Prólogo A Etnia y Sociedad de Ortiz

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Prólogo a Etnia y sociedad

de Fernando Ortiz*

Un lugar cimero alcanza Don Fernando Ortiz en


nuestra vida republicana, por su continuada acti-
vidad científica y ciudadana, por la importancia de
su magisterio, su acción como propulsor de cultu-
ra, sus aportes al esclarecimiento de tantos aspec-
tos anteriormente poco conocidos de la realidad
social cubana y, sobre todo, por la trascendencia de
su cuantiosa obra escrita en el campo de las cien-
cias sociales.
Tal vez lo primero que nos asombra cuando nos
acercamos a su vida y a su obra es la pasmosa curio-
sidad científica que se muestra en el abarcador espa-
cio a donde dirige sus inquietudes intelectuales. Esto
se refleja en la vastedad de un campo de indagación
que contiene los más diversos objetos de estudio,
seleccionados con el propósito de que comprendie-
sen los más variados fenómenos del modo de vida y
del pensamiento del hombre de sus días; pero, sobre
todo, del hombre de esta tierra que le viera nacer y
que acogiera sus últimos momentos.
Ningún paisaje del espacio físico de nuestro
suelo ni ningún pasaje del espacio temporal de

* Tomado de la Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1993,


pp. VII-XXXIII.

206
nuestro pueblo le dejó indiferente, y quiso apre-
sarlos y expresarlos desde diferentes puntos de vista
disciplinarios, en un afán totalizador de conocimien-
tos y en una pretensión de divulgación enciclo-
pédica.
Ortiz, con la natural modestia del sabio verda-
dero, minimiza la proporcionalidad de este esfuerzo
másculo [sic] cuando nos lo presenta como apenas
un inicial tanteo destinado a señalar las dimensio-
nes de una problemática de estudio ineludible:

Los especialistas en esas novedosas disciplinas


científicas, como son las de la antropología cul-
tural, o no los hay en Cuba o no han llegado a
comprender todavía la riqueza de observación que
el ambiente cubano reserva a sus estudiosos; y
el autor de estos párrafos, que lamenta la mag-
nitud de sus propias limitaciones, carece de es-
pecialidad científica alguna que satisfaga sus
inquietas curiosidades, no siendo sino un aficio-
nado a escudriñar en la formación y cultura de
su pueblo y un atrevido que comunica las pecu-
liaridades, agradables o no, que a veces descu-
bre en cosas, hechos e interpretaciones, para que
un día puedan ser estudiados objetivamente por
quienes tengan preparación, ánimo y posibili-
dades de hacerlo.1

1
Fernando Ortiz. La africanía de la música folklórica de Cuba.
Ministerio de Educación; Dirección de Cultura. La Habana,
1950, p. XIII.

207
Pero un destacado colaborador suyo en algunas
de sus empresas culturales y muy ligado a su perso-
na por vínculos de amistad, José Antonio Portuondo,
nos sitúa más objetivamente en el sentido de esta
empeñosa búsqueda y de sus alcanzados logros cien-
tíficos, cuando nos expresa:

Como escaseaban, o no existían, simplemen-


te, entre nosotros los especialistas, Ortiz se
hizo él mismo criminólogo, antropólogo, so-
ciólogo, etnólogo, lingüista, musicólogo,
folklorista, economista, historiador, geógrafo,
político, para poder contestar los incesantes
problemas que una investigación científica
plantea a cada paso. No esperó que surgieran
los especialistas, se hizo él mismo especialis-
ta en cada disciplina y estimuló el nacimiento
y desarrollo de esas especialidades en manos
más jóvenes y ambiciosas. 2

Esta asombrosa amplitud de sus intereses te-


máticos no redujo la cuantía ni la calidad de sus
fuentes informativas. Cada obra de Ortiz se basa
en una amplísima y paciente indagación bibliográ-
fica, que avanza desde las obras de consultas más
generales, recorre los volúmenes de los textos clá-

2
José Antonio Portuondo. «Fernando Ortiz, humanismo y
racionalismo científico», en revista Casa de las Américas. La
Habana, año X, no. 55, julio-agosto de 1969, p. 9.

208
sicos sobre la materia en estudio, escudriña en las
últimas novedades publicadas en diferentes idio-
mas, hasta recoger la volandera nota de la prensa
periódica, complementando la información, si el
caso lo posibilitase, con los testimonios de los in-
formantes, con los cuales desarrolló, sobre todo para
sus obras acerca de la cultura popular tradicional
cubana, un continuado y sistemático trabajo
investigativo.
El rigor metodológico le llevaría, durante mu-
chas décadas, a dedicar largas horas cada día a la
lectura y la prolija anotación de los textos. Rubén
Martínez Villena, quien ejerciera su profesión de
abogado durante muchos años en el bufete de Don
Fernando, en el prólogo que escribiera en 1923 para
una obra en dos volúmenes con una selección de
sus discursos, quiso dejarnos esta descripción de
su quehacer diario:

Para los que hemos podido observar de cerca a


Fernando Ortiz, sabemos que es, además, el tra-
bajador por excelencia. La virtud ubicua de su
talento abarca y resuelve a la vez complicados y
disímiles asuntos. Simultáneamente le hemos
visto, con asombro, desarrollar todo el conjun-
to de sus actividades: redactar un alegato jurí-
dico; despachar su consulta; confeccionar un
proyecto de ley; reorganizar una compañía mer-
cantil; afrontar un problema parlamentario; re-
volver, de paso, una librería de viejo. Y terminada

209
la jornada fatigosa, los que pasaran frente a su
casa en las altas horas de la noche, pudieran ver
iluminada la ventana de la biblioteca donde se
entrega, como un descanso, a la labor de nutrir
con la lectura su espíritu incansable. 3

Pero no debe pensarse que esta dedicación a la


profunda indagación de las infinitas motivaciones
cognoscitivas que lo asediaban convirtió a Ortiz en
un intelectual de gabinete, olvidado de las necesida-
des y de los anhelos de este pueblo nuestro y suyo;
por el contrario, de él pudo decirse con justicia, cuan-
do ya había alcanzado «su pirámide de años», lo que
expresara Fernando Campoamor al brindarle un ho-
menaje, como presidente de un grupo de escritores
y artistas, el 9 de octubre de 1951:

Dijo hace cinco lustros: «No se salva un pueblo


que no se salva solo.» Para salvar a Cuba del
virus nativo y de la uña extranjera, ha revisado
los fundamentos de la patria. Dicho de pronto,
significa renovar el hecho histórico falsificado,
alzarse en el parlamento, en la tribuna, en la
cátedra, en el texto, destapando nuestras cul-
pas y sus corolarios.”4

3
Rubén Martínez Villena. Prólogo al libro de Fernando Ortiz:
En la tribuna discursos cubanos. La Habana, 1923, t. 1, p. X.
4
Fernando G. Campoamor. «Don Fernando, el maestro fuerte»,
en periódico Alerta. La Habana, 17 de octubre de 1951, p. 4.

210
En esa misma ocasión el «maestro fuerte» —como
unos minutos antes le llamara Campoamor—, diría:

El cubano que os habla desde lo alto de su pirá-


mide de años ve horizontes muy sombríos y ha
creído su deber aprovechar esta ocasión, de sa-
gaz y obligado auditorio, para decirlo con fran-
queza. Muy pronto, 10 de octubre, sonarán de
nuevo las campanas de La Demajagua.
Año tras año, no han cesado de tocar en Cuba a
rebato por la libertad. Y ahora vibran otra vez
con nuevos timbres, como para una nueva reden-
ción. No ha perdido su actualidad el grito de
¡Viva Cuba libre!5

Es de señalar que no habían transcurrido aún


cuatro años desde que la Campana de La Demajagua
hubiera sido traída de Manzanillo —donde se en-
contraba como perenne objeto de veneración patrió-
tica—, por el dirigente estudiantil Fidel Castro Ruz,
para que tañese en un acto que se celebraría en la
Escalinata de la Universidad de La Habana el 6 de
noviembre de 1947. Ello no fue posible porque ha-
bía sido sustraída del recinto universitario por
personeros del régimen grausista, lo que provocó
un sonado escándalo público.
Cuanto nos revelara en sus obras para el cono-
cimiento verdadero de la nación real, hasta enton-

5
Fernando Ortiz. «Por la libertad de la idea», en periódico Aler-
ta. La Habana, 22 de octubre de 1951, p. 4.

211
ces tan oculta por las falsas apariencias acumula-
das, lo expresaría Juan Marinello, cuando en la oca-
sión de su desaparición física escribiera:

Tan ancha y honda fue la tarea de don Fernando


que puede cargar, sin pandearse, con el título
altísimo de tercer descubridor de Cuba en compro-
metida secuencia con el genovés temerario y
Humboldt, el sabio. Para medir con justeza lo
que debemos a Ortiz, bastaría preguntarse lo que
conocíamos de dilatadas regiones de nuestra
naturaleza, de nuestra historia y nuestra socio-
logía y lo que sabemos ahora, por obra y gracia
de su indagar incansable. Desde los estratos más
remotos, como la arqueología, pasando por la
malaventura colonial española y las fétidas tem-
bladeras de la República ilegítima y sometida,
todo quedó anotado con responsabilidad cientí-
fica y penetración criolla.6

Y desde el alto estrado de su magisterio conti-


nental, Alfonso Reyes, al prologar uno de sus más
importantes volúmenes dedicados al estudio de los
aportes del negro a nuestra cultura colonial, nos da
esta semblanza del hombre y del creador intelectual:

Pertenece a la mejor tradición: es sabio en el


concepto humanístico y también en el concepto

6
Juan Marinello. «Fernando Ortiz (1881-1969)», en revista Casa
de las Américas. La Habana, año X, no. 55, julio-agosto de
1969, p. 4.

212
humano. El estudio no lo aísla del mundo, an-
tes robustece en él los saludables intereses por
la vida que lo rodea. Su sencillez está hecha de
señorío natural, su firmeza ignora la adustez, si
bien, puesto a la obra, no se perdona esfuerzo
alguno ni se consiente la menor negligencia. Y
llega así, en la feliz madurez y cargado de miel
de años, a la culminación que representa este
libro, llamado sin duda a sobrevivir entre los
clásicos del pensamiento americano. 7

Por esa misma época, desde el distanciamiento


de su larga estadía venezolana, Alejo Carpentier tam-
bién mensuraba la estatura intelectual y humana de
Don Fernando, al decir:

He aquí un hombre que no puede considerarse


un escritor frustrado, no realizado aún, puesto
que la lista de sus obras incluye treinta y cinco
títulos de tomos que a menudo suman más de
quinientas páginas.
He aquí un hombre que no puede achacar al
destino que le haya sido tacaño en premios de
gloria, puesto que su nombre es admirado,
reverenciado, en Europa y en América, y tiene
ganado, desde hace muchos años, la lucha que

7
Alfonso Reyes. Prólogo al libro de Fernando Ortiz: Los bailes y
el teatro de los negros en el folklore de Cuba. La Habana, 1951, p.
VII. Publicado por la Editorial Letras Cubanas. La Habana,
1981.

213
todo gran espíritu libra contra la muerte y el
olvido.
He aquí un hombre que, por ser vástago de una
familia de abolengo y por disfrutar de una hol-
gada posición económica, podía gastar amable-
mente «los años que le quedan» en viajes, dis-
traerse, gozar de una fama justamente adquirida,
descansar en medio de honores y recepciones.
¿Qué hace en cambio? Ya lo saben ustedes: está
cumpliendo con «el deber de aprovechar los años
que le quedan en publicar el material cubano
acumulado en cincuenta años».8

Sólo una labor sin desmayo durante toda una


vida larga y sabiamente aprovechada, además, por
supuesto, de su enorme capacidad creadora y su in-
dudable talento, pudieron permitir a Don Fernando
entregar a su patria tal cúmulo de conocimientos y
de acertadas interpretaciones de nuestra realidad.
Cuando se cumplían, y quiso recordarse públi-
camente con un homenaje nacional, las seis déca-
das de la edición de su primera obra escrita, en las
palabras que le dedicara aquel ejemplar maestro que
fuera Medardo Vitier, proclamaría:

Por espacio de unos cincuenta años ha investi-


gado don Fernando Ortiz, con seria dirección
científica en varias disciplinas de tema huma-

8
Alejo Carpentier. «Ese gran don Fernando», en diario El Nacio-
nal. Caracas, 3 de octubre de 1951, p. 12.

214
no. Periódicamente sus libros han impresiona-
do la dedicación de unos y la curiosidad de otros.
Hoy, medio siglo de producción permite el re-
cuento, y sobre todo, nos deja percibir en su
dibujo la total imagen de una labor consecuen-
te, cuya extirpe, en líneas de cultura, hay que
buscar en nuestra mejor gente del siglo diez y
nueve. 9

Se refería, sin dudas, a aquellos hombres de fun-


dación y aliento patriótico que el propio Ortiz había
presentado como paradigmas en una conferencia
pronunciada en 1911, cuyo transparente título era
«Seamos hoy como fueron ayer». Resaltaba, en ella,
a quienes

Fundando revistas, diarios, escuelas, cátedras,


museos, jardines botánicos; costeando becas;
importando profesores, publicando libros,
memorias e informes sobre todos los proble-
mas cubanos, nos demuestran cómo la labor
de un grupo de hombres de fe puede hacer de
una factoría esquilmada un pueblo y una na-
cionalidad. 10

19
Medardo Vitier. «El aliento cubano y el espíritu científico en la
obra de Fernando Ortiz», en Revista Bimestre Cubana. La Ha-
bana, enero-diciembre de 1955, vol. LXX, p. 29.
10
Fernando Ortiz. «Seamos hoy como fueron ayer». Discurso
leído el 9 de mayo de 1914 en la Sociedad Económica de
Amigos del País. La Habana, 1914, p. 6.

215
Pero Ortiz no se contentó con ofrecer a otros la
ejemplaridad de aquellos constructores de nuestra
nacionalidad, sino, como era también un hombre de
fe, la afirmaba en aquella ocasión «teniendo la certe-
za de que nuestra salvación depende únicamente de
nosotros». Se encaminaría a la acción repitiendo unas
tras otras todas las tareas realizadas por esos próce-
res del siglo anterior, para hacer de aquella naciona-
lidad, entonces maltrecha por la intromisión ajena y
la desidia propia, esta nación que ahora tenemos y
de la que podemos enorgullecernos.
Pero quizás nada refleje mejor la valoración y el
acertado juicio de quienes le acompañaron a través
de muchos años en sus empeños culturales, que la
dedicatoria que el grupo de intelectuales de la comi-
sión organizadora del homenaje nacional antes men-
cionado expusiese en la Miscelánea de estudios dedicados
por sus discípulos, colegas y amigos:
«A Fernando Ortiz:
»Varón clarísimo, doctísimo, eminentísimo.
»Al cumplirse hoy los sesenta años de la apari-
ción de su primera obra impresa, inicio de una serie
de publicaciones valiosísimas, consagradas a ilus-
trar la antropología, la sociología, el derecho y la
historia de nuestro pueblo, hemos querido consa-
grar este volumen como un homenaje de nuestra
amistad y nuestra admiración, de que participamos
todos sus ilustres colaboradores y para que sirva a
las edades futuras de perpetua memoria de la obra
ingente cumplida a lo largo de una vida ejemplar en
beneficio del pueblo de Cuba, por el más erudito de

216
sus doctos, el más sagaz de sus investigadores, el
más elocuente de sus creadores, el más elegante de
sus escritores». 11
Fernando Ortiz Fernández nace el 15 de julio de
1881, en la calle de San Rafael esquina a Lucena, en
la ciudad de La Habana, de madre cubana, doña Jo-
sefa Fernández y González del Real, y de padre mon-
tañés, don Rosendo Ortiz y Zorrilla. Al padre se le
atribuyen ideas liberales. Era dueño de un estableci-
miento de ferretería denominado «La Escuadra», lo
que permite presumir sus ideales masónicos.
No mucho tiempo después habría de tener lu-
gar su primera larga expatriación, pues la madre
embarcó con él, de apenas catorce meses, hacia la
villa de Ciudadela, en Menorca, una de las Islas Ba-
leares, con sus playas tocadas por los infinitos ca-
minos que surcaban el Mediterráneo, y por donde le
llegaron, durante centurias, los más variados alijos
de culturas. Allí vivió hasta los catorce años, edad
en que regresó a Cuba.
Residiendo en el seno de la familia materna, Ortiz
debió aprender al mismo tiempo a hablar el español
y el menorquín, un dialecto del catalán que le marca
con una enfática entonación, la cual no le abando-
nará en toda su larga vida. El ambiente social de la
pequeña isla mediterránea, un tanto marginada de
los más agitados modos de vida de aquellos tiempos
11
Miscelánea de estudios dedicados a Fernando Ortiz por sus discípu-
los, colegas y amigos, en ocasión de cumplirse sesenta años de la
publicación de su primer impreso en Menorca en 1895. La Habana,
1955-1957, s/p.

