Quimica y Epistemologia

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José Luis Villaveces Cardoso


Química y Epistemología, una relación esquiva
Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia, vol. 1, núm. 3, 2000, pp. 9-26,
Universidad El Bosque
Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=41400302

Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia,


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Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia
Vol. 1 • Nos. 2 y 3 • 2000 • Págs. 9-26

Química y Epistemología,
una relación esquiva

José Luis Villaveces Cardoso*

Introducción: hay un problema

La forma más aparente del problema es demográfica: ¿por qué


hay tan pocos químicos participando en el trabajo en filosofía de
la ciencia?

Puede formularse de otra manera: ¿por qué los filósofos de la cien-


cia se interesan tan poco por la química? Cualquier listado de las
ciencias básicas menciona inmediatamente a la física, a la química
y a la biología como las tres principales. Sin embargo, los trabajos
de filosofía de las ciencias se consagran en una inmensa mayoría
a la filosofía de la física y en una minoría a la de la biología. Hay,
además, los especializados en la filosofía de las ciencias sociales,
así como los que se interesan por la comprensión del papel de las
matemáticas, pero los que se preocupan por la química son muy
pocos.1 De ahí que las grandes formulaciones de la epistemología,
desde Descartes hasta Kant, desde Comte hasta Duhem, desde
Popper hasta Feyerabend, están basadas en la concepción física
del mundo.

* Grupo de Química Teórica, Universidad Nacional de Colombia. Dirección electrónica:


[email protected].
1. Uno de los pocos libros de un epistemólogo connotado dedicado a la química es «Le
pluralisme cohérent de la chimie moderne» escrito por Bachelard en 1932. Una de las
tesis interesantes desarrolladas en él es que la química no es una ciencia natural, puesto
que su objeto de estudio es completamente artificial.

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Sin embargo, los químicos forman el mayor grupo de científicos y
los resultados de la química tienen un impacto económico enorme
en el mundo contemporáneo. La segunda revolución industrial fue
un proceso esencialmente químico, como lo fue la revolución verde
lograda por la aplicación de químicos a la agricultura. Desde el
medio ambiente hasta la salud, desde la agricultura hasta la biología
molecular, desde la industria pesada hasta la cosmología, desde
los nuevos materiales hasta la nanotecnología, la química moldea
nuestra comprensión del mundo en todos los sectores de
importancia para la vida moderna. Por eso es extraño que dentro
de este inmenso número de personas dedicadas a la química haya
tan pocas dedicadas a reflexionar sobre los fundamentos de su
disciplina y su relación con las otras ramas del saber. Las
asociaciones de químicos se preocupan principalmente de apoyar
el estatus profesional de sus miembros o de defender los intereses
de los productores de bienes químicos y dejan muy poco espacio
para los grupos comprometidos con temas de interés más general.2

El resultado ha sido una disciplina muy fuertemente desarrollada


en sus aspectos prácticos y fuertemente enraizada en el mundo
contemporáneo, pero con bases teóricas endebles y con una
relación problemática con el conjunto de la ciencia natural.

1. El fisicalismo

La situación señalada se hace aún más extraña si uno piensa que


la química no es ni mucho menos una ciencia nueva. En su aspecto
moderno se comenzó a formar en el siglo XVII, en los días de
Boyle y, ciertamente, al terminar el Siglo XVIII, luego de la
publicación del Tratado Elemental de Química de Lavoisier, era
una ciencia madura, bien formada, con paradigmas propios, con

2. Esta es una afirmación totalmente cierta en Colombia. Una consulta a «Noticias Químicas»
y a «Química e Industria», las revistas de la Asociación de Químicos Colombianos
ASQUIMCO y de la Sociedad Colombiana de Ciencias Químicas, respectivamente, lo
confirma por completo. Sin embargo, la frase es tomada de un artículo de Jacopo Tomasi
aparecido en Hyle de 1999 (Tomasi, 1999), lo cual atestigua sobre la universalidad del
problema.

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una fuerte capacidad de predicción, y a pesar de que Kant asegu-
rara en esos días que la química nunca podría llegar a ser una
ciencia pues no era susceptible de formulación matemática,
comenzó, precisamente en el libro de Lavoisier, la ruta de su mate-
matización.

