Renaudet Agustin. Maquiavelo.

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AUGUSTIN RENAUDET

Catedrático honorario del College de France

MAQUIAVELO

EDITORIAL TECNOS, S. A.
MA D R I D
Los derechos de traducción al castellano de la obra
MACHIAVEL
nouvelllle cdition rcvue ct augm en tée
© Edition Gallimard (1956)
son propiedad de ED ITO RIA L TECNOS, S. A.

Traducción de
F rancisco D iez dei. Corral y Dan i ele L acascade

© E D IT O R IA L TECN O S, S. A. 1965
Calle O'Donnell, 27, 1 ° Izq. T . : 225 61 92. Madrid (9 )
Número de Registro: 2.173 - 64
Depósito legal: M. 14.975.— 1964

SUCESORES DE RIVADENEYRA, S. A. • MADRID.


A
Enricheta Beatrlce

PREFACIO

Este libro vio la lus por primera vez en la primavera


de 1942. P o r olvido o negligencia no se solicitó el visto
bueno de las autoridades ocupantes. La edición se agotó
en algunos meses. Los franceses no tenían entonces otra
diversión que la lectura. Maquiavelo se habia convertido
en lo que jamás fue durante su vida: un profeta armado,
uno de esos hombres a los que en aquella época apelaba
una política en posesión de la fuerza. Aquellos a quienes
la suerte de las armas no habia sido propicia podían de­
dicar un poco de sus tristes ocios al estudio objetivo de
una doctrina severa que. nacida de la aflicción de una
ciudad y un ciudadano. por consideraciones de salud pú­
blica. habia rebajado las libertades al nivel de la razón
de Estado. bajo el gobierno de un despotismo aristocrá­
tico que se afirmara genial o de una república diti.uv-rwl
1/ jacobina. En ? «o s textos imperiosos y ambiguo*, dom e
reviven tantas tólcras. tantos entusiasmos decepcionados,
tantos cálculos positivos y vanos, se pudían buscar, ya que
no lecciones prácticamente utilizables y verdaderos prin­
cipios de acción, algunos modelos de un análisis político
atento sobre todo al estudio de las crisis y los desastres,
de la fundación y restauración de los Estados.
La obra de Maquiavelo no se sostenía en una dialéctica
abstracta de ideas puras. Se nutria de historia y sagaci­
dad critica; historia antigua, romana y griega, constante­
mente releída y meditada; historia moderna de Italia y
Florencia; historia contemporánea de los principales pai-
8 MAQUIAVELO

ses cristianos, aprendida lentamente y por la experiencia


en el curso de una vida de hombre político y diplomático.
¡Juicamente la doble luz de la historia que creyó saber y
de la historia en que se mezcló activamente permiten com­
prender el origen, la seguridad dogmática y las incertidum­
bres de su pensamiento. La política de Maquiavelo sólo
se funda en los datos de una historia real y vivida; la
ética de Maquiavelo sólo se funda en los datos de una his­
toria real y vivida. Etica y política rechazan toda afirmar
ción abstracta y a priori, excepto la de la grandeza del Es­
tado, proclamada como un principio inquebrantable. Pero
el Estado es siempre aquí un hecho histórico e impuesto
por lo real. Todo estudio de la obra política de Maquiavelo
que no permanezca a un nivel estrictamente histórico y
objetivo correrá siempre el riesgo de no captar, o captar
mal, el fondo de su pensamiento. Este estudio no puede
escapar a la doble exigencia de analizar primero su pen­
samiento. de resumir después, con método y claridad, las
conclusiones teóricas y prácticas de su reflexión y saber.
Estas conclusiones se desarrollan libremente en un sistema
incompleto cuya preocupación dominante es la de definir,
ante la historia y la verdad políticas, dos regímenes gu­
bernamentales: monarquía y república. En seguida se ob­
serva que el debate anuncia ya a la vez la política de Ri-
chelieu y la de la Convención. Profesión de una fe per­
sonal e incierta; afirmación objetiva de altos valores hu­
manos. Doctrina que, sin ninguna retórica, sin ningún de­
seo de seducir al lector, un lector que Maquiavelo apenas
encontraría durante su vida, pudo parecer de un pesimis­
mo tan virilmente decidido a contradecir todas las previ­
siones morales que tendría que esperar tres siglos para
encontrar discípulos resueltos a reconocerse como tales.
Las píginas que siguen se han ordenado según un es­
p íritu de libre investigación estrictamente histórico. No se
pretenderá ni panegírico ni requisitoria, sino solamente
comprender un hecho histórico; en un medio dado, en
unas circunstancias dadas, la aparición de una doctrina que
intentaba interpretar la historia y fundar sobre ella la po­
lítica. No se hablará de lo que desde hace varios siglos
PREFACIO 9

se ha convenido en llamar maquiavelismo. Y en el pro­


grama del estudio aquí emprendido no entrará tampoco,
menos aún, la obra propiamente literaria de Maquiavelo:
sus narraciones, comedias y versos.
Esta segunda edición no añade gran cosa a la primera.
Se han corregido diversas negligencias; algunas ediciones
recientemente aparecidas de Maquiavelo y Guicciardini han
hecho necesaria una importante revisión de referencias.
En la conclusión sobre el problema de la razón de Estado
en la obra de Maquiavelo. autor, sin duda, de esta doctrina,
pero que jamás empleó tal término, fam iliar sólo a gene­
raciones más tardías, se han introducido algunas nuevas
líneas. Asimismo se han señalado ciertos textos del Prin­
cipe y las Décadas, donde se afrontan la fortuna y el ge­
nio. Y, en fin, después de trece años, la bibliografía ha
debido ser puesta al día, eliminando de ella todo lo que
es obra de partido, propaganda o fantasía.
INTRODUCCION

EL PROBLEMA DEL PENSAMIENTO POLITICO EN LA


IT A L IA DEL RENACIMIENTO

En el momento en que se intenta captar el pensamiento


político en la Italia del Renacimiento dos nombres vienen
a la mente: Maquiaveio y Guicciardini. Dos obras cuyo
carácter, desde hace cuatro siglos, ha conmovido, sorpren­
dido, asombrado a historiadores, moralistas o teóricos del
derecho. Un método estrictamente positivo, aplicado al es­
tudio de las relaciones que la sociedad humana instituye
entre los individuos y eí Estado, entre los pueblos, enfre
los Estados. Una política estrictamente positiva que subor­
dina a sus fines el derecho y la moral, valora y calcula
exactamente los medios, considera los sentimientos o pa­
siones de los hombres, sus creencias o sus ideas, única­
mente como un simple dato para medir las fuerzas o
debilidades que pueden ayudar o contrariar su juego. Esta
ciencia positiva del gobierno se propone un solo objetivo:
la fundación del Estado, la conservación, el desarrollo, la
grandeza del Estado. Dicha política se define y desarrolla
para sostener una concepción republicana del Estado, en
los Discursos sobre la primera década de Tito Lim o. Más
desnuda, apretada y resueltamente simplificada, se ofrece,
en el libro del Principe, a servir a una monarquía que
todavía no se ha llegado a fundar. Sirve de savia, una
savia austera y desdeñosa, a toda la obra de Guicciardini,
los veinte libros de su Historia de Italia, su Historia de
12 MAQU1AVEL0

Florencia, los dos libros de sus Diálogos sobre el gobierno


de Florencia, sus Recuerdos políticos y civiles.
El Estado, tanto para uno como para otro, no es ya la
ciudad antigua, ni la comuna libre de la Edad Media, ni
la ciudad italiana de los dos últimos siglos. No se parece
tampoco a la monarquía de Francia o Inglaterra, que, me­
dieval a pesar de algunos rasgos ya modernos, continúa
invocando el derecho feudal y el deber del vasallo hacia
el soberano. Maquiavelo funda el Estado sobre un hecho
histórico que es, a la vez. de orden material y espiritual:
la existencia de la nación. Imagina un Estado nacional,
todavía no definido con la suficiente claridad como para
poder recibir en él a todos los pueblos de Italia, bastante
fuerte al menos para poder atraerlos y conducirlos, para
rechazar las invasiones extranjeras, para asegurar la sal­
vaguarda de esa patria italiana cuya imagen parece ya
haber entrevisto Petrarca. Guicciardini, tan profundo y
más exacto en el análisis, pero inferior en el vigor del
pensamiento y en que, escéptico y cansado, más fácilmen­
te reconciliado con una época cuyas miserias conoce, de­
dica menos atención a un porvenir que sabe incierto y
amenazador, rompió, sin embargo, con la tradición que
restringía la obra de un historiador al horizonte de una
ciudad: fue el primero, por un breve período de tiempo
sin duda, pero rico en acontecimientos y lecciones, que
compuso la historia íntegra de Italia y, respondiendo al
deseo de Maquiavelo, demostró la existencia de la nación
italiana.
Estas dos obras asombran por la novedad del método
y por el original espíritu que las anima. Contemporáneos
de Maquiavelo y Guicciardini, Erasmo, en los Adagios y
la Inslitutio principie christiani. y Tomás Moro en la
Utopía, tratan también las más altas cuestiones de moral
política y social. Ambos tienen en cuenta las lecciones que
reciben de los hechos. En Erasmo se encuentra en seguida
el recuerdo preciso de las instituciones representativas que,
en la segunda mitad del siglo xvt, defenderían contra Fe­
lipe II sus compatriotas de los Países Bajos y que servi­
rían después de base al régimen de las Provincias Unidas.
INTRODUCCIÓN 13

Y en Tomás Moro, aliados a su fantasía, pueden verse fá­


cilmente el apego a las libertades indispensables y el más
exacto conocimiento de la economía inglesa. Pero tanto el
uno como el otro habían admitido siempre que la moral
cristiana necesitaba disciplinar las relaciones de los so­
beranos entre ellos y con los pueblos. Como los filósofos
antiguos, como Platón y Aristóteles, como los teólogos de
la Edad Media, ambos se habían planteado el problema del
buen gobierno; ninguno de ellos dudaba que la cuestión
fuera de orden moral. Cristianos, habían pedido solución
a la moral cristiana. Maquiavelo y Guicciardini reducen la
política al arte de captar, cultivar y ordenar las fuerzas
en juego, tan al margen de la ética pagana como del cris­
tianismo.
La originalidad de esta concepción no pasó inadver­
tida para sus contemporáneos; y, en primer lugar, los
extranjeros, poco sensibles a la inspiración nacional que
exalta Maquiavelo, y comunica a veces a su doctrina cierta
grandeza trágica y desesperada. No podían leer sin sor­
prenderse el capítulo XVIII del Principe, donde se de­
muestra la imprudencia y el error de los soberanos fieles
a su palabra; ni las alabanzas prodigadas a la duplicidad
de Alejandro VI o de Fernando el Católico; ni la glorifi­
cación de César Borgia. Se admitía casi sin reservas que
la política fuera el reino de la violencia o el fraude; pero
todavía no había existido nadie que, con una tal indife­
rencia hacia el soberano bien de los filósofos o a la per­
fección evangélica, se acomodara a la fatalidad que la ley
de la Edad de Hierro imponía a los hombres, o a la sen­
tencia divina que les infligía la ley del pecado. En un
mundo abandonado a la violencia nadie había profesado
con menos inquietud y remordimiento la persecución del
éxito temporal. En Francia, desde los últimos años de Fran­
cisco I o el comienzo del reinado de Enrique II, lo que se
denomina maquiavelismo designa una tiranía hipócrita y
pérfida. Católicos y protestantes se indignan a porfía, de­
fendiendo al tiempo la tradición cristiana y la tradición
piadosa de la sabiduría antigua. El Discurso de la servi­
dumbre voluntaria, compuesto entre 1546 y 1551 por Etien-
u MAQUJAVELO

ne de la Boétie, es antimaquiavélioo. En 1576 el hugonote


Etienne Gentillet refuta al Príncipe en sus Discursos del
arte de gobernar. Aunque menos escandaloso. Guicciardini
no inspira mucha más confianza. Montaigne, que evitó cui­
dadosamente pronunciar contra Maqu¡avelo una requisito­
ria trivial, resume para si, en una página de los Ensayos.
la sospechosa impresión que le ha dejado en el ánimo una
larga frecuentación de la Historia de Italia:
“ He aquí lo que escribí, hace aproximadamente diez
años, en mi Guicciardini...: Es un historiador diligente
en el que, a mi entender, puede conocerse la verdad de
los asuntos de su tiempo con tanta exactitud como en
cualquier otro, ya que la mayor parle de las veces fue
actor en ellos, desempeñando un papel honorable. No hay
en él nada que pueda indicar que haya falseado los he­
chos por odio, favor o vanidad. De ello dan fe los libres
juicios que emite sobre los grandes, y. especialmente, so­
bre aquellos que le ayudaron en su carrera, como el papa
Clemente VII. Es también digno de hacerse notar que, en­
tre tantas almas y acciones como juzga, entre tantos com­
portamientos y opiniones, en ningi'm caso los achaca a la
virtud, la religión o la conciencia, como si todos estos
dones hubieran desaparecido del mundo. Y encuentra la
causa de todas las acciones, por muy hermosas que sean,
en alguna viciosa coyuntura o en algún interés personal.
Es imposible imaginar que en este infinito número de
acciones que juzga no haya alguna razonable. No existe
ninguna corrupción tan universal como para que nadie
pueda escapar a su contagio. Esto me hace temer que no
haya sido aqui enteramente objetivo. Quizá ha juzgado a
los demás según sus propios sentimientos” *.

Pero, sin salir de Italia, el flagrante contraste existente


entre el realismo de Maquiavelo y la tradición de Dante,
lal como se desarrolla en Im Divina Comedia, particular-

Essals, II, 10.


INTRODUCCIÓN 15

mente en el Purgatorio y en el Paraíso o en las argumen­


taciones latinas del tratado De la Monarquía, muestra con
mayor nitidez aún la radical oposición de esas dos con­
cepciones.
Dante, como los filósofos antiguos Platón o Aristóteles,
como los padres de la escolástica y ¡Santo Tomás, a quien
sigue frecuentemente, al igual que harán dos siglos des­
pués Erasmo y Tomás Moro, intenta resolver el problema
del buen gobierno. Naturalmente, el espectáculo de lo real
debió dejar — lo contrario sería inconcebible— alguna hue­
lla en su obra. Su propia experiencia política y la lucha
de partidos en Florencia y las ciudades italianas; su amis­
tad por la nobleza terrateniente, clase a la que él mismo
perteneció; su desprecio por las nuevas familias llega­
das del campo y demasiado rápidamente enriquecidas en
los negocios, pudieron inclinarle hacia ciertas preferencias
doctrinales. Sus añoranzas por un régimen social y polí­
tico en vías de lenta degradación llenan de tristeza, en el
centro mismo del Paraíso, en ese cielo de marzo donde
reencuentra a su tatarabuelo muerto en las Cruzadas, pa­
labras cuya serenidad se ve turbada por demasiados ren­
cores partidistas *. Pero estas reflexiones de emigrado no
afectan más que al gobierno interior de Florencia: la ver­
dadera cuestión que Dante, filósofo y teólogo católico, quie­
re debatir es la del régimen que conviene al mundo cris­
tiano. El Estado particular, la nación particular, no cauti­
varán durante mucho tiempo su atención. Su pensamiento
abraza lo universal: es el orden del mundo cristiano lo
que él quiere definir. Orden ideal que funda, como fi­
lósofo y teólogo, sobre principios filosóficos y religiosos.
Este orden es el de una reforma y restauración, cuyos
elementos busca el poeta en el pasado. Reforma moral, in­
telectual, espiritual de un individuo ideal, liberado del
pecado, instruido por el saber enciclopédico de Aristóte­
les, esclarecido por la teología racionalista de Santo To­
más, iluminado por la teología mística de San Buenaven-

/•*aradiso, XVI, 16-66, 1i £-154.


16 MAQUIAVELO

tura, conducido por la ascesis y la meditación hasta el


umbral misterioso de las gracias de la oración concedidas
a San Bernardo y a los padres franciscanos. Reforma de
la sociedad cristiana, por la restauración de dos poderes
encargados por la Divinidad de guiarle en lo temporal y
lo espiritual; para que el intelecto humano, bajo la garan­
tía de una paz universal, alcance la realización de su es­
fuerzo hacia el conocimiento; para que el alma humana
consiga la eterna bienaventuranza. Restauración del impe­
rio, restitución a César de la magistratura a la vez ro­
mana y cristiana que Dios le confirió para pacificar los
pueblos desunidos; restauración de la Santa Sede, decaída
y cautiva, por el retorno del papado al espíritu de sus
orígenes, por su renuncia a la riqueza y al poder, su con­
versión voluntaria a la humildad y a la pobreza, según
los ejemplos y la enseñanza, recientes todavía, de San Fran­
cisco.
La doctrina política de Dante es así a la vez racionalista
y mística. Cuando define el fin supremo a que tiende la
sociedad humana en la tierra, y que él muestra en el
progreso indefinido del espíritu, argumenta, desde la po­
sición de filósofo intelectualista. como Aristóteles o San­
to Tomás*. Es el místico, por otra parle, quien funda en
Dios, además de la autoridad espiritual de la Iglesia, la
magistratura cristiana y romana del emperador; magistra­
tura del derecho eterno, cuya revelación, perseguida oscu­
ramente desde los primeros días del mundo y que no se
consumará hasta el fin de los tiempos, se ha impuesto
luminosamente por la predicación del Evangelio y la recon­
ciliación de la Roma imperial con la Iglesia cristiana*.
Es el místico igualmente quien, a pesar del mentís de los

“ Monarchie, I, 3,
* Tal parece ser la significación simbólica del águila Imperial
que dibujan, en el cielo de Júpiter, las almas luminosas de todos
aquellos que han trabajado en la tierra sobre la creación del
derecho: almas de la antlgüed/d judia y de la antigüedad he­
roica, de la Roma imperial y del mundo feudal (Paradiso, XVIII,
70-136; XIX, 1-24; XX 16-72). Cf. A. Renaudet, Dante humanlste,
París, 1952, en 8.®, págs. 194-238.
INTRODUCCIÓN í?

hechos, a pesar de la decadencia del imperio que no ha


visto reconstruirse y las usurpaciones triunfantes de los
Capetos, a pesar de la degradación de la Santa Sede, su
cómplice y prisionero en el exilio de Aviñón, espera la
llegada del enviado divino que restablecerá el imperio y
reformará la Iglesia*. Este místico recoge, en fin. las pro­
fecías de Joaquín de Floro y las esperanzas de los fran­
ciscanos espirituales: como ellos. Dante asiste con una
inquebrantable confianza a las tribulaciones que deben
anunciar y preparar la revancha de los santos*.

Ninguna posibilidad de acuerdo entre El Príncipe y La


Ditñna Comedia, entre Dante Alighieri y Maquiavelo. Una
política positiva, que se establece en el centro de la socie­
dad humana tal como la encuentra, y, con los materiales
que ella le ofrece, edifica un Estado particular, nacional,
italiano; un reformador visionario, que desprecia y odia
el mundo real, y que. con ayuda de las ideas puras, re­
construye. desdeñoso de las naciones, un refugio eterno
para toda la humanidad cristiana. Dante, fiel súbdito del
emperador, reconoce en el César la marca del sello divino;
condena eternamente a Bruto y Casio, los dos más grandes
criminales de la historia humana después del discípulo
que traicionó a Jesús. Maquiavelo odia al imperio romano
por su despotismo, desprecia al santo imperio medieval
por su impotencia creadora de desorden, coloca a Julio
César al nivel de Calilina*. Dante piensa aún en la Santa
Sede, una vez reformada, como en el instrumento de res­
tauración del orden cristiano; Maquiavelo no cree refor­
mable al papado, le acusa de haber desmoralizado a Ita­
lia, de mantener la división y la debilidad, y le juzga in-

* Inferno, I, 101-111; Purgatorio, XXXIII, 37-15; Paradiso.


XXVII, 61-63, 142-148
» Paradiso, XII, 139-141.
' Discorsi sopra la prima Deca di Tito Uvio, t, 10; Tulle le
opere di Niccolf» Machlavelli, ed. Franc. Plora y Cario Cordié,
Milán, 1949, 2 vols. en 8.*; I, pág. 123.
2
18 MAQUIAVELO

digno de confianza tanlo en el presente como en el por­


venir*. Entre todos los espíritus del Renacimiento italiano
Maquiavelo es el más ajeno al Evangelio, el menos acce­
sible a esa fe de la que Dante vive, el más indiferente a la
moral cristiana, a la que acusa de haber debilitado la ener­
gía de carácter de los hombres de su tiempo. Sólo ve en
la religión un instrumento en manos del hombre de Es­
tado. Asimismo, las virtudes que exaltan los humanistas
sólo tienen valor como medios que el hombre de Estado
puede utilizar, de la misma manera que puede utilizar el
crimen. Absolvería las violencias y traiciones de César
Borgia siempre que con ellas se hubiera conseguido fun­
dar. entre la Tirrenia y la Adriática, una potencia capaz
de dominar y regenerar la Italia central*. Pero Dante ha­
bría arrojado a César Borgia al séptimo círculo del infier­
no, en el río hirvienle de sangre humana donde están su­
mergidos por toda la eternidad, vigilados por centauros sa­
gitarios, los tiranos homicidas; y el propio Maquiavelo
habría encontrado su castigo en el octavo foso del octavo
circulo, entre los consejeros del fraude, aprisionados entre
llamas, con Ulises y Diomedes.

Entre 1312 y 1321, época en que el poeta componía el


Purgatorio, el Paraíso y la Monarquía, y el momento en
que Maquiavelo escribía El Principe y los Discursos sobre
la primera década de T ilo Livio. es decir, los quince años
que siguen al primer retorno’ de los Médicis en agosto
da 1512, se produjo, pues, en Italia un viraje completo del
pensamiento político. Dante y Maquiavelo sólo tenían en
común la esperanza de una próxima renovación del mun­
do. gracias a la acción de un hombre de genio enviado por
el destino. Pero si ambos comparten esta idea, existe entre
ellos un profundo desacuerdo respecto a la extensión y lí-

* fílscorsl, I, 12, págs. 130-131. Sobre las reservas que se sue­


len imponer a la confianza que Maquiavelo parece acordar a
León X til Principe, II y 26; I, págs. 38 y '82) ver págs. 113-115.
• Ver págs. 251-256.
INTRODUCCIÓN 19

miles de esa renovación. Lo que Danle quiere cambiar es


todo el orden cristiano; lo que Maquiavelo quiere trans­
formar es el Estado particular, la nación italiana. El poeta
católico subordina los medios a la moral y al Evangelio;
el hombre de Estado, a los intereses de un Estado ideal,
si, pero temporal.
Mas para comprender los lejanos orígenes del pensamien­
to político en la época del Renacimiento italiano hay que
remontarse, sin embargo, a Danle. l.os escritores del si­
glo x vi leen y conocen perfectamente La Divina Comedia.
veneran a Dante y sj acuerdan constantemente de él, si­
quiera sea para contradecirle. Para comprenderles, para
captar el sentido profundo de su pensamiento, es necesario
confrontar este pensamiento con lo que él niega, con ese
pasado que late en él y cuya herencia rechaza. Es nece­
sario rastrear qué nuevas nociones, qué nuevos puntos de
vista sobre el mundo y los hombres, qué nuevas experien­
cias ha podido adquirir este pensamiento duranle los dos
últimos siglos; es preciso investigar a qué nuevos méto­
dos. a qué nuevas disciplinas ha sabido plegarse, qué desi­
lusiones y qué tristezas ha sufrido, ante el tumulto de la
historia europea y el drama ininterrumpido de la historia
italiana.

El orden tradicional y cristiano que Danle había que­


rido restaurar ya no subsiste; he aquí lo primero que con­
templamos “ ,
Ni la Santa Sede ni el Santo Imperio conservan sufi­
ciente prestigio para poder imponer a los pueblos y Esta­
dos su doble autoridad. Los papas aviñonenses. desde Cle­
mente V a Gregorio XI. retenidos más allá de las montañas
por la monarquía capetiana, han caído frente a ella, como
Dante había previsto, en una dependencia que sólo los re­
veses sufridos por Francia en la guerra inglesa han po­
dido de momento aligerar. En 1377, al año siguiente de

“ Véase la obra de Fu. Encone, Dante e MaccMavelti, Qua-


derni di Política, 2, liorna, 1922, en 8.°
20 MAQUIAVEM)

su restablecimiento en Roma, se abre en la Santa Sede


el drama del cisma de Occidente, y los concilios reforma­
dores pondrán en seguida en lela de juicio hasta la su­
premacía del papado sobre las Iglesias. Jamás la autori­
dad pontificia ha estado más debilitada o amenazada que
ahora. Los progresos de las contribuciones fiscales, el cú­
mulo de beneficios, la indiferencia religiosa de los prela­
dos, lesionan los intereses y trastornan las conciencias. En
esta Italia durante demasiado liempo abandonada, la Santa
Sede no reconstituye sus dominios más que por la fuerza
de las armas mercenarias, el abuso de las censuras espi­
rituales. la astucia de una diplomacia que no rechaza el
concurso de señores nefastos o desalmados. Sólo ha podido
triunfar sobre dos concilios por medio de pactos y con­
cordatos que abandonan parcialmente en manos de los
principes las dignidades y riquezas de las Iglesias nacio­
nales. Los papas de fin del siglo xv, soberanos temporales
ocupados en la política y la guerra, no habrían ya podido
imponer a los Estados el arbitraje supremo del Evangelio,
aunque hubieran conservado el deseo de hacerlo. Mientras
tanto, la doctrina imperial formulada por Dante no sobre­
vivió a la decadencia del Imperio. Luis de Baviera, en
quien el poeta había depositado quizá su última esperan­
za, sólo fue capaz de abrir un cisma sin porvenir antes
de sucumbir en su lucha contra Juan XXII y Clemente VI.
Carlos IV ofrecía por dos veces a las ciudades de Italia
el espectáculo de su rastrera debilidad. A partir de ahora,
los príncipes y pueblos no admiten ya ni la esencia divina
ni el papel universal de la función imperial. Y en Ale­
mania, en Italia, en Europa, esta función no confiere ya
a Federico III ningún prestigio. A pesar del matrimonio
de Maximiliano con la hija de Carlos el Temerario no se
podía todavía prever la aplastante acumulación de heren­
cias que llevaría a Carlos V a reivindicar de nuevo la
monarquía universal. La realeza francesa opondrá a esta
idea la noción positiva y moderna del equilibrio de fuer­
zas; en 1556 el fracaso del mayor de los Habsburgos y su
abdicación serán la prueba manifiesta de la irremediable
decadencia del Imperio.
INTRODUCCIÓN 21

Desde este momento no se puede ya hablar de someter


los Estados cristianos, como Dante quería, a la doble d i'
rección de Pedro y César. Los legistas franceses niegan al
Papa el derecho de controlar, según el Evangelio, la con­
ducta de su rey. Y no están tampoco dispuestos, menos
aún. a obedecer al emperador. Si en 1308 Felipe el Hermoso
parece desear la corona imperial, si Francisco I se presen­
ta, en 1519. como candidato a esta corona, ambos sólo de­
sean extender más allá de sus propios reinos, persiguiendo
objetivos materiales, un poder completamente material.
Tanto para Felipe el Hermoso como para Carlos V y Luis XI
la política es asunto de interés y cálculo. No conoce otrc
objeto que la grandeza y el poder del Estado; no sigue
otra guía que la de la experiencia y la razón; desdeña ios
derechos y las pretensiones de César y Pedro. La realeza
inglesa, asistida de su Parlamento, ignora también al em­
perador y defiendo contra la Santa Sede a la Iglesia na­
cional. Los príncipes y señores alemanes ajustan su con­
ducta a un mezquino egoísmo. A llí donde los burgueses se
gobiernan a sí mismos, en las ciudades comerciales de Ale­
mania del Sur o del Centro, en Augsburgo, Nuremberg o
Francfort, en las ciudades del Norte unidas por la Liga
anseática, en las ciudades flamencas de los Países Bajos,
los intereses materiales de las clases creadoras de riqueza
dominan la política.
En Italia, donde más que en ningún otro país, los recuer­
dos de la historia antigua, la práctica de la libre discusión
en las asambleas comunales y las conversaciones diplomá­
ticas en los consejos de las Ligas pudieron afinar el espí­
ritu de los hombres de Estado y su comprensión de unos
problemas que la precoz aparición de ciertas formas esen­
ciales de la economía capitalista planteaba ya en términos
modernos, el arte de gobernar obedece a las reglas de una
técnica positiva que define exactamente sus métodos y sus
fines, liberándose de toda consideración religiosa y moral.
Los tiranos que desde el siglo xu vienen estableciéndose
en las principales ciudades del Norte, y cuyos represen­
tantes más típicos sod los Visconti de Milán, en el si-
22 MAQUIAVELO

glo xiv, y los Sforza, sus sucesores, en el siglo xv, de­


dican exclusivamente su esfuerzo a fundar, mantener y
perpetuar la potencia del Estado. Crean monarquías ab­
solutas, despóticas, muchas veces inhumanas y a menudo
deseosas, en revancha, de un exacto gobierno de las cosas.
En las repúblicas, Venecia, Génova o Florencia, el interés
del Estado se confunde con las ventajas positivas de la
clase detentadora del capital, del prestigio social, de la
autoridad política. Y en el primer tercio del siglo x v nace
así en Florencia, del poder de la Banca, el poder político
de los Médicis.

La aparición y el desarrollo del humanismo empujaban


entonces los espíritus hacia otros métodos, para constituir
la ciencia del mundo moral, investigar y definir las le­
yes de las sociedades humanas y deducir de ahí los prin­
cipios do una nueva política. El triunfo del humanismo
constituyó a la vez un enriquecimiento y un empobreci­
miento. Para la Edad Media agonizante, el más exacto co­
nocimiento de la antigüedad, de la civilización antigua, del
pensamiento y de la ciencia antigua, del arte literario de
¡os antiguos y, en fin, el nuevo contacto con el espíritu
reanimado del paganismo, fue muy beneficioso. Pero este
beneficio no compensa enteramente el desdeñoso y suma­
rio abandono de ciertas tradiciones morales, intelectuales
y espirituales legadas por la Edad Media, y muchas veces
a muy alto precio. En efecto, la decadencia final de la
escolástica parisiense y occidental, tan pujante todavía, tan
realmente grande y fecunda en tiempo de Petrarca, repre­
sentó un empobrecimiento. Y lo mismo puede decirse res­
pecto a la decadencia de la mística, tan viva en el si­
glo xiv, tan vigorosa aún en el primer tercio del siglo x v
con Jean Gerson, tan capaz aún de un vehemente esfuerzo
para aprehender lo divino. En la segunda mitad del siglo,
la única fuerza espiritual verdaderamente viva y nueva
que queda es el humanismo; no obstante, es preciso la­
mentar lo que entonces parecía extinguirse.
INTRODUCCIÓN 23

Hay que lamentarlo, máxime cuando el humanismo no


había logrado asentarse plenamente. Petrarca, el gran ini­
ciador, había legado a la posteridad el ardor y el entu­
siasmo de una pasión y una poesía que. para hablar como
Maquiavelo, resucitaban las cosas muertas El esfuerzo
de los humanistas ponía en manos de los modernos la ex­
periencia moral, psicológica, social y política de los anti­
guos: todo lo que parecía necesario para poder recomen­
zar sobre nuevas bases, ya que tal había sido el deseo de
Petrarca *. la educación del espíritu humano. Sin embargo,
no supieron organizar en una síntesis original y vigorosa
los nuevos datos que habían adquirido sobre el hombre y
el mundo. No supieron siquiera definir con precisión y cla­
ridad los nuevos principios de análisis y síntesis, de in­
vestigación y construcción que el espíritu humano bus­
caba confusamente desde el Renacimiento petrarquista. Lo
que más falta hacía al humanismo en el siglo x v era un
Discurso del método, algo que en Occidente no aparecería
hasta Descartes.
Esta debilidad se muestra en su esfuerzo por reconsti­
tuir la ciencia del gobierno. Petrarca había tenido dos po­
líticas; la una, toda do ideas, de fórmulas y reminiscen­
cias dantescas, revestidas de elocuencia clásica y retórica
ciceroniana, y que, a fuerza de redundancia y prolijidad,
parece una reducción al absurdo de la doctrina do Dante.
Pero, al mismo tiempo, había esbozado también el progra­
ma de una política humanista intentando insertarla, con
mayor o menor éxito, en el sistema de una filosofía que
quería continuar siendo cristiana. Política bastante verbal
y mediocre cuyos elementos había extraído no de un cabal
estudio de la realidad, sino de los libros. Sus viajes a tra­
vés de Europa, sus amistades con los príncipes, le hubie-

»* Dell’arte delta guerra, VII, pág. 620. “ Questa provincia pare


nata per rteuscitare le cose morte, come si é visto della poesía,
deila piltura e della sculiura” .
* Sobre la política de Petrarca, ver P aul P iur , Petrarcas Buch
olme Ñamen und die piipstüche Kurie: ein Ileltrag sur Gelstesge-
schlohte der Frührcnaíssance; Halle, 1925, en 8.®; particularmente
cap. I y II, págs. 6-98.
24 MAQUIAVELO

ran permitido comprender a esos modernos que aclamaban


su genio y a quienes despreciaba. Pero todo era inútil.
Porque, desde los romanos, el mundo le parecía vacío. Es
únicamente en los fastos de la Roma consular, glorificada
por Tito Livio, donde estudiaba a los hombres, los pue­
blos y el arte de regirlos. Encarrilaba a la vez la historia
y la ciencia del gobierno por vías muertas. La política ita­
liana y la política europea se le habían escapado. El juego
de los intereses económicos, que los cronistas florentinos
habían ya desenmarañado, le parecen cosas vulgares y sin
gloria. La evolución política y social que transformaba la
comuna en señorío no retiene su atención. Pero el estu­
dio de la antigüedad romana lo entendía únicamente a la
manera de los moralistas, para extraer ejemplos, anécdo­
tas, algunas biografías exultantes, la afirmación histórica
de que los pueblos demasiado confiados por sus éxitos de­
masiado constantes, en alcanzar un porvenir seguro y es­
table. desembocan fatalmente en la decadencia y la rui­
n a” . Sobre la historia así reducida a una ciencia auxiliar
de la ética, fundaba una política necesariamente limitada
a algunos temas de declamación moral. Del pasado roma­
no. su entusiasmo de poeta había lomado únicamente el
ideal oratorio y convencional de un gobierno republicano,
heroico y virtuoso. Jamás dice cómo hubiera reformado
él estos Estados cristianos, cuyos jefes sólo eran a sus
ojos tiranos, según un ideal de libertad cívica; y él mismo
se aviene demasiado fácilmente con los Visconti. Desde*
ftosa de lo real, apoyada sobre la autoridad de algunos tex­
tos antiguos, la política de Petrarca se muestra como una
nueva escolástica, poco capaz para iluminar la inteligen­
cia y guiar la acción. Los humanistas florentinos otorga­
ron su asenso a esta política.
Y. sin embargo, desde la primera generación, estos hom­
bres se encontraban mezclados como cancilleres, como ora­
dores. en los asuntos de una comuna por la que la deca-

“ Hans Barón, Das Erwachen des Mstorischen Dentsns tm


ffumanlsmus des Quatlrocento, Hlstortsche Zelteclirlft, 1933, 117,
págs. 5-20. Sobre Petrarca y a este respecto, págs. 5-7.
INTRODUCCIÓN 25

dencia de sus instituciones conducía insensiblemente de


la oligarquía al principado; mezclados en los asuntos ge­
nerales de Italia, en un tiempo en que nacía en Milán la
más grande de las tiranías modernas; mezclados en las
disputas del cisma de Occidente, de los concilios y de la
Santa Sede restaurada. No habrían tenido más que cerrar
los libros y abrir los ojos, es decir, hacer lo mismo que
hacían cuando debían actuar. Pero no supieron ni olvidar
sus lecturas ni fundar sobre una ciencia positiva de los
hechos el arle de gobernar a los hombres. Petrarca les
había dejado el gusto por el lugar común, por la frase
ciceroniana. Había, sobre todo, comprometido de antemano
el progreso de una ciencia política inspirada en una falsa
noción de la historia. Los humanistas florentinos, a pesar
del interés y grandeza de su trabajo, no consiguieron, ni
en historia ni en política, desprenderse de sus lecciones **.
Es indudable su complacencia al rememorar los más
recientes anales de su ciudad. Mas parece como si desde
el principio quisieran dejar bien sentado que la descrip­
ción real del mundo contemporáneo no podría aportar al
espíritu humano ningún beneficio. Por el contrario, lo
esencial es rastrear y encontrar en ese mundo aquello que.
desfigurado por largos aíiios de barbarie, sobrevive en los
individuos y en la ciudad del pasado antiguo. Cuando la
historia estudia a los modernos realiza un trabajo inútil,
a menos de adoptar, como regla esencial de método, la
reducción de los tipos individuales y de las formas socia­
les y políticas al ejemplar romano. Quizá este esfuerzo
por aislar, mediante una comparación entre el presente y
la antigüedad, ciertos caracteres permanentes de la so­
ciedad humana contenía en germen una sociología que
estaba todavía por construir. Los florentinos sabían, por
lo menos, que su ciudad era hija de la república romana,
que su Constitución conservaba las libertades de los tiem­
pos consulares; encastillándose en su propia historia pen-

“ F r. vos Bezold, fíej/ubllk und Munarrhle in der italleni-


nrlien Literatur des A"I'1" Jahrhunderts, llistnrische Zeltsehrlft,
1898: Neue Folge, 45, págs. 433-468; véanse págs. 448-449.
26 MAQttlAVELO

saban comprender mejor su genio M. I'ero el simple relato


de los hechos debió sufrir algunas deformaciones. Cuando
Lionardo Bruni, canciller florentino, cuenta la historia de
su pueblo, historia que él conoce y en la que ha jugado
un papel, este vigoroso espíritu, uno de los educadores del
humanismo europeo, se muestra capaz de criticar los tex­
tos y documentos, de seguir con diligencia la evolución de
las leyes y costumbres; y, sin embargo, suprime muchas
veces lo que ofrece un carácter local y particular, como
para facilitar esta reducción al modelo romano, el único
que puede dar a los modernos la llave de sus destinos “ .
Poggio Bracciolini, canciller también e investigador de tex­
tos antiguos que han enriquecido el patrimonio del espí­
ritu humano, cuando resume un siglo de guerras floren­
tinas sólo puede imitar inútilmente las narraciones y aren­
gas de Tito Livio.
Pero una doctrina política se nutre de la meditación so­
bre la historia. Dante reflexionó mucho sobre la historia
universal. Petrarca la conoce mal y la aborda con ideas
de moralista y poeta. Los herederos de su esfuerzo han
heredado también su espíritu. Es inútil que Leonardo Bru­
ni, que en 1422 sueña con una federación de libres ciu­
dades italianas gobernadas por Florencia, sepa definir vi­
gorosamente los principios de las libertades florentinas y

14 Fn. von Bezold, Ibtd., pág. 135, n. 1: Invectiva de Col necio


Salutatl contra Antonio Loschi: “ Quid en im cst Florentinum
esse, nlsl tam natura quam ilege eivem esse romanumí". Mani­
fiesto de la Señoría en guerra contra Milán (1421): “ Suorum
anliquorum patrum Romanorum more, quorum 6unt fllli, 6emen.
sanguls et ossa”. L. Bruni, lauda lio florentlnae urbls: “ Quamo-
brem ad vos quoque, vlri Florenllni, domintum orbis terrarum
juro quodam haereditarlo oeu paternarum rerum possessio per-
tinet” .
" El valor real do las Hi*toriarum florenllni popull librt XII
ha sido demastado disminuido por Burckiiardt , por V oigt, e in­
cluso por P asooale V ii .i.afu (Niccolb MachiavelH e t suoi tempi,
Florencia, 1877, 3 vols,, en 8.*; 4.* edición, Milán, 1927; 2 vols.,
en 8.*, sin los apéndices documentales; III, págs. 199-202).
G. Salvemos'! (Magnati epopolani in Flrenze dal USO al 1915, publ.
del R. IsUluto di Studl Suporlorl, Florencia, 1899, en 4.°, pág. 243)
ha sido el primero que ha rehabilitado al historiador. Esla reha-
INTRODUCCIÓN 27

la igualdad florentina ante la ley ". Cuando intentan for­


jarse algunas visiones de conjunto sobre el gobierno los
humanistas flaquean. Sus escritos políticos constituyen se­
guramente la parte menos interesante de su obra. Se li­
mitan a desarrollar en latín oratorio lugares comunes lo­
mados de la antigüedad sobre la virtud de los ciudadanos,
los magistrados y los generales. Si no supiéramos que la
mayoría participaron en la vida activa pensaríamos que
sólo conocieron a los hombres a través de los libros,f.

Sin embargo, estos hombres hacen suya también, defi­


nitivamente. una idea de carácter positivo: la de la ex­
plicación de la sociedad humana como un proceso igual­
mente humano, no religioso; sólo ven en el Estado una
creación puramente natural de los hombros. Pero un in­
suficiente conocimiento del pasado, una mediocre aptitud
para edificar la teoría de los hechos contemporáneos — ya
que para interpretarlos sólo disponen de criterios mal
apropiados— , les inutiliza para toda vigorosa construc­
ción de doctrina: bastante realistas como para no aceptar
ya el sueño de Dante, no lo son suficientemente como para
fundar la ciencia objetiva de la política. Se consideran,
como Petrarca, romanos y republicanos. Exaltan a Escipión
el Africano, el gran ciudadano vencedor de Aníbal, glori­
ficado por Cicerón y Petrarca, el hombre que en los fres-

hililaclón se ha continuado por Emilio Santini ( IÁonardo Bruni e


i suai fíistoriarum florcnlini popull libri XI I ; contríbuto alio
studio delta storiografia umanlstlca florentina, Pisa. Annall della
R. Scuola Nórmale Superiore di Pisa, filosofía e Filología, XXII,
1910, en 8.°) y en el prefacio de la edición de las Illstorlarum.,.
libri X ll 'Rerum UaUearum scriptores, XIX, 2, Clttá di Caslello,
1926, en 4.b). Ct. Benedetto Choce, Intomo alia storla della slo-
rlografia, Critica, 1913, XI, págs. 161-259; IV, La storiografia
del Rlnasclmenlo, págs. 198-209.
" Fn, von Bezold, págs. 436-438, pág. 436, n. 3: “ Paritas
juris; paritas reipubllcae adeundae; nec est ullus locus In terrls
in quo jus magis eequum eit ómnibus”.
17 Fn. von Bezold, págs. 448-449.
28 MAQU1AVEIXJ

eos sienenses o florentinos simboliza el buen gobierno. Des­


precian a César, corruptor del pueblo y destructor del Es­
tado; le acusan de haber preparado el terreno para que
un Tiberio o un Nerón sojuzguen después al mundo. La
decadencia romana comienza para ellos en el imperio. Pog-
gio Braeciolini compone un volumen de invectivas contra
César, de acuerdo con Leonardo Bruni en maldecir la tra­
dición del dictador. Creen ver revivir esta tradición, mi­
serable y degenerada, en las instituciones bárbaras del
Santo Imperio romanogermánico. La ceremonia gótica de
la coronación imperial confirma do manera irrisoria la
suprema decadencia de las libertades romanas, abolidas
por César. Y les disgusta que Dante haya condenado a
Marco Bruto “ .
Pero la política republicana de los humanistas floren­
tinos carece de vigor original. Ninguno ha conseguido ex­
ponerla con método ni ha sabido definir sus principios y
conclusiones. Ninguno ha intentado oponer a la Monarquía
de Dante, un De Le (films o un De República. Les falta a
estos hombres de letras, tan preocupados por el estilo, el
hábito de un análisis atento a discernir los elementos de
las cuestiones, la utilización sistemática de una dialéctica
hábil en seguir el encadenamiento de las ideas y organi­
zarías en conjuntos. La debilidad teórica de sus ideas se
agrava por la evidente impotencia de servir de guía para
la práctica. Fundadas en una arriesgada analogía entre la
liorna consular y la comuna florentina, olvidan demasiado
fácilmente la diferencia de tiempos, costumbres, creencias,
economía. Abstraen todos ios factores modernos y concre­
tos de la política. Desdeñan la lucha de clases porque la
filosofía humanista de la historia la desdeña; interpretan
equivocadamente la lucha de partidos a través del esquema
romano. E incluso no parecen tener exactamente en cuenta
el prestigio creciente de los Médicis, de la autoridad per­
sonal y soberana que fundan al margen de la Constitución.

* Fn. vos Bezocd, págs. 437-438. V ittorio Rossi, II Quatlro-


ccnto, Slorla letleraria dCItalia, Milán, 2.* ed., 1933, en 8.to, pá­
gina 156.
INTRODUCCIÓN

Mucho antes que Montesquieu, estos homares, discípulos


de Cicerón y Tito Livio, habian reconocido en la virtud e!
principio esencial del gobierno republicano. Y, sin embar­
go. no supieron reconocer la tiranía ya establecida en el
corazón de una república sin virtud.
En las cortes del norte de Italia, alrededor de los Vis-
conti de Milán, de los Gonzaga de Mantua, de los Este
de Ferrara, se desarrollaba una política igualmente huma­
nista, pero reconciliada con las formas monárquicas de
gobierno y que. dicho sea sin perjuicio al respeto dobido
a Guarnió de Verona, no merece más que una breve men­
ción. Inferiores a los florentinos en la cultura y la afición
por las ideas, los humanistas del Norte tienen todavía me­
nos importancia que ellos en la historia del pensamiento
político. Los florentinos no habían conseguido construir
una teoría original y moderna del régimen republicano.
Los humanistas ligados a las corles de los principes no
supieron construir tampoco una teoría original y moder­
na del Estado monárquico, ni escribir, antes que Maquia-
velo, el libro del Principe ”

Pero el siglo del humanismo es también el siglo de los


escritores satíricos; al lado de la posteridad de Petrarca
vive la posteridad de Boccaccio. Treinta años después de
la muerte de Dante, la comedia humana del Decamerón da
la réplica a La Divina Comedia. Boccaccio y los narrado-

* El tratado de L eón Battista A lbeuti, Ululado Momus sí ve


de Principe, no procede de esta escuela y no detm tampoco nada
a los florentinos. El autor, que fue un sabio universal, un hu­
manista, un gran artista y un arquitecto de genio, lo esoribló en
Roma hacia 1446-1448, para fijar su propio pensamiento sobre
el problema general del gobierno. Traza el tipo ideal del principe
virtuoso, moderado, ilustrado, que sa/lvo en ia energía, no tiene
nada de común con el Principe, de Maquiavelo. La cuestión de
los deberes de todo gobierno le interesa más que la persona del
principe. Ver el Importante libro de P. H. Michel, La pensie de
i-fon lialtlsta Alberti (1404-1472), Parte, 19:i0, en 8.*\ págs. 291-
293.
30 M AQÜlAVELn

res que continuaron durante dos siglos su obra describen


la sociedad tal como ella es, los hombres tal como ellos
actúan. Puede uno preguntarse si este realismo sin ilu­
siones. que en un mundo vulgar permitía, sin embargo,
a los artistas descubrir tanta grandeza y belleza, no hubie­
ra debido acabar renovando la ciencia política, guiándola
hacia un estudio más experimental de los hechos y más
rico en enseñanzas.
El realismo de los satíricos no es más que la manifes­
tación. sin duda atractiva, pero, en definitiva, inferior y
a veces vulgar, de una nueva forma de pensamiento que
aparece en Italia y en todo el Occidente, y que, en un es­
fuerzo lento, pero irresistible, rejuvenece la vida intelec­
tual. Desde el día siguiente de la muerte de Dante se des­
arrolla una ciencia positiva, que se considera ya nacida
de la experiencia. Poco importa que los orígenes sean in­
gleses y franceses, y que aparezca primero entre los fí ­
sicos de Oxford y los nominalistas de París. Para medir
el empuje de este movimiento es suficiente recordar que,
suspendido en Inglaterra, se continúa en Italia y Alemania;
y que de él salen Leonardo de Vinci, Copérnico y Gali-
leo Es suficiente recordar que, desde el fin del siglo xv
y los primeros años del siglo siguiente, Leonardo de Vinci
practica las ciencias experimentales, describiendo sus mé­
todos, midiendo su poder, adelantando, en fin, su fuluro.
Como en el dominio de la política el humanismo sólo ha­
bía sabido arruinar el ideal de Dante sin ser capaz de
sustituirlo más que por una escolástica oratoria, era fa­
tal que este positivismo científico, esta necesidad de buscar
todo1fundamento sólo y únicamente en la experiencia, aca­
bara por imponer sus métodos a la ciencia política, en la
que el humanismo buscaba todavía su camino.
Ahora bien, las generaciones de las últimas décadas del*

* P. Uuiiem, Léonard de Vinel, ceux gu’ll a lu$ el cetix qui


l’onl tu, Parts, 1906-1913, 3 vols., en 8®, L eos Ocschki, Ges-
chichte der neuspraclUlchen wlssenschafllichen Literatur, Leipzig.
Flore ncia-Roma, 1919-1927, 3 vols., en 8.®. Lvxs T hohndyke,
A hii tory of mugió and experimental sciencc, Londrcs-Nueva
York, 1923-1941, 3 vols., en 8.®
In t r o d u c c ió n 31

siglo x v iban a sentir un progresivo placer en autoesti-


marse y considerar con satisfacción sus obras. Los moder­
nos, infamados por Petrarca, estaban cada vez menos se­
guros de que su siglo fuera, en realidad, tan pobre de ge­
nio. En una carta de 1433 Poggio Bracciolini había expre­
sado ya esta duda, y en 1640, su sucesor en la cancillería
florentina, Benedetto Accolti, componía un Diálogo sobre la
oxcelencia do sus contemporáneos: Dialogus de praestantia
rirorum sui a c v i". Desde entonces desaparecieron para
siempre los humillantes complejos respecto a la antigüedad.
Bruscamente Italia apareció como elia era: rica de tipos
humanos originales y vigorosos. Esta originalidad y este
vigor se manifestaban en la maestría de los artistas, en
el brillo de una civilización creadora de riqueza y belleza.
Se podía, pues, preguntar si el mundo moderno era tan
indigno de estudio como Petrarca y los primeros humanis­
tas habían proclamado; si, para fundar la ciencia y el arte
de la política, adoptar como norma y modelo el pasado
no constituiría un método estéril y decepcionante. Porque
este pasado, en efecto, era siempre incierto, incierta in­
cluso su interpretación: la historia de los romanos, a la
vez republicana e imperial, ofrecía idéntica abundancia de
argumentos de análoga fuerza a los partidarios de la re­
pública y a los prosélitos de la monarquía.

Le estaba reservado a Maquiavelo crear a la vez la cri-


lica de este pasado ambiguo, mediocremente comprendido
por los humanistas, y el estudio de esos tiempos modernos
durante demasiado tiempo despreciados. Su experiencia de
los asuntos contemporáneos le llevó a la comprensión del
pasado. Y su total carencia de todo desprecio preconce­
bido, de orden literario o filosófico, que le ponía en situa­
ción de solazarse con el espectáculo que los acontecimien-

“ V. Itossi, II Qmttrocento, pág. 43. Cf. Maquiavelo, Discor-


*i sopra la prima Deca di Tito Ltoio, II, Introd., pág. 228: “ Láu­
dano scmpre gil uomlni, ma non sempre ragionevolmente, gil
nnllchl tempi, e gil presentí accusano".
32 MAQU1AVEL0

los iban desarrollando anle sus ojos, le condujo a la com­


prensión del mundo moderno. Precisamente porque podíu
confrontar, como él mismo dijo, una lectura ininterrum­
pida de las cosas antiguas con una larga experiencia de
las cosas modernas", se lanza al intento de instituir la
ciencia positiva de la política y de investigar sobre el es­
píritu de las leyes que regulan el gobierno de los pue­
blos, la fundación y conservación de los Estados. Mas para
que el método estrictamente positivo según el que Leo­
nardo de Vinci iniciaba, en la misma época, la exploración
científica del mundo material fuera por fin admitido en
el estudio de las realidades políticas y sociales, era preciso
que una trágica cadena de guerras, invasiones y revolucio­
nes agitara brutalmente la vida italiana removiendo las
conciencias y los espíritus, y revelando definitivamente el
poder de las nuevas fuerzas desencadenadas en el mundo.
Nuevas fuerzas que el humanismo, liberado de la teología
dantesca, intentaba someter a una disciplina abstracta, ana­
crónica y vaga, sin conocerlas bien ni medir exactamente
su poder y alcance.

“ Dedicatoria del Principe a Lorenzo, duque de Urbino; H


Principe, I, pág. 3: “ Una lunga esperienza delle cose moderno
e una continua lezione delle antlque”.
PRIMERA PARTE

MAQUIAVELO
Capítulo phimero

LA FORMACION DE MAQUIAVELO

En Florencia, en una sombría calle de la margen izquier­


da del Arno, algunas casas pertenecían a los Machiavelíi,
una de las familias más antiguas de Toscana, originaria
de Montcspertoli, pequeño burgo siLuado entre Val d'Elsa
y Val di Pesa. Aunque afirmaran poseer esta tierra a tí­
tulo de feudo, no pertenecían a la vieja nobleza del cam­
po, alejada de los asuntos públicos desde 1293, a raíz de
la promulgación de las Ordenanzas de justicia: procedían
de la burguesía. Cerca de San Casciano, en Val di Pesa,
los Machiavelíi poseían aún un pequeño dominio que en
1512 serviría de asilo para la desgracia del secretario flo­
rentino. Estaban probablemente inscritos en el Arte de los
Notarios y Jueces, corporación rica, poco amada del pe­
queño pueblo, pero cultivada y de espíritu curioso. Güel-
fos desde el siglo xin. se vanagloriaban de haber dado a
la república cincuenta priores y doce gonfalonieros. Sen­
tían poco afecto por los Médicis. Girolamo Maquiavelo, exi­
liado bajo Cosme, había intrigado contra él en las ciuda­
des y las cortes de los príncipes; traicionado por un pe­
queño señor de Luniagiana y traído a Florencia, había
muerto en prisión. El padre de Nicolás, Bernardo, nacido
en 1428, jurisconsulto y hombre de estudio, desempeñó di­
versas funciones de orden financiero y judicial, siendo una
de las personas que, sin sentir amistad por los Médicis,
evitaron una lucha desigual contra ellos. Su mujer. Bar-
36 MAQUIAVELO

tolomea de Nelli, con la que se habla casado en 1458, pro­


cedía de una antigua familia de Florencia. Inteligente y
cultivada, se le atribuyen unos Laudi que no han llegado
hasta nosotros. Tuvieron dos hijos y dos hijas; Nicolás,
el segundo niño, nació en Florencia el 3 de mayo de 1469.
De su juventud podría decirse que nada se sabe, salvo
que aprendió derecho y no llegó muy lejos en sus estudios.
Para imaginarnos su aprendizaje intelectual tendríamos
que recurrir exclusivamente a su obra. Entra en la vida
pública en junio de 1498, a los veintinueve años, como
secretario de la segunda cancillería de la república floren­
tina. Puede admitirse que por entonces su primera ins­
trucción había ya concluido1.

1 NOTA BIBLIOGRAFICA.— Las obras de P asquale V ili .ari ,


Nicold Machiavelli, citada en la página 26, nota 15, y de Oreste
T omhasiki, La vita e gli scritti di Nlccold Machiavelli nelle, lora
relazione col machlavellismo, Roma, 1883-1911, 2 vals, en 8.°,
constituyen fuentes básicas para todo estudio sobre Maquiave-
lo. R oberto R idolkj acaba de presentar la biografía más com­
pleta y científica de Maquiavelo, Vita di Nlccold Machla-
velll, Boma, 1954, en 8.°. — Estudios sobre la vida y obra
de Maquiavelo: Giuseppe T offanin , MacMavelll e U ta-
cttismo; la política storica delta Contro-fíiforma, Padua, 1921,
en 8.“ ; F ederico Chadod, Del Principe di Nlccold Mar-
chiavelU, Nuova fíivista Storica, 1925, págs. 35-71, 189-216, 437.
473, publicada en un volumen bajo el mismo titulo, Milán-Roma,
1926, en 8.*, Rlvlsta d’llalia, 1927, serle de artfculos para el cuar.
to centenario de Maquiavelo; F riedrich M einecke, IHe Idee der
Staatsrüson in der neuern Geschtcht, 3.* ed., Munteh-Berlin, 1929,
en 8.b, págs. 31-60; Ac h u le N orsa, H principio delta forza nel
pensiero político del Machiavelli, Milán, 1936, en 8.*\ Importante
bibliografía: Ugo Spiiutto , Machiavelli e Guicciardini, 2.* ed.,
Roma, 1945, en 8.»; L eomíard vo\ M uralt , MacMavellis Staat-
sgedanlce, Bale, 1945, en 8.°; F elice A lderisio , MacMavelll, l'arle
delto stato nell'azlone e negll scritti, 2.* ed., Bolonia, 1950, en 8.*;
Umanesimo e sclenza política, congreso celebrado en Roma en
septiembre de 1949 (Atti, Milán, 1951, en 8.B).—Ediciones: Opere
di Niccold Machiavelli, clltadino e segretario florentino, Gónova,
1798, 10 vols., en 12."-.Opere di Nlccold Machiavelli, ed. Italia,
Milán, 1819, 11 vols., en 12.®; Opere complete di Niccold Ma­
chiavelli, Florencia, 1857, 1 vol., en 4.°: Opere complete di Niccolt
Machiavelli, ed. por L. Passerinl, P. Fanfanl y P. Mllanesl, Floren­
cia, 1873-1876, 6 votls., en 8.*, incompleta, la mejor para las lega­
ciones y comisiones diversas (1. III-V I): Tutte le opere storiche e
LA FORMACIÓN DE M AQUI A VELO 37

Maquiavelo creció bajo Lorenzo el Magnífico. Tenía vein­


titrés añios cuando Lorenzo murió, todavía joven, el 8 de
abril de 1492. Se formó bajo el gobierno mediciano, una
de las instituciones más originales de la historia italiana
y de la historia europea, durante estos años finales del
siglo x v en que los Estados modernos prosiguen su lento
trabajo de desarrollo y de organización.
El gobierno de Lorenzo el Magnifico es, sin ninguna
duda, una tiranía. La palabra, pronunciada por los con­
temporáneos, fue recogida por Guicciardini, que define
exactamente los nombres y las cosas’ . No una tiranía mi­
litar, como las que prevalecen en Italia del Norte y cuyo
ejemplo más típico lo constituye el gobierno de los Sfor-
za en Milán. Una tiranía civil, burguesa, de una familia
de banqueros, convertida por el poder del dinero en due-

letterarle di Niccold Machiavelli, ed. Guido Mazzoni y Mario Case-


lla, Florencia, 1929, en 8.°: Niccold Machiavelli, Opere, ed. Ant.
Punella, Milán-Roma, 1938, 2 vols.; en 8.® (estas dos ediciones
están incompletas respecto a la correspondencia): Tulle le ope­
re di Niccold Machiavelli, ed. Francesco Flora y Cario Cordié,
Milán, 1949, 2 vols. en 8.® (el tercero y cuarto volúmenes con­
tendrán la correspondencia); Niccold Machiavelli, ed. Bonfantlnl
Mario, Nápoles, 1954, en 8.® (sólo da los libros 1.®, 3.®, 7.® del
Arte ele la Guerra. Falla el texto de la Cttzla. Sólo contiene una
selección de cartas).— Ediciones de obras sepradas: ¡l Principe,
ed. G. Lisio, Florencia, 1928, en 8.**; ed. M. Caselia, Milán, 1929,
en 8.®; ed. L. Busso, Florencia, 1930, en 8.®; 11 Principe e i Dis-
corsi sopra la prima lieca di Tilo bivio, ed. A. Oxllia, San Cas-
ciano, 1927, en 8.®: Dell’arte delta guerra, ed. E. Barbarich, Flo­
rencia, 1929, en 8.® Istorie florentine, ed. Plinto Cari!,
Florencia, 1927, 2 vols., en 8.® — Correspondencia: Además
de los tres volúmenes de la ed. Passerini-Milanesi-Fanfani,
ver Lettere familiari di N. Machiavelli, ed. E. Alvisl, Floren­
cia, 1883, en 12.®; ed. G. Lesea, Florencia, 1927, en 8.®; ed. G. Pa-
pini, Milán, 1929, en 8.®—Se ha utilizado en el presente trabajo,
salvo indicación en contrario, la edición Tutte le opere, de Fr. Flo­
ra y C. Cordié.
* FR. Guicciardini, Storle florentine dal ISIS al 1509, ed. Ro­
berto Palmarocclil, Seriltori d'Italia, Barí, 1931, en 8.®, cap. 9,
pág. 80: “ Non era spezie di una citlá libera e di un cittadino prí­
valo; ma di uno tiranno e di una citlá che servissl”.
38 M AQUI A VELO

fía del Estado. Una tiranía que evitaba la apariencia de


ilegalidad, que afectaba respetar las formas republicanas
y la Constitución. Una tiranía que evitaba cuidadosamente
el aparato militar: los Médicis sólo se endosarán la arma­
dura después de 1530, cuando, por la gracia de Carlos V-
se convierten en duques de Florencia. En Lorenzo como
en Cosme, su abuelo, todo el arle de la política se reduce
a multiplicar los consejos y magistraturas de hombres alle­
gados a su casa, ligados al porvenir de su casa por todos
sus intereses, y a introducir prudentemente en la Consti­
tución. con el asentimiento de los consejos y asambleas,
ciertos retoques, pocos, sí, pero esenciales, y que sin al­
terar el carácter general, por lo menos aparentemente, fa­
cilitan los progresos insensibles y decisivos del poder per­
sonal. Como las tiranías antiguas o las tiranías italianas
después de la Edad Media, el régimen presenta caracteres
demagógicos. Contra la rica burguesía que hasta 1434. fe­
cha del triunfal retorno de Cosme, dominaba la política de
la ciudad, los Médicis se apoyan en las clases populares
procurándose por diversos medios su favor: un sistema
de contribuciones leve para los humildes y pesado para la
vieja riqueza; una economía que, cuidadosamente dirigida,
asegura las subsistencias a bajo precio: la multiplicación
de Tiestas; el jolgorio de un constante carnaval. Nada, pues,
que no se ajuste a las más elementales máximas del des­
potismo *.3*1

3 Ro.Moi.n Caogese, Firenze delta decadensa di liorna al ¡llsor-


¡limeuto d'ltalia, Florencia, 1912-1921, 3 vo.'s.. en 8.»*; II, ¡Jal prio.
ralo di liante alia cadula delta Repubbllca (1913); cap. 4, Le
orlginl delta Signarla; cap. 5, La ¡lepubbllca medlcea; págs. 289-
379, 381-518. V. Ricciiiomt, La costltuzlone política di Firenze ai
temjA di Lorenzo U Magnifico (Siena, 1913, en lG.b), cita, a pro­
pósito del gobierno de Lorenzo, una relación anónima y contem­
poránea, extracta de los Archivos de Estado de Florencia (Me-
diceo avantl U Princijjalo, fllza, 99, t. 91, 1.” ): “ La base e fon-
demento di queslo regglmento ha a consiste-re In tre cose: la
prima nelli atniot, perché il comune Inleresse gli far4 volere
11 medeslmo... Lo seconda nelli arleftei, II qna'll cssenda buona
parle dolía cillá e dandogll la parle delli onori e deH'ullle, sa-
L A FORMACIÓN DE MAQlilAVELO 30

Pero estos banqueros florentinos, que conocen el poder


de la inteligencia, no dejaron escapar el gobierno. Repú­
blicas, señoríos y la Santa Sede reconocieron de buena gana
en el humanismo una fuerza espiritual cuyo apoyo era
importante captarse. Los Visconti se hablan atraído a Pe-
Irarca; los papas se al raerían al despacho de la Curia
a eminentes latinistas, La república florentina se enorgu­
llecía de escoger por cancilleres a los maestros del saber
antiguo: Coluccio Salulali, Lionnrdo Bruni. Por cálculo
y gusto, Cosme se hizo el protector más liberal e ilustrado
del humanismo. Pero deseaba conservar, y lo conservó, el
control de las inteligencias. Como su abuelo, Lorenzo ma­
neja a sus súbditos: más altivo, y. sin embargo, más pró­
ximo a los escritores y artistas por ser él mismo poeta.
Los florentinos podían estar agradecidos al régimen de
esta supremacía del arle y el genio que la política de Lo­
renzo, en su fervor intelectual, aseguraba a su ciudad*.
El neoplatonismo de Marsilio Ficino reinaba como filoso­
fía oficial, la única que, según el jefe del Estado, podía
disciplinar los espíritus y los corazones. En otro tiempo
republicano, el humanismo no rehúsa ahora servir al po­
der personal.

ranno una buona dlfesa dallo stato, massine essendo acoarezzali


e stiinall... La terza ne'.la plebe, la quale 9e sará dlfesa dalle in-
glurie e provvteta delle cose necessarie, sempre ce ne vaorele a
voslro modo, tenendola contenía con qualche liberalitá e fesleg.
giamenli pubbllcl.—Sobre «1 movimiento político y social que
llevó a Florencia desde la república al principado, A ntonio Á n-
ZU.OTT, La crisi costil uzlonale delta Repubbtica florentina, Floren­
cia, 1912, en 8.**; La costltuzlone Interna dello Stato florentino
sofío ii duca Cosimo I de’ Medid, Florencia, 1910, en 16.b; F ran­
cesco E rcole, Dal comune al príndpato, Florencia, 1929, en 8.°
Sobre Maqulavelo espectador e historiador de esta evolución,
F. Ciiabod, Del Príncipe di Nlccold MacMavelll, citado, pág. 36,
n. i.
* Fn. (lurcciARDiNi, Storte fiorentlne, cap. 9, pág. 75: “ SI In-
gegnó che a' tempi sua fusslno tutte le arll e le vlrlü plü eooel-
lenti in Firenze che in altra clttá d’Ilalia” . Maquí avelo, ¡storte
fiorentlne, VIH, 36; II, pág. á32: “ Amava meravlglioeamente qua-
lunque era In una arte eocellenle... Della archilellura, della mú­
sica e della poesía meravlgllosamenlc si dllettava,,,”.
40 MAQUIAVELO

Bajo la férula de Lorenzo el régimen se endurecía de


día en día. Subsistirían, sin embargo, ciertas apariencias
cívicas. Lorenzo no tenía corte, con objeto de no enfren­
tarse con la tradición y vivir, además, a su antojo: fas­
tuoso solamente si recibía a algún extranjero ilustre en
su palacio de Vía larga. Celoso de su autoridad, suspicaz,
y. desde la conspiración de los Pazzis, que asesinaron a
su hermano en 1434, más dispuesto que nunca a dudar de
los hombres, sólo otorgaba su confianza a raros fieles y
no permitía que nadie medrara a su alrededor. Las sen­
tencias de muerte o exilio, las confiscaciones, los impues­
tos arbitrarios, destruyeron o dispersaron la oposición. V i­
gilaba todos los movimientos de los ciudadanos, incluso los
de los adictos al régimen; prohibía los matrimonios entre
familias demasiado poderosas y, llegado el caso, dictaba
incluso personalmente las sentencias de los tribunales. Sus
exigencias se hacían cada vez más imperiosas, sus órdenes
más perentorias y su magnificencia gustaba rodearse del
misterio.
A partir de ahora nadie intentaba disimular ya el carác­
ter del gobierno. Muchos ciudadanos hablaban con amar­
gura de un régimen que, sobre las ruinas de las liberta­
des públicas, exaltaba a una familia y satisfacía la avidez
de una clientela. Algunos recordaban diversas malversacio­
nes cometidas por Lorenzo y sus amigos a expensas de las
finanzas públicas. Todos se sentían rodeados por una red
de espionaje y delación. Los apologistas de los Médicis
no tuvieron más remedio que reconocer que Florencia ya
no era una ciudad libre ni Lorenzo un simple ciudadano;
pero nunca se había visto tirano mejor ni más amable. Los
más hostiles admitían, por lo menos, la superioridad de su
genio. Algunas adquisiciones territoriales y el aumento de
prestigio de la República, surgido desde que se aplicó a
mantener acertadamente un exacto equilibrio de fuerzas
entre los Estados de la península, política que le valdrá
ser considerado por los extranjeros como el fiel de la ba­
lanza italiana, parecieron compensar los inconvenientes de
un despotismo contenido en los límites de la oportunidad.
LA FORMACIÓN DE MAQDIAVELO 41

y que, a pesar de algunos actos de represión y venganza,


no fue jamás un gobierno de terror*.