217
finiseculares, debió influir en su formación ciuda-
dana, como lo evocaría muchos años después:

El ritmo pausado de aquella vida medieval, en-


tre castillos morunos y altares cristianos, entre
señoríos y artesanías, me enseñaron sobriedad
de ambiciones, constancia laboriega, costumbre
con deberes y lealtades recíprocas, amén de in-
conformidad y reformismo.
Las supervivencias mahometanas, judaicas y pro-
testantes en aquella católica isla me hicieron
comprender cuán fecundos son los abrazos de
las culturas, aun siendo forzados (...)12

Debió contribuir a resaltar la peculiaridad de esas


disímiles expresiones culturales, las prédicas de la
madre cubana. Ella le mostraba sus diferencias con
las de la otra pequeña isla atlántica, que rememoraba
«hermosa y digna», como después recordara Don Fer-
nando. Sin dudas, el contacto con aquellos
fecundantes «abrazos de las culturas» le estimula-
ron el afán de indagar sobre los procesos que gene-
raban tales encuentros y contribuyeron a que
germinara el núcleo central de su quehacer
investigativo.
Apenas con trece años publica un pequeño tra-
bajo en el semanario El Noticiero, donde, al parecer,

12
Fernando Ortiz. «Más y más fe en la ciencia», en Revista
Bimestre Cubana. La Habana, enero-diciembre de 1955,
vol. LXX, pp. 46-47

218
criticaba algunas costumbres sociales menorquinas.
Esta crítica fue duramente refutada en El Vigía Cató-
lico, lo que dio motivos para que se le expulsara del
colegio clerical donde cursaba la segunda enseñan-
za. Debió entonces trasladarse a Mahón, la capital
de la isla menorquina, para continuar sus estudios
de bachillerato.
Poco después publica su primera obra impresa, con
el título de Principi y prostes, de la que apenas conoce-
mos que era un «folleto de artículos de costumbres en
dialecto menorquín» y que fue impreso en Ciudadela,
en la imprenta de Fábregas, con 96 páginas.
Se produce enseguida el retorno de Ortiz a su
ciudad natal. Él nos lo dirá escuetamente:

A los catorce años y ya bachiller, volvía a mi


patria y vi que era tan hermosa y digna como me
había enseñado mi madre; y porque ya la quería
antes de conocerla, me fue fácil seguirla que-
riendo y sufrir con sus penas en aquellos cruen-
tos años de la reconcentración weyleriana y de
la guerra por alcanzar su estrella.13

Matricula la carrera de Derecho en la Universi-


dad de La Habana, la cual sigue mediante la enseñan-
za libre hasta 1898, en que, por decisión paterna, debe
continuar sus estudios en España, hasta obtener la
Licenciatura en la Universidad de Barcelona; luego se
traslada a Madrid, donde alcanza el Doctorado.

13
Ibídem, p. 47.

219
En la Universidad de Madrid fue discípulo de
quien calificara como «el primer sociólogo de Espa-
ña», don Manuel Sales y Ferré. En un artículo que le
dedicara en 1911, cuando se conoció la noticia de su
muerte, comenta la manera en que el profesor con-
ducía a sus alumnos a lugares históricos para pro-
fundizar y motivar su aprendizaje:
Recuerdo de modo imborrable el efecto extraor-
dinario que en mi mente produjeron aquellas excur-
siones con don Manuel y con muchos jóvenes
escolares que constituíamos el Instituto Sociológi-
co de Madrid.

No llegué a comprender la grandeza romana y la


grandeza de la colonización, sino bajo las arca-
das del acueducto de Segovia (...); la prestación
política de las nacionalidades españolas sino cuan-
do él me las enseñaba entre los muros del histó-
rico alcázar segoviano y en las alturas áridas de la
Peña Grajera; los problemas de la ciencia peni-
tenciaria moderna sino en las infectas galeras del
correccional de Alcalá de Henares, donde me dejó
don Manuel para que pudiera por días y días vivir
aquella vida y observarla de cerca; el espíritu me-
dieval hasta que pude frecuentar con el sabio va-
lenciano los claustros solitarios y las vetustas y
floridas bóvedas de la Catedral de Toledo y las
sinagogas e igliesucas y alcázares toledanos.14

14
Fernando Ortiz. «Sales y Ferré», en revista El Fígaro. La Haba-
na, año XXVII, no. 4, 9 de marzo de 1911, p. 47.

220
En 1901 presentó su tesis de grado para obtener el
doctorado en Derecho sobre un tema penal, muy in-
fluido por las entonces modernas teorías criminológicas
de Cesare Lombroso y Enrico Ferri, titulado «Base para
un estudio sobre la llamada reparación civil». El tribu-
nal de cinco profesores que debía evaluarla se dividió
radicalmente en su dictamen: dos profesores votaron
por la nota de suspenso, mientras los otros tres le otor-
gaban la nota de sobresaliente.
Entre las actividades en que se desenvuelve en el
Instituto Sociológico, debemos mencionar que hacia
finales de 1901 leyó dos conferencias sobre las fiestas
de San Juan en la villa de Ciudadela, las que, refundi-
das más tarde, constituyeron en 1908 un folleto de
41 páginas —el primero de Ortiz que se imprime en
Cuba—, con el título Para la agonografía española: estu-
dio monográfico de las fiestas menorquinas. En este tra-
bajo juvenil de Ortiz ya encontramos algunas de las
características de sus trabajos posteriores. Podemos
destacar el adecuado análisis de la festividad
sanjuanera, fundamentado en el estudio bibliográfi-
co de sus antecedentes y en la detallada observación
directa; el empleo de un tratamiento interdisciplinario
con el uso de métodos históricos, sociológicos y
etnológicos; la recreación de un fenómeno cultural
concreto con la utilización del léxico popular, y la
vívida descripción que nos permite representarnos el
objeto de estudio que se pretende exponer.
Otra participación de Ortiz en las actividades de
la institución estudiantil va a resultar muy signifi-
cativa en su acercamiento a la temática que luego

221
calificaría como afrocubana. Conociendo sus enton-
ces ya señaladas inclinaciones criminológicas, se le
pidió que comentase un libro recién publicado por
Constancio Bernardo de Quirós y José María
Aguilaniedo, denominado La mala vida en Madrid, y
que señalase las similitudes y las diferencias que en
tal género ocurrían en La Habana. Ortiz ha referido
posteriormente cómo escapó del comprometido lan-
ce para él:

Yo me vi muy apurado porque harto poco sabía


del escabroso asunto; pero salí airoso hablando
de algo allí tan exótico como los ñáñigos, de los
cuales yo entonces no sabía más que lo publica-
do por Trujillo Monagas en su obra Los crimina-
les de Cuba y lo que yo había visto en el madrile-
ño Museo de Ultramar, donde se guardaban
algunos vestidos de diablitos, instrumentos y de-
más adminículos de esa asociación que tan té-
trica fama tuvo durante la Colonia.
Pero en realidad yo nada sabía de los ñáñigos, y
desde entonces me propuse estudiarlos y escri-
bir un libro que se titulara La mala vida en La
Habana, incluyendo el ñañiguismo como uno de
sus capítulos más llamativos. 15

Ortiz proyectó realizar esta obra en unión de


dos escritores de mayor experiencia: el novelista

15
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en revista Estudios
Afrocubanos. La Habana, nos. 3-4, vol. III, p. 86.

222
Miguel de Carrión escribiría «sobre los aspectos
habaneros de la prostitución» y el periodista Mario
Muñoz Bustamante «tomó a su cargo el examen de
la mendicidad»; Ortiz se reservó, como era de espe-
rarse, el tratamiento de los ñáñigos, pero pronto
comprendió que éstos eran sólo una cuenta, quizás
muy destacada por el rojo color de la sangre vertida
que se les atribuía, dentro de un extenso rosario de
fenómenos sociales, originados por la presencia de
numerosas culturas africanas y engarzadas en nues-
tra sociedad como consecuencia de la trata esclavista
y de la propia esclavitud:

Comencé a investigar, pero a poco comprendí


que, como todos los cubanos, yo estaba con-
fundido. No era tan sólo el curiosísimo fenó-
meno de una masonería negra lo que yo encon-
traba, sino una complejísima maraña de
supervivencias religiosas procedentes de diver-
sas culturas lejanas y con ellas variadísimos li-
najes, lenguas, músicas, instrumentos, bailes,
cantos, tradiciones, leyendas, artes, juegos y fi-
losofías folklóricas: es decir, toda la inmensidad
de las distintas culturas africanas que fueron
traídas a Cuba, harto desconocidas por los mis-
mos hombres de ciencia. Y todas ellas se pre-
sentaban aquí intrincadísimas por haber sido
trasladadas de uno a otro lado del Atlántico, no
en resiembras sistemáticas sino en una caótica
trasplantación, como si durante cuatro siglos la
piratería negrera hubiese ido fogueando y talan-

223
do a hachazos los montes de la humanidad y
hubiese arrojado, revueltas y confusas, a las tie-
rras de Cuba, barcadas incontables de ramas,
raíces, flores y semillas arrancadas de todas las
selvas de África.16

El trabajo conjunto de los tres escritores nunca


llegó a producirse. Ortiz, compelido por la necesi-
dad de obtener un empleo acorde con sus estudios
universitarios, debió aceptar un cargo consular que
lo llevaría nuevamente a Europa entre 1902 y 1905.
Desempeña su labor en la Coruña, Génova, Marse-
lla y París.
Estas estancias breves —pero ya en posesión de
una formación académica— en ciudades de un in-
tenso movimiento intelectual, acrecentó en mucho
su nivel informativo y le abrió nuevas perspectivas a
su producción científica. Italia, sobre todo, le daría
la posibilidad de adentrarse en las más recientes teo-
rías del positivismo criminológico. Allí estableció
relaciones personales con Lombroso y Ferri, lo cual
le dio la oportunidad de colaborar en la revista que
editaban en Turín, donde se exponían los para en-
tonces modernos conceptos sobre antropología cri-
minal, psiquiatría y medicina legal.
Como complemento para una mejor y equilibra-
da reflexión, asistió en Génova a las clases de so-

16
Fernando Ortiz. «Por la integración cubana de blancos y ne-
gros», en Revista Bimestre Cubana. La Habana, no. 3, marzo-
abril de 1943, vol. II, p. 258.

224
ciología del profesor Alfonso Asturero, «de confesada
cercanía con el marxismo y, por ende, antipositivista,
aunque no totalmente», según expresa Julio Le
Riverend,17 quien aprecia su huella en la formación
científica de Ortiz. Éste, como en prenda de gratitud
a tan beneficiosas enseñanzas recibidas, resaltará las
simpatías italianas por la lucha independentista de
los cubanos contra el colonialismo español, en un
folleto publicado en Marsella en 1905 y luego en otros
trabajos posteriores.
El retorno a Cuba será casi coincidente con el
envío a imprenta de un libro originado en la inicial
reflexión sobre la «mala vida» habanera. «Mi libro
Los negros brujos —señala Ortiz— fue publicado en
1906, habiendo sido redactado por mí desde 1902 a
1905, de cuyos años tres los pasé en Italia y sólo
uno en La Habana [sic.], donde inicié mis investiga-
ciones directas», nos dirá Ortiz.18 El volumen de 432
páginas, con el sobretítulo genérico de Hampa
afrocubana y un subtítulo aclaratorio de Apuntes para
un estudio de etnología criminal, se publicaría en Ma-
drid, con una carta-prólogo de Lombroso fechada en
Turín, donde le solicita a su autor autorización para
reproducir en su revista algunos de los materiales
del manuscrito que se le había enviado; el libro es-
taba además enriquecido con unos excelentes dibu-
17
Julio Le Riverend. Prólogo al libro de Fernando Ortiz:
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Caracas, 1978, pp.
XII-XIII. Publicado por la Editorial de Ciencias Sociales. La
Habana, 1983 y 1992.
18
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en ed. cit., p. 85.

225
jos —publicados con el seudónimo de Gustavino—
del «abogado italiano señor Gustavo Rosso».
En él se puede reconocer no solamente las in-
fluencias de la nueva escuela criminológica de
Lombroso y Ferri, sino la igualmente novedosa del
único libro que le precede en el estudio de los fenó-
menos religiosos de origen africano en América, de-
dicado al estudio de lo que denominaba el «animismo
fetichista» de los negros de Bahía, publicado en fran-
cés en 1901, y cuyo autor e iniciador de los estudios
afroamericanistas, el médico legista brasileño
Raimundo Nina Rodrigues, había enviado a Ortiz.
No trata el libro de este último, únicamente, de
los aspectos de las supersticiones de la población de
origen africano. Ortiz pretende situar el estudio de
estos aspectos de religiosidad vulgar en las coorde-
nadas de las líneas de investigación históricas,
etnológicas y sociológicas que faciliten una mejor
comprensión del fenómeno religioso. Así presenta
importantes informaciones —a las que, ciertamen-
te, dará un mayor desarrollo en su obra posterior—
sobre datos demográficos, los lugares de proceden-
cia africana, las características, la resistencia negra
al sistema de opresión servil, las rebeliones de es-
clavos, algunos aspectos del modo de vida del liber-
to y de los nacidos libres, las ceremonias fúnebres,
las fiestas públicas, los bailes y la música, y cómo
éstas se manifestaban en los cabildos y en el Día de
Reyes. Es decir, que en fecha tan temprana como en
el primer quinquenio de este siglo, ya aparece el
núcleo primigenio de una buena parte de su pro-

226
ducción posterior en la vertiente denominada
afrocubana.
No sería posible entrar en esta oportunidad en
una consideración crítica de este libro que, inde-
pendientemente de la evaluación que muchas déca-
das después podamos otorgarle, no puede dejar de
reconocérsele el indudable mérito de haber sido la
primera obra que con un carácter científico acome-
tió la tarea de estudiar la presencia del negro en
nuestra sociedad.
El contenido de sus limitaciones fue expresado
por el propio Ortiz cuando, en ocasión de una se-
gunda edición aparecida nuevamente en Madrid en
1917, reconoce:

Para tocarla y completarla con los datos acumu-


lados en diez años sería necesario una refundi-
ción completa. Esta edición, pues, obedece a una
insistente demanda de librería, que no permite
esperar una labor extensa y difícil como la re-
fundición, forzosamente lenta. 19

La edición posterior de esta obra nunca llegó a


tomar forma para su publicación, al igual que otras
que repetidamente anunciara como parte de una co-
lección bajo el rubro general de Hampa afrocubana,
sobre los negros horros, los negros curros y los negros

19
Fernando Ortiz. Los negros brujos. Apuntes para un estudio de
etnología criminal. Madrid, 1917, p. 17. Publicado por la Edi-
torial de Ciencias Sociales. La Habana, 1995.

227
ñáñigos. Sólo aparecería el dedicado a los negros es-
clavos, aunque algunos de los materiales destinados
a estos textos, que nunca llegaron a editarse, fue-
ron hechos públicos en forma de conferencias y de
artículos.
Ortiz comienza a ejercer su profesión de aboga-
do. Desempeña cargos como el de fiscal en la Audien-
cia de La Habana, lo cual le garantiza un desen-
volvimiento económico que le permite continuar la
intensa labor de investigar, publicar y asumir las ta-
reas de servicio cultural que desarrollará a lo largo de
su vida. Durante años ocupará distintas cátedras como
profesor interino de la Escuela de Derecho de la Uni-
versidad de La Habana. Habiendo obtenido su ingre-
so mediante elección como Miembro de la Sociedad
Económica de Amigos del País, reinicia, en 1910, la
publicación de la Revista Bimestre Cubana, órgano de
esa institución, la cual había dejado de editarse en
1834, cuando las autoridades coloniales desterraron
a su director, el político reformista José Antonio Saco.
Ortiz dirigió la importante durante casi cincuenta
años, hasta que dejó de existir la institución que la
auspiciaba en 1959.20
Prosigue su incansable labor de publicar en dis-
tintas revistas y periódicos, dictar conferencias y
promover actividades culturales. En 1911 se publica
en París, por la editora de Paul Ollendorf, su libro

20
La Sociedad Económica de Amigos del País fue reactivada en
1994, junto con la Revista Bimestre Cubana, en el segundo
semestre del propio año. (N. del C.)

