USMNTercera
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Nora Strejilevich
Desde 1975, todo mi país se transfiguró en una sola
muerte numerosa que al principio parecía
intolerable y que luego fue aceptada con
indiferencia y olvido.
Tomás Eloy Martínez. Lugar común la muerte
A quienes me contaron sus vidas hasta largas horas de la noche,
o me regalaron historias en instantes que fueron años. A quienes
me ayudaron leyendo, o simplemente siendo.
Caminó mi desnudez
numerada en fila sin ojos
sin yo
con ellos sola
desangrado mi
alfabeto por cadenas
guturales
por gemidos ciudadanos de un
país sin iniciales.
Párpado y
tabique mi
horizonte
todo silencio y eco
todo reja todo
noche todo pared
sin espejo
donde copiar una
arruga una mueca
un quizás.
Una magia perversa hace girar la llave de casa. Entran las pisadas. Tres pares de pies
practican su dislocado zapateo sobre el suelo la ropa los libros un brazo una cadera un tobillo
una mano. Mi cuerpo. Soy el trofeo de hoy. Cabeza vacía, ojos de vidrio. Los cazadores de
El rito exorciza mis pecados en el templo del Ford Falcon sin chapas: templo verde
con antena que acelera por Corrientes, a contramano, pasando semáforos en rojo sin que nadie
parpadee. Lo de siempre.
Pero no todos los días ¿o todos los días? se rompen las leyes de gravedad. No todos los
días una abre la puerta para que un ciclón desmantele cuatro habitaciones y destroce el
pasado y arranque las manecillas del reloj. No todos los días se quiebran los espejos y se
deshilachan los disfraces. No todos los días una trata de escapar cuando el reloj se movió la
puerta torció la ventana trabó y una gime acorralada por minutos que no corren. No todos los
días una tropieza y cae manos atrás atrapada por una noche que remata su vida cotidiana. Una
se marea por la vorágine de retazos, de ayeres y ahoras aplastados por órdenes y decretos. Una
se pierde entre sillas dadas vuelta cajones vacíos valijas abiertas colores cancelados
mapas destrozados carreteras inacabadas. Una apenas siente que los ecos modulan ¡te querías
escapar, puta! y que una boca inmensa la devora. Quizás murmuren voces conocidas: ni ella ni
él están en nada. Pero una está aquí, del otro lado, en este cuerpo precario: suelas tatuadas en
¡De pie! y una se para sumisa confundida atontada vencida y grita ¡me llevan, me
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llevan! mientras dedos metálicos se clavan en la carne. Dos de la tarde impune la tiran a una
al ascensor la arrastran. En la vereda una patalea contra un destino sin nombre en cualquier
Lanzo mi nombre con pulmones con estómago con el último nervio con piernas con
brazos con furia. Mi nombre se agita salvaje a punto de ser vencido. Los domadores me
ordenan saltar del trampolín al vacío. Me empujan. Aterrizo en el piso de un auto. Lluvia de
golpes: este por gritar en judío este por patearnos.Y otro más.
Judía de mierda, vamos a hacer jabón con vos. Soy un juguete para romper. Pisa
Coros a muchas voces sobre fondo manchado de colores brillantes. Verde, la ligustrina
que separa mi casa de la vecina; blanco, las lajas del jardín por las que rueda que ruedan las
ruedas de mi ferrocarril; rojo, las baldosas del patio que se balancean cuando me hamaco;
marrón, el piso que se desparrama por los dormitorios. En la cocina una mancha plateada, la
caldera; en el baño una transparencia, el espejo de mis muecas; en el cuarto de mis padres la
cortina de voile, mi vestido de fiesta; en nuestro dormitorio la lámpara, redonda como El globo
rojo que mostraron en la escuela. El globo lo sigue al pibe toda la película, pero el mío no sabe
volar y me espera en el techo. Es obediente y muy lindo, con una planta verde y una mariposa
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posada en el medio. Siempre me quedo dormida contando las hojitas de mi lado. Mi hermano
tiene menos porque no las cuida. Hoy nos juntaron las camas y el globo se ve más redondo.
Papá y mamá salieron y nos pusieron un colchón al lado del otro: parece grande como el de
ellos. Nos dejan ver la tele hasta tarde si y sólo si nos portamos bien.
Gerardo eligió un programa a su antojo. Como soy más chica siempre se sale con la suya.
Mira una pelea: masas de músculos se dan trompadas, se destrozan a golpes. Me da miedo y él
aprovecha para divertirse a mi costa. Se planta delante de mí y hace muecas: con una mano se
estira la mejilla, con la otra seempina la nariz, saca la lengua y me ataca. Si me escondo bajo las
sábanas, apaga la luz y salta para tragarme. Si trato de escapar, me cierra la salida. Le grito, le
pego, lo empujo, hasta que logro zafarme y corro hacia la puerta de calle. Corro hacia más allá,
alcancen los fantasmas. Cruzo y golpeo una puerta. Un par de brazos me alza. Ahora que
recuerdo lo que acabo de hacer, me tiemblan las piernas. Los mayores me festejan y sonrío,
segura, bien alto entre sus brazos. Revoloteo como la mariposa de mi globo, sin parar.
Te embromé, te requete embromé, a peten sen den. Te dejé solo y el que se va a morir
resentida porque le tiró del pelo, Norita riéndose porque le hace cosquillas.
balcón, mi jardín mutilado; gris, las persianas entornadas, sombras de árboles imaginarios;
marrón, el piso que se desparrama por el departamento; blanco, el marco de la puerta, nuestro
último escenario.
Fijate por la ventana si me siguen, decís, sosteniendo las palabras del borde para
quitarles peso.
¿Qué gano con mirar? En plena dictadura y vos jugando a las escondidas con el cuco.
Te enojás y te vas. Salgo a mirar si te siguen. No veo a nadie. Tampoco a vos te vuelvo a ver.
de metal forjados con tenedores y cucharas, vitrolas, monedas antiguas, sábanas bordadas por
consejos para padres, rodeada de sus inevitables flores de papel, está sentada con sus sandalias
y su sombrerode pétalos rojos, lilas, amarillos, azules, verdes. Los matices de sus ochenta años
Si no me decís que son lindas, tenés que pagar peaje, amenaza a un público goloso de
Cuando era maestra no me gustaban los directores, los inspectores, los boletines,
sombrero con flores para que me acepten, aunque sea como a una excéntrica, y eso te muestra
En sus clases de geografía no colgaba los mapas. Los ponía en el piso y todo el grado
caminaba encima. Nos íbamos a Europa, nos abrigábamos para el polo, nos tirábamos al sol
Maestra y dulce dama indigna: sus flores, nos previene, sirven para seducir a los
Así fue que conquistó a su amante, porque es soltera. Eso se lo cuenta sólo a
privilegiados que, como yo, llegan hasta su casa sin pagar peaje. En su dormitorio, entre las
ramas curvilíneas de sus volubles arreglos florales, distingo la foto de su amado, cuya nariz
afilada asoma, airosa, bajo el inefable gorro militar: el mismísimo ex-Comandante General
Jorge Rafael Videla. Frente a esa imagen ya no conversa ni bromea, le importa dejar sentada su
verdad.
Me ofreció puestos, pero los rechacé. No soy oportunista como esas locas de la Plaza
que andan reclamando por ahí. Quieren hacerse famosas a costa de unos pocos subversivos.
Ella lo sabe a ciencia cierta por boca del Comandante, a quien amó durante veinticinco
Él no sabía nada de los asesinatos, fue traicionado por sus pares. Me lo dijo cuando lo
Los veo abrazados entre sábanas bordadas, el gorro militar blanco y puro como sus
ideas sobre la mesita de luz, aquella madrugada en la que a Gerardo lo arrancan de la cama
por subversivo.
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No es, en esencia, un hombre político. Seguramente por ello imprimirá a su gestión un
estilo similar al que utiliza en la conducción del Ejército, caracterizado por el low profile,
por una línea contenida, más inspirada por la mesura que por el apresuramiento.
La Opinión, 19 de marzo de 1976
Gerardito corre entre los más rápidos. De golpe se para y gira la cabeza ciento ochenta
grados. Sonríe y saluda con la mano: está mamá. Sigue a toda velocidad y llega último. Se
larga a llorar.
Gerardo va a primer año de la secundaria y todavía no usa pantalón largo. El nene está
adelantado un año.
contrario.
Gerardo cambia de colegio porque lo echan. Tiene más amonestaciones que pelos en la
cabeza.
Gerardo se opera una rodilla para salvarse del servicio militar. Gerardo estudia pero no
trabaja.
Gerardo saca la cara en las asambleas, maldita universidad. Gerardito tiene novia
Gerardo insiste:
Milicos / muy mal paridos / qué es lo que han hecho con los desaparecidos...
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Legiones de cánticos, rimas, quejas y reclamos inundan las calles del 84, que estrenan
No hubo errores / no hubo excesos / son todos asesinos los milicos del proceso...
Llenan el vacío: ese concepto que nunca me pudiste hacer entender. A vos, que tanto
Veo la esquina donde se forma la marcha, pero antes de dar el primer paso te adelantás.
Choco con tu nombre y nuestro apellido a lo largo de una desfachatada tela blanca. Tus letras
negras me punzan la memoria y mis piernas siguen andando solas. Me quedo ahí, plantada
sin un ventanal. Busco perspectiva, un marco para sostener el agobio. La nada es tan difícil
milico se perdió / por qué no se pierden todos la puta que los parió...
Resuenan bombos y platillos. Te acompaña Graciela, esa noviecita etérea que, flotando al
vaivén de su pelo lacio, solía aparecer en puntas de pie y en pijama por el pasillo. En ese
instante tu estrategia para ocultar que dormían juntos en casa, planeada con tanto esmero, se
desmoronaba. De ahí en más se aceleraba el abrupto final. El viejo te echaba de casa por una
semana: exilio por desacato. Amenaza que en unas horas se diluía si prometías no traerla
más.
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Las mayúsculas de Graciela no son tímidas como en aquella época. Parece que el tiempo
(iba a decir la vida) la hace desafiante y hasta intrépida. Son tan grandes como las tuyas. Ese
apellido, entre voluptuoso y armónico, atrae más la atención que el tuyo: Barroca. Suena a
herencia militar.
trabalenguas que a los locales les exaspera pronunciar. Una marca de diferencia, en todo
caso, y no de las mejores. Con una carga de patetismo que brota ante cualquier vendaval.
Con razón los del Comando, mientras la esperan en el comedor de su casa, se muestran
Premisa errada: no la había dejado. Todo había sucedido sin su permiso, igual que este
allanamiento. Ya sus palabras no eran órdenes para nadie, estaba acabado. Ni siquiera le
sirvió su olfato militar para detectar que el comando que rodeaba su casa no era guerrillero.
Saben que el dueño es un suboficial retirado de la Armada, por eso, con todo respeto, le
con resultado negativo, no tuvimos más remedio que salir con las manos en alto. Entonces
pude ver que estaban rotas las ventanas de atrás. Amén de los primeros destrozos, el frente
había sido dinamitado, y amenazaron con proceder a volarlo todo si la familia no salía.
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El caniche en brazos: la pelambre erizada, con taquicardia. A cubrir la jaula de la lora
con una manta, para que no chille. Cae la noche cuando la presa se asoma a la puerta de calle.
Los sujetos vestían todos de civil, eran ocho y tenían muchas armas automáticas,
granadas y esposas. Me vendaron los ojos al igual que a mi hija menor, nos distribuyeron en
Buscaban en nuestra casa, que presumían refugio de terroristas, a nuestra hija Graciela. A las
diez de la noche volvió de lo de una compañera donde había estado preparando un examen. A
eso de la una de la madrugada, tras revisar a fondo toda la casa, el responsable del operativo
se acercó a mi marido para informarle que se la llevaban para ser interrogada por un
capitán. Que no se había encontrado nada, pero que Graciela pertenecía a la Juventud
Universitaria Peronista. ¡Si la JUP fue creación de un ideólogo del Ejército, Juan Domingo
le sugiere que no haga denuncias que afectarían la reputación del suboficial. En unos días
todo volverá a la normalidad. Claro que en esas diligencias suceden a veces accidentes
informó que mediaba una orden del Ejército de no intervenir), concurrió decenas de veces al
Ministerio del Interior y dejó de hacerlo porque siente que lo tratan como a un chico.
Caso 754: No está probado que Graciela Barroca fuera privada de su libertad el 15 de
julio de 1977, en su domicilio de la calle... de la provincia de Buenos Aires.
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Ningún testigo afirmó haber visto el procedimiento, o a la causante en algún centro de
detención. Sólo se cuenta con lo que surge del relato efectuado al iniciar el expediente
caratulado "Barroca interponer recurso de habeas corpus", lo que no parece apuntalado
por ninguna otra probanza.
La sentencia
Tu apellido, Gerardo, parece ocupar más y más espacio. Ese espacio en expansión que
no se puede ordenar sin generar entropía, dirías. Recién ahora lo entiendo: los militares
los extirpa del tejido social. Medicina preventiva. A mí también me la aplican, y no les va
nada mal.
El recorrido entre mi barrio y el Club Atlético dura un cuarto de hora, en día sábado,
encapuchados, acelera a unos 150 km/hora. Cuando el auto penetra la tierra sé que llegamos a
¿La pequeña se portó mal? ¡Venga que le vamos a hacer chas chas en la cola! ¡Desnudate,
pendeja!
Es todo tan veloz que ni recuerdo cómo o dónde me saco la ropa, y eso que no es
costumbre mía hacerlo en público. Lo hago sin ayuda de nadie y a toda velocidad, pero igual
me regañan a culatazos.
La ventaja de no ver es que permite ignorar la presencia de los otros. A no ser que
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hablen. Y estos hablan. Mejor dicho: ordenan.
embarazada, cuando me vienen a buscar creo que es para ir al hospital, ya que a las presas
las atienden en la maternidad en esos casos. Pero los que me buscan están vestidos de civil y,
cuando les piden identificación, bajan la voz. En el camino no doblan en dirección al hospital:
hacen subir, y ahí me encuentro con presos que van a ser trasladados. Me doy cuenta que
estoy en la máxima ilegalidad. El viaje parece tan largo... posiblemente haya sido muy corto,
pero como decía Cortázar, el tiempo se hace trizas entre las manos. Es tan incómodo que yo,
con un embarazo de ocho meses y dos semanas, empiezo a descomponerme. Los presos golpean
¿Cómo vivir entre gente que no sabe quién es una, en recodos ciegos que no figuran en
el mapa? ¿Entre hombres que, sin mayores inconvenientes, se ganan su pan de cada día
preguntando cómo te gusta, por delante o por detrás? Hombres de braguetas ágiles: las abren
y las cierran con maestría gracias a un entrenamiento sin tregua. Una forma varonil de vencer
al enemigo. Yo, crucificada, manos y pies atados sobre una mesa helada. Ellos, en pie de
guerra: Vamos calentona, deschavate. Que cómo, que cuándo, que dónde fue la primera vez
A esa chica, cuando la secuestraron, le preguntaron qué tortura prefería, la picana o que
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la violaran. Primero eligió la picana, pero luego pidió que la violaran.
Al día siguiente, un guardia le preguntó:
-¿Qué te pasó anoche?
-Me violaron, señor.
-¡Pelotuda! (una cachetada), a vos aquí nadie te hizo nada! ¿Entendiste?
-Sí, señor.
-¿Qué te pasó anoche?
-Nada, señor.
Ana María Careaga, Nunca Más.
¿No te acordás de nada? ¿Era de pie o acostados? ¿Por delante o por detrás? ¿Se
Me dijeron che, no vas a querer que se entere tu marido. Yo pensaba: él va a tener que
escuchar. Pero no, no escuchó nada. Me tiraron en la cama, yo amordazada. Quería gritar
La única manera de salir de eso es la muerte, me decía. Ellos tienen todo el tiempo del
mundo, y uno siente que la muerte es la única manera de dejar de sufrir eso que nunca
termina de pasar.
Todo pasó a plena luz del día. A la vuelta de la escuela entro al ascensor con un
susurra entre dientes mientras arrima su gordura blanda a mi cuerpo. Una mano ansiosa me
roza, se apura por los pliegues del guardapolvo, me pellizca, me arrincona. Huelo un olor azul.
Un guante me tapala boca. Una voz me promete placeres que no comprendo. En eltercer piso lo
Me libero de una cárcel para encadenarme a otra. Tengo miedode salir y miedo de
quedarme, miedo de moverme, miedo de tener miedo. Mañana vendrá a la escuela. Mañana
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no debe llegar. Me recluyo en el presente, entre las paredes del departamento, espiando el
tiempo amenazante de la calle. Pibas, jóvenes, mujeres, caminan solas por la vereda. A la
vuelta de la esquina algo les pasará y después sus ventanas parirán barrotes.
observar cuerpos deslizarse por la callecon su pesada carga sexual. Voy a la escuela de la mano
de papá. Desnudo a la maestra y la veo ridícula, el pubis canoso y los pechos fláccidos. En la
primer amor. Olvidé las pesadillas de un invierno y un verano solitarios. De repente éramos
dos, mi cuerpo un nuevo territorio con cada caricia. El lenguaje brotaba con palabras
Nuestra pasión, Gabriel, es un arrebato apenas controlado por mi pudor, una mezcla de
mañanas. Soy tu musa y recibo tus ofrendas bajo la lluvia otoñal, como señal de armisticio tras
nuestras peleas. La reconciliación se cierra con un beso y la caza del atardecer, con cantos a dos
voces por las vías del tren que mueren en La Boca. La Boca para caminar, La Boca para reír,
La Boca para estar con vos. Componés música para mí y para vos sólo compongo una carta.
No sé cómo o por qué se esfuma el encanto, un día me abrazás y sos otro. O soy otra: no
quiero ser musa de nadie. Pido palabras prestadas para decirte adiós.
Adiós sesión. Me arrastran a una celda, para que recapacite. El guardia es ahora una voz
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suave, íntima, paternal.
Adiós mundo cruel / ya nunca te veré / yo diré que no te conocí/ pero todos ya
me ocupa el cuerpo.
Sos bosta, no existís, acota otra voz. El dolor lo abarca todo. La irrealidad del mundo se
instala entre las encías y las muelas. Más allá, nada existe.
Horrendos los electrodos en los dientes. . . parece que un trueno te hace volar la cabeza
en pedazos. . . un delgado cordón con pequeñas bolitas. . . cada bolita era un electrodo y
cuando funcionaba parecía que mil cristales se rompían, se astillaban en el interior de
uno y se desplazaban por el cuerpo hiriéndolo todo. . . no podía uno ni gritar, ni gemir, ni
moverse. Un temblor convulsivo que, de no estar atado, lo empujaría a uno a la posición
fetal.
Nunca Más
Estoy temblando, me castañetean los dientes, todo me duele más. Quiero ver dónde
estoy, me bajo la venda y por primera vez abro los ojos. No sirve de mucho. La oscuridad lo
abarca todo. Apenas entro sentada, es como un ropero. Estoy aquí para pensar. La mente en
blanco. Ni siquiera pienso en la muerte. Entre mis pensamientos y yo, esta puerta de metal
Nombres, nombres y más nombres. Y música de fondo, que se escurre por la tonada
del carcelero: un hervidero de llantos como gritos, de gritos como alaridos, de alaridos como
gemidos, como un volcán de angustia, como nada que se pueda comparar con nada. Nada que
decir, nada que acotar. Un dolor agudo como puntada en el espesor de los músculos, en las
agujas. Música. Descargas y música para tapar las descargas. Un contrapunto impecable.
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Nora Strejilevich (legajo 2535) estaba terminando de preparar su equipaje para el viaje
que debía emprender a Israel, cuando un grupo de personas penetró en su domicilio.
Nunca Más
abren paso armonías en una lengua misteriosa que acompasa nuestros sábados. Nunca piso la
sinagoga, me basta con vivir en esta caja de música a cuyo son descuelgo mi ropa. Música de
Mi apellido.
A los judíos los sacaban todos los días para apalearlos y pegarles. Un día llevaron una
grabación de discursos de Hitler y les obligaron a levantar la mano y a decir: Yo amo a
Hitler. Hai Hai Fuhrer. Con eso se reían y les sacaban la ropa para pintarles una cruz
esvástica negra con pintura de aerosol en el cuerpo.
CONADEP
Me atan de pies y manos. Crucificada. No hay peros, me duele, déjenme tranquila. Soy un
Me aseguraron que el "problema de la subversión" era el que más les preocupaba, pero
el "problema judío" le seguía en importancia y estaban archivando información. Me
amenazaron por haber dicho palabras en judío en la calle (mi apellido) y por ser una
moishe de mierda, con la que harían jabón . . . el interrogatorio lo centraron en cuestiones
judías. Me preguntaban los nombres de las personas que iban a viajar a Israel conmigo.
Uno de ellos sabía hebreo, o al menos algunas palabras que ubicaba adecuadamente en la
oración. Procuraba saber si había entrenamiento militar en los kibbutzim (granjas
colectivas), pedían descripción física de los organizadores de los planes como aquél en el
que yo estaba (Sherut Laam), descripción del edificio de la Agencia Judía (que conocía a
la perfección).
Nora Strejilevich, Nunca Más.
ahora?
¿Quién es este que sabe tanto? Y si sabe tanto ¿para qué pregunta?
En los centros clandestinos en los que actuó, el Turco Julián se paseaba mostrando un
llavero con la cruz esvástica, tenía especial ensañamiento con los detenidos judíos, y les
llevaba a los presos literatura nazi para que leyeran.
La Nación, 2 de mayo de 1995
Ustedes son judíos pero son buenos, le había dicho a mamá la vecina de enfrente. Ellos
eran alemanes y según mis padres, SS. Refugiados en Sudamérica tras la Segunda Guerra
Mundial. Mis abuelos, en cambio, son rusos y polacos que llegan a la Argentina para 1910.
Miles de ojos miran hacia América desde las estepas y las montañas de Europa. Miles de
pogromos, migraciones y destrucción a este paisaje bucólico que sólo exige trabajo. Muchos
vienen. Anclan en Buenos Aires. En sus playas de barro depositan baúles y bultos. Amarran
sus carros y barcos. Enarbolan sus veinte o cincuenta años de vida anudados en ropa,
recuerdos y candelabros.
¿Convivieron con las olas por sesenta días y sesenta noches? ¿Fueron a parar al Hotel
de Inmigrantes, con sus hermanos de barco? ¿O remontaron esa misma noche el río Uruguay
hasta Entre Ríos? Recién entonces se percatan de sus deberes: transformarse en dioses. Hacer
brotar cultivos sin herramientas, vivir sin techo. Casi. Hay carpas de lona y el horizonte salvaje
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cubierto de pastizales. Quién sabe las historias que allí se tejen. Al calor del sol y del nuevo
ritual construyen hornos, cavan pozos, trazan surcos, trillan, cuidan arados y ven crecer el trigo
como una vasta sábana verde. No hay mucho: unos pocos rastrillos, palas y muchas manos que
aprenden la tierra. La desolación se oculta con cortinas de teatro, festejos, rezos y melodías
románticas de países remotos. No logran con eso paliar sequías, langostas, heladas e
naturales. Hace rancho aparte, se muda a la capital. Se alquilan piezas, anuncia por todas
Una mísera pieza para esconderse. En el Buenos Aires del 77 no se alquilan habitaciones
para jóvenes militantes. Sálvese quien pueda. Y el lugar de trabajo de Gerardo, sin ir más
lejos, no ofrece demasiadas seguridades: secuestran a varios científicos sin que su director sienta
muy parcos.
Entre octubre de 1976 y setiembre de 1978 catorce físicos, ingenieros y otros empleados
de la Comisión de Energía Atómica, ejemplar en el continente, "desaparecieron" en
manos de las fuerzas de seguridad.
Martin Andersen, Dossier Secreto
Muchas veces me preguntaban, en esas reuniones de padres que hacíamos, qué pensaba
del destino de nuestros hijos. Como eran científicos, había quienes los hacían en la
animaba a mentir, y tampoco me animaba a decir lo que pensaba: que no había centros de
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investigación clandestinos.
Gerardo, átomo del éxodo de militantes a la clandestinidad. Isidoro, átomo del éxodo
de inmigrantes a la gran ciudad. Te instalás en Once, en el mismo edificio que ocupamos tus
¿Comen pan koilech, plétzalej, béigalej? ¿Hablan idish, ese idioma dulce horneado en
música? ¿O una mezcla de idish con una pizca de sabor local? Quién sabe. Un día cualquiera
se mueren y entierran sus haches aspiradas y sus jotas tajantes bajo lápidas en hebreo que nunca
vi.
¿Es cierto, abuelito, que vas a vender telas en carreta? ¿Que llegás al Paraguay? ¿Que
te metés por los bosques salvajes del sur, en Carmen de Patagones, para hacer trueque con los
indios? ¿Qué te dan por esas telas de colores vivos y ondulantes? Dicen que ganás mucho
dinero y en seguida lo perdés, que armás negocios y así de rápido los deshacés. ¿Te falta
La familia sufre tus altibajos en carne propia. Pasa del conventillo al caserón, cambia
ropa de fiesta por overol. Papá y José, el mayor, salen a vender estampitas a las ferias hasta que
una racha de suerte los devuelva al colegio privado: el Cangallo Schule. ¡A un general
argentino le llegó ahí mismo su vocación militar! Y a papi la de no volver a hablar alemán
No, nena. Los abuelos dejaron sus tradiciones en los barcos. Rescatan apenas la
costumbre de rasgarse la ropa cuando muereun ser querido, prender las velas en shabat, ayunar
en Iom Kipur y cambiar ese día toda la vajilla. Lo demás pasa al olvido, como el samovar y el
terrón de azúcar en la boca al tomar el té.Aquí toman mate y hasta comen jamón. El secreto de
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la asimilación es no mirar hacia atrás. Dar media vuelta es condenarse, como la mujer de Lot,
al castigo divino. Peregrinos del porvenir, su meta es dar a luz sangre argentina. En América
no cuenta la religión. Lo que importa es darles a los jóvenes una buena educación laica, con
dos pilares: justicia y libertad. A Dios se lo puede olvidar, pero no que fuimos esclavos en
Egipto.
Con estos materiales se construye una nueva camada de profesionales. Los médicos,
los arquitectos, los abogados, los intelectuales, conservan un leve recuerdo de su origen. Los
nietos, un eco remoto y algunas fotos sepia de viejos barbudos, sombrero en hongo y capote
Nosotros, los nietos, apenas entendemos qué es ser judío. ¿Una religión? ¿Una forma de
Ser judío es ante todo ser visto como tal. Pero entonces no lo sabíamos.
Le repitieron (en el Club Atlético) si tenía algún amigo judío, que les interesaba, que
querían cualquier dato, si conocía a algún comerciante judío al que le tuviera bronca
o a alguien que fuera de esa religión.
CONADEP
No sé si lo que escucho son balbuceos, una voz que me interroga en sánscrito, o una
música compuesta para aturdir, marear, asquear. Un concierto atonal con letra descabellada,
con ritmos espasmódicos y estridentes. La voz se acompaña de una extraña percusión que
cae, abrupta, sobre mi piel. No son golpes sino toques de algo que ni pincha ni quema ni
sacude ni hiere ni taladra pero quema y taladra y pincha y hiere y sacude. Mata. Ese
zumbido, esa zozobra, la precaria fracción de segundo que precede a la descarga, el odio a
esa punta que al contacto con la piel se enloquece y vibra y duele y corta y clava y destroza
cerebro dientes encías oídos pechos párpados ovarios uñas plantas de pie. La cabeza los oídos
los dientes la vagina el cuero cabelludo los poros de la piel huelen a quemado.
