Este documento describe la división en la sociedad argentina tras la caída de Perón en 1955, con las clases altas celebrando mientras las clases bajas lloraban. Argumenta que los líderes de izquierda subestimaron las razones legítimas por las que las masas populares apoyaron a Perón, incluyendo una búsqueda de justicia y reconocimiento. Finalmente, señala que los ideólogos racionalistas argentinos históricamente han estado desconectados del pueblo y han fallado al comprender las fuerzas oscuras e ir
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Este documento describe la división en la sociedad argentina tras la caída de Perón en 1955, con las clases altas celebrando mientras las clases bajas lloraban. Argumenta que los líderes de izquierda subestimaron las razones legítimas por las que las masas populares apoyaron a Perón, incluyendo una búsqueda de justicia y reconocimiento. Finalmente, señala que los ideólogos racionalistas argentinos históricamente han estado desconectados del pueblo y han fallado al comprender las fuerzas oscuras e ir
Este documento describe la división en la sociedad argentina tras la caída de Perón en 1955, con las clases altas celebrando mientras las clases bajas lloraban. Argumenta que los líderes de izquierda subestimaron las razones legítimas por las que las masas populares apoyaron a Perón, incluyendo una búsqueda de justicia y reconocimiento. Finalmente, señala que los ideólogos racionalistas argentinos históricamente han estado desconectados del pueblo y han fallado al comprender las fuerzas oscuras e ir
Este documento describe la división en la sociedad argentina tras la caída de Perón en 1955, con las clases altas celebrando mientras las clases bajas lloraban. Argumenta que los líderes de izquierda subestimaron las razones legítimas por las que las masas populares apoyaron a Perón, incluyendo una búsqueda de justicia y reconocimiento. Finalmente, señala que los ideólogos racionalistas argentinos históricamente han estado desconectados del pueblo y han fallado al comprender las fuerzas oscuras e ir
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El otro rostro del peronismo.
Carta abierta a Mario Amadeo
(fragmento) Ernesto Sabato, El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo, s/ed., Buenos Aires, 1956, pp. 40-47. [] EL HISTRICO DIVORCIO Aquella noche de setiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejbamos ruidosamente en la sala la cada del tirano, en un rincn de la antecocina vi cmo las dos indias que all trabajaban tenan los ojos empapados de lgrimas. Y aunque en todos aquellos aos yo haba meditado en la trgica dualidad que escinda al pueblo argentino, en ese momento se me apareci en su forma ms conmovedora. Pues qu ms ntida caracterizacin del drama de nuestra patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposedos y de trabajadores derramaban lgrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombros. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indgenas que lloraban en una cocina de Salta. La mayor parte de los partidos y de la inteligentsia, en vez de intentar una comprensin del problema nacional y de desentraar lo que en aquel movimiento confuso haba de genuino, de inevitable y de justo, nos habamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimacin que en absoluto corresponda al hecho real, ya que si en el peronismo haba mucho motivo de menosprecio o de burla, haba tambin mucho de histrico y de justiciero. Se me dir que no debemos ahora incurrir en el sentimentalismo de considerar la situacin de las masas desposedas, olvidando las persecuciones que el peronismo llev contra sus adversarios: las torturas a estudiantes, los exilios, el sitio por hambre a la mayor parte de los funcionarios y profesores, el insulto cotidiano, los robos, los crmenes, las exacciones. Nadie pretende semejante injusticia al revs. Lo que aqu se intenta demostrar es que si Pern congreg en torno de s a criminales mercenarios croatas y polacos, a la- drones como Duarte, a aventureros como Jorge Antonio, a amorales como Mndez San Martn, junto a miles de resentidos y canallas, tambin es verdad que no podemos identificar todo el inmenso movimiento con crmenes, robos y aventurerismo. Y que si es cierto que Pern despert en el pueblo el rencor que estaba