Carlos Demasi PDF
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Concurso | 267
La partidocracia uruguaya:
aportes para la discusin de una hiptesis
Carlos Demasi1, 2
Resumen Abstract
Este artculo pretende una relectura de la This article seeks a reinterpretation of the
hiptesis partidocrtica tal como aparece ex- partidocratic hypothesis exposed as it appe-
puesta en La partidocracia uruguaya. Historia ars in The partidocracy in Uruguay. History
y teora de la centralidad de los partidos polti- and theory of the centrality of political par-
cos (Caetano-Rilla-Prez, 1987), sin tomar en ties (Caetano-Rilla-Perez, 1987), regardless
cuenta la genealoga de trabajos que utilizaron of the genealogy of studies using concepts
sus conceptos o sus propuestas metodolgi- or methodological approaches. The analysis
cas. El anlisis presenta una revisin crtica de presents a critical review of some of the cri-
algunos de los criterios que en l se exponen, teria set forth therein, such as the relation of
como la modalidad de relacin de la historia history to political science or methodological
con la ciencia poltica o la pertinencia meto- relevance of the long duration. Then makes a
dolgica de la larga duracin. Luego formula reading from the perspective of social practice
una lectura desde la perspectiva de la prcti- to put the view some of the memories/forge-
ca social para poner a la vista algunos de los tfulness of the original article are particularly
recuerdos/olvidos del artculo original que noticeable today. In conclusion proposes some
hoy resultan particularmente notorios. Como restrictions that would increase the usefulness
conclusin propone algunas restricciones que of the assumptions in the analysis of political
incrementaran la utilidad de la hiptesis en el history.
anlisis de la historia poltica. Key words: Uruguay, political history, poli-
Palabras chave: Uruguay, historia poltica, tical science, partidocracy
ciencia poltica, partidocracia
Partidocracia: De qu hablamos?
Una de las objeciones ms fuertes que puede hacerse a la presentacin de 1987 es que en ella
lo que parece el objeto central de su especulacin no se presenta como proposicin a demostrar
sino como un postulado a admitir. La primera mencin a la centralidad de los partidos en el
cuerpo del artculo aparece en trminos un tanto imperiosos: Tmese por vlida la centralidad
que lo partidario presenta en la poltica uruguaya3 y, a partir de ese momento, el discurso se
extiende en las potencialidades del enfoque propuesto sin retornar sobre las definiciones pendien-
tes. Curiosamente, los autores prefieren designar al fenmeno como centralidad de los partidos
ms que con el trmino partidocracia que aparece destacado en el ttulo; pero en cualquier caso
eluden definir con precisin las notas caractersticas del objeto: qu cosa son los partidos que
ocupan ese lugar privilegiado y cundo y cmo instalaron su centralidad en el sistema. Respecto
3 Gerardo Caetano, Jos Rilla y Romeo Prez. La partidocracia uruguaya. Historia y teora de la centralidad
de los partidos polticos, Cuadernos del claeh 44 (1987), 40.
del concepto partidos no hay en el texto ninguna referencia, se lo alude como si se tratara de
un fenmeno natural cuya definicin resulta innecesaria por obvia. Tambin el cundo recibe
referencias muy vagas: a veces es desde las primeras dcadas de este siglo,4 en otras desde la
etapa fundacional del Estado y la sociedad uruguaya, ratificada por la referencia a federales y
unitarios cuando propone analizar los partidos en relacin con el exterior,5 el perodo 1910-1934
o an en el rico siglo xix uruguayo cuando cuestiona la tesis extendida de la democracia uru-
guaya como invencin moderna del 900 asumiendo su origen como un efecto de la dimensin
popular y masiva de las viejas divisas.6 Otras referencias igualmente confusas podran sealarse
en el texto, en las que parece haberse perdido aquella conviccin inicial que reclamaba la necesaria
reescritura de la historia poltica del siglo xix; como veremos despus, estas confusiones inciden
directamente sobre la pretensin innovadora del artculo.
