Critica de La Razon Dialectica - Jean-Paul Sartre PDF
Critica de La Razon Dialectica - Jean-Paul Sartre PDF
Critica de La Razon Dialectica - Jean-Paul Sartre PDF
Crtica de la
razn dialctica
(Tomo I)
Teora de los conjuntos
prcticos. Precedida de
Cuestiones de mtodo
ePub r1.0
Titivillus 07.06.16
Ttulo original: Critique de la raison
dialectique
Jean-Paul Sartre, 1960
Traduccin: Manuel Lamana
Diseo de cubierta: Spleen
MARXISMO Y
EXISTENCIALISMO
EL PROBLEMA DE LAS
MEDIACIONES Y DE LAS
DISCIPLINAS AUXILIARES
Qu es lo que hace que no seamos
simplemente marxistas? Es que para
nosotros las afirmaciones de Engels y de
Garaudy son principios directores,
indicaciones de tareas, problemas, y no
verdades concretas; es que nos parecen
insuficientemente indeterminadas, y por
lo tanto susceptibles de numerosas
interpretaciones; en una palabra, para
nosotros son ideas reguladoras. Por el
contrario, el marxismo contemporneo
encuentra que son claras, precisas,
unvocas; para l, constituyen ya un
saber. A nosotros, por el contrario, nos
parece que todo est an por hacerse:
hay que encontrar el mtodo y constituir
la ciencia.
No dudamos que el marxismo
permita situar un discurso de
Robespierre, la poltica de la Montaa
en cuanto a los sans-culottes, la
reglamentacin econmica o las leyes de
maximum votadas por la Convencin,
tan fcilmente como los Poemas de
Valry o La leyenda de los siglos.
Pero qu es situar? Si me refiero a los
trabajos de los marxistas
contemporneos, veo que creen
determinar el lugar real del objeto
considerado en el proceso total: se
establecern las condiciones materiales
de su existencia, la clase que lo ha
producido, los intereses de esta clase (o
de una fraccin de esta clase), su
movimiento, las formas de su lucha
contra las otras clases, la relacin de
fuerzas que estn en presencia, lo que
supone por ambas partes, etc. El
discurso, el voto, la accin poltica o el
libro aparecen entonces, en su realidad
objetiva, como cierto momento de este
conflicto; se definir a partir de los
factores de los que depende y por la
accin real que ejerce; y de esta manera
se le har entrar, como manifestacin
ejemplar, en la universalidad de la
ideologa o de la poltica, a su vez
consideradas como superestructuras. Y
as se situar a los girondinos referidos
a la burguesa de comerciantes y de
armadores que provoc la guerra por
imperialismo mercantil y que casi en
seguida quiso detenerla porque
perjudicaba al comercio exterior. Y de
los hombres de la Montaa se har, por
el contrario, los representantes de una
burguesa ms reciente, enriquecida con
la compra de los bienes nacionales y del
material de guerra, que en consecuencia
est interesada en prolongar el conflicto.
Y, por lo tanto, los actos y los discursos
de Robespierre se interpretarn
partiendo de una contradiccin radical:
este pequeo burgus se tiene que
apoyar en el pueblo para continuar la
guerra, pero a causa de la disminucin
de valor de los papeles, a causa de los
acaparadores y de la crisis de las
subsistencias, el pueblo reclama un
dirigismo econmico que perjudica a los
intereses de la Montaa y repugna a su
ideologa liberal; tras este conflicto se
descubre la ms profunda contradiccin
del parlamentarismo autoritario y de la
democracia directa[15].
Se quiere situar a un autor de hoy en
da? El idealismo es la tierra nutricia de
todas las producciones burguesas; ese
idealismo est en movimiento porque
refleja a su manera las contradicciones
profundas de la sociedad; cada uno de
sus conceptos es un arma contra la
ideologa ascendente el arma es
ofensiva o defensiva segn la coyuntura.
O an mejor, primero es ofensiva y se
vuelve defensiva despus. Por eso
distinguir Lukacz la falsa quietud de la
primera preguerra, que se expresa con
una especie de carnaval permanente de
la interioridad fetichizada, de la gran
penitencia, el reflujo de la posguerra, en
la que los escritores buscan el tercer
camino para disimular su idealismo.
Este mtodo no nos satisface. Es a
priori. Y sus conceptos no los deduce de
la experiencia o por lo menos de la
nueva experiencia que trata de descifrar
, sino que ya los ha formado, est
seguro de su verdad, les dar la funcin
de los esquemas constitutivos: su nico
fin es que los acontecimientos, las
personas o los actos considerados entren
en los moldes prefabricados. Veamos a
Lukacz: para l, el existencialismo de
Heidegger se transforma en activismo
bajo la influencia de los nazis; el
existencialismo francs, liberal y
antifascista, expresa por el contrario la
rebelin de los pequeo-burgueses
sojuzgados durante la ocupacin. Qu
precioso cuento! Desgraciadamente no
ha tenido en cuenta dos hechos
esenciales. En primer lugar, en
Alemania exista por lo menos una
corriente existencialista que se neg a
toda connivencia con el hitlerismo y que
sin embargo ha sobrevivido al Tercer
Reich: la de Jaspers. Por qu no se
conforma esta corriente indisciplinada
con el esquema impuesto? Tendra
acaso un reflejo de libertad como el
perro de Pavlov? Adems, en filosofa
hay un factor esencial: el tiempo. Hace
falta mucho tiempo para que se escriba
una obra terica. Mi libro El ser y la
nada, que se refiere a l explcitamente,
era el resultado de unas investigaciones
llevadas a cabo desde 1930; le por
primera vez a Husserl, Scheler,
Heidegger y Jaspers en 1933, durante mi
estada de un ao en la Casa Francesa de
Berln, y fue en ese momento (mientras
Heidegger deba de estar en pleno
activismo) cuando sufr su influencia.
Durante el invierno de 1939-1940 me
encontr por fin en posesin del mtodo
y de las conclusiones principales. Y
qu es el activismo, sino un concepto
formal y vaco que permite liquidar al
mismo tiempo a cierta cantidad de
sistemas ideolgicos que entre s no
tienen ms que semejanzas
superficiales? Heidegger nunca ha sido
activista o por lo menos segn se
ha expresado en sus obras filosficas.
La palabra misma, por muy vaga que
sea, muestra la incomprensin total del
marxista para las otras formas de
pensamiento. S, Lukacz tiene los
instrumentos que hacen falta para
comprender a Heidegger, pero no le
comprender, porque tendra que leerle,
captar el sentido de sus frases una tras
otra. Y eso, que yo sepa, no hay ya ni un
marxista que sea capaz de hacerlo[16].
Y, finalmente, hay toda una
dialctica y muy compleja de
Brentano a Husserl y de Husserl a
Heidegger: influencias, oposiciones,
acuerdos, nuevas oposiciones,
incomprensiones, malentendidos,
retractaciones, superaciones, etc. Todo
eso, en definitiva, compone lo que
podra llamarse una historia regional.
Hay que considerarlo como un puro
epifenmeno? Entonces, que lo diga
Lukacz. O existe algo as como un
movimiento de las ideas, y la
fenomenologa de Husserl entra en el
sistema de Heidegger a ttulo de
momento conservado y superado? En
este caso, los principios del marxismo
no se han modificado, pero la situacin
se ha vuelto mucho ms compleja.
De la misma manera, los anlisis de
Gurin han sido deformados por la
voluntad de llevar a cabo la reduccin
de lo poltico a lo social: resulta difcil
aceptarle que la guerra revolucionaria
sea desde 1789 un nuevo episodio de la
rivalidad comercial entre franceses e
ingleses. El belicismo girondino es
poltico por esencia; y los girondinos
expresan sin duda alguna en su poltica,
a la clase que les ha producido y a los
intereses del medio que les sostiene: su
ideal desdeoso, su voluntad de someter
al pueblo, que desprecian, bajo la lite
burguesa de las luces, es decir, de
conferir a la burguesa el papel de
dspota ilustrado, su radicalismo verbal
y su oportunismo prctico, su
sensibilidad, su atolondramiento, todo
ello lleva una marca de fbrica, pero lo
que as se expresa no es la prudencia
altanera y ya antigua de los armadores y
los negociantes, sino la embriaguez de
una pequea burguesa intelectual en
vas de tomar el poder.
Cuando Brissot lanza a Francia a la
guerra para salvar a la Revolucin y
desenmascarar las traiciones del rey, ese
inocente maquiavelismo expresa
perfectamente a su vez la actitud
girondina que acabamos de describir[17].
Pero si volvemos a situarnos en la poca
y si consideramos los hechos anteriores:
la fuga del rey, la matanza de los
republicanos en el Champ-de-Mars, el
viraje a la derecha de la Constituyente
moribunda y la revisin de la
Constitucin, la incertidumbre de las
masas asqueadas de la monarqua e
intimidadas por la represin, el
abstencionismo en masa de la burguesa
de Pars (10 000 votantes en vez de
80 000 que haba habido en las
elecciones municipales), en una palabra,
la Revolucin al pairo; y si tambin
tenemos en cuenta la ambicin
girondina, ser necesario que
escamoteemos en seguida la praxis
poltica? Hace falta recordar la frase
de Brissot: Tenemos necesidad de
grandes traiciones? Hace falta insistir
sobre las precauciones tomadas durante
el ao 92 para que Inglaterra se
mantuviera fuera de la guerra que, segn
Gurin, deba dirigirse contra ella?[18]
Es indispensable considerar esta em
presa que denuncia por s misma su
finalidad y su sentido, a travs de los
discursos y los escritos contemporneos
como una apariencia inconsistente
que disimula el conflicto de los
intereses econmicos? Un historiador
aunque fuese marxista no podra
olvidar que para los hombres del 92 la
realidad poltica era un absoluto, un
irreductible. Cierto es que cometen el
error de ignorar la accin de fuerzas
ms sordas, menos fcilmente
declaradas pero infinitamente ms
poderosas; pero eso es precisamente lo
que les define como burgueses del 92.
Hay alguna razn que lleve a cometer
el error inverso y a negar una
irreductibilidad relativa a su accin y a
los mviles polticos que define?
Adems no se trata de determinar de una
vez para siempre la naturaleza y la
fuerza de las resistencias opuestas por
fenmenos de superestructura a los
intentos de reduccin brutal: sera
oponer un idealismo a otro.
Simplemente, hay que rechazar el
apriorismo: slo el examen sin
prejuicios del objeto histrico podr
determinar en todos los casos si la
accin o la obra reflejan los mviles
superestructurales de grupos o de
individuos formados por ciertos
acondicionamientos bsicos o si slo se
les puede explicar refirindose
inmediatamente a las contradicciones
econmicas y a los conflictos de
intereses materiales. La guerra de
Secesin, a pesar del idealismo puritano
de los hombres del Norte, se tiene que
interpretar directamente en trminos de
economa, de lo cual hasta los
contemporneos tuvieron conciencia;
por el contrario, la guerra
revolucionaria, aunque tuviese desde el
93 un sentido econmico muy preciso,
no es directamente reducible en el 92 al
conflicto secular de los capitalismos
mercantiles: hay que pasar por la
mediacin de los hombres concretos, del
carcter que les ha hecho el
acondicionamiento bsico, de los
instrumentos ideolgicos que usan, del
medio real de la Revolucin; y sobre
todo no debe olvidarse que la poltica
tiene por si misma un sentido social y
econmico, ya que la burguesa lucha
contra las trabas del feudalismo
envejecido que impide que en el
interior se realice su pleno desarrollo.
Igualmente absurdo resulta reducir
demasiado de prisa la generosidad de la
ideologa a los intereses de clase;
simplemente, se acaba por dar la razn a
los antimarxistas que hoy se llaman
maquiavlicos. Cuando la Legislativa
se decide a hacer una guerra de
liberacin, no cabe ninguna duda de que
se lanza a un proceso histrico complejo
que finalmente la conducir a hacer
guerras de conquista. Pero sera un triste
maquiavlico el que redujese la
ideologa del 92 al papel de una simple
cubierta echada por encima del
imperialismo burgus; si no
reconocemos su realidad objetiva y su
eficacia, volvemos a caer en esa forma
de idealismo burgus que Marx
denunci muchas veces y que se llama
economismo[19].
Por qu estamos decepcionados?
Por qu reaccionamos contra las
demostraciones brillantes y falsas de
Gurin? Porque el marxismo concreto
tiene que profundizar a los hombres
reales en lugar de disolverlos en un
bao de cido sulfrico.
Y la explicacin rpida y
esquemtica de la guerra como
operacin de la burguesa comerciante
hace que desaparezcan esos hombres
que conocemos bien, Brisson, Guadet,
Gensonn, Vergniaud, o los constituya,
tras un ltimo anlisis, en instrumentos
de su clase puramente pasivos. Pero al
final del 91 la alta burguesa estaba
perdiendo justamente el control de la
Revolucin (no volver a tenerlo hasta
el 94): los hombres nuevos que
ascendan al poder eran pequeo-
burgueses ms o menos fuera de su
clase, pobres, sin muchas ataduras y que
haban unido apasionadamente su
destino al de la Revolucin. Desde
luego que sufrieron influencias y que les
atrajo la alta sociedad (lo ms
distinguido de Pars, tan diferente de la
buena sociedad de Burdeos). Pero en
ningn caso y de ninguna de las maneras
podan expresar espontneamente la
reaccin colectiva de los armadores de
Burdeos y del imperialismo comercial;
eran favorables al desarrollo de las
riquezas, pero la idea de correr el riesgo
de perder la Revolucin en una guerra
para asegurar el beneficio de algunas
fracciones de la alta burguesa, les era
totalmente extraa. Por lo dems, la
teora de Gurin nos lleva a este
sorprendente resultado: la burguesa que
saca su provecho del comercio exterior
lanza a Francia a una guerra contra el
emperador de Austria para destruir el
poder de los ingleses; al mismo tiempo,
los delegados que tienen en el poder
hacen cuanto pueden para que Inglaterra
se mantenga fuera de la guerra; un ao
despus, cuando al fin se declara la
guerra a los ingleses, la susodicha
burguesa, desanimada en el momento
del xito} ya no tiene ninguna gana de
lograrlo, y es la burguesa de los nuevos
terratenientes (que no tiene ningn
inters en que se extienda el conflicto)
la que la releva. Por qu esta discusin
tan larga? Para demostrar con el
ejemplo de uno de los mejores
escritores marxistas que se pierde lo
real al totalizar demasiado de prisa y al
transformar sin pruebas el significado
en intencin, el resultado en objetivo
realmente deseado. Y tambin que hay
que defenderse como sea de reemplazar
a los grupos reales y perfectamente
definidos (la Gironda) por
colectividades insuficientemente
determinadas (la burguesa de los
importadores y exportadores). Los
girondinos existieron, persiguieron unos
fines bien definidos, hicieron la Historia
en una situacin precisa y sobre la base
de condiciones exteriores: crean que
escamoteaban la Revolucin en
provecho propio; de hecho, la
radicalizaron y la democratizaron. Hay
que comprenderlos y explicarlos en el
interior de esta contradiccin poltica.
Claro que se nos dir que los fines que
anunciaban los partidarios de Brissot
eran una mscara, que esos burgueses
revolucionarios se toman y se ofrecen
como romanos ilustres, que el resultado
objetivo define realmente lo que hacen.
Pero tengamos cuidado: el pensamiento
original de Marx tal y como lo
encontramos en El 18 Brumario intenta
una sntesis un tanto difcil entre la
intencin y el resultado: la utilizacin
contempornea de este pensamiento es
superficial y deshonesta. En efecto, si
llevamos hasta el extremo la metfora
marxista, llegamos a una idea nueva de
la accin humana: imaginemos a un actor
que hace el papel de Hamlet y cae en l;
atraviesa la habitacin de su madre para
matar a Polonio que est escondido
detrs de la cortina. Pero no es eso lo
que hace: atraviesa un escenario delante
del pblico y pasa del lado del patio
al lado del jardn para lograr alcanzar
su vida, para alcanzar la gloria, y esa
actividad real define su posicin en la
sociedad. Pero no puede negarse que
esos resultados reales no estn
presentes de alguna manera en su acto
imaginario. No puede negarse que el
movimiento del prncipe imaginario
exprese de alguna manera desviada y
refractada su movimiento real, ni que la
manera que tiene de creerse Hamlet no
sea su manera de saberse actor. Para
volver a nuestros romanos del 89, su
manera de llamarse Catn es su manera
de hacerse burgueses, miembros de una
clase que descubre a la Historia y que la
quiere detener, que se pretende universal
y funda sobre la economa de la
competencia el individualismo orgulloso
de sus miembros, herederos de una
cultura clsica. En eso consiste todo:
declararse romano y querer detener la
Revolucin es una y la misma cosa; o
ms bien, antes se la detendr si antes se
adopta el papel de Catn o de Bruto;
este pensamiento que resulta oscuro para
s mismo, se da unos fines msticos que
envuelven al conocimiento confuso de
sus fines objetivos. Puede hablarse as a
la vez de una comedia subjetiva
simple juego de apariencias que nada
disimula, ningn elemento
inconsciente y de una organizacin
objetiva e intencional de medios reales
para alcanzar fines reales sin que una
conciencia cualquiera o una voluntad
premeditada haya organizado este
aparato. Sencillamente, la verdad de la
praxis imaginaria est en la praxis real,
y aqulla, en la medida en que se tiene
por simplemente imaginaria, envuelve
unos retornos implcitos a sta como a
su interpretacin. El burgus del 89 no
pretende ser Catn para detener la
Revolucin negando a la Historia y
reemplazando a la poltica por la virtud;
tampoco se dice que se parece a Bruto
para darse una comprensin mtica de
una accin que l hace y que se le
escapa: es ambos a la vez. Y es
precisamente esta sntesis lo que
permitir que se descubra una accin
imaginaria en cada uno como doblete y
matriz a la vez de la accin real y
objetiva.
Pero si eso es lo que se quiere decir,
entonces ser necesario que los
partidarios de Brissot, con toda su
ignorancia, sean los autores
responsables de la guerra econmica.
Esta responsabilidad exterior y
estratificada tiene que haber sido
interiorizada como cierto sentido oscuro
de su comedia poltica. En resumen:
juzguemos a los hombres y no a las
fuerzas fsicas. Pero por mi parte, y en
nombre de esa concepcin intransigente
pero rigurosamente justa que regula la
relacin de lo subjetivo y la
objetivacin, hay que absolver a la
Gironda de esa acusacin: ni sus
comedias ni sus sueos interiores, ni
tampoco la organizacin objetiva de sus
actos, llevan al futuro conflicto franco-
ingls.
Pero hoy, con mucha frecuencia, se
reduce esta idea difcil a un altruismo
miserable. Se acepta fcilmente que
Brissot no saba lo que haca, pero se
insiste sobre la perogrullada de que a
ms o menos corto plazo la estructura
social y poltica de Europa tena que
provocar la generalizacin de la guerra.
As es que la Legislativa, al declarar la
guerra a los prncipes y al emperador se
la declaraba al rey de Inglaterra. Eso es
lo que hacia sin saberlo. Ahora bien,
esta concepcin no tiene nada que sea
especficamente marxista; se limita a
afirmar de nuevo lo que siempre ha
sabido todo el mundo: las consecuencias
de nuestros actos siempre acaban por
escaprsenos, porque toda empresa
concertada, en cuanto se realiza, entra en
relacin con el universo entero, y
porque esta multiplicidad infinita de
relaciones supera a nuestro
entendimiento. Si tomamos las cosas por
este lado, la accin humana queda
reducida a la de una fuerza fsica cuyo
efecto depender evidentemente del
sistema en el cual se ejerce. Pero,
precisamente por eso, ya no se puede
hablar de hacer. Los que hacen son los
hombres, y no los aludes. La mala fe de
nuestros marxistas consiste en emplear a
la vez las dos concepciones para
conservar el beneficio de la
interpretacin ideolgica, aun
escondiendo el uso abundante y grosero,
que hacen de la explicacin por la
finalidad. Se utiliza la segunda
concepcin para hacer aparecer ante
todos una concepcin mecanicista de la
Historia: los fines han desaparecido. Se
sirven al mismo tiempo de la primera
para transformar solapadamente en
objetivos reales de una actividad
humana a las consecuencias necesarias
pero imprevisibles que comporta esta
actividad. De aqu la vacilacin tan
fatigosa de las explicaciones marxistas:
la empresa histrica queda definida
implcitamente de una a otra frase por
sus fines (que muchas veces slo son
resultados imprevistos) o queda
reducida a la propagacin de un
movimiento fsico a travs de un medio
inerte. Contradiccin? No. Mala fe: no
hay que confundir el mariposeo de las
ideas con la dialctica.
El formalismo marxista es una
empresa de eliminacin. El mtodo se
identifica con el Terror por su inflexible
negativa a diferenciar, su fin es la
asimilacin total con el menor esfuerzo.
No se trata de realizar la integracin de
lo diverso como tal, mantenindole su
autonoma relativa, sino de suprimirlo:
de esta manera el movimiento perpetuo
hacia la identificacin refleja la
prctica unificadora de los burcratas.
Las determinaciones especficas
despiertan en la teora las mismas
sospechas que las personas en la
realidad.
Para la mayor parte de los marxistas
actuales, pensar es pretender totalizar, y,
con este pretexto, es reemplazar la
particularidad por un universal; es
pretender llevarnos a lo concreto y
presentarnos a este ttulo unas
determinaciones que son fundamentales
pero abstractas. Hegel por lo menos
dejaba subsistir lo particular en tanto
que particularidad superada; el marxista
creera que pierde el tiempo si, por
ejemplo, tratase de comprender un
pensamiento burgus en su originalidad.
Para l lo nico que interesa es
demostrar que se trata de un modo del
idealismo. Reconocer, naturalmente
que un libro de 1930 no se parece a otro
de 1956; es que ha cambiado el mundo.
Y tambin la ideologa, que refleja al
mundo con el punto de vista de una
clase. La burguesa entra en un perodo
de retirada; el idealismo adoptar otra
forma para expresar esta nueva
posicin, esta nueva tctica. Pero para
el intelectual marxista, este movimiento
dialctico no se sale del terreno de la
universalidad; se trata de definirlo en su
generalidad y de mostrar que se expresa
en la obra considerada, de la misma
manera que todas las aparecidas en la
misma lecha. El marxista llega, pues, a
considerar como una apariencia el
contenido real de una conducta o de un
pensamiento, y cuando disuelve lo
particular en lo universal, tiene la
satisfaccin de creer que reduce la
apariencia a la verdad. De hecho, no ha
conseguido ms que definirse a s mismo
al definir su concepcin subjetiva de la
realidad. Porque Marx estaba tan lejos
de esta falsa universalidad es que
trataba de engendrar dialcticamente su
saber sobre el hombre elevndose
progresivamente de las ms amplias
determinaciones a las determinaciones
ms precisas. Define su mtodo en una
carta a Lassalle como una investigacin
que se eleva de lo abstracto a lo
concreto. Y lo concreto para l es la
totalizacin jerrquica de las
determinaciones y de las realidades
jerarquizadas. Porque la poblacin es
una abstraccin si omito, por ejemplo,
las clases de que est formada; estas
clases a su vez son una palabra carente
de sentido si ignoro cules son los
elementos sobre los cuales se apoyan,
como por ejemplo, el trabajo asalariado,
el capital, etc.. Pero, inversamente,
estas determinaciones fundamentales
seguiran siendo abstractas si
tuviramos que cortarlas de las
realidades que las soportan y que ellas
modifican. La poblacin de Inglaterra a
mediados del siglo XIX era un universal
abstracto, una representacin catica
del conjunto en tanto que considerada
como simple cantidad; pero tambin las
categoras econmicas estn
determinadas de una manera insuficiente
si primero no establecemos que se
aplican a la poblacin inglesa, es decir,
a hombres reales que viven y hacen la
Historia en el pas capitalista cuya
industrializacin est ms avanzada.
Marx, en nombre de esta totalizacin,
podr mostrar la accin de las
superestructuras sobre los hechos
infraestructurales.
Pero si es verdad que la
poblacin es un concepto abstracto en
tanto que no la hemos determinado por
sus estructuras fundamentales, es decir,
en tanto que como concepto no ha
ocupado el lugar correspondiente en el
marco de la interpretacin marxista,
tambin es verdad que cuando ese marco
existe, y para el intelectual que conoce
bien el mtodo dialctico, los hombres,
sus objetivaciones y sus trabajos, en fin,
las relaciones humanas, son lo ms
concreto que hay, porque una primera
aproximacin vuelve a colocarlos sin
esfuerzo en su nivel y descubre sus
determinaciones generales. En una
sociedad de la cual conocemos el
movimiento y los caracteres, el
desarrollo de las fuerzas productoras y
de las relaciones de produccin, todo
hecho nuevo (hombre, accin, obra)
aparece como situado ya en su
generalidad; el progreso consiste en
aclarar las estructuras ms profundas
por la originalidad del hecho encarado,
para poder luego determinar esta
originalidad por las estructuras
fundamentales. Hay un movimiento
doble. Pero los marxistas de hoy en da
se comportan como si no existiese el
marxismo y como si cada uno de ellos lo
volviese a inventar exactamente igual a
s mismo en todos los actos de
inteleccin: se comportan como si el
hombre, o el grupo, o el libro
apareciesen ante ellos bajo la forma de
representacin catica del conjunto
(cuando de sobra se sabe que, por
ejemplo, tal libro es de determinado
autor burgus, hecho en determinada
sociedad burguesa, en un momento
determinado de su desarrollo, y que
todos sus caracteres han sido
establecidos ya por otros marxistas).
Y para esos tericos todo ocurre como
si fuese absolutamente necesario reducir
esa pretendida abstraccin la
conducta poltica de tal individuo o su
obra literaria a una realidad
verdaderamente concreta (el
imperialismo capitalista, el idealismo)
que, de hecho, en s misma slo es una
determinacin abstracta. As, la
realidad concreta de una obra filosfica
ser el idealismo; la obra slo
representa un modo pasajero; lo que la
caracteriza en s misma slo es
deficiencia y nada; lo que hace su ser es
su reductibilidad permanente a la
sustancia: idealismo. De aqu la
perpetua fetichizacin[20].
Veamos ms bien a Lukacz: su
frmula el carnaval permanente de la
interioridad fetichizada, no slo es
pedante y vaga, sino que hasta su
apariencia es sospechosa. El poner una
palabra violenta y concreta, carnaval,
evocadora de color, de agitacin, de
ruidos, tiene como fin evidente velar la
pobreza del concepto y su gratuidad,
porque o slo se quiere designar al
subjetivismo literario de la poca y es
un truismo, porque ese subjetivismo
estaba proclamado, o se pretende que la
relacin del autor con su subjetividad
sea necesariamente su fetichizacin, y
es mucho decir; Wilde, Proust, Bergson,
Gide, Joyce, son otros tantos nombres,
otras tantas relaciones diferentes de lo
subjetivo. Y por el contrario, podra
demostrarse que no son fetichistas de la
interioridad, que ni Joyce, que quera
crear un espejo del mundo, discutir el
lenguaje comn y echar los cimientos de
una nueva universalidad lingstica, ni
Proust, que disolva al Yo en los anlisis
y cuyo nico fin era hacer que renaciese
por la magia de la memoria pura el
objeto real y exterior en su singularidad
absoluta, ni Gide, que se mantiene en la
tradicin del humanismo aristotlico.
Esta nocin no est deducida de la
experiencia, no la han establecido
estudiando la conducta de los hombres
particulares: su falsa individualidad
hace de ella una Idea hegeliana (como la
Conciencia Infeliz o el Alma Bella) que
se crea sus propios instrumentos.
Ese marxismo perezoso pone todo en
todo, hace de los hombres reales los
smbolos de sus mitos; as se transforma
en sueo paranoico la nica filosofa
que puede asir completamente la
complejidad del ser humano. Para
Garaudy, situar es unir por una parte a
la universalidad de una poca, de una
condicin, de una clase, de sus
relaciones de fuerza con las otras clases,
y por otra parte a la universalidad de
una actitud defensiva u ofensiva
(prctica social o concepcin
ideolgica). Pero ese sistema de
correspondencias entre universales
abstractos est construido expresamente
para suprimir al grupo o al hombre que
se pretenda considerar. Si quiero
comprender a Valry, ese pequeo-
burgus surgido de ese grupo histrico y
concreto que es la pequea burguesa
francesa de fines del siglo pasado, ms
vale que no me dirija a los marxistas:
ese grupo numricamente definido
quedar sustituido por la idea de sus
condiciones materiales, de su posicin
entre los otros grupos (el pequeo-
burgus siempre dice: de un lado del
otro) y de sus contradicciones internas.
Volveremos a la categora econmica,
volveremos a encontrar esa propiedad
pequeo-burguesa amenazada al mismo
tiempo por la concentracin capitalista y
por las reivindicaciones populares,
sobre las cuales se asentarn
naturalmente las oscilaciones de su
actitud social. Todo eso es muy justo:
ese esqueleto de universalidad es la
verdad misma en su nivel de
abstraccin; vayamos ms lejos: cuando
las cuestiones planteadas se mantienen
en el dominio de lo universal, los
elementos esquemticos, a causa de su
combinacin, a veces permiten que se
encuentren las respuestas.
Pero se trata de Valry. Nuestro
marxista abstracto no se conmueve por
tan poco: afirmar el progreso constante
del materialismo, luego describir cierto
idealismo analtico, matemtico y
ligeramente pesimista, que nos
presentar para terminar como una
simple respuesta, ya defensiva, al
racionalismo materialista de la filosofa
ascendente. Todos sus caracteres sern
determinados dialcticamente en
relacin con ese materialismo; siempre
se le presenta a l como variable
independiente, nunca lo sufre: este
pensamiento del tema de la historia,
expresin de la praxis histrica, tiene el
papel de inductor activo; en las obras y
las ideas de la burguesa slo se quieren
ver intentos prcticos (aunque siempre
vanos) para detener unos ataques cada
vez ms violentos, para colmar los
bolsillos, taponar las brechas y las
grietas, para asimilar las infiltraciones
enemigas. La indeterminacin casi total
de la ideologa as descrita permitir
que se haga con ella el esquema
abstracto que dirige la confeccin de las
obras contemporneas. En este momento
se detiene el anlisis y el marxismo
juzga que su trabajo ha terminado. En
cuanto a Valry, se ha evaporado.
Y tambin nosotros pretendemos que
el idealismo es un objeto: la prueba est
en que se nombra, se ensea, se adopta y
se combate; que tiene una historia y que
no deja de evolucionar. Fue una filosofa
viva, es una filosofa muerta, ha
mostrado cierta relacin con los
hombres, hoy manifiesta relaciones
inhumanas (entre los intelectuales
burgueses, por ejemplo). Pero
precisamente por eso nos negamos a
convertirlo en un a priori transparente
para el espritu; no significa que esta
filosofa sea para nosotros una cosa. No.
Sencillamente, la consideramos como un
tipo especial de realidad, como una
idea-objeto. Esta realidad pertenece a la
categora de los colectivos que
trataremos de examinar un poco ms
lejos. Para nosotros su existencia es
real, y no aprenderemos ms salvo por
medio de la experiencia, de la
observacin, de la descripcin
fenomenolgica, de la comprensin y de
los trabajos especializados. Este objeto
real se nos aparece como una
determinacin de la cultura objetiva; fue
el pensamiento virulento y crtico de una
clase ascendente; para las clases medias
se ha convertido en cierta manera de
pensar conservadora (existen otras, y
precisamente cierto materialismo
cientificista que, segn las ocasiones,
legitima al utilitarismo o al racismo).
Este aparato colectivo ofrece para
nosotros una realidad muy distinta de la
que, por ejemplo, pueda ofrecer una
iglesia gtica, pero posee tanto como la
iglesia la presencia actual y la
profundidad histrica. Muchos
marxistas pretenden no ver en l ms
que el significado comn de
pensamientos esparcidos a travs del
mundo; nosotros somos ms realistas
que ellos. Razn de ms para que nos
neguemos a invertir los trminos, a
fetichizar el aparato y a ver a los
intelectuales idealistas como las
manifestaciones de aqul. Para nosotros
la ideologa de Valry es el producto
concreto y singular de un existente que
se caracteriza en parle por sus
relaciones con el idealismo, pero que se
debe descifrar en su particularidad y en
primer lugar a partir del grupo concreto
del cual ha surgido. Lo que no significa
en absoluto que sus relaciones
envuelvan a las de su medio, a las de su
clase, etc., sino solamente que las
sabremos a posteriori por la
observacin y en nuestro esfuerzo por
totalizar el conjunto del saber posible
sobre esta cuestin. Valry es un
intelectual pequeo-burgus, no cabe la
menor duda. Pero todo intelectual
pequeo-burgus no es Valry. La
insuficiencia heurstica del marxismo
contemporneo entra en estas dos frases.
Para poder captar el proceso que
produce a la persona y su producto en el
interior de una clase y de una sociedad
dada en un momento histrico dado, al
marxismo le falta una jerarqua de
mediaciones. Al calificar a Valry de
pequeo-burgus y a su obra de
idealista, en uno y otra slo encontrar
lo que ha puesto. A causa de esta
carencia, acaba por desembarazarse de
lo particular, definindolo como un
simple efecto del azar: Que semejante
hombre escribe Engels, y
precisamente se, se eleve en una poca
determinada y en un pas dado,
naturalmente es una casualidad. Y si no
hubiese estado Napolen, otro habra
ocupado su lugar As son todas las
casualidades, o todo lo que en la
historia parece casualidad. Cuanto ms
se aleja de la economa el dominio que
exploramos y reviste un carcter
ideolgico abstracto, ms casualidad
encontramos en su desarrollo Pero
tracemos el eje medio de la curva
Este eje tiende a hacerse paralelo al del
desarrollo econmico. Dicho de otra
manera, el carcter concreto de este
hombre, para Engels, es un carcter
ideolgico abstracto. De real y de
inteligible slo hay el eje medio de la
curva (de una vida, de una historia, de
un partido o de un grupo social) y ese
momento de universalidad corresponde
a otra universalidad (la econmica
propiamente dicha). Pero el
existencialismo considera esta
declaracin como una limitacin
arbitraria del movimiento dialctico,
como una detencin del pensamiento,
como una negativa a comprender. Se
niega a abandonar la vida real a los
azares impensables del nacimiento para
contemplar una universalidad que se
limita a reflejarse indefinidamente en s
misma[21]. Sin ser infiel a las tesis
marxistas, entiende encontrar las
mediaciones que permitan engendrar lo
concreto singular, la vida, la lucha real y
con fecha, la persona a partir de las
contradicciones generales de las fuerzas
productivas y de las relaciones de
produccin. El marxismo
contemporneo muestra, por ejemplo,
que el realismo de Flaubert est en
relacin de simbolizacin recproca con
la evolucin social y poltica de la
pequea burguesa del Segundo Imperio.
Pero nunca muestra la gnesis de esta
reciprocidad de perspectivas. No
sabemos ni por qu Flaubert prefiri la
literatura a cualquiera otra cosa, ni por
qu vivi como un anacoreta, ni por qu
escribi esos libros y no los de Duranty
o los de los Goncourt. El marxismo sita
pero ya no hace descubrir nada: deja
que otras disciplinas sin principios
establezcan las circunstancias exactas de
la vida y de la persona y luego viene a
demostrar que sus esquemas se han
verificado una vez ms: como las cosas
son lo que son y la lucha de clases ha
tomado tal o tal forma, Flaubert, que
perteneca a la burguesa, tena que vivir
como vivi y escribir lo que escribi.
Pero lo que no se dice es precisamente
el significado de esas cuatro palabras:
pertenecer a la burguesa. Porque en
primer lugar no es ni la renta de las
propiedades, ni tampoco la naturaleza
estrictamente intelectual de su trabajo lo
que convierten en burgus a Flaubert.
Flaubert pertenece a la burguesa
porque ha nacido en ella, es decir,
porque apareci en medio de una familia
ya burguesa[22] y cuyo jefe, cirujano de
Rouen, estaba arrastrado por el
movimiento ascendente de su clase. Y si
razona, si siente en burgus, es que se lo
ha hecho as en una poca en la que ni
siquiera poda comprender el sentido de
los gestos y de las funciones que le
imponan. Como ocurre con todas las
familias, sta era particular: su madre
estaba emparentada con la nobleza, su
padre era el hijo de un veterinario de
pueblo, el hermano mayor de Gustavo,
que aparentemente estaba mejor dotado
que l, fue muy pronto objeto de su
aborrecimiento. Gustavo Flaubert hizo,
pues, oscuramente, el aprendizaje de su
clase en la particularidad de una
historia, a travs de las contradicciones
propias de esta familia. La casualidad
no existe, o por lo menos no existe como
se cree: el nio se convierte en tal o
cual porque ha vivido lo universal como
particular. ste vivi en lo particular el
conflicto entre las pompas religiosas de
un rgimen monrquico que pretenda
renacer y la irreligin de su padre,
pequeo-burgus intelectual e hijo de la
Revolucin Francesa. De una manera
general, este conflicto traduca la lucha
que se llevaba a cabo entre los antiguos
terratenientes contra los compradores de
bienes nacionales y contra la burguesa
industrial. Esta contradiccin (que por
lo dems durante la Restauracin qued
oculta por un equilibrio provisional) la
vivi Flaubert para l solo y por s
mismo; sus aspiraciones de nobleza y
sobre todo de fe no dejaron de ser
rebatidas por el espritu de anlisis
paterno. Instal despus en s a ese
padre aplastante que ni siquiera muerto
dej de destruir a Dios, su adversario
principal, ni de reducir los impulsos de
su hijo a humores corporales. Pero el
pequeo Flaubert vivi todo esto entre
tinieblas, es decir, sin una toma de
conciencia real, en la locura, la fuga, la
incomprensin, y a travs de su
condicin material de nio burgus, bien
alimentado, bien cuidado, pero
impotente y separado del mundo. Su
condicin futura a travs de las
profesiones que se ofrecern a l las
vivir como nio; su odio por el
hermano mayor, alumno brillante de la
Facultad de Medicina, le impeda el
paso por el camino de las Ciencias, es
decir, que ni quera ni se atreva a
formar parte de la lite pequeo-
burguesa. Quedaba el Derecho; a
travs de esas carreras que juzgaba
inferiores, su propia clase le caus
horror; y este horror era al mismo
tiempo una toma de conciencia y una
alienacin definitiva de la pequea
burguesa. Vivi tambin la muerte
burguesa, esa soledad que nos hace
compaa desde el nacimiento, pero la
vivi a travs de las estructuras
familiares: el jardn donde jugaba con su
hermana estaba al lado del laboratorio
donde disecaba su padre; la muerte, los
cadveres, su hermana menor que se iba
a morir bastante pronto, la ciencia y la
irreligin de su padre, todo eso tena
que unirse en una actitud compleja y muy
particular. La explosiva mezcla de
cientificismo ingenuo y de religin sin
Dios que constituye Flaubert y que trata
de superar por el amor del arte formal,
podramos explicarlo si
comprendisemos bien todo lo que
ocurri en la infancia, es decir, en una
condicin radicalmente distinta de la
condicin adulta: la infancia es la que
forma los prejuicios insuperables, la que
en la violencia del adiestramiento y el
extravo del animal adiestrado hace que
se sienta la pertenencia a un medio como
un acontecimiento singular. Slo el
psicoanlisis permite hoy estudiar a
fondo cmo el nio, entre tinieblas, a
tientas, trata de representar, sin
comprenderlo, el personaje social que le
imponen los adultos; slo l nos puede
mostrar si se ahoga en su papel, si trata
de evadirse de l o si se asimila a l del
todo. Slo l permite que el hombre
entero se encuentre en el adulto, es
decir, no slo sus determinaciones
presentes, sino tambin el peso de su
historia. Y se estar muy equivocado si
se cree que esta disciplina se opone al
materialismo dialctico. Naturalmente,
los aficionados han edificado en
Occidente unas teoras analticas
sobre la sociedad o la Historia que
desembocan, en efecto, en el idealismo.
Cuntas veces no se ha psicoanalizado
a Robespierre sin pensar que las
contradicciones de su conducta estaban
condicionadas por las contradicciones
objetivas de la situacin? Y resulta
molesto que cuando se ha comprendido
cmo la burguesa termidoriana,
paralizada por el rgimen democrtico,
se vio prcticamente reducida a
reclamar una dictadura militar, se lea
escrito por un psiquiatra que Napolen
se explica por sus conductas de fracaso.
De Man, el socialista belga, an iba ms
lejos cuando fundaba los conflictos de
clase en el complejo de inferioridad
del proletariado. Inversamente, el
marxismo hecho Saber universal ha
querido integrar al psicoanlisis
torcindole el cuello; ha hecho de l una
idea muerta que encontraba naturalmente
su lugar en un sistema seco: era el
idealismo que volva con una mscara,
un avatar del fetichismo de la
interioridad. Pero en uno u otro caso, se
ha transformado un mtodo en
dogmatismo: los filsofos del
psicoanlisis encuentran su justificacin
en los esquematizadores marxistas, y
recprocamente. De hecho, el
materialismo dialctico no puede
privarse durante ms tiempo de la
mediacin privilegiada que le permite
pasar de las determinaciones generales y
abstractas a ciertos rasgos del individuo
singular. El psicoanlisis no tiene
principios, no tiene base terica; apenas
si est acompaado en Jung y en
algunas obras de Freud por una
mitologa perfectamente inofensiva. De
hecho, es un mtodo que ante todo se
preocupa por establecer la manera que
tiene el nio de vivir sus relaciones
familiares en el interior de una sociedad
dada. Lo que no quiere decir que dude
de la prioridad de las instituciones. Por
el contrario, su objeto depende de la
estructura de tal familia particular y sta
no es ms que la singularizacin de la
estructura familiar propia de tal clase,
en tales condiciones; as, si fuese
posible, unas monografas
psicoanalticas pondran de relieve por
s mismas la evolucin de la familia
francesa entre los siglos XVIII y XX, que
a su vez traduce a su manera la
evolucin general de las relaciones de
produccin.
A los marxistas de hoy slo les
preocupan los adultos: al leerles podra
creerse que nacemos a la edad en que
ganamos nuestro primer salario; se han
olvidado de su propia infancia y al
leerles todo ocurre como si los hombres
sintiesen su alienacin y su
reificacin[23] primero en su propio
trabajo, cuando, primero, cada cual lo
vive, como nio, en el trabajo de sus
padres. Al chocar contra unas
interpretaciones que son con demasa
exclusivamente sexuales, se aprovechan
para condenar un mtodo de
interpretacin que pretende simplemente
reemplazar en cada uno a la naturaleza
por la Historia; no han comprendido an
que la sexualidad slo es una manera de
vivir a cierto nivel y con la perspectiva
de cierta aventura individual la totalidad
de nuestra condicin. El existencialismo
cree por el contrario que este mtodo se
puede integrar porque descubre el punto
de insercin del hombre en su clase, es
decir, la familia singular como
mediacin entre la clase universal y el
individuo: la familia est constituida, en
efecto, en y por el movimiento general
de la Historia, y vivida, por otra parte,
como un absoluto en la profundidad y la
opacidad de la infancia. La familia
Flaubert era de un tipo semidomstico,
estaba un poco atrasada con respecto a
las familias industriales que curaba o
frecuentaba Flaubert padre. Flaubert
padre, que se consideraba perjudicado
por su patrn Dupuytren, aterrorizaba
a todo el mundo con sus mritos, su
notoriedad, su irona volteriana, sus
cleras terribles o sus accesos de
melancola. Tambin se podr
comprender fcilmente que nunca fuese
determinante el lazo que una al pequeo
Gustavo con su madre: la madre slo era
un reflejo del terrible doctor. Se trata,
pues, de un desplazamiento bastante
sensible que muchas veces separ a
Flaubert de sus contemporneos.
Flaubert se caracteriza por la fijacin
en el padre en un siglo en que la familia
conyugal es el tipo corriente de la
burguesa rica, en el que Du Camp y Le
Poittevin representan a unos hijos
liberados de la patria potestas.
Baudelaire, que naci el mismo ao,
quedar fijado a su madre durante toda
su vida. Y esta diferencia se explica por
la diferencia de los medios: la burguesa
de Flaubert es muy deslucida, nueva (la
madre, vagamente emparentada con la
nobleza, representa a una clase de
terratenientes en vas de desaparicin; el
padre sale directamente de un pueblo y
lleva an en Rouen, unas extraas
vestimentas campesinas: en invierno,
una piel de cabra). Proviene del campo,
adonde vuelve al comprar tierras segn
se va enriqueciendo. La familia de
Baudelaire, burguesa, establecida en la
ciudad desde hace mucho ms tiempo, se
considera en cierta forma como
perteneciente a la nobleza de toga:
posee acciones y ttulos. Durante algn
tiempo, entre dos amos, apareci la
madre sola, con todo el esplendor de su
autonoma; luego, por mucho que Aupick
se hiciese el fuerte, la seora de
Aupick, tonta y bastante vanidosa, pero
encantadora y favorecida por la poca,
no dej de existir por s misma en
ningn momento.
Pero cuidado: cada uno vive los
primeros aos extraviado o
deslumbrado como si fuese una realidad
profunda y solitaria: la interiorizacin
de la exterioridad es aqu un hecho
irreductible. La chifladura del
pequeo Baudelaire es la viudez y el
nuevo matrimonio de una madre
demasiado bonita, pero es tambin una
cualidad propia de su vida, un
desequilibrio, una desgracia que habr
de perseguirle hasta la muerte; la
fijacin de Flaubert en su padre es la
expresin de una estructura de grupo y
es el odio del burgus, sus crisis
histricas, su vocacin monacal. El
psicoanlisis, en el interior de una
totalizacin dialctica, remite por un
lado a las estructuras objetivas, a las
condiciones materiales, y por el otro a
la accin de nuestra insuperable infancia
sobre nuestra vida de adulto. Se hace,
pues, imposible unir directamente a
Madame Bovary con la estructura
poltico-social y con la evolucin de la
pequea burguesa; habr que remitir la
obra a la realidad presente vivida por
Flaubert a travs de su infancia. Verdad
es que resulta cierta separacin: hay
cierto retardo de la obra en relacin con
la poca en que aparece; es que tiene
que unir en ella cierta cantidad de
significaciones contempornea a otras
que expresan un estado reciente pero ya
superado de la sociedad. Este retardo,
que los marxistas siempre desdean, da
cuenta a su vez de la verdadera realidad
social, en la que los acontecimientos,
los productos y los actos
contemporneos se caracterizan por la
extraordinaria diversidad de su
profundidad temporal. Llegar el
momento en que parezca que Flaubert se
ha adelantado a su poca (en tiempos de
Madame Bovary) porque est retrasado
respecto a ella, porque, bajo la
mscara, su obra le expresa a una
generacin harta del romanticismo las
desesperanzas posromnticas de un
colegial de 1830. El sentido objetivo
del libro el que los marxistas, como
aplicados discpulos de Taihe, toman
buenamente por condicionado por el
momento a travs del autor es el
resultado de un compromiso entre lo que
reclama esta nueva juventud a partir de
su nueva historia y lo que puede ofrecer
el autor a partir de la suya, es decir, que
realiza la unin paradjica de dos
momentos pasados de esta pequea
burguesa intelectual (1830-1845). A
partir de aqu se podr utilizar el libro
con las perspectivas nuevas como un
arma contra una clase o un rgimen[24].
Pero el marxismo nada tiene que temer
de esos nuevos mtodos; simplemente,
restituyen unas regiones concretas de lo
real y los malestares de la persona
toman su sentido autntico cuando
recordamos que traducen de una manera
concreta la alienacin del hombre; el
existencialismo ayudado por el
psicoanlisis no puede estudiar hoy ms
que situaciones en las que el hombre se
ha perdido a s mismo desde su infancia,
porque no hay otras en una sociedad
fundada en la explotacin[25].
No hemos acabado con las
mediaciones; en el nivel de las
relaciones de produccin y en el de las
estructuras poltico-sociales, la persona
singular se encuentra condicionada por
sus relaciones humanas. No cabe
ninguna duda de que ese
condicionamiento, en su verdad primera
y general, remite al conflicto de las
fuerzas productivas con las relaciones
de produccin. Pero todo eso no est
vivido tan simplemente. O ms bien, de
lo que se trata es de saber si la
reduccin es posible. La persona vive y
conoce ms o menos claramente su
condicin a travs de su pertenencia a
los grupos. En efecto, resulta claro que
el obrero de fbrica padezca la presin
de su grupo de produccin; pero si,
como ocurre en Pars, vive bastante
lejos de su lugar de trabajo, estar
sometido tambin a la presin de su
grupo de habitacin. Ahora bien, esos
grupos ejercen acciones diversas sobre
sus miembros; a veces, la manzana o
el barrio frenan en cada cual el
impulso dado por la fbrica o el taller.
Se trata de saber si el marxismo
disolver el grupo de habitacin en sus
elementos o si le reconocer una
autonoma relativa y un poder de
mediacin. La decisin no resulta tan
fcil: en efecto, por un lado se ve
fcilmente que la separacin del
grupo de habitacin y del grupo de
produccin, que el retraso de aqul
sobre ste no hacen ms que verificar
los anlisis fundamentales del
marxismo; en un sentido, no hay nada
nuevo; el Partido Comunista ha
demostrado desde su nacimiento que
conoce esta contradiccin, ya que
organiza en todos los sitios donde puede
clulas de empresa ms bien que clulas
de barrio. Pero por otro lado salta a la
vista en todas partes que los patrones,
cuando tratan de modernizar sus
mtodos, favorecen la constitucin de
grupos de freno extrapolticos cuyo
efecto es sin duda en Francia el de
alejar a los jvenes de la vida sindical y
poltica. En Annecy, por ejemplo, que se
industrializa rpidamente y que rechaza
a los turistas y a los veraneantes hasta
los barrios que bordean inmediatamente
el lago, sealan los investigadores cmo
pululan unos grupsculos (sociedades de
cultura, deportivas, teleclubes, etc.)
cuyo carcter es muy ambiguo: no hay
duda de que elevan el nivel cultural de
sus miembros lo que no dejar de ser
una adquisicin para el proletariado;
pero es cierto tambin que constituyen
unos obstculos para la emancipacin.
Habra que examinar adems si esas
sociedades (que en muchos casos tienen
los patrones la habilidad de dejar
completamente autnomas) la cultura no
est necesariamente orientada (es decir,
en el sentido de la ideologa burguesa.
Las estadsticas muestran que los libros
ms pedidos por los obreros son los
best-sellers burgueses). Estas
consideraciones tienden a que se haga
de la relacin en el grupo una
realidad vivida por s misma y que
posea una eficacia particular. En el caso
que nos ocupa, por ejemplo, no hay duda
de que se interponen como una pantalla
entre el individuo y los intereses
generales de su clase. Esta consistencia
del grupo (que no hay que confundir con
no s qu conciencia colectiva)
justificara por s sola lo que llaman los
americanos microsociologa. O an
mejor: en los Estados Unidos la
sociologa se desarrolla en razn de su
eficacia. A los que estn tentados a no
ver en la sociologa ms que un modo de
conocimiento idealista y esttico cuya
nica funcin consiste en esconder la
historia, les recuerdo, en efecto, que en
los Estados Unidos son los patrones
quienes favorecen esta disciplina y
particularmente las investigaciones que
ven a los grupos reducidos como
totalizacin de los contactos humanos en
una situacin definida; por lo dems, el
neopaternalismo americano y el Human
Engineering se fundan casi
exclusivamente en los trabajos de los
socilogos. Pero no habra que tomarlo
como pretexto para adoptar en el acto la
actitud inversa y rechazarla sin ms
consideraciones porque es un arma de
clase en manos de los capitalistas. Si
es un arma eficaz y ha probado que lo
es es que de alguna manera es
verdadero; y si est en manos de los
capitalistas, es una razn de ms para
arrancrsela y para volverla contra
ellos.
No hay duda de que el principio de
las investigaciones muchas veces es un
idealismo disimulado. En Lewin, por
ejemplo (como en todos los gestaltistas),
hay un fetichismo de la totalizacin; en
lugar de ver el movimiento real de la
Historia, la hipostasia y la realiza en
totalidades ya hechas: Hay que
considerar la situacin, con todas sus
implicaciones sociales y culturales
como un todo concreto dinmico. O
tambin las propiedades
estructurales de una totalidad dinmica
no son las mismas que las de sus
partes. Por otra parte, se trata de una
sntesis de exterioridad: el socilogo se
mantiene exterior a esta exterioridad
dada. Quieren guardarse los beneficios
de la teleologa mantenindose
positivos, es decir, aun suprimiendo o
disfrazando los fines de la actividad
humana. En ese instante la sociologa se
pone para s y se opone al marxismo: no
afirmando la autonoma provisional de
su mtodo que dara por el contrario
la forma de integrarlo, sino afirmando
la autonoma radical de su objeto.
Autonoma ontolgica: por muchas
precauciones que se tomen, no puede
impedirse, en efecto, que el grupo as
concebido sea unidad sustancial, aunque
y sobre todo si, por voluntad de
empirismo, se define su existencia por
su simple funcionamiento. Autonoma
metodolgica: el movimiento de
totalizacin dialctica queda sustituido
por las totalidades actuales. Esto
implica naturalmente una denegacin de
la dialctica y de la historia, en la
medida, justamente, en que la dialctica
no es primero ms que el movimiento
real de una unidad que se est haciendo,
y no el estudio, aun funcional y
dinmico, de una unidad ya hecha.
Para Lewin, toda ley es una ley
estructural y pone en evidencia una
funcin o una relacin funcional entre
las partes de un todo. Precisamente por
eso se acantona voluntariamente en el
estudio de lo que llamaba Lefebvre la
complejidad horizontal. No estudia ni
la historia del individuo (psicoanlisis),
ni la del grupo. Es a l a quien mejor se
aplicara ese reproche de Lefebvre que
citamos en nota ms arriba: su mtodo
pretende permitir que se establezcan los
caracteres funcionales de una comunidad
campesina de Estados Unidos; pero
interpretar a todos en relacin con las
variaciones de la totalidad; y as deja
escapar a la historia, ya que, por
ejemplo, se prohbe explicar la notable
homogeneidad religiosa de un grupo de
campesinos protestantes; en efecto, le
importa poco saber que la
permeabilidad total de las comunidades
campesinas con modelos urbanos nace
en Estados Unidos porque el campo se
ha hecho a partir de la ciudad, con
hombres que eran ya dueos de unas
tcnicas industriales relativamente
avanzadas. Lewin considerara esta
explicacin segn sus propias
frmulas como un causalismo
aristotlico; pero esto quiere decir que
es incapaz de comprender la sntesis con
la forma de una dialctica; para l tiene
que estar dada. Autonoma reciproca, en
fin, del experimentador y del grupo
experimental: el socilogo no est
situado, o si lo est, bastarn algunas
precauciones concretas para desituarlo;
tal vez trate de integrarse en el grupo,
pero esta integracin es provisional,
sabe que se separar, que consignar sus
observaciones en la objetividad; en una
palabra, se parece a los polizontes que
nos presenta tantas veces el cine, y que
conquistan la confianza de los gangsters
para poder entregarlos mejor; aunque el
socilogo y el polizonte participen de
una accin colectiva, la cual, como se
comprende, va entre parntesis, y que
slo hagan sus gestos en beneficio de un
inters superior.
Podran hacerse los mismos
reproches a esa nocin de personalidad
de base que trata de introducir
Kardiner en el neoculturalismo
americano; si slo quiere verse en ello
una cierta manera de totalizar la persona
a la sociedad en ella y por ella, como
veremos en seguida, la nocin es intil;
sera absurdo y vano hablar, por
ejemplo, de la personalidad de base
del proletario francs si disponemos de
un mtodo que permite comprender
cmo el trabajador se proyecta hacia la
objetivacin de s mismo partiendo de
condiciones materiales e histricas. Si
por el contrario consideramos a esta
personalidad como una realidad
objetiva que se impone a los miembros
del grupo, aunque sea a ttulo de base
de su personalidad, es un fetiche:
ponemos al hombre antes del hombre y
restablecemos el vnculo de causa.
Kardiner sita a su personalidad de base
a mitad de camino entre las
instituciones primarias (que expresan la
accin del medio sobre el individuo) y
secundarias (que expresan la reaccin
del individuo sobre el medio). Esta
circularidad se mantiene esttica a
pesar de todo y por otra parte nada
muestra mejor que esta posicin a
mitad de camino la inutilidad de la
nocin encarada. Verdad es que el
individuo est condicionado por el
medio social y se vuelve hacia l para
condicionarlo; eso es y no otra cosa
lo que hace su realidad. Pero si
podemos determinar las instituciones
primarias y seguir el movimiento por el
cual se hace el individuo superndolas,
qu necesidad tenemos de echar al
camino este traje hecho? La
personalidad de base oscila entre la
universalidad abstracta a posteriori y la
sustancia concreta como totalidad
hecha. Si la tomamos como conjunto
preexistente al que va a nacer, o detiene
la Historia y la reduce a una
discontinuidad de tipos y de estilos de
vida, o es la Historia quien la hace
estallar por su movimiento continuo.
Se explica esta actitud sociolgica
histricamente. El hi-per-empirismo
que por principio desdea los lazos con
el pasado slo poda nacer en un pas
donde la Historia es relativamente corta;
la voluntad de poner al socilogo fuera
del campo experimental traduce a la vez
el objetivismo burgus y cierta
exclusin vivida: Lewin, exiliado de
Alemania y perseguido por los nazis, se
improvisa como socilogo para
encontrar los medios prcticos de
restaurar la comunidad alemana que a su
parecer est deteriorada por Hitler. Pero
esta restauracin no puede ser obtenida
por l, exiliado, impotente y contra una
gran parte de los alemanes, sino
contando con medios exteriores, con una
accin ejercida con la ayuda de los
Aliados. Es esa Alemania lejana,
cerrada, la que, al excluirle, le da el
tema de la totalidad dinmica. (Para
democratizar a Alemania es necesario
dice l darle otros jefes, pero estos
jefes slo sern obedecidos si todo el
grupo est modificado de manera tal que
pueda aceptarles). Es sorprendente que
este burgus desarraigado no cuente
para nada con las contradicciones reales
que llevaron al nazismo, ni con una
lucha de clases que no ha dejado de
vivir por su cuenta. Las desgarraduras
de una sociedad, sus divisiones
intestinas: eso es lo que un obrero
alemn poda vivir en Alemania, eso es
lo que poda darle una idea
completamente distinta de las
condiciones reales de la
desnazificacin. El socilogo, de hecho,
es objeto de la historia: la sociologa de
los primitivos se establece sobre la
base de una relacin ms profunda que
la que, por ejemplo, puede ser el
colonialismo; la investigacin es una
relacin viva entre hombres (es esa
relacin en su totalidad la que ha tratado
de describir Leiris en su admirable libro
LAfrique fantme). De hecho el
socilogo y su objeto forman una
pareja en la que cada uno tiene que ser
interpretado por el otro y cuya relacin
tiene que ser descifrada tambin como
un momento de la historia.
Si tomamos esas precauciones, es
decir, si reintegramos el momento
sociolgico en la totalizacin histrica,
habr a pesar de todo una
independencia relativa de la sociologa?
Por nuestra parte, no lo dudamos en
absoluto. Si son discutibles las teoras
de Kardiner, algunas de sus
investigaciones tienen un inters
indudable, particularmente la hecha en
las islas Marquesas. Pone de relieve una
angustia latente entre los habitantes de
estas islas cuyo origen se encuentra en
ciertas condiciones objetivas: la
amenaza del hambre y la rareza de las
mujeres (100 mujeres por cada 250
hombres). Deriva el embalsamamiento y
el canibalismo del hambre, como dos
reacciones contradictorias que se
condicionan oponindose; muestra la
homosexualidad como resultado de la
rareza de mujeres (y de la poliandria),
pero va ms lejos, y por su investigacin
puede indicar que no es simplemente una
satisfaccin sexual, sino tambin un
desquite contra la mujer. Finalmente,
este estado de cosas lleva a la mujer a
una real indiferencia, y al padre a una
gran dulzura en su relacin con los hijos
(el hijo crece entre sus padres), de
donde se tiene como consecuencia el
libre desarrollo de los hijos y su
precocidad. Precocidad,
homosexualidad como desquite contra la
mujer, dura y sin ternura, angustia latente
que se expresa con diversas conductas:
son nociones irreductibles, ya que se
refieren a algo vivido. Poco importa que
Kardiner utilice unos conceptos
psicoanalticos para describirlo, la
cuestin es que la sociologa puede
establecer esos caracteres como
relaciones reales entre los hombres. La
investigacin de Kardiner en nada
contradice al materialismo dialctico,
aunque las ideas de Kardiner le sean
opuestas. Podemos aprender en su
estudio cmo el hecho material de la
rareza de mujeres est vivido como
cierto aspecto de las relaciones entre los
sexos y de los machos entre ellos. Nos
conduce, simplemente, a cierto nivel de
lo concreto que el marxismo
contemporneo desdea
sistemticamente. Los socilogos
norteamericanos concluyen que lo
econmico no es totalmente
determinante. Pero esta frase no es ni
verdadera ni falsa, porque la dialctica
no es un determinismo. Si es verdad que
los esquimales son individualistas y
los habitantes de Dakota cooperativos,
aun cuando se parezcan por la manera
que tienen de producir la vida, no hay
que concluir que el mtodo marxista
tiene una insuficiencia definitiva, sino,
simplemente, un desarrollo insuficiente.
Esto significa que la sociologa, en sus
investigaciones sobre los grupos
definidos, ofrece, a causa de su
empirismo, conocimientos que pueden
desarrollar el mtodo dialctico,
obligndolo a llevar la totalizacin hasta
su integracin. El individualismo de
los esquimales, si existe, tiene que estar
condicionado por factores de la misma
clase que los estudiados en las
comunidades de las islas Marquesas. En
s mismo, es un hecho (o para hablar
como Kardiner, un estilo de vida) que
no tiene nada que ver con la
subjetividad y que se revela en el
comportamiento de los individuos en el
interior del grupo y en relacin con las
realidades cotidianas de la vida (habitat,
comidas, fiestas, etc.) y hasta del
trabajo. Pero en la medida en que la
sociologa es por s misma una atencin
prospectiva que se dirige hacia ese
gnero de hechos, es y obliga al
marxismo a convertirse en mtodo
heurstico. En efecto, revela unas
relaciones nuevas y reclama que se las
relacione con nuevas condiciones.
Ahora bien, la rareza de mujeres, por
ejemplo, es una condicin material
verdadera: es econmica en todo caso
en la medida en que la economa se
define por la rareza; es una relacin
cuantitativa que condiciona
rigurosamente a una necesidad. Pero
Kardiner olvida adems lo que tan bien
ha mostrado Lvy-Strauss en su libro
sobre Las estructuras elementales del
parentesco: que el matrimonio es una
forma de prestacin total. La mujer no
slo es una compaera de cama, sino
que es un trabajador, una fuerza
productiva. En los niveles ms
primitivos, en los que el rigor del medio
geogrfico y el estado rudimentario de
las tcnicas hacen que sean aventurados
tanto la caza como el cultivo, tanto la
cosecha de hortalizas como la de frutas,
la existencia sera casi imposible para
un individuo abandonado a s mismo
No es ninguna exageracin el decir que
para semejantes sociedades el
matrimonio presenta una importancia
vital en cada individuo interesado
(primero) en encontrar un consorte,
pero tambin en prevenir que en su
grupo tengan lugar dos calamidades de
la sociedad primitiva: el soltero y el
hurfano (pginas 48-49). Esto
significa que nunca hay que ceder ante
las simplificaciones de los tecnicistas y
presentar las tcnicas y las herramientas
como condicionando ellas solas en un
contexto particular las relaciones
sociales. Adems de que las tradiciones
y la historia (la complejidad vertical de
Lefebvre) intervengan en el nivel del
trabajo y de las necesidades, existen
otras condiciones materiales (una de
ellas es la rareza de mujeres) que estn
en una relacin de condicionamiento
circular con las tcnicas y con el nivel
real de la vida. As la relacin numrica
entre los sexos toma una importancia
tanto mayor para la produccin y para
las relaciones superestructurales cuando
el hambre es ms amenazador y los
instrumentos ms rudimentarios. Slo se
trata de no subordinar nada a priori: se
dira vanamente que la rareza de las
mujeres es un hecho sencillamente
natural (para oponerlo al carcter
institucional de las tcnicas), ya que esta
rareza slo se presenta en el interior de
una comunidad. A partir de este punto,
nadie puede reprochar a la
interpretacin marxista que sea
incompletamente determinante: en
efecto, basta con que el mtodo
regresivo-progresivo tenga en cuenta a
la vez la circularidad de las condiciones
materiales y el mutuo condicionamiento
de las relaciones humanas establecidas
sobre esta base (el lazo inmediatamente
real, en su nivel, de la dureza de las
mujeres, de la indulgencia de los padres,
del resentimiento que crea las
tendencias homosexuales y de la
precocidad de los nios fundada en la
poliandria, que a su vez es una reaccin
del grupo frente a la rareza; pero estos
caracteres diferentes no estn contenidos
ya en la poliandria como los huevos en
una cesta: se enriquecen por su accin
recproca como una manera de vivirla
en una continua superacin). La
sociologa, momento provisional de la
totalizacin histrica, con esta forma
prospectiva, con su falta de fundamento
terico y la precisin de sus mtodos
auxiliares encuestas, tests,
estadsticas, etc. revela mediaciones
nuevas entre los hombres concretos y las
condiciones materiales de su vida, entre
las relaciones humanas y las relaciones
de produccin, entre las personas y las
clases (o cualquier otra especie de
grupo).
No nos cuesta reconocer que el
grupo ni ha tenido nunca ni puede tener
el tipo de existencia metafsica que se
trata de darle; repetimos con el
marxismo: slo hay hombres y
relaciones reales entre los hombres;
segn este punto de vista, en un sentido
el grupo slo es una multiplicidad de
relaciones y de relaciones entre esas
relaciones. Y tenemos esta certeza
precisamente porque consideramos la
relacin entre el socilogo y su objeto
como una relacin de reciprocidad; el
investigador nunca puede mantenerse
fuera de un grupo salvo en la medida
en que est en otro excepto en los
casos lmites en que este exilio es el
reverso de un acto real de exclusin.
Y estas perspectivas diversas le
muestran de sobra que la comunidad
como tal se le escapa por todas partes.
Esto no debe dispensarnos, sin
embargo, de determinar el tipo de
realidad y de eficacia que son propias
de los objetos colectivos que pueblan
nuestro campo social y que se ha
decidido llamar intermundo. Una
sociedad de pescadores de caa no es ni
una piedra ni una hiperconciencia ni una
simple indicacin verbal para sealar a
las relaciones concretas y particulares
entre sus miembros: tiene estatutos,
administracin, presupuesto, una forma
de reclutamiento, una funcin; a partir de
todo esto sus miembros han instaurado
entre s cierto tipo de reciprocidad en
las relaciones. Cuando decimos: slo
hay hombres y relaciones reales entre
los hombres (aado para Merleau-
Ponty: tambin cosas y animales, etc.),
slo queremos decir que el soporte de
los objetos colectivos tiene que
buscarse en la actividad concreta de los
individuos; no negamos la realidad de
esos objetos, pero pretendemos que es
parasitaria. No est el marxismo muy
alejado de nuestra concepcin. Pero en
su estado presente y segn ese punto de
vista, se le pueden hacer dos reproches
esenciales: cierto es que muestra los
intereses de clase imponindose al
individuo contra sus intereses
individuales o el mercado, primero
simple complejo de relaciones humanas,
tendiendo a hacerse ms real que los
vendedores y sus clientes; pero sigue
siendo incierto en cuanto a la naturaleza
y al origen de esos colectivos; la
teora del fetichismo, esbozada por
Marx, nunca ha sido desarrollada, y
adems no podra extenderse a las
dems realidades sociales; as es que al
no aceptar al mecanicismo, le falta
armas contra l. Considera como una
cosa al mercado, y que sus leyes
inexorables contribuyen a reificar las
relaciones entre los hombres, pero
cuando de repente, hablando con el
lenguaje de Lefebvre, un juego de manos
dialctico nos muestra esta abstraccin
monstruosa como si fuera lo verdadero
concreto (se trata, desde luego, de una
sociedad alienada), mientras los
individuos (por ejemplo, el obrero
sometido a las leyes de bronce del
mercado del trabajo) caen a su vez en la
abstraccin, nos creemos de nuevo en el
idealismo hegeliano. Porque la
dependencia del obrero que viene a
vender su fuerza de trabajo en ningn
caso puede significar que ese trabajador
haya cado en la existencia abstracta.
Por el contrario, la realidad del
mercado, por muy inexorables que sean
sus leyes, y hasta su apariencia concreta,
descansa sobre la realidad de los
individuos alienados y sobre su
separacin. Hay que volver a tomar el
estudio de los colectivos por el
principio y mostrar que esos objetos,
lejos de caracterizarse por la unidad
directa de un consenso, parecen, por el
contrario, perspectivas de fuga. Las
relaciones directas entre personas,
basadas sobre condiciones dadas,
dependen de otras relaciones singulares,
stas de otras, y as sucesivamente, y
por eso hay una sujecin objetiva en las
relaciones concretas; lo que lleva a esta
sujecin, no es la presencia de los otros,
sino su ausencia, no es su unin, sino su
separacin. Para nosotros, la realidad
del objeto colectivo descansa sobre la
recurrencia; manifiesta que la
totalizacin no est terminada nunca y
que la totalidad de existir lo es a ttulo
de totalidad destotalizada[26].
As como son, estos colectivos
existen, se revelan inmediatamente a la
accin y a la percepcin; encontramos
siempre en cada uno de ellos una
materialidad concreta (movimiento, sede
social, edificio, palabra, etc.) que
sostiene y manifiesta una fuga que la
corroe. Me basta con abrir la ventana:
veo una iglesia, un banco, un caf; tres
colectivos; este billete de mil francos es
otro; y otro el peridico que acabo de
comprar. Y el segundo reproche que
puede hacerse al marxismo es que nunca
se ha preocupado por estudiar a los
objetos en s mismos, es decir, en todos
los niveles de la vida social. Ahora
bien, es en su campo social,
considerado bajo su aspecto ms
inmediato, donde el hombre hace el
aprendizaje de su condicin; tambin
aqu son las uniones particulares una
manera de realizar y de vivir lo
universal en su materialidad; tambin
aqu tiene esta particularidad una
opacidad propia que impide que se la
disuelva en las determinaciones
fundamentales: eso significa que el
medio de nuestra vida, con sus
instituciones, sus monumentos, sus
instrumentos, sus infinitos culturales
(reales como la Idea de naturaleza,
imaginarios como Julin Sorel o Don
Juan), sus fetiches, su temporalidad
social y su espacio hodolgico
tambin tiene que formar parte de
nuestro estudio. Estas distintas
realidades cuyo ser es directamente
proporcional al no-ser de la humanidad
mantienen entre s, por intermedio de las
relaciones humanas, y con nosotros, una
multiplicidad de relaciones que pueden
y deben ser estudiadas en s mismas.
Producto de su producto, hecho con su
trabajo y por las condiciones sociales
de la produccin, el hombre existe al
mismo tiempo en medio de sus
productos y provee la sustancia de los
colectivos que le corroen; se
establece un cortocircuito en todos los
niveles de la vida, una experiencia
horizontal que contribuye a cambiarle
sobre la base de sus condiciones
materiales de partida: el nio no slo
vive a su familia, sino tambin en
parte a travs de ella, en parte solo el
paisaje colectivo que le rodea; y
tambin se le revela la generalidad de su
clase en esta experiencia singular[27]. Se
trata, pues, de constituir sntesis
horizontales en las que los objetos
considerados desarrollen libremente sus
estructuras y sus leyes. Esta totalizacin
transversal afirma a la vez su
dependencia en relacin con la sntesis
vertical y su autonoma relativa. No es
ni suficiente por s ni inconsistente. Se
tratara en vano de rechazar a Jos
colectivos del laclo de la pura
apariencia. Desde luego, no hay que
juzgarlos por la conciencia que sus
contemporneos tengan de ellos; pero
perderan su originalidad si slo los
encarramos segn el punto de vista de
las profundidades. Si quisiera estudiarse
uno de esos grupos culturales que se
encuentran en las fbricas, no
quedaramos en paz con la vieja
frmula: los obreros creen que leen (es
decir, que el objeto es cultural), porque
de hecho no hacen ms que retrasar en
ellos mismos la toma de conciencia y la
emancipacin del proletariado. Porque
es muy cierto que retrasan en ellos
mismos esta toma de conciencia; pero
tambin es muy cierto que leen y que
sus lecturas se producen en el seno de
una comunidad que las favorece y que se
desarrolla por medio de ellas. Para no
citar ms que un objeto, aceptaremos
que una ciudad es una organizacin
material y social que tiene su
materialidad gracias a la ubicuidad de
su ausencia: est presente en cada una
de sus calles, en tanto que siempre est
fuera, y el mito de la capital con sus
misterios muestra de sobra que la
opacidad de las relaciones humanas
directas tiene su origen en que siempre
estn condicionadas por todas las
dems. Los misterios de Paris tienen su
origen en la interdependencia absoluta
de los medios unida a su divisin
radical en compartimentos. Pero todo
colectivo urbano tiene su fisonoma
propia. Hay marxistas que han hecho
unas clasificaciones felices, han
distinguido, segn el punto de vista
econmico, ciudades industriales,
ciudades coloniales, ciudades
socialistas, etc. Para todos los tipos han
mostrado cmo la forma y la divisin
del trabajo engendraban, junto con las
relaciones de produccin, una
organizacin y una distribucin
particular de las funciones urbanas. Pero
no basta para unirse a la experiencia:
Pars y Roma difieren entre s
profundamente. La primera es una
ciudad tpicamente burguesa del
siglo XIX, la segunda, atrasada o
adelantada con respecto a la otra, al
mismo tiempo, se caracteriza por un
centro de estructura aristocrtica
(pobres y ricos viven en las mismas
casas como en nuestra capital antes de
1830), rodeado de barrios modernos
inspirados en el urbanismo americano.
No basta con mostrar que esas
diferencias de estructura corresponden a
diferencias fundamentales en el
desarrollo econmico de los dos pases
y que el marxismo, armado como ahora
lo est, puede dar cuenta de ello[28]:
tambin hay que ver que las
constituciones de esas dos ciudades
condicionan inmediatamente las
relaciones concretas de sus habitantes, A
travs de la promiscuidad de la pobreza
y de la riqueza, los romanos viven de
una manera abreviada la evolucin de su
economa nacional, pero esta
promiscuidad es por si misma un dato
inmediato de la vida social; se
manifiesta a travs de las relaciones
humanas de un tipo particular, supone un
enraizamiento de cada cual en el pasado
urbano, un lazo concreto de los hombres
con las ruinas (que depende menos de lo
que podra creerse del gnero de trabajo
y de la clase, ya que, finalmente, estas
ruinas estn habitadas y utilizadas por
todos, aunque ms an, tal vez, por el
pueblo que por los burgueses pudientes),
cierta organizacin del espacio, es
decir, de los caminos que llevan a los
hombres hacia los otros hombres o hacia
el trabajo. Si carecemos de los
instrumentos necesarios para estudiar la
estructura y la influencia de ese campo
social, nos ser completamente
imposible hacer salir ciertas actitudes
tpicamente romanas de la simple
determinacin de las relaciones de
produccin. Se encuentran restaurantes
caros en los barrios ms pobres;
mientras dura la temporada estival, los
ricos comen en las terrazas. Este hecho
inconcebible en Pars no slo
concierne a los individuos: dice no poco
por s mismo sobre cmo estn vividas
las relaciones de clase[29].
As resulta tanto ms fcil la
integracin de la sociologa en el
marxismo cuanto que se da como un
hiperempirismo. Sola, se estancara en
el esencialismo y lo discontinuo; al
entrar de nuevo como el momento de
un empirismo vigilado en el
movimiento de la totalizacin histrica,
volver a encontrar su profundidad y su
vida, pero es ella quien mantendr la
irreductibilidad relativa de los campos
sociales, la que har que resalten, en el
seno del movimiento general, las
resistencias, los frenos, las
ambigedades y los equvocos. Adems,
no se trata de adjuntar un mtodo al
marxismo: es el desarrollo de la
filosofa dialctica el que tiene que
llevarle a producir en un mismo acto la
sntesis horizontal y la totalizacin en
profundidad. Y mientras el marxismo se
niegue, otros tratarn de hacerlo en su
lugar.
Con otras palabras, reprochamos al
marxismo contemporneo que rechace y
deje al azar todas las determinaciones
concretas de la vida humana y que no
conserve nada de la totalizacin
histrica, a no ser su esqueleto abstracto
de universalidad. El resultado es que ha
perdido totalmente el sentido de lo que
es un hombre; para colmar sus lagunas
no tiene ms que la absurda psicologa
pavloviana. Contra la idealizacin de la
filosofa y la deshumanizacin del
hombre, afirmamos que la parte de azar
puede y debe ser reducida al mnimo.
Cuando se nos dice: Napolen, como
individuo, slo era un accidente; lo que
era necesario era la dictadura militar
como rgimen que liquidase a la
Revolucin, casi no nos interesa,
porque siempre lo hemos sabido. Lo que
queremos mostrar es que ese Napolen
era necesario, es que el desarrollo de la
Revolucin forj al mismo tiempo la
necesidad de la dictadura y la
personalidad entera del que iba a
ejercerla; y tambin que el proceso
histrico le dio al general Bonaparte
personalmente unos poderes previos y
unas ocasiones que le permitieron
slo a l apresurar esa liquidacin; en
una palabra, no se trata de un universal
abstracto, de una situacin tan mal
definida que fueran posibles varios
Bonapartes, sino de una totalizacin
concreta en la que esta burguesa real,
hecha con hombres reales y vivos tena
que liquidar a esta Revolucin y en la
que esta Revolucin creaba a su propio
liquidador en la persona de Bonaparte
en s y para s; es decir, para esos
burgueses y ante sus propios ojos. Para
nosotros no se trata, como tantas veces
se ha pretendido, de devolver sus
derechos a lo irracional, sino, por el
contrario, de reducir la parte de
indeterminacin y del no-saber; no de
rechazar al marxismo en nombre de un
tercer camino o de un humanismo
idealista, sino de reconquistar al hombre
en el interior del marxismo. Acabamos
de indicar que el materialismo
dialctico se reduce a su propio
esqueleto si no integra ciertas
disciplinas occidentales; pero eso slo
es una demostracin negativa: nuestros
ejemplos han revelado que en el corazn
de esta filosofa est el lugar vaco de
una antropologa concreta. Pero, sin un
movimiento, sin un esfuerzo real de
totalizacin, los datos de la sociologa y
del psicoanlisis dormirn en compaa
y no se integrarn en el Saber. La
carencia del marxismo nos ha
determinado a intentar esta integracin
por nuestra cuenta, con los medios de
nuestra opinin, es decir, segn
principios que dan su carcter propio a
nuestra ideologa y que vamos a
exponer.
III
EL MTODO
PROGRESIVO-REGRESIVO
DIALCTICA DOGMTICA
Y DIALCTICA CRTICA
I
Todo lo que hemos establecido en
Cuestiones de mtodo procede de
nuestro acuerdo de principio con el
materialismo histrico. Pero nada
habremos hecho mientras presentemos
este acuerdo como una simple opcin
entre otras opciones posibles. Nuestras
conclusiones no pasarn de ser simples
conjeturas: hemos propuesto algunos
arreglos en el mtodo; stos slo son
vlidos, o por lo menos discutibles,
manteniendo la hiptesis de que la
dialctica materialista sea verdadera. En
efecto, si se quiere concebir el detalle
de un mtodo analtico-sinttico y
regresivo-progresivo, hay que estar
convencido de que una negacin de
negacin puede ser una afirmacin, de
que los conflictos en el interior de una
persona o de un grupo son el motor de
la Historia, de que cada momento de una
serie debe comprenderse a partir del
momento inicial, y que es irreductible a
ste, que la Historia lleva a cabo en
cada instante totalizaciones de
totalizaciones, etc. Ahora bien, no se
permite considerar a estos principios
como verdades recibidas; muy por el
contrario, la mayor parte de los
antroplogos las niegan; claro que el
determinismo de los positivistas es
necesariamente un materialismo;
cualquiera que sea el objeto estudiado,
le da los caracteres de la materialidad
mecnica, es decir, la inercia y el
condicionamiento en exterioridad. Pero
lo que de costumbre se niega es la
reinteriorizacin de los momentos en
una progresin sinttica. Donde vemos
la unidad de desarrollo de un mismo
proceso, se esforzarn por hacernos ver
una pluralidad de factores
independientes y exteriores de los
cuales el acontecimiento considerado es
la resultante. Lo que rechazan es el
monismo de la interpretacin. Tomo, por
ejemplo, al excelente historiador
Georges Lefebvre; reprocha a Jaurs
que haya descubierto en los sucesos del
89 la unidad de un proceso: Tal como
lo presentaba Jaurs, el suceso del 89
pareca uno y simple: la causa de la
Revolucin era el poder de la burguesa
que haba llegado a su madurez, y el
resultado era consagrarla legalmente.
Ahora sabemos que la Revolucin de
1789, como hecho especfico, necesit
un concurso verdaderamente
extraordinario e imprevisible de causas
inmediatas: una crisis financiera cuya
excepcional gravedad provena de la
guerra de Amrica; una crisis de trabajo
engendrada por el tratado de comercio
de 1786 y por la guerra de Oriente; en
fin, una crisis de caresta y de penuria
provocada por la mala cosecha de 1788
y por el edicto de 1787 que vaci los
graneros[64].
En cuanto a las causas profundas,
insiste sobre el hecho de que sin la
revolucin aristocrtica (que empieza en
1787 y que aborta), la revolucin
burguesa hubiera sido imposible.
Concluye: El ascenso de una clase
revolucionaria no es necesariamente la
nica causa de su triunfo, y no es fatal
que llegue este triunfo, o en todo caso
que tome un aspecto violento. En el
presente caso, la Revolucin fue
desencadenada por los que tena que
aniquilar, no por los que la
aprovecharon, y nada nos dice que
grandes reyes no hubiesen logrado
detener los progresos de la aristocracia
en el siglo XVIII. No se trata de discutir
este texto. Al menos por ahora; desde
luego que podra convenirse con
Lefebvre que la interpretacin de Jaurs
es simplista, que la unidad de un
proceso histrico es ms ambigua, ms
polivalente por lo menos en su
nacimiento, podra tratarse de
encontrar la unidad de causas dispares
en el seno de una sntesis ms vasta,
mostrar que la impericia de los reyes
del siglo XVXII es tanto condicionada
como condicionante, etc., de encontrar
las circularidades, de mostrar cmo el
azar se integra en esas verdaderas
mquinas de feed-back que son los
sucesos de la Historia y que queda
digerido en seguida por el todo hasta el
punto que aparecer ante todos como una
manifestacin providencial, etc. Pero no
es sa la cuestin; ni siquiera se trata de
probar que esas sntesis son posibles,
sino de establecer que son necesarias. Y
no sta o aqulla, sea la que fuere, sino
que el sabio debe tomar en todo caso y
en todos los niveles una actitud
totalizadora en relacin con lo que
estudia.
No olvidemos, en efecto, que los
antroplogos nunca rechazan
absolutamente el mtodo dialctico.
Lefebvre mismo no critica en general
todo intento de totalizacin; por el
contrario, en su famoso curso sobre la
Revolucin francesa, estudi, por
ejemplo, como dialctico, las relaciones
de la Asamblea, de la Comuna y de los
distintos grupos de ciudadanos entre el
10 de agosto y las matanzas de
septiembre; a este primer Terror le
dio la unidad de una totalizacin en
curso: sencillamente, se niega a tomar
en todo caso la actitud totalizadora;
supongo que si quisiera contestar a
nuestras preguntas declarara que la
Historia no es una, que obedece a leyes
diversas, que el puro encuentro
accidental de factores independientes
puede producir un determinado
acontecimiento y que el acontecimiento
se puede desarrollar a su vez segn los
esquemas totalizadores que le son
propios. Esto es, nos dira limpiamente
que niega el monismo, no porque es un
monismo, sino porque le parece un a
priori.
Esta actitud ha sido precisada en
otras ramas del Saber. Un socilogo,
G. Gurvitch, la ha definido exactamente
como un hiperempirismo dialctico. Se
trata de un neopositivismo que rechaza
todo a priori; no se puede justificar
racionalmente ni el recurso exclusivo a
la Razn analtica ni la incondicionada
eleccin de la Razn dialctica; sin
prejuzgar sobre los tipos de
racionalidad que encontramos en
nuestras investigaciones, tenemos que
tomar el objeto tal y como se da y dejar
que se desarrolle libremente ante
nuestros ojos: es l el que nos dicta el
mtodo, la manera de aproximarnos.
Poco importa que G. Gurvitch llame
dialctico a su hiperempirismo: lo que
con eso quiere indicar es que su objeto
(los hechos sociales) se da en la
experiencia como dialctico; su
dialecticismo es tambin una conclusin
emprica; lo que significa que el
esfuerzo hecho para establecer
movimientos totalizadores,
reciprocidades de condicionamientos, o,
como muy justamente dice,
perspectivas, etc., se funda en
experiencias pasadas y se prueba, a lo
largo de las experiencias presentes.
Al generalizarse esta actitud, creo que
podra hablarse de un neopositivismo
que descubriese en tal o cual regin de
la antropologa, unas veces campos
dialcticos, otras campos de
determinismo analtico, y otras, si cabe,
otros tipos de racionalidad[65].
Esta desconfianza del a priori est
justificada perfectamente en los lmites
de una antropologa emprica. Ya he
sealado en la primera parte cul sera
la condicin que permitira que un
marxismo vivo se incorporase las
disciplinas que hasta ahora se mantienen
fuera de l. Pero se diga lo que se diga,
esta incorporacin consistir en volver a
descubrir, bajo el determinismo clsico
de algunos campos, su unin
dialctica con el conjunto, o, si se trata
de procesos ya reconocidos como
dialcticos, de mostrar esta dialctica
regional como la expresin de un
movimiento ms profundo y totalizador.
Lo que despus de todo significa que se
nos remite a la necesidad de fundar la
dialctica como mtodo universal y
como ley universal de la antropologa.
Lo que supone pedir al marxismo que
funde su mtodo a priori; en efecto,
cualesquiera que sean las uniones vistas
en la experiencia, nunca lo sern en
cantidad suficiente como para fundar un
materialismo dialctico; una
extrapolacin de tal amplitud es decir,
infinitamente infinita es radicalmente
distinta de la induccin cientfica.
II
Se acusar de idealismo la
preocupacin de fundar la dialctica
marxista de otra manera que por su
contenido, es decir, de otra manera que
por los conocimientos que ha permitido
adquirir? En primer lugar, podra
decirse, Digenes probaba el
movimiento andando; pero qu habra
hecho si se hubiese paralizado
momentneamente? Hay una crisis de la
cultura marxista, muchos de cuyos
signos indican hoy que ser pasajera,
pero que impide que los principios se
prueben por los resultados.
Pero el materialismo histrico tiene
sobre todo el carcter paradjico de ser
a la vez la sola verdad de la Historia y
una total indeterminacin de la Verdad.
Este pensamiento totalizador ha fundado
todo, excepto su propia existencia. O
si se prefiere, este pensamiento,
contaminado por el relativismo histrico
que siempre ha combatido, no ha
mostrado la verdad de la Historia
definindose a s mismo y determinando
su naturaleza y su alcance en el curso de
la aventura histrica y en el desarrollo
dialctico de la praxis y de la
experiencia humana. Con otras palabras,
para un historiador marxista no se sabe
lo qu es decir lo verdadero. No porque
sea falso el contenido de lo que enuncie,
ni mucho menos, sino porque no dispone
del significado Verdad. As el
marxismo, para nosotros, idelogos, se
presenta como un develamiento del ser y
al mismo tiempo como una interrogacin
mantenida en el estadio de la exigencia
no satisfecha sobre el alcance de este
clevelamiento.
Se contesta a esto que a los fsicos
no les preocupa encontrar el fundamento
de sus inducciones. Es verdad. Pero se
trata de un principio general y formal:
hay relaciones rigurosas entre los
hechos. Lo que significa que lo real es
racional. Es siquiera un principio en el
sentido ordinario de la palabra?
Digamos ms bien que es la condicin y
la estructura fundamental de la praxis
cientfica: la accin humana coloca e
impone su propia posibilidad a travs
de la experimentacin as como a travs
de cualquier otra forma de actividad. La
praxis no afirma ni siquiera
dogmticamente las racionalidad
absoluta de lo real, si con esto hay que
entender que la realidad obedecera a un
sistema definido de principios de leyes
a priori o, con otras palabras, que se
conformara con cierto tipo de razn
constituida; el sabio, busque lo que
busque y vaya donde vaya, afirma en su
actividad que la realidad habr de
manifestarse siempre de manera tal que
se pueda constituir por ella y a travs de
ella una especie de racionalidad
provisoria y siempre en movimiento. Lo
que supone afirmar que el espritu
humano aceptar todo lo que le presente
la experiencia y que subordinar su
concepcin de la lgica y de la
inteligibilidad a datos reales que se
descubren en sus investigaciones.
Bachelard mostr cumplidamente cmo
la fsica moderna es por s misma un
nuevo racionalismo: la nica afirmacin
que est implicada por la praxis de las
ciencias de la Naturaleza es la de la
unidad concebida como perpetua
unificacin de un diverso siempre ms
real. Pero esta afirmacin considera ms
bien la actividad humana que la
diversidad de los fenmenos. Por lo
dems, no es ni un conocimiento ni un
postulado, ni un a priori kantiano: es la
accin misma que se afirma en la
empresa, en la iluminacin del campo y
en la unificacin de los medios por el
fin (o de la suma de los resultados
experimentales por la idea
experimental).
Precisamente por eso la
comparacin entre el principio
cientfico de racionalidad y la dialctica
no es absolutamente admisible.
En efecto, la investigacin cientfica
no es necesariamente consciente de sus
principales caracteres: por el contrario,
el conocimiento dialctico de hecho es
conocimiento de la dialctica. Para la
ciencia no se trata de una estructura
formal ni de una afirmacin implcita
que concierna a la racionalidad del
universo, lo que supone decir que la
Razn est en curso y que el espritu no
prejuzga nada. Por el contrario, la
dialctica es un mtodo y un movimiento
en el objeto; en el dialctico se funda en
una afirmacin de base que concierne al
mismo tiempo a la estructura de lo real y
a la de nuestra praxis: afirmamos
juntamente que el proceso del
conocimiento es de orden dialctico,
que el movimiento del objeto (sea el que
sea) es l mismo dialctico y que estas
dos dialcticas son slo una. Este
conjunto de proposiciones tiene un
contenido material; en su conjunto
forman conocimientos organizados o, si
se prefiere, definen una racionalidad del
mundo.
El sabio moderno considera a la
Razn independiente de todo sistema
racional particular: para l la Razn es
el espritu como vaco unificador; el
dialctico, por su parte, se coloca en un
sistema: define una Razn, rechaza a
priori a la Razn puramente analtica
del siglo XVII o, si se quiere, la integra
como el primer momento de una Razn
sinttica y progresiva. Es imposible que
se vea en ello una especie de afirmacin
en acto de nuestra disponibilidad; es
imposible que se haga de ello un
postulado, una hiptesis de trabajo: la
razn dialctica supera el marco de la
metodologa; dice lo que es un sector
del universo, o, tal vez, lo que es el
universo entero; no se limita a orientar
sus investigaciones, ni a prejuzgar sobre
el modo de aparicin de los objetos:
legisla, define el mundo (humano o total)
tal y como debe ser para que sea posible
un conocimiento dialctico, ilumina al
mismo tiempo, y a uno por el otro, el
movimiento de lo real y el de nuestros
pensamientos. Sin embargo, este sistema
racional singular pretende superar a
todos los modelos de racionalidad e
integrarlos: la Razn dialctica no es ni
razn constituyente ni razn constituida,
es la Razn que se constituye en el
mundo y por l, disolviendo en ella a
todas las Razones constituidas para
constituir otras nuevas, que supera y
disuelve a su vez. Es, pues, a la vez, un
tipo de racionalidad y la superacin de
todos los tipos racionales; la
certidumbre de poder superar siempre
se une aqu con la disponibilidad vaca
de la racionalidad formal: la posibilidad
siempre dada de unificar se convierte
para el hombre en la necesidad
permanente de totalizar y de ser
totalizado, y para el mundo en la
necesidad de ser una totalizacin cada
vez ms amplia y siempre en curso. Un
saber de esta amplitud no es ms que un
sueo filosfico si no se descubre ante
nuestros ojos con todos los caracteres
de la evidencia apodctica. Lo que
significa que no bastan los xitos
prcticos: aun cuando las afirmaciones
del dialctico fuesen indefinidamente
confirmadas por los resultados de su
investigacin, esta confirmacin
permanente no permitira salir de la
contingencia emprica.
Hay que volver as a tomar el
problema desde el principio y
preguntarse cules son el lmite, la
validez y la extensin de la Razn
dialctica. Y si se dice que esta Razn
dialctica slo puede ser criticada (en
el sentido en que Kant tom este
trmino) por la Razn dialctica misma,
contestaremos que es verdad pero que
precisamente hay que dejarla que se
funde y se desarrolle como libre crtica
de s misma al mismo tiempo que como
movimiento de la Historia y del
conocimiento. Es lo que hasta ahora no
se ha hecho: la han bloqueado en el
dogmatismo.
III
El origen de este dogmatismo se
tiene que buscar en la dificultad
fundamental del materialismo
dialctico. Al volver a poner sobre su
base a la dialctica, descubre Marx las
verdaderas contradicciones del
realismo. Estas contradicciones haban
de ser la materia del conocimiento, pero
se ha preferido enmascararlas. Hay que
volver, pues, a ellas como a nuestro
punto de partida.
La superioridad del dogmatismo
hegeliano a condicin de que se crea
en l reside precisamente en lo que
hoy rechazamos de l: en su idealismo.
En l la dialctica no tiene necesidad de
probarse. En primer lugar se ha
colocado cree l en el comienzo
del fin de la Historia, es decir, en este
instante de la Verdad que es la muerte.
Es hora de juzgar, ya que despus no
habr nada que pueda discutir ni al
filsofo ni su juicio. La evolucin
histrica reclama este Juicio Final, ya
que se termina en el que habr de ser su
filsofo. As queda hecha la
totalizacin: slo falta hacer la raya.
Pero adems y sobre todo el
movimiento del ser es uno con el
proceso del Saber; entonces, como muy
bien lo dice Hyppolite, el Saber del
Otro (objeto, mundo, naturaleza) es un
Saber de s y recprocamente. As puede
escribir Hegel: El conocimiento
cientfico exige abandonarse a la vida
del objeto o, lo que es lo mismo, que se
tenga presente y que se exprese la
necesidad interior de este objeto. El
empirismo absoluto se identifica con la
necesidad absoluta: se toma el objeto tal
y como se da, en su momento en la
Historia del Mundo y del Espritu, pero
esto quiere decir que la conciencia
vuelve al comienzo de su Saber y lo
deja que se reconstituya en ella lo
reconstituya para ella en libertad; con
otras palabras, que capte la necesidad
rigurosa del encadenamiento y de los
momentos que constituyen poco a poco
el mundo en totalidad concreta porque
es ella misma la que se constituye para
s misma como Saber absoluto, en la
absoluta libertad de su necesidad
rigurosa. Kant puede conservar el
dualismo de los numenos y de los
fenmenos porque la unificacin de la
experiencia sensible en l se opera con
principios formales e intemporales: el
contenido del Saber no puede cambiar el
modo de conocer. Pero cuando se
modifican juntos la forma y el
conocimiento, y uno por el otro, cuando
la necesidad no es la de una pura
actividad conceptual, sino la de una
perpetua transformacin y
perpetuamente total, la necesidad tiene
que ser soportada en el ser para que sea
reconocida en el desarrollo del Saber,
tiene que ser vivida en el movimiento
del conocimiento para que pueda ser
afirmada en el desarrollo del objeto: la
consecuencia necesaria de esta
exigencia parece ser en tiempos de
Hegel la identidad del Saber y de su
objeto; la conciencia es conciencia del
Otro y el Otro es el ser-otro de la
conciencia.
IV
La originalidad de Marx es
establecer irrefutablemente contra Hegel
que la Historia est en curso, que el ser
se mantiene irreductible al Saber y, a la
vez, el querer conservar el movimiento
dialctico en el ser y en el Saber.
Prcticamente tiene razn. Pero la
cuestin es que, por no haber vuelto a
pensar en la dialctica, los marxistas
han hecho el juego de los positivistas; en
efecto, stos les preguntan con cierta
frecuencia con qu derecho pretende el
marxismo sorprender las astucias de
la Historia, el secreto del
proletariado, la direccin del
movimiento histrico, ya que Marx tuvo
el sentido comn de reconocer que la
prehistoria an no se haba terminado;
para el positivismo la previsin slo es
posible en la medida en que el orden de
sucesin en curso reproduce un orden de
sucesin anterior. As el porvenir es
repeticin del pasado; Hegel hubiera
podido contestarles que prevea en el
pasado al volver a trazar una historia
cerrada y que, en efecto, el momento que
se plantea para s en el curso de la
Historia viva slo puede sospechar el
porvenir como verdad incognoscible
para l de su incompletud. Pero el
porvenir marxista es un verdadero
porvenir, es decir, en todo caso nuevo,
irreductible al presente; sin embargo
Marx prev, y ms an a largo que a
breve plazo. De hecho, el racionalismo
positivista aunque no slo se ha quitado
el derecho de prever, sino que, al ser l
mismo prehistrico en el seno de la
prehistoria, sus juicios slo pueden
tener un alcance relativo e histrico,
incluso cuando conciernen al pasado.
As el marxismo como dialctica debe
poder rechazar el relativismo de los
positivistas. Y que se me entienda bien,
el relativismo no slo se opone a las
vastas sntesis histricas, sino al menor
enunciado de la Razn dialctica;
digamos lo que digamos o sepamos lo
que sepamos, por muy cerca que est de
nosotros el acontecimiento presente o
pasado que tratamos de reconstituir en
su movimiento totalizador, el
positivismo nos negar el derecho de
hacerlo. No es que juzgue que la sntesis
de los conocimientos es completamente
imposible (aunque ms bien vea en ella
un inventario que una organizacin del
Saber): sencillamente, la juzga
imposible hoy, hay que establecer contra
l cmo la Razn dialctica puede
enunciar hoy mismo si no, claro est,
toda la Verdad, por lo menos verdades
totalizadoras.
V
Pero hay algo ms grave. Hemos
visto que la apodicticidad del
conocimiento dialctico implicaba en
Hegel la identidad del ser, del hacer y
del saber. Ahora bien, Marx empieza
por plantear que la existencia material
es irreductible al conocimiento, que la
praxis desborda al Saber con toda su
eficacia real. Desde luego que esta
posicin es la nuestra. Pero provoca
nuevas dificultades. Cmo establecer
despus que es un mismo movimiento el
que anima a estos procesos dispares?
Particularmente, el pensamiento es a la
vez del ser y conocimiento del ser. Es la
praxis de un individuo o de un grupo en
condiciones determinadas, en un
momento definido de la Historia: como
tal, sufre a la dialctica como ley suya,
por la misma razn que el conjunto y el
detalle del proceso histrico.
Pero es tambin conocimiento de la
dialctica como Razn, es decir, como
ley del ser. Esto supone un retroceso
esclarecedor en relacin con los objetos
dialcticos, que por lo menos permita
mostrar su movimiento. No hay en esto
una contradiccin insuperable entre el
conocimiento del ser y el ser del
conocimiento? El error consistira en
creer que se ha conciliado todo al
mostrar el pensamiento en tanto que ser
arrastrado por el mismo movimiento que
la Historia entera: en esta medida no se
puede alcanzar l mismo en la necesidad
de su desarrollo dialctico. En la
Fenomenologa del Espritu, la
conciencia capta en el Otro su propia
necesidad, y al mismo tiempo encuentra
en s misma la necesidad del Otro; pero
segn Hegel el cristianismo y el
escepticismo me dan una luz para
comprender el momento anterior, el
estoicismo, y sobre todo que el Ser es
Saber, as ocurre que el pensamiento se
encuentra que es a la vez constituyente y
constituido: en un mismo movimiento
sufre su ley en tanto que constituido y la
conoce en tanto que constituyente. Pero
si el pensamiento ya no es el todo,
asistir a su propio desarrollo como a
una sucesin emprica de momentos, y
esta experiencia le entregar lo vivido
como contingencia y no como necesidad.
Aunque se viese l mismo como proceso
dialctico, no podra mostrar su
descubrimiento ms que como un hecho
simple. Con mayor razn, nada hay que
pueda autorizarlo a decidir que el
movimiento de su objeto se regule sobre
su propio movimiento, ni que regule su
movimiento por el de su objeto. Si en
efecto el ser material, la praxis y el
conocimiento son realidades
irreductibles, no hay que recurrir a la
armona preestablecida para hacer
concordar sus desarrollos? Con otros
trminos: si la bsqueda de la Verdad
tiene que ser dialctica en sus pasos,
cmo probar sin idealismo que se une
al movimiento del Ser?; si, por el
contrario, el Conocimiento tiene que
dejar que el Ser se desarrolle segn sus
propias leyes, cmo evitar que los
procesos cualesquiera que sean no
se den como empricos? Por lo dems,
en esta segunda hiptesis nos
preguntaremos a la vez cmo un
pensamiento pasivo y por lo tanto no
dialctico puede apreciar la dialctica,
o, con trminos de ontologa, cmo la
nica realidad que se escapa a las leyes
de la Razn sinttica es precisamente la
que las decreta. No se crea que es
posible escaparse con respuestas
seudodialcticas, como sta entre otras:
el Pensamiento es dialctico por su
objeto, slo es la dialctica en tanto que
movimiento de lo real; porque si es
verdad que la Historia se ilumina
cuando se la considera dialcticamente,
el ejemplo de los positivistas prueba
que s la puede considerar como simple
determinismo; hay que estar, pues, ya
establecido en la Razn dialctica
constituyente para ver en la Historia una
Razn dialctica constituida. Slo que si
la Razn dialctica se hace (en lugar de
sufrirse), cmo se puede probar que se
une con la dialctica del Ser sin volver
a caer en el idealismo? El problema es
viejo y reaparece cada vez que resucita
el viejo dualismo dogmtico. Podrn
extraarse de que llame dualismo al
monismo marxista. De hecho es a la vez
monismo y dualismo.
Es dualista porque es monista.
Marx defini su monismo ontolgico al
afirmar la irreductibilidad del ser en el
pensamiento y al reintegrar por el
contrario los pensamientos en lo real
como cierto tipo de actividad humana.
Pero esta afirmacin monista se da como
Verdad dogmtica. No podemos
confundirla con las ideologas
conservadoras que son simples
productos de la dialctica universal; as
el pensamiento como portador de verdad
vuelve a tomar lo que haba perdido
ontolgicamente a partir del derrumbe
del idealismo; pasa a la categora de
Norma del Saber.
Sin duda que el materialismo
dialctico tiene sobre las ideologas
contemporneas la superioridad prctica
de ser la ideologa de la clase
ascendente. Pero si fuese la simple
expresin inerte de este ascenso, o aun
de la praxis revolucionaria, si se
volviese sobre ella para iluminarla, para
mostrrsela a s misma, cmo podra
hablarse de un progreso en la toma de
conciencia? Cmo podra ser
presentada la dialctica como el
movimiento real de la Historia
develndose? En realidad slo se
tratara de un reflejo mtico como hoy es
el liberalismo filosfico. Por lo dems,
an las ideologas ms o menos
mistificadoras tienen para el dialctico
su parte de verdad. Y Marx insisti
sobre ello con frecuencia: cmo funda
esta verdad parcial? En una palabra, el
monismo materialista ha suprimido
felizmente el dualismo del pensamiento
y del ser en beneficio del ser total, luego
alcanzado en su materialidad. Pero es
para restablecer a ttulo de antinomia
al menos aparente el dualismo del Ser
y de la Verdad.
VI
Esta dificultad les ha parecido
insuperable a los marxistas de hoy; slo
han visto una manera de resolverla:
negar al pensamiento toda actividad
dialctica, disolverlo en la dialctica
universal, suprimir al hombre
desintegrndolo en el universo. As
pueden sustituir a la Verdad por el Ser.
Propiamente hablando, ya no hay
conocimiento, el Ser ya no se
manifiesta, de ninguna manera:
evoluciona segn sus propias leyes; la
dialctica de la Naturaleza es la
Naturaleza sin los hombres; entonces ya
no hay necesidad de certezas, de
criterios, hasta se vuelve ocioso querer
criticar y fundar el conocimiento.
Porque el Conocimiento, con cualquier
forma que sea, es cierta relacin del
hombre con el mundo circundante: si el
hombre ya no existe, esta relacin
desaparece. Ya se conoce el origen de
este desgraciado intento: Whitehead ha
dicho muy justamente que una ley
empieza siendo una hiptesis y acaba
convirtindose en un hecho. Cuando
decimos que la tierra gira, no tenemos el
sentimiento de enunciar una proposicin
o de referirnos a un sistema de
conocimientos; pensamos estar en
presencia del hecho mismo que, de
pronto, nos elimina como sujetos
conocedores para restituirnos a nuestra
naturaleza de objetos sometidos a la
gravitacin. Para quien quiera tener
sobre el mundo un punto de vista realista
es, pues, perfectamente exacto que el
conocimiento se suprima a s mismo
para devenir-mundo, y que esto es
verdad no slo en filosofa, sino en todo
el Saber cientfico. Cuando el
materialismo dialctico pretende
establecer una dialctica de la
Naturaleza, no se descubre como un
intento por establecer una sntesis muy
general de los conocimientos humanos,
sino como una simple organizacin de
los hechos. No deja de tener razn al
pretender ocuparse de los hechos, y
cuando Engels habla de la dilatacin de
los cuerpos o de la corriente elctrica,
habla sin duda de los hechos mismos,
aun considerando que estos hechos
corren el riesgo de modificarse en su
esencia con los progresos de la ciencia.
Llamaremos, pues, a este intento
gigantesco y abortado, como hemos
de ver, para dejar que el mundo
devele por s mismo y a nadie; el
materialismo dialctico desde afuera o
trascendental.
VII
Sabemos de sobra que este
materialismo no es el del marxismo,
pero sin embargo su definicin la
encontramos en Marx: La concepcin
materialista del mundo significa
simplemente la concepcin de la
Naturaleza tal y como es, sin ninguna
adicin extraa. En esta concepcin el
hombre vuelve al seno de la Naturaleza
como uno de sus objetos y se desarrolla
ante nuestros ojos conforme a las leyes
de la Naturaleza, es decir, como pura
materialidad gobernada por las leyes
universales de la dialctica. El objeto
del pensamiento es la Naturaleza tal y
como es; el estudio de la Historia es una
especificacin suya: habr que seguir el
movimiento que engendra a la vida a
partir de la materia, al hombre a partir
de las formas elementales de la vida, a
la historia a partir de las primeras
comunidades humanas. Esta concepcin
tiene la ventaja de escamotear el
problema: presenta a la dialctica a
priori y sin justificacin como ley
fundamental de la Naturaleza. Este
materialismo de lo exterior impone la
dialctica como exterioridad: la
Naturaleza del hombre reside fuera de l
en una regla a priori, en una naturaleza
extra-humana, en una historia que
comienza en las nebulosas. Para esta
dialctica universal, las totalizaciones
parciales no tienen ni siquiera valor
provisional: no existen, todo remite
siempre a la totalidad de la Historia
natural, cuya historia humana es una
especificacin. As todo pensamiento
real, tal y como se forma presentemente
en el movimiento concreto de la
Historia, se considera como una
deformacin radical de su objeto; ser
una verdad si se la ha podido reducir a
un objeto muerto, a un resultado; nos
ponemos fuera del hombre y del lado de
la cosa para aprehender la idea como
cosa significada por las cosas y no como
acto significante. Al mismo tiempo
separamos del mundo la adicin
extraa que no es otra que el hombre
concreto, vivo, con sus relaciones
humanas, sus pensamientos verdaderos o
falsos, sus actos, sus objetos reales. En
su lugar ponemos un objeto absoluto:
lo que llamamos sujeto no es otra cosa
que un objeto considerado como sede de
reacciones particulares[66].
Reemplazamos la nocin de verdad por
las de xito o normalidad tales como se
tiene costumbre de utilizar en los tests:
Como centro de reacciones ms o
menos diferidas, el cuerpo efecta unos
movimientos que se organizan en un
comportamiento. Resultan unos actos.
(Pensar es un acto. Sufrir es un acto).
Estos actos pueden ser considerados
como tests pruebas[67]. Volvemos
al escepticismo velado del reflejo.
Pero en el momento en que todo se
acaba en este objetivismo escptico, de
repente descubrimos que nos lo imponen
con una actitud dogmtica, con otros
trminos, que es la Verdad del Ser tal y
como aparece a la contiende universal.
El espritu ve la dialctica como ley del
mundo. El resultado es que volvemos a
caer en pleno idealismo dogmtico. En
efecto, las leyes cientficas son hiptesis
experimentales verificadas por los
hechos. El principio absoluto de que la
Naturaleza es dialctica hoy por hoy no
es, por el contrario, susceptible de
ninguna verificacin. Si se declara que
un conjunto de leyes estabecidas por los
sabios representa a cierto movimiento
dialctico en los objetos de esas leyes,
no se tiene ningn medio vlido de
probarlo[68]. Las leyes no cambiarn
tampoco las grandes teoras,
cualquiera sea la manera de
considerarlas. No se trata para usted de
establecer si la luz cede o no cede
granos de energa a los cuerpos que
ilumina, sino si la teora cuntica puede
ser integrada en una totalizacin
dialctica del universo. Ni de volver a
poner en cuestin la teora cintica de
los gases, sino de saber si invalida o no
a la totalizacin. Dicho de otra forma, se
trata de una reflexin sobre el Saber. Y
como la ley que acaba de descubrir el
sabio, aislada no es ni dialctica ni
antidialctica (sencillamente porque
slo se trata de determinar
cuantitativamente una relacin
funcional), no puede ser la
consideracin de los hechos cientficos
(es decir, de las viejas leyes) lo que nos
d una experiencia dialctica, o ni
siquiera nos la sugiera. Si hay una
aprehensin de la Razn dialctica,
tiene que tener lugar fuera y que se haya
querido imponer por fuerza a los datos
de la fsico-qumica. De hecho sabemos
que la idea dialctica ha surgido en la
Historia por muy diferentes caminos, y
que tanto Hegel como Marx la
descubrieron y la definieron en las
relaciones del hombre con la materia y
en las de los hombres entre s. Despus,
y por voluntad de unificar, se quiso
encontrar el movimiento de la historia
humana en la historia natural. As la
afirmacin de que hay una dialctica de
la Naturaleza recae sobre la totalidad de
los hechos materiales pasados,
presentes, futuros o, si se quiere, se
acompaa con una totalizacin de la
temporalidad[69]. Se parece, de una
manera curiosa, a esas Ideas de la
Razn, de las cuales nos explica Kant
que son reguladoras y que no las puede
justificar ninguna experiencia singular.
VIII
De pronto nos enfrentamos con un
sistema de ideas contemplado por una
conciencia pura, que ya les ha
constituido su ley[70], aun siendo
perfectamente incapaz de fundar ese
ukase. No basta, en efecto, con discurrir
sobre la palabra materia para apuntar a
la materialidad en tanto que tal, y la
ambigedad del lenguaje proviene de
que las palabras tan pronto designan a
objetos como a sus conceptos. Es lo que
hace que el materialismo en s no se
oponga al idealismo. Muy por el
contrario: hay un idealismo materialista
que en el fondo slo es un discurso
sobre la idea de materia. Su verdadero
opuesto es el materialismo realista,
pensamiento de un hombre situado en el
mundo, atravesado por todas las fuerzas
csmicas y que habla del universo
material como de lo que se revela poco
a poco a travs de una praxis en
situacin. En el caso que nos ocupa,
resulta evidente que estamos ante un
idealismo que ha robado las palabras de
la ciencia para nombrar a algunas ideas
de un contenido tan pobre que se ve la
luz a su travs. Pero lo que nos importa
es lo siguiente: si se expulsa a la Verdad
(como empresa de los hombres) del
Universo, se volver a encontrar en las
mismas palabras que se utilizan como el
objeto de una conciencia absoluta y
constituyente. Lo que quiere decir que
nos escapamos al problema de lo
Verdadero: Naville priva a sus centros
de reaccin diferida de los medios de
distinguir lo Verdadero de lo Falso, les
impone la dialctica sin darles la
posibilidad de conocerla; lo que dice se
vuelve verdad absoluta y sin
fundamento.
Cmo arreglarse con este
desdoblamiento de personalidad?
Cmo un hombre perdido en el mundo,
atravesado por un movimiento absoluto
que le viene de todo, puede ser tambin
esta conciencia segura de s misma y de
la Verdad? Poco importa que seale que
estos centros de reaccin elaboran sus
comportamientos segn unas
posibilidades que conocen en el
individuo, y tal vez en la especie, un
desarrollo ineludible, estrechamente
condicionado y que los
condicionamientos y las integraciones
reflejas, experimentalmente
establecidos, permiten apreciar el
reducido margen en el cual se puede
llamar autnomo al comportamiento
orgnico. Todo eso lo sabemos como
l; lo que cuenta es el uso que haga de
esas verificaciones. Este uso lleva
necesariamente a la teora del reflejo, a
dar al hombre una razn constituida, es
decir, a hacer del pensamiento un
comportamiento rigurosamente
condicionado por el mundo (lo que es),
omitiendo decirnos que es tambin
conocimiento del mundo. Cmo podra
pensar el hombre emprico? Est tan
cierto frente a su propia historia como
frente a la Naturaleza. La ley no
engendra por s misma el conocimiento
de la ley; muy por el contrario, si se
soporta pasivamente, transforma a su
objeto en pasividad, luego le priva de
toda posibilidad de recoger su polvo de
experiencias en una unidad sinttica. Y
el hombre trascendental, que contempla
las leyes, por su parte no puede
alcanzar, en el grado de generalidad en
que se ha colocado, a los individuos.
Aun a pesar de l, nos vemos provistos
de dos pensamientos, ninguno de los
cuales llega a pensarnos a nosotros. Ni
a pensarse: porque uno es pasivo,
recibido, intermitente, lo tenemos por un
conocimiento y slo es un efecto
diferido de causas exteriores y el otro,
que es activo, sinttico y des-situado[71],
se ignora y contempla en la ms
completa inmovilidad un mundo en el
que no existe el pensamiento. De hecho
nuestros doctrinarios han tomado por
real aprehensin de la Necesidad una
alienacin singular que les presentaba su
propio pensamiento vivido como un
objeto para una Conciencia universal y
que lo somete a su propia reflexin
como al Pensamiento del Otro.
Hay que insistir sobre este hecho
capital de que la Razn no es ni un
hueso ni un accidente. Dicho de otra
manera, si la Razn dialctica tiene que
ser la racionalidad, tiene que dar sus
propias razones a la Razn. Segn este
punto de vista el racionalismo analtico
se prueba por s mismo, ya que, segn lo
hemos visto, es la pura afirmacin en
un nivel muy superficial del lazo de
exterioridad como posibilidad
permanente. Pero veamos lo que nos
dice Engels de las leyes ms generales
de la historia natural y de la historia
social. Esto:
En cuanto a lo esencial, se las
puede reducir a tres:
La ley de inversin de la cantidad en
calidad e inversamente.
La ley de la interpenetracin de los
contrarios.
La ley de la negacin de la negacin.
Las tres estn desarrolladas por
Hegel segn su estilo idealista como
simples leyes del pensamiento El
error consiste en querer imponer estas
leyes a la Naturaleza y a la Historia
como leyes del pensamiento en lugar de
deducirlas de ellas.
La incertidumbre de Engels se puede
ver en las palabras que emplea: abstraer
no es deducir. Y cmo se deduciran
unas leyes universales de un conjunto de
leyes particulares? Si se quiere, eso se
llama inducir. Y ya hemos visto que de
hecho en la Naturaleza slo se encuentra
la dialctica que se le ha puesto. Pero
admitamos por un instante que
efectivamente se les pueda inducir, es
decir, que se provea a la vez un medio
de organizar el Saber cientfico y un
procedimiento heurstico. No sern,
claro est, ms que probabilidades.
Admitamos an que esta probabilidad
sea muy grande y que, en consecuencia,
haya que tenerla por verdadera.
Adnde llegaramos? A encontrar las
leyes de la Razn en el universo como
Newton encontr el principio de
atraccin. Cuando ste responda:
Hypotheses non fingo, quera decir
que el clculo y la experiencia le
permitan establecer la existencia de
hecho de la gravitacin, pero que se
negaba a fundarla por derecho, a
explicarla, a reducirla a algn principio
ms general. As, para sus
contemporneos, la racionalidad pareca
detenerse con las demostraciones y las
pruebas: el hecho en s mismo quedaba
inexplicable y contingente. De hecho la
ciencia no tiene que dar razn de los
hechos que descubre: establece
irrefutablemente su existencia y sus
relaciones con otros hechos. Despus el
movimiento mismo del pensamiento
cientfico tiene que levantar esta
hiptesis: en la fsica contempornea la
gravitacin ha tomado otro aspecto muy
distinto; sin que haya dejado de ser un
hecho, ya no es el hecho insuperable
por excelencia, se integra en una nueva
concepcin del universo y sabemos
ahora que todo hecho contingente, por
insuperable que parezca, ser superado
a su vez hacia otros hechos. Pero qu
se puede pensar de una doctrina que nos
presenta la leyes de la Razn como
Newton haca con la de la gravitacin?
Si se hubiese preguntado a Engels: Por
qu hay tres leyes y no diez o una sola?
Por qu las leyes del pensamiento son
sas y no otras? De dnde nos vienen?
Existe un principio ms general del
cual podran ser consecuencias
necesarias en lugar de aparecrsenos en
toda la contingencia del hecho? Existe
un medio de unirlas en una sntesis
organizada y de jerarquizarlas? Etc. Yo
creo que se habra encogido de hombros
y que habra declarado como Newton:
Hypotheses non fingo. El resultado de
este considerable esfuerzo es
paradjico: Engels le reprocha a Hegel
el que imponga a la materia leyes de
pensamiento. Pero es precisamente lo
que hace l, ya que obliga a las ciencias
a verificar una razn dialctica que l ha
descubierto en el mundo social. Slo
que en el mundo histrico y social, como
ya veremos, se trata verdaderamente de
una razn dialctica; al transportarla al
mundo natural, al grabarla en l por la
fuerza, Engels le priva de su
racionalidad; ya no se trata de una
dialctica que hace el hombre al hacerse
y que adems le hace, sino de una ley
contingente de la que slo se puede
decir: es as y no de otra manera. Esto
es, que la Razn vuelve a ser un hueso
ya que slo es un hecho sin necesidad
conocible. Ocurre que los contrarios se
interpenetran. La racionalidad slo es
eso: una ley insuperable y universal,
luego una pura y simple irracionalidad.
Se tome como se tome, el materialismo
trascendental acaba en lo irracional: o
suprimiendo el pensamiento del hombre
emprico, o creando una conciencia
noumenal que imponga su ley como un
capricho, o volviendo a encontrar en la
Naturaleza sin adicin extraa las
leyes de la Razn dialctica con la
forma de hechos contingentes.
