Devocion de Los Siete Dolores PDF
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http://www.fatima.org/span/news/pdf/Devocion_de_los_siete_Dolores.pdf
¿Por qué la Devoción al
Corazón de Nuestra Madre en Sus Dolores?
Porque Jesús quiere esta devoción.
Jesucristo Mismo reveló a la Beata Verónica de Binasco, que Él se complace más que nos
compadezcamos de su Madre que de Él mismo. Le dijo: ‘Hija mía, mucho me agradan las
lágrimas que se derraman por mi Pasión; pero amando yo con amor inmenso a mi Madre
María, me agrada más aún la meditación de los dolores que Ella padeció en Mi muerte.’
“He aquí por qué son muy grandes las gracias prometidas por Jesús a los devotos de los
dolores de María”.1
“Por esta razón la Bienaventurada Virgen Misma apareció en el año 1239 al fundador del
Orden de los Servitas, o siervos de María, a pedirles instituir un orden religioso para
conmemorar Sus dolores”.3
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Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que
os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz...”6
Jesús explicó más Su voluntad a Sor Lucía. En respuesta a su pregunta sobre la razón
para no convertir a Rusia sin el Papa haciendo la Consagración de Rusia, Jesús dijo: Porque
quiero que toda Mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Inmaculado
Corazón de María, para después extender su culto y poner, al lado de la devoción de Mi
Corazón divino, la devoción a este Corazón Inmaculado.”7
La tristeza de María era tan grande que, si fuese dividida por todos los hombres, sería
suficiente para causarles muerte inmediata”.9 …San Bernardino de Siena.
“Mientras otros mártires sufrieron sacrificando sus vidas, la Santísima Virgen sufrió
sacrificando la vida de Su Hijo – una vida que Ella amaba mucho más que la Suya; y así sufrió
no sólo en Su alma lo que Su Hijo suportó en Su cuerpo, sino además de eso viendo los
tormentos de Su Hijo trajo más dolor a Su corazón de que si Ella hubiese suportado en Su
propia persona”10 …San Antonino.
“La pasión de Jesús comenzó con Su nacimiento. De la misma manera María, en todas las
cosas, semejante a Su Hijo, suportó Su martirio a lo largo de Su vida”.11 …San Bernardo.
Fue “revelado a Santa Brígida” por un ángel “que la Santísima Virgen, aun antes de
hacerse Su Madre, sabiendo cuanto fuese a sufrir el Verbo Encarnado por la salvación de los
hombres, y con compasión por este Salvador inocente, Que sería llevado a una muerte tan cruel
por crímenes que no eran Suyos, aun entonces comenzó Su gran martirio”.12
“Los mártires suportaron los tormentos en sus cuerpos. María sufrió los Suyos en Su
alma”. …San Alfonso de Ligorio. “Ahora, como el alma es más noble que el cuerpo, así mucho
mayores fueron los sufrimientos de María de que los de todos los mártires, como Jesucristo
6
Ibid, pág. 182.
7
Esta respuesta de Jesús a Sor Lucía se encuentra en su carta al Padre Gonçalves, con fecha de 18 de mayo de 1936.
Cf. The Whole Truth About Fatima, Vol. II, pág. 631.
8
Las Glorias de María, pág. 477.
9
Ibid, pág. 469.
10
Ibid.
11
Ibid. pág. 465.
12
Ibid, pág. 466.
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Mismo dijo a Santa Catarina de Siena: ‘Entre los sufrimientos del alma y los del cuerpo no hay
comparación’”.13
“La Santísima Virgen María, por el amor que nos dedicaba, estaba dispuesto a ver Su
Hijo sacrificado a la Justicia Divina por la barbaridad de los hombres. Este gran tormento, pues,
que María suportó por nosotros – un tormento mayor de que mil muertes – merece nuestra
compasión y nuestra gratitud. Si no podemos corresponder más a un tal gran amor, al menos
dediquemos algunos momentos en este día de hoy para considerar cuan grandes fueron los
sufrimientos por los cuales María se hizo Reina de los mártires; porque los sufrimientos de Su
gran martirio excedieron los de todos los mártires, en primer lugar por ser los más largos, y en
segundo lugar por ser los mayores en intensidad”.14 …San Alfonso de Ligorio.
“Nuestra Madre del Cielo tiene un tal amor por nosotros que merece nuestra gratitud, y
esa gratitud debería demostrarse por lo menos meditando en Sus Dolores y teniendo compasión
por Ella en ellos”.15…San Alfonso de Ligorio.
Los Dolores de Nuestra Señora son conmemorados dos veces por año en el Calendario
Litúrgico: el 15 de septiembre y en viernes antes de Domingo de Ramos. El hecho de que los
Dolores de la Santísima Virgen María sean conmemorados dos veces por año en el Calendario
Litúrgico Romano demuestra la importancia que esta devoción tiene para el Cielo.
