Kemmer, Alfons - Les Hablaba en Parábolas - Cómo Leerlas y Entenderlas (Editorial Sal Terrae, 1982)
Kemmer, Alfons - Les Hablaba en Parábolas - Cómo Leerlas y Entenderlas (Editorial Sal Terrae, 1982)
Kemmer, Alfons - Les Hablaba en Parábolas - Cómo Leerlas y Entenderlas (Editorial Sal Terrae, 1982)
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ALFONS KEMMER
Prólogo
Este libro pretende acercar y dar a conocer a un círculo
amplio de lectores los conocimientos de la exégesis
actual sobre las parábolas. No es que falten
precisamente obras modernas sobre las parábolas de
los Sinópticos. Sin embargo, esta concisa exposición
de las parábolas e imágenes más importantes de Jesús
pueda quizá ser una valiosa ayuda para muchos
lectores de los Evangelios a los que no les resulten
accesibles las obras excesivamente científicas o
demasiado extensas. En los casos en que los
Sinópticos ofrecen distintas redacciones de las
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Abadía de Einsiedeln
Enero de 1981
P. Alfons Kemmer, OSB
1. Introducción
Las parábolas ocupan en los Evangelios sinópticos una
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Sin duda ninguna, el lector actual topa constantemente
con dificultades que le impiden la comprensión de las
parábolas de Jesús. Esto se debe a que, casi
inmediatamente después de la muerte de Jesús,
empezaron a sufrir interpretaciones. Con frecuencia se
ha buscado en ellas más de lo que contenían. Por eso,
se las ha inyectado un sentido más profundo o se las
ha contemplado como un espejo de la vida de Jesús o
como un esbozo de la historia salvífica. Una vez que el
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Evangelio traspasó las reducidas fronteras de Palestina
y se proclamó en otros ámbitos culturales, intentaron
los predicadores hacer más comprensibles las
parábolas al nuevo público. Realidades, que eran
evidentes y fácilmente comprensibles para los oyentes
directos de Jesús, tenían que ser acomodadas ahora a
las nuevas condiciones culturales de los países
evangelizados.
Actualmente, con la ayuda de los nuevos métodos de
exégesis, ha sido posible llegar a la forma original de
las parábolas de Jesús y de ese modo, reencontrar el
auténtico sentido que El las dio. Lo pondremos de
manifiesto más adelante haciendo referencias a la
literatura y textos especializados. Ahora bien, como las
interpretaciones de la Iglesia primitiva no pueden ser
rebajadas sin más hasta el punto de considerarlas
como falsificaciones de la verdadera doctrina, de Jesús,
tendremos que valorarlas también como
acomodaciones necesarias y condicionadas por las
circunstancias.
¿Qué es una parábola?
ejemplo, cuando decimos: Hoy hace un frío siberiano, o
cuando afirmamos: Esta habitación parece un horno. Lo
que pretendemos con estas afirmaciones es evidenciar
y resaltar la semejanza existente entre dos cosas en lo
referente a algún aspecto determinado. Especialmente
en Oriente preferían expresarlo todo en imágenes y
comparaciones. La palabra hebrea que designa a esta
realidad de la parábola en sentido amplio, «maschal»,
sirve también para denominar a una comparación
sencilla, un símil, una palabra gráfica, una adivinanza,
un enigma, un dicho o sentencia. La palabra
«parábolé» utilizada en el Nuevo Testamento y que
corresponde a la palabra «maschal», tiene también
estos significados. En castellano Mimos la palabra
«parábola», la mayor parte de las veces, entendiéndola
en un sentido amplio; sin embargo, sería más justo
distinguir ambos significados. La parábola, entendida
en sentido amplio, pone de relieve un contenido
objetivo que se puede observar constantemente en la
naturaleza o en la vida normal de cada día; así, por
ejemplo, el desarrollo de la semilla, unos niños que
juegan en la calle, etc. La parábola, entendida en
sentido estricto parte, por el contrario, de un caso
particular y con él se configura una breve narración. Lo
que se produce una vez, lo irrepetible o único, se hace,
sin embargo, típico en el aspecto religioso. Si una
parábola nos habla de un caso determinado, nos
encontramos con una narración ejemplificante (el
samaritano compasivo, por ejemplo).
En las parábolas hay que distinguir siempre la parte
gráfica y el contenido objetivo. Jesús expresa lo que
quiere decirnos a través del velo de una imagen. Así se
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le invita al oyente a interpretar la imagen. Normalmente
no explicaba él al oyente la parábola, ya que los
oyentes podían comprender su sentido más fácilmente
que nosotros hoy. Y eso debido a que las imágenes
estaban tomadas de su ambiente, de la naturaleza y de
las labores agrícolas de aquel tiempo. El contenido
objetivo es más importante que la parte gráfica, ya que
ese contenido objetivo es lo que interesa proponer al
narrador y lo que pretende expresar la parábola. Con
frecuencia encontramos en la parte gráfica rasgos que
no le corresponden; lo que ha sucedido es que han
pasado del objeto mismo a las imágenes. Así, en el
libro 2 Sam 12ss, el profeta Natán le cuenta al rey
David una parábola para que reflexione y se convierta,
después del adulterio cometido con Betseba: Un rico
cogió la cordera de un pobre para matarla y
preparársela a su huésped, porque era muy avaricioso
como para privarse de una de su propio rebaño. Natán
nos cuenta la estrecha relación que mantenía el pobre
con su cordera del modo siguiente: «Comía de su pan y
bebía de su vaso, durmiendo en su regazo; era como
una hija». Es claro que estos rasgos no se pueden
atribuir a la cordera, sino a la esposa de Urías.
Es importante encontrar en las parábolas el punto de
comparación, es decir, aquel elemento que representa
la semejanza entre la imagen y la realidad objetiva. No
todos los rasgos de la parte gráfica son importantes; las
más de las veces sólo hay un rasgo importante. Ya
pronto, en la interpretación de las parábolas, se sintió
realmente la necesidad de referir todos y cada uno de
los rasgos a determinados objetos del contenido
objetivo. Esta llamada interpretación alegórica la
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¿Para qué sirven las parábolas?
más llamativo: en lugar de «por más que miran», dice:
«para que miren y no vean». Según este texto, las
parábolas tendrían la finalidad de obstinar a la mayor
parte de los oyentes; éstos no deben comprender la
doctrina de Jesús para que no puedan salvarse.
¿Puede haber pretendido esto realmente Jesús?
Según la exégesis actual, puede considerarse ya como
prácticamente seguro que esa frase no fue pronunciada
por Jesús, que no es palabra auténtica suya, sino que
se le puso posteriormente en su boca. Dicha frase no
guarda coherencia con el conjunto y el contexto de las
parábolas. El evangelista ha encontrado esta frase y la
ha incluido aquí por la estrecha relación que tiene la
palabra clave con la palabra «parabolai». Los
discípulos le piden a Jesús que les explique el sentido
de las parábolas. En la respuesta se dice: a los de
fuera, todo se les queda en parábolas. Pero el término
empleado en este caso no significa parábolas, sino
«enigmas». Y como prueba de ello cita un texto del
profeta Isaías (6, 9s) en el que el profeta tiene que
anunciar al pueblo de Israel el castigo de Dios, porque
se ha apartado de El: Tiene que obstinarse el pueblo
hasta la aniquilación; sólo un resto se va a salvar o a
permanecer santo. Con estas palabras del profeta se
pretende explicar teológicamente la incredulidad de los
judíos ante el mensaje de Jesús. Tampoco la
incredulidad de los contemporáneos de Jesús está
carente de culpa como lo demuestra con claridad el
lugar paralelo de Mt 13, 13: «Por esa razón, les hablo
en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni
entender». Vieron las obras de Jesús y oyeron su
doctrina y, sin embargo, no quisieron comprender; por
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eso, como castigo, cae sobre ellos la obstinación.
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No es, pues, tarea de la exégesis sustituir las parábolas
por una fórmula doctrinal abstracta. Así perderían toda
su fuerza y quedarían privadas de su auténtico meollo.
Las parábolas originales de Jesús presentaban, las
más de las veces, un final abrupto e incómodo. El
dejaba a sus oyentes que penetraran y descubrieran el
contenido objetivo. Por ese motivo, sería una tentativa
insensata verter en imágenes modernas las parábolas
de los Evangelios; es decir, cambiarlas por imágenes
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Fuera de los tres Evangelios sinópticos (Mt, Mc, Lc) —
en San Juan no encontramos parábolas auténticas,
sino solamente dichos y sentencias que no van a ser
objeto de nuestro estudio— encontramos también
algunas parábolas en el Evangelio de Tomás. Este
Evangelio pone las parábolas en boca de Jesús. Estos
escritos conservados en lengua copta fueron
encontrados en 1945/46 en un cenobio junto a Nag
Hamadi (Egipto) y arrebatados, de ese modo, a las
arenas del desierto. Son escritos que fueron redactados
originariamente en griego y que proceden de mediados
del siglo II. Se trata de una colección de 114 sentencias
de Jesús que están ordenadas unas tras otras sin una
conexión lógica de contenido. Muchas de ellas fueron
falseadas en su verdadero sentido por los gnósticos,
una secta herética del siglo II. Pero algunas de las
parábolas que allí se cuentan y que se encuentran
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también en los Sinópticos, tienen una forma tan concisa
que nos mueve a preguntarnos si no se han
conservado en esos escritos con una forma más
primitiva y original que en los mismos Sinópticos.
J. Jeremías propone 41 parábolas de Jesús; de ellas, 6
son propias de Marcos; 10 son comunes a Mateo y a
Lucas; 10 son privativas de Mateo; otras 15 sólo
aparecen en Lucas. El Evangelio de Tomás recoge 11
parábolas de los Sinópticos. En el presente libro, no
conservaremos el orden de los Evangelios al tratar el
tema de las parábolas, sino que las sistematizaremos
siguiendo la pauta de su contenido.
2. La fuerza del Evangelio
El capítulo 4 de Mc es un conjunto en el que el
evangelista ha recopilado muy diversos materiales;
breves sentencias, expresiones gráficas, dichos,
parábolas; todo bajo el lema: «Les hablaba largamente
y les enseñaba en forma de parábolas» v. 2). Tres de
estos fragmentos tienen cierta conexión de contenido
entre ellos; los tres describen la fuerza del Evangelio,
que se desarrolla partiendo de principios insignificantes
hasta conseguir proporciones asombrosas. Son las
parábolas del sembrador (vv. 39; que se explica en los
versículos 1320); la de la semilla que crece 2629); y la
del grano de mostaza (3032). La parábola de la semilla
que crece es propia de Marcos; las otras dos se
encuentran también en Mt y Le. En ellos la parábola del
grano de mostaza va estrechamente unida a la
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La semilla que crece por sí misma (Mc 4, 2629)
«El Reino de Dios es como cuando un hombre siembra
la simiente en la tierra» (v. 26). La actividad del
sembrador se describe con esta breve frase; y, por el
contrario, se describe expresamente su inactividad
después de la siembra: «el sembrador duerme de
noche y se levanta por la mañana y la semilla germina
y va creciendo sin que él sepa cómo». Después de la
siembra, sigue su ritmo normal de vida, durmiendo y
levantándose, sin fijarse en cómo va creciendo la
semilla. Jesús, a través de esta descripción, pretende
suscitar la impresión de que todo el desarrollo depende
de la tierra. Sin duda sabía El, de sobra, que el
agricultor tiene que rastrillar la tierra, combatir las malas
yerbas, intentar paliar las sequías, etc. Pero para El
esto es intrascendente. Lo que quiere demostrar es que
la tierra «por sí misma» («automáte» se dice en el texto
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el hombre tiene que hacer para la llegada del Reino de
Dios y lo que hace Dios mismo. El reinado de Dios no
se compara con el sembrador ni con la semilla, sino
con la cosecha, producto de la fuerza de la simiente,
que crece por sí misma y se desarrolla hasta
convertirse en un fruto maduro.
El grano de mostaza (Mc 4, 3032, Mt 13, 31s; Lc 13,
18s)
La parábola tiene un colorido auténticamente palestino.
Un grano de mostaza tiene más o menos el mismo
tamaño que la cabeza de un alfiler. Marcos destaca su
tamaño reducido: es la más pequeña de todas las
semillas que se arrojan a la tierra. El arbusto de
mostaza, una vez que se ha desarrollado, llega a
alcanzar una altura de dos y medio a tres metros. Nos
encontramos, pues, de nuevo, con una parábola de
contraste. Jesús quiere representar el enorme contraste
entre los raquíticos comienzos del Evangelio, de la
predicación de unos pocos pobres discípulos y el
esplendor del reinado de Dios, que Dios mismo saca de
la nada. Marcos lo destaca de un modo relevante al
afirmar que, una vez que el arbusto ha crecido, pueden
cobijarse a su sombra los pájaros del cielo. Aparece ya
en este caso un rasgo simbólico que del contenido ha
pasado a la expresión gráfica, a la imagen. El cobijarse
en el árbol simboliza la admisión de muchos pueblos en
el Reino de Dios, que se convierte para ellos en su
morada. Ya en el libro de Daniel (4, 8s.l723) aparece el
árbol en el que los pájaros colocan sus nidos, como
símbolo de un gran reino. Así se representa también
aquí el reinado de Dios en la imagen de un reinado que
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protege la paz. No se compara, pues, el Reino de Dios
con el grano de mostaza, sino con el potente arbusto
que brinda protección a los pájaros. El grano de
mostaza primitivo sólo se menciona para realzar el
contraste entre el comienzo y la plenitud final.
La levadura (Mt 13, 33; Lc 13, 20s)
La parábola del sembrador (o de los cuatro tipos de
tierras) (Mc 4, 39; Mt 13, 19; Lc 8, 48)
Esta parábola se encuentra casi al pie de la letra en Mt
13, 19 y en Lc 8, 48, lo cual es un signo de fidelidad a
la tradición y de la importancia que se le atribuyó en la
Iglesia primitiva. Para comprenderla correctamente, hay
que saber cómo se practicaba la agricultura en aquel
tiempo en Palestina; si no, la actitud del sembrador
parece muy desacertada. La sementera tenía lugar en
noviembre después de que las primeras lluvias
hubieran ablandado algo la tierra reseca: se sembraba
antes de arar. El sembrador avanzaba sobre el rastrojo
y arrojaba también la semilla en la tierra que la gente
había pisado conculcando el derecho del dueño, ya que
él pretendía reconvertirlo de nuevo para el cultivo.