IX
Entonces hay que negar la
existencia de uniones dialcticas en el
seno de la Naturaleza inanimada? En
absoluto. A decir verdad, no veo que en
el estado actual de nuestros
conocimientos podamos negar o afirmar;
cada cual puede creer que las leyes
fsico-qumicas manifiestan una razn
dialctica, o no creerlo; de todas
formas, en el terreno de los hechos de la
Naturaleza inorgnica, se tratar de una
afirmacin extracientfica. Nos
limitaremos a pedir que se restablezca
el orden de las certezas y de los
descubrimientos; si existe algo como una
razn dialctica, se descubre y se funda
en y por la praxis humana a hombres
situados en una sociedad determinada y
en un momento determinado de su
desarrollo. A partir de este
descubrimiento hay que establecer los
lmites y la validez de la evidencia
dialctica: la dialctica ser eficaz
como mtodo siempre y cuando se
mantenga necesaria como ley de la
inteligibilidad y como estructura
racional del ser. Una dialctica
materialista slo tiene sentido si
establece en el interior de la historia
humana la primaca de las condiciones
materiales, tales como la praxis de los
hombres situados las descubre y las
sufre. En una palabra, si algo existe
como un materialismo dialctico, tiene
que ser un materialismo histrico, es
decir un materialismo desde adentro; es
una sola cosa hacerlo y sufrirlo, vivirlo
y conocerlo. De la misma manera, si
este materialismo existe, slo puede
tener verdad en los lmites de nuestro
universo social: la aparicin de una
nueva mquina que provoque
transformaciones profundas que
repercutan desde las estructuras de base
hasta las superestructuras, tendr lugar
en el fondo de una sociedad organizada
y estratificada y al mismo tiempo
desgarrada; descubriremos los hechos
materiales pobreza o riqueza del
subsuelo, factor climtico, etc. que la
condicionan y en relacin con los cuales
se ha definido ella misma en el interior
de una sociedad que ya posee sus
herramientas y sus instituciones. En
cuanto a la dialctica de la Naturaleza,
se considere como se considere, slo
puede ser el objeto de una hiptesis
metafsica. El movimiento del espritu
consistente en descubrir la racionalidad
dialctica en la praxis, en proyectarla
como una ley incondicionada en el
mundo no organizado y en volver desde
ah a las sociedades pretendiendo que la
ley de naturaleza, en su irracional
opacidad, las condiciona, la tenemos
por el procedimiento de pensamiento
ms aberrante; se encuentra una relacin
humana que se aprehende porque uno
mismo es un hombre, se hipostasa, se le
quita todo carcter humano y, para
terminar, se sustituye esta cosa
irracional y forjada en lugar de la
verdadera relacin que se haba
encontrado en primer lugar. As, en
nombre del monismo se sustituye a la
racionalidad prctica del hombre
haciendo Historia por la ciega
necesidad antigua, lo claro por lo
oscuro, lo evidente por la conjetura, la
Verdad por la Ciencia-ficcin. S hay
hoy una dialctica y si tenemos que
fundarla, la buscaremos donde est:
aceptaremos la idea de que el hombre es
un ser material entre otros y que no goza
en tanto que tal de un status
privilegiado, ni siquiera negaremos a
priori la posibilidad de que una
dialctica concreta de la Naturaleza
pueda descubrirse un da, lo que
significa que el mtodo dialctico se
volvera heurstico en las ciencias de la
Naturaleza y sera utilizado por los
sabios mismos y con el control de la
experiencia. Decimos simplemente que
la Razn dialctica deba ser dada
vuelta una vez ms, que tiene que ser
aprehendida donde se deje ver, en vez
de soarla donde an no tenemos los
medios de aprehenderla. Elay un
materialismo histrico y la ley de este
materialismo es la dialctica. Pero si,
como algunos autores lo quieren,
entendemos por materialismo dialctico
un monismo que pretende gobernar
desde el exterior la historia humana,
entonces hay que decir que no hay o
no hay todava materialismo
dialctico[72].
No habr sido intil esta larga
discusin; en efecto, habr permitido
formular nuestro problema, es decir, que
nos ha descubierto en qu condiciones
puede ser fundada una dialctica. No
hay duda de que esas condiciones sern
contradictorias, pero son las
contradicciones movedizas que nos
llevarn al movimiento de la dialctica.
El error de Engels, en el texto que
hemos citado, consiste en haber credo
que poda deducir sus leyes dialcticas
de la Naturaleza con procedimientos no
dialcticos: comparaciones, analogas,
abstraccin, induccin. De hecho, la
Razn dialctica es un todo y debe
fundarse a s misma, es decir,
dialcticamente.
1. El fracaso del dogmatismo
dialctico nos muestra que la dialctica
como racionalidad tena que descubrirse
en la experiencia directa y cotidiana,
como unin objetiva de los hechos y a la
vez como mtodo para conocer y fijar
esta unin. Pero por otra parte, el
carcter provisional del hiperempirismo
dialctico nos obliga a concluir que la
universalidad dialctica se tiene que
imponer a priori como una necesidad.
A priori no tiene aqu relacin con no s
qu principios constitutivos y anteriores
a la experiencia, sino con una
universalidad y con una necesidad
contenidas en toda experiencia y que
desborden cada experiencia. Ea
contradiccin queda manifiesta, ya que
sabemos desde Kant que la experiencia
entrega el hecho, pero no la necesidad, y
ya que rechazamos las soluciones
idealistas. Husserl pudo hablar sin
mucha dificultad de evidencia
apodctica, pero es que estaba en el
terreno de la pura conciencia formal
aprehendindose a s misma en su
formalidad: hay que encontrar nuestra
experiencia apodctica en el mundo
concreto de la Historia.
2. Hemos visto en Marx las aporas
del ser y del conocer. Queda claro que
aqul no se reduce a ste. Por otra parte,
la dialctica de la Naturaleza nos ha
mostrado que se hace que el conocer se
desvanezca si se trata de reducirlo a una
modalidad del ser entre otras. Sin
embargo, no podemos mantener ese
dualismo que puede conducirnos a algn
espiritualismo disfrazado. La nica
posibilidad de que una dialctica exista
es a su vez dialctica; o si se prefiere, la
nica unidad posible de la dialctica
como ley del desarrollo histrico y de la
dialctica como conocimiento en
movimiento de ese desarrollo tiene que
ser la unidad de un movimiento
dialctico. El ser es negacin del
conocer y el conocer toma su ser por la
negacin del ser.
3. Los hombres hacen la Historia
sobre la base de conocimientos
anteriores. Si esta afirmacin es
verdadera, rechaza definitivamente el
determinismo y la razn dialctica como
mtodo y regla de la historia humana. La
racionalidad dialctica contenida ya
entera en esta frase, se tiene que
presentar como la unidad dialctica y
permanente de la necesidad y de la
libertad; con otras palabras, ya hemos
visto que el universo se desvanece en un
sueo si el hombre sufre la dialctica
desde afuera como su ley
incondicionada; pero si imaginamos que
cada cual sigue sus inclinaciones y que
estos choques moleculares producen
resultados de conjunto, entonces
encontraremos resultados medios o
estadsticas, pero no un desarrollo
histrico. En cierto sentido, por
consiguiente, el hombre sufre la
dialctica como si fuera una potencia
enemiga, y en otro sentido la hace; y si
la Razn dialctica tiene que ser la
Razn de la Historia, es necesario que
esta contradiccin sea vivida ella misma
dialcticamente; lo que significa que el
hombre sufre la dialctica en tanto que
la hace y la hace en tanto que la sufre.
Hay que comprender an que el Hombre
no existe; hay personas que se definen
completamente por la sociedad a la cual
pertenecen y por el movimiento
histrico que las arrastra; si no
queremos que la dialctica vuelva a ser
una ley divina, una fatalidad metafsica,
tiene que provenir de los individuos y
no de no s qu conjuntos
superindividuales. Dicho de otra
manera, encontramos esta nueva
contradiccin: la dialctica es la ley de
totalizacin que hace que haya
colectivos, sociedades, una historia, es
decir, realidades que se imponen a los
individuos; pero tiene que estar
entretejida por millones de actos
individuales. Habr que establecer
cmo puede ser a la vez resultante sin
ser promedio pasivo, y fuerza
totalizadora sin ser fatalidad
trascendente, cmo debe realizar en
cada instante la unidad del pulular
dispersivo y de la integracin.
4. Se trata de una dialctica
materialista. Entendemos con estas
palabras colocndonos segn un punto
de vista estrictamente epistemolgico
que el pensamiento tiene que descubrir
su propia necesidad en su objeto
material, descubriendo en l, en tanto
que l mismo es un ser material, la
necesidad de su objeto. En el idealismo
hegeliano era posible: es necesario que
la dialctica sea un sueo o que sea
igualmente posible en el mundo real y
material del marxismo. Esto debe
llevarnos necesariamente del
pensamiento a la accin. De hecho,
aqul no es ms que un momento de sta.
Tendremos, pues, que ver si en la unidad
de una experiencia apodctica cada
praxis se constituye en y por el universo
material como superacin de su ser-
objeto por el Otro, aun develando
simultneamente la praxis del Otro
como un objeto. Pero al mismo tiempo
se tiene que establecer una relacin a
travs y por el Otro entre cada praxis y
el universo de las cosas, de tal manera
que en el curso de una totalizacin que
no se detiene nunca, la cosa se vuelve
humana y el hombre se realiza como
cosa. En la realidad concreta hay que
mostrar que el mtodo dialctico no se
distingue del movimiento dialctico, es
decir, de las relaciones que sostiene
cada uno con todos a travs de la
materialidad inorgnica y de las que
sostiene con esta materialidad y con su
propia existencia de materia organizada
a travs de sus relaciones con los otros.
Hay que establecer, pues, que la
dialctica se funda sobre esta
experiencia permanente de cada uno: en
el universo de exterioridad su relacin
de exterioridad con el universo material
y con el Otro siempre es accidental,
aunque siempre presente; su relacin de
interioridad con los hombres y con las
cosas es fundamental, aunque con
frecuencia est escondida.
5. Pero la dialctica, si tiene que ser
una razn y no una ley ciega, se tiene
que dar a s misma como una
inteligibilidad insuperable. El
contenido, el desarrollo, el orden de
aparicin de las negaciones, negaciones
de negaciones, conflictos, etc., las fases
de la lucha entre trminos opuestos, su
salida, en una palabra, la realidad del
movimiento dialctico, est todo
gobernado por los condicionamientos de
base, las estructuras de materialidad, la
situacin de partida, la accin
continuada de factores exteriores e
interiores, la relacin de las fuerzas en
presencia; dicho de otra manera, no hay
una dialctica que se imponga a los
hechos como las categoras de Kant a
los fenmenos; pero la dialctica, si
existe, es la aventura singular de su
objeto. No puede haber en ninguna parte,
ni en una cabeza ni en el cielo
inteligible, un esquema preestablecido
que se imponga a los desarrollos
singulares: si la dialctica existe, es
porque algunas regiones de la
materialidad son tales por estructura que
no puede no existir. Dicho de otra
manera, el movimiento dialctico no es
una poderosa fuerza unitaria que se
revela detrs de la Historia como la
voluntad divina: primero es una
resultante; no es la dialctica quien
impone a los hombres histricos que
vivan su historia a travs de
contradicciones terribles, sino que son
los hombres, tal y como son, bajo el
dominio de la rareza y de la necesidad,
quienes se enfrentan en circunstancias
que la Historia o la economa pueden
enumerar pero que slo la racionalidad
dialctica puede hacer inteligibles.
Antes de ser un motor, la contradiccin
es un resultado y la dialctica aparece
en el plano ontolgico como el nico
tipo de relacin que pueden establecer
entre s en nombre de su constitucin
individuos situados y constituidos de
una manera determinada. La dialctica,
si existe, slo puede ser la totalizacin
de las totalizaciones concretas operadas
por una multiplicidad de singularidades
totalizadoras. Es lo que yo llamara el
nominalismo dialctico. Pero desde
luego que la dialctica slo es vlida, en
cada uno de los casos particulares que
la recrean, si aparece cada vez en la
experiencia que la vuelve a descubrir
como necesidad; es slo vlida,
adems, si nos da la clave de la aventura
que la manifiesta, es decir, si la
aprehendemos como inteligibilidad del
proceso considerado[73].
La necesidad y la inteligibilidad de
la Razn dialctica unidas a la
obligacin de descubrirla
empricamente en cada caso inspiran
algunas reflexiones: primero, nadie
puede descubrir la dialctica si se
mantiene en el punto de vista de la
Razn analtica, lo que significa, entre
otras cosas, que nadie puede descubrir
la dialctica si se mantiene exterior al
objeto considerado. En efecto, para que
considere un sistema cualquiera en
exterioridad, no puede decidir ninguna
experiencia particular si el movimiento
del sistema es una continua dilatacin o
si es una sucesin de instantes; pero la
posicin del experimentador des-situado
tiende a mantener a la Razn analtica
como tipo de inteligibilidad; la propia
pasividad del sabio en relacin con el
sistema le descubrira una pasividad del
sistema en relacin consigo mismo. La
dialctica slo se descubre a un
observador situado en interioridad, es
decir, a un investigador que vive su
investigacin como una contribucin
posible a la ideologa de la poca entera
y al mismo tiempo como la praxis
particular de un individuo definido por
su aventura histrica y personal en el
seno de una historia ms amplia que la
condiciona. En una palabra, si voy a
poder conservar la idea hegeliana (la
Conciencia se conoce en el Otro y
conoce al Otro en s), suprimiendo
radicalmente el idealismo, voy a poder
decir que la praxis de todos como
movimiento dialctico se tiene que
descubrir en cada uno como la
necesidad de su propia praxis, y,
recprocamente, que la libertad en cada
uno de su praxis singular tiene que
volver a descubrirse en todos para
descubrir una dialctica que se hace y la
hace en tanto que est hecha. La
dialctica como lgica viva de la accin
no puede aparecer a una razn
contemplativa; se descubre durante la
praxis y como un momento necesario de
sta, o, si se prefiere, se crea de nuevo
en cada accin (aunque stas slo
aparezcan sobre la base de un mundo
totalmente constituido por la praxis
dialctica del pasado) y se vuelve
mtodo terico y prctico cuando la
accin que se est desarrollando se da
sus propias luces. Durante esta accin,
el individuo descubre la dialctica como
transparencia racional en tanto que la
hace y como necesidad absoluta en tanto
que se le escapa, es decir,
sencillamente, mientras la hacen los
otros; para acabar, en la medida en que
se reconoce en la superacin de sus
necesidades, reconoce la ley que le
imponen los otros al superar las suyas
(la reconoce, lo que no quiere decir que
se someta a ella), reconoce su propia
autonoma (mientras puede ser utilizada
por el otro y que lo es cada da, fintas,
maniobras, etc.) como potencia extraa
y la autonoma de los otros como la ley
inexorable que permite obligarles. Pero
por la misma reciprocidad de las
obligaciones y de las autonomas, la ley
acaba por escaparse a todos y es el
movimiento giratorio de la totalizacin
donde aparece como Razn dialctica,
es decir, exterior a todos porque interior
a cada uno, y totalizacin en curso pero
sin totalizador de todas las
totalizaciones totalizadas y de todas las
totalidades destotalizadas.
Si la Razn dialctica tiene que ser
posible como aventura de todos y como
libertad de cada uno, como experiencia
y como necesidad, si vamos a poder
mostrar a la vez su total traslucidez
(slo es nosotros mismos) y su
insuperable rigor (es la unidad de todo
lo que nos condiciona), si tenemos que
fundarla como racionalidad de la praxis,
de la totalizacin y del porvenir social,
si despus la tenemos que criticar,
como se ha podido criticar a la Razn
analtica, es decir, si tenemos que
determinar su alcance, tenemos que
realizar por nosotros mismos la
experiencia situada de su apodicticidad.
Pero no vayamos a imaginar que esta
experiencia es comparable a las
intuiciones de los empiristas ni siquiera
a determinadas experiencias cientficas,
cuya elaboracin es larga y difcil, pero
cuyo resultado se verifica
instantneamente. La experiencia de la
dialctica es dialctica a su vez; lo que
quiere decir que se persigue y se
organiza en todos los planos. Es al
mismo tiempo la experiencia misma de
vivir, ya que vivir es actuar y sufrir y ya
que la dialctica es la racionalidad de la
praxis; ser regresiva puesto que partir
de lo vivido para encontrar poco a poco
todas las estructuras de la praxis. Sin
embargo, hay que prevenir que la
experiencia aqu intentada, aunque sea
histrica por s misma, como toda
empresa, no trata de volver a encontrar
el movimiento de la Historia, la
evolucin del trabajo, las relaciones de
produccin, los conflictos de clase. Su
fin, sencillamente, es descubrir y fundar
la racionalidad dialctica, es decir, los
complejos juegos de la praxis y de la
totalizacin. Cuando hayamos llegado a
los condicionamientos ms generales, es
decir, a la materialidad, ser el momento
de que a partir de nuestra experiencia
reconstruyamos el esquema de la
inteligibilidad propia de la totalizacin.
Esta segunda parte, que aparecer
posteriormente, ser, si se quiere, una
definicin sinttica y progresiva de la
racionalidad de la accin. Veremos a
este propsito cmo desborda la Razn
dialctica a la Razn crtica y cmo
comporta en s misma su propia crtica y
su superacin. Pero no querramos
insistir sobre el carcter limitado de
nuestro proyecto: he dicho y lo repito,
que la nica interpretacin vlida de la
Historia humana es el materialismo
histrico. No se trata, pues, de
reexponer aqu lo que han hecho otros
mil veces; y adems no es mi tema.
Ahora bien, si se quiere resumir esta
introduccin, podra decirse que el
materialismo histrico es su propia
prueba en el medio de la racionalidad
dialctica, pero que no funda esta
racionalidad, aun y sobre todo s
restituye a la Historia en su desarrollo
como Razn constituida. El marxismo es
la Historia misma tomando conciencia
de s; si vale, es por su contenido
material, que no est puesto en tela de
juicio ni puede estarlo. Pero
precisamente porque su realidad reside
en su contenido, las uniones internas que
pone a la luz del da, en tanto que
forman parte de su contenido real, estn
formalmente indeterminadas. En
particular, cuando un marxista hace uso
de la nocin de necesidad para
calificar la relacin de dos
acontecimientos en el interior de un
mismo proceso, quedamos dudosos, aun
cuando la sntesis intentada nos haya
convencido del todo. Y esto no significa
sino todo lo contrario que
neguemos la necesidad en las cosas
humanas, sino, simplemente, que la
necesidad dialctica por definicin es
otra cosa distinta que la necesidad de la
Razn analtica, y que, precisamente, el
marxismo no se preocupa por qu
habra de hacerlo? por determinar y
fundar esta nueva estructura del ser y de
la experiencia. As nuestra tarea de
ninguna manera puede consistir en
restituir a la Historia real en su
desarrollo, ni que consista en un estudio
concreto de las formas de produccin o
de los grupos que estudian el socilogo
y el etngrafo. Nuestro problema es
crtico. Y sin duda que este problema
est provocado l mismo por la
Historia. Pero se trata precisamente de
sentir, de criticar y de fundar, en la
Historia y en este momento del
desarrollo de las sociedades humanas,
los instrumentos de pensamiento segn
los cuales la Plistoria se piensa, siempre
y cuando sean tambin los instrumentos
prcticos por los cuales se hace. Claro
que seremos remitidos del hacer al
conocer y del conocer al hacer en la
unidad de un proceso que a su vez ser
dialctico. Pero nuestra finalidad real es
terica; se puede formular con los
trminos siguientes: En qu
condiciones es posible el conocimiento
de una historia? Dentro de qu lmites
pueden ser necesarias las uniones
sacadas a la luz? Qu es la
racionalidad dialctica, cules son sus
lmites y su fundamento? El ligero
retroceso que hicimos en relacin con la
letra de la doctrina marxista (y que ya
indiqu en Cuestiones de mtodo), nos
permite captar el sentido de esta
cuestin como una especie de inquietud
de esta experiencia verdadera que se
niega a derrumbarse en la no-verdad. A
ella tratamos de contestar, pero no creo
que el esfuerzo aislado de un individuo
pueda procurar una respuesta
satisfactoria aunque sea parcial a
una cuestin tan amplia y que pone en
juego a la totalidad de la Historia. Si
estas primeras investigaciones me han
permitido precisar el problema, a travs
de verificaciones provisionales que ah
estn para que se discutan y sean
modificadas, si provocan una discusin
y en el mejor de los casos-si esta
discusin se lleva a cabo colectivamente
en algunos grupos de trabajo, me dar
por satisfecho.
B
CRTICA DE LA
EXPERIENCIA CRTICA
DE LA PRAXIS
INDIVIDUAL A LO
PRCTICO-INERTE
A
DE LA PRAXIS
INDIVIDUAL COMO
TOTALIZACIN
Si la dialctica es posible, tenemos
que poder contestar a estas cuatro
preguntas: cmo la praxis puede ser en
s misma y a la vez una experiencia de la
necesidad y de la libertad, ya que, segn
la tesis de la lgica clsica, no se puede
aprehender ni a la una ni a la otra en un
proceso emprico? Si es verdad que la
racionalidad dialctica es una lgica de
la totalizacin, cmo la Historia, ese
pulular de destinos individuales, puede
darse como movimiento totalizador y no
caemos en la extraa apora de que para
totalizar hay que ser ya un principio
unificado o, si se prefiere, que slo las
totalidades en acto pueden totalizarse?
Si la dialctica es una comprensin del
presente por el pasado y por el porvenir,
cmo puede haber un porvenir
histrico? Si la dialctica tiene que ser
materialista, cmo debemos
comprender la materialidad de la praxis
y su relacin con todas las otras formas
de la materialidad?
El descubrimiento capital de la
experiencia dialctica, prefiero
recordarlo ya, es que el hombre est
mediado por las cosas en la medida
en que las cosas estn mediadas por
el hombre. Tendremos que mantener esta
verdad entera en nuestra cabeza para
desarrollar todas sus consecuencias: es
lo que se llama la circularidad
dialctica; como veremos, la
experiencia la tiene que establecer. Pero
si no furamos ya seres dialcticos, ni
siquiera la podramos comprender. La
presento al empezar, no como una
verdad, ni siquiera como una conjetura,
sino como el tipo de pensamiento que
hay que tener, a titulo prospectivo, para
iluminar una experiencia que se
desarrolla por s misma.
En el terreno ms superficial y ms
familiar, la experiencia descubre
primero, en la unidad de uniones
dialcticas, la unificacin como
movimiento de la praxis individual, la
pluralidad, la organizacin de la
pluralidad y la pluralidad de las
organizaciones. Todo eso, basta con
abrir los ojos para verlo. Para nosotros,
el problema es el de las uniones. Si hay
individuos, quin totaliza? O qu?
La respuesta inmediata, aunque
insuficiente, es que si el individuo no
fuese totalizador por si mismo, no
habra ni siquiera un esbozo de
totalizacin parcial. Toda la dialctica
histrica descansa sobre la praxis
individual en tanto que sta es ya
dialctica, es decir, en la medida en que
la accin es por s misma superacin
negadora de una contradiccin,
determinacin de una totalizacin
presente en nombre de una totalidad
futura, trabajo real y eficaz de la
materia. Todo eso, como sabemos, nos
lo ha enseado ya hace tiempo la
experiencia subjetiva y objetiva.
Nuestro problema consiste en eso: qu
ser la dialctica, si slo hay hombres y
si todos son dialcticos. Pero ya he
dicho que la experiencia proporcionaba
ella misma su inteligibilidad. Es, pues,
necesario ver en el nivel de praxis
individual (de momento, poco nos
importa saber cules son las fuerzas
colectivas que la provocan, la limitan o
le privan de su eficacia) cul es la
racionalidad propiamente dicha de la
accin.
Todo se descubre en la necesidad:
es la primera relacin totalizadora de
este ser material, un hombre, con el
conjunto material de que forma parte.
Esta relacin es unvoca y de
interioridad. En efecto, por la
necesidad aparece en la materia la
primera negacin de negacin y la
primera totalizacin. La necesidad es
negacin de negacin en la medida en
que se denuncia como una falta en el
interior del organismo, es positividad en
la medida en que por l la totalidad
orgnica tiende a conservarse como tal.
La negacin primitiva, en efecto, es una
primera contradiccin de lo orgnico y
de lo inorgnico en el doble sentido de
que la falta se define como una
totalidad, pero que una laguna, una
negatividad en tanto que tal tiene un tipo
de existencia mecnica, y que, como
ltimo anlisis, lo que falta puede ser
reducido a elementos no organizados o
menos organizados, o, simplemente, a
carne muerta, etc. Segn este punto de
vista, la negacin de esta negacin se
hace superando a lo orgnico hacia lo
inorgnico: la necesidad es lazo de
inmanencia univoca con la materialidad
circundante en tanto que el organismo
trata de alimentarse de ella, ya es
totalizador, y doblemente, porque no es
otra cosa que la totalidad viva que se
manifiesta como totalidad y que muestra
lo circundante inmediato, hasta el
infinito, como campo total de las
posibilidades de saciedad. En el plano
que nos ocupa, la superacin por la
necesidad no tiene nada de misterioso,
ya que la conducta original de la
necesidad de alimento, por ejemplo,
repite las conductas elementales de la
nutricin: masticacin, salivaciones,
contracciones estomacales, etctera. La
superacin se manifiesta aqu como la
simple unidad de una funcin totalitaria
que funciona vaca. Sin la unidad de las
conductas elementales en el seno del
todo, el hambre no existira, no habra
sino un esparcimiento de
comportamientos enloquecidos y sin
unin. La necesidad es una funcin que
se pone para s y se totaliza como
funcin porque est reducida a volverse
gesto, a funcionar para s misma y no en
la integracin de la vida orgnica. Y, a
travs de este aislamiento, el organismo
entero corre el peligro de desintegrarse;
es el peligro de muerte. Esta totalizacin
primera es trascendente en la medida en
que el organismo encuentra su ser fuera
de si inmediatamente o mediatamente
en el ser inanimado; la necesidad
instituye la primera contradiccin, ya
que lo orgnico depende en su ser,
directamente (oxgeno) o indirectamente
(alimentos) del ser inorganizado, y que,
recprocamente, el control de las
reacciones impone a lo orgnico un
estatuto biolgico. Se trata, en efecto, de
dos estatutos de la misma materialidad,
ya que todo hace que lo creamos[88]
los cuerpos vivos y los objetos
inanimados estn constituidos por las
mismas molculas; pero esos estatutos
son contradictorios, ya que el uno
supone un lazo de interioridad entre el
todo como unidad y las relaciones
moleculares, mientras que el otro es de
pura exterioridad. Sin embargo, la
negatividad y la contradiccin llegan a
lo inerte por la totalizacin orgnica.
La materia circundante recibe una
unidad pasiva en cuanto aparece la
necesidad, por el slo hecho de que una
totalizacin en curso se refleja en ella
como una totalidad: la materia mostrada
como totalidad pasiva por un ser
orgnico que trata de encontrar ah su
ser es, en cuanto a su primera forma, la
Naturaleza. La necesidad busca ya a
partir del campo social sus
posibilidades de saciarse; y es la
totalizacin la que descubrir en la
totalidad pasiva a su propio ser material
como abundancia o rareza.
Pero al mismo tiempo que aparece la
Naturaleza, por la mediacin de la
necesidad, como falso organismo, el
organismo se exterioriza en ella como
pura materialidad. En efecto, el estatuto
biolgico se superpone en el organismo
al estatuto fsico-qumico. Ahora bien, si
es verdad que en la interioridad de la
asimilacin nutritiva las molculas estn
controladas y filtradas en ntima unin
con la totalizacin permanente, cuando
el cuerpo vivo est descubierto segn el
punto de vista de la exterioridad,
satisface a todas las leyes exteriores. En
este sentido se podra decir que la
materia, fuera de l, le reduce al estatuto
inorgnico en la misma medida en que l
la transforma en totalidad. Por eso
mismo, est en peligro en el universo;
ste encierra tambin la posibilidad del
no-ser del organismo. Inversamente,
para encontrar su ser en la Naturaleza o
para protegerse contra la destruccin, la
totalidad orgnica tiene que hacerse
materia inerte, y puede modificar lo
circundante material en tanto que
sistema mecnico; el hombre de la
necesidad es una totalidad orgnica que
se hace perpetuamente su propia
herramienta en el medio de la
exterioridad. La totalidad orgnica acta
sobre los cuerpos inertes por el
intermediario del cuerpo inerte que ella
es y que ella se hace ser. Lo es por
cuanto ya est sometida a todas las
fuerzas fsicas que la denuncian como
pura pasividad; se hace ser su ser en la
medida en que un cuerpo puede actuar
sobre otro cuerpo, por la inercia misma
y desde fuera, en el medio de la
exterioridad. La accin del cuerpo vivo
sobre la inercia se puede ejercer o
directamente o por mediacin de otro
cuerpo inerte. En este caso llamamos
herramienta al intermediario. Pero la
instrumentalidad, el fin y el trabajo se
dan conjuntamente en cuanto este cuerpo
organizado toma su propia inercia como
mediacin entre la materia inerte y su
necesidad; en efecto, la totalidad que
tiene que conservarse est proyectada
como totalizacin del movimiento por el
cual el cuerpo vivo utiliza su inercia
para vencer a la inercia de las cosas. En
este nivel, la superacin de la
exterioridad hacia la interiorizacin se
caracteriza a la vez como existencia y
como praxis. Funcin orgnica,
necesidad y praxis estn rigurosamente
unidos en un orden dialctico: en efecto,
el tiempo dialctico entra en el ser con
el organismo, ya que el ser vivo no
puede perseverar sin renovarse; esta
relacin temporal del futuro con el
pasado a travs del presente no es otra
cosa que la relacin funcional de la
totalidad misma: es su propio porvenir
ms all de un presente de
desintegracin reintegrada. En una
palabra, la unidad viva se caracteriza
por la descompresin de la
temporalidad del instante; pero la nueva
temporalidad es una sntesis elemental
del cambio y de la identidad, ya que el
porvenir gobierna al presente en la
medida en que este porvenir se
identifica rigurosamente con el pasado.
El proceso cclico que caracteriza a
la vez al tiempo biolgico y al de las
primeras sociedades[89] queda roto
desde fuera y por lo circundante,
simplemente porque la rareza, como
hecho contingente e inevitable,
interrumpe los intercambios. Esta
interrupcin se vive como negacin en
el sentido de que el movimiento cclico
o funcin se reproduce vaco, negando
as la identidad del futuro en el pasado y
cayendo en el nivel de una organizacin
circular presente y condicionada por el
pasado; esta separacin es la condicin
necesaria para que el organismo ya no
sea el medio y el destino de la funcin,
sino su fin; en efecto, la nica diferencia
que hay entre la temporalidad sinttica
primitiva y el tiempo de la praxis
elemental proviene de lo circundante
material que transforma por la
ausencia de lo que el organismo busca
en ella a la totalidad como realidad
futura en posibilidad. La necesidad
como negacin de la negacin es el
organismo mismo vivindose en el
futuro a travs de los desrdenes
presentes como su posibilidad propia, y
por consiguiente, como la posibilidad de
su propia imposibilidad; y la praxis, al
principio, slo es la relacin del
organismo como fin exterior y futuro con
el organismo presente como totalidad
amenazada; es la funcin exteriorizada.
La verdadera diferencia no reside entre
la funcin como asimilacin interna y la
construccin de herramientas con vistas
a un fin. En efecto, muchas especies
animales se hacen herramientas ellas
mismas; es decir, que la materia
organizada produce por s misma lo
inorgnico y lo seudoinerte: ya he dicho
que el organismo slo puede actuar
sobre lo circundante cayendo
provisionalmente en el nivel de la
inercia; los animales-herramientas se
hacen inertes en permanencia para
proteger sus vidas, o, si se prefiere, en
vez de utilizar su propia inercia la
resguardan tras una inercia forjada: en
este nivel ambiguo se puede ver el paso
dialctico de la funcin a la accin. El
proyecto como trascendencia slo es la
exteriorizacin de la inmanencia. De
hecho, la trascendencia es ya el hecho
funcional de la nutricin y de la
desasimilacin, ya que descubrimos en
ella una relacin de interioridad unvoca
entre dos estados de la materialidad. Y,
recprocamente, la trascendencia
contiene en s la inmanencia, ya que su
lazo con su fin y con lo circundante se
mantiene en el de interioridad
exteriorizada.
As pues, aunque al principio el
universo material pueda hacer imposible
la existencia del hombre, la negacin les
llega al hombre y a la materia por el
hombre. A partir de ah podemos
comprender en su inteligibilidad
primitiva la famosa ley de la negacin
de la negacin que Engels, en el fondo,
hizo mal en dar como un irracional
abstracto de las leyes naturales. De
hecho, la dialctica de la Naturaleza
ya se la busque en los cambios de
estado en general, o ya se haga de ella
la dialctica desde afuera en la historia
humana es incapaz de contestar a
estas dos preguntas esenciales: por qu
hay algo como una negacin en el mundo
natural o en la historia humana? Por
qu y en qu circunstancias definidas la
negacin de una negacin da una
afirmacin? En efecto, no se ve por qu
las transformaciones de energa
aunque sean vectoriales como quiere
Naville, aun si unas son reversibles y
otras irreversibles, aun si, como en las
experiencias qumicas, algunas
reacciones parciales se producen en el
interior de la reaccin de conjunto y la
alteran[90] podran ser consideradas
como negaciones, sino por los hombres,
y para indicar convencionalmente la
direccin del proceso. Sin duda que la
materia pasa de un estado a otro. Lo que
quiere decir que hay cambio. Pero un
cambio material no es ni afirmacin ni
negacin, no ha destruido porque nada
estaba construido, no ha roto
resistencias porque las fuerzas en
presencia simplemente han dado el
resultado que tenan que dar; sera
igualmente absurdo declarar que dos
fuerzas opuestas y que se aplican a una
membrana se niegan, o decir que
colaboran, para determinar cierta
tensin; tocio lo que puede hacerse es
utilizar el orden negativo para distinguir
una direccin de la otra.
No puede haber resistencia, y por
consiguiente fuerzas negativas, sino en
el interior de un movimiento que se
determina en funcin del porvenir, es
decir, de determinada forma de
integracin. Si el trmino que se tiene
que alcanzar no se ha fijado al principio,
cmo podra concebirse un freno?
Dicho de otra manera, no hay negacin
si la totalizacin futura no est presente
en cada momento como totalidad
destotalizada del conjunto considerado.
Cuando Spinoza dice:
Toda determinacin es negacin, tiene
razn segn su punto de vista, porque la
sustancia, para l, es una totalidad
infinita.
Esta frmula es, pues, un instrumento
de pensamiento para describir y
comprender las relaciones internas del
todo. Pero si la Naturaleza es una
inmensa descompresin dispersiva, si
las relaciones de los hechos naturales no
se pueden concebir sino sobre el modo
de exterioridad, la atraccin particular
de determinadas partculas y el pequeo
sistema solar que resulta
provisionalmente no es de ninguna de
las maneras una particularizacin,
salvo en un sentido puramente formal,
lgico e idealista. En efecto, decir que
cada molcula del hecho que entra en tal
o tal combinacin no est en tal otra, es
repetir de un modo negativo la
proposicin que se quiere afirmar, como
los lgicos que reemplazan: Todos los
hombres son mortales por Todos los
no-mortales son no-hombres.
La determinacin ser negacin real
si asla al determinado en el seno de una
totalizacin o de una totalidad. Ahora
bien, la praxis nacida de la necesidad es
una totalizacin cuyo movimiento hacia
su propio fin transforma prcticamente
a lo circundante en una totalidad. El
movimiento negativo recibe su
inteligibilidad segn este doble punto de
vista. En efecto, el organismo engendra
por una parte lo negativo como lo que
destruye su unidad: la desasimilacin y
la excrecin son las formas an opacas y
biolgicas de la negacin en tanto que
son un movimiento orientado de
desecho; de la misma manera, la falta
aparece por la funcin, no slo como
simple laguna inerte, sino como una
oposicin de la funcin a s misma; la
necesidad, en fin, establece la negacin
por su existencia, ya que ella misma es
una primera negacin de la falta. En una
palabra, la inteligibilidad de lo negativo
como estructura del ser no puede
aparecer sino unido al proceso de
totalizacin en curso; la negacin se
define como fuerza opuesta a partir de
una fuerza primera de integracin y en
relacin con la totalidad futura como
destino o como fin del movimiento
totalizador. Ms profundamente y ms
oscuramente, el organismo mismo como
superacin de la multiplicidad de
exterioridad es una primera negacin
unvoca, puesto que conserva en s la
multiplicidad y se unifica contra ella sin
poder suprimirla. Es su peligro, su
riesgo perpetuo y, al mismo tiempo, su
mediacin con el universo material que
le rodea y que puede negarle. La
negacin est, pues, determinada por la
unidad; hasta puede manifestarse por la
unidad y en la unidad. Y no en primer
lugar como fuerza de sentido contrario,
sino, lo que es lo mismo, como
determinacin parcial del todo en tanto
que se establece para s. A partir de
estas experiencias se podra establecer
una lgica dialctica de la negacin
como relacin de las estructuras internas
entre s y con el todo en una totalidad
hecha o en una totalizacin en curso. Se
vera, en efecto, que en el campo de
existencia y de tensin determinado por
el todo, toda particularidad se produce
en la unidad de una contradiccin
fundamental: es determinacin del todo
y, como tal, es el todo el que le da su
ser; en cierta manera, en tanto que el ser
del todo exige que est presente en todas
sus partes, es ella el todo mismo; pero
al mismo tiempo, como detencin, vuelta
sobre s, cercado, no es el todo, y se
particulariza precisamente contra l (y
no contra seres trascendentes de esta
totalidad); pero esta particularizacin en
el marco de esta contradiccin se
produce precisamente como negacin de
interioridad: como particularizacin del
todo, es el todo oponindose a s mismo
a travs de una particularidad que
gobierna y que depende de l; en tanto
que determinacin, es decir, en tanto que
limitacin, se define como ese nada que
impide la retotalizacin del todo y que
se liquidara en ella si debiera tener
lugar. Es la existencia de ese no-ser
como relacin en curso entre el todo
constituido y la totalizacin
constituyente, es decir, entre el todo
como resultado futuro, abstracto, pero
ya ah, y la dialctica como proceso que
trata de constituir en su realidad
concreta la totalidad la que le define
como su porvenir y su trmino, es la
existencia de esa nada activa
(totalizacin estableciendo sus
momentos) y al mismo tiempo pasiva (el
todo como presencia del porvenir) la
que constituye la primera negacin
inteligible de la dialctica. Y es en la
totalidad como unidad abstracta de un
campo de fuerzas y de tensin donde la
negacin de la negacin tiene que
volverse afirmacin. En efecto, de
cualquier manera que se manifieste,
ya se trate de la liquidacin del
momento parcial, de la aparicin de
otros momentos en conflicto con el
primero (esto es, de una diferenciacin
o hasta de una fragmentacin de la
totalidad parcial en partes ms
pequeas), la nueva estructura es
negacin de la primera (ya sea
directamente, ya atrayendo por su sola
presencia la relacin de la primera con
el todo); as el todo se manifiesta en esta
segunda estructura, que l sostiene y que
ella produce tambin, como totalidad
que vuelve a tomar en ella las
determinaciones particulares y
suprimindolas, ya sea por una
liquidacin pura y simple de su
particularidad, ya sea diferencindose
alrededor de ellas y en relacin con
ellas para insertarlas en un orden nuevo
que a su vez se vuelve l mismo el todo
en tanto que estructura diferenciada.
Esta lgica de las diferenciaciones sera
un sistema abstracto de proposiciones
refirindose a la multiplicidad posible
de las relaciones entre un todo y sus
partes, entre las partes entre ellas,
directamente y a travs de su relacin
con el todo. Es totalmente intil
reconstruir aqu ese sistema que cada
uno puede encontrar por s mismo.
Sealo solamente que el contenido de
estas proposiciones, aunque fuera
abstracto, no estara vaco como los
juicios analticos de la lgica
aristotlica; y que, aunque sean
sintticas estas proposiciones,
representan por s mismas una
verdadera inteligibilidad; dicho de otra
manera, basta con establecerlas a partir
de una totalidad (por lo dems,
cualquiera) para que podamos
comprenderlas en la evidencia. Ya lo
veremos ms lejos.
Volvamos a la necesidad. En el
momento en que el proyecto atraviesa el
mundo circundante hacia su propio fin,
que es aqu la restauracin de un
organismo negado, unifica el campo de
utensiliaridad a su alrededor, para
hacer de l una totalidad que sirva de
fondo a los objetos singulares que
tengan que ayudarle en su tarea; esto
quiere decir que el mundo de los
alrededores est prcticamente
constituido como la unidad de los
recursos y de los medios; pero como la
unidad de los medios no es otra que el
fin y que este fin representa la totalidad
orgnica en peligro, aprehendemos aqu
por primera vez una relacin original e
invertida de los dos estados de la
materia: la pluralidad inerte se vuelve
totalidad por haber sido unificada por el
fin como campo instrumental, es al
mismo tiempo el fin cado en el dominio
de la pasividad. Pero lejos de
perjudicar su inercia a su carcter de
totalidad hecha, es ella la que lo
soporta. En el organismo, los lazos de
interioridad recubren a los de
exterioridad; en el campo instrumental
es al revs: la multiplicidad de
exterioridad est sobre-tendida por un
lazo de unificacin interna, y es la
praxis la que, en funcin del fin
perseguido, retoca sin cesar el orden de
exterioridad sobre la base de una unidad
profunda. A partir de ah nace un
segundo tipo de negacin, porque existe
una nueva totalidad, pasiva y al mismo
tiempo unificada, pero que no cesa de
retocarse, ya sea por la accin directa
del hombre, ya en virtud de sus propias
leyes de exterioridad. Tanto en uno
como en otro caso los cambios se hacen
sobre un fondo de unidad previa y se
convierten en el destino de esta totalidad
aunque tengan su origen en otro lugar, en
la otra punta del mundo; todo lo que se
produce en un todo, incluso la
desintegracin, es un acontecimiento
total de la totalidad en tanto que tal y
slo es inteligible a partir de la
totalidad. Pero en cuanto la mezcla de la
totalidad pluralizada constituye aqu o
all sntesis pasivas, rompe en el
interior del todo constituido la relacin
de integracin inmediata de los
elementos con el todo; la autonoma
relativa de la parte as formada tiene
que actuar necesariamente como un
freno en relacin con el movimiento de
conjunto; el movimiento en remolino de
totalizacin parcial se constituye, pues,
como una negacin del movimiento total.
Al mismo tiempo, aunque se trate de un
retoque necesario para la praxis, su
determinacin se vuelve negacin de l
mismo: la relacin de los elementos
integrados en el todo parcial es ms
precisa, menos indeterminada que su
relacin con la totalizacin de conjunto,
pero es menos amplia y menos rica. Con
este nuevo lazo de interioridad
exteriorizada, el elemento rechaza un
conjunto de posibilidades objetivas que
eran las de cada elemento en el seno del
movimiento general, se empobrece.
Entonces, la relacin de esta totalidad
parcial con la totalidad total se
manifiesta como conflicto, la integracin
absoluta exige que se rompa la
determinacin singular en tanto que se
expone a constituir una nueva
pluralidad. Inversamente, la inercia y las
necesidades de integracin parcial
obligan a cada parte de la totalidad
relativa a resistir a las presiones del
todo. En fin, la determinacin de una
totalidad parcial, en el seno de la
totalidad destotalizada, tiene por efecto
necesario determinar tambin, aunque
negativamente, al conjunto que queda
fuera de esta integracin como una
totalidad parcial. La unidad de
exterioridad de las regiones no
integradas en relacin con la zona de
integracin parcial (son primero las que
no han sido integradas) se cambia en
una unidad de interioridad, es decir, en
una determinacin integrante, por el solo
hecho de que, en una totalidad, la
exterioridad se manifiesta en relaciones
de interioridad. Vara, al mismo tiempo,
la relacin con el todo de esta nueva
totalizacin: ya sea que sta se ponga
para s a su vez, lo que tiene por efecto
que estalle definitivamente la
totalizacin en curso, ya que se
identifique con el todo y luche para
reabsorber a la enclavadura que acaba
de aparecer, ya, en fin, que est
desgarrada por la contradiccin,
establecindose a la vez como el todo o,
en todo caso, como el proceso de
totalizacin y como momento parcial
que obtiene sus determinaciones de su
oposicin al Otro.
El hombre que produce su vida en la
unidad del campo material est llevado
por la praxis a determinar zonas,
sistemas, objetos privilegiados en esta
totalidad inerte; no puede construir sus
herramientas y esto vale tanto para los
instrumentos de cultura en los primitivos
como para la utilizacin prctica de la
energa atmica sin introducir
determinaciones parciales en lo
circundante unificado (sea este
circundante la tierra o una estrecha
franja de terreno entre el mar y la selva
virgen); as se opone a l mismo por la
mediacin de lo inerte; y,
recprocamente, la fuerza constructora
del trabajador opone la parte al todo en
lo inerte en el interior de la unidad
natural; ms lejos veremos cien
ejemplos. Esto quiere decir, primero,
que la negacin se hace interior en el
medio mismo de la exterioridad, luego,
que es una real oposicin de fuerzas.
Pero esta oposicin le viene a la
Naturaleza por el hombre doblemente,
ya que su accin constituye a la vez el
todo y el desgarramiento del todo. El
trabajo no puede existir, sea el que sea,
sino como totalizacin y contradiccin
superada. Entonces, aunque en un primer
momento constituya lo circundante como
el medio en el cual el trabajador se tiene
que producir l mismo, todos los
movimientos posteriores sern
negaciones en la medida en que son
positivos. Y estas negaciones no pueden
ser aprehendidas sino como momentos
que se establecen por s, ya que al
volver a caer la inercia, aumenta su
separacin en el seno del todo. El
movimiento posterior del trabajo tiene
que ser, pues, necesariamente, la puesta
en contacto del objeto creado en el
interior del todo con los otros sectores y
su unificacin segn un punto de vista
nuevo; niega la separacin. Pero la
inteligibilidad de este nuevo movimiento
que es la negacin de la negacin reside
precisamente, tambin esta vez, en la
totalidad primera. Nada permite afirmar
a priori en un sistema realista y
materialista que la negacin de la
negacin tenga que dar una nueva
afirmacin en tanto que no se ha
definido el tipo de realidades en el cual
se producen esas negaciones. Aun en el
universo humano, que es el de las
totalidades, existen situaciones
perfectamente definidas y que pueden
ser clasificadas donde la negacin de la
negacin es una nueva negacin: es que
en esos casos excepcionales se
interfieren totalidad y recurrencia. Pero
no se puede hablar aqu de ello. Lo que
en todo caso es seguro, es que la
negacin de la negacin constituye un
conjunto determinado, salvo si est
considerada como producindose en el
interior de una totalizacin. Pero la
negacin de la negacin sera, aun en la
totalidad, una vuelta al punto de partida
si no se tratase de una totalidad
superada hacia un fin totalizador. La
supresin de las organizaciones
parciales del campo instrumental tendra
por consecuencia el llevarnos a la
indiferenciacin original de lo
circundante unificado (como cuando se
hace desaparecer los rastros de un
acontecimiento, de una experiencia, de
una construccin) si el movimiento para
suprimirlas no estuviese acompaado
por un esfuerzo para conservarlas: es
decir, si no se las considerase como una
etapa hacia una unidad de
diferenciacin, en la cual se tiene que
realizar un nuevo tipo de subordinacin
de las partes con el todo y de
coordinacin de las partes entre ellas.
Es lo que ocurre necesariamente, ya que
el fin no es preservar para s y en s la
unidad del campo de accin, sino
encontrar en l los elementos materiales
que puedan conservar o restaurar la
totalidad orgnica que contiene. As, en
la medida en que el cuerpo es funcin, la
funcin necesidad y la necesidad praxis,
se puede decir que el trabajo humano,
es decir, la praxis original por la cual
produce y reproduce su vida, es
enteramente dialctica: su posibilidad y
su necesidad permanente descansan
sobre la relacin de interioridad que une
al organismo con lo circundante y sobre
la contradiccin profunda que hay entre
el orden de lo inorgnico y el orden de
lo orgnico, presentes ambos en todo
individuo; su movimiento primero y su
carcter esencial se definen por una
doble transformacin contradictoria: la
unidad del proyecto da al campo
prctico una unidad casi sinttica, el
momento capital del trabajo es aquel en
que el organismo se hace inerte (el
hombre pesa en la palanca, etc.) para
transformar la inercia circundante. Esta
permutacin que opone la cosa humana
al hombre-cosa se volver a encontrar
en todos los niveles de la experiencia
dialctica; sin embargo, el sentido del
trabajo est dado por un fin, y la
necesidad, lejos de ser una vis a tergo
que empuje al trabajador, es, por el
contrario, el descubrimiento vivido de
un fin que se tiene que alcanzar y que en
un principio no es otro que la
restauracin del organismo. En fin, la
accin hace que realmente exista lo
circundante material como un todo a
partir de lo cual es posible una
organizacin de medios para llegar a un
fin, y esta organizacin, en las formas
ms simples de actividad, est dada por
el fin mismo, es decir, que slo es una
exteriorizacin de la funcin: es la
totalidad que define su medio por lo que
le falta; se acecha en la caza, en la
pesca, se busca en la cosecha. Es decir,
que se realiza la unidad del campo para
aprehender mejor en el fondo el objeto
buscado. A partir de ah el trabajo se
organiza por determinaciones sintticas
del conjunto, por puesta a la luz del da
o por construccin de relaciones cada
vez ms estrechas en el interior del
campo para transformar en una perfecta
circularidad de condicionamientos lo
que al principio no era sino una relacin
muy vaga de las partes con el todo y de
las partes entre s. Determinacin del
presente por el porvenir, permutacin de
lo inerte y de lo orgnico, negacin,
contradicciones superadas, negacin de
la negacin, es decir, totalizaciones en
curso: son los momentos de un trabajo,
el que sea, salvo si en un nivel
dialctico que an no hemos
considerado la sociedad empuja a la
divisin del trabajo hasta especializar a
las mquinas; pero, en ese caso, se
produce precisamente lo inverso: la
mquina semiautomtica define a lo que
la circunda y se construye su hombre, de
tal manera que la interioridad (falsa
pero eficaz) queda del lado de lo no
organizado y la exterioridad del lado del
cuerpo-orgnico; el hombre es entonces
la mquina de la mquina y es para l
mismo su propia exterioridad. En todos
los dems casos, la dialctica aparece
como la lgica del trabajo. Resulta
perfectamente abstracto considerar a un
hombre en el trabajo, ya que, en la
realidad, el trabajo es tanto una relacin
entre los hombres como una relacin
entre el hombre y el universo material. Y
de ninguna de las maneras pretendemos
haber descubierto aqu el momento
histricamente primero de la dialctica:
lo que hemos querido mostrar es que
nuestra ms diaria experiencia que
seguramente es la del trabajo tomada
en su nivel ms abstracto el de la
accin del individuo aislado nos
revela inmediatamente el carcter
dialctico de la accin. O, si se prefiere,
que la dialctica, en el mayor grado de
abstraccin y aunque se concediesen
al racionalismo analtico sus teoras
moleculares, ya tiene la forma
elemental y completa de una ley de
desarrollo y de un esquema de
inteligibilidad. Desde luego, si la
existencia real de las totalidades
orgnicas y de los procesos
totalizadores revela el movimiento
dialctico, la dialctica no justifica, por
su parte, la existencia de cuerpos
orgnicos. Cualquiera que sea el
desarrollo ulterior de la biologa, no
podemos considerar a los cuerpos
organizados sino como realidades de
hecho, y no tenemos la manera de
apoyarlas con razones. Afirmar que su
origen est en la materia no organizada
es una hiptesis econmica y razonable
con la cual todos hasta los cristianos-
pueden estar de acuerdo. Pero esta
hiptesis est en cada uno de nosotros
en el estado de creencia. As ni la Razn
analtica que se aplica a las
relaciones en exterioridad ni la Razn
dialctica que obtiene su
inteligibilidad de las totalidades y que
rige la relacin entre los todos con sus
partes y de las totalidades entre ellas en
el seno de una integracin cada vez ms
estrecha pueden dar a los cuerpos
organizados ni el menor estatuto de
inteligibilidad: si han salido de la
materia inorgnica, no slo ha habido un
paso de lo inanimado a la vida, sino de
una a otra irracionalidad. Habremos
vuelto, dando un rodeo, a los
irracionales de Engels? De ninguna
manera: en Engels, en efecto, los
irracionales son las leyes, como
principios opacos y formales del
pensamiento y de la naturaleza. Para
nosotros, lo que es contingente es la
existencia de determinados objetos.
Pero de la misma manera que la Razn
analtica no se tiene que preguntar por
qu hay algo como la materia ms bien
que nada, tampoco tiene la Razn
dialctica la obligacin de preguntarse
por qu hay todos organizados ms bien
que materia inorgnica. Estas preguntas,
que se pueden volver cientficas (resulta
imposible sealar a priori los lmites de
una ciencia), an no lo son. Lo que por
el contrario importa es que si hay todos
organizados, su tipo de inteligibilidad es
la dialctica. Y ya que, precisamente, el
trabajador individual es una de esas
totalizaciones, no puede comprenderse
en sus actos ni en su relacin con la
Naturaleza (ni, como vamos a ver, en sus
relaciones con los otros) si en cada caso
no interpreta las totalidades parciales a
partir de la totalizacin de conjunto y
sus relaciones internas a partir del fin, y
el presente a partir de la relacin que
une al futuro con el pasado. Pero,
inversamente, su praxis, que es
dialctica, comporta en ella misma su
propia inteligibilidad. Para no tomar
ms que un ejemplo, la ley, brutalmente
presentada por Engels, de la
interpenetrabilidad de los contrarios, se
hace perfectamente inteligible en una
praxis que se ilumina por su totalizacin
futura y por las totalidades hechas que la
rodean; en el interior de una totalidad
(hecha o en curso), cada totalidad
parcial, como determinacin del todo,
contiene al todo como su sentido
fundamental, y por consiguiente tambin
a las otras totalidades parciales; as el
secreto de cada parte est en las otras.
Esto significa, prcticamente, que cada
parte determina todas las otras en su
relacin con el todo, es decir, en su
existencia singular; en este nivel aparece
el tipo de inteligibilidad propiamente
dialctica que combina a la vez al
conflicto directo de las partes entre
ellas (en tanto que la Razn dialctica
comprende y supera a la Razn
analtica) y al callado conflicto que se
desplaza sin cesar, modifica a cada una
desde dentro en funcin de los cambios
internos de todas las otras, instala la
alteridad en cada una a la vez como lo
que es y lo que no es, como lo que posee
y aquello de que es poseda. Con estas
observaciones no he hecho,
simplemente, sino dar cuenta del tipo de
unin propio de estos objetos, es decir,
del lazo de interioridad. En este nivel la
experiencia dialctica puede resultar
difcil de exponer; pero es comn a
todos y constante. Verdad es que la
mayor parte de la gente se expresa en el
discurso segn las reglas de la
racionalidad analtica; pero eso no
significa que su praxis no sea consciente
de ella misma. En primer lugar[91], en
efecto, la Razn dialctica comprende
en ella a la Razn analtica como la
totalidad comprende a la pluralidad. En
el movimiento del trabajo es necesario
que la unidad del campo prctico est ya
realizado para que el trabajador pueda
pasar a hacer el anlisis de las
dificultades. Este anlisis de la
situacin se lleva a cabo con los
mtodos y segn el tipo de
inteligibilidad de la Razn analtica; es
indispensable, pero primero supone la
totalizacin. En fin, conduce a la
pluralidad subyacente, es decir, a los
elementos en tanto que estn unidos con
lazos de exterioridad. Pero el
movimiento prctico, que supera a esta
dispersin molecular de
condicionamientos, encontrar por s
mismo la unidad al crear a la vez el
problema y la solucin. Por lo dems,
esta unidad nunca se ha perdido, ya que
es en ella donde se ha buscado la
dispersin. Slo que el anlisis se hace
primero con el discurso y el
pensamiento, aunque despus haya que
usar un dispositivo material; la
produccin del objeto, por el contrario,
es completamente prctica. Y aunque la
praxis se d sus luces y sea transparente
para s misma, no se expresa
necesariamente con palabras. De hecho,
el conocimiento aparece como el
develamiento del campo perceptivo y
prctico por el fin, es decir, por el
no-ser futuro. Sera fcil, pero
demasiado largo, mostrar que slo la
dialctica puede fundamentar la
inteligibilidad del conocer y de la
verdad porque ni el conocimiento ni la
verdad pueden ser una relacin positiva
del ser con el ser, sino, por el contrario,
una relacin negativa y mediada por una
nada; el descubrimiento de lo superado
y de su superacin no puede hacerse
sino a partir de un porvenir que no es
todava y en la unidad prctica de una
totalizacin en curso. Pero ese
descubrimiento se mantiene prctico y
no se puede fijar por el discurso en una
sociedad que, en su conjunto, confunde
an el conocimiento y su contemplacin.
As el esfuerzo de cada uno consiste en
expresar sobre todas las cosas una
experiencia dialctica con trminos de
racionalidad analtica y mecnica. Claro
que cada uno, si est prevenido, puede
tematizar en cada momento su
experiencia fundamental. El hombre
como proyecto totalizador es l mismo
la inteligibilidad en acto de las
totalizaciones; ya que la alienacin an
no entra en juego (sencillamente, porque
no podemos decir todo a la vez), hacer y
comprender estn indisolublemente
unidos.
Sin embargo, esta experiencia, en la
medida en que presenta a plena luz a la
lgica de los todos y a la inteligibilidad
de las relaciones del hombre con el
universo, an no podemos considerarla
como apodctica. La plena comprensin
del acto y del objeto se caracteriza
como el desarrollo temporal de una
intuicin prctica, pero no como la
aprehensin de una necesidad. Porque la
necesidad nunca puede estar dada en la
intuicin si no es como una lnea de fuga
o, con otras palabras, como un lmite
inteligible de la inteligibilidad.
B
DE LAS RELACIONES
HUMANAS COMO
MEDIACIN ENTRE LOS
DISTINTOS SECTORES DE
LA MATERIALIDAD
La experiencia inmediata da el ser
ms concreto, pero le toma en su nivel
ms superficial y queda ella misma en lo
abstracto. Hemos descrito al hombre de
la necesidad y hemos mostrado su
trabajo como desarrollo dialctico. Y no
digamos que no existe el trabajador
aislado. Por el contrario, existe en todas
partes cuando las condiciones sociales y
tcnicas de su trabajo exigen que trabaje
solo. Pero su soledad es una designacin
histrica y social: en una sociedad
determinada, con un grado determinado
de desarrollo tcnico, etc., un
campesino, trabaja en determinados
momentos del ao en la ms completa
soledad, que se vuelve un modo social
de la divisin del trabajo. Y su
operacin es decir, su manera de
producirse condiciona no slo la
saciedad de la necesidad, sino tambin
la necesidad misma. En el sur de Italia,
los jornaleros agrcolas esos
mediohuelguistas sin trabajo llamados
bracchiante no comen ms de una
vez por da y en algunos casos
hasta una vez cada dos das. En ese
momento desaparece el hambre como
necesidad (o ms bien slo aparece si
bruscamente se encuentra en la
posibilidad de hacer cada da o cada
dos das esta nica comida). No es que
ya no exista, sino que se ha
interiorizado, estructurada como una
enfermedad crnica. La necesidad no es
ya esta negacin violenta que acaba en
praxis: ha pasado a la generalidad del
cuerpo como exis, como laguna inerte y
generalizada a la que trata de adaptarse
todo el cuerpo, degradndose,
disminuyendo l mismo sus exigencias.
No importa, porque est solo, porque, en
el momento actual, en la sociedad
actual, con los objetivos especiales que
pretende alcanzar, y con las
herramientas de que dispone, decide
sobre este trabajo o sobre este otro, y
sobre el orden de los medios; puede ser
el objeto de una experiencia regresiva;
yo tengo el derecho de aprehender y de
fijar su praxis como temporalizndose a
travs de todos los acondicionamientos.
Slo hay que sealar que ese momento
de la regresin verdadero como
primera aproximacin al seno de una
experiencia dialctica sera falso e
idealista si pretendisemos detenernos
en l. Inversamente, cuando hayamos
cumplido con la totalidad de nuestra
experiencia, veremos que la praxis
individual, que siempre es inseparable
del medio que constituye, que la
condiciona o que la aliena, es al mismo
tiempo la Razn constituyente misma en
el seno de la Historia aprehendida como
Razn constituida. Pero precisamente
por eso, el segundo momento de la
regresin no puede ser directamente la
relacin del individuo con los cuerpos
sociales (inertes o activos) y con las
instituciones. Marx indic muy bien que
distingua las relaciones humanas de su
reificacin, o, de una manera general, de
su alienacin en el seno de un rgimen
social dado. Hace notar, en efecto, que
en la sociedad feudal, fundamentada
sobre otras instituciones, otras
herramientas, y que planteaba a sus
hombres otros problemas, sus propios
problemas, exista la explotacin del
hombre por el hombre, junto con la ms
feroz opresin, pero que todo ocurra de
otra manera y que la relacin humana
no estaba particularmente ni reificada ni
destruida. Se entiende que no pretende
apreciar ni comparar dos regmenes
construidos sobre la explotacin y la
violencia institucionalizada. Slo dice
que la unin del siervo o del esclavo
negro con el propietario, con frecuencia
es personal (lo que en cierto sentido la
hace an ms intolerable y humillante), y
que la relacin de los obreros con el
patrn (o de los obreros entre s en la
medida en que son el objeto de fuerzas
de masificacin) es una simple relacin
de exterioridad. Pero esta relacin de
exterioridad slo es concebible como
reificacin de una relacin objetiva de
interioridad. La Historia determina el
contenido de las relaciones humanas en
su totalidad, y estas relaciones
cualesquiera que sean, por ntimas o
breves que puedan ser remiten a todo.
Pero no es ella la que hace que haya
relaciones humanas en general.
No son los problemas de
organizacin y de divisin del trabajo
los que han hecho que se establezcan
relaciones entre estos objetos primero
separados que son los hombres. Pero,
por el contrario, si la constitucin de un
grupo o de una sociedad alrededor de
un conjunto de problemas tcnicos y de
determinada masa de instrumentos
tiene que ser posible, es que la relacin
humana (cualquiera que sea su
contenido) es una realidad de hecho
permanente en cualquier momento de la
Historia que nos coloquemos, aun entre
individuos separados, que pertenezcan a
sociedades de regmenes diferentes y
que se ignoren una a otra. Lo que
significa que de saltar la etapa abstracta
de la relacin humana y de
establecernos en seguida en el mundo,
caro al marxista, de las fuerzas
productoras, del modo y de las
relaciones de produccin, correramos
el riesgo, sin quererlo, de dar razn al
atomismo del liberalismo y de la
racionalidad analtica. Es la tentacin
de algunos marxistas: los individuos
contestan no son a priori, ni
partculas aisladas, ni actividades en
relacin directa, ya que es la sociedad
la que decide en cada caso, a travs de
la totalidad del movimiento y de la
particularidad de la coyuntura. Pero esta
respuesta que precisamente pretende
rechazar nuestro formalismo, contiene
la entera y formal aceptacin de la
reclamacin liberal; la burguesa
individualista pide que se le conceda
una cosa, y nada ms que una: la
relacin de los individuos entre s est
mantenida pasivamente por cada uno de
ellos y condicionada en exterioridad por
otras fuerzas (todas las que se quieran);
lo que significa que se la deja en
libertad de aplicar el principio de
inercia y las leyes positivistas de
exterioridad en las relaciones humanas.
En ese momento, poco importa que el
individuo viva realmente aislado, como
un campesino en determinadas pocas o
en el interior de grupos muy integrados:
la separacin absoluta consiste
precisamente en que cada individuo
sufre en la exterioridad radical el
estatuto histrico de sus relaciones con
los otros o lo que es lo mismo, aunque
engaa a los marxistas poco exigentes
que los individuos en tanto que
productos de su propio producto (luego,
en tanto que pasivos y alienados)
instituyen relaciones entre ellos (a
partir de las que han establecido las
generaciones anteriores, de su
constitucin propia y de las fuerzas y
urgencias de la poca). Volvemos a
encontrar el problema de la primera
parte: qu quiere decir hacer la
Historia sobre la base de las
circunstancias anteriores? Decamos
entonces que si no distinguimos el
proyecto como superacin de las
circunstancias como condiciones, slo
hay objetos inertes y la Historia se
desvanece. De la misma manera, si la
relacin humana slo es un producto,
est reificado por esencia y ya ni
siquiera se puede comprender lo que
podra ser su reificacin. Nuestra
formalismo, que se inspira en el de
Marx, consiste simplemente en recordar
que el hombre hace la Historia en la
exacta medida en que ella lo hace. Lo
que quiere decir que las relaciones entre
los hombres son en todo instante la
consecuencia dialctica de su actividad
en la misma medida en que se establecen
como superacin de relaciones humanas
sufridas e institucionalizadas. El hombre
slo existe para el hombre en
circunstancias y en condiciones sociales
dadas, luego toda relacin humana es
histrica. Pero las relaciones histricas
son humanas en la medida en que se dan
en todo momento como la consecuencia
dialctica de la praxis, es decir, de la
pluralidad de las actividades en el
interior de un mismo campo prctico. Es
lo que muestra muy bien el ejemplo del
lenguaje.
La palabra es materia. En
apariencia (una apariencia que tiene su
verdad en tanto que tal) me golpea
materialmente, como un sacudimiento de
aire que produce determinadas
conmociones en mi organismo,
particularmente determinados reflejos
condicionados que la reproducen en m
en su materialidad (lo oigo al hablarlo
en el fondo de la garganta). Esto permite
decir, ms brevemente es igual de
falso e igual de justo, que entra en
cada uno de los interlocutores como
vehculo de su sentido. Transporta hacia
m los proyectos del Otro y hacia el
Otro mis propios proyectos. No cabe
duda de que se podra estudiar el
lenguaje de la misma manera que la
moneda: como materialidad circulante,
inerte, que unifica dispersiones; cabe
advertirse, por lo dems, que en buena
parte eso es lo que hace la filologa. Las
palabras viven de la muerte de los
hombres, se unen a travs de ellos; en
toda frase que yo forme, se me escapa el
sentido, me lo roban; cada da y cada
hablador altera los significados para
todos, los otros vienen a cambiarlos
hasta en mi boca. No cabe duda de que
en cierto sentido el lenguaje es una
totalidad inerte. Pero esta materialidad
es al mismo tiempo una totalizacin
orgnica y perpetuamente en curso. Sin
duda que la palabra separa tanto como
une, sin duda que se reflejan en l las
roturas, los estratos, las inercias del
grupo, sin duda que los dilogos en
parte son dilogos de sordos: el
pesimismo del burgus hace tiempo que
decidi mantenerse en esta verificacin;
la relacin original de los hombres entre
s quedara reducida a la pura y simple
coincidencia exterior de sustancias
inalterables; en estas condiciones, desde
luego que la palabra de cada uno
depender, en su significado actual, de
sus referencias con el sistema total de la
interioridad y que ser el objeto de una
comprensin incomunicable. Slo que
esta incomunicabilidad en la medida
en que existe no puede tener sentido
salvo si est fundamentada sobre una
comunicacin fundamental, es decir, en
un reconocimiento recproco y en un
proyect permanente de comunicar; an
mejor, en una comunicacin permanente,
colectiva, institucional de todos los
franceses, por ejemplo, por el
intermediario constante, aun en el
silencio de la materialidad verbal, y con
el proyecto actual de tal o tal persona de
particularizar esta comunicacin
general. En verdad, cada palabra es
nica, exterior a cada uno y a todos; la
palabra slo es una especificacin que
se manifiesta en el fondo del
lenguaje[92]; la frase es una totalizacin
en acto en la que cada palabra se define
en relacin con las otras, con la
situacin y con la lengua entera como
una parte integrante del todo. Hablar es
cambiar cada vocablo por todos los
dems sobre el fondo comn del verbo;
el lenguaje contiene todas las palabras y
cada palabra se comprende por todo el
lenguaje, cada una resume en s al
lenguaje y lo reafirma. Pero esta
totalidad fundamental no puede ser nada
si no es la praxis misma en tanto que se
manifiesta directamente a otro; el
lenguaje es praxis como relacin
prctica de un hombre con otro y la
praxis siempre es lenguaje (tanto si
miente como si dice la verdad), porque
no puede hacerse sin significarse. Las
lenguas son el producto de la Historia;
en tanto que tales, se encuentran en cada
una la exterioridad y la unidad de
separacin. Pero el lenguaje no puede
haber venido al hombre, ya que se
supone a s mismo; para que un
individuo pueda descubrir su
aislamiento, su alienacin, para que
pueda sufrir a causa del silencio, y
tambin para que se integre en cualquier
empresa colectiva, es necesario que su
relacin con otro, tal y como se expresa
por y en la materialidad del lenguaje, le
constituya en su realidad misma. Lo que
significa que si la praxis del individuo
es dialctica, tambin su relacin con el
otro es dialctica, y es contempornea
de su relacin original, en l y fuera de
l, con la materialidad. Y no se entienda
esta relacin como una virtualidad
incluida en cada uno, como una
abertura al otro que se actualizara en
algunos casos particulares. Sera
encerrar estas relaciones en las
naturalezas como en unos cofres,
reducindolas a simples disposiciones
subjetivas. Volveramos a caer en
seguida en la razn analtica y en el
solipsismo molecular. De hecho, las
relaciones humanas son estructuras
interindividuales cuyo lazo comn es el
lenguaje y que existen en acto en todo
momento de la Historia. La soledad slo
es un aspecto particular de estas
relaciones. La inversin de nuestra
experiencia nos muestra a los mismos
hombres, slo que anteriormente los
enfrentbamos en tanto que cada uno
ignoraba a la mayor parte de los otros (a
decir verdad, a casi todos), y ahora los
consideramos en tanto que cada uno est
unido por el trabajo, el inters, los lazos
familiares, etc., a otros, cada uno de
stos a otros, etc. No encontramos aqu
totalizaciones, ni siquiera totalidades;
ms bien se trata de una dispersin de
reciprocidades movible e indefinida. Y
nuestra experiencia an no est armada
como para comprender las estructuras
de este grupo, sino que busca el lazo
elemental que condicione todas las
estructuraciones; se trata de saber en el
nivel ms simple el de la dualidad y
la trinidad si la relacin de los
hombres entre s es especfica y en qu
puede serlo. Esto, como lo dems, es
algo que se tiene que descubrir en la
simple praxis cotidiana.
Ya que hemos partido de la
dispersin de los organismos humanos,
vamos a considerar a individuos
totalmente separados (por las
instituciones, por su condicin social,
por los azares de la vida) y vamos a
tratar de descubrir en esta separacin
es decir, en una relacin que tiende
hacia la exterioridad absoluta su lugar
histrico y concreto de interioridad.
Veo desde la ventana a un pen
caminero en la carretera y a un jardinero
que trabaja en un jardn. Hay entre ellos
un muro con unos cascos de botella
puestos encima que defienden a la
propiedad burguesa donde trabaja el
jardinero. Cada uno de ellos ignora,
pues, totalmente la presencia del otro;
cada uno de ellos, absorto en su propio
trabajo, ni siquiera piensa en
preguntarse si hay hombres del otro lado
del muro. En cuanto a m, que les veo
sin ser visto, mi posicin y este
sobrevuelo pasivo de su labor me sitan
en relacin a ellos: estoy de
vacaciones en un hotel, me realizo en
mi inercia de testigo como intelectual
pequeo burgus; mi percepcin slo es
un momento de una empresa (trato de
descansar tras un surmenage, o busco
la soledad para hacer un libro, etc.)
que remite a posibilidades y a
necesidades propias de mi oficio y de
mi medio. Segn este punto de vista, mi
presencia en la ventana es una actividad
pasiva (quiero respirar el aire puro o
encuentro que el paisaje es sedante,
etc.) y mi percepcin actual figura a
ttulo de medio en un proceso complejo
que es la expresin de mi vida entera.
En este sentido, mi primera relacin con
los trabajadores es negativa: no soy de
su clase, no ejerzo ninguna de sus dos
profesiones, no sabra hacer lo que ellos
hacen, no comparto sus preocupaciones.
Pero estas negaciones tienen un doble
carcter. En primer lugar, slo se pueden
develar sobre un fondo indiferenciado
de relaciones sintticas que me
mantienen con ellos en una inmanencia
actual: no puedo oponer sus fines a los
mos sin reconocerlos como fines. El
fundamento de la comprensin es la
complicidad de principio con toda
empresa aunque despus haya que
combatirla o condenarla; cada nuevo
fin, en cuanto est significado, se separa
de la unidad orgnica de todos los fines
humanos. En algunas actitudes
patolgicas (por ejemplo, la
despersonalizacin), el hombre aparece
como el representante de una especie
extraa porque ya no se le puede
aprehender en su realidad teleolgica,
es decir, porque el lazo existente entre el
enfermo y sus propios fines queda
provisionalmente roto. A todos los que
se toman por ngeles, les parecen
absurdas las actividades de su prjimo,
porque pretenden trascender la empresa
humana al negarse a participar en ella.
Sin embargo, no habra que creer que mi
percepcin me descubre a m mismo
como un hombre frente a otros dos
hombres; el concepto de hombre es una
abstraccin que no se da nunca en la
intuicin concreta: en realidad, yo me
aprehendo como un veraneante que
est frente a un jardinero y a un pen
caminero; y al hacerme lo que soy, les
descubro tales y como se hacen, es
decir, tales y como les produce su
trabajo; pero en la misma medida en que
no puedo verlos como hormigas (como
hace el esteta) o como robots (como
hace el neurtico), en la medida en que,
para diferenciarlos de los mos, me
tengo que proyectar a travs de ellos al
encuentro de sus fines, me realizo como
miembro de una sociedad definida que
decide los fines y las posibilidades de
cada uno; ms all de su actividad
presente, descubro su vida misma, la
relacin entre las necesidades y el
salario, y an ms all, los
desgarramientos sociales y las luchas de
clase. A partir de ah, la cualidad
efectiva de mi percepcin depende a la
vez de mi actitud social y poltica y de
los acontecimientos contemporneos
(huelgas, amenaza de guerra civil o
extranjera, ocupacin del pas por las
tropas enemigas, o tregua social ms
o menos ilusoria).
Por otra parte, toda negacin es una
relacin de interioridad. Entiendo con
estas palabras que la realidad del Otro
me afecta en lo ms profundo de mi
existencia en tanto que no es mi
realidad. Mi percepcin primero me da
una multiplicidad de utensilios y de
aparatos, producidos por el trabajo de
los Otros (el muro, la carretera, el
jardn, los campos, etc.), y que unifica
de una vez segn su sentido objetivo y
segn mi propio proyecto. Cada cosa
soporta con toda su inercia la unidad
particular que le impuso una accin hoy
desaparecida; su conjunto tolera con
indiferencia la unificacin viva pero
ideal que yo cumplo en el acto
perceptivo. Pero las dos personas me
son dadas simultneamente como
objetos situados entre los otros objetos,
en el interior del campo visible y como
perspectivas de fuga, como centros de
paso de la realidad. En la medida en que
les comprendo, a partir de su trabajo,
percibo sus gestos a partir de los fines
que se proponen, luego a partir del
porvenir que proyectan; el movimiento
de la comprensin intraperceptiva se
hace, pues, invirtiendo la simple
aprehensin de lo inanimado: el
presente se comprende a partir del
futuro, el movimiento singular a partir
de la operacin entera, es decir, el
detalle a partir de la totalidad.
Al mismo tiempo lo circundante material
se me escapa en la medida en que se
convierte en el objeto o el medio de su
actividad. Su relacin prctica con las
cosas que veo implica un develamiento
concreto de las cosas en el seno mismo
de la praxis; y este develamiento est
implicado en mi percepcin de su
actividad. Pero en la medida en que esta
actividad les define como otros
distintos que yo, en la medida en que me
constituye como intelectual frente a
trabajadores manuales, el develamiento
que es un momento necesario suyo se me
aparece como descubriendo en el
corazn de la objetividad una
objetividad-para-el-otro que se me
escapa[93]. Cada uno de los dos est
aprehendido de nuevo y fijado en el
campo perceptivo por mi acto de
comprensin; pero cada uno de ellos, a
travs de las manos que escardan, que
escamondan o que cavan, a travs de los
ojos que miden o que acechan, a travs
del cuerpo entero como instrumento
vivido, me roban un aspecto de lo real.
Su trabajo se lo descubre[94] y yo lo
aprehendo como una carencia de ser al
descubrir su trabajo. As su relacin
negativa con mi propia existencia me
constituye en lo ms profundo de m
como ignorancia definida, como
insuficiencia. Me resiento como
intelectual por los lmites que
prescriben a mi percepcin.
Cada uno de estos hombres
representa, pues, un centro hemorrgico
del objeto y me califica de objeto vivo
hasta en su subjetividad; en un principio
as estn unidos en mi percepcin, es
decir, como dos deslizamientos
centrfugos y divergentes en el seno del
mundo. Pero precisamente porque es el
mismo mundo, se encuentran unidos, a
travs de mi percepcin singular, por el
universo entero en tanto que cada uno se
lo quita al Otro. Para cada uno de ellos,
el solo hecho de ver lo que el Otro no
ve, de develar el objeto por un trabajo
particular, establece en mi campo
perceptivo una relacin de reciprocidad
que trasciende a mi misma percepcin;
cada uno de ellos constituye la
ignorancia del Otro. Y como es natural,
estas ignorancias recprocas sin m no
tendran lugar como existencia objetiva;
la misma nocin de ignorancia supone
que haya un tercero que interrogue o que
ya sepa; de no ser as, no puede ser ni
vivida, ni nombrada siquiera, la nica
relacin real es de contigidad, es decir,
de coexistencia en la exterioridad. Pero
a causa de mi percepcin, me hago
mediacin real y objetiva entre estas dos
molculas: en efecto, si puedo
constituirlas en reciprocidad de
ignorancia es que sus actividades me
determinan conjuntamente y mi
percepcin me da mis lmites al
descubrir la dualidad de mis negaciones
internas. Objetivamente designado por
ellos como Otro (otra clase, otra
profesin, etc.) hasta en mi subjetividad,
al interiorizar esta designacin me
convierto en el medio objetivo en que
estas dos personas realizan su mutua
dependencia fuera de m. Guardmonos
de reducir esta mediacin a una
impresin subjetiva: no hay que decir
que para mi estos dos jornaleros se
ignoran. Se ignoran por mi en la exacta
medida en que yo me vuelvo para ellos
lo que soy. De golpe cada uno entra en
lo circundante del Otro como realidad
implcita; cada uno ve y toca lo que el
Otro vera y tocara si estuviese en su
lugar, pero cada uno devela el mundo a
travs de una praxis definida que sirve
de regla a este develamiento. Al
limitarme, cada uno constituye, pues, el
lmite del Otro, le roba, como a m, un
aspecto objetivo del mundo. Pero este
robo recproco nada tiene en comn con
la hemorragia que practican en mi
propia percepcin: uno y otro son
trabajadores manuales, uno y otro son
rurales; difieren menos entre s de lo que
difieren de m, y, finalmente, descubro
en su negacin recproca algo as como
una complicidad fundamental.
Una complicidad contra m.
En realidad, en el momento en que
descubro a uno o a otro, cada uno de
ellos hace aparecer al mundo en su
proyecto, como envolvimiento objetivo
de su trabajo y de sus fines; este
develamiento esfrico vuelve sobre s
para situarlo tanto en relacin con lo que
est detrs de l como con lo que est
delante, tanto en relacin con lo que ve
como con lo que no ve; lo objetivo y lo
subjetivo son indiscernibles: el
trabajador se produce por su trabajo
como un determinado develamiento del
mundo que le caracteriza objetivamente
como producto de su propio producto.
As cada uno de ellos como
objetivacin de si en el mundo afirma la
unidad de este mundo al inscribirse en l
por su trabajo y por las unificaciones
singulares que realiza este trabajo; cada
uno tiene, pues, en su situacin, la
posibilidad de descubrir al Otro como
objeto actualmente presente en el
universo. Y como estas posibilidades
son objetivamente aprehensibles desde
mi ventana, como mi nica mediacin
descubre los caminos reales que podran
unirlos, la separacin, la ignorancia, la
pura yuxtaposicin en la ignorancia
estn dadas como simples accidentes
que ocultan la posibilidad fundamental
inmediata y permanente de un
descubrimiento recproco; luego, de
hecho, la existencia de una relacin
humana. En este nivel fundamental me he
designado a m mismo y me pongo en
tela de juicio; a mi percepcin le son
dadas tres posibilidades: la primera
consiste en establecer yo mismo una
relacin humana con uno u otro; la
segunda, ser la mediacin prctica que
les permita comunicarse entre s, dicho
de otra manera, ser descubierto por
ellos como ese medio objetivo que ya
soy; la tercera consiste en asistir
pasivamente a su encuentro y verles
constituir una totalidad cerrada de la que
yo quedara excluido. En el tercer caso,
estoy directamente tocado por esta
exclusin y exige de m una eleccin
prctica: o la sufro, o la asumo y la
refuerzo (por ejemplo, cierro la ventana
y me pongo a trabajar), o entro a mi vez
en relacin con ellos. Pero al
cambiarlas yo tambin me cambio[95].
De una manera o de otra, tome el partido
que tome, y aunque no tenga lugar el
encuentro de los dos hombres, en su
ignorancia del Otro ignorancia que
para m se hace real[96] cada uno
interioriza en conducta lo que era
exterioridad de indiferencia. La
existencia escondida de una relacin
humana rechaza los obstculos fsicos y
sociales, esto es, el mundo de la inercia,
a la categora de realidad inesencial:
esta inesencialidad permanente est ah
como posibilidad pasiva; o el simple
reconocimiento tiene por resultado el
hundimiento de la distancia, o el trabajo
dibuja en la materia el movimiento
inanimado de la aproximacin. En una
palabra, la organizacin del campo
prctico en mundo determina para cada
uno una relacin real, pero slo ella
definir la experiencia con todos los
individuos que figuran en este campo.
Slo se trata de la unificacin por la
praxis; y cada uno, siendo unificador en
tanto que con sus actos determina un
campo dialctico, es unificado en el
interior de ese campo por la unificacin
del Otro, es decir, tantas veces como hay
pluralidad de unificaciones. La
reciprocidad de las relaciones que
examinaremos ms lejos detalladamente
es un nuevo momento de la
contradiccin que opone a la unidad
edificante de la praxis y a la pluralidad
exteriorizadora de los organismos
humanos. Esta relacin est invertida en
el sentido de que la exterioridad de
multiplicidad es condicin de la
unilicacin sinttica del campo. Pero la
multiplicidad se mantiene tambin como
factor de exterioridad, ya que, en esta
multiplicidad de centralizaciones
totalizadoras en que cada uno escapa al
Otro, el verdadero enlace es negacin
(al menos en el momento que hemos
alcanzado). Cada centro se afirma en
relacin con el Otro como un centro de
fuga, como otra unificacin. Esta
negacin es de interioridad pero no
totalizadora. Cada uno no es el Otro de
una manera activa y sinttica, ya que no
ser alguno es aqu hacerle que figure a
ttulo ms o menos diferenciado, como
objeto instrumento o contra-fin en
la actividad que aprehende la unidad del
campo prctico, ya que al mismo tiempo
es constituir esta unidad contra l (en
tanto que l mismo es constituyente) y
robarle un aspecto de las cosas.
La pluralidad de los centros, doblemente
negada en el nivel de la unidad prctica,
deviene en pluralidad de los
movimientos dialcticos, pero esta
pluralidad de exterioridad est
interiorizada en el sentido de que
califica en interioridad a cada proceso
dialctico, y por la nica razn de que el
proceso dialctico slo puede ser
marcado desde el interior por
calificaciones dialcticas (es decir,
organizadas sintticamente con el
conjunto).
Este nuevo estadio de la experiencia
me descubre, pues, la relacin humana
en el seno de la exterioridad pura en la
medida en que descubro la exterioridad
objetiva como vivida y superada en la
interioridad de mi praxis y como
indicando un en-otra-parte que se me
escapa y que escapa a toda totalizacin
porque es una totalizacin en curso.
Puede decirse, inversamente, que
descubro ese rudimento negativo de la
relacin humana como interioridad
objetiva y constituyente para cada uno,
en la medida en que me descubro en el
momento subjetivo de la praxis como
objetivamente calificado por esta
interioridad. En este sentido elemental,
el individuo vuelve a pasar de lo
subjetivo a lo objetivo, no ya, como
antes, al conocer a su ser segn el punto
de vista de la materia, sino al realizar su
objetividad humana como unidad de
todas las negaciones que le unen por el
interior al interior de los otros y de su
proyecto como unificacin positiva de
esas mismas negaciones. Es imposible
existir en medio de los hombres sin que
se vuelvan objetos para m y para ellos
por m sin que yo sea objeto para ellos,
sin que por ellos tome mi subjetividad
su realidad objetiva como
interiorizacin de mi objetividad
humana.
El fundamento de la relacin humana
como determinacin inmediata y
perpetua de cada uno por el Otro y por
todos no es ni una puesta-en-
comunicacin a priori hecha por algn
Gran Standardista, ni la indefinida
repeticin de compartimientos
separados por esencia. Esta ligazn
sinttica, que siempre surge para
determinados individuos en un momento
determinado de la Historia y sobre la
base de relaciones de produccin ya
definidas y que se devela al mismo
tiempo como un a priori, no es otra cosa
que la praxis misma es decir, la
dialctica como desarrollo de la accin
viva en cada individuo, en tanto que
est pluralizada por la multiplicidad de
los hombres en el interior de una misma
residencia material. Cada existente
integra al otro en la totalizacin en
curso, y de esta manera aunque no lo
vea nunca se define a pesar de las
pantallas, los obstculos y las distancias
en relacin con la totalizacin actual
que el Otro est haciendo.
Hay que sealar, sin embargo, que la
relacin se ha descubierto por la
mediacin de un tercero. Por m se ha
vuelto reciproca la ignorancia. Y al
mismo tiempo, la reciprocidad apenas
develada me rechazaba; hemos visto que
se encerraba sobre ella misma: si la
trada es necesaria en el caso-lmite de
una relacin enarenada en el universo y
uniendo de hecho a dos individuos que
se ignoran, se rompe por exclusin del
tercero cuando se ayudan o se combaten
unas personas o unos grupos con
conocimiento de causa. El mediador
humano slo puede transformar en otra
cosa (ms lejos veremos el sentido de
esta metamorfosis) a esta relacin
elemental cuyo rasgo esencial sigue
siendo que sea vivida sin ms mediacin
que la de la materia. Pero hay ms: aun
cuando los hombres estn cara a cara, la
reciprocidad de su relacin se actualiza
por la mediacin de este tercero, contra
el cual se vuelve a cerrar en seguida.
Lvy-Strauss ha mostrado, despus de
Mauss, que el potlatch tiene un carcter
supraeconmico: La mejor prueba
es que resulta un mayor prestigio de la
aniquilacin de la riqueza que de su
distribucin, aunque sea liberal, pero
que siempre supone una vuelta[97]. Y
nadie discutir que el don tenga aqu un
carcter primitivo de reciprocidad.
Sin embargo, hay que notar que con su
forma destructora constituye no tanto
una forma elemental de cambio sino una
hipoteca de uno sobre el otro: la
duracin que separa a las dos
ceremonias, aun cuando quedase
reducida al mnimo, oculta su
reversibilidad; en realidad, hay un
primer donatario que lanza un desafo al
segundo. Mauss ha sealado con
insistencia el carcter ambiguo del
potlatch, que es simultneamente un acto
de amistad y una agresin. De hecho,
con su forma ms simple, el acto del don
es un sacrificio material cuyo objeto es
transformar al Otro absoluto en
obligado; cuando unos miembros de un
grupo tribal encuentran, en el curso de
un desplazamiento, a una tribu extraa,
descubren de repente al hombre como
especie extraa, es decir, como un
animal carnicero y feroz que sabe tender
trampas y forjar herramientas[98]. Este
develamiento aterrorizado de la
alteridad implica necesariamente el
reconocimiento: la praxis humana viene
a ellos como una fuerza enemiga. Pero
este reconocimiento queda aplastado por
el carcter de extraeza que produce y
soporta. Y el don, como sacrificio
propiciatorio, se dirige a la vez a un
Dios cuya clera se apacigua y a un
animal que se calma alimentndole. Es
el objeto material el que, por su
mediacin, desprende la reciprocidad.
Pero an no est vivida como tal; el que
recibe, si acepta recibir, aprehende el
don como testimonio de no-hostilidad y
a la vez como obligacin para l mismo
de tratar a los recin venidos como
huspedes; se ha franqueado un umbral,
y nada ms. Mucho habra que insistir
sobre la importancia de la
temporalidad: el don es y no es
intercambio; o, si se quiere, es
intercambio vivido como irre-
versibilidad. Para que se disuelva su
carcter temporal en la reciprocidad
absoluta, es necesario que sea
institucionalizado, es decir,
aprehendido y fijado por una
totalizacin objetiva del tiempo vivido.
La duracin aparece entonces como
objeto material, como mediacin entre
dos actos que se determinan uno a otro
en su interioridad; puede ser definida
por la tradicin, por la ley, y como
consecuencia, la homogeneidad de los
instantes cubre a la heterogeneidad de la
sucesin. Pero la institucin (por
ejemplo, el matrimonio entre primos
cruzados) se manifiesta sobre el fondo
de esta organizacin dualista que
Lvy-Strauss ha descrito
admirablemente y cuyo origen es una
reaccin contra la pluralizacin de los
grupos primitivos. Los movimientos
migratorios han introducido elementos
algenos, la ausencia de poder central
ha favorecido las fisiones, etc. Se
tiene, pues, una organizacin dualista
que se superpone a una pluralidad de
clanes y de secciones y que funciona
como principio regulador: los mekeo
(Nueva Guinea) declaran que la
confusin aparente de sus grupos en
realidad disimula un orden dualista
fundado en las prestaciones recprocas.
Es que la reciprocidad como relacin
en el interior de la totalidad slo puede
ser aprehendida segn el punto de vista
de la totalidad, es decir, por cada grupo
en tanto que reclame su integracin con
todos los otros. En este caso el todo
precede a las partes, no como sustancia
en reposo, sino como totalizacin que
gira. Volveremos sobre ello. Pero lo que
aqu se ve claramente es que la dualidad
queda desprendida como regla general y
en cada caso particular por una especie
de trinidad comutativa que supone la
pluralidad; en efecto, es el tercero, y
slo l, el que puede hacer que aparezca
por su mediacin la equivalencia de los
bienes intercambiados y por
consiguiente de los actos sucesivos.
Para l, que es exterior, el valor de uso
de los bienes intercambiados se
transforma evidentemente en valor de
cambio. As, en la medida en que no
figura como agente en la operacin,
determina negativamente el potlatch,
saca a luz, para los que lo viven, el
reconocimiento recproco. Y el tercero,
aqu, sea cual sea la sociedad
considerada, es cada uno y todo el
mundo; cada uno vive as la
reciprocidad como posibilidad objetiva
y difusa. Pero en cuanto se actualiza, es
decir, en cuanto deja de ocultarse, se
encierra en s misma. La organizacin
dualista se establece por la totalizacin
que gira y que niega a esta totalizacin
desde su establecimiento[99]. La
reciprocidad se asla igualmente como
relacin humana entre individuos, se
presenta como lazo fundamental,
concreto y vivido. Cuando quiero
situarme en el mundo social, descubro
en mi derredor formaciones ternarias o
binarias, las primeras de las cuales
estn en perpetua desagregacin,
apareciendo las segundas sobre un fondo
de totalizacin que gira, y pudiendo
integrarse en cada instante en una
trinidad. No es, pues, posible concebir
un proceso temporal que parte de la
pareja para llegar a la trada. La
formacin binaria, como relacin
inmediata de hombre a hombre, es el
fundamento necesario de toda relacin
ternaria; pero inversamente, sta, como
mediacin del hombre entre los
hombres, es el fondo sobre el cual se
reconoce la reciprocidad como ligazn
recproca. Si la dialctica idealista ha
hecho un uso abusivo de la trada, en
primer lugar se debe a que la relacin
real de los hombres entre ellos es
necesariamente ternaria. Pero esta
trinidad no es una significacin o un
carcter ideal de la relacin humana:
est inscrita en el ser, es decir, en la
materialidad de los individuos. En este
sentido, la reciprocidad no es ni la tesis
ni la trinidad la sntesis (o
inversamente): se trata de relaciones
vividas cuyo contenido se ha
determinado en una sociedad ya
existente, que estn condicionadas por la
materialidad y que slo se pueden
modificar con la accin.
Volvamos, sin embargo, a la
formacin binara que estudiamos antes
por la nica razn de que es la ms
simple, y sin perder de vista el conjunto
sinttico en relacin con el cual se
define. Como hemos visto, no es algo
que pueda llegarles a los hombres desde
afuera o que puedan establecer entre
ellos de comn acuerdo. Cualquiera que
sea la accin de los terceros o por muy
espontneo que parezca el
reconocimiento recproco de dos
extraos que se acaban de encontrar,
slo es la actualizacin de una relacin
que se da como habiendo existido
siempre, como realidad concreta e
histrica de la pareja que se acaba de
formar. En efecto, hay que ver en ella la
manera de existir de cada uno de los dos
o dicho de otra manera, de hacerse
ser en presencia del Otro y en el
mundo humano; con este sentido, la
reciprocidad es una estructura
permanente de cada objeto; definidos
por adelantado como cosas por la
praxis colectiva, superamos nuestro ser
y nos hacemos conocer como hombres
entre los hombres, dejndonos integrar
por cada uno en la medida en que cada
uno tiene que estar integrado en nuestro
provecto. Como el contenido histrico
de mi provecto est condicionado por el
hecho de estar ya entre los hombres,
reconocido por adelantado por ellos
como un hombre de una especie
determinada, de un medio determinado,
con un lugar ya fijo en la sociedad por
las significaciones grabadas en la
materia, la reciprocidad es siempre
concreta; no se puede tratar ni de un lazo
universal y abstracto como la
caridad de los cristianos ni de una
voluntad a priori de tratar a la persona
humana en m mismo y en el Otro como
fin absoluto, ni de una intuicin
puramente contemplativa que entregara
la Humanidad a cada uno como si
fuera la esencia de su prjimo. Lo que
determina los lazos de reciprocidad de
cada uno es la praxis de cada uno en
tanto que realizacin del proyecto. Y el
carcter del hombre no existe como tal;
pero ese cultivador reconoce en ese
pen caminero un proyecto concreto que
se manifiesta por sus conductas y que
otros ya han reconocido por la tarea que
les han prescrito. As cada uno reconoce
al otro sobre la base de un
reconocimiento social, y sus trajes,
herramientas, etc., lo testimonian
pasivamente. Segn este punto de vista,
el simple uso de la palabra, el ms
sencillo gesto, la estructura elemental de
la percepcin (que descubre los
comportamientos del Otro al ir del
porvenir al presente, de la totalidad a
los momentos particulares), implican el
mutuo reconocimiento. Se hara mal si
se me opusiese la explotacin capitalista
y la opresin. En efecto, hay que sealar
que la verdadera estafa que constituye a
la primera tiene lugar sobre la base de
un contrato. Y si es verdad que este
contrato transforma necesariamente el
trabajo es decir, la praxis en
mercanca inerte, tambin es verdad que
en su forma misma es relacin
recproca: se trata de un libre
intercambio entre dos hombres que se
reconocen en su libertad, pero ocurre,
simplemente, que uno de ellos finge
ignorar que el Otro se ve empujado por
la fuerza de la necesidad a venderse
como un objeto material. Sin embargo,
toda la buena conciencia del patrn
descansa sobre ese momento del
intercambio en que el asalariado se
supone que ofrece con plena libertad su
fuerza de trabajo. De hecho, si no est
libre frente a su miseria, est
jurdicamente libre frente al patrn, ya
que ste no ejerce al menos en teora
ninguna presin sobre los
trabajadores en el momento del
enganche, y ya que se limita a fijar un
precio mximo y a rechazar a los que
piden ms. Tambin en este caso es la
competencia y el antagonismo de los
obreros lo que hace que disminuyan sus
exigencias; el patrn, por su parte, se
lava las manos. Este ejemplo muestra
cmo el hombre no deviene cosa para el
otro y para s mismo sino en la medida
en que primero est presentado por la
praxis como una libertad humana. El
respeto absoluto de la libertad del
miserable, en el momento de hacerse el
contrato, es la mejor manera de
abandonarle a las sujeciones materiales.
En cuanto a la opresin, ms bien
consiste en tratar al Otro como un
animal. Los sudistas, en nombre de su
respeto de la animalidad, condenaban a
los fabricantes del Norte que trataban a
los trabajadores como material; en
efecto, es al animal y no al material al
que se fuerza a trabajar adiestrndolo,
golpendolo, amenazndolo. Sin
embargo, el amo le adjudic la
animalidad al esclavo despus de haber
reconocido su humanidad. Ya se sabe
que los plantadores americanos del
siglo XVII se negaban a ensear la
religin cristiana a los nios negros para
poder seguir tratndolos como
subhombres. Era reconocer
implcitamente que ya eran hombres: la
prueba es que no diferan de sus amos
sino por una fe religiosa que se
confesaba que podan adquirir
precisamente por el cuidado que se
pona en negrsela. En verdad, la orden
ms insultante tiene que serle dada al
hombre por otro hombre, el amo tiene
que dar confianza al hombre en la
persona de sus esclavos; ya se conoce la
contradiccin del racismo, del
colonialismo y de todas las formas de la
tirana: para tratar a un hombre como a
un perro, primero tiene que habrsele
reconocido como hombre. El malestar
secreto del amo es que est
perpetuamente obligado a tomar en
consideracin la realidad humana de
sus esclavos (ya sea que cuente con su
habilidad, o con su comprensin
sinttica de las situaciones, o que tome
precauciones por la permanente
posibilidad que estalle una rebelin o de
que se produzca una evasin),
negndoles al mismo tiempo el estatuto
econmico y poltico que define en
estos tiempos a los seres humanos.
As la reciprocidad no protege a los
hombres contra la reificacin y la
alienacin, aunque les sea
fundamentalmente opuesta; ms adelante
veremos el proceso dialctico que
engendra estas relaciones inhumanas a
partir de su contradictorio. Las
relaciones recprocas y ternarias son el
fundamento de todas las relaciones entre
los hombres, cualquiera que sea la
forma que despus puedan tomar. La
reciprocidad est cubierta muchas veces
por las relaciones que fundamenta y
sostiene (y que, por ejemplo, pueden ser
opresivas, reificadas, etc.), y cada vez
que se manifiesta se hace evidente que
cada uno de los dos trminos est
modificado en su existencia por la
existencia del Otro; dicho de otra
manera, los hombres estn unidos entre
ellos por relaciones de interioridad. Se
podr objetar que esta relacin
recproca no tiene inteligibilidad: en
efecto, hemos pretendido mostrar que la
inteligibilidad del lazo sinttico se
manifiesta a lo largo de una praxis
totalizadora o se mantiene fijado sobre
una totalidad inerte. Pero aqu no existen
ni la totalidad ni la totalizacin, y estas
relaciones se manifiestan como
pluralidad en el seno de la
exterioridad. A esto primero hay que
contestar que no estamos ante una
dialctica, en tanto que nos mantenemos
en este estadio de la experiencia, sino
ante una relacin externa de dialcticas
entre s, relacin que tiene que ser a la
vez dialctica y externa. Dicho de otra
manera, ni la relacin de reciprocidad ni
la relacin ternaria son totalizadoras:
son adherencias mltiples entre los
hombres y que mantienen una
sociedad en estado coloidal. Pero
adems, ahora y en cada caso, para que
haya algo as como una reciprocidad es
necesario que se utilice, para que se
comprenda, a la totalidad de los
momentos de la experiencia que hemos
fijado ya; verdad es que no basta con la
materialidad dialctica de cada uno;
hace falta por lo menos una casi-
totalidad, pero ocurre que esta casi-
totalidad existe, la conocemos, es la
materia trabajada en tanto que se hace
mediacin entre los hombres, y la
reciprocidad aparece sobre la base de
esta unidad negativa e inerte; lo que
significa que siempre aparece sobre una
base inerte de instituciones y de
instrumentos por los cuales est ya
definido y alienado cada hombre.
No vayamos a creer, en efecto, que
hemos entrado en la ciudad de los fines
y que cada uno reconoce y trata al Otro,
en la reciprocidad, como un fin
absoluto. Esto slo sera formalmente
posible en la medida en que cada uno se
trate o trate en l a la persona humana
como fin incondicionado. Esta hiptesis
nos conducira al idealismo absoluto:
slo se puede presentar como su propio
fin una idea en medio de otras ideas.
Pero el hombre es un ser material en
medio de un mundo material; quiere
cambiar al mundo que le aplasta, es
decir, actuar con la materia en el orden
de la materialidad: luego cambiarse a s
mismo. Es otro arreglo del Universo
con otro estatuto del hombre que busca
en cada instante; y a partir de este nuevo
orden se define a s mismo como el
Otro que ser. As en cada instante se
hace el instrumento, el medio de ese
futuro estatuto que le realizar como
otro; le es imposible tomar como fin a
su propio presente. O, si se prefiere, el
hombre como porvenir del hombre es el
esquema regulador de toda empresa,
pero el fin siempre es un arreglo del
orden material que por si mismo har
posible al hombre. O, si se quiere tomar
la cuestin desde otro ngulo, el error
de Hegel fue creer que hay en cada uno
algo que se tiene que objetivar y que la
obra refleja la particularidad de su
autor. En realidad, la objetivacin, en
tanto que tal, no es el fin, sino la
consecuencia que se aade al fin. El fin
es la produccin de una mercanca, de
un objeto de consumo, de una
herramienta, o la creacin de un objeto
de arte. Y por esta produccin, por esta
creacin, el hombre se crea a s mismo,
es decir, se separa lentamente de la cosa
a medida que inscribe en ella su trabajo.
En consecuencia, en la medida en que mi
proyecto es superacin del presente
hacia el porvenir y de m mismo hacia el
mundo, yo me trato siempre como medio
y no puedo tratar al Otro como fin. La
reciprocidad implica: 1.) que el
Otro sea medio en la exacta medida en
que yo mismo soy medio, es decir, que
sea medio de un fin trascendente y no mi
medio; 2.) que reconozca al Otro como
praxis, es decir, como totalizacin en
curso al mismo tiempo que lo integro
como objeto a mi proyecto totalizador;
3.) que reconozca su movimiento hacia
sus propios fines en el movimiento
mismo por el cual me proyecto hacia los
mos; 4.) que me descubra como objeto
y como instrumento de sus fines en el
acto mismo que le constituye para mis
fines como instrumento objetivo. A
partir de ah, la reciprocidad puede ser
positiva o negativa. En el primer caso,
cada uno puede hacerse medio en el
proyecto del Otro para que el Otro se
haga medio en su propio proyecto; los
dos fines trascendentes quedan
separados. Es el caso del intercambio o
de la prestacin de servicios. O bien, el
fin es comn (empresa, trabajo en
comn, etc.) y cada uno se hace medio
del Otro para que sus esfuerzos
conjugados realicen su fin nico y
trascendente. En el caso de la
reciprocidad negativa, se cumplen las
cuatro condiciones exigidas, pero sobre
la base de una denegacin recproca:
cada una se niega a servir de fin a la
Otra, y, aun reconociendo su ser
objetivo de medio en el proyecto del
adversario, aprovecha su propia
instrumentalidad en otro para hacer de
ste, aun a pesar de l mismo, un
instrumento de sus propios fines: es la
lucha; cada uno se resume en ella en su
materialidad para actuar sobre la del
Otro; cada uno, por sus fintas, sus
argucias, sus fraudes, sus maniobras, se
deja constituir por el Otro como falso
objeto, como medio engaador. Pero
tambin en eso nos engaaramos mucho
si creysemos que el fin es la
aniquilacin del adversario o, para
emplear el lenguaje idealista de Hegel,
que cada conciencia persigue la muerte
del Otro. En verdad, el origen de la
lucha es en cada caso un antagonismo
concreto que tiene la rareza[100], con una
forma definida, como condicin
material, y el fin real es una conquista
objetiva o hasta una creacin en la cual
la desaparicin del adversario slo es el
medio. Incluso si el odio que es un
reconocimiento se afirma por s, slo
ser una movilizacin de todas las
fuerzas y de todas las pasiones al
servicio de un fin que reclama este
compromiso total. Con otras palabras,
Hegel suprimi la materia como
mediacin entre los individuos. Pero si
se adopta su terminologa, habr que
decir que cada conciencia es la
recproca de la Otra, aunque esta
reciprocidad pueda tomar una infinidad
de formas diferentes positivas o
negativas y que es la mediacin de la
materia la que en cada caso concreto
decide sobre estas formas.
Pero esta relacin, que va de cada
hombre a todos los hombres en tanto
que se hace hombre en medio de ellos,
contiene su contradiccin: es una
totalizacin que exige ser totalizada por
el mismo que totaliza; plantea la
equivalencia absoluta de dos sistemas
de referencia y de dos acciones; en una
palabra, no plantea su propia unidad. El
lmite de la unificacin se encuentra en
el mutuo reconocimiento que se opera a
lo largo de dos totalizaciones sintticas;
por muy lejos que se lleven esas
integraciones, se respetan, y siempre
sern dos las que integren cada una a
todo el universo.
Dos hombres hacen juntos un trabajo
determinado; cada uno adapta su
esfuerzo al del Otro, cada uno se acerca
o se aleja segn lo exija el momento,
cada uno hace de su propio cuerpo el
instrumento del Otro en la medida
misma en que hace del Otro su
instrumento, cada uno prev en su
cuerpo el movimiento del Otro, lo
integra en su propio movimiento como
medio superado, y entonces cada uno se
mueve para ser integrado como medio
en el movimiento del Otro. Sin embargo,
esta relacin ntima es en su realidad
misma la negacin de la unidad. Desde
luego que la posibilidad objetiva de la
unificacin existe de una manera
permanente; est prevista, incluso
requerida por lo circundante material, es
decir, por la naturaleza de las
herramientas, por la estructura del taller,
por la tarea que se tiene que cumplir,
por el material que habr que utilizarse,
etc.
Pero aquellos que los designan por
intermedio de los objetos son
precisamente los terceros; o, si se
prefiere, la unidad de su equipo est
inscrita en la materia como un
imperativo inanimado. Cada uno est
designado realmente como individuo de
clases para los objetos que utiliza o que
transforma en la medida en que les
utiliza, es decir, en que despierta y
sostiene por medio de su praxis a las
significaciones materializadas[101]; se
hace el trabajador manual, el proletario
que exige esta mquina. Pero la unidad
de los dos se mantiene en la materia, o
ms bien pasa de la herramienta al
material; su doble praxis se objetiva
como praxis comn en el producto
terminado; pero pierde de golpe su
carcter de unidad de una dualidad,
simplemente se vuelve la unidad del
objeto, es decir, la cristalizacin de un
trabajo annimo y del cual nada permite
decir a priori cuantos obreros lo han
ejecutado.
Sin duda que durante el trabajo
mismo cada uno ve cmo nace esta
unidad objetiva y cmo su propio
movimiento se refleja en el objeto,
siendo a la vez suyo y otro; sin duda que
al acercarse al Otro, que se acerca a l
al mismo tiempo, cada uno ve que ese
acercamiento le llega desde fuera; sin
duda que los momentos de este
continuum son ambivalentes, ya que la
praxis de cada uno habita en la del Otro
como su exterioridad secreta y como su
profunda interioridad. Pero esta
reciprocidad est vivida en la
separacin; no podra ser de otra
manera, ya que la mutua integracin
implica el ser-objeto de cada uno para
el Otro. Cada uno refleja al Otro su
propio proyecto llegando a l en lo
objetivo, pero estas experiencias
ordenadas y unidas en la interioridad
no estn integradas en una unidad
sinttica.
Es que, en el reconocimiento, cada
uno devela y respeta el proyecto del
Otro como existiendo tambin fuera de
su propio proyecto: en suma, le designa
como superacin que no se resume en su
simple objetividad de superacin
superada, sino que ella misma se
produce hacia sus propios fines, por sus
propias motivaciones; pero
precisamente porque est vivido all,
fuera, cada superacin en su realidad
objetiva se le escapa al Otro y no puede
pretender alcanzarse, a travs de la
objetividad de las conductas, sino como
significacin sin contenido
aprehensible. Es, pues, imposible
unificar el equipo en su movimiento
totalizador, ya que, precisamente, esta
totalizacin en curso encierra un
elemento de desintegracin: el Otro
como objeto totalizado que remite fuera
del proyecto hacia otra totalizacin
vivida y trascendente o la primera figura
como objeto recproco e igualmente
corrosivo. Que tambin es imposible,
porque cada totalizacin se plantea aqu
y ahora como esencial en la medida en
que afirma la coesencialidad del Otro.
Cada uno vive as en la interioridad
absoluta de una relacin sin unidad; su
certeza concreta es la adaptacin mutua
en la separacin, es la existencia de una
relacin con doble foco que nunca puede
aprehender en su totalidad; esta
desunin en la solidaridad (positiva o
negativa) proviene de un exceso ms
bien que de una falta: en efecto, est
producida por la existencia de dos
unificaciones sintticas y rigurosamente
equivalentes. Encontramos aqu un
objeto real y material pero ambiguo: los
trminos de la relacin ni se pueden
contar ellos mismos como cantidades
discretas, ni pueden realizar eficazmente
su unidad. La unidad de estos
epicentros, en efecto, slo puede ser un
hipercentro trascendente. O, si se
prefiere, la unidad de la diada slo se
puede realizar en una totalizacin hecha
desde fuera por un tercero. Cada
miembro del equipo descubre esta
unidad como una negacin, como una
falta, en una especie de inquietud; es a la
vez una oscura deficiencia que aparece
en la exigencia de cada totalizacin, un
envo indefinido hecho a un testigo
ausente, y la certeza vivida pero no
formulada de que la realidad total ce la
empresa comn slo puede existir si es
en otra parte, por la mediacin de Otro
y como objeto no recproco. De esta
manera, la relacin recproca est
frecuentada por su unidad como por una
insuficiencia de ser que le transforma en
su estructura original. Y esta inquietud
de la reciprocidad es a su vez inteligible
como el momento en que la dialctica
hace en cada uno la experiencia de la
dialctica del Otro como detencin
impuesta en y por el esfuerzo sinttico al
proyecto de totalizacin. Por esta razn
es siempre posible que la reciprocidad
vuelva a caer sobre sus trminos como
una falsa totalidad que les aplaste. Y
esto se puede producir tanto en lo
positivo como en lo negativo; una
empresa comn puede convertirse en
una especie de impulso infernal cuando
cada uno se empea en seguirla en
consideracin del Otro: dos aprendices
de boxeadores estn dominados con
frecuencia por su combate, se dira que
se ahogan en esta unidad que est en
perpetua desagregacin; golpean en el
vaco, se unen bruscamente uno y otro
con un mismo cansancio que sugiere la
sombra de una reciprocidad positiva, o
se buscan por los cuatro rincones del
ring, se poseen, se convierten en lo
inesencial y el combate pasa a ser lo
esencial.
Claro que en la realidad concreta,
cada miembro de la pareja posee un
conjunto de designaciones abstractas
para manifestar al Otro y para apuntar en
el vaco a esta fugitiva unidad. Pero ante
todo hay que observar si esas
designaciones, e incluso la posibilidad
de usarlas, es decir, de concebir la
doble totalizacin como totalidad
objeto, no le llega a cada uno de la
presencia del tercero. Porque, como
hemos visto, el tercero descubre la
reciprocidad para ella misma,
encerrndose sobre ella, negndolo para
pretender alcanzarlo de nuevo con su
propia insuficiencia; en este sentido, la
relacin de los terceros entre s en
tanto que cada uno se absorbe para
mediar en una relacin recproca es
una separacin que postula la
reciprocidad como lazo fundamental
entre los hombres, pero la reciprocidad
vivida siempre remite al tercero y
descubre a su vez la relacin ternaria
como su fundamento y su terminacin.
Es la nueva relacin que tenemos que
examinar ahora: qu significa para la
relacin binaria el hecho de integrarse
en una relacin ternaria?
Volvamos a nuestro ejemplo: dos
obreros ejecutan un trabajo en comn.
Supongamos que se trate de establecer
una norma. La presencia de un
cronometrista y su tarea bastan para
reanimar los sentidos inertes. Trata de
controlar un suceso determinado;
aprehende cada movimiento en su
objetividad a partir de un determinado
fin objetivo que es el aumento de la
productividad; la heterogeneidad
irreductible de la diada queda oculta, ya
que, a la luz de la tarea prescrita, el
conjunto de los trabajadores y de las
herramientas se descubre como un
conjunto homogneo; las dos acciones
recprocas forman el objeto de su
vigilancia; y ya que es el ritmo lo que se
tiene que fijar, con una precisin que sea
lo ms rigurosa posible, ese ritmo
comn, a la luz del fin objetivo, se
muestra como la unidad viva que posee
a los dos trabajadores. De esta manera
se invierte el movimiento de la
objetividad: lo primero que el
cronometrista aprehende como sentido y
unidad de su proyecto es el fin que
persigue. Tiene que medir velocidades;
a travs de la relacin que define a su
praxis, aprehende el fin que se impone a
los trabajadores en su plena unidad
objetiva; porque no es su propio fin,
aunque est ntimamente unido a l: en
tanto que fin de los Otros, es el medio
esencial que le permite cumplir con su
oficio. La ligazn objetiva y subjetiva
de su propio fin y del fin de los otros le
descubre el ritmo como su objeto, y a
los obreros como el medio de mantener
o de aumentar su velocidad. La
reciprocidad como lazo real de una
doble heterogeneidad pasa al segundo
plano; esta interioridad desprovista de
centro, esta intimidad vivida por
separado, se aparta bruscamente y se
arranca a s misma para convertirse en
una sola praxis que va a buscar su fin
fuera. Este fin de los Otros que se
descubre como su fin y como su medio,
le est dado al testigo en su totalidad
objetiva. Al mismo tiempo que descubre
su contenido que remite a la actividad
de toda la fbrica y al sistema social
entero, se revela como estructura de
constreimiento establecida desde fuera
por los servicios tcnicos en funcin de
las exigencias de la produccin. Lo que
define la relacin del cronometrista con
los dos obreros y con sus jefes es el
develamiento; dicho de otra manera, es
el que apunta hasta en su subjetividad su
ser objetivo: es aquel por el cual se
pone el fin como estructura de
trascendencia en relacin con los
trabajadores. La descubre as como un
objeto autnomo. Pero esta estructura de
constreimiento en su objetividad misma
remite a la subjetividad de los que
constrie: ese fin se tiene que alcanzar,
se impone a ellos como un imperativo
comn; el fin, aunque totalmente
presente en el campo objetivo, escapa al
testigo por medio de este carcter
imperioso, se esconde en las dos
subjetividades que iguala revelndoles
su faz interna, la que el cronometrista
tiene que aprehender como pura
significacin, como dimensin de fuga
en el seno de la plenitud. Objetivamente,
la totalidad abraza a las dos acciones
simultneas, las define y Jas limita al
mismo tiempo que al envolverlas las
sustrae a la aprehensin directa. Es una
estructura del mundo, existe por s; est
manifiesta y sostenida por una doble
praxis, pero slo en la medida en que
sta se somete al imperativo
preestablecido que la condiciona.
Objetivamente y por el tercero, la
independencia del fin transforma a la
reciprocidad en conjugacin de
movimiento, la adaptacin mutua en
autodeterminacin interna de la praxis;
metamorfosea una accin doble en un
suceso que se subordina a los dos
trabajadores como estructuras
secundarias cuyas relaciones
particulares dependen de las relaciones
globales y que se comunican entre s por
las mediacin del todo. Esta totalidad
viviente, que comprende los hombres,
sus objetos y el material que trabajan, es
a la vez el suceso como temporalizacin
de lo imperativo objetivo y, lo que es lo
mismo, el descubrimiento regresivo del
fin (del porvenir al presente) como
unidad concreta del suceso.
Las subjetividades estn envueltas en
esta totalidad movediza como
significaciones necesarias e inasibles;
pero se definen como una relacin
comn con el fin trascendente y no como
aprehendiendo cada una sus propios
fines en una reciprocidad de
separaciones; de esta manera, en su
significacin objetiva, estas
significaciones, vueltas homogneas, se
juntan y se fundamentan en la
aprehensin del imperativo
trascendente. Sencillamente, es que este
imperativo se manifiesta por la
mediacin del Otro como esencial y que
la subjetividad se vuelve su medio
inesencial de hacerse aprehender como
imperativo: a partir de aqu, la
subjetividad slo es el medio interno
que mediatiza al imperativo como
interiorizacin del constreimiento; el
individuo, en este medio, aparece como
una determinacin a posteriori, y
adems cualquiera, de la sustancia
subjetiva; el principio de individualidad
como en la mecnica ondulatoria
slo se aplica en apariencia;
cualesquiera que sean las diferencias
exteriores, las personas quedan
definidas a partir del fin como
interiorizacin total de todo lo
imperativo, luego por la presencia en
ellas de toda la subjetividad. El grupo
social aparece aqu reducido a su ms
simple expresin. Es la totalidad
objetiva en tanto que define su
subjetividad por la sola interiorizacin
de los valores y de los fines objetivos y
que subordina a ellos, en el seno de una
empresa, a los individuos reales como
simples modos intercambiables de la
praxis subjetiva. La subjetividad del
grupo, descubierta como indivisa por
intermedio de los terceros, circula
libremente en el interior del objeto
como medio, sustancia y pneuma; se
manifiesta a travs de la objetividad que
se temporaliza como realidad
intersubjetiva. La intersubjetividad se
manifiesta en las reuniones ms fortuitas
y ms efmeras: a esos mirones que se
inclinan sobre el agua les une la misma
curiosidad para el chofer de taxi que les
mira desde su coche. Y esta curiosidad
activa (se empujan, se inclinan, se alzan
sobre la punta de los pies) revela la
existencia de un fin trascendente pero
invisible: hay algo que se tiene que
mirar. A causa de su meditacin, el
tercero reanima las significaciones
objetivas que estn ya inscritas en las
cosas y que constituyen el grupo como
totalidad. Estas significaciones
cristalizadas representan ya la praxis
annima del Otro y a travs de la
materia manifiestan un descubrimiento
fijado. Al despertarlos, el tercero se
hace mediador entre el pensamiento
objetivo como Otro y los individuos
concretos; a travs de l los constituye
una universalidad fija, por su operacin
misma.
La unidad le viene, pues, de fuera a
la dualidad por la praxis del tercero;
luego veremos cmo lo interiorizarn
los miembros de los grupos. De
momento es una metamorfosis que le
queda trascendente. Claro que la
relacin del tercero con la diada es de
interioridad, ya que se modifica al
modificarla. Pero esta relacin no es
recproca: al superar a la diada hacia
sus propios fines, el tercero la descubre
como unidad-objeto, es decir, como
unidad material. Sin duda que la
relacin de los trminos integrados no
es ni exterior ni molecular sino en la
medida en que cada uno excluye al Otro
por su reconocimiento efectivo; dicho
de otra manera, en la medida en que esta
relacin slo puede unir sin unificar, la
unidad est impresa desde fuera y, en el
primer momento, est recibida
pasivamente: la pareja forma equipo no
al producir su totalidad, sino al sufrirla
ante todo como determinacin del ser.
Se habr notado sin duda que esta
Trinidad aparece como jerarqua
embrionaria: el tercero como mediador
es poder sinttico y el lazo que mantiene
con la pareja carece de reciprocidad.
Nos preguntaremos, pues, en qu se
funda esta jerarqua espontnea, ya que
la consideramos de una manera
abstracta, es decir, como un lazo
sinttico, sin examinar las circunstancias
histricas en que se manifiesta. Hay que
responder a esto con dos observaciones
que nos permitirn adelantar en nuestra
experiencia regresiva. Ante todo, si no
hay reciprocidad entre la dada y el
tercero, la causa est en la estructura de
la relacin de tercero; pero esto no
prejuzga sobre ninguna jerarqua a
priori, ya que los tres miembros de la
Trinidad pueden convertirse en tercero
en relacin con los Otros dos. Slo la
coyuntura (y a travs de ella la Historia
entera) decide si esa relacin que gira
se mantendr conmutativa (ya que cada
uno se vuelve tercero cuando le toca el
turno, como en esos juegos de nios en
que a cada uno le toca el turno de ser
jefe del ejrcito o de la banda de
bandidos) o si quedar fija bajo la
forma de jerarqua primitiva. En
realidad, adivinamos ya que el problema
se va a complicar hasta el infinito, ya
que, en la realidad social, tenemos que
considerar a una multiplicidad
indefinida de terceros (indefinida
aunque el nmero de los individuos sea
numricamente definido, y simplemente
porque gira) y una multiplicidad
indefinida de reciprocidades, y ya que
los individuos se pueden constituir como
terceros en tanto que grupos y que puede
haber reciprocidades de reciprocidades
y reciprocidades de grupos; en fin, el
mismo individuo o el mismo grupo
puede estar comprometido en una accin
recproca y al mismo tiempo se puede
definir como tercero. Pero de momento
no tenemos ningn medio para pensar
esas relaciones mviles e indefinidas en
su inteligibilidad; an no hemos
conquistado todos nuestros instrumentos.
Lo que conviene recordar como
conclusin es que la relacin humana
existe realmente entre todos los hombres
y que no es otra cosa que la relacin de
la praxis consigo misma. La
complicacin que hace nacer estas
nuevas relaciones no tiene otro origen
que la pluralidad, es decir, la
multiplicidad de los organismos
actuantes. As fuera de toda cuestin
de antagonismo cada praxis afirma a
la otra y al mismo tiempo la niega, en la
medida en que la supera como su objeto
y se hace superar por ella. Y cada
praxis, en tanto que unificacin radical
del campo prctico, dibuja ya en su
relacin con todas las dems el proyecto
de la unificacin de todas por supresin
de la negacin de pluralidad. Ahora
bien, esta pluralidad no es en s misma
otra cosa que la dispersin inorgnica
de los organismos. En verdad, como
siempre aparece en la base de una
sociedad preexistente, nunca es
enteramente natural, y hemos visto que
se expresa siempre a travs de las
tcnicas y de las instituciones sociales;
stas la transforman en la misma medida
en que ella se produce en ella. Pero
aunque la dispersin natural no pueda
ser sino el sentido abstracto de la
dispersin real, es decir, social, es este
elemento negativo de exterioridad
mecnica el que siempre condiciona, en
el marco de una sociedad dada, la
extraa relacin de reciprocidad que
niega a la vez a la pluralidad por la
adherencia de las actividades y a la
unidad por la pluralidad de los
reconocimientos, y el del tercero a la
diada, que se determina como
exterioridad en la pura interioridad.