Bajo Lorenzo, los Machiavelli se habían convertido tá­


citamente en republicanos. Cuando en 1499 Nicolás entra
en la vida política, es ya republicano. Y a pesar de la
desesperada paradoja que sostiene en el libro del Principe.
puede decirse que lo será ya hasta el último día.
En principio, republicano de sentimiento. Nicolás Ma-
quiavelo es un auténtico representante de esta democracia
florentina que conserva el culto de las libertades públicas,
y desconfía de cualquiera que intente tomar aires de dic­
tador. No admite de buen grado un poder personal que no
le permita, para hablar como Montesquieu, la ilusión de
obedecer y mandar a iguales, de no tener por superiores
más que a iguales*. Republicano también de doctrina, un
republicano que. desde el primer momento, ha tomado la
costumbre de fundar la política sobre la meditación de la
historia.
Su convicción republicana bebe primero en las fuentes
de una tradición comunal y florentina. Maquiavelo perma­
nece ligado a las instituciones, a las leyes, a las asambleas,
a las magistraturas de la ciudad; estas instituciones, me­
diante algunos retoques, le parecen en conjunto suficien-

• Fn. Uuicciardini, Dialogo e dlsconl del iieggimento di Fi-


reme, ed. Roberto Palmarocehi, Barí, Scrittori d'Ibalia, 1932, en 8.®
lib. II, pág. 95: “ Che vituperio era alia patria nostra, ohe sempre
si ¿ chiamata libera..., che si entendessi che era ridolta ln arbi­
trio di uno prívalo oiltadino?”. Slorie florenXlne, 9, pág. 74: “ Si
puí> dire che la cittá non fusl a suo lempo libera, benchá abon-
dantissima di lutte quelle glorie e felicita che possono essere in
una cittá, libera in nome, in fato e in veritá tiranneggiata da uno
suo oiltadino". Pág. 80: "... Ed in 6omma bisogna conchludere
che sotto luí la cittá non fussi in libertá, nondinieno che sarebbe
slato impossibile avessi avuto un tiranno migliore e plü piacevole;
da! quale uscirono per inclinazione e bontá naturale infiniti benl,
per necessltá delta lirannide alcunl malí, ma moderali e limltati
quando la necessltá sforzava” ,
• Espril des Lols, VIII, 3.
42 MAQUIAVELO

tes para asegurar las libertades del ciudadano; es decir,


el derecho esencial de no ser regido más que por leyes
libremente debatidas ante las asambleas y consejos de los
que forma parte o de los que ha elegido libremente los
miembros. Tradición cívica que se compagina mal con el
despotismo ingenioso y duro de Cosme y Lorenzo.
En apoyo de su convicción, Maquiavelo invoca la tradi­
ción consular de Roma: tradición de escuela, llegada a ól
por los libros y por la escuela. Conoce la historia romana:
ha leído a T ilo Livio y Polibio, sabe que entre la segunda
guerra púnica y el tiempo de los Gracos la república ro­
mana realizó la forma ideal de un gobierno capaz de ase­
gurar las libertades de los ciudadanos y desarrollar el vi­
gor de un Estado armado para la conquista'. Más tarde
Roma no hizo más que declinar, perder las virtudes do
donde provenían sus fuerzas vivas y profundas. Maquia­
velo detesta el imperio, niega todo respeto al nombre de
César, a su obra y a su memoria. Como los humanistas
florentinos del sigio xv, se alinea entre los admiradores
de Escipión y no se reconciliará nunca con el vencedor
de Farsalia*.
Pero el Imperio romano sobrevive bajo el nombre cris­
tiano de Santo Imperio, y el emperador bárbaro continúa
llevando el nombre de César. Los humanistas del Nono,
que por encima do la grandeza republicana de Escipión
alzan la grandeza imperial de César, coinciden con los gí­
bennos en respetar, en el mundo moderno, la autoridad
del emperador. Los adversarios de César y los que niegan
su obra están de acuerdo con los güelfos en rehusar el
homenaje a sus modernos herederos. Los florentinos nie­
gan los derechos del Santo Imperio; la comuna republicana,

* Oell'arle delta guerra, I; I, pág. 458: “ Roma... mentre


ch’ella fu beno ordlnata (che fu infino a’ Graochi)...". Dlscorsi
sopra la prima Oeca di Tilo Livio, III, 8; I, pág. 361: “ ... Ne'
templ di Mario di Silla, dove gia la materia era oorrotla” .
* Discorsi..., I, 10; I, 122-124: “ Ne sla aleu no che e’inganni,
per la gloria di Cesare... E conoscera allora quantl obllghi Roma,
malla, e II monde, abbia con Cesare” . Ibld., pág. 122: "...vive-
re... plü loslo Sclpionl che Cesari”.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 43

sostén de la9 ciudades güelfas, se glorifica de haber recha­


zado en 1313, después de un largo sitio, a las huestes de
Enrique VII. Maquiavelo ha recibido esta tradición an-
tigibelina: desdeña la pobre majestad de Federico III o
de Maximiliano*.

Esta aversión por el gobierno de los Médicis, este sen­


timiento republicano y esta doctrina republicana, alejaron
sin duda a Maquiavelo del humanismo, tal como acababa
de desarrollarse alrededor de Lorenzo, y de adherirse a
una tiranía que le colmaba de generosos dones. Maquia­
velo no tiene nada de común con los hombres que en la
época de su adolescencia tomaron la dirección de los es­
píritus. Poco le importa la conciliación que Marsilio F i­
emo intenta realizar del neoplatonismo alejandrino y mís­
tica cristiana, y su esfuerzo para definir los dogmas sim­
plificados de una religión natural en la que se apaciguará
el deseo de todos los hombres de buena voluntad. Poco le
importa que Pico de la Mirándola, discípulo de los esco­
lásticos, de los filósofos árabes y do los cabalistas, crea
vislumbrar al final de arriesgadas combinaciones la meta­
física moderna que latía ya en la angustia de Petrarca.
Toda esta especulación le es ajena. Si le gusta filosofar,
deducir algunas ideas generales de hechos exactamente
conocidos, la disciplina positiva, racional y científica de
Aristóteles le vendría mejor que el idealismo platónico.
Toda forma religiosa de pensamiento le deja indiferente
y le parece casi sospechosa. Nadie menos curioso que él de
metafísica o de mística.
Bajo Lorenzo. Maquiavelo vio, sin embargo, el momento
de máximo auge de las letras loscanas, rejuvenecidas con
el contacto de la antigüedad grecolalina. Luigi Pulci, para
alegría de los espíritus familiarizados con la tradición fran­
cesa de las canciones de gesta y la epopeya antigua, aca­
baba de narrar en ta Margante maggiore, en 1482, las fan­
tásticas aventuras, a veres emocionantes y casi siempre

• V. Rossi, II tjuatrunenlo, págs. 130-157. Véanse págs. 71-72.


44 m a q u ia v e l o

bufas, de Rolando y su gigantesco escudero. Maquiavelo


pudo encontrar ahí en ocasiones su propia ironía, su irres­
petuosidad por las grandezas de la carne, las ilusiones y
las creencias bajo las que se cobijan los hombres. Pero
mejor que tales Laudi piadosos, que tales dramas, para re­
presentaciones sagradas, que las páginas de la Alterca-
zione, donde, en un estilo más tenso, el señor de Florencia
discute con Marsilio del soberano bien y del supremo co­
nocimiento, en la obra de Lorenzo el Magnifico Maquiavelo
podía gustar el realismo de ciertas evocaciones campestres,
la despreocupación y el descaro de ciertos cantos carna­
valescos, una filosofía desilusionada y dispuesta a recibir
la alegría sin pensar demasiado en el mañana". Sin em­
bargo, el talento clásico de Angel Poliziano, el helenismo
de las obras toscanas donde mejor se expresa su visión
de poeta y artista, ofrecieron probablemente pocos alicien­
tes a un hombre que no estaba en el fondo lo bastante
interesado por el arte o la poesía como para disfrutar, en
las Stanze per la giostra, con lanías reminiscencias ale­
jandrinas. virgilianas e incluso dantescas. El toscano que
en seguida utilizaría no era una lengua de escuela, sino
una lengua hablada, de valor inestimable por su jusleza
y plenitud. Del latín clásico pudo a veces tomar la forma
y el aliento del período; pero esta elocuencia, nacida de
la emoción y la seguridad, era la misma que, al margen
de toda convención académica, sabían alcanzar los hom­
bres de Estado florentinos, habituados a encontrar casi sin
esfuerzo la gravedad romana para defender los intereses
de la república.
Maquiavelo no es, pues, discípulo del más reciente hu­
manismo. Ha leído a Tito Livio, los tratados políticos y
los discursos de Cicerón, ha leído a Virgilio, porque toda
el alma y todas las tradiciones del pasado romano reviven
en la Eneida. Pero la última escuela florentina conocía el
griego, gustaba del arte y la poesía de Grecia; no parece

” L orenzo de Medici n. Magnifico, Opere a cura di Atfllfo


Slmíonl, ScrUtorl d'Ilalla, Bari, 1913-1914, 2 vols., en 8®, II, pá­
ginas 33-70.
L A FORMACIÓN’ DE MAQUIAVELO 45

que el renacimiento de los estudios helénicos, tan activo


en Florencia en la segunda mitad del siglo xv. haya en­
riquecido o solamente adornado el espíritu de Maquiavelo.
Ha leído, como todo espíritu inclinado a reflexionar sobre
el gobierno de los hombres, la Política, de Aristóteles; ha
leído a Polibio, historiador de Roma, para instruirse so­
bre Roma y no sobre Grecia; pero nada demuestra que
haya leído los textos originales; 9e conserva obstinada­
mente romano y no será jamás griego” . Humanista por
su conocimiento de la antigüedad, por el esfuerzo que des­
pliega para descubrir en una antigüedad inteligentemente
comprendida y estudiada, sin perder de visla el mundo
moderno, algunos rasgos fundamentales de la sociedad hu­
mana, algunas de las leyes esenciales por las que ésta se
rige. Pero bajo Lorenzo, su admiración por el pasado con­
sular de Roma, su culto por los recuerdos de la república
romana, puede casi parecer fuera de lugar. Desde esta
perspectiva, Maquiavelo no es un hombre de ese tiempo
en que él ha recibido su primera formación. Su huma­
nismo no es el erudito y sutil de Marsilio Fieino, de Pico
de la Mirándola o de Angel Poliziano, hombres que piden
al esplendor del genio antiguo una nueva corona para la
magnificencia principesca de Lorenzo. Su espíritu se aco­
moda mejor al viejo humanismo republicano de Coluccio
Salutati, de Leonardo Druni. do Poggio Bracciolini; al hu­
manismo revolucionario y antipapal cuya tradición se
transmite en Roma de Cola di Rienzo a Stefano Porcari y
Pomponio Leto.
En realidad, la educación de su genio no debe nada a
ninguna escuela. Se distinguen, sí, en él algunos rasgos
comunes con dos grandes espíritus, muy superiores a los
platónicos de Florencia, uno de los cuales fue anterior a
él y el otro contemporáneo: Lorenzo Valla y Leonardo de
Vinci; el primero, cuyas obras probablemente no leyó, obras
dirigidas a los filósofos, a los lingüistas, a los dialécticos,
a los teóricos del derecho eclesiástico; el segundo, cuyas
notas manuscritas sobre las ciencias de la naturaleza ig-

11 Véanse págs. 140-143.


40 MAQUIAVELO

noró con toda seguridad. Voluntariamente limitada al or­


den de los hechos políticos, la obra de Maquiavelo respon­
de a esas nuevas necesidades, racionalistas y positivas, de
la inteligencia italiana, que se hablan expresado en las
discusiones críticas, en la exégesis filosófica y religiosa
de Lorenzo Valla, que se expresaban entonces en la in­
mensa investigación científica de Leonardo. La misma des­
confianza que en Valla, la misma ironía respecto a las
doctrinas y sistemas que infunden un respeto tradicional;
idéntica voluntad de no fundar ninguna afirmación, nin­
guna teoría, nuis que en la experiencia; igual deseo que
en Leonardo de explorar el mundo real, de comprenderlo,
de medir el poder del espíritu y ordenar en un sistema
racional y positivo las reglas de la acción humana

Como todos sus contemporáneos, Maquiavelo conocía La


Divina Comedia y la citaba. Mas para los florentinos de
fin del siglo xiv Dante era un hombre de otra edad, y el
culto que rendían a su memoria no testimoniaba una com­
prensión exacta de su obra. Nada es. en realidad, más ex­
traño a la generación de Poliziano y Lorenzo que una or­
todoxia dogmática fundada sobre la doble base del ra­
cionalismo tomista y de la mística franciscana. Nada es
más extraño que una doctrina política fundada sobre la
restauración del imperio y la reforma de la Santa Sede.
Florencia* ciudad güelfa, no admitió jamás el pensamiento
gibelino del poeta exiliado. A fines del siglo x iv sus hom­
bres de Estado despreciaban a un emperador que era in­
capaz de imponer su autoridad a las ciudades y Estados
alemanes. Sus banqueros sabían que Federico o Maximi­
liano tenían la bolsa vacía, pero Florencia, aunque ciudad

" ¡'cuplés et civillsations, Historia general publicada baja la


dirección de Louis Halpiien y P hilifpe Sagnac: VIII, La fin du
moyen Age, por H. P ihenne, A. Renaudet, E. P eriioy, M. II an-
uklsman, L. Hai.hhen, París, 1931; I. págs. 517-522; II, pig. 160;
IX, Les debuts de l ’áge modeme, La Renaissance et la Réforme,
por H. llAUSEK y A. Renaudet, 2.* ed„ Parle, 1938, págs. 101-104.
L a fo r m a c ió n de m a q u ia v e Lo 47

güelfa, concedía poco respeto al Papa. Sus banqueros co­


nocían demasiado bien el secreto de las finanzas pontifi­
cales. Sus embajadores en la corte de Roma siguieron des­
de demasiado cerca la evolución que transforma a los pa­
pas en príncipes italianos, más deseosos de sostener los
intereses temporales de sus Estados que de guiar a los
cristianos por la vías del espíritu, como hubiera querido
Dante. La república florenlina vio demasiado a menudo
entrar a los papas en Ligas políticas; y para cuestiones re­
lativas a intereses personales se encuentra en guerra con
ellos. Lorenzo el Magnífico acabó por dirigir casi comple­
tamente la política de Inocencio VIII, Pero no pensaba
nada bien del Papa, ni de su séquito, ni de esta corte de
Roma invadida por el espíritu mundano, ajena a la pre­
ocupación de practicar la ley del Evangelio o de acelerar
la venida del reino de Dios. Por la grandeza de su fami­
lia sacaba partido de los abusos romanos. Su hijo Juan, el
futuro León X, hecho cardenal a los trece años, fue en­
viado a la Universidad de Pisa a que aprendiera urgente­
mente lo que necesitaba saber de teología y derecho ca­
nónico; y, cuando después partió para Roma, Lorenzo se
encargó de recordarle cuidadosamente que iba a entrar
ahora en la sentina de todos los vicios". En Florencia,
donde hasta tal punto se había olvidado la escolástica dan­
tesca que la academia platónica intentaba reconstruir la
teología sobre nuevas bases, donde sólo se hablaba del em­
perador para reir y del Papa para vituperar su gobierno
de la Iglesia, el sistema de ideas que sostiene La Divina
Comedia se había hecho, pues, ininteligible". Cristóforo
Landino. al que le gustaba, sin embargo, el poema sagrado,
sólo era capaz de ver en él las frías alegorías de un es­
plritualismo ciceroniano; Pico de la Mirándola prefería
los versos de Lorenzo. Muquiavelo, como su generación, ape-1

11 A. Renaudet, Laurent le Magnifique, Hombres de Estado,


París, 1937, 3 vols., en 8.“ , págs. 403-507 y 473-476. P. V il l a r i ,
Mackiaiclti e 1 suoi templ, I, pág. 197.
" P kancesco de Sanotis, Storia delta Letleratura italiana, nuo-
va edizione, a cura di Benedetto Croce, Scrltlorl d’ltalla, Bar!,
1912, 2 vols., en 8.10; II, págs. 65-68.
48 M AQ PIAV E tO

ñas comprendió a Dante y no compartió en absoluto su


fe. De acuerdo con él en exaltar la grandeza espiritual de
Italia y deplorar su esclavitud, censuró, sin embargo, se­
veramente las duras invectivas del gibelino contra Floren-
c ia u. Condenó la política de Dante; no aceptó ese orden
cristiano del mundo, tal como se idealiza en la Monarquía,
el Purgatorio y el Paraíso. Entre los hombres de esa ge­
neración, uno sólo, tan grande como Dante, comprendió
su obra: Miguel Angel.
Maquiavelo conocía probablemente bastante poco las
obras latinas de Petrarca; apenas se leían ya, aunque ha­
yan tenido una importancia capital en la historia del es­
píritu, orientando por dos siglos el humanismo, con sus
ambiciones e incertidumbres. A menudo cínico, no parecía
haber sacado ninguna enseñanza espiritual del Canzonicre.
cuyos temas repite y amplifica con una habilidad refinada
y monótona el Renacimiento italiano. Sabía, como sus con­
temporáneos, rimar sonetos a la manera de Petrarca; pero
fuera de esta pasión nacional, hecha de orgullo y dolor,
que en algunas canzoni había encontrado ciertas expresio­
nes de una emocionante retórica, no recogió nada de él;
la esencia misma de la poesía de Petrarca se le esca­
paba *.
Está más próximo de Boccaccio y de la escuela de los
narradores florentinos, a quienes el Deeamerón ofrecía
un modelo inigualable. En toda una parte de sus obras
Maquiavelo aparece como su discípulo. Tal cuento, tal re­
lato de sus cartas familiares, tal escena de la Cliza o La
Mandrágola, recuerdan, evidentemente, a Boccaccio o a los
narradores florentinos, con la originalidad de una obser­
vación más despiadada, de una expresión más dura y a ve-

“ Discorso o dialogo intorno alia noslra lingua, págs. "72-773:


“ II quale In ogni parta mostró d’essere, per ingegno, per doUrlna
e per giudizio, uomo ecoelente, ecceto che dove egll ebte a ra-
gionare della patria sua; la quale fuorl d‘ognl umanitá e filo­
sófico istltuto perseguitó con ogni specie d'lngluria
* Sobre el poco éxito que obtenían ya entonces las obras
latinas de Petrarca, cf. el testimonio de Erasmo, Ciceronianus
(Opera Omnia, Leyde 1703-1706, 10 vols. en f.°, I, col. 1008 C).
LA FORMACIÓN DE MAQUI AVELO 49

ces cruel. Lector de los poetas toscanos, Maquiavelo ma­


neja con soltura el terceto y la octava, conoce las reglas
de la canzone, practica las formas más solemnes o más
familiares de la poesía. Pero no recibió dotes de poeta,
y su grandeza sólo aparecerá en sus obras en prosa; en
esta prosa que es, sin ningún género de dudas, la más
ágil, vigorosa y expresiva que se haya escrito en Toscana,
y que no debe su perfección a ninguna enseñanza de es­
cuela.
* * é

Lorenzo el Magnífico muere en la noche del 8 al 9 de


abril de 1492. Dos años más tardo Carlos V III desciende
a Italia, conquista sin obstáculo ni resistencia el reino
de Ñapóles y lo pierde en seguida con idéntica facilidad.
El nuevo señor de Florencia, Pedro de Médicis, incapaz
de dominar las dificultades interiores, incapaz de mani­
obrar hábil y honrosamente entre los peligros de la inva­
sión francesa, huye, el 8 de noviembre de 1494. ante el
pueblo sublevado. Se verifica así la predicción de Cosme
el Antiguo: “ Conozco los humores de este lugar: no trans­
currirán cincuenta años sin que no seamos expulsados” .
Rápida y entusiásticamente se restaura la república. Pero
la joven república se abandona en seguida al gobierno del
dominicano Jerónimo Savonarola: heredero de la tradición
de reforma ascética y monacal que desde la Edad Media
venía protestando contra la decadencia del espíritu cris­
tiano en la Iglesia y en la sociedad, contra la invasión de
la ambición temporal en la Iglesia, la búsqueda de la ri­
queza y el poder; heredero do este espíritu de apocalipsis
que, desde el siglo x i i l con la predicación de Joaquín de
Floro y la difusión del Evangelio eterno, profetizaba la
renovación del mundo, la venganza y la justicia divinas,
la victoria final de los santos. Durante cuatro años Savo­
narola gobierna Florencia e intenta fundar en la ciudad
una república cristiana y puritana, la misma empresa que
medio siglo más larde conseguiría Calvino realizar en Gi­
nebra. Choca contra la indiferencia escéptica de la bur­
guesía, contra el odio de los partidarios que los Médicis
4
50 MAQUIAVKUl

conservaban, contra la fuerza siempre, temible del Papa


y de la Santa Sede, que no volvió a verse debilitada por
ningún nuevo cisma y que impuso sus directrices a Flo­
rencia. ciudad güelfa. Después de un proceso trágico e
irrisorio, el 23 de mayo de 1498 Savonarola es ahorcado
y quemado ante el palacio de la Señoría.
La fundación de una democracia puritana guiada por
un monje planteó al espíritu de Maquiavelo un inespera­
do problema: el del papel que en la vida política de los
pueblos pueden jugar los inspirados, los videntes, los pro­
fetas, los místicos, los hombres que no son realistas; que
no fundan su acción sobre el estudio y el cálculo exacto
de las fuerzas sociales y políticas; que sin tener en cuenta
los dalos de los hechos y de la historia fuerzan su evo­
lución en un sentido Inesperado y. sin ajustarse a la cos­
tumbre, a las tradiciones y a los legados del espíritu, in­
tentan reconstruir la sociedad humana según algunas vi­
siones del espíritu. Maquiavelo es menos realista que le
que generalmente se ha dicho. Bajo esa máscara de he­
lado calculador con la que una tradición falsamente his­
tórica continúa cubriendo sus rasgos, el florentino aparece
a ratos como Dante. Petrarca o Miguel Angel, un entusiasta
y un visionario: las .últimas páginas del Príncipe pueden
testimoniarlo. No rechaza en absoluto el papel histórico
de los que él llama los profetas; hombres superiores que
súbitamente modifican el curso de la historia e imponen
a los pueblos un orden nuevo. “ Yo no soy — escribirá Mon-
tesquieu— lector atento de Maquiavelo. de los que miran
la república de Platón como una cosa ideal y puramente
imaginaria, y cuya ejecución sería imposible. Porque la
ejecución de la república de Licurgo es para mí tan difí­
cil como la de Platón, y, sin embargo, ha sido tan bien rea­
lizada que ha durado tanto como ninguna otra república
que se conozca, en plena fuerza y esplendor" “. Análoga­
mente, Maquiavelo admite sin dudar la intervención de un
legislador de genio: Numa o Moisés. Sin embargo, sola-

" Montesquieu, CahU’.TS (1716-1755): textos recogidos y pre­


sentados por Bemard Grasset, París, 1941, en 8“, pág. 114.
tjA FOflMAUIÓN DE MAQI'IAVEr.O 51

mente los profetas armados han vencido; los profetas sin


armas han perecido. Ningún reformador de Estado puede
vencer oon la sola fuerza de la palabra, de la persuasión,
del espíritu. Necesita, además, la fuerza material. Savo-
narola no quiso, o no pudo, o no supo, servirse de ella.
Y pereció como los profetas judíos en lucha con los reyes
de Judá ” ,
Tan capaz como los más grandes florentinos de entu­
siasmo y pasión. Maquiavelo es. al mismo tiempo, uno
de los espíritus más críticos, más propicios a la ironía y
la duda, que haya producido un pueblo inclinado a reírse
de los otros y de sí mismo. Y, naturalmente, ante un pro­
feta comenzó por dudar. 81. frente a Savonarola ha dudado.
Ha sospechado el artificio y la impostura: “ El monje — dice
en una carta de 8 de marzo de 1497— observa las cir­
cunstancias para mejor colorear sus mentiras” “. Artificio
y hasta impostura, los habría aceptado si el reformador
hubiera sabido llevar su juego hábilmente. Maquiavelo au­
toriza sin vacilar al hombre de genio que engañe a los
pueblos para su bien; pero debe engañar con arte, y la
obra debe justificar los medios. Savonarola sostuvo, por
una débil mentira, una obra de débil virtud.
A Maquiavelo no le gustan las gentes de la Iglesia. Des­
precia a los monjes, les considera trapaceros, hipócritas
y simuladores: así imaginó en su comedia La Mañdrágola
el personaje de fray Timoteo. Esta desconfianza, este des­
precio y esta befa, que están en la línea de una vieja tra­
dición jocosa no especialmente florentina o italiana, no
añaden nada de original o de imprevisto a lo que Ma­
quiavelo haya podido leer en Boccaccio o en la obra de
los cuentistas. Lo importante es su juicio, tantas veces
mantenido, sobre el catolicismo. Cuestión capital, porque
la reforma de la Iglesia, en su cabeza y sus miembros, fue

" U Principe, 6, pág. 19: “ Tutli e’ profell disarniatl vinsonno,


e 11 dlsannall ruinoruoo”.
“ Lettere famlliari (Tulle le opere stortche e letterarie di Nic-
coU> AfacMavelU, ed. Guido Mazzoni y Mario Casella, Florencia,
1929, en 8.b), I, pág. 877: “ E cosí, secondo el mió ludlzlo, viene
secondando e’ tempt, e le sua bugle colorendo".
62 MAQUIAVELO

ya reclamada por Dante; porque desde el fin del cisma de


Occidente, desde los concilios de Constanza y de Bale, per­
manece al orden del día; porque en Florencia, Marsilio
Ficino y Pico de la Mirándola, miembros de la academia pla­
tónica, son reformadores que, para devolver al dogma su in­
fluencia sobre los espíritus, intentan rejuvenecerle y con­
ciliario con la más alta sabiduría de los paganos y del
Oriente; porque Savonarola es un reformador que funda
su obra sobre la doble tradición de la escolástica tomista
y de la apocalipsis mística, y porque, en fin, veinte años
más tardo aparecerá Lulero. Para comprender lo que Ma-
quiavelo piensa del catolicismo será preciso que llegue el
día en que dé su opinión sobre la Reforma". Pero apa­
recerá entonces claramente que el catolicismo, la vida ca­
tólica, el ideal católico, nunca le han emocionado ni atraí­
do. Y no únicamente porque ame la vida fácil, la diversión
y el placer. Pese a toda su sensualidad, Maquiavelo no
era incapaz de ascetismo. Pero la idea por la que se hu­
biera sacrificado no se situaba más allá del horizonte hu­
mano. Construir, mantener, desarrollar la ciudad: pero
ninguna renuncia a la gloria humana, a la afirmación del
poderío del genio humano. Ninguna preocupación por la
ciudad celeste. Maquiavelo. hombre de Estado, acusará a
la moral cristiana de haber debilitado entre los modernos
las virtudes del ciudadano” .
De ahí el nulo interés que le inspiran el esfuerzo de los
místicos o de ios ascetas que, a fines del Quattrocento, se
proponen restaurar la vida cristiana en la Iglesia y en el
siglo. El ascetismo monacal sólo será siempre para él la
interpretación perezosa y falsa de una religión que no
debe jamás contrariar o retardar la acción del ciudadano.
Savonarola, sin duda, no deseaba conducir a todos los flo­
rentinos hacia el claustro reformador de San Marcos; ha­
bía intentado realizar en él mismo la unión del ciudada­
no y del asceta. Para Maquiavelo tal unión es conlradic-

” Véanse pág. 186 y nota 14.


“ Discorsi, II, 2; I, págs. 237-238: véanse págs. 98-101. Igual­
mente, I. Introd., I, pág. 90: “ La debolezza nella quale la presen­
te rellglone ha condal Lo el mondo...".
L A FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 53

loria e imposible. Y rechaza, condenándole en bloque, lodo


el ascetismo cristiano. No se trata solamenle de que una
Florencia devota y penitente donde se quemaran los li­
bros y las obras de arle no tuviera para él ningún atrac­
tivo. En su rechazo de la ascesis cristiana hay otras razo­
nes: tanta devoción, tanta penitencia, no aumentaría en
absoluto la energía de la ciudad, sino que, por el contra­
rio. podrían debilitarla. De hecho. Florencia, devota y pe­
nitente, no supo o no se atrevió a defender a Savonarola
contra los agentes enmascarados de una restauración de
los Médicis. aliados con la corte de Roma y Alejandro VI.
Maquiavelo negó, pues, su asenso a la reforma cívica
y puritana que intentaba el gran dominicano. Cuando aquél
es elegido secretario de la segunda cancillería y entra en
la vida política, en junio de 1498, un mes después de la
pira. Florencia se encontraba en plena y violenta reacción
contra la obra de Savonarola. El simple hecho de que la
Señoría, que había permitido el horrible sacrificio de Sa-
vonaroia. llamara a Maquiavelo para funciones de con­
fianza y responsabilidad cuando aún no había desapare­
cido la emoción por esta muerte trágica, demuestra sin
lugar a dudas que no se sentía ninguna simpatía por la
obra ni ninguna añoranza por el hombre.I

II

Dos cancillerías se repartían la correspondencia de la


república florentina. La primera aseguraba las relaciones
ron los países extranjeros. Su jefe era el canciller o se­
cretario de la república. Algunos hombres de alto valor
e importancia en la historia política e intelectual de la
ciudad, Coluccio, Salutati, Leonardo Bruni, Poggio Brac-
ciolini. Garlo Marsupini, Benedetto Accollo. Bartolommeo
Scala y Cristóforo Landino habían ocupado este puesto, que
en principio nunca se pensó confiar a Maquiavelo. La se­
gunda cancillería aseguraba las relaciones administrativas
con los oficiales y magistrados establecidos en las ciuda­
des súbditas. Desde el 14 de julio de 1498 Maquiavelo. sin
54 MAQUIAVELO

abandonar la segunda cancillería, fue puesto a disposición


como secretario de los Diez de la Libertad y de la Paz,
llamados corrientemente los Diez de la Autoridad Supre­
ma, “ Dieci di balia” . Estos magistrados, renovados por
elección cada seis meses, dirigían la administración inte­
rior del territorio, organizaban la defensa militar y, bajo
el control de la Señoría y del canciller, mantenían una
correspondencia diaria con los embajadores y oradores en­
viados al extranjero. Maquiavelo seguiría de secretario de
la segunda cancillería y de los Diez hasta la caída de la
república y la vuelta de los Médicis en septiembre de 1512.
No recibió nunca ni muy altos cargos, ni grandes honores,
y se vio siempre relegado a un segundo plano detrás de
hombres que valían menos que él. No fue jamás embaja­
dor titular y no desempeñó más que legaciones: subordi­
nado al canciller de la república, Mnrcello Virgilio Adria-
ni, buen humanista, alumno de Poliziano y de Landino»
pero cuyo nombre no ha pasado a la historia". Estos años
de actividad política, diplomática y militar, de estudios
y viajes, acabaron de formarle.

Florencia estaba en guerra contra Pisa, ciudad súbdita,


que se había aprovechado de la campaña de Carlos V III
para recobrar su libertad. Las operaciones, mal conduci­
das, debían prolongarse, con poco honor pura la república,
hasta 1509. Pero esta pequeña guerra ante Pisa no era
más que un mediocre episodio de la historia política y
militar de este tiempo. Continuaban las guerras de Italia,
comenzadas en 1494 con la irrupción de Carlos V III; dura­
rían todavía más de medio siglo, hasta el tratado de Ca-
tean-Cambrésis en 1559. A las acciones militares se mez­
claban constantemente los juegos de una política de fuer­
za y de emboscada, y de una diplomacia que era ya muy

“ P. Vili.ari, ¡Viccotó Machia vedi, I, págs. 312-315. Sobre las


funciones ejercidas por Maquiaveio, I). Mahzi, La Concederla (leda
Repubbdca florentina, Bocea San Casciano, 1910, págs. 2X6-307.
L A FORMACIÓN DE MAQUIAYELO 65

experta en e! arte de disimular. En un año Carlos V III


liabfa conquistado todo y lo había perdido lodo. Luis XII
había reivindicado después Nápoles, pretendiendo nuevos
derechos sobre Milán. En dos campañas, de agosto de 1499
a la primavera de 1500, había ocupado el Milanesado; el
duque usurpador Ludovico el Moro, traicionado por sus
mercenarios suizos, estaba ahora prisionero en Turena, en
el castillo de Loches. En noviembre de 1500, para el ata­
que de Nápoles. Luis XII se habla aliado a Fernando, rey
de Aragón; traicionado también por sus mercenarios ara­
goneses, Federico, el último rey de Nápoles, fue enviado
prisionero al ducado de Maine. Los dos vencedores se re-
imrtirán el reino. Pero su entendimiento no duraría mu­
cho tiempo. De9de 1502 se disputaron su conquista, por
la diplomacia y por las armas; finalmente, en 1504 que­
daría en manos de Fernando. Nápoles fue española; Milán,
francés; en 1507 a Génova le correspondió la misma suerte.
Desde 1504 Julio II gobernaba la Iglesia católica y el
Estado romano; con más celo y cuidados el Estado que la
Iglesia, por ser, ante todo, guerrero y político. Los Bor-
gias no habían hedió más que pasar. Alejandro VI aca­
baba de morir, y su hijo César, después de haber conse­
guido casi crear en Romanía, con el apoyo de la realeza
francesa, una monarquía vigorosa, veía cómo de la noche
a la mañana se le escapaba la fortuna y perdía en algunas
semanas todos sus Estados. El nuevo Papa, alma trágica
y violenta, capaz de inspirar a Miguel Angel y de com­
prenderle, no tenía más que dos deseos: reconstituir y
consolidar el poder temporal de los papas de Italia; expul­
sar de Italia a los extranjeros que habían establecido ahí
dominios bárbaros. En Umbría y ltomania la reconquista
do los territorios perdidos por la Santa Sede se realizó
en medio de pequeñas guerras. Se vio entrar al Papa en
la Mirándola e imitar en Bolonia los triunfos paganos de
César. Contra Venecia, usurpadora de tierras pontificias
detestada en Italia por su riqueza y espíritu de conquis­
tas, Julio II supo procurarse la alianza de uno de esos
Invasores cuya ruina deseaba. El 14 de mayo de 1509, cer­
ca de Agnadel, el ejército de Luis X ll dispersó a los mer-
56 MAQUIAVELO

cenarlos venecianos. Inmediatamente el Papa supo obtener


contra Luis XII la alianza de España y de los cantones
suizos. A partir de este inoinenlo se puso de manifiesto
la esencial debilidad, denunciada por Guieciardini, de esta
tumultuosa política de liberación Para expulsar al extran­
jero de Italia Julio II, incapaz de apoyarse sobre fuerzas
italianas, tenía que contar con el extranjero. Pero el sis­
tema que consistía en hacer expulsar un bárbaro por otro
y al segundo por un tercero no tenia salida". Fatalmente,
el último bárbaro victorioso, el más fuerte, el más tenaz,
el más hábil, el más astuto, el más afortunado, el más
favorecido por el destino, permanecería. Los españoles que­
daron. y por dos siglos, en Nápoles y en Milán. En una
Liga que se declaró santa Julio II se unió a Fernando,
a Veneeia reconciliada, a los suizos y hasta a Inglaterra.
Torpemente, Luis XII recurrió a las armas espirituales;
para juzgar y deponer a un Papa que provocaba la gue­
rra entre los pueblos cristianos, de acuerdo con el empe­
rador Maximiliano, convocó primeramente en Pisa, y más
tarde en Milán, un concilio universal que so vio poco fre­
cuentado. En principio tuvo mas éxito con las armas tem­
porales. Gastón de Foix, un joven general de veintidós
años que se había revelado durante una breve campaña.

" Fu. üuicciaudixi, Storlu d'll'/tin, cd. Goslanlino Panigada,


Scrillorl d'lhilia, Uarl, 1929, 5 vnls., en 8.b; lili. X, cap. 0; III,
págs. 129-130: "AUri, considerando forse plíi Intrlnsecamenle la
soslanza de lie cose, lié si Insolando abbagülarc gil ocohi dallo
splendore del notne, lemevano che le guerre che si cominclavano
con intencione di liberare Italia d i' harliari nocerebbono moho
plü agli splritl vtlall di questo corpo che non aveano nodulo ie
cominciale con níanllosla professhme e cerlissima Inlenzione di
sffgglogaHa; ed ensera cosa püi temeraria che prudente lo spe-
rare che le armi italiane, prive di vinlíi, di rlputazlone, di capl-
tanl, di aulorilfl, n& eonformi Je volmontít de' princlpi suoi, fus-
sino sufficienll a cacóla re di Italia il vinoitore, al quaJe, quando
mancassino Lut-tf gl’allrl modl, non mancherebbe mal la faculta
di rlunirsl con i vinll, a rovina comune di tullí gl’Italiani; ed
essere niolto piíi da lemere die questi nuovi moví mentí dessero
occaslone di depredare Italia a riuove nazioni, che da sperare che,
per Punirme del ponlefice e de' Vlnizlani, s’avesslno a domare I
Franzesi e gil Spagnuoll".
LA FORMACIÓN DE MAQU1AVELO 67

expulsó a los suizos del Milanesado. liberó a Bolonia, tomó


Brescia y el día de Resurrección de 1512, cerca de Re­
vena. desafió a los españoles. Pero encontró la muerte en
su victoria; y el ejército francés, mal mandado, perdió
en seguida Milán. Nada subsistía ya de las conquistas de
Carlos V III y Luis XI.

En medio de estos trágicos acontecimientos Florencia


había intentado vivir y defenderse. Se encontraba fatal­
mente mezclada a ellos por una. larga tradición do alian­
za con Francia. Pero, incapaz incluso de reconquistar Pisa,
ponía de manifiesto su evidente debilidad. Unicamente
Roma y Venecia podían representar algo frente a las mo­
narquías modernas que se disputaban Italia. Para reafir­
mar la dirección de su política, en 1502 realizó una refor­
ma en su Constitución que resultó inútil. Se creyó que la
debilidad florentina provenía de los demasiado breves po­
deres confiados al jefe responsable del gobierno, ese gon-
friionier de justicia cuyo mandato sólo duraba dos meses.
Se detestaba a Venecia, pero se envidiaba la estabilidad de
sus instituciones, a la vez republicanas y autoritarias. El
dux de Venecia se elegía a perpetuidad: el yonfalunier de
Florencia, a partir de ahora elegido también a perpetui­
dad. pudo hacerse la ilusión de tener un mayor poder
sobre magistrados y consejos frecuentemente renovados.
El 22 de septiembre de 1502 se designó a Piero Soderini.
que había desempeñado altos cargos y representado a Flo­
rencia como embajador en Venecia: sin grandes talentos,
honestó y liberal, incapaz de suscitar demasiados odios o
demasiadas admiraciones, Soderini aceptaría por lo me­
nos el consejo de Maquiavelo, que no tardaría mucho en
convertirse en guía e inspirador de la política florentina” .
Esta política estaba condenada a la humillación y a la
derrota. Florencia, que en 1500 no pudo tomar Pisa, de­
bió pagar caro el inútil envío de auxilios franceses. Cuan-

a P. Y iu .aiu, Mticliiuviilll, I, jiágs. 383-381.


68 M AQUI A VELO

do en 1503 César se hizo temible, amenazando en varias


ocasiones traspasar el Apenino romagnol, le protegía la
amistad francesa, siempre pagada a un alto precio; pero
sólo pudo respirar a la muerte de Alejandro VI. Cuando
en 1504 Luis XII abandonó el reino de Nápoles a Fernán'
do, pareciendo renunciar a toda idea de revancha, pudo
tener algunos años de respiro.
El 6 de diciembre de 1506 aparecía una ordenanza que
creaba los Nueve de ta Milicia, nombrándose secretario a
Maquiavelo. Este intentó entonces organizar, lomando como
modelo los cantones suizos, esas tropas ciudadanas auxi­
liares a las que consagraría tanto trabajo y pasión. Flor
rencia, después de haber comprado la buena voluntad de
Francia y España, obtiene finalmente, en 1509, la capi­
tulación de Pisa. Pisa no deseaba más que observar la neu­
tralidad en los conflictos italianos. Se mantuvo al mar­
gen de las empresas de Julio II contra la república vene­
ciana. Pero cuando éste forma contra Luis XII, su aliado
de la víspera, una nueva Liga, el rey obliga a los floren­
tinos a tomar partido. Y fue en sus dominios, en Pisa,
nuevamente reducida, donde, a pesar de la opinión do Ma­
quiavelo, se abrió, en noviembre de 1511, el concilio en­
caminado a juzgar y deponer al Papa. Bajo el interdicto
de Julio II. gravemente amenazada en sus relaciones finan­
cieras y comerciales con los Estados pontificios, Florencia
sufrió graves pérdidas” . Mercaderes y banqueros desea­
ban el retorno de los Médicis. Una vez evacuado el Mita-
nesado por las armas francesas, las fuerzas de la coalición
papal dispersaron fácilmente a las milicias de Maquiavelo
y. el 29 de agosto de 1512, entraron a saco en Prato. Los
partidarios de los Médicis pudieron entonces obligar a So-
derini al exilio, negociar con el enemigo e imponer la
vuelta de la familia.
A partir de este momento la carrera de Maquiavelo ha
concluido. El 7 de noviembre se le priva de todos sus

* A. Renaudet, Le condle guVlcan de Pisc-Miltm, documentos


florentinos (1510-1512), Biblioteca del Instituto francés de Flo­
rencia (Universidad de Orenoble), 1.* serie., t. Vil, 1922, cu 8.",
págs. 187.639.
L A FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 50

empleos; algunos dfas más tardo se le expulsa de Floren­


cia asignándole por residencia el pequeño burgo de San
tiasciano, en el camino de Siena, con la prohibición de
alejarse.
III
Tales fueron los acontecimientos en los que Maquiavelo
lomó parte durante los catorce años de su vida activa.
Pudo así, como escribirá más tarde en el prefacio del Prín­
cipe, añadir a una lectura ininterrumpida de las cosas an­
tiguas, una larga experiencia de las cosas modernas” . Y en
esta doble escuela, la de la experiencia y la de la lectura,
pudo comprender, definir, analizar los elementos de que
so componía, durante esos catorce años, el drama de la
historia italiana.
• ♦ *

El éxito de la invasión extranjera, demasiado fácilmen­


te triunfante, trastornaba y a veces abrumaba los espíri­
tus. Planteaba la cuestión de la debilidad políLica y mili­
tar de los Estados italianos. Las reflexiones que este he­
cho inspiró a Maquiavelo se encontrarían, metódicamente
reducidas, en ese capitulo XXIV del Principe, en el que
expone por qué los príncipes de Italia perdieron sus do­
minios. Debilidad política; insuficiencia del organismo
constitucional, que no resultó bastante vigoroso para sos­
tener al Estado en peligro y para asegurar su defensa; im­
popularidad de los gobiernos detestados del pueblo que.
para desembarazarse de ellos, aceptaba gustosamente la
dominación extranjera; o, por el contrario, cuando se apo­
yaban en él, deserción, en los momentos de peligro, de los
poseedores de las tierras o los detentadores del capital.
Y, en fin, debilidad militar de ©sos Estados, que jamás su­
pieron organizar ningún ejército verdaderamente salido del
país y al servicio del país, y confiaban su defensa a mer­
cenarios
Instruido por la historia de los dos últimos siglos y por

* Véase pág. 30, n. 20.


>• ti Principe, 21; Cur Itallae principes regnuin omiseunt; I,
págs. "7-78.
60 MAQUIAVELO

lo9 acontecimientos contemporáneos Maquiavelo declara


que no se puede contar ni con estas tropas ni con sus je­
fes, siempre dispuestos a venderse, o a preparar, por la
fuerza, la caída del Estado y la fundación del despotismo.
Maquiavelo, organizador apasionado de las milicias ciuda­
danas, odia y desprecia a los soldados de oficio; sin ningún
deseo de imparcialidad o justicia les niega desde un princi­
pio toda virtud militar y toda lealtad. Frente a Pisa ha
creído constantemente comprobar la mala voluntad de los
oficiales; cada día ha presentido una traición. Los suizos
en Milán y los aragoneses en Núpoles habían traicionado
a Ludovico el Moro y a Federico. En Agnadel los merce­
narios que servían a la república veneciana se inclinaron
ante el enemigo. Poco a poco, en la mente de Maquiavelo
va dibujándose el capítulo XII del Príncipe. Las armas
mercenarias no habían sabido contener la invasión: “ Cuan­
do vino el enemigo mostraron lo que valían. Gracias a ellos
Carlos VII. rey de Francia, pudo ocupar toda Italia sin
otro trabajo que marcar los alojamientos con tiza... Y lodo
el talento de los jefes mercenarios tuvo por efecto que
Italia fuera atravesada por Carlos, saqueada por Luis e
injuriada por las violencias de Fernando y los insultos de
los suizos. Ellos condujeron a Italia a la esclavitud y a
la vergüenza” *.
Esta debilidad militar había sido querida, mantenida por
los príncipes: “ Los que dicen que nuestros pecados son
la causa de estos males dicen verdad Pero no se trata do
los pecados que ellos pensaban: era i los pecados de !os
príncipes” *. Pin la Edad Media la libre comuna había re

* II Principe, 12: Quol sunt genera milrUae et de mercena-


riis mlHlibus; I, piígs. 38-42. Pág. 39: “Ma come venne el fo-
reslícro, le mostrorono quello olie erano; onde che a Cario re
di Francia fu ilícito plgllare la Ita,lia col gesso". Pág. 42: "E 11
fine della loro virlii ¿ stato, clie Italia 6 stata corsa da Cario,
predala da Luigi. sforzato da Ferrando e vitupérala da’ Svlzzeri...
Tanto che gil hanno condolía Italia sllava e vitupérate”.
“ Ibid., pág. 39: “ E chi diccva coiné e’ n’erano cagioni e’pec-
catl noslri, dice va 11 vero; ma non erano glít quelli che credeva,
roa qnesli che lo lio narrati: e perché elll erano pcccati de’ prin-
clpl, ne hanno patito la pena ancora loro".
LA FORMACIÓN I>K MAQUIAVELO 61

sistido valerosamente a los emperadores y hecho retroce­


der a Federico Barbarroja. En 1313 Enrique IV, llamado
por los gibelinos y Dante, tuvo que levantar el sitio de
Florencia. La comuna había sido fuerte porque era libre
y porque, para defender su independencia y sus leyes, ar­
maba a ciudadanos libres. Pero en toda Italia la primera
preocupación de los tiranos había sido desarmar a los pue­
blos. Así actuaron en Milán los Visnonti y Sforza; así
también, en Florencia, los Médicis. ¡sobre este punto Ma-
quiavelo se muestra de acuerdo con Savonarola y Guicciar-
dini. Savonarola fue el primero que comprendió en Flo­
rencia la necesidad de enrolar a los ciudadanos para la
defensa de sus libertades. Entre 1524 y 1528, después de
haber escrito Maquiavelo El Principe, el Arfe de la guerra
y la mayor parte del Discurso sobre la primera década,
Guicciardini escribía ese Dialogo del fícggimcnto di F i-
renze. en donde expone, con la claridad y vigor de un
Montesquieu, la filosofía de la usurpación mediciana: acu­
sa a los Médicis de haber hecho caer deliberadamente las
a mías de las manos de los ciudadanos ". En el capítulo XII
del Principe Maquiavelo afirma que una república pro­
vista de armas de su propiedad defiende más fácilmente
que cualquier otra su independencia contra el extranjero,
su libertad interior contra toda tentativa de golpe de Es­
tado. Cita el ejemplo de Roma y Esparta en la antigüe­
dad. de los cantones suizos en el mundo moderno. Roma y
Esparta quedaron, durante largos siglos, libres y armadas:
por el contrario, Cartago fue traicionada por sus merce­
narios. Análogamente, en el mundo moderno, afirma que
los mercenarios han traicionado a todos los Estados ita­
lianos".

" Del Regglmcnto di Firenze, lib. I, pág. 35: “ ...Cavare le


arm! di mano a’ clttadtni, e spegnere tulla la vlrilllá che aveano".
* II Príncipe, 12, I, pág. 40: “ E con pl(i difflcultá viene alia
oltcdlenza di uno suo cltladino una Tepubllca armata di arml
prnprle, che una armala di arml eslernc. SteUono Roma e Sparta
moltl secodl armale e libere. E' Svlzzerl boro armattsslml e libe-
rlssimi. Delle arml mercenario anllchc in exemplls sono e’ Car­
taginés!...”.
62 MAQIIIAVELO

El estudio del problema militar le llevaba de nuevo al


problema fundamental: el problema político. Los prínci­
pes italianos se mostraron incapaces de ofrecer resisten­
cia armada, porque sus Estados participaban de la debi­
lidad común a todas las tiranías. Tales gobiernos no se
atreven a armar a los pueblos; el despotismo ha produ­
cido la debilidad militar de los Estados italianos. Por el
contrario, una ciudad libre donde todos llevan armas se
convierte necesariamente en una potencia militar; poten­
cia tanto más temible cuanto más ligados estén los ciu­
dadanos a sus leyes y a sus libertades. Puede ocurrir, sin
embargo, que una república deje corromperse en ella el
espíritu republicano, y olvide asegurar, por sus propias
fuerzas, la defensa del territorio. Este fue, en la antigüe­
dad, el caso de Cartago; éste es el caso de Venecia, cuyas
instituciones políticas son buenas hasta el punto que Flo­
rencia ha tomado de ella el gonfalonierado a perpetuidad;
pero donde los ciudadanos, ocupados únicamente en inte­
reses mercantiles, han descuidado el arte militar y el de­
ber militar; como Cartago después de Zama. Venecia ha
pagado su error después de Agnadel". Ese fue también
el caso de Florencia, durante ei tiempo en que los Médi-
cis se ocuparon en corromper las instituciones de la re­
pública y ei espíritu de sus leyes. Hasta agosto do 1512
Maquiavelo pudo creer que había restaurado el antiguo
vigor de las milicias ciudadanas. Pero Nápoles y Milán,
decididamente irreformables, le parecen condenadas al des­
potismo y a sufrir, por tanto, la invasión y la servi­
dumbre ".

*' Oiscorsl, III, 31; I, págs. 412-413: “ Nelia fortuna, parendo


loro aversóla guadagnala con quella virtü che non avevano... La
viltA dello animo loro, caúsala dalla qualllá de’loro ordinl non
buonl nelle cose della guerra, gil fece ad un tratto perdere lo
stalo e i'animo. E sempre lnterverrá cosí a qualunque el governa
comme loro”. Cf. Dell’arle della guerra, I, pág. 468: “ E se 1
Vlnlzlanl fussero stati savi In questo come in tutti gil altri loro
ordinl, egllno arebbono fallo una nuova monarohla nel mondo".
•* Discorsi, I, 17; I, pág. 141: “ Perianto dtco, che neesuno
accidente benché grave e violento, potrebbe ridurre nial Milano
o Napolt liberi, per essere quelle inembra tulle corroUe".
_________ I-a fo r m a c ió n d e m a q u ia v e Lo 63

A la debilidad política y militar de los Estados italianos


se unía la debilidad de su acción exterior.
Maquinvelo conocía, aconsejaba, a veces dirigía, la po­
lítica extranjera de Florencia. No ignoraba que Soderini
carecía de decisión, de iniciativa y energía. Mucho tiempo
después, en un epitafio irónico, le ahorrará el infierno,
asignándole para su descanso eterno el limbo de los ni­
ños". Hasta septiembre de 1512 había podido esperar que
esta política gris de vacilación, de reserva y neutralidad
finalizaría una vez que la república volviera a lomar po
sesión de sus fuerzas militares. fiin embargo, cuando la
ciudad fue rica y el territorio poblado, continuó siendo la
capital de un pequeño Estado, a la medida de las disputas
y luchas medievales. En un mundo nuevo cuyo horizonte
se iba alargando día a día por los descubrimientos marí­
timos, frente a esos Estados modernos dotados de gobier­
nos vigorosos, como Francia y España, que se disputaban
ahora la dominación de Italia, la república de Florencia
apenas representaba ya nada. Los acontecimientos de 1512
habían demostrado que el papel histórico del Estado flo­
rentino, como potencia europea, se había acabado.
Venecia hubiera podido alzar más la voz. La ciudad era
también rica y el territorio igualmente poblado. Poseía vas­
tos territorios en Italia del Norte, hasta más allá de Ve-
roña, hasta los alrededores de Ravena y los límites donde
se detenía el poder temporal de la Santa Sede. Sobre las
costas de Dulmacia, en las regiones griegas, hasta los puer­
tos turcos del Mediterráneo oriental, explotaba todo un mun­
do colonial. Por Egipto o los puertos de Levante, por los
caminos del mar Rojo o de las caravanas, continuaba tra­
ficando con las Indias. El descubrimiento portugués de la
rula de Cap todavía no había causado a su comercio per­
juicios verdaderamente graves. Parecía tan fuerte que toda

" Operetle (etterarie in verai, II, pág. 749:

Le nolle che morri Pier Soderini,


L’anlma ando de l’lnferno a la bocea;
Grldo Plulon: “ Chinferno? anima sciocca,
Va su nel limbo Ira gil allri bambini".
64 MAQUIAVELO

llalla temía su espíritu de conquisla. Los acontecimientos


demostraron, sin embargo, su debilidad. En 1509 resistió
mal la coalición formada contra ella por Julio II; y Ma-
quiavelo despreciaba la política mercantil y prudente de
estos armadores y negociantes, impropios para sostener
con las armas en la mano una grandeza que desde hacía
mucho tiempo sólo le parecía ya una ilusión M.
Fuera de las repúblicas, débilmente dirigidas por asam­
bleas y consejos donde prevalecían los intereses burgueses,
los Estados principescos, sometidos a la autoridad abso­
luta de algunos hombres, que, en su beneficio y por la
grandeza de su familia, habían restaurado el despotismo
de los Césares, mostraban idéntica irresolución e impo­
tencia. En el tiempo en que Maquiavelo estudiaba en Ita­
lia los gobiernos y los pueblos, sólo dos príncipes poseían
para él a la vez el poder material y la energía: César Bor-
gia y el papa Julio II.

Legado en varias ocasiones, en 1502 y 1053 cerca de


César, tuvo ocasión do estudiar y seguir su obra” . Ha­
bía visto al hijo del papa Alejandro VI, cardenal y arz­
obispo de Valencia a los dieciséis años, renunciar casi in­
mediatamente a las grandezas de la Iglesia, porque un
hombre de talento y energía no podía satisfacer ahí su
orgullo y su deseo de poder tanto como en el gobierno de
un Estado secular. El 13 de agosto de 1498 declaraba en
el consistorio que la vida eclesiástica no le convenía y de­
ponía sus dignidades; el 1 de octubre Alejandro VI le au­
torizaba a hacer vida seglar. Inmediatamente se lanzó a
fundar en Romanía y en las Marcas, en detrimento de la
Santa Sede, pero con la aprobación del Papa, un nuevo

Véase pág. 62, n. 31.


“ Las cartas de Maquiavelo a los Diez y a la Señoría, en el
curso de estas diversas legaciones, se encuentran ea la gran
edición de las Obras [Le opere di Niccold MacMavelH, cd. por
L. Passerlnl, P. Panfanl y O. Mllanesi, Florencia, 1873-1877, 6 vo­
lúmenes, en 8.” ), t. 3-6.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 65

Ksludo soberano, una nueva tiranía entre las tiranías ita­


lianas. Por su audacia, por su falta de escrúpulos, por el
arle de usar, según las circunstancias, la fuerza o el en­
gaito, el hijo de Alejandro VI se mostró instantáneamente
como el soberano de los príncipes de su tiempo. En algu­
nos años Maquiavelo le vio explotar los recursos financie­
ros y militares del papado, cultivar la alianza francesa,
conquistar Imola, Faenza. Forli, Rímini, Pésaro, y conver-
I irse, con el asenso de Alejandro VI, en duque de Roma­
nía y señor de un vasto dominio, destinado, sin duda, a
anexionarse Bolonia como capital y a extenderse desde la
Emilia hasta las proximidades de Roma, del Adriático bas­
ta el Mediterráneo. Dueño de la casi totalidad de la Ro­
manía y de las Marcas, pensaba, sin duda, anexionarse,
por la persuasión o la fuerza, la Umbría, Florencia, Pisa
y Siena, toda la Toscana, y crear así. de uno a otro mar,
parle en Italia central, parle en Italia del Norte, un vasto
Estado del que hubiera lomado el título de príncipe o
quizá de rey. Proyecto, sin embargo, irrealizable mientras
que Francia protegiera a Florencia y Siena: César pen­
saba disimular todavía algún tiempo y aprovecharse de
las querellas de Luis XII y Fernando sobre Nápoles. Mien­
tras tanto, imponía duramente a sus súbditos la obedien­
cia, el orden nuevo, la ley nueva.
El encuentro con César Borgia dejó en Maquiavelo una
imborrable impresión. César estaba ya manchado con di­
versos crímenes: los asesinatos de su cuñado, e. duque de
llisceglie, y de Astorre Manfredi, señor de Faenza, eran
los más célebres; se le acusaba de haber hecho matar a
mu normano, el duque de Gandía. Se sabía que César era
mentiroso, traidor e infame; nadie ignoraba que después
de haber lomado una decisión, no retrocedía ya ante el
perjurio o la violencia. La mezcla de trapacería e inso­
lencia que le habían permitido ocupar ciudades y casti­
llos llenaba a sus contemporáneos de estupor y admira­
ción. Era innegable que poseía ciertos dones de hombre
de Estado. Los creadores de las más poderosas dinastías
tic Italia del Norte, los primeros Visconti, Francesco Sfor-
*a, revivían en él, con una visión más clara, más positiva,
o
66 MAQUIAVELO

de los fines inmediatos y los medios; con un mayor des­


precio por los hombres, una más cínica indiferencia por
los sentimientos cristianos y las leyes morales; con una
ambición más devoradora, un más apasionado deseo de
prestigio, de poder, de lujo y gozo. Dos siglos de tiranía
italiana, el ejemplo de los Visconli y los Sforza, de los
aragoneses de Nápoles, los Malatesta de Rímini, los Este
de Ferrara, el ejemplo, más humano en apariencia, de Cos­
me y Lorenzo, habían creado toda una ciencia del des­
potismo, de la que era discípulo y auténtico heredero. Sa­
bía cómo se adquiere un Estado, cómo se le desarrolla,
cómo se le conserva. Sin duda, el Estado era sólo para él
una forma vacía. Como los Visconli o los Sforza, sólo
parecía haber deseado el gozo del principe que impone su
voluntad de fuerza y grandeza. Apenas había meditado so­
bre el papel del Estado, guia y tutor de la actividad de
los hombres. Por el momento no pensaba más que en man­
tener y consolidar su poder en Romanía, por los medios
más atroces. Por su parte, Maquiavelo, inquieto por los
signos demasiado evidentes que revelaban la debilidad flo­
rentina. limitaba su atención al problema práctico del man­
tenimiento del Estado: una tarea en la que César era
maestro. He aquí por qué su superioridad en este terreno,
de orden exclusivamente práctico, limitado a la construc­
ción de un edificio triunfal e inhumano, impresionó sin­
gularmente a un observador instruido por 1a política y la
historia".
Se complace al notar en César un talento de creación,
osado y sin escrúpulos; una mezcla de reserva y jactancia,
de valentía y cautela, de valor militar y perfidia; una
voluntad constantemente en tensión; el arte de calcular,
de actuar en el momento oportuno, sin vacilación ni re­
traso. el arle de engañar, de simular, de imponerse a los
hombres: “ Ese señor — había escrito a los Diez— es muy
espléndido y magnífico; animado de tal osadía militar, que
las más grandes empresas le parecen pequeñas, y que, por*

* F. Chauod, Del principe, Nuova Rivtsta Slorica, 1925, pá­


ginas 201-203.
LA FORMACIÓN UE MAQt IAVELO 67

la gloria y para aumentar su Estado, jamás se da descan­


so; ignora la fatiga y los peligros; llega antes de saberse
que está en camino. Se hace amar por sus soldados; ha
elegido para su servicio a los mejores combatientes do
Italia. Todo eso, unido a una perpetua fortuna, le hace
victorioso y temible” En diciembre de 1502 Maquiavelo
toma nota de los procedimientos infalibles que César usó
para atraer a Senigallia en una emboscada mortal, a va­
rios condotticri poco seguros. En sus relaciones de legado
había juzgado duramente a César y a su padre; de regreso
a Florencia redactó para sí mismo, sin respetar demasiado
Ja exactitud de los hechos, pero con el deseo de extraer,
como técnico de una política de fuerza, el sentido y la
lección, una memoria sobre este episodio a la vez caute­
loso y brutal, que. hacia mediados de siglo, Paul Jove. en
una Histoire de son Temps. destinada a dar a nueva ima­
gen de algunos grandes hombres, llamaría un estupendo
engaño *.
Todo este esfuerzo de César Borgia no pudo dar debi­
damente sus frutos. Alejandro VI murió súbitamente en
agosto de 1503. César había previsto desde hacia mucho
tiempo su desaparición y fijado cuidadosamente la política
a seguir llegado ese momento. Como dirá más tarde a Ma­
quiavelo. no había cometido ningún error de cálculo; todo
lo había previsto. Todo, salvo que. en el momento de esta

" Carta fechada en Urblno, 26 de junio de 1502, ante lucem,


dirigida a los Diez por los dos oradores, Francesco Sodcrini, obis­
po de Vollerra, y Maquiavelo; redactada por Maquiavelo (Opere
complete, ed. Passerlnl-Fanfani-Mllanesl, IV, págs. 14-15): “ Óuesto
signore é molto splendido et magnifico, e nelle arnvi é tanto
animoso, che non é si gran cosa che non ii paia plocola, e per
gloria e per acquistare stato nial el riposa, « é cenosoe fatksa o
periculo. Glugne prima in un luogo che se ne possa intendere
la partita donde si .lleva; - fassl ben valere a’ suol soldad; ha
cappati e’ nilgüorl uominl d’llalla; le quali cose lo f&nno viWo-
rioso e formidablle, adgtunlo con una perpetua fortuna".
* P. V ili.aiu, I, págs. 420-430. Descrlzione del modo tenuto dal
duca Valentino nello íinmuxzare Vltellozso ViM il, Ollverotto da
Fermo, ll nignur pagóla e il Daca di Gravtna Orsini, I, págs. 637-
647.
68 MAQUIAVELO

muerte, él mismo estaría moribundo “ . Pudo, sí, apode­


rarse del tesoro del Papa; pero deshecho por la fiebre,
incapaz de montar a caballo, no pudo impedir que sus
enemigos sublevaran Roma ni que los cardenales hostiles
a su familia tomaran de nuevo las riendas del gobierno.
Poco después, las poblaciones de sus Estados se sublevaron
también; ciudades y castillos vuelven de nuevo a abrir sus
puertas a los señores desposeídos. Después del efímero pon­
tificado de Pío III, la elección, el 31 de octubre, de Julio II.
irreducible enemigo de los Borgias, fue para César un úl­
timo desastre. En algunas semanas, el ducado de Romanía
dejó de existir.
Maquiavelo fue testigo de esta catástrofe. Había admi­
rado en César Borgia al jefe de un ejércilo temible, al se­
ñor de un nuevo Estado que ya se estaba organizando,
lleno de proyectos de conquista y grandeza. Le vuelve a en­
contrar, abatido por la derrota, envilecido, dispuesto a vol­
ver a la nada, de donde la fortuna y su genio insolente
le habían sacado. Le ve, en la antecámara de Julio II.
humillarse ante el duque Guidobaldo de ürbino, a quien
el año anterior habla despojado: “ César — cuenta un tes­
tigo ocular— entró en la sala, la boina en la mano; avan­
zó, hizo por dos veces una humilde reverencia, y, ponién­
dose de rodillas, se arrastró hasta el duque de Urbino, que,
emocionado de compasión, le levantó y le hizo sentar a
su lado. César le pidió entonces humildemente perdón por
el pasado; alegó su juventud, los malos consejos que había
recibido el triste ejemplo de Alejandro VI; insistió larga­
mente sobre los errores del Pontífice y maldijo el alma
de su padre” *. Maquiavelo no reconoce ya al duque de
Romanía; César ya no era el príncipe, dueño de los acon­
tecimientos y de los hombres; sólo era ya un aventurero
criminal y degradado. Maquiavelo, que había creído ver
en él una de las nuevas fuerzas de Italia, le abandona a

» u Principe, 7, I, 26: “ E luí mi dlsse, ne’ di che fu creato


IuHo II, che aveva pensalo a ció che poleas! nascere, merendó
el padre, e a lutto aveva tróvalo remedio, accelto che non pensó
mal, In su la sua morte, di slare ancora luí per moriré” .
• P. V illa r ), 1, págs, 468-469.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 69

su destino. Julio II le había permitido partir para la Ro­


manía a fin de defender contra Venecia. ya dueña de Faen-
za, y bien pronto de Rímini, algunas plazas todavía fieles.
Pero César no pudo pasar de Ostia; conminado a entregar
a los ejércitos pontificios Cesena y Forli, que todavía no
había perdido, se negó, siendo llevado de nuevo y ence­
rrado en el castillo San Angelo. Después de ceder, buscó
refugio en Népoles, donde la desconfianza española no le
permitió permanecer por mucho tiempo. Gonzalo de Cór­
doba le envió, prisionero, a Fernando, quien le tuvo du­
rante algunos meses en Medina del Campo. Acabó por po­
nerse al servicio de su cuñado, el rey de Navarra, Juan de
Albret, muriendo oscuramente en 1507, durante el asalto
a una pequeña plaza española.