latente, tambin es cierto que los antiperonistas hicimos todo lo posible por justificarlo y multiplicarlo, con nuestras burlas y nuestros insultos. No seamos excesivamente parciales, no lleguemos a afirmar que el resentimiento en este pas tan propenso a l ha sido un atributo exclusivo de la multitud: tambin fue y sigue siendo un atributo de sus detractores. Con ciertos lderes de la izquierda ha pasado algo tan grotesco como con ciertos mdicos, que se enojan cuando sus enfermos no se curan con los remedios que recetaron. Estos lderes han cobrado un resentimiento casi cmico si no fuera trgico para el porvenir del pas hacia las masas que no han progresado despus de tantas dcadas de tratamiento marxista. Y entonces las han insultado, las han calificado de chusma, de cabecitas negras, de descamisados; ya que todos estos calificativos fueron inventados por la izquierda antes de que maquiavlicamente el demagogo los empleara con simulado cario. Para esos tericos de la lucha de clases hay por lo visto dos proletariados muy diferentes, que se diferencian entre s como la Virtud tal como es definida por Scrates en los dilogos, y la imperfecta y mezclada virtud del propio maestro de la juventud ateniense: un proletariado platnico, que se encuentra en los libros de Marx, y un proletariado grosero, impuro y mal educado que desfilaba en alpargatas tocando el bombo. Por supuesto, esta doble visin de la historia no es exclusiva de los dirigentes de izquierda, pues tampoco las damas que encuentran romntica a la multitud que en 1793 cantaba la Marsellesa comprenden que esa multitud se pareca extraamente a la que en nuestras calles vivaba a Pern; pero la diferencia estriba en que esas seoras que conocen la Revolucin Francesa a travs del cuadro de Delacroix y de los hermosos affiches que la embajada distribuye para el 14 de julio no tienen el deber de entender el problema de la multitud, y los jefes de los partidos populares s. Pero de ningn modo lo han entendido. Despechados y ciegos sostuvieron y siguen sosteniendo que los trabajadores siguieron a Pern por mendrugos, por un peso ms, por una botella de sidra y un pan dulce. Ciertamente, el lema panem et circenses, que despreciativamente Juvenal adjudica al pueblo romano en la decadencia, ha sido siempre eficaz cada vez que un demagogo ha querido ganarse el afecto de las masas. Pero no olvidemos que tambin los grandes movimientos espirituales contaron con el pueblo y hasta con el pueblo ms bajo: eran esclavos y descamisados los que en buena medida siguieron a Cristo primero y luego a sus Apstoles, mucho antes que los doctores de la sinagoga y las damas del patriciado romano lo hicieran. Tengamos cuidado, pues, con el paralogismo de que las multitudes populares slo pueden seguir a los demagogos, y nicamente por apetitos materiales: tambin con grandes principios y con nobles consignas se puede despertar el fervor del pueblo. Ms an: en el movimiento peronista no slo hubo bajas pasiones y apetitos puramente materiales; hubo un genuino fervor espiritual, una fe pararreligiosa en un conductor que les hablaba como a seres humanos y no como a parias. Haba en ese complejo movimiento y lo sigue habiendo algo mucho ms potente y profundo que un mero deseo de bienes materiales: haba una justificada ansia de justicia y de reconocimiento, frente a una sociedad egosta y fra, que siempre los haba tenido olvidados. Esto fue lo que fundamentalmente vio y moviliz Pern. Lo dems es detalle. Y es tambin lo que nuestros partidos, con la excepcin del partido radical y alguno que otro grupo aislado, sigue no viendo y, lo que es peor, no queriendo ver. DOCTORES Y PUEBLO Es que aqu nacimos a la libertad cuando en Europa triunfaban las doctrinas racionalistas. Y nuestros doctores no solamente han intentado desde entonces interpretar la historia argentina a la luz del racionalismo sino, lo que es ms grave, han intentado hacerla. As se explica que nuestra historia hasta hoy haya sido dilemtica: o esto, o aquello, o civilizacin o barbarie. Nuestros idelogos han estado desdichada e histricamente separados del pueblo, en la misma forma, y con las mismas consecuencias, en que el racionalismo pretendi separar el espritu puro de las pasiones del alma. Esta postura nos ha impedido comprender no solamente el fenmeno peronista