También arrojaba la semilla entre los espinos resecos,
ya que quería sepultarlos bajo tierra juntamente con la
semilla. Que muchos granos cayesen en tierras
pedregosas se debía a que, a menudo, las rocas
calcáreas estaban recubiertas de una fina capa de
humus y, por eso, era muy difícil distinguirlas del resto
del campo apto para el cultivo.
Al narrador no le interesa tanto el sembrador como las
cuatro clases diversas de tierra de labranza sobre las
que él arroja la semilla. La vereda pisada, el terreno
rocoso, la tierra llena de zarzas y, finalmente, la tierra
buena ofrecen condiciones muy diferentes para el
crecimiento y desarrollo de la semilla. Los pájaros
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devoran los granos arrojados sobre el camino antes de
que el arado logre sepultarlos bajo tierra. Al no poder
echar raíces consistentes, se agosta rápidamente la
semilla arrojada sobre terrenos rocosos, en cuanto
calienta un poco el sol del verano. Los granos que han
caído juntamente con las zarzas nacen al mismo
tiempo que ellas, pero acaban sofocados. Sólo la
semilla esparcida en el campo bueno produce fruto
abundante: una dio el treinta, otra el sesenta y otra el
ciento por uno. Sin embargo, se ha comprobado que en
Palestina un único grano puede producir, en
circunstancias favorables, 150 e incluso 350 granos.
La explicación de la parábola del sembrador (Mc 4,
1320; Mt 13, 1823; Lc 8, 1115}
3. Presencia de la salvación
Con la venida, la predicación y la actuación de Jesús ya
ha irrumpido el Reino de Dios. De esta presencia de la
salvación hablan algunas expresiones gráficas de
Jesús; no hay, sin embargo, ninguna parábola expresa
que se ocupe de ese hecho, pero sí muchas que
hablan de la realización de la salvación como bien
escatológico. Con Jesús ha llegado ya a este mundo la
salvación definitiva: En este sentido tiene una cierta
justificación la expresión «escatología realizada» (C. H.
Dodd). Sin embargo, esta expresión no puede
engañarnos hasta el punto de que queramos eliminar la
tensión entre el «ya» y el «todavía no». La salvación
completa sigue siendo aún un bien no plenamente
realizado, un bien sin alcanzar todavía.
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Boda y ayuno (Mc 2, 1820; Mt 9, 14s; Lc 5, 3335)
Los versículos 19b y 20 no son, según la interpretación
de la exégesis actual, palabras de Jesús, sino que
fueron añadidos por la comunidad primitiva: «Mientras
tienen al novio con ellos no pueden ayunar. Llegará el
día en que se lo lleven, y entonces, aquel día,
ayunarán». Este texto limita, pues, el tiempo salvífico a
la vida del Jesús terreno. Pero esta interpretación
parece que no podría conciliarse con la opinión de
Jesús. El estaba convencido de que con El había
llegado la salvación definitiva (aunque no consumada
aún). El texto añadido habla de una catástrofe por la
que el novio les es arrebatado violentamente a sus
amigos, de tal modo que se les impone el luto y se les
quitan las ganas de comer. Es una alusión manifiesta a
la muerte de Jesús; la comunidad primitiva vio
representado al mismo Jesús en la figura del novio. De
esa manera, se modifica la estructura del ejemplo
gráfico. No se recalca ya tanto la alegría por la llegada
del tiempo salvífico, sino la catástrofe y el dolor que
vendrán después.
¿Cómo se puede justificar el ayuno cristiano?
La aceptación del ayuno en la vida cristiana se debió a
una reflexión justa: La salvación plena sólo llegará
después de la aniquilación del pecado y de la muerte.
Aunque con Jesús ha llegado ya básicamente el tiempo
salvífico y con su muerte ha sido expiado y superado el
pecado, con todo, el pecado, la tentación y la muerte
siguen siendo aún auténticos poderes reales en la vida
del cristiano. Por eso, no es desacertado observar
también días de luto y penitencia, y no actuar como si
ya se hubiera realizado la salvación total. También San
Pablo impuso autodisciplina y dominio a su cuerpo y lo
hizo, según confesión propia, por ese motivo y no
ciertamente por pura fidelidad a una costumbre judía.
Mateo en el cap. 9, 14s recoge el texto de Marcos sin
modificaciones esenciales. Lo único que hace es utilizar
la expresión «estar de luto» en lugar de la palabra
«ayunar» que tiene el mismo contenido significativo.
También dice él que se han conservado en la Iglesia
ambas cosas: la alegría por la irrupción de la era
salvífica y el ayuno. Pero Mt 6, 16s demuestra que los
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Remiendo nuevo Vino nuevo (Mc 2,21s.; Mt 9,16s.;
Lc 5,3639)
La doble parábola del remiendo nuevo y del vino nuevo
la ha propuesto Jesús sin duda en ocasión distinta a la
de los símiles de la boda y del ayuno. Pero ya la
tradición oral la ha unido con la anterior y, además, con
pleno acierto; pues también éstas hablan de un
comportamiento insensato respecto al tiempo salvífico.
Este doble dicho, que ciertamente se remonta a Jesús
mismo, evidencia unas normas de prudencia que
descansan en hechos de experiencia y que, quizá,
corrían ya como refranes de boca en boca entre el
pueblo.
Un remiendo nuevo en un vestido viejo
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"Vino nuevo en odres viejos
Este mismo pensamiento de que con Jesús ha llegado
una nueva realidad al mundo es lo que pretende
destacar también el segundo símil del vino nuevo en
odres viejos: «Nadie echa tampoco vino nuevo en
odres viejos; si no, el vino revienta los odres; no, a vino
nuevo, odres nuevos» (Mc 2, 22). En el Antiguo
Testamento, el vino es un símbolo utilizado con mucha
frecuencia para designar el tiempo salvífico; la
abundancia de vino es un signo de la bendición divina
(Gen 27, 28; Joel 2, 23s) y del tiempo de salvación
mesiánico (Am 9, 13; Joel 4, 18). También en Juan 2,
111 se presenta a Jesús como el portador del tiempo
salvífico, cuando pone a disposición de los invitados en
la boda de Cana una gran abundancia de vino. Un vino
reciente, no fermentado aún, no puede echarse en
odres viejos deteriorados. La fermentación los revienta
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y se estropean tanto el vino como los odres. Dicho sin
utilizar imágenes, esto significa: Lo nuevo no se lleva
con lo viejo; la mezcla de lo nuevo y de lo viejo
estropea a ambos.
A la frase final de Marcos: «El vino nuevo hay que
echarlo en odres nuevos», añade Mateo (9, 17): «Así
se conservan las dos cosas». Esto supone un
desplazamiento de la intención del dicho de Jesús. Si
Jesús trata de la incompatibilidad de lo nuevo con lo
viejo, el evangelista San Mateo destaca y se interesa
por la nueva forma acomodada a lo nuevo. Si se
encuentra esa forma, entonces puede seguir
perdurando también lo antiguo (por ejemplo, el ayuno
judío).
Lucas (5, 39) añade un nuevo dicho al texto de Marcos:
«Y nadie acostumbrado al vino de siempre quiere uno
nuevo, pues dice: «El vino añejo es mejor». Un refrán
judío afirma lo mismo: «¿No es sano el vino añejo?».
Lucas da, de ese modo, una explicación
completamente nueva comparada con la de Jesús: Es
verdad que lo nuevo y lo viejo son incompatibles, pero
ambas cosas pueden existir juntamente con tal de no
mezclarlas. Quizá esta norma, válida para el vino, es el
resultado de la lucha en el modo de vivir los cristianos
de procedencia judía y los cristianos de procedencia
pagana (W. Grundmann).
Según G. Bowman, el símil no reproduce la convicción
del evangelista, sino que habría que interpretarla, más
bien, como una afirmación comprensiva del hecho de
que cualquiera que se ha acostumbrado a lo antiguo,
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El símil de la higuera (Mc 13, 28s; Mt 24, 32s; Lc 21,
2931)
que está a la puerta. La frase puede completarse tanto
con la palabra «el fin» como con «El»; a saber, el Hijo
del Hombre; o de un modo más amplio, afirmando que
«el juicio, el juez, la salvación» (están cerca). En el
contexto de Marcos, la expresión «Cuando veáis
vosotros que suceden estas cosas» se refiere
claramente a los aconteciminetos de los últimos
tiempos de los que se acababa de hablar hacía un
momento; se refiere a la proximidad del Reinado de
Dios que llega a su plenitud en la venida del Hijo del
Hombre.
Mateo ha tomado el símil de Marcos casi al pie de la
letra. Lucas nos lo presenta con una nueva
introducción: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol»
(21, 29). Mediante la inclusión de otros árboles
aumentan los signos del fin: cuantos más árboles
empiezan a brotar en primavera, con mayor claridad se
vislumbra la proximidad del verano. Y Lucas hace la
siguiente interpretación: «Pues lo mismo tenéis que
saber vosotros... que el Reino de Dios está cerca» (v.
31). Desde la venida de Jesús toda la historia está
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próxima al Reino de Dios. Precisamente porque ya está
presente Jesús que trae la salvación, por eso ha
llegado ya también el tiempo salvífico.
4. Misericordia de Dios con los pecadores
Parábola de los dos hijos diferentes (Mt 21,2832)
La parábola nos la cuenta únicamente Mateo y sólo
consiste, en realidad, en una doble pregunta, por lo que
puede decirse que no es una auténtica narración. Un
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padre tenía dos hijos. Les pide a ambos que vayan a la
viña y que trabajen allí. El primero le manifiesta a su
padre su buena disponibilidad, pero, con todo, no va. El
otro reacciona ante el mandato de su padre con un
rotundo: «No quiero». Más tarde se arrepiente del
desaire que le ha hecho a su padre y va a trabajar a la
viña. Este es el momento en el que Jesús dirige a sus
oyentes la pregunta: «¿Cuál de los dos cumplió la
voluntad del padre?». La respuesta no podía ser más
que una: el segundo.
Por tanto, la parábola quiere decir: No son las palabras
las que deciden, sino los hechos. Lo que importa es
hacer la voluntad del Padre. Esto se refuerza con otro
dicho de Jesús: «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!,
entrará en el Reino de los Cielos, sino sólo el que pone
por obra el designio de mi Padre del cielo» (Mt 7.21).
Se contrapone a los dos hijos como representantes de
una actitud típica. En el versículo 31 hace Jesús una
aplicación de la parábola realmente consternadora: «Os
aseguro que los recaudadores y las prostitutas os
llevarán la delantera para entrar en el Reino de Dios».
Según la opinión de los enemigos de Jesús, los
publicanos no tienen posibilidad alguna de liegar a
Dios, porque no pueden presentar reparación alguna
por sus fraudes. Según Jesús, sin embargo, están más
próximos a Dios que los piadosos de Israel. Es verdad
que habían dicho no al mandato de Dios, pero después
se arrepintieron e hicieron penitencia (véase Lc 3, 12:
también los publícanos o recaudadores se acercan a
Juan el Bautista a preguntar qué es lo que tienen que
hacer). Y también las prostitutas han obrado de un
modo semejante al hijo que dijo no en la parábola: Al
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referencia al Bautista, una aplicación históricosalvífica,
que le es ajena en los comienzos.
Los dos deudores (Lc 7,4143)
Esta parábola forma parte de una narración transmitida
sólo por Lucas y que nos habla de cómo una pecadora
unge los pie de Jesús. La escena se desarrolla en la
casa del fariseo Simón, que ha invitado a comer a
Jesús. Puesto que los invitados estaban recostados a
la mesa, parece que se trata de un banquete, ya que en
las comidas ordinarias solían sentarse en torno a la
mesa. La comida estaba pensada como homenaje a
Jesús. El anfitrión le tenía por un posible profeta (véase
v. 39) y se consideraba como una obra meritoria invitar
a comer a los doctores que estaban de paso,
especialmente si habían predicado antes en la
sinagogoa. Podemos suponer que éste era el caso de
Jesús. La prostituta que se presentó en el banquete, sin
estar invitada, se había sentido conmovida por su
predicación y había alcanzado de El el perdón de los
pecados. Llena de un agradecimiento ilimitado entró en
ese momento, derramó lágrimas de alegría que
cayeron en los pies de Jesús y ella se los secó con sus
propios cabellos (un rasgo que la caracteriza, pues
parecía vergonzoso que una mujer decente soltase sus
cabellos en presencia de los hombres). Pero ni siquiera
tuvo bastante con ese gesto: besó los pies de Jesús y
los ungió con un perfume precioso. Cuando se dice en
el versículo 47 que ha «amado» mucho, se está
indicando precisamente este acto de amor agradecido.
En arameo, lengua materna de Jesús, no existe
ninguna palabra para expresar el concepto
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«agradecer»; en su lugar se usa la palabra «bendecir»
o también «amar».
La parábola hay que verla en el transfondo de Jesús
queriendo justificarse de haber permitido que le toque
una prostituta. Contrapone la gran y pequeña deuda al
mayor o menor agradecimiento. Porque la mujer
demuestra un mayor agradecimiento está más cerca de
Dios que el fariseo, a pesar de haber llevado hasta ese
momento una vida pecadora. El amor agradecido que
ella demuestra para con Jesús, se lo demuestra
realmente a Dios. El versículo final (50) de la narración
nos relata la única palabra que Jesús dice a la
pecadora: «Tu fe te ha salvado, vete en paz». Así pues,
sólo la fe en el mensaje de Jesús ha hecho posible que
accediera al perdón de los pecados.
El fariseo y el publicano (Lc 18, 914)
Esta parábola que nos la refiere sólo San Lucas según
el versículo 9, está dirigida a algunos «que estaban
seguros de su propia justicia y despreciaban a los
demás». Casi involuntariamente, al oír esto, pensamos
en los fariseos cuyo representante aparece en la
parábola que propone a continuación. Pero quizá el
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evangelista quiere dirigirla también a muchos cristianos
que rezan al estilo de los fariseos. Por el lenguaje y el
contenido hay que reconocerla como perteneciente a la
antigua tradición palestina.