La historia de la Devoción
La devoción a la Madre Dolorosa tiene su origen en los primeros tiempos de la Iglesia. El
primer ejemplo es de San Juan al pie de la Cruz. Esta devoción ganó un lugar en la historia de la
Iglesia a través de la narrativa del Evangelio de San Juan – “Estaban al mismo tiempo junto a la
cruz de Jesús su madre…” (Jn. 19:25).
Aunque la devoción siempre hubiese sido parte de la piedad católica, sólo en el Siglo XIII
comenzó a florecer mucho más la devoción de meditar en los dolores de Nuestra Señora. En
Florencia, siete hombres santos de familias nobles dejaron la ciudad, en procura de la solidad en
el Monte Senario, y juntos formaron una comunidad, dedicando sus vidas a la oración y a la
penitencia. Los siete santos hombres tenían todos una fuerte devoción a Nuestra Señora.
13
Las Glorias de María, pág. 469.
14
Ibid, pág. 464.
15
Ibid. pág. 478.
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Orden dedicado a la práctica y a la difusión de la devoción de Sus Dolores. Estos hombres fueron
los fundadores del Orden religioso de los Siervos de María (o Servitas), y todos ellos son hoy
santos canonizados.
2. La huída a Egipto
7. La sepultura de Jesús
1. Todos los que, a la hora de la muerte, invoquen la Divina Madre en nombre de Sus
Dolores obtendrán un verdadero arrepentimiento de sus pecados;
2. Él protegerá todos los que han tenido esta devoción en sus tribulaciones, y los
protegerá especialmente a la hora de la muerte;
4. Colocará estos siervos devotos en las manos de Su Madre María, para que Ella hace
de ellos lo que desea y obtendrá para ellos todas las gracias que desean.
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Además de estas cuatro gracias, hay aún siete promesas conectadas a la práctica de rezar
siete Ave Marías diariamente, mientras se medita en las Lágrimas y Dolores de Nuestra Señora.
Estas siete promesas fueron reveladas a Santa Brígida de Suecia:
5. “Los defenderé en sus batallas espirituales contra el enemigo infernal, y los protegeré
en todos los instantes de sus vidas”.
7. “Obtuve de Mi Divino Hijo esta gracia: que quien propaga esta devoción a Mis
Lágrimas y Dolores será llevado directamente de esta vida terrena a la felicidad
eterna, porque todos sus pecados serán perdonados y Mi Hijo será su consuelo y
alegría eternales”.
(Prayers and Heavenly Promises de Joan Carroll Cruz; Imprimatur: Mons. Francis B. Schulte, 1989,
págs. 34-35)
Después:
Día I. Sufro por Ti, María Dolorosísima, en la aflicción de Tu corazón tierno con la
profecía del santo viejo Simeón. Querida Madre, por Tu corazón tan afligido, obtén
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para mí la virtud de la humildad y el Don del santo Temor de Dios. Rece un Ave
María.
Día II. Sufro por Ti, María Dolorosísima, en la angustia de Tu afectuosísimo corazón
durante la fuga al Egipto y Tu estadía allí. Querida Madre, por Tu corazón tan
perturbado, obtén para mí la virtud de la generosidad, especialmente para con los
pobres, y el Don de la Piedad. Rece un Ave María.
Día III. Sufro por Ti, María Dolorosísima, en las ansiedades que perturbaron Tu corazón
amargado por la pérdida de Tu querido Jesús. Querida Madre, por Tu corazón tan
angustiado, obtén para mí la virtud de la castidad y el Don de la Ciencia. Rece un
Ave María.
Día V. Sufro por Ti, María Dolorosísima, en el martirio que Tu corazón generoso
suportó al estar cerca de Jesús en Su agonía. Querida Madre, por Tu corazón de tal
manera afligido, obtén para mí la virtud de la temperancia y el Don del Consejo.
Rece un Ave María.
Día VI. Sufro por Ti, María Dolorosísima, en la herida de Tu corazón compasivo, cuando
el lado de Jesús fue alcanzado por la lanza y Su Corazón fue traspasado. Querida
Madre, por Tu corazón así traspasado, obtén para mí la virtud de la caridad fraterna
y el Don del Entendimiento. Rece un Ave María.
Día VII. Sufro por Ti, María Dolorosísima, por los dolores que arrancaron Tu
amantísimo corazón cuando Jesús fue sepultado. Querida Madre, por Tu corazón
hundido en la amargura de la desolación, obtén para mí la virtud de la diligencia y
el Don de la Sabiduría. Rece un Ave María.
Oremos.
