La Justificación (Trabajo)
La Justificación (Trabajo)
La Justificación (Trabajo)
ÍNDICE
ÍNDICE__________________________________________________________________________1
INTRODUCCIÓN___________________________________________________________________2
CAPÍTULO I______________________________________________________________________3
CAPÍTULO II_____________________________________________________________________6
LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN LUTERO Y CALVINO__________________________________________6
1. Martín Lutero______________________________________________________________________6
A) Las indulgencias___________________________________________________________________________6
B) Lutero y los reformadores____________________________________________________________________7
C) Una posible respuesta a las pregunta___________________________________________________________7
D) ¿Por quién optar entonces, por Dios o por el Hombre, por la fe o por las obras?_________________________7
E) Visión de la libertad “de servo arbitrio”_________________________________________________________8
F) Sola Fides:________________________________________________________________________________8
G) Concepción forense de la Justificación_________________________________________________________9
H) Santificación_____________________________________________________________________________10
I) Obras___________________________________________________________________________________10
CAPÍTULO III____________________________________________________________________11
LA JUSTIFICACIÓN EN LA DOCTRINA CATÓLICA________________________________________11
1. La justificación en el Concilio de Trento________________________________________________11
A) Enseñanza del Concilio sobre el pecado original, la concupiscencia y el libre albedrío___________________12
B) Sobre la naturaleza y causas de la justificación__________________________________________________12
C) Relación fe-justificación____________________________________________________________________13
2. La Justificación en el Catecismo de la Iglesia Católica____________________________________14
3. Significado de la doctrina católica de la Justificación_____________________________________15
CAPÍTULO IV__________________________________________________________________17
LA JUSTIFICIACIÓN: DESARROLLO ECUMÉNICO DE LA DOCTRINA_______________17
1. Acuerdo Católico-Luterano__________________________________________________________18
A) Las diferentes perspectivas__________________________________________________________________18
B) Los puntos del acuerdo_____________________________________________________________________19
2. Acuerdo Católico-Anglicano “La Salvación y la Iglesia” de la ARCIC II____________________20
A) Puntos del tratado_________________________________________________________________________20
B) Respuesta de la Santa Sede al documento de la ARCIC II__________________________________________21
3. La declaración conjunta Católica-Luterana sobre la justificación (31-10-1999)_______________22
A) Puntos tratados en el acuerdo________________________________________________________________23
B) Algunos puntos en los que todavía no se ha llegado a acuerdo______________________________________24
CONCLUSIÓN____________________________________________________________________25
BIBLIOGRAFÍA__________________________________________________________________26
2
INTRODUCCIÓN
El tema de la justificación forma parte, dentro del gran entramado teológico, del tratado de
gracia, es un tema central en este tratado. En efecto, la justificación es el momento en el que el
hombre queda totalmente introducido en la vida divina, el momento en el que el hombre goza ya de
una amistad con Dios que cambia su ser, borrando en él el pecado mortal. Se podría decir que es el
momento cumbre de la salvación en el hombre, la posesión de la gracia habitual, el estado
coherente de una vida cristiana que comienza en la fe y se desarrolla en el amor a Dios que lleva
como consecuencia el cumplimiento de sus mandatos. Justificación es, por tanto, también,
divinización, elevación sobrenatural. Así lo ha entendido siempre la tradición oriental.
Ahora bien, este estado de justificación, por el que el hombre pecador se hace amigo de Dios
y alcanza la inhabitación divina que le transforma interiormente, divinizándolo, es un
acontecimiento que tiene su fase de preparación. Normalmente es algo que no ocurre de un modo
repentino y brusco, sino mediante un proceso de transformación interna que va creciendo. El adulto
se dispone a la justificación por medio de ciertos actos como son la fe, el temor, la esperanza y el
amor. Estos actos son realizados por iniciativa de la gracia acompañada con la libre cooperación del
hombre y suponen una auténtica preparación a la justificación, aunque no un merecimiento estricto
de la misma. En el momento mismo de la justificación, el hombre llega a amar a Dios sobre todas
las cosas, estando por ello dispuesto a guardar sus mandamientos. No se justifica si no está
dispuesto desde el amor (por eso se habla de una “fe que obra por la caridad”) a guardar la ley; de
modo que esta conversión y santificación viene a ser una dimensión interior de la misma
justificación.
