizacin de todos sus
miembros con un ideal referencial que se configuraba como meta narrativa. Ya
hoy nos hemos dado cuenta de que no somos todos iguales. Sabemos que
muchos de los miembros de nuestra comunidad, nuestros vecinos y compatrio-
tas, compartimos caractersticas similares, pero tambin nos descubrimos en
nuestra diferencia. Asimismo, sabemos que convivimos con un gran nmero de
gente que proviene de realidades culturales diferentes, pero nos damos cuenta
de que, en nuestra diferencia, tambin tenemos muchas caractersticas comu-
nes. Por esta razn, ya no apostamos por la meta dialctica de que nuestra iden-
tidad se debe configurar como nica y adems conjunta y homogeneizadora,
en primer lugar, porque ya asumimos que no somos todos iguales y, en segundo
lugar, porque tampoco pretendemos serlo. Y este es el punto de partida de toda
sociedad que vivencie procesos de pluralismo cultural.
En sntesis, queremos afirmar que una sociedad multicultural que haya ges-
tionado correctamente la complejidad de la diversidad, reconducindola hacia
la interculturalidad, se descubre como una sociedad enriquecida. Los beneficios
que comportan son muchos, no slo en cuanto a la inmediata convivencia, sino
al progreso del dilogo enriquecedor que habilita a los colectivos diferentes
para habitar en el mundo de manera positiva, es decir, aprender a vivir en
referentes compartidos que amplan las potencialidades del saber dialogar, escu-
char y transformar los conflictos en nuevas potencialidades de mutuo reconoci-
miento. A travs del dilogo se favorece la construccin de un ideal de vivencia
cohesionada, sin que ello conlleve la homogeneizacin de cada uno de sus

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L A R E L AC I N I N T E R C U LT U R A L Y L A M S I C A

miembros. El reconocimiento de la alteridad o a la diversidad, siempre sobre la


base slida del respeto mutuo, ha de ser la mejor va para un desarrollo dialc-
tico que comporte los principios necesarios para que se pueda llevar a cabo
una propuesta intercultural plena. En la sociedad plural deben convivir y com-
plementarse la virtualidad de la realidad bsica de la humanidad compartida y
la riqueza de la diversidad cultural.

4. La msica como variable cultural de socializacin o exclusin


Una de las caractersticas del fenmeno musical que, a mi entender, resulta
ms til para el dilogo entre les culturas, es la capacidad del ser humano de
socializar frente a las diversas formas musicales. La msica es un fenmeno social
y su virtualidad consiste, desde la dimensin cultural del hecho musical, en
generar vnculos comunes entre los seres humanos. Una de las formas de fen-
menos de la msica que ms abarca como fenmeno social es la sociabilidad
que ella produce, la que en s representa, a su vez, un fenmeno social (Silber-
mann, 1961: 60). Un grupo de intrpretes que deseen ejecutar conjuntamente
una pieza musical deben necesariamente socializar entre ellos. Con un inters
compartido, la calidad de su interpretacin como fin ltimo, debern gestio-
nar y transformar sus desavenencias estticas de un modo consensuado, para
que el hecho musical no resulte afectado. Asimismo, la asistencia de especta-
dores a un evento musical o concierto engloba no solamente el deleite esttico
del acto musical, sino que se convierte en una forma de socializacin para los
asistentes. El proceso de ejecucin de una pieza musical requiere un dilogo
social, aunque en muchas ocasiones de manera indirecta, entre el intrprete y
el compositor de la misma, as como entre los realizadores de la msica y el
colectivo asistente y oyente.
El proceso socializador de la msica radica tambin en la capacidad del dis-
curso musical de ubicar al individuo en el microcosmos o en el macrocosmos.
Rescatamos en este punto el valor de la msica para la identificacin social de
la persona con un grupo de personas y a stas intergrupalmente (Dez Jorge,
2004: 70). Estos postulados concuerdan con las teoras de Adorno (1985: 15),
las cuales propondrn al mismo discurso musical no slo como un factor de
cohesin social, sino tambin generador de identidades comunes.

La tendencia a la integracin, a la uniformidad, de las formas sociales se ha exten-


dido al mundo entero; se la puede encontrar en todos los pases, incluso en aqu-
llos cuyos sistemas polticos son opuestos. Esa tendencia a la integracin pene-
tra en la msica. Pues esta no es slo un arte dotado de una esencia propia, sino
que es tambin un hecho social.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Este sentimiento de configuracin de identidades comunes a travs del dis-


curso musical ha sido utilizado en prcticamente todas las culturas existentes
a lo largo de la historia de las civilizaciones. El ejemplo ms claro se hace latente
en la configuracin de los himnos y las msicas nacionales, los cuales tienen el
propsito de establecer vnculos identitarios comunes a todo el colectivo social
del Estado.

5. La msica como factor de legitimacin de realidades sociales


A su vez, el discurso musical, por social, puede llevar implcita una carga
ideolgica determinada. Por esta razn, un determinado uso del lenguaje musi-
cal puede favorecer a perpetuar las relaciones sociales (Green, 1988: 71). Cuando
un discurso musical particular se descubre como til en la configuracin de valo-
res ideolgicos, adquiere la capacidad de reificar realidades existentes y, a su
vez, legitimar las relaciones sociales preestablecidas. Esta interpretacin, que en
principio contempla una serie de valores positivos, puesto que refuerza el man-
tenimiento de los colectivos sociales y ayuda a mejorar la slida convivencia,
puede adquirir, frente a una mala gestin, ciertos valores que no favorezcan la
conexin de intersubjetividades y el reconocimiento entre los seres humanos.
La virtualidad de la msica en la legitimacin de las realidades sociales podra
perpetuar y naturalizar el estado de desigualdad social entre diversas personas
(Green, 2003).
La atribucin y valorizacin de una serie de caractersticas propias del fen-
meno musical inciden notablemente en las manifestaciones de una entidad social
determinada, que legitiman al hecho musical como importante en la construc-
cin de ideologas particulares y fomentan la perpetuacin de las relaciones
sociales. De entre los valores fundamentales que se asocian al fenmeno musi-
cal, podemos destacar algunos como centrales. La universalidad, como la capa-
cidad de la msica de expresar la condicin humana; la perpetuidad, dado que
la msica tiene un valor que nunca muere; la complejidad, que se manifiesta,
por ejemplo, en armona, contrapunto, forma o necesidades ejecutivas de una
actuacin, y la originalidad, ya que la msica rompe con convencionalismos
para establecer nuevas normas estilsticas que influirn en futuras generaciones
(Green, 2003).
La configuracin de identidades comunes a travs del discurso musical, as
como el sentimiento de autoagrupacin que de ella se deriva, pueden generar
el desarrollo de vnculos de cooperacin entre los seres humanos y la confi-
guracin de nuevas formas de percepcin. La creacin de estos vnculos coo-
perativos supone un fuerte ejercicio de libertad y por ello denota un claro ejer-
cicio de poder. Al hablar de poder resulta interesante rescatar la teora de las

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L A R E L AC I N I N T E R C U LT U R A L Y L A M S I C A

Tres Caras del Poder de Kenneth Boulding (1993), en la que nos seala las
interrelaciones existentes entre los siguientes tipos de poder: el poder destruc-
tivo, el poder productivo y el poder integrativo (Pars Albert, 2007).3 Desde la
visin de unas teoras que propugnan el discurso musical como competente
para la configuracin de identidades culturales, la capacidad de la msica como
generadora de vnculos identitarios comunes que favorezcan el sentimiento
de autoagrupacin supone un ejercicio de poder integrativo.
No obstante, este poder integrativo de la msica se puede tambin relacio-
nar con el poder destructivo, cuando esta generacin de identidades comunes
en base a un discurso musical se convierte en dominante y, en consecuencia,
implica el no reconocimiento de otras formas musicales diferentes. Esto supon-
dr el no respeto hacia la identidad individual o grupal de la diversidad.
De este modo, al analizar el efecto socializador que la msica produce en el
ser humano, debemos ser conscientes de que sta puede ser un factor de socia-
lizacin y cooperacin importante en las relaciones humanas, pero siempre
debemos tener en cuenta la delgada frontera existente entre la autoagrupa-
cin por afinidades culturales y las diversas formas de exclusin (Dez Jorge,
2004: 71).

5. El discurso musical en la configuracin de relaciones de dominacin


o interculturalidad
Es en este punto en el que nace una inquietud acerca de si el lenguaje
musical puede en un mismo contexto generar vnculos de concertacin y
comunicacin para un colectivo determinado y a su vez suponga un fen-
meno discursivo violento para otro colectivo ajeno.
Si retomamos el ejemplo de las msicas nacionales, podra resultar que la
configuracin de los prototipos musicales de una determinada cultura proviene
de valores estticos que se inculcan en la sociedad a travs de la tradicin. De
este modo, imaginamos que cada civilizacin parece preferir or los sonidos en
diferentes esquemas regidos por leyes ligeramente distintas (Hormigos Ruiz,
2008: 190). Si bien esta afirmacin no es del todo falsa, este hecho se ha visto
reforzado en el momento en que los patrones estticos y simblicos de una
sociedad, caracterizados como variable determinante de la dimensin cultural
de la misma, asumen un corte poltico en la configuracin de esta sociedad
en un Estado nacional.

3. Para ampliar ms esta idea vase: Boulding, Kenneth (1993): Las tres Caras del Poder. Bar-
celona, Paids.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Para el mito del Estado nacin y para aquellos que lo utilizan para su proyecto
de dominacin, es de importancia decisiva que la msica nacional se distinga
externamente de las msicas expresadas por otras naciones, y para usos internos
sirva al proceso de homogeneizacin nacional. (Dietrich, 2004: 1)

Probablemente sta sea una de las razones por las que, como presupone-
mos, un determinado discurso musical puede resultar violento bajo unos
contextos determinados. La relacin de dominacin se basa, en esencia, en un
proceso comunicativo entre dominadores y dominados, al igual que cualquier
forma de resistencia poltica. Pero este hecho comunicativo no sucede exclusi-
vamente de un modo explcito, sino que a menudo se ofrece de manera pasiva
o implcita (Dietrich, 2004: 3-4). Alguna comunicacin a travs de hechos musi-
cales que denotase un determinado simbolismo de corte poltico se podra inter-
pretar como un proceso comunicativo que implicase subversivamente estas
relaciones dominantes. Existe adems el peligro de una configuracin nacional
identitaria que pueda promover estos vnculos comunicativos entre dominado-
res y dominados, en los cuales se legitime el poder de la entidad dominante en
oposicin a la dominada. De este modo, la msica nacional asumir una funcio-
nalidad como transmisora de ideologas polticas. Obviando los diferentes tipos
de msicas vernculas existentes en un estado, ser decisivo que la msica nacio-
nal se configure como un discurso homogneo, autntico y que claramente se
diferencie externamente de la de otras naciones (Dietrich, 2004: 5).
La articulacin de un discurso a travs del hecho musical que ofrezca dife-
rentes respuestas a los diversos colectivos se convierte en una propuesta com-
pleja de por s, y esta complejidad la convierte necesariamente en conflictiva.
La responsabilidad de gestionar dicho conflicto recaer en la figura del artista
o msico que a travs de sus formas expresivas proponga performar el discurso
de tal modo que presumiblemente ofrezca una reaccin de respuesta a la com-
plejidad existente en el receptor y al mismo tiempo promueva, en la medida de
lo posible, sentimientos que se acerquen a la construccin de una conviven-
cia intercultural.

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ndice 769
EVOLUCIN HISTRICA Y ANLISIS DE LA PRENSA DE LOS EXILIADOS ESPAOLES
EN AMRICA LATINA (1936-1977)
Ana Gonzlez Neira
Universidade da Corua

1. Introduccin
La Guerra Civil espaola propici la salida de cientos de miles de espaoles
entre 1936 y 1939. Muchos de ellos volvieron a Espaa, pero otros muchos
permanecieron en los pases de acogida durante dcadas. Con la mirada puesta
en un ansiado regreso a una Espaa democrtica, vivieron su dispora como una
sala de espera (en palabras de Max Aub) en la que prolongaban el ser espaol.
Los exiliados existieron, y para dar testimonio de su vida publicaron, escri-
bieron y difundieron su pensamiento. La prensa fue una necesidad para ellos,
no slo porque a travs de estas pginas conocan las noticias de Espaa y del
mundo, sino porque all plasmaban sus frustraciones, ideas, aoranzas y
planes de vuelta, es decir, el transcurrir de esa dura dispora. Constituy una
manifestacin ms de ese Estado espaol huido que segua vivo fuera de sus
fronteras geogrficas.
Nos centraremos en los varios centenares de cabeceras creadas por los refu-
giados espaoles en Amrica Latina desde 1936 hasta 1977 (ao de la disolucin
del gobierno republicano).1 Somos conscientes de la dificultad que este elevado

1. Entre las ltimas cabeceras que vieron la luz en la dispora estn Repblica Espaola (Mxico,
1974) Tribuna Abierta (Mxico, 1976) y Boletn de Informacin (Mxico, 1976).

ndice 771
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nmero entraa a la hora de establecer unas caractersticas que agrupen a toda


la categora.2 Sin embargo, coinciden en que todas ellas fueron realizadas por
transterrados espaoles, mantienen una idea comn: la recuperacin de un Estado
espaol libre y democrtico, en palabras de Fuentes y Fernndez (1998), en:

la lucha por preservar en el exilio una identidad cultural y nacional manifiesta-


mente amenazada por la distancia y, en ciertos casos y tras una etapa de inevi-
table ruptura, por entablar alguna forma de comunicacin con los escritores del
interior.3

El nacimiento de esta prensa se produce en los primeros das del xodo


debido a la necesidad de mantener las relaciones dentro de la comunidad refu-
giada. El pas galo fue el primer destino para gran parte de los desterrados espa-
oles. Sin embargo, la difcil situacin preblica que viva Francia y la ventaja
del idioma convirtieron a los pases hispanoamericanos en una meta muy codi-
ciada entre los republicanos espaoles. No obstante, al Nuevo Continente slo
se pudieron trasladar ciertos privilegiados por la falta de recursos econmicos.
El principal destino fue Mxico debido a la poltica solidaria del presidente
Lzaro Crdenas hacia la II Repblica Espaola.4 De ah que una parte impor-
tante de la elite cultural y poltica de la II Repblica se instalara en dicho pas.
Las primeras publicaciones surgen en los campos de concentracin france-
ses y del norte de frica, as como en los barcos que trasladaron a los exiliados
a Amrica. stas ltimas las inaugura el diario de a bordo del Sinaia (que zarpa
de Sete el 23 de mayo de 1939) al que le siguen tambin los del Ipanema, Mexi-
que, del accidentado Alsina y del Winnipeg con destino a Chile. En estas cabe-
ceras se incluan noticias sobre los episodios previos a la II Guerra Mundial, las

2. En algunos casos es difcil diferenciar si se trata de una publicacin del exilio o de la emi-
gracin. Aunque se distingue la emigracin econmica del exilio poltico, resulta difcil establecer,
a partir de un determinado momento, una barrera entre un emigrante y un exiliado sobre todo en
exilios de larga duracin, en donde el paulatino proceso de asimilacin-integracin acaba desdibu-
jando las diferencias entre uno y otro. Tampoco se puede desconocer el hecho de que los exilia-
dos suelen asentarse en pases donde ya existen colonias de emigrados econmicos previas, e
incluso adonde han emigrado exiliados en otras pocas histricas. ALTED VIGIL, Alicia (2005). La
voz de los vencidos. Madrid: Santillana, p. 395.
3. FUENTES, Juan Francisco y FERNNDEZ SEBASTIN, Javier (1998). Historia del periodismo espa-
ol. Madrid: Sntesis, 1998, p. 277.
4. No hay unanimidad en el nmero de refugiados que arribaron a tierras mexicanas. Lida (2003)
habla de unos 25.000 espaoles entre 1939-1949. La Espaa perdida que Mxico gan. En Letras
Libres, 56. Recuperado el 23 de julio de 2005 de http://www.letraslibres.com/ index.php?art=8806).
Y Rubio (1997) indica que entre 1939 y 1948 llegaron 21.750. La emigracin de la Guerra 1936-1939.
Madrid: Librera San Martn, p. 180.

772 ndice
E VO L U C I N H I S T R I C A Y A N L I S I S D E L A P R E N S A

actividades en el barco (conferencias, reuniones, avisos), as como pasatiempos


y cotilleos.
Como hemos indicado, Mxico se convirti en el pas que ms refugiados
espaoles acogi por la poltica solidaria del presidente Crdenas. Por ello, no
es extrao que hayamos contabilizado ms de sesenta publicaciones editadas
en esta Repblica.
Argentina fue el segundo pas que, a pesar de unas leyes migratorias restrin-
gidas, permiti la entrada a un considerable grupo de refugiados, pero su nmero,
al contrario que en Mxico, era reducido en comparacin con la masiva colo-
nia espaola asentada. All aparecieron Timn (1939), De Mar a Mar (1942),
Correo Literario (1943), Cabalgata (1946), El republicano gallego (1948), Espaa
Independiente (1949), UGT de Espaa (1949) o El Quijote (1957). Tambin cobra-
ron importancia otras de corte nacionalista de catalanes, gallegos y vascos, como
Afany (1953), Galicia Libre (1937), A Fouce (1942), Opinin Gallega (1946),
Euzko Deya (1941), Tierra Vasca (1956) o el gran proyecto de Galeuzca (1947).5
Repblica Dominicana fue destino, o ms bien, lugar de paso de casi cua-
tro mil exiliados en su periplo americano. El dictador Trujillo los acept, previo
pago, porque intentaba blanquear la raza. En esta isla del Caribe nacieron Bole-
tn Interior de la Hacienda Espaa (1941), Democracia (1942), Por la Rep-
blica y Boletn Informacin Sindical (1943).
En Chile, gracias a la labor de sus diplomticos, encabezados por Pablo Neruda,
entraron unos tres mil espaoles. All se editaron Repblica Popular (1940), Espaa
Libre (1942), Boletn de la Asociacin Cultural y Mutualista (1943), La verdad
de Espaa (1945) o Boletn de la Agrupacin Socialista Espaola (1946). En este
pas tambin tuvieron importancia las publicaciones de los nacionalistas catala-
nes: Retorn (1940), Senyera (1943), LEmigrant (1944) o Democrcia (1943), y
las de los vascos: Batasuna (1941), Euzkadi (1943) y Euzko Etxea (1959). Un
caso especial fue Luna, nacida en la embajada chilena en Madrid en 1939, a
la que consideramos una revista de la dispora, ya que fue realizada en terri-
torio extranjero.
En Venezuela recalaron centenares de exiliados, en su mayora vascos y
all nacieron Euzkadi (1942), Repblica Espaola (1946), Euzko Gaztedi (1948),
Solidaritat Catalana (1958), Adelante (1958), Crisol Juvenil (1959), Gudari (1961),
Ruta (1967) Endavant (1972) o Assemblea de Catalunya a Venezuela (1972).
Uruguay recibi muy pocos transterrados en comparacin con otros estados
americanos; sin embargo, all surgieron Boletn de Informacin de la Delega-
cin en el Uruguay (1944), Espaa Democrtica, Lealtad (1944), Ptria (1945),
Galiza (1951) o Deslinde (1956).

5. ESTVEZ, Xos (1992). Antologa de Galeuzca en el exilio (1939-1960). San Sebastin:


J. A. Ascunce.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Cuba acogi a desterrados que llegaron directamente a la isla y a otros que


huan de la Repblica Dominicana. Como en Uruguay, en este pas nacieron un
gran nmero de publicaciones en comparacin con la poblacin refugiada. Ya
durante la Guerra Civil vieron la luz varias publicaciones afines al bando fran-
quista6 y otras de muy corta duracin que apoyaban a los republicanos como
Mensajes (1937), Facetas de Actualidad Espaola (1937), La Voz Gallega (1937),
Poltica (1937) o Revista de Espaa (1938).7 Terminado el conflicto surgen Nues-
tra Espaa (1939), Atentamente (1940), Claridad (1940), La Voz de Espaa
(1940), La Vernica (1942), Boletn Informativo de la Unin General de Traba-
jadores de Espaa (1943), Juventud (1943), Combate (1947), Espaa Republi-
cana (1947) o Espaa Errante (1959).
En el resto de los pases americanos encontramos un menor nmero de publi-
caciones. Destacamos en Bolivia Espaoles Libres (La Paz, 1944) y Democracia
Espaola (La Paz, 1947); en Colombia, Espiral (Bogot, 1944). En Guatemala, Euzko
Gogoa (1950), Espaa (1951) y en Panam, Unidad (1943).

2. Funciones de la prensa
Nos estamos refiriendo a una etapa muy fructfera en el periodismo espaol
ya que, al igual que en otras fases de la historia de Espaa, los acontecimientos
polticos provocaron una explosin de publicaciones. Baste recordar que la pro-
fesora Genevive Armand-Dreyfus en su tesis doctoral Lmigration politique
espagnole en France au travers de sa presse (1939-1975) incluye un catlogo
de ms de seiscientas cabeceras del destierro en Francia y en sus territorios del
norte de frica.
El origen de este aumento hay que buscarlo en la larga duracin del exilio,
en su dispersin por varios pases y en las diferentes ideologas de sus prota-
gonistas (anarquistas, socialistas, comunistas, nacionalistas, etc.).
En sus nuevos destinos, los exiliados necesitaban sentirse integrantes de
un colectivo, unirse con otros compatriotas en su misma situacin, huir de la
soledad y desesperanza, superar el aislamiento inicial del destierro. La prensa
les ayud en parte a configurar un mbito en donde la causa comn trascenda
a los territorios fsicos y levantaba un espacio imaginario en el cual cada uno
ubicaba su concepto de la Espaa ideal. Gracias a la construccin de ese terri-
torio mental, su pertenencia a una cultura no quedaba en el absoluto vaco y
se asentaba en ese mbito relacional que ellos erigieron con la prensa y en la
prensa. A travs de sus medios de comunicacin compartan su condicin de

6. Arriba Espaa! (1937), Nueva Espaa (1938), Patria (1936).


7. DOMINGO CUADRIELLO, Jorge (2003). Los espaoles en las letras cubanas durante el siglo XX.
Diccionario bio-bibliogrfico. Sevilla: Renacimiento, p. 254.

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E VO L U C I N H I S T R I C A Y A N L I S I S D E L A P R E N S A

exiliados con miles de espaoles alejados por la distancia y gracias a ellos sol-
ventaban algunos de los problemas materiales e inmateriales derivados de esa
situacin.
En este sentido se orientan las palabras de Ferriz (2001) cuando indica que
la prensa:

[...] se convierte as en el privilegiado espacio de comunicacin hacia dentro


del grupo desterrado, no slo de Mxico, sino tambin del resto de Amrica,
adonde se pretende llegar explcita o implcitamente casi siempre. En esos pri-
meros aos, los boletines de partido o asociacionistas y las publicaciones de mar-
cada vocacin cultural, dedican un espacio fijo a la informacin sobre la comu-
nidad catalana del destierro, sus actividades y sus necesidades o preocupaciones.8

A nuestro entender, lo expresado por Ferriz, referido a los catalanes que


compartan en Mxico su destino, resulta extensible a todos los republicanos
espaoles dispersos por el mundo.
Por otro lado, para Osuna (1986) lo que distingue a las publicaciones de la
dispora es:

[...] su vocacin trasnacional. Ello es nuevo en nuestra hemerografa y supera


en muchos grados el radio de accin establecido por las revistas de los exilios
decimonnicos. Ahora se extiende el mensaje fraterno tentacularmente hasta los
dispersos focos del exilio, separados por vastas distancias ocenicas y terres-
tres, sin que se descuide la comunicacin con los exiliados del interior penin-
sular.9

Esta vocacin trasnacional de perpetuar un espacio sociocultural compar-


tido, se refleja en una seccin10 que, con iguales propsitos y contenidos, aun-
que con distintos ttulos, figura en algunas de sus cabeceras como en Nuestra
Espaa (La Habana) o Ultramar (Mxico). En ella se informaba de las activida-
des de los refugiados en otros pases.

8. FERRIZ ROURE, Teresa (2001). La construccin de un discurso exlico en la prensa peridica


catalana de Mxico. En M. F. Mancebo (ed.). Lexili cultural de 1939. Seixanta anys desprs. Actas
del I Congreso Internacional celebrado en Valencia del 1 al 4 de diciembre de 1999. Valencia:
Universitat de Valncia, vol. I, p. 180.
9. OSUNA, Rafael (1986). Las revistas espaolas entre dos dictaduras: 1931-1939. Valencia: Pre-
textos, p. 168.
10. En Ultramar, revista ya con un significativo ttulo, tena el revelador nombre de Crnica
de Espaa en el destierro.

ndice 775
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La prensa les sirvi a los desterrados para manifestar anhelos y proyectos.


En ella reflexionaron en torno al futuro de Franco y de Espaa, discutieron sobre
su vuelta y defendieron la Espaa peregrina. Procuraron mantener viva la cultura
espaola, de ah que nuestros clsicos estn tan presentes en sus peridicos
y revistas. Pero en todo el discurso de los republicanos subyace su condicin
de extranjero en el pas de acogida. En palabras de Caudet (2002), el exi-
liado:

[...] impregna cuanto escribe de un supradiscurso envolvente, centrado en un


pivote o temtica obsesiva, globalizadora: el desarraigo, el anhelo de encontrar
explicaciones, la querencia por el regreso, la fijacin en lo que se ha llamado
la otra orilla. Poesa, novela, teatro -incluso en los estudios histricos, en la
crtica musical y del arte- comparten la voluntad de meditar, de reflexionar sobre
ese estado, sobre esa condena. Son, al cabo, manifestaciones distintas de una
misma absorbente preocupacin. La palabra, expresarse por escrito, dar testimo-
nio, es para quienes han perdido el suelo patrio, una necesidad y al mismo tiempo
una manera de conferir a las vivencias trascendencia. El exilio suele pensar que
solamente le queda la funcin de recoger y transmitir los recuerdos. Sabedor
de que el exilio es una cortina corrida sobre la memoria, quiere ser recuerdo,
presencia, testimonio que un da habr de ser recogido.11

Sus medios de comunicacin de tipo cultural visibilizaron la investigacin y


la creacin literaria y artstica de la Espaa en la dispora y favorecieron el que
no se paralizase su produccin. Adems, como indica el profesor Valender (1993)
refirindose a 1947, pero aplicable hasta casi veinte aos ms tarde:

[...] en este momento era ms urgente que nunca demostrar a la comunidad inter-
nacional que ellos, los artistas e intelectuales republicanos, eran los verdaderos
herederos de la tradicin cultural espaola, y para demostrarlo, no haba forma
ms eficaz que ejercer su profesin: trabajar y dar a conocer sus trabajos.12

3. Clasificacin en funcin del contenido


Sobre el contenido de estos centenares de cabeceras, podemos colegir la
existencia de dos grandes grupos: las de tipo poltico y las culturales. No se trata

11. CAUDET, Francisco (2002). Carta de presentacin de las revistas del exilio republicano de
1939. En Catlogo de la Exposicin exilio celebrada del 17 de septiembre al 28 de octubre de 2002.
Madrid: Fundacin Pablo Iglesias, p. 167.
12. VALENDER, James (1993). Los peregrinos de Ultramar. Ultramar. Mxico: El Colegio de Mxico,
p. 9. Ed. Facsmil.

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E VO L U C I N H I S T R I C A Y A N L I S I S D E L A P R E N S A

de una divisin exacta, ya que muchas de las que poseen carcter poltico inclu-
yen poemas y relatos. Asimismo, las culturales, en su mayora, parten de la situa-
cin del exilio y, por lo tanto, la poltica est presente de un modo ms o menos
evidente.13
Un importante conjunto de cabeceras son rganos de difusin de las dife-
rentes agrupaciones polticas o sindicales. En este grupo podemos destacar a
ttulo orientativo Adelante, Boletn del Partido Obrero de Unificacin Marxista
en Amrica (Mxico, 1941), Espaa Popular (Mxico, 1941), Accin, al servicio
de la Confederacin Nacional del Trabajo de Espaa (Mxico, 1946), Boletn de
Informacin de la Unin General de Trabajadores de Espaa (La Habana, 1943),
UGT de Espaa (Buenos Aires, 1949).
Hemos constatado que la pluralidad poltica choc a veces entre s tam-
bin en las pginas de estas cabeceras. Las rencillas que haban protagoni-
zado el bando republicano durante la Guerra Civil seguiran en la nueva etapa.
Los problemas entre comunistas, anarquistas y las diferentes corrientes socialis-
tas se mantuvieron durante el destierro. De hecho, podemos aplicar al contexto
americano el editorial que en julio de 1950 publica Accin Socialista de Pars.
La emigracin republicana espaola tiene en la prensa diversos rganos que
reflejan la multiplicidad de ideologas, tendencias, grupos y facciones. A veces
resulta difcil encontrar en el ruido y desorden de sus querellas lo que hay
de comn entre esos peridicos. Sin embargo, ese algo comn existe, y su exis-
tencia no hace sino mucho ms lamentable que en ocasiones no aparezca con
suficiente fuerza.
Esos peridicos tienen una alta misin. Y poseen con todos los defectos
que pudieran sealarse el mrito de existir en condiciones difciles, y de esfor-
zarse en ser, en el destierro, la palabra impresa, la voz de nuestro pueblo, que
slo clandestinamente puede manifestarse dentro de Espaa.
Alguna vez se publicar, haciendo justicia, la crnica apasionada, amarga y
fecunda de una emigracin poltica, cuya conducta pesar fuerte y eficazmente
en el futuro de nuestra patria. En esa crnica tendrn captulo especial y hon-
roso las revistas, publicaciones, semanarios, etc., que a lo largo de ms de once
aos de expatriacin no han cesado de circular por las rutas del mundo por-
tando el mensaje vivo y estimulante de un pueblo que no se rinde, y enarbo-

13. La mayora de estas publicaciones abarcan todos los campos mezclando obras de creacin,
notas y ensayos sobre literatura, pintura, cine, filosofa, el anlisis de la situacin poltica espaola
e internacional (por lo menos hasta finales de los aos 40, cuando se seguan con atencin y espe-
ranza los frentes de batalla, la derrota del bando nazi-fascista, las metamorfosis de las alianzas, el
desarrollo de la guerra fra: todos los elementos de los cuales pareca depender la suerte de Espaa.
GRILLO, Rosa (1996). Revistas y editoriales. En L. DE LLERA, (coord.). El ltimo exilio espaol en
Amrica. Madrid: MAPFRE, p. 449.

ndice 777
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

lando la bandera de una gran causa humana, la causa de la Repblica Espa-


ola.
Junto a las publicaciones de agrupaciones polticas y sindicales destaca-
mos la existencia de una gran masa de cabeceras nacionalistas catalanas, vas-
cas, y en menor medida, gallegas. Algunas de stas son: Afany (Buenos Aires,
1953), Catalunya (Mxico, 1940), Euzko Gaztedi (Caracas, 1948), Saudade
(Mxico, 1942) y Vieiros (Mxico, 1959).
Salen tambin cabeceras de otras regiones como Aragn (Mxico, 1943),
Asturias, portavoz de los asturianos en Mxico. Por la unin Nacional para sal-
var a Espaa (Mxico, 1942), Mediterrani (Mxico, 1944) o Senyera (Mxico,
1950).
Existe tambin una prensa pblica, es decir, procedente de instituciones espa-
olas en el exilio que servan como rganos de continuidad de la Repblica.
Cada gabinete en la dispora tendra su propia publicacin que ira sustituyendo
a la anterior. Citamos algunos como: Nuestra Espaa, (La Habana, 1939), Gaceta
de la Repblica (Mxico, 1945) o Gaceta Oficial de la Repblica Espaola (Mxico,
1945). El Gobierno en el exilio no fue la nica institucin que edit cabece-
ras. Los gobiernos cataln y vasco siguieron el ejemplo, y as tenemos la pre-
cursora Euzko Deya (1936), que cambiaran varias veces de sede.
Hubo tambin revistas cientficas que, al igual que las culturales, ven la luz
para dar a conocer el trabajo de los investigadores espaoles refugiados. Qui-
zs sea en ellas donde menos se perciban los presupuestos polticos y la con-
dicin de exiliado. Sealamos en especial Ciencia, creada en Mxico en 1940
por Ignacio Bolvar, siguiendo la idea de Francisco Giral. Bajo el subttulo de
Revista hispanoamericana de ciencias puras y aplicadas agrupaba a cientficos
como Cndido Bolvar Pieltain, Isaac Costero, Francisco Giral, Osorio Tafall,
Honorato de Castro y Federico Bonet, junto con otros hispanoamericanos y
europeos.
Entre las publicaciones culturales existieron algunas de la calidad de Romance
(1940), Las Espaas (1946) o Ultramar (1947), en Mxico; de Timn (1939), De
Mar a Mar (1942), Correo Literario (1943), Cabalgata (1946) o Realidad (1947),
en Argentina. En ellas participaron muchos miembros de la intelectualidad espa-
ola de las primeras dcadas del siglo XX (Ayala, Rejano, Gaos, Iglesia, Bosch
Gimpera, Bergamn, Zambrano, Aub, Dez-Canedo, Larrea, Altolaguirre, Moreno
Villa y Len Felipe, entre muchos otros).
En algunas de estas revistas culturales se plasman las relaciones entre los
intelectuales locales y aquellos espaoles. No olvidemos que Octavio Paz invita
a su revista Taller a un grupo recin llegado a Mxico compuesto por Snchez
Barbudo, Gil-Albert, Ramn Gaya, Lorenzo Varela y Herrera Petere. Esta parti-
cipacin en publicaciones locales continuara en Rueca, Letras de Mxico, El hijo

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E VO L U C I N H I S T R I C A Y A N L I S I S D E L A P R E N S A

prdigo El Nacional de Mxico, La Nacin, Clarn o Sur de Argentina o Reper-


torio Americano de Costa Rica, entre otros. De ah nacera una colaboracin
constante con intelectuales hispanoamericanos como Coso Villegas, Alfonso
Reyes, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Luis Cardoza y Aragn, Leopolodo Zea,
Jorge Luis Borges, Julio Cortzar, Raimundo Lida, Ezequiel Martnez Estrada, Joa-
qun Garca Monge, Salazar Bondy, Ral Haya de la Torre, Arturo Uslar Pietri
y Mariano Picn-Salas.
Dentro de las publicaciones culturales incluimos las creadas por la segunda
generacin de desterrados y las unipersonales. Estas ltimas son revistas reali-
zadas en su totalidad y en exclusiva por una nica persona. Es el caso de El
Pasajero, Peregrino espaol en Amrica (1943) de Jos Bergamn y Sala de espera
de Max Aub (1948), ambas realizadas en Mxico, as como de Panorama (1942),
confeccionada por Segundo Serrano Poncela en la Repblica Dominicana.
Las publicaciones de la segunda generacin fueron editadas por aqullos
que salieron de Espaa siendo nios y crecieron en los pases de acogida,
viviendo el exilio de sus familias. Para ellos, Espaa y el destierro no se limi-
tar nicamente a un recuerdo infantil, sino que permanecer presente a lo largo
de su existencia. Entre stas encontramos las revistas Clavileo (1948), Presen-
cia (1948), Hoja (1948) y Segrel (1951), las cuatro surgidas en Mxico.
Detrs de todas estas cabeceras nacidas en la dispora, se esconde un ejr-
cito annimo de redactores. Son periodistas desconocidos que pocas veces
firman sus escritos o que utilizan seudnimos. Imaginamos que en pocos casos
se trata de su ocupacin principal, sino que la ejercan durante su tiempo libre.
Asimismo, algunos de los principales periodistas de la Repblica continuaron
su actividad en el exilio. Citemos tan slo a Francisco Villanueva, Fabin Vidal
(seudnimo de Enrique Fajardo), Antonio de Lezama, Roberto Castrovido, Pau-
lino Masip, lvaro de Albornoz, Flix Montiel, Carlos Espl, Benito Artigas, Cor-
pus Barga, Jess Izacaray, Julio lvarez del Vayo o ngel Samblacant.
Uno de los rasgos que caracteriza a esta prensa es su corto periodo de vida.
Eran fruto de una gran voluntad que a menudo chocaba con las dificultades
impuestas por la realidad y apenas tenan medios econmicos para sacar ade-
lante las pocas pginas. Las mayores penurias las sufrieron durante los prime-
ros aos del exilio, dado el difcil contexto internacional.
Recordemos que el objetivo de estas publicaciones consista en comunicar
y no en perpetuarse como empresas periodsticas con nimo de lucro. Las posi-
bles fuentes de financiacin procedan de las ventas y de la publicidad, y, por
lo que se refiere a las primeras, los ingresos no cubran las necesidades de las
cabeceras. Al dirigirse a un pblico muy concreto (los refugiados y las perso-
nas afines a la causa republicana) y con un nivel econmico no muy alto, stas
no podan asegurarse los ingresos necesarios.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Esta difcil situacin financiera limitaba la periodicidad de estas publicacio-


nes hasta el punto de no ser regular. Al poco tiempo de nacer, muchas de
ellas dejaban la periodicidad anunciada en el primer nmero y salan cuando
los recursos lo permitan. Una parte importante de estos boletines se dirigan
a sus lectores para pedirles aportaciones: Asturias (Mxico, 1942) o Alianza
(Mxico, 1953). En algunos casos el ltimo nmero era una mera interrupcin
de la publicacin porque no se contemplaba una despedida de los lectores.
En ocasiones, a estas carencias de tipo econmico se les unieron algunas
restricciones polticas de los gobiernos de los pases de acogida. En Cuba Espaa
Republicana (La Habana, 1947) no aparecer entre 1952 y 1959 al cerrar Batista
la Casa de la Cultura en la que se editaba. En mayo de 1944 Trujillo prohibi
a los extranjeros que dirigieran prensa en la Repblica Dominicana.
Argentina propici que cerrasen (Correo Literario)14 o impidi la salida de
algunas cabeceras por presiones del franquismo, rgimen que a travs de la
embajada de Espaa ejerca una fuerte vigilancia de las publicaciones del exi-
lio en ese pas.

[...] un decreto de diciembre de 1943 hizo efectiva la clausura por tiempo inde-
terminado a varios diarios de la comunidad espaola: Galicia, Correo de Astu-
rias, Espaa Republicana y Espaa Independiente, por sus ataques desmedidos
al gobierno espaol.15

La prohibicin se levant en 1944 aunque la administracin argentina con-


tinu con un fuerte control para evitar ataques a un gobierno amigo. Segn
Schwarzstein (2001):

Un buen ejemplo de esta prctica fue la notificacin a ngel Ossorio y Gallardo,


a travs de la Jefatura de la Polica Federal, para que cesara su campaa perio-

14. Segn M Antonia Prez, O encarecemento do papel que aconteceu ao remate da Segunda
Guerra Mundial e o conseguinte incremento de gastos ineludibles, xunto cos progresivos atrancos
postos polo goberno manexado por Juan Domingo Pern, que segundo os seus directores vixiaba
de cerca o xornal, aplicndolle dende comezos de 1945 unha estrita censura previa, inducen, e
na prctica obrigan, a Lorenzo Varela, a Arturo Cuadrado e a Lus Seoane a pechar Correo Literario
no mes de setembro dese ano, que marca a metade da dcada.. En PREZ RODRGUEZ, Antonia (2003).
Lorenzo Varela en revistas culturais de Mxico e Bos Aires. Santiago de Compostela: Consello da
Cultura Galega, p. 92.
15. SCHWARTZSTEIN, Dora (2001). Entre Franco y Pern: memoria e identidad del exilio republi-
cano espaol en Argentina. Barcelona: Crtica, p. 170.

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dstica contraria a las autoridades del gobierno espaol, como consecuencia de


la publicacin de una serie de artculos en la revista Ahora.16

3. Difusin
Uno de los aspectos ms desconocidos es la distribucin real de dicha prensa.
Lleg a Espaa? Influy en la oposicin del interior? Si normalmente el concepto
de pblico desvela a los periodistas y literatos, en el caso de los desterrados, esta
inquietud se convirti casi en obsesin.17 Deseaban llegar a todos los exiliados
o simpatizantes de la causa, pero los medios materiales de que disponan eran
mnimos. De ah, que en las primeras cabeceras abunden las exhortaciones direc-
tas al lector para que difunda cada ejemplar (Ledo este boletn, psalo a otro
camarada (Adelante, Mxico, 1941) o Leed y propagad Espaa Popular. Sema-
nario al servicio del pueblo Espaol (Espaa Popular, Mxico, 1941).
La prensa del exilio de corte poltico o sindicalista se distribua entre los afi-
liados y stos, adems, procuraban difundirla entre sus conocidos. Cumplan de
este modo la recomendacin que casi siempre figuraba en sus pginas de hacer
circular la publicacin que el lector tena entre sus manos y de leer otras con-
temporneas de igual o semejante signo.
Asimismo, solan informar, al igual que las culturales, del nacimiento de una
nueva publicacin, lo cual nos induce a pensar en la posibilidad de que el refu-
giado espaol fuese lector de varias cabeceras. A esto se adiciona el que las
redes establecidas por partidos y organizaciones difundan sus medios a muchos
kilmetros de distancia de su lugar de origen, tal como confirman las manifes-
taciones de Muoz Congost: Hoy la prensa que nos llega de Francia y de Mjico
reemplaza la que aqu, nos empeamos en crear.18
Con la prensa cultural se plantea un problema que afecta a su lnea de flo-
tacin. Los exiliados eran conscientes de que la cultura constitua un elemento
capital para conservar la identidad, y que sus revistas y peridicos se erguan
en un vehculo de conexin entre ellos. Editores, colaboradores y redactores
deseaban, por tanto, llegar a la mayor cantidad de compatriotas.
Con el paso del tiempo, los refugiados se percataron de que sobre sus cabe-
ceras de corte cultural, al no traspasar los crculos del exilio republicano, se cer-
na una amenaza que las poda conducir a la desaparicin (as ocurri con
Espaa Peregrina, Mxico, 1940). Tomaron conciencia de que su vulnerabili-
dad era muy alta porque sus destinatarios eran los republicanos espaoles o un

16. SCHWARTZSTEIN, Dora (2001). Entre Franco y Pern: memoria e identidad del exilio republi-
cano espaol en Argentina. Barcelona: Crtica, p 171.
17. AYALA, Francisco (1949). Para quin escribimos nosotros, Cuadernos Americanos, 1, (1949),
pp. 36-58.
18. MUOZ CONGOST, Jos (1989). Por tierras de moros. Madrid: Madre Tierra, p. 185.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pblico simpatizante con ellos, un crculo demasiado reducido. Adems, eran cons-
cientes del nivel cultural y de la rentabilidad que supona compartir sus conoci-
mientos, experiencias, creatividad o formacin crtica con sus homlogos
nativos y con los lectores de los pases que los acogan. A esto se agrega el que
las circunstancias les obligaban (sobre todo al finalizar la Segunda Guerra Mun-
dial) a asumir que su vuelta a Espaa era lejana y difcil.
Se produjo entonces un mayor acercamiento a los intelectuales de los pa-
ses que los recibieron y la creacin de publicaciones mixtas, en las que com-
parten un protagonismo equitativo con nativos, y en las cuales el tema del
exilio se aborda en menor medida. Es entonces cuando se impone un salto cua-
litativo muy relevante y significativo en los peridicos y revistas culturales, por-
que pasan de una naturaleza endogmica a otra exogmica.
Las colaboraciones de intelectuales iberoamericanos y el dar entrada a cues-
tiones relativas a Amrica Latina propiciarn que se limen asperezas, el inicio
de un dilogo a la par (o casi), el reconocimiento real por parte de los repu-
blicanos de los valores socioculturales de los estados de acogida y el nacimiento
de importantes revistas como Cuadernos Americanos (Mxico, 1942), De mar
a mar (Buenos Aires, 1942), Correo Literario (Buenos Aires, 1944), Orbe (Mxico,
1945), Cabalgata (Buenos Aires, 1946), Nuestra Msica (Mxico, 1946) o Rea-
lidad (Buenos Aires, 1947).
A finales de la dcada de los cuarenta, los exiliados asumieron que para
reinstaurar la democracia en Espaa se necesitaba de la oposicin interior e ini-
ciaron contactos, ms o menos fructferos, con la resistencia de dentro de Espaa.
En este contexto se debe entender que, desde finales de los aos cuarenta, algu-
nas cabeceras culturales se abrieran a escritores que residan aqu, entre ellas
Las Espaas (Mxico, 1946), Ibrica (Nueva York, 1953), Boletn de Informa-
cin de la Unin de Intelectuales (Mxico, 1956) o Deslinde (Montevideo, 1956).
Todos estos acercamientos contribuyeron a aumentar la difusin de las revis-
tas culturales que se editaban en la dispora. No obstante, al ir orientadas a
un pblico de cultura alta, hay que colegir que su nmero de lectores sera redu-
cido, algo que todava sucede en nuestros das con las de igual corte.
Al estudiar la difusin de las publicaciones del destierro nos encontramos
con la ausencia de datos concretos sobre su tirada y distribucin. La nica infor-
macin muchas veces se logra en las memorias de sus fundadores o colabora-
dores. Y si resulta muy difcil conocer su difusin entre los propios exiliados,
es ms complicado averiguarla en el interior de Espaa, a causa de que su
distribucin era clandestina y por tanto sujeta a penalizacin. Giral (1994) cuenta
de la revista Ciencia:
Del primer nmero de la revista se remitieron a Espaa unos quinientos ejem-
plares y supimos la enorme satisfaccin que produjo en los medios cientficos
espaoles de 1940. Incluso se recibieron solicitudes de suscripcin regular. Cuando

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en mayo de 1940 se fueron a entregar en la Administracin de Correos de Mxico


los paquetes del tercer nmero destinados a Espaa se mostr a los editores de
la revista un oficio de la Administracin de Correos de Espaa recomendando a la
Administracin mexicana que no admitiese paquetes de la revista Ciencia pues
seran ntegramente devueltos por haber sido prohibida su difusin en Espaa.19

Anselmo Carretero recuerda cmo se realizaban los envos de Las Espaas


al interior, que segn su testimonio a Valender y a Rojo eran altos, hasta el punto
de convertirse Espaa en el principal destinatario de la revista.20 De ah que
esta cabecera tambin cuente con una seccin denominada Cartas a Las Espa-
as en la que se publican fragmentos de misivas llegadas desde Espaa. Este
militante del PSOE tambin le cuenta a Ascensin Hernndez de Len Portilla:

La revista se enviaba gratuitamente a Espaa para abrir ventanas a quienes en


aquellos momentos se asfixiaban y no tenan ms informacin que la all elabo-
rada. Hacamos tiradas pequeas, mil o mil quinientos ejemplares, la mayora de
los cuales procurbamos distribuir en libreras, bibliotecas, ncleos universitarios...
Nos animaba mucho la gran cantidad de acuses de recibo que nos llegaban con
palabras de aliento puntos sensibles de la vida cultural espaola: editoriales, y nos
incitaban a proseguir la labor: Gabriel Celaya, Victoriano Crmer, Antonio Buero
Vallejo, Dionisio Ridruejo, Camilo Jos Cela, Enrique Ruiz Garca...21

Otro testimonio nos lo ofrece Elixio Villaverde que sobre la revista Sau-
dade (Mxico, 1942) explica:

Logo de chegar a Mxico traballamos enviando panfletos, circulares e a revista


Saudade que lograbamos introducir Terra gracias moi eficaz axuda do seor
Barros, boticario de Tourem, na fronteira de Portugal.

El rgimen franquista era consciente del peligro que suponan estas cabe-
ceras, ya fuesen culturales o polticas, dentro de Espaa. Su prevencin alcanz
tal nivel que mediante la Seccin de Prensa Extranjera de la Direccin General
de Prensa y Propaganda del Ministerio de la Gobernacin, controlaba cuanto
editaban los desterrados fuera de nuestras fronteras. Milln (1999) sostiene que:
Cada artculo publicado por un republicano espaol era minuciosamente recor-

19. GIRAL, Francisco (1994). Ciencia espaola en el exilio. Barcelona: Anthropos, p. 42.
20. ROJO, Guillermo y VALENDER, James (1999). Las Espaas: historia de una revista del exilio.
Mxico: El Colegio de Mxico, 1999, p. 45.
21. Cito por HERNNDEZ DE LEN PRTILLA, Ascensin (1978). Espaa desde Mxico, vida y testimo-
nio de transterrados. Mxico: UNAM, p. 181.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tado y enviado a Madrid, donde supuestamente se empleara para contrarrestar


la propaganda roja.22

5. Evolucin de la prensa del exilio


Hemos establecido tres grandes fases en la evolucin de la prensa del exilio.
La primera etapa abarca desde el comienzo de la Guerra Civil hasta 1945, ao
en que termina la Segunda Guerra Mundial. En ella priman revistas y peridi-
cos de carcter poltico, apoyados o vinculados a partidos o sindicatos. En sus
pginas se aprecia el convencimiento de una rpida vuelta a Espaa, la preo-
cupacin por la II Guerra Mundial, el recuerdo de episodios de la Guerra Civil,
el anlisis de las causas de la derrota republicana y la crtica constante al rgi-
men de Franco. En esta primera fase salen la mayor cantidad de revistas cultu-
rales, y es cuando las publicaciones actan ms a modo de servicio pblico, al
proporcionar la posibilidad de reencuentros o de trabajo o dar recomendaciones
de cmo comportarse en los pases de acogida.
La segunda etapa comprende desde 1946 a 1951. El segundo ao coincide
con el inicio de la entrada de Espaa en organizaciones internacionales depen-
dientes de la ONU, como la FAO, lo cual le va allanando el camino para su admi-
sin como miembro de pleno derecho en las Naciones Unidas en 1955. En este
periodo las publicaciones muestran el fuerte descontento y sensacin de aban-
dono que sienten los refugiados, porque la victoria de los aliados no supuso el
derrocamiento del franquismo y s en cambio su afianzamiento con la Guerra
Fra. El nmero de cabeceras polticas y sindicales va decreciendo progresiva-
mente, y en las pocas culturales nuevas que salen ya figuran muchos intelectua-
les del pas en el cual ven la luz. Es en estos aos cuando surgen las revistas de
la segunda generacin del exilio.
La tercera etapa se extiende de 1952 hasta que el gobierno republicano en el
exilio se disuelve en 1977. En ella es muy acusado el descenso de las cabece-
ras de corte poltico y sindical y la poca aparicin de otras nuevas culturales.
A partir de finales de los sesenta, a cabeceras de partidos o sindicatos donde
figuran los exiliados, se suman colaboraciones de jvenes opositores al rgimen
franquista, pero ni an as logran subsistir. En 25 aos, la prensa de los desterra-
dos va declinando en nmero e importancia y casi se limita a servir de nexo de
unin entre los que todava quedan con vida. En las revistas culturales se cons-
tata que a partir de 1952 es cuando realmente comienza la colaboracin de inte-

22. MILLN TRUJILLO, M Jos (1999). Celebracin de la palabra. En VVAA., Letras del exilio. Valen-
cia: Fundaci General de la Universitat de Valncia, p. 92.

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lectuales residentes en el interior,23 y que resulta muy evidente en revistas como


Ibrica (Nueva York, 1953), dirigida por Victoria Kent o Dilogo de las Espaas
(Mxico, 1957). En ellas participaban Vicente Aleixandre, Julin Maras, Dionisio
Ridruejo, Lan Entralgo, Jos Hierro, Eugenio de Nora o Camilo Jos Cela.24
Por lo tanto, la prensa del exilio espaol contribuy a mantener el espritu de
lucha y la conservacin de la identidad de cuantos se vieron obligados a huir
desde 1936, a pesar de la enorme debilidad con la que llega a 1975, tanto la
prensa como el propio exilio en el exterior.

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23. Coincide con una cierta inquietud de algunos intelectuales del interior como manifiesta el
artculo de Jos Luis Lpez Aranguren: La evolucin espiritual de los intelectuales espaoles en la
emigracin, Cuadernos hispanomericanos, 38, (1953), pp. 123-157.
24. Aunque no de una forma tan evidente como las publicaciones citadas tambin hay que resal-
tar la apertura que la revista Deslinde, nacida en Uruguay en 1956 de la mano de Benito Milla, tuvo
hacia la literatura del interior. Vase GRILLO, Rosa (2000). Deslinde y Temas: Benito Milla, del exi-
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E VO L U C I N H I S T R I C A Y A N L I S I S D E L A P R E N S A

QUI NESCIT FINGERE NESCIT VIVERE . POLTICAS DE LA DISIMULACIN


DEL PENSAMIENTO CORTESANO ESPAOL
ngel Octavio lvarez Sols
Universidad Autnoma Metropolitana-palapa

Resumen
En este trabajo analizo algunos discursos hispnicos en torno al problema
de la simulacin y la disimulacin durante el siglo XVII espaol, particular-
mente en los mbitos de la cultura cortesana y el pensamiento poltico jesuita.
Para justificar mi empresa preciso de lo siguiente. En primer lugar, dis-
tingo varios tipos de simulacin el sentido lexicogrfico, poltico y corte-
sano a modo de demostrar bajo qu denominacin incurren los telogos
y cortesanos espaoles. En segundo lugar, sealo el papel que desempean
las tcnicas de simulacin en la construccin del prncipe cristiano, prin-
cipalmente en la legitimacin moral que implica asumir la necesidad de la
mentira poltica. Por ltimo, en comparacin con algunos tratadistas france-
ses e italianos, sealo por qu son los tratadistas espaoles los que permi-
ten transitar de la razn de Estado como forma de conservacin de las
monarquas, a la razn de individuo, como la forma primaria de autocon-
servacin.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Prembulo conceptual: las formas histricas de la simulacin y disimulacin


Desde tiempos de Platn, la simulacin y la disimulacin son vistas con sos-
pecha debido a que se le identifica como una forma de mentira. En el Gor-
gias, por ejemplo, Platn denuncia la actitud de Calcles no por defender el rea-
lismo poltico ms descarnado ni por su uso desmedido de la retrica, sino
por la separacin radical que hace entre verdad y poltica. Para la filosofa
poltica clsica, la poltica no debe separarse de la verdad, lo bueno y lo bello.
Con el advenimiento de las formas polticas modernas esta concepcin clsica
se rompe, y es durante el periodo barroco donde el problema de la mentira pol-
tica se intensifica. El mundo barroco es as evaluado como el mundo del engao
y las apariencias, como el mundo donde el desconcierto es la cosa mejor repar-
tida del mundo. Por tanto, en la cultura del Barroco, los juegos de simulacin
y disimulacin son expresin concreta de la desconfianza antropolgica que
viven sus agentes y de la duda radical que stos establecen sobre la posibilidad
de la felicidad terrena. Los intelectuales de la poca, los productores de discurso,
asumirn para s mismos y para sus congneres que la felicidad en este mundo
de conflictos y desengaos constantes es irrealizable pero, no por ello, algo des-
deable. Los escritores del Barroco, en tal caso, ofrecern tcnicas de simula-
cin y disimulacin que tengan la finalidad de reducir la in-felicidad al mnimo.
Se trata de un acercamiento negativo a la felicidad individual y colectiva.
En efecto, en un mundo gobernado por el conflicto y la inseguridad, la disi-
mulacin funciona como un mecanismo de proteccin frente a la hostilitas mundi,
opera como un instrumento de navegacin que permite conducir con provecho
la circunstancia que a cada uno le toca por vivir: Qui nescit fingere nescit vivere
(Quien no sabe fingir no sabe vivir) se afirma en el barroco. Slo bajo estos pre-
supuestos se explica por qu en un mundo de las apariencias como es el Barroco
puede emerger la mentira, el engao, la simulacin y la disimulacin como ele-
mentos que no se oponen a la razn sino, al contrario, como elementos nece-
sarios para la vida cotidiana y la accin poltica. El problema de la simulacin/disi-
mulacin se torna, por consiguiente, en el problema barroco por excelencia.
Diversos personajes del periodo se enfrentan a este tema, ya sea para defen-
derlo, atacarlo o asumirlo crticamente, pero ninguno de ellos niega su impor-
tancia. Es por ello que en el debate sobre la pertinencia y justificacin de las
tcnicas simulatorias tenemos desde tericos de la poltica, como Maquiavelo
y Botero; cortesanos, como Acetto o Castiglione; diplomticos, como Mazarino y
Saavedra Fajardo, hasta clrigos, como Gracin o Ribadeneyra, los cuales se
detendrn en clebres disquisiciones sobre el papel poltico, epistemolgico y
moral que desempean este par de conceptos. Sin embargo, se trata de con-
ceptos estrictamente polticos, de nociones de tesitura epistemolgica o actitu-
des de ndole moral?

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Q U I N E S C I T F I N G E R E , N E S C I T V I V E R E

Para elucidar esta cuestin, analizar tres sentidos del par conceptual simu-
lacin/disimulacin. El primero es el sentido lexicogrfico donde se establece
el significado ms general de los trminos. El segundo es el sentido poltico de
la simulacin y disimulacin. Por ltimo, sealo el sentido cortesano que adqui-
rieron los trminos durante el siglo XVII en la pennsula Ibrica. Veamos cada
uno de ellos.
En el primer caso el sentido lexicogrfico, la simulacin y la disimulacin
pueden ser entendidas de la siguiente manera. Cuando nos referimos a la disi-
mulacin nos referimos a las tcnicas que sirven para ocultar un conocimiento,
un comportamiento o un tipo de sentimiento que se tiene previamente dado.
La simulacin, por su parte, sirve para aparentar algo que se carece, entin-
dase por este algo un sentimiento, una actitud o un tipo de conocimiento espe-
cfico. Si con la disimulacin se oculta, con la simulacin se aparenta. No obs-
tante, no todo lo que debe ocultarse o aparentarse ha sido igual a lo largo del
tiempo: como todos los conceptos empleados por las ciencias humanas y socia-
les, la simulacin y la disimulacin tienen su propia historia. Esta historia con-
ceptual que por cuestiones de espacio no desarrollar aqu, tiene su origen
primario en la Grecia del siglo V. a. C. Aun as, esta serie de significados no sufre
variaciones sustantivas sino hasta ya entrada la modernidad europea. As, lo pri-
mero a destacar es que en el trnsito del Renacimiento al Barroco se produce
un cambio semntico en el concepto de disimulacin. Se pasa de la disimu-
lacin entendida como una virtud cortesana a la disimulacin entendida como
un artificio humano, particularmente como la prolongacin de un ethos de la
cautela. Existen diversas obras que son testimonio de este cambio conceptual.
En el mbito italiano se abandona el emblemtico libro de Castiglione y surge,
in extenso, toda una literatura que demuestra el lado artificioso de la disimula-
cin. Obras como el Discorso intorno al comporre dei romanzi (1554) de Girardi
Cinzio, el Tratatto della nobilit (1603) de Lorenzo Ducci, Della dissimulazione
onesta (1641) de Torquato Acetto, entre otros, son ejemplos de ello. En Francia
y Espaa ocurre la misma situacin, slo que de manera menos acelerada.
Por el lado francfono, se pasa del popular Polyantehia de Joseph Lange al Tra-
tado sobre la corte (1647) de Etienne du Refuge. En el lado hispnico que es
el que aqu nos interesa, la traduccin de El Cortesano de Jun Boscn, El Gala-
teo espaol (1621) de Lucs Gracin Dantisco y El estudioso cortesano (1573) de
Lorenzo Palmirano comienzan a perder lectores frente al advenimiento de los
tratados sobre simulacin y las artes de la prudencia. Bajo tal espectro merece
mencin especial el celebrado Orculo manual y arte de prudencia (1647) de
Baltasar Gracin, as como sus consideradas obras menores El Hroe (1637), El
Discreto (1646) y El Poltico (1640).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2. El momento poltico de la disimulacin. Pedro de Ribadeneyra


y la teologizacin de la accin poltica
El momento paradigmtico de la discusin poltica en torno al tema del engao,
la mentira, la simulacin y la disimulacin se lo debemos a Maquiavelo. No obs-
tante, en trminos de recepcin de ideas, el escndalo maquiavlico no proviene
de sus elogios hacia el asesinato prudente o su defensa desmedida de la violen-
cia poltica: el escndalo que caus su obra se debe, en gran parte, a la postula-
cin que hizo el secretario florentino de la simulacin y disimulacin como
virtudes polticas con las que debe contar el prncipe. En el clebre captulo
XVIII de Il Principe, Maquiavelo dice lo siguiente:

Jams faltaron a un prncipe razones legtimas con las que disfrazar la violacin de
sus promesas. Se podr dar de esto infinitos ejemplos... Pero es necesario saber
colorear bien esta naturaleza y ser un gran simulador y disimulador: y los hom-
bres son tan simples, que el que engaa encontrar siempre quien se deje enga-
ar... No es, por tanto, necesario a un prncipe poseer todas las cualidades
anteriormente mencionadas, pero es muy necesario que parezca tenerlas.2

El problema planteado por el texto de Maquiavelo no radica en su falta de


precisin en torno al significado de los conceptos que aqu nos interesa elucidar,
sino en su notable preferencia por la simulacin poltica. Para Maquiavelo, la disi-
mulacin consiste en la capacidad que tiene el prncipe de aparentar virtudes
que por s mismo no posee. Sin embargo, la simulacin es ms efectiva para el
prncipe y menos beneficiosa para el pueblo porque inmediatamente remite a
la legitimidad que tiene el prncipe de utilizar el engao cuando la situacin lo
amerite. En este sentido, se puede argumentar que en ambos casos se trata de un
tipo especfico de engao, pero an as existen diferencias sustantivas. En el
primer caso la disimulacin se trata de un tipo de engao que violenta ms a
la verdad que a la moral. El segundo caso ocurre a la inversa: la simulacin es un
tipo de engao que violenta ms a la moral que a la verdad.
Algunos tratadistas espaoles como Diego de Saavedra Fajardo o Pedro de
Ribadeneyra vern en esta develacin de las artes simulatorias una desventaja
moral, pero otros, con menos compromisos con la ortodoxia como Baltasar Gra-
cin o Baltasar lamos de Barrientos, se encargarn de difundir los principios
de la simulacin poltica enunciada por Maquiavelo. Aun as, la recuperacin y
discusin del tema de la simulacin y la disimulacin en el mbito de la monar-
qua hispana no puede comprenderse sin el debate intelectual surgido en el resto
de los pases europeos, sin la defensa o crtica que algunos autores italianos y

2. MAQUIAVELO, Nicols (1992). El Prncipe, Madrid: Alianza, pp. 104-105.

790 ndice
Q U I N E S C I T F I N G E R E , N E S C I T V I V E R E

franceses realizaron sobre el tema. Al respecto, el tratado terico en defensa de


la disimulacin poltica con mayor repercusin en la monarqua hispnica es
la obra de Torquato Acetto, Della dissimulazione onesta (1641). En esta pequea
obra, Acetto no slo busca denunciar la supuesta racionalidad del poder pol-
tico y mostrar porqu la busqueda de la verdad no conduce necesariamente a
la felicidad, sino, adems, sealar la necesidad poltica y moral de un tipo de disi-
mulacin que no se anteponga a la razn ni a los cdigos de la moral cristiana:
una disimulacin con fines morales pero con fundamento racional, la disimula-
cin honesta.
Para argumentar lo anterior, Acetto muestra que el artificio es la nica herra-
mienta prctica capaz de dominar las relaciones de poder, sean estas relaciones
entre prncipe y sbditos, o relaciones entre los mismos cortesanos. Este aspecto
es relevante debido a la misma carrera cortesana desarrollada por Acetto. Si
bien el cortesano italiano no perteneci a la nobleza napolitana, su labor como
secretario al servicio de la familia Caraza en la provincia italiana de Andrea, lo
orill a tener relaciones subordinadas donde el favor de los poderosos es escaso.
Bajo esta relacin de absoluta dependencia y subordinacin, el secretario napo-
litano propone un tipo de disimulacin que no slo favorezca a los poderosos,
sino que nos ayude a protegernos de ellos. En consecuencia, con la obra de Acetto
la disimulacin deja de ser propiedad exclusiva de los gobernantes para con-
vertirse en una actividad de dominio pblico, en una prctica de si, donde la vir-
tud suprema radica en ocultarse frente al poder. De modo que la disimulacin
honesta cumple tres requisitos: (i) defender y distinguir a la disimulacin del
engao y la mentira; (ii) mostrar la necesidad de la disimulacin para la vida, y,
por ltimo, (iii) mostrar la necesidad tanto terica como prctica de disimular la
disimulacin.3 Estas caractersticas de la disimulacin no slo ayudan a reducir la
tirana de los poderosos y controlar el imperio de las pasiones, sino que nos con-
duce a una frgil pero segura felicidad, al evitar que caigamos en la tirania de
la verdad. Seala Acetto (2005: 123-124):

Ahora, suponiendo que se haya hecho lo posible por conocer la verdad, conviene
que por unos das el que es miserable se olvide de sus desventuras y procure vivir
al menos con algunas imgenes de satisfaccin, de manera que no tenga siempre

3. Esta ltima consideracin, de claro espritu barroco, se refiere a la imposibilidad que se tena
en la poca de distinguir entre verdad y apariencia, entre vigilia y sueo, entre libertad interna y
servidumbre externa. Como dice Segismundo al final de La Vida es sueo: Qu os admira? Qu
os espanta,/si fue mi maestro un sueo,/estoy temiendo en mis ansias/que he de despertar y
hallarme/otra vez en mi cerrada/prisin? Y cuando no sea,/el soarlo slo basta;/pues as llegu a
saber/que toda la dicha humana,/en fin, pasa como sueo. Cfr. CALDERN DE LA BARCA, Pedro (2001).
La vida es sueo, Madrid: Aguilar, pp. 1120-1125.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

presente el objeto de sus miserias. Si esto se usa bien, se trata de un engao que
tiene honestidad, ya que es un olvido moderado que sirve de descanso a los infe-
lices; y aun cuando sea escaso y peligroso consuelo, de todos modos no puede
prescindirse de ello para respirar de algn modo. Y ser como el sueo de las men-
tes agobiadas, teniendo un poco cerrados los ojos del conocimiento de la propia
fortuna, para mejor abrirlos despus de un breve reposo.4

Por otra parte, entre los defensores continentales de la simulacin poltica


tenemos al cardenal Giulio Mazarino, mejor conocido por su actividad como
valido de Luis XIV y su poltica antihispana. En su Breviare des Politiciens (1684),
Mazarino reivindica la simulacin como el principal arte de gobernar con el que
debe contar el monarca; adems, en un tono parecido al del filsofo Leo Strauss,
Mazarino realiza una sutil crtica a Maquiavelo por haber develado los arcanos
del poder poltico: No trates de descubrir los secretos de los poderosos: si se
divulgaran, se sospechara de ti afirma en su pequeo tratado.5 En este sentido,
Mazarino (2007: 78) se asume como un maquiavelista descarnado que consi-
dera ms importante la simulacin que la disimulacin por los grados de engao
que sta contiene.
Adems, Mazarino seala que en el intrincado juego cortesano, slo los que
dominan a la perfeccin las tcnicas de simulacin pueden conservar su pres-
tigio poltico y obtener el favor de los poderosos. Por ello nuestro autor esta-
blece que es ms importante conocer a los dems que conocerse a s mismo
y que, en tal caso, es preferible que se analice la manera en cmo nos damos
conocer a los otros a fin de llegar a un mejor manejo de nuestra propia con-
ducta poltica. Lo relevante de estas consideraciones es que los tratadistas espa-
oles se opondrn fuertemente a la obra de Mazarino para que por medio de
tales crticas se realice una lectura del captulo XVIII del Il Principe. En general,
el principal motivo que provoc la reaccin catlica a este captulo de la obra
del secretario florentino radica en el empleo instrumental que hace Maquiavelo de
la religin y en su justificacin poltica de la simulacin de la conducta cristiana.
Para Maquiavelo est claro que un gobernante de confesin cristiana puede
simular virtudes o faltar a su palabra siempre y cuando sus acciones favorezcan
a la repblica; sin embargo, la misma idea de la religin como espacio de fic-
cin o de la utilidad pblica del engao poltico es de suya antigua. Aun
as, la ms virulenta reaccin antimaquiavlica comienza con los tratadistas his-
panos, principalmente con los telogos y juristas promovidos por la Compa-
a de Jess.

4. ACETTO, Torquato (2005). La disimulacin honesta, Buenos Aires: El cuenco de plata, Bue-
nos Aires, pp. 123-124.
5. MAZARINO, Giulio (2007). Breviario de Polticos, Barcelona: Random House Mondadori, p. 78.

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Q U I N E S C I T F I N G E R E , N E S C I T V I V E R E

La estrategia jesuita de lectura se basa en lo siguiente. Primero se hace una


distincin analtica entre mentira y disimulacin. Segundo, se hace una crtica
de la simulacin poltica y se justifican de manera teolgica las virtudes de la
disimulacin. Por ltimo, se propone una definicin cristiana de la disimulacin
o, como se conoce en la poca, de la posibilidad y necesidad de una especie
de disimulacin honesta. La primera distincin entre mentira y disimulacin se
encuentra en el jesuita Pedro de Ribadeneyra. Siguiendo la estela agustiniana,
Ribadeneira considera que la poltica, la razn de Estado y la disimulacin
son elementos positivos siempre y cuando se ajusten a los principios de la dog-
mtica cristiana. Es por ello que el sacerdote jesuita se pronuncia en favor de
la disimulacin honesta y en contra de la simulacin poltica. La primera es
entendida como un tipo de mentira referida a los actos y los comportamien-
tos. La segunda como un tipo de mentira referida a las palabras. Si la mentira
por palabras se denomina simulacin y la mentira por obras y seas exterio-
res recibe el nombre de disimulacin, entonces la simulacin es un problema
exclusivamente moral, no poltico. En cambio, la disimulacin no es perniciosa
debido a la finalidad teolgico-poltica que persigue:

El prncipe debe vivir con gran recato y secreto y disimulacin, y armado de todas
armas, para que los otros prncipes y amigos fingidos no le podrn ofender; pero
que ha de ser de manera que no se haga discpulo de Maquiavelo, ni por la pru-
dencia de serpiente pierda la simplicidad cristiana y de paloma.6

Anticipndose a las posibles crticas ms ortodoxas, Ribadeneyra aade que


ni el secreto de Estado ni la disimulacin principesca, ni mucho menos el fal-
tar a la palabra u obrar de manera engaosa es propiamente mentira si se ha
tomado como un medio poltico para conseguir un fin religioso. En sus propias
palabras, esta actitud responde a una regla prudencial, al hacer las cosas con
prudencia para bien de la repblica.7 Bajo este contexto vale la pena pregun-
tarse si acaso las afirmaciones del sacerdote jesuita no son ms bien una defensa
oculta de simulacin maquiavlica o, mejor dicho, una forma de disimulacin
poltica travs del lenguaje teolgico?
En efecto, la argumentacin de Ribadeneyra parece tener como supuesto un
tipo de maquiavelismo oculto, un tipo de reflexin maquiavlica construida con
el lenguaje catlico de la poca. Nuestro autor justifica la razn de ser de la disi-
mulacin mediante razones de tipo religioso, poltico y pragmtico conside-
rando que una disimulacin ser vlida siempre y cuando existan motivos

6. RIBADENEYRA, Pedro de (1868). Tratado de la religin y virtudes que debe tener el prncipe cris-
tiano, Madrid: Biblioteca de Autores Espaoles, p. II-XLIV.
7. dem.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

religiosos para hacerlo. As, mediante la aplicacin del lenguaje de la teologa


moral y del humanismo cristiano promulgado con los decretos tridentinos, Riba-
deneyra justifica la utilizacin poltica de la disimulacin y su empleo en asun-
tos de religin. El concepto clave que le permitir realizarlo es el de pruden-
cia. La prudencia, y en ocasiones la nocin de justicia y honestidad, le permitir
a los tericos espaoles distinguir entre la disimulacin con fines legtimos y
la disimulacin con intenciones perversas. De este modo Ribadeneyra (1868)
establece dos tipos de disimulacin:

Hay dos artes de simular y disimular: la una, de los que sin causa ni provecho
mienten y fingen que hay lo que no hay, o que no hay lo que hay; la otra, la
de los que sin mal engao y sin mentira dan a entender una cosa por otra con
prudencia cuando lo pide la necesidad o la utilidad.8

Una vez hecha la distincin entre mentira y disimulacin, Ribadeneyra rea-


liza una fuerte crtica de la simulacin poltica. La simulacin es perniciosa por-
que su empleo conduce al engao y practicarla implica una violacin de los
cdigos de la moral cristiana. La disimulacin, por el contario, es beneficiosa
a quien se sirve de ella porque lo conduce inevitablemente a la idea de pru-
dencia. Recuperando la idea clsica del buen gobernante como phronimoi,
Ribadeneyra (1868) seala que sin la prudencia, de origen divino y cristiano,
ningn prncipe puede gobernar satisfactoriamente:

Platn dice que ninguno que no fuere prudente podr bien gobernar... y dos
cosas son las ms necesarias para un prncipe: que sea santo en su casa y vale-
roso fuera; pero en lo uno y en lo otro prudente, y por eso Salomn agrad tanto
a Dios, porque no le pidi honras ni riquezas, ni salud ni venganza de sus ene-
migos, sino sabidura y prudencia para gobernar el reino... Esta prudencia debe
ser verdadera prudencia, y no aparente; cristiana y no poltica; virtud slida y no
astucia engaosa.9

Al mismo tiempo, los textos del sacerdote jesuita nos permiten analizar la
forma en que se da un giro teolgico en el discurso de la disimulacin, parti-
cularmente cmo se introduce la honestidad como la dimensin tica de la
disimulacin. Su especificidad radica, en consecuencia, en servir como criterio
moral que ayuda a distinguir entre formas aceptables de prudencia y formas no
aceptables. De modo que el ejercicio cristiano de la disimulacin honesta

8. dem. II-XXIII.
9. dem.

794 ndice
Q U I N E S C I T F I N G E R E , N E S C I T V I V E R E

implica una sabia conjuncin entre prudencia y justicia, entre reflexividad y nor-
matividad. Si la prudencia favorece al gobernante cristiano a ser ms justo en
sus actos y decisiones, la disimulacin honesta le permite desarrollar sus habi-
lidades como prncipe prudente. Por ello, Aristteles, en vez de entender al
hombre prudente como phronimoi tal y como lo hace su maestro Platn, l
decide nombrarlo como volentikos, como el sujeto que es capaz de deliberar de
manera correcta segn las circunstancias. Finalmente, para que la honestidad
un predicado totalmente moral no contradiga los principios utilitaristas en los
que se basa la disimulacin poltica, se requiere que se conciba a la disimula-
cin en un sentido ms amplio: la disimulacin antes que una norma univer-
sal o tcnica poltica es una forma de contrapoder, una actitud de resistencia
frente a los poderosos. Es por esta razn que tanto Acetto como Ribadeneyra
consideran que la disimulacin honesta no es una contradictio in adjecto o una
petittio principi, ni mucho menos una inmoralidad de las artes de gobernar. La
disimulacin honesta es la posibilidad que tiene el disimulador de registrar su
conducta a los principios de la moral cristiana y, por consiguiente, la disimu-
lacin se torna en algo positivo para quien la ejerce. Concluye Ribadeneyra
sealando que la disimulacin honesta se entiende como el decoro de las vir-
tudes, espejo de virtud, refugio de los defectos o simple y llanamente como
arte de prudencia.10

3. El momento cortesano de la disimulacin. Baltasar Gracin y la politizacin


de la conducta
Originalmente concebida como una tcnica poltica, las ideas acerca de la
simulacin y la disimulacin se irn extendiendo desde el Renacimiento hasta
el Barroco como una virtud epistmica inserta en diversas prcticas sociales.
Debido a su contexto de significacin, el par conceptual simulacin-disimula-
cin adquiere una dimensin cortesana, la cual es menester precisar. Durante
el siglo XVI europeo, la di/simulacin est vinculada con la vida cortesana y la
literatura poltica conocida como espejo de prncipes. Para el siglo siguiente
las cosas cambian. En gran parte del siglo XVII, ambos conceptos se remiten al
problema, ms prctico que terico, de la adulacin y la prudencia poltica. Aun
as, habra que hacer algunas precisiones terminolgicas. En la literatura de
espejos de prncipes se establecen modelos ideales de prncipe cristiano y
reglas prcticas de gobierno. La relacin predominante en este tipo de litera-

10. Bajo este tenor Diego Tatin afirma acertadamente que la disimulacin honesta es el poder
de los que no tienen poder, la herramienta de los justos: msero el mundo, si la disimulacin no
acudiera en ayuda de los mseros. Cfr. TATAN, Diego (2004). La disimulacin honesta en El lado
oscuro, Crdoba-Argentina: Ferreyra Editor, p. 16.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tura es la surgida entre el prncipe y sus cortesanos, y la del prncipe con su


pueblo. Por su parte, la literatura cortesana establece modelos de comporta-
miento cortesano y conducta nobiliaria. La relacin predominante en este tipo
de literatura es entre prncipe y corte o, en su defecto, entre cortesanos. El pro-
blema que aqu me interesa destacar es cmo la di/simulacin produce un fuerte
vnculo entre espacio y literatura poltica, vnculo que se inserta en una relacin
dinmica entre la Corte, como lugar donde se desarrolla lo poltico, y la con-
ducta cortesana, que debe seguir todo el que ingrese en ella.
En la educacin cortesana, la disimulacin juega un papel ms importante
que la simulacin. En Il corteggiano de Castiglione, por ejemplo, la simulacin
es vista como un rasgo antropolgico, como una propiedad intrnseca a la natu-
raleza humana: ningn ser humano es capaz de no fingir lo que es realmente,
ya sea para sobrevivir o para beneficios pstumos. Lo que ocurre es que esta
condicin natural se acenta en la vida cortesana debido al carcter eminen-
temente poltico del ser humano. La disimulacin, por el contrario, es una cons-
truccin totalmente artificial, un artificio que produce el ser humano para mani-
pular su conducta. En el caso de la obra de Castiglione que est por dems
aseverar su rasgo paradigmtico durante el Renacimiento, la disimulacin es
un trmino que se relaciona directamente con el concepto de sprezzatura. Para
Castiglione (1993) como para los humanistas italianos, la disimulacin es el
modo mediante el cual se dice una cosa y se entiende otra, es la forma artifi-
cial con la que el sujeto poltico oculta sus actos y palabras:

No es todava inconveniente que un hombre que se sienta valer en una cosa, pro-
cure hbilmente la ocasin de mostrarse en aquella, y al mismo tiempo escon-
der las partes que son poco laudables, el todo empero con algn advertido disi-
mulo.11

Al respecto, Peter Burke ha insistido en que la obra de Castiglione es la que


mejor representa el paradigma cortesano porque es en ella donde se da la pri-
mera integracin entre el lenguaje del humanismo cvico y los comportamientos
nobiliarios desarrollados en las cortes europeas. Con este cambio, el cortesano
deja de ser una figura accidental de las monarquas europeas y pasa a conver-
tirse en una profesin con su propia tcnica de comportamiento, lenguaje y
procedimiento. Si la actividad cortesana es una profesin con su propio fin
y procedimiento, esta actividad requiere de determinadas herramientas tericas
e instrumentales prcticos para su desarrollo. Tales instrumentos son las artes

11. CASTIGLIONE, Baltasar (1993). El Cortesano, Madrid: Alianza, p. 40.

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de la simulacin y la disimulacin.12 No obstante, con la moderna transicin


de las repblicas a los principados, el nuevo modelo de gobernante no
requiere ya de la disimulacin de las maneras, sino de actuar conforme al inte-
rs de Estado. Un prncipe de tipo maquiavlico est menos preocupado por
sus modales y comportamientos pblicos que por su acentuado inters por
ampliar, mantener y proteger a su Estado.13 Este cambio de nfasis opaca, en
cierta medida, la importancia de la disimulacin en el comportamiento corte-
sano; sin embargo, con todo y el declive de las formas cortesanas de repre-
sentacin del mundo, existe un personaje que se encargar de revitalizar la
dimensin cortesana, poltica y esttica de la disimulacin: el enigmtico escri-
tor jesuita Baltasar Gracin.
La obra de Gracin parte de una incrementada desconfianza en la vida cor-
tesana como de un sutil pesimismo antropolgico. Circunstancias que slo
son posibles en el horizonte poltico-cultural del barroco europeo. En un periodo
histrico como el Barroco, donde todo lo que acontece son signos del desen-
gao y la fragilidad humana, surgen varias obras tico-polticas que dan cuenta
de la cada del esteticismo cortesano. Dicha crisis radicaliza las posibilidades del
artificio y ridiculiza las necesidades de la corte, no sin antes proponer formas
concretas para simular la conducta y ocultar la verdad. Como es de esperar, uno
de los ms efectivos artificios con los que cuenta el sujeto barroco para su sobre-
vivencia radica en la disimulacin, pero cmo funciona la disimulacin en los
espacios hispnicos?, qu significados puede tener?, bajo qu contexto discur-
sivo surge?
En la Espaa urea el problema de la dismulacion en sentido cortesano y de
la disimulacion de uno mismo adquiere su culmen en los escritos de Baltasar
Gracin. En efecto, Gracin es uno de los primeros tericos de la razn de Estado
que abandona el modelo estatalista de reflexin poltica para situar lo poltico
en un espectro ms amplio. Al ampliar el margen donde se circunscribe lo pol-
tico, Gracin es capaz de pensar la poltica en trminos de subjetividad indivi-
dual. Me explico con ms detalle.
En varias de sus obras polticas, y sobre todo en su obra magna, El criticn,
se comienza a delinear un tipo de reflexin filosfica donde lo poltico atraviesa

12. Cabe sealar que si bien es cierto que Castiglione no pudo prever que el nuevo sujeto de
la poltica no sera el cortesano sino el monarca y el Estado, ello no implica que considerase la disi-
mulacin una virtud exclusivamente cortesana. Para Castiglione, la disimulacin posee algunos
rasgos principescos.
13. Peter Burke considera que la obra de Castiglione fue de suma importancia en la primera
etapa del Renacimiento cuando se impona domesticar a una nobleza ruda y proclive a la gue-
rra, pero pronto se vera traslapada con la transicin de repblicas a principados donde se reque-
ra mayormente de una relacin estrictamente poltica. Cfr. BURKE, Peter, (1998). Los avatares de El
cortesano. Lecturas y lectores de un texto clave del espritu renacentista, Barcelona: Gedisa, p. 144.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

los pliegues de la propia subjetividad, por las prcticas que el sujeto se impone
para transformarse a s mismo. En este sentido, Gracin habla de una razn de
Estado de ti mismo donde las reglas y mximas son aplicadas al incremento
de la subjetividad, a la conservacin del ser de cada uno. Bajo este paisaje intelec-
tual se situa la reflexin de Gracin acerca de la disimulacin de uno mismo y
de los dems. Para el escritor aragons, la poltica se concibe como el saber
prctico del hombre, como un juego de verdad donde el saber y el poder se
entremezclan. En este caso, la poltica aplicada a uno mismo, la poltica de cada
uno como la llama Gracin, es la que nos conduce al arte de ser personas.
El arte de ser personas consiste, por consiguiente, en un cdigo de conducta
donde la prudencia, la astucia, la discrecin, la sabidura, la simulacin y disi-
mulacin son los componentes que permiten al poltico y, a cualquier per-
sona en particular, gobernarse a s mismo y gobernar a los otros, evitar el engao
y detectar la mentira, ser rey por artificio ms que por naturaleza. Pareja y Nava-
rro ha dicho al respecto que las reglas de conducta proporcionadas por el arte
de ser persona le sirven al poltico y hombre del comn para engrandecer su
reino y engrandecerse a s mismo; para vencer y no ser vencido... para cono-
cer a fondo las complicadas artes de gobernar a los pueblos y los ms recndi-
tos sentimientos del alma humana.14
Bajo tales supuestos vale la pena cuestionarse sobre la posibilidad fctica y
la legitimidad poltica de la razn de estado de individuo a fin de comprender
el papel que Gracin le otorga a la disimulacin en su sistema filosfico. En pri-
mer lugar, para nuestro autor la poltica es la sabidura que ensea a vivir. Nos
dice en Orculo Manual: Procure, el varn sabio tener algo de negociante, lo
que baste para no ser engaado... De qu sirve el saber, si no es prctico? Y el
saber vivir es hoy el verdadero saber.15 Al mismo tiempo, este tipo de saber
vivir se compone de dos partes complementarias entre s. La primera parte se
refiere a la relacin entre gobernantes y gobernados, entre el prncipe y su
Estado. Su concepto clave es el de razn de Estado el cual ensea en qu con-
siste el arte de reinar a los pueblos. La segunda parte del saber vivir radica
en la relacin poltica que el individuo guarda consigo mismo. El concepto que
emplea Gracin para dar cuenta de la especificidad de este tipo de relacin es
el de razn de Estado de ti mismo, que, en otros contextos discursivos, entiende
como la razn especial de ser personas o la poltica de cada uno. En segundo
lugar, si la razn de Estado es la concepcin poltica que establece reglas y mxi-
mas para la conservacin del poder poltico, es posible que existan reglas de
carcter similar que permitan al individuo conservarse a s mismo, reglas que le

14. GALINO, Miguel ngel (1948). Los tratados sobre la Educacin del Prncipe, Madrid: Aguilar.
15. GRACIN, Baltasar (2003). Orculo manual y arte de prudencia, Madrid: Castalia, aforismo 233.