228
La reconquista de América; reflexiones sobre el panhis-
panismo, que en sus 352 páginas reproduce artícu-
los publicados en Cuba contra cierta campaña
sustentada por una universidad española que preco-
nizaba determinada doctrina, la cual Ortiz definía
de esta manera:

El «panhispanismo» abarca, pues, la defensa y la


expansión de todos los intereses morales y ma-
teriales de España en los otros pueblos de len-
gua española: influencia intelectual y moral,
conservación del idioma, proteccionismo adua-
nero, privilegios económicos, legislación obrera
para sus inmigrantes, etcétera. Mas no quisiera
el pueblo de mayor sentimiento imperialista,
salvo la directa acción política que no es lo prin-
cipal ni lo necesario, como en Cuba podemos
testimoniar en relación con el imperialismo nor-
teamericano. 21

Es muy alentador señalar que años más tarde,


en 1928, durante un banquete que en Madrid le ofre-
ciera lo más granado de la intelectualidad española,
Ortiz sostuvo estas mismas ideas contra tales espe-
culaciones, fundamentadas incorrectamente en la
igualdad de raza, religión e idioma.
21
Fernando Ortiz. «El panhispanismo», en La reconquista de
América; reflexiones sobre el panhispanismo. La Habana, 1910,
pp. 7-8. También publicado por la Fundación Fernando Ortiz,
en Fernando Ortiz y España a cien años de 1998. Colección
Fernando Ortiz. La Habana, 1998, pp. 131-134.

229
En París, y nuevamente la misma casa editora,
publica un volumen de 230 páginas titulado Entre
cubanos. Psicología tropical, que recoge artículos su-
yos, casi todos publicados en la revista habanera Cuba
y América entre 1906 y 1908.
Podemos detener nuestra atención en el hecho
de que estos primeros libros de Ortiz debieron im-
primirse en el extranjero, tal como generalmente
ocurría con los de tantos otros autores cubanos. Esto
debió de hacerle reflexionar dolorosamente sobre la
escasa posibilidad de que un escritor cubano fuese
editado en su propio país y sobre la ausencia de tex-
tos de autores de nuestra nacionalidad en el preca-
rio comercio librero de la época.
En un artículo que llamó «La crisis librera»,
publicado en Cuba y América en 1908, había mani-
festado:

En Cuba no hay crisis librera. Porque no hay


producción de libros. Aquí nos surtimos de las
traducciones de los editores españoles, a veces
muy defectuosas y siempre muy tardías. Cuan-
do un libro puede ser leído en castellano, casi
siempre ha recorrido todos los centros intelec-
tuales y resulta mundialmente casi vulgarizado.22

En sus búsquedas de documentos inéditos, Ortiz


encontró unos manuscritos originales redactados en

22
Fernando Ortiz. «La crisis librera», en revista Cuba y América.
La Habana, no 5, 18 de diciembre de 1908, vol. XXXV, p. 3.

230
1823 por José María Callejas, hasta ese momento
desconocido como historiador, y después de ordenar
las dispersas y apolilladas cuartillas, las publicó en
la Revista Bimestre Cubana. Luego, en 1911, confec-
cionó una edición con un prólogo suyo y con el tí-
tulo de Historia de Santiago de Cuba.
Unos años más tarde esta ausencia de ediciones
nacionales, que lastraba un desenvolvimiento cul-
tural tan notable unas décadas antes por la calidad
de la obra de los pensadores, literatos y críticos crio-
llos, le hace tomar la decisión de convertirse él mis-
mo en editor para facilitar el conocimiento de las
principales figuras de las letras cubanas a las jóve-
nes generaciones que las desconocían.
Un trabajo suyo que publica en la Revista Bimestre
Cubana en 1913, constituye el prospecto que anun-
ciaba el empeño editorial que organizaba. No pode-
mos evitar repetir sus párrafos iniciales:

Nuestro amor por los libros, especialmente por


los libros viejos, en cuyas páginas podemos atis-
bar las siluetas del pasado esfumadas por el ol-
vido, nos llevan a iniciar un esfuerzo, que desde
hace tiempo nos atraía, como atrajo a otros cu-
banos muchos años atrás.
En Cuba hay mucho libro cubano olvidado. Las
ediciones, generalmente cortas y caras, se han
agotado, a veces con prontitud; y rara vez, aun
siendo solicitadas, han merecido la reproduc-
ción librera. Han faltado los editores mercanti-

231
les conocedores de los buenos libros de esta tie-
rra, y muertos los respectivos autores, ningún
espíritu ni del interés ni de la gloria, ha dado
nueva vida a los libros agotados.23

Y más adelante añadiría:

En espera, pues, de que un editor ilustrado rea-


lice la magna obra de revivir esos cien libros
muertos, en los cuales palpita desnuda el alma
de la patria, nos proponemos nosotros, modes-
tos y llenos de fe, cooperar con la pequeñez de
nuestras energías a la obra de reconstrucción.
Y eso habrá de ser esta biblioteca que inicia-
mos. Eso deberá ser la «Colección cubana de li-
bros y documentos inéditos o raros»; trabajo de
reconstrucción, fuerza de vida para obras ente-
rradas por la polilla o el olvido de los cubanos;
resurrección para nombres de compatriotas as-
fixiados bajo el polvo de los años.24

A partir de ese año la «Colección» devolvió a la


vida un apreciable grupo de obras cuya publicación,
al parecer, no ofrecían mayor interés a los editores;
eran, sin embargo, libros de tanto interés ciudada-
no como la que la iniciaba un texto publicado por
primera y única vez en 1857, por el historiador José
23
Fernando Ortiz. «Una colección cubana de libros y documen-
tos inéditos o raros», en Revista Bimestre Cubana. La Habana,
no. 3, mayo-junio de 1913, vol. VIII, p. 161.
24
Ibídem, p. 171.

232
María de la Torre, titulado Lo que fuimos y lo que so-
mos o La Habana antigua y moderna.
En 1927 logra interesar a una importante casa
editorial habanera. Cambia su actividad como edi-
tor independiente por la dirección de una nueva
«Colección de libros cubanos», esta vez con mayo-
res posibilidades productivas y comerciales. Entre
ambas actividades editoriales, que se prolongarían
hasta 1935, Ortiz publicó alrededor de un medio
centenar de volúmenes de autores cubanos o de
extranjeros que escribieron sobre Cuba. Aunque
pudo contar en tales proyectos con la colaboración
de los más destacados intelectuales de aquel mo-
mento, se hizo cargo de la edición de numerosos
títulos, mediante lo cual nos entregó importantes
análisis historiográficos sobre notables figuras cu-
banas o relacionadas con nuestro país, como las
sendas introducciones que redactó para las tres
obras publicadas del pensador político José Anto-
nio Saco, o la del historiador Pedro José Guiteras
o la del científico alemán Alexander von Humboldt.
La aguda crisis económica de la década del 30 tron-
chó esta inapreciable tarea editorial. Ortiz perte-
neció a la Academia de Historia y en reconocimiento
a su labor en esta disciplina fue elegido para pre-
sidir en 1942 el Primer Congreso Nacional de His-
toria.
En 1916 había publicado en La Habana, tam-
bién a sus expensas, su obra Los negros esclavos.
Estudio sociológico y de derecho público, con veinti-
trés capítulos y numerosos apéndices (en total 536

233
páginas), que representa un notable esfuerzo de
síntesis e interpretación sobre la condición de vida
del hombre negro esclavizado, sobre todo del es-
clavo rural. Encontramos aquí abordados con una
mayor extensión y profundidad algunos de los te-
mas tratados en su anterior libro sobre los negros
brujos. Tratará ahora acerca del desarrollo históri-
co de la esclavitud y la trata; del trabajo y el régi-
men de vida, las enfermedades y la muerte del
esclavo rural; de la condición jurídica del esclavo y
del emancipado; de las rebeldías esclavas y de las
insurrecciones negras en Cuba. Puede señalarse que
la amplia información que contiene mantiene la
vigencia de esta obra a más de siete décadas de su
publicación.
Por estos años Fernando Ortiz decide interve-
nir en la contienda política cubana por el Partido
Liberal. Ocupó asiento en dos ocasiones como miem-
bro de la Cámara de Representantes y desempeñó
una vicepresidencia. Su labor parlamentaria debió
chocar con una situación ciudadana muy poco pro-
picia a las proyecciones de un pensamiento político
avanzado. Algunas de sus proposiciones de leyes,
como la que reconocía la autonomía universitaria,
debieron esperar para su realización el estallido re-
volucionario de 1930; y otras, como la que estable-
cía el servicio militar obligatorio o la que prohibía
erigir monumentos o dar a edificios o plazas públi-
cas nombres propios de personas durante su vida,
no lograron su vigencia sino luego del triunfo revo-
lucionario de 1959.

234
Un lúcido analista de su obra, Julio Le Riverend,
quien se ha detenido a estudiar su participación
política, nos dice:

En rápido resumen: había propuesto leyes pro-


hibiendo los juegos con apuestas; suprimiendo
los fraudes en la Lotería; estableciendo normas
de orden público que impedirían a la camarilla
política de Menocal sus excesos; creando el Con-
sejo Nacional del Trabajo; regulando las ventas
de azúcar al extranjero y otras más. Ninguna
fue aprobada.25

La posición de Ortiz de franco disentimiento con


las directrices y las prácticas que se ejercían desde
los partidos políticos que se alternaban en el disfru-
te de la cosa pública, le lleva a publicar, a comienzos
de 1919, un folleto titulado La crisis política cubana;
sus causas y remedios, que, además del análisis pro-
fundo del penoso estado de la vida política republi-
cana, propone todo un programa de transformaciones
avanzadas para la nación.
Por esa misma fecha encabeza en su partido un
movimiento rectificador, el cual tendría la denomi-
nación de Izquierda Liberal que, por supuesto, no
logró romper los moldes tradicionales de la politi-
quería al uso.

25
Julio Le Riverend. Prólogo al libro: Órbita de Fernando Ortiz.
La Habana, 1973, p. 30.

235
Ortiz decidió abandonar la política partidaria.
Muchos años después expondría su juicio sobre su
participación en las contiendas electorales:

Cuando hace ya más de treinta años, con


sobranza de energías e ilusiones, milité en polí-
ticas banderizas, en ellas entré con gusto y
curiosidad y salí sin penas ni otro provecho que
la experiencia. Fui liberal y amante de la demo-
cracia republicana «por el pueblo y para el pue-
blo», combatí corrupciones y desafueros, actué
en todo momento a favor de la libertad y el adelan-
to nacional y siempre actué en la oposición; des-
pués de salir de los partidos, invariablemente
me he mantenido en una perenne inconformi-
dad. 26

Si Ortiz se alejaba del palenque de los comba-


tes por las posiciones partidarias, no era para de-
sertar de las luchas políticas en su sentido más
amplio. En 1923, quizás emprendía su más caballe-
resca aventura, al promover y encabezar un movi-
miento cívico de la más amplia cobertura, integrado
por personas representativas de las principales ins-
tituciones y agrupaciones del país, y algunas per-
sonalidades individuales, con el proclamado
propósito de desarrollar una campaña de permanen-
te denuncia sobre los males de la república
mediatizada y corrompida.

26
Fernando Ortiz. «Más y más fe en la ciencia», en ed. cit., p.48.

236
El día 4 de abril de 1923 el periódico Heraldo de
Cuba, que al servicio de intereses políticos partida-
rios mantenía una posición contraria a las diversas
irregularidades promovidas por el gobierno de Alfredo
Zayas, publicaba el «Manifiesto de la Junta Cubana
de Renovación Nacional», dirigido «a los cubanos»,
y le concedía un titular a lo ancho de toda la primera
página, además de numerosos subtitulares de dis-
tintas dimensiones y tipografías.
Este «Manifiesto», encabezado por la firma de
su redactor Fernando Ortiz, estaría, además, calza-
do por más de una decena de otras firmas de signifi-
cación por su representatividad en la vida social y
económica de la nación. La Junta se proponía como
deber principal la propaganda cívica con el propósi-
to de:

exponer sin ambages ni eufemismos cuáles son


las causas del descontento nacional, o lo que es
lo mismo, cuáles son los profundos males que
carcomen el tronco de nuestra existencia repu-
blicana y amenazan a dar con ella en la tierra,
arruinando así el ideal cruento de varias genera-
ciones. 27

Entre los males que denunciaba se encontra-


ban, entre otros: la dilapidación de los dineros pú-
blicos, el abandono de las obras públicas (ponía como
ejemplo que ninguna ciudad cubana, incluida la ca-

27
Ibídem, p. 48.

237
pital, tenía un sistema de acueductos); las deficien-
cias de la beneficencia pública; la falta de protección
a la mujer, tal como ocurría con «la explotación por
altas autoridades de la trata de blancas»; el creci-
miento del analfabetismo, que alcanzaba más del uno
por ciento anual; el hecho de que más de la mitad de
los niños cubanos no fuesen a la escuela. Señalaba,
además, que «si la ilustración primaria es deficiente,
la secundaria y la superior están en ruinas».
Denunciaría también directamente al Poder Le-
gislativo y al Ejecutivo por el abuso en la
promulgación de indultos, lo cual provocaba el
desprestigio de la administración de justicia; sos-
tendría que

casi ninguna de nuestras leyes orgánicas ha sido


votada (...) ni un código fundamental ha mere-
cido del Congreso su atención para su reforma
(...), la Ley del Presupuesto de los ingresos y
gastos públicos jamás ha sido discutida a fondo
[mientras], han pasado más de cuatrocientas
leyes de pensiones y donativos, y más de dos-
cientos cincuenta leyes de obras públicas, que
hubieran bastado, si se hubieran podido y que-
rido cumplir, para cruzar de carreteras toda la
isla, sembrar de escuelas los campos y ciudades
y dotar de bellos edificios todos los departamen-
tos de la Administración. 28

28
Ibídem, p. 13.

238
El «Manifiesto» tocaba otros trascendentales
asuntos, como propugnar el mejoramiento de las
condiciones de vida de la clase obrera y pedir el
cumplimiento de las leyes laborales. Afirmaba que
el ejército «había sido sacudido desde lo alto por
inicuas ambiciones antipatrióticas», y terminaba
diciendo:

El pueblo cubano quiere ser igualmente libre,


así de los extranjeros que arriarían su bandera,
como de los nacionales que la envilecen y aca-
barán por hundirla. Quiere que Cuba sea libre,
muy libre, así de los malos extraños, como de
los malos compatriotas, y porque sabe que la
continuación de la iniquidad interna habría de
llevarnos forzosamente a caer en la iniquidad
extranjera; quiere que cese el actual estado, pre-
cursor de una irreparable disolución nacional,
como paso firme e indispensable para asegurar
la independencia patria y afianzarla por siempre
en el porvenir.29

Este Movimiento, que aparecía en momentos de


gran conmoción política y social, podría quizás ha-
berse convertido en una tercera opción partidaria
dentro del ya tradicional forcejeo de los llamados
«liberales» y «conservadores», en verdad tan seme-
jantes entre sí.