Esta impresionante realidad constituye el verdadero trasfondo teológico del trabajo que
ahora presentamos. De manera breve pero sintética se ha querido profundizar el acto mismo de la
justificación en el hombre desde varios ángulos. En efecto, comenzamos con un estudio bíblico de
la gracia justificante, concretamente en la carta de San Pablo a los romanos. En un segundo
momento, pasamos al estudio histórico-teológico de la cuestión, específicamente en el contexto de
la reforma protestante y la contrarreforma con Trento. Y por último, hacemos un somero análisis
ecuménico de la justificación en el escenario anglicano-católico y luterano-católico.
Estamos conscientes, finalmente, que el trabajo requiere de mucha más rigurosidad. Sin
embargo, pensamos que se han podido alcanzar, en cierto sentido, las expectativas propuestas.
3
CAPÍTULO I
La epístola a los Romanos representa una de las más bellas síntesis de la doctrina paulina.
No se trata, sin embargo, ni de una síntesis completa, ni contiene toda su doctrina. El interés
primordial que le otorgó la controversia luterana sería perjudicial si nos hiciera olvidar el
complemento de las otras epístolas que la integran en una síntesis más extensa. Por esto en este
capítulo en el que estudiaremos de forma directa la doctrina de la justificación en la carta a los
Romanos, citaremos también la carta a los Gálatas en la que también Pablo desarrolla este tema.
Al igual que en la carta a los Gálatas, en la carta a los Romanos san Pablo contrapone el
Cristo justicia de Dios a la justicia que los hombres pretendían conseguir con sus propios esfuerzos.
Pablo se opone a los cristianos judaizantes que ponían su confianza en la ley. Para él esto es un
retroceso que haría inútil la obra de Cristo (Gal 5,4).
Sin negar el valor de la economía antigua, le asigna los justos límites de etapa provisional en
el conjunto del plan de salvación (Gal 3,23-25).
La Ley de Moisés, buena y santa en sí (Rm 7,12), hizo que el hombre conociera la voluntad
de Dios, pero sin comunicarle la fuerza interior para cumplirla; por lo mismo no consiguió más que
hacerle consciente de su pecado y de la necesidad que tiene de la ayuda de Dios (Rm 3,20; 7,7-13).
Pues bien, esa ayuda de pura gracia, prometida en otro tiempo a Abrahán antes del don de la ley
(Rm 4), acaba de ser concluida en Cristo Jesús: su muerte y su resurrección han obrado la
destrucción de la vieja humanidad, viciada por el pecado de Adán, y la creación de una humanidad
nueva de la que él es el prototipo (Rm 15,12-21).1
El hombre, unido a Cristo por la fe y animado de su Espíritu, recibe ya gratuitamente la
verdadera justicia y puede vivir según la voluntad divina (Rm 8,1-4). Cierto de que su fe ha de
florecer en obras buenas, pero esas obras realizadas por la fuerza del Espíritu (Rm 8,5-13), ya no
son las obras de la Ley en que ponían orgullosamente su confianza los judíos. Son obras realizadas
por todos los que creen, aun cuando hayan venido del paganismo (Rm 4,11). Así pues, la economía
mosaica, que tuvo su valor de etapa preparatoria, ha caducado ya. Los judíos que pretenden
mantenerse en ella, se colocan fuera de la verdadera salvación. Dios ha permitido su ceguera para
hacer posible el acceso a los gentiles. Sin embargo, no pierden definitivamente su vocación primera,
1
Cf. Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao. 1998, págs. 1642-1643
4
porque Dios es fiel: algunos de ellos, el “pequeño resto” anunciado por los profetas han creído; los
demás se convertirán algún día (Rm 9,11).
En adelante, los fieles de Cristo, sean de origen judío o gentil, deben estar totalmente unidos
en la caridad y en la ayuda mutua (Rm 12,1-15,13).2
Contra una economía de salvación fundada en los principios del mérito y la retribución,
cuyo instrumento serían las obras de la ley, Pablo diseña una economía de salvación fundada en el
principio del amor gratuito divino, cuyo instrumento es la fe.3 Por esto Pablo:
1. A Moisés opone a Abrahán, quien “no obtuvo la justicia por las obras” sino porque creyó en
Dios” y esa fe “le fue reputada como justicia” en virtud de la promesa divina de la que “se
fió enteramente” (Cf. Rm 4). Abrahán era el prototipo del justo en el AT, y Pablo aprovecha
esta apreciación para hacer ver que aquello por lo que agradó a Dios no consistía en ningún
tipo de obras, sino en la fe, es decir, en la adhesión sin vacilaciones a la palabra promisoria
que se le había dirigido.