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permitan adquirir, conservar y aumentar su ser persona. Por ltimo, la razn


de estado de ti mismo es el principal motivo que impulsa la obra gracianesca.
Desde su primera obra El Hroe (1637) hasta la redaccin final de El Criticn
en 1657, Gracin insiste en que su proyecto terico radica en proporcionar un
tipo de razn de Estado acorde con las exigencias de la propia subjetividad, con
aquello que nos constituye como personas:

Aqu no encontrars ni una poltica ni una economa, sino una razn de estado
de ti mismo, una brjula para la excelencia, las pocas reglas de discrecin para
ser ilustre.16

Algunos interpretes como Jos Antonio Maravall17 o Elena Cantarino18 han


insistido en la relacin que guardan las obras de Gracin con la tratadstica de
la razn de Estado. Sin dudar de la existencia de dicha relacin, considero
pertinente sealar que si bien Gracin no es un terico de la poltica o un trata-
dista en sentido estricto, su obra puede considerarse como uno de los primeros
intentos modernos por concebir al individuo en trminos polticos ms que
epistemolgicos. En otras palabras, si Descartes abre la subjetividad moderna
en trminos epistemolgicos, Gracin es el primero que pone en duda la posi-
bilidad de concebir al sujeto bajo tales lineamientos. Para Gracin el individuo
o se construye como sujeto moral o simplemente es un ente ms del mundo.
Esta ltima consideracin explica por qu para Gracin la razn de estado de
ti mismo es el camino mediante el cual el individuo se transforma en sujeto
de sus propias acciones, el momento donde el individuo establece una relacin de
dominio de s con la finalidad de construir su propia subejtividad. Para conse-
guir tal dominio, tal conocimiento de s, el sujeto debe ser capaz de ocultar
los designios del entendimiento y las inclinaciones de la voluntad. Conseguir
ambas formas de ocultamiento slo es posible si el sujeto conoce y emplea
las herramientas del artificio de manera correcta, particularmente las herramien-
tas referidas al arte del disimulo. El ms prctico saber consiste en disimular...
Es gran arte del regir el disimular afirma Gracin.19 En consecuencia, la disimu-
lacin o arte de ocultarse a s mismo es el medio ms importante para gober-
nar segn la razn de Estado, sea sta estatal o individual. En el gobierno de

16. GRACIN, Baltasar (2003). Gracin, El Hroe, Madrid: Castalia, Al lector.


17. Cfr. MARAVALL, Jos Antonio (1984). Estudios de Historia del pensamiento espaol. Serie ter-
cera-El siglo del Barroco, Madrid: Ediciones Cultura Hispnica.
18. Cfr. CANTARINO, Elena (1998). El concepto de razn de Estado en los tratadistas de los siglos
XVI y XVII (Botero, Ribadeneyra y Settala). En Res publica, 2, pp. 7-24.
19. GRACIN, Baltasar (2003). Orculo manual y arte de prudencia, Madrid: Castalia, aforismo
88, 98.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

los otros o en el gobierno de s mismo, la disimulacin constituye la ms pre-


ciada herramienta que se requiere en el arte de gobernar.
Al igual que Acetto, Gracin otorga mayor prioridad normativa a la disi-
mulacin de la propia disimulacin. Si las estrategias de disimulacin no logran
ocultarse, tales empresas se tornan en arte vano y peligroso. As, nada ms
grande y virtuoso que ocultar las mismas artes con las que nos disponemos
en el mundo civil: Afect Tiberio el disimular, pero no supo disimular el disi-
mular. Consiste el mayor primor de un arte desmentirlo, y el mayor artificio, en
encubrirle con otro mayor.20 Por tanto, quien es capaz de disimular sus accio-
nes y disimular la disimulacin de sus acciones es un sujeto que est capaci-
tado para vivir en el mundo sin ser engaado o violentado por la pragmtica
social: se convierte en aquello que Gracin entiende elocuentemente como
varn discreto o hroe deste mundo. De tal suerte que la figura del hroe
o el discreto figura estrictamente barroca que se opone al modelo del cor-
tesano renacentista est tipificada por un modelo de conducta que busca
conseguir el gobierno de s mismo y el gobierno de los otros a travs de la pruden-
cia y la galantera, por medio del genio y el ingenio, con gran seoro al hablar
y al actuar. Por lo anterior, Gracin prescribe como regla bsica de discrecin
el conocimiento de s: comience por s mismo el discreto a saber, sabindose
pues es efecto grande de la prudencia la reflexin sobre s.21 En este sentido
hay que insistir que para Gracin el discreto debe ser diligente e inteligente,
debe ser capaz de ajustar la sustancia a la circunstancia o, lo que es lo mismo,
de saber mostrarse y ocultarse a s mismo para poder construir una fuerte y
verosmil imagen de s.

En las cosas se necesita la circunstancia y la sustancia, pero lo primero que encon-


tramos son las apariencias, y no las esencias. Por el exterior se llega al conoci-
miento del interior: por el trato (la corteza) se obtiene la capacidad (el fruto), e
incluso a quien no conocemos lo juzgamos por el porte Una verdad fuerte, una
razn valiente y una justicia poderosa se deslucen sin un buen modo, y con l
todo se mejora.22

Como puede apreciarse, Gracin ofrece diversas salidas que componen al


varn discreto y no es ocasin pertinente discurrir aqu el supuesto maquiave-
lismo oculto de este catalogado antimaquiavelista aragons. Lo que s debemos
tomar en cuenta es la intencin explcita de Gracin por construir un anda-
miaje conceptual que le permite establecer una razn de estado de ti mismo

20. GRACIN, Baltasar (2003). El Hroe, Madrid: Castalia, primor XVIII.


21. GRACIN, Baltasar (2003). El Discreto, Madrid: Castalia, realce XV.
22. GRACIN, Baltasar (2003). El Discreto, Madrid: Castalia, realce XXII.

800 ndice
Q U I N E S C I T F I N G E R E , N E S C I T V I V E R E

individual basado en la prudencia y las artes de disimular. Las reglas del Or-
culo manual pueden entenderse, por tanto, como normas polticas para el indi-
viduo; reglas que, adems de preparar al individuo para el saber vivir, lo auxi-
lian en el arte de vencer a las pasiones, los intereses ajenos, los excesos de los
poderosos y la tirana de la verdad. Frente al dctil, vanidoso y voluble mundo
humano, Gracin nos proporciona todo un arsenal aforstico con fuertes pre-
tensiones prcticas, pues no hay que olvidar concluye el jesuita aragons que
milicia es la vida del hombre contra la malicia del hombre.23

4. Conclusiones
El anlisis histrico-semntico de los momentos polticos como de los momen-
tos cortesanos de la problemtica permite apreciar el significado poltico y social
que tienen los trminos simulacin y disimulacin durante el Barroco y,
por consiguiente, se puede mostrar en qu medida la tratadstica espaola trans-
form el lenguaje cortesano y logr instituirlo ms all del espacio de la Corte
para configurarlo como un lenguaje poltico estrictamente moderno. Por tanto,
el anlisis comparativo de historia conceptual muestra las diferencias e implica-
ciones que tuvo el modelo espaol de comportamiento poltico en relacin con
el modelo francs y el modelo italiano para as mostrar el lado hispnico de la
subjetividad moderna.

Bibliografa
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de plata, Buenos Aires.
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GRACIN, Baltasar (2003). Orculo manual y arte de prudencia, Madrid: Casta-
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23. GRACIN, Baltasar (2003). Orculo manual y arte de prudencia, Madrid: Castalia, aforismo
13. 88, 98.

ndice 801
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(2003). El Hroe, Madrid: Castalia.


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Argentina: Ferreyra Editor.

802 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA REAL ORDEN AMERICANA DE ISABEL LA CATLICA: UNA CONDECORACIN


AMERICANISTA EN EL SISTEMA PREMIAL ESPAOL
Carlos Nieto Snchez
Universidad Complutense de Madrid

Resumen
En 1815 Fernando VII creaba la Real y Americana Orden de Isabel la Cat-
lica con el fin de premiar la lealtad acrisolada a Espaa y los mritos de
ciudadanos espaoles y extranjeros en bien de la Nacin y muy especialmente
en aquellos servicios excepcionales prestados en favor de la prosperidad de
los territorios americanos y ultramarinos. La nueva orden naca con una clara
vocacin americanista destinada a premiar al hombre benemrito que pres-
taba sus servicios a la Corona en las colonias americanas. En este estudio se
pretende analizar pormenorizadamente los motivos que llevaron al monarca
a crear esta institucin, analizando el derecho premial del momento, estudiar
sus estatutos, sus diferentes grados y las clusulas de sus constituciones e
investigar la evolucin posterior de la orden y las sucesivas reformas que en
ella se han acometido.

1. Introduccin
En 1764, el marqus de Beccaria en su clebre libro Dei diritti e delle pene,
hablaba de uno de los grandes olvidados en el estudio del derecho: el dere-
cho premial. Deca entonces que otro medio de evitar los delitos, es recom-

ndice 803
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pensar la virtud y observaba que, en aquel momento, las leyes de todas las
naciones guardaban un silencio universal sobre las recompensas.1
Estas reflexiones de Beccaria pueden tener perfecta validez hoy en da.
Los sistemas premiales son desconocidos por los ciudadanos y alejados de los
estudios de las facultades jurdicas y de historia. Poco se han ocupado los estu-
diosos de las rdenes y condecoraciones con las que el estado recompensa a
sus ciudadanos por sus benemritas acciones. Pero el caso de Espaa es an
ms significativo: nuestro pas posee un rico caudal de rdenes civiles y mili-
tares, encabezadas por una de las ms importantes del mundo junto con la
Jarretera inglesa, la Orden del Toisn de Oro. As, mientras el resto de pases
europeos, a excepcin de Portugal, han ido unificando su sistema premial,
Espaa ha conservado su patrimonio histrico en lo relativo a las rdenes y con-
decoraciones. De todas ellas, una de las ms destacadas y prestigiosas tuvo desde
sus orgenes una clara vocacin americanista, la Real Orden Americana de Isabel
la Catlica, nacida en 1815 con el deseo de recompensar la acrisolada lealtad,
el zelo, el patriotismo, desprendimiento, valor y otras virtudes, que tanto los
individuos de la milicia como dos de todas las clases y jerarquas del Estado han
mostrado y mostraren en adelante a favor de la defensa y conservacin de aque-
llos remotos pases.2
El paso de los aos hizo que la orden se convirtiera en una orden civil ms,
pero de gran importancia, siendo la tercera en el escalafn espaol. Su estu-
dio necesita unas consideraciones previas y un detallado anlisis con que se
pretende sacar a la luz el origen americanista de una orden civil. Hasta el
momento la Orden Americana de Isabel la Catlica carece de un estudio serio
y detenido. Si bien sus estatutos estn publicados,3 no se ha realizado an
ninguna monografa sobre sus orgenes, fundacin y desarrollo. Es ms llama-
tivo que no exista un catlogo detallado, como ocurre en otros casos, de los
caballeros de la orden en las diferentes categoras.
El nico estudio realizado, pero ya superado, fue publicado por el Ministe-
rio de Asuntos Exteriores en 1974 bajo el ttulo Resumen Histrico de la Orden
de Isabel la Catlica, pero en realidad aporta poqusimos datos. Para conocer
algo ms hay que dirigirse a obras colectivas en las que aparece entre las dems

1. BECCARIA, Cesare (1991). De los delitos y de las penas. Madrid: Compaa Europea de Comu-
nicacin e Informacin.
2. Sin autor (1836). Constituciones de la Real Orden americana de Isabel la Catlica insti-
tuida por el Rey nuestro seor en 24 de marzo de 1815. Madrid: Imprenta Real.
3. La Biblioteca Nacional conserva varias ediciones de las Constituciones de la Real Orden Ame-
ricana de Isabel la Catlica instituida por el Rey nuestro Seor el 24 de marzo de 1815, editadas
concretamente en los aos 1816, 1836, 1848, 1861 y 1867. Se ha publicado recientemente una
edicin facsmil de la editada en 1836.

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L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

rdenes vigentes o abolidas en Espaa. De particular inters por su actualidad


y sus conclusiones es la obra Las rdenes y condecoraciones civiles del Reino
de Espaa de Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila y Fernando Garca Mercadal
y Garca Loygorri (Madrid, Publicaciones del Boletn General del Estado, 2001).
Ms antiguas y superadas, pero de mencin obligatoria, son las obras de Anto-
nio Benavides Historia de las rdenes de caballera y de las condecoraciones espa-
olas (Madrid, imprenta de Jos Gil Dorregaray, 1864) y Condecoraciones espao-
las. rdenes, cruces y medallas civiles, militares y nobiliarias (Madrid, Editorial del
Patrimonio Nacional, 1953), de Federico Fernndez de la Puente y Gmez. Cierto
inters presenta el artculo publicado en la revista Protocolo (n. 1, 1995, p. 82 y ss.)
por Juan Suny Menda Orden de Isabel la Catlica y del Mrito Civil.
Sirva esta comunicacin para dar a conocer a estudiosos, profesores y ame-
ricanistas en general esta orden espaola de clara vocacin americana.

2. Orgenes generales de las rdenes


En el contexto social y cultural de la caballera medieval, surgieron las rde-
nes.4 Las rdenes religiosas y militares fueron creadas por motivos religiosos en
una Europa convulsionada por la lucha contra el islam, pero en la mayora de
los casos no fueron rdenes guerreras, sino hospitalarias y de caridad cristiana,
como la Orden de San Juan de Jerusaln, ms tarde de Rodas y Malta, conocida
hoy por este ltimo nombre.5 El papel de estas instituciones de origen medie-

4. Federico Fernndez de la Puente y Gmez, autor de una obra clsica de referencia, si bien
ya superada, Condecoraciones Espaolas. rdenes, cruces y medallas civiles, militares y nobiliarias,
(Madrid, Ediciones del Patrimonio Nacional, 1953) retrotrae el origen de las rdenes al antiguo
Egipto y a Grecia. Afirma que los faraones concedan condecoraciones en forma de collares de
los que pendan leones y moscas, animales que simbolizaban elevadas virtudes. Al hablar de los
griegos, sostiene que stos honraban las hazaas de sus generales por medio de presentes con ins-
cripciones que perpetuaban sus victorias. Los romanos, recompensaban a los legionarios, incluso
a los de modesta graduacin, con expresivas condecoraciones, unas veces en forma de escudo
sobre la coraza o en los adornos del caballo y otras como ornamentos en los cascos de los gue-
rreros, a manera de medias lunas. (En Op. Cit., p. 15).
5. Si escasa es la bibliografa en torno a la Orden Americana de Isabel la Catlica y las rdenes
y condecoraciones espaolas, abundantsimos son, en cambio, los estudios de la Orden de Malta.
De todos ellos, se pueden destacar los siguientes: ndice de pruebas de los Caballeros que han
vestido el hbito de San Juan de Jerusaln (Orden de Malta) en el gran Priorato de Castilla y Len
desde el ao 1514 hasta la fecha, escrita por Alfonso Pardo y Manuel de Villena y Fernando Su-
rez de Tangil y de Angulo (Madrid, Tipografa de la revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1911);
Historia de la nclita y soberana Orden Militar de San Juan de Jerusaln de Malta, de Agustn Coy
Cotonat (Madrid, Establecimiento tipogrfico de Juan Prez Torres, 1913); La Soberana Orden de
Malta: un milenio de fidelidad por Antonio Pau Arriaga, (Madrid, Prensa y Ediciones Iberoameri-
canas, 1996).

ndice 805
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

val fue muy destacado en Espaa, donde las rdenes militares de Santiago, Cala-
trava, Alcntara y Montesa, tuvieron un papel activo e importante en la Recon-
quista.
Pero la decadencia de la caballera era patente en el siglo XV. Los vnculos
vasallticos se debilitaron cada vez ms, por lo que prncipes y soberanos tuvie-
ron la necesidad de ligar a sus personas mediante nuevos y particulares jura-
mentos. Ello se hizo posible con la creacin de una super caballera en la que
tendran un papel preponderante las rdenes caballerescas, herederas de las
antiguas rdenes. En tales circunstancias nacieron entre los siglos XIV y XVII
las llamadas rdenes capitulares, o de collar y fe. El fundador un monarca
o prncipe creaba una hermandad o cofrada, bajo el patronato de la Virgen o
un Santo, estableca una sede litrgica y proporcionaba una dote econmica.6
El mejor exponente de estas corporaciones, es la Orden de Carlos III, creada
por aquel monarca en 1771 y puesta bajo la proteccin de la Inmaculada Con-
cepcin de Mara.
Mientras tanto en Amrica se produjo una realidad que conjugaba un sen-
tido pragmtico de la vida con una persistencia de los nobles ideales del
medioevo, al completar la fortuna adquirida en ultramar con honores y distin-
ciones sociales. En palabras de Guillermo Lohmann, estudioso de las rdenes
militares en Amrica, el apetito de honras caballeriles no era una frvola expre-
sin de vanidad, sino algo de mayor entidad y sustancia.7 En Europa el agota-
miento del Antiguo Rgimen llevar consigo la desaparicin de las rdenes
capitulares y de las rdenes militares. Aparecern paulatinamente rdenes de
mrito, que tendrn como finalidad nica y exclusiva premiar el mrito y la vir-
tud personal de los agraciados, dejando a un lado la nobleza del destinatario.
En Espaa la primera de las rdenes de mrito ser la efmera Orden Real
de Espaa, creada por Jos I en 1808 y de corta vida.8 En 1811 surgen las Rea-
les y Militares rdenes de San Fernando y San Hermenegildo (1811 y 1814 res-
pectivamente), seguidas de la Orden Americana de Isabel la Catlica. No en
vano, pese a que a todas ellas se acceda por mritos personales, los conde-
corados quedaban ennoblecidos inmediatamente.

6. CEBALLOS ESCALERA Y GILA, Alfonso y GARCA MERCADAL Y GARCA LOYGORRI, Fernando (2001).
Las rdenes y condecoraciones civiles del Reino de Espaa. Madrid: Publicaciones del Centro de
Estudios Polticos y Constitucionales.
7. LOHMAN VILLENA, Guillermo (1957). Los americanos en las rdenes nobiliarias (1529-1900). Madrid:
CSIC. Este apetito que menciona el autor aparece reflejado en numerosas obras del Siglo de Oro espa-
ol, como Comedia famosa del sembrar en buena tierra de Lope. Incluso en el siglo XVIII aparece
esta idea en las Cartas marruecas de Cadalso (carta XXIV).
8. Para conocer la Orden Real de Espaa, vase ARTEAGA Y DEL ALCZAR, Almudena y CEBALLOS-
ESCALERA Y GILA, Alfonso (1997). La Orden Real de Espaa (1808-1813). Madrid: Ediciones Mon-
talbo.

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L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

3. La Real Orden Americana de Isabel la Catlica. Orgenes americanistas


y estudio de sus constituciones
En tales circunstancias el rey Fernando VII, el 24 de marzo de 1814, institua
una nueva orden: la Real y Americana Orden de Isabel la Catlica. El decreto
de creacin dejaba muy claros los motivos que llevaban al monarca a realizar
esta fundacin y la vocacin americanista de la misma:

Movido mi Real nimo del aprecio y gratitud que tan justamente me merecen los
eminentes y sealados servicios con que no pocos de mis benemritos vasallos
han contribuido y contribuyen as a la concordia y tranquilidad de mis dominios
de Indias, como a la reduccin y desengao de los que equivocadamente o por
un zelo indiscreto intentaron romper los vnculos estrechos que los unen con sus
hermanos de Europa y a unos y otros con mi corona y Real persona y dese-
ando recompensar la acrisolada lealtad, el zelo y patriotismo, desprendimiento,
valor y otras virtudes que tanto los individuos de la Milicia como los de todas las
clases y gerarquias del Estado han mostrado y mostraren en adelante a favor de
la defensa y conservacin de aquellos remotos pases; teniendo presente al mismo
tiempo el digno ejemplo de mi muy caro y augusto Abuelo el Sr. D. Fernando V,
quien con motivo semejante fund la Orden llamada del Armio,9 para premiar
a los que acreditasen su pureza y lealtad en los disturbios de Npoles, como tam-
bin ninguna de las subsistentes en la actualidad en Espaa es anloga ni ade-
cuada al enunciado fin, he venido en crear e instituir una denominada REAL ORDEN
DE ISABEL LA CATLICA.10

El Rey deja bien claro, por tanto, que era una orden creada para los vasallos
americanos se entiende que civiles y militares que contribuan a la causa espa-
ola en Amrica frente a los movimientos independentistas.
Prosigue el soberano en su decreto de creacin afirmando que con la deno-
minacin dada a la orden quera recordar la figura de su abuela, a cuya pol-
tica y auxilios debi en gran parte el descubrimiento de las Indias y redunda
de nuevo, acto seguido, que tiene exclusivamente por objetivo premiar la leal-

9. Sus estatutos fechados en Npoles el 8 de febrero de 1483 guardan mucha semejanza con
los de la Insigne Orden del Toisn de Oro. Estaba formada slo de 27 caballeros cuya principal
misin, aparte de servir y obedecer a la Iglesia, era la de patrocinar en cualquier lugar, tiempo y
ocasin, segn la calidad de las personas, a los pupilos, viudas hurfanos y otra gente necesitada
que se hallase vejado u oprimido. Slo podan pertenecer a ella hombres nobles, no plebeyos ni
los que no gozaren de nobleza. En SOSA, Julin (1913). Condecoraciones militares y civiles de Espaa.
Madrid: Establecimiento tipogrfico de Juan Prez Torres.
10. Constituciones... Op. Cit., decreto de creacin de la Real Orden Americana de Isabel la Cat-
lica.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tad acrisolada y el mrito contrado a favor de la defensa y conservacin de


aquellos dominios. El rey institua as una orden de carcter civil y militar para
premiar a todos aquellos que luchaban de una u otra manera contra los inde-
pendentistas en Amrica. En el decreto de creacin se declara a l mismo como
jefe y soberano de la orden, estableciendo que en el futuro lo fueran sus suce-
sores,11 con derecho a nombrar a quienes debieran componerla en aquel
momento y en adelante.12 El patronazgo de la orden quedaba atribuido a Santa
Isabel, reina de Portugal, cuya fiesta, el 8 de julio, haba de celebrarse con toda
solemnidad.13 Tras la creacin, el Papa Po VII aprob la Real Orden Americana,
ya que a l le corresponda la jurisdiccin de los efectos espirituales, a travs
de la bula Viros magnos in regno publicada en Roma el 26 de mayo de 1815,
por la cual se daban las mismas gracias, prerrogativas e indulgencias que a la
Orden de Carlos III.14 En 1854 la asamblea de la orden decidi que todos los
caballeros de la orden tuvieran un privilegio concedido por la Sede Apostlica:
el privilegio de oratorio y el uso de altar porttil.15
En los primeros momentos, el rey dot a la Orden Americana con 1.600.000
reales, procedentes de las rentas eclesisticas de Nueva Espaa, Lima, Chile,
Manila, Guatemala, La Paz, La Habana, Valladolid de Michoacn y Caracas. Para
premiar los extraordinarios servicios de los vasallos americanos, creaba 100
encomiendas con pensin anual de 4.000 reales de plata cada una, de los que
disfrutaran aquellos que l tuviera a bien sealar, reservndose aumentar el
nmero segn los ingresos.16 Por ningn motivo se concedera la orden a quien
hubiera sido condenado o procesado por algn delito y perderan la categora
de caballeros aquellos que fueran procesados y condenados, sin poder usar las
insignias ni gozar de ninguno de sus privilegios ni exenciones.17
Desde sus orgenes, la orden estaba formada por tres clases: Grandes Cru-
ces, Comendadores y Caballeros.18 La entrada en ella estaba abierta a civiles y
militares, nobles, ya fuesen Ttulos del Reino o simples hidalgos y hombres per-
tenecientes al estado general. Era una orden de mrito en toda regla, en la

11. Vid. supra.


12. Constituciones... Op. Cit., Art. 2.
13. Constituciones... Op. Cit., Art. 1.
14. Constituciones... Op. Cit., Art. 43.
15. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, Alfonso y GARCA MERCADAL Y GARCA LOYGORRI, Fernando. Las rde-
nes Op. Cit.
16. Constituciones... Op. Cit., Art. 39.
17. Constituciones... Op. Cit., Art. 41.
18. Constituciones... Op. Cit., Art. 2. Sera extenssimo hacer un elenco detenido de los agracia-
dos. Sirva como muestra la concesin de Grandes Cruces durante el tiempo que se considera
relativo a la Independencia de las colonias. 1818, Infante Don Francisco de Paula Antonio; 1819,
Caballero Newille; 1824, Conde Doncelot, Barn de Meinard y Laafargue; 1827, Don Jos Santos de

808 ndice
L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

que slo se premiaba el mrito y la capacidad del agraciado. El uso de las insig-
nias era compatible, desde su momento fundacional con el resto de insignias
de rdenes espaolas y extranjeras19 y llevaba aparejada la nobleza personal a
favor de quien no la tuviera.20 Las Grandes Cruces llevaban aparejado tambin
el tratamiento de Excelencia.21 Cada uno de los grados de la orden ostentaba
una condecoracin diferente. Los estatutos describen con detalle cada una de
estas condecoraciones: los Caballeros Grandes Cruces deban llevar una banda
desde el hombro derecho al lado izquierdo, blanca con dos franjas de color oro,
acabada en un lazo de la misma clase del que penda la cruz. Esta cruz era de
oro, coronada con una corona olmpica o de cogollos de olivo, de cuatro bra-
zos iguales, esmaltada de color rojo y con unas rfagas de oro interpoladas.
En el centro llevaba un escudo circular sobrepuesto en el que esmaltadas apa-
recan dos columnas y dos globos o mundos que representaban a las Indias,
enlazados con una cinta y cubiertos con una corona imperial. En su exergo y
sobre campo blanco se lea en letras de oro el lema A la lealtad acrisolada.
La cruz sera igual en el anverso y se leera Por Isabel la Catlica, Fernando
VII, coronado todo ello con la corona real. Asimismo, las Grandes Cruces lle-
varan sobre el costado izquierdo una placa de oro de la misma forma que la
cruz que penda de la banda. Los Comendadores llevaran la misma cruz pen-
dente del cuello y los caballeros pendente del ojal de la casaca. Los prelados
y eclesisticos que fueran recibidos como Grandes Cruces llevaran la venera al
cuello con una cinta ancha igual que la de la banda antes descrita en forma
de escapulario y placa en el lado izquierdo de la capa o manteo. Los Comen-
dadores la llevaran pendente de una cinta y los Caballeros colgada con un cor-
dn negro. A ninguno de los agraciados se le autorizaba para variar la figura,
proporcin y dems circunstancias de la cruz ni de la banda, debindose suje-
tar todos a las proporciones y los diseos indicados, aunque se autorizaba
que los das de gala se usase la venera de pedrera.22
Segn los primeros estatutos, en cada capital de los virreinatos y capitanas
generales se establecera una asamblea de la orden, compuesta por los Caba-
lleros Grandes Cruces y Comendadores que residieran en la ciudad, presidida
por el virrey o capitn general y en su defecto por el Caballero Gran Cruz ms

la Hera; 1829, Conde de Fernandina, Conde de Buenavista, Marqus de Justis; 1830, Duque de
Ascoli, Monseor Giunta Arzobispo de Amaida, Caballero Gerardi y Don Ildefonso Avalos. En COSTA
Y TURRELL, Modesto (1858, reedicin de 1993). Resea histrica de todas las rdenes de Caballera
existentes y abolidas. Valencia: librera Pars-Valencia.
19. Constituciones... Op. Cit., Art. 6.
20. Constituciones... Op. Cit., Art. 7.
21. Constituciones... Op. Cit., Art. 42.
22. Constituciones... Op. Cit., Art. 4.

ndice 809
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

antiguo y as sucesivamente por su antigedad y clases. Esta asamblea deba


entender todo lo concerniente a la orden en su distrito, y en ella se hara un
registro exacto y circunstanciado de las consultas que se hicieren y los ttulos
que recibiesen los agraciados. Los virreyes y capitanes generales deban desti-
nar un sitio en sus palacios para que se desarrollasen las sesiones y reuniones
de la asamblea.23
Los mritos para pertenecer a la orden quedaban claramente expresados en
los primitivos estatutos. Perteneceran a ella aquellos individuos que inflama-
dos por su lealtad, valor y zelo hayan acreditado o acreditaren tan nobles virtu-
des con las sealadas acciones y distinguidos servicios. Por lo general, segn las
acciones y los mritos distinguidos en la conservacin y defensa de los dominios
de Amrica, debera recaer en los generales las mercedes de Grandes Cruces,
en los brigadieres y coroneles las de Comendadores y en los tenientes corone-
les y categoras inferiores, las de caballeros. No deba hacerse ms aprecio en los
candidatos que los mritos personales, y a continuacin los estatutos enumeran
lo que es considerado mrito. En el mbito de la milicia dejaban claros cules
eran los mritos para alcanzar la cruz:

Sera considerada accin distinguida en un oficial, batir al enemigo con un ter-


cio menos de gente en ataque o retirada; detener con utilidad del real servicio
a fuerzas considerablemente superiores con sus maniobras, posiciones y pericia
militar, mediando pequeas acciones de guerra; defender un puesto que se con-
fe hasta perder entre muertos y heridos la mitad de la gente; ser el primero
que suba una brecha o escala y que forme la primera gente encima del muro o
trinchera del enemigo y tomar una bandera en medio de la tropa formada.24

Los Generales de Divisin, en el caso de que actuasen unidos con el ejrcito,


realizaran una accin distinguida rechazando al enemigo superior en fuerzas;
restableciendo con su divisin, batiendo y arrollando al enemigo; siendo el pri-
mero que con su tropa atacase y rompiese la lnea enemiga, siguiendo a esta ope-
racin el xito de la batalla; contribuyendo particularmente a que se gane la accin
por sus maniobras o ataque; logrando con su divisin, ocurriendo una desgracia
imprevista, mejorar la suerte de todo ejrcito, salvando la artillera, bagajes, alma-
cenes y dems.

Cuando los Generales de Divisin obrasen separadamente y con cierta inde-


pendencia, seran acciones distinguidas: derrotar al enemigo en funcin campal

23. Constituciones... Op. Cit., Art. 20.


24. Constituciones... Op. Cit., Art. 15.

810 ndice
L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

con fuerzas iguales o muy poco superiores, quedando destruida o prisionera al


menos la cuarta parte del cuerpo enemigo, con prdida proporcionada en su arti-
llera y bagajes; conseguir con fuerzas iguales o muy poco superiores una vic-
toria de la que se libre una plaza sitiada o una posicin importante; conseguir
una victoria por la cual los enemigos tengan que evacuar una extensin de pas
tal que asegure las subsistencias y aumente los medios del ejrcito o contribuya
a que ste se ponga en comunicacin con otro ejrcito, plaza o pas de impor-
tancia; defender con fuerzas inferiores rechazando al enemigo y conservando su
posicin o salvando sus tropas por medio de retirada y defender una plaza sin
hacer entrega por absoluta falta de provisiones.25

Sera considerada accin distinguida en un jefe de cuerpo sostener el puesto


cuya defensa se le hubiera confiado hasta haber perdido la mitad de su gente
con muertos y heridos, salvando el resto de sus insignias; atacar y tomar un puesto
defendido por el enemigo; asaltar el primero con su cuerpo una brecha, trinchera,
puesto fortificado o cargar con xito al enemigo en momentos dudosos y decisi-
vos; rehacer su cuerpo desordenado y volver a la carga habiendo sido antes batido
y salvar su cuerpo despus de haber sido batido hasta perder al menos la cuarta
parte de su gente.26

En los soldados seran consideradas acciones distinguidas: ser de los tres pri-
meros que subiesen a una brecha, reducto o punto fortificado o ser el que ms
tiempo se mantuviese en ella; ser de los que primero acudiesen a arrojar al ene-
migo que haya ocupado a la brecha, reducto o punto fortificado; permanecer en
el combate hallndose herido o contusionado de gravedad; contener con su ejem-
plo a sus compaeros para que se desordenen a la vista del peligro; tomar una
bandera en medio de tropa fortificada o una pieza de artillera que el enemigo
conservase y defendiese; batirse cuerpo a cuerpo con buen xito a lo menos dos
enemigos al tiempo de recuperar una bandera o cuando su jefe que haya cado
prisionero, o liberar a ste de los enemigos que le rodaban.27

Si los virreyes y capitanes generales hubieran desempeado bien y cumpli-


damente los encargos encomendados por la corona o hecho algn servicio digno
de recompensa, seran nombrados preferentemente individuos de la orden.28
Respecto a las personas civiles, el rey Fernando VII dejaba muy claro en los

25. Constituciones... Op. Cit., Art. 16.


26. Constituciones... Op. Cit., Art. 17.
27. Constituciones... Op. Cit., Art. 20.
28. Constituciones... Op. Cit., Art. 25.

ndice 811
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

estatutos quines podan recibir la cruz, si bien con un ancho margen para la
interpretacin al afirmar que

ser accin distinguida en la clase de las civiles, contener y disipar una revolu-
cin ya manifestada contra la dependencia y seguridad de aquellos dominios,
tranquilizando el nimo de los sediciosos, reducindolos a abrazar el partido
de la razn y retirarse.29

Lo seran tambin quienes impidiesen o sofocasen el mismo intento redu-


ciendo a prisin a sus autores para que se diera el castigo que les corresponda
de acuerdo con las leyes.30 Del mismo modo, sera mrito distinguido participar
en la lucha en el caso de una sublevacin contra la Corona si necesitase fuerza
armada para contenerla y debido a la escasez del erario no hubiera con que
habilitarla y se suministrase lo necesario para poner en disposicin esta fuerza.31

Igualmente en ocasiones impensadas de alborotos y conmociones contra el estado


en parajes que por no haber tropa o hallarse distantes de las guarniciones mili-
tares, los civiles acudiesen a contener el desorden buscando y habilitando gen-
tes a costa propia o mandando a los criados y dependientes con las armas nece-
sarias segn las circunstancias que concurriesen.32

Se considerara mrito distinguido y lealtad acreditada la de aquellas personas


que, constantemente y en diferentes tiempos y lugares en los que hubiera habido
revoluciones, con el objeto de establecer en los dominios la independencia de la
metrpoli, se mostrasen siempre opuestas a ello, acreditando un celo decidido
por los derechos de la Corona33 y levantar, armar y equipar tropas con caudal
propio, previa aprobacin del capitn general.34 Deban estimarse dignos de recom-
pensa los oportunos avisos y noticias que se comunicasen al gobierno en caso
de levantamientos.

Cuando en alguno de los casos de acciones distinguidas se solicitase la merced


o distintivo de la orden, el jefe inmediato, testigo de la accin, dara por escrito
noticia al comandante de la tropa, y ste, bien informado de la pblica notorie-

29. Constituciones... Op. Cit., Art. 26.


30. Constituciones... Op. Cit., Art. 27.
31. Constituciones... Op. Cit., Art. 28.
32. Constituciones... Op. Cit., Art. 29.
33. Constituciones... Op. Cit., Art. 30.
34. Constituciones... Op. Cit., Art. 31.

812 ndice
L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

dad del suceso, informara por escrito al General del ejrcito. El General, adems
de adquirir por s mismo las noticias que considerara oportunas, mandara al
Mayor General hiciese una formal investigacin, con la ayuda de tres personas
que estuvieran informadas de lo ocurrido. Si algn individuo de la misma clase
del pretendiente o su superior tuviere que exponer en contra o a favor del dere-
cho del aspirante, podra hacerlo dentro de los ocho das precisos desde la publi-
cacin del decreto, por escrito, bajo palabra de honor o juramento y a travs de
sus respectivos jefes. El Mayor General unira el resultado de este aviso a la infor-
macin directa que hubiera del hecho y lo deba entregar todo al General en Jefe,
que dirigira estos documentos al Virrey o Capitn General con su dictamen.35 Las
instancias de todas las condecoraciones a conceder de la Real Orden Ameri-
cana de Isabel la Catlica, se despacharan en la Primera Secretara de Estado y
de Despacho a la que deban dirigir toda la documentacin los Virreyes y Capi-
tanes Generales. De all pasara a la asamblea suprema para que, tomando los
informes que considerasen necesarios, informase al Rey que concedera la cruz.
A los agraciados se les expediran los ttulos correspondientes rubricados con la
firma del monarca, por el presidente de la asamblea suprema y dos Caballeros
Grandes Cruces, vocales de la asamblea, refrendado todo ello por el secretario
general y tomndose razn por el contador de la orden.36

En las disipaciones ltimas de los estatutos, el rey ordenaba una serie de respon-
sabilidades a los miembros de la recin creada orden. En primer lugar mandaba
que sus miembros realizaran tareas piadosas entre pobres, enfermos, hurfa-
nos, viudas y parientes desvalidos, especialmente aquellos que tenan alguna rela-
cin con la orden, poniendo como ejemplo en el ejercicio de la caridad a Santa
Isabel.37 Todos los aos el 8 de julio, da de la festividad de Santa Isabel, se reu-
nira la asamblea en cada uno de los Virreinatos y Capitanas Generales, celebrn-
dose una funcin litrgica con sermn, oficiada por el prelado o eclesistico ms
condecorado de la orden. Ese da los Caballeros Grandes Cruces usaran un manto
de seda de color oro con muceta blanca y dos fajas que caeran hasta los pies, de
la misma tela.38 El da siguiente a la festividad de Santa Isabel, deban celebrarse
las honras fnebres en sufragio de los caballeros difuntos por un eclesistico indi-
viduo de la orden. Cuando esas ceremonias se celebrasen en territorios de Indias,
seran las catedrales quienes costeasen los gastos correspondientes.39 Del fondo
que en la institucin de la orden haba creado el Rey, se costearan las funciones

35. Constituciones... Op. Cit., Art. 23.


36. Constituciones... Op. Cit., Art. 35.
37. Constituciones... Op. Cit., Art. 36.
38. Constituciones... Op. Cit., Art. 37.
39. Constituciones... Op. Cit., Art. 38.

ndice 813
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de la patrona y las honras fnebres que se hicieren en la Corte, como el resto de


gastos de secretara, debiendo contribuir los Caballeros Grandes Cruces con
3000 reales de plata por razn de sus insignias, 1600 por va de servicios y 800
por el ttulo. Los Comendadores con 1500 por va de servicio y 700 por el ttulo,
y los Caballeros con 1300 por va de servicio y 500 por el ttulo. No en vano,
los miembros que careciesen de medios, estaban exentos del pago.40

4. Evolucin posterior
Los primeros pasos de la orden fueron prometedores y brillantes. El Rey
nombr a los primeros caballeros: 15 Grandes Cruces, 14 Caballeros de primera
clase y 3 de segunda. Nombr tambin el captulo supremo, presidido por el
Duque de San Carlos, que se reuni por primera vez en la Real Cmara el 29
de mayo de 1815 y les fueron otorgadas las cruces por el Rey. Los primeros esta-
tutos fueron modificados poco tiempo despus, concretamente el 7 de octu-
bre de 1816, aadiendo un ceremonial especfico para el nombramiento de nue-
vos caballeros, siendo la investidura idntica a la de la Orden de Carlos III y
estableciendo como sede de la orden la Iglesia de Santa Mara la Real de la
Almudena. Perdidas las posesiones americanas, desde finales de la dcada de
los aos 20, la orden qued sin fondos y en estado de postracin. Tras la muerte
de su fundador, acaecida el 30 de septiembre de 1833, e iniciada la guerra
carlista, se suspendi el pago de las pensiones, que, como se ha dicho, llevaba
aparejada la orden y el sueldo de sus ministros, que quedaron anejos, desde
1836, a los de la Orden de Carlos III. Los aspectos militares que figuraban en
las constituciones de 1815 se vieron confirmados y regulados por una instruc-
cin del Ministerio de la Guerra de 14 de julio de 1837 y por la orden circular
de 30 de abril de 1838.41
En 1847 el ministro de Estado y presidente del Consejo de Ministros, Joaqun
Francisco Pacheco, acometi una importante reforma en las rdenes espaolas.
Por Real Decreto de 26 de julio de 1847 se reorganizaron las cuatro reales rde-
nes que existan en la esfera civil: la Insigne Orden de Toisn de Oro, la de San
Juan de Jerusaln en sus lenguas de Aragn y Castilla, la Real y Distinguida de
Carlos III y la de Isabel la Catlica.42 En lo relativo a la de Isabel la Catlica, tras
declarar que volvera a ser el premio civil de los ciudadanos de ultramar lo que
jams ocurri se variaron los trajes de ceremonia, se limit a 80 el nmero

40. v Op. Cit., Art. 40.


41. CEBALLOS-ESCALERA Y GIA, Alfonso y GARCA MEDALL Y GARCA LOYGORRI, Fernando. Las rde-
nes... Op. Cit.
42. S/a (1998). Orden de Isabel la Catlica, Reglamento, Resumen histrico. Madrid: Publicacio-
nes del Ministerio de Asuntos Exteriores.

814 ndice
L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

de Grandes Cruces y a 200 las Encomiendas de Nmero, clases de nueva cre-


acin. Isabel II, por Real Decreto de 28 de octubre de 1851, no queriendo que
se concediera en lo sucesivo sin un completo conocimiento de las circunstan-
cias que concurran en los aspirantes, orden que precediera siempre el acuerdo
favorable del Consejo de Ministros para la concesin de la Gran Cruz.
Por Real Decreto de 15 de abril de 1889 la orden dej de denominarse Ame-
ricana. Durante todo el siglo, y desde su creacin fue considerada la orden gene-
ral y propia del mrito civil y como tal se distribuy amplsimamente entre toda
la ciudadana, tanto peninsular como americana y filipina. La orden fue supri-
mida por Decreto del gobierno republicano de 29 de marzo de 1873 y restau-
rada de nuevo por Real Orden de 7 de enero de 1875.43 Otro hito importante
en la historia de la orden se produjo en virtud del Real Decreto de 22 de junio
de 1927, por el que quedaba abierta a mujeres en las categoras de Banda, equi-
parada a la Gran Cruz, y Lazo, equivalente a la Cruz Sencilla. Aos despus fue
la nica orden civil que no se suprimi en julio de 1931, permaneciendo como
mxima condecoracin de la Repblica. Se hizo un nuevo reglamento segn el
Decreto de 10 de octubre de 1931 por el cual el presidente de la Repblica pre-
sida el consejo y se adaptaron las insignias a la simbologa republicana.44 Durante
la Guerra Civil se dio un curioso caso de duplicidad. El gobierno republicano,
aunque no concedi ninguna condecoracin ms, mantena la administracin
de la orden, mientras que los sublevados reorganizaron la orden y se abroga-
ron derechos sobre ellas en virtud del Real Decreto de 15 de junio de 1938,45
dndole un nuevo reglamento dictado el 29 de septiembre de aquel ao.46
En la actualidad la Orden se rige por un reglamento aprobado por Real
Decreto 2395/1998, de 6 de noviembre, publicado en el BOE 279 de 21 de noviem-
bre y correccin de errores publicada en el BOE de 16 de febrero de 1999. Este
reglamento ha sido adaptado a la realidad social y administrativa actual, sin
menoscabo del espritu y finalidad que alentaron la fundacin de la orden y
conservando su antigedad y orden de prelacin dentro de las dems rdenes
espaolas, y en el mismo se han reunido todas las disposiciones relativas a esta
orden que se encontraban dispersas. Asimismo se han suprimido las denomi-

43. Gaceta de Madrid de 8 de enero.


44. No en vano, pese a la conservacin de la Orden de Isabel la Catlica, la Repblica cre la
Orden Civil de la Repblica, una orden genuinamente civil y desprovista de caracteres incompati-
bles con el nuevo rgimen que la tradicin haba mantenido en las antiguas condecoraciones. Para
conocer esta obra, vase FERNNDEZ-XESTA Y VZQUEZ, Ernesto (2001). La Orden Civil de la Repblica.
Ciudadana y Distincin en el Estado Igualitario. Madrid: Palafox y Pezuela.
45. BOE de 17 de septiembre.
46. BOR de 1 de octubre.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

naciones de Banda de Dama, Cruz de Caballero y Lazo de Dama para evitar


posibles interpretaciones de discriminacin por razn de sexo.

5. Conclusiones
La Orden de Isabel Catlica tiene hoy por objeto

premiar aquellos comportamientos extraordinarios de carcter civil realizados


por personas espaolas y extranjeras que redunden en beneficio de la nacin o
que contribuyan de un modo relevante a favorecer las relaciones de amistad y
cooperacin de la nacin espaola con el resto de la Comunidad Internacional.47

Pero los orgenes de la misma, como se ha visto, nacen con una vocacin
clara que ha quedado demostrada: recompensar a los benemritos vasallos que
luchaban por la conservacin de los dominios de Indias. Con ella Fernando VII
quera premiar su valor y dar un revulsivo a los ciudadanos que habitaban las
colonias de ultramar para que defendiesen la soberana de Espaa sobre aque-
llos territorios.
Pero lo que resulta curioso en el caso de la Orden de Isabel la Catlica es
que, tras la prdida de las colonias, la orden sigui vigente y denominndose
americana hasta ms de 50 aos despus. Habr quien piense que esto era
debido a la subsistencia de algunas posesiones en Amrica, como Cuba, y lle-
vara parte de razn, pero no se puede olvidar que existan medallas especfi-
cas para aquellas provincias que podan haber desplazado la concesin de la
Orden de Isabel la Catlica.48 En cambio, ha perdurado adaptndose a los tiem-
pos y convirtindose en la tercera por orden de importancia de las que concede
el Estado Espaol.
Es el momento en estas conclusiones de hacer ver el extrao entramado y
marasmo que constituye el derecho premial espaol, que mantiene un total
de trece rdenes civiles y una larga serie de condecoraciones y cruces. A ello
ha de sumarse la ingente cantidad de condecoraciones, menciones y distincio-
nes que se hacen desde otros rganos de la administracin del Estado, las comu-
nidades autnomas y los ayuntamientos. Quiz sea el momento de simplificar
esta realidad en la que tendra un papel destacadsimo y principal una de sus

47. Orden de Isabel... Op. Cit.


48. Sobre estas medallas, puede verse la obra de Juan L. Calv Pascual titulada Cruces y meda-
llas 1807/1987: la Historia de Espaa en sus condecoraciones, Pontevedra, 1987.

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L A R E A L O R D E N A M E R I C A N A D E I S A B E L L A C AT L I C A

ms seeras rdenes creada por Amrica y para Amrica: la Real Orden de Isa-
bel la Catlica.49

Bibliografa
BECCARIA, Cesare (1991). De los delitos y de las penas. Madrid: Compaa Euro-
pea de Comunicacin e Informacin.
CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, Alfonso y GARCA MERCADAL Y GARCA LOYGORRI, Fer-
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Madrid: Publicaciones del Centro de Estudios Polticos y Constitucionales.
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cia.
FERNNDEZ DE LA FUENTE Y GMEZ, Federico (1953). Condecoraciones Espaolas.
rdenes, cruces y medallas civiles, militares y nobiliarias. Madrid: Ediciones
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LOHMAN VILLENA, Guillermo (1957). Los americanos en las rdenes nobiliarias
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SIN AUTOR (1836). Constituciones de la Real Orden americana de Isabel la Cat-
lica instituida por el Rey nuestro seor en 24 de marzo de 1815. Madrid:
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Madrid: Publicaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores.
SOSA, Julin (1913). Condecoraciones militares y civiles de Espaa. Madrid: Esta-
blecimiento tipogrfico de Juan Prez Torres.

49. De Gaulle suprimi, sirva como ejemplo, mediante Decreto de 3 de diciembre de 1963, trece
condecoraciones ministeriales francesas, creando en su lugar la Ordre National du Mrite y man-
teniendo nicamente, adems de la Lgion dHonneur, instituida por Napolen, y las rdenes al
Mrite Agricole, Palmes Acadmiques, Mrite Maritime y Arts et Lettres. Anotado en CEBALLOS-
ESCALERA Y GUA, Alfonso y GARCA MERCADAL Y GARCA LOYGORRI, Fernando: Op.Cit.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LAS CULTURAS POLTICAS NACIONALES: NOTAS DESDE LOS ESTUDIOS


DE COMUNICACIN Y CULTURA 1
Jos Pablo Carro Aiello
Universidad Nacional de Crdoba / Universidade de Santiago de Compostela

Resumen
Las concepciones tradicionales dominantes en el anlisis de los naciona-
lismos consideran a stos como el resultado poltico de la (pre)existencia obje-
tiva de la nacin en tanto entidad sustancial homognea desde un punto de
vista interno y claramente diferenciada de cara al mundo externo constituida
a partir de una coleccin especfica de rasgos tnicos que constituyen la esen-
cia del ser nacional. En discusin con estas maneras de considerar los naciona-
lismos, se consolida una perspectiva a partir de la cual se examina a las nacio-
nes como construcciones histricas, resultados contingentes de procesos sociales,
polticos y significantes abiertos e indeterminados (Miz, 2007a: 10). Antes que
el resultado natural de la nacin tal como es comprendido en la perspectiva
esencialista, el nacionalismo es un fenmeno, a la vez poltico y cultural, cons-
titutivo y constituyente de la nacin.

Desde una perspectiva constructivista, Anderson (2007) acu la expresin


comunidades imaginadas para destacar el carcter constructivo o fabricado del

1. Con el apoyo de la Secretara General de Emigracin y de la Consejera de Educacin y Orde-


nacin Universitaria de la Xunta de Galicia.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

origen de las naciones modernas. Para el autor britnico, la nacin es una comu-
nidad poltica imaginada como inherentemente limitada y soberana (Anderson,
2007: 23). Es decir, una comunidad que se representa y se comprende a s misma
como integrando un grupo social especfico llamado nacin. Y es imaginada
porque aun los miembros de la nacin ms pequea no conocern jams a la
mayora de sus compatriotas, no los vern ni oirn siquiera hablar de ellos, pero
en la mente de cada uno vive la imagen de su comunin (Anderson, 2007: 23).
Sin duda, la expresin es sugerente; sin embargo, puede inducirnos a cometer
el error contrario: pensar la nacin como un artefacto cultural, es decir, una sim-
ple invencin; en definitiva, pura ideologa.
Pero las naciones no son comunidades objetivas, prepolticas ni son puro
efecto discursivo, referencia hecha referencia, es decir, un texto sin contexto his-
trico y social. Como dice Miz (2007b: 220), argumentar la naturaleza contin-
gente, no sustancialista de las naciones, no equivale a negar su realidad poltica,
a concebirlas como un constructo ideolgico arbitrario, una quimera instrumen-
tal, enteramente maleable a voluntad de los intelectuales o lderes nacionalis-
tas.
A pesar del reparo expresado, sin embargo, este enfoque no est exento
de dificultades. Adems de las posiciones esencialista y constructivista, Alejan-
dro Grimson propone una tercera que llama experiencialista. Si bien esta pers-
pectiva asume varios de los supuestos constructivistas, responde de una manera
diferente a la pregunta de si las naciones comparten o no aspectos culturales,
planteando que como consecuencia de complejos procesos histricos y socia-
les, las naciones han elaborado parmetros culturales que no se pueden consi-
derar como exclusivamente imaginados. Esta perspectiva coloca en el centro de
su anlisis las experiencias histricas compartidas por una nacin, las que sedi-
mentadas en el tiempo hacen que lo diverso y lo desigual se articulen en modos
relativamente comunes de imaginar, pensar, sentir y practicar. Como dice Grim-
son, esta perspectiva (Grimson, 2007: 16):

coincide con los constructivistas cuando afirman que una identificacin nacio-
nal es el resultado de un proceso histrico y poltico, contingente como tal. Pero
se diferencia porque enfatiza la sedimentacin de esos procesos en la configu-
racin de dispositivos culturales y polticos relevantes. No se trata, desde este
punto de vista, de procesos simblicos resultado de fuerzas simblicas, sino de
lo vivido histricamente en el proceso social total (Williams, 1980).

Para Anderson, en la vieja Europa tres elementos convergen de modo tal que
generan el escenario que hace posible los nacionalismos modernos en tanto

820 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

comunidades imaginadas: 1) el capitalismo; 2) la tecnologa impresa; 3) la diver-


sidad de lenguajes vernculos.

Lo que, en un sentido positivo, hizo imaginables a las comunidades nuevas era


una interaccin semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de produccin y de
relaciones productivas (el capitalismo), una tecnologa de las comunicaciones
(la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingstica humana (Grimson, 2007).

Siempre segn Anderson (2007), la existencia de estas lenguas impresas pro-


yectaron las bases de la conciencia nacional. En primer lugar, al crear campos
unificados de intercambio y comunicacin por debajo del latn y por encima de
las lenguas vernculas habladas, posibilitaron la emergencia de una comunidad
de lectores que de forma lenta pero sostenida fueron cobrando conciencia de su
existencia compartida: esos lectores semejantes, a quienes se relacionaba a
travs de la imprenta, formaron, en su invisibilidad visible, secular, particular,
el embrin de la comunidad nacionalmente imaginada; en segundo lugar, al fijar
las lenguas a un soporte impreso que les dio estabilidad y permanencia en el
tiempo, permitieron forjar la imagen de antigedad tan importante para la idea
de nacin; en tercer lugar, el capitalismo impreso cre lenguajes de poder de
una clase diferente a la de las antiguas lenguas vernculas administrativas (Ander-
son. 2007: 72-73).
Expuestas las cosas de esta manera, el anlisis de los nacionalismos enfrenta
una encrucijada (como lugar en el que se cruzan caminos pero tambin como
situacin en la que no se sabe qu rumbo seguir), en la medida en que simult-
neamente se presenta como un problema que puede abordarse, como de hecho
se hace, tanto desde los estudios de la poltica como desde los estudios de la
comunicacin y la cultura. Porque, en definitiva, de lo que Anderson nos est
hablando es de la emergencia comn de los nacionalismos y la prensa. O dicho
en otros trminos, de la aparicin del espacio pblico moderno.2
Lo que nos proponemos aqu es realizar un aporte desde la especificidad
de los estudios de comunicacin al anlisis de los nacionalismos, al destacar el
papel de los medios de comunicacin de masas en la configuracin de las cul-
turas polticas nacionales.

2. La vinculacin de la prensa peridica y la emergencia de los nacionalismos criollos es


particularmente desarrollado por Anderson para el caso de Amrica, utilizando como ejemplos EE
UU, Venezuela y Argentina.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. La cultura poltica democrtica


Un problema clave de la discusin entre esencialistas y constructivistas con-
siste en establecer si la nacin es bsicamente una cultura, en tanto dimensin
objetiva, o una identidad, en tanto dimensin subjetiva. De manera esque-
mtica, desde la perspectiva esencialista, la nacin es cultura en un sentido
romntico o folklrico: cada pueblo tiene su propia cultura; desde la perspec-
tiva constructivista, la nacin es bsicamente una identidad (en un sentido a la
vez afectivo e instrumental): cada pueblo es constituido como nacin por el
Estado y se imagina como una totalidad.
Esta misma discusin reaparece por otro andarivel de la ciencia poltica: el
intento de explicar los procesos sociopolticos a partir de las caractersticas
culturales de una nacin ha estado en el centro de los debates tericos de la teo-
ra de la cultura poltica. Si bien la pregunta por las races culturales de los sis-
temas polticos tiene la misma edad que la teora y la filosofa polticas, ha
sido en el interior de la ciencia y la sociologa poltica donde se ha desarrollado
la nocin como categora de anlisis cientfico.
El horizonte de cara al cual se desarrolla esta discusin durante los aos cin-
cuenta y sesenta est rayado por la dicotoma sociedad tradicional/sociedad
moderna propia de la teora de la modernizacin.3 De acuerdo con sus presu-
puestos, la modernizacin comienza con la introduccin de la tecnologa al pro-
ceso productivo y va unida a movimientos de industrializacin, urbanizacin,
y extensin del uso de los medios de comunicacin, provocando un aumento
de las capacidades de una sociedad para aprovechar los recursos humanos y
econmicos con los que cuenta. El proceso de modernizacin, siempre segn
la teora, genera necesidades y aspiraciones sociales que antes no existan y una
expansin de las opciones de vida. En definitiva, suscita una efectiva revolucin
de expectativas crecientes. As, la vinculacin entre los temas culturales y los
polticos surge con la intencin de establecer las condiciones del paso de una
sociedad a la otra, as como los efectos polticos de dicha transicin, en la con-

3. La teora de la modernizacin parte de un enfoque evolucionista y teleolgico que consi-


dera al desarrollo como un fin al que todas las naciones deben aspirar. De esta manera, los distin-
tos pases se pueden situar a lo largo de un continuum que va de las sociedades tradicionales a las
modernas. El ms claro representante en ese sentido es Rostow, autor del clebre libro Las etapas
del desarrollo econmico. Un manifiesto no comunista (1960). Segn Gianfranco Pasquino, la mayor
parte de los estudios dedicados a los fenmenos de transicin desde sociedades tradicionales a socie-
dades modernas ha usado ampliamente la conocida formulacin de una teora de la accin social
efectuada por Talcott Parsons sobre la huella del anlisis weberiano. La teora parsoniana se apoya
sobre cinco parejas de variables estructurales presentadas en forma dicotmica: adscripcin/realiza-
cin, particularismo/universalismo, difusin/especificidad, afectividad/neutralidad afectiva, y orien-
tacin tendiente al yo/orientacin hacia la colectividad, de las cuales las primeras indican las carac-
tersticas del comportamiento en las sociedades tradicionales y las segundas las caractersticas de las
sociedades modernas (Bobbio y Matteucci, 1983: 1048; vocablo: Modernizacin).

822 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

viccin de que existe una estrecha relacin entre cambio cultural y transforma-
cin social. De este modo, las sociedades desarrolladas, que haban logrado
ajustar exitosamente su poltica (la democracia representativa) con su cultura
(la cvica), intentaban universalizar esta particularidad histrica.4
El concepto de cultura poltica comienza a utilizarse, entonces, con la inten-
cin de poner en relacin las bases psicolgicas del enfoque behaviorista apli-
cado al comportamiento poltico individual y la perspectiva sociolgica de corte
funcionalista que analiza el sistema poltico en tanto realidad colectiva, ten-
diendo un puente entre lo micro y lo macro en la teora poltica.
Sin dudas, el trabajo pionero de Almond y Verba, The Civic Culture,5 marc
un hito en la ciencia poltica y resulta un trabajo de referencia inevitable para
los estudios sobre cultura poltica (Benedicto, 1995). Tal vez, su mayor mrito
haya sido el de sistematizar y aplicar una teora de la cultura poltica con el
objeto de esclarecer los procesos polticos. Sin duda, una buena parte de la pro-
duccin actual contina con sus lineamientos principales.
Segn Almond y Verba (1970: 31), la cultura poltica es la particular distri-
bucin de las pautas de orientacin hacia objetos polticos entre los miembros
de una nacin. Obviamente, las orientaciones subjetivas son analizadas desde
una perspectiva psicolgica conductista. Para examinar una cultura poltica,
entonces, es necesario poner en relacin estas orientaciones psicolgicas indi-
viduales de la poblacin con unos especficos objetos polticos (instituciones,
actores y procedimientos).
Por un lado, hay tres grandes tipos de orientaciones: a) la cognoscitiva, que
se refiere a la informacin y el conocimiento que se tiene sobre el sistema pol-
tico en su conjunto y sobre sus roles y sus actores en particular; b) la afectiva,
que se refiere a los sentimientos que se tienen respecto del sistema poltico, sus
roles y actores, que puede ser de apego o de rechazo; c) la evaluativa, que se
refiere a los juicios y opiniones que la poblacin tiene acerca de los objetos
polticos y que habitualmente combina criterios de valor con informaciones y
sentimientos. Por otro lado, hay dos grandes objetivos polticos hacia los que
se dirigen estas orientaciones: a) el sistema poltico en general o en sus distin-
tos componentes; b) uno mismo, en cuanto actor poltico bsico.
Lo importante es que cada uno de estos elementos, siguiendo el planteo de
los autores, es pasible de estimacin estadstica mediante la tcnica del sondeo
sobre una muestra representativa de ciudadanos. Por ello, de acuerdo con esta

4. Desde esta perspectiva EE UU impuls el Plan Marshall para la reconstruccin de Europa tras
la Segunda Guerra Mundial y la Alianza para el Progreso en Amrica Latina. En ambos proyectos
particip Rostow.
5. G. Almond y S. Verba, Sidney (1970). La cultura cvica. Estudio sobre la participacin pol-
tica en cinco naciones. Madrid: Euramerica. Publicacin original: (1963) The civic culture. Political
Attitudes and Democracy in Five Nations. Princeton: Princeton University Press.

ndice 823
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

propuesta emprica de la democracia, la cultura poltica sera una realidad per-


fectamente susceptible de expresin cuantitativa en forma de variables esta-
dsticas seriadas (Garca, 2009: 88).
Con todos estos elementos se conforma una matriz de anlisis que permite
caracterizar las culturas polticas. As, una cultura ser ms democrtica en la
medida en que los componentes cognitivos se impongan por sobre los evaluati-
vos y los afectivos. Asimismo, una cultura ser ms democrtica si los ciudada-
nos tienen actitudes propositivas y nicamente reactivas frente al desempeo
gubernamental. Por otra parte, una cultura poltica democrtica implica con-
cebirse como un miembro de la sociedad con capacidad para hacerse or, orga-
nizarse y demandar al gobierno, es decir, incidir en las decisiones polticas.
Almond y Verba reconocen tres tipos puros de cultura poltica: a) la cul-
tura poltica parroquial, en la que casi no existen orientaciones polticas, los
individuos estn vagamente conscientes del sistema poltico y no se sienten
capacitados para incidir en la vida poltica (sociedades tribales y con escasa inte-
gracin y diferenciacin de roles); b) la cultura poltica de sbdito o subordi-
nada, en la que los individuos son conscientes del sistema poltico pero poco
conscientes de las instituciones que canalizan las demandas sociales y de la pro-
pia eficacia personal, es decir, se consideran a s mismos subordinados o slo
se involucran de manera pasiva con los productos (outputs) del sistema pol-
tico; c) la cultura poltica participativa, en la que los individuos tienden a estar
explcitamente orientados hacia el sistema poltico (inputs y outputs), sus estruc-
turas, roles y actores, es decir, se involucran activamente aunque sus sentimien-
tos y evaluaciones puedan resultar negativas y se consideran a s mismos con
capacidad de influir en el rumbo poltico.
Estos tres tipos de culturas polticas hay que pensarlos como tipos en sen-
tido weberiano, es decir, como modelos tericos que no tienen un referente
emprico concreto. Por ello, aunque en una sociedad pueda predominar un tipo
de cultura poltica, sta siempre tendr rasgos de las otras. De todas formas,
Almond y Verba no se proponen construir una teora general; en todo caso,
aspiran a analizar en qu medida las sociedades contemporneas se ajustan al
modelo que consideran adecuado para un sistema democrtico estable. Y un
sistema democrtico estable se logra en una sociedad de cultura poltica mixta
en la que existe en lo esencial una cultura poltica participativa pero que se
complementa y equilibra gracias a la supervivencia de rasgos de las culturas
polticas parroquial y de sbdito. ste es el caso de la cultura cvica que define
al ciudadano como potencialmente activo. Seguramente es por ello que los
aspectos fundamentales de la cultura cvica no se deducen, tal como cabra espe-
rar, de los resultados de su trabajo emprico, sino que se establecen a priori,

824 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

a partir de una visin idealizada de la evolucin y funcionamiento de las demo-


cracias anglo-americanas, especialmente, Inglaterra (Benedicto, 1995: 252).
Desde su publicacin distintos autores de diferentes procedencias tericas
han realizado relecturas crticas de la obra clsica de Almond y Verba.6 Aqu
recogeremos muy brevemente la discusin iberoamericana sobre el asunto,
aunque no se excluyen otras referencias de importancia para nuestra discu-
sin.
En primer lugar, se ha sealado la fuerte dosis de normativismo y etnocen-
trismo de la teora. La cultura cvica tpica de las sociedades industriales avan-
zadas funciona como un modelo de cultura poltica democrtica contra el
que se deben contrastar el resto de las culturas polticas nacionales. De tal
modo, lo que no es ms que un tipo particular de cultura poltica resultado
de un largo proceso histrico-poltico (experimentado por las sociedades nor-
teamericana e inglesa) y fundado en una precisa concepcin de la democra-
cia (la concepcin elitista), se presenta como el nico camino posible para
lograr sociedades democrticas estables, dejando de lado todo tipo de condi-
cionantes sociales, econmicos y polticos. Como consecuencia, se presenta
una visin uniformadora de los mltiples y diferentes procesos que favore-
cen o impulsan la democratizacin de los sistemas polticos. Gallegos (1999:
49) sostiene que trabajar desde un marco interpretativo como el descripto
impide otorgar sentidos propios a la cultura poltica local, y as, la vaca de
contenidos y bloquea la construccin de una visin desagregada de sus estruc-
turas internas, ya que lleva implcito una forma esquemtica y pre-juiciada
para el anlisis de los valores y prcticas de los actores sociales y polticos en
sus relaciones con la esfera de la poltica. As, prima una visin teleolgica
del proceso, en el que las particularidades culturales sobre la poltica son eva-
luadas en funcin de una norma establecida ms all y de una meta nica e
ineludible, construidas ambas a imagen y semejanza de las sociedades demo-
crticas avanzadas.
Otra de las principales limitaciones del modelo clsico se deriva de la manera
acrtica con que Almond y Verba incorporaron la concepcin parsoniana de la
cultura como principal mecanismo de integracin social. Segn Morn (1996: 11),
esta concepcin de la cultura genera dos problemas: en primer lugar, la impo-
sibilidad de establecer el sentido de la relacin entre los principales contenidos
de la cultura poltica (creencias, valores, actitudes) y los comportamientos con-
cretos de los individuos y grupos sociales; en segundo lugar, produce enor-
mes dificultades para explicar el conflicto y el cambio social a partir de estos

6. Entre otros se puede consultar: Welch, S. (1993). The Concept of Political Culture. Basingstoke:
Macmillan; Gibbins, J. et al. (1989). Contemporary Political Culture. Londres: Sage.

ndice 825
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

presupuestos.7 La nocin parsoniana de cultura en tanto normas y valores


compartidos como reguladora de los subsistemas sociales, hace de la sociali-
zacin un asunto clave para la integracin social. De ah la importancia asig-
nada por Almond y Verba a la socializacin poltica como elemento definito-
rio de la cultura poltica. Pero tambin por lo mismo, esa socializacin resulta
no conflictiva. Eder (1996) impugna la nocin parsoniana de la cultura y con-
sidera que sta no tiene una funcin integradora. O, en todo caso, tiene tanto
una funcin integradora como desintegradora. En la medida en que la cultura
brinda significados para la accin de los individuos, es capaz de producir coo-
peracin pero tambin conflicto. De lo que se trata es de asumir como consti-
tutivas las culturas polticas de distintos grupos sociales al interior de una cul-
tura. Eder sostiene que la diversidad de culturas polticas es la expresin de los
diferentes valores, memorias y lenguajes que caracterizan a los diversos grupos
sociales dentro de una sociedad. Para Krotz (1997: 41-43), la apariencia de esta-
bilidad estructural o de integracin armnica en una sociedad tiene que ser
puesta en entredicho, pues oculta todo lo que hay de conflictividad (expresada
en y originada por mltiples oposiciones y alianzas explcitas e implcitas que
se construyen y se modifican entre los actores sociales individuales y colecti-
vos) y multivocidad (los smbolos siempre son creaciones y adaptaciones de
una cultura particular y, por lo tanto, formulados y comprendidos en un con-
texto cultural especfico) en las culturas. Es por ello que el reconocimiento de
la existencia de culturas polticas (en plural) no debe ser simple reconocimiento
de diversidad, sino tambin identificacin de divergencia y oposicin.
Otra de las crticas realizadas al paradigma clsico se refiere a la problem-
tica distincin entre cultura y poltica como mbitos diferenciados de la socie-
dad. Como hemos visto, esta distincin est en la base de la propuesta de Almond
y Verba y se mantiene como postulado bsico de la corriente principal en la
actualidad. Si no fueran rdenes distintos de la realidad, qu sentido tendra
buscar un concepto, el de cultura poltica, que los relacione? Ahora bien: es
posible separar cultura, poltica y cultura poltica? La distincin analtica entre
estos distintos mbitos da cuenta de la realidad social en su complejidad? No
hay dudas, de que en el paradigma clsico las delimitaciones son analticamente
claras y precisas, aunque casi siempre reduccionistas y simplificadoras. Para
Krotz (1997: 41)

7. Segn la misma autora pero en otro lugar (Morn, 1999), esto le ha impedido a la corriente
principal entablar un dilogo fructfero con otras disciplinas afines en torno al rico debate produ-
cido sobre los modos de concebir la cultura.

826 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

el universo simblico asociado al ejercicio y a las estructuras de poder de una


sociedad es parte del universo simblico general; los conocimientos, sentimien-
tos y evaluaciones referidos a objetos polticos se encuentran entrelazados de
muchas maneras con todos los conocimientos, sentimientos y evaluaciones dis-
ponibles de una cultura dada.

Un anlisis similar le permite concluir a Tejera Gaona (2005: 150) que en la


cultura poltica hay ms cultura que poltica (cursivas en el original). De lo
mismo est hablando Morn (1996: 12) cuando dice de manera inversa que la
cultura siempre es poltica porque toda cultura proporciona significados acerca
de la vida pblica a los miembros de una sociedad determinada. En la misma
sintona, Ramrez Gallegos (1999: 56) sostiene que lo cultural es poltico por-
que los significados son constitutivos de procesos que, implcita o explcita-
mente, buscan redefinir las relaciones de poder.
Por ltimo, otro tipo de crticas se dirige hacia las limitaciones metodolgi-
cas de la teora de la cultura poltica. Concretamente, se critica la utilizacin
de las encuestas de opinin y las escalas de actitud como mtodos de anlisis
vlidos para aprehender y tambin evaluar los procesos sociopolticos (Morn,
1999; Benedicto, 1995; Tejera, 2005).

2. Las culturas polticas nacionales


Volvamos nuevamente a la problemtica de los nacionalismos y el rol de los
aspectos culturales en su configuracin. En nuestra opinin, el asunto en cues-
tin es el modo en que se concibe la cultura. Williams (2008) sostiene que
la cultura es algo ordinario y comn. Es ordinario porque no hay una clase
social o grupo de hombres especiales que sean los nicos implicados en la cre-
acin de significados y valores, ni en sentido general ni especficamente en el
arte y las creencias. Y es comn porque los significados de una forma de vida
concreta de un pueblo en una poca determinada emanan del conjunto de su
experiencia y de su compleja articulacin general y no obra de un individuo.
Asimismo, en la medida en que se reintroduce la problemtica del poder en
la cultura, sta se convierte en un escenario estratgico de la disputa poltica.
Ello nos anima a pensar la cultura poltica en los trminos propuestos por Mar-
tn-Barbero (1998: xv; prefacio a la quinta edicin): la cultura en clave pol-
tica y la poltica en clave de cultura. Dicho en otras palabras: no se trata de
politizar la cultura, de lo que se trata es de reconocer la carga poltica ins-
cripta muchas veces disimuladamente en las prcticas y manifestaciones
culturales (Martn Barbero, 1998):

ndice 827
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

si hablar de cultura poltica significa tener en cuenta las formas de intervencin


de los lenguajes y las culturas en la constitucin de los actores y del sistema pol-
tico, pensar la poltica desde la comunicacin significa poner en primer plano los
ingredientes simblicos e imaginarios presentes en los procesos de formacin del
poder.

Desde este horizonte, es importante poner de relieve los ingredientes sim-


blicos, pero desde una perspectiva en la que stos son indisociables de los
ingredientes materiales (si es que vale decirlo en estos trminos), constituyendo
ambos inescindiblemente la cultura en tanto proceso social total. Se siguen
as las proposiciones de Williams: la cultura como un conjunto amplio de repre-
sentaciones simblicas, de actitudes, valores y opiniones, generalmente frag-
mentarios y heterogneos y a veces, hasta incoherentes, y junto con ellos, los
procesos sociales de su produccin, circulacin y consumo, en tanto especfi-
cas condiciones materiales de existencia. De este modo, es posible superar la
consideracin de las representaciones en tanto reflejo de un orden social cons-
tituido y considerarlas en su doble carcter de constituyentes del proceso social
y constituidas por l: la cultura como sistema significante a travs del cual nece-
sariamente (aunque entre otros medios) un orden social se comunica, se
produce, se experimenta y se investiga (Williams, 1994: 13). Es decir, las signi-
ficaciones sociales comunes de una cultura no son impuestas, sino producidas,
reproducidas y tambin transformadas histricamente por la totalidad de la
experiencia humana, individual y social: por ello, es posible encontrar signifi-
caciones dominantes, pero tambin residuales y emergentes (Williams, 1997:
143-149).
De este modo, la cultura se encuentra en la base del conflicto poltico en
la medida en que se refiere a los modos, histricamente contingentes, en que
diferentes actores sociales se enfrentan, se alan o negocian, insertando sus
acciones en una lgica de la interaccin y la confrontacin compartida (Grim-
son, 2008: 26). En definitiva, la cultura como escenario, pero tambin como
objeto de la disputa poltica.
Citando a Keith Michael Baker, Chartier (1995: 27) define la cultura poltica
como el campo del discurso poltico, como un lenguaje cuyas matrices y arti-
culaciones definen las acciones y los enunciados posibles dndoles sentido.
Su aproximacin cultural a la poltica abre el espectro de las prcticas a tomar
en cuenta: no slo los pensamientos claros y elaborados sino tambin las repre-
sentaciones inmediatas e incorporadas, no slo los compromisos voluntarios y razo-
nados sino tambin las pertenencias automticas y obligadas (Chartier, 1995: 18).
Complementariamente, refirindose a la revolucin francesa dice: si la revo-
lucin tiene orgenes culturales, stos no residen en la armona proclamada y

828 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

no conocida que supuestamente unira los actos anunciadores y la ideologa


que los rige, sino en las discordancias que existen entre los discursos por un
lado (adems concurrentes), que, representando el mundo social, proponen su
reorganizacin y, por el otro, las prcticas (a fin de cuentas, discontinuas), que
inventan en su ejecucin nuevas distribuciones y divisiones (Chartirer, 1995: 31).
Este modo de pensar permite reunir dos mundos generalmente separados: el
mundo de la poltica y el mundo de la cultura, dislocando en el mismo movi-
miento la dicotoma estado/sociedad. Esto permite trabajar sus relaciones y arti-
culaciones pero analizadas en un territorio propio y comn, en nuestros
trminos, el espacio de lo pblico.
Landi propone analizar la cultura poltica desde un punto de vista que

defina un discurso social como de carcter poltico no solamente porque hable


de poltica, sino tambin en el caso en que, sin sealar referentes directamente
polticos (el Estado, los partidos, etc.), sin embargo realice ciertos actos trans-
formadores de las relaciones intersubjetivas entre los individuos: otorgar un lugar
a los sujetos sociales autorizados (con derecho a la palabra), instaurar debe-
res, construir esperas y ciertas nociones del tiempo social, generar creencias, obte-
ner la confianza en determinados sistemas, etc. (Di Tella, Chumbita y otros, 2004:
147).

As, forman parte de la cultura poltica no nicamente las doctrinas o las


ideologas que se refieren a hechos polticos sino tambin las creencias y
las prcticas religiosas, el sentido comn, las informaciones, las identidades, las
memorias, los smbolos, los rituales, etc., en la medida en que pueden y de hecho
lo hacen constituirse en componentes que intervienen en la institucin del mundo
comn, es decir, en la constitucin poltica de la realidad histrico-social.
Entonces se vuelve inevitable recuperar el lugar que Williams (1997: 129) le
otorga al concepto de hegemona para el anlisis de la cultura, en tanto que
es un concepto que al tiempo que los incluye va ms all de los conceptos
de cultura y de ideologa: el de cultura como proceso social total en que los
hombres definen y configuran sus vidas y el de ideologa en tanto sistema de
significados y valores [que] constituye la expresin o proyeccin de un particu-
lar inters de clase. As,

la hegemona constituye todo un cuerpo de prcticas y expectativas en relacin


con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energa, las percepcio-
nes definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vvido
sistema de significados y valores fundamentales y constitutivos que en la medida
en que son experimentados como prcticas parecen confirmarse recprocamente.

ndice 829
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Por lo tanto, es un sentido de la realidad para la mayora de las gentes de la socie-


dad, un sentido de lo absoluto debido a la realidad experimentada ms all de
la cual la movilizacin de la mayora de los miembros de la sociedad en la mayor
parte de las reas de sus vidas se torna sumamente difcil. Es decir, en el sen-
tido ms firme, es una cultura, pero una cultura que debe ser considerada asi-
mismo como vvida dominacin y subordinacin de clases particulares (Williams,
1997: 131-132).

El modo en que la gente se reconoce y representa a s, a otros y al mundo


social en sus relaciones cotidianas, y el modo en que son utilizados recursos
materiales y simblicos en actividades diversas relacionadas con el uso del tiempo
libre, pueden ser productivamente considerados simultneamente como facto-
res del proceso de construccin de una hegemona poltica, cultural (y comu-
nicacional, claro est) y elementos constitutivos de una cultura poltica. En ambos
casos, constituyen fundamentos del mundo comn y de los sentidos que adquiere
su orden, siempre cambiante y conflictivo, el abc a partir del cual se explican
y definen las identidades y los proyectos polticos.
Por todo lo dicho es que coincidimos con Grimson (2008: 27) en que es
necesario considerar a la nacin, simultneamente, como cultura y como iden-
tidad:

Por una parte, la nacin es un modo especfico de identificacin, una categora


-como otras con la cual un colectivo de personas puede considerarse afiliada
y desarrollar diferentes sentimientos de pertenencia. Por otra parte, la nacin es
un espacio de dilogo y disputa de actores sociales (lo que Geertz llama el pas),
un campo de interlocucin, una configuracin en la cual diversos actores y ele-
mentos se articulan de manera compleja y cambiante.

3. Poltica y comunicacin: el espacio pblico como categora de anlisis


Al reflexionar sobre la articulacin de la poltica y la comunicacin, Caletti (2001)
sostiene que debe pensarse a sta ltima como condicin de posibilidad de la
primera, en la medida en que la comunicacin es la que posibilita la puesta
en comn de sentidos compartidos, requisito indispensable de la accin pol-
tica como horizonte de resolucin de los asuntos comunes. Es decir, debe con-
siderarse a la comunicacin como espacio vincular y como horizonte simblico
en el que la poltica se desarrolla. Esto nos compele a considerar el espacio
pblico en tanto categora de anlisis, pues como afirma Caletti (1998-2002: 66):

830 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

la poltica que se cumple en el espacio de lo pblico toma necesariamente los


caminos de la comunicacin, as como la comunicacin que se cumple a la vista
de los otros a la luz pblica es, en ltimo trmino, inescindible del carcter
poltico de la vida social.

Siguiendo la propuesta de Caletti, podemos decir que, en tanto mundo comn


y compartido, el espacio de lo pblico es, por un lado, el lugar de visibilizacin
de ese mundo y, por otro, el lugar de constitucin y representacin y por lo
mismo, de autorrepresentacin de los actores sociales que lo constituyen cuando
acceden o pretenden acceder a l. Este espacio, en la medida en que es cons-
truido social e histricamente, est atravesado por una triple tensin: en primer
lugar, la que se produce entre el orden jurdico-poltico y las formas cambian-
tes de la vida social; en segundo lugar, la que se produce entre las representa-
ciones que el poder establecido propone de ese mundo comn y las repre-
sentaciones siempre variables de los diferentes actores sociales que lo
componen; en tercer lugar, la que se produce entre lo que resulta visible para
el conjunto social y las tecnologas y lenguajes que posibilitan su visibilizacin.
As, desde esta perspectiva, es necesario asumir la centralidad de los medios
y tecnologas de la informacin y la comunicacin en la reconfiguracin del
espacio de lo pblico, pero reconociendo las complejas interacciones entre ellos
y diversas instituciones sociales encargadas de la cohesin y el control social.
Por ello es importante no perder de vista dos aspectos clave del espacio pblico:
en primer lugar, su caracterizacin como escenario, es decir, como terreno de
aparicin (en trminos de actuacin y de representacin) de individuos y gru-
pos sociales, y, en consecuencia, como espacio de constitucin de las identida-
des y subjetividades contemporneas, y de los sujetos polticos; en segundo
lugar, como esfera de interlocucin, es decir, como conjunto de interacciones
dilogos, conflictos, alianzas, diferenciaciones, que dan lugar a la constitu-
cin y visibilizacin de actores y de los tpicos que se reconocen como pbli-
cos, es decir, como lo compartido y comn (Mata y otros, 2007).
As, consideramos de importancia tres dimensiones para el anlisis del espa-
cio pblico: comunicabilidad, representabilidad y politicidad (Carro, 2008):

Comunicabilidad. A partir de la comunicabilidad, es posible analizar las relacio-


nes entre espacio pblico y tecnologas de la comunicacin, es decir, entre estas
tecnologas y aquello que permiten visibilizar; para cada momento histrico el
espacio de lo pblico define lo que puede y lo que debe ser visto, bajo determi-
nadas reglas y posibilidades expresivas y en funcin de los recursos tcnicos
socialmente disponibles.

ndice 831
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Representabilidad. A partir de la representabilidad, se pueden analizar las relacio-


nes entre espacio pblico y subjetividad de los actores sociales; es en el espa-
cio de lo pblico que la sociedad se hace representndose, lugar de conformacin
de las identidades sociales y de reconocimiento del mundo comn y de
nosotros/otras en ese mundo.

Politicidad. A partir de la politicidad, se pueden analizar las relaciones entre espa-


cio pblico y poltica; en la medida en que lo poltico engloba las decisiones que
involucran y afectan al conjunto social, es en el espacio de lo pblico donde se
instituye lo comn su ordenamiento y su conflictividad y se realiza la domina-
cin poltica y la construccin de hegemona, produciendo articulaciones varia-
bles con los institutos de gobierno.

Poniendo en relacin lo desarrollado hasta aqu, podemos considerar el espa-


cio de lo pblico como lugar de emergencia y expresin de las culturas polti-
cas nacionales, reconociendo a un tiempo la centralidad de los medios de comu-
nicacin de masas en la produccin y visibilidad de ese mismo espacio.

4. Algunas consideraciones metodolgicas


Desde el punto de vista metodolgico, trabajar sobre las culturas polticas
nacionales supone entonces algo ms que una coleccin de creencias, actitu-
des y conocimientos sobre el sistema poltico a travs de encuestas de opi-
nin y escalas de actitud. Sin abandonar las metodologas de tipo cuantitativo,
las correlaciones estadsticas.
En un sentido, analizar las culturas polticas supone trabajar sobre universos
simblicos: lenguajes y rituales polticos (lo que se puede decir y no decir, as
como los trminos en que ello puede o debe ocurrir), formas de presentar y
representar el mundo compartido a travs, por ejemplo, de las noticias, las pel-
culas, etc. (habilitando hablantes legtimos, saberes reconocidos, etc.), imge-
nes y simbologas del orden y del desorden (himnos, escudos, banderas,
consignas, etc.), formas identitarias, subjetividades generacionales, tnicas, de
clase, etc. En definitiva, son acciones, expresiones o textos que pueden anali-
zarse como construcciones significativas.
Pero estos universos simblicos son histricos y no funcionan en el vaco,
son interpretados de distintas maneras por distintos actores situados socio-his-
tricamente. Nuestro objeto de estudio est compuesto por universos simbli-
cos que se producen, circulan y reciben en situaciones concretas y por actores
sociales que protagonizan esos momentos de distintas maneras. De lo que
se trata es de estudiar la constitucin significativa y la contextualizacin social

832 ndice
L A S C U LT U R A S P O L T I C A S N AC I O N A L E S

de las formas simblicas que componen la cultura poltica y ocupan el espa-


cio pblico.
Es por ello que la aproximacin que proponemos aqu requiere un trabajo
metodolgico de comprensin e interpretacin desdoblado en dos partes. Para
ello, seguiremos algunas de las propuestas de lo que Thompson (2006: cap. 6)
llama una hermenutica profunda.
Por un lado, un anlisis sociohistrico. Ya lo planteamos, los universos sim-
blicos no existen en el vaco. Se producen, circulan y reciben en condiciones
especficas. Reconstruir esas condiciones es un paso ineludible de su estudio.
Elementos de este anlisis son: los mbitos espacio-temporales en que se pro-
ducen y reciben; los campos de interaccin con posiciones y trayectorias
variadas para cada uno de los actores sociales, atravesados por instituciones
y socialmente estructurados; los medios tcnicos utilizados, etc. Se trata, en este
primer momento, de analizar las condiciones socio-histricas y los contextos de
produccin, circulacin y recepcin de las formas simblicas, las reglas y con-
venciones sociales institucionalizadas, la distribucin del poder en esos espa-
cios, los recursos disponibles y las oportunidades que presentan para los
diferentes actores involucrados.
Por otro lado, un anlisis discursivo, textual, de esos universos simblicos.
Nuestro trabajo combina dos momentos de lo que Ricoeur (2000) llama crculo
hermenutico: explicar y comprender. Momentos de una relacin dialctica
en que las instancias de la explicacin y la comprensin no son los polos exte-
riores de una relacin de exclusin sino las fases relativas de un proceso ms
amplio llamado interpretacin. Frente a la pregunta por el sentido de un texto,
esta perspectiva intenta encontrar una respuesta que escape a la siguiente dico-
toma: la que, por un lado, hace de la comprensin una bsqueda del sentido
del texto en el encuentro con la intencin del autor desde la subjetividad del
lector, y la que, por otro, hace de la explicacin una lectura objetiva a travs
del anlisis de las estructuras textuales, al margen de las relaciones intersubje-
tivas entre autor y lector. As, interpretar un texto supone dos momentos rela-
cionados: reconstruir la dinmica interna del texto y restituir la capacidad de la
obra de proyectarse al exterior mediante la representacin de un mundo. La
tarea de la hermenutica es doble: buscar en el texto mismo, por una parte,
la dinmica que rige la estructuracin de la obra, y por otra, la capacidad de la
obra para proyectarse fuera de s misma y engendrar un mundo que sera ver-
daderamente la cosa del texto (Ricoeur, 2006: 34; subrayado en el original).
Ambos procesos, el que analiza el contexto socio-histrico y el que analiza
las formas textuales, permiten comprender y trabajar las culturas polticas nacio-
nales como una relacin entre textos y contextos que emergen en el espacio
pblico.

ndice 833
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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ndice 835
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA CULTURA LDICA DESPANYA I DE LAMRICA LLATINA. SEMBLANCES


I DIFERNCIES A PARTIR DE LA ICONOGRAFIA FILATLICA
Joan Ort Ferreres
Departament dEducaci. Universitat Jaume I

Resum
En la present comunicaci veurem les relacions que sestableixen entre les
manifestacions ldiques de carcter tradicional representades per les formes
jugades, jocs tradicionals i esports tradicionals que conformen la cultura ldica
dels diferents pasos integrats en les rees de lAmrica Llatina i dEspanya i
que han estat representades en la iconografia filatlica. A partir de les mostres
veurem els vincles culturals que sestableixen entre els diferents pobles i els
colonitzadors, aix com les caracterstiques i particularitats de les manifesta-
cions representades en la iconografia filatlica en relaci als aspectes reglamen-
taris (lgica interna) i als aspectes socioculturals (lgica externa). A partir de
lanlisi daquests elements tractarem de valorar el grau de convergncia i
divergncia que hi ha entre la cultura ldica de lAmrica Llatina i la dEspanya
i que ha estat representada a travs dels segells de correus.