Sea hecha intercesión por nosotros, te suplicamos, Señor Jesucristo, ahora y en la hora de
nuestra muerte, ante el trono de Tu misericordia, por la Santísima Virgen María, Tu Madre, Cuya
santísima alma fue traspasada por una espada de dolor en la hora de Tu amarga Pasión. Pedimos
esto por intercesión de Tu, Jesucristo, Salvador del mundo, que con el Padre y el Espíritu Santo
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Indulgencia de 5 años. Indulgencia de 7 años en cada día de septiembre. Indulgencia plenaria una vez por mes, bajo
las condiciones usuales, si estas oraciones sean dichas diariamente (Pio VII, Audiencia, 14 de enero de 1815).
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Invocaciones
Santa Madre, traspasadme; renovad en mi corazón cada herida de mi Salvador
crucificado. (Misal Romano).
Indulgencia de 500 días. Indulgencia plenaria bajo las condiciones usuales, si sea rezada con devoción todos los días
durante un mes (S.P. Ap., 1 de agosto de 1934).
María dolorosísima, Madre de los Cristianos, rogad por nosotros. Indulgencia de 300 días (Pio
X, Audiencia, 4 de junio de 1906)
Virgen dolorosísima, rogad por nosotros. Virgo dolorosissima, ora pro nobis.
Indulgencia de 300 días. Indulgencia de 5 años, si, en honor de la Santísima Virgen María de los Dolores, si rece con
devoción el Ave María 7 veces, después de la invocación encima indicada una vez (S.P. Ap., 22 de noviembre de
1934).
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Oraciones a la Madre Dolorosa (de la Raccolta)
María, Santísima Virgen y Reina de los Mártires, aceptad el homenaje sincero de mi
afecto filial. Recibid mi pobre alma en vuestro corazón, traspasado por tantas espadas. Recibidla
como compañera de vuestros dolores al pie de la Cruz en que Jesús murió por la redención del
mundo. Con Vos, oh Virgen dolorosa, sufriré alegremente todas las tribulaciones,
contradicciones y enfermedades que Nuestro Señor querría enviarme. Las ofrezco todas a Vos en
memoria de vuestros dolores, para que cada pensamiento de mi mente y cada latido de mi
corazón sean un acto de compasión y de amor por Vos. Oh Vuestra Merced, dulce Madre, tened
piedad de mí, reconciliadme con vuestro Divino Hijo Jesús, conservadme en vuestra gracia y
asistidme en mi última agonía, de modo que pueda alcanzar el Cielo, estar consigo y cantar
vuestras glorias. Amén.
Santísima Virgen y Madre, cuya alma fue traspasada por una espada de dolor en la Pasión
de Vuestro Divino Hijo, y Que, en Su gloriosa Resurrección, fuisteis llena de alegría sin fin por
Su triunfo, obtened para nosotros, que nos dirigimos a Vos, que compartimos de las adversidades
de la Santa Iglesia y de los dolores del Sumo Pontífice, de modo que podamos alegrarnos con
ellos en los consuelos por los que rezamos, en la caridad y paz de Cristo Nuestro Señor. Amén.
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Incluido en el Rosario, a seguir, es una breve introducción de cada dolor para meditación
mientras se reza el Rosario. Estas meditaciones son extractos de Las Glorias de María de San
Alfonso de Ligorio.
LUNES
V. Oh Dios ven en mi auxilio
En el templo, el Santo anciano Simeón, después de haber recibido en sus brazos al Divino
Infante, le predice a la Virgen que aquel Hijo suyo sería blanco de las contradicciones de los
10
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hombres: “Este Niño ha sido puesto como señal de contradicción”, y por eso “una espada de
dolor atravesará tu alma.” (Lc 2, 34-35).
Meditación
Dijo la Virgen Santísima a Santa Matilde que, ante el aviso de Simeón, “toda su alegría
se volvió tristeza”. Porque como le fue revelado a Santa Teresa, la Madre Santísima, aunque
sabía desde el principio que su Hijo sería sacrificado por la salvación del mundo, sin embargo,
desde esa profecía, conoció en particular y con más en detalle las penas y la muerte despiadada
que le había de sobrevenir a su amado Hijo. Conoció que le iban a perseguir y contradecir en
todo. En la doctrina, porque en vez de creerle lo habían de tener por blasfemo al afirmar que era
Hijo de Dios, como lo declaró el impío Caifás cuando dijo: “Ha blasfemado … es Reo de
muerte” (Mt 26, 65-66). Contradicho en la estima que se merecía porque era noble de estirpe real
y fue despreciado como plebeyo: “Acaso no es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13,55) “¿No es
éste el artesano, el hijo de María?” (Mc 6,3) . Era la misma sabiduría y fue tratado de ignorante:
“¿Cómo es que éste sabe las letras, si no ha estudiado?” (Jn 7,15); de falso profeta: “Le
cubrieron con un velo y le daban bofetones, y le preguntaban diciendo: ¡Adivina! ¿Quién es el
que te ha pegado?” (Lc 22,64); lo trataron de loco: “Ha perdido el juicio ¿Por qué lo
escucháis?”(Jn 10,20). Fue tratado de bebedor, glotón y amigo de los pecadores. “Vino el Hijo
del hombre, que come y bebe, y decís: He aquí un hombre glotón y bebedor, amigo de
publicanos y de pecadores” (Lc7,34). Lo tuvieron por hechicero: “Por arte del príncipe de los
demonios lanza a los demonios” (Mt 9,34), por hereje y endemoniado: “¿No decimos con razón
nosotros, que eres un samaritano y que estás endemoniado?” (Jn 8,48). En suma, fue tenido por
criminal tan notorio que no necesitaban proceso para condenarlo, como le gritaron los judíos a
Pilatos: “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiésemos entregado” (Jn 18,30).