4. A la justificación por las obras de la ley se opone la justificación por la fe. La justicia de
Dios se ha manifestado “independientemente de la ley… por la fe en Jesucristo” (Rm 3,21).
Somos justificados por la fe: por la fe el creyente reconoce expresamente la necesidad
absoluta de Cristo y se entrega a él, en respuesta a la total autoentrega con que Cristo lo ha
gratificado. Por tanto, la fe requiere una decisión libre del hombre, que incluye un
compromiso de conversión, pues al contraponer fe y obras no es que Pablo desautorice las
obras, ya que él mismo hace este elogio: “gloria, honor y paz a todo el que obre bien, al
2
Ídem
3
Juan Luis Ruiz de la Peña, “El Don de Dios”. Antropología teológica especial. Sal Terrae, Santander, 1991, pág. 255
5
judío y al griego… ésos serán justificados” (Cf. 2,26). Para el Apóstol, la fe que justifica va
unida al amor y a sus obras.4 Comprobemos esta afirmación con dos textos de sus cartas:
“En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tiene valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad”
(Gal 5,6).
“Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama a su prójimo ha cumplido la ley… La
caridad, es por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 8-10)
4
Cf. Ídem., págs. 255-260
5
Ídem., págs. 259-260
6
CAPÍTULO II
LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN LUTERO Y CALVINO
La teología de la reforma va a plantear un problema serio a la hora de comprender la
justificación. Es el punto clave de la Reforma misma, el punto a partir del cual se juzga todo lo
demás. En él se establece una división en el seno mismo del cristianismo, con consecuencias para
toda la fe y toda la teología que todavía hoy perduran. Y, en el fondo de todo ello, una experiencia
personal de Lutero que le lleva a comprender a Dios mismo de forma diferente a como lo había
hecho la Tradición hasta entonces.6
1. Martín Lutero
Martín Lutero nació en Eisleben en 1483, hijo de una familia de origen campestre y dueña
de una mina. Atendía la escuela latina en Mansfeld desde 1488, continuando sus estudios en
Magdeburgo y luego en Eisenach. En 1501, empieza sus estudios en Erfurt con la intención de
hacerse abogado.
En 1505, tomó una decisión que iba a cambiar el curso de su vida de manera radical.
Decidió entrar al monasterio Agustino en Erfurt.
Esa decisión, junto a la búsqueda de un Dios gracioso y la voluntad del mismo, culminó en
el desarrollo de la reforma de la Iglesia. Las experiencias negativas que Lutero tuvo con los medios
eclesiales de gracia, no solo favorecieron la crítica respecto al lamentable estado de las prácticas en
la Iglesia, sino más bien le obligaron a una revisión fundamental de la teología medieval.
A) Las indulgencias
En 1517 aparece en escena un monje dominico, Tetzel, predicador de las indulgencias. Por
medio de la compra de indulgencias, según la enseñanza tradicional, se libraba a las almas recluidas
en el purgatorio de los tormentos del mismo. El dinero obtenido en esta ocasión por este medio
sería invertido, a partes iguales, en la erección de la basílica de San Pedro en Roma y en la compra
por parte de Alberto de Hohenzollern de un obispado. Fue entonces cuando Lutero escribió y clavó
en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg sus Noventa y cinco tesis. Este documento fue la
chispa que puso en marcha todo un proceso cuyas consecuencias iban a ser de largo alcance.
Su crítica pública contra el abuso de las cartas de indulgencias en 1517 no solo produjo la
discusión deseada, sino que además causó la apertura de un tribunal de inquisición culminando en
6
Cf. Sayés A. J., La gracia de Cristo, BAC, Madrid, 1993, p.217.
7
Ya dentro de sus primeros años como profesor de teología, Lutero vive más que una
problemática teológica, un fuerte drama personal, centrado en la angustiosa incertidumbre de la
propia salvación, ¿Cómo encontrarla? Y es por ello que empieza ha cuestionarse: ¿Cómo me mira
Dios?; ¿qué hacer para ser digno del amor, y no del odio, divino? Y sobre todo: ¿Cómo librarme
de la concupiscencia7 que me domina y que representa objetivamente una trasgresión de
precepto “non concupisce”?
D) ¿Por quién optar entonces, por Dios o por el Hombre, por la fe o por las obras?
