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Revista Blanca

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Alo VII.-Tomo VII. Madrid, 15 Noviembre 1904. Nfim. 154.

£a Revista
f^íanoa.
FITBLIOAGZON QITINCENAL DE

f|seeiOLOGm, eiENem Y ÁRTEN


ú (ifiii:(**ii*iiiiifiiiiiitiiiff«iiiiiiiiiii<iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii«iiiitiiti*iiiiii(iiiiiiiiiiiii***<

SUMARIO
Se oerebro i cerebro, lUfael Urbano. -Flelologift mor»l, €• I
Malato. Oróaioa Clentífloft, Tarrida del Mármol.—Medio jr !
maaer» de llegiur á una deflalolón del arte, Carlos Albert. |
~ tok eatrnotnrá comparada de loe aerolito* y de lae pie- i
drae tenrektrea, M. Berthelot—81 placer de loe oprimido*. |
Rafael Urbano.—A B O de Aatronomía, Federico Sta«lcel- ¡
berg.—Literatura laternaolonal, Luciano Maupin.—Kea- I
poaaabUldadu, Juan Orave. |
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1, CRISTÓBAL BORDIU, 1
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LA REVISTA BLANCA
SOOIOLOGIA, OIENOIA Y AKTB
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A&o VU-T.° VII-N.° 157 \ Administración! CrUtól)«l Bordln. 1. Mairil i 15 la KoTiembrs i« 190f
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DE CEREBRO Á CEREBRO
( S a r t a s de ibsen á Brandes.)
Mme. Remusat nos ha ofrecido hace poco algunas cartas de Enrique Ibsen, dirigiitas al gran criti-
co Jorge Brandes, El interés y el éxito que han producido esas cartas, publicadas en La Aevue dt Pa-
rís, entre las gentes estudiosas, nos mueven á hacer un extracto de ellas, ofreciendo lo mejor de las
mismas. En su conjunto parecen algo así como una de esas iniervitws prudentísimas, donde SÓIQ habla
el sujeto abordado y contesta el interpelante, con ligeros espacios de silencio, Pero son algo más. Son
un curso nobilísimo de estética, de moral, de sociología. íntimas confesiones, no pensando jamás en
la contingercia de publicidad alguna, como aquellos enamorados del siglo último, que hicieron sus en-
cíclicas de amor bajo el nombre del amado. La señora Sand y el Sr. Musset pensaron demasiado en el
publico, hasta en los más personales momentos de la carne.
Se trata de una correspondencia que sólo tiene igual en les cartas de Euler y Clarke, y, mejnreiin,
entre Schiller y Qoethe. Las primeras cartas de Ibsen datan de aquella fecha, en la que empieza á acu-
sarse, á consecuencia de la guerra desastrosa con Piusia (1863-1864), la resurrección del movimiento
pdblico en la vida y en lasarles. La iit-upción del Sur, esa Irrupción que había de devolverse muy
pronto á Europa de la manera más cumplida y completa.
Las cartas de Brandes, contestando al ilustre dramaturgo, no han merecido aún los honores de la
publiciditd; pero aunque no lo alcanzasen nunca—no es de creerlo — , pueden vivir en lo privado, sin
quitar mérito alguno á esta ^edia correspondencia por demás interesante. Con todas las inevitables
faltas con que se hacen hoy las reconstrucciones del mundo antiguo, se pueden reconstruir las respues-
tas que ignoramos, á lo menos en espíritu. Hay un hombre que habla; pero hay otro que escacha, y
que ha dicho alf^unas veces algo.
«Dresde 26 Junio 1869.
Querido Sr. Brandes:
He experimentado un verdadero alivio al recibir vuestra carta. Temía, efectivamente,
ser considerado por usted como un ingrato, pues no os había vuelto á dirigir una pala-
bra después de haberme animado como nadie lo ha hecho todavía. Sin etnbargo, soy un
ingrato.
I>o esencial no es ser «glorificado», sino ser comprendido. Si no os he escrito antes
es porque en mi ánimo mi contestación ha tomado las proporciones de una gran diserta-
ción estética, empezando por el problema: «¿Qué es la ()oesía?i» Ya comprenderá usted
que hubiera sido demasiado larga, y que el asunto podría mejor tratarse de palabra.
Se ha juzgado mal á Brand, al menos en cuanto á la intención que he puesto en él.
(A eso podrá usted objetarme, es cierto, que la crítica no tiene pOr qué ocuparse de la in-
tención.) El error proviene, desde luego, de que Brand es un sacerdote, y de que el dra-
ma, de hecho, está dentro del dominio religioso. Estos dos puntos>mo tienen importancia
Yo habría podido desenvolver el mismo silogismo, tomanáo por protagonista un escul-
tor ó un político. Mi fiebre creadora se hubiera debilitado también si, en vez de Brand,
290 LA REVISTA BLANCA

hubiese escogido la figura de Galileo,—naturalmente, con la restricción de que éste habría


sido hueno y no habría reconocido la inmovilidad de la tierra—. ¿Quién sabe?... Si yo
hubiese nacido cien años más tarde, os habría tomado por asunto de mi estudio, con
vuestra lucha contra la filosofía de transacción de Rasums Kielsen {i). En suma, en Brand
hay más objetividad encubierta que la que uno, hasta el presente, ha desentrañado. En
cuanto á mi calidad de poeta, estoy en lo firme.
En mi nueva comedia (zj encontrará usted un tono familiar; nada de emociones vio-
lentas, de sentimientos hondos y, sobre todo, de ideas extrañas á la acción. El reproche
que con razón me dirige usted con motivo de algunas réplicas de Los pretendientes á la
corona, donde es el autor el que habla, ha producido su efecto. Su crítica de usted—y le
suplico que interprete esto como la mejor expresión de mi gratitud—ha sido para mí lo
que fué para Jacob de Thybo (3) la crónica de Mons Wingaard. \A he leído diez y seis
veces y otras diez y seis luego, y confío en que me será muy útil «para reñir muchas ba-
tallas!.
Espero con ansiedad vuestro juicio sobre mi nueva obra. E^tá escrita en prosa; por
lo tanto, está completamente preñada de realismo. He cuidado la forma y he realizado el
gran trabajo de evitar todo monólogo, así como toda réplica «aparte». Pero eso no prue-
ba nada. Así, le ruego á usted encarecidamente, si dispone de una hora de descanso, que
la lea, y nr.e diga lo que piensa de la'misma. Cualquiera que sea la sentencia, habréis rea-
lizado una buena acción por mí, ya que estoy aquí completamente aislado. El volumen
no se pondrá á la venta hasta el otoño. ¡La espera será muy larga de aquí á entonces!
Procurad saludar en mi nombre á nuestros dos comunes amigos, Jonás Collin y Julio
Lange. A este último no debí producirle una buena impresión cuando me vio en Roma.
Estaba yo de un humor de mil diablos, y tenía muchos motivos para ello.
Por mi parte, deploro que no tengamos la suerte de encontrarnos en Roma; pero me
alegro de que os dirijáis al Mediodía. La primera vez que se está allí se experimenta una
indecible alegría.»
El gran 4i>cípalo toma la pluma al mes siguíenie y eaoribe así al maestro:
«Dresde 15 Julio 1869.
Querido Sr. Brandes:
Lo que me dice usted de Bjornson no me sorprende. Para él no hay más que dos da.
ses de gentes: las que pueden serle útiles y las que le molestan. Sabe mostrarse buen
psicólogo con las figuras creadas por su imaginación, pero le falta la penetración en pre
sencia de los seres reales.
Comienzo á ver que hubiera valido más no invitaros á leer mi nueva comedia. Re-
flexionando en ello, me inclino á creer que lo que os interesa en la obra dramática es la
contienda trágica ó cómica que se verifica en el alma de un individuo. Usted se cuida
muy poco de los hechos positivos, políticos y demás. Por esu vez no he querido dar más
de lo que digo en mi obra: es por encima como hay que juzgarla. En ello interviene us-
ted, pues una observación suya, recogida en sus tratados de estética, me ha dirigido por
ese camino. Ya os contaré esto de palabra.
Ha habido una mala inteligencia si habéis supuesto que en mi pensamiento la pintu-
ra de las emociones violentas y de los sentimientos hondos debía desagradaros. -Yo he
querido sencillamente advertiros que no busquéis lo que no habéis de encontrar.
(1) Filóiofo iuit*. (N. de Mire. R.)
(«) La lita, de U» Jóvenf. (M. de Mme. R.)
(a) Penonaje de una obra de Holberg. {N. de Mme. R.l
LA REVISTA BLANCA 29I

No participo de v^e^tra opinión, tocante á algunas partes de Peer Gynt. Naturalmen-


te, me inclino ante las leyes de la Belleza, pero no hago caso de sus convenciones. Usted
cita á Miguel Ángel. Yo creo que nadie como él ha quebrantado las reglas convenciona-
les en materia de Belleza. Sin embargo, todo cuanto ha creado es bello, porque toda su
obra tiene carácter. El arte de Rafael no me ha entusiasmado nunca; sus figuras son an-
teriores á la caída de Adán y Eva. Además, los meridionales tienen una estética diferen^
te de la nuestra. Exigen ellos la belleza de la forma, mientras que á nuestros ojos lo que
es feo, en cuanto á la forma, llega á ser bello si descubrimos en ello un principio de ver-
dad. Es inútil discurrir sobre estas cosas con la pluma en la mano; sería menester que
nos viésemos.
Mantengo lo que he dicho de Brand. Usted no sabría encontrar un agravio contra mí
en los argumentos que la obra ha suministrado á los pictistas. Tanto valdría acusar á Lu-
tero de haber introducido en este mundo el espíritu burgués. Eso no entraba en sus de-
signios, y no ha lugar á hacerle responsable de ello.
De todos modos, gracias por vuestra carta y gracias por haber venido hacia mí, su
amigo. Es una gran dicha haber encontrado una personalidad.
Pienso partir el martes para Stockholrao. El otoño volveré á Dresde, donde mi fami-
lia quedará en mi ausencia, y pasaré probablemente por Copenhague, con objeto de ha-
blar con usted, no sólo de cosas literarias, eu las que no estamos de acuerdo, sino de
muchas cosas interesantes para la humanidad, en las que creo estamos en vías de enten-
dernos.»
Ei gran dramático no conocía personalmente todavía á Jorge Brandéf. La amistad f eatelar», que
diría Nietziche, se estrechaba, sin embargo, entre los dos genios, para favorecer la moderna cultura
del Norte. A ñoes de 1870 era ya íntima y algo más que cel acuerdo indispensable para que pued^
existir un lazo de amistad», como pedía Ibsen en una carta de comienzo de afio.
He aquí cómo el poeta escribía al crítico, despertándole para la intimidad, más que saludándole en
el comienzo de sus misivas:
«Dresde 20 Diciembre 1870.
Querido Jorge Brandes:
Le tengo á usted estos días constantemente en la cabeza. Por él editor Hegel, así
como por los periódicos noruegos, he tenido noticia de su enfermedad. He supuesto que
estaría usted demasiado débil para leer cartas, y por eso no os be escrito.
Desde ayer que recibí vuestras líneas amigas, me encuentro tranquilizado. [Muchísimas
gracias por haberos acordado de mil
Me pregunta usted qué debe hacer ahora. Voy á decírselo. Durante algún tiempo no
debe usted hacer nada. Deje usted descansar, durante un período indeterminado, su pen-
samiento y su imaginación. Se repondrá en esa calma; eso es precisamente lo que tienen
esas enfermedades de bueno. Tendrá usted días inefables cuando comience á tomar fuer-»
zas. Yo lo sé por propia experiencia. Los maloi pensamientos habían huido; no quería
comer, ni beber, sino cosas delicadas y ligeras; las cosas groseras creo que me hubiesen
sentado ma!. Es un estado de inexplicable bienestar y gratitud.
¿Que qué haréis cuando estéis repuesto? Haréis lo que debáis hacer. Una naturaleza
como la vuestra no titubea...
He estado en Copenhague el estío último. Allí tiene usted más amigos y partidarios
de lo que puede usted pensar acaso. Tanto mejor si está usted ausente algún tiempo. Es
bueno hacerse notar... •
He aquí que nos han cogido á Roma, á nosotros, simples mortales, para entregarla i
a$3 LA unaTA BLANCA

!o3 políticos. ¿Dónde vamos á ir ahora? Roma era el único sitio de Europa verdadera-
mente pasable, el único sitio donde reinaba la verdadera libertad, esa que escapa á la
tiranía de las libertades políticas. Yo no creo que vuelva á ella, después de lo que ha
pasado.
La belleza, la calma primitiva, van á desaparecer de ese sitio con la pintoresca im-
propiedad. A cada hombre de Estado que se vea surgir, corresponderá la pérdida de un
artista. Se extinguirá la noble sed de independencia. Yo, lo confieso, lo que amo es la
lucha por la libertad; pero no me preocupo por la posesión.
Una mañana, hace de eso ya mucho tiempo, tuve la noción clara y precisa de nueva
obra. Loco de alegría os escribí; pero la carta no salió, porque la borrachera no duró
mucho tiempo, y, cuando pasó, lo que había compuesto no me pareció tan bueno.
Los grandes sucesos contemporáneos ocupan una gran parte de mis pensamientos.
La quimérica antigua Francia está destrozada; el día que la joven Pnisia realista haya
sufrido la misma suerte, entraremos de golpe en una nueva era. ¡Oh! ]qué ideas correrán
entonces alrededor nuestrol {Vendrá tiempo en que eso ocurra! Nosotros vivimos de las
migajas que han caído de la mesa de la Revolución del siglo último, y esa alimentación,
después de tanto tiempo, está masticada y remasticada. Las ideas necesitan alimentos y
desenvolvimientos nuevos. Libertad, igualdad y fraternidad, no son ya lo que fueron en
la época de la difunta guillotina. Los políticos se obstinan en no comprenderlo, y por
eso los odio. Quieren revoluciones parciales, superficiales, de orden político, etc., etc
Tonterías. Lo que importa es la revolución del espíritu humano. En eso usted será uno
de los que muestren el camino... Pero antes que nada, desembarazaros de la fiebre.»
ESI po<ti, comprendiendo su inmenso papel de verdadero definidor de l«t cosas, aun más oráctica-
menie que el qae Emerson le concede, entra de Iteno en el mundo de so siglo f recoge, como pensa-
mientos propios, los deseos de tos demis, los de todos los hombres. Por eso será igualmente compren •
dido y admirado por todos ellos.
A los dos meses de silencio, el gran alqnímico social hostiga nuevamente al gran crítico, de la si-
guiente manera:
cDresde 17 Eebrero 1871,
Querido Brandes:
No dudo que mi largo silencio provocará vuestra cólera; pero tengo la más completa
seguridad de que no bastatá para romper el lazo que nos une. Algo me dice que el pe-
ligro de una ruptura nacerá más bien dé una corrrapondencia muy continuada. Cuando
podamos vemos, muchas cosas cambiarán de aspecto y se aclararán entre nosotros. Hasta
Mtonces, yo arriesgo francamente mis propósitos, no poniendo ninguna sombra ante
vuestros ojos.
Ustedes, losfilósofos,son capaces de todo con sus rasonamientos; yo no tengo ningún
deseo en que se me pruebe, por caru, que soy un asno, debiendo, en cambio, quedar
eá el elevado rango de-hombre, después de una explicación oral. En vuestra carta admi-
ráis irónicamente el equilibrio de mis faculudes mentales en medio de las circunstancias
presentes. Y en vuestras últimas amables Q) lineas, hacéis de mí un adversario de la li-
bertad. La verdad es que mis facultades mentales están casi casi equilibradas, porque
considero la actual desgracia de Francia como la mayor dicha que puede experimentar
esa nación. Por lo que se refiere á la cuestión de la libertad, todo se reduce, á mi enten-
der, á una simple cuestión de palabras. Yo no consentiré jamá^ en identificar la libertad
con las libertades políticas. En lo que llamáis libertad, yo no veo más que libertades. Y
lo que yo lUmo la lucha por la libertad, no es sino la incesante y viva conquista de la
1^ UVI8TA BLANCA 293