Si bien no hay una definicin explcita de las caractersticas de los partidos, s se encuentra
un repertorio de temas a estudiar de los que puede extraerse la visin que tienen los autores de
esas entidades y tambin aquello que ven como sus aspectos ms interesantes. Es as que en una
enumeracin de siete temticas globales, la mayora (seis) se refieren a relaciones entre aspectos
estticos del sistema: conduccin y aparatos, diferenciacin etaria, partido y ciudadana, sociali-
zacin poltica, coparticipacin, relaciones con el afuera partidario o nacional. Solamente en un
caso aparecen referencias a los aspectos evolutivos, cuando habla de la construccin de tradicio-
nes polticas y para polticas junto a la tarea de reconstruccin ideolgica del pasado nacional.
Si nos guiamos por este repertorio aparece clara la preferencia por los aspectos funcionales y
estticos, en desmedro de los propiamente histricos y dinmicos. Por otra parte muchas de las
caractersticas que se pretende estudiar son exclusivas de los llamados partidos tradicionales,
tales como la coparticipacin, el clientelismo, la mezcla ideolgica que confunde el relato de su
propio pasado con la historia nacional Slo en dos casos (construccin de tradiciones y partidos
internacionalistas) se abre el espacio para la inclusin (que sugestivamente es explcita) de los
llamados partidos de ideas.7 En resumen: el centro del anlisis son las colectividades tradicio-
nales, a las que el texto tiende a identificar como los partidos por antonomasia; ocasionalmente
y para aspectos parciales se introduce expresamente la salvedad de que se incluye a todos, no
solo los tradicionales.8 Si el campo partidario coincide tan exactamente con el de los partidos
tradicionales, tambin la percepcin de la centralidad aparecer rgidamente acotada.
En un momento fuertemente formalizado del anlisis, el contenido del concepto centralidad
aparece vinculado a tres enfoques identificados como esttico, funcional e histrico. All la
centralidad aparece definida respectivamente como condicionamiento, motor de decisiones y
componentes que permitieron o impidieron los logros del sistema en el pasado. Como resumen,
se establece:
Si algn contenido semntico posee, en los enfoques sealados, el trmino cen-
tralidad, parece correcto inferir que ciertas modificaciones en los elementos
centrales de un dispositivo provocarn cambios asimilables a ineficiencia y an
4 G. Caetano, J. Rilla y R. Prez. La partidocracia uruguaya. Historia y teora de la centralidad de los partidos
polticos (1987), 42.
5 La partidocracia uruguaya, 41.
6 La partidocracia uruguaya, 43.
7 La partidocracia uruguaya, 40.
8 La partidocracia uruguaya, 44.
La larga duracin.
Pero cmo pueden combinarse con eficacia dos enfoques que son tan contradictorios en sus
posturas metodolgicas? Los autores encuentran la solucin planteando una opcin muy fuerte
por la herramienta braudeliana de los anlisis de larga duracin. Como enuncian en el texto, en
un prrafo cargado de contenido:
Pero si la historia poltica es, entre otras cosas, una indagacin del poder, de su
composicin, su funcionamiento y su distribucin, y todo ello en la dimensin
temporal, se nos imponen entonces otros compromisos tericos y temticos. No es
9 La partidocracia uruguaya, 48-49.
10 La partidocracia uruguaya, 48.
como tales directamente dependientes de la contingencia del observador. De all que se vean
fuertemente afectados por el lugar del investigador, como ocurre en el caso de la temporalidad
braudeliana.
Como funcionario de una universidad occidental del siglo xx, que trabaja en oficinas acon-
dicionadas, aprovisiona su despensa en el supermercado y sigue el da a da poltico en los mass
media, Braudel ve a la poltica como un factor de corta duracin y en cambio el clima se le
presenta como casi un invariante histrico. Pero desde el lugar del campesino que es objeto de
su estudio las temporalidades deban verse de manera muy diferente. Por ejemplo, no podra ver
al clima como fenmeno de especie alguna porque el concepto clima no estaba en su utillaje
mental (para emplear una expresin cara a Braudel): recordemos que en los crculos cientficos la
elaboracin que diferenci los conceptos de meteorologa y de clima recin fue completada en el
trnsito del siglo xviii al xix. Adems, como la supervivencia del campesino estaba muy ligada al
siempre variable estado del tiempo este se le presentara como factor en rpido cambio, del cual
difcilmente pudiera compartir lo que instalado en su apacible escritorio poda definir Braudel
como casi inmvil: el momento de la siembra y de la cosecha, el estado de los caminos, la prac-
ticabilidad de los pasos y de los puentes, el acceso a los mercados, todo lo que defina la diferencia
entre la abundancia y el hambre dependa del caprichoso e incontrolable tiempo atmosfrico.