Dos habitantes de Jerusalén suben a orar al templo a la
hora de oración (3 de la tarde; véase Hech 3, 1). Uno
de ellos, que era fariseo, se coloca en un lugar bien
visible para todos. Su oración es pura acción de
gracias, no contiene una sola súplica. Da gracias a
Dios, en primer lugar, por su piedad; después, por sus
obras. La piedad se manifiesta en que se mantiene
alejado del pecado: no es ningún ladrón (quizá haya
que suavizar un poco el sentido de la palabra: no es un
picaro); no es mentiroso ni adúltero. No vive tampoco
en constante conflicto con la Ley. La observación que él
mismo se hace «no como ese publicano de ahí»,
permite conocer que desprecia a otros hombres.
También el recuento de sus obras piadosas hay que
comprenderlo como contenido de su oración. Ayuna
dos veces por semana, sin duda que de un modo
vicario por los pecados del pueblo. A eso hay que
añadir una gran y generosa disponibilidad: paga el diez
por ciento de todos sus ingresos como donación para
fines benéficos, lo que, como el ayuno que practicaba,
es bastante más de lo que exigía la misma Ley.
El otro se queda en el fondo del templo, no se atreve ni
siquiera a levantar los ojos, sino que se golpea en el
pecho (con más precisión: en el lugar del corazón que
se considera como la sede del pecado), expresión de
su profundo arrepentimiento. Su oración es
sencillamente una súplica de misericordia, formulada
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bajo la inspiración del salmo 51, 3: «Misericordia, Dios
mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi
culpa».
El verso 14 recoge el juicio de Jesús sobre estas dos
personas que oran. El publicano vuelve a su casa
justificado, es decir, como alguien que ha encontrado la
benevolencia de Dios; el fariseo, no. El versículo 14b,
que se encuentra también en Lc 14, 11 no pertenece
originariamente a este pasaje, aunque no cuadra mal
con la parábola: «El que se ensalza, será humillado; el
que se humilla, será ensalzado». La forma pasiva es
una perífrasis que permite vislumbrar el nombre de
Dios; el futuro hay que entenderlo en sentido
escatológico; es decir, en el Juicio Final humillará Dios
a los orgullosos y ensalzará a los humildes. El fariseo
se ha ensalzado a sí mismo en la oración, el publicano
se ha anonadado ante Dios, al reconocerse pecador y
pedir perdón. Por eso, Dios en el juicio, humillará a uno
y al otro le concederá su gracia.
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La oveja perdida (Lc 15, 47; Mt 18, 1214)
En el capítulo 15 de San Lucas se han recogido tres
parábolas que tienen una estrecha relación entre sí.
Todas hablan de algo perdido: la oveja perdida, la
moneda perdida, el hijo perdido (pródigo). Sólo la
segunda parábola se encuentra, en forma muy
abreviada, también en Mateo; las otras dos son
parábolas exclusivas de Lucas.
Los versículos introductorios (13) proceden del
evangelista que, de esa manera, sitúa en un marco
determinado parábolas tradicionales que no tenían un
contexto fijo. Publicanos y pecadores se acercan a
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La parábola de la oveja perdida se inspira en una
escena corriente de la vida de los pastores de aquel
tiempo. Cuando una oveja se ha separado del rebaño y
no da con el camino que la reintegre, se echa en el
suelo y ya no es capaz de levantarse para seguir
buscando su propio rebaño. Es el pastor el que tiene
que buscarla y devolverla al rebaño; cuando la
distancia es grande tiene que cargársela sobre los
hombros. La alegría por la recuperación del animal es
tan grande que convoca a sus vecinos para que
también ellos participen de su misma alegría.
El versículo 7 trae la aplicación: Dios se alegra más con
un solo pecador que se arrepiente que con noventa y
nueve justos que no tienen necesidad de penitencia.
Por consiguiente, el punto de comparación es la
alegría. Jesús habla de la alegría definitiva de Dios en
el perdón. El aspira a la salvación de los que se han
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En el texto paralelo de Mt 18, 1214, la parábola se la
propone Jesús a sus discípulos (véase v. 1). También
el punto de comparación es diferente: Dios quiere que
los discípulos de Jesús sigan tan fielmente al hermano
extraviado como el pastor a la oveja perdida. Lo que se
destaca aquí es, por tanto, la búsqueda; en eso tiene
que ser el pastor un modelo y prototipo para los
directores y guías de la comunidad.
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La moneda perdida (Lc 15, 810)
El hijo pródigo (Lc 15, 1132)
La tercera parábola, en comparación con las anteriores,
tiene una dimensión considerable: es más larga que
todas las demás parábolas de Jesús y se puede añadir
que es además la más bella. Profundiza el pensamiento
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básico de las otras dos, pero presenta nuevos matices.
En lugar de designarle con el título tradicional sería
más justo darle un nuevo título: «Parábola del padre
lleno de amor», pues el motivo fundamental es el amor
ilimitado de Dios. Juntamente aparece también el tema
de la «conversión».
El hijo menor (vv. 1224)
El menor de los dos hijos de un hombre rico, le pide a
su padre la parte de la herencia que le corresponde.
Según la Ley mosaica (Deut 21, 17), el primogénito
tenía derecho al doble que el hermano menor en la
repartición de la herencia. No era infrecuente que la
repartición se realizara ya en vida del padre; sin
embargo, en este caso, conservaba el padre el
usufructo de los bienes transferidos hasta la hora de la
muerte. En la parábola exige el hermano menor, junto
al derecho de posesión, el derecho a disponer
libremente de la parte que le corresponde. Es claro que
quiere llevar una existencia independiente. Por eso
vende la herencia de fincas a él asignada y con el
dinero adquirido emigra al extranjero. Allí, llevando una
vida disoluta, despilfarra toda su fortuna en breve
tiempo. Su culpa no se debe tanto a ese despilfarro
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satisfecho si puede ganar su pan como uno más de los
jornaleros.
La verdadera historia comienza en el versículo 20; lo
anterior era sólo una preparación. A partir de este
momento aparece claramente el padre en el punto
céntrico de la narración. En su actitud se refleja la
misericordia compasiva de Dios para con los
pecadores. Cuando el hijo que regresa se encuentra
aún lejos de casa, ve venir el padre (quizá salía todos
los días a otear el horizonte en la esperanza de que se
decidiera a volver). En total contradicción con la
dignidad de un oriental rico, echa a correr al encuentro
de su hijo, le abraza y le besa; son manifestaciones de
un amor delicado que ponen de manifiesto que el padre
acepta al hijo pródigo como hijo. En ese momento en
que el hijo ha vuelto a casa, es cuando toma la palabra
y comienza a recitar el discurso preparado. Pero el
padre no le permite seguir hablando y les dice a los
criados que traigan a aquel hombre andrajoso el mejor
vestido (una gran distinción en Oriente), que le pongan
un anillo en el dedo (que era un símbolo de la
transmisión de poder) y le calcen las sandalias en los
pies (reconocimiento de que es hombre libre, ya que
sólo los esclavos iban descalzos). Por fin, hay que
matar un ternero cebado, es decir, organizar una gran
fiesta para toda la casa, que tenía su punto culminante
en un banquete con música y baile. Así quiere
manifestar el padre, con la máxima publicidad, que su
hijo recupera plena y totalmente la posición primitiva. El
padre expresa el motivo del júbilo en dos imágenes
muy expresivas: La recuperación del hijo pródigo es
para él como si se hubiese operado una resurrección y
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como el hallazgo de un tesoro de precio incalculable.
El hijo mayor (vv. 2532).
Pero el padre no se desorienta por los reproches del
hijo mayor. Se dirige a él con esta delicada y cariñosa
expresión: «¡Hijo mío!». Para convencerle de la
inconsistencia de sus reproches, le recuerda la estancia
pacífica y tranquila en la casa paterna y que no se le ha
privado lo más mínimo de sus posesiones ni de su
derecho hereditario. «Todo lo mío es tuyo también». Es
ésta una afirmación tan llena de bondad que tendría
que bastar para conmover incluso a un corazón
obstinado. Y repite lo que ha dicho ya en el versículo
24, pero refiriéndolo ahora al hijo mayor: Tú también
deberías celebrar esta fiesta y alegrarte, porque el que
ha vuelto es tu propio hermano.
Así acaba la parábola. No se nos dice más de la
reacción del hijo indignado. Es probable que las
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¿Por qué habla Jesús de Dios en las tres parábolas del
capítulo 15 de Lucas, cuando lo que en realidad
pretende es justificar su propia conducta para con los
pecadores? Por que El actúa como Dios; y piensa
también como El. En su propia acción se manifiesta el
comportamiento de Dios. Por esa razón, contienen las
tres parábolas una cierta cristología oculta que expresa,
a su manera, la igualdad de Jesús con Dios, tal como la
expone expresamente la cristología posterior cuando
da a Jesús nombres sublimes como «Hijo de Dios»
entre otros.
El amo bondadoso (Mt 20, 115)
El propietario y sus trabajadores
«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que
salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña»
(v. 20). La parábola está sacada de la vida de aquel
tiempo en el que había gran número de parados en
Palestina. El historiador judío Flavio Josefo nos cuenta
que después de la terminación del templo en Jerusalén
(6264 d. de C.) se ordenó la construcción de obras
públicas de emergencia para dar trabajo a 18.000
parados. En tiempo de la vendimia se necesitaban
numerosos trabajadores; por eso sale el propietario al
amanecer a contratar jornaleros en paro para que
trabajasen en su viña. Se pone en seguida de acuerdo
con ellos en el jornal: un denario; era en aquel tiempo
un jornal apropiado para una jornada de trabajo que
posibilitaba al trabajador adquirir lo necesario para la
manutención de su familia durante un día.
Salió otra vez a media mañana (a las 9) a la plaza
donde siempre era posible encontrar trabajadores en
paro; los contrata y promete darles el salario de
costumbre. Sale también al mediodía y a media tarde (3
de la tarde) y contrata de nuevo trabajadores; sí, sale
incluso a la hora undécima (las 5 de la tarde, una hora
antes de terminar la jornada) en busca de nuevos
trabajadores; una señal de que el trabajo apremiaba; la
recolección de las uvas tenía que estar terminada antes
del comienzo de las lluvias; si no, se pudrían los
racimos en la cepa. El propietario pregunta a los que
encuentra al final del día en la plaza: «¿Cómo es que
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La retribución
El Antiguo Testamento prescribía pagar a los jornaleros
al atardecer su jornal (Lev 19, 13). Cuando el dueño de
la viña indica a su administrador que comience a pagar
el jornal comenzando por los trabajadores contratados
a última hora, hay que esperar que se propone algo
especial. El dueño manda que se les pague también a
ellos todo el jornal del día. Es normal que, al ser
retribuidos tan espléndidamente, mostrasen, llenos de
alegría, el denario recibido a sus compañeros de
trabajo. Y eso les hace concebir esperanzas de que
recibirán más de lo convenido. Por eso, su desilusión
es enorme al comprobar que sólo se les abona la
cantidad convenida. Entonces comienzan a murmurar y
a reprochar a su amo haber cometido con ellos una
doble injusticia: habían trabajado desde la primera hora
de la mañana y habían tenido que soportar todo el peso
del día, mientras que los contratados al final sólo
habían tenido que trabajar una hora; tuvieron que
soportar el bochorno del día y los otros habían
trabajado sólo un poco y además aliviados por la brisa
del atardecer.
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Elementos añadidos (v. 16).
Una falsa interpretación actual de la parábola
Esta clase de crítica no atiende, en absoluto, al sentido
auténtico de la parábola. Es evidente que Jesús no
quería proponer en ella el modelo del empresario
cristiano. El trabajo en la viña no lo considera Jesús
como una posibilidad de mérito, sino como una buena
acción del propietario (piénsese en el paro existente en
aquel tiempo). Demuestra a los trabajadores la atención
paternal del dueño de la viña. Jesús quiere expresar
sencillamente la bondad incomprensible de Dios que se
reserva para sí el remunerar al hombre con un mayor
salario de lo que le correspondería por el trabajo
realizado. La certeza de que Dios es generoso la posee
sólo aquel que se siente acogido por su bondad y está
agradecido a sus dones gratuitos, sin controlar al
prójimo, mirando a ver si ha recibido más gracia de la
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5. Verdadera pertenencia al grupo de los discípulos
Ambas parábolas, que son propias del evangelista San
Mateo, guardan una estrecha relación, pero sin duda
fueron propuestas originariamente en ocasiones
distintas. El Evangelio de Tomás las recoge en lugares
diversificados (76 y 109).
La parábola del tesoro escondido en el campo (v. 44)
habla de un pobre jornalero que, al arar en un campo
ajeno, descubre un tesoro sepultado bajo tierra, como
podría ser un recipiente lleno de monedas de oro y
plata. En tiempo de guerra era costumbre esconder
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bajo tierra los haberes más valiosos, porque parecía el
procedimiento más seguro para no perderlos. El que
halla el tesoro lo esconde de nuevo bajo tierra, con el
fin de que permanezca como un elemento integrante
del campo y esté seguro en él. Entonces se va él, lleno
de alegría, vende todo lo que posee y compra el
campo. Es posible incluso que haya desaparecido el
dueño del campo. El hombre aquel obra con extrema
corrección comprando el campo y haciéndose de esa
manera dueño del tesoro.
¿Qué nos quiere decir Jesús con estas dos parábolas?
Se ha visto en ellas con frecuencia una invitación a una
entrega incondicional, a un acto heroico. No se dice, sin
embargo, en la parábola que el comerciante ha hallado
la gran perla, sino que ha encontrado una perla
extraordinariamente valiosa (así lo expone el Evangelio
de Tomás coincidiendo con el uso de la lengua
aramea). También el tesoro del que se habla en la
primera parábola es algo indeterminado. La expresión
más importante del texto es: «en su alegría» (v. 44); la
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gran alegría por el hallazgo realizado embarga tanto al
jornalero como al comerciante (en la parábola de éste
no se repite, pero se sobreentiende y es válida también
para él). La alegría les arrastra a ambos, ningún precio
les parece excesivo, con tal de llegar a ser dueños de
lo que han encontrado. Así pues, lo decisivo no es el
sacrificio que se hace, a saber, la necesidad de
desprenderse de todo lo que poseen, sino lo que les
impulsa a esa decisión: La magnitud del hallazgo les
sobrecoge y hace que estén dispuestos a renunciar a
todo lo demás sólo para poder conseguir el tesoro
encontrado. Así sucede también con el reinado de Dios:
El mensaje de que el Reino de Dios ya ha comenzado
proporciona una inmensa alegría. Todos los demás
bienes del mundo, comparados con ella, pierden su
valor.