idea de libertad. Aquel para quien la libertad deja de ser un bien ardientemente codi-
ciado, no posee sino una cosa sin vida y sin alma; porque la noción de la libertad lleva
en sí misma un constante agrandamiento. Si alguno, durante la lucha, se detiene gritan-
do: «Ya la tengo», probará precisamente que la ha perdido.
Pero esa estéril posesión de algunas libertades es la característica de las sociedades
constituidas en Estados, y de la que he dicho que no es una cosa buena. Seguramente
puede ser bueno poseer la libertad del sufragio, la exención de impuestos, etc., etc. ¿Perp
para quién es eso un bien> Para el ciudadano; no para el individuo. La razón no nos
dice que sea indispensable al individuo ser ciudadano. Al contrario. £1 Estado es una
maldición para el individuo. ¿Por qué medio el Estado prusiano se ha edificado sobre la
fuerza? Ahogando los individuos en un orden de cosas geográfico y político. El mejor
soldado es el camarero del hotel. Ved, en cambio, la nación judía, escogida de la raza
humana. {Cómo ha conservado su nobleza, sus particularidades que la aislan, y su poesía,
en medio de la barbarie que la rodea? Sencillamente, porque no se ha organizado en Es-
tado. Si hubiese permanecido en Palestina, hace muchísimo tiempo que hubiera corrido
la misma suerte de los pueblos aplastados bajo el edificio social. |Es preciso abolir el £s-
tadol Esa revolución tendrá mi aprobación. Combatir la idea del Estado, representar la
iniciativa individual, y lo que la atañe en el orden psíquico, coiiio la condición esencial i
toda asociación, ese es el comienzo de una libertad que vale caro. Cambiando las for-
mas de gobierno, no se obtienen sino diferencias de grado, un poco más ó un poco me-
nos, nada que valga. Amigo mío, lo que importa es no dejarse imponer por antigüedad
de la institución. El Estado hunde sus raíces en el tiempo; pero se yergue en un término
limitado. Más grandes cosas cayeron; toda religión será trastornada. Ni los principios de
la moral, ni las formas del arle, tienen una eternidad ante sí. En el fondo, ¿qué es lo que
tenemos que conservar? ¿Quién me asegura que en el planeta Júpiter, dos y dos no sean
cinco?
No quiero ni puedo desenvolver además, por carta, estas consideraciones. Gracias de
todo corazón por vuestra poesía...»
La carta termina cariñosamente, como todas, jr lleva una postdata prometiendo enviar el poeta al
crítico un retrato, en cuanto tenga <una fotografía pasable>.
Hasta Mayo no vuelve á tomar la pluma Ibsen.
A mediados de mes ((8 Mayo 1871) comienza su epístola con una galante j mística apreciación de
la vida del gran maestro; <He sabido con alegría—dice—, en Cofenhague, que estaba usted comple-
Umente restablecida y, desde hace tiempo, fuera de peligro. En el fondo jamás he creído que hubiera
peligro. No se muere en el prólogo. El gran dramaturgo del universo tiene necesidad de usted para un
primer papel en el drama social que, sin duda, trata de representar ante el honorable público.»

La carta concluye así:


«¿Y qué hacéis en vuestra dulce Italia? Vuestra enfermedad ha tenido de bueno que
08 ha hecho vivir un estío en ella. Diariamente pienso en usted. Le veo tanto en Fras-
cati como en Albano ó en Arícela. ¿Dónde está usted fijamente? ¿Qué prepara usted nue-
vo, en vista del porvenir intelectual? Yo creo firmemente que alguna cosa habréis madu-
rado durante esa larga enfermedad. Una de la» ventajas de un decaimiento físico es el
purificarnos y favorecer el crecimiento de gérmenes que, de otro modo, se habría des-
arrollado. Yo no he estado malo verdaderamene más que una vez. Eso ha sido, quizá, la
causa de que no haya estado completamente bien, sin etftbargo. /CAi l« sal...
La Commune París, obrando indignamente, no ha echado á perder mi excelente teo-
ría gubernamental, ó mejor dicho, «antigubernamental». He ahí mi gran idea aniquilada
2^4 t'A REVISTA BLANCA

por mucho tiempo. [No importa! El fondo de ella es bueno, eso salta á los ojos, y algún
día se pondrá en práctica, sin que se la vuelva á poner en caricatura.
He meditado con frecuencia sobre esta frase vuestra: «que no me hallo al nivel actual
de la ciencia». ¿Cómo he de hacerlo? ;No trae cada uno de nosotros, al nacer, el espíritu
de su época? ¿No os ha llamado jamás la atención, al contemplar una colección de re-
tratos de un siglo pasado, el aire de familia de todos los personajes que pertenecen al
mismo período? Lo mismo acontece en el dominio de la inteligencia. La ciencia que los
profanos poseemos está en nosotros, en cierto punto, en estado de adivinación ó de ins-
tinto. El escritor debe ser vidente ante todo. El don de reflexión le es menos necess^rio
por mi parte, yo veo en él un peligro.
Querido Brandes: tengo siempre una gran satisfacción en hallaros con el alma en la
. mano, y tendré una grande, muy grande alegría, cuando escuche vuestra palabra que no
venga escrita. Dadme pronto esa satisfacción.»
El 14 de Septiembre vuelve á escribirle. El poeta lee constanlemente l u obras que ha producido
el gran crítii'o, y encuentra en él grandes ptintoi de semejanza at fioal de aquellaf foriosas y enconadaü
lecturas para encontrar un hermano. Llega, en fin, á decirle coa toda la ruda franqueza peculiar de
so carácter: «Me parece que atravesáis la misma crisis que yo cmnio me preparaba á escribir Btand \>
Luego contintía;
Estoy seguro de que encontraréis también el remedio que cura el mal. Producir con
energía constituye un excelente tratamiento. Por encima de todo, os deseo un prepotente
egoísmo que os haga considerar lo que propiamente os pertenece, como lo único de va-
lor é importancia reales, no existiendo lo demás. No creáis por eso que mi naturaleza
sea brutal. Usted no sabría servir mejor á la sociedad moldeando metal, que como lo ha-
béis hecho. Yo no he comprendido jamás la solidaridad. La he aceptado como un
articulo de fe- Si uno tuviese el valor de deshacerse de ella por completo, se aliviaría
uno también del peso más raobsto que oprime á la personalidad. Hay momentos en que
la historia de la humanidad me parece un gran naufragio, y en que se trata de salvarse á
sí misma. No espero nada de las reformas parciales, pues la verdad es que estamos atra-
vesando por un falso camino. ¿Cree usted que puede fundarse alguna esperanza sobre la
situación actual? ¿Sobre el inaccesible ideal y otras majaderías? La inmensa hilera de
generaciones me produce la impresión de un joven que ha dejado sus herramientas de
obrero para entrar en el teatro. Hemos fracasado en el empleo de los amores y en los
papeles heroicos. No tenemos una pizca de talento, si no es para los afeminados. Pero
ese talento se pierde, hiientras la conciencia individual se agranda. No creo que en los
demás países vayan las cosas mejor que en el nuestro. En todas partes los intereses su-
periores son extraños á la masa.
¡Yo trataría de enarbolar una bandera! Pero eso sería, amigo mío, correr una aven-
tura del género de la de Luis Napoleón, aparecigndo en Boulogne con un águila en la
cabeza. Más tarde, cuando la hora de su misión ha sonado, no tuvo necesidad del águila.
Trabajando en el Emperador Juliatw, me he hecho faulista. A decir verdad, esta obra es
una especie de bandera. No temáis, sin embargo, encontrar en ella una tesis. Estudio los
caracteres, los sucesos que se chocan, la historia, en una palabra. Yo no me meto á sacar
ninguna moral, á menos que la moral de la historia os dé su filosofía. Es claro que sur-
girá una moral de la obra; será el juicio pronunciado, en fin de cuenus, sobre las partes
que luchan, y su distribución de la victoria. Pero todo eso no se aclarará sino por la
ejecución. .
LA REVISTA BLANCA íg$

Brandes ftié á Dresde á visitar al dramaturgo é inquieto sociólogo. He aqui cómo éste le escribe
más adelante,
«Dresde 4 de Abril de 1872.
¡Querido Brandes!
...Me dice usted cosas increíbles. ¡Yo que os creía en plena felicidad, en pleno triunfol
Es imposible que no tenga usted detrás un ejército. Recordad que lleváis los reclutas al
combate. La primera vez aflojarán; la segunda estarán bien, y la tercera seguirán á su
jefe al asalto y á la victoria.
La prensa liberal os rechaza. Naturalmente. Yo os he manifestado un día mi despre-
cio por las libertades políticas. Entonces me contradecíais. Pero luego, después de algu-
nos experimentos, habéis de haber visto claro. Amigo mío, los liberales son los peores
enemigos de la libertad. Un gobierno absoluto es más favorable á la libertad del pensa-
miento. Eso se ha visto en Francia; mis tarde en Alemania. Ahora se ve en Rusia,
Vamos á lo que desde hace tiempo ocupa sin cesar mi ánimo y trastorna mi sueño.
Va he leído vuestras Conferencias.
Un escritor en pleno trabajo no podía caer sobre un libro mis peligroso. Es una de
esas obras que abren un abismo entre el ayer y el hoy. Después de mi viaje á Italia no
concebía yo cómo había podido vivir antes de visitar ese país. En veinte años no se com-
prenderá que haya sido posible una vida intelectual en el Norte, antes de esas Conferen-
cias. Yo no tengo una noción clara de lo que ha realízalo Steffeus (i). Supongo que dio
una nueva forma á las teorías estéticas. Vuestro libro no es una historia d i la literatura
concebida y ejecutada según las reglas tradicionales, ni una historia de la cultura gene-
ral. No acierto á definir lo que es. Le comparo á esos campos de oro de California, é
imagino lo que pasaría en ellos cuando fueron descubiertos; se llegaría á ser millonario
en ellos ó á perecer miserablemente. ¿Estamos dotados de una constitución intelectual
suficientemente robusta? Lo ignoro; poco importa además; las ideas que están en el aire
romperán los organismos, demasiado débiles para absorberlas.
Me dice \isted que en la Facultad de Filosofía todos le son hostiles. Querido Brandes,
¿quería usted que fuese de otro modo? ¿No es la filosofía de la Facultad lo que usted
combate? Una guerra como la que usted dirige no puede ser dirigida por un funcionario
del gobierno real. No cerrándoos la puerta se os prueba que no se os teme.
Por lo que respecta á los ^taques de que sois objeto, las mentiras, las calumnias, etc.,
os voy á dar un consejo que conozco por experiencia personal. Guardad una actitud alta-
nera, es el únxo procedimiento (jue debe usarse en tal caso. Mirad de frente ante vos y
no dejéis suponer que una palabra de vuestros enemigos ha podido dañaros. En una pa-
bra, haced como que ignoráis vuestros adversarios. ¿Cree usted que sus ataques tendrán
fuerza? Antes, cuando yo, por la mañana temprano, leía algún artículo contra mí, me de-
cía; «¡Soy hombre muerto; jamás volveré á levantarme!» Me he levantado, sin embargo.
Nadie se acuerda ya de lo que se escribió entonces, y después de mucho tiempo yo mis-
mo lo he olvidado. Se cae en la vulgaridad tratando de defenderse. Evitadlo. Comenzad
una nueva serie de conferencias, tened una calma y sangre fría irritantes y un desdén
alegre por todo lo que amenace ruina en torno vuestro. ¿Cree usted que las cosas ruinosas
pueden resistir?
No sé lo que resultará de esa lucha á muerte entre dos épocas. ¡Todo menos el man-
tenimiento de lo que existel He aquí para mí la razón determinante. No espero que la
(I) Enrique Stefreo», critico noruego que eitudió en Alemania las teorías ds Schelling. Fueron célebre! (ut cunos ea
Copenhague (i8os), sobre el estudio de la naturaleza, y se trató de qyiitarle la citedra que desempeñaba.—/'A', itl T.J
29é LA RKnSTA BLANCA

victoria nos dé una duradera reforma; hasta aquí el avance nos ha hecho pasar siempre
de error en error. Pero la lucha es buena, es sana y refrescante. Vuestra actitud comba-
tiente toma á mis ojos la importancia de una gran y genial manifestación. Si los conser-
vadores critican al blasfemo, harán bien en pensar que son ellos los blasfemadores. Por-
que usted entra por mucho en los designios de aquel que se discute.
Yo entiendo que usted ha fundado una sociedad. No contad con seguridad con todos
los que se os han adherido. La cuestión es aceptar por los adheridos las premisas senta-
das por usted. En este punto, no estoy seguro de que vuestra posición sea fuerte. A mi
entender, el solitario es el único fuerte. Yo estoy aquí al abrigo, mientras que usted está
expuesto á las tempestades; eso modifica mucho las cosas.»
Esta magn{fica .carta termina pidiendo por [encima de todas las preocupaciones qne absorbían á
Brandes en aquellos momentos, un poco de atenciún para <mi tarea», dice el poeta.
En la carta inmediata (31 Mayo 1872), Ibsen no vacila en animar al (;ran crítico, y le dice sin ro-
deos: <Su misión de usted no debe limitarse al Norte escandinavo.» En efecto, la obrk de Brandes
salid de aquel límite estrecho, pero no por propio impulso. Sa obra Lai grandes corrientes tn la litira-
íura del siglo XIX, fué conocida, y del elogio de ella, como de la misma virtualidad de aquel libre exi-
men triunfante, surgió nn movimiento mayor. La Revista del Siglo XIX, que los hermanos Braniés, jor"
je y Edmundo publicaron más adelante (1874), ha nacido realmente ahora.
Ibsen sipne trabajando en su Emperador yuliane. Sale de Dresde, y escribe á >u amigo desde »u
nuevo puerto, en Baviera.
«Berchteigaden 23 Julio 187a.

Estoy lejos de experimentar inquietud por la idea de colaborar en vuestra revista, y


ya tengo fijado mi plan. Comprende diversas cosas que me parecen dignas de decirse y
que os interesan acaso, todo dicho bajo forma de cartas rimadas, tratando de las condi-
ciones políticas, literarias y demás particularidades de nuestro país y nuestra época.
Esto será, en cierto modo, mi profesión de fe. Y á usted, 5r. Brandes, y á su causa, no
prestaré un apoyo directo. Pero hay otra raenera para mí de ser de los vuestros. Yo debo
limitarme á mi esfera de ideas, la cual es muy pequeña. Es en la que ejerzo mejor mi ac-
tividad. [No veáis en eso ningún egoísmo!
No sabré decir aún en qué momento me será posible comenzar mi colaboración. El
monstruo Juliano rae secuestra, y no puedo deshacírme de él. Ya hablaremos de la cosa.
La perspectiva de pasar por un hombre de partido no me asusta. Es más, tengo pena de
que se me mire como extraño á los partidos.
Ya he dicho hace tiempo que un órgano al servicio de vuestras ideas era necesario.
Pero no dudo que tengáis necesidad de él «para vivir», como me indicáis en vuestra car-
ta. ¿Dinamarca no tendrá, verdaderamente, una plaza vacante que ofreceros? <La cátedra
de estética está ocupada? ¿Sí? ¿por quién?