El poder de César Borgia sólo era, pues, una ilusión.


En 1506 Maquiavelo tuvo ocasión de estudiar de cerca,
como legado de la república, al papa Julio II. La política
de los Borgias acababa de demostrar el poder material de
que disponía todavía la Santa Sede. Pero los Borgias sólo
habían trabajado para su familia. Otro recogería, al servi­
cio del poder temporal de la Santa Sede, la tradición que
habían dejado y fundaría sobre este poder consolidado
una política de liberación italiana. Julio II, violento, apa­
sionado. capaz de tenaces odios, de largos rencores y de
desatadas cóleras, puso su ilimitado esfuerzo al servicio
de una sola idea. Su gran proyecto, dividir a los bárba­
ros. armar a los unos contra los otros para expulsarles
después de Italia, era irrealizable, porque carecía del apo­
yo de una fuerza nacional; proyecto emocionante, sin em­
bargo. para lodos aquellos que, desde los Alpes a Sicilia,
odiaban la dominación extranjera41.
Pero el talento del Papa no extrañó a Maquiavelo. Du­
rante un momento había admirado en César Borgia a un
jefe y a un político de concepción audaz y luminosa, de

“ Véase pág.. 56, n. 22.


70 MAQUIAVELO

acción infalible. Maquiavelo no consideró nunca a Julio II


como un hombre de Estado, a causa del “ furor con que
llevaba todas sus empresas” , y que en otras circunstan­
cias le habria conducido infaliblemente a la ruina". El
observador florentino estimaba poco a los Estados de la
Iglesia, y pensaba que para la ciencia política no tendría
ninguna utilidad su estudio. La autoridad se funda ahí
sobre la religión; el arte y el talento de gobernar sólo
juegan un pequeño papel. Por mal regidos que estén, el
escrúpulo religioso mantiene a los pueblos en la obedien­
cia. y los enemigos más encarnizados conservan para ellos
un respeto que les ahorra desastres demasiado graves:
“ Tienen Estados y no los defienden; súbditos y no los
gobiernan; y estos Estados, tan mal defendidos, no les son
arrebatados, y sus súbditos, tan mal gobernados, no pien­
san en separarse de ellos” ". Esta ceguera fiel podía al
menos ofrecerles algunas garantías de estabilidad. Pero
Maquiavelo no pensaba que. en la Italia moderna, la San­
ta Sede fuera una fuerza italiana y una fuerza, además,
capaz de servir útilmente a una política nacional. Flo­
rencia. por güelfa que fuera, desconfiaba de la Santa Sede.
Florentino, Maquiavelo desconfiaba también de ella; ita­
liano, juzgaba que la política de los papas había sido siem­
pre nefasta para Italia. En los Discursos sobre la primera
década de Tito 1Avio les acusará de haber mantenido la
división y la debilidad, de haber introducido al extranjero
para conservar así sus dominios temporales4*. Contra Ve-
necia, usurpadora de algunas tierras de la Iglesia en Ro­
manía. Julio II. que decía no vivir más que para liberar
a Italia de los bárbaros, llamaba a Francia. Y contra

" IHscorsI, I, 27; I, páp. 157: “ Quel furore con il quale go-
vernava luUe le cose” ; III, 9, I, págs. 36.7-361: “ Papa lulio II
procedclte ln tullo II lempo del suo ponilflcato con Impelo e con
furia; e perché gil tempi raoconrpagnarono hene, gil ríusclrono
le sue imprese lutle. Ma se fossero venuti altrt tempi che aves-
sono ricerco altro consiglio, di necessltá rovlnava; percé non
arebbe muíalo né ordlne nel maneggiarsi”.
u II Príncipe, II, be prínclpallbus ecclesiastlcis, págs. 23-24;
véanse págs. 239-241.
41 DlseoiM, I, 12, pág. 79; véanse págs. 91-92.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 71

Luis XII. dueño de Milán, llamaba a los suizos en las lla­


nuras lombardas". Por eso, cuando en 1511 Luis XII anun­
cia su intención de romper con el Papa y atacarle tanto
con las armas espirituales como con las temporales, el
secretario florentino, sin hacerse muchas ilusiones, desea
la derrota de la Santa Sede, “ para que esta clerigalla tenga
ocasión de gustar en este mundo algunos bocados amar­
gos” ",

Maquiavelo no encontraba, pues, en Italia más que debi­


lidad, ilusión, decepción. Desde tiacía mucho tiempo la
política general dependía de fuerzas extranjeras. Durante
sus legaciones tuvo ocasión de medir algunas.
En 1507 pudo ver al emperador” . Ante la Europa mo­
derna. Maximilianno sobrevivía, no sin dignidad, como un
residuo de la Edad Media. Respetuoso ante la magistratura
cristiana y romana de la que estaba revestido, había im­
puesto gustosamente el respeto a los príncipes y a las
ciudades de esta Italia en la que Dante y Petrarca habían
llamado a Enrique V II y a Carlos IV “ . Denegaba a Luis XII
la posesión de Milán, feudo del imperio. Amenazaba con
pasar los Alpes; pero, como sus predecesores de los si­
glos x iv y xv, carecía de dinero y se lo pedía a los Es­
tados fieles. De Trentd a Bozen y a Innsbruck, Maquiavelo
da escolla a esta majestad menesterosa: le deja en el áni-

" Ib id . : “ Ne‘ lempl noslrl, ella tolse la potenza a’ Vlnizianl


con l'alulo di Francia; di pol ne caccló 1 Franciosl con Fatuto
de Svizzerl” .
« A. Renaudlt, Le. concite g a llíca n de P is e - M ila n , pág. 5; Ma­
quiavelo a los Diez;: Dlols, 18 de agosto de 1510: “ Che Iddlo
lisd seguiré quello che sia el megllo, e caví di corpo al Papa
quello splrlto diabólico che costoro dlcono gil é entrato addosso:
acoloché non face! calpcstare voi e sotterrare se: che tn vero, se
Vostre Plgnorie fussino pc»te al trove, sarebhe da deslderarsl,
acoloché ancora ad codestl prest! toocassl di questo mondo qual-
che boccone amaro.
“ P. Vit.t.Aiu, Slc.eold Machlavelll. II. págs. 67-75.
“ O. T ommasim, La vita e g il s c r illi d i \ ic r o lh M a c h la v e lli , I.
págs. 388-3(10.
72 MAQUIAVELO

mo una débil impresión. Hace una rápida encuesta sobre


el imperio, cuyos resultados consigna, en 1508, en su Des­
cripción de las cosas de Alemania *. En realidad, no co­
noce más que el Tirol y algunos cantones suizos; cree en­
contrar ahí la Germccnia de Tácito. Ignora la riqueza y el
lujo de las gTandos ciudades anseáticas del mar del Norte
y del Báltico, Brema, Hamburgo, Lübeck, Stralsund y Slet-
tin. Ignora el poder mercantil y la magnificencia de Nu-
remberg, el poder financiero de Augsburgo, la opulencia
de esta Banca de los Fugger que, once años más larde,
compraría para Carlos V los votos electorales ®. Ignora
la Alemania descontenta y brutal de los caballeros francos
y suabos, la Alemania luminosa y bárbara de los príncipes;
no conoce el lujo de los prelados, de los grandes clérigos,
de los electores eclesiásticos. No sabe nada del lento y vi­
goroso trabajo de reflexión, de preparación intelectual y
moral, que haría nacer, contra la Sania Sede y los jefes
italianos de la Iglesia católica, la protesta de Lulero y la
reforma luterana. Lo poco que vio de los países germá­
nicos lo vio con los ojos de un humanista republicano,
para quien el fasto anárquico del mundo feudal no era más
que debilidad al lado del trabajo libremente administrado
de las ciudades burguesas". Sin embargo, el hombre de
Estado supo estudiar las causas que producían la actual
debilidad del cuerpo imperial: particularismo, conflictos
de los intereses locales, rivalidad de los Estados sobera­
nos de las ciudades; confusión de un vasto conjunto sin
unidad®. Eu medio de este desorden supo reconocer la

« nUlralo dellc cose della Magna, I, págs. G97-704.


80 Sólo una palabra sobre la riqueza de das ciudades y su
buena administración; pág. 700: “ Ma vegnamo alio comunilá
franche ed Imperial!, che sono il ñervo di quella provincia, dove
é danari e l'ordine".
•“ Pág. 700: “ La potenzia della Magna si tiene oerto piü assai
nelle común ¡ti che nelli 'principi".
a Pág. 1)99: “ Tanto che, considéralo tulle queste disur,loni in
coinune, e aggiuntovi pol quolle clic sono Ira l'tin principe e
l altro e Tuna comuniia e l'allra, fanno difficile questa unlone
LA FORMACIÓN I)E MAQUIAVELO 73

fuerza real y profunda de una población numerosa, robus­


ta y sin graneles necesidades” .
Pero los dos países extranjeros que dominaban la polí­
tica italiana eran los dos reinos que Maquiavelo definiera
como ya unificados bajo el gobierno de príncipes podero­
sos: Francia y España**. Maquiavelo no estudió jamás Es­
paña.: esta tarea le correspondería a Guicciardini. En su
Historia de Florencia* entre 1508 y 1509. Guicciardini ha­
bía medido exactamente las fuerzas y debilidades de una
ciudad republicana; nombrado en 1512 embajador cerca
de Fernando el Católico, pudo inaugurar, en Aragón y Cas­
tilla, su estudio sobre las grandes monarquías de Occiden­
te. Maquiavelo no conoció suficientemente este poder es­
pañol, que bien pronto, desmesuradamente agrandado por
la doble sucesión de Borgoña y Austria, permitiría a Car­
los V reivindicar, con el título de emperador, la monar­
quía universal. Comprendía mejor a Francia, con la que
trató los más delicados asuntos durante sus múltiples le­
gaciones, en 1500, 1504, 1510 y 1511“
En su Descripción de las cosas de Francia, escrita en
1510, resume rápidamente sus impresiones sobro el rei­
no". No le gusta Francia ni los franceses. La república no
tenia por qué felicitarse de una alianza que la exponía
constantemente a los peores peligros sin aportar ninguna
garantía real. Aborda el estudio de las cosas francesas con
ciertas ideas preconcebidas; en el país germánico no ha­
bía podido liberarse del recuerdo de Tácito; en Francia
no puede tampoco olvidar los Comentarios de César. En su
opinión, los juicios de César esclarecen la reciente expe-

dello Imperio” .
“ Pág. 698: "Della potenzia della Magna alcuno no debbe du-
bilare, perché abunda di uominl, di ricohezze e d’arme... E cosí
sí godono questa loro rozza vita e liberta
** Discorsi, I, 12: I, pág. 130: "Alcuna provincia non fu mal
unlta o felice, se la non viene tulla ubbidienza d'una república
o d'uno principe, come á avvenuto alia Francia ed alia Spagna”.
“ P. Villar !, NiccoUt Macliiavclli, I, págs. 353-361, 471-473;
II, págs. 126-132, 147-149.
** Minuto delte cose di Francia, págs. 731-739; afladir De na­
tura Oallorum, págs. 730-731.
74 MAQUIAVELO

rienda de las guerras de Italia. El poder militar de Fran­


cia le parece más brillante que sólido. Las gentes de ar­
mas. los caballeros, son excelentes, porque la nobleza se
ejerce con las armas, sin conocer ninguna otra profesión *.
La infantería, que se recluta entre los campesinos, sin pre­
ocupación, abatidos y degradados por el régimen señorial,
vale bastante poco. El rey se ve así obligado a componer
su ejército en parte de mercenarios, lo que constituye un
error y una debilidad. En las empresas lejanas utiliza pre­
ferentemente sus súbditos gascones: mejores soldados que
los otros, pero inclinados al robo". “ Los franceses — con­
tinúa diciendo— . según lo que nos dice César y la expe­
riencia de las recientes guerras, tienen más ímpetu que
resistencia, y se desmoralizan en seguida. Soportan mal
las privaciones e incomodidades; se cubren mal y se dejan
sorprender fácilmente" En revancha. Maquiavelo percibe
la fuerza política del reino. Esta resulta de la concentra­
ción de la autoridad en manos del rey. Las provincias es­
tán estrechamente unidas a la corona. Los feudales, que

" I, pág. 678: “ E di qul nasce che le gente d’arme tráncese


soné ogg! le mlgliore che sieno, perché si truovono luttl nobill
en ftglioli di slgnori".
■ I, pág. 678: “ E di pol seno per le Ierre tultl ignobUi e gente
di mesliero; e stanno tanto soltoposti a' nobill e tanto sono in
ognl azione depressi, che sono vlli. E perd si vede che II re nellc
guerre non si serve di loro, perché fanno caltiva prova, benché
vi sieno 11 Guaseoni, di chi i ’ re si serve, che sono un poco me-
gllo elle gli (tilIri : e nasce perché sono vicinl a' confluí di Spagna,
che vengemo a tenere un poco delio spagnuolo. Ma hanno fatto,
per qiiello che s'é visto da niulti annl in qua, piti prova di ladri
che di valen 11 uonilni... E peró il re di Francia si serve 6empre
o di Svlzzeri o di lanzchenecche”. Maquiavelo critica a Luís XI
por no haber conservado las ordenanzas mil llares de Cantos VII.
que podían haber hecho invencible al reinado (Il Principe, 13, 1,
pág. 45): “ Cario VII... ordinó me! suo regno l'ordinanza delie
gente d'arme e delie fanterie. DIpoi ie re Lulgi, suo figiiuolo,
spense quetia de' fanti e comincid a saldare Svlzzeri; il quale
t-rrore, seguitato dagU altrl, é, come si vede ora in fatto, cagione
dei perico!) di quel regno. El regno di Franela sarebbe lnsupe-
rablie. se d’ordlne de Garlo era accresclulu o preservato”. Con­
fróntese Dell’arle della guerra, I, págs. 468-409.
* I. pág. 679; igualmente. Ulscorsi, III, 36, I, págs. 424-425.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO 75

en otro tiempo podían tomar las armas contra el rey, ya


no cuentan. El país es rico en productos agrícolas; la mano
de obra es barata. El dinero, poco extendido, sólo se en­
cuentra entre los prelados y los señores. Dos quintas par­
tes de las rentas del reino pertenecen al clérigo, que ejer­
ce una gran influencia en la dirección de los negocios;
para los consejos de la corona el rey llama a numerosos
obispos. Los nobles reciben mandos militares, pero se mez­
clan menos en la política". Más tarde, en 1512, en el Dis­
curso sobre la primera década de Tito L ioio. y en el Dis­
curso sobre la reforma del Estado florentino. Maquiavelo
volvería a hablar del gobierno francés. Ciertas páginas de
entonces parecen anunciar la teoría de las segundas po­
tencias, tal como se desarrolla en el Espíritu de las Leyes:
poderes subordinados y dependientes, esenciales, según
Montesquieu. a la naturaleza del gobierno monárquico, don­
de un solo hombre gobierna por medio de leyes funda­
mentales". Maquiavelo parece entrever ya una idea muy
querida a ciertos teóricos que, en el siglo xvin. intentaron
definir la naturaleza de la monarquía francesa; la de una
Constitución, nunca escrita, siempre respetada, donde el
papel del clérigo y la nobleza es el de asegurar, mediante
ciertos derechos y privilegios legalmento reconocidos, la
obediencia del pueblo". En 1510 Maquiavelo quedó muy
impresionado por esta obediencia". Por lo demás, ese pue-

" 1, págs. G77-G78.


“ Esprll des Lois, II, 1; E. Caucassonne, Monlesquleu el te
proüU\me de la ComtUution franqalse, París, 192G, en 8.*’, pági­
nas 221-260; 261-2%.
" Ver la ñola anterior, biscorsl, I, 58, I, págs. 217-218; III,
1, págs. 330-331; Discorso sopra il riforinar lo stato di Flrenze,
falto ad istansa di papa Lcone X {Opere complete di Niccoló Ma-
chlavelli, Florencia, 1843, en 4.°); II, pág. 531: “ Perché un prln-
cipe solo, spogliato di nohililá, non pud soslcnere el pondo del
principato; peró é necessario che Inlra dui e l’universale ski un
mezzo che d’aiutt a sostencnlo. Vedesl queslo In tutli gil slatl di
principe, e massime nel regno di Francia, dcrve 1 gentiluominl
slgnoreggiano 1 popoll, i principl i gentlluornJn!, e 11 re i prin-
clpi".
* I, pág. 684: "Sono e popoll di Francia umlli c iihhidienlis-
slini, e hanno in grande venerazlonc el loro re”.
76 MAQUIAVELO

blo vive sin demasiadas dificultades, gracias a la abundan-


cia de subsistencias, y gracias también a que cada uno po­
see un pedazo de terreno. Maquiavelo observó certeramen­
te el despertar económico del reino desde los primeros
años del siglo. Describe en algunas líneas las rentas del
Estado, los impuestos, la organización del gobierno y la
Iglesia, la administración de justicia, el papel y la acción
de los Parlamentos. Tres hechos esenciales le parecen ex­
plicar la Francia de este siglo: la riqueza agrícola del país,
la fidelidad popular y la autoridad del Estado constante­
mente reforzada
Sin embargo, ofrece la impresión de que el régimen po­
lítico de Francia le parece todavía prim itivo: el de un
país cuya civilización y economía son aún esencialmente
agrarias. En una ocasión en que el cardenal Georges d'Am-
boise, arzobispo de Ruán, primer ministro de Luis XII.
dijo a Maquiavelo que los italianos no entendían bien 1ú\
cosas de la guerra, el secretario florentino respondió que
los franceses no entendían nada de las cosas del Estado.
Esta ignorancia y esta torpeza se le aparecían también,
en forma todavía más aguda, en la política extranjera.
En 1513 Maquiavelo analizaría detenidamente, en el capí­
tulo III del Príncipe, la política italiana de Francia, cri­
ticando con luminosa nitidez los errores de cálculo, la im­
previsión, las gestiones equivocadas. Hablando con el car­
denal Amboise se contentaba con indicarle la más grave o
insigne torpeza: el haber permitido que la Santa Sede
adquiriera en Italia un poder desmesurado, peligroso para
lodos, y, en primer lugar, para los intereses franceses:
“ Porque si los franceses entendieran de política — conti­
nuaba diciendo— no dejarían a la Iglesia aumentar hasta

M I, págs. 679-690. En 1513 Maquiavelo indica, sin embargo,


en til Principe (4, págs. 10-11) Ja posibilidad, para un príncipe
extranjero, de invadir el reino de Francia, aprovechándose de
la defección de algún gran feudal. Pero una invasión como ésla,
dada la solidez de la monarquía, no tendría posibilidades. Parece
asi prever la traición del condestable de Borbón, en 1522.
LA FORMACIÓN DE MAQUIAVELO m

tal punto su grandeza” ". Maquiavelo llega casi a conside­


rar a la monarquía francesa como incapaz de crear en el
exterior una obra duradera. Republicano, conocedor de la
historia romana y la tradición güelfa, se acomodaría mal a
un gobierno que, en el interior, no conocía ni las liberta­
des públicas ni la representación permanente de los ciu­
dadanos.

Mediante el contacto con los Estados italianos, el mundo


germánico y Francia. Maquiavelo completaba, pues, su ins-
Irucción. Conocía la historia; conocía a fondo la política
italiana; conocía Europa como ningún italiano de su tiem­
po. Durante catorce años había servido en un puesto de
confianza; muchas veces inspirado, a veces dirigido, la po­
lítica de un Estado italiano mezclado en todos los asuntos
de la península y en algunos de los principales asuntos de
Europa. La caída de la república y la consiguiente restau­
ración mediciana. que en 1512 le apartaron de la vida ac­
tiva imponiéndole los ocios de la vida privada, iban a
transformarle en un teórico de la política, en un histo­
riador y un filósofo do la hisLoria.

“ 11 Príncipe, 3, I, págs. 10-13; pág. 13; "Díoendoml el car-


díñale di Roano che gil Hallan! non si inlendevano delta guerra,
lo gil rlsposl che e' Frnncesl non si Inlendevano del la stalo;
perché, se ne n’inlendessono, non Jascerebbono venire la Chlesa
la tanta grandezza”.
Ca p í t v l o I I

EL PROBLEMA POLITICO EN LA OBRA DE


MAQUIAVELO

Mientras Maquiavelo, privado de sus funciones, se vela


reducido al aislamiento y la penuria, el 20 de febrero de
1513 se extinguía en Roma la vida agitada y violenta del
papa Julio II. Para reconstituir los dominios temporales
de la Iglesia Julio II había mantenido la guerra en Ita­
lia procurando encarnecidamente arruinar a Venecia, uno
de los pocos Estados a los que la solidez de sus institu­
ciones capacitaba para imponer respeto al extranjero. Para
expulsar a los franceses de Italia había llamado a los in­
vasores alemanes y suizos y alentado las ambiciones es­
pañolas. La indiferencia con que subordinaba la adminis­
tración espiritual de la Iglesia a una política de guerra
y de fuerza agravó la desafección de los pueblos occiden­
tales, la aversión creciente que, desde la cautividad de
Aviñón y el cisma de Occidente, les inspiraba las prácti­
cas de la corte romana. Después del de Alejandro VI, el
pontificado de Julio II llamaba e incitaba a la reforma.
Los políticos, como Maquiavelo, se negaban a considerar
a este hombre colérico y violento como político. Los cris­
tianos. como Erasmo, cuyo Elogio de la locura, publicado
tres años antes, era ahora leído por todos, tanto en Italia
como en Francia, en Alemania como en Inglaterra, se ne
«aban a ver en él a un siervo de Cristo. Era el momento
indicado para elevar al trono de San Pedro a un Papa
80 M AQUI A VELO

de temperamento más calmoso y de espíritu más mesu­


rado.
El cardenal Juan de Médicis venía preparando desde ha­
cía mucho tiempo su candidatura. Pródigo, tan hábil como
su padre, Lorenzo el Magnífico, en seducir a unos y otros,
protector como él de artistas y escritores, paciente y per­
severante, contaba, además, con el suficiente tacto como
para evilar la violencia y no recurrir a ella más que en úl­
timo extremo; inferior, sin embargo, a Lorenzo en talento
político, en osadía y dotes intelectuales, parecía natural­
mente designado para suceder a Julio II. Enemigo de esa
monarquía francesa que había permitido a los republicanos
derribar a los Médicis y sostenido oficialmente a Sode-
rini, la victoria de la Santa Alianza, a la que debía el re­
greso de su familia a Florencia, le imponía continuar la
política extranjera del último pontificado. El 11 de marzo
fue elegido por el conclave. El 15, todavía simple diácono,
recibió las órdenes, y el 17 se convirtió en el papa León X.
Las fiestas de su coronación alcanzaron un incompara­
ble esplendor. Florencia manifestaba una alegría que pa­
recía universal. Los republicanos, vencidos y dispersos, se
callaban.
La ciudad esperaba de este Papa florentino, amigo de
las artes y magníficamente generoso, un aumento de pres­
tigio y prosperidad. Los Médicis, durante algunos años de­
bilitados, encontraban ahora, sin duda, nuevas fuerzas;
apoyados sobre una Santa Sede a la que Alejandro VI y
Julio II habían hecho poderosa en lo temporal, a partir de
ahora les sería fácil renunciar a su aparente respeto por
la Constitución y las leyes, y fundar, en Florencia y Tos-
cana, un señorío a la vez más humano y duradero que el
principado romaniola de César Borgia. Pero sólo un ge-
novés, nos dice el historiador Jacopo Nardi, supo advertir
a los florentinos el peligro que amenazaba a sus libertades:
“ Os alegraréis — les dice— de tener un Papa do vuestra
ciudad; pero antes de que hayáis dado a la Iglesia tantos
papas como los genoveses, aprenderéis a vuestra costa
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E ... 81

cuánto cuesta a las ciudades lihres la grandeza de los pa­


pas" **.
Algunos días antes de la partida del cardenal Juan para
el conclave se tuvieron indicios de un complot contra la
familia de los Módicis. Los Ocho de la Guardia se hablan
apoderado de una lista de veinte nombres, entre ellos el
de Maquiavelo. extraviada por un joven, Pielro Paolo Bos-
coli, a quien se le conocía por su odio hacia la tiranía.
Boseoli y su amigo Agostino Capponi, inmediatamente
arrestados y torturados¡ confesaron que proyectaban li­
berar Florencia. Los nombres eran los de los ciudadanos
que se suponía favorables a las instituciones libres, pero
a ninguno de los cuales se había sondeado. Arrostados tam­
bién, tuvo que reconocerse que no sabían nada del com­
plot. cuya preparación ni siquiera se había estudiado se­
riamente. El cardenal exigió la condena de Boseoli y Cap­
poni. quienes murieron valerosamente. Se exageró a pro­
pósito la gravedad del asunto, para poder desarmar, se­
gún la práctica constante de las tiranías, a los ciudadanos
que Maquiavelo enrolaba antaño en sus milicias republi­
canas. Hubo de deponer todas las armas en manos de los
magistrados. Los florentinos obedecieron sin resistencia;
y ante el palacio de la Vía Larga, lo mismo que en el mo­
mento de la conjura de los Pazzi, el pueblo do Florencia
aclamó a la familia de los Médicis, al hermano y repre­
sentante del Papa, Julián, duque de Nemours, tercer hijo
del Magnifico.
Como los demás sospechosos, Maquiavelo fue también de­
tenido y sometido a tortura. Nada pudo probarse contra
éli Y León X, por política, quiso mostrarse clemente. El
4 de abril la comisión que gobernaba Florencia publicaba
en su nombre una amnistía general; y para calmar defi­
nitivamente los ánimos se permitió a lodos los Sodarini,
incluso al antiguo gonfalonieñ. volver del ex ilio’.

* Jacoro N arui, ¡storie delta clttH di Firenze, ed. A. Gelll,


Florencia, 1858, 2 vols., en 8.10; II, pág. 21; citado por P. V illaiu ,
.Vlrcotó Maclilavelll, II, pág*. 191.
* P. V illar !, N¡acotó Martijavtdli' II, pág*. 191-202. Piero So­
derini se retiró en íkmi.i, donde murió en 1522.
fl
82 MAQUIAVELO

Alrededor de Maquiavelo el vacío se iba haciendo cada


vez mayor. La pérdida de su mediocre tratamiento de se­
cretario. la insuficiencia de su fortuna personal y las deu­
das que había contraído le imponían una estrecha penu­
ria. Ocioso y desocupado, seguía los acontecimientos cuyo
control se le escapaba. Intentaba a veces realizar un do­
loroso esfuerzo para olvidarles, olvidar la política, olvi­
dar su obra interrumpida de ciudadano, en la vida oscura,
sin preocupaciones y satisfecha, de los lugareños. Pero el
hombre de Estado, el político formado en la escuela de
la historia y de la práctica, en la meditación sobre el pre­
sente y el pasado, superaba estas tristes pruebas que no
conseguían degradarle’. Hiciera lo que hiciese para no ser
ya más que mi desterrado perezoso, indolente, sin añoran­
zas ni deseos, Maquiavelo acababa siempre encontrándose
a sí mismo; el saber y la doctrina lentamente elaborados
en su espíritu al contacto de los hombres y los libros lo­
maban la forma de máximas, de sentencias, de principios
generales, e iban formando insensiblemente el amplio y
diverso material de un sistema controlado por la experien­
cia y la razón. Intentaba ahora escribir sobre política. Sa­
bía utilizar una lengua a la vez popular y culta, propia
para las discusiones sutiles como para las demostraciones
rigurosas. Pero, excepto dos breves relaciones sobre los
asuntos de Alemania y Francia, algunas disertaciones ofi­
ciales sobre los problemas del gobierno, y los informes
en que presentaba a los Diez el resumen de sus misiones
cerca de los Estados extranjeros entre 1504 y 1509, sólo
había dedicado a los asuntos públicos sus dos Deccnnari.
anales versificados en tercetos, bastante áridos y prosai­
cos, de los más recientes acontecimientos*. Todo lo que
la historia y la práctica le habían enseñado sobre la fun­
dación, la conservación, el progreso de los gobiernos au­
toritarios o libres, se ordenaba ahora en una vasta obra,
escrita al margen de Tito Livio, y que descansaba sobro
un método y una ética.
* Víanse págs. 85-8fí.
* II, pdgs. 437-461. El segundo decenal deberla haber seguido
la historia florentina hasta 151-i.
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E... 83

El método es el del historiador. Si cuando se trata de


gobernar los Estados o de organizar los ejércitos los hom­
bres se abandonan al azar “ es que no tienen el verdadero
conocimiento de la historia, no saben captar su sentido
ni gustar sai sabor profundo" *. Maquiavelo, historiador,
estudia la aparición de las formas políticas, investiga las
causas internas y externas que producen su decadencia,
intenta captar las leyes que, a través del mundo antiguo
y moderno, determinan su nacimiento y evolución. “ He
planteado principios — escribe Montesquieu en el prefacio
del Espíritu de las Leyes— > y he visto cómo los hechos
particulares se pliegan a ellos y cómo las historias de
todas las naciones no son m¡is que el desarrollo de estos
principios... No he extraído mis principios de mis prejui­
cios, sino de la naturaleza de las cosas.”
Análogamente, Maquiavelo sólo se preocupa de definir
los principios en virtud de los cuales los hechos particu­
lares se ven iluminados por la inteligencia que busca úni­
camente la verdad. Contempla cómo las repúblicas y mo­
narquías nacen, crecen, se hacen ocultas, perecen y se res­
tauran, según ciertas leyes históricas, de la misma ma­
nera que el naturalista observa el desarrollo de tales ór­
ganos o tales funciones según las leyes de la fisiología.
Con idéntica objetividad, con la misma aparente falta de
emoción, examina los casos históricos presentados por el
nacimiento, la creación o la reforma de un Estado auto­
ritario o republicano. Este estudio crítico de los hechos
puede fundar una técnica de gobierno segura hasta lo­
grar un carácter de perennidad, en armonía con la pe­
rennidad de las leyes naturales y de los caracteres esen­
ciales de la especie humana: “ Ni el cielo, ni el sol, ni
los elementos, ni los hombres, han variado en sus movi­
mientos. o en el orden que los regía, desde los antiguos
tiempos... Los hombres han nacido, vivido y muerto siem­

• Dlscorsl, I, Inlrod.; I, pág. 90: “ Dal non avere vera cognl-


zlone delle slorle, per non trame, leggendole, qncl senso né
gustare di loro quel sapore che le hanno In sé".
84 MAQUIAVELO

pre según el mismo orden" *. El pensamiento y la espe­


ranza de Maquiavelo, preoursor de Montesquieu, coinciden
así con el pensamiento y la esperanza de Tucídides, No-
oiones adquiridas para siempre: xtñó® és áet
Esta ciencia de la política, nueva ciencia que los hu­
manistas de los siglos x iv y x v no llegaron a conocer,
estrictamente positiva, indiferente al bien o al mal, se so­
mete a una ética entusiasta y apasionada. Etica deducida
por Maquiavelo del estudio de los antiguos, pero igualmen­
te heredada de las tradiciones comunales. Etica tan des­
deñosa por el intelectualismo humano como indiferente
por la caridad cristiana; ética esencialmente activa, su­
bordinada a la disciplina de la ley, y que considera como
una virtud esencial la energía capaz de lanzarse a peli­
grosas empresas y de sacrificarse por ellas. Su finalidad
es servir, defender, conservar, engrandecer la ciudad por
el bien de la ciudad. Exige del individuo la renuncia de
sus intereses, de su voluntad personal; le obliga, si es pre­
ciso, hasta el crimen. Maquiavelo admira a la vez las du­
ras virtudes de los romanos y las de los viejos florentinos
de la Edad Media, que amaban a su ciudad más que a su
alma y su salvación eterna *1 Frente a la idea estrecha,
todavía antigua y medieval de la ciudad. Maquiavelo, ante
la invasión extranjera, elevará su culto a la idea de una
nación que todavía no se hahia creado, pero que exigía ya
hasta la abnegación, hasta el sacrificio. Etica de un poeta
y un vidente; desde este ángulo, Maquiavelo, a pesar de
lo lejos que está de Dante, continúa en su línea, y puede
entenderse con Miguel Angel.*I,

* fíiscorsl, I, íntrod.; I, pég. 90: “ Come' se 11 cielo, 11 soie, H


elemenli, ti uomlni, fussino varlalt di modo,, di ordine e di po­
tenza, da quello che gli erono antiquamenle". I, 11; 1, pág. 128:
“ Perché gil uoniini, come nelta prefazlone nostra si disse, nac-
quero, vlssero e morinoro sempre con uno medesimo ordine” .
II, Introd.; 11, pág. 228: “ Gludico 11 mondo sempre essere stato
ad uno medesimo modo”.
T TucfniDES, Guerra del Peloponeso, I, 22, 4.
* Islorie fiorentine, 111, O, piig. 430: “ Tanto quellt clltadlni
slimavoao allura plü la palrla clie 1'anima".
E L PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBnA D E... 85

Una carta que dirige el 10 de diciembre de 1518 a Fran­


cesco Vellorí, su compañero de legación cerca del empe­
rador. que religado a los Médicis como embajador de
(loma sería su confidente, describe estas alternativas de
ociosidad y exaltación, esa doble vida que lleva, misera­
ble y genial, cuando concille el primer esbozo de sus gran­
des obras'. Por la mañana a primera hora, en un bosque
que hace talar, busca la compañía de los leñadores, que
tienen siempre alguna miseriu .que contarle. Se pone al
acecho y caza algunos pájaros, lo misino que Dante. Pe­
trarca o Tibulo. Después de la comida del mediodía se
queda en el albergue, cambia algunas palabras con los que
van y vienen, y durante varias horas juega al trictrac con
el dueño del albergue, el molinero y dos panaderos. “ En­
tonces — dice— se elevan las disputas, las pelabas de des­
pecho, las injurias; se discute por un ochavo; se lanzan
gritos que se oyen hasta en San Uasciano. Envuelto en
esta miseria agolo hasta el fondo la malignidad de mi
destino. Pero cuando llega la noche vuelvo a mi casa y
entro en mi librería. Deposito en el umbral los embarra­
dos vestidos de diario; me visto como pura presentarme
ante las cortes y los reyes. Vestido como conviene, .entro
en las corles antiguas de los hombres de otros días; me
reciben con amistad; junto a ellos me nutro con el tinico
alimento que es el mío y para el que he nacido. Me atrevo
a conversar con ellos sin falsa vergüenza, y a preguntar­
les las causas de sus acciones; y es tan grande su huma­
nidad que me responden. Y durante cuatro largas horas
no siento ningún aburrimiento, oLvido toda miseria. ,no
temo ya la pobreza; la muerte ya no me espanta. Vierto
lodo mi yo en ellos” *. He aquí cómo Maquiavelo se apa­

• Sobre Fr. Vellorí véase Louis P assy , Un aml de Machiavet,


Frangote Veltori, sa vie et ses oeuvres, París, 1914, 2 vola., en 8.».
La carta del 10 de diciembre do 1513, Tutte le opere, cd. Mazzl-
ni, págs. 884-886.
*° Ibld., pég. 885: "... nivesUto condecentemente, entro nelle
antique cortl delli antiqui uoinini, dove, da loro ricevuto amore-
volmente, mi pasco di quel ctbo che sal uní é;mlo, e cite lo macqul
per luí... Tullo mi transferlsco in loro.”
86 MAQUIAVELO

sionaba en confrontar “ su larga experiencia del presente


y su lectura ininterrumpida de las cosas pasadas"

En las solitarias veladas de San Case ¡ano, junto a los


filósofos e historiadores que servían de consuelo a su
desamparo, buscaba remedio para las miserias de Italia” .
Italia conservaba su orgullo; quedaba, según las palabras
de Taine. como “ hija mayor de la civilización moderna,
imbuida de su derecho de primogenitura, obstinada en su
reacor contra los trasalpinos, heredera del orgullo romano
y del patriotismo antiguo” “ . Miraba a Europa con los
ojos de Dante y Petrarca, y juzgaba bárbaras a todas las
naciones ultramontanas. Poseía la primacía del espíritu;
la industria, la riqueza, la inagotable creación de obras
de arle llevaban el sello de esta primacía. Pero le faltaba
la fuerza. Desde hacía diecinueve años se había acostum­
brado a ver cómo los extranjeros llevaban la guerra sobre
su suelo e imponían en él su dominación: había sufrido
& los franceses, sufría a los españoles y a los alemanes.
Los pueblos contemplaban con adoración los palacios e
iglesias de Florencia, de Venecia, de Roma; los príncipes
extranjeros cortejaban a sus hombres de letras y artistas;
estaba orgulloso, de imponer a sus invasores los sentimien­
tos que Grecia habia inspirado en otro tiempo a Roma.
Mientras éstos hollaban su suelo y requisaban sus ciuda­
des se divertía con los relatos maravillosos de sus poetas
y narradores, con las brillantes fiestas que daban sus prín­
cipes y sus repúblicas, en la inagotable diversidad del mun­
do fantástico y real que constantemente creaba el genio
de sus artistas. Pero Maquiavelo, hombre de Estado, se
entristecía e irritaba ante la resignación con la que tan­
tas ciudades y Estados sufrían su destino. Se entristecía1

11 Véase pég. 30, n. 20.


u Todo esto ha sido visto y dicho admirablemente por FR. de
Sanctis, Storia delta Letteralura Italiana, II, 15, 62-76.
“ Les Origines de la France contemporalne; Le ¡tégime mo-
deme, I, pág. 7.
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E... 87

e irritaba ante el espectáculo de lo que él llamaba la co­


rrupción de Italia; y no podiendo ya trabajar por la ac­
ción. trabajaba ahora con el libro por la reforma de esta
Italia corrompida.
Secretario de la segunda cancillería florentina, orador
de Florencia cerca de los Estados italianos, había podido
comprobar su debilidad militar, encontrando su causa en
la sospechosa inquietud de las tiranías, siempre bajo el
temor de un complot o un levantamiento y en la debilidad
política de las repúblicas en decadencia, que habían de­
jado corromper el espíritu y el vigor de su institución
prim itiva14. Había comprobado también la ausencia de ta­
lentos superiores en los gobiernos. Entre los hombres que
en Italia dirigían entonces el juego político sólo halló ti­
ranos mediocres, a la vez violentos y débiles, sin saber
real, sin experiencia, sin verdadera energía; burgueses
prudentes y calculadores, deseosos únicamente de no arries­
gar en el azar de las empresas los intereses de su banca
o su negocio. Ni un solo hombre cuya experiencia o la-
lento hubiera podido imponerse verdaderamente. César Bor-
gia. que durante tres años le había parecido capaz de
crear y construir un vigoroso Estado autoritario, lo ha­
bía perdido todo o lo había dejado perder todo en algunas
semanas. Julio II, violento, apasionado, sin medida ni cálcu­
lo, llevaba, para ruina de Italia, una política de cólera y
ceguera. Pero, en la soledad de San Casoiano, la atención
del hombre de Estado y del historiador se concentraba so­
bre otro hecho, que hasta entonces no se había tomado el
trabajo de estudiar y analizar con calma, y que explicaba,
sin embargo, todo lo que quedaba por explicar: la falta
en Italia de toda forma política de carácter nacional, a la
que se pudiera ligar el sentimiento nacional. La causa úl­
tima, profunda y verdadera de la corrupción política de
Italia era la dificultad de crear ahí un Estado capaz do
hablar en nombre de la nación italiana, asegurando su
defensa.

14
Véanse págs. 59-61.
88 MAQUIAVELO

Maquiavelo no fue. indudablemente, el primero en con­


cebir esta idea de la nación italiana y la patria italiana.
Existía un sentimiento muy orgulloso de la italianidad,
hecho, por lo demás, en parte de los recuerdos de la gran­
deza romana, en parte del convencimiento de una prima­
cía en el orden del espíritu; hecho esencialmente del des­
precio por los bárbaros. En Dante este sentimiento había
sido muy fuerte; se expresa elocuentemente en el sexto
canto del Purgatorio^ en In invectiva de Sordello de Man­
tua a la Italia esclava Petrarca lo Imhia magnificado en
sus cartas, en la “ canzone" Italia mía. en la “ enmone"
Spirto gentil-, en el Africa, esa epopeya latina que había
querido dedicar al más grande acontecimiento de la más
grande historia: la derrota de Aníbal por Escipión. la vic­
toria de Roma sobre Carlago. En los historiadores y ora­
dores antiguos los humanistas florentinos y los humanistas
del Norte habían sabido descubrir los títulos de nobleza
de una Italia romana hasta el fin. Dante, sin embargo,
permanecía universalista, deseoso, ante todo, de fundar
el orden y la paz del mundo cristiano sobre el equilibrio
temporal y espiritual de dos poderes instituidos por la
divinidad; y si imponía al Papa y al emperador el deber
de abandonar el trono fatídico que Dios había asignado
a uno y a otro no afirmaba que el emperador ni incluso
el Papa debieran ser italianos, e Italia sólo era para él
el jardín del im perioM. Cola di Rienzo, efímero restaura­
dor de la república romana, sólo supo repetir al empera­
dor Carlos IV lo que Dante había dicho mejor que ól a
Enrique V il de Luxomburgo. Los humanistas se limitaron
a desarrollar con elocuencia los lugares comunes de la an­
tigüedad. Maquiavelo tenía ahora tiempo suficiente para
analizar más detenidamente esta idea de la patria italiana;
su conocimiento de historiador y su experiencia política

“ Purgatorio, VI, 76-151.


lt Purgatorio, VI, 103-105:
Ch’avete tu e’l tuo padre sofferto,
per cupidigia di costa dtetrettl,
che'l giardln de lo'mperlo sia diserto.
EL PROBLEMA POLÍTICO EN L A OBRA D E... 89

le permitían introducir ahí algunos elementos más con­


cretos.
Este hijo de la libre comuna, este magistrado de la li­
bre comuna, había necesitado, sin duda, realizar un es­
fuerzo para apartarse de ella, de su horizonte estrecho y
familiar, y para comprender que en el mundo moderno,
entre los grandes Estados modernos en pleno crecimiento,
In comuna ya no representaba nada. Este florentino a
quien todas sus tradiciones do familia, su pasado, sus re­
cuerdos. los catorce ailos de su actividad política, unían
a Florencia, necesitó, sí, un esfuerzo para concluir afir­
mando que en el mundo moderno Florencia ya no repre­
sentaba nada” . Pero en Francia había visto a una gran
monarquía nacional proseguir su trabnjo de formación. En
España se formaba también una gran monarquía nacional.
Maquiavelo envidiaba, a Francia y España, su unidad na­
cional. A la inversa, había visto cómo en el imperio se
despilfarraban demasiados recursos y energías inutiliza­
dos por el egoísmo de los pequeños Estados, por el parti­
cularismo de las ciudades y los príncipes” . El caso de Ita­
lia era parecido y más doloroso: porque nadie se había
atrevido todavía a invadir el imperio. Ella también sufría
del particularismo de los príncipes, de los pequeños Es­
tados autónomos, de las pequeñas ciudades libres; había
visto a sus príncipes, en lucha unos contra otros, llamar
habitualinente al extranjero. Sin embargo, entre el impe­
rio e Italia existía esta diferencia: que el imperio reco­
nocía a un emperador, aunque fuera débil, mientras que
Italia no quería reconocer a ningún jefe. Poco a poco, en
la mente de Maquiavelo se iba así desarrollando y preci­
sando la idea de la patria italiana. Para Maquiavelo la pa­
tria ya no es la estrecha comuna de Florencia, resguar­
dada en el corazón de sus dominios loscanos; es Italia;
mas para Maquiavelo Italia ya no es el jardín de Dante;

ti Fr. de .Sanctis, Storia delta Lctteratura italiana,;II, pág. GS.


U Véanse págs. 72-73.
90 MAQIJIAVELO

es una nación autónoma e independiente, sostenida por la


fuerte armadura de un Estado nacional".

Fundar un Estado nacional en Italia cuando los espa­


ñoles acababan de restablecer en Florencia por la fuerza
de las armas la tiranía de los Mediéis, podía parecer una
irrisoria utopía. Esa idea es, para hablar como Maquia-
vclo, una idea de profeta, por donde se manifiesta en él,
escéptico y a menudo cínico, un temperamento de visio­
nario que le aproxima al autor del Paraíso y de esta Mo­
narquía cuya doctrina rechaza. Porque, en la práctica, Ma-
quiavelo admite el papel de esos profetas que trabajan en
reconstituir el Estado y la sociedad según ciertas visio­
nes del espíritu: a condición, sin embargo, de que no se
presenten inermes para imponer su voluntad a los hom­
bres y los acontecimientos**. Idea de profeta, pero larga­
mente meditada por un realista, que, para servir una idea,
busca las armas.
Este realista sabe exactamente lo que deberá desapare­
cer si se quiere trabajar en pro de la fundación de un
Estado moderno y nacional de Italia. Sabe que ciertas
instituciones, concluido su papel histórico, sobreviven a
despecho de la razón y conservan todavía bastante fuerza
como para poder hacer daño. En Italia acababa de des­
aparecer la Edad Media, sin que hubiera nacido ningún
orden nuevo capaz de ofreeer un refugio duradero a la
sociedad nacida de su descomposición. Maquiavelo hizo
tabla rasa de estas ruinas medievales, que juzgaba mor­
tales para Ita lia ” .
La primera es la autoridad imperial, que reivindica to­
davía sus derechos feudales sobre Milán; autoridad en cuyo
nombre, en tiempos aún recientes, en 1508, en 1513, los

" F r . de Sanctis , Storia M ía Lelteralura italiana, II. pág. 88.


* Véanse págs. 50-51 y n. 16.
” FR. de Sanctis , Storia delta Lelteralura italiana, II, pagi­
nas 66-67.
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E... 01

lansquenetes de Maximiliano pasaban los Alpes” . Dante


había admitido, en lo temporal, la necesidad del poder im­
perial. para imponer a los príncipes y Estados el orden
cristiano y la paz cristiana. Maquiavelo, lector de T ilo Li-
vio y Tácito, detesta al imperio romano, la arbitrariedad
y violencia de los Césares, que, finalmente condenados,
como todos los déspotas, a la debilidad militar, no supie­
ron defender el Occidente contra los bárbaros. Formado en
la tradición güelfa, desprecia al sanio imperio romano-
germánico y conoce las debilidades de los Césares mo­
dernos ". Cierto que cuando éstos so llamaban Federico III
o Maximiliano apenas representaban nada. Sin embargo,
un inaudito conjunto de sucesiones ofrecería a Carlos V
bastantes fuerzas y recursos como para reivindicar durante
treinta y siete años una hegemonía cristiana que los más
grandes emperadores de la Edad Media no habrían si­
quiera osado soñar. Maquiavelo, que desde 1519 pudo se­
guir de año en año los progresos de su imperio remozado
y vivió bastante para conocer, en mayo de 1517, el saqueo
de Roma, no exageraba al juzgar que, desde el principio,
la autoridad de los emperadores había sido y seguiría
siendo nefasta para Italia, y que la independencia de la
nación italiana peligraría durante el tiempo que los nue­
vos Césares persistieran en reclamar sus derechos sobre
el jardín del imperio. Durante tres siglos, en realidad, Ita­
lia sufriría los efectos de la reconstitución por Carlos V
de un poder que parecía condenado por la historia.
El poder temporal de los papas es también para Ma­
quiavelo otra supervivencia medieval no menos dañina.
A pesar de su hostilidad a la política de Dante está de
acuerdo, sobre este punto, con él. Dante niega al Papa
el derecho de poseer dominios, tierras, ciudades. En vano

“ Víanse págs. 72-73. FR. E kcoi.e, Vanle e Machlavelll, Roma,


1922, en 8.°, cita, pág. 10, n. 5, una proclamación de Maximiliano,
durante la campaña de 1508: “ Denotando a lutti II popall... come
lo Imperio sia slalo teÜLuilo da Dio, e che luy vigniva a la coro-
nazione per liberare lutta Italia de man de llrani... e de occupa-
dori delta liberta delli popoli".
33 Véase pág. 72.
02 MAQUIAVELO

alegan los canonistas que Constantino dio Roma a Silves­


tre I. Dante responde que ni el emperador tenia derecho
a hacer esta donación ni el Pontífice a aceptarla1*. En
el intervalo entre Dante y Maquiavelo había llegado Lo­
renzo Valla, que, mediante la crítica de los textos, demos­
tró la falsedad de esta pretendida liberalidad. Maquiavelo
no se plantea la cuestión de los orígenes del poder tem­
poral; pero, como Lorenzo Valla, lo juzga, sin duda fun­
dado sobro el fraude y la usurpación. Prefiere mostrar lo
dañina que ha sido esta liberalidad en la historia medieval
y en los tiempos modernos“ . Una tradición güelfa, hos­
til a todo lo que, de corea o lejos, pudiera favorecer las
pretensiones de los emperadores, había hecho para mucho
tiempo a Florencia indulgente y sumisa respecto a las am­
biciones de la Santa Sede. Maquiavelo denuncia enérgica­
mente el error de esta doctrina que algunos hombres de
su tiempo sostenían todavía.
“ Puesto que se afirma muchas veces que las ciudades
italianas deben esperar su salvación de la Santa Sede, con­
tra esta opinión quiero desarrollar las razones que se pre­
sentan a mi mente... Digamos primero que los criminales
ejemplos de la corte de Roma destruyeron en Italia toda
piedad y religión..., pero tenemos todavía un segundo mo­
tivo de reconocimiento hacia los seglares, y yo veo ahí
la segunda causa de nuestra ruina; el que la Iglesia haya
mantenido y mantenga la división en Italia. Ningún país
puede realizar felizmente su unidad sin aceptar antes la
obediencia de una sola república, o de un solo príncipe,

14 Le Opere di Dante; testo critico dellá Scwrielfi dantesca Ita­


liana; Florencia, 1924, en 8.®; Munarchia, III, 10, 14-15 (ed. Gus­
tavo Vinay, Florencia, 1950, en 8.®, págs. 252-254): “ Sed Eaciesia
omnino Indisposita eral ad temporada reclplcnda per preceptum
prohinitivum expressum ut habernos per Matlheum ste: 'Nollte
possidere aururn ñeque argentum ñeque pr-cuniam in zonls veslris,
non peram in vía, ele.’ Nam etsl per Lucam liabemus rekxatio-
nein precepli quantum ad quedam, ad possessionem lamen auri
el argénü lieeuLiatam Boclesiam post prohihllionem illam invenire
non potui... Patel igitur quod nec Ecclesia reciperc per modum
possesslonis, nec lile con Ierre per modum allenatiouis poterat".
“ Véanse págs. 186-187.
EL PROBLEMA POLITICO EN LA OBRA D E ... 03

como ha ocurrido en Francia o en España. Ahora bien, la


razón por la que Italia no ha alcanzado este punto y no
se encuentra unida bajo el gobierno de una sola república
o de un solo príncipe debe buscarse en la política del
papado. Después de haber establecido su sede y fundado
su poder temporal, el papado jamás tuvo bastante fuerza
y genio para conquistar el dominio de toda Italia y para
ponerse a la cabeza de ella. Pero, por otra parte, cuando
temía la pérdida de sus propiedades temporales nunca
fue tan débil como para no poder llamar en su ayuda a
una potencia extranjera. Así, hizo expulsar por Carlomag-
no a los lombardos, dueños ya de casi toda Italia. Y, en
nuestra época, llamó también a Francia para arruinar el
poder de Venecia, expulsando después a los franceses con
la ayuda de los suizos. Demasiado débil, pues, para ocu­
par toda Italia, no permitió que otro Estado se hiciera
dueño de ella, impidiendo así la unión de Italia bajo un
solo jefe y obligándonos a sufrir la dominación de mu»
chos principes y señores. De ahí que hayamos visto nacer
tantas divisiones y debilidades y que Italia se vea redu­
cida a convertirse en la presa no solamente de las po­
tencias bárbaras, sino del primero que la ataque. He ahi
lo que nosotros, italianos, debemos a la Santa Sede, y a
nadie más que a ella” M.*

* I.’tiscorst, I, 12; I, pág. 130: “ E perché molti 6ono d’opinlone


che U bene essere delle citlá d’II&lla nasca dalla Chicsa romana,
voglio. contro a essa, dlscorrere quelle ragicmi che mt occorro-
no... La prima é, che per gil esempli rei di quella corle, qucsla
provincia ha perduto ognl dlvozione e ognl religione... Abbiamo,
adunque, con la Ohlesa e con i pretl nol Hallan! quesla primo
obligo, di essere diventa.ll senza reiigione e oalllvl.: ma ne abbia­
mo ancora uno magglore, 11 quale é la seconda cagione dolía
rovlna noslra. Queslo é che la Chiesa ha lenuto e llene quesla
provínola divisa... Perché avendovl quella abítalo e lenutcr tm-
perio témpora le, non é stata si potente né di tanta virtú che
1‘abbla poluto oocupare la lirannide d'Ilalla e farsene principe;
e non é stala, d'&llra parte, si debole, che per paura di non per­
derá U dominio delle sue cose temporal!, la non atihla poluto
convocare uno potente cite la difenda conlro a quella cite in
llalla fusse divertíalo troppo pulenta: come si é veduto áulica­
mente por assai espcrlenze, quaudv, mediante Carlos Magno, la
94 MAQUIAVELO

El poder temporal de los papas es, pues, para Maquia-


velo la supervivencia absurda y peligrosa de un pasado
con el que un hombre de Estado moderno debe romper.
Pero reconstituido, restaurado, reforzado por Alejandro VI
y Julio II. amenazante y guerrero bajo Julio II, diplomá­
tico, humanista, artista bajo León X, y siempre tan ávido
de fuerza y grandeza, continuaba llevando una política
nefasta para Italia. Por sus acuerdos / disidencias con
los Estados italianos, por sus alianzas y conflictos con los
extranjeros, durante medio siglo el poder de la Santa Sede
continuaría manteniendo en Italia, como había escrito Ma-
quiavelo. la división y la debilidad; finalmente, tanto por
sus victorias como por sus derrotas, contribuiría a fo­
mentar durante dos siglos la hegemonía bárbara de Es­
paña. Informado del saqueo de Roma, el historiador creyó
quizá asistir al declive rápido, que él había previsto, del
papado temporal. Maquiavelo juzga este poder tan ruinoso
por lo menos para Italia como para la autoridad imperial,
considera la política güelfa tan desastrosa como la gibe-
lina; y si Danle se engañó gravemente, si al llamar a los
ejércitos de Enrique VII contra Florencia actuó en contra
de Italia, los florentinos cometieron también un gravo
error exiliándose y dejando aumentar en Italia el poder
de la Sania Sede. Italia sólo se salvará el día en que ya
no tenga que temer, en lo temporal, ni a Pedro ni a César.

Hay otras cosas que deben también desaparecer. Es pre­


ciso simplificar el mapa político de llalla. Existen dema­
siados Estados particulares que no deberían existir. Su
multiplicidad, sus bizantinas querellas, sus intrigas con
los más poderosos de ellos, con el emperador, con el Papa,
mantienen la división y la debilidad. En cuanto a las pe­
queñas repúblicas, Maquiavelo, republicano, no las con-

ne oaccló 1 LongobardI, ch'erano glá quasi re di tulla Italia; e


quando ne’ tenipl nostri ella lolse la potenza a’ Vlnizlanl con
l'aluto di Francia; di poi ne enceló I Franciosl con l'aiulo de'
Svlzzeri...” .
El. PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E ... 95

rede mucha atención, aunque en el fondo sepa que sus


días están contados. Pero desea la ruina y desaparición
de los pequeños Estados autoritarios que, desde el fin de
ia Edad Media, han ido multiplicándose en la Italia del
Norte y del Centro. Estima poco esas tiranías creadas por
soldados afortunados que, después de haber fundado su
autoridad absoluta sobre las ruinas de las ciudades libres,
sólo han sabido plegar a los pueblos a un despotismo mu­
chas veces fantástico y sangriento. Maquiavelo ha here­
dado la doctrina de los republicanos florentinos y la ha
corregido. Quizá se resignara a sufrir provisionalmente la
ley de un déspota iluminado, capaz de asegurar a los hom­
bres el orden y la tranquilidad en el trabajo. Se aliaría
tal vez al gobierno de un César Borgia. Pero odia el des­
potismo que no tiene otro objetivo que el deseo del prín­
cipe. Los tiranos italianos, tanto los Visconti como los
Rforza de Milán, los Aragoncse de Nápoles, los Matates-
la de Rimini, los Gonzaga de Mantua o los Este de Fe­
rrara, no supieron edificar ninguna obra duradera. Descui­
daron el arte del gobierno., la ciencia del hombre de Es­
tado y del jefe del ejército. Unicuinenle César Borgia, co­
nocedor de la política y la guerra, habría sido capaz de
trabajar para el futuro: el destino le traicionó y, en el
momento de su desgracia, careció de fuerza de carácter.
Los demás, desde tos más grandes a les más pequeños, de­
mostraron que su autoridad no tenía el temple suficiente
para resistir la mala fortuna. Cuando llegaron los inva­
sores y los tiempos de prueba, huyeron, abandonados por
los cvndollivri. a los que habían otorgado ciegamente su
confiunza. Nápoles y Milán cayeron así en manos de los
bárbaros, y los pequeños Estados entraron en la órbita de
las clientelas extranjeras. Los tiranos italianos, siempre
dañiinos para Italia, la traicionaron durante la invasión:
deben volver a la nada de la que salieron n.
Pero la creación de un Estado moderno en Italia con­
dena ciertas formas que pertenecen a la tradición. Ma-*I.

" II Principe, 2i: Cor Ilailae principes regnurn amiseronl;


I. págs. 77-78.
96 MAQUIAVELO

quiavelo desea la destrucción de todo lo que conserva un


earácter feudal. No es un historiador de la economía o de
la sociedad: el carácter económico y social, tanto como el
jurídico y político, de la señoría medieval no retiene su
atención. Pero conserva las preferencias y los desdenes
de la clase a que pertenece; burgués y ciudadano, fiel a
la tradición de la ciudad antigua, que ve en el gobierno
un asunto ciudadano y lo confía a los magistrados libre­
mente elegidos por ciudadanos, propietarios, comercian­
tes, artesanos urbanos; fiel a las tradiciones de la comuna
florentina que, desde fines del siglo xm, ha reservado la
autoridad política a la clase burguesa, a los dueños de las
corporaciones industriales y comerciales. Desprecia a los
nobles, ociosos en sus tierras lejanas, ajenos a la ciudad:
y a la actividad de la ciudad, y que fundan su orgullo
de casta sobre la idea bárbara y gótica de la eminente dig­
nidad del hombre que no trabaja: “ Se llama gentileshom-
bres — dice— a los que viven, en la pereza y la abundan­
cia, de las rentas de sus propiedades, sin tener ninguna
necesidad de pensar en la cultura o de ejercer una pro­
fesión para subsistir. Tales individuos son perniciosos en
todo Estado; pero los más peligrosos son aquellos que, ade­
más, mandan grandes castillos y tienen siervos que les
obedecen” . Unos y otros hacia mucho tiempo que tiabían
desaparecido de Toscana; pero quedaban muchos, y po­
derosos, en algunas regiones de la península: “ El reino
de Nápoles — escribe Maquiavelo— , el campo de Roma, la
Romanía y Lombardía, están llenos de esta clase de hom­
bres. Estas provincias no han visto tampoco nacer nin­
guna república ni ninguna forma de vida civilizada: por­
que una casta tal es enemiga de todo régimen civ il”

■ Olscorsl, I, 55; I, pág. 212: “ Gentlluomini sono chiimati


quelli che oziosi vlvcno del le rendite delle loro possessioni abbon-
dantemenle, 6anzs avere cura aleuna o di coltlvazlone o' di aálra
neoessarla faüca a vivero. Questl -taOI sono pemtztosi ín ognl re­
pública e.d In ognl provincia; ma plíi pemlziosi sono quelli che
oltre alie predelle fortune comandano a casi el la, cd hanno euddl-
tl che ubbidiscono a loro. Di queste due spezie di uominl ne sono
pieni U rogno di Nupoli, Terra di Roma, la horuagna a la Lom-
haidix DJ Jjui nasce che in quelle provínole non é mal surta
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E ... 97

La nobleza ofrece al despotismo un apoyo natural. Si


esos gobiernos tiránicos que dividen a Italia con sus que­
rellas y la entregan en manos del extranjero deben des­
aparecer es preciso también que esta clase vuelva con ellos
a la nada. Por dos veces, en los Discursos sobre la p ri­
mera década, y, con más nitidez, cuando escribía para
León X, en 1519, el Discurso sobre la reforma del gobier­
no florentino, Maqulavelo definiría el papel de la nobleza
en la organización social y política de los Estados. La
monarquía se apoya necesariamente en la nobleza del cam­
po. La república se apoya necesariamente sobre una bur­
guesía impaciente por la desigualdad. Para fundar una
república en Milán, donde los ciudadanos son extremada­
mente desiguales, sería preciso destruir la nobleza o ple­
garla al nivel común. Inversamente, el que quisiera fun­
dar un principado en Florencia, ciudad de igualdad, debe­
ría instituir en principio la desigualdad: crear ahí una
nobleza dueña de castillos y propiedades, aliada natural
del príncipe, y bastante fuerte para dominar, por medio
de las armas y su clientela, la ciudad y el país. Sin la no­
bleza el príncipe no puede sostener solo el peso del Es­
tado. Entre el pueblo y él necesita un intermediario, un
poder segundo que le ayude a llevar su carga. En una mo­
narquía bien organizada, y particularmente en el reino
de Francia, los genlileshombres reinan sobre el pueblo, los
grandes sobre los gentileshombres. el rey sobre los gran­
des. A cambio de los privilegios que el rey les concede,
los nobles aseguran al rey la sumisión de las ciudades y
los campos". Maquiavelo coincide así con Montesquieu.

alcuna república né alsuno vivere político; perché tal! genera-


zloni di uominl sono al tullo lirlmicl d'ognl civlltA".
“ ¡Hscorsl, I, 55; I, págs. 210-214: “ Dove é equalilA, non si
puó tare principato; c dové la non ¿, non si puó tare república”.
Y, sobre lodo, Olsnorso sopra il riformar lo slalo di Firenze; II,
página 531: “ Perché un principe solo, spogllalo di nohtltá, non
puó sostenerse U pondo del principalo; peró é necessario che
infra luí cfunlvcrsalc sia un nvezzo che I’aiuti a sostenerlo. Vedesl
nueslo in tullí gil slall di principe, c massime nel regno di Fran­
cia, come i genliluomliil slgnoreggiann i popoü, i príncipi I gen-
lilumnitu, ed il re i príncipi".