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Media vuelta: A ver, una tocadita eléctrica en el culito, y se ríen.
¿Te das cuenta que estás muerta desde que caíste aquí? ¡Cantá! Mi nombre de guerra de
los perros los amigos los montos mi hermano mis primos mi vecino los nombres de todos de
más de muchísimos más. Luz blanca, boca seca, temblor. Bramo con tendones, con
volumen la próxima descarga el voltaje del miedo inventar más veloz quieren nombres el
cerebro no responde.
¡Soy un hijo de puta! ¡Me pagan para que sea un verdugo hijo de puta!
No les daré a estos caballeros el gusto de llorar. Para qué. Las lágrimas no abren
Una vez sentí llorar a una persona. Vino uno al que le decían Kung Fu, la sacó de la
celda, la llevó a la sala de torturas y escuchamos los gritos de la persona mientras era
torturada. Al traerla de nuevo a la celda escuchamos que le decía ¿no vas a llorar más? no
señor.
Quiero ser como vos, la protagonista de aventuras. Una mujer independiente, testaruda y
vivaz. Y no quiero casarme si el matrimonio es esa especie de naufragio del que preferís no
hablar.
Cuelgan hilachas de tu historia: guardo apenas una leyenda hilvanada entre tus relatos
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Allá por el 1900, en Varsovia, la hija mayor de una enorme familia se ocupa de los
delega responsabilidades.
Menuda, vivaracha, dos puestas de sol trenzadas enmarcando el rostro eslavo, Kaila
sale a recorrer montes y estepas para controlar las siembras y conseguir clientes. Habituada a
la intemperie, a travesías por la nieve, al lento vaivén de los barcos, trenes, carretas y
Un día, al volver de un largo viaje, descubre que en el aire tibio de su propia casa le
han congelado el futuro. Debe casarse. Se niega. Trata de rebelarse: llora por tres días y tres
noches, pero su padre no está dispuesto a cobijar a una hija solterona. La encierran en la
piecita del fondo, para que recapacite. Como las lágrimas no abren candados, debe soportar la
custodia de las paredes. Los candidatos, no tanto atraídos por la dote como por la belleza de
esta mujer de ojos marinos con olas en la mirada, dunas en los pómulos y capullos en la boca,
entran a diario a pedir su mano. No hacen más que acentuar su resentimiento. Son rechazados.
dieciocho años golpee a su puerta. Lo rechaza, como a los otros, sin poder ocultar cierta
sorpresa. A las pocas horas le llega un rumor: el muchachito amenaza con suicidarse si ella no
padre le advierte:
Anonadada, sin una sola voz de apoyo, cansada de tanta amenaza, de tanta puerta con
suspirar por el paraíso perdido de su libertad. El que viaja ahora es sumarido, que decide cruzar
en Buenos Aires, las puertas del exilio se abren para las tres. En lugar de paquetes, como
antaño, Kaila carga con niñas que lloran, se pelean y le hacen intolerable una mudanza que
Paradójicamente, las únicas en disfrutar el Nuevo Mundo serán las mujeres. Mauricio
muere al poco tiempo. Deja en manos de su esposa el luto, el negocio de telas, y cuatro bocas
que alimentar. La peor herencia es el negocio. Machista acérrimo, le ocultó a Kaila los
pormenores de la empresa y ella no sabe cómo manejarla. Desorientada, ignorante de las leyes
y de la lengua, opta por vender. La estafan. Con lo que le queda instala una fiambrería que
atiende con las hijas mayores. La menor puede estudiar. En cuanto las mayores se casan, baja
recuerdos. Queda libre, al fin, para convivir con su realidad: los treinta años en su Polonia
natal.
La veo amasar su pasado en la estrecha cocina de madera que da al patio solitario. Ahí
me recibe y me cuenta historias. Lamiro entre mordisco y mordisco del gefilte fish, entre sorbo
Esa condena
Por años y años te quejás de esa condena llamada vida matrimonial. Pero disimulás tu mal
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Qué importa saber quién soy / ni de dónde vengo ni pa' dóndevoy se confunde con sola,
fané y descangayada / la vi estamadrugada salir del cabaret, en un collage que se cierra con:
Bésame otra vez / piensa que tal vez / no nos veremos más ...si estás de buen humor. Si estás de
malas, preferís: El mundo fue y será una porquería / ya lo sé / en el 510 y en el 2000 también,
que no llora no mama / y el que no afana es un gil...Tango que por algo prohibieron los
Puede que cantar con voz rotunda y saltarina sea un modo de sacarle brillo a tu
modesta rutina, que cumplís a regañadientes en tu jaula de oro. Papi te alivia con ocurrencias
que saca de los bolsillos mientras se pasea ida y vuelta por el pasillo.
salvaste del tráfico de blancas que conspiraba entre Varsovia y Buenos Aires, pero te diluiste
en una vida poco novelesca. Un pasado en los prostíbulos alimenta mejor la imaginación que
esa prudente serie de eventos a la que someramente aludís como mi historia. Empleada en un
comercio de sombreros, enamorada en una fiesta de Año Nuevo, casada con un solo marido,
madre de dos hijos. Tu vida es un irrelevante disco rayado, y para colmo, de 78 revoluciones:
una antigüedad sin más valor que unas tenues capas de tiempo.
Por suerte hay gente que no se parece a su vida. Tu presenciaes contundente, y en cuanto
aparecés en escena, uno duda de tu biografía. Ante todo: tu aspecto señorial no va con el
delantal y los guantes de goma. Esbelta, rasgos finos, dedos delicados: un conjunto
palabra: tus opiniones levantan corrientes de aire. Sos a veces temeraria, a menudo
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ejercer un control riguroso sobre cada rincón del espacio familiar, tus neuronas se codean con
exóticos personajes y anécdotas sabrosas que nos regalás a la hora de la leche: el circo al que
ibas con el abuelo, donde representaban partes de Las mil y una noches en su versión
rioplatense, con Sherezade vestida de china y cebando mate; la casa que mandó construir el tío
David después de ganarse la lotería, con dos pisos exactamente iguales: uno para vivir y el
otro de repuesto, cubierto con papel de diario para que no se arruine; las aventuras de
Samuel, el muñeco maldito de orejas enormes y voz gangosa, dueño de coches destartalados
que usa de camas en cinco o seis garajes de la ciudad. En uno de ellos debés haber
Hijas de puta, vienen a provocarnos aquí, bajo nuestras narices, y las dejamos. Todas son
comunistas, madres de subversivos, y se atreven a venir a reclamar. Si me dejaran,
limpiaría bien rápido la plaza con ráfagas de ametralladora. No volverían.
Un militar
Ahora te toca viajar sola a una plaza con canteros de flores y un monumento en el centro.
Todos los jueves te acercás, entre tímida y desafiante, a caminar en círculo del brazo de otra
mujer con el mismo pañal en la cabeza, la misma ausencia en una foto que las hace girar y
como algo sagrado, como una ceremonia que cada familiar vive a su modo. Hay un momento en
que unonecesita estar callado y no escucha al que está al lado: es el momentode rememorar. Por
otro lado, cada jueves te reencontrás con alguien que no habías visto, y en el abrazo que le das
es igual al de la vida cotidiana. La Plaza, sobre todo, es el lugar de denuncia más fuerte que
hay: le molesta a la iglesia, le molesta a los políticos, le molesta a alguna gente que pasa por
Siempre volvíamos, aunque la policía nos perseguía. Nos hacían un vallado y no nos
permitían pasar. Al final todas queríamos ir a la comisaría, porque hacíamos escándalo. Nos
parábamos enfrente cuando entraban dos, cinco, o veinte madres, y nos quedábamos hasta la
madrugada haciendo turnos. Las madres presas se quedaban, en general, un par de días,
después las soltaban. Una vez, cuando llegamos a la Plaza, vimos que estaba toda la
caballería. Pasé entre dos caballos encabritados, porque los manejan para que se enerven, a
propósito. Yo tenía mucho miedo. Otra vez nos corrieron e intentamos refugiarnos en la
Catedral. Cuando los curas vieron eso, nos cerraron las puertas. ¿Ustedes no tienen madre? les
gritábamos. Hebe siempre recuerda cómo nos vinieron a sacar de la Plaza con ametralladoras
cargadas para la guerra, y cómo llegaron a pegar el grito de ¡Apunten!, y nosotras les
respondimos: ¡Fuego!
-¡Fuego!
-¡No estoy muerto! ¡No estoy muerto!
Federico García Lorca antes de su fusilamiento
Su gemido me parte en dos, en miles de pedazos que no puedo contar. Es él, estará en
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otro cuarto, o será una grabación para hacerme hablar. Siguen los pinchazos, el voltaje parece
Mirá, che, la misma cicatriz que el otro. ¡Ni que fuera etiqueta de fábrica!
Mi voz se quiebra en el cruce fugaz con la tuya. Al final hay silencio. Ya no te escucho.
Ya no me siento.
Durante el interrogatorio pude escuchar los gritos de mi hermano Gerardo, cuya voz pude
distinguir perfectamente. Además, los torturadores se refirieron a una cicatriz que ambos
-mi hermano y yo- tenemos en la espalda, lo que ratificó su presencia en ese lugar.
Nora Strejilevich, Nunca Más.
La frase resuena a secas, y se sostiene en el tufo de los alientos. De esa idea clara y
distinta pende el hilo que es mi vida. La muerte como formulario. Boleta: un modesto papel
con membrete que ni siquiera llegará a los diarios. Apenas pasará por las manos de los jefes
Estaban los cráneos que tomaban decisiones y no convivían con los detenidos. Tomar
contacto con la realidad de darle la libertad o la muerte a una persona es una cosa muy
cruel ... nadie quería tomar contacto con el detenido.
El Turco Julián. Crónica, 4 de mayo de 1995.
Tomar contacto con la realidad a través del diario es como consultar el horóscopo: los
presagios dan para todo. Mamá lee en voz alta: Funcionarios acreditados aseguran, tras un
estudio exhaustivo del tema desaparecidos, que se dará una respuesta filosófica.
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Papá escucha con la bombilla del mate en la boca por hacer algo con la lengua, que se le
descontrola.
¡Tengan paciencia! nos decían. No podemos dar una solución inmediata. Pronto se les
La consigna que han cumplido al pie de la letra era: buen trato, amabilidad, no ilusionar
con cosas concretas, dar la sensación de que se busca, de que se ocupan, mantener a la
gente a la expectativa. Yo empecé a ver que nada de lo que hacía a nivel individual daba
¿Qué panfletos?
¿Por qué todos estos libros socialistas? ¿Qué panfletos editabas en tu casa? ¿Con
remates? ¿De sus repentinos empeños de muebles para pagar deudas aún más sorpresivas?
¿De sus inventos para vender en ignotos países africanos? Como broche final: la imprenta
propia. No hay forma de hacer parar a ese monstruo una vez que arranca: una máquina
salvaje, maldita la hora en quela trajiste a casa. Imprime papeles en serie mientras vomita una
tinta verde que nos salpica y hace reír a carcajadas. Sus desplantes, esos manchones
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impredecibles, echan a perder un esfuerzo de horas. Horas de redactar, editar, imprimir y
armar una inefable Revista de filosofía que distribuimos y hasta compramos si escasean los
clientes.
comercial, un juego que parte de una orilla, la ironía, y lentamente bracea hasta la otra, el
buen negocio, con los más diversos estilos engarzados. Nadás entre el humor y el comercio
Estimada Nora:
tono, y estampo como al pasar mi número de teléfono. Por un año representamos el papel de
novios: vos marcás mi número, yo espero tu llamado del Tigre, del centro, de los cinco puntos
cardinales por los que transitás: el trabajo en el diario, la casa de tus padres, la universidad, los
desencuentros, optamos por vivir bajo el mismo techo. Así nace nuestro enjambre de sueños,
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Nuestro departamento se moldea con nosotros y nos volvemos pareja: las paredes verde
loro de los primeros días se blanquean y vemos nacer cuartos; de las cajas de madera brotan
patas y tenemos sillas; caminos metálicos cortan montañas de libros y nace la biblioteca; el
colchón se vuelve cama; llegan la heladera y el hábito de comer en casa, los sillones y la
costumbre de recostarse a leer el diario. Mis cuadros y tus mapas, nuestras ocurrencias y
manías, la vida cotidiana. Cuando nuestros pulsos diurnos están por confundirse, los nocturnos
empiezan a sufrir de disritmia. Nuestros latidos aceleran a distintas velocidades a partir de las
distantes caricias. La noche nos separa y nos desnuda en seres divididos que el día cose con
puntadas invisibles. Hasta que las noches se alargan, como en invierno, y pintan de negro las
paredes. Nuestra cómoda felicidad se vuela por la ventana en plácidas cuotas mensuales.
mesa, el velador, las cortinas, el espejo. La casa es una extraña, como nosotros, el día que
Nos separamos sin esa pila de papeles que se acumula tras el divorcio. El portero
puede entonces desquitarse. Harto de mascullar señor y señora cuando él sabe bien, no sé
cómo, que no estamos casados, deja caer, temerario, la palabra señorita cuando abandono el
edificio. La subraya y me mira. La moral le irriga las mejillas. La boca se le enciende como
un pimpollo.
Adiós, señorita.
Las buenas costumbres me condenan desde las alturas del hombre de bien. Hombre
que se apresura a cumplir con su deber de ciudadano: avisarle a las Fuerzas de Seguridad que
dos jóvenes sospechosos acaban de retirarse de su domicilio, donde han abandonado una
¿Cómo pudimos mudarnos a un barrio plagado de gente del ejército? ¿Cómo pudimos
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no oler las sospechas que emanaban de las ventanas? En la Argentina del 77 todo joven era
espectáculo de siempre: chicos jugando en el césped bajo la sombra de tilos amarillos. Sube
al cuarto piso. Puertas atrancadas, luces encendidas, muebles dados vuelta, saqueo total. Pisos
levantados, montañas de libros, cuadros y mapas descuartizados, sillas quebradas. Los discos
Le tiraron todos los discos en el piso y caminaron encima. El antecedente que tenían
contra ese muchacho era que había sido becado en algún país peligroso. No se retiraron sin
Un ser humano también se quiebra. No como un vaso, pero casi. Las astillas de vidrio
En este submundo de los desaparecidos pasa a menudo. El resucitado tiene las mismas huellas
digitales, pero le han colocado un motor cero kilómetro, que anda a toda velocidad y arrasa con
todo. No se sabe cómo, ni cuándo alguien puede sufrir una ruptura tal. Se conocen los
resultados: ahora nada en la banalidad del mal como pez en el agua, y si tiene remordimientos
se sienta a esperar que se le pasen. A todo prisionero le preocupa quebrarse. ¿Hasta cuándo
podré aguantar? ¿Valdrá la pena resistir si otros cantan? Salirse de sí, sin embargo, no es tan
fácil. Por eso mi consigna es: quedarme conmigo, siempre conmigo. No dejarme sola ni por
casualidad. Andar pegadita a mi sombra, aunque no la vea. Lo logro gracias a una técnica que
mata la memoria. La memoria debe coagularse y vivir su vida aparte, lejos de aquí, entre sus
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No acordarse de nada
No me acuerdo de los números de celda, del número de preso que tenía en la cárcel, de
cómo era la celda... De la única cosa que me acuerdo es de una ventana, pero no si las camas
eran demetal o de madera. Me acuerdo del inodoro de Sierra Chica y de la bóveda que era esa
acuerdo del uniforme, salvo que era gris y azul, pero sí de una araña y del verso que yo decía:
la soledad cayendo desde el techo como una inmensa araña. No me acuerdo de mucho más.
del humo ni del entusiasmo, ni de las consignas ni de los aplausos, ni de los amigos ni de los
olvidar rostros, que realmente los olvidé. Para nada ¿no? Porque finalmente, después de
medio año de reclusión, vino un milico y me dijo que iba a quedar libreal día siguiente. Ahí es
donde aprendí a odiar esa omnipotencia, porque la aprendí en carne propia. El último día de
prisión me enteré de qué estaba acusado. La acusación era ser montonero, aseguraban que
me habían secuestrado material subversivo de abajo de un colchón. Le dije que tenía que ser
más que pelotudo para guardar material tan comprometedor debajo de un colchón, teniendo
tal cantidad de cerros donde esconder algo así. El tipo se quedó pensando como tres minutos y
me dijo: Sí, tenés razón, mañana quedás libre. Anotó mi nombre y se retiró.
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compañeros de la universidad, los amigos de mi hermano, la esposa de mi primo, los que
viajan a Israel conmigo, es decir, sin mí. Nombres: Sutano y Mengano. Marco y Aurelio. Ya no
sé qué inventar para salir del paso sin contradecirme. Por suerte tengo muy mala memoria y
no me acuerdo de casi nadie.No me acuerdo, por ejemplo, de Patricia, alela, negrita, mi doble.
Sí, mi doble
Patricia, durante años nos pisamos los talones sin darnos cuenta. Cuando entrabas al
teatro de sombras, yo salía y apenas nos cruzamos, cuando empezaba a estudiar música, vos
edad y casi la misma estatura, un aire de familia y ciertas líneas invisibles al andar que por fin
se juntaron.
Sala de espera, dos sillas enfrentadas. Toman entrevistas para un viaje, esa sigilosa vía
de escape del cuartel que es muestro país en el 77. Los militares no se interesan por nosotras,
pero la atmósfera es irrespirable, los rumores hieden a muerte. Que cerca de casa se llevaron
a una familia, que al bebé también, que a plena luz del día volvieron por el televisor y los
muebles. Que vi un operativo, que tenían cortada la calle, que se oían gritos. Que al dueño de
Buenos Aires, 16 de julio de 1977. Día de nuestra partida a Israel del aeropuerto de
portón de salida, en los negocios, en los baños, en los pasillos, en los teléfonos públicos, en las
salas de espera. Me hacés llamar por altoparlantes. Nada. Qué impuntualidad rayana en la
locura, vociferás con más miedo que rabia. Cuando el avión despega se parte todo en dos. No
llego, te vas. Ustedes vuelan, yo me hundo; ustedes aire, yo encierro; ustedes alas, yo cadenas.
Prefiero pensar que el avión carga mis utopías en tu valija, y así nos burlamos de la
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lógica simplista de los fusiles: me voy con vos aunque falte a nuestra cita. Esta treta la
sabés cuánto. Con decirte que al aterrizar en Medio Oriente ya sos mi doble. Sí, mi doble. Tu
misión es casi imposible: hacerte cargo de mis sueños sin dejar los tuyos.
La idea se me ocurre cuando me dejan sola por días que son noches y noches que siguen
ceño fruncido, impaciente porque tus personajes se resisten a saltar a la vida. Siempre
ansiosa por despertarlos, les hablás en silencio hasta que surgen con su personalidad y con sus
voces. Te veo afanarte en la máscara de la diosa Inanna, que Gilgamesh –el rey de la épica
sumeria– rechazará. Un soplo vital de cuatro mil años animará esas figuras cuyas sombras
Enkidu, en plena juventud, cobra ahora otro cariz. La desesperación por esa pérdida, que
subsuelo del Club Atlético. Pero no quiero fijarme en el dolor sino en tu capacidad para
Por eso te elegí, Patricia, para que me resucites. Es hora de poner en práctica lo
aprendido. El teatro será nuestra coartada. Yo la sombra, vos la mano. Y como a mi doble
nada de lo mío le es ajeno, adivinarás mis sueños de sombra. Podré así salir de mi caverna y
Mariposas nocturnas
Tienen mi libro Oh Jerusalén. Me leen párrafos. No tanto para mostrar que saben leer,
sino para sondear mis relaciones con los terroristas del Irgún.
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¡Pero el Irgún se acabó en el cuarenta y ocho!
Eso los calma -y los calmaría aun más saber que el Irgún no era un grupo de izquierda- pero
La campaña contra los libros la hizo el ejército mismo. Recorrían librerías céntricas y
expurgaban las mesas y anaqueles. Recuerdo uno de esos episodios que fue presenciado
por centenares de personas, pocos días después del golpe de Videla. Había un gran
local de librería, un salón con mesas donde se apilaban libros nuevos y usados. Allí paró
un camión militar y comenzó el ritual macabro... Los libros al caer hacían un ruido
sordo. La gente guardaba silencio. Como los niños secuestrados, los libros no tenían voz
para defenderse. . . La "limpieza" de libros fue una acción de las que llaman de
"inteligencia". Un ejército que quema libros jamás puede ganar la guerra.
Osvaldo Bayer, Rebeldía y esperanza
Me encanta abrir y cerrar esos libros enormes, de tapas duras y rojas. Abro: un lobo se
asoma entre las sábanas disfrazado de abuela octogenaria. Cierro: la hormiguita viajera se
aleja pisando el polvo con zapatos de madera. Los libros son mis salas de teatro: soy directora,
Un día, en puntas de pie, alcanzo el estante de los mayores. Saco unos tomos gordos,
llevo a la cama para que me saque de la fiebre al galope. Un caballo negro y salvaje que
Mi trato con los libros es secreto. Nadie se entera de las lágrimas que vierto sobre David
Copperfield, ni de mis aventuras con Tom Sawyer. En la lectura nacen y mueren mundos que
sólo yo conozco.
Cuando nos mudamos al centro me refugio otra vez en el susurro acogedor de los libros.
La ciudad me disgusta.
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La calle Corrientes me aturde, me arruina el humor, me empuja hacia mi caverna mágica: la
biblioteca. Ahí puedo crear mi propio espacio, elegir mis compañeros: Los tres Mosqueteros,
Martín Fierro, Mujercitas. Mis amigos son las mayúsculas y las minúsculas que juegan bajo la
Ya soy adolescente y me urge aprender. Los libros me salen al encuentro sin esperar
que los elija. Quiero devorar la cultura. Tomo notas de párrafos, subrayo, leo y releo para
fabricar un universo de conceptos demasiado vasto para mi cerebro. Quiero tragarlo todo, sin
darme tiempo de digerir nada. Ahora soy estudiante universitaria y tengo una manía: leer ante
todo los libros que nuestros profesores no recomiendan. Recuerdo algunas frases, ciertas ideas
quizás. El resto pertenece al olvido. Sólo los libros permanecen. Infinitos mundos guardados
en infinitos signos. Un día no encontré el que buscaba y me puse a escribirlo. Desde entonces
Dicen que las mariposas nocturnas se mueren con la luz. Pero son tantas que uno no lo
nota, porque aparece otra y otra, y otra más, aleteando junto al farol. No se dan por vencidas.
K-48
K-48: nombre y apellido. Hay que acordarse del código del encierro.
Te tenías que acordar el número de los candados que te ataban los grillos a los
tobillos, y te los sacaban nada más para torturarte o cuando te llevaban a bañarte. Ese
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candado era compartido con los destabicados. La prueba de que eran presos era el candado.
Uno eso lo ve en las películas ¿no? peroresulta que te podían poner grillos, y vos caminar con
grillos y candados... Los candados que nos ponían y nos sacaban no eran los únicos.
También les decían candados a los guardias. Tenías un candado en la puerta de la celda,
tenías un candado en los pies y tenías un candado afuera que te cuidaba. Y te llamaba por el
No más aire libre, no más amigos, no más diarios ni besos ni luna ni trenes, no más.
Por la ventanilla del tren pasan a toda velocidad lagos, bosques de pinos, un volcán.
Futalaufquen, Huechulaufquen, Lanin. Miel en las palabras, leche caliente con café
secundaria nos tiramos a dormir en cualquier parte. Deliciosa bebida caliente en la noche fría
de San Martín de los Andes, tibio refugio con canciones, travesuras y ansiedad por descubrir
Me despierta un sol excesivo para mis pupilas habituadas al smog. Los colores me
me arrastra y salgo a caminar. Soy pasajera de un tren de cristal cuya terminal es un oasis, un
espejo inmenso que atraviesan las montañas para llegar al centro de la tierra. No hay un alma.
Sólo yo frente al panorama insólito del paraíso. Corro hastael lago y me miro en el espejo. Las
cumbres invertidas se partenen mil pedazos en cuanto el agua me acaricia los labios. Miro fijo
cada detalle: el borde liso del canto rodado, el rocío, el vaivén de una balsa junto al muelle.
Me zambullo en una paz inédita que me envuelve con brazos terrenales. Veo las escamas del
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lago entre mis dedos y me detengo en un universo sin horas. Ilimitado. Sello entonces un
pacto con la Nora de cualquier época: recordar. Me escondo las imágenes en un bolsillo de la
memoria para sacarlas cuando sea necesario. Hoy las proyecto en párpados entornados para
Hace frío
Hace frío. Mucho frío. El frío viene de las paredes, se arrastra por el elástico del catre,
sube por el colchón, trepa por la espalda y se clava en la nuca. Juega con la columna vértebrapor
vértebra, ida y vuelta, de arriba abajo, de abajo arriba, sin tregua. Frío de muerte haciendo
muecas. Por la invisible reja de la celda entra un rayo de luz que corta el aire de un tajo. Choca
contra la piel y veo un sudor viscoso. Trato de tocarlo, no sé cómo. Las manos se acercan y
caen como peso muerto. Quiero mirarlo. La cabeza se levanta y se desploma. Quiero salir de
esta red de heridas y moretones. Los pies esposados ya no luchan. El dolor gime de piernas a
cabeza como tediosa obsesión que repite: estás presa, desaparecida, parecida, depe-sapa-repe-
sipi-dapa. Me tapo los oídos. Trato de dormir, acurrucada, para olvidar que soy esta cosa inerte
que palpita. Hay que recordar el número ka cuarenta y ocho, ka cuarenta y ocho, ka...
Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y un listones tiene el cerco que me separa del
mundo. Estoy confinada en el suburbio de las gasas y los antibióticos, la cara enferma de la
vida: el hospital. Santa Rosa, La Pampa, verano como instructora. Fuera de toda lógica en
pleno enero hay temporales. Repiquetea la lluvia entre las pacientes baldosas de los patios,
que aceptan la erosión de las gotas. Baldosas carcomidas por la resolana de noviembre y de
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diciembre, sometidas a los castigos del cambio draconiano de las estaciones. Nuestros días
transcurren a la sombra de nuestros planes: actividades al aire libre, para cuando escampe.
Hay un solo bar en las inmediaciones, que hace gala de un globo giratorio de luces en la
pista de baile. Rayos de colores abren infinitos abanicos que estallan contra las siluetas de los
bailarines. Por eso uno tarda en darse cuenta de que el dueño pone, o tiene, un solo disco.