\J)L carta, dltima de la primera serie, termina con la felicitación del poeta al crítico por ver edita-
das en alemán las célebres Conferencias. Le augura el triunfo y coocluye: «Una victoria conseguida en
Alemania o* dará un gran prestigio en Dinamarca.»
La victoria se Mr-o esperar un poco, como la misma que Ibsen ha conseguido. Pero uno y otro han
llegado y DO ha sido poca la influencia que ha ejercido sobre uno y otro esta reciproca fecundación de
cerebro á cerebro.
Nada hay como los destierros para conocer las patrias, tos verdaderos territorios. Las gentes se
asombran viendo ana flor en un estercolero, y no se sorprenden de qae la patria de aquella flor esté
completamente podrida. (Pobres gentesl
Rafael Urbano.
LA «IVnTA BIAMCA 2$y

FlSI©L©Gía MORAL
Bajo la firma inglesa, Chatterton-Hill, la librería Stock acaba de publicar una obra
que por su estilo y por su carácter parece escrita pcír un francés.
Digo esto, porque si indudablemente los seres conscientes no conocen patria ni fron-
teras, si un Cervantes, un Shakespeare, un Moliere, pertenecen á la humanidad, no se
puede negar la influencia que el ambiente ejerce sobre la inteligencia de las personas,
dándoles caracteres de seriedad ó de alegría, de frío método ó de sutil intuición, según
se viva en un país de niebla ó de sol, de montañas ó de playas, en poblaciones cacha-
zudas 6 activas, etc. Negar esta influencia sería negar la luz.
Los escritores alemanes nos han acostumbrado á una ciencia pesada; los ingleses, á
una seriedad digna, mezclada generalmente de respeto, moderación ó timidez frente al
convencionalismo social ó religioso, mientras que los franceses, más simples, menos pro-
fundos, más juguetones, más escépticos, no vacilan en atacar esas mentiras: Dios, Reli-
gión, Biblia, Ley, etc.
Pur la claridad del estilo y por su carácter ateo' y anticristiano. Fisiología Moral
parece obra de un francés. Por su modo de razonar, el autor se identifica con los ingle-
ses, sus compatriotas. Además, el libro contiene muchas citas de sabios ingleses y
alemanes.
La obra es anarquista individualista, dé un individualismo stirneriano, proclamando
como finalidad de la vida, la realización del goce individual más grande posible, limitado
solamente por el deber de no causar daño á nadie. .
Reproduciendo hasta la forma del pensamiento de Stirner, el autor declara: «Desde
que se alza el Yo, que está por encima de todo, todos esos espectros metafísicos; la Batria,
la Humanidad, la Sociedad, se aniquilan. Queda solamente el Yo, y nada está por encima
del Yo. Yo persigo Mi finalidad, que es, al mismo tiempo. Mi goce. No pido nada á
nadie, .vino la libertad, la completa, la integral libertad. Mi objeto no es tuyo. Mi objeto
no es el Bien, ni el Mal, ni el Amor, ni el Odio. Mi objeto es Mío y nada de otro. Él es
el Único, como yo soy Único.— Yo.»
Esta declaración, que nada hubiera perdido suprimiendo mayúsculas egoísticas, viene
al final del libro y no corresponde al estilo, bastante claro, de las otras páginas. Es muy
evidente que el Bien, el Mal, etc., no son personalidades que tienen una existencia
propia, sino que son modalidades que á nosotros parecen Bien ó Mal, según que afecten
agradable ó desagradablemente, nuestro cerebro ó nuestro organismo. Es evidente, es
innegable, que lo que buscamos nosotros los libertarios, es la expansión de la persona-
lidad que, en la actual sociedad, se ve atropellada bajo el peso de las instituciones crea-
das alrededor de esos espectros metafísicos: Patria, Religión, Estado, etc.
Se podría discutir mucho respecto á la forma empleada por el autor, imitando á Stir-
ner, en la referida cita, y decirle que si el impulso es siempre egoístico (expresión más
exacta que la de egoísta), el objeto puede ser altruista.
Cuando Angiolillo mató á Cánovas, el impulso era egoístico, es decir, puramente de-
terminado por el temperamento y la mentalidad de Angiolillo; pero el objeto era altruíSf
ta, puesto que sacrificaba su propia vida en aras de un propósito justiciero.
Pero, aun afirmando el individualismo en una forma tan absoluta, el autor proclama
el deber de no causar daño á nadie.
La idea es excelente y nos prueba que el individualismo' de Chatterton-Hill no es el
29S !•* RKVISTA BLAMCA

de un Napoleón, torturador de hombres por la satisfacción de su egoísmo vanidoso


aunque la palabra í/í¿ír parezca extraña b:vjo la pluma de tal stimeriano. ¿Deberes,
hacia quien? ¿Pues no soy Único?
Pero, á pesar de esta crítica, indiquemos que el conjunto de la obra es de un pensa-
dor y de un sabio. Chatterton-Hill traza sumariamente los descubrimientos científicos
que, mientras la iglesia amontonaba estupideces increíbles respecto á la inmaculada
Concepción y á la infalibilidad del Papa, nos demostraban el origen de nuestro planeta,
la inmortalidad de la materia y de la fuerza, la evolución de las especies animales, la his-
toria del hombre y de las sociedades, la formación gradual de lo que se ha convenido en
llamar alma humana, desde las funciones automálicas de sensación y movimiento hasta
la producción de los más altos pensamientos.
Luego sigue analizando con precisión científica lo que es el individuo, considerado
fisiológicamente. Establece que el interés individual y la moral tienen que coincidir, como
o han aBrmado Epicuro, Hobbes, Lokc, Herbert Spencer y Huxley. Da la preferencia á
la moral utilitaria que logrará constituir la sociedad para el hombre y co el hombre para
la sociedad, como lo quieren los socialistas autoritarios; él repudia la moral cristiana que
^ inmola al individuo ante el espectro llamado Dios; él repudia á Kant, sus leyes morales,
independientes del mundo material y su imperativo categótito; él reputlia la moral estatis
ta y al Estado mismo, restrictivo de la expansión individual, y proclama la anarquía.
Todo esto está dicho muy bien, y siempre con mucha claridad. En lugar de devanar
silogismos, dándoles un valor absoluto, como lo hacen algunos anarquistas, impregnados
todavía del espíritu escolástico, Chatterton-Hill se queda en el terreno firme de la
experimentación.
Pero se presenta una contradicción: él declara que la revolución social, aunque des-
tinada á suprimir en su origen, el mayor número de crímenes, no podrá suprimirlos
todos. Y resultando feroz como un burgués, con ribetes de sabio, el individualista Chat-
terton-Hill, pide la supresión implacable de los criminales; su transportación más allá de
los mares, en colonias penitenciarias «donde el clima, la intemperie, la severidad del
régimen, pongan un fin rápido á su miserable existencia. No piedad, no necio senti-
mentalismo.»
Que la revolución social, aunque eliminando las causas económicas y otras muchas,
de violencias y de crímenes, no podrá extirpar de una ojeada, ni hasta en una generación,
todos los gérmenes nocivos, es indudable; se necesita contar con la fuerza del atavismo,
que, á pesar del cambio de ambiente, podrá, en más ó menos tiempo, seguir produciendo
individuos violentos ó idiotas; creer que al día siguiente de la revolución todo quedará
arreglado con armonía perfecta, absoluta, sería un optimismo místico, indigno de seres
razonables.
Yo siempre he pensado que la mayoría de los anarquistas no daban bastante impor-
tancia al problema, olvidando el factor atavismo. Es. indudible que en la más libertaria
de las sociedades se necesitará preservarse de los desequilibrado» violentos^ tanto tiempo
como éstos subsistan.
¿Pero, se deberá entonces mantener, 6 volver á crear cárceles, verdugos, guardias,
etcétera? Para librarse de un peligro eventual, sería un mal infinitamente peor el recons-
truir insensiblemente el edificio del Estado, de wte Esudo que, para justificar su exis-
tencia, se proclama el mantenedor de la paz, del orden y el protector de loi pacíficos
contra los violentos.
Esta es la contradicción en que incurre el anti-estatisu Chatterton-Hill.
LA RXViatA BLMtGA 3Q9

Es indudable que cuando se revelaran por sus actos, degenerados peligrosos, viola-
dores de niños, homicidas, víctimas irresponsables del atavismo, sería locura dejarles ca-
pacitados para matar y oprimir. Necesitaríase absolutamente preservarse de ellos, pero
esto podría hacerse sin torturarles, sin enviarles á colonias penales, donde perecerían
martirizados por el clima, la miseria y un régimen de hierro, ¿Quién, en el seno de una
sociedad libertaria, se rebajaría á ejercer el infamante papel de verdugo? ¿Sería Chatter-
ton-Hill mismo?
Él admite que nuestro régimen penal es una abominación incapaz de amansar á los
criminales, siendo, al contrario, generador de malhechores. Él admite también, como
cualquier hombre de ideas modernas, que los criminales son irresponsables.
Entonces se presenta la tínica solución lógica: considerarles como enfermos y curar-
les. Hacer para ellos lo que todavía se hace para epilépticos, sifilíticos, tontos furiosos,
etcétera; aplicarles todos los procedimientos de la ciencia, siempre en progreso, y si se
curaban, volverles libres á la sociedad. Si resultaran enfermos peligrosos,capacesde matar
y violar, entonces tenerlos, no en cárceles, sino en asilos, donde serían tratados huma-
namente, como los otros enfermos. V la función de guarda-enfermos, sería tan noble y
hermosa, como la de guarda-chusma es repugnante.
Chatterton-Hill no quiere comprender esto; no quiere comprender que los revolucio-
narios, obligados & actos terribles mientras, en minoría, luchan penosamente contra
fuerzas superiores, podrán y tendrán que ser humanos cuando tengan la fuerza.
Es lastimoso ver el desprecio del autor de este libro, verdaderamente hermoso, hacia
los sentimientos de humanidad. «Siempre—dice—los incapaces serán pobres; los impru-
dentes, desgraciados; siempre los perezosos tendrán hambre, y un sistema económico
que tendiera á evitar esa justa retribución de los defectos y de las flaquezas, serla un sis-
tema hondamente inmoral y vicioso.»
No es verdad; el sabio escritor olvida ó ignora que por encima de la justicia, es decir,
del equilibrio matemático, existen la bondad, la generosidad, la simpatía, y en grande
proporción, existen el altruismo y la fraternidad.
La revolución francesa de 1789, obra de grandes pasionales, durante la cual desgra-
ciados ignorantes, sin duda, incapaces é imprudentes, tomaron la Bastilla, dejada en pie
por filósofos y «dentistas», tuvo esos grandes lados humanos, y por esto, fué muy superior
á la fría revolución inglesa.
Fueren cuales fuesen las fases, las tempestades y hasta las contradicciones de la pró-
xima revolución, luchamos para" realizar un ideal humano y generoso, para crear nna so-
ciedad en la que nadie, ni aun los imprudentes ó perezosos, puedan perecer por hambre.
C?. Mo/afo.

CRÓNICA CIENTÍFIC/^
Noticias anticipadas.—*Creaci6n^ de una fruta nueva.—La nueva caldera del coronel
Renard.—La refrigtrcuión y la conservación de substancias alimenticias.— Un nueve
combustible, el «-osmón.»
Si no fuera por los rigores de la censura militar, tanto rusa como japonesa, y que los
telegramas de los periodistas, transmitidos á precios económicos, se postergan á los
oficiales ó á los que pagan el máximum de la tarifa, sucedería frecuentemente que ios
¡OÓ LA SKVnTA BLANCA

])eriódicos europeos publicarían con un día de anticipación las noticias de los sucesos
que se realizan en el Extremo Oriente; se vería, por ejemplo, que el número del miérco-
les 2 daba cuenta de una batalla ocurrida en la Mandchuria el jueves 3.
Por las causas antes mencionadas, la cosa sucede pocas veces; pero es perfectamente
posible y explicable. Recientemente, en Londres, en Fleet Street, he comprado, á las tres
de la tarde, una edición especial de un diario que publicaba un telegrama de Tokio del
mismo día á las ocho de la noche.
La explicación de esta aparente anomalía fué popularizada en la célebre novela de
Julio Verne, La Vuelta al Mundo en ochenta días; pero el hecho de que el protagonista
con ser un sabio, lo hubiera olvidado en sus cálculos, y que por ello estuviera á punto de
perder una apuesta que representa toda su fortuna, rae excusa de repetirla aquí para aquei
líos lectores, escasos sin duda, que no la conozcan.
Para comprenderla, bastan algunas nociones de astronomía elemental y un poco de
reflexión. Todo el mundo sabe que el sol parece levantarse por el Este y ponerse por el
Oeste, precisamente porque nuestro planeta gira sobre su eje en dirección opuesta.
Imagínese el lector á bordo de un barco aéreo dotado de una velocidad igual á la del
movimiento de rotación de la tierra, y que después de haberse elevado en el aire y dado
cara al Oeste, los propulsores se pusieran en acción; ¿qué sucedería? Pues sencillamente
que el barco aéreo sería móvil con relación á la tierra, pero inmóvil en el espacio por
relación al movimiento de rotación de ésta; por supuesto, dejando aparte el movimiento
de traslación que nada tiene que ver en este asunto.
Si la partida se efectuase en Madrid, á medio día, en tanto que el barco conservase
la misma velocidad y dirección, tendría el sol en el Meridiano, y para el aeronauta serían
las doce en todo el viaje de circunnavegación; pero si descendiera en Madrid á las veinti-
cuatro horas precisas, para él no parecería haber transcurrido el tiempo; pero su cronó-
metro habría marcado dos veces las doce.
Sábese también, que cuando es medio día para nosotros, es media noche para nues-
tros antípodas. La diferencia de horas entre las diversas capitales depende naturalmente
de sus longitudes respectivas; así, cuando el observatorio de París anuncia medio día,
relativamente á este observatorio, es exactamente catorce horas cincuenta y seis minutos
de la tarde en el grado 179 de longitud Este de París, y doce horas cuatro minutos de la
mañana en el grado 179 Oeste.
Como los japoneses han adoptado con nuestra civilización, nuestro modo de contar el
tiempo, y el Meridiano sobre que calculan está á unos 135 grados al Este del nuestro,
resulta que los relojes de Tokio adelantan unas nueve horas sobre los de París; de manera
que son las cinco de la mañana del jueves en Tokio cuando son las ocho de la noche del
miércoles en París. Supongamos que una escuadra rusa comienza una operación ese
mismo jueves al amanecer, y que la noticia se transmite inmediatamente á París, donde
se inserta en las últimas ediciones de los periódicos de la tarde: los parisienses sabrán la
víspera lo que no se habrá producido (ficticiamente) hasta el día siguiente á miles de ki-
lómetros de distancia.
• *
Las funciones de un departamento de Agricultura son diversas; pero todas son de gé-
nero descriptivo, menos en los Estados Unidos, donde esta administración acaba de
anunciar la creación, así como suena, la creación, no el descubrimiento, de una fruta
nueva.
La nueva fruta ha sido denominada tángelo y es resultado de experimentos de ingerto,
LA RBVISTA BLANCA 3OI

cruzando la especie de naranjo que produce la mandarina con un árbol frutal americano
que produce el pomelo, llamado en los Estados del Oeste la fruta-racimo.
El cruzamiento se hizo en 1897, psi'o las plantas no han dado fruto hasta este año,
resultando de la combinación una fruta de una especie enteramente nueva que, según
Gibson Gasdner, que habla del asunto con una especie de orgullo paternal, «reúne las
cualidades mejores de sus padres, heredando del pomelo el tamaño, la riqueza de jugo y
el sabor refrescante, y de su madre, la mandarina, tiene una piel delgada que se quita
sin dificultad, una pulpa muy tierna y un interior casi desprovisto de semillas»,
*
* *
El coronel Renard, del servicio aereostático de Inglaterra, ha inventado una nueva
caldera que parece destinada á facilitar la solución del problema de la navegación
aérea.
Esta caldera se calienta muy rápidamente, suprime casi por completo el humo, em-
plea combustible líquido y suministra una presión de vapor muy elevada con relación á
su peso.