A lo largo del siglo XIX los químicos demostraron la naturaleza


atómica y eléctrica de la materia, el carácter atómico de la electri-
cidad, el carácter eléctrico del enlace químico, la necesidad de
que los átomos tuvieran una estructura interna, la posibilidad de
quitar y poner electricidad a átomos y moléculas y por lo tanto la
no-indivisibilidad de estas partículas.3 Cuando los físicos todavía
consideraban que los átomos podían ser una hipótesis innecesaria,
los químicos ya los habían pesado, cargado y descargado, habían
medido la velocidad con la que se transportan en las soluciones y
habían comenzado a desbaratarlos o a atisbar en su interior. En el
lapso de un siglo, los químicos habían dotado de sólido respaldo
experimental y de robusto fundamento matemático a la vieja teoría
de la constitución atómica de la materia. Más importante que eso,
pusieron orden en el mundo material y mostraron las relaciones
existentes entre los miles de sustancias conocidas, y pudieron
producir muchas sustancias absolutamente nuevas, en un proceso
intencional de búsqueda de propiedades. Comenzaron por
sustituir los cauchos y los colorantes naturales por sustancias

3. Dalton aprendió a pesar los átomos a partir de una interpretación profunda del significado
de la Ley de las Proporciones Definidas y triunfó al predecir la existencia de una Ley de
las Proporciones Múltiples. Las bases de una ciencia de la medida de lo atómico estuvieron
echadas por él, por Gay-Lussac y por Avogadro en la primera década del siglo, a pesar de
que hubo que esperar hasta 1860, el Congreso de Karlsruhe y el libro de Cannizzaro para
que estas bases cristalizaran en una tabla coherente y universal de pesos atómicos,
hallada la cual fue inmediata la formulación de la Ley Periódica y la escritura de Tablas
Periódicas completas. La Ley Periódica: la ley universal de la variación periódica de las
propiedades de los elementos en función del peso atómico fue una poderosa herramienta
de predicción que permitió hallar elementos nuevos, pero, sobre todo, mostró que había
una armonía en los átomos constituyentes de los elementos, una relación de orden entre
ellos y una necesaria estructura interna que diera cuenta de este orden. En ese sentido,
fue un microscopio poderoso que permitió por primera vez entrever el interior del átomo.
Para el momento en que fue formulada, ya Hittorf había aprendido a medir la velocidad de
los iones individuales en las soluciones y poco tiempo después, Arrhenius aprendía a
ponerles y quitarles cargas, reconfirmando el carácter atómico (o cautivado, si se prefiere)
de la carga eléctrica, que ya había sido puesto de manifiesto en los experimentos de
Faraday.

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artificiales con las mismas y mejores propiedades y siguieron en
un trabajo de demiurgos, creando un mundo enteramente nuevo,
tan nuevo, que al finalizar el siglo XX una inmensa mayoría de
las sustancias materiales que forman el entorno cotidiano del
hombre ni siquiera existían cien años antes.

¿Qué sucedió entonces con la capacidad de explicación? ¿Por qué


una ciencia tan poderosamente desarrollada no se preocupa por
su manera de entender, por la clase de conocimiento que genera?
¿Por qué quienes se preocupan por los temas de la ciencia en
general vuelven tan poco la atención hacia este imponente edificio
intelectual y material? Una caricatura reproducida en la primera
de las páginas interiores del libro de Mary Jo Nye (1993), muestra
a un químico con la mesa llena de aparatos de química que le
explica a una dama que lo mira atentamente con un cuaderno de
notas en la mano que está a punto de producir una gran innova-
ción, pero que también está en aquel punto en que la química se
acaba y la física comienza y por eso tendrá que abandonar todo.
Esta caricatura reproduce una buena parte del problema: la visión
más generalizada entre muchos filósofos y entre gran parte del
público interesado en estos temas es que cuando la química va a
trascender su instrumentalismo y llegar al meollo de las cuestio-
nes, debe acudir a la física. Esta doctrina, que puede ser llamada
«fisicalismo» ha tenido fuerte influencia en la ausencia de reflexión
epistemológico-química. Sus raíces son variadas, pero parte impor-
tante de ellas se debe sin duda al desarrollo de la físico-química
en el siglo XIX. Esta subdisciplina nació después de la separación
de las dos ciencias y su establecimiento como dos cuerpos de saber
bien diferenciados en las primeras décadas de ese siglo, como el
intento de aplicar métodos de la física al estudio de problemas
químicos. Así, el estudio de la producción de calor y energía en
las reacciones químicas y el uso de la electricidad como un reactivo
químico dieron origen a la termoquímica y a la electroquímica. A
finales del siglo la físico química había empezado a ser vista como
el principal de los componentes de la química teórica y a lo largo
del siglo XX ha prevalecido esta posición, fortalecida por el naci-
miento de la química cuántica que hoy en Colombia se confunde
todavía, por un lado, con un capítulo de la físico-química y, por
otro lado, con el total de la química teórica.