J
98 MAQUIAVELO

su lector alentó, quien, dos siglos más tarde, escribe en


el Espíritu de las Leyes: “ El poder intermedio subordi­
nado más natural es ol de ln nobleza. Esta eulra, en algún
modo, en la esencia de la monarquía, cuya máxima fun­
damental es: sin monarquía no hay nobleza; sin nobleza
no hay monarca" * De ahí que Maquiavelo desee la ruina
de esa casta donde los gobiernos autoritarios encuentran
su natural e indispensable apoyo.
Sin embargo, como conoce la debilidad de las repúblicas
italianas, no puede excluir la posibilidad de que Italia rea­
lice su unidad bajo la dirección de un príncipe. Y tam­
poco la de que se unifique bajo una federación de prin­
cipados y repúblicas. En ambas hipótesis la nobleza del
campo conservaría un papel necesario, bien en el interior
de una monarquía nacional, bien en el interior de los Es­
tados autoritarios adscritos a la federación nacional. Pero
es indudable que la nueva Italia no toleraría una nobleza
intratable y brutal como la de Romanía y los Estados pon-
lificios. Sólo admitiría una nobleza encuadrada en la cons­
titución de los Estados, y. como dirá Montesquieu. subor­
dinada; una nobleza que jugará el papel atribuido por
Maquiavelo a la nobleza francesa, obligada por la realeza
a considerar bien su poder en los límites de las leyes.

Todas estas destrucciones y transformaciones, toda esta


profunda reforma de la política italiana, no podrán rea­
lizarse sin una reforma moral: porque la corrupción mo­
ral nace de la corrupción política y la mantiene. Ahora
bien, para Maquiavelo, como para los hombres, de su tiem­
po, no hay reforma moral sin reforma religiosa. Se le pre­
senta, pues, el mismo problema que Dante había plan­
teado en el Purgatorio y el Paraíso, resolviéndolo por el
franciscanismo. La Iglesia y el cristianismo sólo se sal­
varían si, siguiendo los pasos de San Francisco, regresa­
ran al puro Evangelio, a la caridad cristiana, a la renun-

99 EsptU des Lols, II, i; véase p&g. 70, n. 61.


EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D E... 99

fia, al desapego de los bienes terrestres. Maquiavelo. una


vea más. contradice al poeta. El cristianismo ascético de
Dante, que había visto renacer en Florencia durante tres
años y medio, bajo el gobierno de Savonarola. es una de
esas supervivencias medievales que él ha condenado.
Examina fríamente la herencia espiritual del catolicis-
mo romano. Si fieles y seglares no toman en serio su re­
ligión. lo que constituye el caso más frecuente, todo el
beneficio que el Estado debería recibir de ella desapa­
rece". Pero si los cristianos, por el contrario, ven única­
mente en sus creencias un ideal de perfección ascética y
renuncia, tal actitud es completamente impropia para for­
mar euidadanos libres. Maquiavelo estima poco la santidad
católica: su larga familiaridad con los antiguos la hace
ininteligible para él. Entiende la palabra “ virtud" en el
sentido romano: la virtud consiste, ante lodo, en la ener­
gía capaz de emprender acciones peligrosas y sacrificarse
por ellas. Lo que a la moral cristiana le importa es no
tanto el arle de actuar como el de sufrir; prefiere la mo­
ral pagana, que coloca el soberano bien en el pleno y ar­
monioso desarrollo de las potencias humanas; moral crea­
dora de energía y de gloria.
Si el amor a la patria y la pasión por la libertad se lia
debilitado en los modernos, ello se debe, sobre lodo, al
cristianismo medieval. “ Nuestra religión nos hace estimar
menos el honor del mundo; los paganos, que lo estimaban
mucho y reconocían ahí el bien supremo, estaban más ufa­
nos y orgullosos de su conducta... La religión antigua sólo
exaltaba al rango de los bienaventurados a los hombres
colmados de gloria mundana, como los jefes de los ejér­
citos o los príncipes de los Estados. La nuestra ha glori­
ficado a los humildes y a los contemplativos más gusto­
samente que a los hombres de acción. Ha colocado al so­
berano bien en la humanidad, la abyección, el desprecio por *I

" DUicorsi, I, 12; I, pág. 130: “ Quesla provincia ha perduto


ognl divozione e ognl reilgione; U che si tina dietro inflnltl tn-
oonveolenti e infiniti dlsordini; perché, cosí come dove é relgione
si presuppone ognl bene, cosí, d.ivc qttella manca, si presupponc
II contra l i o " . Cf. págs. 200-210,
100 MAQUIAVELO

las cosas humanas; la religión pagana lo colocaba en la


grandeza del alma, en el vigor físico, en todo lo que con­
tribuye a reforzar la energía. Y si nuestra religión exige
de nosotros fortaleza de alma, es más para ejercerla en
el sufrimiento que en la acción vigorosa. Tal moral ha
hecho débil al mundo entregándolo a los desalmados. Ellos
pueden gobernar a su antojo, porque ven que, para ir al
paraíso, la mayor parte de los hombres está más dispuesta
a soportar los golpes que a vengarlos.” Maquiavelo deplora
asi “ la debilidad a que ha conducido al mundo la reli­
gión actual” ".
Este cristianismo ascético y monacal es sólo una defor­
mación del cristianismo verdadero; la cobardía de los hom­
bres ha interpretado su doctrina como un ideal de pereza
y no de virtud. Maquiavelo afirma que el verdadero cris­
tianismo, “ tal como fue ordenado por su fundador” , per­
mite y quiere que el ciudadano trabaje por la salvación
de la patria. Este cristianismo, auténtico y verdadero, poco
compatible con la religión de los sacerdotes y los monjes,
responde a las necesidades espirituales de un hombre de
Estado que, sin hacer del Sermón de la Montaña o del
Evangelio según San Juan una meditación cotidiana, se*

** Hhcorsi, ti, 2; I. págs. 237-238; “ La nostra religione... ei


fa stimare meno l'onore del mondo; onde i geniill, slimandoJo
a«sai, ed avendo posto In quelto II sommo bene. crano nelle azinni
loro piü feroci... La religione .íntica... non beatiflcava se non
uomlni pienl di mondana gloria; comine erano capitanl di eeerciti
e prlncipi di republiche. La nostra religione lia glorifícalo piii g’ i
uoniini umiii e contemplilivi, che gli attivi. lia dlpol posto il
sommo bene nella umillá, abieztone, e nel dispregio detle cose
umane; quetl'allra lo poneva nella grandezza dello animo, nella
fortezza del corpo, ed in tulle le abre oose atte a race gli uomlni
fortissimi. E se la religione nostra riohtede che tu abbi in le
fortezza, vuole che tu ski alto a palire püi che a farc una cosa
forte. Ouesto modo di vlvcre. adunque, pare che abbi rendido il
mondo debole, e dalolo in preda ágil uomlni seelerali, i qua’.i
securamcnlc lo possono maneggiare, vcggendo come l’unlversitá
degll uomlni, per andarne in Paradiso, pensa piü a so-pportare
le sue ballllure che a vendlearle” . niscorsl, Prefasioni, 1, pági­
na 90: “ La debolezza nella qinlc la presente religione ha cóti-
(lolto el mondo",
EL PROBLEMA POLÍTICO EN LA OBRA D tí... 101

vanagloriaba de leer la Biblia juiciosamente Cristianis­


mo patriótico, cívico y guerrero; cristianismo de Estado,
mucbo menos próximo del Nuevo Testamento que de ese
esplritualismo de Estado, de ese estoicismo de Estado cu­
yas elocuentes fórmulas bastan a la religión de un Cice­
rón. Maquiavelo desea una renovación moral que revalo­
rice la virtud antigua.
Tan discutibles como sean su interpretación del cristia­
nismo y sus ideas sobre la presunta política de Cristo, es
suficiente comprobar que Maquiavelo, como tantos otros,
durante los años que preceden inmediatamente a la apa­
rición de Lotero, exige la reforma de la enseñanza cris­
tiana. de las “ falsas interpretaciones” extraídas de las
creencias cristianasM; que afirma, como tantos otros, la
necesidad del retorno al cristianismo primitivo. Tan re­
belde al sentimiento religioso, no puede soslayar, sin em­
bargo. el problema fundamental que, desde principios del
siglo xiv, había dominado el pensamiento de Dante, y que,
desde las primeras décadas del x v i se imponía a las más
preclaras inteligencias: el problema de la reforma de la
Iglesia y la sociedad cristiana.

Maquiavelo prosigue así el análisis de los problemas


planteados por la necesidad de curar las miserias de Ita­
lia. El problema militar, el que exige más urgente solu­
ción. le lleva al problema político; el problema político,
al problema social; el problema social, al problema moral
y religioso.. Ante su mente se reconstruye un mundo nue­

■ Mscorsi, II, 2; I, pág. 238: “ Nasoe plü sanza dubblo dalla


vtltá degli uomlnl, che hanno Interprétalo la nostra rellglone se-
condo l'ozio e non secondo la vlrtü. Perché se conslderassono
come la el permette la esallazlone e la dtfesa delta patria, vedre-
bbono come la vuole che nol l ’amiano ed onorlamo”. I, 12; I,
pág. 129: “ La quale rellglone, se... si fusse mantenuta secondo
ohe dal datare di essa ne fu ordlnato... III, 30; I, pág. 409: "E
chl Jegge la Bibbia sensatamente...”
M IHscorsl, II, 2; I, pág. 238: “ Quesle educaziont e si false
interpretazloni”.
103 MAQUIAVELO

vo. No se le oculta lo que exige la creaoión, en Italia, de


un Estado nacional, bastante fuerte para resistir a los bár­
baros. Abolioión o debilitamiento definitivos de la auto­
ridad imperial; abolición o debilitamiento definitivos del
poder temporal de los papas; desaparición, supresión de
los pequeños Estados sin vigor ni futuro; de la mayor par­
le de las ciudades republicanas y los señoríos; desapari­
ción. supresión de todo lo que queda del pasado feudal,
o por lo menos imposición a los nobles de la disciplina
de un gobierno civil y de la autoridad del Estado, y. en
fin, reforma religiosa, retorno ai cristianismo de los orí­
genes, lo que para Maquiavelo significa negación de todo
ascetismo, de todo ideal contemplativo o monástico, recon­
ciliación del Evangelio con las tradiciones más estoica­
mente activas de la filosofía pagana.
Ya sólo quedaba poner en práctica estas medidas. ¿Quién
poner a la cabeza de esta empresa? ¿Quién elegir para rea­
lizar estas destrucciones necesarias, estas necesarias re­
formas? ¿A quién encargar la tarea de unificar Italia?
César Borgia hacía ya mucho tiempo que había desapa­
recido; los aragoneses de Nápoles habían desaparecido;
los Sforzas ya sólo eran los vasallos del emperador. No
quedaba más que Venecia, objeto de envidias y odios; Flo­
rencia se había convertido de nuevo en ciudad de principes,
despojada de sus virtudes republicanas, y la Santa Sede
continuaba siendo nefasta para Italia. Al llegar a este pun­
to Maquiavelo no podía responder. Y estaba escrito que no
podría responder nunca y que sus esfuerzos por resolver
un problema insoiuble le arrastrarían y extraviarían en
un dédalo de incertidumbres, ilusiones y contradicciones.
Ca p í t u l o III

ILUSIONES E INCERTIDUMBRES

La obra de reforma política y moral, cuya amplitud co­


nocía perfectamente Maquiavelo, hubiera exigido el es­
fuerzo de varias generaciones. ¿Había, pues, que resignar­
se pacientemente? ¿Había que esperar a que la nación
tuviera conciencia de sí misma, y a que en Florencia, en
Venecia, en Roma y en Milán se fueran formando lenta­
mente las fuerzas necesarias para dominar tantos proble­
mas y resolverlos? ¿Esperar en medio de los peligros que
por todas parles amenazaban hasta la existencia misma
de la nación italiana? ¿Esperar mientras los españoles ocu­
paban Nápoles y Milán, y los reyes de Francia no renun­
ciaban a Milán ni probablemente a Nápoles? ¿Mientras el
emperador persistía en reivindicar sus derechos sobre Ita­
lia del Norte, y la Santa Sede, deseosa, ante todo, de gran­
deza temporal, continuaba sus inestables alianzas con di­
versos Estados italianos o extranjeros y continuaba, por
tanto, dejándola precisamente al azar de estos cambios, una
política cuyo efecto comprobado era el mantener en Italia
la desunión y debilidad?
Una tradición italiana, viva y singularmente duradera,
aconsejaba rechazar estas dilaciones, y fiar la actuación
en la intervención de un hombre providencial. Desalen­
tada tradición, a la vez impaciente y perezosa, de un pue-
104 MAQUIAVELO

blo que renuncia a contar con el tiempo y con él mismo,


colocando sus esperanzas no en su conciencia y fuerza,
sino en la aventura y el destino. Dos siglos antes, Dante
había llamado a un redentor enviado de Dios capaz de
salvar a Italia y la cristiandad. El primer canto de La
Divina Comedia anuncia la venida del lebrel divino que
cazará a la loba, símbolo de la avidez por los bienes te­
rrestres, símbolo de la corte de Roma cómplice de los re­
yes capetianos, y la hará entrar de nuevo en el infierno
de donde ha salido1. En el canto XXXIII del Purgatorio
Dante profetiza la aparición vengadora de un jefe miste­
rioso que destruirá el falso papado y la monarquía usur­
padora1. El poeta creyó reconocerle en la persona de En­
rique VII, y en los últimos años de su vida pone quizá
su esperanza en Luis de Baviera. Durante algunos meses,
el entusiasmo de Petrarca había saludado a Cola di Rienzo
como el liberador predestinado. Maquiavelo se entrega a
estas ilusorias esperanzas. Como Dante, como Petrarca,
invoca también la venida del redentor, un Teseo. un Moi­
sés o un Ciro**. Si el gobierno de un Estado debe ser una
obra republicana y controlada por los ciudadanos, la fun­
dación, y más todavía, la reforma de un Estado exigen la
acción de un solo hombre *. En los momentos de supremo

1 Véase pág. 17, n. 5. Inferno, I, 101-111:


...infln chell Veltro
verrá, che la fará morir con doglia.

Questl la caceará per ognt villa,


fin che l’avrá rimessa ne lo'lnferrio,
la onde invldia prima dlparlilla.
1 Purgatorio, XXXIII, 37-45:
Non sará tutlo tempo eenza reda
raquila...
Cf. Paradiso, XXVII, 01-03, 142-148.
* II Principe, 20, Exhortado ad capessendam Italiam In llber-
lateinquc a IJarbaris vindicandam; I, págs. 81-84.
' Discorsl, 1, 9; I, págs. 119-121: "Come eglf 6 neoessarlo
essere solo a volere ordinal1?, tina república di nuovo, o al tullo
fuer dcgll anlichi suoi ordinl riformarla.”
ILUSIONES E ÍKCERTIlil'MtiHÉS 105

peligro la república romana elegía a nn dictador. Maquia-


velo, republicano, estima que la corrupción en que Italia
ha caído sólo le permite esperar la salvación en la acción
dictatorial. Espera al jefe providencial que prohibirá des­
de ahora a los bárbaros saquear la Lombardia. exigirá Tos-
cana o el reino de Nápoles, y curará las inveteradas y do-
lorosas llagas del cuerpo italiano*.
En este momento acababa ya, sin duda, de esbozar en
su mente esa teoría de la dictadura que se desarrolla en
el primer libro de los Discursos*. El jefe de genio cuyo
auxilio invoca recibirá una autoridad absoluta1. Porque
una ciudad libre que ha dejado corromper el espíritu de
sus primeras instituciones permite diríciimenle que se la
conduzca de nuevo a la noción del bien público; y la tarea
es todavía más penosa en un pueblo acostumbrado a la
tiranía*. Pero el republicano Maquiavelo teme los peligros

* ¡)lscorsi, I, 34; 1, 170-172: “ L’aulorllá dUtatoria feoc bcne e


non danno alia república romana". U Principe, 20, I, pág. 82:
“ Eapetla qual possa essere quello che sanl le sue ferile, e punga
fine a'ottccbi di Lombardia, alie tagiie del Reame di Toscana, e la
guarisca di queile sue piughe giá per lungo tempo infislollte.
* Dlscorsi, I, 34; véase n. 0; 35, I. págs. 172-174: "La oagione
perché la creazlone in Roma del decemvitalo fu nociva alia 1iher­
ía di quella república"; 40, 1, págs. 183-188: “ La creazione del
decemvirato In Roma, e quello che in essa é da notare”.
* Riscorsl, I, 9; I, pág. 119: " N i mal uno ingegno ssvio ri-
prenderá alcuno di alcuna azlone st.raordinarla, che per ordlnare
un regno o costituire una república, usasse. Conviene bene che,
recusándolo il fallo, lo effettor lo scusi” .
* Dlscorsi, I, 17; I, págs. 140-141: "Un popolo corrotto, venulo
in libertó, si puó con difficullá grandissima manten-ere libero...
Ma non si vede H piü forte esemplo che que lo di Roma; la
ciuale, caceta ti i Tarquinii, poté súbito prendere e mantenere
quella litierlá; ma, morlo Cesare, morto Calo Ciligola, morto Ne-
rone, spenla Lutta la sllrpe cesárea, non poté mal, non solamente
mantenere, ma puré dar principio alia lltwrtó...". Pág. 141: “ Per­
ianto dico, che nessuno accidente, benché grave e violento, po-
Irebbe ridurre mai Milano o Napoll liherl, per essere queile mem-
t>ra tulle corroí le. II che si vlde dopo la morte di Fillppo Vls-
conli; che volendosi ridurre Milano alia 'liberté, non pote!te e non
seppe mantenerla” . 18, págs. 143-145: "In che modo nelle cillá
corroí le si polesse mantenere un «tato libero, essendovi; o non
cssendo, ordinorvelo” . Pág. 145: “ A fare questo, non basta usare
106 MAQUIAVELO

de la autoridad personal y arbitraria. El reformador del


Estado no gobernará a perpetuidad. No constituirá tam­
poco una familia reinante'. Bajo la república romana las
funciones del director eran temporales. Las del hombre
encargado de restaurar un antiguo Estado o crear uno
nuevo deberán ser también temporales. Una vez realizada
su obra, el dictador, por desinterés cívico, deberá aban­
donar sus poderps. Confiará los cuerpos legales a magistra­
dos y consejos elegidos libreinenle. Dictadura, pues, pero
provisional y condicionada.
Podía uno preguntarse si estos deseos se realizarían en
la práctica, Guicciardini, que. con su experiencia de hom­
bre de Estado y fría críLica. redactaba entre 1527 y 1530
sus Consideraciones respecto a los Discursos de Maqnia-
velo sobre la primera década de Tilo L icio, observa que
es más fácil imaginar estas ¡deas y dedicarlas libros que
realizarlas en los hechos,0. El desinterés y la abdicación
del fundador o reformador de un Estado pertenecen al
dominio del mito. Las viejas historias citadas por Ma-
quiavelo en apoyo de su tesis pueden sugerir la duda. Plu­
tarco afirma que Licurgo y Solón se retiraron de la vida
política. Guicciardini desearía que Maquiavelo hubiera re­
leído. en la Vida de Rómuln. cómo el fundador de Itoma
pretendía conservar una autoridad sin límites, y cómo los
senadores, los de su tiranía, lo asesinaron. Es indudable
que Guicciardini, como Maquiavelo, no descarta la hipóte­
sis de una dictadura saludable. Lo mismo que el floreu-
lerminl ordlnari, essendo modi ordlnari catlivi; ma í‘ necessarlo
venlre alio slraordinario, come k alia violenza c all'arml. e diván-
tare innanzi a ogni cosa principe de quella oHIÍl, e poterne «lis-
porre a suo modo".
* Discorsi, I, 9; I, pég. 120: “ tibe queU'autorilá che lia presa
non la laso! eredilarla al un aJtro".
“ Fu. CuiociAnuixi, Scritti poUtlci e Ricordi, cd. R. Patín aro-
cclii; Scrltlori d'Ilalla, Barí, 193'$, en 8.*>; ConsUierazioni intorui
ai discorsi del MachlavelH sopea la prima Deca di Tito Lirio; I,
10: pág. 21: “ Peró quesli pensierl che e'ttranni deponghino la
lirannide, e che e’re ordinlni bene e' regnl, privando la sua pos-
leritá delta suooessione, si dipingono piü fácilmente In su' llbrl
e nelie immaglnaztoni degll uomlni che non sene esegutscono In
falto".
ILUSIONES E INCEHTIDI MHHES 107

Uno, admite también que sólo un hombre, mejor que va­


rios, puede restablecer el orden social y político. Como
Maquiavelo, autoriza a conservar en estas dictaduras el de-
recho y la moral. Pero, después de pensarlo bien, prefie­
re que no venga el dictador. Desconfía de los hombres pro­
videnciales. redentores y salvadores de los pueblos, de sus
ambiciones personales y del nuevo despotismo que fatal­
mente instituyen: “ Roguemos. pues — concluye— . que no
tengamos necesidad de ser así reformados. Porque I0 3 hom­
bres no son sinceros, y el reformador experimenta fácil­
mente la tentación de hacerse tirano” “ . Y Maquiavelo no
ignoraba tampoco que, desde la muerte de Cincinalo. los
dictadores habtan acabado olvidándose de regresar al lu­
gar de donde salieron.
Buscaba, sin embargo, un candidato para ei poder su­
premo. y. para instruirle, abandonando las glosas que es­
cribía en las márgenes de su Tito Livio. acababa el tro­
tado del Príncipe. No podía soportar ya más el alejamien­
to de estos asuntos que él se sentía capaz de conducir. Prin­
cipal consejero de Soderini, dispuesto a definir en sus
Discursos la libertad política en inolvidables términos, se
aproximaba a los Módicis y, para volver a ganarse la con­
fianza de una familia de príncipes, componía un brevia­
rio de la tiranía. Que pensaba servir así a Italia y traba­
jar por la liberación nacional no se puede dudar, porque
esto constituía la más cara de sus ilusiones. Que pensaba
que el fin justifica los medios es también indudable, por­
que lo ha afirmado más de una vez “ . Quería dedicar su
libro a Julián, hermano de León X y tercer hijo de Lo­
renzo el Magnifico. En Florencia y Roma se hablaba mu-1

11 IHscorsi, I, 9, pég. 18: “ Non ó dubbio che uno solo puó po­
rre mlgliore ordlne alte «ose ohe non f&nno moltl, e che uno Jn
unscittA diaordlnata, merita laude, ee non patento rtord loarla
allrknenll, lo fa con la vióleosla o con la fraude e modl estraor.
dlnarl. Ma i da pregare Dio che le republicbe non abbloo nece-
9sltá dt esaere raooonete per almila vía, perché oltre che gH animl
degll uomlnl eono fallecí, e puó uno sotto queato onesto colore
oocupare la tirannide, ct é anche pericolo che la volontá da
principió buona non diventi «altiva...”.
“ Cf. pág. 105, n. 7.
108 MAQUIAVELO

cho entonces de reunir algunos pequeños Estados del Nor­


te — Parma. Plasencia, Módena, Reggio neU’Emilia— des­
garrados por querellas politicosociales y rivalidades de ti­
ranos mediocres y violentos bajo la férula de Julián, quien
a los treinta y cuatro años de edad no llevaba todavía más
título que el de duque do Nemours. Se pensaba, además,
asegurarle la posesión del ducado de ürbino, cuyo señor-
Francesco Maria della Rovere. vacilante entre Francia y
España, sólo inspiraba a la Santa Sede desconfianza. Tal
proyecto apenas difería del que Alejandro VI había con­
cebido para César Borgia. En su carta de diciembre de 1513
Maquiavelo. en términos emocionantes, consultaba a \'et-
tori sobre la oportunidad de esta dedicatoria: “ Me estoy
desgastando — escribía— en esta soledad y no puedo con­
tinuar así mucho tiempo sin caer en la miseria y el des.
precio. Desearía, pues, que los señores de Médicis con­
sintieran en emplearme, aunque fuera en un puesto sin
importancia....... Si este libro se leyera se vería que, du­
rante los quince años on que he tenido ocasión de estudiar
el arte del gobierno, no he empleado jamás mi tiempo en
jugar o dormir, y todo el mundo debería aceptar los ser­
vicios de un hombre que ha sabido adquirir así, a expensas
de los otros, tanta experiencia... Nadie debería dudar — con­
cluía— respecto a mi fidelidad, porque después de haber
sido siempre fiel no iba a aprender ahora a traicionar.
Quien ha quedado fiel y leal durante cuarenta y tres años
(tal es mi edad) no podría ya cambiar de naturaleza. Mi
pobreza constituye un testimonio en favor de mi fideli­
dad y lealtad” ". No cabe duda de que en este momento

“ Lellerc fumillarl <Tulle le opere, ed. Mazzonl), pág. 886:


“ lo mi logoro, e lungo lempo non posso star cosí che lo non
diventl per povertá contennendo, appresso al desiderlo arel che
quostl slgnorl Medid mi comlnclasslno adoperare, se dovessino
cornlnciare a farml vollolare un sasso...; e per questa cosa,
quando la fussl lelta, si vedrebbe ohe quindict annl che lo sono
stalo a studlo detracte dello stato, non gil ho né dormltl né gluo-
call: e doverrebbe dascheduno aver caro servtrsl d’uno che alie
spese d'altrl fussl pleno di esperienzia. E della fede mia non
si doverrebbe dubltare, perché, avendo sempre osservato la fede,
lo non debbo lmparare ora a romperla; e chi é stalo fedele e
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 109

habla ya escrito ese capitulo XXII, en el que, al definir


las obligaciones recíprocas del príncipe y el ministro de-
tentador de los secretos de Estado, parece presentar, no sin
un discreto orgullo, su propia candidatura a un cargo para
el que se sabe digno M. Pero el joven Médicis, al que Miguel
Angel, en la nueva sacristía de San Lorenzo quiso trans­
figurar en un símbolo de la intrepidez, no había sido ele­
gido por Maquiavelo en virtud de ningvm don genial: lec­
tor frívolo y distraído, el llamamiento desesperado del
patriota no le hubiera emocionado. Vellorí preferirá no
responder a Maquiavelo. El 17 de marzo de 1516 moría
súbitamente el príncipe al que Maquiavelo reservaba el
ejercicio de la dictadura.
El canciller florentino transmite entonces sus esperan­
zas a Lorenzo, nielo del Magnífico, hijo de ese Pedro de
Médicis que, expulsado por la revolución de 1494, durante
nueve años, primero en la corte de Francia y después en
los ejércitos franceses, había llevado la oscura vida de un
pretendiente en exilio, para acabar miserablemente aho­
gado en el río, el 28 de diciembre de 1503. En 1516, con
la autorización de León X, Lorenzo conquista sin gran
esfuerzo el ducado de Urbino; al año siguiente, trabajo­
samente y con dinero, el Papa negocia la renuncia de
Francesco María. Finalmente, Maquiavelo dedica su libro
a Lorenzo, más joven que Julián, más ardoroso y mejorI,

Imono quaranlatre unid. che lu> lio. non debite (tolere mulure na-
lora; e della dele e bonLá mia ne h testimonia la povería mía".
" II Principe, 22: “ De his quos a secrells principes habent” ;
I, pág. 74: “ Quollo che ha lo stato di uno tn mano, non debbe
pensare mai n sfi, mu al principe, e non 11 ricordarc mai cosa che
non apparlenga a hii. E dall’altro canlo, el principe, per mante­
nerlo burmo, debbe pensare al ministro, onorandolo, faciéndolo
ric-co, obligándoselo parlicipandogli onori e carichi...". Igualmen­
te, 23: “ Quomodo adulatores sinl fuglendi” ; I, págs. 75-77. Es
probable que Monlesquieu se acordara de estos dos capítulos en
algunas lineas de los Pensamientos qué escribía para si mismo:
Cnhiers, pág. 1Ü2: "El primer tálenlo de un gran principe es
el saber elegir bien los hombres". Cf. Maquiavelo, ibíd., pág. 45:
“ E Ja prima conletlura che si fa del cervcllo di uno sígnore. I»
vedere gil nomini che luí ha d'inlorim". Snliri! la aliabaliza.
Cnhiers, págs. 102-103,
110 MAQUIAVELO

dotado para la acción, proponiéndole continuar la obra


interrumpida de César Borgia: “ Nunca — concluye— han
sido más favorables las circunstancias a un principe nue­
vo. Si. para que apareciera el genio de Moisés, el pueblo
de Israel debia ser esclavo en Egipto; si. para que pudie­
ra mostrarse la gran alma de Ciro, se necesitó que los
persas fueran oprimidos por los medos o que los atenien­
ses fuesen divididos; análogamente boy. para presentar a
los ojos de todo el mundo el genio de una gran alma ita­
liana, era preciso que Italia cayera en la decadencia en
que se encuentra; que fuera más esclava que los hebreos;
más sometida que los persas; más dividida que los ate­
nienses; sin jefe, sin orden, batida, despojada, atravesada
en todos los sentidos por los enemigos; probada por toda
clase de calamidades... Y ahora espera al hombre que
venga a cuidar sus heridas, que acabe con el pillaje de la
I.nmbardfa. que rescate el reino de Nápolcs y de Toscana.
y la cure de sus llagas, desde hace mucho tiempo hundi­
das en su carne. Se la ve rogar a Dios que le envie a al­
guien para liberarla de estas crueldades y de estas inso­
lencias bárbaras. Se la ve completamente dispuesta a servir
una bandera, a condición que haya un jefe que la porte...
Y será una gran obra de justicia; porque la fuerza es jus­
ta cuando es necesaria, y las armas se convierten en ins­
trumentos de la piedad cuando sólo se puede esperar en
ellas... El mar se ha abierto, una nube ha mostrado el
camino; una fuente de agua viva ha manado de la roca...
Italia está llena de genio y vigor, si genio y vigor no fal­
tan a los jefes... No se puede, pues, desperdicir esta oca­
sión; es preciso que Italia, después de una larga espera,
vea aparecer por fin a su redentor. Y no necesito decir con
qué amor seria recibido en todas las provincias que han
sufrido las invasiones extranjeras, con qué obstinada fe.
con qué piedad, con qué lágrimas. ¿Qué puerta encon­
trarla cerrada? ¿Qué pueblo se negaría a obedecerle? ¿Qué
rivalidad encontraría? ¿Qué italiano le negaría el respeto?
Todo el mundo detesta esta dominación bárbara... Que
vuestra ilustre casa acepte, pues, esta tarea con el valor
y la esperanza que conviene a las grandes empresas para
1M KIUNES E INCEHTIDI’MBHES 111

que, bajo sus enseñas, nuestra patria adquiera una nueva


gloria; para que, bajo sus auspicios, podamos ver reali­
zarse lo que anuncia Petrarca: 'El genio toma las armas
contra la fuerza bárbara, y el combate será corto: porque
en los corazones italianos todavia no ha muerto el anti­
guo valor’ " ’\
El 4 de marzo do 1519. a los veintisiete años. Lorenzo
abandona este mundo sin desear en sus últimas horas más
consuelo que las buenas palabras de un bufón. El duque
de Urhino, a quien Miguel Angel inmortalizó once años
más tarde bajo los rasgos del Pensador, no hace el menor
caso a la dedicatoria del Principe. Hasta se diría que ni
siquiera la ha leído...

Pero aun cuando una muerte prematura no se hubiera


llevado sucesivamente a los dos jóvenes, ninguno de ellos
lenta ni la suficiente inteligencia ni el suficiente corazón
para haber prestado atención al desesperado llamamiento
del secretario florentino. Eran pequeños príncipes italia­
nos como tantos otros cuya debilidad había denunciado
Maquiavelo; egoístas y hastiados, como los demás, y des­
provistos de tálenlo. Julián y Lorenzo se hubieran conten­
tado con gobernar sin pena ni gloria, en Italia del Norte
o del Centro, los nuevos Estados que habrían recibido de
la benevolencia imperial, sin pensar mucho en las miserias
y calamidades de Italia, y, desde luego, sin el menor de-

16 II Principe, 2G, I, pigs. 81-84: “ Exhortado ad capcssendam


Italiam in libertatemque a Barbarte víndicandam” . Púg. 84: “ Non
si debhe adunque lasciare passare questa oocasione, aooió che lu
llalla, dopo lanío tempo, vegga un suo redentora. N¿ posso e.-,
primere con quaJc amore e’ fussi rlvevulo In tutte quclle provín­
ole che hanno patito per qneste llluvloni esterne; con che sele
di vendelta, con che ostlnata fede, con «he pletá. con che lacrime,
(¿uali porte se gil Serrerebano? Quall populi gil negberebbano la
obcdiemda? Quule bividia se gil opporrehbe? (¿uale italiano gil
negherebbe l'osscquln? \ ognuno puzza queslo barí taro dominio.
I’igll adiiii(|iii: Ja llluslre casa voslra queslo assunlo con qticllo
animo e con quclla specanza che si pigliuno le imprese hisle,.,",
112 MAQUIAVELO

seo de poner fin a una corrupción de la que ellos mismos


no estaban indemnes. Más que a estas mediocres y dudosas
figuras, la exhortación de Maquiavelo se dirige al reden­
tor mítico anunciado por misteriosas predicciones.
La poesía podía parecerle entonces más real que la his­
toria; ella le permitía a la vez olvidar y enseñar lo más au­
téntico de los hechos, mostrar su propia doctrina. No du­
daba de que si algún feliz azar permitiera a Julián o a
Lorenzo crear en Italia Central un Estado lo suficiente­
mente fuerte para agrupar a su alrededor la mayor parte
de las fuerzas italianas, su primera preocupación sería
fundar una dinastía. Nadie se hubiera atrevido a exigir­
les seriamente que se convirtieran en simples ciudadanos.
Maquiavelo conocía bastante a ios Médicis para no igno­
rar que. después de haber perseguido tenazmente — e in­
cluso sin renunciar al apoyo del extranjero—■ la destruc­
ción de la república florentina, ninguno de ellos aceptaría
fundar, en el corazón de Italia, un principado capaz de
dominar toda la política italiana y de imponer a los Es­
tados italianos un nuevo orden, para volver en seguida
a la vida privada. Sabía perfectamente que César Borgia.
una vez hecho rey en la Italia Central, nunca hubiera ab­
dicado después por desinterés cívico. Sabía perfectamente
que si Julio o Lorenzo hubieran tenido éxito en la em­
presa que les brindaba, habría habido que resignarse a
tratarles como monarcas. Sabía que ni uno ni otro per­
tenecían al tipo de dictador republicano, dispuesto a so­
meterse a la ley y a la constitución, y dispuesto, una vez
reformado el Estado, a volver al silencio. Y, por otra par­
te, el libro que les dedicaba no contenía ninguna alusión
a esta retirada, ningún capítulo sobre la abdicación del
principe. Sólo se hablaba ahí de construir, sobre bases in­
quebrantables, la autoridad absoluta y perpetua de un dés­
pota ilustrado. Cuando, en los Discursos sobre la primera
década, Maquiavelo escribía el capitulo sobre la dictadura
virtuosa, republicana, constitucional y sometida al asenti­
miento popular, lo hacía sólo para él mismo. Pero ni Ju­
lián ni Lorenzo conocían esta teoría, que. por otra parle,
no hubieran tomado en serio. Maquiavelo sólo se enten­
ILUSIONES E INCERTIUUMDRER 113

día con ellos a fuerza de ilusión voluntaria, de reticencias


sólo a medias expresadas, y a condición do no mostrar más
que la mitad de su pensamiento. En la práctica, los con­
temporáneos que no conocían sus incerlidumbres y luchas
interiores le veían ofrecer su concurso a los Médicis para
la fundación de una monarquía. Pero nadie habría po­
dido adivinar que quien así actuaba no deseaba que esa
monarquía fuera eterna.

Se entregaba a otras ilusiones, y. lo que es más grave


todavía, contradecía en otros puntos su propia doctrina.
Sabía que los recursos de Florencia y su dominio toscano.
los recursos del pobre ducado de Urbino, eran insuficien­
tes para sostener el esfuerzo que él exigía a Lorenzo o
Julián; y ahora, para el éxito de su obra, contaba con la
Santa Sede, en poder de los Médicis al ser nombrado Papa
León X. Después de denunciar encarnizadamente la polí­
tica de los papas como causa de las discordias y debilida­
des italianas soñaba, sin embargo, ahora con asociar el
poder temporal de la Santa Sede no sólo a la fundación
del nuevo Estado nacional, sino a la liberación misma de
Italia: el autor del Príncipe ofrece a Julián o a Lorenzo
el apoyo de la Iglesia, que gobierna ahora uno de los su­
yos Y así, por primera vez — porque no se puede tomar
en consideración el acuerdo de Alejandro VI y de su hijo
César, dos cómplices asociados en una misma empresa de
rapiña— , la oposición tradicional, denunciada por Maquia-
velo, de la Santa Sede al esfuerzo de lodo príncipe que
pudiera intentar la unificación de Italia, va a finalizar.
La grandeza italiana de los Médicis podrá conciliurse con
la grandeza italiana de la Santa Sedo que ellos ocupan. Por
primera vez la Santa Sede va a poner su fuerza y pres­
tigio al servicio de la causa nacional. Protector de Julián

" II Principe, 26, I, pág. 82: “ Né ci si vede, el presente, in


quale Iei (J'Italia) possa piü spcrare che noHa llluslre casa vostra,
quale con la sua fortuna e virlü, favorita da Dio e dalla Ghiesa,
delta quale e ora principe, possa farol capo di questa redenzlone".
8
114 MAQUIAVELO

o Lorenzo. León X. Papa italiano, .sabrá mejor que Julio II


liberar Italia de los bárbaros, asegurar su independencia
y unidad. En la mente de Maquiavclo parece esbozarse asi
una idea que, en vísperas de 1848, será de nuevo reco­
gida por la escuela neogüelfa, cuando Vicenzo Gioberli,
desde los primeros años del pontificado de Pío IX. forme
el proyecto de una federación de Estados italianos, bajo la
presidencia y control del Soberano Pontífice. El secretario
florentino, que. evidentemente, había concebido ya el duro
capítulo XII del primer libro de los Discumos, escrito
si no en 1513, por lo menos antes de 1516 ó 1510. que sa­
lda el daño que enfrailaba para Italia el poder temporal
de los papas, y que deseaba su ruina, imaginaba asi una
astucia para utilizarla en beneficio de tas libertades ita­
lianas". Y como nadie conocía las temibles y secretas pá­
ginas que debían seguir a estas inútiles combinaciones,
Maquiavelo parecía reconciliarse con este papado tempo­
ral, cuya grandeza y benevolencia se atrevía en este mo­
mento a afirmar.
Pero estos cálculos, en los que asociaba, de manera in­
esperada, el pontificado de los Módicis a una empresa me-
diciana de liberación nacional, se perdían, como la em­
presa misma, en el sueño y la ilusión. Llamar a la Santa
Sede a sostener, moral y materialmente, el esfuerzo de
liberación y unificación de Italia era un proyecto que nada
podía alentar; tan decepcionante en el otoño de 1513 como
lo habría sido en la primavera de 1548. Como Julián, como
Lorenzo. León X era hombre de escaso talento; egoísta como
ellos, indiferente y hastiado como ellos. Dedicaba más gus­
tosamente sus ocios a conversar con los poetas y artistas,
a examinar cuidadosamente, lupa en mano, medallas y mi­
niaturas costosas, que a preparar la restauración moral de
la Iglesia romana o esas empresas) intrépidas de liberación
nacional que Julio II había al menos concebido e inten­
tado. En política vivía al día. Se contentaba con proyectos
limitados a los intereses del Estado pontifical o de la
familia de los Médicis. No sin esfuerzo, según Marignan,

IT Véanse págs. 93 y 94, n. 26.


ILUSIONES E INCEilTIOUMBRES 115

acababa de reconciliar a la Sania Sede con Francisco I;


su trabajo se limitaba a gobernar, sin demasiados choques
ni conflictos, una ciudad que siempre habfa sido mal go­
bernada. No veía m;ís que Florencia y Roma; no veía a
Italia. Jamás hubiera permitido a Lorenzo ser otra cosa
que el dócil instrumento de una política rígidamente flo­
rentina y familiar. No se preocupaba de secundar a Ma-
quiavelo o comprenderle.
Si hubo un momento en que el secretario florentino se
dejó llevar por la ilusión de reconciliar la Santa Sede con
los intereses y el porvenir de la nación italiana, los acon­
tecimientos le demostrarían bien prcnto que, respecto a
la política de los papas, la requisitoria inscrita en el pri­
mer libro de los Discursos era más veraz que las líneas
del último capítulo del Principe. Como Julián y Lorenzo,
León X murió también prematuramente, en diciembre de
1521. El holandés Adriano VI no hizo más que pasar; el
18 de noviembre de 1523 el conclave elegía como Papa al
cardenal Julio de Médicis. Pero Clemente V II era todavía
menos capaz que León X de emocionarse con los sueños
de Maquiavelo. Su pontificado, desastroso para la Iglesia
romana, que vio entonces cómo más de un tercio de Eu­
ropa se adhería a la Reforma protestante, fue igualmente
desastroso para las libertades florentinas y para Floren­
cia, de la que Clemente VII. con ayuda de Carlos V, haría
finalmente un ducado, bien pronto gran ducado, en el que
los Médicis gobernarían durante dos siglos; desastroso para
Italia, donde las luchas desgraciadas de Clemente V II y su
desgraciada reconciliación con Carlos V establecerían, más
sólidamente que nunca, la dominación española en el Nor­
te y el Mediodía, y someterían, más sólidamente también
que nunca, los príncipes y los Estados a la política del
emperador.
II

Pero, después de la muerte del duque de ürbino, Ma­


quiavelo había renunciado a la ilusión que durante muchos
años le había hecho buscar en la familia de los Médicis
al constructor de la unidad italiana. En diciembre de 1513
i 16 MAQÜJAVELO

había acabado el tratado del Principe, estudio científico


y duramente positivo de una desesperada hipótesis. Sin
embargo, proseguía la redacción de los Discursos de la
primera década. Y exponía, como filósofo republicano de
la historia, el arte de fundar, gobernar, conservar, engran­
decer y reformar una república.
“ Antes de morirme desearía ver tres cosas — escribiría
algunos años más tarde Guicciardini— : una república bien
organizada en Florencia; Italia liberada de todos los bár­
baros, y el mundo liberado de la tiranía desalmada de los
sacerdotes" Maquiavelo habría formulado los mismos vo­
tos, pero, instruido por los acontecimientos, renunciaba a
la lucha contra el extranjero y la Santa Sede. Perseguía
la solución de un problema planteado en términos más
fácilmente comprensibles. La reforma de esas repúblicas
italianas que, en el caso de que una Italia liberada se
constituyera en una federación de Estados, representaría
en ellos el espíritu a falta de la fuerza. Como amaba a
Florencia por encima de todo, consagraba el esfuerzo in­
interrumpido de su pensamiento a la reforma de la re­
pública florentina.
Sin embargo, estaba escrito que este realista, a quien
su pasión transformaba en visionario y poeta, se enamo­
rara sin cesar de nuevas quimeras. Tan pronto como el
fantasma del genial redentor que esperaba Italia se desva­
neció, Maquiavelo pudo creer que había llegado el mo­
mento de aplicar su más querida teoría: la de la reforma
de una ciudad libre por un dictador ciudadano y satis­
fecho de volver, una vez realizada la obra, a la vida pri­
vada. Creyó que había llegado el momento de renovar y
rejuvenecer las leyes constitucionales por la acción dic­
tatorial, pero cívica y republicana, de los otros dos Mé-
dicis, dispuestos a la renuncia y al servicio del pueblo.

“ Pa. GuiccunDiNi, fíicordi (ed. Raffaele Spongano, Floren­


cia, 1951, en 8.®, apend. núm. IX, pág. 239): “ Tre cose desldero
vedere lnnanzl alia mía morte; ma dubito, ancora ohe lo vivessi
moho, non ne vedere olcuna; uno vlvere di república bene ordi-
nato nella clttá nostra, Italia libérala da tuttl e’barbari, e Ube-
rato 11 mondo dalla tlrannide di questi scellerall preti”.
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 117

Era la corrupción de las leyes republicanas, para hablar


con palabras de Montesquicu, lo que habla provocado en
Florencia, por dos veces, el establecimiento de la tiranía.
Pero la tiranía mediciana no podía todavía pasar por un
gobierno estable y sólido. El régimen que tendía insensi­
blemente hacia el principado no se atrevía a adoptar esta
forma. En el siglo anterior, ni Cosme, ni Lorenzo el Mag­
nífico, ni tampoco, más recientemente. León X, Julián de
Nemours o Lorenzo de Urbino, se habían atrevido a to­
mar el título de príncipes, ni a fundar en Florencia una
monarquía que nada indicaba que pudiera sostenerse. En
la sociedad burguesa e igualitaria de Florencia esta mo­
narquía no habría encontrado el apoyo, indispensable a
todo poder monárquico, de una nobleza campesina, dueiífa
de los campos, bastante fuorte para dominar la ciudad por
sus partidarios. Hasta ahora, una larga tradición de li­
bertad había impedido a la familia reivindicar ante los
florentinos una autoridad absoluta. Ni republicano, ni mo­
nárquico, desde este momento ajeno al espíritu republi­
cano. sin acabar de atreverse a ser monárquico, el régimen
ofrecía el aspecto de esas formas políticas mal definidas,
que Maquiavelo consideraba inútiles y de muy breve du­
ración. De ahí que Cosme y Lorenzo, cada diez años, tu­
vieran miedo de perder el poder; de ahí que Pedro, en
1494, fuera expulsado por la revolución. Y, en fin, de
ahí que. en 1527, los Médicis serían de nuevo expulsados” .
Pero en los Discursos sobre la primera década Maquiavelo
describía el régimen consular y senatorial de la república
romana como el tipo eterno de un gobierno mixto, a la
vez monárquico, aristocrático y democrático, en el que se
atemperaban y se conciliaban la acción de los tres princi­
pios que han regido siempre a los hombres, ninguno de
los cuales ha sido suficiente para fundar un Estado du­
radero. Pensaba en reformar, sobre el modelo romano, la
Constitución imperfecta de Florencia, y de nuevo fundaba

” Discorso sopra il rifonnar lo Stato di Ftrenze, II, pág. 531 :


“ Tulle le altre cose son vane e di brevlS9lma vita". Pág. 529:
“ Ognl dlecl annl porlorno pericolo di perdere lo stato”.
118 MAQUIAVELO

su esperanza en los Médicis. asignándoles como papel his­


tórico la revisión de las leyes constitucionales. Los títu­
los de reformadores desinteresados de una república de­
berían contentar su ambición.

Maquiavelo había salido por fin de su soledad. Se le


había introducido junio a los Médicis. que, sin escuchar
sus exhortaciones, se las agradecían. Desde la muerte del
duque de Urbino, el cardenal Julio, sobrino de Lorenzo
el Magnífico e hijo de Julián, la victima de los Pazzi,
gobernaba la ciudad, de la que era arzobispo desde 1512.
Prudente, sencillo, respetuoso con las apariencias de la
libertad, el cardenal, que no tardaría en recibir la suce­
sión de León X y Adriano VI, deseaba gobernar según la
costumbre de Cosme y de Lorenzo, como si Florencia no
hubiera dejado de ser nunca una ciudad libre. Después
de desconfiar durante mucho tiempo de Maquiavelo la po­
lítica le aconsejaba escucharle, interrogarle. Se le rogó a
éste que escribiera sobre la reforma del gobierno floren­
tino y mandara la obra a León X, que continuaba siendo
el verdadero dueño del Estado. Feliz de verse por primera
vez consultado sobre los asuntos públicos Maquiavelo re­
dacta en 1519 su Discorso sopra il riform ar lo Stoto di
Firenze.
Aconseja al cardenal y al Papa que restalezcan defini­
tivamente la república de Florencia; pero conservando, du­
rante toda su vidu, el poder soberano; condición que él
sabía sitie qua non para que sus ideas pudieran ser re­
cibidas. Se plantea, pues, un problema cuyos términos con­
tenían una antinomia: restaurar la república en Florencia
y dejar provisionalmente a los Médicis la facultad de ele­
gir los magistrados. El cardenal y el Papa conservarían una
dictadura a perpetuidad; como no tenían herederos, des­
pués de ellos Florencia recobraría naturalmente sus li­
bertades. Maquiavelo le sugiere simplificar el viejo me­
canismo, artificialmente conservado, de las magistraturas
y consejos, y reforzar los poderes reales; compartir insen­
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 119

siblemente con los ciudadanos, sin dejar de guiarlos, la


dirección del Estado: acostumbrarles a un más amplio
ejercicio de sus derechos; instruir progresivamente al pue­
blo a hacer uso de esta libertad que, un día. les será de­
vuelta. No hay duda de que, en estos momentos, estaban
ya escritas las páginas que celebraban en los Discursos
la retirada voluntaria de los reformadores de Estado; pero
solamente algunos amigos de Maquiavelo hahfan podido
leerlas. Prefiere terminar su breve tratado por una exhor­
tación que puede recordar el último capítulo del P rin ­
cipe. En lugar de invitar a los Médicis a tomar el mando
de la Italia sublevada contra los bárbaros no les ofrece
más que una autoridad vitalicia y la satisfacción de una
renuncia cívica: “ De esta forma — concluye— quedáis due­
ños absolutos; nombráis los principales magistrados; du­
rante toda vuestra vida no habrá diferencia entre vuestro
gobierno y una monarquía. Después de vosotros dejáis una
república. Ella os deberá su existencia... El mayor bien
que se puede hacer, el que más complace a Dios, es el que
se hace a su patria. Los hombres a quienes más se re­
cuerda son aquellos que han reformodo las repúblicas y
los reinos... El cielo no puede mostrar a ningún hombre
vía más gloriosa. Entre las felicidades con que Dios ha
colmado a vuestra familia y vuestra persona la más gran­
de es que os haya dado ocasión de haceros, por este me­
dio. inmortal y de sobrepasar asi toda la gloria de vues­
tros antepasados” ".
León X y el cardenal Julio estaban decididos a no pres­
tar demasiada atención a los consejos de Maquiavelo. Re-*

* IHscorso sopra II ríformar lo Sialo di Flrenze, II, págs. 538-


539: “ Credo che 11 maggior bene che si faceta ed H ptu grato a
Dio sia quede che si fa alia su a patria. Oltre di questo non é
esaltato alcun uomo tanto in alcuna sua azione quanto sono quelll
cha hanno con leggi e con istitull rlformalo le repubüche e I
regnl... Non dá adunque il cielo maggiore dono ad un uomo,
né gil puft mostrare piu gloriosa via di questa; ed In fra te tante
fellcitá, che ha dale Dio alia casa vostra ed alia persona di Vos-
tra Sanlitá, é questa Ja maggiore, di darle potenza e subietto
di farsi hnmorlaie, e superare di gran lunga per questa via la
potenza e la avita gloria.
120 MAQUIAVELO

conocen su genio, pero le consideran quimérico, impropio


para la acción práctica y realizable. Le consideraban como
uno de esos profetas desarmados sobre los que él mismo
ironizaba. El Papa y el cardenal sólo habían consultado
a Maquiavelo para no quitarle sus ilusiones, adormecerlo
con falsas esperanzas, apaciguar su perpetua inquietud,
penetrar su pensamiento secreto; conocer, así, las espe­
ranzas de los republicanos y, al mismo tiempo, desacre­
ditarle ante ellos.

III

Según lo previsto por los Médicis, Maquiavelo se com­


promete con ellos. Sin lomar en serio su doctrina y pro­
yectos acabaron por pensar que quizá esté destinado por
las circunstancias a alcanzar mayor importancia". Se es­
forzaban en hacerle prisionero de su causa y de su fa­
milia.
Le confían diversas misiones mediocres, irrisorias para
un hombre que, durante catorce años, había servido a la
ciudad, aconsejado, en ocasiones dirigido la política flo­
rentina, y cuya oscura labor renovaba la ciencia política
en Europa. En 1520 le envían a Lucca para arreglar peque­
ñas diferencias entre Florencia y esta república, desde siem­
pre hostil. Al año siguiente irá a Gapri encargado de de­
fender los intereses de algunos monasterios florentinos,
ante el capítulo general de esos hermanos menores que
despreciaba. Sentía la mezquindad de los asuntos que sé
le reservan. Para olvidarse de ello defendía en nuevas
obras sus más queridas ilusiones.
En Lucca se interesa por la historia de un aventurero
local del siglo xiv, Castruccio Castracani, que, jefe al prin­
cipio de bandas mercenarias al servicio de los Visconti,
se había apoderado de Pisa, de Volterra y Pistoya, su ciu­

*' Carla de PUippo Strozzl a su hermano Lorenzo, con fecha


de 17 de marzo de 1519, citada por P. V illari, Niccoló Machia-
velli, III. pág. 49: “ Plaeenii assai ahMale condolía el Machiavello
In casa e'Modici, che ognl poco di t'ede acquisli co'padronl é
persona per surgere".
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 121

dad natal, y había podido crear en Toscana un pequeño


Estado militar que duraría tanto como su vida. Durante
los ocios de su legación Maquiavelo escribe La Vita di
Castruccio Caslracani da Lucca. Le preocupaba poco la
verdad histórica; donde fallaba materia había enriquecido
la biografía del condotiero luqués con ayuda de la histo­
ria de Agatocles, tirano de Siracusa, tal como la cuenta
Diodoro de Sicilia. En este olvidado fundador de una ti­
ranía efímera le gustaba reconocer algunos rasgos de Cé­
sar Borgia. Tomó como modelo la Ciropedia. de Jenofon­
te, y compuso una especie de narración política y militar;
quería ilustrar, con el ejemplo do un personaje a me­
dias ficticio, algunas de las teorías que había sostenido
en El Principe sobre la fundación de un Estado monár­
quico ” ,
Durante estas fechas acababa sus tres diálogos Del arte
de la guerra,, que publicaría en 1521. Una vez más se apli­
caba a demostrar cómo se debe armar un pueblo para de­
fender la independencia de un Estado republicano o mo­
nárquico. Una vez más denunciaba el error que había se­
parado en Italia la vida civil de la militar, haciendo de
la carrera de las armas el oficio de hombres ignorantes
de toda otra tarea, ajenos a la vida de la ciudad. Había
que volver a la costumbre de la república romana, que
no distinguía entre el ciudadano y el soldado, y enseñaba
al ciudadano las virtudes del soldado, pero quería que el
soldado conservara el espíritu del ciudadano. Había que
renunciar definitivamente a las armas mercenarias, crear
las milicias nacionales, según el modelo de los antiguos
o el que en el mundo moderno ofrecían los cantones sui­
zos” .
Maquiavelo se lanza, pues, a defender la obra intentada
en 1506 con la publicación de la Ordenanza sobre la m i­
licia florentina *. El ejército de la república no había po­

” Vita di Castruccio Caslracanl da Lucca, I, págs. 647-677.


*> DelVarte delta guerra, I, págs. 445-637.
* DI tratada Vell’arte delta guerra, lia suscitado un importan­
te estudio de Maiit In IlonoiiM, Machlavcllls ¡tenalssonce der
Krlegskunst; I, Machiavellis florentinlsch.es Sluatsheer; II, Mu-
122 MAQUIAVELO

dido vencer a fuerzas que eran inferiores a él; y. sin em­


bargo, ningún legislador podía poner en duda que la ciu­
dad debía ser defendida por los ciudadanos. Si los vene­
cianos hubieran comprendido esto habrían fundado un im­
perio. En el inar, donde luchaban con sus propias armas,
hablan salido siempre vencedores. Sus derrotas en tierra
firme provenían de haber recurrido a soldados de oficio “ .
Maquiavelo observa que el rey de Francia descuida la ins­
trucción militar de sus súbditos y compone sus ejércitos,
en parte, de mercenarios: error que le debilita y que ex­
plica el desde entonces sólo mediocre éxito de los ejércitos
franceses en Ita lia ” . Maquiavelo ataca duramente la co­
bardía de los príncipes italianos, que, después de no estar
preparados para la guerra, durante las invasiones extran­
jeras sólo supieron salir huyendo ". Pero el secretario flo­
rentino, que jamás había sido otra cosa que comisario de
los ejércitos, sin haberlos mandado nunca en campaña,

chlavellis krtegskunsl. Rerlin, 191,3, 2 vols. en 8.°; rotación bas­


tante severa de E. Fuete a, Historiadle Zeitsclirift, 113 (1914);
págs. 578-583.
» Ib id; 1; 1, pág. 408: “ E se 1 Viniziani fussero statl eavi In
queslo come in tullí gil allri loro ordini, eglino arebbono falto
una nuova monarchia nel mondo".
“ Ibíd; I; I, págs. 408-409: “ Quanto alio errore ohe fa 11 re
di Francia a non (enere disciplinan i suoi popoll alia guerra...,
non é alcuno..., che non gludiehi queslo difetto essere In quel
regno e qucsta negligenza sola farlo debí le".
“ Ibíd.; V il; I, págs. 018-019: "Ma lornlaino ágil Itahunt, i
quali... rimangono 11 vituperio del mondo. Ma 1 popoll non nc
hanno colpa, ma si bene I prtaclpl loro... Credevario I nostrl prin­
cipe llalianl, prima cho'egll assaggiassero i colpl del le ollremon-
tane guerre, che a uno principe bistasse sapero negli serillo!
prensare una acula risposta, scrivere una bella lettera, mostrare
ne'detU e nelle parole arguzia e prontezza, sapere 1essere una
fraude, ornarsi di gemine e d'oro, dormiré e mangiare con maggio-
re splendore che gil altri, tejiere assal lascivie Intorno, governar
si co’ sudditi avaramente e superhamenle, marcirsl nello ozio,
daré 1 gradi della milizia per grazia, dlsprezzare se alcuno avese
dlm ostro loro alcuna 1ode volé vía, volare che le parole loro fus­
sero responsl di oraculi; né si aocorgevano i meschlni che si
preparavano ad essere preda di qualunque gil assallava, DI qui
nacquero pol nel mille quattrocento novantaquattro I graudl 6pa-
ventl, le sublte fughe e le miracolose perdile...”
ILUSIONES E INCERTIDUMBRE8 123

se atribula una competencia técnica de la que carecía; y


Napoleón afirma que escribió sobre la guerra como un
ciego que razonara sobre los colores*11. Desconocía los re­
cientes progresos del arte militar, basta el punto de no
tener en cuenta el papel y eficacia de la artillería, aun
después de Ravena, de Novara y Marignan Conservaba,
sin embargo, bastantes ilusiones políticas para creer que
a su llamamiento los Médicis armarían al pueblo. Pero lo
cierto era que, desde la Edad Media, la primera preocupa­
ción de los gobiernos autoritarios había sido desarmar a
los ciudadanos.
Pero los Médicis, después de haberle puesto a prueba
durante algún tiempo, no pensaban ya confiarle ninguna
función activa; su personalidad demasiado fuerte les mo­
lestaba. Para desviarle del Estado, para esquivar toda oca­
sión de recibir de él consejos que no deseaban seguir,
habían hecho que, el 20 de noviembre de 1520, la Señoría
le confiara el encargo de escribir una Historia de Floren­
cia, que redactaría utilizando los archivos públicos. Seme­
jante trabajo podía alejarle durante mucho tiempo de su
doctrina y su obra. El teórico, muchas veces inoportuno,
de la política y la guerra iba a transformarse en un his­
toriador oficial, obligado a poner freno a su pluma y no
decir todo su pensamiento.

En efecto, durante muchos años, hasta la primavera de


1525, Maquiavelo tuvo que ocuparse de la composición de
las /storic florentino. Durante casi todo este tiempo, hasta
finales de 1524, permaneció alejado de la vida política, una
vida política en la cual, era evidente, los rectores de Flo­
rencia no querían que se mezclara.

» General barón GoimcAUD, Saint e-lié léne; joumal inédlt de


U l i a ISIS; puM. por el vizconde de Grouchy y A. Guillote; Pa­
rís, s. f. (1899), 2 voís., en 8.°; I, pág. 296.
* Dcll'arte delta guerra, III; I, págs. 520-524. Cf. Discorsi,
II, 17; I, págs. 274-280; "Quanto si deübiuo stimare dagll eser-
citl ne’ presenil tempo le artlgillcrtc; e se quclla oplnlone, che se
ne ha la universale, é vera.
124 MAQUIAVELO

Alejado también de los republicanos. El cálculo y la


trampa de los Médicis habian tenido éxito. Durante la au­
sencia del cardenal Julio, llamado a Roma, después de la
muerte de León X, para el conclave de 1521, en el que
se prefirió a Adriano de Utrecht. los Soderini y algunos
de sus jóvenes partidarios preparaban en Florencia un
complot. De acuerdo con algunos Estados, con Perusa y
ürbino. esperaban el apoyo francés. Estos jóvenes conocían
a Maquiavelo; le habían oído leer en los Orti Oricellari, en
casa de Cósimo Rucellai, sus Discursos sobre la primera
década; dos de ellos, Zanobi Buondelmonli y el poeta Luigi
Alamanni, habian recibido la dedicatoria de la Vida de
Castruccio Caslracani “ . Al oírle y leerle se habían apa­
sionado por la libertad. Pero al verle ahora demasiado
comprometido con los Médicis no le revelaron su secreto.
El complot fracasó y Buondelmonli tuvo que refugiarse
en el apenino loseano y Alemanni en Francia. Esta vez
Maquiavelo. que en 1513 había sido cruelmente perseguido,
no fue inquietado. Los Médicis simularon no considerarle
ya como republicano. Esperaban, sin duda, que esta cle­
mencia acabara de desacreditarle definitivamente ante su
partido.
Pero continuaron declinando sus servicios. El 19 de no­
viembre de 1523 el cardenal Julio se convirtió en el papa
Clemente VII. Abandonó Florencia, dejando el gobierno
en las manos inexpertas y brutales del cardenal Silvio Pas-
serini, que no lardaría mucho en ser detestado. Clemen­
te VII, inferior a León X, tímido, irresoluto, mal acon­
sejado para asistir al cardenul, coinelio el error de enviar
a Florencia a dos jóvenes bastardos que nadie conocía:
Hipólito, hijo de Julián, que apenas tenia dieciséis años,
y Alejandro, más joven todavía, hijo de Lorenzo y una
esclava morisca. Después de la ruina final de la república
este último se convertiría en el primer duque de Floren­
cia. De nada sirvió que los ciudadanos más autorizados

* He.nri IIauvctte, Un éxllé florenlin & la cour le Fronte au


X 17* «léele; Luigi Alamanni (1495-HS6) sa vle el son oeuvre;
París, 1903, en 8.” ; págs. 12-19.
It.ÜSIONES E INCEftTÍDUMDnES 125

rogaran al Papa que enviara a estos dos adolescentes a


la escuela. Hubo que reconocerles, casi oficialmente, como
jefes del Estado florentino. Maquiavclo debió renunciar a
toda esperanza de mejorar un gobierno cada vez más im­
popular, y que a partir de ahora, como el de Soderini, no
estaba ya a prueba de los reveses exteriores. Ni el cardenal
ni los dos bastardos se cuidaron de él. Y se retiró de nue­
vo a San Casciano. A llí continuó la redacción de sus Isla­
rio fiorm tine. a la espera de acontecimientos de los que
no esperaba nada bueno, ni para Florencia, ni para Italia,
ni para ól mismo. En sus ralos perdidos escribía La iían-
drágola. comedia cruda y cínica, donde aparecían en es­
cena, llevados por la fantasía de una intriga abufonada,
la hipocresía santurrona de esos monjes que siempre ha­
bía execrado, la infinita credulidad de los simples y la
suficiencia obtusa de un doctor. Sin embargo, algunos ver­
sos del prólogo dejaban adivinar la amargura que sentía
entonces: “ Si esta materia — dice— os parece demasiado
ligera para un hombre que quiere parecer sensato y gra­
ve, excusadla, y considerad que con estos pensamientos
frivolos se esfuerza en hacer menos penosos sus tristes
años. No sabría volver los ojos a otra parle: se le ha pro­
hibido mostrar en otra empresa otros talentos y no ha
sido recompensado por sus penas" ".