1. Introducci
Les manifestacions ludicorecreatives de carcter ms tradicional, represen-
tades per les formes jugades, els jocs tradicionals i els esports tradicionals for-

ndice 837
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

men part de la cultura de lsser hum. Tot sser hum independent del seu lloc
dorigen, cultura, poca en qu ha viscut... ha jugat.
Els jocs tradicionals shan transms de generaci en generaci, preferent-
ment per via oral de manera que arriben a lactualitat perqu les persones han
establert relacions al llarg de les poques i els han anat difonent.
Encara que aquesta transmissi ha sigut majoritriament per via oral, en lac-
tualitat trobem diverses publicacions que ja desenvolupen i recopilen les mani-
festacions ldiques per tal devitar-ne la desaparici com a conseqncia de les
nombroses alternatives que hi ha per a ocupar el temps lliure i tamb per a la-
parici i desenvolupament, al llarg del segle XX, de lesport modern.
La iconografia filatlica, com a element cultural i de comunicaci que s, a
ms del valor comercial que presenta, tamb ha vist la necessitat de preservar
i difondre aquelles manifestacions tradicionals ms arrelades i representatives
dels pasos emissors. s per aix que al llarg del segle XX han comenat a eme-
tre, encara que el nombre s molt baix en comparaci amb altres temtiques
emeses, com ara jocs olmpics, flora, fauna, etc., iconografies filatliques que
representen aquests tipus dactivitats tan arrelades i caracterstiques duns deter-
minats contextos. Incls en determinades emissions els pasos shan posat da-
cord per tal demetre segells referents a manifestacions ldiques representatives
dels seus territoris. Aquest fet es va donar especialment durant lany 1989 amb
lemissi de nombroses mostres de formes jugades, jocs i materials de joc per
part dels pasos que emeten la temtica Europa, i lany 2009 per part dels pa-
sos que conformen la Uni Postal de les Amriques, Espanya i Portugal (UPAEP).
Aquestes dues emissions especfiques shan caracteritzat per aportar un gran
nombre de manifestacions ldiques a lunivers filatlic.
En el present estudi, desprs de fer una aproximaci a la filatlia, estudiarem
les manifestacions ludicorecreatives representades per les formes jugades, jocs
tradicionals, esports tradicionals i materials de jocs illustrats en les mostres
filatliques dels diferents pasos que conformen lAmrica Llatina i Espanya. A
partir de lestudi daquestes manifestacions analitzarem lexistncia de semblances
o diferncies entre les diferents manifestacions dels diferents pasos per tal de
veure si el joc i lesport sn una manifestaci intracultural o, per contra, repre-
senten la multiculturalitat i, per tant, es juga arreu del mn de manera semblant.

2. La filatlia
Segons el diccionari de lEnciclopdia Catalana (2006), la paraula filatlia,
atenent criteris etimolgics, prov de fil- i del grec (ateles)
-. que significa
franc de pagament. Tot i la seva vinculaci a aspectes econmics, el signifi-
cat real de la paraula filatlia s lafici destudiar i colleccionar els segells

838 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

de correus. Aquest concepte fou creat el 1864 pel francs G. Herpin, quan el
15 de novembre de 1864 va utilitzar aquesta paraula per definir el colleccionisme
de segells a la revista francesa Le collectionneur de timbres- poste.
La paraula segell prov del llat sigillum. Entre les mltiples accepcions
de la paraula, seguint el diccionari de lEnciclopdia Catalana, est la con-
sideraci del segell com a tros petit de paper, amb un timbre oficial de fig-
ures o signes gravats, que senganxa a certs documents per tal de donar valor
i eficcia. Seguidament, trobem la definici del segell postal, que s definit
com el paper que senganxa a les cartes per a franquejar-les o certificar-les.
Amb aquest franqueig, la carta est franca i pot circular lliurement sense pagar
cap impost.
Aix doncs, la filatlia s lafici a lestudi i collecci daquells petits trossets
de paper impresos amb diferents motius i que van enganxats a les cartes per tal
que aquestes puguen circular lliurement.
Per tant, els segells serveixen per a fer el prepagament de lenviament, per,
al mateix temps, sn un objecte destudi i collecci, de comunicaci, de difusi
cultural, dentreteniment, destalvi... tal com podem observar en el segell ems
pel Servei Postal dEl Salvador de lany 1988 (figura 1).

Figua 1. El Salvador, 1988. Qu s la filatlia?

ndice 839
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Amb laparici dels segells i el posterior colleccionisme daquests, el filatlics


comencen a elaborar petites llistes de segells. Aquestes llistes a poc a poc van
desenvolupant-se i fent-se ms complexes fins que donen pas a laparici dels
catlegs filatlics.
Tot i aix, en un principi les icones filatliques no eren massa representa-
tives, ja que les illustracions eren molt pobres, i es limitaven a monarques, escuts
i valor de lemissi. Amb lincrement de les emissions comencen a illustrar-se
elements representatius dels diferents pasos emissors, com ara persones
conegudes i famoses vinculades a diferents mbits (escriptors, cientfics,
matemtics...); elements arquitectnics, com ara castells, esglsies, ponts, etc.;
fauna i flora, art, festivitats, esports... Entre aquestes mltiples emissions tamb
trobem la dels jocs de nens i jocs tradicionals. Aquesta temtica comena a tenir
ms importncia a partir de la dcada dels 80, de manera que el nombre de
mostres iconogrfiques que representen la temtica va en augment.

3. El joc i lesport tradicional


La caracteritzaci del joc com a manifestaci que forma part de lsser hum
ja est reflectida per diferents investigadors al llarg dels segles XIX i XX.
Groos (1902) amb la consideraci del joc com un exercici preparatori per
a la vida; Schiller (1969) amb la manifestaci que el joc s una activitat inhe-
rent a lhome i tamb una activitat en qu es reflecteix la seva forma de ser,
els seus instints, etc.; Spencer (1986) amb la creena que el joc s fonamental
per a lsser hum perqu mitjanant aquest pot alliberar lenergia sobrant, han
estat entre els principals investigadors que han tractat danalitzar per qu i per
a qu juga lsser hum.
Des de plantejaments ms relacionats amb la cultura trobem Huizinga, el
qual va desenvolupar els seus estudis durant la primera meitat del segle XX.
Huizinga (2001) considera que la cultura humana sorgeix en forma de joc i
que el joc s predecessor de la cultura encara que aix no suposa que la cul-
tura sorgeix del joc mitjanant un procs evolutiu. s a dir, el joc no s substi-
tut per la cultura, sin que la cultura en els seus inicis adquireix una forma
ldica. Aix, la cincia, la poesia, la filosofia... tenen un origen ldic, per amb
el pas del temps i a causa de lincrement de la seva complexitat, entre altres fac-
tors, finalment perden aquest aspecte ldic caracterstic dels seus orgens.
Juntament amb aquesta creena, considera que la prdua de laspecte ldic
a causa de lincrement de la formalitat, no es perd totalment, i encara ms, sem-
pre existeix la possibilitat de recuperaci.
Per tant, el joc t una importncia social fonamental perqu la cultura ha
tingut el seu origen en forma de joc.

840 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

A partir de la consideraci fonamental del joc com a element com a lsser


hum, sorgeix el dubte de si les formes ldiques, els jocs i els esports, entesos
aquests ltims com a situacions motrius de carcter competitiu que estan nor-
malitzades i institucionalitzades, s a dir, com a jocs que es complexifiquen com
a conseqncia de lexistncia de reglamentacions estandarditzades desenvolu-
pades per associacions, institucions, federacions o altres formes dagrupaci ms
o menys desenvolupades, sn comuns o iguals en totes les cultures. s a dir,
si les manifestacions esmentades es practiquen igual en totes les cultures o si hi
ha diferncies entre les manifestacions com a conseqncia dels aspectes cul-
turals propis i especfics de cada societat.
La recerca de les manifestacions ldiques representades per les formes jugades
i els jocs mitjanant entrevistes i lobservaci ha estat desenvolupada per dife-
rents autors, tant en el context nacional, amb Garca Serrano (1974), Bataller
(1979), Lavega (1998), Agudo, Mnguez, Rojas, i altres (2002), Allu (2003), Ban-
tul (2005), Ort (2008), etc., com en el context internacional, amb Grunfeld
(1978), Sutton-Smith (1990), Jaouen i Barreau (2001), etc.
Lestudi de les manifestacions ldiques mitjanant la iconografia no est
tan desenvolupat; es limita a algun estudi com el de Gonzlez Aja (1992), on
analitza levoluci de lesport a travs de lart occidental; el treball de Parlebas
(1998), centrat en les illustracions del segle XVIII desenvolupades per Jacques
Stella; lestudi de Lecuan (2007) sobre les illustracions en objectes, gravats, etc.
dels antics esports xinesos...
Si atenem de manera exclusiva als estudis i recerques sobre el joc i lesport
tradicional i la iconografia filatlica, els treballs encara sn ms reduts i exclu-
sius: trobem la recerca de Bantul (2006) sobre els jocs infantils representats en
lemissi de la temtica Europa de lany 1989, lestudi de Bantul, Colomer, i
Ort (2007) sobre el joc tradicional en la iconografia filatlica, lestudi descrip-
tiu de Herrador i Morales (2007) sobre les possibilitats de la filatlia en lestudi
dels jocs i els esports, la recerca dOrt (2008) sobre els jocs i esports tradicionals
desenvolupats amb cavalls, etc.

4. Procediment i desenvolupament de la recerca

4.1. Disseny de la recerca

Per tal de desenvolupar la recerca hem seguit diferents passos que, encara
que seguidament apareixen ordenats, en ocasions, han estat desenvolupats de
manera intercalada.

ndice 841
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El primer pas ha estat, a partir dun univers ampli, establir la mostra objecte
destudi. Aquesta selecci i acotament de la mostra s fonamental per tal de saber
qu i quant estem estudiant. Dintre daquest pas tamb hem seleccionat les fonts
don extraiem les mostres iconogrfiques.
Una vegada seleccionada la mostra, hem establert els criteris dinclusi i
exclusi, s a dir, de tot lunivers quines sn les mostres que ens interessen
per a lestudi. bviament, hem descartat totes aquelles que fan referncia als
esports reconeguts pel Comit Olmpic Internacional (COI) perqu aquests no
representen les caracterstiques i particularitats de les societats que desenvolu-
pen les illustracions en les icones filatliques.
Lltim pas ha estat lelaboraci dun formulari per a la recollida de la infor-
maci. Aquest formulari s leina fonamental que ens ha perms recollir la
informaci que, posteriorment, hem analitzat.

4.2. Lunivers i la mostra destudi

Lunivers destudi el conformen totes les mostres diconografies filatliques


desenvolupades pels diferents pasos de lAmrica Llatina i Espanya des de lany
1843, data daparici del primer segell del nostre mbit destudi, fins lany 2004.
Tot i que comencem el nostre estudi lany 1843 perqu s quan es produ la
primera emissi brasilera, pas que forma part de lAmrica Llatina, la primera
mostra mundial data de 1840 i aparegu a Anglaterra.
La nostra mostra est formada per aquelles icones filatliques que atenen els
criteris dinclusi i exclusi que adjuntem posteriorment.
Una vegada establerts a grans trets lunivers i la mostra destudi hem concre-
tat el concepte dAmrica Llatina, perqu en funci de lmbit o rea destudi
t una significaci diferent i, per tant, est integrada per ms o menys pasos.
A ms a ms, el concepte, en ocasions, es barreja o confon amb altres conceptes
que sn semblants per que no identifiquen exactament aquell territori, com
sn Amrica del Sud, Iberoamrica, Hispanoamrica...
El concepte Iberoamrica, tot i que s molt emprat per Espanya per tal din-
tegrar els territoris americans que van ser colnies espanyoles i portugueses, no
t massa acceptaci. Tot i aix, anualment se celebra la Cimera Iberoamericana en
la qual participen els pasos americans que van ser colnies dEspanya i Portugal.
Relacionat amb el concepte dIberoamrica trobem lexpressi Hispanoamrica.
Aquesta es refereix nicament als pasos americans de llengua espanyola.
Una de les concepcions ms utilitzades i reconegudes del concepte dAmrica
Llatina es caracteritza per la utilitzaci de criteris de carcter geopoltic. Daques-
ta manera sintegren dintre del concepte dAmrica Llatina tots aquells territoris

842 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

de lhemisferi occidental (situats a loest del meridi de Greenwich) que seste-


nen pel sud dels Estats Units dAmrica. Aquesta forma dentendre lAmrica
Llatina s la ms habitual dintre del mn de la geopoltica internacional.
Tot i la gran varietat de criteris per a delimitar lAmrica Llatina, en el nos-
tre estudi hem considerat la divisi territorial fonamentada en aspectes lings-
tics. Aquesta integra els pasos americans i del Carib que parlen alguna llengua
llatina. Aix, les llenges llatines que tenen presncia a Amrica i la zona del
Carib sn lespanyol, el portugus i el francs. Seguint aquest criteri lAmrica
Llatina est integrada per lArgentina, Bolvia, Brasil, Xile, Colmbia, Costa Rica,
Cuba, Equador, El Salvador, Guatemala, Hait, Hondures, Mxic, Nicaragua,
Panam, Paraguai, Per, Repblica Dominicana, Uruguai i Veneuela. A aque-
sts pasos sels afegeixen diferents territoris de petites dimensions que depe-
nen de Frana, com ara sn lIlla Clipperton, Guadalupe, la Guaiana francesa,
Martinica, Sant Bartomeu, Sant Mart i Saint-Pierre i Miquelon. Finalment, tamb
safegeix el territori de Puerto Rico, que, encara que no s un estat dels Estats
Units dAmrica, s que t gran dependncia daquest territori.
Tal com podem observar, sexclouen aquells pasos que tenen com a llenges
oficials llenges no llatines com langls (Barbados, Dominica, St. Kitts...) i
lholands (Suriname, Antilles holandeses...).

4.3 Criteris dinclusi i exclusi

Duna banda, els criteris dinclusi marquen les mostres que han estat accep-
tades i, per tant, que formen part de lestudi. Daltra banda, tenim els criteris
dexclusi, que ens han servit per descartar aquelles mostres que poden crear
una certa confusi en lestudi.
Aix, formen part de la mostra i, per tant, de lestudi:

Formes jugades o juguesques. Formen part daquestes aquelles situacions


en qu no existeixen regles, per hi ha un fonament ldic i recreatiu.
Jocs. Situacions ldiques que tenen regles desenvolupades pels propis
participants.
Esports tradicionals. Situacions ldiques que tenen regles desenvolupades
pels propis participants i que tenen una difusi limitada a un mbit ter-
ritorial local, regional o nacional.
Materials de jocs. Aquests es corresponen amb icones en qu sols apareix
el material de joc sense haver-hi presncia de jugadors.
Lluites i formes luctatries de carcter tradicional, s a dir, amb presncia
local, regional o nacional.

ndice 843
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Estan exclosos de lestudi:

Esports de prctica supranacional (sn practicats per molt pasos) o


reconeguts pel COI.
Formes jugades, jocs i esports amb una finalitat utilitria i de supervivn-
cia tals com la cacera, la pesca...
Danses, balls i activitats com ara dibuixar, decorar, tocar instruments musi-
cals i colleccionar segells.
Qualsevol altra mostra que tinga una finalitat utilitria.

4.4. Instrument de recollida de la informaci

Per a recollir la informaci sha elaborat un formulari amb elements que con-
formen les lgiques interna i externa de les manifestacions ldiques. La lgica
interna fa referncia a aspectes reglamentaris, mentre que la lgica externa fa
referncia a aspectes socioculturals i, per tant, relacionats amb letnomotricitat.
Entre les variables seleccionades dintre de la lgica interna trobem:

a) Protagonistes. Correspon a la participaci que es dna en la manifestaci.


b) Materials. Quantitats i s que es dna al material de joc, en cas dhaver-
nhi.
c) Espai. Caracterstiques de la limitaci i tipus de lespai de joc.
d) Temps. Com finalitza la manifestaci ldica.

Entre les variables relacionades amb la lgica externa tenim:

a) Protagonistes: gnere i edat.


b) Elements culturals: difusi cultural de la manifestaci.
c) Espai: emplaament espacial.
d) Temps: origen de la manifestaci.
e) Materials: relaci amb animals.
f) Funci i utilitat social: funci i utilitat social.

Juntament a aquestes tamb sha introdut una srie de variables de carcter


estructural com sn el pas demissi, lany demissi, la dcada demissi i la
temtica.

844 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

5. Resultats

5.1. Distribuci de les mostres per pasos

En delimitar la mostra en funci dels criteris lingstics, en queda excls


un gran nombre de pasos que, encara que geogrficament es correspon a
lAmrica Central, del Sud i el Carib, com que no tenen com a llengua oficial
una llengua no llatina, queden exclosos de lestudi. Tot i haver fet aquesta selec-
ci, hem creat un grfic per tal de comparar, en funci de la llengua, el nom-
bre total de mostres que apareixen en tots els territoris dAmrica Central, del
Sud i el Carib.

Grfic 1. Distribuci dels pasos en funci de si tenen o no una llengua llatina

En la taula nmero 1 trobem el nombre de mostres que contenen manifesta-


cions ludicorecreatives que respecten els criteris dinclusi i exclusi, aix com
el percentatge respecte del total de mostres que ocupa cadascun dels pasos.

Pas Mostres %
Argentina 25 7,72
Bolvia 4 1,23
Brasil 13 4,01
Colmbia 16 4,94
Costa Rica 14 4,32
Cuba 32 9,88
Dominicana, Rep. 6 1,85
El Salvador 10 3,09
Equador 3 0,93
Espanya 67 20,68
Guatemala 7 2,16
Hait 11 3,40

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Hondures 8 2,47
Mxic 39 12,04
Nicaragua 5 1,54
Paraguai 4 1,23
Per 8 2,47
Uruguai 14 4,32
Veneuela 25 7,72
Xile 13 4,01
Total general 324 100,00

Taula 1. Nombre de mostres i percentatge per pasos

Encara que el total de mostres seleccionades i que, per tant, conforma la


mostra total destudi, s de 324, el nombre de manifestacions representades
en aquestes mostres s de 371 perqu hem considerat que si en una mostra hi
ha dues manifestacions ldiques, aquesta es duplica, de manera que cada mani-
festaci t la seva corresponent mostra. Lanlisi de les lgiques interna i externa
de les manifestacions es far amb la consideraci que cada manifestaci t la
seva corresponent mostra iconogrfica.

5.2. Distribuci de les manifestacions en relaci a la lgica interna

No podem comenar la distribuci de les manifestacions en funci de la lgi-


ca interna sense tractar la forma ldica que es dna. Per tal destudiar-la hem
elaborat el segent grfic.

Grfic 2. Distribuci en funci de la presncia de companys de joc

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L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

En analitzar la forma de joc trobem que en les dues zones estudiades es pre-
fereix la representaci de manifestacions ldiques de carcter psicomotor, s a
dir, formes jugades o jocs en els quals els participants juguen de forma indivi-
dual i en solitari (65,33 % a lAmrica Llatina i 56,34 % a Espanya). Per contra,
les manifestacions en qu es juga amb ms participants sn les menys repre-
sentades en les dues zones (34,67 % a lAmrica Llatina i 43,66 % a Espanya).
En aprofundir sobre la tipologia ldica, en relaci als jugadors, que es dna
en la manifestaci, trobem que les manifestacions psicomotrius individuals sn
les preferides tant a Amrica Llatina (65,33 %) com a Espanya (56,34 %), tal com
podem veure en el grfic 3. El segon lloc no s igual en els dos territoris estu-
diats. Aix, mentre que a lAmrica Llatina s ocupat per les sociomotrius de
cooperaci (14,00 %), a Espanya locupen les sociomotrius individuals (18,31 %).
Sinverteix la tendncia en el tercer lloc, de manera que, mentre que a lAmrica
Llatina s ocupat per les sociomotrius individuals (11,67 %), a Espanya locu-
pen les sociomotrius de cooperaci i les sociomotrius de collaboraci/oposi-
ci (12,68 %). Finalment, les manifestacions menys representades a lAmrica
Llatina sn les situacions de collaboraci/oposici (9,00 %).

Grfic 3. Distribuci en funci del tipus de situaci ldica

Respecte als materials de joc, cal destacar que en tots dos casos sempre es prefe-
reix representar manifestacions ldiques que utilitzen material (el 90,67 % en el
cas de lAmrica Llatina i el 95,77 % en el cas espanyol).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Grfic 4. Distribuci en funci del material emprat

Les dades corresponents als materials de jocs tamb ens indiquen que no hi
ha relaci entre els materials emprats de les dues zones analitzades. Aix, men-
tre que la utilitzaci dun material ds individual s la ms representada en la
iconografia de lAmrica Llatina (51,67 %), la utilitzaci de ms dun material ds
individual s la preferida en les manifestacions del territori Espanyol (39,44 %).
Respecte a les caracterstiques de lespai de joc representades en les icono-
grafies filatliques, destaquem que tant a lAmrica Llatina com a Espanya es
prefereix jugar en espais que presenten una certa incertesa espacial, b siga a
causa de lexistncia dirregularitats en el terreny o b a la delimitaci espacial
mitjanant marques, lnies... Aix, en el cas de lAmrica Llatina, en un 54,33 %
de les manifestacions hi ha algun tipus dincertesa. En el cas espanyol el per-
centatge arriba fins al 81,69 %.

Grfic 5. Distribuci en funci dels espais de joc

848 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

En totes dues zones, encara que amb diferents percentatges (41,33 % en el


cas de lAmrica Llatina i 64,79 % en el cas espanyol), les manifestacions amb
delimitaci espacial sn les preferides entre les que presenten alguns tipus din-
certesa.
En tractar la finalitzaci de la manifestaci ldica, trobem que en totes dues
zones existeix una preferncia (54 % en el cas de lAmrica Llatina i 77,46 % en
el cas espanyol) per desenvolupar manifestacions que presenten incertesa tem-
poral, s a dir, manifestacions en qu la situaci ldica tinga una finalitzaci.

Grfic 6. Distribuci en funci de la finalitzaci de la manifestaci

Entre les manifestacions amb incertesa temporal destaca la realitzaci duna


tasca, s a dir, el joc finalitza quan sacaba la tasca encomanada (44,67 % a
lAmrica Llatina i 53,52 % a Espanya. Segueix aquesta forma de finalitzaci las-
soliment de punts, el lmit temporal i la limitaci dels intents. Finalment, apareix
lopci Altres, representada per manifestacions que no sintegren en cap de
les anteriors.

5.3. Distribuci de les manifestacions en relaci a la lgica externa

Dintre de la lgica externa de les manifestacions ldiques una de les vari-


ables fonamentals fa referncia al gnere dels participants.
En comparar el gnere que apareix reflectit en les manifestacions ludicorecre-
atives representades en les icones filatliques (grfic 7), trobem que hi ha una
gran relaci entre els resultats corresponents a lAmrica Llatina i els dEspanya.
Aix, existeix una preferncia per la representaci de manifestacions en qu hi
ha una participaci exclusivament masculina (55,09 % en el cas de lAmrica
Llatina i 60,56 % en el cas dEspanya), seguida de les manifestacions mixtes

ndice 849
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

(24,21 % a lAmrica Llatina i 30,99 % a Espanya) i, finalment, apareixen les


mani-festacions desenvolupades per persones del gnere femen (20,70 % a
lAmrica Llatina i 8,24 % a Espanya).

Grfic 7. Distribuci en funci del gnere dels participants

Ledat dels participants tamb s un element a estudiar en qualsevol estudi


que tinga com a objectiu conixer els fonaments ldics de les societats.

Grfic 8. Distribuci en funci de ledat dels participants

En el nostre estudi, tal com observem en el grfic 8, hem diferenciat 6 grups


dedat i un set grup que correspon a manifestacions en qu participen per-
sones de diferents generacions.
En els resultats de lestudi hi ha grans diferncies entre les manifestacions
corresponents a lAmrica Llatina i a les dEspanya. Aix, mentre que en el cas
de lAmrica Llatina el ludisme es desenvolupa especialment durant la infantesa

850 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

(69,05 %) a Espanya, sinverteixen els resultats i el gruix de les mostres illus-


tren manifestacions on els adults sn els que participen de lactivitat (66,18 %).
A ms del resultat anterior, a lAmrica Llatina tenim un 2,38 % que correspon
a la joventut, un 23,13 % a ladultesa i, finalment, un 5,44 % que fa referncia a
manifestacions on participen persones de diferents edats.
A Espanya, a ms del 66,18 %, que es correspon amb manifestacions que
representen adults, tenim un 22,06 % que es correspon a la infantesa, l1,47 %
dedicat a la joventut i un 10,29 % de manifestacions intergeneracionals.
En les dos zones analitzades no apareix cap manifestaci que representa per-
sones del collectiu de gent gran.
Dintre dels elements socioculturals tamb hem cregut necessari analitzar el
grau de difusi cultural de la manifestaci, s a dir, el grau dexpansi i, per tant,
de coneixement de lactivitat ldica arreu del mn.

Grfic 9. Distribuci en funci del grau de difusi de les manifestacions.

Respecte al carcter multicultural i intracultural, trobem resultats totalment


contradictoris entre les dos zones analitzades, de manera que a lAmrica Llatina
hi ha tendncia a representar manifestacions de carcter multicultural, s a dir,
practicades i conegudes arreu del mn (71 % contra el 29 % dintraculturals),
mentre que a Espanya aquestes tan sols representen el 40,85 % i s preferible la
illustraci de manifestacions de carcter intracultural (59,15 %).
En la lgica interna hem tractat lespai ents com el grau de delimitaci
que t la manifestaci, s a dir, el condicionament que fa que es puga o no jugar.
En la lgica externa, tamb t sentit analitzar lespai, per sempre des del ves-
sant sociocultural. Daquesta manera, sanalitza lemplaament espacial, s a
dir, on es juga.

ndice 851
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Grfic 10. Distribuci en funci del lloc on es desenvolupa lactivitat

En aquest cas hi ha un gran semblana entre els resultats corresponents a


les zones analitzades, de manera que en tots dos casos els espais exteriors
sn els ms illustrats (79 % a lAmrica Llatina i el 83 % a Espanya). Aquest
fet es pot interpretar com que el joc tradicional es caracteritza per jugar-se al
carrer, als parcs, a la natura, etc., en definitiva, a lexterior.
Per tal destudiar els diferents espais interiors i exteriors hem elaborat el grfic
segent:

Grfic 11. Distribuci en funci dels espais de joc

En aquest grfic observem com hi ha una gran semblana en els resultats,


tret dels espais exteriors pblics i exteriors rurals domstics. Aix, a Espanya, en
comparaci de lAmrica Llatina, hi ha ms espais exteriors pblics, correspo-
nents a installacions a laire lliure tant de carcter esportiu com parcs amb
equipaments recreatius... En aquesta ltima hi ha ms manifestacions ldiques,

852 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

en comparaci dEspanya, que es desenvolupen en espais exteriors rurals doms-


tics com sn els voltants duna casa de camp, duna masia, dun poblat
La utilitzaci de la resta despais s semblant en totes dues zones.
Per tal danalitzar lorigen de la manifestaci ldica, s a dir, quan apareix
aquesta o es tenen les primeres referncies de la seva existncia, hem elabo-
rat el grfic segent:

Grfic 12. Distribuci en funci del perode on apareix la manifestaci

Mentre que a lAmrica Llatina hi ha ms percentatge de mostres que naixen


en lantiguitat (56,04 % contra el 39,44 % a Espanya), a Espanya nhi ha ms
que apareixen en ledat mitjana (40,85 % contra el 13,09 % de lAmrica Llatina).
En la resta de perodes, s a dir, en ledat moderna i contempornia, els resul-
tats, encara que sn lleugerament superiors a lAmrica Llatina, sn molt sem-
blants. Aix, tenim que a lAmrica Llatina hi ha representades el 7,38 % de
manifestacions que fan referncia a ledat moderna, mentre que el 23,49 % ho
fan a ledat contempornia. A Espanya els percentatges sn de l1,41 % i del
18,31 %, respectivament. Cal considerar que en tots dos casos hi ha un incre-
ment dels percentatges corresponents a ledat contempornia i que fan refe-
rncia a manifestacions que utilitzen materials amb certa sofisticaci, com ara
videojocs, jocs de taula i tauler...
Lanlisi de la lgica externa tamb considera la participaci dels animals en
les manifestacions ldiques. Daquesta manera, en el nostre estudi, els animals
han estat considerats materials de joc. s per aquest fet que els hem introdut
en aquest apartat.
Per tal desbrinar lexistncia danimals en les manifestacions aix com les
relacions que sestableixen entre aquests, hem elaborat el grfic segent:

ndice 853
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Grfic 13. Distribuci en funci de la presncia danimals

Els resultats indiquen que tant a lAmrica Llatina com a Espanya hi ha ms


manifestacions que es desenvolupen sense animals (91,33 % i 64,79 %, respec-
tivament). Quan sutilitza un animal es poden donar dues situacions: que la per-
sona participa en lactivitat utilitzant lanimal o que hi haja un enfrontament entre
els animals. En el cas dEspanya, la utilitzaci danimals per part de les persones
s ms habitual (35,21 %) que a lAmrica Llatina (4,67 %). En aquesta ltima
regi, tamb hi ha un gran costum de desenvolupar manifestacions en qu hi ha
un enfrontament entre animals (4 %) mentre que a Espanya no existeix aquest
costum,1 atenent als resultats de la iconografia filatlica.
La funci i utilitat social tamb s un element que conforma la lgica externa
de les manifestacions i que ens indica la orientaci i tradici de la cultura ldica
dun determinat territori. Per aquest fet hem elaborat el grfic 14.
Els resultats, encara que lleugerament superiors en el cas dEspanya, sn sem-
blants en les dues regions analitzades en relaci a lmbit laboral i a lmbit poltic-
ideolgic-social. Aix, mentre que a Espanya trobem un 2,33 % de manifestacions
de carcter laboral, a lAmrica Llatina hi ha un 5,63 %. En relaci a lmbit poltic-
ideolgic-social, els percentatges sn del 12,68 % i del 11,67 %, respectivament.
Les principals divergncies apareixen en lmbit lleure-esbarjo i en lm-
bit festiu. Aix, mentre que en el primer lAmrica Llatina t una diferncia
de 24,42 punts a favor (54 % enfront del 29,58 %), en el segon cas la dife-
rncia de 32,99 punts va a favor dEspanya (el 43,66 % de manifestacions repre-
senta a Espanya enfront del 10,67 % que representa a lAmrica Llatina).

1. Encara que no apareix reflectit en les mostres filatliques, en algunes regions espanyoles
sutilitzen jocs denfrontament entre animals com s el cas de Canries on la lluita de galls est
reconeguda com un b dinters cultural.

854 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

Grfic 14. Distribuci en funci de la utilitat de la manifestaci

Finalment, en el cas de lmbit mtic-mgic-religis, hi ha un diferncia de


12,88 punts a favor de lAmrica Llatina (21,33 % per 8,45 %).

6. Conclusions
La comparaci de les dades ens indica que hi ha un alt grau de convergn-
cia entre les dues zones analitzades, tant en els aspectes vinculats a la lgica
interna com en aquells que fan referncia a la lgica externa.
Aix doncs, tot i que existeixen ms mostres corresponents a lAmrica Llatina,
perqu integra ms pasos, semblants sn les prefe-rncies relacionades amb el
tipus de participaci que es dna en la manifestaci, ja que en tots dos casos
existeix una preferncia per les manifestacions psicomotrius de carcter indi-
vidual, s a dir, per formes jugades.
Respecte a la utilitzaci de materials en els jocs, totes dues zones prefereixen
representar manifestacions que empren materials. S que apareix una certa dife-
rncia en analitzar quants materials de joc sempren, de manera que encara que
la utilitzaci del material sempre s majoritriament de carcter individual, la
utilitzaci dun material ds individual s la situaci ms comuna a lAmrica
Llatina mentre que a Espanya sutilitza ms dun material ds individual.
Els espais de joc, relacionats amb la lgica interna, tamb presenten simili-
tuds, ja que en totes dues zones la delimitaci espacial i els espais sense incertesa
sn els preferits per a jugar. La diferncia principal radica en el fet que, men-
tre que a lAmrica Llatina els espais sense incertesa sn els preferits, a Espanya
es prefereixen els espais delimitats.

ndice 855
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Respecte a la finalitzaci dels jocs, existeix una coincidncia entre les dues
zones, ja que prefereixen desenvolupar manifestacions que tinguen incertesa
en la finalitzaci. s a dir, que la manifestaci finalitze, sent la realitzaci duna
tasca la forma preferida en totes dues zones.
Les semblances tamb sn grans en relaci als elements analitzats que con-
formen la lgica externa, principalment en relaci al gnere, al lloc de prctica,
a lpoca i a la utilitzaci danimals. Aix, el gnere amb ms representaci es
correspon al mascul, seguit de les manifestacions mixtes i, finalment, amb dades
molt inferiors el gnere femen.
El lloc de prctica, generalment, tamb s semblant a lAmrica Llatina i a
Espanya. Aix, en totes dues zones prefereixen jugar en espais exteriors.
Tamb hi ha coincidncia en la representaci de manifestacions que no uti-
litzen animals i, en cas de fer-ho, que la persona empra lanimal per a jugar.
s a dir, que durant el joc hi ha una gran relaci entre la persona i lanimal.
Les divergncies de lestudi en relaci a la lgica externa es donen en ledat
dels participants i en el grau de difusi cultural.
Respecte a ledat dels participants, tot i que la infantesa i ledat adulta sn
els perodes que tenen un major nombre de manifestacions, lordre s invers en
les dues rees estudiades, de manera que, mentre que la infantesa s el preferit
a lAmrica Llatina, ladultesa ho s en les emissions espanyoles.
El grau de difusi cultural tamb presenta grans divergncies, tal com hem
esmentat anteriorment. Aix, mentre a lAmrica Llatina apareixen moltes mostres
de carcter multicultural, a Espanya sn ms representatives les intraculturals.
Aquesta tendncia de lAmrica Llatina es deu al fet que com que sn terri-
toris colonitzats, foren introdudes manifestacions externes, fet que fa que aques-
tes tinguen una major difusi arreu del mn i, per tant, siguen considerades
multiculturals.
Finalment, la funci i la utilitat social presenta semblances i diferncies en
determinades opcions. Aix, mentre que els resultats en lmbit laboral i poltic-
ideolgic-social sn molt semblants, hi ha grans diferncies en el lleure, lm-
bit festiu i lmbit mtic-mgic-religis.
Per finalitzar larticle, considerem que la cultura ldica de lAmrica Llatina
i dEspanya, illustrada en la iconografia filatlica, presenta majors semblances
que diferncies. El fet que el territori americ fos colonitzat pels espanyols, entre
daltres, fa que els fonaments ldics daquell territori tinguen una gran vincu-
laci als de les antigues metrpolis.

856 ndice
L A C U LT U R A L D I C A D E S PA N YA I D A M R I C A L L AT I N A

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858 ndice
EMANCIPACIN CULTURAL Y DIPLOMACIA LATINOAMERICANA EN ESPAA Y EUROPA
Enrique Snchez Albarracn
INSA de Lyon. Universidad de Lyon

Resumen
Las repblicas latinoamericanas se han constituido al margen de Europa,
a travs de una larga emancipacin que rebasa ampliamente los lmites cro-
nolgicos de las revoluciones de independencia. Los diplomticos latinoame-
ricanos han desempeado a menudo un papel decisivo en este proceso,
logrando, primero, el reconocimiento jurdico y geogrfico de los nuevos esta-
dos-naciones, propiciando, luego, la insercin de las economas regionales
en los mercados internacionales y anhelando, finalmente, el reconocimiento
de la legitimidad cultural e intelectual de Amrica Latina en el mundo. De esta
ltima actuacin tratamos aqu, evocando la diplomacia latinoamericana afin-
cada en Espaa y Europa y su contribucin al vasto y complejo proceso de
emancipacin continental. La diplomacia no es slo el arte de la negociacin,
es tambin el arte de la representacin, de la seduccin. El objetivo de los
emisarios de la Amrica independiente ha sido siempre un cambio de pers-
pectivas: lograr que las nuevas naciones de Amrica Latina no fueran consi-
deradas como objetos, sino como sujetos de la historia universal; actuar sobre
las representaciones y abogar por una autntica reciprocidad.

ndice 859
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

No quiero imitaros; no quiero obedecer; no quiero repetir.


Estoy vivo: soy lo nuevo.
Rafael Barrett, El Diario (Asuncin), 1908 1

Amrica Latina es una paradoja: paradjico es su nombre, paradjica es su


historia, paradjicos son sus desafos. Cmo explicar de otro modo que aquel
formidable ente geogrfico, humano y cultural, fundador de la modernidad haya
sido desterrado del mismo occidente que se ha nutrido de su savia? Desde hace
algunos aos los cambios infundidos por la globalizacin parecen haber des-
pertado en numerosos pensadores latinoamericanos un afn de reapropiacin
epistmica y cultural de sus historias nacionales y continentales.2 Esta aspira-
cin, sin embargo, no es del todo nueva. Surgi, desde los albores, como uno
de los mayores desafos de la revoluciones de independencia, sealando luego,
continuamente, una especie de asignatura pendiente, la adquisicin de lo que
Alfonso Reyes consideraba algo as como el derecho de los latinoamericanos
a la ciudadana universal.3
A lo largo de los siglos XIX y XX, las repblicas iberoamericanas se extraje-
ron de la tutela de Espaa y de Portugal, a travs de una larga emancipacin
que rebasa ampliamente los lmites cronolgicos de las proclamaciones de inde-
pendencia. La ruptura del pacto colonial provoc la aparicin en el escenario
internacional de nuevos estados que empezaron entonces a buscar sus propias
alianzas estratgicas, a la vez que intentaban llevar a cabo procesos de cons-
truccin nacional que se apoyaban en herencias territoriales e identitarias com-
plejas. Tanto la defensa de sus intereses frente a la penetracin econmica y
militar de las potencias occidentales, como el fin de sus revoluciones internas
y de sus guerras fronterizas, la asuncin del legado colonial o la absorcin de
nuevos e inmensos flujos migratorios constituyeron retos cruciales en las pri-
meras etapas de su historia.
En este contexto, de ruptura poltica primero, y luego de reapropiacin, de
afirmacin y de apertura, los diplomticos latinoamericanos desempearon, a
menudo, un papel decisivo, logrando, primero, el reconocimiento jurdico y
geogrfico de los nuevos estados-naciones, propiciando, luego, la insercin

1. Rafael BARRETT, El Diario (Asuncin), 30 de julio de 1908. En Obras Completas, RP-ICI, Asun-
cin, vol. II, p. 229. http://www.ensayistas.org/antologia/XXE/barrett/barrett1.htm
2. Podran referirse aqu los textos de Anbal Quijano, Walter Mignolo, Santiago Castro-Gmez
o Enrique Dussel, los cuales analizan, desde el concepto dual colonialidad-modernidad, el pro-
ceso que le permiti, a la racionalidad europea, imponerse como un estado superior del conoci-
miento humano, relegando a un nivel inferior cualquier conocimiento originario de los territorios
colonizados.
3. Alfonso Reyes, Notas sobre la inteligencia americana, Revista Sur, Buenos Aires, Septiembre
de 1936. http://www.ensayistas.org/antologia/XXA/reyes/

860 ndice
E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

de las economas regionales en los mercados internacionales y procurando sus-


citar, finalmente, el reconocimiento de la legitimidad cultural e intelectual de
Amrica Latina en el mundo. De esta ltima actuacin trataremos aqu, enfo-
cando la diplomacia latinoamericana afincada en Espaa y Europa, y evocando
su contribucin al vasto y complejo proceso de emancipacin continental, cuya
historia, en algunos aspectos, an queda, quizs, por escribir.

1. Entre geopoltica y geocultura: el papel de los diplomticos


Cualesquiera que fueran sus ttulos o atribuciones, ya oficiaran como encar-
gados de negocios, secretarios, cnsules, delegados, ministros plenipotencia-
rios o embajadores, los primeros diplomticos latinoamericanos actuaron ante
Espaa y Europa como mensajeros de la independencia. Fueron consiguiendo,
poco a poco, el reconocimiento de la existencia de sus pases por parte de las
grandes potencias occidentales, prolongando la labor de los precursores, de los
exilados de la primera hora, cual Francisco de Miranda, que haba recorrido en
su tiempo toda Europa, desde Londres hasta Kiev, para dar a conocer la causa
de los independistas; cual Juan Pablo Viscardo, autor de la famosa Carta a los
espaoles americanos en la que haba declarado, ya en 1791, en Francia e Ingla-
terra, que:

el nuevo mundo es nuestra Patria, su historia es la nuestra, y es en ella que todos


nuestros deberes esenciales, nuestros ms caros intereses, nos obligan a exami-
nar y a considerar atentamente el estado de nuestra presente situacin y las cau-
sas que en ella ms han influido, para resolvernos luego, con pleno conocimiento,
a tomar valientemente el partido que nos dictarn nuestros indispensables debe-
res hacia nosotros mismos y nuestros sucesores.4

El siglo XIX observaba el mundo a travs del prisma de la geopoltica, una


ciencia heredada del racionalismo de la Ilustracin y de las expediciones ameri-
canas del Barn Alexander Von Humboldt que perciba en la geografa fsica la
explicacin de los desiguales avances de civilizacin entre los distintos pue-
blos del orbe. Nacida en la era del cientificismo y del darwinismo social, esta
rama de la geografa pareca haber sido inventada para servir los intereses de los
pases dominantes, analizando y justificando las correlaciones entre potencia y
espacio. Todas las estrategias diplomticas se referan a ella: las de Alemania,
Inglaterra o Francia, pases pujantes que trataban de propagar su influencia en

4. Juan Pablo VISCARDO, Carta a los espaoles americanos (1792) en Pensamiento poltico de
la emancipacin (1790-1825), Vol. 1, Fundacin Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 51.

ndice 861
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

las nuevas repblicas de la Amrica independiente; las de Argentina de la gene-


racin del 80 o las del Mxico de los Cientficos del Porfiriato, que apostaban
a su vez por las ideas de progreso y por las leyes de herencia como garantes del
desarrollo econmico y social de sus respectivas naciones. El porvenir de un
pueblo, as lo declaraba en 1892, en Madrid, el embajador mexicano Vicente Riva
Palacio, iba a depender en adelante de:

altas consideraciones filosficas y profundos estudios acerca de las grandes evo-


luciones sociales, de la marcha y el progreso del espritu humano y del influjo que
el medio ambiente y el territorio ocupado, la alimentacin y la ley de la heren-
cia tienen en los caracteres, y en el organismo de los habitantes.5

La geopoltica alcanz su mayor gloria en la primera mitad del siglo XX hasta


acabar completamente desacreditada despus de la Segunda Guerra Mundial al
identificarse con la ideologa nazi. Desprovista adems de inters estratgico
en la poca del enfrentamiento entre los dos bloques de la guerra fra, slo
volvi a renacer de sus cenizas en las postrimeras del siglo, con el advenimiento
de un mundo globalizado y multipolar en donde la complejidad de los desa-
fos ha generado a su vez nuevos conceptos tales como la geoeconoma o la geocul-
tura.6 Pero, de qu estamos hablando?
Los estudios sobre identidades y transferencias culturales suelen referirse, hoy
en da, a dos concepciones divergentes de la cultura. Estn, por una parte, los
que consideran la cultura como algo autctono, que se genera a partir de un
esquema de evolucin interna, algo as como un programa gentico que tendra
sus orgenes en la cultura misma, y, por otra parte, los que ven la cultura como
el resultado de una serie de interacciones, de intercambios, de circulaciones,
de transferencias, un sistema dinmico regido por contactos continuos. Segn el
primer enfoque, las diferentes culturas se expanden de forma lineal y homog-
nea, a partir de un origen, de un ncleo explicativo, pero tambin como conjun-
tos que compiten los unos con los otros y van transformando sus diferencias
en identidades. Estas culturas tienen centros, periferias y fronteras. El segundo
punto de vista, en cambio, le da prioridad al encuentro, a la interseccin, a la
combinacin de saberes y de estrategias de accin que generan, a su vez, nue-
vos saberes y nuevas estrategias. Lo difcil aqu, no obstante, es identificar lo que
se construye a travs de la interaccin. Se trata simplemente de una amalgama,
de una imitacin, o se producen fenmenos reiterativos de traduccin, de refor-

5. Vicente RIVA PALACIO, Establecimiento y propagacin del Cristianismo en Nueva Espaa,


Ateneo de Madrid, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1892, pp. 5-6.
6. Philippe MOREAU DEFARGES, Gopolitique, artculo francs de la Encyclopdia Universalis:
http://www.universalis.fr/encyclopedie/geopolitique.

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E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

mulacin y de reinterpretacin que transforman lo que se transfiere para darle


un nuevo sentido, contribuyendo alternativamente a confortar o a subvertir posi-
ciones dominantes, pero tambin a producir hibridaciones o mestizajes, a trans-
formar aquello que Michael Werner define como los metabolismos culturales?7
La visin autctona de la cultura parece amoldarse mejor a los requisitos de
los estados-naciones que la perspectiva interaccionista, ms acorde con la din-
mica multipolar de la era postmoderna. En Amrica Latina, sin embargo, el carc-
ter paradjico de la construccin de los estados-naciones siempre ha venido com-
plicando las cosas, ya que muy a menudo lo exgeno ha sido visto como algo
autctono y viceversa.8 Sea cual sea la perspectiva a la que nos acojamos, la cul-
tura debe considerarse, por supuesto, en todas sus ramificaciones, como algo
dinmico, polismico y que integra el punto de vista de los actores sociales
que lo interiorizan y lo transforman en sustancia propia, ya que, como seala
Gilberto Gimnez, no existe cultura sin sujeto ni sujeto sin cultura.9
De acuerdo con estas premisas y por analoga con la antigua geopoltica,
podramos definir la geocultura como la disciplina que se interesa por los vn-
culos que relacionan espacio y cultura. De qu modo las realidades geogrficas
e histricas inciden en las representaciones sociales y en las construcciones ima-
ginarias? Y, a la inversa, cmo los seres humanos usan o modifican esas mismas
realidades para lograr sus fines? El inters de la geocultura es que permite enfo-
car, bajo el ngulo de la diplomacia cultural, es decir, el de la instrumentaliza-
cin de la cultura con fines polticos, el papel de los diplomticos en la historia
latinoamericana postcolonial. Tratndose de construir nuevas naciones, lo impor-
tante, primero, era, como deca el diplomtico brasileo Joaquim Nabuco, ser
visto, participar, poner de relieve su alto grado de cultura.10 La diplomacia no
slo es el arte de la negociacin, tambin es el arte de la representacin, de la
seduccin, del contacto. La meta a la que aspiraban todos estos enviados de
la Amrica independiente era una verdadera inversin de perspectivas: que cada

7. Michael WERNER, Introduction la thorie des transferts culturels en De lImitation dans les
Muses. La diffusion de modles de muses, XIXeXXIe sicles, Colloque ENS, Dcembre 2007.
http://www.diffusion.ens.fr/index.php?res=conf&idconf=2039.
8. Recordemos, por ejemplo, la definicin que, en 1815, esboza Simn Bolvar de la nacionali-
dad americana: ...no somos ni indios ni europeos, somos una especie media entre los legtimos pro-
pietarios del pas y los usurpadores espaoles... nos hallamos en el caso ms extraordinario y
complicado. Simn BOLVAR, Cartas de Jamaica, en Escritos polticos, Madrid, Alianza Editorial, 1990,
p. 69.
9. Gilberto GIMNEZ, La cultura como identidad y La identidad como cultura, Revista Pentecos-
tal, RELEP, 2009, p. 4. http://revistapentecostal.com/index.php?option=com_content&view=article&id=64:la-
cultura-como-identidad-y-la-identidad-como-cultura.
10. Joaquim NABUCO, citado por Juliette DUMONT, Le Brsil et lInstitut International de Coop-
ration Intellectuelle (1924-1946) : le pari de la diplomatie culturelle, Pars, IHEAL, 2009, p. 35.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

una de sus naciones respectivas ya no fueran consideradas como objetos sino


como sujetos de la historia universal. Para eso era indispensable actuar sobre las
representaciones: transformar la imagen propia en el extranjero, as como la ima-
gen del otro en su propio pas; deshacerse de los mitos y de los estereotipos;
abogar por una autntica reciprocidad, como proclamaba en 1892, en Madrid,
el ministro plenipotenciario de Per, Pedro Alejandrino del Solar, al explicar que
las naciones que realmente desearan establecer vnculos indisolubles, no lo con-
seguiran sino haciendo que los pueblos se estimaran y se necesitaran recpro-
camente, que se entrelazaran sus intereses de manera que el bienestar del uno
creciera y se afianzara con el bienestar del otro.11

2. Maneras de situarse en el mundo: la persistencia de las representaciones


Muchos autores coinciden hoy da en reconocer que lugares o nociones tales
como Oriente y Occidente, Nuevo Mundo y Viejo Mundo o Europa y Amrica
no conforman tan slo entidades geogrficas sino tambin formas de represen-
tacin cultural. Lo cual permite entender que ciertos espacios hayan sido utiliza-
dos no solamente como referencias geopolticas sino tambin como formas de
situarse en el mundo. Como escribe Carlos Sanhueza, de ah que se preste aten-
cin a los discursos, a las maneras a partir de las cuales se han concebido tales
espacios, a las trazas que han definido identidades, a las perspectivas que han
localizado pueblos asociados a sus paisajes, a los argumentos que han justificado
la existencia de mrgenes y centros.12 Esta polarizacin, heredada de los pro-
cesos de colonizacin y descolonizacin, no afecta, en verdad, slo a Amrica
Latina, sino tambin a toda la organizacin del sistema-mundo, cuya periferia
parece haber sido destinada a alimentar permanentemente, como en un orga-
nismo vivo, a un corazn o un cerebro, que conserva invariablemente sus pre-
rrogativas, as como un notable avance econmico, tcnico y social. Desde el
punto de vista cultural, el centro, digamos aqu Europa u Occidente, ha desarro-
llado su visin del mundo, a lo largo de la historia, desterrando los imaginarios
conflictivos nacidos en sus mrgenes para elaborar y desarrollar un modo de
produccin de los conocimientos llamado racional, as como herramientas con-
ceptuales que correspondan a las necesidades cognitivas de su sistema de pro-
duccin y de expansin econmica.13

11. Pedro ALEJANDRINO DEL SOLAR, El Per de los Incas, Ateneo de Madrid, 1892, Madrid, Rivade-
neyra, 1892, p. 18.
12. Carlos SANHUEZA, En busca de un lugar en el mundo: viajeros latinoamericanos en la Europa
del siglo XIX, Estudios Ibero-Americanos. PUCRS, v. XXXIII, n. 2, dezembro 2007, p. 51-75.
13. Anbal QUIJANO, Colonialidad del poder y clasificacin social, Journal of world-systems re-
search, VI, 2, Summer/Fall, 2000, p. 343. http://cisoupr.net/documents/jwsr-v6n2-quijano.pdf.

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E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

En el caso de Amrica Latina, una ambigedad original parece haber refor-


zado y perturbado a un mismo tiempo este esquema clsico de dependencia.
Tras haber desbaratado, por el hecho mismo de su existencia, todas las repre-
sentaciones del mundo anteriores a su descubrimiento, la aparicin de Amrica
en la cultura occidental ha suscitado, desde el siglo XVI, en Europa, otra expec-
tativa no menos importante: la posibilidad de crear en dicho continente una
Nueva Europa. As fue como el concepto de Nuevo Mundo, surgido de la pluma
de Cristbal Coln durante su tercer viaje, legitimando toda la empresa topon-
mica iberoamericana de renombramiento ulterior, sirvi tambin para determi-
nar, de algn modo, la presencia de dos nicas vas para el desarrollo de la his-
toria americana: la imitacin o la originalidad. Leopoldo Zea escriba en 1957
que la va imitativa, consistente en reproducir desde la colonizacin las orga-
nizaciones ibricas en el nuevo continente, casi sin adaptarlas, haba sido
preponderante en Amrica Latina, obstaculizando de este modo el desarro-
llo econmico y social de la regin. En la Amrica anglosajona, la va origi-
nal, que privilegiaba, segn l, la adaptacin del modelo europeo o su trans-
formacin en funcin de las nuevas circunstancias, haba estimulado por el
contrario el desarrollo espectacular de los Estados Unidos.14
Ms recientemente, y en especial desde los aos 90 del siglo pasado, los estu-
dios postcoloniales o subalternos han echado nuevas luces sobre estas razones.15
Habindose constituido Amrica como la misma cosa que Europa y tambin como
su otredad, pertenece, de hecho, tanto a Occidente como a su periferia. Esta
historia hbrida y entrelazada ha generado tensiones constantes, debidas a sen-
timientos simultneos y contradictorios de exclusin y de pertenencia, de identi-
dad y de alteridad, que se han vuelto cada vez ms conflictivos desde las
independencias. Por eso, segn Walter Mignolo, todo discurso postcolonial debe-
ra ser primero en Amrica Latina un discurso postoccidental.16 Segn Santiago
Castro Gmez, si bien no cabe duda de que Amrica Latina se haya constituido
como objeto de saber desde las propias sociedades latinoamericanas a partir de
metodologas occidentales, de lo que se trata no es tanto de una copia de mode-

14. El mal est en que queremos adaptar la circunstancia americana a una concepcin del
mundo que heredamos de Europa, y no adaptar esta concepcin del mundo a la circunstancia ame-
ricana. Leopoldo ZEA, Amrica en la Historia, Madrid, Editorial Revista de Occidente, 1970 (Primera
Edicin, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1957).
15. Santiago CASTRO-GMEZ, Eduardo MENDIETA, eds., Teoras sin disciplina (latinoamericanismo,
poscolonialidad y globalizacin en debate), Mxico, Miguel ngel PORRA, 1998. Cf. http://www.ensa-
yistas.org/critica/teoria/castro/castro6.htm.
16. Postoccidentalismo es la palabra clave que encuentra su razn en el occidentalismo de
los acontecimientos y la discursividad del Atlntico (norte y sur), desde principios del siglo XVI..
Walter D. MIGNOLO, Postoccidentalismo: el argumento desde Amrica Latina, en Teoras sin disci-
plina..., op. cit.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

los forneos o simple imitacin, sino ms bien de una apropiacin histrica


de los discursos intelectuales en los contextos locales de Amrica Latina, as
como de la conformacin de saberes de autoobservacin social. 17 Sea lo que
fuere, dicha actitud, por muy legtima que fuera y aun despus de concluidos
los procesos de independencia poltica, ha permanecido siempre tributaria de
una legitimacin por parte de los paladines del pensamiento occidental en el
que se fundamentaba, dependiente de una mirada europea, frecuentemente
imbuida, como escribe Denis Rolland, de una axiomtica superioridad cultural.18
Arrinconada en un extremo occidente cuyas fronteras fueron pirineas antes
de ser atlnticas, Latinoamrica ha sufrido, desde siempre, un manifiesto des-
dn intelectual por parte de Europa. Bastara referir aqu el ejemplo clsico de
Hegel, quien haba condenado esta regin del mundo a una especie de no-exis-
tencia intelectual. Amrica Latina, segn l, no poda considerarse como un ser,
no tena ni originalidad, ni sentido histrico, permaneca estancada todava
en la prehistoria.19 Hasta la Espaa del siglo XIX (aunque era vctima, ella tambin,
de una degradacin de su imagen en Europa) haca suyas las ideas recibidas y
examinaba sus antiguas colonias con menosprecio y condescendencia. Segn Car-
los Rama, los espaoles medios vean a los hispanoamericanos, dado que eran
sus antiguos sbditos, como ms ignorantes, dotados de mayores vicios o defec-
tos, e incluso infantiles, y conformando sociedades caticas y desordenadas,
muy inferiores a las que tenan en la poca colonial.20 No faltaban en esta visin
connotaciones raciales y evolucionistas que confinaban las poblaciones de Am-
rica Latina a un primitivismo tnico y preoccidental. Cmoda invencin, la
Etnologa, en manos de algunos hombres!, escriba, en 1904, el peruano Manuel
Gonzlez Prada.21 El problema con las representaciones es que es muy difcil

17. Santiago CASTRO-GMEZ, Latinoamericanismo, modernidad, globalizacin. Prolegmenos a


una crtica poscolonial de la razn, en Teoras sin disciplina..., op. cit. Citado por Carlos SANHUEZA,
op. cit.
18. Denis ROLLAND, LAmrique a cess de regarder vers lEurope: la France, un modle qui sef-
face en Amrique latine, en Annick LEMPERIERE, Georges LOMME, Frdric MARTNEZ et Denis ROLLAND,
LAmrique Latine et les modles europens, Pars, LHarmattan, 1998, p. 404.
19. Slo la Amrica Anglosajona, provista de instituciones slidas y prsperas, poda aspirar,
segn Hegel, a formar parte del concierto de la historia universal. Georg Wilhelm Friedrich HEGEL,
Vorlesungen ber die Philosophie der Geschichte. en: Werke in zwanzig Bnden (Leons de Philo-
sophie Universelle). Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag, 1972, vol. 12. Citado por Carlos SANHUEZA,
op. cit., pp. 58-60. Cf. Andrs SOLIZ RADA, Hegel, Marx y Amrica Latina, http://www.aporrea.org/inter-
nacionales/a65867.html.
20. Carlos M. RAMA, Historia de las relaciones culturales entre Espaa y Amrica latina. Siglo XIX,
Mxico-Madrid, Fondo de Cultura Econmica, 1982, pp. 90-91.
21. Manuel GONZLEZ PRADA, Nuestros Indios (1904), en Horas de lucha, Lima, 1908-Edicin Num-
rica: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/gzlezprada.

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cambiarlas22 y que muchos intelectuales latinoamericanos han contribuido ellos


mismos, extraamente, a fortalecerlas. No preconizaba Sarmiento, por ejem-
plo, en 1884, que se gobernara la Argentina poblndola de occidentales, corri-
giendo la sangre indgena con sangre europea? 23 Y casi un siglo ms tarde, no
era su compatriota, el filsofo Alberto Caturelli, quien escriba que Europa era
el continente del ser abierto fecundado por el espritu mientras Amrica, por el
contrario, era el del ser bruto, todava no fecundado por el espritu?24

3. Los diplomticos y los desafos de la Amrica postcolonial


Si bien los desafos de la Amrica postcolonial fueron primero polticos, eco-
nmicos, jurdicos y sociales, fueron tambin, como acabamos de ver, emi-
nentemente culturales. Dnde iremos a buscar los modelos?, se preguntaba
Simn Rodrguez en 1828. La Amrica Espaola es original. Originales han de
ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y
otro. O inventamos o erramos.25 Andrs Bello, por su parte, afirmaba que la
civilizacin latinoamericana sera juzgada por sus obras, por la expresin de un
pensamiento propio que, tras emanciparse de la influencia europea, podra chu-
par todos los jugos de la tierra que lo sostena.26 Las diplomacias latinoamerica-
nas iban naciendo, empero, conforme se iniciaba en aquellos aos una nueva
era de relaciones internacionales, inaugurada por el congreso de Viena de 1815,
que sancionaba el apogeo de Europa, cuya supremaca mundial iba a afirmarse,
todava, durante un siglo. Tal era el contexto en el cual los primeros mensaje-
ros de la independencia haban de encarar, finalmente, la difcil misin de hacer
valer sus derechos hbridos y sus ideales republicanos en una Europa, adems,
postrevolucionaria, monrquica y expansionista que no pareca nada dispuesta
a recibir el mensaje poltico e identitario de Simn Bolvar.

22. Segn Edgar Morin, es porque poseen cualidades de globalidad, de coherencia, de cons-
tancia y de estabilidad. Edgar MORIN, La mthode: La connaissance de la connaissance, Pars, Edi-
tions du Seuil. Collection Essais Points, 1986, pp. 106-107.
23. Domingo F. SARMIENTO, Conflicto y armonas de las razas en Amrica, en Carlos RIPOLL (ed.)
Conciencia intelectual de Amrica. Antologa del Ensayo Hispanoamericano (1836-1959), Nueva
York, 1970, p. 94.
24. Alberto CATURELLI, Amrica Bifronte, Buenos Aires, Ed. Troquel S.A., 1957, citado por Denis
ROLLAND, op. cit., p. 405.
25. Simn RODRGUEZ, Sociedades americanas en 1828. Cmo sern y cmo podran ser los siglos
venideros, p. 47, en Escritos de Simn Rodrguez, Caracas, Imprenta Nacional, 1954, T. I, p. 113.
26. Andrs BELLO, Modo de escribir la historia, Santiago de Chile, 1848.
http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/bello/.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Las diplomacias latinoamericanas acometieron, por tanto, en estas inciertas


circunstancias y desde una posicin perifrica, la laboriosa empresa (todava
inacabada hoy da) de inversin de perspectivas. Confiando a menudo en arries-
gados arbitrajes externos, las nuevas entidades polticas intentaron sumarse, una
y otra vez, a una palestra internacional cada vez ms compleja, donde el equi-
librio de fuerzas evolucionaba indefectiblemente a favor de las potencias que
lideraban la revolucin tcnica e industrial. Si bien fue indispensable, primero,
asentar la existencia jurdica de las jvenes repblicas, los representantes diplo-
mticos deban velar tambin por los intereses comerciales y a veces contrarios
de sus respectivas naciones. Los individuos desempeaban, en el seno de sus
instituciones, un papel determinado por la naturaleza de sus funciones (polti-
cas, militares, comerciales, administrativas, culturales), de sus estatutos (emba-
jadores, cnsules, secretarios, encargados de negocios, auxiliares...) y de sus
personalidades, ms o menos propensas, segn los casos, a las misiones de
representacin, de conciliacin, de emprendimiento o de administracin. Mien-
tras trataban de actuar sobre sistemas complejos e inestables cuyo control, infa-
liblemente, se les escapaba, algunos diplomticos, hbiles para la negociacin
comercial, no posean, sin embargo, las suficientes disposiciones intelectuales
para promover acertadamente el mrito de sus pases en la esfera occidental.
As lo lamentaba, por ejemplo, en 1883, el cnsul argentino P. S. Lamas, radi-
cado en Pars, el cual reprochaba a sus agentes que contribuyeran a confortar
la ignorancia y a difundir opiniones errneas acerca de los pases latinoameri-
canos en Europa.27 Y eso resultaba tanto ms grave cuanto que, para la mirada
europea, toda Iberoamrica era as lo lamentaba todava en 1916 Jos Enrique
Rod una sola imagen, un solo valor, un conjunto de falsas generalizaciones
y enormes errores de lugar inducidos por la distancia.28 Otros diplomticos, por
el contrario, rebosaban de erudicin o de talento artstico o literario. As era el
caso de Juan Bautista Alberdi, Vicente G. Quesada, Lucas Alamn, Jos Mara
Luis Mora, Gabino Barreda o Rubn Daro. El embajador mexicano Vicente Riva
Palacio, asentado en Madrid entre 1886 y 1896, hubiera podido encarnar una
suerte de paradigma del diplomtico ilustrado de finales del siglo XIX. Antes
de representar a su pas en Espaa, haba sido primero abogado, diputado, gene-
ral, ministro, novelista, dramaturgo, poeta, crtico literario, periodista satrico,
cronista, magistrado, historiador, ensayista, antroplogo, publicista y humorista.
Ora representantes oficiales cumpliendo con una misin de reproduccin, ora
negociadores enfundados en un papel de inventores, los diplomticos siem-

27. Pauline RAQUILLET-BORDRY, Le milieu diplomatique hispano-amricain Paris de 1800


1900, en Histoire et Socits de lAmrique latine, n. 3, mai 1995, Pars, Universit de Paris VII, 1995,
pp. 81-106.
28. Jos Enrique ROD, Ciudadano en Roma, 1916, p. 11.

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E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

pre han tenido que buscar convergencias para adecuar los intereses precisos
del poder poltico con las exigencias del mundo exterior. A ellos les ha incum-
bido, continuamente, deshacer las tensiones, abriendo nuevas perspectivas de
negociacin, y darles sentido, permanentemente, a los intercambios. Para la
diplomacia latinoamericana postcolonial las perspectivas eran polticas, jurdi-
cas y econmicas, pero tambin histricas, lingsticas, literarias, artsticas y
hasta filosficas. La independencia no implicaba solamente una reapropiacin
fsica, sino tambin una reapropiacin imaginaria y una desmitificacin de las
historias y de las nuevas realidades latinoamericanas.
Desde mediados del siglo XIX, los retos prioritarios fueron el desarrollo eco-
nmico (transportes, comunicaciones, producciones agrcolas e industriales), la
fundacin de naciones y de culturas nacionales, la estabilizacin democrtica y
administrativa, la institucin de sistemas educativos,29 y la gestin de la inmensa
oleada migratoria que sumerga sobre todo la zona templada de la Amrica aus-
tral, y que el historiador francs Pierre Chaunu identific como la segunda con-
quista humana de Amrica por Europa.30 De ah que el nmero de representan-
tes diplomticos no haya dejado de aumentar, en Europa, a partir de entonces,
hasta culminar a finales de siglo. Slo en Francia, por ejemplo, 293 mandatarios
latinoamericanos ejercan sus actividades en Pars entre 1880 y 1900,31, y un
pequeo pas como Uruguay, que apenas contaba con 70.000 habitantes en
1829, y siete veces ms 20 aos despus, gracias a la inmigracin europea,
dispona de una veintena de diplomticos, slo en Espaa, a finales del siglo
XIX.32 Con representaciones numricamente y cualitativamente muy desiguales
entre ellas, las legaciones iberoamericanas disfrutaban de recursos financieros
tambin muy variables. Mientras algunos diplomticos padecan, a menudo,
serias dificultades econmicas, otros ostentaban, al contrario, caudales y estilos
de vida fastuosos. Sea lo que fuere, su principal cometido era siempre seducir,
influir y tranquilizar a la opinin pblica europea para que la imagen de las
jvenes naciones americanas coincidiera con la que se tena entonces de los
pases civilizados. Haba que buscar la informacin, pero tambin tratar de con-
trolarla, en una poca en que ya todas las informaciones polticas, culturales,
econmicas o estadsticas circulaban a travs de la prensa generalista o espe-
cializada. Los diplomticos se ponan en contacto con personalidades del mundo

29. Marie-Madeleine GLADIEU, Les dfis de lindpendance en Amrique Latine (1809-1910), CNED-
PUF, 2009, p. 88.
30. Pierre CHAUNU, Histoire de lAmrique Latine, PUF, 15me dition, 2003, pp. 100-101.
31. Pauline RAQUILLET-BORDRY, op. cit.
32. Enrique SNCHEZ ALBARRACN, La convergence hispano-amricaniste 1892: les rencontres du
IVe Centenaire de la dcouverte de lAmrique, Thse, Universit Paris 3, 2006. http://tel.archives-
ouvertes.fr/docs/00/17/71/47/PDF/THESE_-_ESA-_2007.pdf.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

poltico tratando de granjearse su confianza y as penetrar los circuitos de la


prensa para influir en los contenidos o corregir, como explica Javier Prez Siller,
las noticias de Amrica Latina que se difundan en Europa. El objetivo era que
se mantuviera siempre una buena opinin de la situacin econmica y social
de las repblicas iberoamericanas.33

4. Las perspectivas histricas, lingsticas y culturales


Para eso haba que empezar, primero, por cambiar la imagen de la historia,
invertir la perspectiva de Hegel, registrar las revoluciones de independencia en
el rumbo del progreso universal, reapropiarse el patrimonio precolombino, darle
un nuevo sentido a la conquista, asumir la historia colonial e inscribir Amrica
Latina en la modernidad. Unos cuantos literatos y cientficos talentosos integra-
ban, desde las independencias, los cuerpos diplomticos latinoamericanos. Y
aquellos intelectuales, avant la lettre, del siglo XIX no andaban presos, como
muchos ahora, de sus especialidades o disciplinas. De su educacin universa-
lista, fuertemente impregnada de literatura y de cultura clsica, haban sacado
esa tentacin, que a todos les caracterizaba, de querer abarcarlo todo a la vez:
las letras y las ciencias, la historia y la poltica, el derecho y la diplomacia, la
poesa o la erudicin y el periodismo. Los discursos parecan querer abrazar
tambin, mediante interminables construcciones sintcticas, toda la inmensidad
y la complejidad del mundo. La esttica era parte de la reflexin. Una idea resul-
taba tanto ms bella cuanto que haba sido bien dicha. Largas y maravillosas
metforas iluminaban, por tanto, las representaciones de las historias del des-
cubrimiento y de las conquistas espaolas en los discursos del embajador uru-
guayo Juan Zorrilla de San Martn. Yo no pronuncio lo que escribo, escribo lo
que pronuncio, rezaba el interesado, cuya elocuencia, s a veces harto fogosa,
era por lo mismo plenamente representativa, segn Rubn Daro, de los entu-
siasmos y vivacidades continentales.34
El diplomtico proclamaba: reapropiarse la historia era primero una cues-
tin de palabras. Ser yo quien preste su voz a nuestra Amrica que, efectiva-
mente, necesita hablar, que quiere hablar, que nos hace seas imperiosas de
que hablemos en este momento.35 Expresarse en primera persona del singular

33. Javier PREZ SILLER, Une stratgie de limage : le Mexique du porfiriat et la France Rpubli-
caine (1876-1885), en LAmrique latine et les modles europens, op. cit., pp. 312-318.
34. Rubn DARO, Zorrilla de San Martn, artculo publicado en Mundial, Febrero de 1913, n.
22. Vol. 4. Ao II, p. 864, en Obras Completas, Madrid, Editorial Biblioteca Rubn Daro, 1929,
Vol. XX, p. 45-48.
35. Juan ZORRILLA DE SAN MARTN, El mensaje de Amrica, Discurso pronunciado en la expla-
nada del Monasterio de la Rbida... el 12 de octubre de 1892, en Conferencias y Discursos, Mon-
tevideo, Imprenta nacional Colorada, 1930, p. 101.

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o del plural ya era de por s una afirmacin de independencia. A travs de la


elocuencia se pretenda seducir al interlocutor europeo, a la vez que se le man-
tena a distancia, confinndolo en el papel de espectador. En Madrid, Vicente
Riva Palacio, en sus conferencias sobre la historia americana, asuma un dis-
curso metahistrico, liberado de la tutela espaola, que reivindicaba el aporte
de la ciencia y la necesidad del progreso.36 El afn de este mexicano, autor de
varias obras histricas sobre el periodo colonial, era confirmar que las rep-
blicas latinoamericanas haban alcanzado la modernidad y que eran capaces en
adelante de estudiarse a s mismas, una tarea que se haban asignado, desde
haca mucho tiempo, los historiadores en toda Amrica Latina, desde Servando
Teresa de Mier a Diego Barros Arana, Jos Manuel Restrepo, Amuntegui, Orozco
y Berra, Joaqun Garca Icazbalceta o Francisco del Paso y Troncoso, otro com-
patriota de Riva Palacio, que tras acudir a Espaa en misin diplomtica, opt
finalmente por quedarse en Europa hasta el final de su vida, que dedic ente-
ramente al estudio de los documentos histricos de los archivos y bibliotecas
del Viejo Mundo. Es fcil entender la importancia que podan tener, para esta-
dos-naciones todava en plena construccin como Mxico, algunos documen-
tos que haban sido celosamente guardados hasta entonces por los archivistas
europeos. Las investigaciones de Paso y Troncoso iban a permitir que se recons-
tituyera un importante stock de referencias inditas para la historiografa mexi-
cana, porque para reescribir la historia, era indispensable primero reapropiarse
las fuentes.
La lengua espaola siempre ha ofrecido, tambin, hartos pretextos para con-
troversias culturales y diplomticas entre espaoles e hispanoamericanos. Desde
las independencias, se propagaba el temor de una desaparicin progresiva del
castellano en Amrica Latina y su divisin consecutiva en lenguas independien-
tes. Ese temor no careca de fundamentos. El propio Nebrija lo haba advertido
desde siempre.37 Adems la ruptura postcolonial haba reducido considerable-
mente los intercambios y las comunicaciones entre la metrpoli y sus antiguas
colonias, separadas desde entonces por un ocano dominado por potencias
comerciales extranjeras. Andrs Bello, ya en 1847, haba advertido a los penin-
sulares, al publicar su Gramtica al uso de los americanos: No tengo la preten-

36. El periodo cientfico en que se encuentra hoy la humanidad, ha dado un nuevo giro a los
estudios y a los escritos de la historia. La historia no es ya la sencilla o complicada narracin de
acontecimientos comentados con ms o menos profundidad y acierto, acompaados algunas veces,
a semejanza de los antiguos cuentos morales, de consejos y advertencias a los pueblos o gobernan-
tes.. Vicente RIVA PALACIO, op. cit., pp. 5-6.
37. Una cosa hllo y: sco por conclusin mui cierta: que siempre la lengua fue compaera
del imperio; y de tal manera lo sigui, que junta mente comenaron, crecieron y florecieron, y des-
pus junta fue la caida de entrambos. Antonio de NEBRIJA, Prlogo, Gramtica de la lengua caste-
llana, Estudio y edicin Antonio Quilis. Madrid, Centro de Estudios Ramn Areces, 1989.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sin de escribir para los castellanos, mis lecciones se dirigen a mis hermanos,
los habitantes de Hispanoamrica.38 Para los espaoles, empero, la lengua ha
seguido funcionando durante dos siglos como una especie de compensacin,
tras la prdida de las colonias americanas.39 Siempre ha representado la perma-
nencia de una suerte de imperio espiritual.40 Por estos motivos, la Real Acade-
mia de la Lengua, aun cuando empez a integrar, desde mediados del siglo XIX,
entre sus filas, a miembros correspondientes hispanoamericanos, no se mos-
tr nunca dispuesta a ceder la menor parcela de su autoridad lingstica a las
nuevas repblicas de ultramar. Esa intransigencia, defendida por muchos litera-
tos espaoles, no favoreci en absoluto el desarrollo de un intercambio iguali-
tario con sus homlogos latinoamericanos, tales como el escritor y fillogo
peruano Ricardo Palma, quien intent hacer valer sus reclamaciones durante
una misin diplomtica en Madrid. Es indispensable que en Espaa haya ms
espritu de tolerancia para las innovaciones que los americanos propagamos en
el lenguaje, declar el emisario, ante un auditorio recalcitrante que le denegaba
la insercin de neologismos americanos en el diccionario.41 Estas reivindica-
ciones de Palma, a finales del siglo XIX, no eran sino uno de los tantos eslabo-
nes de una cadena de discusiones que se ha prolongado a lo largo de toda la
historia de las relaciones culturales entre Espaa y sus antiguas colonias, hasta
las controversias de 1997 en Zacatecas sobre la simplificacin de la ortografa, o
hasta la aparicin, en diciembre de 2009, de la primera gramtica comn, fruto
de once aos de trabajo fecundo y de armonizacin entre las 22 academias de
la lengua espaola. Ha sido, ste ltimo, el resultado de cerca dos siglos de deba-
tes y de negociaciones en los que participaron numerosos diplomticos y lingis-
tas latinoamericanos.
Desde mediados del siglo XIX, las diplomacias latinoamericanas han sido
siempre muy conscientes, tambin, de la necesidad que tenan, para llevar a
cabo una eficaz estrategia de su imagen, de estar presentes, no slo en los gran-
des foros polticos y econmicos, sino tambin en los grandes acontecimientos
sociales y culturales, tales como aniversarios, celebraciones centenarias, con-
gresos y exposiciones universales. Cabe destacar en especial las participaciones

38. Andrs BELLO, Gramtica de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, Obras
completas. Tomo Cuarto, 3. edicin, Caracas, La Casa de Bello, 1995, p. 11.
39. Jenny BRUMME, El IV Centenario y la compensacin de la prdida de las colonias espao-
las: la unidad de la lengua, Apuntes n. 4, Universitt Leipzig, 1992, pp. 1-22.
40. Por el habla, por las creencias y por las costumbres, la gente de all seguir siendo espa-
ola antes de ser americana., segua proclamando Juan Valera en 1900. Juan VALERA, Congreso Social
y Econmico Hispano-Americano. (Madrid, 1900) - Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. FERNN-
DEZ, 1902.
41. Ricardo PALMA, en Congreso Literario Hispano-Americano de 1892, Edicin original, Madrid
1892 - Edicin Facsmil, Madrid, 1992 - Instituto Cervantes pp. 132-133.

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E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

activas de individuos y legaciones en las exposiciones universales de Barcelona


(1888), Pars (1889, 1900 y 1937) o Bruselas (1958), en los actos, exposiciones
y congresos del IV Centenario del Descubrimiento de Amrica en Espaa y en
Italia (1892) o en la Exposicin Iberoamericana de Sevilla (1929). Estos grandes
eventos, frutos del espritu laico burgus decimonnico y del desarrollo tcnico
y cientfico que haban hecho de la razn y del progreso los nicos motores vli-
dos para la historia de los pueblos modernos, fueron a menudo pretextos para
una exhibicin de fuerzas, para la ostentacin del podero industrial y colonial
de los grandes pases de Europa. En el caso de Espaa, ms bien, se buscaba
una especie de desagravio histrico, una recuperacin, a travs de las memo-
rias y celebraciones de los gloriosos hechos de la historia imperial y colonial,
del poder poltico y econmico perdido.42 En ambos casos, tanto en Espaa como
en el resto de Europa, la presencia latinoamericana ha sido frecuentemente ins-
trumentalizada o menoscabada, sirviendo su presencia para justificar las nos-
talgias y veleidades histricas de los espaoles, o para asentar el podero euro-
peo y la correspondiente colonialidad de unos pases americanos que se
consideraban todava, a pesar de todos sus esfuerzos diplomticos e intelec-
tuales, como exticos y muy alejados de los estndares del progreso universal.43
Otro campo privilegiado para intercambios, y ms propicio, tal vez, a la inver-
sin de perspectivas, fue el de la literatura. Diplomacia y literatura siempre se
han llevado bien, aunque el arte de la negociacin y el talento literario no siem-
pre suelan acomodarse tan fcilmente. El nmero de escritores latinoamerica-
nos a los que, en los dos ltimos siglos, se han confiado misiones diplomti-
cas es impresionante. La Secretara de Relaciones Exteriores de Mxico ha
homenajeado a sus escritores-diplomticos, dedicndoles desde hace unos aos
una importante serie de publicaciones.44 De Francisco de Icaza a Alfonso Reyes,
de Rosario Castellanos a Octavio Paz o de Carlos Fuentes a Jorge Volpi, ms
recientemente, existe toda una larga serie de literatos y literatas que sirvieron, y
siguen sirviendo, esa estrategia de la imagen que se ha vuelto ahora tan impor-
tante en un mundo donde resulta cada vez ms indispensable mostrarse y ser
visto para existir. Pero estos literatos no se han limitado a estar ah. Establecie-
ron contactos con los circuitos artsticos e intelectuales, publicaron artculos en
las revistas, dictaron conferencias, participaron en comisiones o en jurados inter-

42. Enrique SNCHEZ ALBARRACN, op. cit.


43. lvaro FERNNDEZ-BRAVO, Argentina y Brasil en la Exposicin Universal de Pars de 1889,
en Relics and Selfes. Iconographies of the National in Argentina, Brazil and Chile,
http://www.bbk.ac.uk/ibamuseum/texts/FernandezBravo02.htm.
44. Escritores en la diplomacia mexicana. 3 Volmenes. Mxico, Secretara de Relaciones Exte-
riores, 1998-2002.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nacionales, cosecharon premios literarios, logrando finalmente un reconoci-


miento del que se benefici a la postre la imagen de su pas.
Viajero permanente, as en la vida real como en la literatura, Rubn Daro fue
uno de los iniciadores de esa tradicin del escritor diplomtico. Fue tambin el
gran artfice del modernismo latinoamericano, aquella corriente que expresaba a
finales del siglo XIX la primera emancipacin artstica y literaria de Amrica Latina
frente a Espaa. Aunque le fascinaba Europa, y Francia, en especial, tambin
ensalzaba las fuentes poticas de la vieja Amrica, que constituan, segn l, her-
mosos cantos brbaros, revelaciones de una belleza desconocida, que podan
producir en el arte un estremecimiento nuevo.45 Otros, despus de l, extraje-
ron del realismo mgico y mestizo de una Amrica abigarrada los ingredientes
capaces de suscitar un verdadero boom de la literatura latinoamericana en el
mundo. Porque, en contacto con la alteridad, el exilio diplomtico, a la vez que
instauraba siempre una distancia, les permita, tambin, ver ms claramente, enten-
der mejor su historia personal as como la de sus respectivas naciones de origen.
Fue, por tanto en Espaa y en Europa, donde escritores diplomticos tales como
Francisco A. de Icaza, Enrique Gmez Carrillo, Amado Nervo, Arturo Uslar Pie-
tri, Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Octavio Paz, y tantos ms,
emprendieron en el siglo XX ese indispensable retorno hacia sus orgenes ameri-
canos. Estos intelectuales no se limitaron a beber en las fuentes filosficas y
estticas del Viejo Mundo, sino que recompusieron, en contacto con la otredad
europea, su identidad personal y colectiva, a travs de un intercambio dinmico
con sus anfitriones occidentales. Aunque muchos buscaban una consagracin en
Europa, muy pocos la lograron, escribe Milagros Palma, pero s lograron, en cam-
bio, reencontrarse con sus races y sobre todo reconciliarse con ellas.46

5. Amrica Latina ha dejado de mirar hacia Europa...


Esa reconciliacin de los latinoamericanos con s mismos ha constituido y
sigue constituyendo, finalmente, una etapa del proceso de emancipacin conti-
nental que parece estar en marcha todava, aunque Alfonso Reyes haya anun-
ciado su fin desde 1936, proclamando entonces que Amrica Latina ya haba
conquistado su derecho a la ciudadana universal;47 lo que no haba tardado

45. Rubn DARO, Esttica de los primitivos nicaragenses, El Centenario, Tomo 3, Madrid, Tipo-
grafa del Progreso Editorial, 1892, p. 198.
46. Milagros PALMA, El Mito de Pars, Entrevistas con Escritores Latinoamericanos en Pars, Indigo
& Ct-femmes ditions, 1991, p. 22.
47. Hace tiempo que entre Espaa y nosotros existe un sentimiento de nivelacin y de igual-
dad. Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos
el derecho a la ciudadana universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayora de
edad. Muy pronto os habituaris a contar con nosotros. Alfonso REYES, op. cit., 1936.