Noche tras noche, hora tras hora, la misma voz de barítono, melosa, estridente:
Es preferible reír que llorar/ y así la vida se debe tomar... Le hacemos caso a la melodía
Virreinato, cuyo destino final son los camastros estrictos del viejo caserón donde nos
alojamos. Hoy no paró de llover desde el amanecer. Sólo se siente el murmullo de la garúa
infinita sobre el empedrado y las tejas.De repente el cielo se enfurece y corta el transcurso del
intermitentes. Un rayo decisivo le arranca a las nubes torrentes de agua. Cortinas volátiles,
velos acuáticos impulsados por un viento que sacude los árboles de su modorra. A la
hora despótica de la sobrevivencia mis compañeros se protegen, casi a cuatro patas, bajo las
seguirlos. Me sostienen columnas de agua. Manos transparentes me atacan por la espalda; suben,
Los sueros me devuelven a una sala que no coincide con la penumbra del dormitorio
acerca una enfermera para aclararme el panorama: internada con neumonía. Me distraigo
Es el Día del Juicio Final. Frente al púlpito, una balanza me sostiene el corazón. Los
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jueces lo pesan para evaluar mi conducta en la Tierra.
Pesa mucho, como un corazón de plomo, comentan que endureció a fuerza de golpes.
Tras mi exitoso proceso de maduración, puedo ahora pasar al Mundo de las Ideas.
¡No quiero otro mundo, quiero el mío! ¡Quiero un corazón liviano! ¡Déjenme volver
Siguen calculando el peso de mis ventrículos. Están por dar el veredicto cuando salto
por encima de los alambrados y me largo a toda carrera por las calles de Buenos Aires, Santa
garganta, no puedo gritar me aprietan el pecho no puedo respirar. No me queda saliva pero
Los presos piden agua cigarrillos baño ayuda. Paciencia. Hay horarios para todo. Hasta
la puerta de la celda tiene ritmo propio. Se abre tres veces por día. Una para ir al baño y dos
para dejar entrar un brebaje al que llaman sopa. Pongo el plato sobre la colchoneta, y trato de
embocar la cuchara en el líquido. Me quemo. Soplo cada cucharada. Una y dos y tres a ver
cómo se come la sopa esta nena que no quiere comer. Quiero, pero me la sacan. Es hora de
retirarla. La sopa no me sirve de alimento sino de reloj. Marca mis noches y madrugadas hasta
que pierdo la cuenta y me interno en un calendario propio, con hojas mezcladas. Hojas como
Una mujer sin manos, sin pies, sin cabeza. La muerte es puro ojos, decía mi abuela. Si
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llega antes de tiempo nos deja un par, y se esfuma antes que la veamos. ¡No le vayas a tener
miedo! ¡Esos ojos ven maravillas que jamás en la vida imaginaste! Recién cuando llega la
hora justa, ni antes ni después, ella vuelve y uno la acompaña en silencio. Año tras año les
encargo a los Reyes Magos un par de ojos exóticos, pero no me hacen caso.
Ese no es asunto de Reyes, tené paciencia que ya te van a tocar. Hasta que un día me
despierto eufórica: ¡Son negros, abuelita, y tan grandes que me ocupan toda la cabeza! ¡Veo
Con las pupilas de fantasía me dedico a espiar las carasocultas de la gente. Empiezo por
las mujeres que conozco y armo con ellas un castillo de naipes: mi ideal de mujer. Ante todo
suprimo el papel de ama de casa de mi madre. Nada de criar hijos, fregar, sentirse un trapo de
piso. Me quedo con su beso de las buenas noches y su tan mentado sexto sentido.
El hubiste, verbo de la abuela que corrige lo que uno hizo con lo que pudo haber
saber y la alegría.
A las heroínas de las novelas les doy cabida con todas sus virtudes, menos la sed de
poder y de riquezas.
Trato de sostener mi vida con los pilares de este castillo de mentiras. Tropiezo con mis
debilidades, que no figuraban en la lista. Llena de odio contra mí misma lo demuelo y siento
Los pies esposados dejan de pesarte, la mente se ocupa de otras urgencias. Tus límites
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son concretos: las paredes, la humedad, el frío, el hambre, el dolor. Lo más abstracto: tu vida
en moratoria. Lo más urgente: cómo aguantar lo que sigue. Lo más presente: la bronca. Lo
más práctico: hacer flexiones si hace frío y respirar hondo si todavía estás. Respiro hondo: sigo
acá.
Ahí uno no podía hablar, uno no podía mirar, uno no podía caminar. Las celdas tenían
una mirilla del lado de afuera. Ellos venían de golpe y abrían, y si uno estaba -incluso en la
expresión de que uno era un ser humano y trataba de establecer una mínima resistencia, era
Eran ELLOS
En una guardia suele ocurrir que se abre la puerta bruscamente porque alguien trae
un herido. Uno golpea y entra gritando: ¡A ver a ver! ¡corransé, ché, abran! y otro avisa
¡llegó sangrando!, y se va creando un clima agitado. Aparte, la camilla golpea contra una
cosa, hay pisadas, tropezones. Un ruido invade la escena, se conmueve la cosa. Pero éstos no
venían de a dos, en general venían treinta, y no respetaban las pautas de ingreso a una
guardia: entraban con armas largas, con ametralladoras, con revólveres. Ponían a los tipos en
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las camillas con poca prolijidad, digamos. No era el padre, o el hijo, o el hermano, que trae a
su papá o a su mamá y trata de acomodarlo para que no le cuelgue la pierna o para que la
cabeza le quede en su lugar. Lo traían como si fuera una bolsa de papas, chorreando sangre
por el piso. Por las órdenes que daban, por lo que decían, por el ruido de los walkie talkie de
un auto que recibía mensajes, por las radios que se escuchaban desde afuera, por el sonido
que salía del teléfono que tenía alguno de ellos en la mano, por las explicaciones que daban,
uno sabía quiénes eran. Esta es gente que cayó en un enfrentamiento que hubo, decían, y no se
iban. Y nadie se animaba a contestarle váyanse de acá. A lo sumo corrasé y ellos sí, sí, sí pero
se quedaban ahí, al lado de los heridos. Después se iba de a poco serenando la cuestión, iban
saliendo algunos, otros volvían, por ahí una enfermera arriesgaba un ¡a ver, mueva eso de
acá, por favor! para que sacara un FAL o una ametralladora que andaba tirada. Se
establecía una especie de onda familiar porque ya, después de quince minutos que estaban
ahí, revoloteando, eran como de la casa, y entonces se escuchaba ¡bueno, negro, ché, salí de
ahí porque no puedo! Y todos nos íbamos serenando: se desvestía al detenido, se le ponía una
sábana, un suero, se pedía sangre, venía la sangre. Ahora hay que llevarlo a rayos, otro tiene
que ir al quirófano y mandaban a uno que te seguía con la ametralladora hasta rayos y otro
hasta el quirófano.
autoridad era la que traía a lostipos, la que imponía no escribir historia clínica. Si uno de los
nuestros, como no dándose cuenta de lo que pasaba, la agarrabay decía ¡A ver, su nombre!, en
seguida intervenía uno de ellos: ¡No, no, no! ¡Saque eso de acá!¡No tome nota! Nadie
preguntaba por qué, ni usted quién es. Quedaba tácito. Eran ELLOS.
El anonimato de Scifo Módica duró hasta mayo último. El 15 de ese mes, la Policía
Federal inauguró un Centro de Atención a la Víctima de Violencia Sexual, dependiente
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del Centro de Orientación a la Víctima, del que Scifo Módica es director. Su foto apareció
en un diario y la cara resultó conocida para algunos ex detenidos-desaparecidos. Era
"Alacrán", del Club Atlético.
Página 12, 16 de julio de 1996
La picana eléctrica abre y la guardia, con todo cuidado, cierra para que ellos vuelvan a
abrir.
Abrieron la puerta de nuestro taller de artesanía, donde había cosas para trabajar:
pulidores, herramientas, entre ellas un torno de dentista que usábamos para pulir anillos.
Había servicio médico pero era sólo para casos de gente que había sido torturada
demasiado y que corría peligro de muerte y a quien querían seguir torturando. Eran
llevados a enfermería, atendidos bien, se les suministraba suero y luego volvían a ser
torturados. La enfermería era atendida por otro preso.
CONADEP
Está junto a la calle, por el ruido de autos. Entra un poco de luz, que detectan los
párpados cerrados mientras una voz parsimoniosa acompaña al algodón que se revuelca entre
las llagas. Una voz tersa, serena, como la de cualquier enfermero en hospital de provincia. Le
respondo sin que me pregunte: que no sé nada, que no tengo nada que ver, que no sé...
No sé nada
Sólo sé que nada sé. ¿Qué sé yo? Soy una entelequia, una abstracción. No leo
los diarios y la tele es un asco. Leo novelas y escucho a los Beatles; deben
gustarme porque no entiendo lo que dicen. Pero hace falta leer los diarios para palpar la
realidad: mi tobogán de los primeros años da a un barrio que parece un collage de chapas
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entre eucaliptus y basura; a los dieciséis soy maestra, y debo enseñarle a chicos descalzos a
decir shoe, shú. Nuestros mendigos son bien educados, aprenden inglés.
En la Argentina hay que ser estúpido para mirar sin ver, no hay que hacer mucho
esfuerzo para chocarse con el mundo al revés.A los diecisiete ingreso a la universidad. Como
dicen que sé escuchar a la gente y tengo una tía esquizofrénica, me anoto en Sicología: el
llamado antro rojo, el paraíso de los infiltrados, el seno de las ideologías foráneas.
No nos enfrentamos a un oponente que batalla para defender una bandera, una nación o
sus fronteras. Quien nos ataca no tiene nada de eso. Es, sencillamente, un ejército de
ideólogos, cuyo cuartel puede estar en Europa, América o Asia.
General Acdel Vilas
Durante el día los estudiantes actúan a la manera estudiantil: van y vienen por los
pasillos, asisten a clase, contestan preguntas, toman notas, van a la biblioteca. Los profesores
actúan a la manera profesoral: llegan tarde, olvidan sus apuntes, improvisan, formulan
preguntas, toman pruebas. Sólo los murmullos que llegan de atrás del escenario desmienten el
la noche reniegan del día: organizan asambleas, formulan exigencias, solicitan votos, pasan
La cortina cae en la mitad del acto. Los susurros tienen cuerpos, los cuerpos gritan y
tratan de escapar, saltan por las ventanas, se trepan a los techos. Algunos desaparecen por
observar el espectáculo.
Motonetas morrudas circunvalan la pista y se conectan por radio a una central tan invisible
como poderosa. A una orden los uniformes lanzan gases lacrimógenos. Los estudiantes
responden con quema de bancos y pizarrones. La puerta trasera del camión se abre y devora a
todos los que se arriman, expelidos por los gases. Otros cuerpos huyen por el humo hacia la
salvación.
Si los uniformes azules y los celulares aparecen en el primer acto, la escena se traslada a
artesanales. Las columnas de extras pagos marchan hacia ellos con mejores trajes e
Portando sus armas habituales, los uniformados vienen a la fábrica a pedir mil ladrillos
refractarios, los más caros. Les digo que no estoy autorizado a regalar, que tengo que
consultar. El responsable del operativo se enoja: Así es como se colabora con la patria, dice,
y se va. El lunes, cuando vuelve, le digo que vamos a regalarles baldosas en lugar de
ladrillos. El tipo insiste que ellos piden otra cosa, que no es una limosna, un regalo, una
dádiva, sino una cooperación con la patria. Selleva igual las trescientas baldosas, y al salir se
queda mirando un afiche de Mafalda que dice: No hay caso, nadie puede amasar una fortuna
sin antes hacer harina a los demás. A los dos díasnos secuestran a mi hermano y a mí, según
Los brazos, fusiles; los dientes, balas; los ojos, blancos de tiro. Eso creíamos, pero son
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más siniestros: tipos comunes, de traje y corbata. Igual que el oficinista, el empleado de bancoo
el maestro. Gente como uno, sólo que su trabajo es hacer preguntas y ablandar al interrogado
Si en cualquier país del mundo pusieran un aviso ofreciendo trabajo de torturador, con
buen sueldo y a tiempo completo: ¿Cuántos curriculum vitae se presentarían?
Jacobo Timerman
Señora, este trabajo tiene sus bemoles: no se imagina lo duro que fue para mí cuando
mi mejor alumno me confesó sus simpatías por el socialismo. Yo era su profesor de historia,
pero al mismo tiempo me debía al Ejército. Y tuve que informar, como corresponde. Se lo
La señora le da la espalda para prepararle un café. Hace horas que están en su casa y
necesitan despejarse. La posición es algo incómoda, no sólo porque la cocina es estrecha sino
porque un joven de pelo largo la sigue del aparador a la mesa con el caño de una pistola en la
nuca. A veces él le roza un brazo, o la cola, y a ella le da un escozor helado. Él la sigue con
pulso firme, masculino. El profesor se sacó la campera de cuero y se puso cómodo, mientras los
muchachos terminan de dar vuelta un par de sillones y darles un tajo en el vientre, por si
cara de matón que vaya a requisar el domicilio cuya dirección tan amablemente ha entregado
la señora, ella teje para tranquilizarse. De tanto tragar saliva, con tantas palabras ácidas que se
le filtran por ese líquido blancuzco que le corroe la tráquea y el estómago, la vejiga le arde y
quiere simple y llanamente mear, le vienen unas ganas imperiosas de hacer pis aunque sea en
medio de la sala.
Un sutil movimiento del índice del profesor pone en marcha los pasos de un morochito
ametralladora del rincón y se dirige con tranco firme y decidido hasta el puntoen que la sombra
de la señora choca contra la pared y sube por el muro. Ella y su sombra entran por la puerta y
el enanito armado la sigue. Ella no sabe si puede hacerlo delante de esta estatua guerrera con el
baño, los sesos volados, y aparecer así en la primera página del diario? Claro que en nuestro
país eso no sería noticia. ¿Cómo será mear frente a un soldado en pie de guerra?
apunta fuego o si el sonido cantarín le despierta el instinto o si suelta el gatillo para sostenerse
el sexo en medio de la batalla. Ella no está a dúo, está sola con su cuerpo, en un rincón de la
casa, con su catarata de palabras que al tirar la cadena correrá por laberintos de cañerías hacia
el sur, por debajo de los barrios y de las calles hacia el río, y de ahí hasta todas las costas, sin
parar.
Otro libreto
Sin parar, entre bambalinas, se ensaya otro libreto. Se oyen gritos sordos, portazos, a
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veces nada. ¿Qué está pasando?
Hay que adivinar, uno debe ser muy sutil, debe permanecer muy tranquilo o no oirá
quiere comprometerse, está atrapada por sus limitaciones pequeño- burguesas y no lucha por
superarlas.
No quiero ser protagonista, hasta las partes más insignificantes son demasiado para mí.
con promesas de revolución. También creo en utopías, pero no en dar la vida como forma de
vida. O los suburbios del heroísmo no son mi barrio preferido, o sufro de envejecimiento
precoz. Llevo puesta una cierta distancia que me impide confundirme con el coro de
consignas, leer proclamas rociadas de fervor, y apostar con certeza a la creación de un mundo
mejor. Igual apuesto, sin la convicción de la victoria pero con el deseo. No se puede ser joven
encontré después que cambiaron las cosas. Y cambié, como esa canción que dice todo
cambia.
Todo cambió cuando sonó aquel tiro, nítido como el segundo antes de la muerte. Era de
noche y al marchar por el barrio de Once nos acercamos sin querer a la cuadra de la comisaría.
Cuando nos dimos cuenta nos abrimos. Me metí por Viamonte y Pueyrredón. Fue allí, cortó la
noche. Claro como un presagio. Lo sentí como se siente el horror por primera vez. Al día
siguiente fue el entierro. Emilio Jáuregui: un nombre, un tiro, ese perfil eterno al que me asomé
con ansiedad y miedo de aprender demasiado. Tuve miedo. Ellos, mis compañeros, también lo
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tenían y lo amaestraban. Algunos se armaban. Era absurdo enfrentar armas sin armas, pero yo
Tardo varios años en planificar mi huida, demasiados. Antes que caiga la cortina final,
me bajo del escenario en puntas de pie para tomar el taxi que me lleve a la última salida: el
Notan y anotan, entran y salen como quieren porque tienen piedra libre.
Honorables ciudadanos golpean las puertas de los cuarteles, roncos de tanto pedir auxilio,
allá por el 76. Capitalistas, empresarios, doctores, ciertos estudiantes, algunas amas de casa,
bastantes oficinistas, todos ellos están hartos de que en este país no se respeten las reglas del
juego. Que los señores militares nos tengan cortitos por un tiempo. Ya lo han hecho antes, y no
tan mal. Que acaben con el enemigo, que haya mano dura con los que patean en contra. El
Ejército tomará el poder en beneficio del pueblo, para acabar con lasubversión.
de Tucumán. Llegó para neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos, y
terminó masacrando a diestra y siniestra aún antes del golpe de Estado. Andábamos
tranquilamente por la calle, sin darnos cuenta de nada. Nos sentamos a tomar en un bar de la
calle mientras pasaban los camiones del Ejército, y entre sorbo y sorbo del whisky decíamos:
mirá el quilombo que se viene. El hermano de mi amigo estaba prófugo, yo ya había ido
preso, y estábamos así, totalmente ciegos a lo que se estaba gestando. El cayó preso al poco
tiempo. Nunca medimos lo que pasaba. En El Diario del Pueblo, por ejemplo, nos
resonando hasta la mañana. No teníamos una noción concreta de lo que se venía. Creo que
nadie se daba cuenta. Lo que se viene es un baño de sangre, le había dicho un policía a mi
papá, pero nosotros no lo podíamos llegar a concebir. Cuando estás en el terror no te das
cuenta: te acostás a dormir con el terror, y vivís con el terror, lo incorporás. Y cuando pasa
y mirás para atrás te preguntás ¿cómo pudimos haber soportado todo esto, cómo pudimos
haber tolerado que te llamen a la mañana para decirte: che, cayó fulano anoche, y vos digas
Hablemos por teléfono y juguemos en el bosque mientras el lobo no está ¿lobo está? /
¡me estoy poniendo los calcetines! Y los calzoncillos de doble refuerzo, para tener las bolas
bien puestas. Ya están listos. Se han calzado guantes, botas, charreteras, reglamentos,
seguridad o policiales hay que hablar con propiedad, emplear un rico vocabulario:
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Abatir al enemigo: matar y / o chupar niños, jóvenes, adultos o ancianos. Se incluyen
mujeres embarazadas.
Chupar: secuestrar; chupadero: habitat natural del secuestrado. Secuestrado: el que está
en la joda.
Estar en la joda: ser militante o tener ideas que difieran dela militar.
tabique.
Tabique: venda, pañuelo o trapo colocado en los ojos del subversivo para que no vea a
sus torturadores.
picana.
ubicado en el quirófano.
Tubo: celda de 2 m por 1,60 m donde puede reposar el subversivo, bajo el control de
los guardias.
Guardias: Tiburón, Víbora, Tigre, Rubio, Turco, Panza, Luz, Tete, Ángel, Colores,
el botín de guerra.
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Botín de guerra: bienes muebles e inmuebles de todo tipo que los hombres del Ejército
Inteligencia: palabra que se sustituye por obediencia. Obediencia debida: concepto que
Ahora me toca declarar con un estilo más civilizado: sentada frente a una máquina de
escribir que puede copiar mis palabras o redactar una receta de cocina. Lo mismo da. Una
verdadera declaración oficial, tan oficial que debo firmarla a ciegas a pie de página. Estampo
un mamarracho, para darle el visto bueno a la farsa burocrática. Son muy eficientes: tienen
todo archivado. Anotan quién entra y quién sale, su aspecto, historia, contactos e ideas. Claro
que a veces un viento fuerte les desordena los papeles, se les mezclan los datos y se producen
algunos descalabros.
¡Flor de descalabro! Nadie parecía haber ordenado mi traslado: unas mujeres del servicio
penitenciario provincial empiezan a llamar a la policía federal, que dice no haber pedido mi
servicio de investigaciones: dice de ninguna manera haber pedido mi traslado. Hasta que
tarde, yo estaba muy cansada. Me metieron en uncalabozo que debía tener dos metros por uno
tapón y empecé a llamar a alguien a los gritos. Vino una celadora y le dije que quería ir a una
maternidad porque se me había roto el tapón. Se veía que era cierto porque tenía la ropa
empapada.
amigos. Me dan otra con olor a cárcel, a humedad. Camisa, pantalón, bombacha de alguien
No sólo estoy con la ropa empapada sino a punto de parir, pero la partera me dice
que no a lo cual le respondo que sí, que ya tuve una hija y sé que voy a parir. Le advierto que
tengo un problema de sangre, y que hay una vacuna para neutralizarlo. Toma nota pero no
hace nada. Se va a darle de comer a sus patos. Como a las ocho de la noche noto que se me
ha roto la bolsa. Grito muchísimo más. Es un grito de liberación, rompo con todas las
inhibiciones que le impone a la mujer esta cultura. Mi custodia la manda llamar. Llega
chancleteando en el momento en que siento los pujos. Me ordena caminar hasta la sala de
partos. Le digo que no puedo, que yaestá naciendo el chico, y me insiste que no me va a hacer
el parto ahí. Entonces me levanto, con las piernas abiertas, la mano en la cabeza de mi hijo,
que iba saliendo, y camino así un trayecto que n o recuerdo, hasta la sala de partos. Ahí
me hace tender en una cama y comienza a sacarme sangre. La apuro y le aviso que está
naciendo, entonces se acuerda y lo hace salir. Mi hijo nace con una doble vuelta de cordón,
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Sin gritar ni llorar, le dejo mis lentes de contacto a la guardia. Lo mismo da, igual está
prohibido sacarse el tabique hasta para dormir. Una ceguera a merced de gritos de chicos, de
mujeres, de hombres que flotan en el vacío. Ecos sueltos, voces que le hablan a uno desde la
locura.
La locura tiene para mí un nombre. Se llama Berta. Tiene ojos azules en los que me
encanta perderme y unas manos que giran al son del don al don del don pirulero / cada cual
cada cual / atiende su juego / y el que no y el que no / una prenda tendrá. Jugamos siempre a
las prendas con mi tía: hay que mover manos y brazos como zapateros, como lavanderas, como
vertiginoso. El que se equivoca de oficio tiene prenda. Uno siempre puede pagar la prenda dando
tres vueltas carnero o saltando como la rana que estaba cantando debajo del agua, pero para
Berta es diferente: su prenda es el manicomio, una penitencia por inventarse reglas que los
mayores no entienden. Ahora tus manos no giran al son de nuestra música, apenas se animan
a saludar desde la ventana que enmarca treinta años de cautiverio, treinta años entre aquel
regazo mullido en el que me acurrucaba y tu regazo cansado ysolo, treinta años entre tu rodete
negro y tu rodete blanco, entre la ventana del dormitorio por la que saltabas a la intemperie y
Tildan de loca tu costumbre de tomar trenes hasta la terminal, de viajar hacia el sur en
cualquier vagón abierto para mirar el campo, ese mar de oro con vacas y tranqueras. Tu paseo
termina en azarosos pueblos donde te ubicará tu familia, gracias a las pistas que les vas
sentamos a comer canapés y bocaditos, como anticipo del placer que nos deparará su llegada.
Pasan las horas y el invitado de honor no llega. Los demás empiezan a impacientarse, a
arriesgar teorías. Teodora se te acerca para ver si sabés qué le habrá pasado.
Sabés muy bien lo que le pasó, sentenciás airada, y mandás a todo el mundo a su casa.
La semana siguiente la invitás a cenar, ansiosa por hacer las paces. Después de todo, no
vale la pena pelearse por un hombre. Servís una entrada de sopa de verduras y un plato fuerte
de bife con ensalada. De postre, helado espolvoreado con vidrio molido. Desde entonces tu
hogar es el hospital psiquiátrico, universo cúbico de pared pared pared techo piso y ventana.
A Berta le dejan recibir visitas una vez por semana. Sus hermanos vienen a verla una vez
por mes, por dos horas. Le traen ropavieja, galletitas dulces, una que otra revista. Como jamás
aceptan su invitación a tomar el té, nunca sabrán que toma y come todo en el mismo tazón de
aluminio abollado, que revuelve el mate cocido con la misma cuchara con la que toma la
Les pedíamos cosas a nuestros familiares, pero no era fácil. A veces las visitas a la
cárcel eran en un locutorio con vidrio de por medio, o con rejas de por medio. A veces
teníamos que estar arrodillados en un banco de iglesia, y allá lejos el familiar también tenía
que arrodillarse en otro. Aunque había que hablar a los gritos, aprovechábamos ese
Nadie le pide nada al guardia, aunque las puertas de las celdas estén abiertas. Que se
vaya. Los pasos se alejan por el pasillo, firmes y emprendedores, a barrerle la mugre a otros
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condenados. Las puertas quedan abiertas, como si pudieran ventilarse del tufo a orín y a
humedad que lo impregna todo. Quiero bajarme el tabique, pero ese simple gesto me da
miedo.
Me daba miedo cada vez que se escuchaban pasos de un guardia en el pasillo. Uno
temía ser nuevamente objeto de la tortura. La contradicción de que uno a veces quería salir
para estirar las piernas, para ir al baño pero al mismo tiempo no, porque eso era estar
expuesto a las miradas y ser objeto de cualquier cosa que quisieran hacer los represores. La
cierran, qué comés hoy, qué comés mañana, cuándo te castigan, cuándo no. Esos eran los
elementos que más tenía en cuenta yo. Es como que al achicársete la vida, te olvidás dónde
estás, quién sos. Es como que agradecés un gesto, agradecés un buen plato, te contentás con
Tengo todo el tiempo para pensar, pero no pienso: me bajo la venda. Le adivino una cara
a las piernas, ayudándole a la miopía con los dedos: me estiro los ojos y recupero el foco en
¿Hasta cuándo?
Las pisadas nos vuelven las vendas a los ojos y el silencio a las palabras. En las celdas
¡Apareciste, Norita! ¡No cambiaste nada! machacás desde el revés de mi sorpresa. Llego casi
Soy yo, tía Berta, la que siente el zarpazo de tus treinta años de paredes húmedas, olor a
una forma de salvación: es salirse de la lógica, anclar más atrás, donde los normales nunca
llegan. Es un trueque: mover el caballo como si fuera un alfil, cruzar el tablero en diagonal y
seguir de largo. Uno se da cuenta que el tablero no existe, los peones están con o contra
nosotros, la reina se escapa y el rey nos persigue. Ahí se acaban las partidas de a dos. Uno se
queda solo, rodeado de voces sin entrañas, voces que los jugadores no pueden sentir. Y si las
llegan a escuchar, se tapan los oídos y salen a comprar candados y rejas y electricidad y
racionalidad.
Ocho camas sin ropero, sin mesita de luz, sin lugar para guardarlo que tenés que guardar,
sin lugar para ser quien sos, tu mundo es una cárcel atenta y sonriente donde los guardias
visten de blanco. En ese horizonte das conciertos de piano y conferencias sobre política
No se interesan por nada, estas brutas. Y si les digo que mesaqué premios de arquitectura
¡Qué me van a creer! No se imaginan que alguien pueda tener otras miras que ellas.
Gesticulás y me tomás del brazo mientras paseamos por los jardines abandonados que
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¿Te dan permiso para salir?