MARTES
V. Oh Dios ven en mi auxilio
La huída a Egipto
Pasemos a considerar la segunda espada de dolor que hirió a María Santísima en la huída
a Egipto que tuvo que emprender con su Hijo, el infante Jesús, debido a la persecución de
Herodes.
11
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Meditación
Cuando oyó Herodes que había nacido el Mesías esperado, temió neciamente que le iba a
arrebatar su reino. Esperaba el impío que los Reyes Magos le trajeran noticias de dónde había
nacido el Niño Rey a fin de quitarle la vida, pero al verse burlado por ellos, ordenó la matanza de
todos los niños de Belén. Por eso el Ángel se apareció en sueños a San José y le ordenó:
“Levántate, toma el Niño y a su Madre, y huye a Egipto” (Mt 2,13). Y entonces comprendió la
afligida María que ya comenzaba a realizarse en su Hijo la profecía de Simeón, viendo que,
apenas nacido, era perseguido a muerte. Qué sufrimiento el del Corazón de María oír que se le
intimaba la orden de ir con su Hijo a tan duro destierro. Es fácil imaginar lo mucho que María
sufrió en este viaje. Era grande la distancia hasta Egipto, trescientas millas requerían un viaje de
treinta días. El camino era escabroso, desconocido y poco frecuentado, el clima, desapacible.
María era doncella joven y delicada, no acostumbrada a semejantes viajes. ¿Dónde pernoctarían
durante tan largo viaje con doscientas millas de desierto, sino sobre la arena? Vivieron en Egipto
siete años. Eran forasteros desconocidos, sin rentas, sin dinero, sin parientes. Apenas podían
sustentarse con sus modestos trabajos hechos a mano. Opina Landolfo de Sajonia (y sirva esto
para consuelo de los pobres), que María vivía allí tan en la pobreza que alguna vez pasaron
hambre sin tener ni un bocado de pan que darle a su Hijo. Ver a Jesús y María con San José
andar por el mundo como errantes y fugitivos nos debe mover a vivir también en la tierra como
peregrinos, sin aferrarse a los bienes que el mundo ofrece, como quienes pronto lo tendremos
que dejar todo y pasar a la vida eterna. Nos enseña además a abrazar la cruz, pues no se puede
vivir en este mundo sin cruces. Amemos y consolemos a María acogiendo dentro de nuestros
corazones a su Hijo, que todavía es perseguido y maltratado por los hombres con sus pecados.
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MIÉRCOLES
Entre los mayores sufrimientos que la Madre de Dios padeció en su vida, está este dolor:
La pérdida de su Hijo, que se quedó en el Templo de Jerusalén. Acostumbrada a gozar de la
dulcísima presencia de su Jesús, se vio por tres días privada de Él.
Meditación
Qué ansiedad tuvo que experimentar esta afligida Madre durante aquellos tres días en los
que anduvo por todos lados preguntando por su Hijo, como la Esposa de los Cantares: “¿Acaso
habéis visto al que ama mi alma?” (Cant 3,3). Este tercer dolor de María primeramente debe
servir de consuelo a quienes están desolados y no gozan de la presencia de su Señor, que en otro
tiempo sintieron. Lloren, sí, pero con paz, como lloraba María la pérdida de su Hijo. Y el que
quiera encontrar al Señor sepa que debe buscarlo, no entre las delicias y los placeres del mundo,
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sino entre las cruces y las mortificaciones, como lo buscó María. “Tu padre y yo te hemos
buscado llenos de aflicción” (Lc 2,48) dijo Ella a su Hijo. Debemos aprender de María a buscar a
Jesús. Por lo demás es el único bien que debemos buscar: Jesús. Dice San Agustín, hablando de
Job: “Perdió lo que le había dado Dios, pero tenía a Dios”. Si María lloró tres días la pérdida de
su Hijo, con cuánta más razón deben llorar los pecadores que han perdido la gracia de Dios y a
los que el Señor les dice: “Vosotros no sois mi pueblo y yo no soy para vosotros vuestro Dios”
(Os 1,9). Porque esto es lo que hace el pecado, separa el alma de Dios: “Vuestras culpas os
separaron a vosotros de vuestro Dios” (Is 59,2) Por lo cual, aunque un pecador sea muy rico,
habiendo perdido a Dios, todo lo de la tierra no es más que humo y sufrimiento, como lo confesó
Salomón: “Todo es vanidad y aflicción del Espíritu” (Eclo 1,14).