A la inversa, para una comunidad campesina encerrada en su aldea, la poltica definira una di-
mensin esttica: el rey actual se confunde con el anterior, siempre est en guerra con alguien en
algn lado y los nicos eventos relevantes de su existencia son la coronacin, la boda y la muerte.
Adems, la compleja logstica de las comunicaciones poda presentarle estos eventos en una se-
cuencia muy ajena al tiempo-calendario: muy separados en el tiempo o simultneos. El resultado
sera entonces una temporalidad radicalmente distinta y por momentos exactamente inversa a
la que manejaba Braudel: tambin para ellos lo importante sera el clima y no la poltica, pero
estaran muy atentos a aquel tiempo corto que Braudel desdeaba por vnementiel.
Por lo tanto, si los sujetos histricos que son el objeto del anlisis hubieran tenido la posibili-
dad de enunciar sus propios niveles de temporalidad difcilmente coincidiran con la que propone
el historiador; y esta comprobacin no es irrelevante si definimos como objeto de la historia la
comprensin de pocas pasadas. La sntesis histrica siempre construye una visin del pasado que
es diferente de la que podan tener los contemporneos, pero eso no equivale a validar una des-
cripcin que les fuera manifiestamente irreconocible. Ciertamente, esto no inhabilita el uso de la
larga duracin por el historiador, aunque sin duda le impone restricciones bastante severas: con la
conciencia de que no son notas del objeto estudiado sino opciones descriptivas ideolgicamente
condicionadas por el lugar, corresponde que las elecciones del historiador se hagan explcitas y
que se fundamenten. Estas dificultades no son menores y la bibliografa de Braudel nos muestra
claramente los esfuerzos que debi realizar para mantener, a veces a cualquier costo, su esquema
de exposicin en tres niveles.
Si la larga duracin es un concepto problemtico, su aplicacin a la historia poltica agrega
nuevas dificultades porque expresamente Braudel exclua a sta del pedestal de la dure. La
poltica slo le despertaba recelos, muy similares a los que conmueven a los autores del artculo
comentado: Desconfiemos de esta historia todava en ascuas,13 ese mundo peligroso y tan
engaoso en el que los acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, ms que instantes
fugaces. En 1946 y frente a las exigencias de un campo acadmico en el que quera ser acepta-
14
do, Braudel inclua a la poltica en su extensa descripcin del mundo mediterrneo. Pese a todas
las salvedades y al aburrimiento que le provoca, la incluye porque La historia es la imagen de
la vida bajo todas y cada una de sus formas. No es nunca una eleccin.15 Ms tarde el acadmico
Braudel ya transformado en jefe de escuela abandonar definitivamente ese prurito integracio-
nista y arrojar prcticamente al olvido el anlisis de los fenmenos polticos. Con eso se plegaba
plenamente al espritu de los Annales, donde nunca se acept que la poltica pudiera ser otra cosa
que histoire vnementielle.