El 24 de febrero de 1525 se produce el desastre de Pa­


vía. Francisco I es vencido y traído prisionero a España.*

* La Mandrágola, II, pag. 561:


E se quesla materia non 6 degna,
Per esser pur leggleri,
D’uom che voglla parer saggio e grave,
Seusatelo con qtieslo, che s'ingcgna
Con quesli van penslerl
Pare el suo tristo tempo plü suave;
Perch’altrove non have
Dove vallare el viso;
Ghfc gli é atalo Inlerclso
Monstrar con altre imprese al Ira virtue,
Non sendo premio alie fattche sue.
126 MAQUIAVELO

Ante el poder español e imperial de Carlos V todos los


Estados se humillan. Y en Italia se desencadena un ven­
daval de pánico. Este poder era tan fuerte que. desde el
otoño, el gobierno francés esbozaría la organización de
una Liga en la que entraba el propio Papa, e inmediata­
mente Florencia, que no seguía más política extranjera
que la suya. Es en este momento cuando los Médiois. ante
el acuciante peligro, obligados a hacer un llamamiento a
todos los concursos, deciden finalmente confiar a Maquia-
velo tareas dignas de él. Y Maquiavelo vuelve entonces
verdaderamente a la vida pública. No cabe duda que juz­
gaba que el régimen era ya inamovible. No cabe duda que
había compuesto ya el duro capítulo en el que aconseja
a los príncipes no creer en las ilusiones de los emigrados,
en sus promesas aún más vanas*1. Acababa de esrribir
que el estado de las instituciones florentinas permitiría
a un buen legislador reformarlas a su antojo, según el
principio que eligiera***. Historiador desengañado, se alia
al principio monárquico. Pero sirviendo a los Médicis creía
servir a las libertades de Florencia e Italia.
En abril de 1525 fue recibido en Roma por Clemente VII,
al que ofreció las Islorie florentino, por fin concluidas.
En un prefacio bastante humilde afirma que. a pesar de
una leyenda hostil, ni Cosme ni Lorenzo habían alimen­
tado nunca ambiciones contrarias a los intereses de la ciu­
dad**. El Papa le consultó sobre la situación política. Su

u Dlscorst, II, 31: “ Quanlo sia pericoloso oredere ágil sban-


ditl” ; I, pág. 320: “ Debbesl considerare perianto quanto sla vana
e la fede e le promesse di quelli che si truovano prlvl delta loro
patria. Perché, quanto alia fede, si ha a estimare che, qualunque
volta e’ possano per altrl mezzl che per 1 tuoi rienlrare sella
patria Joro, che lasceranno te ed accosterannos! a altrl, nonos-
tante qualunque promesse ti avessono fatte. E quanto alie vane
promesse e speranze, egli é tanta le voglta estrema che é In
loro di ritornare ln casa, che ei credono naturalmente molte cose
clie sono talse, e molte a arte nc agglungano’’.
** istorie fiorentlne, III, 1; II, pág. 123: “ Finenze a quel grado
t pervenula, che fácilmente da uno savio dator di leggl potrebbe
essore in qualunque forma di governo rlordlnata".
" Islorie fiorentlne, II, págs. 3-4-31; págs. 3-4: “ Al sanlisslmo
e beatlsstmo Padre Signore Noslre Clemente selthno lo umile ser­
ILUSIONES E INCERTÍf)UM bRES 127

respuesta fue la que se podía esperar del hombre que


en 1506 había armado al pueblo florentino y publicado
en 1521 los diálogos sobre el Arle de la guerra* Aconsejó
enrolar a las ardientes y vigorosas poblaciones de Roma­
nía. Clemente V II le envió allí, al lado de Guicciardini.
presidente pontificio. Pero las dificultades eran grandes y
el Papa vacilante; nada se hizo. Por lo menos, con la au­
toridad pontificia, Mnquiavelo pudo dedicarse a dejar las
murallas de Florencia en condiciones de aguantar un ase­
dio. El í) de mayo de 1526 hizo inslituir los cinco Pro­
curadores de Defensa; nueve días nuis larde se convirtió
en canciller de esta comisión. I.a tarea se hizo difícil a
causa de Clemente VII, que, auténlico descendiente de una
familia de banqueros, veía en la reconstrucción y remoza-
miento de las murallas una ocasión de especular sobre los
terrenos. Francisco I abandonaba entonces su prisión y
España, resuelto a no observar el tratado que había fir ­
mado en Madrid. En el capitulo XXV11I del Príncipe Ma-
quiavelo. de antemano, le había concedido todo género de
excusas". El 22 de mayo de 1526 se concluye en Cognac
la Liga de la que formarán parte el Papa. Florencia, Ve-
necia y Milán; inmediatamente, los aliados toman las ar­
mas contra el emperador.
Maquiavelo quiso creer que, por fin, las circunstancias
eran propicias a la liberación nacional; cuatro días antes
de la conclusión de la alianza, el 17 de mayo, acababa de

vo Ntecoló Maohiavelli... E perché dalla V. S. Dealltudlne mi fu


imposto particularmente e comándalo che io scrívessi in modo
le cose faLte da' Suoi maggiori, che si vedessi che io fussi da
ogniadulazione discosto..., dubito assai, nel desorive re la bonlíi
di Giovanni, la sapienzia di Cosimo, la umanilá di Ploro e la
magnlflcenzia e prudencia di Lorenzo, che non pala alia V. S. che
abbla Lrapassati 1 coinandamenll Suoi... E se sotto a que!le loro
egregie opere era nascosa una ambizione alia utilitá comune, come
alcunl dlcono, contraria, io cita non ve la conosco non sono lonu-
to a scriverla".
” II Principe, 18; I, págs. 143-146: “ Quomodo fides a prin-
clplhus eit servanda: ... Non puó, pertanlo, uno signore prudente,
nfr debbe, osservare la fede, quando tale osservanzia li torni con­
tro, e che sono spenle le cagioni che la feciono prometiere”.
128 MAQUJAVELO

escribir a Guicciardini: “ Todo nos muestra lo fácil que


sería expulsar ahora de Italia a esta canalla. Por amor
de Dios, no perdamos esta ocasión... Libertad a Italia de
una inquietud que renace constantemente. Destruid estas
bárbaras fuerzas que no tienen de hombre más que el
aspecto y la voz" Pasa algunos meses en campaña en
el cuartel general de la Liga; encuentra allí a Guicciardi­
ni. Pero las tropas aliadas cedían en todos los frentes. El
emperador reocupaba Italia del Norte; no se podía espe­
rar ninguna energía de Clemente VII. A principios de 1527
Toscana estuvo en peligro. El ejércilo imperial del con­
destable de Borbón tenía entonces prisa por alcanzar Roma:
abandona Florencia, y. por las Marcas y la Umbría, pro­
sigue sus etapas hacia la Ciudad Eterna.
El 11 de mayo de 1527 se supo en Florencia que Roma
había caído, siendo después saqueada por los imperiales.
Parecía que Carlos V iba a vengarse ahora de Florencia.
De la noche a la mañana, los republicanos recobraron la
autoridad; ya no se pensaba más que en derrocar al go­
bierno, que el Papa vencido no podía defender. La revo­
lución, provocada por las fallas del cardenal Passerini.
estalló. Este sólo contaba con el apoyo de las fuerzas de
la Santa Sede; comprendió que toda resistencia era inútil
y tomó la huida como Hipólito y Alejandro. El 16 de
mayo de 1527 se había restablecido la república. Se con­
vocó el Gran Consejo, y el gonfalonier Niccoló Capponi en­
tró en funciones el 1 de junio. Se continuaba preparondo
apresuradamente la defensa; se volvía a hablar de armar
a los ciudadanos aptos, y Miguel Angel ponía su genio
de arquitecto al servicio de la comisión encargada de res­
taurar las murallas. Pero no se desesperaba de lograr un
acuerdo entre la república y Carlos V, que ahora había
roto con los Médicis. No se preveía la reconciliación do

“ opere complete, ed. llalla, Milán, 1813, II vola., en 12“ ;


XI, págs. 240-241: “ E’ conoscesi da ogni parte la facilitó che
sarebbe trarre que! rlbaldi da quel paese. Questa oocaslone, per
amor de Dio, non si perda... Libérale dluturna cura Italiam.
Extírpale has immanes belluas, quae homlnis praeler faciern el
vooein nihU habent”.
ILUSIONES E INCERT1DUMURES 129

Bolonia y sus abrumadoras consecuencias. No se pensaba


que el emperador y los Médicis, por instinto e interés, se
habían aliado contra los pueblos libres. Aunque se anun­
ciaba ya. sin embargo, el próximo drama del sitio de Flo­
rencia. cuya capitulación consumaría en 1530 la ruina de
las inmunidades italianas.

Maquiavelo se encontraba en una situación trágica. Es­


taba comprometido con los Médicis. A los ojos de los hom­
bres que acababan de expulsarles aparecía ahora como un
enemigo de esas libertades que tanto había querido. Vol­
vía entonces a Civitavecchia, donde había conferenciado
con Andrea Doria, el almirante genovés de las flotas pon­
tificias, sobre la oportunidad de un golpe de mano para
liberar al Papa. Encontraba a los florentinos penetrados
del espíritu que había animado los Discursos sobre la pri­
mera década, El arte de la guerra y sus lecturas a los
jóvenes auditores de los Orti Oricellari. No se hablaba más
que de fundar una libertad eterna, de formar un ejército
de ciudadanos. Pero nadie pensaba en Maquiavelo: se le
miraba con desconfianza, se le evitaba; pagaba el prefacio
de sus Istorie fiorentine. El 10 de junio, para controlar la
política exterior y la guerra, se restablecía los Diez de la
Libertad: Maquiavelo, que durante catorce años había sido
su secretario, pudo entonces pensar que se le restituirla
en su puesto. No fue así; y el florentino comprendió en­
tonces que todo se había acabado para él.
No sobreviviría mucho tiempo a esta suprema decepción.
Aunque apenas había sobrepasado los cincuenta y ocho
años, hacía ya tiempo que su salud era débil. El 21 de junio
cae gravemente enfermo. Al día siguiente, el 22 de junio
de 1527, fallece. Un monje conocido con el nombre de fray
Mateo le asistió en sus últimos momentos. Dejaba a los
suyos en una gran pobreza.

IV
Así, pues, se habían ido sucediendo durante estos quin­
ce años, los inútiles proyectos que Maquiavelo concebía
9
130 MAQUIAVELO

uno tras otro, primero para realizar su mayor sueño, la


creación de un Estado nacional al que confiar la defensa
de Italia contra los bárbaros, y después para satisfacer el
deseo más modesto de fundar en Florencia una república
duradera y bien organizada. En todos sus proyectos el exa­
men positivo de los hechos se acababa en ilusión. Ilusión
de haber esperado la venida del hombre providencial que
en otro tiempo profetizó Dante; ilusión de haber creído
encontrar al redentor italiano en la3 mediocres personas
de los jóvenes Médicis Ilusión de haber podido imaginar
por un instante que la Santa Sede, ocupada por un Médicis.
renunciaría a cultivar las divisiones y debilidades de Ita­
lia para servir a una política de unión y fuerza nacional.
Ilusión de haberse dirigido para restaurar en Florencia
el espíritu de las leyes republicanas, a otros dos Médicis.
el cardenal Julio y el papa León X, deseosos únicamente
de consolidar el poder de su estirpe. Ilusión, en fin. de
haber podido creer en la modestia cívica de un dictador.
El hombre en quien la tradición creyó reconocer el más
auténtico representante de la más realista política apa­
recía, pues, según su acción práctica y su conducta, como
un iluminado, como uno de esos profetas sin defensa y
sin armas sobre los que él ejercitaba su ironía; la mayoría
de las veces, extraviado por sus visiones, en ías más gra­
ves circunstancias; pronto a engañarse respecto a los hom­
bres, a confiarles misiones históricas para las que ni sus
ideas, ni su temperamento, ni sus ambiciones les desig­
naban. Durante esos quine ■». años, en los que aplicó todas
las fuerzas de su espíritu a fundar una política positiva,
cada vez que quiso pasar de la teoría a la práctica, inter­
venir en el dominio de los hechos, aconsejar o guiar a
sus contemporáneos, Maquiavelo se equivocó.
Sus errores no son de los que puedan fácilmente excu­
sarse en un hombre de Estado formado como él por la
práctica y la historia. Sería inútil afirmar que no le dis­
minuyen. En 1513, creer que en Italia era posible la fun­
dación de un Estado nacional por la acción de los Mé-
dicis y con el apoyo de la Santa Sede no era solamente
estar ciego sobre la política del papado y los Médicis; era
ILUSIONES fe INCÉRTIDLMBRES ííil

olvidar voluntariamente un hecho, sin embargo, esencial:


la fuerza del particularismo italiano, la diversidad esen­
cial de Italia, la diversidad de los Estados italianos, de sus
instituciones, de su espíritu; la pasión de la independen­
cia local; pasión celosa, irresistible, a la que cada uno de
esos Estados debía la originalidad de su vida política, so­
cial, muchas veces también de su vida artística y litera­
ria. Pasión de independencia, espíritu particularista, cuya
importancia observó Guicciardini releyendo a Maquiavelo.
En efecto, Guicciardini quiere preservar cuidadosamente
las ventajas que se derivan de este espíritu particularista.
Y, una vez más, rehúsa seguir a Maquiavelo: “ Yo no sé
— escribe— si el hecho de que Italia no haya podido cons­
tituirse bajo la forma de una monarquía única ha sido
para ella desgracia o felicidad. Sin duda, dividida asi en­
tre diversos gobiernos, ha sufrido muchas miserias... Pero
esta diversidad ha permitido también el progreso de un
gran número de ciudades, prósperas, pujantes; lo que no
habría sido posible bajo el gobierno de una sola repú­
blica; y, en mi opinión, una monarquía unitaria habría
traído a Italia más inconvenientes que ventajas... Si la
Santa Sede se ha opuesto a los esfuerzos de unificación
monárquica yo no concluyo de aquí que eso haya sido
para la desgracia de este país; de esta forma ha conser­
vado una variedad de vida que responde mejor a sus cos­
tumbres y a sus más antiguas tendencias” M. Guicciardini

M Fa. Guicciardini, Scrilli politicl e Rlcordl; Conslderazionl


intomo al dlscorsi del Machlavelll sopra la prima Deca di TUo
Livio; I, 12, págs. 22-23 (véanse págs. 93 y 94, n. 26): “ Non si
pué dire tanto male della corte romana che non meriti se ne dica
piü, perché é una infamia, uno esemplo di tutto i vituperi e
obbrobrll del mondo... Ma non so giá se il non venire in una mo-
narohia sia State felicltá o infellcitá di questa provincia... B se
bene ia llalla divisa in moili dominli abbia in vari! templ palito
melle calamitá..., nondlmeno in tutti questi tempi ha avuto al
risconlro tanle oiltá florlde che non anehbe avuto sotto una re­
pública, che io reputo che una monarchia gli sarebbe stata piü
infellce che felice... Peré se la Chiesa romana si é opposla alie
monarchia, io non concorro fácilmente essere stata infellcitá di
questa provincia, perché l'ha consérvala in quello modo di vivero
che é piü secondo la anllquissima consuetudine e inclinazione
132 MAQUIAVELO

encuentra asf en la historia, y justificado por la historia,


por todo un conjunto de centelleantes creaciones en la po­
lítica, la economía y el arte, ese particularismo italiano del
que Maquiavelo, demasiado fácilmente, hace abstracción por
no haber medido con exactitud su vigor, como correspon­
día hacerlo a un hombre de Estado e historiador. La his­
toria de tres siglos demostraría hasta qué punto las fuer­
zas particularistas se impondrían a las fuerzas de unidad
nacional. No era menos sorprendente, por parte de un hom­
bre mezclado desde su juventud en la política florentina,
y que conocía lo bastante bien la historia de Florencia
como para que se le confiara la tarea de escribirla, no
era menos contrario a todas las lecciones que podía ex­
traer de esta historia y de I0 3 acontecimientos en que
había participado, el creer que León X y el futuro Cle­
mente V il, elocuentemente exhortados, restablecerían en
Francia las antiguas instituciones, para que la ciudad pu­
diera) gobernarse como ciudad libre, después de su muerte.
Si desde hacía más de un siglo la familia venía asediando
tenazmente a la república, no era de esperar que ahora,
en el momento en que el principado estaba casi fundado,
pudiera contentarse con el papel provisional que la Cons­
titución romana imponía al dictador, y volver cívicamente
a esa clase de comerciantes y banqueros de la que había
salido. Maquiavelo sabía perfectamente que si León X y
Clemente V il no tenían descendencia la familia no es­
taba por eso extinta. Por otra parte, Clemente VII. desde
su acceso al pontificado, asociaba al gobierno de Floren­
cia los dos bastardos de Lorenzo de Urbino, el segundo de
los cuales, por la gracia del Papa y de Carlos V, llegaría
a ser en 1530 duque de Toscana. Maquiavelo sabía muy

sua”. El mismo Maquiavelo (DelVarte della guerra, II; I, pdgi-


ñas 506-308) acaba por reconocer que la multiplicidad de Esta­
dos libres podría favorecer el desarrollo de un número mayor
de hombres de valor: “ Conviene pertanlo che, dove ¿ assai po­
testad!, vi surga assai valenll ucnninl dove ne 6 poche, poehl...
Sendo adunque vero che, dove sia piü impertí, surga >piü uoininl
valentl, seguita di neocessilá che spegnendosi quelli, si spenga
di mano ln mano la vlrtü”.
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 133

bien que ningún Médicis habia sido republicano. Y Guic-


ciardini, que había aceptado servirles deseando también
al mismo tiempo ver establecerse en Florencia un gobierno
bien organizado, sabía, asimismo, muy bien que sólo po­
día tratarse de una monarquía.
Y, en fin, si Maquiavelo se había engañado respecto a
la dirección de los asuntos italianos o florentinos, no supo
dirigir mucho mejor los suyos ni cuidar debidamente su
crédito moral o político. Republicano, destituido como re­
publicano en noviembre de 1512, perseguido como repu­
blicano durante el complot de Boscoli, teórico de las ins­
tituciones y virtudes republicanas en las glosas que es­
cribía ya al margen de las Décadas, desde finales de 1513
ofrecía sus servicios a los destructores de la república y.
para encontrar su favor, componía para ellos un manual
de la tiranía. Arriesgaba su honor en esta aventura. Y aca­
bó de comprometerle cuando dedicó públicamente El P rín ­
cipe al duque de ürbino; cuando, en 1520, 1521 y des­
de los últimos meses de 1525 a la primavera de 1527,
aceptó oficialmente servir a los Médicis; y, en fin, cuan­
do en el prefacio de las fstorie fiorentine, dedicado a Cle­
mente VII, desaprobó públicamente la opinión de los re­
publicanos sobre la malignidad de la tiranía mediciana".
Cometió el error y la torpeza de aparecer públicamente
aliado a una política de la que el Discurso sobre la prime­
ra década, que» continuaba entonces, constituía la negación.
Creyó trabajar así para la patria y la libertad. Pero, des­
pués de la revolución de mayo de 1527, los republicanos
no le perdonarían el equívoco de su conducta y lo que
ellos podían llamar su defección.

Igualmente, es indudable que, en sus escritos, su pensa­


miento parecía complacerse en el equívoco o al menos
en plantear inquietantes enigmas, cuya solución no se mo-

ti Véase pág. 126, n. 33.


134 MAQUIAVELO

lestaba demasiado en ofrecer. El Principe, por no hablar


de la Vida de Castruccio Casíracani, era la obra de un
teórico de la monarquía; de un hombre de acción que
ofrecía a la monarquía el concurso de su experiencia. Los
Discursos sobre la primera década eran la obra de un
teórico de la república. Así lo habían comprendido los
jóvenes entusiastas que, en casa de Cósimo Rucellai, oye­
ron a Maquiavelo leer los principales capítulos. El Dis­
curso sobre la reforma del Estado florentino continuaba
siendo la obra de un teórico de la república, bastante ca­
paz de ilusión como para confiar su restauración a dos
Módicis. Pero se podía uno preguntar quién era el ver­
dadero Maquiavelo: el consejero de la tiranía, el autor del
Principe o el autor republicano de los Discursos. De he­
cho, se le veía aceptar las funciones de historiógrafo del
Estado florentino, escribir una historia oficial, exponer
la doctrina oficial del régimen respecto a las revoluciones
de Florencia. Inquietaba a unos y a otros, no era amado
ni por unos ni por otros. Los republicanos le tenían apar­
tado; los Médicis sospechaban de su apego a una tradición
que continuaba creyendo viva, estimándole poco y no bus­
cando más que comprometerle.
La grandeza de Maquiavelo no está, pues, ni en lo que
hizo, y que resultó mediocre, de débil éxito, a menudo dis­
cutible, ni en lo que quiso hacer, ya que sus proyectos
de acción, florentina o italiana, fueron igualmente iluso­
rios. No está en su carácter, ya que. a menudo cínico de
maneras y palabras, se muestra poco sensible a ciertos
escrúpulos. No está siquiera en su obra, compuesta esen­
cialmente por un libro inacabado de filosofía histórica, y
un vigoroso tratado de política, pero discutido y discuti­
ble, y que, bien mirado, resulta incompleto y sumario.
Obra, a pesar de todo, enigmática y de conclusión incierta,
puesto que, republicano de sentimiento y doctrina, su más
célebre libro, el más leído, aquel cuyos consejos han sido
más meditados, define la práctica de una monarquía ab­
soluta. La grandeza de Maquiavelo reside en su análisis de
los hechos que forman la trama de la política, en su aná-
ILUSIONES E INCERTIDUMBRES 135

lisia de las instituciones y las leyes, del espíritu de las


leyes y del espíritu de las instituciones; en el esfuerzo que
realizó para construir, según un método estrictamente po­
sitivo y sobre bases estrictamente positivas, la ciencia de
la política. Es ahí donde cesa la incertidumbre y donde
Maquiavelo aparece como un maestro.
Ca pítu lo IV

CIENCIA POSITIVA; ESTUDIO LIMITADO

Maquiavelo pensó que la creación de un Estado unitario


y nacional en Italia, o más simplemente, la reforma de
la Constitución florentina, sólo podía fundarse sobre una
política positiva. Desde el comienzo del Discurso sobre la
primera década definió esta política como una nueva cien­
cia. con el orgullo de seguir una vía que nadie todavía
había hollado*.
En Florencia, los hombres de Estado que habían refle­
xionado sobre el arte de gobernar a los hombres se limi­
taron a cuestiones prácticas sin pensar más que en su
ciudad. Habían buscado las formas de gobierno que me­
jor se podían adaptar al carácter florentino, habían dis­
cutido sobre los procedimientos de elección, los poderes
de los magistrados, las atribuciones de las asambleas, el
arte de equilibrar la autoridad de los consejos y las ma­
gistraturas de manera que se evitaran los conflictos, dan­
do satisfacción a los intereses rivales de las clases y las
clientelas políticas. El mismo Savonarola. a despecho de1

1 IHscorsi, I; I, pág. 89: “ Entrare per una vía, la quale non


essendo ancora da alcuno trita...". Sobre la cuestión de las fuen­
tes de Maquiavelo véase Allan II. Gildert, MachiavelU’s Prince
and if« forerunners, Durham (Carolina del Norte), 1938, en 8.®
138 MAQUIAVELO

la pasión que le llevaba a buscar un régimen capaz de


coincidir con el Evangelio, en su tratado del gobierno de
Florencia, había subordinado las visiones ideales y abstrac­
tas a combinaciones de pura oportunidad’. Fuera de una
práctica ingeniosa, pero rutinaria, estos hombres tenían
poco que enseñarle. De los humanistas no podía esperar
ninguna lección verdaderamente útil. Cierto que también
se ocupaban de la política; desde Petrarca habían aspi­
rado a conducir los hombres de Estado. Pero intentaban
resolver una cuestión demasiado amplia y abstracta: la
del gobierno ideal; a falta de un método propio para cap­
tar lo real, habían desarrollado los lugares comunes to­
mados de Platón, Cicerón o Séneca. Florentinos o lombar­
dos. sostuvieron elocuentemente la grandeza de la república
de Roma o la majestad del imperio, poniendo su saber, su
talento y su palabra al servicio de las ciudades libres o los
príncipes. Los humanistas republicanos habían aprobado la
doctrina grecolatina del tiranicidio legítimo y glorioso; su
entusiasmo, que se había exaltado con el relato de los idus
de marzo, justificó, a veces animó, ciertos atentados famo­
sos. Se sospechó que los académicos romanos deseaban la
muerte de Pablo II. Los asesinos de Galeas — María Sfor-
za, duque de Milán— se nutrían de cultura humanista y
recuerdos antiguos. Pero los rectores de la nueva cultura
parecían separarse de esta tradición insurreccional y decla­
matoria, y que sólo conducía a reforzar la servidumbre
do los pueblos bajo un despotismo más riguroso. En Flo­
rencia, mediante la pluma de Angel Poliziano, el humanis­
mo elegante, ingenioso, helenista, había condenado la con­
jura de los Pazzi, el asesinato de Julián, el asesinato frus­
trado de Lorenzo, Los platónicos de Florencia se aliaban
al despotismo civil de los Módicis; los ciceronianos de
Roma maldecirían el catilinarismo republicano. El saber
político de unos y otros obedecía a las mismas convencio­
nes. Giovanni Pontano, el hábil y delicado poeta latino,
mezclado, como diplomático y hombre de Estado, en el
gobierno del reino de Nápoles, que vio pasar primero a

» P. ViLLAiu, Niccold Alachlavelli, II, págs. 240-291,


c ie n c ia p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 139

manos de los franceses y más tarde de los españoles, en


su De principe no supo más que trazar el retrato ideal
de un monarca muy diferente de los que él había servido
o encontrado'. De esta forma las lecciones de los huma*
nistas italianos quedaban bastante débiles y confusas. Ni
en Florencia, ni en Roma, ni en Milán, ni en Nápoles,
habían dicho nada que pudiera verdaderamente iluminar
a una inteligencia aplicada al estudio de los problemas
políticos o sociales.
La antigüedad podía ofrecer a Maquiavelo lecciones más
sólidas. Eran los filósofos y moralistas de Grecia y Roma
quienes enseñaron al humanismo a discutir la cuestión del
gobierno perfecto. Pero Maquiavelo no tenía de sus obras
un conocimiento muy profundo. Por guslo y temperamento
no deseaba seguir durante mucho tiempo a estos hombres
que, en su mayor parte, buscaban sobre todo construir so­
bre la tierra la ciudad de los filósofos. Así eran Platón.
Cicerón o Séneca. Platón le habría enseñado a desdeñar
la sociedad real, el orden aparente y provisional donde
nacen el desequilibrio y la violencia; a buscar la con*
cordia, y armonía de esas fuerzas del alma que la vida
de la ciudad libera y desarrolla. Pero Maquiavelo apenas
había mantenido contacto con los platónicos de Careggi;
ligado a Florencia e Italia por una pasión demasiado ar­
diente se complacía en este mundo brutal y trágico donde
llevaba su desilusionada búsqueda; no se preocupaba de
fundar, sobre la idea del bien, una justa república. En los
escritos políticos de Cicerón, improvisados, escasamente
originales, hubiera encontrado al menos el deseo de aco­
plar a una doctrina conservadora el sentido de lo justo y
la dignidad cívica. Las disertaciones del tratado de las
Leyes sobre el derecho abstracto y las magistraturas ro­
manas no demostraron en vano a Maquiavelo cómo la Cons­
titución republicana y senatorial había traducido y rea­
lizado en la práctica los más altos principios de equidad.
Pero Cicerón, a pesar de su experiencia de la vida activa,
escribía como filósofo, curioso ante la teoría y las ideas
puras. Y, en fin, Séneca había sabido olvidar las ficciones
* Ibid., pág. 212.
140 MAQUIAVELO

senatoriales de la edad republicana; a la noción constitu­


cional y jurídica del ciudadano romano prefirió la noción
ética y estoica de ciudadano del mundo; a la responsabi­
lidad del individuo frente a la estrecha ley del Estado,
la responsabilidad del querer humano ante la conciencia
y la ley moral. Pero el secretario florentino, servidor de
una patria viva, no podía desprenderse de su amor por ella.
No era bastante cristiano como para elevarse hasta el ideal
de la sabiduría estoica, liberado interiormente de las con­
trariedades de la ciudad y sometido únicamente al decreto
divino, lo mismo que el fiel, liberado en espíritu por el
Evangelio de las leyes que su humildad le impone obede­
cer, sabe que no hay perfección más que en la caridad
humana y el amor de Dios.

Entre los filósofos que en la antigüedad habían tratado


de política era, sin ninguna duda, Aristóteles con quien
más fácilmente hubiera podido entenderse. Conocía la Po­
lítica y no podía olvidarla. En efecto, hay en los escritos
de Maquiavelo ciertas expresiones, ciertos ejemplos histó­
ricos, ciertas ideas personales, que recuerdan la gran obra
de Aristóteles \ Probablemente no le leyó en el texto, sino
en la traducción latina, por lo demás excelente, que Leo­
nardo Bruni había realizado en 1435 y de la que, a partir
de 1470, se multiplicaron los ejemplares. En Aristóteles
podía encontrar una dialéctica positiva, encadenada vo­
luntariamente a lo real, y que sólo deseaba sobrepasarlo
apoyándose en él. Veía a Aristóteles comparar los diver­
sos gobiernos de Grecia, interrogar la historia para definir
esos diversos regímenes, desentrafilar su espíritu. Maquia-
velo no desperdiciaría estas lecciones. Pero Aristóteles ra­
zona como filósofo sobre cuestiones filosóficas; también*

* EM libro V parece ser el que ha sugerido más ideas a Ma­


quiavelo; por ejemplo: oap. VIH, 20; Principe, 6: IX, 11; Pr.,
16; IX, 13; Pr., 17; IX, 13; Pr., 18; IX, 13; Dlsc., III, 26; IX,
17; bise., II, 26. A m ,an H. Gii.ueiit da una relación detallada por
el Principe.
CIENCIA POSITIVA; ESTUDIO LIMITADO 141

él se esfuerza en definir el ideal de un gobierno perfecto:


tanto como a la historia, recurre a la razón pura. Al mis­
mo tiempo su concepción del Estado es singularmente vas-
ta, sintética, filosófica; y Maquiavelo está en desacuerdo
con él a la vez sobre los términos del problema a plantear,
y sobre el papel del Estado.
Maquiavelo no intenta ya resolver, como los filósofos an­
tiguos o los humanistas italianos, el problema del buen
gobierno. Ha roto con esta tradición recibida de la esco­
lástica y el humanismo. Filósofos antiguos, escolásticos y
humanistas consideran primeramente los hombres, sus ne­
cesidades. sus reivindicaciones naturales y legitimas, para
buscar después cómo el Estado puede asegurar sus dere­
chos, ofrecer un abrigo tutelar a su actividad y su sole­
dad. Maquiavelo, en el centro de su sistema político, es­
tablece no la necesidad de satisfacer los deseos naturales
de los hombres, sino la necesidad de gobernarles. Afirma,
en principio, el hecho del gobierno, e intenta definir cómo
se impone mejor y en forma más duradera, por la per­
suasión o la fuerza. Sólo quiere definir las reglas más
útiles y ciertas del arte de la política. Nada menos es­
peculativo. Maquiavelo no considera ni el bien de los hom­
bres ni sus derechos, sino los medios más seguros de im­
ponerles un orden y una autoridad. Esta investigación,
esencialmente técnica, no conduce únicamente a una filo­
sofía del éxito político, atenta sólo a definir las causas
psicológicas, morales o sociales, que lo determinan. A pe­
sar de su indiferencia ante el ideal cristiano de los hu­
manistas, Maquiavelo no puede evitar el problema moral,
o, por lo menos, el problema del éxito político se trans­
forma para él en un problema moral. Porque sólo estima
el éxito en la medida en que el Estado lo aprovecha para
su conservación, su reforzamiento o su defensa; de esta
forma, el arte de la política se deja guiar por una ética,
cuyo papel indispensable es cultivar las virtudes necesa­
rias para la conservación del Estado, y que ya la ciudad
antigua exigía de los ciudadanos: obediencia a las leyes,
a los magistrados, respeto de las instituciones civiles, re­
ligiosas, militares. Virtudes activas que Maquiavelo desig­
142 MAQUIAVELO

na con una sola palabra, la "v irtü ", y que se oponen a


la despreocupación, a la negligencia, a la pereza, a ese
"o zio " que ha sido causa de la debilidad y pérdida de la
república florentina. Una ciudad en la que los individuos
practiquen estas virtudes, espontánea o coactivamente, es
una ciudad con vida política. De ahí por qué Maquiavelo
enseña estas virtudes a sus jóvenes auditores de los Orti
Oricellari: no por buscar su perfección individual; el in­
dividuo y las virtudes personales sólo tienen importancia
en la medida que pueden servir al Estado *.
La concepción del Estado de Maquiavelo es más posi­
tiva y estrecha que la de Aristóteles. Como punto de par­
tida el filósofo admite la sociedad humana, tal como nos
es dada por la naturaleza, y lo que ella tiene el derecho
de esperar del Estado. Maquiavelo plantea primero el pro­
blema del gobierno y el de los medios que le permiten
exigir obediencia de los hombres y obligarles a practicar
las necesarias virtudes. Y esto no porque Aristóteles quie­
ra disminuir la autoridad del Estado. El Estagirita con­
cibe el gobierno, para tomar unas palabras del lenguaje
de nuestro tiempo, en el tipo totalitario La acción del Es­
tado domina, regula, disciplina la vida de toda la socie­
dad. Aristóteles hace entrar en la política no solamente
la técnica del gobierno, la legislación y la justicia, sino
también el conjunto de los problemas de economía, ins­
trucción pública, educación física, gimnasia, música, poe-

» ZMscorsi, II, Introd.; I, pág. 228: "Una cillá o una provin­


cia... ordlnala al vivare político"; III, 8; I, pág. 361: “ Una cltlá
che ancora viva politicamente". II, Introd.; I, pág. 229: “ Estrema
miseria, Infamia e vituperio; dove non é osservanza di religione,
non di leggl, non di mllizia; ma sono miculatl d'ogni raglone
brutlura... E veramente, se la virtü che allora regoava, ed 11
vlzlo che ora regna, non fussino piü clilarl che 11 solé... acoloché
gil anlml de' glovanf che questl mia scrilti leggeranno possino
fuggire questi e prepararsi ad Imitar quegli...". I, Introd.; I,
página 90: "Che di quella antlca virlb non el ¿ rimasto alcun
segno... Quel male cite ha falto a molle provínole e clttá cris­
tiane uno ambizloso ozio". I, 47; I, pág. 197: “ Dopo 11 1494,
sendo stall 1 princlpl delta clttá cacciati da Flrenze, e non vi
essendo alcuno governo ordtnato, ma plü tosto una certa Ucenza
ambiziosa, ed andando le cose publlche di male in peggio...".
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 143,

sfa y religión: toda la actividad humana. La ciudad no


puede abandonar fuera de su control ninguna de las for­
mas de esta actividad porque ninguna de ellas le es indi­
ferente. El papel del Estado es educar, formar, cultivar al
ciudadano, asegurar y organizar su vida intelectual y ar­
tística. su culto y sus relaciones con lo divino, asignarle
su lugar en la jerarquía de las funciones públicas y del
trabajo. El Estado envuelve asi por todas partes al indi­
viduo y le disciplina.
El pensamiento de Aristóteles no es, sin embargo, el de
un político, sino el de un moralista. El fin supremo de
esta constante intervención del Estado en la vida de los
grupos sociales y de los individuos no es el interés del
Estado, sino el bien del hombre. Este fin no es político,
sino ético: es, si asi se puede hablar, humanista en el sen­
tido goetiano del término. Se trata de asegurar, por me­
dio de las leyes y las instituciones, por medio de la fuerza
coercitiva de la ciudad, el más feliz, el más completo y
armonioso desarrollo de las facultades humanas, de las
potencias humanas, del espíritu humano. Es ahi donde
radica verdaderamente la grandeza del pensamiento polí­
tico de Aristóteles; y Dante es capaz de seguirle hasta ahí.
Pero el secretario florentino no acepta este ideal, porque
no es un humanista, porque su espíritu es menos amplio
que el de Aristóteles o Dante; porque el hombre, las po­
tencias humanas, el espíritu humano y el porvenir del
espíritu humano le importan menos que a Leonardo de
Vinci; lo que a él le importa no es solamente satisfacer
los deseos y asegurar los derechos de los hombres, edu­
carles y elevarles a un nivel más alto, sino gobernarles.
El positivismo de Maquiavelo se restringe voluntariamen­
te al dominio del Estado, excluyendo de él todo lo que.
de cerca o lejos, no se refiera al arle de obtener los
servicios y obediencia de los hombres.
Positivismo esencialmente romano. Roma ha&ía afirma­
do muy alto la autoridad del Estado sobre el individuo.
Pero, en la práctica, había limitado la acción del Estado
a los dominios de los hechos políticos, jurídicos, militares
y religiosos; al dominio de las realidades donde la acción
Í 44 maquiavbLO

del Estado busca y encuentra un apoyo, abandonando casi


enteramente el resto a la iniciativa individual. Alumno
de Boma mucho más que de Grecia, Maquiavelo reduce
también el Estado a los límites de sus funciones polili*
cas, jurídicas, militares y religiosas.
Concepción, sin duda, estrecha al lado del programa tan
vasto, tan variado, tan grandemente humano y filosófico
de Aristóteles. Pero concepción más práctica, más inme­
diatamente realizable, más fácil de reducir en breves fór­
mulas, aplicables sin demora en la acción y en lo real;
concepción que había permitido a Boma subyugar a Ita­
lia. al mundo, fundar el Imperio, y, más tarde, fundar la
Iglesia. Pero, tanto como por la sabiduría romana, Ma­
quiavelo se deja aconsejar por las circunstancias. Su pen­
samiento se ve dominado por el sentimiento de una tarea
inmediata, urgente, de salvación pública. Para salvar a
Italia, o solamente a Florencia, es preciso primero cons­
truir la armadura del Estado; es decir, fundamentalmente,
el gobierno y las funciones esenciales ligadas a é l: lo pri­
mero la política. Fundar o reconstituir, sobre bases estric­
tamente políticas, jurídicas, militares o religiosas, el Esta­
do. he aquí por el momento la única cosa necesaria; el
resto vendrá por añadidura. Una vez fundado el Estado, si
es necesario contra los hombres, y asegurado, por una só­
lida armadura, contra sus enemigos del interior y exte­
rior, habrá después tiempo de pensar en los hombres, en
sus necesidades, en sus deseos, en sus derechos.

Maquiavelo no es, sin embargo, un verdadero técnico de


la política. Se eleva a una visión general de la evolución
humana. Pero no considera ni la sucesión de formas eco­
nómicas o sociales, ni el progreso del espíritu. Hombre de
Estado, político, sólo desea estar atento a los destinos de
los Estados, a las vicisitudes de las formas políticas. Cuan­
do intenta filosofar no se le ocurre seguir a un filósofo;
es de un historiador, el más exacto, el más estrictamente
CIENCIA POSITIVA; ESTUDIO LIMITADO 145

político de los historiadores de la antigüedad, Polibio, de


quien toma la teoría clásica del circulo eterno donde se
encuentra fatalmente encerrada la sucesión de formas gu­
bernamentales *.
En principio los hombres vivieron dispersos a la ma­
nera de las b e s t i a s M á s tarde, necesariamente reunidos
en grupos, eligieron jefes para defenderse. La elección
recayó sobre los más robustos y valientes. Así nacieron
las primeras sociedades; con ellas aparecieron la noción
de justo e injusto y se promulgaron las primeras leyes.
Desde entonces no era suficiente seguir al más fuerte;
se prefirió al más juicioso y prudente; y apareció la mo­
narquía electiva. Pero pronto una primera usurpación la
hizo hereditaria: el príncipe, olvidando las virtudes por
las que el fundador de su estirpe había recibido los su­
fragios del pueblo, no pensó ya más que en su interés,
en su deseo; se convirtió en tirano. Y los jefes de las
más poderosas familias, con ayuda del pueblo, le derri­
baron. Nacen entonces repúblicas gobernadas por los hom­
bres principales de la ciudad. Pero, una vez establecido,
el régimen aristocrático degenera bien pronto en oligar­
quía. Los aristócratas no observan ya la ley ni la igual­
dad cívica; el gobierno de los mejores se convierte en
la dominación arbitraria y desordenada de algunos, con
desprecio del interés público y de los derechos de lodos.
Nueva tiranía, igualmente condenada a perecer. El pue­
blo. con la voz del primero que habla audazmente, se re­
vuelve, destruye la oligarquía, se apodera del gobierno.
Rechaza a la vez la autoridad única y personal del prín­
cipe, la autoridad múltiple de los jefes de las grandes fa­
milias, la autoridad restringida de algunos hombres po­
derosos. Pero el régimen democrático se corrompe a su
vez; la mayor parte de las veces de forma muy rápida,
desde que desapareció la autoridad múltiple de los fun­
dadores. La demagogia triunfante no respeta ya ni los de­
rechos de los particulares, ni la autoridad de los magis-

• P ombio, Historias, VI, 3-10.


’ Todo este proceso en IHscorsl, I, 2; I, págs. 98-100.
140 MAQUIAVELO

Irados, ni la ley. Cada cual regula su conducta según su


interés. El desorden alcanza un punto tal que, para es­
capar a él, se restaura la monarquía. Y de nuevo la mo­
narquía pierde sus virtudes y la ciudad recomienza las
etapas que acaba de cubrir. Tal es el círculo que recorren
necesariamente todos los Estados. Continuarían asi hasta
el infinito si la mayor parle de las veces el desorden y
la debilidad que engendra esta perpetua inquietud no les
condenaran a convertirse en presa de algún Estado ve­
cino, en ese momento mejor organizado, más vigoroso, pero
destinado él también a las mismas revoluciones, a las mis­
mas repeticiones y a idéntico fin. Cuando dos siglos más
tarde Montesquieu, en el V III libro del Espíritu de las
Leyes, estudia la corrupción de los príncipes de tres go­
biernos, no hace más que recoger esta tesis clásica que
Maquiavelo lomó de la antigüedad*.
Pero en ese circulo eterno al que las formas guberna­
mentales se encuentran indefinidamente encadenadas, el
arte y la ciencia del hombre de Estado pueden determinar
algunos momentos de espera y equilibrio, que, por lo de­
más — Maquiavelo no lo ignora— , son necesariamente li­
mitados. Para evitar el peligro de estas revoluciones fata­
les la antigüedad había concebido y a veces realizado una
forma de gobierno mixta que, participando de lo monár­
quico, de lo aristocrático y de lo popular, poseía así la
estabilidad que falla a cada uno de estos tres elementos.
Los tres principios que lo constituyen, al ejercer uno so­
bre el otro una acción constante, aseguran el manlenimien-

• Discorsi, I, 2; I, pág. 100: “ E questo é 11 oerchlo nel quale


girando lutte le republiche si sono governate e si govcmano; ma
rada valte rltornano ne’ governi medeslml... Ma Pene Interviene
che, nel travagllare una república, mancándole seanpre consigllo
e forze, diventa suddita d'uno stato proplnquo, che sla meglio
ordinato di leí”. El mismo ciclo viene presentado en una forma
ligeramente distinta en los Cahíers, pág. 206: "Casi todas las
naciones del mundo giran en este circulo: primero son bárbaras;
conquistan, y se convierten en naciones organizadas: esta orga­
nización les hace prosperar, y se convierten en naciones civili­
zadas: la civilización las debilita; son conquistadas y se convier­
ten en bárbaras: testigos de ello los griegos y los romanos”.
CIENCIA p o s it iv a ; E s te n io LIMITADO 147

lo del pacto constitucional*. Cuando Licurgo estableció las


leyes de Esparta supo atribuir a los reyes, a los nobles
y al pueblo la parte de control que debía corresponderle
en los asuntos públicos, y fundar un Estado que duró más
de ochocientos años. Al contrario, por haber instituido
un Estado puramente popular, Solón dejó una obra tan
poco duradera que, antes de su muerte, Atenas cayó bajo
la tiranía de Pisístrato. Después de la caída de los tiranos,
constantemente amenazada por los complots de los grandes
y la agitación de los pequeños, la democracia ateniense
apenas pudo mantenerse durante más de un siglo. Com­
parada con el régimen lacedemonio, su vida fue breve.
Pero Roma supo encontrar su equilibrio mejor que Atenas:
supo crear un Estado tan duradero como la ciudad es­
partana, y más preparada que ella para el poder y la
conquista ",
Los primeros fundadores de Roma cometieron el error
de instituir en principio una monarquía, demasiado in­
diferente a los derechos y a la libertad de los ciudadanos.
La fuerza natural de las cosas, la fortuna de Roma, la
inteligencia de sus legisladores, corrigieron los defectos
de la primera institución. La insolencia de los reyes hizo
nacer el gobierno consular y senatorial, donde se encuen­
tran dos de los tres elementos esenciales: la autoridad
monárquica y la autoridad de la aristocracia. Quedaba
por introducir en este régimen el elemento popular. La
insolencia de la nobleza ofreció al pueblo la ocasión de
mostrar su fuerza. Sin abatir la autoridad monárquica de
los cónsules, la autoridad aristocrática de la nobleza re­
presentada por el senado, el pueblo obtuvo participar en
el gobierno; eligió a sus tribunos y recibió poco a poco
acceso a las magistraturas. Una vez establecido el tribu­
nado de la plebe la república romana llegaba a su final.

• P oi.ibio, VI, 10-11, Cicerón presenta le misma doctrina en el


De Leglbus, III, y en el primer lluro del De República, que seguía
extraviado en la época de Maqulavelo. Cf. L eón Homo, Les insti-
tutions politiquee romaines; de la cité á VEtat; la Evolución de
la Humanidad; núm. 18; París, 1927, en 8.t>; págs. 130-147,
" Olscorst, I, 2; I, págs. 101-102.
148 MAQUIAVELO

Se constituía así un gobierno libre donde los cónsules per-


petuaban lo que había que conservar del poder real y don-
de la nobleza y el pueblo se tenían un mutuo respeto".
Esta república perfecta, bien equilibrada, estable, dura has­
ta César, que la destruye, y, sobre sus ruinas, edifica un
despotismo cuya maligna tradición sobrevive en el im­
perio de Carlos V " .
• • *

A pesar del transcurso universal y fatal de las cosas


humanas existen, pues, ciertas reglas donde se resume el
arte de crear un Estado bastante duradero, bastante fuerte
para resistir durante mucho tiempo a las causas internas
de su disolución, y mantenerse frente a la oposición y
hostilidad de los Estados vecinos. La república romana
ofrece la forma ideal d® este Estado, tal como vivió entre
el establecimiento del tribunado y las guerras civiles. Las
reglas esenciales que permiten fundar un gobierno como
éste se deducen fácilmente de la historia de la república
romana. Entre todos los Estados que fundaron los hom­
bres éste fue el más fuerte, el más equilibrado, el más
capaz de resistencia, de expansión y conquista. Para el
teórico de la política la historia de los primeros siglos ro­
manos es una historia privilegiada, más rica en enseñan­
zas que ninguna otra. Es esta historia la que primero debe
conocer a fondo y la que debe iluminar siempre su pen­
samiento y su práctica.
Maquiavelo se propone estudiarla según Tito Livio; se
entrega a la tarea de comentar, como teórico de la po­
lítica, la obra completa del historiador paduano. Pero la
brevedad de la vida humana no le permitió sobrepasar los
diez primeros libros. Conoce también, sin duda, la historia
griega, y, mejor que la mayor parte de sus contemporá­
neos, la historia moderna de Europa desde la caída del

" D itc o r s l , I, 2; 1, pág. 102; P olibio, VI, 11-18. Cf. principio


del 1$: «Toicarnts 6¿ oOcttis -rf¡s ék& jtov twv pépcov 8uváu«¿>Si dj tó
Kcd pxénmiv xal owspyslv áXAi^Aois, irpás tt6<7cc$ auygulvEi tú* Trepicr-
tóosis (¡cóvtcos ÍX£iv Tf)v óppoyif|v qcótüv <&$te olóv T'elvon tov/tus
eüpelv áprivu TroXiTttas avanraffiv».
“ Véase pág. 91.
CIENCIA POSITIVA; E8TUDIO LIMITADO 149

imperio de Occidente"; y conoce, en fin, mejor también


que la mayor parte de sus contemporáneos, la política eu­
ropea, en la que ha participado. Pero ni la historia griega,
ni la historia moderna, ni la crónica reciente, contienen
una enseñanza igual a la que, para un hombre de Estado,
se desprende del pasado romano. Petrarca lo había afir­
mado como poeta. Los humanistas lo habían repetido como
alumnos de Petrarca, con una seguridad que el espectáculo
de Italia había poco a poco debilitado. Maquiaveio, que
disfrutó mucho al contemplar el mundo moderno, pero
que conocía sus taras y debilidades, después de un largo
periplo a través de Italia y Europa, volvió a buscar las
enseñanzas de la Poma consular y senatorial.

Así se define la obra intentada por Maquiaveio. El pro­


blema planteado permanece a un nivel estrictamente po­
lítico. El método es histórico, analógico, experimental. Se
funda sobre el hecho tal como lo da la historia. Poco
importa que Maquiaveio atribuya al relato de Tito Livio
una autoridad que no merece; la crítica de las leyendas
relativas a los primeros siglos de Roma no había nacido.
Partiendo de datos que juzga incontestables intenta seguir
la evolución de las formas políticas, discernir las causas
que determinan su aparición, su progreso, su decadencia.
Bajo otros climas, en otros países, en otros tiempos y otros
medios, estudia la evolución de formas análogas o dife­
rentes. La historia griega y la historia moderna le per­
miten establecer, entre las instituciones romanas, las de
Grecia y los Estados recientes, algunas comparaciones que
ayudan a comprender el espíritu de unos y otros. El mé­
todo de Maquiaveio se apoya, finalmente, sobre la expe­

" Conoce la obra capital de Fi.avio Biondo, Historiarum ab


incllnatlone Romanorum Dicades, terminada en Roma poco des­
pués de 1453, pero la que él ha utilizado es, sobre todo, en sus
Istorle fiorenllne, Cí. P. V ii.lari, Machiavelll, III, pAgs. 207 y
221-227; Bronl del libro I delle Istorie del Machiavelll mesel a
rlsoonlro con eltri delle Storie di Fia vio Biondo.
160 MAQUIAVELO

riencia. Lo que pudo saber, por la práctica, del gobierno


de una ciudad libre y sus relaciones con los Estados ita­
lianos o europeos le permite verificar a lo vivo las con­
clusiones que le sugieren las lecciones del pasado. De esta
forma llega, según su expresión, a desprender el gusto
y el sabor de los hechos históricos” . De esta forma se
eleva poco a poco hasta los principios generales según
los que se desarrollan necesariamente la sucesión y evo­
lución de las formas políticas. “ He examinado en prin­
cipio a los hombres — dirá Montesquieu, lector de Ma-
quiavelo— , y he creído que. en esta infinita diversidad de
leyes y usos, no se conducían únicamente por su fantasía.
He planteado principios y he visto a los casos particulares
moldearse a ellos, como por su propio impulso. He visto
que las historias de todas las naciones no son más que
el desarrollo de estos principios y que cada ley depende
de otra más general"” .

II
En muchos aspectos el método de Maquiavelo se pa­
rece al de Leonardo de Vinci. En sus manuscritos, escalo­
nados de 1489 a 1518, el pintor de la Cena de Santa María
de las Gracias reunía entonces los elementos de una in­
mensa enciclopedia. Como Maquiavelo. Leonardo no es un
puro humanista. Con preferencia a los filósofos, oradores
y poetas ha frecuentado a los sabios de la antigüedad.
La experiencia es para él la condición indispensable de
toda ciencia real y que pretenda ser eficaz. Con una ap­
titud admirable para la observación y la larga paciencia
del genio Leonardo define, clasifica y critica los hechos.
Se eleva de las comprobaciones particulares a las leyes

” Dtecorsl, I, Inlrod.; I, pág. 90: “ Non avere vera cognlzione


delle storle, per non trarne, leggendcrle, quel senso, né gustare
di loro quel sapore che le hanno In sé”.
“ Esprtí des Lols, prefaolo. Sobre Montesquieu lector de Ma­
quiavelo, véase Ettohe L evi Malvano, Montesquieu e MacMaveUi,
Biblioteca del Instituto Francés de Florencia, 1.* serle, 2, Pa­
rís, 1912, en 8.*>
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 1 5)

generales de donde vuelve a descender a la práctica. “ Es­


tudia primeramente la c i e ^ a — dice— , y después la prác­
tica nacida de esta ciencia... La mecánica es el paraíso de
las ciencias matemáticas; con ella se consigue alcanzar su
fruto” ” . Trabaja incansablemente en el perfeccionamiento
de las técnicas, se inventa, para las más diversas indus­
trias, las máquinas más variadas. Pero, al mismo tiempo,
este sabio universal se eleva a una visión general del
mundo. El impulso de su espíritu supera el empirismo y
el positivismo: porque la naturaleza está llena de infinitas
razones que no estuvieron jamás en la experiencia. El
universo está animado de una vida misteriosa; todas sus
partes están ordenadas con vistas a un mismo fin. El de-
terminismo físico traduce una necesidad interna y moral
por donde se expresa una voluntad divina. De la misma
manera, Maquiavelo, en la historia romana, en la compa­
ración de la historia romana con la historia griega y mo­
derna, en la confrontación de las teorías que ha podido
extraer de los hechos con los acontecimientos de los que
ha sido espectador, prosigue su estudio positivo. Se eleva
a los principios generales; desciende de nuevo a la prác­
tica. Podría decir, trasponiendo las palabras de Leonardo:
“ La política es el paraíso de las ciencias históricas; con
ella se llega a su fruto" ” . Pero Leonardo, que practica
las ciencias positivas, y presiente que el hombre va a apo­
derarse de las leyes de la naturaleza y amoldarlas a sus
necesidades, cuenta con el porvenir, admite la idea del
progreso del espíritu humano y la obra humana. Por el
contrario, la idea de un progreso en la evolución de las
formas políticas no aparece en la obra de Maquiavelo.
Como historiador está demasiado convencido de la supe­
rioridad del mundo antiguo sobre el moderno; conoce de­

” G. Seailles, Léonard de Vinel, l'artiste el le savant; essal


de biograpMc psychotogigue; París, 1892, en 8.', págs. 203, 343-
344: “ al frulto matemático".
” THscorsl, I, lntrod.; I, pág. 90: texto citado pág. 129, n. 14:
"... gustare di loro queJ sapore che le hanno hi se". En reali­
dad, es posible que haya cogido esta fórmula de P olibio, Histo­
ria», 1, 5: «TÓ XpflOIMOV KGtl TÓ TÍpUVOV ÍK 1% (aTOpioS yagelvi.
152 MAQUIAVELO

masiado bien la decadencia de Europa después de la caida


del imperio romano. Admite mejor que las cosas humanas
giran en un círculo sin fin. La ley del eterno retorno,
que a través de las revoluciones d® 1® historia conduce
el juego de la política, expresa para Maquiavelo, especta­
dor de las cosas humanas, esa vida misteriosa que para
Leonardo anima el mundo material. Mientras que en la
armonía del universo material Leonardo quiere reconocer
la acción ordenadora de una inteligencia divina, Maquia-
velo, en el movimiento sin fin que arrastra perpetuamente
a los Estados y la sociedad de los hombres, parece con­
centrar lodo lo que su inteligencia, crítica y negadora, ha
podido conservar de la noción de lo divino.

Esta idea del circulo que las cosas humanas recorren


sin fin sirve de base a la ética de Maquiavelo. El fin de
la actividad humana es encontrar de nuevo y recrear, con
las raras mejoras que pueden parecer posibles, lo que ya
una vez ha probado su excelencia. El pesimismo de Ma­
quiavelo no parece concebir otro porvenir ni otro ideal
para los modernos que el de volver a encontrar y a resu­
citar el genio político de Atenas y Roma, y sufrir a su
vez. después de un período más o menos largo do gran­
deza y equilibrio, la decadencia de los imperios desapa­
recidos. La ética de Leonardo, que cree en el porvenir del
espíritu humano, arrastrado de creación en creación, tie­
ne más confianza en el destino humano que la ética de
Maquiavelo, en donde el papel y el precio de la virtud
se encuentran subordinados a la realización de una obra
política que no es más que un nuevo comienzo; obra de
éxito y duración necesariamente precarios, y condenada a
perecer en virtud de la propia ley que promete su éxito.
Como toda doctrina que se niega abrir ante el alma hu­
mana un horizonte ilimitado, el pensamiento de Maquia­
velo es triste, pesaroso. Sin embargo, el decreto divino
que condena a la sociedad de los hombres a recorrer en
el mismo círculo sin salida la misma eterna carrera no
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 153

le lleva a dudar sobre el valor de la acción. Por el con­


trario, existen pocas doctrinas que, como la suya, exalten
el valor de la acción individual En la historia Maquia-
velo no intenta reconocer la acción colectiva de los pue­
blos, de las sociedades, de las clases, la acción misteriosa
del genio anónimo que los románticos han visto nacer de
las multitudes. Sería inútil buscar en él una palabra que
haga presentir las intuiciones de Vico o Herder. Su inte­
ligencia es demasiado positivista para detenerse en la his­
toria ante el misterio de las realizaciones colectivas. El
recorrido secreto de las ideas, de las teorías, de la doc­
trina, no le interesa en absoluto; no más que la lucha
oscura de los intereses materiales. Para comprender los
hechos necesita citar nombres, ver luchar a los hombres.
Pero cree en la acción decisiva de los individuos que sa­
ben responder al llamamiento del destino, secundar las
intenciones de la fortuna y, por lo menos, no desanimarse
nunca. Así como explica la mayor parle de los aconteci­
mientos por el efecto de los textos legislativos, en historia
atribuye un papel capital, sin duda el primero, al legis­
lador, que impone a la sociedad la disciplina de las le­
yes duraderas. Viene después el hombre de Estado que
las aplica, las adapta a las cambiantes necesidades de los
lugares y los tiempos. Ilómulo y Numa, Licurgo, Solón,
Moisés, son para él los más altos arquetipos humanos. Re-*I,

“ Maquiavelo concede un gran valor al libre arbitrio humano,


y a la energía Individua1 !, que responde a la invitación de la
fortuna: II Principe, 26, I, píg. 82: “ Ognl cosa ó concorsa nelle
vostra grandezza: cJ rimancnte dovele far vol. Dio non vuole tare
ognl cosa, per non ci torre el libero arbitrio, e parte di quella
gloria che tocoa a noi'\ De todas formas, incluso atribuyendo
al destino un poder Irresistible, los hombres que no pueden saber
dónde les lleva este poder nunca se deben abandonar: Discorsi,
II, 29; I, pág. 316: “ Affermo bene, di nuovo, queslo essere veris-
simo, secondo che per tutle le istorie si vede, che gli uomlnl
possono secondane 'la fortuna e non opporeegli; possono tessere
gil orditi suoi e non rompcrgll. Debbono, bene, non si abbandonare
mal: perchó, non sapiendo U fine suo, e andando quella per vie
Iraverse ed incognite, hanno sempre a aperare, e aperando non
si abbandonare, in qualunque fortuna ed In qualunque travaglio
si truovlno".
154 MAQUIAVELO

presentan la inteligencia, aplicada a captar y definir en


la ley las relaciones necesarias que la naturaleza de las
cosas establece entre los hombres; representan la voluntad
que impone la ley. En un plano inferior aparece el ciu­
dadano. Por la fe y el entusiasmo con que acepta la ley, la
obedece, y, soldado, se arma para defenderla, representa
el sentimiento aplicado a la obra humana por excelencia,
la creación y conservación del Estado. La acción del hom­
bre inspirado que concibe e impone la ley, la acción del
ciudadano soldado que la acepta y que obedece la disci­
plina hasta la muerte, son los únicos valores espirituales
que el positivismo histórico y político de Maquiavelo re­
conoce. Pero exalta estos valores hasta el punto de vene­
rar a aquellos hombres en los que con más fuerza apare­
cen como santos y héroes de una religión totalmente cí­
vica y positiva, que, en el lúgubre círculo eterno donde
giran las cosas humanas, reserva su culto y su amor al
Estado ".
Por lo demás, el curso de la historia conduce ya de nue­
vo — Maquiavelo no lo duda— a los hombres del Renaci­
miento! hacia las más sublimes esperanzas. La ley del eter­
no retorno determina la renovación del arte y del pensa­
miento, de la ciencia política, de la acción gubernamental.
Asegura a los modernos la certeza de restaurar por al­
gunos siglos la grandeza romana. En este pasado en el que
inscribió las huellas de su genio, Italia encuentra de nue­
vo lo que su genio ha creado ya una vez. Encuentra su
primacía intelectual; va a encontrar su fuerza y su do­
minio entre los pueblos. La ley del eterno retorno garan­
tiza su misión en el mundo moderno. Maquiavelo, precur­
sor de Mazzini, define esta misión en la última página
del Arte de la guerra, con palabras fatídicas: “ No quiero
que os abandonéis o perdáis confianza; porque este país
parece, evidentemente, nacido para resucitar las cosas

*» Indicaciones sobre la ética de Maquiavelo y los principios


de esta ética en la obra de Francesco Ercole, La política di Ma-
chiavellt, Roma, 1926, en 8.°, 1.* 'parte, L’etica del Machiavelli,
y Friedr. Meineche, Sfe Idee der Staatsrüson (véase bibliografía),
páginas 39-51.
c ie n c ia p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 155

muertas, como se ha visto con la poesía, la pintura y la


escultura"

III

De esta forma Maquiavelo se exalta ante el presenti­


miento de una grandeza que fue y que va a renacer. La
intuición del poeta prolonga el cálculo positivo del cien­
tífico. Pero el sueño de Leonardo de Vinci abraza todo el
porvenir humano. Sus prodigiosas visiones son las de un
hombre cuyo genio recorre, con fe y esperanza, todo el
dominio de las ciencias que, a través de la antigüedad, la
Edad Media árabe y cristiana, ha constituido lenta y se­
guramente el esfuerzo incesante del espíritu. Su poesía es
verdad, porque se nutre do un saber enciclopédico y po­
sitivo. El estudio del secretario florentino, mantenido en
más estrechos límites, sólo le permite el sueño de un
hombre de Estado.
El problema que se plantea Maquiavelo se limita vo­
luntariamente a la política. Emprende la tarea de definir
los medios más seguros que. en el universal transcurso
de las cosas, en el círculo donde las formas políticas se
sucederán sin fin, permiten fundar un Estado sólido y
mantenerlo contra las amenazas internas de disolución,
contra los peligros del exterior; conservarlo, detener su
decadencia, reformarlo. Problema de arte político. Porque
Maquiavelo, como los hombres de Estado florentinos, será
ante lodo un técnico de la política. En efecto, la política
le parece dominar y mandar la economía y la vida social

■ Dell’arle delta guerra, VII. I, pág. 620: “ DI che non voglio


vi sblgolliate o difftciate; perché quesla provínola pare nata per
Isuscitare le cose morte, come si é visto delta poesia, delta plttura
e delta sculture.
*> Las libertades públicas determinan para Maquiavelo la fuer­
za y la prosperidad de un Estado: Msconi, II, 2; I, págs. 235-236;
“ Si vede per esperienza íe ciltadi non avene mal amplíalo n i di
dominio né di ricchezza se non mentre sono state in liberta...
Súbito che nasee una Urannide sopra un vivere libero, il manco
inale che ne rtsulll a quelle cita ¿ non andaré plu lnnanzl, né
cresoere piü in potenza o in rlcchezze...”.
156 MAQUIAVELO

Hay. finalmente, razones de salud pública que le imponen


tomar este camino. Quien quiera salvar a Italia, o sola­
mente a Florencia, debe, ante todo, construir o recons­
truir la armadura del Estado. Lo primero, la política.