JUEVES
V. Oh Dios ven en mi auxilio
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Cuánto más tiernamente lo amó, tanto mayor dolor sintió al verlo sufrir, especialmente
cuando lo encontró, ya condenado a muerte, cuando iba con la cruz al lugar del suplicio. Ésta es
la cuarta espada de dolor, que vamos a considerar.
Meditación
“Oh Madre dolorosa”, le diría San Juan “Tu Hijo ya ha sido sentenciado a muerte y ya ha
salido llevando Él mismo la cruz camino del Calvario. Ven, si quieres verlo y darle el último
adiós en el camino por donde ha de pasar.” Parte María con Juan. Esperó en aquel lugar ¡y
cuántos escarnios tuvo que oír de los judíos –que ya la conocían– dirigidos contra su Hijo, y, tal
vez, contra Ella misma! ¡Qué exceso de dolor fue para Ella ver los clavos, los martillos y los
cordeles que llevaban delante los verdugos y todos los horribles instrumentos para matar a su
Hijo. Pero ahora los instrumentos de ejecución, los verdugos, todos han pasado. María levanta
sus ojos. Y ¿qué ve? ¡Oh Señor! Ve a un joven cubierto de sangre y heridas de pies a cabeza, con
una corona de espinas, con una pesada cruz sobre sus espaldas. Miró a Él pero apenas lo
reconoció. Las heridas, los hematomas y la sangre coagulada le hacían semejante a un leproso,
estaba desconocido. El Hijo, apartándose de los ojos un grumo de sangre que le impedía la visión
–como le fue revelado a Santa Brígida– miró a la Madre, y la Madre miró al Hijo. Sus miradas
llenas de dolor fueron como otras tantas flechas que traspasaron aquellas almas enamoradas.
Pero a pesar de que ver morir a Jesús le ha de costar un dolor tan acerbo, la amante María no
quiere dejarlo. La Madre lleva su cruz y le sigue para ser crucificada con Él. Tengamos
compasión de Ella y procuremos seguir a su Hijo y a Ella también nosotros, llevando con
paciencia la cruz que nos envía el Señor.
VIERNES
V. Oh Dios ven en mi auxilio
La muerte de Jesús
“Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre” (Jn 19,25). No se le ocurre a San Juan decir
otra cosa para ponderar el martirio de María: Contémplala junto a la cruz a la vista de su Hijo
moribundo y después dirás si hay dolor semejante a su dolor. Detengámonos también nosotros
hoy en el Calvario a considerar esta quinta espada que traspasó el Corazón de María: La muerte
de Jesús.
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Meditación
Apenas llegado al Calvario el Redentor, rendido de fatiga, los verdugos lo despojaron de
sus vestiduras y clavaron en la cruz sus sagradas manos y sus pies. Una vez crucificado,
levantaron en alto la cruz, y así lo dejaron hasta que muriera. Lo abandonaron los verdugos, pero
no lo abandonó su Madre. Entonces se acercó más a la cruz para asistir a su muerte. Así lo dijo la
Santísima Virgen a Santa Brígida: “Yo no me separaba de Él, y me aproximé más a su cruz”.
Oh verdadera Madre, Madre llena de amor, a la que ni siquiera el espanto de la muerte pudo
separar del Hijo amado. Pero, oh Señor, ¡qué espectáculo tan doloroso era ver a este Hijo
agonizando sobre la cruz, y ver agonizar a esta Madre al pie de la cruz, que sufría todas las penas
que padecía el Hijo! Todos estos sufrimientos de Jesús, eran a la vez sufrimientos de María.
“Cuantas eran las llagas en el cuerpo de Cristo –dice San Jerónimo– otras tantas eran las llagas
en el corazón de María.” “El que entonces se hubiera encontrado en el Calvario, dice San Juan
Crisóstomo, habría encontrado dos altares donde se consumaban dos grandes sacrificios: Uno
en el cuerpo de Jesús, y otro en el Corazón de María”.