Por supuesto. Saben que no llegaría muy lejos. ¿A dónde voy air? Hay quienes tratan de
No me van a ganar. Camino ida y vuelta aunque me duela todo, aunque me choque con
las paredes, aunque me asuste el peso de los grillos en los pies, aunque la celda se acabe a los
El régimen de disciplina era muy riguroso y estábamos atados con grillos que no nos
permitían movernos más de 40 cm y lastimaban los tobillos. Teníamos una venda que
era como un anteojo de tela apretado a los ojos. . . No podíamos ni hablar ni movernos,
siempre sentados o acostados. . . Los guardias caminaban en zapatillas, y abrían las
puertas de sorpresa para ver si estábamos de pie o sin la venda, porque aún dentro de las
celdas teníamos los ojos vendados.
CONADEP
Me llevaron a una celda que ellos llamaban tubo porque era angosta y larga. El ancho
era el de una puerta más el de una tarima. Había dos tarimas de madera, con un colchón de
gomaespuma. Arriba de la puerta de metal había un ventiluz que daba a un pasillo largo. Me
Quizá pueda mantener la lucidez tapándome con el colchón de goma espuma y oliendo
O mejor canto algo. Letra ele, amiga mía/suculenta libertad /¿por qué te vas con los otros
/ y solita me dejás?...
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¿Cómo ganarme una L, esa letra elegante que les ponen a los privilegiados ascendidos
temperamentales, imprevisibles, no se sabe a ciencia cierta qué razones los guían: nunca
buenas, siempre sólidas. Unas razones tiesas, implacables, erguidas. A mí, para bien o para
una sotana. Y ahora que los curas andan repartiendo bendiciones por acá, pasó mi cuarto de
hora. Oí uno al pasar. Habló con el de al lado. Le machacaba que fue víctima de malas
Después del secuestro, la esposa. . . se entrevistó con el presidente Videla para pedir su
auxilio. "Me recibió con un rosario en la mano. -Acabo de terminar mis oraciones, me
dijo. Luego me explicó que la desaparición de mi esposo podía tratarse de un
autosecuesto o hallarse fuera del país, aunque admitió que también podía tratarse de
accionar de grupos parapoliciales o paramilitares. -Es que su esposo andaba muy metido
en el gremio, agregó".
Andersen, Dossier Secreto
Yo era del gremio docente y fui secuestrada. Lo primero que me preguntaron fue quien
era mi director espiritual, mi confesor. Les dije que no tenía director espiritual, que cuando
tenía que confesarme me iba al primer cura que pillaba en la iglesia, en el reclinatorio. Lo
que no les dije es que gracias a Dios soy profundamente atea, y que iba a la iglesia a
conversar con los curitas del tercer mundo que había por acá. Me hacían sentir como en mi
casa.
-Retírense, ésta es mi casa- fue lo primero que atinó a decir el padre Mai.
-Nosotras creíamos que era la casa de Dios- le interrumpió Hebe de Bonafini, flanqueada
por otras 13 Madres de Plaza de Mayo.
-Intrusas. . . déjenme hablar- se encrespó, mientras una veintena de policías ingresaba a
la Catedral (y las ambulancias se preparaban para llevarse a las provocadoras).
-¿Por qué no habló cuando se llevaron a 30.000 desaparecidos?
Página 12, 9 de julio de 1996
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Los desaparecidos no pueden hablar. Uno llama al guardia:quiere ir al baño. No se puede
fuera de horario. Se hará encima, le pegarán y seguirá cagándose hasta que lo muelan a golpes.
Ya voy entendiendo. Acá no se conjuga la primera persona del singular. Para qué, si nos van a
matar.
Si te trasladan te matan, si pasás una noche en planta baja te largan, susurra mi vecino. T /
noviembre del 77. A veces les `ponían una cruz... Lo vi cuando trabajé en la oficina -me
tuvieron un tiempo arreglando papeles, aunque me habían destabicado para que les arregle
aparatos robados. Por eso no me limpiaban (o sea, no me mataban), porque así me podían
Veo veo
y con dolor de garganta. Para colmo de males se suspendió la fiesta. Seguro que no me lo
festejan hasta enero, con el de Gerardo. Con una torta de dos pisos que tiene muchas más
velitas y mucho más dulce en la parte que le toca a él. Por suerte mi tía me regaló una muñeca.
Veo veo / qué ves / una cosa! / ¿Qué cosa? / Maravillosa /¿De qué color? / ¡Verde!
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Adiviné. Me van a llevar de paseo. Me bajó la fiebre. Le pido a mamá que me ponga los
zapatos de salir y el vestido amarillo. Hace juego con el verde de la plaza. Salimos en auto: la
muñeca, papá, mamá y yo. Estacionamos frente a un edificio gris. No hay césped ni flores, ni
hamacas ni toboganes.
Dos manos firmes me arrastran hasta la entrada principal. No quiero pasar pero ya
Un abanico de delantales blancos se abre delante de mis ojos como la cola de un pavo
real. Nadie me acompaña. La muñeca también se fue. Los delantales tienen manos. Me
atrapan en una red de sábanas blancas. Me atan a una silla enorme que se estira y me deja
cabeza para atrás y patas para arriba. Grito pero no paran. No me escuchan. No puedo
moverme ni cerrar la boca. Un aparato más grande que todas sus manos se me acerca con una
luz que me aplasta la cara. Me busca la lengua y da vueltas en la garganta. Voy a vomitar. Me
Me rebelo con la única herramienta que tengo: el silencio. Mis padres quieren
comprarme el perdón con un helado. Se defienden con excusas que suenan a gastados
caballitos de batalla:
Se me meten todas las sílabas para adentro. Tienen un sabor amargo y se vuelven pelotas en
el estómago. No sé dónde poner mi resentimiento, esa cosa fea que me anuda la garganta.
Poco a poco se va aflojando y vuelvo a hablarles. Pero no de lo que pasó. Me queda una
cicatriz en el alma, una marca invisible que con los años crecerá hasta volverse costra. Con la
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madurez así adquirida estaré lista para educar a camadas de nuevas generaciones, ansiosas de
marco. Una víbora serpentea su cuerpo metálico por el pasillo, delante de mí, pero no tengo
orden de reaccionar. Sigo en posición de firme, con mis neuronas en estado de alerta.
Había que estar alerta porque ellos decían de la celda tal a tal, o llamaban según
El trencito bípedo pasa sin dejar rastros audibles, y me quedo sola, petrificada, con mi
Lo que me daba miedo era que me volvieran a tirar animales. En una celda aislada en
la que estuve no me dejaban dormir. Cuando me dormía me tiraban agua, y después perros.
Hasta tenían un hurón estos hijos de puta. El hurón es un bicho muy jodido cuando tiene
hambre. Es una mascota parecida a la comadreja que se alimenta de ratas, de otros roedores
menores. Y cuando está con hambre, lo ataca al humano en partes como el lóbulo de la
comer. Los tipos me tenían para la joda. Se cagaban de la risa conmigo. Eso era lo que me
daba másmiedo.
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Infinitos miedos nacen y mueren, día tras día, en cualquier calle, en los barrios, la
olor al riesgo de caer. Lo cotidiano era, para un estudiante típico: entrar a la universidad, la
caso de peligro; pasar por la entrada, controlada por intrusos azules; entrar a las aulas,
vigiladas por intrusos civiles; participar en asambleas, controladas y vigiladas por intrusos de
azul y de civil. Y volver a casa evitando ser seguido por los intrusos de siempre.
Ahí estábamos todos, en las buenas y en las malas, confundiendo a veces estrategias y
tácticas, pegándola otras, siempre al borde de la revolución. Unos pocos iban armados, no
tanto para atacar a la cana sino para defenderse de militantes de otras agrupaciones durante
las acaloradas elecciones del centro de estudiantes. Eso era antes del golpe, cuando Isabelita
clandestino? Al final tuvo que exiliarse en la embajada mexicana. Nosotros ingeríamos altas
dosis de realismo mágico. Pero algunos lo pagaban caro. Después de una asamblea se
apostaba la cana en la puerta de entrada y había que desfilar para salir. Con el dedo
marcaban: éste adentro, ésta, aquél, y muchos de los pibes que habían hablado más fuerte,
pasaban de ahí a disposición del Ejecutivo como por un tubo. Se la tragaron adentro hasta
Recuerdo una escena: un grupo de estudiantes va a hablar con el decano para exigirle
que salga la policía de la facultad. Dejan entrar sólo a dos. Me ofrezco de voluntario y
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arrastro a otro, que me acompaña por no ser menos. En cuanto se cierra la puerta detrás
nuestro desalojan a los demás. En lugar del decano hay una invasión de policías. Mosquitos
que nunca se sabe de dónde salen, pero sí dónde apuntan. Me tranquiliza una idea: si me
llevan en cana no podrán evitar la presencia de testigos. Para salir hay que cruzar pasillos,
escalera y hall central. ¡Todavía creía que salen por la entrada! Una escalera caracol me
De hoyo a hoyo
Nos sacaban tres veces por día para ir al baño. Los baños estaban a 30 o 40 metros de
donde estaban las celdas. Nos sacaban en fila india, de a 10 cogidos de los hombros. La
mayoría de las veces no podíamos hacer nuestras necesidades fisiológicas porque cuando
llegábamos daban inmediatamente la orden de regresar a las celdas, o dentro del baño nos
daban una paliza general, o nos daban dos o tres minutos para que todos utilizáramos el
baño. Allí nos daban una taza de agua, que no alcanzábamos a tomar.
CONADEP
De la celda al baño se va por trencito, me dice una voz sedosa. La primera mujer que se
me acerca: ¿Una presa que hace de guardia? Demasiado suave para guardia a secas.
Cuando escuchás uno te das media vuelta; al dos ponés las manos sobre los hombros del
de adelante; al tres empezás a marchar. Vamos, rápido. Que no noten que te quedaste atrás.
La sigo.
Llegamos, agachate.
Dan la orden para emprender la cuenta regresiva. Me acoplo: media vuelta, tres, dos, uno.
No era un trencito, es un ciempiés que vuelve hediondo y húmedo. Cuarenta pares de patas
y puntapiés. Los manoseos, en general, están reservados para las mujeres. Los guardias nos
un proceso individual ni arbitrario: consultan entre ellos antes de dar un veredicto. El culo de
la tercera, las piernas de la que sigue y las tetas de la primera: cien puntos ¿quién da más?
El jabón se resbala, cuidado: no se puede deslizar fuera del cuadrado que una debe
imaginar en las baldosas. Sólo mirar los propios pies, no levantar la vista, volver a vestirse,
Látigos de hielo sobre la espalda. Mejor gozarlos, quizás sea la última vez bajo el agua.
Quizás una vez por semana nos llevaban a bañarnos. . . había dos hierros con agujeros por
donde pasaba el agua y funcionaban como duchas. Nos hacían bañar de a 8 y teníamos
más o menos 1 minuto para bañarnos, salir del agua y secarnos. Éramos 100 / 140 y había
5 a 6 pedazos de trapo que se usaban como toallas para todos.
CONADEP
Todo es para todos, hasta los gritos de la noche. Acá lonormal es sentir que no se sube en
la vida, se baja; uno se hunde más y más hasta que todo es noche. Acá tocamos la noche
impetuosas que se abren a la nada. Abren la puerta fuera de horario. No puede ser el baño ni
la sopa.
Estoy vestida como les gusta, con el tabique puesto. Ya aprendí a obedecer. Me llevan.
De pie, el pasillo, cuidado: subimos escalones. Un nuevo movimiento: hacia arriba ¿hacia
La policía fue cambiando con el tiempo, pero siempre había que tener cuidado con
ella. Hace muchos años mi viejo tenía un oficial amigo del bar en que chupaban juntos. Ahí me
llevaba a comer un sandwich con jamón y queso y una Bidú, de modo que yo también lo
conocía. Una vez caí por repartir volantes y fui a parar a la comisaría. Me recibieron a
patadas y a trompadas, como acostumbraban. En un momento llega este oficial y dice: Paren,
paren ¿qué pasa? ¿Qué pasó, pibe? ¿Qué estás haciendo acá? Incluso me pone una mano
sobre el hombro. Como estaba sangrando me lleva: vení, lavate, a una piletita con un grifo.
Cuando me estoy lavando siento un campanazo, y doy con la caray los dientes contra la canilla.
Me dio una trompada con toda la intención de romperme la cara. Me di vuelta y me quedé
Una voz me aconseja: Mirá que acá hay muchos guardias, portate bien.
Este piso suena distinto al subsuelo, el sistema de seguridad parece más relajado. Aquí parece
¿Una base militar? Tecleo de máquinas de escribir, movimiento. Y hay otros prisioneros:
el roce esporádico de las cadenas contra el piso es el alfabeto morse de los sin nombre.
abierto, un termo de gente que trabaja, y a la mañana empezaron a caer las empleadas civiles
de la policía, a las que les parecía lo más normal convivir con ese espectáculo, y me trataban
El umbral
¿Departamento de policía? Los grillos me lastiman los tobillos, las baldosas están
heladas. No me aguanto en mi lugar. Quizá sean los otros, o la brisa, o la ilusión repentina de
estar en el umbral de la liberación. No sé qué es. Algo en el aire habla a través mío.
Un silencio mortal corta el espacio por la mitad: de un lado ellos, todos ellos,
pasmados. Del otro lado yo, con mi aguzado instinto para decir lo que no corresponde. Se
Nos hacíamos nuestras escapadas a casa de un amigo que vivía al lado de la policía. El
fondo daba prácticamente al patio de la comisaría 8a. Me decía que escuchaba música y
gritos, que torturaban. Era la época de Perón, los años 50. Sabíamos vagamente que ahí, en
un portón que había, funcionaba la policía política, la Sección Especial que después fue
Coordinación Federal.
Coordino los movimientos a pesar de los grillos, estiro los brazos, los alzo hacia el
techo y me pongo en puntas de pie. Puede hacerlo, me dijeron. No puedo creer que me den
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permiso para algo, pero me paro y empiezo a mover el cuerpo entumecido. Bravoo! ¡Otraaa!
¡Miren, muchachos, La muerte del cisne! ¡Vamos todavía! Las voces se acercan y yo sigo,
obsesiva y pacientemente sigo. A ver, ¡Cascanueces! el mismo ritmo y uno, y dos: ¡Dale con
La tarantela! y tres, y cuatro ¡Bailá El Danubio azul!, y me olvido del coro, y abajo y arriba,
y sigo, y va, donde sus burlas no me tocan, y uno y dos, y un calor me invade, y tres, y brazos
y sube, y cuello y sí, y más y bien, y crece el calor, y va y va, y me río por dentro y sí, y más
Chito
Me muero de risa cada vez que empezás a contar chistes cuando tomamos la sopa. Es
tu instante predilecto, y disfrutás el enojo de mami cuando el líquido nos salta por la nariz.
Tanto te querían hacer callar de chico que te llamaron Chito, sonido que cobra vida con el
dedo índice sobre los labios: ¡calladito! Ahora sos León, el rey de la selva que se agazapa,
amenazante, detrás de las puertas de nuestra niñez. A la playa en bicicleta, a correr, a nadar
lejos, muy lejos, con esa brazada esbeltaque parece llevarte hasta la otra orilla del río. Papá es
un caleidoscopio de sorpresas: también toca el violín en el jardín, y dibuja figuras en tinta china
de chicos flacos y panzones, en callecitas de barro. ¿Por qué esos ojos negros de mirada tan
gris? Y hace planos de todas las casas del barrio, y recita a Heine, y baila tango, y lee, siempre
lee. No me cuesta quererte: me das consejos cuando los pido, no te enojás como mamá, no me
prohibís nada. Sos ideal. Con los años te reís menos y escribí más: ¿Es la política una mala
palabra?, artículos sobre ética y estética, y unas páginas autobiográficas a pedido mío. Vienen
Lamento que mi vida no haya transcurrido más heroica o novelesca. Soy más un
personaje de Kafka que de Byron.
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Te olvidás de un detalle: mientras Kafka era empleado de una tediosa compañía de
seguros, vos trabajás en casa, sin horarios, gozando de lo que algunos llamarían libertad.
soñé que él caía en la ruta, y que un ómnibus le pasaba por ahí, y el otro por acá, y ya lo
habían despedazado, y así quedaba. Cada vez que lo quería sacar, pasaba un vehículo. Y dije:
a mi hijo esta noche lo han matado, y miré el radiograma, con su nombre y apellido, como si
Me llaman por nombre y apellido. El tipo que me lleva del brazo es más gentil que
antes: soy una ciega respetable. Me sienta junto a un escritorio frente a un oficial militar que
Parece que nos equivocamos con vos, pero si no querés complicaciones, mejor que
obligados a proceder con más firmeza. De manera que acá no ha pasado nada. Nada se nos
su concubina, las movidas de tu tío el periodista, las avivadas de tus primos guerrilleros.
Podrían verse perjudicados por cualquier descuido tuyo. Pero si actuás como debés y no
Abel y Hugo
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No tuvimos ningún problema entre nosotros, a mis primos sólo dejé de verlos por
cuestiones de familia: los viejos sepelearon y dejamos de reunirnos para Año Nuevo y los
¿Y Abelito? Ya está por terminar la secundaria y tiene sólo catorce. Dicen que está
altísimo, un churro bárbaro. Van a ayudar al papá a la clínica, son dos chicos muy bien
educados.
Los chicos llegaron a la cínica una tarde, me cuenta tío Pedro. Abel estaba conmigo
y escuché que Hugo subía las escaleras cuando empezó el tiroteo. Era una emboscada.
Aparecieron tipos armados por los cuatro costados, que lo seguían a Hugo por los
Volvieron con el cuerpo de Hugo, parecía desmayado. No lo habían herido, pero noté que se
había envenenado. La famosa pastilla de cianuro. Querían que lo reviviera, pero no había
Me quedé encerrado en esa escena como en una tumba. Empecé a ver policías por todas
partes, cubrí las paredes con cinta adhesiva para que no me espiaran. Un día llegó la
ambulancia y me llevó. Me aplicaron electroshock. Dicen que me curé pero soy un vegetal, o
Caso 459: No está probado que el 19 de abril de 1977, Abel Omar Strejilevich fuera
privado de su libertad en el domicilio de. . . Capital Federal, por fuerzas armadas que
actuaban bajo el comando operacional del Primer Cuerpo de Ejército.
En efecto, en el recurso de habeas corpus que el padre presentara ante el Juzgado de
Instrucción... no se indica la forma en que el supuesto desaparecido haya sido privado de
su libertad. Sólo se da una fecha, sin ofrecerse testigos ni suministrarse otros datos para
poder esclarecer la situación. Como una indicación se manifiesta que había desaparecido un
hermano suyo, el que posteriormente apareció como cadáver N.N. sepultado en la
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Chacarita.
A esto hay que agregar que en el informe elaborado por la CONADEP tampoco se da
noticia detallada del suceso. Hay una presentación de una prima suya denunciando su
privación de libertad.
Con estos elementos aislados no se puede tener por probado el hecho: no hay testigos
de su detención, ni que hubiera sido visto en algún lugar en que se mantuvieran
clandestinamente detenidas a personas.
Caso 460: El tribunal tiene presente lo dictaminado por el señor Fiscal en cuanto
solicita la absolución de los procesados respecto de este caso, lo que así se resolverá.
La sentencia
Cuando llego a la clínica me llaman la atención dos motos paradas justo enfrente, y la
puerta entornada en un horario en que se trabajaba. Huelo algo raro. Subo y casi me choco
con un morocho enorme. Pienso ya está, listo, acá perdimos todos. Habían sacado a todo el
personal, sólo quedaba una mujer grande que trabajaba ahí. Me preguntan a quién buscoy
digo al doctor. Aparece un tipo petiso en un traje príncipe de gales, que se usaba en esa
época, con pistola. Veo el teléfono arrancado a sus pies. Insisto: al doctor. ¿A cuál doctor?
Al doctor Pedro, se me ocurre decir. No, no, no... Váyase para adelante, me grita. Cuando
voy escucho una voz: Tenemos dos paquetes: un paquete blanco... y otro más. Hugo y Abel,
pienso y me recorre un escalofrío. ¡Pensar que todo eso pasóen segundos! Parecía que
había estado ahí adentro una eternidad, pero fue menos de un minuto. De repente veo a esa
señora yabro los ojos para que entienda lo que le estoy queriendo decir: Mi radiografía,
digo. No está todavía, me mira fijo. Justo sale un tipo rubio, alto, con el estilo de Astiz.
Entonces me apuro para irme de una vez, como enojada: Pero qué barbaridad, mi
radiografía, bueno, mañana vuelvo. Y bajo. Cuando llego a la esquina empiezo a correr.
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Perdí los documentos, perdí todo en esa corrida. No sabía dónde corría, pero corría. Paré
Pero lo recibieron ellos, y ahí se dieron cuenta quién era yo. Por eso agarraron un montón
de cosas mías que había en la casa: fotos de cuando era chica, mi libreta universitaria, una
Nos llevan arrastrando las cadenas al patio de la posible comisaría, de este Club que
Nos apuntan en la nuca: ¡De pie, manos contra la pared! ¡Por acá, parate donde te digo,
maricón! Nos palpan de armas, como si pudiésemos esconder algo. Somos los elegidos. Si se
molestan en darnos tantas instrucciones, será porque piensan liberarnos. Pero nunca se sabe.
Podrían acabarnos con un par de tiros y desquitarse con el resto del cartucho.
A Abel le disparan porque cuando salen a la vereda él se les escapa y corre hasta la
esquina. Lo hieren en una pierna y selo llevan. Esto me lo cuentan después otros testigos. Los
tipos esperan hasta las ocho de la noche -el allanamiento fue a la tarde- para sacar el
cadáver y llevárselo. Deben haber creído que caían a un lugar muy importante, pero se
Mientras manos anónimas nos palpan de armas, las mías revuelven sábanas de la
memoria para despertar a los ausentes entre los pliegues. Ahí están, mis amigos: animados,
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como de costumbre.
Con una zamba entre los dedos y la luna, arrimados a la nostalgia. Las canciones
conviven con utopías paridas por la rabia. No importa el nombre, todos se parecen. Los que
están acá, engrillados, también se parecen. Nos parecemos. Éramos un despilfarro de risas,
no este silencio congelado con forma de final. La lucidez del dolor me obsequia el vano
madrugada. Estamos habituados a despedirnos, pero no a esta ciega ceremonia del adiós.
Sin ceremonias nos meten en una camioneta. Que pase lo quetenga que pasar, de una vez
Le toca a otro.
¡Caminá! le gritan.
duda. O el miedo. ¡Traeme la pistola que lo reviento por pelotudo! Otra voz intercede:
¡Apurate, tenemos más carga para tirar, che! Pibe, contás hasta cien y después te sacás el
Paran otra vez. Uno, dos, tres, soy la cuarta. Sola con ellos.
Turco Julián, Pocavida y Gonzalito, Sami La Foca Loca, el Colorado, el Coronel, Don
Juan, el Soldado, Corchito, Alacrán, Tiro Loco, Centeno, Sangre, El Alemán, Kung Fu,
Gato Viejo, Pajarito, Ratón, Tortuga, Hormiga, Pepe Bolsa de Mugre, Doctor K., Ruso,
El Japonés, Gordo Rey, Baqueta, Rodilla, Honda, Patán, Candado, Chispa, Chacal,
Angelito, Clavel, Padre. . .
Por fin mi turno. Se abre la puerta y me rescata la calle. El ruido del motor se aleja y
empiezo a contar en voz alta, aspirando bocanadas de aire puro. Sigo las instrucciones al pie
de la letra, como si fueran garantía de salvación. Noventa y ocho, noventa y nueve, cien.
Yo lo que hacía era contar, contaba un dos tres, y así, lentamente, hasta llegar a
sesenta, para formar con segundos un minuto y así, tratando de que pase el tiempo que no
pasaba más.
Mientras cuento hasta cien se fueron a todo lo que da. No aguanto más y me bajo la
venda. La luz de mercurio me encandila. Abro los ojos de a poquito: que recuerden la noción
de los faroles.
distancia, esas cosas físicas. Pero rápidamente las recupera. Debe ser como cuando uno está
80
Me adapto enseguida al panorama del barrio: veredas altas, calles empedradas, ahí está
La Boca: tu barrio, Gabriel, el que me regalaste a los quince años. El que palpamos
Caminamos los domingos, cuando cierran los negocios y uno puede disponer de veredas,
terraplenes, y callecitas despobladas como el otoño. La Boca, donde los pobres pierden sus
tesoros durante las inundaciones; donde las vías muertas del tren guardan viejas tonadas
Los balcones ocultan / susurros y sombras / pulsos secretos / ahogan los portales. /
Cortan las calles tres mensajes / Prohibido. / Morirá. / A partir de ahora. / Se
alistan los relojes / espían las mirillas / tiemblan los rincones. / Solemnes y armados
desfilan / sangrientos honores. / Mientras tanto en secreto / y con fugaces citas /
levantan la voz / tímidas esquinas.
Desde la esquina observo las cantinas de La Boca, donde la vida se rocía de vino tinto
hasta cualquier hora. Entro a la primera que veo. Espío a los inquilinos de la noche: festejan
algo con abundante comida, música y ruido. Están contentos, la risa se multiplica. Entre fotos
¡Norita!
No les doy tiempo a contestar. Temo que me sigan, que me escuchen, que me lleven
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Salgo a la calle muy temprano. Mi primer día fuera de la cárcel me levanto a la
mañana, a ver el amanecer después de nueveaños. Salgo y me voy caminando, a mojarme las
patas en el pasto, en medio de las vías, qué se yo...a sentir esa cosa, la libertad.A la noche, me
Estoy mareada, y encima sin documentos y sin un centavo. Lepido cambio al mozo: que
me robaron. Con unas monedas corro hasta la parada. Voy como escapando, no me
iba a ser algo extraño, que uno iba a tropezarse con los cordones de la vereda ¿no?, que la
desubicación sería total. Pero no, en absoluto. Yo salí y sentía una gran felicidad de estar
Caminar por la calle en la oscuridad no es fácil, cuidado: acá hay que bajar veredas por
escalera. Menos mal que conozco la zona porque no veo nada. Espero el colectivo junto al río
blanco y negro, en la calle empedrada. Piedras que esconden manos, presos de otros tiempos.
El 164 estaciona. En este planeta sólo el transporte lleva número, qué placer. Subo y saco
boleto.
Tengo todo el colectivo para mí, soy la única pasajera. Elijo el primer asiento para ver
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Antes los patrulleros eran unos coches destartalados que ni siquiera eran todos de
la misma marca: un Ford, un Chevrolet. Me acuerdo que sabíamos que venía el auto de la
poli por el ruido a lata que hacía. Hasta usaban bicicleta... pero poco a poco se fueron
Documento
Lo único que falta es que este cana suba los dos escalones del colectivo. Dicho y hecho.
Documento, señorita.
Un tipo tenía mi documento en alto y con la otra mano se estaba bajando los
pantalones. Uno le decía que no me lo rompiera, porque lo estaba por desgarrar. Me decía:
si no querés que te lo rompa, dale, y despacito lo iba rompiendo. Uno sentía en esa época que
sin el documento no era nada, por ahí uno lo iba a renovar y quedaba adentro. No tenerlo
me daba terror.
No tengo, le contesto sin ganas, como quien lee un guión poco original. ¿No sabés que
está prohibido salir sin documentos? le toca a él, como ensayando para el estreno. Tienen la
Y me queda la obsesión del documento. Cuando este año lo pierdo voy a hacer la
denuncia a la comisaría, y me toca un policía que no me da bola, que está jugando con la
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computadora.