Pero ¿por qué entraña el Reino de Dios una alegría tan
grande? ¿Qué comprende Jesús con esa palabra?
Mateo dice la mayor parte de las veces «el Reino de los
Cielos»; Marcos y Lucas sólo «el Reino de Dios». La
expresión griega «basileia» puede expresar tanto el
Reinado como el Reino de Dios. «El Reinado de Dios»
designa el hecho de que Dios reina como rey. «El
Reino de Dios», más frecuente entre nosotros, designa,
más bien, el marco de su Remado. Lo que Jesús nos
quiere decir, se expresa con mayor claridad con la
expresión «Reinado de Dios». Existe ciertamente el
peligro de que «el Reinado de Dios» puede hacernos
pensar en un gobierno dictatorial de un tirano divino.
Pero precisamente las dos parábolas del tesoro y de la
perla demuestran que lo que tiene que suceder es todo
lo contrario: Se trata de un poder liberador y generador
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El buen samaritano (Lc 10, 2537)
responda a su pregunta y éste apunta correctamente a
los dos mandamientos que ya estaban propuestos en el
Antiguo Testamento, aunque naturalmente no estaban
resumidos en un solo pasaje (Deut 6, 5; Lev 19, 18).
Jesús confirma a su interlocutor en la exactitud de su
respuesta y añade: «Haz eso y tendrás vida».
Es claro que el doctor de la Ley siente que Jesús le
pone en evidencia, en cierto modo, al mostrarle esa
exigencia que le suena como si le hubiera dicho: Es
cierto que conoces el mandamiento, pero en la práctica
no te atienes a él. Por eso pretende justificarse de
nuevo con una ulterior pregunta que, según Lucas, era
una característica básica de los fariseos (véase 16, 15;
18, 9). Desea saber quién es su prójimo. Era esta una
cuestión discutida entre los doctores de la Ley. ¿Se
aludía únicamente a los ciudadanos de Israel, incluidos
los paganos que se habían pasado al judaismo o
incluía también a paganos y herejes? Los fariseos se
inclinaban a excluir de este amor a los que no eran
fariseos; los esenios (una secta judía) exigían incluso
que se tenía que odiar a los «hijos de las tinieblas» (= a
sus enemigos); una concepción popular excluía de ese
amor al enemigo personal. La pregunta del doctor tiene,
pues, el sentido siguiente: ¿Hasta dónde se extiende la
obligación del amor al prójimo? Para responder a la
pregunta propone Jesús una parábola o ejemplo
aclarativo. Es muy posible que se haya apoyado en un
acontecimiento real. El descenso de Jerusalén a Jericó
(27 Km.; 1.000 m. de diferencia de altitud) atravesaba
el desierto de Judá, en terreno que ofrecía escondrijos
favorables a los salteadores de caminos. El camino era
famoso por los asaltos y robos que en él tenían lugar.
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El viajero de la parábola es víctima de uno de esos
asaltos. Seguramente él trata de defenderse, y los
ladrones, que son más, le golpean, le hieren y le dejan
abandonado y medio muerto.
Un sacerdote y un levita pasan de largo junto al herido
sin preocuparse para nada de él. Jesús no quiere
presentarlos como duros de corazón; probablemente le
dieron al hombre por muerto; a un sacerdote le estaba
prohibido por la Ley tocar a un muerto (Lev 21, 1).
También se puede considerar que el levita va de
camino hacia el templo; teniendo en cuenta el servicio
que tenía que realizar allí, tampoco le está permitido
hacerse impuro rozando un cadáver. Jesús no propone
una polémica «anticlerical»; no es imaginable. Lo que
hace es elegir dos ejemplos extremos: los servidores
de Dios fallan; el odiado samaritano cumple.
Este tercero que va de viaje no es, como cabría
esperar, un judío cualquiera, sino un samaritano
considerado como hereje por los judíos. La relación
entre los judíos y los samaritanos era en tiempo de
Jesús muy tensa; todos los mestizos de judíos y
paganos eran odiados por los judíos. Y precisamente
un representante de ese pueblo es presentado por
Jesús como ejemplo de verdadero amor al prójimo.
Hace por el judío, al que ha encontrado medio muerto
en el camino, todo lo que puede hacer: limpia y venda
sus heridas, lo lleva en su asno a un albergue, da
dinero al dueño de la posada para que le cuide; sí, le
dice incluso que está dispuesto a abonar todos los
gastos adicionales que se originen por los servicios
prestados. Sin conocer el concepto de «amor al
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El cambio de planteamiento de preguntas al final de la
parábola es interesante. El escriba ha preguntado a
Jesús por el objeto del amor: «¿Quién es mi prójimo al
que yo debo amar?» Jesús, en cambio, pregunta por el
sujeto del amor: «¿Cuál de estos tres se hizo prójimo
del que cayó en manos de los bandidos?» (v. 36). Con
ello, la objeción del jurista queda desenmascarada
como una evasiva. En el mandamiento del amor se
trata de manifestarse como prójimo por amor
compasivo. A quien afirma que ama a Dios, pero deja
de lado o limita el amor al prójimo, la palabra de Jesús
lo desenmascara como hipócrita. El escriba pregunta
por los límites a su obligación de amar. Con la pregunta
contrapuesta de Jesús no sólo saltan hechos añicos las
fronteras del pueblo y la religión, sino que, además,
queda claro esto: no es el que actúa el que tiene que
determinar quién es su prójimo, sino aquel sobre el que
se tiene que actuar. Sólo se es prójimo de aquel al que
se le ayuda en la necesidad. El tiene que hacer suya la
situación de necesidad del otro. Entonces es cuando
reconoce que para el mandamiento del amor no existe
límite alguno.
¿Parábola o alegoría?
En la parábola del buen samaritano no se trata, como
en una parábola ordinaria, de la transposición de una
imagen a un objeto. Como ejemplo narrativo que es, se
manifiesta inmediatamente el objeto mismo. Patentiza
narrativamente un comportamiento moral y concluye
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después: «Ve y haz lo mismo» (v. 37). La historia es,
pues, una advertencia para obrar como el samaritano.
Y si se propone un «prototipo» negativo, sirve como
ejemplo de advertencia (véase Mt 18, 23ss: el siervo
inmisericorde).
en grado supremo, como el verdadero samaritano. Por
eso, puede El, incluso mejor que el héroe de nuestra
parábola, mostrar a sus seguidores cómo tienen que
comprender el mandamiento del amor al prójimo.
El siervo inmisericorde (Mt 18, 2335)
En la parábola se compara el advenimiento del Reinado
de Dios con una cuenta que salda el rey con sus
gobernadores de provincia. Así hay que entender el
significado de la palabra «siervos». Aparece que uno
de los sátrapas había dilapidado o malgastado los
impuestos de su provincia y, por tanto, era insolvente.
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En una segunda escena, el hombre al que se le ha
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El Juicio de las naciones (Mt 25, 3146)
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Esta sección, que es también exclusiva del evangelista
Mateo, no es una parábola auténtica, sino más bien un
discurso apocalíptico. Utiliza imágenes de la
concepción primitiva judía del mundo, que le sirven
para dar un especial colorido al Juicio Final. Sin
embargo, no detalla el proceso, sino sólo el veredicto
final comunicado por «El Hijo del Hombre (véase v. 31;
v. 34; en estos versículos se le llama rey).
El juez separa a los hombres ante su trono en dos
grupos como un pastor, al atardecer, separa a las
ovejas de las cabras, que han estado pastando juntas
durante todo el día y las encierra en distintos corrales.
La traducción ecuménica de la Biblia habla de ovejas y
machos cabríos; es verdad que puede traducirse así,
pero es más exacto hablar de ovejas y cabras. Las
ovejas (blancas) eran consideradas como los animales
más valiosos; las cabras (negras) necesitaban durante
la noche una temperatura más elevada que las ovejas.
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Por eso, las ovejan simbolizan mejor a los buenos y las
cabras, a los malos. La derecha y la izquierda son
símbolos de salvación y de condenación. Por eso
coloca el juez a su derecha a las ovejas y a las cabras,
a su izquierda. El rey invita entonces a los buenos a
tomar posesión del Reino que les tiene preparado
desde el comienzo del mundo. El motivo del juicio es el
siguiente: Le han ayudado en cualquier clase de
necesidad que ha experimentado. El juicio provoca una
gran conmoción entre los buenos. Ellos no han visto a
Jesús nunca hambriento, sediento, sin techo, desnudo,
enfermo o prisionero y, por consiguiente, no pueden
haberle prestado ayuda. Pero obtienen esta respuesta
contundente del juez: Cada vez que lo hicisteis con un
hermano mío de esos humildes, lo hicisteis conmigo»
(v. 40).
No hay que entender aquí con la palabra «hermanos» a
los discípulos de Jesús, sino a todos los hombres que
se encuentran en cualquier tipo de necesidad o apuro.
Jesús se identifica, por tanto, con los necesitados de
todos los tiempos. Todo amor al prójimo, como tal, es
amor a Jesús, amor a Dios.
hacerlo conmigo» (v. 45).
El sentido de esta «parábola» es, por tanto, éste: Los
horizontes sin límites del amor al prójimo, tal como lo
exige la parábola del samaritano compasivo, tienen que
manifestarse en que los discípulos de Jesús, siguiendo
su ejemplo, atiendan y se dediquen precisamente a los
pobres y despreciados, a los desamparados y a los
pequeños. Pero no sólo los discípulos de Jesús; todos
los hombres serán juzgados en el Juicio Final por el
amor auténtico y actuante que hayan demostrado o
negado a Cristo en la figura de los que sufren. No
interesa, pues, únicamente la fe verdadera, la
ortodoxia, sino la ortopraxis, la conducta acorde con
esa fe. Por eso, pueden salvarse también los paganos
debido a su amor actuante para con el prójimo. Jesús
considera lo que se ha hecho a los pobres como hecho
a Sí mismo, aunque no se haya hecho expresamente
por su causa o por amor a El. Esto no sólo afirma la
unidad del amor a Dios y al prójimo, sino con mayor
precisión, su identidad.
Sería no interpretar bien el núcleo de la perícopa si se
quisiera deducir de ahí: Lo único que importa es la
humanidad; el amor directo a Dios es superfluo. Esta
consecuencia deducida especialmente por la teología
de la muerte de Dios es falsa; eso lo demuestra la
reflexión del Juicio Final. No es el prójimo, un hombre
cualquiera, el que emite el juicio definitivo, sino el Hijo
del hombre; el Hijo de Dios, provisto de la plena
potestad divina, es el juez (o, como opinan otros
intérpretes, el que comunica el juicio que Dios mismo
pronuncia). El desea ser amado en sus hermanos;
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considera las obras de amor que se les han hecho a
ellos como hechas a Sí mismo. El amor al prójimo no
es, pues, un sucedáneo, una suplantación de la fe en
Dios y del amor a Dios; pero sí tiene que actuarse en la
disponibilidad a ayudar al prójimo y dar prueba, por
tanto, de su verdadera autenticidad.
Según el capítulo 25 de San Mateo la condena en el
Juicio Final no se debe a los pecados mortales, sino a
la omisión de las obras buenas. Que haya elegido
Jesús para ilustrar esta verdad a paganos como figuras
positivas ejemplares, tiene que servir de acicate a todos
los cristianos para no considerar como condenado o
perdido a ningún hombre, porque no posee la fe
verdadera o porque es pagano.
6. Esperanza en la hora de Dios
Con la venida y la acción de Jesús ha llegado ya la
salvación, se ha aproximado el Reino de Dios. Pero el
Reinado definitivo de Dios, el Reino en toda su plenitud,
no ha aparecido aún. Jesús mismo ha contado
ciertamente con la venida inmediata del Reinado
definitivo de Dios, sin embargo se ha negado siempre a
proponer una fecha concreta para tal acontecimiento.
Ha buscado, más bien, fortalecer a sus discípulos en la
esperanza para ese momento y advertirles de la
necesidad de estar preparados. Esperanza en la
llegada de Dios, oración, confianza en su ayuda, son
una parte importante de la predicación de Jesús.
Podrían mencionarse aquí una serie de parábolas, ya
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Parábola del amigo inoportuno (Lc 11, 58)
En el v. 8 saca Jesús la conclusión de la parábola. «Yo
os digo» podría traducirse de un modo más libre: ¿No
es verdad? Aunque aquel al que se le pide no
atendiese tal petición por amistad, acabaría dándole los
panes, al menos, por su insistencia. La palabra griega
traducida por «insistencia» podría traducirse también
por «insolencia». Podría asimismo designar la actitud
de aquel al que se le pide, que obraría insolentemente,
en caso de que no atendiera la petición de su amigo.
Así acaba la parábola. Jesús deja a cada uno de los
oyentes que se la aplique a sí mismo. El evangelista ha
propuesto la parábola en un contexto referido a la
oración. En el capítulo 11, 14 narra que Jesús había
enseñado el Padrenuestro a sus discípulos; en los
versículos 913 llama la atención respecto a la oración
confiada. Por tanto, ha entendido la parábola como una
invitación a una oración perseverante. Pero no es ése
su marco original. Para comprender lo que nos ha
querido decir Jesús con la parábola, hay que partir de
la forma interrogativa de los versículos 57. Así vemos
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que en el v. 8 no se trata de una llamada del amigo,
sino que se explica el motivo por el que obra aquel al
que se le ha hecho la petición: si no obra por amistad,
sí, al menos, para librarse de la molestia insistente y
para no aparecer él mismo como poco complaciente.
De esa manera, siguiendo la interpretación de Jesús,
no constituyen el núcleo medular de la narración ni el
amigo que pide, ni su insistencia, sino el hombre
molestado en su sueño. De ese modo, es clara y
sencilla la relación a Dios. Si el amigo inoportuno,
durante la noche, no duda en atender la petición del
vecino, ¿con cuánta mayor razón no va a atender Dios
a aquellos que están en un apuro? Dios, es sin duda,
su amigo. Ya en el Antiguo Testamento «Abrahán» es
llamado amigo de Dios (véase Isaías 41, 8). Como en
muchas otras ocasiones aparece una conclusión de
«minore ad maius» y no se trata de la insistencia de la
súplica, sino de la certeza de ser escuchados. Por eso
la parábola podría llevar como título «El amigo al que
se le pide ayuda durante la noche» (J. Jeremías).