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E M A N C I PAC I N C U LT U R A L Y D I P L O M AC I A I B E R OA M E R I C A N A

en ratificar poco despus, en 1943, el presidente colombiano Alfonso Lpez


Pumarejo, al declarar, a su vez, que Amrica haba dejado de mirar hacia Europa
y que empezaba a contemplarse a s misma.48
Pero, podan romperse entonces, con meros discursos, cinco siglos de pola-
rizacin y de subordinacin a un sistema complejo de produccin, de difu-
sin y de transferencias culturales? Alberto Montaner sigue observando en la
dependencia cultural latinoamericana, vigente, segn l, todava, y que rebasa
considerablemente los lmites de las revoluciones emancipadoras del siglo XIX,
no slo la muestra de la sujecin de las lites a los espejismos de occidente,
lo que el diplomtico Carlos Lleras Camargo traduca como el falso complejo
de inferioridad que adoptamos frente a una Europa ignorante de nuestros valo-
res,49 sino tambin la consecuencia de pobres realidades materiales, la falta
de un pblico instruido, de lectores, de bibliotecas, de prensa, de industria edi-
torial.50
La cultura, sin embargo, tiene un enorme potencial econmico y representa,
incluso en Amrica Latina, una parte nada desdeable, aunque a menudo des-
conocida, de los ingresos nacionales.51 ste es uno de los principales motivos
por los cuales la diplomacia cultural sigue creciendo hoy da, aunque sus con-
tenidos, sus formas y sus mtodos hayan evolucionado considerablemente y se
hayan institucionalizado. La cultura siempre se ha considerado un elemento
estratgico de la accin diplomtica, y a la inversa, la diplomacia siempre le ha
permitido viajar a la cultura, hacerse conocer y reconocer, actuar e interactuar

48. Alfonso LPEZ PLUMAREJO, Discurso del 25 de mayo de 1943, citado por Denis ROLLAND, op.
cit., p 393.
49. Ruy BLAS (Carlos LLERAS CAMARGO), Tiempo, Bogot, 16 de mayo de 1936, citado por Denis
ROLLAND, Les perceptions de la France en Amrique Latine: structures et volution, 1918-1945, Mlan-
ges de la Casa de Velzquez, 1992, Volume 28, p. 166.
50. Por qu los latinoamericanos, capaces de crear repblicas independientes, se mantenan
bajo la influencia literaria de Europa, y muy ostensiblemente de Francia? Por qu no se produca
una eclosin literaria autctona? Por varias razones, algunas de carcter cultural: eran sociedades
acostumbradas a someterse al liderazgo intelectual extranjero, sin demasiada confianza en la crea-
cin propia. Otras puramente materiales: haba pocos lectores, un puado de libreras, contadas
bibliotecas, no exista nada parecido a una industria editorial, y los peridicos, casi siempre escu-
lidos y sometidos a la censura del tirano de turno, apenas podan albergar folletines y pginas
literarias, como suceda en Europa. Y ese pobrsimo ambiente tuvo otra consecuencia: resultaba
prcticamente imposible que surgiera el hombre de letras puro, el intelectual que viva de su pluma.
Carlos Albert MONTANER, Los latinoamericanos y la cultura occidental, Grupo editorial Norma, 2003,
p. 219.
51. La cultura representaba en 2007, el 6,7 % del PIB de Mxico y el 13,36 % de las exportacio-
nes, mientras que la industria del calzado que implicaba el 21% de las exportaciones apenas signi-
ficaba el 0,22 % del PIB nacional. Andrs ORDEZ, Diplomacia cultural: elementos para la reflexin,
La Jornada Semanal, Nm. 671, 13 de enero de 2008. http://www.jornada.unam.mx/2008/01/13/
sem-andres.html.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

con otras culturas. Sea cual sea su campo de actuacin (el arte, la historia, el
cine, la literatura, las ciencias, el conjunto de objetos simblicos creados por
una sociedad determinada), la diplomacia cultural acta sobre los sistemas de
representacin. Los diplomticos siempre lo han sabido. Han desempeado
desde las independencias varios papeles en Espaa y en Europa: ora mensaje-
ros, ora mediadores, ora seductores. Al representar un poder poltico distante y
sociedades heterogneas, eran portadores de una serie de reivindicaciones y de
ambigedades, nacidas del carcter hbrido de sus orgenes y de sus forma-
ciones, as como de su pertenencia simultnea al centro y a la periferia.52
Por eso su anhelo de invertir las perspectivas ha chocado tantas veces con
los lmites mismos de su representatividad equvoca. El proceso de emancipa-
cin en el que se han inscrito es un proceso, por ende, vivo todava, que va
siguiendo su curso en un mundo multipolar en el que el esquema tradicional
de dependencia se fragmenta y donde las relaciones entre periferias parecen
fortalecerse y suscitar nuevas dinmicas en los intercambios internacionales.
Esperemos que estas dinmicas nuevas permitan superar las trabas del pasado
y generar interacciones y transferencias culturales mutuamente provechosas.

52. Son privilegiados y a la vez pertenecen a la periferia, con lo que la articulacin vertical fun-
dada estrictamente en los escritores blancos que viajan del centro al margen para intentar una
representacin manipulada del nativo para beneficiar conscientemente o no al imperio, no
aplica. Tampoco son desplazados sin oportunidad de articular un discurso, aunque como integran-
tes de naciones jvenes s comparten con ellos esta realidad identitaria inacabada y fluctuante. Irma
CANT, Usos y desusos de la teora del viaje y su aplicacin a la literatura latinoamericana.
http://trans.univ-paris3.fr/spip.php?article233.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

EL MERCADO DE LOS LIBROS EN AMRICA Y LAS EMPRESAS EDITORIALES CATALANAS


ENTRE EL CENTENARIO DE INDEPENDENCIAS Y LA GUERRA CIVIL ESPAOLA
Fabio Espsito
UNLP-CONICET. Argentina

Resumen
Las estrategias comerciales de los libreros y editores espaoles para des-
embarcar en los mercados americanos son analizadas en un contexto signado
por las tendencias americanistas en el plano poltico y las iniciativas regene-
racionistas en el econmico durante el periodo que va del Centenario de Inde-
pendencias hasta la Guerra Civil. Se estudian las estrategias empresariales
editoriales implementadas en Catalua y el liderazgo ejercido por esta regin
como epicentro del proyecto hispano.

1. Introduccin
Desde los humildes libreros que se instalaron durante el siglo XIX en las prin-
cipales capitales hispanoamericanas hasta los empresarios que participaron de
la creacin de algunas de las mayores casas editoras argentinas y mexicanas a
fines de la dcada de 1930, la presencia de libreros y editores espaoles en los
mercados hispanoamericanos ha sido una constante que ha gravitado en ambas
mrgenes del ocano. En esta aventura, los editores de Barcelona desempea-
ron un papel fundamental y definitorio. Este trabajo se detiene en las polticas
culturales y comerciales que los editores catalanes desarrollaron con el prop-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sito de conquistar nuevos mercados en Iberoamrica, una regin que, tan solo
por su peso demogrfico, atesoraba un pblico lector de una enorme proyeccin.
Estos editores tejieron desde fines del siglo XIX una compleja red social, poltica
y mercantil articulada desde corporaciones patronales como el Centro de la Pro-
piedad Intelectual o la Cmara del Libro de Barcelona y, sobre todo, desde la aso-
ciacin americanista Casa de Amrica de Barcelona, que ampli su trama hasta
las delegaciones consulares, las instituciones culturales, entidades creadas por la
emigracin espaola en ultramar (Casa de Galicia de Montevideo, Casino Espa-
ol de Mxico, Institucin Cultural Espaola de Buenos Aires) y las cmaras
espaolas de comercio que los emigrantes hispanos desplegaron a lo largo y
a lo ancho del continente americano.
A comienzos del siglo XX, editores, libreros y comisionistas coinciden en
subrayar la escasa y debilitada presencia del libro espaol en los mercados ame-
ricanos, pese a contar con la ventaja aparente de compartir una lengua y una
cultura con las antiguas colonias.
Desde el siglo XIX las editoriales francesas, favorecidas por el prestigio de la
lengua y la cultura de ese pas entre las elites del Nuevo Continente, haban
afianzado su posicin en las repblicas hispanoamericanas y consolidaron
una amplia red comercial, incluso con un enorme surtido de ediciones en cas-
tellano. En 1861 el catlogo de la editorial Garnier alcanzaba los 540 ttulos en
espaol, mientras que en 1863 la casa Rosa y Bouret ofreca 1.000 ttulos en ese
idioma. Pero no solo los franceses incursionaban en un auspicioso mercado en
continuo crecimiento. Por esos aos, es posible encontrar en esas repblicas
devocionarios y libros religiosos de la casa Herder de Alemania y libros tcni-
cos de las editoriales Appleton y Nelson. Estos editores contaban con aceitados
mecanismos de promocin, distribucin y crdito, y sus catlogos bibliogrfi-
cos llegaban a los rincones ms distantes del continente.
En contraste, la experiencia americana de los editores espaoles no iba ms
all de algunas aventuras aisladas, con pobres beneficios en unos casos y catas-
trficas consecuencias en otros.
En 1852 la librera de Madrid Gaspar i Roig enva como comisionista a Bue-
nos Aires a Domingo Vigues, un pequeo librero de ocasin. Vigues representa
adems algunas casas catalanas como Llorens Hnos. Manuel Saur, Jaime Subi-
rana y Jaime Gaspar, entre otros.1 En Espaa, y bajo los efectos de la expansin
capitalista, se produce desde la dcada de 1840 un pequeo boom de la edi-
cin madrilea, que puede constatarse con la proliferacin de bibliotecas eco-
nmicas como la Biblioteca Universal de Fernndez de los Ros, la coleccin de

1. BORREL, 2003.

878 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

Mellado o la Biblioteca Ilustrada de Gaspar i Roig.2 Frente a las limitaciones del


debilitado mercado interno espaol, el de las repblicas hispanoamericanas
se presenta para los editores espaoles como un horizonte prometedor, pues se
trata de un mercado anexo derivado que no supona una produccin parti-
cular u orientadora.3 En este sentido, la correspondencia que el comisionista
mantiene tanto con sus superiores como con su familia permite trazar un pano-
rama del comercio de libros en las ciudades hispanoamericanas. Por esos aos
Vigues abre un depsito en Buenos Aires y su actividad consiste en colocar
obras en comisin entre los libreros de esa ciudad. Tambin se llevan a cabo
en el establecimiento ventas al por menor de obras completas y bajo la moda-
lidad de la suscripcin. Con 14 libreras y 25 imprentas, el comercio del libro
en esa ciudad presenta un panorama alentador y grandes perspectivas de cre-
cimiento. Sin embargo, la iniciativa comercial no alcanza a ofrecer beneficios y,
cuando las dificultades se tornan insuperables, el comisionista regresa a Bar-
celona en 1855. La experiencia de Gaspar i Roig en Argentina pone de manifiesto
los enormes inconvenientes que deben enfrentar por esos aos los libreros espa-
oles en Hispanoamrica: problemas de organizacin, elevados costes del trans-
porte, demoras en los envos, falta de garantas, deudas incobrables, as como
tambin el azote de las frecuentes guerras civiles que interrumpen el comer-
cio casi por completo.
Este panorama adverso y desalentador parece confirmarse con las rocambo-
lescas memorias de Benito Hortelano, quien, a poco de arribar a Buenos Aires
a comienzos de la dcada de 1850, intenta comercializar mediante la modali-
dad de la suscripcin la Biblioteca Universal de Fernndez de los Ros. El inte-
rs despertado por un catlogo moderno y bien surtido hace que Hortelano
alcance la nada despreciable cifra de 1.000 suscriptores con sorprendente faci-
lidad. Sin embargo, un retraso de casi un ao en el envo de las primeras reme-
sas, que deban llegar desde Madrid a Buenos Aires a travs del puerto de
Lisboa con el coste adicional que implicaba el transporte terrestre hasta la capital
lusitana, sumado a la escasa coincidencia de las obras enviadas con los ttulos
prometidos, hicieron que buena parte de los suscriptores rechazara los pedidos
y exigiera la devolucin de los anticipos. En consecuencia, la venta de la Biblio-
teca Universal de Fernndez de los Ros cay en un enorme descrdito y des-
alent nuevas operaciones.4
Ambas iniciativas tienen en comn las limitaciones de una pobre organiza-
cin comercial, que se traduce en una escasa previsin de los problemas, demo-

2. MARTNEZ MARTN, 1991; INFANTES, LPEZ y BOTREL, 2003.


3. BOTREL, 2003.
4. HORTELANO, 1936, pp. 194-195.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ras en los envos, incumplimientos de los contratos firmados, dificultades en los


cobros, un margen estrecho en las posibilidades de ofrecer crdito a los inter-
mediarios, as como un preocupante desconocimiento de los gustos y los com-
portamientos de un mercado que solo en apariencia puede resultar similar al
peninsular.
Mediante intentos aislados, esfuerzos desproporcionados y con resultados
desalentadores, la aventura expansionista de los editores espaoles en Amrica
ofrece en el siglo XIX ms sinsabores que alegras en una desigual carrera a lo
largo de un territorio que creen conocer, pero que finalmente les habra resul-
tado peligrosamente desconocido. De acuerdo con los datos manejados por el
editor cataln Pablo Riera i Sans, miembro de la junta directiva del Institut Catal
de les Arts del Llibre, a fines del siglo XIX Espaa participaba con un escassimo
3 % en el mercado del libro en Hispanoamrica, muy por debajo de las edi-
ciones americanas, francesas, inglesas y alemanas, que dominaban los merca-
dos de la regin.
Esta situacin no debe sorprendernos si se tiene en cuenta que Espaa haba
mantenido prcticamente interrumpido su dilogo con las nuevas repblicas
americanas hasta mediados del siglo XIX. Recin hacia fines de la dcada de
1860, cuando abandon definitivamente sus sueos de reconquista luego
de la guerra con Chile y Per (1865), se consolid el lento camino de la norma-
lizacin diplomtica.5
No obstante el desencuentro poltico, que tanto afect a las relaciones cul-
turales y comerciales, algunos sectores de la intelectualidad espaola empezaron
a considerar la necesidad de acercarse a las antiguas colonias a fin de impedir
que otros pases europeos ocuparan el lugar dejado por Espaa en el nuevo
continente. Las estrategias comerciales de los libreros y editores espaoles para
desembarcar en los mercados americanos son analizadas aqu en un contexto
signado por las tendencias americanistas en el plano poltico y las iniciativas
regeneracionistas en el econmico. En este trabajo nos interesa especialmente
el despliegue de acciones empresariales en el mundo editorial en las dcadas
que consolidaron a Catalua como epicentro de aquel proyecto hispano. Con-
sideramos este proceso abordando, primero, las estrategias comerciales y aso-
ciativas de los editores espaoles en general, y catalanes en particular, en el
marco del movimiento americanista, y luego, el papel jugado por las corpora-
ciones patronales del libro durante el periodo que hemos denominado como
de la aventura exportadora, poniendo nfasis en el grupo econmico de la
Compaa Hispanoamericana de Electricidad (CHADE).

5. RAMA, 1982.

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E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

2. Las estrategias comerciales de los editores espaoles y el americanismo


Desde los albores del americanismo, los editores haban visto en este movi-
miento un medio para canalizar sus mpetus expansionistas. En 1892, como parte
de las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento, tuvieron lugar en
Madrid encuentros de distinta ndole, entre los que se destacaron el Congreso
Pedaggico Hispano-portugus-americano, encabezado por Rafael Mara de
Labra (1840-1918), y el Congreso Literario Hispanoamericano, organizado por
la Asociacin de Escritores y Artistas Espaoles.6 Por entonces, el problema del
libro espaol en Amrica, esto es, el escaso protagonismo de los libreros y edi-
tores espaoles en un mercado dominado por las casas editoras francesas,
alemanas y norteamericanas, ya aparece con sus perfiles claramente definidos.
En tal sentido, el Congreso Literario Hispanoamericano incluy en su temario
el anlisis de los medios prcticos conducentes al desarrollo del comercio de
libros espaoles en Amrica y libros americanos en Espaa, as como la de obras
artsticas, organizando empresas editoriales, bibliotecas, giro consular y repre-
sentaciones recprocas entre todos los pases de origen espaol.7 Esto compren-
da un anlisis de los factores que obstaculizaban su crecimiento, como el costo
del transporte y las tarifas postales, los aranceles aduaneros, la ineficiente
organizacin consular, as como tambin una serie de medidas destinadas a su
superacin, como la formacin de un sindicato de editores y libreros, la imple-
mentacin de un servicio de corresponsales, la fundacin de agencias y sucur-
sales en el territorio americano y la eficaz utilizacin de las sociedades culturales
creadas por los emigrantes espaoles en las repblicas americanas.
El gremio de editores no desaprovech la oportunidad de alzar su voz en
defensa de sus intereses que este foro americanista le ofreca. En su represen-
tacin, acudi el escritor y publicista Rafael Gutirrez Jimnez con una pro-
puesta para recuperar los mercados del libro de ultramar. Fervoroso partidario
de la difusin del libro espaol en Hispanoamrica, su propuesta contem-
plaba la renovacin de las pautas organizativas del sector, as como la sugeren-
cia de que libreros y editores formasen asociaciones patronales a los fines de
afrontar con xito una empresa de la magnitud de la conquista de los merca-
dos americanos:

La causa, pues, determinante de la victoriosa competencia que se hace a nuestros


libros, ni consiste en la mayor facilidad en la produccin del texto, ni en la eco-

6. BERNABEU ALBERT, 1987.


7. Congreso Literario Hispanoamericano: 31 de octubre al 10 de noviembre de 1892, organi-
zado por la Asociacin de Escritores y Artistas Espaoles. Madrid, Establecimiento Tipogrfico de
Ricardo F, 1893, p. 56.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

noma absoluta de la reproduccin de ejemplares: consiste exclusivamente en la


gestin editorial. La industria de editar libros est inmensamente ms desarrollada
en el extranjero que en Espaa: las empresas disponen all de recursos que estn en
desproporcin colosal con los nuestros, y sobre todo, la propaganda y distribu-
cin de ejemplares al alcance del comprador, cuenta all con elementos de una
magnitud incomparablemente superior a la nuestra. Esta, y la falta de casas espa-
olas que se dediquen preferentemente al negocio de exportacin de libros, es
la razn capital de que no vendamos libros en Amrica.8

El diagnstico de Gutirrez Jimnez es inequvoco: la escasa presencia del


libro espaol en Amrica se debe a problemas de comercializacin. Aade ade-
ms que, a pesar de los fuertes vnculos lingsticos y culturales, los libros de
los escritores americanos, que deberan tener en Espaa un mercado natural
de importancia tanto para el consumo interno como para el abastecimiento de
toda Europa, difcilmente puedan encontrarse en las principales libreras espa-
olas, si no son los que llegan a travs del mercado de Leipzig. En otras pala-
bras, Gutirrez Jimnez puntualiza que la falta de contacto comercial entre Espaa
y Amrica hace que los autores americanos permanezcan desconocidos en la Penn-
sula, con excepcin de los que ingresan por intermedio de los libreros alemanes.
Esto no significa que Gutirrez Jimnez tenga como principal objetivo poner las
obras de los autores americanos al alcance de los lectores espaoles. Lo que
propone es acaparar su produccin para distribuirla en el continente americano
y en el resto de Europa, as como tambin negociar los contratos de traduc-
cin a otras lenguas. No tiene en mente tan slo exportar libros a Amrica, sino
imponer el predominio espaol sobre un conjunto de mercados nacionales con
muy escasas relaciones comerciales entre s. De manera que a los libreros y
editores peninsulares se les abrira la posibilidad de ejercer de promotores e inter-
mediarios de las producciones intelectuales de las nuevas repblicas americanas
y aduearse del mercado de las traducciones del castellano y al castellano.
Para llevar a cabo esta tarea, Gutirrez Jimnez sugiere la creacin de nue-
vas empresas editoriales concentradoras de la importacin y la exportacin de
libros, la fundacin de bibliotecas populares en Espaa y Amrica, la puesta
en marcha de un servicio de corresponsales, la instalacin de depsitos interna-
cionales de cambios de libros, el estmulo de la propaganda, la implementacin
de un sistema de giros y cobros y el bosquejo de un estatuto para una asocia-
cin internacional de escritores espaoles y americanos. En resumen, una moder-
nizacin profunda de la gestin editorial. Formulado a fines del siglo XIX, este
modelo de expansin de Gutirrez Jimnez, que se propone centralizar la dis-

8. GUTIRREZ JIMNEZ, 1893, p. 8.

882 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

tribucin mediante depsitos ubicados fsicamente en Amrica, otorgar gran


importancia a las traducciones y concebir a Hispanoamrica como una gran plaza
comercial conformada por mercados nacionales con algunos rasgos diferencia-
les y otros comunes entre s, no se hace realidad, pero su ideario persiste como
una aspiracin que ser retomada en ms de una oportunidad por las elites inte-
lectuales y empresariales, cada vez que las circunstancias internacionales alien-
ten la aventura exportadora.9
El americanismo espaol, como ideario y movimiento asociativo, toma fuerza
en los ltimos aos del siglo XIX, liderado por las instituciones semioficiales
madrileas encabezadas por la Unin Iberoamericana, que procuran imponerse
como las interlocutoras privilegiadas ante los organismos estatales. Aquellas ins-
tituciones aspiran a convertirse en un auxilio tcnico del gobierno en sus rela-
ciones con las repblicas latinoamericanas y alimentan una poltica de gestos
diplomticos.10 Sin embargo, en el mbito asociativo el americanismo comprende
tambin un conjunto de estrategias que a lo largo de las diferentes regiones
del Reino intentan articular principalmente los intereses de los hombres de nego-
cios, implementando polticas de marcado cuo mercantil.
La guerra de 1898 y, en particular, la prdida de Cuba, desencaden una
fuerte corriente de inquietud en las elites espaolas, deseosas por regenerar el
pas mediante un proyecto de modernizacin econmica, poltica y social basado
en el desarrollo industrial y la exportacin. Recuperar la presencia espaola en
Amrica se instal con las urgencias de una necesidad en numerosos grupos
de intelectuales, empresarios y comerciantes de Barcelona a comienzos de siglo.
Tras la firma del Tratado de Pars en 1898, las ideas americanistas arraigaron con
fuerza en esa ciudad, en cuyo puerto convergan intereses mercantiles con los
ojos puestos en los mercados de ultramar. La Revista Comercial Iberoamericana
Mercurio, publicada por el comisionista Jos Puigdollers Maci (1866-1908) desde
el ao 1901, se encarg de propagar ese ideario y muy pronto se convirti en el
epicentro del movimiento en Catalua hasta que dej de aparecer en 1938.
En 1909, Frederic Rahola i Trmols, por entonces secretario de la corporacin
Fomento del Trabajo Nacional y director de Mercurio, rubrica un artculo titu-
lado Eslabonando, que se convierte en la base del proyecto editorial americano.
Su objetivo: frenar el avance cultural francs. Agtense en peridicos y libros
multitud de ideas y proyectos, para que el predominio y aun la entera hegemo-
na del espritu hispano sea un hecho en aquel mundo nuevo, seala Rahola,
para quien el proyecto editorial de Miguel Segu, los 14 tomos de la Enciclope-
dia Ilustrada. Diccionario universal con todas las voces y locuciones usadas en

9. ESPSITO, 2009.
10. DALLA CORTE y PRADO, 2006; SEPLVEDA MUOZ, 1994.

ndice 883
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Espaa y la Amrica Latina, deba ser considerado el modelo del desembarco


hispano.11
Ser con la creacin de la Casa de Amrica de Barcelona en 1911, cuando
Mercurio pasa a ser el rgano de prensa de la nueva entidad, el momento en
que el proyecto americanista cataln tome verdadera forma. Gabriela Dalla Corte
ha demostrado que la asociacin privada internacional deviene un instrumento
fundamental en la articulacin de la red que sostuvo la expansin empresarial
catalana en Amrica,12 y una de las piezas centrales del proyecto americanista
liderado por Francesc Camb (1876-1947). Casi en las antpodas del discurso
cultural americanista, imperante sobre todo en los crculos ms cercanos a las
polticas (y prebendas) estatales de los que formaba parte, por ejemplo, la Unin
Iberoamericana de Madrid, Mercurio y la Casa de Amrica, afirmaban que el
inters mercantil deba ser la gran palanca de los tiempos modernos.13 En poco
tiempo, la asociacin catalana concentr ms de mil socios individuales y empre-
sas, con un enorme peso de editores, impresores, publicistas, libreros, litgra-
fos, literatos, escritores, papeleros, redactores y directores de revistas y anuarios
de temtica americanista, que utilizaron los servicios corporativos de la Casa de
Amrica.
Desde sus inicios, la Casa de Amrica incluy en su agenda la exportacin
de libros: colabor con las gestiones de los editores catalanes organizados en
torno al Centro de la Propiedad Intelectual y de la Cmara Oficial del Libro de
Barcelona a partir de 1918. Varios de sus directivos desempearon funciones
similares en esas corporaciones, como Mariano Viada i Luch, por ejemplo, que
fue presidente de la Casa de Amrica (1919-1924) y director de la Cmara Ofi-
cial del Libro de Barcelona (1921-1926). La asociacin privada internacional ofre-
ci sus instalaciones como sede de las actividades de la Cmara Oficial del Libro,
emprendi negociaciones ante el gobierno en defensa directa de los intereses
del mundo editorial, como la solicitud de la implementacin del paquete pos-
tal, las negociaciones en la Junta de Aranceles, entre otras.
Un ejemplo notable de la importancia que cobra el comercio del libro en
el proyecto de expansin de las elites polticas y mercantiles catalanas es la
carrera profesional de Rafael Vehils, uno de los impulsores ms entusiastas del
americanismo cataln, cuya trayectoria resume el funcionamiento de esa red
poltica y comercial con fuertes nudos tanto en Barcelona como en el Ro de
la Plata. Estrecho colaborador de Francesc Camb, fue director de Casa de Am-
rica de Barcelona y de la revista Mercurio, as como tambin secretario general

11. Frederic RAHOLA I TRMOLS Eslabonando, Revista Comercial Iberoamericana Mercurio, Ao IX,
tomo 8, n 91, 1 de junio de 1909.
12. DALLA CORTE, 2005.
13. DALLA CORTE, 2005, p. 54.

884 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

de la Cmara Oficial del Libro de Barcelona. Diputado a Cortes en los perodos


en los que Camb fue ministro, de Fomento primero y de Hacienda despus,
fue designado vocal de la Junta de Aranceles, en donde junto con Nicols Urgoiti
(1869-1951) elaboraron el borrador del convenio que fijaba los aranceles de
importacin para el papel que sera aprobado por la Junta de Aranceles. En 1924
se traslad a Montevideo para hacerse cargo de la compaa de tranvas La trans-
atlntica. En esa ciudad ejerci adems el cargo de cnsul. Cuatro aos ms
tarde se afinc en Buenos Aires, en donde dirigi la Compaa Hispanoameri-
cana de Electricidad (ms conocida por las siglas CHADE), presidi la Institucin
Cultural Espaola y la Cmara Oficial Espaola de Comercio, que funcionaba
en la capital argentina con el objeto de proteger los intereses comerciales espa-
oles en el pas. Fue uno de los cofundadores de la editorial Sudamericana y
quien contrat a Antonio Lpez Llauss, futuro propietario de esa editorial. La
trayectoria profesional de Rafael Vehils es un ejemplo palpable del entramado
de experiencias asociativas, empresariales y culturales que articula la red social
que acompa el flujo de capitales a uno y otro lado del Atlntico. Hombre
de negocios, gestor cultural, periodista, poltico y diplomtico, su ubicuidad
muestra a las claras el inters despertado por el libro en la esfera de los gran-
des negocios espaoles y el entramado multifactico sobre el que se apoya su
comercializacin.

3. Las corporaciones patronales del libro y la aventura exportadora


Una de las causas de la presencia casi nula del libro espaol en los merca-
dos hispanoamericanos a comienzos del siglo XX resida en el bajo nivel de orga-
nizacin empresarial del sector, todava conformado en su mayor parte por
empresas familiares dedicadas al comercio de librera o a cargo de talleres
artesanales. A los fines de remediar los bajos niveles de competitividad externa,
editores y libreros crearon las primeras corporaciones patronales modernas que
involucran especficamente el mundo del libro, distinguindose de sus colegas
enrolados en el sector ms general de las industrias grficas. En 1900 se fund
el Centro de la Propiedad Intelectual en Barcelona, y un ao ms tarde la Aso-
ciacin de Librera en Madrid. Ambas asociaciones patronales formaban parte
de la estrategia por alcanzar mayores niveles de organizacin para penetrar en
los mercados americanos. Denunciaron las dificultades para competir (edicio-
nes clandestinas, aranceles postales elevados, servicios de fletes extremadamente
lentos), bregaron por un mayor protagonismo de las editoriales espaolas en
ferias y exposiciones internacionales, y trataron de conciliar estrategias conjun-
tas para disear una poltica del libro. De este modo, en 1909 tuvo lugar en Bar-
celona la Primera Asamblea Nacional de Libreros y Editores para abordar la

ndice 885
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

reforma de la Ley y Rgimen de Propiedad Intelectual y analizar los obstculos


que dificultaban la exportacin de libros a los mercados americanos.14 Dos aos
ms tarde, la Segunda Asamblea Nacional de Libreros y Editores celebrada en
Valencia aprob la creacin de una sociedad de librera para organizar conjun-
tamente la venta del libro espaol en Amrica, aunque nunca se puso en mar-
cha.15
La Primera Guerra Mundial, con el retiro de las naciones beligerantes de las
plazas hispanoamericanas, ofrece una gran oportunidad para los editores espa-
oles.16 El incremento de la produccin de libros en Espaa durante los aos del
conflicto blico se pasa de 3.438 ttulos en 1910 a 4.832 en 1915 para disminuir
a 1.305 en 1919 no puede explicarse sin aludir a la notable penetracin en el
mercado hispanoamericano que, segn la Cmara del Libro de Barcelona, alcan-
zaba a absorber una buena parte de la produccin. Esta Cmara calcula que el
promedio anual de las exportaciones para el quinquenio 1916-1920 es de 12
millones de pesetas, y que en la dcada de 1920 alcanza los 20 millones de
esa moneda. A su juicio, Espaa exporta en esos aos el 50 % de su produccin
editorial.17
Consciente de que la aventura americana sera imposible sin una fuerte orga-
nizacin empresarial que la respalde, el editor cataln Gustavo Gili (1868-1945)
present en la Conferencia de Editores Espaoles y Amigos del Libro, celebrada
en Barcelona el 8 y 9 de junio de 1917, el proyecto de una Cmara del Libro que
tendra por objeto gestionar ante las autoridades una serie de medidas en pos
de la conquista de los mercados americanos, como la reduccin del franqueo
postal, la disminucin de los aranceles aduaneros, el mejoramiento de los fletes
martimos, etc. Este proyecto, aprobado por unanimidad, ser la base de la
Cmara del Libro de Barcelona, creada en 1918 y oficializada en 1922.18 En estre-
cha colaboracin con la Casa de Amrica de Barcelona, esta Cmara alcanz
numerosos logros en favor de la exportacin de libros, tanto en relacin con las
tarifas postales, los aranceles del papel y los convenios de proteccin de la pro-
piedad intelectual. Fue una de las entidades que, junto con las empresas edito-
riales, ms beneficios extrajo de su pertenencia a la asociacin internacional
americanista.19

14. Crnica de la Primera Asamblea Nacional de Editores y Libreros. Barcelona, Imprenta Elze-
viriana, 1909.
15. Segunda Asamblea Nacional de Editores y Libreros, Valencia, 22, 23 y 24 de mayo de 1911:
memoria informes.Valencia, Smpere, 1911.
16. LARRAZ ELORRIAGA, 2007.
17. Memoria de la Cmara Oficial del Libro de Barcelona correspondiente al ejercicio 1922-
1923. Barcelona, Imprenta Mercantil, 1923, p. 63.
18. MARTNEZ MARTN, MARTNEZ RUS, SNCHEZ GARCA, 2004.
19. DALLA CORTE, 2005.

886 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

El 13 de noviembre de 1920 se firm en Madrid el Convenio Postal Hispa-


noamericano. En julio de 1921, en calidad de director de Casa de Amrica, Rafael
Vehils inicia gestiones ante el subsecretario de Estado solicitando informacin
sobre la ratificacin del convenio. Desde el gobierno se responde que el Con-
venio haba sido ratificado por el Rey el 13 de febrero de 1921 pero que se espe-
ran las ratificaciones de los dems pases firmantes para ponerlo en vigor. Los
editores pretendan que el gobierno espaol pusiera en vigencia el Convenio
sin esperar la reciprocidad del resto de los pases hispanoamericanos, para bene-
ficiarse de inmediato con una considerable rebaja en las tarifas postales. Es
por eso que Vehils insiste ante el Conde de Colombi, director del Correo, pre-
guntando sobre la fecha en que se adoptarn las tarifas del Convenio referido.
Se le comunica que se est esperando la ratificacin de Espaa luego de que
el resto de los pases enven sus respectivas ratificaciones. Ante esta situacin,
Mariano Viada hace or el profundo desacuerdo de la Casa de Amrica en una
carta del 4 de octubre de 1921. Seala que segn la letra del Convenio no es
necesaria la ratificacin de cada uno de los pases firmantes para su puesta en
vigor y agrega que algunos de los pases ya lo habran puesto en vigencia. Por
ltimo, declara que Casa de Amrica cree adems que esta interpretacin sera
altamente beneficiosa para los intereses espaoles en Amrica, singularmente
los del libro; y considera urgente dar valor activo a la ratificacin, por cuanto
pudiera darse el caso, que, de no hacerlo de inmediato, algunos pases se des-
entendiesen del pacto postal aludido, obedeciendo a determinadas sugestio-
nes que se han producido en ultramar en pro de una Unin Postal americana
que, de prosperar, conduca naturalmente al abandono de los convenios his-
panoamericanos de 1920.20 Como resultado de estas negociaciones se proclama
el 19 de noviembre de 1921 el Real Decreto que pone en vigencia el Convenio
Postal de 1920. De inmediato, la Casa de Amrica y la Cmara Oficial del Libro
de Barcelona protestan enrgicamente ante el ministro de la gobernacin con-
tra el Real Decreto relativo al Convenio Postal porque a su juicio falsea el esp-
ritu y la letra de dicho Convenio perjudicando enormemente los intereses de
la cultura hispana21 y piden que se ponga en vigor sin restriccin alguna. El
corolario de la presin del sector empresarial es el Real Decreto del 7 de enero
de 1922, que modifica el anterior y pone en vigencia el Convenio Postal de 1920,
dejando a un lado las polmicas restricciones.
Pero las gestiones a favor de beneficios postales no concluyen aqu. Un ao
despus Vehils obtuvo una enmienda en la Ley del Timbre, que cre un nuevo
sello postal de cinco cntimos, con el cual el coste de un paquete de dos kilos

20. Memoria de la Cmara Oficial del Libro de Barcelona correspondiente al ejercicio 1921-
1922. Barcelona, Imprenta Mercantil, 1922, p. 57.
21. dem, p. 59.

ndice 887
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

enviado a Amrica pasaba de 2,25 a 0,55 pesetas. En suma, la poderosa voz


de Casa de Amrica de Barcelona se deja or con fuerza en los pasillos guber-
namentales para proteger y estimular el comercio del libro en una estrategia
mercantil que se inclina claramente hacia los mercados americanos. Esta ten-
dencia se verifica una vez ms al indagar las posturas de Casa de Amrica y la
Cmara del Libro de Barcelona en las negociaciones de los nuevos acuerdos
sobre los aranceles de importacin para el papel. La posicin compartida por
ambas instituciones en la ardua negociacin con los fabricantes de papel favo-
rece a los editores dedicados principalmente a la exportacin, en desmedro
de los intereses de aquellas casas editoras inclinadas a satisfacer el mercado
interno.
La industria del libro goz de una enorme insercin entre los sectores expor-
tadores prioritarios, por lo cual obtuvo el privilegio de incluir un representante
en la estratgica Junta de Aranceles. En 1919 Francesc Camb, por entonces
ministro de Hacienda, elev a diez los miembros de la Junta de Aranceles,
concediendo un representante al Comit Oficial del Libro. Ese lugar sera ocu-
pado por Rafael Vehils, estrecho colaborador del poltico cataln, director de la
Casa de Amrica y secretario de la Cmara del Libro de Barcelona. Uno de los
grandes obstculos de los editores a finales de la Primera Guerra Mundial reside
en el precio del papel, triplicado a causa del aumento de las materias primas y
de los fletes. Editores, propietarios de peridicos y fabricantes de papel se ven
enfrentados en un severo conflicto de intereses, que amenaza con paralizar
el desarrollo del sector. Vehils, junto con Nicols Urgoiti, artfice de La Pape-
lera Espaola y director del diario El Sol y la editorial Calpe, sern los encarga-
dos de redactar un convenio arancelario que conceder a las empresas editoriales
importantes descuentos en el precio del papel, especialmente en el destinado a
los libros de exportacin.22 Como resultado de este convenio, se implement en
1922 un sistema de bonificaciones para compensar el mayor costo del papel
nacional protegido por los aranceles aduaneros, por el cual los fabricantes de
papel deban otorgar a los editores un descuento equivalente al 25 % del aran-
cel de importacin correspondiente a esa clase de papel, cifra que se elevaba al
40 % si los libros producidos fueran para exportar a Hispanoamrica, y al 60 %
cuando se exportaran a travs de los sindicatos de exportacin.23
De acuerdo con la versin de la Cmara del Libro de Barcelona, los edi-
tores haban solicitado para el papel de edicin el mismo rgimen arancelario
del que gozaba el papel prensa. Sin embargo, este requerimiento no prospera
debido al fuerte proteccionismo sobre la industria del papel, que ya haba cedido

22. Idem, p. 59.


23. MARTNEZ RUS, 2002.

888 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

gran parte de sus intereses a causa de las exitosas presiones del periodismo para
importar papel exento de gravmenes fiscales. Los editores deben conformarse
con la obtencin de ventajas arancelarias tan solo para la exportacin de libros,
es decir, una compensacin arancelaria por la devolucin de los derechos en
las materias exportadas. Las gestiones de Vehils obtuvieron una declaracin
de la Junta de Aranceles que solicita al gobierno el desarrollo inmediato de una
poltica sustantiva de fomento del libro espaol. Ello dio lugar a la Real Orden
del 9 de diciembre de 1921 por la cual el Ministro de Hacienda comision a los
seores Beltrn y Musitu, Urgoiti y Vehils para el estudio y la propuesta de unas
bases de convenio, al efecto de conceder descuentos en el precio del papel a
las empresas editoriales, especialmente en el papel destinado a libros para la
exportacin. La consecuencia de aquella Real Orden fue el acta del 24 de diciem-
bre de 1921, suscrita por el seor Vehils, previo acuerdo del Consejo de la Cmara,
acta que dio lugar al Real Decreto del 17 de febrero de 1922.24 Este convenio,
ms all de los beneficios concretos obtenidos por el sector, adquiere relevan-
cia porque representa un claro ejemplo del modo de funcionamiento de una
vigorosa trama que involucra las aspiraciones monoplicas del sector papelero,
el proyecto poltico de la Lliga Regionalista de Catalunya y los afanes expansi-
vos de las corporaciones patronales del sector editorial apuntalando la difusin
del libro espaol en tierras americanas. Tambin es una muestra irrefutable de
los modos de tejer alianzas y ejercer influencias de los polticos y empresarios
catalanes a travs de la Casa de Amrica de Barcelona.
Uno de los grandes escollos que entorpeca la exportacin de libros a His-
panoamrica era la existencia de ediciones clandestinas, florecientes al amparo
de las dificultades de las comunicaciones entre Espaa y Amrica y del vaco
jurdico en relacin con la proteccin de la propiedad intelectual de los auto-
res y los editores espaoles en los vastos territorios de ultramar. Conscientes de
tales obstculos, desde los despachos de Casa de Amrica se breg por la defensa
de los derechos intelectuales, proponiendo la firma de tratados de propiedad
literaria con las repblicas hispanoamericanas. As, Vehils present ante el minis-
tro de Hacienda una mocin el 20 de noviembre de 1921 para promover desde
el mbito gubernamental la constitucin de la Unin de la Propiedad Intelec-
tual Hispanoamericana y llev adelante el proyecto de un Tratado de Propie-
dad Intelectual con Uruguay aprobado en Diputados en el ao 1923.25 El tema
cobra tal importancia que el Real Decreto del 17 de julio de 1923, que reorga-
niza las cmaras de comercio espaolas de ultramar, incluye entre sus propsi-

24. Memoria de la Cmara Oficial del Libro de Barcelona correspondiente al ejercicio 1921-
1922. Barcelona, Imprenta Mercantil, 1922, p. 20.
25. Memoria de la Cmara Oficial del Libro de Barcelona correspondiente al ejercicio 1923-
1924.

ndice 889
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tos principales dedicar especial atencin a la proteccin de la propiedad inte-


lectual y procurar velar por los derechos de autores y editores. Dispone
asimismo designar una comisin especial permanente para los asuntos rela-
cionados con la propiedad intelectual y el comercio del libro espaol, que actuar
como delegacin de las cmaras oficiales del libro.
La dcada de 1920 inaugura un periodo favorable para la industria edito-
rial espaola. El crecimiento de la produccin es acompaado por un incre-
mento considerable de los niveles de inversin, una modernizacin de la
gestin comercial y una consolidacin de las formas de asociacin patronales. Se
hacen oficiales las cmaras del libro de Madrid y Barcelona y la exportacin de
libros se convierte en una preocupacin que supera los lmites de las corpora-
ciones de editores. El libro ser uno de los productos en los que se apoyar la
poltica de comercio exterior impulsada por los hombres de negocios, algunos
de los cuales, junto con los escritores espaoles y catalanes, se proponen defen-
der el uso y la divulgacin de la lengua catalana.
En este contexto auspicioso y prometedor, el americanismo cataln no slo
ejerce las ms variadas formas de presin sobre los diferentes gobiernos a los
fines de obtener beneficios fiscales y proteccin jurdica en favor del comer-
cio del libro y la consolidacin de los mercados hispanoamericanos. Sus activi-
dades constituyen un conjunto de estrategias comerciales que conforman una
verdadera poltica del libro de largo alcance. As, Casa de Amrica confec-
ciona una encuesta que el Ministerio de Estado remite a los cnsules de ultra-
mar, para que elaboren una memoria de la situacin del comercio del libro en
cada uno de los pases en donde ejercen la representacin diplomtica. Esta
gestin se relaciona con la creacin de un Archivo del Libro, complemento
del Archivo General de Economa-Casa de Amrica, formado por noticias comer-
ciales americanas de diversa ndole, que presta a la Cmara del Libro una enorme
utilidad. Estas memorias consulares sern la base de la ponencia que la Cmara
Oficial del Libro presente en el foro del Primer Congreso Nacional de Comer-
cio Exterior en Ultramar, organizado en Barcelona por la Casa de Amrica entre
marzo y abril de 1923.
No resulta extrao que el conjunto de preocupaciones concernientes a la
difusin del libro espaol como los problemas de propiedad literaria, de aran-
celes y transporte y de propaganda forme parte del temario previsto para ese
congreso, que cuenta con la participacin de casi la totalidad de las cmaras de
comercio espaolas en el exterior. La insercin de la comercializacin del libro
en ese evento es un verdadero logro de los exportadores catalanes y en parti-
cular de los editores, quienes consiguen incluir sus intereses dentro de la agenda
de las asociaciones empresariales y comerciales espaolas de la Pennsula y
Amrica.

890 ndice
E L M E R C A D O D E L O S L I B R O S E N A M R I C A

El estallido de la Guerra Civil genera un xodo de editores y casas edito-


riales hacia Amrica, en especial Mxico y Argentina, y produce un impacto
duradero en la transformacin de la industria editorial de ambos pases. En
Argentina, entre los casos ms significativos, destacan las figuras de Gonzalo
Losada, Julin Urgoiti, Manuel Olarra, Antoni Lpez Llauss, Joaqun de Oteyza,
Mariano Medina del Ro, Arturo Cuadrado, Rafael Ollara Jimnez, Luis Seoane,
entre otros, quienes participaron de la creacin de casas como Espasa-Calpe
Argentina (1937), Losada (1938, considerada la editorial de los exiliados), Sud-
americana (1938), Emec (1939). En manos de espaoles, la poltica comercial
de estas editoriales estar orientada hacia el mercado externo y marcar el rumbo
del comercio del libro en los mercados hispanoamericanos hasta mediados de
la dcada de 1950.
Pero la Guerra Civil no es la nica causa de este fenmeno: que Gonzalo
Losada y Antonio Lpez Llauss se encuentren en Buenos Aires a fines de los
aos treinta al frente de algunos de los emprendimientos editoriales ms ambi-
ciosos, antes que el efecto de la apresurada dispora republicana, es resultado
de la confluencia de los pacientes hilos de una red que se haba ido tendiendo
sobre los mercados hispanoamericanos desde dcadas anteriores. La presen-
cia de editores espaoles en Amrica, y particularmente en el Cono Sur, haba
tomado impulso gracias a la accin de un sistema complejo de redes econ-
micas, culturales y polticas, una trama que se encabalga sobre las diferentes
tendencias del movimiento americanista y se articula con la creacin y el fomento
de diversas corporaciones patronales no slo vinculadas con la industria del
libro, sino tambin con el comercio exterior y con la accin de instituciones no
oficiales consagradas al estmulo de las relaciones culturales y econmicas entre
Espaa y sus antiguas colonias. En esta trama, el papel de la Casa de Amrica
de Barcelona fue fundamental.

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(1885-1936). Madrid: UNED.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LAS CARTONERAS LATINOAMERICANAS COMO UN ENVITE CRTICO EN CONTRA


DE LA HOMOGENEIZACIN DE LA LENGUA Y CULTURA ESPAOLAS
EN EL SISTEMA EDUCATIVO BRASILEO
Flavia Braga Krauss de Vilhena
UNEMAT (Universidade do Estado de Mato Grosso) Brasil

Resumen
Como unos de nuestros esfuerzos centrales, intentaremos demostrar los
modos por los cuales los discursos sobre la enseanza de lengua espaola
para brasileas/os se pautan en una concepcin de lengua y cultura una y
homognea que parte de una lgica colonial de produccin de cierto feti-
che alrededor de lo europeo, considerado con vocacin a lo universal. Por-
que creemos que este hecho en el ltimo extremo conlleva una valoracin de
lo peninsular en detrimento de nuestras relaciones de vecindad geogrfica e
histrica, no estamos acordes a este estado de cosas. Como contravoz a esta
constatacin, y a partir de los presupuestos de la Teora Crtica de la Educa-
cin, presentamos una propuesta de accin para la enseanza de lengua espa-
ola en Brasil como alternativa al discurso hegemnico que aqu hemos esbo-
zado: argumentamos sobre lo productivo que sera la creacin de una cartonera
(especie de editorial solidaria que trabaja dentro de una lgica distinta a la
capitalista y que ha florecido en Amrica Latina) en la regin fronteriza entre
Brasil y Bolivia.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Primeras notas
La idea para este proyecto nace de una preocupacin que consideramos
nuestra, aunque sea una problemtica que se construye histricamente, a saber:
mapear cmo se ensea lengua espaola en un contexto que para nosotros,
brasileos, se disea en esta primera dcada del siglo XXI en Brasil, un espa-
cio geogrfico que se caracteriza, desde nuestra perspectiva de inters, sobre
todo por el corte ejecutado como un acontecimiento discursivo por la ley de
obligatoriedad de dicha lengua en el mbito de la enseanza secundaria. Por
ende, intenta continuar desde una senda discursiva la va que se abre con los
estudios que tratan de comprender nuestra relacin con el mundo hispnico y
la consecuente enseanza formal de la lengua espaola en nuestro territorio.
En este trabajo trataremos de demostrar que lo que se presencia en Brasil es un
discurso que se basa en el respeto a la diversidad y a la multiculturalidad, que
busca una mayor integracin con nuestros vecinos; sin embargo, en la contra-
mano de esta lnea argumentativa, acaba por concretizarse al revs, a partir de
una sumisin al discurso colonial, ya que se rinde a la idea hegemnica de exis-
tencia de una lengua y cultura estndar, que debamos perseguirla en su pureza,
a lo mejor como mecanismo de defensa en contra de nuestro propio mestizaje.
Partiendo de mi situacin inmediata de profesora responsable de las Prc-
ticas en Lengua y Literatura Espaola en la Universidade do Estado de Mato
Grosso (que se ubica en una regin limtrofe con Bolivia), nos llama la aten-
cin tanto el menosprecio por la lengua y la cultura de dicha zona del mundo
hispnico, como el hecho de que los materiales didcticos disponibles no slo
en esta regin del pas como en todo el mercado brasileo estn apenas en
consonancia con una visin de lengua abstracta, todava muy enraizada al lxico,
lo que implica que poco consideran el hecho de que, como el lenguaje en gene-
ral, las lenguas solo pueden funcionar inscritas en la memoria. De esta manera,
tales materiales parten del presupuesto de existencia de una variante de lengua
neutra, objetiva, que por su anterioridad y prestigio sera comprensible en todo
el mundo hispanohablante y tomada como si fuera el propio significado, como
si fuera un metalenguaje en estado bruto. Aseveramos esto porque en una inves-
tigacin anterior (Krauss, 2008) concluimos que los libros didcticos de ense-
anza de lengua espaola de produccin brasilea, aunque partieran del
presupuesto de respeto a la diversidad lingstica, toman como lengua modelar
una variante conocida como peninsular y por nosotros identificada como madri-
lea. Por ello, decidimos ampliar esta investigacin y analizar adems de las repre-
sentaciones lingsticas, tambin las representaciones culturales que se generan
alrededor de los pases hispanoamericanos, no solo en los libros didcticos utili-
zados en la enseanza de espaol como lengua extranjera para brasileos, sino
tambin el discurso poltico que determina dicha enseanza y el discurso pro-

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fesoral que agencia este proceso. Para que llevemos a cabo nuestros propsi-
tos, con fines analticos y didcticos, como ya hemos explicitado, efectuamos
cierto recorte en el discurso educacional a partir de la siguiente terminologa:
poltico, editorial y profesoral. Y esto lo proponemos porque estamos acordes
a Santos (2007: 84) cuando dice que los investigadores poseemos una doble
tarea: 1. desmenuzar, mapear, conocer el centro hegemnico para que poda-
mos enfrentarlo; 2. conocer muy bien las alternativas al centro hegemnico,
para que podamos proponer otras posibilidades. Por ello, este texto se subdi-
vide en dos partes: la primera trata de comprender lo que sera este centro hege-
mnico y la segunda se abre para auscultar una posibilidad de transformacin
de este tono.

1. A coordinar los primeros pasos


Como modo de pinchar la amalgama de discursos que vislumbramos en la
implantacin de la obligatoriedad de la lengua espaola en el estado de Mato
Grosso y los efectos de sentidos ah generados, elegimos como corpus de an-
lisis concreto la siguiente trade analtica:

anlisis del proceso de elaboracin del documento estatal que legisla


sobre la enseanza obligatoria de la lengua espaola en la secundaria de
Mato Grosso;
anlisis de tres colecciones didcticas idealizadas por profesoras brasi-
leas para la enseanza de lengua espaola a brasileos y utilizadas tanto
en la formacin secundaria como universitaria;
anlisis de las pruebas escritas de los procesos selectivos de profesores
que tuvieron lugar entre 2006 y 2009 para la contratacin de profesores
en la Unemat, campus universitario de Tangar da Serra.

De acuerdo con lo ya expuesto, como documentos representativos del dis-


curso poltico analizaremos los textos que tratan, a travs de la SEDUC Secretaria
de Estado de Educao de legislar la implantacin de la enseanza obligato-
ria de lengua espaola en la secundaria en el estado de Mato Grosso. Agregamos
que los documentos estatales estn todava en fase de elaboracin, ya que un
equipo de profesores de la UFMT Universidade Federal do Estado do Mato
Grosso lo redact y, en la actualidad, por medio de asambleas, los profeso-
res de la red pblica de enseanza secundaria pueden sugerir lo que les parece
conveniente al documento.
Como documentos representativos del discurso editorial, analizaremos tres
colecciones de libros didcticos para la enseanza de lengua espaola en la

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

secundaria, pero tambin utilizados en la enseanza universitaria. Subrayamos


el hecho de que tales colecciones son todas firmadas por profesoras de la ense-
anza universitaria brasilea y forman parte del acervo bibliogrfico del labo-
ratorio de lenguas existente en la Unemat, el CELTS Centro de Linguagens de
Tangar da Serra.
Como eslabn existente entre el discurso poltico y editorial, analizaremos
las respuestas a las pruebas escritas del proceso selectivo para la contratacin
de profesorado para el rea de enseanza de la lengua espaola en la Unemat,
campus de Tangar da Serra, tratando de evidenciar las concepciones lings-
ticas y metodolgicas subyacentes a tales producciones discursivas. A este dis-
curso lo nombraremos profesoral.
Como tarea central, intentaremos demostrar los modos por los cuales dichos
discursos sobre la enseanza de lengua espaola para brasileos se pautan en
una concepcin de lengua y cultura una y homognea, que en un sistema de
razonamiento que se basa en una lgica colonial (Rama, 1984) considera que
lo europeo, por su condicin de estreno, de primeridad, es ms indicado como
variante universal, sea ms digno de prestigio, hecho este que en el ltimo
extremo conlleva una valoracin de lo peninsular en prejuicio de las relaciones
de vecindad. As, no se reconocen las fronteras que nos constituyen como Bra-
sil y se vuelca la mirada a lo que se ubica del otro lado del Atlntico: la pro-
mesa de una lengua y cultura blanca, sin mculas, castiza, cristiana, que por su
pureza nos trae la ilusin de arreglarnos en nuestro mestizaje; escondindo-
nos el problema de no aceptacin de nuestra condicin de espacio geogrfico
histricamente dominado y constituido a partir del encuentro de varias etnias,
lenguas y culturas: un mosaico de personas, pergaminos, representaciones y
represiones que pulula bajo el discurso oficial que nos mantiene a partir del
lema que traemos en nuestra bandera Ordem e Progresso.

1.1. El discurso poltico

Como vamos a ver, el discurso poltico parte del presupuesto de que debe-
mos tomar parte de la aldea global unindonos a nuestros vecinos hispanoha-
blantes, tctica esta imprescindible para un mejor posicionamiento en la
competitividad sin lmites que nos caracteriza en el capitalismo tardo, como se
presenta en el siguiente fragmento:

Coerentemente com a poltica educacional e lingstica do Tratado de Assuno,


no dia 5 de agosto de 2005, o Presidente da Repblica sancionou a Lei

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L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

n. 11.161/05 que determina a oferta obrigatria da Lngua Espanhola nos curr-


culos dos estabelecimentos de ensino mdio.

En primer lugar, nos preguntamos por qu el adverbio coerentemente apa-


rece como la primera palabra en el prrafo si sabemos que sta no es la estructura
cannica de la lengua portuguesa, que obedece al patrn SVO (sujeto-verbo-objeto),
siendo que los adverbios, de modo general, apareceran despus del objeto. Juz-
gamos que solamente podemos interpretar dicho desplazamiento para que fun-
cione como una justificativa, un escudo, un amortiguador que suavice y
naturalice lo que en la secuencia va a ser presentado, como que para bajar las
armas del lector. Como intentaremos mostrar, esta medida gubernamental es
ms bien incoherente con el Tratado de Asuncin, ya que su puesta en marcha
se da a partir de acuerdos mercantiles con Espaa, evidencia que va en la
contramano de lo que se presenta en el documento en anlisis.
Para que intentemos explicar este arreglo discursivo, traemos algunos estu-
dios sobre el discurso realizados en Brasil que nos indician dnde podemos
localizar dicha coherencia enunciada en el documento. Partiendo de los resul-
tados de investigaciones alcanzados por Celada (ibdem), levantamos la hip-
tesis de que el hablante medio comparta la creencia compartida socialmente de
que nuestra propia lengua y cultura, por su mestizaje caracterstico, anhela cierto
ideal de civilizacin castiza, pura y superior, y acaba por valorar una muestra
de lengua y cultura peninsular, percibindola como si fuera la lengua y la cul-
tura espaola, modelo de cognicin este que nos lleva a comprar la variante
peninsular como si fuera la ms valiosa. Amparamos dicha hiptesis en la afir-
macin de Celada (ibdem: 19) que argumenta que tanto la lengua portuguesa
como la lengua espaola en Amrica, por efecto de los procesos de coloniza-
cin, funcionan a partir de una doble identidad, ya que sus hablantes estn siem-
pre en un punto de disyuncin obligada, siendo que sus lenguas significan en
una filiacin de memoria heterognea. As, consideramos que la coherencia
anunciada en el documento se relaciona sobre todo al deseo de superacin
de este punto de disyuncin, que es una de las parfrasis posibles para nues-
tra situacin postcolonial
Por los motivos expuestos, argumentamos que a partir de dicho punto de
disyuncin habitado por nosotros latinoamericanos, la variante conocida como
peninsular se vuelve un fetiche en un proceso de acuerdo con lo descrito
por Zizec (1992: 80-83) que desmiente la heterogeneidad radical de dicha
lengua en relacin a la universalidad que ella supuestamente encarna; funcio-
namiento este que hace que tomemos la norma peninsular como la representa-
cin de un saber neutro, elevndola a la condicin de puro metalenguaje.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

An de acuerdo con Zizec (1991: 142), el esencial del fetichismo reside en


cierto equvoco que afecta la relacin entre la red estructurada y uno de sus ele-
mentos: lo que, en verdad, es un efecto de estructura (de la red de las relacio-
nes entre los elementos) aparece como propiedad inmediata de un elemento,
lo que le sera propio tambin fuera de su relacin con otros elementos. De
esta manera, se genera el efecto de sentido de que el valor conferido a la variante
peninsular le sea intrnseco, consecuencia de su neutralidad, su anterioridad his-
trica y superioridad natural, y se oculta el hecho de que dicho valor solamente
se establece a partir de una relacin econmica con las dems variantes. Como se
nota, tal fetichismo se manifiesta en el propio documento estatal (aqu denomi-
nado discurso poltico) que argumenta sobre la naturalidad del proceso de
creacin de una lengua franca:

As lnguas que se estendem por grandes reas geogrficas e abarcam assim vrios
pases, quando ensinadas como lngua estrangeira, so pedagogizadas como ln-
gua franca.

De acuerdo con nuestro punto de vista, el documento es bastante claro e


incluso convincente en su narrativa sobre cmo se hace didctica cierta lengua
para su aprendizaje como extranjera. La verdad es que corroboramos con lo
que fue dicho en este trecho. Sin embargo, con lo que no corroboramos, y muy
probablemente por ello el documento en anlisis no lo explicita, son los moti-
vos que desencadenan este mecanismo, los parmetros a travs de los cuales
esto ocurre y los efectos que a partir de este proceso se generan. La omisin de
informacin, adems de ser una de las tcticas ms utilizadas en el discurso
manipulador (Van Dijk, 2006), sobre todo en nuestro ejemplo, nos parece que
dicho silencio aparezca cargado de sentidos. Al decir As lnguas que se esten-
dem por grandes reas geogrficas e abarcam assim vrios pases, quando ensi-
nadas como lngua estrangeira, so pedagogizadas como lngua franca, nos
ofrece una afirmacin que aparentemente tratara de describir de modo obje-
tivo e imparcial la realidad. Sin embargo, la eleccin de la pasiva en este caso
no es casual (Van Dijk, dem): como sabemos, una oracin en la pasiva omite
el sujeto que realiza dicha accin, subrayando el hecho en el proceso en detri-
mento de su fuerza motriz, de la conjuncin histrica que la motiv, como si
ste fuera un mecanismo natural, independiente del contexto social, histrico
y poltico. Como si no bastara el hecho de tratar a las lenguas extrajeras como
si fueran una lengua franca (por s solo bastante problemtico, pues se le quita
a la lengua su carga ideolgica, idealizndola como estructura formal, separada
de lo social), el criterio de eleccin de la norma patrn es tendencioso por res-
paldarse en la norma escrita que, a su vez, es producto de cierta relacin de

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poder existente en los pases de habla hispnica. En el mismo prrafo de dicho


documento se explica que este proceso natural de eleccin de cierta variante de
la lengua espaola se basa en los moldes de la lengua patrn que anteriormente
ya haba sido seleccionada para que fuera representante de la lengua escrita:

Isso, em funo de lhe imprimir uma validade mais abarcadora, extensiva a todos
os pases onde falada como lngua materna ou oficial e como decorrncia de
que a lngua que se ensina a lngua padro, isto , a lngua escolarizada, cuja
ancoragem, queiramo-lo ou no, est na escrita.

Como vemos, la lengua que enseamos como lengua extranjera se sustenta


en la lengua escrita, lo queramos o no lo queramos. La verdad es que en con-
sonancia con esta enunciacin, la opinin del profesor poco importa y no vale
mucho, ya que estamos ante una afirmacin que trata de describir una verdad
universal, como si estuviera describiendo un fenmeno de la naturaleza y no
el resultado de fuerzas sociales. Tal proceso se justifica en criterios de una mayor
aceptacin, que implcitamente se basa en el presupuesto de objetividad y neu-
tralidad de dicha variante, lo que se vislumbra en el sintagma validade mais abar-
cadora. Lo que no se discute en el documento son los motivos que llevan una
moneda a valer ms y a ser ms corriente que otras, los motivos que llevan
una variante a ser considerada la ms culta y con rasgos que se consideran
ms propios a la generalidad y universalidad. Como intentamos demostrar, este
silencio acaba por conllevar el implcito de que tales propiedades sean intrn-
secas a la variante que enseamos en las escuelas y que, por lo tanto, nada ms
natural que su eleccin como la norma patrn.

1.2. El discurso editorial

Intentando auscultar otros sentidos posibles en este silencio, tambin anali-


zamos tres colecciones de manuales didcticos utilizadas en la enseanza de
lengua espaola en Brasil. Denominamos a este conjunto de datos como dis-
curso editorial. Esto lo hacemos porque, basados en nuestra tesina de maestra
(Krauss, 2008), concluimos que aunque los libros de lengua espaola se presen-
ten en el mercado como resultado de un largo perodo de investigaciones y
estudios de las autoras, como anunciado en la presentacin del libro didc-
tico Mucho (2001, v. 1: 03), no existen, salvo pocas excepciones, cambios sus-
tanciales entre una publicacin y otra, pues tales materiales parten de una misma
concepcin de lengua que la considera mera estructura formal, considerando el
social como una estructura que funciona paralelamente al orden de la lengua.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

A partir de dicha interpretacin, las variantes de la lengua espaola seran estu-


diadas como un residuo, algo que no se adapta y tampoco cabe en lo que sera
el canon de la lengua espaola.
Como ejemplo de dicho discurso, analizamos aqu las actividades que se
proponen presentar las distintas variantes del idioma dentro del contexto hispa-
noamericano as anunciado por las propias autoras de la coleccin de libros
didcticso titulada MUCHO: Espaol para brasileos. Para empezar, tomemos el
ttulo de esta actividad que se mantiene invariable en todas las unidades de la
coleccin, Lenguacuriosa, un sustantivo neolgico formado por yuxtaposicin
de un sustantivo a un adjetivo corriente en lengua espaola. De acuerdo con el
Diccionario de la Real Academia Espaola, el sustantivo lengua trae en sus dos
primeras acepciones:

1. f. rgano muscular situado en la cavidad de la boca de los vertebrados y que


sirve para gustacin, para deglutir y para modular los sonidos que les son propios;
2. f. Sistema de comunicacin verbal y casi siempre escrito, propio de una comu-
nidad humana. En lo que respeta al adjetivo curiosa, tenemos en las primeras acep-
ciones: 1. adj. Que tiene curiosidad; 2. adj. Que excita curiosidad; 3. adj. Limpio
y aseado; 4. adj. Que trata algo con particular cuidado o diligencia.

Si uniramos las dos primeras acepciones de las palabras en cuestin, ten-


dramos como parfrasis posible y probable: lengua vida por nuevos conoci-
mientos. Sin embargo, si juntramos las respectivas segundas acepciones, nos
resultara el siguiente equivalente: lengua que provoca la curiosidad. Si en la pri-
mera hiptesis existe cierta personificacin de la lengua como rgano de los
sentidos, pues es ella quien est interesada, quien posee curiosidad con rela-
cin a algo, ya en la segunda hiptesis lo que tenemos es un conjunto de reglas
lingsticas, diferente del canon, que nos despierta la curiosidad. No obstante,
nos resulta imposible no aludir al hecho de que, por lo menos, para nosotros
brasileos, la palabra curiosa inmediatamente nos remite a la idea de algo que
huye de la norma, que es extrao e, incluso, chistoso. En este sentido, el apar-
tado titulado Lenguacuriosa nos permite interpretarlo, a partir de su propio nom-
bre, como un apartado que trata de abordar una muestra de lengua tomada como
distinta, fuera de la norma, del sistema, y que no establece cohesin con el todo
que constituye la lengua espaola. Otra lectura posible es la combinacin de
la segunda acepcin del primer trmino con la tercera acepcin del segundo tr-
mino, que trae como equivalente: sistema lingstico limpio y aseado, lo que,
por un mecanismo semntico distinto, nuevamente hace referencia a una len-
gua libre de impurezas, que aqu interpretamos como las propias variantes
que se presentan. En la pgina 88 del tomo 01, tenemos el siguiente cuadro:

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Aunque en dicho cuadro tengamos una valoracin de cierta variante hispa-


noamericana, consideramos que se listan tales variantes para que de modo con-
comitante las apunten como exteriores al todo complejo y heterogneo cons-
titutivo de la lengua espaola. Subrayamos el hecho de que esta presentacin
se haga bajo la forma de una lista de palabras aisladas, sin cualquier explica-
cin que no sea el ejemplo de uso que aparece en la secuencia; de esta forma,
no las retoman en textos o actividades, no las relacionan de ninguna forma tanto
con el restante del libro como con el contexto sociohistrico de Cuba, en el
ejemplo que tomamos, y acaban homogeneizando lo que por naturaleza es hete-
rogneo.
A partir de ahora, analizaremos un trecho del Hacia el Espaol. En lo que
respecta a los procesos por los cuales se configura la lengua espaola, notamos
una preocupacin en subrayar que la lengua espaola posee otras formas de
materializacin:

Para expresar una misma idea, se usan palabras diferentes en distintos pases.
Ejemplo: falda, en Argentina se dice pollera; los cubanos llaman guagua al colec-
tivo de los argentinos, etc. (Hacia el Espaol, vol. 2: 35)

Como hemos visto en el ejemplo, nos presentan la lengua espaola como


pasible de transformaciones falda en Argentina se dice pollera, como si la
lengua no se constituyera a partir de dichas transformaciones. Por defender que
cada variante evolucione de acuerdo con su memoria discursiva, no nos parece
fidedigna la correlacin entre la norma llamada peninsular (y como estamos
esforzndonos por demostrar, tomada como el significado puro) y sus varian-
tes. No obstante este ejemplo, encontramos en esta obra un evidente esfuerzo
de integracin en el interior de lo comn que sea la lengua espaola. Como
ejemplo, traemos un texto cuyo nombre, Tena dos guaguas, a partir de su anfi-
bologa, ya nos indicia su enredo: un malentendido a partir de dos significados
posibles en el mundo hispnico a partir del significante guagua. En la secuen-
cia, el texto tal como aparece en este manual (vol. 01: 178) para suscitar una
actividad de conversacin:

Tena dos guaguas


Profa. Mara Dolores Periago
[...] una muchachita cubana, con muchas ganas de casarse, viva en Nueva York
con su mam. En una fiesta conoci a un chileno de mediana edad, calvo, gordo,
bajito y con gran bigote. Pocos das despus, el chileno se le declar dicindole:

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Estoy enamorado de usted. Soy viudo. Lo nico que tengo son dos guaguas
que me dej mi mujer al morir. Mi madre las cuida en Santiago. Se encargara
usted de ellas?
La cubana pens: Bueno, no es muy guapo, pero dos guaguas son dos guaguas.
Debe tener dinero. Y lo acept.
Algunos das despus, la cubanita sin poder resistir ms su curiosidad, le dijo a
su novio:
Tengo muchas ganas de saber cmo son sus guaguas. Tiene usted alguna foto
de ellas?
Al ensearle el chileno las fotos de sus dos hijitas, la cubana casi se desmaya.
Naturalmente que no hubo boda.
(T. A.: Just in Time Newsletter, n. 6, mayo/junio 1994)

Conforme se desprende a partir de la actividad aqu en anlisis, existe un


notorio esfuerzo por hacer que se relacionen los significados posibles a par-
tir de un mismo significante con sus respectivas culturas; ensendonos que
aunque la forma guagua es la misma, incluso en el interior del universo his-
panohablante, existe la posibilidad de un desencuentro lingstico, ya que existe
ms de un significado para el mismo significante. Sin embargo, consideramos
que al intentar alejarse de la norma dicha estndar y vinculada a la pennsula,
lo hacen, en la mayora de las veces, a partir de una perspectiva que privile-
gia la estructura, en detrimento del discursivo, como veremos.
El texto aparece en una seccin denominada Hacia la conversacin. En
su secuencia, aparecen las preguntas que deberan motivar la conversacin como
a seguir listamos:

Para charlar con tus compaeros:


Qu imaginas que puede ser la guagua para la cubanita?
Tal vez ya hayas hablado con hispanohablantes de distintos pases (de Espaa,
de Argentina, de Chile, de Colombia, etc.) Podras indicar qu diferencias obser-
vas en el espaol que hablan?
Hay alguna variante del espaol que te gusta ms? De dnde? Por qu?

Como se vislumbra, las preguntas se vuelcan hacia la cuestin de la varia-


cin en el interior de la lengua espaola. Al intentar tocar dicha problemtica,
las autoras se centran en las diferencias materiales encontradas en estas varian-
tes y buscan explorar los estereotipos que la circundan. En nuestra opinin, tal
procedimiento de explanacin sistmica sobre la existencia de las variantes por
s solo no garantiza la insercin de estos alumnos en una nueva discursividad,
ya que el texto y tambin las actividades que se proponen a partir de su lec-

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tura, no desmenuza (y tampoco tratan de explicitarla) la cognicin social, el


imaginario colectivo, subyacente a su construccin. Por qu no polemizar, ade-
ms del significado inmediato que circunda las distintas variantes, tambin los
estereotipos involucrados en el relato descrito a partir de un dilogo entre
una cubanita y un chileno? Qu implica el uso del diminutivo en este contexto?
Desde mi punto de vista, considero patente la depreciacin, an ms despus
de tambin haber sido llamada tanto de sudaquita como de sudaquilla. Aun-
que los hablantes nativos de lengua espaola digan que el diminutivo implique
cario en esta situacin (lo que argumentan est de acuerdo con nuestra esen-
cia sudamericana, qu esencia sera sta?), me parece que inevitablemente este
sufijo acaba por cargar efectos de sentidos que conllevan cierto prejuicio sobre
algo que sea pequeo, poco digno de nota.
A partir de lo que acabo de argumentar: cules son los implcitos que res-
paldan y ofrecen sentido al uso de este recurso lingstico? Cules son los pre-
supuestos que mueven a esta narrativa, presupuestos estos que aparecen como
anteriores a ella propia, funcionando como una especie de marco a situar, a
contextualizar la historieta y tambin como combustible para ponerla en movi-
miento? Qu representaciones culturales se pueden desarrollar en nuestros
alumnos a partir de dicha muestra de lo que sera la identidad cubana y la iden-
tidad chilena? Qu representacin de identidad cultural y concepto de gnero
aparece en este texto? Cules son los roles designados tanto al hombre como
a la mujer y que se desprenden de esta narrativa?
Siguiendo a Giroux (2005), defendemos que los profesores debemos ayudar
a desarrollar la habilidad de anlisis y crtica de las representaciones culturales
que promueven las desigualdades sociales, favoreciendo prcticas educativas
igualitarias (Aguilar, 2005). Algunas investigaciones demuestran que los concep-
tos de interculturalidad y gnero van unidos cuando se trata de analizar y trans-
formar las mencionadas desigualdades (Aguilar, dem; Cols: 2006). Juntamente
con estas autoras, tambin nos colocamos en la defensa de que actualmente
sea, no solo necesario sino urgente, fomentar el conocimiento y la reflexin
sobre la diversidad cultural que ayude en la formacin de una ciudadana cr-
tica. Cols (dem) a su vez evidencia que la multiculturalidad y los estudios sobre
gnero estn inextricablemente articulados, ya que el gnero es un factor estruc-
tural que divide la sociedad y las culturas en dos grupos culturales (lo mascu-
lino y lo femenino). Aadindose a este hecho, el gnero es transcultural y
(ibdem: 34):

est presente, profundamente enraizado, en la identidad de todas las culturas y


etnias. Las mujeres configuran un grupo cultural que comparte unos determina-
dos rasgos y roles, independientemente de la cultura tnica o racial.

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Asimismo, sabemos que la enseanza de determinada lengua conlleva de


manera inevitable el conocimiento de su cultura, su lgica de recorte de la rea-
lidad. Aunque consideremos el concepto de cultura muy extenso y complejo,
aqu lo tomamos resumidamente como nos propone Juliano (2001: 37-38):

Cultura es algo que significa, pero este significado se puede apropiar, jugar y
representar. Cada sector social participa en la batalla de los significados con armas
desiguales [...] Si hacer implica decir, y la enunciacin de significados es una pra-
xis [...] los tericos han oscurecido el hecho de que tanto cultura como identi-
dades culturales y movimientos sociales son producidos por seres humanos con-
cretos.

Compartiendo de la lnea de razonamiento del trecho aqu expuesto, el con-


cepto cultura implica en interpretacin que, a su vez, presupone cierta relacin
de poder entre los sujetos involucrados en el proceso. Asimismo, resaltamos
que las representaciones que se construyen a partir de ciertas identidades cul-
turales son producidas por personas fsicas como cada uno de nosotros, y no
son revelados por entidades divinas o son encontradas en estado bruto en el
mtico Jardn del Edn. A partir de lo expuesto, nos gustara reforzar que la
escuela y los libros didcticos que all se utilizan no solamente transportan el
capital simblico ya existente en su entorno social, sino tambin recrean tanto
las culturas que pretenden representar como la sociedad en la cual se inserta
(Aguilar, ibdem). Por lo tanto, creemos que sea el papel no solo del investi-
gador y del analista del discurso, sino tambin del profesor, descortinar este pro-
ceso, trabajo este que en mucho se asemeja a lo que se expone en un making
off, subrayando el hecho de que lo que aparece en el texto es una construccin
humana, cierta interpretacin subjetiva de la realidad, adems de radiografiar
los procesos histricos que posibilitan la erupcin de dichas interpretaciones.

1.3. El discurso profesoral

Tomando como punto basilar la importancia que conferimos al profesor


en el proceso de enseanza/aprendizaje, traemos su voz a nuestro trabajo bajo
el rtulo discurso profesoral. En este recorte, analizaremos las pruebas escritas
de los procesos selectivos que ocurrieron entre 2006 y 2009 para la contrata-
cin de profesores en el curso de Letras de la Unemat, campus de Tangar da
Serra. Como se abstrae a partir de un anlisis previo, existe cierto consenso con
relacin tanto a la novedad que constituye la enseanza de la lengua espa-
ola para brasileos, como con relacin a los motivos que hacen que hoy el

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

castellano sea una disciplina obligatoria en la secundaria, lo que invariablemente


relacionan con motivaciones polticas y econmicas:

La educacin brasilea gan una nueva lengua estrajera (sic): la lengua espaola.

El espaol como lengua extranjera nos fue presentada a travs de acuerdos


econmicos y polticos firmados entre pases de Amrica del Sur. As, surgi la
necesidad de aprender la lengua de Cervantes, de Neruda y Borges.

En este escenario, la lengua espaola empieza a ganar valor al ser seleccionada


el idioma oficial del cada vez ms bien consolidado bloque de la Unin Europea.
Su valor lingstico crece todava ms potencialmente con la posibilidad de la
creacin de otro grupo econmico formado por pases del continente sudame-
ricano, el Mercosur.

Como vemos en dichos ejemplos, no slo consideran la lengua espaola un


ente independiente, personificado, como se nota en gan una nueva lengua
estrajera (sic): la lengua espaola y la lengua espaola nos fue presentada,
sino tambin como un ente que posee dueo, tal como se muestra en la metfora:
la lengua de Cervantes, de Neruda y Borges. De acuerdo con estas oracio-
nes, interpretamos que la lengua sea un ente animado, independiente de situa-
ciones contextuales y que se relacione con aquellas muestras de lengua
presentes en el texto literario perteneciente al canon.
Aunque se relacione la lengua espaola con aquellas muestras de lengua
presentes en la literatura (concepcin que desde la elaboracin del mtodo gra-
mtica y traduccin para la enseanza del latn acompaa la historia de la ense-
anza de lengua extranjera), hoy se patentiza la necesidad de su estudio por
acuerdos polticos y econmicos, como aparece en con el Tratado del Merco-
sur, la lengua espaola pas a ser imprescindible en el contexto brasileo, o
su valor lingstico crece todava ms potencialmente con la posibilidad de la
creacin de otro grupo econmico formado por pases del continente sud-
americano, el Mercosur. Sin embargo, dicho inters generado en el mbito pol-
tico y econmico aparece de la mano de otra necesidad: la de adaptarse al
discurso de la multiculturalidad que circula en la actualidad:

Demostrar este aprecio cultural y el respeto social empieza por no optar por una
de las diversas variantes lingsticas del espaol por ser la ms [...] hegemnica,
sino presentar a nuestros alumnos las especificidades y riquezas de cada una
de ellas dejando clara nuestra opicin (sic) de manera desperjuiciada (sic).

906 ndice
L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

Editoras (sic) de materiales didcticos para la enseanza de espaol en Brasil


pasaron a incorporar en sus ediciones muestras de distintas variantes lingsticas
en los textos, en los apartados gramaticales, incluso en los materiales fonogrfi-
cos [...] cabe al profesor tener una concepcin heterognea de lenguaje y expo-
ner sus alumnos a la mayor parte de variantes posibles aunque no las conozca
en profundidad. [...] Al profesor le resta mantener una postura plural en la acep-
tacin de la heterogeneidad de la lengua que estudia y ensea.

Como se ve, el profesor se considera un portavoz de las voces hispnicas,


como si stas fueran otras formas de decir lo mismo, lo que involucra, a partir
de nuestro prisma de anlisis, un gran grado de despolitizacin de su papel,
como observamos en la descripcin de su papel que sera: presentar a nues-
tros alumnos las especificidades y riquezas de cada una de ellas dejando clara
nuestra opicin (sic) de manera desperjuiciada (sic). Juzgamos que el verbo
presentar sea el verbo ms ligero, un eufemismo para el trabajo con las varian-
tes lingsticas y culturales por los motivos que ya hemos expuesto en este
proyecto. A lo mejor, otros verbos como problematizar o entonces polemizar gene-
raran otros grados de comprometimiento del profesor con relacin a la cultura
hispanoamericana. Muy probablemente presentar sea hacer como lo hizo el pri-
mer libro aqu en anlisis, ensear a los alumnos una lista de palabras aisladas
como si se tratara de un mo[n]struario lingstico, misin que acaba por enca-
minarse en cierta exotizacin de las distintas variantes tanto lingsticas como
culturales de la lengua espaola, como aparece cuando se argumenta sobre la
funcin del profesor que sera exponer sus alumnos a la mayor parte de varian-
tes posibles aunque no las conozca en profundidad, como si se tratara de leyen-
das urbanas, mitos que se cuentan en la semana del folclore y nos dejan con la
sensacin del deber cumplido. Lo que intentamos argumentar es que el profe-
sor significa las variantes lingsticas y culturales como si estuvieran apartadas
de la lgica de existencia de la lengua espaola, como si fueran pinceladas pin-
torescas que le connotaran a la lengua un plus a ms, con el perdn del ple-
onasmo (es que nos pareci la nica cadena significante que lograra transmi-
tir el significado deseado).
Asimismo, presenciamos en estas citas lo relevante que es la produccin de
material didctico para la comprensin por parte del profesorado de lo que sea
ensear el castellano como lengua extranjera, ya que las muestras de distintas
variantes lingsticas en los textos le parecen a esta profesora una prueba de
lo importante que es el tema de la variacin lingstica, lo que tambin nos sirve
como justificacin para la eleccin de tres colecciones de materiales didcti-
cos como corpus de anlisis. Adems de que la produccin lingstica en Bra-
sil sobre enseanza de lenguas extranjeras es incipiente, la formacin del

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

profesorado es precaria, como denuncia Gonzlez (2007). De esta forma, los mate-
riales didcticos sirven para el aprendizaje de los alumnos, pero a la vez como
guin terico al profesor. Por tanto, nos gustara sobre todo hacer hincapi en
la posicin que el propio profesor se propone: un sujeto no crtico y tampoco
autnomo, despolitizado, sin posibilidad de anlisis y formulacin de opinio-
nes, carente de poder, a quien solamente le cabe [...] tener una concepcin
heterognea de lenguaje. A partir de los efectos de sentidos generados por estos
discursos, nos damos cuenta que funcionan como si existiera un control sobre
la prctica lingstica y pedaggica del profesor, como notamos en esta oracin:
Al profesor le resta mantener una postura plural en la aceptacin de la hetero-
geneidad.
Por todo lo que nos esforzamos en demostrar, tratamos de analizar cmo se
construye en los tres discursos aqu en foco una supuesta neutralidad inherente
tanto al lenguaje como al acto educativo. Lo que reivindicamos con esta refle-
xin es la posibilidad de una enunciacin que no resbale en el olvido de lo pol-
tico tan necesario a la construccin de nuestra emancipacin cultural.

2. La cartonera escolar: una coreografa a ser inventada entre Brasil y Bolivia

Lutar quando fcil ceder


[...] Negar quando a regra vender
Chico Buarque

Basndonos en lo que expone Santos (2007: 52-54), en la matriz de la moder-


nidad occidental hay dos modelos de conocimientos: uno de regulacin y otro
de emancipacin. En el primer caso, el conocimiento es sinnimo de orden y
el caos es correlato de la ignorancia. As, saber significa saber organizar la
alteridad, la realidad, la sociedad. En contraposicin, en el segundo caso, tene-
mos una epistemologa distinta: el no-saber es sinnimo de la insensibilidad
hacia el otro como semejante, es la asimilacin de los sujetos como si fueran
objetos. De modo escueto, el modus operandi del colonialismo. En el punto
opuesto a la ignorancia colonialista, existe el saber como la solidaridad entre
los seres de forma esclarecida. Sin embargo, el conocimiento de regulacin esta-
blece su hegemona cuando la modernidad occidental pasa a coincidir con el
capitalismo y termina por pervertir las posibilidades del conocimiento para la
emancipacin. As, considera la autonoma solidaria como una forma de caos,
representante de la oscuridad, de la falta de conocimiento, y el colonialismo
como la forma cannica de organizacin de la sociedad. Porque considera-
mos que las muestras discursivas aqu analizadas sean representantes del cono-

908 ndice
L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

cimiento para la regulacin, y porque no estamos de acuerdo con esta situa-


cin, lo que proponemos es, basndonos en cierta ecologa de saberes (Santos,
idem: 54), contribuir en la construccin de una teora crtica que nos convoque
a apropiarnos de los saberes de regulacin en pro de los saberes de emancipa-
cin. Para operar este salto (Heidegger, 1991: 151), nuestra apuesta prctica
recae en las manifestaciones literarias y manifestaciones de economas solida-
rias latinoamericanas. Nos explicamos: partimos de la premisa de que lo lite-
rario se encarga de sembrar nuevas relaciones simblicas con la realidad, y nos
instala en otro punto de observacin de la alteridad. Nos justificamos con las
palabras de Cndido (2007: 48-49):

Glorificar a arte, maneira de Schopenhauer, como quietivo ou entorpecente


de nossa vontade, resulta em desvirtuamento da funo que a arte exerce na
sociedade. Isso [...] pressupe que a grande obra de arte literria nos restitua uma
liberdade o grande reino do possvel que a vida real no nos concede. A fic-
o um lugar ontolgico privilegiado: lugar em que o homem pode viver e con-
templar, atravs de personagens variadas, a plenitude da sua condio [...] lugar
em que, transformando-se imaginariamente no outro, vivendo outros papis e
destacando-se de si mesmo, verifica, realiza e vive a sua condio fundamental
de ser autoconsciente e livre, capaz de desdobrar-se, distanciar-se de si mesmo
e de objetivar a sua prpria situao [...] Neste sentido pode-se dizer com Ernst
Cassirer que afastando-se da realidade e elevando-se a um mundo simblico o
homem, ao voltar realidade, lhe compreende melhor a riqueza e profundidade.
Atravs da arte, disse Goethe, distanciamo-nos e ao mesmo tempo aproximamo-
nos da realidade.

Porque tambin creemos que lo literario, al menos potencialmente, nos res-


tituya cierta libertad, hacemos hincapi en la idea de una educacin lings-
tica que se ampare en la literatura como un paso que contribuya en buena
medida en la construccin de una identidad latinoamericana emancipada. Para
dar cuerpo a esta astilla terica, auscultaremos los esquemas de cognicin
que actualmente ponen en marcha a las editoriales alternativas,1 tambin cono-
cidas como cartoneras, y que estn germinando en Latinoamrica.2 Al princi-

1. Las cartoneras funcionan como cooperativas que trabajan con papel reciclado y/o coletado
en las calles. As, confeccionan libros manualmente utilizndose del trabajo de los propios cata-
dores de papel, acercando la literatura a la litera dura nuestra de cada da, ensendonos perfor-
mticamente que el arte se hace a partir de nuestros dese[ch]os, d[e]udas y des/dichas.
2. Tales editoriales surgen como una respuesta a las constantes dificultades econmicas que
atraviesan Latinoamrica. Para un historial ms detallado, vase http://digital.library.wisc.edu/
1711.dl/Arts.EloisaCart.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pio se presentan como colectivos de escultura social:3 parten del presupuesto


de que la sociedad sea una escultura y se empean en modelarla, trabajando
por sembrar algo de esperanza4 en contextos desfavorables al florecer arts-
tico, en espacios que suelen ser inhspitos a lo humano. Esforzndose por alar
a los s[ab]eres, saben que deben lidiar en dos frentes: la infraestructura y la super-
estructura, para que no corran el riesgo de un discurso destituido de eslabones
con la realidad circundante. Por ello, en sus principios subrayan la inclusin social
de jvenes a travs de un trabajo no alienante, en que, simultneamente, se tra-
baja el potencial artstico de cada uno, posibilitndoles el placer de crear, pen-
sar y producir. As se rescata y se desarrolla la importante idea de que los
pensamientos, filosofas, sistemas de razonamientos y religiones son regmenes
discursivos que se construyen por obra de la mano y de la mente humana, des-
tituyendo el libro de su aura sagrada de vehculo de verdades (Foucault, 2009).
Tras conocer los moldes en los cuales funcionan dichas editoriales alternativas,
trataremos de trabajar en la construccin de una cartonera en la regin fronte-
riza Brasil y Bolivia, para que, adems de impulsar la produccin literaria en
esta zona geogrfica, pueda tambin publicar los materiales didcticos dibuja-
dos por las/los profesoras/es actuantes en la construccin de cierta identidad
histrica que nos habilite en una racionalidad ms coherente con nuestros lares.
Asimismo, defendemos poner a los aprendices en una posicin activa en la
recepcin y produccin cientfico-literaria puede interferir crticamente en las
relaciones entre los seres y los saberes; en las ya que estamos de acuerdo con
Santos (2008: 91) uma subjectividade desestabilizadora uma subjectividade
potica. En relacin con la cita, consideramos la subjetividad como reestructu-
radora de todo el espacio circundante, pues juzgamos que algunos desplaza-
mientos en la constitucin subjetiva de los aprendices pueden, en su posterior
desarrollo, intervenir en lo social.
A partir de esta lnea de razonamiento, queremos presentar una respuesta
prctica a la demanda identificada en el Foro Iberoamericano sobre Bibliodi-
versidad, en el marco del Otoo Cultural de Huelva y del III Saln del Libro de
Huelva sobre la necesidad de medidas que se propongan compensar el des-
equilibrio que existe en el intercambio del libro entre Latinoamrica y Espaa,
que se da en una proporcin de uno por cincuenta, facilitando mecanismos que
permitan la circulacin de libros locales en esta zona geogrfica (extremada-

3. Vase http://meiotom.sites.uol.com.br/dulcineiaprojeto.htm
4. Resaltamos que no toman la esperanza como morfina para la percepcin de nuestras mise-
rias, como una espera estpida, sino como estrategia. De nuestra parte, definimos a este signifi-
cante haciendo eco a la voz de Freire: La esperanza es un alio indispensable a la experiencia
histrica. Sin ella, no existira Historia, sino puro determinismo [...] La inexorabilidad del futuro es
la negacin de la Historia (1996: 80, la traduccin es nuestra).