29
Ibídem.

239
Eran los días de la ola popular —nos expondrá
Julio Le Riverend— en cuyo pináculo se encon-
traba la Gran Revolución Socialista de Octubre,
los días formativos de la Hermandad Ferroviaria
de Cuba, de la Federación Obrera de La Habana,
de los primeros núcleos marxistas, de la funda-
ción de la Federación Estudiantil Universitaria,
del inicio del movimiento feminista radical, de
la protesta permanente contra la crisis y el
intervencionismo. 30

Pero la magnitud de la agitación que caracteri-


zaba este año crucial en la vida de la república que
fue 1923, promovería otros acontecimientos que
invalidarían la acción de la Junta creada y dirigida
por Ortiz.
En el mismo ejemplar del Heraldo de Cuba en que
se publicara el «Manifiesto», aparece una pequeña
información donde se da cuenta de que el día prime-
ro de ese mes y año —abril de 1923—, se había cons-
tituido una agrupación integrada por un grupo de
«intelectuales, abogados, periodistas y artistas» que
con la denominación de «Falange de Acción Cuba-
na» se proponían, mediante la prédica pública, «el
mejoramiento del pueblo y de la patria».
Se trataba de un proyecto de activismo cívico
lidereado por Rubén Martínez Villena y Juan
Marinello, quienes eran acompañados en ese empe-
ño por algunos participantes de la denuncia pública

30
Julio Le Riverend. Op. cit., p. 30.

240
contra la fraudulenta compra por parte del Estado
del Convento de Santa Clara y que originó la llama-
da «Protesta de los Trece».
Pronto, sin embargo, esta agrupación, al igual
que la Junta preconizada por Ortiz, desaparecía, al
tomar fuerza el denominado «Movimiento de Vete-
ranos y Patriotas», cuya heterogénea dirección com-
prendía no sólo a los «veteranos» combatientes de
las luchas independentistas, sino también a un grupo
de intelectuales en franco proceso de radicalización,
como el propio Martínez Villena y Julio Antonio
Mella.
Ortiz reconocería que la desaparición de la Jun-
ta fue una consecuencia lógica de la aparición de
este «Movimiento». Sus participantes más audaces y
honestos se proponían conducirlo hasta la lucha
armada.
Las inquietudes encaminadas a las luchas polí-
ticas partidarias no desviaron las dedicadas a los es-
tudios de carácter científico. Así, durante estos años,
ha dado a conocer dos interesantes trabajos sobre
manifestaciones sociales del negro en la sociedad
cubana: «La fiesta afrocubana del Día de Reyes», que
publicara en 1920 como un extenso artículo en la
Revista Bimestre Cubana, y «Los cabildos afrocubanos»,
que aparece en la propia publicación al siguiente año.
Por esta época es que también comienza sus in-
cursiones en el campo lexicográfico, con una serie
de artículos publicados entre 1921 y 1922, que de-
nominaría «Un catauro de cubanismos». Este traba-
jo, aunque alcanzó el formato de libro en 1923,

241
reproducía la forma fragmentada con que había apa-
recido en la revista de su dirección. Más de medio
siglo después, ya con su salud muy quebrantada,
Don Fernando lo redactó de nuevo, como un volu-
men orgánico donde, según sus editores, «adicionó,
quitó, amplió, enmendó, resumió», y llegó a compo-
ner un texto nuevo, el cual apareció como obra pós-
tuma en 1974, con 526 páginas y el título de Nuevo
catauro de cubanismos.
En esta línea de investigación publica igualmen-
te un importante artículo, en la propia revista, con
el nombre de «Los afronegrismos de nuestro len-
guaje» (1922) y posteriormente un grueso volumen
editado en La Habana, con 554 páginas, denomina-
do Glosario de afronegrismos (1925).
Concede también una mayor dedicación a sus
indagaciones sobre las poblaciones indocubanas. Es
cierto que ya en dos artículos publicados en la revis-
ta Cuba y América, titulados «Los caneyes de muer-
to» (1913-1914), había reseñado el hallazgo del
importante sitio arqueológico nombrado Guayabo
Blanco, en la Ciénaga de Zapata, provincia de Ma-
tanzas; pero no es hasta 1922 que aparece en dos
números de la revista Cuba Contemporánea su «His-
toria de la arqueología cubana», donde resume y ana-
liza las teorías y los descubrimientos que se habían
producido en Cuba en el campo de las investigacio-
nes arqueológicas. Muchas otras veces volvió sobre
estos temas en conferencias y artículos, donde in-
trodujo novedosas teorías, y, aunque no todas tu-
vieron una general aceptación entre los estudiosos,

242
siempre despertaron la interesada atención de los
especialistas.
Entre sus estudios paleoetnográficos más suge-
rentes, se encuentran los libros Las cuatro culturas
indias de Cuba, publicado en La Habana en 1943 (176
páginas), y El huracán, su mitología y sus símbolos,
editado en 1947 por el Fondo de Cultura Económica
en Ciudad de México (686 páginas). Ortiz formó
parte y presidió por algunos períodos la Junta Na-
cional de Arqueología y Etnología.
Don Fernando participa de manera principa-
lísima en el más destacado esfuerzo instituciona-
lizado que se realiza durante la República
neocolonial en favor del estudio y divulgación de la
cultura popular tradicional. El día 6 de enero de
1923, seleccionado por su simbólica referencia al
«Día de Reyes», y que, además, era la única fecha de
festividad pública de los negros esclavos, fue fun-
dada la Sociedad del Folklore Cubano. Reunidos
en los salones de la Sociedad Económica de Ami-
gos del País, un notable grupo de hombres y mu-
jeres de diversas edades, profesiones y devociones
políticas, eligieron para presidirla a Ortiz. De-
sempeñó este cargo hasta 1930, cuando su salida
del país —debido a su oposición a la feroz dicta-
dura de Gerardo Machado— significó también el
fin de la institución.
La Sociedad tuvo su órgano de difusión en la
revista Archivos del Folklore Cubano, que dirigiera el
propio Ortiz, quien alcanzó a editar diecinueve fas-
cículos, entre trabajos teóricos sobre esta disciplina

243
folklórica, reproducciones de los costumbristas cu-
banos del siglo anterior y otros temas folklóricos de
interés. Se recogieron artículos inéditos de miem-
bros de la Sociedad, entre ellos, naturalmente, de su
presidente.
Consideramos que debe destacarse el esfuerzo
personal que dedicó Ortiz para propiciar la aparición
y la permanencia de esta publicación. Desprovista la
Sociedad de toda ayuda económica estatal, la revista
inicialmente fue sostenida casi en su totalidad por
su peculio particular. Después que aparecieron los
primeros ocho números, Don Fernando se dirige a
la directiva de la Sociedad y le expone que la publi-
cación no había tenido más ingresos que los obteni-
dos por concepto de suscripción (cuarenta
suscriptores para el primer volumen y treintidós para
el segundo) y el pago de los anuncios de novedades
bibliográficas que publicaba. Expresa, además, la
imposibilidad en que se hallaba de continuar sufra-
gando el desbalance económico que se originaba, y
plantea que una casa editorial con la cual se encon-
traba relacionado —y a la que nos hemos referido
anteriormente— le había hecho la proposición de
que si dicha publicación fuese de su propiedad par-
ticular y no de una entidad social, estaba en condi-
ciones de seguirla imprimiendo, sin alterar su formato
y periodicidad, de manera gratuita para la institu-
ción. La aceptación de tal propuesta fue lo que per-
mitió su continuidad.
Ortiz publica en 1926 su Proyecto de código cri-
minal cubano, inspirado en el positivismo crimi-

244
nológico italiano, a tal punto que en un comenta-
rio que le enviase Enrico Ferri, la figura más repre-
sentativa —ya desaparecido Lombroso— de esta
escuela y que se inserta en el volumen, le dice: «lo
estimo más científico y positivista que el que lleva
mi nombre».
En ese mismo año, Ortiz funda, con el respaldo
de un grupo de españoles y cubanos, la Institución
Hispano Cubana de Cultura; ésta propiciaría, princi-
palmente, que las más destacadas figuras de la cien-
cia y de la cultura de España viniesen a Cuba a divulgar
sus conocimientos e ideas. Cabe destacar que por su
tribuna desfilaron, entre otros muchos, Federico
García Lorca, Juan Ramón Jiménez y don Ramón
Menéndez y Pidal. Mediante el sistema del pago de
una pequeña cuota mensual, los asociados tendrían
derecho a asistir a las conferencias y a otras activida-
des culturales y artísticas, así como recibir una mo-
desta publicación denominada Mensajes. El éxito inicial
de la Institución fue rotundo, pero en este caso nue-
vamente la ausencia de su principal animador, quien
debió marchar al exilio por su oposición a la dictadu-
ra machadista, provocó su cierre temporal.
En 1935 Ortiz la reanima nuevamente. Ahora
habría de contar con una nueva publicación, que
esta vez se pondría a la venta pública, una «revista
de revistas» llamada Ultra (1936-1947), que bajo el
cuidado directo y personal de Don Fernando, resu-
mía y reproducía lo que se consideraba de mayor re-
levancia en las publicaciones de Europa, los Estados
Unidos y América Latina.

245
La guerra civil española y las pugnas políticas
que dividieron a los españoles residentes en Cuba,
restaron una buena parte del apoyo económico a la
Institución, dado que ésta, con la orientación de
Ortiz, tomó partido en la contienda al seleccionar
para sus actividades a los intelectuales y artistas
que defendían la República Española del artero ata-
que del falangismo interno y de la reacción inter-
nacional.
En el seno de la Institución, cuando las fuerzas
negativas del fascismo nazi amenazaban con borrar
toda huella de libertad en la humanidad, Don Fer-
nando crea —en 1941— la Alianza Cubana por un
Mundo Libre, cuyos propósitos se definían del si-
guiente modo: «defender los ideales de la libertad, la
democracia y la justicia social como fundamentales
para la vida civilizada y pacífica de los pueblos».
Con igual sentido progresista, cuando la agre-
sión hitleriana a la Unión Soviética definía aún más
nítidamente el carácter de aquella contienda bélica,
Ortiz aceptaría presidir el Instituto Cultural Cuba-
no-Soviético (1945) e iniciar y dirigir su publica-
ción Cuba y la URSS.
En distintos párrafos anteriores nos hemos re-
ferido a su exilio por oponerse al gobierno tiránico
de Gerardo Machado. En efecto, la soberbia de este
típico caudillo tropical forzó a Ortiz a redactar un
documento titulado «Base para una efectiva solu-
ción cubana», donde solicitaba la renuncia del man-
datario, que ilegalmente había prolongado su período
presidencial, y del gabinete y el parlamento cómpli-

246
ces, y en el que anunciaba las bases para establecer
un gobierno de transición.
En el exilio, Ortiz continuó no solamente sus
denuncias contra el despótico régimen que impera-
ba en Cuba, sino que estableció en forma pública la
responsabilidad de los Estados Unidos por apoyar
un gobierno que el pueblo cubano rechazaba.
Al salir de su patria, Ortiz presidía la Sociedad
Económica de Amigos del País, por lo que debió soli-
citar licencia mientras durase su ausencia. La Junta
General de esta institución no sólo se la otorgó sino
que le concedió la distinción de «Socio de Mérito»,
que únicamente había otorgado en dos ocasiones en
su centenaria existencia. El respaldo institucional se
hizo conocer por otros medios: al frente de la Revista
Bimestre Cubana le sustituye interinamente el histo-
riador Elías Entralgo, quien, en lo más sombrío del
anochecer machadista, publica un valeroso artículo
en el que establece un parangón con el período más
oscuro de la medianoche colonial:

1834. Manda el tirano Tacón. Con la ruina eco-


nómica del país —esquilmado por los impues-
tos— se fabrican acueductos, paseos, hospita-
les y otros edificios públicos (...) La cultura
estorba, las instituciones que la propagan, los
hombres que la propugnan, molestan; bajo su
ira sucumben la Comisión de Literatura, la Re-
vista Bimestre Cubana: su odio lo lleva a decretar
el destierro de la figura central de ambos movi-
mientos: Saco.

247
1931. Por una especie de doble reencarnación
espírita, Vives desgobierna de nuevo. Tacón manda
otra vez (...) Se clausuran los centros oficiales de
enseñanza secundaria y la única Universidad; el
director de la Revista Bimestre Cubana en quien,
por sus vastas curiosidades, su espíritu investi-
gador, su tendencia erudita, su preocupación por
los problemas étnicos y sociales y su afán difusor
de cultura, concurren notorias afinidades con su
antecesor, tiene que vivir como él en el destierro
(...) Acaba de reincidirse en la censura, en todo
lo demás ya se había reincidido.31

El sostenido trabajo de Don Fernando acerca de


las manifestaciones de origen africano en la cultura
cubana, fue propiciando la aparición de un grupo de
estudiosos interesados en esas temáticas. Esto per-
mitió que en 1936 se constituyese, bajo la presiden-
cia de Ortiz, la Sociedad de Estudios Afrocubanos.
Aunque se dirigía a estudiar particularmente los as-
pectos culturales de esa procedencia, proclamaba el
reconocimiento a la importancia de la integración
de blancos y negros en la constitución de la nacio-
nalidad cubana. Así se expresaba en su declaración
de principios:

Blancos y negros deben conocerse y reconocer-


se recíprocamente en Cuba; y, sintiéndose con-

31
Elías Entralgo. «Motivos centenares», en Revista Bimestre
Cubana. La Habana, 1931, vol. XXVII, pp. 325, 326-327.

248
juntamente responsables de la fuerza histórica
que integran, propender honradamente, en una
identificación totalitaria, al examen profundo,
inteligente, valeroso e imparcial de los fenóme-
nos producidos en la isla a causa del contacto
entre sus pobladores más étnicamente caracte-
rísticos. 32

Entre sus varias actividades, como la presenta-


ción de conferencias y conciertos, la Sociedad tuvo
su órgano oficial, la revista Estudios Afrocubanos, que
publicó su primer número en 1937 y alcanzó a im-
primir cinco volúmenes, el quinto de ellos con fe-
cha de 1945-1946. Aunque en los cuatro primeros
volúmenes figura como director el historiador Emi-
lio Roig de Leuchsenrig, tan ligado a Ortiz en nu-
merosas actividades culturales y cívicas, la revista
siempre tuvo la orientación del presidente de la So-
ciedad, quien publicó en ella numerosos trabajos.
La asistencia de Ortiz al Primer Congreso In-
teramericano de Demografía, efectuado en la Ciudad
de México, en el mes de octubre de 1943, le permi-
tió corporizar un viejo anhelo suyo, el de constituir
un organismo que se dedicara al estudio de la pre-
sencia africana en las poblaciones americanas. Res-
pondiendo a su invitación, un grupo de notables
antropólogos sociales dedicado a los estudios

32
«La Sociedad de Estudios Afrocubanos contra los racismos.
Advertencia, comprensión y designio», en revista Estudios
Afrocubanos. La Habana, no. 1, 1937, vol. 1, p. 3.

249
afroamericanistas conformó, en ese propio mes y
año, con sede en la Ciudad de México, el Instituto
Internacional de Estudios Afroamericanos, donde
participarían personalidades tan destacadas como los
antropólogos mexicanos Gonzalo Aguirre Beltrán y
Alfonso Caso, los brasileros Arthur Ramos y Renato
de Mendoza, los africanistas norteamericanos
Melville H. Herskovits y Alain Locko, el etnólogo y
novelista haitiano Jacquez Roumain, y otros. Todos
ellos constituyeron un Comité Ejecutivo bajo la pre-
sidencia de Ortiz. De este loable propósito, que las
dificultades originadas por la Segunda Guerra Mun-
dial impidieron desarrollar, quedaron dos excelen-
tes números de la revista Afroamérica (1945-1946).
Una de las obras más reimpresas y traducidas de
Ortiz, el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, se
publica en primera edición con un prólogo del
etnólogo polaco Bronislaw Malinowski, y con un
subtítulo aclaratorio de su contenido: Advertencia de
sus contrastes agrarios, económicos, históricos y socia-
les, su etnografía y su transculturación.
En dicha introducción Malinowski, reconocido
como la figura más destacada de la llamada escuela
«funcionalista» de la antropología social, sitúa a Ortiz
dentro de la tendencia científica que él orientaba:

Fernando Ortiz pertenece a esa escuela o ten-


dencia de la ciencia social moderna que ahora se
apellida con el nombre de «funcionalismo». Él
se percata tan claramente como cualquiera de
que los problemas económicos y ecológicos del

250
trabajo y de la técnica son los fundamentales de
las industrias aquí tratadas; pero el autor tam-
bién se da plena cuenta del hecho de que la psi-
cología del fumar, la estética, las creencias y los
sentimientos asociados con cada uno de los pro-
ductos finales aquí tratados son factores impor-
tantes de su consumo, de su comercio y de su
elaboración. 33

Malinowski muestra su plena aceptación del neo-


logismo que Ortiz introduce en este libro, el térmi-
no transculturación, consignando que, al decir de su
creador, introducía este nuevo vocablo «para reem-
plazar varias expresiones corrientes, tales como “cam-
bio cultural”, “aculturación”, “difusión”, “migración
u ósmosis de cultura” y otras análogas que él consi-
deraba como de sentido imperfectamente expresivo».
Malinowski expresa la entusiasta acogida que otor-
gaba a la nueva expresión, prometiendo adoptarla y
«usarla constante y lealmente siempre que tuviera
ocasión de hacerlo». Este nuevo vocablo científico
ha tenido una amplia difusión en las ciencias socia-
les contemporáneas.
El Contrapunteo es, como podría esperarse, una
obra de la más plena madurez de Ortiz, lo cual se
evidencia, entre otros aspectos, por la riqueza y ga-
lanura del lenguaje en que está escrita. El crítico
33
Bronislaw Malinowski. Introducción al libro de Fernando
Ortiz Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Jesús Montero
ed. La Habana, 1940, p. XXI. Publicado por la Editorial de
Ciencias Sociales. La Habana, 1983 y 1991.