El niño que pide (Lc 11, 1113; Mt 7, 911)
hijo que le pide un pez o, en lugar de un huevo, un
escorpión (cuando este animal con su peligroso aguijón
se encoge, puede parecerse desde lejos a un huevo).
Todo esto, resumiéndolo de un modo genérico,
significa: Ningún padre es capaz de dar una cosa
nociva en lugar de una cosa útil y provechosa a un hijo
que le pide. Y ahora se deduce expresamente la
conclusión: Si los hombres, que son malos, a pesar de
su maldad, saben dar a sus hijos cosas buenas,
entonces es seguro que Dios dará sólo cosas buenas a
los que se lo piden. El texto paralelo de Mateo 7, 911
se distingue en algunos matices del texto de Lucas. En
lugar de mencionar las palabras huevo y escorpión
habla de un pan y una piedra. Esta podría ser, en
realidad, la imagen original, ya que un pan redondo y
una piedra guardan mayor semejanza que un huevo y
un escorpión. Igualmente el versículo 11 del texto de
San Mateo podría ser así: «¡Cuánto más vuestro Padre
del cielo dará cosas buenas a los que se las piden! »;
con lo cual presentaría una forma más primitiva que el
de Lucas donde «las cosas buenas» han sido
substituidas por el «Espíritu Santo». El cambio de
Lucas quiere resaltar que Dios no otorga cualquier
clase de bien a sus discípulos, sino lo que más
necesitan: el Espíritu Santo, es decir, la gracia divina.
también el cambio de la segunda (entre vosotros, v. 11)
a la tercera persona (a aquellos que se lo piden, v. 13).
Así es ciertamente posible que el texto de Mateo 7, 9
11, en boca de Jesús, fuera dirigido contra las falsas
interpretaciones de sus palabras y hechos (por ejemplo,
de la predicación de la Buena Nueva a los
despreciados). De ese modo, Jesús diría a esas
gentes: Si vosotros que sois malos, dais cosas buenas
a vuestros hijos, ¿no iba a dar Dios, que es bueno, los
dones del tiempo salvífico a aquellos que se lo piden?
El juez injusto (Lc 18, 18)
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Según la observación del evangelista en el versículo 6:
«Y el Señor añadió», Jesús explicó a sus oyentes el
sentido de la parábola en el versículo 7 y siguientes. Es
más probable que haya que atribuir estos dos
versículos a Jesús mismo que admitir que sean una
ampliación posterior que procedería de una situación
de persecución de la comunidad. El versículo 7, que
presenta bastantes dificultades de traducción, suele
entenderse las más de las veces de esta manera: ¿No
iba a ayudar Dios a los elegidos que en su derecho
gritan a El día y noche, o iba, más bien, a dudar? Otros
cambian algo las últimas palabras de este modo: «y El
tiene paciencia con ellos», o «aunque El ponga a
prueba su paciencia» o «sobre los que El derrama su
gracia». El sentido de la pregunta, con todo, es claro.
Hay también una conclusión «de minore ad maius». Si
incluso el juez desconsiderado está dispuesto a ayudar,
con mayor razón hará justicia Dios a los oprimidos
contra los perseguidores, y, además, sin dilación, sin
dudar largo tiempo. Tres contrastes destacan la
desigual situación de la viuda de la parábola y la de los
elegidos:
El juez injusto Dios justo.
La viuda no significa nada para el juez Dios tiene un
vivo interés por los suyos.
El juez no hace, al principio, ningún caso a la viuda
Dios tiene siempre abiertos sus oídos para sus
elegidos.
En la parábola, Jesús pone el acento claramente en la
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figura del juez, no en la de la viuda. En Lucas 11, 58
(la parábola del amigo al que se acude durante la
noche) existe un texto semejante. La aplicación de
aquella parábola a Dios no presentaba ninguna clase
de dificultades; por el contrario, tendría que ser
llamativo para los oyentes de Jesús que un juez injusto,
sin conciencia, sirviese para simbolizar la disponibilidad
salvífica de Dios. Por eso era indispensable una
explicación clarificadora de Jesús al final.
publicano y el fariseo (18, 914) ve una sugerencia a la
oración humilde. Sin embargo, en su origen, ninguna de
las dos narraciones están pensadas como introducción
a la auténtica oración, sino que pretenden demostrar
cómo Dios se compadece de los despreciados y de los
pobres. No es la viuda la que constituye el punto central
de la parábola, sino el juez, y éste es la imagen
opuesta de Dios. Dios no se decide después de un
largo titubeo y por propia comodidad a prestar ayuda,
sino que no puede dejar de escuchar la oración de los
pobres y les hace justicia sin demora. En el contexto de
Lucas, la parábola tiene otro sentido, que es
naturalmente correcto e importante: la oración
perseverante, incluso en una situación desesperada, es
una necesidad; hay que seguir orando, aunque
aparentemente tengamos la impresión de no ser
atendidos. A los evangelistas les interesa, por tanto,
destacar la necesidad de la oración incesante,
especialmente de cara a los últimos tiempos. Puesto
que el evangelista ha prescindido ya de la expectación
inminente de la vuelta de Cristo y sólo la vislumbra en
una cierta lejanía, quiere advertir a sus lectores que no
deben cansarse en las difíciles circunstancias de los
últimos tiempos, sino que deben aferrarse a la oración,
porque sólo ella puede salvar.
7. Transcendencia del momento
El mensaje de Jesús acerca del Reino de Dios era,
sobre todo, anuncio de salvación, la Buena Nueva en el
verdadero sentido de la palabra. Pero entre sus
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Los niños que juegan (Mt 11, 1619; Lc 7, 3135)
La higuera estéril (Lc 13, 69)
El fragmento de Lc 13, 19 es una parte de una charla
de Jesús a la gente y contiene sugerencias para la
conversión. Este fragmento, que es propio de Lucas,
consta de dos partes que, ciertamente, es el mismo
evangelista quien las ha unido. En el primero de los
fragmentos, que proceden de la tradición, se refiere
Jesús a dos acontecimientos que ocurrieron
precisamente entonces. El procurador romano Poncio
Pilato había ordenado sacrificar a peregrinos de Galilea
en una ofrenda en el templo, sin que se conozca el
verdadero motivo de su acción. Después se había
derrumbado la torre de Siloé y había sepultado a
dieciocho personas. El destino de estos hombres
constituía para sus conciudadanos un difícil sufrimiento,
pues, según la creencia antigua de la recompensa,
cualquier sufrimiento era castigo de una culpa. Por eso
surgía la pregunta de si aquellos desdichados eran, en
realidad, tan grandes pecadores como para merecer un
castigo tan enorme. Jesús manifiesta en ambos casos
que ellos no eran ni mejores ni peores que sus
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El segundo fragmento de la perícopa es una parábola,
cuya interpretación y aplicación deja Jesús a sus
oyentes. En el contexto de la explicación anterior no era
difícil comprender su significado. El dueño de la viña
había plantado también en ella una higuera. Después
de tres años no produce fruto (más exactamente,
después de seis años, pues según el Lev 19, 23 no se
podían comer los higos de una higuera recién plantada,
durante los tres primeros años). Es claro que la higuera
es estéril. Por eso el propietario manda arrancarla,
porque lo único que va a hacer es privar a las
sustancias nutritivas a las viñas próximas a ella. Pero el
jardinero pide al dueño ofrecer todavía una última
oportunidad al árbol; él cavará la tierra a su alrededor y
echará abono, una medida realmente innecesaria,
porque una higuera no necesita atención alguna
especial. El jardinero intenta, pues, hacer todo lo
posible. Si, a pesar de todo, la higuera sigue sin dar
fruto, la arrancará. Así es como acaba la parábola. Los
oyentes tienen que preguntarse a sí mismos cómo
respondió el dueño a la petición del jardinero.
lo largo de tres años, ha hecho lo posible por convertir
a su pueblo y por presentarse como intercesor de los
suyos ante Dios.
El rico necio (Lc 12, 1621)
Lucas, en el capítulo 12, 1323, narración exclusiva de
él, une dos fragmentos en uno: la breve alusión al
hecho de que Jesús se había negado a actuar de
mediador en una discusión sobre una herencia entre
dos hermanos (v. 13s) y la parábola del rico necio (v.
1621). El versículo 15 constituye el lazo de unión entre
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es una perífrasis para indicar que Dios le va a pedir
cuentas. Entonces pierde todo lo que había acumulado
y así manifiesta su enorme estupidez. El versículo final
nos da una aplicación práctica de la parábola: «Eso le
pasa al que amontona riquezas para sí, pero no es rico
para Dios».
Así se ve que Lucas no entiende la parábola del rico
necio como una advertencia ante la catástrofe que se
avecina, sino como una sugerencia a cada uno de los
cristianos a preocuparse por lo que viene después de la
muerte.
El ladrón nocturno (Mt 24, 43s; Lc 12, 39s)
La corta parábola del ladrón, que presenta en Mateo y
Lucas casi la misma redacción, se basa sin duda en un
hecho real, en un robo realizado en una aldea durante
la noche. Todo el mundo hablaba de ello y también
Jesús utilizó la ocasión para advertir de una desdicha
de mucho mayores consecuencias, que El veía que
estaba para llegar. Ya en la redacción primitiva fue
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Parece raro que se compare al Señor que vuelve con
un ladrón. Pero es que no es ese el caso. La imagen
del ladrón se utiliza con frecuencia en el Nuevo
Testamento, pero no aparece, sin embargo, en la
literatura del judaísmo tardío. Por eso se acoplan
también los demás textos en los que se usa la imagen
a la parábola de Jesús. Ahora bien, tanto en 1 Tes 5,
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2.4 como en 2 Pe 3, 10, el ladrón no es considerado
como imagen del Hijo del Hombre, sino como imagen
del último día que llega repentinamente: «Vosotros
sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como
un ladrón» (2 Pe 3, 10). Sólo a finales del siglo I se
compara en el libro del Apocalipsis a Cristo mismo con
un ladrón. Allí dice el Señor, ascendido ya al cielo, al
ángel de la iglesia de Sardes: «Si no estás en vela,
llegaré como un ladrón» (Apoc 3, 3), y de nuevo en 16,
15: «Mirad, voy a llegar como un ladrón». Pero sólo
para los infieles y para los que no hacen penitencia es
la parusía un día que hay que temer; los creyentes que
le esperan no se verán sorprendidos por El.
Hay que admitir, por tanto, que en la parábola de Jesús
el asalto nocturno fue originalmente una imagen para la
parusía, es decir, para la vuelta de Jesús a juzgar al
mundo. La Iglesia primitiva también lo ha entendido así,
pero lo ha vuelto a reinterpretar de nuevo
acomodándolo a su situación, que se caracteriza por la
demora de la parusía. No es, pues, una llamada de
atención a la multitud, sino una advertencia a la
comunidad y a sus jefes para que permanezcan fieles y
vigilantes a pesar de la tardanza de la parusía.
que se encuentra en Mateo y Marcos y preguntarse qué
efecto tuvo que producir en los oyentes. Se trata de un
superintendente al que está sometida la servidumbre
en ausencia del amo. «Siervos de Dios» era una
designación muy frecuente en el Antiguo Testamento
que se aplicaba a los profetas y a los jefes de Israel.
Los contemporáneos de Jesús consideraban a los
escribas como los administradores propuestos por Dios
a quienes se habían confiado las llaves de Reino de los
Cielos (véase Mt 23, 13; Lc 11, 52). Ellos eran los jefes
religiosos, en ellos pensaba la gente cuando hablaba
Jesús de un siervo a quien se le confía la vigilancia de
algo. Por eso, la parábola es, sin duda, una llamada de
atención dirigida a los guías del pueblo, especialmente
a los escribas.
Jesús pretende con esta parábola llegarles al fondo de
su conciencia. Cuando vuelva el Señor
inesperadamente, aparecerá claro si el superintendente
ha merecido la confianza depositada en él. Si da a sus
consiervos la comida necesaria en el momento preciso,
le hará el Señor administrador de toda su hacienda.
Pero si durante la ausencia del Señor llega a dejarse
engañar hasta el punto de aterrorizar a sus consiervos
y de entregarse a borracheras con bebedores,
entonces le castigará volviendo El repentinamente en el
momento menos esperado. Ya en su configuración
original estaba concebida la parábola como una
advertencia a los jefes del pueblo para que recordasen
la auténtica realidad del juicio y para consagrar la
tregua de la vida terrena a su servicio fiel.
Es fácilmente comprensible que la Iglesia primitiva haya
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El portero (Mc 13, 3337; Lc 12, 3538)
Un portero recibe del dueño de la casa, que estaba
invitado a un banquete nocturno, el encargo de
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En la redacción de Marcos es original que el mandato
de permanecer en vela sólo lo recibe el portero (en Lc
12, 37: todos los empleados). Hay otros dos rasgos
más que no son originales, sino que están influidos por
parábolas similares.
El amo es descrito como un hombre que se va de viaje
(Mc 13, 34). Este rasgo procede de Mt 25, 14, pero
aquí no pega. El mandato de permanecer en vela sólo
tiene sentido, si en todo caso el Señor vuelve esa
misma noche, aunque vuelva muy tarde. Entonces no
resulta tan extraño que no sólo el portero, sino que
todos los empleados permanezcan en vela para
recibirlo. Tratándose de un largo viaje del amo es casi
inconcebible exigir a todos los empleados estar en vela
todas las noches; entonces se verían obligados a
dormir durante el día.
También es impropio el traspaso de responsabilidad a
los empleados. Sólo el portero tiene el encargo de
permanecer en vela. Un amo que falta nada más
durante una comida, no necesita indicar a sus
empleados ninguna tarea específica. En Mateo, como
ya se ha indicado, sólo ha quedado una frase de la
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parábola: «¡Permaneced, por tanto, en vela! , ya que no
sabéis en qué día volverá vuestro amo». El amo se ha
convertido en «vuestro Señor» (= Cristo); la vela
nocturna se ha convertido a su vez en un día. La
influencia cristológica es aquí manifiesta a todas luces.