Aos despus fue Jacques Julliard16 quien plante la posibilidad de incluir a la poltica de
pleno derecho dentro de la longue dure braudeliana, para lo cual propona un ineludible cam-
bio de perspectiva y una radical renovacin del repertorio conceptual. Para incluirla en la larga
duracin, el historiador debe prestar atencin a aspectos de la poltica que van ms all de la
trayectoria de un lder o la peripecia de un equipo gubernamental. Por lo tanto, una historia que
pretenda analizar a la poltica en la perspectiva de la larga duracin deber repensar primero
cmo debe definir la poltica y tambin evaluar la importancia del cambio histrico como factor
explicativo. Porque en ltimo trmino, la larga duracin interpela a la identidad: postular que una
caracterstica social cambia mientras permanece como la misma es una operacin compleja y su
manejo supone serias dificultades. Los textos clsicos de metodologa aquellos que configuraron
a la Historia como disciplina ya prevenan sobre este problema y sealaron el riesgo del ana-
cronismo como la sombra que amenaza persistentemente el trabajo del historiador. Me interesa
invocar uno de esos textos, el de Langlois y Seignobos, porque en l aparece una referencia expre-
sa al tema de la duracin; con su reconocible estilo prescriptivo sealaban los pasos a seguir para
no tropezar con las dificultades de su manejo: Se buscarn los casos extremos, cuando aparece
por primera vez y cuando por ltima la forma, la doctrina, el uso, la institucin, el grupo. Pero no
basta anotar los dos casos aislados, el ms antiguo y el ms reciente, hay que averiguar el perodo
en que el hbito ha estado verdaderamente en prctica.17
A travs del arcasmo de la formulacin es perceptible el sentido comn que rezuma el con-
sejo, pero no parece ser tenido en cuenta y no es raro encontrar que se le asigna el carcter de
fenmeno de larga duracin a gestos inscriptos en momentos y contextos diferentes, sin tomar
en consideracin si se trata del mismo fenmeno ni sus formas de su permanencia entre uno y
otro momento. Aparentemente el nico recurso de la larga duracin para eludir el problema del
anacronismo es la postulacin de alguna forma de estabilidad en el tiempo, dando preeminencia a
la perduracin por sobre el cambio. Pero en la extrema diversidad de las contingencias histricas
es impensable la ausencia de cambio en el objeto analizado; de all la elaboracin de frmulas
que juegan con los conceptos cambio y continuidad como dos aspectos de una misma realidad.
Aunque confieso que me resulta difcil traspasar la configuracin retrica de tales frmulas, dira
que la genealoga del enunciado continuidad en el cambio nos aproxima ms a la duracin de
Bergson (que posiblemente Braudel conociera) que al tiempo de Heidegger. Pero en ltimo
trmino, la apora slo parece resolverse por una voluntaria eleccin que hace el lector cuando
decide privilegiar a uno u otro de los trminos.
14 El Mediterrneo, i, xix.
15 El Mediterrneo, ii, 127
16 Jacques Julliard. La poltica, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la historia, ii (Barcelona: Laia, 1979).
17 C.V. Langlois y C. Seignobos. Introduccin a los estudios histricos (Madrid: Daniel Jorro Editor, 1913), 286.
Por lo antes mencionado, la aplicacin del anlisis de larga duracin resulta algo incmoda
en el marco de la historia poltica en general, pero por varias razones es particularmente ardua
en el caso de la historia uruguaya. No es la menor que debemos considerar una larga duracin
de caractersticas muy especficas: recordemos que Braudel la despliega en una escala de siglos y
en una extensin de continentes o de ocanos, algo que es impensable para cualquier ejercicio de
anlisis de la historia de esta comarca. Pero aun aceptando un modelo a escala de la larga dura-
cin y asumiendo tambin como vlida la preeminencia de la duracin sobre el cambio, en qu
medida eso incidira positivamente en la tarea de reconstruccin de la historia poltica uruguaya?
La historiografa tradicional ya ha empleado ejes de larga duracin para analizar la poltica, por lo
menos desde la Historia de los partidos polticos de Pivel. Braudeliano avant la lettre, Pivel ya instal
a los partidos polticos como agentes de larga duracin: surgidos de una matriz preexistente desde
la colonia, representan el invariante de un relato donde todo lo dems es efmero y se constitu-
yen como categoras inmutables que configuran todas las etapas del pasado.18 En ese sentido
Pivel ya habra manejado tambin el concepto partidocracia (ya que no el trmino) presentando
la evidencia de una historia centrada en los partidos polticos; es curioso ver cmo en algunos
momentos el artculo de 1987 parece hundirse insensiblemente en el pantano piveliano de la
mismidad histrica, por ejemplo cuando hace remontar la partidocracia a la etapa fundacional
del Estado.19 Ciertamente la mirada de larga duracin permite superar el paso jadeante de la
historia poltica, pero muchas veces tiende a naturalizar fenmenos que son productos histricos,
lo que puede llevarnos a olvidar que existi un efecto inicial de alteridad que marc su comienzo.
Por esa razn resulta inquietante que en el repertorio de preguntas que propone el artculo de
1987 no aparezca el qu ni el cundo de los partidos, es decir que no se percibe la necesidad de
una definicin ms o menos precisa y de la bsqueda de un modelo esquemtico que explique las
formas de su permanencia desde el comienzo (cuandoquiera que haya sido) y el presente.