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Otra razón importante para la delegación en la física de la reflexión
teórica en química fue la clasificación de las ciencias de Comte,
que puso a la química en una jerarquía inferior a la física y a las
matemáticas tanto desde el punto de vista lógico como desde el
fundacional. En esto pesa mucho la opinión de Kant de que sólo
es ciencia aquello que sea susceptible de matematización, expresa-
da tanto en la Crítica de la Razón Pura como en los Fundamentos
Metafísicos de la Ciencia Natural, pero tal vez más que esto, pesa
la decimonónica confusión entre matemáticas y ecuaciones dife-
renciales, que llevó a entender la afirmación de Kant como que
sólo hay verdadera ciencia allí donde puedan escribirse ecuaciones
diferenciales. Más adelante, al tocar el tema de la predicción en
ciencia volveremos sobre este punto. Nye (1993, pp. 33 y 57)
recuerda cómo a finales del siglo XIX los físicos tendían a ver a la
química como una ciencia descriptiva que requería fundamentos
físicos. Entre quienes lo pensaban así, Nye cita específicamente a
Maxwell y a Helmholtz cuya autoridad como físicos llevaba a
que sus puntos de vista prevalecieran a pesar de su clara falta de
competencia en la ciencia sobre la cual opinaban. De alguna mane-
ra, su posición se asemejaba a la de sus compatriotas que, al encon-
trarse con culturas desarrolladas lejos de Europa y lejos del modo
de pensar prevaleciente en este continente concluían que eran
culturas débiles o inferiores que para aprovechar lo poco de valioso
que tenían requerían de ser traducidas a la cultura europea.

1.1 La teoría atómica en el Siglo XX: conquista y colonia

La situación se agravó hasta adquirir tonos de etnocidio al


desarrollarse la teoría atómica a comienzos del Siglo XX. Hacia
1897, Perrin y J.J. Thomson, realizaron en tubos de Crookes experi-
mentos de conducción de electricidad a través de gases a baja
presión formalmente similares a los realizados por Faraday setenta
años antes, de conducción de electricidad a través de soluciones
diluidas. Si Faraday encontró el carácter corpuscular de la electri-
cidad en ellos, Thomson (Thomson, 1897) pudo medir la relación
entre la carga y la masa de los corpúsculos de electricidad y demos-
trar que los mismos corpúsculos entran a formar parte de los
átomos de cualquier elemento, lo cual se considera como el acto
de descubrimiento del electrón. Con claridad, Thomson entendió

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que había encontrado en ellos una aproximación clara a la materia
prima fundamental postulada por Prout y que había guiado gran
parte de la investigación química a lo largo del siglo. Inmedia-
tamente comenzó la tarea de explicar las propiedades de los áto-
mos a través de la estructura interna causada por la disposición
de los electrones en su interior. Lewis, Langmuir, Kossel, Nagaoka
propusieron sendos modelos y uno de los más claros y profundos
fue el propuesto por el mismo Thomson en 1903, que tenía el
inmenso valor de dar base física a la Ley Periódica4 , aunque Thom-
son no haya podido desarrollar completamente la formulación
de sus anillos de cargas negativas embebidas en un campo
positivo.

Entonces vino el choque entre dos culturas, una de ellas con armas
más poderosas —o más vistosas— que la otra. Rutherford realizó
su famoso experimento de dispersión de partículas sobre una
lámina de oro y postuló el átomo nuclear. Dos años después, Bohr
aprovechó la idea del átomo nuclear, adicionó dos postulados
sobre la estabilidad de las órbitas estacionarias y la cuantización
de la acción en ellas y reprodujo el espectro del átomo de hidróge-
no con asombrosa precisión. Para hacerlo usó las armas de la
física clásica: leyes de Newton y cálculo diferencial para obtener
un número muy preciso.