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SÁBADO
V. Oh Dios ven en mi auxilio
¡Oh María! En este día vas a ser herida con una nueva espada de dolor al ver traspasar
con una espada cruel el costado de tu mismo Hijo ya muerto, y después tendrás que recogerlo
entre tus brazos al ser bajado de la cruz. Esto es lo que vamos a considerar en el sexto dolor que
afligió el Corazón de esta pobre Madre.
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Meditación
Basta decirle a una madre que ha muerto su hijo para revivir en ella todo el amor hacia el
hijo perdido. “Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y
agua” (Jn 19,34). Dice el devoto Lanspergio: “Compartió Cristo con su Madre el sufrimiento de
esta herida. De modo que él recibió el ultraje y María el dolor”. Fueron tantos y tales los
sufrimientos de María, que no murió sólo por milagro de Dios. En los demás dolores tenía al
menos a su Hijo que la compadecía, pero en éste no tenía al Hijo que la pudiera consolar. He
aquí que ya bajan a Jesús de la cruz y la afligida Madre, extendiendo los brazos, va al encuentro
de su amado Hijo, lo abraza y después se sienta al pie de la cruz. Su Hijo murió por los hombres,
pero ellos continúan persiguiéndole y crucificándole con sus pecados. Tomemos la resolución de
no atormentar más a esta Madre Dolorosa, y si en lo pasado la hemos afligido con nuestros
pecados, hagamos ahora lo que Ella nos pide.
DOMINGO
La sepultura de Jesús
Ésta es la última espada de dolor que vamos a considerar. Cuando María, después de
haber asistido a la muerte de su Hijo en la cruz, después de haberlo abrazado ya muerto, debía
finalmente dejarlo en el sepulcro.
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Meditación
A fin de considerar mejor este último misterio de dolor, volvamos al Calvario para
contemplar a la afligida Madre que aún tiene abrazado a su Hijo muerto. Los santos discípulos,
temiendo que la Virgen muriese allí de dolor, se apresuraron a quitarle de su regazo al Hijo
muerto para darle sepultura. Por lo cual, con reverente violencia se lo quitaron de los brazos, y,
embalsamándolo con aromas, lo envolvieron en la sábana ya preparada. Lo llevan al sepulcro en
fúnebre cortejo; la Madre Dolorosa sigue al Hijo camino a la sepultura. Al rodar la piedra para
cerrar el sepulcro los angustiados discípulos del Salvador, debieron dirigirse a la Virgen para
decirle: “Señora, hay que rodar la piedra, resígnate, míralo por última vez y despídete de tu Hijo”
Por fin ruedan la piedra y queda encerrado en el Santo Sepulcro el Cuerpo de Jesús, aquel gran
tesoro, que no lo hay mayor ni en el Cielo ni en la tierra. María deja sepultado su Corazón en el
sepulcro con Jesús, porque Jesús es todo su tesoro: “Donde está tu tesoro está tu corazón” (Lc
12,34). Y con esto, dando el último adiós al Hijo y al sepulcro, se marchó y volvió a su casa.
Andaba María tan triste y afligida, que, según San Bernardo: “provocaba las lágrimas de
muchos”, de modo que por donde pasaba, los que la veían no podían contener el llanto, y agrega
San Bernardo que los santos discípulos y mujeres que la acompañaban, lloraban aún más por Ella
que por su Señor.
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Dios te salve, Reina* ...
Oremos
Oh Dios, en cuya Pasión, de acuerdo con la profecía de Simeón, una espada de dolor
traspasó el alma dulcísima de María, Virgen y Madre gloriosa; conceded a nosotros que
conmemoramos y reverenciamos sus dolores, sintamos el bendito efecto de Vuestra Pasión, Vos
que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amen.
Se concluye con tres Avemarías en honor de las lágrimas derramadas por Nuestra Señora
en sus Dolores.
*Salve Reina
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra: Dios te
salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este
valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María! V. Ruega por nosotros santa Madre de
Dios, R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
En 1809, mientras cautivo de Napoleón Bonaparte, el Papa Pio VII escribió una letanía a Nuestra Señora
de los Dolores. He aquí una traducción del original en latín.
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Calma de las tempestades*, Corona de los Mártires,*
Asilo de los tristes,* Consejo de los Confesores,*
Terror de los insidiosos,* Perla de las Vírgenes,*
Tesoro de los fieles,* Apoyo de los huérfanos,*
Luz de los Profetas,* Amparo de las viudas,*
Báculo de los Apóstoles,* Alegría de los santos,*
* ROGAD POR NOSOTROS
Dadnos una mirada, libradnos de todo mal, socorrednos en todas nuestras necesidades,
por el poder de Jesucristo. Amén.
Imprimid vuestras penas, Reina del cielo, en el fondo de mi corazón, a fin de que en ellas
pueda leer y aprender dolor y amor; dolor, para sufrir con Vos y por Vos toda suerte de dolor; y
amor, para despreciar con Vos y por Vos todo amor que no sea el de Jesús.