Hemos observado, adems, que la
designacin del tercero, como
actualizacin en un determinado
individuo de esta relacin universal
tiene lugar prcticamente en una
situacin dada y por la presin de las
circunstancias materiales. Nuestra
experiencia se invierte, pues: partiendo
del trabajador aislado, hemos
descubierto la praxis individual como
inteligibilidad plena del movimiento
dialctico; pero al dejar ese momento
abstracto, hemos descubierto la primera
relacin de los hombres entre s como
adherencia indefinida de cada uno con
cada uno; estas condiciones formales de
toda la Historia se nos aparecen de
repente como condicionadas por la
materialidad inorgnica, como situacin
de base determinando el contenido de
las relaciones humanas y a la vez como
pluralidad externa en el interior de la
reciprocidad conmutativa y de la
Trinidad. Descubrimos al mismo tiempo
que esta conmutatividad, aunque una
poco a poco cada uno a todos, es
incapaz por s misma de realizar la
totalizacin como movimiento de la
Historia, precisamente porque esta
sustancia gelatinosa que constituye las
relaciones humanas representa la
interiorizacin indefinida de los lazos
de exterioridad dispersiva pero no su
supresin o su superacin totalizadora.
Les supera sin duda pero en la simple
medida en que la multiplicidad discreta
de los organismos se encuentra
comprometida en una especie de ronda
con multiplicidad indefinida y giratoria
de los epicentros. Y esta ambigedad da
bastante cuenta de nuestras relaciones
privadas con amigos, conocidos,
clientes de paso, encuentros y hasta
con nuestros colaboradores (en la
oficina, en la fbrica) en tanto que son
precisamente el medio vivo que nos une
a todos y esta diferencia mecnica que
los separa de nosotros al final del
trabajo. Pero no puede explicar las
relaciones estructuradas que hacen en
todos los planos los grupos activos, las
clases, las naciones, ni las instituciones
o esos conjuntos complejos que se
llaman sociedades. La inversin de la
experiencia tiene lugar justamente bajo
la forma de materialismo histrico: si
hay totalizacin como proceso
histrico, les llega a los hombres por la
materia. Dicho de otra manera, la
praxis como libre desarrollo del
organismo totalizaba a lo circundante
material bajo la forma de campo
prctico; ahora vamos a ver el medio
material como primera totalizacin de
las relaciones humanas.
C
DE LA MATERIA COMO
TOTALIDAD TOTALIZADA
Y DE UNA PRIMERA
EXPERIENCIA DE LA
NECESIDAD
I. RAREZA Y MODO
DE PRODUCCIN
La materia, en tanto que pura materia
inhumana e inorgnica (lo que quiere
decir no en si sino en el estadio de la
praxis en que se descubre a la
experimentacin cientfica), est regida
por leyes de exterioridad. Si es verdad
que realiza una primera unin de los
hombres, debe de ser en tanto que el
hombre prcticamente ha intentado ya
unirle y que ella soporta pasivamente el
sello de esta unidad. Dicho de otra
manera, una sntesis pasiva cuya unidad
disimula una dispersin molecular
condiciona la totalizacin de organismos
cuya dispersin no puede ocultar sus
lazos profundos de interioridad.
Representa, pues, la condicin material
de la historicidad. Es al mismo tiempo
lo que podra llamarse motor pasivo de
la Historia. En efecto, la historia
humana, orientacin hacia el porvenir y
conservacin totalizadora del pasado, se
define tambin en el presente porque
algo les ocurre a los hombres. Vamos a
ver que la totalidad inerte de la materia
trabajada en un campo social
determinado, registrando y conservando
como memoria inerte de todos a las
formas que le ha impreso el trabajo
anterior, permite, sola, la superacin de
cada situacin histrica por el proceso
total de la Historia, y como juicio
sinttico material, el continuo
enriquecimiento del acontecer histrico.
Pero ya que la materialidad inorgnica
en tanto que sellada por la praxis se
presenta como unidad sufrida, y ya que
la unidad de interioridad que es la de
los momentos dialcticos de la accin se
vuelve en ella y slo dura por
exterioridad es decir, en la medida en
que ninguna fuerza exterior viene a
destruirla, se hace necesario, como
muy pronto vamos a ver, que la historia
humana sea vivida en este nivel de la
experiencia como la historia
inhumana. Y esto no significa que los
sucesos se nos vayan a presentar como
una sucesin arbitraria de hechos
irracionales, sino por el contrario, que
van a tomar la unidad totalizadora de
una negacin del hombre. La Historia,
tomada a este nivel, ofrece un sentido
terrible y desesperante; parece, en
efecto, que los hombres estn unidos por
una negacin inerte y demonaca que les
toma su sustancia (es decir, su trabajo)
para volverla contra todos bajo la forma
de inercia activa y de totalizacin por
exterminacin. Vamos a ver que esta
extraa relacin con la primera
alienacin que de ella resulta
comporta su propia inteligibilidad
dialctica en cuanto se examina la
relacin de una multiplicidad de
individuos con el campo prctico que
los rodea, en tanto que esta relacin es
para cada uno una relacin unvoca de
interioridad al unirla dialcticamente
con las relaciones recprocas que les
unen.
Conviene observar, sin embargo, que
esta relacin unvoca de la materialidad
circundante con los individuos se
manifiesta en nuestra Historia con una
forma particular y contingente, ya que
toda la aventura humana al menos
hasta ahora es una lucha encarnizada
contra la rareza. En todos los niveles de
la materialidad trabajada y socializada,
en la base de cada una de sus acciones
pasivas, encontraremos la estructura
origina] de la rareza como primera
unidad, que a la materia le llega por los
hombres y que a los hombres les vuelve
a travs de la materia. Por nuestra parte,
la contingencia de la relacin de rareza
no nos molesta. Claro que, lgicamente,
es posible concebir para otros
organismos y en otros planetas una
relacin con el medio que no sea debida
a la rareza (aunque seamos un tanto
incapaces de imaginar lo que podra ser
y que, aceptada la hiptesis de que otros
planetas estn habitados, la coyuntura
ms verosmil es que el ser vivo sufre
por la rareza tanto all como aqu); y
sobre todo, aunque la rareza sea
universal, vara para el mismo momento
histrico. Segn las regiones
consideradas (y algunas razones de estas
variaciones son histricas exceso de
poblacin, subdesarrollo, etc., luego
son plenamente inteligibles en el seno de
la Historia misma, mientras que otros
por un estado dado de las tcnicas
condicionan a la Historia a travs de las
estructuras sociales sin estar
condicionadas por ellas clima,
riqueza del subsuelo, etc). Pero
ocurre que las tres cuartas partes de la
poblacin del globo estn
subalimentadas, tras miles de aos de
Historia; as, a pesar de la contingencia,
la rareza es una relacin humana
fundamental (con la Naturaleza y con los
hombres). Hay que decir en este sentido
que es ella la que hace de nosotros esos
individuos que producen esta Historia y
que se definen como hombres. Sin la
rareza, se puede concebir perfectamente
una praxis dialctica y hasta el trabajo:
en efecto, nada impedira que los
productos necesarios para el organismo
fuesen inagotables y que a pesar de todo
haga falta una operacin prctica para
arrancarlos de la tierra. Segn esta
hiptesis, la unidad invertida de las
multiplicidades humanas por las
contrafinalidades de la materia
subsistira necesariamente; porque est
unida al trabajo de la misma manera que
lo est a la dialctica original. Pero lo
que desaparecera es nuestro carcter de
hombres, es decir, la singularidad
propia de nuestra Historia, ya que este
carcter es histrico. Un hombre
cualquiera de hoy puede, pues,
reconocer en esta contingencia
fundamental la necesidad que (a travs
de miles de aos y muy directamente,
hoy mismo) le impone ser exactamente
lo que es. En el momento progresivo de
la experiencia estudiaremos el problema
de la contingencia de la Historia y
veremos que el problema es importante
sobre todo con la perspectiva de un
porvenir del hombre. En el caso que nos
ocupa, la rareza parece cada vez menos
contingente en la medida en que
engendramos nosotros mismos sus
nuevas formas como medio de nuestra
vida sobre la base de una contingencia
original; si se quiere, se puede ver en
ello la necesidad de nuestra
contingencia o la contingencia de nuestra
necesidad. Pero ocurre aun que un
intento de crtica tiene que distinguir
esta relacin particularizada de la
relacin general (es decir, independiente
de toda determinacin histrica) de una
praxis dialctica y mltiple con la
materialidad. Sin embargo, como la
rareza es la determinacin de esta
relacin general, como sta no se nos
manifiesta a nosotros sino a travs de
aqulla, para no perdernos conviene que
presentemos la rareza en primer lugar y
que dejemos que las relaciones
universales de la dialctica con la
inercia se separen despus por s
mismas. Describiremos brevemente la
relacin de rareza, por la razn de que
todo ha sido dicho ya; el materialismo
histrico, particularmente, ha dado
sobre este punto todas las
interpretaciones deseables como
interpretacin de nuestra Historia. Lo
que por el contrario no ha intentado en
absoluto es estudiar el tipo de accin
pasiva que ejerce la materialidad en
tanto que tal sobre los hombres y sobre
su Historia al volverles una praxis
robada bajo la forma de una
contrafinalidad. Seguiremos insistiendo
sobre esta cuestin: la Historia es ms
compleja de lo que cree un determinado
marxismo simplista, y el hombre no slo
tiene que luchar contra la Naturaleza,
contra el medio social que le ha
engendrado, sino tambin contra su
propia accin en tanto que se vuelve
otra. Este tipo de alienacin primitiva se
expresa, a travs de las otras formas de
alienacin, pero es independiente de
ellas y por el contrario es l el que les
sirve de fundamento. Dicho de otra
manera, descubriremos ah la antipraxis
permanente como momento nuevo y
necesario de la praxis. Sin hacerse un
esfuerzo para determinarlo, la
inteligibilidad histrica (que es la
evidencia en la complejidad de un
desarrollo temporal) pierde un momento
esencial y se transforma en
ininteligibilidad.
1. La rareza como relacin
fundamental de nuestra Historia y como
determinacin contingente de nuestra
relacin unvoca con la materialidad.
La rareza como relacin vivida de
una multiplicidad prctica con la
materialidad circundante y en el interior
de ella misma funda la posibilidad de
la historia humana. Lo que implica dos
reservas patentes: para un historiador
situado en 1957 no funda la posibilidad
de toda Historia, porque no tenemos
ningn medio de saber si otra Historia,
constituida sobre otra base, con otras
fuerzas motrices y con otros proyectos
interiores, es o no lgicamente
concebible, para otros organismos de
otros planetas o para nuestros
descendientes, en el caso en que las
transformaciones tcnicas y sociales
rompan el marco de la rareza (con esto
no slo quiero decir que no sabemos si,
en otro lugar, la relacin de los seres
orgnicos con los seres inorgnicos
puede ser otra que sea distinta de la
rareza, sino, sobre todo, que si esos
seres existen, es decididamente
imposible decidir a priori si su
temporalizacin tomar o no la forma de
una historia). Pero decir que nuestra
Historia es la historia de los hombres, o
decir que ha nacido y se desarrolla en el
marco permanente de un campo de
tensin engendrado por la rareza, es lo
mismo. La segunda reserva: la rareza
fundamenta la posibilidad de la historia
humana, y no su realidad; dicho de otra
manera, hace que la Historia sea posible
y tiene necesidad de otros factores (que
tendremos que determinar) para que sta
se produzca: la razn de esta restriccin
es que existen unas sociedades atrasadas
que sufren, en un sentido, ms que otras
por el hambre o por la supresin
temporal de las fuentes de alimento y
que sin embargo estn clasificadas por
los etngrafos justamente como
sociedades sin historia, fundamentadas
sobre la repeticin[102]. Lo que significa
que la rareza puede ser grande. Si se
establece un equilibrio por un modo de
produccin dado, y si se conserva de
una a otra generacin, se conserva como
exis, es decir, como determinacin
fisiolgica y social de los organismos
humanos y a la vez como proyecto
prctico de mantener a las instituciones
y al desarrollo corporal en este estadio,
lo que ideolgicamente corresponde a
una decisin sobre la naturaleza
humana: el hombre es ese ser
achaparrado, deforme, pero sufrido en el
trabajo, que vive para trabajar desde el
alba hasta la noche con esos medios
tcnicos (rudimentarios) en una tierra
ingrata y amenazadora. Ms adelante
veremos cmo determinadas rarezas
condicionan un momento de la Historia
cuando, en el marco de unas tcnicas
que se cambian (y habr que decir por
qu), se producen ellas mismas bajo la
forma de cambio brusco en el nivel de
vida. La Historia nace de un
desequilibrio brusco que agrieta a la
sociedad en todos los niveles; la rareza
funda la posibilidad de la historia
humana y slo su posibilidad en el
sentido de que puede ser vivida (por
adaptacin interna de los organismos)
entre determinados lmites como un
equilibrio. En tanto que nos
mantengamos en este terreno, no hay
ningn absurdo lgico (es decir,
dialctico) si concebimos una tierra sin
Historia donde vegetaran grupos
humanos que hubiesen quedado en el
ciclo de la repeticin, produciendo su
vida con tcnicas e instrumentos
rudimentarios, e ignorndose totalmente
los unos a los otros. Ya s que se ha
dicho que estas sociedades sin Historia
en realidad son sociedades en las que la
Historia se ha detenido. Es muy posible,
ya que, en electo, disponen de una
tcnica, y que, por primitivas que sean
sus herramientas, ha sido necesario un
proceso temporal para llevarlas a ese
grado de eficacia, a travs de unas
formas sociales que a pesar de todo
presentan, en unin con este proceso,
cierta diferenciacin, luego tambin
ellas remiten a esa temporalizacin. Esta
manera de ver, en realidad oculta la
voluntad a priori de determinados
idelogos tan visible en los idealistas
como en los marxistas de fundar a la
Historia como necesidad esencial. Con
esta perspectiva, las sociedades no
histricas seran por el contrario
determinados momentos muy singulares
en los que el desarrollo histrico se
frena y se detiene volviendo contra s
sus propias fuerzas. En la posicin
crtica resulta imposible admitir esta
concepcin, por muy halagadora que
pueda ser (ya que le introduce en todas
partes la necesidad y la unidad),
simplemente porque se da como una
concepcin del mundo sin que los
hechos puedan ni invalidarla ni
confirmarla (es verdad que muchos
grupos estabilizados en la repeticin
tienen una historia legendaria, pero eso
no prueba nada, porque esta leyenda es
una negacin de la Historia y su funcin
es volver a introducir el arque-tipo en
los momentos sagrados de la
repeticin). Lo nico que podemos
concluir en tanto que examinamos la
validez de una dialctica, es que la
rareza en toda hiptesis no es
suficiente por s sola para provocar el
desarrollo histrico o para hacer que
estalle durante el desarrollo un gollete
de embotellamiento que transforme a la
Historia en repeticin. Por el contrario,
es ella como tensin real y
perpetua entre el hombre y lo
circundante, entre los hombres la que
en cualquier caso da cuenta de las
estructuras fundamentales (tcnicas e
instituciones): no en tanto que las habra
producido como una fuerza real sino en
tanto que han sido hechas en el medio de
la rareza[103] por hombres cuya praxis
interioriza esta rareza aun queriendo
superarla.
De una manera abstracta, se puede
tener a la rareza por una relacin del
individuo con lo circundante. Prctica e
histricamente es decir, en tanto que
estamos situados, lo circundante es un
campo prctico ya constituido, que
remite a cada uno a estructuras
colectivas (ms lejos veremos lo que
esto significa), la ms fundamental, de
las cuales es precisamente la rareza
como unidad negativa de la
multiplicidad de los hombres (de esta
multiplicidad concreta). Esta unidad es
negativa en relacin con los hombres, ya
que le viene al hombre por la materia en
tanto que es inhumana (es decir, en tanto
que su presencia de hombre no es
posible sin luchar en la tierra); lo que
significa que la primera totalizacin por
la materia se manifiesta (en el interior
de una sociedad determinada y entre
grupos sociales autnomos) como
posibilidad de una destruccin comn
de todos y como posibilidad permanente
para cada uno de que esta destruccin
por la materia le llegue a travs de la
praxis de los otros hombres. Este primer
aspecto de la rareza puede condicionar
la unin del grupo en el sentido de que
ste, colectivamente alcanzado, se puede
organizar para reaccionar
colectivamente. Pero este aspecto
dialctico y propiamente humano de la
praxis en ningn caso puede ser
contenido en la relacin de rareza
misma, precisamente porque la unidad
dialctica y positiva de una accin
comn es la negacin de la unidad
negativa como vuelta de la materialidad
circundante a los individuos que la han
totalizado. En verdad, la rareza como
tensin y como campo de fuerzas es la
expresin de un hecho cuantitativo (ms
o menos rigurosamente definido): tal
sustancia natural o tal producto
manufacturado existe en cantidad
insuficiente, en un campo social
determinado, dado el nmero de
miembros de los grupos o de los
habitantes de la regin, porque no hay
bastante para todos. De manera que
para cada uno todo el mundo existe (el
conjunto) en tanto que el consumo de tal
producto hecho all, por otros, le priva
aqu de una posibilidad de obtener y de
consumir un objeto de la misma clase.
Al examinar la relacin vaga y universal
de reciprocidad no determinada, hemos
notado que los hombres podan estar
unidos indirectamente unos a otros por
adherencias en serie y sin siquiera
suponer la existencia de tal o tal otro.
Pero en el medio de la rareza, por el
contrario, aunque los individuos se
ignoren, aunque unas estratificaciones
sociales, unas estructuras de clase
rompiesen de golpe la reciprocidad,
cada uno existe y acta en el interior del
campo social definido en presencia de
todos y de cada uno. Ese miembro de
esta sociedad tal vez no sepa ni siquiera
la cantidad de miembros que la
componen; tal vez ignore la relacin
exacta del hombre con las sustancias
naturales, con los instrumentos y con los
productos humanos que define la rareza
con precisin; tal vez explique la
escasez actual con razones absurdas y
carentes de verdad. No es menos cierto
que los otros hombres del grupo existen
juntos para l, en tanto que cada uno de
ellos es una amenaza para su vida o, si
se prefiere, en tanto que la existencia de
cada uno es la interiorizacin y la
asuncin por una vida humana de lo
circundante, en tanto que negacin de los
hombres. Solamente el miembro
individual que consideramos, si se
realiza por su necesidad y por su praxis
como en medio de los hombres, devela
a cada uno a partir del objeto de
consumo o del producto manufacturado y
en el plano elemental en que estamos
colocados los devela como la simple
posibilidad de consumo de un objeto
que necesita. Es decir, lo descubre como
posibilidad material de su propia
aniquilacin material de un objeto de
primera necesidad. Naturalmente, hay
que poder tomar estas indicaciones
como la descripcin de un momento que
es an muy abstracto de nuestra
experiencia regresiva; en verdad, todos
los antagonismos sociales estn
calificados y estructurados en una
sociedad dada que define de por s (al
menos hasta cierto punto) los lmites de
la rareza para cada uno de los grupos
que la constituyen y en el marco
fundamental de la rareza colectiva (es
decir, de una relacin original de las
fuerzas productoras con las relaciones
de produccin). Lo que en este momento
nos importa es slo sealar en orden las
estructuras de la inteligibilidad
dialctica. Ahora bien, segn este punto
de vista, aprehendemos inmediatamente
que la totalizacin por la rareza es
giratoria. En efecto, la rareza no
manifiesta la imposibilidad radical de
que exista el organismo humano (aunque
como hemos visto pueda
preguntarse si la frmula no sera
verdadera con esta forma: la
imposibilidad radical de que el
organismo humano exista sin trabajo),
pero, en una situacin dada, ya se trate
de la balsa de la Medusa[104], de una
dudad italiana sitiada o de una sociedad
contempornea (que como sabemos
elige discretamente a sus muertos con el
simple reparto de los puestos de defensa
y que, en sus capas ms profundas, ya es
una seleccin de los ricos y de los
subalimentados), la rareza realiza la
total pasividad de los individuos de una
colectividad como imposibilidad de
coexistencia: el grupo est definido en
la nacin por sus sobrantes; para
subsistir, se tiene que reducir
numricamente. Notemos que esta
reduccin numrica, siempre presente
como necesidad prctica, no toma
necesariamente la forma del homicidio:
se puede dejar morir (es lo que ocurra
cuando haba demasiados nios bajo el
Antiguo Rgimen); se puede practicar el
birth control; en este caso es el nio que
tiene que nacer, como futuro consumidor,
el que es considerado indeseable, es
decir, que se le aprehende, en las
democracias burguesas, o como la
imposibilidad de seguir alimentando
hermanos en una familia individual, o,
como en una nacin socialista por
ejemplo, China, como la
imposibilidad de mantener una
proporcin determinada de crecimiento
de la poblacin en tanto que no pueda
superar un determinado crecimiento de
la produccin. Pero cuando se trata de
un control de los nacimientos, la
exigencia negativa de la materialidad se
manifiesta nicamente con un aspecto
cuantitativo. Es decir, que se puede
determinar la cantidad de los sobrantes,
pero no su carcter individual[105].
Aqu se manifiesta con toda su fuerza
esta conmutalividad cuya importancia
veremos ms adelante y que manifiesta
cada miembro del grupo al mismo
tiempo como un posible superviviente y
como un sobrante suprimible. Y cada
uno est as constituido en su
objetividad por s mismo y por todos. El
movimiento directo de la necesidad lo
afirma incondicionalmente como
teniendo que sobrevivir: es la evidencia
prctica del hambre y del trabajo; no se
puede concebir el que se ponga en tela
de juicio esta evidencia de una manera
directa, ya que traduce la superacin del
haber puesto en tela de juicio de una
manera radical al hombre por la materia.
Pero el individuo est al mismo tiempo
en tela de juicio por cada uno en su ser
y precisamente por el mismo
movimiento que supera a toda puesta en
tela de juicio. De tal manera, su propia
actividad se vuelve contra l y le llega
como Otro a travs del medio social.
El hombre, a travs de la materia
socializada y la negacin material como
unidad inerte, se constituye como Otro
distinto del hombre. Para cada uno el
hombre existe en tanto que hombre
inhumano o, si se prefiere, como
especie extraa. Y esto no significa
necesariamente que el conflicto est
interiorizado y vivido ya con la forma
de lucha por la vida, sino solamente que
la simple existencia de cada uno est
definida por la rareza como riesgo
constante de no-existencia para otro y
para todos. An mejor, este riesgo
constante de aniquilacin de m mismo y
de todos, no slo lo descubro en los
Otros, sino que soy yo mismo este
riesgo en tanto que Otro, es decir, en
tanto que designado con los Otros como
posible sobrante por la realidad
material de lo circundante. Se trata de
una estructura objetiva de mi ser, ya que
soy realmente peligroso para los Otros
y, a travs de la totalidad negativa, para
m mismo, en tanto que formo parte de
esta totalidad. Ms adelante veremos
por qu vendedores y clientes, unos y
otros establecen el precio en un mercado
libre en tanto que son en s y para s los
Otros. Limitmonos aqu a deducir
algunas consecuencias de estas
observaciones.
Cuando digo que el hombre existe
como Otro con los rasgos del hombre
inhumano, evidentemente tenemos que
entenderlo para todos los ocupantes
humanos del campo social considerado,
para los otros hombres y para s
mismos. O, con otras palabras, cada uno
es hombre inhumano para todos los
Otros, considera a los Otros como
hombres inhumanos y trata realmente al
Otro con inhumanidad (vamos a ver lo
que quiere decir esto). Sin embargo,
estas observaciones hay que entenderlas
con su sentido verdadero, es decir, con
la perspectiva de que no hay naturaleza
humana. Sin embargo, hasta este
momento, por lo menos, de nuestra
prehistoria, la rareza, cualquiera sea la
forma que tome, domina a toda la
praxis. Entonces hay que comprender a
la vez que la inhumanidad del hombre no
proviene de su naturaleza, que, lejos de
excluir a su humanidad, no puede
comprenderse sino por ella, pero que, en
tanto que no haya llegado a su fin el
reino de la rareza, habr en cada
hombre y en todos una estructura inerte
de inhumanidad que en suma slo es la
negacin material en tanto que est
interiorizada. Comprendamos, en efecto,
que la inhumanidad es una relacin de
los hombres entre s y que slo puede
ser eso: sin duda que se puede ser cruel,
e intilmente, con tal o cual animal
particular; pero esta crueldad est
censurada o castigada en nombre de las
relaciones humanas; en efecto, a quin
se le podra hacer creer que la especie
carnvora que domestica a cientos de
miles de animales para matarlos o para
utilizar su fuerza de trabajo y que
destruye sistemticamente a los otros
(por higiene, para protegerse, o,
gratuitamente, como juego), a quin se le
podra hacer creer que esta especie de
presa ha puesto excepto para los
animales castrados, domesticados, y
como consecuencia de un simbolismo
simplista sus valores y su definicin
real de s misma en sus relaciones con
los animales? Ahora bien, las relaciones
humanas (positivas o negativas) son de
reciprocidad, lo que significa que la
praxis de uno, en su estructura prctica y
para cumplimiento de su proyecto,
reconoce la praxis del otro, es decir, en
el fondo, que juzga la dualidad de las
actividades como un carcter inesencial
y la unidad de las praxis en tanto que
tales como su carcter esencial. En
cierto modo, en la reciprocidad, la
praxis de mi recproco en el fondo es mi
praxis que un accidente ha separado en
dos, y cuyos dos trozos que se han
vuelto separadamente praxis completas
conservan mutuamente, de su
indiferenciacin original, una
apropiacin profunda y una comprensin
inmediata. No pretendo que la relacin
de reciprocidad haya existido en el
hombre antes de la relacin de rareza,
ya que el hombre es el producto
histrico de la rareza. Pero digo que, sin
esta relacin humana de reciprocidad, la
relacin inhumana de rareza no existira.
En efecto, la rareza como relacin
unvoca de cada uno y de todos con la
materia se vuelve finalmente estructura
objetiva y social de lo circundante
material y as, a su vez, con su dedo
inerte designa a cada individuo como
factor y vctima de la rareza. Interioriza
en cada uno esta estructura en el sentido
de que por sus comportamientos se hace
el hombre de la rareza. Su relacin con
el Otro en tanto que le llega de la
materia, es una relacin de exterioridad:
en primer lugar porque el Otro es pura
posibilidad (vital pero abstracta) de que
el producto necesario sea destruido y,
por lo tanto, porque se define en
exterioridad como una posibilidad
amenazadora pero contingente del
producto mismo como objeto exterior;
en segundo lugar, porque la rareza como
esquema fijado de negacin organiza, a
travs de la praxis de cada uno, cada
grupo de sobrantes posibles como
totalidad que se tiene que negar en tanto
que totalidad que niega todo lo que no es
ella. La unidad negativa por la materia
tiene as como resultado totalizar
falsamente, es decir, inertemente, a los
hombres, como las molculas de cera
estn unidas inertemente desde fuera por
un sello. Pero como las relaciones de
reciprocidad no quedan por eso
suprimidas, la exterioridad se desliza
hasta ellos. Lo que significa que se
mantiene la comprensin de cada uno
por la praxis del Otro, pero que esta
otra praxis se comprende en el interior
en la medida en que la materialidad
interiorizada en el agente que
comprende constituye al Otro en
molcula inerte y separada de toda otra
molcula por una negacin de
exterioridad. En la reciprocidad pura, el
Otro que no soy yo es tambin el mismo.
En la reciprocidad modificada por la
rareza, nos aparece el mismo como el
contra-hombre en tanto que este mismo
hombre aparece como radicalmente Otro
(es decir, portador para nosotros de una
amenaza de muerte). O, si se quiere,
comprendemos de una manera general
sus fines (son los nuestros), sus medios
(tenemos los mismos, las estructuras
dialcticas de sus actos; pero los
comprendemos como si fuesen los
caracteres de otra especie, nuestro
doble demonaco). En efecto, nada ni
las grandes fieras ni los microbios
puede ser ms terrible para el hombre
que una especie inteligente, carnicera,
cruel, que sabra comprender y frustrar a
la inteligencia humana y cuyo fin sera
precisamente la destruccin del hombre.
Esta especie, evidentemente es la
nuestra aprehendindose por todo
hombre en los otros en el medio de la
rareza. Es, en cualquier caso y
cualquiera que sea la sociedad, la matriz
abstracta y fundamental de todas las
reificaciones de las relaciones humanas.
Al mismo tiempo es el primer estadio de
la tica, en tanto que sta slo es la
praxis iluminndose sobre la base de
circunstancias dadas. El primer
movimiento de la tica es aqu la
constitucin del mal radical y del
maniquesmo; aprecia y valoriza (no
podemos detenernos aqu en la
produccin de los valores) la ruptura de
la reciprocidad de inmanencia por la
rareza, pero aprehendindola como un
producto de la praxis del Otro. El
contra-hombre, en efecto, prosigue la
liquidacin de los hombres
compartiendo sus fines y adoptando sus
medios; la ruptura aparece en el
momento en que esta reciprocidad
engaadora desenmascara el peligro de
muerte que recubre o, si se prefiere, la
imposibilidad que tienen estos hombres
comprometidos por lazos recprocos de
mantenerse todos en el suelo sobre el
que estn y que les alimenta. Y no
imaginemos que esta imposibilidad
interiorizada caracterice a los
individuos subjetivamente; muy por el
contrario, hace a cada uno
objetivamente peligroso para el Otro y
pone en peligro a la existencia concreta
de cada uno en la del Otro. El hombre
est as objetivamente constituido como
inhumano y esta inhumanidad se traduce
en la praxis por la aprehensin del mal
como estructura del Otro. Por eso, los
combates de un origen muy ambiguo y de
naturaleza turbia que libran las tribus
nmades cuando se encuentran por
casualidad han permitido que los
historiadores y los etngrafos discutan
algunas verdades elementales del
materialismo histrico. En efecto, es
exacto que el motivo econmico no
siempre es esencial, y a veces ni
siquiera lo notamos: estos grupos
errantes tienen para ellos toda la sabana,
no se molestan unos a otros. Pero no es
sa la cuestin, no siempre es necesario
que la rareza est explcitamente en tela
de juicio; lo que ocurre es que, en cada
una de estas tribus, el hombre de la
rareza encuentra en la otra tribu al
hombre de la rareza con el aspecto de
contra-hombre. Cada uno est
constituido de tal manera por su lucha
contra el mundo fsico y contra los
hombres (a menudo en el interior de su
grupo) que la aparicin de desconocidos
que ponen para l el lazo de
interioridad y a la vez de exterioridad
absoluta le hace descubrir al hombre
con la forma de una especie extraa.
La fuerza de su agresividad, de su odio,
reside en la necesidad, pero poco
importa que esta necesidad acabe de ser
saciada: su perpetuo renacimiento y la
ansiedad de cada uno, cada vez que
aparece una tribu, acaban por constituir
a sus miembros como el hambre que le
llega al otro grupo con la forma de una
praxis humana. Y en el combate, lo que
quiere destruir en el otro cada
adversario no es el simple peligro de
rareza, sino la praxis misma en tanto que
es traicin del hombre en beneficio del
contra-hombre. Consideramos, pues, en
el nivel mismo de la necesidad y por la
necesidad, que la rareza se vive
prcticamente por la accin maniquea y
que la tica se manifiesta como
imperativo destructivo: hay que destruir
el mal. Es tambin en este nivel donde
hay que definir a la violencia como
estructura de la accin humana en el
reino del maniquesmo y en el marco de
la rareza. La violencia se da siempre
como una contra-violencia, es decir,
como una respuesta a la violencia del
Otro. Esta violencia del Otro slo es
una realidad objetiva en la medida en
que existe en todos como motivacin
universal de la contra-violencia. Es,
sencillamente, el insoportable hecho de
la reciprocidad rota y de la utilizacin
sistemtica de la humanidad del hombre
para realizar la destruccin de lo
humano. La contra-violencia es
exactamente lo mismo pero en tanto que
proceso de volver a poner en orden, en
tanto que respuesta a una provocacin:
al destruir en el adversario a la
inhumanidad del contra-hombre, en
verdad slo puedo destruir en l la
inhumanidad del hombre y realizar en m
su inhumanidad. Ya se trate de matar, de
torturar, de sojuzgar o sencillamente de
confundir, mi fin es suprimir la libertad
extraa como fuerza enemiga, es decir,
como la fuerza que puede rechazarme
del campo prctico y hacer de m un
hombre de ms condenado a morir.
Dicho de otra manera, desde luego que
ataco al hombre en tanto que hombre, es
decir, en tanto que libre praxis de un ser
organizado; en el enemigo odio al
hombre y nada ms que al hombre, es
decir, a m mismo en tanto que Otro, y es
a m a quien quiero destruir en l para
impedirle que me destruya realmente en
mi cuerpo. Pero estas relaciones de
exterioridad en reciprocidad se
complican con el desarrollo de la
praxis, que restablece la reciprocidad
en su forma negativa de antagonismo, a
partir del momento en que se desarrolla
una lucha real. Partiendo de las
necesidades concretas de la estrategia y
de la tctica, estamos obligados a perder
si no reconocemos al adversario como
otro grupo humano capaz de tender
trampas, de descubrirlas, de dejarse
caer en algunas de ellas. Los conflictos
de rareza (de la guerra de nmades a la
huelga) oscilan perpetuamente entre dos
polos: uno hace del conflicto una lucha
maniquesta de los hombres contra sus
terribles dobles, el otro lo reduce a las
proporciones humanas de un diferendo
que se resuelve por la violencia porque
las conciliaciones estn agotadas o
porque no hay mediaciones. Lo que aqu
importa es que la praxis, en cuanto se
constituye como accin de un ejrcito,
de una clase o hasta de un grupo ms
limitado, supera en principio a la
inercia reificante de las relaciones de
rareza. Quiero sealar con esto que la
moral inerte del maniquesmo y del mal
radical supone una distancia sufrida, una
impotencia vivida, una manera
determinada de descubrir la rareza como
destino, esto es, un autntico dominio
del hombre por lo circundante material
interiorizado. No se trata, pues, de una
estructura permanente en el sentido de
que quede fija e inerte en un
determinado nivel del espesor humano,
sino ms bien de un momento
determinado de las relaciones humanas,
siempre superado y parcialmente
liquidado, siempre renaciente.
En realidad, este momento est situado
entre la liquidacin por la rareza de las
reciprocidades positivas (en cualquier
grado de la praxis social que se
produzca esta liquidacin) y la
reaparicin, bajo l dominio de la
misma rareza, de reciprocidades
negativas y antagnicas. Y este momento
intermediario es precisamente el
momento primero y el esquema
productor del complejo proceso de la
reificacin. En este momento los
individuos de un campo social viven con
lo circundante en una falsa relacin de
reciprocidad (es decir, que se hacen
designar lo que son y lo que son los
otros por la materia en tanto que
cantidad pura) y transportan esta
relacin al medio social viviendo su
reciprocidad de seres humanos como
una interioridad negada o, si se prefiere,
vivindola falsamente como
exterioridad.
Puede decirse que queda por
explicar cmo la materia como rareza
puede unir a los hombres en un campo
prctico comn, si las libres relaciones
humanas, tomadas fuera de la presin
econmica, se reducen a constelaciones
de reciprocidad. Dicho de otra manera,
ya que el poder totalizador proviene de
la praxis, cmo gobierna la materia a
las acciones totalizadoras por la rareza
de manera que les haga operar la
totalizacin de todas las totalizaciones
individuales. Pero la respuesta est
contenida en la pregunta: en efecto, hay
que concebir que unos grupos vecinos,
aunque de estructura diferente por
ejemplo, los campesinos chinos y los
nmades, en las fronteras de China, en la
poca de los Tang estn unidos
materialmente en un mismo lugar
definido a la vez por una configuracin
material determinada, un determinado
estado de las tcnicas y, singularmente,
de las comunicaciones. Los nmades
tienen un margen de desplazamiento
limitado, pues a pesar de todo se quedan
en las cercanas del desierto; los
campesinos chinos, ese ejrcito de
pioneros, avanzan paso a paso, arrancan
cada da un pedazo de tierra arable al
desierto improductivo. Los dos grupos
se conocen, les opone y les une una
tensin extrema: para los chinos, los
nmades son unos ladrones que lo nico
que saben hacer es robar el fruto del
trabajo de los dems; para los nmades,
los chinos son unos autnticos colonos,
que les hacen retroceder poco a poco
hacia un desierto inhabitable. Cada
grupo en tanto que praxis (ms adelante
volveremos sobre el grupo) hace que el
Otro figure como objeto en la unidad de
su campo prctico; cada uno sabe que
figura como objeto en el grupo del Otro.
Este conocimiento utilitario se
expresar, por ejemplo, en las
precauciones que tomarn los
campesinos contra los ataques
inopinados, por el cuidado que pondrn
los nmades al preparar su siguiente
razzia. Pero es eso mismo lo que impide
que los dos movimientos de unificacin
prctica constituyan en el mismo
contorno dos campos de accin
diferentes. Para cada uno, la existencia
del Otro como el objeto de que es objeto
constituye simplemente el campo
material como minado, o, con otras
palabras, como con doble fondo. No hay
dualidad en esta coexistencia si no es
como dualidad de significaciones para
cada objeto material. El campo se
constituye prcticamente como medio
que puede ser utilizado por el Otro; es
mediacin entre los dos grupos en la
medida en que cada uno hace de ello el
medio contra el medio del Otro. Todo es
al mismo tiempo trampa y ostentacin; la
realidad secreta del objeto es qu har
el Otro de l. Al mismo tiempo que la
pura materialidad circundante se
convierte en la unidad contradictoria de
dos totalizaciones opuestas, cada grupo,
en tanto que objeto entre los objetos, es
decir, en tanto que medio elegido por el
Otro para llegar a sus fines, se encuentra
objetivamente totalizado como
fragilidad material con todas las otras
estructuras materiales del campo. En
tanto que praxis superada, burlada, en
tanto que libertad engaada, utilizada
contra su voluntad (he indicado estas
relaciones en la primera parte), cada
individuo y cada pueblo se realizan
como caracterizados objetivamente por
la inercia de lo circundante; y este
carcter objetivo se manifestar an
mejor porque los campesinos que temen
a la razzia tomarn medidas ms
precisas para evitar a sta superando
aqulla. En la praxis solitaria, como
hemos visto, el cultivador se vuelve
objeto inerte para actuar sobre el suelo;
ahora reaparece su inercia, le llega por
otros hombres. Pero en un compromiso
la relacin de fuerzas le es favorable,
descubre su nuevo trabajo (la guerra es
un trabajo del hombre contra el hombre)
con el aspecto de un poder. Hay que
entender con lo dicho algo totalmente
nuevo, es decir, la eficacia de una
praxis humana a travs de la materia
contra la praxis del otro y la posibilidad
de transformar a un objeto objetivante en
objeto absoluto. Pero lo que nos interesa
particularmente, segn nuestro punto de
vista, es que cada metro cuadrado de
campo prctico totalice a los dos grupos
y a sus actividades para cada uno de sus
miembros en tanto que el terreno se
presenta como posibilidad permanente
de alienacin para cada uno y para
todos. La unidad negativa de la rareza
interiorizada en la reificacin de la
reciprocidad se reexterioriza para todos
nosotros en unidad del mundo como
lugar comn de nuestras oposiciones; y
esta unidad nos la reinteriorizamos
como nueva unidad negativa: estamos
unidos por el hecho de vivir todos en un
mundo definido por la rareza.
Desde luego que la rareza como
ya hemos visto puede ser la ocasin
de reagrupamientos sintticos cuyo
proyecto sea combatirla. En efecto, el
hombre produce su vida en medio de
otros hombres que tambin la producen
(o que la hacen producir por otros), es
decir, en el campo social de la rareza.
No tengo la intencin de estudiar el tipo
de grupos, de colectivos, de
instituciones que se forman en el campo
social: no se trata de reconstruir los
momentos de la Historia o las
descripciones de la sociologa. Por otra
parte, no es el momento de hablar de los
campos humanos en tanto que se unifican
por el impulso de una organizacin
activa de la multiplicidad, con funciones
diferenciadas: tenemos que proseguir
nuestra experiencia en el orden
regresivo y volver a la materialidad
como sntesis inerte de la pluralidad
humana. Sin embargo, no dejaremos este
estadio sin haber hecho algunas
indicaciones sobre estos grupos unidos y
diferenciados, pero nicamente en tanto
que luchan contra la rareza y que la
rareza les condiciona en sus estructuras.
Se constituyen y se institucionalizan no
en tanto que la rareza se le aparece a
cada uno en la necesidad a travs de la
necesidad de los Otros, sino en tanto que
est negada por el trabajo en el campo
unificado de la praxis. Con lo dicho
nicamente tenemos que entender que el
trabajo, como hemos visto, ante todo es
el organismo que se reduce a una
inercia dirigida para actuar sobre la
inercia y satisfacerse en tanto que
necesidad. Lo que, como sabemos, en s
no significa ni que exista en el campo de
la rareza ni que haya que definir al
trabajo como una lucha contra la rareza.
Pero en un campo social definido por la
rareza es decir, en el campo humano e
histrico, el trabajo se define
necesariamente para el hombre como
praxis que trata de saciar a la necesidad
en el marco de la rareza y por una
negacin participar de sta. En la caza,
por ejemplo, donde no se trata de la
produccin sistemtica de una
herramienta, sino de encontrar animales
que ya estn en el campo, no hay que
olvidar que la rapidez de la presa, la
distancia a la cual se mantiene como
trmino medio (vuelo de las aves
migratorias al cielo, etc.), los peligros
de toda especie, son factores de rareza.
El arma de caza aparece as como
creadora en el sentido en que,
negativamente, destruye en forma parcial
la distancia, opone su velocidad a la
velocidad del animal perseguido y
donde, positivamente, multiplica para el
cazador el nmero de presas posibles o
las ocasiones (lo que es lo mismo) de
alcanzar una. Y lo que es importante
en la perspectiva elegida aqu resulta
lo mismo declarar que la cantidad que
hay de posibilidades para que un
individuo o una familia estn
alimentados se multiplica con la
herramienta en un campo prctico dado
(porque este campo prctico, en el nivel
considerado, no est verdaderamente
cambiado por la herramienta), o al
menos, por el contrario, que la
herramienta supone una transformacin
del campo prctico para las poblaciones
que viven de la pesca y de la caza, si no,
tal vez, en toda su amplitud, al menos en
su diferenciacin y su aumento de
riquezas. El trabajo humano del
individuo (y en consecuencia el del
grupo) est as condicionado en su fin,
luego en su movimiento, por el proyecto
fundamental del hombre de superar
para l o para el grupo a la rareza
como peligro de muerte, sufrimiento
presente y relacin primitiva que
constituye a la vez la Naturaleza por el
hombre y el hombre por la Naturaleza.
Pero precisamente por eso, la rareza,
sin dejar de ser esta relacin
fundamental, va a calificar al grupo
entero o al individuo que la combaten
hacindose raros para destruirla. En
determinadas condiciones histricas
particulares, y si la tcnica permite
superar un estadio determinado de la
rareza, o con otras palabras, si el medio
trabajado por la generaciones
precedentes y los instrumentos (por su
cantidad y por su calidad) permite que
un nmero definido de trabajadores
aumente su produccin en unas
proporciones definidas, son los hombres
los que se vuelven raros o los que
corren el riesgo de ser raros en tanto que
unidades de trabajo que suprimen a la
rareza sobre la base de una produccin
organizada. Pero hay que entenderse: es
la rareza de los productos la que designa
a los hombres como rareza en un campo
social circunstancial (no en todos) al
mismo tiempo que sigue designndoles
como sobrantes conmutativamente en
tanto que hombres de la necesidad. Y
naturalmente, esta rareza de hombres
puede designar una estructura de la
organizacin tanto como otra (falta de
mano de obra, falta de obreros
profesionales, falta de tcnicos, falta de
cuadros). De todas formas, lo que cuenta
es lo siguiente: en el interior de un grupo
dado, el individuo est constituido en su
humanidad por los otros individuos
como un sobrante y a la vez como raro.
Su aspecto de sobrante es inmediato.
Su aspecto de objeto raro aparece en las
formas ms primitivas de la asociacin
prctica y crea una tensin perpetua en
una sociedad determinada. Pero en unas
sociedades determinadas, para modos
de produccin definidos, la rareza del
hombre en relacin con la herramienta
se puede transformar, con el efecto de
sus propios efectos, en rareza de la
herramienta en relacin con el hombre.
El fondo de la cuestin sigue siendo el
mismo: para una sociedad dada, la
cantidad de herramientas designa por s
misma a los productores, y, como
consecuencia, el conjunto de los
productores y de los medios de
produccin definen los lmites de la
produccin y el margen de no-
productores (es decir, de productores
rechazados) que la sociedad se puede
permitir. Los no-productores
suplementarios representan un excedente
que puede vegetar en la subalimentacin
o aniquilarse. Desde luego que esta
nueva forma de la rareza supone una
sociedad que descanse sobre
determinados trabajos hechos en comn
por un grupo organizado. Pero con esto
no hemos definido a una sociedad
histrica particular: la sociedad china
de tiempos de los emperadores en
tanto que est condicionada ante todo
por el rgimen de sus ros o la
sociedad romana en tanto que asegura
el dominio del mundo mediterrneo con
la construccin de un inmenso sistema
de comunicaciones responden a las
condiciones exigidas tan bien como el
capitalismo, aunque ese tipo de rareza
se haya desarrollado esencialmente en el
curso del movimiento de
industrializacin moderna. Pero de la
misma manera y en determinadas
circunstancias histricas estructuradas,
la desigualdad institucionalmente
establecida de las clases y de las
condiciones pueden causar una inversin
total de la situacin, es decir, una
rareza del consumidor en relacin con
el objeto producido. Se trata, claro est,
de una rareza relativa que se explica a
la vez con una determinada rigidez
material de la produccin (que se puede
rebajar bajo determinados lmites) y con
una eleccin social institucionalizada de
los consumidores (o ms bien de la
jerarqua de los consumidores, que
traiciona a las estructuras sociales
cristalizadas alrededor del modo de
produccin, lo que los marxistas llaman
relaciones de produccin). Resulta muy
claro que esta inversin caracteriza
sobre todo a nuestra sociedad capitalista
y que representa una expresin de su
condicin fundamental: la
superproduccin. Pero lo que desde la
antigedad ha hecho que las compaas
martimas se dedicasen al comercio por
mar (es decir, a la bsqueda de nuevos
productos o de materias primas, y sobre
todo a la organizacin de una
reciprocidad de mercados) es la
ausencia de un mercado interno capaz de
absorber toda la produccin, y es
tambin esta ausencia lo que ha llevado
a las potencias continentales al
imperialismo militar. Pero esta rareza
del hombre en relacin con su producto,
ltima vuelta de la dialctica de la
rareza, supone como su condicin
esencial la rareza del producto en
relacin con el hombre. Esta rareza
existe como determinacin fundamental
del hombre: ya se sabe que la
socializacin de la produccin no la
suprime sino en el curso de un largo
proceso dialctico ciel que an no
conocemos el trmino. La rareza del
consumidor en relacin con tal o tal
producto est condicionada por la rareza
de todos los productos en relacin con
todos los consumidores. En efecto,
determinadas relaciones de produccin
que excluyen institucionalmente a
determinados grupos sociales del
consumo pleno y que reservan este
consumo para otros grupos (en cantidad
insuficiente como para consumir todo),
se han definido, a partir del modo de
produccin, sobre la base de aquella
rareza fundamental. Es totalmente intil
exponer aqu la dialctica de la
superproduccin y de las crisis que
engendra: lo que importa es slo indicar
que, en el conjunto del proceso, arruina
al capitalista por falta de salidas, en
rgimen de competencia en la medida
en que aumenta la pauperizacin del
proletariado, es decir, en que aumenta
para l la rareza de los objetos de
primera necesidad. En este nivel de la
contradiccin resulta perfectamente
lgico que veamos a una misma
sociedad liquidando a una parte de sus
miembros como sobrantes y destruyendo
a una parte de sus productos porque la
produccin da excedentes en relacin
con el consumo. Aunque se distribuyese
por nada y precisamente a los que se
deja morir, de todas formas sabemos que
apenas si mejoraramos su suerte: el
cambio tiene que tener lugar en el nivel
del modo de produccin y de las
relaciones fundamentales que engendra
para que la posibilidad de la rareza de
los consumidores en todo caso sea
excluida y para que la realidad
fundamental pueda ser eliminada en un
proceso de larga duracin. Segn el
punto de vista de las estructuras lgicas
de la Historia, lo que nos interesa es que
el proceso histrico se constituya a
travs del campo de la rareza: si
actualiza todas las posibilidades
dialcticas, es por su materialidad de
hecho contingente, surgido de una
primera contingencia. Pero,
considerando cada caso aisladamente,
aunque no hayan podido desarrollarse
todos estos momentos dialcticos (basta
con considerar a los pueblos sin historia
o a determinadas naciones asiticas que
han tenido que interiorizar la relacin
fundamental del hombre con la mquina
que el Occidente capitalista les impuso
primero en su empresa colonialista), en
cuanto aparecen como estructuras de
inteligibilidad en una historia en curso,
son ellos los que permiten aprehenderla
como racionalidad total.
RAREZA Y MARXISMO
LOS COLECTIVOS
DEL GRUPO A LA
HISTORIA
A
DEL GRUPO. LA
EQUIVALENCIA DE LA
LIBERTAD COMO
NECESIDAD Y DE LA
NECESIDAD COMO
LIBERTAD. LMITES Y
ALCANCE DE TODA
DIALCTICA REALISTA
La necesidad del grupo, como hemos
visto, no est dada a priori en una
reunin cualquiera. Por el contrario,
hemos sealado ms arriba que la
reunin, con su unidad serial (en tanto
que unidad negativa de la serie para
oponerse como negacin abstracta a la
serialidad), nos da las condiciones
elementales de la posibilidad de
constituir un grupo para sus miembros.
Todo esto es abstracto. Desde luego que
todo sera ms fcil en una dialctica
transcendental e idealista: veramos
cmo el movimiento de integracin por
el cual cada organismo contiene y
domina a sus pluralidades inorgnicas,
se transforma por s mismo, en el nivel
de la pluralidad social, en integracin
de los individuos en una totalidad
orgnica. As, en relacin con los
organismos singulares, el grupo
funcionara como un hiperorganismo. A
este idealismo organicista se le ha visto
renacer siempre como modelo social del
pensamiento conservador (se opuso, con
la Restauracin, al atomismo liberal;
despus de 1860 trat de disolver las
formaciones de clase en el seno de una
solidaridad nacional). Pero sera
totalmente inexacto reducir la ilusin
organicista al papel de teora
reaccionaria. En realidad, resulta fcil
ver que el carcter orgnico del grupo
es decir, su unidad biolgica se
descubre como un momento determinado
de la experiencia. En cuanto a nosotros,
que abordamos el tercer estadio de la
experiencia dialctica, diremos que la
estructura orgnica es ante todo la
apariencia ilusoria e inmediata del
grupo cuando se produce en el campo
prctico-inerte y contra ese campo.
Marc Bloch mostr en dos obras
notables cmo en el siglo XII, e incluso
antes, la clase noble, la clase burguesa y
la clase de los siervos para no hablar
sino de stas tenan una existencia de
hecho si no de derecho. Hubiramos
dicho con nuestro lenguaje que eran
colectivos. Pero los repetidos esfuerzos
de los burgueses enriquecidos, a ttulo
de individuos, para integrarse en la
clase noble provocan un estrechamiento
de sta: pasa de un estatuto de hecho a
un estatuto jurdico; por medio de una
empresa comn, impone condiciones
draconianas a los que quieren ingresar
en la caballera, de tal manera que esta
institucin-mediadora entre las
generaciones se vuelve rgano
selectivo. Slo que al mismo tiempo
condiciona la conciencia de clase entre
los siervos. Mientras no est hecha la
unificacin jurdica de los castellanos,
cada siervo considera su situacin como
un destino singular, la vive como un
conjunto de relaciones humanas con una
familia de terratenientes; dicho de otra
manera, como un accidente. Pero al
proponerse para s, la nobleza constituye
ipso facto la servidumbre como
institucin jurdica y descubre a los
siervos su intercambiabilidad, su comn
impotencia y sus intereses comunes. Esta
revelacin es uno de los factores que
habrn de condicionar las sublevaciones
campesinas (jacqueries) en los siglos
siguientes. El ejemplo dado no tiene otro
fin que mostrar cmo en el movimiento
de la Historia, una clase de explotacin,
al estrechar sus lazos contra el enemigo
y al tomar conciencia de s misma como
unidad de individuos solidarios,
descubre a las clases explotadas su ser
material como colectivo y como punto
de partida de un intento continuado para
establecer lazos vividos de solidaridad
entre sus miembros. No tiene nada de
extrao: en esta casi-totalidad inerte y
removida sin cesar por enormes
movimientos de contra-finalidad, tienen
importancia la colectividad histrica y
la ley dialctica; la constitucin de un
grupo (sobre la base, claro est, de
condiciones reales y materiales) como
conjunto de solidaridades tiene por
consecuencia dialctica el que se haga
de l la negacin del resto del campo
social y, como consecuencia, el que se
susciten en este campo en tanto que est
definido como no-agrupado las
condiciones propias de un
reagrupamiento antagnico (todo sobre
la base de la rareza y en el interior de
regmenes desgarrados). Pero lo que
aqu importa sobre todo es que los no-
agrupados se comportan desde fuera
frente al grupo ponindole mediante su
praxis como una totalidad orgnica.
As toda nueva organizacin colectiva
encuentra su arquetipo en cualquiera
otra ms antigua, ya que la praxis como
unificacin del campo prctico estrecha
objetivamente los lazos del grupo-
objeto. Llama la atencin que nuestras
ms elementales conductas se dirijan a
los colectivos exteriores como si fueran
organismos. La estructura del
escndalo, por ejemplo, es para cada
uno la de un colectivo tomado en
totalidad: cada uno, en el teatro, ante
cada rplica de una escena que le parece
escandalosa, est condicionado en
realidad por la reaccin serial de los
vecinos, el escndalo es el Otro como
razn de una serie. Pero en cuanto
tienen lugar las primeras
manifestaciones de escndalo (es decir,
los primeros actos del que acta para
los Otros en tanto que es Otro distinto
que s), se vuelven la unidad viva de la
sala contra el autor, simplemente porque
el primer manifestante por su unidad de
individuo realiza esta unidad para cada
uno en la trascendencia. An quedar en
cada uno una contradiccin profunda, ya
que esta unidad es la de todos los Otros
(comprendido l mismo) en tanto que
Otros y por Otro: el manifestante no ha
revelado o expresado la opinin comn,
sino que ha presentado en la unidad
objetiva de una accin directa (gritos,
insultos, etc.) lo que an no exista para
cada uno sino como la opinin de los
Otros, es decir, como su unidad giratoria
y serial. Pero en cuanto el escndalo se
cuenta y se comenta, se vuelve, para
todos los que no han asistido a l, la
aparicin de un suceso sinttico, que da
la unidad provisional de un organismo al
pblico que asista esa noche a la
representacin. Todo resulta claro si
situamos a los no-agrupados que se
descubren como colectivo por su
impotencia en relacin con el grupo que
descubren. En la medida en que el
grupo, por la unidad de su praxis, les
determina en su inercia inorgnica,
aprehenden sus fines y su unidad a
travs de la libre unidad unificadora de
su praxis individual y sobre el modelo
de esta libre sntesis que es
fundamentalmente la temporalizacin
prctica del organismo. En el campo
prctico, en efecto, toda multiplicidad
exterior se vuelve para cada agente el
objeto de una sntesis unificadora (y ya
hemos visto que el resultado de esta
sntesis es disimular la estructura serial
de las reuniones); pero el grupo que yo
unifico en el campo prctico, en tanto
que grupo se produce como ya
unificado, es decir, como estructurado
por una unidad que escapa por principio
a mi unificacin y la niega (en tanto que
es praxis que me arroja a la
impotencia). Esta libre unidad activa
que se me escapa aparece, en mi campo
prctico y perceptivo, como la sustancia
de una realidad de la que yo slo he
unificado la multiplicidad como pura
materialidad de apariencia; o, si se
prefiere, no llevo la inercia que
constituye necesariamente el fundamento
real del grupo (como inercia superada y
conservada) a cargo de la comunidad
activa; muy por el contrario, es mi
praxis la que la toma a cuenta suya en su
movimiento unificacin Y la accin
comn, que se me escapa, se vuelve
realidad de esta apariencia, es decir,
sustancia prctica y sinttica, totalidad
que gobierna a sus partes, entelequia,
vida. O, en otro grado de la percepcin
y para otros grupos, Gestalt.
Encontraremos este organicismo ingenuo
como relacin inmediata del individuo
con el grupo y como ideal de integracin
absoluta. Aqu slo se trataba de
rechazar al organicismo bajo todas sus
formas. En ningn caso y de ninguna
manera la relacin de grupo como
determinacin de un colectivo y como
perpetua amenaza de volver a caer en el
colectivo con su inercia de
multiplicidad puede dejar de devolverse
a la relacin del organismo con las
sustancias inorgnicas que lo componen.
Pero si no existe el proceso
dialctico por el que el momento de la
antidialctica se vuelve mediacin por
l mismo entre las dialcticas mltiples
del campo prctico y la dialctica
constituida, como praxis comn,
comporta la aparicin del grupo su
inteligibilidad propia? Siguiendo el
mtodo que hemos empleado hasta aqu,
vamos a tratar de encontrar en la
experiencia las caractersticas y los
momentos de un proceso cualquiera de
agrupamiento, con la nica intencin
crtica de determinar su racionalidad.
Tendremos, pues, que estudiar
sucesivamente en la experiencia la
gnesis de un grupo, las estructuras de
su praxis o, con otras palabras, la
racionalidad dialctica de la accin
colectiva, en fin, el grupo como
pasin, es decir, en tanto que lucha en s
mismo contra la inercia prctica que le
afecta.
***
Har dos observaciones previas.
Primero, sta: hemos declarado que la
reunin inerte con su estructura de
serialidad es el tipo fundamental de la
socialidad. Pero nunca hemos credo dar
a esta proposicin un carcter histrico,
y el trmino fundamental no podra
designar aqu una prioridad temporal.
Quin podra afirmar que el colectivo
ha precedido al grupo? No se puede
formular ninguna hiptesis sobre esta
cuestin; mejor dicho a pesar de los
datos de la prehistoria y de la etnografa
ninguna tiene sentido; por lo dems,
la perpetua metamorfosis de las
reuniones en grupos y de los grupos en
reuniones hara que de todas formas
fuese imposible decidir a priori si tal
reunin es una realidad histricamente
primera o si es la decadencia de un
grupo que ha vuelto a tomar el campo de
la pasividad; en cada caso, slo el
estudio de las estructuras y de las
condiciones anteriores puede permitir
una decisin, aunque no siempre puede.
Ponemos la anterioridad lgica del
colectivo por la simple razn de que los
grupos se constituyen por lo que la
Historia nos dice como sus
determinaciones y sus negaciones. Dicho
de otra manera, lo superan y lo
conservan. Por el contrario, aunque el
colectivo resulte de una desintegracin
de grupos activos, no conserva nada de
ellos en tanto que colectivo, salvo
estructuras muertas y osificadas que
disimulan mal la fuga de la serialidad.
De la misma manera, el grupo,
cualquiera que sea, contiene en l sus
razones para caer en el ser inerte de la
reunin: la desintegracin del grupo
como veremos tiene una
inteligibilidad a priori. Pero el
colectivo, por el contrario en tanto
que tal y sin accin de factores que
vamos a buscar, lo ms que contiene
es la posibilidad de una unin sinttica
de sus miembros. En fin, cualquiera que
sea la prehistoria, lo que aqu importa,
en una historia condicionada por la
lucha de clases, es mostrar el paso de
las clases oprimidas del estado de
colectivo a la praxis revolucionaria de
grupo. Esto importa sobre todo porque
ese paso se ha operado realmente en
cada caso.
Pero ya que estamos en las
relaciones de clase, har, en segundo
lugar, la observacin de que sera
prematuro considerar a estas clases en
tanto que tambin son grupos. Para fijar
las condiciones de inteligibilidad,
trataremos de tomar y de estudiar, como
para los colectivos, grupos efmeros y
de superficie, rpidamente formados,
rpidamente deshechos, para llegar
progresivamente a los grupos
fundamentales de la sociedad.
El origen del trastorno que desgarra
al colectivo con el relmpago de una
praxis comn es evidentemente una
transformacin sinttica y, en
consecuencia, material que tiene lugar
en el marco de la rareza y de las
estructuras existentes; para organismos
cuyos riesgos y cuyo movimiento
prctico tanto como el sufrimiento
residen en la necesidad, el
acontecimiento-motor es el peligro, en
todos los niveles de materialidad (es
decir, ya sea el hambre, ya la bancarrota
cuyo sentido es el hambre, etc.), o las
transformaciones de la instrumentalidad
(las exigencias de la herramienta y su
rareza reemplazando a la rareza del
objeto inmediato de la necesidad, los
arreglos de la herramienta aprehendidos
en su significado ascendente como
arreglos necesarios del colectivo).
Dicho de otra manera, sin la tensin
original de la necesidad como relacin
de interioridad con la Naturaleza, el
cambio no tendra lugar, y,
recprocamente, no existe praxis comn,
en cualquier nivel que se site, cuyo
significado regresivo o descendente no
se relacione directa o indirectamente
con esta tensin primera. Ante todo hay,
pues, que concebir que el origen de una
reestructuracin de colectivo en grupo
es un hecho complejo que tiene lugar al
mismo tiempo en todos los pisos de la
materialidad, pero que est superado en
praxis organizadora en el nivel de la
unidad serial. Sin embargo, por
universal que sea, el acontecimiento no
puede ser vivido como su propia
superacin hacia la unidad de todos
salvo si su universalidad es objetiva
para cada uno, o, si se prefiere, salvo si
crea en cada uno una estructura objetiva
unificadora. Hasta aqu, en efecto en
la dimensin del colectivo, lo real se
defina por su imposibilidad. Lo que se
llama sentido de las realidades
significa exactamente: sentido de lo que
por principio est prohibido. La
transformacin tiene, pues, lugar cuando
la imposibilidad es ella misma
imposible, o, si se prefiere, cuando el
acontecimiento sinttico revela la
imposibilidad de cambiar como
imposibilidad de vivir[172]. Lo que tiene
como efecto directo que la
imposibilidad de cambiar se vuelva el
objeto que se tiene que superar para
continuar la vida. Dicho de otra manera,
desembocamos en un crculo vicioso: el
grupo se constituye a partir de una
necesidad o de un peligro comn y se
define por el objetivo comn que
determina a su praxis comn; pero ni la
necesidad comn ni la praxis comn ni
el objetivo comn pueden definir a una
comunidad si sta no se vuelve
comunidad al sentir como comn la
necesidad individual y al proyectarse en
la unificacin interna de una integracin
comn hacia objetivos que produce
como comunes. Sin el hambre, este
grupo no se habra constituido; pero de
dnde viene que se defina como lucha
comn contra una necesidad comn?
Por qu los individuos como tambin
ocurre no se han disputado como
perros los alimentos en tal caso
particular? Esto nos lleva a preguntar
cmo se opera una sntesis cuando el
poder de unidad sinttica est en todas
partes (en todos los individuos como
libre unificacin del campo) y a la vez
en ninguna parte (en tanto que se trate de
una libre unificacin transcendente de la
pluralidad de las unificaciones
individuales). No olvidemos, en efecto,
que el objeto comn como unidad fuera
de s de lo mltiple es ante todo el
productor de la unidad serial, y que la
estructura antidialctica del colectivo, o
alteridad, se constituye sobre la base de
esta doble determinacin.
Pero esta ltima observacin
precisamente puede ayudarnos. Si, en
efecto, es el objeto mismo el que se
produce como lazo de alteridad entre los
individuos del colectivo, la estructura
serial de la multiplicidad depende en el
fondo de las caractersticas
fundamentales del objeto mismo y de su
relacin original con todos y cada uno.
Ocurre as que el conjunto de los medios
de produccin, en tanto que son la
propiedad de los Otros, da al
proletariado la estructura original de
serialidad porque este conjunto se
produce l mismo como conjunto
indefinido de objetos cuyas exigencias
reflejan la demanda de la clase
burguesa como serialidad del Otro.
Pero, inversamente, en la experiencia se
puede considerar a los objetos comunes
que constituyen por ellos mismos y en el
campo prctico-inerte el esbozo de una
totalidad (como totalizacin de lo
mltiple por el Otro a travs de la
materia) y preguntarse si deben
constituir ellos tambin lo mltiple
considerado serialidad.
El pueblo de Pars se encuentra en
estado de insurreccin desde el 12 de
julio. Su clera tiene causas profundas
que an no han alcanzado a las clases
populares sino en su impotencia comn
(el fro, el hambre, etc., sufrido todo con
resignacin, esta conducta serial que se
da falsamente como una virtud
individual, o explosiones inorgnicas,
motines, etc.). A partir de qu
circunstancias exteriores se van a
constituir los grupos? En primer lugar
(tomo aqu el orden temporal), porque
un grupo institucional y prctico, los
electores de Pars, en tanto que se haba
constituido conforme a las
prescripciones reales, y en tanto que
deliberaba de manera permanente, a
pesar o contra estas prescripciones,
designaba la reunin inerte de los
parisienses como poseyendo una
realidad prctica en la dimensin de la
praxis colectiva: la asamblea de los
electores era la unidad activa como ser-
fuera-de-s-en-la-libertad de la reunin
inerte. Sin embargo, esta totalizacin no
bastaba: la representacin, en efecto,
consiste en definir a un grupo activo
por un procedimiento cualquiera
como proyeccin de la reunin inerte en
el medio inaccesible de la praxis. Por
ejemplo, en las democracias burguesas,
el escrutinio es un proceso pasivo y
serial. Desde luego que cada elector ha
determinado su voto en tanto que Otro y
por los Otros; pero en lugar de
determinarlo en comn y como praxis en
unidad con los Otros, lo deja definir
inertemente y en serialidad por la
opinin. La asamblea elegida representa
as la reunin en tanto que no se ha
reunido an, en tanto que sus miembros
son los productos inertes de una
alteridad inerte y que la multiplicidad
bruta como relacin numrica de los
partidos expresa las relaciones de
impotencia de los colectivos entre ellos
y las relaciones de fuerza en tanto que
estas fuerzas son fuerzas de inercia.
Pero en cuanto se organiza la asamblea,
en cuanto se constituye su jerarqua, en
cuanto se define (por las alianzas de los
partidos) como un grupo determinado
(caracterizado por la permanencia de
una mayora de recambio, por la
complicidad de todos los partidos
contra uno solo, etc.), esta praxis real
(en la que el voto de las leyes, los
escrutinios de confianza, etc., slo
formalmente tienen el aspecto de la
eleccin original como alteridad infinita
de soledades pero expresan
numricamente a ttulo de smbolo
acuerdos, desacuerdos, alianzas, etc., de
los grupos de la mayora entre ellos) se
da a la vez como la representacin fiel
de la reunin lo que en cualquier caso
no puede ser porque est organizada y
como su eficacia dialctica. Pero en
esta manera misma de penetrar la
reunin con una falsa unidad
totalizada[173]: Franceses, vuestro
gobierno, etc., se remite la reunin a
su estatuto de impotencia. Francia como
totalidad se realiza fuera de la reunin
por su gobierno; ese gobierno como
libre totalizacin del colectivo descarga
a los individuos de la preocupacin de
determinar al grupo con su inerte
socialidad. En la medida, pues, en que, a
travs de las luchas de los nuevos
grupos, los conflictos de clase y las
crisis sociales no oponen la reunin
contra el cuerpo legislativo y contra el
poder ejecutivo, la existencia de stos
es necesariamente un engao que lleva
lo colectivo a la inercia: los poderes
quedan delegados por la pasividad
serial y la afirmacin de nuestra unidad
all, en la presidencia del Consejo, nos
lleva en todos los casos a la alteridad
infinita. En este sentido, estos electores
de Pars no son necesariamente un
factor de unificacin prctica. Sobre
todo teniendo en cuenta que temen las
violencias populares tal vez an ms
que las violencias del gobierno. Sin
embargo, pueden volverse
representacin, a condicin de que las
circunstancias esbocen la unificacin en
otro lugar, pero esta vez a ttulo de
unidad que se tiene que reintegrar como
praxis unificadora en la reunin misma y
como negacin de la impotencia.
Ahora bien, el gobierno constituye
desde el exterior a Pars como totalidad.
El 8 de julio, Mirabeau seala a la
Asamblea nacional (pero su discurso lo
conocen en seguida los parisienses) que
entre Versalles y Pars hay 35 000
hombres y que se esperan 20 000. Y
Luis XVI contesta a los diputados: Es
necesario que emplee mi poder para
restablecer y para mantener el orden en
la capital Esos son los motivos que
me han llevado a hacer esta
concentracin de tropas alrededor de
Pars. Y en la maana del domingo 12
la ciudad est designada a ella misma,
en el interior de ella misma, con carteles
Por orden del rey que insinan que la
concentracin de tropas que tiene lugar
alrededor de Pars est destinada a
proteger a la ciudad contra los bandidos.
As el lugar como tensin prctico-
inerte y como exis de la concentracin
de Pars est constituido por una praxis
exterior y organizada como totalidad.
Esta totalidad, por lo dems, como
objeto de praxis (ciudad que se tiene
que rodear, disturbios que se tienen que
impedir) es por ella misma una
determinacin del campo prctico-
inerte; la ciudad es a la vez el lugar en
su configuracin totalizada y
totalizadora (el estado de sitio que se
esboza la determina como continente) y
la poblacin que est designada con la
forma de materialidad sellada por el
acto militar que la produce como
multitud encerrada. Los rumores, los
carteles, las noticias (particularmente
las de la partida de Necker) transmiten a
cada uno su designacin comn: es
partcula de una materialidad sellada.
En este nivel, podra decirse que la
totalidad de cerco es vivida en la
serialidad. Es lo que se llama la
efervescencia: corren por las calles,
gritan, se renen, queman las barreras de
consumos. El lazo de los individuos
entre s bajo las diversas formas
reales que pueda adoptar es el de la
alteridad como inmediata revelacin de
s en el Otro. La imitacin que he
descrito en otro lugar es una de las
manifestaciones de esta alteridad de
casi-reciprocidad. Esta estructura de
alteridad se constituye por la accin de
la suerte comn como totalidad[174] (es
decir, como objetivo prctico de los
ejrcitos reales[175], aqu es una
totalidad de destruccin en tanto que los
individuos estn designados por su
pertenencia idntica a una misma
ciudad) sobre la serialidad como fuga
inerte: amenazando con destruir a la
serialidad por el orden negativo de la
matanza, las tropas como unidades
prcticas dan esta totalidad sufrida
como negacin en cada uno pero
negacin posible de la serialidad. Es
as cmo por la coexistencia de las dos
estructuras, siendo una la negacin
posible y futura de la otra (y al mismo
tiempo la negacin de todos en cada
uno), cada uno contina vindose en el
Otro, pero se ve como s mismo, es
decir, aqu, como totalizacin en l de la
poblacin parisiense, por el sablazo o
por el disparo que lo exterminar. Y esta
situacin funda lo que se llama
impropiamente contagio, imitacin, etc.:
en estas conductas, en efecto, cada uno
ve en el Otro a su propio porvenir y
descubre a partir de ah su acto presente
en el acto del Otro; imitar en esos
movimientos todava inertes es
descubrirse al mismo tiempo, haciendo
all su propia accin en el Otro, y aqu,
en s mismo, la accin del Otro, huyendo
la fuga del Otro y su propia fuga[176],
atacando con un ataque nico en el Otro
y por sus propios puos, sin acuerdo ni
inteligencia (es precisamente lo
contrario de un acuerdo), pero
realizando y viviendo la alteridad a
partir de la unidad sinttica de una
totalizacin organizada y por venir de la
reunin por un grupo exterior.
En Pars mismo se producen luego
incidentes, en las barreras y en los
jardines de las Tulleras, entre
destacamentos militares y agrupaciones
de imitacin. Resulta un nuevo brote de
violencia serial y defensiva: asaltan a
los armeros. Esta respuesta
revolucionaria a una situacin que se
agravaba de minuto en minuto, tiene
naturalmente la importancia histrica de
un acto comn y organizado. Pero
precisamente no es uno. Es una conducta
colectiva: cada uno est determinado a
armarse por el esfuerzo de los Otros
para encontrar armas y cada uno trata de
llegar antes que los Otros, ya que en el
marco de la rareza que acaba de
aparecer, el esfuerzo de cada uno para
tomar un fusil se vuelve peligro para el
Otro al quedar desarmado; al mismo
tiempo se constituye con relaciones de
imitacin y de contagio, cada uno se
encuentra en el Otro por la manera que
tiene de hacer lo mismo; sin embargo,
esas reuniones violentas y eficaces son
perfectamente inorgnicas, pierden
unidades, vuelven a encontrarlas sin que
nada haya cambiado en lo que
podramos llamar, como Durkheim
aunque con otro sentido, la solidaridad
mecnica de sus miembros; adems
corren el riesgo de pelearse despus
entre ellos (ruptura del colectivo en
reciprocidades de antagonismo) para
disputarse un fusil. Si el sentido de esta
actividad pasiva es revolucionario, lo es
ante todo en la medida en que la unidad
de impotencia (es decir, la inercia) se ha
transformado en multitud en masa, en
peso de la cantidad, por la accin de
una praxis exterior. Porque esta multitud
que est an estructurada en alteridad en
el interior de ella misma, encuentra, en
su misma desorganizacin, una fuerza
mecnica irresistible para romper las
resistencias espordicas d los armeros.
Pero el otro factor que crear muy
pronto la praxis revolucionaria del
grupo es que el acto individual de
armarse, en tanto que es en l mismo un
proceso complejo cuyo fin es para cada
uno la defensa de su propia vida y cuyo
motor es la serialidad, se vuelve por l
mismo y en su resultado un doble
significado de libertad. En tanto que
cada uno quiere defender su vida contra
los dragones, el resultado en el campo
de la praxis o, si se quiere, en tanto
que el gobierno intenta una poltica de
fuerza y que este intento de prctica
organizada determina el campo entero
como prctica, con lo que puede ayudar
a esta poltica y lo que puede oponerse a
ello es que el pueblo de Pars se ha
armado contra el rey. Dicho de otra
manera, la praxis poltica del gobierno
aliena las reacciones pasivas de
serialidad a su libertad prctica; con la
perspectiva de esta praxis, en efecto, la
actividad pasiva de la reunin le est
robada en su pasividad, la serialidad
inerte se encuentra en el otro lado del
proceso de alteridad como un grupo
unido que ha producido una accin
concertada y no slo para los jefes de
ejrcito que lo saben, sino para la
poblacin parisiense que reinterioriza
este saber como estructura de unidad. La
unidad tambin est aqu en otro lugar,
es decir, pasada y futura. Pasada: el
grupo ha cometido un acto y el
colectivo lo verifica con sorpresa como
un momento de su actividad pasiva: ha
sido grupo. Y este grupo se ha definido
por una accin revolucionaria que hace
que el proceso sea irreversible. Futuro:
las armas, en la medida en que las han
tomado para oponerse a la accin
concertada de una tropa militar, esbozan
en su materialidad la posibilidad de una
resistencia concertada.
La inquietud de los electores va a
crear grupos institucionales en el
interior de la reunin y como unidades
negativas. En efecto, deciden
restablecer una milicia de cuarenta y
ocho mil ciudadanos y encargan a los
distritos que la constituyan. El fin
confesado es evitar los disturbios. En
este nuevo momento, la milicia futura
aparece como extrada de la
concentracin y destinada a combatirla,
cuando la mayora de la poblacin no
tiene ningn temor de los disturbios y
en realidad slo ve un peligro real en
las tropas acantonadas alrededor de la
capital. Y en la medida en que los
distritos tratan de formar las milicias
como pueden, estos grupos en
formacin, contrariamente a los grupos
representativos, contribuyen a producir
la unidad de la reunin. La
representacin, en efecto, se da como
la reunin misma en la dimensin de la
praxis organizada, luego, como hemos
visto, contribuye a mantenerla en su
inercia; por el contrario, la milicia se
produce como cuerpo organizado para
realizar la negacin prctica de la
reunin: impedir las reuniones y
desarmar a los ciudadanos. De esta
manera contribuye a descubrir en la
reunin su realidad de ser organizado.
Porque tiene que impedir por la fuerza
la existencia de ese ser organizado que
se ha armado ayer y que se defender
maana. O, si se prefiere, estos grupos
prefabricados son antigrupos que se
revelan en la reunin como encargados
de mantenerla en su estructura de
impotencia serial. Por ellos algo se
manifiesta como lo que est negado, lo
que tiene que ser impedido, y cada
miembro de la reunin en tanto que est
designado imperativamente en su
inercia[177] aprehende la unidad
profunda tras la serialidad como una
ausencia y como una posibilidad
fundamental. Al mismo tiempo, las
milicias como grupos prefabricados
representan, aunque en lo negativo, una
determinacin sinttica de la reunin. Y
el hecho de que hayan sido determinadas
en l desde el exterior por rganos
institucionales o semiinstitucionales se
manifiesta en tanto que tiene que ser
negacin negada como lo que exige
que sea destruido por una unificacin
llevada a cabo desde el interior por la
misma reunin. La contradiccin
violenta de la milicia y del pueblo, al
producirse en el interior de ste,
produce la posibilidad de una unidad
interna como negacin de la unidad de
exterioridad. La milicia, en tanto que
an es un sello puesto en una
multiplicidad, no puede contradecirse y
disolverse sino en una organizacin
libre. La libertad como simple
determinacin positiva de la praxis
organizada a partir de sus objetivos
reales (defenderse contra los soldados
del prncipe de Lambesc) se
manifiesta como la necesidad de
disolver a la necesidad. A partir de ah,
se instaura en la Alcalda una dialctica
entre las autoridades constituidas que no
quieren dar las armas, tergiversando y
encontrando escapatorias, y la
muchedumbre, cada vez ms
amenazadora, que se descubre a travs
de las conductas de los electores, del
preboste de los comerciantes, etc., como
unidad-exis. Cuando se encuentran unos
trapos en las cajas de armas prometidas
por Flesselles, la muchedumbre juzga
que ha sido engaada, es decir, que
interioriza la conducta de Flesselles y la
aprehende, no en su serialidad, sino
contra la serialidad como una especie de
sntesis pasiva. En efecto, el engao
como procedimiento se coloca en el
marco de una relacin antagnica de
reciprocidad. Y el engaador[178],
Flesselles, confiere a la fuga en
alteridad una especie de unidad
personal; y esta unidad personal
caracteriza necesariamente a la reaccin
de clera que la expresa, y, para la
reunin misma, la descubre: cada uno
reacciona de una manera nueva. Ni en
tanto que individuo ni en tanto que Otro,
sino como encarnacin singular de la
persona comn. Esta nueva reaccin no
tiene en s nada de mgico: expone,
simplemente, la reinteriorizacin de una
reciprocidad.
A partir de ese momento, algo est
dado que no es ni el grupo ni la serie,
sino lo que llam Malraux en lEspoir el
Apocalipsis, es decir, la disolucin de
la serie en el grupo en fusin. Y este
grupo, an no estructurado, es decir,
totalmente amorfo, se caracteriza como
lo contrario inmediato de la alteridad:
en la relacin serial, en efecto, la unidad
como Razn de la serie est siempre en
otro lugar; en el Apocalipsis, aunque la
serialidad se mantenga por lo menos
como proceso en vas de liquidacin
y aunque siempre pueda reaparecer,
la unidad sinttica siempre est aqu; o,
si se prefiere, en cada lugar de la
ciudad, en cada momento, en cada
proceso parcial, la partida se juega por
entero y el movimiento de la ciudad
encuentra en ella su terminacin y su
significado. Al caer la noche escribe
Montjoye, Pars fue una ciudad nueva.
Unos caonazos disparados con
intervalos advertan a la poblacin que
se mantuviese alerta. Al ruido del can
se una el de las campanas, que no
dejaban de tocar alarma. Las sesenta
iglesias donde se haban reunido los
habitantes rebosaban de gente. Cada uno
se converta en orador[179].
El grupo en fusin es la ciudad.
Vamos a mostrar en seguida en qu se
distingue de la serialidad. Pero antes
hay que precisar que si no se estructura
en un desarrollo temporal cuya
velocidad y cuya duracin dependen
evidentemente de las circunstancias y de
la situacin, se fijar en colectivo. En
realidad, el grupo en fusin es an la
serie que se niega reinteriorizando las
negaciones exteriores, o, si se quiere, no
hay diferencia en ese momento entre lo
positivo mismo (grupo en vas de
constitucin) y esta negacin que se
niega (serie en disolucin). Se puede
mostrar que la primera
estructuracin (en tanto que proviene del
grupo mismo) viene a un barrio, como
parte de un todo fluido, de su estructura
prctico-inerte. El barrio de Saint-
Antoine siempre haba vivido a la
sombra de la Bastilla: ese castillo negro
amenaza, no tanto como prisin, sino
con sus caones; es el smbolo de la
fuerza represiva, como lmite de un
barrio miserable e inquieto. Adems,
refriegas y motines reprimidos en
particular la sangrienta represin del
mes de abril (asunto Rveillon) se
mantenan en el interior de la reunin
misma como una exis (se trata de una
memoria colectiva que pasa a la
estructura comn; tendremos que
ocuparnos de ello). De momento, no
considero ni siquiera la fuerza explosiva
que puede contener esta exis, dentro de
la hiptesis de una situacin de energa
por disolucin de los lazos de
impotencia; lo que nos interesa, segn el
punto de vista de la gnesis de un grupo
activo, es que esta exis de hecho
estructura un camino, es en primer lugar
determinacin hodolgica del espacio
vivido del barrio. Y este camino es
negativo: es la posibilidad que tienen
las tropas de meterse en el barrio
entrando por el Oeste y por el Noroeste
para cometer ah las matanzas (como en
abril)[180]. Dicho de otra manera, la
unidad prctico-inerte del campo est
determinada, en el momento en que la
serie est en vas de disolucin, como
acto posible de penetracin por el Otro,
es decir, por una libre organizacin
enemiga. Al mismo tiempo, esta
posibilidad actualiza la amenaza de la
Bastilla: es para la poblacin del barrio
la posibilidad de que la cojan entre dos
fuegos. Y esta posibilidad le enva a su
separacin fundamental y social (hago
alusin a ello en la nota precedente) que
al mismo tiempo es su unidad negativa.
Naturalmente, todo esto slo est vivido
an en la inquietud durante los primeros
das de julio. Pero la intervencin de las
tropas en las Tulleras hace que, en
cuanto llega la noticia a Saint-Antoine,
actualice la posibilidad de una matanza
especial en el barrio. En efecto, la
noticia, llevada por los Otros y creda
en tanto que es Otra, est necesariamente
aprehendida, en lo prctico-inerte, como
la verdad del barrio en tanto que Otro,
es decir, en tanto que se da por Otros
como otro acontecimiento, llegado a
Otros. Pero esta alteridad misma es
signo: esta refriega en el centro de Pars
slo es la determinacin de llevar la
represin hasta el extremo en tanto que
se manifieste como signo es decir,
como primera accin en el barrio menos
expuesto a este gnero de expedicin,
luego es la exterminacin del barrio de
Saint-Antoine, definida por los
esquemas pasados pero recientes del
asunto Rveillon, la que es la
significacin real aunque futura del
asunto de las Tuberas. O, lo que an
sera ms exacto con el punto de vista de
la serialidad, es el barrio de Saint-
Antoine el que ha sido exterminado en el
porvenir por el prncipe de Lambesc.
Como particularizacin de un
devenir general encontramos, desde
luego, la designacin de un barrio por
las cosas y la configuracin topogrfica,
en tanto que tienen que ser utilizadas por
una accin organizada de un enemigo
exterior. Sin embargo, hay una
diferencia considerable. En tanto que las
cosas se presentan aqu como destino
(como instrumentos de la accin
organizada que tiene que destruir el
barrio) y que obligan a los individuos de
la reunin a negarlas como tales, se
definen para cada uno en el interior de
esta negacin violenta pero que an
no es ms que pasional como
instrumentalidad que puede ser vuelta
contra los Otros por una libre prctica
organizada. Es decir, que su
utensiliaridad para el enemigo, negada,
se descubre como contra-finalidad para
el adversario. Pero esta contra-finalidad
como pura posibilidad abstracta exige
una libre organizacin comn para ser
actualizada y desarrollada. Bajo este
aspecto, an virtual, de destino
organizado por el Otro y negado, lo que
es nuevo en relacin con las
caractersticas precedentemente
indicadas, es que la estructura prctico-
inerte del barrio, en tanto que destino
negado, realiza sintticamente como
exigencia material (exigencia que slo
formula la libertad prctica) una
relacin objetiva de diferenciacin en el
seno del grupo en fusin; dicho de otra
manera, no pretende alcanzarla
solamente a travs de cada uno como la
unidad de todos: la alcanza como unidad
estructurada; esboza materialmente y en
la inercia una primera diferenciacin de
funciones, una divisin del trabajo, es
decir, que plantea ella misma a todos la
condicin necesaria para que el grupo
en fusin no caiga en la reunin.
En efecto, el destino sufrido nos muestra
la reunin cogida entre dos fuegos, es
decir, sometida a la accin unida de dos
fuerzas de exterminacin situadas en los
dos extremos del barrio. Vuelto a la
negatividad, indica la unidad de esta
dualidad interior como doble
movimiento de combate en la unidad de
una organizacin definida en su prctica
por el lugar como actividad pasiva y por
la organizacin enemiga en tanto que es
negada. Ser necesario que haya
hombres armados que defiendan al
barrio contra las tropas reales, y otros
que lo defiendan contra la Bastilla. Y la
Bastilla, a su vez, en el marco de la
rareza, descubre la exigencia primera de
la libertad comn; para que tenga lugar
la defensa (del barrio contra los
soldados) hacen falta armas; ahora bien,
faltan en el barrio, pero estn en la
Bastilla. La Bastilla se vuelve el inters
comn en tanto que puede y debe ser al
mismo tiempo desarmada, fuente de
aprovisionamiento de armas y, tal vez,
vuelta contra los enemigos del Oeste. La
urgencia proviene entonces de la rareza
del tiempo: el enemigo puede llegar en
cualquier minuto. La operacin se define
ante ada uno como el descubrimiento
urgente de una terrible libertad comn.
Naturalmente, la accin misma tiene su
peso propio, sus esquemas, y ya su tipo
que le llega del pasado. Aparece a
travs de la ambivalencia de las
relaciones de la poblacin parisiense
con los cuerpos constituidos: la prctica
de la multitud en cuanto a la Alcalda
fue, en los das precedentes,
semipeticionaria, semiamenazadora, y
en esta medida, el objetivo que se tiene
que alcanzar (tomar las armas donde se
encuentren) se define a travs de una
operacin predeterminada; sin embargo,
la estructura social del grupo en
formacin (y el carcter de las
represiones ya ejercidas contra l), al
mismo tiempo que la del grupo adverso
(esta vez se trata de militares mandados
por un oficial noble, y algunos de ellos
son extranjeros), contribuye a dar a la
operacin un carcter ms aleatorio, es
decir, que estas dos estructuras definen
en su relacin sinttica un campo
restringido de posibilidades en el que el
estallido de la actitud an pasivizada
(peticin-exigencia) y la aparicin de la
accin organizada como violencia
aparecen como porvenir probable de la
operacin ambivalente.
Este ejemplo nos muestra a un grupo
que se constituye por la liquidacin de
una serialidad inerte por la presin de
circunstancias materiales definidas, en
tanto que determinadas estructuras
prctico-inertes del derredor estn
unidas sintticamente para designarlo, es
decir, en tanto que su prctica est
inscrita como idea inerte en las cosas.
Pero para que la ciudad o la seccin se
vuelvan totalidades totalizadoras
cuando las mismas realidades estn
vividas como colectivos en otras
circunstancias, tienen que estar
constituidas como tales por la accin
exterior de otro grupo organizado. La
poblacin se constituir como
organizacin defensiva, en tanto que est
amenazada a travs de las cosas por una
organizacin que procede a su
totalizacin negativa (por
aniquilamiento). Diremos, pues, que
cada grupo en constitucin se determina
como liquidacin de una estructura
serial en tanto que esta
autodeterminacin est condicionada
por la accin transcendente de uno o
varios grupos ya constituidos? S y no.
Esta proposicin conforme a la
experiencia prctica tiene de verdad
que sugiere una especie de
condicionamiento serial de los grupos
en el terreno del Otro. Y veremos, en
efecto, que el momento de este
condicionamiento infinito existe. Claro
que con mucha frecuencia es el caso
del ejemplo estudiado las
posibilidades de autodeterminacin en
grupo le llegan al colectivo de las
relaciones antagnicas que mantiene
con un grupo ya constituido o una
persona como representante de ese
grupo. Pero no es menos verdad que la
unidad de autodeterminacin a travs de
todas las relaciones descritas le llega al
uno por el Otro en alteridad como otra
estructura de la reunin que se tiene
que realizar por la autodeterminacin.
En efecto, el sentido de las dos acciones
recprocas no es constituir un grupo; el
objetivo siempre es otro y el
antagonismo se funda en el conflicto de
las necesidades, de los intereses, etc.
As el grupo en curso no est constituido
intencionalmente por la praxis del Otro
y est conducido a la autodeterminacin
y a travs de la reorganizacin por el
Otro de lo circundante, en tanto que la
unidad de la otra praxis la condiciona
como negacin de su propia unidad (o
como totalizacin por destruccin
sistemtica). En este sentido, aunque la
unidad de un grupo sea su propio
producto y que siempre est aqu, en
todas partes, donde sus miembros actan
(por lo menos en teora y en lo
abstracto), se caracteriza tambin por
una estructura de fuga, ya que la ocasin
inductora va de fuera hacia dentro sin
ser necesaria ni generalmente deseada
por los otros grupos. Pero la estructura
de la serialidad, como una de las
relaciones de los grupos entre ellos, no
puede interesarnos todava. Slo haca
falta sealar que la autodeterminacin
sinttica es con frecuencia la
reinteriorizacin prctica como
negacin de negacin de la unidad
constituida por la otra praxis. Hemos
elegido el caso del 14 de julio porque,
en realidad, se trata de un
reagrupamiento nuevo que disuelve a
una serialidad habitual en la
homogeneidad de una ciudad en fusin:
la realidad constituida no exista ya
desde haca tiempo, y por un momento la
violencia del peligro y de la pasin (lo
que Jaurs llamaba la alta temperatura
histrica) superaba a las
heterogeneidades sociales. Nada estaba
previsto para constituir la unidad de la
ciudad (salvo como buena ciudad
feudal), ningn rgano de unificacin,
ningn instrumento se haba dejado a
disposicin del grupo futuro. Por el
contrario, se trataba de impedirle que
existiese como tal.
Haba que poner a la Asamblea de
Versalles a la merced de la aristocracia,
aislndola de la ciudad. Pero la misma
precaucin tomada contra la unidad
posible se vuelve porvenir de unidad
proyectado y negado para la reunin,
luego fermento negativo. La unidad llega
del uno al otro como alienacin de la
necesidad a la libertad, es decir, como
Otro distinto del proyecto del enemigo y
como resultado otro de su praxis. Este
tipo de grupo (homogeneidad de fusin)
se produce como su propia idea (ya
veremos el sentido que tiene esto): es la
nacin soberana (por extensin
totalizadora). Encontraremos en esta
concepcin de una totalidad en fusin,
unida a la vieja concepcin de las
asambleas representativas (parsitos
del cuerpo electoral como cosa
prctico-inerte), el origen de las
contradicciones que desgarran a la
ideologa de la Constituyente y
particularmente de su terico Sieys.
Pero de la misma manera habramos
podido mostrar la formacin de otros
grupos por autodeterminacin, no en
tanto que negativamente definidos por
una praxis que hace de ellos, desde
fuera, los grupos antagnicos de tales
Otros sino en tanto que inducidos a
determinarse ellos mismos por la
existencia marginal de una multiplicidad
de grupos organizados, institucionales o
no, como determinaciones del campo
prctico-inerte por una accin comn.
En este sentido, cada grupo que se
constituye est indicado como grupo a
travs de la serialidad por las
relaciones sintticas de los otros grupos
entre ellos, incluso si esas relaciones no
le conciernen directamente. El grupo,
naturalmente, no se constituir sino
sobre la base de circunstancias precisas,
directa o indirectamente unidas a la vida
y a la muerte de los organismos. Pero el
movimiento prctico de organizacin, en
tanto que supera sus condiciones hacia
sus objetivos, actualiza una extero-
determinacin que ya ha interiorizado la
reunin como posibilidad fantasma de
producirse ella misma en el campo de la
libertad.
En la mayora de los casos los
grupos vienen, pues, a las reuniones por
los grupos; tambin pueden nacer en el
interior de un grupo ms vasto, como
unidad reconquistada sobre una
petrificacin parcial o generalizada. Sin
embargo, hay que sealar que la materia
trabajada, en tanto que es mediacin
entre las ms diversas actividades
(individuales, colectivas o comunes),
puede presentarse por s misma en el
campo prctico-inerte, como contra-
finalidad, bajo los aspectos de una
totalizacin negativa de la multiplicidad
humana, aunque ninguna praxis
concertada haya presidido esta
configuracin. De esta manera define
negativamente en la multiplicidad el
lugar y el momento de la
autodeterminacin. En realidad, casi
siempre es as, por lo menos en parte, y
hemos visto, por ejemplo, cmo las
caractersticas de la materialidad (como
configuracin topogrfica, como
socialidad de inercia, como pasado
superado o exis) amplan y desvan la
poltica vacilante y peligrosa del
gobierno (es decir, dan el carcter de
una poltica de fuerza brutal a lo que
aunque el objetivo fuese la represin
violenta no poda ser, en las
condiciones reales, sino una poltica de
debilidad). Dicho de otra manera, la
posibilidad siempre est dada para que
la materialidad, como Cosa trabajada,
proponindose como esencial por la
inesencialidad de los hombres
separados, constituya en la serialidad de
los hombres-inertes una estructura
inasible y omnipresente de libre unidad
prctica. Y esto significa en el fondo que
la rareza misma como tensin del campo
prctico polivalente, al mismo tiempo
que constituye al hombre como la otra
especie, determina en el mismo campo
una posibilidad indiferenciada (es decir,
vlida para toda especie de agrupacin)
de sntesis unificadora. Y, segn este
punto de vista, encontramos lo que
hemos descubierto ms arriba: hay un
nivel de realidad en el que la unidad le
llega al grupo pollos grupos como
interiorizacin de un descubrimiento
prctico y de la unidad serial de las
multiplicidades de agrupaciones, y otro
nivel en el que la unidad del grupo est
remitida a la reunin a partir de la
unidad inerte (o sntesis pasiva) de la
materia trabajada, es decir, en el que la
unidad de la praxis individual unida en
el objeto a las otras unidades se hace
reinteriorizar ella misma por la reunin
como estructura posible de unidad
comn. Claro est que esta posibilidad
de una designacin-exigencia de un
grupo por la materia trabajada se hace
en determinadas condiciones (que a su
vez pueden exigir la coexistencia
marginal de otros grupos). Dicho de otra
manera, el problema histrico de la
anterioridad del grupo sobre la reunin
(o de la reunin sobre el grupo) es en
las presentes circunstancias un problema
metafsico y desprovisto de
significacin.
Pero de hecho el verdadero
problema no es se. Y para determinar
si existe una inteligibilidad dialctica
del pasaje de una reunin a un grupo, no
importa saber si la unidad de
autodeterminacin como posibilidad
propia le llega al grupo de la sntesis
prctico-inerte en tanto que es medio
conductor de otras acciones comunes o
en tanto que esboza por s misma una
comunidad de accin prctico-inerte a
partir de la dispersin de los individuos
que la transforman. Hemos establecido
que el grupo no se forma salvo si est
designado a travs del campo de
actividad pasiva. Pero esta designacin
la recibe la reunin y no puede recibirla
sino en la serialidad (es decir, en la fuga
del Otro hacia el En-otro-lugar).
El verdadero problema de
inteligibilidad estructural es, pues, el
siguiente: en qu condiciones puede
actualizar una serie sobre la base de
circunstancias dadas a una estructura de
unidad prctica que, aunque la determine
realmente en tanto que significacin
material (o prctica unitaria de un
grupo), por principio debe escaparle en
tanto que un medio de serialidad est
estructurado de tal manera que no puede
refractar a la unidad sino en la fuga
infinita de las facetas de la recurrencia
como el En-otro-lugar absoluto, es
decir, como el Otro o serie totalizada en
lo abstracto por pasaje al lmite? No
basta que la unidad sea posible: hace
falta que los instrumentos necesarios
para arrancarla a la recurrencia se den
en el colectivo mismo. Y tal es el
segundo punto el ms importante
que tenemos que examinar.
Hemos visto a propsito de la clase
que en determinadas condiciones, la
unidad, como totalidad vaca y formal
que niega a la identidad, entra en
contradiccin con la serialidad de
impotencia. No se trata aqu de
conceptos y no hay que comprender que
el concepto de unidad, ante todo
abstracto y negativo, vaya a
desarrollarse, por oposicin al concepto
de alteridad, como nocin concreta de
unificacin positiva. Quiere esto decir
simplemente que la exis de unidad serial
se vive a travs de las relaciones de
reciprocidad mltiples (camaraderas de
trabajo, lazos en el colectivo de
habitacin, uniones restringidas de
grupsculos lanzados a la serialidad,
familias, sociedades, etc.) que por su
libre desarrollo tienden a producirla
como fundamento sinttico de todas las
relaciones concretas (es el trabajo, es la
pertenencia a la misma clase, etc., lo
que funda las amistades; de pronto, ese
fondo unitario se produce en esas
relaciones como el espejismo de un
libre fundamento de todas las opciones).
Pero al mismo tiempo, ante el Destino y
las Exigencias del campo prctico-
inerte, la misma unidad como estructura
serial de alteridad se descubre como
impotencia fundamental (separando por
hiptesis toda organizacin sinttica) y
se encuentra la reciprocidad como
dependencia fugitiva e inerte de cada
uno en relacin con la serie y de todos
los individuos en su lugar serial en
relacin con cada uno. Esta
contradiccin no nos puede llevar muy
lejos, ya que la unidad aparece para
disolverse como ilusin, y poco
importa, prcticamente, que, al menos a
ttulo de momento de la ilusin, tenga su
lugar indicado en la experiencia serial.
No es ella, o por lo menos no es ante
todo ella la que se puede presentar como
posibilidad objetiva de agolpamiento
(es decir, como posibilidad de negarse
como reunin), ya que, en el momento en
que la realidad es la imposibilidad, la
reunin inerte se da como la verdad
concreta cuya unidad es la apariencia
abstracta. Por lo dems, la estructura de
esta unidad es indeterminada, ya que no
se da a partir de un objetivo prctico,
sino ms bien como el ser fundamental
de clase en tanto que relaciones
individuales de libre reciprocidad hacen
que aparezca como libre fundamento de
las opciones singulares. La importancia
de la contradiccin sealada est en otro
lugar: en efecto, tiene la funcin de
llevarnos, en la experiencia dialctica, y
desde el momento de la constitucin de
los grupos, a las relaciones ternarias de
la libre accin individual, de la libre
reciprocidad y del tercero mediador.
Dicho de otra manera, estas relaciones
que se nos presentan como las libertades
que se engaan a s mismas en el campo
de las actividades pasivas, son las solas
que pueden hacer inteligible la aparicin
de una praxis constituida, en el campo
pasivo y contra l. Engaados,
alienados, timados, estos libres
desarrollos prcticos, fuente de la
impotencia individual y serial, no dejan
de ser acciones sintticas en acto,
siempre capaces de unificar es cierto
que segn el punto de vista individual
a toda multiplicidad que aparezca en el
campo prctico. Y cuando decimos que
la totalidad totalizadora de lo
circundante indica la unidad posible
como autodeterminacin de todos los
individuos, lo indica, cierto es, en el
medio de la serialidad, aunque en las
libres acciones dialcticas de cada uno
en tanto que son para ellas mismas
translucidades dialcticas. Pero poco
importara que cada individuo est
afectado por una posibilidad de unin de
todos si esta designacin le alcanzase en
su soledad o en sus relaciones de
reciprocidad. La unidad, en realidad, no
puede aparecer como realidad
omnipresente de una serialidad en vas
de liquidacin total salvo si afecta a
cada uno en las relaciones de tercero
que mantiene con los Otros y que
constituyen una de las estructuras de su
existencia en libertad. Hemos visto, en
efecto, que cada uno es tambin un
tercero en relacin con la relacin
recproca de otros individuos, y esto
significa que la totaliza en su praxis a
partir de las significaciones y de las
indicaciones materiales, uniendo los
trminos individuales de la relacin
como instrumento de un fin parcial que
se tiene que alcanzar. El tercero est
absorbido en la serialidad porque est
estructurado a priori como el Otro,
luego como Otro distinto de cada uno y
de todos, de tal manera que su relacin
interno-externa de libre alteridad en
relacin con la reciprocidad se pierde
en la alteridad serial. Sin embargo, no
deja de existir es cada uno de
nosotros como libertad alienada que
se descubre como inesencial en la
alienacin vivida. Ahora bien, el
peligro comn, al constituir la Cosa
trabajada como totalidad totalizadora,
no suprime en primer lugar la serialidad
ni en el nivel del individuo aislado ni en
el de la reciprocidad: arranca a cada
uno a su Ser-Otro en tanto que es un
tercero en relacin con determinada
constelacin de reciprocidades; en una
palabra, libera a la relacin ternaria
como libre realidad interindividual,
como relacin humana inmediata. Por el
tercero, en efecto, la unidad prctica,
como negacin de una praxis organizada
que amenaza, se descubre a travs de la
constelacin de reciprocidades. El
tercero, estructuralmente, es la
mediacin humana por la que la
multiplicidad de los epicentros y de los
fines (idnticos y separados) se hace
organizar directamente como
determinada por un objetivo sinttico.
Sin embargo, segn las circunstancias,
este objetivo cae fuera de los fines
prcticos del tercero o los cubre
parcialmente o se opone o se integra o
se los subordina o se subordina l
mismo. Pero cuando la unidad prctica
de la materialidad que le rodea
constituye la multiplicidad de fuera y
negativamente, en totalidad, el objetivo
del tercero se produce para l como
objetivo comn y la pluralidad de los
epicentros se le descubre como
unificada por una exigencia comn (o
una praxis comn) porque descifra la
multiplicidad serial a partir de una
comunidad ya inscrita en las cosas, a la
manera de una idea pasiva o de un
destino totalizador. En la medida, en
efecto, en que la posibilidad de una
accin represiva contra el barrio de
Saint-Antoine se presenta como ms
probable cada vez, un habitante de ese
barrio tomado en tanto que tercero, est
directamente amenazado. Sin embargo,
esta amenaza no le concierne como
individuo accidental, es decir, que no
est buscado por sus actividades
personales (como un delincuente que se
esconde). Pero por otra parte, no se
piensa en suprimirle o en encarcelarle
en tanto que Otro, es decir, como
individuo general (en el sentido en que
el alza de los precios amenaza a cada
asalariado en tal o cual categora
en tanto que asalariado de esta
categora). Est considerado como un
momento de una expedicin punitiva que
se desarrollar como libre accin
organizada, dialcticamente, y cuyos
momentos sucesivos han sido previstos
por el enemigo. Dicho de otra manera,
son su actividad poltica y social, su
condicin, la situacin de su habitacin
(unido a la operacin militar), la
urgencia para el enemigo de
empezar la limpieza por aqu o por
all, la importancia de sus vecinos, sus
actividades, etc., los que han estado o
estarn unidos sintticamente por un
mismo proceso totalizador que se
realizar en su unidad dialctica al
realizar la unidad progresiva y sinttica
del barrio por su aniquilacin. En este
nivel, cada uno en tanto que tercero no
puede ya distinguir su propia
salvaguardia y la de los Otros. No se
trata ni de altruismo ni de egosmo: estas
conductas humanas, cuando existen con
esta forma tan esquemtica, se
constituyen sobre la base de
circunstancias dadas y conservan en
ellas, superndolas, relaciones humanas
que se encuentran grabadas en el campo
prctico-inerte. Y tambin veo cmo
podra interpretar el neopositivismo este
nuevo estatuto del tercero: en la
perspectiva de saqueos, disturbios,
motines espordicos, el individuo
accidental, serial
(pseudogeneralidad) o universal,
diramos, puede conservar una
posibilidad de asegurar solo su
salvaguardia; no tendr ninguna si no
est considerado concretamente como
un momento determinado de una
empresa represiva que unifique al barrio
por el desarrollo de la accin
totalizadora; debe defenderse como
parte concreta de la totalidad totalizada,
es decir que no hay otra suerte para cada
uno distinta de la negacin totalizadora
(por la unin de todos) de la operacin
destructora. Pero ese racionalismo no es
dialctico, y vemos (aunque lo empleen
ciertos marxistas) su origen analtico y
utilitarista. La verdad no es que la
operacin represiva una el peligro
individual al peligro que todos corren;
es que constituye para cada tercero un
estatuto que vamos a definir,
produciendo su propia posibilidad de
ser matado o encarcelado como una
especificacin del peligro comn, es
decir, como un incidente previsto y
regulado del programa de aniquilacin.
Sin embargo conviene que nos
entendamos, porque la totalizacin que
le llega al tercero desde fuera lo
determina con una nueva contradiccin.
Su estructura original de tercero
manifiesta, en efecto, el simple poder
prctico de unificar toda multiplicidad
en el interior de su campo de accin, es
decir, de totalizarla con una superacin
hacia sus fines. En tanto que tal, es,
pues, susceptible de procurar un
momento de la mediacin buscada. Cada
habitante del barrio de Saint-Antoine, en
su accin propia (de comerciante, de
obrero, etc.), totaliza su barrio por
principio (la clientela, los
compaeros, etc.). Pero al mismo
tiempo, su real pertenencia al barrio es
del orden serial y manifiesta su inercia
de alteridad. El error cometido con
frecuencia en este terreno es creer en la
homogeneidad de los estatutos con el
pretexto de que se trata de las relaciones
existentes entre un hombre y una
multiplicidad. En realidad, totaliza al
barrio en tanto que no se hace figurar en
la totalidad y el barrio lo serializa en
tanto que reside en l. Pero si el poder
totalizador del tercero produce la
aprehensin del barrio, como
descubrimiento de una posibilidad
objetiva, esta vez, como totalidad
amenazada, se encuentra designado al
mismo tiempo por esta amenaza como
integrado en la totalidad que ha
totalizado. Ahora bien, esto es lo que es
imposible sin mediacin: ante todo, en
efecto, la libre organizacin del campo
prctico supone una superacin, y esa
superacin no puede figurar en el campo
como superada; luego, como ya he
dicho, la amenaza est aprehendida
sobre los Otros como totalizadora, pero
primero la ataca en su ser-residente, es
decir, como pnico, en su impotencia
serial. La contradiccin reside, pues, en
cada uno (ya que cada uno es tambin el
tercero) entre los procesos de contagio
como realizacin serial de la amenaza
comn y la aprehensin de la totalidad
humana como unificada (en hueco) por
esta amenaza.
La superacin de esta contradiccin
no puede tener lugar sino en la accin.
Tal es la razn que, en las graves horas
de la Revolucin, lleva a los parisinos a
bajar a la calle, a constituir reuniones en
cualquier lugar y de cualquier manera.
Estas reuniones (an seriales y ya casi
intencionales[181]) se van a volver
grupos por su tensin interna y en una
actividad pasiva que se cambia en
accin comn segn reglas rigurosas y
propias de cada acontecimiento. Dicho
de otra manera, el tercero, designado
por la situacin, que ha descubierto por
la unificacin de su campo prctico
como parte integrante de un todo, realiza
ese todo sin integrarse en l, y descubre
en l y en el malestar su propia ausencia
como un peligro de muerte. La reunin
tiene como objeto superar ese malestar
realizando prcticamente una
integracin de cada uno por la praxis.
Pero este objetivo no puede ser
determinado claramente por nadie, ya
que cada uno acude a la vez en tanto que
Otro, como organizador soberano del
campo prctico y como parte exigida
por una totalidad. Ahora bien, en la
prctica, vamos a ver que la serialidad
ayudar a realizar una primera
integracin. Hemos visto cmo la accin
directa de la totalidad totalizadora (el
grupo enemigo como amenaza) sobre la
reunin prctico-inerte produca
inmediatamente reacciones de contagio,
es decir, acciones pasivas que se
realizaban a travs de la libre actividad
de los individuos en tanto que ella est
alienada y que ellos estn sometidos por
la necesidad de la libertad a las leyes
del Otro. Recordemos uno de los
episodios ms corrientes de esas
reuniones: una marcha, un pnico, una
fuga, un reagrupamiento (tal vez seguido
de una lucha organizada), el pnico es a
la vez la nueva encarnacin prctica del
Otro y un proceso prctico-inerte que se
realiza por la alienacin de libres
reciprocidades: cada uno huye
libremente de la fuga del Otro, lo que
quiere decir que el Otro se encarna en
cada uno como fuga imperativa. Ahora
bien, al mismo tiempo que es Otro, cada
uno es tercero: organiza como tercero la
constelacin que le rodea, asigna a la
fuga como violencia de inercia a partir
de la situacin global un libre sentido
totalizador. En tanto que se hace tercero,
no puede ya aprehender la estructura
serial de la fuga: aprehende este pnico
como la reaccin adaptada de una
totalidad a una amenaza total. Los que
huyen ante l no son ni los Otros ni
individuos, sino que la fuga, concebida
como praxis comn que responde a un
peligro comn, se vuelve la fuga como
totalidad activa. Pero esta simple
unificacin sera abstracta, exterior y
terica si, por ejemplo, l contemplase
esos acontecimientos desde su ventana.
Aqu, la serialidad sirve: en el momento
en que el tercero aprehende fuera la fuga
como reaccin organizada, la vive por
l mismo en la imitacin serial y como
alteridad. Esta vez, los dos aspectos
contradictorios del Otro y del tercero
estn opuestos directamente en la unidad
indisoluble de una praxis. Y la
materialidad de su pertenencia a la serie
y de su actividad pasiva le da al
individuo un estatuto que le impide
unificar a la multiplicidad desde el
exterior; el movimiento de integracin
prctica como libertad vuelve a l, cosa
humana en fuga, para significarlo; el
movimiento sinttico que parte de l no
puede cerrarse verdaderamente sobre l,
pero en todo caso designa a su
integracin como tarea que se tiene que
cumplir. En el marco de esta nueva
tarea, cada tercero en tanto que tal
prosigue en l mismo la disolucin de su
ser serial en libre actividad comn. La
actividad del grupo vuelve sobre su
actividad pasiva; para l, la fuga
iniciada como fenmeno de contagio, se
vuelve, por su praxis individual pero en
tanto que ha unificado al grupo en su
campo prctico, acto comn y
organizado que tiene su objetivo y que
por eso mismo se tiene que controlar,
tiene que ajustar los medios al fin, etc.
Se transforma, por ejemplo, en retirada
limitada que debe permitir un retorno
ofensivo, etc. Y esta transformacin no
es un cambio en sus conocimientos o en
su percepcin, es un cambio real, en l,
de la actividad inerte en accin
colectiva. En este instante, es soberano,
es decir, que por el cambio de la praxis,
se vuelve el organizador de la praxis
comn. No es que se quiera as, sino
que, sencillamente, se hace as; su
propia fuga, en efecto, realiza la unidad
prctica de todos en l: esta estructura
particular proviene del lazo particular
que une al tercero con esa reunin en
vas de liquidacin y que hace de l la
unificacin sinttica transcendente (que
cada uno lleva a cabo soberanamente en
el campo prctico) y el trmino
significado en la inmanencia por el
movimiento circular de su propia
totalizacin. Transcendente porque la
unificacin de todos por el agente no
puede terminarse por ella misma por su
integracin real en la totalidad.
Inmanente porque el contagio serial no
puede disolverse en l sino en beneficio
de la unidad total. Su praxis, por otra
parte, ya no es en l como la de Otro,
como tampoco es su propia realidad en
los Otros: en tanto que la serialidad
como contagio se liquida en la
continuacin en libertad del movimiento
pasivo, su praxis es suya en l, como
libre desarrollo en uno solo de la accin
del grupo total en formacin (y, en
consecuencia, de cada uno en tanto que
la unidad comn sirve de mediacin
entre el tercero y cada uno). A partir de
su propia accin como soberana (nica
y comn conjuntamente), se da leyes en
l y en todos por su simple desarrollo.
Antes hua porque se hua; ahora grita
Detengmonos! porque se detiene, y
es una y la misma cosa detenerse y darse
la orden de detenerse, porque la accin
se desarrolla en l y en todos por la
organizacin imperativa de sus
momentos.
Hay que concebir que, en este
instante, el tercero ha unificado la
multiplicidad reunida para hacer de ella
una totalidad, como cuando unifica a los
Otros en su campo prctico; por
ejemplo, para tomar un caso
inmediatamente inteligible, cuando
aprehendo como grupo, en mi praxis
perceptiva, la reunin de la gente que
espera el autobs (lo que har que yo
diga: Son demasiados, tomo el
subterrneo. As ese grupo-objeto,
aprehendido en relacin con mi fin
encontrar un medio de transporte para ir
a mi trabajo y definido a partir de
ella, se vuelve a su vez motivacin
objetiva, es decir, que en la unidad de
mi proyecto inmediato tiende a combatir
la ligera preferencia que siempre he
tenido por el autobs). La diferencia
consiste en que el grupo de los
usufructuarios de la R. A. T. P.[182] se me
presenta como objeto, totalidad
totalizada. En efecto, es mi proyecto el
que le totaliza por su superacin:
percibir muy groseramente la
cantidad o apreciarla segn el grosor de
la reunin, es definirla en mi
temporalizacin prctica por su
coeficiente de adversidad, es decir, por
el tiempo que har falta esperar antes de
encontrar un lugar en el autobs.
Adems, como hemos visto, paso de la
ilusin de unidad polivalente como
primera aprehensin sinttica al
descubrimiento de la serialidad, ya que
en mi percepcin del grupo se esboza el
orden serial que me obligar a hacer
cola y, tal vez, a llegar tarde.
Inversamente, en mi experiencia a veces
existen grupos-sujetos; para stos, que
pueden ser terrorficos o socorribles,
soy un objeto que se tiene que
salvaguardar, que destruir, y me siento
superado por su insuperable
transcendencia; es lo que le ocurre al
soldado que se encuentra bruscamente
solo en medio de enemigos, o al
alpinista medio muerto que baja un
grupo de salvamento en una camilla.
Aqu, la unificacin est operada de la
misma manera y en mi campo prctico.
Pero esta unificacin no se borra ante
una serialidad pasiva; por el contrario,
sobre la base de la accin comn del
grupo, tiene como efecto revelarme una
unidad unificadora que no depende de
mi unificacin y que bruscamente, por su
potencia numerosa, sitia, penetra y
metamorfosea a mi propio campo
prctico hasta el punto de poner en
entredicho a mi libertad (no en su
inalienable existencia, sino en su
objetivacin siempre alterada o
alienable). Ese grupo no es objeto en
absoluto, y, en definitiva, no lo veo;
realizo su totalizacin en tanto que l
me ve, en tanto que su praxis me toma
como medio o como fin. Por lo dems,
existen formas intermedias: la guardia
pretoriana de un emperador, segn las
circunstancias, puede ser su Cosa
trabajada, su herramienta humana, o, si
teme el asesinato, una comunidad-sujeto
que se esconde bajo la objetividad
puesta en juego. Son posibles todas las
transformaciones de una a otra forma.
Pero la reunin transformada por mi y
en mi grupo no pertenece a ninguna de
las dos formas ni tampoco a sus
intermediarios. Sin embargo, podemos
ver cmo se presenta: como una especie
de superacin sinttica del grupo-objeto
y del grupo-sujeto de mi campo
prctico. En tanto que aprehendo sobre
l la fuga como actividad comn, hay
totalizacin; la estructura inmediata de
la pertenencia al grupo en fusin es la
totalizacin real de todos esos
movimientos por el mismo que es en m;
en trminos simples de percepcin, veo
la fuga del grupo que es mi fuga porque,
en el desarrollo dialctico de mi praxis,
uno y coordino acciones semejantes o
recprocas (los que se ayudan los unos a
los otros a huir, a defenderse). Hay algo
as como un objeto que huye a todo
correr. Y sera un objeto, en efecto, si no
huyese yo de su fuga. Pero justamente,
en la medida en que le descubro por
nuestra fuga, es preciso que vuelva mi
sntesis a m y me integre enteramente en
l como su parte. Eso es lo que no puede
hacerse, ya que la praxis totalizadora no
se puede alcanzar a s misma como
elemento totalizado. As me indico a
travs del grupo como terminacin
necesaria del acto totalizador, pero esta
indicacin operatoria nunca est seguida
de efectuacin. As tiempo tendremos
de volver holgadamente sobre esta
estructura fundamental, no estoy ni
integrado totalmente en el grupo
descubierto y actualizado por la praxis
ni soy totalmente transcendente. No soy
una inercia de una totalidad-objeto y
para m no hay totalidad-objeto
transcendente: en realidad, el grupo no
es mi objeto; es la estructura
comunitaria de mi acto. Materialmente,
eso se interpreta con frecuencia por el
hecho de que no puedo llevar a cabo
verdaderamente la sntesis total (por
ejemplo, perceptiva) del grupo en tanto
que derredor mo; puedo ver a mis
vecinos, o, volviendo la cabeza, a la
gente que viene detrs, pero no a todos a
la vez, mientras que sintetizo la marcha
de todos, detrs y delante de m, por mi
propia marcha. Esto considerado, el
grupo tiene de comn con el grupo-
sujeto de que hablbamos ms arriba
que esta totalizacin sinttica que yo
opero en mi campo con mi praxis me
revela una unidad interior independiente
de esta totalizacin, es decir, habindose
constituido o constituyndose
espontneamente y fuera de ella. La fuga
como unidad del grupo es unidad
independiente de una totalizacin
objetivadora: se descubre a travs de
sta. Pero, inversamente, yo no sabra
tomar al grupo como comunidad-sujeto
de la que sera objeto (el medio, por
ejemplo), ya que descubro su fuga en l
y en m como la misma; dicho de otra
manera, la unidad prctica que descubre
mi totalizacin y que niega a la
objetividad del grupo, niega al mismo
tiempo a la ma en relacin con el grupo,
ya que esta unidad prctica es la misma
(no en m y en l, sino en nosotros). Y,
de la misma manera, si la pura
totalizacin formal de la multiplicidad
en mi campo perceptivo no hace ms
que revelar una unidad prctica que se
le escapa, es que en realidad esta unidad
se funda en una praxis ms profunda:
vengo al grupo como su actividad de
grupo y lo constituyo como actividad en
la medida en que el grupo viene a m
como mi actividad de grupo, como mi
propia existencia de grupo. Lo que
caracteriza a la tensin de interioridad
entre el grupo (salvo yo) y yo que estoy
dentro, es que en la reciprocidad somos
casi-objeto y casi-sujeto el uno para el
otro y el uno por el otro
simultneamente.
Pero el error comn de muchos
socilogos consiste en que se detengan
ah y que tomen al grupo como una
relacin binaria (individuo-comunidad)
cuando en realidad se trata de una
relacin ternaria. Ocurre, en efecto, algo
que ningn cuadro, ninguna escultura
podr dar directamente, y es que el
individuo como tercero est unido en la
unidad de una misma praxis (luego con
un mismo descubrimiento perceptivo) a
la unidad de los individuos como
momentos inseparables de la
totalizacin no totalizada y a cada uno
de ellos como tercero, es decir por la
mediacin del grupo. En trminos de
percepcin, capto al grupo como mi
realidad comn y, simultneamente
como mediacin entre m y cada otro
tercero. Digo cada tercero: cualesquiera
que puedan ser en el seno de la accin
comn las relaciones de simple
reciprocidad (ayudar, arrastrar a su
vecino, a su compaero, etc.), estas
relaciones, aunque transfiguradas por su
ser-en-grupo, no son constitutivas. Ya lo
he dicho: los miembros del grupo son
los terceros, es decir, cada uno como
totalizando a las reciprocidades de otro.
Y la relacin de tercero a tercero no
tiene ya nada que ver con la alteridad:
desde el momento en que el grupo se
hace medio prctico de esta relacin, se
trata de una relacin humana (cuya
importancia es capital para las
diferenciaciones del grupo) que
llamaremos la reciprocidad mediada. Y
como vamos a ver, esta mediacin es
doble, porque es mediacin del grupo
entre los terceros y mediacin de cada
tercero entre el grupo y los otros
terceros.