El efecto en corto plazo fue impresionante. El átomo de Rutherford


y el de Bohr se convirtieron en El Modelo oficial del átomo y toda
la investigación posterior se refirió a él como la verdad que había
que aprender o mejorar. El éxito es impresionante si se tiene en

4. En el átomo de Thomson los electrones eran cargas puntuales distribuidas en un fluido


positivo. Lo interesante era su disposición: un solo electrón se coloca en el centro, dos se
colocan a una cierta distancia del centro, tres lo hacen en un triángulo equilátero alrededor
del centro, cuatro en un tetraedro regular y así sucesivamente, consideraciones de simetría
permiten prever configuraciones más estables. Thomson no pudo resolver el problema
general más allá de los cuatro electrones, pero intentó hacerlo con un modelo sencillo de
átomo plano en el cual cuatro electrones se agrupan en cuadrado alrededor del centro y
cinco en pentágono. Sin embargo, con más de cinco electrones el anillo se hace inestable
y se forman dos anillos concéntricos, con más de 16 aparecen tres anillos y los anillos
centrales reproducen la historia de formación de los primeros. Es decir, el modelo permite
prever el origen de la periodicidad. Una explicación resumida de este modelo se encuentra
en Villaveces (1989).

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cuenta que este modelo explicaba muy bien algunos resultados
experimentales, pero dejaba por fuera muchos más. Explícitamen-
te, el átomo de Rutherford-Bohr explicaba bien los espectros de
líneas del hidrógeno, pero no explicaba su estabilidad (que, en
realidad, se postulaba ad-hoc), ni sus propiedades químicas, ni su
posibilidad de formar compuestos. Lo que es peor, el modelo era
muy bueno para el hidrógeno, pero no servía para ningún otro
átomo. Su ventaja, o mejor, su fuerza, era que usaba ecuaciones
diferenciales para formularse. Era un alfeñique envuelto en fuerte
armadura y eso lo hizo imponerse.

1.2 La embriaguez de Dirac

La historia del desarrollo de la teoría atómica luego de 1913 es


bien conocida en el contexto de la historia de la física moderna.
Los intentos sucesivos de Bohr, Sommerfeld, Uhlenbeck, Gouds-
mit, Ehrenfest, y muchos más mostraron que para poder genera-
lizar el modelo de Rutherford-Bohr era necesaria una cantidad
tal de hipótesis ad-hoc, que la teoría guardaba ya una profunda
similitud con la astronomía anterior a Copérnico y las intermina-
bles suposiciones sobre ciclos y epiciclos. Entonces llegó la revolu-
ción del cuarto de siglo. De Broglie, Heisenberg, Dirac y Schrödin-
ger sentaron las bases de una nueva teoría y en pocos meses se
acumularon los resultados numéricos positivos y, a pesar de la
perplejidad ante el significado de las nuevas ecuaciones, éstas obte-
nían tan importantes logros que no se dudó de estar en el buen
camino. Tanta gloria en cabeza de mentes jóvenes hace perder el
buen sentido y, en la cresta de la ola, Dirac proclamó en 1929:
«Así, las leyes necesarias para la teoría matemática de una gran
parte de la física y la totalidad de la química son bien conocidas y
la dificultad es únicamente que la aplicación exacta de estas leyes
lleva a ecuaciones demasiado complicadas para ser solubles. Se
hace así deseable desarrollar métodos aproximados de aplicar la
mecánica cuántica que lleven a una explicación de los aspectos
principales de los sistemas atómicos complejos sin demasiada
computación». Esto era el resultado de haber resuelto (¡una vez
más!) el problema del átomo de hidrógeno y haberse obtenido la
solución, mediante varias aproximaciones muy fuertes y cuestio-
nables, de la molécula de hidrógeno, o más exactamente, haberse

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obtenido por primera vez en la historia la solución de un problema
de cuatro cargas que, a pesar de todas las aproximaciones, daba
como resultado algunos estados estables. Ante estos resultados,
el entusiasmo de Dirac es más o menos como el de un niño que, al
aprender que «la eme con la a, ma y la pe con la a, pa», saltara
emocionado a decir que ya conoce bien las leyes necesarias para
toda la literatura y la dificultad es únicamente que la aplicación
de estas leyes lleva a la necesidad de llenar muchas páginas con
demasiadas letras.