251
literario Salvador Bueno, quien ha dedicado muchas
páginas al estudio de la personalidad y la obra de
Ortiz, así lo considera: «Es uno de sus libros capita-
les. Con un lenguaje rico, pulposo, lleno de reso-
nancias criollas, en un tono y estilo que recoge su
vitalidad y su humor.»34
Al aceptar impartir una cátedra de investigacio-
nes acerca de «La formación étnica y social del pue-
blo cubano» en una programación extramural de la
Universidad de La Habana, Ortiz consideró necesa-
rio ofrecer previamente un curso en que expusiese
la información que durante décadas había venido
acumulando y los criterios que sustentaba sobre el
concepto de «raza». Este curso se desenvolvió en 1944,
en el más intenso período de una guerra que tuvo
entre sus proclamados fundamentos ideológicos com-
batir el agresivo racismo de las doctrinas nazis.
Los materiales que se revisaron y sintetizaron
para ser utilizados en este curso dieron lugar a un
importante libro que, con el título de El engaño de las
razas, se publicó en La Habana en 1946 por la Edito-
rial Páginas, la cual pertenecía —y es dato a tenerse
en cuenta— al partido marxista cubano de aquel
momento.
Ortiz no se dejaba confundir por el espejismo
de las apariencias que se aprecian en la superestruc-
tura social, enmascarando las causas reales que se

34
Salvador Bueno. «Fernando Ortiz, tercer descubridor de Cuba»,
en revista Bohemia. La Habana, año 68, no. 34, 20 de agosto de
1976, pp. 12-13.

252
mueven en la base económica de la sociedad; y así lo
expresa rotundamente en el párrafo inicial del pró-
logo que redactó para esta primera edición:

La humanidad está debatiéndose en un torbelli-


no de intereses económicos, nacionales y socia-
les, cubierto casi siempre por espumaje de ra-
zas. Éstas no son sino las burbujas que coronan
las olas embravecidas; las fuerzas que las for-
man y agitan están debajo y generalmente no se
ven. Por eso son temas inevitables de cada día
así las razas, todas ellas impuras y arbitrarias,
como los racismos, siempre agresivos y todos
bastardos. 35

Y agrega Ortiz, en lo que puede considerarse no


sólo la orientación que enrumba este texto, sino la
brújula por la que rige su actividad intelectual y ciu-
dadana en estas últimas décadas de su vida pública:

Se insiste en decir que los seres humanos están


divididos en razas distintas según inequívocos,
originarios, hereditarios, permanentes y corre-
lativos caracteres anatómicos, fisiológicos y es-
pirituales, que determinan de manera inelucta-
ble toda su vida individual y su historia colectiva.
Se persiste aún en sostener que tales caracterís-

35
Fernando Ortiz. El engaño de las razas. Editorial Páginas. La
Habana, 1945, p. 11. Publicado por la Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975.

253
ticas raciales son fatalmente inmutables, que su
transformación no es posible sino por selección
lentísima y que toda mezcla de ellas conduce a
la esterilidad y a la degeneración. Y, en fin, se
pretende con obstinación a veces cínica, que
unas razas son superiores y otras inferiores:
aquéllas predestinadas para el predominio y es-
tas otras para la servidumbre.36

Esta postura de enfrentar resueltamente los ne-


gativos prejuicios que niegan la justa valoración
igualitaria en las relaciones entre razas o naciones,
halló el reconocimiento de quienes los habían su-
perado, dedicando su labor intelectual a combatir-
los. Así ocurrió, entre otros, con un negro
eminente, el sabio haitiano Jean Price-Mars, en
quien encontramos muchas semejanzas con Don
Fernando por su continuada preocupación en ele-
var la autoestimación de su pueblo y, en general, la
del hombre negro, quien, tomando en cuenta ex-
plícitamente este libro, expresó acertados juicios
sobre la posición científica adoptada por su autor a
lo largo de toda una vida:

Él interroga la Historia, la Geografía, la Socio-


logía, la ciencia del Derecho —qué sé yo cuán-
to— para conocer por qué el hombre negro apa-
recía como diferente de las demás variedades
humanas.

36
Ibídem.

254
Él pasó por el tamiz del análisis los defectos del
negro, sus cualidades, su estructura biológica,
con una penetración y una sagacidad que consti-
tuye el honor de su oficio de escritor y que hacen
el valor sacerdotal del sabio. Así él consigna en
libros magníficos, como El engaño de las razas, las
pruebas de que ese espejismo de las diferencias
étnicas no es más que un mito entre los mitos,
una apariencia entre las apariencias. Y en una
comprobación magistral él conjuga una suma de
conocimientos sobre el negro como sujeto prin-
cipal, que se puede resumir en una maravillosa
síntesis: que todos los hombres son el hombre.37

Roger Bastide, uno de los más destacados in-


vestigadores sobre las religiones negras en el Brasil
y en el resto de las que él llamara «las Américas ne-
gras», pone su atención sobre otro de los aspectos
tratados en esta obra, el de la fecundidad biológica
y, sobre todo, espiritual, de las relaciones inter-
étnicas:

Sólo hay originalidad en la apertura —no en el


repliegue—. Sólo hay creación en la síntesis de
las culturas que se fecundan mutuamente inter-
penetrándose, no en el encierro voluntario en el
interior de un sistema rígido y separado —no
hay progreso en la eliminación de valores, en la

37
Jean Price-Mars. «Hommage á Fernando Ortiz», en Miscelá-
nea..., ed. cit., p. 1251.

255
discriminación y segregación y, finalmente, en
el rechazo desdeñoso de los aportes considera-
dos como extraños a nuestra inteligencia, a
nuestra sensibilidad—: la invención es fruto de
los matrimonios, la suerte milagrosa de los es-
ponsales en la gran fiesta del amor, entre cultu-
ras que no se reniegan en lo absoluto, sino que
se enriquecen al mezclarse. Esto es lo que Fer-
nando Ortiz ha demostrado y, haciéndolo así,
ha aportado al mundo de hoy una lección de
sabiduría, de tolerancia, al mismo tiempo que
de ciencia.38

Consecuentemente con estos criterios, firme-


mente sustentados, Ortiz realiza numerosas inter-
venciones públicas y da paso a proyectos llevados
por él a la práctica social. Pongamos sólo como ejem-
plos la proposición que hace en el Primer Congreso
Demográfico Internacional (al cual nos hemos refe-
rido antes) cuando plantea que en todo documento
oficial, legislativo, jurídico o administrativo «se evi-
te el uso del vocablo raza a no ser con un criterio
clasificatorio por sus características corporales o
hereditarias, sin implicación alguna de caracteres psi-
cológicos ni culturales»; y el hecho de que creara y
presidiera en su patria una Asociación contra las
discriminaciones racistas.

38
Roger Bastide. «Para Fernando Ortiz», en revista Casa de las
Américas. La Habana, año X, no. 57, noviembre-diciembre de
1969, p. 102.

256
Como resultado de sus muchos años de investi-
gaciones, Don Fernando se encontraba en condicio-
nes de emprender el magno proyecto de redactar una
trilogía de obras sobre la música, los bailes y el tea-
tro, y los instrumentos musicales cubanos que te-
nían una posible relación originaria con las culturas
africanas.
En un espacio de apenas cinco años, los talleres
de impresión entregaron estas tres obras. Contaban
de siete volúmenes, con más de tres mil páginas,
más de setecientas ilustraciones, que comprenden
fotografías originales o de archivo, grabados anti-
guos, dibujos y anotaciones musicales, y con una
bibliografía que supera algo más del millar de libros,
folletos o artículos consultados.
La primera de estas obras editadas se titula La
africanía de la música folklórica de Cuba y apareció en
1950, con 477 páginas divididas en cinco capítu-
los, los cuales tratan de la música afrocubana y la
indocubana; la expresividad musical y oral de los
africanos; los ritmos y las melodías de la música
africana; y la música instrumental y oral de los
negros.
Le siguió Los bailes y el teatro de los negros en el
folklore de Cuba, publicada en 1951 con 466 páginas,
que se agrupan en cuatro capítulos sobre la socialidad
de la música africana, y los bailes, la pantomima y el
teatro de los negros.
Cerraba la trilogía la obra Los instrumentos de la
música afrocubana, en cinco volúmenes, aparecidos
entre 1952 y 1955, con más de 2000 páginas.

257
El musicólogo norteamericano Gilbert Chase
hizo un análisis en conjunto de los siete volúmenes
y estableció claramente que no se trataba de una
obra destinada a la descripción de los fenómenos
artísticos, sino que pretendía, y lo lograba, estable-
cer en toda su dimensión el basamento social en
que se fundamentaban, mediante:

La ponderada consideración que el autor conce-


de a los factores geográficos, históricos y socia-
les en la formación de la música afrocubana. Esta
música es el producto de aquellos factores. Se-
ría factible estudiar el producto, descriptiva y
analíticamente, sin ocuparse de los factores
formativos. Pero eso no sería hacer historia,
puesto que la historia es siempre un proceso
cultural algo dinámico y no estático. La historia
musical, en tanto que es una rama de la historia
de la cultura, debe fundarse en la premisa de
que la música es hecha por hombres y mujeres
situados históricamente en un tiempo y un es-
pacio, cuyas dimensiones culturales son preci-
samente aquellos factores geográficos, sociales,
etnográficos, lingüísticos y hasta económicos,
en los que hace hincapié el autor.39

39
Gilbert Chase. [Reseña sobre los siete tomos del doctor
Ortiz], en Revista Interamericana de Bibliografía. Washington,
no. 1, enero-marzo de 1957, vol. VII, p. 16.

258
La Universidad Central de Las Villas, que le ha-
bía otorgado el título de Doctor Honoris Causa
—tal como lo había hecho anteriormente la nortea-
mericana Universidad de Columbia—, publica la úl-
tima obra original que Don Fernando entrega para
su impresión. Se trata de la Historia de una pelea cu-
bana contra los demonios, en cuya portadilla se expli-
ca el contenido del libro en un extenso párrafo:

Relato documentado y glosa folklórica y casi


teológica de la terrible contienda que, a fines
del siglo XVII y junto a una boca de los infiernos,
fue librada en la villa de San Juan de los Reme-
dios por un inquisidor codicioso, una negra es-
clava, un rey embrujado y gran copia de piratas,
contrabandistas, mercaderes, hateros, alcaldes,
capitanes, clérigos, energúmenos y miles de dia-
blos al mando de Lucifer.40

El voluminoso texto recoge el episodio histórico


que se produjo cuando se trató, sin éxito, de que una
villa ubicada en la región costera de la parte central
de la isla se desplazara hacia otro territorio más in-
ternado para preservarla de los cruentos y desoladores
ataques de piratas y corsarios. El cura párroco de la
villa, el cual era Comisario del Santo Oficio de la In-

40
Fernando Ortiz. Historia de una pelea cubana contra tos demo-
nios. Universidad de Las Villas. Santa Clara, Cuba, 1959, p. 3.
Publicado por la Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,
1975.

259
quisición y a quien interesaba que el traslado se hi-
ciese a unas tierras que eran de su propiedad, preten-
dió agregar a los argumentos muy materiales que
aconsejaban el nuevo emplazamiento, los metafísi-
cos de la teología católica, sosteniendo que precisa-
mente el asentamiento del poblado se encontraba
junto a una de las bocas de los antros infernales.
Terminada la revisión de sus cuartillas, luego
del triunfo revolucionario del 1º de enero de 1959,
Ortiz pudo introducir algunas referencias al orto del
año nuevo y de la nueva vida que inauguraba para su
patria:

De las más altas cumbres de Cuba bajó el cuba-


no dios Huracán, con bufidos y vértigo de revo-
lución, y una hueste nueva, intensa, con es-
tampa de profetas. Brilló otra vez en Cuba la
lucecita de Yara, con destellos de lucero en el
alba nueva (...) La estrellita de Cuba centellea
en otra alborada con sus fulgores de sangre.
Parece que el sol en el oriente de su escudo está
saliendo del todo y brillará entero.41

Los muchos años vividos y la continuada exis-


tencia de intenso trabajo habían quebrantado la sa-
lud del incansable luchador. En momentos en que
se comprendía mejor su apostolado y más se le ad-
miraba y respetaba, cuando existían mayores facili-
dades para su producción intelectual y mejores

41
Ibídem, pp. 554-555.

260
posibilidades para ejercer su público magisterio, no
podía apoyarse en las condiciones físicas que antes
había puesto permanentemente en tensión y con las
cuales había alcanzado numerosos logros.
En los períodos que su salud le permitía, volvía
a sus viejas fichas para poner en marcha antiguos
proyectos, como lo realizó con sus papeletas
lexicográficas sobre «cubanismos» y lo intentó con
su interrumpida redacción sobre los negros curros.
Las nuevas ediciones de estos textos, efectuadas con
posterioridad a su fallecimiento, incorporan mucho
de los aportes y revisiones que fueron penosamente
procesados en estos años de enfermedad.
No negaba, sin embargo, su concurso a las pro-
yecciones del nuevo Estado, que implementaba mu-
chos de sus viejos anhelos y superaba otros casi
imposibles de alentar apenas unos años atrás; así
ocurrió cuando se le llamó en 1961 para formar par-
te de la Comisión Nacional de la Academia de Cien-
cias de Cuba.
El 10 de abril de 1969, a la edad de 87 años,
hallaría término su larga y fecunda vida. Cátedras,
distinciones, instituciones, escuelas, fábricas y cen-
tros de servicios evocan ahora, cada día, de alguna
manera, su vida y su obra.
A los estudiosos de cualquier aspecto de la vida
social de nuestra patria, nos dejó, además, el ejem-
plo de su modestia, cuando nos dice:

Viví, leí, escribí, publiqué, siempre apresurado


y sin sosiego porque la fronda cubana era muy

261
espesa y casi inexplorada, y yo con mis pocas
fuerzas no podía sino abrir alguna trocha e in-
tentar derroteros. Y así ha sido toda mi vida.
Nada más. 42

Nada menos. Nos atrevemos, por una vez, a rec-


tificar a nuestro viejo maestro.

42
Fernando Ortiz. «Más y más fe en la ciencia», en ed. cit., p.47.

262
Prólogo a Los negros brujos
de Fernando Ortiz*

La edición de esta obra en 1906, la primera dedicada


por Don Fernando Ortiz al estudio del importante
componente africano en la sociedad cubana, señala
el inicio de su profundo y extenso sondeo de lo que
denominó afrocubanía, la cual aflora en el enorme
caudal de valiosas informaciones y de atinados jui-
cios que nos legara acerca de la presencia, integra-
ción y valoración de los aportes materiales y
espirituales del negro en la conformación de nues-
tra nacionalidad y nuestra cultura.
Quizás, este libro ha sido el más controvertido
en su amplio catálogo de textos, acatados de manera
casi unánime por sus irrefutables aciertos en el aná-
lisis historiográfico, sociológico y etnográfico —en-
tre otros enfoques disciplinarios de las ciencias
sociales— de una sociedad a la cual viera ascender
paralelamente al transcurrir de su larga existencia,
desde la chatura colonial en que le tocó nacer, ganar
altura por los torcidos senderos de una república
mediatizada por la que transitó junto con su adultez,
hasta alcanzar los aireados espacios de una nación
definitivamente liberada, después del triunfo revo-

* Tomado de Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1995,


pp. V-XXI.

263
lucionario del 1º de enero de 1959, en la cual quiso
permanecer, al expresar públicamente su propósito
de no abandonar su suelo patrio.
El contenido de este texto que prologamos de-
sató enjuiciamientos muy encontrados. Pudiera
recopilarse una larga lista de juicios encomiásticos
—sobre todo, en las primeras décadas de su apari-
ción— que comprendería los más mentados nom-
bres de las ciencias jurídicas —en especial, de los
personeros de la entonces vigorosa escuela
criminológica positivista—, un extenso catálogo de
elogiosos comentaristas, que encabezaría Cesare
Lombroso —quien le concedió la gracia de que una
carta suya apareciera como prólogo de la primera
edición—, se continuaría con sus más cercanos se-
guidores, como Enrico Ferri y Raffaele Garófalo, y se
extendería con toda una notable cohorte de recono-
cidas personalidades de aula y gabinete.
Y comprobaríamos que, entre nosotros, algunos
de los aspectos más destacados de la obra —y, qui-
zá, no de los más destacables— se asumirían como
propios en el traspaso del relevo de varias generacio-
nes de profesores de antropología jurídica, inserta-
das sus aseveraciones en textos que se repetían bajo
diferentes firmas.
Los testimonios adversos publicados no serían
tan abundantes, pero debemos suponer que nume-
rosos contradictores, que no poseían un fácil acceso
para expresar sus opiniones en las páginas impre-
sas, guardarían esenciales reparos —hasta llegar a
un total rechazo— al contenido de este libro.