Análogamente, el estudio científico de Maquiavelo se


impone unos estrictos límites. Recae casi únicamente so­
bre el estudio de los hechos que parecen concurrir a la
conservación del Estado. Primeramente, y sobre todo, he­
chos de orden político: leyes, instituciones, constituciones,
actividad del legislador, del hombre de Estado, del ciuda­
dano; hechos de orden militar, estudiados no bajo su as­
pecto técnico especial — Maquiavelo se impone esta tarea,
sin la debida competencia, en los Diálogos sobre el arte
de la guerra— , sino en las relaciones que mantienen con
las necesidades de la defensa nacional y el espíritu de las
instituciones; hechos de orden diplomático, estudiados no
bajo su aspecto técnico y especial, sino en cuanto a las
relaciones que se establecen naturalmente entre los Esta­
dos, según las necesidades de su competencia, de su equi­
librio, y de una eterna lucha en donde la trampa acude
en ayuda de la fuerza. Y, en fin, hechos de orden reli­
gioso. Pero Maquiavelo, escasamente Informado de las re­
ligiones antiguas, poco accesible a los sentimientos e ideas
que constituyen la esencia del cristianismo, sólo considera
los hechos religiosos en las relaciones que mantienen con
la política, y la religión como un medio subordinado a los
fines del Estado.
Todo lo que constituye la vida social y la vida política
queda al margen de su estudio. Maquiavelo conoce la po­
lítica, la legislación, la diplomacia, y cree conocer la gue­
rra; conoce mal y desdeña la economía. Afirma sumaria­
mente que no podría disertar sobre el arte de la lana o
de la seda, sobre los beneficios de los mercaderesa. En

” Carta a Francesco Vcttorl; Florencia, 9 de abril de 1513;


ed. Mazzonl, pág. 882: “ Non sapendo raglonare né dell'arte della
seta e dell’arte della lana, né de' guadagnl, né detle perdlte, e’
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 167

osla Italia donde desde el siglo xiti, especialmente en


Florencia, la industria de la lana evolucionaba hacia el
tipo moderno de empresa capitalista, en esta Europa don­
de la misma industria, y en la misma época, tomaba en
Brujas idéntico carácter, y creaba ahora en los Países
Bajos. bajo la dirección del capitalismo comercial de Am-
beres, un inmenso volumen de asuntos y una inmensa ri­
queza. Maquiavelo permanece voluntariamente ajeno a las
cuestiones industriales negándose a interesarse en ellas.
Desde la Edad Media Italia participaba en los grandes in­
tercambios orientales, a través de sus puertos del Medi­
terráneo; había creado las primeras repúblicas mercanti­
les y el poder de Venecia, todavía casi intacto a pesar de
tantas causas interiores y exteriores de debilitamiento;
el descubrimiento de nuevas vías hacia las Indias, de nue­
vos continentes más allá del Atlántico, renovaban en toda
Europa las empresas y el espíritu del gran comercio; y, sin
embargo, Maquiavelo conoce mal las cuestiones comercia­
les y no se da cuenta de su importancia. Florencia había
sido una de las capitales de la Banca italiana e interna­
cional; los Médicis dominaban la república porque, antes
de los Fugger de Augsburgo, habían sido los más podero­
sos banqueros de Europa; la alianza de la Banca y la San­
ta Sede constituía un hecho histórico cuya evidencia no
escapaba a ningún observador extranjero, especialmente a
Erasmo " . Y a pesar de esto Maquiavelo no se interesa en
los asuntos financieros y dinerarios. Desde el siglo x iv el
progreso del capitalismo industrial había agravado en Flo­
rencia las dificultades sociales, la lucha de clases, el con-

ntl conviene ragionare de lio stato". Sobre Maquiavelo economista,


someras indicaciones en el estudio de Jean T heve.net, Les UUes
(conomlques d’un homme d'F.lat dans la Florence des Midlcls;
Nachlavel économlste; Vlllefranche-sur-Rihdne, 1922, en 8*. Cf.
(U no A rias, II pensiero económico di Nlccold MacMavelll; Annali
di Bconomia, Milán, marzo de 1926, págs. 1-30.
" A. Renaudbt, Erasme économlste, dans Mélanges offerts á
Abel Lefranc, Parts, 1936, en 8.to, págs. 130-141; pág. 134. Eras-
mo, Opera omnia, Leyde, 1703-1706, 10 vols., en folio; II, Ada-
gla, 337 B: “ Hodie res adeo recepta est apud diristianos, ut...
foeneratores propemodum Inter Ecclesiae columina habeantur...”
158 MAQUIAVELO

flicto cada día más violento del patronato con los talle­
res; en 1378 los rencores y cóleras del “ pueblo famélico"
contra el “ pueblo obeso” hablan provocado una primera
tentativa de revolución social, conducida por el proleta­
riado de los Giompis. Maquiavelo olvida el aspecto social
de la vida de los pueblos. La lucha oscura de los intereses
materiales no cautiva su atención. Hombre de Estado, po­
lítico por carrera y espíritu, sólo ve en los conflictos so­
ciales episodios secundarios de la lucha llevada en primer
plano por los partidos políticos, las facciones políticas y
sus jefes, sin esforzarse demasiado en descubrir la reali­
dad económica y social. Cuando intenta explicar estas lu­
chas recurre a fórmulas clásicas y vacias, herencia trivial
,de los historiadores romanos: insolencia de los nobles, ma­
los tratos infligidos a la plebe; la impaciencia del pueblo;
diversos estados de humor del pueblo y los grandes.
Dino Compagni. Donato Velluti, Giovanni y Matteo Vil-
lani, cronistas florentinos del siglo xiv, habían captado
mejor que él la influencia predominante de los intereses
mercantiles en las sociedades modernas. Maquiavelo con­
tinúa siendo alumno de Lionardo Bruni, de Poggio Brac-
ciolini, historiadores humanistas y desdeñosos de las rea­
lidades materiales que el arte de la crónica primitiva sa­
bia describir. Hablan disfrazado con máscaras romanas a
los hombres de los partidos florentinos, despreciando su
tiempo hasta el punto de juzgar pueril y mezquina la in­
teligente curiosidad de los viejos cronistas por la vida co­
tidiana de los pueblos modernos y el detalle familiar de
su trabajo. En virtud de una profunda afinidad, efecto de
su temperamento y su educación clásica, Maquiavelo eli­
gió a Tito Livio y Polibio como maestros de sus estudios
históricos. Y en el estudio de la historia olvida lo que
ellos han olvidado; como ellos, no atiende más que al dra­
ma de los acontecimientos políticos, diplomáticos y m ili­
tares; la acción del legislador; la evolución de los prin­
cipios y de los caracteres que imprimen a las instituciones.
Maquiavelo aleja finalmente de su estudio, si no la vida
moral, que reduce por lo demás a la práctica de las vir­
tudes cívicas, al respeto por la ley y por las tradiciones
CIENCIA POSITIVA; ESTTbtn t.IMITADO 159

y prácticas religiosas cuya conservación juzga necesaria


el Estado para su propio mantenimiento, por lo menos toda
la vida intelectual: el esfuerzo de las generaciones huma­
nas para comprender el mundo y comprenderse a sí mis­
mas; para expresar lo que hay en ellas de más secreto
y profundo. Arte y letras, trabajo del espíritu y del pen­
samiento, son para Maquiavelo terrenos donde personal­
mente, como autor de relatos y comedias, como poeta, in­
cluso como teórico de doctrinas políticas y filósofo de la
historia, pudo buscar y obtener un rango eminente; terre­
no. sin embargo, donde la ciencia histórica no tiene nin­
guna razón para aventurarse. Maquiavelo pudo escribir
una historia de Florencia sin hablar de letras o de arte.

Si se quiere medir exactamente lo limitado del pro­


blema que Maquiavelo se ha planteado, lo limitado del es­
tudio que ha emprendido, es suficiente hojear el Espí­
ritu de las Leyes. El problema afrontado por Montesquieu
recuerda, sin duda, al que Maquiavelo quiso resolver; pero
en el primero se aborda de una manera más general, está
planteado en términos más filosóficos, por un hombre de
pensamiento más vigoroso y profundo. Maquiavelo estudia
las medidas prácticas, inmediatas, positivas, que, en di­
versas circunstancias determinadas precisamente, permiten
construir sólidamente un Estado, principado o república.
Do hecho, busca y define las diversas reglas de la técnica
gubernamental. Montesquieu, historiador como Maquiave­
lo, instruido, como Maquiavelo, sobre los asuntos del Es­
tado, informado del derecho mejor que Maquiavelo y tan
bien como él de la política, más filósofo que Maquiavelo
y de un talento más ampliamente humano, estudia el arte
de crear la ley, de adaptarla a las condiciones más cam­
biantes de la vida de los Estados y las sociedades. Ana­
liza la regla jurídica para que ésta pueda servir de base
al Estado, bajo las diversas formas que producen los di­
versos datos de la naturaleza y la historia. Principado ab­
soluto, Principado constitucional. Estado republicano, áris-
160 MAQUIAVELO

tocrático o democrático, o de un tipo todavía desconocido


que la evolución de las cosas humanas hiciera surgir.
Y Montesquieu hace así entrar en su estudio lodo lo que
Maquiavelo ha olvidado.
Cuando, en los doce primeros libros del Espíritu de las
Leyes, estudia los principios de los tres gobiernos, las
relaciones de las leyes con los principios, la corrupción
de esos principios, las leyes en sus relaciones con la fuer­
za ofensiva y defensiva, las leyes que forman la libertad
pública en su relación con la Constitución y con el ciu­
dadano, la investigación que emprende y lleva melódica­
mente. aunque mucho más amplia y completa, recuerda
el estudio de Maquiavelo; y él mismo reconoció lo que
debía a este precursor, y, como dice, a este gran hom­
bre **. Pero los libros siguientes ensanchan en seguida este
análisis. Descubren las relaciones entre las finanzas públi­
cas y la libertad; se esfuerzan en definir en qué medida
las instituciones vienen determinadas por el clima y la
geografía física; por la evolución de la economía, del co­
mercio, de la moneda y de la Banca; por las condiciones
demográficas, la vida intelectual, moral y religiosa. Ma-
quinvelo no tuvo en cuenta ninguna de estas relaciones,
ninguna do estas influencias".
Y. en fin, cuando Montesquieu. concluido el estudio, pa­
rece ya haber terminado, después de haberse elevado a
una visión teórica y general, considerando las leyes en las
relaciones que deben tener con el orden de cosas sobre
las que estatuyen, estudiando la manera de componer las
leyes y ofreciendo como ejemplo el origen y re volición
de las leyes romanas sobre las sucesiones, aborda el pro­
blema de una acción inmediata y práctica. Puesto que es­
cribe en Francia y su lector piensa, sobre todo, en la ne­
cesidad de reformar el gobierno, el sistema de leyes y la
Constitución del reino, Montesquieu. en sus dos últimos
libros, intenta definir la evolución histórica, y, por tanto.

“ EsprU des Lots, VI, 5; Yo adoptarla de buen grado la má-


zima de este gran hombre...
» Libros XIII-XVIII, XX-XX11I, XIX, XXIV, XXV.
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 161

«I sentido de las instituciones francesas, para determinar


los medios y posibilidades que se presentan frente a todo
esfuerzo de restauración o reforma. Resume los trabajos
de los juristas e historiadores que se han dedicado al es­
tudio de las instituciones nacionales; esboza una teoría
de las leyes feudales entre los francos, en lo que tienen
do común con las revoluciones de la monarquía". Pero
Maquiavelo, que escribe para lectores italianos y floren­
tinos que en 1513 y 1519 pensaban, evidentemente, en la
reforma de sus gobiernos debilitados, no se tomó el tra­
bajo de construir una teoría histórica de estas institucio­
nes, florentinas o italianas, que era preciso conocer bien
antes de hablar de ellas. Sólo intentó esta empresa tardía­
mente, entre 1520 y 1525, época en que escribe sus Istorie
Jiorentine. E incluso para ello tuvo que recibir de los
Médicis el encargo de escribirlas, como historiógrafo ofi­
cial. La mayor parte de los Discursos sobre la primera
década estaba ya compuesta; y si en las Istorie se puede
descubrir algunas influencias de las teorías expuestas en
los Discursos, lo contrario no es verdad, y el estudio de
las instituciones florentinas y de su evolución, aunque no
esté ausente en los Discursos, no parece haber ejercido
una sensible influencia sobre las teorías generales que
forman su trama

Maquiavelo no es Montesquieu; El Príncipe y los Dis­


cursos sobre la primera década no son el Espíritu de las
Leyes, aunque sin Maquiavelo Montesquieu no hubiera con­
cebido y eserito ciertas páginas". Pero la simple aproxi­
mación de las dos obras ayuda a medir lo que queda de
Incompleto, de primitivo, de un poco arcaico, en el es­
fuerzo del secretario florentino. Algunas escuelas exaltan
en él un maestro de talento inigualado: no hay motivo

" Libros XXVI y XXIX, XXVII, XXX-XXXI.


" Preciosas Indicaciones sobre el gobierno y la política de
l'luroncia, en Discorsl, I, 47; II, 23; III, 9; III, 30.
■ E. L evi-Malvano, Montesquieu e MachíavelU, en particu­
lar capitulo 3, Idee general!, y 4, I Romani.
ii
162 MAQUIAVELO

para agobiar su memoria con tales honores. A pesar de su


talento, Maquiavelo no es un guia infalible; y si, en la
penetración y en la segura claridad de su espíritu, d ifí­
cilmente se le puede superar, la solución de un problema
planteado en términos sistemáticamente estrechos, los re­
sultados de un estudio sistemáticamente estrecho, no pue­
den conducir más que a conclusiones limitadas. La cien­
cia de Maquiavelo sólo puede dispensar enseñanzas cuya
limitación es preciso reconocer. No hay motivo para bus­
car a su alrededor una respuesta a cuestiones que ha ol­
vidado. Estas cuestiones son a veces más interesantes que
las que quiso resolver; puede ocurrir que nos veamos im­
pedidos a resolver las que él se plantea, antes de haber
resuelto previamente las que no se plantea. De esta forma
Maquiavelo ha dejado mucho por decir a sus sucesores,
e incluso a sus propios contemporáneos.

Define exactamente el armazón del Estado. Su demos­


tración de cómo se arma el Estado por el establecimiento
de un gobierno fuerte es notable. Ha estudiado dos tipos
esenciales de Estado y de gobierno; Estado monárquico
en el libro del Principe, Estado republicano en los Discur­
sos sobre la primera década. Ha estudiado y definido los
medios más matemáticamente seguros de fundar, de con­
servar, de reforzar un gobierno autoritario. En el libro
del Príncipe su demostración puede juzgarse perfecta, des­
de el punto de vista técnico. En los Discursos sobre la
primera década ha buscado y definido los medios más ma­
temáticamente seguros de fundar, conservar y reforzar un
gobierno republicano. Pero, como no lo pudo terminar, la
exposición no presenta ya, como en El Príncipe, el carác­
ter de un encadenamiento de conclusiones. El lector sigue
el análisis que Maquiavelo ha querido instituir, siguiendo
esencialmente la historia de Roma, de los diversos pro­
blemas capitales que plantea toda política republicana. Este
análisis es el de una mente poderosa, que, por el vigor y
claridad de sus visiones y la concisión de las fórmulas, se
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 163

parece a Montesquieu. Pero no se preocupa de extraer con­


clusiones y de construir síntesis. Se puede desprender de
él un cierto número de reglas, de máximas y de princi-
pios, sobre las únicas condiciones que aseguran al Estado
republicano la sólida armazón de un gobierno bien orga­
nizado.
* É *

Esto, sin duda, es considerable, pero hay que declarar, sin


embargo, que falla el resto. Maquiavelo se dedicó a resolver
un problema de álgebra aplicada a la técnica gubernamen­
tal. Pero no se preguntó si el edificio que ha construido
con este arle infalible puede ofrecer garantías a los hom­
bres y a su trabajo. Esto le interesa poco. La cuestión de
las relaciones jurídicas y legales entre los hombres apa­
siona a Montesquieu; la de la organización del trabajo,
de la producción y del reparto de las riquezas preocupó
durante mucho tiempo a los teólogos de la Edad Media:
ambas dejan a Maquiavelo indiferente. Y ambas emocio­
naron a ciertos contemporáneos suyos.
En 1516, cuando hacía tres años que había acabado El
Príncipe y trabajaba en la composición de los Discursos.
con algunos meses de intervalo, salían de las prensas de
Bale y Lovaina la Institulio principis christiani, de Eras-
mo, y la Utopia o Tratado de la m ejor forma de gobierno.
que Tomás Moro acababa de escribir en una especie de
colaboración amical con Erasmo. Sería, evidentemente, fá­
cil y ocioso oponer al duro realismo e inmoral ismo de Ma-
quiavelo la filantropía caprichosa del escritor inglés, la
inspiración cristiana de Erasmo y su evangelismo afectuo­
so. No es ésa la cuestión. Pero, en la Utopia, el gran abo­
gado de Londres, el futuro canciller de Inglaterra, supo
Juzgar, como hombre de gobierno y economista, la polí­
tica monetaria o la legislación agraria de los dos prime­
ros Tudor y escribir una página ya clásica sobre los efectos
do este movimiento irresistible que llevaba a transformar
en vastos dominios cerrados, en manos de los grandes pro­
pietarios, las parcelas diseminadas sobre la ruina de las
aldeas abandonadas; sobre el pulular trágico de los jor­
164 MAQUIAVELO

naleros sin trabajo convertidos en pobres. Y hasta la Ins-


titutio principis christiani, de Erasmo, no constituye en
absoluto la amplificación demasiado fácil de un humanis­
ta cristiano. Contra el mal gobierno de los principes la
crítica erasmiana formula algunos reparos positivos y rea­
les. Erasmo conoce bastante bien la política europea y la
economía. Su viaje a Londres, junto a Tomás Moro, no
fue inútil, asi como la frecuentación, en Amberes, de al­
gunos de esos grandes burgueses que fundaban entonces,
sobre la Banca, el comercio marítimo y la libre industria,
el capitalismo moderno. Erasmo y Tomás Moro están me­
jor informados que Maquiaveio, porque se preocupan más
de las humildes necesidades que rigen la existencia coti­
diana de los hombres. Les han visto vivir desde cerca, más
cerca que Maquiaveio, en su palacio de la Señoría o du­
rante sus misiones diplomáticas junto a César Borgia o
Julio II, Maximiliano o Luis XII. Bajo su ironía esconden
más compasión, más auténtica amistad hacia las miserias
humanas. La Institutio principis christiani, y hasta la
Utopia, de Tomás Moro, a pesar de la fantasía que des­
pliegan, desarrollan un programa positivo, concreto, cui­
dadosamente elaborado de reforma legislativa, económica
y social, que Maquiaveio no se ha tomado el trabajo de
esbozar, ni en El Príncipe, ni incluso en los Discursos so­
bre la primera década” .

IV

Si Maquiaveio ha planteado en términos bastante es­


trechos el problema que quiso resolver, si su estudio ha
resultado muy incompleto, y si las conclusiones de su in­
vestigación son necesariamente limitadas, es preciso re­
conocer al mismo tiempo que todo este esfuerzo conducía
a un programa de acción bastante decepcionante. No so­
lamente porque sea doble, y Maquiaveio deje al lector mo­
derno una teoría del gobierno republicano y una teoría

" A. Renaudet, Eludes érasmlennes, París, 1939, en S.», pá­


ginas 76-85.
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 165

del gobierno personal. Pero su teoría republicana se com­


pone al fin de elementos clásicos y tradicionales, y, a pe­
sar del más profundo deseo del autor, es poco susceptible
de ser utilizada en el mundo moderno. Su teoría monár­
quica está hecha de elementos que pertenecen, sobre todo,
a la práctica italiana de los siglos x v y x v l a la práctica
de loe principes y tiranos italianos del tiempo del Rena­
cimiento; teoría adaptada a pequeños Estados, a ciertas
circunstancias históricas, a ciertas formas de civilización,
a ciertas condiciones de tiempo y lugar; difícilmente apli­
cable a otros tiempos y a otros lugares; poco susceptible
de ser empleada en el mundo moderno.

El programa republicano de Maquiavelo está tomado,


en efecto, sin modificación sensible, de la ciencia política
de los antiguos. El ideal que se define en los Discursos!*
es el de ese gobierno de tipo mixto que aquéllos hablan
descrito muchas veces; un gobierno donde se compensa
y equilibra la acción de tres principios aparecidos desde
que los hombres fundaron las ciudades. El principio mo­
nárquico se afirmarla ahí vigorosamente por la fuerte au­
toridad y perpetuidad de la magistratura suprema y res­
ponsable de la conducta del Estado. La aristocracia cons­
tituirla, para hablar el lenguaje de Montesquieu, una es­
pecie de segundo poder. Como su instinto conservador y
el deseo de guardar sus ventajas sociales la llevarían, na­
turalmente, a mantener el equilibrio y la solidez del Es­
tado, sus asambleas y magistraturas se encontrarían ne­
cesariamente investidas del papel que las Constituciones
consulares e imperiales, desde el siglo vin hasta 1814,
atribuyeron al Senado conservador y al Consejo de Es­
tado. Y, en fin. las clases populares, cuyo trabajo produce
la riqueza del Estado, cuya fuerza y número mantienen

" L eonhard von Muralt ¡véase bibliografía, pág. 36) se es­


fuerza en demostrar que el ideal republicano de Maquiavelo pro­
cede en gran parte de la práctica de los cantones suizos, ésta
U'sls, aunque Interesante, no deja de ser discutible.
166 MAQUIAVELO

la solidez de sus ejércitos, estarían protegidas contra el


egoísmo y las violencias de la aristocracia por las leyes
constitucionales. Participarían en las asambleas; para re­
presentarlas y defenderlas contarían con las magistraturas;
podrían acceder a las magistraturas supremas; interven­
drían en la obra legislativa, e impondrían allí las modi­
ficaciones, transformaciones, correcciones y reformas cuya
utilidad evitaba reconocer el egoísmo aristocrático.
Maquiavelo encontraba este régimen ideal mal realizado
en Florencia, donde el gonfalonier a perpetuidad Soderini
no había sabido ejercer mucho mejor que los antiguos pre­
tores y el gonfalonier de justicia la autoridad de quien
manda en nombre del Estado. Al mismo tiempo, la evolu­
ción de la ciudad florentina condujo a un excesivo debi­
litamiento de la vieja aristocracia, de esas antiguas fami­
lias de grandes propietarios que. en la época de Dante,
protestaban ya amargamente contra su propia decadencia.
De esta forma se fue desarrollando una falsa democracia
de mercaderes, banqueros y hombres de acción; oligarquía
tumultuosa, dividida, deseosa únicamente de riqueza y ga­
nancias, convertida en seguida en dueña de una autoridad
pública cada vez más débil. De ahí tantos trastornos, tan­
tos desórdenes, tantas revoluciones inacabadas, que Dan­
te, aristócrata y autoritario, deploraba ya. Tumultos, des­
órdenes, semirrevoluciones favorables al desarrollo de la
actividad facciosa, a las ambiciones de los individuos sin
escrúpulos y con prisa en fundar, con la ayuda de las
clases oprimidas y descontentas, un poder personal. De
ahí el establecimiento y mantenimiento, durante sesenta
años, de la tiranía mediciana; de ahí el mal gobierno de
la república restablecida en 1494, régimen de desorden
y pereza, propicio a la intriga y el complot; de ahí tam­
bién la reciente restauración de los Médicis, apoyados por
los descontentos del interior y de los extranjeros enemi­
gos contra los que un gobierno sin virtud no había sabido
organizar la defensa nacional".

“ Viscoral. III, 30: I, pág. 410: “ Qucll’altro oreveda col tem­


po, con la bontA, con la fortuna sua, col heneflcare alcuno...
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 167

Por el contrario, Maquiavelo veía triunfar este ideal


de gobierno estable y equilibrado en Roma, entre la fun­
dación del tribunado y las guerras civiles; en la Roma
salvada después del desastre de Cannes por la fuerza mis­
ma de su institución, como Montesquieu diría más tarde ";
y, por esta misma fuerza, victoriosa de Cartago y duefia
en seguida de todo el mundo mediterráneo. En el orden
político el genio romano da entonces toda la medida de
su fuerza y grandeza. La autoridad de los cónsules, suplida
en ese momento por la autoridad provisional del dictador,
mantiene enérgicamente la acción del principio monárqui­
co. El Senado, guardián de la Constitución, comparte con
los cónsules la iniciativa de las nuevas leyes, y juega ple­
namente el papel esencial que la ciencia política asigna a
la aristocracia. El pueblo, cuyos derechos y libertades de­
fienden los tribunos, participa, en justa medida, de la ac­
ción de los magistrados y la obra legislativa. La propia
vivacidad y violencia de las luchas que enfrentan al pue­
blo y el Senado tienen el saludable efecto de refrenar, por
una y otra parte, todo esfuerzo de invasión y usurpación,
de obligar a unos y otros a respetar el pacto constitu­
cional.
Tal es el gobierno que describen Polibio, Cicerón y Tito
Livio. Sin duda, el más juicioso gobierno que haya cono­
cido nunca el hombre". Pero, en el círculo eterno donde
giran la historia de las ciudades y las instituciones, la
obra del hombre de Estado consiste en volver a encontrar,
recrear, resucitar, lo que una vez se ha demostrado per-

potere superare tan ti che per lnvidia se gil o pponevano, sanza


alcuno seandalo, violenza e tumulto; e non sapeva che II tempo
non si puó aspettare, la bontá non basta, la fortuna varia, e la
mallgnltá non truova dono ohe la plachl". Cf. I, 47; I, pág. 197:
"Ropo U 1494, sendo stali 1 prlnclpi della cittá oaoclaM da Fi-
rrnze, e non vi essendo alcuno governo ordinalo, ma piü toslo
una certa llcenza ambiziosa...”
" Consldórations sur les causes de la grandeur des Romains
el de leur décadence, cap. 4.
" IHscorsl, li, 33; t, pág. 324: “ Lo eslimo che sia da consi­
derare, leggendo quesla liviana islorla, volendone fare proflUo.
Iiittl e’ modl del procederé del Popolo e Senato romano".
168 M AQUI AVELO

fecto. Por tanto, las ciudades y los Estados de Italia, y


hasta, si fuera posible, los demás Estados modernos, to­
davía bárbaros, deberían inclinarse hacia un restableci­
miento del sistema de gobierno de la república romana.

Puede uno preguntarse qué valor tiene semejante pro­


grama, No se puede censurar al autor por haberlo tomado
casi enteramente de la antigüedad, puesto que su concep­
ción de la historia universal y de la superioridad del mun­
do antiguo sobre el mundo moderno, su concepción de la
ciencia política y do la necesaria modestia a que debe li­
mitarse una obra de restauración, justifican esta imita­
ción. Pero en seguida aparece que un programa como
éste está hecho a la medida de la ciudad antigua o la
comuna medieval y no a la del gran Estado moderno, ese
Estado que Maquiavelo hubiera deseado, sin embargo, para
Italia.
Se podría objetar que un régimen como éste ha subsis­
tido en Roma durante la conquista de Italia, del Medite­
rráneo, del Oriente, de España. Es fácil responder que esta
conquista le ha destruido, que no ha sobrevivido y no po­
día sobrevivir, porque no se adaptaba a ella. Las invec­
tivas de Maquiavelo contra los políticos responsables de
las guerras civiles, contra Mario y Sila, contra César, no
pueden suprimir este hecho elemental: la vieja Constitu­
ción senatorial no convenía al gobierno de un imperio. De
la miísma forma este programa podría resultar a la me­
dida de la comuna medieval; a la medida de Florencia,
aunque Dante lamentara que ya no fuera de su tiempo;
establecida en un pequeño círculo circunscrito por un es­
trecho horizonte. Pero una vez que Florencia se hizo due­
ña de Toscana se planteaba una nueva cuestión: la de
las relaciones con las ciudades dominadas; y la vieja cons­
titución comunal no había sabido resolverla. Maquiavelo
responde que Florencia debería haber seguido el ejemplo
de la república romana. Esta había admitido que las ciu­
dades italianas compartieran sus derechos soberanos y las
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 169

había asociado a su política; igualmente, Florencia podía


crear con las ciudades Loscanas una confederación análoga
a la de las ciudades etruscas. Pero los acuerdos de Roma
con las ciudades italianas, que la aristocracia senatorial
continuaba explotando y dominando duramente, no pudie­
ron impedir ni las guerras sociales ni las guerras civiles.
Incluso si Florencia hubiera creado una confederación de
ciudades loscanas, reforzándose así frente a los otros Es­
tados italianos, el egoísmo de las clases que dirigían su
política sólo hubiera concedido a los burgos del dominio
una autoridad ilusoria, como el Senado a los municipios
italianos; y el tipo constitucional así realizado hubiera
sido singularmente provinciano, estrecho, y una débil
muestra del gran Estado moderno que a Maquiavelo le
hubiera gustado fundar. Había que encontrar otra cosa.
El programa de política republicano que el secretario flo­
rentino había esbozado según el modelo de la Roma con­
sular y senatorial, programa a la medida de la ciudad an­
tigua o de la comuna medieval, apenas se adaptaba a lo
que puede llamarse el sueño de Maquiavelo: la creación
en Italia de un Estado unitario. E incluso casi no se adap­
taba a una reforma duradera de la república florentina,
soberana de las ciudades de Toscana.

Si se intentara definir, en la práctica, el carácter que


podría lomar un Estado nacional de Italia se impondría,
sin duda, la idea de una federación, como en los tiempos
do Lorenzo el Magnífico. La variedad de los Estados ita­
lianos, las tradiciones, muchas veces preciosas, del par­
ticularismo italiano, sólo permitían unir los pueblos de
Italia mediante un amplio pacto". Entre las tradiciones
políticas de Florencia y Venecia no existía casi nada en
común; nada en común tampoco entre las dos grandes re-*I,

** Sobre las tradiciones del particularismo Italiano véase el


Icxln de Guicctardini, Conslderazloni sul Di&corsi del MachlavelU,
I, 12, citado pág. 131, n. 36.
170 MAQUIAVELO

públicas y las tiranías del Norte o el reino de Nápoles,


por no hablar de la Santa Sede. En el interior mismo de
ciertos Estados, como el ducado de Milán o el reino de
Nápoles, persistían algunas supervivencias feudales: de ahí
que, según Maquiavelo, esos Estados no estuvieran madu­
ros para la vida civil. Antes de haber establecido la au­
toridad absoluta de un príncipe bastante fuerte para re­
ducir a una clase dañina, no se podría emprender una re­
forma política1**. Un Estado nacional de Italia sólo podía,
pues, concebirse bajo el aspecto de una federación de re­
públicas y Estados de gobierno personal.
Pero Maquiavelo ha conocido en Europa Estados de tipo
federalista. Conoce la fuerza del lazo federal que une a
los cantones suizos. La propia Constitución del imperio,
que admite a la vez ciudades libres y gobiernos de régimen
personal, podría ofrecer un modelo si la autoridad del em­
perador se mostrara capaz de conducir tantas fuerzas la­
tentes y dispersas*. Pero no se puede sacar del texto de
Maquiavelo más de lo que contiene. Sería arbitrario de­
finir su pensamiento cuando éste es vago, y atribuirle, a
propósito del Estado unitario de Italia, visiones sistemá­
ticas y completas, cuando su doctrina jamás se ha llegado
a precisar sobre este punto. Para fundarlo hubiera hecho
falta expulsar primeramente a los bárbaros, y los espa­
ñoles parecían decididos a quedarse; hubiera hecho falta
abatir el poder temporal de los papas, que continuaba só­
lido y bien vivo, incluso después del saqueo de Roma;
y, en fin, arruinar en Italia la autoridad del emperador,
más poderoso ahora que lo había sido durante tres siglos.
De ahí que Maquiavelo no concluya; de ahí también que
de sus Discursos sobre la primera década no so desprenda
ninguna lección verdaderamente utilizable, ni para la fun­

" Véase pág. 96, n. 28. Discorsl, I, 55; I, pág. 212: “ Ed a


volere in provínole falle In símil modo inlrodurre una república,
non sarebbe posslhtle: ma a valerle rlordtnare se alcuncr ne fuese
arbitro, non arcblie alira vía che farvi uno regno” .
* Míralo delle cose delta Magna, I. págs. 697-705,
c ie n c ia p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 171

dación de un gobierno moderno de tipo federativo ni para


la fundación de un gobierno moderno de tipo republicano.

Pero al secretario florentino le había impresionado, y


era natural, el progreso de las grandes monarquías de
Occidente. Para salvar a Italia estaba dispuesto a aceptar
la simplificación del mapa italiano; estaba dispuesto a
aceptar la desaparición de la mayor parte de las peque­
ñas ciudades republicanas, o de los pequeños señoríos, dé­
biles o violentos. La lógica de su pensamiento le había
llevado al estudio de la hipótesis monárquica. El problema
de la creación en Italia de un Estado uacional le conducía
necesariamente a superar las concepciones republicanas to­
madas de la historia consular de Roma, de la historia co­
munal de Florencia, de la historia de las ciudades de
Italia.
Lo natural era que Maquiavelo, a) estudiar la política
romana, en el momento en que se planteaban problemas
que la práctica senatorial y consular no podían ya resol­
ver. hubiera tomado resueltamente el camino del período
imperial dirigiendo su mirada hacia César, verdadero fun­
dador de una monarquía italiana y mediterránea condu­
cida, organizada y dominada por Roma; hacia Augusto,
organizador y legislador de esta monarquía. Este proce­
dimiento hubiera sido coherente con su visión de la his­
toria universal: sólo la antigüedad enseña; enseña la re­
pública ideal; enseña la monarquía perfecta. Pero Maquia-
volo se negó a esto. Execra el imperio, no reconociendo
en él más que la república degenerada y corrompida; odia
a César, su ejemplo, sus lecciones’1. La pasión anticesa-
rlnna. la pasión güeifa. no le permitieron comportarse como
un auténtico historiador, como un científico do la histo­
ria libre de prejuicios. Desde el primer momento, en vir*

" Véase pAg. 17, n. 7.


172 M AQUI AVELO

tud de un postulado de orden sentimental, decidió no pe­


dir al imperio romano ni ejemplos ni consejos. De acuer­
do con esto, estudio la hipótesis de la monarquía, sin con­
siderar un momento la más potente monarquía que la
historia le ofrecía: la monarquía imperial romana
De donde resulta que su programa de gobierno personal,
no mucho más que su programa de gobierno republicano,
no se presta a una aplicación práctica. Se niega a interro­
gar a los emperadores, herederos de César y de su nefasta
obra. Durante sus legaciones en Francia había conside­
rado con algün interés la monarquía francesa; sentía es­
casa admiración por ella, la juzgaba primitiva, mal orga­
nizada, fundada sobre la obediencia resignada de los pue­
blos". No conocía los reinos españoles ni el reino de In­
glaterra. No pensaba que se pudiera pedir a los bárbaros
lecciones de gobierno. Había dicho un día al cardenal Am-
boise que los franceses no entendían nada de las cosas de
Estado Pero este desdén, justificado o no, por las gran­
des monarquías de Occidente, por sus principios de go­
bierno, por sus Constituciones (porque Maquiavelo distin­
gue la existencia de una Constitución francesa), este odio
sectario por el imperio romano, por la obra inmensa rea­
lizada por sus magistrados y jurisconsultos, había tenido
naturalmente como consecuencia cerrarle los caminos más
anchos, y conducirle de nuevo al estudio de la práctica
elemental de los pequeños tiranos del mundo grecorro­
mano. tal como los conocemos por Plutarco o los escrito­
res antiguos; y con más agrado todavía, al estudio de la
política, nada complicada, escasamente instructiva, de los
príncipes italianos contemporáneos, y, particularmente, del
que. entre todos ellos, le había parecido que mejor conocía
su oficio de príncipe: César Borgia. Pero, como su pro­
grama republicano, el programa monárquico elaborado por
Maquiavelo con ayuda de estos ejemplos resulta de poco
vuelo, sólo a la medida de la tiranía antigua, del pequeño

" Véase pág. 75, n. 63.


" Véase pág. 77, n. G5.
CIENCIA p o s it iv a ; e s t u d io l im it a d o 173

señorío italiano, o del efímero ducado de Romanía creado


por el bastardo de Alejandro VI. La mayoría de las cues­
tiones que plantea la existencia de las grandes monarquías
modernas no se encuentran ni resuellas, ni verdaderamen­
te discutidas. Un teórico de ia política no puede desdeñar
impunemente a Julio César poniendo en su lugar a César
Horgia.
• • •

De ahí que ninguno de los programas resulte plenamen­


te satisfactorio, y ninguno pueda aportar una verdadera
solución a las cuestiones planteadas. Un esfuerzo de cien­
cia positiva; un método histórico, analógico, experimen­
tal, que es un método de ciencia positiva. Pero un estudio
insuficiente, y conclusiones poco exactas.
Podría decirse que el pensamiento político de Maquia-
velo se mueve sobre dos planos. Es el secretario floren-
lino. guía de una república florentina y de una confede­
ración toscana presidida por Florencia, quien define el
programa de una república reformada según el ideal de
la liorna consular y senatorial. Es el gran italiano quien
sueña con un Estado federal de Italia, semiautorilario,
Hcmirrepublicano, e incluso, por un momento, con un Es­
tado monárquico de Italia. El secretario florentino es po­
sitivo. realista, a menudo duro y cínico. El gran italiano
Imhla como poeta y visionario. Su pensamiento se evade
fácilmente de lo real, olvida los datos y las advertencias.
He vuelve hacia la leyenda, recibe el mito; mito greco-
romano, pero también bíblico, del legislador que aparece
en los momentos más graves de los pueblos — Teseo, L i­
li irgo, Rómulo o Moisés— , y que impone a las sociedades
el marco en el que, durante varios siglos, inscribirán su
vida. Mito romano del dictador genial y desinteresado, que,
en ol momento en que las instituciones corrompidas con­
ducen a un Estado a la ruina, lo reforma, lo restablece y,
una vez cumplida su tarea, vuelve modestamente a la vida
privada; mito medieval, dantesco, igualmente querido por
polrurca, del enviado providencial anunciado por Dios, del
h'lirel divino que persigue y destruye el mal sobre la tie-
174 MAQUIAVELO

ira, del redentor enviado por Dios para reformar Italia.


Es aquí donde Maquiaveio difiere de Guicciardini, que
le mira con sorpresa y ya no le comprende. Maquiaveio
deja entonces de ser realista, irónico y cínico. Se convierte
en un hombre capaz de ilusiones. Dante creyó reconocer
al salvador de Italia en la persona de Enrique V II y no
se resignó nunca al fracaso del hombre que habla llegado
demasiado pronto. Petrarca habla saludado al redentor en
la persona enfática y mediocre de Cola di Rienzo, y más
tarde en la de Carlos IV, emperador sin prestigio; y hasta
Maquiaveio quiso reconocerle en los dos jóvenes Médicis,
egoístas y mediocres, a los que dedica sucesivamente el
libro del Príncipe. Para comprender el pensamiento y la
obra de Maquiaveio es preciso no olvidar nunca esta ex­
traña dualidad, esta contradicción interna donde se oponen
constantemente el teórico positivo y realista de la polí­
tica. el filósofo positivo y realista, el historiador que anun­
cia a Montesquieu y muchas veces le instruye, y el gran
italiano visionario, rico de entusiasmo e ilusión, en el que
revive algo de las esperanzas apocalípticas de Dante.
C a p ít u l o V

MAQUIAVELO. HISTORIADOR

Maquiavelo había realizado ya su investigación, defini­


do el objeto de su estudio, elaborado su doctrina; había
escrito ya El Principe y la mayor parte de sus Discursos
sobre la primera década de Tito Livio. Conocía la historia
antigua, conocía también el mundo moderno y lo interpre­
taba como historiador. En los siete libros del Arte de la
guerra sus visiones teóricas y su experiencia se fundaban
en hechos tomados de la historia reciente o grecorromana.
La Vida de Castruccio Castracani era una novela histó­
rica escrita a la manera de Jenofonte, donde la historia
Italiana del siglo x iv ofrecía a la fantasía del hombre de
Estado filósofo algunos temas políticos y militares. Su
nombramiento como historiógrafo oficial, el 20 de noviem-
hro de 1520, le transformó, durante los cinco años que
lardó en escribir sus Islorie fiorentine. en historiador de
oficio. Sería difícil encontrar en los Discursos, a partir
do ahora interrumpidos, la huella de las reflexiones que
hubieran podido sugerirle los anales dramáticos de su ciu­
dad. Más que ampliar un estudio desde ahora terminado,
«uto nuevo trabajo le permitiría verificar, con ayuda de
minvos datos, sus conclusiones y las leyes que había pen-
niido descubrir’.1

1 Sobre Maquiavelo historiador, E. Fueter, lltstoire de Chis-


torioi/raphie modeme, trad. Ir., París, 1914, en 8.10; págs. 73-83.
170 MAQUIAVELO

Necesitaba aprender una nueva técnica. Por primera vez


ya no debia disertar y filosofar sobre los acontecimientos
elegidos que atraían su atención y demostraban su doctri­
na, sino exponer con gran paciencia, y sin olvidar nada
de lo que verdaderamente era necesario para la compren­
sión del conjunto y del detalle, toda uua historia que, so­
brepasando el horizonte de Toscana, se ensanchaba a la
medida de toda Italia y a veces de Europa. El tema a tra­
tar le imponía la estricta disciplina del historiador.
Un hombre formado como él en el estudio de la anti­
güedad, un lector apasionado de los historiadores griegos
y romanos, y que acababa de llenar la mayor parte de sus
ocios comentando a Tito Livio, no podía pensar en seguir
el modelo de los viejos cronistas florentinos. Sin embargo,
Dino Compagni. Giovanni y Matteo Villani, Donato Vellu-
ti, se habían mostrado singularmente hábiles en captar los
rasgos del mundo moderno, en seguir las luchas de los
partidos, la acción de los grupos religiosos, la influencia
de los comerciantes y de los rectores de la industria, el
juego de esos intereses industriales y mercantiles que Dan­
te había odiado. Pero a pesar de la curiosidad que mostra­
ran por los pequeños detalles materiales de que se com­
pone la vida de los pueblos, estos hombres eran analistas;
aunque muy capaces de comprender la gran política ita­
liana y europea, no sabían todavía mostrar con arte el
encadenamiento de los hechos, definir las ideas, el carác­
ter, la personalidad de los jefes. Petrarca y los humanistas
del siglo xv, sus alumnos, habían despreciado a estos cro­
nistas, indignos de la majestad de la historia; Maquiavelo
no se preocupó mucho en rehabilitarlos’.
El ideal histórico de Petrarca y los humanistas italia­
nos del siglo x v procedía directamente del prefacio en el
que Tito Livio definía su intención y su deseo; texto ca-*

A ntonio P anelea, Machiavelli slorico, Rivlsta d’Italla, 1927, II,


páginas 324-340 (véase pág. 36, n. 1).
* Véanse págs. 25-26.
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 177

pital, que hablan estudiado detenidamente; texto familiar


a Maquiavelo. lector y comentarista de las Décadas. Este
prefacio es más de un moralista que de un historiador.
Tito Livio desea presentar a los contemporáneos un cua­
dro de las antiguas costumbres de Roma, evocar los gran­
des antepasados que le enseñaron el arte olvidado de vivir
para servir: “ Quiero que cada cual se esfuerce vigorosa­
mente en comprender a los hombres y los medios que. en
la paz y en la guerra, han fundado este imperio y le han
engrandecido. Quiero que se siga el progreso insensible
por el que, una vez que la disciplina se ha relajado, se ha
visto cómo se debilitaban las costumbres, cómo después
cafan cada día más bajo, para desembocar finalmente en
tal decadencia, que vivimos en un tiempo en el que ya no
podemos soportar más nuestros vicios y sus remedios...
Si el conocimiento de la historia puede mostrarse útil y
beneficioso, ello se debe a lo que ésta enseña luminosa­
mente por el ejemplo, Porque descubre, para uno mismo
y para el Estado, los modelos a seguir, y las faltas a evi­
tar, cuando la empresa y su solución aparecen igualmente
dudosas. Por lo demás, si el amor a mi tesis no me en­
gaña. jamás hubo república tan poderosa, tan religiosa, tan
rica en nobles ejemplos; jamás hubo ciudad donde el li­
bertinaje y la avidez hayan tardado tanto tiempo en apa­
recer; donde se haya honrado con tanta perseverancia la
jiobreza y el ahorro. Tan cierto es esto como que el que
menos posee menos desea. Ha sido recientemente cuando
la riqueza y la abundancia de placeres han introducido en­
tre nosotros esta pasión desastrosa, ruinosa para el Es­
tado, del lujo y el libertinaje" *. Lo que Tito Livio am-

' T ito L ivio , Uistoriarum Praefatio: “ Ad Illa nillil se pro se


quisque aoriter indendat animum, quae vita, qui inores fuerint;
l>«r quos vlros, qulbusque arllbus doral mllitlaeque et parlum et
nunlum Iraperlum sil. Labente delude paulalim disciplina, velut
difidentes primo mores sequatur animo, deinde ut magis magls-
qu« lapsl slnt, tum iré coepertnt praecipites, demeo ad haec tem-
pora qulbus neo villa nostra neo remedia patl possumus, perven-
lum e«t. Hoc lllus est praecipue In cognillone rerum salubre ao
fruglferum, omnis te exempll documenta In lluslri posita moni-
mentó Intuerl; inde Ubi tuaeque reipublicae, quod ImHere, caídas;
178 MAQt! [AVELO

biciona en su libro es resucitar toda Roma y su genio;


evocar la imagen de una ciudad conducida por los mejores
y los más juiciosos, para así procurar la reforma intelec­
tual y moral de sus contemporáneos. Obra en donde la
pasión del moralista anima el entusiasmo del poeta: “ Al
contar así la historia de esa antigüedad, sin saber cómo,
me he convertido en su contemporáneo” *.
Así enseñaba T ilo Livio a los humanistas lo que él con­
sideraba como la más alta finalidad del trabajo histórico.
Ciertos textos de Cicerón, igualmente clásicos, resumían
para ellos el arle de escribir la historia en algunas reglas
que Tito Livio. por otra parle, había ya seguido. Para Ci­
cerón este arte procede de la retórica, indispensable para
quien pretende ser historiador: “ ¿Existe acaso para el ora­
dor una manera más digna de ejercitar su talento que es­
cribiendo la historia? No conozco ningún género literario
que exiga una forma más amplia, más abundante y más
variada". Por lo menos, no quiere descuidar la técnica de
la investigación; pero la define como moralista más que
como historiador: “ Nadie ignora que. como primera regla,
el historiador se impone la obligación de no decir nada
que no sea cierto, y de decir altivamente toda la verdad;
huir de toda sospecha de favoritismo y malevolencia par­
tidista” . Cicerón exige la precisión cronológica, una des­
cripción viva de los lugares; el talento de desenmarañar
y sacar a la luz los motivos y las diversas razones de
las acciones humanas, exponiendo estas acciones y sus re­
sultados; la claridad de espíritu que juzga los hech03, capta
las causas variadas que han determinado su carácter y
sus consecuencias, y sabe discernir la parte debida al azar.

lnde, foeduni Inceplu, foedum exitu, quod viles. Celemín aut me


amor negolll suscepll fallit, aut nulla unquam rospubllca nec
major neo eancllor nec bonts exemplls dillor luit; nec In quam
tam serae avarltla luxurtaque immigraverint, nec ubi t&ntus ac
tam diu paupertatl ac parsimonias honos fuerit: adeo quanto
rerum minus tanto minus cupiditalls erat. Nuper divitiae avari-
tlam et abundantes voluptales deslderium per luxum atque llbl-
dlnem pereundi perdendlque omnia invexere...”.
* Trro Lrvm, XLII1, 13: “ Ceterum el mihl, vetustas res scrl-
bentl, nescio quo pactoantlquus fit animus”.
MAq P i a V e l o , h is t o r ia d o r 179

al cálculo y la imprudencia. Quiere, además, que el his­


toriador sea psicólogo y pintor de retratos. Y, en fin, de­
fine asi el estilo histórico: “ Una forma suave, igual, algo
fluida, abundante, fácil; sin ese tono áspero de disputa
propio del foro; sin los rasgos apasionados propios de la
elocuencia política” *.
Esta concepción romana de la historia y de la manera
histórica difiere sensiblemente de la que sostuvieron en
Grecia un Tucídide9 o un Polibio. Es entre ellos, y no
ontre los romanos, donde se afirma verdaderamente el es­
píritu histórico. Este espíritu excluye toda preocupación
moral, política o nacional. Como tarea esencial, única, se
Impone la búsqueda de la verdad; exige una documenta-
rlón escrupulosa y una crítica severa. Intenta construir un
sistema de conocimientos exactos, rigurosamente funda­
dos, estrictamente verificados, establecidos; adquiridos,
dice Tucídides*. para siempre. Para estos hombres la his­
toria es ciencia, filosofía, sociología. Nada parecido ocu­
rro en Roma: la historia no tiene aquí otro fin que glori­
ficar un ideal de carácter nacional y cívico. Cierto que
sólo debe decir la verdad; pero se sirve de ella para de­
mostrar una doctrina. Cicerón no lo dice en esos térmi-

' Ve Oratore, II, 15: “ Videtisne quantum munus sit oratoria


lilatorla? Haud seto an Ilumine oratlonls e varíe tale máximum:
limpio tamen eam reperio usquam separaUm Instructam rhelorum
praoceptls; sita sunt enim ante oculns. Nam quis nesclt prlmam
muto lilstorlae legem, ne quid falsi dlcere audeal, delnde ne quid
M'ro non audeat, ne qua susplcio gratiae slt in scribendo, ne qua
aliiiultatis?... nerum rallo ordlnem temporum desiderat, reglonum
dimi'.rlpllunem; vult etJam, quoniam in rebus niagnls memoriaque
•llgnln consllla prlmum, delnde acta, postea eventus exspectantur,
«l ilo oonslllls significar! quid scriptor probet, el In rebus geslls
doolararl non solum quid actum aut dictum sit, sed etiam quo-
nimio; el cum de eventu dlcalur, ut causee expllcentur omnes,
«el casus, vel saplenllae, vel temerltatis, homlnumque lpsorum
inm solum res gestae, sed ellam qul fama ac nomine excellant,
do enjunque vita atque natura. Verborum autem ratio et genus
oi iillimls fusum atque tractum, et cum lenitate quadam aequablll
[iiiifjiions, slne hac Judiclall asperltate, et slne sentenUarum
hni’iioliim aculéis prosequendum est".
• TuulniDF.s I, 22, 5. «KTf¡pá t í És (kl póAAov f| ácywviapa éj tó
IIM|KIXptÍPK &KOÓÍIV ovyKfiTat».
180 MAQUIAVELO

nos; cuando invita al historiador a que intervenga cons­


tantemente para juzgar, lo sugiere. Tito Livio escribe a
la gloria de su patria. Como a partir de ahora la historia
enseña y quiere probar, no es suficiente ya que exponga
los hechos con la exactitud fríamente objetiva de un Tu-
cídides o un Polibio; es preciso que sea elocuente y pin­
toresca. Cicerón liga la historia a la retórica, y Tito Livio
es, evidentemente, como lo asegura Taine, un historiador
orador *.
• • *

Los humanistas italianos siguieron la lección de Roma


mucho más que la de Grecia. Este prefacio, elocuente y
grave, de Tito Livio, esta bella exposición, ética y técnica
a la vez, de Cicerón, habían enseñado a los humanistas la
manera de concebir y escribir la historia. Desde Petrarca
la habían asignado como fin una enseñanza moral y cí­
vica; con la diferencia de que Petrarca se proponía, sobre
todo, por la meditación de la historia antigua, formar un
tipo superior de humanidad, mientras que los humanistas
florentinos del siglo x v intentaban más bien formar ciu­
dadanos. Se esforzarán en escribirla como Cicerón quería
que se escribiera, como Tito Livio la había escrito. Habían
profesado el respeto y el culto de la verdad, y se vana­
gloriaban de decirla. Se habían esforzado en buscar la exac­
titud cronológica. Habían buscado las causas y los efectos;
habían juzgado; habían trazado retratos. Se habían pro­
puesto por modelo el estilo de Tito Livio. Pero menospre­
ciaban lo que T ilo Livio había menospreciado. Aquello que
los viejos cronistas supieron observar: la vida material de
los pueblos, los conflictos de intereses, las luchas de cla­
ses. El desprecio que les inspiraba su tiempo, cuando lo
comparaban con la antigüedad romana, y la imitación de
Tito Livio, les llevaron a descuidar los detalles, que erró­
neamente juzgaban mediocres, de la realidad florentina.

* Albert Ghenieh, Le Génie romain dans la religión, la pensíe


et l'art, l’Evolutlon de l’Huinanilé, núm. 17, París, 1925, en 8.°,
págs. 395-404.
MAQU1AVEL0, HISTORIADOR 181

En la obra de Leonardo Bruni o de Poggio Bracciolini las


luchas de clases y de parlidos en Florencia, que tan aten­
tamente estudiaron los Villanis, revisten un aspecto fal­
samente romano. Atribuyen a los hombres de Estado mo­
dernos discursos copiados de las arengas que en la obra
de Tito Livio pronuncian los magistrados, los cónsules, los
generales en el Senado, el foro o los campamentos m ili­
tares. Según el ejemplo de T ito Livio y los historiadores
antiguos, estos discursos sirven a veces para desarrollar
una filosofía de la historia, o simplemente un comentario
de los hechos. Más que la exactitud, lo que la narración
busca es el efecto oratorio y dramático*.
Maquiavelo era necesariamente el heredero de esta es­
cuela. No podía volver al estilo de los antiguos cronistas.
El también era lector y admirador de T ilo Livio. Había
extraído del texto de la primera década los hechos sobre
los que fundaba las máximas que proponía a la meditación
de los hombres de Estado. Admitía que la historia se de­
bería escribir más como T ilo Livio que como Tucídides o
l'olibio. Pero, en historia, pensaba como Tucídides o Po­
llino. Por una anticipación de genio había superado en la
práctica las timideces humanistas. Sin estudiar detenida­
mente los hechos hahía tratado la historia como un cien­
tífico, entrenado, como Leonardo de Vinci. en los métodos
de la experiencia y la analogía. Había pedido a la his­
toria nociones positivas, confrontándolas con otras adqui­
ridas al contemplar el mundo contemporáneo. Y por eso,
aunque comentarista de Tito Livio, se había liberado de
mi modelo clásico reanudando el intento comenzado en
la Política, de Aristóteles, y bosquejando una obra que.
pese a sus evidentes lagunas e insuficiente documentación,
podía considerarse como un verdadero trabajo científico
que superaba, por la fuerza y altura de su pensamiento,
lodo lo realizado por la escuela humanista. Pero, encar­
gado en Florencia de una tarea oficial y un poco ingrata,
*•' vio obligado a escribir la historia como heredero de
t’ iitu escuela y alumno de los romanos.

Vrinnse págs. 25-26.


182 MAQUIAVELO

Desde hacía mucho tiempo, Maquiavelo había tomado la


costumbre de trabajar sobre una historia que creía hecha:
no se molestó en establecer, como erudito, los anales de su
ciudad. No realizó la más pequeña investigación en los
archivos del Estado. Concedió plena confianza a sus pre­
decesores y les siguió: cronistas como Giovanni Villani,
Marcchionne di Coppo Stefani, Piero Minerbetti; memo­
rialistas como Gino Capponi; historiadores humanistas
como Flavio Biondo, Lionardo Bruni, Giovanni Cavalcanti,
Giovanni Simonelta. Unos y otros le proporcionaron el ca­
ñamazo de su narración. Sólo le quedaba ya ordenarla se­
gún los preceptos de Cicerón y el ejemplo de Tito Livio.
afanándose en resucitar las cosas muertas, en comprender
las razones que determinaron los actos de los hombres y
los partidos, en juzgar apasionadamente su actuación in­
tentando constantemente averiguar las causas de los éxitos
o los fracasos, en analizar como psicólogo el pensamiento
de los hombres que han dirigido los asuntos humanos. Ex­
posición viva, persuasiva, donde la demostración resulta
elocuente. Exposición, en fin, donde Maquiavelo, dando la
palabra a los actores de la historia, despliega todo el arte
del abogado y el acusador político atacando a sus adver­
sarios, defendiendo su doctrina, dictando sus voluntades.
Pero, en este esfuerzo por ajustarse a los modelos clá­
sicos, el secretario florentino pone de su parte todo su
genio, toda la originalidad y vigor de su pensamiento. Co­
mentarista de Tito Livio, acababa de estudiar las causas
de la grandeza y decadencia republicana, intentado deducir
algunas de las leyes que rigen la historia de los pueblos
y los Estados. A través de la antigüedad y los tiempos
modernos estudió en El Principe los gobiernos monárqui­
cos y las tiranías, los secretos de su solidez, las causas de
su decadencia. Los métodos de análisis que sirven de fun­
damento a las teorías de los Discursos y E l Principe podía
ahora utilizarlos para explicar las causas de la política
florentina a través de los orígenes y transformaciones del
régimen al que sirvió durante catorce años. Su conocimien­
to de la historia de los tiempos antiguos y los Estados
modernos le permitió lograr una visión de conjunto sobre
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 183

las luchas de partidos y las revoluciones; y le permitió


también, por primera vez. introducir un orden científico
y racional en el caos donde la curiosidad inteligente de
los cronistas no había sabido discernir leyes rectoras, y
donde los humanistas sólo habían introducido un orden
literario y artificial. Hasta las arengas, esas arengas que
demasiado fiel quizá a una convención clásica lanza a los
políticos y jefes de partido, recuerdan, por su perfección
e inteligencia, más a Tucídides que a Tito Livio.
A diferencia de sus precursores humanistas, Maquiavelo
posee una doctrina: Poggio, Bruni, muy prácticos en los
asuntos cotidianos, no sabían, sin embargo, dominar las
grandes cuestiones de los asuntos de la política. Las Is-
torie fiorentine le permiten defender e ilustrar las tesis
generales desarrolladas en El Príncipe, los Discursos so­
bre la primera déccuia y el Arte de la guerra. Si no para
demostrar, escribe la historia con el secreto deseo por lo
menos de justificar ciertas ideas. También Tito Livio ha­
bla escrito para sostener una doctrina. Pero en el autor
de las Décadas esta doctrina se reducía al ideal de gran­
deza cívica y militar en el que los romanos conservadores
e instruidos deseaban reconstituir la unión de una patria
desgarrada; ideal, en suma, elemental y sentimental. Por
el contrario, en Maquiavelo se trata de una doctrina po­
lítica, científicamente fundada y racionalmente elaborada.
Do ahí — aunque parezca paradójico— que su obra corra
el riesgo de perder en objetividad; Maquiavelo no siempre
se preocupa de buscar minuciosamente la exactitud. A ve­
ces impone a los hechos un orden arbitrario o ficticio, for­
zando su interpretación, obligándoles a demostrar sus pro­
pias tesis*. Desde el prefacio, en el reproche que dirige
a I.ionardo Bruni y Poggio Bracciolini de no haber estu­
diado con el debido detenimiento las discordias civiles y
el efecto de las querellas internas, aparece ya la secreta

* O. Salvemini, Magnati e popolanl a Firenze dal 1280 al 199S;


|i*gs. 243: “ ...epesso storplando i falti per adatlarli al svol
•lAteml". Véase pág. 26, n. 15.
184 MAQUIAVELO

pasión que domina toda la obra". En las Istorie fiaren-


fine se encuentra al hombre político, al teórico de la mo­
narquía y la república, al republicano fiel a las tradicio­
nes de un pueblo laborioso, al patriota italiano. La obra
histórica de Maquiavelo permanece viva porque Maquiavelo
sobrevivió a ella.
II
El primer libro sirve de introducción a la historia de
Florencia. El autor traza a grandes rasgos las vicisitudes
italianas desde la caída del imperio romano, a través de
la Edad Media, y hasta la tercera década del siglo xv.
Vasta síntesis que en esa época sólo un espíritu tan cu­
rioso ante el detalle, tan capaz como él de captar los con­
juntos, podía intentar. El autor del Principe y los Dis­
cursos muestra aquí toda la fuerza y también las limita­
ciones de su talento. Como su política, su historia sólo se
preocupa también del Estado, de la formación y conserva­
ción del Estado, por la fuerza de las leyes y las armas. Las
cuestiones de orden económico y social, lo relativo a la
producción o el cambio de mercancías, a la agricultura, la
industria o el comercio, a las rivalidades materiales de
clases, le importa bastante poco. La vida religiosa y el
pensamiento religioso sólo le interesan en la medida que
el Estado pueda servirse de ellas. Y lo mismo puede de­
cirse de la vida intelectual, del desarrollo de las artes y
las letras. Pero desde este primer libro de las Istorie fio - *

* Istorie fiorenttne, proemio, II, pág. 5: “ lio trovato come


nella dcsorlzlone delle guerre fatte dal Florentini con l principi
e popoll forosllert seno slatl dlllgentlssiml, ma delle civil! discor­
dia e delle lntrinseche inimicizle, e degli effeltl che da quelle
sano natl, averne una parle al tulto lacluta e quell'altra in modo
brevemente descrilta, cbe al leggenll non pilote arrecere utile o
piaoere alcuno. II elle credo facessero, o perché parvono loro
quelle azlonl si dehoJI che le gludlcorono índegne di essere mán­
date alia memoria delle lettere, o perché temesslno di non ofren­
dare I disoesl di coloro i quali, per quelle narrazloni. si avessero
a calunnhre... Se niunza Ivzlone é utUe a’ cittadln! che governano
le republlohe, é quella che dimoslrd le cagione degli odl e delle
divlslonl delta clttá...”.
MAQUIAVELO. HISTORIADOR 185

rentine el autor del Príncipe y de los Discursos sobre la


primera década se afirmaba más por ciertos prejuicios que
por sus voluntarias lagunas.
El primer personaje que cautiva durante un cierto tiem­
po su atención es Teodorico, rey de los ostrogodos, que
desde el año 493 al 526 llevó el título de rey de Italia,
esforzándose en restaurar el orden legal y la vigencia de
algunas tradiciones romanas. Maquiavelo encuentra en él
algo parecido a un primer esquema del principe con el
que sueña. Para establecer una correspondencia más exac­
ta entre el personaje real cuya obra resume y el personaje
ideal que atiza constantemente su entusiasmo, atenúa los
detalles que hubieran podido recordar con demasiada evi­
dencia el carácter bárbaro del reformador. Acaba diciendo
de Teodorico más o menos lo que dice de César Borgia:
"Si durante los últimos años de su vida tantas virtudes
no se hubieran visto mancilladas por algunas crueldades
que la sospecha le hizo cometer contra Símaco y Boecio,
verdaderos santos, su memoria merecería ser plenamente
glorificada. Gracias a sus virtudes y talentos, Roma e
Italia, y las demás partes del imperio occidental, libera­
das al fin de todas las miserias que las agobiaban desde
las invasiones bárbaras, respiraron y conocieron por fin
un juicioso gobierno” “ .
F.I progreso del poder pontifical le demuestra lo fun­
dado de las quejas que formuló en los Discursos contra
la política italiana de la Santa Sede. La reprochaba el
liuber llamado siempre en socorro de sus ambiciones tem­
porales, y contra cualquiera que ocupara demasiado lugar
(>n Italia, la fuerza de los extranjeros y los bárbaros: “ Los

" Istoiie flor entine, I, 4-6; II, págs. 14-17; pdg. 15: "E se
Unte vlrtii non fuasero slale bruttate, neU’ultlmo delta sua vito,
ita alcune crudellá caúsate da v-irii sospettl del regno euo, come
l'i inorte di Simmaco e di Boezio, uomini santtesiml, dlmoslrano,
Hiirelilie al tullo la sua memoria degna da ogni parte di qualunque
■more; perché mediante la virtü e bonlá sua, non solamente
Moma e Italia, ma tulle le altre partí delio occidentaJe imperio,
llltore delle continué hattiture che per tanll anni da tanle inúnda­
teme di barbarl, avevano sopportate, si sollevorono, e In buono
iirillnc e assai felice slalo si ridussero".
186 MAQUIAVELO

papas — repite Maquiavelo— , al ver aumentar la autoridad


los lombardos, llamaron en su ayuda a Francia y a sus
reyes. Y a partir de ahora, cada vez que los bárbaros ve­
nían a traer la guerra a Italia, eran provocados por la
Santa Sede... Estas prácticas duran todavía en nuestro
tiempo: y es esto lo que ha mantenido y mantiene aún
la desunión y debilidad de Italia" “ . El contraste ertre dos
políticas, la de los grandes Estados y los principes, que
aceleraba, conscientemente o no, la unificación de Italia,
y la de los papas, que para conservar su dominio tempo­
ral trabajaban con tenacidad en una obra de desunión,
dominará a partir de ahora la historia general del país,
hasta las primeras décadas del siglo x v i: "Puede verse
— concluye Maquiavelo— cómo han sabido hacerse temer
y respetar, primeramente por medio de las censuras ecle­
siásticas y las armas espirituales, después por la acción
combinada de las armas espirituales y temporales; y cómo,
por haber abusado de ambas, han llegado ahora a una situa­
ción tal que han perdido su autoridad espiritual y, para la
temporal, se encuentran a discreción de los demás” “ . Como
Guicciardini, Maquiavelo. que no se ha dignado recordar
la humillación del emperador Enrique IV en Canosa, y ni
siquiera ha citado el nombre de Gregorio VII, parece así
comprobar con un secreto placer los efectos de la Refor­
ma, que en 1525 sustrajo ya a la obediencia de la Santa
Sede un tercio del mundo germánico, penetrando en Fran­
cia y los Países Bajos. Se diría que ha previsto el saqueo

” Istorie florenllne, I, 9; II, pág. 22: “ DI modo che tutte le


guerre che dopo quesll furono da’ barb&rl f&tte in Italia, furono
ln maggior parte dal ponteflcl caúsate, e tuttl e’ barbar! che quella
Inondorono, furono 11 plü delle volts da quegll chtamal!. II qual
modo di procederé dura ancora ln questl nostrl templ; 11 che ha
tenuto e tiene la Italia dlsunlla e inferiría".
u Ibid., págs. 22-23: “ E vedrassl come i papl, prima con le
censure, di pol con quelle e con 1’arml Insteme, Descólate con le
lndulgenzle, crono terrlblll e venerandl; e come, per avere usato
male l'uno e l'altro, l'uno hanno al tutto perduto, e dell' altro
stanno a dlscrezione d’altri”.
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 187

de Roma y la capitulación de Clemente V II ante Carlos V u.