El entusiasmo imponderado de Dirac se propagó. Cuatro años


más tarde, Harold Clayton Urey, el primer editor del Journal of
Chemical Physics, declaraba en el primer número: «se ha tendido
un puente total sobre la frontera entre las ciencias de la química y
la física», dándole la razón a Dirac y encontrando que ya la química
podía entenderse toda desde la física. Más tajante era Henry
Eyring en 1944, cuando en la introducción de un libro de texto
que fue muy prestigioso, muy leído y enormemente citado (Eyring,
Walter y Kimball, 1944), decía: «Hasta donde sea correcta la mecá-
nica cuántica, las cuestiones químicas son problemas de matemáti-
ca aplicada». La situación es paradójica. Por un lado, los problemas
químicos que podían ser verdaderamente tratados en el libro de
Eyring, Walter y Kimball eran casi triviales por su simplicidad,
desde el punto de vista químico. Por otro lado, para tratarlos se
había seguido la recomendación de Dirac y numerosas aproxima-
ciones, cuya base teórica no era muy clara se habían desarrollado.
Entre ellas, la aproximación de Born-Oppenheimer, que separaba
las coordenadas de electrones y núcleos; la aproximación orbital
que perdía de vista toda la correlación entre los electrones; la
«aproximación p», que trataba de manera diferente a los orbitales
p y a los orbitales s, sin que fueran claras las razones teóricas que
permitían hacer esto, etc.

Lo peor es que, si estos autores sentían que el problema teórico de


la química estaba resuelto, por su lado los químicos no se habían
enterado de ello. La inmensa mayoría de los químicos seguía
desarrollando su ciencia, convirtiéndola en una ciencia robusta y
transformando la economía del siglo XX y la vida de todos los
ciudadanos, con modelos teóricos que primero eran pre-cuánticos

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y que luego, por obra y gracia de los autores de libros de texto,
fueron convirtiéndose en una amalgama de viejos conceptos de
la química clásica con simplificaciones burdas de las aproximacio-
nes que mencionábamos, reducidas a lenguajes pictóricos y a
reificación de los algoritmos. La «base teórica» así obtenida es
muy endeble y el mensaje es: «si usted quiere ir más allá, las fortale-
zas están en la mecánica cuántica». Como la mayoría de los
químicos desconoce y desconocía la cuántica y no estaban muy
interesados en hacerse físicos para poder seguir haciendo química,
optaron por la vía de abandonar la reflexión teórica.

O de hacer como si la abandonaban. Porque no es cierto que se


haya abandonado. Por el contrario, la química orgánica clásica, la
bioquímica, la inorgánica de compuestos complejos, el uso de la
simetría en química, la consolidación de las espectroscopías y las
cromatografías como fundamento del análisis, y muchos campos
más se desarrollaron en el siglo XX y crearon corpus teóricos que
han sido percibidos como locales, es decir, sus practicantes los
manejan con alguna confianza y no los divulgan mucho, ni entran
en el debate muy general o muy público, pues siempre sienten la
inseguridad por la falta de conocimientos físicos.

En las cinco décadas que siguieron a la exclamación de Dirac, el


desarrollo fue bastante distinto de lo que él supuso. Inicialmente
se hicieron esfuerzos por construir aproximaciones que permitie-
ran obtener resultados con una cantidad pequeña de cálculos.
Mulliken, Pauling, Hückel, Coulson, Wheland, Daudel y muchos
más generaron aproximaciones de orbitales moleculares, de
resonancia, de electrones p, de orbitales localizados y no localiza-
dos, de campo ligando, de enlace de valencia y muchos otros
nombres que hoy son corrientes en los libros de texto y que posan
de teorías cuando son en realidad algoritmos de aproximación.
Después de 1960, sin embargo, el curso cambió. Al llegar los com-
putadores a las universidades, pronto los químicos cuánticos se
hicieron sus más importantes usuarios y se tornaron en excelentes
calculistas. Muchos algoritmos viejos y otros tantos nuevos para
resolver ecuaciones diferenciales, para diagonalizar matrices y,
en general, para resolver problemas de valores propios con muchas
variables fueron convertidos en rutinas operacionales por estos

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químicos. En 1970 comenzaban a ser funcionales los programas
de cómputo para estudiar moléculas más complejas y al terminar
el siglo empieza a ser posible hacer cálculos de moléculas con
cientos de electrones, es decir, los problemas de interés en química
empiezan a ser atacados de verdad, siguiendo un camino diferente
al sugerido por Dirac, una vez que se hizo posible realizar billones
de integrales en fracciones de segundo.