264
Ortiz no ignoró que una prejuiciada lectura
de este texto lo condenaría, al adjudicarle a su
autor una intención que estaba muy alejada de
su propósito científico. Así lo reconocería mu-
chos años después en el homenaje que se le ofre-
ciera el 12 de diciembre de 1942 en una sociedad
de la pequeña burguesía negra habanera, el Club
Atenas:

Mi primer libro, aun cuando escrito con serena


objetividad y con criterio positivista (...) fue re-
cibido por lo general entre la gente blanca con
benevolencia, pero siempre con una sonrisa com-
placiente y a veces desdeñosa (...) y entre la gente
de color el libro no obtuvo sino silencio de dis-
gusto, roto por algunos escritos de manifiesta
aun cuando refrenada hostilidad (...) A los ne-
gros les pareció un trabajo ex profeso contra
ellos, pues descubría secretos muy tapados, co-
sas sacras de ellos reverenciadas, y costumbres
que, tenidas fuera de su ambiente por bochor-
nosas, podrían servir para su menosprecio co-
lectivo. 1

No obstante estas encontradas corrientes de


opinión sobre su actividad científica, Ortiz supo
arrostrar su decisión de proseguir la indagación acer-

1
Fernando Ortiz. «Por la integración cubana de blancos y ne-
gros», en Estudios Afrocubanos. La Habana, vol. V, 1945-1946,
pp. 219-220.

265
ca de las más ostensibles formas de participación
del negro en la vida social de Cuba, las cuales, en su
criterio, no era posible soslayar para quien se propo-
nía revelar los aspectos más significativos de la rea-
lidad cubana.
La convicción de la necesidad de profundizar
en el conocimiento de los muy diversos elemen-
tos aportados por la cuantiosa población de ori-
gen africano y sus descendientes inmediatos —en
siglos anteriores había llegado a ser mayoritaria
en Cuba—, lo conduciría a estimar que el trata-
miento de una faceta aislada, aun cuando resulta-
se tan adaptado a sus iniciales intereses crimino-
lógicos, no podía reflejar siquiera una pequeña
porción de esos aportes:

Comencé a investigar, pero a poco comprendí


que, como todos los cubanos, yo estaba con-
fundido. No era tan sólo el curiosísimo fenó-
meno de una masonería negra lo que yo encon-
traba, sino una complejísima maraña de
supervivencias religiosas procedentes de diferen-
tes cultura lejanas y con ellas variadísimos lina-
jes, lenguas, música, instrumentos, bailes, can-
tos, tradiciones, leyendas, artes, juegos y
filosofías folklóricas; es decir, toda la inmensi-
dad de las distintas culturas africanas que fue-
ron traídas a Cuba.2

2
Ibídem, p. 218.

266
Resulta grato reconocer como no tan sólo los
hilos de esa «complejísima maraña de superviven-
cias religiosas», sino también la intrincada urdim-
bre de toda «la inmensidad de las distintas culturas
africanas», pudieron quedar hilvanadas en definitiva
en la obra de Ortiz, combinando sus delicados mati-
ces y resaltando sus fuertes contrastes.
En tanto su obra se abría cada vez más a dilata-
dos campos de investigación, este texto inicial de-
bía esperar por una revisión conceptual y un aumento
sustancial de su contenido factual, lo que nunca
llegó a producirse. En más de una ocasión, su autor
—como podrá corroborar el lector más adelante— se
refirió a las razones de tiempo que le impedían hacer
su «refundición completa» y también anunciaba que
se proponía una reedición, con igual título, de la
parte dedicada de manera exclusiva al aspecto reli-
gioso, la cual resultaría un nuevo volumen «com-
pletamente remozado y más que duplicado en su
contenido».
Las otras secciones que formaban parte de la
primera edición se programaron para que integrasen
otros libros; todos ellos conformarían una serie edi-
torial bajo el equívoco título de Hampa afrocubana
—pensamos que tan sólo se mantenía para otorgar-
le cierta continuidad bibliográfica—, en un plan de
ediciones que sólo se cumplimentó en parte.
Ahora se reedita completa la primera edición,
pues la Editorial de Ciencias Sociales —desde 1974
viene desarrollando un ambicioso proyecto para di-

267
vulgar los textos más relevantes de Ortiz— 3 consi-
dera que no incorporar a dicho propósito editorial
esta obra —convertida en la actualidad en una rare-
za bibliográfica—, que devino realidad el primer in-
tento de una indagación acerca de las religiones y
otras manifestaciones culturales del negro en Cuba,
no sólo significaría una omisión que dificultaría
constatar las ideas sustentadas en los primeros años
de vida republicana en torno a la presencia social del
negro, sino que imposibilitaría, además, establecer
una correcta apreciación de la progresiva evolución
de las concepciones intelectuales de su autor.
3
De esta selección de los textos más importantes de Fernando
Ortiz, la Editorial de Ciencias Sociales (La Habana) ha edita-
do, hasta la fecha, los siguientes: Nuevo catauro de cubanismos.
Edición póstuma, 1974, 526 pp.; Los negros esclavos. Prólogo
a la segunda edición de José Luciano Franco, 1975, 525 pp.
(reimpreso en 1988); El engaño de las razas. Prólogo a la se-
gunda edición de Mariano Rodríguez Solveira, 1975, 441 pp.;
Historia de una pelea cubana contra los demonios. Prólogo de
Mariano Rodríguez Solveira, 1975, 625 pp. (reimpreso en
1991); Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Prólogo «Ortiz
y sus contrapunteos», de Julio Le Riverend, 1983, 484 pp.;
Ensayos etnográficos. Selección de Miguel Barnet y Ángel Luis
Fernández, 1984, 424 pp.; Los negros curros. Texto estableci-
do, prólogo y notas aclaratorias por Diana Iznaga, 1986, 320
pp.; Entre cubanos. Prólogo a la segunda edición de Julio Le
Riverend, 1987, 126 pp.; Glosario de afronegrismos. Prólogo a
la segunda edición de Sergio Valdés Bernal, 1991, 502 pp.;
Estudios etnosociológicos. Selección,, prólogo y notas de Isaac
Barreal, 1991, 284 pp.; Etnia y sociedad. Selección, prólogo y
notas de Isaac Barreal, 1993, 290 pp. Posteriormente se pu-
blicó El pueblo cubano. Edición de Gladys Alonso González y
prólogo de Ana Cairo Ballester, 1997, 98 pp. (N. del C.)

268
Deseando contribuir al esclarecimiento de esta
progresión del pensamiento de Ortiz, el cual pode-
mos vislumbrar a partir de una limitadora concep-
ción de la entonces muy en boga escuela positivista
criminológica encabezada por Lombroso —y no de-
bemos olvidar que ella representaba el criterio cri-
minalista más avanzado de aquellos años—, hasta
desplazarse hacia interpretaciones historiográficas,
sociológicas y etnológicas cada vez más esclare-
cedoras de la realidad social del pueblo cubano, he-
mos estimado conveniente intercalar en este texto
numerosas notas extraídas de su propia obra poste-
rior en tanto su autor iba adquiriendo un dominio
más certero acerca de la integración racial, la histo-
ria social y la cultura que caracterizan nuestra iden-
tidad nacional.
Desde muy temprana edad, Ortiz había mostra-
do una fuerte inclinación hacia los estudios pena-
les. Cuando regresa a su patria desde la pequeña isla
de Menorca, donde había residido en la villa de Ciu-
dadela hasta los 14 años en el seno de su familia
materna, ya había terminado sus estudios de bachi-
llerato en Mahón, capital de aquella isla balear, y
obtenido su título de bachiller, expedido el 30 de
junio de 1895 por el rector de la Universidad de Bar-
celona. Se matricula entonces por el sistema de en-
señanza libre en la Universidad de La Habana para
estudiar la carrera de Derecho; entre las asignaturas
que cursa alcanza sobresaliente y premio en Dere-
cho Penal.

269
La situación imperante en Cuba, cuyos ingen-
tes sacrificios en la «guerra necesaria» convocada
por José Martí desembocarán en un frustrante de-
senlace por la intromisión imperialista, forzó en
1898 la decisión paterna de que continuara sus
estudios en la Universidad de Barcelona, donde el
29 de junio de 1900 adquiere su Licenciatura en
Derecho.
Ese mismo año se matricularía en la Universi-
dad Central de Madrid para obtener el título de Doc-
tor en Derecho; por tanto, luego de vencer
determinadas asignaturas, debió presentarse a exa-
men de grado, para lo cual seleccionó un tema de
contenido penal con el título: «Base para un estudio
sobre la llamada reparación civil»,4 el cual imprimió
en un folleto. Éste venía a ser su primera obra edita-
da en español, pues debemos recordar que antes
había publicado un folleto en dialecto menorquín
acerca de costumbres populares.5
Desde su primera línea, el trabajo de diploma
enfatizaba el tópico fundamental que pretendía man-
tener: «Un olvido, verdaderamente lamentable, se ha
tenido con las víctimas del delito» (p. 1). Y en sus
«Conclusiones» insistía en tal sentido: «El resarci-
miento del daño personal del delito ha sido
4
Memoria para optar al grado en Derecho, leída y sostenida por
Fernando Ortiz Fernández, Abogado. Tema: Base para un estudio
sobre la llamada reparación civil. Librería de Victoriano Suárez.
Madrid, septiembre de 1901, 106 pp.
5
Fernando Ortiz. Principi y prostes. Imprenta Fábregas. Ciuda-
dela (Menorca), 1895, 56 pp.

270
lastimosamente descuidado» (p.106), afirmando el
carácter disciplinario en que se sustentaba, corres-
pondiente a la sociología criminal, para demandar la
responsabilidad social que le era atinente: «La socie-
dad tiene necesidad de que el resarcimiento del daño
del delito sea efectivo, basado en la justicia, y en el
poder preventivo de aquél, y en la protección debida
a los más débiles» (p.107).
La tesis planteada debió parecer muy audaz a
algunos de los integrantes del tribunal. De allí que
se diera el «insólito fallo» —como lo calificara Ortiz—,
al producirse una votación dividida: dos de sus
miembros votaron suspenso mientras los tres res-
tantes le otorgaban la calificación de sobresaliente.
Esto ha sido expuesto en detalle por Mariano
Rodríguez Solveira, quien lo escucharía de labios
del propio Don Fernando, con quien mantuvo una
estrecha amistad. 6
La inmediata motivación que le impulsara a re-
dactar este libro que comentamos, ha sido expresa-
da por el propio Ortiz y expuesta de manera reiterada
por los comentaristas de su obra. Durante su estan-
cia en Madrid (1900-1901) con el fin de alcanzar el
doctorado en la carrera jurídica, tuvo una activa par-
ticipación en el llamado Instituto Sociológico, inte-
grado por los alumnos del profesor don Manuel Sales
y Ferré, a quien Ortiz llamara «el primer sociólogo
de España» y quien, sin dudas, ejerció una gran in-

6
Mariano Rodríguez Solveira. Prólogo a: Historia de una pelea
cubana contra los demonios, ed. cit.

271
fluencia en la formación científica del futuro inves-
tigador.
Sales y Ferré, impulsado por el sentido positi-
vista que orientara sus concepciones sociológicas,
acostumbraba a conducir a sus discípulos a diversas
localidades, donde les explicaba in situ las inciden-
cias de la historia social de la nación española. Ortiz
recordaría esta forma de pedagogía activa en un ar-
tículo, publicado cuando se produjo el fallecimiento
de su apreciado maestro y amigo. Dice Ortiz:

Recuerdo de modo imborrable el efecto extraor-


dinario que en mi mente produjeron aquellas
excursiones... No llegué a comprender (...) los
problemas de la ciencia penitenciaria moderna
sino en las infectas galeras del correccional de
Alcalá de Henares, donde me dejó don Manuel
para que pudiera por días y días vivir aquella
vida y observarla de cerca.7

Como resultado de las enseñanzas que recibía,


efectuaría, igualmente, prácticas antropológicas y
antropométricas en la Cárcel Modelo de Madrid. Hay
una particular referencia a su estancia en aquellos
verdaderos almacenes de reclusos, que aparece en
un artículo que le dedicara el médico y notable na-
rrador cubano Miguel de Carrión, quien fuese un
cercano interlocutor suyo por aquellos años:

7
Fernando Ortiz. «Sales y Ferré», en El Fígaro. La Habana, año
XXVIII, no.4, 22 de enero de 1901, p. 47.

272
Las excursiones científicas de Ortiz al través del
mundo criminal, a cuyo estudio ha dedicado su
esfuerzo en estos últimos años, están llenas de
curiosos episodios y de anécdotas sabrosísimas,
que él refiere a sus íntimos con sencillez encan-
tadora. Sus fracasos, sus pasos en falso en el
laberinto de la investigación le hacen reír de la
mejor gana. Cuenta cómo los huéspedes de los
establecimientos penales españoles han solido
tomarle el pelo [y cómo] de los engaños y las bur-
las de los penados ha sacado la luz que brilla en
sus trabajos; y el resto le ha servido para hacer
unos cuantos chistes, sin concederle la menor
importancia a la magnitud de su labor.8

Que el joven alumno fuese seleccionado para


extraer del propio medio carcelario las enseñanzas
que la vida hacía prevalecer sobre el aprendizaje for-
mal, nos indica que ya se reconocían sus inclinacio-
nes hacia las investigaciones penales, lo cual
contribuyó a que sus condiscípulos le solicitasen
que comentara el libro La mala vida en Madrid,9 en el
Instituto Sociológico.
El autor principal de esa obra era un destacado
profesor de criminología de la universidad madrile-
ña, donde iniciaría una prolongada amistad con Don

8
Miguel de Carrión. «EI doctor Ortiz Fernández», en Azul y
Rojo. La Habana, año II, no. 24,14 de junio de 1903, pp. [2-3].
9
Constancio Bernaldo de Quirós y José M. Llanas Aguilaniedo.
La mala vida en Madrid. B. Rodríguez Serra, ed. Madrid, 1901.

273
Fernando. De este texto, cuyo interés científico
movía a discusión a los estudiantes, se ha dicho que
constituía un serio intento psicosociológico, pues
sus redactores

además de definir a las gentes de mal vivir, se


ocupan de la embriología de la mala vida, de la
vida penitenciaria, diferencian las especies mal
vivientes, analizan sus caracteres comunes y
brindan atinadas sugerencias para la elevación
de la vida. Sus autores se adhieren a la tesis del
parasitismo social.10

Ortiz suponía que en la elección para que inter-


pretase dicha obra también mediaba la comentada
decisión que se aplicó a la discusión de su tesis de
grado:

Era yo conocido entonces en aquel grupo de jó-


venes universitarios por mis dedicaciones
criminológicas. Había sido algo comentada mi
graduación de doctorado sobre una tesis positi-
vista, que mereció del Tribunal la singularísima
votación de tres sobresalientes contra dos sus-
pensos, y por estos antecedentes me obligaron
a comentar allí el libro de Bernaldo de Quirós,
10
Israel Castellanos. «Fernando Ortiz en las ciencias
crimino1ógicas», en Miscelánea de estudios dedicados a Fernando
Ortiz por sus discípulos, colegas y amigos, en ocasión de cumplirse
sesenta años de la publicación de su primer impreso en Menorca en
1895. La Habana, 1953, vol. 1, p. 307.

274
señalando de su contenido las diferencias con
La mala vida en La Habana.11

Aunque desconocemos la fecha exacta en que se


le formulara esta petición, podemos presumir que
ella también pudiera estar influida por el hecho de
que, en fechas muy cercanas, Ortiz preparaba la lec-
tura de dos conferencias en el Instituto Sociológico
acerca de las festividades dedicadas a San Juan en
Menorca, las cuales presentó el 23 de noviembre y 7
de diciembre de 1901; en éstas no sólo mostró un
acertado acopio de informaciones historiográficas,
sino, sobre todo, un notable aporte de observacio-
nes etnográficas, efectuadas personalmente en la villa
de Ciudadela, donde habían transcurrido su niñez y
temprana adolescencia.
En ambas disertaciones —recogidas años más
tarde en un folleto publicado en La Habana—,12 Ortiz
daba muestra de su precoz capacidad para la obser-
vación directa del medio social, al exponer una vívi-
da descripción de una fiesta popular —la celebración
de San Juan Bautista—, de la cual debió sentirse
participante. En su exposición pudiera repararse la
ausencia de algún tipo de referencias comparativas
—tan habituales en sus posteriores trabajos
etnográficos— con la descripción de similares cele-
11
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en Estudios Afrocubanos.
La Habana, vol. 1, nos. 3-4, 1939, pp. 85-86.
12
Fernando Ortiz. Para la agonografía española; estudio monográfico
de las fiestas menorquinas. Imprenta La Universal. La Habana,
1908, 41 pp.