Para Lutero no hay duda que hay que optar por Dios. Ante esta opción por Dios, va a decir
Lutero: “sola fides, sola gratia, solus Christus, solus Deus”. Esta ha sido la visión catalizadora de
esta revelación revolucionaria del texto de Rm 3,28 8, al cual él le agrega el adjetivo “sola” lo cual
hace más categóricamente la exclusión de las buenas obras para conseguir la salvación. No hay
7
La concupiscencia Lutero la identifica con el pecado original y no como una inclinación de la naturaleza al mal.
8
“Pues nosotros decimos que uno está en gracia de Dios por la (sola) fe, y no por el cumplimiento de la Ley”.
8
duda de que está tan arraigado el pecado en el interior del hombre caído que nada puede extirparlo,
ni la buenas obras ni los Sacramentos. Es indudable, asimismo, que la concupiscencia hace al ser
humano digno de la ira divina y del castigo eterno y legitima la afirmación de la corrupción de la
naturaleza9, puesto que afecta la razón, a la voluntad y a los sentimientos, incapacitando a todas esas
potencias para obrar el bien.
F) Sola Fides:
¿Qué entiende Lutero por fe? Es indudable que para Lutero, la fe es la firme y gozosa
confianza de que Dios quiere agraciar al pecador, merced a la promesa que le ha hecho en Cristo. Y
que es ante todo fe fiducial. Es decir, la certeza de que Dios mira al pecador con misericordia
benevolencia a pesar de su pecado; el esperarlo todo de la pura bondad divina; el no esperar nada de
la condición humana. La fe fiducial sería principio conformador (causa formal), principio agente
(causa eficiente), principio condicionante (conditio sine qua non) de la justificación. O sea, es una
comprensión instrumental de la fe; ella es algo así como la prótesis con la que el pecador alcanza o
es alcanzado por la justicia de Cristo, es la acción por la que Dios, en vez de imputar al ser humano
su pecado, le imputa la justicia de Cristo.
angustia de la conciencia atenazada por el terror de la eterna condenación. Cristo ha venido para
darnos la certeza de la salvación, de modo que “el que duda, está condenado, pues Dios promete la
salvación”. La justificación sería una declaración en virtud de la cual Dios tiene por justo al que era
(y continúa siendo) pecador. El pecado persiste pero ya no imputado.
Como consecuencia de esta justificación forense aparece la célebre tesis de Lutero: “simul
justus et peccator”: el hombre es “a la vez justo y pecador”. “Pecador en realidad y de verdad pero
justo por imputación y promesa.” Los predicados pecador-justo son antitéticos y su unión
paradójica. Sin embargo, Lutero entiende justicia y pecado como denotaciones de una relación: en
sí mismo el hombre es pecador y no dejará de serlo nunca; no obstante, el hecho de que Dios se
relacione con él permite atribuirle el calificativo de justo.
Con todo lo dicho, parece que Lutero enfatizó mucho el carácter forense de la justificación.
¿Significaba esto que el reformador pensaba en una mera imputación extrínseca de la justicia? ¿O
hay lugar en su concepción para una justicia efectiva? La justificación luterana ¿es una simple
declaración unilateral, por parte de Dios, que no produce ninguna inmutación real en el interior del
hombre justificado?
Ante estas preguntas hay muchas divisiones, con todo va ganando terreno la idea de que,
Lutero no sostenía la interpretación exasperadamente extrincesista (que sí es propia de algunas
formas de luteranismo ortodoxo). Con esto entramos a lo que Lutero llamó la “segunda parte de la
justificación”, es decir, la santificación.
H) Santificación
En ésta se incluyen los rasgos de una regeneración ética merced al don del Espíritu. Lutero
llega incluso a hablar de una extinción gradual del pecado, que sin embargo, nunca será total antes
del término de la existencia humana.
10
Sin embargo, el propio Lutero no llegó nunca a una síntesis satisfactoria entre los dos
aspectos (forense y efectivo) de la justificación. Téngase en cuenta, que en Lutero, la santificación
no coincide con la justificación ni es una implicación necesaria de ella, sino una mera consecuencia.
I) Obras
El reformador se niega rotundamente a ver en las obras la menor virtud justificante. Sin
embargo, esto no significa un rechazo del recto obrar, que equivaldría en la práctica al inmoralismo.
El propio Lutero tuvo que atajar en este punto los malentendidos: “no rechazamos totalmente las
buenas obras, más bien las sostenemos y enseñamos”. Las obras buenas son signo inequívoco de la
santificación.