EL SER-UNO LE LLEGA AL
GRUPO DESDE FUERA POR
EL OTRO. Y CON ESTA
PRIMERA FORMA EL
SER-UNO EXISTE COMO
OTRO
EN LA INTERIORIDAD DEL
GRUPO, EL MOVIMIENTO
DE LA RECIPROCIDAD
MEDIADA CONSTITUYE
EL SER-UNO DE LA
COMUNIDAD PRCTICA
COMO UNA PERPETUA
DESTOTALIZACIN
ENGENDRADA POR EL
MOVIMIENTO
TOTALIZADOR
Pero, precisamente, cuando, en
ocasin de un congreso o de cualquier
otra manifestacin, se encuentra el
militante en medio del grupo, cuando el
empleado, al dejar de comunicarse con
sus colegas por intermedio del
usufructuario, se vuelve hacia ellos y
encuentra los lazos directos de la
organizacin, su espera se frustra y la
relacin de todos ellos queda
metamorfoseada; porque encuentran el
medio de inmanencia real precisamente
en tanto que ningn individuo tiene la
posibilidad de disolverse en l; y, en la
medida en que esta alienacin en el
grupo-objeto desaparece con el Otro,
encuentran una comunidad que en ningn
caso se puede volver totalidad-sujeto.
En efecto, en este nivel, en que la
organizacin se toma a s misma por
objetivo inmediato con la perspectiva de
su fin transcendente, el ser-en-el-grupo
ya no est para cada uno mediado all
por el Otro, sino aqu por el mismo (por
la multiplicidad negada de todos los
mismos). Resulta aqu totalmente intil
enumerar y describir las mediaciones
intermediarias que de hecho le dan al
ser-en-el-grupo su inasible complejidad.
Por ejemplo, por el Otro ausente y
abstracto puedo comunicar con los
mismos en una relacin concreta y
recproca (la conducta de tal empleado
ha causado reclamaciones; tiene que
explicarse, etc.). Basta con oponer estos
dos lazos extremos y opuestos: la
alienacin de la totalidad y el falso lazo
de interioridad que constituye por cada
uno el grupo como substancia
intersubjetiva de la cual se define el Ser
a la vez por la inercia y por el deber-
ser; por otra parte, el lazo de autntica
interioridad por la reciprocidad
mediada, el reconocimiento prctico de
las funciones, de los subgrupos y de los
individuos a travs de la reorganizacin
totalizadora.
Pero si consideramos de cerca a este
ser-del-grupo en la inmanencia,
descubriremos un nuevo estatuto de
inteligibilidad. Ya hemos visto que la
organizacin se funda sobre el
juramento. Cada uno jura seguir siendo
el mismo. Este juramento causa una
primera contradiccin, ya que
establecemos sobre l la heterogeneidad
de las funciones. Y esta contradiccin
produce an otra, ya que es la libre
praxis individual la que realiza por una
accin singular el detalle de la
objetivacin comn. De tal manera, la
urgencia del peligro, de la necesidad se
refleja a la vez en la fraternidad-
terror como relacin de indisolubilidad
y de violencia y en estructuras ms
complejas que necesariamente tienen
como efecto amortiguar el terror y
disimular la fraternidad. Pero no sera
nada. Ya hemos visto que la integracin
fundamental tiene lugar por la
reciprocidad mediada. Y entendemos
por integracin fundamental a la vez el
venir-al-grupo del individuo (como
movimiento inicial de reagrupacin) y el
acto permanente de totalizacin que se
prosigue por cada uno y para cada uno
bajo diversas formas y a travs de la
compleja evolucin del grupo en accin.
Ahora bien, esta reciprocidad mediada,
a pesar de la mediacin, mantiene su
estructura original de dualidad
destotalizada (con doble centro); esta
dualidad destotalizada se manifiesta
aqu, en el seno del movimiento de
integracin, por un desplazamiento
temporal de la totalizacin como praxis
recproca. En efecto, al describir el
grupo en fusin, ya hemos notado las
principales caractersticas del tercero
regulador, particularmente lo que hemos
llamado su relacin de inmanencia-
transcendencia en el grupo de que forma
parte. Volvamos a ello, ahora que
estamos ms familiarizados con las
estructuras comunes, y describmoslo de
una manera ms completa. Y, para
fijarnos un ejemplo, imaginemos que dos
individuos A y B, en el curso de una
accin comn se totalizan
recprocamente con el grupo y en el
grupo por la reciprocidad mediada.
Esta totalizacin es prctica. No
hablamos aqu de reconocimientos
rituales y sin ms fin objetivo que el de
mantener los lazos de interioridad; para
nosotros se trata de una reciprocidad ya
organizada, ya funcional: es la relacin
concreta de dos poderes que se conjugan
para producir tal resultado en el
objetivo. En este sentido, cada funcin
integra a la otra en la totalizacin
diferenciada a travs de su
heterogeneidad aprehendida como
recproca. El acto regulador hecho
por A es decir, su conducta prctica
tal y como est definida por el individuo
comn A no se produce en B tal cual
(a diferencia de lo que ocurre con los
grupos en fusin). Pero a travs de la
recproca aprehensin del campo
comn, el acto sigue siendo regulador
porque se produce en una totalizacin
significante cuyos dos agentes conocen
el sentido y porque estos dos agentes
son a su vez productos recprocos de la
organizacin (es as cmo en el campo
comn del partido de ftbol, cada
movimiento de cada defensa es
regulador para las conductas del
guardavallas, sobre la base del partido
comn y de las condiciones singulares).
Ahora bien, la estructura del acto
regulador es compleja; en cierto sentido,
es una afirmacin limitada de soberana.
En efecto, entiendo por soberana el
poder prctico absoluto del organismo
dialctico, es decir, su pura y simple
praxis como sntesis en curso de toda
multiplicidad dada en su campo
prctico, ya se trate de objetos
inanimados, de seres vivos o de
hombres. Este arreglo en tanto que lo
lleva a cabo el individuo orgnico es
el punto de partida y el medio de toda
accin (ya constituya un xito, ya acabe
con un fracaso). Lo nombro soberana
porque no es ms que la libertad misma
en tanto que proyecto que supera y
unifica las circunstancias materiales que
le han suscitado y porque no hay ningn
medio de privrselo a cada uno, si no es
la destruccin del organismo mismo[234].
Cuando estn dadas las condiciones
para que este arreglo de lo diverso en
campo totalizado se realice adems por
la accin como transformacin material
de este campo en su configuracin
interna y en su contenido real, la
soberana no slo es absoluta sino total.
Ahora bien, el acto regulador ya se
produzca en el grupo en fusin o en el
grupo organizado a primera vista es
algo parecido al ejercicio de una
soberana absoluta y total. El grupo est
prcticamente totalizado por la conducta
de A; en efecto, esta conducta define por
su parte y en el momento la orientacin
de la praxis y la organizacin
momentnea de todos; esta carrera, esta
apertura disponen al equipo entero, a
travs de los reajustes individuales y
gracias al poder de cada uno sobre
todos, en un determinado orden prctico
(cuyo sentido es, por ejemplo, al mismo
tiempo, sostener la maniobra y prevenir
un contraataque). A travs de esta
totalizacin del equipo y por ella (para
ella), el individuo B se encuentra
integrado en el conjunto estructurado;
realiza esta integracin prctica al
determinar su propia posicin a partir
de la actual posicin, de la maniobra
intentada, del orden adoptado por todos
y de su funcin particular. As la
soberana de A define en su operacin el
modo de integracin de B con el grupo,
totaliza a B, C, D, E, etc., con su acto
regulador.
Pero si el ejercicio de la soberana
fuese pleno, sera necesario que el
soberano fuese exterior al grupo y que lo
totalizase como totalidad-objeto en su
campo prctico. Encontraramos
entonces un tipo de relacin ya definido:
o bien, en su forma bruta y fundamental,
el lazo sinttico unvoco del agente y del
derredor (material y humano), o bien, en
su forma elaborada, la relacin en
interioridad y en exterioridad del
usufructuario como Otro con el
empleado. Ahora bien, el lmite de esta
sntesis soberana lo conocemos ya: es
que el lazo no es unvoco sino
recproco, es que el tercero regulador se
integra en el grupo en tanto que mi
accin reguladora me integra en l. Su
campo prctico, el mo, el nuestro,
forman uno solo. De tal manera, la
soberana queda limitada por su misma
reciprocidad; cada uno es soberano;
pero no vayamos a concluir que no lo es
ninguno. Por el contrario, como cada
uno es soberano de la soberana de
todos, al mismo tiempo que es objeto
organizado de cada sntesis prctica en
interioridad, hay que decir que es casi-
soberano y casi-objeto; y el grupo
mismo, en tanto que totalizado por la
prctica de tal individuo comn, es casi-
totalidad objetiva y, en tanto que
multiplicidad negada de casi-
soberanas, est en perpetua
destotalizacin. En realidad, el
desplazamiento que seala en la
temporalizacin prctica el momento en
que A se vuelve tercero regulador de
aquel en que B se vuelve a su vez
regulador, constituye el ser-en-el-grupo
de B como el de A como estatuto
ambivalente de interioridad. En tanto
que B se adapta prcticamente como
elemento reestructurado de esta
materialidad colectiva (inercia sufrida y
jurada) que cada tercero, en tanto que
tercero, reunifica en su casi-soberana.
Su verdad objetiva y prctica (es decir,
el acto por producirse en tanto que
significado en la interioridad por otros
terceros) llega, pues, a l por A como
casi soberano, a travs de la comn
mediacin; la aprehende por el aeto que
cumple y que realiza en la sumisin el
significado regulador. Pero, por esta
sumisin y conforme con las
intenciones llegadas desde fuera, por el
Otro, e interiorizadas por l mismo, B
trata de realizar la unidad de inmanencia
como fusin del modo en la substancia;
ahora bien, esta unidad se rompe,
precisamente, por el simple hecho de
que su acto, como libre mediacin del
organismo prctico entre el individuo
comn y el objetivo comn, realiza la
objetivacin sinttica del grupo en el
objeto trabajado, al negar en y por su
desarrollo dialctico su interioridad de
inmanencia, es decir, su relacin de
modo inesencial con la substancia como
esencial. En todos los casos en que el
acto se desarrolla libremente, se
propone como esencial (incluso como
detalle) por su mismo desarrollo. En el
mismo momento, pues, B manifiesta su
ser-integrado-en-el-grupo como una
integracin prctica y objetiva fundada
en su imposibilidad de integrarse
ontolgicamente con una substancia, y,
conjuntamente, en la reciprocidad
mediada que conjuga sus actos con la
accin reguladora de A, trata de
alcanzarse a s mismo a travs de A y
por A como elemento integrado de una
totalizacin casi objetiva llevada a cabo
por una casi-soberana. Pero esta
ambivalencia que slo es una
contradiccin que se est desarrollando
remite en seguida a B a su propia
soberana: al hacerse tercero por la
mediacin de quien B tiene que
encontrarse all confundido y
organizado con los otros en la
substancia intersubjetiva, A hace que B
le reconozca, en un nuevo momento de
la reciprocidad, como tercero portador
del poder de integrar (y no como
soberana abstracta del organismo
individual), luego como miembro del
grupo; dicho de otra manera, B tiene que
aprehender a A como simple modalidad
de la intersubjetividad (funcin definida
como especificacin de la substancia
por s misma), lo que le obliga a
arrancarse en A y en todos a la
substancia comn es decir, a la
operacin integrante, para hacerse
mediacin entre el individuo A y su ser-
comn-en-el-grupo. A se encuentra pues
a la vez para B (y por B) como un alter
ego (el mismo, reciprocidad positiva) y
como tercero excluido (en tanto que
casi-soberana: casi-exilio, tensin de
inmanencia-transcendencia); y por B,
por A y en las mismas condiciones, es
tercero excluido y alter ego. Cada uno
puede y debe estar determinado all en
su inesencialidad en relacin con el
grupo a travs de la soberana integrante
del otro, que se vuelve provisionalmente
sujeto del grupo. Pero para que esta
operacin tenga lugar fuera de l por el
alter ego, es necesario que cada uno se
proponga en su esencialidad irreductible
como el que (con todos los Otros)
garantiza con su juramento, sus poderes
y su acto la pertenencia al grupo del
Otro. As, en el momento en que, por su
sumisin prctica al acto regulador, B se
hace objeto de una integracin mediada
all en A, constituye (o contribuye a
constituir) al grupo como destotalidad:
con su obediencia produce a A como
casi soberano, luego como casi
excluido; y en el momento en que funda
esta casi-soberana por el
reconocimiento mediado de los poderes
de A y de sus funciones es decir, de su
pertenencia concreta al grupo, se
produce l mismo como regulador (para
A o para Otros; como cuando garantiza
a A y declara a los Otros, en nombre de
sus propios poderes: hay que seguirle,
ayudarle, obedecerle, etc.), luego realiza
en su persona el casi-exilio de su casi-
soberana. Sin embargo, no podra
negarse que la interioridad de las
relaciones, la ntima pertenencia de mi
ser-comn al todo, la inesencialidad de
mi propia existencia (en tanto que somos
los mismos) y la esencialidad de mi
funcin como relacin estructurada con
la totalidad, sean verdades prcticas; la
prueba est en que, en un grupo vivo, la
accin concreta las realiza y las verifica
todos los das; disciplina, sacrificio de
s, etc., son afirmaciones prcticas de
todas esas verdades. Pero de hecho, en
el medio vivo de la interioridad, estas
verdades, como determinaciones de mi
estatuto mitolgico, slo pertenecen
como una perspectiva de fuga y como un
sentido casi transcendente de la
inmanencia. Mi pertenencia real a este
grupo definido como regla transcendente
de mi vida concreta se realiza en m
como imposibilidad vivida de que mi
ser de grupo se confunda con los de los
otros miembros en la indeferenciacin
de una totalidad ontolgica. Segn este
punto de vista, cada una de mis acciones
reguladoras se descubre como falsa
totalizacin, destotalizada, de hecho, por
la garanta que me aportan todos los
Otros, y mi soberana garantizada nunca
llega hasta la soberana transcendente; y
cada una de mis acciones regulada nunca
llega a hundirme en la inmanencia, ya
que es ella misma garanta de la accin
reguladora que la provoc. Ser-en-el-
grupo, en interioridad, se manifiesta por
un doble fracaso consentido; es no poder
salir y no poder integrarse; con otras
palabras, no poder ni disolverse en s
(inercia jurada) ni disolverse en l (por
ser la unidad prctica la contradiccin
absoluta de la unidad ontolgica). Sin
embargo el ser-uno del grupo existe: es
la inercia jurada, que es la misma, en
cada uno, es decir, su propia libertad
que se vuelve otra por la mediacin del
Otro. Pero adems de resolverse este
ser-inerte, en cuanto se examina, en una
apretada trama de inertes reciprocidades
mediadas (es decir, que pierde su
apariencia de unidad), no puede tenerse
por el estatuto ontolgico real del grupo,
ya que de hecho se trata de un medio de
producir diferenciaciones prcticas.
Reducir el ser del grupo al conjunto de
sus inercias-medios, es transformar esta
organizacin fundamental prctica y
que slo existe por su accin en un
esqueleto de relaciones que se pueden
tratar con una combinacin ordinal.
Sin embargo, la ilusin se mantiene
como estructura esencial de toda
comunidad por dos razones
fundamentales: 1. La fraternidad-
terror como autntica relacin de
interioridad entre los miembros del
grupo funda su violencia y su fuerza
coercitiva en el mito del nuevo
nacimiento; define y produce al traidor
como mal absoluto en la misma medida
en que le determina como hombre que ha
destruido la unidad previa. O, s se
prefiere, terror y juramento se refieren
uno y otro al temor fundamental de una
disolucin de la unidad. Esto es, la
proponen como seguridad esencial y
cmo justificacin de toda violencia
represiva. Pero la contradiccin
profunda del grupo que no llega a
resolver el juramento es que la unidad
real es la praxis comn, y an ms
exactamente, la objetivacin comn de
su praxis. En efecto, al afirmarse la
comunidad como reino de la libertad
comn, haga lo que haga no puede ni
realizar la libre interpenetracin de las
libertades individuales ni encontrar un
ser-uno inerte y comn a todas las
libertades. 2. Para los no-agrupados
y para los otros grupos (rivales,
adversarios, aliados, etc.), el grupo es
objeto. Es una totalidad viva. Y, como
ya hemos visto, tiene que interiorizar
esta objetividad. No tendra inters aqu
lo hemos hecho cien veces, aunque
nunca con rigor que examinsemos las
relaciones dialcticas de los grupos
entre s y que mostrsemos cmo se
determinan a travs de sus oposiciones,
cada uno en funcin de los otros, cmo
se transforman interiorizando como su
ser inmanente a su ser-para-el-otro, e
inclusive, en determinadas
circunstancias, al ser-para-el-otro del
otro. Lo que hay que recordar es que el
grupo puede ser alcanzado en su unidad
totalizada por el conjunto de los otros,
como ya hemos visto, y que esta presin
es tan fuerte que hasta en sus relaciones
de pura interioridad interioriza a esta
unidad como su ser-de-detrs, es decir,
finalmente, como la fuerza material pero
sinttica que le sostiene y le produce.
As, en su reorganizacin en curso, se
refiere perpetuamente a su interioridad
ms profunda, y sta en realidad no es
ms que su ms abstracta exterioridad.
Hay un ser-X del grupo como su
realidad transcendental que se
produce en un grado de comprensin
infinita y recoge en l al conjunto
totalizado de sus estructuras, de su
pasado, de su porvenir en tanto que
fuera forman el objeto comn de la
ignorancia de los Otros; y este ser-X,
como puro intento abstracto de una
intencin regresiva, se vuelve la
ignorancia de los Otros interiorizada, es
decir, el sentido y el destino histrico
del grupo en tanto que forman el objeto
de su propia ignorancia.
Este conflicto insuperable de lo
individual y de lo comn, que se
oponen, se definen el uno contra el otro
y vuelven cada uno al otro como su
verdad profunda, se expresa
naturalmente con nuevas contradicciones
en el interior del grupo organizado; y
estas contradicciones se expresan a su
vez con una nueva transformacin del
grupo; la organizacin se transforma en
jerarqua, los juramentos dan nacimiento
a la institucin. Claro est que no se
trata de una sucesin histrica en lo que
aqu expongo, y adems veremos por
la circularidad dialctica que toda
forma puede nacer siempre antes o
despus de cualquier otra, y que slo lo
decide la materialidad del proceso
histrico. Lo que queremos indicar, al
formar la serie, es las complejas
caractersticas que se encuentran en la
mayor parte de los grupos concretos;
nuestra experiencia va de lo simple a lo
complejo porque es a la vez formal y
dialctica, y en la medida en que va de
lo abstracto a lo concreto.
El fundamento del terror, si lo vemos
de cerca, es precisamente el hecho de
que el grupo ni tiene ni puede tener el
estatuto ontolgico que reclama en su
praxis, e inversamente es el hecho de
que todos y cada uno se producen y se
definen a partir de esta inexistente
totalidad. Hay una especie de vida
interior, de distancia infranqueable e
indeterminada, de malestar en toda
comunidad grande y pequea; este
malestar provoca un refuerzo de las
prcticas de integracin y crece segn
va estando ms integrado el grupo.
Hay que concebir, en efecto, que el
conflicto de lo esencial y de lo
inesencial nada tiene de contradiccin
histrica: es un peligro permanente para
el grupo y para el individuo comn. En
efecto, el juramento ha planteado la
inesencialidad del individuo orgnico
negndole la posibilidad de disolver al
grupo en l; adems no hay duda de que,
en toda estructura, la presencia de la
totalizacin en curso en la parte singular
seala al mismo tiempo la importancia
de cada uno y la intercambiabilidad de
todos; finalmente, el Otro considera al
individuo orgnico como una realidad
general y desdeable, pretende no
dirigirse sino al grupo por la mediacin
del individuo comn; esta
inesencialidad de exterioridad, como
hemos visto, est interiorizada a su vez.
Es en este nivel donde el individuo del
grupo se define por las prcticas de
todos los miembros como individuo
comn en el interior de la comunidad.
Es una funcin, un poder, una
competencia definida; la relacin
prctica de este ser contradictorio
(libertad que se vuelve reivindicacin
de derecho por superacin de la libre
inercia jurada) es jurdica y
ceremoniosa: cada relacin en el grupo
es reconocimiento recproco de las
atribuciones y del sistema derecho-
deber incluso fuera de la accin. Hasta
se ha querido fundar el pasaje de lo
represivo a lo restitutivo, de la
violencia a lo contractual, del desprecio
de la vida al respeto de la persona
humana, sobre la diferenciacin
histrica de las funciones. El individuo,
en tanto que tal, sera un producto de la
divisin del trabajo. Estas
consideraciones no tienen ningn
sentido; atestiguan simplemente la
voluntad comn de reducir el organismo
prctico a su funcin social. Ahora bien,
el conflicto aparece precisamente en
este nivel: en relacin con la operacin
comn, cada funcin tiene una
importancia relativa, luego el individuo
comn es inesencial o relativamente
esencial; pero en relacin con el
cumplimiento de esta tarea social, el
organismo prctico es mediacin
esencial. Lo que desde luego no quiere
decir que tal individuo, como producto
esencial de la Historia, sea
indispensable en la tarea que le ha
confiado el grupo. Es cosa que puede
ocurrir con organismos improvisados,
pero esta dependencia queda
automticamente suprimida en un grupo
que produce por s mismo a los
trabajadores que necesita. Lo que
significa sea cual fuere el individuo y
aunque sea inmediatamente
reemplazable que el momento de la
praxis es decir, lo esencial siempre
es el de la libre dialctica individual y
de la organizacin soberana del campo
prctico. Ningn individuo es esencial
al grupo cuando ste es coherente, est
bien integrado, hbilmente organizado;
pero, cuando realiza la mediacin entre
el individuo comn (que slo tiene
existencia real por la vida orgnica del
agente) y el objeto, cada individuo
reafirma su esencialidad contra el
grupo. Y sta no apunta a la
singularidad histrica de la operacin
(por lo menos no lo hace
necesariamente), sino a la libertad
prctica como momento indispensable
de toda operacin, incluso en el campo
prctico-inerte de la alienacin. El
agente individual ni ha superado ni ha
renegado de su juramento, ha llevado a
cabo su misin, ha cumplido su funcin;
y sin embargo, en cierta forma se ha
realizado en una nueva soledad, como un
ms all del juramento, como si hubiese
puesto a la inercia entre parntesis (ya
sea sufrida, ya jurada). Esto es, que se
ha encontrado de una manera
transparente, a travs de los poderes y
los cargos que le han transformado
verdaderamente, a travs de la
instrumentalidad que acrece su poder, y
no puede realizar su fidelidad al grupo
sino por una transcendencia que le
arranca al estatuto comn para
proyectarle fuera, en el objeto. Ya se
viva de una u otra manera, esta
contradiccin se expresa objetivamente
por un riesgo permanente de exilio o
hasta por un exilio real. Y el miedo de
exilarse engendra en la reciprocidad que
el grupo no se disuelva como inesencial
en la esencialidad de las acciones
singulares. No se trata del temor que ha
hecho que nazca el juramento en el
grupo en fusin; entonces se tema la
disolucin del grupo por defecto
(conductas negativas, derrota, abandono
del puesto, etc.). Ahora se teme la
disolucin por exceso y los juramentos
son ineficaces contra este nuevo peligro,
porque precisamente nace a partir de la
fidelidad jurada.
Pero en esta contradiccin entre lo
inesencial y lo esencial, aunque la
estructura en reciprocidad lo extienda a
todos, aunque sea vivida en la
singularidad del trabajo individual,
nosotros no veramos sino una simple
ocasin de malestar si la relacin entre
la accin reguladora y la accin
regulada no la volviese a tomar y la
ampliase. Hemos visto ya que la
integracin de cada tercero en el grupo
tiene como contrapartida un exilio
recproco; pero como cada miembro del
grupo es el tercero por el cual tiene
lugar esta integracin, resulta que la
realizacin prctica de la integracin
tiene como contrapartida una exclusin
giratoria, una sucesin circular de exilio
para todos y para cada uno. El grupo
combate los peligros de la serialidad
por la prctica permanente del
reconocimiento ritual y de la
integracin; ahora bien, estas
operaciones continuas son precisamente
las que suscitan en cada uno una manera
de vivir su ser-en-el-grupo como una
separacin constante y larvada, el ser-
en-el-grupo de los otros terceros como
un perpetuo riesgo de secesin. Nace
aqu sobre todo cuando se trata de
grupos susceptibles de reunirse o de
vivir en un lugar definido que sirve de
soporte material a su unidad una
contradiccin entre la situacin
geogrfica y la relacin real; por
ejemplo, si el grupo est preservado por
un recinto, yo me aprehendo como
estando realmente en l, pero esto slo
significa que identifico su ser con el
de su continente. En cierto sentido, esta
identificacin es legitima, ya que este
continente (en tanto que ha sido elegido,
delimitado, trabajado, que ha suscitado
condiciones definidas, etc.) representa
la materialidad prctica de esta
multiplicidad interiorizada. Pero al
mismo tiempo en mis relaciones con los
terceros realizo mi tensin de
inmanencia-transcendencia como la
verdad de nuestras relaciones humanas,
y esta verdad es que no estoy
autnticamente en el grupo o que no se
puede tomar a mi ser-en por la sencilla
forma de una relacin entre contenido y
continente. As, el interior del local, en
tanto que tal, sirve de fondo a mi
relacin humana y exaspera mi exilio en
interioridad en la medida en que la
pertenencia al todo material, como
sostn y expresin de la totalizacin,
deja de ser vivida como seguridad, se
vuelve secundaria y se desliza hacia la
aniquilacin sin que el ser-en-el-grupo
como interioridad prctica de las
relaciones se revele como una nueva
seguridad y en la experiencia intuitiva;
lo que se realiza en cada uno es la
interioridad como lazo espacial del
continente y el contenido en su
insuficiencia y como confusin
annima. Estoy dentro y temo que en el
seno mismo del dentro me encuentre
fuera. O, si se prefiere, cada cual
aprehende en la desconfianza la casi-
soberana (momento sin embargo
indispensable de la retotalizacin
reorganizadora) como si corriese el
riesgo de designarle como esencial; en
efecto, la operacin sinttica de
regulacin le indica como ltimo
trmino de la integracin, pero sin
integrarla; luego se asla. Esto no
contaba todava en el momento del
grupo en fusin, porque las funciones
diferenciadas an no se haban
producido. Pero cuando la casi-
soberana est realizada como ejercicio
de un poder concreto sobre los Otros
cualquiera que sea y como prctica
individual que escapa al juramento (no
porque lo supere, sino porque lo
fundamenta), el acto regulador se revela
en toda su contradiccin: intercesin-
secesin. Y en cuanto la libertad,
entrevista como libre negacin orgnica
de la libertad comn y como libre
disolucin de los depsitos de inercia
en cada uno, se asusta de ella misma,
encuentra en la angustia su dimensin
individual, los peligros de impotencia y
la certeza de enajenacin que la
caracterizan; en cuanto el tercero
regulador se vuelve tercero regulado,
tercero integrado, la reciprocidad
desplazada le descubre la integracin
por el Otro como riesgo de soberana
(por reificacin del grupo en el seno del
campo prctico de uno solo) y al mismo
tiempo como riesgo de exilio (es decir,
tanto riesgo de ser matado por el
tercero aprehendido en su secesin
implcita como riesgo de traicionar).
Lo que en este nivel se descubre es que
la mediacin por todos es reciprocidad
entre unos terceros que, todos y cada
uno, son en ellos mismos esta
contradiccin explosiva y perpetua que
he llamado casi-soberana. En este
sentido, la reciprocidad mediada remite
a la circularidad en la medida en que la
mediacin de los poderes de A y de
B no slo dependen de su
reconocimiento recproco, sino de una
serie de reconocimientos soberanos,
cada uno de los cuales puede ser
segn las circunstancias esencial o
inesencial para la unidad del grupo (las
relaciones de poder entre dos subgrupos
de organizacin dependen en efecto de
la manera en que los reorganizados
reconocen los poderes de estos dos
rganos o hacen que preceda el uno al
otro aunque el orden de prioridad est
fijado en orden inverso o los rechazan
conjuntamente). As el ser-uno del
grupo (como finalidad ontolgica
abstracta y, en el mismo momento, como
realidad concreta de la objetivacin
detallada) depende de mi libertad
individual es decir, del movimiento
que constituye para m como posibles
reales la exclusin, la liquidacin fsica
y la traicin, en la medida en que mi
ser-en-el-grupo se me escapa y se
constituye en la circularidad giratoria de
los actos reguladores (en tanto que
stos, en ellos mismos y por cuanto
puedo yo saber, pueden volverse
liquidacin del grupo o petrificacin de
la comunidad en objeto inorgnico[235]).
Al reforzar la separacin como inercia
sufrida a la inercia jurada, acrece la
tensin entre el exilio soberano y la
dependencia impotente; si el grupo
desborda del marco del local o del
continente (o si, por cualquier razn, las
relaciones en el interior del local, del
campo, de la ciudad, estn atravesadas
por el alejamiento; tal es el caso, por
ejemplo, en la accin clandestina: el
trabajo de la polica enemiga, como
conducta comn de un grupo adverso,
equivale a un condicionamiento por la
espacialidad como extensin prctico-
inerte), el tercero casi soberano sigue
siendo mi hermano, pero al mismo
tiempo es un desconocido o un mal
conocido. Sin embargo, su accin no
deja de ser reguladora: estoy informado
por los rganos de mediacin de que tal
intento comn ha comenzado en otro
lugar en el espesor espacio-temporal del
campo prctico-inerte y defino con otros
presentes nuestra conducta de subgrupo
en funcin de este intento. Y desde
luego, en otro lugar sigue siendo aqu;
pero es un aqu cuyas caractersticas
particulares se vuelven esenciales
(puesto que me inquieto por ignorarlas)
y cuya universal ubicuidad se vuelve
abstraccin inesencial.
Todo est en su lugar, finalmente,
por esta fuga giratoria de las
reciprocidades, para que el grupo
organizado desarrolle por su libertad
una forma circular de serialidad. Y,
curiosamente, por lo menos en
apariencia, esta aparicin del Otro no se
presenta como una enajenacin de la
praxis en lo prctico-inerte (aunque, por
lo dems, esta enajenacin se tenga que
producir), sino como redescubrimiento
de la libre individualidad como nico
medio y nico obstculo en la
constitucin de un grupo organizado. En
realidad es el nuevo desquite de la
multiplicidad negada.
Naturalmente, acabamos de
describir unas posibilidades dialcticas
de orden puramente formal. No ocurre ni
puede ocurrir que estas contradicciones
implcitas que remiten a estructuras
comunes a todos los grupos provoquen
por s solas y en su formalismo
estructural la resurreccin de la
serialidad en el seno de la unidad, la
traicin, o la represin por el Terror, o
la liquidacin del grupo. De hecho, es
necesario que sean vividas y
producidas, pase lo que pase, ya que
definen la contextura ntima del grupo
organizado y que ninguna accin ni
ningn miembro pueden ser producidos
en su realidad concreta si no es a travs
de las curvaturas internas propias de los
grupos que las producen. Pero es el
proceso histrico en su conjunto y, en el
marco totalizador, son las circunstancias
particulares, los fines del grupo, su
historia pasada, sus relaciones con los
otros grupos, etc., las que van a decidir
la manera en que ser vivida la unin
recproca y serial de exilio-secesin en
las zonas concretamente diferenciadas
de tal comunidad prctica. Desde luego
que, por ejemplo, un grupo
relativamente restringido que organiza la
complejidad de sus aparatos a travs de
una praxis victoriosa no puede ni
siquiera vivir sus contradicciones
reflexivas en forma de malestar; la
unidad real es transcendente y prctica,
se impone a partir del porvenir y en las
modificaciones reales del objeto comn,
en las estructuras de porvenir que revela
este objeto (se descubren posibilidades,
o facilidades que absorben a la accin
como autnticas exigencias, fallas donde
se hunde, atajos, etc.). Porque cuanto
ms fcil, urgente y ostentoso resulta
este porvenir objetivo, ms abrevia en
la interioridad del grupo las conductas
mediadores de reflexin: si la
organizacin se descifra claramente en
hueco sobre el objeto, si no presenta
ninguna dificultad en ella misma, no se
distingue de la operacin transcendente,
se vuelve interaccin lateral de las
reciprocidades en curso de una accin
comn. Sin duda habr que sancionarla,
reorganizarla; pero lo que nos importa
es que, con el xito logrado, el objeto
procura la unidad ontolgica del grupo,
por lo menos como casi-certeza de cada
uno de sus miembros. Y esta casi-
certeza no es una determinacin
subjetiva, es el carcter y la modalidad
para cada uno de su accin, en tanto que
ve, bajo sus dedos, cmo nace comn.
El efecto del fracaso, y sin ir ms lejos,
de las vicisitudes de una accin bruta y
decepcionante, es evidentemente que se
vuelva a la reflexin (planteando la
cuestin de la reorganizacin) y que
cada individuo o cada subgrupo viva la
separacin como desconfianza:
Nosotros, aqu, hacemos lo que
podemos, etc.. La accin, en su
momento de libre praxis individual,
muestra sus contradicciones en la
medida en que su xito singular aqu ya
no est inmediatamente absorbido en el
xito comn. En ella, el xito personal y
localizado tiende tanto ms a proponerse
para s como momento esencial cuanto
el xito comn parece ms
comprometido, ms alejado. Y la
separacin se produce en cada agente
singular, en la medida en que el xito
local de su accin produce en el objeto
una determinacin incompleta y no
significante (ya que la accin, desarrollo
completo del individuo prctico, no
encuentra su autntico e inteligible
significado sino en la realizacin
comn) que reclama (exigencia
objetiva) que el objeto comn la vuelva
a tomar y la integre por modificaciones
ms amplias producidas por el trabajo
de todos[236]. Y sobre todo, todo
depende de un conjunto complejo, que
une en un movimiento histrico a los
miembros del grupo, su multiplicidad,
sus medios de comunicacin, sus
tcnicas, sus instrumentos, la naturaleza
del objeto y del fin. Por ejemplo, un
grupo que toma como fin una accin
sinttica y unificadora (agitacin,
propaganda) y como objeto reuniones
seriales que le desbordan por todas
partes, interiorizar ms fcilmente a la
serialidad objetiva que combate; se ve
as cmo se establecen equilibrios (en
general perjudiciales a la accin en
curso) en la serialidad-objeto en vas de
disolucin y en el grupo-sujeto (en el
sentido prctico) en vas de
sealizacin. Pero basta con citar estos
ejemplos conocidos. Lo que cuenta es la
relacin de las estructuras comunes con
su contenido histrico (es decir, la
temporalizacin temporalizadora del
grupo por su praxis singular en unin
con su temporalizacin temporalizada
por la praxis de los otros grupos); y esta
relacin se puede expresar as: las
serialidades circulares, como
estructuras de secesin-exclusin, nunca
son realidades a priori y
determinaciones reflexivas
independientes de la Historia; se
realizan como momento temporalizador-
temporalizado de la vida del grupo, por
presin ele algunas circunstancias y bajo
formas particularizadas (luchas de
facciones, terror, anarqua interna,
ausentismo, desnimo, etc.). Pero la
historializacin bajo forma de conflictos
internos larvados o explcitos de la
serialidad circular como producto
propio del grupo no hace ms que
temporalizar, por la accin de factores
definidos, la contradiccin propia de las
comunidades; y esta contradiccin
fundamental que se descubre ms ac
del juramento y ms all de l es que
su unidad prctica exige, y al mismo
tiempo hace imposible, su unidad
ontolgica. As el grupo se hace para
hacer y se deshace haciendo. Y el ser-
en-el-grupo es una realidad compleja de
por s y contradictoria, ya que es en el
pasado el conacimiento[237] en el grupo
por reciprocidad de inercias
juramentadas y que, en la
temporalizacin hacia el futuro, la
reafirmacin de este nacimiento comn
por la accin orgnica, libre y
reguladora, al mismo tiempo, la
transpone en transcendencia-inmanencia
y la niega vivindola como
imposibilidad contradictoria y
simultnea para el individuo de estar
completamente en el interior del grupo o
del todo en el exterior. As el ser-en-el-
grupo es un inerte ser-en-medio-del-
grupo aprehendido como pasado
insuperable y realizado por un
movimiento de integracin que
neutraliza un movimiento de secesin. Y
cada operacin concreta de cada uno,
como libre asuncin de la
insuperabilidad juramentada, se
manifiesta en su plena positividad como
habiendo podido ser negativa de volver
a asumir el juramento y habiendo
reproducido libremente esta inercia
pasada. De esta manera, en la medida en
que vuelve a colocar el juramento como
una opacidad fulgurante en el seno de la
transparente libertad de compromiso, le
constituye, en el porvenir y
simultneamente, la no-posibilidad
juramentada de ser superado y la
permanente posibilidad de ser disuelto.
Y, sin duda, es mi libertad como Otro
quien ha jurado en m; pero toda accin,
como operacin concreta de mi libertad
translcida y ma, restablece la
prioridad de la dialctica constituyente
sobre la dialctica constituida y, en la
medida misma en que se somete a mi
libertad-otra, indica detrs de sta en el
pasado un momento de libre
transparencia que en definitiva
fundamenta hasta la otra libertad. En
verdad, este momento ha sido real, ya
que hemos hecho la experiencia con el
nombre de decisin reciproca de jurar.
El grupo reacciona con nuevas
prcticas contra este peligro permanente
que se descubre en el nivel de la
organizacin; se produce l mismo bajo
la forma de un grupo institucionalizado,
lo que significa que los rganos,
funciones y poder se van a transformar
en instituciones, la comunidad tratar de
darse un nuevo tipo de unidad
institucionalizando la soberana, y el
individuo comn se transforma a su vez
en individuo institucional. Pero como
esta nueva Constitucin inerte trata de
combatir una serialidad renaciente que
refuerza la inercia y que, como veremos,
basta utiliza la recurrencia para
consolidar la pasividad jurada, la
interferencia de estos dos movimientos
inorgnicos tiende ms bien a producir
formas degradadas de comunidad.
Degradar no comporta aqu, como
bien se entiende, ninguna referencia a un
sistema cualquiera de valores, aunque
fuese la afirmacin tica de que la
libertad es fundamento de los valores:
slo queremos decir que el grupo, cuyo
origen y cuyo fin residen en un esfuerzo
de los individuos reunidos para disolver
en ellos la serialidad, a lo largo de su
lucha se encuentra reproduciendo en l
la alteridad y queda cuajado en lo
inorgnico para luchar con ella en el
interior, lo que le acerca
progresivamente al estatuto colectivo.
O, si se prefiere, nuestra experiencia
dialctica inicia aqu un viraje y vuelve
hacia lo prctico-inerte, de donde antes
se haba arrancado la Libertad-Terror;
empezamos a ver que el movimiento de
la experiencia tal vez sea circular.
No hay duda, en efecto, de que la
nueva recurrencia sea aprehendida por
los miembros del grupo en y por la lucha
que instauran contra ella. Basta con
recordar cmo aument la desconfianza,
en la Convencin, a partir de setiembre
de 1793, es decir, a partir de la primera
sesin. Claro est que en el seno de este
grupo regularmente constituido vemos
aparecer conflictos de inters cada vez
ms violentos. Y estos conflictos
reflejos de los conflictos reales que
desgarraban al pas desgarran
irremediablemente a esta Asamblea
elegida. Conviene recordar sin embargo
que el sistema parlamentario est
establecido para resolver los conflictos
en el interior de los grupos de electores
o de elegidos: decide la mayora.
Se trata de una organizacin serial, pero
esta determinacin y este mantenimiento
de la unidad por la accin sobre la
serialidad no dejan de ser una
organizacin. Ahora bien, en su
conjunto, tanto las circunstancias
presentes y pasadas como el inmediato
porvenir reducen prcticamente el
sistema de conciliacin por el voto a la
categora de puro pretexto y lo
reemplazan por la integracin-terror. En
efecto, sta se presenta como exigencia
de unanimidad y rechazo de los
opositores como traidores; se mantendr
el sistema formal de voto (y tomar su
fuerza decisiva en determinados
momentos), pero la verdadera accin de
la Convencin sobre ella misma tiene
lugar rpidamente, por la violencia,
utilizando la fuerza del pueblo en armas.
Por otra parte, no hay duda de que si los
girondinos llegaron a representar los
intereses de la burguesa conservadora,
y aun, a su pesar, los de cierta
aristocracia, la diferenciacin de los
grupos (particularmente de los
girondinos y de los partidarios de la
Montaa) se llev a cabo lentamente, a
travs de una compleja evolucin cuyos
momentos ha sealado muy bien
Lefebvre: no cont al principio ni el
federalismo, ni la hostilidad a Pars, ni
las concepciones sociales o polticas.
Todo se constituy en la lucha y a travs
de episodios irreversibles. Y la
Convencin hered de la Legislativa su
irreductible desgarrn; el origen social,
el medio, las profesiones ejercidas antes
de las elecciones del 92, la cultura, todo
tenda, por el contrario, a dar una
homogeneidad real a los diputados de
las dos Asambleas. No debemos ver,
pues, a la Convencin (y menos an a la
Legislativa) ante todo y
fundamentalmente desgarrada por las
luchas sociales, incluso las luchas de
clase, sino como una Asamblea
homognea, constituida en su inmensa
mayora por pequeo-burgueses
intelectuales, cuyas irreductibles
contradicciones son el resultado de una
lenta evolucin pasada, que da a cada
uno, en relacin con su grupo, con sus
electores, con la nacin, con los grupos
adversos, una insuperabilidad
juramentada. Cada uno se afect de
alteridad inerte, da tras da, y por
medio de juramentos repetidos de ser
otro distinto de estos Otros, de estos
enemigos, fijos en la inercia, que le
consideran como el Otro. Entindaseme:
no se trata de poner espalda contra
espalda a la Montaa y a los girondinos;
los girondinos son totalmente
responsables de la violencia del
conflicto, primero por haber llevado a la
Revolucin a la guerra, es decir, por
haber producido el Terror como nico
medio de gobernar, luego por haber
adoptado los primeros una actitud
irreductible que tena que llevarles a
hacerse los representantes de
determinados intereses; finalmente los
girondinos hacan mala poltica y los de
la Montaa la hacan buena: encarnaban
el movimiento de una revolucin que se
radicaliza por la presin de las
circunstancias; los Otros encarnaban a la
burguesa que trataba de detener a la
Revolucin. No, no estn en tela de
juicio ni la poltica ni siquiera la tctica
cotidiana; y, en todo acontecimiento
histrico, la violencia proviene ele la
inercia juramentada. Pero no deja de ser
cierto que los diputados de la Montaa
se volvieron los enemigos jurados de
los girondinos a travs del desarrollo
del proceso revolucionario y a travs de
los juramentos de los girondinos
mismos. No hay duda de que la
revolucin del 31 de mayo tuvo como
finalidad esencial restablecer la
homogeneidad en el seno de la
Asamblea, al eliminar a los veinticinco
girondinos ms destacados. Esta
Asamblea nueva y depurada podra
darse sus propios aparatos de direccin,
de control, de administracin, etc. Ahora
bien, lo que aqu nos interesa es
precisamente esta situacin de falsa
homogeneidad. Porque la homogeneidad
de la Convencin renovada era falsa;
primero, como lo ha expuesto muy bien
Lefebvre, la mayora de los diputados
no perdonar nunca a la Montaa la
humillacin del 2 de junio. Luego,
muchos girondinos estaban todava en la
Asamblea; finalmente las nuevas
circunstancias iban a crear profundas
disensiones en la Montaa. La
diferencia consiste en lo siguiente y
es lo que cuenta para nosotros: que en
la Convencin, antes de la primera
depuracin, los grupos antagnicos
fundaban su heterogeneidad irreductible
sobre la irreductibilidad de sus acciones
polticas; por el contrario, despus de la
depuracin, los aparatos directores
realizan poco a poco la unidad de la
praxis comn. Pero esta unidad prctica
apenas si disimula una heterogeneidad
inasible pero irreductible que esta vez
es de las personas. Esta heterogeneidad
no se fundamenta ni sobre la prctica
individual ni sobre la individualidad
orgnica como factor de multiplicidad
numrica: su origen est en las
violencias del pasado (31 de mayo, 2 de
junio), en tanto que estn unidas como
inercia sufrida a la inercia juramentada
del representante de la nacin, es decir,
en tanto que el poder como estatuto
insuperable y juramentado les ha
comunicado el estatuto de
insuperabilidad (la violencia contra el
poder se vuelve poder violado que tiene
que restablecer en su pureza por medio
de la violencia). Lo que nos ensea la
experiencia histrica, en efecto sobre
todo despus de estos aos ltimos es
que las depuraciones tratan de
restablecer la homogeneidad interior
pero que reemplazan una heterogeneidad
casi estructurada (funcin y poderes de
la oposicin) por una heterogeneidad
difusa. En efecto, a partir del momento
en que los que se han vuelto los mismos
(votan por unanimidad, se dedican a la
realizacin de la misma poltica), son al
mismo tiempo y secretamente Otros, la
alteridad se vuelve para cada uno la
verdad secreta de la unidad.
Cualesquiera que sean las relaciones de
cada diputado con el Comit de
Salvacin Pblica, se instauran otras
relaciones aunque slo sea por la
necesidad de residir en el mismo local
entre los diputados mismos. Y estas
relaciones normales cuando est
garantizada la homogeneidad
aparecen como relaciones otras y
determinan a cada uno en su alteridad;
en tanto que es otro distinto de su pura
integracin, es decir, de su relacin
directa con el polo organizador, hay
relaciones de libre individuo prctico
con su vecino en tanto que ste es otro; y
la reciprocidad que se establece entre
ellos se define como reciprocidad de
alteridad en relacin con la totalizacin
en curso. Y como estas reciprocidades
estn o pueden estar mediadas (ya que
se establecen en el seno del grupo en
actividad), significa que cada uno, en
tanto que no tiene relacin directa con
sus vecinos (sino solamente relaciones
de funcin, de poderes, que pasan por el
aparato director y estn definidas por l)
se encuentra determinado en su
actividad comn, en sus posibilidades
de cumplir su tarea, y finalmente, hasta
lo ms profundo de su ser-en-el-grupo,
por las relaciones directas o mediatas
de los vecinos entre s. Y as se
establece una contradiccin para cada
uno, en tanto que miembro de la
Asamblea, entre la empresa de
totalizacin prctica que suprime al
individuo singular en beneficio de la
singularizacin de las funciones y la
serialidad circular que bajo la
totalizacin en curso hace que se
presienta sin cesar el mismo grupo
como degradndose en colectivo. La
unificacin como praxis organizadora
no deja de escaparse a cada uno en
tanto que se vuelve agente unificador
por las relaciones otras de los Otros
con esta sntesis unificadora (no son
una trampa para l, otra para tal Otro,
etc.?). La Convencin no realiza ni
mucho menos su unidad a travs del
esfuerzo de sus comits para unificarla,
se vuelve objeto hasta el punto exacto en
que la totalizacin se rompe contra la
recurrencia[238]. De hecho hay una
Convencin porque, en este grupo
prctico, la ausencia de estatuto
ontolgico de los individuos comunes
deja que se establezca el estatuto
ontolgico de serialidad circular como
basamento indestructible de impotencia.
Hay una Convencin en la medida en
que el fundamento de su unidad descansa
siempre sobre el Otro, es decir, en la
medida en que esta unidad cae fuera de
lo prctico y de hecho slo es otra ms
la imposibilidad sufrida por cada uno
de proseguir su integracin o de escapar
a ella. En este nivel cada uno est
dentro, en la exacta medida en que todos
los Otros estn fuera; la tensin de
inmanencia-transcendencia se encuentra
degradada, pasivizada en el grupo
colectivizado; el objeto colectivo es yo-
en-el-grupo-sin-m; en efecto, figuro en
l como el Otro, soy objeto de acciones
y de determinaciones que ignoro, soy la
vctima pasiva de proyectos que se me
esconden, o, sin darme cuenta, estoy
unido a conspiradores o a sospechosos
por una interdependencia que forjan sin
prevenirme de ella, tal vez sin saberlo;
estoy tambin como objeto de temor;
como medio seguramente y como fin
(relativo, inmediato) tal vez. Pero ni
siquiera puedo determinar en lo
abstracto esta alteridad impuesta sin
operar en la reciprocidad mediada una
sntesis del campo social que pasa por
la mediacin de los polos organizadores
y que al mismo tiempo me denuncia a
mis propios ojos como sospechoso; en
efecto, esta sntesis prctica es un acto
regulador. As descubro a la vez en la
tensin inmanencia-transcendencia, y en
una indisoluble unin, a mi ser-fuera-de-
m-en-el-grupo como alteridad de
impotencia y mi imposible integracin
como riesgo de exilio-secesin. En la
Convencin depurada, el colectivo
manifiesta por debajo la imposibilidad
para el grupo de ser sujeto
(contrariamente a lo que crea
Durkheim), y su grado de realidad est
en proporcin directa de esta
imposibilidad. Es as cmo tendr sus
estructuras, sus leyes, su rigidez propia,
cmo actuar sobre sus miembros, no
como conciencia ni como Gestalt, sino
como un objeto real, es decir, como la
estructura de exterioridad que limita
nuestro intento de interiorizacin, como
una contra-unidad indirecta que no es
sino la negacin de la unificacin
subjetiva y su imagen invertida, como la
marca finalmente de la imposible
integracin (si ni siquiera estuviese
intentada, encontraramos de nuevo el
puro colectivo de dispersin precio,
mercado, etc.; si pudiese proseguirse
hasta el final, pero es imposible, el
grupo ya no podra ser objeto para s
mismo).
Sin embargo, en la medida en que
cada uno trata de realizar el grupo, como
praxis unificada, en la medida en que
descubre la realidad-otra de la
comunidad como desviacin serial e
imprevisible que sufrir su propia
accin reguladora en este medio de
alteridad, tiene que intentar liquidar al
Otro como factor de inercia dispersiva y
de desviaciones circulares; y como el
Otro es cada uno en tanto que Otro, hay
que imponer la fraternidad por la
violencia. Lo que significa exactamente
que cada uno tiene que poder ser
radicalmente destruido en tanto que se
presta a una encarnacin particular del
Otro. La contradiccin salta a la vista:
la integracin-terror trata de alcanzar la
supresin del otro; pero es
indestructible; no es ms que cierta
relacin que se manifiesta precisamente
en circunstancias que engendran al
mismo tiempo la empresa de destruirla;
por lo dems, cada uno es Otro en el
Otro. As el terror sera una carrera
circular sin ningn efecto si no
suprimiese, por el contrario, a los
individuos singulares en tanto que son
ellos mismos, es decir, en tanto que su
libre empresa prctica les designa como
terceros reguladores y excluidos,
susceptibles de prestar en cualquier
momento su cuerpo al Otro. De las dos
negaciones del grupo la praxis
individual y la serialidad, la primera,
como hemos visto, est acompaada por
la realizacin de la empresa comn; es
negacin ontolgica y realizacin
prctica; la otra es definitiva y es contra
ella contra la que est originalmente
constituido el grupo. Sin embargo, es la
primera la que constituye lo sospechoso
para los aparatos del terror. Pero es que
el terror es en s mismo sospechoso para
s mismo; en efecto, en tanto que se
vuelve funcin y poder de determinados
subgrupos y de determinados individuos
comunes (fiscales, jurados, jueces del
tribunal revolucionario, comit de
salvacin pblica, etc.), se realiza por
deliberaciones y decisiones que son
creadoras de recurrencias y a la vez por
operaciones que se llevan a cabo en la
tensin de transcendencia-inmanencia.
Por la depuracin cualquiera que sea,
exclusin o ejecucin, el depurador
se constituye como sospechoso y
susceptible siempre ele ser depurado; se
produce como tal para s mismo, y por
esta razn es la libertad del tercero
regulador lo que persigue por todas
partes, confundindola con la inasible
alteridad. Y sin duda alguna esta libre
prctica es susceptible de reagrupar a
los opuestos, de constituir una
conspiracin, etc.; en tanto que tal, en el
momento del Terror, parece intolerable
para el aparato. Pero si en ese momento
y no antes ni despus, cuando el
rgimen se afloje cuando parece
intolerable, es que ya, sobre la base de
circunstancias exteriores muy definidas
(la invasin, los disturbios en las
provincias, la guerra en Vendea, los
disturbios sociales y los riesgos de
pasar hambre[239]), el Terror se ha
establecido como nico medio de
gobernar. Y en cualquier circunstancia
histrica que lo consideremos se
produce contra la serialidad, no contra
la libertad. En sus orgenes, en efecto, y
en su manifestacin, es la libertad que
liquida por la violencia la fuga
indefinida del Otro, es decir, la
impotencia[240]. El Terror nace en la
Convencin de la contradiccin objetiva
entre la necesidad de una praxis comn,
libre e indivisible, y las divisiones
objetivas pero inasibles y por lo dems
no formuladas de una Asamblea
gobernante que se mantiene transtornada
y alterada por las violencias padecidas.
Donde la libre praxis es sospechosa es
en esa atmsfera fundamental: la
serialidad mediada por la libertad se
descubre entonces como alteridad
pasiva y en consecuencia se denuncia la
libertad prctica como generadora de
alteridad. Todo esto se puede vivir
como realidad difusa del grupo
(integracin negada en primer lugar al
que acaba de entrar: en todos los
estrechos medios de las crceles,
prisiones, reformatorios, Genet ha
padecido y fijado las experiencias
permanentes del terror; la fraternidad
slo se realizaba en un caso: contra l).
La experiencia se puede hacer tambin
en tanto que se siente sobre s la praxis
(vigilancia, control policial, amenazas,
arrestos, etc.) de aparatos
especializados. De todas formas, cada
uno es depurador y depurado y el Terror
nunca es un sistema que se establece
por la voluntad de una minora sino la
reaparicin en circunstancias
definidas de la relacin fundamental
de grupo como relacin interhumana;
despus de esto, la diferenciacin puede
o no crear un rgano especializado cuya
funcin sea gobernar segn el terror.
En un grupo-terror, mi lazo con mi
hermano es terror: el acto regulador por
el cual me une a todos me da un plazo de
espera para m porque estoy constituido
en el grupo y porque se disuelve mi
exilio; pero al mismo tiempo lo
determina como en el lmite de la
interioridad, y de esta manera muestra la
distancia infinitesimal que separa al
movimiento regulador (es decir, a su
casi-soberana en la praxis comn) de la
verdadera soberana del Otro absoluto
(grupo enemigo o individuo) cuya
actividad sinttica puede reunirnos
desde fuera en rebao-objeto de su
campo prctico; estamos unidos, pero
estamos en peligro por ste[241]. As, en
tanto que miembro cualquiera del grupo,
aprehendo con las dos formas de mi
praxis (regulada o reguladora) a la
libertad no-ser del porvenir por
hacerse, como la revelacin del no-ser
de grupo. Y mi conducta individual de
terror consiste en consolidar en m la
inercia en la exacta medida en que esta
prctica recproca de consolidacin se
realiza tambin en el otro tercero por la
mediacin de todos los otros. En este
nivel el juramento se revela como base
indispensable pero insuficiente de la
unidad comn; es la primera piedra
sobre la cual hay que fundar la unidad
como ser-inerte-por-todas-partes. Sin
embargo, esta unidad inerte, tal por lo
menos como cada uno la puede realizar
en l y, a travs de l, en los otros, sera
muy diferente de la inercia serial, ya que
sera lucha de la libertad contra el
renacimiento interno de la serialidad.
Habra que llamar a esta petrificacin
sistemtica, es decir, a la lucha por la
inercia contra la inercia, contra-
serialidad inorgnica y producida. Es
intil detallar aqu el proceso tan
conocido segn el cual cada uno quiere
expulsar de s y de los otros al momento
regulador de inmanencia-transcendencia
para no identificarse ms que con el
productor comn de la accin regulada.
La modificacin fundamental consiste en
transferir, al mismo tiempo, el ser
comn del grupo, la libertad reguladora
y la imposible unidad ontolgica a la
praxis del grupo en tanto que tal. Ya que
es ella y slo ella la que hace la
unidad comn, y ya que el grupo reclama
tanto ms fuerte el estatuto mitolgico
cuanto la serialidad renaciente puede
disolverla en ella, el trabajo recproco
de cada uno consiste en proyectar a la
unidad ontolgica en la unidad prctica:
la praxis se vuelve el ser del grupo y su
esencialidad va a producir en l a sus
hombres como instrumentos inorgnicos
de que tiene necesidad para
desarrollarse. Y la libertad reside en
ella, y no en cada accin individual.
Esta nueva estructura del grupo es al
mismo tiempo la prctica del Terror y
una reaccin de defensa contra el Terror;
consiste en una doble relacin de
reciprocidad mediada: cada uno se
construye por el Otro, a travs de todos,
como la herramienta inorgnica por la
cual se realiza la accin; cada uno
constituye la accin como la libertad
misma bajo forma de imperativo-terror;
es ella la que da un poco de libertad
tomada a sus herramientas: pero esta
libertad tomada no es inquietante, es el
reflejo sobre un objeto inorgnico
particular de la libertad comn y no la
libertad prctica de un agente singular.
Es en este nivel donde se define la
institucin o, para que se mantenga
nuestro hilo conductor, donde algunas
prcticas necesarias para la
organizacin se dan un estatuto
ontolgico nuevo institucionalizndose.
En el momento viv del grupo (de la
fusin a los primeros estadios de la
organizacin), el individuo comn no es
inesencial, ya que es el mismo en todos,
es decir, la ubicuidad del grupo como
multiplicidad negada por una praxis; hay
que decir ms bien que cada uno viene a
cada uno, a travs de la comunidad,
como portador de la misma
esencialidad. Pero en el nivel del grupo
degradado, el individuo, en su negacin
terrorista exteriorizada de su propia
libertad, se constituye como inesencial
en relacin con su funcin. Claro que las
funciones y los poderes no son ms que
las determinaciones concretas del
individuo comn. Pero precisamente, en
el grupo vivo, se estableca un
equilibrio provisional entre el individuo
comn como producto social y la
libertad orgnica como asuncin de este
individuo-poder y como libre ejecucin
de la tarea comn con los medios
comunes. Por la empresa del juramento
y por la determinacin concreta del
porvenir, a travs de la inercia jurada,
actualizaba el poder y lo sostena en el
medio de la libertad produciendo as
la libertad comn como libertad
constituida, produca, por su
mediacin (entre el grupo y el objeto),
lo comn, aqu, como individuo.
La libertad aprehendida, por el
contrario, como sujeto comn
transcendente, al renegar de la libertad
individual expulsa al individuo de la
funcin; sta, al plantearse para s
misma, y al producir a los individuos
que tienen que perpetuarla, se vuelve
institucin.
Pero estas descripciones puramente
abstractas podran hacer creer que se
trata de un trabajo de la idea sobre s
misma. Por el contrario, los cambios
descritos son el producto de
transformaciones reales y
concomitantes, de las cuales una es
sufrida como fuerza inorgnica y la otra
es una operacin real de diferenciacin.
Primera transformacin. La
institucin no puede ser producida como
libre determinacin de la prctica por s
misma. Y si la prctica vuelve a tomar a
cargo a la institucin como defensa
contra el terror, lo es en la medida en
que esta petrificacin de s misma es una
metamorfosis inducida, cuyo origen est
en otro lugar. Ya conocemos este origen:
es precisamente el renacimiento de la
serialidad. Porque la institucin tiene la
caracterstica contradictoria tantas veces
sealada por los socilogos de ser una
praxis y una cosa. Como praxis, tal vez
se haya oscurecido su sentido
teleolgico; pero es que la institucin es
puro cadver, o es que los
institucionalizados tienen una
comprensin real de su fin y no pueden o
no quieren comunicarla; de hecho, cada
vez que tenemos los medios de
descifrarla (por ejemplo, cada vez que
examinamos las de una sociedad
industrializada contempornea),
descubrimos sus caractersticas
teleolgicas, es decir, una dialctica fija
de fines enajenados, de fines liberadores
y de la enajenacin de estos nuevos
fines. Pero por otra parte, la institucin,
en tanto que tal, posee una fuerza de
inercia considerable; no slo porque
forma parte de un conjunto institucional
y que apenas puede modificarse sin
modificar todas las dems, sino sobre
todo y en si misma porque se pone, por y
en su ser-inerte, como esencialidad, y
define a los hombres como medios
inesenciales de perpetuarla. Pero esta
inesencialidad no va ni de la institucin
al individuo ni del individuo a la
institucin; de hecho es la prctica que
se asla en tanto que se produce en un
medio comn y definido por nuevas
relaciones humanas. Estas relaciones
estn simplemente basadas sobre la
impotencia serial: si aprehendo la
institucin como fundamentalmente
incambiable, es que mi praxis se
determina en el grupo institucionalizado
como incapaz de cambiarla; y esta
impotencia tiene como origen mi
relacin de alteridad circular con los
otros miembros clel grupo; el terror se
ejerce contra los subgrupos.
Principalmente contra los que podran
formarse por s mismos por la presin
de las circunstancias; y en cierta
medida, incluso contra los subgrupos
organizados y especializados por una
diferenciacin comn y recproca del
grupo entero (o contra aqullos que
ciertas autoridades volveremos sobre
ello constituyen como rganos
legtimos de la comunidad entera).
Simplemente, como hemos visto, porque
la heterogeneidad juramentada, cuando
llega a soldarse con las operaciones
sufridas, en la irreversibilidad de la
temporalizacin, engendra la alteridad
como resurreccin de lo prctico-inerte
en interioridad. En este grupo invadido,
cada uno vive la desconfianza como
reciprocidad de impotencia; soy
sospechoso si pido al otro tercero que
modifique una estructura, un poder, una
prctica unindose a m y a otros; por lo
dems, lo que aleja no es tanto el objeto
que se tiene que cambiar como la
posibilidad de fundar una accin en el
grupo como determinacin negativa y
negada por la totalizacin en curso.
Entonces, no me atrevo a proponer
(tomar la iniciativa del acto regulador)
y, si propongo, la proposicin no
obtiene respuesta. Adems s yo mismo
que los otros terceros son realmente
otros y no puedo adivinar salvo para
los ms cercanos, tal vez cmo mi
acto regulador aparecer en ellos, es
decir, que ignoro de qu alteridad tiene
que estar afectado: deformado,
desviado, corre el riesgo de llegar a
resultados totalmente opuestos a los que
yo proyectaba; puede perjudicar al
objeto comn de la prctica comn (por
lo menos tal y como lo descubro en la
experiencia), se puede usar contra m
para perderme. Y esta razn muy
concreta en cada caso (segn las
condiciones concretas de este terror)
contribuye an ms a hundirme en el
silencio. Todo esto no es an nada, ya
que slo se trata de conductas
individuales. Pero recordemos que la
separacin, con cualquier forma que
tenga, ha elevado considerablemente el
umbral de la comunicacin entre los
terceros; en consecuencia, es
objetivamente ms difcil o totalmente
imposible alcanzarlos; y los que se
alcancen correran el riesgo de no poder
alcanzar otros. En el grupo degradado,
en resumen, toda proposicin es
divisionista, y el que la hace es un
sospechoso ya que deja entrever su
libertad y un divisor; todo
reagrupamiento local, si est
determinado en interioridad por los
individuos presentes y no por los otros,
fuera, que detentan el poder, es un
faccin, ya que la inercia de los Otros
har que sea un grupo separado en el
grupo y no un subgrupo; toda propuesta
concreta de los individuos se pierde
aunque Otros sean susceptibles de
adoptarla, porque el nico medio de
comunicacin posible con los Otros, en
tanto que ya estn serializados, es la
unidad serial de los mass media: la
separacin ha aniquilado
definitivamente la consigna que est
circulando. Esta impotencia para
cambiar la prctica en tal terreno, para
adaptarla a tales circunstancias, no la
tiene que aprehender directamente el
individuo como intento concreto y roto o
perdido para introducir tal o cual
modificacin. Y la actitud que adopta
frente a tal actividad comn, con sus
funciones y sus poderes, puede ser
perfectamente positiva. Si he sealado
la impotencia del tercero y si he hecho
de ello el factor determinante del pasaje
a la institucin, es simplemente porque
esta impotencia como relacin
fundamental y recproca de los terceros
respecto a cierta prctica tiene como
resultado necesario modificar la actitud
de cada uno y de todos hacia su
operacin; y la modificacin concierne
tanto a la adhesin como al rechazo.
Ambas actitudes son vividas, en efecto,
segn el modo concreto de la
impotencia: si no estoy de acuerdo, qu
se le va a hacer, me arreglar sin ello; es
una posibilidad, un accidente, capital
para m, indiferente para la prctica
misma y que se podra expresar con las
siguientes palabras: ya que es
incambiable, an cabe la suerte de que
me adhiera a ella con gusto. Que sea
prctica interna de organizacin, de
enlace, de control, lucha definida en el
seno del grupo contra la rareza (de los
hombres, de los fondos, de las
comunicaciones), en una palabra, que
sea integra-dora, o que sea un detalle de
la accin comn y transcendente sobre
el objeto o sobre el enemigo, la cuestin
es que la prctica es institucin el da en
que el grupo, como unidad corroda por
la alteridad, se muestra impotente para
cambiarla sin transtornarse enteramente
l mismo, es decir, el da en que cada
uno se vuelva a encontrar condicionado
por la fuga giratoria de los otros. Y esta
metamorfosis no significa en absoluto
que se haya vuelto intil. Claro que se
puede mantener sobre la base real de
conflictos de intereses entre los
miembros del grupo o, simplemente,
como parte integrante de un grupo
prctico que envejece sin poder
cambiarse (por equilibrios de fuerzas
adversas que reducen el conjunto a la
impotencia en medio de una sociedad en
transformacin, etc.). Pero estas
diferentes posibilidades (que remiten a
su vez del antagonismo a la alteridad) no
nos pueden ocultar que la institucin,
como detalle de la accin comn, puede
conservar, en el nivel del grupo
institucional, toda su utilidad (para el
conjunto de los individuos sistema
exogmico o para una fraccin
dominante en el seno del grupo
considerado). De la misma manera, en
tanto que prctica detallada, puede y
debe realizarse por individuos
seleccionados o producidos por el
grupo; supone, pues, poderes, tareas, un
sistema derecho-deber, una localizacin
material y una instrumentalidad. As se
define por las mismas caractersticas
que nos han permitido definir la prctica
organizada; pero, en tanto que es
institucin, su ser real y su fuerza le
llegan del vaco, de la separacin, de la
inercia y de la alteridad serial; es, pues,
la praxis en tanto que otro. Hemos
visto la pasividad activa como
produccin regulada de la inercia
juramentada y como condicin de la
actividad comn; y tambin hemos hecho
la experiencia, en el campo prctico-
inerte, de la actividad pasiva, como
resultado de la alienacin; hay que
considerar a la institucin en un grupo
descendente como el paso de una a la
otra. Entre la pasividad activa y la
actividad pasiva, son posibles
numerosos intermediarios, y se puede
fijar a priori el estatuto de tal o cual
institucin; la que decide es la historia
total y concreta. Lo que importa por
lo menos en tanto que se mantenga su
finalidad es que nunca es del todo
asimilable a lo prctico-inerte; su
sentido es el de una accin emprendida
en funcin de un objetivo (cualesquiera
que sean las contrafinalidades
desarrolladas); pero inversamente, la
presencia en ella de la alteridad como
separacin sufrida le impide que se
identifique con las formas inertes aunque
ligeras de la pasividad activa que estn
fundadas nicamente sobre la
insuperabilidad jurada de determinados
posibles. En este nivel, el grupo se
mantiene enteramente prctico, a pesar
de la serialidad que le corroe, y la
institucin (o ms bien el conjunto
institucional como sistema de relaciones
fijas) no es ms que la modalidad de su
praxis. Y el carcter institucional que
revista a la accin comn es el lazo ms
seguro entre los terceros, ya que se
funda en la impotencia de cada uno, en
otros trminos, en un principio de
masificacin circular cuyo origen es el
no-ser-sustancia de la comunidad. El
ser de la institucin, como lugar
geomtrico de las intersecciones de lo
colectivo y de lo comn, es el no-ser
del grupo que se produce como lazo
entre sus miembros[242]. La unidad de la
institucin es la unidad de la alteridad
en tanto que se ha introducido en el
grupo y que el grupo la utiliza para
reemplazar a su unidad ausente. Pero su
relacin con cada uno es de interioridad,
aunque se pueda definir como la praxis
en exterioridad; en efecto, determina a
cada uno en inercia y en obligacin
prctica. Cada uno est superado por
ella en tanto que reside en todos los
Otros, que es imprevisible y otra y que
depende de esta imprevisibilidad. Pero
por otra parte, en tanto que praxis
institucionalizada, sigue siendo un
poder sobre l (en nombre de la fe
jurada) o, si la representa y la mantiene,
su libre poder sobre los Otros. En la
actualidad, este libre poder es discutido,
porque cada uno y el poder de cada uno
se le aparecen a cada uno en la unidad
contradictoria del mismo y del Otro.
Tambin es discutido el reconocimiento,
pero la discusin es reconocimiento.
Estos dirigentes sindicales aparecern
como dignos de confianza si hacen la
prueba (as el Otro remite al mismo y
finalmente a la libertad; pero si la
libertad parece demasiado manifiesta, la
desconfianza renace en seguida; es
necesario que se descubra un hombre en
el servicio de la funcin pero que en
todo caso la funcin preceda al hombre).
Pero aunque hayan merecido y ganado
esta confianza, si cometen la torpeza de
oponerse a una huelga salvaje (o de
querer imponer una lnea de accin
impopular), perdern todo y corrern el
riesgo de sufrir violencias a veces
graves; los trabajadores reconocen el
poder que discuten slo con esas
violencias de reaccin: reaccionaran
menos duramente frente a las protestas
de un obrero no sindicado. As se
manifiesta en todas partes incluso en
el ejrcito, tipo de grupo institucional
el nuevo estatuto del poder; yo defina
en el grupo organizado el derecho de
cumplir con su deber; habra que definir
ahora el deber de hacer lo posible para
hacerse reconocer el derecho de cumplir
con su deber. Este reconocimiento tiene
que obtenerlo el hombre de institucin
por dos prcticas opuestas y
simultneas: por una parte, cuando su
poder institucional no est directamente
en juego, la tctica general consiste en
liquidar al Otro en l para liquidarlo en
los Otros (el oficial que vive en medio
de sus hombres y que regula toda su vida
sobre la de ellos); por otra parte, cuando
llega el momento de ejercer el poder, el
hombre de institucin se constituye
bruscamente como el Otro absoluto, por
sus mmicas y su traje; funda la
inquebrantabilidad del poder ejercido,
de las decisiones tomadas, etc., en su
ser-institucin, es decir, en la inercia y
la opacidad total de la alteridad vuelta
presencia en l de la institucin
particular y, a travs de ella, del grupo
como praxis comn. En este nivel, en
efecto, la mistificacin es fcil: al seguir
siendo prctica la institucin y al no ser
disuelto el grupo, aqulla en su ser
negativo (que en el fondo slo es
ubicuidad del no-ser) se descubre en las
circunstancias apropiadas, como estatuto
ontolgico de la comunidad; lo que
significa que remite al conjunto del
sistema institucional como totalidad de
relacin de las determinaciones
sintticas de la multiplicidad agrupada.
A travs del hombre-poder, que se
descubre por medio de ceremonias y
danzas conocidas como ser-
institucin, el individuo organizado cree
aprehenderse a s mismo como integrado
en el grupo por el conjunto institucional
(y, por este hecho, es lo que cree y dice
cada ciudadano), cuando la institucin
slo puede aparecer, de hecho, en un
momento determinado de la involucin
del grupo y como el ndice exacto de su
desintegracin. Y si est bien hecha la
danza, si el hombre-poder ha remitido
como conviene a lo inorgnico como
realidad humana fundamental, el orden
o la decisin aparecern cmo
inorgnicos (inquebrantables) al mismo
tiempo que se les obedecer en nombre
de una fe jurada, es decir, de una inercia
juramentada. La libertad del hombre-
poder es pura mediacin, para el
individuo que reconoce este poder,
entre la inercia de la institucin y la
inercia del orden particular. Hay en esto
una superacin de lo abstracto hacia lo
concreto, pero esta superacin, aunque
reconocida, no se plantea para l, como
en el libre trabajo prctico: la
mediacin se agota y desaparece; se
mantiene como determinacin inerte del
discurso, por ejemplo, en tanto que est
fundada por una determinacin inerte y
sinttica de la multiplicidad humana y
que se dirige a la doble inercia de los
individuos organizados (inercia jurada
sobre un fondo de impotencia serial). En
ese momento, la libertad est
perfectamente escondida o, si aparece,
es el esclavo inesencial y efmero de la
necesidad. La necesidad, por el
contrario, es absoluta en el sentido en
que su forma libre y prctica (necesidad
producida por la libertad) se confunde
ahora con su forma de enajenacin
serial. El imperativo y la impotencia, el
terror y la inercia se fundan
recprocamente. El momento
institucional corresponde, en el grupo, a
lo que se puede llamar
autodomesticacin sistemtica del
hombre por el hombre. El fin, en efecto,
es crear hombres tales (en tanto que
individuos comunes) que se definan a
sus propios ojos y entre s por su
relacin fundamental (reciprocidad
mediada) con las instituciones. El
trabajo est muy adelantado debido a la
serialidad circular; una accin
sistemtica de cada uno sobre s mismo
y sobre cada uno a travs de todos
tendr como resultado el crear el
correlativo riguroso del hombre-
institucin, es decir, el hombre
institucionalizado. En la medida en que
la praxis anquilosada que es la
institucin recibe su anquilosarmento de
nuestra impotencia, constituye para cada
uno y para todos un ndice definido de
reificacin. Esto no significa
necesariamente que la suframos como un
constreimiento, sino ms bien que es
nuestra propia inercia inorgnica en el
medio social. Pero el momento de
degradacin comn en que aparece la
institucin es precisamente aquel en que
cada uno pretende rechazar de s a la
libertad para realizar como una cosa la
unidad en peligro del grupo
descendente. En este nivel de involucin
(por la presin de las circunstancias
exteriores), el individuo comn se
quiere volver una cosa retenida contra
otras cosas por la unidad de un sello; el
modelo del grupo institucional ser la
herramienta forjada. Y cada uno es
cmplice en tanto que tal de la
institucionalidad. Pero, inversamente, lo
es tambin porque es su vctima desde
antes del nacimiento. En efecto, ni
siquiera haban nacido cuando la
generacin anterior haba definido ya su
porvenir institucional como su destino
exterior y mecnico, es decir, como
determinaciones de insuperabilidad (o
como determinaciones de su ser). Las
obligaciones militares, cvicas,
profesionales, etc., constituyen por
adelantado una insuperabilidad en el
fondo de cada uno (si nace en el grupo);
naturalmente, hay que cumplir con esas
obligaciones (y no desempear esos
papeles o mantener esas actitudes
como dicen los culturalistas, mezclando
sin discernimiento las condiciones
materiales, las posibilidades definidas
por el conjunto histrico sobre la base
de estas condiciones y las obligaciones
institucionales). Estos nacimientos en el
grupo son juramentos (reiterados por los
ritos de pasaje) y estos juramentos se
hacen como asuncin de la inercia
institucional con la cual los otros han
afectado al nio, en forma de libre
compromiso de realizar la institucin.
Segn este punto de vista, el ser
institucional es en cada uno una inercia
prefabricada de ser inorgnico que se
superar por una libertad prctica cuya
funcin juramentada es objetivarse en
ese mismo ser como determinacin
inerte del porvenir. La institucin
produce sus agentes (organizadores y
organizados) destinndolos al progreso
de determinaciones institucionales, y
recprocamente los agentes
institucionalizados, en sus relaciones de
alteridad dirigida, se identifican a su vez
con el sistema prctico de las relaciones
institucionales, en tanto que est inscrito
necesariamente en un conjunto de
objetos trabajados de origen inorgnico.
As la institucin como praxis
estereotipada (pero cuya eficacia, por la
presin de tales circunstancias, reside
con frecuencia en la estereotipia) es un
esbozo del porvenir en su rigidez; en
tanto que persistencia inerte de una
organizacin reificada en el seno de un
agrupamiento que por lo dems bien
puede reorganizarse, se constituye como
permanencia elemental y abstracta del
pasado social en tanto que ser, incluso
y sobre todo si los arreglos en curso
descubren el perpetuo cambio de ese
mismo pasado como significacin[243].
Segunda transformacin. El
sistema institucional como exterioridad
de inercia remite necesariamente a la
autoridad como a su reinteriorizacin, y
la autoridad como poder sobre todos
los poderes y sobre todos los terceros a
travs de los poderes est establecida a
su vez por el sistema como garanta
institucional de las instituciones.
El fundamento de la autoridad, en
efecto, es la soberana en tanto que
desde el grupo en fusin se vuelve casi-
soberana del tercero regulador. De tal
manera el jefe se produce al mismo
tiempo que el grupo mismo y produce al
grupo que lo produce, con la
particularidad de que en este momento
elemental de la experiencia, el jefe es
cualquiera. O, si se prefiere, la casi-
soberana de cada uno es uno de los
lazos constitutivos del grupo. Hemos
sealado entonces que si algunos
individuos se manifestaban con ms
frecuencia o ms ampliamente que otros
como terceros reguladores, lo era sobre
la base de circunstancias histricas
definidas y, en tanto que tales,
accidentales ante todo. Finalmente,
hemos sealado que, en los perodos
revolucionarios, los grupos que
aparecen para volver a desaparecer en
el curso de las jornadas, se organizan
y se reorganizan alrededor de individuos
bien determinados que pueden conservar
su confianza mucho tiempo. Estos
agitadores son terceros reguladores,
pero en realidad no se les puede llamar
jefes; miman o expresan por todos la
praxis que se define por todas partes
implcitamente, en la ubicuidad de la
reciprocidad mediada. Hemos visto
aparecer los poderes en el nivel del
juramento y de la organizacin. No
describimos entonces la autoridad
porque los poderes (como casi-
soberana recproca) no implican sin
mediacin este poder especfico que se
llama autoridad. Sin embargo, hemos
visto precisarse una relacin
propiamente comn de cada uno con
todos y con cada uno que es el poder
difuso de vida y de muerte sobre el
traidor o, si se prefiere, la fraternidad-
terror, como determinacin fundamental
de la socialidad. Esta estructura
permanente y viva de coercin es una
determinacin necesaria de la soberana
como autoridad. A partir del momento
en que un tercero regulador (o un
subgrupo de tercero regulador) es titular
juramentado de la regulacin como
funcin organizada, y cuando este mismo
tercero recibe y concentra la violencia
interna del grupo como poder de
imponer su regulacin, la casi-soberana
giratoria de cada uno se inmoviliza y se
vuelve la autoridad como relacin
especfica de uno solo con todos. Esta
relacin puede aparecer en el nivel del
grupo organizado; pero, en la medida en
que ste est vivo, luego en perpetua
modificacin, es ella misma movediza y
pasa de uno a otro segn las exigencias
de la situacin. La autoridad slo se
manifiesta en su desarrollo completo en
el nivel de las instituciones; las
instituciones son necesarias, es decir, un
renacimiento de la serialidad y de la
impotencia, para consagrar el Poder y
asegurarle su permanencia por derecho;
con otros trminos, la autoridad
descansa necesariamente en la inercia y
en la serialidad, en tanto que es Poder
constituido; pero inversamente su
eficacia real, por la fuerza coercitiva de
que dispone, tiene que tratar de aumentar
el poder y el nmero de las
instituciones, como productos de la
recurrencia y de la masificacin y como
nica arma comn eficaz para luchar
contra los factores de dispersin.
Tomando las cosas por el otro extremo,
observaremos que el sistema
institucional, a travs de un engao
permanente, se da en su ser-inorgnico
como la unidad real del grupo
descendente. Pero cuando se descubre
directamente el sistema en s mismo, se
explicita en una multiplicidad de
relaciones diversas y no totalizadas.
Hemos visto, en efecto, que la
institucionalizacin de las funciones se
opera a travs de una historia, en lugares
diversos por lo dems, y que la
diversidad de las circunstancias y de los
problemas condiciona necesariamente
una diversidad local de las
temporalizaciones. Hay separaciones,
retrasos, asimetras: aqu unos aparatos
de enlace estn establecidos
directamente en forma institucional, all
unos rganos mediadores nunca
pasarn al estadio de institucionalidad
(unos desaparecen y otros se mantienen
con vida). Esta especie de hielo social
no se presenta, pues, como una praxis,
ni siquiera como un proceso unificador.
As la autoridad cumple una funcin
definida: en tanto que poder sinttico
ejercido por uno solo (tal vez como
expresin de un subgrupo unido, no
importa mucho), toma en ella la
multiplicidad de las relaciones
institucionales para darles la unidad
sinttica de una praxis real. Las
instituciones se dan como ser-uno
inorgnico de la comunidad en serie; el
jefe se da como la disolucin y la
reunificacin sinttica de esta pasividad
exterior en la unidad orgnica de la
praxis reguladora, es decir, de la praxis
del grupo en tanto que vuelve sobre l
como praxis de una persona. Pero aqu
se descubre la contradiccin esencial de
la autoridad esta reencarnacin
individual del grupo en fusin y de la
Libertad-Terror; el jefe entra en tanto
que tal en la multiplicidad institucional,
porque es el producto real de una
institucin. El jefe sostiene, pues, a las
instituciones en la medida en que parece
producirlas como exteriorizacin interna
de su interioridad, disuelve a su ser-
inerte en su praxis histrica. Pero esta
praxis histrica como reciprocidad
del soberano y de las relaciones
institucionales est a su vez producida
por la inerte eternidad de las relaciones
institucionales. Hay que ver este
movimiento dialctico desde ms cerca;
en efecto, es por l y sobre l cmo se
acabar la investigacin de la
inteligibilidad propia del grupo
institucional.
Ahora bien, lo que vemos en seguida
es que, contrariamente a lo que se
sostiene con tanta frecuencia, la
soberana no constituye de por s un
problema y no reclama ningn
fundamento. La ilusin se produce aqu
porque siempre se considera el estado
de masificacin como lgica e
histricamente original y porque se toma
como tipo elemental de las relaciones
humanas a las relaciones reificadas que
se encuentran en las sociedades de
explotacin. A partir del momento en
que la ausencia de relacin se vuelve la
relacin fundamental, resulta legtimo el
preguntarse cmo este tipo de relacin
sinttica que se llama el Poder se puede
instaurar como lazo entre estas
molculas separadas. Y nos hemos
negado a priori todo medio de
interpretacin salvo dos: el Poder
emana de Dios, el Poder emana de
determinadas metamorfosis intermitentes
que transforman a la sociedad en
totalidad-totalizada, expresa el
constreimiento de las representaciones
colectivas, etc. Desgraciadamente, no
tienen existencia real ni Dios ni el grupo
totalizado. Y si verdaderamente hubiese
que encontrar un fundamento de la
soberana, pasaramos mucho tiempo
buscndolo, porque no lo hay.
No lo hay porque no es necesario; es
sencillamente la relacin de interioridad
unvoca del individuo como praxis en el
campo objetivo que organiza y supera
hacia su propio fin. No hay ninguna
razn para fundar el derecho de la
praxis por el cual el hombre reproduce
su vida modificando libremente la
materia en su derredor; por el contrario,
esta superacin dialctica que muestra
el porvenir-praxis de la necesidad es l
mismo el fundamento de todos los
derechos. O, si se prefiere, la soberana
es el hombre mismo en tanto que acto, en
tanto que trabajo unificador, en tanto que
tiene influencia sobre el mundo y que lo
cambia. El hombre es soberano. Y en la
medida en que el campo material es
tambin campo social, la soberana del
individuo se extiende sin ningn lmite a
todos los individuos. Estos organismos
materiales tienen que estar unificados
como sus medios en el campo total de su
accin soberana. El nico lmite de la
soberana del hombre sobre todos los
Otros es la simple reciprocidad, es
decir, la entera soberana de todos y de
cada uno sobre l. Cuando esta relacin
original est vivida fuera de toda
institucin, constituye a todo hombre
como un absoluto para cualquier otro
hombre, es decir, como el medio
insuperable de que cada uno es a la vez
medio y fin en la medida en que todo
individuo es el medio de su propio fin y
el fin de todos los medios. En este
sentido, la soberana es a la vez el lazo
unvoco ya descrito y la relacin
fundamental de
reciprocidad (cosoberana).
La soberana en el grupo no tiene,
pues, que dar cuenta de su poder
positivo, sino de las determinaciones
negativas y limitativas que se le infligen.
En efecto, la hemos visto volverse casi-
soberana en la tensin
transcendencia-inmanencia. Y segn
nuestro punto de vista, esta limitacin
sigue siendo el fundamento del Poder: la
soberana del jefe no puede ser ms que
casi-soberana, si no no sera tercero
regulador y el lazo de interioridad
quedara roto. Un rey asirio que hace
ejecutar a sus prisioneros de guerra (que
pertenecen al otro ejrcito), ejerce sobre
ellos la soberana total, pero, al mismo
tiempo, le resulta imposible tratarles
como hombres; su soberana slo se
puede expresar como relacin unvoca
de violencia con una multiplicidad
cualquiera, que invade desde fuera su
campo prctico y que tiene los medios
materiales para aniquilar. Con sus
soldados, por el contrario, y
precisamente porque la relacin de
autoridad ya no se apoya en la fuerza
fsica, tiene una relacin de casi-
soberana. Entindaseme: en ninguna
parte es ms estricta la disciplina, en
ninguna parte el control es ms atento, ni
los rganos de coercin ms numerosos,
o las fuerzas del orden ms
poderosas. Pero las fuerzas del orden
tienen con los sediciosos, con los
rebeldes, la misma relacin que los
mismos con los mismos; los soldados
que fusilan son los mismos que los
fusilados, y nada nos permite que
coloquemos a priori a un subgrupo
militar en una u otra de las dos
categoras (piquete de ejecucin-
fusilados). La alteridad les llega para
hacer de ellos fuerzas de orden, lo que
quiere decir que la primera relacin de
autoridad es la de una casi-soberana de
interioridad, como violencia que se est
forjando sus medios, con subgrupos que
por sus intereses o por los intereses
comunes del grupo o por la unin
determinada de sus intereses con los del
grupo-definen su accin coercitiva en
funcin de su accin reguladora. De la
misma manera, la superioridad tcnica e
instrumental del grupo de represin (al
servicio de la autoridad) sobre el
conjunto del grupo no siempre es
evidente ni necesaria, sobre todo en el
ejrcito, ya que tanto fuerzas de orden
como sediciosos poseen a priori un
armamento semejante. Claro est que
mientras el rgimen reine las fuerzas
del orden dispondrn armas pesadas y
comunes (ya se trate del caballo, del
can o del avin), pero es
precisamente porque su relacin de
violencia con los sediciosos es un poder
sobre la mayora de los terceros, vivido
y reconocido por el conjunto de los no-
rebeles como derecho-deber. La fuerza
pblica como sostn de la autoridad no
se manifiesta como justa violencia sino
en el medio Libertad-Terror, y por
esta Libertad-Terror que por lo dems
va a dimitir. La Libertad-Terror
volvindose funcin especializada: tal
es (con la serialidad de impotencia,
como veremos) la relacin de
interioridad con los grupos de represin.
Y esta denegacin interiorizada es
precisamente el medio comn del grupo
que permite mientras se mantenga
como tal la victoria regular de la
represin. El fracaso del motn est
dado en el momento preciso en que ha
encontrado sus lmites en extensin: esta
unidad, nada ms. Estos lmites dictan
sentencia, y la sentencia proviene del
grupo; al seguir siendo todo l lo que es
grupo institucionalizado,
cualesquiera que sean sus simpatas o
las simpatas individuales de los otros
soldados por los sediciosos, ha
constituido dentro de l el grupo de los
insurgentes como su negacin radical; en
realidad, en la medida en que los
leales rechacen la reorganizacin del
grupo como nueva totalizacin que
propone el grupo amotinado, es decir, en
la medida en que no considere a ste
como productor de una nueva
posibilidad de porvenir sino como
negando su propio porvenir, pura y
simplemente (es decir, el porvenir
rgido de la institucionalidad), estos
leales constituyen el grupo como por
puro debilitamiento interno de la unidad,
como poder negativo y corrosivo,
peligro de serialidad y fuerza inerte de
negar. En tanto que mayoritarios
estn, pues, unidos con la fuerza pblica
de aniquilacin; legitiman esta
aniquilacin por su fidelidad y, ms an,
la hacen materialmente posible, ya sea
abstenindose, ya sea prestando su
ayuda[244]. El lazo de Poder con los
terceros regulados, incluso y sobre todo
porque la soberana del jefe no est
discutida, se funda, pues, ante todo en la
transformacin de la soberana total en
casi-soberana. Lo que quiere decir,
simplemente, que el jefe como funcin
unificadora, modificadora y represiva es
interior al grupo mismo. En el momento
en que ste se constituye por la presin
de las circunstancias, a partir d las
primeras agitaciones de esta multitud
que liquida su serie, y hasta los ltimos
avalares de un grupo que se petrifica del
todo, cada uno se hace casi-soberano, y
esta determinacin en interioridad del
tercero regulador, como paso del Otro al
Mismo, es una estructura fundamental de
la praxis como comunidad.
No, lo que conviene fundar no es la
soberana, ni siquiera esta primera
limitacin que la hace eficaz. Es la
segunda negacin constitutiva: por qu,
sobre qu bases, en qu circunstancias
exteriores e interiores, con qu fin, etc.,
se bloquea de pronto la reciprocidad
circular de las casi-soberanas y se
define soberano al individuo comn (o
al subgrupo) que es el lugar material
donde ha tenido lugar el bloqueo?
Se han confundido las cosas al
querer dar al soberano desde el
principio el enorme poder de que de
hecho dispone y al ver en ello la
manifestacin de una fuerza positiva
(encarnara o reflejara la soberana
colectiva). Esto supone olvidar que la
casi-soberana como reciprocidad
mediada de cada uno con todos se
caracteriza por su ubicuidad y no por no
s qu virtud sinttica que combina
todos los poderes del grupo. De
hecho en todas partes es la misma, ya
que siempre y para cada uno es la
posibilidad de definir un aqu al
definirse como tercero regulador. La
casi-soberana no es ni nunca puede ser
poder totalizado del grupo sobre sus
miembros; ni tampoco poder sucesivo
de cada uno sobre todos. El poder
interviene con la primera limitacin, es
decir, con el juramento. La casi-
soberana originalmente es esta
contradiccin simple: en cada tercero, el
poder sinttico de reorganizar el campo
prctico se manifiesta como su
pertenencia al grupo corregido, luego
siendo en cada uno en este momento la
misma; la praxis comn se realiza as en
todas partes a la vez y es al mismo
tiempo como medio y como fin. As
cada casi-soberano, como tercero
regulador, supera al conjunto agrupado
por una cabeza, sin dejar de estar
integrado, y, como tercero regulado, se
deja superar por un l mismo surgido en
cualquier aqu.
Por el contrario, el soberano se
puede definir en el seno del grupo por
un estatuto que le sea propio y cuya
realidad profunda sea la negacin; nadie
pretende que est fuera del grupo ni que
haya dejado de ser tercero. La
soberana-institucin designa al
individuo comn que la ejerce como
tercero no superable, por lo menos en el
ejercicio de sus funciones. Si no es
superable y si no obstante no deja el
grupo, significa que su accin
reguladora (realmente efectuada o
definida como operacin organizada) se
determina siempre como la praxis
comn que se da sus propias leyes frente
a todos. Pero la insuperabilidad produce
el tercero insuperable como el miembro
del grupo por el cual se tiene que
efectuar siempre esta regulacin. As la
existencia de un soberano se funda
negativamente en la imposibilidad
(sufrida o consentida o ambas cosas:
habr que determinarlo) para cada
tercero de volverse directamente
regulador. Lo que no significa que todas
las iniciativas prcticas, todos los
proyectos de reorganizacin, todos los
inventos o todos los descubrimientos
deban su origen al soberano; significa
que tienen que pasar por l, ser
reinteriorizados por l y descubrirse en
el grupo por l como nueva orientacin
prctica. El soberano dispone de los
medios de comunicacin (ya se trate de
rutas y de canales o de mass media)
porque asegura solo la comunicacin.
Hemos visto al grupo engendrar al
organizarse aparatos de control y de
mediacin. Pero estos aparatos
cualquiera que sea su importancia
siempre son especializados; la funcin
del soberano consiste en asegurar la
mediacin de todas las mediaciones y en
constituirse en tanto que tal como
mediacin permanente entre los
individuos comunes. Pero esta
mediacin no trata simplemente de
conservar la unidad del grupo, sino que
trata de conservarlo en la perspectiva de
la realizacin prctica del fin comn.
Ahora bien, la fijeza de la mediacin
se produce como una consecuencia y
como una condicin de determinadas
desposesiones sufridas y consentidas
por los individuos comunes; en efecto,
constituye la negacin de la
reciprocidad directa y la enajenacin de
la reciprocidad indirecta[245]. La
negacin de la reciprocidad directa es la
centralizacin como necesidad para dos
subgrupos definidos y cuyas prcticas
son complementarias de pasar por las
oficinas o el Consejo para adaptar
sus acciones recprocamente. La
enajenacin de la reciprocidad indirecta
es que la mediacin es una accin
modificadora que se ejerce sobre esta
reciprocidad. La reciprocidad mediada,
que es la estructura constitutiva del
grupo, es directa y libre en tanto que la
mediacin se hace a travs de todos, es
decir, sencillamente, en el seno de la
praxis comn. Se vuelve objeto incierto
y otro cuando esta praxis comn, al
encarnarse en un mediador nico e
insuperable, se ejerce como actividad
individual sobre la relacin recproca;
de hecho la comunicacin puede ser
siempre cortada o alterada; la
reciprocidad puede volver a cada uno
con la forma de una tarea precisada por
el poder central a partir de las
relaciones recprocas, es decir, en tanto
que las vuelve a ver y las corrige un
tercero. As la relacin del mismo con
el mismo vuelve a cada uno como Otra.
Y esta alteridad se manifiesta en su
nueva estructura: es una orden o una
prohibicin. Sin duda que la estructura
Fraternidad-Terror y la inercia
juramentada han determinado ya en cada
libertad prctica una estructura de
alteridad que ha engendrado al
imperativo y al poder como relaciones
estructuradoras y estructuradas del
grupo estatutario y del grupo organizado.
Pero estos libres imperativos se definan
a su vez a travs de las iniciativas que
se vuelven a tomar y a controlar y en
funcin directa con la tarea que se tiene
que cumplir. Sin embargo, cierta
pasividad sealaba ya, a travs de la
multiplicidad de las modificaciones, la
accin escalonada de los subgrupos
sobre el grupo como casi-objeto; eso es
lo que convierte en praxis-proceso a lo
que originalmente era pura praxis
comn. Pero de todas formas la nueva
mediacin acenta este movimiento. Por
esto mismo, al ser insuperable el
soberano, es otro distinto de cada uno.
Ya nadie puede decir que todos los
miembros son el mismo ni que todo en-
otro-lugar est aqu. En efecto, existe un
individuo comn que, en tanto que
miembro del grupo, es otro distinto de
todos, ya que no puede ser tercero
regulado. Y sin duda que este tercero es
una institucin, es decir, que es como
todos los Otros la unidad inerte e
imperativa de todos los miembros
institucionalizados. Pero por otra parte,
la paradoja de esta institucin es que
tiene que realizarse por una libre praxis
organizadora que se ejerce por Otro
sobre todos. La praxis del grupo se
vuelve otra en tanto que se manifiesta
por una temporalizacin singular y como
accin individual; es ms, se vuelve
otra en tanto que el proyecto comn se
anuncia como voluntad individual. As,
para cada tercero, el imperativo que
define su poder vuelve sobre l en tanto
que voluntad de Otro, a la que obedece
como consecuencia de su juramento. Es
esta nueva estructura (individualizacin
en Otro soberano del imperativo comn)
la que constituye el mando como tal. Al
obedecer al Otro en tanto que Otro, en
nombre de la praxis comn, cada uno se
vuelve otro en tanto que es el mismo. Es
la estructura fundamental de la
obediencia: se realiza en el medio de la
Fraternidad-Terror y con fondo de
violencia; el ser inerte juramentado es,
en cada uno, insuperable negacin de la
posibilidad de no cumplir la accin
impuesta; el rechazo, en efecto, sera la
destruccin del grupo (a la vez como
grupo organizado y como grupo
juramentado); pero en la medida en que
la accin es aqu interiorizacin de una
voluntad otra, introduce en ella una
pasividad inducida, se hace suscitar por
una soberana insuperable sin
reciprocidad; y la negativa a disolver en
s al grupo, es decir, la legitimacin de
la violencia comn (en tanto que terror
represivo) por la reasuncin del
juramento ya es lo mismo que la
sumisin a las decisiones individuales
del tercero insuperable y a su casi-
soberana como violencia sin
reciprocidad. En este nivel la libertad
en s misma (y no slo en su
objetivacin) se enajena y se oculta a s
misma. La tarea y la funcin, como
imperativos, no remitan ms que a
todos y a la urgencia de la operacin por
hacerse; la inercia jurada remita a la
libre praxis de cada uno (como otro,
cierto es, pero formalmente y no como
libertad concreta de Otro); el imperativo
como tal se produca, pues, en el medio
de la libertad dialctica, y descubra, en
el cumplimiento de la tarea, la libre
accin orgnica (como mediacin entre
el individuo comn y el objeto de la
praxis comn). Pero la obediencia a la
orden suprime estas referencias. De
hecho, la praxis orgnica se mantiene a
pesar de todas las mscaras como nica
modalidad de accin; cuando el ms
disciplinado de los soldados dispara
por orden, tiene que apuntar, apreciar
las distancias, apoyar el dedo en el
gatillo en el momento debido (es decir,
lo ms rpido posible, tras haber
recibido la orden, teniendo en cuenta
las circunstancias particulares). Pero
la soberana del tercero insuperable se
manifiesta como una orden a travs de
la voluntad de Otro; y la imposibilidad
jurada (y sufrida) de no volver a asumir
esta orden se vuelve interiorizacin de
esta otra voluntad como unidad real de
la temporalizacin prctica. En el
momento de la mediacin orgnica, el
libre proyecto del tercero superado se
produce con sus propias luces como
proyecto otro (o proyecto de un Otro)
que remite al mismo tiempo a la
comunidad, a los poderes recprocos, al
juramento reasumido y a una libre
praxis que no es la ma, que se impone a
la ma como reguladora, es decir, a
causa de una insuperabilidad como
individualizacin del fin comn. Al
desarrollar el proyecto del Otro en el
terror (es decir, a la vez forzado por las
fuerzas coercitivas del soberano y en el
clima de la fraternidad-violencia, los
dos finalmente no son ms que uno), yo
reniego de mi individualidad orgnica
para que el Otro cumpla su proyecto en
m; en este nivel tiene lugar una doble
transformacin: 1. En el nivel del
individuo comn recibo mis poderes de
todos pero por la mediacin del Otro;
la organizacin recproca se mantiene
pero se expresa como arreglo unvoco y
sin reciprocidad, la praxis comn se
manifiesta en forma de una insuperable
praxis de individuo en libertad; 2.
En el nivel de mi operacin individual,
mi libertad se escamotea y me vuelvo
actualizacin de la libertad del Otro. No
hay que entender con esto que sienta un
constreimiento exterior ni interior que
se ejerza sobre m, ni que el Otro
maniobre conmigo a distancia como un
hipnotizador; la estructura especfica es
que mi libertad se pierde libremente y se
despoja de su translucidez para
actualizar aqu, en mis msculos, en mi
cuerpo trabajando, la libertad del Otro
en tanto que est en otro lugar, en el
Otro, en tanto que est vivida aqu, por
m, como significacin enajenadora,
como ausencia inflexible y como
prioridad absoluta, en todas partes, de
la alteridad interiorizada. En todas
partes salvo, claro est, en este Otro
insuperable que es otro distinto de todos
en la exacta medida en que es el nico
que puede ser l mismo[246].
A partir de estas consideraciones se
puede establecer la finalidad original de
la soberana como institucin, as como
las condiciones formales de su
posibilidad. El problema de su
aparicin histrica en cada caso no nos
concierne.
Ya hemos visto que, por el sistema
institucional, la praxis comn en el
grupo est aprehendida como su libertad
transcendente y al mismo tiempo como
su ser fundamental. Pero sabemos por
otra parte que la institucin es una
relacin prctica (con el objeto comn)
que se funda en la impotencia y en la
separacin, como relaciones reificadas
de los miembros del grupo entre s.
Hemos sealado adems que el sistema
institucional, por poco que se explicite,
tiende a descubrirse como conjunto de
relaciones en exterioridad. Finalmente
la praxis como libertad comn no es
ms que el ndice de alienacin de
nuestra libertad individual. Sin embargo,
el grupo sigue siendo eficaz y prctico;
el ejrcito utiliza las relaciones
institucionales que le caracterizan para
definir una tctica local o una estrategia.
Cada vez que la praxis comn se
mantiene viva y actual, la dialctica
constituyente es decir, las prcticas
organizadas sostiene a la dialctica
constituida incluso bajo los espesos
estratos de los conjuntos seriales e
institucionalizados. Ahora bien, la
contradiccin propia de los sistemas
institucionales (y que proviene de haber
sido producidos como nicos
instrumentos prcticos en las
circunstancias dadas y a la vez por la
resurreccin de las serialidades) es que
figuran en ellos mismos la
inquebrantable fuerza de la praxis
transcendente y su permanente
posibilidad de desparramarse en
relaciones seriales de serialidad. El
riesgo es tanto ms grave cuanto que los
grupos tienden a definirse por sus
instituciones en proporcin de la
importancia de las serialidades que los
atraviesan. Prcticamente, esto significa
que el grupo corre el perpetuo riesgo de
que un aumento de su cantidad de
serialidad haga que las instituciones
funcionen cada una para s, como pura
exis prctico-inerte, y que su unidad
prctica estalle en pura y simple
dispersin de exterioridad. La soberana
revela en esta perspectiva su verdadera
funcin: es la reinteriorizacin
institucional de la exterioridad de las
instituciones, o, en la medida en que
stas son mediacin reificadora entre
los hombres pasivizados, es la
institucin de un hombre como
mediacin entre las instituciones. Y esta
institucin no tiene necesidad de que la
acompae ningn consensus del grupo,
ya que por el contrario se establece
sobre la impotencia de sus miembros.
As el soberano es sntesis reflexiva de
esas muertas-prcticas que tenda a
disociar un movimiento centrfugo. Las
unifica por su unidad personal en un
proyecto totalizador que las singulariza:
ya no se trata de relaciones que tienden
hacia lo universal (como por ejemplo, el
sistema de impuestos, la ley militar,
etc.), sino de un conjunto histrico
singular del cual forma parte cada
institucin como instrumento de todas y
cuya totalizacin es la simple utilizacin
prctica para alcanzar el objetivo
comn. Claro est que el soberano y su
praxis son los productos del sistema
institucional; en este sentido participan
en la exterioridad de todas las
relaciones, en su universalidad analtica
y en su inercia; no slo hay un conjunto
de leyes que definen el modo de
reclutamiento y de educacin
profesional del tercero insuperable, sino
que, adems, como en s mismo slo es
el sistema institucional vivido en
sntesis reflexiva de interioridad, el
campo restringido de sus posibilidades
prcticas no es ms que una
determinacin de su porvenir por el
conjunto unificado de los instrumentos
institucionales.
Pero sabemos que estas instituciones
son las relaciones prcticas entre los
terceros institucionalizados y que las
definen en reciprocidad en el
movimiento indefinidamente repetido de
un mismo proceso-prctico. En este
nivel, el servicio militar es un proceso
objetivo que se tiene que estudiar en
exterioridad: cada ao, en tal poca, X
jvenes de tal o cual edad son llamados
para servir durante X meses o X aos;
es tambin una finalidad en vas de
pasivizarse: el grupo nacional tiene que
poder defenderse con las armas; en fin y
sobre todo (segn nuestro punto de
vista), es una determinacin en inercia
de la reciprocidad entre las gentes del
grupo (el conscripto, el intil para el
servicio, los movilizados, los que tienen
prrroga, los licenciados, etc.), y esta
reciprocidad naturalmente es prctica,
ya que crea diversidades de funciones
pasivas (los destinos, las capacidades
tcnicas) y diversidades de inters.
Ahora bien, la produccin institucional
del soberano representa la
reinteriorizacin prctica de estas
determinaciones de exterioridad. Ante
todo, el fin pasivizado de la institucin
militar se vuelve objetivo comn y
medio de alcanzar un fin exterior
definido. Se trata en efecto de mantener
a la institucin en el marco de una
poltica concreta y como medio
indispensable de sostener esta poltica;
en la medida en que el estatuto se lo
permite, el soberano (directa o
indirectamente) tiene que poder
modificar la institucin (por ejemplo,
aumentar la duracin del servicio
militar) en funcin de las incidencias de
la poltica, o dar un carcter de
reorganizacin prctica a los procesos
condicionados por transformaciones
exteriores (el desarrollo industrial y el
del armamento, la reorganizacin del
ejrcito en torno a nuevas armas). Pero
sobre todo, esta resurreccin de la
nueva praxis, como insuperable
interiorizacin, tiene por efecto remitir
esta actividad unificada a los terceros
institucionalizados como la verdad de su
ser institucional. Sin el soberano, resulta
imposible disolver esta pasividad en
ellos; de hecho el servicio militar no es
entonces ms que un proceso. Pero la
libre praxis soberana se da como el
sentido y como la encarnacin en
libertad del ser-inerte de los terceros. El
grupo institucional, razn constituida,
dialctica imitada y ya desviada por la
serialidad, se aprehende en la unidad
prctica del soberano como razn
constituyente. La separacin, en la base,
se mantiene necesariamente lo que es,
pero se transciende por cada uno y se
encuentra en la cima, como
consecuencia de la unidad soberana; la
impotencia, como relacin de
exterioridad en la base, es captada, por
cada uno, en la cima, como despliegue
sistemtico y ordenado de la sntesis
original. Es que, como hemos visto, el
grupo institucional aliena las libertades
prcticas de sus miembros en la libre
praxis de la comunidad. Pero sta no
existe sino como objeto abstracto y
negativo de una intencin vaca. La
institucin del regulador insuperable
tiene como efecto reinteriorizar esta
libertad comn y darle un estatuto
ambivalente de individualidad y de
generalidad.
En tanto que el soberano es una
persona que persigue el objetivo comn
y realiza operaciones bien definidas,
este tercero insuperable enva a los
terceros institucionalizados esta accin
comn que la hacen aprehender en
ellos, con la rigurosa forma de una
actividad individual. Tal es sin duda la
primera relacin entre los terceros y el
soberano; en cierta forma la relacin es
de individuo a individuo (el primero,
inerte, impotente, vuelve a encontrar la
accin individual en el segundo y
encuentra en sta, en la Otra, su propia
justificacin). Pero por otra parte, el
soberano est significado por la
soberana-institucin como individuo
general e indeterminado que tiene que
contestar simplemente a ciertas
condiciones (concernientes a su modo
de reclutamiento). Y su poder, que nace
de la institucin misma, como producto
comn del grupo en tanto que impotencia
en serie, es en l mismo comn; o si se
prefiere, el soberano es por l mismo
individuo comn como todos los
terceros. Segn este doble punto de
vista, tiende a huir en exterioridad de las
determinaciones histricas e
individuales y su autoridad siempre
parecer la temporalizacin de lo eterno
(Ha muerto el rey, Viva el rey).
Finalmente, como es el producto y la
encarnacin temporal de una institucin,
un ser-institucional es la inercia
inorgnica, es decir, la impotencia de
los Otros. Puede as reflejar a cada uno
y a todos al individuo comn e
institucionalizado como miembro
cualquiera del grupo: su realidad comn
es el ser-institucional (impotencia
sufrida, inercia jurada) produciendo en
la inercia y en la libertad su propio
poder; y segn este punto de vista
siempre tienen sus actos una estructura
de generalidad: se aplican a todos como
individuos definidos por su funcin
porque emanan de un individuo definido
por su funcin. El grupo se encuentra a
travs de cada uno en el poder
universalizador de sus actos
individuales. El soberano-individuo y el
soberano-institucin estn, pues,
presentes a la vez en cada decisin de la
soberana.
Pero no se puede impedir la
dispersin de las instituciones por la
institucin de la autoridad: en ella
misma es rigurosamente homognea a
todas las otras. De hecho, es la
realizacin de lo universal a travs de
una accin individual y fechada la
nica que puede reinteriorizar la
exterioridad centrfuga de lo inerte.
Cada acto reinterioriza prcticamente el
sistema institucional utilizndolo por
entero en un conjunto sinttico de
operaciones histricas; cada prctica
singular se realiza como
temporalizacin. Lo que significa,
simplemente, que el grupo no se puede
aprehender como praxis en el soberano
si no es en el momento eminentemente
sospechoso de la empresa en que la
libre praxis sirve de mediacin entre el
individuo comn y el objeto. Slo el
soberano puede y debe ser libre; slo
tiene que producir sus operaciones como
momentos de un libre desarrollo
dialctico. No hay ms que una libertad
para todos los miembros del grupo: la
suya. Y esta libertad ambigua es a la vez
la libertad comn (en su fuente
institucional) y su libertad individual al
servicio de la comunidad. Pero es una
libertad organizadora: corrige al grupo
dando rdenes; y el efecto de estas
rdenes, como hemos visto, es separar
la libre praxis de cada uno sepultada
en la institucionalidad y al mismo
tiempo alienarla realizndose como otro
a travs de ella. Ahora bien, en el nivel
de esta alienacin, la presencia del Otro
est producida como un sucedneo de la
ubicuidad del mismo; en cada uno est
presente el soberano como Otro en el
momento en que es obedecido. Y de esta
manera, se aleja un poco del estatuto de
alteridad en relacin con los Otros, ya
que se vuelve el mismo como portador
del Otro universal y como mediado por
l en sus relaciones con todos.
Pero la ambigedad del tercero
obediente, en su relacin con la voluntad
Otra que actualiza, seala bastante bien
la funcin, y, valga la expresin, el
fracaso de la soberana como
reunificacin prctica de un grupo
institucionalizado. No es posible, en
efecto, decidir a priori si los miembros
del grupo se encuentran reunificados en
una praxis comn que redescubren a
causa de rdenes particulares y de
operaciones soberanas o si encuentran
su unidad como individualidad orgnica
en la persona de su soberano, para
recibir luego, de l, su propia voluntad
en forma de fin comn. Encontramos
aqu los lmites infranqueables de la
dialctica constituida: si el grupo busca
su ser-comn en la institucin de
soberana, este ser se disipa en
exterioridad abstracta; si quiere
aprehender en lo concreto su propia
unidad ontolgica (que como hemos
visto, no es), tropieza contra una
individualidad inorgnica e insuperable;
y esta individualidad insuperable se
presenta a su vez como superacin de
toda multiplicidad de individuos (ya
que, justamente, se produce como el
grupo, en medio del grupo). La
encarnacin, como hecho de soberana,
la produccin del grupo por l mismo
con la forma de esta persona singular,
con estos rasgos singulares, estas
enfermedades, esta edad, esta fisonoma
irreductible, es la manifestacin de una
imposibilidad constitucional que hemos
sealado insistentemente: es imposible
que una multiplicidad, incluso
interiorizada en cada uno de sus
miembros y negada, se produzca por s
misma, en s misma con otro estatuto
ontolgico distinto del de la dispersin
por inercia o del de la individualidad
orgnica. Esta ltima forma de ser,
perfectamente inadecuada al grupo pero
sostenida por la institucin como
realidad comn, se presenta a cada
miembro del grupo a la vez como
generalidad (institucionalizada), como
individualidad prctica homognea a
cada individualidad separada (pero
superior en potencia, dignidad, etc.), y
como una condensacin de lo comn
bajo una presin infinita que lo habra
transformado en idiosincrasia. El jefe
futuro, hijo del jefe presente, acaba de
nacer; los terceros adoran al grupo que
formarn en el futuro y que formarn sus
hijos, en la forma de un nio. En efecto,
cuando la forma de reclutamiento est
definida por la herencia de las
funciones, el grupo renace
materializado, concretado, producido
como el hijo primognito por el jefe;
renace segn la carne, recreado por la
virilidad de uno solo, y su ser-inerte, en
la estructura reflexiva, vuelve sobre l
como superado, transformado en unidad
viva y carnal. Al mismo tiempo, es el
padre como praxis orgnica con
estructura comn. La insuperabilidad
formal de la integracin biolgica se
realiza concretamente en los grupos
institucionales por la insuperabilidad
del tercero.
En un grupo corrodo por las
serialidades, el soberano (en su casi-
soberana) se produce, pues, ante todo
como rgano de integracin. Como es
insuperable, su soberana lo sita por
encima de la recurrencia; como est
vivo y es uno, descubre en el grupo
medio muerto la unidad comn en tanto
que sntesis simtrica del cuerpo
humano. Como es mediacin universal,
rompe en todas partes la reciprocidad
cuando existe, y las relaciones de los
terceros slo se pueden establecer por
su intermedio. Pero se produce
precisamente en el momento en que estas
relaciones existen cada vez menos.
Desde luego que su presencia instituida
contribuye a degradarlos an ms; por lo
menos los restablece como sus propios
productos (dicho de otra manera: crea
soberanamente y por orden una
reciprocidad concreta y prctica entre
tales y cuales subgrupos o individuos).
Esta relacin es fija en tanto que tiene su
razn fuera de l en la praxis del Otro y
que slo por esta razn se mantiene.
Pero el individuo institucional desconfa
de las relaciones libres que hacen
aparecer en todas partes la amenaza de
la libertad de cada uno como disolucin
del monolitismo institucional;
comprende la integracin como un
amasamiento que disolver la alteridad
en una inercia de homogeneidad (que
toma por el Ser del grupo,
reencontrado). En la relacin mediada,
en el tiempo de la desconfianza, el
tercero insuperable garantiza a cada
tercero por el otro, cada uno viene al
otro como el proyecto comn en tanto
que est detallado por una voluntad
individual. Y cuando el soberano
directamente o por intermedio de las
oficinas organiza nuevos subgrupos,
es el cuerpo del cuerpo instituido, su
decreto es el medio prctico e
imperativo en que cada miembro del
subgrupo se ve renacer, con una
perspectiva definida en otro lugar y por
el Otro con poderes que le vienen del
grupo en tanto que han sido definidos
por el gusto de un individuo singular.
Estas reciprocidades (y lmites de
competencia, etc.) como otras son para
cada uno lo concreto, incluso lo vivo en
tanto que su carcter que a pesar de
todo es sinttico y su alteridad
representan en cada uno y para todos una
defensa contra la serialidad (victoria de
lo inorgnico sobre el organismo
prctico) por la enajenacin total y
recproca de todos los organismos
prcticos en uno solo. La palabra exacta
ya no es el polvo (polvo fuiste y en
polvo te convertirs), sino la totalidad
viva. Y, en el aislamiento en serie, la
obediencia o la reverencia al soberano
libera a cada uno de su ganga de inercia:
al no poder sostener relaciones con
todos y realizar la inesencialidad de su
persona y la esencialidad del ser comn,
cada uno se produce, en el respeto, el
temor, la fidelidad incondicionada, a
veces la adoracin, como encarnacin
inesencial del todo, es decir, del
soberano. Aqu la relacin est
invertida: el soberano encarnaba la
imposible unidad ontolgica como
unidad orgnica e individual de todos en
uno solo; pero inversamente, cada uno
se puede referir concretamente al todo-
soberano del que se vuelve lo que es
lo mismo, aunque las orientaciones
lgicas sean diferentes a la vez la
parte constituida y la encarnacin
inesencial. Esta enajenacin de un
individuo cualquiera en el individuo-
totalidad representa una degradacin
ms profunda del grupo como praxis
comn; pero resucita al mismo tiempo el
lazo estructural como una forma
bastarda. ste se defina en la unidad
prctica y slo en ella como relacin
sinttica de la parte con la totalizacin;
parece producirse aqu como relacin
ontolgica entre un elemento en vas de
masificacin y la totalidad que se
reafirma como ya hecha.
Pero esta aprehensin prctica de la
inesencialidad le llega a cada uno
porque la soberana, en tanto que
insuperabilidad, lo constituye desde
fuera en casi-objeto. Y no tericamente
y por discursos o ceremonias (aunque
pueda haberlos), sino prcticamente,
por la perpetua correccin que realizan
por orden los aparatos de soberana y
que se hacen en todos los niveles por
manipulaciones ejercidas sobre todos y
cada uno. Esta correccin est destinada
en principio a adelantar la integracin
del grupo en funcin de los objetivos
transcendentes que se imponen. Se
realiza como un medio en el interior de
ese mundo cerrado que determina el haz
de rayos que une al soberano con el
objeto (el objeto exterior que se tiene
que producir, que destruir, etc.).
Reencuentra, pues, a la praxis comn en
la manipulacin y en el mando pero en
forma de voluntad individuada. No
importa mucho: esta voluntad surge de
una fuente nica, se transmite por medio
de aparatos precisos y determina un
campo de voluntad pura en el que cada
casi-objeto se encuentra en su casi-
objetividad como producto, punto de
aplicacin y transmisor de esta voluntad
otra. Lo esencial es para l que esta
voluntad sea una, que su desarrollo
prctico no sea ms que la
temporalizacin de la unidad orgnica
del soberano y sobre todo que su
objetivo inmediato consista en imponer
(por su mando, por el constreimiento,
de ser necesario por el terror) la unidad
biolgica en todos los niveles de
dispersin contra la multiplicidad de
alteridad y como el estatuto ontolgico
de la totalidad. El soberano, producido
por el terror[247], tiene que volverse
agente responsable del terror: cada uno
abandona su desconfianza en beneficio
del tercero insuperable, a condicin de
que ste ejerza sobre cada uno la
desconfianza de todos. De hecho la
recurrencia se mantiene, la desconfianza
giratoria se agrava porque se vuelve
poder (deber de denunciar al vecino a
los aparatos del soberano, poder
soberano de liquidar a cada uno en
particular) y sobre todo la circularidad
serial como unidad de fuga se hace
objeto de una operacin permanente y
soberana que trata de destruirla. El
progreso aparente de la reflexividad
llega aqu porque el tercero insuperable,
desde su posicin elevada, cree tener
visiones sintticas sobre el campo
comn cuando, de hecho, las
transmisiones serializan necesariamente
a sus informaciones (cree ver y no ve
nada, salvo visiones otras y ya fijas que
dan los otros y que estn captadas en el
nivel comn). La poltica de integracin
corresponde a estas visiones sintticas;
el soberano, con sus aparatos, quiere
constituir el grupo como un objeto
prctico, pero como un objeto vivo.
Para ese producto de la desconfianza y
de la separacin que considera a toda
pluralidad, a toda alteridad como
sospechosa luego como teniendo que
ser liquidada en el acto, el nico tipo
de unidad no sospechosa es su propia
unidad prctica y las estructuras
ontolgicas que se desarrollan en ella;
esto es, la unidad del organismo. Su
mano derecha confa en su mano
izquierda y en ninguna otra. Por una
inversin inteligible de la contradiccin,
este poder, institucionalmente definido
como reinteriorizacin permanente del
grupo en exteriorizacin, representa ya
en l mismo y ontolgicamente la
imposibilidad del ser comn; pero en
nombre de su funcin prctica, que es la
integracin, se esfuerza autoritariamente
(y de ser necesario por la violencia) en
realizar como ser comn del grupo este
ser-orgnico que seala precisamente la
imposibilidad de que la praxis comn se
apoye en un ser comn. En las prcticas
de autoridad, la imposibilidad de darse
un estatuto ontolgico se vuelve en el
grupo reduccin violenta y vana de los
terceros por el tercero regulador a otro
estatuto, irrealizable por definicin. Por
lo menos esto es lo que el soberano
cree que l hace y lo que se cree que
l hace; pero aqu encontramos la
contradiccin de los dos estatutos
ontolgicos: al tratar de constituir
unidades orgnicas con el braceo y la
manipulacin de los terceros, de hecho
producen casi-objetos inorgnicos cuya
inercia sostiene las rdenes soberanas
como la de la cera sostiene al sello. Y
las conductas de cada tercero, como
molcula del casi-objeto, van de la
realizacin entusiasta de una voluntad
otra a la aceptacin pasiva y resignada
de esta misma voluntad. La praxis del
soberano sobre el grupo por ser a la
vez transcendente e inmanente se
expresa as sucesiva y hasta
simultneamente, en muchos casos, con
dos tipos de determinacin del discurso:
tan pronto se expresa el resultado
perseguido con trminos de unidad
mecnica, y el grupo es la mquina que
hace funcionar el soberano (perinde ac
cadaver), o tan pronto se define el grupo
como el soberano-prolongado, es decir,
como los pares de brazos, de piernas y
de ojos que engendra para realizar el
objetivo comn. Pero, de hecho, la
segunda determinacin verbal se refiere
a la soberana-engao, mientras que la
primera revela necesariamente la
funcin soberana como desposesin,
enajenacin y masificacin. La falsa
unidad de los casi-objetos comunes
(instrumentalidad) no se puede formar,
en efecto, sino sobre un proceso
acelerado de pasivizacin; as, cuando
se afloja la presin, los individuos
vuelven a una dispersin molecular que
los separa an ms que la alteridad
anterior.