Bueno, me dice al final. ¿Querés la denuncia? Vamos a hacerla denuncia pero tenés que
pagar. Entonces me acuerdo de esa escena del tipo despacito mostrándome cómo rompía el
documento. Quiero irme, y empiezo a ir para atrás. Empiezo a revivir todo, a revivir, y
No me salgo del guión y retruco: Sí, señor, sé que tendría que llevar documentos.
Acompañame
Dos pares de brazos me sacan de la fila india que hacemos en la frontera con Brasil. En
1976 vuelvo de mis vacaciones, rebosante de luz y de arena, de Copacabana y Pan de Azúcar.
No perciboque el mundo gira ciento ochenta grados hacia la oscuridad al cruzar a la Argentina.
Cuando lo noto, ya es tarde. Manos alertas, suspicaces, investigan mi identidad, hurgan mis
estoy en regla. ¡Esto es subversivo! me grita el gendarme. Son dibujos de los campos de
concentración nazi. Papá pintó en tinta china un paisaje realista con fondo nevado y humo,
cascos y siluetas de soldados junto al alambrado. En un ángulo del campo, la torre de control,
Me cala los huesos con su lapicera, me tacha el cerebro, me interroga acerca de mis
registra como culpable. Me inspecciona el bolso, hojea las revistas, me desnuda a cada vuelta
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de página. Me estruja a fondo, dejándome seca, sin una gota de inocencia. Abre un sobre y
alejarse con el paquete y tirarlo en medio de un potrero. No explota. Vuelve con las manos
vacías. Podés retirarte, y dejate de andar con material sospechoso o vas a terminar en la
comisaría.
Más informaciones
esperaba nada mejor. Quizá me estén probando. Quieren ver si hablo. Andar en mangas de
camisa en pleno invierno, de madrugada, sin plata ni documentos, con marcas en la piel, no
es un hecho sorprendente para las fuerzas del orden. Hay que imitarlos, acentuar el aire de
naturalidad.
Me robaron la billetera.
Se lo doy.
Buenas noches, señora. Acá, en la comisaría, se encuentra una joven que dice vivir en
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ese domicilio. Queremos saber si la conoce y si sabe dónde estuvo esta noche.
¿Terminará esta sesión? El reloj de la comisaría marca las cuatro de la mañana. Hace
dos horas que me tienen, y no hago más que adelantarme a lo que va a pasar. Y no pasa nada.
Si salís corriendo cuando llueve te mojás dos veces: con la lluvia que te cae, más la
que te adelantás en recibir: la lluvia de adelante. Eso me decían cuando era chica. Y ahora,
pensaba, estoy así, siempre adelantándome. Pero sólo podré dejar de anticiparme si llega el
final.
hablan, me hablan.
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Tenía claro que iba a empezar a hablar desde el precisoinstante en que pasara la puerta
de ahí. Y fue lo que hice. Desde que salí empecé a hablar. Y hablé, hablé sin parar, hasta hoy.
Fui a Naciones Unidas, fui al Vaticano, fui a los Estados Unidos, a España, fui a todos lados
campos de concentración. Yo había salido, pero había un montón de gente que estaba
pasando por eso que yo había querido cada día que se corte, así fuera con la muerte. Y había
gente que seguía padeciéndolo así. Eso era lo que yo hubiera querido que hicieran por mí
cuando estaba adentro. Por eso nunca dejé de tener ganas de hablar.
No tengo ganas de hablar. No sé de qué puedo hablar con tres policías. No contesto. En
la puerta de casa, dos pares de brazos me alzan. Sonrío, segura, entre sus brazos. Revoloteo
palabras. Mamá se acerca y me ve las cicatrices, que se resisten a salir con esponja y jabón.
Recuerdo sus manos en las nervaduras de mi piel. Mi piel es lo único que ha cambiado en
estos días.
Todo sigue tan normal: la cama en su lugar, la lámpara globo. Falta mi poster de
Vietnam. Lo habrán hecho papel picado. El Tesoro de la Juventud no les interesó ¿muy
pesado? Tampoco sobrevivieron los álbumes de fotos, mis cuadernos, ponchos, el reloj, la
radio, esas cosas. Por suerte no arrancaron la puerta, ni el inodoro, ni se llevaron los muebles.
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No, apenas mis diarios y mis cartas, detalles. Fueron sobrios: no vino el camión del Ejército a
Habían cargado con muchas cosas: cuando me quise vestir, me acordé que tenía la
ropa en la valija, y cuando la abrí no había casi nada. Me puse una blusa de fiesta, lo único
que encontré. Se llevaron todo lo que se podían llevar, menos la heladera. Y al día siguiente
Pueden volver, siempre pueden volver. Les gusta que uno viva pendiente de su posible
llegada. Pendiente y temeroso, como debe ser. Ruidos y voces se me meten en los sueños. Una
Una tarde de 1977, se cuenta al unísono en Rebeldía y esperanza y en Una sola muerte
El portero la llamó aparte y le dijo que al mediodía habían estado policías de civil que
habían preguntado por ella.
¿Qué le habrán dicho al portero de casa? Tuvo que haberles abierto la puerta de entrada.
La joven mujer -tenía 26 años- se sorprendió.
Nos sorprendimos.
A las diez de la noche golpearon a la puerta. La escena fue igual a la que miles de
personas tuvieron que sufrir en los años de Videla-Massera-Martínez de Hoz. La tiraron
al suelo, la golpearon, la interrogaron sobre supuestos.
Qué soledad, la joven inglesa con los héroes de la patria. Por lo menos en casa éramos tres.
La trasladaron luego a un lugar distante unos veinte minutos que Diana reconocerá después
como el Comando del Cuerpo I. . .
Veinte minutos al norte, quince o veinte hacia el sur: rutas hacia el mismo límite, fuera del
La aterrorizada muchacha, con los ojos vendados, es violada concienzudamente por turno.
Dos horas cada uno. Mientras dos duermen, el tercero viola. Vale todo. Un verdadero
triunfo de las braguetas argentinas sobre la indefensa inglesa. ¡Por fin un triunfo! Los
goles se van acumulando. ¡Argentina! ¡Argentina! Cuando les llega el hambre, bajan a
comprar pizza y Coca-Cola. Y siguen.
extranjerizantes.
Tres días y tres noches durará la becerrada. "Si hablás una palabra sos boleta", es la
consigna.
Y se van. Con todo: los aparatos, la colección de discos latinoamericanos, joyas, dinero,
las ropas.
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Fotos y ponchos, relojes, adornos, colección de monedas.
Lo que no pudieron llevarse fue destruido. Hasta arrancaron las puertas interiores de
la vivienda.
Victoria, terror, botín y tierra arrasada. Guerra sucia. A los diez días Diana pudo
abandonar el país.
Pudimos, Diana.
Querida hija:
Leo tus memorias una y otra vez. Siempre vuelvo a ellas, hasta que quedan grabados los
detalles que más interesan, o todo. Como multiplicar las visiones: agregar a la mía una visión
tuya. Verte de nuevo, como un pantallazo, con tus bultitos, emigrando.
Desde la ventanilla del avión Argentina es un perímetro, un punto entre las nubes, un
territorio que imagino.
90
II
Hasta que un día
me devolvieron el nombre
y salí a lucirlo por los pasillos
del mundo.
Máscaras encontré
países perfiles adormecidos
lenguas golosas de novedades
absurdo.
¡Quiero mi nombre!
mi nombre propio curvo palpitante
¡Que me lo traigan!
envuelto en primaveras
con erre de rayuela
con o de ojalá con a de aserrín aserrán.
No fue un sueño
Hoy vi un mundo a la deriva. Había figuras que volaban o nadaban en el espacio, mujeres enormes y
diminutas, hombres de todos los tamaños que se duplicaban, triplicaban, multiplicaban. Al hacerlo creaban
cuerpos y parecían bailar con alguien. Ese alguien era un traje sostenido por el vacío de una ausencia. Las
parejas jugaban a las simetrías y a las sorpresas, apareciendo y desapareciendo en un fondo negro del que
brotaba el asombro. Un tren fantasmal atravesó el horizonte, yendo hacia ningún lado. Un barco cruzó el
océano, unas olas inmensas rompieron contra la proa, lo cubrieron de espuma, y cambió de rumbo. Implacables
alas de aviones sobrevolaban el horizonte y toda costa posible. Oí gritos pero no había nadie. Sólo ecos. Salí
No era un sueño. Se oyen gritos pero no hay nadie cuando la arrancan del colectivo y la meten en un auto.
La historia de siempre. En pleno día, en pleno centro, en plena juventud. Sólo que, en el caso de Olga, a quien
querían arrancar del colectivo era a mí. ¿Cómo? ¡Si ya lo habían hecho! Sí, y lo podían volver a hacer tantas
Una prima que nunca conocí les muestra a mis padres una foto carnet de la adolescencia. En blanco y
negro somos iguales, casi. Empieza a dar vueltas el Falcon sin chapas con Olga. Pleno centro, pleno día, plena
joven que no entiende bien: si sólo estudia y va a bailes y no está en nada, ¿por qué y cómo la meten de golpe en un
coche ajeno, un pañuelo le encierra la mirada y la voz anónima del walkie talkie recita su identikit?
cuero cabelludo. La diferencia de color los irrita: ¡Te teñiste, hija de puta!
1978. Los argentinos somos derechos y humanos. Ahora son selectivos, no se la agarran con cualquiera
--llegan demasiados intrusos a husmear en asuntos internos, después andan denunciando abusos como si
entendieran algo. Por eso los empleados no saben qué hacer con el paquete, dan vueltas por el centro: que el
El que decidía si nos largaban o no era un coronel, que siempre me venía a ver. En esas charlas le
descubrí un lado flaco. Me di cuenta, primero, que era soltero. Y segundo, que tenía una fijación edípica con la
madre. Las visitas eran cada tres meses y después de cada una el tipo ordenaba las libertades. Entonces me
organicé toda una conversación centrada en eso. Cuando llega a mi celda le digo: mirá, lo que más extraño es a
mi madre. Ni siquiera menciono mujer, amigos, nada. Había recopilado de mi vida un montón de historias sobre
el tema. Le insistía: toda mi infancia y mi adolescencia he estudiado para poder recibirme y así darle un título
a mi vieja. Y a un machista y un tipo edípico, uno puede esperar que esas cosas le impresionen. Cuando
termina la visita me dice: no quiero prometerte nada, pero podría ser que la próxima tenga alguna buena novedad.
Y me pregunta: ¿con quiénes te juntás vos en el patio? Entonces pienso, ahora sí tengo que decirle con quienes
me junto. Por eso se lo digo. Después ponen la lista con los que salen en libertad. ¡Y aparezco yo con todos los
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Antes que nos sacaran al patio te escuché, me cuenta un amigo de Gerardo. Nos reconocimos en
alguna marcha por los derechos humanos, y la sorpresa nos enredó las voces hasta el final de la noche.
Nos largaron a los dos en el mismo momento, estoy seguro. Te reconocí la voz. ¿Acaso no pediste
permiso para moverte? ¡Qué ocurrencia! Cuando te lo dieron me animé y también yo empecé a moverme,
sin que se notara mucho. Yo estaba muy atento a las voces para detectar si estaba Gerardo. Caímos
juntos.
No hablé de su desaparición por miedo. Un miedo que al principio eran vómitos cada noche, y
pesadillas, y miedo a las pesadillas. Tu hermano también tenía miedo, y por eso vino esa vez a dormir a
casa. Le dije que era más seguro dormir en el ómnibus, ida y vuelta a La Plata o a Rosario. Pero eso le
daba más miedo. No quería estar solo. Nos fuimos caminando a mi casa, y así se sintió mejor.
¡Abrí la puerta, pibe!, me gritan, como si necesitaran que uno les abra. Gerardo dormía en la otra
pieza y no iba a tener tiempo de escaparse. Titubeé, me hice el que no sabía dónde había puesto la llave,
que estaba en la cerradura. Hasta que al final me di cuenta que él tampoco conocía la casa como para
No todos los días uno abre la puerta para que entre un ciclón desmantela habitaciones y destroza el pasado y
arranca las manecillas del reloj. No todos los días se quiebran los espejos y se deshilachan los disfraces. No todos los
días uno trata de escapar pero el reloj se movió la puerta torció la ventana trabó y uno gime acorralado por minutos que
no corren. No todos los días uno tropieza y cae manos atrás atrapado por una noche que remata su vida cotidiana. Uno se
marea por la vorágine de retazos, de ayeres y ahoras aplastados por órdenes y decretos. Uno se pierde entre sillas dadas
vuelta cajones vacíos valijas abiertas colores cancelados mapas destrozados carreteras inacabadas. Uno apenas
siente que los ecos modulan ¡te querías escapar, pendejo! y que una boca inmensa lo devora.
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¿Fue así, Gerardo? Los segundos que podrían haberte salvado habían desaparecido.
A los dos nos tiran al suelo y después contra la pared para pegarnos. Nos suben a un coche y
enfilan hacia el centro. En unos veinte minutos llegamos al chupadero. Ahí nos separan.
Te separaste, viejo, de tu antiguo yo. Uno se cansa de tanto jugar al superhombre, de ese arduo trabajo de
ser siempre razonable, ecuánime. El rey de la selva, agotado de su papel, se esconde. Se resigna, renuncia a todo
anhelo posible. Una forma de rodear la desesperación sin chocar con ella. Cuando la pena es más agobiante el tenue
hilo de angustia se corta y acomete una calma parecida a la indiferencia. El rey de la selva, León, Parece recuperarse.
Pero lo suyo no es serenidad sino una tristeza que le devora la voluntad. Por no habituarte a convivir con la ausencia
cerrás los postigos de tu vida por no habituarte a convivir con la ausencia. No querés oír lo que supe de Gerardo.
... los detalles. Es lo primero que se le aparece a la memoria, y lo primero que parece que hay que olvidar.
Es lo que parece insoportable y es lo que aparenta definir la diferencia. Los detalles.
Alejandro Kaufman
Ya que querés más detalles: después lo veo en la leonera, un lugar donde te tienen como a animales,
como indica su nombre. Nos dejan juntos por un rato. No sé si para escucharnos o por equivocación. Apenas
nos bajamos un poco el tabique y cruzamos unas pocas palabras: que no dijo nada de mí, que no hablé de él.
Pero me dice que había cantado. Vos sabés, a los judíos se la daban con todo. Después, unos guardias se
En Jerusalén
Que me saquen de estos 50 grados centígrados a la sombra: es mi único, ferviente, ardoroso, inútil
deseo. No hay agua fría, apenas unos vasitos de agua caliente, color café.
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Todá, le digo, gracias. Me invaden cataratas de sudor después del primer sorbo. – Lejáim, me dice,
a tu salud. El hombre sigue hurgando la arena, revisando entre los granos como quien revuelve el ropero
de su abuela. Sus antepasados vivieron aquí, su tacto entiende. Los beduinos no necesitan medir, ni
estudiar. Saben lo que hicieron, dónde, cómo, cuándo y para qué. Nosotros apenas tratamos de robarles,
legalmente, su saber.
Amasan la pita, ese pan fino con aroma a ceniza. Abrimos un par de latas de conservas: arvejas al
natural y sardinas en aceite, nuestras precarias maravillas. Nos orientan en el laberinto de piedras y muros
que van desenterrando con pocos instrumentos y muchas yemas. En el reino del viento caliente y áspero, el
jamsin, la arena se convirtió en reloj, la propiedad de la tierra es un sueño de trasnochados, el signo pesos
no existe. Estamos perdidos a pesar y por nuestras máquinas y nuestra razón. El universo es este horizonte
Lo que me impresionaba era esa luz verdosa clara, día y noche. Siempre la misma porque era una
luz artificial, que provenía como del techo y no la podías apagar, prender, nada. Entonces te daba una
sensación de estar fuera del tiempo, metido en ese lugar, siempre igual. Una celda escondida del mundo.
Este exilio de mí
Una celda escondida entre aroma de pinos y granito, a la que llamás tu leonera. Ocultás tu dudosa
identidad en esa casa donde las horas son pisadas que entran y salen, suben y bajan, vuelven a entrar. Las
impasibles escaleras que auscultan la roca dan a tu ventana, y te pasás los días mirándolas entre pitada y
pitada de la pipa que le robaste a tu antiguo yo. A ese no tuve el gusto de conocerlo, sólo me crucé con el
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Andrés resucitado. Al otro lo dejaste allá, en La Plata, junto con sus documentos y sus planes, el día que un
mensaje fugaz salido de otra celda te puso en marcha. Había que borrarse. En Jerusalén encarnás un
personaje de tus cuentos: el que se esconde detrás de una enorme pelusa de su cuarto para protegerse del
mundo. Te metés en tu estuche, la silla de madera a la Van Gogh, pero en vez de asomarte a la ventana,
pincel en mano, te empacás en mirar hacia adentro por alguna cerradura invisible.
Te busco un mediodía. No voy de visita, sino como vine al mundo: para quedarme. Abrir tu puerta es
abrir la tapa de un libro que intriga por sus letras anacrónicas, por sus bordes raídos, como si el tiempo
hubiese querido pegarse a las hojas. Una voz familiar nos interpela desde tus paredes y exige definiciones.
Vivís el texto de una Argentina agotada desde el 76, y ya han pasado un par de años. En tu libro pululan
Te doy una lección de compromiso instalándome en el centro mismo de tu prosa. De las paredes
salen voces con las que tapamos el ruido de la radio, la televisión, la calle.
oponiéndole frases a una realidad de artillería. Le bajamos el volumen pero no hay caso: siguen sonando los
ruidos locales para recordarnos que estamos de más. Acá también. Un par de intelectuales iletrados,
¿Hicieron algo?
Te exiliás, viejo, en el departamento y no venís con mami a Israel. “No se hagan problema por mí”,
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escribís, pero sabemos que te quedás solo por esquivar el mundo, aunque disimules con maestría tu gesto de
avestruz.
12 de diciembre de 1978
Queridas mías:
Les adelanto que durante vuestra ausencia me divertiré de lo lindo. Pienso recorrer el barrio sur para
admirar lo típico de su miseria, nadar en las aguas envenenadas del Río de la Plata, respirar el aire con humo
de churrascos en los bosques de Ezeiza, y saludar al Año Nuevo rodeado de mosquitos. No sean
envidiosas. Ya les tocará ustedes.
El libro es Gerardo. Sí, sí. Hablamos en la Knesset, el Parlamento Israelí. Golpeamos puertas. Pero
hay ciertas reglas del tres que uno no sabe cómo resolver: si Israel le vende miles de armas a la Argentina, y
si a un desaparecido lo puede matar un arma, ¿cuántas armas israelíes son necesarias para poder matar a
A mi juicio los judíos del establishment fueron muy blandos y silenciosos. Con respecto a los
presos indagaban, pero con respecto a los desaparecidos, lo hacían con una timidez que a los militares les
venía al pelo. Recuerdo que en una asamblea que se hizo en la AMIA, con madres de la colectividad, ellos
decían que nosotras éramos injustas, que ellos buscaban a los desaparecidos. Y una madre les dijo: Es el
momento de gritar, de exigir, no de actuar de modo tan silencioso, tan prudente, tan juicioso.
A mi juicio
Cuatro juicios perdidos, cuatro muelas, adiós juventud. Espero el visto bueno de la enfermera,
desfilando junto a la hilera de víctimas para otorgar la última bendición. Su visto bueno garantiza el pase a
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retiro de este laberinto de dolores, gasas y sangre. Cientos de bocas lastimosas imploran misericordia. Acepto
esta escena final con mansa indiferencia, cansada ya de rebelarme frente a los ritos canonizados por nuestra
sociedad.
Todo empieza de la manera más normal. Un guardapolvo se me acerca con sonrisa de dentífrico
blanqueador.
Encantada por los modales del médico, ubico el marcador en la página cuatro de El Proceso para
seguirlo, humildemente, hasta ese sillón cuya sola presencia me transforma en carne de cañón.
Me pide que abra la boca. Obedezco. Maxilar inferior hacia abajo, cabeza hacia arriba, sin moverse. En ese
momento la enfermera le empieza a hablar. No le entiendo el hebreo, pero no me cabe duda que habla por lo
Por fin el doctor irrumpe en mi intimidad con sus pinzas, tijeras y miradas de erudito. Le deleitan mis
muelas, cultivadas pacientemente desde mi más tierna adolescencia. Arranca la primera. Mi cuerpo mudo,
espectador de su propia agonía, no tiene fuerzas para reaccionar. Por lo menos el dolor, corriente que invade las
encías hasta sus últimos límites, me distrae de la cara del cirujano, que con su destilada sonrisa me avisa que
estamos llegando. A dónde, quisiera saber. El instinto me responde con ritmo de zamba: ¡y se va la segunda!
Lo bueno es que uno se acostumbra a sufrir, por eso cobro valor: estoy dispuesta a saldar la cuenta al
contado y seguir hasta la cuarta muela de juicio de un saque. Justo entonces el verdugo se apiada de mí:
Cierra el capítulo con mis quejas a pie de página. No hay opción ni para suplicios voluntarios. La
enfermera me revisa mientras cientos de dentaduras se abren y cierran, en fila, devorando el perdón
100
administrativo. No tiene la culpa que la mire con odio retroactivo. Lo arrastro desde mi internación involuntaria
en la enfermería del ¨Club Atlético¨, a veces se me superponen las geografías. Salgo a la calle. Por la vereda siento
avanzar la hinchazón de las mejillas mientras los ojos de los transeúntes me despojan del poco orgullo que me
Qué feas tus muecas, Gerardo, cuando te plantás delante de mí en el dormitorio: una mano estira la
Se escondieron todos los que podrían identificarte, y me embromé. ¿De qué me sirve salir
con tu foto para mostrarla ¿A quién? ¿Quién puede regalarme un gesto, una palabra, una nueva imagen tuya?
¿Quién puede curarme de esta incógnita que arrastro por el calendario? ¿Al mar? ¿Fusilado? ¿Al río? Dijo
¿Será cierto? Cada vez que vuelvo a la Argentina trato de rellenar la incertidumbre escribiendo, como
¿Cómo me decidí hoy, precisamente, a sentarme y volcar pensamientos en este cuadernito inconcluso,
en parte escrito con fórmulas algebraicas que nunca entendí y que no llegaré a entender jamás? Por estar
escritas por mi hijo, al cual quién sabe cuándo y cómo lo volveré a ver, si estaré o no cuando salga, si es que
sale. En fin, en este día justamente en el que entró en sus veintiocho años de vida, si vive, me encuentro
demasiado desesperada para salir o para decirlo.
Por eso tomé este cuaderno, que por ser suyo me acerca un poco a él. Pienso que si un día llegara a
verlo, desearía poder decirle todo esto personalmente. Si no se diera así, quiero al menos que sepa lo que nos
ha faltado. No quiero hablar de nuestro sufrimiento, él debe haber sufrido mucho más. Y si en algún
momento pudo pensar, habrá sufrido pensando en nuestra pena, pues sabía que ignorábamos qué pudo
haberle sucedido. Quizá las veces que soñamos con él fue a raíz de su pensamiento, tan concentrado en
nosotros.
101
Sé que él no querría que en su día yo estuviera encerrada con mi angustia. Que me perdone por no
hacerle caso. No puedo evitar la sucesión de recuerdos y remordimientos por actitudes mías que generaban
situaciones negativas entre nosotros.
Hoy es un día soleado, muy caluroso; cerré las persianas y prendí la luz de la lámpara. Me molesta el
día de hoy. ¡Si hubiera estado nublado! Pero no, ni eso se puede elegir.
¿Dónde estarás? ¿Sabrás que hoy fue el día de tu nacimiento? ¿Tendrás noticia de ello? ¿Qué
pensamientos, recuerdos, imágenes, pasarán hoy por tu mente? ¿Habrás podido hacer un balance de tu
existencia hasta el momento en que dejaste de pertenecer al universo de personas que andan por la vida de
un lado para otro, sin pensar que justo eso se puede terminar, que sucede algo casual y ya no somos más?
Es terrible no saber qué pudo haber sucedido con un ser; más aún si ese ser es querido; es lo más
terrible, es peor que la muerte. Ahí tenés la certeza, aquí la duda permanente. No te da descanso, ni paz. Vivís,
hablás, comés, andás, pero no sos. Estás vacío: te falta saber lo que pasó y te falta la presencia de ese ser. Están
sus objetos, sus libros, sus letras, su ropa, pero él no.
Sólo el que lo vive puede saberlo, no es lo mismo imaginarlo. A veces es tal el vacío que no sé cómo
llego al fin del día habiendo hecho cosas, andando por las calles, conversando con la gente, llevando lo que se
llamaría una vida normal. Todo eso es exterior, adentro está el vacío. ¿Cómo se cura? ¡Sólo con tu vuelta! Y
eso ¿cuándo podrá ser? No hay respuesta.
Es tremendo comprobar que somos números anónimos, que no contamos para nadie.
Desaparecemos, nuestro lugar se rellena y el mundo sigue andando. Espero que esto no dure mucho tiempo
así. Mataría a muchos padres.
Versátiles terrenos
transformacionismo autóctono no tiene límites; pero tampoco lo tiene la curiosidad de una periodista
extranjera, multiplicada por la mía. Kerrie, que trabaja para Radio Canadá, me pide ayuda para preparar
La idea es entrevistar a alumnos de colegios privados que hoy juegan a la pelota en estas canchas:
versátiles terrenos que hace menos de veinte años albergaran salas de tortura. Trataremos de averiguar
cómo se sienten estos jóvenes metiendo goles en medio de los ecos de desaparecidos de su misma edad.
Yo estudiaba en Exactas y tu hermano a veces venía a jugar al fútbol con un grupo que se reunía en las
canchas cerca de la facultad de Arquitectura. Ese era el momento de encuentro más frecuente. Jugaba de
arquero. Me parecía una persona de muy buena fe, quizás un poco cándido, un buen chico sin lugar a dudas.
102
Cuando leí el testimonio sobre Gerardo en el Nunca Más me puso la piel de gallina. Una pena enorme
Esta gente tiene derecho a ofrecerles sus canchas a quienes se les antoje, y como estamos en
democracia nosotras también tenemos derecho a hacerles preguntas a quienes se nos antoje, dentro o fuera
de la ESMA.
El campo dentro de la Escuela Mecánica de la Armada empezó a funcionar durante el proceso que llevó al
golpe de 1976...
El campo funcionó en el casino de los oficiales, un edificio de tres plantas con un subsuelo y un ático
inmenso. Los oficiales dormían en las dos primeras plantas; en el subsuelo los torturadores se dedicaban a
su tarea; en la tercera planta y en el ático, los prisioneros aguardaban su destino.
Andersen, Dossier Secreto
Para llegar a destino le pedimos direcciones a los vecinos, que son pocos. Sobre todo, chicos
Bajo el puente la colgaron, con esa cuerda. Mirá esta foto de mi hija, mirá la venda sobre los ojos.
Este es un documento tremendo que ellos no pueden negar. Tengo la pollera de este saco. La pollera la
tengo yo. Mis fotos son evidencias que los van a fundir. Y fijate la burla final, el letrero que le ponen después
que la descuelgan. ¿Hay derecho? La tuvieron ahí, como un día exhibiendo el cuerpo tirado en el piso,
con ese cartel. Yo fui montonera. Y la gente pasaba junto al cuerpo, junto al cartel, y seguía caminando.