910 ndice
L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

mente escasa, pese a nuestra cercana histrica). Asimismo, pretendemos impul-


sar una enseanza de lengua espaola que no est bajo el yugo de las editoria-
les espaolas y que tampoco se base en los binarismos de la lgica moderna
hegemnica, que escinde lo ideal de lo real, la lengua espaola y sus varian-
tes, sobrevalorando el primero en detrimento del segundo, ya que histrica-
mente este esquema de cognicin solamente nos ha servido para privarnos de
voz. Pensar en una praxis que no disocie la lectura del mundo de la lectura
de la palabra, como nos ensean Freire y Macedo (1994), en nuestra situacin
e interpretacin, requiere no separar el trabajo manual del intelectual, el trabajo
lingstico-literario del artesanal. Como queremos intervenir en lo cultural, esta-
mos seguros de que no podemos apartarnos de lo social; en este sentido, resal-
tamos que tratamos de contemplar los temas ms marcados por el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo: el trabajo con la violencia a partir de una
educacin adecuada al mundo de hoy y la generacin de oportunidades de tra-
bajo, como argumenta el reportaje Juventud-Brasil: lo insoportable de la edu-
cacin deseada de 11/12/2009 de IPS: la otra historia.5

2.1. Escandiendo el concepto cartonera

El trabajo con las cartoneras, desde nuestro punto de vista, se ubica en el


interior de una ecologa de saberes, que valora tanto la produccin universita-
ria como las prcticas cognitivas que se llevan a cabo en el exterior de la uni-
versidad. En este sentido, el trabajo de investigacin de la profesora de lenguas
que les escribe sera, sobre todo, el de traducir el saber movilizado por estos
colectivos para el mundo acadmico, tal cual nos propone Santos (167-168):

O trabalho de traduo que subjaz s ecologias de saberes uma tarefa imensa


e no ser levado a cabo com facilidade. Envolve um processo complexo de
inter-conhecimento e de auto-educao com o duplo objectivo de aumentar o
conhecimento recproco entre os movimentos e organizaes e tornar poss-
veis coligaes entre eles e aces colectivas conjuntas. As ecologias de saberes,
sendo um dos aspectos centrais da epistemologia do Sul, no iro emergir espon-
taneamente. Pelo contrrio, devido ao facto de se confrontarem com a monocul-
tura do saber cientfico, essas ecologias s podero desenvolver-se atravs de
uma sociologia das ausncias que torne presentes e credveis os saberes supri-
midos, marginalizados e desacreditados [...] As ecologias de saberes apelam a
saberes contextualizados, situados e teis, ao servio de prticas transformado-

5. Disponible en http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=94214

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ras. Por conseguinte, s podem florescer em ambientes to prximos como poss-


vel dessas prticas e de um modo tal que os protagonistas da aco social sejam
reconhecidos como protagonistas da criao de saber.

Como vislumbramos en esta cita, una ecologa de saberes presupone un tra-


ductor que consiga validar el saber desarrollado en otro campo dentro de la
monocultura del saber cientfico, porque comparte la idea que la produccin
de conocimiento se potencializa en su tarea de intervencin en la realidad mien-
tras ms cerca est de esta realidad. Sabemos que lo poltico es una condicin
indisociable de la tarea tanto del profesor como del investigador; sin embargo,
nos gustara radicalizar este presupuesto en el mbito de nuestra investigacin.
Ya que la palabra cartonera, tal como est catalogada por la Real Academia
Espaola, no nos dice mucha cosa de esta propuesta editorial, dejemos que las
propias cartoneras se definan. Empezamos con Elosa:6

A principio del 2002, cuando comenzamos con Elosa Cartonera, no podamos


imaginar un presente ms lindo. Comenzamos con la crisis de esos aos, como
algunos dicen somos un producto de la crisis, o, estetizamos la miseria, ni una
cosa ni la otra, somos un grupo de personas que se juntaron para trabajar de otra
manera, para aprender con el trabajo un montn de cosas, por ejemplo el coo-
perativismo, la autogestin, el trabajo para un bien comn, como movilizador de
nuestro ser. Nacimos en esta poca loca que nos toc y nos toca vivir, con muchas
cooperativas y microemprendimientos, asambleas, agrupaciones barriales, movi-
mientos sociales, que surgieron por aquellos aos, por iniciativa de la gente, veci-
nos y trabajadores, ac estamos. Hoy podemos decir que somos un producto del
trabajo, y queremos que nuestro trabajo sirva para todos. Haciendo libros, o en
el futuro haciendo otras cosas, ese es el espritu de nuestro emprendimiento,
hacer de nuestro trabajo una experiencia, un lugar, que les sirva a muchos com-
paeros ms. No queremos encerrarnos en nosotros mismos, queremos sumar
nuevos compaeros, or ideas frescas que nos entusiasmen, buscar la forma de
hacer ms cosas, por eso la carto, como la llamamos cariosamente es un espa-
cio abierto para todos. Los esperamos y viva la Revolucin de las personas!

Como vislumbramos, Elosa Cartonera se autorepresenta como un espacio


democrtico que piensa el trabajo como movilizador de subjetividades, dos
caractersticas muy valoradas de la Teora Crtica de la Educacin. Como profe-
sora en Brasil, me llama mucho la atencin la relacin que se establece con el
trabajo en mi pas: muchos nios abandonan la escuela porque deben trabajar
(o prefieren trabajar a estudiar), muchos alumnos universitarios no se dedican

6. Como encontramos en http://www.eloisacartonera.com.ar/home.html

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L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

a una labor investigadora con ahnco porque trabajan como mnimo ocho horas
al da en situaciones no slo agotadoras sino tambin alienantes. Como vemos,
lo econmico aqu aparece como un obstculo a la formacin crtica de nues-
tro alumnado.
Por ello, vislumbramos la creacin de una cartonera como una alternativa
de reconciliacin entre el trabajo y la formacin personal. Adems de esto, a
partir de los principios de una perspectiva dialgica de aprendizaje, tampoco
queremos encerrarnos en nosotros mismos, queremos sumar nuevos compa-
eros, or ideas frescas que nos entusiasmen. Como nos ha tocado la idea de
una cartonera justamente por el deseo de una efectiva interaccin con el mundo
hispnico a travs de nuestra zona fronteriza con Bolivia, le damos la voz a
Yerba Mala, cartonera boliviana, para que se autorepresente:7

La yerba mala es una planta canbal, se la ve devorando cartones bajo los puen-
tes, por los basureros y en las plazas principales. La yerba mala crece donde le da
la gana, no necesita riego ni mayores cuidados [...] Le han dado el nombre acad-
mico/cientfico de latires/satanik/inhospitus, aunque es tambin conocida como
astalamdula [...] La yerba mala brilla en las noches de altipampa para guiar via-
jeros, dicen que habla en una lengua desconocida, que se expresa mediante el
roce de sus tallos y tiene un sonido germinal, en una lengua que no pide tra-
duccin y evita los malos entendidos: un lenguaje universal. Tambin baila y gira
en el fondo de los ocanos, por las noches conversando con el nervio del planeta,
mediante la energa sincera [...] Las flores no presumen de perfumes delicados y
algunos aseguran que son invisibles para los pechos fros. La yerba mala posee
su propio glamur y, segn asegura la tradicin oral, puede germinar frutos de siete
colores. Los viajeros comentan que alrededor de la yerba mala es posible la con-
versacin, el cabildo, las narraciones y todo tipo de rito al calor del fuego que pro-
duce. La yerba mala no se hace problema de ser techo, lea o lecho. La yerba
mala no es slo una editorial, es un espacio inmenso, que parte de una raz pro-
funda e indestructible, cuyos cabellos se pierden en la esquina del cosmos.

Como nos damos cuenta, hay algo de agresividad en su autorepresentacin,


pero de una agresividad que se dirige en contra del status quo, ya que se piensa
como una yerba daina que va brotando, brotando, como el musguito en la pie-
dra, donando vida a lo inanimado, mientras absorbe los residuos de nuestra
sociedad, retira energa de la basura y la ampla hacia cierto transcender que
apuesta en la comunin de los seres humanos a travs del dilogo. Asimismo,
desde nuestra ubicacin discursiva, utilizamos esta agresividad como una denun-

7. Vase http://yerbamalacartonera.blogspot.com/

ndice 913
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cia a la imposibilidad de construccin de una ciencia neutra: cuando defende-


mos nuestros principios y presupuestos, invariablemente, nos ponemos al lado
de determinado grupo y en contra de otros. Por esto creemos que tanto la cons-
truccin de la ciencia como de la labor educativa son actos sumamente polti-
cos. Juntamos nuestra voz a la de Yerba Mala porque, as como en el dialogismo
educativo, este colectivo cree que la sociedad no es solamente un sistema,
sino que somos los sujetos quienes la componemos, y, por ello hacemos una
apuesta en la transformacin de esta sociedad a travs de la interaccin, que se
da mediante el roce de sus tallos [...] en una lengua que no pide traduccin y
evita los malos entendidos ya que justamente, como nos dice Flecha (1997: 94,
pud Aguilar, 2008): esta intersubjetividad es la base de sus transformacio-
nes.
Tambin apostando por la relacin intersubjetiva alrededor de la confeccin
de un libro cartonero como mola propulsora de las (trans)formaciones sociales,
Nicotina Cartonera, que se define como literatura adictiva en Bolivia, presenta
su engranaje a todo vapor por la siguiente voz:8

Mario Ronald Chuquimia, desde El Alto, Bolivia, nos informa de dos experien-
cias sostenibles y populares de desarrollo cultural: Yerbamala y Nicotina Carto-
nera, libros hechos a mano con papel reciclado que resultan ms baratos que los
libros que llegan a Bolivia desde Espaa y Argentina y que a diferencia de estos,
dan salida en papel a los autores locales. Tapas de cartn reciclado, libros muchas
veces copiados a mano, venta en la calle y autores locales [...] Son ms baratos y
llegan a lugares donde las cubiertas satinadas y las tintas al plomo de los gran-
des grupos editoriales ni siquiera intentan llegar porque un libro es un bien inase-
quible para la gran mayora. Una tapa de cartn reciclado artesanalmente y una
gomita llegan ms lejos y generan cohesin social.

Como percibimos, es un proyecto que adems de interesarse por la demo-


cratizacin del libro, se preocupa por los efectos que se generan en este con-
tacto intersubjetivo que se da a partir del dilogo. Asimismo, de acuerdo con
estos testimonios, existe la firme conviccin que la cartonera no es una edito-
rial comn, sino una propuesta alternativa para el trabajo cooperativo y soli-
dario y para la construccin del conocimiento. Desde nuestra perspectiva, tra-
bajan desde un punto de vista postcolonial en pro de los conocimientos para
la emancipacin, ya que, incluso, en su lgica de organizacin, intentan res-
catar el sujeto del filosofar americano. Segn las propias editoriales, subrayan
su carcter plural, ya que sus lneas de razonamiento parten de un nosotros, y

8. Disponible en http://nicotinacartonera.blogspot.com/

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L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

apuestan en la construccin colectiva, conjunta del conocimiento, como encon-


tramos en el blog de Yerba Mala: Porque la yerba mala somos un colectivo y
no un individuo, utilizamos el nosotros, el jiwasa (voz andina que significa:
dejo de ser para que el otro sea tambin). Por ms yerbas malas en todas
partes y por una voz siempre en plural....
Con lo que hasta aqu expusimos, las cartoneras realizan una lectura de
mundo que en muchos aspectos se acercan a la lectura dialgica, que implica
compartir espacios, construir pensamientos y aumentar los aprendizajes y moti-
vaciones educativas, y esto no es un proceso individual sino colectivo (Soler,
2003: 48, pud Aguilar, 2005: 03). Aun de acuerdo con Aguilar (dem: 02), el
aprendizaje dialgico parte de la transformacin de las condiciones contex-
tuales del aprendizaje [...] destacando la [...] utopa en todos aquellos proyectos
educativos que pretendan una transformacin igualitaria de la sociedad. De all
nuestra apuesta en la construccin de una cartonera en el sistema escolar de
Tangar da Serra-Brasil.

2.2. Un vals final

If I cant dance...
I dont want to be part of your revolution
Emma Goldman

Teniendo en mente todo lo que hasta aqu expusimos, y utilizando la com-


paracin de Paul Valry (2007) cuando define la prosa y la poesa, tambin esta-
mos acordes que la prosa tenga algo de la marcha y la poesa mucho de la
danza.9 Por ello, el proyecto de una cartonera en Tangar da Serra-Brasil se pro-
pone como una performance de la poesa en el sentido de ofrecerse como

9. Aqu dejamos la analoga de Valry (2007: 205-206): O andar, como a prosa, visa um objeto
preciso. um ato dirigido para alguma coisa qual nossa finalidade juntarmo-nos. So circuns-
tncias pontuais, como a necessidade de um objeto, o impulso de meu desejo, o estado de um
corpo [...] que ordenam ao andar seu comportamento, prescrevem-lhe sua direo, sua veloci-
dade e do-lhe um prazo limitado [...] A dana totalmente diferente. , sem dvida, um sistema
de atos; mas que tm seu fim em si mesmos. No vo a parte alguma [...] Mas eis a grande e deci-
siva diferena. Quando o homem que anda atingiu seu objetivo [...] no mesmo instante essa posse
anula definitivamente todo o seu ato; o efeito devora a causa, o fim absorveu o meio; e qualquer
que tenha sido o ato, permanece apenas o resultado [...] O poema, ao contrrio, no morre por
ter vivido: ele feito expressamente para renascer de suas cinzas e vir a ser indefinidamente o que
acabou de ser [...] O pensamento , em suma, o trabalho que origina em ns o que no existe [...]
Entre a Voz e o Pensamento, entre o Pensamento e a Voz, entre a Presena e a Ausncia oscila o
pndulo potico. Resulta desta anlise que o valor de um poema reside na indissolubilidade do

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

propuesta prctica de resistencia a la globalizacin en marcha, como si fuera la


nica marcha posible. Porque no estamos integralmente acordes a estas dico-
tomas didcticas, defendemos que la danza sea una especie de marcha revo-
lucionaria, no slo posible como deseable, ya que posibilitara el marchitar
del florecimiento de esta globalizacin hegemnica10 en la construccin de glo-
balizaciones alternativas.11 Y aqu, para encerrar, estamos de acuerdo con Celaya,
ya que tambin creemos que la poesa, a la vez que es danza, es denuncia y es
marcha hasta mancharse [...] es [...] poesa-herramienta / a la vez que latido

som e do sentido. Ora, eis uma condio que parece exigir o impossvel. No h qualquer rela-
o entre o som e o sentido de uma palavra [...] E, contudo, a tarefa do poeta nos dar a sensao
de unio ntima entre a palavra e o esprito. preciso considerar que este um resultado
exatamente maravilhoso. Digo maravilhoso [...] no sentido que damos a esse termo quando pensa-
mos nos prestgios e nos prodgios da antiga magia. No se deve esquecer que a forma potica foi,
durante sculos, destinada aos servios dos encantamentos. Aqueles que se entregavam a essas
estranhas operaes deviam necessariamente acreditar no poder da palavra e muito mais na efi-
ccia do som dessa palavra do que em seu significado. As frmulas mgicas freqentemente so
privadas de sentido; mas no se pensava que sua fora dependesse de seu contedo intelectual
Como nos damos cuenta, las frmulas mgicas son frmulas poderosas, potentes, poticas. Hace-
mos una apuesta en dichas formas poticas en la generacin de subjetividades rebeldes, como lo
nombra Santos (2007), que estallan con poder en contra a los poderes represores, que no estn
conformes al status quo. En este sentido, no estamos acordes a Valry al decir que la poesa no va
a parte alguna, que no pretende nada, ya que visa solamente a lo esttico. Pensamos que lo est-
tico no se separe de lo tico, como tambin Cndido (dem) lo defiende.
10. Definimos aqui globalizacin con las palabras Santos (dem: 437-438) aquilo que habi-
tualmente designamos por globalizao so, de facto, conjuntos diferenciados de relaes sociais;
diferentes conjuntos de relaes sociais do diferentes fenmenos de globalizao. Nestes termos
no existe uma entidade nica chamada globalizao; existem, em vez disso, globalizaes. Em
rigor, este termo s deveria ser usado no plural. Enquanto feixes de relaes sociais, as globaliza-
es envolvem conflitos e, por isso, vencedores e vencidos. Da, a definio de globalizao por
mim proposta: a globalizao o processo pelo qual determinada condio ou entidade local estende
a sua influncia a todo o globo e, ao faz-lo, desenvolve a capacidade de designar como local outra
condio social ou entidade rival. Para dar conta destas assimetrias, distingo quatro formas ou pro-
cessos de globalizao que do origem a dois modos de produo de globalizao [...] A diviso
internacional da produo da globalizao assume o seguinte padro: os pases centrais especiali-
zam-se em localismos globalizados, enquanto aos pases perifricos cabe to-s a escolha entre
vrias alternativas de globalismos localizados. O sistema mundo uma trama de globalismos
localizados e localismos globalizados e das resistncias que eles suscitam.
11. Tambin de acuerdo con Santos, hacemos la distincin entre dos tipos de globalizaciones:
La globalizacin hegemnica (neoliberal, desde arriba hacia abajo) versus la globalizacin contra-
hegemnica,una globalizacin desde abajo, lo que aqu llamamos globalizacin alternativa. De
acuerdo con este terico (ibdem: 439), esta globalizacin se constituye por dos procesos: o cos-
mopolitismo insurgente e subalterno e o patrimnio comum da humanidade. O cosmopolitismo
subalterno insurgente consiste na resistncia transnacionalmente organizada contra os localismos
globalizados e os globalismos localizados. Trata-se de um conjunto muito vasto e heterogneio

916 ndice
L A S C A R TO N E R A S L AT I N OA M E R I C A N A S

de lo unnime y ciego / Tal es, arma cargada de futuro expansivo / con que
te apunto al pecho [...].

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de iniciativas, movimentos e organizaes que partilham a luta contra a excluso e a discriminao


sociais e a destruio ambiental produzidas pela globalizao neoliberal, recorrendo a articula-
es transnacionais tornadas possveis pela revoluo das tecnologias de informao e de comuni-
cao. As actividades cosmopolitas incluem, entre outras, dilogos e articulaes Sul-Sul; redes trans-
nacionais de movimentos anti-discriminao, pelos direitos interculturais, reprodutivos e sexuais;
redes de movimentos e associaes indgenas, ecolgicas ou de desenvolvimento alternativo e
em luta contra o regime hegemnico de propriedade intelectual que desqualifica os saberes tradi-
cionais e destri a diversidade de recursos da terra; articulaes entre sindicatos de pases perten-
centes ao mesmo bloco econmico regional; lutas transnacionais contra as sweatshops, prticas labo-
rais discriminatrias e trabalho escravo; etc., etc..

ndice 917
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

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918 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA PRENSA COMO ACTOR POLTICO: LOS DIARIOS DE VALENCIA


DURANTE LA TRANSICIN (1976-1982)
Luis Amador Iranzo Monts
Universitat Jaume I. Castelln

Resumen
Desde los ltimos aos de la dictadura, el diario Las Provincias decano
de la ciudad de Valencia vena apostando por una lnea editorial aperturista,
seguida de forma mucho ms tmida por Levante. A partir de mediados de
1978, Las Provincias abandon su lnea aperturista y forj una alianza con UCD
debido a la confluencia de varios factores, entre los que destaca la estrecha
amistad entre Manuel Broseta y Mara Consuelo Reyna, subdirectora del dia-
rio. Desde ese momento, UCD y Las Provincias se sitan en la misma lnea y
centran sus discursos en los smbolos de identidad de los valencianos (ban-
dera, denominacin del territorio y lengua). Las Provincias vari su llama-
miento a la unidad de los valencianos, claramente visible en su lnea editorial
hasta 1977, por el fomento de la divisin. Adems, el enfrentamiento frustr
hasta fecha muy tarda el pacto para lograr el Estatuto de Autonoma. Levante
no entr de lleno en el conflicto y solo se implic cuando, a partir de fina-
les de 1981 y bajo la direccin de Jos Barber, secund la lnea editorial de
Las Provincias. El Partido Socialista, con escaso poder de influencia en los
dos diarios de la ciudad, encontr un respiro meditico con la aparicin, a
finales de 1980, del Diario de Valencia. Sin embargo, su dbil estructura empre-
sarial lo conden al cierre a mediados de 1982.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Los diarios de Valencia en los aos finales de la dictadura


Los diarios de la ciudad de Valencia reciben la dcada de los setenta en un
clima de placidez. La entrada en vigor de la Ley de Prensa de 1966, que haba
facilitado la apertura informativa en publicaciones de otras ciudades espaolas,1
apenas alter las rutinas informativas en las tres cabeceras que se editaban dia-
riamente en Valencia: Levante y Jornada, ambos de la Cadena de Prensa del
Movimiento,2 y Las Provincias.
Levante llega a 1970 despus de un periodo de recuperacin de ventas en
el que influy la renovacin tecnolgica que realiz el diario en 1967. La nueva
rotativa le permiti lanzar una formato ms reducido que el sbana tradicional,
que haba utilizado hasta esos momentos. El cambio de formato recibe una calu-
rosa acogida por parte de los lectores.3 En peor situacin se encuentra el ves-
pertino Jornada, el otro diario estatal de Valencia, atenazado por las prdidas
econmicas y con una magra difusin que apenas alcanzaba unos pocos miles
de ejemplares, hechos que lo abocarn a la desaparicin. El cierre de Jornada,
en septiembre de 1975, no se trata de una decisin aislada, sino que forma parte
de los planes de saneamiento puestos en marcha en la Delegacin Nacional de
Prensa y Radio del Movimiento para detener la sangra econmica en la que se
haban convertido algunos peridicos de la cadena: la Prensa del Movimiento
cierra el ejercicio de 1975 con un dficit de 842 millones de pesetas, frente a los
75 millones del ao anterior (Martn de la Guardia, 2000).
Las Provincias, el diario decano de la prensa valenciana y representante
de posiciones conservadoras, mantiene una difusin absolutamente regular en
torno a los 37.000 ejemplares entre 1967 y 1972.4 El peridico de la familia Dom-
nech, dirigido por Jos Ombuena desde 1959, cuenta con una redaccin con
una media de edad elevada. Sin embargo, en enero del ao 1972 se produce un
hecho clave para la marcha del peridico: Mara Consuelo Reyna, una joven
de 28 aos perteneciente a la familia propietaria del diario, es designada sub-
directora. A partir de ese momento, Reyna propiciar la progresiva apertura del

1. Es el caso, por ejemplo, del diario Madrid, voz de una oposicin moderada silenciada por
el Gobierno el 25 de noviembre de 1971 (Alfrez, 1986: 96-101). Adems de en Alfrez, se puede
obtener una visin de la prensa de los ltimos aos del franquismo en Barrera (1995). En ambos
casos, el anlisis se limita bsicamente a los medios de Madrid y Barcelona.
2. Una ley del 13 de julio de 1940 cre de modo oficial el organismo Prensa y Radio del Movi-
miento, compuesto entonces por 35 peridicos la mayora incautados al enemigo durante la
Guerra Civil y 45 emisoras. Estos medios se convirtieron en instrumentos de orientacin y adoc-
trinamiento poltico en manos de la dictadura (Barrera, 1995: 62).
3. 15.000. Toda una vida. Especial publicado en el Magazn, suplemento del diario Levante,
pginas 1-26. 31 de mayo de 1987.
4. Datos de la Oficina de Justificacin de la Difusin (OJD).

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L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

peridico y la incorporacin de nuevos colaboradores y redactores, un periodo


que ha dado en llamarse La primavera de Las Provincias.5 No solo eso: poco
a poco, la nueva subdirectora ir asumiendo las funciones de la direccin, a
pesar de que Jos Ombuena nunca dejar de aparecer como mximo responsa-
ble en la cabecera. Como ha dejado escrito Francisco Prez Puche, entonces
redactor del diario, Las Provincias fue muy pronto gua de la transformacin
valenciana de los aos setenta (1998: 46).
Levante tambin sufrir un cambio en la direccin en julio de 1973, fecha en
la que Jos Molina Plata se hace cargo del peridico. Molina Plata, un vete-
rano falangista granadino que ya haba ocupado la direccin de Levante en los
aos 50, llega a Valencia en esta segunda etapa al final de su carrera profesio-
nal, despus de haber dirigido peridicos y ocupado importantes cargos de res-
ponsabilidad en la Cadena de Prensa del Movimiento. El nuevo director de
Levante tiene claro lo que hay que hacer: Yo volv a Valencia con la intencin
de poner al peridico a tono con los caminos que se avecinaban, darle un aire
ms moderno y abierto.6 Evidentemente, no se trataba de ninguna apuesta rup-
turista, sino de una tmida apertura, como apunta el periodista Jos Luis Torr,
que define a Molina Plata como un posibilista.7 Esos deseos de cambio queda-
ron plasmados en una decisin que tuvo un gran calado simblico: el 15 de julio
de 1973 primer da en el que Molina Plata aparece como director, el yugo y
las flechas, emblema de la Falange (el partido nico de la dictadura), desapa-
recen de la cabecera del peridico y el subttulo pasa de Diario regional del
Movimiento a Diario regional de Valencia.8 De forma progresiva, se incorpo-
rarn al peridico como colaboradores personas vinculadas a la izquierda y se
producir una renovacin de los contenidos.
Las lneas aperturistas de ambos peridicos ms firme en su apuesta demo-
crtica, en el caso de Las Provincias, y ms formal y centrada en los contenidos,
en el de Levante9 les reportan un notable aumento de la difusin. As, Las Pro-

5. Curiosamente, la propia Mara Consuelo Reyna tacha de estupidez grandiosa este apelativo
de La Primavera de Las Provincias ya que, en su opinin, el talante del peridico en los ltimos
aos del franquismo era idntico al de los aos noventa (entrevista aparecida en Xamb, 1995: 189.)
6. Entrevista a Jos Molina Plata. 15.000. Toda una vida. Especial publicado en el Magazn,
suplemento del diario Levante, pginas 1-26. 31 de mayo de 1987.
7. Entrevista personal a Jos Luis Torr (Ontinyent, 1950), redactor de Levante (entre otras sec-
ciones, de poltica), entre febrero de 1975 y noviembre de 1981, mes en el que se produce su nom-
bramiento como director del diario Mediterrneo, de Castelln.
8. En realidad, la desaparicin del yugo y las flechas del peridico es temporal. Apenas unos
das despus, el 19 de julio, el smbolo de la Falange vuelve a aparecer en la mancheta situada en
la pgina 2, aunque nunca volver ya a la cabecera. De la mancheta desaparecer definitivamente
el 31 de diciembre de 1976.
9. Levante, pese a todo, continuaba siendo un peridico del Movimiento. El diario, por ejem-
plo, se vuelca en la manifestacin de apoyo a Franco que se celebra el 9 de octubre de 1975.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

vincias alcanza los 45.425 ejemplares de venta media diaria en 1977 cifra
que no superar hasta 1982 y Levante llega a los 42.179 en 1976, cantidad que
tardar todava muchos aos en igualar.10 La apertura de Las Provincias propi-
cia, adems, que la redaccin, y ms en concreto el despacho de su subdirec-
tora, se convierta en el centro neurlgico de la vida poltica valenciana. Mara
Consuelo Reyna entra en contacto con la gente ms diversa de la oposicin
democrtica al franquismo. Las relaciones entre periodistas y polticos son enton-
ces muy estrechas y persiguen el mismo objetivo: acabar con la dictadura. En
opinin del periodista Jaime Mills, todo grupo poltico que quisiera tener una
baza de futuro necesitaba presentarse en sociedad y poder expresar sus opinio-
nes de una forma regular en prensa, y como el acceso a Levante era tan limi-
tado, la opcin era Las Provincias.11 En estas circunstancias, en noviembre de
1975 se produce la muerte de Franco: la democracia parece ya al alcance de la
mano.

2. La lucha por la libertad y la autonoma


Los nuevos tiempos llegan a los dos diarios de Valencia, aunque de dife-
rente forma. Levante intenta adaptarse a los cambios que se van produciendo,
pero siempre al comps del gobernador civil.12 La sintona peridico-goberna-
dor se aprecia claramente en el tratamiento informativo que el diario concede
a los actos que reivindican las libertades democrticas en la calle. En 1976, se
celebran dos manifestaciones para pedir la amnista: una no autorizada (16 de
enero) y otra autorizada por el gobernador (12 de julio). Mientras la primera es
ubicada en la pgina de Sucesos y considerada como una alteracin del orden
pblico, la segunda se ubica en la seccin Valencia y se le reconoce su valor
poltico. De igual forma, la suspensin decretada por el gobernador de un espec-
tculo musical de carcter reivindicativo previamente autorizado cuando estaba
en pleno desarrollo obtiene el respaldo inequvoco del diario. La crnica publi-
cada por Levante, despus de aludir a la suspensin en el antettulo, llevaba un
ttulo significativo: Al convertirla grupos extremistas en una provocacin sub-
versiva.13 En septiembre de 1976, el peridico empieza a publicar una seccin
que quiere hacerse eco de la efervescencia poltica que se vive en esos momen-

10. Los datos corresponden a la Oficina de Justificacin de la Difusin (OJD).


11. Entrevista personal a Jaime Mills (Valencia, 1949), periodista que inici su andadura pro-
fesional en Las Provincias en el verano de 1972. Posteriormente fue corresponsal de El Pas y redac-
tor de Diario de Valencia, entre otros puestos.
12. Entrevista personal a Jos Luis Torr. El gobernador civil era tambin jefe provincial del
Movimiento.
13. Levante, 21 de septiembre de 1976.

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L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

tos: Valencia: actividades polticas y sindicales, en la que se informa tanto de


la oposicin democrtica como de la Falange y las figuras polticas vinculadas
a la dictadura.
La apuesta del diario decano por la democracia es mucho ms clara desde
el fallecimiento del dictador. Las Provincias renovar de forma sustancial la
redaccin desde la llegada de Mara Consuelo Reyna a la subdireccin de forma
que, a la muerte de Franco, el grueso del peridico lo forma un grupo de jve-
nes profesionales del periodismo, comprometidos con la sociedad y, mayori-
tariamente, con una idea de izquierdas.14 Este grupo de periodistas ser funda-
mental para que el diario haga, segn Manuel Leguineche, el peridico ms de
izquierdas de Espaa.15 Mara Consuelo Reyna asume la direccin de este grupo
con idntico compromiso: el da de la manifestacin no autorizada del 16 de
enero de 1976 est en la calle junto a varios de sus redactores siguiendo la pro-
testa. Sin las ataduras que tena Levante como peridico del Movimiento, el dia-
rio decano hace una apuesta ms clara por la libertad, y la informacin poltica
empieza a cobrar cada vez una mayor importancia en los contenidos del dia-
rio. As, el 27 de febrero de 1976 aparece la seccin El Patio, con la que el
peridico aspira a conceder la palabra, a cuantas tendencias polticas acaparan
hoy por hoy, buena parte de la atencin del pas.
El conflicto en torno a la identidad de los valencianos en un principio, la
polmica se centra en la bandera y en los Pases Catalanes, impulsado por la ex-
trema derecha,16 empieza a provocar los primeros pronunciamientos de los par-
tidos polticos durante los meses iniciales de 1976. Estos primeros escarceos
polticos llevan a Las Provincias a publicar un editorial el 23 de abril de 1976
titulado Crisis de identidad. En el texto, el diario denuncia el intento de des-
naturalizar el panorama pblico valenciano mediante la deliberada confusin
de identidad e ideologa. A lo largo de 1977, los partidos de derecha17 y las ins-
tituciones controladas todava por las autoridades franquistas (Ayuntamiento y
Diputacin de Valencia)18 continan utilizando la identidad, desde una visin
anticatalanista, en su estrategia poltica.19 Como respuesta a estas actuaciones,
la plataforma que aglutinaba a todos los partidos de la oposicin democrtica

14. Entrevista personal a Fernando Herrero, periodista que desarroll toda su carrera profe-
sional en Las Provincias, en donde ingres como redactor en 1972.
15. Cita ofrecida por Fernando Herrero. Entrevista personal.
16. Comunicado de Falange. Las Provincias, 24 de marzo de 1976.
17. Comunicado del Crculo de Jos Antonio de Valencia (Las Provincias, 1 de febrero de 1977).
Comunicado de Alianza Popular (Las Provincias, 11 de febrero de 1977).
18. Por ejemplo, propuesta aprobada por el pleno del Ayuntamiento de Valencia el 4 de marzo
de 1977 y mocin de la Diputacin de Valencia del 28 de octubre de 1977.
19. El uso del anticatalanismo con fines polticos no es una novedad en Valencia. El blasquismo
lo utiliz a principios del siglo XX. Para un repaso de este periodo, se puede consultar Cuc (1971).

ndice 923
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

hace pblico un comunicado en el que se denuncia que grupos minoritarios,


que han ejercido el poder durante la dictadura, estn manipulando el espanta-
pjaros catalanista para desviar la atencin del pueblo.20 Tanto Las Provincias
como Levante evitan entrar en este conflicto y se limitan a informar, general-
mente de forma comedida. Sin duda, las elecciones del mes de junio estaban
en el horizonte de estos planteamientos. Sin embargo, la identidad no juega un
papel relevante durante la campaa electoral y los principales partidos coinci-
den en reivindicar la autonoma para el Pas Valenciano dentro de sus progra-
mas.21
Las elecciones legislativas del 15 de junio suponen el triunfo en Espaa de
la coalicin de centro-derecha Unin de Centro Democrtico (UCD), con el Par-
tido Socialista Obrero Espaol (PSOE) en segundo lugar. En el Pas Valenciano,
sin embargo, los socialistas logran imponerse. Como consecuencia de las elec-
ciones, se constituye una asamblea formada por todos los parlamentarios ele-
gidos en el Pas Valenciano. Se trata de un primer paso hacia el autogobierno.
La asamblea designa una comisin encargada de organizar los actos festivos de
la celebracin del 9 de octubre, Da del Pas Valenciano.
Conforme se acerca la fecha sealada, va en aumento el fervor autonomista,
del que participan de forma entusiasta tanto Levante22 como Las Provincias.
En Levante, la expresin Pas Valenciano tiene cada vez un uso ms generali-
zado, lo que demuestra que el espritu autonomista va calando en el peridico.
La firma Giner, desde la columna Panorama, va marcando la lnea del peri-
dico.23 As, en vsperas del 9 de octubre, interpreta la celebracin como un camino
hacia el logro de la autonoma.24 En los das previos a la festividad, Levante se
suma al ambiente poltico que se vive en Valencia y aumenta el despliegue infor-
mativo para cubrir la efemride. Las referencias a la unidad de los valencianos
son constantes durante esos das.25 El momento lgido del seguimiento perio-

20. Las Provincias, 10 de marzo de 1977.


21. Solo se puede resear una excepcin de importancia. Das antes de las votaciones, Vicente
Giner Boira, candidato al Senado por Alianza Popular (partido impulsado por antiguos dirigentes
franquistas), firmaba una publicidad electoral en la prensa con el siguiente ttulo: El da 16 [es decir,
el da posterior a las elecciones] dejars de ser valenciano; sers cataln (Las Provincias, 12 de junio
de 1977).
22. En abril de 1977 se crea el organismo autnomo Medios de Comunicacin Social del Estado
(MCSE), al que se adscriben los medios de la Cadena del Movimiento, entre ellos Levante.
23. Giner era, en realidad, una firma colectiva bajo la que escriban tanto el director como otros
redactores. Debido al escaso nmero de editoriales publicados, la columna Panorama se poda
considerar como el espacio en el que se expresaba la opinin del diario.
24. Un 9 de octubre que mira hacia delante. Levante, 28 de septiembre de 1977.
25. El 7 de octubre, el peridico coloca un cintillo en portada por encima de la cabecera con
el texto: 9 doctubre. Uni i germanor de tot el poble valenci. Al da siguiente, repite la misma
frmula pero con otro lema: 9 doctubre. Voluntat davanar units cap al futur.

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L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

dstico llega el 11 de octubre, cuando el peridico informa sobre la gran mani-


festacin del da 9. Ese da, un gran titular abre la portada a toda pgina: Avant,
Pas valenci!. En su columna, Giner destaca la unidad demostrada por los valen-
cianos para conseguir la autonoma.
El despliegue informativo de Las Provincias para cubrir el 9 de octubre es
incluso mayor que el de Levante. En los das previos a la celebracin, el diario
recoge en sus pginas decenas de adhesiones al acto que van llegando a la
redaccin desde entidades de la ms diversa ndole. Entre el 5 y el 9 de octu-
bre, el peridico publica diariamente una nueva seccin, el Diccionario de la
autonoma, en el que recopila las principales voces relacionadas con el pro-
ceso autonmico valenciano. Como colofn, el 9 de octubre aparece un suple-
mento especial de 16 pginas. El 11 de octubre, Las Provincias dedica toda la
portada a la gran manifestacin del 9 de octubre con un titular a cinco colum-
nas: Ms de medio milln de valencianos pidieron autonoma. El discurso
del diario de estos das se puede resumir en una idea: los valencianos deben
estar unidos para conseguir la autonoma. La ltima oracin del texto publicado
en portada el 9 de octubre es un ejemplo caro de este discurso: Hoy es el da
de dejar a un lado lo accesorio, lo anecdtico, lo que pueda diferenciarnos, y de
acudir, en aras de la unidad, a la convocatoria del 9 doctubre, un da en
que el pueblo valenciano ha de comenzar a despertar y a pedir la autonoma.

3. El giro de Las Provincias


La elecciones de junio y la gran manifestacin del 9 de octubre de 1977
demuestran la fortaleza de los partidos de izquierda y del espritu autonomista
en el Pas Valenciano. Al mismo tiempo, se va consolidando el discurso identi-
tario valenciano de carcter anticatalanista, conocido como blaverismo: justo
despus de la manifestacin del 9 de octubre, se presentan el partido Unin
Regional Valencianista (URV)26 y los Grupos de Accin Valencianista (GAV),27 ade-
ms del manifiesto Al pueblo valenciano.28 El blaverismo articula un discurso
identitario valenciano en oposicin al cataln y que se caracteriza, bsicamente,
por su rechazo a los Pases Catalanes (ya sea entendidos como comunidad cul-
tural o entidad poltica) y por unas apuestas simblicas claras: la bandera cua-
tribarrada con franja azul (en oposicin a la bandera cuatribarrada, propia de
la Corona de Aragn y descalificada como catalana), la desvinculacin de la
lengua valenciana del cataln y la apuesta por la denominacin Regin o Reino
de Valencia (en oposicin a Pas Valenciano). Realmente, no se trata de un dis-

26. Las Provincias, 18 de octubre de 1977.


27. Las Provincias, 22 de octubre de 1977.
28. Las Provincias y Levante, 18 de noviembre de 1977.

ndice 925
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

curso homogneo y se pueden encontrar diferencias en funcin de los actores


que lo propugnan y del momento histrico. Lo que s resulta evidente es que
un discurso que, despus de la muerte de Franco, empieza a ser esgrimido por
partidos de extrema derecha y autoridades franquistas, se va extendiendo de
forma progresiva y es asumido por nuevos actores.
El salto cualitativo en esta progresin se produce cuando algunos de los diri-
gentes de UCD empiezan a usar el blaverismo. Es el caso de Emilio Attard,
nmero uno de la candidatura al Congreso por Valencia en las elecciones de
1977 y secretario provincial de la formacin poltica, que lo utiliza inicialmente
de forma tctica para oponerse a los liberales y hacerse con el control del
aparato de UCD en Valencia (Sanz, 1982: 86-88). Este discurso identitario ir
calando en el partido. El 27 de febrero de 1978, el Consejo Poltico de UCD-Valen-
cia aprueba un acuerdo en el que se reclama la preautonoma, se rechaza la
opcin de los Pases Catalanes (sin citarlos de forma explcita) para el Pas Valen-
ciano y se asegura que seguirn usando la clsica Senyera, con banda azul
hasta que el pueblo valenciano no apruebe inequvocamente la bandera que
lo represente en todo su territorio.29 Este acuerdo, el primero en el que la UCD
de Valencia se pronuncia sobre la autonoma y los smbolos de identidad de los
valencianos, tendr un impacto inmediato. El 2 de marzo, Mara Consuelo Reyna
defiende en su columna de Las Provincias30 la bandera con franja azul como
smbolo del pueblo valenciano.
El 10 de abril de 1978 se elige el primer Gobierno preautonmico valen-
ciano, presidido por el socialista Josep Llus Albiana e integrado por represen-
tantes de todos los partidos polticos que haban obtenido representacin par-
lamentaria el ao anterior.31 Albiana designa asesor a Manuel Broseta, un
independiente de reconocido prestigio que haba tenido un gran protagonismo
en los organismos valencianos de oposicin al franquismo y contaba con nume-
rosos contactos en el mundo cultural y econmico valenciano.32 El conflicto
en torno a los signos de identidad de los valencianos no tardar en alcanzar al

29. Acuerdo del Consejo Poltico de UCD-Valencia, de fecha 27-2-78, tomando como base la
enmienda de Ruiz Monrabal, a la propuesta inicial de Emilio Attard, sobre autonoma valenciana.
Archivo de Vicent Ruiz Monrabal.
30. Las columnas de Mara Consuelo Reyna, bajo el epgrafe Pas, marcaban la lnea editorial
de Las Provincias, que solo de forma espordica publicaba editoriales. Conviene recordar que Reyna
no solo era subdirectora y directora de hecho del peridico, sino miembro de la familia propie-
taria.
31. El Consejo de Ministros haba aprobado la preautonoma para el Pas Valenciano en su sesin
del 11 de marzo.
32. Manuel Broseta (Banyeres, 1932-Valencia, 1992) era catedrtico de Derecho Mercantil, secre-
tario de la Caja de Ahorros de Valencia y haba presidido tanto la Junta Democrtica del Pas Valen-
ciano como la Taula de Forces Poltiques i Sindicals del Pas Valenci.

926 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

Gobierno de Albiana. En el mes de mayo, el programa televisivo Hora 15 des-


ata una ola de protestas al afirmarse en l que el escritor valenciano Ausis
March era cataln y escriba en cataln. Al da siguiente, Mara Consuelo Reyna
que no se haba pronunciado ante programas similares emitidos anteriormente
utiliza su columna en Las Provincias para acusar a la oligarqua catalana de pro-
mover el catalanismo y reclama al Gobierno preautonmico valenciano que
se pronuncie sobre la bandera y los smbolos.33 Las protestas se suceden durante
varios das, alentadas por las autoridades franquistas de la ciudad, mientras Las
Provincias no ceja en su presin hasta que Albiana, finalmente, explica en
rueda de prensa su posicin sobre los Pases Catalanes, la bandera y la len-
gua. La postura beligerante en este episodio de Las Provincias contrasta con
la actitud ponderada de Levante, reconocible en las columnas que firma Giner,
en las que se intenta quitar hierro a la polmica y se subraya que la personali-
dad valenciana no corre ningn peligro.34 Adems, el peridico ofrece la trans-
cripcin completa del programa que desencaden las protestas para que sus
lectores puedan formarse una opinin completa sobre la cuestin.
La polmica en torno al programa Hora 15 es el primer claro indicador del
giro que est experimentando la lnea editorial de Las Provincias. El peridico,
coherente con su propsito de buscar la unidad de los valencianos, no haba
situado hasta el momento el conflicto simblico en el primer plano de la actua-
lidad e, incluso, haba denunciado las campaas anticatalanistas. En esta oca-
sin, sin embargo, pondr en prctica las mismas acciones que antes haba
criticado: durante tres das, el peridico publicar en su pgina dos una serie
en la que denuncia la apropiacin por los catalanes del arte, la cermica o los
muebles valencianos.35
El cambio en la lnea editorial de Las Provincias coincide con el que expe-
rimenta Manuel Broseta. Las conexiones entre ambos son abundantes. Broseta
era el abogado de la familia Reyna y haba establecido una relacin muy cer-
cana con la subdirectora del peridico desde el final de la dictadura. Con estre-
chas relaciones con el mundo cultural nacionalista,36 Broseta se desvincula de
esta opcin y ofrece a Albiana, entonces presidente del Gobierno preauto-
nmico valenciano, liderar un nuevo movimiento regionalista. El primer acto
de masas de este movimiento se celebra das despus de la polmica en torno
al programa Hora 15, el 5 de junio de 1978, en la plaza de toros de Valencia.
En la presidencia del acto, una silla destinada a Josep Llus Albiana queda vaca.

33. Las Provincias, 20 de mayo de 1978.


34. Levante, 23 y 24 de mayo de 1978.
35. Las Provincias, 25, 26 y 27 de mayo de 1978.
36. Segn Albiana, a Broseta la cuestin nacionalista le gustaba con delirio. El Temps, nmero
1.321, 6 de octubre de 2009.

ndice 927
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Segn el entonces presidente valenciano, la idea de la silla es de Broseta, pero


Albiana rechaza finalmente la oferta porque no est dispuesto a cuestionar la
unidad lingstica de valenciano y cataln.37
Durante los meses siguientes, las posturas de Broseta y Las Provincias se
van definiendo en un proceso no exento de contradicciones, en el que se alter-
nan llamamientos a la unidad con textos claramente partidarios. El principal hito
en el giro de Broseta es el artculo La paella de els Pasos Catalans,38 en el
que, utilizando el anticatalanismo, denuncia una verdadera expoliacin cultu-
ral y nacional de los valencianos. En artculos posteriores, siempre publicados
en Las Provincias, Broseta reclama el apoyo al Consell. El 12 de noviembre escribe
un artculo en el que explicita su proyecto: una tercera va que supere la divisin
entre los valencianos, va que, asegura, ya ha sido abierta por el presidente del
Consell. Broseta apura sus ltimos intentos para convencer a Albiana de que
encabece su proyecto, pero este sigue negndose, por lo que cambia sus pla-
nes y entra en contacto con UCD, a cuyo primer congreso nacional asiste como
invitado a finales de octubre. A principios de enero de 1979, Mara Consuelo
Reyna publica varias columnas en Las Provincias en las que reclama que UCD
renueve sus listas con vistas a las elecciones generales de marzo de ese ao y
se abra al centro-izquierda. Sin citarlo, Reyna se est refiriendo a Manuel Bro-
seta. As lo entiende tambin la direccin de UCD en la provincia de Valencia,
que en un informe confidencial respalda la inclusin en las listas electorales del
partido del abogado y poltico valenciano, ya que permitira reforzar conside-
rablemente el apoyo de este peridico (en referencia a Las Provincias) a nues-
tra candidatura.39 Finalmente, Broseta ingresar en UCD en enero de 1979, un
hecho en el que Mara Consuelo Reyna tuvo una intervencin directa, ms
all de las columnas que publicaba en el diario.40 De esta forma, Broseta logra
la plataforma adecuada para lanzar un proyecto poltico que estaba en su mente
y, tambin, figuraba en los planes de UCD. De hecho, el mismo informe confi-
dencial citado anteriormente revela un pacto electoral alcanzado con los Grupos
de Accin Valencianista (GAV) para intentar captar el voto de la valenciana. En
opinin de Albiana, Broseta se convierte en un instrumento y tiene que enar-
bolar una ideologa que es la que utiliza en esos momentos la burguesa valen-
ciana como reaccin frente a la orfandad poltica en la que se encuentra.

37. Entrevista personal a Josep Llus Albiana.


38. Las Provincias, 23 de julio de 1978.
39. El informe, sin fecha, est suscrito por Emilio Attard y Jos Ramn Pin, entonces presidente
y secretario provincial, respectivamente, de UCD en Valencia. Biblioteca Valenciana. Archivo per-
sonal de Emilio Attard Alonso. Caja 7.
40. Vicente Navarro de Lujn, dirigente de UCD, y Mara Consuelo Reyna hablaron personal-
mente con Emilio Attard para hacerle ver la necesidad de integrar a Broseta en el partido. Entre-
vista personal a Vicente Navarro de Lujn.

928 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

Asume, as, un liderazgo y una simbologa que prestigia con su trayectoria pol-
tica impecable.41 En definitiva, se podra afirmar que, despus del momento
de desorientacin que sigue a la cada de la dictadura, la burguesa encuentra
un discurso con suficiente atractivo para enfrentarse a una izquierda en auge,
el lder que la puede representar (Broseta) y recupera el peridico que tradicio-
nalmente haba servido sus intereses, que vuelve a su lnea natural despus
del periodo de apertura que vive durante los ltimos aos de la dictadura y los
primeros de la transicin. Broseta vincula de forma directa a UCD con Las Pro-
vincias. El crculo se cierra: a partir de ese momento, tanto el partido como el
diario utilizan la simbologa (bandera, lengua, denominacin del territorio) de
los valencianos como un elemento clave en su discurso y en funcin de la situa-
cin poltica de cada momento, de forma que sus planteamientos sobre estos
smbolos al inicio de la transicin sern exactamente los contrarios de los que
acabarn defendiendo en 1982.
Levante no integrar nunca la simbologa en su discurso, aunque, como medio
pblico, no podr eludir la presin de la UCD, partido de gobierno en Madrid.
La relativa independencia con la que Molina Plata vena dirigiendo el diario no
era bien vista en UCD, que a principios del 79 est preparando las elecciones
generales del 1 de marzo. Segn Jos Luis Torr, el partido centrista quera tener
un mayor ascendente, un mayor protagonismo sobre la marcha del peridico.42
Molina Plata confirma esta versin: [Emilio] Attard [...] pensaba que podra tener
una posicin predominante en el peridico. [...] Los ucedistas se crean los due-
os del diario. [...] Con UCD sufr ms presiones que durante la poca de Franco.43
A principios de 1979, el entonces vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril
Martorell, designado para ocupar el nmero uno de la lista al Congreso de UCD
en Valencia, asume de forma directa el control del partido en la provincia. La
situacin poltica entra en una dinmica claramente preelectoral y, en ese esce-
nario, el control de la prensa adquiere una importancia de primer orden. Molina
Plata recibe presiones de un periodista del crculo de Abril Martorell44 e, incluso,
hay un intento de destituirlo por parte de un sector de UCD. Segn la versin del
propio Molina Plata, la operacin estaba encabezada por Joaqun Muoz Pei-
rats45 con la ayuda de uno de los redactores del peridico.46 A partir de ese

41. Entrevista personal a Josep Llus Albiana.


42. Entrevista personal.
43. Entrevista a Jos Molina Plata. 15.000. Toda una vida. Especial publicado en el Magazn,
suplemento del diario Levante, pginas 1-26. 31 de mayo de 1987.
44. Entrevista personal a Jos Luis Torr.
45. Diputado de UCD en las dos primeras legislaturas tras la restauracin de la democracia. Miem-
bro de la ejecutiva de UCD-Valencia perteneciente al sector liberal del partido.
46. Entrevista a Jos Molina Plata. 15.000. Toda una vida. Especial publicado en el Magazn,
suplemento del diario Levante, pginas 1-26. 31 de mayo de 1987.

ndice 929
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

momento, la influencia de la UCD se deja sentir con fuerza en varios episodios a


lo largo de 1979 y principios de 1980, aunque sera injusto afirmar que Levante
se convierte en una mera correa de transmisin de los intereses centristas.

4. Los smbolos ocupan el centro del debate poltico. Diario de Valencia entra
en juego
Durante 1979, los smbolos, y sobre todo la bandera, centran el discurso pol-
tico de UCD y de Las Provincias, especialmente despus de que el Gobierno pre-
autonmico valenciano adoptara el 25 de abril con los votos de socialistas y
comunistas y la ausencia de los representantes de UCD y AP, que abandonan la
reunin tras expresar su disconformidad la senyera cuatribarrada con el escudo
de la institucin preautonmica como bandera oficial, conocida desde ese
momento como la bandera del Consell. La decisin del Gobierno valenciano
viene seguida de varios actos de violencia contra las autoridades socialistas, que
tiene uno de sus puntos culminantes en los ocurridos el 9 de octubre, da del
Pas Valenciano.47 El llamamiento a la unidad y a dejar de lado todo lo que pueda
crear diferencias entre los valencianos que realiza Las Provincias en 1977 queda
definitivamente olvidado. Al situar en el centro del debate poltico los smbo-
los, el diario est, de hecho, alimentando la divisin entre los valencianos. Una
divisin en la que el peridico toma partido por una de las opciones, la misma
que defiende UCD. Mara Consuelo Reyna lo deja claro en la columna que escribe
despus de los incidentes del 9 de octubre:48 Un gobernante [en referencia a
Albiana] no puede obcecarse en la defensa de unas ideas [la bandera cuatri-
barrada] que no conectan con el pueblo. El comunicado de UCD publicado por
la prensa ese mismo da destaca la oposicin del partido a la imposicin de
una bandera llamada del Consell y su defensa de la Senyera [con franja azul]
como autntico smbolo del pueblo valenciano. El discurso del diario y del par-
tido es idntico: uno de los smbolos en litigio (la bandera con franja azul) apa-
rece vinculada al pueblo valenciano, frente al otro (la bandera cuatribarrada con
el escudo del Consell) que, implcitamente, se presenta como ajeno a los valen-
cianos. El mensaje de fondo de este discurso fractura la unidad de los valencia-
nos, en la medida en la que solo una parte de ellos (quienes defienden la
bandera con franja azul) son considerados autnticamente como tales.
La polmica de la bandera pasar a un segundo plano a partir del 14 de
enero de 1980, cuando UCD, que ha pasado a controlar el Gobierno valen-

47. Ese da, un grupo de blaveros protagoniza diversos incidentes violentos, entre ellos las
agresiones fsicas al alcalde de Valencia y a otras autoridades. El ayuntamiento sufre un intento de
asalto y son incendiadas las banderas que ondean en el balcn consistorial.
48. Las Provincias, 10 de octubre de 1979.

930 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

ciano despus de que el presidente y los consejeros socialistas abandonaran


la institucin en diciembre de 1979, decide suprimir la bandera del Consell. El
conflicto en torno a la lengua y la denominacin del territorio cobrarn ahora
un mayor protagonismo. As, Mara Consuelo Reyna publica en mayo su columna
Adis al Pas Valenciano,49 en la que rechaza esa denominacin porque la con-
sidera un paso hacia la formacin de los Pases Catalanes. Hasta ese momento,
sin embargo, Pas Valenciano haba sido un trmino mayoritariamente acep-
tado por la sociedad valenciana durante la transicin,50 hasta el punto de que
daba nombre, precisamente, a la institucin preautonmica: Consell del Pas
Valenciano. El pronunciamiento de la subdirectora de Las Provincias coincide
con una campaa de UCD de rechazo a Pas Valenciano y apoyo a Reino de
Valencia.51 Este nuevo conflicto por la denominacin dar lugar a un curioso
episodio cuando UCD presente, en el mes de septiembre, su proyecto de Esta-
tuto para la comunidad autnoma. El texto aprobado por la ejecutiva regional
del partido utiliza para designar el territorio el trmino Comunidad Autnoma
Valenciana, una frmula evidentemente de compromiso entre Pas Valenciano
y Reino de Valencia. Levante da cuenta de la nueva denominacin tanto en
portada como en el titular de su informacin en pginas interiores.52 Sin embargo,
Las Provincias no destaca este importante dato,53 que supone un giro radical
con respecto a la postura que vena manteniendo hasta ese momento UCD. En
la presentacin oficial del texto, realizada das despus, Las Provincias des-
taca en portada las referencias a los smbolos (denominacin, bandera y len-
gua), aunque hay un importante cambio con respecto a la versin anterior: UCD
ha cambiado la denominacin Comunidad Autnoma Valenciana por Reino
de Valencia.
El 17 de diciembre de 1980 reaparece la histrica cabecera Diario de Valen-
cia, un proyecto impulsado por el periodista Joan Josep Prez Benlloch 54 y el

49. Las Provincias, 24 de mayo de 1980.


50. Hasta principios de 1980, el Banco de Valencia o El Corte Ingls, por citar solo algunos ejem-
plos, seguan utilizando el trmino Pas Valenciano en su publicidad.
51. En las semanas anteriores al artculo de Mara Consuelo Reyna, varios comits comarcales
de UCD en la provincia de Valencia aprueban documentos en esa lnea.
52. Levante, 9 de septiembre de 1980.
53. En su edicin del da 9 de septiembre de 1980, la nueva denominacin no aparece en
ningn titular. La referencia ms explcita se encuentra, curiosamente, en el titular de una nota de
otro partido: AP, contra la denominacin propuesta por UCD. En la informacin de UCD, la denomi-
nacin solo aparece en el texto.
54. Periodista valenciano (Moixent La Costera, 1936). En la dcada de los setenta fue direc-
tor del diario Primera Pgina, de Alicante, y corresponsal en Valencia de diversas publicaciones de
Barcelona y Madrid. Fue uno de los impulsores y director de Diario de Valencia y, posteriormente,
de Noticias al Da.

ndice 931
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

impresor Juan Gabriel Cort. El xito de la nueva publicacin dependa de con-


tar con un elevado nmero de pequeos accionistas, labor de captacin que
asumi en buena medida Prez Benlloch y para la que se vali de los contac-
tos que tena de su etapa de dirigente del Partit Socialista del Pas Valenci (PSPV).
De esta forma, la mayora de los accionistas se caracterizarn por ser naciona-
listas y de izquierdas (Prez Benlloch, 2005: 90). Desde sus inicios, el peridico
se ver sumido en un conflicto de difcil solucin: el peridico liberal que dese-
aba la Junta de Fundadores no coincida con el progresista y nacionalista que
esperaban ver sus accionistas y lectores. Los miembros de la Junta de Fundado-
res vinculados al PSPV-PSOE tampoco ayudaran, en opinin de Prez Benlloch,
a resolver el dilema, ya que a los socialistas les daba miedo todo y estaban
ms preocupados por controlar un producto que no tenan en las manos que
por otra cosa.55 Los socialistas buscaban, con el nuevo peridico, tener una pla-
taforma meditica sensible a sus planteamientos en un momento crucial en el
que se iba a negociar el Estatuto de Autonoma y en el que los otros dos dia-
rios de la ciudad estaban en la rbita de UCD.
La aparicin de Diario de Valencia coincide con otro hecho de relevancia
en Levante: Jos Molina Plata, su director desde 1973, se jubila a finales de ao
y es sustituido en enero de 1981 por Jos Manuel Girons.56 Empeado en con-
seguir ms recursos para relanzar el peridico, Girons tendr enfrentamientos
tanto con la redaccin como con la direccin de Medios de Comunicacin Social
del Estado (MCSE), organismo empeado en recortar al mximo los gastos para
reducir sus cuantiosas prdidas. Tampoco Fernando Abril Martorell, su interlo-
cutor directo en UCD sobre la marcha del peridico, apoya sus planteamien-
tos, aunque en este caso sus motivos son diferentes: no piensa en clave eco-
nmica, sino en clave poltica. En uno de sus ltimos encuentros con Abril, el
entonces hombre fuerte de UCD en Valencia rechaza la peticin de Girons de
retener el 20 % de los beneficios del peridico para poder as relanzarlo. El
periodista lo recuerda as: Abril me dijo: T ests haciendo lo que te hemos
mandado que hagas, lo ests haciendo bien, y tenindote a ti tranquilo tene-
mos tranquila a Las Provincias, que es lo que en realidad queremos. Esa frase
nunca la he olvidado. Me ofendi. Ellos lo que queran era que no me pusiera
a hacer periodismo de verdad. Para ellos su instrumento era Las Provincias.57
No hay que olvidar que la llegada de Girons a Levante se produce en un

55. Entrevista personal a Prez Benlloch.


56. Periodista valenciano (Ontinyent, 1945). Desarroll la primera parte de su carrera profesio-
nal en Madrid, donde lleg a dirigir Opinin, un semanario vinculado a UCD. Despus del cierre de
la publicacin, fue nombrado asesor del ministro de la Presidencia, Jos Pedro Prez-Llorca, desde
donde lleg a la direccin de Levante.
57. Entrevista personal.

932 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

momento clave, cuando se est negociando el Estatuto de autonoma, en el que


las cuestiones simblicas (bandera, denominacin del territorio y lengua) jue-
gan un papel fundamental. Abril me quiere aqu para una batalla en la que no
entr, afirma Girons. El periodista no es partidario de respaldar el blaverismo
porque le parece una burrada, un fenmeno de analfabetismo.

5. La aprobacin del Estatuto de Autonoma


El intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 provoca un relan-
zamiento de las negociaciones para pactar el Estatuto de Autonoma. La comi-
sin redactora entrega finalmente su proyecto la madrugada del 1 de mayo,
despus de unas negociaciones desarrolladas en Benicssim. El texto queda
cerrado salvo los artculos referidos a la denominacin y a la bandera, que inclu-
yen tres alternativas: una de consenso avalada por los negociadores de UCD a
ttulo estrictamente personal, otra con la postura de UCD y otra con la postura
de los partidos de izquierda. Las frmulas de consenso reconocen Pas Valen-
ciano y la bandera cuatribarrada con franja azul y el escudo del Consell, en
lo que supone un claro intercambio de cesiones. Sin embargo, la direccin de
UCD, con el respaldo de Las Provincias, rechaza el pacto e insiste en que seguir
defendiendo Reino de Valencia. En el ltimo trmite antes de su remisin al
Parlamento, el proyecto de Estatuto, con las frmulas de consenso, recibe el
apoyo de todos los partidos, aunque UCD logra que sus textos alternativos se
enven tambin a Madrid en un anexo. Los tres diarios de Valencia adoptarn
posiciones muy diferentes ante este acontecimiento. Mientras el editorial de
Diario de Valencia respalda las cesiones de unos y otros para acabar con la
crispacin, Mara Consuelo Reyna, en su columna en Las Provincias, niega que
haya habido acuerdo en la denominacin y subraya que UCD sigue defendiendo
la opcin de Reino de Valencia. En una posicin que se puede considerar
intermedia, el editorial de Levante mantiene que quedan dos escollos pendien-
tes de solucin, aunque emplaza a los parlamentarios valencianos a que logren
un acuerdo total en el Congreso y el Senado que posibilite un Estatuto de con-
cordia.
El final de la tramitacin del Estatuto en el Pas Valenciano coincide con el
relevo de los directores de Diario de Valencia y Levante. Diario de Valencia
anuncia la dimisin de Prez Benlloch el 28 de junio, aunque desde el 14 estaba
ya oficialmente de vacaciones. Las diferencias entre Prez Benlloch y la Junta
de Fundadores iniciadas antes incluso de la salida del peridico van incre-
mentndose con el tiempo. Los continuos reproches del diario a la direccin
del PSPV-PSOE por su forma claudicante de afrontar la negociacin del Estatuto
y el apoyo que ofrece al sector nacionalista del partido no sientan bien en esta

ndice 933
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

formacin poltica, representada en el consejo de administracin de la publica-


cin en las figuras de Manuel Snchez Ayuso, Manuel Agramunt y del conse-
jero delegado Carlos Rico. En opinin de Joan Lerma, entonces secretario gene-
ral de los socialistas valencianos, no podan dejar que el peridico siguiera con
una lnea informativa nacionalista que contaba con escaso respaldo entre los
valencianos.58 La brecha que se abre entre la direccin y los rganos de admi-
nistracin del peridico coincide con las dificultades econmicas que atra-
viesa la empresa. En opinin de Prez Benlloch, los problemas econmicos eran
un argumento para traer a un gerente que tuviera fuerza y pudiera neutralizarlo.59
De esta forma, la contratacin de Antonio Herrero como director general60 ser
el desencadenante del abandono de Prez Benlloch, que no acepta que el nuevo
directivo decida sobre los contenidos del peridico. El cambio en Diario de
Valencia propiciar que la direccin del PSPV-PSOE encabezada por Joan Lerma
reciba un tratamiento mucho ms favorable.61
En el caso de Levante, Girons, enfrentado con la cpula de MCSE y sin el
respaldo de Abril Martorell, decide arrojar finalmente la toalla. Su salida, sin
embargo, se prolongar durante varios meses: aunque no ejerce como director
desde julio de 1981, no recibir el cese hasta el mes de noviembre. La direc-
cin de Levante es asumida en funciones por Jos Barber Armelles,62 director
adjunto desde su llegada al peridico tras el cierre de Jornada. La interinidad
de Barber se prolongar durante casi un ao, ya que hasta abril de 1982 no
ser nombrado oficialmente director. Con Barber, Levante adoptar una lnea
tardofranquista.63 Si tanto Molina Plata como Girons no se haban implicado
en el conflicto simblico que se viva en Valencia, el nuevo director utilizar
el peridico para apoyar las posiciones del blaverismo. De todas formas, el
cambio en Levante no se producir hasta que Barber adquiera ms seguridad
en el cargo, una vez confirmado el cese de Girons.
En diciembre de 1981, los dos principales diarios de la ciudad, Las Provin-
cias y Levante, coinciden en una misma lnea editorial de apoyo al blaverismo.
El 29 de diciembre, la Comisin Constitucional del Congreso, con los votos de

58. Entrevista personal a Joan Lerma.


59. Entrevista personal a Joan Josep Prez Benlloch.
60. Herrero asume el cargo el 1 de junio de 1981.
61. Como ejemplo, el editorial del 27 de septiembre de 1981 o la cobertura del II Congreso del
PSPV-PSOE celebrado a finales de febrero de 1982.
62. Periodista valenciano (1915-1993). Integrante de la primera redaccin de Levante. Director
del vespertino Jornada y de la Hoja del Lunes, en su calidad de presidente de la Asociacin de la
Prensa de Valencia. Fue concejal en el Ayuntamiento de Valencia durante el franquismo.
63. Jos Luis Torr. Entrevista personal.

934 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

UCD y de CD,64 aprueba el proyecto de Estatuto con un cambio en la denomi-


nacin, de forma que el Estatuto del Pas Valenciano se convierte en Estatuto
del Reino de Valencia. Mientras Las Provincias y Levante celebran el resul-
tado, Diario de Valencia lamenta la ruptura del consenso. El siguiente trmite
parlamentario del Estatuto es el de la votacin en el pleno del Congreso el 9 de
marzo de 1982. Tanto Las Provincias como Levante65 lanzan una intensa cam-
paa para que resulte aprobada la denominacin Reino de Valencia. Sin
embargo, ese artculo del Estatuto resulta rechazado y el texto es devuelto a la
Comisin Constitucional. El resultado es interpretado por Diario de Valencia
como una derrota del Gobierno y de UCD y una nueva oportunidad de lograr el
consenso, mientras Levante y Las Provincias ven en el resultado un revs para
todos los valencianos.66 Las negociaciones que se abren para conseguir sacar el
Estatuto adelante concluyen con una solucin de compromiso para la denomina-
cin: Comunidad Valenciana. Casi dos aos despus, UCD acepta la denominacin
incluida en la primera versin de su proyecto de Estatuto aprobada por la
ejecutiva regional del partido a principios de septiembre de 1980. El pacto faci-
lita una fcil superacin de todos los trmites parlamentarios hasta la aproba-
cin definitiva del texto por el Senado el 15 de junio.
Diario de Valencia no informar sobre el fin del largo proceso auton-
mico. El peridico, en una precaria situacin econmica, saca a la calle su ltimo
nmero el 8 de junio. Es el fin de un proyecto de diario progresista que encon-
trar continuidad cuando vea la luz Noticias al Da el 1 de octubre de 1982. Jos
Barber, tras una desastrosa etapa al frente de Levante,67 se jubila a finales de
ao y da paso a un nuevo director, Jess Prado, que conducir el peridico
hacia su definitiva privatizacin en 1984.68 Las Provincias, por su parte, conso-
lidar su hegemona en la prensa valenciana en los aos posteriores bajo la
direccin real de Mara Consuelo Reyna. Desde el punto de vista poltico, UCD
afronta las elecciones generales del 28 de octubre de 1982 en unas condiciones
de desintegracin, despus del abandono de buena parte de sus lderes.69 En

64. Coalicin Democrtica. Nombre con el que se present Alianza Popular en las elecciones
de 1979.
65. Levante pierde cualquier asomo de pluralidad en sus pginas y en febrero comienza la publi-
cacin, los domingos, del Especial Valencia, dos pginas dedicadas ntegramente a colaboracio-
nes sobre temas valencianos redactadas por destacadas personalidades del blaverismo.
66. Tensin y desilusin en Valencia tras el resultado de la votacin es uno de los titulares
de la portada de Las Provincias del 10 de marzo. Levante, por su parte, abre su primera pgina de
ese da con el ttulo Total desilusin.
67. Las ventas caen un 25 % en 1982 con respecto a 1981.
68. Sobre la ltima etapa de Levante antes de la privatizacin en 1984, se puede consultar Bor-
dera (2004).
69. Broseta firma su carta de dimisin el 9 de septiembre de 1982.

ndice 935
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

esa situacin, y a pesar del apoyo meditico recibido en los ltimos aos, espe-
cialmente de Las Provincias, Abril Martorell, nmero 1 de la candidatura al Con-
greso por Valencia, no puede mantener su escao.
Las elecciones marcan el inicio de la hegemona socialista en Espaa, que
se confirmar en la Comunidad Valenciana en 1983 con las elecciones auto-
nmicas.

Bibliografa
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936 ndice
L A P R E N S A C O M O AC TO R P O L T I C O

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NAVARRO DE LUJN, Vicente. 15 de junio de 2009.
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TORR, Jos Luis. 31 de julio de 2009.

ndice 937
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA DIMENSIN PRCTICA DEL RECONOCIMIENTO EN EL ENCUENTRO INTERCULTURAL


Joaqun Gil Martnez*
Universitat Jaume I. Castelln

Resumen
El presente trabajo pretende llevar a cabo una reflexin en torno a la impor-
tancia del reconocimiento, desde su perspectiva normativa, como fundamento
y condicin de posibilidad en el encuentro intercultural. Para ello, (I) se proce-
der a definir de forma breve en qu consiste propiamente la interculturalidad,
entendida sta desde una dimensin normativa y no tanto descriptiva de un
hecho social constatable como es el multiculturalismo. En segundo lugar (2),
profundizaremos en la concepcin fichteana del reconocimiento como condi-
cin para la formacin de la propia autoconciencia, pues, a pesar de que Fichte
se centra en la cuestin del sujeto, las implicaciones del reconocimiento pue-
den ser traducidas en parte a la de la colectividad humana. En tercer lugar
(3), se tratar el modelo hegeliano de reconocimiento como prerrequisito para
la formacin de una eticidad concreta, lo cual, dados los problemas que plan-
tea por su carcter sobreinstitucionalizado, nos conducir, en cuarto lugar (4),
a exponer la propuesta de Honneth del reconocimiento como contenido nor-
mativo. De todo ello, introduciremos (5), a modo de conclusin, algunas
consideraciones finales en lo referente a la relacin entre reconocimiento e
interculturalidad.

* Becario de Investigacin de la Generalitat Valenciana en el Departamento de Filosofa y Socio-


loga de la Universitat Jaume I.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

I. Interculturalidad como exigencia normativa


El tema de interculturalidad en el terreno de las ciencias humanas es rela-
tivamente reciente y complejo en su significacin, por lo que conviene, previa-
mente, hacer algunas consideraciones en torno a la nocin de cultura, la cual
se puede concebir bajo dos grandes modelos.
El primero de ellos, el modelo clsico de lo cultural, que surge a mediados
del siglo XIX hasta principios del XX, define la cultura, de forma genrica, como
un conjunto homogneo de sistemas y estructuras que define y caracteriza la
totalidad de las actividades humanas en un sentido amplio. Se tratara, as, del
conjunto de comportamientos, normas, relaciones e interacciones del ser humano
en una sociedad dada, as como la expresin institucional de dichas pautas e
interacciones y, por tanto, tambin el conjunto de ideas, smbolos y valores que
forman parte de dicha sociedad y dan sentido a tal institucionalizacin, as como
el conjunto de producciones que la caracterizan. Este modelo, en ltimo tr-
mino, se construye, por tanto, por medio de oposiciones entre culturas diferen-
ciadas.
Sin embargo, desde mediados del siglo XX existe un nuevo modelo de cul-
tura que hace referencia a un hecho insoslayable. No puede hablarse de la
cultura propia de una sociedad humana, sino de culturas, ya que stas no son real-
mente homogneas sino diversas en su propio seno. Cada unidad cultural, por
tanto, no es ms que un conglomerado de tendencias diversas, en tensin mutua,
que se entrecruzan y mezclan. Con ello, se hace hincapi, por tanto, en el carc-
ter dinmico y relacional de los hechos culturales, y es esta nocin la que ha lle-
vado formular nuevas categoras y nociones a la hora de hablar de cultura.
Una de las primeras es la de multiculturalidad, la cual hace referencia, pre-
cisamente, al carcter heterogneo de toda cultura y al hecho de que stas, a
fin de cuentas, estn formadas por un conglomerado diverso y mltiple de rela-
ciones y tensiones. Ahora bien, con el trmino multicultural no abandonamos
el terreno descriptivo, esto es, la constatacin de que, en un mismo espacio,
conviven formas de vida diversas, incluso en el seno de una misma unidad cul-
tural. Sin embargo, si nos posicionamos en el terreno de lo normativo, el mbito
de lo multicultural parece insuficiente. Y es en este sentido en el que hablar de
interculturalidad ya no har referencia al mero contacto entre dos o ms cul-
turas que se mezclan e integran, sino a la exigencia normativa de un encuen-
tro entre dichas culturas.
Hablar de interculturalidad, por tanto, tiene que ver con la exigencia nor-
mativa de hibridacin en los procesos culturales, en virtud de la cual cada grupo
humano pueda participar en un proceso de reconstruccin de su propia iden-
tidad y afirmacin de sus propios proyectos de vida, tanto en el seno de la diver-
sidad de su propia cultura como en la relacin afirmativa y recproca con otras

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L A D I M E N S I N P R C T I C A D E L R E C O N O C I M I E N TO E N E L E N C U E N T R O

que, si bien le son aparentemente ajenas, forman parte constitutiva de su mbito


de interaccin y, por tanto, constituyen elementos asimismo importantes en la
conformacin de su propia identidad cultural. Se trata, aqu, de reconocer las
diferencias y buscar la mutua comprensin y valorazicin ya que, con el tr-
mino interculturalidad, se hace referencia, ante todo, a una interaccin posi-
tiva que se ha de expresar de forma concreta en la supresin de las barreras
entre pueblos, comunidades y grupos humanos para que, ms all de una mera
coexistencia aislada, se produzca una autntica convivencia de enriquecimiento
mutuo entre culturas.
La interculturalidad, en definitiva, es sin duda una exigencia que no puede
ser obviada, adems, en el contexto de las relaciones de interdependencia
que se establecen en el marco de un mundo cada vez ms complejo y globali-
zado. En este marco, por tanto, parece necesario llevar a cabo una reflexin
cada vez ms seria sobre binomios tales como universal-particular con la inten-
cin de comprender los conflictos y el pensar desde la heterogeneidad y la inte-
gracin, recuperando quizs otros sentidos a dicho binomio. Lo cual, sin embargo,
nos impele a reflexionar, a su vez, sobre las condiciones que posibilitan el
encuentro intercultural. Se tratara, en parte, de rescatar la diferencia espec-
fica de cada una de las identidades que constituyen el puzzle de la intercultu-
ralidad y, a su vez, potenciar la conciencia de que el problema va ms all de
la mera coexistencia o dilogo de culturas para imbricarse en una relacin
sostenida entre ellas.
En este sentido, hablar de interculturalidad supone una bsqueda expresa
de la superacin de prejuicios, desigualdades y asimetras bajo condiciones de
respeto, igualdad y desarrollo de espacios comunes. Pues la interculturalidad,
en definitiva, hace referencia a un proceso dinmico, sostenido y permanente
de relacin, comunicacin y aprendizaje mutuo. Desde una perspectiva norma-
tiva, se caracteriza por un esfuerzo colectivo y consciente por desarrollar las
potencialidades de personas y grupos imbricados por diferencias culturales,
sobre una base de respeto y creatividad. Pues la interculturalidad no consiste
simplemente en tolerarse mutuamente en la diferencia, sino en construir puen-
tes de relacin e instituciones que garanticen la diversidad a la vez que la
interrelacin creativa. Se trata, en realidad, no slo de reconocer al otro, sino
tambin de entender que la relacin recproca de reconocimiento enriquece
el encuentro intersubjetivo y cultural creando un espacio no slo de contacto
sino de generacin de una nueva realidad comn.
En ltimo trmino, el encuentro intercultural, entendido tal y como se ha
expuesto, desde una perspectiva normativa, hace referencia, por tanto, a la
importancia del reconocimiento recproco entre colectividades humanas. Ahora
bien, en la misma medida en que lo intercultural se eleva como exigencia nor-

ndice 941
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

mativa, as tambin su condicin de posibilidad, esto es, el propio reconoci-


miento. Lo cual no constituye una mera proposicin especulativa, sino que,
tal y como se intentar mostrar a continuacin, constituye realmente una exi-
gencia tica en tanto que es precisamente el reconocimiento aquello que
permite la creacin de la propia identidad no slo individual sino tambin,
cultural. Esto es, el mismo mecanismo de reconocimiento recproco en la for-
macin de la identidad subjetiva afirmado por autores como Fichte, Hegel o
Honneth es aplicable aqu, como contenido normativo, en la formacin de las
propias identidades culturales. Reconocer en su valor una cultura otra en su espe-
cificidad es condicin de posibilidad para que dicha cultura pueda autorrefe-
rirse de forma positiva y, por tanto, participar en condiciones de simetra en el
contexto globalizado actual, bajo la exigencia normativa de la interculturalidad.

2. Reconocimiento y autoconciencia en Fichte


Hablar del concepto filosfico de reconocimiento implica, necesariamente,
remitirse a Fichte, su padre intelectual en el terreno de la reflexin filosfica;
concepto que se halla presente, principalmente, en su obra de 1796 Fundamen-
tos del Derecho natural. En ella, presenta la autoconciencia del individuo como
el conocimiento de s por parte del sujeto a travs de la atribucin a s mismo
de una actividad, en tanto que producto de su libre eficacia (en tanto que agente),
en el mundo sensible. Esto es, el Yo (agente) deviene consciente de s en tanto
que es capaz de llevar a cabo su libre actividad sobre el mundo sensible que
se le opone.
Este acceso a la conciencia de nuestra libre actividad sobre el mundo sen-
sible, esto es, a la autoconciencia en tanto que ser valiente capaz de ponerse
fines, es posible slo, como afirma Rendn, en la experiencia de cierto tipo de
relaciones que permitan a los implicados en ellas la realizacin libre y sin tra-
bas de los fines y propsitos que nos trazamos a futuro.1 La relacin intersub-
jetiva constituye, por tanto, para Fichte, la condicin indispensable para el acceso
a la autoconciencia por parte del sujeto, ya que, el ser humano, impelido a rea-
lizar sus potencialidades en tanto que racional y ser activo ante el mundo, slo
ser hombre entre los hombres.2 Es en la relacin con otra subjetividad como
cada uno de nosotros, por tanto, actualizamos las potencialidades cognitivas y
prcticas que se hallan en nuestra naturaleza racional, pues, en palabras de
Fichte, slo la libre accin recproca mediante conceptos y segn conceptos,

1. C. Emel Rendn, Fichte: el reconocimiento y sus implicaciones, en ndoxa: Series filos-


ficas, n 23, 2009, p. 196.
2. J. G. Fichte, Fundamento del Derecho natural, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1994, p. 39.

942 ndice
L A D I M E N S I N P R C T I C A D E L R E C O N O C I M I E N TO E N E L E N C U E N T R O

slo dar y recibir conocimientos, es el carcter propio de la humanidad por


medio del cual toda persona se afirma de manera incontrovertible como hom-
bre.3
Queda patente, as, que para Fichte nuestra realizacin como hombres como
seres racionales y libres depende de la comunidad e interaccin con otros hom-
bres, ya que las formas de autorrealizacin personal no pueden cumplirse al
margen de las condiciones que se siguen de la vida en comunidad. Por eso sta
tiene para Fichte el carcter esencial de un encuentro racional intersubjetivo, de
una comprensin entre los seres mediante conceptos y segn conceptos, el
carcter de dar y recibir aquellas experiencias logradas del saber y del que
se ganan slo en el mbito de una vida compartida. A esta relacin entre los
seres, posible por la comunicacin y el intercambio inteligente de experiencias
y saberes, que no slo activa en ellos la conciencia de su libertad sino que huma-
niza el todo de su existencia, la llamar Fichte exhortacin (Aufforderung).
En el encuentro intersubjetivo en comunidad, el otro sujeto con el que se
encuentra el Yo, alcanzado ya este ltimo el nivel de autoconciencia, se rela-
ciona con el sujeto que an no la ha alcanzado, actuando sobre l y desper-
tando en l la conciencia de s como ser capaz de ponerse el fin de conocer un
objeto y llevarlo a cabo. Le exhorta, pues, a realizar su propia libre eficacia, exi-
gindole que se ponga fines propios y determinados. La exhortacin, por tanto,
presupone la comprensin y el entendimiento de los seres racionales en la
medida en que son capaces de entender la finalidad que encierra la exhorta-
cin, esto es, su libre autodeterminacin, entendida sta como la libertad de
actualizar las potencialidades de realizacin contenidas en su condicin de ser
racional. Y en ello radica, en parte, el concepto de reconocimiento recproco
formulado en trminos fichteanos.
El otro Yo reconoce al sujeto como ser racional y le impele a ponerse en
accin, siendo esto un imperativo en tanto que ser racional y libre, no una obli-
gacin fctica. El sujeto exhortado, por libre y racional, es libre de ignorar la
exhortacin; pero si la acepta, entonces ha de reconocer al otro Yo tambin
como racional al haber actuado sobre l, ya que cuando un ser racional exhorta
al otro a la realizacin de su libre eficacia, le transmite simultneamente el concepto
de su ndole racional.4 De forma tal que el destinatario de la exhortacin trans-
mite su concepto al otro ser racional, en tanto que entiende la exhortacin. Al enten-
derla, el sujeto se pone en accin, se pone objetivos y fines en el mundo en
tanto que ser libre y racional y, reconociendo el papel del exhortador en su acti-
vidad, le atribuye tambin a l la misma libertad y razn.

3. Ibd., pp. 39-40.


4. H. Arrese, Autoconciencia y reconocimiento en la teora fichteana de la exhortacin, en
Revista Actio, op. cit., p. 122.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

De esta manera, el reconocimiento de un ser como racional es posible slo


en la medida en que dicho ser acta de tal manera que hace posible la libertad
de todo otro ser.5 Ahora que ambas conciencias se reconocen recprocamente
como libres y racionales, sin embargo, el encuentro entre ambas supone la nece-
sidad de que se conozcan, a su vez, como objetos el uno para el otro, en el sen-
tido limitante de la actividad del Yo. Se relacionan, as, en una libre influencia
recproca en el sentido ms preciso, reconocindose recprocamente de modo
tal que se autolimitan voluntariamente para dar cabida a la accin del otro, ya
que la autolimitacin (Selbstbeschrnkung) es la nica actitud que legitima la
aspiracin al reconocimiento, porque es la racionalizacin misma de la liber-
tad.6
En este sentido, hablar de reconocimiento en Fichte significa hablar de una
relacin entre seres racionales caracterizada por la mutua exhortacin a la fija-
cin y realizacin autnoma de fines, y por el mutuo respeto a las formas y
medio en que los sujetos aspiran a llevar esta realizacin de s mismos. La esen-
cia del reconocimiento, pues, es esta reciprocidad en el trato de s mismos como
libres, ya que, en palabras de Fichte, ninguno puede reconocer al otro si ambos
no se reconocen recprocamente; y ninguno puede tratar al otro como un ser
libre si no se tratan as los dos recprocamente.7
Ms an, slo reconociendo en su libertad y racionalidad al otro y, en con-
secuencia, exhortndolo a su actividad libre y racional puedo esperar ser yo
mismo, a su vez, reconocido como libre y racional en m mismo, pues la reci-
procidad es una expectativa que uno puede elevar una vez que ha cumplido
con su parte en el reconocimiento unilateral: yo puedo exigir a un ser racional
determinado que me reconozca como un ser racional, slo en la medida en que
yo mismo le trato como tal.8 Finalmente, una vez que yo he reconocido al otro
en su racionalidad y libertad, exhortndole en ella, entra en juego entonces, en
el marco del Derecho natural postulado por Fichte, la ley que regula la din-
mica de la relacin mutua segn la cual tan cierto como ahora lo trato y lo reco-
nozco, as de cierto l est vinculado y obligado a reconocerme categricamente
y, en verdad, con validez comn, es decir, a tratarme como un ser libre.9
El modelo de reconocimiento recproco planteado por Fichte, si bien se limita
al acceso a la conciencia individual, bien podra traducirse en sus trminos al
tema de la interculturalidad como exigencia normativa. Para Fichte, como se ha

5. C. Emel Rendn, Fichte: el reconocimiento y sus implicaciones, en ndoxa: Series filosfi-


cas, op. cit., p. 199.
6. Ibd., p. 202.
7. J. G. Fichte, Fundamento del Derecho natural, op. cit., p. 44.
8. Ibd., p. 44.
9. Ibd., p. 47.