Los partidos polticos uruguayos tienen su comienzo, que les es propio y que no se confunde
ni con el surgimiento del Estado, ni con el de la vida independiente, ni con el de la sociedad,
como los de estos no se confunden entre s; pero ese comienzo no se hace visible ni en Pivel ni
en el artculo de 1987. Habra que pensar qu gracia especial habran recibido los partidos para
situar su comienzo en esas instancias fundacionales, cuando no existe ninguna otra dimensin
social que haga coincidir su inicio con un momento tan privilegiado. Esta mezcla que confunde
dimensiones histricas tan diversas es una anomala analtica que slo pasa desapercibida cuan-
do se aceptan como vlidas las elaboraciones ideolgicas del pasado formuladas por los propios
partidos. Se hace visible as un problema, que creo central en la construccin de una historia po-
ltica renovada, pero que desde una perspectiva de larga duracin tiene todas las posibilidades de
quedar situado exactamente en el punto ciego. De esta manera bloquea por defecto la pretensin
renovadora que la propuesta inclua en su origen, asumiendo parmetros metodolgicos muy
similares a la historiografa piveliana que pretenda superar.
18 Carlos Demasi. Los partidos ms antiguos del mundo: el uso poltico del pasado uruguayo, Encuentros
Uruguayos 1 (2008), 67.
19 La partidocracia uruguaya, 41.
20 Por ejemplo, en 1983 deca Juan Rial: Guardando las distancias, estamos ms cerca de la situacin
de la Argentina de principios de los 70 cuya sociedad miraba mayoritariamente con nostalgia el peronismo
idealizndolo como un proyecto mesinico. Juan Rial, A la bsqueda de una nueva alternativa para la
democracia en el Uruguay (agosto 1983), en Partidos polticos, democracia y autoritarismo, Tomo i (Montevideo:
ciedur-ebo, 1984), 84; y todava en 1986 deca A. Solari: [] los viejos factores que llevaron a la cada de
la democracia en el pasado, no se presentan de la misma manera, pero estn lejos de haber desaparecido.
La redemocratizacin, en el sentido profundo, es una tarea que insumi muchos aos y cuyo xito depende
de una gran sabidura poltica y social. Aldo Solari, El proceso de redemocratizacin en el Uruguay, en
Uruguay. Partidos polticos y sistema electoral (Montevideo: fcu, 1991), 253.
asimismo, que fueron las osadas sociales y econmicas a veces el solo temor de
ellas las que precipitaron las crisis del sistema poltico y que entonces, el bajo
perfil en ese campo expresado en los partidos, result la garanta de la perma-
nencia, de nuestro pacto poltico republicano. Si ese diagnstico fuera certero, el
panorama hacia adelante no nos resulta auspicioso. Por ello conviene interpelar a
esa percepcin y a esta coyuntura desde una doble perspectiva. Cul es la alter-
nativa a esta repblica conservadora trabajosamente construida en el Uruguay?
Qu chance le asigna este sistema histricamente legitimado a quien propugne
cambios sustanciales pero dentro del esquema democrtico? Es que los impulsos
transformadores que la sociedad uruguaya tambin ha demostrado poseer, pueden
encontrar su canalizacin en este pacto republicano de signo tradicional? O desde
la perspectiva inversa, nos pone a salvo dicho pacto de los arrebatos dictatoriales
de la ultraderecha?21
La cita refleja las incertidumbres de la poca, resumidas en la pregunta final. Pero adems
est planteado un problema que era muy pertinente en aquel momento: la conservacin de la
democracia implicaba sacrificar las expectativas de transformacin de la sociedad? Democracia y
cambio social aparecan como trminos antagnicos y los experimentos que pretendieran hacerlas
compatibles arriesgaban a resultados catastrficos: all estaban los ejemplos de la Unidad Popular
y de la Argentina del tercer peronismo. La experiencia del futuro para los uruguayos de 1987 eva-
luaba a la democracia como un rgimen esencialmente inestable sometido al acoso de enemigos
poderosos y jaqueada por la persistente crisis econmica. El valor que la sociedad adjudicaba a
la democracia reconquistada abra el espacio para una alternativa que inclua tambin una res-
puesta: la promocin de la poltica a una dimensin autnoma, diferente al status subordinado
a la economa que tena en los aos sesenta. La estrategia que se encuentra en el artculo parece
apuntar en esa direccin, proponiendo que la conservacin del sistema de partidos en su forma
actual es la nica opcin para la permanencia de la democracia. Entindase que esto no es un
capricho de los autores ni tampoco una opcin consciente, sino el ineludible efecto de realidad
que el presente del historiador ejerce sobre su esfuerzo de reconstruccin y su imaginacin (algo
que, me adelanto a decir, tambin resulta rastreable en este mismo comentario). Pero, sea dicho
en beneficio de los autores, algunos indicios refuerzan la impresin de que el tono del artculo
estaba muy en sintona con el estado de espritu de quienes por entonces ramos sus lectores; eso
explicara que pasaran desapercibidas algunas debilidades o incoherencias de la exposicin que ya
sealamos y que hoy se vuelven mucho ms visibles.