El dinero confiado en custodia (Mt 25, 1430; Lc 19,
1227)
La redacción primitiva
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Mateo y Lucas recogen la parábola del dinero confiado
en custodia en redacciones que coinciden ampliamente
una con otra en cuanto al contenido, pero que
presentan tan gran diferencia en los matices concretos
que antiguamente se pensó con frecuencia que Jesús
había contado dos parábolas diferentes. Según el
estado actual de la investigación hay que decir, sin
embargo, que, en el fondo, es la misma historia la base
de ambas redacciones, pero que se transmitió desde
muy pronto en dos redacciones diferentes. Cada uno
de los evangelistas se basó en una tradición distinta y
ambos la reelaboraron de nuevo.
Si se prescinde de todos los datos adicionales
posteriores, obtenemos el siguiente núcleo narrativo:
Un rico comerciante, que quiere irse al extranjero, llama
a sus encargados y les entrega una determinada
cantidad de dinero para que la hagan fructificar; a su
vuelta les pide cuentas del uso que han hecho del
dinero que les ha confiado. Dos de los empleados han
negociado bien con el dinero y su amo los alaba y los
premia. Un tercer empleado, no obstante, que lo único
que ha hecho ha sido guardar el dinero de su amo y
devolvérselo tal como se lo entregó, es reprendido por
su conducta.
don de Dios a ellos confiado, la palabra de Dios en la
Escritura. A los hombres a los que se les otorga el don
del Reinado de Dios es a los que hay que advertir que
no impidan la fuerza y el dinamismo de dichos dones.
Las dos tradiciones
menciona sólo tres, aunque habla de diez empleados);
el enterrar el dinero bajo tierra según nos sugiere San
Mateo.
El episodio del aspirante al trono
Lo que más distingue la redacción de Lucas de la de
Mateo es que Lucas ha unido a la parábola original
(que existía ya en la tradición anterior a Lucas) una
segunda narración: Un hombre de origen noble va al
extranjero con el fin de obtener el reino de su país.
Puesto que le odian sus conciudadanos, intentan por
medio de una embajada impedir su nombramiento
como rey. Sin embargo, consigue obtener el reinado;
después de la vuelta a su propio país se venga de sus
enemigos.
En esta historia se trata, sin duda, de una alusión a
Arquelao, el hijo del rey Herodes el Grande, que
después de la muerte de su padre (4 a. C.) fue
nombrado por César Augusto etnarca (título de un rey
independiente) de Judea, Samaría e Idumea. En el año
6 después de Cristo fue acusado en Roma a causa de
su crueldad por una embajada judeopalestina. El
emperador le mandó llamar a Roma y le destituyó. Lo
que no logró el hijo de Herodes, personaje histórico, lo
logra el pretendiente al trono de la parábola de Lucas.
El vuelve como rey y puede vengarse de sus enemigos.
Lucas habla, por eso, de que hay que rendir cuenta dos
veces ante el amo que vuelve como rey: la que hace
con el empleado negligente (vv. 2224) y la que hace
con los enemigos.
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Dos eran los motivos que nos han llevado a la unión de
las narraciones.
La semejanza de la estructura (el viejo del amo y la
liquidación de cuentas a su vuelta).
La fe en la marcha de Jesús a un Reino del que volverá
y se manifestará como soberano. Así, es el pueblo
judío el que está insinuado en los enemigos del
pretendiente, en la medida en que le rechaza. La
tradición, que ha unido con la parábola de Jesús el
episodio del pretendiente al trono, quería, de ese modo,
mantener con toda claridad lo siguiente: Jesús de
Nazaret, el Mesías rechazado por sus enemigos judíos,
volverá como rey mesiánico para el Juicio. Los siervos
del Señor hay que entenderlos, entonces,
alegóricamente como los discípulos de Jesús, es decir,
los cristianos; a ellos se les han confiado los dones de
los que tendrán que dar cuenta explicando qué uso han
hecho de ellos. El vendrá como Rey después de que,
una vez ascendido al cielo, haya recibido de Dios el
Reinado.
La redacción de Mateo
vuelva el amo. El momento de rendir cuentas será a la
hora del juicio en la parusía del Hijo del Hombre. Se
premia la fidelidad de los buenos siervos; el siervo
negligente, que ha enterrado su talento, pierde su
derecho a la elección.
La redacción de Lucas
La fusión de la parábola primitiva con el episodio del
pretendiente al trono, ha llevado ya a la tradición
anterior a Lucas a una transformación de su expresión
gráfica. El señor de la alta nobleza no sólo tiene,
conforme a su estado, tres siervos, sino diez y les
confía a cada uno de ellos una mina.
Por eso el rey dice en la alabanza que hace al servidor
bueno: «Como has sido fiel en una minucia» (v. 17).
Como premio por su trabajo productivo con el dinero
del amo, los dos buenos empleados reciben dominio
sobre diez o cinco ciudades respectivamente en el
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Reino de su señor. El castigo del empleado negligente
se funda en unos motivos más fuertes: Ha obrado a la
ligera, ya que ha guardado su mina en un pañuelo; se
dejó guiar por el temor, pero la convicción de la
exigencia de su amo debía haber movido con mayor
razón a actuar con mucho más interés y preocupación.
De este modo, la tradición anterior a Lucas quiere decir
a los lectores: El juicio no encuentra, mejor, no debe
encontrar impreparados a los cristianos. Acentúa, pues,
la advertencia moral.
entendido la parábola, que en su origen era de juicio,
como parábola de parusía, al proponer como tema
central un pensamiento accidental y secundario.
El evangelista quiere demostrar también que una
próxima esperanza de la vuelta no tiene cabida aquí:
Por eso manda al pretendiente al trono que comunique
a los empleados: «Negociad (con las minas confiadas),
mientras vuelvo» (v. 13). El viaje a un «país lejano» (v.
12) presupone también una larga ausencia. No tiene
cabida ni se trata, por tanto, de una ilusa esperanza
próxima de la parusía, sino de un afanoso trabajo con
los bienes confiados por Dios (véase v. 17). Las dos
reelaboraciones de la parábola de Jesús realizadas por
Mateo y Lucas son un ejemplo más de cómo la Iglesia
primitiva acomodó las parábolas de Jesús a su
circunstancia concreta. De una advertencia de Jesús a
sus contemporáneos para que no ignoren la
transcendencia e importancia del momento, surgió un
aviso a la comunidad cristiana para que se vuelva
negligente y descuidada en su servicio, a pesar de la
tardanza de la vuelta de su Señor.
8. La última tregua de gracia
Ya al final de la parábola de la higuera estéril (véase
más arriba) apunta Jesús que la tregua para la
conversión, aunque se haya prolongado una vez más,
tendrá un fin irrevocable en algún momento. Jesús
puso ante los ojos de sus oyentes en muchas otras
parábolas la misma verdad: que se les concede la
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era conducida la novia, entre un cortejo de antorchas, a
casa de su novio. El prometido se encontraba aún fuera
de casa en compañía de sus amigos. Cuando se
anunciaba su llegada, dejaba el cortejo sola a la
prometida y se dirigía con sus antorchas al encuentro
del prometido. Con frecuencia se demoraba su
aparición, porque él no se había podido poner de
acuerdo con los parientes de su esposa sobre los
regalos que tenía que hacer. Finalmente las doncellas
conducían al novio y a sus amigos a su casa paterna
para reunirse con su prometida.
La parábola original
despiertan todas rápidamente y preparan su antorchas.
Las prudentes habían pensado en la posible demora y,
por eso, habían traído aceite de repuesto en vasijas
propias; las necias, en cambio, eran tan miopes que no
habían previsto tal posibilidad; por eso, no habían
traído aceite consigo. Ese es el motivo de pedirles a
sus compañeras prudentes que les den parte de su
aceite para lograr que no se apaguen sus lámparas.
Pero éstas les dicen que vayan a la aldea a comprar
aceite en las tiendas (según la costumbre oriental no
había una hora fija para el cierre de las tiendas, sino
que permanecían abiertas hasta muy entrada la noche).
Precisamente en el mismo momento en que las
vírgenes se habían ido aparece el esposo. Las
muchachas prudentes salen con lámparas encendidas
a su encuentro en un tramo reducido y le acompañan a
la sala de bodas. «Y se cerró la puerta» (v. 10): Este
dato de la narración parece muy improbable. En unas
bodas orientales la puerta permanece abierta durante
toda la noche, porque los huéspedes entran y salen
constantemente. Cuando más tarde vienen las
doncellas necias y piden que les abran les responde el
novio claramente: «Os aseguro que no sé quiénes
sois» (v. 12), lo cual equivale a decir: Yo no quiero
tener nada que ver con vosotras. También esta
respuesta va en contra de todas las costumbres de las
bodas; ningún novio trata así a sus invitados. Ya la
palabra introductoria «amén» demuestra que el que
está hablando en este caso es el Hijo del Hombre que
vendrá en la parusía.
Prescindiendo de dos detalles, puede explicarse toda la
parábola partiendo de las costumbres de las bodas de
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entonces. Nos encontramos, por consiguiente, con una
parábola de juicio igual a muchas otras que propuso
Jesús. Tan inesperadamente como el novio, llega el
momento de la separación. El aceite designa la
conversión; al que no se arrepiente se le niega la
entrada al Reino de Dios.
La explicación alegórica
consigo. La prudencia del siervo vigilante consiste, por
el contrario, en que cuenta con la venida inmediata de
su amo (G. Bornkamm). Pero deducir de ahí que toda
la parábola sea una creación de la comunidad primitiva
que pretendía explicar, de ese modo, la tardanza de la
parusía, es demasiado. Basta suponer que ella (o el
evangelista), mediante la inclusión de rasgos alegóricos
de una parábola originalmente de juicio, ha elaborado
una alegoría de la vuelta del Cristo celeste.
Parece que no se puede dudar de que Mateo haya
entendido así la parábola. Ya la palabra conectiva
«entonces» remite a 24, 44.50 donde se habla
expresamente de la parusía. También en la
observación «como el novio tardaba» (v. 5), ve él
claramente una alusión al aplazamiento de la vuelta,
aunque esta observación, como se ha dicho antes, se
puede explicar por las costumbres normales de una
boda de aquel tiempo. La repentina llegada del novio
significa, según Mateo, la venida inesperada de la
parusía. El grito de media noche «¡Que llega el novio»!,
simboliza la llamada del ángel del juicio; las duras
palabras de rechazo a las vírgenes necias apuntan a la
condenación en el Juicio Final.
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El gran banquete (Mt 22, 110; Lc 14, 1524)
La forma primitiva
Sal a la calle y trae a todo el que encuentres para que
entre al banquete. Los compradores y comerciantes no
entrarán al hogar de mi Padre».
Si se compara esta redacción con la de Lucas se ve en
seguida que, en sus rasgos fundamentales, sigue la
estructura del texto de dicho evangelista. Pero también
existen diferencias: No sólo son tres, sino cuatro los
invitados que rechazan la invitación. Como en Mateo no
se cursa más que una sola vez la invitación; según
Lucas se les invita dos veces. No puede pensarse que
esta duplicación se deba a la parábola original, aunque
ya la proponga Lucas. Lo que pretendía demostrar esta
segunda invitación era hacer ver que el dueño había
hecho todo lo posible para que no quedase ni un solo
puesto vacío en su mesa. Pero el evangelista Lucas ha
visto algo más detrás de esa doble invitación. Piensa
en la primera invitación adicional, hecha a los hombres
que residen dentro de la ciudad; piensa en los
publícanos y pecadores de Israel. En la invitación a los
que residen fuera de la ciudad, piensa en los paganos.
Esta interpretación es una consecuencia del estado de
misión de la Iglesia; la Iglesia vio en la parábola un
mandato misional de Jesús.
Así pues, se puede reconocer mejor el sentido original
de la parábola partiendo de la redacción de Lucas y del
Evangelio de Tomás que partiendo de la redacción de
Mateo. La primera redacción demuestra mediante el
ejemplo de los invitados en primer lugar, cómo por algo
que parece que se puede diferir, es posible perder lo
único necesario, de tal modo que, mientras los
invitados en primer término se interesan por sus
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La redacción de Lucas
Examinemos ahora si, y en qué sentido y medida, se ha
modificado, con elementos añadidos por Lucas, el
sentido de la parábola original. Aquí el anfitrión es un
hombre que sólo tiene un empleado; los invitados son
gente distinguida. El hecho de que el empleado sea
enviado de nuevo, a la hora de comer, a los invitados
con la súplica apremiante: « ¡Venid, todo está
preparado! » (v. 17), es un gesto de exquisita cortesía.
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significaría nada para los primeros invitados.
invitación y se van a sus negocios, los otros maltratan y
matan, incluso, a los empleados. Entonces el rey
manda a su ejército para que acaben con los asesinos
y reduzcan a cenizas la ciudad. Es ahora cuando
manda que se invite a otros y, ya a la primera, la sala
de la boda se llena de invitados; de invitados «buenos y
malos».
El vestido de bodas ÍMt 22, 1114)
Hay que admitir, por tanto, que se trata de una parábola
propia, que no tiene nada que ver con la anterior, pero
que el evangelista la ha unido con ella. Posiblemente
es el versículo 2 el comienzo de la segunda parábola;
así es cómo se explica fácilmente que en Mateo se
hable de un hombre rico, que en Lucas se ha
transformado en un rey.
¿Por qué ha unido Mateo las dos parábolas? Pretendía
evidentemente evitar de ese modo un malentendido de
la primera. La invitación indiscriminada de buenos y
malos podría hacer pensar al lector que no interesa, en
absoluto, la actitud del hombre para conseguir o no su
propia salvación. Jesús no tenía que temer una falsa
interpretación de su narración, ya que El se la proponía
a sus adversarios. Sin embargo, la falsa comprensión
tenía que surgir casi inevitablemente en el momento en
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La parábola de los viñadores nos ha llegado en una
cuádruple tradición: la han recogido los tres Sinópticos
y además el Evangelio de Tomás. Si las comparamos,
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vemos que la redacción de Lucas y la del Evangelio de
Tomás son muy parecidas, mientras que Marcos y,
sobre todo, Mateo han ampliado considerablemente la
parábola. En primer lugar, vamos a transcribir el texto
de Tomás al pie de la letra y después lo compararemos
con el de Lucas.