Las obras surgen de la fe, son algo que mana espontáneamente de ella, de modo que no
constituyen ningún mérito del hombre en orden a la justificación. El cristiano es libre frente a las
obras y no necesita más que la fe. Sin embargo, es imposible que la fe exista sin buenas obras,
celosas numerosas y grandes.10
Las buenas obras son el fruto espontáneo, como los frutos que nacen del buen árbol. La fe se
encarna en las obras, se manifiesta en ellas como realidad, de modo que la falta de obras buenas da
motivo para dudar de la existencia de la misma.11
En otras palabras, el cristiano no puede ser ajeno al propósito de llevar una vida buena; pero
se trata de una renovación que no pertenece a la justificación ni tampoco la prepara, sino que la
sigue como fruto suyo.12
10
Cf. Sayés A. J., La gracia de Cristo, BAC, Madrid, 1993, p.223ss.
11
Cf. Ídem.
12
Cf. Ibíd., p.224.
11
CAPÍTULO III
13
Cf. Ruíz de la Peña, J.L., El Don de Dios, p.294-304.
12
Era necesaria la Redención en y por Cristo que se aplica a través del Bautismo, pero no sin
la libre y activa cooperación humana; (contra la comprensión puramente pasiva de la
justificación). Con esto, el Concilio trataba de subrayar algo que se consideraba
irrenunciable, y que estaba ya en la raíz de la intuición agustiniana (ni la gracia sola ni la
libertad sola): el hombre (también el pecador) está permanentemente ante Dios como sujeto
responsable, no como mero objeto inerme; es siempre persona y no cosa; el trato que Dios
le dispensa respetará siempre esta estructura básica de la condición humana. De lo contrario,
Dios no respetaría su propia creación. La prioridad de la gracia divina es indiscutible y
absoluta, pero no conlleva la anulación –ni supone la inexistencia- de la libertad humana.
Sin negar, por tanto, lo que había de válido en la posición luterana, el concilio corrige su
eventual unilateralidad.
Naturaleza de la justificación
virtualidades transformadoras. Pues, de ser así, la gracia podría menos que el pecado, no
sería la potencia recreadora y sanadora que nos revela la Escritura.
Causas de la justificación
El concilio enumera cinco causas de la justificación (es el único pasaje escolástico del
decreto), usando el esquema aristotélico:
1. Causa final (“la gloria de Dios y de Jesucristo”)
2. Causa eficiente (“Dios misericordioso”)
3. Causa meritoria (“La Pasión de Jesucristo”)
4. Causa instrumental (“el Sacramento del Bautismo”)
5. Causa formal (“la justicia de Dios”) “no con la (justicia) con la que es justo (Dios), sino con
la que nos hace justos”.
¿Qué es lo que está detrás de esta última formulación sobre la causa formal que al parecer fue la
única que tuvo problemas al examinarse?
2. Y por otro, se niega, que el hombre se haga formalmente justo por la justicia divina meramente
imputada, no apropiada, no inherente en el justificado. En efecto, la gracia justificante es un don
estable, aposentado en el interior del hombre, implica por tanto una realidad ontológica, de suerte
que el justificado no sólo se llama, sino que es verdaderamente justo. Trata el concilio de excluir
una vez más la concepción puramente extrincesista de la justificación, tan alejada del realismo con
que Pablo y Juan hablaban de ésta como (nueva) vida, a saber, como la vida de Cristo insertada en
el cristiano.
C) Relación fe-justificación
La fe es, afirma el Concilio, “inicio, fundamento y raíz de toda la justificación”. Además la
justificación es gratuita: “nada de lo que precede a la justificación merece la gracia misma de la
justificación” nada ni la propia fe: se conviene así con los protestantes en el carácter gratuito y
en la primacía absoluta de la gracia.
- No era la presunta certeza subjetiva de la propia salvación, pues “nadie puede saber con
certeza de fe que ha conseguido la gracia de Dios”.
- Los reformadores sostenían que la sola fe (fiducial) como mera “confianza” en la divina
misericordia justifica, negando la necesidad, junto a la fe, de un movimiento de la voluntad
que coopere a la consecución de la gracia y negando igualmente toda concepción de la fe
como un asentimiento intelectual.
Después de Trento toda la enseñanza sobre el tema de la justificación que se dio en la Iglesia
tenía como base la doctrina del concilio. Es éste el caso del Catecismo de la Iglesia Católica que no
hace sino explicar y comentar la enseñanza tridentina en este tema. Sin embargo, lo hace teniendo
en cuenta la doctrina del Concilio Vaticano II y los recientes avances ecuménicos. Veamos, algunos
puntos:
La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios (1990).
Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad (1991)
La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz. La
justificación es concedida por el Bautismo, sacramento de fe (1992).
La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre, que
asiente con la fe y coopera con la caridad todo a impulsos del Espíritu Santo que lo previene (1993).
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios porque implica la santificación de
todo el ser (1994-1995).
15
La doctrina sobre la justificación se sitúa en el centro del dogma católico: en ella repercuten la
consideración de las relaciones entre hombre y Dios, del pecado, de la libertad, de la Redención; y
ella influye a su vez en la comprensión del vivir cristiano, de la Iglesia, de los Sacramentos. El
concilio de Trento, como hemos visto, hace hincapié en algunas tesis católicas centrales: la
justificación es obra de Dios y afecta intrínsecamente al ser del hombre, la iniciativa de la
justificación viene de Dios, pero en ella coopera el hombre libremente movido y sostenido por la
gracia. En estas frases está en núcleo del tema, en el que se entrecruzan las perspectivas teológicas,
cristológicas, antropológicas y eclesiológico-sacramentales. Estas perspectivas se iluminan unas a
otras.
- La dimensión antropológica nos hace ver al hombre como ser ordenado a Dios, y llamado
gratuitamente a la participación en la vida misma divina, dotado de la capacidad de
responder a Dios con libertad y amor según él le requiere.
La doctrina de la justificación, recuerda, por otra parte, el carácter de lucha que tiene la
existencia actual del hombre: “toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como
lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.” (GS 13). Pero frente
a este panorama de lucha reconoce la realidad de la gracia: Dios, que ama al hombre, es
Todopoderoso y su amor ha vencido al mal y al pecado. La Redención operada por Jesucristo pone
a disposición del hombre pecador una nueva vida.
17
CAPÍTULO IV
Terminaremos este trabajo con unas breves informaciones sobre el estado actual de la
discusión ecuménica en torno al problema de la justificación. Es sabido que la doctrina de la
justificación ha sido considerada tradicionalmente como uno de los puntos de oposición entre los
católicos y los protestantes. Y de hecho hemos visto, en nuestro recorrido por la doctrina de Lutero
y en el estudio sobre el decreto del concilio de Trento que las formulaciones son claramente
diferentes y parecen a primera vista inconciliables.
Pero en las últimas décadas del siglo XX se ha creado una nueva situación. Influyó mucho la
discusión que se produjo a raíz de la publicación en 1957 de la conocida obra de H. Küng sobre la
justificación en Karl Barth y la comparación de su pensamiento con la doctrina católica. Desde
entonces se han realizado estudios similares que han logrado un avance en la comprensión mutua de
la justificación entre protestantes y católicos. Se han publicado diferentes documentos
interconfesionales en los últimos años.
En la medida en que esto sea así, se puede afirmar que el camino de la comprensión entre
católicos y protestantes en este punto puede estar abierto, al menos en medida suficiente para no
justificar una recíproca exclusión por este motivo. Es de esperar que el camino de comprensión
mutua en el que se han dado tantos progresos pueda continuar.15
A continuación estudiaremos el acuerdo católico-luterano llevado a cabo en Estados Unidos
y que representa el primer intento de reconciliación ecuménica que haya tenido lugar en este punto.
Es enormemente interesante verificar en él el diferente talante y mentalidad que se da en la posición
católica y protestante. Al final exponemos los puntos, en los que se ha logrado el acuerdo.
Hablaremos también el acuerdo que en este punto de la justificación se ha logrado con los
anglicanos y que lleva por título “La salvación y la Iglesia” y finalmente hablaremos de la reciente
“Declaración Conjunta Católica-Luterana sobre la justificación de fecha más reciente (31-10-
1999).
15
Cf. Luis Ladaria, “Teología del pecado original y de la gracia”. B.A.C., Madrid. Sapientia Fidei, Serie de manuales
de Teología.1993, págs. 227-230
18
1. Acuerdo Católico-Luterano
16
Cf. José Antonio Sayés, “La gracia de Cristo”. B.A.C., Madrid. Historia Salutis, Serie de monografías de Teología
dogmática.1993, págs. 249-250
17
Ídem., pág. 250
18
Es citado por Sayés, Op. Cit., pág. 251
19
don de la gracia divina, se deja penetrar por ella, amando a Dios sobre todo y determinándose a
cumplir sus mandatos. El luterano no condiciona la justificación a la santificación, pues ello
socavaría la absoluta confianza que el hombre tiene que tener en Dios y podría conducir a una
conciencia atormentada. No, al justo no se le pide como implicación y condición sine qua non la
santificación, la determinación de aborrecer ya el pecado con el compromiso de no hacerlo. Se le
pide que crea, y como fruto de esa fe irán surgiendo la santificación y las obras. En este sentido,
para el luterano, el pecado permanece en él y es hecho agradable ante los ojos de Dios. La
santificación es, por tanto, algo que coincide con la justificación y piensa el católico que tal
justificación no prejuzga el don absoluto de Dios, ya que se realiza mediante la gracia que Dios da y
que el hombre hace suya. No es, por tanto, primordialmente una obra humana sino un don de Dios.