Puede decirse que el soberano es el
medio elegido por el grupo para
mantener su unidad en determinadas
circunstancias definidas? S y no. De
hecho la aparicin del soberano es el
resultado de un proceso. En la
recurrencia circular, el menor corto
circuito basta para crear la soberana; y
este corto circuito se produce, en
condiciones dadas, como refuerzo de lo
diferencial por la recurrencia. En la
universal impotencia, sta vendr a
tropezar con un subgrupo o con un
individuo cuyas caractersticas
diferenciales vuelvan la reciprocidad
menos evidente y se produzcan como
lazos unvocos de interioridad. De
hecho, estas caractersticas, sean las que
fueren, no pueden sustraer al futuro
soberano de la relacin recproca, en
tanto que el grupo no est corrodo por
la alteridad. Por el contrario, en el
grupo en vas de institucionalizarse, la
impotencia como separacin giratoria de
los pares descubre a cada uno la
potencia de hecho que algunos tienen
como insuperabilidad. No slo porque
la parlisis serial impide que cada uno
adquiera por s mismo estas
caractersticas, sino sobre todo porque
cualesquiera que sean, el grupo,
an eficaz en su objetivo transcendente
pero afectado de inercia en sus
relaciones internas, no tiene de hecho
ningn poder comn que pueda oponer a
las fuerzas de tal o cual individuo. Tal
es el proceso: a los soberanos posibles
se les pone en su lugar y los terceros no
tienen que aceptar o que fundar nada
porque son incapaces de negar nada.
Cuando el soberano toma el poder, se
funda a s mismo como libre superacin
orientada de la pasividad comn: ser la
reaparicin de la libertad como Razn
constituyente en el seno del grupo
constituido.
La potencia del hecho en tanto que
este poder est consolidado por la
recurrencia precede al poder o
potencia de derecho. Pero para que la
insuperabilidad pase del hecho al
derecho, es necesario que la potencia se
institucionalice. Se encuentra aqu una
especie de finalidad pasiva a travs de
las instituciones: la necesidad sentida
por todos de dejar que el sistema
institucional se pierda en exterioridad,
sin garanta ni unidad interna, o de
reinteriorizarla como sistema
instrumental utilizado en una
temporalizacin singular y nica. Tal es
la exigencia de las prcticas
institucionales en tanto que prcticas-
procesos sostenidas en su ser por la
impotencia y por la libertad de cada
uno. Esto significa, pues, que el
movimiento de institucionalizacin
comporta en s mismo como su nica
posibilidad de terminacin la
institucionalizacin del individuo
prctico en tanto que tal, o, si se
prefiere, de la libertad de uno solo como
institucin. Por la aparicin de la libre
praxis, en efecto, todo el movimiento de
institucionalizacin se vuelve sobre l
mismo y es de nuevo campo prctico e
instrumentalidad. As la autoridad como
unidad interna de las instituciones es
exigida por su ser mismo (por la
contradiccin de su eficacia prctica y
de su inercia de dispersin). La
expulsin de la libertad individual por
la inercia causara una nueva cada en lo
prctico-inerte si la libertad comn y
transcendente no se encarnase en la libre
praxis de un organismo
institucionalizado; a travs de la
institucin se despoja cada uno de su
libertad en beneficio de la eficiencia
inerte, pero la vuelve a encontrar en la
cspide bajo la doble forma
indiferenciada de libertad comn y de
libertad singular; y el orden la reencarna
en l como libertad de Otro que se
actualiza por l.
Estas ltimas indicaciones tratan de
mostrar que la soberana del tercero
insuperable se produce, en un grupo en
vas de institucionalizarse, cuando la
exigencia vaca e inerte del sistema
institucional que reclama su unidad
coincide con el bloqueo de la
recurrencia por una superioridad
material y accidental. Hay integracin
de la potencia de hecho con la
generalidad del poder, luego de un
proceso de impotencia que constituye a
tal hombre o a tal conjunto de fuera
como el ms fuerte, el ms rico entre los
Otros (o como ocurre en los primeros
tiempos de la autoridad feudal como
el-que-posee-un-caballo) con una
finalidad pasiva que nace en el sistema
institucional del carcter an prctico de
los hombres institucionalizados. La
potencia de hecho da un contenido
prctico a la institucin, porque la
institucin de soberana no designa al
soberano como unidad pasiva del
sistema, sino como la fuerza unificadora
que lo condensa, lo integra y lo cambia
por el uso que hace de ella. Por el
contrario, la institucin, en tanto que
conserva en s las exigencias del Terror
y de la violencia, reclama y legitima la
fuerza. En las otras funciones, el poder
de cada individuo especializado puede
comprender el derecho a reclamar el
apoyo de la fuerza, pero la fuerza
propiamente dicha no es el contenido
del poder. Por el contrario, la
reunificacin del esqueleto institucional
exige que el trabajo ejercido por las
instituciones (y de ser necesario contra
ellas) sea directamente el producto de la
fuerza soberana; la fuerza unificadora es
el contenido inmediato del poder
soberano. En este sentido, la fuerza es a
la vez el derecho y el deber de la
autoridad; es la concentracin en uno
solo del Terror como lucha contra la
serialidad. Pero esta concentracin no
sera ms que una idea o una exigencia
material del sistema si el tercero
regulador no poseyese ya la fuerza
necesaria. En una palabra, la soberana
no crea la fuerza soberana, sino que
transforma en soberana a la fuerza ya
dada del soberano[248]. No obstante, esta
fuerza soberana es nfima al lado de las
fuerzas reales de que dispondra el
grupo si disolviese su serialidad
naciente. As la relacin de
insuperabilidad es originalmente la de
una fuerza relativamente dbil con una
impotencia generalizada. Es en ese nivel
donde se descubre una de las
contradicciones propias de la soberana:
el soberano reina por y sobre la
impotencia de todos; su unin prctica y
viva hara intil su funcin y adems
imposible de que se ejerciese. Sin
embargo, su operacin propia consiste
en luchar contra la invasin del grupo
por la serialidad, es decir, contra las
condiciones que hacen que su oficio sea
legtimo y posible. Hemos visto cmo,
en la prctica, la contradiccin se
resuelve con una nueva forma de
enajenacin: la de todos y cada uno en
uno solo. Para evitar que se vuelva a
caer en el campo prctico-inerte, cada
uno se hace objeto pasivo o
actualizacin inesencial para la libertad
del Otro. Por la soberana, el grupo se
enajena en un solo hombre para evitar
que se enajene en el conjunto material y
humano; en efecto, cada uno siente su
enajenacin como vida (como vida de
Otro a travs de su propia vida) en lugar
de sentirlo como una muerte (como
reificacin de todas sus relaciones).
No obstante, la relacin sinttica del
soberano con todos a travs de las
instituciones presenta una nueva
contradiccin, debida a la tensin
inmanencia-transcendencia que no ha
producido en l ms que una casi-
soberana, y a su soberana que, sin
arrancarla del grupo, lo vuelve extrao a
todos los terceros. Esta casi-soberana
en tanto que insuperable, al realizar la
integracin, trata al conjunto del grupo
como un campo de materialidad
inorgnica o como una prolongacin
organizada de sus rganos. Esta
operacin tiene por fin realizar una
praxis, alcanzar un objetivo
transcendente; y la relacin esencial se
plantea como la del soberano con el
objeto. Se vuelve imposible entonces
decidir a priori si la objetivacin
prctica ser la del soberano por medio
de su grupo o la del grupo por la
mediacin del; soberano; dicho de otra
manera, si el fin es el objeto del
individuo soberano como tal (en su
individualidad prctica) alcanzado por
medios comunes (poniendo a la obra a
una multiplicidad de individuos
comunes) o si es fin comn alcanzado
por una accin comn que se ha
precisado, reflejado, organizado por
medio de un regulador insuperable. El
objeto es la objetivacin de un reino o
es la de los hombres que han vivido ese
reino, que lo han sostenido y que lo han
hecho? Toda esta determinacin queda
sealada por las palabras mi pueblo,
que significan tanto el pueblo que me
pertenece como el pueblo al que yo
pertenezco. De nada servira declarar
que el soberano es el producto definido
de instituciones dadas y que se propone
fines constantes (definidos por las
condiciones y las posibilidades-
constantes de la geopoltica: derrocar a
la casa de Austria, etc.) que no puede
alcanzar ms que con instrumentos
definidos, que son las instituciones. Ya
lo hemos dicho, pero esto no guarda
relacin con el problema. Tampoco
basta con declarar simplemente que el
soberano como producto del grupo
(considerado en tanto que multiplicidad
prctica de individuos) expresa, a pesar
de l mismo, las relaciones en
profundidad, los conflictos, las
tensiones del grupo, y que su praxis no
puede ser ms que la reinteriorizacin
prctica de estas relaciones humanas.
En efecto, el problema no es tan
simple; si escuchsemos a los que
quieren dejarlo de lado, parecera que el
soberano establece su autoridad sobre
un grupo en fusin o un grupo
organizado, es decir, sobre hombres
prcticos y libres, cuya nica inercia es
fe jurada. En tal caso, en efecto, el
soberano sera el simple medium de su
grupo. Aunque no existe en ese estadio
de integracin. Pero ya que fundamenta
su autoridad en la impotencia serial, ya
que explota la inercia de las relaciones
internas para dotar al grupo de la
mxima eficiencia fuera, hay que
reconocer que su poder no se funda
sobre la aceptacin (como acto positivo
de adhesin), sino que la aceptacin del
poder es una interiorizacin de la
imposibilidad de rechazarlo. Dicho de
otra manera, se impone por la
impotencia de todos, y cada uno le
acepta para cambiar la inercia por la
obediencia. Esta parte de nada, esta
Parte del Diablo es el verdadero
sostn de la soberana. Cada uno
obedece en la serialidad, no porque
asuma directamente su obediencia, sino
porque no est seguro de que su vecino
no quiera obedecer. Lo que no impide,
sino todo lo contrario, que el orden sea
recibido como legitimo; lo que no
impide que se plantee la cuestin de la
legitimidad. As, en la medida en que el
soberano trabaja lo inorgnico, no es
su grupo el que se sirve de l como de
medium reflexivo, sino que es l el que
se sirve de su grupo para alcanzar
determinados fines. Y claro est, los
lmites de sus opciones y de sus
decisiones estn sealados por las
instituciones mismas, sus instrumentos,
es decir, por el conjunto petrificado de
los hombres institucionalizados. Pero
ante todo, en el interior de sus lmites su
poder es variable segn las instituciones
y las circunstancias; llega a ocurrir que
ese poder sea considerable. Pero sobre
todo hay que comprender que, en el
curso del Terror represivo que tiene que
ejercer con el nombre de integracin, se
constituyen estratificaciones, bloqueos,
reagrupamientos, cada uno de los cuales
seala una detencin provisional en ese
nivel del Terror, es decir, un equilibrio
ms o menos estable, y cuyo conjunto
constituye, al margen de las
instituciones, una estructuracin pasiva
del grupo, una especie de corte
geolgico que no es ms que la praxis
soberana sostenida en su unidad por la
inercia de separacin. Y este conjunto
estructural que depende de la prctica
del individuo insuperable es a la vez una
formacin material que l sostiene,
engendra minuto tras minuto, que se
hundir con su muerte, y el conjunto de
las avenidas y de los senderos de su
poder; al reinar, el soberano aumenta su
poder porque hace el grupo a su imagen
y semejanza. Naturalmente, lo inverso
tambin es verdad: el grupo se condensa
en la indisoluble unidad de un
organismo, el soberano se dilata a travs
de las multiplicidades del grupo. No es
menos cierto que, a travs de las
estructuras adquiridas, ejerce el grupo
sobre s mismo un trabajo extra-
institucional que es la prolongacin
inerte de la praxis soberana. Y estas
condiciones de la soberana bastan para
indicar que no hay respuesta a priori
para la cuestin propuesta. Segn el
grupo, las instituciones, las
circunstancias, el objetivo comn, etc.,
el soberano se propone como medium
del grupo o como su fin. Y, considerando
la segunda hiptesis, puede proponerse
segn los casos en su individualidad
prctica y libre como fin de la
comunidad, o tener por esencial el
sistema institucional en tanto que l
mismo tiene el poder institucional de
reinteriorizarle (y por inesenciales la
multiplicidad de los miembros
institucionalizados). Si el hombre o el
aparato se proponen para s, resulta para
los terceros una nueva enajenacin: aun
cuando el fin perseguido por el soberano
fuese verdaderamente el objeto comn
del grupo, no tendra cada uno otro fin
que el de servir al soberano mismo, y
perseguira un fin comn, no porque es
comn, sino porque es el objeto de la
libre praxis soberana.
Es esta encarnacin particular de la
soberana la que encontramos en
Historia la mayor parte de las veces. La
razn dialctica es simple, y aqu slo la
recordamos para descubrir algunas
estructuras formales de la soberana. De
hecho, nuestra investigacin nos
conduce a un nuevo momento de la
experiencia: el grupo institucional entra
en contacto con las diversas
serialidades de los no-agrupados. En
efecto, existen varios objetivos posibles
y lgicamente determinables: el grupo
puede tener como fin la produccin y la
reproduccin de la vida de sus
miembros, la lucha contra otro grupo y
la accin directa sobre los colectivos. A
este ltimo grupo pertenecen tanto los
grupos de agitacin y los grupos de
propaganda como las asociaciones
publicitarias o los partidos de cuadros,
etc. Ahora bien, en el caso en que un
grupo an eficaz (aunque est corrodo
por la serialidad) ejerce una accin real
sobre los individuos de la serie, su
accin sobre la serie proviene de su
unidad. En este nivel, podemos
completar ya una descripcin que hemos
hecho en un nivel anterior y ms
abstracto de la experiencia: hablamos de
un peridico o de la radio como de
colectivos. Y no dejbamos de tener
razn, porque cada uno lee o escucha la
opinin de los Otros. Pero esta
descripcin ocultaba otro aspecto de la
realidad, es que lo que est vivido y
utilizado como colectivo por la fuga
serial de la alteridad, al mismo tiempo
es grupo organizado (peridico) o
institucional (radio del Estado) que se
transciende en una empresa comn hacia
los colectivos y las reuniones inertes
como si fuesen sus objetivos propios.
Ahora bien, en este nivel el grupo se
puede adaptar al colectivo: ya tiene la
experiencia; cada uno de sus miembros
es en otros momentos, en relacin con
otros individuos un ser serial;
adems, cada uno de ellos, en el grupo
mismo, est sealizado ms que a
medias; finalmente, la prctica del
oficio le puede haber enseado el efecto
de tal informacin o de tal declaracin
en tanto que producida en el medio
privado de una pareja o de una familia y
que se manifiesta en ella como opinin
colectiva. En este nivel, la praxis de
grupo (salvo si tiene como fin disolver
en tal lugar preciso las inercias de la
serialidad) es a su vez y para todos sus
miembros la utilizacin racional de la
recurrencia. Partiendo de la impotencia,
de la separacin, sabiendo que cada
pensamiento en cada individuo es
pensamiento del Otro, es como
maniobran y manipulan la materia inerte
de su trabajo. Al organizarse el grupo
como totalizacin prctica en la unidad
de sus directivas a travs del
pensamiento prctico que descubre y
combina fuera los elementos de
alteridad, se convierte en la libre unidad
sinttica de alteridad en tanto que tal, es
decir, que fundamenta la eficacia de su
accin en la impotencia y la dispersin
de sus objetos. Y el proyecto
publicitario, la pelcula que se tiene que
ver, la opinin que hay que sostener, se
instalan en cada Otro con un coeficiente
especial de alteridad que, como ya
hemos visto, indica que el pensamiento-
otro, en la serialidad, tiene que
reinteriorizar y reactualizar el
pensamiento del Otro. As el grupo que
trabaja a una reunin inerte, se produce
en relacin con esta reunin y en ella
como soberano en un grupo
institucionalizado, con la diferencia de
que en los ejemplos citados su accin no
tiene el carcter institucional. No quiere
esto decir que se maniobre a los
colectivos como se quiera. Hemos visto,
por el contrario, que estas fugas seriales
tienen leyes inflexibles. Pero,
cualesquiera que sean sus posibilidades
de opcin, tampoco el soberano
maniobra al grupo a su gusto, de la
misma manera que el obrero o el tcnico
no hacen lo que quieren con sus
herramientas o con el material. No es
esa la cuestin; lo que cuenta es que el
grupo es activo y que el hombre de lo
prctico-inerte es su objeto pasivo, no
en tanto que organismo prctico, sino en
tanto que Otro. Y tambin que esta
accin, que corrige al campo prctico,
tiene como resultado y como fin actuar
sobre los resultados inertes para que la
fuerza misma de la inercia produzca un
resultado descontado. En este sentido, el
grupo organizado ejerce su soberana
sobre los colectivos, ya que se comporta
con ellos como un individuo con los
objetos de su campo prctico, y ya que
acta sobre ellos conforme a sus leyes,
es decir, utilizando sus relaciones de
exterioridad. En este sentido, cuando se
trata de un grupo institucionalizado y
que posee, con una u otra forma, a su
soberano, ste se vuelve soberano del
colectivo en tanto que es soberano del
grupo. Hay una sola restriccin, aunque
capital: esta soberana no est
institucionalizada. No importa: Hearst,
magnate de la prensa conservadora de
los Estados Unidos, con sus cadenas de
peridicos que gobernaba
autoritariamente, era soberano y reinaba
sobre la opinin pblica. Por lo dems,
la reunin inerte puede aceptar la
institucionalidad del soberano, ya que
piensa a ste en la impotencia serial y a
travs de la alteridad indefinida; lo que
quiere decir que se presenta a cada
miembro de la serie como si se
beneficiase de esta recurrencia
indefinida que se llama la opinin
pblica. Este soberano es hombre e
infinito; est fuera de lo prctico-inerte
y su libertad se opone a la enajenacin
sufrida de alteridad. La accin del grupo
sobre la reunin se concibe
sintticamente a partir del conocimiento
de lo serial y se realiza serialmente por
la serialidad dirigida y controlada de
los agentes. Pero cuando los individuos
separados, en la reunin, vuelven de la
serialidad producida (prensa, radio,
etc.) a tal individuo que dirige la
operacin, este Otro que es otro distinto
de ellos por su unidad orgnica, por su
poder, les parece que determina y en
efecto determina su fuga indefinida,
que determina en ella una abstracta
unidad totalizadora; se condensa en l la
serie indefinida de los peridicos y de
los otros lectores; en l, la recurrencia
es libre temporalizacin; en l, la
opinin pblica es un pensamiento
individual y fechado, una libre
determinacin del discurso, sin por eso
cesar de multiplicarse hasta el infinito
en lo prctico-inerte. Con estas
consideraciones formales, slo quera
indicar que el soberano como sola
libertad prctica del grupo suscitaba por
su unidad un fantasma abstracto de
unidad en las series, y que esta relacin
en resumidas cuentas slo es una
degradacin de su relacin con los
terceros de la comunidad. Por esta
razn, cuando una urgencia amenaza a un
conjunto concreto formado por un grupo
y una reunin (y siendo la reunin el
material del grupo), o cuando la divisin
de las funciones hace necesaria una
regulacin, el grupo se puede arrogar el
poder de distribuir las tareas a los
miembros de las series, y stos
aceptarlas sin salir de la serialidad;
hasta hay que decir que la presencia de
grupos constituidos a menos que
tengan como fin explcito destruir la
serialidad impide la formacin de
grupos en fusin extrados del colectivo
(o en todo caso la vuelve ms difcil).
Basta la unidad inducida; la liquidacin
de la alteridad se hace cuando no hay ni
otro medio de luchar ni otra esperanza.
Cuando el grupo existe, se aceptan las
rdenes a la vez por simple impotencia
de rechazar y porque la unidad
transcendente del grupo hace para cada
otro la economa de una unificacin
peligrosa. Y el grupo movilizador puede
imponer sus instituciones a la serie, ya
que stas son homogneas a aqullas en
tanto que se han mantenido como
prcticas de impotencia. Sencillamente,
al volverse seriales, las instituciones se
degradan an un poco y se vuelven
procesos sufridos cuya significacin
concreta se pierde en el medio de la
exterioridad. Para cada Otro de la
reunin bastar con saber que el
conjunto institucional toma un sentido en
el soberano. En este sentido, los
colectivos y las reuniones inertes no
legitimizan nunca ni la soberana ni las
instituciones: las aceptan por impotencia
y porque estn ya legitimizadas por los
Otros (los del grupo). En cierta forma,
para el medio de la alteridad, el nico
hecho de que un grupo exista fuera de
ellos y en su unidad sinttica constituye
ya el fundamento de la legitimidad. No
para ellos, sino para l. El grupo es
legtimo porque se ha producido a l
mismo por juramento en el medio
sinttico de la libertad prctica, es
decir, en el medio que por principio se
niega a la reunin. En suma, a travs del
otro de la alteridad, el grupo es como
tal (como su propia produccin a partir
del limo de la serie) legtimo, en tanto
que realiza para s mismo y (al
determinar la impotencia en
profundidad) manifiesta para todos la
accin de la libertad contra la
necesidad. Lo que significa que la
soberana de la praxis sobre lo
prctico-inerte se manifiesta por el
grupo a la serialidad como fundamento y
rechazo impotente de la actividad
pasiva. La libre actividad se manifiesta
en un en-otro-lugar a la actividad
pasiva como reino absoluto del derecho.
Y al ser negacin de lo prctico-inerte,
este reino absoluto comporta, por lo
menos como enlace abstracto, el poder
unvoco de hacer saltar en cada Otro las
cadenas de la serialidad. En este
sentido, aunque el colectivo no tenga
ninguna calidad para conferir la
soberana ni ninguna estructura que le d
la posibilidad, puede aprehender como
modo de existencia propia a
determinadas formas prcticas de
socialidad; en los casos de un grupo
institucional incluso puede remontar
hasta la fuente de la totalizacin, hasta la
libertad individual aprehendida como
voluntad de todos. Y su relacin con el
grupo (salvo si este grupo ha
engendrado grupos antagnicos,
rivalidades o competencias, etc.) puede
ser la sumisin de inercia, a la vez
porque se manipula en cada uno al Otro
y porque cada Otro aprehende en el Otro
y por el Otro al grupo como libertad
creadora de ella misma, de su
legitimidad y de toda legitimidad y, en el
mismo movimiento, a la reunin como
extraa por principio a todo estatuto de
la legitimidad (ni justificado ni
injustificado: la cuestin de la
justificacin no se plantea a priori en lo
que le concierne). Adems, manejado
como objeto inerte y como Otro, la
manipulacin se cambia para cada Otro;
pero la intencin de producir un efecto
por la transformacin de toda la serie
suscita en el lugar mismo de alteridad
una especie de unidad transcendente en
tanto que Otro; la relacin de
exterioridad, trabajada en el colectivo
por el grupo, toma para cada Otro un
significado sinttico inefectuable: este
ndice de separacin en tanto que el
grupo digna utilizarlo para su empresa
unitaria se vuelve all, en la
insuperabilidad, unidad escondida de
alteridad.
Estas indicaciones no conciernen en
absoluto al origen histrico de la
soberana, sino solamente a relaciones
lgicas y dialcticas perfectamente
abstractas, pero que deber contener en
ella toda interpretacin histrica como
su inteligibilidad. En los grupos, en
efecto, el hecho de la soberana es
simple o relativamente simple. Pero los
conjuntos en que la soberana se
manifiesta bajo la forma que sea en su
pleno desarrollo y en su total potencia,
son sociedades. Y ya sabemos que una
sociedad no es ni un grupo ni una
agrupacin de grupos, ni siquiera
agrupaciones de grupos en lucha entre
s; los colectivos son a la vez la matriz
de los grupos y su tumba, se mantienen
como la socialidad independiente de la
prctico-inerte, alimentan a los grupos,
los sostienen y los superan por todas
partes con su indefinida multiplicidad.
Si los grupos son varios, el colectivo es
mediacin o campo de batalla. As la
sociedad, abordada muy abstractamente
por la experiencia dialctica en ese
momento de su desarrollo, nos entrega
su estructura ms formal y ms
indeterminada; en el marco material de
las necesidades, de los peligros, de los
instrumentos y de las tcnicas, no puede
haber sociedad que de una u otra manera
no tenga multiplicidades humanas
reunidas por un continente o por un
suelo, sin que esas multiplicidades estn
repartidas, por el desarrollo, incluso de
la Historia, en grupos y en series, y sin
que la relacin interna y fundamental de
la sociedad ya se trate de produccin
(divisin del trabajo), de consumo (tipo
de reparto) o de defensa contra el
enemigo (distribucin de las tareas)
sea finalmente la de los grupos con las
series. Y entre las numerosas
diferenciaciones de este lazo interno,
una de las ms inmediatamente
aprehensibles es el conjunto
institucional recubierto y reunificado
por la institucin soberana, por el
Estado, en tanto que un grupo restringido
de organizadores, de administradores y
de propagandistas se encargan de
imponer las instituciones modificadas
en los colectivos, en tanto que los lazos
seriales unen a serialidades. En una
palabra, lo que se llama Estado, en
ningn caso puede ser el producto o la
expresin de la totalidad de los
individuos sociales o siquiera de su
mayora, porque esta mayora en todo
caso es serial y slo expresar sus
necesidades y sus reivindicaciones
liquidndose como serie en beneficio de
un grupo amplio (que se eleva en
seguida contra la autoridad o en todo
caso la vuelve inoperante). Es en el
nivel del grupo amplio donde, al
disolverse, deja la alteridad que se
constituyan las necesidades o los
objetivos concretos como realidades
comunes. Y la idea de una soberana
popular difusa que se encarne en el
soberano es un engao. No hay
soberana difusa: el individuo orgnico
es soberano en la soledad abstracta del
trabajo; de hecho, est inmediatamente
enajenado en lo prctico-inerte, donde
aprende la necesidad de la impotencia
(o la impotencia como necesidad en el
fondo de su libertad prctica). En el
nivel de la serie, el poder jurdico e
institucional est enteramente negado a
las multiplicidades humanas por la
estructura misma de sus relaciones de
exterioridad. As, las reuniones internas
no tienen ni poder ni calidad para
asumir o para rechazar al Estado. La
autoridad no sube de lo colectivo al
soberano; el soberano, por la soberana
(como mando, fantasma de unidad,
legitimidad de la libertad), baja a
modificar los colectivos sin cambiar su
estructura de pasividad. En cuanto a la
institucin en tanto que tal y en el poder
concreto que la cumple, sabemos que se
producen en el grupo cuando se
institucionaliza y que es un proceso-
praxis que asegura su eficacia y
conserva cierta unidad en una
comunidad en vas de serializarse.
De tal manera, en una sociedad
dada, el Estado no es ni legtimo ni
ilegtimo; es legtimo en el grupo porque
est producido en un medio de fe jurada.
Pero no tiene verdaderamente esta
legitimidad en tanto que su accin se
ejerce sobre los colectivos, ya que los
Otros no han jurado nada ni a los grupos
ni los unos a los otros. Sin embargo,
como acabamos de ver, los Otros no
pretenden que sea ilegtimo; o por lo
menos en tanto que ellos mismos no
constituyen un grupo. Si no lo pretenden,
ante todo es por impotencia: en tanto
que serie no tiene ningn medio de
discutir o de fundamentar una
legitimidad; luego porque el grupo,
cualquiera que sea, parece fundamentar
su propia legitimidad en tanto que se ha
llevado a s mismo y libremente a la
existencia y cuando est aprehendido
por el Otro y en alteridad como
significacin sinttica en otro lugar de
sus lazos de exterioridad y como
abstracta y permanente posibilidad para
el colectivo tambin de volverse
agrupacin. Hay, pues, algo as como
una aceptacin, pero en ella misma es
ineficaz, ya que en cada otro no es sino
una toma de conciencia de la impotente
recurrencia. Obedezco porque no puedo
hacer otra cosa; y eso mismo da su
pseudolegitimidad serial al soberano: su
poder de mandar prueba que tiene otra
naturaleza distinta de la ma, o si se
quiere, que es libertad. Pero, si yo fuese
miembro del grupo, encontrara mi
libertad de una u otra manera en la del
soberano e incluso, como hemos visto,
en esta enajenacin del tercero en el
organismo vivo del tercero insuperable.
Estoy unido al soberano, puedo, pues,
perseguir sus fines como fines comunes,
luego cmo mos, aunque sea ya para m,
como pura unidad de violencia
integradora, mi fin insuperable. Pero ya
que la institucin se mantiene en la serie
como pura inercia, ya que pertenece
en cuanto la ha impuesto una hbil
prctica al mundo de los
constreimientos prctico-inertes, ya
que se presenta como exigencia y no
como significacin sinttica en el seno
de una totalizacin, se produce en el
colectivo (como repeticin inerte) en
forma pura y simple de realidad
(constreimiento de hecho), aun
conservando un carcter de exterioridad
sagrada en tanto que remite por
intenciones vacas a la libre fulguracin
que la cre. El que predomina es el
elemento realista; no se niega, no se
trata de comprender, se dice es as.
Segn este punto de vista, se hace una
asimilacin profunda entre todas las
negaciones que reducen a la impotencia,
ya se trate de enajenaciones que tienen
su fuente en la serialidad misma, de
imposibilidades que resultan del
rgimen econmico y social en la
coyuntura, o de rdenes soberanas que
son ejecutorias. La realidad, ha dicho
justamente Mascolo aunque no ha
logrado comprender por qu era as,
es, para el explotado, la unidad de todas
las imposibilidades que le definen
negativamente. El Estado es, pues, ante
todo, un grupo que se corrige sin cesar,
y modifica su composicin por una
renovacin parcial discontinua o
continua de sus miembros. En el
interior del grupo la autoridad del
soberano se funda sobre las instituciones
y en sus exigencias, en la necesidad de
asegurar la unidad rigurosa del aparato
frente a la dispersin de las series.
Dicho de otra manera, este grupo
integrado tiene como fin manipular los
colectivos sin sacarlos de la serialidad
y asentar su poder en la heterogeneidad
de su ser y del ser de la serie. La
impotencia de la serie como alteridad
fugitiva es al mismo tiempo la fuente de
la potencia del Estado y de sus lmites;
la autoridad, siempre viva, siempre
obedecida aqu, est siempre amenazada
en otro lugar y en el momento mismo en
que el Otro de aqu le obedece.
Esta heterogeneidad radical del
Estado y de las reuniones inertes nos da
la verdadera inteligibilidad del
desarrollo histrico de la soberana. Si
hay clases, en efecto (es decir, si la
experiencia prctica e histrica hace que
tomemos conciencia de ello), el Estado
se instituye en la lucha como rgano de
la clase (o de las clases) de explotacin,
y mantiene por la fuerza el estatuto de
las clases oprimidas. En verdad, como
veremos pronto, en cuanto lleguemos a
lo concreto, las clases son un conjunto
movedizo de grupos y de series; en el
seno de cada una, las circunstancias
suscitan comunidades prcticas que
intentan formar reagrupamientos por el
empuje de determinadas urgencias y que
acaban por caer, ms o menos, en la
serialidad. Pero si estos
reagrupamientos tienen lugar, como
hemos supuesto, en el seno de una
sociedad en que las clases dominantes
se oponen a las clases dominadas, son
radicalmente diferentes segn operen en
unas o en las otras; si se realizan en las
clases dominadoras, participan
necesariamente cualquiera que sea su
fin de las prcticas-procesos de
dominio; si se realizan en las clases
dominadas, contienen en ellos como una
determinacin fundamental (inclusive si
pueden aparecer a Otros, o ms tarde, a
la luz de los acontecimientos producidos
con el aspecto de autnticas traiciones),
una primera y abstracta negacin del
dominio de clase. No implica lo dicho,
desde luego, que el problema de la
soberana no exista en las clases
explotadas (por lo menos cuando se
reorganizan para intensificar la lucha de
clases), pero implica que la formacin
de Estado, en tanto que institucin
permanente y constreida ejercida por
un grupo sobre todas las series, slo se
puede producir a travs de una
dialctica compleja de los grupos y de
las series en el interior de la clase
dominante. Una organizacin
revolucionaria puede ser soberana. Pero
el Estado se constituye como una
mediacin entre conflictos interiores de
la clase dominante, en tanto que estos
conflictos pueden debilitarle frente a las
clases dominadas. Encarna y realiza el
inters general de la clase dominante
ms all de los antagonismos y de los
conflictos de los intereses particulares.
Lo que significa que la clase dirigente
produce su Estado (que sus luchas
intestinas producen la posibilidad y la
exigencia de que un grupo se produzca
para defender el inters general) y que
sus estructuras institucionales se
definirn a partir de la realidad concreta
(es decir, en ltimo anlisis, del modo y
de las relaciones de produccin). En
este sentido, por ejemplo, el Estado
burgus del siglo XIX refleja la unidad
de la sociedad burguesa: su liberalismo
molecular, su programa de no-
intervencin no descansan en el hecho
de que el estatuto molecular de la
burguesa est realmente dado, sino en
las exigencias de un proceso complejo
que desarrolla la industrializacin a
travs de las contradicciones y de los
antagonismos competitivos.
El orden negativo se identifica aqu
con el inters general de los capitalistas
como negacin del poder de asociacin
y de reunin en las clases explotadas; se
realiza en la relacin de las clases
dominantes por un esfuerzo tenaz para
subordinar las fuerzas de la aristocracia
terrateniente a las del capitalismo
industrial y financiero; en fin, en el
interior de la clase ms favorecida,
consolida una jerarqua ya bastante
pronunciada por lo menos en Francia
hasta 1848, asegura el control de los
banqueros sobre el conjunto del pas. Lo
que significa que absorbe su poder de
hecho de tercero insuperable, y que, a
travs de las nuevas instituciones, lo
transforma en poder de derecho. En este
sentido tiene razn Marx cuando escribe
que la supersticin poltica es la nica
que se puede figurar que en nuestros
das la vida burguesa est mantenida por
el Estado, cuando ocurre por el
contrario que el Estado est mantenido
por la vida burguesa (La Sagrada
Familia, II).
Tiene razn, a condicin de que
aadamos que hay ah un proceso
circular y que el Estado, producido y
sostenido por la clase dominante, se
constituye como el rgano de su
estrechamiento y de su integracin. Y
desde luego que esta integracin se hace
a travs de las circunstancias y como
totalizacin histrica; lo que no impide
que se haga por l, al menos en parte. Y
que por esta misma razn, conviene no
ver en l ni la realidad concreta de la
sociedad (como parece tentado de
creerlo Hegel), ni una pura abstraccin
epifenomnica que no hace ms que
expresar pasivamente los cambios
desarrollados en el desarrollo concreto
de la sociedad real.
Sobre todo teniendo en cuenta que el
Estado no puede asumir sus funciones si
no se propone como mediador entre las
clases de explotacin y las clases
explotadas. El Estado es un
determinismo de la clase dominante, y
esta determinacin est condicionada
por la lucha de clases. Pero se afirma
como negacin profunda de la lucha de
clases. Es indudable que tiene su
legitimidad por s mismo y que las
series lo tienen que aceptar. Pero hay
que ver si lo aceptan, hay que ver si se
presenta a las clases dominadas como si
fuese su garanta. Es absolutamente
imposible desdear el hecho de que
tanto el gobierno de Luis XIV como el
de Hitler o la Convencin pretenda
encarnar los legtimos intereses de todo
el pueblo (o de la nacin). El Estado se
produce, pues, en beneficio de la clase
dominante pero como supresin prctica
de los conflictos de clase en el seno de
la totalizacin nacional. El trmino
mistificacin es impropio para designar
esta nueva contradiccin; en cierto
sentido, s, es una mistificacin, y el
Estado mantiene el orden establecido;
en los conflictos de clase, hace que con
su intervencin se incline la balanza del
lado de las clases de explotacin. Pero
en otro sentido, se ha producido
verdaderamente como nacional; tiene
del conjunto social y en inters de los
ricos una visin totalizadora; ve ms
lejos que los individuos antagonistas y
puede concebir una poltica social
paternalista que despus tiene que
imponer a las clases dominantes, aunque
est hecha en su inters. Lo seal
Lenin: el Estado es rbitro cuando las
relaciones de fuerza tienden a
equilibrarse. Pero es que ya se ha
propuesto para s frente a la clase de la
cual emana. Es que ese grupo, unido,
institucionalizado, eficaz, que obtiene de
s mismo su soberana interior y que la
impone como legitimidad aceptada, trata
de producirse y de mantenerse en s
mismo y por s mismo como praxis
esencial y nacional, sirviendo a los
intereses de la clase de que emana y de
ser necesario contra sus intereses;
basta con ver la poltica de la monarqua
francesa, entre los siglos XIV y XVIII,
para ver que no se limita a ofrecer su
mediacin en caso de equilibrio de las
fuerzas, sino que suscita este equilibrio
derribando perpetuamente la alianza,
para hacer que se contengan los
burgueses y los aristcratas mutuamente,
y para producirse sobre ese bloqueo
(debido en parte a la evolucin social y
en parte provocado por la poltica
econmica del gobierno) como
monarqua absoluta.
As, segn nuestro punto de vista
formal, y sean las que fueren las razones
histricas de su evolucin en tal o cual
sociedad, el Estado pertenece a la
categora de los grupos
institucionalizados con soberana
especificada; y si entre esos grupos
distinguimos los que trabajan
directamente sobre un objeto comn
inorgnico, los que estn constituidos
para luchar contra otros grupos y
aquellos cuya objetivacin exige una
manipulacin de las series inertes, etc.,
resulta evidente que pertenece a esta
ltima clase[249]. Surgido de una
determinada especie de serialidad (la
clase dominante), se le mantiene
heterogneo como con la clase
dominada, ya que su fuerza est
constituida sobre su impotencia y que se
apropia del poder de los otros (clases
dominantes) sobre los otros (clases
dominadas), interiorizndolo y
transformndolo en derecho. Opone a
todas las clases la unidad de su praxis, y
tal vez, por lo menos en el caso de las
sociedades capitalistas, an ms a los
patronos, cuyos antagonismos han
paralizado durante mucho tiempo, que al
proletariado que ha tratado de
reemplazar en seguida a la serialidad
por la unin, es decir, su autonoma. Y
sin duda que los ms poderosos
intereses privados pueden condicionar
en cualquier momento sus decisiones
(como, al mismo tiempo, la evolucin
totalizadora de las circunstancias), las
coaliciones de los privilegiados pueden
destruirle y tenerle en jaque; pero su
autonoma en general queda preservada
porque para las clases oprimidas es el
rgano de la legitimidad, y, en la medida
en que aceptan que sea su propia
legitimacin, los privilegios y las
desigualdades reciben a su vez un
estatuto jurdico; cada vez que una de
las clases dirigentes ha querido abatir al
Estado, las clases dirigidas,
bruscamente agrupadas, han proseguido
la accin liquidadora volvindola contra
las clases que la haban empezado (el
caso ms conocido: la revolucin
aristocrtica abri el camino desde el
87 a la revolucin burguesa, y sta a la
revolucin popular). De hecho, el
Estado en general se derriba en el
interior del aparato estatal como crisis
de soberana. La burguesa rica pudo
detener la Revolucin cuando las
ltimas consecuencias del Terror
desviaron a los sans-culotte del
Comit de Salvacin Pblica. Pero el 9
de Thermidor no fue ni un golpe de
mano ni una jornada (a diferencia de
las jornadas del 31 de mayo, del 2 de
junio, etc., que eran populares y, como
tales, revolucionarias); en el interior del
aparato gubernamental fue una crisis de
la autoridad legal y constitucionalmente
resuelta. As, aunque muchas
transformaciones de la clase poseedora
se produzcan en el terreno concreto de
la sociedad real y no en el terreno
abstracto de la sociedad civil, se tiene
que realizar pblicamente a travs de la
accin del Estado sobre los ciudadanos.
Y la razn es que en tanto que las
clases explotadas no han logrado la
plena conciencia revolucionaria de s
mismas la legitimacin pasiva de la
soberana por las clases populares se
vuelve una garanta del Estado contra
los poderosos. Est impuesto por los
explotadores como una cobertura de la
explotacin y al mismo tiempo est
garantizado por los explotados. Esta
autonoma de situacin, esta
heterogeneidad de estructura, estas
facilidades de maniobras le conducen a
ponerse para si como la nacin misma;
como el grupo institucional y soberano,
trata de volverse el inventor del objeto
comn a todos, el planificador de las
operaciones que permitirn alcanzarle, y
el manipulador de todas las series (cada
una en funcin de las Otras y
simultneamente). Lo dicho no cambia
nada al hecho de que este pretendido
mediador aventaje a una o a varias
clases dominantes (a expensas de los
Otros y de las clases dominadas). Pero
permite aadir lo que es esencial
que el grupo institucional, en tanto que
pretende perserverar en su ser (es decir,
en el ser-uno orgnico del soberano),
quiere realizar su poltica como medio
de desarrollar el medio de la soberana
en lugar de poner su soberana al
servicio de una poltica. La
contradiccin real del Estado es que es
un aparato de clase que persigue sus
objetivos de clase y que, al mismo
tiempo, se pone para s como unidad
soberana de todos, es decir, como este
Ser-Otro absoluto que se llama la
nacin.
Pero ya que hemos llegado a este
complejo nivel en que el grupo se
vuelve mediacin entre los colectivos y
en que los colectivos sirven de
intermediarios a los grupos, en que el fin
inmediato (o incluso absoluto) de
determinadas comunidades es la
manipulacin de las series y de las
masas en tanto que tales (es decir, del
campo prctico-inerte en tanto que los
hombres sirven de mediacin entre los
objetos trabajados), hay que determinar
en su inteligibilidad abstracta el nuevo
modelo de praxis comn que resulta de
ello y las nuevas consecuencias que a la
larga puede tener la realizacin de esta
praxis sobre el grupo soberano.
El principio de la nueva praxis
(propaganda, agitacin, publicidad,
difusin de informaciones ms o menos
falsas en cualquier caso definidas por
sus posibilidades de accin y no por su
verdad, campaa, slogans,
orquestacin de terror en sordina para
acompaar a las rdenes,
atiborramiento de crneos, etc.) es
utilizar la serialidad llevndola al
extremo para que la recurrencia misma
produzca resultados sintticos (o que se
puedan sintetizar). El soberano vuelve a
pensar prcticamente la serialidad,
como condicionamiento de fuga
indefinida, en el marco de una empresa
total y dialcticamente llevada. O
ahora estamos acostumbrados a la
tensin contradictoria que constituye el
pensamiento prctico determina la
operacin sobre la serie como unidad de
accin sealizada en el marco sinttico
de una totalizacin ms amplia. As la
Razn serial se vuelve un caso
particular de la Razn dialctica. Pero
esta visin prctica de una serie
transcendente slo se puede hacer en el
marco dialctico si la unidad no-
sinttica de alteridad se reproduce en el
esquema con el aspecto por lo menos
formal de una unidad sinttica. Hay que
poder abrazar esta fuga en la unidad de
un acto circular. Ahora bien, este acto se
da en el grupo mismo como sealizacin
de la praxis an eficaz; en efecto, el
soberano ha nacido de la recurrencia
circular y se ha producido como un
bloqueo; por eso mismo, el sistema
racional que constituye el esqueleto de
sus inventos prcticos implica el
constante encorvamiento de la
recurrencia; al proyectarse a travs de la
recurrencia bloqueada y circular hacia
la serialidad indefinida, aprehende a
sta como la ubicuidad de una
recurrencia circular infinita cuyo centro
est en todas partes y la circunferencia
en ninguna. De hecho, la serialidad
considerada no es tal, pero as va a
constituirla el trabajo de los agentes
institucionales a las rdenes del
soberano: le darn un estatuto artificial
sobre una base de alteridad fundamental.
Este estatuto consiste en que por la
mediacin de la operacin dirigida, la
alteridad de cada uno, por y para cada
uno se presenta como ndice de
refraccin de un medio social unido
cuya ley es que cada uno de sus
caracteres prcticos se produce por la
determinacin de cada Otro (en
alteridad por todos los Otros) y
recprocamente. Y para que este medio
unitario exista plenamente a travs de la
dispersin de recurrencia, es necesario
y suficiente que cada Otro se haga
completamente otro, es decir, que ejerza
sobre l su libre praxis para ser como
los Otros. Eso es lo que los socilogos
americanos han llamado muy justamente
extero-condicionamiento. En verdad,
el tercero, en todos los grupos
considerados, se presenta como intero-
condicionado; entendemos con lo dicho
que sus poderes y sus acciones se
determinan para l a partir de una
limitacin interior de su libertad. Y sin
duda que por la reciprocidad el otro
figura ya (como alteridad formal de mi
libertad) en mi juramento como inercia
jurada. Pero no es menos cierto que mi
praxis, en tanto que rigurosamente
subordinada a los intereses del grupo, se
produce desde el interior, a partir de mi
limitacin y de mis poderes. No se trata
ni de ser ni de hacer como los Otros,
sino de seguir siendo el Mismo aqu, a
travs de las diferenciaciones impuestas
por la accin e interiorizadas. Por el
contrario, la serialidad manipulada no
tiene fin comn y conviene que no lo
tenga porque su metamorfosis en grupo
es necesaria y fundamentalmente un cebo
de la revolucin, su inercia proviene
de su impotencia y no de un juramento, y
cada uno no est en ella sino en la
medida en que su accin y su
pensamiento llegan a l a partir de los
Otros. La praxis consiste, pues, para el
grupo soberano, en condicionar a cada
uno actuando sobre los Otros. Pero esto
no basta para crear la casi-unidad
pasiva del extero-condicionamiento.
Para realizarla hay que fascinar a cada
Otro con el siguiente pretexto: la
totalizacin de las alteridades (es decir,
la totalizacin de la serie). Aqu
tenemos la trampa del extero-
condicionamiento: el soberano proyecta
actuar sobre la serie para tratar de
arrancarle en la alteridad misma una
accin total; pero produce esta idea de
totalidad prctica como posibilidad para
la serie de totalizarse aun siendo la
unidad fugitiva de la alteridad, cuando
la nica posibilidad de totalizacin que
queda en el agrupamiento inerte es
disolver en l a la serialidad.
Estas consideraciones pueden
parecer formales. Hay que dar un
ejemplo simple, que presente las dos
caractersticas del extero-
condicionamiento: accin mediadora del
grupo que condiciona a cada otro por
todos los Otros, fascinacin prctica de
cada uno por la ilusin de la serialidad
totalizada.
En 1946, cuando fui a los Estados
Unidos, varias emisoras de radio
transmitan todos los sbados la lista de
los diez discos ms comprados durante
la semana y, despus de cada ttulo,
tocaban algunos compases (en general el
tema) del disco que acababan de
nombrar. Una serie de contra-pruebas y
de cortes permiti demostrar que, en la
semana siguiente esta emisin
aumentaba el nmero de ejemplares
vendidos (de los diez discos
enumerados) de un 30 a un 50%. Con
otras palabras, sin la emisin del fin de
semana, los compradores de los diez
discos citados habran sido menos
numerosos en una proporcin que
variaba entre el 30 y el 50%. sta
contribua, pues, a mantener y a
prolongar el resultado de la semana
anterior. Pero este resultado mismo era
estadstico y serial. Claro que en parte
se deba a las campaas publicitarias,
pero estas campaas se oponan, o bien
como ocurre si las orquestas
pertenecen a la misma casa servan a
varios discos a la vez. Sobre todo,
trataban de determinar en cada uno una
accin futura, es decir, de definir una
posibilidad de su campo prctico. No
daban nada (todo es futuro: el gusto que
a usted le gustar, etc.) o se referan a
una accin de algn grupo restringido: el
Gran Premio del Disco, tratando de
persuadir al pblico serial que el grupo
especializado que haba otorgado el
premio no era ms que el canal por
donde se expresaba la opinin de todos.
En este ltimo caso, se trata ya de
establecer una equivalencia entre la
unidad sinttica y la alteridad (el jurado
es el pblico). Pero el pblico apenas si
lo cree, salvo para ciertas recompensas
o selecciones cuya legitimidad acepta y
padece. De todas formas, su relacin
con el grupo restringido es compleja y
ambivalente; porque este grupo tiene que
significar con su decisin el juicio de la
nacin (como serialidad de
serialidades) y al mismo tiempo la
decisin de las competencias. En cierta
forma el jurado representa en el medio
astringente del grupo las grandes
dispersiones de la alteridad: establece
la conducta que se debe observar.
Millares de personas estn dispuestas
por adelantado a observar esta
conducta: es una conducta de compra, de
donacin, se mantiene abstracta en cada
uno (como relacin fugitiva de
reciprocidad) en tanto que le falta un
objeto (medio y fin). El jurado parece,
pues, que vive en simbiosis con la
alteridad serial, y, en efecto, tiene el
poder de elegir un disco que se tiene
que comprar. Sealemos que este poder
como todos los poderes que se
dirigen a lo serial le ha sido dado por
un grupo restringido, el mismo que lo ha
organizado; y que el pblico no ha hecho
ms que aceptarlo. Hubiera podido
mantenerse sin duda en la inercia
negativa (sin discutir ni aceptar esta
legitimidad que no le interesaba). Si ha
elegido como Otro a la docilidad serial,
es por un conjunto de circunstancias
concretas e histricas que no tenemos
por qu exponer aqu; formalmente, esta
simbiosis es un comienzo de fascinacin
y es lo que causa su influencia sobre el
otro en las agrupaciones inertes; en
apariencia da dos estatutos a la misma
conducta: comprar el disco, porque el
Premio del disco se compra siempre,
darlo (porque es el regalo de Ao
Nuevo para los amantes de la msica),
es un conjunto de conductas alienadas
cuyo fundamento es la alteridad (el
reconocimiento del Premio est hecho
por el Otro; generaciones anteriores, y
adems el que lo habr odo maana con
la especificacin de este ao y que me
encontrar y que al orlo exige que yo lo
haya odo); estas conductas constituyen
el premio como Eterno-Retorno (y
socio-natural: corresponde a la apertura
del invierno como estacin social),
hacindole volver cada ao bajo una
nueva forma, y a la vez dejan
indeterminado el juicio de valor (otra
conducta) del comprador sobre el objeto
comprado. El Premio, como conducta,
otra e indeterminada, es la relacin
anual (y nica) de cien mil personas con
la msica por la mediacin de un grupo
restringido. Aqu aparece la segunda
caracterstica del grupo visto por la
serie: es un grupo de expertos.
Entendemos con esto que la apreciacin
musical es su oficio. No vayamos a
creer que el disco es realmente el mejor
del ao. Simplemente, vale la pena de
que se escuche; la calidad de experto
es soberana en el medio otro (es decir,
transcendente a la serialidad); esta
soberana que se agota en un acto
preciso pasa a un objeto y se vuelve en
l poder definido, derecho sobre cierta
categora de individuos seriales. Aqu
se muestra exactamente el espejismo en
su forma elemental: el disco, en la
vitrina de un almacn, nuevo y fresco,
nico en medio de los dems discos, es
la unidad individual de interiorizacin-
objetivacin del individuo que lo ha
producido y del pequeo grupo que lo
ha elegido. Si entro, si lo compro y me
lo llevo, es el disco serialidad, el disco
que tengo que tener porque est en las
manos del Otro, el disco que oigo en
tanto que Otro, regulando mis reacciones
sobre las que supongo en los Otros[250].
Espejismo y metamorfosis: la unidad
sintica se puede manifestar como
determinacin abstracta, en un medio
transcendente, para los individuos de la
reunin inerte; pero en cuanto se
introduce el objeto as producido en la
reunin, recibe las estructuras de
alteridad y se vuelve por s mismo un
factor de alteridad.
Sin embargo, esta primera conducta
en cuanto a un objeto valorado o
cotizado, aunque sea totalmente
enajenada no determina las conductas de
los grupsculos o de los individuos
prcticos, en tanto que estas unidades
elementales estn ms ac de la
serialidad. Hay una especie de
aceptacin o de rechazo del auditor que,
fuera de sus apreciaciones enajenadas,
expresa su conducta valorizadora
personal (es decir, su poder, en tanto
que se refiere a algn grupo en que por
otra parte est incluido o en tanto que su
libre actividad prctica se hace
apreciativa a travs de la enajenacin
que la toma), o, por ejemplo, la de su
grupo familiar. En este nivel, la eleccin
del grupo nunca se discute; en efecto,
para poder preferir otro disco, habra
que haberlo odo; y esta posibilidad de
or a dos o tres premiados, de poder
prever la decisin de los acadmicos o
de procurarse armas, por adelantado
para criticarla, designa evidentemente a
una categora social mucho ms
restringida (profesiones liberales,
mujeres de interior, etc.);
simplemente, el gusto o la decepcin se
expresan en la apreciacin como en los
aficionados al vino de Borgoa: nos
encontramos ante un ao bueno o malo;
el Goncourt, por ejemplo, es un
producto anual que se encuentra en
estado de material antes del mes de
diciembre, y la operacin de diciembre
tiene como resultado trabajarlo, y este
producto anual (de una espontaneidad
vegetal y de un trabajo humano) sufre, en
su identidad profunda, las mismas
variaciones anuales que el vino
beaujolais. Este ao el Goncourt es de
lo ms aburrido. A m no me ha parecido
tan mal.
Esta ltima observacin nos hace
volver al ejemplo de los discos. Premio
Goncourt, Premio del Disco, Premio de
la Cancin: esta primera operacin
constituye la accin a distancia de un
grupo sobre las series por la unidad
soberana que se da y que no est
discutida (de hecho, no podra serlo sino
por otros grupos, ms poderosos, ms
numerosos, etc.). Y el hecho de que no
lo sea aparece precisamente como una
seguridad para la impotencia serial: el
Otro, como individuo enajenado, es de
todas formas incapaz de discutir
prcticamente; pero si los grupos
prcticos reales son neutros o
favorables, la soberana como causa sai
resplandece por s misma, arriba, en el
nivel del jurado. Pero esta primera
unificacin transcendente no es el
extero-condicionamiento: condiciona a
la serie por la produccin en la
transcendencia de su unidad posible,
pero an no utiliza el comportamiento
intraserial como condicionamiento
unitario y fascinante de la conducta otra
en cada uno. Todo cambia con la
emisin de que he hablado: se introduce
en la serie esta reflexividad que no
encuentra en su verdad ms que en el
grupo (y en cierto nivel de desarrollo);
un grupo de accin (publicitario aqu) le
ensea lo que hace (y que ignoraba
necesariamente, ya que cada Otro est
perdido en medio de los Otros). O, si se
prefiere, la reaccin primaria de la serie
(en los condicionamientos exteriores y
transcendentes) vuelve sobre sta por la
mediacin de un grupo, a su vez
transcendente por su estructura
fundamental, y que puede establecer la
serie fugitiva de las conductas por los
medios apropiados de la formacin de
serialidad (estadsticas, promedios, etc.)
al mismo tiempo que las totaliza en una
conducta, como le permiten su estructura
y sus funciones totalizadoras. La serie
sabe lo que ha hecho. De esta manera
est producida como un todo (a travs
de los mass media) para cada uno de los
Otros que la componen. El cardinal se
transforma en ordinal, la cantidad en
calidad; las relaciones cuantitativas
entre el nmero de compras (para dos o
para X discos determinados), sealan
bruscamente una preferencia, y el orden
objetivo en que se colocan los discos
vendidos se vuelve la objetividad de un
sistema de valores propio del grupo.
Lo que termina la transmutacin
sistemtica de lo cuantitativo a lo
cualitativo es el enlace del nombre de la
obra (en general pegadizo) con su
cualidad individual (el tema esbozado) y
con el nombre de los intrpretes
(cantantes, etc.): es una determinada
calidad objetiva e indefinible de esta
cancin que la coloca en la cima de una
jerarqua igualmente objetiva.
La jerarqua le llega a cada uno como
expresin de las opciones colectivas y
como sistema de valores unificado:
estos dos aspectos son complementarios;
hay un acto serial que manifiesta y
sostiene a una jerarqua hasta entonces
escondida.
Si consideramos las cosas en
verdad, sabemos que al decir la verdad
el grupo miente. Las cifras son exactas,
pero slo sirven en el terreno del Otro;
pueden estar formadas parcialmente por
algunas unidades de eleccin
preferencial en el caso particular de
ciertos individuos o de ciertos
grupsculos. Pero, adems de que la
eleccin en tanto que tal representa la
excepcin (la opcin otra se impone ya
como opcin del Otro, a travs de las
circunstancias y las acciones
concertadas de grupos organizados,
propaganda, etc.), la supresin de toda
comparacin con la suma total de los
discos comprados durante la semana (en
efecto, es capital saber si el disco
clasificado primero representa al 50 al
55% de la totalidad de los discos
vendidos) priva a esta excepcin
(aunque se pueda considerar
aisladamente) de todo significado real,
es decir, diferencial. De hecho, el
resultado dado slo es un aspecto
engaoso de interioridad: no es ni la
opcin de un grupo ni la opcin de los
Otros, es el Otro como opcin; con otras
palabras, es la negacin de la opcin en
tanto que tal (como libre eleccin) o an
la enajenacin producida como libertad.
Y su totalizacin es el resultado del
trabajo escondido de un grupo
publicitario que le ha dado su estructura
de inercia juramentada y de unidad
prctica.
Ahora bien, hay que considerar que
esta emisin se dirige a Otros en la
separacin (lo hemos indicado ms
arriba) y que apunta especialmente a dos
categoras de auditores: los que no han
comprado los discos del catlogo de los
premiados (o que no han comprado
todos), los que han comprado una parte
(o por lo menos y segn sus medios
han comprado una parte). Para los
primeros, el catlogo es exigencia:
seala al individuo provisionalmente
aislado que se ha producido esa semana
un amplio proceso social de unificacin
y de acuerdo y que el auditor de que se
trata no ha participado de l. Este
fenmeno espontneo est terminado
en los Estados Unidos, la semana es
tambin una unidad de consumo: se
calcula por semana y no por mes; la
semana se encierra en s misma y
manifiesta al no-comprador la unidad de
los Otros en ese pequeo exilio
particular (pero que se vuelve expresin
de todos los exilios de la serialidad).
De hecho, los verdaderos factores que
determinaron la no-compra son
puramente negativos: este hombre estaba
enfermo, o de viaje, o preocupado, la
publicidad no lo ha alcanzado, etc.
Mejor dicho, aqu no ha habido cuestin;
el conjunto de las circunstancias y de
sus conductas se presentaba como una
especie de proceso positivo que slo se
refera a l mismo. Lo que hace nacer en
l la necesidad de una explicacin es la
totalizacin por el grupo de los
resultados seriales; en relacin con la
cantidad de discos nmero 1 vendidos,
la frase: La publicidad no me ha
alcanzado toma nn significado negativo
de casi-interioridad. Pero sin la
presentacin de la lista de los
premiados, slo poda indicar una
relacin cualquiera de exterioridad.
Pero ahora, ante los primeros compases
de esta msica garantizada, el individuo
serial siente la informacin como una
acusacin: le ha fallado el olfato (si no
ha comprado discos esta semana), el
gusto (si ha comprado otros que no estn
en el catlogo de los premiados), la
suerte (si no le ha alcanzado la
publicidad). Afortunadamente, un disco
se conserva durante ms de una semana;
su propietario no se cansar de orlo en
una sola semana. El culpable guarda la
responsabilidad de reparar su falta: el
sbado por la tarde, segn sus medios,
comprar uno o varios de los discos
mencionados. El acto serial es un
desplazamiento de la ceremonia
espontnea de la compra, es cierto,
pero la ceremonia de la audicin esta
misa de la alteridad siempre es
posible y la renovar cuanto quiera en
los das siguientes. La contradiccin
est aqu en que el poder totalizador de
las ceremonias consiste en la
reciprocidad mediada y actualizada de
todos los miembros en el seno de un
grupo; pero esta reactualizacin solitaria
de una unidad que no ha existido en
ninguna parte, excepto en la empresa
concertada de un grupo publicitario,
tiene como resultado el figurar la unin
y realizar la alteridad como separacin;
porque el individuo escucha el disco
elegido por los Otros y por l mismo
como Otro. El Premio del disco le
dejaba un poco ms independiente: sin
duda que la opinin de los expertos lo
aplastaba, pero ya hemos visto qu
forma tomaba su reaccin propia
(insatisfaccin sorda o llena de adhesin
entusiasta). En el caso del catlogo de
premiados es otra cosa, porque el
engao consiste en presentarle una
vez que ha comprado los discos la
opcin otra como su propia opcin. No
hay duda de que la accin del grupo
publicitario no ha determinado en l el
proyecto impreciso de unirse a los
Otros, amando con lo ms profundo de
su espontaneidad lo que ms
espontneamente se ama; pero la
realizacin del proyecto conduce a su
total enajenacin, ya que la ceremonia
solitaria lo consagra como Otro hasta en
su sensibilidad particular. Esta
operacin le engaa hasta en sus
relaciones sociales, ya que en las casas
de sus amigos, en la oficina, creer
comunicar en la reciprocidad con tal o
cual Otro que, a su vez, ha comprado el
disco, cuando en realidad como
hemos visto-no son ms que los
instrumentos de colectivos bien
agenciados.
Pero lo que para nosotros importa es
la praxis del grupo; el fin es sinttico:
vender en las condiciones dadas la
mayor cantidad posible de discos; el
medio es la manipulacin del campo
prctico-inerte de manera que produzca
reacciones seriales que sern
retotalizadas en el nivel de la empresa
comn, es decir, modificadas y forjadas
como materia inorgnica; el medio del
medio es la constitucin para cada uno
de lo serial en falsa totalidad. La
recurrencia dirigida desde fuera como
determinacin proyectada de cada uno
por los Otros en la falsa totalidad de un
campo comn y, en realidad, en la pura
fuga reflexiva, es lo que llamaremos
extero-condicionamiento, y este extero-
condicionamiento tiene dos caras
complementarias: segn el punto de
vista de la praxis del grupo
transcendente, aparece como un trabajo
que transforma la serialidad en antifisis;
segn el punto de vista del individuo
serial, es la aprehensin ilusoria de su
ser otro como unificndose en la
totalizacin del campo comn y la
realizacin de la alteridad radical (y
orientada por el grupo desde el exterior)
en l y en todos los Otros a partir de
esta ilusin. En una palabra, el extero-
condicionamiento lleva a la extrema
alteridad, ya que determina al individuo
serial a que haga como los Otros para
hacerse el mismo que ellos. Pero al
hacer como los Otros, aparta toda
posibilidad de ser el mismo, salvo en
tanto que cada uno es otro distinto de los
Otros y otro distinto de l. Ahora bien,
en la totalizacin del campo comn, las
lneas de fuga aparecen (en tanto que
reflejadas por los mass media) como
caracterstica, o hbitos (en el sentido
de exis), o costumbres. As cada
individuo se hace determinar,
insistiendo sobre su impotencia, con
esas caractersticas, esas costumbres, en
tanto que, en la falsa unidad dada por el
grupo exterior, se manifiestan como
estructuras de la totalidad. Se le
constituye as poco a poco su alteridad
en los Otros, se le anuncia; si est
escuchando los sbados y si tiene los
medios de comprarse por lo menos cada
disco nmero 1 de cada catlogo
semanal, al final tendr la discoteca-tipo
del Otro, es decir, la discoteca de nadie.
Pero al ejercerse la accin reflexiva del
grupo publicitario sobre cada otro, tiene
como efecto que se acerquen poco a
poco la discoteca de nadie y la
discoteca de cada uno. En la recurrencia
original, en efecto, los resultados
estadsticos en tanto que tales no estaban
reflejados sistemticamente y no tendan
a perpetuarse (o a universalizarse); para
cualquiera que estudiase sin que fuesen
publicados los resultados anuales de la
venta de discos en los Estados Unidos,
entre tal y cual ao, nada probaba a
priori que el resultado general
constituyese la lista-tipo de la mayora
de las discotecas; de hecho, por el
contrario, haba que distinguir segn las
categoras, los niveles de cultura, los
medios sociales, los modos y su sector
de propagacin, etc. Entonces, haba
listas banales y no una sola; ms an,
para un medio dado, la adquisicin de
tal disco poda parecer incompatible
con la de tal otro. Pero la constitucin
semanal y la difusin de una lista-tipo
de carcter universal tiene como efecto
romper las barreras entre los medios y
las culturas, realizar la homogeneidad
(con un doble movimiento de abajo
hacia arriba y de arriba hacia abajo) y
acercar poco a poco las listas-tipo
regionales a la lista-tipo universal.
Llevado al lmite, la discoteca de nadie
sin dejar de no ser la de nadie se
identifica con la discoteca de todo el
mundo. El inters de esta praxis aparece
en seguida, al menos en las sociedades
contemporneas: la accin transcendente
sobre la serialidad, en los pases
capitalistas ms avanzados, trata de
constituir, en el interior de los
colectivos, como exigencias prctico-
inertes, un reparto-tipo de los puestos de
gasto (para todo el mundo y para nadie,
luego para cada uno) y un dirigismo del
consumo. Entonces ya no se trata de
rivalidades publicitarias; en la escala
nacional, se realiza un acuerdo ms o
menos tcito entre los diferentes
sectores de la industria y del comercio
para aprovechar el alza de los salarios y
empujar a las masas (reuniones
inertes): 1.) a consumir ms; 2.) a
adaptar su presupuesto no slo a sus
necesidades o a sus gustos, sino a los
imperativos de la produccin nacional.
Si el asalariado, acostumbrado a la
prudencia, y, cuando puede, al ahorro
(intero-condicionamiento) mantiene esas
costumbres de ahorro cuando los
salarios suben, la funcin de las tcnicas
de extero-condicionamiento consiste en
reemplazar sus condicionamientos
interiores por los del Otro. Pero eso
slo es verdaderamente posible si el
individuo serial est producido desde la
infancia como extero-condicionado. Se
ha mostrado recientemente, en efecto,
que en las clases infantiles americanas
(y claro est, en todos sus estudios),
cada individuo aprende a ser la
expresin de todos los Otros y a travs
de ellos de todo su medio, de manera
que el menor cambio serial exterior
vuelve a condicionarlo desde fuera en
alteridad. Todos conocen esos concursos
de los peridicos que consisten en
presentar en un orden cualquiera diez
nombres de monumentos, de artistas,
diez modelos de automviles, etc. Hay
que determinar la jerarqua-tipo (que en
realidad es la jerarqua media) tal y
como se establecer por la
confrontacin de las respuestas de todos
los Otros. Ganar el competidor que
haya hecho la lista ms aproximada a la
lista-tipo. Est premiado entonces es
decir, distinguido, elegido, pblicamente
nombrado y recompensado por
haberse hecho el ms perfectamente
Otro de todos los Otros. Su
individualidad prctica, en el medio de
la formacin de serie, es su
capacidad (por lo menos en esta
circunstancia) de hacerse el medium del
Otro como unidad de fuga de las
alteridades. Es ya ese producto de
medium la recurrencia o se hace pura
previsin de la serialidad? Ambos
indisolublemente. Este estatuto
ambivalente de Ser proftico y de
actividad pasiva no es ms que el de
todo individuo extero-condicionado.
Nunca aparece en el nivel de la
condicin, ni siquiera enajenada, ni
siquiera en rgimen de explotacin,
simplemente porque el trabajo se define
a partir de la necesidad como libre
operacin prctica, aun admitiendo y
sobre todo que se eleva contra el
trabajador como fuerza enemiga. Pero
no por eso habra que imaginar que est
nicamente reservado al consumidor en
las sociedades fuertemente
industrializadas. El extero-
condicionamiento, en estas sociedades
frecuentadas por la necesidad de prever
y de adaptar recprocamente la
produccin y las salidas en el mercado
con una perspectiva definida, ocupa un
lugar cada vez ms considerable;
representa un verdadero y nuevo
estatuto del individuo masificado, es
decir, que toma directamente los grupos
de control, de gestin y de distribucin
en las masas. Pero sera no comprender
nada de la racionalidad dialctica si
tomsemos esta relacin entre el grupo y
la masa como una creacin ex nihilo,
forma y materia. Lo nuevo es el
contenido histrico y las circunstancias
que lo determinan; lo que es actualizado
pero permanente es la fuerza sinttica de
unin que aqu se revela. De hecho, este
lazo formal siempre ha estado cumplido
por un contenido; lo que descubrimos
hoy, en este momento de la Historia que
manifiesta ms claramente en nuestro
derredor y en nosotros las estructuras de
extero-condicionamiento, es, por el
contrario, la importancia capital de estas
estructuras para la comprensin de los
acontecimientos histricos. Se ha
mostrado una tendencia excesiva a ver
determinadas acciones colectivas como
producto de grupos formados
bruscamente esto es, de una
espontaneidad de las masas o como
el simple resultado de una accin ms o
menos disfrazada de los poderes. En
muchos casos, se muestra falta del
sentido de la realidad en las dos
situaciones a la vez. He dicho, por
ejemplo, cmo el racismo es un
fenmeno de serie: siempre es la actitud
del Otro. Pero la serie aunque por s
sola pueda determinar los linchamientos
o los pogroms no basta para explicar,
por ejemplo, el antisemitismo activo de
la pequea burguesa alemana bajo el
rgimen de Hitler. Ahora bien,
recientemente, por medio de unos
estudios muy ingeniosos, se ha mostrado
que el antisemitismo como hecho
histrico se tena que interpretar por un
extero-condicionamiento sistemtico del
racismo del Otro, es decir, por una
accin continua del grupo sobre la serie.
Y esta accin se define en primer lugar
por su reflexibilidad: el grupo hace que
la serie vea el racismo, produciendo o
haciendo producir en ella los signos
prcticos de su hostilidad a los judos;
esos signos: caricaturas, definiciones
repetidas cien veces en la radio, en
los peridicos, en las paredes,
informaciones tendenciosas, etc., acaban
por desempear un papel de lista-tipo
para cada uno y nadie. En una palabra,
son a la vez designaciones concretas de
cierto monstruo (dejamos aqu de lado
las caractersticas deliberadamente
maniqueas, proyectivas, sdicas, etc., de
estas designaciones) y la razn forjada
de la serie como indicacin de las
masas en tanto que totalidad. El odio
suscitado por estos puros maniques era
en cada uno el del Otro; pero la
propaganda totalizadora constitua este
odio extero-condicionamiento, es decir,
como exigencia de una ceremonia
totalizadora. Dependa, pues, del
gobierno (es decir, de la determinacin
que llevaba en otro lugar a Otros y que
despus difunda como unidad posible
de todos por los mass media) que las
circunstancias para esta ceremonia
totalizadora fuesen o no reunidas, es
decir, que las masas pequeo-burguesas
se hiciesen los agentes prctico-inertes
de un pogrom inducido. De todas
formas, el arresto o la ejecucin de un
judo por orden del gobierno realizaba
pasivamente en las masas la misma
ceremonia de alteridad; cada violencia
era irreversible, no slo porque
suprima vidas humanas, sino porque
haca de cada uno un criminal extero-
condicionado, es decir, asumiendo el
crimen de los jefes en tanto que lo haba
cometido en otro lugar como otro en
otro. E, inversamente, la aceptacin de
las violencias del soberano, como exis
en el medio del extero-
condicionamiento, siempre es
susceptible, por la accin transcendente
del grupo dirigente, de que se convierta
en pogrom, como actividad pasiva de
una formacin de serie dirigida. Y esta
exis con el proceso prctico que
puede producir su reconversin es
falsa unidad por dos razones esenciales,
que son, una y otra, de naturaleza
dialctica: primero, porque la
aceptacin (aunque sea entusiasta) no
define sino la impotencia de discutir,
luego la separacin[251]. Pero sobre todo
porque la aceptacin serial de este
irreversible extero-condicionamiento
contribuye por ella misma a aumentar
las separaciones, la impotencia y el
ndice real de alteridad. Ya se trate, en
efecto, del acto aprobado o del proceso
prctico, la serialidad se descubre (por
ejemplo, en el momento del saqueo o de
la ejecucin) como fuerza separadora,
precisamente porque ninguna resistencia
real de un grupo adverso ni ninguna
como negacin real la disolucin de lo
serial. Por el contrario, amenaza de
exterminacin han llegado a suscitar en
los Otros el saqueo y el incendio de los
comercios no defendidos son
destrucciones dispersivas por ellas
mismas: niegan la unidad de los agentes
(por el contrario, es el desorden el que
engendra la violencia) y hacen de cada
uno, por el exterior, el otro responsable
de la violencia mxima cometida en esta
reunin por otro. En este nivel en que la
responsabilidad colectiva es
responsabilidad serial, su rechazo o su
asuncin por tal otro son las dos
expresiones contradictorias (en el
discurso) de un solo y mismo hecho. Y
esta responsabilidad serial como
proyeccin de una poltica precisa y
totalizadora en el medio de la alteridad
aumenta la importancia del grupo
soberano en la misma medida en que
aumenta la impotencia de cada uno aun
manteniendo el esquema engaador de la
ceremonia totalizadora.
He querido mostrar con este ejemplo
lo que diferencia a una exis racista (lo
que se estudia de ordinario) y a un
movimiento antisemita; sobre todo he
tratado de indicar que el aparato
gubernamental y sus subgrupos de
constreimiento o de propaganda se
guardan mucho de suscitar en las
reuniones inertes lo que se llama una
accin organizada. Les inquieta toda
organizacin en tanto que disuelve la
serialidad. As, en este nivel, el
verdadero problema es conseguir de las
masas acciones orgnicas
conservndoles ante todo su estatuto
inorganizado. Se evocar sin duda el
problema del encuadramiento:
nuestras sociedades tanto en el Este
como en el Oeste-nos han dado el
ejemplo de manifestaciones
encuadradas. Un desfile el 19 de
mayo, el 14 de julio, el 19 de octubre
ofrece a un pblico serial el espectculo
de una organizacin rigurosa; hay un
orden: los soldados, los obreros de
fbrica, los campesinos, los
intelectuales desfilan en Pekn segn un
plan preestablecido; los dirigentes
regulan su marcha, su velocidad, la
cantidad de detenciones, etc. Pero estos
pretendidos grupos, en los que cada uno
hace lo que hacen los Otros y regula su
accin por la de los Otros, y cuya
caracterstica principal reside en su
cantidad, no tiene ninguna de las
estructuras de la comunidad. Verdad es
que se regula su marcha desde fuera;
pero esta accin transcendente de un
miembro del soberano tiene por efecto
precisamente el mantenerlos en el
estatuto de extero-condicionamiento. Por
estos ejemplos estudiados muy
superficialmente se habr podido
comprender lo que aqu no puede ser
ni desarrollado ni demostrado que la
relacin del Estado con la sociedad
concreta, en el mejor de los casos no
puede superar al
heterocondicionamiento[252].
El grupo soberado aumenta, pues, la
inercia de los colectivos y gobierna por
ella. Pero hay que indicar con unas
pocas palabras como antes deca la
accin de vuelta de la serialidad sobre
el soberano. Ha sido con demasiada
frecuencia el objeto de comentarios
como para que hable mucho de ello.
El conjunto del soberano (subgrupo y
cuerpos constituidos) forma, como
hemos visto, un sistema complejo cuyos
aparatos, en la ltima fila de la
jerarqua, entran en contacto directo con
las masas y constituyen lo que se llama,
muy impropiamente, segn los casos,
cuadros, ncleos, rganos de enlace, etc.
De hecho, se trata de instrumentos
inorgnicos cuya inercia constituye la
superficie de contacto con la inercia
serial y cuyo papel manejado por grupos
superiores es el de trabajar el extero-
condicionamiento de los Otros. Ya he
sealado ms arriba que estos subgrupos
estn rodeados por las series; si estn
separados, ya he dicho que se serializan
a su vez. Cada uno se vuelve soberano
de s solo; pero, en el medio del Otro,
este soberano en otro lugar es otro. Por
otra parte, el extero-condicionamiento
se funda en la pasividad de las masas;
pero esta pasividad condiciona su
propia pasividad: primero porque se
hacen ellos mismos para los extero-
condicionados la encarnacin de las
listas-tipo, exigencias fijas, etc., y en la
unidad de una misma petrificacin, los
representantes de la ley es decir, de la
soberana, individuo, en tanto que se
produce como poder universal.
Entienden que con esta doble
petrificacin suprimen el cambio o,
segn los casos, lo gobiernan. Estos
subgrupos conservan una apariencia
prctica en tanto que realmente pueden
servir de mediacin entre las
autoridades centrales y las series. Pero
esta mediacin no se puede instalar
como funcin permanente: un grupo se
puede hacer mediacin entre dos grupos,
un individuo entre dos comunidades;
pero la mediacin no podra mantenerse
entre la serie y el soberano, ya que la
praxis soberana es mantener a la serie
en la impotencia y la alteridad. Las
necesidades sern establecidas y, si se
puede, satisfechas desde fuera, en tanto
que pueden estar determinadas por los
bilogos, los mdicos, etc., pero no en
tanto que son el objeto de
reivindicaciones reales, ya que la
estructura serial impide que los
individuos se reagrupen sobre la base de
una reivindicacin y ya que el extero-
condicionamiento tiene como tarea
elevar perpetuamente el umbral por
franquear para efectuar un agrupamiento.
En el mundo del Otro que es el mundo
del gobierno, hay violencias, rechazos,
exigencias y hasta motines, algunas
veces; pero estos transtornos, pronto
reprimidos, nunca sirven de enseanza,
nunca permiten medir la profundidad del
descontento popular, precisamente
porque siempre es el Otro el que se
amotina o reivindica; el Otro, el extrao,
el sospechoso, el cabecilla. La nocin
de cabecilla, en particular, slo tiene
verdadero sentido para un miembro del
soberano, es decir, para un soberano
convencido de que el nico estatuto
ontolgico de las multiplicidades
humanas es la pasividad extero-
condicionada. Gobierno a esta
pasividad en el sentido del inters
general; el cabecilla es un antisoberano
que gobierna a la misma pasividad de
sus intereses personales (o de tales otros
intereses particulares); hasta tal punto es
as que el dirigente que critica al
cabecilla hace su autocrtica a expensas
de Otro, es decir, en tanto que Otro. As
nunca hay descontento popular para el
subgrupo que realiza sus manipulaciones
en el lugar, por la simple razn de que el
descontento es una prctica y una exis de
grupo y que el estatuto serial excluye la
posibilidad de un reagrupamiento. La
relacin entre los subgrupos y las series
se reifica: ya slo se trata de actuar
materialmente sobre las series utilizando
la combinatoria serial, es decir, los
esquemas que nacen de una constitucin
serial y que permiten que se construyan
acciones de serialidad. La diferencia
entre el dirigente local y el individuo
dirigido es casi inasible: los dos son
sealizados, los dos viven, actan y
piensan serialmente; pero el dirigente
piensa la serialidad del Otro y acta
serialmente sobre las series extero-
condicionadas. A partir de aqu, nada
puede subir ya del escaln social hasta
la cima, puesto que nada pasa ya de las
series populares al dirigente que han
sealizado. Precisamente por eso, el
jefe local, para su superior, es el objeto
de una praxis soberana y unvoca. Esta
herramienta para remover el material
humano no es ya ms que un trozo de
materia inorgnica. Su autonoma y sus
poderes podran hacer que naciese una
reciprocidad si en virtud de su funcin
tuviese que expresar al superior las
reivindicaciones populares como
exigencias humanas. Pero, precisamente,
estas reivindicaciones y estas exigencias
no son; lo que quiere decir,
simplemente, que an no son el hecho
del individuo vivo y sufrido aunque
paralizado por la alteridad; el da en que
se manifiesten tal vez maana,
sern las de un grupo que rechazar toda
mediacin y que constituir su propia
soberana; las reivindicaciones se
conocen siempre demasiado tarde. La
razn es que carecen de ser y que surgen
como revolucionarias o quedan
inexpresadas, segn las circunstancias.
El dirigente local es para su superior
garanta inerte de la inercia de las
masas, y se hace tal porque no recibe de
ellas ni acepta el contra-poder de
reivindicar para ellas ante el soberano.
As, en el escaln de encima, la
multiplicidad de los agentes subalternos
aparece como una instancia superior de
la serialidad; y su pasividad se vuelve
un material que se tiene que trabajar por
medio del extero-condicionamiento. Por
lo dems esto no impide que cada uno
sea sospechoso por el contrario en
la medida en que sus operaciones
podran ejecutarse como libre iniciativa
prctica o, si se prefiere, afirmarse
como soberana individual del individuo
sobre las serialidades que llenan su
campo prctico. El fin del extero-
condicionamiento y del terror, cuando
estas prcticas apuntan a los dirigentes
locales, es reemplazar en todos los
grados la actividad real por la inercia
prctica de la materia trabajada. As
cada escaln, al tratar a los agentes del
escaln inferior como objetos
inorgnicos que se gobiernan por medio
de leyes, pierde su garanta y su libre
sostn en relacin con el escaln
superior; se vuelve a su vez serial en
tanto que ejecuta. Lo que significa que
de uno al otro extremo de la jerarqua,
unos objetos gobernados por leyes de
exterioridad gobiernan a otros objetos,
colocados por debajo de ellos, en virtud
de las mismas leyes o de otras leyes
orgnicas; y que la combinacin de
leyes que permite poner en movimiento,
en tal escaln, la materia del escaln
inferior, ha sido producida a su vez en
los dirigentes de ese grado por una
combinacin de sus leyes que se ha
hecho por encima de ellos. La parlisis
del sistema se eleva necesariamente de
las series dirigidas hasta la cima, slo el
soberano (grupo restringido o individuo)
no est alcanzado. O ms bien, est
afectado de pasividad en tanto que
individuo totalizador, se vuelve
inorgnico por debajo, en las
profundidades de la jerarqua; pero
ningn superior le puede transformar en
cosa. En esta nueva constitucin del
grupo, podemos retener las siguientes
caractersticas: en cada grado de la
jerarqua cada uno es soberana posible
sobre los agentes del grado inferior o
tercero regulador posible (tomando la
iniciativa de la agitacin y de la
formacin de un grupo), pero cada uno
reniega de esas posibilidades por
desconfianza en cuanto a sus iguales y
por temor a ser sospechoso de sus
superiores. En cuanto a sus iguales, en
efecto, toma la actitud juramentada y se
obliga a la inercia para reivindicar la de
ellos: separacin, recurrencia, todo
contribuye a que renazca la
multiplicidad discreta que rechaza. La
alteridad giratoria de sus iguales
despliega la pluralidad interiorizada en
relacin de exterioridad. En l, que es la
institucin (y por todos sus iguales), se
realiza esta exteriorizacin de las
relaciones que hemos sealado ms
arriba. Pero la estructura de soberana
se produce en cada piso como
reinteriorizacin institucional: as, al
volverse cada uno hacia el piso
superior, reclama del soberano una
integracin perpetua; disuelve en l su
individualidad orgnica como factor
incontrolable de multiplicidad, se funde
con sus pares en la unidad orgnica del
superior, al no encontrar ms garanta
contra su existencia individual que la
libre individualidad de otro. Es esta
triple relacin extero-condicionamiento
de la multiplicidad inferior;
desconfianza y terror serializante (y
sealizado) en el nivel de los pares;
aniquilacin de los organismos en la
obediencia del organismo superior lo
que constituye lo que llamamos
burocracia. La hemos visto nacer de la
soberana misma, cuando sta an no era
sino un momento institucional del grupo;
la vemos afirmarse como expresin total
de lo inhumano, salvo en un punto
infinitesimal en la cumbre, como
consecuencia de la inercia de la base.
Su forma y su significado dialctico son
claros: al ser la impotencia de las masas
el sostn de la soberana, sta empieza a
manipularlas en virtud de leyes
mecnicas es decir, del extero-
condicionamiento, pero este
voluntarismo (es decir, esta afirmacin
de la soberana prctica del hombre
sobre el hombre y el mantenimiento
concertado del estatuto prctico-inerte
en la base), implica necesariamente la
mineralizacin del hombre en todos sus
niveles salvo en el nivel supremo. Se
afirma por todas partes como lo
contrario de la libertad, y dedica todas
sus fuerzas a suprimirse. As la
impotencia de las masas se vuelve la
impotencia del soberano; en efecto, se
vuelve imposible para el hombre o para
el subgrupo medio paralizados que estn
en la cima el mantener en orden de
marcha esta pirmide de mecanismos,
cada uno de los cuales tiene que hacer
que ande el otro. Las circunstancias
histricas de una burocratizacin de los
poderes se definen, claro est, en el
curso del proceso histrico y a travs de
la totalizacin temporal. No es nuestro
tema. Lo que de todas formas concierne
a la dialctica, segn el punto de vista
de la temporalizacin, se puede decir en
unas palabras: cuando el Estado es un
aparato de constreimiento en una
sociedad desgarrada por conflictos de
clase, la burocracia amenaza
constante del soberano, puede ser ms
fcilmente evitada que en una sociedad
socialista en construccin; la tensin que
reina entre las clases, las luchas
parciales, ms o menos organizadas, los
agrupamientos como disolucin en
curso de las serialidades obligan a
los poderes pblicos a una accin
ms compleja, los ponen frente a las
comunidades aunque sean efmeras
que discuten al soberano; es hacia ellas
y por el extero-condicionamiento de los
Otros como tiene que definir a una
praxis flexible y viva: la vida ardiente
del grupo en fusin rechazar la vieja
soberana apolillada de la burocracia o,
si ya se ha manifestado como peligro
permanente, impedir la constitucin del
soberano en su forma ms burocratizada,
es decir, su forma policial. La polica
todopoderosa, como petrificacin
absoluta de las funciones del grupo
soberano, descansa en la separacin de
impotencia; es necesario que exista esta
separacin para que el Estado policial
pueda mantenerla y utilizarla; en una
sociedad enfebrecida, como dice tan
bien Lvy-Strauss, es decir, en que las
luchas de clases son en todas sus
formas perpetuamente vivas contra el
estatuto de serialidad (en los oprimidos
y en los opresores), la conducta del
soberano ser una poltica; la fuerza
represiva, siempre en segundo trmino,
ser menos utilizada que los
antagonismos (el extero-
condicionamiento desaparece
parcialmente, se vuelve a encontrar en
su forma clsica: dividir para reinar), la
tctica y la estrategia tienen que ser
elaboradas por aparatos y la circulacin
de la soberana tiene que ser asegurada
en los dos sentidos; desde luego que el
funcionario subalterno no tiene por
oficio expresar la reivindicacin de los
grupos y, singularmente, sus
reivindicaciones. Esto basta para
asegurarle una especie de funcin casi
mediadora; el peligro permanente de la
disolucin en su derredor de lo serial
corre el riesgo de ponerlo frente a una
praxis viva y enemiga; su amenaza y la
urgencia reclamarn una iniciativa
inmediata. Pero si no se presenta el
caso, el agente subalterno est definido
en sus posibilidades como pudiendo
demostrar su posibilidad de iniciativa.
Por otra parte, opone una contradiccin
particular al grupo soberano como
unidad que se propone para s de lo
individual y de lo universal y a la
clase dominadora que lo produce y lo
alimenta (le paga) como su aparato. La
dependencia del soberano es cierta,
como ya hemos visto, pero tambin es
cierta esta perpetua afirmacin de
autonoma en todos los grados. Resulta
de aqu una tensin variable segn las
circunstancias y que puede determinar
diferentes procedimientos de
reconquista, en los grupos-poderes de la
clase dominante: smosis (cambios
regulados entre hombres de gobierno y
grupos econmicos), infiltraciones,
influencias (directas, indirectas), etc.
Contra estos procedimientos que en
general tratan de modificar su
composicin interna, se defiende el
soberano con una vigilancia perpetua.
Pero esta vigilancia o terror blanco
no tiene los efectos paralizadores del
gran terror, ya que, en este caso, preciso,
se trata de defender al soberano contra
la solicitud demasiado apremiante de
sus aliados originales; stos, en efecto,
no piensan ni en negar su legtima
soberana ni el fundamento de su praxis
a largo plazo; slo tratan de separar (o
de sugerir) un objetivo a breve plazo, de
proponer una operacin, etc.; o (en caso
de insurreccin vencida) de hacer que se
acente la represin. Todo esto lo tiene
que integrar el grupo soberano: puede
controlar estas proposiciones,
disolverlas en su praxis haciendo como
que las acepta, etc., pero no puede ni
rechazarlas a priori ni ignorarlas.
Este lazo de interiorizacin de las
voluntades y reivindicaciones comunes
de la clase dominante (tal y como se
manifiesta por los grupos de presin) y
de la soberana como praxis representa,
si se quiere, la existencia de clase del
soberano. Obliga a determinados
agentes subalternos a hacerse mediacin
real entre un conjunto serial por lo
menos y la cima: y este conjunto serial
es precisamente la clase dominante, en
tanto que grupos de presin se forman en
ella para crear contra la poltica del
gobierno sectores independientes de
extero-condicionamiento.
Estas consideraciones no pretenden
probar la superioridad del grupo de
soberana en las democracias burguesas,
sino mostrar que extrae su vida de las
contradicciones sociales que expresa.
Cuando el grupo de soberana, en su
implacable homogeneidad, ha integrado
en l a todos los agrupamientos
prcticos, o, si se prefiere, cuando la
soberana mantiene el monopolio del
grupo, cuando este agrupamiento de
agrupamientos se define en ltima
instancia por sus relaciones directas con
serialidades pasivas y por sus prcticas
rigurosas de extero-condicionamiento,
cuando esta soberana no es el producto
de una clase (a diferencia del Estado
monrquico o burgus) y se recluta
necesariamente por coopcin,
produciendo ella misma o para ella
misma su legitimidad, la pirmide
soberana cualesquiera que sean sus
tareas transcendentes gira sobre s
misma en el vaco; al escapar al control
de una clase dominante (por ejemplo,
del capitalismo), nunca tiene que luchar
ms que con ella misma, es decir, contra
los riesgos engendrados por la
separacin y la institucionalizacin; y es
precisamente esta lucha contra s la que
tiene que engendrar la burocratizacin.
Nadie puede creer ya hoy que el primer
estadio de la revolucin socialista
realiz la dictadura del proletariado.
Sino que, en el perpetuo estado de
extrema urgencia y con la perspectiva de
las gigantescas tareas que se conocen, un
grupo revolucionario se institucionaliz
y puso en movimiento y maniobr
serialidades por medio de prcticas de
extero-condicionamiento. Hay que
comprender, en efecto, por la Razn
dialctica misma, que toda creacin por
el grupo soberano e institucional de un
pretendido reagrupamiento de los
individuos seriales (ya se trate de
sindicatos o de otras formas
encuadradas) no puede ser sino una
nueva diferenciacin y una nueva
extensin del grupo mismo en tanto que
sus miembros son todos portadores del
poder soberano y que el
encuadramiento, aunque tenga lugar en la
base, no transforma al Estado-Otro de
los individuos en seriales en un ser-en-
el-grupo, sino que define pura y
simplemente por una totalizacin falsa y
fascinante a un nuevo sector de extero-
condicionamiento intensivo. El lmite
del poder real del Estado ms
dictatorial es que no puede crear grupo
fuera de l mismo; segn las
circunstancias, slo tiene la posibilidad
de crecer ms o menos y de
diferenciarse (por produccin de nuevos
subgrupos). Todas las determinaciones
que produce directamente en las
reuniones inertes no tienen ms
resultado que hacerles pasar en tal o
cual lugar, en tal o cual situacin del
nivel serial al de la zona extero-
condicionada. Cada grupo, en efecto
en tanto que posee en su movimiento
totalizador incluso la abstracta
posibilidad de establecer su propia
soberana, se constituye o bien fuera
del Estado (aunque est ms o menos
directamente ligado a l), proponiendo
la autonoma de su praxis, o ante todo
contra el Estado como denuncia y
rechazo de la soberana transcendente a
travs de una prctica de abstencin, de
resistencia pasiva, de no-obediencia o
de insurreccin.
Las contradicciones internas del
mundo socialista ponen de relieve, a
travs de los inmensos progresos
cumplidos, la exigencia objetiva de una
desburocratizacin, de una
descentralizacin, de una
democratizacin; y con este ltimo
trmino hay que entender que el
soberano tiene que abandonar poco a
poco el monopolio del grupo (la
cuestin est planteada en el nivel de los
comits obreros). De hecho, en la
U. R. S. S. por lo menos, la liquidacin
de la burguesa sovitica hace tiempo
que est cumplida. Lo que significa que
la dictadura del proletariado era una
nocin optimista y forjada con
demasiado apresuramiento por
desconocimiento de las leyes formales
de la Razn dialctica: hubo primero un
tiempo en que era demasiado pronto
para llevar a cabo en la U. R. S. S. el
ejercicio de esta dictadura: la dictadura
real en nombre de una delegacin que
no le haba dado el proletariado sobre
la clase burguesa en vas de liquidacin,
sobre la clase campesina, y sobre la
clase obrera misma. La soberana de
este grupo no era segn el punto de vista
de las masas ni legtimo ni ilegtimo; su
legitimacin prctica proviene de que el
soberano ha construido su ilegitimidad
por sus faltas y con sus crmenes; as
juzga la Historia. Hoy es demasiado
tarde y el problema real que se plantea
es el de la ruina progresiva del Estado
en beneficio de unos reagrupamientos
cada vez ms vastos de las serialidades
extero-condicionadas. Y la razn que
hace que la dictadura del proletariado
no haya aparecido en ningn momento
(como ejercicio real del proletariado
polla totalizacin de la clase obrera), es
que la idea misma es absurda, como
compromiso bastardo entre el grupo
activo y soberano y la serialidad pasiva.
La experiencia histrica ha revelado de
manera innegable que el primer
momento de la sociedad socialista en
construccin no poda ser
considerndolo en el plano an
abstracto del poder sino la
indisoluble agregacin de la burocracia,
del Terror y del culto de la
personalidad. Al parecer, esta primera
etapa est llegando al comienzo de su
fin, a pesar de los terribles sobresaltos
que an muestra; y, de todas formas,
donde hoy se instaure un nuevo rgimen
socialista, la socializacin en curso de
la mitad del mundo producir esta otra
nueva revolucin con otra coyuntura y a
travs de otra totalizacin histrica
distinta de las que caracterizaron a la
Revolucin de 1917. Segn nuestro
punto de vista, la imposibilidad que
tiene el proletariado de ejercer la
dictadura est formalmente demostrada
por la imposibilidad de que el grupo,
con cualquier forma que sea, se
constituya como hiperorganismo. El
terror burocrtico y el culto de la
personalidad manifiestan una vez ms la
relacin de la dialctica constituyente
con la dialctica constituida, es decir, la
necesidad que tiene una accin comn
en tanto que tal (y a travs de la
diferenciacin mltiple de las tareas) de
reflejarse prcticamente en ella misma
para controlarse y unificarse sin cesar
en la forma insuperable de la unidad
individual. Es verdad que Stalin era el
Partido y el Estado. O ms bien, que el
Partido y el Estado eran Stalin. Pero las
violencias de ste expresan, en un
proceso definido, la contradiccin
violenta de las dos dialcticas, es decir,
la imposibilidad para el grupo en tanto
que praxis constituida de trascender el
estatuto de esta individualidad orgnica
que contiene en l, transforma y supera
en tanto que, en la interioridad comn,
es funcin de multiplicidad. Sin
embargo, la insuperabilidad del estatuto
ontolgico y prctico del tercero
regulador no es un limite de hecho y,
como tal, ininteligible asignado a las
comunidades: lo hemos visto
producirse, en la translucidez de la
experiencia crtica, en el curso del
desarrollo de la dialctica constituyente
como libre praxis orgnica y como
relacin humana de reciprocidad. Con
otras palabras, la dialctica
constituyente, al producirse como Razn
de la accin y al realizar sus estructuras
en la evidencia de la temporalizacin,
decide ya posibilidades e
imposibilidades de la praxis comn:
natural[253] a la Razn constituida. La
inteligibilidad misma en tanto que
lgica estructurada de la accin comn
de la Razn constituida se debe,
pues, a la Razn constituyente; basta con
que la experiencia crtica nos haga
aprehender a partir del campo prctico-
inerte y de las disoluciones de
serialidad la gnesis formal de la
dialctica segunda, en su doble carcter
de praxis y de proceso, con el alcance
que recibe y los lmites que la
determinan.
La experiencia termina aqu con una
fuga giratoria de luces: la unidad
prctica del grupo que se organiza est
en su objeto, en los grupos exteriores a
l, pasa un instante en cada miembro de
la empresa como tercero excluido, se
vuelve a encontrar terica y
prcticamente en la actividad del
soberano. Pero nunca est realmente
dada en el grupo mismo, en el sentido en
que todos los momentos de un acto
individual tienen su unidad en la unidad
de un desarrollo activo. Por el contrario,
aprehendemos verdaderamente el
verdadero poder del grupo en la
impotencia de cada uno de sus
miembros: esta impotencia da a las
funciones una fuerza material de inercia,
forma rganos duros y pesados que
pueden golpear, moler, etc., As, el
grupo, praxis, que se hunde en la
materia, encuentra en su materialidad
es decir, en su porvenir-proceso su
verdadera eficacia. Pero en la medida
en que la praxis es proceso, los fines
apuntados pierden su carcter
teleolgico; sin que dejen de ser fines
propiamente hablando, se vuelven
destinos.
C
DE LA EXPERIENCIA
DIALCTICA COMO
TOTALIZACIN: EL NIVEL
DE LO CONCRETO, EL
LUGAR DE LA HISTORIA
El grupo se produce con la
disolucin ms o menos profunda de los
colectivos y en la unidad de una praxis
comn. Y el objeto de esta praxis slo
puede ser definido en funcin de otros
grupos mediados o no por series, de una
reunin inerte, mediada o no por otros
grupos, de una materia trabajada,
mediada o no por series y grupos.
Pero si el colectivo del cual ha
surgido el grupo tiene, aun cuando slo
sea superficialmente, la marca de su
praxis disolvente, inversamente el
resultado de la accin comn se vuelve
necesariamente cualesquiera que sean
sus otras caractersticas una
determinacin del colectivo y de la
materia trabajada; la realidad objetiva
del grupo (su objetivacin prctica) es,
pues, en cierta forma, el colectivo y lo
inorgnico. Con otras palabras, si
consideramos a la praxis del grupo
fuera de l en el medio transcendente de
su objetivacin, veremos que se define
simultneamente por tres caractersticas
principales: 1.) Realiza prcticamente
realidades nuevas y unificadoras en la
materialidad social y fsica que
constituye su campo prctico; produce
directamente en los grupos aliados o
antagnicos que le rodean ciertas
modificaciones sufridas y reasumidas en
el curso de modificaciones internas,
indirectamente, por su sola presencia en
el campo comn (en tanto que es campo
prctico para cada comunidad en
diversos niveles) de las
transformaciones a distancia, es decir,
de las modificaciones inducidas y
reasumidas por los grupos lejanos a
travs de la transformacin totalizadora
del campo; como el campo es, en efecto,
unidad sinttica de totalizacin prctica,
la aparicin a distancia para cada grupo
de otro grupo como retotalizacin no
totalizable de todo lo diverso (y como
reacondicionamiento totalizador de los
elementos, los unos por los otros, en una
especie de autonoma fugitiva y temible)
introduce, por lo menos a ttulo de
significacin irrealizable, la permanente
amenaza de una alteracin radical de
todas las referencias interiores en el
sistema y, a travs de esta alteracin, la
modificacin del grupo mismo por la
totalizacin retotalizada. Poco importa
de momento si el conjunto de estos
resultados prcticos representa un
fracaso parcial o un xito. Lo que es
evidente es que la praxis tiene una
eficacia directamente ligada a su
objetivo concreto y que las distintas
acciones que aqu ejerce estn
unificadas en el interior del campo
comn en todos los niveles de
experiencia y por todos los grupos
presentes. 2.) Estos resultados
sintticos estn necesariamente
alienados, aunque el momento en que se
descubre la alienacin no sea
necesariamente aqul en que se realiza
la objetivacin. La alienacin de la libre
praxis solitaria en tanto que se
produce en el campo prctico-inerte
es necesariamente inmediata, ya que esta
seudosoledad es por s misma un
estatuto de impotencia realizado por la
mediacin de lo inorgnico. Pero la
objetivacin de la praxis comn se
puede realizar como xito en lo
inmediato: al ser el grupo la negacin de
la impotencia, su xito est
condicionado por la relacin de las
fuerzas enfrentadas. Un ejrcito puede
aniquilar al ejrcito enemigo y ocupar
totalmente el pas conquistado. Sin
embargo, en la medida en que esta
objetivacin acaba por volverse objeto
inerte y realidad particular en el seno de
la totalizacin en curso, necesariamente
tiene que ser robada y alienada.
Los grupos aun vencidos que
ocupan el campo prctico bastan para
falsificar el campo mismo, para darle
una autntica polivalencia que prive al
objeto de toda significacin unvoca e
indiscutible. Dicho de otra manera, el
objeto producido es pluridimensional
por s mismo y nada garantiza que estas
significaciones no sean contradicciones.
Sabemos adems que se presentan en el
grupo como significaciones
inefectuables, y que remiten a un en-
otro-lugar. El objeto vuelve marcado
por la totalizacin en curso de los
grupos totalizadores, por una
reciprocidad indirecta y antagnica: el
campo comn como inseguridad
pluridimensional se vuelve mediacin
entre el objeto y el grupo; pero como la
verdad del grupo est en su objeto, la
pluralidad prctica de las dimensiones
objetivas de la cosa realizada se vuelve
sobre la comunidad activa para
modificarla a su vez, en la medida en
que su victoria ha modificado a las otras
comunidades. Esto no significa en
absoluto, sino todo lo contrario, que
haya que volver al escepticismo
histrico, pero tenemos que comprender
que la integracin de estas
significaciones mltiples no se puede
llevar a cabo sino con una perspectiva
que permita integrar a todos los grupos
del campo comn y a todas sus
determinaciones prcticas, es decir, con
una perspectiva histrica. Pero de una
manera o de otra, aunque sobreviva el
grupo a este xito prctico, aunque se
organice y se mantenga, hay que
renunciar a la idea de que la humanidad
se historializa en el curso de una misma
temporalizacin empezada con los
primeros hombres, y que acabar con
los ltimos; la experiencia dialctica
prueba que, a falta de un hiperorganismo
temporal, tambin aqu hemos dado a la
totalizacin diacrnca el aspecto de una
libre temporalizacin individual. La
ilusin de la dialctica constituida es la
humanidad como un Hombre. De hecho,
hay varias temporalizaciones; y hablo
aqu de las multiplicidades diacrnicas
que son las generaciones. Y cada
generacin es el producto natural y
social de la generacin anterior; pero
cada una se separa de la precedente y
supera como condicin material de su
praxis a la objetivacin de la praxis
anterior, es decir, al ser de la
generacin precedente, en tanto que este
ser, por esta superacin, se ha vuelto
objeto inerte que se tiene que retocar. El
desarrollo temporal del proceso
objetivo al que ha dado nacimiento el
grupo, se le escapa enteramente a
medida que nos alejamos del momento
en que lo ha realizado una praxis: se
vuelve condicin de una nueva praxis
convertida en objeto en el interior de
esta praxis, condicin de una condicin,
material, etc. No significa esto sin duda
que las nuevas generaciones puedan
asignarle por su praxis propia una
significacin y una utilidad cualquiera;
quiere decir, por el contrario, que sus
caractersticas objetivas, por muy
rigurosas que sean, slo tendrn su
pleno sentido en el curso de un proceso
de desarrollo dialctico (de sntesis
totalizadora de circunstancias diversas),
que, siendo dialctica, tiene que ser al
mismo tiempo inflexible y, segn el
punto de vista de la primera generacin,
perfectamente imprevisible (por lo
menos a partir de cierto lapso, variable
segn las circunstancias). Esta
pluralidad de las temporalizaciones y
esta unificacin temporal (unificacin
sinttica del antecedente por el
consecuente, reunificacin actual de la
nueva multiplicidad a travs de los
antiguos cuadros) consituyen de hecho la
evolucin de la humanidad como praxis
de un grupo diacrnico, es decir, como
el aspecto temporal de la dialctica
constituida. El grupo sincrnico es
trabajo de unificacin de las
multiplicidades simultneas con vistas a
un objetivo comn. Los grupos
diacrnicos son el resultado de una
unificacin retroantergrada de las
temporalizaciones; la temporalidad de
una nacin, por ejemplo, como unidad
forjada y dialctica constituida, tiene
con la temporalizacin viva de los
individuos de una generacin la misma
relacin que la praxis comn con la
libre prctica orgnica. Volveremos
sobre ello. Lo que es seguro es que el
resultado obtenido por el grupo original
(es decir, primero en esta ocasin y no
absolutamente) es un cuasiobjeto para
los menores, que pasa progresivamente
a la total inercia del objeto inorgnico;
de la misma manera, la temporalizacin
viva (o ms bien, la reciprocidad
mediada de las temporalizaciones) que
la ha producido, se transforma por la
praxis superadora de los recin llegados
en determinacin inerte y pasada de la
temporalidad (como proceso forjado y
unidad diacrnica). Los hijos,
producidos por la praxis. de los padres,
reinteriorizan esta praxis, la desvan, la
superan y la vuelven otra por sus nuevos
resultados: la han robado. Y nada nos
prueba que los grupos vencidos no
produzcan en el cambio operado por su
derrota hijos que se aprovechen de ella
para aniquilar a los vencedores. La
praxis objetivada tiene, pues, que
dejarse modificar necesariamente por
una doble enajenacin (sincrnica y
diacrnica). La victoria francesa de
1918, tan costosa, se expresa en todos
los planos por una multiplicidad de
transformaciones sociales. Sealar
slo dos y tal vez no de las ms
importantes para ilustrar estas
descripciones: por un lado, la primera
aparicin de la guerra total (llamada en
aquella poca guerra nacional) se
expresa despus de la paz con un hecho
demogrfico de una naturaleza casi
mecnica (por lo menos en su origen):
las clases diezmadas; esta prctica
militar que se ha llamado estrategia
del milln de hombres se encuentra
enajenada y pasivizada como simple
relacin numrica que caracteriza a las
generaciones siguientes. Pero esta
relacin numrica est a su vez
sostenida por las prcticas malthusianas
de los supervivientes. Estas prcticas
estn en el nivel de la pura recurrencia
ya que son el objeto de una
disposicin religiosa y poltica, pero
con la alteridad del colectivo
contribuyen a dar al resultado el aspecto
de necesidad analtica. Las condiciones
de la guerra y de la postguerra, tan
distintas en Alemania, llevan al aumento
de la superioridad numrica de la
poblacin alemana. La victoria de 1918
crea en el campo comn de Europa la
posibilidad de la derrota de 1940.
Por un lado, los jvenes franceses
nacidos entre 1914 y 1920 encontraban
en su infancia la guerra detrs de ellos
como un objeto monstruoso producto de
la locura paterna. La superaban en su
mayor parte adoptando la postura de un
pacifismo militante o un sueo de paz
universal, precisamente porque haba
terminado con la victoria; la derrota
alemana, por el contrario, era superada
como rebelin contra los padres
vencidos y como deseo de desquite en
los jvenes alemanes con la prctica
del nazismo. Esta inversin sealada
con frecuencia manifiesta, pues, una
enajenacin doble (sincrnica y
diacrnica) de la victoria francesa. La
accin del grupo est, pues, entregada a
la enajenacin sincrnica[254], salvo en
la hiptesis de que la comunidad
prctica se identificase con la cantidad
total de los individuos del campo
comn; est entregada sin restricciones a
la enajenacin diacrnica. A partir de
este punto se ve renacer, en el nivel de
la praxis del grupo, a las
contrafinalidades que desgarran el
campo comn (las clases diezmadas, en
tanto que producidas por la mediacin
del malthusianismo como recurrencia, se
manifiestan, como contra-finalidad de la
guerra sin lmites y la victoria, su
objetivacin).
3.) Pero fuera de estas
interacciones, la accin del grupo es por
s misma una transformacin radical del
estatuto comn en la medida en que los
resultados, sin perder su unidad
sinttica, se imprimen en la materia
inorgnica o se vuelven determinacin
rigurosa de un colectivo (o de cualquier
concrecin prctico-inerte). La unidad
prctica del grupo y la libre inercia
juramentada de sus miembros se le
reflejan como la pasividad inorgnica
de una materialidad fsica o humana
pura que retiene en ella y en la
exterioridad de sus partes la falsa
unidad de un sello. El grupo se haba
constituido contra la recurrencia; se
vuelve medio de determinar un proceso
serial por el conocimiento y la
aplicacin de las leyes de alteridad.
Hemos visto elevarse la serialidad,
como una parlisis, desde las reuniones
extero-condicionadas hasta el soberano.
Pero el avatar de los poderes slo es un
caso particular. Como regla general, el
grupo desarrolla contra-finalidades que
se le escapan en la medida en que acta
sobre lo inorgnico, directamente o por
el intermedio de los colectivos, y en la
medida en que acta indirectamente en
los grupos provocando un proceso serial
en una reunin. Tales son finalmente los
lmites de su praxis. Nace para disolver
a las series en la sntesis viva de una
comunidad, pero el insuperable estatuto
de la individualidad orgnica le cierra
el camino de su desarrollo espacio-
temporal, encontrando su ser, fuera de
s, en las determinaciones pasivas de la
exterioridad inorgnica que quera
suprimir en s mismo. Se ha formado
contra la enajenacin, en tanto que
sustituye al campo libre del individuo
por el campo prctico-inerte; pero no
escapa a ello, lo mismo que el
individuo, volviendo a caer en la
pasividad serial. Hemos visto la
institucionalizacin como prctica
petrificada. Pero si hacemos una simple
investigacin del campo social que nos
rodea, encontraremos muchos ejemplos
de una petrificacin an ms avanzada:
llevado al lmite, el grupo (como praxis
de extero-condicionamiento) se
confunde rigurosamente con su objeto;
es decir, que no es su praxis sino l
mismo quien pasa a formar parte
enteramente del ser objetivado. Cito,
particularmente, la siguiente encuesta
hecha por unos socilogos americanos a
propsito de los empleados de
comercio. Se ha mostrado en encuestas
recientes, en los Estados Unidos, la
conducta prctica del empleado de
comercio, agente integrado de un grupo
econmico organizado. El verdadero
aprendizaje que tiene que aceptar hoy le
da tcnicas de manipulacin: el cliente
(como objeto serial) tiene que ser
manipulado como un aparato complejo
segn ciertas formas de empleo
fundadas en determinadas leyes
(igualmente seriales). Pero para
manipular a sus clientes, el empleado
aprende a manipularse (cambiar el
humor, dar la razn al cliente, etc.) y la
operacin se descubre como la misma.
Porque finalmente manipularse como
nos muestra la encuesta, para el
empleado, y sin ninguna duda, es haber
sido manipulado (aprendizaje) para
afectarse autodeterminaciones prcticas
en circunstancias definidas y con un fin
definido. Esta manipulacin como
determinacin en exis del ser-
manipulador remite a dos indefinidos de
serialidad, uno vertical (el grupo
jerarquizado, manipulaciones de
manipulaciones, etc.) y el otro horizontal
(la serie exterior de los manipulados).
Pero cada uno de ellos remite al Otro y
finalmente la manipulacin, que al
principio es una simple tcnica para
tratar al Otro en tanto que Otro[255], se
vuelve la ley universal de la alteridad.
La nica diferencia entre el grupo
manipulador y la serie manipulada es
que en sta la alteridad es ley
constitutiva del campo prctico-inerte,
mientras que en el grupo es la
exteriorizacin radical de una praxis
organizada en interioridad pero que se
ha dejado definir totalmente por su
objeto.
Naturalmente, la vuelta del grupo al
estatuto colectivo no se efecta
necesariamente en tal o cual lapso
definido. Quienes lo deciden son el
conjunto del proceso histrico y la
singularidad de la empresa: pero de
todas formas, si el grupo no se disuelve
antes, la temporalidad constituida tiende
a realizar la equivalencia del grupo
como instrumento inerte de accin
pasiva y de la reunin como fin, razn y
medio de esta unin prctico-inerte.
Podra mostrarse fcilmente pero no
es nuestro tema cmo la prctica
generalizada del extero-
condicionamiento tiende a constituir, en
las sociedades econmicamente
adelantadas, una nueva objetividad del
objeto social como objeto de
condicionamientos exteriores e
infinitamente infinitos, siendo cada uno
de ellos inducidos a otros objetos por
otros condicionamientos. La destruccin
absoluta, hasta en los grupos de
condicionamiento (grupos de poder,
grupos de informaciones, grupos de
presin, etc.) de la praxis comn y
totalizadora, su metamorfosis (por
esclerosis del grupo y multiplicacin de
las series) en unidad fugitiva de
alteridad tiene como efecto disolver a la
praxis unitaria de manipulacin en las
multiplicidades horizontales y verticales
de la serialidad infinita. En este nivel, la
imagen de la individualidad orgnica
como esquema insuperable de la
dialctica constituyente y constituida se
ha disuelto o se mantiene como
encrucijada de las serialidades; pero la
estructura dialctica de la accin se ha
inscripto a su vez en la inercia como ley
suya de exterioridad; hemos visto ya,
con el ejemplo de Taylor, cmo poda
dividirse y redistribuirse una operacin
dialctica gracias al anlisis de la
Razn positivista entre puras inercias
inorgnicas (mquinas especializadas).
La total objetividad del hombre por s
mismo, en tanto que es un Ser-Otro por y
para el Otro, an no ha sido
reinteriorizada como pura condicin
superada de una accin dialctica y
unida de integracin; por el contrario,
toda utilizacin del campo otro
transforma al grupo en Otro, es decir, en
unidad prctico-inerte de alteridad. Este
problema histrico y prctico no nos
interesa aqu, aunque sea de un inters
capital con la perspectiva de nuestra
accin real de hombres concretos. Lo
que me importaba a travs del triple
carcter de la praxis realizada era
conducir al grupo al cabo de sus
avatares, es decir, verle disolverse en la
serialidad.
En efecto, esto es lo que nos permite
desembocar finalmente en lo concreto,
es decir, acabar la experiencia
dialctica. Nos encontramos ahora no
ante lo concreto verdadero, que slo
puede ser histrico, sino ante el conjunto
de los cuadros, de las curvaturas,
estructuras y condicionamientos
formales que constituyen el medio
formal en el cual se tiene que producir
necesariamente lo concreto histrico. O
ms bien porque nada est
establecido, salvo el ser pasado
encontramos finalmente el conjunto de
las estructuras del ser superado que
supera la praxis histrica,
producindose como dialctica
constituida segn las leyes que impone
la dialctica constituyente a partir de
este ser-superado, para constituirse
como condiciones de una nueva praxis,
con el mismo estatuto de ser-superado.
Y si se pregunta por qu est acabada
(es decir, ya que es tambin una praxis,
cumplida, totalmente identificada con
sus resultados) la experiencia
fundamental en tanto que tal,
contestaremos que el criterio evidente
de su valor totalizador es su
circularidad. En efecto, hemos visto al
individuo como realidad abstracta
encontrar sus primeras caractersticas
ms concretas en la enajenacin en lo
prctico-inerte; pero ste, como
espesamiento no-dialctico del Ser, ha
dado lugar a que se invente la socialidad
como trabajo en comn de los grupos
sobre las series, reaparicin de la
libertad enajenada como violencia
recreada sobre la necesidad. Y esta
praxis comn daba su verdad prctica al
campo de las serialidades: lo descubra
y lo constitua como lo que tiene que ser
disuelto. Pero el estudio de las
diferentes estructuras, en el orden de la
complejidad creciente, nos ha mostrado
la reaparicin de la inercia en el grupo,
primero como libre violencia de las
libertades contra ellas mismas para
encontrarse un ser comn en una inercia
forjada recprocamente. Es lo que hemos
llamado libertad como necesidad. A
partir de aqu, esta necesidad libremente
consentida por la presin de
circunstancias cada vez ms urgentes y
en el medio de la rareza, se vuelve, por
la propia fuerza de la inercia, fe jurada,
agente de reexteriorizacin de la
interioridad (relaciones organizadas,
relaciones institucionalizadas), hasta
que el modo ms extremo de la
exterioridad (institucin) produzca en su
propio estatuto institucional las
condiciones y los medios de la
reinteriorizacin. De hecho, la
prosecucin de la experiencia dialctica
nos ha mostrado a la soberana como
agente de petrificacin, como
consecuencia y factor esencial de un
acrecentamiento de la serialidad. Por lo
dems, esta serialidad no es
simplemente el desarrollo formal de la
inercia juramentada en unas condiciones
materiales que lo exijan (separacin,
etc.); en la medida en que el grupo se
constituye en relacin directa con las
reuniones inertes, la alteridad se eleva
en l a partir de su material. Pero de la
misma manera que el grupo como
reciprocidad trabajada es un producto
del hombre y no algo dado por
naturaleza, su accin sobre las series
produce esta serialidad trabajada que
hemos llamado extero-
condicionamiento. La diferencia tiende,
pues, a anularse entre un grupo cuya
unidad se vuelve cada vez ms
semejante a un sello puesto en una cera
humana que se est fijando y una reunin
cuya inercia se vuelve fuente de energa,
en tanto que se puede aprovechar para
acciones seriales por una falsa unidad
inducida en el seno de la serialidad.
Parece, pues, que hemos abandonado los
colectivos en el momento en que el
grupo se separaba de ellos y que el
intento comn (por su semifracaso: xito
o posibilidad de xito prctico,
fracaso ontolgico) nos ha llevado a
ellos rigurosamente, en la medida en que
la necesidad de la libertad implicaba la
enajenacin progresiva de la libertad a
la necesidad. Sin embargo, en el trmino
de la experiencia no descubrimos los
colectivos tal y como los hemos dejado;
la simple constitucin de un grupo en la
superficie epidrmica de una serie
constituye en las otras capas de
serialidad una especie de unidad
abstracta y privativa (la de los no-
agrupados); las prcticas y
manipulaciones ejercidas por el grupo
en cualquier momento de la experiencia
diferencian a ciertos sectores de las
series utilizando la recurrencia como
sntesis engaadora con forma de
extero-condicionamiento; finalmente, los
grupos petrificados vuelven a caer en la
serie con su unidad prctica convertida
en sello inerte de la pura exterioridad;
de esta manera, todas las series soportan
y serializan las significaciones
(totalizaciones muertas convertidas en
falsas totalidades), como soporta la
materia trabajada a las determinaciones
producidas por el trabajo o, si se
prefiere, las series, en determinados
sectores, se han vuelto materialidad
inorgnica y trabajada.
Si tomamos al grupo en su origen
profundo, no hay duda cualquiera que
sea el fin manifiesto de que se
produce por el proyecto de arrancar a la
materia trabajada su poder inhumano de
mediacin entre los hombres para darlo,
en la comunidad, a cada uno y a todos, y
para constituirse, en tanto que
estructurado, como ocupacin de la
materialidad del campo prctico (cosas
y colectivos) por la libre praxis
comunizada (juramento, etc.). A partir
de su primera aparicin como erosin
del colectivo, podemos ver
empleando la terminologa marxista
cmo el proyecto arranca al hombre del
estatuto de alteridad que hace de l un
producto de su producto, para
transformarle en caliente y por las
prcticas apropiadas en producto del
grupo, es decir en tanto que el grupo
es libertad, en su propio producto.
Esta doble empresa concreta se realiza,
claro est, en circunstancias definidas y
en el marco fundamental de la necesidad
y de la rareza. Pero aunque sea
indispensable y riguroso (directa o
indirectamente) el condicionamiento por
la necesidad, no basta simplemente,
porque se trata de un desarrollo
dialctico, que se afirma y se pierde en
el ser antidialctico de lo prctico-
inerte y que se produce, de nuevo, como
negacin de este ser para explicar, en
el sentido de la razn positivista, la
constitucin de esta realidad misma que
se llama el grupo. Y por lo dems hemos
visto cmo las amenazas o las
necesidades provocan una unidad
negativa en determinadas capas de la
reunin inertes en tanto que ya estn
unificadas (por el enemigo, por una
amenaza natural aunque totalizadora,
etc.); a partir de estas significaciones
abstractas de unidad sinttica se da en
cada Otro la posibilidad de liquidar en
s al Otro. En la impotencia serial, la
posibilidad negativa del grupo se
produce en todas partes como lo que
niega esta impotencia o lo que esta
impotencia hace provisionalmente
imposible. El grupo se define y se
produce no slo como instrumento, sino
como modo de existencia; se propone
para l en la rigurosa determinacin
de su tarea transcendente como el
libre medio de las libres relaciones
humanas; a partir del juramento, produce
al hombre como libre individuo comn,
confiere al Otro su nuevo nacimiento: el
grupo es as a la vez el medio ms eficaz
de gobernar a la materia circundante en
el marco de la rareza y el fin absoluto
como pura libertad que libera a los
hombres de la alteridad.
Estas observaciones tienen como fin
mostrarnos la reciprocidad fundamental
del grupo y del colectivo; en efecto,
como el grupo se constituye con los
Otros del colectivo, todas las
caractersticas sufridas y exteriores del
colectivo pasan al grupo mismo, se
interiorizan y, asumidas por el
juramento, lo determinan en interioridad.