El Stabat Mater Dolorosa es considerado uno de los siete mayores himnos latinos de
todos los tiempos. Es una Secuencia Católica Romana del Siglo XIII (un himno cantado después
del Gradual en ciertas Misas), frecuentemente atribuido al Papa Inocencio III y Jacopone da
Todi. El título Stabat Mater Dolorosa viene de la primera línea de la secuencia y significa
literalmente, “La Madre dolorosa estaba de pie”.
Stabat Mater
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O quam tristis et afflícta O cuán triste, quán aflicta
Fuit illa benedícta Se vio la madre bendita
Mater Unigéniti! De tantos tormentos llena
22
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Tui nati vulneráti, Y de tu hijo, Señora,
Tam dignáti pro me pati, Divide conmigo ahora
Poenas mecum dívide. Las que padeció por mí
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Oraciones de la Sta. Misa de
Nuestra Señora de los Dolores
El Santo Sacrificio de la Misa es la forma de oración más poderosa y el mejor modo de
rendir homenaje a Nuestra Señora y a Sus Dolores, y por medio de Ella, rendir homenaje a
Nuestro Señor. Nuestra Señora de los Dolores es conmemorada dos veces en el Calendario
Litúrgico: El Viernes de Pasión (Viernes antes del Domingo de Ramos) y el 15 de septiembre.
Introito: Estaban de pie junto a la Cruz de Jesús, su Madre y la hermana de ésta. María de
Cleofás, y Salomé y María Magdalena. V. Dijo Jesús: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al
discípulo: Ahí tienes a tu Madre. (Juan 19:25) V. Gloria...
Oración para el Viernes de Pasión: Oh Dios, en cuya Pasión fue traspasada de dolor la
dulcísima alma de la gloriosa Virgen y Madre María, según la profecía de Simeón; concedednos
bondadosamente que los que veneremos su Transfixión y sus dolores, alcancemos el feliz efecto
de vuestra Pasión, por los gloriosos méritos, súplicas e intercesión de todos los Santos que fueron
fieles en perseverar junto a la Cruz. Vos, que vivís y reináis, en la unidad del Espíritu Santo,
Dios, por los siglos de los siglos. R. Amén.
Oración para la Fiesta del 15 de septiembre: Oh Dios, en cuya Pasión, según la profecía de
Simeón, una espada de dolor traspasó la dulcísima alma de la gloriosa Virgen y Madre María;
concedednos bondadosamente que, celebrando con devoción la memoria de vuestros dolores, nos
aprovechemos de vuestra Pasión. Vos que vivís y reináis, en la unidad del Espíritu Santo, Dios,
por los siglos de los siglos. R. Amén.
Epístola: (Judit 13:22-25) El Señor con su poder te ha llenado de bendiciones, pues por ti ha
deshecho a nuestros enemigos. El Señor Dios Altísimo te ha bendecido, oh hija, sobre todas las
mujeres de la tierra. Bendito sea el Señor que ha creado cielos y tierra, pues ha hecho hoy tan
célebre tu nombre, que te alabarán todas las generaciones, al recordar el poder que te ha dado el
Señor; ya que no temiste morir por ellos, al ver las tribulaciones y la aflicción de tu pueblo, sino
que impediste su ruina ante nuestro Dios.
Gradual: Triste y dolorosa estáis, oh Virgen María al pie de la Cruz del Señor Jesús, vuestro
Hijo y Redentor. V. Oh Virgen y Madre de Dios, el que no cabe en todo el mundo, el que es
Autor de la vida, hecho Hombre, sufre este suplicio de Cruz.
Tracto: La Virgen María, Reina del Cielo y Señora del mundo, estaba llena de dolor junto a la
Cruz de nuestro Señor Jesucristo. (Lam. 1:12) V. Oh vosotros todos, que pasáis por el camino,
atended y ved si hay dolor semejante al mío.
Evangelio: (Juan 19:25-27) Estaban de pie junto a la Cruz de Jesús, su Madre y la hermana de
ésta, María de Cleofás y Salomé y María Magdalena. Viendo, pues, Jesús, a su Madre y al
discípulo amado, allí presente, dijo a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Dice luego al discípulo:
He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió por suya.
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Ofertorio: Acordaos, oh Virgen y Madre, en la presencia del Señor, de abogar en favor nuestro,
para que aparte de nosotros su indignación.