1.3 El mecanicismo en la química moderna

En este punto, cabe mencionar la extraña situación epistemológica


generada por la aplicación desde 1926 de la mecánica cuántica a
la química.5 Mientras que en la física, el advenimiento de la teoría
cuántica fue un paso definitivo en la desintegración de la visión
mecánica del mundo, que había comenzado en la segunda mitad
del siglo XIX, con la teoría de campos de Maxwell, en la química,
por el contrario, debido al uso generalizado de la aproximación
de Born-Oppenheimer, se reforzó la imagen mecánica. Al no
poderse resolver la ecuación de Schrödinger más que para sistemas
trivialmente simples en química, las moléculas se comenzaron a
calcular separando el movimiento electrónico del movimiento
nuclear, siguiendo el método perturbativo desarrollado por estos
autores (Born-Oppenheimer, 1927) de manera muy general. La
aproximación consistía en separar las coordenadas de los electro-
nes y de los núcleos de una molécula, tratando las de los núcleos
como parámetros, constantes mientras se resolvía la ecuación inter-
media, para obtener objetos matemáticos intermedios denomina-
dos «función de onda electrónica» y «energía electrónica», los
cuales, servían de base para el segundo paso del proceso que era
resolver la ecuación en las variables nucleares, una vez integradas
las electrónicas, para obtener la función de onda total, dependiente
de las coordenadas de núcleos y electrones.

En la práctica, muchos autores se limitaron a resolver la primera


parte, la «ecuación electrónica» y a trabajar con la función de onda

5. Sobre esto se puede consultar Villaveces y Daza, (1997), sobre la aproximación de Born-
Oppenheimer en general, y una reformulación de ella en términos de teoría de
distribuciones, que supera algunos de los problemas conceptuales, puede verse Moyano
y Villaveces, (1999).

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y con la energía electrónicas, estudiando lo que se interpretaba
como la distribución cuántica de los electrones sobre un esqueleto
rígido de núcleos fijos. La imagen de las moléculas como conjuntos
de bolitas y palitos, reminiscente del Siglo XVII, se reforzó por
este camino, en clara contradicción con la mecánica cuántica.

2. El renacimiento de la química teórica

Mucho se podría escribir sobre esta delegación de la química teóri-


ca en la física y es sin duda un tema que historiadores y epistemó-
logos deberían profundizar. En las últimas dos décadas, sin embar-
go, se ha reabierto de manera importante el esfuerzo de reflexión
sobre las bases de la química e, incluso, la reivindicación del nom-
bre de química teórica en vez de las parciales versiones de «quími-
ca cuántica» o «físico-química», que continúan siendo subdiscipli-
nas importantes, pero ya no confundidas con la química teórica.

Un acontecimiento importante fue la publicación en 1983 del libro


de Hans Primas (Primas, 1983), «Chemistry, Quantum Mechanics
and Reductionism». Primas argumenta en él cómo la química
cuántica computacional no ha logrado en realidad convertirse en
la base para entender los conceptos importantes de la química y,
si no logramos comprensión de ellos en realidad, estamos perdien-
do la química. La gran mayoría de los químicos no acuden a los
enormes esfuerzos computacionales en busca de comprensión de
sus fenómenos, sino que prefieren basarse en las ideas ad-hoc de
la química cuántica semi-empírica y el problema es que «a pesar
de la erudición, la imaginación y el sentido común usados para
crear los métodos semiempíricos de la química, el éxito de esta
herramienta permanece como un enigma central para los teóricos»
(Primas, 1983, p. 8). A lo largo del libro, Primas argumenta con
mucho rigor cómo los principales conceptos de la química perma-
necen inexplicados por la química cuántica y cómo hay problemas
fundamentales que deben ser resueltos aún. Entre estos está el
problema de la aproximación de Born-Oppenheimer. Primas
pregunta por qué es tan victoriosa esta aproximación, de la cual
no entendemos por qué es compatible con la mecánica cuántica.
(p.18). El problema es que prácticamente toda la química hecha

19
después de 1930 está pensada (o parece estar pensada) dentro de
la aproximación de Born-Oppenheimer, que trata a los núcleos
de manera distinta a cómo trata a los electrones en un sistema
molecular. En conjunto, el libro de Primas, escrito desde un manejo
muy riguroso de la teoría cuántica contemporánea, puede ser visto
como una toma de posición contra el fisicalismo y un llamado a
químicos teóricos y epistemólogos a retomar la reflexión sobre
los fundamentos de la química y sus relaciones con el conjunto
de las ciencias.

Poco después, Wooley (Woolley, 1991) planteó el problema de


fondo: la química contemporánea trata a los electrones como
partículas cuánticas y a los núcleos como partículas clásicas. Aquí
hay un dilema epistemológico fundamental y la evidencia de una
teoría con problemas graves en su base y es sintomático del mal
matrimonio entre la química y la física. Sin embargo, el problema
sólo ha podido ser planteado y muy pocos avances se han hecho
en dirección de su resolución.