El partido revolucionario que tiene que
liquidar prejuicios y tendencias
ideolgicas (introducidas por medio de
la propaganda en la clase explotada por
la clase explotadora) se formar por la
unin de los explotados que estn
determinados por esta ideologa y por
estos prejuicios. Este pasivo, en el
dominio concreto del grupo, se presenta
como el Ser-Otro que sigue siendo
inercia en el seno de cada uno y que
tiene que ser liquidado como tal, por
cada uno y por organizaciones
especializadas. El volver a tomar en
libertad en este ejemplo negativo
se caracteriza, pues, por una
modificacin del grupo para liquidar la
caracterstica heredada. En este sentido,
puede decirse que el enredo de las
determinaciones pasivas, tal y como
constituye al colectivo, est reproducido
enteramente en el grupo como
perspectiva de acciones sobre s
(positivas y negativas) en el marco de lo
objetivo transcendente. Toda la
temporalizacin de una comunidad
prctica se caracteriza desde el interior
por la evolucin de las alteridades
reestructuradas en tanto que sta est
condicionada por la prctica (es decir,
por la accin sobre el objetivo y por las
reacciones de ste). De tal manera, la
Primera Repblica francesa fue
proclamada por los monrquicos. O ms
bien, las Asambleas, los clubes, etc.,
descubrieron su monarquismo como
inercia inadvertida en el momento de la
fuga a Varennes y, a lo largo del ao
siguiente, de las clasificaciones, de las
liquidaciones, de los cismas y de las
depuraciones condicionadas por el
movimiento mismo de la Historia,
condujeron a esos grupos de poder y de
presin a volverse republicanos por la
proclamacin de la Repblica.
Inversamente, la serialidad, en tanto que
el grupo ha surgido de ella, est
determinada en profundidad por esta
exfoliacin. La unidad del movimiento
de agrupamiento est aprehendida en
alteridad y negativamente: da miedo,
cada Otro se imagina que le harn pagar
por los Otros; la accin espanta a los
entumecidos. Pero, al mismo tiempo,
establece su propia legitimidad, ya que
reafirma su libertad y, simultneamente,
designa a la exis del Otro como conjunto
inerte (que se tiene que liquidar o
reasumir en la libertad) que lo desliza
en la serialidad. Ahora bien, la
enajenacin del Otro est sostenida y
vivida en cada uno por una libertad
enajenada. Enajenada en su
objetivacin, en sus resultados, etc.,
pero libre y constituyente, en tanto que
se pierde para que el Otro exista. El
grupo es, pues, para cada libertad
prctica que se agota produciendo la
necesidad como enajenacin, libre
posibilidad de integracin (podemos
unirnos a l, inscribirnos en l).
Entonces, bajo la alteridad, recurre a la
decisin de cada uno. De tal manera, y
segn las circunstancias y la Historia
particular, ste, en la serie, comenzar
por s mismo y para s mismo (a travs
de la mediacin del grupo) una
liquidacin de alteridad; y este Otro,
que rechaza ferozmente al grupo, tiene
que asumir la alteridad como si fuese el
resultado de una libre praxis comn: se
tiene que conducir como si el Ser-Otro
fuese un sistema de valores y una
organizacin prctica; refleja as-
negativamente la accin del grupo y
contribuye a disolver la alteridad.
Entre los grupos y las serialidades,
tienen, pues, lugar concretamente
intercambios dialcticos de naturaleza
osmtica: la serie infecta al grupo con
su pasividad, que l interioriza y
transforma en instrumentalidad o que
acaba por destruirle; el grupo, bajo
todas sus formas, obliga al estatuto de
alteridad a salir de lo inmediato,
determina una reflexin en lo colectivo
en tanto que tal. Pero no olvidemos que
la relacin recproca es posible: la serie
se puede manifestar por medio de
agitaciones an parceladas con las que
se acerca al punto en que se disolver en
un grupo; puede as ejercer una presin
real sobre la comunidad activa que la
representa, y el grupo en vas de
petrificacin puede ser por su inercia
misma un obstculo para la disolucin
de la serialidad en el colectivo. De
todas formas, un grupo director en tanto
que extraccin epidrmica del colectivo,
determina en l una doble estructura de
unidad: una, positiva aunque ilusoria, es
el espejismo de la totalidad en el medio
del extero-condicionamiento; la otra,
real aunque negativa y ambivalente, es
la totalizacin de los no-agrupados por
su no-pertenencia al grupo que
finalmente tiene que vivir en cada uno
como impotencia por
superarse (negacin de la totalizacin
negativa) o rechazo prctico de
adherirse al grupo (constitucin de la
alteridad en lugar prctico y totalizador
de interioridad: contra-grupos[256]).
A travs de su degradacin y de su
nueva cada en la serialidad, el grupo
determina, pues, la distancia de las
variaciones seudosintticas o
negativamente sintticas en el colectivo.
La unidad inducida y fantasmal del
colectivo de donde acaba de arrancarse
un grupo en fusin como unin
inmediata de la impotencia con la
accin, de la libre praxis con la
alteridad sufrida, etc. es totalmente
diferente de las unidades de extero-
condicionamiento. En efecto, un grupo
restringido, en tanto que sabe
producirlas segn la regla, puede
utilizar por estas ltimas la enorme
potencia de una serie indefinida (en el
sentido propiamente fsico de
transmutacin de energa) para llevar a
cabo transformaciones definidas del
campo social por medio de unas
mquinas. El grupo, como praxis, se
reproduce, pues, en todos los niveles de
profundidad con el estatuto que
corresponde a cada uno de ellos, aqu
extero-condicionamiento, ms abajo
serialidad bruta, an ms abajo estricta
equivalencia orientada de dos estados
fsico-qumicos.
Para resumir los prrafos
precedentes bastar con decir que la
dialctica constituida se presenta como
una doble circularidad. La primera
circularidad es de orden esttico:
vemos, en efecto, que las estructuras y
las lneas de accin del grupo estn
definidas por las caractersticas del
colectivo de que se acaba de separar; al
mismo tiempo, el grupo se reproduce en
su relacin prctica con el colectivo
como alteridad dirigida y utilizacin de
la actividad pasiva en todos los niveles
de profundidad, hasta volverse pura y
simplemente el movimiento de la
mquina y el ritmo de la
produccin[257]. La segunda circularidad
es ese movimiento perpetuo que degrada
pronto o tarde a los grupos en acto y
hace que vuelvan a caer en el colectivo.
Recuerdo aqu que esta circularidad no
est condicionada ms que por el
movimiento de la Historia y que los
grupos pueden surgir del campo
prctico-inerte o reabsorberse en l,
cualquiera que sea su estatuto y sin que
una ley cualquiera y formal les obligue a
pasar sucesivamente por los diferentes
estatutos que hemos descrito. Un grupo
en fusin se puede disolver en el acto o
estar en el origen de un largo desarrollo
que conduzca a la soberana; y en el
complejo mundo que entrevemos, el
grupo soberano puede surgir, a su vez,
directamente del colectivo mismo (o
ms bien de su sector de extero-
condicionamiento). Simplemente, su
aparicin no puede producirse realmente
si no estn dadas simultneamente en su
condicionamiento recproco todas las
reglas formales del estatuto (separacin,
institucin, exteriorizacin de las
prcticas, reinteriorizacin por el
tercero insuperable). Pero esto no tiene
que sorprender y el conjunto histrico
decide slo si el grupo surge ya medio
petrificado, porque en la realidad
concreta, es decir, en cada momento de
una temporalizacin, todos los estatutos
de todos los grupos, vivos y muertos, y
todos los tipos de serialidad (con todas
las unidades inducidas ilusorias o
reales, negativas y positivas) estn
dados conjuntamente como entretejidos
de relaciones rigurosas y como material
dispersado de la totalizacin en curso.
Cada grupo juramentado que se forma
as libremente a expensas de una serie
remite necesariamente en si mismo a
estructuras menos diferenciadas y,
finalmente, al grupo en fusin que es su
forma fundamental y su garanta. Pero la
fusin como momento totalizador del
tercero regulador-regulado se ha
formado en el juramento mismo, o ms
bien en el momento de la decisin de
jurar. El primer tercero que eleva la
mano crea en el acto para la serie la
ocasin de disolverse en todas partes,
disolvindose por el juramento como
ubicuidad. No se ha saltado la etapa: se
produce como fundamento inmediato de
la segunda etapa (y sta de la tercera,
etc., si tiene lugar). Igualmente, fusin y
juramento sostienen con su violencia
salvaje y disimulada el leve lazo
contractual de un grupo en vas de
organizacin: se les volver a
encontrar, en efecto, en las
intransigencias del colega y del jefe, en
perodo de modificacin. Adems hay
que aadir que aunque cada forma de
grupo sea por s misma un producto
inventado, creado por el trabajo humano
cada una se reproduce siempre en
campos prctico-inertes y en campos
comunes ya determinados por formas
anlogas (muertas o vivas) y bajo la
influencia directa o indirecta de su
presencia. Acabamos de ver, en efecto,
que un grupo cualquiera, cualquiera sea
la forma bajo la cual aparece, no puede
producirse sin influir en todos los
campos sociales, y que la serialidad
misma est determinada negativa o
positivamente por esquemas unitarios
que volvern a ser tomados por el
movimiento prctico de reagrupamiento.
Es esta doble circularidad esttica y
dinmica, en tanto que se manifiesta en
las relaciones giratorias en todos los
niveles de todas las concreciones
sociales, la que constituye el momento
terminal de la experiencia dialctica y,
al mismo tiempo, la realidad concreta de
la socialidad.
Este momento concreto de la
experiencia reintegra todos los
momentos abstractos que hemos
alcanzado y superado uno tras otro; los
vuelve a colocar en el seno de lo
concreto en su funcin concreta. Y, ante
todo, la libre praxis del individuo
aislado pierde su carcter sospechoso
de robinsonada: no existe el individuo
aislado (a menos que se tome la soledad
como una estructura particular de la
socialidad). Pero en la totalizacin
histrica, la desaparicin real del
individuo aislado en beneficio del Otro
o del individuo comn se hace sobre la
base de la praxis orgnica como
dialctica constituyente y como
mediacin (en otro nivel) entre la
funcin y el objeto transcendente. Nunca
ni en ninguna parte encontraremos
aislado al individuo, sino implcita y
negativamente como relatividad de la
dialctica constituida, es decir, como
ausencia fundamental de un estatuto
ontolgico de grupo y como exilio
giratorio de individuos comunes
(Fraternidad-Terror) y en la paradoja
consistente en que el grupo quiere
disolver a la multiplicidad de las
personas en el culto de la personalidad.
Sabemos ahora que la dialctica
concreta es la que se descubre a travs
de la praxis comn de un grupo; pero
tambin sabemos que la insuperabilidad
(por la unin de los individuos) de la
accin orgnica como modelo
estrictamente individual es la condicin
fundamental de la racionalidad histrica,
es decir, que hay que relacionar a la
Razn dialctica constituida (como
inteligibilidad viva de toda praxis
comn) con su fundamento siempre
presente y siempre oculto, la
racionalidad constituyente. Bajo esta
limitacin figurada y permanente que
remite del grupo a este fundamento, la
comunidad no es menos abstracta que
el individuo aislado: hay pastorales
revolucionarias sobre el grupo que son
la exacta correspondencia de las
robinsonadas.
Pero de la misma manera sera tan
abstracto considerar al grupo sin las
series como a las series sin los grupos.
En realidad, la produccin histrica de
uno o de varios grupos determina un
campo prctico de un nuevo tipo que
llamamos campo comn, en tanto que la
serialidad define al campo que hemos
llamado prctico-inerte. Pero la
circularidad que acabamos de mostrar
permite explicar ahora por qu la
dialctica se mantiene muda como ley
formal del movimiento sobre las
cuestiones de prioridad. En efecto, nada
permite declarar a priori que la
serialidad sea un estatuto anterior al
grupo, aunque el grupo se constituya en
ella y contra ella; no slo encontramos
los grupos y las reuniones siempre
dados juntos, sino que adems slo la
experiencia y la investigacin dialctica
permitirn definir si la serialidad
considerada es una reunin en lo
inmediato o si no est constituida por
antiguos grupos serializados. Hemos
visto, en efecto, que vuelven pronto o
tarde al estatuto de la inercia: la
serialidad es inorgnica como
fundamento de la socialidad-objeto o se
reduce a un polvo de antiguos seres
vivos desorganizados? O como lo
aprehendemos en la experiencia
cotidiana no hay un doble movimiento
perpetuo de reagrupamiento y de
petrificacin? No importa mucho: lo
esencial era que se fundara la
inteligibilidad de estos posibles, y lo
hemos hecho.
En este nivel hay que observar
adems que las formas complejas que
toman, en y por la circularidad, lo que
se ha convenido en llamar las
realidades sociales, no se contienen
necesariamente en un nivel de
inteligibilidad nico y definido o no se
dejan encerrar en determinado estatuto
prctico-ontolgico. Ocurre esto no slo
porque el grupo contiene un destino de
serialidad en el momento mismo de su
totalizacin prctica, ni tampoco porque
tal serialidad en tal circunstancia se
puede transformar en comunidad; lo que
sobre todo cuenta es que el grupo quede
sealado por la serie, que se vuelva su
realidad en el medio de la libertad y que
la serie est determinada hasta las capas
totalmente inorgnicas de lo prctico-
inerte por la autoproduccin soberana
del grupo. Hay que concebir, pues, un
estatuto especfico para determinadas
realidades cuya unidad real se
manifieste como lazo de interioridad
entre multiplicidades comunes y
multiplicidades seriales. Es ste el
caso, por ejemplo, de las clases sociales
(en tanto que se definen en el interior de
un rgimen de explotacin[258]). Hemos
mostrado cmo el ser-de-clase (en el
caso de la clase obrera, por ejemplo) se
defina por la serialidad de impotencia
en tanto que calificada y determinada
por exigencias prctico-inertes: la
relacin primera y negativa del obrero
con la mquina (no-posesin), el engao
del contrato libre y el trabajo que se
vuelve fuerza enemiga para el
trabajador, a partir del sistema del
salario y del proceso capitalista, es cosa
que se realiza en el medio de la
dispersin serial y de las reciprocidades
antagnicas en el mercado del trabajo.
La enajenacin como proceso real y
riguroso en el interior del sistema se
produce en y por la alteridad como
recurrencia infinita: concreta esta
estructura abstracta en un movimiento
histrico perfectamente concreto; pero
este esqueleto dispersivo es necesario
para esta concrecin, como relacin de
impotencia fugitiva de los trabajadores
entre s. La industrializacin produce su
proletariado, lo saca de los campos,
regula la natalidad obrera; pero el
estatuto de impotencia se realiza, tanto
aqu como en otras partes, por la
serializacin de los proletarios.
Sin embargo, este estatuto serial y
prctico-inerte no podra producir una
lucha de clases si la posibilidad
permanente de disolver a la serie no le
estuviese dada a cada uno; y hemos visto
aparecer una primera determinacin
abstracta de esta unidad posible por el
inters de clase, como posible negacin
del destino. De todas formas, la
trasformacin de la clase en grupo
actualizado no se ha realizado nunca en
ninguna parte, ni siquiera en perodo
revolucionario. Sabemos que de hecho
la serialidad se mantiene, perpetuamente
corroda por los grupos de accin que se
constituyen a distintos niveles y
persiguen objetivos variables. La
organizacin sindical, como hemos visto
ms arriba, es tpica del grupo
organizado que se vuelve institucional y
soberano (corriendo el riesgo
permanente de burocratizarse). No hay
duda sin embargo de que vuelva a tomar
en su libre produccin las
caractersticas inertes que definen, en la
insuperabilidad, al ser-de-clase de los
obreros. Hemos tratado de mostrarlo
particularmente con el anarco-
sindicalismo. Esta constitucin
reasumida en general, en la
ignorancia-contribuye a prescribir
lmites de inercia a la accin comn:
tambin lo hemos visto. Entonces no hay
duda de que la clase entera est presente
en el grupo organizado que se ha
constituido en ella; y que su serialidad
de colectivo es, como limitacin, el ser
inorgnico de su comunidad prctica. Se
trata de la clase en sus dos formas y la
comunidad no se tiene que considerar
como un modo spinozista del
proletariado-sustancia, ya que por el
contrario se ha constituido como su
aparato prctico. Pero la relacin de
estos aparatos con la serie de la que
emanan es ms compleja de lo que se
puede creer. Sabemos que depende de
los medios de produccin; pero para los
capitalistas es necesario transformar
estos medios sin cesar. El lazo cambia
con los tipos de mquina. De hecho,
antes del 14, y sobre la base de la
mquina universal, vemos que la
prctica sindical est definida por los
obreros mismos, en tanto que ejercen su
oficio; la disolucin de las series parece
ser, pues, un hecho consumado. En
realidad la unin se hace en la cumbre:
es la de la lite obrera (los obreros
calificados producidos por la mquina
universal); por otra parte, cada uno de
ellos, como miembro del soberano,
agrupa en su derredor a los peones que
le ayudan a hacer su trabajo. Pero con
ellos no forma una comunidad prctica
autntica (en la lucha sindical), porque
no han constituido ellos mismos un
grupo y porque no lo han producido a
partir del seno del grupo, como
soberano instituido. En realidad, los
sindicatos como unin de la lite se han
constituido la soberana propia en el
mismo acto que les ha producido; y esta
soberana, en relacin con los peones,
no es ni legtima ni ilegtima; es un
hecho de otro mundo (el del grupo) el
que produce su propia legitimacin en
este otro mundo y que es aceptado por la
impotencia en el universo serial. Sus
peones, agrupados desde fuera por el
obrero seor, siguen siendo seriales:
primero entre ellos, luego en relacin
con los otros seores (que, como grupo
conductor, les han negado el ingreso en
el sindicato), finalmente en relacin con
los otros peones (en los otros talleres,
en las otras fbricas), que slo se han
unido a ellos por la mediacin de un
grupo del cual no forman parte ni los
unos ni los otros. Lo que significa que
son seriales por partida doble: seriales
en tanto que la explotacin se funda
siempre sobre el antagonismo
competitivo y en su impotencia; seriales
en tanto que la obediencia y la confianza
de los otros peones con respecto a los
soberanos condicionan aqu su
confianza (participacin en la huelga,
etc.). Sera, pues, un error pretender
que, en los primeros aos de este siglo,
la clase obrera francesa hubiese
producido por s misma sus aparatos de
proteccin y que el militante sindicalista
(como individuo comn de la clase-
unidad prctica) no se distinguiese del
obrero (como miembro de la serialidad
pasiva y explotada). En realidad, una
determinada categora de obreros los
seores se constituy como grupo
soberano, encarnacin[259] prctica de
la clase obrera. Este grupo impona la
voluntad comn por intermedio de sus
agentes locales a un subproletariado
no integrado, cuyo ser-de-clase era
serialidad. Y la distincin entre estos
dos modos era tan clara que los
sindicatos no vieron nacer, en medio de
sus peones y partiendo de ellos, a los
nuevos obreros productos de la
segunda revolucin industrial, los
O. E., que nacan de la descalificacin
del trabajo por las mquinas
especializadas.
Con este sentido, la evolucin de la
clase obrera en el siglo XX, las nuevas
caractersticas del trabajo (cansancio,
etc.), la desaparicin de parte de los
calificados (en Francia), dan lugar a una
nueva frmula de unin que se ha hecho
mal en oponer radicalmente a la
precedente. El trabajo del militante
sindicalista y el del O. E. son
prcticamente incompatibles; hace falta
una especializacin: la clase obrera
produce funcionarios[260] remunerados
por ella. Para los conservadores, el
sindicato se vuelve en seguida un grupo
extrao a la clase obrera. Como
consecuencia el funcionario ya no es un
obrero: es un truismo, ya que no trabaja
como obrero. Adems, pasa a la
categora de tercero institucionalizado
(porque es parte integrante del
soberano). Pero acabamos de ver que el
obrero calificado del anarco-
sindicalismo slo podra hacer un grupo
de la clase decidiendo que era
solamente el obrero y excluyendo
tcitamente del proletariado al 80% de
los trabajadores. Toda la diferencia est
a favor del funcionario del sindicato,
que se dirige a todos y propone; en tanto
que el anarcosindicalista impona a la
mayor parte la decisin de algunos.
En realidad, este funcionario escapa al
estatuto obrero en la medida en que la
calificacin del trabajo no es ya el
fundamento de las reivindicaciones; en
la medida en que unos individuos
intercambiables por su funcin
encuentran que tienen las mismas
necesidades; el esfuerzo del soberano
para manifestar determinado
autoritarismo refleja la
intercambiabilidad que obliga a
estrechar ms la disciplina y a unas
acciones verdaderamente en masa para
impedir la sustitucin inmediata de los
huelguistas. Este autoritarismo no es ms
que la Fraternidad-Terror tal y como
existe en las masas mismas cuando
disuelven (huelga o manifestacin) su
serialidad. El funcionario es, pues, el
producto de la clase obrera en tanto que
sta se caracteriza como masa; realiza
en el grupo soberano una exigencia real
de la situacin: que los movimientos de
masa constituyan grupos en fusin por
liquidacin de la serialidad. l mismo,
fuera de algunas caractersticas
particulares debidas al conjunto sindical
y al conjunto profesional que representa,
no es ms que la invitacin soberana y
abstracta a la unificacin. Su
universalidad es tambin
intercambiable, como funcionario local
es al transposicin de la
intercambiabilidad sealizante con
necesidad de totalizacin prctica de las
masas. Se determinan as dos tiempos,
segn represente, en una ciudad obrera
trabajando es decir, cuando la clase
es un colectivo, la unin posible en la
abstraccin de su ser institucional (y se
caracterice ms por sus relaciones con
Pars que por sus relaciones con la
localidad), o segn se vuelva, en caso
de tensin, el esquema prctico y la
significacin de la unidad que se tiene
que realizar. Por lo dems, cuando esta
unidad se realiza, le deja fuera de ella:
ser escuchado si sus opiniones tienen el
sentido del grupo constituido; superado,
abandonado, si trata de desviar a ste de
su camino. Convendr, pues, considerar
que la clase obrera se define segn
estatutos variables (ya sea en el espacio,
ya en el tiempo). El sindicato es la clase
obrera objetivada, exteriorizada,
institucionalizada, a veces
burocratizada, pero irreconocible para
s y realizndose como puro esquema
prctico de la unin[261]. Es la soberana
de esta clase, aunque cortada de ella y
producindose en otro lugar en el medio
puro de la praxis comn. Este grupo
definido por un estatuto de separacin
(funcionarios locales que suben a
Pars de vez en cuando, controlados en
el lugar por missi dominici, etc.) vive
ordinariamente sin efecto sobre las
masas en fuga serial: cada agente trata
es la agitacin de determinar, en las
ocasiones propicias, los torbellinos
locales (mtines improvisados, carteles
de propaganda, etc.); en realidad estos
torbellinos son simples circuitos de
recurrencia. En este momento la clase
obrera existe con un doble estatuto, ya
que, en la serialidad dispersiva, los
delegados sindicales son una garanta
exterior de su posible interiorizacin.
Cuando en un perodo de conflictos
sociales se unen los obreros de una
ciudad con una decisin comn (entrada
en un clima de violencia, libertad, voto
pblico, obligacin para la minora de
disolverse en la unanimidad), la clase
obrera de hecho existe como
totalizacin prctica. Tal vez resulte
desastroso que el movimiento no sea
seguido en otras ciudades; pero, segn
el punto de vista formal, la sola
unificacin local para una praxis de
huelga o de insurreccin basta para
proponer al grupo como estatuto posible
en permanencia para el proletariado,
aunque este grupo para el
proletariado actual y en la presente
coyuntura se manifieste como grupo
en fusin (o lo ms, juramentado),
manteniendo su sistema de relaciones
organizadas e institucionales fuera de
l. En efecto, nunca reabsorbe al
sindicato ni sigue las directivas de los
sindicalistas; el funcionario del
sindicato quitando que es institucional
se parecera ms bien a los
agitadores a quienes el pueblo
encargaba que le reflejase su
pensamiento prctico, entre el 89 y el
94.
Nos veramos, pues, conducidos
como determinacin sincrnica a
considerar a la clase obrera en tal
momento del proceso histrico a la
vez como grupo de organizacin
institucionalizada (los cuadros), como
agolpamiento en fusin o juramentado
(la constitucin de los soviets, en 1905,
aparece como un intermediario entre el
grupo juramentado y el grupo
organizado) y como serialidad an
inerte (en determinados sectores),
aunque profundamente penetrada por la
unidad negativa de los grupos
juramentados. El grupo institucional,
como esqueleto abstracto de la clase
unida, es permanente invitacin a unirse,
y es ya soberana de la clase cuando sta
es totalmente serialidad; puede reflejar
despus su soberana absoluta a los
grupos en fusin (y a sus desarrollos
concretos) y manifestarles sus
decisiones en el marco de un porvenir
ms alejado, en relacin con objetivos
no inmediatos. Pero este reflejo no se
hace de un tercero regulador a un grupo
del que forma parte, sino de un miembro
de un grupo en tanto que es el
significante-significado de este grupo
a otro grupo que produzca por s mismo
su soberana. Dicho de otra manera, la
aparicin del grupo como totalizacin en
curso de la clase obrera aunque sea el
resultado del trabajo de los sindicatos,
aunque este grupo se fije los objetivos
previstos por los rganos centrales
tiene como inmediato resultado dejar
vacante a la soberana sindical sin por
ello reabsorber al grupo institucional
(servir adems para organizar
materialmente la huelga y para
establecer los contactos con los
patronos). En efecto, es este grupo
concreto el que se vuelve soberana
concreta de la clase obrera, es l el que
la ejerce; a travs de l, las condiciones
materiales del conflicto, las relaciones
de fuerza con la otra clase y los aparatos
de constreimiento que produce se
definen rigurosamente y definen a la
situacin misma (como relacin de los
grupos soberanos encarnando a las
clases adversas y como relacin de
estos grupos con las serialidades de las
que han surgido). En efecto, la eficacia
real de la praxis comn depender aqu
de la accin abstracta y totalizadora que
ejerce el grupo en fusin sobre la serie
que le rodea; en realidad, cada miembro
del grupo es tambin por cien
relaciones complejas miembro de la
serie en el tiempo en que pertenece al
grupo. Es lo que podemos imaginar
fcilmente cuando pensamos que
formamos parte de una familia, de un
grupo de habitaciones, de asociaciones
diversas, y, a travs de todas estas
comunidades ms o menos inertes, de
series de alteridad que se extienden por
todas partes: de tal manera, su
pertenencia actual al grupo de combate
determina a esas series prctica aunque
abstractamente; igualmente, la simple
produccin del grupo, en tanto que los
rganos de difusin (tal vez del grupo
institucional), al propagar la noticia se
vuelve para cualquier en-otro-lugar de
la serie, la reunificacin prctica y
soberana de la clase obrera en un aqu.
Es entonces cuando se manifestar el
conjunto del proceso por la pasividad
serial de las grandes concentraciones
obreras o por una agitacin giratoria que
empieza a disolver a la impotencia
colectiva en una unificacin
propiamente revolucionaria. Pero lo que
aqu cuenta es que la constitucin
prctica del grupo (es-decir, el
Apocalipsis) es en s misma y en su
ser-fuera-de-s produccin a distancia
a travs de la serie y en todas partes en
ella, como ubicuidad abstracta, de un
esquema de totalizacin (con la
inflexible obligacin para cada uno
incluso si, en el lugar y en la funcin que
ocupe, su impotencia es insuperable
de asumir la serialidad o la unidad). Y
los nuevos grupos que se van a constituir
contra la serialidad (y en ella) tienen ya
de diferente con los primeros que son
inducidos, que el esquema totalizador
era ya en cada Otro la posibilidad de
rechazar toda alteridad. Naturalmente,
esto no impide que los grupos puedan
ser (en la separacin, la diferencia de
las situaciones, de los intereses locales,
de las circunstancias de lucha, de las
relaciones de fuerza) los productores de
una nueva serialidad (determinando
cada grupo por su praxis limitada a los
otros grupos como otros). Es lo
hemos mostrado en Cuestiones de
mtodo esta serialidad la que hizo
abortar el movimiento campesino en la
Alemania de Lutero. En el caso de
serialidad de los grupos, el aparato
sindical vuelve a tomar importancia, su
accin coordinadora y organizadora
transforma a los grupos aislados en
subgrupos organizados. Pero por s
mismo sigue siendo grupo-otro y no
soberana interior. Igualmente, la
disolucin de las series puede ser
muchas veces el resultado de un
contagio en serie propagado (como en
las huelgas del 36, que representan el
caso en que la clase obrera estuvo ms
cerca de una unificacin sinttica total).
La reflexividad, en este caso, viene
despus, en el medio del inmenso grupo
as constituido; y la estructura de un
grupo masivo (entiendo con esta palabra
surgido de las masas y compuesto por
ellas) tiene que ser estudiada aparte, ya
que se caracteriza a la vez por una
integracin profunda y algunas veces
por una separacin real (las
ocupaciones de fbricas, en el ao 36,
presentaron la siguiente doble
caracterstica: la ocupacin de tal
fbrica se produca en la toma de
conciencia prctica de la totalizacin y
de la ubicuidad; era la misma; en todas
partes la misma, aqu. Pero, al mismo
tiempo, hada que fuesen difciles las
comunicaciones entre los subgrupos;
necesitaba numerosos intermediarios).
Pero este renacimiento de la serialidad
en su disolucin puede provocar a su
vez acciones liquidadoras. Sealamos
estas posibilidades abstractas
nicamente para plantear mejor la
cuestin de la inteligibilidad de lo
concreto, es decir, aqu, de la dase. En
efecto, ya conocemos los trminos del
problema: la clase se manifiesta
simultneamente[262] como un aparato
institucionalizado, como un conjunto
(serial u organizado) de grupos de
accin directa, como un colectivo que
recibe su estatuto del campo prctico-
inerte (a travs y por relaciones de
produccin con otras clases) y su
esquema universal de unificacin
prctica de los grupos que no dejan de
formarse en su superficie[263]. Y estos
tres estatutos simultneos se producen en
unin prctica y dialctica, a travs de
un proceso condicionado a su vez por el
conjunto de la coyuntura histrica. De
hecho, las determinaciones del discurso
nos presentan siempre a la clase
demasiado simplemente, ya sea siempre
unida y levantada contra los
explotadores, ya sea desmovilizada
provisionalmente (es decir, cada de
nuevo en la serialidad); no expresaran
precisamente estos conceptos
incompletos e imperfectos nuestra
imposibilidad de comprender esta triple
realidad nica de la clase histrica en
movimiento? No encontraramos en
este encuentro del grupo como dialctica
constituida y de la serie (como
antidialctica) los lmites de la
inteligibilidad?
No lo creo, y el aspecto incompleto
de los conceptos o de las
determinaciones del discurso expresa
simplemente una actitud poltica (la del
militante, la del oposicionista, etc.) que
aqu no nos interesa en tanto que tal. En
realidad no hay dificultad ni en el plano
ontolgico ni en el plano prctico.
En el plano ontolgico, no hay tres
seres ni tres estatutos de ser: el ser-de-
clase es prctico-inerte, se define, como
hemos visto, como una determinacin de
serialidad. Los dos grupos (fusin o
juramento, organizacin o institucin) no
tienen ser-interior-de-grupo; su estatuto
es tener su ser-fuera-de-s (el nico ser
de grupo) en la serie de la cual emanan y
que les sostiene (al mismo tiempo que
los marca hasta en su libertad).
Naturalmente, el grupo en fusin niega a
la serie en l, ya que la disuelve; pero al
mismo tiempo se refiere a ella
ontolgicamente, ya que es su accin de
serie, la accin para la serie entera y
en una situacin particular de esta
formacin movediza, cambiante,
violenta, con el porvenir an indeciso
pero que es audacia, aqu, de la serie, la
suerte o la desgracia aqu de todos los
que rechazan a la impotencia, la
masificacin, la alteridad; dicho de otra
manera, el grupo tiene a su ser-de-clase
fuera de l en la serie, y la serie es en el
grupo negacin y afirmacin de su ser
por la superacin prctica. Hemos visto
cmo, se haga lo que se hiciere, la
prctica individual realiza en cada uno
al ser de clase; cmo la obrera que
aborta realiza la sentencia que le dictan
las clases explotadoras. Pero en una
accin comn (reivindicadora o
revolucionaria), hay a la vez
reivindicacin del ser de clase y de la
libertad: la obrera, esta vez, reconoce a
su ser de trabajadora definida por su
salario y su trabajo, lo reconoce en la
misma reivindicacin; pero lo supera
por la reivindicacin aunque sea
mnima, que es prctica comn para
determinar un cambio general, y sobre
todo con vistas a obtener satisfaccin.
La disolucin de lo serial puede ser, en
determinados casos, el acto de unirse a
los otros, una liquidacin total (al menos
provisionalmente) de la serialidad
anterior (sobre todo si se trata de lo que
llama la sociologa contempornea
microorganismos), pero entonces se
trata de una simple superacin de la
serialidad. Sin embargo, esta superacin
tal vez trate de durar ms tiempo que una
manifestacin o incluso que una huelga;
se puede manifestar en una prctica
insurreccional, se puede transformar en
accin revolucionaria; a partir de aqu,
sobre todo si la Revolucin no es un
fracaso, si se desarrolla segn sus
propias leyes, hay una metamorfosis
radical, todo cambia a otro orden social.
Pero mientras se trata de la lucha de una
clase dominada contra una clase
dominante, la serialidad, incluso antes
de las disensiones internas, es el
producto de la explotacin y el estatuto
que la mantiene. Es a ella a quien hay
que vencer para obtener el menor
resultado comn (aunque sea evitar el
deterioro demasiado rpido del poder
de compra); pero es ella quien sostiene
al grupo reivindicado, en su pasividad,
como fuente de energa posible en
efecto, el grupo, segn el punto de vista
prctico de su accin, ya no la puede
aprehender sino en forma sinttica de
potencialidad, es ella quien se
descubre a l como producindolo en
la medida en que, como hemos visto,
sigue hundido por las otras relaciones
seriales de sus miembros, es a ella a
quien l totaliza en exterioridad, es
decir, para l y en su unin en tanto que
aprehende la unidad serial (de
dispersin) por las razones dialcticas
que la engendraron material y
dialcticamente (condiciones histricas
del proceso capitalista), es finalmente
ella quien, con la perspectiva dialctica
de las luchas reivindica-doras y del
trabajo cotidiano, determina su porvenir
como su muerte y su resurreccin
permanente (se disolver en ella cuando
vencedores o vencidos los obreros
vuelvan a tomar el trabajo, renacer de
ella cuando, maduros por esta
experiencia, vuelvan a tomar la
accin[264]). Lo que quiere decir que el
ser de clase como serialidad pasada,
presente y futura, siempre es el estatuto
ontolgico del obrero y que la praxis de
grupo, como disolucin en superficie en
la clase (luego en superficie en l) de la
relacin de alteridad y como superacin
conservadora del ser serial, es o la
realidad presente y prctica del
individuo comn, o su futura posibilidad
como significacin inducida y como
unificacin abstracta relacionada con la
serie por el fondo del porvenir. En
cuanto al grupo institucional (sindicato,
etc.), representa prcticamente esta
posibilidad en su permanencia; lo que
significa que el trabajo de los terceros
institucionalizados que lo componen es a
la vez mantener a travs de la
separacin y por su unidad centralizada
esta unidad posible como soberana, y
realizar, en la medida de lo posible, en
cada circunstancia, las condiciones
locales que permitan esta unidad[265].
Segn este punto de vista, el conjunto
del aparato es la unidad prctica de
interioridad (que se realiza localmente y
por temporalizaciones sucesivas) en
tanto que es objetivada, exteriorizada y
universalizada. Es la soberana del
proletariado unido, en tanto que se
produce en el medio de la totalizacin
integrante cuando est en el medio de la
serialidad. Pero esta exteriorizacin
objetivadora, en el terreno del Ser, no
plantea ninguna nueva cuestin: no hay
ser-uno de este grupo institucional. Si
estuviese en fusin, tendra su ser en la
serialidad inerte. Su aparente autonoma
se debe simplemente a su serialidad. En
efecto, el sindicato como grupo
institucional supone en s mismo
estructuras de recurrencia y de alteridad,
fundadas sobre la separacin y la
circularidad de la serial; hemos hecho
ms arriba la experiencia de estos
grupos. Pero el ser-institucional de sus
miembros no es ms que inercia y en
ningn caso puede figurar como ser de
grupo. Es esta inercia que no tiene
nada que ver con la manera que tienen
de dedicarse a su tarea ni con los
resultados que obtienen lo que
fundamenta precisamente la permanencia
de la unidad obrera como posibilidad
siempre accesible para la serie: el
funcionario es esta unidad en tanto
que su mandato (cualquiera que sea el
modo de reclutamiento o de
nombramiento) no est unido en su
duracin institucional a caractersticas
individuales o a la praxis orgnica. Si
es elegido o nombrado por dos aos,
por ejemplo, su accin, sea la que fuere,
es la superacin y la afirmacin de una
inerte unidad material e institucional que
es a la vez el Ser-Otro (el ser de
serialidad) del soberano en su agente
local y el ser-uno de la serie
aprehendido en uno de sus miembros en
tanto que se ha vuelto Otro. El ser del
funcionario no es en absoluto el ser del
grupo institucional: este ser de grupo
no tiene ninguna realidad; pero el ser-
serial del funcionario local en tanto que
tal sirve de apoyo inerte (como la cera
con el sello) a la unidad sinttica y
soberana de la clase como posibilidad
permanente, es decir, como abstracta y
pasiva perseverancia del ser-uno en su
ser. De hecho, la unidad de la clase
explotada es prctica; pero al
mantenerla frente a ella se le da un
apoyo inerte y este apoyo hace que pase
por un ser. Ontolgicamente, todo es
muy sencillo: entre el sindicalista y la
poblacin obrera hay una conveniencia
de inercia; el ser de clase, el ser serial,
es condicionamiento inerte y dispuesto a
aprehender la unidad cmo otro estatuto
ontolgico: el ser-unidad de la clase (el
verdadero fin por alcanzar). La tensin
que determina a uno por el otro el
soberano sealizado y la serie que
recibe inertemente el signo inerte de su
unidad hacen que, por la accin de
circunstancias definidas, siempre sea
posible la liquidacin de la serialidad.
A partir de entonces, aparece el grupo
que ejerce su propia soberana y deja
vacante a la soberana sindical (que es
la suya propia como otra), aun
conservando un estatuto de agitador en
el funcionario; al mismo tiempo, rechaza
su propia inercia hasta las
profundidades; pero en todo caso
conserva su pertenencia a todos con la
forma de ser-de-clase superado y
conservado. Prcticamente, tampoco
hay problema: la praxis de los grupos
de accin se definir dialcticamente
por s misma a partir de la serialidad
como resistencia superada o por superar
y a partir de las consignas sindicales,
como significaciones exteriores y
objetivas por rechazar, por interiorizar o
por superar. Lo que cuenta para nosotros
es que la clase obrera defina su unidad
prctica en la accin cotidiana como
totalizacin de significaciones
prcticas, objetivas aunque inertes,
surgidas de un soberano que no es ms
que ella misma en exterioridad y como
paciente disolucin de las fuerzas de
inercia seriales que a su vez no son ms
que esta clase misma en su ser, en el
curso de una accin de reagrupamiento
que apunta a un objetivo transcendente y
que se tiene que definir como praxis-
proceso. La clase obrera no es ni pura
combatividad, ni pura dispersin pasiva,
ni puro aparato institucionalizado. Es
una relacin compleja y movediza entre
diferentes formas prcticas, cada una de
las cuales la resume totalmente y cuyo
verdadero lazo es la totalizacin (como
movimiento inducido por cada una en
las otras y volviendo de cada una sobre
las otras).
Las diferencias de estatuto que
separan y unen a esta misma realidad
bajo diversas formas implican ante todo
(para la inteligibilidad dialctica) que
una misma praxis incluso por el
objetivo habr de producirse
diferentemente en los diferentes niveles
prcticos. Lo que quiere decir que en
el caso excepcionalmente simple en que
fuera incambiada sin embargo
diferira de ella misma en cada nivel por
la temporalizacin (velocidad, ritmo,
etc.), la organizacin y las estructuras
internas, el lazo real con el objetivo (a
travs de todos los medios puestos en
accin), y, por consiguiente, por este
mismo objetivo que asegura su unidad.
Y que remite, segn los niveles, a otros
objetivos ms o menos lejanos. En suma,
todo ocurre como si la accin tuviese un
estatuto de pluralidad (ya que se trata de
grandes conjuntos sociales) y
desarrollase todas sus dimensiones a la
vez. Es la misma accin, en perodo de
conflictos sociales, que trabaja la serie
(de la misma manera que se dice que la
madera trabaja), la que se manifiesta en
las actividades de enlace y de
organizacin acrecentadas en los
sindicalistas (multiplicacin de
contactos, de mtines instantneos,
improvisados, discusin de los
objetivos con los representantes de los
grupos juramentados, fijacin de un plan
prctico que probablemente no se
seguir, esfuerzo para determinar el
estado de las fuerzas en presencia, para
darlo a conocer a las masas o segn
los casos, para escondrselo,
mediacin entre Pars y sus objetivos
generales concernientes al proletariado
francs y a la concentracin local con
sus propios intereses, etc.) y la que se
encuentra en su nivel de plena eficacia,
sin ms inercia que la fe jurada, en la
prctica comn de los obreros. Bajo
estas tres formas es igualmente
indispensable para la lucha prctica: se
encuentran en cada una, en distintos
grados de importancia prctica y con
una apariencia que remite a los sistemas
de relacin (alteridad, reciprocidad
concreta, sistemas de organizacin), las
mismas relaciones con el objeto, con el
porvenir, con el mundo transcendente;
simplemente, la produccin de estas
relaciones en los medios prcticos de
ndices diferentes se hace
diferentemente, y su realidad se vuelve
en cada uno, como consecuencia, una
produccin-refraccin heterognea e
irreductible. El lazo concreto y directo
de los grupos de acciones con las series
de las que se extraen se expresa para el
grupo y en l por la produccin interna y
la aprehensin reflexiva de su unin
ontolgica con el proletariado; es el
proletariado actuante e inerte,
simultneamente, actuando como
perpetua superacin de su inercia de
explotado. Y esta estructura ontolgica
de inmanencia-transcendencia se
produce en el medio propiamente
prctico de la determinacin de los fines
(en la medida misma en que el estatuto
ontolgico y el estatuto prctico se
condicionan en la ms estrecha unidad,
siendo ste la actualizacin prctica y la
superacin de aqul), se vive y se
supera como jerarqua de objetivos (o
de fidelidades, etc.): el grupo define la
lucha que conducir, sus exigencias, y se
descubre a s mismo a cierta
temperatura interior en unin con su
ser-fuera-de-s serial. Es la clase que
sufre pero precisamente es ante todo la
clase que combate. La descubre como
totalidad serial en la medida en que el
grupo se totaliza por disolucin de la
serialidad. En efecto, en la pura
recurrencia, la realidad de clase sera
vivida, en su ltimo extremo, en la
dispersin enajenadora. La clase serial
es as el grupo mismo (en tanto que
prctica) y ms que el grupo (en tanto
que reunin mucho ms vasta). Es para
l su acdn misma, su combate como
negacin de la serialidad; y como
encarnacin del conjunto serial en su
soberana; es tambin su fidelidad (es
fiel a la clase en tanto que es ausencia,
que no se manifiesta toda en su nivel de
unin combatiente) y su peligro (tiene
que agruparse, unirse, luchar en todas
partes contra la serialidad roedora; tal
vez por la serialidad perder la batalla,
no aqu sino all y en todas partes, por
no poder ser sostenido). As la accin
concreta y local, en el grupo, une al
objetivo particular esta
reivindicacin y al objetivo total (la
modificacin de la clase obrera). Pero
la unin se produce directamente en los
grupos de fusin o de juramento: es
unin ontolgica superada en unin
prctica; al actuar el grupo por el inters
comn de un conjunto local de
trabajadores acta para la clase entera,
es la clase actuando. Ni siquiera puede
concebir que una accin directa y
violenta pueda traicionar los intereses
de la clase obrera; si es factible, es que
hay (exigencia de clase) que hacerla;
inversamente, tampoco puede
aprehender la serialidad sino justo en
su derredor, entre los Otros que
toca-como traicin de su combate por la
clase (en tanto que esta serialidad de
impotencia ha impedido las empresas
concertadas que de una concentracin a
otra tal vez hubiesen decidido la
victoria). De hecho se trata de una
relacin profunda de identidad
ontolgica, de ubicuidad prctica y de
contradiccin en movimiento que, bajo
su aspecto de proceso en curso, es lo
que llama el marxismo emancipacin del
proletariado por s mismo. Pero, en este
caso, aunque el objetivo ms vasto y
ms abstracto sea aqu, como para el
grupo institucionalizado, el fondo que va
a determinar el objetivo inmediato (el
derrocamiento de la burguesa y el
advenimiento de la clase obrera como
sentido de la lucha, estn determinados
en ella por tal aumento reclamado, como
el posible particular por realizarse en el
marco actual de esta lucha), la relacin
en el grupo de combate es inmediata y
siempre positiva: la posibilidad de que
una accin reivindicadora pueda ir
contra los intereses generales del
proletariado (es decir, comprometer
en el momento actual y no
definitivamente la lucha por su
advenimiento) no se puede producir por
el grupo y en la interioridad del grupo
como posibilidad prctica y reflejada,
como determinacin posible de la
accin emprendida, es decir, como
objeto de una prctica de control y de
estudio. Por el contrario, el funcionario,
en tanto que es el soberano en su ser
institucionalizado, y en la medida en que
est en comunicacin con Pars, es
decir, con el centro, se produce en y por
la Federacin de la cual es el agente
local como la clase obrera
permanente[266]. Inerte y
prodigiosamente activo, sus funciones,
sus capacidades, su experiencia que
remiten todas a lo universal, es decir, a
la posibilidad parcialmente
indeterminada de reivindicaciones le
unen directamente con la clase como
inercia totalizada; se produce como la
posibilidad para ella de discutir o de
destruir el destino obrero. Este local
est, pues, en todas partes, ya que es la
clase misma y con otras palabras
ya que est en todas partes como la
forma de otro funcionario (ser
institucionalizado que encuentra su
unidad con los Otros en Pars); en l la
clase en movimiento preexiste en su ser-
en-todas-partes (en Oyonnax o en Mans
lo mismo que en Nantes o en Als) a
todas las agitaciones locales que slo
son especificaciones por considerar y
por juzgar en s mismas. La oportunidad
de un movimiento local se presenta,
pues, como una caracterstica a poner en
tela de juicio a partir de la situacin de
conjunto (relaciones de fuerza en
Francia entre toda la clase obrera y las
otras clases, etc.). En una palabra, el
funcionario identificado con la clase
misma como pasividad de la que es la
soberana activa, se afirma como
fundamentado en su ser que tiene que
apreciar la accin inmediata de esta
misma clase. Por lo dems, la inercia
como ser-serial-de-clase no puede
discutir la soberana del grupo
institucionalizado. El sindicato se
produce as como soberana permanente
de la clase; por el contrario, el grupo en
fusin deja vacante a la soberana
sindical: el funcionario no es ms que el
interino. Se produce as inmediatamente
una contradiccin entre la clase como
soberana institucionalizada (y
parcialmente serializada) y la clase
como grupo de combate vivo pero
particularizado por su accin misma y
produciendo por medio de la agitacin
su libre soberana fraterna. En la ptica
del grupo institucional, este grupo
aparecer como determinacin
particular de la clase (luego como
limitacin y finitud) que se tiene que
regular por medio de la soberana de la
institucin sindical en funcin de los
intereses generales de la clase misma.
Este conflicto de la soberana
implica no slo que la praxis sea
diferente en cada nivel, sino adems que
estas diferencias estn producidas
fundamentalmente como contradicciones
que tienen por efecto constituir
oposiciones vivas, conflictos,
superaciones, luchas entre las diversas
formas de la misma accin, esto es,
constituir una accin a travs de una
dialctica en profundidad en y por el
mismo movimiento de superacin
dialctica que lo organiza en relacin
con su objeto transcendente. A partir de
aqu, la comprensin en cada nivel de la
praxis se vuelve de una complejidad
creciente; el desarrollo prctico, en el
nivel considerado, se produce como
superacin de determinadas estructuras
(instituciones, serialidad, etc.) que, en s
mismas, expresan determinadas
condiciones materiales en este nivel.
Pero como tensin temporalizadora,
como superacin organizada en campo
de fuerzas mviles, en transformacin
orientada, est determinado desde el
exterior por cada nivel prctico, en tanto
que el proceso entero se produce en l
con otra forma, con otro grado de
compresin, con otros ritmos, etc. Por
ejemplo, el proceso prctico del grupo
juramentado soporta en el medio mismo
de su desarrollo la actividad abstracta y
soberana del grupo institucional.
Soporta esta actividad porque se ha
producido l mismo como superacin de
una situacin material por
reorganizacin de un campo comn que
la actividad soberana organizaba y sigue
organizando como praxis de clase
pasada a la objetividad total. El grupo
se define as a travs y por la prctica
institucional del exterior (sindical, por
ejemplo): la sostiene en l como una
determinacin de sus actos; con esta
perspectiva, puede soportarla como una
inercia, como su propia exterioridad
inerte (lo que puede conducir a
disolverla totalmente y a la liquidacin
del soberano exterior) o interiorizarla
como una de las relaciones internas de
reciprocidad que condicionan el
desarrollo del proceso. En efecto, la
interiorizacin no se puede hacer como
determinacin en reciprocidad, porque
el grupo se define siempre por sus
reciprocidades mediadas; pero la
proyeccin en el acto objetivo de la
institucin prctica no tiene aqu nada de
mgico: se opera, simplemente, en
condiciones definidas, cuando
determinados terceros (mayora o
minora, poco importa) adoptan la
mxima prctica del soberano exterior y
la transforman en la unin recproca que
los une en el seno del grupo juramentado
como un subgrupo organizador. En este
caso, se puede concebir que este
subgrupo imponga su voluntad comn
(es decir, la voluntad-otra del otro
objetivo convertido en estructura
reflexiva en el seno de la comunidad);
es igualmente posible en ausencia de
toda determinacin completa que la
interiorizacin en un subgrupo de la
soberana transcendente, lejos de dar
una autoridad insuperable al subgrupo
as constituido, provoque
contradicciones violentas o no,
frenazos o desgarrones en el interior de
la comunidad juramentada, y lo
conduzca con ayuda de otros factores
a una resurreccin de la serialidad.
Estas determinaciones aparecen
nicamente en el curso del
acontecimiento histrico. Lo que a
nosotros nos importa es que todas son
posibles inteligibles y que la
composicin de las significaciones en el
seno del grupo es igualmente inteligible.
No por la razn analtica, sino
dialcticamente. Porque finalmente, la
significacin prctica del soberano
transcendente est sostenida y producida
por el grupo de fusin (o de juramento)
como una parte por una totalidad viva,
ya que de esta significacin en la
superficie del grupo como su
exterioridad, ya sea integrada como
interiorizacin y libre reinvencin. Y en
tanto que este grupo est estructurado a
partir de caractersticas inertes que ha
disuelto y reasumido en la libertad
comn, el acto soberano exterior e
interiorizado est a su vez deformado
por las curvaturas del grupo y slo
puede ser determinante segn las lneas
de accin, las perspectivas prcticas y
las tramas que constituyen la comunidad
como instrumento de su propia accin.
Pero al mismo tiempo, como
determinacin adoptada por agentes en
tanto que individuos comunes y en la
libre reciprocidad de los intercambios
internos, no puede ocurrir que el acto
soberano no sea factor de modificacin
constante para la praxis comn y para
las curvaturas del espacio interno.
Ahora bien, hay que aadir que esta
accin institucional no es una
determinacin pasiva que obtendra su
nica realidad prctica de la comunidad
jurada, y que no vivira en el grupo sino
de la vida del grupo: en realidad, es
praxis ya; es la misma praxis en el
medio abstracto de la institucin
exterior. Su reproduccin o su
reinteriorizacin en el grupo
juramentado la produce as no como el
producto del grupo, sino como la
intrusin en el grupo de una intencin
extraa (de un libre proyecto extrao).
En la medida en que por razones
simples y materiales (el funcionario
tiene partidarios, se pone en contacto
con ellos, establecen una lnea de accin
en el interior de la comunidad
juramentada, etc.) la accin del grupo
otro (es decir, de la clase como otra) se
produce necesariamente en el grupo
juramentado como el surgimiento y el
desarrollo de una libertad otra, supera
cada significacin producida
directamente por la libertad comn (de
cada tercero como el mismo); y,
recprocamente, la puede superar,
cambiar en significacin reificada o
liquidar toda iniciativa del mismo. Pero
en la medida en que esta soberana tiene
que estar soportada a pesar de todo por
terceros que quieren seguir siendo los
mismos y que pretenden proyectarse los
mismos que todos a travs de este objeto
interiorizado, la lucha tiene lugar entre
dos libres proyectos prcticos, cada uno
de los cuales tiene el mismo derecho
abstracto que el Otro. Es el conjunto
concreto y material el que decidir
sobre el vencedor, el compromiso o el
equilibrio en la impotencia. Con esta
ltima indicacin quera sealar
nicamente la ambivalencia de la
libertad soberana cuando se vuelve a
tomar en el grupo de combate: es a la
vez libertad actual de Otro y proyecto
inmanente de los terceros; el subgrupo
que la propone en tanto que suya es el
mismo que todos, pero cada tercero
sabe que es suya en tanto que pertenece
al Otro. Pero no hay en esto nada
incomprensible, sino todo lo contrario, y
cada uno lo ha comprobado en su
experiencia. Ahora, se dir, es posible,
admitindose la inteligibilidad formal
de estas determinaciones dialcticas, el
aprehender las transformaciones
recprocas que las dos modalidades
prcticas (en nuestro ejemplo, la
intuicin y la comunidad combatiente) se
hacen sufrir recprocamente. No se
puede admitir ya que superan el espritu
por su complicacin?
Hay que contestar que no. En efecto,
toda reproduccin (exterior o
interiorizada) de la accin soberana es
necesariamente comprensiva. Lo que
significa que no hay diferencia entre
comprender las consignas sindicales por
los fines, por el porvenir, por la relacin
con la clase obrera como intuicin y
como serialidad y producirla como
regulacin posible. Pero esta
comprensin es la temporalizacin de
las estructuras comunes (del grupo
juramentado); as, aunque su principio
sea invariable (porque es la dialctica
misma), se particulariza a travs de los
esquemas prcticos que expresan
finalmente una constitucin inerte o casi
pasiva. As la primera necesidad, para
el investigador situado (suponiendo que
disponga de la informacin necesaria y
que considere los hechos en el interior
de una poca cuyos rasgos principales
son conocidos ya), es comprender la
comprensin del tercero regulador. Es
necesario que la aprehenda como libre
praxis del grupo, es decir, como
superacin que conserva las
condiciones superadas como
determinacin en el seno del grupo
juramentado del proyecto comprendido
por la comprensin que lo reproduce.
Pero esta operacin (comprender la
significacin comprendida en tanto que
est particularizada por las
particularidades de una comprensin) no
es nada ms que la comprensin misma:
no hay ms que un solo y el mismo
proceso dialctico en esta misma
aprehensin de la libre reproduccin y
slo la rigidez del lenguaje podra
hacernos creer en algn aumento de la
comprensin. El nico lmite del poder
de comprender no proviene aqu de la
complejidad del objeto sino de la
situacin del observador. Esto significa
que su comprensin define una doble
objetividad: la suya y la del grupo que
hace su objeto. Pero este lmite de
derecho y de hecho no es en absoluto
factor de menor inteligibilidad, sino
todo lo contrario, ya que si la dialctica
no se hunde en el dogmatismo de la
exterioridad, se tiene que producir como
relacin prctica entre libres
organismos situados. Adems, en el caso
que nos ocupa, yo comprendo como
organismo situado, a travs de mi
situacin como condicionando mi
proyecto, la comprensin del Otro y su
dependencia de su ser-situado.
A partir de aqu, la aprehensin del
grupo juramentado como medio de
comprensin me permite aprehender la
dialctica de los proyectos (del
proyecto institucional y de la prctica
juramentada) como una relacin
antagnica de significados parciales en
el interior de una totalizacin en curso.
Las oposiciones giratorias de los
terceros reguladores en el seno de la
reciprocidad mediada se totalizan en
estos conflictos de significaciones,
donde cada proyecto tiende a
identificarse en el medio significante
por entero para disolver en s al Otro, y
donde cada uno reintegrado en el Otro
se vuelve en ste la fuerza negativa que
lo destruye (la prudencia, la espera
sindicalista en tal o cual caso
reinteriorizadas se vuelven en el interior
de una praxis ms combativa sistemas
de freno o de desviacin; inversamente,
un esfuerzo para contener el impulso
de las masas puede ser interiorizado y
servir de esquema negativo de
totalizacin; pero el movimiento
insurreccional estallar de pronto
precisamente en virtud de esta
totalizacin). En consecuencia, las
contra-finalidades tienen prcticamente
la misma estructura que las prcticas
teleolgicas, de tal manera que aunque
no las haya producido ninguna intencin
humana, tienen una estructura de
proyecto y de superacin intencional. Lo
hemos visto al estudiar el campo
prctico-inerte. No hay, pues, diferencia
entre la comprensin de una finalidad y
la de una contrafinalidad, salvo en un
punto capital: es que la segunda tiene
que incluir la negacin de todo autor. Se
puede, pues, comprender, como
determinacin de un nivel de accin por
Otro, la significacin y los objetivos de
la praxis reinteriorizada, el movimiento
de disolucin que comienza
(insurreccin contenida) y la contra-
finalidad de esta reinteriorizacin
(exasperacin de los manifestantes,
etc.). Es prepararse para comprender las
siguientes operaciones, los intentos
para reforzar a pesar de todo la
soberana como unidad por arriba, sus
fracasos, los contra-intentos, etc.; y a
partir de aqu, comprender (por lo
menos en la medida en que los grupos
considerados son sus agentes) la
significacin de la disminucin de
movimiento, de la desercin, del fracaso
total o parcial de la empresa, o por el
contrario, del brusco estallido de una
insurreccin, de su propagacin, de su
xito parcial o total, etc.
Sin embargo, si cada momento de
este desarrollo es inteligible en s
mismo; si su racionalidad histrica no es
ms que su comprensibilidad, hay que
reconocer que el desarrollo total del
proceso corre el riesgo de pasar a lo no-
significativo. Esto no es necesario en
absoluto: el grupo de accin se puede
someter a la completa autoridad de los
responsables sindcales, o por el
contrario puede eliminarlos y elegirse
sus terceros reguladores; encontraremos
o bien la obediencia (como unidad de
los grupos institucionales), o bien la
praxis en fusin (como perpetua
reinvencin de la praxis por el grupo a
travs de los terceros); en ambos casos
nos encontramos ante lo que hemos
llamado praxis proceso. Pero la unidad
en un nivel de accin significa la
supresin del otro nivel; cuando los
niveles de accin se mantienen vivos y
prcticos durante toda la empresa, la
pluralidad de los sistemas significativos
y sus perpetuos intentos de desarrollo
recprocos producen resultados que no
pertenecen a ningn sistema (ni a los que
se combaten ni a uno nuevo), ya que
cada momento particular de tal praxis
est constituido por conjuntos no
totalizables de significaciones
aminoradas (cada una est disuelta a
medias en las otras). La manifestacin
no tendr ni la violencia que deseaban
darle los otros, ni la tranquila
ponderacin que les recomendaban los
dirigentes sindicales. No alcanzar su
fin y sin embargo dar a los patronos la
ocasin de lanzar al gobierno a una
poltica represiva. Sin embargo, el
resultado tal vez no sea ni lo bastante
grave ni lo bastante claro para que se
pueda comprender al revs como contra-
finalidad: ocurrir entonces que el
proceso entero, en su vanidad, con las
horas de trabajo perdidas, el posible
desnimo, etc., est prcticamente
desprovisto de sentido. Esto quiere
decir que este conjunto sinttico de
temporalizaciones orientadas aparecer
para terminar como una cosa, o, ms
precisamente, como una serie de
transformaciones irreversibles en un
sistema fsico-qumico. Volveremos
entonces a la Razn analtica; de hecho
la historia positivista establece sus
secuencias causales sobre estos
procesos des-significados. No considera
el no-significante humano como un
conjunto de significaciones truncadas;
por el contrario, para ella la
significacin es el epifenmeno, la
ilusin antropomrfica, y los procesos
carentes de sentido son la verdad
positiva de la pretendida accin
humana.
Hay que aceptar el punto de vista
positivista como lmite negativo de la
Razn dialctica constituida, en el
momento en que, en efecto en casos
por lo dems numerosos pero
rigurosamente definidos, el proceso
objetivo, considerado en un nivel de la
Historia y desde el punto de partida
hasta el punto de llegada, aparece en s
mismo como resultado no dialctico de
una dialctica interior que se ha
devorado a s misma. Pero este punto de
vista slo corresponde a una detencin
del proceso total de comprensin. Hay
que sealar, en efecto, que hemos
considerado la accin en un solo nivel
el del grupo juramentado y que la
hemos examinado en ese nivel en la
medida en que estaba condicionada por
otro nivel, sin reciprocidad. Ahora bien,
resulta evidente que el condicionamiento
del agente institucionalizado y del grupo
de combate es reciproco, dependiendo
necesariamente la suerte del soberano en
tanto que tal (y en relacin con el
aparato central mismo) de sus relaciones
con el grupo juramentado. Tal huelga
con xito o fracasada no es, pues,
solamente una fecha esencial de la
historia obrera (en general); es
igualmente capital para la historia del
movimiento sindical en tal o cual pas.
Pero encontraramos aqu lo irracional
el azar de los positivistas si
considersemos que la suerte de tal o
cual movimiento social ha dependido
simplemente de la relacin de los
dirigentes con los manifestantes y los
huelguistas. De hecho, los
acontecimientos estudiados se han
producido en un momento determinado
del proceso histrico, en determinado
campo prctico definido por la lucha de
clases; y esta lucha de clases ha tenido
lugar entre hombres que estn
producidos por el modo de produccin
contemporneo, est determinada por
una situacin que remite a los conflictos
de intereses y a las relaciones de
fuerzas. Inversamente, a travs de esta
lucha y por ella, la clase obrera se
define por su grado de emancipacin, es
decir, a la vez por sus prcticas y, lo que
es lo mismo, por la conciencia que toma
de ella misma. Pero precisamente la
tctica obrera, la combatividad del
proletariado y su grado de conciencia de
clase se definen a la vez por la
naturaleza, la diferenciacin, la
importancia de los aparatos (sindicatos,
etctera), por la posibilidad ms o
menos inmediata para los individuos
seriales de disolver a su serie en grupos
de combate, por la agresividad, la
violencia, la tenacidad, la disciplina de
estos grupos mismos en el curso de la
accin emprendida. Todo esto, como
bien se entiende, remite al ser de clase
como constitucin pasiva del
proletariado por las mquinas que
emplea y, en consecuencia, lo que hemos
dicho ms arriba, como condicin
material de una situacin de cada uno en
el interior de la clase y como lmite de
su comprensin prctica.
Hemos supuesto antes que la clase
obrera en tanto que ser
institucionalizado (el funcionario, por
ejemplo) adoptaba con ella misma en
tanto que brusca reagrupacin de
combate una actitud determinada (hemos
supuesto, buenamente, que era la de la
prudencia teida de desconfianza). De
hecho, la actitud de la clase-institucin
con la clase-apocalipsis est
rigurosamente condicionada, en cada
caso, por el proceso entero, pero ante
todo por las relaciones de los dos con la
clase-colectivo. La relacin del
sindicato con los obreros que se unen
para declararse en huelga pasa
necesariamente por su relacin con las
masas inorganizadas: porcentaje de
afiliados al sindicato, prctica y
disciplina sindicales, disciplina,
agresividad o pasividad, son cosas que
cuentan; el presente se descifra a la luz
de las luchas recientes del pasado.
Inversamente, el militante sindical mide
ms o menos exactamente la influencia
de la institucin sobre las masas y,
particularmente, de las tcticas de
agitacin y de combate definidas por los
rganos centrales. Si slo consideramos
a la clase obrera (sin siquiera
considerar sus relaciones de fuerza con
los patronos en tal caso particular), el
sindicato entero definir su actitud en
relacin con los grupos, en funcin de la
actitud de las masas hacia ellos y hacia
l. En perodo de reflujo se puede temer
que las consignas ms combativas no
sean verdaderamente seguidas. O, de la
misma manera, que un poder popular y
salvaje el de los agitadores, siempre
los mismos aunque nunca elegidos ni,
de cualquier manera que sea,
institucionalizados sustituya
ilegtimamente a la soberana legtima
de la Federacin. O que, por el
contrario, se d cuenta, demasiado tarde
para su gusto, de que estos elementos
salvajes han tomado una influencia a la
cual sera impoltico o desastroso
oponerse, etc. En este sentido, debemos
decir que la prctica del sindicato, en
tanto que tal, se produce sobre la base
de la serialidad como ser-de-clase. En
la medida en que, en determinados
momentos, en determinadas pocas, el
proletariado tiene la tendencia a
descargarse de todo en sus elegidos
porque la situacin le vuelve consciente
de su impotencia, esta impotencia
misma se comunica al soberano y el
grupo institucional se burocratiza. En un
proletariado en fusin, los agentes
sindicales desaparecen u obedecen.
Representan siempre la permanencia,
cumplen la interinidad: su poltica en
cuanto al grupo juramentado representa
exactamente su comprensin de la
situacin; las contradicciones sern
tanto ms vivas cuanto de una y otra
parte se est ms inseguro sobre las
posibilidades generales de movilizar a
los trabajadores. En el caso de un
desaliento provisional, los funcionarios
del sindicato se apoyarn en la apata
serial para desanimar las iniciativas de
grupos; en el caso de una agitacin a
escala nacional, la resistencia sindical,
en caso de existir, quedar disuelta en
los grupos de combate. De hecho, el
grupo salvaje mismo comprende su
clase como serialidad en tanto que
acaba de producirla como grupo a partir
de las series. Esta produccin de s
mismo implica inmediatamente una
aprehensin comprensiva de las
resistencias encontradas, o por el
contrario, estmulos y ayuda que se les
ha dado. An sienten en ellos el limo de
que estn hechos. Y esta comprensin
mide exactamente su combatividad, es
decir, sus relaciones con la clase
adversa y con su propia clase como
grupo institucionalizado. El proceso no
significativo que antes se coloc en el
fondo de la Razn analtica, como
residuo de interacciones contradictorias
slo est privado, pues, de sentido si
la bsqueda histrica se tiene que
detener en l. Por el contrario, en cuanto
la prosigamos, este proceso es por s
mismo el ms precioso de los ndices:
define la relacin profunda de la clase
obrera con ella misma (es decir, de la
institucin con los grupos salvajes por
la mediacin de la serialidad y,
recprocamente, al mismo tiempo que
las relaciones de los grupos salvajes
con la serialidad por intermedio de los
sindicatos, etc.). Segn este punto de
vista, el sin-sentido mismo tiene un
sentido profundo: cuanto ms aumenta su
parte en el resultado obrero, ms
incierta est en ese momento la clase
obrera en cuanto a s misma; este
pretendido azar no expresa el desorden
de las cosas, es el producto de una
actitud comn: la indecisin fundada en
la ignorancia. A travs de este ndice
central, somos remitidos a las
estructuras objetivas del trabajo, a los
instrumentos, a las relaciones de
produccin, etc., y al mismo tiempo, al
salario real, al nivel de vida, a los
precios. Al mismo tiempo, como
sealaba ms arriba, la indecisin de
los grupos activos est tomada en
serialidad como impotencia aumentada;
lo que quiere decir que cada uno, en
tanto que es otro distinto de los Otros,
siente en el fracaso o en el semifracaso
del grupo la imposibilidad de disolver
la serie; este fracaso, por el contrario,
que manifiesta una autntica timidez de
los comits salvajes ante los
funcionarios, refuerza a la institucin y a
la burocratizacin o tiende a
burocratizarla. Luego la prctica sigue
siendo perfectamente comprensible, en
el nivel mismo en que la hemos elegido,
a condicin de que, despus de haberla
estudiado en s misma hasta encontrar
este ltimo residuo, aprehendamos en
ste la indicacin de la tarea por
cumplir, es decir, de la interpretacin en
totalizacin. En cualquier nivel que se
tome, la accin de clase no es inteligible
salvo si se interpreta a partir de los
dems niveles y si se la considera como
significacin prctica de la relacin de
los otros niveles entre s. Y esta
totalizacin que realiza un primer
acercamiento de lo concreto no cae
del cielo o de alguna ley dialctica
preestablecida: la clase es praxis e
inercia, dispersin de alteridad y campo
comn. Ahora bien, bajo la presin de la
necesidad o con la urgencia de la lucha
de clases, los grupos (espontneos o
institucionales) que se forman sobre ella
slo se pueden producir totalizndola;
es a la vez su praxis, la materia infinita
de su campo prctico, luego el objeto de
su totalizacin, y la totalizacin posible
an inerte pero corroda por la unidad
fantasma que inducen en ella de su
diversidad y de sus separaciones. Para
el observador situado, el movimiento
totalizador es comprensin porque, en la
lucha de clases, cualquiera que sea el
momento, el acto prctico y local es
siempre praxis totalizadora del
proletariado.
Segn este punto de vista, los
diversos niveles de la accin nos
entregarn su inteligibilidad fcilmente,
cuando hayamos comprendido que esta
praxis es a la vez la misma y otra en
todos los niveles: porque esta jerarqua
vertical disimula de hecho la unidad
recproca de la circularidad. El
investigador situado, en una palabra,
tiene que totalizar tambin la accin
totalizadora. Si se quiere, hay una
incomprensibilidad abstracta y
superficial de la accin, tomada en un
nivel cualquiera (Qu esperan?.
Por qu dejan que nos dispersemos
sin darnos una consigna?, Por qu
conservan tal reivindicacin cuando tal
otra hace que la primera sea intil?,
etc.) que remite a la comprensin en
profundidad (determinacin de la accin
en cada nivel por su produccin de ella
misma en todos los dems niveles). Esta
comprensin podra remitirnos en
muchos casos a una nueva
incomprensibilidad si no descubriese la
circularidad de los condicionamientos y
que en cada nivel de accin producida
manifiesta las tensiones reales que
determinan a la clase cmo totalidad
por totalizar. La jerarqua de los
niveles, puro sistema de exterioridad, se
curva, pues, y se convierte en su
circularidad. Y las diversas
encarnaciones de la accin (en cada
nivel) slo estn superpuestas en
apariencia (por ejemplo, para un
patrono que echa a los obreros
sindicados y que, en caso de conflicto,
piensa que los nicos interlocutores
vlidos son los delegados sindicales).
El observador situado, puede
aprehender en lo abstracto la unidad
jerarquizada de los diferentes niveles de
accin en el lazo prctico con objetivo
transcendente: se trata de este alza local
en los precios de los transportes; la
clase est afectada en tal localidad en
todos los niveles y especialmente en su
pasividad de colectivo. El proyecto
comn de actuar sobre las autoridades
municipales para hacerles cambiar esta
medida nefasta y sobre los patronos para
que readapten los salarios en esta nueva
elevacin del precio de la vida, se
puede considerar en exterioridad como
presente en cada nivel: vivido como
impotencia por vencer en la
serialidad, como movimiento
reivindicador en el nivel de los grupos,
como objetivo particular y local por
determinar (en su urgencia y en su
relativa importancia), partiendo de
objetivos ms lejanos y ms
fundamentales (la clase obrera en esta
localidad, sus posibilidades de victoria,
la importancia, para el porvenir de las
luchas locales, de este combate
particular, el proletariado francs en el
conjunto de su lucha, en todos los
frentes) en el nivel del aparato.
Pero al mismo tiempo se ve que esta
inteligibilidad jerrquica encuentra sus
lmites en la jerarqua; despus de todo,
es el mismo objeto el que es
aprehendido en la lucha inmediata como
exigencia absoluta de los juramentados y
por el funcionario (aunque est
enteramente en el asunto) como objetivo
inmediato, restringido y relativo? De
hecho, la inteligibilidad reaparece
cuando se considera que esta estructura
del objeto (tal y como la determina el
soberano) se define en los actos (segn
apoye o frene el sindicato la accin
reivindicadora) y que as objetiva la
relacin de la concentracin obrera
local con el conjunto del proletariado
francs y la determinacin de este
mismo proletariado (como objeto
prctico abstracto y como su propio ser-
institucionalizado) por los dirigentes
sindicales de la localidad (y a travs de
ellos por el soberano centralizado).
Pero entonces hay que comprender que
la accin de clase no puede perder toda
su significacin ms que si la
comprensin se hace totalizadora y
aprehende la accin en su desarrollo
circular; porque no es pura produccin
de un grupo por una praxis y de una
praxis por un grupo (grupo de combate,
huelga salvaje); en el marco sindical o
enfrente de l, se constituye ella en su
reflexividad por la mediacin de los
funcionarios: la accin espontnea,
que es reflexividad local (se define la
tctica, las reivindicaciones que pueden
llegar a un fin, en la relacin de fuerzas
en presencia), se vuelve
experimentada; al mismo tiempo
segn encuentre su freno o su
aceleracin en las conductas de los
dirigentes sindicales (locales o
centrales) esta urgencia absoluta e
inmediata se sita de nuevo en el
conjunto prctico y estratgico que
define prcticamente a la clase.
Esto quiere decir que la accin recibe
aqu en exterioridad su conocimiento
abstracto de s misma y de su
objetividad (ya la conserve como seal,
ya haga de ella la interiorizacin). Pero
al mismo tiempo, en este nivel la accin
comporta en si misma una comprensin
del proletariado; no slo como
serialidad que se disuelve en grupo
prctico (lo que no se distingue de la
produccin de grupo como l mismo),
sino como serialidad provista de
porvenir y superada (volveremos sobre
ello) y cuya constitucin adquirida
como las condiciones presentes de su
ser determina y particulariza la
permanente posibilidad de arrancarse a
su Ser-Otro (velocidad de
transformacin bajo tal o cual presin,
en tal o cual circunstancia, posibilidad
de expansin vertical u horizontal, etc.).
En cierta manera, esta comprensin tiene
el mismo objeto que el conocimiento
abstracto del soberano; es que, en
efecto, es este objeto y no lo sabe sino
en la medida en que lo produce
producindose. Estas dos totalizaciones
(cada una de las cuales comprende a la
otra) pueden combatirse en el nivel
mismo del grupo juramentado, pues, en
efecto, nada dice que tengan el mismo
contenido. Pero si es verdad que las
contradicciones y los enfrentamientos
pueden tornar el proceso no-inteligible
en su abstraccin de residuo, tambin es
verdad que la comprensin dada en el
grupo y que corresponde a su superacin
del ser-serial (y a la conservacin de
este ser como lazo de alteridad y de
inmanencia) se incorpora por la prctica
(ya se trate de acuerdo o de discusin
con el soberano) un poder de retroceso
que es superacin de su presencia
inmediata y sin distancia con el Ser.
Evidentemente, se trata de una simple
forma abstracta pero cuya
interiorizacin (si, por ejemplo, tiene
lugar contra los proyectos sindicales)
realiza la accin real del grupo de
combate como conocindose y
jugndose en relacin con todas las
formas y en todos los niveles prcticos
de la clase. Naturalmente, esto no
significa que este conocimiento prctico,
como sistema de las posibilidades
reales de distancia hasta s, de
retroceso, etc., pueda manifestarse por
una accin peligrosa que descanse sobre
apreciaciones errneas. Es que el
conocimiento prctico (como regulacin
de la accin reivindicadora por ella
misma sobre la base de una totalizacin
por hacerse del saber sindical y de la
comprensin viva en el grupo) remite a
la experiencia en curso de la clase como
ser-serial, tal y como se realiza
simultneamente (y en condicionamiento
recproco) como significacin del
colectivo y tal como se produce en y por
sus relaciones con el soberano (Diez
aos de prctica sindical me han
enseado, etc.), como lazo de
interioridad del grupo y de la serie (el
primero tiene su ser-fuera-de-s en el
otro y vive esta transcendencia en
interioridad), como posibilidad
abstracta en fin para la serie de
negarse ella misma y de negar su
impotencia en beneficio de la libertad
comn, esto es, como intensidad de las
fuerzas de masificacin y de reificacin
en tanto que estn vividas por cada uno
en el nivel de la enajenacin. Desde
luego que esta tercera experiencia est
condicionada tambin por la experiencia
otra que la serie tiene de los grupos que
surgen de ella, y de su fuerza y
multiplicidad. En este nivel, el otro se
aprende en el colectivo por la empresa
de los grupos. Y aprenderse es,
evidentemente, conocerse, descifrar por
los grupos, por la multiplicidad de las
acciones, la violencia que est an
comprimida por la impotencia y las
condiciones histricas que dan, por
ejemplo, un aspecto revolucionario a la
situacin, pero sobre todo hacerse sobre
la base misma de las circunstancias que
condicionan la subordinacin. La praxis
como totalizacin tiene, pues, al mismo
tiempo el sentido de determinada
operacin comprometiendo efectivos
ms o menos importantes y que definen
un momento histrico definindose y la
significacin prctica de una apuesta
que como consecuencia de la
insuficiencia de los retrocesos, de las
experiencias ambiguas (ms an que
contradictorias: ya he sealado en
Cuestiones de mtodo el sentido de
estas ambigedades) y de estructuras
prcticas distintas cada nivel tiene
que hacer sobre las reacciones de los
otros dos, en las cuales figura su propia
reaccin lo sabe como objeto de
apuesta. Se trata de estos circuitos de
alteridad que sealbamos en lo
prctico-inerte (precisin de la
coyuntura, etc.)? No, porque hay
comunicacin constante y el otro se
puede volver en cada instante el mismo
(ya se trate de una reunin de obreros
que reconocen al delegado sindical
porque se limita al papel de tercero
regulador o de relaciones recprocas
entre dos trabajadores de los cuales uno
est decidido a la accin y el otro an
duda). De hecho, esta apuesta est
hecha por la clase sobre s misma; y es
la decisin como, superacin de un dato
imperfectamente conocido y como
totalizacin en la unidad negativa de los
conflictos, de los errores y del fracaso o
en el refuerzo recproco de las apuestas
parciales (en los distintos niveles) por
la objetivacin en curso y por el xito
final. La accin apostada se totaliza, en
efecto, en tanto que se determina a la
vez como empresa local y a breve plazo,
como produccin de una relacin
concreta y temporalizada de la clase-
colectivo con la clase-combate, y como
modo significante de la clase en el nivel
nacional (ndice de combatividad, etc.).
Y la totalizacin misma nos remite, por
encima de las formaciones
consideradas, a la comprensin (en la
reciprocidad) de cada uno como libre
organismo prctico (ya sea
permanente o envejecido o resignado)
que lleva a cabo en toda su praxis
(aunque sea de pura obediencia) la
superacin totalizadora de cada nivel
por el otro y de todos en la unidad de las
decisiones comunes. Sin embargo, en la
medida en que cada organismo prctico
sigue siendo inasible para la experiencia
(salvo abstracta y negativamente), y
escondido para la enajenacin, la
serialidad, el juramento o la soberana
como institucin, no hay nunca totalidad
sino totalizacin en curso, sin que
podamos descubrir un aparato
totalizador y bloquear la circularidad en
l. Entendmonos: esta circularidad es
tentativa en todas partes de disolver al
otro en el mismo (la resignacin de un
enfermo o de un viejo slo se realiza a
travs de una apreciacin totalizadora y
luego renegada); adems est operada
sobre esquemas sintticos de unidad que
han penetrado hasta las profundidades
de la serialidad, sobre la base de un
pasado comn (volveremos pronto sobre
ello), etc. Se trata, pues, de una
totalizacin real y constante, aunque
envuelva necesariamente sus
complejidades, sus inercias por disolver
y sus contradicciones. En este sentido,
se puede decir que la clase obrera es en
todas partes totalizacin en curso. En el
nivel de la experiencia en que an nos
encontramos, no quiere esto decir que
tenga o pueda alcanzar un grado de
integracin y de combatividad ms
elevado. Pero tampoco quiere decir lo
contrario. Simplemente, nos faltan an
los instrumentos para considerar esta
posibilidad. Totalizacin en curso
significa cuando an no estn dadas
las perspectivas de una Historia que
todos los niveles de la praxis estn
mediados y totalizados en todas partes
por el inasible organismo prctico que
esconden y que sostienen todas las
funciones comunes que le son impuestas
(luego todos los grupos en tanto que lo
integran en la Fraternidad-Terror).
La totalizacin de la clase obrera es,
pues, comprensible; el acto sinttico por
el cual la totaliza el testigo situado o el
historiador, no hace ms que reproducir,
en efecto, una praxis de totalizacin
hacia unos objetivos a partir de
condiciones. Esta totalizacin no
consiste en transformar una serie infinita
en grupo, sino en crear una circularidad
de control y de perpetua readaptacin
para la accin por la determinacin de
sus posibilidades en cada nivel en
funcin de los otros. Es posible ahogar
el movimiento obrero (quiero decir:
posible para sus propios dirigentes),
pero en algunos casos y por la
complicidad dispersiva de la clase
entera; y en otros casos es imposible por
las mismas razones, es decir, por la
significacin misma que toma el
movimiento local en el seno de la clase
nacional. Y esta posibilidad o esta
imposibilidad no provienen de fuera
como un fatum en los dirigentes y los
huelguistas; se realiza prcticamente
como su comprensin de su situacin en
la clase; con otras palabras, hacen
cuanto pueden hacer y slo lo que
pueden hacer, pero es necesario que lo
hagan en la dialctica de una praxis
recproca y antagnica, que, a su vez, es
sentida por el individuo libremente
totalizador en el seno de la enajenacin
serial y se totaliza como rechazo de la
serialidad o como abandono resignado a
la impotencia. Y que se entienda bien: la
accin de la imposibilidad asumida por
los grupos de institucin y de accin, en
tanto que se manifiesta por un desorden-
ndice de la praxis, vuelve sobre la
alteridad y queda reasumida en ella en
la dispersin serial como nueva
determinacin; pero no es posible
determinar a priori si esta negatividad
de impotencia asumida tendr o no
tendr como efecto reforzar en la serie
la negacin y la pasividad de las cuales
es ndice. Por el contrario, tal vez
provoque un reagrupamiento positivo:
en el marco del desarrollo histrico
concreto, slo el conjunto de las
circunstancias materiales presentes y
anteriores, unido a la praxis de la
clase enemiga, puede dar en cada caso
los elementos de una respuesta. Lo que
tiene que decir el examen formal es
simplemente que la prctica de clase es
comprensible aunque se trate de
acciones estrictamente localizadas en
una totalizacin circular, como un nuevo
tipo de praxis: la praxis cuya
temporalizacin unitaria y dialctica (a
partir del objetivo por alcanzarse) se
desarrolla en la unidad de
reciprocidades pluridimensionales entre
estructuras heterogneas, cada una de las
cuales contiene a las otras en s. O, si se
quiere una imagen, la accin del libre
organismo prctico considerada en s
misma y de manera abstracta carece
de profundidad, se temporaliza en un
espacio de dos dimensiones: la accin
de clase sin ni siquiera hacer
intervenir a la clase enemiga o a las
determinaciones diacrnicas se
desarrolla en un espacio de n
dimensiones (hemos visto tres, y hay
ms[267], pero no es cosa que interese
aqu). Pero la segunda es comprensible
como la primera, ya que, finalmente,
somos nosotros quienes la producimos y
quienes somos, al mismo tiempo, el
espacio pluridimensional en que se
temporaliza. Y esta comprensin se basa
en el hecho de que todo es prctico, es
decir, que la clase vuelve a asumir
prcticamente su ser-de-clase y todas
las caractersticas prctico-inertes de
que se le ha afectado en el
movimiento mismo de la praxis como su
orientacin y su esencia prctica
singular. El invento de la ocupacin de
las fbricas, por ejemplo, como tctica
de combate, es una prctica que reasume
y supera la constitucin pasiva del
proletariado-colectivo despus de la
segunda revolucin industrial (es decir,
aqu, la intercambiabilidad de los
O. E.).
Sin embargo, la praxis est
constituida, ya lo sabemos; es el lmite
mismo de su inteligibilidad. La
pluralidad de sus dimensiones entra en
conflicto con la insuperabilidad de la
libre prctica orgnica como dialctica
constituyente. Esta libre praxis es la
misma que se produce como totalizacin
de las dimensiones mltiples en la
reciprocidad mediada; lo que significa,
segn la perspectiva, que se despliega
en la multiplicidad de las dimensiones
conservando en este alargamiento la
unidad orgnica de determinaciones
recprocas y circulares o que se repliega
sobre una dispersin que comienza
como reintegracin de la unidad
significante de interioridad por
retotalizacin a travs de las diversas
dimensiones. Y no puede extraarnos, ya
que la libre praxis como
temporalizacin dialctica en un
espacio lleno es arreglo de lo
transcendente a travs de un campo
prctico de tres dimensiones[268]. Es lo
que hace que a la accin de clase la
llamemos praxis-proceso: su
comprensin como totalizacin prctica
puede ser la praxis totalizadora de un
testigo individual; pero en la medida en
que esta totalizacin, por su objetividad
misma (tal y como podra aparecerle a
un testigo situado en una espacio de n +
dimensin 1), escapa al mismo tiempo a
los agentes y al testigo, no podemos
aprehenderla sino como proceso, es
decir, como lmite de la comprensin
dialctica. En efecto, este testigo de n +
1 dimensiones ni existe ni puede existir;
adems, aunque existiese, seguira
sindonos perfectamente extrao. Sin
embargo, slo a l se le manifestara la
realidad prctica de clase como
hiperorgnica. Si no fuese absurdo; slo
a l se le podra aparecer un estatuto de,
inteligibilidad ontolgica que sera
inaccesible para los agentes mismos en
el interior de esta realidad; para
nosotros, situados en la clase o fuera de
ella, este estatuto de hiperorganismo no
es; en efecto, no se manifiesta por
ningn efecto prctico sobre los agentes
o sobre la accin. Pero para decidir
sobre la objetividad total, habra que
poder totalizar desde fuera tambin, es
decir, desde un espacio cuyo espacio
social de n dimensiones sera un caso
particular. La necesidad y la
imposibilidad de aprehender a la clase
en lucha como total productividad
produce en ella un limite negativo
externo, o, si se quiere, la posibilidad
de tener un exterior. Y este exterior
como frontera abstracta y que se nos
escapa por principio, de hecho no es
ms que la frontera que separa a la
Razn dialctica de la Razn analtica
cuando las condiciones del
conocimiento no permiten que se haga
de la segunda una parte integrante de la
primera. El proceso desde este
niveles este ser indeterminado de la
totalizacin tomada en exterioridad que
no puede ser ni puro desarrollo
dialctico de una libre praxis individual
ni totalidad totalizada ni serie
irreversible y no significante de
determinaciones en exterioridad, pero
que, a causa de esta indeterminacin, se
presenta como la posibilidad abstracta
de una unin de todas estas
caractersticas: desarrollo riguroso y
orientado, determinacin plena del
presente por el pasado y no menos por
el futuro, luego superdeterminacin,
necesidad absoluta y libre finalidad,
totalidad dada (como inercia sealada
por un sello) y produciendo en la
exterioridad su propia temporalidad
como totalizacin prctico-inerte
aprehendida como praxis, unidad de la
empresa y del acontecimiento, unin de
la actividad pasiva y de la pasividad
activa. As, gracias a la pasividad
mltiple que se ha reintroducido en el
nivel del grupo y que ha aumentado en la
clase, atravesando a la praxis con capas
de inercia diversas y contenindola en
su estatuto de prctica constituida, el
proceso (punto lmite negativo de la
experiencia) se vuelve para muchos
antroplogos ese reverso que un da
alcanzarn o que creen que pueden
alcanzar, esa realidad oculta de los
hombres y de las sociedades en que
todas las contradicciones se fundan unas
en otras sin que las haya alcanzado
ninguna superacin sinttica, es decir,
esta objetividad inhumana de lo humano
donde la finalidad y la causalidad, la
necesidad y la libertad, la exterioridad y
la interioridad se interpenetran.
Esta realidad oculta, fusin del sentido y
del sin-sentido, se parece a la sustancia
spinozista hasta hacer que nos
confundamos. Pero es absurdo
sustantificar el proceso, dar un
contenido positivo a este lmite
abstracto de la comprensin y suprimir
antes de tiempo las contradicciones de
la experiencia considerando al hombre
segn el punto de vista de Dios. Este
proceso est rigurosamente unido a la
situacin del agente o del testigo: la
define negativamente por sus lmites y
no podra tratarse de aprehenderlo en l
mismo sin desituarnos en relacin con
todo. Manifiesta adems la impotencia
de integrar el proyecto de una
multiplicidad social de otra manera que
no sea una comprensin de esquema
individualizador. Finalmente, se refiere
a la exterioridad que traspasa desde
todas partes a la interioridad y al
conjunto de hechos puramente fsico-
qumicos (o que pueden ser
abstractamente considerados como
tales) transmutaciones de energa y, en
otros niveles, destrucciones y gastos en
el campo prctico-inerte, que se
presentan como la proyeccin en lo
inorgnico de conjuntos inorgnicos,
orgnicos y sociales. Si se quiere,
representa la imposibilidad de
aprehender la accin comn a partir de
su multiplicidad y de sus pasividades
por una comprensin constituyente y
dialctica; y, en el campo prctico, hace
medir el peligro que corre (y que ella
misma produce) toda accin comn: la
enajenacin, la recada en la serialidad.
Pero precisamente, esta presencia en el
exterior de la antidialctica (prctico-
inerte) y de la no-dialctica (Razn
analtica) como peligro permanente de
la desaparicin de lo humano slo puede
ser aprehendida desde el ser-situado, a
travs de la praxis y como viva
contradiccin entre la Razn
constituyente y la Razn constituida.
Este lmite de la comprensin no se
tiene que descubrir sino en y por el xito
prctico y total de la comprensin
misma. Hago estas observaciones ahora
porque adoptan aqu su forma ms
abstracta y ms simple; habr que volver
a tomarlas a propsito del proceso
histrico para evitar a la vez el
relativismo y el dogmatismo.
En verdad, no hemos dejado la
abstraccin, ya que hemos hablado de
las relaciones internas de la clase con
ella misma en el nivel de lucha de clases
sin hacer intervenir en el esquema de
inteligibilidad a la accin antagnica de
la clase adversa (o de las clases;
supongo una dualidad para mayor
simplicidad). Ahora bien, resulta
evidente que cada clase, en sus luchas
sociales, es al mismo tiempo la
interiorizacin y la superacin de las
condiciones materiales que la han
producido y caractersticas suscitadas
en ella por el otro; no es menos cierto
que el objetivo particular est definido
en cada instante como tambin los
medios de lucha, de tctica, etc. en la
reciprocidad de antagonismo y a partir
de un conflicto de inters an ms
general. Cada clase est as presente en
la otra en la medida en que la praxis de
sta, directamente o por el intermedio de
un objeto disputado, tiende a modificar a
aqulla. Pero en este caso hay
inteligibilidad? Hemos visto operarse
una totalizacin en la clase obrera
porque estaba relacionada con la misma
accin en distintos niveles y porque los
conflictos secundarios estaban
subordinados, por hiptesis, a un
acuerdo fundamental. Cmo se puede
comprender, por el contrario, es decir,
unir en una misma totalizacin los
resultados de una accin patronal y los
significados que la praxis de la clase
burguesa producen como realidades
extraas en el interior del proletariado
mismo? Sobre todo, cmo se puede
suponer lo que es la exigencia misma
de la racionalidad dialctica que
tenga lugar una totalizacin ms amplia,
unificando en la reciprocidad negativa a
esas clases hostiles e irreconciliables?
se es problema que hay que tratar ante
todo.
Ahora bien, el punto esencial es
establecer si hay lucha. Engels se burla
de Dhring, que habla demasiado pronto
de opresin. Pero al explicarle la
leccin, da de lleno contra otro escollo:
el economismo. Si las dos clases son
cada una en ella misma el producto
inerte o incluso prctico-inerte del
desarrollo econmico, si estn
igualmente forjadas por las
transformaciones del modo de
produccin, soportando la explotadora
su estatuto en la pasividad, como una ley
constitucional, y reflejando la
impotencia de los adinerados la de los
miserables, la lucha se borra; las dos
serialidades son puramente inertes, las
contradicciones del sistema se realizan
por ellas, es decir, por cada una como
otro estado en alteridad. La oposicin
que se realiza as entre los capitalistas y
los asalariados no merece ms el
nombre de lucha que la de la persiana
que se mueve y la de la pared que recibe
el golpe. Por lo dems, Engels, llevando
hasta el ltimo extremo, en el Anti-
Dhring, estas ideas esquemticas, llega
a anular la lucha de clases en el
momento en que la clase ascendente,
asegurando el desarrollo de los medios
de produccin, agrupa a toda la
sociedad en su derredor. Los
desacuerdos se manifestarn
progresivamente, el desgarrn se
ampliar hasta desgarrar a toda la
sociedad en la medida en que el modo
de produccin produzca y desarrolle sus
contradicciones. Sera entonces posible
hablar de lucha en el sentido
restringido y puramente metafrico de
agitaciones moleculares que definan dos
direcciones opuestas y produzcan un
resultado medio a partir del momento
en que son explcitas las
contradicciones. El resto del tiempo, se
definira la Historia por el desarrollo
del modo de produccin en su precaria
unidad y en tanto que las consecuencias
de este desarrollo producen
diferenciaciones en las clases, provocan
transformaciones diversas en los
diferentes grupos humanos. La unidad de
comportamientos igualmente pasivos
(inducidos), pero uno de los cuales
define determinada forma de accin
entre los obreros, y la otra en
determinado tipo de reorganizacin de
las herramientas en los patronos, es
sencillamente el proceso econmico. Y,
en cierta forma, encontramos en ello una
perfecta inteligibilidad de la Historia,
ya que la oposicin de los fenmenos se
reduce a la accin de un mismo conjunto
de fuerzas exteriores sobre diversos
objetos. Pero la inteligibilidad del
economismo no es ms que una
apariencia; ante todo vuelve a llevar a
Engels a la Razn analtica y este
dialctico corona su carrera con el
siguiente resultado: mata dos veces a la
dialctica para estar seguro de su
muerte; la primera vez, al pretender
descubrirla en la Naturaleza, la segunda
vez, al suprimirla en la sociedad. El
resultado de estos dos atentados es el
mismo; es lo mismo declarar que se
descubre la dialctica en las secuencias
fisicoqumicas o proclamarse dialctico
reduciendo las relaciones humanas a la
relacin funcional de variables
cuantitativas. Pero por otra parte, ni
siquiera encontramos la verdadera
inteligibilidad directa del nmero o de
la cantidad continua, ya que estamos en
pleno campo prctico-inerte. Dicho de
otra manera, las transformaciones
convencionales y las definiciones de un
pensamiento econmico siguen siendo
inteligibles en tanto que estn sostenidas
por el movimiento concreto de una
dialctica humana e histrica, en tanto
que en ellas slo se ve un uso
provisional de la Razn analtica, en
tanto que esta Razn analtica misma se
da como un momento abstracto de la
Razn dialctica (aquel en que las
relaciones humanas, alienadas y
reificadas, tienen que poder ser tratadas
en exterioridad con la perspectiva de
una reinteriorizacin). Pero cuando se
dan como principios o como
definiciones de base, cuando las
extraas inversiones de la cantidad estn
presentadas como hechos naturales (y no
como un aspecto superficialmente
natural de los hechos sociales),
entonces el lenguaje mismo pierde toda
significacin: las inversiones
econmicas y todas las determinaciones
del discurso que son su resultado salen
por s mismas de la nada, directamente
sobre la base de las leyes fsico-
qumicas y biolgicas, pero sin que se
pueda encontrar el movimiento
(dialctica de la Naturaleza) que
engendrara esta Razn analtica
mutilada a partir del otro. En una
palabra, si la Razn analtica se tiene
que volver Razn econmica sin perder
su racionalidad, lo ser en el interior de
la Razn dialctica y como producida y
sostenida por sta. El economismo como
racionalidad fundamental cae as en la
irracionalidad emprica (es as).
Desde luego que no se trata de
disolver las contradicciones objetivas y
materiales (fuerzas productoras
medios de produccin modo de
produccin relaciones de
produccin, etc.) en no s qu idealismo
dialctico. Slo se trata de
reinteriorizarlas y de hacer de ellas los
motores del proceso histrico en tanto
que son fundamento interior de las
modificaciones sociales (es decir, como
determinacin fundamental de las
relaciones de la interioridad recproca
unindose a libres organismos prcticos
en el campo tan inconexo de la
rareza). Pero esta reinteriorizacin
transforma su significacin: la lnea del
economismo se parece aqu al esqueleto
racional abstracto que el informador,
miembro de una sociedad exogmica,
dibuja en la arena para el etngrafo. Su
rareza concreta e inteligible est al nivel
de la praxis, de la materia trabajada
como mediacin entre los organismos
prcticos y como enajenacin de uno a
otro, esto es, del colectivo. Y el
colectivo no es ni dialctico ni
analtico: es antidialctico. Al principio
no aparece como estructura fundamental
de las relaciones humanas, pero se
constituye a travs de una dialctica
compleja que hemos trazado como
enarenamiento de la dialctica y su
vuelta contra ella misma, esto es, como
antidialctica. Y esta antidialctica slo
es inteligible porque la producimos
nosotros mismos en el momento fugitivo
de la falsa unidad material, del trabajo
alienado y de la fuga serial. Lo prctico-
inerte puede ser estudiado como proceso
(lo que ya est muy lejos de las
pretensiones del economista, porque el
hecho econmico era simplemente el
fenmeno fsico-qumico hecho
ininteligible por negaciones de
interioridad que pretendan ser
determinaciones de exterioridad), pero
este proceso, en tanto que es ya accin
pasiva, supone toda la praxis (como
relacin con el campo material prctico
y con los Otros), que reabsorbe y
transforma en el objeto, aun
descansando en su hormigueo real y
abstracto. En una palabra, si el modo de
produccin es, en la historia humana,
infraestructura de toda sociedad, es que
el trabajo como libre operacin
concreta que se va alienar en el
colectivo, y que ya se produce a ttulo
de superacin de una operacin anterior
a ese mismo colectivo es la
infraestructura de lo prctico-inerte (y
del modo de produccin), no slo en el
sentido de la totalizacin diacrnica (y
porque tal mquina en sus exigencias
especiales es ella misma el producto del
trabajo), sino sincrnicamente, porque
todas las contradicciones de lo prctico-
inerte y particularmente del proceso
econmico estn necesariamente
constituidas por la perpetua realienacin
del trabajador en su trabajo, es decir,
por la prctica generalmente
considerada en este mundo otro que
construye, perdindose para que sea
(constituyendo, a travs de la materia
inorgnica, su multiplicidad en alteridad
serial, afectndose de impotencia por el
pleno ejercicio de su soberana). Segn
este punto de vista, si la lucha de clase
tiene que encontrar su fundamento en lo
prctico-inerte, lo ser en tanto que la
oposicin objetiva de los intereses sea
recibida y producida a la vez por la
actividad pasiva, y se descubra en el
trabajo (o en cualquier conducta) como
reciprocidad de antagonismo aunque
sea bajo una forma petrificada y, por
ejemplo, como exigencia de la
herramienta o de la mquina. La
circularidad como estructura de lo
social en tanto que producto humano
produce su inteligibilidad por una
determinacin doble. Por una parte es
evidente que las conductas y los
pensamientos estn inscritos en la
materia trabajada (en tanto que realiza a
travs de los otros un sistema de
alteridad). Resulta as que el racismo no
es una simple defensa psquica del
colono, inventada por las necesidades
de la causa, para justificar su
colonizacin ante la metrpoli y ante s
mismo; de hecho, es el Pensamiento-
Otro producido objetivamente por el
sistema colonial y la superexplotacin:
el salario y la naturaleza del trabajo
definen al hombre y es, pues, muy cierto
que los salarios, al tender a cero, que el
trabajo, como alternancia de paro y de
trabajo forzado, reducen al
colonizado a ese subhombre que es para
el colono[269]. Todo pensamiento racial
no es ms que una conducta realizando
en la alteridad la verdad prctica
inscrita en la materia trabajada y en el
sistema que resulta de ello. Pero por
otra parte e inversamente, como las
estructuras elementales de las formas
ms simples estn inscritas en la
materia inorgnica, remiten a
actividades (anteriores y
contemporneas) que reproducen
indefinidamente o que han contribuido a
producir estos sellos humanos como
pensamientos inertes; y estas actividades
son necesariamente antagnicas. El
racismo que se propone al colono de
Argelia es la conquista de Argelia la
que lo ha impuesto y producido, es la
prctica cotidiana la que lo reinventa y
lo reactualiza en todo instante a travs
de la alteridad serial. Naturalmente, la
conquista de Argelia no tiene que ser
tomada en s misma ms que por un
proceso complejo que depende de
determinada situacin poltica y social
en Francia al mismo tiempo que las
relaciones reales de Francia capitalista
con Argelia agrcola y feudal. No es
menos cierto que las guerras coloniales
del siglo XIX realizaron para el colono
una situacin original de violencia como
su relacin fundamental con el indgena;
y que esta situacin de violencia se
produjo y se reproduce como resultado
de un conjunto de prcticas violentas, es
decir, de operaciones intencionales y
con un fin determinado efectuadas por el
ejrcito como grupo-institucin y
por grupos econmicos apoyados en la
autoridad pblica (por los delegados del
soberano metropolitano), Cierto que esta
violencia, la crueldad con las tribus
argelinas o las operaciones sistemticas
que trataban de despojarlos de sus
tierras, se producan solamente como
expresin de un racismo an abstracto;
esto se debe ante todo al estado de
guerra (la pacificacin fue larga y
sangrienta) que cambia el estatuto, ya
que la relacin fundamental es la lucha
armada; este racismo negativo constituye
al enemigo como inferior y no al
pretendido ciudadano francs; se trata
de demonios, o de salvajes
imbciles, segn que una victoria de
los indgenas les muestre en su
actividad, o por el contrario que su
derrota provisional sea por s misma la
afirmacin por el vencedor de su
superioridad. De todas formas, la
accin, aqu maniquea, separando a las
tropas adversas por la negacin absoluta
de la lnea de fuego, hace del musulmn
el otro distinto del hombre. Por otra
parte, por razones de su historia y del
desarrollo en ella del capitalismo, la
sociedad francesa queda al principio un
tanto incierta sobre el uso que se tiene
que hacer de su conquista. Colonia de
repoblamiento? Tierra de deportacin?
Antes de 1880 no se define ninguna
prctica. Los musulmanes siguen siendo
los que se tienen que vigilar, que domar,
cuyos menores movimientos de rebelin
hay que reprimir. Pero se pensarla ms
bien exterminarlos que emplearlos, al
menos en buena parte. En todo caso, las
prcticas represivas, la poltica de
divisin, los desposeimientos, sobre
todo, liquidan rpidamente las
estructuras feudales y transforman a esta
sociedad atrasada pero estructurada en
multitud atomizada, y pronto en
subproletariado agrcola. Y esta nueva
forma (prctico-inerte) de la sociedad
musulmana es la expresin de la
violencia; significa objetivamente la
violencia sufrida por cada uno de los
Otros seriales que ha producido:
Cuando el capital finalmente define,
entre nosotros, a la colonizacin
capitalista como solucin parcial de sus
dificultades y como fuente de nuevos
beneficios, los grupos de presin
descubren, fijan, difunden y practican
esta nueva forma de explotacin. Hay
una unin indudable entre el libro de
Leroy-Beaulieu, la poltica de Jules
Ferry, la constitucin de los primeros
bancos coloniales y de los transportes
martimos. Pero al mismo tiempo, otros
medios sociales, poseedores de otros
intereses, se elevan violentamente contra
una poltica de conquistas coloniales.
Hay que entender con lo dicho que el
sistema colonial, como mquina infernal
que tena que desarrollar ella misma sus
contradicciones hasta la explosin final,
responda a las necesidades colectivas
de los capitalistas franceses en su
generalidad, pero contradeca a muchos
intereses particulares: para imponerlo y
ponerlo en marcha haba que montarlo;
el paso del inters objetivo, como
exigencia vaca, a la construccin del
sistema, se produce por una prctica
comn, responde histricamente a una
dialctica real y organizada que se une
con algunos grupos financieros, de
hombres de Estado, de tericos en una
tarea organizada. Y que no se
esquematice todo declarando
tranquilamente que esos grupos eran la
expresin de los intereses de su clase.
Porque en cierto sentido, s, eran eso y
no eran sino eso. Pero no eran unos
mediums inflados por no s qu
abundancia espiritual ni unas pitias
dejando escapar por sus gargantas el
aliento de clase que las llena: por su
comn invencin del sistema, u clase
se encontraba necesariamente
determinada. Lo que no significa
como le gusta sealar al idealismo
que el descubrimiento, del sistema se
haya transpuesto por s mismo en
prctica general de clase; sabemos, por
el contrario, que fueron necesarios
pacientes esfuerzos para imponerlo
(propaganda, victorias que hacan
olvidar las derrotas, primeras ventajas,
etc.). Hay que entender, sencillamente,
que por la organizacin prctica de
organizaciones y de aparatos que ha
producido (el soberano como
temporalizacin actual del Estado, los
tcnicos o idelogos, los grupos
econmicos de presin), la clase se
encuentra elaborando unas nuevas tareas
y cualesquiera que sean las divisiones
est en estado de resistencia mnima
frente al sistema inventado; en efecto, se
beneficia por el poder prctico de las
instituciones y de las organizaciones
ms respetadas y ms activas (el
sometimiento de los medios ms
encarnizados es ya el porvenir fatal de
sus resistencias), su elaboracin precisa
y pluridimensional (ideologa, accin de
los poderes pblicos, iniciativas de
agrupamientos privados) frente a
resistencias espordicas e inciertas,
muchas veces contradictorias,
finalmente la luz misma que estas
prcticas nuevas arrojan sobre los
problemas sociales y econmicos de la
metrpoli (nuevas salidas para la
produccin, circuitos de intercambios
especiales de la colonia con la
metrpoli e inversamente).
Para hacerme comprender
claramente, dir que todas las
relaciones entre colonos y colonizados a
travs del sistema colonial son
actualizacin de caractersticas
prctico-inertes introducidas y definidas
por acciones comunes. O, si se prefiere,
que la sociologa y el economismo
tienen que disolverse igualmente en la
Historia. Cuando se lee, en tal obra
sociolgica contempornea, que el
vagabundo, como liquidacin de las
estructuras sociales de la comunidad
musulmana, es el resultado necesario de
un contacto entre dos sociedades
definidas, de las cuales una es atrasada
(o subdesarrollada), agrcola y feudal, y
la otra est industrializada, la
inteligibilidad y la necesidad faltan
igualmente en este tipo de
determinacin. No puedo unir a una y
otra sino en la medida en que tome la
actividad real y consciente de cada
colono (particularmente en el plano
econmico) como realizando por s
misma, en un caso particular, para un
objetivo limitado aunque con la
perspectiva de un objetivo comn, este
vagabundeo que el contacto de dos
sociedades, esos seres de razn, es
incapaz de producir fuera de los
contactos singulares de los individuos
que las componen. Pero, como
consecuencia, el trmino vagabundeo
y el pseudoconcepto que encubre se
vuelven perfectamente intiles: uno y
otro queran remitirnos pdicamente al
proceso. Pero la nica realidad
inteligible, la praxis de los hombres,
deja vacantes a uno y otro, y remite a
dos tipos de accin muy distintos: la
accin pasada, superada, y la accin
presente. De hecho, hay que decir ante
todo que el contacto de la sociedad
industrial y de la sociedad agrcola se
ha realizado por medio de los soldados
de Bugeaud, por las atroces matanzas de
que se hicieron culpables; que la
liquidacin de las formas de herencia
propias de las tribus musulmanas no
naci de no s qu interpretacin
idealista de dos sistemas jurdicos
diferentes, sino de que los comerciantes
alentados por el Estado y apoyados por
nuestras armas, impusieron el cdigo a
los musulmanes para robarles mejor.
Slo a partir de aqu se puede
comprender que el fin colonial era
producir y vender a la metrpoli
productos alimenticios[270] a precios
inferiores a las tarifas mundiales y que
el medio de lograrlo era realizar un
subproletariado de robados y de
desocupados crnicos (lo que explica de
por s la nocin de vagabundeo). Y esta
operacin va acompaada por la de los
comerciantes de la que acabamos de
hablar y por la poltica de las
autoridades militares (liquidar todas las
estructuras que permitiran los
reagrupamientos y las resistencias,
mantener una pretendida feudalidad de
colaboracionistas y de traidores,
cmplices de los franceses, conservando
la apariencia de una soberana de origen
local y explotando por su cuenta y por la
de sus amos a una masa miserable e
impotente, reducida al estatuto
molecular). El sistema (como mquina
infernal del campo prctico-inerte) fue,
pues, la empresa de una nacin a travs
de sus grupos institucionales (guerra), el
invento de una nueva forma de
imperialismo apoyada en una nueva
poltica (implicando una nueva relacin
de los individuos y de los poderes
pblicos), la liquidacin sistemtica y
concertada de una comunidad y, desde
luego, la colocacin de un nuevo
dispositivo de explotacin (nuevos
colonos) por organizaciones apropiadas
(banco, sistema de crditos, ventajas
otorgadas por el gobierno, etc.).
Ahora bien, en todas estas prcticas,
la violencia y la destruccin forman
parte integrante del objetivo buscado. Se
trata de tres niveles distintos de esta
accin: 1.) liquidar fsicamente a cierto
nmero de musulmanes y de disolver sus
instituciones sin permitirles gozar de
las nuestras; 2.) privar a las
comunidades indgenas de la propiedad
del suelo y drsela a los recin llegados
por la aplicacin brutal y
voluntariamente demasiado rpida del
cdigo civil; 3.) establecer el
verdadero lazo de la colonia y de la
metrpoli (venta al precio mnimo de
los productos coloniales, compra a
precio fuerte de los productos
manufacturados de la metrpoli) sobre
una superexplotacin sistemtica del
indgena. Con otras palabras, la
violencia est presente para el hijo de
colono en la situacin misma, es una
fuerza social la que lo produce; hijo de
colono e hijo de musulmn son
igualmente hijos de la violencia objetiva
que define el sistema como infierno
prctico-inerte. Pero si los produce esta
violencia-objeto, si la sufren en parte
como su propia inercia, es que ha sido
violencia-praxis cuando se ha tratado de
implantar este sistema. Es el hombre el
que ha inscrito esta violencia en la cosa
como unidad eterna de esta mediacin
pasiva entre los hombres. Los
partidarios del vagabundeo tal vez
hagan sealar que el desarrollo de la
sociedad francesa a mediados del
siglo XIX era precisamente tal que slo
poda considerar con los campesinos
musulmanes de Argelia relaciones de
violencia. Es verdad en el sentido de
que el burgus del siglo XIX era
armoniosamente innoble en todas sus
actividades. Y esta ignominia proviene
en parte, naturalmente, de que es l
mismo un producto enajenado del
sistema capitalista que caracteriza a la
sociedad metropolitana; las condiciones
de trabajo que impone a sus obreros, el
estpido gasto de vidas humanas que es
propio del perodo hierro-carbn,
cmo no habran de producir estas
caractersticas objetivas del sistema a
unos burgueses despiadados con los
indgenas de frica del Norte? Si el
burgus es el hombre y si el obrero, su
compatriota, no es ms que un
subhombre, cmo el argelino, que es un
enemigo lejano, no sera un perro? Pero
hay que contestar aqu ante todo que la
sociologa se invierte para contestar a la
Historia: si la sociedad burguesa
vagabundea a la sociedad feudal, ya
no es en funcin de sus superioridades
(actuando, en suma, a pesar de ellas y
por su sola existencia sobre la
comunidad rabe), sino de sus
inferioridades, de la inmunda brutalidad
que tan claramente marc al capitalismo
en sus comienzos. Y precisamente por
esta causa, la negacin vuelve a la clase
colonizadora. Remite as necesariamente
a la accin; a lo sumo podra admitirse,
con no s qu perspectiva idealista y
aristotlica, una atraccin a distancia
ejercida por una plenitud positiva sobre
un objeto que, en una misin lejana con
esta plenitud, reinterioriza y mide sus
insuficiencias. Pero cuando es la
negatividad la que en un objeto se
vuelve fuente de modificaciones
(positivas o negativas) en el otro objeto,
esta negatividad no producir sus
efectos sino en una accin o en un
sistema de accin que se determinan a
partir de ella y que la guardan en ellos
como la orientacin negativa del gasto
de energa. Verdad es que los burgueses
son productos (pero en seguida vamos a
volver a la clase y veremos que estos
productos son agentes); verdad es
tambin que estos hijos de la violencia
son producidos por la praxis violenta de
los padres lo que remite a la Historia
de la que se quera escapar. Pero
tambin es verdad que esta violencia
rapaz no es una circunvolucin cerebral
ni una potencia propia de las
instituciones sociales (aunque tambin
se realice en las instituciones). O es el
proceso capitalista mismo (en la medida
en que, como habremos de ver, el
explotador reasume lo prctico-inerte),
o, si se trata de nuevos desarrollos del
sistema (y por ejemplo, del
colonialismo), se temporaliza en
actividades reales, comunes (y hasta
individuales) que la realizan en la
objetividad. La violencia, en tanto que
exis burguesa, est en la explotacin del
proletariado como relacin heredada de
la clase dominante con la clase
dominada (pero veremos que tambin es
una prctica en este nivel); la violencia,
como praxis de esta misma generacin
burguesa, est en la colonizacin. Pero
la exis misma no es nada ms que una
mediacin diacrnica entre dos ciclos
de praxis. Y la empresa colonial como
temporalizacin plural de la violencia
burguesa (en tanto que violencia de una
clase contra otra clase en el interior de
una comunidad) es al mismo tiempo su
enriquecimiento dialctico y su
crecimiento. En condiciones nuevas en
que la explotacin se tenga que apoyar
primero en la opresin, esta violencia se
vuelve nueva; tender hasta las
exterminaciones en masa y las torturas.
Es, pues, necesario que se invente para
mantenerse y que cambie para seguir
siendo la misma. Inversamente, volver
como violencia prctica que se tiene que
utilizar inmediatamente en la metrpoli
contra las masas explotadas, en cuanto
la guerra colonial sufra un alto. Es
sabido que para la alta burguesa del 48,
Bugeaud era el liquidador soado de la
II Repblica. Y no es una casualidad que
Franco haya salido de Marruecos.
La evolucin de la violencia es aqu
manifiesta: en un principio estructura de
enajenacin en lo prctico-inerte, se
actualiza como praxis en la
colonizacin; su victoria (provisional)
se presenta como la objetivacin del
conjunto prctico (ejrcito, capitalistas,
comerciantes, colonos) en un sistema
prctico-inerte en que representa la
estructura fundamental de reciprocidad
entre colonos y colonizados. Pero en la
alienacin misma, esta nueva exis serial
slo existe si cada uno la realiza y la
asume en tanto que otro en su praxis
cotidiana. Lo que significa en primer
lugar que se vuelve su propia idea en
forma de racismo. O, con otras
palabras, que los colonos actualizan en
todo momento las prcticas de
exterminacin, de robo y de explotacin
instauradas por las generaciones
precedentes, superndolas hacia un
sistema de valores otros, es decir,
totalmente regido por la alteridad. Pero
si la situacin no comportase una
reciprocidad de violencia no se tratara
an ms que de una superacin ineficaz
de la exis objetiva. Con otras palabras,
el colono descubre en el colonizado no
slo al Otro-distinto-del-hombre, sino a
su propio Enemigo jurado (o, lo que es
lo mismo, al Enemigo del hombre). Este
descubrimiento no supone resistencia
(abierta o clandestina), ni motn, ni
peligros de insurreccin: es la violencia
misma del colono la que se descubre
como necesidad indefinida o, si se
prefiere, el colono descubre la violencia
del indgena, incluso en su pasividad,
como la consecuencia evidente de su
propia violencia y su nica justificacin.
Este descubrimiento se hace por el odio
y por el miedo, como determinacin
negativa del campo prctico, como
coeficiente de adversidad afectando a
determinadas multiplicidades en este
campo, esto es, como peligro
permanente que se tiene que suprimir o
que prevenir. El racismo se tiene que
hacer prctico: no es un despertar
contemplativo de las significaciones
grabadas en las cosas; es en s-mismo
una violencia que se da su propia
justificacin: una violencia que se
presenta como violencia inducida,
contra-violencia y legtima defensa. El
colono vive en la isla del doctor
Moreau, rodeado de horribles animales
hechos a imagen del hombre, pero
fallidos, cuya mala adaptacin (ni
animales ni criaturas humanas) se
expresa por medio del odio y de la
maldad; estos animales quieren destruir
la bella imagen de ellos mismos, el
colono, el hombre perfecto. Luego la
actitud casi inmediata del colono es la
del hombre frente a la bestia, viciosa,
taimada. Ante todo, defenderse contra
los miopes que, en la metrpoli,
confunden a los hombres falsos con los
autnticos. Esta frase colonialista: ya
conocemos a los rabes, o estas
palabras sudistas: el yanqui no conoce
al negro, son un acto: la negativa
jurdica (y de intimidacin) de toda
posibilidad para el metropolitano de
resolver los problemas coloniales en la
metrpoli. Lo que en el fondo significa:
colono y colonizado son una pareja,
producidos por una situacin antagnica
y el uno por el otro. Nadie (salvo el
ejrcito, si lo reclama el colono, porque
es un arma) puede intervenir en su
duelo. Y es precisamente el tema de la
propaganda racista que el colono hace
en la metrpoli misma; su retrato del
indgena (siempre negativo) tiene como
fin desengaar y desorientar a la
opinin metropolitana. Por lo dems, en
un nivel ms complejo, la operacin
prctica comporta una negativa de toda
solucin poltica del problema colonial
(el fondo del problema desde luego es
social[271]). El colono quiere el statu
quo, ya que todo cambio en el
sistema (que en la actualidad se
encuentra en todas partes en su
declinacin) slo puede acelerar el fin
de la colonizacin: la integracin y la
asimilacin (pleno reconocimiento de
todos nuestros derechos a los
colonizados), de la misma manera que la
independencia, tiene por resultado
inmediato el fin de la superexplotacin,
luego de los bajos salarios, luego de los
precios bajos que son la razn de ser del
circuito econmico colonia-
metrpoli. El racismo-operacin es la
praxis alumbrada por una teora
(racismo biolgico, social,
emprico, es lo mismo) que quiere
mantener a las masas en estado de
agregados moleculares, y aumentar por
todos los medios la subhumanidad del
colonizado (poltica religiosa que
favorece a los elementos ms
supersticiosos; poltica escolar que se
esfuerza por no instruir a los indgenas
en nuestra cultura, privndoles al
mismo tiempo de la posibilidad de
instruirse en la suya, etc.).
Lo que aqu nos importa son los dos
aspectos siguientes de la praxis
colonial: a) Ante todo, la praxis de
opresin que acabamos de describir se
une al proceso de explotacin y se
confunde con l. Por proceso de
explotacin entendemos el
funcionamiento prctico-inerte del
sistema una vez instalado: el gran
terrateniente (colono) no obliga
realmente por lo menos en Argelia
al colonizado a trabajar para l a
cambio de un salario msero; el sistema
engaador del libre contrato que est en
la base del proceso capitalista se ha
aclimatado, al menos aparentemente, en
Argelia; de hecho, el aumento
demogrfico produce una poblacin
subalimentada, en estado de paro
forzoso crnico (o de semiparo) y los
colonizados se ofrecen por s mismos a
los empleadores, creando la miseria un
antagonismo competitivo que les hace
aceptar, e incluso proponer, los salarios
ms bajos. El dbil desarrollo industrial
que caracteriza tambin al sistema
colonial no permite que este
subproletariado, en su mayora agrcola,
supere los antagonismos en la unidad de
las reivindicaciones. La emancipacin
obrera es paralela a la concentracin de
la industria; en un pas colonizado, el
vagabundeo de las masas ha liquidado
las estructuras de la antigua sociedad,
quitndole los medios de reconstruir
otra con otras estructuras y otras
relaciones de socialidad. En este
sentido, se puede, pues, pretender que la
explotacin por las nuevas
generaciones de colonos de las
nuevas generaciones de colonizados se
realiza como un proceso: los salarios se
establecern, en el marco de un sistema
econmico y social, sobre la base de
condiciones materiales definidas que
escapan tanto a la accin de los colones
como a la de los colonizados (la
coyuntura econmica y el aumento
demogrfico, por ejemplo, etc.). Slo
que el proceso est condicionado sobre
todo por la atomizacin de las masas
indgenas; y se funda en esta doble
caracterstica: desintegracin de las
antiguas comunidades, disolucin
permanente de todos los grupos nuevos
que trataran de formarse, rechazo de la
integracin en la sociedad colonizadora.