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L A D I M E N S I N P R C T I C A D E L R E C O N O C I M I E N TO E N E L E N C U E N T R O

mostrado, es en el encuentro intersubjetivo, por medio de la exhortacin, como


un sujeto llega a la autoconciencia y, en virtud del reconocimiento de su racio-
nalidad, ambos se autolimitan preservando la esfera de la libertad del otro.
Asimismo, podra decirse que la dignificacin de toda cultura, en el marco
de la complejidad globalizada, pasa por un proceso de encuentro intercultural
(no ya subjetivo) en el que toda cultura, en su relacin con las otras en tanto
que formas de vida digna, exhorta y dignifica a las dems. Pero no slo eso.
Ambas, necesariamente, una vez reconocidas mutuamente, han de autolimitarse,
han de preservar el mbito de la idiosincrasia de cada una de ellas, sin impo-
sicin ni coaccin externa. Esta autolimitacin, como en Fichte, ha de ser bidi-
reccional.
Ahora bien, una mera autolimitacin bien podra conducirnos a ese marco
de muliculturalidad en el que las culturas coexisten pero no conviven. Por
ello es importante tambin que el proceso de reconocimiento y exhortacin sea
continuo, para que la relacin entre culturas sea dinmica. En cualquier caso,
conviene destacar que el modelo fichteano constituye un primer paso de refle-
xin, pero no el ltimo.

3. Reconocimiento y eticidad en Hegel


La profundidad del concepto hegeliano de reconocimiento se implica pro-
fundamente con el mbito de la eticidad (Sittlichkeit), entendida sta, en su sen-
tido propio, como la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la
autoconciencia su saber, su querer y, por medio de su actuar, su realidad.10
La libertad, para Hegel, no es slo una cuestin de estatus normativo, sino tam-
bin una cuestin social que recae, fundamentalmente, en el mbito de la eti-
cidad. De forma tal que la teora del reconocimiento, asociada a sta, puede ser
entendida, con facilidad, como una respuesta a la cuestin misma de la liber-
tad. Tenemos as, pues, cuatro conceptos que habr que tomar conjuntamente
en consideracin, a saber: reconocimiento, eticidad, libertad y autoconciencia.
Hegel, en su obra del perodo de Jena trata ya de delimitar el contexto en
el que puede ser justificada una filosofa de las relaciones sociales, entendiendo
la eticidad como la identificacin de lo individual con la totalidad de la vida
social, esto es, aquella forma de vida en comn en la que los individuos saben
que la voluntad general es su voluntad particular y, ms precisamente, su volun-
tad particular enajenada, de forma tal que cada uno es inmediatamente su pro-
pia causa, le impulsa su inters; pero tambin tiene validez para l lo general,

10. G. W. F. Hegel, Principios de la filosofa del derecho, Edhasa, Barcelona, 2005, 142, p. 265.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

siendo tal voluntad ticamente compartida el trmino medio que le une con su
particularidad y su realidad.11
Por lo dems, en el anlisis que lleva a cabo Hegel para alcanzar una etici-
dad tal, tiene presente el concepto de reconocimiento tal y como aparece for-
mulado por Fichte, tomndolo como ciertamente insuficiente por considerar
que hace referencia nicamente a formas eticidad en el que las relaciones socia-
les se basan en principios de individualidad. La cuestin ahora, para Hegel, ser
la de proponer, pues, un forma positiva de eticidad capaz de integrar el modelo
fichteano en una concepcin ms completa en tanto que explicacin de la cons-
titucin del sistema poltico estatal y del gobierno como eticidad o espritu
real (esto es, el espritu objetivo que desarrollar posteriormente en su Filoso-
fa del derecho).
Tanto la eticidad natural con su fase superior, la eticidad familiar como
el momento de negatividad que se radicaliza en las formas de la destruc-
cin del reconocimiento y de lucha por el reconocimiento representan para
Hegel no slo la constitucin del singular como diferencia absoluta respecto
de lo universal, sino tambin la relativizacin de su relacin con ello mismo.
Para Hegel, lo singular (lo negativo, el concepto, lo particular) siempre se halla
en una relacin por medio de la cual accede a formas de mediacin prctica
con otro. La eticidad, en su fase natural, lo es siempre en tanto que relacin
entre singulares y por eso, la constitucin de la eticidad aboluta, a diferencia
de sta, ser el paso de esa relacin entre particulares a la identidad o indife-
rencia entre dichos particulares, en la cual la eticidad se convierte en univer-
salidad concreta (espritu real, pueblo, Estado).
Esto es, para Hegel la lucha por el reconocimiento asegura nuevas formas
de conciencia y explica la transicin desde la eticidad natural a una forma de
organizacin social concebida como totalidad tica, a partir de la ampliacin
de las relaciones de interaccin social. Este desarrollo es, para Hegel, un proceso
de repetidas negaciones que acaban conduciendo a la unidad de lo general y
lo particular. Hegel presenta, entonces, una teora de estadios de reconocimiento
social en el proceso de formacin de la eticidad amor, lucha, derecho, una
secuencia de tres relaciones de reconocimiento en la esfera de la familia, la
sociedad civil y el Estado, en cuyo espacio los sujetos se confirman como per-
sonas individualizadas y autnomas de un modo cada vez ms elevado.
Ahora bien, la exposicin hegeliana nos obliga a distinguir el orden gen-
tico de las cosas de su orden expositivo. Aunque la eticidad o espritu real, en
donde se da una autntica y completa forma de reconocimiento, aparece al final
de su exposicin, Hegel insistir en que la demanda de reconocimiento no es

11. G.W.F. Hegel, Filosofa real, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1984, pp. 208-209.

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el resultado de una progresiva transformacin de las relaciones sociales, ni es


una idea regulativa que gua la vida en sociedad, sino que es, por el contrario,
lo constitutivo de las relaciones intersubjetivas y, ms all de eso, su condi-
cin de posibilidad.
Ms an: para Hegel es un error concebir al individuo como el punto de par-
tida de la construccin social, pues considera que lo intersubjetivo es aquello
que posibilita, precisamente, la subjetividad tal y como sta ha sido concebida
en la modernidad. Hegel parte, as, de la nocin de una demanda precontrac-
tual de reconocimiento, necesaria incluso para la predisposicin posterior de
los individuos a delimitar recprocamente la esfera de la libertad.12 Antes que
entender a los otros negativamente, como limitacin de mi espacio de accin,
existe ya una nocin positiva y un reconocimiento de los otros como humanos,
una comprensin previa del espacio compartido como el nico horizonte posi-
ble de la propia libertad. Podra decirse, en definitiva, que la lucha por el reco-
nocimiento formulada por Hegel prefigura la eticidad absoluta, en tanto que
pone de manifiesto los lmites intrnsecos de lo negativo constitutivo de la eti-
cidad natural; y en la medida en que, a su vez, conlleva la superacin de una
eticidad puramente natural, emprica en tanto que anclada en el sujeto parti-
cular y sus fines asimismo particulares.
En este sentido, la lucha por el reconocimiento no es ms que la expresin
o consecuencia de los lmites de la libertad negativa de la eticidad natural. Su
superacin, que inevitablemente es la constitucin de la esfera de la eticidad
absoluta entendida como Estado de reconocimiento,13 equivale a la superacin
de la libertad indeterminada o infinita de la eticidad natural. En este sentido,
la dialctica de la lucha se presenta, pues, como la crtica de Hegel a la liber-
tad individualista defendida en las doctrinas del derecho natural.
Por otra parte, si bien es cierto que el concepto de reconocimiento no posee
una funcin sistemtica decisiva en la obra de madurez ms conocida de Hegel,
en la que aparentemente la dimensin intersubjetiva se desplaza progresiva-
mente por un monologismo guiado por la razn del Espritu, esto no quiere
decir que la casi ausencia del trmino equivalga a la ausencia del problema por
l descrito. Lo cierto es, en cualquier caso, que el tema del reconocimiento rec-
proco aparece expuesto en las primeras pginas del captulo cuarto de la Feno-
menologa, que trata sobre la autoconciencia. En esta obra, Siep diferencia

12. Por lo dems, esta idea del reconocimiento como exigencia precontractual estar presente
a lo largo de la obra y el pensamiento de Hegel, quien incluso en su obra de 1821 Principios de
la filsosofa del derecho, op. cit., 71. p. 160, sostendra: El contrato supone que los que partici-
pan en l se reconocen como personas y propietarios; puesto que es una relacin del espritu obje-
tivo, el momento del reconocimento ya est puesto y contenido en l.
13. Cf. G. W. F. Hegel, Filosofa real, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1984, p. 182 y ss.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

dos estadios de las relaciones de reconocimiento.14 El primero, el de la lucha


agonstica entre el amo y el esclavo, que apunta a la aniquilacin del otro en
su otredad y que enlaza, precisamente, con la lucha por el reconocimiento que
ya haba tratado Hegel anteriormente en sus escritos del perodo de Jena. El
segundo estadio, tambin en relacin con su propuesta de un Estado de reco-
nocimiento, en el que desarrolla un concepto de eticidad entendido como el
espacio de la libertad recproca o mutua y del reencuentro y perdn, al final del
captulo sobre el Espritu. En este segundo estadio considera Hegel que ambos
individuos ya no se excluyen mutuamente en lo negativo, sino que ello se encuen-
tra en su medio, esto es, media entre los individuos posibilitando su encuentro
y reconocimiento recproco bajo formas institucionalizadas de una eticidad enten-
dida como Espritu.
Ahora bien, al igual que ocurra con la obra hegeliana del perodo de Jena,
conviene tener en cuenta tambin aqu la necesidad de distinguir en la Feno-
menologa el orden del ser del orden del conocer. Lo previo en esta obra no
lo es en un sentido gentico, sino explicativo; pues aunque en la Fenomeno-
loga se presente a la conciencia como previa a la autoconciencia y sta, a su
vez, como previa a la vida del Espritu (en comunidad), no implica ello que el
orden de las cosas sea el mismo. Por tanto, la teora de la autoconciencia no es,
para Hegel, una teora de la pura autorreflexin, sino una teora de un proceso
de formacin de la conciencia en formas de accin e instituciones a travs de
las cuales debe ser superado el solipsismo del yo pienso desde Descartes a
Kant.
Es en este sentido, por tanto, en el que Hegel afirma que la autoconciencia
slo lo es en cuanto autoconciencia reconocida,15 esto es, un retorno a partir
del ser-otro16 o, lo que es lo mismo, el resultado de una relacin intersubje-
tiva que debe cumplir, adems, con la condicin de simetra y, con ella, la de
igualdad. Slo en la medida en que supero el nivel de la inmediatez del Yo y
entiendo que ms all de m mismo pertenezco a una vida en comn, a un
gnero, a algo que va ms all de mi vida e intereses, puedo realmente produ-
cir lo individual como propio, esto es, mi propia subjetividad. Es ello, la relacin
intersubjetiva en el que cada uno se reconoce como igual, como conciencia aut-
noma y, a la vez, dependiente de otra conciencia lo que constituye, segn Hegel,
el paso de la vida meramente biolgica a la vida propiamente humana, en
la que la dignidad y no la subsistencia es lo que determina aquello que se

14. Cf. L. Siep, Anerkennung als Prinzip der praktischen Philosophie, Alber, Freiburg, 1979, p. 198
y ss.
15. G. W. F. Hegel, Fenomenologa del Espritu, Pre-textos, Valencia, 2006, p. 289.
16. Ibd., p. 277.

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desea.17 En ello radica, de hecho, lo que en la Enciclopedia denomina Hegel


como autonciencia universal.18
La universalidad de la autoconciencia es llamada universalidad real como
reciprocidad, lo cual expresa el movimiento del reconocimiento, pero en el len-
guaje autorreflexivo del concepto, esto es, del yo en tanto que ser-para-s, ya
que, como expresa Hegel, cada individuo posee independencia absoluta como
individualidad libre. Pero la conciencia de esta individualidad o singularidad
es obtenida slo a travs del movimiento que la vincula a la otra conciencia
igualmente libre, es decir, slo a travs de su negacin en la universalidad, en
la que ambos se encuentran. El individuo es devuelto a s mismo en esta rela-
cin, a la vez que reconoce al otro en su peculiaridad o su diferencia, por lo
que la unin de los individuos expresada por la universalidad no slo presu-
pone la autonoma sino que adems la cultiva. Pues por su intermedio, los indi-
viduos recuperan su identidad y aprenden algo ms sobre su diferencia con
respecto a los otros. Por eso dice Hegel que, para el individuo, el reconoci-
miento significa un saber afirmativo de s mismo en otro s mismo.
Es decir, reconozco en la medida en que me veo en el otro, de modo que
s que ese otro tambin me reconoce al verse en m. Ver al otro implica, por
tanto, encontrarse consigo mismo y en esta identificacin con uno mismo gra-
cias a la imagen que el otro me devuelve de m supero al otro y puedo retor-
nar a m mismo en la medida en que ya no lo necesito como imagen que me
recuerde quin soy. Con ello, dejo al otro libre en su particularidad y el otro,
en su afirmacin de s, me reconoce tambin como autnomo.
Es as, por tanto, como la libertad, tal y como la entiende Hegel, esto es,
encarnada en el mbito de la eticidad en tanto que expresin del Espritu obje-
tivo o real, no puede ser entendida como un estado o condicin natural, sino,
ms bien, como un estatus social que resulta del reconocimiento recproco.
En este sentido, puede afirmarse con Lpez lvarez que Hegel ha sentado los
rasgos bsicos de una consideracin de la subjetividad: la dependencia del valor
individual con respecto de su accin colectiva, y la necesidad de la racionali-
dad pblica como condicin de su autonoma.19 Ms an: en toda relacin social,
esto es, en todo encuentro con el otro, hay ya en Hegel de por medio una
demanda moral que exige la intersubjetividad como condicin de posibilidad
de toda subjetividad. Esta demanda moral no est, de hecho, simplemente deter-
minada por una exigencia de reconocimiento de la dignidad del otro, sino

17. Cf. Ibd., pp. 279-286.


18. Cf. G. W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosficas, Porra, Mxico, 1977, 436,
pp. 229-230.
19. P. Lpez lvarez, El sujeto impropio. Identidad, reconocimiento y autonoma, en Logos.
Anales del Seminario de Metafsica, n. 3, 2001, p. 30.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

que se formula, precisamente, como la necesidad que se tiene del otro para
saberse a s mismo, para hacer posible la construccin permanente de la pro-
pia identidad y, con ello, la posibilidad misma de la dignidad.
Ahora bien, la traduccin del planteamiento hegeliano al tema que aqu nos
ocupa, esto es, el del papel del reconocimiento como exigencia normativa en
el encuentro intercultural, nos sirve, sobre todo, para confirmar algunas ideas.
En primer lugar, conviene notar cmo Hegel recoge una vez ms la importan-
cia del reconocimiento en la formacin de la propia identidad, tal y como ya
hiciera Fichte. En este sentido, un orden autnticamente intercultural slo es
posible cuando una cultura lleva a cabo una formacin plena de su propia iden-
tidad, esto es, realiza una autocomprensin tica de su identidad, valores, prin-
cipios y dilemas. Y ello slo lo puede hacer en contacto un contacto que es
originario, no derivado con la alteridad, es decir, cuando se opone a otras cul-
turas que le devuelven la imagen de lo que ella es.
Pero el reconocimiento, como exigencia moral, no se limita a una mera rela-
cin intercultural. A su vez, como Hegel muestra, el propio proceso de recono-
cimiento en el seno de la misma sociedad o cultura es condicin indispensable
para la formacin de su propia eticidad. Ahora bien, el posicionamiento hege-
liano, dada la excesiva institucionalizacin de la eticidad, nos plantea, a su vez,
un problema difcil de solventar. Desde el posicionamiento de Hegel, al mismo
tiempo excesivamente especulativo, parece que cada una de las formas de eti-
cidad concreta en que se manifiesta la sociedad y culturas humanas, constituya
por s misma una forma de vida igualmente vlida, lo cual podra llevar a un
cierto relativismo cultural e impedira un autntico dilogo intercultural y trans-
cultural que dificultara la apelacin a parmetros de justicia universal, pudiendo
simplemente limitarnos a reconocer todo hecho cultural diferenciado como racio-
nal.
En este sentido, sin abandonar el paradigma del reconocimiento como con-
dicin prctica para el encuentro intercultural en sentido normativo, resulta
especialmente interesante la revisin que de la filosofa hegeliana lleva a cabo
Axel Honneth.

4. Conflictos sociales y reconocimiento


Honneth, influido por la perspectiva universalista de Habermas y preocu-
pado por la formulacin de una teora del reconocimiento como contenido nor-
mativo, lleva a cabo una lectura de la historia de las reivindicaciones sociales
y polticas por medio de lo que l denomina una gramtica moral de los con-
flictos sociales. Y ello, ante lo que l considera una doble demanda: por un
lado, la necesidad de ofrecer una explicacin ms convincente de la motivacin

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moral que anima las reivindicaciones ciudadanas, sociales, culturales y polti-


cas20 y, por otro lado, la necesidad de corregir lo que l considera como un exce-
sivo formalismo de las posiciones universalistas de inspiracin estrictamente
kantiana.21
Con tal finalidad, Honneth parte de la concepcin del reconocimiento pre-
sente en la obra del joven Hegel del perodo de Jena. Ahora bien, la intencin
de Honneth con respecto a la obra de Hegel no es meramente interpretativa
sino, ms bien, la de crear una propuesta sistemtica que pasa por actualizar
el modelo terico de Hegel en las condiciones del pensamiento postmetafsico.22
Si bien considera que la concepcin del reconocimiento en Hegel ha sido infe-
cunda hasta hoy,23 intenta subsanar las fallas del planteamiento hegeliano
mediante investigaciones psicolgicas, histricas y sociolgicas con el fin de
actualizar y confirmar, sino la teora, s al menos la intuicin hegeliana. En
este sentido, Honneth considera que el carcter moral de las relaciones de reco-
nocimiento radica en su papel constitutivo de la identidad del sujeto. Por ello,
la fuente ms clara de motivacin moral la encuentra en la dinmica de los con-
flictos sociales en tanto que susceptibles de ser explicados por la lesin en los
procesos de autorreferencia de los individuos y colectividades cuando stos no
ven cumplidas sus expectativas normativas de reconocimiento:

Los motivos de rebelin y de resistencia social se constituyen en un espacio de


experiencias morales que brotan de la lesin de expectativas profundas de reco-
nocimiento. Tales expectativas se enlazan intrapsquicamente con las condicio-
nes de formacin personal de la identidad.24

Es decir, para Honneth el concepto de lucha social no puede explicarse como


resultado de una mera lucha entre intereses materiales en oposicin. sta debe
fundarse al menos en parte en los sentimientos morales de injusticia que sur-
gen ante las experiencias de menosprecio o de negacin de la propia identi-
dad. En este sentido, Honneth pretende establecer una gramtica que permita
entender desde una perspectiva normativa en qu medida la fuente moral de
los conflictos sociales se encuentra, precisamente, en la experiencia de los afec-
tados por formas de menosprecio o falta de reconocimiento, entendidas stas
como agravios morales.

20. Cf. A. Honneth, Kampf um Anerkennung, Shurkamp, Frankfurt, 1994, p. 256 y ss.
21. Cf. A. Honneth, Das Andere der Gerechtichkeit, Shurkamp, Frankfurt, 2000, p. 171.
22. A. Honneth, Kampf um Anerkennungop. cit., p. 113.
23. Ibd., p. 11.
24. Ibd., p. 261.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El ser humano es susceptible de agravios morales en la medida en que est


dotado de una capacidad de autorrefencia prctica a la hora de formar su pro-
pia identidad. De tal modo que, cuando en las relaciones intersubjetivas ve trun-
cadas sus aspiraciones identitarias, siente esta falta de reconocimiento como un
menosprecio u ofensa moral. Ahora bien, tal y como seala el propio Hon-
neth hay hasta aqu fomulada nicamente una intuicin, la cual no constituye
una teora. Se precisa, por tanto, de una precomprensin conceptual de las
expectativas normativas que debemos suponer con respecto a los miembros de
una sociedad.25 Esto es, una teora sobre cules son las expectativas morales
de reconocimiento que, en caso de menosprecio, se ven agraviadas.
Esta precomprensin, de hecho, la toma Honneth de Hegel a partir de la
distincin de ste de tres esferas en las que se da el reconocimiento, a saber:
la familia, la sociedad civil y el Estado. De cada una de estas esferas obtiene Hon-
neth las tres formas de reconocimiento fundamentales que constituirn, preci-
samente, esas expectativas normativas de todo sujeto en tanto que necesa-
rias para su formacin personal de la identidad. Tales formas son: la dedicacin
emocional (amor), el reconocimiento jurdico (derecho) y la adhesin social
(solidaridad). Cada una de estas formas de reconocimiento favorecen una auto-
rreferencia positiva por parte de los sujetos, posibilitndoles la formacin de su
propia identidad: autoconfianza, autorrespeto y autoestima. A su vez, cada una
de estas tres formas de reconocimiento tendrn tambin, en consecuencia, su
equivalente como forma de menosprecio, denegacin del reconocimiento u
ofensa moral, a saber: humillacin fsica, privacin de derechos y desvaloriza-
cin social.
En la primera forma de reconocimiento, la dedicacin emocional o afec-
tiva se encuentran recogidas todas aquellas relaciones intersubjetivas basadas
en relaciones primarias, como la familia, el amor o la amistad. Esto es, son rela-
ciones que se basan en la inmediatez del encuentro intersubjetivo y en las
que se procura el bienestar o cuidado del otro en sus necesidades individuales.
Esta actitud hacia el otro, en consecuencia, le proporciona seguridad emocio-
nal y corprea, ayudndole en la formacin de una relacin de autoconfianza
consigo mismo, la cual, por lo dems, constituye el presupuesto psquico para
el desarrollo de todas las dems actitudes de autoestima.26 La ofensa moral aso-
ciada a esta forma de reconocimiento, por tanto, es toda aquella que priva al
individuo de esta posibilidad de confianza en s mismo al impedir al otro la libre

25. A. Honneth, Redistribucin como reconocimiento. Respuesta a Nancy Fraser, en N. Fra-


ser y A. Honneth, Redistribucin o reconocimiento? Un debate poltico-filosfico, Morata-Paideia,
Madrid, 2006, p. 101.
26. A. Honneth, Integridad y desprecio. Motivos bsicos de una concepcin de la moral desde
la teora del reconocimiento, en Isegora, n. 5, 1992, p. 84.

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disposicin de su cuerpo e incidiendo en su humillacin personal. Se trata, en


definitiva, de actos tales como la tortura, la violacin, el maltrato psquico y el
asesinato, los cuales, ms all de su dimensin fsica, suponen tambin lesiones
morales, pues lo especfico en tales formas de lesin fsica [...] lo constituye no
el dolor corporal, sino su asociacin con el sentimiento de estar indefenso frente
a la voluntad de otro sujeto hasta el arrebato sensible de la realidad.27
Ahora bien, si hablamos de una moral del reconocimiento con vocacin uni-
versalista tal y como es el propsito de Honneth, el mero reconocimiento
afectivo no es, ni puede ser, suficiente dado su carcter particularista. El segundo
momento normativo en la propuesta de Honneth es, por tanto, el reconoci-
miento jurdico o derecho, el cual hace referencia al universalismo propio de la
tradicin kantiana de que todo ser humano es igualmente digno y debe valer
como un fin en s mismo. En esta forma de reconocimiento, de carcter cogni-
tivo, se adopta, por tanto, la perspectiva del otro generalizado en el que ego
y alter se reconocen mutuamente como personas sujetos de derecho28 que gozan
de igualdad de oportunidades para la realizacin intersubjetiva de sus propios
proyectos vitales. Los individuos, con esta forma de reconocimiento, se saben
as autnomos y moralmente responsables de sus propias acciones. La forma
de menosprecio correspondiente, por tanto, hace referencia a la lesin moral
que se produce cuando, al desposeer a un sujeto de determinados derechos
dentro de una sociedad, se le niega el estatus de un sujeto de interaccin moral-
mente igual y plenamente valioso, siendo lesionado en sus expectativas de ser
reconocido en tanto que sujeto capaz de formacin de juicios morales.29
Para Honneth, limitarse a la segunda forma de reconocimiento sigue siendo
insuficiente. Conviene tener en cuenta que para el reconocimiento jurdico, si
bien se basa en la capacidad abstracta de poder orientarse respecto de normas
morales, ha de tener en consideracin tambin la capacidad concreta de mere-
cer la medida necesaria en nivel social de vida,30 lo cual, consecuentemente,
slo puede darse en el seno de una comunidad concreta. Esto es, el reconoci-
miento jurdico hace referencia, en ltimo trmino, a la insercin del indivi-
duo como persona en una comunidad de derecho, de la que es partcipe en
igualdad de condiciones. El individuo es reconocido, aqu, por cualidades que,
de hecho, comparte con los dems miembros de la comunidad. Pero para un
reconocimiento pleno de s mismo, de su identidad, necesita adems saberse reco-
nocido por las cualidades valiosas que lo distinguen de sus compaeros de inter-

27. A. Honneth, Kampf um Anerkennung, op. cit., p. 214.


28. A. Honneth, Integridad y desprecio. Motivos bsicos de una concepcin de la moral desde
la teora del reconocimiento, en Isegora, op. cit., p. 85.
29. A. Honneth, Kampf um Anerkennung, op. cit., p. 216.
30. Ibd., p. 190.

ndice 953
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

accin. Es en este sentido en el que Honneth introduce, as, una tercera forma
de reconocimiento.
La adhesin social, expuesto lo previo, hace referencia a la aprobacin soli-
daria para formas de vida alternativas, de manera que la comunidad ha de
ser capaz de reconocer el carcter insustituible y particular de cada subjetividad
y valorar de manera positiva, para sus metas colectivas, la contribucin de cada
autobiografa personal, constituyndose as un principio de diferencia igualita-
ria.31 Con ello, la forma de autorreferencia positiva que se potencia es la de la
autoestima en tanto que conciencia de poseer capacidades y facultades propias
e individuales, valiosas para la comunidad. La forma de menosprecio conse-
cuente es, en consecuencia, la desvalorizacin social de modos de vida indivi-
duales o colectivos, producindose prdida de autoestima personal y un deterioro
de las posibilidades afirmativas de construccin de la identidad personal.32
Vista la relacin entre las formas de reconocimiento, los modos de autorre-
ferencia que stas posibilitan y, a su vez, los tipos de agravios morales que se
derivan cuando no se cumplen las expectativas de reconocimiento, se aprecia
en qu medida, para Honneth, el contenido normativo de la moral se tiene que
poder explicar al hilo de determinadas formas de reconocimiento recproco.
Pues el punto de vista moral, en definitiva, hace referencia, en primer lugar, a
propiedades deseables o reprobables de las relaciones que mantienen entre s
los sujetos.33
Ahora bien, considerando las tres formas de reconocimiento, el punto de
vista moral no puede venir definido de forma unilateral por una nica forma
de reconocimiento. De hecho, para Honneth, el punto de vista moral comprende
tres criterios morales entre los que no est establecido ningn centro superior
en una jerarqua de orden.34 Es decir, no se trata de priorizar una forma de reco-
nocimiento sobre otra, sino de implementar las acciones sociales y polticas nece-
sarias en cada caso, ya que la necesidad de reconocimiento en cada sujeto, indi-
viduo o colectividad no tiene por qu circunscribirse a una misma esfera.
Es cierto, en cualquier caso, que Honneth es consciente de que, en el seno
de la complejidad social, pueden darse situaciones de conflicto entre distintas
pretensiones de reconocimiento, pero ser entonces la casustica la que ten-
dr que sealarnos la preferencia por una forma u otra de reconocimiento, ya
que desde un punto de vista moral, todos ellos se encuentran igualmente legi-

31. A. Honneth, Integridad y desprecio. Motivos bsicos de una concepcin de la moral desde
la teora del reconocimiento, en Isegora, op. cit., p. 86.
32. Cf. A. Honneth, Kampf um Anerkennung, op. cit., pp. 216-217.
33. A. Honneth, Das Andere der Gerechtichkeit, op. cit., p. 175.
34. A. Honneth, Reconocimiento y obligaciones morales, en RIFP. Revista Internacional de Filo-
sofa Poltica, n. 8, 1996, p. 16.

954 ndice
L A D I M E N S I N P R C T I C A D E L R E C O N O C I M I E N TO E N E L E N C U E N T R O

timados. An as, Honneth considera que, a la hora de tomar una decisin en


caso de conflicto entre pretensiones de reconocimiento en conflicto, hay que
tener en cuenta que del carcter universalista que el respeto como forma de
reconocimiento posee, se deriva una limitacin normativa que impone tales
decisiones,35 de manera que ninguna medida puede lesionar el principio uni-
versalista e igualitario del derecho. Lo cual, sin embargo, no implica predomi-
nar la tradicin kantiana que da primaca absoluta a la autonoma individual, ya
que, desde su perspectiva moral, no se trata de contraponer deber e inclina-
cin sino obligaciones diferentes que por ello poseen un carcter moral sin
excepcin, porque en cada caso manifiestan otra relacin de reconocimiento.36
As, los tres principios de reconocimiento amor, derecho, solidaridad son en
Honneth el ncleo normativo de una concepcin amplia de justicia en la medida
en que definen las condiciones intersubjetivas necesarias para la integridad per-
sonal de todos los sujetos.
El carcter explcitamente normativo del reconocimiento recproco en la filo-
sofa de Honneth, por lo dems, es fcilmente aplicable al encuentro entre cul-
turas, ya que el mismo autor constata que esta gramtica lo es, en ltimo tr-
mino, del conflicto social el cual, no slo se da, de hecho, entre miembros e
individuos de una misma sociedad o cultura, sino tambin entre colectivos que
constituyen subculturas dentro de la corriente hegemnica en la que se hallan
insertos, como tambin en el propio encuentro entre diversas culturas. Esto
es, las tres formas de reconocimiento, por tanto, se constituyen como exigen-
cia normativa y condicin de posibilidad para un encuentro intercultural en con-
diciones de simetra en el que cada una de las identidades est plenamente for-
mada en relacin con las dems.

5. Consideraciones finales
Vistos los tres modelos de reconocimiento, y en especial el aporte de Hon-
neth, podemos afirmar que una reflexin desde la filosofa del reconocimiento
puede ofrecernos instrumentos interesantes para comprender parte de la din-
mica normativa del encuentro intercultural. La interculturalidad, como se ha
mencionado previamente, constituye una superacin del mero multiculturalismo,
ya que desde esta perspectiva normativa lo que se propone no es una mera
cohabitacin sino la bsqueda de orientaciones culturales que permitan una
manifestacin polifnica a travs del encuentro explcito entre culturas. Lo cual,
adems, nos implica directamente con la cuestin del reconocimiento recproco,

35. Ibd.
36. Ibd., p. 17.

ndice 955
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ya que en l entra en juego la formacin de las propias identidades, no slo


individuales sino colectivas.
La revalorizacin de los rasgos identitarios de las culturas implica, as, la
importancia de su reconocimiento, ya que en ello anda en juego, precisamente,
la identidad de cada una de las culturas. Con Fichte, podramos decir que sin
reconocimiento no hay autoconciencia, esto es, un saberse a s mismo como
parte de una cultura dotada de identidad que, sin embargo, no se encuentra ais-
lada ni surge por generacin espontnea, sino en un proceso dinmico.
Con Hegel, asimismo, alcanzamos a constatar la importancia del reconoci-
miento como proceso, no slo para la formacin de cada una de las eticidades
concretas imbricada por nuestra cultura, sino incluso para la propia autocompren-
sin tica por parte de stas.
Ahora bien, quedarse en los posicionamientos de Fichte o Hegel parece insu-
ficiente, pues, en el caso del primero, no es fcil transitar de una mera auto-
limitacin capaz de fundar la cuestin del multiculturalismo a una exigencia
normativa de ese encuentro intercultural. Adems, por parte de Hegel, el peli-
gro de una eticidad sobreinstitucionalizada problematiza, a su vez, la superacin
de cierto relativismo cultural en el que cada modo de comprensin tica, por racio-
nal, habra de ser igualmente vlido en un marco de justicia global.
Es cierto que, como afirma Fornet-Betancourt, la filosofa intercultural pre-
fiere replantear la cuestin de la universalidad sustituyendo la dialctica de la
tensin entre lo universal y lo particular por el cultivo del dilogo entre univer-
sos contextuales que testimonian su voluntad de universalidad con la prctica
de la comunicacin.37 Esto es, un autntico encuentro intercultural, en ltimo
trmino, pretende sustraer lo inamovible del concepto de universalidad incluido
el de justicia para, en su lugar, dar pie a un proceso de dilogo en el que cada
una de las formas de vida aspira a ser reconocida en su identidad. Cuando las
pretensiones de reconocimiento no se dan, entra en juego esa dimensin prag-
mtica y agonstica recogida por Honneth.
En esa lucha por el reconocimiento, no ya slo de individuos sino de
culturas y grupos humanos, encontramos en la triparticin de Honneth tres
elementos normativos constitutivos del moral point of view, a saber: afectivi-
dad, derecho y solidaridad. Cada cultura, ms all del reconocimiento no
mediado, necesita, en consecuencia, ser considerada como igual en derechos
con respecto a las dems en el orden global y, a su vez, valorada en su espe-
cificidad. Lo cual no supone una afirmacin del relativismo cultural, ya que,
desde esta perspectiva, es exigencia tica de validez universal en toda rela-

37. R. Fornet-Betancourt, Supuestos, lmites y alcances de la filosofa intercultural, en Bro-


car, n. 27, 2003, p. 265.

956 ndice
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cin intercultural, pero tambin individual, la afirmacin y satisfaccin de esas


tres formas de reconocimiento.
En definitiva, el reconocimiento recproco, en su dimensin prctica y nor-
mativa de validez universal, constituye un elemento sustancial a la hora de enten-
der el encuentro intercultural, ya que slo por medio de la actividad recog-
noscente puede cada una de las realidades culturales desarrollar su propia
identidad, resultar empoderada en el encuentro con las dems culturas, partici-
par en relaciones simtricas en un orden global y, a su vez, revisar o confir-
mar su propias pretensiones particulares de universalidad.

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ndice 957
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LA CRTICA POST-COLONIAL Y SU ECO EN AMRICA LATINA. APROXIMACIN A UNA NUEVA


PERSPECTIVA CRTICA
Nuria Escudero Cerrillo
Universitat Jaume I. Castell

Resumen
Este artculo es una aproximacin al potencial crtico de las teoras post-
coloniales como hermenutica diferente del carcter inacabado de la moder-
nidad. Una nueva perspectiva crtica que encuentra un eco particular en las
producciones de Amrica Latina como forma alternativa para afrontar las cues-
tiones morales, tericas y prcticas. Como se argumenta en el texto, este enfo-
que nos invita a repensar el trmino colonialismo, vinculado tradicionalmente
a una significacin econmico-poltica, desde su conexin actual con proce-
sos culturales que buscan expresar las estrechas relaciones entre poder y cono-
cimiento. En consecuencia, frente a las herencias epistemolgicas de corte
occidental, nos encontramos ante un nuevo paradigma terico crtico a travs
del cual tratan de abrirse paso nuevas voces silenciadas por los discursos pol-
tico-culturales hegemnicos y homogneos. Voces subalternas que reclaman
hablar en sus propios trminos y que radicalizan la dimensin tica y moral
del discurso de la modernidad.

1. Introduccin
La razn se desliza en el marco del mundo occidental y este desplazamiento
da lugar a nuevas formas de entender la modernidad (Gurrutxaga, 2008) y sus

ndice 959
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

diferentes ritmos desiguales. En trminos generales, parece sumirse que hay un


tiempo histrico normal y universal, que es el europeo. De ah que la moder-
nidad entendida como universal tenga como modelo puro a la experiencia
europea. Sin embargo, frente a este modelo puro, universal y eurocntrico, desde
el pensamiento latinoamericano, se ha producido una amplia gama de bsque-
das de formas alternativas del conocer, cuestionndose el carcter colonial/euro-
cntrico de los saberes sociales y la idea misma de la modernidad como modelo
civilizatorio universal (Montero, 1998). As, diversas voces se han agrupado en
Amrica Latina para constituir un episteme, un lugar propio desde donde inter-
pretar y actuar en el mundo con voz propia.
Por otro lado, la naturalizacin de la sociedad liberal como la forma ms
avanzada y normal de existencia humana tiene una larga historia en el pensa-
miento social occidental de los ltimos siglos. La bsqueda de alternativas a la
conformacin profundamente excluyente y desigual del mundo moderno exige
un esfuerzo de deconstruccin del carcter universal y natural de la sociedad
capitalista-liberal. Esto requiere el cuestionamiento de las pretensiones de obje-
tividad y neutralidad de los principales instrumentos de naturalizacin y legitima-
cin de este orden social: el conjunto de saberes que conocemos globalmente
como ciencias sociales. Este esfuerzo terico, deconstructivo y crtico viene
realizndose desde las mltiples vertientes de la crtica feminista, desde los
posicionamientos crticos con la historia europea como Historia Universal, desde
los estudios subalternos de la India o desde el amplio espectro de la llamada
perspectiva postcolonial.
La bsqueda de perspectivas del conocer no eurocntrico tiene una larga y
valiosa tradicin en Amrica Latina, desde Jos Mart a Jos Carlos Mariteguio
o Paulo Freire, y cuenta con valiosas contribuciones recientes como las de Enri-
que Dussel, Arturo Escobar, Walter Mignolo, Anbal Quijano, Fernando Coro-
nil o Rivera Cusicanqui.1 En consecuencia, un nuevo paradigma crtico en las
ciencias sociales, humanas y literarias emerge frente a las herencias epistemo-
lgicas de corte occidental, con un especial eco en las producciones tericas de
Amrica Latina. Un paradigma contra-disciplinario (Moreiras, 1998) a travs del

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960 ndice
L A C R T I C A P O S C O L O N I A L Y S U E C O E N A M R I C A L AT I N A

cual tratan de encontrar su propia articulacin las nuevas voces subalternas


(Spivak, 1994).

2. La re-significacin de un trmino y la crtica poscolonial


La perspectiva post-colonial como nueva perspectiva crtica envuelve a las
ciencias sociales, humanas y literarias latinoamericanas en este nuevo paradigma
que examina y reformula el trmino colonialismo abrindolo a nuevas signifi-
caciones. Por ende, desde gran parte de la produccin terica marxista, y en un
sentido limitado, el trmino colonialismo ha sido un trmino tradicionalmente
vinculado a significaciones econmicopolticas, por ejemplo, como subrayan
Williams y Chrisman (1994: 2):

In this view, colonialism, the conquest and direct control of other peoples land,
is a particular phase in the history of imperialism, which is now best unders-
tood as the globalization of the capitalist mode of production, its penetration of
previously non-capitalist regions of the world, and destruction of pre- or non-
capitalist forms of social organization.

Sin embargo, a partir de la disolucin formal de los imperios coloniales y


la inauguracin de la llamada era post-colonial, las resistencias anticolonialistas
disfrutaron de un optimismo relativamente efmero, como ejemplific la guerra
de la independencia argelina de 1950, entre otras muchas. Desde entonces,
la influencia occidental sobre los territorios de la llamada era post-colonial,
consistir en un particular influjo caracterizado ahora por flexibles combinacio-
nes econmicas, polticas, militares e ideolgicas, que vendr a definirse por
gran parte de los tericos marxistas, como neo-colonialismo (Williams y Chris-
man, 1994).
Sin embargo, en un sentido amplificado del trmino, y partiendo de la estre-
cha relacin entre el binomio cultura/poder, el trmino colonialismo no nos
remitira tanto a la crnica de la dominacin occidental, como a una particular
conexin con procesos y dinmicas culturales para analizar crticamente la rela-
cin estrecha entre poder y conocimiento.
El poder para narrar, para impedir que otros relatos se formen y emerjan en
su lugar, es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye
uno de los principales vnculos entre ambos (Sad, 1996: 13).
Edward Sad, desde una particular conceptualizacin del poder como narra-
cin, as como desde la vinculacin entre conocimiento occidental/imperialismo
como nueva narrativa definida como orientalismo, demostr que pese a que el
colonialismo ha sido histrica y formalmente desmantelado, el imperialismo ha

ndice 961
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

sobrevivido y sobrevive en mltiples formas. Ya en Orientalismo (1990) subray


que la orientalizacin occidental del Oriente geogrfico se bas en la construc-
cin de un cuerpo de teoras y prcticas a partir de las cuales los tpicos sobre
el exotismo del Otro expresaban precisamente el poder atlntico-europeo
sobre un Oriente histricamente vinculado al imperialismo y al colonialismo.
De tal forma, por orientalismo Sad entenda una institucin colectiva concebida
para abordar las cuestiones de Oriente describindolo desde un estilo particu-
larmente occidental para autorizarlo o desautorizarlo.
En definitiva, la obra Orientalismo produjo as todo un gnero de estudios
crticos conocido como teora poscolonial o discurso poscolonial que tratarn
ahora de explorar las experiencias de supresin, resistencia o diferencia, rela-
cionadas con los principales discursos filosficos, histricos o lingsticos occi-
dentales y sus representaciones. El discurso poscolonial analizar el modo en
que el hecho histrico del colonialismo ha seguido configurando la relacin
entre Occidente y lo que no-es-Occidente en la llamada era poscolonial, es decir,
despus de la independencia de las antiguas colonias (Sardar and Van Loon,
1999).
Una definicin acertada y concisa de lo que es la crtica o perspectiva post-
colonial podemos encontrarla en Jorge Klor de Alva, que definira el post-colo-
nialismo como:

Una forma de conciencia contestataria y oposicional que emergiendo desde con-


diciones preexistentes de tipo colonial imperial o desde actuales condiciones sub-
alternas, busca desencadenar procesos tendentes a revisar las formas, normas y
prcticas de dominacin presentes o pasadas (Klor de Alva, 245: 1995).

Esta definicin nos sita claramente ante una nueva perspectiva crtica que
busca deslegitimar epistemolgicamente el discurso hegemnico y colonialista
de la Modernidad, liberando as nuevas formas de conocimientos allanadas
por el discurso de la Modernidad. Pero adems, buscando generar nuevos espa-
cios de reflexin que, aunque reconociendo las virtudes positivas del con-
cepto moderno de razn, abandonen una epistemologa ideologizada que ha
operado y opera en connivencia con el diseo de la experiencia colonial (Mig-
nolo en Martnez de Bringas, 2006: 40).
As, siguiendo a Mignolo, la poscolonialidad vendr a significar el vnculo
entre el posoccidentalismo, vinculado a la historia local de las Amricas, el pos-
colonialismo, ligado a los crticos culturales del colonialismo britnico y el poso-
rientalismo, concerniente a la crtica de la colonialidad del poder desde las
historias locales de Oriente prximo.

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L A C R T I C A P O S C O L O N I A L Y S U E C O E N A M R I C A L AT I N A

La poscolonialidad se trata del conector que puede reunir la diversidad de


las historias locales en un proyecto universal, desplazando el universalismo abs-
tracto de una nica historia local desde la que el sistema mundo moderno/colo-
nial fue creado e imaginado (Mignolo, 2003: 159).
Segn esta perspectiva, Mignolo (2003: 160) sostiene que el sistema mundo
moderno/colonial localiz la produccin del conocimiento en Europa convir-
tiendo las epistemologas no occidentales en objeto de estudio pero no en lugar
de enunciacin. En palabras del autor:

Lo que sostengo es que una de las contribuciones principales del dilogo aca-
dmico en torno a la post-colonialidad y sus equivalentes, ms all de la crtica
al eurocentrismo y el occidentalismo, consisti en reubicar la relacin entre las
localizaciones geohistricas y la produccin del conocimiento. El imaginario del
sistema-mundo moderno/colonial localiz la produccin del conocimiento en
Europa. Las primeras versiones del occidentalismo a partir del descubrimiento del
nuevo mundo, y la ltima versin del orientalismo, a partir de la ascensin de
Francia y Gran Bretaa a una posicin hegemnica mundial, convirtieron las epis-
temologas no occidentales en algo que haba que estudiar y describir, aunque no
al mismo nivel que el legado grecorromano. En el propio acto de describir el
conocimiento y las costumbres amerindias u orientales stas se desvincularon
de la gran tradicin grecorromana que proporcionaba las bases de la epistemo-
loga y la hermenutica moderna. La modernidad fue imaginada como el lugar
de la epistemologa. El papel central que las ciencias sociales comenzaron a jugar
tras la Segunda Guerra Mundial discurri en paralelo a la configuracin de los
estudios de rea y extendi la geopoltica de la produccin del conocimiento al
Atlntico Norte. Paradjicamente, un objeto colonial de descripcin en el siglo XVI
(las Amricas) se convirti en una localizacin geohistrica central en la pro-
duccin del conocimiento en el siglo XX.

En efecto, la poscolonialidad se nos muestra como discurso crtico de la colo-


nialidad del poder oculta en la propia modernidad, as como un discurso que
resita la relacin entre las localizaciones geohistricas (o historias locales) y la
produccin del conocimiento (Mignolo, 2003: 160). Ciertamente la perspec-
tiva poscolonial surge, como venimos observando, como nueva teora crtica
dentro de lo que podramos entender como proyecto inconcluso de la Moder-
nidad, esto es, como perspectiva que trata de desestabilizar y recodificar el
discurso colonial moderno, en este caso, desde nuevos lugares de enunciacin,
como Amrica Latina.
Si bien, como decamos anteriormente, Orientalismo, de Edward Sad, puede
considerarse un punto de inflexin en el desarrollo de la teora y el discurso

ndice 963
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

poscolonial, sin duda el pensamiento poscolonial puede encontrar sus teoriza-


ciones originarias en los crticos postcoloniales indios vinculados a los estu-
dios subalternos. El trmino subalterno ser retomado por los tericos adscritos
al colectivo de estudios subalternos del artculo de Antonio Gramsci On the
Margins of history: history of the subaltern social group (1934) donde el pensa-
dor define la voz subalterno como descripcin colectiva de una variedad de gru-
pos carentes de conciencia de clase. Estos tericos centrarn su atencin tanto
en la historia de la independencia de la India como en el desarrollo de nuevas
propuesta tericas que analizarn la categora de subalterno como sinnimo de
marginalizado. En esta lnea de pensadores podemos situar tanto la crtica femi-
nista de Gyatri Chakravorty Spivak, quien ha trabajado en torno a la categora
del gnero como forma especfica de exclusin o, al mismo Homi K. Bhabha,
crtico del sujeto esencialista, homogneo y autctono que se revela frente al
Otro/dominador (Young, 2001). El subalterno constituir, en definitiva, una marca
de subordinacin expresada a travs de mltiples rasgos diferenciales como
puede ser la clase social, la raza o el gnero. Por lo tanto, ser necesario, frente
a la homogeneizacin o estrategia de esencializacin del subalterno (Mart-
nez de Bringas, 2006: 44) desarrollar nuevas metodologas que iluminen estos
procesos. De este modo, los tericos post-coloniales indios adscritos a los sub-
altern studies, reivindicarn nuevas estrategias en el empleo de categoras exis-
tentes para iluminar aquellas lagunas, vacos, o incoherencias que se esconden
entre los pliegues del conocimiento colonial. La catarchresis (Bhabha, 2002) o
reconstelacin consistir, en palabras de Martnez de Bringas (2006: 44):

[...] en el uso estratgico de las categoras ms autocrticas desarrolladas por el


pensamiento occidental para recontextualizarlas (por ejemplo desde Amrica Latina
u otro mbito geopoltico colonial)2 volvindolas, as, en contra de s mismas (Mar-
tnez de Bringas.

Se plantea as una rehistorizacin crtica o construccin de nuevos lugares


legtimos de enunciacin que buscarn: (i) deconstruir la idea de Occidente
como nica historia o lugar de enunciacin, que se remite a la tradicin greco-
rromana como nico lugar de referencia u origen (Mignolo, 1995), y (ii) subver-
tir los binarismos Occidente/Otro desde donde se posibilita una alternativa a
voces subalternas y desde donde el Otro, entendido como identidad esenciali-
zada y homognea (explotado, pobre, vctima, sin voz), se abre a la diversidad
de voces ocultas bajo los discursos allanadores y normalizadores de la moder-
nidad.

2. La cursiva es nuestra.

964 ndice
L A C R T I C A P O S C O L O N I A L Y S U E C O E N A M R I C A L AT I N A

Desde esta perspectiva, entenderemos que diversidad vendr a ser sinnima


de subalternidad (Martnez de Bringas, 2006: 45). La teora post-colonial, a par-
tir de esa particular reivindicacin de nuevos lugares de enunciacin como
mbitos propios de produccin y expresin, desde donde los subalternos actan
creativamente, se separa as de las metateoras liberadoras de corte occidental.
La perspectiva poscolonial vendr a significar, por tanto, una nueva hermene-
tica del carcter inacabado de la modernidad que va ms all del carcter insufi-
cientemente crtico del posmodernismo, el cual se agotara en el fragmento/relato
o en los puntos de fuga del metarelato occidental. De este modo, la perspec-
tiva poscolonial emerge como nueva teora crtica desde la que se deriva una
lectura invertida que reformula el proceso por el cual la diferencia, homogenei-
zada por Occidente, se transforma en jerarqua, operndose todo un mecanismo
de colonizacin cultural que nos muestra a Amrica Latina como objeto de estu-
dio, ms que lugar de crtica y enunciacin.
En este sentido, para Enrique Dussel los procesos de ilustracin y colonia-
lismo se darn a la par (Dussel, 1992) y el mito de la propia modernidad se ali-
mentar de la ficcin del sujeto de la modernidad. Para Dussel el Ego conquiro
que precede al Ego cogito, lo acabar posibilitando y produciendo, constituyn-
dose as el mito de la modernidad (Martnez de Bringas, 2006: 46). Con todo,
el mito de la modernidad contina reproducindose, alimentado por las teoras
que ahora, desde propuestas cosmopolitas, actan como sutiles y precisos
instrumentos de dominacin. De ah la importancia de la perspectiva post-colo-
nial como nueva teora crtica que debe reaccionar atentamente ante estas nue-
vas y sofisticadas violencias epistmicas articulando una innovadora epistemo-
loga de frontera (Mignolo, 2003). Mignolo (2003: 165) subrayar que la razn
subalterna ser aquella que:

[...] emerja como respuesta ante la necesidad de repensar las historias que han
sido contadas y la conceptualizacin que ha sustituido la divisin del mundo entre
cristianos y paganos, civilizados y brbaros, moderno y premoderno y regiones
y pueblos desarrollados y subdesarrollados, siendo todos ellos diseos globales
con los que cartografiar la diferencia colonial.

Frente a la razn moderna y eurocntrica, que piensa y organiza en la totali-


dad del tiempo y del espacio, a toda la humanidad, a partir de su propia expe-
riencia, colocando su especificidad histrico-cultural como patrn de referencia
superior y universal, la razn subalterna desafa este metarrelato de la moderni-
dad, entendindolo como un dispositivo de conocimiento colonial e imperial a
partir del cual se articula esa totalidad de pueblos, tiempo y espacio como parte
de la organizacin colonial/imperial del mundo.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. Una nueva perspectiva crtica para un nuevo proyecto tico


La perspectiva post-colonial como nueva perspectiva crtica nos abre la posi-
bilidad a la articulacin de un sujeto hbrido, no ideolgicamnte considerado
como lo otro/autctono/diferente (Bhabha, 2003), sino un sujeto heterogneo
situado ms all del occidentalismo, o como sujeto de una nueva modernidad
subalterna (Coronil, 1997). As, desde los lmites espacio-temporales de nues-
tro presente nuevas subjetividades hbridas transforman las tradicionales narra-
tivas de la subjetividad moderna. El sujeto de esta nueva modernidad, de esta
nueva perspectiva crtica poscolonial nos obliga a remover la arquitectura de
nuestras certidumbres y romper con espacios epistemolgicos preestablecidos
desdibujando las dicotomas entre sujetos y objetos de estudio, particularis-
mos y universalismos hegemnicos, civilizacin y barbarie.
En suma, el dinamismo histrico al que estn sujetas nuestras sociedades
nos sumerge en las complejidades de la articulacin poltica de la diversidad
cultural en la estructura global desde el tratamiento tico del Otro. Partir del res-
peto y el reconocimiento mutuo podra ser un primer paso para armonizar las
diferencias culturales a travs de un dilogo global complejo. Sin embargo, la
idea de compatibilizar las diferencias, es decir, hacerlas fecundas y enriquece-
doras, ha suscitado controversias tericas, al identificarse armonizacin con
homogeneizacin de las diferencias. Un proyecto de vida para todos y de res-
ponsabilidad hacia cualquier Otro, que se concretara en un universalismo cr-
tico y plural sujeto a constante revisin y transitoriedad, debera ser la mxima
bajo la cual se desarrollase una consideracin dialgica y solidaria de los dere-
chos humanos, clave para la gestin poltica y social de la diversidad en la estruc-
tura global. En consecuencia, frente a la tensin evidente entre justicia como
fuente abstracta dirigida al reconocimiento recproco y tratamiento imparcial del
Otro y, bondad, como infinita preocupacin por el Otro, el campo de la teo-
ra moral marcado tradicionalmente por un cierto universalismo constrictivo est
viviendo un giro tico.
La perspectiva post-colonial como nueva teora crtica nos ofrece una nueva
base epistemolgica desde donde revisar crticamente la idea de la considera-
cin moral de lo particular y de la diferencia como punto de partida desde donde
arranque un nuevo proyecto de reflexin moral.

966 ndice
L A C R T I C A P O S C O L O N I A L Y S U E C O E N A M R I C A L AT I N A

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968 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LOS VALORES TICOS DEL TEJIDO EMPRESARIAL*


Patrici Calvo Cabezas
Universitat Jaume I. Castelln

Resumen
La empresa latinoamericana y espaola se encuentra actualmente inmersa
en un proceso de cambio. La globalizacin ha producido que desde la socie-
dad se empiece a cuestionar la legitimidad de la empresa en base al segui-
miento escrupuloso de la ley y el balance favorable de las cuentas anuales.
Ahora se espera que sta sea responsable social y medioambientalmente para
poder optar a gestionar los recursos morales que permiten su actividad, tales
como la confianza o la reputacin. No atender a tales exigencias comporta la
prdida de su sentido social y, por consiguiente, la imposibilidad de gestio-
nar tales recursos necesarios; exigencias que no slo son econmicas, sino
tambin morales. El objetivo de esta comunicacin, por tanto, ser mostrar
qu se entiende por empresa responsable y qu beneficios puede tener su
posible concrecin en Espaa o Latinoamrica. Para ello se atender, en pri-
mer lugar, al nuevo reto al cual se enfrenta la empresa actual en los contex-
tos concretos apuntados. En segundo lugar, se llevar a cabo una aproxima-
cin a la historia de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y cmo sta
ha ido irrumpiendo con fuerza en Latinoamrica y Espaa. En tercer lugar, se

(*) La presente comunicacin ha sido posible gracias a la beca de investigacin predoctoral del
Programa de Formacin de Profesorado Universitario (FPU/2008) que me fue concedida por el Minis-
terio de Ciencia e Innovacin.

ndice 969
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

atender al significado de la RSE y a las races ticas sobre las cuales se asienta.
En cuarto lugar, se visualizarn los instrumentos a disposicin de la empresa
para llevar a cabo una gestin responsable. Y finalmente, en quinto lugar,
se ofrecer una aproximacin a esta nueva empresa emergente.

1. El nuevo reto de la empresa actual


Los nuevos tiempos han provocado que actualmente la empresa busque
orientaciones y pautas que posibiliten una actuacin empresarial conforme a
las exigencias de la realidad circundante. Que le permitan, en definitiva, gestio-
nar debidamente su actividad empresarial para poder vivir de ese modo por
decirlo en palabras de Ortega y Gasset (1935: 149) [...] a la altura de los tiem-
pos, con hiperestsica conciencia de la coyuntura histrica.
Desde esta nueva perspectiva, la tica ha dejado de verse nicamente como
algo negativo para la empresa, como un limitador de la accin empresarial y
del beneficio econmico, y se ha convertido en un saber cuya dimensin facul-
tativa posibilita la gestin de aquellos recursos intangibles sin los cuales sera
imposible hablar de cooperacin, coordinacin de la accin o resolucin de
conflictos dentro de la organizacin (Garca-Marz, 2004: 22).
En este sentido, aunque el conocimiento se haya constituido hoy en el fac-
tor ms determinante de la actividad profesional y que algunos escndalos
institucionales alrededor del mundo por malas prcticas hayan abierto una bre-
cha de desconfianza sobre la empresa difcil de cerrar, el elemento ms rele-
vante y que posibilit en su da un cambio de actitud con respecto a la tica
por parte de la empresa fue precisamente el nuevo contexto globalizador sobre
el cual se mueven hoy las sociedades del siglo XXI (Garca-Marz, 2004: 23-
24).
La globalizacin, por una parte, ha proporcionado la apertura de mayores
espacios de libertad para la empresa, ofreciendo un abanico de nuevas posi-
bilidades e incrementando su presencia en todas las esferas de la sociedad civil.
Pero tal incremento de poder tambin ha repercutido proporcionalmente en
el aumento de sus responsabilidades, pues dispone de una mayor capacidad de
respuesta ante las expectativas que la sociedad deposita en ella: creacin
de empleo, incremento del bienestar social y econmico, cuidado del medioam-
biente, compromiso con el desarrollo de los pueblos, expansin de los dere-
chos humanos a travs del ejemplo de sus empresas, ampliacin de la igualdad,
expansin de los espacios de libertad, etc. Y, por otra parte, ha producido el
debilitamiento de los estados y la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de
coordinacin de la accin que complementen su medio por excelencia: el dere-
cho. La inoperancia de ste ms all de los lmites del Estado contrasta cier-

970 ndice
L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

tamente con la realidad de la empresa actual; una realidad que es global, que
permite su operatividad en diferentes espacios al mismo tiempo con diferen-
tes contextos legales.
Dentro de este nuevo momento que se est viviendo, ha empezado a cues-
tionarse la legitimidad de la organizacin empresarial en base a un seguimiento
escrupuloso de la ley y un balance favorable de las cuentas anuales. En tanto
que organizacin social cuyo fin es la satisfaccin de necesidades humanas, la
empresa no puede dar la espalda a los intereses de una sociedad sobre la cual
se halla inserta y de la cual recibe los recursos necesarios para operar entre
ellos recursos humanos y recursos morales si su pretensin es ser en el tiempo.
Y en tanto que parte de la sociedad, el quehacer empresarial no puede man-
tener una actitud neutra y desarraigada ante los valores y principios que forman
parte de su praxis social si su pretensin es perfeccionarse, alcanzar la excelen-
cia empresarial.
La tica emerge aqu con fuerza para, en primer lugar, ofrecer orientaciones
a la empresa en su bsqueda de la legitimacin social. Como saber cuya inclu-
sin en el ncleo duro de las decisiones empresariales permite establecer un
referente sobre el horizonte que posibilite un quehacer responsable coherente
con la altura moral de la sociedad sobre la cual descansa y de la cual recibe los
recursos necesarios para operar. Y, en segundo lugar, ayudar en la coordina-
cin de la accin ofreciendo normas que permitan regular la praxis social ms
all de los lmites estatales del derecho de cada pas.1

2. Una aproximacin a la historia de la RSE

La primera vez que se empez a pensar en cuestiones relacionadas con la


RSE fue en la dcada de los veinte en Estados Unidos. Ciertas ideas relacionadas
con la participacin del personal interno de la empresa y cmo sta lograba
gestionar en cierta manera los recursos morales fueron reflejndose tanto en
la teora como en la praxis de la actividad econmica. Si bien Sidney Webb y
Beatrice Webb haban escrito su famosa obra sobre la democracia industrial a
finales del XIX,1 es precisamente en estos momentos cuando se reedita con
ms fuerza por su mayor afinidad al contexto histrico que se estaba viviendo.
Durante la dcada de los cincuenta, ligado a algunos escndalos financieros
y al incremento considerable del tamao y poder de las empresas estadouni-
denses, los temas sociales introducidos levemente durante los aos veinte se
convierten en materia de alcance. La empresa comienza a percibirse a s misma

1. Sidney WEBB y Beatrice WEBB publican La democracia Industrial en 1987. La edicin espa-
ola es ms reciente, de 2004.

ndice 971
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

como una organizacin social que, de no atender correctamente las necesida-


des de la sociedad, puede verse en peligro de desaparecer. La importancia de
este cambio de mentalidad se refleja en su desarrollo y consolidacin en los
setenta, cuando algunas empresas comienzan a plantearse seriamente la nece-
sidad de incorporar a su planificacin estratgica la responsabilidad social. A
partir de este momento, la idea sobrepasa las primeras reticencias y se expande.
Tal hecho propicia precisamente su entrada en Espaa durante los primeros
aos de la dcada de los ochenta, cuando ciertas empresas comienzan a publi-
car balances sociales de forma voluntaria, informes donde se recogen salarios,
nmero de empleados, etc.
Pero sin duda el despegue definitivo se produce en los aos de transicin
entre el segundo y tercer milenio. En este sentido, dos son los hechos ms rele-
vantes que logran impulsar definitivamente la RSE: por una parte, la declaracin
del Pacto Mundial de las Naciones Unidas en el Foro Econmico de Davos de
1999, y por otra, el acuerdo de los pases de la Unin Europea en la Cumbre
de Lisboa del 2000.
El primer movimiento vino de la mano de Kofi Annan, el secretario general
de Naciones Unidas por aquel entonces. Aprovechando la ocasin proporcionada
por el Foro Econmico de Davos en 1999, ste propuso, a las diferentes nacio-
nes presentes y al conjunto de estados del mundo, un pacto entre todas las orga-
nizaciones e instituciones ya fueran econmicas, solidarias o de cualquier otra
ndole con el fin de expandir los beneficios de la globalizacin a toda la socie-
dad mundial.
Aquella declaracin signific el comienzo del Global Compact, un declogo
de principios universales cuya adhesin depende de la estricta voluntariedad de
la organizacin y cuyo propsito no es otro que reafirmar un compromiso firme
con los derechos humanos.
El segundo hecho relevante durante la transicin del milenio fue sin duda
la Cumbre de Lisboa del ao 2000, cuando la Unin Europea tom la decisin
de dirigir su mirada haca la implantacin e implementacin de la RSE como ele-
mento diferenciador para sus empresas, un elemento con el cual poder compe-
tir en el cada vez ms difcil mercado global.
Esta propuesta se vio materializada un ao ms tarde con la aparicin del
Libro Verde Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las
empresas (COM, 2001). En l se defini el concepto de RSE y se inst a los gobier-
nos miembros a apoyar y promover la implantacin de la RSE en la planificacin
y gestin de las empresas como factor de competitividad, innovacin y cohe-
sin social (Gonzlez y Garca-Marz, 2006: 160), as como a las instituciones
educativas a trabajar en la concienciacin y difusin de sus peculiaridades y
beneficios. La propuesta trataba de conseguir a medio y largo plazo un doble

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

objetivo: lograr un crecimiento econmico constante para toda la zona de la


Unin Europea que, al mismo tiempo, fuese sostenible econmica, social y
medioambientalmente.
Tras el Libro Verde, durante el ao 2002 se crea en Europa el foro Multi-Sta-
keholders2 sobre RSE, donde trabajadores, empresarios, organizaciones solida-
rias, sindicatos e instituciones acadmicas dialogan sobre las posibilidades
que existen de desarrollar un enfoque comn que permita la circulacin de
experiencias prcticas para la resolucin de conflictos, que facilite el consenso
entre las partes y promueva la innovacin empresarial (COM, 2002).
A partir de la publicacin del Libro Verde y de la apertura un aos ms tarde
del foro Multi-stakeholders, el mbito de la RSE se consolida y desarrolla con
rapidez entre el tejido empresarial europeo. En la actualidad, aparte de las cerca
de 2.000 empresas de ms de 80 pases que han reafirmado su compromiso con
los Derechos Humanos a travs de su adhesin de manera voluntaria al Pacto
Mundial de las Naciones Unidas, existe un gran nmero de organizaciones
profesionales alrededor del mundo que llevan a cabo de forma continuada dife-
rentes acciones relacionadas con las prcticas responsables: realizan memorias
de sostenibilidad donde hacen pblicos sus beneficios econmicos, sociales
y medioambientales, aplican algn tipo de sistemas de gestin medioambien-
tal, obtienen certificaciones externas sobre sus balances, sistemas y calidades,
crean comits ticos para la resolucin de conflictos y elaboran cdigos ti-
cos donde comunican al resto del mundo quines son y qu pretenden ser.
En Espaa, el alcance de la RSE lleg en forma de Mesa de Dilogo, Subco-
misin Parlamentaria y Foro de Expertos, organismos creados y promovidos por
el gobierno estatal.
Fue en 2005 cuando se reunieron por primera vez los 47 miembros del Foro
de Expertos y debatieron sobre el Libro Verde. Tras seis sesiones acordaron
29 recomendaciones para la correcta implantacin de la RSE en el pas, propu-
sieron al gobierno la creacin de un Consejo de RSE que promoviese el fomento
y el impulso de la RSE, y redactaron el Libro Blanco. Este nuevo libro significaba
la adaptacin del Libro Verde a las peculiaridades de un pas determinado de
la Unin. Tras su aceptacin, ste se convierte en referente para la creacin
de leyes en este sentido, como es el caso de la actual ley de igualdad o de con-
ciliacin, y el ncleo de las recomendaciones dirigidas al gobierno para el
fomento y promocin de la RSE, como las clusulas sociales.

2. Cuando se habla de los stakeholders de la empresa se est haciendo referencia a todos los
implicados y/o afectados por la actividad empresarial. Internamente pueden ser los accionistas, tra-
bajadores, socios, propietarios, proveedores, directivos, etc. Y externamente, los clientes, la admi-
nistracin pblica, la competencia, el medioambiente, las generaciones futuras, etc. stos no son
los mismos para todas las empresas.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Espaa es hoy una potencia en la introduccin de la RSE en las organiza-


ciones profesionales. Puede haber dudas en cuanto a su calidad y su fin, pero
no en cuanto a la visin positiva que la RSE desprende entre los empresarios
espaoles. En el 2007, con ms de 800 memorias de sostenibilidad, Espaa
dobl en nmero a pases con una mayor tradicin en RSE. El primer paso al
menos, el de la aceptacin, parece que ya se ha dado. Faltar corregir errores
y orientar la RSE correctamente para que no se utilice nicamente como un meca-
nismo instrumental y estratgico, sino como una manera de transformar la
empresa para hacerla ms racional.
En este sentido, a continuacin analizaremos el verdadero significado de la
RSE, concretando cul es la idea que se est manejando entre el tejido empresa-
rial y la literatura de la tica empresarial y cul es el anclaje tico sobre el cual
se sostiene.

3. El significado de la RSE

La RSE ha sido entendida de muy diversas maneras desde que la Comisin


Europea formulase su propuesta en el Libro Verde (COM, 2001), algunas de ellas
relacionadas directamente con la filantropa o con el marketing. Sin embargo,
el verdadero sentido de la RSE no puede quedar limitado a este tipo de accio-
nes, pues va ms all de una cuestin altruista o meramente propagandstica.
La RSE tiene que ver con cmo la empresa genera beneficios y no con qu hace
con parte de esos beneficios. Por ese motivo, la RSE gua a la empresa hacia lo
prudente y lo justo, hacia aquello que permita la legitimacin social.
En primer lugar, para atender al significado de la RSE debe partirse de una
idea clave: no se trata de generar un espacio en la empresa para albergar cier-
tas preocupaciones de la sociedad. Se trata de una nueva manera de entender
la organizacin profesional y de llevar a cabo la actividad empresarial, de una
nueva orientacin que permite construir una realidad empresarial coherente con
la realidad social que la circunda.
En segundo lugar, y partiendo de esta idea, puede decirse que el significado
de la RSE tiene que ver con una gestin de la empresa que no slo se preocupe de
lo legal y lo econmico, sino tambin de lo social y lo medioambiental (COM,
2001, punto 20). Si la empresa respeta las leyes y logra generar valor en estos
tres apartados, la sociedad se lo agradecer mediante buen clima laboral, bue-
nos servicios, facilidades de la administracin, aceptacin social, mayores posi-
bilidades de eleccin de personal, confianza; convertido en todo un conjunto
de recursos intangibles que le permitan funcionar correctamente y pervivir en
el tiempo (Garca-Marz, 2004: 169).

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

En tercer lugar, teniendo en cuenta la necesidad de ampliar los mrgenes de


actuacin de la gestin empresarial, el significado de la RSE estar intrnseca-
mente relacionado con la justificacin de la actividad empresarial por parte de
la organizacin profesional. De ello depende mantener vigente ese contrato sus-
crito con la sociedad, cuya validez permite que se beneficien de los recursos
necesarios para poder llevar a cabo su actividad con solvencia y garantas. Un
contrato moral cuya vigencia depende de la correcta satisfaccin de aquellos
aspectos que trascienden lo meramente legal y econmico; aspectos que como
define el Libro Verde se introducen de lleno en lo social y medioambiental:

Ser socialmente responsable no significa solamente cumplir plenamente las obli-


gaciones jurdicas, sino tambin ir ms all de su cumplimiento invirtiendo ms
en el capital humano, el entorno y las relaciones con los interlocutores (COM, 2001,
punto 21).

En cuarto lugar, atendiendo a esta necesidad de legitimacin social por


parte de la empresa, el significado de la RSE se muestra como el paso de la em-
presa autista aquella que se no ve ni escucha ms all de sus puertas a la empresa
plural aquella que tiene en cuenta las preocupaciones legtimas de todos sus
grupos de inters en la toma de decisiones de la actividad empresarial (Gar-
ca-Marz, 2004: 150-151). Se est aqu ante un punto sin retroceso donde las
antiguas luchas de poder entre los empresarios y los trabajadores quedan des-
terradas al amparo de la adopcin de una postura activa y dinmica, una pos-
tura en la cual todos aquellos stakeholders de la empresa toman parte activa de
la misma a travs de su inclusin en un dilogo abierto. Desde la perspectiva
adoptada, RSE significa comprender la empresa como un conjunto de diferentes
intereses y no como una entidad aislada y neutra ajena a los problemas y pre-
ocupaciones del mundo que la rodea, una entidad que no depende ms que
de s misma para existir.
En conclusin, tras el anlisis de los diferentes aspectos que configuran su
sentido, es posible afirmar que RSE significa excelencia empresarial (Cortina,
2006: 112). Toda empresa que desee avanzar en su perfeccionamiento, en la
concrecin de su potencialidad, debera implementar polticas de RSE en su ges-
tin que generaran una cultura responsable.
Ahora bien, conocer su verdadero significado es un paso importante, pero
no suficiente. Si la RSE no quiere quedarse convertida en un simple instrumento
de marketing, en un maquillaje que difumine acciones indeseables, en un jabn
que borre la suciedad acumulada por aos de malas prcticas, o en un mero
elemento que aumente la burocracia de la empresa, tiene que hundir necesa-
riamente sus races en una slida tica empresarial (Cortina, 2005).

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

La RSE parte desde la tica empresarial con la pretensin de introducirse en


la organizacin y profundizar en el necesario acontecer de sus contenidos.
Por tanto, la RSE es una dimensin de la tica empresarial, una parte de sta
cuyo fin es intentar que la empresa alcance poco a poco el horizonte de actua-
cin tico. Si no se desarrolla desde la tica empresarial, la RSE acaba conver-
tida en una sombra de s misma, en una idea sin base slida sobre la cual
construirse y sin rumbo concreto hacia el que dirigirse; en definitiva, una tau-
tologa que no merece siquiera ser tenida en cuenta.
Partiendo de esta consideracin, la introduccin de la RSE en la empresa debe
producirse sobre tres coordenadas bsicas, tres focos de actuacin sobre las cua-
les construye su sentido ltimo: como una herramienta de gestin, como una
medida de prudencia y como una exigencia de justicia (Cortina, 2006: 112).
Como medida de gestin, significa que la RSE debe instalarse en la base
misma de la toma de decisiones empresarial y no quedar reducida al rea peri-
frica de sta, pues de otra forma se limita a servir como simple maquillaje super-
fluo, como medio para encubrir acciones poco deseables o como un mecanismo
que aporte cierto contenido esttico a la imagen corporativa. Se trata de ir adqui-
riendo un ethos fuerte e interiorizado capaz de orientar racionalmente los modos
de actuar de la empresa, y con una RSE varada en la periferia de la gestin orga-
nizativa, tal hecho se presenta como imposible de concretar (Cortina, 2006: 114).
Como medida de prudencia, significa que ese ethos se regir por un punto
de vista racional, por la potenciacin de la virtud prudente (Cortina, 2007: 114).
Se trata de discernir aquellos hbitos ms adecuados para la empresa a travs
del punto medio, de la razn prudencial, de encontrar la justa medida entre el
exceso y el defecto. Como argumentaba Aristteles al respecto, hay un cierto
lmite de los trminos medios que decimos que se encuentran entre el exceso
y el defecto y que existen en concordancia con la recta razn (1985: 1138b).
Una empresa que desee ligar sus acciones y decisiones a la razn y legitimarse
tiene que partir de la prudencia y adquirir hbitos que conformen el contenido
de su carcter; una manera de ser y un modo de actuar que produzcan la exce-
lencia empresarial. La RSE, por tanto, debe estar implicada en la adquisicin del
contenido del ethos de la empresa.
Por ltimo, como exigencia de justicia, significa que la RSE debe partir siem-
pre de la toma en consideracin de todos los afectados por las decisiones y
acciones de la actividad empresarial (Cortina, 2007: 115). Por ese motivo, nece-
sita apoyarse sobre una tica dialgica para desarrollarse, pues slo desde el
dilogo y el acuerdo puede tener sentido hablar de grupos de inters y esfuerzo
por satisfacer sus intereses razonables. Sin un dilogo que facilite conocer qu
intereses estn en juego en toda actividad relacional concreta y sin un acuerdo
que posibilite tener constancia de haber alcanzado la satisfaccin de las expec-

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

tativas depositadas en la empresa por aquellos grupos que le permiten operar,


hablar de justicia en la RSE queda como un concepto abstracto muy alejado de
la realidad prctica.
Ethos, razn prudencial y justicia son, por tanto, el anclaje tico de la empresa
que da sentido a una responsabilidad social resuelta a no dejarse reducir a
cosmtica y burocracia (Cortina, 2006: 115). El significado de la RSE, por con-
siguiente, se construye desde aqu, desde su punto de referencia tico que lo
reafirma y justifica. De otra forma, el sentido de la RSE se pierde sobre el firme
resbaladizo del instrumentalismo, un sustento que no permite un anclaje de
garantas que resista los avatares y las inclemencias de las posibles circunstan-
cias.
As pues, podra decirse que la tica empresarial marca un horizonte de actua-
cin posible, el de excelencia empresarial, y la RSE permite generar las condi-
ciones ptimas para que la empresa pueda tender a l. Sin embargo, hasta ahora
se ha hablado del qu y del dnde, pero no del cmo. Por este motivo, es nece-
sario profundizar en el prximo punto en los instrumentos de gestin que
permiten a la empresa ser responsable y, de esta manera, acercarse al horizonte
de actuacin tico.

4. Instrumentos para una gestin empresarial responsable


El Libro Verde ofrece algunas ideas interesantes al respecto de qu acciones
permiten a la empresa una gestin responsable (COM, 2001, punto 3); sin embargo,
sus orientaciones son poco concretas y no aclaran demasiado sobre qu instru-
mentos intervienen en el proceso. Ms precisa es la propuesta de un sistema
integrado de gestin tica diseada por Garca-Marz, pues permite concretar
tanto los instrumentos necesarios, como su funcin y su sentido dentro de la
empresa.
Segn Garca-Marz (2004: 237-240), la necesidad de legitimacin por parte
de la empresa requiere de un dilogo abierto y participativo donde estn inclui-
dos todos los stakeholders de la organizacin; sin embargo, el carcter contra-
fctico de este dilogo exige que la empresa publique sus esfuerzos en intentar
ser justa y prudente, en intentar ser responsable. Desde esta perspectiva, para
que los esfuerzos de la empresa en materia responsable se conviertan en pbli-
cos y permitan la aparicin de un proceso de dilogo, es necesario atender
a un sistema integrado de gestin tica dentro de la empresa, un sistema de
gestin que reconoce tres pasos fundamentales: cdigos ticos, memorias de res-
ponsabilidad y comits ticos. Slo as es posible justificar la actividad empre-
sarial y generar los recursos morales necesarios que permitan el correcto fun-

ndice 977
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cionamiento de la organizacin. Veamos brevemente qu funcin caracteriza


cada uno de ellos:

a) Cdigos ticos: es el carcter, la forma de ser de la empresa. La organiza-


cin hace pblica su voluntad de atender a las expectativas de sus gru-
pos de inters. En l se recogen los principios, valores y compromisos
que coordinan el quehacer empresarial y que sirven de gua para la toma
de decisiones.

b) Comits de tica: es un espacio de dilogo donde estn representados los


diferentes stakeholders de la empresa. Su tarea es la bsqueda de reso-
lucin de los conflictos internos y externos de la empresa por medio del
dilogo y la revisin crtica de todo aquello que tenga que ver con la ges-
tin de lo moral en el seno de la empresa.

c) Memorias de responsabilidad: se trata de hacer pblica la actividad empre-


sarial en un triple balance: econmico, medioambiental y social. Las
memorias exponen pblicamente cmo la empresa ha dado respuesta
a las expectativas legtimas de los stakeholders.

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

Los tres mecanismos de gestin tica son independientes entre s, pero, sin
embargo, su funcionalidad slo cobra sentido en tanto cada parte se relacione
con las dems, como un todo integrado. Esto se debe a que la gestin de los
recursos intangibles se puede llevar a cabo a partir del momento en que stos
se hagan pblicos y se establezca el proceso de dilogo, un hecho imposible si
no se atiende de forma integrada a los tres instrumentos aqu presentados.
Por tanto, para acercarse al horizonte responsable, es necesario tener en cuenta
los tres instrumentos de forma integrada.