En 1995 se comenzó a publicar Hyle, la revista internacional para


la filosofía de la química. En su primer editorial, Joachin Schum-
mer reconocía la precariedad de la filosofía de la química y hacía
un llamado a interesarse en el tema. La revista ya va en su quinto
volumen y ha comenzado a reunir a la escasa comunidad de intere-
sados en la filosofía de la química o en la filosofía de la ciencia
pensada desde la química.

En septiembre de 1996 se reunió en Marburgo el tercer coloquio


Erlenmeyer para la filosofía de la química (Janich y Psarros, 1998).
Reunió a químicos y físicos interesados en el tema de la autonomía
de la química como pregunta fundamental y la tendencia mayori-
taria fue hacia contradecir el fisicalismo, pero es claro que hay
muchas cuestiones profundas abiertas.

El siglo XXI comienza así con una actitud distinta. El entusiasmo


de los físicos que creyeron haber resuelto el problema de la química
generó nuevas especialidades, otros problemas, muchas técnicas
originales, pero no avanzó en la comprensión de los temas funda-
mentales de la química. El choque entre las dos disciplinas silenció

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durante décadas a quienes habrían podido pensar el mundo desde
la química, pero ese silencio ha comenzado a terminar. La química
no ha podido ser reducida a la física y cada vez son más quienes
creen que este es un imposible ontológico y metafísico.

3. Problemas epistemológicos de la química contemporánea

Muchos problemas quedan vivos en la química contemporánea


que requieren el trabajo de los filósofos. Enunciamos a continua-
ción muy rápidamente tres de ellos, a título de simple ilustración,
dejando en claro que hay muchos otros de enorme interés.

3.1. The chemical core of chemistry

Uno bien interesante es saber, si la química no es reducible a la


física, entonces cuál es su meollo. Schummer escribió en 1998 un
artículo sobre este problema, titulado The Chemical Core of
Chemistry I, en el cual busca cuál es el núcleo propiamente quími-
co de la ciencia química y pretende desarrollar una «arquitectura
cognitiva para la química», que contiene, entre otras cosas una
clarificación del concepto de especie química y la búsqueda de
fundamentos de la teoría química a través de la teoría de las
fórmulas estructurales.

3.2. La predicción del futuro: ¿Laplace o Mendeleyev?

La capacidad de predicción ha sido considerada uno de los puntos


positivos de toda ciencia. En la forma que adoptó en la física
dieciochesca equivalía a poder escribir una ecuación diferencial
que describiera el movimiento de todas las partículas y así, si se
conocieran las posiciones en un momento dado, toda la evolución
posterior del sistema sería conocida. Esto llevó a Laplace a su
famosa afirmación sobre la capacidad de predecir enteramente el
futuro y ha encontrado toda clase de contraargumentos en la teoría
del caos y los sistemas complejos.

Hacia 1860 Mendeleyev logró una proeza de predicción tan impor-


tante, por lo menos, como la del retorno del cometa de Halley cada

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setenta y cinco años. Mendeleyev predijo la existencia de varios
elementos químicos que nadie había observado nunca, describió
sus propiedades y dio las condiciones para hallarlos. Pronto fueron
encontrados y cumplieron con todo lo predicho por el químico ruso.
Desde entonces se ha predicho la posibilidad de fabricar cientos de
sustancias con propiedades específicas. El diseño de fármacos en
las dos últimas décadas del siglo XX ha alcanzado éxitos enormes,
prediciendo de antemano las propiedades químicas y fisiológicas
de sustancias inexistentes y sintetizándolas después.

Si la predicción por medio de ecuaciones diferenciales ha sido


tema central de la epistemología, que la ha considerado como una
de las condiciones de calidad del conocimiento y la ha relacionado
con varias formas de criterio de demarcación, la segunda forma
de predicción por clasificación, «à la Mendeleyev» no ha sido
objeto de análisis epistemológicos aún cuando sus resultados son
más difíciles de obtener y bastante más novedosos. Este análisis
de la capacidad de predicción está directamente ligado con el de
la matematización de la ciencia. Con frecuencia los epistemólogos
se han concentrado en el problema de la matematización directa-
mente relacionada con la escritura de ecuaciones diferenciales
como se hacía en la mecánica clásica. El conjunto de las sustancias
químicas parece más bien ser un espacio topológico en el cual las
relaciones de pertenencia a una clase, de vecindad o relación jerár-
quica de clases etc., son más importantes que las diferenciales.
Esta parece ser la estructura matemática presente detrás de la tabla
periódica y la que explicaría que la predicción se hizo posible
cuando se consideró el conjunto de todos los elementos y las clases
de equivalencia entre ellos. La epistemología de este problema
está inexplorada, y su interés no solo residiría en la comprensión
de ese evento mayor de la historia de la química que fue la
formulación de la ley periódica, sino en la posible generalización
de esta forma de hacer ciencia a las sustancias compuestas.
Schummer (1998) enuncia este problema como el de la estructura
lógica del conocimiento químico.6