En una palabra, es necesario que el
colonizado no sea nada, salvo una fuerza
de trabajo que se compra a precios cada
vez ms bajos. Ahora bien, esta
necesidad, que condiciona todo el
proceso, tal vez se haya manifestado en
los mejores das del colonialismo como
exigencia inerte en el interior del
sistema. Pero, de hecho, esta exigencia
est cumplida; y si est cumplida es
precisamente porque al mismo tiempo
es el objeto de la praxis opresiva y
porque ha sido el objetivo (alcanzado y
superado) d la opresin pasada. Esta
praxis opresiva, pasada y presente, con
su porvenir objetivo, no se ha fijado en
un principio, como fin lejano, la
produccin de un estatuto indgena que
favoreciese el establecimiento y el
funcionamiento autnomo del circuito
social. Hemos visto, en efecto, que las
violencias de la conquista iban
acompaadas por una gran
incertidumbre sobre el fin de la
colonizacin, y esta incertidumbre en
parte estaba originada en que precedan
al momento en que la organizacin
econmica de Francia la pondra en
situacin de definir una poltica
colonial. No es menos cierto que las
prcticas de exterminacin y las de
despojo atomizaron a la sociedad
musulmana y que los comits poltico-
financieros inventaron el sistema sobre
la base de esta atomizacin. O, si se
prefiere, que la impotencia radical de
las masas y su miseria figuraban, aunque
fuese implcitamente, entre los factores
fundamentales que el banco y el Estado
han reunido y superado con el proyecto
de una explotacin racional de las
colonias. As, cuando se llega a esta
condicin clave de la empresa colonial,
los salarios bajos, se ve que el proceso
sobre cuya base se establecen no es una
necesidad de lo prctico-inerte sino en
la medida en que una praxis opresiva ha
creado deliberadamente una situacin
que haca que el proceso fuera
necesario. Ms an: la victoria de las
armas no es suficiente; hay que
renovarla todos los das. Ser an ms
eficaz y ms econmica mantenerla
institucionalizndola, es decir, dndole
en el indgena el carcter de un estatuto
prctico-inerte; y esto se puede hacer si
se afecta al ejrcito de Argelia una
inercia institucional. La inercia
inorgnica como caracterstica
permanente de la praxis-institucin se
reproduce como perpetuacin inerte de
la insuperable impotencia de los
colonizados. La constitucin molecular
de las masas, como condicin material,
inorgnica y necesaria del proceso de
superexplotacin est dada como
consecuencia inerte de un determinismo
riguroso (y se vuelve a la razn
positivista): en realidad, esta inercia
por inorgnica que sea est producida
en cada minuto por la violencia
petrificada que constituye la presencia
del ejrcito. Y aunque las consecuencias
internas de esta impotencia inducida
(miseria, enfermedades, antagonismo
competitivo, alza de la natalidad, etc.)
se presenten como seriales y como
determinaciones del campo prctico-
inerte, en su conjunto son un proceso
gobernado. La violencia antigua queda
reabsorbida por la inerte violencia de la
institucin, sus incertidumbres
desaparecen en la certidumbre objetiva
del colonialismo que es el pensamiento
del ejrcito mismo, es decir, su razn de
ser y la significacin global y
detallada de sus prcticas y de su
organizacin. En la medida en que la
presencia-institucin de un ejrcito
metropolitano es una praxis que provoca
la inercia inorgnica en las masas
colonizadas, el colonizado mismo se
comporta respecto de esta inercia a la
vez como con su destino y como con una
prctica opresiva del enemigo. Incluso
cuando el individuo lo interioriza en
sentimiento de inferioridad (adoptando y
asumiendo en la inmanencia la sentencia
que los colonos hacen recaer sobre l),
incluso cuando aprehende su ser-
colonizado como una determinacin
negativa y como un estatuto original de
subhumanidad, incluso cuando trata de
acercarse a los vencedores, de
parecrseles (esto es, cuando pide la
asimilacin), no deja de sentir esta
condicin, este estatuto ontolgico,
como violencia despiadada e
imperdonable que le hace sufrir un
enemigo de piedra. Es que esta
violencia est dirigida precisamente de
tal manera que lo priva de toda
posibilidad de reaccionar, aunque sea
admirando a sus opresores y tratando de
volverse lo que son ellos. As, en su
vida prctica y cotidiana, el explotado
siente la opresin a travs de cada una
de sus conductas, no como enajenacin,
sino como un puro y simple
constreimiento ejercido
deliberadamente por hombres sobre
hombres. Y en la medida en que el
ejrcito-institucin[272] es una fuerza que
se muestra para no tener que servirse de
ella (o para estar dispuesto a utilizarla
inmediatamente), esta ostentacin
prctica es la praxis comn de todos los
soldados y se expresa a la vez en las
operaciones de grupo y en las relaciones
individuales con los musulmanes (es
decir, que encontramos ah un racismo
prctico por lo dems con otro nivel y
con otro sentido). El joven soldado
que cumple su servicio militar en
Argelia (hablo aqu de los buenos
tiempos del colonialismo, entre 1910 y
1935) es tambin ambivalente en su
descubrimiento de l mismo y de los
Otros: est ah en tanto que ser
institucionalizado, en esa ciudad, ese
cuartel, e incluso, en las horas de paseo,
en esa calle, en esa casa de citas. Pero,
al mismo tiempo, la praxis histrica y
viva del ejrcito de frica (se da como
aparato de contra-violencia) se le
aparece a travs de las operaciones
repetidas en que se le hace participar y
las instrucciones que se le dan; la
inercia a-temporal del Ser
institucionalizado est realizada y
producida a travs de una orientacin
histrica y prctica. Esta orientacin, las
relaciones entre los colonos y los
colonizados deciden en todo lugar; se
reflejan por la informacin sobre el
ejercicio militar, tal maana, en tal
cuartel de Blidah o de Philippeville, a la
vez como ndice de la tensin universal
y como factor concreto de esta tensin.
Los soldados ven en este motn el signo
que les hace descifrar otros signos
aparecidos directamente en su
experiencia y la accin enemiga que va
a determinar su suerte inmediata
(consignas en el cuartel, enviados
con otros dos regimientos para
restablecer el orden) o lejana (la
insurreccin se est preparando, va a
estallar). A travs de estas
informaciones, estn significados como
agentes de una praxis comn
(expedicin represiva, batallas, etc.), es
decir, que se aprehenden en tanto que
tienen el poder de desencadenar la
contra-violencia como miembros
soberanos del soberano. Como la
soberana est negada por los
colonizados por la rebelin que ha
tenido lugar en otra ciudad, se
convierte en ese puro poder comn al
individuo y al grupo de arreglar
incondicionalmente el campo prctico.
Y como este poder no es real y concreto
ms que en la medida en que est
limitado, en la reciprocidad, por el del
Otro, se vuelve aqu violencia abstracta
por decisin de considerar a las masas
colonizadas como objetos. Son ellas las
que han roto la relacin, segn la
ideologa soberana, al negar
bruscamente la soberana militar: con
esta ruptura se han colocado fuera de la
ley. El restablecimiento de la
reciprocidad supone, pues, el momento
de la violencia despiadada, es decir, de
la disolucin sangrienta de los grupos
indgenas; porque la reciprocidad ha
tenido lugar, para el soberano, entre dos
inercias: una es la pura impotencia
serial del indgena, la otra es la
pasividad libremente consentida del
ejrcito que retiene su fuerza. El menor
reagrupamiento, como negacin de la
inercia serial, es ruptura del contrato.
Pero para el soldado, como ser-
institucionalizado, al definir (ms o
menos exactamente: no consiste en esto
la cuestin) el grado de tensin entre las
tropas y las masas colonizadas, la
insurreccin lejana confiere una especie
de unidad negativa a esta multitud
molecular. Se vuelve grupo toda ella, o
posibilidad de producir grupos armados,
o mar insondable que esconde grupos
armados. El punto de aplicacin de la
contra-violencia en el fondo est, pues,
en todas partes aqu y la relacin vivida
del soldado con las masas se vuelve en
todas partes la del soberano con los
rebeldes; lo que quiere decir que el
ejrcito, a la menor duda, se reconoce
por entero como unidad prctica de
represin, como agente de la disolucin
permanente de las comunidades en
beneficio de la alteridad serial. Son,
pues, a la vez la impotencia-rebelin de
las masas y la inercia-violencia del
ejrcito las que merecen el nombre de
praxis-proceso.
Sin embargo, los colonos mismos,
con o sin ayuda de las fuerzas militares
(o ms bien, con el concurso pasivo o
activo de estas fuerzas), tienen que
defender la atomizacin de las masas
contra las iniciativas de la metrpoli.
Aqu, el proceso no es ya el producto de
una praxis, pero su desarrollo autnomo
tiene que estar protegido por
actividades rigurosas: hay que encontrar
aliados polticos en la Asamblea o en el
gobierno, hay que apoyarse en grupos
econmicos que renan a los colonos
ricos y a determinados capitalistas
metropolitanos, hay que impedir el voto
de las reformas asimiladoras o
integradoras. Y si, a pesar de todo, se
vota alguna ley que quiera liberalizar
al rgimen y reconocer derechos
polticos a los musulmanes, hay que
impedir su aplicacin. Por ejemplo,
organizando elecciones falsas cada vez
que ha tenido lugar en Argelia una
consulta electoral. Si se trata de
reformas sociales (redistribucin de
tierras, etc.), conviene tambin que el
colono pueda modificarlas en provecho
propio. En fin, todas estas operaciones
violentas slo pueden tener lugar en un
clima de violencia es decir, slo
pueden ser llevadas a cabo por
violentos, es necesario que la
propaganda refleje esta violencia
universal, que refleje al colono su
propia violencia como el simple valor
viril y decidido a todo de la minora
sitiada y que presente a todos la
violencia-otra del indgena como
poniendo en peligro al colono en todas
partes y en todo momento. Es decir, que
cause miedo permanente al colono y que
presente este miedo furioso como puro
valor. El conjunto de estas operaciones
indispensables necesita a los
organismos, a los aparatos de vigilancia
que se producen, en circunstancias
definidas, como disolucin de serialidad
en los colonos mismos. Ya he dicho a
propsito del prctico-inerte que los
colonos (como clase de
superexplotacin) se encuentran
comprometidos como los indgenas,
por el juego de los antagonismos
competitivos y de la recurrencia en
una serie de series y que el racismo es
en esta serie el pensamiento otro (y del
Otro por el Otro) y, esto es, el
pensamiento-proceso. Pero el inters
comn est siempre presente para todos
en tanto que todos estn comprometidos
en una doble relacin con la metrpoli y
con los colonizados y que tienen que
desaparecer o que seguir siendo la
mediacin nica y necesaria entre stos
y aqulla. Su contradiccin fundamental
est en este nivel mismo: el rgimen
liberal de la metrpoli corresponde al
desarrollo histrico del capitalismo
francs, a la burguesa francesa,
conviene tambin a los colonos, all, en
tanto que estn representados y
defendidos en Francia, en tanto que
pueden, en el clima liberal, suscitar y
financiar en Pars grupos de presin;
pero este rgimen que tal vez sea el
ms prctico en una sociedad fundada en
la explotacin ya no conviene para
una sociedad fundada en la
superexplotacin. Se trata, pues, de
impedir, en nombre de la democracia
burguesa, que la metrpoli democratice
sus colonias; en nombre de la soberana
heroica del sitiado, hay que falsificar las
raras instituciones liberales de la
colonia. Este conflicto, esta praxis
compleja, la evidencia del inters de
clase, del inters de todas las clases de
colonos[273] se concreta en la menor
ocasin en grupos de violencia. Y
entiendo con lo dicho no tanto los
grupos que realizan violencias reales
(aunque estos grupos existan:
provocadores, contra-terroristas, etc.)
como las comunidades prcticas cuyo
papel es perpetuar el clima de violencia
hacindose por s mismas violencia
encarnada: Se puede considerar a los
agrupamientos como teniendo por
funcin el rebajar sistemticamente el
umbral de la serialidad de clase, para
permitir constituirse a otros
agrupamientos ms eficaces (grupos
econmicos y grupos de presin) a pesar
de los antagonismos competitivos, es
decir, que representen en ellos mismos
las posibilidades extremas del colono:
exterminacin de los colonizados o
exterminacin de los colonos. En
verdad, estas posibilidades equivalen en
un punto: es que una y otra llegan a
liquidar a la colonizacin; es
precisamente la necesidad que el colono
tiene del colonizado superexplotado lo
que ha transformado la violencia
malgastadora e incontrolada de las
conquistas coloniales en violencia
administrada y vigilada. Pero los grupos
de violencia encarnan las posibilidades
extremas y se llaman extremistas en el
sentido en que a la luz del conflicto
mantenido en permanencia por ellos,
toda praxis de conciliacin tiene que
aparecer como el peor de los errores: la
nica accin que pueda dar frutos es la
que se apoya en la coercin y la
represin. De esta manera, los grupos
organizados forman una especie de
barrera con sentido nico: presentan
constantemente a los colonos la
violencia como el fundamento mismo de
su situacin y como el nico medio de
conservarla, tienden a crear en frica un
medio perfectamente impenetrable para
las instituciones liberales; pero
reclaman la nacionalidad francesa,
permiten que todo colono la use para
defender en Argelia su derecho a la
violencia y sus derechos de libre
ciudadano en la metrpoli[274]. Esta
operacin de proteccin es
indispensable para que el proceso de
superexplotacin se desarrolle segn sus
leyes prctico-inertes. Pero si unimos la
praxis pasada, conservada por la inercia
serial de los explotadores y de los
explotados y convertida en actividad
pasiva (materia inanimada como
mediacin entre los hombres), a la
praxis institucional, como violencia
retenida en una inercia siempre
provisional, y a las actividades
extremistas (agitacin, propaganda,
defensa de Argelia colonizada contra la
metrpoli), vemos realizarse la
superexplotacin como proceso sobre la
base de una praxis que la ha producido
y orientado, bajo la proteccin de una
accin institucional y en un aislamiento
no recproco, producido artificialmente
por prcticas comunes; se vuelve, en
suma, el momento antidialctico
determinndose a s mismo en el medio
de la dialctica constituida, o, si se
prefiere, el momento prctico-inerte
como objetivo comn de prcticas
convergentes o, con otras palabras, la
unidad de su ser-fuera-de-ella. Pero
vemos en seguida que los grupos
considerados estn unidos entre s por
relaciones de interioridad (hay uniones
diacrnicas y sintticas entre los
oficiales, entre stos como
representantes de generaciones y de
prcticas diferentes y los soldados;
hay uniones sincrnicas entre los grupos
extremistas y los oficiales, etc.), como
por lo dems en el conjunto de los
colonos (volveremos sobre ello en el
prximo prrafo). Verdad es que el
proceso compromete a
superexplotadores y al subproletariado
indgena en un movimiento
antidialctico que constituye para cada
uno y para cada colectivo el porvenir
como inevitable destino; verdad es que,
segn este punto de vista, son el sistema
y la coyuntura los que producirn la
ruina de esta empresa colonial y, por
ella, ciegamente, la falta de trabajo de
estos musulmanes, su miseria, la muerte
de nios subalimentados, etc. As, de
cierta manera, todo el aparato de la
violencia habr servido para constituir
una especie de campo cerrado en el que
fuerzas prctico-inertes han aplastado a
la empresa particular de determinados
colonos. Pero esto es precisamente el
fin, ya que se trata de sostener y de
aislar, como en una experiencia de
laboratorio, a un pretendido mundo
econmico que obedezca a leyes
rigurosas y est fundado, de hecho, en el
continuo aniquilamiento de los
superexplotados (en la negativa prctica
de tratarlos como sujetos de derecho,
cualquiera que sea el derecho). Este
mundo econmico que disimula
cuidadosamente a la superexplotacin y
que se presenta con la vaga apariencia
del liberalismo clsico, es sencillamente
el conjunto abstracto de las relaciones
competitivas o semicompetitivas de los
colonos entre s, directamente y por
intermedio de la metrpoli. Si
consideramos las cosas segn este punto
de vista (es decir, ignorando
deliberadamente el colonialismo como
sistema y la Historia como fundamento
de todo proceso humano), el aparato
represivo y los grupos de violencia
tienen que proteger la libertad de
producir, de vender y de comprar, luego
la posibilidad para cualquier colono de
ser arruinado en circunstancias definidas
y segn reglas de lo ms rigurosas. Y
por otra parte, esta economa abstracta y
falsa no es ms que el inters comn de
los colonos, es decir, que les permite
desarrollar sus antagonismos
individuales sin que estos conflictos
puedan ser aprovechados por los
superexplotados, que los padecen.
Vemos ahora que hay que distinguir tres
niveles en la colonizacin como
Historia en curso: el juego de llanas
apariencias que puede estudiar la Razn
econmica slo tiene inteligibilidad en
relacin con el sistema antidialctico de
la superexplotacin. Pero ste a su vez
no es inteligible si no se empieza por
ver en l el producto de un trabajo
humano que lo ha forjado y que no deja
de controlarlo. Y, a diferencia de la
herramienta forjada, de la materia
trabajada, no introduce l mismo la
alteridad y la recurrencia entre los
grupos que vigilan su desarrollo
autnomo: se realiza, en efecto, como
conjunto complejo de uniones entre
series (superexplotadores y
superexplotados, unin entre los
primeros sobre la base de sus relaciones
con los segundos, e inversamente,
uniones con los importadores y los
exportadores de la metrpoli, etc.); pero
los grupos que aseguran su
funcionamiento estn unidos por
relaciones de interioridad que nacen
de sus tareas prcticas y en
consecuencia no podran ser
sealizados por su mediacin[275].
Queda, pues, perfectamente claro, aqu,
que la superexplotacin como proceso
prctico-inerte no es ms que la
opresin como praxis histrica que se
realiza, se determina y se controla en el
medio de la actividad pasiva.
b) Esto nos lleva a hacer una
segunda observacin: las relaciones de
los grupos opresores entre s son
siempre las condiciones condicionadas
de las serialidades de serie, es decir, de
las reuniones inertes de los ocupantes.
Hay que sealar, en efecto, que tratan de
alcanzar determinado objetivo comn a
travs de las diversas prcticas, y segn
las diferentes apreciaciones de la
situacin. Sus racismos aunque se
fundan todos igualmente en la
subhumanidad del musulmn son a
pesar de todo divergentes. El
extremismo de los unos que nace de la
funcin asumida puede oponerse a la
moderacin aparente de los otros (de los
oficiales o de determinados oficiales)
que, fuera de los perodos de disturbio y
de represin, se produce como fuerza
tranquila que se muestra para no tener
que servirse de ella. Por otra parte, los
oficiales no son necesariamente
coloniales; aunque lo fuesen, no
estaran necesariamente unidos a tal o
cual colonia. En fin, son funcionarios de
la metrpoli, y no de los terratenientes o
de los comerciantes establecidos en
tierra de frica[276].
Pero hay que sealar precisamente
que el ejrcito de frica es la violencia
de los colonos y que los colonos son
para el ejrcito la legitimidad de esta
violencia. Hay que observar tambin
que el conjunto de los explotadores
coloniales comprende todas las
categoras sociales y que estn todos
unidos (desde el obrero francs hasta el
presidente del tribunal o el arrendatario
agrcola) por el mismo privilegio, que
comparte el militar con ellos: estn
mejor pagados que en Francia, y su
relativa comodidad est fundada en la
miseria de los musulmanes. La unidad
de todos los grupos de colonos (desde
los grupos fortuitos y efmeros hasta los
grupos constitucionales) est, pues,
condicionada por el clima de la colonia,
es decir, por el Ser-Otro de las series.
En qu medida es susceptible el
Ser-Otro de disolverse en grupos en
fusin? En qu medida es, por el
contrario, de una rigidez y de una
pasividad insuperables? Se puede
imaginar la gama de los intermediarios:
a cada momento corresponde una
relacin diferente entre las comunidades
prcticas: oposicin y tensin
aflojamiento, coexistencia casi serial,
unidad de integracin ms o menos
avanzada. Pero el ser de la serie se
define, en el mundo de la violencia,
sobre la base de su relacin de
reciprocidad antagnica con las masas
que oprime. Esta relacin, en efecto, en
tanto que antagonismo real, no se
reduce en absoluto al conjunto prctico-
inerte del proceso de explotacin; sin
embargo no se puede considerar como
una autntica praxis recproca de
combate, ya que se oponen unas series
an paralizadas por la alteridad. Se
trata, en verdad, de una tensin que es a
la vez inmediatamente revelable y sin
embargo imposible de determinar, que
se descubre como significacin comn
de acciones recprocas individuales.
Esta significacin comn no es sin
embargo directamente realizable,
porque no remite por s misma a ninguna
comunidad de la cual formen parte a
ttulo de individuo comn uno u otro de
los agentes. Se trata ms bien de
acciones que comportan en s mismas y
en su estricta singularidad una negacin
de la serialidad; parece que no pueden
ser cumplidas si no es sobre la base de
un acuerdo previo o de una contrasea;
pero la experiencia particular en la cual
se producen no permite relacionarlas
con un grupo organizado. De hecho,
estas reacciones no superan en general
el nivel de atomizacin o de la serie,
pero testimonian un cambio en el
interior de los lazos de la serialidad,
sacando cada uno, por ejemplo, la fuerza
de su clera de la que presta al otro
oprimido y a todos los otros, como
ocurre, por ejemplo, al da siguiente de
la profanacin de una mezquita por
soldados borrachos o de una pelea entre
militares y musulmanes que haya
causado vctimas entre stos. El
empleador[277], ese da, est inquieto;
las conductas de sus empleados (o de su
empleado) le parecen un signo; su
inquietud se convertir rpidamente en
violencia: y este paso de la inquietud a
la voluntad represiva es an una
conducta de alteridad. Slo que es a
partir de estas reacciones, cada una de
las cuales apuntala su violencia sobre la
del Otro, cmo grupos insurreccionales
o punitivos pueden constituirse en la
serie misma. En efecto, la reaccin
serial de cada uno es, confundiendo a
comunidad y serie, interpretar la
conducta del antagnico como una
praxis de grupo del cual sera ste el
individuo comn; esta posicin induce
en cada serie al grupo como unidad
negativa, es decir, como nico medio de
luchar contra los grupos escondidos en
el Otro. Naturalmente, es el conjunto de
las condiciones el que decidir la
liquidacin de la serialidad aqu o all;
lo que es seguro es que la liquidacin,
tenga lugar ya en uno u otro lugar,
suscita en el acto una liquidacin de la
misma naturaleza en el adversario. Los
grupos de presin, de violencia y de
institucin, en su relacin de
reciprocidad y de mediacin recproca,
dan, pues, el ndice riguroso de la
determinacin recproca, por encima del
proceso, del colono y del colonizado, es
decir, del ndice de la violencia.
Pero cuanto ms crece la tensin,
ms se estrecha la unidad de estos
grupos heterogneos, hasta el punto de
que se vuelve realmente unidad de
accin. En este momento esta praxis
sincrnica y pluridimensional se vuelve
realmente la praxis del grupo
colonialista. Vuelve a tomar y reasume
en ella para disolverlas dos
determinaciones seriales: 1.) Su
violencia deliberada no puede quedar
por debajo de la que manifiestan
cotidianamente los superexplotadores en
su relacin con los explotados y que
constituye lo que podra llamarse un
lazo de interioridad inerte entre las dos
serialidades. La violencia serial se
disuelve con la serialidad en violencia
mnima como primera determinacin de
la praxis. 2.) El grupo vuelve a tomar
en s, como proyecto propio, la
violencia serial en ese momento preciso
de la historia colonial, hace de l su
cohesin y la orientacin de su praxis
(el pnico que se vuelve locura serial de
linchamiento, ser contenido en los
Otros, por las fuerzas del ejrcito y se
volver, en el grupo militar, bajo formas
institucionales sanciones que se tienen
que tomar, etctera el lmite superior
de su accin represiva).
De esta manera, la serialidad de los
colonos no est disuelta en otro lugar:
cada uno sigue siendo el Otro, estancado
en su impotente clera; por el contrario,
el conjunto de los grupos (desde el
ejrcito y los cuerpos constituidos hasta
los grupos de violencia) mantiene la
inercia serial de los Otros (son los
individuos pasivos que se tienen que
defender y su defensa exige que se los
acantone en su pasividad). Pero, como
consecuencia, la unidad prctica de los
cuerpos constituidos y de las
organizaciones se vuelve, en su
temporalizacin, la colonia misma,
como opresin y violencia represiva. El
aparato transforma a la violencia de
fuga y de pnico en proyecto sinttico y
soberano de restablecer el orden por la
violencia; en las violencias represivas
del aparato, el Otro reconoce a las suyas
en tanto que Otras, encuentra el
linchamiento ciego como significacin
serial de la ejecucin sumaria. Queda
exterior a la fuerza armada que lo
prohbe; pero en la dimensin del Otro,
se vuelve unidad de cada uno y de todos
los Otros, en tanto que sntesis otra
(otro modo del Ser); se vuelve la
actividad de todos los Otros, como otra
faz de su pasividad. La violencia inerte
como frecuentativo y como unin
fechada del colono con el colonizado se
reconoce pues, como soberana en la
prctica represiva; y sta, legitimada
por la necesidad de defender a los
Otros, entrega a la violencia-proceso su
estatuto primero de operacin. Pero,
para terminar, si la violencia se vuelve
praxis de opresin, es que siempre lo ha
sido: los primeros grupos de
colonizados que suscitan las prcticas
represivas han aparecido a su vez por un
deterioro de su situacin agravado da
tras da; y este deterioro slo puede
tener lugar si se mantiene por fuerza su
no-ser molecular en el marco de un statu
quo poltico y econmico mientras el
aumento demogrfico degrada
constantemente su nivel de vida. Lo
imposible como realidad negativa de su
condicin est producido: es el exilio
molecular en la frontera de la vida y de
la muerte. Un solo escape: oponer a la
negacin total la negacin total, a la
violencia una violencia igual; negar la
dispersin y la atomizacin por una
unidad primero negativa cuyo contenido
se determine en el combate: la negacin
argelina, por su carcter de violencia
desesperada, no es, pues, ms que la
asuncin de la desesperacin en la que
el colono mantena al colonizado; toda
su violencia es negacin de lo
imposible; y la imposibilidad de vivir
es el resultado inmediato de la opresin:
es necesario que el argelino viva porque
el colono necesita un subproletariado,
pero es necesario que viva en el lmite
de la imposibilidad de vivir, ya que los
salarios tienen que estar lo ms cerca
posible de cero. La violencia del
insurgente es la violencia del colono;
nunca ha habido otra. La lucha del
oprimido y del opresor se vuelve, para
acabar, la interiorizacin recproca de
una misma opresin: el objeto primero
de la opresin, al interiorizarlo y al
encontrar en ello la fuente negativa de su
unidad, se vuelve terrible para el
opresor que reconoce en la violencia
insurreccional su propia violencia
opresiva como fuerza enemiga que lo
toma a su vez como objeto. Y contra su
violencia como Otra, crea una contra-
violencia, que no es ms que su
opresin pero hecha represiva, es decir,
reactualizada y tratando de superar a la
violencia del Otro, o a su propia
violencia en el Otro. Hemos mostrado
as, en el ejemplo simple de la
colonizacin, que la relacin de los
opresores y de los oprimidos era de uno
a otro extremo una lucha y que es esta
ludia como doble praxis recproca la
que aseguraba por lo menos hasta la
fase insurreccional el desarrollo
riguroso del proceso de explotacin.
Pero no dejar de hacrseme
observar que he elegido el caso ms
favorable: aqul en que la explotacin
es superexplotacin y en que va
necesariamente acompaada de
conquista y de opresin. El hecho mismo
de conquistar supone una lucha militar.
Sin duda se me dir que he encontrado
al final de mi investigacin lo que haba
tomado el cuidado de poner al principio.
La verdad es que he querido estudiar la
prctica y el sistema del colonialismo
para hacer entender con un ejemplo
simple la importancia que puede tener el
que sustituya a la Historia por sus
interpretaciones economistas y
sociolgicas, es decir, de una manera
general, por todos los determinismos.
He querido esbozar, por primera vez
desde el principio de esta experiencia,
la primera descripcin de las estructuras
formales de lo concreto. He querido
mostrar, finalmente, que no se puede
jugar con las palabras precisas y
autnticas de praxis o de lucha. O hay
un total equvoco, y entonces praxis
significa nada ms que proceso, y
lucha doble enajenacin contraria de
dos serialidades en lo prctico-inerte;
en tal caso todo est definitivamente
oscurecido: ni la accin ni la Historia
tienen sentido y las palabras no quieren
decir ya nada. O se devuelven sus
significaciones al discurso y se define a
la praxis como proyecto organizador
que supere las condiciones materiales
hacia un fin e inscribindose por el
trabajo en la materia inorgnica como
modificacin del campo prctico y
reunificacin de los medios para
alcanzar el fin. Es necesario entonces
que la palabra lucha de clases tome su
pleno sentido; dicho de otra manera,
incluso cuando se trata de un desarrollo
econmico en el interior de un mismo
pas, incluso cuando la constitucin
progresiva del proletariado se hace a
partir de las capas ms miserables de la
clase campesina, incluso cuando el
obrero vende libremente su fuerza de
trabajo, es necesario que la explotacin
sea inseparable de la opresin, como la
serialidad de la clase burguesa es
inseparabie de los aparatos prcticos
que se han dado. El economismo es
falso porque hace de la explotacin
determinado resultado y solamente eso,
cuando ese resultado no puede
mantenerse ni el proceso del capital
desarrollarse si no estn sostenidos por
el proyecto de explotar. Y entiendo que
es el capital el que se expresa por boca
de los capitalistas y el que los produce
como proyectos de explotar
incondicionalmente. Pero inversamente,
son los capitalistas los que sostienen y
producen el capital y los que desarrollan
la industria y el sistema del crdito por
su proyecto de explotar para realizar un
beneficio. Hemos encontrado esta
circularidad por todas partes. An la
volveremos a encontrar. Tenemos que
recordar su movimiento para
comprender el lazo del proceso y de la
praxis. Pronto nos preguntaremos qu
tipo de inteligibilidad puede tener este
ser bicfalo que se llama lucha, sobre
todo cuando no se trata de un combate
singular sino de una contradiccin
prctica que desgarra a cada nacin y al
universo. Pero ante todo hay que volver
sobre esta nocin de lucha de clases:
si es estructura prctico-inerte
(reciprocidad pasiva y contradictoria de
condicionamiento) e incluso si es exis,
el orden humano es rigurosamente
comparable al orden molecular, la nica
Razn histrica es la Razn positiva, es
decir, la que plantea la inteligibilidad de
la Historia como hecho especfico. Pero,
si por otra parte, es praxis de punta a
punta, todo el universo humano se
desvanece en un idealismo de tipo
hegeliano. Para salir de dudas, tratemos
de utilizar todos los descubrimientos
que nos ha hecho hacer nuestra
experiencia, en todos los niveles de
complejidad formal.
El descubrimiento que hemos
podido hacer durante la experiencia
dialctica pero, digamos todo, es
siquiera un descubrimiento?; no es la
inmediata comprensin de toda praxis
(individual y comn) por todo agente
(interior a la praxis o transcendente)?
es que nos ha entregado a niveles
diferentes esta doble caracterstica de
las relaciones humanas: fuera de las
determinaciones de socialidad, como
simple relacin entre individuos reales
pero abstractos, son inmediatamente
recprocas. Y esta reciprocidad
mediada por el tercero y luego por el
grupo ser la estructura original de
las comunidades. Pero por otra parte, la
reciprocidad no es ni contemplativa ni
afectiva. O ms bien afeccin y
contemplacin son las caractersticas
prcticas de determinadas conductas en
determinadas circunstancias definidas.
La reciprocidad es praxis con doble (o
mltiple) epicentro. Puede ser positiva o
negativa. Resulta claro que su signo
algebraico se define a partir de las
circunstancias anteriores y de las
condiciones materiales que determinan
el campo prctico. Y sabemos que el
conjunto de los condicionamientos de la
reciprocidad antagnica se funda en lo
abstracto en la relacin de la
multiplicidad de los hombres en el
campo de accin, es decir, en la rareza.
Hemos visto tambin que la rareza como
amenaza de muerte produca a cada
individuo de una multiplicidad como un
riesgo de muerte para el Otro. La
contingencia de la rareza (es decir, el
hecho de que las relaciones de
abundancia inmediatas entre otros
organismos prcticos y otros medios no
son a priori inconcebibles) est
reinteriorizada en la contingencia de
nuestra realidad de hombre. Un hombre
es un organismo prctico que vive con
una multiplicidad de semejantes en un
campo de rareza. Pero esta rareza como
fuerza negativa define a cada hombre y a
cada multiplicidad parcial, en la
conmutatividad, como realidades
humanas e inhumanas a la vez; por
ejemplo, cada individuo en tanto que
corre el riesgo de consumir un producto
de primera necesidad para m (y para
todos los Otros), se vuelve excedente:
amenaza mi vida en la medida en que es
mi semejante; se vuelve, pues, inhumano
en tanto que hombre, mi especie se me
aparece como una especie extraa. Pero,
en la reciprocidad y la conmutatividad,
descubro en el campo de mis posibles la
posibilidad de ser yo mismo
objetivamente producido por los Otros
como objeto excedente o como
inhumanidad de humano. Hemos
indicado que la determinacin primera
de la moral era el maniquesmo: lo que
hay que destruir en l es la praxis
comprensible y amenazadora del Otro.
Pero esta praxis se manifiesta, como
organizacin dialctica de medios para
saciar la necesidad, como libre
desarrollo de la accin en el Otro. Y
sabemos que es esta libertad la que
tenemos que destruir, en tanto que mi
libertad en el Otro, para escapar al
riesgo de muerte que es la relacin
original de los hombres por la
mediacin de la materia. Dicho de otra
manera, la interiorizacin de la rareza
como relacin mortal del hombre con el
hombre est operada a su vez por una
libre superacin dialctica de las
condiciones materiales y, en esa
superacin misma, la libertad se
manifiesta como organizacin prctica
del campo y como aprehendindose en
el Otro como libertad otra o antipraxis y
antivalor que se tiene que destruir. En el
estadio ms elemental del struggle for
life, no son unos ciegos instintos los que
se oponen a travs de los hombres, son
estructuras complejas, superaciones de
condiciones materiales por una praxis
que funda una moral y persigue la
destruccin del Otro, no como simple
objeto amenazador, sino libertad
reconocida y condenada hasta en su raz.
Esto precisamente es lo que llamamos
violencia, porque la nica violencia
concebible es la de la libertad sobre la
libertad por la mediacin de la materia
inorgnica. Hemos visto, en efecto, que
puede revestir dos aspectos: la libre
praxis puede destruir directamente la
libertad del Otro o ponerla entre
parntesis (mistificacin, estratagema)
por el instrumento material o puede
actuar contra la necesidad (de la
enajenacin), es decir, ejercerse contra
la libertad como Fraternidad-Terror. La
violencia es, pues, en todo caso,
reconocimiento recproco de la libertad
y negacin (recproca o unvoca) de sta
por intermedio de la inercia de
exterioridad. El hombre es violento
en toda la Historia y hasta este da
(hasta la supresin de la rareza si tiene
lugar y si esta supresin se produce en
determinadas circunstancias) contra
el contra-hombre (es decir, contra
cualquier otro hombre) y contra su
Hermano en tanto que ste tiene la
permanente posibilidad de volverse l
mismo un contra-hombre. Y esta
violencia, contrariamente a lo que
siempre se pretende, envuelve un
conocimiento prctico de s misma, ya
que se determina por su objeto, es decir,
como libertad de aniquilar a la libertad.
Se llama terror cuando define el lazo de
la fraternidad; tiene el nombre de
opresin cuando se ejerce sobre uno o
varios individuos y les impone un
estatuto insuperable en funcin de la
rareza: en todas partes[278] el estatuto
est abstractamente constituido por las
mismas determinaciones prcticas; ante
la rareza de alimentos y la rareza de la
mano de obra, determinados grupos
deciden constituir con otros individuos u
otros grupos una comunidad que ser
definida a la vez por la obligacin de
ejecutar un sobre-trabajo y por la
necesidad de reducirse a un subconsumo
regulado.
Ahora bien, esta opresin se
constituye como praxis consciente de s
y de su objeto: pase o no pase el hecho
en silencio, define a la multiplicidad de
los trabajadores en excedente no a pesar
de su realidad de libres organismos
prcticos, sino a causa de ella. El
esclavo, el artesano, el obrero
calificado, el O. E., son producidos, sin
duda, por el modo de produccin. Pero
son producidos precisamente como la
parte ms o menos considerable de libre
control, de libre direccin o de libre
vigilancia que tiene que colmar la
separacin entre el ser-instrumental y el
hombre. Ha ocurrido, desde luego, que
el hombre sustituya al animal en un
trabajo que el animal poda hacer (los
cargadores de oro en los senderos que
atravesaban en el siglo XVI el istmo de
Panam). Pero este nuevo reparto de las
tareas est constreido, es consciente de
s y eleccin deliberada sobre un fondo
de rareza: el mismo que trabajaba ayer
como un hombre es designado por los
dirigentes o los responsables para
hacerse libremente inferior al hombre.
Porque el constreimiento no suprime la
libertad (salvo liquidando a los
oprimidos); hace de ella su cmplice no
dejndole ms recurso que la
obediencia.
Estas consideraciones no trataban de
hacer de la opresin el origen histrico
directo de la divisin en clases y de la
explotacin. Ni mucho menos. Y
reconocemos, por el contrario, porque
es evidente, que el campo prctico-
inerte de la explotacin se constituye, a
travs de las contra-finalidades y por la
mediacin de la materia trabajada, como
sntesis pasiva de relaciones seriales.
Ya se trate de la esclavitud como
institucin o de las consecuencias de la
divisin del trabajo, es imposible
considerar el desarrollo material,"
tcnico, demogrfico, etc., de una
sociedad dada como la objetivacin de
una libre praxis de individuo o de
grupo. No hay duda como dice Engels
de que el esclavo aparece en el
momento en que el desarrollo de las
tcnicas de la agricultura lo hace
posible y necesario, es decir, que la
institucin no responde a la exigencia
prctico-inerte de un campo de
actividad pasiva ya constituido. No hay
duda tampoco, aunque Engels sea muy
simplista sobre este punto, de que la
explotacin, con sus mltiples formas
histricas, sea fundamentalmente un
proceso que corresponde a la
diferenciacin de las funciones, es decir,
finalmente, a la evolucin del modo de
produccin. En los comienzos del
complejo hierro-carbn, la utilizacin
del carbn como combustible determina
desde el exterior y como exigencia otra
(es decir, como variable
independiente[279]) la transformacin del
sistema de extraccin de las minas; es
ella, como proceso serial (y que se
propaga por el antagonismo
competitivo lateral, luego por alteridad
y no por decisin comn), la que
produce en medio siglo a los
propietarios de minas como capitalistas
mayores, poseedores de una industria-
clave, es ella la que les obliga como
hemos visto a introducir la bomba de
vapor para sustituir a los animales de
carga y a los hombres. Descubrimientos
cientficos, inventos tcnicos
propagados en el acto, una clientela
como serialidad: no hace falta ms para
que la mina se revele como fabulosa
herencia y poseda por uno solo, para
que las primeras mquinas aparezcan en
ella, transtornando las tcnicas e
imponiendo tanto al capitalista como al
obrero un conjunto de exigencias y de
obligaciones, para que la necesidad de
mano de obra multiplique a los
trabajadores manuales y para que la
contradiccin que es la fuente del
capital se constituya en la serialidad:
por un lado, el patrono, propietario de la
mina y de las mquinas cuyo inters
consiste en bajar los costos sin cesar, en
aumentar el rendimiento y tambin los
beneficios; por otro lado, el antiguo
campesino desarraigado, que no tiene
ningn derecho sobre el producto de su
trabajo y que percibe, en forma de
salario, el mnimo necesario para su
sustento. Y en la medida en que el
personal de la mina es serializado por
antagonismos competitivos que induce
el conjunto de las condiciones
materiales, el patrn se encuentra
lanzado a una competencia igualmente
serial, ya que su nuevo poder le
descubre de pronto, a cientos, a miles de
kilmetros, otros competidores cuyo
poder es reciente tambin y que ha
acercado a l bruscamente la
transformacin tcnica y econmica.
Nadie puede dudar, en consecuencia,
del carcter prctico-inerte del proceso
de explotacin. Pero no es eso lo que
nos interesa de momento. Lo que para
nosotros cuenta es que este proceso se
establece sobre un fondo de rareza
(rareza del carbn para los
peticionarios, agotamiento demasiado
rpido de las galeras de minas que
obligan al vendedor a cavar nuevas
galeras, rareza del tiempo que obliga a
utilizar las bombas de vapor) y por unos
hombres (es decir, por organizaciones
prcticas que han interiorizado y
reasumido la rareza en forma de
violencia maniquea). Al propietario de
minas la transformacin le llega de
fuera, pero es necesario que la
interiorice y que la realice
prcticamente con la transformacin de
su mina y de las tcnicas de extraccin,
lo que implica una reorganizacin de la
mano de obra. Ahora bien, esta praxis
es precisamente la de un ser de
violencia; lo que significa que su libre
respuesta a las exigencias de la
situacin no puede realizarse sino en
forma de opresin. Cuando hablo de
libre-praxis, no entiendo que tenga la
posibilidad concreta de rechazar las
transformaciones exigidas; slo quiero
decir que estas transformaciones
impuestas se objetivarn en la mina por
una apropiacin calculada de los medios
con el fin y por un conjunto de conductas
dialcticamente organizadas que tomen a
la mina, los competidores, las
exigencias del mercado, etc., como
campo prctico. Y cuando insisto en la
rareza, en el momento mismo en que
nuestro hombre est transformado en
heredero fabuloso, tampoco quiero decir
que quede en ese estadio en que el
hambre y la muerte amenazan a cada
individuo; la rareza se expresa aqu con
trminos de temporalizacin por la
urgencia: la dispersin, la pobreza de
medios, la resistencia de la materia
constituyen frenos, pueden disminuir una
produccin que las exigencias de la
demanda tienen que acelerar
considerablemente. Para este heredero,
la rareza es la posibilidad de no ser
puesto en posesin de su herencia a
menos que su campo de accin se
reorganice lo ms rpidamente posible.
En este sentido, toda actividad
antagonista de Otro (de la fuerza de
inercia a la resistencia activa) que
corra el riesgo de aumentar los frenos se
manifiesta como praxis de un contra-
hombre. Sin duda se tendra razn si se
dijese que el ser-de-clase del obrero
(este indigente, proletario futuro, an
errante por los caminos o a quien an
aumenta la comunidad de su pueblo) est
ya producido por la mina, como el del
colonizado por el sistema colonial;
tambin es verdad que, de la misma
manera que el racismo es constitucin
pasiva en la cosa antes de ser ideologa,
cierta idea de clase est producida por
los cambios tcnicos. Esta idea, por lo
dems, no es nada ms que el ser-de-
clase en tanto que ser conocido y
superado por el propietario conocido,
asumido y negado por la clase
trabajadora. Pero, precisamente, este
ser-de-clase no puede ser aceptado y
realizado por la praxis del industrial
salvo si el obrero es un representante de
la especie-otra, un contra-hombre. Es
perfectamente absurdo que se pretenda
liquidar la cuestin hablando de
egosmo o declarando que el patrono
persigue su inters ciegamente.
Porque el inters como-ser-fuera-de-
s-en-la-fbrica se constituye en y por
las transformaciones en curso; en las
generaciones siguientes preexistir en el
futuro heredero de la mina o de la
fbrica como determinacin de su ser-
burgus. En cuanto al egosmo, es una
palabra vaca de sentido; ante todo slo
parecera tener un significado en la
hiptesis del atomismo social
absoluto (creacin de la Razn analtica
en tiempos de Condillac); despus y en
cualquier caso, aqu no puede explicar
nada: en efecto, no es verdad que el
patrono no se preocupe por sus obreros
o por su situacin; por el contrario, se
preocupa constantemente, ya que no deja
de tomar precauciones contra los robos,
sabotajes, huelgas y otros disturbios
sociales.
Hay que sealar, en efecto, que la
prctica del contrato de trabajo
libremente consentido por las dos
partes y caracterstico de la era
industrial, plantea como principio
absoluto la libertad del trabajador. La
reciprocidad contractual va ms lejos,
ya que por lo menos formalmente
cada libertad est garantizada por la del
Otro, lo que supone que el patrono
pretende encontrar en el obrero una
libertad igual a la suya. Y, con otras
palabras, que le reconoce como
miembro de la especie-humana. La
diferencia con el racismo parece al
principio considerable, ya que la
superexplotacin colonial se funda en la
subhumanidad del colonizado. La
contradiccin proviene en el caso del
racismo del hecho de que el colono se
ve obligado a utilizar para actividades
propiamente humanas al subhombre
que oprime en tanto que tal. La del
capitalismo en sus principios es que el
patrono, bajo esta reciprocidad
proclamada, trata al obrero como a un
enemigo: bajo el libre contrato se
disimula en esta poca una autntica
empresa de trabajos forzados; se recluta
obligando, se impone una disciplina de
hierro, se protege ejercindose un
chantaje continuo, y muchas veces por
medio de operaciones represivas. Es,
pues, a la vez, reconocer que el obrero
es un libre trabajador e introducirle por
constreimiento en un sistema en el que
se reconoce tambin que ser rebajado
a la categora de subhombre; y, al mismo
tiempo, la aspereza que se manifiesta en
las medidas preventivas o represivas
atestigua que se le condena por
adelantado por toda posible veleidad
de rebelin, cuando parece haberse
constreido por s mismo a encontrar
sus protestas legtimas. Estamos lejos
del egosmo o de esta dureza que se
ha reprochado a los capitalistas de la
era paleo-tcnica, como si su barbarie
hubiese sido enterrada con ellos. No se
trata de un rasgo de carcter, sino de un
odio de clase que precedi en los
patronos ingleses al verdadero
desarrollo de la clase obrera. En esta
libertad que quieren utilizar (y engaar)
en el momento del contrato de trabajo
para encadenarla despus y aplastarla
bajo las obligaciones, tienen que ver la
libertad-para-el-mal del contra-hombre
o tienen que descubrir el Mal y lo
Inhumano en su propia praxis, cosa que
odian ante todo en el hombre que van a
constituir en subhombre, es esta libertad
la que les definir a ellos mismos como
contra-hombres; y este odio es prctico:
trata de suprimir esta libertad del Otro
constituyndola prcticamente como
libertad mala o libertad de impotencia.
Pero, por otra parte, les es imposible
liquidarla (por un constreimiento fsico
constante o por exterminacin) y tratar a
estos hombres como animales: el
proceso de enajenacin exige que el
obrero sea considerado en su libertad en
el momento del contrato para reducirse
despus a mercanca. El hombre se
vuelve, pues, mercanca libremente: se
vende. Y esta libertad es absolutamente
necesaria, no en el plano superficial del
derecho de la sociedad cvica, sino ms
profundamente, porque es ella la que
ordena el rendimiento. El esclavo,
siempre alimentado y siempre tan mal
alimentado, no une rigurosamente su
necesidad y su trabajo para el amo.
Desde luego que trabaja para ser
alimentado, para evitar los golpes, pero
la relacin cuantitativa entre su
rendimiento y la satisfaccin de sus
necesidades queda indeterminada: hace
justo lo bastante para evitar los
castigos o la inanicin. La libertad del
trabajo, por el contrario, se encuentra
despus del contrato, como su
consecuencia, hasta en el hombre-
mercanca, en la medida en que slo su
libre esfuerzo (libre en relacin con los
constreimientos fsicos pero
estrechamente condicionado por sus
necesidades y la situacin) puede
aumentar su rendimiento. En un sistema
cuantitativo rigurosamente definido, su
salario depender del aumento de su
produccin[280].
La exigencia de la produccin
industrial es necesariamente la libertad
del trabajador manual; con otras
palabras, su humanidad. Pero es
tambin, necesariamente, la exclusin de
esta libertad, en tanto que la actividad
de cada uno, enajenada, tragada en el
campo prctico-inerte, se vuelve
proceso: en efecto, podra constituirse a
travs del grupo como negacin violenta
de la enajenacin. Esta posibilidad est
dada a priori incluso cuando las
condiciones histricas de una toma de
conciencia no estn reunidas por la
simple dialctica formal que siempre y
en todas partes produce el grupo como
negacin constituida a partir de la
praxis constituyente y de su enajecin.
En este nivel y desde los primeros
tiempos de la revolucin industrial, el
proletariado es el enemigo en tanto que
estas resistencias estn producidas en el
seno de la empresa patronal como un
freno de la libertad soberana del
proletario por la libertad otra del
asalariado. La increble ferocidad de los
propietarios ingleses, la ley sobre los
pobres y el trabajo libremente forzado
que resulta de ello expresan un anticipo
de odio. Ese despilfarro de vidas
humanas, tan sorprendente para nosotros
(aun cuando slo fuera segn el punto de
vista econmico), pero que corresponde
al despilfarro universal de la poca
hierro-carbn, es como una
exterminacin limitada, que se realiza
contra la especie humana en la medida
en que crea inmediatamente una crisis de
la mano de obra. Y no hablo slo de las
pretendidas leyes de hierro de la
economa clsica, sino de prcticas
realmente despilfarradoras, unas
negativas, como ese rechazo sistemtico
de volver a quemar los humos txicos,
otras positivas, como la utilizacin de
los nios (que tena como resultado
visible liquidarlos en dos o tres aos y
hacer desaparecer con ellos a los futuros
obreros). En la medida en que, como
dice justamente Sauvy, una sociedad
decide sobre sus muertos, es solamente
al deseo de exterminar a quien se puede
atribuir la extraordinaria indiferencia
que la sociedad del siglo XIX muestra
por la mortalidad que produce y que
mantiene en las poblaciones
trabajadoras. De hecho, se trata de
doblegar las resistencias por el temor
del despido y de la falta de trabajo; y
para que la falta de trabajo se vuelva
realmente amenazadora es necesario que
signifique pura y simplemente el riesgo
de muerte (para el obrero y para su
familia).
Por otra parte, las prcticas
represivas que tienen lugar en el interior
de la fbrica (en particular cosa
frecuente en las fbricas inglesas, la
prohibicin de hablar con el vecino bajo
pena de despido), subrayan netamente
que el patrono considera ya al obrero
como un rebelde; es decir, que ya tiene
conciencia de manejarle contratndolo
en condiciones intolerables. Un abogado
colonialista deca recientemente delante
de m: Hemos cometido demasiadas
faltas imperdonables, demasiadas
crueldades, demasiados crmenes, para
esperar que los rabes se reconcilien
con nosotros y que nos quieran; slo
queda una solucin: el terror. ste era
exactamente el estado de espritu del
patrono ingls de fines del siglo XVIII y
de la primera mitad del XIX; con la
diferencia de que la constitucin del
proletariado ingls es un terror
preventivo. Hemos visto Un signo de
esta actitud en el hecho de que la
mecanizacin se les presenta a muchos
como un medio de intimidar a las masas.
Y sin duda que no es ante todo ni sobre
todo eso: permite sobre todo que se
reduzcan los costos y que se aumente la
produccin. Pero en la consecuencia
prctico-inerte de la mecanizacin
(reducir los costos), los patronos
actualizan en seguida la componente
prctica y humana: la desocupacin
tecnolgica en tanto que constituye una
masa siempre disponible que hace sentir
a cada individuo su calidad de
sustituible, es decir, la impotencia de su
libertad.
Vemos as que el proceso de
industrializacin en su primera frase, en
tanto que lo realizan patronos
individuales o grupos de presin o el
Estado, se manifiesta en Inglaterra como
praxis de opresin sistemtica. Y es una
total equivocacin interpretar la
crueldad inglesa como indiferencia,
ceguera o desprecio: en realidad se trata
de una opresin deliberadamente
cumplida. Si hablamos, en efecto, de la
indiferencia o de la ceguera, en
circunstancias como stas, volvemos a
creer que la explotacin es puro proceso
y que los explotadores, sus productos,
estn enteramente separados de los
explotados, sus otros productos, por una
simple privacin-inerte. Lo malo de
algunos tericos marxistas consiste, en
efecto, en mostrar el proceso prctico-
inerte en tanto que produce a los obreros
en relacin con su condicin de
productores asalariados y, a travs de
ella, en relacin con la clase patronal en
su realidad histrica, o bien en tanto que
produce a los capitalistas por la
evolucin misma del capital y, a travs
de sta, en relacin con las
determinaciones contemporneas de la
clase trabajadora, pero sin mencionar
nunca, salvo, tal vez, a ttulo de
epifenmeno, a la accin real de los
primeros sobre los segundos y de los
segundos sobre los primeros. Pero
precisamente el patrono no recibe las
determinaciones que le pueden llegar de
la clase obrera a travs de la nica
realidad prctico-inerte, ni los obreros
las determinaciones que les llegan de
los patronos. No se trata de dos modos
paralelos sino de signos opuestos cuya
sustancia sera la unidad y que no se
comunicaran entre ellos sino por ella;
de hecho, el sistema prctico-inerte se
realiza en tanto que sistema del otro por
operaciones reales de los patronos
sobre los obreros y de los obreros sobre
los patronos. Es precisamente en este
nivel donde tenemos que comprender
cmo el proceso de explotacin, desde
un principio y en cuanto se plantea, es
una prctica de opresin enajenada y
serializada.
La sociedad capitalista se
caracteriza por la no-organizacin
metdica de la produccin (incluso si
trusts, combinats o planificaciones
parciales intervienen en el curso de su
desarrollo). Considerando las cosas en
la forma de la racionalidad positivista,
podra decirse que el capital social no
es ms que la suma de innumerables
capitales individuales. Pero, en el nivel
de lo prctico-inerte, vemos en la
experiencia sea cual fuere la accin
individual de los capitales que el
movimiento general prosigue como una
unidad. Particularmente, el producto
total no es para el conjunto de los
capitalistas la suma de los productos de
la sociedad: para la clase en su
conjunto, es esencial que este producto
tenga una forma de uso determinada, es
decir, que contenga medios de
produccin para la renovacin del
proceso del trabajo y medios de
consumo (para los capitalistas y los
obreros); lo que supone necesariamente
que la reproduccin simple es
incompatible con la produccin
capitalista. El producto total de la
sociedad capitalista implica la
reproduccin ampliada, es decir, la
acumulacin o afectacin de una parte
creciente de la plusvala a funciones de
produccin.
Todo eso es verdad: la incoherencia
de las empresas individuales no es ms
que apariencia; su coherencia es
fundamental en tanto que contribuyen
todas al producto total. Pero lo que hay
que sealar bien es que esta coherencia
es serial. Segn este punto de vista, el
proceso capitalista es un colectivo. No
podra ser de otra manera, ya que,
precisamente, la produccin total difiere
por su organizacin comn de la
produccin no organizada. Plusvala,
acumulacin, mercados competitivos y
circulacin de las mercancas son
relaciones de alteridad. La mediacin,
en efecto, es el dinero que representan
los gastos imprevistos de la economa
privada y que produce como regulador
de su anarqua. Pero el dinero es la
materia-mediacin y es necesariamente
el Otro. La circulacin del dinero es la
serialidad reforzada. Ya hemos hecho
estas indicaciones, pero hay que volver
a ellas para recordar que el proceso del
capital tomado en su conjunto social no
es un todo sino una fuga y que el
lenguaje totalizador aqu no se puede
equivocar. La unidad del proceso est
precisamente siempre en el otro y la
acumulacin, en tanto que trata de
aumentar la parte del capital fijo a
expensas del capital variable, no tiene
ms fin que bajar los costos y aumentar
la produccin en un campo competitivo
totalmente polarizado por el otro. La
acumulacin, tomada en el nivel del
conjunto social y no del capitalismo
individual, es, pues, alteridad profunda
en su ser, en tanto que unidad indefinida
de la serialidad: es la falsa totalizacin
por pasaje al infinito de una triple
alteridad (fabricantes, consumidores,
productores). Pero precisamente por
eso, esta unidad recurrente nos remite al
capitalismo individual en tanto que
regula su praxis (enajenacin,
alteracin) y en tanto que esta praxis
sola sostiene esta regla y la produce. La
accin otra del fabricante llega a l
como otra en tanto que todo se define
por los otros: importar una mquina
porque el Otro lo ha hecho (el
competidor) o porque no lo ha hecho
todava, porque el Otro es
peticionador (el cliente como
serialidad), en un momento en que los
acontecimientos se inscriben como otros
en la coyuntura (expansin, retraccin,
etc.), es precisamente, para el fabricante
individual, acumular. Pero en la medida
en que esta accin le huye por sus
significaciones de alteridad, sigue
siendo su libre decisin organizada;
supone, en efecto, consultas de expertos
y de tcnicos, el establecimiento de un
plan de produccin, deliberaciones con
sus subordinados inmediatos,
decisiones, etc. Es, pues, una accin
directa con enajenacin marginal:
volver a descubrir su sentido serial
ms tarde, a travs del desarrollo de una
economa unida en alteridad, ya sea en
forma de exigencia aumentada (la
acumulacin exige su propio
crecimiento), ya sea, en caso de crisis,
en forma de destino; pero la operacin
supone en s misma una especulacin
sobre el otro por el pensamiento
prctico en tanto que otro; y este
pensamiento otro como sistema
relacional y objetivo de la alteridad
es utilizado (como una mquina de
calcular) por una praxis directa y
sinttica que lo manipula (como hemos
visto en diversos niveles de la
experiencia). En ese momento el
Pensamiento-Otro no es ms que un
medio que se supera hacia un resultado
directo: el beneficio, en tanto que este
resultado directo siga condicionado por
el Otro; y es esta praxis misma, a pesar
de su conocimiento reflejado de las
reglas de alteridad la que se enajenar
en el proceso serializado. El proceso es
este ser lateral y material que se
produce en la pasividad a partir de cada
praxis individual. Y precisamente el
patrono ejerce esta praxis individual
directamente sobre los obreros. Al
elegir importar la mquina o comprarla
en su propio pas, el industrial
contribuye en tanto que Otro a aumentar
la parte del capital social invertido en
los medios de produccin en relacin
con la que la sociedad entera invierte en
los salarios. Pero directamente, y en
tanto que es el propietario individual de
esta fbrica, provoca con su acto el
licenciamiento y la cesacin de trabajo
de determinado nmero de obreros, tal
vez su descalificacin, y la baja de
salarios de los que se queden. Y la
expresin provocar es impropia,
porque no se trata ms que de un
resultado inesperado de su acto, que en
cierta forma sera exterior al objetivo
perseguido: de hecho es el objetivo
mismo. Bajar los costos es reducir el
nmero de obreros. Con otras palabras,
compra sus mquinas directamente
contra los futuros desocupados; no,
como se ha dicho, sin preocuparse por
su suerte, sino, por el contrario,
preocupndose muy expresamente en la
medida en que cada patrono trataba de
constituir, por entonces, un proletariado
de recambio aumentando el nmero de
los desocupados. Esta accin es
jurdicamente irreprochable: en una
sociedad fundada sobre la propiedad
privada, el empleador es libre de no
renovar el contrato de trabajo (y tambin
lo es el obrero). En aquella poca
(primera mitad del siglo XIX) a los
patronos les preocupaba tanto la
legalidad que llegaban a hacer contratos
por un da. Pero profundamente, ms
all del atomismo liberal, el fabricante,
al retirar soberanamente la posibilidad
real y el poder social (el poder de
adquisicin como derecho unido al
cumplimiento de la funcin) a otros
libres organismos sociales, ejerce
contra ellos una violencia opresiva. Esta
violencia es hasta tal punto constitutiva
de su acto que es a la vez el medio, el
resultado, objetivo (parcial) y uno de
los fines inmediatos: la angustia de los
que se van intimida directamente a los
que se quedan. En la escala de la
sociedad (es decir, de una nacin o de
varias naciones o del mundo, segn el
movimiento considerado), cada
operacin de un capitalista particular
entra en la constitucin de un proceso
social no como libre aporte recproco
sino por el contrario en su transitividad,
es decir, en tanto que, determinada por
otros en-otro-lugar, su socialidad reside
en las determinaciones que lleva a otros
en-otro-lugar y en tanto que esta
transitividad le hunde necesariamente en
el anonimato es decir, en la alteridad
y no le hace encontrar descanso y
consistencia sino en el proceso como
realidad transfinita de la recurrencia,
tal y como esta realidad se descubre a la
praxis en el pasaje al lmite (ltima
operacin de la accin de recurrencia).
Y esta realidad transfinita no es
accesible slo para el historiador, ya
que, en cierta forma, y en la medida en
que toda praxis exige la racionalizacin
(esta racionalizacin histrica que
define a la praxis contempornea y se
define en ella), hay una relacin unvoca
de polarizacin entre el capitalista
individual y el capital social, entre la
prctica singular y el proceso de
conjunto, y esta relacin se produce en
la accin misma y por ella. Por lo
dems, la acumulacin como hecho de
empresa individual no tendra ningn
sentido y adems representara un riesgo
tomado por ignorancia (cmo saber si
la produccin social de los medios de
produccin y de consumo permitir que
esta acumulacin se mantenga, luego
crezca?) si la acumulacin no se
impusiese a cada fabricante y a todos
como la caracterstica esencial del
capital. No slo porque este crecimiento
local de la produccin exige el
crecimiento global, sino porque
contribuye a l necesariamente. Cuando
Marx dice que el capital se expresa por
boca del capitalista, hay que entenderlo
en el sentido en que la economa
prctica del capitalismo se constituye
como serialidad y se expresa como
determinado sistema serial de relaciones
polarizadas por una unidad de
transfinito. Pero el pensamiento
capitalista como clculo prctico del
fabricante, aunque los productores
intervengan en sus cuentas a ttulo de
mercanca y, como tales, de puras
cantidades, no existe ms que la praxis
capitalista (que comprende en ella el
clculo prctico como su propia luz) si
no es como enajenacin constante,
constantemente vivida e
instrumentalizada de una praxis
constituyente. La enajenacin est al
salir (en el mundo capitalista, dada
siempre y para todos como ya ah, con
sus exigencias y sus caractersticas, con
la mina heredada y cuyo valor aumenta
al mismo tiempo que la riqueza a
agotarse y que el costo de la extraccin
aumenta) y al llegar; est en cada
momento de la operacin individual y se
vuelve finalmente el clculo mismo que
permite apreciar y prever los resultados
en el plano del Otro. Pero, al mismo
tiempo, la accin directa y libre se
desarrolla de uno a otro extremo en su
libertad. Y este organismo prctico es la
accin libre nada ms que puede y
debe enajenarse en el colectivo por su
objetivacin. Ahora bien, esta accin de
un hombre o de un grupo de hombres
restringido (capitalismo familiar) se
ejerce con pleno conocimiento de causa
sobre los hombres por la mediacin de
la materia trabajada; elige
soberanamente a esta materia trabajada
para que sta la libere de la libertad de
los otros (positivamente, porque esta
libertad que permite aumentar el
rendimiento es, al mismo tiempo, lo
que hace la mercanca humana ms cara
que la mquina; negativamente, porque
la posibilidad de sustituir un nmero
creciente de obreros por la mquina
equivale a una perpetua represin). ste
es el doble carcter prctico de la
accin individual del capitalista: la
produccin de trabajadores libres en
forma de hombres-mercancas en
condicionamiento estrecho y recproco
con la preferencia sistemticamente
concedida a la mquina sobre el trabajo
humano siempre que se pueda sustituir a
sta por aqulla. Ahora bien, esta doble
caracterstica de la operacin como
praxis viva es la misma que define la
opresin: el poder de constreimiento
(doble) dado a la materia trabajada
sobre individuos libres en tanto que se
les ha reconocido (libre contrato) en su
libertad permanece profundamente
idntico, ya sea esta materia trabajada
una mquina (o el dinero que permitir
comprarla) o ya sea un fusil. Y esta
opresin slo se puede realizar en forma
de violencia permanente, es decir, en
tanto que se ejerce contra una especie
antihumana de la cual la libertad es, por
esencia, libertad para hacer mal. Es esta
operacin directa y libre la que, en el
medio de la serialidad de clase y como
relacin transitiva del Otro con el Otro,
se da a s misma su ser prctico-inerte
como explotacin, es decir, como
proceso. En el medio del Otro, en
efecto, es decir, que en la
pseudototalidad de la fuga competitiva,
la opresin se cambia en impotencia de
no oprimir o, si se prefiere, hace la
experiencia de su necesidad: ya no es a
mi a quien oprime, es al Otro; siempre
es el Otro, en efecto, el que utiliza las
mquinas o el que es susceptible de
utilizarlas y, finalmente, de aprehender y
producir esta experiencia prctica a
partir del colectivo como transfinito,
encontrndose la opresin subordinada a
la explotacin como a la necesidad
infinita de la alteridad, es decir, como al
gobierno de los hombres por las cosas
(por las leyes de exterioridad). La fuga
serial aprehendida como necesidad se
vuelve el despiadado juego de las
leyes econmicas. Esta caracterstica
despiadada se encuentra en el
siglo XIX bajo todas las plumas y en
todas las declaraciones; es una
estructura fundamental de la ideologa
liberal. Pero no son las cosas las que
son despiadadas, sino los hombres. La
enajenacin transporta, pues, la
caracterstica principal de la opresin
que tiene que ser despiadada o
desaparece al proceso mismo, y as
expresa su origen humano: es en tanto
que prctico-inerte (inercia que llega a
las acciones mltiples de la mediacin
material e inorgnica) cmo una
necesidad puede recibir la calidad
prctica de despiadada. Es lo que
enga a Engels en sus respuestas
apresuradas a Dhring; el burgus, en
efecto, juega en dos tableros: es feroz
contra hombres que le dan miedo y a los
que quiere someter, y, al mismo tiempo
que realiza y vive esta ferocidad en la
translucidez de su accin, hace la
experiencia como necesidad; se vuelve
ferocidad del Otro, es decir,
indiferencia de la ley natural a los
sufrimientos humanos. Pero, al mismo
tiempo, mantiene esta ferocidad en tanto
que Otro y en la serialidad misma, ya
que, bajo el nombre de liberalismo, sus
tericos presienten una doctrina poltica
y social basada en el optimismo. El
liberalismo, en efecto, plantea dos
principios contradictorios: uno, fundado
en la exterioridad de las leyes
econmicas, mostrando que son, en su
despiadado rigor, responsables de todos
los desastres particulares (y se llega a
tener por tales la proporcin de
mortalidad de la clase obrera y su
aumento en perodo de retraccin); el
otro, colocndose segn el punto de
vista del capital social y de su producto
social, pretende aprehender a la
sociedad como un todo en el que las
leyes naturales de la economa
ejerceran una accin reguladora por una
especie de reequilibrio constante de los
cambios, a travs de las ruinas o de las
miserias de individuos o de grupos
particulares. Lo que expresa el segundo
principio es el acuerdo exigido de cada
capitalista entre su producto y el
producto social que lo integra o lo
condiciona; ahora bien, este acuerdo no
se puede realizar (como estatuto
abstracto que oculta insuperables
contradicciones[281]) sino por
acumulacin. Cada capitalista exige la
acumulacin como Otro, (es decir, como
colectivo, al mismo tiempo que la niega
en sus competidores). La encuentra
buena, ya que es enriquecimiento social,
reclamando al mismo tiempo que este
enriquecimiento se limite a las clases
privilegiadas. Y, segn el punto de vista
pseudototalitario de este
enriquecimiento, tiene por despreciable
el costo en vidas humanas de las crisis y
de los reequilibrios. A esta ideologa
bastarda (analtica a medias, falsamente
sinttica a medias) que corona el
sistema (y que no es ms que el sistema
pensndose segn sus propias
determinaciones y sus lmites
particulares), le son atribuidas
caractersticas sintticas en la
exterioridad analtica de las relaciones
legales: despiadadas (exterioridad
asumida por los individuos) y buenas
(estructuras de una falsa totalidad, sus
funciones son regular, tienen los
poderes de una administracin), estas
relaciones legales, que no son ms que
la opresin cambiada en procesos de
explotacin por la fuga serial, tienen la
marca de las acciones individuales que
enajenan y disuelven como una
pseudointerioridad de la exterioridad. Y
esta doble caracterstica seala bastante
el profundo consentimiento de los
patronos por lo que entonces se llama la
ley de hierro. De hecho, este
consentimiento no es un acto por s
mismo, pero es precisamente la
enajenacin de la adhesin reflexiva y
tica de cada patrono en sus prcticas
singulares de opresin. Con otras
palabras, la opresin como relacin
prctica del propietario con los obreros
sostiene lateralmente la explotacin
como proceso y se funda en ella; pero la
enajenacin nunca podr disolver en su
necesidad prctico-inerte las marcas
indelebles de la praxis opresiva y del
consentimiento reflejo de los patronos
en su propia violencia. El capitalismo
de acumulacin, en tanto que praxis
absorbida por un proceso, es en todas
partes aprehensible aqu como opresin,
y su fundamento real est en todas partes
en otro lugar como explotacin.
Naturalmente, la opresin misma
como pura violencia (y fuera de su
objetivo econmico) se serializa: el
pensamiento del obrero-como-el-Otro se
vuelve por s mismo pensamiento otro.
Los lugares comunes circulan tanto
sobre el obrero como sobre la
indigencia. O ms bien, no circulan.
Pero, como hemos sealado, cada uno se
hace Otro reafirmndolos: a partir de
ah, el gobierno, en tanto que realiza una
poltica de clase, puede utilizar su valor
de reiniciacin o de perpetuo
reconocimiento (del Otro por el Otro en
tanto que Otro, en m y en el Otro) cmo
elementos de extero-condicionamiento.
Ahora bien, hay que concebir que el
Estado es el aparato permanente de la
clase burguesa con todas las reservas
hechas ms arriba y que los grupos de
presin se hacen y se deshacen sin cesar
por extraccin de la serialidad de clase.
Y la razn constante de la existencia de
semejantes grupos es la evolucin
prctico-inerte del capitalismo con sus
contra-finalidades: as se ve, en Francia,
cmo un conjunto de factores objetivos
esbozan, en el objeto, negativamente, a
mediados del siglo pasado, la forma de
sociedad llamada sociedad annima;
en la serialidad misma, la aparicin de
estas sociedades que combate al
individualismo capitalista y al
capitalismo familiar provoca la
formacin de nuevos grupos, destinados
a mantener el poder de las familias; es
lo que podra llamarse asociaciones
matrimoniales; se constituye todo un
sistema exogmico que tiende a fundar
alianzas econmicas (que de hecho le
deja su libertad a cada uno) por medio
de alianzas entre familias. Y estas
alianzas tan pronto sirven al movimiento
general de concentracin horizontal
como realizan el primer esbozo de lo
que ms tarde se llamar concentracin
vertical y cuyas sociedades annimas ni
siquiera tienen la idea abstracta. As
estos dos tipos de agrupamientos, al
mismo tiempo adelantados y atrasados
con respecto al otro, se desarrollan en la
lucha y la interdependencia simultneas.
Y la misma evolucin suscitar, al
determinar ms decididamente
divergencias de inters en el seno de la
clase dominadora, la superacin de los
antagonismos que oponen intereses
individuales y homogneos
(competencia) a agrupamientos
organizados cuyos intereses (en tanto
que intereses comunes de cada
organizacin) se oponen en su
heterogeneidad (tal rama de la
produccin reclama un proteccionismo,
tal otra el libre cambio, etc.). Las
contradicciones internas de la clase no
se viven, pues, nunca en serialidad: en
cuanto se manifiestan es en y por la
praxis de grupos (unin de individuos o
de subgrupos amenazados). Y esta
praxis, cuando no es puramente
econmica y tcnica, se manifiesta como
presin sobre el Estado o como presin
sobre las series (es decir, sobre una
clase o sobre varias o sobre todas).
Esto, claro est, significa tambin la
recproca: la presin sobre el Estado
tiende a suscitar la presin de ste sobre
la serie; la presin sobre la serie puede
tender a suscitar la presin de sta sobre
el Estado. La clase burguesa es (en
unin con las otras clases, luego
parcialmente si nos aislamos de ellas)
el medio del proceso capitalista como
desarrollo prctico-inerte; o, si se
prefiere, lo realiza, por su parte, en tanto
que serialidad. Pero esta serialidad es
perpetuamente el objeto de disoluciones
locales que producen grupos
organizados que defienden los intereses
de un medio. Desde luego que estos
grupos, s los consideramos
formalmente, estn en una relacin
indeterminada: puede ocurrir, sobre la
base de determinadas circunstancias,
que unos acuerdos, la derrota de
algunos, etc., constituyan una jerarqua;
tambin puede ocurrir que sus
relaciones se mantengan antagnicas y (a
travs de estas reciprocidades
negativas) de serialidad. Los grupos
nacen de la serie y se puede constituir a
su vez una serialidad de grupos, etc.
Pero no es esto lo que nos interesa. Para
nosotros, lo esencial es que estos grupos
econmicos no puedan definir su accin
recproca que por lo dems todo iguala,
es decir, aqu que hasta en el seno de su
antagonismo tienen un objetivo
fundamental: conservar en el
proletariado su estatuto de impotencia.
Todo ocurre como si la praxis de cada
uno tuviese dos componentes: uno
horizontal que lo opone al del grupo
adverso, el otro vertical, fuerza que se
ejerce contra el proletariado y cuya
naturaleza es opresiva y represiva. Pero
esta opresin por el grupo nunca se
lleva a cabo directamente: hay que
recurrir a la mediacin del Estado, de la
fuerza pblica o de las series mismas.
As, finalmente, la serie que produca la
opresin por sus individuos como
operacin y la enajenaba en proceso
colectivo como explotacin, la vuelve a
encontrar, ms all de la explotacin,
inducida en ella como extero-
condicionamiento: la prctica de
opresin en tanto que los grupos (o el
Estado, si lo controlan) la determinan en
cada uno por el Otro y como medio de
absorberse con todos los Otros en el
Otro (el burgus en tanto que Otro)
vuelve a frecuentar al otro individual (es
decir, al explotador) como un fantasma
jurdico de funcin social. En cierta
forma, en el medio de la praxis
individual, la explotacin se vuelve para
cada uno la mediacin entre la opresin
como prctica maniquea y soberana y la
opresin-otra como esbozo de un
sistema derecho-deber que define al
otro en todas partes, es decir, en otro
lugar, como individuo comn. De hecho,
el individuo no es comn, sea quien
fuere, sino en el interior del grupo. Pero
el ser-comn es aqu ilusin objetiva;
sta corresponde a una determinacin
real, es decir, a la soledad en la
alteridad que produce el extero-
condicionamiento en cada uno y cuya
regla es la opresin como ejercicio
legtimo de una funcin. En este nivel,
cada burgus considera a la vez a su
clase como descomposicin hasta el
infinito (molecularidad) y como
totalidad siempre virtual que, en tanto
que porvenir comn siempre posible, lo
produce con poderes que lo definen.
Esta totalidad virtual nunca est
actualizada y el individuo adopta hacia
ella un actitud ambivalente: la niega
cuando lo exige su prctica de clase, en
nombre de la Razn positivista o serial;
pero, cuando la resistencia de los
asalariados parece ms peligrosa,
considera al todo (la clase totalizada)
como la posibilidad real y nica de la
burguesa, cuya realizacin siempre ha
sido negada, impedida por individuos,
grupos particulares, antagonismos,
faltas, etc. Este poder de oprimir (es
decir, de reprimir el mal) y esta
individualidad comn que sera su
relacin de interioridad siguen siendo
determinaciones virtuales, ndices de
separacin y de impotencia: La buena
gente es demasiado tonta!, o Los
patronos son demasiado egostas, no ven
ms que su inters, dicen todos, es
decir, cada patrono en tanto que
individuo comn cuya no-realidad
prctica depende nicamente de los
Otros. Pero, al mismo tiempo, significan
para el individuo orgnico su propia
praxis individual de opresin como
determinada manera de cumplir con todo
su deber a pesar de la carencia de los
Otros, y, de esta manera, de realizar en
su persona y contra los oprimidos su
propia clase como totalidad soberana.
En este nivel, encontramos las races del
humanismo burgus que es violencia
abstracta y regla de opresin, ya que
identifica al burgus con el hombre
contra la especie otra, es decir, el
contra-hombre que es el obrero.
El humanismo es el contrapeso del
racismo: es una prctica de exclusin.
Pero al mismo tiempo como el
racismo es el producto del extero-
condicionamiento, es decir de la
serialidad. Al no poder obtener su poder
opresivo de una totalidad en acto, que lo
definira como tipo social soberano (de
la misma manera que el noble o el
sacerdote en los regmenes de opresin
aristocrtica o teocrtica), el burgus
serializa y sustituye a la totalidad
ausente por la unidad fugitiva y abstracta
del concepto. En realidad es producir
inmediatamente dos contradicciones:
1.) Los individuos connotados por un
mismo concepto reposan en tanto que
tales unos al lado de los otros en la
identidad de indiferencia, cualesquiera
que sean las relaciones que mantengan
despus entre ellos. Pero hemos visto
que el Ser-Otro y la pura contigidad
son dos estatutos diferentes de
coexistencia. En verdad, en una
humanidad que fuera totalidad real, los
hombres seran hombres unos por los
Otros; lo que es lo mismo que decir que
el concepto de hombre desparecera. Y,
en la clase, cada burgus es burgus en
tanto que es Otro y se fuga hacia los
Otros; luego lo humano no es ms que
esta fuga infinita (recurrencia circular).
El burgus humanista del siglo XIX
recibe su humanidad como lazo
prctico-inerte con la serie y pretende
aprehenderla como su esencia. De
hecho, est fuera de l en la impotencia
del Otro: constituye, pues, finalmente su
propia inercia. Pero en esta inercia
queda inscrita la violencia, como
violencia de un huracn o de un
cataclismo. El humanismo burgus como
concepto se pulveriza y desaparece;
como inercia prctica, es actividad
pasiva de exclusin y de rechazo.
2.) Sera inexacto pretender que el
humanismo burgus excluye a priori al
obrero: la sociedad capitalista,
precisamente porque est formada sobre
el libre contrato, conserva a travs de la
lucha de clases y por ella una
homogeneidad relativa; por una parte, la
estructura del sistema, el mercado nico,
la circulacin de las mercancas, el
dinero como sistema de signos
comprendidos universalmente; por otra
parte, la igualdad necesaria del
empleador y del empleado en el instante
abstracto del contrato de trabajo, esto
es, el conjunto de las condiciones para
que una produccin calculada en la
perspectiva de la acumulacin sea
posible, todo exige un momento de
equivalencia y de solidaridad entre las
clases. Y en verdad el burgus nunca
deja de proclamar esta solidaridad. En
este tiempo abstracto y fugitivo, el
obrero est integrado en el humanismo;
el burgus lo define como su semejante
por el acto mismo que lo transforma en
mercanca. Pero, en el instante siguiente,
la contradiccin se realiza, ya que la
mercanca humana no puede manifestar
ms su libertad sino para negar su
calidad de mercanca, luego como
negadora del orden humano en el que el
obrero se haca libremente obrero
vendiendo su fuerza de trabajo al
burgus. La libertad del obrero-
mercanca pone, pues, en duda la
libertad humana del obrero antes y
durante la firma del contrato, es decir, su
realidad de hombre (fidelidad con los
compromisos libremente contrados,
etc.). El humanismo burgus pone, pues,
su contradiccin a cuenta del
proletariado: el obrero es ese ser que se
pretende hombre para destruir luego al
hombre en s; es el contra-hombre; nadie
ms que l mismo le ha excluido del
humanismo burgus. Slo queda
indeterminado (slo las circunstancias
lo deciden) si la represin tiene como
fin forzarle a que siga siendo hombre o
imponerse a un contra-hombre.
El humanismo burgus, como
ideologa serial, es violencia ideolgica
cristalizada. En tanto que tal, es una
determinacin estereotipada de cada uno
por el Otro y el contagio se extiende
aqu de los industriales a los
terratenientes, a las capas liberales de la
pequea burguesa, etc. Sera fastidioso
mostrar a esta violencia opresiva
manifestndose como determinacin del
discurso en los escritores, procuradores,
abogados, periodistas, etc., a travs de
las innumerables declaraciones que nos
ha dejado el siglo XIX. Recordar
solamente el curioso artculo de Saint-
Marc Girardin, despus de la rebelin
de los tejedores de Lyon: el autor
reconoce con cinismo que la condicin
del proletariado es intolerable; sin
embargo, hay que mantenerla: los
proletarios son nuestros brbaros. Es,
pues, en nombre de la gran tarea
civilizadora del hombre moderno (el
hombre de cultura, humanista que ha
hecho sus humanidades) y para
defender los bienes culturales de esta
humanidad restringida por lo que hay
que ejercer una opresin vigilante sobre
los nuevos brbaros. Este artculo y
algunos otros ledos en tanto que otros
(colectivos) sern interiorizados como
clera inerte, como temor permanente,
con abstracta vanidad por los lectores:
son ellos los que permitirn que en caso
de peligro baje el umbral de disolucin
de lo serial. Los encontramos como
gritos cristalizados, como escritos a
travs de los malos humores de Flaubert
(un pequeo terrateniente que viva
fuera de Rouen): como todos sus
congneres, se come al obrero sin
siquiera conocerlo[282], sin que la
relacin de explotacin est
directamente en juego; simplemente,
porque para el conjunto de las clases
poseedoras, la accin de los grupos
determina la serialidad que se tiene que
vivir como complicidad.
A partir de aqu comprendemos
cmo a travs de la dispersin burguesa
y de la serialidad, las prcticas de un
grupo pueden convertirse en
determinaciones del colectivo, de
manera que haya perspectiva de
reciprocidad entre la praxis comn y el
proceso de recurrencia. He tratado de
mostrar en otro lugar cmo el
malthusianismo de los patronos
franceses era no considerndolo ms
que en el marco nacional una
autntica prctica represiva cuyo origen
se encuentra en las sangrientas
represiones del siglo XIX. A este
respecto, los lectores me han preguntado
con frecuencia qu poda significar este
malthusianismo, como praxis proceso de
clase, ya que yo negaba tanto la idea de
un acuerdo de cada uno con cada uno
lo que hara de la clase un grupo en acto
como la de un hiperorganismo cuyos
actos individuales reflejasen las
decisiones hiperindividuales. Me resulta
fcil contestar despus de las
observaciones que preceden.
Una caracterstica comn de la
explotacin y de la colonizacin (como
superexplotacin) es que el rigor
represivo ejercido por los dominadores
sobre los dominados encuentra su lmite
necesario en la necesidad que tienen
aqullos de stos. Con la exterminacin
de la poblacin musulmana de Argelia
se terminara para siempre la
colonizacin. Pero esta dependencia
permite que se ejerzan todava sevicias
un tanto tremendas. La caracterstica
particular de la relacin entre la
burguesa y el proletariado en Francia y
en el siglo XIX es que la dependencia
econmica de la primera en relacin con
el segundo es paralela a una
dependencia poltica desde el 89. Desde
luego hemos visto cmo la clase obrera
est en camino de constituirse, pero no
se distingue netamente, en el momento
de la Revolucin, del conjunto de los
artesanos y de los pequeo-burgueses
que por entonces se llama el pueblo.
Pero, a medida que la evolucin
histrica le da una conciencia poltica
ms clara, la evolucin econmica le
confiere progresivamente su estatuto de
proletariado. La burguesa liberal le
escamotea en seguida su victoria
poltica en 1830; pero la aparente
solidaridad de los burgueses liberales y
del pueblo contra los grandes
terratenientes impide que los capitalistas
franceses recluten por medio de la
violencia, como hacen los ingleses
desde treinta aos antes; la praxis y la
ideologa represiva no se manifiestan
por primera vez sino en el momento de
la rebelin de los tejedores de Lyon. Y
tiene lugar una nueva alianza de clases
en el terreno, poltico: la pequea
burguesa separada de los asuntos
pblicos se vuelve republicana y se une
clandestinamente a las primeras
organizaciones obreras. El papel capital
que desempe el proletariado francs
en la primera mitad del siglo desarrolla
y alimenta a la conciencia de clase y a la
combatividad obreras: su triunfo es la
revolucin de Febrero. Pero, en la
medida en que la accin represiva ha
sido suspendida o parcialmente
mantenida por el juego de las alianzas
polticas, en la medida en que se puede
oponer, como Marx mismo hizo, la
fuerza combativa de los obreros
franceses a la semipasividad del obrero
ingls, la caracterstica fundamental de
la opresin siempre ms o menos
visible tena que estallar de pronto
con toda su violencia y manifestarse
como exterminacin real. Las jornadas
de Junio del 48 representan la explosin
represivo-opresiva: la lucha de clases
aparece al desnudo; haba sido
disimulada durante mucho tiempo, pero
revela con toda su brutalidad que es una
lucha a muerte. Es lo que seguir
siendo ostensiblemente hasta los ltimos
aos del siglo: a las matanzas de Junio
hay que aadir el golpe de Estado de
Luis Napolen Bonaparte y las matanzas
sistemticas de 1871. En esta segunda
mitad del siglo XIX, toda la poltica
social de la burguesa trata de liquidar
el poder (combatividad, conciencia de
clase) que ha dejado tomar a su antiguo
aliado poltico, la clase obrera. La
sangre vertida provoca el odio; el odio
refuerza al odio; el patrono francs se
particulariza en medio de los patronos
por el carcter propio de su opresin.
Es el que persigue la muerte de la clase
obrera aun teniendo que explotarla, el
que vive hasta el lmite la tensin
opresin-explotacin; es decir, hasta el
nivel en que la primera, llevada al
extremo, se encuentra totalmente
contradicha por la segunda, su
enajenacin. Tambin el que con sus
prcticas sangrientas (contra una clase
en vas de emancipacin y consciente
del papel desempeado desde l
principio de siglo) constituy en
veinticinco aos al proletariado francs
como una figura singular en medio de
los otros proletariados. La clase obrera
francesa toma conciencia de s misma en
tanto que est explotada por un patrono
sangriento; en tanto que el hecho
econmico de la explotacin est
sostenido inmediatamente no por las
leyes impersonales de la economa
clsica sino por un gobierno apoyado en
las tropas. Al mismo tiempo como
hemos visto en otra parte, la traicin
de la pequea burguesa en 1848 tiene
como efecto que se desacredite la
poltica para los explotados; toda
poltica es burguesa aunque los que la
hacen se proclamen socialistas. ste es
el convencimiento del obrero calificado
que practicar, ms tarde, el anarco-
sindicalismo. La lucha de clases tiene
que hacerse en el terreno del trabajo y
por la accin directa, adquiriendo
riesgos a veces mortales. Al mismo
tiempo, el odio suscitado en los
campesinos por la propaganda catlica
(los partageux[283]) convence a este
proletariado de su aislamiento, es decir,
le hace interiorizar su situacin real.
Soledad en el seno de la sociedad
francesa frente a la clase explotadora
que, con la complicidad de las otras
clases, ejerce sobre la clase productora
una violencia desnuda y colonial. Esta
toma de conciencia que se traduce por
una prctica de lucha de las clases
original (del terrorismo anarquista al
anarco-sindicalismo) y que se apoya en
cierta estructura del proletariado
contemporneo (el obrero calificado
soberano de sus peones) la descubre el
burgus en el otro, en la clase-objeto en
tanto que se vuelve tambin su objeto o
puede volverse. No se trata aqu de
conocimiento contemplativo sino de
prctica: el patrono interioriza su ser
objetivo de burgus cuando al tener
lugar trastornos sociales y en
circunstancias definidas, el proletariado
muestra su fuerza, es decir, cuando el
patrono aislado se vuelve su objeto.
Esta fuerza del proletariado comprende
en ella la posibilidad de matar; el
patrono lo sabe y sabe que esta
posibilidad de matar (que se encuentra
implcita en la lucha de clases en todas
partes pero en ningn otro sitio tan
visible como en Francia o en Italia[284])
no es ms que una temporalizacin
activa de un pasado-superado que lleva
el obrero como determinacin de su ser
(es hijo o hermano de los muertos de
Junio de 1848 o de los muertos de la
Comuna). A partir del 71 y por mucho
tiempo por lo menos hasta hoy, en
cuanto crece la tensin, el patrono se
realiza concretamente (aunque sea por
proyecto de considerar la situacin
lcidamente) como objeto de odio (y
objeto criminal, manchado de sangre)
para sus obreros. No en tanto que
individuo particular sino en tanto que
individuo comn.
As interviene aqu el pasado (por lo
dems resucitado y reproducido siempre
ms violentamente por el presente) para
determinar, a pesar de la serialidad, a
este ser-comn de la burguesa de la que
hemos visto que era antes
indeterminacin inerte, indicacin de
una tarea de reagrupamiento imposible.
Pero interviene con una doble forma:
como el ser histrico de cada uno (en
tanto que agente o beneficiario de la
opresin represiva) y como su ser social
objetivo, es decir, ante la otra clase.
Ahora bien, los miembros de la otra
clase no dudan en dar una cohesin
entera a la dase de los patronos: han
sido producidos como son por una
accin del gobierno que pona a sus
fuerzas militares al servicio de la
burguesa; es esta accin la que les ha
hecho, en su ser histrico,
sobrevivientes de la matanza (o hijos de
muertos, etc.). Esta accin deliberada,
metdicamente conducida, aprobada por
la mayora de la Asamblea, les revela al
agente como grupo organizado. Los
obreros saben muy bien que el proceso
de explotacin no deja de tener
antagonismos y luchas a veces violentas
en el interior de la clase posesora; pero
han hecho la experiencia de lo que
puede hacer esta misma clase superando
sus antagonismos y unificada de pronto
por el odio y el miedo. Sabemos de
hecho que la serialidad no ha podido ser
disuelta y que la clase ha sostenido la
accin pensndola y aprobndola en su
dimensin real, por un pensamiento y
una prctica de recurrencia (volveremos
sobre ello, ya que es esto mismo lo que
hay que determinar); la accin
organizada era la del aparato de Estado
que se declaraba as aparato de clase,
cuando la burguesa, aterrorizada por el
sufragio universal y la elevacin de los
pequeo-burgueses, estaba dispuesta a
desconocerla. Pero el obrero ha sufrido
la accin en tanto que estaba aprobada
por la serie, es decir, que la ha
interiorizado en su ser como accin de
la clase, como totalidad en acto, o
inclusive como nica totalizacin
posible de la clase burguesa; est
dividida en el proceso de explotacin,
pero es una e indivisible en la opresin.
Cada otro burgus se aprehende as, a
travs de su ser-objeto para la otra
clase, como miembro coresponsable de
un grupo concreto que no es ms que su
clase. Sin duda hay que invertir el signo:
el miembro criminal se afirma como
miembro justiciero y sostn de los
valores sociales. No importa, el odio
como prctica de la clase oprimida le
constituye individuo comn a travs de
un pasado y un porvenir comn. De
todas formas, este ser-comn no le
puede llegar de la otra clase en tanto que
tal sino en la medida en que la considera
l mismo como totalidad activa
produciendo sus acciones y
determinando a sus adversarios en la
unidad de una prctica constituida.
Ahora bien, sobre este punto su
experiencia es confusa: las
concentraciones obreras le espantan
pero ha puntualizado tcticas de
masificacin para oponerse a ellas; sus
obreros le ofrecen la imagen de
desparramo y de una infinita
multiplicidad de soledades, y a la vez la
de miembros integrados de grupos ms o
menos amplios y clandestinos (el
aparato sindical an no existe). En la
fbrica misma estn las distinciones
individuales (que no lleva a cabo l
mismo pero de las cuales tiene
conocimiento); sobre la base de los
antagonismos competitivos en el
mercado del trabajo, sabe que existen
buenos obreros, otros que son
cabecillas; sin embargo es la clase
entera (a pesar de su heterogeneidad
obreros que han nacido en medio
campesino, obreros hijos de obreros,
etc. que conoce perfectamente) en
tanto que clase la que le asusta, porque
la represin se ha ejercido contra ella.
De aqu resulta para l cierto
deslumbramiento de la realidad obrera
que se hunde, se desmorona, se
pulveriza, se reforma en una unin
escondida, se totaliza en la accin
revolucionaria, etc. Y a este
deslumbramiento corresponde la
vacilacin de su ser-comn en tanto que
ser-inducido por el Otro e interiorizado.
O, si se prefiere, hay una
indeterminacin perpetua de esta
estructura de su ser-comn en tanto que
refleja una indeterminacin del ser-total
de la clase-otra y al mismo tiempo una
significacin vaca que viene de fuera,
por la praxis del Otro, a constituir este
ser-comn como posibilidad
permanente. Pero esta posibilidad
permanente es slo la de reasumir su
individuo-comn como responsabilidad
comn y superada (pasada,
determinacin inerte y conservada) en
una praxis histrica de represin. En
ningn caso se puede producir y
conservarse como posibilidad actual de
reconstruir el grupo. En suma, remite a
un grupo pasado y que, en el presente
pasado, no ha existido nunca. Remite al
ser-histrico del patrono despus de
Junio del 48 como a una especie de
renacimiento comn de los patronos de
hoy, determinacin persistente e inerte
de cada uno a travs de la serialidad.
Dicho de otra manera, la socialidad del
ser-comn para cada patrono remite a la
historicidad de este ser como ser-comn
imborrable y pasado. Ahora bien, este
ser-comn no es en el pasado en los
tiempos de las matanzas de Junio del 48
o del desquite versalls el producto
de una disolucin total de la serie o de
un juramento: ha habido transformacin
del estatuto de clase (es decir,
develamiento de la opresin) en ocasin
de una accin del gobierno. Y esta
accin ha sido suscitada por las
maniobras de grupos de presin. Pero al
mismo tiempo est sostenida por la serie
misma bajo la clsica forma de la
actividad pasiva: el pnico se cambia en
violencia sin dejar de ser serial. Si se
examinan, por ejemplo, la Revolucin
del 48 y sus consecuencias de Junio,
resulta claro que es la burguesa de los
notables la que est en el origen de la
provocacin; resulta claro tambin que
es ella, y no los insurgentes, la que ha
llevado las cosas al punto de descubrir
la realidad concreta de la lucha de
clases, llevando a los obreros a dejarse
exterminar en el sitio (o a morir de
hambre resignadamente) o a derrocar el
poder burgus. Pero tambin hay que
comprender que su fin era encontrar su
poder perdido y el rgimen censatario
que lo fundamentaba, separando a los
pequeo-burgueses republicanos de los
obreros y obligndoles a traicionar a sus
aliados. En verdad, ni la organizacin
del trabajo preconizada por Louis
Blanc, ni el nmero y la concentracin
de los obreros, ni la difusin de las
consignas y de las tcticas
insurreccionales eran como para
inquietar verdaderamente a los
poseedores. El espanto de la alta
burguesa tal y como lo ha descrito
Tocqueville es un pnico que se
propaga, en la serie, en todas las clases
poseedoras, en el campo y entre los
pequeos burgueses; G. Lefebvre
compara justamente este pnico a los
grandes miedos de la Revolucin
francesa: nace del atropamiento
eventual de los elementos ms pobres
de la poblacin, por la doble influencia
de la crisis econmica y de una
provocacin directa (el cierre de los
talleres nacionales). La alta burguesa
siente menos este gran miedo de lo que
lo explota; o ms bien, se forman en
seguida en ella grupos de presin para
gobernarla por el extero-
condicionamiento[285]. En la Asamblea,
Marrast, Pelet, Falloux, etc., se
convierten en instrumentos suyos. Pero a
partir de ah, y en un movimiento de
pnico orientado (extero-condicionado)
la guardia nacional de provincia marcha
sobre Paris. El 15 de mayo ha
aterrorizado. Despus de la
provocacin, los guardias nacionales de
Amiens, de Pontoise, de Senlis, de
Rambouillet, de Versalles, de Melun, de
Meaux, acampan en la ciudad. Lucharn
y seguirn la ocupacin despus de la
derrota. Otros, como los voluntarios de
Coutances, llegarn al final de la
batalla. No parece que los burgueses
mostraran mucha combatividad.
Ms bien soltaban su rabia contra los
prisioneros, a los que mataban sin
disgusto. Pero en el terreno de la
represin eran superados por los
guardias mviles, ese lumpen
proletariat enrolado contra la poblacin
de Pars. De manera que la actitud de la
burguesa (de la alta burguesa que
manejaba a la pequea) es ambivalente
histricamente: es a la vez
encarnizamiento (conocimiento lcido
de la necesidad de aplastar a las fuerzas
populares y de comprometer a los
republicanos, eleccin de la hora,
provocacin deliberada, ferocidad de la
represin) y la cobarda maniobrada
(pnico explotado). Ms tarde, los hijos
de esta burguesa nunca decidieron
exactamente el sentido de esta guerra
civil. Pero lo que aqu nos importa es
que el pnico propagado en serialidad
llega a una determinacin del Otro:
la accin de la provincia es fuga hacia
adelante, pero, en tanto que Otros,
compromete a todos los Otros, es decir,
a todos los guardias nacionales que no
han partido y que son, all, esos otros
guardias que luchan; determina en cada
uno prcticas de violencia en general
estrictamente verbales que son aqu en
tanto que Otras la realidad de esta
opresin que se produce all y por
Otros como combate seguido de
matanza. La reaccin individual del
proletariado reinteriorizar esta unidad
de alteridad; adoptar todas las
precauciones (represivas) para que los
disturbios de su fbrica no aparezcan
como la realidad aqu de la insurreccin
de los Otros.
Est triplemente unido a la praxis
opresiva: en tanto que la accin del
gobierno y de las tropas lo produce
aqu, a distancia, en la impotencia-valor
de fin que se tiene que defender. Y al
ser aqu el fin la propiedad privada
como inters general del capitalismo,
esta accin define al propietario por un
sistema pasivo del tipo derecho-
deber: la accin del soberano
reactualiza la definicin del propietario
como individuo comn. Pero este ser-
comn le es conferido por un grupo
soberano que lo considera en una
operacin sinttica (totalizando a los
que defiende en el movimiento prctico
que totaliza a los que oprime) y no por
una real disolucin de la serialidad.
Segunda unin: es la circulacin pnica
del Otro; por ella, a decir verdad, no se
une, en una diferenciacin
recprocamente concebida y realizada, a
los asesinos de Pars: es asesino.
No porque apruebe las matanzas o ni
siquiera porque las conozca: an no han
llegado las noticias de Pars. Sino
porque las hace. No se ha ido a Pars,
pero esta abstencin es
accidental (distancia, dificultades de
comunicacin, razones personales); sin
embargo, ha llegado como Otro: aqu,
tiene miedo; all, en la persona de otro
cualquiera, est orgulloso del valor
burgus. Esta identidad en la alteridad
lo hemos descrito ms arriba se
prosigue en toda circunstancia a travs
de los acontecimientos an ignorados.
Maana sabr que ha matado.
Esta marca pasiva que recibe de su
Ser-Otro es precisamente lo que se ha
tratado de definir vanamente bajo el
nombre de responsabilidad colectiva. Se
ve que es la impotencia y la
identificacin inerte con el criminal. Su
ser no descansa ms que sobre la
ausencia de una negacin: si tratase de
reagrupar a los burgueses demcratas
para protestar contra las matanzas, para
oponerse a las medidas represivas,
escaparla a esta calificacin pasiva.
Pero hemos dicho que no se puede
interpretar o explicar por una negacin
de exterioridad como esta pura ausencia
(significacin que se revela para el
historiador). En verdad, esta identidad-
alteridad es plenitud opaca. Y como su
Ser-Otro, aqu, se confunde con su ser-
de-clase, es la clase como colectivo de
opresin la que se produce en l como
ser-opresor. Ahora bien, esta
produccin se hace a travs de un
acontecimiento histrico: le marca como
una temporalizacin irreversible, le
hace otro como actividad pasiva. Y esto
nos lleva a la tercera unin: a travs de
la serie, est unido a los grupos de
presin, es decir, que hace su poltica a
largo plazo a travs del acto pnico que
ejecuta all como Otro y la opresin
organizada que empieza aqu en su
fbrica. Esta poltica, poco importa
segn el punto de vista formal que nos
ocupa que la presente, la adivine, la
conozca. De todas formas, est hecha.
Lo que cuenta mucho ms es que define
rigurosamente el estatuto de clase en
tanto que las matanzas pnicas revelan
la opresin en el caos y que recibe
este estatuto en la medida en que en
tanto que Otro es su medio o su agente
pasivo. La definicin de clase por los
grupos (por la utilizacin que hacen de
la serialidad condicionada) se vuelve el
sentido de la represin ejercida en
Pars. Ahora bien, el sentido de la
represin vivida como Ser-Otro (ser-de-
clase) ser la superacin concertada y la
utilizacin de la serialidad para una
praxis de clase por un agrupamiento
organizado (o una multiplicidad de
grupos que mantengan relaciones
definidas). Cada uno vive as su estatuto
prctico-inerte como ser-superado por
una praxis comn; e inversamente, esta
praxis, que de hecho no es su praxis y
slo la supera en la medida en que es
herramienta manejada por el grupo, se
infecta porque la produce pasivamente
(como el instrumento produce la
operacin por el uso que de l hace el
trabajador), o si se quiere porque es
mediacin pasiva entre una accin
disimulada (accin comn y otra) y sus
efectos; se infecta de la inercia
instrumental, es en la unidad sin
equilibrio de una tensin entre
contradicciones, una praxis que es su
ser, e inversamente. Conocemos muy
bien esta praxis, hoy: concuerdan
documentos y testimonios. Los
insurgentes fueron provocados por el
cierre de los talleres nacionales. Estos
tenan el objetivo inmediato de dar
trabajo y pan a los obreros. Pero, a
partir de ah, Louis Blanc haba definido
prudentemente objetivos sociales ms
alejados: era un primer paso hacia la
organizacin del trabajo, hacia una
sociedad que se considerase como
responsable de sus desocupados
dndoles una ayuda sistemtica; Louis
Blanc haba ido an un poco ms lejos
prometiendo que el Estado cooperara
con las asociaciones obreras de
produccin. Ninguna de estas medidas
es socialista; por el contrario, suponen
el proceso capitalista y es en una
sociedad burguesa donde cobran
significacin; con la perspectiva de una
sociedad socialista, la ayuda del Estado
a los desocupados ya no tiene razn de
ser (segn la utopa que quiere que la
desocupacin sea necesariamente
suprimida) o es una necesidad tan
cegadora que no puede ser el objeto de
una promesa particular; de la misma
manera, la ayuda del Estado a las
asociaciones de produccin segn el
punto de vista esquemtico y abstracto
del socialismo utpico es un truismo
o una promesa absurda; en efecto,
depende del socialismo soado: se
trata de una inmensa asociacin de
asociaciones? Pero en este caso (es el
sueo anarquista) el Estado ha
desaparecido. Y si no ha desaparecido
del todo, si slo est en vas de
regresin, entonces no tiene
precisamente ms funcin que realizar
su propia liquidacin reforzando los
poderes y las libertades de las libres
asociaciones productoras. Pero, por el
contrario, si se estima necesario que el
proletariado ejerza su dictadura a travs
de un aparato de Estado durante un
tiempo ms o menos largo, y si ante todo
se pretende reorganizar la economa con
una accin centralizada, entonces podra
ocurrir que las cooperativas y las
asociaciones autnomas de productores
fuesen juzgadas incompatibles con la
reorganizacin en curso. En verdad
estos objetivos pretendidos socialistas
eran simplemente sociales; la idea
profunda de Louis Blanc, en tanto que se
expresaba en estas declaraciones, era la
de una sociedad burguesa que
integrara a su proletariado
reconociendo deberes con respecto a l
y que, en esta misma medida,
transformara los riesgos de Revolucin
en perspectivas de evolucin indefinida.
El sabotaje sistemtico y la
liquidacin d los talleres nacionales
provocan directamente la insurreccin
descontada. Se conoce el motivo
inmediato y concreto: (Trabajo o
pan!. En un nivel ms abstracto pero
real, la provocacin haba rebelado a
los obreros calificados (numerosos en
los talleres) porque los trabajos a los
cuales se les quera afectar en
provincias hubieran tenido el mismo
resultado que una descalificacin
sistemtica. Tambin es verdad que esta
multitud insurreccional, segn se
organizaba, iba viendo un objetivo ms
general, ms lejano y en el momento
del combate ms abstracto. En la
alcalda del distrito VIII, que se vuelve
su cuartel general, los sublevados piden
que se alejen las tropas de Pars y la
asociacin libre del trabajo ayudada por
el Estado. Era ni ms ni menos lo
que haba prometido Louis Blanc.
Mirndolo bien, como contrapartida de
la creacin de un sector de economa
cooperativa en el campo econmico del
capitalismo, era aceptar someterse
inconscientemente en tanto que clase
trabajadora a la autoridad y al control
minucioso del Estado dispensador de
capitales. El socialismo quedaba
detenido por la socialidad de la
Repblica. Una burguesa que hubiera
querido limitar los gastos, comprometer
al proletariado por las vas de una
interminable evolucin controlada,
poda correr el riesgo de negociar.
Pero es aqu donde intervienen los
grupos de presin. Se han descrito cien
veces sus extraas relaciones (los
notables privados del privilegio
censatario contra la pequea burguesa;
los fabricantes contra los banqueros que
reinaban bajo Luis Felipe y contra el
proletariado que han movilizado; la
pequea burguesa hacindose, por
locura, la ejecutante de las tareas bajas,
a travs de ciertas colusiones bastante
precisas de las que tenemos pruebas y
cuyo estudio ms profundo permitira
quiz que se encontrasen las
circunstancias exactas). Lo esencial es
que definen inmediatamente las
negociaciones como el peor de los
crmenes; es la traicin que en cualquier
caso no pueden aceptar los propietarios
sin renunciar al mismo tiempo al
derecho de propiedad. Sabemos hoy que
eso es falso y que la evolucin histrica
ha realizado en su mayor parte los
deseos de Louis Blanc sin que la
estructura capitalista haya sido
modificada (ni siquiera por las
nacionalizaciones). La evolucin de la
propiedad tuvo a partir de la segunda
revolucin industrial-causas muy
distintas, como es sabido. Y la alta
burguesa que encarnan esos otros
grupos en su soberana, desde 1848, no
lo ignoraba. Saba, por el contrario, que
buscando la batalla, creaba
irreversiblemente un universo nuevo y
radicalmente violento. El texto de
Tocqueville muestra sin embargo que
sus expertos preferan la batalla antes
que la negociacin. Basta con leer el
libro de Guillermin sobre el Golpe del 2
de diciembre para hacer una amplia
siega de textos anlogos: los grupos
determinan as la posicin de la
burguesa como clase (y en
consecuencia de acuerdos particulares
sobre la base de intereses diferentes) y
la hacen radicalmente negativa. Lo que
niegan a priori es la socialidad en todas
sus formas; la idea paternalista de la
mistificacin memorable que cien aos
ms tarde se llamar colaboracin de
las clases ni siquiera les parece
concebible, ni tampoco la de una
comunidad que (con un rgimen burgus
por lo dems) se juzgara responsable de
sus miembros. Lo que ellos condenaban
de los talleres nacionales era sobre todo
la idea de que el Estado liberal pudiese
preocuparse por al miseria y por los
desocupados. La miseria, como hecho
econmico, no concierne a nadie si no
es al miserable mismo y al cura que
recoge para l donaciones generosas. El
nico lazo posible entre los patronos y
los obreros es el contrato de trabajo que
tiene que ser respetado por una y otra
parte pero que, en s mismo, es la
negacin radical de las relaciones
humanas. Y ya que las crisis econmicas
representan, para el liberalismo, un
proceso de reequilibrio automtico de
los intercambios; ya que por otra parte
es normal que ese proceso benfico (en
el nivel de la sociedad entera) se
exprese por la miseria y la muerte para
muchos obreros; ya que finalmente esta
miseria y esta mortalidad acrecentada
tienen que llevar a las masas a una
exasperacin que se expresar, en
determinadas circunstancias, por la
rebelin armada, los grupos de presin
definen la nica accin posible del
gobierno y de las clases dominantes
contra la miseria: una represin feroz
que permita a las leyes de hierro
terminar su obra y favorecer a los
supervivientes aumentando su valor de
mercanca y suprimiendo la falta de
trabajo al mismo tiempo que a los
desocupados. El papel de las fuerzas del
orden est rigurosamente definido: est
con la miseria, que es el aspecto
negativo del reequilibrio, y contra los
miserables, que tienen que ser
seleccionados por el hambre, si se
resignan, y, si se rebelan, por las
matanzas controladas. Lo que defiende
la burguesa no es ni siquiera la
propiedad capitalista, es el liberalismo;
y as los grupos definen con toda
exactitud el papel del Estado: no-
intervencin en cuanto concierne a las
operaciones econmicas de la clase
dominante, intervencionismo represivo y
permanente contra la clase obrera. Este
intervencionismo ser prcticamente
invisible en perodo de equilibrio y si el
nivel de vida sigue siendo constante (es
por lo menos lo que se supone); se
manifestar en todo su rigor cuando sean
necesarios determinados reajustes
numricos de la poblacin obrera. En
una palabra, los grupos definen la
intransigencia de la burguesa francesa;
la economa capitalista exige, segn
pretenden, que el proletariado est
enteramente entregado a las leyes
econmicas y que no sea considerado
ningn intento para atenuar su rigor. De
hecho, se conforman: incluso entonces
la economa capitalista tomada como
puro proceso prctico-inerte no exige
eso totalmente; lo exige simplemente en
tanto que suscita en la serialidad
burguesa grupos de accin extremistas
que definen y radicalizan la posicin de
clase. Sin ellos, sta se mantendra
condicionada por el acontecimiento
econmico y social, como toda serie, y
su intransigencia se manifestara
nicamente como seal de alarma.
Dicho de otra manera, la clase como
proceso prctico-inerte de explotacin,
aunque se haya dado gobierno e
instituciones (precisamente porque uno y
otras se pueden proponer para s y
desempearse parcialmente contra ella),
corre el riesgo de sufrir las
consecuencias de su actividad pasiva
como un destino (y, eventualmente, en el
caso en que la relacin de fuerzas
tendiera a invertirse, como una sentencia
dictada contra ella por la clase
explotada), si unos grupos de presin,
por lo dems variables, naciendo a la
vez de las tensiones internas y de las
contradicciones con las otras clases, no
definiesen en acuerdos perpetuamente
puestos en tela de juicio una praxis
comn y sistemtica de opresin y no se
encargasen, en la diferenciacin
recproca de las tareas, de realizarla a
la vez por un control econmico, social
y poltico del aparato ejecutivo y de la
Asamblea, por provocaciones (a travs
de la accin del gobierno) que susciten
reacciones violentas y ms o menos
concertadas en las clases explotadas y
por la utilizacin sistemtica de los
pnicos u otros procesos seriales
causados en su propia clase y en las
clases aliadas para estrechar su control
sobre el ejecutivo y para apoyar la
accin del gobierno con una accin
directa.
Eso, el Otro, el patrono de
provincias, lo sabe o no lo sabe, lo
reconsidera en su pensamiento
poltico o no lo reconsidera. De todas
formas, su diario no habla de ello. Pero
de todas maneras, en tanto que se ha
vuelto instrumento de la praxis del
grupo, es decir, en tanto que de hecho ha
combatido en Pars a obreros que pedan
pan o que les ha condenado con sus
palabras hacindose as asesino; en
tanto que ha propalado como Otro las
calumnias forjadas en Pars sobre la
crueldad de los insurgentes, o en tanto
que ha recibido ya y repetido por todas
partes la idea mil veces susurrada antes
del 48 pero bruscamente lanzada por
Falloux en la tribuna de la Asamblea,
por lo menos una semana antes de la
insurreccin: El obrero es perezoso.
Los talleres no han tenido xito porque
no podan tenerlo, dada la vagancia de
los obreros. En una palabra, en tanto
que dio a esta nueva calificacin del
contra-hombre, libre para el Mal, toda
la difusin de que era capaz, entrev (o
descifra claramente segn su
inteligencia y su importancia econmica
y poltica en su provincia) la praxis de
los grupos como su ser-prctico de
clase, descubre como un ms-all de sus
actos y como su sentido de clase, como
el sello de su alteridad inerte, la
negacin radical del proletariado como
necesidad radical para que su libre
actividad de fabricante se prosiga y para
que enriquezca a la sociedad burguesa
con sus productos en el marco del
capitalismo de acumulacin. Hay, pues,
una significacin que vuelve sobre l
desde el porvenir y que en adelante va a
constituir el sentido de todas sus
operaciones: haga lo que haga, tiene que
reprimir; el proletariado es el Mal y la
clase burguesa no puede perderse
pactando con l. Este burgus, en su
praxis libre y orgnica de jefe de
industria, reactualizar indefinidamente
como inercia abstracta y lmite
insuperable pero sufrida de su propia
acticidad, el radicalismo de los grupos.
Esta actividad que le ha maniobrado por
extero-condicionamiento, ahora la
aprehende como deber inerte de clase:
la opresin como prctica individual
que realiza cada da encuentra en suma
su lmite pasivo pero siempre presente
en la posibilidad permanente de que la
opresin no se manifieste, con motivo de
nuevos disturbios, como necesidad
social de verter sangre. En cierta forma,
las jornadas de Junio le presentan la
exterminacin como la verdad social de
sus prcticas de opresin. Despedir a
obreros porque se cierra un taller es un
acto soberano que actualiza sin palabras
el derecho fundamental de matar. Sin
duda el obrero, como Marx dice, es el
secreto de la sociedad burguesa; pero,
en Francia, en 1848, el burgus se
constituye ante todo como el secreto del
obrero; llega a sus asalariados como su
necesidad de vivir la imposibilidad de
vivir. O, si se quiere, como su
imposibilidad de luchar contra la
miseria sin correr el riesgo de ser
exterminado por orden suya. Por eso
mismo, el patrono tiene que relegar
enteramente al proletariado a lo
antihumano, o aceptar que el
proletariado le relegue a l. El patrono
se ha vuelto asesino, luego el obrero es
criminal.
Se ve que despus de 1848 el
patrono encuentra que es el extrao
producto de su matanza, de la que es
colectivamente responsable sin haberla
cometido. Sin duda, antes de la
Revolucin de Febrero era ya patrono,
explotador y opresor; pero una especie
de surgimiento comn iniciacin,
nuevo nacimiento lo ha producido en
la irreversabilidacl como miembro
activo de un grupo de asesinos. Ahora
bien, los asesinos han existido pero no
el grupo (que s no sera la clase entera).
Aprehende, pues, su historicidad como
una diferenciacin brusca que le habra
producido y diferenciado a partir de una
unidad sinttica perfectamente ilusoria
(es decir, a partir del acontecimiento
como unidad de la opresin-represiva).
Su ser-de-clase se vuelve histrico y es
la iniciacin por el asesinato. Esta
iniciacin se hace en tres direcciones
diferentes: es el objetivo absoluto del
soberano; en tanto que tal su ser-de-
clase es un ser de derecho, pero ese
derecho pasivo es el de un objeto; es
este Otro ambiguo, loco de miedo y
vido de sangre que no ha vivido nunca
en toda su locura homicida pero que
encuentra en todos los Otros como los
Otros le encuentran en l; con otras
palabras, es el burgus en tanto que ste
se define como el vencedor de Junio (y
el cobarde y el asesino). Finalmente,
como instrumento maniobrado, ve justo
ms all de l su verdad particular como
verdad viva de sus relaciones con sus
obreros; esta relacin fundamental
opresiva encuentra su fundamento en la
sangre vertida; es una relacin de lucha;
necesariamente, implica la reciprocidad
de odio. Y el odio del opresor dicta
sentencia contra el oprimido: lo que se
vuelve el lmite extremo de la tensin es
la posibilidad de matar o de ser matado.
Hay, pues, que explicar las relaciones
de los capitalistas franceses y de los
obreros durante la segunda mitad del
siglo, no slo por el proceso del capital
y por la explotacin, sino por la
imposibilidad histrica para los unos y
para los otros de volverse atrs y de
borrar las matanzas, luego como una
determinacin rigurosa de los futuros
combates: si los disturbios sociales
vuelven a aparecer, tomarn de nuevo la
forma de la guerra civil y de los
conflictos sangrientos.
Son esas estructuras fundadas en esta
situacin lo que hereda la segunda
generacin de patronos. El pasado
superado de sus padres, su ser-de-clase
hecho e irreversible, se vuelve para l
comienzo a priori al cual est unido
(volveremos sobre ello) por un lazo
ambivalente (interioridad-exterioridad):
no es su comienzo, es el comienzo de su
clase; esta negacin permite un
retroceso reflexivo de cada uno con
respecto a su ser-de-clase (ya que existe
una separacin entre este ser como
determinacin diacrnica y el mismo
como determinacin sincrnica). Pero la
reflexin supone la identidad de lo
reflejado y de lo reflejante, tanto cuando
se trata de la clase como del grupo o del
individuo. Es lo contrario de la divisin
real (por ejemplo, tal y como se
manifiesta en la reproduccin de los
protozoarios); en efecto, hay que
considerarla como una praxis de
interioridad que trata de reproducir una
fisiparidad limitada para controlar
mejor los hechos de integracin o de
totalizacin. La reflexin nunca da lo
reflejado al que refleja sino como el
casi-objeto que es. El nuevo patrono, a
quien su memoria, el adiestramiento
social y la experiencia cotidiana
sobre la base de intereses que lo
definan antes de su nacimiento y con la
perspectiva de un proceso que ha
empezado antes que l, terminar
despus que l y le seala hoy su lugar
en funcin del movimiento general le
han dotado de un ser-de-clase
insuperable, por interiorizacin de la
exterioridad, se encuentra provocado
por la contradiccin de la temporalidad
tomando una distancia abstracta con
respecto de este casi-objeto que es l
para s mismo en tanto que s mismo.
Pero el fin de la operacin total es
liquidar esta contradiccin: el ser-de-
clase como generalidad no temporal (es
decir, como inercia sin determinacin de
temporalidad) tiene que ser idntico al
ser-de-clase como urgencia aparecida
irreversiblemente a travs del
comportamiento-destino de los padres.
La reflexin es el medio de unificar;
pero al mismo tiempo es la praxis
unificadora; por ella el libre organismo
prctico se hace mediacin entre el ser-
de-clase sincrnico y el ser-de-clase
diacrnico con la perspectiva de una
totalizacin. Esto basta para llevar a
cabo un arreglo sinttico del ser pasado
como objetivo sagrado, pnico
represivo y verdad en uso, bajo el
control del ser-de-clase inerte y a-
temporalizado, es decir, como esquema
ontolgico abstracto. Esta sntesis es
naturalmente mtica en la medida en que
el acontecimiento se vuelve arquetpico
y en que la temporalidad y el mal estn
introducidos por el obrero en la
tranquila eternidad del paraso burgus.
Pero, segn el punto de vista que nos
ocupa, realiza un cambio interno
importante: la totalizacin reflexiva no
se seala por un conocimiento de la
clase ya que sta es casi-objeto,
sino que realiza los esquemas generales
de una comprensin situada; las
relaciones precedentemente expuestas,
opresin (historicidad, praxis) y
explotacin (proceso), lucha a muerte
de los asesinos y de los asesinados (en
la perspectiva siempre posible de una
inversin en la relacin), radicalismo
negativo como imposibilidad asumida
de tolerar el menor cambio de rgimen,
se vuelven direcciones de la
comprensin. Representaban en el padre
tres niveles directos e irreductibles de
realidad: se vuelven en el hijo
indicaciones operatorias que, en
cualquier situacin, siguen siendo
complementarias: simplemente porque
toda reinteriorizacin sinttica y
prctica de una pluralidad prctico-
inerte tiene siempre por efecto disolver
la multiplicidad real en beneficio de una
multiplicidad negada y organizada.
Dicho de otra manera, toda praxis social
ya tenga su origen en una empresa, ya
en un grupo, ya en un partido ser
comprendida no en su pura dialctica
prctica sino a travs de estas
determinaciones particulares que la
calificarn y la descifrarn en su unidad
pluridimensional; comprender es aqu
apreciar una accin pblica en
relacin con la necesidad absoluta para
la clase de no ceder nunca (no ms en
este abandono de tal particular que en
un repliegue general) y en el pasado
irreversible que en cada instante corre
el riesgo de engendrar para la clase
dominante un porvenir de muerte, en
tanto que estas dos condiciones
prctico-inertes necesitan una praxis de
opresin permanente (la constitucin de
grupos de presin, la manumisin sobre
el soberano, la opresin como praxis
social apoyada en las fuerzas de
opresin pblica). La matanza
reinteriorizada toma, pues, la
significacin sinttica que no tena en la
generacin que la hizo; los grupos de
presin espontneamente constituidos en
tiempos de los padres se vuelven una
prctica exigida por la situacin en la
reflexin de los hijos; y la negativa
absoluta a retroceder, como verdad en
uso descubierta por los padres a travs
de su accin, es asumida por los hijos
como un doble lmite inerte, es decir,
como imposibilidad y como juramento.
No es desde luego este acto individual
de reflexin el que constituye o el que
podra constituir total o parcialmente la
clase de opresin como un grupo. Se
trata, en efecto, de operaciones
solitarias que se temporalizan a travs
de la relacin de cada heredero con la
fbrica. Y cuando algo transluce, cuando
su pensamiento prctico les vuelve por
los mass-media, por un artculo de
peridico, etc., es siempre como
pensamiento-otro, es decir, como
enajenado en la fuga infinita de la
recurrencia. Y en cuanto al juramento,
como imposibilidad asumida de
replegarse, en verdad no est realmente
hecho, ya que la estructura de la fe
jurada implica el grupo y la
reciprocidad mediada; digamos ms
bien que la imposibilidad colectiva de
clase asumida por cada uno como feroz
negativa de recular o de ceder se
constituye como inercia casi
juramentada. El juramento no se le ha
hecho a nadie, pero la estructura casi
juramentada aparece aqu porque la
libertad individual, interiorizando su
lmite colectivo, parece ser, como en la
fe jurada, la fuente de su propia inercia
negativa. Pero en cierta forma, la
alteridad est reforzada; ya que toda
concesin puede empezar una evolucin
fatal, cada uno est en peligro en el
Otro; sabr con furor que tal patrono (en
otra industria, en otra localidad) ha
cedido sobre un punto a las
reivindicaciones de sus obreros. E,
inversamente, se niega tambin en tanto
que Otro y porque la suerte de los Otros
est amenazada en su persona y por su
praxis. El burgus (o el fabricante) se
vuelve la razn de la serie, es decir, el
Otro actuando en otro lugar.