Caminamos entre senderos de tierra que bordean el edificio por donde no hay guardias. Nos
muestran que el sendero se hace calle y desemboca en el cerco de atrás de la ESMA. En esas
103
¿Qué comisaría?
Viejo: oigo tus pasos tenues interrumpir el mutismo del pasillo. Pasos aéreos, de esos que se asoman a
precipicios, de esos que se paran justo antes de ceder a la tentadora inmensidad que duerme bajo sus pies. Tu
Son manos anudadas, dedos tensos revolviendo escombros los que hablan.
Les dije que estuviste desaparecida en el 77, y que por eso estaba muy preocupado, porque esta
noche te esperaba y no volvías. Tu tono es ahora un hilo que no se sabe si atraviesa estómago o infinito.
Abrieron un prontuario con tu nombre. Dicen que lo van a cerrar cuando aparezcas. Tenés que ir.
Ahora las manos se separan y corren paralelas, abren el espacio para conseguir más aire.
¿Cómo hacer para abrazarte, para sacarte de encima ese miedo enorme, ese monstruo de terror que te
aplasta los pulmones, que te hace patético, indefenso? ¿Cómo hacerlo si a mí también me asfixia, me
aplasta el cuerpo, me hace deforme? Apenas tengo un par de cuerdas vocales para ordenarte que me
acompañes. Entrar a una comisaría: meterme entre los dientes de este animal salvaje que nos acosa. No puedo
pensar. Pisar ese mosaico, aunque digan que es otro, oler ese olor, aunque sea otro, escuchar esas voces y ese
Nos metemos juntos. Una vez adentro, los ojos recorren un plano unidimensional, abstracto. No
siento nada.
Guardias en la puerta de entrada, el patio empedrado, la sala de paredes descascaradas, el olor, ese
olor azul. El mostrador para la confesión, las explicaciones, el número, la firma. Firmamos.
104
No sé de qué comisaría salís con esos pasos cortos, el brazo plegado para que yo me agarre. Yo
salgo de la mía, de esa madrugada de invierno en julio del 77. Vos de la tuya, una mañana helada de julio,
solo, porque nadie te acompaña a denunciar los dos secuestros. En realidad, salís de varias. De una comisaría
con estufas a kerosén que no logra entibiar la indiferencia burocrática. Y de otra más, con ventiladores
ruidosos que no alcanzan a refrescar la empedernida indiferencia pegoteada a las paredes, ni la piel de
policías que teclean la información una y otra vez, sabiendo que vos sabés que ellos saben lo que dicen no
saber. Las estaciones del habeas corpus: entrar con él y salir con las manos vacías. Ojalá pudieras gritar,
pero vas mudo, encorvado. Una sombra lastimada te cuelga del cuerpo y no sé cómo curarle la herida. Te tomo
Lo inesperado
“El silencio encierra la imposibilidad de decir eso, el horror, lo terrible”. Las palabras saltan de la
página para escurrirse por la ventanilla y encarnarse en la fachada de un edificio de mi pasado. No tendría
que sorprenderme, lo extraordinario puede mirarnos desde cualquier ventanilla. Frente a mí se planta el
Tantos años de silencio y todavía las mismas geografías, las mismas obsesiones. El colectivo pasa
frente al portón de mi comisaría. Destino o azar, lo mismo da: decido bajar. A mitad de cuadra, la típica
hilera de patrulleros. Son viejos, tendrán más de quince años. Un coche retrocede para estacionar y el freno
me remonta dieciséis años atrás, a la madrugada de julio en que me largaron, mi camisa de algodón, sus
uniformes de invierno, mis bolsillos vacíos, sus armas. Salimos del auto y entramos por la puerta principal.
Recién noto la fachada: dos murales de Quinquela Martín, con imponentes barcos y trabajadores
105
portuarios (Quinquela no pintaba policías). Allá estarían el teléfono y la mano marcando mi número. La
forma de mi pasado.
El guardia no le dice nada a esta señora curiosa que se asoma a su lugar de trabajo: mosaicos
terracota, azulejos, colores primarios, paredes claras. Aquella noche de julio del 77 las mismas paredes
¡Mirá, che!
Como en las películas, en ese preciso momento un camión del ejército pasa delante de nuestras
inocentes narices. Está a punto de entrar. Una de las heroínas corre a preguntarle, con su mejor sonrisa, si se
Kerrie y Nora han logrado pasar al otro lado del cerco como si nada, están textualmente dentro de
la ESMA, mirando atónitas cómo este señor se baja del camión para cerrar el candado del portón. Cierran
las barreras.
Por eso nuestra correspondencia era siempre en clave. Gerardo era el libro de física.
Y hasta te avisan que lo hacen: al leerlas estampan el sello del Ministerio del Interior sobre el
nombre del remitente, para dejar bien claro quién es dueño de la intimidad en este país. Las cartas del
106
10 de julio de 1979
Querida Nora:
Son tan herméticos los términos de las respuestas oficiales, que uno termina recurriendo a
cualquier método con tal de encontrar una palabra de ánimo. ¿Vos creés en la parapsicología? Le
mandamos un cheque a uno de esos visionarios. Nos respondió que el libro está. Nosotros no creemos,
pero tampoco podemos dejar de preguntar. ¿Cómo saber la verdad?
La verdad es que de acá hay que salir por la puerta principal- digo como quien mide a ciencia cierta
¡Estás loca de remate, acá no saltamos ninguna verja! Esto no es una de cowboys, Kerrie, ¡date
cuenta que nos faltan por lo menos dos caballos! Mientras lo digo casi me confundo y creo que entramos,
Íbamos al cine en el barrio, a ver películas de guerra o de cowboys. Cuando llegaba la7a de
Caballería, en vez de festejos había abucheos, y cuando aparecían los indios, aplaudíamos. Si daban
películas de la Segunda Guerra Mundial, aplaudíamos a los nazis. ¿Por qué? Porque de los nazis solo
sabíamos lo que daban las películas norteamericanas, que eran de guerra, donde no mostraban el
genocidio. Los nazis eran los malos, tenían un uniforme, y se enfrentaban a otro uniforme. Estábamos a
favor de los malos porque éramos antiyanquis por encima de todas las cosas.
¿Qué hacer?
¿Qué hacer con todas estas cosas? En la solapa, disimulado bajo un pañuelo, la actriz
argentina tiene un micrófono. La intención: grabar lo que siente en el lugar adonde presuntamente
107
fue trasladado su hermano. ¿Sentir? ¡Los actores siguen un guion, no se les pide que improvisen!
No puedo pensar. De la muerte no se habla. La muerte se muere. Es otoño. El sol se posa en las
hojas y las empuja entre los álamos. Caen, una tras otra, al ritmo de trinos amarillos.
El lugar de los hechos, donde se le hacen grumos de espanto a la vida. El lugar de los hechos: un giro
elegante para como la acción. Hurgo en la tierra para encontrar sus caras. Barro espeso, siluetas, miles de
estaba a oscuras, pero había l mástil. Eso era parte del entrenamiento militar de nuestra célula. Los que se
quedaban tenían que defender. A mí me tocó la parte atacante: nos lanzamos, después de varios revolcones,
a través de la cocina, con gran estrépito. Fue muy fácil porque los del campamento habían dejado una
guardia y los demás se habían ido a dormir. Más que entrenamiento militar todo esto parecía un partido
de fútbol.
GOOOOOOOOOOOLLLLLLLLL
Al fondo, un partido de fútbol. Vida o muerte por la pelota que salta de uno a otro pie. No hay
108
-Se dijo que el campo de deportes estaba sembrado de cadáveres de guerrilleros y eso es un error. Podía
haber ocurrido que se cremara eventualmente el cadáver de algún herido que no soportó y se murió.
-¿De qué manera?
-Se lo quemaba… Pero fueron muy pocos…
-¿Había algún lugar especial para eso?
-No, no. Atrás. Pero eran casos muy raros.
-¿Tenían alguna instalación especial?
-No, nunca hubo nada raro. Es más, siempre estuvo en uso el campo de deportes. Nunca se clausuró.
-¿Quemaban un cuerpo y después jugaban al fútbol en el campo de deportes?
-Nooooooo. Ese campo de deportes es muy grande, de tierras ganadas al río. La última parte es
prácticamente inaccesible, no está en uso. Era al fondo de todo, junto al río.
Horacio Verbitsky. El Vuelo, Entrevista a Adolfo Scilingo (1995)
Nos acercamos al fondo, junto al río. Uso el acento gringo a modo de disfraz. Otra vez en la pantalla, sin
libreto.
Ah, no sé. No sabemos nada de eso. Si quieren preguntar algo pueden ir a esa casa, ahí están los
profesores.
-Pero Larry, la ESMA es una escuela ¿realmente crees que ahí torturamos?
[El Almirante Massera a Larry Birns, fundador del Concejo para asuntos
Hemisféricos en Washington]
Andersen, Dossier Secreto
Ese edificio tiene la particularidad de ser una escuela... y tiene otra particularidad, la de esgrimir
la palabra mecánica. Es como si ciertos edificios estuvieran predestinados a la función que
trágicamente alguna vez van a cumplir.
Horacio Gonzalez
¡Preguntarles a los profesores! Tarde para arrepentirse. No podemos desandar el césped, saltar el
portón, volver al sendero, rebobinar el rollo de esta serie, definitivamente de cowboys. Los ojos abiertos,
los sentidos atentos y una bola de miedo que se agranda, sube del estómago a la boca, arrasa con el
109
presente y se atora entre la garganta y el asco. Golpeamos la puerta.
Fantasmas
No quisiste ni siquiera ir a buscarme al aeropuerto, aunque hace tres años que no me ves. El tiempo
que pasó se te nota, León. No das el salto del corredor a la plaza que al meterte en la historia te salve del
vacío, ni podés darle forma al dolor con las manos, tan inseguras que ni se atreven a salirse de los bolsillos.
A solas con tus recuerdos, te acostumbrás a rumiar ese fracaso que te ponés de sobretodo en tu vejez.
Recorrés habitación tras habitación como quien visita un departamento en alquiler. Te estás despegando la
vida.
El mundo nos deja mucho antes de que nos vayamos para siempre, te gusta citar, quizás a modo de
advertencia. Las persecuciones siguen trabajándote a domicilio. Deambulás por tus miedos, las manos
atrás, balanceando una cabeza a punto de desbordar su contenido amargo, en ebullición. Llevás un gran
fardo en la espalda y te preocupa. El peso te hace cruzar el pasillo en más tiempo del que tardarías en
contar tu vida.
merecido descanso. Parecen estar solos, pero las paredes están pobladas de fantasmas.
A los fantasmas no se los puede indemnizar, eso cae de maduro y a nadie se le podría ocurrir
cuestionarlo. Lo que pongo en duda es que realmente yo haya sido un fantasma. Sin embargo, las planillas
110
Los presos políticos pueden reclamar, de acuerdo a una nueva reglamentación fechada el 24 de junio de
1992, un monto de dinero en relación a los días transcurridos entre rejas. Ellos estuvieron a disposición del
Poder Ejecutivo, pero los que no estuvimos ni presos ni a disposición de nadie, sino más bien todo lo
contrario, lógicamente no constamos en los archivos y por ende no existimos, que es lo que queríamos
demostrar.
A los ex-presos les toman declaración en la Secretaría de Derechos Humanos a los efectos de llenar el
nada que llenar en el formulario, ya que por el párrafo anterior queda demostrado que los desaparecidos no
existen.
NOMBRES,
APELLIDO:..........................................................................................
DOCUMENTO DE IDENTIDAD.: Tipo:...........
Nro:.................................................
DOMICILIO REAL:...........................................................................................
Localidad:.................................. Pcia:...........................Cod. Postal:............
DISPOSICION DEL PEN:
Fecha de inicio....................................Decreto Nro...................................
Fecha de cece.......................................Decreto
Nro................................... CASOS DE CIVILES DETENIDOS POR
TRIBUNALES MILITARES: Fecha de arresto:.................... Lugar
.................................................................
Fecha de libertad............................. Tribunal que intervino...............................
Medios de
prueba:.....................................................................................................
EN CASO DE ARRESTO EFECTIVO PREVIO AL DECRETO PEN O SIN ORDEN
JUDICIAL Fecha de arresto efectivo..........................................................................................
Medios de prueba:......................................................................................................
DECLARACION JURADA: Declaro bajo juramento que los datos consignados son ciertos y que no he recibido indemnización
alguna en virtud de sentencia judicial con motivo de los hechos que contempla la ley 24043.
111
Me toca aclararle al teniente qué hacemos en este lugar. Mi supuesto acento extranjero se me atraganta
Se les congeló la lengua a mis nietos cuando llegamos a los Estados Unidos. Eso fue un circo. Los hijos
de nuestros hijos desaparecidos habían sido aceptados en una escuela de Nueva York. Para lograr que los
inscriban los tíos, que se iban a hacer cargo de ellos, declararon que los chicos hablaban inglés. Pero no
hablaban ni medio el inglés. Cuando llego ahí con los tres, y les preguntan el nombre y la edad, los pibes se
quedan helados. Yo tenía miedo de que nos mandaran de vuelta, y le decía al de inmigración: Bueno, tienen
un inglés básico, y me contestaba: Sí, bastante básico, señora. A todo esto ya se había ido todo el mundo y
Me pregunto qué vamos a hacer en este escenario al que estamos entrando. Al fondo, desde la mesa
de roble que abarca medio cuarto, bajo unas ventanas tan altas que no dan a ningún lado, un civil nos mira
de reojo. Hay banderines en las paredes, un teléfono y sillones cómodos. El contraste entre lo acogedor del
lugar y lo que sé de su historia me despierta la imperiosa necesidad de mear. Mientras Kerrie se presenta,
pido pasar. Al fondo a la izquierda. Un baño minúsculo, con una banderola de vidrios opacos y un inodoro
No funciona
Antes que instale los bultos en mi pieza predilecta, la de Gerardo, me entregás una hojita escrita con letra
cuidadosa, manuscrita. La síntesis de tu nuevo capítulo de filosofía humanística, adivino, el nuevo producto
de tus largas horas de meditación. ¡No me esperaba tal ceremonia de recepción! Te lo agradezco antes de
mirarlo. Me acerco a la ventana, abro la banderola para que entre luz, y leo la lista. Un cuadro detallado
¿Te olvidaste que sos arquitecto? No, esos males ya no se pueden reparar en tu mundo. La destrucción
lo abarca todo y hay que caminar con sumo cuidado para no abolir el precario balance del edificio. ¿Balance?
Ya no hay vigas, ni pilares, ni columnas que sostengan nada. Tu vida flota en una incertidumbre que choca
con más y más dudas, con problemas que se multiplican en serie, pero no una serie infinita. Se trata más
bien de una reacción en cadena que estalla al final. Me agoto sugiriendo métodos concretos para solucionar
cada eslabón: vendamos el departamento, llamá al plomero, hagamos una nueva llave. No hay llave que
engarce en tu cerradura. Y sigo sin ver que eso es, justamente, lo que te pasa. Me irrito porque no colaborás.
A la angustia la visto de enojo. Me enoja mi enojo. Salgo a buscarle espantapájaros a la ira y te dejo solo.
Estoy sola en el bañito, no veo cámaras por ninguna parte. Quisiera tirar por el inodoro el lujo electrónico
que cargo, pero me conformo con guardarlo en el fondo del bolso. Me meto la cédula en la bombacha, no se
Escondiste tus señas de identidad para protegerte, y ya no la encontrás. Hace tres años que no está mamá,
se te nota su ausencia. Estás tan abandonado a tu suerte como el escritorio, tan opaco como el velador. Tratás
113
de sonreír, pero los músculos no te hacen caso. Me llevás a recorrer las habitaciones: las cosas son las
mismas pero les sobra una dimensión de tiempo agobiante. El esfuerzo que hago por esquivar la angustia
me pone nerviosa.
No sé qué hacer con los nervios, que entran en inevitable cortocircuito cuando escucho, al volver del
Nunca Más
Los libros me ayudan a asesinar tiempos y ansiedades, especialmente cuando hago cola. En la Secretaría
de Derechos Humanos abro El río sin orillas, de Saer. Los ojos del barbudo que espera delante de mí se
posan en el título. ¿Le interesará? Estoy por explicarle que se trata de ese río tan mentiroso, el de la Plata,
nuestro mar supuestamente dulce. Una crónica de ese río en realidad tan amargo, poblado por una multitud
La charla de tres secretarias que mastican galletitas al compás de los chismes del día puede más que mis
intenciones docentes. Los minutos se estiran tanto que están por quebrarse, entonces le pregunto a mi vecino
si alguna de esas mujeres es la encargada de atención al público. Me responde que en la otra sala toman
Me recomienda que vuelva a insistir, de lo contrario puedo pasar ahí toda la tarde. Una mujer sale de dar
su testimonio, los ojos llorosos. Es una ex-presa política que está iniciando el trámite para recibir
Yo apenas vine a ratificar que no aparezco en las listas de la gente que estuvo a disposición del Ejecutivo
y que está autorizada a reclamar. En cuanto me acerco, la secretaria me hace pasar junto con el barbudo.
114
Antes de sentarme le explico mi caso y le deletreo mi apellido. Mientras revisa su bibliorato lleno de
¿Tu testimonio salió en el Nunca Más? Nunca me sentí más tristemente famosa.
Sí, balbuceo, confundida por esta pregunta que invalida las fértiles pruebas de mi inexistencia. Acto
¿Lo leíste?
Nora. Noemí es la otra que aparece en la misma página. ¡Qué memoria! ¿Escribiste todo?
Apenas atino a tomársela, y a mirarlo como a un viejo amigo al que apenas reconozco después de
añares. Mareada por el impacto de este azaroso testigo que corrobora abruptamente mi existencia, me
retiro de la oficina. Cuando estoy a punto de cerrar la enorme puerta con banderolas y cortinas
descoloridas, una duda nada metódica me paraliza: ¿oiré mis pasos al retirarme?
Interrogatorio
Doy unos pasos firmes entre el baño y la sala, con la esperanza de llamarle la atención a Kerrie e
interrumpirle el discurso. Su cruzada justiciera no cesa: la verdad, sólo la verdad, nada más que la verdad.
Y les habla de su programa radial sobre las Madres de Plaza de Mayo. ¡Trágame, tierra, trágame ya! El
oficial hace un llamado telefónico y con toda parsimonia nos anuncia desde su tupido y cauteloso bigote:
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Te llevan hasta la salida del mundo, Gerardo, y no me dejan despedirme. Adiós mundo cruel/ya nunca
¿Te habrás despedido cantando? ¿Es cierto que la muerte es azul, es roja, y es silencio?
No nos dieron mucho tiempo para estar juntos, pero estar juntos es un decir. Para la hermana menor la
vida exige, por definición, un hermano mayor. Me quedo sin mi premisa, jugando con tu sombra de
pantalones cortos tras la pantalla de la nostalgia. Sombra de mirada traviesa que se burla de todo. Hasta te
reís como quien canta victoria cuando te operás la rodilla. Pero para qué, si el asma ya es excusa para no
¿Estarán haciendo la colimba estos soldaditos de plomo que nos vienen a buscar?
Me salvé de varios interrogatorios peligrosos gracias a mi sangre fría. Una vez, en el café Paley de
Corrientes y Boulogne Sur Mer, teníamos un informe que preparábamos con otros compañeros. Estábamos
como cinco en esa mesa, tres armados. Teníamos el portafolio con el arma adentro, blindado, con una
chapa de acero que servía de escudo. Y nada más. De pronto entra la policía en patota, bloqueando las
dos puertas. El café estaba lleno y empezaron por la puerta más alejada a hacer parar a la gente, revisarla
de armas, pedirle documentos. Mesa por mesa, uno por uno, y nosotros ahí, helados mientras el oficial se
paseaba. Cuando se arrima a la nuestra, le digo: Ché, negro, a estos revisámelos hasta los calzoncillos, eh,
mirá que son… son de la pesada éstos. El tipo sonrió. Se acercan a la mesa de al lado, ¡documentos!, los
hacen parar, los palpan de armas, van a la otra, a la de más allá, después a la otra de más allá. Cuando
terminan con la última decimos entre dientes ahora vienen para acá. El oficial pasa al lado nuestro, me
116
saluda, me hace la venia, y se va.
El oficial nos deja en manos de los muchachos. Para calmarme, me concentro en sus trajes de
campaña.
Borceguíes, gorras; sobre todo, armas largas. Atravesamos un puente y seguimos por una ciudad
El prolijo mantenimiento de los edificios blancos y de las persianas de madera reflejaba la imagen que los
hombres de la Armada tenían de sí mismos: la superioridad sobre sus primos mestizos del Ejército.
Andersen, Dossier Secreto
Curhioso: nou han cambiadou los nombrhes dispuéis de la Guerha dei las Maulvinas. Kerrie trata de
entablar conversación con un soldado que mira al infinito y apunta su perfil hacia el revés de la voz.
Cuando se empezó a anunciar lo de las Malvinas se armó un revuelo. Todos querían ir a pelear, y de
nuestro pabellón sólo dos no estábamos de acuerdo y nos parecía un disparate. La mayoría estaba a favor
de la guerra. Creo que ni un diez por ciento de la cárcel tenía claro que no valía la pena la guerra, que era
Para colmo, ponían la televisión y la radio en el pasillo para que los presos escucharan las noticias
oficiales. Un periodista arengaba por televisión, diciendo que nuestro país ganaba la guerra. Ante esas
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noticias, había una euforia tremenda. Nosotros pasábamos por traidores: no sólo no estábamos dispuestos
a combatir sino que además los acusábamos de ser una manga de locos dispuestos a desatar una guerra
que no se puede ganar nunca. ¡Además de apoyarlo a un militar, a Galtieri! Al final circuló una lista de
voluntarios para ir a pelear. Se anotaron muchísimos presos. No llegaron a ir, pero hicieron una
propuesta, hicieron reuniones con los jefes del penal, con algunos militares, para decirles que estaban
dispuestos a ir al frente. Apoyar a Galtieri se consideraba una contradicción menor, un problema interno de
la Argentina. Gran Bretaña era el imperialismo, entonces contra eso podíamos aliarnos. Todos los
argentinos contra los ingleses. Hasta que llegaron las noticias de la derrota.
Kerrie sigue hablando de las Malvinas, de la derrota, y quién sabe de cuántos temas más. Un monólogo
magistral. Mi adrenalina avanza a una velocidad directamente proporcional al cuadrado de la distancia que
sube por los pies hacia la espalda, ida y vuelta, ida y vuelta, sin tregua.
Caminás por el cuarto ida y vuelta, Gerardo, como escapándote de vos mismo, pienso ahora que repaso
la escena. Y yo como una idiota estudiando mis interminables libros de filosofía. Un despiste total.
Camisa a cuadros medio salida de los vaqueros, cinturón negro. Ni te sacás la campera, tu doble azul
marino, que te cubre como un guante. Si no te protege la campera, quién. Mirás por la ventana a ver si te
¿Por qué no te vas, Gerardo? Los de la Sojnut te pueden mandar a Israel, algo es algo.
Sin registro civil no hay aeropuerto. ¿No ves que Graciela es goi? Para emigrar a Israel hay que
No tuviste tiempo. Por eso me hago el tiempo de pisar el quizás de tus pasos.
La Costa Dorada
Mis pasos dialogan con fachadas blancas, calles empedradas, faroles, portales, escolleras, techos
de teja, balcones con flores. Conozco todo el vocabulario de perfumes y sabores, sin haber estado nunca.
Abrimos el portón de una casa con nombre propio: Los seis arcos.
Andrés: La puerta de tu nueva vida en Cataluña cierra un largo abismo. Abismo que abre el
amarillo de tus cartas y que espío desde mis vertiginosos insomnios en Jerusalén. Habías emprendido la
retirada del Medio Oriente en cuanto te mencionaron la palabra ejército. El pasaporte israelí tenía su
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precio, uno demasiado caro por cambiar de piel. ¿Acaso eras vos ese asombro de pelo corto sin barba ni
anteojos? ¿Esa firma a contramano con ganchos y puntos? ¿Ese sonido más áspero que tu nombre
argentino, para ellos sudaca? ¿Ibas a resignarte a ese ajeno presente rectangular? Después de darle vueltas
al asunto le das un giro copernicano: apareciste en sobre y con estampilla desde otra órbita, feliz sobre la
lengua roja del buzón, anunciando tu mudanza a Barcelona. La palabra España es el primer motor inmóvil
que inicia la serie causal. No tardo mucho en empacar. Ahora vivís en la Costa Dorada. Toda costa tiene
su aura dorada, y la mía aparece en el horizonte por la ventanilla del tren: Sitges.
Los trenes que llegan al apeadero número dos siguen rumbo a Sitges.
Apeadero es andén. Apenas un trueque de sinónimos y mi castellano sale andando solito. ¡Qué
manera de deslizarse por las curvas y los precipicios del lenguaje, sin siquiera cansarse! En este país mi
No sé en qué idioma decirles lo que pienso a estos cuatro elegantes muchachos que nos han
escoltado tan amablemente. Como siempre, ellos encuentran las palabras antes que yo, siempre en el
Señora, me dice, nosotros tenemos las manos encallecidas de llevar tantos cadáveres de nuestros
familiares a la tumba. Coronel, le contesto, ustedes tienen las manos encallecidas pero tienen las tumbas. Las
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madres tenemos las manos encallecidas también, de tanto andar buscando papeles. Pero no tenemos tumbas
Tendrán que esperar hasta que las llamen del despacho-- nos informa un conscripto vestido de marino.
No sé cómo romper el silencio que rodea sus palabras como una amenaza.
En la cárcel tratábamos de romper el silencio, de generar comunicación con los demás. Hasta ahí yo
no sabía lo que era hablar morse, pero uno va creando un vocabulario. Inventamos una forma de hablar
con golpes, muy rudimentaria. ¡Para hacer la zeta había que hacer treintitrés golpes! Mejor hubiera sido
escribir con errores de ortografía y poner la ese ¿no? Después un preso nos avisó que el jarro al revés
contra la pared actuaba como micrófono, como amplificador, y podíamos hablar. Hablás y por ahí mismo
escuchás. Yo en la cárcel he aprendido a hablar morse, mudo... qué se yo, todo. El asunto era no estar
incomunicado, porque ese era uno de los problemas más graves para la salud mental. Así es que
hablábamos.
Hablamos entre nosotras, siempre en inglés. Kerrie la sigue con que nos van a largar de un momento a
otro. Una canadiense, por definición, no puede entender cómo funciona el universo bajo la Cruz del Sur. Es
Sitges
Viniendo de Israel, España es el otro lado de la luna. Y tal como en la luna se planta un estandarte,
instalo en tu cuarto de Sitges los cuarenta kilos de mis sucesivos hogares. Desparramo libros, invado estantes
con el botiquín que conjura microbios y melancolías, dejo libre la ventana para que el Mediterráneo inunde
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paredes y cuadros. A pesar de mis talismanes un peso agobiante se me instala en el cuerpo. No sé qué me
pasa, me duele la memoria. Sube la marea de voces que me piden algo, al unísono. Voces a coro, alaridos
Decir la verdad
Nos van a interrogar, le explico entre dientes, y mejor que coincidan las versiones. Kerroe apela a la
lógica: decir la verdad. Quizás tenga razón. Al fin y al cabo, no hemos cometido ningún crimen. Pero las
Please, don't mention the Mothers again, no hables más de las Madres.