A ellas pueden agregarse algunas ms, que parecen integrar el repertorio de rechazos que
configuraban la identidad a fines de los ochenta. Desde este presente puede sealarse una omisin
importante en la enumeracin de las caractersticas que definen la centralidad y permanencia
de los partidos que tal vez no hubiera habido forma de hacer visible en aquel entonces: en la
lgica de esa centralidad debera existir alguna forma de mecanismo disciplinador de los cuadros
partidarios para hacer efectiva la aplicacin de las decisiones en la prctica poltica concreta. La
hiptesis de la centralidad de los partidos supone el permanente posicionamiento frente a reno-
vadas demandas polticas, junto a la capacidad de funcionar como un grupo que haga valer el peso
del nmero en la toma de decisiones estatales. Comprensiblemente si se atiende la evidencia
poltica disponible no aparece mencionada esa disciplina partidaria tan ajena a la realidad de los
de Malaparte no apareca como algo posible. Lo llamativo del caso uruguayo es que los partidos
24
mayoritarios se dividieran en todos los golpes de Estado; y esto ocurre por lo menos desde el
golpe fundacional de febrero de 1898 hasta el de 1973 inclusive. Que se aluda al protagonismo
decisivo de otros actores y que siempre aparezca una lnea que fractura transversalmente a los dos
partidos tradicionales parece indicar que el impulso golpista ha provenido de fuera de los partidos
y que stos no han sido sus agentes, salvo que consideremos a los partidos como entidades capaces
de incluir simultneamente en su seno a tendencias absolutamente contradictorias.
Creo que la hiptesis de la centralidad partidaria resulta cuestionable por el manejo de las
herramientas analticas en estas situaciones especiales as como por la forma especfica de admi-
nistrar un orden del tiempo que aparece como ya predeterminado. Pero ocurre que slo dos aos
despus ese orden temporal que el artculo daba por evidente y natural vari radicalmente. A poco
de la aparicin de La partidocracia se produjeron dos acontecimientos relevantes: en Europa,
la cada del muro de Berln y la desaparicin del bloque socialista, y pocas semanas despus en
Uruguay, la conquista de la Intendencia montevideana por el Frente Amplio. Los dos hechos po-
nan en crisis la percepcin de la realidad hasta entonces aceptada y modificaban profundamente
la construccin del futuro: para el caso de la historia universal, por ejemplo, alteraron los trminos
de la evolucin previsible y, como dira F. Furet con irona, desde entonces en el futuro del so-
cialismo est el capitalismo. Tambin en la realidad de la poltica uruguaya el triunfo electoral del
Frente Amplio mostraba la consolidacin de un tercer protagonista hasta entonces excluido en
el campo de la poltica partidista. Ese es uno de esos momentos de crisis del tiempo [] cuando
pierden su evidencia las articulaciones del pasado, del presente y del futuro.25
Los acontecimientos de noviembre de 1989 alteraron drsticamente la temporalidad en tan-
to percepcin social y tambin como herramienta acadmica en el terreno de la historia. Esto
reclam con urgencia una profunda renegociacin de los recuerdos y los olvidos, lo que inclua
tambin al concepto de partidocracia y a su presentacin analtica tal como se realiz en 1987.