»«
Mr. Balland, farmacáatico, ha descubierto que la orina, almacenada durante tres
años en locales donde la temperatura se mantiene artificialmente á o", se conservaba en
perfecto estado, mientras que la conservada en el mismo espacio de tiempo en las condi-
ciones ordinarias, se deterioraba mucho y daba una reacción acida.
La refrigeración detiene los progresos de la fermentación y el nacimiento délos insec-
tos; pero Mr. Balland considera que sería preferiblft,conservar el grano en refrigeradores.
La importancia de los refrigeradores en la conservación de las substancias alimenti-
cias aumenta cada día. En Hamburgo, una compañía agrícola, imitando el ejemplo dado
recientemente por los agricultores dinamarqueses, acaba de establecer locales en los
cuales se almacenarán los huevos en Primavera, cuando están baratos, nanteniéndolos a
una temperatura de uno á tres grados, para ser transpoí-tados á Inglaterra cuando los
precios son más elevados.
He aquí un adelanto burgués destinado más á explotar que á beneficiar la -humani-
dad, de modo que aunque el beneficio resulte, de todas maneras la intención con que se
practica actualmente reviste cierto carácter de repugnante egoísmo.
* *
Con la turba ordinaria se ha obtenido recientemente un nuevo combustible á que se
ha dado eí nombre de Osmón. Del 90 por 100 de agua que contiene la turba se extrae un
• 20 ó 25 por 100 por nn procedimiento'eléctrico; una corriente directa de electricidad se
envía á una masa de turba colocada en un recipiente conveniente, bajo la acción de esa
corriente, la humedad del combustible se dirige hacia el polo negativo y se escapa por
una abertura practicada en la pared del recipiente. Esta operación dura hora y media.
Después de este tratamiento, se desmenuza la turba mecánicamente, y por medio de
moldes se le da forma de bolas ó ladrillos.
El calor despedido pof el Osmón es considerable; no tiene el menor vestigio de azu-
fre, arde sin humo y deja escasa ceniza.
En Irlanda, donde abundan las turberas, se verifican con éxito lisonjero.
Zarrída del Jñármol.
303 LA RKVKTA BLANCA

Medio y manera de llegar á una definición del arte.


IV
El arte, puede decirse, produce sensiblemente el mismo efecto en todos los hombres,
si todas las condiciones son iguales para ellos. Una dificultad práctica subsiste para ello.
Podemos encontrar, de hecho, juicios estétfcos contradictorios. Nos hallamos con frecuen-
cia entre el juicio de la multitud y el de un público escogido. ¿Hacia qué lado habrá que
ir? He ahí una de las cuestiones más delicadas y de las m ás irritantes de este asunto. Así
es tan raro que se la haya examinado con tranquilidad.
Comencemos por no dar á estas palabras, multitud y escogidos, un sentido absoluto
que no tienen nunca. Han existido épocas y siglos en las que, ante el arte, tal distinción
se ha ignorado. Esperamos también que vendrán otros, y de todos modos trabajamos con
todas nuestras fuerzas para tal fin. Hoy mismo, si ciertas obras, entre las más bellas, las
más altas, no cuentan aún con la consagración de los sufragios populares, es sencilla-
mente porque la multitud no tiene todavía la posibilidad material de aproximarse á ellas.
Se empieza así á distinguir ahora á algunos hombres audaces que hacen serias tentativas
para llamar al pueblo á la vida de lo bello, pues lo más frecuente—es preciso tener el
valor de decirlo—es que la clase más numerosa viva en una condición tan deprimente
que aniquile en sí misma el uso de las facultades más nobles y delicadas. Semejantes en-
fermos tan anémicos y cansados, no perciben el gusto de los manjares.
Tolstoi, en un pasaje importantísimo de su libro sobre el arte, afirma que todo arte
digno de ese nombre, debe comprenderse inmediatamente y gustarse por la generalidad
de los hombres sencillos, obreros y aldeanos. Yo creo que su gran ternura por los humil-
des le lleva en este caso á una afirmación insostenible (i).
El buen arte no es más, en principio, el de los humildes y los pobres que el de lo»
ricos y los poderosos. De lo contrario, habría que admitir que uno ú otro de esos tipos
representa al hombre normal. Y no es así. El hombre normal no puede ser sino el más
adaptado á su medio, aquel cuyas facultades están en la más exacta correspondencia, en
el más perfecto equilibrio con las posibilidades de ese medio, de sus recursos y sus rique-
zas. Pero el obrero que sufre una larga jornada en una atmósfera hedionda 6 ante la boca
de un horno; el aldeano famélico, bocioso y medio estúpido de ciertas regiones, están tan
en desacuerdo con las posibilidades sociales de su tiempo, como el gran seflor de la ban-
ca, de la política y de la industria, como el aficionado 6 el artista neurósicos.
El buen arte es el arfe capaz de impresionar fuertemente á un hombre y de un modo
duradero. Importa poco que ese hombre pertenezca á una multitud ó á un grupo de es-
cogidos. Eso depende de circunstancias independientes de la voluntad del artista. Porque
si el artista ha producido conscientemente para unos escogidos, en condiciones dada', de
' u época, le ha sido imposible producir para la multitud.
Toda obra reproduce los caracteres que distinguen al público al cual ideal ó realmen-
te se dirige, al grupo social al que pertenece el artista sobre cuyos defectos ó cualidades
iofluye ó trata de evitar. Es evidente que, á un talento igual, la obra gustada por las il-
tnas sencillas y sanas tendrá más suerte sana y sencilla que la que haga las delicias de
un grupo de refinados. Puede uno desear épocas en que las condicione* sociales permi-

tí) Esto, en generut, et una raaU manen de amar at pueMo, aervirae de él para atribuirle, porque e* et pueblo, toda»
las virtudes.
LA REVISTA BLANCA 303

tan que, sin rebajarse, el arte sea inspirado y comprendido por la multitud; porque de la
idea de la multitud, opuesta i la idea de unos escogidos, se desprende de ordinario un
sentido de inocente destreza, de robustez y sana sencillez. Se puede preferir el arte de
esta suerte á todo otro. Pero si se encuentra uno en tal momento de la historia en que
el arte popular, en el sentido más elevado de la palabra, no ha podido manifestarse, y en
el que no tuviéramos sino un arte salido de unos escogidos y para ellos, ¿habrá que des-
conocer por eso el arte?
Y si nos encontramos ante una multitud tan ignorante, tan indiferente, tan embrute-
cida y rebajada por la servidumbre que sea incapaz de gustar aún un arte, robustísima,
muy sana y muy sencilla; si vemos, por ejemplo, como se ve con frecuencia, ¡ay!, que el
arte popular de una época es menospreciado por el pueblo de otra, ¿habrá que descono-
cer por eso el arte^
A decir verdad, es aún muy raro que el arte haya sido plenamente y con conciencia
gustado por la multitud, por una verdadera multitud, porque lo que se ha llamado la
plebe, el pueblo, en ciertas épocas justamente notables por su arte, se parece muchísimo
á nuestros escogidos de hoy.
Esta palabra «escogidos» tiene, en efecto, un sentido tan relativo, que nos irrita con
frecuencia, porque realmente, además, no se la emplea en su verdadero sentido. Los se-
lectos {rílite) no son una casta milagrosa y cerrada, especie de sangre azul, cuyos privi-
legiados, situados en otro circulo que el resto de los mortales, poseen, sin que se sepa
por qué, toda la sabiduría y toda la virtud. En este sentido aristocrático, la noción de los
selectos es absurda. Pero tiene otro.
En cada ramo, un pequeño número de individuos—número muy elástico, desde lue-
go, capaz de aumentar como de disminuir—realiza por una infinidad de razones perfec-
tamente conocidas ó susceptibles de serlo, una superioridad sobre sus semejantes menos
favorecidos. Si no nos sorprende que en un plantel algunas plantas salidas de un grano
mejor, más nutridas en una parcela de suelo mis rico, ó simplemente mejor expuestas á
los rayos del sol den mejores frutos, ¿por qué sorprendernos de que ocurra lo mismo con
la planta humana?
Por su misma esencia, el arte no es el privilegio ni el monopolio de ninguna minoría
de elegidos. Ya lo hemos dicho y no habremos de repetirlo: el arte, en su sentido más
general, creación ó goce de arte, es una necesidad humana muy primordial, para que en
cada época, en cada raza, en cada clase, en cada grado de cultura y en cada escala de
ideal, si así puede decirse, no aparezca y no reciba buena ó mala satisfacción. Pero eso
no impide que, si se trata de gustar, comprender y juzgar las realizaciones más perfectas,
en ese dominio no pueda haber para eso en cada época gentes más aptas ó mejor dota-
das que otras. Eso es un hecho. Un hecho que nos hace sin duda enrojecer, porque se
explica en parte por la injusticia que sirve de base á nuestras sociedades. Pero es
un hecho.
Sin anticiparnos á la definición que tratamos por el momento de establecer y sin pre-
juzgar, puede decirse, y me parece que todo el mundo convendrá en ello, que en arte,
asi para apreciar como para crear la facultad de sentir viva y profundamente, ui» vida
emocional ardiente y rica y una imaginación fácil en conmoverse, son cosas de capital
importancia. Pero todos no están en este punto de vista tan bien dotados, pues todos no
están tampoco bien colocados para adquirir y acrecentar esas facultades. Facultades que
se ad<iuieren y cultivan como las demás. Para que nuestro sistema emotivo se afine y des-
arrolle, es menester una vida plena, rica, variada, llena de muchas ocasiones para cono-
3<'4 I ^ RSVISTA BLANCA

cer y sentir lo nuevo, con bastante descanso para gustar verdaderamente las cosas, des-
cendiendo á ellas y no solamente distinguir la corteza.
¿Hay necesidad de decir que esa gran vida consciente la conoce un reducido núme-
ro? ¿Es preciso recordar que la mayor parte de los hombres arrastran una existencia mo-
nótona y mezquina, insuficiente y triste, á la vez que horrorosamente ocupada y horro-
rosamente vacía, hecha con la repetición invariable de los mismos actos, de la misma
manera, rendida por la fatiga, entre cuatro paredes, miserables y desnudos y llenos de
miseria? Y eso, por la simple organización social. Hace tiempo, efectivamente, que nues-
tras sociedades están divididas en dos grandes clases, siempre las mismas, aunque con
distintos nombres: los que producen y los que consumen; los que penan y los que gozan,
los que dan más que lo que reciben y los que reciben más que lo quedan. Los que en el
polvo y en la sombra de los bastidores mueven las decoraciones, y los que en la sala sa-
borean la obra que se representa. Los que por un sencillo derecho de conquista sacan
para sí y utilizan para su desenvolvimiento todo lo que el esfuerzo social ha imaginado y
producido, y los que de tan buenas y bellas cosas no aicaizan aquí y allí sino algunas
migajas.
Luego la miseria ó, sencillamente, la mediocridad, no influyen solamente sobre la sa-
lud física; arruina también seguramente la salud moral, embota la seasibilidad, empobrece
el alma, y por ello compromete las facultades que entran en juego en el gusto estétic o
Semejantes facultades no se acrecientan, además, solamente por el ejercicio, por el
juego natural de la vida, sino también por la educación, en el sentido pedagógico de la
palabra. ¿Pero existe hoy, por ventura, para el puebjc alguna educación artística? En el
programa de la escuela primaria yo no veo nada que parezca á eso. Esa educación, para
ser provechosa, se persigue, además, en una edad en la que ios niños de los proletarios
han salido hace tiempo de la escuela.
Por el único hecho de esa monstruosa desigualdad de condiciones, condenando á
una vida insuficiente á todos los que han tenido la desgracia de nacer al otro lado de la
frontera social, una ínfima minoría de privilegiados se encuentra sola apriori, bien colo-
cada para ser competente en materia de arte. No hay que decir, sin embargo, que no
todos los que la componen lo son. Pero les bastará, por poco dotados que estén, con te-
ner algún gusto por las cosas nobles y los placeres elevados para formar parte de esos
escogidos de arte. Otros, á falta de condiciones sociales muy favorables, entran en ese
grupo á consecuencia de sus dotes, y otros, en fin, por un admirable esfuerzo de volun-
tad, como esos obreros que, una vez hecha su tarea, se instruyen en las universidades
populares, se apasionan por las más altas cuestiones de nuestrq tiempo, y el domingo
visitan los museos bajo la dirección de camaradas ya fervientes de arte.
Que el grupo de «elegidos» se reclute de una manera ó de otra, bástenos con saber
qu: semejante noción no es ilusoria y que corresponde á algo muy real. Sí; en arte, como
en lo demás, hay un grupo de «selectos», un pequeño numero de individuos más compe-
tente que la multitud, y sobre los juicios del cual tenemos razón en apoyarnos eco con-
fianza. Sin olvidar, sin embargo, que el hecho mismo de ser de un grupo tal ó, mejor»
de saberlo, inclina á ciertos defectos y maneras de que es bueno preservarse y tener en
cuenta.
Habrá que volver sobre este particular cuando hablemos alguna vez del arte desde el
punto de vista social y de su porvenir. Por el momento hemos demostrado que el hecho
4e emaaar de un pequefio número no puede quitar ning;úo valor á los juicios estéticos.
Carlos ^Ibert,
LA KIVnTA BLANCA -jOS

Id eslruÉrii conpríiilü de los mák y k k jMm terrestres.