Maquiavelo expone brevemente la lenta decadencia del
imperio. Odia la autoridad anacrónica de los modernos Cé­
sares, tanto como el poder temporal de los papas. Desde
hace mucho tiempo ha rechazado el ideal dantesco de un
mundo cristiano guiado por la unión de Pedro y César
hacia la paz y el conocimiento. Nada es más ajeno a su
espíritu de hombre político e historiador que ese discurso
sobre la historia universal del que puede sacarse fácil­
mente algunos cantos del Purgatorio y el Paraíso, y algu­
nos capítulos del Tratado de la monarquía. Los papas han
humillado el poder imperial, que un Enrique V II no pudo
reimplantar; en un mundo sin ley y sin norma han que­
rido usurpar la fuerza temporal que Dios les había ne­
gado; después de su servidumbre a la casa de Francia,
una sombra mortal aflige la tierra cristiana; es el mo­
mento de que Dios venga en socorro de los hombres “ .
Esta filosofía de la historia es ajena a Maquiavelo, de­
masiado poco cristiano para buscar los vestigios perdidos
de un orden divino, a través de los fastos de la huma­
nidad. No conoce más que el círculo eterno donde se ins­

“ FR. Gcicciardiki, Scriltl poHtlci e rteordi, ed. Roberto Pal­


mo rocchl, ScriUorl d’llalla. Barí, 1933, en 8.to: Rlcordl, serle 1.*,
12i, pág. 265: "lo ho sempre desiderato naturalmente la ruine
dello stato eoclesiastico, e la fortuna ha voluto che sono statl dua
poiiteflcl tal i, che sono stato srorzato deslderare ed affallcarmi
per la grandezza loro; se non fussi queslo rispetto, amere! piü
Mirtino Lulher che me medesimo, perché spereret che la sua
sella potessi ruinare o almeno tarpare le ale a questa scelerala
llrnnnide de’ pretl”. Serle 2.*, 28, pág. 290: "... E se non fussi
queslo rispetto, arel amato Marlino Lulher quanto me medesimo,
mm per liberaran dalle legge indolte dalla rellgione cristiana nel
modo che é Interprétala ed intesa comunemenle, ma per vedere
rldurre questa caterva di sceleratl a’ lermini debili, cloé a restare
o lianza vlzi o sanza autoritá” . La edición Spongano, op. clt., pre-
Heiiln, pág. 33, estas dos redacciones en sentido inverso y como
do* variantes de un mismo texto.
“ Purgatorio, XX, 43-44:
lo fui radice de la mala pianla
che la térra cristiana lutta aduggia...
188 m a q u ia v e l o

criben perpeluamente la grandeza, la decadencia, el rena­


cimiento de los lisiados. En la lucha del sacerdocio y del
imperio sólo considera la formación de los partidos ita­
lianos, las guerras constantes de gibelinos y güelfos, el
desgarramiento de Italia.
Sin ninguna simpatía, sigue el progreso de los gobiernos
personales, de las tiranías fundadas sobre las ruinas de
las comunas libres, mientras que aumenta la audacia de
los soldados de fortuna y sus jefes, a los que repúblicas
y monarquías confían su salvaguardia quedando a merced
de las usurpaciones militares o los ataques del extranjero.
Hay en estas páginas el mismo desdén sistemático y par­
cial. el mismo sectario menosprecio de los condotlicre. El
mismo pensamiento, el mismo lenguaje que en los Discur­
sos y en El Principe: “ Todos los Estados — escribe— . por
no tener armas propias, estaban inermes. Venecia, con­
vertida en potencia continental, deponía las armas que ha­
bían asegurado su grandeza en el mar; y. siguiendo los
usos comunes, abandonaba u mercenarios la dirección de
sus tropas. El Papa, impedido de llevar armas, hacía por
necesidad lo que los demás hacían por error. Florencia
obedecía a la misma fatalidad. Las luchas civiles habían
destruido allí la nobleza; la república, en manos de los
hombres de negocios, seguía el ejemplo de los otros Es­
tados encaminándose a los mismos desastres. De esta for­
ma, la única fuerza militar de importancia en Italia se en­
contraba en manos de algunos pequeños príncipes o de
algunos aventureros sin tierra. Para medrar o defenderse
los pequeños príncipes aprendían el oficio de las armas;
al no conocer otra profesión, lo único que los capitanes
de fortuna pedían a las armas era riqueza, poder, hono­
res... Todos estos profesionales de la guerra se concertaban
para que ninguno de los Estados que los contrataba obtu­
viera nunca una victoria completa. Acabaron por rebajar
hasta tal punto el arle militar que el más mediocre capitán
en el que se hubiera visto renacer alguna sombra del an­
tiguo valor les habría derrotado vergonzosamente, ante el
asombro maravillado de esa Italia imprudente que les hon­
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 189

raba. Pero a partir de ahora toda mi historia estará llena


de esos príncipes sin valor y esas armas degradadas”

Los libros II, III y IV narran la historia de Florencia


hasta la vuelta de Cosme, triunfal regreso de un breve
exilio. Maquiavelo estudia allí, más como hombre de Es­
tado que como historiador, el mecanismo de la Constitu­
ción florentina. Admira las viejas generaciones del si­
glo x i i i , los republicanos que, en 1265, con sus institu­
ciones militares y civiles, liberaron a la comuna. En el
conflicto de las artes menores y mayores, que agita la
historia de Florencia desde el triunfo definitivo del par­
tido güelfo, anliimperial y favorable a la política de la
Santa Sede, Maquiavelo apenas intenta reconocer la acción
de los intereses económicos y los efectos de la lucha de
clases. Sólo conoce la política. Según la costumbre de los
historiadores humanistas, explica estos conflictos, dema­
siado simplemente, por medio de una comparación con esa
historia romana que él, comentador de T ilo Livio, conoce
mucho mejor que ellos y que. sin embargo, por no tener
en cuenta suficientemente el factor económico, interpreta
exclusivamente como político". Pero en esta larga descrip-

” Islorie fiorentlne, I, 39; II, págs. 57-58: “ I Vlnlzian!, come


el si volsono alia térra, si trassono di dorsso quelle armi che In
ruare gil avevona fallí glorlosl... I PiorenUnl ancora alie modest­
are necessitá ubbldlvano, perché, avendo per le epesse divislonl
•penta la nobllllft, e restando quella república nelle maní di uoml-
ni nutricatl nella mercanzla, segultavono gil ordinl e la fortuna
degll allrl. Erano adunque l'arml di llalla tn mano o de* mlnorl
prlnclpl o di uomlni sanza alato; ... I quall, standcr in sulla guerra,
avevano falto come una lega ed Intelllgenza insleme e rldultala ln
arle... E ln fine la ridussono ln tanta viltA, che ognl mediocre
capltano, nel quale fusse alcuna oinhra della antica virlh ríñala,
gil nrcbbe con ammlrazlone di tutta llalla, la quale per sua poca
prudenza gil onorava, vituperad. DI questl adunque ozlosl prin-
rlpl e di queste vlllsslme arml sari plena la mía Istorla".
" Maquiavelo se contenta con fórmulas clásicas para explicar
Iris 'luchas de los partidos en Florencia, y en seguida se vuelve
liada el ejemplo romano: Istorie fiorentlne, III, 1; II, págs. 122:
"Ln gravl e naturatl nimioizie che soncr Inlra gil uomlni popolarl
IDO Ma q u ia v elo

ción de las luchas que durante dos siglos han removido


la vida florentina, además del juego de partidos y la lenta
degradación de las formas políticas, Maquiavelo se interesa
en la obra de algunos grandes personajes. El autor del
Príncipe y de los Discursos sobre la primera década ad­
mitía sin dificultad la acción decisiva y capital de algunas
voluntades, bastante fuertes para guiar la evolución de
las sociedades o el desarrollo de los Estados. Le place
considerar el papel de los aventureros de la política o de
la guerra; ha estudiado las creaciones de su audacia y su
talento, las causas de su éxito efímero o duradero. Triun­
fadores de un día o un siglo, estos individuos aparecen
también en las l si oríe fiorcntinc. Ahí están Gauthier de
Brienne, duque de Atenas, que. llamado en 1342 por Flo­
rencia para dirigir la lucha contra los gibelinos de Tos-
oana, pudo fundar, con el apoyo de la plebe, una tiranía
demagógica y militar, rápidamente rola por la resistencia
de la legalidad republicana. Y Michele di Lando, el capa­
taz procedente do los talleres del Arte della Lana, durante
el tumulto de los Ciompi, líder durante unos días de los
trabajadores contra la tiranía de las clases posesoras.
Y Salvestro de Médicis, el gran burgués que, a favor de

e 1 nobill, caúsate da H volere questl comandare, e quegll non


ubbldire, sono caglone di tulLi i mali che nascano nelle cltlá,
perché da quesla diversllá di umorl tutte l’altre cose che per-
turbano le republiche prendono 11 nutrimento loro. Questo tenne
disunlta Roma; questo, se gil é leclto le cose piccole alie grandi
agguagliare, ha tenuto divisa Pirenze: avvcnga che nell’una e
nell’allra citIA dlversi effeltl partcrrissero". El estudio de las
eausas de la revolución social, intentada en 1318 por los asala­
riados del Arte della Lana, no pasa de ser un análisis muy so­
mero; III, 12; II, pág. 111: "A che si agglugneva uno odio che
U popolo minuto aveva con i cittadlnl rlcchi e princlpi del le Arli,
non parendo loro essere sodisfatti de lie loro fetiche secondo che
glustamente credevano mechare..."; 13, pág. 142: “ Gil uominl
plebe! adunque, cosí quegll sotloposli all’ arte della Lana come
alie altre, per le cagionl delle erano pienl di sdegno; ai quaie
agglugncndosi la paura per le arsloni e ruberie falte da toro,
convennono di notle plü volte insleme, discorrendo 1 casi scguiU,
e mostrando Tuno aü'allro ne* pericoll si trovavono". Sigue
después un discurso como los de Salustlo, en el que Maquiavelo
resume las palabras de los más audaces (págs. 142-145).
MAQUIAVELO, h i s t o r i a d o r 191

los movimientos populares, trabajó por la grandeza de su


familia. Y Cosme el Viejo, del que Maquiavelo encomia
la urbanidad de sus maneras, su prudencia, la liberali­
dad hacia sus amigos, describiendo con fuerza y claridad
singulares sus intrigas políticas, desde sus primeros con­
flictos con la oligarquía de los Alhizzi hasta su exilio
paduano y las aclamaciones que saludaron su vuelta a
Florencia *. Se desprende de estos tres libros una visión
general sobre la evolución fatal que llevaba a Florencia
hacia la monarquía, visión puramente política, si, pero que
la historia de la economía y la sociedad permito fácilmente
completar.

Los últimos libros, dedicados al gobierno de Cosme y


Lorenzo, deberían mostrar cómo estos hombres, burgueses
entre los burgueses, servidores como los demás del Estado,
sometidos a la misma disciplina de civismo y humanidad,
mantuvieron la difícil apuesta de gobernar una ciudad re­
celosa y poco indulgente con cualquiera que tomara aires
do señor. Correspondía a Maquiavelo el mostrar por qué
maniobras y procedimientos estos hombres, sin investirse
jnmás con ningún titulo aristocrático, consiguieron crear
ese gobierno personal del que aparentemente huían. Pero
ln pluma de Maquiavelo no era ya libre. El secretario flo­
rentino escribía ahora como un analista oficial, como un
historiador de una ciudad dominada por los Médicis; su
obra debía de estar dedicada a un Médicis. el papa Cle­
mente V II; no podía revelar todo lo que él quisiera. El
30 de agosto de 1524 se franquea con Guicciardini, enton­
ces presidente pontifical en Romania: “ Daría lo que fuera
por teneros cerca de mí... Porque he llegado a un punto
en el que necesitaría saber si os ofendo, por exaltar de­
masiado o denigrar demasiado... Imaginaré algún medio
de decir la verdad sin que nadie pueda quejarse” 1*. En

“ lstorie florentino, II, 30-37; III, 9-18, 26-33.


" Lettere famUiari, 30, ed. Mazzonl, pág. 904: “ E pagherel
(llool soldl, non voglio dlr plü, che voi fosee ln lato che lo vi
polnssl mostrare dove lo sono, perché avendo a venlre a certl
192 M AQUI AVELO

el prefacio a Clemente V II afirmaría que ni Cosme ni Lo­


renzo habían tenido nunca ambiciones contrarias a los
intereses de la ciudad ".
Al finalizar el libro IV, después de haber contado los
principios de Cosme, su exilio y retorno, trata también,
en el V y VI, de política exterior. Describe las guerras flo­
rentinas. las guerras italianas. Encuentra allí una nueva
ocasión de denigrar a los capitanes de fortuna y los ejér­
citos mercenarios. Y. sin haber desplegado un gran es­
fuerzo en el análisis de sus métodos de gobierno, llega así
hasta 1464 y la muerte de Cosme. Cosme demostró cómo
se puede adquirir el poder en una ciudad libre y captarse
la confianza! de sus ciudadanos sin utilizar otro medio que
la prudencia y el engaño. Sin sobrepasar los límites de lo
que Maquiavelo llama la modestia civil pudo gobernar
treinta y un años la república florentina sin necesidad de
llamar en su ayuda a las armas. Supo beneficiarse del
juego de partidos y de las empresas de la política extran­
jera. Maquiavelo añade algunas palabras sobre este gobier­
no paternalista, sobre la protección concedida tanto por
sistema como por gusto a las letras y las artes, cuyo vigor
múltiple y fecundo no llega, sin embargo, a mostrar. Sin
la suficiente libertad para analizar a su gusto el carácler
de Cosme, su poderosa inteligencia, cautelosa y violenta
al tiempo, su amor por el poder y su dureza real, se li­
mita a citar ciertas palabras de él, algunas pasablemente
cínicas, dejando entender claramente lo que prefiere no
decir: “ Más vale ciudad arruinada que ciudad perdida...
Algunas varas de sábana rosada son suficientes para hacer
honesto a un hombre... Los regímenes no se defienden con
padrenuestros" ” .*•

particular!, arel bisogno d'intendere da voi se offendo troppo, o


con lo esaltare o con lo abbassare le cose; pune lo mi verró con­
signando. e Ingegneromnil di fare ln modo che, dlcendo 11 vero,
nessuno si possa dolere.
*• Véase pág. 126, n. 33.
“ Istorie fiorenüne, VII, 5; II, pég. 335: “ Fu costino 11 plü
reputato e nornato ciltadlno, di uomo disarmato, che avesse mal
non solamente Firenze, ma alcuna altra clttá di che el abbl me­
moria...”, 6, pág. 336: “ Oicendogli alcunl clttadlnl, dopo ta sua
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 193

Después de la muerte de Cosme, el historiador de Floren­


cia debería haber estudiado el endurecimiento cada vez
mayor del régimen mediciano, los retoques insensibles,
pero ininterrumpidos, que Lorenzo supo aportar a la Cons­
titución, el progreso del poder personal apoyado en un
número cada vez más restringido de ciudadanos que debían
todo al régimen, y sostenido por un sistema policiaco, de
espionaje y delación. Pero prefiere abstenerse y ensan­
char el tema a la medida de Italia. Ve triunfar por todas
partes el despotismo, la corrupción cada vez mayor de la
sociedad. Las guerras, que durante Cosme retenían toda­
vía su atención, son narradas con una indiferencia cada
vez mayor. La política ingeniosa y hábil de Lorenzo con­
siguió por lo menos establecer entre los diversos Estados
italianos un equilibrio capaz de mantener la paz durante
algunos años, evitando así todo pretexto para las interven­
ciones extranjeras, ya amenazadoras. Pero la vida política
se debilita. El amor a la libertad y la energía individual
sólo se manifiestan ya en las conspiraciones. Maquiavelo
se dedica a describir estos conflictos trágicos entre los ti­
ranos y sus súbditos. Pocas páginas hay en su obra y en
Inda la prosa italiana de un carácter más dramático y un
tun agudo relieve como las que relatan el asesinato, en
1470, de Galeas María Sforza, duque de Milán, o la con­
juración de los Pazzi, que, dos años más tarde, costaría
la vida a Julián, hermano de Lorenzo. Como afirmaba ya
en los Discursos sobre la primera década, Maquiavelo de­
muestra ahora cómo estas tentativas desesperadas de la
violencia no han conseguido nunca más que reforzar la
Iirania” Es inútil que los Pazzis apelen a la libertad de

tórnala dallo estilo, ohe si gu astava la cltlá e facevasl oontro a


Hlii a oaociare di quella tantl uomlni da bene, rispóse come egll
i'i .i mcglio ©litó guasta che perduta; e come due canne di panno
rnttnL» face veno uno uomo da bene; e che gil stati non si teñe-
vono co' palemoslrl in mano..."
" Istorie flor entine, Vil, 34; II, págs. 375-378; VIII, 5-9; II,
pilgliuus 385-392; Discorsl, III, 6; I, págs. 337-358; pág. 338;
"hobonno desiderare 1 buoni prinelpi, e, comunque el si sieno
(allí, tollerargll. E veramente, oíd ía allrhnenli, U piü del le volte
is
194 i MAQUIAVELO

Florencia. Los éxitos y las liberalidades do los Médicis


habían hecho sordo al pueblo, y el nombre de la libertad
no parece ya emocionarle.
La obra se termina con la muerte de Lorenzo, el 8 de
abril de 1492. Maquiavelo distingue en él el contraste y la
armonía del talento y la despreocupación1*. Todos los ta­
lentos necesarios para dirigir una ciudad libre o fundar
una tiranía; una elocuencia persuasiva y turbadora frente
a los consejos, y una palabra espiritual y perentoria en
las conversaciones con los particulares; la reflexión pru­
dente y la decisión pronta; la audacia en la ejecución; la
aptitud para domeñar y conducir a la opinión; el arte de
satisfacerla mediante un hábil reclamo, por la actividad
de los trabajos públicos y la magnificencia de las construc­
ciones que proclaman la solidez del régimen; el arle de
hacer olvidar a los ciudadanos la libertad perdida, por las
facilidades de la vida material que transcurre en medio
de fiestas y regocijos públicos; los más preciosos dones
de la inteligencia, el más fino sentido de la belleza, el gus­
to por el pensamiento puro; los múltiples favores conce­
didos a quien sobresalía en la práctica de un arte; los
socorros liberalmente otorgados a los escritores y filóso­
fos; el delicado tacto con que sabia tratar a los artistas,
filósofos y escritores, por ser él también artista, pensador

ruvina sé e la sua patria", pdg. 352: “ Quelll che rlmangono, dl-


venlono plü insopporlablll e plü acerbi".
" Istorte fiorenllne, VIII, 36; II, pág. 432: “ Amava merava lio ­
samente qualunque era in una arle eccellenle; favoriva 1 lette-
rati... Delta architettura, della música e della poesía ineravigllo-
eamenle si dllettava; e molle composizionl poetlche, non solo
composte, ma coméntate ancora da fui apparlscono...”. Obsérvese,
6in embargo, que en el libro V, 1; II, pág. 219, Maquiavelo pa-
rece denunciar el gusto por las letras y por la filosofía como
una de las formas más peligrosamente seductoras de este amor
por el ocio que debilita a los pueblos y les arrastra a la deca­
dencia: “ Aveudo le buone e crrdinale armi partorllo vittorie, e le
vltlorle quiete, non si puó la fortezza degll armatl animí con
plü oneslo ozio che con quello delle lettere corromperé; né puó
1‘ozlo con 11 maggiore e plü perlcoloso lnganno che con questo,
nelle cíttá bene inslilute, entrare... Vengono perianto le provín­
ole per questi mezzi alia rovlna”.
MAQUIAVELO, HISTORIADOR 195

y poeta; y. al lado de estas cualidades que le elevaban


por encima de los mortales, un temperamento brutal y
sensual, pasiones violentas y tenaces; una búsqueda casi
pueril de la diversión y el juego; la afición por lo bufo
y las bromas crueles y mordaces: “ Quien le hubiera visto
llevar así una doble existencia austera y loca pensaría
que luchaban en él dos hombres distintos, unidos por la
fuerza” **. El historiador añade que la forLuna le favore­
cería en todo, excepto en sus empresas financieras: Loren­
zo. tan pródigo como Cosme economizador, arruinó la Ban­
ca de donde había salido la grandeza de su familia. Ne­
cesitaba que el Estado, por diversos medios oscuros sobre
los que Maquiavelo no quiere insistir, le ayudara a res­
tablecer su fortuna comprometida. Pero Guicciardini y
Jacopo Nardi nos han contado cómo los magistrados le
dejaban apoderarse de los fondos públicos, disponer de las
Tortunas confiscadas, de las gabelas, de los fondos de la
Dieta; cómo no se detenía ante ningún obstáculo con tal
de procurarse los medios que le salvaran de la ruina; cómo
sus fieles, con su complicidad, entraban a saco en las re­
servas de la comuna1*. Maquiavelo indica solamente que.
cansado de las finanzas, prefería ahora adquirir inmuebles
y terrenos. Ya no era un burgués enriquecido por los ne­
gocios. Dirigía la explotación de sus tierras, apartándose
de las preocupaciones de la Banca y los negocios, y vi­
viendo en sus fincas, a la manera de los príncipes, como
un gran terrateniente **.

•' Istorie fiorentine, VIII, 3G; II, pág. 433; "Tanto che, a con.
slderare In quello e la vita voluttuosa e la grave, si vedeva In
luí «sacre due persone diverse, quasi con imposslbile congiunzlone
cniiglunle".
M Ibid., p&gs. 431-432: “ Fu, quanlo alta mercanzla, Infellcls-
mIiiio... Convenne che la sua patria di gran somma di danari lo
mivvcnLsse". Fu. Uuicciahdini, Slorle florentine, 9, págs. 80-81:
"... Andandogl! male, fu forzato vaiersi del publico e forse in
i|iiiilolie cosa del prívalo, con grandisslma infamia e carleo suo”.
.Iaoii'o Nardi, Istorie delta c ita di Firenze, ed. A. Gelll, Floren-
i'la, 1858. 2 vols. en 8."; I, págs. 19-20.
" Istorie florentine, VIII, 36; II, págs. 432: “ Per non tentare
196 MAQUIAVELO

Maquiavelo hubiera querido continuar el relato de la


historia florentina a través de las guerras de Italia. Al»
gunos fragmentos y notas llegan hasta el penúltimo año
del siglo. Pero los acontecimientos políticos no le permi­
tirán acabar su obra. Esta termina bruscamente con la
muerte prematura de Lorenzo, entre los tristes presagios
que. en el momento en que iba a desaparecer el hombre
que había sido lo bastante hábil como para asegurar du­
rante veinte años la paz y el equilibrio de los Estados,
apaciguar sus rivalidades y contener al extranjero, pare­
cían anunciar y, en efecto, anunciaban el fin de un
mundo*

plb slmlle fortuna, lasclate da parte le mercatantlll industrie, alie


possessloni, come plti stablli e plú ferme rlcchezze, si volee” .
* Pag. 434: “ Súbito morto Lorenzo, comlnciorono a nasoere
quegli cal tivi senil 1 quall, non dopo medio tempo, non sendo
vivo chl gil sapesse spegnere, rovinorono, e ancora rovlnono la
Italia”.
SEGUNDA PARTE

LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO
C a p ít u l o p r im e r o

EL GOBIERNO LEGAL

Hasta aquí hemos intentado seguir a Maquiavelo du­


rante sus años de estudio, de viajes, de actividad política-
liemos pretendido comprender su formación, definir los
términos en los que se planteaba para él la inevitable cues­
tión. la de la reforma de los gobiernos de Italia y la fun­
dación, en la Italia unificada, de una autoridad lo bastante
fuerte como para defenderla contra el extranjero. Hemos
querido comprender sus ilusiones, señalando el contraste
que existe entre sus incertidumbres prácticas y el carác­
ter científico y positivo de su método, comprobando la li­
mitación de los problemas que intentaba resolver, la li­
mitación de su análisis científico, el carácter necesaria­
mente restringido de sus conclusiones. Y, en fin, hemos
observado en él el dualismo de una inteligencia duramente
positiva y una imaginación de visionario y poeta.
A partir de ahora podemos ya emprender el estudio de
su doctrina. AI comentar la primera década de Tito Livio
Maquiavelo formula cierto número de sentencias y máxi­
mas de las que se desprende la teoría de un régimen cons­
titucional, bien republicano, bien monárquico, de un Es-
tndo libre, o, como él dice, civilmente gobernado. En El
Principe, que parece escrito al margen de los Discursos.
construye la teoría de una monarquía absoluta, de un des­
potismo que desearía, sin embargo, ilustrado. En su ca-
200 MAQUIAVELO

rrera de escritor y político El Principe sólo representa el


trabajo de algunos meses, dedicados al estudio de una hi­
pótesis ilusoria. Los Discursos sobre la primera década,
constantemente retocados y completados, expresan el pen­
samiento que sostuvo verdaderamente hasta su muerte.

I
En la base de lodo gobierno del que se excluye lo arbi­
trario y tiránico, Maquiavelo parece afirmar la necesidad
de un pacto. Sin duda, el contrato tácito entre los que
gobiernan y los que son gobernados, en virtud del cual
éstos otorgan a aquéllos su confianza y obediencia, mien­
tras que aquéllos se comprometen a no utilizar su poder
más que para mantener y defender los derechos de éstos,
no se analiza en los Discursos. Maquiavelo no ha leído a
los teólogos de la Edad Media, que habrían podido ins­
truirle sobre esto. Vive un siglo y medio antes que Locke.
Para que en el mundo moderno pueda desarrollarse y de­
finirse la noción contractual del gobierno tendrán que pro­
ducirse el levantamiento de los Países Bajos contra Fe­
lipe II. las guerras francesas de religión, la fundación del
régimen republicano en las Provincias Unidas y especial­
mente en Holanda, casi dos siglos de historia inglesa y
dos revoluciones inglesas. Sin embargo, por la fuerza de
las cosas, la idea de un contrato entre gobernantes y go­
bernados se impone a la mente de Maquiavelo; la idea de
una monarquía de derecho divino le es absolutamente aje­
na. A propósito de Maquiavelo, se presentan múltiples oca­
siones de citar a Montesquieu; jamás la de citar a Bossuet.
Republicano o monárquico, todo gobierno civil reposa so­
bre un pacto, bien expresado directamente en un texto
constitucional, bien de forma tácita.
Maquiavelo define esta noción del pacto según el ejem­
plo de la monarquía francesa.
Durante lodo el siglo xvm los teóricos políticos france­
ses se han esforzado en descubrir la Constitución del rei-
EL GOBIERNO LEGAL 201

no*. Desde la segunda década del x v i Maquíavelo había


afirmado su existencia: “ El reino de Francia — escribe—
posee la paz y seguridad interior; y eso se debe fundamen­
talmente a una infinidad de leyes, en virtud de las cuales
la autoridad real se reconoce limitada... Este reino está
más sometido a la disciplina de las leyes que ningún otro
Filado contemporáneo... Los príncipes nacen ahí bajo el
control de la Constitución... El que rigió este Estado [y
aquí aparece el mito, tan querido por Maquiavelo y re­
cogido después por los filósofos del siglo xvrtt, del legis­
lador que, en los orígenes de la historia, traza el cuadro
en que se desarrolla la vida de las sociedades] quiso que
los reyes pudieran disponer a su antojo de la fuerza mi­
niar y el dinero; pero sólo les permitió disponer de lo
demás según el orden definido por las leyes"*.
Maquiavelo continúa este análisis de la Constitución fran­
cesa. Se ha previsto en ella la creación de un cuerpo en­
cargado de mantener el contrato establecido entre el go­
bierno y la nación: “ Estas leyes en las que se funda el
orden del Estado se confían a la vigilancia de los Parla­
mentos, y, sobre todo, del Parlamento de París. El las re­
cuerda y las hace entrar en vigor, cada vez que tiene oca­
sión de dictar una sentencia contra algún grande, o incluso
contra los excesos de la autoridad real". Y Maquiavelo ob­
serva que, mediante esta resistencia frente a la arbitra­
riedad. el Parlamento preserva las libertades esenciales
de la nación. Si los Parlamentos dejaran de cumplir su
deber, todo el orden del reino se disolvería*.
1 E. Carcassonne, Montesquleu et le problime de la Constt-
lullon franaaise au XVill• sítele, París, 1926, en 8.®, págs. 1-63,
«6-102. Ct. pág». 75, n. 61-62; 98, n. 30.
* Dlscorsl, l, 16; I, pág 140: “ !n esemplo el é 11 regno di
Francia, II quale non vive sicuro per adro che per essersl quelll
ro obligan a infinite leggi, nelle quali si comprende la slcurtá
di tutti i suoi popoii. E ohl ordino quella elato, volle che quelll
re, dell’ arml e del danalo faoessero a loro modo, ma che d’ogni
«lira cosa non ne potessono altrlmenil dlsporre che le leggi si
mltnassero". 1, 58; I, págs. 217-218: “ II quale regno é modéralo
ptii dalle leggi che alevino allro regno di che ne* noslri lempl
si nlihla nolizia. E questl ne... nascono soUo tall consUluzionl...”.
• Irtscorsi, III, 1; I, pág. 331: “ 11 quale regno vive sollo le
202 MAQUIAVELO

En Maquiavelo aparece así una de las ideas que conce­


birían los parlamentarios del siglo xvui, y Montesquieu, en
el Espíritu de las Leyes, sobre la monarquía francesa, sus
orígenes y su evolución; la idea de un conjunto de leyes
cuya conservación asegura la protección de los ciudadanos
y la solidez del Estado. Conjunto de leyes confiado a la
vigilancia de un cuerpo de magistrados, que conocen el
Código y administran justicia, pero que están al mismo
tiempo investidos de la más alta función política, porque
forman una especie de Senado conservador, guardián del
pacto constitucional: “ Es preciso, además — dice Montes­
quieu— , un arsenal de leyes. Este arsenal legal sólo pue­
de estar en el cuerpo político que anuncia las leyes cuando
están hechas y las recuerda cuando se olvidan... Un cuer­
po que haga salir constantemente las leyes del polvo en
el que estuvieran sepultadas... En los Estados despóticos
no hay leyes fundamentales y no hay tampoco un arsenal
de leyes” \

En la base de lodo Estado civil y bien organizado Ma­


quiavelo establece, pues, un pacto que, una vez aceptado,
no debe ser roto arbitrariamente. El respeto del pacto cons­
titucional es lo único que puede asegurar al gobierno el
equilibrio y la estabilidad, bien este gobierno esté en ma­
nos de un monarca, bien sea regido por magistrados re­
publicanos: “ Cuando un pueblo observe estos acuerdos
— escribe Maquiavelo— , y vea que en ningún caso este
principio interrumpe el curso de las leyes fundamentales.

leggl e sollo gli ordini piü che alcuno aJtro regno. Delte qua<ll
leggl ed ordini ne sono mantenltorl 1 Parlamentl, e massime quel
di Parlgl; le qua'li sono da lui rinnovale qualunque volla el fa
una esecuziono contro ad un principe di quel regno e che el
condanna 11 Re nelle sue sentenze. Ed infina a qui st é mante-
nuto per essere stato uno oslinato eseculore contro a quel la
Nobllltá: ma qualunque volta el ne lasciassl alcuna impunita, e
che le venissono a multiplicare, sanza dubblo ne nasoerebbe o
che le si arebbono a correggere con disordlne grande, o che quel
regno el rlsolverebbe”.
. ♦ Esprít des Lols, II, 4.
EL GOBIERNO LEGAL 203

se acostumbrará en seguida a v iv ir satisfecho y sin in­


quietud” **. Nada debilita más a un gobierno que la infi­
delidad a estas promesas; y, como ejemplo, Maquiavelo
rita un error de Savonarola: después de 1494, Florencia,
dice, se había dado una nueva Constitución, con la ayuda
del hermano Jerónimo Savonarola, de cuya prudencia, sa­
ber y virtud dan fe sus escritos. Después de grandes tra­
bajos consiguió obtener la aprobación de una ley que es­
tablecía el derecho del pueblo a apelar todas las sentencias
dictadas en materia política por los séniores o los Ocho,
garantizando así la seguridad de los ciudadanos. Pero en
agosto de 1497 cinco personas fueron condenadas a muerte
por la Señoría, acusadas de complot contra la república.
Cuando los reos quisieron hacer valer su derecho de ape­
lación, Savonarola, a despecho de lo establecido en la Cons­
titución, no lo permitió. Esta ilegalidad disminuyó el cré­
dito del monje más que ningún otro acontecimiento. Ya
no podía ni desaprobar su decisión, porque se desaprobaba
él mismo, ni justificarla, porque era injustificable. Esta
violación de la legalidad reveló su carácter intratable, su
orgullo sectario; disminuyó su autoridad y le hizo fácil
blanco de terribles críticas*.

Maquiavelo desea que el pacLo constitucional pueda apo­


yarse sobre la religión. Y se plantea así el moderno pro­
blema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia.
Ni el fundador ni el reformador del Estado pueden pres­
cindir de las creencias religiosas de un pueblo. Tanto como
ti los hombres geniales que han creado las repúblicas y
los reinos Maquiavelo admira a los hombres geniales que,
como Moisés o Numa, han establecido creencias, un culto,
leyes religiosas. La religión, que refrena los malos inslin-

• IHsc.orsl, I, 16; 1, líO : “ E quando uno principe faccia ques-


lo, e che 11 popolo vegga chem per accidente nessuno, el non
rompa lali leggi, cominceri in breve tempo a vivero sicuro e
cimiento” .
• IHscorsl, I, 45; 1, p.4g. 192.
204 MAQUIAVBLO

tos de los hombres, es indispensable para el mantenimien­


to de un orden civilizado. Después de Rómuto, rey gue­
rrero. la fortuna de Roma se debió a Numa. legislador re­
ligioso, que supo asegurar la cohesión del Estado y la so­
ciedad en un pueblo atormentado por viólenlas pasiones*.
A pesar de algunas restricciones puramente formales en
favor de la verdad romana, en el origen de toda creencia
profesional, Maquiavelo reconoce la debilidad del espíritu
humano y su eterno desamparo. Admite sin dificultad que
la impostura estuvo siempre presente en el origen de to­
dos los cultos; pero los pueblos se ven así engañados por
su bien. Poco importan las mentiras a que recurrió Numa
para convencer a los romanos: los fundadores de religio­
nes han abusado siempre de sus fieles, y es bueno que
sus fieles hayan dejado que se abuse de ellos. La política
debe utilizar este medio de acción que le ofrece la psico­
logía de los pueblos. La historia antigua y moderna en­
seña que los más incrédulos no son siempre los menos sen­
sibles: “ Los florentinos — escribe Maquiavelo— no podrían
pasar por ignorantes o groseros. Y, sin embargo, el her­
mano Jerónimo Savonarola les persuadió de que hablaba
directamente con Dios... No quiero juzgar si el actuar así
era o no un error, porque de un tan gran hombre sólo
debe hablarse con reverencia. Pero puedo decir que la
multitud creía eso, sin haber visto jamás una prueba ex­
traordinaria” *. “ No combatir nunca la religión — escri­
birá en seguida más resueltamente, pero en secreto. Guie-
ciardini— , ni nada de lo que parezca tener alguna relación
con Dios: porque tales temas tienen demasiada fuerza

’ Discorst, I, 11; I, pág. 125: “ II quaie, trovando uno popolo


feroclsslmo, e volendolo rldurre nelle obedlenze ctvlll con le
artl delta pace, si volse alia rellglone, come cosa al tullo neces-
saria a volere mantenere una elviltá’’.
* ¡Hscorsi, I, 11; I, pág. 128: “ E benché ágil uomlnl rozzl plíi
fácilmente si persuada uno ordlne o una oplnlone nuova, non é
peró per questo lmpos9it>lle persuaderla ancora ágil uomlnl cl-
vlll e che presumono non essere rozzl. Al popolo florentino non
pare né essere Ignorante né rozzo; e nondlmeno da frate Glro-
lamo Savonarola fu persuaso che parlava con Dio...".
EL GOBIERNO LEGAL 205

«obre el espíritu de los tontos" *. Siempre será, pues, po­


sible provocar y obtener estos actos de fe colectiva. Mu­
chos los han obtenido, muchos los obtendrán todavía, y
nadie debe desesperar de imponer a los hombres ilusiones
contra las que nunca se defienden bien. La humanidad
sigue siendo lo que fue en los orígenes: “ Los hombres
uncieron, vivieron y murieron siempre según el mismo
orden y las mismas leyes eternas" *.
La solidez del pacto gubernamental exige, pues, el man­
tenimiento de la religión. El medio más seguro de alimen-
Inr el espíritu religioso es conservar intactos el culto y
las prácticas: “ Los Estados de gobierno personal o repu­
blicano, si no quieren ver cómo se corrompen sus insti­
tuciones, deben, ante todo, evitar toda corrupción de las
ceremonias religiosas" Es preciso proteger con el ma­
yor cuidado todo lo que pueda emocionar el alma de los
pueblos. En la antigüedad grecorromana esta protección se
realizó mediante los sacrificios, los adivinos, los oráculos,
los augures. En los pueblos modernos Maquiavelo percibe
la liturgia, las ceremonias, las prácticas piadosas, todo lo
que la Reforma intentará en seguida corregir. Todo lo
que se apodera del hombre por el sentido o la imagina­
ción, apartándole de la reflexión critica; todo lo que en­
deude la fe en lo sobrenatural, en el poder de las fórmu­
las y los ritos, en la espera del milagro y en la invencible
necesidad de creer sin pruebas. Augures y oráculos, pro-

• Fa. Guicciardini, Iticordi, ed. Spongano, pág. 241: “ Non


rnmlmltete mal con la reltgione né con le cose che pare che de-
pcndono da Dio; perché questo obteUo ha troppa lorza nella
mente deglt scloechi” .
M IHscorsi, I, 11: I, pág. 128: “ Non sia pertanto nessuno che
«I sUgoltlsca di non potere conseguiré quel che é stato conse­
ntido da altrl; perché gil uominl, come nella prefazlone nostra
«I diese, nacquero, vissero e morlrono sempre con uno mede-
dliio ordlne".
" IHscorsi, I, 12; I, pág. 128: “ Quelll prlncipl o quelle repu-
nllnhe, de quall si vogllono mantenere Incorrotte, hanno sopra ognl
iiltrn cosa a mantenere incorotle le oerimonfe delta loro reli-
MlniHi, e tenerle sempre nella loro venerezione; perché nessuno
luiigglore lndizio si puote avere della rovlna d'una provincia, che
Vellera dlspreglato H culto divino".
206 MAQU1AVELO

felas judíos y cristianos, sacrificios paganos y misa cató'


lica. han impuesto y seguirán imponiendo durante mucho
tiempo a los hombres un prestigio que se explica por le­
yes constantes. Estas leyes eximen al político de entrar en
el detalle de los dogmas, que pertenecen a los sacerdotes
y a los teólogos. Pero el político respetará siempre la re­
ligión, afectará respetarla, incluso sin creer en ella, por­
que solamente en nombre de la religión puede obligarse a
los hombres a realizar los sacrificios necesarios, a plegar­
les a una disciplina de concordia y virtud. Si llega el caso
no retrocederá ni ante la impostura. Podrá observar me­
jor esta conducta cuanto más prudente sea y mejor co­
nozca las leyes naturales” .
Por tanto. Maquiavelo sólo admite y concibe una reli­
gión de Estado, simple medio de gobierno, subordinado a
los fines de Estado. Pero ha perdido el verdadero sentido
de la vida religiosa. Ni por un momento podría admitir
que su finalidad primera sea lograr la perfección espi­
ritual del individuo. Porque para él el individuo sólo cuen­
ta en la medida en que puede servir al Estado, como le­
gislador, como magistrado, como ciudadano o soldado. La
religión en la que tal vez crea el secretario florentino sólo
le interesa como instrumento que pueda plegar al ciuda­
dano a la disciplina del Estado. Y sólo la considera des­
de el exterior, y para utilizarla; la esencia íntima y pro­
funda del cristianismo, o de toda otra religión, se le es­
capa. le es ajena, no le interesa. El es un buen alumno
de los juristas y políticos romanos que, en la diversidad
de las formas religiosas, habían considerado, ante lodo,
un instrumento político: es un buen alumno de Polibio.
y, como él. se dedica a mostrar el uso que los romanos
supieron hacer de la credulidad de las multitudes, para
mantener el Estado. Será suficiente recordar, en los Dis­
cursos, el título del capítulo X III del primer libro: “ De

u Ibld., pág. 129: “ Mantener© la loro república religiosa, e


per conseguenle, buona e unita. E debbono, tulle le cose che
nascano in lavare de quellu, conté che le giudlcassono false,
favorirle e accrescerle; e tanto plü lo debbono fare, quanlo piü
prudenll sono, e quanlo piü conoscitori de lie cose naturall".
EL GOBIERNO LEGAL 207

mimo los romanos se servían de la religión para restable­


cer el orden en la ciudad, conducir sus empresas y poner
fin a los tumultos interiores” El hombre de Estado se
sirve de la religión; no es necesario que crea en ella; y
hasta es mejor que no crea. En el capítulo XIV demuestra
oómo los hombres de los que dependía la política de Roma
sabían utilizar favorablemente los auspicios, incluso cuan­
do eran negativos. Cuando la razón les demostraba la ne­
cesidad de una empresa se comprometían en ella sin va­
cilar. y, en caso de necesidad, a pesar de los auspicios des­
favorables. Pero, en este caso, sabían, además, pasar a las
prohibiciones religiosas sin dar la impresión de desdeñar
la religión; y no vacilaban en castigar severamente a cual­
quiera que la hubiera despreciado públicamente” .
He aquí cómo se desarrolla la doctrina de Maquiavelo
sobre las relaciones entre el Estado y la Iglesia. El Es­
tado necesita la religión y la utiliza para asegurar su pro­
pio mantenimiento. De donde resulta que Maquiavelo no
admitirá jamás la separación de Iglesia y Estado, porque
no puede prescindir de los servicios que le reporta la re­
ligión. Maquiavelo conserva la Iglesia tradicional; asegura
u los sacerdotes el respeto debido por los ciudadanos a su
función religiosa y su papel social, los honores que el
Estado les reserva, porque quiere verse sostenido por un
cuerpo de sacerdotes. Maquiavelo mantiene intactas las
creencias y prácticas de una religión de Estado a cuya
suerte está ligada la suerte del Estado. Si hubiera sido
consejero do Trajano o Marco Aurelio habría aprobado las
rigurosas medidas represivas contra los cristianos, cuya
propaganda religiosa y moral amenazaba con debilitar el
Imperio. Como los políticos de la Reforma, no está lejos
do considerar la unidad religiosa como un bien supremo.

“ IHscorsl, I, 13; I. pág. 131: “ Come 1 Romanl si eervlvono


•Mía rellglone per rlordinare la clttá e seguiré le lore imprese e
M inure i lumulU".
*' Discorsi, I, 14; I, pág. 133: “ I Romanl interpetravano gil
«implzl secondo la necessllá, e con la prudenza mostravano di
iiimcrvare la rellgione, quando forzad non la osservano, e se al­
eono temerariamente la dlspregiava, puní vano”.
208 MAQUIAVELO

y de pensar que la diversidad de creencias desfigura y de­


bilita a un Estado. En los Estados modernos, donde el ca­
tolicismo, en la fecha en que él escribe, conserva todavía
el privilegio de una religión profesada por los que ejer­
cen la autoridad pública. Maquiavelo se muestra parti­
dario de mantenerlo y conservar el acuerdo estrecho y la
colaboración estrecha entre la Iglesia católica y el Estado.
En Florencia no se podría concebir una república indife­
rente u hostil al culto romano; ningún Estado italiano po­
dría ignorar el catolicismo y menospreciar el concurso de
la Iglesia católica.
Pero es evidente que, en este acuerdo entre la Iglesia
y el Estado, es la Iglesia quien debe correr con los gastos.
Maquiavelo desprecia la teología; sólo pide a la Iglesia re­
forzar la disciplina moral, indispensable para plegar a los
individuos al servicio del Estado. No desea en absoluto
someter las inteligencias a un régimen de represión y coac­
ción. Hace ya mucho tiempo que la Inquisición no existe
en Italia, y la libertad de pensamiento y palabra es prác­
ticamente muy amplia. No le gustaría imaginarse un re­
nacimiento del Santo Oficio y nuevos procesos de herejía.
Nada le hubiera disgustado más que la Contrarreforma
católica, tal como se desarrollaría en Italia después del
restablecimiento de la Inquisición romana, en la segunda
mitad del siglo xvi. Bajo un régimen como éste no hu­
biera podido escribir ni El Príncipe ni los Discursos sobre
la primera década de Tilo Livio. Se sirve de los sacerdo­
tes, pero no les quiere; desprecia su gobierno y no les
permitiría gustosamente que regentaran la vida de las
almas". Desea conservar intacta su libertad interior. Per­
manece fiel a las tradiciones del gobierno florentino, que,
muy poco devoto, honraba la religión y procuraba mante­
nerla en el pueblo, pero exigía del clérigo obediencia es­
tricta a las leyes, prohibiéndole, si llegaba el caso, obedecer
al Papa durante los conflictos de la Santa Sede con la re­
pública, y, en caso de que Roma hiciera pesar sobre ella

“ Discorsi, I, 27; I, pág. 158: “ Quanlo sia sa Btlmare poco


clil vive e regna come loro".
EL GOBIERNO LEGAL 209

Iti excomunión, ordenaba a I09 sacerdotes continuar el cul­


to Maquiavelo no quiere que la Iglesia y el Estado se
Ignoren, para obligar a la Iglesia a servir a éste. El Es­
tado tendría incluso derecho a señalar su disgusto por
ciertas formas ascéticas y monacales del cristianismo, y a
impulsar una interpretación cívica y estoica del Evange­
lio. Pero ningún texto permite precisar en qué medida
Maquiavelo autoriza al Estado la vigilancia y control de
la enseñanza moral y prédica de la Iglesia. Si quisiéramos
definir la doctrina de Maquiavelo sobre las relaciones in­
dispensables de la Iglesia y el Estado nos encontraríamos
unte la idea de una Iglesia nacional, dependiente del Es­
tado, ligada al Estado, subordinada a los fines de la po­
lítica nacional y a la defensa de los intereses nacionales.
Esta doctrina tan romana y antigua del papel de la reli­
gión y del cuerpo sacerdotal, de la colaboración de la Igle­
sia con el Estado, ha jugado un papel capital en la his­
toria moderna. En efecto, se presentaba tan naturalmente
nI espíritu de los legisladores que muchos gobiernos la
lian encontrado sin haberse adherido a la escuela de Ma­
quiavelo. Los juristas galicanos de la monarquía francesa
la aconsejaron a los reyes, que finalmente la practicaron
en muchas ocasiones. En el siglo xvi los Estados protes­
tantes la siguieroa En el reino de Prusia se convirtió en
un elemento esencial de la tradición política de los Hohen-
zollera En el siglo xvm la mayor parte de los Estados
miélicos la encontraron cómoda y se plegaron a ella. El
despotismo ilustrado la hizo entrar en su sistema. Inspiró
en Austria la política religiosa de José II. y esa subordi­
nación de la Iglesia al Estado que en la historia recibe el

" A propósito de Ja guerra de Florencia contra Gregorio XI


i ii 1375, llamada "Guerra dcgli otto Santi”, Istorie fiorentine,
III. 7; II, pág. 133: “ Duró la guerra Iré annl, né prima ebbe che
con la morte del pontífice termine; e fu con tanta vlrtü e tanta
NiMlillsfazione de lie unlversale Ammlnlstrata, che ágil Otto fu
ugiil anuo prorogato il maglstrato: ed era no chiamati santi, ín-
coi'a clie gil avessino sLImale poco le censure, e le chiese de*
licnl loro spogliate, e sforzalo II clero a celebrare gil uffici: tanto
qiiclll cllladini sliinavomo allora piü Ja patria che l’amlma".
14
210 MAQUI a VELO

nombre de josefismo. Bonaparte se inspiró también en ella


cuando concluyó con Pío V II una alianza política con vis­
tas a la realización de un asunto de gobierno: la utiliza­
ción por el Estado de las fuerzas disciplinarias de que
dispone la Iglesia romana, transformada, con la conformi­
dad de la Santa Sede, en un servicio administrativo: “ Se
dirá que soy papista — declara Bonaparte; no soy nada;
he sido mahometano en Egipto; y seré católico aquí por
el bien del pueblo. No creo en las religiones” ", Para arre­
glar las relaciones entre la Iglesia y el Estado, Bonaparte
desemboca así naturalmente en la doctrina de Maquia-
velo; y, siguiendo hasta el fin el pensamiento de Maquiave-
lo. dicta a la Iglesia galicana el catecismo cívico y nacio­
nal que debe enseñar a sus fieles. Pero podría ser peli­
groso ver en los Discursos sobre la primera década las
ordenanzas religiosas de José II o el catecismo imperial
de 1806.

II

Tales son, para Maquiavelo, las bases esenciales de un


gobierno civil. Un pacto constitucional conservado en un
conjunto de leyes por un cuerpo de magistrados investi­
dos de la misión política de un Senado conservador; pacto
cuyo apoyo más sólido es la religión, y que, en consecuen­
cia, exige la presencia y la acción de un cuerpo sacerdotal
colocado bajo la tutela y vigilancia del Estado. Traducidos
en el vocabulario de la historia francesa, estos factores
elementales podrían expresarse así: Constitución, Parla­
mentos, Iglesia galicana, Concordato, artículos orgánicos.
Queda por definir lo que Maquiavelo entiende por gobierno
civil.
El carácter esencial de un gobierno como éste es el de
asegurar a los ciudadanos lo que Maquiavelo llama la li­
bertad". Monlesquieu afirma que ninguna palabra ha re-

" A. Debidour, Histolre des rapports de l’Eglise et de l’Etat


en France de 1189 á 1810, París, 1898, en 8.®, pág. 190.
" Dlscorsi, I, 16; I, págs. 137-140: “ Un popolo, uso a vlvere
eotto un principe, se per qualce accidente diventa libero, con
EL GOBIERNO LEGAL 211

ciliido más diversas significaciones ni impresionado los es­


píritus de tantas maneras. No obstante, el autor del Es-
Irfritu de las Leyes quiere reconocer ahí el poder de hacer
linio lo que se debe querer, el derecho de hacr todo lo
que permiten las leyes, y de no ser obligado a hacer todo
lo que no se debe querer” . Maquiavelo emplea esta pa­
labra sin tomarse el trabajo de disertar sobre una noción
para él completamente evidente. Preferentemente, define
la libertad por sus efectos. El más precioso es la seguri-
iliid cívica” ; pero no se ha molestado en analizar un de­
recho que los constituyentes de 1789 declararon natural e
Imprescriptible ". Dominado por el recuerdo de las tira­
nías antiguas y modernas, piensa, ante lodo, en la seguri­
dad de las personas y los bienes, en la protección contra
la violencia y las confiscaciones” . Generalmente. Monles-
quieu y los constituyentes buscaron las garantías del indi­
viduo contra los arrestos y detenciones arbitrarios, la pues­
ta en práctica del principio inglés de habeos corpas, for­
mulado por la ley de 1679” . La seguridad cívica puede.

dirrioullá mantiene la libertá". 17, págs. 140-142: “ Un popolo


rorrotto, ventilo in libertá, si puó ccm dlfflcuillá grandissima
mnntenere libere".
,a Esprit des Lols, XI, 2; Diversos significados dados a la
palabra “ libertad"; 3; Lo que es la libertad.
■ Mscorsl, I, 16; I, pág. 140: “ Vivere sicuro e contento...
I.n slcurltá di tutti i suol popoli” .
“ Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
articulo 2: “ El fin de toda asociación política es la conservación
iln los derechos naturales e Imprescriptibles del hombre. Estos
derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resls-
lenola a la opresión".
■ Discorsi, I, 16; I, pág. 138: “ Potere godere Hberamenle
In cose sue sanza olcuno sospetto, non dubitare dell'onore delle
donne, di quel de’ figliuol!, non temere di sé” .
“ En principio, Montesquieu ha considerado la seguridad des­
de el mismo punió de vista que Maquiavelo: Cahiers, pág. 97:
“ Es libre todo aquel que crea fundadamente que el furor de uno
o do varios no le quitarán la vida o la propiedad de sus bienes” ;
pág. 113: “ La única ventaja que un pueblo libre tiene sobre otro,
ñu la seguridad que tiene cada uno de sus habitantes de que el
capricho de alguien no le quitará sus bienes o su vida. Un pue­
blo sometido, que tuviera esta seguridad, fundada o no, seria
212 MAQtlIAVELO

además, significar el derecho que la Declaración reconoce


al ciudadano de no verse molestado por sus opiniones mien­
tras que al manifestarlas no trastorne el orden público: de
donde resulta el derecho de comunicar libremente su pen­
samiento, de hablar, escribir, imprimir libremente, pero
con la obligación de responder del abuso de esta libertad
en los casos previstos por la ley**. Maquiavelo no lia ana­
lizado estas nociones jurídicas, lentamente elahoradas du­
rante dos Revoluciones inglesas, la Revolución americana
y la Revolución francesa. Apenas si se interesa en defen­
der esta libertad de pensamiento y palabra que, sin em­
bargo, le es tan querida, y en conciliaria con las exigen­
cias de una religión de Estado, o de la defensa del Estado.
Pero la libertad no consiste solamente en la seguridad
del individuo y de sus bienes materiales o morales. La
libertad es, además, libertad política. La mayor parte de
los hombres no dan a ésta ninguna importancia y sólo de­
sean la seguridad; sólo un pequeño número aspira a la
libertad política, porque aspira a mandar", desea contro­
lar el gobierno y participar en él. Queda por definir en
qué medida ese deseo es legítimo y merece ser satisfecho;

tan feliz como un pueblo libre... Esta seguridad de su Estado no


es más grande en Inglaterra que en Francia, y apenas era más
grande en algunas antiguas repúblicas griegas..., por lo demás,
concedo muy poca importancia a la felicidad de disputar con
furor sobre los asuntos del Estado y no decir nunca cien palabras
sin pronunciar la de 'libertad', ni el privilegio de odiar a la
mitad de sus ciudadanos", pero, en l’Esprit des Lois, se adhiere
plenamente a la doctrina inglesa; XII, 2: “ Esta seguridad nunca
es más atacada que en las acusaciones públicas o privadas. La
libertad del ciudadano depende, pues, principalmente, de la bon­
dad de las leyes criminales". Declaración de los Derechos, 7:
“ Ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido más
que en los casos determinados por la ley y según las formas
que ella ha prescrito. Los que soliciten, expidan, ejecuten o ha­
gan ejecutar órdenes arbitrarias deben ser penados".
" Declaración de los Derechos, arts. 10-11.
” Dlscorsl, I, 16; I, pág. 139: Esaminare quali cagiono
sono quelle che gil fanno desiderare d'essere líber!: ...lina ptcco-
la parte di loro desidera di essere libera por comandare; ma
tutu gil altri, che sono lnfiniti, deslderano la libertó per vivere
sicuri”.
EL GOBIERNO LEGAL 213

ni definir ese control y esa participación, y en qué me­


dida se puede admitir que los ciudadanos lo ejerzan. Ma-
quiavelo no lia abordado este problema. Suele emplear el
término de “ libertad romana"; muestra cómo las luchas
do plebeyos y patricios aseguraron en Roma una libertad
que ól define, sobre todo, como resistencia a la opresión “ ;
enumera, además, los medios que, en un Estado republi­
cano. permiten amordazar a los enemigos de la libertad
política Pero apenas se interesa en un análisis abstracto
que el estudio de la historia romana le ha evitado. Con­
cibe esta libertad como la practicaba la república romana,
entre la derrota de Aníbal y los Gracos” . Exigiría, como
los ciudadanos o ciudades antiguas, el derecho de no obe­
decer más que a magistrados libremente elegidos y a le­
yes libremente discutidas y voladas en asambleas libres,
según los términos de la Constitución. Se atiene a la no­
ción antigua, grecorromana, tal como Fustel de Coulanges
la formula; gozar de derechos políticos, volar en las asam­
bleas, elegir magistrados, poder ser elegido magistrado” .
() como Aristóteles lo había definido con cuatro palabras:
participar en el derecho de juzgar y condenar". Maquia-
velo añadiría el de aceptar el impuesto. Pero nunca ha
fijado la línea de separación entre la inmunidad, conce­
dida por la Constitución a tal o tal grupo de ciudadanos.*•
*• Inscorsl, I, 37; 1, pág. 177: Rovlnó al tutto la liberta ro­
mana”, I, 4; I, págs. 103-105: “ Che la dlsunione della Plebe e
del Señalo romano fece libera e potente quella república” ; pági­
na 105: “ 1 desideril de' popoli liberi rade volte sono pernizlosl
alia liberté, perché e‘ nascono, o da essere oppressl, o da suspi-
xloue di averc ad essere opprc-ssl”.
>•' Vlscorsl I, 7; I, págs. 112-115: “ Quinto siano In una repú­
blica necessarle de accuse a mantenerla in libertade”. Cí. III, 28;
I, págs. 405-406: "Che si debbe por mente alie opere d’ cittadinl,
perché molle volte sotto una opera pía si nasconde uno principio
di lirannide".
■ Discorsl I, 10; I, pág. 124: “ Vedrá il 6enato con la sua
aulorllá, i magistral! co' suol onori”.
n La Cité antigüe, III, 18, 17.* edición, París, 1900, en 8.°; pági­
na 269: “ üozar de derechos polllloos, votar, nombrar magistra­
dos, poder ser arconte, a eso se le llamaba libertad” .
" Política., 1275 a 22-23; III. 1, i: «H oAIttis 8’ dnrXcos oúSevl
£>
t v &KK'¿v ópIjETcn pñAAou tco peTá)($tv «píateos «al ápxfjs».
214 MAQUIAVELO

y los derechos que naturalmente deben pertenecer a lo­


dos. Su religión del Estado soberano no le permite ni ex­
presar, ni incluso concebir, la idea de la soberanía del
pueblo: para Maquiavelo. el ciudadano debe estar al ser­
vicio del Estado"
No se toma tampoco el trabajo de examinar en qué lí­
mites puede contribuir el pueblo a la creación de la ley.
Sería inútil buscar en él una crítica de los subterfugios
que, en el mundo antiguo o las democracias modernas de
Italia, reducían prácticamente el derecho de elegir y vo­
lar para los hombres de clases inferiores. En el fondo
su posición es la de un aristócrata, o la de un hombre que
por lo menos está persuadido de que no todos son igual­
mente capaces de defender, cuando llega el momento, los
intereses del Estado, que son los únicos que importan. La
libertad política no es ni puede ser más que una libertad
desigual.
Maquiavelo se entendería con los constituyentes para re­
conocer en la propiedad un derecho inviolable y sagrado".
No tiene nada de común ni con los franciscanos espiritua­
les ni con los laborilas. I-a crítica socialista, tal como se
esboza en algunas páginas de la Utopía, le es absolutamen­
te extraña. Todo régimen civil reposa necesariamente sobre
el respeto de la propiedad. Bajo la república, bajo los em­
peradores fieles al pacto constitucional, los ciudadanos ro­
manos no se vieron inquietados en la posesión de sus bie­
nes". En una monarquía moderna que tiene, como la fran­
cesa, una Constitución, si el rey dispone a su antojo de
la fuerza armada y de los impuestos, la fortuna de los
súbditos queda bajo la garantía de las leyes".
Pero el secretario florentino apenas se molesta en dis­
cutir sobre los principios. Piensa como historiador más*

" V. n. 29; Fustel de Coulanoes, La Cité antigüe, III, 18, pá­


gina 2G9: “ A eso se le llamaba libertad: pero el hambre no de­
jaba por tanto de ser sojuzgado al Estado".
“ Declaración de los Derechos, art. 17.
" Discorsi, I, 10; I, pág. 124: “ Godersl I clttadlnl ricchl le
loro riochezze”.
** Discorsi, I, Ifi; I, pág. 140; véase pág. 201, n. 2-3.
EL. GOBIERNO LEGAL. 215

que como jurista, y. sobre todo, le gusta citar hechos con­


cretos. Define la indispensable seguridad por oposición a
ciertos procedimientos de tiranía. Cuando, en el capítu­
lo X del libro I, condena en algunas lineas el mal gobierno
do los Césares, muestra como contraste los beneficios que
liorna ha disfrutado bajo la república senatorial y consu­
lar, o bajo los emperadores, que, de Nerva a Marco Aure­
lio, han respetado los principios republicanos. Estas ven­
tajas, que se resumen en una palabra, la seguridad de los
ciudadanos, son esencialmente libertades: libertad indivi­
dual, libertad para que cada uno disponga como quiera
de su fortuna". Mantenidas durante lodo el tiempo que
las asambleas y las magistraturas conservaron su poder
legal, estas libertades y las garantías constitucionales de
estas libertades fueron destruidas por César". En los tiem­
pos modernos estas libertades y estas garantías son des­
conocidas de los tiranos que reinan en Milán o Nápoles;
de ahí que esos países no se presten nunca a la creación
de un régimen civil. La nobleza feudal desprecia estas li­
bertades; en todas partes donde ella existe no se podrá
ni crear ni mantener un régimen c iv il".

Sería inútil describir un ideal de gobierno sin plantear


ciertas cuestiones de carácter social. Maquiavelo no pide
nunca a la economía, que desprecia e ignora, una inter­
pretación de la política. No sabría “ disertar” ni del arte
de la lana, ni del arte de la seda, ni de las ganancias o
pérdidas de los mercaderes*. No conoce los problemas de
precios o salarios; las luchas de clase florentinas se le es­
capan; conoce mal las cuestiones de finanzas o de Banca,
tan importantes en la historia de las ciudades italianas,
en la de Génova, en la de Florencia. Teórico y práctico

■ Véanse págs. 213 y 214, n. 28 y 33.