6. Este problema está directamente relacionado con el de la estructura topológica del espacio
de las cargas nucleares que trabajan Daza y Villaveces y del cual hay una primera versión
en Daza y Villaveces (1994) y una próxima que será enviada a publicación en corto tiempo.

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3.3. La estructura química

El concepto de estructura es central en la química. Sin embargo,


es profundamente ambiguo y cada grupo de practicantes de esta
ciencia lo entiende de manera distinta, todas ellas llenas de proble-
mas epistemológicos. Para un químico clásico, la estructura está
relacionada con la fórmula estructural, esto es, con un conjunto
de letras y rayas que reflejan relaciones de vecindad y destacan la
presencia de grupos funcionales. Matemáticamente esto corres-
ponde a un grafo y, de hecho, la teoría de grafos fue formalizada
en gran medida a partir del interés de Cayley y Sylvester por las
fórmulas estructurales de los químicos, especialmente de Kekulé,
sin embargo, solo en las últimas dos o tres décadas han comenzado
los químicos a preocuparse por la estructura matemática
subyacente. La iniciación de la publicación del Journal of Mathe-
matical Chemistry en 1985 está directamente vinculada con el
renacimiento de este interés. Sin embargo, la visión de los espec-
troscopistas y de los químicos computacionales se ha ido exten-
diendo cada vez más. Para estos la estructura química no es un
grafo, sino un objeto geométrico, sólido, con distancias y ángulos
perfectamente definidos, con elipsoides de revolución de excentri-
cidades exactas y se destinan enormes cantidades de tiempo y de
recursos a la determinación de la siguiente decimal de distancia o
de ángulo. Los dos conceptos son ontológicamente muy diferentes
y se hace necesario estudiarlos desde este punto de vista y enten-
der las consecuencias de esta visión doble sobre el conjunto de la
química que se fundamenta en ellos. Más recientemente, (Mezey,
1982; Villaveces y Daza, 1990) se va poniendo de manifiesto que,
aún dentro del esquema de Born-Oppenheimer, la estructura
química no puede corresponder a un objeto geométrico rígido,
sino a un objeto topológico y las bases matemáticas de una concep-
ción topológica de la estructura química se trabajan en la actuali-
dad. Sobre este punto puede consultarse Villaveces y Daza (1997).

4. A modo de conclusión

La ausencia de los químicos en el debate epistemológico es en


parte debida a la relación inadecuadamente armada entre la

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química y la física, que delegó en esta última la responsabilidad
de pensar la química. Esto no fue sano para la química, que se
desarrolló esplendidamente como técnica, o como conjunto de
subdisciplinas, pero mantiene problemas de fondo en su base.
No fue sano para la física, pues el triunfalismo un poco ingenuo
dio pocos resultados verdaderamente positivos en la física
molecular teórica y no fue sano para la epistemología pues excluyó
a toda una comunidad, con puntos de vista particulares, del debate
general.

Hoy la situación parece cambiar. A pesar de las buenas intenciones


y del entusiasmo de algunos físicos, y a pesar del enorme trabajo
de los químicos cuánticos construyendo aproximaciones y gene-
rando números, sigue habiendo conceptos fundamentales de la
química que resisten la reducción a la física y se va extendiendo
la opinión de que tal reducción es esencialmente imposible. Esto
ha reabierto en los años recientes el debate. El libro de Primas, la
revista Hylé, el enfoque topológico, la química matemática e inclu-
so teorías como la de Atomos en Moléculas de Bader comienzan a
mostrar filones riquísimos de investigación en los fundamentos
de la química y en su epistemología.

Sea la fundación de una Asociación Colombiana para la Filosofía


de la Ciencia una ocasión propicia para invitar a químicos, físicos,
filósofos y demás interesados a vincularse a esta tarea.

Santafé de Bogotá, D.C., febrero del 2000

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