275
braciones de la misma festividad en la sociedad co-
lonial de Cuba. Pero, a poco que nos detengamos en
ello, esta omisión parecerá justificada por el escaso
conocimiento que pudiera poseer quien sólo resi-
diera en la Isla durante un corto período (1895-1898),
en el cual no debieron ser muy significativos dichos
festejos, a causa de las cruentas condiciones de nues-
tra guerra de liberación.
Para la reseña que se le pedía, tenía que ser igual-
mente limitado su conocimiento de unas formas de
«mala vida» totalmente ajenas, muy distantes de las
practicadas por su capa social, si tomamos en cuen-
ta además la escasez, casi absoluta, de toda docu-
mentación bibliográfica.
Muchos años después, Don Fernando recono-
cería la imposibilidad en que se encontraba de enca-
rar el solicitado estudio comparativo:

Yo me vi muy apurado porque harto poco sabía


del escabroso asunto; pero salí airoso hablando
de algo allá tan exótico como los ñáñigos, de
los cuales yo entonces no sabía más que lo pu-
blicado por Trujillo Monagas en su obra Los cri-
minales en Cuba y lo que yo había visto en el
madrileño Museo de Ultramar, donde se guar-
daban algunos vestidos de diablitos, instrumen-
tos y demás adminículos de esa asociación que
tan tétrica fama tuvo durante la Colonia. 13

13
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en Estudios Afrocubanos,
p. 86.

276
En realidad debe haber resultado del mayor in-
terés lo expuesto a su auditorio en el ámbito uni-
versitario, el cual ya había sido motivado, quizá, por
la novedad y el pintoresquismo de aquella temática,
aunque acerca de ella había muy pocas referencias
en la bibliografía española. Según sus propias pala-
bras —citadas antes—, desconocía, en aquel momen-
to, una conferencia ofrecida en Madrid por el médico
y criminólogo Rafael Sali1las, la cual se imprimió
con posterioridad en un folleto. Salillas se había in-
teresado en este tema después de la visión
impresionista que tuvo de sus manifestaciones más
externas, cuando en ocasión de una visita profesio-
nal a la prisión existente en la Fortaleza de Achió,
en la isla de Ceuta —uno de los lugares de expatria-
ción de los cubanos condenados a la pena de destie-
rro por los colonialistas españoles—, pudo asistir
en una explanada de esa fortaleza

a la aparición de un cortejo extraño, con figuras


extrañas, vestidos algunos de ellos en trajes fan-
tásticos, tocando una especie de tambores de
estructuras primitivas, cantando, accionando y
bailando. Aquella era una verdadera exhibición
ñáñiga, tan auténtica como las presenciadas en
las calles de La Habana, con actores provenien-
tes de aquel país, que habían traído con sus per-
sonas, sus costumbres y su ceremonia. 14

14
Rafael Salillas (cita de Lidia Cabrera: La Sociedad Secreta
Abakuá, narrada por viejos adeptos. Ediciones C. R. La Habana,
1959, p. 58-59).

277
Aunque ignorase de la disertación de Salillas, el
libro de Trujillo Monagas,15 con los errores de apre-
ciación e información —los cuales eran de esperar-
se—, dados la fecha y los propósitos de su texto,
contenía una gran cantidad de datos. Trujillo
Monagas había sido un inspector de Policía en La
Habana y había elaborado extensos informes oficia-
les dirigidos a sus superiores acerca de los entonces
comúnmente denominados ñáñigos. El libro, edita-
do en 1882 en Barcelona, constituía una abultada
reseña de los servicios policíacos prestados por su
autor en nuestra Isla y destacaba, en especial, su
participación en una campaña encaminada contra la
sociedad secreta abakuá —como acostumbra ahora de-
cirse—, emprendida por el entonces gobernador ci-
vil de la provincia de La Habana, Carlos Rodríguez
Batista.
Esta figura de la política española ha resultado
muy mencionada en relación con su empeño por
suprimir el ñañiguismo. Nacido en el poblado de
Regla —donde precisamente tuvo su origen en 1836
la primera «potencia» abakuá—, allí transcurrió par-
te de su juventud hasta partir a los Estados Unidos
a completar su educación. Luego de desempeñar re-
levantes cargos en la Península, fue designado para
15
José Trujillo y Monagas. Los criminales de Cuba y don José
Trujillo, narración de los servicios prestados en el Cuerpo de Policía
de la Habana; y la historia de los criminales presos por él en diferen-
tes épocas; de los distintos empleos que ha desempeñado hasta el 31
de diciembre de 1881. Establecimiento tipográfico de Fidel Giró.
Barcelona, 1882.

278
la gobernación de la capital de «el último botón de la
corona española», cuando ésta ya se desgajaba del
tronco ibérico.
Precisamente su bregar por extirpar las agrupa-
ciones ñáñigas ha hecho resaltar su mandato políti-
co en Cuba. Poseía tales conocimientos de estas
asociaciones, que se ha pretendido que había sido
«juramentado» en alguna de ellas; esto fue aceptado
por Ortiz, quien nos dice:

Parece cierta la iniciación del gobernador


Rodríguez Batista en el ñañiguismo, quien
como tal conocería sus organizaciones, ritos,
atributos y costumbres, y el nombre de sus
amigos y correligionarios. Esto más que todo
otro factor explica su éxito, aparatoso y por vía
tan pacífica como insincera y sin trascenden-
cia efectiva. 16

El supuesto éxito de su propósito, a todas luces


pasajero, consistió en lograr el público anuncio
—por los propios integrantes— de la disolución de
algunas «potencias» y la entrega de sus «atributos»
—como vulgarmente se designa a estas agrupacio-
nes y a sus enseres rituales—, llevados estos últi-
mos por Rodríguez Batista a España al cesar en su
cargo en 1890 y donados al Museo de Ultramar, donde
los viera Ortiz.

16
Fernando Ortiz. Los instrumentos de la música afrocubana. Cár-
denas y Cía. La Habana, 1954, t. IV, p. 82.

279
No obstante las dificultades que le presentaba
la temática solicitada —o quizá más bien incentivado
por ellas—, Ortiz se propuso seguir estudiando lo
que era, en verdad, un interesantísimo fenómeno
etnosociológico del trasplante de una sociedad se-
creta africana a América, pero forzado por sus tem-
pranas inclinaciones a las ciencias penales,
acrecentadas por sus estudios universitarios, sólo
quiso analizarlo desde el aspecto disciplinario de la
criminología. Por ello, el libro en proyecto intenta-
ba estudiar la «mala vida habanera», enfatizando las
actividades del ñañiguismo tenidas por antisociales
y delictivas, tal como lo ha expuesto de manera táci-
ta Ortiz: «en realidad, yo nada sabía de los ñáñigos,
y desde entonces me propuse estudiarlos y escribir
un libro que titularía La mala vida en La Habana, in-
cluyendo el ñañiguismo como uno de sus capítulos
más llamativos».17
En contacto con la realidad social de la pobla-
ción habanera, enseguida comprendió que el tema
desbordaba las posibilidades de una rápida redacción,
y urgido, al parecer, de su inmediata edición, deci-
dió recabar el aporte de dos colaboradores para ter-
minar el proyecto:

De regreso a Cuba pensé que mi tarea crimi-


nológica sería cosa de pocos meses; pero pronto
me di cuenta de mi error. La Habana tenía pro-

17
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en ed. cit., p. 86.

280
blemas peculiares en su mala vida, derivados de
su singular historia y de la conglomeración cul-
tural de blancos, negros, amarillos en su
subsuelo. Ante las dificultades que me exigi-
rían muy largo tiempo, me asocié a dos buenos
amigos y meritísimos literatos de aquellos años,
para escribir entre los tres el proyecto. Miguel
de Carrión, el fino novelista, se encargó de es-
tudiar los aspectos habaneros de la prostitución,
y el acerbo periodista Mario Muñoz Bustamante
tomó a su cargo el examen de la mendicidad.18

Este promisor proyecto de redacción colectiva


nunca llegó a culminar, desestimulado de seguro por
la nueva partida de Ortiz hacia Europa en un tiempo
relativamente breve.
Mientras recopilaba informaciones y materiales
para la redacción del libro, Ortiz debió reiniciar en
la Universidad de La Habana los estudios de la ca-
rrera de Derecho, interrumpidos cuando su partida
a España; pues, aunque allí había alcanzado su li-
cenciatura y doctorado en las universidades de Bar-
celona y Madrid —como dijimos antes—, no había
podido lograr la entrega del correspondiente diplo-
ma acreditativo del doctorado, por carecer en aquel
entonces de las 1 500 pesetas españolas que le exi-
gían las disposiciones legales vigentes.
Por tanto, al verse impedido de solicitar la reválida
del título ganado en la prestigiosa Facultad de De-

18
Ibídem, p. 86.

281
recho madrileña, decidió completar las asignaturas
no cursadas antes en Cuba. En muy breve término
realizó los exámenes correspondientes, y en los pri-
meros meses de 1903, con una tesis de Derecho Pe-
nal, obtenía su título en Derecho Civil ante un
tribunal integrado por los doctores Ricardo Dolz,
Pablo Desvernine y Octavio Averoff, y poco tiempo
después, el de Derecho Público ante los doctores
Leopoldo Cancio, Francisco Carrera Justiz y Orestes
Ferrara.
En tanto reanudaba sus estudios universitarios,
Ortiz iniciaba su vasta lista de colaboraciones en
publicaciones periódicas cubanas. Debe señalarse que
su primer artículo publicado en Cuba, con el título
«Vulgarizaciones criminológicas» —21 de septiem-
bre de 1902, revista habanera Cuba Libre—, mostra-
ba una vez más su dedicación a las materias del
Derecho Penal.
Este artículo, con el cual Ortiz anunciaba su
interés de publicar una serie de trabajos de divulga-
ción de las nuevas corrientes en esa disciplina, para
tratar así de influir en los poderes públicos de Cuba,
a quienes consideraba «inficionados de un clasicis-
mo [en materia penal] que se bate en franca retirada
tras las legislaciones positivistas», contenía una des-
carnada descripción de la sociedad cubana en aque-
llos primeros años de su vida republicana, y en el
cual afirmaba que

la sociedad no solamente descuida la represión


del crimen, sino que no lo previene. Y así, el

282
consumo del alcohol no se refrena, ni la prosti-
tución se canaliza, ni las luchas económicas
merecen atención, ni la educación pública es
digna de consideración, ni las inmigraciones,
ni la alimentación, ni el juego, ni las institu-
ciones preventivas como la Policía, ni las rela-
ciones sexuales, ni la crianza de los niños, ni el
pauperismo, ni la prensa, en fin.

Y después de presentar tan sombrío panorama


social de una nación que surgía penosamente del
embrollo colonial, opinaba que tal desatención ofi-
cial era consecuencia del enfoque arcaico de los go-
bernantes, quienes en su excesivo apego a las caducas
concepciones del derecho criminal, tampoco eran
compulsados por una opinión pública alertada por
el conocimiento de las nuevas corrientes crimino-
lógicas; ambas situaciones coadyuvaban a hacer ino-
perante la lucha contra el delito:

Los legisladores saturados de clasicismo, supo-


nen que el que delinque es porque quiere, que
el delito es el resultado del fiat de una voluntad
omnipotente que no puede comprender los mil
factores que, con demostrada influencia, deben
decrecer o aumentar la criminalidad o adoptar
formas diversas.19

19
Fernando Ortiz. «Vulgarizaciones criminológicas», en Cuba Libre.
La Habana, año IV, no. 31, 1 de septiembre de 1902, pp. 6-7.

283
Para cumplimentar su anunciado propósito,
Ortiz continúa de inmediato la publicación de una
serie de artículos, siempre con similares temáticas.20
Apenas unos días más tarde de hacerse público el
primer artículo, aparecería otro —titulado «Rectifi-
caciones criminológicas»— con iguales intenciones
divulgativas. Le sigue uno acerca de las actividades
punibles y una novísima «profilaxis del delito» en
relación con las tarjetas postales. En éste, además
de referencias a conocidas figuras delictivas —como
el envío de postales injuriosas o pornográficas—,
daba a conocer la interesante experiencia de una ins-
titución norteamericana protectora de la infancia, la
cual enviaba tarjetas postales —con devolución pa-
gada— a los vecinos de personas condenadas por
20
Fernando Ortiz: «Rectificaciones criminológicas», en Diario
de la Marina. La Habana, 29 de septiembre de 1902; «Las
tarjetas postales y la criminología», en Azul y Rojo. La Haba-
na, año I, no. 10, 5 de octubre de 1902, s/p.; «Zola, crimina-
lista», en Azul y Rojo. La Habana, año I, no. 11, 12 de octubre
de 1902, s/p.; «La última obra de Lombroso», en Azul y
Rojo. La Habana, año I, no. 13, 26 de octubre de 1902 s/p;
«El presidio de La Habana», en Azul y Rojo. La Habana, año
I, no. 15, 9 de noviembre de 1902, s/p.; «La cultura latina»,
en Azul y Rojo. La Habana, año I, no. 19, 9 de diciembre de
1902, s/p; «Hamlet (vulgarizaciones criminológicas)», en
Azul y Rojo. año I, no. 20, 14 de diciembre de 1902, s/p.;
«Niño-salvaje-criminal», en Azul y Rojo. La Habana, año II,
no. 1, 4 de enero de 1903, s/p.; «El alcoholismo» (reseña al
folleto de Constancio Bernaldo de Quirós), en Azul y Rojo.
La Habana, 22 de febrero de 1903, s/p; «La teoría
criminológica de Max Nordeau», en Diario de la Marina. La
Habana, 16 de abril de 1903.

284
maltrato a menores; si repitiesen el abuso debían
remitir las tarjetas de vuelta, con lo cual se daría
cuenta a las autoridades competentes. De esta ma-
nera se crearía una expectativa que actuaría sobre
los victimarios, evitando su reincidencia.
En un artículo con motivo del fallecimiento del
novelista francés Émile Zola, manifiesta que éste «en
sus novelas ha vulgarizado diversas figuras crimina-
les, que le han prestado los nutridos y modernos
archivos criminales», y, luego de glosar unos crite-
rios encomiásticos que Lombroso le dedicara al es-
critor en un libro, termina expresando:

No olvidará el porvenir al conocedor profundo


de las miserias de la bestia humana, que diseca-
da y embalsamada por él, figura en sus obras,
como en las vitrinas de un museo antropológico,
para estudio y provecho de los hombres libres.

Otro artículo se consagraría a una obra recién


publicada por Lombroso, en el cual rectificaba lo
informado en una revista habanera, al exponer que
esta obra consistía en una recopilación de trabajos
editados antes, y que no sólo trataban acerca de al-
gunas formas delictivas conocidas desde antaño, sino
también de otras que se habían conformado hace
poco de acuerdo con las nuevas condiciones socia-
les, en las cuales se estudiaban la personalidad y las
motivaciones de sus comisores.
Un documentado trabajo, pleno de observacio-
nes directas e ilustrado por más de una decena de

285
fotografías, versó del más notorio centro nacional
de reclusión, al cual «el hampa lo llama Hotel de la
Punta», por el lugar donde estaba situado en el lito-
ral habanero. Luego de proclamar rotundamente de
inicio que el mismo «desobedece los más elementa-
les principios penales y que debe desaparecer como
establecimiento inadecuado y perjudicial» (p. [5]),
nos ofrece una prolija información acerca de la na-
cionalidad y la raza de los reclusos, el motivo de su
condena, lo impropio del sistema de trabajo retri-
buido, el costo promedio por internado, la pulcra
higiene del edificio y de los allí recluidos, el cuidado
de su salud, la alimentación abundante, etc. Todo
esto lo conduce a establecer un juicio comparativo
con el régimen carcelario que había prevalecido du-
rante la colonia, y tomando en cuenta las experien-
cias conocidas desde adentro en las prisiones
españolas, comenta:

Ya el Presidio no es aquel inmundo e infecto


establecimiento penal que, como todos los es-
pañoles, es un sistema de aplicación lenta de la
pena de muerte. Hoy mueren en un año tantos
presidiarios como antes en un mes (p. [7]).