La redacción más antigua
El Evangelio de Tomás (n. 65).
«Dijo él: Un hombre bueno poseía una viña.
Se la entregó a unos agricultores para que la cultivasen
y le dieran a él parte de sus frutos. Envió a su
empleado para que los agricultores le diesen el fruto de
la viña. Ellos cogieron a su empleado y lo golpearon
hasta dejarle casi medio muerto. Volvió el empleado y
se lo dijo a su amo. Su amo dijo: ¿Quizá (no le han)
reconocido? Envió otro empleado. Los agricultores le
golpearon. Entonces envió el señor a su hijo y dijo:
¡quizá lo respeten por ser mi hijo! Los agricultores que
sabían que el hijo era el heredero de la viña, lo
cogieron y lo golpearon. El que tenga oídos que oiga».
transfondo lo constituye la actitud revolucionaria de los
agricultores galileos contra los terratenientes foráneos.
Gran parte de Galilea pertenecía entonces a unos
pocos señores de fuerza que con frecuencia residían
en el extranjero: (véase Mc 12, 1 donde se dice
expresamente del dueño de la viña: «Partió a un país
extranjero»). Sólo porque el dueño vive lejos, se
atreven los arrendatarios a tratar a sus emisarios tal
como lo describe la parábola. Arrojan con insultos e
improperios a los emisarios que ha enciado el amo para
recoger el producto de la viña; sí, incluso los golpean y
al primero tan fuerte que estuvieron a punto de causarle
la muerte. Por eso el amo se ve obligado a pensar en
enviar una persona frente a la que los agricultores no
se atrevan a arriesgarse a algo semejante. También su
aparentemente estúpida reflexión de poder hacerse
dueños de la viña matando al heredero, no es tan
descabellada. En determinadas condiciones, una
herencia se consideraba como una posesión carente de
dueño y de la que podía apropiarse cualquiera; el que
antes tomase posesión era el que tenía el privilegio
sobre ella. La aparición del hijo hace sospechar a los
arrendatarios que el dueño podía haber muerto; si
ahora eliminan al hijo, la viña se quedaría sin dueño y
se podrían hacer con ella. El desarrollo de la narración
exige una gradación para demostrar la ilimitada maldad
de los arrendatarios. Por eso era necesario que el
tercer emisario del dueño fuera asesinado.
Como se ve, en la redacción de Tomás falta cualquiera
alusión a Jesús y su destino. A pesar de todo, la
alusión se descubre al equiparar al hijo con el narrador.
Jesús expone en la parábola la historia de su misión.
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palabras de la piedra angular y, por eso, las añade a la
parábola separándolas de ella? Los exegetas se
inclinan, más bien, a esta segunda intención, porque
también en otros pasajes Tomás tiende a abreviar a
Lucas.
La redacción de Marcos
deducen de ella una conclusión opuesta a la del padre:
«Venga, lo matamos» (v. 7). Es una cita tomada al pie
de la letra del Gen 37, 20 cuando los hermanos de José
conversan entre sí, de ese modo, al verle venir enviado
por su padre: Los oyentes cristianos entendieron esta
alusión al José de la historia de los Patriarcas sin duda
de un modo tipológico, es decir, vieron en él un
prototipo del destino de Jesús. También él fue
condenado a muerte por sus hermanos; pero como la
supuesta muerte de José fue causa de salvación para
la tribu entera, así la muerte real de Jesús es causa de
salvación para el mundo. A través de esta referencia a
Gen 37 Jesús quería significar únicamente la perversa
intención de los viñadores. Su plan asesino podría
tener una perspectiva del éxito esperado, la apropiación
de la viña. Respecto a la realidad pretendida, se trata
de una enfermiza supervaloración de sí mismos; Dios
no puede dejar impune una acción tan perversa.
La pregunta del narrador a sus oyentes: «¿Qué hará el
dueño de la viña»?, invita a estimar y valorar en su
justa medida el comportamiento de los arrendatarios y
las consecuencias de su acción. El mismo responde a
la pregunta: «Vendrá, es decir, irá, matará a los
viñadores y dará la viña a otros». «Venir» es una
expresión estereotipada para designar la aparición de
Dios en el juicio. En lugar de traducir por «matar»
habría que usar la palabra «aniquilar»; la palabra indica
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Por lo tanto, la parábola según la redacción de Marcos
es también una amenaza de juicio, una advertencia a
sus oyentes para que no rechazasen a Jesús, el último
mensajero de Dios. El se entiende a sí mismo como el
profeta definitivo y como «el heredero», es decir, como
el portador de la elección y la promesa. Desea advertir
en la parábola, una última vez, a sus enemigos y les
propone ante los ojos el juicio inminente, si ellos le mal
tratan y emplean la violencia. También ellos sufrirán el
mismo destino que los arrendatarios de la parábola.
Una añadidura de la comunidad primitiva
La redacción de Mateo
Si en la redacción que propone Marcos de la parábola
de los viñadores sólo se observan unos pocos rasgos
alegóricos, en cambio, Mateo la ha transformado en
una alegoría completa. Según él, son enviados una
gran cantidad de criados y ya estos primeros son, en
parte, asesinados y, en parte, apedreados. El segundo
envío que lo constituyen un mayor número de criados
que el primero, corrió la misma suerte. Sin duda que
piensa el evangelista en los profetas antiguos y los
profetas posteriores, tal como lo indica especialmente
la referencia a la lapidación de los criados; pues según
cuentan las Crónicas (2 Cro 24, 21), el profeta Zacarías
fue apedreado en el patio del templo por mandato de
Joás cuando él le comunicó el castigo de Yavé a los
habitantes de Jerusalén. También en Heb 11, 37 se
menciona la lapidación como destino de los profetas.
La frase final de la parábola reza según Mateo: «Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de
Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos»,
(v. 43; el v. 44, que no es auténtico con seguridad, está
en todo caso en un lugar que no corresponde, ya que,
según su sentido, correspondería al v. 42). La frase
demuestra que Mateo ha entendido la parábola como
alegoría. Mateo vio significada en ella la historia de
Israel y después de su fracaso, el nuevo comienzo de
los que creen en Cristo (los «otros» viñadores, v. 41).
La parábola tiene que ilustrar, según Mateo, la
disolución del pueblo de Dios del Antiguo Testamento y
su suplantación por el pueblo nuevo del Mesías. La
comunidad para la que Mateo escribió el Evangelio no
vivía ya dentro del marco del judaismo; por eso la
pregunta de la relación de Israel con la Iglesia estaba
en la primera línea de sus intereses. En la parábola de
Jesús vio ella expresado el juicio sobre el estéril Israel.
De ese modo el evangelista podía también aprobar, por
boca del Señor, la escisión del nuevo Pueblo de Dios
del antiguo.
De lo dicho se deduce que la parábola de los viñadores
ha atravesado tres estadios en su configuración.
Lº estadio: La parábola en boca de Jesús iba dirigida a
sus contemporáneos incrédulos, especialmente a los
jefes del pueblo y debía mover, por última vez, a la
conversión, mediante la amenaza del juicio.
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2° estadio: El estadio de la interpretación cristiana que
aparece en Marcos entiende al hijo de la parábola
como el Mesías Jesús. La muerte no puede ser lo
último que se diga sobre El; por eso se amplía la
amenaza profética del juicio y se supera por la
profesión de fe en la victoria de Dios por la resurrección
del Mesías (Mc 12, 11). El lugar apropiado, el «Sitz im
Leben» de este estadio, es el tiempo de la joven Iglesia
en el que ella formula su profesión de fe en el Mesías.
9. Actitud decidida y resuelta
Si la predicación de Jesús es la última tregua de gracia
que se les concede a los hombres para su conversión
antes de que aparezca el Reino de Dios, entonces
interesa utilizar resueltamente esta tregua. Jesús
dedicó muchas parábolas para ilustrar este
pensamiento.
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El administrador infiel (Lc 16, 18)
En esta parábola, que es exclusiva de Lucas, se trata
de un hombre rico que administra los negocios de su
hacienda por medio de un ecónomo, es decir, de un
empleado que asume grandes poderes al efecto. A este
administrador le culpan algunos propietarios de tierras
de que derrocha los bienes. Su amo le manda llamar y
le exige que le rinda cuentas de sus negocios, porque
su despido es ya cuestión decidida. El no intenta tan
siquiera justificarse; todos sus cálculos (v. 3s) están
relacionados con su propia seguridad material en el
futuro. Rechaza el trabajo manual y el mendigar, como
algo que no le va. La única posibilidad de salvarse la ve
en una gran maniobra engañosa. Pretende que los
deudores de su amo se sientan obligados a ayudarle
después de su despido. Estos deudores hay que
imaginarlos como comerciantes al por mayor que han
recibido prestaciones de mercancías del administrador
contra un recibo. Uno le debe, mejor dicho, debe a su
amo, 100 barriles de aceite (1 barril = 40 litros) con un
valor total de unos 1.000 denarios (1 denario = el
sueldo diario de un jornalero). Le perdona la mitad de la
deuda; le regala, pues, a costa de su amo, 500
denarios. Otro le debe cien coros de trigo (1 coro = 360
litros) con un valor total de 2.500 denarios. A éste le
rebaja también un quinto de la deuda; por tanto,
también 500 denarios. Según otra explicación, esta
manipulación del administrador no sería un nuevo
engaño para su amo; lo que habría hecho, según esta
versión, habría sido reducir, más bien, sólo a su justo
valor los precios de la usura que habría exigido para él
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Según esta interpretación, el verso 8a es todavía parte
del relato de Jesús. La alabanza del amo no se refiere
entonces a la mentira, sino a la decidida sagacidad con
que ha procedido el administrador para asegurar su
futuro.
Según una explicación más reciente, el versículo 8a
debería traducirse así: «Y el amo echó maldiciones
contra el administrador infiel, porque había actuado
alevosamente». Condenaría, por tanto, la actuación del
administrador por mentirosa. La traducción mencionada
es posible, porque las palabras hebreas para expresar
los conceptos «alabar» y «prudente» o «listo» tienen un
significado doble y también podrían, por tanto, significar
lo contrario. En la versión de la parábola vertida del
arameo al griego, el traductor entendió ambas
expresiones sólo en sentido positivo. Pero, de ese
modo, apenas es posible entender correctamente el
pensamiento fundamental de la parábola. A Jesús le
interesaba realmente destacar la sagacidad y la astucia
del administrador poniéndolo como prototipo; no
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La interpretación de Lucas
Con la mayor parte de los intérpretes actuales hay que
admitir, en general, que el v. 8a no forma parte del
relato de Jesús. En el Evangelio de San Lucas la
palabra «el amo» se aplica siempre a Jesús. Entonces
es el evangelista el que, en una frase formada por él,
añade el juicio definitivo de Jesús. Pero evidentemente
no se refiere tampoco, según él, la alabanza de Jesús a
la cualidad moral del comportamiento del administrador,
sino a la decisión y sagacidad con la que ha procedido.
De esa manera, ha conseguido asegurarse una nueva
existencia. Y en este aspecto puede servir realmente
de ejemplo a los discípulos de Jesús. También ellos
tienen que percibir la exigencia del momento, a saber,
la irrupción inminente del Reinado de Dios, y obrar en
consecuencia: con prudencia y sagacidad.
El v. 8b: «Los hijos de este mundo, en el trato con su
gente, son más sagaces que los hijos de la luz»,
tampoco pertenece a la parábola original y, por tanto,
no reproduce la interpretación dada por Jesús. Se trata
de una añadidura del evangelista o de otra persona
anterior a él, que pretendería interpretar la peculiar
alabanza de Jesús y protegerla de cualquier
malentendido. Este intérprete quiso decir: Jesús no
alabó la astucia del administrador; tales engaños
astutos sólo se encuentran en hombres que pertenecen
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Por consiguiente, es el evangelista el que ha añadido el
v. 9 a la parábola; con las palabras iniciales
introductorias «Os digo» imprime un mayor énfasis a lo
añadido. Desea que se entienda la parábola como una
advertencia para que se dé limosna. Las palabras
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El momento en el que es bueno tener amigos no es
ciertamente, según Lucas, el día del Juicio Final, sino el
día de la muerte de cada uno de los cristianos. En el
momento de su muerte se le priva al hombre de la
administración de los bienes que le habían sido
confiados. Esta suposición es probable, porque Lucas,
más que los demás evangelistas, habla de la muerte
personal y del juicio que entonces tiene lugar (véase
16, 1931).
Tampoco los versículos 1012 pertenecen a la parábola
original, pero han sido añadidos intencionadamente por
el evangelista en este lugar y constituyen, de esa
manera, una explicación más amplia de la parábola. En
ellos ya no se considera al administrador infiel como
prototipo, sino como ejemplo abominable. El dicho ha
surgido ciertamente en una comunidad cristiana y
pretende ser una norma que deben tener presente los
guías cristianos: a gentes que no manejan rectamente
el dinero de la comunidad, con mucha mayor razón no
se les puede confiar la predicación de la doctrina
cristiana. El pensamiento es válido, pero no puede
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El rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 1931)
Puesto que, según la doctrina de la recompensa judía,
la desdicha hay que buscarla en la propia culpa,
parecía completamente normal a la sensibilidad antigua
esta terrible diferencia entre ricos y pobres.
en la parábola, de un estado definitivo. Pero para el rico
es también este reino intermedio un lugar de atroces
tormentos. Es una idea común en el judaísmo tardío
que los justos y los pecadores se ven unos a otros en
este estadio intermedio. Por eso puede el rico ver con
sus propios ojos la dicha de Lázaro. Y los papeles de
ambos se han trastocado: Así como Lázaro era en la
tierra espectador en el banquete de los ricos, ahora es
él el invitado, mientras que el rico se tiene que
contentar con mirar.
En medio de sus tormentos se vuelve él hacia Abrahán
con una humilde súplica, ya que, como judío fiel, era
hijo de Abrahán. Le pide que mande a Lázaro que moje
en agua la punta de los dedos y le refresque la lengua.