Sin embargo, ha tenido lugar una
especie de integracin: la burguesa ha
tomado conciencia de s como de una
clase. Entendamos con esto que la clase
es precisamente el Ser-Otro y que la
praxis de cada Otro, por los lmites que
asume y pretende darse, la manifiesta y
la realiza para l como la significacin-
exigencia de todo lo que emprende y
como una norma para juzgar lo que hace
cada Otro. Y an ms, la clase como
lmite y norma de cada praxis se vuelve
ella misma la inteligibilidad cristalizada
de toda accin econmica y social, bajo
la forma de praxis total
(reinteriorizacin simultnea por cada
uno de la irreversibilidad del pasado y
de la verdad en uso que se vuelve el
objetivo que tiene que alcanzarse por la
mediacin de cada prctica real y
presente). Lo que significa que cada
capitalista tiene una comprensin
singular y prctica de toda operacin
(de s mismo y del Otro) a partir de la
opresin como historicidad (pasado-
porvenir) y de la explotacin como
proceso (presente y previsin de los
sucesivos presentes). As, haga lo que
hiciere el otro fabricante, ste tiene su
inmediata inteligencia, ya que el Otro
tambin acta en el marco de la
insuperable negativa de ceder: le hace
justicia y si la accin del Otro realiza
en su particularidad la praxis opresiva
que la Historia hace necesaria, la
reconoce, es la suya all. En este nivel,
claro est, la praxis opresiva se realiza
en su particularidad con diversas formas
y con diferentes conductas; sigue siendo
la significacin de los comportamientos
individuales en tanto que se realizan en
el medio de la alteridad (reparto de los
puestos de gasto, eleccin del habitat,
del vestir, de las relaciones
mundanas, estilo de vida). La
burguesa de la segunda mitad del siglo
adopta ante la vida una actitud de
puritanismo laico cuyo significado es
inmediatamente opresivo: la distincin.
El distinguido es objeto de una eleccin
(de los superiores): es el individuo
reclutado por cooptacin de clase (o
mantenido en su clase por permanente
reconocimiento). Pero no ha nacido
(aunque sea burgus, hijo de burgus).
Ahora bien, la naturaleza y la sangre
confieren sus privilegios a la
aristocracia. En el mundo capitalista y
democrtico, por el contrario, es la
Naturaleza la que representa la
universalidad, por lo que, a primera
vista, el obrero es un hombre como el
burgus. La distincin es antinaturaleza:
el burgus es distinguido porque ha
suprimido las necesidades en l. Y en
verdad las suprime a la vez sacindose
con ellas y escondindolas (y a veces
mostrando cierto ascetismo): ejerce una
dictadura sobre el cuerpo en nombre de
la no-necesidad; o, con otras palabras,
una dictadura de la cultura sobre la
Naturaleza. Su vestimenta es obligacin
(corset, cuellos y pecheras almidonados,
chistera, etc.); muestra su sobriedad
(algunas muchachas cenan por
adelantado cuando las invitan a cenar,
para ayunar en pblico), su mujer no
esconde su frigidez. La violencia
constantemente ejercida sobre el cuerpo
(real o ficticia, segn los individuos,
pero lo esencial es que sea pblica)
trata de aplastarlo y de negarlo en tanto
que es universalidad, es decir, por las
leyes biolgicas que rigen su desarrollo
y sobre todo por las necesidades que le
caracterizan, presencia en el opresor del
oprimido en persona. El patrono se
distingue de los obreros porque ha
realizado su libertad en relacin con las
necesidades; y esta libertad como
posibilidad real de cumplirlas a su gusto
no es lo que piensa mostrar
pblicamente; la disimula con otro
poder que, de hecho, se fundamenta en
ella: el pretendido poder de negar esas
necesidades[286]. Ahora bien, esta praxis
es opresiva; por ella afirman los
burgueses su Ser-Otro en relacin con
los explotados; son los que se definen
por los actos y el pensamiento, los que
son cultura sin naturaleza; la distincin
es la preciosidad burguesa. Y la
preciosidad siempre ha sido un conjunto
de prcticas destinadas en determinados
medios a fundar sobre una cualidad
exquisita de sus miembros las
prerrogativas discutidas de la clase
dominante. Luego el constreimiento que
cada uno ejerce o pretende ejercer sobre
s mismo es como una justificacin del
que ejerce sobre sus asalariados (tan
duro para s mismo como para los
Otros); si castiga la carne y la
necesidad de su propio cuerpo, tiene el
derecho de reclamar y de imponer las
mismas prcticas a los trabajadores. En
fin, ms directa y profundamente, es el
acto mismo de la opresin el que se
repite aqu con todas sus
significaciones: es al obrero a quien
oprime como clase universal que
destruye en s mismo, u oculta tras
particularidades artificialmente
realizadas, es la represin de la rebelin
obrera contra el cansancio, el fro y el
hambre como rebeliones de ese cuerpo.
Ahora bien, lo que nos importa aqu
no es tanto la descripcin de ese estilo
de vida y su historia (pasaje, con el
crecimiento del capital acumulativo, del
puritanismo utilitario al humanismo
puritano) como su omnipresencia en la
alta burguesa (y en las capas superiores
de la clase media) en los alrededores de
1880.
Cmo concebir el ser y el modo de
aparicin de esta prctica? Cmo
establecer la relacin de la distincin
como actitud pblica con su
significacin (opresin libremente
ejercida por el opresor contra s mismo
en tanto que fundamenta as la opresin
del obrero por el empleador en la
opresin de la naturaleza por la
cultura)? Somos nosotros quienes
deducimos esta significacin hoy a
travs de una totalizacin diacr-nica
del siglo pasado? O son los
distinguidos mismos los que la
aprehenden como el ms-all comn de
sus prcticas particulares? En el nivel
del heredero la respuesta a las dos
preguntas no ofrece ninguna dificultad.
En primer lugar, la distincin es a la vez
praxis individual y serialidad. Praxis
individual enajenndose en la
serialidad. E inversamente,
actualizacin de lo serial por un invento
singular de cada individuo. La distincin
de tal individuo, en efecto, no puede
existir sino por y para el Otro; se trata
de una representacin pblica (que por
entonces iba acompaada
frecuentemente por una higiene ntima
muy descuidada) y cada uno se hace
distinguir por hombres distinguidos (esta
representacin, en efecto, no estaba
destinada a los oprimidos). Pero la
reciprocidad es reciprocidad de fuga, ya
que la distincin nunca llega de m solo
al Otro solo (ni inversamente), sino que
son siempre los Otros, de m en tanto
que Otro y de mi vecino como
distinguido por los Otros, de quienes
llega a cada uno por el Otro. Y cada
uno, finalmente, est distinguido en otro
lugar por la distincin del Otro. Los
modos aqu slo son extero-
condicionamientos que permiten
realizar la distincin mnima como
conformidad serial de determinados
esquemas prefabricados. Lo que
importaba, a decir verdad, si se quera
tratar de hacer un estudio histrico de la
distincin, era mostrar ante todo su
fuente en las operaciones individuales
de determinados herederos sobre la
base, precisamente, de las condiciones
materiales constituidas por la evolucin
del capital en perodos de acumulacin
y de las transformaciones hechas en la
clase, por ser el ser-de-clase un ser-
heredado. Segn este punto de vista,
unira con gusto la distincin con el
crecimiento de la riqueza social (es
decir, burguesa), que permite que la
clase dominante multiplique las
profesiones improductivas y que realice
una liberacin econmica del fabricante
(permitindole elegir entre puestos de
gastos cada vez mas numerosos). Pero
sobre todo veo inmediatamente la
prctica inventada por el heredero que
al mismo tiempo quiere afirmar contra
las clases explotadas su derecho a la
herencia y a negar a las antiguas clases
dominadoras su pretendido derecho de
sangre. En realidad, el heredero no
puede presumir ni de sangre (no ha
nacido) ni de mrito (si no, por qu no
preferira la sociedad a tal o cual
politcnico?); su derecho tiene que ser
un mrito que sea nacimiento y un
nacimiento que sea mrito, esto es, un
mrito no adquirido que justifique su
mantenimiento por la clase en el puesto
de mando de su padre. Pero tiene que
encontrar este mrito inmediato que le
distingue en una situacin histrica en la
que el ser-de-clase se haya vuelto lo que
era: la opresin sistemtica, justificada
por la opresin y la exterminacin
anteriores y proponindose como nico
medio de conservar la explotacin como
proceso prctico-inerte. Por lo dems,
los herederos no estn tan lejos del
utilitarismo burgus, esa pretendida
moral que descansaba simplemente en la
necesidad de invertir la mayor parte
posible de los beneficios en mquinas.
La dureza de sus padres est an en sus
costumbres, aunque tengan la
posibilidad real de vivir mejor. La libre
praxis individual de distincin se
aprehende en seguida en su movimiento:
esta nueva libertad (libertad para el
propietario de aumentar sus gastos
improductivos) fundamentar,
sencillamente, la libre reasuncin de la
austeridad paterna. Esta austeridad,
cuando viva el padre o el abuelo, era un
medio necesario; reasumida sin
necesidad econmica es un mrito,
pero, al mismo tiempo, se recoge y se
reactualiza como una naturaleza-contra-
la-naturaleza, como una exis familiar
que se transforma en praxis. Y este
constreimiento sobre s se vuelve
inmediatamente constreimiento sobre
los asalariados: el nivel de vida que se
impone el patrono es el umbral
infranqueable; de todas formas es l el
que define los diferentes niveles de vida
en los diferentes escalones de los
salarios. Se trata, pues, de un invento
individual, de una libre prctica; de
hecho, la situacin lo esboza, lo exige;
basta con superar lo dado para llegar a
la austeridad autorepresiva; y finalmente
todo se invierte: es esta libre austeridad
la que fundar los derechos de
propiedad de los padres; han trabajado
constreidos para que los hijos adopten
libremente el humanismo puritano. Por
la distincin, el heredero justifica la
herencia. Esta prctica tan simple, tan
solicitada, importa poco aqu que est
generalizada a partir de algunos seores
ejemplares de la burguesa o a partir de
innumerables inventos locales. Slo lo
pueden ensear la Historia y la
experiencia histrica. Lo que cuenta es
que la praxis est enajenada en seguida.
La distincin como razn serial se
vuelve la dictadura del otro. Antes era
mi opresin sobre mi propio cuerpo; se
vuelve la opresin sobre mi cuerpo de
todos los Otros. El libre invento se
cristaliza en cant en cuanto la imitacin
lo propaga y lo serializa. La distincin
se vuelve en cada uno el derecho de
heredar que tiene la clase. Su praxis
individual trataba de justificar su
herencia particular. Pero la justificacin
pona en tela de juicio a la clase entera,
ya que es a ella a quien el heredero
muestra sus ttulos. Como consecuencia,
es la clase entera como justificacin de
cada uno por todos los Otros la que
reclama ser, con un pasaje al infinito (ya
operado por cada heredero cuando se
quiere hacer consagrar) su propia
justificacin como generacin heredera.
O, si se prefiere, la justificacin de cada
uno por todos plantea la cuestin de la
justificacin de todos; pero esta
justificacin no es totalizadora: por
definicin hace del Otro transfinito (el
burgus heredero) el fin de la
justificacin serializada.
Podemos plantear nuestra segunda
pregunta a partir de aqu, la que nos
interesa particularmente: cuando la
distincin se ha vuelto prctico-inerte,
cuando se vuelve en cada uno lmite
inerte de su praxis cotidiana, cuando es
el ndice de su dependencia serial, el
individuo distinguido capta an su
significacin social como una
determinacin de lo que era, en su
padre, la verdad de uso. Puede
descifrar lo que no es realmente ms que
una operacin individual que se enajena
en la recurrencia como la accin unitaria
de su clase considerada como
agrupamiento prctico? No cabe ninguna
duda acerca de la respuesta: no slo
puede sino que ni siquiera tiene el
medio de impedrselo. La prctica
totalizadora de los grupos de presin,
reasumida en la reflexin, se vuelve
lmite inerte y esquema director de su
comprensin; lo que significa que
comprende toda prctica de clase
luego toda actividad pasiva serial a la
vez en la fuga de recurrencia (acabamos
de verlo) y como tctica de opresin
organizada. Su vestir y sus maneras, en
tanto que distincin impuesta por la
alteridad de recurrencia, las tiene que
comprender tambin a partir de esta
significacin insuperable y cristalizada:
la prctica organizada de la clase-
totalizacin; por lo dems, no se trata
aqu de una prctica que se exprese
directamente por una presin ejercida
sobre la clase enemiga: es ms bien un
hecho de recurrencia de consagracin
jurdica. Pero en tanto que la unidad
prctica de la clase-totalizacin, ese
lmite inerte, le impone aclarar todo por
el radicalismo (rechazo inquebrantable
que totaliza a una clase-sujeto y a la otra
clase como su objeto), cada actitud
distinguida (la suya o la de Otro) es
captada como negacin radical y
opresiva de la clase obrera por la clase
burguesa. Gapta a su clase en cada una
como totalizndose en forma de cultura y
rechazando de s misma los cuerpos en
el movimiento que mantiene a distancia
a los obreros; en cada una descubre y
produce esta determinacin total: mi
cuerpo no es ms que uno de mis
obreros, cada uno de mis obreros no es
ms que un cuerpo. Sera fcil, pero
perfectamente vano, multiplicar las citas
y los documentos; resulta claro con leer
cualquier declaracin (en la Asamblea,
en un peridico, en una reunin de
patronos, en la literatura
contempornea) que cada burgus
realiza su distincin como fundamento
jurdico de la opresin de clase y como
tctica interna de radicalizacin.
Simplemente, la diferencia entre la
totalizacin diacrnica y la totalizacin
sincrnica reside aqu en que la primera,
situada hoy en una evolucin en curso
del capitalismo y de las clases, a partir
de mtodos de combate muy distintos,
aprehende el significado de la exis
distinguida como momento parcial y
como privacin que no encuentra su
verdad ms que en el desarrollo ulterior
de la lucha; la significacin encuentra
as una autonoma negativa e inerte; se
vuelve mistificacin objetiva, antes de
encontrar su verdadero lugar en un
movimiento que la disuelva; mientras
que la totalizacin sincrnica que, de
hecho, no existe aqu y se efecta por
cada uno sobre la base de una falsa
unidad pasada (el nuevo nacimiento), se
realiza en la accin misma (en cada
accin prctica distinguida) sin palabras
y sin siquiera ponerse para s como
plenitud positiva y ms all totalizador
de cada momento prctico. La extrema
seriedad de las ceremonias distinguidas
ni siquiera sera comprensible si no
considersemos a cada oficiante como
cumpliendo cada gesto a la luz de un
ms all sin formular que es la clase que
se totaliza como opresin justificada. De
hecho, estas ceremonias (salones,
comidas por invitacin, etc.) no estn
nunca producidas por grupos: se
sustituye en ellas la atomizacin
provisional por la recurrencia; baile,
recepcin, soires: otros tantos
colectivos. Pero cada otro de los
colectivos considera la recurrencia
circular de que forma parte integrante
como encarnacin provisionalmente
serial de la praxis de clase como
totalizacin.
El ejemplo de la distincin nos
permite ir ms lejos y definir lo que
podra llamarse espritu objetivo de
clase, si se toma el cuidado de quitar las
resonancias espiritualistas de la palabra
espritu para no ver en ella ms que un
medio de circulacin para las
significaciones. En efecto, en la medida
en que una prctica general como la
distincin exis y praxis conjuntamente
es comprendida por cada uno, en el
movimiento mismo que la produce,
como momento particular de una accin
total (cuya significacin como simple
ms all se pone delante de l), esta
accin total existe como ms-all inerte
de cada uno y su insuperabilidad
aparece en cada uno como comn. No
imaginemos sin embargo que escape al
ser serial: aunque se d como forma
total, no es una determinacin inerte la
que puede producir una comunidad; es la
disolucin comn de lo serial la que
produce las significaciones como
unidades reales de la praxis. Pero su
serialidad no la modifica en su
estructura, ya que es simplemente el
signo de la totalidad como inerte ms
all de toda actividad (libre e individual
o pasiva). Y, finalmente, en la
superacin de la recurrencia, se da
como totalidad otra de las prcticas de
este Otro transfinito que es el burgus.
Esta oposicin de lo serial y de lo total
no tiene ms efecto que crear una tensin
contradictoria en la unidad de alteridad
como doble ms all de todas las
referencias. Y, ya que la significacin-
totalidad sigue siendo insuperable ms
all de toda prctica, no es slo la
prctica general (o exis) de distincin la
que el hombre de distincin le supone,
es cada praxis singular, cada invento de
detalle, cada nuevo encarecimiento
(vestimentario u otro). Estas creaciones
efmeras o estos acontecimientos
rpidos se relacionan por s mismos con
la prctica generalizada y a travs de
sta con la totalidad-lmite que provee
su sentido completo. En este nivel, y
segn el punto de vista serial, es
perfectamente indiferente que la
creacin haya aparecido aqu o all, que
haya que atribuirla a ste o a aqul, ya
que, de todas formas, siempre ser el
Otro quien la habr hecho en otro lugar.
Aparecen unas expresiones, las usa
Otro cualquiera durante una temporada,
en tanto que las ha recibido de los
Otros, o ms bien como ya he dicho
no se mueven, son ndices de
recurrencia a los cuales se refiere cada
Otro; se elige un paseo: no lo elige
nadie, se pasea todo el mundo por all y
luego se abandona; est de moda un
pintor, un actor, y luego ya no lo est.
Cada uno de estos pequeos
acontecimientos seriales est,
naturalmente, rigurosamente
condicionado, bajo su aparente
imprecisin. Como estn condicionados
tambin el best seller o esos
personajes que se manifiestan con un
acto determinado, alienado en seguida
en la serie entera, que son el objeto de
un capricho y desaparecen. Lo que
importa aqu es que cada una de esas
manifestaciones est relacionada por
cada uno con la totalidad insuperable,
como en el sentido profundo del que es
una actualizacin particular. Y, en cierto
sentido, no es falso, ya que los
responsables de estos objetos y de estas
acciones los han producido en un medio
ya polarizado por esta totalidad, que,
como ya se sabe, no es ms que la clase
que se hace negacin radical del Otro.
Se constituye, pues, como adaptacin, en
el medio del Otro, de la adaptacin a la
prctica, una permeabilidad de todos los
productos y de todas las manifestaciones
a todos los individuos. Naturalmente, el
objeto est producido en tanto que otro
(en tanto que se trata de prever por el
pensamiento serial o de determinar por
el extero-condicionamiento el gusto de
los Otros) y es comprendido y apreciado
en tanto que Otro, porque cada uno lo
examina en tanto que gusta a los Otros y
para hacerse Otro como ellos. Lo que
quiere decir que la estructura de la
comprensin como prctica se mantiene
incambiada pero que sta se vuelve
comprensin otra[287]. Sin embargo, esta
alteridad es precisamente aqu el ser-
de-clase; as se comprende en burgus
tal cuadro o tal libro. Se reafirma as la
prctica de clase (ms all inerte) y el
objeto comprendido es la mediacin
concreta entre uno y otro. El resultado
no es, nunca es la comunicacin: no hay
nada que comunicar porque la
comprensin es idntica en cada uno. Lo
que hay, ms bien, es una permeabilidad
circular y giratoria de todo
acontecimiento de clase para todos, una
solubilidad de cada modo de clase en
la clase-substancia. Esta clase-
substancia, claro est, no es nada ms
que la inercia de una negacin
totalizadora de toda posibilidad de vivir
para la otra clase; pero por el solo
hecho de que cada acontecimiento (por
ejemplo, la influencia creciente de la
Iglesia entre Junio de 1848 y el fin de
siglo) se produce en el interior de este
lmite y se radicaliza ah, hay una
especie de tensin propia del
acontecimiento burgus: praxis o
proceso, est vivido, producido,
comprendido como yendo hacia un
lmite que de hecho representa su fuerza
interna de afirmacin, su eficacia
prctica. Y como este acontecimiento
est necesariamente en otro lugar y
transforma aqu en en-otro-lugar si
aparece aqu mismo (en tanto que la
totalizacin, cuando es real y prctica,
hace un aqu de todo acontecimiento
local), la totalidad inerte se vuelve
como correlativo del ser-de-serie la
determinacin de un medio de
circularidad homognea (que est
realmente producida por la circulacin
de las mercancas, del dinero y de las
personas) donde el acontecimiento como
ndice de radicalizacin est producido
por cada uno en tanto que Otro en la
equivalencia de todo en-otro-lugar con
todo aqu (en la disolucin de todo aqu
en todo en-otro-lugar). Yo me hago autor
de tal acto cumplido en otro lugar en la
medida en que lo reasumo en una
superacin radicalizadora. En efecto,
este tipo de comprensin-otra es
particular: se hace como superacin del
hecho comprendido hacia una especie de
conocimiento de tercer gnero de ese
mismo hecho (de hecho, este
conocimiento-espejismo se reduce a la
opresin como negacin del Otro
transcendente) y de esta manera como
superacin del individuo que comprende
hacia su pertenencia a la clase-totalidad
(no siendo la totalidad ms que la
herencia de un antiguo asesinato). Si se
quiere llevar ms lejos el estudio de
este medio (totalizacin inerte que
determina la fuga en alteridad), remito a
las pocas indicaciones que he dado, en
el nivel prctico-inerte de la experiencia
sobre el pensamiento serial. Lo que
conviene sealar, simplemente, es que
este pensamiento tiene cierta verdad. En
efecto, la unidad del radicalismo
implica, aunque sea en el medio de la
alteridad, que los productores del acto o
del acontecimiento (responsables
directos) han superado su prctica
particular y su actividad pasiva en la
medida en que los testigos otros
(responsables indirectos) han llevado a
cabo esa superacin en la comprensin.
Comprender y producir, en la serialidad
de los herederos, es una y la misma
cosa; ms an si se tiene en cuenta que
producir es reproducir. Y, como hemos
citado, al pasar, el recurso de la Iglesia,
sobre todo despus de 1871 (pero
recordemos la ley Falloux despus de
las matanzas de Junio), hay que ver que
ha habido siempre cierto nmero de
grupos o de individuos proclamando
cnicamente el sentido de la maniobra,
de Thiers a Maurras: una religin para
el pueblo. Y que esta significacin-
lmite (opresin por la supersticin y la
ignorancia en que se mantiene al pueblo)
haba sido comunicada a toda la clase
burguesa. Por lo dems, se encuentra en
todas las plumas desde Waterloo,
empezando por la de Chateaubriand. Se
vuelve, pues, a la vez como sombra
inerte y ya antigua, un centro de
referencia o, si se prefiere, una Idea (en
el sentido platnico) pero inerte de las
tareas por cumplir en otro lugar por
Otros (el sacerdote, por ejemplo,
encargado de sostener la opresin
militar). Pero al mismo tiempo cada uno
como Otro se hace medio de esta idea
en el movimiento por el cual l la
comprende: ayuda a la Iglesia; lo que
significa que hace dones a sus
representantes locales y que trata de
constituirles poderes como hace el
gobierno. Y de ordinario esto no es
posible ms que si el fabricante mismo
es el primero en hacerse cristiano (para
no ser acusado de maquiavelismo);
dicho de otra manera, la comprensin de
la accin del soberano y de las
declaraciones oficiosas es a la vez que
hay que cambiar al proletariado por el
sacerdote para no cambiar a la
burguesa, y que la burguesa no puede
evitar el cambio sino cambindose ella
misma y fundando la nueva autoridad del
sacerdote en la disolucin en ella del
movimiento (serial) de
descristianizacin y en la aparicin de
otra recurrencia (la de la fe). Y esta
comprensin es cnica en algunos: puede
ser cnica en todos porque la
significacin cnica est ya ah como
simple unin directa de las medidas
tomadas o consideradas y de la
significacin totalizada como negacin
inerte que las alumbra. Pero tambin
puede y en todos ser vivida en el no-
cinismo; todo depende de las
circunstancias particulares. La
necesidad de una religin para el pueblo
se puede unir a un sentimiento individual
de frustracin, de angustia, etc. En este
caso, la necesidad se volver necesidad
de una religin para el hombre. Pero en
el interior de esta universalizacin, el
burgus cristiano reafirmar la utilidad
de clase de la fe de una manera apenas
diferente: el obrero que cree est
integrado, su creencia en el paraso
compensa la vanidad de su existencia
terrestre; los malos que han infectado de
atesmo a las clases populares, no slo
han ofendido a Dios, sino que han
elevado los salarios contra los patronos.
Para ver con qu facilidad se pasa en el
siglo XIX de una significacin a la otra,
bastar con leer uno de los primeros
textos que plantea la cuestin (el de
Musset en la Confesin de un hijo del
siglo). Reprocha a la revolucin
burguesa que haya descristianizado a
Francia; ve en esta descristianizacin
uno de los factores esenciales del mal
del siglo (es decir, del mal burgus, de
su propia inquietud) y, al mismo tiempo,
un ataque lanzado simultneamente
contra los derechos de los miserables y
contra el orden social: los miserables
tienen derecho a la fe que les promete,
si la merecen, una eternidad de
felicidad. Si les quitis esta fe, al mismo
tiempo provocis desrdenes terribles
que habr que reprimir para salvar a la
sociedad. Ahora esta fe, el derecho
nico de los explotados, es, segn
Musset, el descubrimiento real de una
verdad religiosa o no es ms que una
ilusin que no hay que deshacer? En el
segundo caso estaramos a dos dedos
del cinismo. Pero Alfred de Musset no
decide: le molestan tanto los ateos por
tener razn como Dios por drsela con
su silencio; considera que hay una
equivalencia entre la disipacin de su
vida y las rebeliones obreras. Esta
posicin media envuelve una
comprensin total de la significacin de
clase de tal conversin o de tal acto
individual. En un instante cualquiera y
en el mismo individuo, puede separarse
en misticismo de pura soledad (durante
un instante), o en negatividad que se
ejerce sobre el individuo mismo (el
etilismo de Musset se debe parcialmente
a la prdida de Dios), o debilitarse
hasta el cinismo maquiavlico: todo
para engaar a los pobres. Pero todas
estas formas del espritu objetivo de
clase son equivalentes porque contienen
la misma decisin de forzar al pueblo a
creer; y ninguna sobre todo la
maquiavlica puede aspirar a ser la
forma privilegiada, la que expresa en su
pureza la relacin de las prcticas con
el significado-lmite: en efecto, como
esa relacin est en todas partes, todas
sus realizaciones prcticas equivalen. O,
si se prefiere, la relacin: religin para
el pueblo prctica de opresin
est dada inmediatamente pero como
simple orientacin de una superacin no
determinada; las determinaciones sern
equivalentes a priori hasta el momento
en que una u otra se muestre ms eficaz
como medio religioso de oprimir.
Se descubre sin sorpresa que esta
comprensin de los herederos vuelve
permeable a cada uno para toda prctica
de grupo que tenga como fin mantener la
opresin. De hecho, su fin es la verdad
en uso de la generacin precedente en
tanto que est reinteriorizada por los
herederos como libre lmite de su
libertad. Y esta verdad en uso estaba ya
aprehendida a travs del extero-
condicionamiento del otro por los
grupos de presin (y, eventualmente, por
el soberano). Al tomarse de nuevo como
totalidad-lmite (obligacin de clase,
opresin como deber de cada uno con el
otro, etc.), encuentra su determinacin
de comunidad por la accin en la clase
de una comunidad prctica. Y por la
comprensin de la accin comn, el otro
se determina como individuo comn en
la serialidad. Esta determinacin inerte,
recibida desde fuera, no cambia su
estatuto, pero se constituye, en la
alteridad, como coresponsable, en la
medida en que reinterioriza la praxis del
grupo (la hace suya en tanto que otro).
Hemos visto, en efecto, determinarse el
espritu de clase en forma de corriente;
pero en este caso el origen estaba en el
infinito. En esta nueva experiencia
aprehendemos la serialidad maniobrada
de nuevo por los grupos, es decir,
extero-condicionada. La diferencia con
la generacin precedente es que el
heredero consciente de este extero-
condicionamiento lo comprende en la
medida en que se vuelve el agente
(actuando sobre l mismo y sobre los
Otros). Si queremos volver ahora al
malthusianismo francs como prctica
de heredero, podemos comprender todos
los datos del problema. Nos
preguntbamos cmo puede tener esta
prctica un sentido comn y aprehendido
por todos los agentes, aunque se realice
parcialmente en grupos de produccin,
diferentes y parcialmente por serialidad.
A fines del siglo XIX, en Francia el
odio de clases sigue igualmente vivo y
los patronos de la tercera generacin se
ven constituidos en su unidad diacrnica
y pasada por dos matanzas memorables
que producen por si mismas un porvenir
de sangre. Pero, por otra las
circunstancias materiales han cambiado
con el proceso mismo de la explotacin.
La industria conoce hasta 1914 un nuevo
perodo de expansin (debido a un
conjunto de condiciones que los
economistas han analizado
perfectamente); el resultado es aumentar
la contradiccin entre opresin y
explotacin. Ya hemos visto, en efecto,
que la opresin sostiene y constituye en
el medio de los colectivos el proceso de
explotacin. Pero el movimiento de la
explotacin va por s mismo a la
exterminacin de los oprimidos que se
sublevan y la explotacin exige su
conservacin (al menos parcial) a ttulo
de mano de obra. Esta contradiccin se
exaspera cuando toda la historia social
del siglo XIX francs ha producido a los
explotados como objetos de violencias
sangrientas y, por consiguiente, como
sujetos pasibles de una insurreccin
despiadada en el momento en que la
industrializacin y la concentracin
acarrean el aumento en cantidad del
proletariado y el aumento de valor del
hombre-mercanca (fuerza de trabajo).
Esta contradiccin se reforzar, despus
de la guerra de 1914, ya que la era de la
mquina especializada se manifiesta con
una nueva descalificacin del trabajo:
los patronos ganan en esta
transformacin en la medida en que
tratan de liquidar las antiguas medidas
sindicales y las prcticas de la lucha
anarcosindicalista; pierden primero
porque el sindicalismo de los ltimos
aos de preguerra tenda a reclamar el
arbitraje del Estado, lo que supona un
control del aparato soberano sobre los
sindicatos, luego porque, si tena que
continuarse sin freno, la descalificacin
producira una homogeneidad ms
grande de la clase obrera y la accin de
las lites calificadas (relativamente
limitada) cedera el lugar a la accin de
las masas siempre ms peligrosa para el
rgimen y ms profundamente
revolucionaria. Por otra parte, el simple
proceso capitalista cuando se le deja
autnomo tiene que ir hasta el fin de
s mismo, como lo prueba, en su poca,
la evolucin de los Estados Unidos.
Cmo limitar la explotacin sin limitar
el beneficio? Esta cuestin nos aclara:
el lmite impuesto al proceso desde
fuera no est producido por el proceso
mismo en su desarrollo prctico-inerte.
Este, por el contrario, engendra en su
actividad pasiva la produccin de masa,
la transformacin de la clase obrera; los
acuerdos patronales (trusts, cartels,
etc.), etc. El malthusianismo es una res
puesta opresiva y radical basada en una
negativa: los capitalistas franceses
niegan el libre desarrollo del proceso
para salvar a su clase. Esta negativa est
ya presente, como lmite-inerte de todo
cambio; aparece, como se quiere, bajo
la forma de una determinacin a priori
del espritu-objetivo o como un esquema
inmediato para la comprensin del Otro
por el Otro y para su radicalizacin.
Este lmite impuesto a la
industrializacin tiene el sentido de una
opresin: quiere contener el crecimiento
de la poblacin obrera y, si es posible,
invertir el movimiento demogrfico para
disminuir el peligro de la clase obrera
bajo la influencia de los medios de
produccin, de manera que se mantengan
en ella sectores heterogneos y que se
opongan estos medios por conflictos de
inters; se niega a asumir su funcin
histrica (mquina especializada
explotacin-produccin de masa) y a
contribuir, por cuanto puede impedirlo,
en la elevacin del nivel de vida medio.
Esto, en efecto, significa: 1. Que la
clase dominante entiende que ejerce un
control riguroso de los nacimientos en
la clase obrera. De hecho, a pesar de la
hipocresa oficial, los matrimonios
obreros tienen que inaugurar, durante el
perodo comprendido entre las dos
guerras, las prcticas malthusianas.
Comprendemos el sentido del ejemplo
citado ms arriba. He dicho que la
obrera que aborta ejecuta por s misma
la sentencia que dicta la burguesa
contra ella. Comprendemos, en efecto,
que es una sentencia. La violencia
abortadora que se ejerce a la vez sobre
el vientre de una mujer y sobre una vida,
es la de la sociedad burguesa: la obrera
misma y la amiga que la socorre no
encuentran esta violencia (como furor y
desesperacin) ms que interiorizando
la imposibilidad concertada de que un
matrimonio obrero pueda satisfacer a las
necesidades de un hijo suplementario.
Como el proceso econmico, al
conducir a la produccin de masa, lleva
a una demanda aumentada de mano de
obra, la detencin del proceso para
mantener la mano de obra bajo el
perpetuo riesgo de la falta de trabajo y
para constituirla como siempre un poco
superior a los ofrecimientos de empleo,
es el ejercicio opresivo del derecho de
vida y de muerte. Esta opresin se
completa, sin duda, con la actitud de las
clases dominantes ante la mortalidad
obrera: es sabido que cada sociedad
decide sobre sus muertos. Pero decide
en el nivel de las clases superiores (a la
vez por el soberano poltica general,
presupuesto, creaciones de mejores
condiciones de trabajo, higiene y por
la clase-serialidad arreglo de los
locales, higiene, leyes de proteccin,
esfuerzo para eliminar el peligro de
muerte o las enfermedades profesionales
). Esto significa que los patronos
franceses con la perspectiva histrica
de una lucha sangrienta, nunca olvidada,
cuya resurreccin siempre es posible
proceden, despus de los disturbios del
19, a una exterminacin dirigida de la
clase obrera por los nacimientos que
impide y las muertes que decide no
impedir.
2. Esta prctica no puede
separarse de la negativa de ampliar el
mercado. Precisamente porque la
produccin sigue siendo la misma, hay
una convergencia entre la negativa por
la industria de emplear a nuevos
trabajadores y la imposibilidad
provocada y mantenida para la familia
obrera de tener otro hijo. Si abordamos
el segundo aspecto de la prctica
opresiva sin preocuparnos por las
interpretaciones aberrantes que se han
dado recientemente a las leyes de
pauperizacin, si le conservamos, como
hace Marx mismo, una significacin
relativa y si reconocemos la indudable
evidencia de que la industrializacin
eleva el nivel de vida para todos, habr
que reconocer entonces esta verdad que
nos esconde el economista: la burguesa
francesa mantiene un nivel de vida
anormalmente bajo (es decir, en
contradiccin con las consecuencias
prctico-inertes de la segunda
revolucin industrial y con los niveles
de vida de los otros pases de
capitalismo avanzado) por una
prctica deliberadamente opresiva.
Oprime al conjunto de la poblacin para
encadenar a la clase obrera.
3. En esta rareza provocada (es
decir, en esta intensificacin deliberada
de la rareza como fuerza negativa), las
contradicciones entre los obreros como
vendedores individuales de su fuerza de
trabajo, ya superadas por la prctica
sindical, estn transformadas en
contradiccin entre medios obreros
(obrero profesional contra obrero
especializado, obrero funcionario contra
obrero de la industria privada, obrero
de salario mensual contra obrero pagado
a destajo, etc.), y los sindicatos,
cubriendo estas divisiones con su
soberana en vas de petrificacin, se
vuelven por ellos mismos agentes de
desunin para la clase obrera. Pero esta
violencia desintegradora la obtienen de
la prctica patronal. Sus conflictos
restituyen en la clase obrera la fuerza
opresiva que mantiene las divisiones
deteniendo el proceso econmico. La
opresin consiste aqu en perpetuar
disensiones provisionales, perpetuando
la situacin francesa. Es dividir para
reinar. La clase burguesa, abortadora,
causante de hambre y divisora, sigue la
matanza. Infla arbitrariamente lo
terciario ya pletrico a expensas de
lo secundario, para acentuar la tensin
de clase entre empleados y proletarios.
Reduce a la clase enemiga a la
impotencia, es decir, a realizar su ser-
de-clase como la condena dictada por el
enemigo.
Esta opresin radical es
evidentemente la totalidad de clase
como praxis y como significacin
insuperable de la operacin de cada
propietario. En este sentido se puede
decir que la opresin en su nueva forma
se define por s misma, para cada uno en
tanto que Otro (en tanto que enajena su
propia operacin), a partir de las
circunstancias nuevas y como exigencia
rigurosa; como es necesaria una
adaptacin permanente y controlada del
proletariado a la produccin (y de la
produccin al proletariado), la
exterminacin represiva no puede
hacerse por medio de matanzas: esas
sangras discontinuas y brutales no
tienen el valor de un equilibrio constante
y de una disminucin progresiva de la
clase obrera. Evidentemente, hace falta
una sangra permanente y controlada. Y
sobre todo, como el pasado histrico de
la clase obrera le confiere una
experiencia temible de la violencia y
en consecuencia una violencia igual
aunque potencial, el radicalismo francs
sigue definindose como imposibilidad
de cambio, como obligacin de
mantener el statu quo. Con esta
perspectiva teleolgica todos los
patronos de los alrededores de 1930
interpretan todas las prcticas
patronales de los Otros. Hemos
mostrado exigencias contradictorias
pero no la praxis que supera a estas
contradicciones. Cmo mantener y
aumentar la tasa de beneficio si se
reduce a cero la tasa de crecimiento de
la produccin?
He explicado en otro lugar qu
solucin ofrece el malthusianismo: la
gran industria aumenta la productividad
sin aumentar la produccin; reduce los
costos y la mano de obra. Pero al
guardar los miserables mercados
franceses sin preocuparse por
encontrar otras salidas, hace pactos
ms o menos clandestinos con los
pequeos fabricantes a quienes conserva
su malthusianismo y que producen las
mismas mercancas con costos ms
elevados: la gran industria ajustar sus
precios sobre los de estas pequeas
empresas prescriptas cuya existencia
deteriora progresivamente a la economa
francesa. La opresin, aqu, toma la
forma de un doble engao: frente al
pblico, las pequeas empresas sirven
de cobertura de las grandes empresas
que se aseguran un beneficio
considerable vendiendo al precio ms
elevado (el que es el ms bajo para los
pequeos fabricantes), lo que les resulta
menos caro; al aumentar la
productividad individual (compra de
mquinas perfeccionadas,
racionalizacin, primas por el
rendimiento, etc.), aun manteniendo la
produccin en un nivel constante, los
industriales obligan al obrero a hacerse
agente de la exterminacin controlada en
su propia clase; es por l, en efecto, por
sus esfuerzos por ganar el salario ms
elevado que pueda obtener, luego para
elevar las normas de su propio trabajo,
por lo que la posibilidad para cualquier
trabajador de encontrar o no encontrar
trabajo en la totalidad de la industria
francesa est rigurosamente determinada
en el terreno de la alienacin serial. Y,
sin duda, en todas las fases del
capitalismo, el contrato de un obrero
representaba negativamente para Otro la
posibilidad de no encontrar trabajo
(salvo en pocas de pleno empleo, es
decir, en circunstancias muy definidas y
en momentos muy particulares). Pero se
trataba de un simple truismo y era el
obrero como mercanca inerte (incluso
antes de que hubiera comenzado el
trabajo) el que eliminaba a otro hombre-
mercanca. En el caso del
malthusianismo, el engao lleva al
obrero a suprimir l mismo, aun sin
saberlo, la posibilidad de trabajar y de
vivir para Otro cualquiera de la clase
obrera, ya que en lugar de tener por
efecto como en una produccin de
masa no frenada el desarrollo de la
produccin misma y el aumento
indirecto de las necesidades de mano de
bbra de una industria en pleno
movimiento, su libre adaptacin
orgnica a las tareas y a las normas, a
las nuevas mquinas, se traduce
necesariamente en los patronos por una
disminucin de la necesidad de mano de
obra.
Tal es, pues, el invento. Entiendo
con esto la prctica real que ha resuelto
las contradicciones modernas de la
opresin y de la explotacin, del statu
quo y del beneficio en detrimento de la
clase obrera y de toda la poblacin
francesa. Nadie dudar de que sea
opresiva. O ms bien, la impresin est
dada ante todo como negativa radical de
todo cambio. En el interior de esta
obligacin totalizadora, unos grupos
econmicos han puntualizado el
malthusianismo como medio para ellos
(para tal o cual gran organizacin
industrial) de someterse a la exigencia
de clase, y sobre todo de asegurar para
ellos mismos el control de sus obreros.
Tampoco hay aqu nada que no sea
perfectamente inteligible; solamente se
trata de transformar en prctica una
determinacin ya inscrita en lo prctico-
inerte. Pero si esta prctica de
determinados grupos se ha vuelto
prctica de clase, comprometiendo a
todos los otros grupos (o individuos) en
tanto que otros, es que se ha dado como
inmediatamente descifrable en el medio
serial del espritu objetivo de clase y
que cada uno la ha comprendido
superndola hacia la negacin radical
como insuperabilidad y como fin comn
de la clase totalizada (y de cada grupo,
de cada persona). Pero esta
comprensin es necesariamente
produccin all de la accin otra en
tanto que cada uno, como Otro, es el
Otro que la produce, y reproduccin
aqu (es decir, en este en-otro-lugar
donde est mi Ser-Otro para los Otros)
en tanto que cada uno es responsable de
la clase (de la negativa radical como
lmite que no se tiene que franquear so
pena de traicionar a esta clase) por y
para todos los Otros. Ninguna
conspiracin, ninguna deliberacin,
ninguna comunicacin, ningn
reagrupamiento comn, salvo en el caso
de los grupos poderosos que han
inventado e inaugurado la prctica. Todo
se ha operado serialmente y el
malthusianismo como proceso
econmico es serialidad. Pero cada vez
que la cosa es posible, la operacin de
cada grupo local o de cada individuo
reproduce libremente el movimiento de
comprensin y, muchas veces, ni
siquiera se distingue de l. As
volvemos a caer en el caso
precedentemente examinado de la
responsabilidad colectiva. Es, en efecto,
la comprensin del malthusianismo de
los Otros y la adaptacin deliberada (y
no simplemente sufrida) de la
produccin aqu (por ejemplo, como
produccin de objetos de consumo
inmediato) a la produccin all y en
todas partes (produccin malthusiana en
las industrias de extraccin, en las
fbricas de instrumentos de trabajo, y
finalmente en todas partes) lo que, en el
terreno del Otro, se vuelve el
malthusianismo de cada uno; el
encogimiento de la produccin es un
fenmeno circular: cada uno prev el
malthusianismo de los Otros en tanto que
tiene que condicionar su propia
produccin y condiciona a este mismo
malthusianismo en tanto que regula por
adelantado su propia produccin (y las
necesidades que engendra). Por esta
circularidad cada fabricante o cada
grupo de fabricantes hace el
malthusianismo y lo aprehende al mismo
tiempo en otro lugar como proceso al
que hay que adaptarse; el
malthusianismo de cada uno est
inducido: no puedo producir ms porque
me faltara la materia prima,
instrumentos de produccin, etc., y
finalmente, clientes. Pero al mismo
tiempo es el inductor: soy el Otro sobre
el cual el Otro regular su produccin.
Al mismo tiempo, la simple adaptacin
de cada uno al malthusianismo circular,
como comprensin prctica del
malthusianismo-praxis, es un acto de
opresin en todas partes: cada uno
limita artificialmente la produccin o su
tasa de crecimiento por libres prcticas
de violencia a travs de las cuales
aparecen dos significaciones inertes, una
en lateralidad (tengo que adaptarme al
otro), la segunda como lmite
totalizado (comprendo el sentido de la
operacin y contribuyo a l por
imperativo de clase) y como ms all
comprendido de cada operacin viva.
Determinado por la praxis deliberada
(aunque an prudente) de grupos
inductores, el malthusianismo como
debilitamiento circular de la produccin
(en el sentido en que cada productor
regula a la vez por su produccin y por
los salarios que da la produccin
social) est realizado y continuado,
como proceso, por la comprensin
solcita de la accin original, es decir,
por su reproduccin como lmite brutal
del poder de adquisicin, luego de la
posibilidad de vivir de los asalariados.
El malthusianismo es opresin en tanto
que el lmite impuesto a priori por la
fbrica a su produccin se define para
los fabricantes a partir del lmite ms
all del cual su propia clase ya no sera
posible, es decir, a partir del lmite que
su clase impone a la otra por opresin.
El malthusianismo es praxis-proceso en
la medida en que esta singularizacin
histrica de la praxis de opresin
implica necesariamente unas
modificaciones prctico-inertes en el
proceso de explotacin. Naturalmente,
existen otras opresiones y precisamente
en los pases que han conocido la
opresin de clase sin guerra civil
(paternalismo y neopaternalismo, human
engineering, etc.); se desarrollan a
partir de circunstancias dadas, sobre
condiciones de produccin y de las
relaciones de fuerza igualmente dadas,
con perspectivas que las tcnicas y las
relaciones de propiedad han
transformado parcialmente. No se trata
de describirlas aqu (ni siquiera de
mostrar el esfuerzo, en Francia misma y
en determinados sectores de la industria,
para realizar conjuntamente la
liquidacin del malthusianismo, la
desconcentracin y el neopaternalismo).
Lo que queramos indicar aqu era que
las prcticas individuales de lucha (en
el interior de una sociedad dada, de una
organizacin, etc.) sostienen
necesariamente el proceso marginal y
circular de explotacin. Y que la
opresin particular se comprende ella
misma, en la pura inocencia, como
condicionada por todos los otros lugares
(no soy yo, son los Otros, estoy obligado
a cerrar este taller) y, en la buena
conciencia unitaria, como realizacin
aqu del ser-de-clase insuperable, en
tanto que la praxis singular se inscribe
en una prctica imperiosa y totalizada.
He dado el ejemplo del
malthusianismo con la intencin de
mostrar el sentido mnimo que tiene que
tener la lucha de clases para que se
pueda escribir que es el motor de la
Historia (en vez de decir, simplemente,
que este motor se encuentra en el
proceso econmico y en sus
contradicciones objetivas). En verdad,
ah est todo, aunque nuestra experiencia
dialctica, a pesar de sus primeros
acercamientos a lo concreto, est lejos
de haber terminado, se puede decir ya
(sin siquiera haber encontrado el hecho
histrico, sino como simple
temporalizacin cristalizada en el
pasado y superada) que tal vez
encontremos algo como un sentido en la
evolucin de las sociedades y de los
hombres si consideramos que las
relaciones recprocas de los grupos, de
clases y de una manera general de todas
las formaciones sociales (colectivos,
comunidades) son fundamentalmente
prcticas, es decir, se realizan a travs
de las relaciones recprocas de
interayuda, de alianza, de guerra, de
opresin, etc., cualesquiera que sean,
por lo dems, el tipo y el modo de
realizacin de esas acciones (hemos
visto la complejidad de la prctica
opresiva, no ha dejado de evolucionar
con la Historia y con el proceso). Que,
en determinadas circunstancias, la
reificacin sea uno de los resultados (en
alteridad) de esta relacin prctica entre
multiplicidades estructuradas o no
que se interioriza por todas partes como
exterioridad absoluta de las relaciones
humanas, en las clases oprimidas, en las
clases de opresin y, como consecuencia
de esto, que pueda haber en la relacin
que une a las multiplicidades (aliadas o
combatientes) una inercia inducida, una
exterioridad interiorizada que tiende por
s misma a la reificacin, es una
necesidad o ms bien es la necesidad
misma en tanto que es descubrimiento de
la alienacin universal en el seno de las
multiplicidades prcticas cuya
materialidad inorgnica es la mediacin.
Pero si hubiera que reducir las
relaciones de las multiplicidades
prcticas a simples determinaciones
contradictorias producidas
simultneamente o no por el
desarrollo de un proceso; si hubiera que
considerar, por ejemplo, que el
proletariado es el futuro destructor de la
burguesa por el simple hecho de que la
disminucin progresiva del capital
variable y el aumento de capital fijo, al
aumentar la productividad del obrero y
al reducir el poder de adquisicin
global de la clase obrera, producirn, de
crisis en crisis, la catstrofe econmica
en que se hundir la economa, se
llegar a reducir al hombre al puro
momento antidialctico de lo prctico-
inerte. Lo que nuestra experiencia
dialctica nos ha enseado, por el
contrario, es la doble determinacin de
la praxis constituida que, en todos los
niveles e incluso en el grupo (en cuanto
deja de estar en fusin), se caracteriza
por una fuga lateral, es decir, por formas
diversas de inercia, de alteridad y de
recurrencia y que al mismo tiempo y
hasta en lo colectivo mantiene su
carcter fundamental de operacin
dialctica transformando al campo
prctico por una reorganizacin
comprensible de los medios a partir de
un fin y aprehendiendo el fin como
determinacin objetiva del campo de las
posibilidades futuras a partir de las
necesidades, de los peligros, de
intereses, etc., condicionados por el
conjunto de las circunstancias
anteriores. Lejos de ser la praxis, como
accin de una multiplicidad, una
opacidad en el seno de la razn
dialctica, esta racionalidad exige, por
el contrario, la prioridad fundamental de
la praxis constituida sobre el Ser e
incluso sobre la exis, precisamente
porque esta racionalidad no es en s
misma nada ms que la praxis de lo
mltiple en tanto que est sostenida y
producida por la libre praxis orgnica.
Sin la praxis constituida, todo se
desvanece, incluso la enajenacin, ya
que no hay nada que enajenar. Incluso la
reificacin, ya que el hombre es cosa
inerte por nacimiento y no se puede
reificar una cosa. Esto no significa que
haya que distinguir cuidadosamente y en
cada caso praxis individual, praxis
comn y constituida, praxis-proceso.
Pero significa que estas tres
modalidades de la accin humana se
distinguen en s mismas del proceso
prctico-inerte y lo fundamentan. Hasta
es posible y acabamos de mostrarlo
que el mismo desarrollo pueda ser
considerado simultneamente como
praxis (opresin) y como proceso
(explotacin) y que el proceso
condicione en cada instante a la praxis
(la crisis econmica de los ltimos aos
de la monarqua de Julio como
enfermedad infantil del capitalismo que
condiciona para la clase burguesa la
urgencia de la represin y su carcter
confesado de guerra civil). Todo esto,
con tal de que se tome la precaucin de
definir los modos de racionalidad que se
utilizan, queda perfectamente inteligible
a condicin de disolver finalmente a la
Razn analtica y a la Razn econmica
en la dialctica constituida o, lo que es
lo mismo, de tomar siempre en
circularidad las transformaciones y los
avatares de la praxis y de mostrar sus
enajenaciones, en todos los niveles,
como una serie de necesidades de las
que es a la vez la vctima engaada y el
sostn fundamental. Reificadas o no,
pertenezcan esos hombres a una u otra
multiplicidad, sus relaciones
individuales y comunes son ante todo
prcticas. Mediadas o no, entre ellos se
trata de una reciprocidad. Y esta
reciprocidad puede ser la de una alianza
o la de un conflicto. Es muy exacto que
en una sociedad donde determinada
clase posee los instrumentos de trabajo
y donde las clases trabajadoras los usan
para producir mercancas contra un
salario, son la materia y el objeto
prctico-inerte los que son mediaciones
entre los hombres. Y esto es visible en
la experiencia misma, ya que fuera de
las insurrecciones y de las matanzas
la presin de cada clase por la Otra se
manifiesta por su relacin con las
mquinas: la importacin de mquinas
inglesas en 1830 por los hilanderos
franceses, las de mquinas
semiautomticas americanas en los
alrededores de 1913, es una
determinacin del proletariado por los
patronos (baja de los salarios,
descalificacin); la fractura de las
mquinas (como reaccin incontrolada
de un proletariado an inconsciente de
s mismo), la ocupacin de las fbricas
el 36 (como invento de una tctica
apropiada a una situacin nueva), son
tipos de resistencia obrera. Pero la
presencia permanente de las fuerzas del
orden es la verdadera razn de esta
ruptura aparente de contacto: cuando son
desbordadas, el patrono y el obrero
estn cara a cara y sin intermediario. La
opresin como praxis fundada sobre la
existencia de fuerzas armadas consiste
precisamente en utilizar esta violencia
en situacin de descanso (sin
desencadenarla, si es posible) para que
las relaciones antagnicas se mantengan
en el nivel de la mquina, es decir, de lo
prctico-inerte, de la necesidad, etc. Y
la respuesta obrera, cuando es posible,
es violencia antirepresiva y organizada:
la huelga es violencia ya lo he
mostrado en otro lugar, ya que se
presenta como ruptura de contrato. Se
trata, naturalmente, de una violencia
ejercida contra la violencia, pero, en el
marco de la democracia burguesa
aparece aun a partir del momento en
que est legalmente admitida como la
primera violencia. Esta violencia es un
acto, no contra las mquinas sino contra
el patrn mismo (y a travs de l contra
la clase enemiga), en tanto que se
identifica con sus
intereses (enajenacin) y en tanto que,
con esta perspectiva, es capaz de una
reevaluacin prctica de las fuerzas en
juego, de los riesgos corridos, de las
concesiones posibles. Finalmente, es un
invento, ya que toma formas diferentes a
travs del desarrollo histrico del
proceso y los cambios que condiciona
en la clase obrera. Segn este punto de
vista y de manera paralela a nuestro
ejemplo del malthusianismo, se podra
mostrar cmo las huelgas del 36 fueron
una propagacin serial y una accin
antirepresiva de la clase obrera. Tras
aos de retraccin y de represin, la
presencia de los partidos populares en
el gobierno crea en todas partes el
equivalente de la totalidad de su clase y
su propio porvenir a travs de ella como
la apertura del campo de los posibles,
es decir, como porvenir por hacerse.
Despus de la compresin de los aos
anteriores, es la determinacin de la
prctica futura como libertad comn. En
este clima, aparecen las primeras
huelgas; no son imitadas inmediatamente
a causa del semisilencio embarazoso de
la prensa de izquierdas; pero en cuanto
tienen que revelarlas los rganos
socialistas y comunistas, el movimiento
se propaga y cubre a Francia entera.
Ahora bien, resulta de lo ms evidente
que se trata de un movimiento de
serialidad. Indudablemente, la
ocupacin de cada fbrica representa la
disolucin de la serie en beneficio de un
grupo juramentado. Sin embargo, hay
serialidad de los grupos en la medida en
que las circunstancias materiales de la
nueva prctica separan a cada grupo de
ocupantes de cada Otro no slo por la
distancia sino por las paredes de la
fbrica ocupada. Pero lo que
corresponde a la clase totalizada como
radicalismo de la comprensin en cada
uno es que la comprensin de la nueva
prctica es ella misma radical. Ante
todo, porque no se distingue de la
produccin por cada uno del grupo
particular; luego, porque se descubre
ella misma y en la alteridad de la serie
como la nueva tctica y que define en su
movimiento real las condiciones
materiales que supera (lucha contra la
intercambiabilidad abstracta de los
O. E.) y el sentido de la superacin
como compensacin de las estructuras
de debilidad por la reorganizacin de
los medios de combate (transformacin
de las huelgas en su constitucin
prctica, etc.). Finalmente, porque
aprehende esta reestructuracin de la
accin a partir de la apertura indefinida
del campo de los posibles. En relacin
con la radicalizacin de la clase de
explotacin, esta comprensin
radicalizadora es la nica radicalizacin
verdadera y viva, ya que representa a la
totalidad de la clase explotada con la
perspectiva de una tarea infinita: la
realidad no era hasta entonces ms que
la necesidad de vivir la imposibilidad
de vivir; se vuelve la realizacin
prctica por intentar de un mundo en el
que la imposibilidad de la vida humana
sera el nico imposible. Y esta
realizacin es totalmente presente,
como el sentido complejo del Frente
Popular y de las ocupaciones de
fbricas (ocupar la fbrica es para el
personal hacerse determinar al fin en el
presente por el porvenir como libertad
comn y no ya como destino) y, a la vez,
el ms all infinito, para cada uno, de
cada gesto, y, para el grupo entero, la
constitucin del porvenir (que se tiene
que hacer) de la accin presente, como
un comienzo. Todo el mundo recuerda
que el movimiento de ocupacin va
acompaado, por lo menos al principio,
por dejar vacante a la soberana
sindical. Toda unificacin institucional y
organizada de la clase, todo intento de
transformar la tctica de contagio de los
grupos en estrategia de clase era, pues,
perfectamente imposible. No est, pues,
permitido comparar a la clase obrera
aunque la serialidad estuviese en fusin
en todas partes con una comunidad
prctica: hay disolucin de las series de
individuos y constitucin de una serie de
grupos. Y segn este punto de vista, es
decir, segn el punto de vista del
conjunto de clase, cada praxis
organizada de ocupacin en cada lugar,
sostiene un proceso que condiciona
como Otro a cada grupo por los Otros.
Pero no es menos cierto: 19, que cada
uno en el seno de cada grupo descubre
el espritu objetivo de clase como la
permeabilidad de toda empresa comn a
la comprensin; 2., que aprehende su
totalidad de clase como temporalizacin
infinita, es decir, como verdadera
tarea (en tanto que la inerte totalidad de
los opresores es para stos ilusin); 39,
que como praxis-proceso las
ocupaciones (a la vez de contagio y
realizadas por libres comunidades
juramentadas) encuentran su unidad-
prctica en la receptividad de la otra
clase, en tanto que sta sufre como una
negacin totalizadora la detencin
completa de la produccin (es una
contraviolencia objetivndose en la otra
clase).
En este ltimo caso, podra decirse
(reduciendo las clases a dos, para
simplificar el esquema) que cada uno
encuentra su unidad en el Otro y bajo
una doble forma en perpetuo
desequilibrio, es decir, como amenaza
unificadora de exterminacin y como
totalizacin soberanamente totalizada
por el acto-proceso que encuentra su
unidad objetiva en el objeto totalizado.
Ahora bien, la contradiccin de esas dos
unidades (negativa y positiva, sufrida y
producida), su desarrollo temporal, la
tensin interna que determina y la
reciprocidad de esta existencia-fuera-
de-s-en-el-otro no son inteligibles ms
que en y por el lazo prctico y vivido de
reciprocidad antagnica. En efecto, en la
medida en que la objetivacin de una
praxis se produce en el medio adverso y
a travs de la organizacin y la
reorganizacin de los grupos enemigos
(que haya o no, por otro lugar, una
serialidad de estos grupos), es muy
distinta de toda objetivacin que se
produzca a travs de las
determinaciones fsico-qumicas de la
materia inorgnica o de las
modificaciones de un colectivo (por un
trabajo ejercido sobre la impotencia
inerte de la serialidad): es, en efecto,
sufrida y reasumida. Por ejemplo, la
unidad de la clase obrera es
aprehensible para ella misma, a travs
de las conductas, patronales, en el
momento de las huelgas del 36, es decir
globalmente a travs de los
acuerdos de Matignon. O, si se prefiere,
la accin del vencido, en tanto que libre
y totalmente constreida (o exigida),
produce, por la libre sumisin y a travs
de esta libertad, la libre unidad del
vencedor. La clase obrera victoriosa es
realmente una en esta exigencia-
constreimiento que est sostenida y
producida como su lmite por la accin
patronal. Es tal para ella misma y no
para el patrono, porque importa poco
que el patrono crea en la unidad real de
la clase o se imagine que cede a un
arrebato pasajero; poco importa que
trate de evitar la revolucin social y que
haga concesiones provisionales con la
perspectiva de volver a recuperarlas una
por una ms tarde. Lo que cuenta es lo
que hace y es esta praxis real de
sumisin la que designa al proletariado
mismo como unidad y como poder. Tal
es la unidad producida por las
operaciones seriales y que vuelve a
constituirlas en ellas y para ellas como
praxis unificada de clase a travs de la
mediacin del Otro. Pero la otra unidad
(como perpetua unificacin en curso y
como peligro de ser exterminada o
reducida a la impotencia y modificada
como un colectivo que se puede manejar
segn unas leyes prctico-inertes) se
manifiesta siempre aun en el momento
de las derrotas provisionales como
iniciativa ya renaciente de la otra clase,
como libre praxis cuyos medios y
objetivos inmediatos estn an
ignorados o se revelan poco a poco; la
clase obrera, desmovilizada demasiado
pronto por los sindicatos y los partidos
asociados, aprehende a la vez, a partir
del 37, su unidad soberana de sujeto en
las prcticas que impone a los patronos
y en su riesgo de ser soberanamente
totalizada en los ndices inquietantes y
cada vez ms numerosos de que los
patronos renen sus fuerzas para una
accin disimulada y no controlable (alza
de los precios, etc.). En este nivel, en
efecto, la praxis patronal es aprehendida
como determinacin de la clase obrera a
travs y por su impotencia serial y la
clase se encuentra designada como si
esta impotencia estuviese producida por
la praxis patronal misma. Es la relacin
de fuerzas la que determina en cada
instante la tensin entre unidad-poder de
la clase-sujeto y la unidad-impotencia
de la clase-objeto. Pero de todas
formas, esta doble y contradictoria
unidad llega a cada clase por el Otro y
su tensin mide los riesgos objetivos de
la empresa presente, es decir, la
relacin entre estos posibles extremos:
la victoria total y la derrota total. Hemos
visto ya cmo la totalizacin
objetivadora (proyecto de exterminacin
como unidad por praxis totalizadora de
aniquilacin) llegaba a cada serie a
partir del grupo enemigo y produca por
s misma una disolucin de la serialidad
en grupos en fusin. Es que la serie
aprehende por cada Otro su totalizacin
negativa como totalidad sufrida
(prctico-inerte), cuando, en la realidad,
la derrota est sufrida
parcialmente (matanzas de Junio del 48)
y parcialmente reinteriorizada y
reproducida por libres conductas
exigidas e inevitables. La clase est,
pues, frecuentada por su ser totalizado
de colectivo en tanto que puede ser
producido siempre por el Otro en tanto
que lo recibe en la serialidad; pero, en
realidad, sus derrotas se temporalizarn
en ella y por ella a travs de las
conductas comunes (de sumisin, de
falsa muerte, etc.) que sern mantenidas
en su nombre por unos grupos o por el
grupo soberano, si existe.
Puede comprenderse, en este
sentido, que la unidad de dos clases en
lucha es un hecho de reciprocidad
antagnica y que esta unidad
contradictoria de cada una en la Otra
est suscitada por la praxis y por ella
sola. Con otras palabras, es posible
concebir como pura hiptesis lgica y
formal un Universo en el que las
multiplicidades prcticas no se
constituyan en clases (por ejemplo,
aquel cuya rareza no sea la relacin
fundamental del agente prctico y de su
derredor). Pero si las clases existen,
hay que elegir: o se las definir en la
inercia como estratos de la sociedad y
sin ms unidad que la compacta inercia
que nos revelan los cortes geogrficos; o
su unidad movediza, cambiante, fugitiva,
inasible y sin embargo real, les llega de
las otras clases en tanto que cada una
est unida a todas las otras por una
reciprocidad prctica del tipo positivo o
negativo. Y en la hiptesis abstracta que
hemos elegido (dos clases, reciprocidad
negativa), todo se esparce hasta al
infinito ante todo lo prctico-inerte
mismo si la unidad de cada una no es
suscitada directamente por la praxis de
la Otra y no se produce a travs de su
propia praxis como su accin real sobre
la Otra. Lo que significa que la accin
de cada una depende de la unidad de la
Otra y sobre todo que esta dependencia
no proviene de no se sabe qu magia
dialctica, sino de su proyecto real de
violencia que se integra la otra unidad
como factor prctico de su propia
unidad.
Hemos considerado dos clases.
Hemos visto en cada una la existencia
de tres tipos concretos de multiplicidad:
el grupo-institucin y soberano; los
grupos de combate (o de presin o de
propaganda, etc.); la serialidad. Hemos
visto en primer lugar para una y otra
clase que cada tipo de multiplicidad
era la mediacin y la significacin
totalizadora de las otras dos y eso nos
ha llevado a ver la unidad de clase no
como la reunin de inertes molculas
por los esfuerzos de un soberano
institucionalizado, sino como la
circularidad de un movimiento de
mediacin, con inversiones tales que la
serialidad misma, a pesar de su ser-
fugitivo, se vuelve la unidad mediadora
del grupo soberano y de los grupos
juramentados. La unidad, como hemos
dicho, existe en todos los niveles en la
mediacin; y la circularidad de las
mediaciones se expresa por una
simultaneidad circular y por un
movimiento cclico de las unidades: la
primera tiende a volver a multiplicar a
la unidad, el segundo le da su verdad
dialctica que es la temporalizacin.
Pero esta temporalizacin dialctica y
prctica no puede tener sentido ni
realidad efectiva si no es accin real, y
esta accin no puede existir si su
urgencia no le llega de la situacin en
tanto que est definida por la accin del
Otro. Es, pues, reaccin contra una
accin de la clase adversa tratando de
totalizarla como objeto inerte. Pero esta
reaccin le lleva adems a
experimentarse en el ndice de tensin
que representa su unidad contradictoria
(sujeto-objeto) en el enemigo mismo, a
travs de las significaciones que
produce en l y por la reinteriorizacin
de sus prcticas. Si, por ejemplo, la
clase, en el curso de una batalla ganada,
aprehende su libertad como el lmite
inerte que atraviesa a la libertad del
Otro, se aprehender como libre unidad
comn a travs de la circularidad de las
mediaciones sintticas, es decir, que la
libertad sinttica de la praxis victoriosa
ser la unidad de las mediaciones
unificadoras. Pero esta unidad (el
soberano como el grupo, la serie como
el soberano, a travs de su diversidad
de estructura, remiten a la soberana de
su clase sobre el Otro) est
necesariamente en el Otro, ya que es, en
suma, la falsificacin y la alteracin de
su libertad. La clase est, pues, unida a
su unidad transcendente por la
mediacin de la otra clase. Es una fuera
de s en la mediacin sometida del Otro.
Pero tambin hemos mostrado, como
espritu objetivo de clase o condicin de
una permeabilidad de la clase en s
misma, el proceso serial de
comprensin radical en tanto que
reproduce las conductas de clase a
partir de una totalizacin radicalizadora.
Esta totalizacin representa al ser-de-
clase en tanto que lmite, es decir, como
negacin del Otro. Y esta negacin no es
slo una inercia, sino que es el
remanente como particularizacin
pasada de cierta historia de clase, es
decir, de determinados actos y de sus
hipotecas sobre el futuro. Ahora bien, es
precisamente esta prctica superada la
que crea la imposibilidad inerte de
ceder (el umbral que no se puede
franquear) en la medida en que ha
producido en el pasado a la otra clase
con su historia (como la unidad inerte de
su temporalizacin temporalizada y de
las hipotecas sobre el porvenir que ha
engendrado). La intransigencia de los
patronos de fin de siglo, en Francia,
proviene de las matanzas del 48 y del
71. Pero si ella proviene de ellos, es
que comprende en la otra clase lo que
es el pasado de una clase destrozada. E
inversamente, esta imposibilidad de
ceder desarrolla poco a poco, por la
conducta burguesa, el radicalismo
obrero. Sobre la base de un pasado de
guerra civil, este radicalismo, como
unidad concreta de comprensin
prctica (como permeabilidad de toda
conducta a toda comprensin en la
clase), es la imposibilidad de soportar
la imposibilidad de vivir, es decir, la
necesidad de crear otro real por la
destruccin de esta realidad presente.
Al rechazar absolutamente la burguesa
el cambio, constituye el cambio como
modificacin cualquiera reivindicada
aqu o all a partir de la urgencia de las
necesidades como negativa radical de
la burguesa, si no en su aspecto
particular (el aumento de X % es
perfectamente posible en el marco de la
explotacin capitalista y reduce apenas
los beneficios de la empresa), por lo
menos con la perspectiva de un cambio
infinito. Se contestar sin duda que la
radicalizacin proviene ante todo del
descubrimiento por el obrero de la
situacin de clase, de las consecuencias
de la explotacin y de la absoluta
necesidad de transformar esta situacin.
Y no hay duda de que el trabajo de los
militantes (sindicales o polticos) ha
consistido a la largo del siglo XIX en
dotar a la clase obrera de una
reflexibilidad de clase a partir de las
determinaciones que sufre en la
impotencia. Y el primer tiempo de esta
toma de conciencia deba ser la
interpretacin sistemtica de los
procesos prctico-inertes. Pero hay un
reformismo espontneo de los obreros,
en la medida en que el proletariado es
serie, es decir, en la medida en que est
afectado, como todas las series, de
impotencia y de cierta tendencia a
limitar la accin y a contentarse con
ventajas superficiales y provisionales,
en la medida en que, en el terreno de la
apariencia producida por la opresin
burguesa, la realidad aparece para l
como la imposibilidad de ser otro
distinto del que es, y en la medida,
adems, en que los cambios deseados
siempre son, y para todos, modestos en
lo concreto. Y este reformismo no
expresa nada ms que lo que se
encuentra en todo hombre en sus
relaciones con cualquiera otro (salvo en
el opresor en sus relaciones con el
oprimido): la prctica de conciliacin
(en general reforzada por la existencia
de terceros mediadores). En cierto
sentido, el oprimido nacido en la
opresin, heredero de oprimidos, se
contentara con modificaciones: estas
modificaciones, cree, seran por s
mismas una transformacin total de la
situacin. De hecho, cree, desde luego,
que no se contentara con ello. Pero una
clase de explotacin inmediatamente
favorable a las modificaciones (o
incluso despus de una o dos
generaciones), hubiera producido una
clase obrera completamente distinta (las
mismas estructuras, otras relaciones
internas, otra tensin) y tal vez retrasado
durante algn tiempo la radicalizacin
revolucionaria. Parece que el
reformismo del proletariado ingls
proviene de varios factores unidos de
los que slo citar los superbeneficios
coloniales que han evitado que
Inglaterra padeciese las crisis
internacionales con la violencia que
produjo, en Francia, la revolucin de
Febrero, y su poltica extranjera, que le
ha permitido lanzarse en Europa a
acciones raras, lejanas y con objetivo
limitado, que nunca han puesto ni tan
siquiera han podido poner al pas en
peligro, como nuestra guerra de
Prusia[288]. De hecho, la hiptesis de
esta burguesa progresista es por s
misma absurda, por lo menos en el
siglo XIX. Hoy, las clases poseedoras,
por el neopaternalismo y las prcticas
del Human Engineering, tratan de
conciliar el doble papel que hacen
desempear a las masas (clientes,
asalariados), es decir, a construir un
sistema mvil y complejo en el cual
unas concesiones siempre posibles
ocultan (adelantndose a veces a las
reivindicaciones) al explotado el
radicalismo del explotador. Pero este
neopaternalismo supone cierto grado de
desarrollo industrial, no es concebible
en el siglo XIX y, en la rareza tan
brutalmente descubierta por las crisis
(miseria en 1845-48, guerra y miseria en
1870-71), la burguesa se produce como
teniendo que matar o desaparecer; con
esta manera de tomar posicin (que es
indudablemente la interiorizacin de la
situacin por herederos cuya reaccin
est ya condicionada por el pasado
interiorizado), la burguesa determina de
una sola vez una reciprocidad de
radicalizacin (que con una perspectiva
por lo dems abstracta y puramente
formal y sin tener en cuenta a las
inercias, podra aparecer como el
vaivn infinito), la clase inductora es la
clase burguesa en toda circunstancia. Y
se nos dir sin duda que la acumulacin
(como proceso) no poda dejar de costar
millones de vidas humanas, que exiga la
miseria del obrero como condicin del
enriquecimiento social. Es sin duda
verdad de una manera general, pero
sabemos que nunca es verdad al
examinarlo con detalle (negativa de
volver a quemar los humos txicos);
dicho de otra manera, el capitalismo de
este perodo ha asumido la necesidad de
la miseria de los Otros y, para un
hombre, asumir la miseria de otros
hombres es aceptar producirla; luego
superar la necesidad asumida tomando
de nuevo libremente sus leyes y sus
temas, es justificar esta libre
transformacin de la necesidad en
opresin por un maniquesmo de clase
que designa al oprimido como un contra-
hombre que merece su opresin y, al
mismo tiempo, es conformarse.
Finalmente, es hacer que, para el
oprimido, esta necesidad-libertad sea
ms intolerable por cuanto pretende ser
una condenacin del explotado (libre
sentencia humana) por las cosas (leyes
despiadadas de la economa liberal).
La opresin feudal sobre la
radicalizacin (como asuncin de la
rareza por un capitalismo an mal
desarrollado) ser la fuerza real que
permita la radicalizacin de las
prcticas de lucha obrera. Un aspecto
importante de la historia del siglo XIX es
que los obreros han hecho en ella la
experiencia de la intransigencia absoluta
de los patronos. Queran entenderse con
hombres (al principio), y poco a poco
comprendieron que era imposible,
porque para sus patronos no eran
hombres. Este racismo de clase es
capital si se quiere comprender el
movimiento obrero del siglo XIX; al
principio est animado por el respeto de
la propiedad, la confianza en los
patronos (esos burgueses que gracias a
la fuerza obrera han podido mejorar el
rgimen poltico y que pretenden an
que son la clase universal); los ms
avanzados, hacia 1830, parece que ni
siquiera han soado con introducir un
sector socialista en la economa
capitalista, sino simplemente injertar en
medio de las fbricas patronales algunas
cooperativas de produccin; religiosos
en su mayor parte (muchos venan
directamente del campo), reprochaban
entonces su atesmo a los burgueses.
Pero la inversin de su posicin es
decir, su radicalizacin tiene, en
Francia, un origen de lo ms claro: la
burguesa de 1830 a 1871 ha impreso su
sentencia en ellos. Lo que quiere decir
que su poltica de represin brutal se ha
realizado a travs del constreimiento y
en el medio de los obreros como su
condena por el tribunal supremo. Segn
este punto de vista, la accin opresiva
es capital: imprime significaciones,
como hierro candente, en el seno de la
clase oprimida; estas significaciones son
juicios ticos (como forma abstracta, en
general, de los considerandos de juicios
reales hechos despus de los procesos
represivos en nombre de una
constitucin y de principios morales o
religiosos) y estos juicios pretenden
comprometer al oprimido mismo: acaso
no ha votado? No est representado en
la Asamblea, luego en el gobierno? No
ha roto el pacto social con una huelga,
un motn, una insurreccin? No es l el
que justifica las precauciones que han
tomado los hombres de orden contra el
desorden?
El juicio est, pues, formulado; el
sistema de valores con el cual se
relaciona y los hechos a los cuales se
refiere, los conoce muy bien la clase
obrera: le ha enseado uno la
propaganda; los otros son su gesta. Los
peridicos han difundido ampliamente
las consecuencias de esta apreciacin:
condenas a muerte, a trabajos forzados,
a la deportacin, etc. Hay un engao
posible del proletariado: el sistema
liberal con el librecambismo y el libre
contrato de trabajo parece que ha sido
aceptado por el obrero; y como
aparentemente el patrono no emplea
ningn constreimiento, (nadie est
obligado a trabajar en su fbrica; y si
alguien protesta, el patrono no le
castiga: simplemente estima que el
contrato est roto, etc.), resulta que, en
las crisis, la violencia parece que se
presenta en la sociedad con los motines
populares, las huelgas, etc.
Esta violencia original del brbaro,
como dice Saint-Marc Girardin, no
justifica los aparatos de represin
permanente (destinados tambin, claro
est, a proteger al obrero contra si
mismo)? Hemos visto, con otros
trminos, que la opresin es, en el
opresor, inseparable del odio que debe
mostrar con el oprimido. Y este odio
activo produce cierto nmero de
significaciones que comunica en el
curso de la violencia recproca al
oprimido mismo. Estas significaciones
unitarias representan en cierto nivel una
concepcin totalizadora de la sociedad,
de las clases y de su papel respectivo.
Hay que aadir, claro est, que se
encontrar siempre, en el seno de la
clase provisionalmente deshecha, a
individuos, o incluso a grupos para
interiorizarla. La prctica de lucha
suscita, pues, en la clase obrera a
mediados del siglo ltimo una
posibilidad de apreciarse ella misma
como la burguesa la aprecia, es decir,
de conocerse por la mediacin del Otro
y de su maniquesmo como el Objeto
absolutamente otro; es decir, como
arbitrio determinado encadenado-para-
hacer-el-mal y finalmente como
Otro distinto del hombre. Si esta
determinacin fuese retomada y
asumida, el espejismo de Unidad-Otro
desaparece, ya que esta unidad fingida
se disolvera en un no-humanismo cuya
universalidad correspondera rasgo por
rasgo al humanismo burgus y lo
justificara. Pero precisamente este
conjunto sinttico de significaciones
seguir siendo sinttico porque la
prctica de clase va a interiorizarlo y a
negarlo. Es, en efecto, como conjunto
material y totalizado, como sistema, su
propia negacin producida en ella por el
Otro como imperativo (a travs de las
exigencias concretas: por ejemplo, la de
condenar tal huelga o tal insurreccin) a
la vez porque niega el estatuto de
hombre al conjunto de los obreros y
porque introduce entre ellos nuevas
divisiones, distinguiendo al cabecilla de
la masa (ms atontada que viciosa), al
mal obrero (que es fiel a su clase) y al
bueno, especie de animal domesticado
que adquiere la humanidad por adopcin
de los valores y de las rdenes de
humanismo patronal. Ahora bien, es
perfectamente imposible concebir que
este sistema pueda ser interiorizado, que
pueda aunque sea un instante, en
determinada poca y para determinada
gente producirse como una tentacin,
si no vemos en ello ms que una
ideologa epifenomnica, producida en
los patronos por el proceso de
explotacin. De hecho, el patrono
aprehende realmente, en la lucha, al
obrero como al Otro absoluto; pero ante
todo es el sentido y la justificacin de su
praxis en tanto que toda praxis produce
sus propias justificaciones; luego y
sobre todo, uno de los objetivos de la
praxis patronal (y que desde luego no es
el menos importante) es introducir la
divisin y la inquietud en las filas
obreras, infectando al proletariado con
su ser-fuera-de-l en la conciencia de
clase burguesa tomada como medida
absoluta de lo que es el hombre y de lo
que no es. La radicalizacin inducida es,
pues, para todo obrero agrupado la
negacin radical de su ser-para-los-
burgueses, y esta negacin implica un
conjunto de acciones difciles y todas
inseparables: negarse a definirse como
el mal es negar el maniquesmo burgus;
pero este mani-quesmo no es ms que
otro nombre para definir al humanismo
de la clase dominadora, hay que negarlo
como humanismo. Ahora bien, una
negacin abstracta sera an una
adhesin: al negar al humanismo en tanto
que tal, el obrero confesara que es no
humano; la nueva exigencia, nacida de la
superacin de esta contradiccin, es que
la negacin est inscripta en la
produccin de un humanismo autntico y
positivo; y esto supone que el obrero
arranque al burgus el privilegio de
decir solo y para todos la verdad del
hombre, es decir, simplemente la
verdad. Pero el burgus se pretende
hombre por la inteligencia, por la
cultura, por el saber cientfico y las
capacidades tcnicas, etc.; verdad es
que estos poderes tienen que pertenecer
a todos los hombres, pero tambin que
el obrero est desprovisto de ellos en
parte. Por lo dems, el intelectualismo
idealista de la burguesa reposa en la
Razn analtica. Es ella la que decide
sobre la verdad. El obrero tiene, pues,
que dejar disolverse a su clase por la
atomizacin positivista y dejarse definir
como soledad de ignorancia y de mala
voluntad, o tiene que volver a inventar a
la Razn, disolver la racionalidad
analtica en un conjunto ms vasto y, sin
perder la esperanza de escapar un da a
la ignorancia, encontrar un fundamento y
unos criterios no intelectuales de la
verdad. Sin duda, como Marx ha dicho,
los problemas slo se formulan cuando
estn dados los medios de resolverlos;
todo est ah ya: la praxis como medida
del hombre y fundamento de la verdad,
la dialctica como disolucin
permanente de la Razn analtica. Y
luego hay que reconocer que la reaccin
radical del oprimido se manifiesta al da
en las escaramuzas particulares y
concretas: no hace falta ser marxista
para luchar contra una disminucin del
salario real. Sin embargo, la prctica
cotidiana misma estara tocada por la
propaganda burguesa si la clase
totalizada por el Otro no disolviese esta
unidad extraa por un movimiento real
de totalizacin[289]. Segn este punto de
vista y slo segn l se puede
comprender la accin de la clase
oprimida sobre los intelectuales de la
pequea burguesa, clase enfeudada en
la clase capitalista. Los corroe y los
separa en nombre del humanismo
incompleto que produce la clase
burguesa por una nueva produccin de
lo universal como exigencia. No
queremos insistir aqu sobre este punto;
baste con sealar la accin en
reciprocidad, sin la cual esta extraccin
y esta atraccin de los tericos
perderan toda significacin prctica.
Dicho de otra manera, la fascinacin de
la pequea burguesa intelectual por el
proletariado mal definida por Marx y
por los marxistas no proviene de
intereses materiales y particulares, sino
de que lo universal es el inters material
y general de todo intelectual, y que este
universal est realizado en potencia (si
no en acto) por la dase obrera. Con otras
palabras, el intelectual, producto del
universalismo burgus, es slo sensible
en la clase burguesa a las
contradicciones del humanismo, es
decir, al mismo tiempo a su extensin
ilimitada (a todos los hombres) y a sus
lmites. Pero si el terico puntualiza,
como Marx, una interpretacin
materialista y dialctica de la Historia,
es que se lo exige la dialctica
materialista como regla de la praxis
obrera y como nico fundamento de la
verdadera universalidad (es decir,
futura). O, con otras palabras, es que la
comprensin circulante, como
permeabilidad de toda praxis obrera es
ya antianaltica, es que la dialctica y su
realizacin, la praxis, surgen como
reaccin en cada uno y en todos frente a
la Razn analtica y como su disolucin.
No imaginemos que as escapamos a la
necesidad de un realismo situado.
Veremos formarse esta dialctica
prctica, por ejemplo, a partir de 1850,
en la unin de los tejedores de Lyon, y
su unin misma se les manifestar en el
desarrollo de una praxis (vivir
trabajando o morir combatiendo), que
los dejar vencedores y estupefactos. La
dialctica y la praxis son una y la misma
cosa: son, en su indisolubilidad, la
reaccin de la dase oprimida frente a la
opresin. Quiere esto decir que la
opresin es realmente analtica?
Evidentemente, no. La clase burguesa
disimula la operacin dialctica bajo la
racionalidad atomizadora del
positivismo, pero el terico del
proletariado va a pedir cuentas en
nombre de la dialctica misma. En
determinado nivel de abstraccin, el
conflicto de clases se expresa, pues,
como conflicto de racionalidades. Pero
ahorrmonos la imbecilidad clsica, que
consiste en oponer la ciencia al
idealismo burgus. La ciencia no es
dialctica; hasta la aparicin histrica
de la U. R. S. S., es nicamente
burguesa. La contradiccin no est ah:
est en la resolucin burguesa de
atenerse al positivismo cientfico y en el
esfuerzo progresivo del proletariado, de
sus tericos y de los pases socialistas,
de disolver el positivismo en el
movimiento dialctico de la praxis
humana. En realidad, se trata
simplemente de la existencia de una
dialctica consciente de s misma en el
movimiento de la clase obrera y de la
negacin tctica de esta misma razn en
el movimiento (de hecho dialctico) de
la clase burguesa. Es, en efecto, la
deshumanizacin por la opresin
burguesa la que conduce a los obreros a
la unin y a la praxis organizada como
dialctica constituida (es decir, a una
superacin positiva de la Razn
abstracta y destructora); pero
inversamente, es esta dialctica misma
como praxis-totalizacin la que
refuerza en la burguesa la Razn
analtica. Y es as cmo las discusiones
tericas y abstractas entre historiadores
sobre tal hecho de la Revolucin
francesa (multitudes atomizadas con
cabecillas o reacciones totalizadoras
de clase) son la expresin abstracta (y
por lo dems filosficamente incompleta
y falsa) de los conflictos profundos de la
totalizacin (proletariado) con la
facultad disolvente de la Razn analtica
(accin y propaganda de los burgueses).
Concluiremos sobre este punto que
la dialctica, como toma de conciencia
prctica de una clase oprimida en lucha
contra su opresor, es una reaccin
suscitada en el oprimido por la
tendencia divisionista de la opresin.
No es que sea en cualquier momento o
en cualquier lugar: ms adelante
veremos las condiciones materiales que
hacen posible esta toma de conciencia.
Pero, en cualquier caso, es superacin
de la verdad contemplativa por la
verdad eficaz y prctica y de la
atomizacin (con acuerdo serial de los
espritus) hacia la unidad sinttica del
grupo de combate. Ahora bien, esta
comprensin prctica del acto obrero
por los obreros (por oscura que pueda
ser y por errnea que siga siendo) es
precisamente el espritu objetivo de la
clase obrera en tanto que est inventado
como extrema urgencia y negacin
necesaria de des-humanidad. Pero este
espritu no es en s mismo alteridad
como el de la clase burguesa: es intento
en todas partes de disolucin de la
alteridad; el obrero descubre
naturalmente en el menor de sus actos el
desarrollo dialctico: explotado,
descubre la dialctica constituyente
como creacin por su trabajo (en
resumidas cuentas, enajenado); solidario
con los otros explotados, descubre su
trabajo como determinando en tanto que
Otro el trabajo de los Otros (normas) y
lo descubre segn el punto de vista de la
negacin de la alteridad. El que dice:
No har ms que los Otros para no
obligar a los Otros a que hagan ms de
lo que pueden y para que Otro no me
obligue a hacer ms de lo que puedo,
es ya maestro del humanismo dialctico,
no como teora, sino como prctica, y a
pesar del giro negativo que caracteriza a
esta racionalidad en sus comienzos
empricos, es decir, como prctica
disolvente dirigida contra la
racionalidad analtica [290] .
Nuestro fin es determinar las
condiciones formales de la Historia; no
insistiremos sobre estas relaciones de
reciprocidad material entre clases en su
desarrollo histrico real. Lo que est
establecido por nuestra experiencia
dialctica es que si existe algo como las
clases, tienen que determinarse en
reciprocidad, sea cual fuere el proceso
mediador. Sabemos adems que la nica
inteligibilidad de su relacin es
dialctica. Segn este punto de vista, la
Razn analtica es una praxis opresiva
para disolverlas, y tiene por efecto
inevitable el suscitar para la clase
oprimida la dialctica como
racionalidad (sobre la base de
circunstancias que se tienen que
determinar). La aparicin de la Razn
dialctica en la clase obrera como
disolucin de la Razn analtica y como
determinacin de la clase burguesa a
partir de su funcin y de su prctica
(explotacin opresin), est inducida; es
un hecho de lucha de las clases. Pero
inversamente, si la clase burguesa se
pega tericamente a la Razn analtica,
la Razn dialctica vuelve a ella como
su fascinacin propia a travs de sus
traidores (es decir, sus intelectuales) y
toma poco a poco conciencia de s
misma en la clase misma que la niega.
La contradiccin permanente pero
variable (tensin en crecimiento o en
decrecimiento) entre estos dos tipos de
racionalidad en la burguesa podra
estar descrita para s misma en una
historia cultural. A travs de los
ejemplos concretos, se vera tanto a la
Razn positiva disuelta en silencio por
la dialctica (en los historiadores como
Marc Bloch e incluso Georges
Lefebvre), como a la dialctica oficial y
tericamente utilizada como simple
determinacin del lenguaje que cubre a
un clculo analtico. (He ledo en uno de
nuestros mejores etngrafos: La
dialctica de esta dicotoma.
Reduca a pesar de l mismo la
dialctica al anlisis). Pero no es
nuestro tema: para nosotros lo esencial
es mostrar que la dialctica como
desarrollo regulado de la praxis no
puede tener la experiencia de s misma,
(como constituyente y como constituida)
sino en y por la praxis de lucha, es
decir, la reciprocidad antagnica. Esto
desde luego no significa que otros
organismos prcticos en otros mundos
constituidos de otra manera (sin rareza,
por ejemplo) no puedan tener una
conciencia diferente de ello (y sin el
intermediario de la reciprocidad
antagnica). Pero quiere decir que en
nuestro mundo (gobernado por la
rareza) aparece en el momento en que el
grupo se extrae de la serie oprimida
como dictadura de la libertad. Con otras
palabras, es la praxis del oprimido en
tanto que individuo comn arraigado en
una serialidad de impotencia y no puede
no ser, a pesar de sus esfuerzos, la
reaccin prctica de los opresores, en
tanto que tienen que hacerse Razn
dialctica para prever la accin del
oprimido. La explotacin como proceso
prctico-inerte es una realidad que se
tiene que disolver terica y
prcticamente en la Razn dialctica, y
es la lucha, por el contrario, como
verdadera praxis humana y reciprocidad
de antagonismo la que produce la unidad
de cada uno por el Otro; es el
movimiento de disolucin (o de
exterminacin), como unificacin del
agresor, el que produce la prctica
dialctica del agredido. Concluiremos
de esta experiencia que la nica
inteligibilidad posible de las relaciones
humanas es dialctica, y que esta
inteligibilidad, en una historia concreta
cuyo verdadero fundamento es la rareza,
no puede manifestarse sino como una
reciprocidad antagnica. No slo la
lucha de clases como prctica no puede
ms que remitir a un desciframiento
dialctico, sino que es ella la que, en la
historia de las multiplicidades humanas,
se produce necesariamente sobre la base
de condiciones histricamente definidas,
como la realizacin en curso de la
racionalidad dialctica. Nuestra
Historia nos es inteligible porque es
dialctica y es dialctica porque la
lucha de clases nos produce como
superando al inerte del colectivo hacia
los grupos dialcticos de combate.
Pero, podr decirse, la lucha misma,
es decir, la temporalizacin de la
reciprocidad, aunque creando la
experiencia dialctica y su toma de
conciencia, puede superar la
comprensin dialctica, del agente, del
testigo o del historiador. La experiencia,
en efecto, nos ha descubierto la
racionalidad translcida de la praxis
orgnica y constituyente; nos descubre la
de la praxis comn (en tanto que
suponamos que se objetivaba en una
materia inerte o prctico-inerte que
reciba pasivamente las
determinaciones). Pero nada prueba que
una praxis de antagonismo y de
reciprocidad pueda conservar su
racionalidad, ya que cada grupo (o cada
clase) significa en su libre praxis la
libertad prctica del Otro, e
inversamente. Con otras palabras,
encontramos aqu esta temporalizacin
bicfala cada uno de cuyos momentos
representa conjuntamente una praxis, su
negacin por la otra praxis, el principio
de la transformacin de aqulla para
frustrar a sta y de sta para no ser
frustrada por aqulla. Pero si, en rigor,
esta extraa realidad, que no es la
prctica de nadie, puede ser referida en
una doble intuicin divergente a los dos
agentes, cuando se trata de
individuos (as podemos comprender un
match de boxeo si tenemos la costumbre
de este deporte), es admisible que se
pueda tener una comprensin dialctica
de ello? No hay precisamente una
especie de negacin ntima en el seno de
ese monstruo, frustrando a cada uno,
engaando al Otro, tratando cada uno de
desarmar la libertad del Otro y de hacer
de ella su cmplice inconsciente, no
reconociendo cada uno la soberana del
Otro sino para darse la posibilidad de
tratarlo como una cosa? Y luego, si ese
combate singular (entre individuos de la
misma profesin, de la misma edad, en
un campo cerrado) puede en rigor
dejarse descifrar, ocurrir lo mismo
con ese fenmeno complejo que hay que
llamar praxis-proceso y que opone a
unas clases como totalizaciones
circulares de instituciones, de grupos y
de serialidades?; es posible
comprender claramente el conjunto de
las modificaciones que llegan a cada
clase por el Otro (pasivamente
recibidas, activamente transformadas) y
que cambian las relaciones interiores de
las diferentes estructuras de clases en la
medida en que estn cambiadas por
ellas? Finalmente, no olvidemos que la
clase, en tanto que tal, es tambin el
producto humano del producto y que, en
esta medida, sus reacciones prcticas
temporalizan al ser-de-clase de sus
miembros. Ahora bien, este ser-de-clase
como prctico-inerte pertenece al
terreno de la antidialctica. Cmo
concebir la inteligibilidad de una praxis
hipotecada por una constitucin pasiva?
Hay que contestar estas preguntas
tericas como Digenes, andando. O
ms bien, recordando que luchamos sin
cesar con nuestra clase o contra ella y
que la inteligibilidad de la lucha es una
caracterstica insuperable en la accin
de los combatientes. Esto no significa
que esta inteligibilidad est dada tan
claramente en el grupo institucional, en
el grupo de combate (o de presin) y en
la serie. Pero es necesario que est
entera en la circularidad de clase (es
decir, por ejemplo, no slo para el
grupo soberano sino para ste en tanto
que la serie es mediacin entre l y los
grupos de combate o de presin) y esto
por una razn simple y dialctica a su
vez: es que, en cuanto la praxis pierde
conciencia de su fin, de sus medios, del
fin y de los medios de su adversario, de
los medios de oponerse a la praxis
adversa, se vuelve pura y simplemente
ciega y, de esta manera, deja de ser
praxis; es entonces cmplice
inconsciente de la otra accin que la
desborda, la manipula, la enajena y la
vuelve contra su propio agente como
fuerza enemiga (el ejemplo ms simple:
un regimiento, perdido, cortado del
cuerpo de ejrcito, presintiendo al
enemigo por todas partes, imaginando
que todo es posible, pero sin medios
para prevenir una accin imprevisible.
Este regimiento ya no es un grupo: es un
rebao. Si recibe informaciones, si
puede localizar las tropas del
adversario aunque sean superiores,
vuelve a convertirse en comunidad
prctica). La praxis comn
dondequiera que se elabore se
determina a s misma en la dimensin de
alteridad porque se adapta a la libre
praxis del Otro (en la medida en que la
prev). La dificultad proviene de que no
se trata de prever un efecto fsico
contragolpe inerte del trabajo humano
, sino una libertad que prev ella
misma esta previsin. De todas formas,
no se trata de extero-condicionamiento
ni de alteridad: es la libertad recproca
la que est calculada, prevista. Pero est
prevista, si puede ser, en funcin de las
circunstancias, de los conocimientos que
puede tener de la praxis inversa y de las
estructuras inertes de las cuales ella se
ha extrado (como libertad soberana o
fraternidad-terror de un grupo en
fusin). Y esta previsin que puede ser
rigurosa no es menos dialctica, ya que
aprehende las condiciones materiales, la
situacin, el saber como datos inertes y
superados por una libertad que los
retiene en ellas como su orientacin y su
calificacin. La comprensin del
enemigo es, pues, ms inmediata todava
que la del aliado, aunque, naturalmente,
las condiciones materiales deciden solas
si esta comprensin es posible, si es
abstracta y general o real y concreta
(por ejemplo, las observaciones
transmitidas por los servicios de
informaciones, las indicaciones que
permiten definir la relacin de las
fuerzas). Y la comprensin que el
enemigo tiene del enemigo est dada en
esta comprensin fundamental (todas las
trampas suponen esta comprensin en el
seno del Otro). Lo que significa que
nuestra accin como praxis-sujeto (no
me refiero con esta palabra a ninguna
subjetividad, sino a la accin misma en
tanto que produciendo sus propias luces)
tiene que encerrar perpetuamente el
conocimiento de ella misma como
praxis-sujeto (es decir, como
movimientos objetivos de grupos o de
tropas apreciados, por ejemplo, segn el
nico punto de vista de la cantidad[291])
y superar esta objetividad como simple
condicin material. En cierto sentido, si
se quiere, la inteligibilidad fundamental
de la lucha representa un desarrollo de
la comprensin dialctica: implica
necesariamente que la praxis de cada
adversario se determine en funcin de su
propia objetividad por el Otro; dicho de
otra manera, en las multitudes
atomizadas, masificadas o serializadas,
que nos encierran, nuestra realidad de
sujeto se mantiene abstracta, ya que
nuestra impotencia prctica nos paraliza
y nuestra realidad de objeto reside en el
Otro, ese escape disimulado; pero
aunque la relacin sujeto-objeto, como
tensin variable aunque siempre intensa,
no se exprese, o por lo menos no
necesariamente, por el discurso, est
inmediatamente dada en la praxis de
reciprocidad antagnica. Pero
inversamente, comprendo al enemigo a
partir del objeto que soy para l. O ms
bien, los momentos dialcticos de la
experiencia pasan uno al otro; preveo la
objetividad para l a partir de las
estructuras objetivas que conozco de l
y, a travs de los errores costosos, de
las correcciones progresivas, etc.,
preveo lo que es a partir de sus acciones
anteriores sobre m (es decir,
previsiones que son su significacin
inteligible). Mi conocimiento es el
mejor posible cuando puedo unir la
previsin de lo que har a partir de lo
que es y aqulla de lo que es a partir de
lo que ha hecho y finalmente de lo
que har (previsiones basadas en las
experiencias anteriores).
En su estructura antagnica
elemental, la accin recproca est,
pues, caracterizada por el hecho de
encerrar al agente como objeto y al Otro
como sujeto con la perspectiva de una
inversin por producirse (el Otro se
vuelve puro objeto pasivo, el agente se
afirma como libre praxis); con otras
palabras, la libre dialctica prctica del
uno encierra la aprehensin de la libre
dialctica del otro en tanto que libertad
y como doble medio (medio de prever el
acto adverso y por lo tanto de frustrarlo;
medio de hacer que el Otro sea
cmplice de la actividad que trata de
someterle proponiendo un falso fin para
su libertad). En su principio mismo, la
lucha es, para cada uno, la ocasin de
desarrollar en una tensin sinttica a la
multiplicidad de las dimensiones
humanas, ya que tiene que ser objeto-
sujeto para un sujeto-objeto que es el
Otro, y que interioriza otra libertad en el
seno de su libertad. Y, al mismo tiempo,
no deja de ser materialista, es decir,
que tiene que definir: a) la accin del
Otro a partir de la realidad inorgnica
de las condiciones en que se encuentra
el Otro; b) su propia accin contra el
Otro a partir de sus propias condiciones
materiales e inertes de partida; c) la
previsin que el Otro hace de la accin
emprendida a partir de las posibilidades
calculadas (o establecidas tan
rigurosamente como lo permite la
situacin) para que el Otro disponga de
informaciones precisas sobre las
condiciones materiales, etc.
La lucha es la nica prctica humana
que realiza en la urgencia (y a veces el
peligro de muerte) la relacin de cada
uno con su ser-objeto. Y, claro est, el
objeto que soy para el Otro queda
alterado por las estructuras
fundamentales y las condiciones
materiales que han dado al Otro una
constitucin de objeto. Sin embargo, la
objetividad para este Otro tiende a
acercarse indefinidamente a la
objetividad pura y simple (es decir, tal
que la totalizacin sincrnica y la
totalizacin diacrnica pueden
establecerlo en la tensin misma de sus
contradicciones) en la medida en que no
es el Otro el que la determina en m sino
en que soy yo mismo quien tiendo a
producirla por presin del Otro. En
particular, en el plano relativamente
simple del conflicto militar, el ejrcito,
por sus jefes, tiene que tomar
constantemente una conciencia
rigurosamente objetiva de su ser
(numero, armamento, facilidades de
comunicacin, relacin con las bases,
combatividad de cada uno; unida al
pasado y, por ejemplo, al suministro
bueno o malo, y tambin al porvenir, es
decir, al sentido real para cada soldado
de la lucha emprendida), y esta
conciencia tiene que ser tan lcida, tan
severa por lo menos como la que
adquiere el enemigo (porque este puede
ignorar determinadas debilidades, estar
medianamente informado). En una
palabra, un ejrcito que no poseyese su
praxis y sus posibilidades restringidas
de elegirla como rigurosamente definida
por su ser-objeto que, por lo tanto, no
interiorizara su objetividad completa
como su ser-fuera-de-s en el campo
prctico y que no producira su accin
como superacin de esta objetividad (en
tanto que es rigurosamente definida y
reconocida), un ejrcito, en una palabra,
que se ignorara como un individuo
fuera de los conflictos individuales se
ignora (un poco, no del todo, abusando
de sus posibilidades, etc.), correra
hacia una derrota. Por lo dems, en
verdad, el proyecto prctico tiene que
aprehender al mismo tiempo y en un lazo
sinttico (definicin de una tctica, de
una estrategia) la objetividad de cada
ejrcito a travs de la praxis sujeto del
Otro; no se trata solamente aunque sea
la estructura fundamental de una
accin definida. De la misma manera y
con la misma perspectiva, no slo tiene
que realizar su propia objetividad a
partir de tal accin particular del
enemigo (el ataque enemigo que se ha
producido contra tal o cual formacin,
en tal lugar, revela a sta en su
fragilidad objetiva como lugar de una
ruptura posible del frente y, en tanto que
tal, como exigiendo el envo de
refuerzos), sino que tambin tiene que
volver a aprehender a la praxis-sujeto
del Otro como objeto, es decir, como
medio de una praxis dirigida contra el
enemigo (se le deja avanzar para
cortarle de sus bases; luego se
aprovecha el plan adverso mismo en
tanto que es proyecto). De todas formas,
en la medida en que la praxis enemiga
puede volverse uno de los medios de su
propio fracaso, es decir, en que puede
ser praxis-objeto es necesario que
est ella misma y en ella misma
condicionada por inercias, faltas,
ignorancias, lo que, claro est, es el
caso de toda praxis. La relativa
ignorancia del futuro, el incompleto
conocimiento del pasado, son las
condiciones materiales a partir de las
cuales la libertad puede ser tratada
como libertad-objeto (por una libertad
mejor situada en relacin con el pasado
y con el porvenir). Es la enajenacin
como medio de lucha; pero esta
enajenacin que transforma a la
praxis de un grupo en actividad pasiva,
es decir, en proceso prctico-inerte
llega a la praxis por la praxis inversa y
a travs del trabajo que sta ejerce
sobre las condiciones materiales. El
desfile es pasividad de la praxis
enemiga por la ignorancia misma de los
jefes militares; la emboscada transforma
por el trabajo (transporte de tropas, de
armas, etc.) esta pasividad en destino. A
partir de aqu, la libre praxis del
enemigo ya no es su ilusin; disimula un
proceso instrumental que se da a los
soldados que estn emboscados (y, a
partir de un momento determinado, a los
que caen en la trampa), como una
actividad pasiva suscitada por el grupo
que maniobra en el interior del grupo
maniobrado. Sin embargo, esta
pasividad convertida en cosa, es decir,
vista desde el lado de su enajenacin y a
travs de la realizacin de sta, guarda
los signos de la libertad como un sello.
Es esta libertad robada, que, en tanto
que tal, se ha lanzado hacia la trampa, la
que se vuelve para los dos grupos el
medio de su propia liquidacin como
praxis. Se notar, segn este punto de
vista, un acuerdo sobre el objeto que se
realiza poco a poco en la lucha; en el
momento en que la praxis del grupo
rodeado descubre su enajenacin, no por
eso se suprime; el grupo rodeado trata
de defenderse, de evitar si puede la
exterminacin, de resistir el mayor
tiempo posible, etc.; esto es, toma su
propia accin interior como enajenacin
pasada por superar (aunque sea por un
combate desesperado o por la
rendicin), luego por conservar en la
superacin en el momento mismo en que
el grupo que ha tendido la emboscada
trata de deducir las consecuencias de
esta actividad prctico-inerte del Otro,
como resultado efectivo de su propia
prctica. El acuerdo que se manifiesta
por el combate nace aqu, pues, del
hecho de que la libertad enajenada se
vuelve en uno de los grupos y por el
otro la mediacin objetiva entre los dos
grupos, es decir, el objeto de los actos
antagnicos (en ese momento toda
accin del grupo rodeado supone el
reconocimiento de su falta como
traicin por la libertad comn y la de la
praxis enemiga como constitutiva en l
de una objetividad pasiva y peligrosa
que se identifica con la falta y que no
es ms que un medio de liquidarlo).
Descubrimos, pues, as un primer
estadio de inteligibilidad en la lucha, ya
que la inteligibilidad dialctica de un
proyecto comprende en ella la
comprensin del proyecto del Otro. sta
forma especial de racionalidad
dialctica es evidentemente un momento
irreductible de la experiencia: el lazo de
las dos acciones es a la vez dialctico y
antidialctico en cada accin
considerada por ella misma. Se
constituye, en efecto, como la negacin
del Otro en la medida misma en que el
Otro est ya en ella como su negacin.
No se trata en este plano de una
verdadera superacin orgnica de una
condicin objetiva y dada, es decir, por
ejemplo, de la superacin por mi
proyecto (por mi praxis) del momento
anterior de esta praxis misma en tanto
que simple ser-superado, sino que la
lucha es en ella misma el esfuerzo de
una libre praxis para superar a otra libre
praxis, e inversamente; as la relacin
est formalmente indeterminada entre
estas dos superaciones de superaciones
que encierran en s necesariamente la
posibilidad constante (y actualizada por
los momentos de la lucha) de ser
superados. Porque es la superacin
misma la que est puesta en tela de
juicio por el Otro, en l mismo y en el
Otro, en tanto que basta con una accin
feliz que explote a fondo la situacin
real para transformarlo por entero en
objeto prctico-inerte (en materia
trabajada para el Otro). Aqu se revela,
en efecto, sobre el fondo de la rareza, la
amenaza profunda del hombre para el
hombre: el hombre es el Ser por quien
(por la praxis de quien) el hombre
queda reducido al estado de objeto
frecuentado. Es decir, al estado de una
materia trabajada cuyo funcionamiento
sera riguroso y que estara atravesada
por sueos ineficaces (es decir, cuya
transcendencia humana se mantendra a
pesar de todo, pero como ilusin que se
denuncia como tal y no puede
desvanecerse). Y sin duda, una empresa
solitaria en la que la accin de un grupo
sobre la materia inanimada puede
producir resultados semejantes en
apariencia: el alpinista se puede perder,
puede cometer errores que tal vez
supongan su cada al fondo de un
precipicio. Pero de hecho la semejanza
es completamente superficial: la praxis,
por definicin, comporta la ignorancia y
el error como sus estructuras
fundamentales. En este caso, el
coeficiente de adversidad de la materia
se descubre como caso particular de la
adversidad del mundo en tanto que el
entorno del hombre, y el fracaso es an
la accin misma denuncindose, aunque
sea en la desesperacin, como
accin[292]. Por el contrario, la derrota
en la lucha est producida por una
libertad y se comprende como tal. En
este nivel slo existe un hombre: el que
se realiza como un hombre (como libre
praxis) por la transformacin del Otro
en objeto no humano. Y este hombre es
aprehendido precisamente por el
vencido como la realizacin libre de lo
humano producindose por el medio de
la deshumanizacin del Otro. En la lucha
est, pues, incluida la posibilidad
recproca de que de los dos
combatientes uno se haga hombre y haga
el reino del hombre por el devenir inerte
del otro; y en la lucha en curso, el
hombre y la destruccin del hombre
estn dados como reciprocidades
abstractas que se determinarn por las
circunstancias concretas. Es esta
afirmacin de la Razn dialctica
fundndose en la negacin de la Razn
dialctica en el Otro (y
comprendindose como posibilidad de
ser negada por la Razn del Otro) lo que
llamamos el nivel de la antidialctica,
es decir, la irreductibilidad en cada uno
de la praxis del uno y de la del otro.
Pero, por otra parte, la praxis del
individuo (o del grupo) es en cada
instante comprensin del Otro (y tiende
a ser su comprensin totalizadora: slo
las condiciones de la lucha prescriben
lmites, variables por lo dems) y se
produce a su vez como superacin de
los resultados materiales obtenidos por
el Otro, en tanto que comprende a esta
praxis con la perspectiva de sus propios
objetivos. Dicho de otra manera, la
significacin de una accin antagnica
envuelve necesariamente a la
significacin del Otro, en tanto que una y
otra son significantes y significadas. En
el caso el ms terico y el ms simple
de una partida de ajedrez, la
maniobra de las blancas, en cada jugada,
define su inteligibilidad por la
profundidad doble del porvenir:
comprender la jugada es aprehenderla a
partir de las respuestas que tiene que
provocar en las negras (en tanto que es
modificacin definida de un campo
determinado en el qu las relaciones de
fuerza sean rigurosa y perfectamente
conocidas), pero estas respuestas no
tienen significaciones prcticas ms que
en tanto que permiten que las blancas
ocupen nuevas posiciones. Hay, pues, en
principio dos series (dos sucesiones de
jugadas, la de las blancas y la de las
negras). Pero en la prctica, la jugada
nmero 1 (de las blancas) se juega con
la perspectiva de un conjunto de
operaciones por hacerse; y al no poder
hacerse esas jugadas sino en la medida
en que las negras modifican a su vez el
conjunto de sus posiciones, esta primera
jugada (primera de la operacin pero no
de la partida) se juega para provocar la
respuesta de las negras (desplazamiento
de piezas) que permitir la jugada
nmero 2 de las blancas. Ahora bien,
esta segunda jugada prevista desde el
momento de la concepcin del
proyecto, es a su vez un medio de
obtener una determinada defensa de las
negras cuya funcin para las blancas
tiene que ser permitir la jugada nmero
3[293], es decir, el desarrollo del ataque,
etc. Se trata, pues, de un campo en
miniatura que gana en rigor y en
precisin lo que pierde en extensin y en
complejidad y que siempre est
considerado (por cada adversario) en su
totalizacin sincrnica y diacrnica.
Cada jugada es en realidad arreglo
total, transformacin de las relaciones
de todas las piezas en el interior del
campo sinttico. El porvenir es
relativamente limitado (la partida, en
teora, podra eternizarse; prcticamente
es un drama bastante breve), pero en el
interior de la doble temporalizacin
recproca se deben distinguir una serie
de objetivos sucesivos (al tener por
objetivo directo cada jugada de las
blancas una determinada respuesta de
las negras y permitiendo sta a las
blancas alcanzar un segundo objetivo,
etc.). Ahora bien, segn el punto de
vista de las blancas que atacan, la
sucesin temporal de sus propios
movimientos y la de las respuestas
entran una en la otra hasta no formar ms
que una; cada posicin implica
rigurosamente la otra. As pues, en la
medida en que las posibilidades de
eleccin se restringen progresivamente
para las negras hasta la unidad (es
decir, hasta la necesidad), como se
puede ver en los problemas de ajedrez o
fines de partida y, lo que es
parcialmente lo mismo, en la medida en
que la superacin tctica de las blancas
es ms manifiesta, la operacin entera
parece reducirse al trabajo de un solo
jugador, sobre una materia cuyas leyes
han sido definidas por adelantado. Basta
con haber definido el movimiento
prctico por su fin (jaque y mate) y ste
por las reglas del juego: se podr tratar
la defensiva de las negras como una
serie de reacciones negativas y
previsibles que pueden y deben ser
gobernadas, controladas y suscitadas
por las blancas, es decir, en una palabra,
como una instrumentalidad negativa e
indirecta que las blancas tienen que
saber utilizar para lograr sus fines. En
este nivel, el adversario ha
desaparecido: en los problemas de
ajedrez, en efecto, el jugador, en general
solitario, utiliza la defensiva negra para
llegar lo ms rpidamente posible a la
solucin: mate en tres jugadas, etc. La
puerta est abierta para una matemtica
de los juegos. Pero esta matemtica
misma queda subordinada a la accin:
slo aparece cuando sta se elimina
intencionalmente para dejar el lugar a la
simple sucesin (es decir, para dejar
determinar a la Razn analtica ciertos
sistemas relacionales que se tienen que
reactualizar por la praxis). Lo que nos
interesa en este ejemplo no es este
momento abstracto en que la praxis se
borra ante las relaciones rigurosas. Es
aquel en que se vuelve prcticamente
indiferente atribuir el conjunto de las
operaciones prcticas a una
reciprocidad de combate o a la accin
solitaria de un individuo sobre una
materia inerte y rigurosamente definida.
Qu ha ocurrido? Sencillamente, lo
siguiente: cuando uno de los adversarios
tiene la posibilidad de prever
rigurosamente las reacciones del otro y
de provocarlas por sus acciones, y
cuando esta previsin corresponde en el
enemigo a la necesidad de sus
reacciones (es decir, a su enajenacin),
la accin recproca y antagnica tiende a
identificarse con una accin individual.
Pero es que precisamente el adversario
dominado no es ya ms que un objeto; se
encontrara, en el fondo, la misma
transformacin del vencido, pero con
menos rigor, si se considerasen las
relaciones de un ejrcito victorioso y de
un enemigo derrotado. Es la
imprevisibilidad relativa del adversario
en tanto que esta imprevisibilidad es
comprendida y en tanto que constituye la
ignorancia del Otro la que conserva
en la lucha su carcter de reciprocidad.
Sin embargo, el nico hecho de que la
accin de cada uno implique como su
objetivo-lmite la integracin de la del
Otro a ttulo de simple medio indirecto,
basta para mostrarnos que la
comprensin del otro es la
inteligibilidad dialctica en cada uno de
su propia accin a la vez como su revs,
su rgano de control y el medio de la
superacin. Al mismo tiempo, por lo
dems, esta comprensin se plantea
como provisional, ya que tiene lugar con
la perspectiva de una integracin con su
praxis victoriosa del enemigo
convertido en medio inerte y dcil de
llevar la victoria hasta el fin.
En suma, entre dos posibilidades-
lmites (convertirse en agente solitario,
ser transformado en materia trabajada
por la praxis enemiga) que reducen la
lucha al simple arreglo prctico del
campo por el soberano y que por otra
parte son los fines perseguidos por los
dos adversarios (y algunas veces
realizados por uno de ellos), la praxis
de lucha se da en cada uno como
comprensin de su ser-objeto (en tanto
que este ser-objeto existe para el Otro y
puede encerrarlo un da por el Otro) a
travs de su existencia prctica de
sujeto; en la superacin que ella trata de
hacer (y logra en la sola medida en que
el Otro no lo impide) de esta
objetividad concreta, despierta,
actualiza, comprende y transciende a la
praxis constitutiva del Otro en tanto que
es l mismo sujeto prctico; y en la
accin que lleva a cabo contra el Otro,
en el trmino de esa superacin misma y
por la mediacin del campo de
materialidad, descubre y produce al
Otro como objeto. La negacin
antidialctica aparece, segn este punto
de vista, como un momento de una
dialctica ms compleja. Ante todo, en
efecto, esta negacin es precisamente lo
superado: la praxis se constituye en el
uno y en el otro como negacin de la
negacin, no por la superacin en cada
uno de su ser-objeto, sino prcticamente
por su intento de liquidar fuera y desde
fuera al sujeto prctico en el Otro y para
lograr por esta destruccin
transcendente la recuperacin de su
objetividad. La negacin antagnica es,
pues, aprehendida en cada uno como
escndalo que se tiene que superar. Pero
su origen, en el plano de la rareza, no
reside en ese escandaloso
descubrimiento: se trata de una lucha
para vivir; el escndalo es, pues,
aprehendido no slo en su apariencia de
escndalo, sino que est profundamente
comprendido como imposibilidad para
los dos de coexistir. El escndalo no
consiste, pues, como crey Hegel, en la
simple existencia del Otro, lo que nos
remitira a un estatuto de
ininteligibilidad. Consiste en la
violencia sufrida (o amenazadora), es
decir, en la rareza interiorizada. En esto,
aunque el hecho original sea lgica y
formalmente contingente (la rareza no es
ms que un dato material), su
contingencia no perjudica a la
inteligibilidad de la violencia, sino todo
lo contrario. Lo que cuenta, en efecto,
para la comprensin dialctica del Otro,
es la racionalidad de su praxis. Ahora
bien, esta racionalidad aparece en la
violencia misma en tanto que sta no es
ferocidad contingente del hombre sino
reinteriorizacin comprensible en cada
uno del hecho contingente de rareza: la
violencia humana es significante. Y
como esta violencia es en cada uno
negacin del Otro, es la negacin en su
reciprocidad la que se vuelve en cada
uno y por cada uno significante como
rareza que se ha vuelto agente prctico,
o, si se quiere, como hombre-rareza. La
negacin prctica se constituye, pues,
como negacin de la negacin-escndalo
a la vez en tanto que sta es el Otro en
cada uno y en tanto que este Otro es
rareza interiorizada. Segn este punto de
vista, lo que es negado indisolublemente
por la praxis es la negacin como
condicin del hombre (es decir, como
condicionamiento reasumido en
violencia por el condicionado) y como
libertad de Otro. Y precisamente el
escndalo de la presencia (como marca
de mi ser-objeto) de la libertad del Otro
en m como libertad-negacin de mi
libertad es a su vez una determinacin
en racionalidad en la medida en que esta
libertad negativa realiza prcticamente
nuestra imposibilidad de coexistir en un
campo de rareza. En definitiva, con el
fundamento de la rareza y con la
perspectiva del aniquilamiento del Otro,
la lucha, en cada uno, es una
profundizacin de la comprensin de
otro. Comprender, en efecto, en lo
inmediato, es aprehender por sus fines y
por sus medios la praxis del Otro como
simple temporalizacin objetiva y
transcendente. Comprender en la lucha
es aprehender la praxis del Otro en
inmanencia a travs de su propia
objetividad y en una superacin
prctica: esta vez comprendo al enemigo
por m y me comprendo por el enemigo,
su praxis no se manifiesta como pura
temporalizacin transcendente que yo
reproduzco sin participar en ella; la
comprendo directamente y desde el
interior por la accin que produzco para
defenderme de ella. La urgencia me
obliga a descubrir y a asumir en todos
los detalles mi objetividad; me fuerza a
penetrar, tan lejos como me lo permitan
las circunstancias concretas, la
actividad del enemigo. La comprensin
es hecho inmediato de reciprocidad.
Pero en tanto que esta reciprocidad se
mantiene positiva, la comprensin sigue
siendo abstracta y exterior. En el campo
de la rareza, la lucha como reciprocidad
negativa engendra al Otro como Otro
distinto del hombre o contra-hombre;
pero al mismo tiempo le comprendo en
las fuentes mismas de mi praxis como la
negacin de la que soy negacin
concreta y prctica y como mi peligro de
muerte.
En cada uno de los dos adversarios
la lucha es inteligibilidad; ms an, es,
en este nivel, la inteligibilidad misma.
Si no lo fuera, la praxis recproca
estara por s misma desprovista de
sentido y de fines[294]. Pero es el
problema general de la inteligibilidad el
que nos ocupa y, particularmente, en el
nivel de lo concreto. Ahora bien, si la
dialctica situada tiene que ser posible,
es necesario que un conflicto social, que
una batalla, que un conflicto singular
como acontecimiento complejo y
producido por las prcticas de
antagonismo recproco de dos
individuos o de dos multiplicidades
puedan ser comprensibles por principio
para los terceros que dependen de ella
sin tomar parte o para los testigos que
los observan desde fuera sin estar
unidos en absoluto a ella. Ahora bien,
segn este punto de vista, nada es seguro
a priori, hay que proseguir nuestra
experiencia: en efecto, cada adversario
realiza la inteligibilidad del conflicto
porque lo totaliza para l en y por su
propia praxis; pero la negacin
recproca es, para el tercero, la realidad
misma de la lucha. Hemos visto a este
tercero realizar por su mediacin la
unidad transcendente y objetiva de las
reciprocidades positivas. Acaso es
posible esta unidad cuando cada accin
trata de destruir la del Otro y cuando los
resultados observables de esta doble
negacin son nulos o lo que ocurre
con ms frecuencia cuando las
significaciones teleolgicas que cada
adversario ha inscripto en ella han
quedado medio borradas o
transformadas por el Otro hasta el punto
de que no se puede descubrir ningn
rastro de actividad concertada? De la
misma manera, para tomar el ejemplo de
un combate singular, cada golpe lanzado
por uno es detenido o esquivado por el
Otro; pero nunca del todo, a menos que
haya entre ellos una diferencia de fuerza
o de habilidad considerable, Y la misma
observacin como hemos visto en
Cuestiones de mtodo valdra para la
mayor parte de las jornadas
histricas: muchas veces terminan en la
indecisin. Los resultados obtenidos no
pueden ser, pues, atribuidos del todo ni
a la accin de los insurgentes ni a la de
las fuerzas gubernamentales, y tenemos
que comprenderlas, no en tanto que son
la realizacin de un proyecto, sino en
tanto justamente que la accin de cada
grupo (y tambin los azares, los
accidentes, etc.) les ha impedido
realizar el del Otro, es decir, en la
medida en que no son significaciones
prcticas, cuando su sentido mutilado,
truncado, no corresponde a los planes
prcticos de nadie y, en este sentido,
queda ms ac de lo humano. Pero si es
eso lo que tiene que hacer el historiador
que trata de restituir la jornada del 20 de
junio o la del 10 de agosto del 92, es
verdaderamente legtimo llamar an
inteleccin a esta restitucin?