Marcelino Berthe'.ot, el ilustre químico, secretario perpetuo de la Academia de Ciencias de París,
ha publicado en La Revue Scientifique un notable estudio sobre los aerolitos, del que ofrecemos i
nuestros lectores las siguientes conclusiones:

Examinemos la estructura y la composición química de los meteoritos. Su compara-


ción con las rocas terrestres suscita observaciones del más alto interés.
La composición química de los meteoritos es una de las más características. La ma-
yor parte de ellos presenta un aire de familia que se revela por la presencia del hierro
asociado al níquel. Sábese que la existencia y la estructura especial de las aleaciones
cristalizadas mezcladas al hierro, se manifiestan por diversos signos, particularmente por
esos dibujos especiales, conocidos bajo el nombre de figuras de Widmaustetten, que se
manifiestan pulimentando la superficie y tratándola por un ácido. Pero se han sacado
sobre todo indicios interesantes de la presencia de los minerales que acompañan al hie-
rro metálico en los meteoritos.
Encuéntranse en ellos, efectiramente, silicatos asociados á ciertos compuestos, con
los que esos metales están unidos al azufre y al fósforo (pirita magnética, pirrotina,
schreibersita, etc.). Pero no se halla en ellos un compuesto constituyente propio de las
rocas estratificadas, ni fósiles de origen animal ó vegetal; salvo quizá algunas señales de
compuestos hidrocarbonados en los meteoritos carbonados, tales como el de OrgueiL
No se encuentra en ellos ningtin mineral cuya formación implique reacciones originarias
en el agua. El hierro de ellos no es tampoco un peróxido. Sin embargo, no se ha reco-
nocido, lo repito, ningiín elemento extraño á los cuerpos simples conocidos del globo
terrestre, ni ningún compuesto definido que no haya sido reconocido después.
Los silicatos contenidos en los meteoritos ofrecen ese carácter general de pertenecer
al grupo de los silicatos básicos, es decir, á aquéllos que se observan en las rocas más
profundas y entre las rocas eruptivas; silicatos que no han sido despojados de una parte
de sus álcalis, bajo las influencias separadas y reunidas del agua y del ácido carbónico,
contrariamente á lo que sucede en la superficie del globo terrestre. Tales son los com-
puestos especialmente contenidos en la therzolita de los Pirineos, el peridot, sobre todo,
la piroxena y sus análogas, la enstatita, la broncita, y más raramente en la anorthita.
Daubrée, autor de esas observaciones, después de haber comprobado el estrecho pa-
rentesco de los órdenes de substancias, ha tratado de penetrar más adentro en los pro-
blemas del origen, y se ha dirigido hacia la experimentación. La parte más interesante
de sus estudios consiste en los experimentos comparados sobre la fusión de los meteori-
tos y sobre el de ciertas rocas naturales, tales como la thetzolita de los Pirineos. En
efecto, esa fusión puede intentarse con la roca que le es asimilada; ya separadamente en
uD crisol embrasado, por ejemplo; ya con el concurso de substancias oxidantes, el aire ó
el peróxido de hierro; ya con el de substancias reductrices, como el carbón ó el
hidrógeno.
La fusión sencilla es desde luego susceptible de moiificar profundamente la compo-
sición y la repartición de elementos, al determinar la reducción de una parle del com-
puesto; por ejemplo: produciendo hierro á expensas de otra porción de materias.
Ese cambio suministra ya ciertos indicios sobre los límites de temperatura, entre los
cuales la meteorita hft podido nacer ó ha podido atravesar,
3o6 LA REVISTA BLAKCA
*
Mr. üaubrée ha observado también que algunas meteoritas fundidas se cambian en
una escoria rica en peridot cristalizado y en cnstatita ú otros minerales, quedando mez-
cladas con granalla de hierro. El peridot así engendrado es un producto constante de las
operaciones. Esto es muy notable, porque el i)eridot constituye el tipo silicatado más
básico que existe á la vez en los meteoritos y en las rocas eruptivas, mientras que falta
en los terrenos estratificados sedimentarios. Si se manifiesta cómodamente en las condi-
ciones precedentes, es por la aptitud que tiene de cristalizar por fusión sencilla. Además
en densidad sobrepasa de la de lai rocas eruptivas, circunstancia correlativa de su pre
sencia en las mrts grandes profundidades accesibles del globo terrestre. Añadamos, para
completar la enumeración de las propiedades del p>eridot susceptibles de jugar un papel
en geología, que cede fácilmente una parte de sus bases (magnesia, óxido de hierro ,
bajo- la influencia del sílice en exceso, cambiándose por ello en silicatos más ácidos y
menos fusibles. Parece, pues, que el peridot sea susceptible de representar el primer pro-
ducto de oxidación del hierro y otros metales, contenidos tanto en el núcleo terrestre,
como en los cuerpos planetarios.
De semejantes deducciones no hay más que un paso á una verificación experimen-
tal. Mr. Daubrée procedió en seguida á él, sometiendo la therzolita, roca rica en peridot,
á los mismos tratamiestos que los meteoritos, y, especialmente, á la acción del hidrógeno
y el carbón. El experimento salió bien y obtuvo productos parecidos en los dos casos,
y, especialmente, la regeneración del hierro metálico en granalla?, conteniendo también
níquel, otro de los elementos de los meteoritos.
Ese experimento capital, apoyado por toda una serie de otros análogos, condujo á
Mr. Daubrée á considerar diversos meteoritos como representando diferentes grados de
oxidación de una masa inicial, compuesta principalmente de hierro. El peridot viene A.
ser así una substancia fundamental en la historia del globo, es la escoria universal, y la
historia misma de la tieria ¡se ha venido á tener por semejante hipótesis las condiciones
comunes de la historia del universo.
El estudio de los meteoritos se ha convertido en uno de los fundamentos de la
geología.
La comparación entre los meteoritos y las rocas de origen terrestre, puede aún lle-
varse mucho más lejos, hasta el estudio del mismo hierro meteórico. En efecto, el exa-
men concienzudo de las rocas y productos naturales encontrados en la superficie de la
tierra, da lugar á otras observaciones del más relevante interés.
Se ha señalado en diferentes comarcas la existencia de masas considerablei de hierro
metálico; masas atribuidas desde luego a frwri, sin pruebas directas, á caldas de meteo-
ritos de los que no se ha conservado recuerdo. Pero un estudio más detenido ha llevado,
después de algún tiempo, á suponerlas un origen puramente terrestre.
La cuestión ha sido resuelta con el descubrimiento en 1870 de masas enormes de
hierro por Nordenskiold en Ovifak (Groenlandia). A las orillas del mar encontró quince
grandes bloques metálicos, diseminados en un espacio de 50 metros cuadrados, el más
.voluminoso de los cuales pesaba cerca de 20.000 kilogramos. Una parte de esa masa
fué enviada poco después á Estokolmo y sometida á un análisis cuidadoso. Yo mismo he
podido examinar algunos trozos que me remitió el autor de este descubrimiento. Seme-
jantes fragmentos ofrecen una composición y una estructura análoga á los hierros me-
tcóricos; pero uno no podría asignarles un origen extra terrestre, porque esas masas están
asociadas á rocas eruptivas del orden de Tos basaltos.
No se tardó en reconocer algunos otros bloques enormes de hierro, reputados hasta
LA REVISTA BtAMCA 307

entonces como ineteóricos; tales como los de Santa Caterina (Brasil), de 25.000 kilogra-
mos de peso; el de Durango (Vizcaya), de 20.000; el de Canyon Diablo (Méjico), en el
que se observaron huellas de diamantes; una aleación natural de hierro y níquel se en-
contró en Nueva Zelanda, etc.
Lo que apoya esas aproximaciones, es que la mayor parte de esas masas sean, como
las de Ovifak, de rocas basálticas. Pero el examen de ellas, ya al microscopio, ya con el
auxilio del imán, ha revelado la existencia de glóbulos de hierro fundido. Eso ha llevado
á considerar esos basaltos y las masas ferruginosas que la acompañan como trozos de
cortezas internas del globo, semejanza tanto más verosímil cuanto que la densidad media
del globo terrestre es muy superior á la de las rocas de la superficie y vecina de la del
hierro metálico. El haberse hallado después masas de hierro nativo muy separadas de
los basaltos y yaciehdo sobre granitos, hace, en verdad, que toda conclusión absoluta se
considere como precipitada.
Observamos también que esos trozos de hierro nativo, así como los de hierro meteó-
rico, contienen igualmente carbono. Este hecho lleva á buscar en las masas constituti-
vas del núcleo terrestre, el origen del carbono que existe en su superficie; es decir, del
elemento principal que ha contribuido á la formación del ácido carbónico y á la consti-
tución de seres vivos.
Me será permitido recordar que he referido á una hipótesis semejante la formación
de los petróleos, carburos de hidrógeno naturales, relacionándola con la de los acetiluros
y otros carburos metálicos que he obtenido por síntesis. Los petróleos resultarán así de
la acción del agua sobre los carburos metálicos naturales que existen en las profundida-
des del globo. Esta hipótesi ha sido recogida después por Mendeleyef, que ha obtenido
una nueva confirmación por el bello estudio de los carburos metálicos preparados por
Mr. Moissan.
Tales son los hechos observados por el estudio de los aerolitos; tales son las hipóte-
sis á las cuales se refiere su origen y nacimiento; tal es el conjunto de indagaciones sin-
téticas que han venido á ser el punto de partida y que han tenido por objeto compararlas
á las rocas y materiales tcrrestes, de suministrar sobre la formación de ellos nociones más
penetrantes y una nueva luz sobre la«mísma constitución de los astros y cuerpos celes-
tes. El sistema general de nuestros conocimientos sobre la geología y sobre la astrofísica
ha recibido por él un considerable acrecentamiento.
}ñ. ^trthelot.

El placer de los oprimidos.


La apoteosis de todas las tiranías ha quedado justificada en una sola frase, que repi-
ten á menudo todos los hombres en el comienzo de sus desesperaciones diarias: «La ven-
ganza es el placer de los dioses. >
De los dioses, sí; de los dioses únicamente, y de los hombres endiosados por el reba-
no humano. La venganza se ha contado por las gentes como un recurso excepcional de
los optimates, de los superhombres de las patrias, y se les ha vinculado á ellos como un
derecho excepcional y exclusivo. Los pueblos no pueden vengarse. Los oprimidos, los
últimos, los más desnivelados, no pueden ejercitar la venganza. ¿Con qué derecho) ^Quié-
nes son? ¿Qué representan? Como cuerpos físicos, como objetos sociales, son demasiado
¿0& L* BVIIT4 MLUtCA

insignificantes; carecen de un peso y una fuerza apreciable para exigir la continuación


del equilibrio que rompa cualquier tirano, desde el zar de las Rusias al portero engreído
y autoritario de la casa de un noble. Los pobres y los últimos no tienen derecho á la ven-
ganza, porque ni pesan ni representan nada en el conglomerado de cuerpos que consti-
tuyen el cuerpo social. Las injusticias sobre los pequeños no tienen importancia; sus vo-
ces son débiles y no alcanzan á la altura de donde partió el rayo de la injusticia y del
abuso. •
No; no se dice así, con esta brutalidad y esta franqueza, pero se obra en consonancia
con semejante opinión por los burgueses y los tiranos del mundo. Es más; si en cualquier
ejecución de un tirano, en vez de intervenir un calificado oprimido, uno de esos acumu-
ladores de todas las injusticias de su época, de todas las opresiones conocidas, intervi-
niese un hombre de más resistencia social, mejor vestido, más retribuido y menos lesio-
nado en su ideal de justicia é igualdad, es seguro que la canalla que aguarda la salida
del último periódico para gozarse con el relato deV último crimen, tuviese más piedad
para el nivelador que protesta, que cuando se trata de un desgraciado sin clase.
Un vengador ilustrado, menos desiquilibrado en la lucha económica que Caserío ó
Angiolillo, provocará menos odio entre los tolerantes de la desigualdad, que si semejante
ejecución la comete cualquiera de estos hombres. Si mañana, cualquiera de esoj sublimes
ilusos, como piadosamente se llama á los sabios que simpatizan con el ideal anarquista,
harto de esperar este lento resbalar de la evolución hacia su idea, la empujase por la pen-
diente con un hecho de fuerza, es seguro que lograría una mirada de compasión de la
pandilla odiosa y que conquistaría una cantidad respetable de discípulos.
El hecho ha de ocurrir.
El nombre del primer vengador ha quedado olvidado para los hombres. Fué el mis
desigualado, el más oprimido de todos. Pesaba muy poco para sus opresores para apre-
ciar su separación de ellos. Los vengadores siguientes ya dejaron sus nombres, y Espar-
taco, Aristógitónj Harmodio y Tousaint de Loverture significan algo. Pero un e.'iclavo,
dos hombres y un pobre negro, ¿qué valen para el resto de los hombres? ¿Eran propieta-
rios, poseían algún título oficial siquiera? Eran hombres, hombres como esos que conocen
las criadas burguesas: los únicos hombres; hombres «in afeitar, sin botas charoladas, sin
un traje correcto, sin ese tubo de felpa que da el título de caballero á las cabezas donde
se coloca.
Cuando la ejecución de un tirano la lleve á cabo un caballero ó un gran hombre del
mundo oficial, un cualquiera de los grandes políticos, arrepentido de pronto de sus erro-
res sociales, un sabio de esos que llenan con su nombre un período en la ciencia, enton-
ces... entonces, aunque ese pobre anarquista sea declarado loco, alcanzará para los que no
creen en la locura un poco de compasión y de piedad, porque á las clases superiores les
ha de parecer más hermano que un obrero sin trabajo que desempeñe idéntico papel.
¡Ah, el día en que los sabios, en que los grandes creyentes en la inmediata justicia
pierdan por completo la esperanzal Ese día será terrible para todos los tiranos y todos los
opresores del mundo, porque no habrá policía ni fuerza de ninguna especie que impida
la explosión de un cereljro. La últ'ma bomba, la más grande y colosal, la más prepotente
de todas, la más mansa é inofensiva al parecer, porque sin mecha aparente no se reco-
nocerá por cualquiera. Una voz bastará para que explote y para que el último y verdadero
Cristo se crucifique en el espacio con los buenos y los malos ladrones que le rodeen.
Nos vamos aproximando al lugar del suplicio. Los grandes desesperados son seres
inteligentes, sabios sin esperanza. Vaillant era un discípulo de Spencer, y desde Vaillant
LA RBVIBTA BLANCA 309'

al vengador de Plehve, ninguno de esos bravos vengadores há pertenecido á un hombre


que careciese de cultura. No fueron sabios creadores de una máquina ó de un sistema,
pero fueron los nuncios y los correos del primer renovador que ha de venir cualquier
día, cuando uno de sus opresores que se reparten el mundo extreme su crueldad.
Esos pobres y esos desesperados harán el bien de los hombres. J^a gloria y el placer
de los oprimidos está en dejar á falta de bienes y riquezas materiales más despejado el
campo para todos los hombres que son sus herederos.
El placer de los oprimidos es la ejecución de los tiranos; si se quita á los desigualados
ese placer, esa compensación y restablecimiento del equilibrio, habrá que darles la feli-
cidad que usurpan los demás hombres.
¡Rafael Urbarjo.