Sabe por otro lado, el católico que la justificación está sujeta a la amenaza de la tentación y que el
justificado puede caer de nuevo en el pecado.19
Los protestantes responden a esto que de ese modo se deja lugar a la ansiedad y la angustia
en el hombre, que puede pecar de ansiedad o, lo que es peor, puede pecar incluso, de complacencia
en sus obras, mientras que los católicos, señala el documento, tienen miedo de que la posición
luterana abandone a la hora de la verdad, la seriedad de las obras.
Las diferencias son por tanto claras. Sin embargo, el documento señala que se ha dado un
acuerdo en la medida que se ha dado una mayor comprensión mutua, un esclarecimiento mayor de
los hechos históricos y un recurso más esclarecido a las fuentes bíblicas.
19
Ídem., págs. 251-253
20
Cf. Ídem., pág. 255
20
No hay duda, como dice Sayés, de que este acuerdo tiene aspectos positivos: se afirma que
tanto para católicos como para luteranos la justificación es iniciativa divina, se subraya la
cooperación del hombre. Ciertamente esto no lo es todo en la doctrina de la justificación, se pueden
matizar otros aspectos y precisar otros, pero no se puede negar que este acuerdo ha significado un
progreso.21
21
Cf. Ídem. págs. 256-257
21
6. La fe viva y el amor son inseparables en Cristo. Las buenas obras nacen necesariamente. de
la fe viva con buenas obras porque son fruto del Espíritu.
7. Las obras hechas con la libertad concedida en el Espíritu serán recompensadas por parte de
Dios. Cuando Dios premia nuestros méritos, corona sus dones porque todo acto que conduce
a la justificación es don de Dios.
8. La Iglesia da testimonio de la salvación de Dios.
9. Dios está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados por grandes que sean
10. La fe de la Iglesia Católica y la anglicana coinciden en lo esencial.22
- “Convendría precisar más la relación entre la gracia y la fe, en cuanto “inicitium salutis” (cf. n.
9)”. Esto es con lo referente al capítulo “Salvación y fe”.
- Respecto al capítulo “Salvación y buenas obras” conviene “precisar mejor la doctrina de la
gracia y del mérito en relación con la distinción entre justificación y santificación”.
Y “si se quiere conservar la fórmula “simul iustus et peccator”, -dice la Sagrada Congregación-
debería ser ulteriormente aclarada, evitando todo equívoco” (pág. 16).
22
Cf. Ídem., pág. 258
22
Sin duda, como ya hemos estudiado son dos visiones distintas del hombre pecador y
alcanzado por la gracia, que no han de hacer olvidar, sin embargo, una coincidencia fundamental:
sólo por la gracia de Cristo puede lograr el hombre la salvación y sería pretensión vana confiar
en las propias fuerzas o en los propios méritos. Precisamente en virtud de estos puntos básicos de
acuerdo, con el renovado clima ecuménico que ha caracterizado los últimos decenios de este siglo,
se han producido muchos intentos de aproximación de las posturas luterana y católica. Este
progreso se debe:
23
Cf. L’Osservatore Romano, 21 de enero de 2000. Artículo: “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la
Justificación”., pág. 9
23
La declaración conjunta comienza recordando los aspectos centrales del mensaje bíblico
sobre la justificación:
1. La Justificación es obra del Dios Trino: el Padre ha enviado a su Hijo al mundo para la
salvación de los pecadores; la encarnación, la muerte y resurrección de Cristo son el
fundamento de la justificación; solo por la gracia y por la fe en la acción salvífica de Cristo
recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones.
2. Solamente por la fe se puede recibir esta salvación. La fe misma es un don de Dios por
medio del Espíritu.
a. “En cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y la
misericordia renovadora que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe
y nunca por mérito propio, cualquiera que este sea” (Declaración conjunta, 17).
3. “Existe un consenso sobre verdades fundamentales de la doctrina de la justificación”
(Declaración conjunta, 40).