5. La empresa responsable
Como se ha venido argumentando a lo largo del artculo, hablar de tica y
hablar de empresa es hoy factible y necesario. La empresa amoral no existe,
porque, como los seres humanos, dispone de su espacio de libertad para poder
decidir entre un conjunto de posibilidades, decisiones que debern ir por tanto
acompaadas de argumentos. En este sentido, la responsabilidad es precisa-
mente una actitud que acerca a la organizacin a ese horizonte de actuacin
tico al cual debera tender siempre si su pretensin es perdurar. La bsqueda
mediante el dilogo de los intereses legtimos en juego y su satisfaccin conti-
nuada a travs de ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones de la empresa,
hace que el entendimiento entre la empresa y sus stakeholders pueda lograrse,
un entendimiento que identifica a la organizacin profesional como responsa-
ble y, por ello, como tica. Por consiguiente, ser una empresa tica significa ser
responsable, y ser responsable no es ms que llegar a entenderse con sus sta-
keholders mediante la toma en consideracin de sus expectativas legtimas en
las decisiones y acciones que tome diariamente la organizacin dentro de la
actividad empresarial.
Partiendo de esta consideracin, nos adentramos finalmente en qu identi-
fica a la empresa responsable, qu diferencias existen entre sta y una visin
organizativa con un horizonte de actuacin alejado de la realidad empresarial
actual. Una aproximacin a tal cuestin implica abordar la empresa responsa-
ble desde varios puntos: como empresa que se ve como un conjunto de inte-
reses en juego, como empresa que busca mantener vigente y vlido el contrato
moral que ha firmado con la sociedad, como empresa que se preocupa por ges-
tionar todos los recursos disponibles entre ellos los morales y como empresa
que ve en la transparencia el elemento clave de su posible legitimacin.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

a) La empresa responsable como empresa plural:

A lo largo de la historia, la empresa se ha entendido bsicamente desde dos


enfoques diferentes: unitario o dual (Garca-Marz, 2004: 148-149), dos pun-
tos de vista que han marcado tanto sus relaciones como la bsqueda de reso-
lucin de conflictos.
El unitario es precisamente el enfoque ms antiguo de los dos y est apo-
yado en las teoras econmicas neoclsicas. En l no se conceba ms inters
dentro de la organizacin que aquel ligado a sus empresarios y accionistas,
un hecho comnmente aceptado por la sociedad de la poca y que minimiz
el conflicto a poco ms que nada.
Sin embargo, tras la Revolucin Francesa en 1789 y el despliegue de sus valo-
res por todo occidente libertad, igualdad y fraternidad la cuestin dio un giro
importante cuando el siglo XIX se convirti en un momento de lucha de cla-
ses, de reivindicaciones por los intereses del proletariado contra el nuevo orden
establecido, pues si bien el sistema liberal implantado tras el desmantelamiento
del antiguo rgimen se preocupaba nicamente por consolidar hasta sus extre-
mos ms exacerbados el valor de la libertad postergando al ostracismo ms
absoluto el resto de valores que con tanto nfasis enarbol durante los prime-
ros momentos del proceso revolucionario, la nueva sociedad industrializada
exiga que la igualdad y la solidaridad fueran igualmente tenidas en cuenta.
Esta disputa social por sus derechos hizo percibir la empresa como un apn-
dice de lo que estaba ocurriendo en la calle. De esta manera, surgi el modelo
dual de organizacin profesional, un modelo que identificaba dos tipos de inte-
reses dentro de la empresa: el del accionista y el del trabajador. Desde este punto
de vista, se entiende la empresa como una lucha de fuerzas en la cual la vic-
toria de uno significa la derrota del otro: cuanto en mayor grado se satisfagan
las exigencias de los trabajadores, en menor lo harn las del empresario.
Este tipo de modelo dual no slo contina vigente en la actualidad, sino
que, adems, es el ms comnmente aceptado por una sociedad occidental
actual. Sin embargo, como se ha ido desgranando a lo largo del estudio, la rea-
lidad empresarial actual requiere de un enfoque distinto que supere tanto el
unitario como el dual. En primer lugar, porque no se puede establecer desde
ninguno de ellos el contrato moral que legitima a la empresa socialmente y que
le permite crear la base mnima sobre la cual construir las relaciones que posi-
bilitan su existencia. Los intereses en juego que rodean la empresa van ms all
de los accionistas y los trabajadores de la organizacin, y tambin de lo estric-
tamente econmico. Porque desde esta perspectiva, la preocupacin de los clien-
tes por la calidad, de la sociedad por el medioambiente, de los proveedores por
el respeto a los acuerdos alcanzados, y de la competencia por el respeto a las

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

leyes del libre comercio entre otras muchas cosas quedan como temas apar-
tados y olvidados. Y, en segundo lugar, porque si todos los intereses en juego
no son tenidos en cuenta y no se intentan satisfacer en la medida de sus posi-
bilidades, el principio de reciprocidad por el cual la sociedad le devuelve a la
empresa su esfuerzo convertido en confianza, reputacin y otros recursos mora-
les que le permiten operar a medio y largo plazo, no puede darse tampoco.
Por ello, la realidad actual empresarial se dirige ms bien hacia un concepto
de organizacin donde convergen diferentes relaciones de intereses y no slo
uno o dos de ellos que posibilitan su existencia y que incluye en ella a todos
aquellos individuos o grupos que, bien por motivos estratgicos o bien por moti-
vos de legitimidad moral, son necesarios para el logro de objetivos de la empresa
(Gonzlez, 2003: 57).
Este tipo de enfoque, que ha sido presentado por Garca-Marz como plu-
ral y que se apoya en la teora de los stakeholders, parte de la idea de que una
organizacin profesional no es un elemento aislado de la sociedad ni del mundo
que lo rodea, sino de una entidad que necesita establecer relaciones de inte-
rs para poder existir y llevar a cabo su actividad. Podra serlo en el improbable
caso de que no necesitara de trabajadores que la pusiera en marcha diariamente,
de clientes que compraran sus productos, de proveedores que abastecieran de
materias primas sus almacenes, de administraciones pblicas que velaran por
el marco legal mnimo necesario que permita su actividad, as como si evitara
contaminar el medioambiente con sus residuos y mermar las posibilidades
de las generaciones futuras con la utilizacin de los recursos naturales. Pero
mientras tales hechos no se den y siga necesitando y/o afectando a terceros gru-
pos, toda organizacin debe entenderse como plural, como un sistema de inte-
rrelaciones e intereses necesarios que permiten la existencia y subsistencia de
la organizacin.
Desde esta perspectiva, un modelo plural de empresa puede aportar una
ayuda extra para el xito de la consecucin de objetivos empresariales mediante
la generacin de confianza, la mejora de la solidez de la empresa a travs
de un aumento de la reputacin, la inclusin de elementos de competitividad
diferenciadores, la potenciacin de la innovacin, el desarrollo de proyectos
a largo plazo y la gestin de los riesgos medioambientales, sociales y econ-
micos. Y para ello, es necesario: primero identificar cules son sus stakeholders,
segundo conocer sus expectativas razonables e intereses, tercero establecer su
grado de poder, y cuarto establecer estrategias de resolucin de conflictos y
satisfaccin de intereses.
Esta es precisamente la primera caracterstica de la empresa responsable,
su pluralidad de intereses (Garca-Marz, 2004: 152). Una empresa que desee
ser responsable necesita entenderse a s misma como plural, como una orga-

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nizacin que entienda y acepte la importancia de sus grupos de inters e intente


mediante el dilogo conocer las expectativas legtimas que stos han deposi-
tado en ella.

b) La empresa responsable como contrato moral:

Reconocer la pluralidad de intereses es un paso muy importante para gene-


rar esta nueva empresa del siglo XXI, pero tal actitud no aade gran cosa a la
hora de diferenciar entre una empresa responsable y otro tipo de organiza-
cin. Lo que hay detrs de la pluralidad de intereses y que empieza a dar
sentido a ese nuevo enfoque de empresa es precisamente la existencia de un
contrato moral entre la empresa y la sociedad (Garca-Marz, 2004: 160). Un con-
trato donde se establecen las expectativas legtimas que tienen el uno del otro y
sin cuya satisfaccin se ven mermados e incluso pueden llegar a desaparecer
los beneficios derivados del compromiso tanto para una parte como para la otra.
Hay quienes todava siguen pensando que la sociedad slo espera de la
empresa beneficios econmicos; sin embargo, la realidad actual nos muestra
que tambin las cuestiones sociales y medioambientales han pasado a ser una
exigencia para legitimar la actividad empresarial. El capital econmico es muy
importante para la empresa, pero no el nico que interesa a sus stakeholders.
La sociedad tambin espera que sta d trabajo y prosperidad a la comuni-
dad, salarios justos y trato digno a sus empleados, as como que cumpla la
ley, que pague los impuestos, que no contamine y que respete los derechos
humanos entre otras cosas. De hacerlo, de responder a todos los intereses en
juego, la sociedad le devolver el esfuerzo convertido en recursos morales,
mediante el incremento de la confianza, la reputacin, la responsabilidad, etc.,
recursos que le permitirn operar al proporcionar la base sobre la que construir
todo el entramado de relaciones que posibiliten su existencia y continuidad.
Slo a partir de este contrato moral se puede empezar a pensar en el diseo
de una empresa tica, en la construccin de un espacio de libertad donde se
pueda actuar con responsabilidad.
Por tanto, la segunda caracterstica de una empresa responsable es el con-
trato moral que sta ha firmado simblicamente con la sociedad. Un contrato
que exige a la empresa tener en cuenta las expectativas legtimas de todos los
stakeholders en la toma de decisiones para, de esa manera, poder adentrarse en
la correcta gestin de los diferentes recursos intangibles que devienen de la
sociedad y que necesita para ejercer su actividad. Una empresa autista, que se
cierre en s misma y no entienda que su realidad depende de la interaccin
de los diferentes grupos de inters que permiten su subsistencia, no puede

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L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

ser responsable, porque, en primer lugar, ni sabe qu intereses hay en juego ni,
en segundo lugar, a quin tiene que justificar sus decisiones y acciones.

c) La empresa responsable como gestin de los recursos morales:

Hasta ahora, se ha establecido que una empresa responsable se diferen-


cia de otro tipo de organismo por dos cuestiones: porque es una organizacin
profesional que se entiende a s misma como plural y porque ha firmado de
manera simblica un contrato moral con la sociedad; una pluralidad que ase-
gura el reconocimiento de todos los intereses en juego y por consiguiente la
posibilidad de legitimarse y un contrato moral cuya vigencia y validez permi-
ten en el medio y largo plazo tener acceso a los recursos morales necesarios
para llevar a cabo su actividad de manera correcta. As, ello viene a destapar
otra de las caractersticas de una empresa responsable: la gestin de los recur-
sos morales, pues no slo basta con conocer los intereses en juego y con fir-
mar el contrato moral para tener acceso a los recursos, hace falta gestionarlos
para potenciarlos y desarrollarlos dentro de la empresa.
Un recurso es un medio que tiene la empresa para conseguir cierta meta.
Algunos son cuantificables y suelen utilizarse de manera estratgica para el xito
de sus objetivos: para producir, para aumentar la calidad del producto, para
incrementar el porcentaje de beneficios econmicos, etc. Sin embargo, tambin
existen en la empresa otro tipo de recursos que, aunque no pueden ser cuan-
tificados ni utilizados de manera estratgica, son necesarios para su correcto
funcionamiento y sin cuya gestin tampoco podra realizar su actividad profe-
sional: los recursos morales (Garca Marz, 2004: 45).
Los recursos morales entre otros la confianza, la reciprocidad, la reputa-
cin, la solidaridad y la responsabilidad son un conjunto de recursos intan-
gibles y especiales que posibilitan el acontecer de las diferentes actividades
relacionales. Su peculiaridad reside en dos motivos esenciales:
En primer lugar, porque no pueden ser utilizados de forma arbitraria o estra-
tgica por la organizacin. Son recursos que permiten a los actores sociales rela-
cionarse y emprender acciones conjuntas para satisfacer objetivos comunes, y
si la empresa los utiliza con fines estratgicos y los grupos o personas con los
que se relaciona se percatan, la desconfianza, el desprecio y la mala reputacin
crece, con lo cual la relacin se vuelve insostenible.
En segundo lugar, porque este tipo de recursos funciona al revs que el resto.
Cuanto ms se utilizan, mayores posibilidades ofrece. No tienen lmite, y su
correcta gestin siempre incrementa su capacidad y potencialidad. Sin embargo,
un recurso energtico por ejemplo es todo lo contrario, su continua utiliza-
cin hace que cada vez sea ms escaso.

ndice 983
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El rechazo y olvido de los recursos morales por parte de la empresa durante


largo tiempo dada su exigencia relacional y comunicativa y no meramente
estratgica ha venido precipitado por ese afn del mundo econmico por cuan-
tificar la realidad y por la pretendida maximizacin de intereses particulares
como fuente ltima del razonamiento econmico. Es cierto que recursos mora-
les no aseguran el incremento de capital en las empresas, pero tambin lo es
que su no gestin puede producir su desaparicin como organizacin profesio-
nal. Sin relacionarse con los dems, es imposible llevar a cabo una actividad
econmica, y sin acercarse a la confianza, a la reputacin, a la responsabilidad,
etc. tambin lo es establecer relaciones que lo hagan en una buena direccin.
Por tanto, la tercera caracterstica de una empresa responsable es su ges-
tin de los recursos morales. Unos recursos morales inherentes a la misma,
cuya correcta gestin a travs de mantener vigente y vlido el contrato moral
firmado con la sociedad, permiten a la empresa ejercer su actividad con mayor
precisin y menor incertidumbre.

d) La empresa responsable como empresa transparente:

La cuestin que subyace en estos momentos es cmo la empresa puede man-


tener vigente y vlido ese contrato moral que le da acceso a los recursos mora-
les y que, por consiguiente, le permite gestionarlos, una pregunta cuya res-
puesta permitir dar con otra de las caractersticas de la empresa responsable:
su transparencia.
Los recursos morales slo pueden ser gestionados en tanto se hagan pbli-
cos (Garca-Marz, 2004: 51), y eso equivale a decir que la nica posibilidad
que tiene la empresa de mantener vigente y vlido el contrato firmado con la
sociedad es a travs de ser trasparentes, de mostrar qu hace para satisfacer las
expectativas legtimas de sus diferentes stakeholders (Garca-Marz, 2004: 169).
Slo haciendo pblicas sus acciones y decisiones pueden los stakeholders recono-
cer su esfuerzo y continuar ofrecindole los recursos que necesita para operar, y
slo a travs del incremento de la confianza, la reputacin, la responsabilidad,
y dems recursos morales, puede la empresa conocer que el contrato no slo con-
tinua vigente, sino que es tambin vlido. Es necesario, por consiguiente, comu-
nicar todo lo que se est haciendo para ganar reputacin y confianza, porque
slo as los stakeholders pueden estar debidamente informados de cmo la orga-
nizacin intenta satisfacer sus intereses.
Por tanto, la transparencia es el elemento clave que permite la validez del
contrato entre la empresa y la sociedad, un elemento sin cuyo acontecer no
es posible el dilogo entre las partes y, por tanto, el posible entendimiento que
permita la gestin de los recursos morales. Los stakeholders necesitan y desean

984 ndice
L O S VA L O R E S T I C O S D E L T E J I D O E M P R E S A R I A L

conocer cmo se est creando valor para saber si esa confianza, esa reputacin,
esos recursos que le ha ofrecido para llevar a cabo su actividad, estn siendo
utilizados correctamente o, por el contrario, sirven como mecanismos estrat-
gicos con fines lucrativos y particulares.
As pues, la importancia de comunicar es mxima, pues si la empresa se
comporta o cree comportarse responsablemente pero no lo dice, comete un
doble error: primero, que tal hecho no permite la gestin de los recursos mora-
les y, segundo, que ancla lo moral en el nivel de la conciencia y cae, por con-
siguiente, en un solipsismo metodolgico insuficiente que no reporta beneficio
alguno para la construccin de valor empresarial.
En este sentido, una empresa responsable necesita justificar con argumen-
tos sus acciones y decisiones, sus compromisos con los stakeholders, y su res-
puesta a los diferentes intereses que hay en juego. Slo desde esta posicin
podr generar, desarrollar y potenciar los recursos morales que necesita para
operar a largo plazo, porque, como argumenta Garca-Marz (2004: 209): la
confianza es directamente proporcional a la capacidad de las empresas para
hacer pblicas y justificar discursivamente sus acciones, estrategias y polticas.
Detrs de esta propuesta se encuentra la reflexin kantiana acerca de la rela-
cin entre la tica y la poltica, lo que Garca-Marz ha venido a denominar el
principio de publicidad. Segn el alemn son injustas todas las acciones que
se refieren al derecho de los hombres cuyos principios no soportan ser publi-
cados (1987: 61). Por consiguiente, ser inmoral aquello que no puede decirse,
aquello que la empresa piense que le ser reprochado moralmente si es cono-
cido por los stakeholders.
Por tanto, la cuarta caracterstica de una empresa responsable es su trans-
parencia. No slo es preciso dar respuesta a las expectativas legtimas de sus
stakeholders, sino tambin hacerlo pblico, comunicarlo, porque validar una
accin moralmente es ofrecerla a la revisin crtica y aprobacin de todos los
afectados. La empresa debe decir lo que est haciendo para que pueda abrirse
un dilogo que permita su valoracin positiva o negativamente por parte de los
afectados por sus decisiones y actuaciones. En este sentido, como argumenta
Garca-Marz (2004: 244), [...] nos encontramos con una relacin interesante
entre publicidad, reputacin y confianza: necesitamos reconocer la reputacin
de una empresa para decidir confiar en ella y, para este saber, se requiere la
expresin pblica de su buena voluntad.
En conclusin, podemos decir que una empresa responsable es aquella que
entiende la realidad empresarial como un sistema de relaciones necesarias e
ineludibles, y la empresa como un conjunto de intereses en juego cuya satisfac-
cin permite su correcto funcionamiento; es aquella que se ha comprometido
con la sociedad para intentar satisfacer sus expectativas legtimas; es aquella

ndice 985
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

que no slo se preocupa de gestionar los recursos estratgicos, sino tambin


los morales inherentes a la misma y que permiten su actividad a medio y largo
plazo; y finalmente, es aquella que comunica, que muestra pblicamente qu
hace y cmo lo hace para, de esa manera, producir un dilogo que legitime
moralmente sus acciones y decisiones.
En definitiva, podemos decir que hoy en da empieza a carecer de sentido
en Espaa y Latinoamrica una empresa que no se integre dentro de estas carac-
tersticas marcadas. Cada vez ms sus sociedades reclaman con ms fuerza
empresas guiadas por valores ticos y no slo por objetivos puramente eco-
nmicos. Empresas que ofrezcan beneficios econmicos a sus stakeholders, pero
tambin sociales y medioambientales. Esto supone que no estar a la altura de
los tiempos puede generar para la organizacin la paulatina minimizacin del
beneficio y la ms que posible finalizacin de su actividad, pues recursos mora-
les como la confianza y la reputacin se vern afectados negativamente y reper-
cutirn en el buen funcionamiento de sta. La empresa responsable, por consi-
guiente, es la idea de empresa del siglo XXI que quiere nuestra sociedad espaola
y latinoamericana, y adaptarse a los nuevos tiempos es condicin de posibili-
dad para una empresa que desee llevar a cabo una correcta actividad a medio
y largo plazo.

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ndice 987
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

PERIODISMO INTERCULTURAL Y SU PAPEL EN EL CONFLICTO HISTRICO


ENTRE CHILE Y PER
lex Arvalo Salinas
Universidad Playa Ancha.Valparaso, Chile

Resumen
Las relaciones entre los pases andinos, Chile y Per, estn marcadas por
el recuerdo de la Guerra del Pacfico (1879-1883). A 127 aos de esta san-
grienta confrontacin, sus consecuencias an dividen a sus habitantes y obs-
taculizan los procesos de cooperacin e integracin poltica regional. La recon-
ciliacin inconclusa se explica por la instrumentalizacin del conflicto por
parte de las elites para mantener y legitimar el poder. Este proceso se ha
logrado mediante la exaltacin de la amenaza de un nuevo enfrentamiento
y la promocin de los valores nacionalistas. De esta manera, cada ao se con-
memoran las batallas navales de la Guerra del Pacfico reforzando la catego-
ra de hroe del capitn chileno de la corbeta Esmeralda, Arturo Prat Chacn,
y el almirante peruano del monitor Huscar, Miguel Grau Sarmiento, quienes
murieron en los enfrentamientos martimos. En este sentido, los medios de
comunicacin tienen un papel central, dado que generan el consenso y con-
tribuyen a reforzar una identidad nacional excluyente. Para revertir estas secue-
las, se requiere la promocin de un periodismo intercultural que destaque
puntos comunes y proyecte un futuro interdependiente con la finalidad de
transformar este conflicto por vas pacficas.

ndice 989
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Introduccin
No cuesta mucho trabajo encontrar en los foros de Internet descalificaciones
entre chilenos y peruanos. Muchas de estas actitudes y manifestaciones tienen
su origen en las secuelas de la Guerra del Pacfico, un conflicto que enfrent a
Chile, Per y Bolivia entre los aos 1879 y 1883. El desinters de sus respecti-
vas elites en promover una reconciliacin a largo plazo se explica por la instru-
mentalizacin de este conflicto para mantener y legitimar el poder. Para ello,
existieron una serie de estrategias que se fueron reiterando en el tiempo e invo-
lucraron al mbito educativo y los medios de comunicacin.
Ambos gobiernos utilizaron el fuerte simbolismo de este conflicto para
fortalecer los valores patrios y acrecentar el respaldo ciudadano hacia las ins-
tituciones gubernamentales y militares. Paralelamente, se promovi la incor-
poracin en esta construccin nacional de grupos sociales que no se sentan
representados con las jvenes repblicas como los pueblos originarios y la
poblacin mestiza.
La reiteracin de determinados discursos en las instancias de socializacin fue
fortaleciendo una identidad nacional que se asoci al resultado del enfrentamiento
y que mantuvo latente la sensacin de amenaza ante un nuevo conflicto blico.
En el caso de Chile, se construy desde un excesivo orgullo nacionalista que uti-
liz la idea de raza chilena para diferenciar positivamente al mestizo chileno
de los habitantes de Per y Bolivia, de acuerdo a cualidades psicolgicas, cultu-
rales y fsicas.
Por su parte, Per, debido a las consecuencias de la derrota militar, configur
una identidad nacional basada en un orgullo herido, que sirvi de unin ante
la adversidad y permiti sortear las dificultades de los procesos de construccin
nacional experimentados en los aos previos a la Guerra del Pacfico.
Estas identidades excluyentes se manifestaron en el mbito educativo mediante
la creacin de hroes, la invencin de tradiciones y el desarrollo de una histo-
ria fuertemente nacionalista. Por ejemplo, se crearon desfiles estudiantiles en
bandas de guerra para conmemorar las batallas navales de la Guerra del Pac-
fico y as destacar en las futuras generaciones el legado heroico de sus milita-
res.
De esta manera, se destac la valerosidad del chileno Arturo Prat Chacn,
capitn de corbeta Esmeralda, y del peruano Miguel Grau Sarmiento, almirante
del monitor Huscar, quienes perdieron la vida en el Combate Naval de Iquique
y Combate Naval de Angamos, respectivamente. Junto al poder aglutinador de
estas tradiciones, la historiografa present este hecho histrico desde visiones
sesgadas y con fuertes dosis de patriotismo.
Un elemento central en estas estrategias de control social es el accionar de
los medios de comunicacin que generaron el consenso y promovieron la par-

990 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

ticipacin ciudadana. Las consecuencias en el tiempo de estos discursos anta-


gnicos en la actualidad se comprueban por una serie de estudios de opinin,
que reflejan las desconfianzas entre los habitantes de ambos pases por forjar
vnculos de cooperacin y solidaridad.
Dado este escenario de violencia cultural institucionalizada, se requiere de
una fuerte disposicin poltica para implementar mecanismos que posibiliten el
reconocimiento mutuo entre sus habitantes, aspecto indispensable en un con-
texto de mayores relaciones culturales por el incremento de la migracin peruana
a Chile.
En esta direccin, el periodismo intercultural es vital para transformar este
conflicto porque, junto con evitar el abuso de poder de los discursos mediti-
cos contribuir a destacar momentos de paz y solidaridad que se encuentran
ocultos por la propaganda nacionalista.
La siguiente comunicacin hace un recorrido por las estrategias de ambos
gobiernos para fortalecer la identidad nacional y se centra en el rol de los medios
de comunicacin en los actos de conmemoracin del Combate Naval de Iqui-
que en Chile. Para finalizar, profundiza en la importancia del periodismo inter-
cultural para transformar este conflicto por vas pacficas.

2. Guerra del Pacfico y la construccin nacional


Antes de analizar la importancia del periodismo intercultural en las relacio-
nes entre Chile y Per, debemos comprender cules han sido los mecanismos
y estrategias que han utilizado las elites para mantener el control social en torno
a la Guerra del Pacfico.
Leyton (2006: 227) seala que conflictos histricos de este tipo sirven a los
grupos de poder como:

Aceleradores de la cohesin social por cuanto contribuyen a la formacin


de una conciencia de unidad poltica.
Sustentos de los sistemas polticos al permitirles alimentarse polticamente
de ellos, legitimando externa pero sistemticamente sus puestos de auto-
ridad.

Se puede decir que el proceso de cohesin social y legitimacin del sistema


poltico que menciona Leyton fue tanto o ms fuerte que el experimentado
durante la separacin de la monarqua espaola. El fuerte simbolismo redefini
nuestras identidades, convirtindose en el principal hito de la historia de ambos
pases (Caviares y Alijovn de Losada, 2005: 14).

ndice 991
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Figura 1. Fuente: elaboracin propia

La estrategia consisti en difundir discursos antagnicos en las instancias de


socializacin con el objetivo de posicionar al otro como una amenaza a la esta-
bilidad y el progreso magnificando el peligro de un nuevo enfrentamiento
armado. Por ejemplo, en Chile, se destac el peligro de los planes revanchistas
de Per, y en este pas se acrecent la amenaza del belicismo y expansionismo
chileno.
El resultado de estos planes lo describe Rodrguez, as como sus consecuen-
cias para la cooperacin:

El orgullo en Chile mut en arrogancia focalizada... en contrapunto con el ren-


cor peruano, amarr el futuro de ambos pases a una ntima enemistad, que se
expresara para unos, en la obligacin de mantener lo ganado, y para otros, en
la necesidad de recuperar lo perdido. Ese amarre impedira asomarse a las posi-
bilidades de una cooperacin que potenciara a ambos conjuntamente (Rodrguez,
2002: 418).

992 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

En la actualidad, estas controversias se refuerzan por una serie de hechos


que tensionan las relaciones bilaterales como algunas polmicas que involucran
a empresarios chilenos en Per y la disputa por los lmites martimos que man-
tienen ambos pases en la Corte Penal Internacional de la Haya.
Para entender la instrumentalizacin de este conflicto, el esquema de la figura 1
describe sus fases.
A continuacin, detallaremos cmo ha sido esta construccin de identidad
nacional en ambos pases.

2.1. Per: la nocin de orgullo herido y la sensacin de amenaza

Con el fin de la Guerra del Pacfico, la sociedad peruana hace un balance


general sobre las causas de la derrota militar en un ambiente de cuestionamiento
y autocrticas. Los intelectuales argumentan que este resultado se debi a la falta
de nacionalismo y a las divisiones internas. En este sentido, algunos como Ricardo
Palma (Casalino y Sagredo, 2005: 116) consideraron que los indgenas no tuvie-
ron la motivacin suficiente para combatir debido a que vean al hombre blanco
de Per como su verdadero enemigo.
Las secuelas del conflicto producen una ruptura y un fuerte espritu refun-
dacional de la Repblica. El nacionalismo se posiciona al nivel de la religio-
sidad para disminuir las divisiones sociales y revertir los fallidos procesos de
construccin nacional durante el siglo XIX.
En este proyecto, la educacin y la formacin ciudadana fueron los pilares
bsicos mediante la edificacin de obras monumentales con fuerte carga simb-
lica como la Cripta de los Hroes y el Panten de los Prceres. Estas construc-
ciones arquitectnicas recordaron a los cados de la Guerra del Pacfico y a los
lderes que participaron en la independencia de Per y buscaron unir desde la
tragedia y la adversidad.
En este sentido, Casalino y Sagredo (2005: 117) agregan que el duelo colec-
tivo en ciudades como Lima se realiz mediante la organizacin de ritos fune-
rarios que tuvo como objetivo recordar a los cados en combate. Esta actividad
consisti en la organizacin de un desfile ciudadano hasta el Morro Solar de
Chorrillos donde permanecan los restos fnebres de los soldados que murie-
ron en el Combate de Chorrillos. En este lugar, se desenterraban sus cuerpos
para ser trasladados en pomposa peregrinacin hasta la Cripta de los Hroes
donde seran nuevamente enterrados.
Esta unin ante el dolor la explica Renan (Defez, 2006), quien seala que las
tragedias histricas tienen mayor influencia simblica que los hechos gloriosos.
Este sentimiento impone [...] deberes, obligaciones y exigencias de esfuerzo

ndice 993
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

comn tanto a los contemporneos como respecto a las generaciones futuras


(Defez, 2006: 291). Las palabras de Renan explican por qu Chile y Per con-
memoran las muertes y las derrotas militares en los Combates Navales de la
Guerra del Pacfico. Por ejemplo, en Per, se recuerda el Combate Naval de
Angamos de 1879 y la muerte del comandante del monitor Huscar, Miguel Grau
Sarmiento. Por su parte, en Chile, se conmemora el Combate Naval de Iqui-
que de 1879, que signific el hundimiento de la corbeta Esmeralda y el falleci-
miento de su capitn, Arturo Prat Chacn.
Para Rodrguez Elizondo (Milet, 2006: 230), este dolor en Per mut en un
orgullo herido, que en la actualidad sirve para validar posturas reivindicativas
en un sector minoritario de la sociedad peruana.
A esto se le suma la instrumentalizacin de la sensacin de amenaza por
parte de los grupos polticos para mantener la unidad y el control social. Como
mencionamos anteriormente, estas desconfianzas, en el caso de Per, se cons-
truyen bajo la idea de un eventual conflicto armado con Chile.
La penetracin de este tipo de discurso en la sociedad peruana es cuantifi-
cado por un estudio que se realiz en la ciudad de Lima, para analizar el rol de
las fuerzas armadas en la seguridad del pas. La investigacin, desarrollada
por el Instituto de Opinin Pblica de la Pontificia Universidad Catlica del Per
(2007: 20), reflej que un 94 % de los encuestados considera a Chile como la
principal amenaza militar de Per. Si desglosamos los resultados por nivel
socioeconmico, encontramos que tanto los sectores altos como bajos mantie-
nen un porcentaje similar de percepcin de amenaza.
Ciro Alegra (Pontificia Universidad Catlica del Per, 2007: 5) interpreta estos
resultados y seala que el pblico peruano est desinformado sobre las polti-
cas oficiales y los datos objetivos provenientes de la cooperacin econmica y
las medidas de confianza mutua entre ambos pases. Agrega que estos altos
niveles se explican por las adquisiciones militares chilenas y la reactivacin de
viejas demandas territoriales martimas por parte de la diplomacia peruana.
La apariencia de confusin e incoherencia que han creado estos dos pro-
cesos alimenta la sensacin de inseguridad que la encuesta expresa. Sern nece-
sarios pasos espectaculares, sea hacia el balance militar o hacia la solucin
del diferendo, para que este tema no se convierta en el caballo de batalla del
nacionalismo radical (Pontificia Universidad Catlica del Per, 2007: 5).

2.2. Chile: la construccin del excesivo orgullo nacional

En un lapso de pocos aos, el ambiente triunfalista por la anexin territorial de


dos regiones como desenlace de la Guerra del Pacfico (1879-1883) se suma a

994 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

Si creee que actualmente existe algn pas que represente una amenaza militar para Per, cul o cules
seran? Respuestas mltiples.

Cuadro nm. 1. Percepcin de una posible amenaza militar en los ciudadanos del Per
(Instituto de Opinin Pblica. Pontificia Universidad Catlica del Per, 2007: 10).

la celebracin del Centenario de la Independencia (1910). Este contexto crea


un ambiente ideal para que las elites establezcan planes de fortalecimiento de
la identidad nacional e incluyan a grupos que no se sentan representados
con las jvenes repblicas.
El proyecto busc desarrollar un excesivo orgullo nacional para respaldar
una visin de superioridad sobre sus vecinos limtrofes posicionando a sus fuer-
zas armadas como imbatibles, bajo el lema castrense: jams humilladas y ven-
cidas. Esta valoracin se magnific mediante la invencin de una serie de
tradiciones de tipo militar que incluy a las nuevas generaciones.
Para Milet (2004) la nocin de excesivo orgullo nacional [...] condicion y
condiciona la vinculacin futura con sus vecinos del norte, determinando la
agenda de poltica exterior y de defensa a nivel gubernamental (Milet, 2004:
229). Lo anterior, explican las dificultades por encontrar un camino pacfico que
proyecte a ambos pases en el futuro.
Al igual que sus pares peruanos, los intelectuales chilenos reafirmaron la
identidad nacional al crear el concepto de raza chilena. Este invento intelec-
tual y emocional tena como objetivo homogenizar a la poblacin mestiza bajo
determinados valores identitarios, asociados a elementos biolgicos, squicos,
culturales y sociales. Desde mi perspectiva, lo que se buscaba era invisibilizar
a los pueblos originarios y a los vecinos limtrofes mediante una diferenciacin
artificial, especialmente desde un aspecto fsico. [...] Las diferencias visibles
en el fsico son demasiado evidentes para pasarlas por alto y con excesiva fre-
cuencia se han utilizado para sealar o reforzar las distinciones entre nosotros
y ellos, incluyendo las distinciones nacionales (Hobsbawm, 1991: 74).

ndice 995
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El concepto de raza chilena se atribuye al mdico Nicols Palacios, quien


en 1904 publica un libro con este mismo nombre. Sin embargo, Subercaseaux
(2007: 29) menciona que antes de la publicacin de Palacios este invento inte-
lectual apareci en revistas y artculos.
Cmo caracteriza Palacios la idea de raza chilena? Lo define como [...] la
unin de dos razas guerreras de filiacin patriarcal: los godos (conquistadores
espaoles) y los araucanos mapuches (Subercaseaux, 2006: 40), que form una
raza mestiza con una fisonoma moral uniforme relacionada a rasgos como: la
valenta, el sentido guerrero, la sobriedad, el amor a la patria, la moralidad doms-
tica severa, el rechazo a los afeites, el carcter parco, etc. Cabe destacar que este
concepto se construye desde una visin patriarcal donde la mujer est totalmente
excluida. Si ampliamos esta perspectiva de gnero, tenemos que mencionar que
la invencin de hroes es concordante con este esquema machista.
El objetivo de control social de estas estrategias lo describe Gallardo (2002:
174), quien seala que su utilizacin sirvi para integrar a los sectores medios
y bajos a la idea de Estado Nacin, especialmente a este ltimo grupo que fue
gestor del resultado y muri por la bandera.
Sin embargo, no siempre estos mtodos se realizaron de manera persuasiva
y pacfica. A veces se us la represin y la violencia para que las clases bajas se
adoctrinaran bajo la idea de nacin. Grez (2009) considera que fue el fruto de
una pedagoga (a veces muy ruda) y el disciplinamiento del bajo pueblo.
Dentro de las medidas violentas para adoctrinar al pueblo durante el siglo
XIX encontramos las siguientes: reclutamientos forzosos, penas de azotes, traba-
jos forzados; instalacin de jefes militares en los yacimientos mineros; extensin
del aparato de Estado (polica, fuerzas armadas, tribunales, crceles); entida-
des administrativas de diversa ndole, las prdicas patriticas de la Iglesia y la
escuela; servicio militar permanente en las filas de la Guardia Nacional para
los trabajadores; la difusin de smbolos patrios y celebracin obligatoria de cier-
tas efemrides (Grez, 2009).
Hobsbawm (1991: 90) explica que los nacientes estados nacin se vinculan
con los ciudadanos mediante sus redes administrativas para crear el sentimiento
de pertenencia. De esta manera, una persona que vive en un recndito lugar
mantendr una relacin con el polica, el educador, el empleado de ferrocarri-
les, entre otros. Al respecto seala lo siguiente:

El gobierno y el sbdito o ciudadano se vean vinculados inevitablemente por


lazos cotidianos como nunca antes haba ocurrido. Y las revoluciones decimon-
nicas en el campo del transporte y las comunicaciones tipificadas por el ferroca-
rril y el telgrafo reafirmaron y normalizaron los vnculos entre la autoridad cen-
tral y sus puestos avanzados ms remotos (Hobsbawm, 1991: 90).

996 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

Estas acciones estaban dirigidas especialmente a las clases bajas, que en el


caso de Chile se las denomin rotos. Este grupo estuvo compuesto por mesti-
zos que desempearon labores agrcolas como peones y por espaoles desarrai-
gados, hijos ilegtimos de vecinos acomodados e inmigrantes (Gallardo, 2002:
174). La palabra rotos con los aos se utiliz de forma peyorativa por un sen-
timiento arribista que menoscab al pobre.
La discriminacin del mestizo por su condicin social dependi del contexto
histrico y los intereses de la elite. A comienzos del siglo XIX, los ms pobres
eran vistos como una amenaza por las clases altas, por su itinerante deambu-
lar en bsqueda de empleo, que se sustent en la creencia de que este grupo
poda tomar las haciendas debido a su pauprrima situacin econmica. Sin
embargo, esta percepcin vari cuando la elite necesit movilizar a la pobla-
cin para defender sus intereses econmicos en la Guerra del Pacfico. Para este
objetivo, el discurso dominante posicion a los rotos como esforzados pro-
ductores de las riquezas del pas y valientes soldados defensores de la integri-
dad territorial.

El roto surge de la conciencia y el discurso de la elite dominante cuando sta lo


identifica y asume como su enemigo, su adversario en torno al conflicto social.
En el devenir histrico, el roto se considera en un interlocutor vlido para el
grupo dominante slo cuando las necesidades coyunturales as lo determinan.
Esto es bsicamente en perodo de conflictos o guerras, momentos donde se
revisa, cuestiona o reafirma la nacionalidad (Gallardo, 2002: 184).

Otros hechos histricos a fines del siglo XIX y comienzos del XX contribuyen
a crear un ambiente proclive al nacionalismo como: la inmigracin europea, los
temas limtrofes con Argentina y la pacificacin de la Araucana.
Desde mi perspectiva, el concepto de raza chilena de Palacios sirvi para
ocultar los graves problemas sociales de pobreza y desigualdad que los traba-
jadores sufran a fines del siglo XIX. A pesar de las ganancias de la extraccin
del salitre de las regiones anexadas, las penurias de estos colectivos se agudi-
zaron debido a una clase dirigente que no estuvo interesada en el bien comn.
Esta precarizacin, unida a la represin estatal, provoc el despertar poltico de
la clase obrera, que fue interpretado por Luis Emilio Recabarren, quien fund
en 1913 el Partido Obrero Socialista.

ndice 997
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2.3. Promocin del conflicto: educacin

Tanto el excesivo orgullo nacionalistas en Chile y como el orgullo herido en


Per se fortalecieron en el tiempo mediante la invencin de una serie de tra-
diciones que tuvieron como finalidad reforzar la identidad nacional. Para este
objetivo, se magnific el recuerdo heroico de los militares que participaron en
las batallas navales de la Guerra del Pacfico. Su difusin social obedeci a ela-
borados procesos de ingeniera social:

Las naciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres,
como inherentes [...] destino poltico, son un mito; el nacionalismo, que a veces
toma culturas que ya existen y las transforma en nacionales, a veces las inventa,
y a menudo las destruye: eso es realidad (Gellner, 1988: 48-49).

Para darle una mayor cohesin a estas tradiciones, los gobiernos de Chile
y Per les otorgaron la categora de das feriados en el calendario anual en los
das 21 de mayo y 8 de octubre, respectivamente. En el caso de Chile, su esta-
blecimiento data de 1915, cuando el presidente Ramn Barros Luco reglamenta
la celebracin de las glorias del Ejrcito y de la Armada mediante la Ley 2977.
En su artculo 4 se describe lo siguiente:

El da 21 de mayo deber destinarse en los establecimientos de instruccin pri-


maria i secundaria a conferencias sobre historia patria i a la enseanza de los
deberes cvicos de la juventud, en conformidad a un reglamento que dictar el
Presidente de la Repblica (Ministerio del Interior Chile, 1915).

Estas festividades consisten en el desfile de estudiantes y militares en honor


del recuerdo de Arturo Prat, en Chile, y Miguel Grau, en Per. Los estudiantes
se agrupan en bandas de guerra y desfilan por distintas ciudades en paso de
marcha ante la mirada de la poblacin que concurre a apoyar su participa-
cin. El nfasis en los desfiles para movilizar a la poblacin se debi a que en
aquella poca an exista un alto analfabetismo.
Hobsbawm y Ranger (2002: 8) explican que inventar tradiciones sirve para
[...] inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio
de su repeticin, lo cual implica automticamente continuidad con el pasado.
Lo importante en este sentido es la invariabilidad y la repeticin continuada para
que la tradicin mantenga un fuerte efecto en la poblacin. En algunas tradi-
ciones inventadas el objetivo es claramente el mantenimiento del poder y el
control social. Para este objetivo, se deben vincular los procesos formativos con
la tradicin, porque la escuela es una [...] herramienta de cohesin temprana

998 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

en torno a lo que se consideran los pilares bsicos y fundamentales de la nacio-


nalidad (Hobsbawm y Ranger, 2002: 8). Los autores agregan que existen tres
tipos de tradiciones inventadas:

a) las que establecen o simbolizan cohesin social o pertenencia al grupo, ya sea


comunidades reales o superficiales; b) las que establecen o legitiman institucio-
nes, estatus, o relaciones de autoridad; c) las que tienen como principal objetivo
la socializacin, el inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones rela-
cionadas con el comportamiento (Hobsbawm y Ranger, 2002: 16).

Los desfiles cvico-militares en Chile y Per presentan caractersticas de los


tres tipos de tradiciones inventadas. Por ejemplo, fortalecen el sentimiento de
pertenencia en torno a la identidad nacional; legitiman a instituciones como las
Fuerzas Armadas e inculcan valores castrenses en los estudiantes, como la obe-
diencia ciega y las jerarquas. Lo cual hace que interioricen valores militares
como parte de la identidad chilena, que de ser necesario, movilizar a la pobla-
cin para defender la patria o emprender la conquista de otros territorios, ya
sean fsicos o simblicos.
Entre 1870 y 1914, el continente europeo experiment una gran cantidad de
tradiciones inventadas, debido a que la ideologa liberal fracas en crear lazos
sociales y de autoridad en comparacin con las sociedades anteriores. Europa
vive una etapa de transformaciones sociales que aumentan la conciencia social de
las personas en torno a la exigencia de un mejoramiento de sus condiciones
de vida. Las estrategias de coercin social e intimidacin de la autoridad pierden
el efecto debido a la concientizacin de las masas sobre su rol ciudadano. El
avance general de la democracia electoral y la consiguiente aparicin de la pol-
tica de masas dominaron la invencin de tradiciones oficiales en el perodo
1970-1914 (Hobsbawm y Ranger, 2006: 278).
Chile y Per no estn al margen de esta influencia europea, lo que explica
que luego de la Guerra del Pacfico paralelamente se inventen tradiciones aso-
ciadas a este conflicto blico. Esta instrumentalizacin se explica por dbiles sis-
temas polticos que ante crisis econmicas y problemas sociales enarbolan el
recuerdo de los hroes para alcanzar la legitimacin del poder (Leyton, 2006:
227).
En el caso de Chile y Per, el recuerdo de Arturo Prat y Miguel Grau ha ser-
vido para valorar a las fuerzas armadas y reforzar el compromiso y respeto de
los ciudadanos hacia las instituciones del pas.

ndice 999
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

2.4. Promocin del conflicto: medios de comunicacin

En los recuerdos de la Guerra del Pacfico en Chile, los medios de comuni-


cacin tienen el objetivo de crear el consenso en torno a lo importante de con-
memorar el Combate Naval de Iquique y el papel de Arturo Prat como hroe
militar. El uso de los discursos mediticos por parte de las elites para mante-
ner dominio social es un tema que ha sido estudiado por autores como Chomsky
(1992) y Van Dijk (1997).
As, Van Dijk (1997: 19) considera que el control de la generacin del dis-
curso est fuertemente ligado al poder social. Por ejemplo, las personas que tie-
nen acceso preferente al discurso institucional y meditico tendrn mayor influen-
cia en el debate ciudadano. Este aspecto es tan importante como tener riqueza,
buen empleo, un alto estatus, entre otros aspectos. [...] los actores sociales con
poder, adems de controlar la accin comunicativa tambin hacen lo propio
con el pensamiento de sus receptores (Van Dijk, 1997: 21).
Pensemos en el tremendo poder persuasivo de un prroco que, dado su
acceso preferente al discurso meditico, califica al capitn de corbeta Esmeralda,
Arturo Prat Chacn, como hroe y destaca su accionar como gesta heroica.
Este ejemplo se recoge de la informacin del diario La Estrella de Iquique
(21/05/2009) y permite comprobar la influencia que tienen las autoridades
con alto reconocimiento social.
Si a ello se suma una colaboracin activa de los medios de comunicacin,
el resultado es evidente. Por ejemplo, en la misma informacin antes mencio-
nada, el periodista persuade sobre lo positivo de valorar el legado de Prat
mediante una asociacin entre el culto religioso y las creencias de este militar.
Para ello, apela al sentimiento de pertenencia grupal de los fieles destacando
que Prat durante la hostilidad se aferr a los designios de Dios. Al respecto, la
informacin en su primer prrafo dice lo siguiente: Un llamado a levantar
la mirada hacia Dios con la misma fuerza que lo hizo Arturo Prat y sus hombres
realiz el obispo de Iquique, monseor Marco rdenes durante la Eucarista
por las Glorias Navales oficiada ayer por la tarde en la Catedral de nuestra
ciudad. Si bien el periodista seala que estas palabras fueron mencionadas por
el sacerdote, en la informacin no existe ninguna cita textual que corrobore
su autora. A pesar de ello, se refuerza este mensaje utilizando el siguiente titu-
lar: Obispo llam a seguir legado de Prat, que incentiva la participacin ciu-
dadana, especialmente dentro de las futuras generaciones.
Otro aspecto interesante en esta noticia es la combinacin que hace el sacer-
dote de los deseos de paz y la promocin del recuerdo de una guerra. En estas
vsperas de la gesta heroica, con la conciencia de nuestros das, levantemos la
mirada al cielo, suplicando por el descanso eterno de quienes cayeron luchando

1000 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

por sus distintas banderas. Hay que mencionar, como dato de contexto, que es
ampliamente difundido el fuerte apego de este militar con los valores de la igle-
sia que realizan sus biografas.
A nivel de texto y habla, el control del discurso se realiza mediante el uso
de determinados gneros, temas, gramtica, estilo lxico, figuras retricas, orga-
nizacin general, coherencia local y global, actos de habla, toma de turnos,
formas de cortesa y otros. Por ejemplo, no es lo mismo informar sobre una noti-
cia que resalte el herosmo de los marinos chilenos y paralelamente se publique
una informacin que represente a Per como una amenaza a los intereses de
Chile. En este sentido, el contexto poltico de ambos pases, que mantienen una
disputa por los lmites martimos en la Corte Penal Internacional de la Haya,
influye en el reforzamiento de la divisin entre el nosotros y los otros, que
se intensifica durante el mes de mayo por la exaltacin de la identidad nacio-
nal en los actos de conmemoracin del Combate Naval de Iquique. Por ejem-
plo, la noticia del diario El Mercurio de Valparaso (21/05/2009) informa sobre
las declaraciones del canciller chileno, Mariano Fernndez, sobre el diferendo
martimo entre Per y Chile por los lmites martimos en la Corte Penal Interna-
cional de la Haya. En esta crnica periodstica, esta autoridad gubernamental
hace una analoga del diferendo con un encuentro deportivo, sealando el even-
tual apoyo de Ecuador a la posicin diplomtica chilena. Estamos dos a uno.
Cuando se est dos a uno los partidos se pierden. Dado que esta informacin
aparece en el da de mayor simbolismo por coincidir con los actos de conme-
moracin del Combate Naval de Iquique, se acrecienta la divisin y se refuerza
la vigencia de la Guerra del Pacfico.
Discursos de este tipo buscan magnificar nuestras cualidades y minimizar las
del grupo que se considera rival. Esto fortalece la idea errnea de que [...] slo
somos verdaderos humanos, los de nuestro pueblo, raza o nacin. Se va cons-
truyendo la nocin de extrao, extranjero, brbaro el que balbucea o no habla
como nosotros y, en definitiva, enemigo (Martnez Guzmn, 2005: 80). La prensa
en este sentido es importante porque se convierte en un difusor de ideologas
como el nacionalismo, siendo un alimentador de muchos conflictos.

Los medios de comunicacin poseen la capacidad de alimentar estereotipos, pre-


juicios y, por sobre todo, actitudes discriminatorias que atentan contra personas
de una cultura y nacionalidad distinta a la del colectivo dominante que pretende
establecer una nocin de superioridad sobre la base de un sistema de represen-
taciones como mecanismo de exclusin y tipificacin del Otro (Mayorga, 2009:
24).

ndice 1001
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En relacin a la demanda limtrofe y la representacin de Per por parte


de la prensa chilena, Mayorga y Len (2007) hacen un anlisis del discurso
del diario La Tercera y El Mercurio de Santiago de Chile, desde octubre hasta
noviembre de 2005, perodo en que el Congreso peruano aprob la ley que
establece el nuevo lmite martimo entre ambos pases.
Este estudio concluye que la representacin de Per en estos diarios [...] ha
sido construida sobre la base de elementos de significacin vinculados al papel
conflictivo del pas limtrofe, lo que produce una representacin textual de into-
lerancia acerca del Otro que es vinculado con implicaciones de carcter nega-
tivo para el desarrollo de Chile. (Mayorga y Len, 2007: 180). Las conclusiones
profundizan en que las manifestaciones polticas y mediticas que representan
a Per, se clasifican en [...] acciones ilegales, arbitrarias y ofensivas que aten-
tan contra el orden socioeconmico y poltico establecido para el bienestar
del pueblo chileno (Mayorga y otros, 2008: 180).
Lo anterior nos permite categorizar, bajo el criterio de Pizarroso (2004: 19)
a estas dos sociedades como hipersensibilizadas por cuestiones de seguridad
y defensa.
En relacin al tratamiento de la informacin que hacen los medios de comu-
nicacin de cobertura regional en ciudades donde la Armada de Chile tiene
bases navales (Valparaso e Iquique), se pueden describir al menos cuatro cate-
goras:

a) Engrandecimiento de los actos de conmemoracin.


b) Prioridad de fuentes con reconocimiento social.
c) Negacin de Per y las visiones alternativas.
d) Actividades culturales y deportivas como reforzadoras del mensaje.

Para ello, se analizaron 106 discursos entre el 16 y el 26 de mayo de 2009,


de los diarios La Estrella de Iquique (80) y El Mercurio de Valparaso (26), ambos
pertenecientes a la cadena El Mercurio Sociedad Annima. La eleccin del
primer diario obedece a que en la ciudad de Iquique se desarroll el enfrenta-
miento entre las marinas de Chile y Per. Por su parte, la eleccin de El Mercu-
rio de Valparaso se debi a que en la ciudad de Valparaso yacen los restos de
Arturo Prat Chacn y se realiza el acto central de conmemoracin.

a) Engrandecimiento de los actos de conmemoracin

Los discursos mediticos durante estos actos de conmemoracin mues-


tran una clara defensa de los valores nacionalistas. Por un momento, se
olvidan de la ilusa objetividad para mezclar la opinin con la informa-

1002 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

cin. Se sobrevalora la participacin ciudadana y se magnifica la asisten-


cia de las personas.
Por ejemplo, es recurrente observar cmo las crnicas periodsticas se
posicionan con adjetivos como emotivo, exitoso y solemne. Esta situacin
es coherente con el esquema que propone Van Dijk (2003), en relacin
a que los diarios y los actores polticos emplean una serie de lneas o
cuadrado ideolgico. De acuerdo a esta relacin, los medios maximi-
zan las buenas propiedades y acciones del grupo y minimizan su lado
negativo.
En la siguiente noticia, publicada (21/05/2009) en el Diario La Estrella de
Iquique, observamos cmo este tipo de periodismo comprometido con
el nacionalismo destaca el desempeo de los estudiantes en los desfiles
en bandas de guerra calificndolos como impecable y el punto ms lla-
mativo. Esta idea se refuerza en el titular Colegios se lucieron en desfi-
les y en el epgrafe Bandas en impecable presentacin. Lo anterior,
contribuye a promocionar la futura participacin de los estudiantes y
reforzar el legado de Prat en estos grupos.

b) Prioridad de fuentes con reconocimiento social

Como mencionamos con anterioridad, las personas con reconocimiento


pblico son claves en los mensajes propagandsticos por su mayor influen-
cia social. En el anlisis de las estrategias de estos medios de comunica-
cin, encontramos que las crnicas periodsticas priorizan a sacerdotes,
polticos, autoridades militares, quienes tienen un acceso preferente al
discurso por sobre otros grupos que se encuentran marginados de la
escena meditica.
Por ejemplo, la noticia (18/05/2009) del diario El Mercurio de Valparaso
describe la ausencia de los estudiantes de establecimientos pblicos en
los desfiles en bandas de guerra por una huelga de profesores. De las
cinco fuentes consultadas para elaborar la crnica periodstica, cuatro son
representantes polticos de la ciudad y slo una corresponde a la opinin
de una madre de un alumno. Cabe destacar que el periodista excluye
la visin de los estudiantes, principal grupo implicado en la temtica de la
noticia.
Asimismo, este medio de comunicacin se muestra contrario a la suspen-
sin de la participacin de estos alumnos mediante la estrategia de dar
preferencia a fuentes que muestran su disconformidad ante tal medida.
Adems sobredimensiona el acontecimiento, al calificarlo como hist-

ndice 1003
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

rico en su titular, lo que visualiza una futura actitud ante un eventual


plan por abolir estas prcticas militarizadas.

c) Negacin de Per y las visiones alternativas

Como se observ en el anterior ejemplo, en la construccin meditica se


excluyen las visiones alternativas y las opiniones de los otros actores.
Durante el perodo estudiado, las menciones y referencias a Per son
mnimas, salvo para destacar el conflicto por la delimitacin martima.
Tambin es escasa la explicacin contextual e histrica, y slo una noti-
cia aparecida en El Mercurio de Valparaso (24/05/2009) se refiere a las
causas y consecuencias de esta guerra. Para ello, se utiliza la opinin
de un historiador chileno y otro peruano. Lamentablemente, esta infor-
macin pierde su efecto como marco de referencia al publicarse tres das
con posterioridad al acto central de conmemoracin.

d) Actividades culturales y deportivas como reforzadoras del mensaje

Por ltimo, las actividades culturales y deportivas son utilizadas como


publicidad en los actos de conmemoracin del Combate Naval de Iqui-
que. Un buen porcentaje de estas actividades son organizadas por la
Armada de Chile, institucin que tiene amplia cobertura por parte de estos
medios de comunicacin. De esta manera, en los das previos de los actos
de conmemoracin, como forma de incentivar a la poblacin para par-
ticipar y reforzar el mensaje de Prat como hroe, se cubren torneos de
tenis, natacin y ftbol.
Lo anterior nos vislumbra la fuerte influencia de esta institucin en la con-
figuracin de la agenda meditica. Por ejemplo, El Mercurio de Valpa-
raso, en su noticia del 19 de mayo de 2009, oferta mediante una crnica
periodstica la adquisicin de un disco de msica sobre marchas milita-
res.

3. Periodismo intercultural y la desestructuracin de la identidad nacional


La sociedad chilena se enfrenta al desafo de asumir la interculturalidad y
revertir sus bases homogneas, uniformes y fuertemente tradicionales (Poblete,
2006: 17). La necesidad de polticas pblicas que promuevan el reconocimiento
de los pueblos originarios e inmigrantes es indispensable para disminuir la vio-
lencia cultural que sufren a diario estos grupos sociales. En el caso de los inmi-

1004 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

grantes peruanos en Chile, el racismo y la xenofobia se explican, en parte,


por el factor histrico de la Guerra del Pacfico.
En el reconocimiento de la interculturalidad, los medios de comunicacin
tienen un rol principal porque, dependiendo de su accionar, pueden repre-
sentar positiva o negativa la diversidad cultural (Sales, 1998; Van Dijk, 1997).
Por ejemplo, y como comprobamos en las anteriores pginas, una representa-
cin de Per como una amenaza al desarrollo y la estabilidad de la institucio-
nalidad chilena, unido a una exaltacin del nacionalismo mediante un refuerzo
de los hroes en los actos de conmemoracin del Combate Naval de Iquique,
contribuye a perpetuar el conflicto y a incentivar una percepcin negativa sobre
los pases limtrofes.
El periodismo, en este sentido, debe asumir que la diversidad es propia de
los seres humanos (Sales, 2006: 109), y que la diferencia no molesta (Israel Gar-
zn, 2002), especialmente en un contexto internacional donde las relaciones
interculturales se han incrementado producto de los avances tecnolgicos en
las tecnologas de la informacin y la disminucin del costo en los sistemas
de transporte. Lo anterior, segn Israel Garzn (2006: 22), mantiene ms viva
que nunca la apuesta por el conocimiento del otro, por la comunicacin inter-
cultural en el sentido amplio del trmino.
En este sentido, el periodismo intercultural pretende dar voz a los excluidos
y mantener una postura activa con respecto a la existencia y reconocimiento
de la diversidad individual, grupal y cultural y del derecho a la diferencia para
propiciar espacios comunes para el dilogo y la solidaridad (Israel Garzn,
2002).
Estos objetivos se enmarcan dentro de un concepto ms amplio llamado
comunicacin para la paz que busca la deslegitimacin de la violencia y la injus-
ticia, en todas sus manifestaciones en los discursos sociales y se define de la
siguiente manera:

[...] son todos aquellos discursos pblicos que construyen la presencia de las per-
sonas, las culturas, las relaciones, las ideas y los valores desde objetivos colecti-
vos que pretenden contribuir a la convivencia pacfica a travs de escenarios
de comunicacin basados en la responsabilidad y la asuncin de una ciudadana
global intercultural (Nos Alds, 2008: 12).

Ban (2007: 17) considera que los medios de comunicacin cumplen una
labor mediadora y educativa al desarrollar redes de solidaridad entre los indi-
viduos y los grupos sociales. Este tipo de periodismo, en el conflicto entre Chile
y Per, puede contribuir a desestructurar la identidad nacional. Lo anterior se
lograra mediante una mayor cobertura de noticias de solidaridad que desta-

ndice 1005
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

quen la convivencia pacfica entre chilenos y peruanos. Un periodismo de


este tipo tambin debe denunciar los abusos que sufren los inmigrantes perua-
nos en su insercin laboral y social en la sociedad chilena. A nivel histrico, su
papel se encuentra en destacar puntos y personajes comunes como Bernardo
OHiggins, militar que luch por la independencia de ambas repblicas y abog
por la paz y prosperidad de sus pueblos. La promocin de este tipo de perio-
dismo nos permitir comprender la innegable interdependencia y lo perjudicial
que significa la mantencin de estas hostilidades.
Para Galtung (1998) un periodismo intercultural y de paz debe ser serio y
transparente y preocuparse de todas las vctimas, tanto reales como potencia-
les. De esta manera, seala que un comunicador social debe ir a las causas de
los conflictos, como si un mdico investiga el origen de una enfermedad. Este
autor propone una serie de interrogantes para quienes tengan que cubrir un
conflicto y escribir un reportaje:

- De qu trata el conflicto?
- Quines son las partes? y cules son sus verdaderos objetivos, incluidos los que
van ms all del mbito inmediato de la violencia?
- Cules son las races ms profundas del conflicto, estructurales y culturales,
incluida la historia de ambos?
- Qu perspectivas existen sobre los resultados que no sean una de las partes
imponindose al otro?, Qu ideas son particularmente creativas y novedosas
para solucionar el conflicto?
- Esas ideas pueden ser lo suficientemente poderosas para prevenir la violencia?
Si se produce la violencia, qu hay de los efectos invisibles, como el trauma y
el odio, y los deseos de venganza y ms gloria?
- Quin est trabajando para prevenir la violencia?, cules son sus visiones del
conflicto, los resultados y sus mtodos? y cmo pueden ser compatibles?
- Quin debe iniciar una verdadera reconstruccin, reconciliacin y resolucin? y
quin slo est cosechando beneficios como contratos de reconstruccin (Gal-
tung, 1998)

Formar a profesionales conscientes de estas interrogantes y de los abusos


de poder en el mbito discursivo, es un importante desafo para las universida-
des que deben incorporar en sus mallas curriculares las materias de periodismo
intercultural y comunicacin para la paz. Al respecto, Ban (2007: 9) seala
que los alumnos deben intensificar la competencia metacomunicativa crtica,
especialmente destinada a la deteccin de comportamientos semiticos discri-
minatorios o prejuiciosos [...].

1006 ndice
P E R I O D I S M O I N T E R C U LT U R A L

Junto con la potenciacin de las capacidades para trabajar en los medios de


comunicacin tradicionales como la radio, la prensa escrita y la televisin, las uni-
versidades deben mostrar a los futuros periodistas las posibilidades de desarro-
llo profesional en las organizaciones no gubernamentales, radios comunitarias
y medios independientes.
Las radios comunitarias cumplen un importante papel social al tomar la pala-
bra de la calle, con ingenio, denunciando, haciendo realidad el concepto de
servicio pblico, prestando la antena a la educacin y la salud [...] (Gascn,
2008: 38). De esta manera, se deben concertar alianzas entre las radios comu-
nitarias y las escuelas de periodismo para que los futuros profesionales apoyen
la gestin y viabilidad de estos proyectos.
De esta manera, los estudiantes podrn conocer a fondo la realidad local y
social de su entorno, lo cual servir de experiencia para moldear su carcter
y forjar un pensamiento menos comercial. Las universidades, por su parte, deben
capacitar a los lderes y dirigentes en temticas como comunicacin local y lide-
razgo democrtico.

4. Conclusiones
El primer paso para plantear una solucin al conflicto entre Chile y Per es
asumir que existen oportunidades y posibilidades para transformar la fuerte
carga ideolgica. Esto implica que asumamos el conflicto desde una perspec-
tiva positiva para visualizar el futuro de manera comn.
Como observamos en las pginas anteriores, la Guerra del Pacfico an genera
rivalidades debido a la inexistencia de medidas que disminuyan la intensidad
de los alimentadores del conflicto en el mbito educativo y los medios de comu-
nicacin.
Con el fin de esta guerra, los grupos de poder establecieron estrategias de
fortalecimiento de la identidad nacional mediante dos nociones antagnicas: un
excesivo orgullo nacionalista en Chile y un orgullo herido en Per.
Su difusin en la educacin incluy la construccin de pomposos monu-
mentos en honor a los militares participantes de este conflicto armado y la inven-
cin de tradiciones dirigidas a los estudiantes, como los desfiles en bandas
instrumentales de guerra. Por su parte, la historiografa de ambos pases forta-
leci estas identidades excluyentes al ensear la Guerra del Pacfico desde visio-
nes patriticas y sesgadas.
Estas estrategias fueron reforzadas por los medios de comunicacin que gene-
raron el consenso para posicionar al capitn de la corbeta Esmeralda, Arturo
Prat Chacn, y al almirante del monitor Huscar, Miguel Grau Sarmiento, como
hroes nacionales y ejemplos de valerosidad y cultura cvica.

ndice 1007
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Actualmente, se pueden distinguir al menos cuatro estrategias para generar


este consenso en las regiones donde la Armada de Chile tiene sus bases nava-
les. Al respecto, se analiz el tratamiento informativo durante los actos de
conmemoracin del Combate Naval de Iquique, en los diarios La Estrella
de Iquique y El Mercurio de Valparaso. Las estrategias son las siguientes:

El engrandecimiento de los actos de conmemoracin.


La prioridad de fuentes con reconocimiento social.
La negacin de Per y las visiones alternativas.
El reforzamiento del mensaje mediante actividades culturales y deportivas.

Asimismo, el contexto poltico influye para reforzar la divisin entre el nos-


otros y los otros en los actos de conmemoracin, debido a la disputa que man-
tienen por sus lmites martimos ambos pases en la Corte Penal Internacional
de la Haya.
Por otro lado, el incremento del nmero de inmigrantes durante la ltima
dcada proveniente principalmente de Per, ms la fuerte discriminacin que
sufren a diario los pueblos originarios, requiere de polticas pblicas que tien-
dan, en su nivel educativo y comunicacional, al reconocimiento mutuo de las
distintas culturas y pueblos. La transformacin de este conflicto histrico pasa
por comprender que, en un contexto de interdependencia, las rencillas son
inviables y perjudiciales para el desarrollo social. En este sentido, la promocin
de un periodismo intercultural permitir construir puentes y abrir grietas en estos
elaborados procesos de manipulacin.

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U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

TICA DE LA COMUNICACIN: EFECTOS DE LOS MEDIOS SOBRE LA DEMOCRACIA ACTUAL


Ramn A. Feenstra
Universitat Jaume I. Castelln

Resumen
La presente comunicacin pretende analizar los efectos ms novedosos
para el sistema democrtico que presenta lo que se denomina en ocasiones
como la nueva galaxia meditica. De esta forma, se trata de examinar en qu
sentido puede afectar el nuevo panorama meditico al sistema democrtico
espaol entendindolo desde la propuesta de democracia monitorizada recien-
temente desarrollada por parte de John Keane. Esta reflexin no pretende caer
en consideraciones entusiastas que ensalcen al extremo las nuevas posibili-
dades polticas que se nos ofrecen, sino que trata de analizar crticamente cu-
les son estas posibilidades y cules son los lmites asociados al mundo de los
medios de comunicacin. En este sentido, se argumentar la necesidad de
adoptar una perspectiva tica que delimite un horizonte normativo encami-
nado a fomentar las posibilidades de los medios y a reducir, a su vez, los lmi-
tes y las deficiencias que afectan a ciertas estructuras mediticas.

1. Introduccin
La forma de comunicacin entre los gobiernos y los ciudadanos se ha visto
constantemente alterada a lo largo de la historia. Las posibilidades de comuni-
cacin, de discusin y de debate han ido unidas al avance de ciertas herramien-
tas de comunicacin en un proceso que ha dotado en la actualidad de unas

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

oportunidades desconocidas para el reforzamiento de la sociedad civil. Un suceso


como la movilizacin de la ciudadana tras los acontecimientos posteriores a los
atentados del 11-M del 2004 es una clara muestra de cmo el poder establecido
puede ser cuestionado desde nuevos medios de comunicacin que fomentan
espacios de debate ciudadano.1 Adems de este acontecimiento, nuestro pas
ha visto en los ltimos aos cmo un presidente de ftbol se ha visto forzado
a dimitir tras la revelacin, por parte de un peridico, de pucherazos en el sis-
tema de voto de los presupuestos, una tendencia que se generaliza en otros pa-
ses del entorno europeo y de Amrica Latina.
La denuncia de fraudes o abusos de poder por parte de la prensa no es, evi-
dentemente, ningn proceso novedoso de nuestra poca; sin embargo, el
aumento de las posibilidades de comunicacin y de protesta por parte de los
ciudadanos, merced a la expansin de una nueva galaxia meditica, s que parece
una tendencia reciente y asociada a la expansin de la red de redes. La presente
comunicacin pretende, por ello, analizar los efectos ms novedosos para el sis-
tema democrtico que presenta el nuevo escenario meditico desde la propuesta
de democracia monitorizada recientemente desarrollada por parte de John Keane.

2. Democracia monitorizada
La exploracin del contrapoder de la sociedad civil dentro del sistema demo-
crtico ha sido examinado en la ltima obra de Keane, The life and death of
democracy (2009). Un libro que puede interpretarse como una nueva fase en
la obra del autor, donde se examina, desde una justificacin histrica de la refle-
xin sobre la democracia, el potencial que puede desempear la sociedad civil
y los nuevos medios de comunicacin para transformar el funcionamiento de
la democracia representativa hacia una forma monitorizada de la misma. Un
modelo de democracia que, entendido por el autor como un proceso actual en
formacin, representa la consolidacin normativa de su reflexin terica previa
sobre la sociedad civil y la esfera pblica.
En cuanto al significado de este nuevo libro en el conjunto de la obra de
Keane y las novedades que introduce, es conveniente tener presente que el
autor vuelve a la reflexin sobre la democracia tras explorar en los escritos
intermedios la nocin de la sociedad civil. De esta forma, si la preocupacin
esencial en Democracy and civil society (1988) era la defensa de un nuevo
equilibrio entre las instituciones estatales y la sociedad civil para lograr la con-
solidacin de un sistema democrtico progresivo, en Civil society: old visions, new
images (1998) el autor se ocup de profundizar en la naturaleza y los principios

1. Cf. Vctor Sampedro Blanco (ed.): 13-M. Multitudes online, Catarata, Madrid, 2005.

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T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

que definen la idea de la sociedad civil, mientras que en Global civil society?
(2003) explor las dimensiones globales de sta. Finalmente, la temtica de la
democracia vuelve con ms fuerza en The life and death of democracy, de
acuerdo con una indagacin de las posibilidades ms radicales de la expansin
de la sociedad civil como resultado de la proliferacin de los mecanismos de
monitorizacin, que afecta de manera directa a la esfera pblica. La sociedad
civil y la esfera pblica aparecen, de esta manera, en el conjunto del sistema
democrtico que es examinado histricamente y en el cual se aprecia un refor-
zamiento de la capacidad de accin de los agentes de la sociedad civil sobre la
esfera pblica.
Ahora bien, cmo se entiende este modelo de democracia monitorizada?
Qu tipo de agentes de monitorizadores promueven este modelo? Qu signi-
fica la monitorizacin? Qu papel desempean los medios de comunicacin?
Estas son preguntas que se deben resolver para introducir el significado de la
democracia monitorizada y su diferencia respecto a la democracia representa-
tiva.
La definicin concreta que aporta Keane sobre esta nueva forma de demo-
cracia, entendida de acuerdo con la sustitucin de la representacin por la moni-
torizacin, la describe como:

[...] la forma ms exacta para describir la gran transformacin que est ganando
terreno en regiones como Europa, Asia del Sur y en pases por otra parte tan dife-
rentes como los Estados Unidos, Japn, Argentina, Australia y Nueva Zelanda. Mi
hiptesis de partida es que la democracia monitorizada es un nuevo tipo hist-
rico de democracia, una variedad de poltica post-Westminster definida por el
rpido crecimiento de numerosos tipos diferentes de mecanismos extra-parla-
mentarios, mecanismos examinadores del poder. Estos organismos monitoriza-
dores toman sus races dentro de los campos domsticos del gobierno y de la
sociedad civil, as como en espacios transfronterizos. En consecuencia, la entera
arquitectura del auto-gobierno est cambiando. La adherencia central de las elec-
ciones, de los partidos polticos y de los parlamentos sobre la vida de los ciu-
dadanos est debilitndose. La democracia est viniendo a significar algo ms
que la celebracin de elecciones, aunque nada menos.2

Como se puede leer en el texto, la democracia monitorizada es entendida


como un nuevo sistema poltico consolidado en determinadas regiones y carac-
terizado por la expansin de unos mecanismos examinadores de poder de
carcter extraparlamentario que alteran la estructura habitual de la democra-

2. J. Keane, The life and death of democracy, Simon & Schuster, Londres, pp. 688-689.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

cia representativa, de manera que el papel central de los partidos polticos,


las elecciones y el parlamento, an permaneciendo esenciales, pierden cierto
protagonismo. Consecuentemente, la extensin de los mecanismos monitoriza-
dores de poder, a nivel tanto local como internacional y tanto en el mbito
gubernamental como en el de la sociedad civil, lleva a una nueva forma de
democracia que transciende de facto su comprensin a algo ms que la mera
celebracin peridica de elecciones, puesto que ampla tanto las herramientas
de participacin de los ciudadanos como los instrumentos de vigilancia (moni-
torizacin) sobre aquellos en los que recae el poder. Se produce, en suma, un
reforzamiento de los agentes de la sociedad civil dentro de la nueva forma de
democracia monitorizada.
Es, sin embargo, esencial tener presente que en el proceso de consolidacin
actual de esta nueva forma de democracia, los partidos polticos, las elecciones
y las legislaturas no desaparecen, segn el autor, aunque s parecen perder su
posicin central en la definicin del proceso poltico, como consecuencia de
un efecto doble. Por un lado, la prdida de cierta legitimidad de organismos
como los partidos polticos frente a la ciudadana, resultado de la creciente inca-
pacidad por representar intereses variados, y, por otro lado, la ampliacin de las
posibilidades de agentes variados de la sociedad civil y la ciudadana en general
por monitorizar las relaciones de poder.
La clave para entender el significado de esta nueva forma de democracia
radica en localizar tanto su supuesto origen histrico como los agentes monito-
rizadores que, segn el autor, han logrado alterar las clsicas relaciones de poder
comunes en la fase de la democracia representativa. En este sentido, Keane cree
que la gestacin de la democracia monitorizada, de la cual considera que no
existe una concienciacin generalizada en el pensamiento actual, empieza tras
la Segunda Guerra Mundial (1945), momento en el cual nacen alrededor de unos
cien nuevos tipos de instituciones examinadoras del poder, desconocidas hasta
la fecha. Por tanto, la justificacin del modelo presentado por Keane, as como
la metodologa empleada, se establece mediante una interpretacin histrica.
Ms concretamente, como una historia del presente que trata de desvelar una
serie de cambios que se estn produciendo de facto en la realidad contempo-
rnea. Para explicar este escenario el autor introduce una serie de ejemplos que
tratan de mostrar cmo esta tendencia, es decir, la transformacin de la demo-
cracia representativa a favor de una monitorizada es una realidad patente, aun-
que no generalmente observada.
En este sentido, Keane aporta dos ejemplos histricos bsicos en los cua-
les los sin poder fueron capaces de alterar la realidad poltica del sistema demo-
crtico: la proclamacin de dos decretos firmados en los aos sesenta en los
Estados Unidos, concretamente, el Decreto de Derechos Civiles, firmado el 2 de

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T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

julio de 1964, que prohiba la discriminacin racial en los alojamientos pbli-


cos, en la educacin y en el empleo, y el Decreto de Derecho de Voto, firmado
el 6 de agosto de 1965, que derogaba la prueba de alfabetismo, impuestos locales
y otras restricciones sobre las votaciones. Ambos decretos abolan la discri-
minacin racial existente en el pas y fueron producto del desafo de los ciuda-
danos, y no de la accin de los partidos, hacia las normas discriminatorias. Un
desafo planteado en los lugares de trabajo y en distintos terrenos de la vida
diaria antes de extenderse, a travs de mecanismos monitorizadores, sobre todo
escenario poltico y social de la democracia americana.3
Adems de estos casos histricos, el autor considera que la tendencia hacia
el escrutinio pblico, como resultado de la proliferacin de agentes monitori-
zadores, se extiende todava ms en los ltimos aos. Amplindose a toda
una serie de cuestiones polticas que abarcan desde la preocupacin pblica
sobre el maltrato y los derechos legales de los nios, el desarrollo de planes de
proteccin del hbitat y los recursos alternativos de energa, hasta las iniciati-
vas para garantizar que el futuro desarrollo de la nanotecnologa. Es ms, los
experimentos para promover nuevas formas de escrutinio pblico y represen-
tacin electa llegan a penetrar, incluso, en los mercados, como muestra el ejem-
plo del sistema alemn de la co-determinacin conocida como Mitbestimmung.4
El surgimiento de este nuevo modelo de democracia se entiende, por tanto,
por la proliferacin de una serie de agentes monitorizadores que han actuado
desde 1945 hasta la actualidad. Entre dichos agentes Keane distingue una amplia
variedad de mecanismos heterogneos entre los que identifica: jurados popu-
lares, asambleas bio-regionales, presupuestos participativos, consejos de aseso-
ramiento, grupos de discusin, conferencias de consenso, teach-ins, asambleas
ciudadanas, auditoras democrticas, conferencias de brainstorming (lluvia de
ideas), consejos de conflictos de intereses, asociaciones globales de parlamen-
tarios contra la corrupcin, las innovaciones de la democracia india Banyan,
las agencias de prueba del consumidor y los consejos de consumidores, las peti-
ciones online, los clubes y las cafeteras de democracia, la vigilia pblica, los
asedios pacficos, los protestivals, los sondeos deliberativos, y un largo etctera.5
Es decir, toda una pluralidad de actores que, a pesar de su diversidad en cuanto
a estructuras, objetivos concretos y los mbitos de actuacin, comparten el hecho
de contribuir en: la tarea de dotar de informacin a los pblicos sobre organis-
mos variados, tanto de la sociedad civil como de los organismos gubernamenta-
les; la consecucin de unos estndares ticos mnimos en el comportamiento
de los que poseen el poder; y la expansin del compromiso por conseguir

3. Cf. Ibd., pp. 726-727.


4. Cf. J. Keane, Democracy failure, WZB Mitteilungen (Berln), n. 124, junio 2009, pp. 6-9.
5. Cf. J. Keane, The life and death of democracy, op.cit., p. 691.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

aumentar la capacidad de decisin e influencia de los ciudadanos sobre todo


aquello que les afecta. Unos agentes que, en definitiva, logran poner el cerco a
los centros de poder a travs de su accin sobre la esfera pblica, a la que dota
con informacin variada desde diversos puntos de vista, con el decidido pro-
psito de aumentar el protagonismo de la ciudadana y de la sociedad civil en
diversos escenarios.
La consolidacin de estos agentes monitorizadores, que son capaces, ade-
ms, como se ver ms adelante, de reforzar su actividad gracias a la nueva gala-
xia meditica provocan, as, en opinin de Keane, la llegada de una forma de
democracia en la cual se mantienen ciertos rasgos de la forma representativa,
aunque sta se ve trascendida en su conjunto por otro modelo democrtico
en el cual la monitorizacin del poder se convierte en su componente bsico.
Segn el autor, el xito futuro de la democracia monitorizada no est asegu-
rado, ya que tambin percibe tendencias que la pueden amenazar, pero con-
sidera que su realidad actual es un hecho evidente para aquel que observa los
cambios del momento presente y el efecto que provocan los agentes monito-
rizadores.

3. Medios de comunicacin y democracia monitorizada


Las diferencias de la democracia monitorizada respecto a la representativa afec-
tan adems a un aspecto bsico a tener presente: los medios de comunicacin
que circundan la poca de cada una. En este sentido, la democracia monitorizada
no slo se explica por la expansin de una serie de agentes monitorizadores, sino
tambin por la capacidad de stos de hacer or sus voces plurales a travs de una
nueva galaxia meditica.
Aunque Keane considera que las causas del surgimiento de la democracia
monitorizada no son producto de un slo efecto, sino ms bien el resultado de
numerosas fuerzas, concluye que una de ellas sobresale sobre todas las dems:
la consolidacin de una nueva galaxia meditica, con Internet como el medio
por excelencia. Es ms, el autor establece una relacin directa entre las for-
mas histricas de comunicacin y los sistemas de democracia representativa y
monitorizada, al concluir que:

[...] la democracia representativa brot en la era de la cultura de la imprenta el


libro, el panfleto y el peridico, y mensajes telegrafiados o enviados por carta
y cay en crisis durante el advenimiento de los tempranos medios de comunica-
cin de masas, especialmente la radio, el cine y (en su infancia) la televisin.
En cambio, la democracia monitorizada est ligada estrechamente al crecimiento
de las sociedades saturadas por medios de comunicacin mltiples, sociedades

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T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

cuya estructura de poder son continuamente mordidas por instituciones moni-


torizadas que operan dentro de una nueva galaxia de medios de comunicacin
definida por el ethos de la abundancia comunicativa.6

Esta cita ilustra, por tanto, el destacado papel de los nuevos media en el sis-
tema de la democracia monitorizada. As como la esencial relacin existente
entre los diferentes tipos de sistemas democrticos representativa y monitori-
zada y las formas de comunicacin que en ellas se produce: escrita, meditica
de masas y meditica de mecanismos de comunicacin mltiples. La implica-
cin parece clara: la democracia monitorizada se apoya sobre una nueva gala-
xia de comunicacin radicalmente diferente a las pocas anteriores.
Esta nueva galaxia de comunicacin propia de la democracia monitorizada
es considerada como radicalmente diferente si es comparada con la existente
durante la democracia representativa, donde la cultura de la imprenta y el limi-
tado espectro de los medios audiovisuales (incluyendo la transmisin de
servicio pblico) estaba mucho ms estrechamente alineado con los partidos
polticos y el gobierno.7 Por el contrario, en la era de la democracia monitori-
zada las voces se multiplican en una gran variedad de medios, como tambin
se expanden los actores que potencialmente favorecen el constante escrutinio
pblico sobre el poder, hasta el punto que parece que ninguna organizacin
o lder dentro del campo del gobierno o de la vida social que cometiera una
actuacin incorrecta o que se extralimitara en sus funciones restara inmune a
los problemas que los medios les pudieran causar, debido a que stos se esca-
pan al control de los gobiernos y los partidos.8
La dependencia de la democracia monitorizada con la nueva galaxia de la
comunicacin es tal que el autor concluye que, de producirse la desaparicin
de las novedades del escenario meditico, se acabara, irremediablemente,
con la democracia monitorizada.9 El amplio escenario meditico con la proli-
feracin de nuevos instrumentos de comunicacin ha provocado la llegada de
la era de la abundancia comunicativa. Una abundancia que se erige como el
ethos carcter de la democracia monitorizada y una de las caractersticas prin-
cipales de finales del siglo XX e inicios del XXI. La expansin de una poliarqua
meditica capaz de nutrir con puntos de vista plurales a la esfera pblica es la
causa principal para lograr extender el significado del proceso poltico a algo

6. Ibd., p. 739.
7. Cf. Ibd., p. 743.
8. La capacidad que ofrecen los nuevos medios por fragmentar y pluralizar el poder tambin ha
sido examinado por parte de D. Kellner, Theorizing globalization, Sociological Theory, vol. 20,
n. 3, 2002, pp. 293-294.
9. Cf. J. Keane, The life and death of democracy, op.cit., pp. 739-740.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

ms que la representacin poltica, pues la diversidad de voces y las posibilida-


des de comunicacin acrecientan el dinamismo democrtico.

4. La decadencia meditica: una amenaza para la consolidacin de la democracia


monitorizada
Sin embargo, y a pesar de la enorme relevancia que adquiere la nueva gala-
xia meditica columna vertebral de la democracia monitorizada, Keane no
obvia que el escenario meditico contemporneo presenta, a su vez, una serie
de contrariedades y limitaciones que deben ser resueltas para poder reforzar
efectivamente el contrapoder de la sociedad civil. Reconstruir los problemas que
el autor identifica en dicho escenario es el objetivo del presente punto.
Keane advierte que la consolidacin de la abundancia comunicativa no ase-
gura el triunfo del correcto funcionamiento de los medios ni tampoco de las
instituciones monitorizadoras.10 Por este motivo cree esencial centrarse en
las tendencias negativas que se han extendido a lo largo del panorama medi-
tico. Unas tendencias que le hacen apreciar la existencia de una decadencia
meditica que entiende como el:

[...] amplio espacio entre los ideales de la libre y justa impugnacin pblica del
poder, la apertura y la pluralidad de opiniones y el pblico compromiso de los
representantes sobre la inclusin y el trato de todos los ciudadanos como igua-
les ideales de la democracia monitorizada y una empaada y dura realidad,
en la que los medios de comunicacin promueven la intolerancia de las opinio-
nes, la restriccin al pblico escrutinio de poder y una aceptacin ciega en la
forma en que las cosas son tituladas.11

Se aprecia, de esta cita, el alejamiento que se produce entre las exigencias


ideales de la democracia monitorizada con respecto a una creciente decaden-
cia meditica que se consolida en la realidad meditica. Una realidad decadente
que hace peligrar la posibilidad de ampliar las posibilidades de monitoriza-
cin hacia los actores con poder. De esta forma, la nueva era de la democracia
monitorizada, marcada por la potencial posibilidad de contestar pblicamente
al poder desde la accin de los periodistas profesionalizados y tambin de los
ciudadanos corrientes, presenta ciertas tendencias actuales contrarias a este
ideal. En conjunto, Keane cree que existen cuatro tipos de limitaciones sola-
padas en el panorama meditico que amenazan a la democracia monitorizada

10. Cf. John Keane, Media decadence and democracy, Wissenschaftszentrum Berlin fr Sozial-
forschung, WZB, Berlin, manuscrito, pp. 1-25, p. 11.
11. Ibd., p. 12.

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T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

y al reforzamiento de la sociedad civil.12 En concreto, las contrariedades que dis-


tingue el autor se agrupan en las siguientes: la posible inestabilidad resultante
de la abundancia comunicativa, las enormes diferencias entre los comunicati-
vamente ricos y los comunicativamente pobres, la tendencia exclusivamente
economicista de los medios que lleva a una constante concentracin meditica,
la consolidacin de una estructura periodstica basada en la rapidez y la falta
de investigacin profunda. El periodismo contemporneo adopta, adems, una
serie de tendencias negativas en su labor de proporcionar informacin y nutrir
a las esferas pblicas. Entre estas destaca: la tendencia hacia el sensacionalismo,
la promocin de sensaciones por encima de los argumentos, la falta de fuentes
informadas, la necesidad continua de emitir mensajes nuevos, y la ausencia
de tratamiento de ciertas temticas comprometidas.13
La reconstruccin de estas limitaciones de los medios que Keane revela
muestra, por un lado, que no se debe caer en interpretaciones simplistas y ut-
picas sobre las posibilidades que ofrece la nueva galaxia meditica, sino que
los problemas deben ser identificados para poder desarrollar una propuesta
plausible que atienda tanto a las potencialidades como a las problemticas. 14

12. Otras perspectivas que del mismo modo que Keane perciben tanto posibilidades como peli-
gros respecto al panorama meditico actual son: Douglas Kellner, Theorizing globalization, Socio-
logical Theory, op.cit., pp. 285-305 y Richard Falk, Predatory globalization. A critique, Polity Press,
Cambridge, 1999. Un estudio especfico sobre Internet se encuentra en Simon Berdal, Public deli-
beration on the web: A Habermasian inquiry into online discourse, Hovedfag Thesis, University of
Oslo/Department of Informatics, Oslo, August 2004. Disponible en: http://heim.ifi.uio.no/simonb/Stu-
dier/hfag/FERDIG/CD/thesis.pdf (visitado en julio de 2009).
13. Para ahondar en las formas que adquiere el sensacionalismo, vase el estudio de Amelia
Arsenault y Manuel Castells que siguiendo el apodo que le atribuye el peridico The Nation en
ingls las cataloga como: the four S model of journalism: scare headlines, sex, scandals and sen-
sation (el modelo periodstico de las cuatro S: titulares aterradores, sexo, escndalos y sensacin),
Amelia Arsenault and Manuel Castells, Switching power: Rupert Murdoch and the global business
of media politics: a sociological analysis, International Sociology, 23, pp. 488-513, p. 507.
Para profundizar en el escaso tratamiento riguroso de la informacin ver Edward S. Herman y Robert
W. McChesney, Los medios globales. Los nuevos misioneros del capitalismo corporativo, Ctedra,
Madrid, 1997, pp. 19-20. Sobre la falta de investigacin profunda respecto a determinadas proble-
mticas, vase Paul Dekker, Journalistiek en de civil society in Nico Drok (ed.), De toekomst van
journalistiek, Boom, msterdam, 2007, p. 184.
14. Entre las interpretaciones claramente entusiastas sobre el potencial que ofrecen los nue-
vos medios de comunicacin pueden encontrarse los posicionamientos de autores como Barlow,
Frederick y Stefanick. Ver John Perry Barlow, A declaration of the independence of Cyberspace.
Disponible en: http://homes.eff.org/~barlow/Declaration-Final.html (visitado en marzo de 2009),
pp. 1-2; Howard Frederick, Social and Industrial policy for public networks in Linda M. Harasim
(ed.), Global networks: computers and international communications, Polity Press, Cambridge, 1993,
pp. 286 y Nancy Stefanik, Sustainable dialogue/Sustainable development in Jeremy Brecher,
John Brown Childs and Jill Cutler (eds.), Global visions: Beyond the New World Order, South End
Press, Boston, 1993, p. 264.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Pero, por otro lado, la identificacin de las limitaciones que afectan al pano-
rama meditico no debe llevar a un posicionamiento contrario y escptico
que no perciba ms que el deseo por dominar a la ciudadana por parte de
los promotores de los medios y que crea que los nuevos medios no sirven ms
que para fomentar un capitalismo desmesurado.15 En opinin de Keane, si bien
es cierto que se deben atender a las deficiencias del panorama meditico actual,
stas no falsean la tendencia generalmente positiva que presenta este escena-
rio en el conjunto de la democracia monitorizada. Es ms, contrariamente a
las visiones escpticas, el autor concluye que:

[...] estas acusaciones son nicamente la mitad de la historia. A pesar de todas las
acusaciones realizadas contra ello, el periodismo vigoroso ayuda a mantener vivas
viejas utopas que pretenden arrojar luz al poder, establecer la libertad de la infor-
macin, el gobierno de la claridad y una mayor transparencia en la toma de
decisiones. Dado que el poder sin obstculos todava pesa enormemente sobre
los hombros de los ciudadanos, no es sorprendente, gracias al nuevo periodismo
y las nuevas invenciones monitoras, que las objeciones pblicas ante las fecho-
ras y la corrupcin sean corrientes en la era de la democracia monitorizada. Gra-
cias al periodismo y los nuevos medios de la abundancia comunicativa las cosas
se mueven.16

Se entiende de esta cita cmo, aun existiendo limitaciones en la estructura


meditica y en el uso que se hace de los medios de comunicacin, su accin es
esencial en la democracia actual que Keane entiende como monitorizada, preci-
samente por el potencial que dota a los agentes de la sociedad civil para actuar
en favor de viejos ideales, centrados en la consecucin de una mayor transparen-
cia en la actuacin de aquellos que poseen el poder. Las democracias saturadas
de mensajes de la actualidad promueven, adems, la sospecha constante de los
centros de poder que no rinden cuentas de manera pblica. Mientras que, por su
parte, los ciudadanos estn completando, por lo general, un proceso de aprendi-
zaje sobre las posibilidades de accin que ofrecen los nuevos medios y la
potencialidad de accin que brindan para actuar frente a los sistemas de poder
establecidos.
No obstante, la posibilidad de ejercer la reprimenda pblica sobre los repre-
sentantes polticos depende de la infraestructura meditica, de la accin del

15. Algunas de las perspectivas ms escpticas y negativas sobre el panorama meditico actual
son planteadas por Sunstein, Webster y Robins. Ver Cass Sunstein, Republic.com 2.0, Princeton Uni-
versity Press, Priceton and Oxford, 2007 y Frank Webster and Kevin Robins, Plan and control: towards
a cultural history of the information society, Theory and Society, vol. 18, no. 3, 1989, p. 323-351.
16. John Keane, The life and death of democracy, op.cit., p. 741.

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T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

periodismo y de los usos de los nuevos medios, y, por ello, a pesar del balance
positivo que Keane atribuye respecto al panorama meditico contemporneo
en relacin a la democracia, ste no cree que las deficiencias que acechan a
este panorama deban ser dejadas de lado.17 La expansin de deficiencias como,
por ejemplo, el crecimiento de la brecha digital o la consolidacin de grandes
oligopolios mediticos, son problemas que amenazan a la democracia moni-
torizada y a sus principios que dependen de unas condiciones mediticas deter-
minadas. Por ello, el autor considera que estas limitaciones tienen que ser
tenidas en cuenta, y tambin sugiere la necesidad de adoptar ciertas polticas
encaminadas a hacerles frente. Aunque, como se mostrar a continuacin, la
reflexin de Keane en este sentido no ahonda, a mi juicio, suficientemente en
esta problemtica y la aborda con menos precisin que en su inicial reflexin
sobre Media and democracy (1991).
En aquel momento Keane propuso una apuesta por un modelo meditico
revisado en el cual defiende la necesidad de crear un modelo donde se con-
solide una genuina pluralidad de medios de comunicacin variados. Esta pro-
puesta entenda la importancia de lograr una poliarqua meditica garantizada
constitucionalmente que permitiera la difusin de diferentes voces a travs de
heterogneos medios de carcter independiente, privado y estatal. El objetivo
final consista en promover la posibilidad de envo y recepcin de una amplia
variedad de opiniones a un pequeo nmero de personas en grandes socie-
dades.18 Un modelo meditico til para acabar con los monopolios y los tipos
particulares de audiencia, y capaz de fomentar la idea de que los medios de
comunicacin son un bien pblico.19
Menos de dos dcadas despus de aquel libro la galaxia meditica ha cam-
biado enormemente. La posibilidad de comunicacin de los ciudadanos y la
capacidad de expresar sus voces y opiniones son mayores que entonces, gra-
cias, en parte, a la expansin de Internet, pero tambin los problemas que la
acompaan han crecido, sobre todo en cuanto a la concentracin meditica y
a la brecha digital. Sin embargo, desde mi punto de vista, Keane no actualiza el
proyecto meditico normativo que propuso en su momento, pues, si bien espe-
cifica las diversas deficiencias que afectan a los medios y la importancia de afron-
tarlos, no define una propuesta normativa concreta que sirva de horizonte de
actuacin.