^ S C do AStroxioxxiL€u
IV
LÍOS planetas inteHopes.
Dirigiendo nuestro vr.elo hacia el sol, no extendiendo nuestras alas á la luz, porque
seiía demasiado despacio para el viaje que proyectamos, sino de nuestro pensamiento,
la primer isla que aparece en el éter imponderable es el planeta Mercurio.
Mercurio boga con una velocidad de 46 kilómetros 811 por segundo, y tarda ochenta
y siete días, veintitrés horas, quince minutos y cuarenta y seis segundos en recorrer su
órbita de 356 millones de kilómetros, que se halla á una distancia media de 56 millones
de kilómetros del Sol.
El afio mercuriano es, por consecuencia, cerca de ochenta y ocho días terrestres, y
como este planeta, semejante á la Luna respecto de la tierra, ofrece siempre el mismo
lado frente al astro radiante, no cuenta para sí más que un día en su afto. Hasta ahora
no ha podido señalarse la presencia de ningún satélite que gravite á su alrededor.
El diámetro de Mercurio es de 4.800 kilómetros, y su circunferencia de 12.120. Su
volumen es diez y nueve veces mayor que el tie la Tierra, y su peso unas diez y seis veces
más pequeño. La pesadez de su superficie es la mitad más débil que ésta, y la densidad
de los materiales de que está constituido es VK más fuerte. La atmósfera de este pequeño
mundo es más densa y elevada que la nuestra, y su topografía nos es desconocida por
completo en la actualidad. " ^
Pretender sacar de estos datos, absolutamente insuficientes, una conclusión sobre los
eventuales habitantes de Mercurio, sería evidentemente prematuro, y lo mismo que la
pregunta: «(Mercurio ená habitado por seres análogos á nosotros?», es puramente
ociosa.
Sin embargo, después que las ciencias han demostrado que no hay ninguna línea divi-
soria absoluta entre la naturaleza inorgánica y la naturaleza orgánica, y que el análisis
espectral ha revelado, no solamente el origen común de todos los planetas, así como la
unidad constitutiva del universo, es cierto que la hipótesis de la pluralidad de los mun-
dos habitados es un hecho rigurosamente científico. Está además fuera de duda que cada
estrella es un laboratorio, ea el que se preparan los elementos de la yida órgAnica, y qiie
cada planeta, salvo algunos accidentes, es, ha sido ó puede llegar á ser, un hopj: de vida
variada y múltiple.
*
5IO Uk RXVurA HUMCA

Regresando del Sol, el segundo planeta que encontramos sobre nuestro camino es
Venus.
La estrella de la mafiana y de la tarde gravita alrededor del astro del día á una dis-
tancia media de io8 millones de kilómetros, con una velocidad de 34 kilómetros, 600
por segundo, y emplea doscientos veinticuatro días ' / u en recorrer su órbita casi cir-
cular j larga 672 millones de kilómetros.
El año de Venus es, por consiguiente, de doscientos veinticuatro días y '/lo de los
nuestros.
Por lo que se refiere á la duración de los días de cada uno, todavía no hay un acuer-
do definitivo.
En 1866 Cassini dedujo que Venus gira sobre sí en veintitrés horas y quince minu-
tos. Esta opinión, generalmente aceptada, fué puesta en duda por el astrónomo Schia-
parelli, quien pretende que nuestro vecino planeta verifica su movimiento de traslación
alrededor del Sol, presentándole constantemente la misma superficie, lo que hace que la
duración del afío (viaje alrededor del Sol) sea igual á su día (movimiento del planeta so-
bre su propio eje).
No parece, sin embargo, que sea así. A pesar de las dificultades inusitadas que pre-
senta la observación de Venus á consecuencia de su brülo y de las irregularidades ob-
servables en su disco Mr. Belopolski, del Observatorio de San Petersburgo, ha podido
comprobar en 1901 que la rotación de Venus era de veinticuatro á veinticinco horas, se-
gún el cambio de las rayas del espectro. El descubrimiento de Mr. Belopolski confirma
la opinión emitida sobre este mismo respecto por Camilo Klammarión en 1898. Parece
probable que Venus gira sobre su propio eje, como la Tierra y Marte, y en un tiempo
sensiblemente igual.
Tampoco se ha observado hasta el presente la presencia de ningún satélite.
El diámetro de Venus es casi igual al de la Tierra, es de ia.700 kilómetros; su peri-
feria es de 39.880 kilómetros. La densidad de los materiales que lo componen y la pesa-
dez de su superficie no son sino un poco menores que las nuestras. Su atmósfera está
formada por gases como los nuestros, únicamente en densidad es doble, lo que debe ten-
der también á igualar con la nuestra su temperatura, que recibe del Sol, el que ofrece
desde Venus un diámetro aparente de 43, mientras que sólo es de 32,3 desde aquí. Casi
dos veces más calor que en la Tierra.
Añadamos aún, para terminar este capítulo, que los planetas interiores Venus y Mer-
curio nos ofrecen, como la Luna, sus fases, que corresponden á las posiciones que ocu-
pan alrededor del Sol respecto de nosotros, y que, anegados en la luz del astro del día,
aunque más próximos, nos son menos conocidos que los planetas exteriores de nuestro
mundo solar; esto es, los que giran más allá de la órbita de la Tierra.
f«derico Sfackelbtrg-

LITERHTüRfl IKTERNfleieNHL
Temporada teatral de I903*I90«. en Italia.
Antes que Brieux, el dramaturgo francés, di«e á la escena su oVa Materniié, se es-
trenó en Italia, con el mismo título, un drama de Roberto Braceo. En nada se parecen,
sin embargo, esas dos piezas. Al paso que Brieux fulmina contra el desamparo en que
d q a la aockdad á la mi^et que da á luz un ntfio sin padre legal, Roberto Braceo estudia-
c ^ faétm, ti ÍO^BIO ét poteúte maütetaií y la iaaportancia secundaria que, en el seno
LA kBVIStA UJIMCA 3tl

de la mujer, tiene la paternidad. De ello se desprende que el niño corresponde á la madre.


Tendría que liberarse, pues, socialmente, á la mujer de los convencionalismos de nombre,
de honra y garantirle el respeto del mundo y los medios de conservación para el niflo
que dé á luz, haciendo caso omiso del capricho ó de la voluntad del engendrador. En la
obra del dramaturgo napolitano campea la audacia paradójica, sin que ello sea en me-
noscabo de 1.1 inspiración lírica ni del humorismo del mismo. Se siente, en su obra, el
hábito de una poesía apasionada por la humanidad y, sobre todo, por la mujer. Braceo
es un feminista sin sectarismo. A su arte, como al de Giacosa, se debe la exportación de
la actual dramaturgia italiana al extranjero.
De Marco Praga, el autor de AlUluia, se estrenó la Ondina. Un joven de mediana ele-
vación intelectual, aún respetuoso para nimios convencionalismos sociales, se enamora
de una bailarina que nunca tuvo amante-, preciase de corregir los vicios de educación y
las costumbres de su querida, casándose con ella. Pero este matrimonio, lo mismo para
él que para ella, da lugar á un desastre. Aunque honrada y fi'l, la bailarina no puede
prescindir de su propio medio, ni dejar de visitar á sus amigas ni renunciar á las frivoli-
daces pueriles de su pasada existencia. Esto hace sufrir lo indecible á su e?poso; pero
éste es débil, se halla enfermo y no puede dominarla moralmente. Por esto se entregí,
contra ella, á brutalidades, lo cual obliga á su cara mitad á abandonar el domicilio con-
yugal una noche que él la abofetea. Un bondadoso amigo logra, sin embargo, hacerla
reintegrar en casa de su esposo, á pesar de lo cual no renace allí la paz. Empeora el ma-
rido y ella, resignada, le cuida con cierta dulzura. Como el amigo se halla casi siempre
presente, acaba ella por decirle que le ama. Ambos prometen casarse para cuando el
marido hayii muerto.
Esta obra revela un perfecto sentido de la realidad humana, en la primera parte, hasta
la escena del bofetón, que acarrea la ruptura; pero en la segunda el autor recarga la nota.
Marco Praga se preocupa, no de la literatura por la literatura, sino de la verdad por la
verdad: no es, como d'Annunzio, un estetista brillante, deslumbroidor y vacío, que ciega
con su magnificencia. Ha sabido rodear con una atmósfera vaporosa de sentimentalismo
conmovedor el pacto amoroso que hace la bailarina, mientras aguarda la muerte de su
marido-, atenuando así la triste revelación de realidad brutal que envuelve para el público
su proceder.
D'Annunzio, con su tragedia pastoril La Hija de Jorio, ha alcanzado su primer triun-
fo en la escena; sus anteriores piezas, harto emperifolladas, carecían de vida y de sangre.
El asunto de La Hija de Jorio no es, sin embargo, de la propia cosecha de d'.\nnun
zio, el cual lo tomó de un cuadro de Michetti, su amigo, su Mefistófeles y su mentor en
cosas de arte y de amores. Ha engalanado ese tema popular con coplas populares, y ya
es sabido el mágico asimilador que es d'Annunzio de lo que no es suyo: verdadero fenó-
meno de adaptación literaria; actor de las letras que personifica todos los papeles, sin vi-
vir ni hacer vivir personalmente alguno.
Por primera Vez, con esta obra trágica, d'Annunzio ha dado muestras de simplicidad,
de naturalidad y de ingenuidad, lo que ha hecho el triunfo de La Hija de Jorio. La obra,
además, se desarrolla con rapidez, con vigor y hasta con brutalidad, lo que hace las ve-
ces de acción. Ha sido un triunfo, pues, un accidente fortuito en la carrera teatral del
autor del Intermezzo.
En Maridos fíeles, Tratessi pinta, con finura y penetración, los medios elegantes ita-
lianos, lo que hace de él un autor de salón. De Butti se estrenó E¡ Cuclillo, comedia tam-
bién brillante. El Cuclillo es un audaz adolescente, hijo de un viudo que corteja á una
viuda. Ese petimetre pasea su elegancia en un balneario, entre su padre y la hechicera
viuda, haciéndolo con tal arte, que consigue obtener los favjres de la billa dara.\. El
papá queda liquidado.
Y nada más %t estrenó que valga la pena de ser mentado.
* •*
La princesa d'Erminge, novela, por Marcel Prevost. París.
En Varis, si se quiere tener un nombre sonado—como ocurre en Londres, en Berlín,
en Madrid y donde quiera florezca esa superchería de la civilización moderna—, hay que
adular y acatar las influencias mundanas. Naturalmente, cuando un autor tiene la fuerza
312 LA REVISTA BLAHCA

hercúlea de un genio, envía al traste todo ese amasijo de tonterías convencionales, y con
sólo el poder titánico de su mente, triunfa. Pero eso del genio escasea tanto como la sin-
ceridad entre la gente grande; sólo los chicos, la gente menuda, son en verdad los genios
de la vida, por sus agudezas, sus travesuras y sus verdades exentas de disimulo.
Marcel Prevost no es un genio, sino un literato... de los listos. Quiere conciliar lo in-
conciliable: las ideas viejas con las ideas nuevas, y no nos da, cual dicen los fabricantes
de chulerías, ni chicha ni limoná. Todo eso de la trastienda moderna—como no es otra
cosa el arte de Prevost y sus congéneres—, tiene por causa el vellocino de oro, el aborre-
cido y adorado dinero: se hace hoy literatura por medrar, no por ennoblecer.
Prevost ha tratado, no sólo con simpatía, sino con embeleso, del estúpido festín, sin
interrupción y sin generosidad, que es la vida mundana de Paris, en La princesa d'hrmin-
ge, á todo lo cual, con ladina trastienda, ha dado cierto tinte de filosofía revolucionaria.
Pretende pintar la parte de la «vida de París, hecha de arte y de escándalo, de amor y de
negocios, de miseria negra y de insolente elegancia», todo loque á su juicio, mediano
juicio, envuelve el parisianismo u'.tra moderno. Y nos da, en realidad, un pastel... de
nuevo-estilo (nada más antiartístico existe—como padrón de ineptos—que el nuevo estilo).
Con cursilería moralista—esto es, divorciado de la moral sin trabas, nos presenta á
la princesa Arlette d'Erminge, al príncipe Cristian —su infiel esposo, al vizconde Remi
de Laserrada, su desgraciado amante, y á la condesa Magdalena de Guivre, su rival. Con
tal motivo - n o faltaba más—desenvuelve la madeja—¡oh áurea madejal—de la escolás-
tica femenina... que tan del gusto es de los buduards, de los salones y de los dormito-
rios que, por artes de la sierpe paradisíaca, hacen la ley á cierta parte de París, del llano
París. La coquetería es, en verdad, la suprema sabiduría... para ese costurero de la lite-
ratura, que es Prevost.
Y vamos al argumento, lector, para que no barruntes que, por paradoja, me deleite
yo en las fruslerías de ese Prevots. El príncipe Cristian de Erminge, menesteroso de di-
nero, se casa con Mlle. Arlette de Gudére, hija de un acaudalado financiero que quiebra
después, para eso de la providencia... de los malos literatos, y el casamiento, además, lo
hace el príncipe—en loor del respeto maternal—por orden y gracia de su apergaminada y
ridicula madre, con ridiculez de abolengo, la princesa Carlota Guillermina. Arlette es
frágil de cuerpo, como un lirio, y delicada de alma como un anhelo de doncella que no
ha estado en convento alguno. El príncipe Cristian, como indómito príncipe, no puede
tolerar ninguna cadena, y eso 61 que, .con sus privilegios, encadenara á tantos fauto-
res de su bienandanza. Es guapo, robusto y, sobre todo, brutal, que es lo que más place
á las hembras... distinguidas. Se casa, no sólo por eso de los monises, sino también para
perpetuar, es un decir, su dinastía y para conservar, además, á su querida .Migdalena de
Buzet-Raincy, avispada viuda del conde de Guivre, pira salvar las apariencias del adul-
terio correcto. (En París, entre la gente mundana, hay que vivir bajo la ley de la correc-
ción, suprema mixtificación.) El arte de Magdalena—fruto maduro del parisianismo—,
consiste en dominar y amansar á la fiera, que es el príncipe Cristian. Es esta una psicolo-
gía—que nos permita decirlo l'revost—de las mis rudimentarias, sobadas y, con exceso,
cursis.
Casada la princesa de Erminge así, esto es, sin el homenaje conyugal que la debe su
esposo, busca los solaces amorosos en brazos del lindo mancebo y de la ligera cabeza,
que es el vizconde de Lasserrade, ideal de mundanas, semimundanas y mujeres, en mal/
de doncel... cruel.
Esto, naturalmente, para un psicólogo de lógica baladf, es inconstante y pasa á ser,
también, el querido más requerido de la dúplice Magdalena de Guivre, á quien Cristian
quiere más que á su esposa... legal y pecuniaria. De ahí proviene luego, con perfecto co-
rolario sentimental y brutal, el lance entre ese galancete, Remy de Lasserrade, y el fiero
príncipe Cristian, con el asesinato—en el propio duelo—de! primero.
Mas el tronco de la obra no es esto: el ladino Prevost no quería resultar tan trivial y
se las dio de socialmcnte subversivo... mas ¡cuan moderado! Pues la princesa d'Erminge,
la esposa de Cristian, quedó encinta de Lasserrade, cuando éste—con la donosa ligereza
del perfecto Don Juan de esa gente—\& abandonó por la felina Magdalena de Guivre,
causa del duelo. Y Arlette d'Erminge no es dada á hipocresías mundanas, y confiesa con
lealtad su estado interesante al príncipe, que la engaña, como hemos dicho, á su vez, Y
LA RXVIITA BLANCA 3'3

el príncipe se sulfura con la mayor indignación, y echa de su casa á la princesa con la


mayor brutalidad, sobre todo porque el padre de ella quebró después del matrimonio y
no le aporta la desvalida mujer—verdadero lirio en este valle social—la dote que hubie-
ra de disculpar los vestidos de ella, que le salen tan caros, y los vicios mundanos de él,
que no le salen menos costosos. Y la princesa, herida en lo más profundo de su alma
recta, cursilmente recta—pues no es revolucionaria con osadía—se larga en silencio á
ocultar en secreto el fruto de sus entrañas y del Reray que muere en duelo, al cual, des-
pués de morir, llora ella con el mayor cursilismo cristiano. Y esa princesa, en su retiro,
es sostenida por su ex doncella, que hace de modista, y por su renta de 2.000 francos
anuales, consolándola á lo último su primo el filósofo, harto contemporizador.
Tal es la últiiua novela de Prevost, cpn la que no hay que dejarse engatusar.
•Suciano Jifaupin-
* Pcrfi I Noviembre 1904.
——^BW» • ^ — Í M — — ,