Las Madres hicimos una parada frente a la ESMA. Fuimos una veintena, a gritarles asesinos y a
escribir en el piso: Acá se encerró, se torturó y se asesinó gente. Y les dábamos volantes a los colectivos
que pasaban. Todo el mundo abría los ojos tremendamente. Cuando los tipos de la ESMA vieron que se
acercaban mujeres con pañuelos en la cabeza, primero se rieron, después no sabían qué hacer, después se
burlaron, y después se pusieron nerviosos. Nosotras con los gritos llamábamos la atención, y unos chicos
que salían de la escuela empezaron a reírse por el lío que armábamos, pero después se acercaron y se
A mí eso me parece muy importante, porque esos chicos no van a aceptar la historia oficial. Cuando
sean grandes van a decir: no, nosotros vimos a esas mujeres, y sabemos que no eran locas.
Como la ESMA tiene varios portones y nosotras íbamos de uno a otro, los uniformados optaron por ir
del lado de adentro de las rejas con fusiles, para estar preparados. Estábamos seguras que no iba a pasar
nada pero, imaginate: del lado de adentro la valiente muchachada de la Armada marcando el paso, y del
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lado de afuera las viejas pidiendo por sus hijos. Uno de ellos se acercó desde su lado de las rejas a gritar:
Yo le voy a contar qué pasó. Y le empezó a explicar cómo se torturó gente, cómo se asesinó, las cosas que
sabemos. Hasta le mencionó un tanque de agua que ellos tenían: se usaba para meter prisioneros. Y el
Los sonrientes marinos desconfían de nosotras porque hablamos entre dientes, porque evitamos la
puerta de entrada, y porque surgimos de la nada formulando extrañas preguntas sobre un pasado remoto del
…¨El día del traslado todo era muy tenso. A los detenidos los empezaban a llamar por el número¨,
recordaban varios ex detenidos desaparecidos de la Escuela de Mecánica de la Armada….[los prisioneros]
eran llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba una inyección
para adormecerlos, pero que no los mataba. Así… eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos
en un camión. Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque e introducidos en un avión que volaba
hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos.
Martin Andersen, Dossier Secreto
Nos van a tirar de la lengua, quieren saber qué hacemos acá. Tienen razón en desconfiar, no teníamos la
más remota intención de poner nuestro destino en sus manos, no pedimos permiso para entrar. Buscamos
A veces salvarse era muy simple. Una vez estábamos pasando por un puente con un mimeógrafo y un
par de pistolas, en un paquetón que llevábamos entre dos. No me acuerdo bien por qué, pero a la salida del
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túnel había un soldado tipo Segunda Guerra Mundial, bayoneta y todo el equipo. El tipo toca con la
bayoneta el paquete. ¿Qué llevan? dice. Un mimeógrafo, un par de pistolas, le contesto yo. Entonces el tipo
se ríe y nos hace señas para que sigamos. Vayan, vayan… Era una salida que daba resultado. Total, si lo
Por lo menos no nos mienten. Nos informan que ante todo debemos ser interrogadas por la Policía
Los de seguridad se nos acercan y nos preguntan dónde estamos parando. No tenemos dónde parar- les
decimos. Pensamos parar en las vías del ferrocarril. Entonces nos llevan.
Vengan, vengan que les soluciono el problema, dice un suboficial, y no sabemos si eso quiere decir que
nos lleva presos. Lo seguimos, y nos deja dormir en un aula de la escuela de policías.
Al día siguiente nos invita a pasear por Tafí del Valle. No estamos muy convencidos, pero
aceptamos. Subiendo, hay una vaca en el camino. El tipo la espanta a un lado, saca la pistola de la
cintura, se la apunta a la cabeza y le pega un tiro. Así acaba con la vaca, y con nuestra tranquilidad. Y se
Con cara de mosquitas muertas, Kerrie y yo les explicamos a los inquisidores de turno:
Nosotras no burlamos nada, señores, nos abrieron el portón y lo cerraron con candado después de
dejarnos entrar. Nos dejaron entrar sin preguntarnos una sola palabra.
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Kiriat Shmone
Preguntá.
Dibujás la caricatura de un enano con pene en forma de estaca. Una mujer lo mira con ojos
desorbitados.
Acción de mirar.
Patricia y Nora fabrican cientos de tarjetas ilustradas con los verbos esenciales del hebreo. Las erres se
les atragantan entre las carcajadas, y se olvidan por un rato que en Kiriat Shmone se vive una
Hora de conversación timbre almuerzo timbre etcétera timbre timbre timbre. Timbres para silenciar
Al volver de un paseo la ciudad está a oscuras, las calles desiertas. Antes de saber lo que pasa alguien
me arrastra hasta el refugio donde Nesia, continúa su imperturbable clase de verbos irregulares. El
edificio se sacude, hay eco de disparos, la tierra gime, mientras la profesora erige la pantalla de su
indiferencia frente a nuestras narices. Es contagioso. Cuando subimos vemos cómo los soldados
desactivan una katiusha, bomba que aterriza tras un largo pero veloz viaje desde el Líbano. Aparece
enterrada en nuestra calle: un agujero negro en el asfalto de nuestro curso de aprendizaje veloz.
Nuestra entrada a la ESMA fue tan veloz que ni Kerrie ni yo recordamos todos los detalles. Un
camionero de civil manejaba un camión que parecía del ejército. Se bajó, nos abrió el portón, y cerró el
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Si ustedes llaman a la policía, nosotras llamamos a la embajada canadiense para ahorrar tiempo,
Florencia
No siempre se ahorra tiempo llamando a una embajada. Ocasionalmente surgen vías más directas
bajo la sombra de una enredadera. No sabía a ciencia cierta si estaba en Florencia o en Santa María, si
esperaba a Gabriel o si había aterrizado en una ciudad imaginaria. Sólo sabía que el libro me calmaba de
Ti va di bere un capuccino?
Por qué no. Por primera vez en una semana alguien interrumpe mi férrea tarea de negar la realidad
con letras impresas. De repente me despierto a una tibia mañana de viñedos y colinas, y acepto ir con este
señor, que sospecho dueño de la mansión, a tomar un café. El problema es que la charla me obliga a saltar
de mi paréntesis hacia un mundo que pide explicaciones: que de dónde vengo, que adónde voy. Es difícil
entablar conversación cuando se anda evitando los bordes del presente. ¿Cómo le digo que pasado y
Ni siquiera sé cómo pasé la frontera de esta acogedora casona. Sólo recuerdo que me refugié
siguiendo las instrucciones del amigo al que fumando espero. ¨Qué hacía antes de venir¨ son cinco palabras
que no encajan, mis neuronas no las asimilan. Él, en cambio, puede darme un cuadro preciso de su vida: es
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profesor en la Universidad de la Colombia Británica. Todos los veranos viene a Florencia a visitar a su
madre, y en agosto vuelve a Vancouver para enseñar literatura. Una vida de ritmos, de ciclos que se pueden
predecir como las estaciones. Desde su colección de certezas vuelve a interrogarme, y esta vez decido
No tengo planes, pero acepto el del mejor postor. Muchos hombres saborean el papel de guías,
maestros o salvadores, y más aún si lo juegan con una pobre joven desorientada, frágil y perdida. En
Para qué contradecirlo. Los italianos son capaces de prometer cualquier cosa con tal de ganarse la
simpatía de una turista. Para acabar con tanta historia le doy una dirección adonde podrá mandarme la
No me pongo de acuerdo conmigo misma sobre qué rumbo tomar. De Israel a España: encuentro
con Andrés, hombre que no resulta el de mis sueños. De España a Italia: encuentro con un proyecto: estudiar
en Canadá. De Italia a Brasil: encuentro con mis padres para estrenar un año nuevo, si no feliz, por lo
menos impar: 1981. De Brasil a Inglaterra: posible encuentro con Patricia, mi doble. Esas vueltas se pagan
caras a todo nivel, pero la cajera de mi memoria sobre todo registra mis gastos en la sección desengaños.
Londres
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Las líneas aéreas le complican la vida a los pasajeros que no siguen las conexiones habituales. Mi cita
intercontinental con Patricia es pendular. Oscila entre el 15 y el 18 de julio de 1981. Como venís de
Jerusalén, el punto de encuentro cae en Londres. Llego el 17 a la tarde. Marco tu número desde una ruidosa
estación de trenes.
¿Cómo le voy a creer a esa voz impersonal y mentirosa que dice que te fuiste? ¿Cómo aceptar esa
voz desfachatada que tiene el coraje de distorsionar así la información? Llamo de nuevo.
Te fuiste. Sin dejar rastro, mensaje, ni siquiera un pedacito de papel como esos que incrustábamos en
el Muro de los Lamentos para contarle bromas a Jehová. Te busco sin poder creer que desaparezcas por
propia voluntad. No hay caso. Desde ahora también te llamás ausencia. Ausencia rodeada de gatos,
bocetos, pinceles, tarros y trapos. Ausencia de mirada verde, hipnotizada por el cactus en la piedra, un
perro abandonado, el sonido de una gota en el estanque, aromas de calles. Ausencia de manos mágicas que
crean personajes en el aire. Te borrás como aquellas figuras que habías dibujado en las paredes de tu
cuarto. El dueño las blanqueó, y casi no quedó rastro. Quizás uno que otro perfil espiando a través de la
Me empeño en mantener con los inquisidores el tono autosuficiente que me inventa el miedo, y
pido un teléfono. Con tanta demora no voy a poder llegar a una cita muy importante. La debo cancelar.
Toronto
Tengo una cita muy importante con el oficial de la inmigración canadiense. Voy decidida a hacerme
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entender en mi rústico inglés, pero me doy cuenta que el problema es otro. En cuanto empieza el diálogo
veo que no puede seguirle el hilo a la geografía de mi exilio. Mis rutas confunden a los funcionarios,
Sí, señor. Pido refugio para dejar de vivir en el territorio de los mapas donde no coinciden
estaciones y ánimos. Pero el ánimo se me va a los pies cuando me exigen pruebas. Hay una testigo de mis
heridas: una doctora que visité a la salida del Club. Necesito que presente su testimonio ante la embajada
canadiense. Dice que lo hará desde el exterior: está por viajar a Europa y desde ahí enviará la carta. Pasa
el tiempo. No llega nada y le vuelvo a insistir. Dice que consultó con su marido, y que no puede hacerlo,
Mandan a un marino joven a que me acompañe al teléfono. Secundada por su sombra verde oliva
paso a una sala donde puedo hablar. Disco el número de James Petras, un sociólogo americano que pensaba
entrevistar esa tarde. En cuanto me atiende le explico, siempre en inglés y a 2000 KHz por segundo, que se
acuerde de mi apellido si no aparezco ese mismo día. Que estoy en la ESMA. No puede creer lo que oye,
Sarita
No puedo creer el acento que oigo por teléfono, me llaman en castellano a mi mundo en inglés. ¿Qué
pasa? Me sugieren que vuelva a Buenos Aires antes de una operación que te van a hacer, mamá, ese mismo
viernes. Voy a pasear la angustia a la costa, para que la refresque el rocío de la madrugada. Las gaviotas
saben que me tomaré el primer avión. Por definición una refugiada no puede volver al país de donde huye,
130
Hojeo tus cartas en el avión. Tu letra me cincela en el recuerdo una escultura volátil.
6 de diciembre, 1983
Querida hija:
Dicen que Miguel Ángel le dio su expresión a la estatua del Moisés en base a esta idea: lo que había
impulsado al líder era la resolución de que su pueblo no podía destruirse a sí mismo, que
debía recibir y obedecer los mandamientos esculpidos en las tablas, y sobrevivir. Hay que seguir
adelante, aceptar las circunstancias aunque uno sienta que va dejando o perdiendo parte de su
existencia. Es como una operación: a uno le extraen la víscera enferma o muerta, se cose la herida,
cicatriza, y desde afuera no se nota la falta. Total, todo sigue funcionando.
Todo sigue funcionando como corresponde. Los inquisidores de la ESMA no llaman a la policía,
pero nos hacen pasar a un despacho. En el pasillo, viejas máquinas de escribir arrumbada. Adentro, un
escritorio de madera, cuadros con fragatas y oleajes, un par de ficheros y estantes. Tres uniformes azules
Trato de relajarme a pesar de las nubes asfixiándome el alma, busco ojales en el cielo para abrocharles
mi ansiedad. A tu estado le dicen terminal pero no en voz alta, y el susurro me ahoga. Hay palabras
escondidas en otras como piedritas. Ni siquiera por teléfono se menciona la palabra cáncer.
Las células cancerosas invaden, colonizan, destruyen. Y las células del cuerpo no son suficientes
para eliminar el tumor maligno. Por muy radical que sea la intervención quirúrgica, la invasión
tumoral continuará. La terapia consiste en matar las células cancerosas mediante una guerra química.
Es imposible no dañar células sanas pero se considera justificado casi cualquier daño acarreado al
cuerpo si con ello se consigue salvar la vida del paciente.
La guerra y el ejército tienen que ver, pero de otra manera. Digamos que el ejército te bombardeó con
la palabra desaparecido.
Esto matará a muchos padres, fue tu presagio. Y acá estás, en una camilla de hospital.
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Ya nos pasó
Por fin se abren los ojales frente al gesto eterno de tus manos.
Dolor que se calma con tus palabras de antaño: No serás más la nena, te están creciendo alas. Seremos tres
Los tres marinos actúan en bloque. Cada uno parece recitar una parte del discurso, pero en realidad
habla la institución.
Queremos saber por qué han llegado ustedes a la ESMA por una entrada que no es la principal.
Imagínense que nosotros nos metiéramos a la casa de ustedes por el jardín de atrás. Podrían creer que
somos ladrones.
Soy ladrona de palabras: te copio, mamá, aunque no hayas cumplido tus promesas:
No te preocupes por mí: sobreviviré a pesar de mis fantasmas. Además, a nosotros ya no nos puede pasar
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Debe ser por eso que a ellos nunca les pasa nada. El Comando Conjunto entró a casa por la puerta
principal y nadie desconfió. Estos señores hablan por la voz de la experiencia. En cambio nosotras
parecemos ladronas de gallinas, principiantes, desconocedoras de las reglas básicas de la impunidad: actuar
a plena luz del día, sin preocuparse de borrar todas las huellas.
Borraste la huella de la palabra cáncer durante años, la guardaste bajo la almohada y trataste de
sobrevivir sin decirme mucho. Con el anuncio de las elecciones dejaste que apenas la sacaran del
escondite, aunque sin pronunciarla porque es tabú. La palabra autorizada, enfermedad, creció tanto que no
me deja espacio para hablarte: me interrumpen preguntas atragantadas al borde de tus fiebres y curaciones.
Las preguntas hacen guardia a tu lado, cuentan tus parpadeos, tus sueños: ¿Cómo son los ojos de la
Las preguntas quieren escarbarlo todo. Quieren aprender lo que aprendiste, darse vuelta y ser respuestas,
pararse para que sigas de pie, recostarse para estar con vos, abrazarte. Los timbres del hospital no
funcionan y no viene la enfermera; el peso de una inmensa mole, la paciente de la cama de al lado, se
desploma implacable sobre tu silueta de hoja cada vez que se levanta; los médicos no vienen a sus citas; papá
Me acerco a tu intuida eternidad, sin saber cómo ni cuándo. Miro la cabecera de tu mundo como
espiando un templo sin atreverme a entrar. Guardo un bosquejo del perfil que veo dibujarse sobre tu
Hasta que llegan ellos, los de siempre, con su atropello. Los que tienen voz y voto, los que deciden
inicial Kerrie despliega otra vez su ramillete de temas: los derechos humanos, los muertos, el artículo del
diario sobre los chicos jugando a la pelota en un lugar así. La juega de periodista. Y yo ¿de qué la juego?
Les abre la puerta y tres guardapolvos te alzan derrotada sumisa acurrucada en tu silla vencida forzada te
arrastran la ambulancia el chirrido del tiempo llegamos la camilla esos ojos no me claves esos ojos
impotencia adiós adiós este arsenal de lágrimas tus pupilas van y vienen me recorren no me ven quedate
volvé no te vayas todavía tu gesto fragmentado y ondulante tu brazo se sacude manotea el vacío me
rasguña el espanto no seré yo quien te cubra la cara atrapada en esa red de reflejos. Me voy.
El silencio es salud
Acorralada en la antesala del recuerdo miro atónita una escena familiar: el consabido milico
hablándome del otro lado de un escritorio, del absoluto otro lado. ¿Terminará diciendo que lo lamenta porque
fue un error? Lo original es que ahora puedo ver lo que pasa, no sólo oirlo. Además, lo que oigo asume
variaciones insospechadas gracias a Kerrie, que a fuerza de citar lo que la prensa internacional dice sobre
los campos de concentración arrasa con todo posible deja vu. Los marinos no pueden ocultar su sorpresa
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ante la sinceridad de la periodista. ¿Será un error que insista con esos temas urticantes? Tal vez no. Un rictus
que oculta cierta sonrisa ¿nerviosa? le aparece a Sheller cada vez que se pronuncia la palabra desaparecidos.
Creo que le saliva el estómago, como al perro de Pavlov, pero no podría probarlo.
Si hace falta probar que estuve desaparecido puedo ir al campo de concentración y pedirles que
certifiquen que me tuvieron allí entre el setenta y seis y el setenta y siete, me dijo un ex-desaparecido que
vino a solicitar indemnización. Era un señor mayor que seguramente nunca entendió nada, y se tragó un año
adentro sin comerla ni beberla. No, señor, por favor, ni se le ocurra hacer eso! le imploré.
Sheller me advierte: No se le ocurra creerle a las Madres. Además, eso pasó hace veinte años, y fue una
Para vos, papá, murió la esperanza. Apenas atinás a pasear tu monólogo circular por el croquis de tu
pasado, a corregir los trazos errados. El boceto juvenil de tu vida se te resquebrajó y ahora que te tiembla
el pulso querés mejorarlo. El balance es pobre: no más hijo, ni mujer, una hija que llega para volverse a ir. No
salís a compartir tu insomnio con los otros, no luchás por hacerlo público, te falta fe. Por algo subrayaste
No tenía fe en que ocurriera lo que deseaba, y sabía que sin fe no ocurría. Sabía que sin fe no ocurre
nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco.
Tampoco le crea a los diarios. Hay muchas acusaciones infundadas que tratan de desacreditar a las Fuerzas
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Armadas, pero los periodistas extranjeros deberían escuchar las dos versiones.
Mi versión de vos, Gerardo, es un cuerpo macizo y expansivo asomado al balcón como buscando
espacio. Barba rala, pucho en mano, y una sonrisa leve, como contándote un chiste sin que nadie se entere.
¿Qué chiste será? Nunca me contestás lo que te pregunto, gracias si te me acercás al pie de la cama cuando
se te canta, cuando querés oreja y mimos. Y yo qué. Dale, contame. Nada. Me hablás con la mirada y te
callás.
La mirada de Sheller -apellido alemán, aclara dos veces- recorre las páginas del pasaporte de Kerrie, sin
prisa.
Capitán Raúl E. Sheller: actuó en la ESMA con los apodos de Pingüino, Miranda y Mariano. Se
encuentra en prisión por diez delitos cometidos durante su actuación como oficial de inteligencia del G3.3.
Torturó a detenidos, fue uno de los responsables de la desaparición de las monjas francesas Alice Domon y
Leonie Duquet, y tenía una lista con el destino de las mujeres embarazadas y el de sus hijos.
Yo era apenas una hija preguntándole al padre: adónde vas, cuándo volvés. Se te veía compuesto,
decidido. Que ibas al barrio de los tíos. Que iba a estar ocupada hasta tarde.
A la noche me recibe la sorpresa de una hoja de cuaderno bajo la puerta, escrita con trazo tembloroso. La
30 de marzo, 1987
Señorita Nora:
Le rogamos tenga a bien hacerse presente a la mayor brevedad en la casa de su tía Rosita por un
asunto de suma gravedad antes de mañana 31 de marzo a las 7 hs. Es muy urgente, en relación a su
padre.
Nena tu papá… acá en nuestro edificio… del tercer piso… la escalera da al patio… no nos dimos
cuenta… le pidió al portero que le abra la puerta de entrada… nos tocaron el timbre… no sé qué decirte…
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tenés que declarar en la policía… yo ya les conté algunas cosas… andá.
Me toca declarar frente al escritorio, ante los que siempre tienen derecho a preguntar.
No.
Cuando la cabeza me estaba a punto de estallar de tanto pensar, se me ocurrió algo acerca de lo que
buscamos las Madres. Queremos rescatar vidas, sacárselas a ellos. Justamente lo que ellos buscaban era la
niebla, el silencio, y sobre todo el olvido. Recuerdo una película sobre el holocausto, Shoá, en que los nazis
Querían hacer su matanza rápido y sin dejar vestigios. Los de acá tampoco quieren dejar vestigios, lo
que buscan cuando desaparecen a una persona es que no quede ni el nombre, que se borre hasta el
nombre. Traté de imaginarme qué es lo que piensa una persona encerrada, aislada, en una noche muy
oscura, que sabe que posiblemente nadie la va a ver más. Por ahí debe pensar: Nadie va a saber ni dónde
Uno siente que nadie sabe dónde uno está... Yo pensaba, en: en algún momento este hombre tiene que
ir a comer, tiene que irse a su casa, tiene que vivir. Ellos saben lo que uno piensa, porque me decían: -yo en
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algún momento me voy a tener que ir pero va a venir otro, nosotros tenemos el tiempo del mundo, nadie
El concepto de alguien
¿Busca a alguien?
No por ser eterna esta ciudad deja de ser ciudad. Con sus árboles, sus calles, su vecindario. Y su
vigilante. Uno de esos infatigables guardianes se me acerca. Me debe reconocer el olor, la cara no. No soy de
este barrio. Dejo pasar un tiempo entre su pregunta y mi respuesta. Tengo miedo que me salga gutural. Trato
de colocar las cuerdas vocales para esquivar el grito, y en eso vuelve a sonar su voz. Un eco cónico, un
cucurucho de corcheas me hace cosquillas con la punta. Que si busco a alguien. Estoy a punto de largar la
carcajada, pero la dejo agarrada a las paredes del estómago. Que se aguante ahí por un ratito. No voy a
entrarle a este honorable señor con exquisiteces filosóficas acerca del concepto de alguien.
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¿No tiene familia?
No le voy a explicar que perdí el mapa de tu tumba, o que jamás lo guardé porque la estampita de la
portada me causaba demasiada gracia. Lástima. Porque no es lo mismo recordar la escena sin ese dibujo de
una cara de mujer con brillantitos en la aureola, y hasta un arco iris. Era perfecta: una virgen de mirada
perdida como guardiana de tu partida. ¿Por qué no? ¿Acaso para vos había diferencia entre esa imagen y
cualquier otra?
Ateo, les dije: no quiero nada, ni carroza fúnebre ni flores ni tarjetas. Mi padre era a-te-o- les repetí.
Señorita. Y no quiero nada. Temía que te burlaras de mí si cedía a la tentación del rito. Podías llegar
a hacerme muecas en medio de la seriedad de tu propio entierro. Era demasiado arriesgado dejarme llevar
El que me interroga hace oídos sordos a mis recuerdos y repite lo mismo de otra forma: ¿Marido?
La gente se pone sentimental a la hora del entierro. Cuando murió mamá una tía nos recriminó que
abandonáramos sus cenizas en el erario público. Nosotros las dejamos sueltas, al aire libre, para que salgan
a pasear.
No nos va a dejar salir de la ESMA si no digo algo que lo conforme. Podría inventar algo, total, no lo
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va a publicar en los diarios.
Ni publiqué aviso fúnebre, porque eso de aparecer en las necrológicas te hubiera parecido de mal
Nada de cerrar las heridas con ceremonias. A mí que me queden bien abiertas. La muerte y sus
vueltas. No te hago monumentos pero te llevo en el cuerpo, en las neuronas, en los pies. Te llevo a pasear,
Una sola camioneta celeste estaciona en el lugar indicado con dos tipos que te sacan con cuidado. A
medida que sale el cajón veo perfilarse una cruz de metal cortando la madera en cuatro. Me convenzo que es
idea mía, eso seguro se necesita para sostenerlo. No tengo nada contra las cruces, bien lo sabés. Pero no es
hora de cargar con el peso semántico del judío en la cruz. En fin. Tampoco es hora de hacer preguntas. Te
bajan, te dejan en tu lugar, cumplen su función. Toda función tiene su desenlace, y después cae el telón.
Antes de bajarlo me dan la tarjeta de la virgen con un planito para ubicar tu morada celestial. ¡Una
estampita! ¡Como la que vendías en las ferias de chico! Los azarosos círculos del destino nos rondan con
Sonríen. Me pregunto si el entrenamiento para marino incluye la práctica de esa sonrisa aséptica, pero
cristianos, o en católicos apostólicos romanos. Me pregunto en qué casillero te habrán puesto. Llegaste al
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paraíso sin comerla ni beberla. Sin haberte confesado ni comulgado, como tanto hace Videla para no perder
su puesto eterno. Te premiaron por no tener miedo, y ahora que gozás de tu terrenito etéreo desaparecés de
¿Puede buscarlo?
OJO
Nos desalojan del pabellón que ocupábamos y nos trasladan a otro, con celdas individuales, donde
íbamos clasificados en dos categorías: los que tenían un cartel de OJO, y los que tenían un cartel de
SEMI-OJO. Estaba escrito con tiza, me acuerdo. Si decía OJO en la puerta, el tipo estaba solo en la celda,
porque era peligroso, y si decía SEMI-OJO había dos en una celda igual. Después nos desalojaron
también de allí.
Aquí, como en cualquier ciudad, el que no paga, vuela. Los barrios ricos tienen edificios fastuosos, llenos
de volutas y frases célebres. Los barrios pobres, como éste, están plagados de flores almidonadas, algunas
acurrucadas sobre raquíticas cruces de madera. Y tierra, mucha tierra. Te desalojaron del barrio más pobre
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del cementerio, casi de un potrero, para trasladarte ¿adónde?
¿Adónde estará mi documento? mascullo como una idiota frente a la cara impávida del marino.
Las cosas a veces desaparecen como fantasmas ¿no?, retruca Sheller, casi divertido.
Quitarle a las cosas su aire fantasmal. Vuelvo a la costa de mis navegaciones, al departamento
deshabitado, para sacarle la penumbra a los objetos; para regresarlos al circuito de las manos y de las
voces; para devolverles una función, un sentido práctico. Ropa colgada en los roperos, manteles bordados
por tatarabuelas, copas de cristal de casamiento, baúles opíparos, vestidos rebosantes de mareas y aromas
exóticos, canastas con candelabros y alguna Biblia de tapas plateadas. Todos deben retomar la aventura de la
vida, vengo a liberarlos de estas paredes, del pasado y de los pesares. ¿Haré bien en dejarlos ir? ¿Se habrán
acostumbrado al olor a encierro de éstas, sus habitaciones? Lo siento, no tengo dónde guardarlos. ¿En qué
bolsillo meter la platería, en qué bolso la biblioteca, en qué cartera el vendedor de diarios de bronce?