17. Para la cuestin sobre la importancia de las infraestructuras mediticas ver Marc Raboy and
Normand Landry, Civil society, communication and global governance. Issues from the World Sum-
mit on the Information Society, Peter Lang, Nueva York, pp. 155-156.
18. Cf. John Keane, Media and democracy, Polity Press, Cambridge, 1991, pp. 152-165.
19. Cf. Ibd., p. 164.

ndice 1021
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En su reflexin ms reciente lo nico que se puede apreciar, en este sen-


tido, es una breve cita que reconoce la responsabilidad de diferentes agentes vin-
culados a la accin de los medios, y otra en la que urge a buscar medidas que
afronten la decadencia meditica y en la que vuelve a reclamar la importancia
de consolidar puntos de vista plurales. En la primera cuestin, el autor seala
concretamente que:

[...] las invenciones creativas, la construccin de nuevas instituciones, la buena


suerte y el coraje poltico de los ciudadanos y de los representantes, de los perio-
distas, de los accionistas de los medios decidirn lo que pasar en un futuro. Por
el momento, existen no obstante una serie de tipos de decadencia meditica sola-
pados que se observan fcilmente, y que debera ser fuente de preocupacin para
todo pensador demcrata.20

Se entiende de esta reflexin cmo las diversas deficiencias mediticas, ante-


riormente analizadas, requieren de la creacin de nuevas instituciones o disposi-
tivos cuya carga recae, en opinin del autor, sobre los ciudadanos, los polticos,
los periodistas y los accionistas de los medios. Unos actores de los que depende
que en el futuro se adopten unas medidas que considera necesarias. Sin embargo,
Keane no especifica concretamente a qu tipo de medidas pueden recurrir estos
agentes para mejorar las tendencias contradictorias que presenta el panorama
meditico contemporneo, a pesar de concluir que la decadencia meditica es un
problema para la democracia monitorizada y [...] son urgentemente requeridos
remedios para sus efectos indeseados.21

5. Conclusiones
La enorme dependencia de la democracia monitorizada respecto al pano-
rama meditico hace conveniente tomar en consideracin las deficiencias que
acompaan al escenario meditico. La consolidacin del modelo democrtico
en el contexto propuesto por Keane depende de la capacidad de dar respues-
tas a las mismas y de ello nos advierte el autor, aunque en ningn momento
determina los pasos a seguir para actuar en dicho sentido. El reto queda abierto
en su propuesta y ello es, a mi juicio, insatisfactorio en el contexto del sistema
democrtico, considerado como el ms enrgico y dinmico jams conocido.22
El funcionamiento de la democracia monitorizada depende de lo que Haber-

20. Cf. John Keane, Media decadence and democracy, Wissenschaftszentrum Berlin fr Sozial-
forschung, WZB, op.cit., p. 12.
21. Ibd., p. 25.
22. Cf. The life and death of democracy, op.cit., p. 743.

1022 ndice
T I C A D E L A C O M U N I C AC I N

mas considera como ese tipo especial de energa23 que, en su opinin, propor-
ciona la prensa a la esfera pblica. Ampliar dicha energa meditica a ms
medios de comunicacin, no centrada en exclusiva en la prensa, es un logro en
la propuesta de Keane, pero proporcionar un modelo normativo meditico, que
afronte las deficiencias que afectan al escenario meditico, es asimismo funda-
mental.
Consecuentemente, la posible consolidacin del proceso de monitorizacin
no puede darse de no ser que los problemas asociados a los medios se vean
reducidos, como resultado de una aplicacin de medidas concretas dirigidas a
ello. As pues, la instauracin de polticas estatales requeridas para reducir la
desigualdad comunicativa, as como la expansin de los mecanismos de auto-
rregulacin propios de los medios de comunicacin como actores de la socie-
dad civil, unido a una accin ciudadana crtica frente a los propios medios, se
convierten en condiciones necesarias para que la propuesta de democracia moni-
torizada vea que su potencial de escudriar los actores con poder sea exten-
dido.

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1024 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

LAS TRADICIONES CULTURALES FORMATIVAS DE LA SOCIEDAD MESOAMERICANA


A LA LUZ DE LA PROBLEMTICA POLTICA-FILOSFICA ACTUAL
Jorge M. Rodrguez Martnez
Universidad de San Carlos de Guatemala
Leonor Vzquez-Gonzlez
University of Montevallo

Resumen
Este trabajo proyecta una mirada poltico-filosfica sobre el significado de
las tradiciones culturales de los pases de la regin cultural conocida como Meso-
amrica.1 Planteamos el argumento de que dichas tradiciones ofrecen respues-
tas a las crisis que apremian a la regin en la actualidad. Se asume que los
problemas filosficos suelen reflejar sus contextos histricos y que es vlido
buscar modelos interculturales de legitimidad en las tradiciones que han sido
desplazadas por la modernidad occidental. Por razones de espacio no discuti-
remos, sin embargo, la trascendencia de estas reflexiones en relacin con otros
contextos culturales o una filosofa global.

1. Mesoamrica se define en funcin de una pluralidad de culturas precolombinas que com-


parten ciertos rasgos culturales profundos, como el cultivo del maz. Esta regin comprende los pa-
ses actuales de Mxico, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Belice. Debido al tpico de
este trabajo no se considera el caso de Belice. A lo largo de este trabajo, se aplican algunas refe-
rencias relativas a Hispanoamrica, mutatis mutandis, a estas sociedades. Algunas veces nos
referimos a Amrica Latina en general, asumiendo que lo dicho es aplicable al mbito mesoamericano.

ndice
1025
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Tres consideraciones delimitan los parmetros de este trabajo. En primer


lugar, nuestro anlisis es altamente selectivo; a la par de contribuciones cultu-
rales positivas, existen tradiciones negativas, pero stas no son examinadas
aqu. En segundo lugar, dichas tradiciones son seleccionadas en funcin de su
importancia en la configuracin de la fisonoma profunda de las sociedades lati-
noamericanas. En tercer lugar, ubicamos nuestras reflexiones en el mbito de
los derechos humanos con la intencin de acentuar los momentos de legitimi-
dad de las tradiciones formativas de Mesoamrica.
Estructuramos este trabajo en cinco secciones. En la primera, se argumenta
que el problema de la crisis multidimensional latinoamericana es preeminente-
mente tica, y concierne, por esta razn, al paradigma de los derechos humanos.
En la segunda, se demuestra cmo dichas carencias ticas no son vislumbra-
das, de manera adecuada, por el modelo liberal de los derechos humanos. En
el tercer apartado, se describen cmo las tradiciones intelectuales de la cul-
tura hispanoamericana, derivadas principalmente del neoescolasticismo espa-
ol de los siglos XVI y XVII, ofrecen elementos para revaluar el rol de la con-
ciencia y el bien comn en el paradigma de los derechos humanos. En la
cuarta seccin, se reflexiona sobre los elementos que se derivan de las
tradiciones culturales indgenas y se enfatiza su potencial emancipador. La
ltima seccin integra las contribuciones iberoamericanas con las tradicio-
nes indgenas para identificar propuestas que merecen ser tematizadas en
el mbito de la filosofa poltica contempornea; adems se ofrecen algu-
nas propuestas de cambios que necesitan realizarse para paliar la crisis gene-
ral que afecta a la sociedad mesoamericana.

1. Las races ticas de la injusticia estructural


La profunda crisis por la que atraviesa Latinoamrica plantea una serie de
interrogantes cruciales para la legitimidad del entramado institucional mesoame-
ricano. Sin ninguna pretensin de exhaustividad, dicha crisis puede describirse
en funcin de la siguiente conjuncin de problemas: 1) exclusin multidimen-
sional, 2) injusticia estructural, 3) violencia, 4) racismo y etnocidio, 5) posi-
cin subordinada en el orden geopoltico y econmico mundial, 6) estructuras
institucionales fallidas, 7) corrupcin colosal y 8) explotacin descontrolada
de los recursos naturales del rea.
Existe un comn denominador que abarque estos problemas? Para respon-
der a esta pregunta, es necesario reconocer que los problemas actuales de
Amrica Latina estn enraizados en los procesos histricos constitutivos de sus
propias sociedades. Por esta razn la respuesta supone partir de la injusticia estruc-
tural que hunde sus races en las formas de relacionalidad social cuya sedimenta-

1026 ndice
L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

cin histrica ha configurado las sociedades mesoamericanas. Esto permite situar


el anlisis en la dimensin tica sin el peligro de caer en ningn reduccionismo,
dado que la relacionalidad social est implcita en cualquier rea de la sociedad
por ejemplo, los mbitos legales, econmicos y jurdicos.
Desde nuestro punto de vista, la relacionalidad bsica de la regin es estruc-
turalmente defectuosa porque asume la negacin y exclusin constante del otro.
Estas estructuras emergen de una sedimentacin de prcticas exclusionarias que
han beneficiado a los diversos grupos dominantes, creando sociedades afecta-
das por una desigualdad notable. Las sociedades de Amrica Latina surgen con
una negacin violenta de los indgenas, que hoy constituyen uno de los sec-
tores ms oprimidos en las sociedades mesoamericanas; esta exclusin, sin
embargo, se ha ramificado siguiendo los avatares de la historia para oprimir a
los sectores mayoritarios de las sociedades respectivas. Este pecado de origen
y la subsecuente historia de injusticia han configurado la enorme exclusin que
es casi una caracterstica distintiva del continente latinoamericano.2
El carcter ubicuo de la injusticia social penetra en la vida cotidiana de las
sociedades respectivas. Luis Villoro nota que los latinoamericanos experimen-
tan como realidad la vivencia del sufrimiento causado por la injusticia (Villoro,
2009: 14). Para el filsofo mexicano, [e]l dolor fsico o anmico es una reali-
dad de nuestra experiencia cotidiana (ibd.). Villoro reconoce la importancia
de dichas experiencias constitutivas de la vida latinoamericana en su compa-
racin de las tareas de la filosofa poltica latinoamericana y los enfoques filo-
sficos de regiones ms desarrolladas que no enfrentan, parece, el encuentro
inmediato del otro que sufre un mal injustificado y gratuito debido a un
orden social defectuoso.
Ahora, el hecho de aceptar las dimensiones ticas de esta crisis nos conduce
a un problema que cuestiona el paradigma de los derechos humanos. Un reporte
relativamente reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) establece que el 55 % de latinoamericanos favoreceran un gobierno auto-
ritario si ste garantizase la solucin de sus problemas ms urgentes (PNUD, 2004:
40). Este tipo de actitud negativa es evidente en las percepciones cotidianas de
los derechos humanos: stos son considerados con desdn y escepticismo,
cuando no como un simple enfoque retrico que no enfrenta los problemas
graves de la sociedad y que beneficia a ciertos sectores, en particular, aque-
llos que se dedican a la defensa de stos. Esta opinin es consistente con cier-

2. No resulta casual que el pas con mayor porcentaje de poblacin indgena del rea mesoa-
mericana, Guatemala, sea el pas ms desigual de la regin. Estas estructuras hunden sus races
en la inmisericorde explotacin del indgena que tuvo lugar a lo largo de toda la colonia, como
ha demostrado el historiador guatemalteco Martnez Pelez (1998) en un estudio que se ha conver-
tido en un clsico.

ndice 1027
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

tas crticas que se han planteado con respecto a la forma en que los derechos
humanos son visualizados en el rea internacional.3 Se asume que un orden
social determinado pierde su legitimidad si no cumple con las funciones que
llevan a los seres humanos a vincularse en sociedades por ejemplo, seguridad,
justicia, un nivel de bienestar mnimo.4
Hasta qu punto los derechos humanos pueden preservar su legitimidad
si no cuestionan de raz los mltiples problemas de las sociedades que deben
asumirlos? Ofrece la concepcin individualista de los derechos humanos las
perspectivas adecuadas para lograr identificar la raz de los problemas enfren-
tados por las sociedades meso-latinoamericanas? Esta ltima pregunta es res-
pondida en la siguiente seccin.

2. El sujeto liberal y la injusticia estructural


El paradigma de los derechos humanos ha sido cuestionado debido a su defi-
ciente atencin a contextos culturales no occidentales. Este marco normativo
necesita ser repensado y rearticulado para que pueda responder de raz a los
problemas concretos que las diversas sociedades enfrentan. Esta afirmacin,
desde luego, no constituye un argumento holstico en contra de este paradigma;
consideramos que abandonarlo sera negativo, dado que ste ha mostrado su
capacidad para superar sus propias limitaciones.
La articulacin de estas nuevas contribuciones puede llevarse a cabo desde
la perspectiva tica. Esta tarea crtica demanda, de hecho, una reconsidera-
cin de la naturaleza del sujeto de tales derechos. Esta empresa no debe lle-
varse a cabo en abstracto, sino prestando atencin a que la experiencia humana
es siempre concreta e histricamente situada. En este contexto, los compo-
nentes ticos de las tradiciones intelectuales y culturales que han formado las
naciones mesoamericanas tienen mucho que ofrecer para escapar del prejuicio
individualista que ha limitado dicho paradigma.

3. Para una crtica del sistema internacional de los derechos humanos, vase Kennedy (2004).
4. La crisis contempornea por la que atraviesa Amrica Latina ha llevado a la tesis de que
los pases de la regin constituyen sociedades fallidas o Estados fallidos un enfoque puesto en
boga por revistas como Foreign Policy o think-tanks como el Fund for Peace. El recurso a esta
nocin alude a una crisis dramtica, de carcter multidimensional, que es vivida como realidad coti-
diana por los habitantes de Amrica Latina. No podemos entrar en un anlisis profundo de lo que
puede significar esta expresin, aunque podemos plantear que dicha expresin consolida un enfo-
que externo que ignora o vuelve invisible el potencial regenerativo de las sociedades en cuestin.
Adems, en rigor, no se puede hablar simplemente de sociedades fallidas, dado que todas las socie-
dades son fallidas. En realidad, la expresin debera usarse para describir un orden global que no
ha logrado extirpar asimetras que golpean de lleno a los miembros de las sociedades fallidas.

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L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

El problema bsico, en nuestra opinin, es que el modo en que los libera-


les piensan la legitimidad remite a un acuerdo entre sujetos que se enfoca de
manera central en el autointers. Desde luego, el pensador liberal se abre al
valor de actitudes como la responsabilidad, la compasin, el consenso, etc.,
pero este enfoque originario suele marcar un camino de anlisis que le resta
validez a otras experiencias originarias, entre las cuales, Villoro menciona la
injusticia.5
El sujeto tico de liberalismo es incapaz de capturar dicha intuicin por-
que no existe en su seno un movimiento hacia el otro que sea capaz de poner
en cuestionamiento la propia libertad. Se necesita un sujeto de los derechos
humanos que sea capaz de tematizar estas relaciones de exclusin para esta-
blecer vnculos de responsabilidad mutua. El discurso liberal de los derechos
humanos no ofrece soluciones a los problemas mesoamericanos, dado que no
cuestiona las prcticas que constituyen la armazn de la vida cotidiana en estas
sociedades.
Existen varios caminos para lograr este fin, por ejemplo, el pensamiento levi-
nasiano que ha logrado integraciones fructferas con el pensamiento de la libe-
racin en Amrica Latina (Rodrguez Martnez, 2010). Esta integracin, como
veremos, no surge espontneamente, es una parte integral de la tradicin de los
derechos humanos en el rea que nos ocupa.
La bsqueda de nuevos modelos para pensar la legitimidad en Amrica
Latina exige asumir de manera consciente las fuerzas culturales que han con-
formado nuestras sociedades a lo largo de la historia. Esas corrientes cultura-
les se manifiestan en prcticas y valoraciones que pueden servir de base para
construir nuevos paradigmas de legitimidad. Tomar en cuenta esas prcticas
para readecuar nuevas perspectivas de legitimidad puede coadyuvar a enten-
der las soluciones vlidas para la regin.

5. Pinsese, por ejemplo, en la manera en que John Rawls conceptualiza la racionalidad de los
participantes cuyas deliberaciones llevan al establecimiento de la estructura bsica de la sociedad,
esto es, el marco bsico que define derechos y obligaciones. Para este influyente filsofo la racio-
nalidad de los miembros se caracteriza en funcin de una racionalidad econmica que se visualiza
en la bsqueda de los medios ms efectivos para lograr ciertos fines (Rawls, 1999: 12). El problema,
sin embargo, es cuando Rawls agrega en la misma pgina que los participantes en la posicin ori-
ginal son mutuamente desinteresados. Puede pensarse el carcter inmediato de la vivencia de la
injusticia y el sufrimiento en el sentido de Villoro si partimos de premisas como las propuestas
por Rawls? Ciertamente, la experiencia del sufrimiento del otro es una relacin que trasciende la
autonoma del individuo.

ndice 1029
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

3. Las contribuciones de la cultura catlica hispanoamericana


Las diferencias profundas entre criollos y peninsulares constituyen una de
las caractersticas del movimiento emancipatorio americano. Estas diferencias
fomentaron una actitud de rechazo hacia el legado espaol, lo cual eclips pau-
latinamente las contribuciones de los pensadores espaoles algunos de los
cuales son los primeros intelectuales hispanoamericanos. stos usan su bagaje
neoescolstico para pensar los problemas planteados por el mundo americano,
logrando frutos que incluso cambiaran la fisonoma del pensar europeo. Jams
debera olvidarse que el desarrollo de la hegemona europea no puede desvin-
cularse de la dominacin de Amrica.
Es falso decir que los personajes envueltos en la gesta independentista se
dedicaron solamente a buscar modelos para sus sociedades ilustradas en fuen-
tes francesas y norteamericanas. Las inevitables influencias, paralelismos e
inspiraciones no implican ningn gnero de adquisicin mecnica. Consecuen-
temente, no puede decirse que la tradicin de pensamiento liberal individua-
lista est arraigada en la historia del mundo mesoamericano.
Destacados historiadores de las ideas, como Rodrguez (2005), han presen-
tado una historia ms equilibrada del contexto intelectual en el que se da la
independencia, mostrando que este movimiento nunca se desvincul de las teo-
ras polticas desarrolladas en los centros hispanos de formacin intelectual.
Miguel Hidalgo y Costilla haba constituido su pensamiento en dilogo con
los neoescolsticos espaoles del siglo XVII y no con las teoras de Montesquieu,
a diferencia del obispo peninsular Manuel Abad y Quijano, quien s lo estaba
(Krauze, 2002: 54-55). Las referencias de la poca a las doctrinas suarecianas
del pacto son reconocidas de manera general. Debe subrayarse, adems, que
la independencia no fue un movimiento cohesivo, monoltico: en su gestacin
hubo diferentes momentos, tendencias y posibilidades que no siempre coinci-
dan con el deseo explcito de romper con Espaa.
Los cambios histricos, sin embargo, se alimentan de transformaciones radi-
cales; la tendencia al alejamiento de Espaa se ahondara con el tiempo. La inde-
pendencia, como recuerda Rojas (2009: 107), fue una revolucin intelectual, un
asunto de ideas y lenguajes polticos; era preciso abandonar el modo antiguo
de pensar la comunidad para organizarla republicanamente. En este contexto
se pierden algunas referencias culturales e intelectuales; este proceso, no obs-
tante, marca negativamente a las recin formadas naciones. En efecto, de algn
modo, las constituciones construyen repblicas de aire, para usar la expresin
que Rojas utiliza para replantear la idea de Simn Bolvar, segn la cual, las cons-
tituciones americanas haban sido creadas sin pensar en la realidad de los nue-
vos pases, que a veces carecan de las virtudes respectivas (ibd., 244: 327-328).

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L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

Dicha carencia se deba al hecho de que stas se adquieren en repblicas y


no en gobiernos de corte absolutista (ibd.: 239).
Parte del problema consiste en que no se considera con la debida atencin
el humus ideolgico que se haba generado en las colonias que aspiraban a
su emancipacin. Las referencias culturales retroceden frente a la conciencia de
que es necesario crear la ciudadana de las nacientes repblicas. Como recuerda
Rojas (2009: 48), Bolvar, en su Carta de Jamaica, haba reconocido que la
ambigedad de la civilizacin latinoamericana... provena de ese tejido cultu-
ral heterogneo que la identificaba. Las primeras constituciones americanas
nos muestran la solucin encontrada en esa encrucijada histrica: las repbli-
cas nacen como asociaciones de ciudadanos iguales.
Esta igualdad se proyecta en procesos histricos que promueven la homo-
genizacin del cuerpo ciudadano. Este tejido heterogneo va tomando un cariz
negativo cuando los ideales positivistas del progreso llevan a la idea de que el
indio bueno es el indio invisible (Basave, 2002: 23). La estabilidad de las nacio-
nes de la regin se logra con la mano frrea de las dictaduras liberales. El indio
deviene un lastre, un exponente de la incultura y la supersticin. Chasteen
(2001: 169) recuerda que Domingo Faustino Sarmiento, el gran educador argen-
tino, consideraba que la sangre era la nica parte humana de los gauchos y que
tena que derramarse para fertilizar el suelo.
En este horizonte histrico se debe resaltar la influencia del pensamiento
catlico. En efecto, esta tradicin cuestiona el proceso histrico constitutivo
de Latinoamrica; no slo denuncia las injusticias de la Conquista, sino que tam-
bin neutraliza las tendencias exclusionarias del liberalismo positivista y las ml-
tiples cegueras del liberalismo individualista contemporneo. De hecho, el
pensamiento espaol crtico del siglo XVI y XVII, que surge en el momento en que
se da el encontronazo (como deca el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Ara-
gn) entre las culturas amerindias y la civilizacin espaola, es una referencia
cuyo valor para la emergencia histrica de los derechos humanos no puede ser
ignorada. Hace algunos aos, Glendon (2003) notaba que la tradicin hispano-
americana de los derechos humanos, que ella diferencia de la anglosajona y
la continental, haba sido el crisol que haba permitido la consolidacin de los
derechos humanos en su forma actual aunque nosotros enfatizaramos que
dicha influencia se concentra en la preocupacin social de stos. Glendon esta-
blece el ncleo de esta contribucin en la conciencia de la humanidad comn,
una tesis que conduce al neoescolasticismo espaol.
El pensamiento neoescolstico que nos interesa aqu surge de la simbiosis
entre el neoescolasticismo peninsular y la realidad americana. Segn Fernn-
dez-Santamara (2005: 15), dicho neoescolasticismo se articula en una nocin
rica de derecho natural que logra integrar la creencia estoica en la humanidad

ndice 1031
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

comn, las reflexiones de Santo Toms acerca de la naturaleza humana y, como


ha enfatizado Tierney (1997), una buena cantidad de jurisprudencia medieval.
Este masivo cuerpo doctrinal est influenciado por un humanismo cristiano
(Bataillon, 1966).
Esta tradicin de pensamiento crtico se consolida en Amrica a travs de
los ms antiguos centros de enseanza. El pensamiento crtico de pensadores,
como fray Bartolom de las Casas, Francisco de Vitoria, Alonso de la Vera-
cruz, Domingo de Soto y Francisco Surez, nutre la mente de los estudiantes
que se forman en dichas instituciones. En ellos se crea un pensamiento que est
ntimamente ligado a la necesidad de responder a los problemas ticos que
enfrentan las naciones latinoamericanas. Existe, adems, una continua influencia
de los centros hispanos de produccin intelectual. Salord Beltrn (2002: 528-553)
recuerda el nmero crecido de profesores y funcionarios que haban egresado
de la Universidad de Salamanca y que hicieron su carrera en Amrica. En la opi-
nin de Velasco (2006: 133-134), se lleg incluso a una tradicin de republica-
nismo liberal en Mxico, tradicin que fue desmantelada con el gobierno
porfirista.6
Qu frutos intelectuales y culturales significa la presencia de esta tradicin
intelectual del catolicismo crtico que emerge con el nacimiento de las socieda-
des latinoamericanas? En primer lugar, el pensamiento jurdico hispanoameri-
cano surge como un pensamiento de denuncia de los problemas morales de
la Conquista y colonizacin; es, por lo tanto, un pensamiento cuyos ecos hist-
ricos son cruciales para entender las races de la injustica estructural posterior.
Esta tarea de denuncia, que tiene su ms ardiente exponente en fray Bartolom
de las Casas, defiende la naturaleza humana de los indgenas y establece los
derechos que emanan de la naturaleza concreta de stos. Esta parte de la his-
toria, sin embargo, es olvidada por una historiografa de los derechos humanos
que dibuja el nacimiento progresivo de stos en los mojones histricos del pen-
samiento francs y anglosajn.
Debe enfatizarse, en segundo lugar, que dicha tarea de reflexin y denun-
cia est orgnicamente integrada con la cuestin de la subjetividad moral. El
historiador mexicano Zavala (1993: 15) demuestra que el pensamiento espa-
ol de la Conquista asume la perspectiva de la conciencia. Los escritos de De
las Casas exhiben numerosos llamamientos a la conciencia de los conquistado-
res y los gobernantes espaoles. El nfasis en la conciencia trasciende el indi-
vidualismo para echar luz sobre los mecanismos cotidianos que generan la injus-

6. La historia de la gesta independentista en Centroamrica es muy diferente a la mexicana y


a la de otros pases de Amrica. En el istmo centroamericano la independencia de Espaa se arti-
cula como reaccin a los acontecimientos en Mxico.

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L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

ticia estructural que producen las mltiples crisis vividas en el continente lati-
noamericano.
Esto nos lleva a un tercer punto: la cuestin del bien comn. Esta es preci-
samente una de las ideas polticas que tienen mayor importancia dentro del pen-
samiento catlico desde Santo Toms de Aquino, quien la elabora a partir de
una creadora apropiacin de la herencia aristotlica. Un sujeto responsable y
consciente es un sujeto solidario, y ste necesariamente se interesa por aqu-
llos que son percibidos como dbiles o vulnerables. Una sociedad estructural-
mente injusta necesita de la participacin consciente de todos los miembros de
la sociedad para revertir los procesos de exclusin y negacin del otro. El bien
comn supone una comunidad que se engarza en esfuerzos por resolver sus
problemas, superndose ticamente en el proceso.
Estas tradiciones de crtica de la exclusin, de la importancia de la con-
ciencia personal y la importancia del bien comn, iniciada por los primeros inte-
lectuales latinoamericanos, es continuada por los jesuitas en las fronteras del
imperio hasta que son expulsados en 1767 (Ruiz, 2009), en gran medida debido
al carcter conflictivo que plantea todo pensamiento crtico. Los jesuitas contri-
buyen al pensamiento americano propiamente dicho, como demuestra el hecho
de que algunos de sus miembros hayan respondido al creciente racismo de la
ilustracin, ejemplo del cual es el jesuita mexicano Francisco Xavier Clavijero.
Estas tradiciones brindan una visin ms completa y rica del sujeto de los
derechos humanos. Nos muestran que en Hispanoamrica el sujeto de los dere-
chos humanos no se agota en ningn tipo de individualismo; somos titulares
de derechos en tanto miembros de la especie humana. Pero tambin nos mues-
tra que los derechos del hombre comienzan con un otro cuya opresin no
es posible sin obscurecer la insistente llamada de la conciencia moral.

4. El sentido holstico de comunidad en el mundo indgena


En El sueo mexicano o el pensamiento interrumpido, el escritor francs Le
Clzio (1991: 270-271) se pregunta, no sin cierta melancola, qu tipo de filoso-
fa se hubiese desarrollado a partir de las culturas indgenas amerindias si no se
hubiese dado la Conquista. El escritor francs se cuestiona sobre la riqueza per-
dida que supone para nuestro mundo la destruccin de las culturas indgenas.
Aunque no podemos brindar una respuesta a Le Clzio, nos mueve el obje-
tivo de entender cmo las soluciones para nuestras problemticas deben asu-
mir las venas profundas indgenas que han alimentado a la sociedad mesoame-
ricana y cuyos elementos necesitamos recuperar y renovar para enriquecer
nuestros paradigmas de legitimidad. Qu elementos de las culturas indgenas

ndice 1033
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

pueden ser recreadas a la luz de los problemas agobiantes que las sociedades
mesoamericanas afrontan?
Desde luego, esta pregunta ya no puede aceptar una respuesta en trmi-
nos de reivindicaciones tnicas puras. Esta advertencia adquiere sentido a par-
tir del hecho de que las sociedades latinoamericanas constituyen colectividades
con un alto grado de mestizaje, que deben encontrar soluciones incluyentes en
las que el eje tnico no deviene una nueva justificacin para la discrimina-
cin. Es necesario plantear modelos de legitimidad que no se agoten en la dife-
rencia sino que planteen nuevos proyectos de convivencia. De nuevo, Villoro
(1998: 16) nos invita a considerar naciones proyectadas a partir de una recupe-
racin crtica de estas tradiciones, un proyecto que l opone a la simple recu-
peracin histrica de dichos elementos identitarios. Estas reflexiones son per-
tinentes en la medida en que las tradiciones indgenas en la formacin de la
fisonoma profunda de nuestras sociedades7 han sido ignoradas de manera
sistemtica a lo largo de estos siglos.
No se trata, en este sentido, de buscar una cosmovisin pura que, de todos
modos, es irrecuperable. Se trata de movilizar el poder de transformacin que
suponen prcticas cotidianas como el respeto a la naturaleza, el pedir perdn
por el rbol que se tala, el respeto a los ancianos o la estima social ganada por el
servicio comunitario. Estos hbitus en el sentido dado a este trmino por Bour-
dieu (1990) proveen el andamiaje prctico que permite generar proyectos de
cambio social de carcter profundo.
En todo sentido, el perodo colonial contribuy a romper tambin la posibi-
lidad de desarrollo de algunos de los modelos de pensamiento que dieron
origen a las sociedades hispanoamericanas. Afortunadamente, la labor de misio-
neros como el franciscano Bernardino de Sahagn dej un cuerpo de conoci-
miento que hasta la fecha puede servir para conocer y valorar estas tradiciones.
Por otro lado, es conveniente recordar que la literatura indgena, a travs de su
historia, muestra la conciencia dolorosa de la opresin. Algunas de las pro-
ducciones contenidas en antologas literarias indgenas, como las de Montema-
yor (2004), muestran todo el dramatismo de la vivencia del desprecio por parte
de los indgenas. Vzquez-Gonzlez (2008) ha estudiado la internalizacin de
estructuras opresivas por parte de la subjetividad indgena en El tiempo princi-
pia en Xibalb, obra fundacional de la literatura indgena contempornea en
Guatemala.
Existen varios aspectos que son dignos de rescatar para un proyecto de socie-
dad incluyente que necesita la regin mesoamericana. Es crucial reconocer,

7. Este proceso fue estudiado en el caso de Mxico por Bonfil Batalla (1994). Aunque diferi-
mos de la idea de colonialismo interno que fundamenta la propuesta de este autor, coincidimos en
la presencia de un substrato de prcticas sociales que se derivan de las civilizaciones indgenas.

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L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

en primer lugar, el sentido profundo y holstico de comunidad, que parece ser


una constante en el pensamiento indgena. Reygadas (2010), en un anlisis
reciente, muestra que la idea de comunidad es una invariante a travs de las
diferentes culturas amerindias. Este sentido de naturaleza no se agota en el
mbito humano: se da un acercamiento a una comunidad ms amplia que abarca
el universo, la idea de una integracin del hombre con la naturaleza (Lenkers-
dorf, 1990). En este contexto se ubica la idea de que la tierra es la madre, una
idea bastante extendida en el mundo indgena prehispnico, que en algunas
culturas proyecta un sentido de vida que se centra en la vida en la tierra (Reyes,
2008: 31).
Esta visin comunitaria, holstica y profunda, no debe ser acogida por sim-
ple romanticismo, sino como una necesidad impuesta por las circunstancias que
actualmente vivimos. La reciente Declaracin de las Naciones Unidas sobre
los Derechos de los Pueblos Indgenas (2007) reconoce el derecho general de
las colectividades indgenas a preservar sus formas de vida, costumbres, siste-
mas legislativos, etc. El proceso de defensa de estos derechos puede llevar a
cambios estructurales en las sociedades respectivas.
En particular, el sentido de interdependencia enraizado en el substrato ms
profundo de prcticas mesoamericanas es un recurso normativo para reem-
plazar el individualismo del paradigma liberal de los derechos humanos. Por
otro lado, la visin de la tierra como madre ofrece recursos culturales y ticos
para dejar de considerar a la tierra y a sus recursos como simples mercancas
y establecer pautas de comportamiento con un considerable valor ecolgico y
ambiental. La autosuficiencia del sujeto liberal que exige los derechos de auto-
noma se ve balanceada por el nfasis dado a la obligacin hacia la comunidad
humana y csmica que penetra el mundo indgena. Cabe notar que en muchas
lenguas indgenas no existe un trmino para derechos, pero s existe uno para
denotar obligacin y responsabilidad. Esto coincide con lo que se enfatiza arriba:
que los derechos humanos comienzan con un sujeto que es responsable, que
se reconoce en su interdependencia hacia los dems y que, por lo tanto, es
consciente de que tiene obligaciones hacia los dems, hacia la comunidad, hacia
la naturaleza.
Si nos concentramos en este sentido de comunidad, nos encontramos frente
a un sujeto tico que, en la medida en que reconoce sus vinculaciones al mundo,
est dispuesto a plantearse una ampliacin substantiva del discurso de los dere-
chos. Los derechos colectivos, entonces, no se manifiestan como simples supra-
derechos que pueden enfrentar a unas comunidades con otras, sino ms bien
como un reconocimiento del valor de la comunidad como mbito en el que el
individuo, concreto y vulnerable, se realiza. El individuo se reconoce en la acep-
tacin de su persona como alguien que debe contribuir al bien comn. Esto

ndice 1035
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

puede verse an en prcticas e instituciones indgenas, independientemente del


nivel de influencia colonial que stas puedan poseer. Por ejemplo, el tequio, el
cual originalmente se refera al tributo que los indgenas otorgaban a las auto-
ridades coloniales, se refiere actualmente al trabajo en beneficio comunal en el
que participan los hombres de un determinado poblado para construir escue-
las, infraestructura, etc. Bonfil Batalla (1994) nos muestra cmo dichas prcti-
cas indgenas estn presentes en la fisonoma profunda de Mxico, una tesis
que puede ser extendida a otros pases mesoamericanos. Y esta tarea demanda
un sujeto que se reconoce en una responsabilidad comprometida con el otro.
Esta simple tesis supone que todo proyecto que ataque las races profundas
de la crisis mesoamericana debe abrirse de manera radical a cuestionar ciertas
instituciones comnmente aceptadas en el mbito de las democracias occi-
dentales. Instituciones como el libre mercado o el sistema de partidos polti-
cos necesitan ser readecuados en estos contextos sociohistricos. Los derechos
humanos, por lo tanto, deben acomodarse a las tradiciones mesoamericanas si
sas van a jugar un papel relevante en la identificacin de soluciones a los pro-
blemas de la regin. De otro modo, los instrumentos internacionales de
derechos humanos, las constituciones, etc., siempre estarn desvinculadas de la
realidad profunda que viven las diversas regiones latinoamericanas.
Cmo podemos integrar las ideas anteriores en contribuciones a la filoso-
fa poltica contempornea y, ms an, en proyectos concretos de cambios socio-
polticos? Las reflexiones finales de este trabajo pretenden sugerir conclusiones
bsicas y propuestas de cambios mnimos, que, no obstante su provisionalidad,
pueden describir los primeros pasos para desmantelar las estructuras sociales
opresivas que caracterizan a la regin.

5. La integracin de lo hispanoamericano y lo indgena: ideas y proyectos


El sentido de comunidad de las tradiciones indgenas puede integrarse con
el nfasis en la conciencia y el bien comn que han sido heredados de la heren-
cia catlica. As pues, reinterpretar el sujeto de los derechos humanos en Meso-
amrica plantea una concepcin en la que la individualidad slo puede
comprenderse en el seno de la comunidad, que ahora abarca no slo los otros
seres humanos sino tambin la naturaleza. En la comunidad o en la sociedad
que busca el bien comn, el individuo se siente obligado o motivado a abrirse
hacia el otro en una responsabilidad cuyos lmites no estn marcados ni por
el autointers ni por el materialismo.
Este nfasis en el individuo abierto hacia la comunidad se vincula con la
cuestin de la conciencia individual, una conexin capaz de interrumpir los pro-
cesos de sedimentacin y consolidacin de la injusticia estructural. La percata-

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L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

cin de la participacin de procesos de consolidacin de la justicia moviliza el


sentido tico, levantando el umbral moral de lo que se considera permitido o
no en un contexto histrico especfico.
Este nfasis en la subjetividad moral conlleva concebir al sujeto de los dere-
chos humanos como la vctima de las mltiples opresiones que existen dentro
del cuerpo social. Desde la perspectiva de la primera persona, el sujeto de los
derechos humanos plantea sus demandas cuando percibe la negacin social de
su humanidad, y no cuando ve limitada su capacidad de autonoma La autono-
ma est delimitada en la propia conciencia por los mltiples vnculos que
requiere la comunidad en la que el individuo se realiza genuinamente.
Este reconocimiento se debe promover a travs de prcticas sociales, entre
las cuales sobresale la educativa. sta es una tarea que llevara tiempo, pero
ofrece ms posibilidades que la actual perspectiva de los derechos humanos
desde una perspectiva liberal, una idea que no se ha arraigado en la mentali-
dad comunitaria.
Estas reflexiones pueden ubicarse dentro de la creciente conciencia de la
vinculacin entre injusticia social e individualidad. La filsofa norteamericana
Young (2001: 5), por ejemplo, reconoce que las estructuras sociales existen solo
en la accin e interaccin de las personas; existen no como estados de cosas,
sino como procesos. La responsabilidad poltica supone el reconocimiento de
la propia participacin en procesos sociales que generan resultados injustos
(ibd.: 15). As, Young reconoce que la injusticia estructural est vinculada al
hecho de que aceptamos las reglas y convenciones de las sociedades e insti-
tuciones en las que ejercitamos nuestras acciones (ibid.: 12).
Conviene mencionar que lo comunal, en nuestra opinin, exorciza algunos
de los problemas que pudieran surgir con un esencialismo o fundamentalismo
tnico. En contextos de mestizaje profundo, como los que se encuentran en el
rea mesoamericana, lo comunal implica de por s la superacin de la diferen-
cia tnica. En efecto, por su naturaleza, lo comunal debe abrirse a lo dife-
rente; lo tico fuerza a buscar las igualdades profundas que subyacen a las
construcciones identitarias. Esto, en nuestra opinin, podra romper ese peli-
gro esencialista que surge cuando la diferencia tnica se quiere imponer. Con
estas consideraciones en mente, los actuales instrumentos de derechos indge-
nas podran usarse para promover el ejercicio local del poder. Un caso inte-
resante se est dando en Guatemala, en donde las comunidades indgenas se
enfrentan a las compaas mineras que intentan explotar los recursos natura-
les con toda la contaminacin y destruccin que esta actividad conlleva.
Se puede establecer, sin pretensin de exhaustividad, una serie de objetivos
y tareas bsicas para implementar las anteriores reflexiones. Estos objetivos nos
parecen mnimos e imprescindibles. Por lo dems, estos cambios son factibles

ndice 1037
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

en virtud de los recursos normativos, especialmente constitucionales, que se


han generado en la regin mesoamericana.
La primera es un esfuerzo poltico e intelectual destinado a promover el for-
talecimiento de la comunidad como una meta de los sectores que promueven
el paradigma de los derechos humanos. Se debe comprender que el sentido de
comunidad se arraiga de la manera ms orgnica en la fisonoma profunda
de las sociedades mesoamericanas y que ignorar esto llevar siempre a procesos
de fragmentacin de lo social. Es necesario integrar derechos individuales y
colectivos en constelaciones que integren las perspectivas de gnero y etnia en
el seno de un espritu de solidaridad. Esta tarea supone una atencin especial
a una educacin que ahora se propone el desarrollo de las autnticas capaci-
dades morales del individuo.
Estos recursos comunitarios pueden ser recuperados y desarrollados para
enfrentar problemas como la violencia. Por ejemplo, un Estado consciente de
este potencial podra aprovechar estas tendencias profundas para avanzar pol-
ticas en las que las comunidades se ocupan del cuidado de sus miembros ms
jvenes para evitar que stos se involucren en actividades violentas. Las comu-
nidades deben trabajar para lograr sus anhelos de seguridad, sin esperar que
stos sean satisfechos por ordenamientos polticos que han fetichizado su ejer-
cicio del poder. Los movimientos sociales deben reorientar su lucha para poten-
ciar este sentido de autogestin.
La segunda tarea concierne a la organizacin poltica: se deben promover
formas de poltica que privilegien el poder comunal y el poder local. Por su
naturaleza, la comunidad exige modelos polticos que permitan movilizar los
acuerdos que se alcanzan en contextos en donde se priorizan las discusiones
directas, cara a cara. Lo nacional debe pensarse, en consecuencia, como un ejer-
cicio que promueve las democracias comunales, respetando sus decisiones. Exis-
ten diferentes maneras de alcanzar balances entre lo comunal y lo nacional.
En tercer lugar, debe aceptarse que existen formas de concebir el poder que
no se agotan en el rol instrumental y dominativo que ste ha ido adquiriendo
en el pensamiento occidental. En este sentido, ha ido ganado espacio la idea
de que mandar implica obedecer la voz de la comunidad. Estos modelos de
ejercicio poltico, que apuntan a ejercicios de antipoder, se reforzaran con los
modelos educativos a los que nos hemos referido arriba, y podran llevar, con
el tiempo, a cambiar el modelo de partidos polticos que introduce influencias
negativas en las comunidades.
Las tareas descritas necesitan llevarse a cabo en consonancia con las prc-
ticas que promueven el bien comn. De esta manera, sera posible desmante-
lar esas tradiciones disociativas que han llevado a la exclusin, la desigualdad
y, en ltimo trmino, a la crisis multidimensional que estamos viviendo.

1038 ndice
L AS TRADI C I ONE S CULTURA LE S F O R M AT I VA S D E L A S O CI E DAD ME S OAME R I C ANA

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1040 ndice
U TO P A S , M O D E L O S Y R E A L I DA D E S

GNEROS DE LA CULTURA MASIVA: ENTRE EL VERISMO Y EL REENCANTAMIENTO


DEL MUNDO
Vanina Papalini
CONICET - Universidad Nacional de Crdoba, Argentina

Resumen
La presencia dominante y contradictoria de las narrativas cotidianas y los
relatos fantsticos revela un conjunto de peculiaridades de la cultura masiva
contempornea que permite comprender sus tonalidades emotivas. Partiendo
de la teora discursiva de Mijal Bajtn, que entiende los gneros discursivos
como registro de la sensibilidad de una poca, analizar las caractersticas dis-
tintivas de las principales obras escogidas por el pblico en el terreno litera-
rio y cinematogrfico en el ao 2009.
Tomar ejemplos del mercado editorial y cinematogrfico de cuatro pa-
ses hispanohablantes: Argentina, Colombia, Mxico y Espaa. A partir de la
comparacin entre los gneros de las producciones ms populares, exami-
nar las similitudes y diferencias entre los casos. Finalmente, al analizar los
gneros en trminos de desencantamiento y reencantamiento del mundo,
podrn delinearse algunos grandes cauces de las significaciones sociales
que transitan el presente.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

1. Entrada
Pluralidad, diversidad, complejidad, disparidad. A simple vista, la cultura
contempornea parece manifestarse bajo distintas formas, que coexisten, se
transforman y se suceden, dando prueba de una apertura a la diferencia y la
singularidad que constituira el nico denominador compartido.
Siguiendo una vocacin algo ms curiosa e inquisitiva, empiezan a descu-
brirse algunos patrones comunes en la variedad aparente. Quisiera proponer
una lectura de la cultura masiva contempornea en trminos de gneros discur-
sivos, partiendo de una suerte de tipologa que permita acceder a sus atributos
ms huidizos: la sensibilidad y el fondo emotivo que, discretamente, alimentan
su configuracin actual.
Aunque la multiplicidad de gneros desplegada en la produccin cultural es
evidente, llama la atencin la preeminencia de dos variedades contrapuestas:
por un lado, los gneros veristas, tales como las biografas y testimonios, la auto-
ayuda, los reality-shows y los talk-shows; por otro, los relatos fantsticos y mara-
villosos. Tanto las sagas de los vampiros adolescentes como el fenmeno de
Harry Potter, como las antiguas novelas de Tolkien y C. S. Lewis revisitadas por
el cine y la proliferacin de obras de este estilo han poblado el universo cul-
tural masivo de seres imaginarios y sagas picas. A mitad camino entre la fan-
tasa y la ciencia ficcin, el xito de la pelcula Avatar seala fusiones de
gneros que permiten juegos de identificaciones mltiples.
Cul es la trascendencia de estos datos en el horizonte cultural? Se trata de
rasgos peculiares que corresponden a grupos etreos diferentes, con imagina-
rios diversos? Pueden entenderse como fenmenos mundiales, o dependen de
los contextos culturales nacionales?
Mi objetivo es interrogar la significacin que adquiere la presencia domi-
nante y contradictoria de las narrativas de la vida cotidiana y los relatos fan-
tsticos en la cultura masiva contempornea. Partiendo de la teora discursiva
de Mijal Bajtn, que entiende los gneros como registro de la sensibilidad de
una poca, analizar las caractersticas distintivas de las principales obras esco-
gidas por el pblico en el terreno literario y cinematogrfico en los ltimos tres
aos.
Tomar ejemplos del mercado editorial y cinematogrfico de cuatro pases
hispanohablantes: Argentina, Colombia, Mxico y Espaa. A partir de la com-
paracin por gnero de las producciones elegidas por el pblico, examinar las
similitudes y diferencias entre los casos. Finalmente, intentar comprender de
manera general la preferencia que los pblicos manifiestan repensando los gne-
ros en trminos de desencantamiento y reencantamiento del mundo.

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G N E R O S D E L A C U LT U R A M A S I VA

2. Fundamentos
Un gnero implica, bsicamente, una legalidad. El establecimiento de cier-
tas reglas a cumplir sirve como definicin, como marca de identidad, de tal
manera que se conjure toda suspicacia, toda ambigedad y toda indecisin.
Como se sabe, ninguna ley es universal ni transhistrica: las normativas son
herramientas concretas que deben permitir tipificar situaciones del estricto pre-
sente. En la vida de los gneros discursivos, el anacronismo no es un pecado,
sino una declaracin de muerte y olvido.
Ciertamente, al igual que lo que ocurre en la vida social, la mayor parte de
las situaciones que se presentan ms frecuentemente son asignadas con dificul-
tad a una categora especificada tericamente. Son pocos los casos en los que
no existen prstamos, mezclas, recreaciones y fusiones.
No obstante la labilidad de sus lmites, los gneros discursivos ayudan a inter-
pretar el imaginario y la sensibilidad de las distintas pocas y generaciones.
Mijal Bajtn (1982: 253) seala que reflejan de una manera ms inmediata, atenta
y flexible todas las transformaciones de la vida social. Es dable imaginar a un
lingista del futuro exhumando registros de chats y mensajes de texto de tel-
fonos mviles y escrutando estos restos antropolgicos que plasman una vida
cotidiana desaparecida. Quien examine estas brevsimas piezas discursivas,
sin duda notar el predominio de la funcin ftica por encima de la informa-
tiva, la inmediatez de las decisiones que acompaan las vicisitudes de una vida
siempre dinmica e inestable, el recurso iconogrfico que apunta a la mostra-
cin de sentimientos, el tono cool...
Los discursos estn marcados por el horizonte cultural al que refieren y la
situacin de enunciacin en la que se producen. Agrega Bajtn (1982: 254): Los
enunciados y sus tipos, es decir, los gneros discursivos, son correas de trans-
misin entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua. [...] en cada
poca del desarrollo de la lengua literaria, son determinados gneros los que
le dan el tono [...].
La aseveracin es sugestiva: esa materia inaprensible que contienen las pro-
ducciones culturales: el tono, la emotividad, una sensibilidad peculiar, un humor
caracterstico, son rasgos poco objetivos pero tan ntidos que permiten iden-
tificar una poca y reconocer sus inflexiones. Segn Bajtn, este trasfondo
subjetivo sera accesible si se pudiera desentraar el misterio cifrado en la pre-
valencia de ciertos gneros. Enigmtico designio que nos interpela por una
doble va: cul es el gnero que predomina? y qu es lo que esta preponde-
rancia significa?
Es necesario atender, adems, el horizonte invocado por los gneros discur-
sivos: se trata de la cultura comn, de la cultura como un implcito slo ase-
quible a los que estn inmersos en ella y, por ello mismo, invisible.

ndice 1043
ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

En nuestro tiempo, la cultura comn es la cultura masiva, la cual, a pesar


de su pblica declaracin de diversidad, se caracteriza por la estereotipia y seria-
cin que la hacen especialmente apta a la reproduccin. Para ello, desarrolla
pautas generales bsicas, encuadres que faciliten su trabajo y aseguren que la
cadena productiva no se interrumpir.1 Las reglas de gnero casan con la cul-
tura masiva y constituyen una unin feliz, aunque, quiz, algo proclive a la
rutina. En cambio, el arte est menos obligado y disfruta la libertad condicio-
nada del soltero.
Esta combinacin no implica en modo alguno que las obras de gnero, ya
sea que formen parte de la cultura masiva o que se incluyan en la esfera arts-
tico-literaria, carezcan de vala. Ni significa, a la inversa, que la cultura masiva
exponga gneros puros. Lo que intento decir no implica juzgar calidades ni afir-
mar la existencia de tipos ideales. Mi intencin es otra: apunto a subrayar que
la prevalencia de ciertos gneros debe ser entendida como manifestacin de
una disposicin anmica especial, propia de una cultura y hasta me atrevera
a decir: de una generacin en un determinado momento.
El trmino cultura masiva designa un repertorio de objetos y prcticas exten-
didos, de difusin vasta y amplio alcance territorial su penetracin excede inclu-
sive los lmites nacionales tendiente a la internacionalizacin, lo cual supone
cierta igualacin de los patrones culturales. El adjetivo masivo califica tanto a la
produccin cultural como a su recepcin y difusin en trminos de magnitu-
des. La propensin a la uniformidad, consecuencia de su elaboracin en serie
y de su circulacin bajo la lgica de la globalizacin, tiene como artfices fun-
damentales, pero no como nicos actores, a las industrias culturales. Vale decir
que no cualquier mensaje o producto puede llegar a ser masivo, tiene que intro-
ducirse en un sistema de medios que se facilite su exhibicin y distribucin.
Entonces, y teniendo en cuenta sus modos de produccin y transmisin, no
es sorprendente encontrar ms igualaciones que diferencias, cambios lentos o
excesivamente rpidos y unidad donde slo podran imaginarse pluralidades.
De qu se trata este fenmeno, entonces?

2.1. Cultura de nuestra poca, cultura masiva

Las producciones de la cultura masiva son discursos que expresan y a la vez


recrean los horizontes de sentido, constituyendo claves interpretativas que
permitan la comprensin del mundo. Su gnesis, su modo de fabricacin y su
voluntad de alcanzar al gran pblico hacen de ellas expresiones atentas a lo

1. Gallino, L. 1995, pp. 256-260.

1044 ndice
G N E R O S D E L A C U LT U R A M A S I VA

que acontece en la superficie social, a las dinmicas histricas y a las variacio-


nes ms inmediatas de la sensibilidad colectiva: tienden a producir un reconoci-
miento instantneo y un conjunto de resonancias epidrmicas en los receptores
basadas, fundamentalmente, en la identificacin y reconocimiento de un pathos
compartido. Las producciones ms valoradas no son necesariamente las de mejor
calidad ese dato puede, inclusive, ser relativizado sino las que son capaces
de penetrar en ciertos rasgos de la sensibilidad social, adhiriendo a ella intui-
tiva o conscientemente.
Utilizo el trmino sensibilidad como una traduccin de la nocin anglosa-
jona de sensorium,2 muy transitada por el empirismo anglosajn a pesar del ori-
gen latino del trmino. El concepto comprende el conjunto de sensaciones, per-
cepciones, representaciones, que combinan estos elementos e interpretaciones
es decir, un procedimiento que implica la asignacin de sentido que surgen
de la informacin del mundo que nos rodea. Es decir, que se trata de una ten-
sin entre el interior del sujeto y los estmulos provenientes del exterior cap-
tados a travs de los sentidos y organizados por las facultades de la mente, como
la cognicin y la inteligencia. La percepcin es tanto fenomnica como psico-
lgica, ya que incluye tambin la capacidad de aprehender la realidad interna
de otros seres humanos y las emociones propias.
Elevado a un nivel social, el sensorium es expresin de un ambiente humano
que abarca tanto la situacin material, psicofsica y econmica las condiciones
estructurales en las que seres concretos realizan su existencia como social, cul-
tural e histrico-poltica, es decir, todas las esferas de la vida en relacin.
La idea que intento defender aqu es que las producciones culturales dan
cuenta de ese sensorium, de maneras indirectas pero claras. Entindase bien: la
mayor dificultad consiste en traducir al lenguaje una sensibilidad particular que
conocemos y experimentamos cotidianamente y que, por eso, naturalizamos.
La crtica cultural participa del mismo orden de problemas que enfrenta cual-
quier creacin cuando quiere expresar un estado anmico, una emocin o un
carcter determinado, pero al que agrega la complejidad propia de la dimen-
sin social. Aun sabiendo estas dificultades, considero que, tomadas en su con-
junto, las obras ms aclamadas de la cultura masiva permiten establecer los gran-
des cauces de significacin por los que transita la inteligibilidad del presente,
expresando su trasfondo sensible.
Esta tesis est bien afianzada en relacin al lenguaje y su capacidad de evo-
car universos simblicos mayores. Para Gadamer (1977: 549), cada palabra hace
resonar el conjunto de la lengua a la que pertenece y deja aparecer el conjunto

2. Sensation, perception, and interpretation of information about the world around us by using
faculties of the mind such as senses, phenomenal and psychological perception, cognition and inte-
lligence. Sensorium definition in http://www.medterms.com/script/main/art.asp?articlekey=15732.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

de la acepcin de mundo que le subyace. Por eso cada palabra, como aconte-
cer de un momento, hace que est ah tambin lo no dicho, a lo cual se refiere
como respuesta y alusin.
Esta tesis es menos aceptada para las obras de la cultura masiva. Hay algu-
nas razones fundadas para ello: en primer lugar, en la cultura, el lenguaje no
es de nadie, es apropiado de modos infinitamente variables y, a la vez, sli-
damente compartidos. Las producciones culturales masivas, en cambio, son pro-
piedad privada, y no justamente de cualquier particular, sino de aquellos que
detentan una cuota nada desdeable de poder simblico, poltico y econmico.
En segundo lugar, la Teora Crtica ha formulado una fuerte impugnacin del
orden cultural masivo como creacin social, subrayando su papel ideolgico,
al servicio de la reproduccin social, que modela a los sujetos.3 Las culturas
masivas contemporneas no seran, entonces, expresin de una sensibilidad
sino causas eficientes en su produccin. Este ltimo argumento, contundente
en su formulacin terica y fuertemente cimentado, puede ser, sin embargo,
matizado un poco. Intentar afrontar este desafo en la ltima parte de este tra-
bajo.

2.2. El pastiche posmoderno: coexistencia de gneros

Hasta aqu la tarea de fundamentar un estudio de las sensibilidades a partir


de los gneros ya no parece fcil y los argumentos resultan apenas convin-
centes. Y an falta hacer referencia a una cualidad de la cultura que agregar
ms recelos. Las claves interpretativas de la posmodernidad pregonan ince-
santemente el carcter fragmentario y sincrtico de una cultura anloga al patch-
work, un lienzo confeccionado con retales cuya unidad tiene que ver ms con
la funcin que con la forma. Se habla del pastiche posmoderno, tambin, como
ese recurso a lo mltiple que se vuelve parte de la obra.
En ese caso, la introduccin de lo diverso cobra la forma de la cita, la paro-
dia, lo desconcertante, la incrustacin o el montaje de microsegmentos, cons-
tituyendo un artificio tcnico puesto al servicio de un propsito esttico que
subraya la plurivocidad y la multiplicidad.
En la imagen del patchwork, la diversidad es yuxtaposicin pragmtica
ms que efecto intencional. En la cultura, es una resultante de acciones diver-
sas, sin sincrona ni plan. Extraordinariamente para los defensores de la indi-
vidualidad autnoma de los seres humanos o previsiblemente para los que

3. Vanse al respecto las obras clsicas de Theodor Adorno y Max Horkheimer y el anlisis cr-
tico de Blanca Muoz, 1989.

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G N E R O S D E L A C U LT U R A M A S I VA

estn ms cerca de concebirlos como un colectivo modelado por un sistema


social, hay en ella algunos grandes rasgos comunes... y muchas variaciones.
Son los rasgos comunes los que facilitan el reconocimiento de las pocas.
Para el crculo de Bajtn, la palabra aqu lo extenderemos tambin a la imagen
es un registro de la historia. Indica Voloshinov (1992: 43) que es el indicador ms
sensible de las transformaciones sociales, inclusive de aquellas que apenas
van madurando, que an no se constituyen plenamente ni encuentran acceso
todava a los sistemas ideolgicos ya formados y consolidados.
Los gneros discursivos son parte de la dinmica histrica, se vinculan con
los horizontes epocales y con el conjunto de preocupaciones, creencias e inte-
rrogantes que inquietan a una sociedad en un momento determinado. Tanto los
motivos y preocupaciones expresos como la suma de implcitos comprendi-
dos en su formulacin la representacin del mundo, la lectura de presente,
la percepcin del pasado y del futuro, el gusto esttico, los giros del lenguaje
en uso, etc. se plasman en las producciones culturales. En cada etapa evolu-
tiva de la sociedad indica Voloshinov (1992: 47), existe un especfico y limi-
tado crculo de temas expuestos a la atencin de la sociedad y en los que esta
atencin suele depositar un acento valorativo. Pero hay algo ms que se cuela
en las obras: la manera de vivir las relaciones sociales jerrquicas, de amistad,
laborales, de pareja o familiares, la percepcin que los sujetos tienen de los
otros y de s mismos; esto es, la configuracin afectiva, el continente de la
sensibilidad.

3. Gneros autobigrficos y veristas


La etapa actual ha potenciado el surgimiento de nuevos gneros y forma-
tos que ponen en escena la cotidianeidad, la interioridad, la intimidad de cada
ser singular. Bajo esta misma impronta, viejos formatos han sido revitalizados.
Relatos de vida, reportajes, entrevistas, testimonios, confesiones, son formas de
narrar que integran la escena meditica desde sus inicios, actualizadas y reim-
pulsadas en las ltimas dos dcadas.
En parte como un elemento propio de la lgica informativa que da cuenta
de la contingencia y la ocurrencia puntual, con la forma de la crnica y de boca de
los protagonistas, en parte por necesidades de dar rostros a circunstancias an-
nimas y personificar, mediante vidas concretas, acontecimientos distantes, las
vivencias singulares son incluidas habitualmente en el discurso de los medios.
Estos formatos toman como eje fundamental la narracin de la vida, enfocando
especialmente los aspectos subjetivos y subrayando en ellos las emociones.
Como un melodrama sin argumento, el odio, el dolor, el amor, la clera, la
decepcin, se exponen ante los ojos de las audiencias sin timidez ni reparos.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Los relatos van involucrando al espectador, que se siente parte y se adhiere a


una u otra posicin mientras es instado a ponerse en el lugar del otro. La manera
de reclamar la atencin del pblico vara segn el gnero del que se trate, pero
todos tienen en comn la propensin a construir identificaciones por reflejo
directo o movilizar la compasin.
Aun el menor incidente tiene una dimensin emotiva especial si se expresa
frente a un pblico. Se busca provocar la identificacin que conmueva y gol-
pee afectivamente a la audiencia, articulando lo individual y lo colectivo que,
en palabras de Olivera (1996: 87), toma como figura raigal la persona como
unidad cuerpo/alma que, dotada de una substancialidad irreductible a la lgica
del nmero propia de la masificacin, comunica sus emociones [...]. A
partir de la mediacin, se desarrolla el vnculo comunicativo [...] como una expe-
riencia colectiva de juncin entre personas, que llegan a participar as de un
gran lazo comunitario, logrando constituir la paradoja que podramos desig-
nar con el oxmoron comunidad de masas. Este artificio discursivo introduce
la individualidad en el seno de una produccin cultural seriada, fraguando de
esta manera la integracin en una trama social de un caso aislado que se vuelve
familiar a los pblicos. El sentido comn hace el resto: el caso se vuelve repre-
sentativo de un conjunto de circunstancias que caracterizan a la realidad actual.
Para Bajtn (1982), la encarnacin testimonial sigue el modelo de la bio-
grafa cotidiana, una narrativa fundada en valores sociales, de grupo o familia-
res. Su nota distintiva es la presentacin de mltiples detalles domsticos, caren-
tes de una significacin universal, que se circunscriben a los mbitos reducidos
de la esfera hogarea. Las acciones relatadas no tienen impacto alguno en el
acaecer social: se trata, por el contrario, de la dimensin privada. No se cuen-
tan sucesos extraordinarios sino ordinarios, montonos, triviales. Las narraciones
de la vida cotidiana no constituyen un argumento; se limitan a exhibir fragmen-
tos y ancdotas. La identificacin de los receptores en relacin a este tipo de
relatos es natural: son las vidas que ocurren a cualquiera y en la que todos pue-
den verse reflejados.
Estas narrativas son muy frecuentes en los medios cuya recepcin es pri-
vada: televisin, radio, libros, semanarios y, en menor medida, la prensa. En un
cuidadoso anlisis de los gneros que forman parte de lo que denomina el
espacio biogrfico, Arfuch (2002: 117) establece la predileccin actual de los
medios por estas formas de enunciacin del yo: El avance de la mediatiza-
cin y sus tecnologas del directo han hecho que la palabra biogrfica ntima,
privada, lejos de circunscribirse a los diarios secretos, cartas, borradores, escri-
turas elpticas, testigos privilegiados, est disponible, hasta la saturacin, en for-
matos y soportes a escala global.

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G N E R O S D E L A C U LT U R A M A S I VA

La amable convivencia entre los gneros biogrficos y los medios que carac-
teriza a la cultura masiva contempornea se apoya en las necesidades de stos
y los rasgos de aqullos. Las biografas cotidianas actan como una autentifica-
cin, borran las marcas de la construccin meditica, dejan una huella perso-
nal que particulariza a los individuos, amparan la inscripcin afectiva.
El desplazamiento producido en las preferencias de gneros eclipsa a los
actores excepcionales, reemplazndolos por figuras corrientes. Esta preferencia
pone de manifiesto una transformacin cultural epocal, dando el tono la pecu-
liar coloracin afectiva del presente. Esta afeccin singular parece sugerir el
ocaso de los hroes, como si ya no proporcionaran una clave de sentido vlida,
como si el descrdito ms absoluto hubiera desvanecido su aura.
An empaada, la cultura sigue oficiando como una superficie que devuelve
la doble definicin del yo y el nosotros. Como subraya Arfuch (2002: 65), [...] la
dimensin simblico/narrativa aparece a su vez como constituyente: ms que
un simple devenir de los relatos, una necesidad de subjetivacin e identifica-
cin, una bsqueda consecuente de aquello-otro que permita articular, aun tem-
porariamente una imagen de autorreconocimiento. Esto lleva a concluir que,
aunque desdibujadas, las narrativas actuales colman ese imperativo. La pregunta
es de qu manera lo hacen, qu sujeto enuncian.
Desde el punto de vista de la representacin meditica, estos pequeos rela-
tos no hablan de la fuerza sino de la debilidad y el sufrimiento encarnados en
una historia personal. Exponen ante el pblico el dolor, el fracaso, la necesidad
y el logro minsculo.
Al acentuar la mirada sobre el mundo privado, se transforman en una suerte
de espejo consolador: si el futuro es incierto y el presente poco prometedor,
el repliegue ntimo aparece como el ltimo recurso disponible. Coincidiendo
con la lectura de un mundo desencantado, el microrrelato parece la manifes-
tacin de los procesos de individualizacin y de disolucin de la trama social.
Veamos algunos datos que permitan observar este fenmeno en el mercado
editorial. Tomar mis referencias de los 15 libros ms vendidos en 2009 en un
panel de cuatro pases hispanohablantes: Argentina, Colombia, Mxico y Espaa.4
Los datos estadsticos construidos hacen evidente la importancia de aquellos
gneros que se conectan ms directamente con las necesidades prcticas, ya sea
aquellos que proporcionan orientacin para la vida o los que se consagran al
anlisis de la actualidad nacional. Los libros de autoayuda y de poltica, estos
ltimos presentados bajo la forma de biografas y testimonios de los protago-

4. Los datos de ventas de libros fueron tomados de informaciones publicadas por distintos peri-
dicos y portales accesibles desde Internet. En las referencias bibliogrficas se provee el listado com-
pleto. Las tasas se calcularon en base a esta informacin.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

nistas, ocupan un lugar significativo en trminos de ventas. As, el 33 % de los


ttulos ms vendidos en Argentina, Colombia y Mxico corresponde a este grupo.
En Espaa, donde los libros sobre poltica nacional no parecen revestir un inte-
rs demasiado notable, la tasa se reduce al 13 %. A caballo entre los gneros
ficcionales y los libros de no-ficcin, las novelas histricas y las biografas repre-
sentan el 13 % de los ttulos ms vendidos en los tres pases latinoamericanos
y ascienden al 20 % en Espaa.
Estos datos no dan cuenta del peso del gnero en su totalidad, pues se basan
en las cifras acumuladas por los 20 ttulos ms vendidos durante el ao 2009.
Sin embargo, son suficientemente representativos de la importancia adquirida
por estos relatos desencantados, domsticos, carentes de heroicidad. La gravi-
tacin de estas narrativas es una particularidad de nuestro tiempo que se extiende
ms all de las idiosincrasias nacionales aunque stas, evidentemente, existen.
En el cine, en cambio, estos gneros no tienen el mismo peso, como si
fueran patrimonio de la televisin. Las numerosas biografas de grandes per-
sonajes que se exhibieron durante 2009 (Coc Chanel, la reina Victoria, Edith
Piaf, el Che Guevara, por nombrar algunos), o dramas humanos menos excep-
cionales, tales como los que presentan El solista, Gordos, Visita inesperada o El
vuelo del globo rojo, no han despertado mayor inters. No obstante, debe des-
tacarse que las biografas, en general, y las biografas histricas, en particular,
ocuparon una porcin importante de la industria cinematogrfica, representando
algo menos del 10 % de las realizaciones de 2009.5
Es importante destacar el tratamiento que reciben estas biografas, que decons-
truyen la heroicidad del personaje, mostrndolo en sus facetas ntimas y coti-
dianas, y que desdibujan su excepcionalidad para revelar el costado humano
que lo asemeja a cualquiera y equipara su vida a la vivida por los pblicos.
El cine, sin embargo, se caracteriza por ser el territorio de lo extraordina-
rio, tanto por su composicin espacial que propicia la inmersin en una atms-
fera distinta, como por el tipo de relatos al que apunta, que aprovechan
desesperadamente las peculiaridades del mdium para competir con las panta-
llas domsticas. En este plano, los antiguamente llamados efectos especiales hoy
tecnologa bsica imprescindible para la realizacin cinematogrfica, son recur-
sos que atraen espectadores a las salas. El cine se va convirtiendo as en un mbito
particularmente apto para la preeminencia de los gneros fantsticos.

5. Los datos de la taquilla del cine en los cuatro pases del panel se tomaron centralmente de
la pgina web Movie Box Office Mojo y fueron cruzados con otra informacin disponible en Inter-
net.

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4. Gneros fantsticos y extraordinarios


La definicin del gnero fantstico tiene como origen la teora literaria, aun-
que reconoce diversas fuentes. La mayora coincide en establecer una primera
lnea de demarcacin, separndolo de los gneros realistas. Los gneros fantsti-
cos narran acontecimientos irreales, sobrenaturales e imaginarios, que producen
la fascinacin de lo temible,6 una extraeza irreductible que se produce en el
arco que va de lo mgico a lo siniestro. A veces, lo fantstico tiene un marco
de verosimilitud: es un sueo o una pesadilla, o efecto de una manipulacin
cientfica; en este ltimo caso, se vincula a los relatos de ciencia-ficcin.7 La dife-
rencia con este ltimo gnero estriba bsicamente en la justificacin de los mun-
dos ficcionales creados: la ciencia ficcin apela a razonamientos lgicos y al
despliegue de la ciencia, construyendo una realidad posible, mientras que el
relato fantstico es ambiguo e incita a cuestionar el estatuto de lo real. Aun-
que no siempre el contexto cientfico est tan desarrollado como para susten-
tar claramente esta diferencia, la verosimilitud de la ciencia ficcin contrasta con
la emergencia del portento, tpica del gnero fantstico.
Todorov (2006: 30) seala dos caractersticas distintivas del gnero fants-
tico que, curiosamente, no responden a caractersticas de la obra, sino que se
verifican en su recepcin. Por un lado, el lector tiene una percepcin incierta
de los acontecimientos relatados y duda sobre la realidad de los fenmenos
narrados, sin poder decidir de inmediato su carcter. Por otro, para Todorov
(2006: 30), los relatos fantsticos no admiten ni una lectura potica ni alegrica
un relato moral subyacente, por ejemplo.
Si los gneros biogrficos y autobiogrficos refuerzan su relacin con lo real,
construyndose como relatos naturalistas montados sobre acontecimientos ordi-
narios, el gnero fantstico es su contratara, puesto que pone de manifiesto lo
extraordinario. En trminos de la relacin con los pblicos, no genera identifi-
caciones sino desconcierto. Tal vez su enorme atractivo tenga que ver con el
hecho de que pone de manifiesto una pregunta sobre la ndole de nuestra exis-
tencia, introduciendo la incertidumbre: como deca Borges (1949), vacilamos al
decidir si nuestra propia vida pertenece al orden de lo real o a lo fantstico.

6. Gandofo, E. 2007, p. 274.


7. Incluyo cierto tipo de relatos de ciencia-ficcin como fantsticos, considerando que la cien-
cia tambin forma parte de un universo de creencias seculares de nuestro tiempo. La actividad de
la ciencia en la literatura y en el cine ha desembocado en la creacin de prodigios, asemejndose
al modo en el que acta un auxiliar mgico o una pocin. En cambio, no incluyo en el gnero de
ciencia-ficcin a aquellos relatos que, utilizando un invento tcnico, hacen de la ciencia ficcin una
excusa para narrativas de accin o blicas. Cabra preguntarse tambin sobre la forma que ha adqui-
rido la ciencia ficcin en la actualidad, puesto que se ha distanciado notablemente de los patro-
nes clsicos del siglo XX.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

El interrogante suscitado por el acontecimiento fantstico cuestiona el orden


mismo de la existencia humana y conlleva angustia: la realidad muestra plie-
gues y oquedades desconocidos y se vuelve insegura. No obstante, en las indus-
trias culturales, la zozobra es una experiencia controlada; la inquietud se
circunscribe al tiempo que dura la inmersin en la obra. Siendo confinadas al
mundo de la ficcin, las narraciones fantsticas sirven al propsito de conjuran
lo siniestro y pueden resultar, a la postre, tranquilizadoras.
Los distintos subgneros dentro de este gran grupo que comprende lo fan-
tstico elaboran estrategias diferentes. Los relatos maravillosos los cuentos de
hadas o de magia, establecen una ruptura clara, una discontinuidad radical con
el mundo real salvo que aludan a l como alegora, provocando un efecto de
ensoacin y de transporte a un universo diferente y completo, cerrado en s
mismo y ajeno, como ocurre en la fantasa prodigiosa de Harry Potter o El seor
de los anillos.
En cambio, cuando se presenta un acontecimiento sobrenatural y el relato
fantstico orilla lo tenebroso en Crepsculo por ejemplo, se alude a la exis-
tencia de resquicios de la realidad cotidiana que revelan dimensiones ocultas.
La conviccin de la existencia de seres fantsticos tales como vampiros, hom-
bres-lobo o monstruos es dbil en nuestros tiempos, pero fue objeto de fe y
materia de prcticas cotidianas en el pasado, al igual que su complemento mara-
villoso: los duendes, hadas, sirenas, dioses y otros seres hoy considerados
fantsticos, fueron verosmiles en algn tiempo, cuando formaron parte de las
literaturas populares.
El anacronismo de los personajes no debe oscurecer una constatacin cen-
tral en torno al gnero: generalmente, las narraciones se construyen sobre la
antinomia luz-oscuridad. Las races religiosas de esta oposicin no impiden que
haya devenido una creencia secular, ampliamente generalizada aunque asuma
formas variadas, entre ellas, la del pensamiento positivo y las energas nega-
tivas. En ese sentido, hay cierta coincidencia entre los relatos de la vida coti-
diana sobre todo del gnero autoayuda nutridos por mltiples corrientes
espiritualistas y estos relatos fantsticos, en cuanto expresan una conviccin
metafsica.
La entrada de lo sobrenatural en los discursos contemporneos puede ser
un retorno de las religiones o un rechazo a la inmediatez extrema del todo
puede ser visto propia de los gneros veristas y autobiogrficos, que tienden a
aplanar la densidad de lo existente. Muchos de los autores que pregonan el
reencantamiento del mundo, lo hacen preocupados por la extensin de los
fundamentalismos religiosos.8 Mi hiptesis sigue otro camino. Aunque coincido

8. Angenot, M. 2005.

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en pensar que hay un regreso a las creencias religiosas, creo que el fenmeno
es ms general, y que el racional mundo occidental an est calado hondamente
por una religiosidad sincrtica y laxa, pero religiosidad al fin, como es la New
Age.
El reencantamiento del mundo aparece como el retorno de la magia aso-
ciado a la necesidad de trascender la poco estimulante visin de las realida-
des cotidianas. Es el exacto reverso de las narrativas analizadas previamente y
hasta puede pensarse como una suerte de reaccin al aburrimiento, a la bana-
lidad, a la falta de inters que despierta ver en el espejo, continuamente, la pro-
pia imagen.
Vemos que esta fuerte receptividad a relatos con componentes msticos est
presente en los libros ms vendidos de 2009 en casi todos los pases del panel
estudiado: ngeles y demonios y El smbolo perdido, de Dan Brown, exploran
esos vnculos resolvindolos mediante un expediente racional, como es clsico
de las novelas policiales; el elemento religioso constituye el eje de la accin en
La mano de Ftima, de Ildefonso Falcones; es el ncleo del conflicto en La
cabaa, de W. Paul Young, est expresado en la lgica oscurantista de El secreto,
de Rhonda Byme y se manifiesta en tono de una mixtura religiosa con com-
ponentes orientalistas en El combustible espiritual, de Ari Paluch. En otro regis-
tro, tambin es el nudo del ensayo de Jos Saramago, Can. Si sumamos estas
obras a la saga de Crepsculo, se observa que, en Argentina, Colombia y Espaa,
cinco de los quince libros ms vendidos comparten este pathos, mientras que
en Mxico la cifra asciende a siete.
Si bien es cierto que los jvenes lectores de Crepsculo se diferencian en
virtud de su edad del resto del pblico, las coincidencias advertidas revelan
algunas pistas en torno a la sensibilidad contempornea. Podemos conjeturar
que la preferencia de los adultos se divide entre los relatos de las vicisitudes
cotidianas, donde buscan apoyos para sostenerse en un mundo incierto y cruel-
mente competitivo, y los relatos tenuemente religiosos, mientras que los jve-
nes se vuelcan ms decididamente por la fantasa.
No slo las novelas, sino tambin las pelculas fantsticas, son patrimonio
no exclusivo, pero preferente de los jvenes. En el terreno cinematogrfico,
esta primaca es arrolladora. Aun dejando a un lado la ciencia ficcin-accin y
el cine de animacin dirigido a los nios, que representa el 30 % de las pel-
culas ms vistas, el gnero maravilloso, fantstico y de ciencia ficcin pura, es
decir, aquellos que presentan lo extraordinario comprende ms de un tercio
del ranking de las 20 pelculas que concentraron durante 2009 la mayor asis-
tencia de pblico.
En Espaa, sumaron el 30 % de los 20 filmes de mayor taquilla: Avatar, Luna
Nueva, 2012, Harry Potter y el misterio del prncipe de sangre mestiza, El curioso

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

caso de Benjamin Button, Ms all de los sueos (en Latinoamrica, Cuentos que
no son cuento); X-Men. Orgenes: Lobezno. En Argentina (donde no se estren
Avatar hasta 2010) y Mxico, representan el 40 % de las 20 pelculas ms vistas
en el ao. La lista de ttulos se ampla un poco, con la aparicin en ambos casos
de Una noche en el museo II y Cuento de Navidad (retitulado en algunos pases de
Amrica Latina como Los fantasmas de Scrooge). Mientras que en Argentina
se computan los asistentes a Crepsculo y El curioso caso de Benjamin But-
ton, en Mxico cuentan los espectadores de Avatar y X-Men. Orgenes: Lobezno.
Colombia registra el porcentaje ms alto de espectadores de pelculas fantsti-
cas: el 45 % de las 20 ms vistas.
Se trata de un fenmeno que tiene al menos cinco aos de gestacin y que
sigue en crecimiento, ampliando sus pblicos. Los gneros fantsticos concitan
un inters inusual, que incita a imaginar sus fuentes.

5. Conclusiones
En conclusin, podemos hablar de la coexistencia de dos sensibilidades que
marcan el tono de la cultura masiva contempornea: por un lado, la bsqueda
de s mismo; por otro, el reencantamiento del mundo que conlleva una aper-
tura hacia algo otro desconocido, ya sea el mundo social, la naturaleza, una
entidad o una dimensin trascendente al aqu y ahora y al sujeto mismo.
Si los gneros veristas sirven como formas de introspeccin, los gneros fan-
tsticos abren la mirada a una realidad que supera el crculo egotista. El reen-
cantamiento no implica el ascenso de la supersticin, sino que, en el contexto
de este anlisis, insina que lo que se ve no es todo lo que hay; que lo desco-
nocido est ah, como amenaza y como promesa. Frente a la exhibicin plana
de la subjetividad abierta y diseccionada a travs del dispositivo tecno-medi-
tico, los gneros fantsticos recuerdan que no sabemos cabalmente quines
somos ni cmo es el mundo que vivimos.
Las vivencias cotidianas representadas pblicamente no son la realidad
misma, sino apenas la realidad visible segn puede ser captada por un mdium.
La exposicin realista, naturalista y analgica da, pues, una impresin ms vvida
de lo real, ocultando el artificio que hace posible su exhibicin y que necesa-
riamente reduce y modela toda manifestacin posible. Esta puesta en escena de
la interioridad ha desencadenado un orden de sensibilidad que podra com-
pararse a la compasin, esto es, la identificacin que lleva a padecer con el
otro, espejndose en su situacin.
La inmediatez de la imagen y la narracin verista adelgazan el espesor de la
vivencia, pero ella puede ser repuesta en la recepcin, mediante la igualacin
o evocacin de experiencias propias de los pblicos. El espectador, el lector,

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tienen la facultad de dar densidad a las emociones testificadas en los relatos bio-
grficos y testimoniales, en la medida en que stos les permitan una intros-
peccin. Si la reflexividad no acontece, las producciones culturales condenan
al pblico al sensacionalismo, al amarillismo y a la observacin morbosa.
La vena potica, la imaginacin en cualquiera de las artes, implica una trans-
posicin artstica, justamente, de aquello que no puede ser ni narrado ni mos-
trado directamente, que es renuente a su exposicin y que, por ello, aparece
tangencialmente o merced a una intensa bsqueda creativa. Lo propio del arte
y la literatura es forzar los lmites de lo que puede ser dicho y de lo que puede
ser exhibido para arrebatar y comunicar aquella intimidad sutil y profunda que
esconde la vida.
No es que los gneros fantsticos sean, per se, garantes de esta empresa. Sim-
plemente, sealan la existencia de otros mundos y otros seres imaginables,
ampliando los horizontes del mundo. Sin embargo, si los receptores no expe-
rimentan cierta inquietud, no habrn provocado nada diferente que merezca ser
destacado.
En la dcada de 1990, se pas de las narrativas heroicas a las de la cotidia-
neidad. Veinte aos despus, estas narrativas parecen estar cediendo su pree-
minencia frente al ascenso del componente sobrenatural. Es fundamental, sin
embargo, considerar algunas inflexiones del gnero en sus versiones de la pri-
mera dcada del 2000.
Traducido la mayor parte de las veces como un compendio de efectos espe-
ciales, la aparicin de lo sobrenatural no equivale a la presencia de un ser
humano salvador: ste, en general, y como herencia de esta mirada detenida
sobre las vicisitudes domsticas, se configura como un personaje falible, defec-
tuoso, torpe. El portento no acontece por su carcter, sino a pesar de l.
Aunque la magia coincida demasiadas veces con la tcnica, sta no es la
nica opcin; en ocasiones se trata de un tipo de poder sobrenatural prove-
niente de los dioses, la naturaleza o fuerzas desconocidas. La dimensin socioa-
fectiva est presente aun en los personajes que encarnan lo sobrenatural: ellos
no son hroes de accin sino seres sensibles, acompaados de amigos y fami-
liares y emblemas del trabajo en equipo. En muchos de los casos, los auxilia-
res tcnicos tambin aparecen encantados o humanizados.
Para interrogar an ms a fondo esta sensibilidad emergente, es impor-
tante tomar nota de los gneros que han declinado. El gran ausente es el relato
amoroso: las novelas romnticas estn lejos de ser las favoritas, y la superficie
de la cultura parece estar deserotizada. Tambin han quedado relegados la come-
dia y el humor, salvo en el mercado editorial argentino, que tiene este tema
como un rasgo idiosincrtico caracterstico.

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ESPAA Y AMRICA EN EL BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS

Quisiera finalmente sealar que la preocupacin por el futuro ha sido eclip-


sada por un inters creciente por la historia. La desesperanza por el porvenir con-
tenida en este repliegue del inters futurista coincide plenamente con los
desvelos ecologistas. El gnero de la ciencia ficcin, tradicionalmente emplazado
en el futuro, tambin se ha reconfigurado: actualmente, ms que una proyeccin
sobre escenarios expectables, se convierte en una excusa para las pelculas bli-
cas o de accin con gran despliegue de efectos. De las producciones analiza-
das, slo el film 2012 corresponde a las formas clsicas del gnero de la ciencia
ficcin y su tono antiutpico caracterstico. Los rasgos de las sensibilidades con-
temporneas que he intentado retratar aqu, encuentran en Avatar un ejemplo
intergneros que las sintetiza y conjuga de un modo particular.

6. Coda: Avatar, una sntesis de sensibilidades


Se ha hablado mucho ya de la pelcula Avatar, un singular xito de taquilla
del cine contemporneo. Parece, pues, innecesario abundar en este tema; tan slo
me interesa destacar algunos datos significativos en funcin de la relacin entre
gneros discursivos y sensibilidades. Desde este punto de vista, es una pelcula
a mitad de camino entre la ciencia ficcin en su versin antiutpica y los rela-
tos maravillosos. Este ltimo aspecto es constatable sobre todo visualmente: la
pelcula crea un entorno visual mgico que evoca por momentos la imaginera
de Hayao Miyazaki, aunque en otros revela su filiacin con las creaciones de
los mundos de Disney, especialmente en el plano lumnico.
Lo sorprendente de esta pelcula, a mi modo de ver, es que pronuncia una
clara crtica al modelo econmico capitalista salvaje. Se muestra tambin el papel
que cumple el ejrcito norteamericano como garante de este proceso, apenas
morigerado con una alusin a que los marines, opresores en Pandora, son quie-
nes en la Tierra garantizan la libertad. La crtica alcanza a la ciencia, aunque la
coloca en un lugar ms incierto: los cientficos son algo inocentes y estn obse-
sionados por el saber, respetuosos de la diversidad, pero finalmente funcionales
a la lgica general de explotacin econmica que financia sus investigaciones.
Vemos, pues, una reprobacin profunda y un alegato ecologista plagado de ele-
mentos New Age en un producto de mxima circulacin y consumo en el sis-
tema de las industrias culturales.
Este hecho cuestiona el lugar de la cultura masiva como mecanismo de repro-
duccin ideolgica al servicio incondicional del sistema social dominante. Lo que
tenemos delante de la vista es algo un poco distinto: una adhesin morosa, retra-
sada, al sentido comn que reina en la sociedad. Dicho de otro modo: si el eco-
logismo aparece como relato de las pelculas del mainstream culture, es porque
hace mucho tiempo fue aceptado como un discurso legtimo por los pblicos.

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G N E R O S D E L A C U LT U R A M A S I VA

Las producciones de la cultura masiva retoman y amplifican las opiniones,


creencias y sensibilidades ya existentes probadamente existentes de la vida
social. Cabe, entonces, presumir que esta pelcula, tan lejana a todo afn revolu-
cionario, al expresar una crtica al imperialismo y su modelo econmico, poltico
y militar, transcribe un nimo ms generalizado. Quiz se trate de una voz colec-
tiva que, por ahora, slo susurre y requiera utilizar el subterfugio del futuro y de
un escenario imaginario para salir al escenario pblico.
Entendmonos bien: no creo que Hollywood est a la cabeza de un movi-
miento contrahegemnico global en ciernes. Al contrario, creo que si se anima
a decir algo en un sentido no convencional, es porque estas opiniones, tal vez
de manera subterrnea, tienen ya cierta envergadura. Al menos, a nivel de las
sensibilidades colectivas, existe un conjunto de transformaciones en marcha que,
como un barmetro, son registradas por las producciones culturales.

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