RBS:P01srS^BIXjIIDA.IDBS
D R A M A EM CUATRO A C T O S
( CONTINUACIÓN )

COMISARIO JORGE V JULIETA


(Sentenciosamente.) Sabed que la justicia no (Asustados.) ¡Tapa!
tiene pretexto, sino motivos, iMotivos graves! RENAUD
Estáis acusado de formar parte de una aso- (Dominándose, tranquilo.) ¡Hagan ustedes
ciación de malhechores. lo que quieran! ¡Revuélvanlo todo! Deshagan
MME. KEMAUD mi cama, muévanla en todos sentidos, arriba,
¡Una asociación de malhechoresl |Mi ma- abajo. ¡Sois los más fuertes!
rido formando parte de una asociación de COMISARIO
malhechoresl ¡Estáis loco, sefior Comisario! Obramos en virtud de la ley.
Renaud es un hombre honrado. Y sin las es- RENAUD
t úpidas
. ideas que tiene dentro de la cabeza (Encogiéndose de hombros.) Yo quisiera saber
y que son la verdadera razón porque le bus- lo que pesaba la ley si no tuvieseis la fuerza.
cáis, nadie tiene que reprocharle nada. |Lo Y puesto que lá tenéis, no he de discutir con
oís! vosotros. Obrad como queráis. Yo no respon
COMISARIO derémás.
(Ligeramente cotuiliador.) Os conmino, se- COMISARIO
fiora, á medir vuestras palabras frente á un Está bien. Estáis sefialado como anarquista
magistrado con funciones. Si no, tendré que militante. Por lo demás, vos mismo lo habéis
tomar medidas contra usted. Son, justamen- oído ahora, vuestra mujer lo reconocía: sois
te, sus opiniones anarquistas, que son las partidario de esas teorías detestables, que
'deas de los malhechores y que fuerzan á la tienden nada menos que á negar toda auto -
sociedad á tomar sus medidas contra aque- ridad social...
llos que las profesan. AGENTE I."
RENAUD (Que viene de registrar la cómoda.) Un pa-
(Ve á la policía que te rodea, hace un gesto quete de cartas.
para echarse sobre ellos, pero los que están tras COMISARIO
^ ti, se lo impiden, reteniéndole\ cada uno por (Cogiéndolo) ¡Veamos! (viéndolas.) ¡Calla!
**n brazo.) ¡Soy yo el que es un malhechor ¡calla! ¿Quién es éste, este Thierry que os re-
COMISARIO comiendan? (Renaud le mira y le vuelve la es-
En vuestro propio interés, os ruego no me palda.) ¡Yo os pregunto! (Renaud permanete
obliguéis á usar de violencias contra usted callado.) '
3'4 LA REVISTA BLANCA

MME. RENAUD RENAUD


Puesto que tenéis la carta, no tenéis más Creía que sólo traíais orden de registrar.
que leerla. Bien veis que este es un país en C0.MISARIO
que se recomienda para el trabajo. (Sacando un papel del bolsillo.) HE aquí un
COMISARIO segundo auto de prisión, cuya instrucción se
Veremos de colocarla en el apartado. Ya dsja á mi aprecio, aplicarle 6 no, según los
lo esclareceremos. ¿Y quién es ese Thierry? resultados del registro. Vuestra afiliación al
AGENTE 2.° ¡ partido anarquista, de la que he podido dar-
(Que viene de la segunda habitación, trae al- me cuenta, no deja duda alguna, y os arresto.
gunos libros y periódicos.') ¡Ved qué títulos tan1 (La aprehensión debe indicarse por el juego
sugestivos! La propaganda revolucionaria. \ de los actores, teniendo cuidado de tío llegai 'á
Táctica anarquista, El partido obrero y la re- . la carga)
volución. REN'ALD
COMISARIO (Conteniéndose.) No os hace falta gran cosa
(Uniendo los libros á las cartas.) Está bien para constituir cargos. Pero no se discute
eso. Hace bastante. (Viendo que el registro ha con la fuerza. Llevadme, puesto que tal es
terminado.; ¿Ha terminado? ¿Han registrado vuestro placer.
ustedes todo? MME. RENAUD
L o s AGENTE.S ¿Pero no te dejarás llevar? (Al comisario.)
Sí, seftor; todo. ¿Qué va á ser de mis hijos si lo detenéis? ¡No
COMISARIO hagáis caso de lo que he dicho! Yo estoy loca.
(Indicando un cofrecillo sobre la cómoda.) ¿Y Que mi hombre piensa como quiere, ¿es que
eso? ¿Se ha visto lo que hay dentro? no tiene derecho para ello? Vivimos en una
AGENTE I.° República. ¿Es que en la República no se
¡Calla! ¡No había reparado! [Lo coge con tiene el derecho de pensar como uno quiera?
precaución y trata de abrirlo.) Está cerrado Si sus ideas nos hacen daño, eso no importa
con llave. (Deja con prudencia el cofre.) Pues- á nadie más que á nosotros, después de todo.
to que no se sabe... C0.MISAR10
COMISARIO Yo ejecuto las órdenes que he recibido.
(/f Renaud.) ¿Qué hay en ese cofre? Concluyamos.
RENAUD MME. RENAUD
(Con ironía.) Abridlo.
(Echándose al cuello de Renaud.) No; no os
COMISARIO
le lleváis. No ha hecho nada y es preciso que
{Nervioso.) ¡Abrirlo yol coman mis hijos. (^4 los niños.) Se quieren
RENAUD
llevar á vuestro padre, ponerlo preso. Vos-
No estoy pagado para daros gusto. {A su otros no le dejaréis marchar, ¿no es cierto?
mujer.) Dales las llaves, serían capaces de JORGE Y JULIETA
romperlo. (Mme. Renaud coge una llavecita (Se estrechan contra su padre.) ¡Papa! No
de una taza y se la entrega al comüsario, que queremos que te lleven.
la coge y duda si abrir ó no abrir.) JULIETA
COMISARIO Papaíto, no sigas á esos hombres feos. Son
¿No queréis abrirla vos mismo? Bien, la malos.
llevará uno. (A uno de los agentes.) Tomadla, COMISARIO
y cuidado con sacudirla. {El agente la coge (Arrogante.) Es ridicula esta comedia. (A
temeroso, mientras el comisario empaqueta las Mme. Renaud.) Si no hacéis callar á vuestros
cartas y los libros. Cuando ha terminado, d niños, 08 detendré también. (A los agentes.)
Renaud:) Me veo en la necesidad de arres- Vamos, acabemos.
taros. RENAUD
(Mirando fijamente d los agentes, que hacen
LA RIVIStA BLAMCA .^^5

"« movitniento para apresarle.) No me to- LA PORTERA


quéis. (Tratando de calmar á los niños.) Va- Pues debe usted saber que no debe tocarse
mos, queridos, sed razonables. No lloréis. Yo á un suicida antes de que se presente el co-
volveré en seguida. (Toma á Jorge en brazos misario. Si después hay alguna historia, no
y le abraza.) Sé bueno con tu madre, mi pe- diga usted que no lo he advertido. Yo me
queño Jorge; obedécela. {Deja al niño y toma lavo las manos. [Se detiene á la entrada.)
á la niña.) Y lú, Julieta, continúa siendo DURIER
buena. {Abraza d su mujer.) Y tú, mi pobre (Desde dentro del cuarto.) Bueno, bueno.
vieja, ¿qué va á ser de ti? Vosotros sois los Todo va á mi cargo. (A las vecinas que lé
que vais á sufrir más ahí dentro. ¡Mi sueñO' ayudan) Desnudarlos y friccionarlos.
sin embargo, erahacercs más dichosos! (JFíac^ MME. BALLIVET
un esfuerzo para no enternecerse. Al comisa- {Parándose en la tuerta.) <Qué es lo que
rio.) Vamos; estoy pronto. ocurre, señora Torlet?
{Los policías rodean d Renaud, que sale con LA PORTERA
ellos. Mme. Renaud se precipita hacia la puer- (Haciendo grandes gestos.) Es usted, señora
ta y grita con angustia: Ballivet. Ya me veis toda sofocada. Ved, un
MME RENAUD suceso én la casa. ¡Ah, no faltaba más que
¡Renaudl ¡Esposo! {Vuelve, se deja caer so- estol La señora Renaud que se ha asfixiado
bre una silla, toma d sus hijos en los brazos y
llora.) ¡Hijos míos, qué va á s^r de nosotrosl
ACTO SEatTNDO
La misma decoración que en el acto anterior-
TKl.ON Un poco menos decorada, pues Í Í ve que todo
ESCENA III lo que ha podido pasar á manos del trapero ha
Dichos, la Portera y luego Mme, BalUvet. pasado. Mme. Renaud yace en la cama, sin
LA PORTERA colchón, con los dos niños abrazada. Un brase-
(Que llega sofocada.) ¡AK, Dios míol ¡Qué ro casi apagado se consume en medio de la ha''
bitación. Transcurren algunos momentos entre
desgracia! ¡Esta pobre señora Renaud! la primer escena y la subida del telón.
DURIER
{A las vecinas.) Es menester trasladarlos 1 ESCENA PRIMERA
otra habitación donde el aire sea más puro. Mme. Keuaacl y los dos niños aoostados
Vamos, señoras, hagan ustedes el favor de en la oama.
ayudarme á llevarlas lo más pronto posible. (Se oye golpear en la puerta, vuelven d lla-
{Las vecinas avanzan) mar y luego más fuerte. Se oyen abrir puertas
en el corredor y un ruido de voces de mujeres.
LA PORTERA
Suena un golpe más fuerte que los otros.)
Va á venir el comisario. Yo he enviado á DURIER
mi chico áque lo avise. Y es preciso no to-
{Desde fuera.) ¡Señora Renaudl... {Silencio.
carlos antes de que venga.
DURIER
Nuevo ruido de voces.)
(Con rudeza) ¡No estáis poco loca! Cree us UNA VOZ DE MUJER
ted qfle voy á esperar cuando la vida puede Seguramente está en casa. Yo no la he
depender de un momento, de la prontitud oído salir. Esta mañana vino su niña á pe-
con que se prodiguen los cuidados necesa- dirme un cojedor de carbón; y después de
rios. (/í/a Vecina T.») Coged, señora, coged eso no les he oído removerse.
á Mme Renaud por las piernas, mientras yo DURIER
la cojo por los brazos. {La vecina ha¿e como (Desdefuera.) ¡Señora Renaudl {Silencio.
ti dice. A las otras dos) Ustedes, señoras, co- Otro golpe en la puerta.) ¡Señora Renaud!
jan á los niños. (Z<7í vecinas y Durier traspa- {Otro golpe.) Tanto peor, hundiré la puerU.
lan al otro cuarto d las víctimas y la portera {La puerta cruje bajo el empuje. (Seguramente
les sigue.) una desgracia. Huele á carbón. ¡Señora Re-
3i« LA RIVISTA BLASCÁ.

naud! {La pueria cruje de nuevo. Al fin cede. LA PORTERA


Durier, seguido de tres vecinas, eníraprecipita- (Yéndose ÍOH Mme. Ballivet.) ¿El más cerca
damente.) de aquf? Yo creo que es Choursky, sabe us-
ESCENA n ted... en la Avenida... á la izquierda.
Durier, Vecina 1.', Vecina 2.» UNA DE LAS VECINAS
7 Vecina 3.* (De la otra habitación.) Parece que se ha
DURIER movido Mme. Renaud.
(Se detiene ante el lecho. Las vecinas quedan DURIER
en la puerta.) Es lo que temía. Se ha asfixia- Quizá se les podrá salvar, (Pasa al cuarto.)
do. (Corre hacia la venianay la abre violenta- Sí, parece que la piel se colorea. Sigan uste-
ptente, vuelve á la cama y examina á ¡os niños.)des frotando mientras yo la muevo los brazos.
¡Nadal (Toma d Mme. Renaud) ¡Nada! ¡Siem- ESCENA IV
pre nada! ¿Habremos llegado tarde? 17n mnchacho. Comisario 2.°, el Secreta-
con sus dos niños. Y además, un señor que rio, Agente 3." y la Portera.
está atal dentro, que manda y ordena, sin UN MUCHACHO
querer esperar al comisario, á quien he man. (Asomando por la puerta.) Es aquí, señor
dado llamar. (Durier vuelve y las vecinas s- comisario.
quedan en la otra habitación^ COMISARIO 2.°
DURIFR (Entra seguido del Secretario y del Agen-
¡No tengan ustedes miedo en frotar! ¡No te 3.°) En efecto, huele aquí á carbón... No
dejarlos! ¡Friccionarlos siempre! Se ha visto se respira el lujo... ¿Hay alguien?
á muchos asfixiados y ahogados volver en sf E L SECRETARIO
después de algunas horas de cuidado. Mo- (Avanza y designa la puerta de otro cuarto.)
verlos también los brazos, para despertar la Hay otra habitación, señor comisario. Se oye
función de los pulmones. (A la porteta.) Será ruido.
inútil buscar aquí alcohol ó vinagre (Dándo- UN MUCHACHO
la dinero^ Tenéis la obligación de ir á bus- (Acercándose á la puerta del otro cuarto.)
carlo. Usted ha hecho llamar al comisario. ¡Madre! Es el comisario.
¿Ha pensado usted al menos en ir á buscar LA PORTERA
á un médico? (Corriendo hacia el muchacho.) No se te
LA PORTERA caerá la lengua de decir señor. Anda á la
¡Un médico! No; no he pensado en ello. portería. (El muchacho sale. Al comisario con
DURIER volubilidad.) No hace falta enseñarle á ser
{Encogiéndose de hombres^ Está bien eso. bien educado. Esto es una horrorosa desgra-
Como si un médico no fuese más preciso que cia, señor comisario. Con sus dos niñOs tam-
el comisario. (A si misma.) ¡Oh, siglo de las bién. ¿Quién habría pensado en eso? Pero se
luces! (A la portera.) No siendo yo del barrio espera salvarla. Ha sido uno de sus amigos
no sé donde encontrar uno. Es menester que el que ha forzado la puerta. Yo no quería que
usted se encargue de encontrarlo; cualquiera, se tocara nada antes de llegar usted; pero ese
el más próximo. Si hay una probabilidad de seflor ha hecho y deshecho como si fuese su
salvarlos no hay tiempo que perder. casa.
LA PORTERA COMISARIO 2.°
Es que yo no puedo abandonar mi puesto. Ha hecho bien. Hay que tratar de salvar-
Yo >i puedo ir á buscar el alcohol. Hay un los si aún hay tiempo. Pero decidme, ¿cómo
comerciante de vinos en la caSa. Quizá ma. ha ocurrido esto?
dame Ballivet querrá ir en busca del médico. LA PORTERA
MMB. BALUVET Es una vecina, Mme. Renaud, que se ha
SI. <Cuál es el más cercano? asfixiado con sus dos niños.
LA XtVllTA BLAMC* 317