Algunos hechos que entonces parecan naturales dejaron de serlo, como la confusin entre par-
tidos y partidos tradicionales o la caracterstica naturalmente conservadora del sistema; en
cambio quedaron a la vista otros aspectos que pareceran poco relevantes para la temporalidad
de aquel 1987 pero que hoy pueden verse como los heraldos de una transformacin profunda:
por ejemplo el novedoso talante negociador que desde la dictadura presida la relacin entre los
partidos tradicionales, que sustituy al estilo confrontacional que haba sido la caracterstica his-
trica y que resulta el prembulo de la poltica de coalicin que llevaran adelante en los noventa;
o el sorprendente crecimiento del Frente Amplio en las elecciones de 1984 que aparece como un
anticipo de su triunfo electoral en 1989. Tampoco hay ninguna pista en el texto que nos permita
advertir lo que ser el eclipse temporal de los partidos uruguayos en la dcada de los 90 y el auge
de los movimientos sociales que desarrollaron su capacidad de movilizacin y de propuesta al
margen y por fuera de los partidos. Ms an: tambin queda fuera de la vista la campaa por la re-
coleccin de firmas para la derogacin de la Ley de Caducidad, una iniciativa que se desarrollaba
mientras era escrito el artculo, que haba sido generada por los movimientos sociales y que en su
despliegue divida a los partidos tradicionales. Entendmonos, no se trata de cuestionar el artculo
porque desde el presente muestre carencias en su capacidad de previsin, sino que lo cuestionable
La utilidad de la partidocracia
Podra concluirse entonces que la combinacin de la presin del presente con el uso despreve-
nido de una herramienta de anlisis inadecuada, la larga duracin, actu como factor restrictivo
para la construccin de una nueva historia poltica y result decididamente inhibitorio para
percibir las ya visibles rupturas con el pasado. Ahora parece conveniente volver sobre el con-
cepto originario y replantearlo en otros trminos: ha existido una partidocracia uruguaya? Los
anlisis realizados en el pasado pertenecen, claro, al momento en que se elaboran y al que tam-
bin contribuyen a configurar, pero la forma como operan nos dice algo sobre nuestro presente.
Posiblemente la hiptesis de la centralidad de los partidos muestre mayor potencial para funcio-
nar como una herramienta descriptiva, siempre que vuelva a su sentido originario de hiptesis,
es decir una afirmacin que la investigacin se encargar de confirmar o negar. La enunciacin
de esa hiptesis debe explicitarse con suficiente precisin como para que no sea compatible con
cualquier cosa, pero tambin con flexibilidad como para que pueda aplicarse a pocas y circuns-
tancias diferentes. Tambin su demostracin debe incluirse en un contexto diferente del que se
plante originalmente; y esto no solamente porque hoy el orden del tiempo no acepta los mismos
rechazos que en el pasado (aunque ahora incluya otros) sino porque ya entonces los parmetros
tericos resultaban inapropiados para hacerlo viajar por el tiempo y as intervenir como una es-
tructura explicativa til para la investigacin histrica. Para que eso ocurra habra que construir
alguna definicin del concepto partidos polticos que permita poner un umbral ms o menos
preciso a su operatividad cronolgica y establecer mecanismos que alerten la aparicin de frac-
turas y discontinuidades en la vigencia del concepto. Por otra parte, es til recordar la definicin
que Julliard manipulando una frase de Trotsky propona para historia poltica: la historia de
la intervencin consciente y voluntaria de los hombres en los terrenos en los que se deciden sus
destinos.26
Los enfoques estructuralistas no nos pueden llevar a desdear el potencial de transforma-
cin social que tiene la actividad poltica; no olvidemos que es con este sentido de herramienta
transformadora que la invocamos cuando hablamos de polticas sociales, econmicas o culturales.
Debemos entonces reivindicar una historia que adjudique capacidad creadora a los agentes in-
dividuales o colectivos y donde sus decisiones incidan de alguna forma en la configuracin de su
realidad, redimindolos de las prisiones de larga duracin. Para referirnos a un caso concreto:
aceptemos que no es imaginable el batllismo si no se toma en cuenta la accin y la voluntad de
Jos Batlle y Ordez; y ajustemos los mecanismos de anlisis para apreciar en su justa medida
aquella capacidad de innovacin que por alguna razn y no por un espejismo sorprenda a sus
contemporneos y alarmaba a los conservadores. Esta lectura historizada parece cuestionar ms
Bibliografa
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Demasi, Carlos. Los partidos ms antiguos del mundo: el uso poltico del pasado uruguayo, Montevideo:
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