4. Aunque el hombre es justificado está en peligro continuo que viene del poder del pecado y
su acción en los cristianos. En este sentido, católicos y luteranos juntos pueden comprender
al cristiano como “simul iustus et peccator”, a pesar de sus diferentes enfoques de este
tema.
5. La concupiscencia no corresponde al designio originario de Dios sobre la humanidad.
6. La obra de la gracia de Dios no excluye la acción humana. Los justificados tienen también la
responsabilidad de no echar a perder la gracia y de vivir en ella (Anexo 2, D.).
7. La doctrina de la justificación es un criterio irrenunciable para la doctrina y la praxis de la
Iglesia, “tiene su verdad y significado específico dentro del entero contexto de la confesión
fundamental de la fe trinitaria de la Iglesia” (Anexo 3).25
24
Cf. L’Osservatore Romano, 30 de marzo de 2001. Artículo: “Reflexión acerca de la Declaración conjunta sobre la
doctrina de la justificación”, pág. 10
25
Cf. Cf. L’Osservatore Romano, 21 de enero de 2000. Artículo: “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la
Justificación”, págs. 9 y 11
24
26
Cf. Ídem., pág. 11
27
L’Osservatore Romano, 4 de Febrero de 2000, Artículo: “Un Motivo de Esperanza”. Comentario a la Declaración
conjunta católica-luterana sobre la doctrina de la justificación. Walter Kasper, pág. 11
25
CONCLUSIÓN
El tema de la justificación, tal como se puede intuir por este trabajo de investigación, no ha
dejado de causar inquietud en los teólogos sobre todo a partir del siglo XVI por la gran polémica
que causó el padre agustino alemán Martín Lutero. Hasta nuestros días la reflexión teológica ha
buscado precisar más estudiando a fondo especialmente las cartas paulinas (con mayor énfasis en la
carta a los Romanos) y los Padres de la Iglesia.
Todo comenzó con Lutero. Él consideraba que la justificación no era solo una cuestión
teórica, sino esencialmente existencial. Se preguntaba: “¿Cómo encontrar a un Dios misericordioso?
¿Cómo encontrar en mí la paz y la serenidad?” Lutero debió experimentar que, por más que se
esforzara en realizar obras buenas, no lograba alcanzar la paz interior. Eso le llevó casi a la
desesperación.
Por último, a través del estudio de la Sagrada Escritura, y especialmente de la carta de san
Pablo a los Romanos, hizo una experiencia profunda. Descubrió que san Pablo, cuando hablaba de
la justificación, no quería afirmar que Dios nos considera justos porque nos hemos justificado por
nuestras buenas obras, sino porque él nos acepta como pecadores. No se trata de nuestra
justificación, sino de la justicia de Dios, justicia que Dios nos da por los méritos de Cristo, sin
nuestra colaboración, solo por gracia y solo por fe (“sola gratia, sola fides”).
El concilio de Trento no pudo aceptar esa doctrina, tal como se entendía en ese tiempo.
Concluyó que podemos cooperar a nuestra justificación, no con nuestras propias fuerzas, sino
porque la gracia nos inspira y nos capacita para hacerlo. Además, el concilio de Trento quería
poner de relieve que Dios no sólo nos declara justos, sino que también nos hace justos; que nos
santifica y, sin mérito por nuestra parte, nos renueva, de modo que, por medio de la gracia –como
afirman las Sagradas Escrituras- somos una nueva criatura. La fe debe hacerse efectiva en el amor y
en las obras de caridad
Por último, también hemos estudiado como en el diálogo ecuménico lo que nos acercó no
fueron acomodaciones fáciles, o una actitud falsa de conciliación o liberalismo, sino una vuelta
común a las fuentes de nuestra fe. Actualmente las convicciones teológicas tanto de los católicos
como las de los luteranos no están cerradas, sino abiertas al diálogo y a la verdad. El movimiento
ecuménico, en lo que se refiere al tema de la justificación ha avanzado mucho y sigue avanzando.
26
BIBLIOGRAFÍA
- Juan Luis Ruiz de la Peña, “El Don de Dios”. Antropología teológica especial. Sal Terrae,
Santander, 1991
- Luis Ladaria, “Teología del pecado original y de la gracia”. B.A.C., Madrid. Sapientia
Fidei, Serie de manuales de Teología.1993
- José Antonio Sayés, “La gracia de Cristo”. B.A.C., Madrid. Historia Salutis, Serie de
monografías de Teología dogmática.1993