sino tambin el sentido de nuestros grandes caudillos del pasado. Tal como la verdad de un hombre no es slo su vida diurna sino tambin sus sueos nocturnos, sus ansiedades profundas e inconscientes; no nicamente su parte razonable sino tambin, y en grado sumo, sus sentimientos y pasiones, sus amores y odios; del mismo modo como sera gravsimo pretender que aquella criatura tenebrosa que despierta y vive en las inciertas regiones del sueo no tiene importancia o debe ser brutalmente repudiada, as tambin los pueblos no pueden ser juzgados unilateralmente desde el solo lado de sus virtudes racionales, de su parte luminosa y pura, de sus ideales platnicos, pues entonces dejaramos fuera el lado tal vez ms profundo de la realidad, el que tiene que ver con sus mitos, con su alma, su sangre y sus instintos. No desdeemos ese costado de la realidad, no pidamos demasiado el ngel al hombre. En ese continente de las sombras, en ese enigmtico mundo de los espectros de la especie, all se gestan las fuerzas ms potentes de la nacin y es necesario atenderlas, escucharlas con el odo adherido a la tierra. Esos rumores telricos son verdaderos e inalienables, porque nos vienen de los ms recnditos reductos del alma colectiva. Un pueblo no puede resolverse por el dilema civilizacin o barbarie. Un pueblo ser siempre civilizacin y barbarie, por la misma causa que Dios domina en el cielo pero el Demonio en la tierra. Nuestros idelogos, fervorosos creyentes de la Razn y de la Justicia abstracta, no vieron y no podan ver que nuestra incipiente patria no poda ajustarse a aquellos cnones mentales creados por una cultura archirracionalista. Si aquellos cnones iban a fracasar brutalmente en pases tan avanzados como Alemania e Italia, cmo no iban a fracasar sangrientamente en estos brbaros territorios de la Amrica del Sur, donde hasta ayer el salvaje mpetu de sus caballadas no encontraba lmite ni frontera a sus correras? Y as se explican tantos desgraciados desencuentros en esta patria. Aun con las mejores intenciones, aquellos doctores de Buenos Aires, creyendo como crean en la supremaca absoluta de la civilizacin europea, intentaron sacrificar a las fuerzas oscuras, lucharon a sangre y fuego contra los Artigas, los Lpez y los Facundos, sin advertir que aquellos poderosos caudillos tenan tambin parte de la verdad. Y que la visin concreta de su tierra, de sus montaas, de sus pueblos, les confera a veces la clarividencia que la razn pura raramente posee. O las fuerzas oscuras son admitidas legtimamente o insurgen a sangre y fuego. El pattico intento de nuestros idelogos de Mayo de crear una patria a base de razn pura trajo el resultado natural: las potencias tenebrosas cobraron su precio, el precio sangriento y secreto que siempre cobran a los que pretenden ignorarlas o repudiarlas. Como en la cspide de la civilizacin helnica, cuando Scrates pretende instaurar el reinado del espritu puro sobre el deplorable cuerpo, Eurpides lanza sobre la escena sus bacanales, pues los novelistas expresan sin saberlo lo que los hombres de una poca suean en sus noches; como en la Alemania hipercivilizada de los Einstein y de los Heidegger, las fuerzas irracionales irrumpieron con el hitlerismo; as, aquel intento de nuestros doctores tena que desatar por contraste la potencia dionisaca del continente americano. Lo grave de nuestro proceso histrico es que los dos bandos han sido hasta hoy irreductibles: o doctrinarios que crean en las teoras abstractas, o caudillos que slo confiaban en la lanza y el degello. Y sin embargo ambos tenan parte de la verdad, porque representaban alternativa o simultneamente las aspiraciones de los grandes ideales platnicos o las violentas fuerzas de la subconciencia colectiva. Nuestra crisis actual slo ha de ser superada si se adopta una concepcin de la poltica y de la vida nacional que abandone de una vez los fracasados cnones de la Ilustracin y que, a la luz de la experiencia histrica que el mundo ha sufrido en los ltimos tiempos desde la crisis del liberalismo hasta hoy, realice en la poltica lo que las corrientes existencialistas y fenomenolgicas han realizado ya en el terreno de la filosofa: una vuelta al hombre concreto, al ser de carne y hueso, una sntesis de los disjecti membra que nos haba legado la diseccin racionalista. Sntesis poltica que si en todo el mundo es ahora necesaria, en nuestro pas lo es en segundo grado: tanto por la naturaleza brbara de nuestra tradicin inmediata, como por el exceso de nuestros nuevos ricos de la ilustracin que, como siempre pasa con los imitadores, acentan los defectos del maestro en vez de trasladar sus virtudes. []