¿Cómo empacar mapas, abrigos, postales, cubiertos, tazas chinas, platos, adornos, costureros, partituras,
repisas? Ya que se salvaron del glorioso destino de botín de guerra, debería apilarlos en una alfombra
mágica y que me sigan por el planeta: una caravana de curiosidades por el cosmos, a la deriva. Es que yo, tan
a la deriva como ustedes, vuelo por la inmensidad del globo. Pero como a mí me cobran peaje, procederé a
cambiarlos por el vil metal. Sabrán comprender, queridos amigos. No, no pueden quedarse, lo lamento. No
sería saludable. Tengo que dejarlos. Aferrarse a formas, a colores, a sonidos, no va con el siglo veinte, con su
calendario de exilios y metaexilios. Guardamos la ropita en el ropero pero no hemos deshecho las valijas
Deberé partir. Deberán partir. Se irán sin siquiera haberme confiado sus secretos, esos que les
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susurraron bocas bajo sombreros esbeltos y tules negros. Europa se remata en América, quién da más. En la
Argentina de los noventa privatizamos hasta los recuerdos. Generaciones de rusos y polacos han cargado
este arsenal de maravillas, estos bártulos esplendorosos, para por fin alcanzar la cumbre de su periplo: ser
vendidos por dos pesos en una feria americana, al contado y con suculentos descuentos.
Los objetos se agrupan en mesas prolijamente desplegadas por las habitaciones. Clasificados por
semejanza, por precio, por casualidad. Pilas, pares, individuales, todos con su escarapela: el precio, siempre
¡Pasen, entren, arrasen con todo, que yo me quedo con el cambio! Con el cambio de vida, de país, de
piel. Cambio historia por consumo, una historia más que se consume.
En algo andaría
¿Qué número puedo marcar para dar con vos, Gerardo? ¿Y qué les digo cuando me atiendan? No quiero
sonar como esas viejas que hablan maravillas de sus hijos ¿Cómo les digo que sos el más querible el más
Señores, el que busco toca la guitarra, tiene debilidad por el café, juega al fútbol y hace otros deportes, a
Va a campamentos y trasnocha, tiene amigos en varias lenguas, viaja por el continente y escribe
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Está por terminar su tesis sobre resistencia de los materiales, pero no resiste ni el metal de la tijera que
Milita, dice ser ateo pero tiene un padrenuestro: que todos puedan comer, que todos puedan
estudiar, que todos puedan elegir. Hoy diríase que no tiene nada de extremista, pero entonces...
El que busco tiene ojos que hablan, pelo salvaje, tamaño imponente, voz ondulada y
gestos de niño. El que busco no envejeció, no tiene la frente marchita ni plateada la sien.
Me enseña a recitar los zapatitos me aprietan /las medias me dan calor/y el muchachito de enfrente/
Es bueno para las matemáticas pero no puede dibujar una vaca. De chico se encierra en el baño, de
Vive en una foto carnet, en blanco y negro; en una diapositiva a color, remando en un lago, camisa
anudada y panza afuera; en un cuaderno con cálculos matemáticos; en un par de zapatos, y en varios
Íbamos a conciertos, a fiestas, a peñas, a fogones. Gerardo cantaba, contaba chistes, era muy divertido.
Se hacía el cancherito pero era como un bebé canchero. No era que fuera seguro, sino que trataba de
subsanar su blandura con un cierto arrojo. Y unos años después le pasó algo parecido: creyó que le
faltaba compromiso, que tenía que apretar el acelerador y comprometerse más, no sé cuánto más. Hicimos
diez mil campamentos, diez mil jodas… más bien bromas pesadas, te diría. Me acuerdo de momentos:
Gerardo tenía unas canciones preparadas con la guitarra, perfectas, con los bajos y todo: unas nenitas que
entonces tenían como trece años y hoy tendrán noventa lo miraban como si fuera Alain Delon.
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Me acuerdo una fiesta en la que se cambió como siete veces la camisa. Hacía un calor terrible, y él aparecía
a cada rato con otra pinta. ¿Qué sos, un desfile de modelos?, le decía. Creo que se quería levantar a una
mina y quería impresionarla con sus ochocientas camisas: con rayitas, rojas, a cuadros… y yo: ¿Qué es
eso?
¿Qué es eso? No, un programa no. ¡Un folleto! Nos hacen pomposa entrega de sendos folletos
Lo hallarás en la
ESCUELA DE MECANICA DE LA ARMADA
En la escuela secundaria, donde yo trabajaba como profesora, estábamos obligados a llevar a los
alumnos a visitar unos pueblos inventados por los milicos. Uno llegaba y a la hora que fuera golpeaba toc
toc y los habitantes tenían que salir y uno ver la casa, y escuchar el discurso aprendido donde te decían
cómo tenían que agradecerle al ejército argentino por haberles dado todo eso. Eran pueblos cárceles, al
estilo de lo que se hizo en Vietnam, donde la población tenía que alabar el destino glorioso que les
Cuando la población tiene que votar debe recurrir primero al padrón electoral. El método es sencillo:
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uno busca su inicial con el dedo índice en una hoja interminable pegada a la fachada de algún edificio
público. En general, se encuentra y verifica adónde le toca cumplir con su función cívica. Me acerco a una
vieja escuela, la de Pueyrredón y Lavalle, y procedo como corresponde. Pero mi dedo se emborracha, ve
doble, triple, no un apellido sino cuatro. Los leo: ¡Sí! aquí están: Gerardo, Abel, Hugo ... ¿Por qué no?
Para que caduque su derecho a votar haría falta probar que no están.
Para probarnos su afán didáctico los marinos nos aclaran que la nave del folleto es una fragata.
Mientras hablan nos guían hacia la puerta de entrada, y piso la vereda sin mirar para atrás.
Dígannos cuándo quieren volver, y estaremos a su servicio, como siempre, insisten los atentos
marinos.
Siempre los ruidos de la noche, parece mi destino estar oyéndolos, enumerándolos, tratando de
descubrir en ellos la vida fanfarrona, estridente, que quiere hacerse ver como un faro en la oscuridad de
la niebla y el mar embravecido.
¿Al mar dulce, a ese Río de la Plata al que caíste como péndulo? Dicen que los largaban mar
adentro ¿Se acercó tu cuerpo a la costa como un faro en la oscuridad? ¿Estaba embravecido el mar?
La hermenéutica como ruta estridente hacia la desesperación. La interpretación como contrapunto del
silencio.
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Busco atar cabos, atar tu historia en un nudo que ahogue la incertidumbre, recuperar una versión con
principio, medio y final. Armar el rompecabezas para calmar esta costumbre de inventarte posibles pasados,
posibles finales. Finalmente, nos depositan en la puerta de calle. Pero todavía nos bloquean la salida sus tres
imperturbables cuerpos.
Bloquearon los caminos de la investigación de los hechos concretos … ¿por qué la destrucción de los
cuerpos?… los cadáveres sin nombre, sin identidad, impulsando a la psicosis por la imposibilidad de
saber acerca del destino individual, concreto, que le tocó en suerte al ser querido… al borrar la
identidad de los cadáveres se acrecentaba la misma sombra que ocultaba a miles de desaparecidos
cuya huella se perdió.
Nunca Más
Ni huella de sus modales autoritarios de hace unos instantes ¡Qué amables anfitriones! Falta que nos
pidan nuestras direcciones en Canadá para hacernos llegar una postal. Si insisten, les mandaré una con el
ende indemnizables. Vuelvo al viejo edificio de la calle Moreno, la Secretaría de derechos humanos, para
conocer los entretelones. Cuando llego al tercer piso me mandan al primero, y del primero me mandan al
tercero. Los del tercero me explican que un desaparecido que se precie de tal tiene que figurar en una causa.
La razón es absolutamente lógica: por no figurar en ninguna planilla de entrada y salida no se lo puede
indemnizar con precisión. Al final no sé si los desaparecidos somos, estamos, fuimos o estuvimos, pero
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No sé decirte si estaba detenido preso o desaparecido. No figuro en ninguna planilla, en ningún libro
de detención, en ningún lado. Y por lo tanto no puedo hacer ninguna acción legal.
Yo sí puedo iniciar mi acción legal y tramitar una posible indemnización. El gobierno acabó con la
duda nada metódica sobre nuestra existencia y decretó que somos y que fuimos. Nos pagarán por ser
quienes fuimos. Los familiares de gente que fue lo que fuimos pero no es como somos también recibirán una
suma de dinero o de bonos por la llamada desaparición forzada (de sus hijos maridos padres hermanos u
otros lazos sanguíneos). En criollo podríamos afirmar que se nos va a pagar por haber sufrido prisión y
tortura ilegales y/o por haber sido asesinados, pero esos términos son legalmente inocuos, literariamente
¿Qué vía de escape de la ESMA puede ser socialmente aceptable? Le hago señales a un taxi. Para
Ya verán que el mundo entero nos dará la razón, es cuestión de tiempo. Lo importante es que se
difunda la verdadera versión sobre la Escuela de Mecánica de la Armada, recita Sheller mientras le
La Secretaría de derechos humanos me cierra la puerta en las narices, pero con modales impecables.
He decidido pedir la reparación económica que finalmente nos ofrece el Estado a los ex detenidos
desaparecidos. Paso una media hora en una oficina escondida, donde me piden tomar asiento y dejar
constancia de la información relativa a mi secuestro: fecha, lugar, período de detención. Hasta me ofrecen
un vaso de agua, papel y lapicera. Ya ha pasado la gran crisis del 2001, en el país han cambiado algunas
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conductas –me repito mientras resumo lo esencial en un párrafo. Al final de mi solicitud pido reparaciones
desde el momento de mi secuestro y hasta el presente, ya que mi vida ha sido desmembrada por estos
Al respecto…le solicito nos informe si el pedido está referido al incremento del beneficio por
¨lesiones gravísimas¨ (Art. 4º de la Ley 24.043) entendiéndose por ellas las contempladas en el Art. 91º
del Código Penal que establece: ¨Se entenderá como gravísima la lesión que produjese una enfermedad
mental o corporal, cierta o probablemente incurable, la inutilidad permanente para el trabajo…¨. Las
lesiones gravísimas se caracterizan por la irreparabilidad del daño causado por la pérdida absoluta de la
capacidad funcional de un órgano, no es la mera disminución o debilitamiento de una función. La
aceptación del término enfermedad es la alteración más o menos grave de la salud, pero debe ser
incurable, al menos en forma probable, lo cual será determinado por la pericia médica… El concepto de
enfermedad abarca tanto la patología física como la psíquica. La inutilidad permanente para el trabajo
debe entenderse en el sentido de un pronóstico ¨probable¨ de inutilidad para toda la vida.
Para el supuesto de que su caso esté encuadrado en lo anteriormente descripto, deberá acompañar
copia certificada de Historia Clínica del lugar de detención; sentencia judicial que las haya tenido por
acreditadas, o Historia Médica o Clínica con fecha correspondiente al lapso del beneficio emanada por
institución de salud oficial.
Lástima que el Club Atlético no siga en funcionamiento, de haber caído en la ESMA hubiera
aprovechado mi visita para solicitarles el correspondiente informe médico. Pero nunca se sabe: si bien
Gerardo pudo haber ido a parar a la ESMA, eso no simplificó su caso. El trámite que inicié por
reparaciones a raíz de su desaparición quedó en el limbo por años. El ritmo habitual, pensé, y lo dejé
estar. Mientras tanto muchos casos se procesaban. ¿Por qué no el nuestro? Finalmente, la voz de la ley se
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pronunció con claridad. Gerardo cometió un fraude y por eso no se le otorga a su familia el beneficio de la
reparación.
Los asesinos le robaron la cédula de identidad y ahora la usan para estafar con su nombre, pensé. ¡Los
torturadores roban con identidades robadas! Lo de siempre, concluí con la nausea habitual. Pero en
Desde los 80 la Universidad de Buenos Aires le seguía el rastro a un alumno que no había devuelto un
libro de física a la biblioteca. Se trataba de mi hermano. Mis padres les informaron a las autoridades que
su hijo había sido secuestrado y seguía desaparecido desde 1977. Lamentablemente, si él no aparecía el
libro tampoco podría aparecer. Lo cierto es que las universidades no permiten que este tipo de crímenes
permanezcan impunes. Buscaron a Gerardo sin tregua, y el caso pasó eventualmente a manos de la
policía.
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III
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Mi nombre enredadera se enredó
entre sílabas de muerte
DE SA PA RE CI DO
ido
nombre nunca más
mi nombre.
Enajenada de sujeto
no supe conjugarme
no supe recorrer
el abecedario de mis lágrimas.
Fui ojos revolviendo ayeres
fui manos atrapando jirones
fui pies resbalando
por renglones eléctricos.
No supe pronunciarme.
Fui piel entre discursos
sin salida sin vestigios
de dónde ni por qué
ni cuándo ni hasta cuándo.
Escribiré
látigos negros para domar
ciertas salvajes mayúsculas
ahogándome la sangre.
Resistiré resistirás
con nombre y apellido
el descarado lenguaje
del olvido.
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¿Capítulo final?
Una mujer estaba leyendo mi testimonio y me llamó para decirme que se quería
juntar conmigo para darme un abrazo. Estaba muy emocionada y agregó: -que sea
antes de terminar de leer tu libro, después quizás me falte valor para ese abrazo. Una
mañana nos encontramos y ella quería hablar del libro. Yo quería hablar del abrazo.
Vos me quisiste dar un abrazo porque te sentiste afectada, le dije, estabas emocionada,
tuviste la necesidad urgente de abrazarte con quien te pasaba todas esas noticias.
Quiero decirte que ese es el abrazo que a nosotros nos negaron. Aparte del dolor, la
¿Cuánto tiempo, mientras viva, va a pensar: por qué no nos dejaron abrazarnos?
No me puedo abrazar al pasado, tengo que dejar que suelte su avalancha de escenas y
de voces. Quisiera que se ventile y escape del rincón en el que lo tengo bastante mal
alojado. Que viva una existencia más llevadera. Por eso decido, en Canadá, ir a hablarle
a un sicólogo.
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Espero largo y tendido en una sala, mirando avisos de hollistic therapy y ensayando
discursos, hasta que me llama a su consultorio un tipo con pinta de intelectual de los
sesenta: anteojos redondos de metal, pelo enrulado, cuarentón. No podría ser más
adecuado para la ocasión, se me ocurre mientras le sonrío por no saber qué decir.
Ante la pregunta de rigor: What brings you here?, qué la trae por aquí, emprendo una
somera descripción de mi caso. Avanzo y retrocedo a los tropezones, con saltos olímpicos
abundar en detalles, armo una breve sinopsis para que podamos entrar en materia. Como
hablo mirando hacia dentro no le presto atención a sus gestos, hasta que al cerrar un
Sí, el doctor está llorando. Se tiene que sacar los lentes para secarse las lágrimas que
It's not that bad, doctor, don't worry, atino a balbucear: no se preocupe, no es grave,
Gracias a mis primeros auxilios se calma. Me da cita para otro día, pero sin esperar
Alta en el cielo/ bandera inmortal/ azul un ala / del color del cielo / azul un ala/
del color del mar... Tarareo, entre divertida y perpleja, las canciones patrias del
colegio. Uno de los métodos para calmar la ansiedad, ahora que yo soy la que floto en el
cielo. Vuelo hacia el sur, flameo… Otro método es masticar mis obsesiones como si me
Traicionar es algo parecido a abrir la ventana de una prisión: todos tienen ganas,
pero es raro conseguirlo. Así decía Céline, y él lo sabría mejor que nadie porque lo hizo.
regué mis veinte años para que crecieran sillas y estantes y sueños y carcajadas. Traicionar
es muy fácil. Basta correr esas cortinas cursis que nos vendían cuando veíamos al mundo
color de rosa. En la penumbra de la madurez, todos los gatos son pardos. A los pruritos de
la inocencia les sobra brillo: son plastificados, transparentes. La verdad es más turbia, y
cuanto más rápido se la acepta, mejores negocios se hacen. Money makes the world go
Lástima que los románticos perdamos la medida del tiempo, atorados por el diámetro
de los sentimientos y el volumen de las emociones. Hay que apurarse, el único remedio
contra la tristeza es la lectura veloz: una mirada a vuelo de pájaro más rápida que la
decepción. No es tan difícil, la decepción es lenta: tarda años en florecer -se riega de tanto
en tanto- y da sus frutos de repente. Frutos enormes, agobiantes, que se les caen a sus dueños
de tan pesados. A mí se me caen en palabras que hacen ruido de lágrimas contra muros de
silencio.
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Sos Samsa
Son muros de silencio las paredes del departamento de Corrientes, desafiantes ladrillos
que luchan contra la humedad que los carcome. Faltamos cuatro y sobran siete
habitaciones en las que conviven polvo y olvido. Las ausencias, aburridas de tanto
abandono, se cubren con telas de araña que adornan pilas de objetos. Cuando se largan a
correr por el eterno pasillo las atajo en mi cuarto de Vancouver y las revoleo por el aire.
Mariposas nocturnas que mueren al chocar con el velador de mis insomnios, preocupados
por no darte la ocasión. Pero te regalo, Roberto, ocasiones para decepcionarme. La culpa
la tuvo nuestra gloriosa juventud, o mejor dicho: creer en ella. Esos veinte años
impregnados de carcajadas a dúo, con cenas de lujo sobre cajones de manzanas. Tibios
nuestras figuras atino a ver que la metamorfosis ya estaba en marcha. Sos Samsa, y no en
12 de enero de 1979
Querida hija:
Como nos pedís que te hablemos de Roberto, te voy a contar una anécdota. Esta
mañana pasó a buscarme para ir a almorzar al café. Mientras comíamos yo le
hablaba de cómo el hombre puede modificar la materia con una fórmula matemática,
es decir, con una idea que sólo él descubre en ella. El me comentó una idea suya de
cómo fabricar un sobre para correspondencia que se reciba mucho más rápido y sin
desperdiciar papel. La charla le interesó tanto que se le hizo tarde y tuvo que salir
corriendo. Se fue volando, como siempre, con las alas de su portafolio. No pudo
esperar la cuenta.
Se te olvida que Chito pagó la cuenta y me la volvés a cobrar. Apurado y sin tiempo
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departamento.
Ábrete sésamo
Con el departamento en mente bajo en tránsito del avión que me trae de regreso a mi
historia. Bajo en Santiago de Chile: Once grados centígrados, cielo despejado. Cumbres
nada borrascosas. Paso una ventanilla que reza: control de pasaportes, pero un acento
tránsito, que excluye por definición el acto de presentar pasaporte para entrar a un país.
me salvan: saco de la cartera mi identificación profesional como quien saca un arma en las
La llave mágica, la tarjeta del éxito impresa of course en un inglés diseñado para
encandilar pupilas burocráticas. Sin percibir que mi título de doctora no cura ninguna letra,
faltaba más.
Ya no soy, por suerte, un grumo que se aplasta con estatutos metálicos y cortantes.
impreciso de los sin tierra. Vuelvo al asiento correcto, del avión correcto, del país
correcto… y voy a llenar la tarjeta de embarque correcta. Pero al despegar descubro un dato
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incorrecto: hoy no es diecisiete, mi número favorito, ni siquiera veinticinco, el segundo que
par me arruina la complicidad con las fechas, me deja a la intemperie como al país. No
me sorprende, ya en tierra firme, que los teléfonos no funcionen, que los taxistas se
peguen como moscas y que un par de botas de invierno me proteja de los treinta grados
derrumbe mudo me afloja las piernas. ¡Dadme un punto de apoyo, y prometo no mover el
mundo! Diviso un puesto de diarios y revistas. Para disimular mi estado de confusión, miro
-El golpe fue un hecho irremediable que contó con el apoyo de prácticamente toda
la sociedad argentina sin otra oposición que la del ámbito subversivo- afirma el
segundo Presidente del régimen instaurado en 1976, Roberto Viola. Pese a la
sentencia de 16 años de prisión que recibió como culpable de graves violaciones a
los derechos humanos, interrumpida por el indulto con que lo benefició el
Presidente Menem junto a otros comandantes militares de aquel régimen, Viola
aseguró que en los años del “Proceso” no hubo terrorismo de Estado: la
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expresión terrorismo de Estado no va.
Clarín, 24 de marzo de 1993
sigan pronunciándose con tanto aplomo. Esos giros altivos deberían estar pasados de
moda. Claro, con las modas nunca se sabe… pasó la época en que se usaban uno o dos
colores por temporada: ahora vale todo, hasta el verde caqui. Como acabo de aterrizar me
Aunque necesitaría mucha práctica, es un logro que demanda años de ejercicio. Entre los
que me rodean frente al puesto de diarios no detecto nada de esa furia, de aquel tumulto de
antaño que párrafos más tenues sabían desatar. Ni pestañean. ¡Atención! Una cincuentona
se acerca al diario Clarín con gesto apático. El billete que le pasa al vendedor le dará acceso a
las travesuras de nuestros maestros de la semántica, y a la cotización del dólar. Aunque ese
no es tema de actualidad porque peso y dólar flotan juntos como hermanitos de leche.
Para pertenecer al Club de los Amnésicos no se necesita ninguna aptitud especial -ni
siquiera una gran falta de memoria, espontánea o provocada por algún golpe, el
envejecimiento de las arterias o la escasa irrigación del cerebro-, porque se parte del
hecho de que desde el momento de nacer, todos somos amnésicos, especialmente
aquéllos que creen recordar.
Cristina Peri Rossi, Cosmoagonías
Siempre Coca-Cola
hoy al terreno del Club Atlético. Hace tiempo creí verle la entrada desde el ojo de una
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cerradura. Ni ojos ni cerraduras, apenas este polvo surcado por carreteras. En el
descampado donde sólo quedan tierra y viento que levanta tierra, hay un café con
sombrillas blancas y rojas que rezan Siempre Coca-Cola… Lógico: para que siempre
Coca-Cola, a menudo Clubes Atléticos. Ese cartel es un tomo de economía política, dicen
muros no están, si el feroz dinamismo de las autopistas sepultó tubos y pasillos ¿será?
Era un club y es un camino, flor de simbolismo ¿no? Lo tiraron abajo pero abrieron
un camino. Camino que transita sobre nuestros cuerpos suspendido en un allá que no nos
pertenece.
Pero hay peros después del punto y aparte: a lo largo de las horas el acá nos empieza a
pertenecer. Van surgiendo indicios, claves de un escenario que, a primera vista, parecía
uno más. Se empieza a leer: Acá funcionó el Club Atlético. Se empieza a pintar:
Compañeros
hoy venimos a contarles una historia
porque nunca consiguieron
arrancarnos la memoria hace de
esto 20 años una noche muy
oscura
un 24 de marzo empezó la dictadura.
Los ladrillos, gracias a las manos de borradores de amnesias, terminan por hablar.
Las paredes terminan por esbozar pañuelos, los aerosoles terminan por exigir justicia. El
Voy y vengo por la vereda sacando fotos. Quiero desquitarme de este paisaje inasible,
sin puntos de referencia, duplicando ángulos, curvas, planos que invoquen un recuerdo.
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No me resigno a no identificar la geometría de mi pasado, insisto en el registro pero pierdo.
clarividencia se hacen humo las tomas, las distancias, los encuadres. Quedo a merced de la
incertidumbre que no logran aplastar mis pasos. Los objetos, que suelen ser más sabios que
¿Qué ves?
Veo veo ¿qué ves? Veo manchas verde esmeralda sobre el cemento gris. El verde
trepa por una columna y veo verde hoja con matices color nube. Las columnas sostienen
una autopista que arrasó con campo y picanas en el 78. Pero no se arrasan los nombres,
me digo, las almas no se arrasan. Nombres y almas le dan sus formas al papel maché que
veo en las columnas. La forma del tiempo en exhaustas arrugas grabadas en tinta china,
la forma del dolor en vendas sobre ojos anónimos, la forma de la bronca en bocas de
témpera que se resisten a hablar, la forma de la fuerza en brazos y puños que se alzan con
el gesto estilizado del símbolo, la forma de la vida en ojos abiertos al más allá de toda
vista posible. Un ramillete de frentes y perfiles esculpidos da brotes, crecen ramitas allá
arriba, casi tocan la base de la ruta: flotan en el aire, son la intemperie de la historia.
Cumple años nuestra segunda piel de casi dos décadas, nos convocan la ley de la
memoria y de la vida. Por eso corresponde llenar este espacio con vino, con abrazos, con
fotos, con canciones, con poesía. El verde salpica todo negro posible, la apatía del polvo
se acurruca y juguetea el viento entre las manos. Manos que arman una enorme fogata
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alimentada por caras impresas. Rasgos y nombres de verdugos se consumen detrás de
implacables barrotes de soga. Extraños rituales nos convocan ¿Quema de brujas? No. Esta
es una peña, cantan alegres estribillos los murgueros, comen asado los amigos mientras
Me crucé en la calle con el Turco Julián. Estaba caminando por el centro con un pibe
sobre los hombros Quizá por eso no me dio ganas ni de pegarle. Chau, Tito, me saludó.
Se metió una mano en el bolsillo, sacó un montón de fichas de subte, y me dijo: Estoy en
la lona, flaco, vendo fichas para parar la olla, mirá vos. Ya en el pozo te decía que eras
un forro, un forro que se usa y se tira, le contesté. Y la seguía: con todo lo que vos sabés
habrás conseguido un buen laburo. Le dije que no, pero que me las podía ingeniar sin
su ayuda. Te puedo recomendar gente importante, mirá que podés ir de parte mía,
insistía. Entonces le pregunté si tenía que ir de parte de Juan Simón, que es su nombre
real, o de parte del Turco Julián. De Julio Simón, hijo de puta, de Julio Simón.
Una senda nos lleva al escenario donde suben y bajan emociones y festejos. Un
micrófono pronuncia mi nombre: no mi código sino mi nombre. Y sale de ese nombre una
voz que resuena a pesar mío, que se planta delante de mí dispuesta a pronunciar su propio
texto.
Una magia perversa gira la llave de casa. Entran las pisadas. Tres pares de pies
practican su dislocado zapateo sobre el suelo la ropa los libros un brazo una cadera un
tobillo una mano. Mi cuerpo.
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Doy vuelta la página, cruje el papel entre estos dedos. ¿Soy yo la que al leer cierra un
El secreto recorrido de casa al Club Atlético se hace público, habla hasta por los
asesinaron
a mi hermano a su hijo a su nieto
a su madre a su novia a su tía
a su abuelo a su amigo a su primo a su vecino
a los nuestros a los suyos a nosotros
a todos nosotros nos inyectaron vacío.
Perdimos una versión de nosotros mismos
y nos reescribimos para sobrevivir.
Palabras escritas para que las pronunncie acá, en este lugar que no es polvo ni celda
sino coro de voces que se resiste al monólogo armado, ese que transformó tanta vida en una
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Fuentes
Orales
Testimonios de Luis Alberto Acuña, Mimí y Federico Álvarez Rojas, Ana María
Careaga, Pedro y Matilde Cerviño, Mirta Clara, Nora Cortiñas, Daniel Flores, Carlos
Fanny Seldes, Norberto Szurman, Mario Villani y alguien que no dio su nombre.
Bibliográficas
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