Y volvía de nuevo sobre un motivo que parecía


asediarlo desde su trabajo de diploma madrileño:
«Y las víctimas de estos afortunados caballe-
ros, llorarán el bien perdido sin que puedan espe-
rar acción reparadora alguna», enfatizando lo poco
equitativa, de manera comparativa, que resultaba

286
la vida de «los obreros honrados [que] sobrellevan
su desventajosa posición y no pueden probar carne
y se resignan a vivir en los cuartos de esas
pestilentes ciudadelas» (p. [10]), para terminar plan-
teando que «se estudie el modo de hacer posible el
trabajo regenerador al preso, para que se atenúe en
algo los aspectos nocivos de la ociosidad forzosa»
(Ibídem).
En una reseña sin firma, pero cuyos conceptos
y estilo permiten atribuir a Ortiz, da cuenta de la
aparición de una «revista científica internacional»
denominada La Cultura Latina; Ortiz hubo de dedi-
carles múltiples esfuerzos a su redacción, traduc-
ciones, corrección y edición. La revista estaba
dirigida por el doctor Francisco Federico Falco, un
médico nacido en Penna, en los Abruzzos, Italia,
donde había sido candidato al congreso legislativo
por el partido republicano; naturalizado cubano des-
pués de haber desarrollado una intensa labor como
secretario del comité central italiano «Por la Liber-
tad de Cuba» y haberse incorporado a las fuerzas
mambisas, en las cuales alcanzó el grado de coman-
dante de la Sanidad Militar, desempeñó distintos
cargos en Cuba, como el de cónsul del gobierno cu-
bano en su propio país de nacimiento, donde publi-
có varios trabajos acerca de la joven república que
había contribuido a formar y «le puso a un hijo suyo
el nombre de Maceo».21

21
Fernando Ortiz. Italia y Cuba. 1887-1917. Imprenta y Papele-
ría La Universal. La Habana, 1917, pp. 23 y 40.

287
Como Ortiz tenía una decidida orientación ha-
cia la corriente positivista criminológica, había os-
tentado la representación oficial de Cuba en el
Quinto Congreso de Antropología Criminal celebrado
en Amsterdam. La revista aparecía como órgano ofi-
cial de la Unión Internacional de Derecho Penal y se
publicaba en español dirigida a América Latina, pues,
como se decía en la reseña, intentaba ser «la arteria
por donde han de llegar hasta los latinoamericanos
los latidos de la ciencia criminológica europea». Su
primer número comunicaba que «se ocupará princi-
palmente de biología, antropología, psicología, so-
ciología, psiquiatría, ciencias penales y de las otras
materias que se relacionan con esta disciplina».22
En su primer número, la publicación presenta-
ba un fragmento de la ponencia del doctor Falco en
el mencionado congreso, en la cual se exponían sus
criterios acerca de la aplicación que tenían en Cuba
los principios de la escuela positivista en crimi-
nología.
Cuando se iniciaba su edición ya estaba señala-
da la partida de Falco para hacerse cargo del consu-
lado cubano en Génova, por lo cual se notificaba
que la redacción y administración se trasladaban para
esa ciudad. Por el momento, esto separaría física-
mente a sus dos principales propulsores —aunque
volverían a coincidir después en el propio consula-
do, donde fue destacado Ortiz por algún tiempo—,

22
La Cultura Latina. La Habana, año I, número especial, no-
viembre- diciembre de 1902.

288
en lo cual debe radicar la causa de que sólo pudiera
editarse un número más.
Un nuevo artículo nos ofrece una evidente de-
mostración de la distorsión conceptual que origina-
ba la aplicación de las teorías penales positivistas,
cuando se aislaban de los demás factores sociales.
Al glosar ideas de Alfredo Niceforo, en un análisis
poco feliz, Ortiz tomaba como paradigmas compara-
tivos al hombre moderno en su edad pueril, al hom-
bre históricamente considerado en las etapas
formativas de la humanidad y al adulto que delin-
quía por atavismo, para integrar una tríada de niño-
salvaje-delincuente; y no sólo reseñaba una serie de
cualidades negativas del menor que aún no había
asumido los principios más elementales de respon-
sabilidad social —teniendo en cuenta sus impulsos
naturales de egoísmo, inestabilidad afectiva, escaso
raciocinio, entre otros—, para equipararlos a los que
se producían en el hombre primitivo y en el delin-
cuente nato, sino que incluso llegaba más lejos, al
hallar semejanzas no sólo en sus caracteres mora-
les, sino hasta en sus características somáticas.
En otro trabajo escogería de nuevo la literatura
como una manera efectiva de proseguir sus
«vulgarizaciones criminológicas». Mediante el per-
sonaje shakespereano de Hamlet nos manifestaría
que el genial dramaturgo inglés nos había legado
tres tipos fundamentales de criminales: Macbeth
(delincuente nato), Otelo (delincuente pasional) y
Hamlet (delincuente loco). Para él, éste era el más
interesante, por constituir el menos tratado por los

289
escritores, quienes generalmente nos presentan
como personajes a quienes delinquen de manera
ocasional o pasional.
En una breve reseña —aparecida también, como
los trabajos anteriores, en la revista habanera Azul y
Rojo— acerca del folleto El alcoholismo de Constancio
Bernaldo de Quirós, Ortiz criticaba la conducta de
quienes entre nosotros escribían sobre la nación
española, tomando como ejemplo un artículo de «un
periodista español», quien al hacer unos comenta-
rios en torno a los trabajos del criminólogo francés
Gabriel Tarde, reprochaba lo que se pensaba en Cuba
sobre la antigua metrópoli, cuando en realidad lo
que se expresaba era —según Ortiz— la ignorancia
acerca de su propia patria de origen, de la cual debe-
rían informar al pueblo cubano, en lugar de reiterar
criterios poco acordes con el progreso alcanzado en
la nación española.
Toda esta vehemente labor emprendida con tal
entusiasmo para divulgar las materias penales, con-
siderada por él como una contribución al mejora-
miento de las condiciones de vida del pueblo cubano
y a la cual debió destinar una importante parte de su
tiempo, no impidió que Ortiz trabajase de manera
afanosa en la colección de materiales para su libro
acerca de los ñáñigos.
Pero el abogado de reciente graduación, aunque
su nombre empezaba a conocerse por sus escritos,
no lograba situarse en una posición económica sa-
tisfactoria en su desempeño profesional. Esto lo lle-
vó a solicitar empleo al coronel mambí Aurelio Hevia,

290
a la sazón secretario de Estado, quien le ofreció, te-
niendo en cuenta sus estudios en Derecho Público,
un cargo consular itinerante, que lo situaría tempo-
ralmente en aquellas ciudades donde la cancillería
cubana confrontaba alguna circunstancia particu-
lar. Y, como nos informa él mismo, debió marchar
sin haber iniciado siquiera la redacción de su libro:
«y yo, por otra revuelta de la fortuna, fui a parar a la
tierra de César Lombroso y Enrico Ferri, con un
número de datos, pero sin haber escrito una sola
línea».23
El artículo que le dedicara Miguel de Carrión
—y publicado precisamente el día anterior a su
nueva partida de Cuba— detalla las enormes difi-
cultades que debió vencer el autor para su elabo-
ración; entre otras, la incomprensión y el
desinterés que suscitaba este trabajo de investi-
gación científica en las capas ilustradas y en las
camadas gobernantes:

el doctor Ortiz dará a la prensa el valioso estu-


dio sobre el Ñañiguismo en Cuba, en el que se
ocupa sin descanso. Ningún trabajo más arduo
que el coleccionar los datos necesarios para este
libro, durante el cual le hemos seguido paso a
paso. El investigador tropezaba día a día con la
dificultad que hace en nuestro país infructuoso
el esfuerzo de los hombres de ciencia: nada existía
hecho con anterioridad; era preciso crearlo todo,

23
Fernando Ortiz. «Brujos o santeros», en ed. cit., p. 86.

291
ordenando los pocos datos incompletos y aisla-
dos que llegaban a su noticia, y para colmo de
males la fe del autor estrellábase con la apatía
del mundo científico local y en las esferas del
gobierno, que se preocupaban poco con que un
«desocupado» escribiese monografías de ñáñigos,
cosa bien trivial por cierto al lado de los grandes
intereses de la política. Los materiales, no obs-
tante, se reunieron: las notas, los datos esta-
dísticos, las fotografías, los documentos de toda
especie amontonados unos después de otros,
formando el esqueleto indispensable de una obra
de este empeño.24

De Los negros brujos se hicieron únicamente dos


ediciones durante la vida de su autor. 25 La simple
lectura de los elementos impresos en ambas porta-
das nos inducen a establecer algunas delimitacio-
nes aclaratorias. En cuanto a la primera debemos
destacar que de las «48 figuras» que se mencionan,
24
Miguel de Carrrión. «El doctor Ortiz Fernández», en Azul y
Rojo. La Habana, pp. [2-3].
25
Fernando Ortiz. Hampa afrocubana. Los negros brujos (apuntes
para un estudio de etnología criminal). Con una carta-prólogo
del doctor César Lombroso, con 48 figuras, dibujos de
Gustavino. Librería de Fernando Fe. Madrid, 1906, 439 pp.
Fernando Ortiz. Profesor de Derecho Público de la Universi-
dad de La Habana. Hampa afrocubana. Los negros brujos (apun-
tes para un estudio de etnología criminal). Con una
carta-prólogo de Lombroso; figuras intercaladas en el texto
de la obra. Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales. Edito-
rial América. Madrid [1917], 406 pp.

292
no todas se corresponden efectivamente con los ex-
celentes dibujos a pluma realizados sobre fotos, an-
tiguos grabados o tomados del natural, por el
abogado italiano doctor Gustavo Rosso, bajo la fir-
ma artística de Gustavino, pues están constituidos
en parte por un grabado de Mialhe, una reproduc-
ción de un autógrafo y cinco fotografías de procesa-
dos por imputárseles delitos estrechamente
relacionados con el contenido de la obra. Acerca de
la segunda, debemos llamar la atención de que se
publicaba como parte de la Biblioteca de Ciencias
Políticas y Sociales, que dirigía en Madrid el conno-
tado historiador, novelista y poeta venezolano Rufino
Blanco Fombona.
En lo relativo a su texto, entre ambas ediciones
encontramos ciertas diferencias de forma y conteni-
do. En su aspecto formal, apenas se incorporan al-
gunas precisiones mínimas en el texto de la segunda,
así como muy pocas modificaciones de estilo. Pero
sí debe ser objeto de una mayor consideración que
una parte de la edición original no se incluyese en la
posterior. Ortiz ofreció la explicación de esta omi-
sión en unas «Advertencias preliminares» que intro-
ducen al lector a la segunda edición:

Hasta aquí el prólogo de la primera edición de


este libro. Hoy ve de nuevo la luz en la casa
Editorial América de Madrid, después de varios
años de estar agotada.
La dedicación del que suscribe a los estudios
del hampa afrocubana no ha cesado. Acaba de

293
producir un libro: Los negros esclavos, y en breve
concluirá otro: Los negros horros, y después ha-
brá de terminar tres más: Los negros curros, Los
negros brujos y Los negros ñáñigos; todos ellos
integrarán la serie titulada Hampa afrocubana, que
inicié en 1906 con la publicación de este libro
que hoy de nuevo se edita, sin pensar en su re-
fundición completa. Los negros esclavos y Los ne-
gros horros son ampliación de lo que fue la pri-
mera parte de la presente obra. Ésta queda
reducida en la presente edición a la parte pro-
piamente dedicada al estudio del fetichismo
afrocubano.
Queda intacta. Para tocarla y completarla con
los datos acumulados en diez años sería necesa-
rio la refundición completa. Esta edición, pues,
obedece a una insistente demanda de librería,
que no permite esperar una labor extensa y difí-
cil, como la refundición, forzosamente lenta.26

En la obra allí mencionada, Los negros esclavos


—publicada en fecha muy cercana a la impresión de
los párrafos antes citados—, después de repetir una
parte de la «Introducción» a la primera edición de la
obra que venimos comentando, Ortiz le agregaba:

Esta declaración formó parte de las «Adverten-


cias» en la edición de mi obra publicada en 1906,
con el título de Hampa afrocubana. Los negros bru-

26
Fernando Ortiz. Los negros brujos, 2ª. ed., p. 17.

294
jos. Lo que fue primera parte de ese libro forma
hoy, grandemente ampliado y refundido, el pre-
sente volumen. La segunda parte de aquél, lo
que propiamente constituía el estudio acerca del
fetichismo afrocubano, será objeto de un nuevo
volumen, también completamente remozado y
más que duplicado en su contenido, con el mis-
mo título del anterior.27

En verdad, una importante porción del conteni-


do de lo que Ortiz llamara en las dos ocasiones «pri-
mera parte» de la edición original, no se incluía en
la segunda ni tampoco pasaría a integrar el texto
acerca de los negros esclavos —en especial, todo el
contenido del epígrafe IV, que comprendía desde la
página [62] hasta la 110 e insertaba las primeras 13
figuras de la primera impresión—, y cuyas páginas
estaban referidas a los negros urbanos o libertos.
Esta materia omitida quedaba destinada, probable-
mente, a conformar el nuevo libro que prometía en
torno a los negros horros; su texto nunca llegó a
completarse, aunque deben haberse redactado algu-
nas de sus secciones, como se corrobora por la ela-
boración de una nota introductoria, dada a conocer
por la investigadora Diana Iznaga. Esto permite de-
ducir que su redacción ya se había iniciado y quizá
se hallaba con una fase avanzada, como el propio

27
Fernando Ortiz. Hampa afrocubana. Los negros esclavos (estu-
dio sociológico y de Derecho Público.) Con 34 figuras. Revis-
ta Bimestre Cubana. La Habana, 1916, p. VIII.

295
Ortiz informaba en 1917, cuando afirmaba que «en
breve concluiría» dicho texto.
En esa nota introductoria, Ortiz revelaba a qué
elementos se referiría este nuevo material:

El presente volumen dedicado a los negros


horros, está consagrado principalmente al es-
tudio de los negros libertos y de su vida, espe-
cialmente en el propio ambiente social de la
esclavitud, y a conservar la descripción y hacer
el análisis sociológico de las más culminantes
supervivencias africanas (...) En este estudio
sobre Los negros horros trataré de trazar con
unos cuantos brochazos los aspectos más típi-
cos del negro libre en la remota sociedad colo-
nial, cuáles fueron su preparación personal para
la vida civilizada, las manifestaciones más cul-
minantes de su vida, sus adaptaciones más o
menos rudas y completas al ambiente cubano;
cuál fue éste, en fin, en relación con los ne-
gros libertos. 28

La omisión de estas páginas en la segunda edi-


ción —que no pasaron a integrar ninguno de los
textos ulteriores de Ortiz hasta ahora conocidos—
valora la acertada decisión de la Editorial de Cien-
cias Sociales de reeditarla completa en su forma ori-

28
Diana Iznaga. «Fernando Ortiz y su hampa afrocubana», en
Universidad de La Habana. La Habana, no. 220, mayo-junio de
1983, pp. 162-163.

296
ginal, la cual, a pesar de las deficiencias y carencias
que puedan señalársele, iniciaba el estudio científi-
co del aporte del negro a la sociedad cubana en la
obra de su más continuado expositor y más brillan-
te exponente, Don Fernando Ortiz.

Ciudad de La Habana, enero de 1994

297
Del autor

Isaac Barreal Fernández (La Habana, 1918-1994).


Abogado de profesión, desde 1961 fue subdirector
del Instituto de Etnología y Folklore de la Academia
de Ciencias de Cuba, y desde 1976 formó parte de la
Comisión Nacional para la elaboración del «Atlas de
la Cultura Popular Tradicional de Cuba», luego Atlas
Etnográfico de Cuba, publicado parcialmente en CD-
ROM en el año 2000. Colaboró con diversas publi-
caciones periódicas, como Etnología y Folklore, Bohemia,
Santiago, Boletín del Archivo Nacional de Cuba, Anales
del Caribe, y otras. Impartió múltiples conferencias
sobre temas de la cultura cubana y caribeña y parti-
cipó en diversos eventos científicos dedicados e es-
tos temas. Fue un activo impulsor de los Simposios
de la Cultura de la Ciudad de La Habana y de los
Festivales del Caribe de Santiago de Cuba.

298
Índice

Prólogo 7
Tendencias sincréticas de los cultos populares 17
en Cuba
Unidad y diversidad de los elementos cultura- 33
les caribeños
Fernando Ortiz y la cultura popular tradicio- 47
nal
Santería y candomblé: notas preliminares para 81
un estudio comparativo
Retorno a las raíces (I): Antonio Bachiller y 104
Morales y Emilio Roig de Leuchsenring
Retorno a las raíces (II): Ana María Arissó 132
Prólogo a Estudios etnosociológicos de Fernan- 144
do Ortiz
Fernando Ortiz y el encuentro de dos mundos 192
Prólogo a Etnia y sociedad de Fernando Ortiz 208
Prólogo a Los negros brujos de Fernando Ortiz 265
Del autor 300

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