JORGE LUIS BORGES
Lillusion comique Sur, N 237, noviembre-diciembre de 1955, pp. 9-10. Durante aos de oprobio y bobera, los mtodos de la propaganda comercial y de la litrature pour concierges fueron aplicados al gobierno de la repblica. Hubo as dos historias: una, de ndole criminal, hecha de crceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra, de carcter escnico, hecha de necedades y fbulas para consumo de patanes. Abordar el examen de la segunda, quiz no menos detestable que la primera, es el fin de esta pgina. La dictadura abomin (simul abominar) del capitalismo, pero copi sus mtodos, como en Rusia, y dict nombres y consignas al pueblo, con la tenacidad que usan las empresas para imponer navajas, cigarrillos o mquinas de lavar. Esta tenacidad, nadie lo ignora, fue contraproducente; el exceso de efigies del dictador hizo que muchos detestaran al dictador. De un mundo de individuos hemos pasado a un mundo de smbolos an ms apasionado que aqul; ya la discordia no es entre partidarios y opositores del dictador, sino entre partidarios y opositores de una efigie o un nombre Ms curioso fue el manejo poltico de los procedimientos del drama o del melodrama. El da 17 de octubre de 1945 se simul que un coronel haba sido arrestado y secuestrado y que el pueblo de Buenos Aires lo rescataba; nadie se detuvo a explicar quines lo haban secuestrado ni cmo se saba su paradero. Tampoco hubo sanciones legales para los supuestos culpables ni se revelaron o conjeturaron sus nombres. En un decurso de diez aos las representaciones arreciaron abundantemente; con el tiempo fue creciendo el desdn por los prosaicos escrpulos del realismo. En la maana del 31 de agosto, el coronel, ya dictador, simul renunciar a la presidencia, pero no elev la renuncia al Congreso sino a funcionarios sindicales, para que todo fuera satisfactoriamente vulgar. Nadie, ni siquiera el personal de las unidades bsicas, ignoraba que el objeto de esa maniobra era obligar al pueblo a rogarle que retirara su renuncia. Para que no cupiera la menor duda, bandas de partidarios apoyados por la polica empapelaron la ciudad con retratos del dictador y de su mujer. Hoscamente se fueron amontonando en la Plaza de Mayo donde las radios del estado los exhortaban a no irse y tocaban piezas de msica para aliviar el tedio. Antes que anocheciera, el dictador sali a un balcn de la Casa Rosada. Previsiblemente lo aclamaron; se olvid de renunciar a su renuncia o tal vez no lo hizo porque todos saban que lo hara y hubiera sido una pesadez insistir. Orden, en cambio, a los oyentes una indiscriminada matanza de opositores y nuevamente lo aclamaron. Nada, sin embargo, ocurri esa noche; todos (salvo, tal vez, el orador) saban o sentan que se trataba de una ficcin escnica. Lo mismo, en grado menor, ocurri con la quema de la bandera. Se dijo que era obra de los catlicos; se fotografi y exhibi la bandera afrentada, pero como el asta sola hubiera resultado poco vistosa optaron por un agujero modesto en el centro del smbolo. Intil multiplicar los ejemplos; bsteme denunciar la ambigedad de las ficciones del abolido rgimen, que no podan ser credas y eran credas. Se dir que la rudeza del auditorio basta para explicar la contradiccin; entiendo que su justificacin es ms honda. Ya Coleridge habl de la willing suspension of disbelief (voluntaria suspensin de la incredulidad) que constituye la fe potica; ya Samuel Johnson observ en defensa de Shakespeare que los espectadores de una tragedia no creen que estn en Alejandra durante el primer acto y en Roma durante el segundo pero condescienden al agrado de una ficcin. Parejamente, las mentiras de la dictadura no eran credas o descredas; pertenecan a un plano intermedio y su propsito era encubrir o justificar srdidas o atroces realidades. Pertenecan al orden de lo pattico y de lo burdamente sentimental; felizmente para la lucidez y la seguridad de los argentinos, el rgimen actual ha comprendido que la funcin de gobernar no es pattica.