Esta súplica es una prueba patente de la magnitud de
su tormento. No se puede deducir del texto que el
castigo del infierno consista en fuego real; no se
pretende dar una descripción del más allá, sino
expresar en imágenes la suerte opuesta del rico
banqueteador y del pobre Lázaro. La respuesta del
patriarca es, tomada en sí misma, una confirmación de
una parte de la doctrina judía sobre la recompensa: que
en el más allá se produce un cambio de las
circunstancias terrenas. Lázaro es consolado ahora por
sus sufrimientos terrenos y el rico tiene que sufrir por su
anterior glotonería. Sin embargo, Jesús, con su
parábola, no pretende consolar a los que sufren aquí en
la tierra con una vida mejor en el más allá, sino
demostrarles lo que tienen que hacer para conseguir la
felicidad eterna. Sin decirlo expresamente, la narración
es una seria advertencia para avivar el interés y
preocupación por los que sufren. La impiedad y dureza
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de corazón para con los pobres es castigada en el más
allá, y premiada la resignación y sumisión a la voluntad
de Dios. La imagen de una sima inmensa entre el
paraíso y el Hades (v. 26) intenta demostrar que el
juicio de Dios es irrevocable; aunque quisiera, no
podría Abrahán ayudar al rico.
La explicación del evangelista
Apelación ante el juez (Mt 5, 25s; Lc 12, 58s)
Esta breve parábola la encontramos en Mateo y Lucas
redactada de modo distinto y en contextos diferentes.
Parece que el texto de Lucas podría ser más parecido a
las palabras pronunciadas por Jesús que la redacción
que presenta Mateo. La parábola nos habla de un pleito
entre dos hombres. El veredicto está a punto de caer;
por eso hay que aprovechar la última oportunidad antes
de que sea demasiado tarde. El uno es deudor del otro,
pero se niega a pagarle la deuda o a devolverle un
préstamo. Por eso le acusa su acreedor ante la
autoridad. Una vez que comienza el proceso, todo
sigue su curso normal. El deudor se presenta ante el
juez, éste le entrega al alguacil y el alguacil le mete en
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la cárcel hasta que haya pagado el último centavo. Tal
como aparece en Mt 18, 25, en casos semejantes,
podía ser vendido el deudor juntamente con la mujer e
hijos y todos su bienes para poder reunir la suma
adeudada o se le torturaba para obligarle a que
confesase dónde había escondido el dinero (véase v.
34).
Para evitar el pleito amenazador, sólo existe una
posibilidad: Mientras va de camino con su contrincante
a ver al juez, el deudor tiene que hacer lo posible para
llegar a un acuerdo con su adversario. En ese momento
es todavía posible; pero el camino hasta el juez es
corto, la decisión del caso es inminente y urge.
Con esta parábola quiere decir Jesús a sus oyentes:
También vosotros os encontráis en una grave situación.
A vosotros os amenaza igualmente el juicio inminente,
la condena y la cárcel. Por eso, utilizad la última tregua
para arreglar la cuestión.
prohibe el odio. En el versículo 5, 23s, inmediatamente
antes de la parábola del juez, encontramos la seria
advertencia a reconciliarnos con el hermano antes de la
presentación de la ofrenda: «Deja tu ofrenda allí ante el
altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano;
vuelve entonces y presenta tu ofrenda». Quien desee
obtener el favor de Dios mediante una ofrenda sin
reconciliarse antes con su hermano, está convirtiendo
el acto de culto en una mentira.
reconciliación con el juez divino.
Lucas, en una sección que está compuesta de diversos
fragmentos de distinta tradición, nos habla de la
importancia del seguimiento (14, 2535). Habla de las
condiciones que se exigen para el seguimiento de
Jesús. Como dice el versículo introductorio 25,
elaborado por el evangelista, estas palabras van
dirigidas a quienes le acompañan camino de Jerusalén.
Siervos inútiles (Lc 17, 710)
El símil está formulado en forma interrogativa (vv. 79);
sólo la aplicación es una frase afirmativa. Se
presuponen las condiciones económicas de un
modesto labrador, que sólo podía mantener un único
siervo, empleado, esclavo o como quiera llamársele,
que tenía que encargarse tanto del trabajo del campo
como del de casa. Aunque este esclavo vuelva por la
tarde a casa fatigado del trabajo, no puede sentarse,
sin más, a la mesa y ponerse a comer, sino que tiene
que preparar antes la comida y la cena a su amo. Sólo
una vez que haya hecho esta labor, podrá satisfacer él
su propio apetito. Que no piense tampoco en un
agradecimiento especial por parte de su amo una vez
que haya realizado sumisamente su trabajo. Según la
concepción antigua, el esclavo es propiedad de su
amo, que puede hacer con él lo que quiera.
Jesús presupone estas condiciones, admitidas como
plenamente normales, y las aplica después al plano
religioso: «Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis
hecho lo mandado, decid: No somos más que unos
pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que
hacer» (v. 10). La palabra utilizada en el texto original
por «inútil» puede significar también «cuitadillo»,
«pobrecillo»; se trataría de una fioritura para expresar
la debida modestia. Lo que quiere decir Jesús puede
expresarse así: El hombre no puede presentarse ante
Dios con ninguna clase de exigencias. Sería erróneo
aplicar el símil a la imagen que Jesús tenía de Dios y
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deducir que El veía en Dios un tirano que explota de
modo indignante a sus amigos más fieles. En otro lugar
se presenta a Jesús como amo de sus criados que
hace exactamente con los suyos (cuando vuelve) lo
que el amo exige del esclavo en esta parábola: «El se
pondrá el delantal, los hará recostarse y los servirá uno
a uno» (Lc 12, 37).
No se trata tampoco de una aprobación de la esclavitud
ni de un rechazo total de la idea de recompensa. Lo
'que Jesús rechaza es sólo la concepción de algunos
hombres de que ellos, por su cumplimiento fiel de los
mandamientos, poseen un título de derecho a una
recompensa en el cielo. Servir a Dios, cumplir su
voluntad, es algo plenamente natural para una criatura;
por eso no se puede exigir ninguna recompensa.
Aplicadas a los discípulos de Jesús, estas palabras son
válidas para toda su enseñanza. El los convoca y llama
a la humildad y al amor. El amor no se recrea con el
deber cumplido, está, más bien, preparado para ir
mucho más lejos de lo estrictamente exigido.
10. El Reino en plenitud
En muchas parábolas de Jesús en las que se habla del
Reino o Reinado de Dios aparece también en
perspectiva el Reino en su plenitud. Pero no se
encuentran descripciones expresas de las cosas que
allí esperan al hombre. La más de las veces se trata
sólo de imágenes que usa Jesús, diríamos más bien
apuntes que afirmaciones claras; y además hay que ir
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La cizaña mezclada con el trigo (Mt 13, 2430)
momento preciso de ayudar a los pobres y oprimidos a
conquistar sus derechos? No faltaron antiguamente
intentos de realizar la comunidad santa de los últimos
tiempos. Así los fariseos reclaman el derecho de ser
pueblo de Dios, separado de todos los impuros y
pecadores.
También la secta de los esenios —ya el nombre es
significativo, pues quiere decir: los piadosos, los santos
— creía ser el pueblo de la salvación última. También
Juan el Bautista ve en el Mesías venidero al hombre
que separará la paja del trigo (Mt 3, 12); según él
pretendería formar una comunidad libre de pecado.
Era, por tanto, posible que también muchos discípulos
de Jesús esperasen de El la separación del bien y del
mal, y que le propusieran una pregunta referente al
tema. Jesús no ha dado ninguna respuesta directa, sino
que la ha introducido en la envoltura de esta parábola.
Tenía que guiar a sus interlocutores a que
reflexionasen sobre los designios de Dios. Dios quiere
que el hombre soporte con paciencia su existencia
terrena que está amenazada siempre por la injusticia y
la maldad de los otros y que no vacile en la esperanza
de la fidelidad de Dios.
Esta paciencia es necesaria por dos motivos que
apunta la parábola: 1. Los hombres no son capaces de
realizar la separación entre el bien y el mal. Así como el
trigo y la cizaña, al principio, son fáciles de confundir, lo
mismo sucede con los verdaderos y sólo aparentes
discípulos de Jesús. Si los hombres quisieran
proponerse la separación entre los buenos y los malos,
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La explicación de la parábola de la cizaña (Mt 13,
3643)
La parábola de Mateo sobre la cizaña mezclada con el
trigo tiene un paralelo en el Evangelio de Tomás, n. 57,
que está expuesto muy concisamente. También en ella
prohibe el amo a sus criados arrancar la cizaña; y
concluye con esta frase: «El día de la cosecha
aparecerá con claridad cuál es la cizaña. Se la
arrancará e irá a parar al fuego». Falta, por tanto,
cualquier tipo de explicación. Pero es Mateo 13, 3643
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La red de pesca (Mt 13, 4750)
En esta parábola se compara el Reino de los Cielos
con una red; quiere decir, más bien: Con la venida del
Reinado de Dios sucederá como con la pesca de peces
que se han arrastrado a la orilla con la red.
Se trata de una red de arrastre que se extiende con la
ayuda de un bote y después se arrastra con largas
cuerdas hasta la orilla. Entonces se arrojan los peces,
se eligen los peces buenos, comestibles, y se echan en
una cesta; se tiran los malos, es decir, los designados
como impuros por la Ley (Lev 11, lOs) (todos los peces
sin aletas ni escamas), además de otros que se arrojan
por no ser comestibles.
También en esta parábola se trata del Juicio Final que
introduce el Reinado cumplido de Dios. Se compara de
nuevo con una separación, esta vez, de peces
comestibles e incomestibles. Ambas clases están
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11. Conclusión.
El Reino de Dios en las parábolas
En las parábolas de Jesús se habla una y otra vez del
Reino de Dios y del Reinado de Dios. Muchas de esas
parábolas comienzan con la fórmula: Se parece el
Reino de Dios a...; establecen, pues» una conexión
directa con el Reino, cuya esencia y características
pretenden desentrañar. En otras no es tan inmediata la
referencia al Reino de Dios, pero aun en esos casos,
más o menos explícitamente, es manifiesto el servicio
que quieren ofrecer a la proclamación y anuncio del
Reino. Lo mísmo puede decirse de toda la predicación
de Jesús; según Marcos 1, 15 comenzó El su
evangelización con estas palabras programáticas: «Se
ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios está cerca».
¿En qué sentido habló Jesús de la llegada próxima, de
la cercanía del Reino de Dios? Desea caracterizar, de
ese modo, la situación, que ha comenzado con su
entrada en escena; con ella ha llegado al mundo la
dicha y la alegría (parábola de la higuera que no tiene
higos maduros, Mc 13, 4446). Pero no quiere decir con
eso que haya llegado y esté en su plenitud. (Cf. cap.
10).
que acompañan a su evangelización, son en su origen
pruebas de su misión, sino testimonios de la palabra de
Dios.
¿Cuál es, por tanto, la postura de Jesús para: con Dios
y su Reinado según las parábolas? Todas están llenas
del «misterio del Reino de Dios» (Mc 4, 11). Explicar
este misterio a los hombres y acercarlos a El, es la
misión y el esfuerzo indeclinable de Jesús. Pero, al
mismo tiempo, sus parábolas impulsan a sus oyentes a
tomar postura, ante su persona y su misión. «Si una
palabra patentiza la bondad de Dios, es siempre a
través de la bondad eficaz de Jesús. Si una palabra
habla del Reinado (basileia), Jesús «se esconde» tras
esa palabra. (E. Fuchs). Aunque las parábolas
originales de Jesús tampoco contienen ninguna
afirmación expresa referida a El, sin embargo, cada vez
se abre paso más firmemente la convicción de que son
implícitamente testimonios cristológicos.
Es verdad que Jesús se sitúa al lado de los profetas,
pero, al mismo tiempo, se separa de ellos. El se
reconoce a sí mismo, sabe que es el último y único
portavoz de Dios. El mismo, sus obras y predicación
son signos de la proximidad del Reinado de Dios.
Detrás de muchas parábolas se percibe una inaudita
exigencia ante el Juicio (véase cap. 7).
Que la predicación posterior haya interpretado
cristológicamente las parábolas, cada vez de un modo
más claro, no supone una falsificación de su contenido
original. Se salva la idea teocéntrica del acontecimiento
salvífico; pero el interés de la predicación se concentra
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cada vez más en la figura de Cristo. De esa manera,
las parábolas se hicieron más transparentes y
comprensibles para los hombres más sencillos.
depare el futuro (E. Grásser). Esa unión inseparable de
afirmaciones sobre el futuro y el presente es la
característica de la predicación de Jesús; es algo
inherente a su persona y a su exigencia fundamentada
en el mismo actuar de Dios.
No existe duda alguna de que la Iglesia primitiva sacó
la esperanza próxima de la vuelta de su Señor de la
predicación de Jesús y en concreto también de sus
parábolas. Pero como esa vuelta se demoraba, sin
embargo, cada vez más, era necesario familiarizar a los
creyentes con la posibilidad de que ellos no iban a vivir
su vuelta. Ha sido, sin duda, el evangelista Lucas el
primero que ha recogido ese cambio de situación en su
Evangelio. No ha hecho ni una sola afirmación que
exigiese una próxima esperanza del Reino, pero no
excluye en principio, la esperanza cercana. El la
interpreta, más bien, como una preparación
permanente, y desplaza la venida del Reino a la hora
de la muerte de cada persona particular (véase más
arriba, pág. 170).
Las parábolas referentes a la parusía, que proceden de
la fuente de los «logia», tienen en cuenta esta dilación
de la parusía, pero se aferran a la esperanza próxima.
Lucas ha elaborado también estos textos en el sentido
de una expectación permanente, hasta el punto de que
no permiten reconocer ya una esperanza próxima. Los
textos paralelos de Lucas demuestran una mayor
elaboración del material utilizado por Marcos (por
ejemplo, el símil de la higuera: Lc 21, 2931).
Afirmaciones importantes desde el punto de vista
escatológico como Mc 1, 15 y 13, 10.32 han sido
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En los textos exclusivos de Lucas se manifiesta un vivo
interés por el destino del hombre después de la muerte;
lo cual significa que en lugar de la expectativa general
de la parusía ha comenzado el interés por el destino
individual. El evangelista intenta buscar razones para la
dilación de la parusía: La misión a escala mundial no ha
alcanzado aún el objetivo que tenía que lograr según el
plan salvífico. Así se puede caracterizar la actitud de
Lucas respecto a la parusía como una preparación
constante, pero teniendo en cuenta la parusía global, la
venida del Señor que ha ascendido al cielo (G.
Schneider).
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