Secreta para el Viernes de Pasión y la Misa del 15 de septiembre: Señor nuestro Jesucristo,
os ofrecemos estos sacrificios y plegarias, suplicándoos humildemente que cuantos recordamos
en nuestras oraciones la Transfixión de la dulcísima alma de vuestra Madre María Santísima,
consigamos, por los méritos de vuestra muerte, y por la piadosísima intercesión de vuestra Madre
y de los Santos que la acompañaron al pie de la Cruz la felicidad de los escogidos. Vos que vivís
y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
Comunión: Felices los sentidos de Santa María Virgen, que merecieron sin morir la palma del
martirio bajo la Cruz del Señor.
Poscomunión para el Viernes de Pasión y Misa del 15 de septiembre: Haced, Señor, que los
Sacramentos recibidos al celebrar devotamente la Transfixión de vuestra Madre la Virgen María
nos alcancen de vuestra piedad toda clase de saludables efectos. Vos que vivís y reináis por los
siglos de los siglos. Amén.
El Padre Nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer
en la tentación; mas líbranos del mal. Amén.
El Avemaría
Dios te salve María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita eres entre todas la
mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
El Gloria
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Las gracias y las promesas concedidas a quien practique la devoción a Nuestra Señora y a
Sus Dolores son muy grandes. Sin embargo, en el caso en que se necesita Usted un pequeño
aliento para abrazar esta devoción, tal vez el siguiente relato, tomado de las revelaciones de
Santa Brigida, pueda ayudar:
“Había un cierto hombre rico, tan noble de nacimiento como vil y pecaminoso por sus
hábitos. Se había dado como esclavo al demonio, por un contracto expreso, y durante sesenta
años consecutivos lo sirvió, llevando una vida tal que se puede imaginar, y nunca se aproximó de
los sacramentos. Pues bien, sucedió que este príncipe estaba muriendo, y Jesucristo, para
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mostrarle misericordia, ordenó a Santa Brígida que dijese a su confesor que lo fuese ver y lo
exhortase a confesar sus pecados. El confesor fue, y el enfermo dijo que no había pedido la
confesión, visto que había recibido muchas veces el sacramento de la Penitencia.
“El Padre volvió una segunda vez, pero aquel pobre esclavo del infierno perseveró en su
determinación obstinada de no confesarse. Jesús dijo una vez más a la Santa que pidiese al
confesor que volviese. El así hizo, y en la tercera ocasión contó al enfermo la revelación hecha a
la santa, y que él había vuelto tantas veces porque Nuestro Señor, Que quería mostrarle
misericordia, así lo había ordenado. Oyendo esto, el moribundo fue tocado y comenzó a llorar:
¿‘Pero cómo’, exclamó, ‘puedo salvarme’?; ¿‘Yo, que durante sesenta años serví el demonio
como esclavo, y sobrecargué mi alma con incontables pecados’?
‘Mi hijo’, respondió el Padre, animándolo, ‘no dudes; si te arrepientes, de parte de Dios te
prometo el perdón’. Entonces, ganando confianza, dijo al confesor: ‘Señor Padre, me consideré a
mí propio como perdido, y ya desesperaba de la salvación; pero ahora siento el dolor por mis
pecados, lo que me da confianza; y visto que Dios aún no me abandonó, voy a hacer mi
confesión’.
“Y, en verdad, se confesó cuatro veces en aquel día, con las mayores señales de
arrepentimiento, y en la mañana siguiente, recibió la Santa Comunión. El Viernes, contrito y
resignado, se murió. Después de su muerte, Jesucristo otra vez habló a Santa Brígida, le dijo que
aquel pecador se había salvado, que estaba entonces en el purgatorio, y que debía su salvación a
la intercesión de la Santísima Virgen, Su Madre. Porque el fallecido, aunque hubiese llevado una
vida perversa, había conservado siempre la devoción a los dolores de Nuestra Señora, y siempre
que pensaba en ellas se compadecía de Ella”.
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Como rezar el Rosario
de los Siete Dolores
(ver también la página 9)
2
Padre Nuestro 1
1º Dolor (ver página 10)
2
Padre Nuestro 2
2º Dolor (ver página 11)
1
Padre Nuestro 1
3º Dolor (ver página 13)
Padre Nuestro
4º Dolor (ver página 14) 2 1
1 2
Padre Nuestro 1
5º Dolor (ver página 15)
2
Padre Nuestro 2
6º Dolor (ver página 17)
1
Padre Nuestro
7º Dolor (ver página 18) 4 3
3
Acto de Contrición.
1. Anuncie el Dolor y rece un Padre Nuestro (ver página 25) y un Avemaría (ver página 25).
2. Versículo: Oh María, Madre mía, dadme de vuestro dolor,… (ver página 11).
3. Salve Reina (ver página 20) … y Oh Dios, en cuya Pasión… (ver página 20).
4. Tres Avemarías en honor de las lágrimas derramadas por Nuestra Señora.
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Regina Coeli
Oremos
Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre,
la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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