COMISARIO a.* EL SECRETARIO


Bieu. jSe les ha auxiliado? |Ah, su marido está presol... ¿Y por qué
LA PORTERA delito está preso?
Sí. {Indicando la segunda habitación). Ahí LA PORTERA
hay unas vecinas con ese señor. No sé nada... Creo que por política.
COMISARIO 2.° EL SECRETARIO
Entonces, <no están muertos? [Ya, ya! Será un anarquista, estoy seguro,
LA PORTERA ese Renaud. Ya nos dan bastante trabajo
Creo que la madre se ha movido; pfcro yo como éste, sin que se mezclen sus mujeres.
temo que los niños... LA PORTERA
COMISARIO 2.° ¡Pobre íeñor Renaud! ¿Qué va á ser de él
¿Se ha llamado á un médico, por lo me- cuando se entere de esto? ¡El que quiere tinto
nos? á sus niños!
ESCENA V EL SECRETARIO
Oomlsario S.o, la Portera, el Secretario, Pfft... ¡Un anarquista!
el Agente 3.° y el nédioo. LA PORTERA
LA PORTERA Yo, ya sabéis, no sé aada de poUti¿a: anar-
Sí, señor; una vecina ha ido á... {Se detiene quistas, socialistas, realistas; yo creo que los
viendo entrar al médico.) Justamente está pobres como nosotros valdría más que se
aquí. ocupasen de sus quehaceres que atiborrante
EL MÉDICO de esas historias, en las que sólo sacan partido
{Seguido de Mme. Balltvet) Aquí me te- los pillos. Yo no sé lo que era el señor Re-
néis, señor comisario. naud. Jamás oí hablar de política á ese hom-
COMISARIO 2.' bre. Pero era una buena persona; jamás hacía
{Saludándole.) y a. sahéxi, pues, de'lo que ruido. |Y lo que amaba á su familia!... Había
se trata, señor doctor. Un suicidio. Las vícti- que verlo. 4SÍ mueren los niños, cuando lo
mas están en esa otra pieza. Si quiere usted sepa va á recibir un golpe terrible!
tomarse la molestia de entrar. {El doctor pasa E L SECRETARIO
al cuarto, eomo Mme. BaUivet. El comisario Y si amaba tanto á su familia, ¿por qué se
les sigue, y al llegar á la entrada, vuelve y dice hizo arrestar?
al secretario^ Tomad algunas declaraciones L A PORTERA
complementarias á la señora mientras veo jAh!, de eso yo.no 4é nada. Pero segura-
qué hay que hacer. {Se va.) mente no lo ha pedido él. Y puede ser que
ESCENA VI se hayan equivocado.
La Portera, el Seoretario y el Agente 3.° EL SECRETARIO
EL SECRETARIO Pero para que se le haya preso es preciso
(A la portera.) ¡fX^^é ti \o que hacía esta que se tuviesen cargos en contra suya. Puede
señora Renaud? suceder que la justicia se equivoque. Pero es
LA PORTERA extraordinariamente raro.
Lo que encontraba. Asistía, zurcía la ropa. AGENTE 3.»
Pero desde hace tiempo no encontraba nada Además. ¿Es que los anarquistas se ftguraa
que hacer. que se les va á dejar saltar las casas y ma-
EL SECRETARIO tar á las gentes, sin decirles t|ada? Se les hará
Vamos, ha sido la miseria la que la ha lle- ver lo que cuesta.
vado al suicidio. ¿Era casada?... ¿Viuda? LA PORTERA
LA PORTERA
Yo no sé nada de eso. De todos modot,
Estaba casada, pero su marido está preso esto e* muy triste. (Viendo que no se la inte-
desde hace seis semanas.
.Íi8 LA REVISTA BLAMC*

froga.) Si no tiene usted que preguntarme á esas inocentes criaturas. No sé lo que haría
más, voy á ver si allí tienen necesidad de raí. si me encontrase en ese caso, pero no mata-
EL SECRETARIO ría á mis hijos... Iría á pedir limosna si era
(Que ka tomado notas.) No; podéis ir. (La preciso.
portera pasa al otro cuarto.) DURIER
ESCENA VII (Entrando.) Os detendrían y vuestros hijos
El Secretuáo y el Agente 3.° irían á parar al depósito.
EL SECRETARIO LA PORTERA
¡Lo que se va á incomodar el jefe cuando Nos darían de comer al menos.
llegue á enterarse de que son anarquistas! Ya DURIER
tendrá la mosca tras de la oreja. Tiene bas- Falta saber si se encontrarían mejor.
tante mundo. LA PORTERA

AGENTE 3.°
Va, va. Yo estoy charlando aquí y es pre-
El hecho es que desde hace tiempo esos ciso que esté abajo. Aquí ya no me necesi-
miserables no nos dejan descansar, y hay que tan. (Sf va.)
levantarse á las cuatro de la madrugada, ESCENA IX
todos los días, para sacarlos de la cama. El Secretario, el Agente 3.°, Dnrier, el
E L SKCRETARIO Médico, ComiBario 2.°, Vecina l.>, Ve-
(Acercándose d la puerta del cuarto.) ¿Qué cina a.* 7 Mme. Balli7et.
EL MÉDICO
es lo que hacen ahí dentro? Hace ya tiempo
que están ahí. (Volviendo.) Están frotando á {Entrando con el comisario y una vecina.) Sí;
los «macabcos». (Se oye un suspiro.) basta con una persona para cuidarla. Por el
AGENTE 3.°
momento no hay otra cosa que hacer que
(Yendo á ver también.) Parece que ocurre darlíla poción. {Se vuelve hacia la vecina^
algo. Me parece que la madre vuelve á la Q'ie la señora hará el favor de buscar.
VECINA I.»
vida, (Da un paso para entrar, p(ro vuelve.)
Esas pobres criaturas, tan bonitas, siguen lo {Que recibe la orden y espera algunos mo-
mismo. Temo que no pueda hacerse nada mentos, con embarazo!) Pero... ¿El boticario
por ellas. La madre acaba de suspirar. (Entra me lo dará sin dinero?
EL MÉDICO
la portera.)
ESCENA VIIÍ El señor comisario os dará una orden
El Secretario, el Agente 3.o, la F o r t e » para él.
COMISARIO a."
7 luego Dorier.
EL SECRETARIO
{Azorado^ La cosa es que no sé.... Es caso
'.^Deteniendo á la portera.) ¿Bien? ¿Qué hay no previsto.
DURIER
de nuevo?
{Dando una moneda á la vecina que sale.)
LA PORTERA
Es verdad. Nuestro estado social está por en-
Que la señora Renaud ha vuelto en sí;
cima de los detalles vulgares. Sabe engen-
pero no reconoce á nadie. Lo único que dice
drar la miseria, pero no sabe remediarla. {El
es: «¡Oh cuánto sufro! |Mi cabezal ¡Mi pobre
comisario y lu acompañante le miran de nuevo'
cabezal»
AGENTE 3.0 de reojo.)
¿Y los niños? EL MÉDICO
LA PORTERA De todos modos, esta pobre mujer no pue-
¡Pobrecillosl El médico ha dicho que no de permanecer aquí; usted tendrá, señor co-
hay que hacer nada por ellos. Es igual. Yo no misario, que dar las órdenes oportunas para
sé cómo una madre sin corazón-puede matar que se la lleve en seguida al hospital, en prc-
LA REVISTA BIANCA 319

visión de una recalda, y para el caso en que especial. Si se la salva tendrá que dar cuenta
recobre el conocimiento no tenga ante su á la justicia de su tentativa de suicidio y de
vista los cadáveres de sus hijos. {Al comisa- la muerte de sus dos hijos.
rio.) Así, pues, ¿quiere uste4 hacerla llevar lo DURIER
más pronto posible? {Que estaba aparte, avanza) ¡Eso es muy
COMISARIO 2.» fuerte! ¿Vais á perseguir á esa pobre mujer?
Inmediatamente {Al agente J.o) id al puesto COMISARIO 2."
más próximo y traed cuatro hombres y dos (Con frialdad.) Eso el juez de instrucción
camillas, una para la madre y otra para los lo decidirá.
DüRIER
nifios, á quienes se llevarán á la Morgue.
AGENTE 3.°
CCruzdndose de brazos.) Vamos, ¿la justicia
A sus órdenes. (Sale.) todavía no está bastante satisfecha? ¡Se ha
llevado al sostén de esta familia, la ha redu-
COMISARIO 2.°
cido á la miseria, y todo lo que se la ocurre
(A las vecinas y d Mme. Ballivet que han
para remediar el mal que ha hecho, es enviar
salido del cuarto durante el coloquio.) ¿Hay
á prisión á la madre!
pluma y tinta? Para poner dos palabras al
COMISARIO 2.°
hospital.
¡Habláis en un tono!... Pero, ante todo,
VECINA 2.»
¿quién es usted?
Ahora mismo, señor comisario. Yo tengo DURIER
en casa. (Sale.) (Dándole su tarjeta.) Santiago Durier, re-
ESCENA X dactor de L' Affranfhi,
Biolios y la Vecina 1.^ COMISARIO 2.0
VECINA I.a (Desdeñoso, examinando la tarjeta y dulcifi-
(Entrando.) Aquí está la medicina. cándose.) ¡Durier!... L Affranchi, es, si no me
EL MÉDICO
engaño, un periodiquito revolucionario... Yo
{Cogiendo el /rascoy examinándolo.) Bien. creía que se habría preso á la redacción.
Habéis entendido lo que os he dicho. Ahora DURIER
fijaos. En seguida una cucharada, la segunda
(Con ironía.) Uno fué encarcelado, señor
un cuarto de hora después. {Za vecina asien-
cbmisario. Pero no han podido tenerle mu-
te y el médico la da elfrasco) Hasta aquí todo
cho tiempo... Usted me excusará si no escri-
va bien. Ya no tengo que hacer nada. Me
bo más que un periodiquito revolucionario;
retraso y tengo que ver á otros enfermos. Ya
(imitando el tono desdeñoso del comisario
estoy salvo.
pero los grandes rotativos no revoluciona-
[Sale. Las vecinas y Mme. Ballivet vuelven
rios... son devotos del actual orden de cosas
d la otra habitación)
que impera, y uno escribe donde puede. Pero
ESCENA XI eso no obsta para que tenga el derecho de
DiohoB 7 la Vecina 2,a indignarme cuando habláis de perseguir á
VECINA 2.' esa pobre mujer, víctima de la organización
{Trayendo tinta y pluma) Aquí tiene us^ed, social tan bárbara, á quien servís.
señor comisario. COMISARIO 2.°
COMISARIO 2.° (Molestado.) Yo conozco mi deber, y no
fSaca papel del bolsillo, escribe sobre un recibo observaciones sino de mis superiores.
rincón de la cómoda y da el papel al secretario) DüRlER
Tomad. Lourdy, usted acompañará la cami- {Animándose cada vez más, mientras las ve-
lla al hospital. Advertid á la administración cinas se hacen señas.) Si esa pobre mujer debe
que esta mujer debe estar bajo un cuidado dar cuenta de un acto de dcsesperiición*, (qué
320 LA RCVIRA BLAMCA

responsabilidad tan terrible pesa entonces licitud no se extienda sino á una clase de
sobre los que la han provocado, llevándose á ciudadanos, y en detrimento de otra, que no
su marido, sumergiéndola en la miseria, sin defienda sino á los licos centrales pobres.
pensar en socorrerla? Esos son los que han COMISARIO a.°
encendido el carbón que ha matado á esas La sociedad hace, señor, todo lo que pue-
criaturas. Yo estuve aquí algunos momentos de, por aliviar á los infortunados sin culpa.
antes de que viniesen á detener á Renaud. La beneficencia pública gasta cada año mi-
La familia acababa de atravesar una crisis llones para socorrer á los que le son indica-
espantosa de miseria; pero el padre había en- dos. (Usted no querría, sin embargo, que
contrado trabajo, y debía empezar al día si- excitase á la revuelta y la sedición? Es más,
guiente. Aún me parece estar viendo su ale- si la Sra. Renaud se hubiera dirigido á la
gría; recuerdo sus proyectos para lo futuro, beneficencia pública, sin duda alguna hubie-
y les veo allí felices en medio de los dicho- ra sido atendida, á pesar de ser la esposa de
sos días que se anunciaban!... un revolucionario.
(Se detiene ahogado por la emoción, y las ve- DURIER
ánas entran sin ruido en la otra habitación.) ¡Hubiera ido en su ayuda!... como á la de
COMISARIO 2.° la familia que, hace ocho días se suicidó en
¡Palabras nada más! Los magistrados no as mismas condiciones después de haber
han de ocuparse de otra cosa que de aplicar llamado inútilmente á sus diversas puertas.
la ley. Si Renaud hubiera sido un ciudadano No era, sin embargo, de revolucionarios,
sumiso y respetuoso con las kyes, no le como ésta; eran más bien resignados como
habrían encarcelado. os pide la ley. Pero no ha podido por me-
DURIER nos de dejarlos morir de hambre.
Un ciudadano sumiso, respetuoso con las COMISARIO 2.°
autoridades. Sí, en efecto, ese es vuestro ideal [Enervado.) La administración puede equi-
para vosotros, funcionarios, que creéis ins- vocarse.
tituida la sociedad para permitiros dirigirla, OURIER
y que no admitís que el individuo se revuel- Únicamente que ella no es responsable.
va contra la ley que le parece estúpida ó que (Entran los nwzos con las camillas y el Agen-
le impida su desenvolvimiento. Bajo la re- te j.") Aquí tenéis á /uestros hombres. Ca-
pública, seguís siendo los funcionarios de la ballero yo os saludo. (Sale.)
monarquía. ESCENA XII
CuMlSARIO 2." Comiaario 2."
Una vez más, os pteveí go que no he de (A los mozos.) La enferma está en el otro
discutir. Es muy fácil acusar á la sociedad. cuarto, así como los cadáveres que deben
¿Pero no necesita ella defenderse también, llevarse á la Morgue. (Los mozos entran en el
«obre todo cuando se la ataca tan salvaje- cuarto. Al secretario.) ¡Habla muy alte ese
mente como vuestros correligionarios? El seflorl {Examina la tarjeta que le ha dejado.)
gobierno responde del orden, de la tranqui- ¡Santiago Durierl No comprendo cómo los
lidad y de la vida de los ciudadanos, sefior*; tríbanales que han hecho tanto ruido para
y cuando las individualidades ponen en pe- detener á esas gentes, los deja luego tan
ligro este orden y esta tranquilidad, cuando pronto. En fin, ya encontraremos algún día
atacan á la vida de los ciudadanos, es un á este señor. Usted procurará hacer lo que
deber para él ponerlos fuera de peligro. le he dicho. (Mientras se alejan, salen los
DlTRIBR mozos.)
Únicamente que «a deplorable que su so- TELX^N
Imprenta de Aotonto Marao, San HarmaoogUdo, }3 dapUcado.—Ttléfoao 1.977
<^K3 " c^s—~^ -QXSS
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f LA RETISIUliHCi ^ SE PUBLICA LOS DÍAS 1 . " Y I S OE CADA Í E S .

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erfstóbal Bordíu, núm. 1. MADRID

^ Suplemento á "La Revista Blanca,, (^


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Un año 3,50 ptas.
PrnlM de sttscrlpcUi Un trimestre 1,00 —
Número suelto, 5 céntimos.
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TIERRA Y LIBERTAD
SEMANARie ILUSTRADO

PmiN i i iiteripeiéH.( Un año 5,00 ptas.


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NúiTter>o s u e l t o : lO e é n t i n n o s .
Paquete de 25 ejemplares. 1,50 pesetas. I
^ Q AdilRlstneliii: CALLE DE CRISTÓBAL BORDIU, NUM. 1-MADRID p j

CV^fD c 9^ —o G)5>

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