* IHscors1, I, 10; I, pág. 124: “ E oonoscerá ahora benisslmo
quantt ofoblighi Boma, Vitalia e 11 mondo abbia con Cesare".
" Véase pág. 96, n. 28.
■ Véase pág. 156, n. 22.
216 MAQUIAVELO

de la política, su mediocre información económica no le


permito desvelar exactamente el juego de las fuerzas ocul­
tas que intervienen de manera oscura y muchas veces
decisiva en la historia política de los Estados. Sin embar­
go, entre las formas políticas y los caracteres de la so­
ciedad distingue algunas relaciones necesarias.
Un régimen civil, y más particularmente un Estado re­
publicano. exige cierta igualdad so cia lM on tesqu ieu de­
mostrará que el amor a la igualdad y a la frugalidad cons­
tituye la virtud sobre la que descansa una democracia:
“ el amor a la frugalidad — dice— reduce el deseo de po­
sesión a la atención que pido lo necesario para su fami­
lia, e incluso lo supcrfluo para su patria” * Muestra cómo
las leyes deben mantener la frugalidad en la democracia,
mediante la igualdad y debilidad de las fortunas. Pero
admite como compatible con la democracia la existencia
de una clase comerciante, incluso rica, a condición de que
sea laboriosa y juiciosa. En este punto Maquiavelo anuncia
a Montesquieu, y los capítulos 11.1-VI del libro V del Es­
píritu, de las Leyes completan exactamente el pensamien­
to del secretario florentino. La existencia de un Estado
libre no es. desde luego, compatible con la misma clase
de gentileshombres. posesores de señoríos y derechos feu­
dales. Sin duda sería deseable que, en una república bien
organizada, el Estado fuera rico y el ciudadano pobre4'.
Maquiavelo no se detiene en este ideal primitivo y lace-
demomano, que no concuerda ni con el progreso de la

" fíiscorsi, I, 55; I, págs. 210-21-i: “ ...Che, duve b aqualilú,


non el puó face principólo; « dove la non b’ non si pu6 fare re­
pública"; I, pág. 214; "Constllulsca adunque una república co-
lui dove é o é falta una grande equalllá”.
“ Esprlt des Luis, V, 3: “ El amor a la república, en una de­
mocracia, es el amor a la democracia; el amor a la democracia es
el amor a la Igualdad. El amor a la demócrata es también el amor
a la frugalidad. Puesto que cada uno debe gozar de la misma fe­
licidad y de las mismos ventajas, cada uno debe disfrutar de los
mismos placeres, y formar las mismos esperanzas; lo cual sólo
se puede alcanzar medíanle la frugalidad general”.
41 Discorsl, 1, 37; I, pig. 176: “ Le republiche bene ordinal e
hanno a tenere ricoo il publico, e gil loro clttadlni poveri”.
EL GOBIERNO LEGAL 217

economía ni con la evolución social. Prácticamente admite


lu desigualdad, creada por la historia, del pueblo obeso
y del pueblo flaco, de la burguesía industrial y comercial,
y de los pequeños artesanos. La igualdad que a él le im­
porta. y que es esencial a un gobierno libre, es esa igual­
dad burguesa que es preciso conservar en el interior de
la clase dirigente. Igualdad que no excluye la diferencia
do fortunas, creadas con un éxito diferente en la indus­
tria, el comercio o las finanzas, como ocurrió en Floren­
cia, Venecia o Génova". Pero estas fortunas tienen el
mismo origen; pertenecen a un patriciado burgués cuyos
miembros se vigilan unos a otros y no permiten fácilmente
que uno se eleve por encima de los demás; la costumbre
del trabajo conserva en ellos un cierto espíritu de mode­
ración y simplicidad. Cuando una de estas familias patri­
cias, ascendida por encima de su clase mediante la adqui­
sición de una fortuna principesca, concibe un nuevo es-
piriLu de ambición política, una república burguesa corre
el riesgo de perderse. Tal fue el caso de los Médicis.
Y Monlesquieu adivina el pensamiento que Maquiavelo le
sugirió: “ Cuando la democracia se funda sobre el comer­
cio puede muy bien ocurrir que haya particulares con
grandes riquezas y que las costumbres no se corrompan.
Porque el espíritu de comercio lleva consigo el de la fru­
galidad, economía, moderación, trabajo, prudencia, tran­
quilidad. orden y regla. Por eso, mientras subsista este
espíritu, las riquezas que produzca no tendrán ninguna
mala consecuencia. El mal llega cuando el exceso de ri­
quezas destruye este espíritu de comercio. Aparecen en­
tonces inmediatamente los desórdenes de la desigualdad,
que todavía no se habían hecho sentir” ".

« Discorsi, 1, 5!>; I, pág. 214: Maquiavelo demuestra que los


ciudadanos llamados en Véncela gentiluomlni no son gentilhom-
lires propiamenle dichos, sino grandes burgueses: “ I genllluomini
Iii quella República seno pib in nome che in fatlo; perché loro
non hanno grandi éntrate di possesslonl, sendo le loro ricchczze
gnndi fondate ln sulla mcrcunzla e cose moblli; e di piíi, nessuno
<11 loro tiene castella, o hi alcuna lurlsdlzione sopra gl! uomlnl".
u E&prtt des Lols, V, 0.
218 MAQUIAVELO

Continuando el análisis de Maquiavelo, Montesquieu de­


finió mejor que él la medida de igualdad social que el
secretario florentino juzga necesaria en un Estado libre­
mente gobernado. El problema está en impedir la apari­
ción de una clase de hombres a los que su opulencia ha
educado por encima de la ley. Pero la noción de igualdad
republicana y civil es en él muy elástica, y, en la prác­
tica, no se muestra partidario de reducir a un mismo nivel
todas las fortunas.
Esta seria, sin duda, la base ideal de una república es­
table y de un Estado bien organizado. Pero si desde el
principio falta esta base no se debe intentar una restau­
ración artificial. Porque el curso de la historia no se pue­
de remontar. Maquiavelo dedica un largo capitulo a de­
mostrar que si en una república se promulga una tey di­
rigida a restablecer un pasado lejano y esta ley contra­
dice un estado de cosas establecido por antiguos usos, las
consecuencias sólo pueden ser el desorden y el escándalo H.
En si misma, la ley agraria de Roma no era injusta. Pero
deshada una especie de prescripción admitida desde siem­
pre. Ofendía a una clase poderosa que, defendiendo sus
ventajas, podía presentarse como defensora del interés pú­
blico. Los hombres dependen más de los bienes que de los
honores4*. Ante las reivindicaciones plebeyas, la nobleza
había cedido en el reparto de las magistraturas. Cuando
se trató de las tierras se negó al reparto con una obstina­
ción encarnizada. La ley agraria creó, pues, en Roma un
permanente estado de guerra civil. Provocó el levanta­
miento de la plebe, el triunfo plebeyo de Mario, la reac­
ción aristocrática de Sila; Pompeyo sucedió a Sila. César
a Mario. Y, vencedor, César fue el primer tirano de Ruina:
así pereció la república4*.
44 Dlscorsl, I, 31; I, págs. 175-118: “ Quali eeandoll partori in
Roma la lcgge agraria; e come fare una legge In una república,
che rlguardi assal Indietro, e sla centro a una consuetudlne anllca
della ctltá, é scandoloslssimo".
“ Ibld., pág. 178: "Vedes! per questo ancora, quanto gil uoml-
nl stimano pl(i la robaohe gil onorl”.
* Ibld., pág. 177: “ M quale fu primo liranno In Roma; lak'hé
mal pol fu libera queda clttá”.
EL GOBIERNO LEGAL 219

Contra los Gracos no quiso Maquiavelo recoger la tra­


dición de insulto que se remonta a Cicerón. No hay duda
de que fueron responsables del siglo de desórdenes que
provocó la reforma agraria y desembocó en la ruina de
la libertad; pero sus intenciones eran puras. Les faltó
prudencia: porque ningún proyecto e3 más peligroso que
el de emprender la corrección de abusos inveterados". Se
corre el riesgo de agravar los efectos del mal que se quie­
re combatir; y, como los Gracos, de hacerlo irremediable.
Maquiavelo se muestra, pues, singularmente prudente, con­
servador en materia social, enemigo de las revoluciones,
convencido — tal es el ejemplo que le brindan la historia
griega y romana, tal es la enseñanza que extrae de las ciu­
dades medievales— de que la mayor parte de las veces
sólo conducen a la tiranía y a la ruina de las libertades.

III
Maquiavelo no coloca, sin embargo, el ideal de un go­
bierno civil en la quietud e inmovilidad. Una ciudad que
vive políticamente, donde los ciudadanos mantienen y cul­
tivan, siempre activos, las virtudes cívicas, no se acomo­
da al silencio donde se adormecen las ciudades corrompi­
das*. Por eso, al orden mudo que imponen las jerarquías.
Maquiavelo prefiere el régimen popular con sus riesgos
de tumulto. Como siempre, la república romana le ofrece
la imagen ideal y, sin embargo, verdadera de un pueblo
sometido libremente a la ley, alejado del orgullo insólenle
y de la obediencia servil *, dueño de sus destinos, apto

" IbUL, pdg. 178: De' quali si debbe laudare piú la inlenzione
che la prudenzia. Perché a viviere levar via uno dissordine eres-
ciulo in una república, e per queslo fare una legge che riguardl
assal indletro, é purtllo male considéralo” .
* Discorsi, III, 8; I, pág. 361: “ Per allri modi si ha cercare
gloria in una olttá corrolta, che In una che ancora viva politica­
mente”. Véase p4g. 142, n. 5.
* Discorsi, I, 58; I, pág. 218: “ Una moltitudine... rogolata
dalle leggi... Né superbamenlc dominare né umlliucnle serviré:
come era II popolo romano, 11 quale, menlre duré la República
220 MAQUIAVELO

para decidir y mandar, siempre respetuoso con el pacto


constitucional*. A un gobierno popular de tipo romano
le atribuye más estabilidad política, más constancia, más
juiciosa prudencia, que a una monarquía". Ve al pueblo
liberado de las pasiones que a menudo extravían la con­
ducta de los déspotas: capaz de elegir sus magistrados más
cuidadosamente y con mayor juicio que los príncipes eli­
gen sus consejeros y ministros". Una república organi­
zada según el modelo romano prospera más rápidamente
que un Estado personal si un príncipe puede concluir
mejor la organización del Estado, un gobierno democrático
podrá conservarla más tiempo". Porque este gobierno es­
capa a las causas de ruina que amenazan a los regímenes
personales. Sus peores violencias no alcanzan más que a
los presuntos enemigos del bien público; las de un prín­
cipe tienen por objeto satisfacer sus odios privados". En
un gobierno republicano se puede encontrar remedio a la

incorrotta, non serví mal umilmente nó mal dominó supcrba-


menle”.
* Ibíd., pág. 219: “ Un popolo che comandi e sla bene ordi-
nato".
" Ib íd . , pág. 219: “ Ma quanto alia prudenzia ed alia stabklltá,
dico come un popolo é plü prudente, piü stablle e di migllore
giudlzlo che un principe. E non seriza raglone si assomigiia la
voee d’un populo a quella di Dio”. Cf. el titulo del capitulo:
“ La moltitudine é piü savia e plü costante che uno principe".
" Discorsl, I, 58, pág. 220: “ Vedesl ancora, nelle sue elezionl
ai magistratl, fare, di lunga, migllore elezlone che un principe:
né mai si persuaderá a un popolo, che sia benetirare alia degnltá
uno uomo inrame e di corrotli costumi; 11 che fácilmente e per
mllle vie si persuade a un principe”. Cf. Montesquieu, E s p rit des
Lols, II, 2: “ El pueblo es admirable escogiendo aquellos a quie­
nes debe confiar alguna parte de su autoridad” .
" Ib id . , “ Vedesl, oltra di questo, le citlá dove 1 popoll sono
princlpi, fare In brevissimo tempo augumenti eocesslvl, ... come
feoe Roma dopo la caociata de’ re, e Aleñe da poi che la el liberó
da Pislstralo...”
" Ibíd.: “ E se i princlpi sono superiorl a popoll nello ordlnare
leggl, formare vite civlll, ordinare slalull ed ordinl muovl, 1
popoll sono tanto superiorl nel mantenere le cose ordbiate...”.
" Ibíd., pág. 221: “ Le crudellá delta moltitudine sono contro
a chl el temano che oocupl il bene commune...”.
EL GOBIERNO LEGAI 221

licencia popular; contra un príncipe criminal no existe


olro recurso que el puñal". Así, el ejemplo de Roma de­
muestra que la libertad política no excluye ni la grandeza
ni el poder".
Demuestra también la necesidad y conveniencia de las
luchas políticas que enfrentan a los grandes partidos, or­
ganizados para la defensa de ciertos principios de derecho
y ciertos intereses de clase. Los conflictos de la plebe y
el Senado tuvieron el saludable efecto de liquidar, por una
y otra parle, todo esfuerzo de invasión y usurpación, de
obligar a ambos a respetar el pacto constitucional, de ase­
gurar el triunfo de la libertad *. Cuando una república
aspira a la grandeza y el poder, y necesita para fundar su
imperio el concurso de un pueblo numeroso y habituado
n las armas, debe resignarse, como la república romana, a
una vida tumultuosa, y acomodarse a ella". Sólo un Es­
tado sin fuerza interior ni ambiciones puede prometerse
una calma que nada turbe. Pero los tumultos de un pue­
blo libre raramente perjudican la libertad: nacen del he­
cho de la opresión o del simple temor a ella".
Los partidos son, pues, indispensables a la vida e in­
cluso a la salud del Estado. Pero el secretario florentino
condena la facción, creada por y para un hombre, y cuyo
único fin es llevar a un hombre al poder y compartir con
él las ventajas del poder. En la historia romana la usur­
pación de César, como la de Sita, constituye el triunfo de

" Ibíd.: “ ... Un popolo llcenzioso e tumultuarlo... fácilmente


piló essere ridotto nella vía buona; a un principe cattlvo non
C atcuno ohe possa parlare, ni vi é altro rimedio che 11 ferro".
•' Discorsi, I, 4; I, pág. 103: “ libera e potente".
* Discorsi, I, 4; 1. págs. 103-105: “ Che Ja dlsunione della plebe
o del senato romano fece libera e potente quella república".
» Discorsi, I, 6; I, pág. 110: “ Se tu vuol fare un popolo nu­
meroso ed arniato per poter fare un grande imperio, lo fal di
qualllá che tu non 'lo puol pol maneggiare a tuo modo... E' ne-
MKsario... daré luogo a’tumultl e alie dissension! universal!, U
tneglio che si puó; perché sanza gran numero di uomlni, e bene
firmal), mai una república potril crescere...".
• Discorsi, I, 4; I, pág. 105: “ E i desiderii di popoll llberi
cade volte son o pemlzlosi alia liberta, perché e’ nascono, o da
essere oppressi, o da suspizione di avere ad essere oppressl".
222 MAQUtAVELO

la facción **. En la historia reciente de Florencia la usur­


pación mediciana constituye también el triunfo de una fac­
ción. Y todo lo que se hace por vía ilegal, al margen del
pacto constitucional, contra el pacto constitucional, des­
truye el espíritu de un régimen civil.

Es preciso que lodo gobierno legal que desee mantener­


se. conservar su prestigio y grandeza sepa utilizar y sus­
citar el esfuerzo y devoción de los ciudadanos. Maquia-
velo quiere que el Estado provoque la emulación por me­
dio de recompensas, pero sin olvidar jamás castigar los
incumplimientos del deber. Menos ingratos que los ate­
nienses hacia los buenos servidores del Estado, los roma­
nos nos ofrecen el ejemplo a seguir. En general, los go­
biernos populares practican la gratitud mejor que los go­
biernos personales. Por su parte, los ciudadanos, en sus
esfuerzos paral servir al Estado, deben olvidarse de sí mis­
mos e imponerse una disciplina de obediencia. Quien ha
ocupado los más altos cargos no debe creerse humillado
si el Estado le confiere después otros más modestos. La
república de Venecia y los reinos modernos se equivoca­
ron al no desdeñar esta vanidad. En liorna, si los antiguos
cónsules no hubieran aceptado servir al Estado más que
a título de cónsules, si la ciudad no les hubiera impuesto
la obligación de volver a la vida ordinaria y aceptar las
funciones más modestas que Ies confiaba, se habría supri­
mido una de las más esenciales garantías de la libertad” .
El Estado debe proveer a su defensa contra los enemigos
interiores más activamente aún. Instruido por la debili­
dad de Soderini, que creía, a fuerza de paciencia y man­
sedumbre, poder reconciliar los partidarios de los Médi-
cis con la república, Maquiavelo se niega a perdonar a los

” Discorsi. I, 37; I. pág. 196.


a Discorsi, I, 24; I, págs. 153-154: “ Le republiche bene ordl-
nale costlluiscono premll e pene a' loro cittadinl...”, 36; I, pá­
ginas 174-175: “ Non debbano 1 cittadinl, che hanno avuto 1 mag-
glorl onorl, sdegnarsl de’ mlnorl”.
EL GOBIERNO LEGAL 223

hijos de B ruto". Pero más que los complots a mano ar­


mada teme los lentos progresos de una usurpación pací­
fica y enmascarada. Sabe que bajo la tapadera de obras
emprendidas en bien del interés común se esconden mu­
chas veces los primeros pasos de un candidato a la tira­
nía". Sabe que para refrenar, como él dice, la insolencia
do un hombre poderoso, el medio más seguro consiste en
arrebatarle sin ruido su clientela, despojándole así' de toda
posibilidad de hacer daño". Si en 1434 los adversarios de
Cosme hubieran actuado como él, captándose como él el
favor del pueblo, hubieran llegado sin violencia a parali­
zo r su intriga. Pero cuando un ciudadano se convierte
evidentemente en peligroso, Maquiavelo plantea el princi­
pio de que el Estado no debe quedar desarmado. La Cons­
titución debe prever el medio de actuar para defenderle;
debe prever el procesamiento de los ciudadanos demasia­
do ambiciosos o pono respetuosos con la ley. Maquiavelo
dedica todo un capítulo a demostrar lo necesarios que son
en una república los procesos para mantener la libertad.
Cita el ejemplo de la historia romana, y del papel jugado
n este respecto, por los tribunos". De ahí lá necesidad
do una jurisdicción especial encargada de las investiga­
ciones sobre los delitos de orden público, los atentados co­
metidos o simplemente preparados contra las libertades
públicas o las leyes constitucionales. Jurisdicción que no
define, y que pudiera corresponder a un Alto Tribunal, o,*I

• Discorsi, III, 3; I, págs. 333-334: “ ... Chl piglia una tirannl-


rie, e non amtnazza Bruto, e chl fa uno stato libero e non anvmaz-
r.n I flgltuoli di Bruto, si mantiene poco tempo... Piero Soderlni,
II i|iialc si credeva superare con la pazlenzla e bontá sua quedo
nppetHo che era ne' figiluuU di Bruto..., per non sapere somlgliare
tirulo, e' perdé, Insteme con la patria sua, lo stato e la riputa-
zlone”.
" Discorsi, III, 28; I, págs. 405-40G.
" Discorsi, I, 52; I, págs. 203-205: “ A reprlmere la insolenzia
■runo surga in una república potente, non é plü sicuro e meno
«caudoloso modo, che preoccurpard quellc vle par le quad viene
« queda potenza” .
" Discorsi, I, 7; I, págs. 112-115: “ Quando slano In una r e -
piihllca neces8arie le aocuse a mantenerla In libertade”. Cf. III,
28; véase n. 04.
224 MAQUIAVELO

en caso de peligro supremo, a un Tribunal Revolucionario.


En los Estados donde esta institución falte o se muestre
ineficaz, para detener las empresas de los aventureros de
la política no queda otro medio que el levantamiento po­
pular. Pero nada debe procurar evitarse con más celo que
la intervención armada del pueblo en un terreno que per­
tenece a la ley". Sin embargo, antes de aconsejar el re­
curso a estas jurisdicciones supremas, Maquiavelo vacila.
Porque nada sería tan desastroso para el Estado como el
ver menospreciadas sus sentencias. Ahora bien, ocurre mu­
chas veces que se invoca demasiado tarde su intervención,
y cuando el mal no tiene ya remedio. Cosme era ya dema­
siado poderoso cuando sus adversarios obtuvieron contra
él una sentencia de exilio que, sin embargo, estaba justi­
ficada. Esta sentencia no hizo más que exasperar a su
partido, que en seguida cobró de nuevo bastante audacia
para anularla, y reservarle un retorno triunfal. Sin la
inoportuna acusación tardía este reforzamiento de su po­
der jamás se habría producido. Análogamente, todos los
esfuerzos intentados para defender contra César la Cons­
titución y la libertad no sirvieron más que para acelerar
la ruina de la república. Y, como siempre, Maquiavelo
aconseja prudencia. Es preciso considerar claramente la
fuerza real del mal que amenaza al Estado. Si las mani­
obras de un aventurero no son bastante temibles para ha­
cer peligrar la ley y la Constitución debe actuarse inme­
diatamente. En otro caso, mejor que exponerse a ver la
ley despreciada, o arriesgarse al azar do una intervención
ilegal de las fuerzas populares, vale más contemporizar.
Muchas veces, si se puede ganar tiempo, el mal que ame­
naza & la república se destruye él mismo, o por lo menos
retrasa durante mucho tiempo sus efectos, por eso mismo
debilitados®. Así se desarrolla el oporunismo de Maquia­
velo.

" Discorsí, 1 ,1 ; I, pág. 113: “ Quando questl modi ordlnari


non vi slano, si rlcorre agli slraordlnari; e sanza dubblo questl
íanno pegglori effettl che non fanno quelll".
" Dlscorsl, I, 52; I, págs. 203-204; I, 33; I, págs, 1G7-1G9:
"Quando uno inconveniente 6 cresciuto in uno slato o contro a
EL GOBIERNO LEGAL 225

IV

Tara resistir a todas las causas de corrupción que le


amenazan, un gobierno libre necesita muchas veces refor­
marse. Maquiaveio tenía la intención de dedicar a esta
cuestión de la reforma de los Estados, lomando como
ejemplo la república romana, el libro 111 de sus Discursos;
pero sólo lo tratará de pasada". Reforma, no revolución:
el secretario florentino es esencialmente moderado, con­
servador, enemigo de lodo llamamiento a las fuerzas mal
disciplinadas. Esta reforma es la obra maestra de la po­
lítica; exige un largo y detenido estudio. En el cuerpo de
las leyes constitucionales se pueden introducir algunos ele­
mentos nuevos, mejor adaptados a las circunstancias, a
las nuevas condiciones del Estado y la sociedad: Maquia-
velo no descarta y no puede descartar este enriquecimien­
to. En reiteradas ocasiones, para reformar la república,
los políticos florentinos lian juzgado útil tomar algunas
itleas de la Constitución de Venecia. y Maquiaveio no ha
desaprobado su conducta1**. Prefiere que se suprima antes
que se aliada, que se amplíe mejor que se injerte, y que
m conserve, al menos en apariencia, el espíritu de las an­
tiguas instituciones". Porque la reforma del Estado, como
lu reforma de la Iglesia, exige el retorno a la pureza de

uno slato, 6 piii salutífero partlto temporeggiarlo che urtarlo".


* Uiscorsi, III, 1, in fine, I, pág. 331: “ E per dimostrare a
qimlunque, quanlo le azlonl degll uomlnl parUcuIari faoessono
grande Roma... verró alia narrazlone e discorso di quegll; lntra
r' termlni de’ quali questo lerzo libro, ed ultima parte di questa
prima Deoa, si concluderi”. Se tratará, sobre todo, del papel de
¡oh dictadores.
" Por ejemplo, el 20 de agosto de 1502, se habla votado, a
Imitación de Venecia, la ley en virtud de la cual el gonfalonier
debía ejercer de ahora en adelante sus poderes a perpetuidad
romo el dux.
" Discorsi, I, 25; I, págs. 155-156: “ Ghi vuole riformare uno
alai o anticato ln una clltá libera, ritenga almeno l ’ombra de’modi
miLIchl” . “ E’ necessitato a rltenere l’ombra almanco de’modl an-
llclil, acoló che a’popoli non pala avere mutalo ordine, encorché
ln falto gil ordlni nuovl fussero al tutlo alienl dal passalo”.
in
226 MAQUIAVELO

las instituciones primitivas™: “ Si los dos fundadores de


las órdenes mendicantes, San Francisco y Santo Domingo,
no hubieran reformado la religión devolviéndola el espí­
ritu de sus orígenes, ésta hubiera desaparecido completa­
mente. Gracias a ellos no se ha arruinado por la deshones­
tidad de los prelados y de las jerarquías religiosas" '*. Asi
debe actuarse también en lo temporal.
Se anuncia aqui el esquema de una política tradiciona-
lista. Cada Estado se constituye según un cierto número
de principios, que conforman el espíritu de sus leyes. Este
espíritu, esta lenta creación histórica, expresa, sin duda,
la naturaleza profunda de ese Estado y sus tendencias esen­
ciales. Los hombres responsables del gobierno deben pro­
curar que no se pierda nada de este espíritu, que en el
cuerpo de leyes no se introduzca nada que esté en des­
acuerdo con él. Deben intentar enderezar y corregir lodo
lo que ha llegado a falsearle. Montesquicu ha retenido esta
concepción y esta regla, resumiéndolas en una fórmula que
recuerda con gran fidelidad el toxto de Maquiavelo:
“ Cuando una república está corrompida, el único medio
de remediar los males que nacen en la corrupción es su­
primirla y recordar los principios. Toda otra corrección o
es inútil u origina un nuevo mal” '4.
Con arreglo a la ley romana, la tarea de velar sobre el
cumplimiento de la Constitución y reformarla según el es­
píritu de sus principios se confiaba a los tribunos y cen­
sores. Los modernos pueden atribuirla a ciertos magis­
trados o a determinados cuerpos a la vez políticos y judi­
ciales, como son en Francia los Parlamentos: sobre este
punto el secretario florentino se entendería sin dificultad
con toda una escuela francesa y con Montesquieu. Pero

™ Wscorsi, III, 1; I, págs. 327-331: “ A volere che una selta


o una república viva tangamente, 6 necessario durarla spesso
verso H suo principio". 22; I, pág. 393: “ E se una república
fusse si felice, ch'ella avesse spesso... ohi con lo esemplo suo
le rlnnovasse le leggi, la sarebbe perpetua".
” ¡tlscorsi, III, i ; I, pilg. 330: "E furono si potenli gil ordlnl
loro nuovL, che el sono cagione che la disoneslá de’ prelaU e de’
capí della religione non la rovinino...” .
« Esprit des Lois, VIII, 12.
EL GOBIERNO LEGAL 227

admite también, de acuerdo con el ejemplo clásico de


Roma, la acción de un dictador. Maquiavelo, que ha estu­
diado en la historia el papel de la dictadura, comprueba
que esta forma de gobierno ha proporcionado a la repú­
blica romana los más grandes servicios: “ Cuando una re­
pública — dice— está amenazada de corrupción debe ele­
gir entre respetar la legalidad y correr a su ruina, o sal­
varse. rompiendo el orden legal. Por eso creo que las re­
públicas que en períodos urgentes no acuden a las dicta­
duras o alguna otra autoridad de la misma clase se pierden
Infaliblemente” ’*.
* * *

El dictador, a quien Maquiavelo está dispuesto a con­


fiar la reforma de un gobierno republicano, no tiene nada
do común con el tirano. La dictadura es una magistratura
republicana, prevista por la Constitución e inscrita en la
Constitución. El dictador no se autodesigna: es designado
regularmente por las autoridades regulares. Durante el pe­
ríodo de su mando el poder de que ha sido investido es.
•un duda, absoluto, y el ejercicio de este poder suspende
lo que los modernos llaman las garantías constitucionales.
Poro esta suspensión es legal; ha sido prevista; está au­
torizada por la Constitución. Aunque inactivas, las magis­
traturas y las asambleas subsisten. Y su permanencia obli­
ga al dictador a respetar las leyes. En fin, el dictador sólo
dispone de una autoridad provisional, limitada al cumpli­
miento de una tarea definida, que para Maquiavelo debe
sor, ante todo, la restauración del Estado. Una vez ter­
minada su obra, el dictador restablece las libertades po­
líticas y vuelve a las filas de los ciudadanos".
" Mscorsi, I, 34; I, págs. 171-172: “ Quando ln una república
iiiuncA uno slmlle modo, e nccessarlo, o, servando gil ordínl, ro-
vlnore, o, per non ruinare, rompergl!... Conohludendo, dlco che
qurlle republlohe, le quall negll urgentl perlcoli non hanno rifuglo
0 al dittatore o a stmill auloritadi, sempre ne' gravi accidentl
rovlneranno". Cf. Montesiíuieu, Cahiers, pág. 212: “ Dictador” .
" Remedio extremo en los males extremos. Era una divinidad que
tmjnln del cielo para desenredar las cosas embarullados.”
™ Discorsi, I, 35; I, pág. 173: "Créalo 11 Dittatore, rlmanevano
1 Trlbunl, 1 Consoll, 11 Senato, con la loro autorlU; né il Dittatore
228 MAQUIAVELO

Maquiavelo, siempre instruido por la historia romana,


concibe, pues, la dictadura como la permitía y practicaba
la república senatorial y consular. Para Maquiavelo, el
dictador tipo es Camilo, Cincinato o Fabio Máximo. No lo
es Sila; no lo es César. Porque el prosélito llegado del
mundo de la política o de las armas que, por la fuerza
de una facción victoriosa, toma el poder y se inviste él mis­
mo con una misión de salvación pública, no constituye
para el secretario florentino un dictador, magistrado re­
gular de la república. Aunque las intenciones sean buenas,
el medio sigue siendo condenable y de perniciosos efectos:
aunque no intervengan otros factores el poder personal es
suficiente para frustrar el desarrollo de un Estado sano ",
Es necesario que exista un Alto Tribunal o que un T ri­
bunal Revolucionario proteja la libertad de los hombres
contra todo esto".

F,1 gobierno civil, cuyo ideal ha sido definido en los


Discursos, presenta el carácter de una república, según el
modelo de la Roma consular y senatorial o de la ciudad
florentina. Pero Maquiavelo no renuncia, sin embargo, a
lo que Montesquieu denominará una monarquía bien or­

la poteva torre loro... In modo che 11 Señalo, ! Consol!, I Tribunl,


restando con l'autorltá loro, vanivano a essere come sua guardia,
a fardo non unscire della via diretta. E pur questo si deve notare,
che, quando si é detito che una autorltá data da' suffragl líber!,
non offese mal alcuna república, si presuppone che un popolo
non si conduce mal a darla, se non con le debite cirounstanze
e ne' debitl templ”. Demuestra cómo, al no observar estas garan­
tías necesarias, la reacción del decenvlrato perjudicó a la líber-
tad romana.
" Dlscorsi, I, 18; I, piig. 145: “ E perché 11 rlordlnare una
cHtit al vivene poliUco presuppone uno uomo buono, e 11 diventare
per violenza principe di una república presuppone uno uomo
caltivo; per questo si troverrá che radisslme volte accagia che
uno buono, per vie catlive, ancora che II fine suo fusse buono,
vogilia diventare principe". I. 35, póg. 104: “ Né giova, In questo
caso, che la materia non sia corotta; perché una autoritá assoluta
ln breve tempo corrompe la materia".
" Véase pág. 223.
EL GOBIERNO LEGAL 229

Raimada". En el corazón mismo del Principe, después de


dos capítulos dedicados a la teoría de las usurpaciones vio­
lentas, se desarrolla la doctrina sobre la fundación de un
principado civil*.
Maquiavelo emprende ahí el estudio de un hecho capi­
tal. A partir de ahora deja entender que, en una república
amenazada por los conflictos sociales a desembocar en
una crisis mortal, la única reforma eficaz debe consistir
no en dar satisfacción a la pasión popular, sino en corregir
las leyes según el tipo m on á rqu icorecon o ce que la ma­
yor parte de las veces un esfuerzo tal parece exigir la
acción extraordinaria y violenta de un hombre” . Sin em­
bargo, continúa queriendo impedirla. Busca de qué forma
un Estado republicano, sin violencia ni recurso a las ar­
mas, sin la intervención ilegal y brutal de una facción,
pero con el consentimiento general, puede revisar su Cons­
titución en favor de un ciudadano que reciba legalmente
el título de príncipe. Se plantea así un problema político
e histórico: ei del pasaje legal de la república a la monar­
quía, en un país que nunca ha conocido otra forma que
la republicana; o el problema de la restauración legal de
la monarquía en un país que después de haberse consti­
tuido como monarquía se lia dado un régimen republicano.
Respecto al primer caso, es difícil encontrar algunos ejem­
plos históricos, y todos los hechos que pudieran alegarse.

n Véanse págs. 203-204: Ksprit des Lois, III, C.


" 11 Principe, 9. De principatu civil!: I. págs. 31-34.
" Algunas indicaciones sumarias sobre las rivalidades econó­
micas y sociales de donde proviene la decadencia de las repúbli­
cas: Viscorsi, I, 37; I, pág. 175: “ Deslderando gil uomlnl, parte
<11 avere piü, parle temendo di non perdere lo acqulslato, si viene
alie inimlclzie ed alia guerra...”. Mscorsi, I, 18; I, pág. 146:
"...La dlfficullá o impossibliitá, che é nelle clltá oorrotte, a
manlenervl una república, o a crearvela di nuovo. E quando puré
la vi si avesse a creare o a manlenere, sarebbe necessario rldurla
plti verso lo stato regio che verso lo stato popolare...".
“ Dlscorsi, I, 18; I, pág. 145: “ A fare questo, non basta usare
lormlni ordinl, essendo modi ordinarl cattivi; ma é necessario
venere alio straordlnario. come ¿al i a violenza ed airarme, e dl-
ventare innanzi a ogni cosa principe di quelia cilla, e púleme
dlsporre a suo modo.
230 MAQUIAVELO

bien en la antigüedad clásica, bien en la antigüedad ju­


día, pertenecen más o menos a la leyenda. Por el contra­
rio, la historia presenta innumerables ejemplos del se­
gundo. Es suficiente citar la restauración de los Esluardos
dos años después de la muerte de Cromwell, o las diversas
tentativas legales de restauración que se han producido en
Francia, sea en la época del Directorio, después de las
elecciones de 1797, sea en los primeros tiempos de la
III República. Mas para colocarse en la hipótesis estudiada
por Maquiavelo es necesario, además, eliminar todos los
casos de restauración monárquica realizados por otros me­
dios que no sean el sufragio de las asambleas, bien con
el concurso de una facción que dispone de la fuerza mi­
litar. bien con el apoyo militar del extranjero. Lo que in­
valida, en cuanto a la historia antigua, la restauración de
la monarquía en Roma a favor de César, y, en los tiem­
pos modernos, el 18 brumario o el 2 de diciembre, y las
dos restauraciones de los Borbones en 1811 y 1815.
Tal es la cuestión a estudiar. Maquiavelo ha definido
correctamente sus términos. Comienza por describir las
condiciones en las que puede producirse un pasaje legal
de la república a la monarquía, o una restauración de la
monarquía. Enuncia el hecho de la lucha de clases, evi­
dente hasta para un historiador de formación espiritualis­
ta y clásica. Naturalmente, no lo formula en ese lenguaje
marxista que Tomás Moro pareció un día presentir dando
del Estado una definición irónica y negativa, sino con ayu­
da del vocabulario trivial e impreciso que el humanismo
ha heredado de T ilo L ivio : “ En toda ciudad — dice— el
pueblo desea no ser mandado ni oprimido por los gran­
des, y los grandos desean mandar al pueblo y oprimirlo" **.

" T omás Moro, La. Utopia o el Tratado de la mejor forma de


gobierno, texto latino editado por Marie Deloourt, París, 1936,
en 8.“ ; pág. 204, 19-21: “ ...Quaedam conspirado divitum, de suls
commodis reipublicae nomine lltu'oque traotantlum". II Principe,
9. 1, pág. 31: “ II populo desidera non estsere coinandato né op-
presso da' grandl, e II grandi desiderano commandare e opprimlre
el populo". Diecorsi, I, 4, 1, pág. 104: “ E' sono ln ogni república
due umori divcrsl, quello del popolo e quello dc’grandl”. Cf. pá­
gina 229, n. 81.
EL GOBIERNO LEGAL 231

Puesto que este hecho esencial domina toda la historia


política. Maquiavelo no ve más que tres soluciones posi­
bles: o un gobierno liberal, que concilie en un feliz equi­
librio los intereses y aspiraciones de las dos clases riva­
les; o un gobierno en el que prevalezcan los intereses y
las pasiones populares, y que toma fatalmente un carác­
ter demagógico; o una monarquía autoritaria, instituida
o restaurada, y capaz de tener a raya a ambas clases".
Esta fundación o esta restauración sólo puede, sin em­
bargo. hacerse con el apoyo de alguna de las clases. El
nuevo príncipe se alza al poder supremo por la fuerza
del pueblo o de los grandes. O bien la aristocracia, ame­
nazada por el progreso de los elementos populares, se di­
rige a uno de ios suyos y. para defender sus intereses de
clase, le lleva al principado. O bien el pueblo, oprimido
por la aristocracia, elige un príncipe con objeto de ser
defendido. En ambos casos todo ocurre legalmente, en vir­
tud de un voto regular de las asambleas, tanto si la ma­
yoría pertenece a la aristocracia como si pertenece a los
elementos populares. En esta última hipótesis el candi­
dato al poder no necesita tener genio; le es suficiente te­
nor habilidad política y aprovechar la oportunidad".
Pero el estudio de Maquiavelo no deja de ser completa­
mente escolástico. Su análisis es aquí aún excesivamente
somero. Evidentemente, se ha encontrado con visibles di­
ficultades para poder hallar, en el pasado como en los
tiempos modernos, ejemplos históricos. Ha recogido un
solo caso: no es lo suficientemente ilustrativo, y Maquia­
velo apenas insiste. Recuerda cómo Nabis, rey de Esparta
n principios del siglo il pudo obtener, con la ayuda del
partido popular y sin violencia, que la Constitución revi-•

•• II Principe, 9; I, pág. 31: E da questl dua appetlll diversl


naco nelle clttA uno dc’lre cffeUl, o prlnclpato o liberta o II-
crnzla”.
" II Principe, 9; I, pág. 31: “ Vedendo e’ grandi non potere
rcslstere aJ populo, comlnciano a voltare la reputazione a uno di
loro, e fannolo principe per polere, sotlo la sua ombra, sfogare 11
loro appetlto. El populo ancora, vedendo non potere reslstere
n' grandi, volta la reputazione a uno, e lo fa principe, per essere
con <)a aulorltá sua difeso...”.
232 MAQUIAVELO

sada le concediera una autoridad absoluta; durante algu­


nos años aseguró así la defensa de Grecia contra Roma".
Este ejemplo, una vez más tomado de T ilo Livio, sólo res­
ponde a la hipótesis examinada si se asimilan los dos re­
yes de Esparta, controlados por los ¿foros y las asambleas,
a los magistrados republicanos; el problema constitucional
planteado por la lectura de Nabis resulta ser el del pa­
saje de una diarquia impotente a una monarquía autori­
taria. De hecho, no debió únicamente su poder a la simple
persuasión, al simple consentimiento de las asambleas. Ha­
bía realizado un llamamiento a la fuerza de los elementos
proletarios e incluso serviles; a la fuerza militar de un
pequeño grupo de aventureros fanatizados. Y. en fin. una
vez convertido en dueño de Esparta, la violencia revolu­
cionaria de la obra que realiza le emparenta mucho me­
nos a los fundadores o a los restauradores de monarquías
regulares y civiles que a esos dictadores revolucionarios
que. en posesión de plenos poderes, renuevan todo el an­
tiguo orden político y social, y hacen labia rasa del pa­
sado. Se le ve abolir las deudas, redistribuir las tierras,
confiscar los capitales, liberar los esclavos, emprender y
realizar todo un programa de revolución social. Desde este
ángulo, Nabis, rey de Esparta, se mueslra como un aven­
turero de la política y la guerra, elevado a la autoridad
suprema gracias a las facciones populares y por la Tuerza
de las armas, y que, seguro de estos apoyos, se compro­
mete en una política de acción audaz y violenta. A pesar
de la presunta seguridad de su talento, su caso resulla
trivial. Es suficiente releer a Fuslel de Coulanges: “ Cuan­
do la aristocracia se convirtió en dueña el pueblo no se
limitó a lamentar la monarquía; aspiró a restaurarla bajo
una nueva forma... Consiguió, generalmente, darse sus
propios jefes. No pudiendo llamarles reyes, les llamó ti­
ranos... Con más o menos violencia estos tiranos realiza­
ban por todas partes la misma política... Su regla de con­
ducta era golpear a la aristocracia apoyándose sobre el

H Principe, 9; 1, pág. 33.


EL GOBIERNO LEGAL 233

pueblo” ". De ahí que Nabis, rey o más bien Urano de Es­
parta, hubiera encontrado más exactamente su puesto en­
tre los facciosos y los usurpadores.
Maquiavelo no toma ningún ejemplo de la historia re­
ciente italiana. En efecto, por todas partes donde la vieja
comuna habla dado paso a un gobierno personal, el pasaje
de un régimen a otro habla sido violento; las facciones
y la fuerza armada hablan jugado un papel capital. Por el
momento, mientras escribía este capitulo, parece que Ma­
quiavelo pensaba en los Médicis cuyos nombres se pro­
hibía, sin embargo, citar. La actuación de Cosme o Lo­
renzo puede definirse bastante bien como habilidad1polí­
tica. Pero, en realidad, los Médicis no tenían por qué in­
tervenir en este debate. Aparentemente habían respetado
las formas de la legalidad. Pero sólo hablan prosperado
con la ayuda de una facción que, duefüa de todos los recur­
sos de una de las más poderosas Bancas de Europa, se
habla instalado en todos los puestos desde donde podía
mandar las asambleas y las magistraturas. Facción popu­
lar, demagógica, hostil a la mezquina aristocracia que go­
bernaba legalmente la ciudad. Y la fuerza no estaba nun­
ca lejos, siempre dispuesta a la amenaza o al castigo. To­
dos los retoques introducidos por Lorenzo en la Consti­
tución, que iban restringiendo más y más el poder a un
pequeño número de personas, siempre se obtuvieron bajo
la amenaza de la fuerza, disimulada, pero siempre pre­
sente. De esta forma el estudio de la obra política de los
Médicis, estudio que, por otra parte, Maquiavelo no quiso
más que esbozar, se encontraba naturalmente situado no
en el capitulo de la fundación o restauración legal de la
monarquía, sino en el capitulo de las usurpaciones.

Se puede, pues, pasar bastante rápidamente sobre las re­


flexiones y máximas que el estudio de la cuestión plantea­
da, estudio que es, en realidad, completamente abstracto

" La Cité antigüe, IV, 7, págs. 323-324.


234 MAQUIAVELO

y escolástico, inspira a Maquiavelo. Como ha distinguido


entre el caso en que el príncipe deba su ascenso al poder,
a la aristocracia o al pueblo, se pregunta en cuál de ellos
la obra de restauración o fundación es más sólida, y cómo
debe comportarse el nuevo príncipe en una u otra hipó­
tesis.
Aunque no presente en ayuda de su tesis ningún ejem­
plo histórico juzga, sin embargo, que una restauración o
fundación realizada con la ayuda de la aristocracia tiene
pocas posibilidades de durar: “ El que se eleva al princi­
pado con la ayuda de los poderosos se conserva menos fá­
cilmente en él que el que se alza por medio del pueblo” ".
Se puede deducir de aquí que las restauraciones conser­
vadoras. realizadas con ayuda de los nobles, tienen menos
posibilidades de éxito y duración que las tiranías dema­
gógicas. Toda restauración de carácter conservador es ne­
cesariamente precaria. En semejante caso el príncipe sé
mantiene con dificultad; tiene contra él toda la masa del
pueblo, y los grandes que le han llevado al poder preten­
den ser sus iguales e imponerle sus condiciones; le es.
por tanto, difícil mandarlos y dirigirlos a su antojo. Por
el contrario, la historia demuestra que un príncipe, una
vez llegado al poder por sufragio del pueblo, se mantiene
largo tiempo y crea un Estado duradero. Está solo; no
tiene a su alrededor un grupo de personajes poderosos,
dispuestos a echarle en cara los servicios realizados y a
traicionarle Apoyado sobre la fuerza plebeya, reduce fá­
cilmente a un pequeño número de aristócratas díscolos.
Puede dar más fácilmente satisfacción a los que le lian
llevado al poder. Porque el pueblo es menos exigente que
una aristocracia: se contentan con poco, mientras que ésta
jamás se siente satisfecha. Y, en fin. se le puede satis­
facer cometiendo menos injusticias. Maquiavelo. poco fa­
vorable a la nobleza, permanece fiel a las tradiciones de­
mocráticas y republicanas de Florencia. En el conflicto
que enfrenta al pueblo y a la aristocracia, en esa lucha
de clases que tan sumariamente ha definido. Maquiavelo,I

n II Principe, 19, 1, pág. 31.


EL GOBIERNO LEGAL 235

que pertenece a la burguesía, toma partido por el pueblo:


“ Las reivindicaciones populares — dice— son más honestas
que las ambiciones de los grandes. Estos quieren oprimir­
le y el pueblo quiere escapar a la opresión"
De estos hechos así comprobados, Maquiavelo desprende
algunas reglas de conducta, ün príncipe que obtiene el po­
der con el apoyo del pueblo debe cultivar su amistad: le
será fácil, porque lo único que desean las clases inferio­
res es no sufrir violencias. Pero un príncipe que obtiene
el poder con el apoyo de la aristocracia se carga con una
tarea más pesada. Su deseo más acuciante debe ser recon­
ciliarse con el pueblo. Dicho con otras palabras: una mo­
narquía fundada o restaurada con el apoyo de los nobles
se hunde rápidamente por una política de reacción. Es in­
dispensable que tome una parle de» espíritu de la demo­
cracia, de sus programas y sus métodos. Incluso estable­
cido o restaurado por los aristócratas, un príncipe no de­
berá servir a sus intereses, sus rencores o sus pasiones.
Por el contrario, ante'lodo, debe tomar el pueblo bajo su tu-
lela, y cuando llega el momento protegerle contra aquéllos:
“ Nunca los hombres — dice Maquiavelo— se ven tan agra­
dablemente sorprendidos como cuando reciben beneficios
do quienes esperaban daños. En este caso el principe pue­
do hacerse más popular que si el propio pueblo le hubiera
llevado al poder. Pero, incapaz de reconciliarse con el
pueblo, está perdido"". Carlos X y Polignac no habían me­
ditado sobre estas líneas.
Maquiavelo comprende que un principe restaurado por
los notables y que se aproxima demasiado rápidamente a
la multitud les decepciona, les desconcierta, les escanda­
liza. Conoce el desdén de los aristócratas por lo popular.
Estos afirman que su protegido ha escogido un camino

" Cf. pág. 211, n. 23. II Principe, 19; I, pág. 32: “ Quello del
populo é ptú onesto fine ohe quello de'grandl, volendo questi
<>|iprimere, e quello non cssere oppresso”.
" ll>id., pág. 33: UE perché gil uomlnl, quando hanno bene da
chl credevano avere mate*, si nhllgano plii al beneficalore loro,
dlventn el porpolo, súbito, ptú suo bentvolo che se si fussl con.
dallo al princlpato con 11 favorl suoi".
236 MAQUIAVELO

equivocado, y que fundar un Estado sobre el pueblo es


fundarlo sobre el barro. Error vulgar, responde Maquia-
velo. Por el contrario, la ciencia política aprobará siempre
a un príncipe que, debiendo su poder a los aristócratas,
busca un apoyo más sólido. Si sabe mandar, hacer frente
a la mala fortuna, si sabe entusiasmar por la superioridad
de su genio a la masa de ciudadanos, jamás se sentirá de*
cepcionado por el pueblo; y. en el peligro, se dará cuenta
de que había otorgado bien su confianza". De ahí que
Napoleón quiera proclamarse el elegido del pueblo francés;
pero en 1815 no se atreverá a servirse de un apoyo libre­
mente ofrecido.
Sin embargo, una monarquía regular y civil, fundada o
restaurada bien con el apoyo del pueblo, bien con el apoyo
de los grandes, pero reconciliada necesariamente y so pena
de ruina con el pueblo, debe imponerse en la práctica una
grandísima prudencia. Debe observar a toda costa la le­
galidad. Un gobierno como éste sólo puede mantenerse a
condición de respetar la ley y no alentar a las libertades
públicas. Más que ningún otro, el príncipe que ha reci­
bido el poder en tales condiciones debe mantener el pacto
constitucional. En el momento en que lo viola e intenta
elevarse, como dice Maquiavelo, del sistema de gobierno
civil al sistema de gobierno absoluto, su poder está en
peligro” . Porque esas magistraturas cuya autoridad, a
principios de su reinado, ha debido necesariamente man­
tener, conservan un prestigio que no podría destruirse de
la noche a la mañana; en caso de crisis grave provocada
por reveses exteriores permanecen bastante fuertes para
negarle la obediencia y organizar contra él la resistencia
legal. Y Maquiavelo, que, teórico de un principado civil,
ha pensado en Lorenzo o Cosme, se acuerda, sin duda, aquí
de las brutales torpezas cometidas por Pedro de Médicis:
olvidando las lecciones de su padre y su tatarabuelo se
creyó bastante fuerte para provocar a esos ciudadanos ma-

" IbUl., pág. 33: “ Mal si troverrá Ingannato da lui”.


" IbUl., pág. 33: “ Sogllono quesll principal! periclitare quando
sono per salire dallo ordine civile alio assoluto...”.
EL GOBIERNO LEGAL 237

gistrados con I09 que Lorenzo y Cosme fueron siempre de­


ferentes. El día del peligro, cuando el ejército de Car­
los V III sobrepasó Pisa, se vio abandonado por todos; en
dos años su desprecio por la ley destruía la obra de se­
senta años y provocaba el restablecimiento imprevisto del
orden republicano. Un príncipe juicioso, concluye Maquia-
velo, evitará estas torpezas y excesos, conservando la Cons­
titución y las garantías que ella ofrece a los ciudadanos,
fistos comprenderán que su interés está ligado al manteni­
miento de su poder y a la conservación del régimen.
Maquiavelo no cree que la tarea de un príncipe, esta­
blecido o restaurado por vía legal, exija un conocimiento,
una inteligencia o un talento excepcionales. Lo que su­
pone una verdadera obra de arte es la tarea del usurpa­
dor. el hombre que ha creado lodo de la nada, que ha im­
puesto su nombre, su persona, el orden que ha concebi­
do. Ni el oscuro rey espartano Nabis, del que ha hablado
brevemente, ni Cosme ni Loronzo, de los que parece acor­
darse sin nombrarles, interesan tanto al teórico de la cien­
cia política como un César Borgia. Para Maquiavelo, el
Idjo de Alejandro VI es, evidentemente, superior a los
Mediéis, como lo es también a lodos los príncipes que han
Icuido la oportunidad de lograr el poder sin verse obli­
gados a conquistarle. Estos últimos han necesitado, sobre
linio, habilidad; han debido calcular exactamente las fuer­
zas de los partidos, el concurso o la mala voluntad que pue­
den esperar de unos u otros. Su genio ha consistido en
ndier gobernar con ayuda de los inás fuertes y los más
finios. Y si debían su autoridad a la aristocracia, su tarea
más difícil ha sido maniobrar para aproximarse al pueblo,
procurar satisfacer sus exigencias, inspirarle confianza, ob­
tener y cultivar su amistad. Pero todo eso no es muy di­
fícil; es suficiente, como dice Maquiavelo, una afortunada
u'itucia ",

“ IMd., pig. 31: “ Né a pervenirvl é necessarla o tutta virlü o


lilil í fortuna, ma piü presto una astuzla fortúnate ",
238 MAQUIAVELO

VI
Después de los gobiernos republicanos fundados sobre
ia ley y la igualdad cívicas, después de los gobiernos per­
sonales fundados sobre el consentimiento popular o sobre
un deseo de restauración monárquica, aparece otro tipo
de gobierno legal que, durante estas primeras décadas del
siglo x\% gozaba todavía de considerable importancia en
Europa: el gobierno de los sacerdotes. Durante sus lega­
ciones por el imperio Maquiavelo había podido informarse
del poder territorial de los tres electores de Maguncia,
Tréveris y Colonia, de los obispos de Renania, del país de
Main o las llanuras de Westfalia. Había podido contemplar
los vastos dominios de la Santa Sede, que se extendían
del Mediterráneo al Adriático, de la Romanía a la Cam-
pania y la Apulia. Estos gobiernos sacerdotales exigían de
los pueblos una obediencia pasiva y no condescendían a
hablar con sus representantes. Mas para justificar este
absolutismo se podía alegar la existencia de un contrato
tácito en cuyo nombre el súbdito cristiano aceptaba sin
ninguna reserva la dirección política de un jefe iluminado
por Dios.
A Maquiavelo no le gusta la Santa Sede, a la que hace
responsable de la desmoralización, de la división, de las
debilidades de Italia. Sabe que los dominios pontificios
están mal gobernados. Mal gobernados por Alejandro VI,
que, cínicamente, permitió que su hijo César entrara a
saco en ellos; anárquicamente gobernados por Julio II, ex­
clusivamente ocupado de conquistas y guerras, del presti­
gio exterior y de grandeza, y que, por la pasión furiosa
que ponía en todas sus empresas, no fue jamás un veu-
dadero hombre de Estado. Maquiavelo escribe en los pri­
meros tiempos de León X; no le otorga más confianza que
a sus predecesores; pero espera hasta ver su obra. En el
imperio ha podido conocer el desorden administrativo, los
gastos desorbitados, la nada política de los Estados admi­
nistrados por prelados, grandes y pequeños. Concluye, con
fría ironía, en términos que parecen recordar a propósito
EL GOBIERNO LEGAL 239

til texto clásico de uu salmo: “ Los príncipes de la Iglesia


son tos únicos que tienen Estados y no los defienden, súb­
ditos y no los gobiernan. Sin embargo, aun sin defender­
los, conservan sus Estados; y sus súbditos, aunque no go­
bernados, no se preocupan, no intentan separarse de ellos,
y hasta no piensan. He aquí, pues, los únicos Estados fe­
lices y seguros” **.
No estudia las causas de esta estabilidad que confunde
al entendimiento humano. El arte de regir a los pueblos,
la razón, la ciencia política, no entran aquí pura nada. La
tuerza de sus Estados se funda exclusivamente en una tra­
dición de obediencia impuesta por el escrúpulo religioso:
es sólo esta obediencia lo que obliga a los súbditos a res­
petar a los príncipes revestidos del carácter sacerdotal.
Con una mezcla de desdén y respeto burlón Maquiavclo se
limita a decir que no hablará de estos regímenes: su con­
servación es un misterio que escapa a la inteligencia. Dios
ho encarga de asegurar su grandeza y mantenimiento; se­
ría, por tanto, presuntuoso querer disputárselo". Cuando
en el verano de 1510 Luis XII y Maximiliano, en su lucha
contra la Santa Sede, proyectaban convocar un concilio
ecuménico, Maquiavelo deseaba la humillación de este go­
bierno de sacerdotes, sin hacerse, sin embargo, demasiadas
Ilusiones". Dos arlos después asistía al triunfo de la San­
ta Liga, de la que resultó víctima. Entre los tiranos ita­
lianos, los más resueltos, los más violentos, los más cri­
minales, no se atrevían a alzar su mano sobre el Papa y
su corte. En 1505, con su acostumbrada temeridad, Julio II
ue habla lanzado a la batalla en Perusa sin esperar el
grueso del ejército pontifical. Giampolo Baglioni, uno de
iiuh peores enemigos, pudo tener a su merced al Papa, los

•' U Principe, 11. De prlncipatlüua ecoleslasticis; I, pág. 30:


"Ümiloro soli lianno statl, e non 11 defendano; suddití, e non 11
girvnrnano: e II slall, per essere indifeel, non sono loro tolll, e
II Miiüdlti, per non essere governali, non sene curano, né pensano
h* imssono alienarsl da loro. Solo adunque questi principal! sono
ülniirl e íelici” .
* Ibki., “ Ma sendo quelll reltl da cagioni superiore, alie quell
mente umana non agglugne, lasceró 11 paríame”.
" Véase pág. 71, n. 46.
240 MAQUIAVELO

cardenales y todas sus riquezas. Pero cedió la ciudad. Se


sabia que había tomado por concubina a su hermana; que.
para tomar el poder, había hecho asesinar a sus primos
y sobrinos. Sin embargo, este hombre sin escrúpulos fla­
queó en esta ocasión: “ Aunque tuvo una buena oportuni­
dad — escribe Maquiavelo— . no se atrevió a arriesgarse
en una empresa que hubiera provocado admiración por su
audacia, y que hubiera mostrado a los prelados la poca
estima que merecen los que viven y reinan como 6 110 8 ’” '.
Pero la restauración política de Italia, la concentración
de todas las fuerzas italianas contra el extranjero, supone
necesariamente la disminución, el debilitamiento y, si llega
el caso, la desaparición del poder temporal de los papas.
Análogamente, en el imperio los jefes de la reforma lute­
rana, restauradores del cristianismo primitivo, querrán
también una Alemania definitivamente dueña de sus des­
tinos, y la disminución o supresión de los Estados ecle­
siásticos, débiles y dispuestos a sufrir las influencias ex­
tranjeras. En Italia Maquiavelo comprobaría que la Santa
Sede, en los últimos veinte años del siglo x iv todavía dé­
bil, se haría temible en menos de una generación. Sixto IV
e Inocente V III no eran ni siquiera dueños de Roma, don­
de veían su autoridad constantemente contrariada y ame­
nazada por las facciones rivales de los Orsinis y los Co­
lones. Todos los príncipes italianos, hasta los más insig­
nificantes barones, despreciaban la debilidad del Estado
pontificio. Bajo Julio II, reforzado por Alejandro, pudo
arruinar el imperialismo veneciano y expulsar a los fran­
ceses de Italia". Aunque no quiera lomarse la molestia
de estudiar los secretos resortes de un gobierno sacerdo­
tal, Maquiavelo, a pesar suyo, debe buscar las causas de
esta inquietante nueva grandeza de la Santa Sede, de este

" lAscorst, 27; I, pág. 157: “Cosí Giovampagolo, 11 q.iale non


etlmava essere Incesto e publico parricida, non seppe, o, a dir
meglio, non ardi, avendone glusta occaslone, faro una impresa,
dove clascuno avesso ammiralo l'animo suo, e avesse di sé las-
ciato memoria eterna, sendo il primo che avesse dimosl.ro a’ pre-
latt quanto sla da stimare poco chl vive e regne come loro...".
" 11 Principe, 11; I, pág, 36-38.
EL GOBIERNO LEGAL 241

nuevo hecho que contraría todas sus esperanzas. En efecto,


este nuevo prestigio diplomático y guerrero de la Santa
Sede, Estado italiano, plantea un problema que no se pue­
de esquivar.
Aparece inmediatamente que si la cohesión de los do­
minios pontificios y la fidelidad de los pueblos son debi­
das, en el interior, a causas religiosas, el progreso de la
Santa Sede entre los Estados de Italia y de Europa se debe
a causas completamente profanas, y que no tienen nada
ile común con el Evangelio. Esta nueva grandeza descansa
sobre el poder del dinero, la fuerza de las armas, la di­
plomacia. Esta nueva grandeza ha sido fundada por Ale­
jandro VI. El ha sido el primero en mostrar lo que pue­
de hacer un Papa por medio de las finanzas y la guerra.
Poco cuidadoso de la Iglesia, no trabajaba más que en
pro de la exaltación de su familia y de César Borgia. Su
obra fue tan egoísta como violenta, y hubiera sacrificado
gustosamente el porvenir de la Santa Sede al porvenir de
los suyos. No duda en poner a disposición de César los te­
soros y territorios de los que era guardián y defensor.
Después de la muerte de Alejandro, y una vez que César
vuelve a la nada, el Estado pontificio recoge los frutos
de sus esfuerzos. Julio II se encuentra con una Santa Sede
poderosa, dueña de la Romanía, liberada de las amenazas
de los barones romanos, en posesión de las riquezas de
Alejandro. En el interés del papado, continúa la obra fa­
miliar y dinástica de su predecesor". Tuvo la suerte de
llevar a cabo brillantemente empresas violentas y mal di­
rigidas. Sin duda, si hubiera vivido durante más tiempo,
habría conocido también a su vez la mala fortuna. En
tiempos en que la diplomacia y el cálculo hubieran sido
más necesarios que la fuerza, Julio II, incapaz de renun­
ciar a los procedimientos que le imponía su temperamento,
habría corrido el riesgo fatal de hundirse Por lo me-

" Ibid,., pág. 37: “ Alessandro VI... mostró quanto un papa, e


culi U danaio c con le forze, si posseva prevalere... E benché lo
Intento sucr non fussi tare grande la Gliicsa, ma i] duca, nondi-
meno ció che fece tornó a grandezza della Chiesa".
*" Véase pág. 70, n. 41>.
10
242 M AQl’ ÍAVELO

nos elevó a la Iglesia hasta un alto grado de poder tem­


poral. A su muerte le sucedió León X, de temperamento
más calmoso. Hijo del hábil hombre que durante diez años
dirigió verdaderamente toda la política de los Estados ita­
lianos. asegurando el equilibrio de las fuerzas italianas y
manteniendo alejados a los extranjeros, hijo de diplomá­
tico y diplomático él mismo, es a él a quien corresponderá
acabar, por procedimientos más suaves, la obra de Ale­
jandro, de César y de Julio I I ” 1.
En efecto, esta obra escondía en ella una grave causa
de debilidad que Maquiavelo no ignoraba. Causa comple­
tamente moral, pero que la política realista dehfa tener en
cuenta, y que Maquiavelo no olvidó: el contraste entre el
carácter violento y secular del gobierno pontificio, y la
doctrina de que los papas eran depositarios. Necesaria­
mente. este contraste trastornaba las conciencias. Es su­
ficiente recordar la inquietud que experimentaron en Roma
dos viajeros extranjeros — uno de ellos ya conocido en­
tonces por algunos sabios y hombres ilustrados, el otro
totalmente desconocido— que se llamaban Erasmo y Lu­
lero, frente a la corle mundana y guerrera de Julio II
y sus triunfos paganos. La opinión del mundo cristiano
constituía una fuerza moral que la Santa Sede no podía
desafiar impunemente. De antemano. Maquiavelo la había
ya medido. En los Discursos sobre la primera década, pre­
sintiendo el desafecto de los pueblos, escribía esta profé-
tica frase: “ Al considerar los principios de la Iglesia y
el olvido que ésta ha hecho de ellos puede decirse que,
sin ninguna duda, no pasará mucho tiempo sin que se vea
amenazada de ruina o de castigo"
El realismo de Maquiavelo sabe utilizar, sin embargo.

Wl II Principe, i i ; I, pág. 38: “ Ha trovato a¡dunqiie la Sanillá


deJ papa Lcone questo pontificato potentlsslmo; 11 quale el epera,
se quclll 'lo feciono grande con le arme, questo, con la bontá e
Infinite altre sue virtb, lo farA grandísimo e venerando". Sobre
el llamamiento de Maquiavelo a León X, véanse págs. 111-113.
"* Dtscorst, l, 12; I, pág. 130: “ E ehl considerasse 1 fonda-
mentí suol, e vedesse Tuso presente quanlo é diverso da quelli,
gludlcherebhe essere proptnquo, scnza dubbio, o la rovlna o II
fragello".
EL GOBIERNO LEGAL 243

las fuerzas morales. Ha llegado el momento en que, en be­


neficio del propio poder temporal y material de la Santa
Sede, es preciso que tales fuerzas intervengan, con la apa­
rición de un Papa virtuoso y cristiano. Maquiavelo desea,
probablemente sin esperarlo, que León X sea ese Papa.
Y concluye con un halago al papa Médicis, a quien, du­
rante algunos años, ha querido interesar en su sueño de
redención italiana: “ Esperamos que. si sus predecesores
han hecho la Santa Sede grande por la fuerza de las ar­
mas, él sabrá, por su bondad y otras virtudes infinitas,
conferirla mayor grandeza y hacer que merezca ser ve­
nerada” ™.

" a Véase n. 101.


C a p ít u l o II

LAS CREACIONES DE LA FUERZA

Maquiavelo, teórico del gobierno civil, republicano o mo­


nárquico, pero fundado sobre la ley, se ha hecho también
teórico de la usurpación personal y de un poder personal
fundado sobre la fuerza. Metódicamente, científicamente,
se había dedicado a definir el tipo más perfecto y humano
de un régimen que descansa sobre el respeto del derecho;
con igual método, con idéntico deseo de exactitud obje­
tiva, busca ahora los medios que permiten establecer y
conservar por la fuerza una autoridad de hecho. Intenta
definir el tipo más puro de un régimen de violencia y
el espíritu de este régimen. Esta es la otra cara de su
doctrina.
Para lo cual plantea de nuovo en su estudio todas las
cuestiones que, como teórico del gobierno civil, ha des­
cartado en principio. Primeramente, la conquista a mano
armada por una potencia extranjera. Después, la violen­
cia interna, la acción facciosa, la acción demagógica, y el
arte de explotarlas. Como teórico del gobierno civil, Ma­
quiavelo ha descrito los recursos de un Estado bien orga­
nizado contra las tentativas de los aventureros y los fac­
ciosos. Como teórico de la fuerza y de las realizaciones
de la fuerza, muestra con idéntica objetividad cómo un
aventurero, con la ayuda de una facción, conquista el go­
bierno de un Estado. Teórico del régimen civil, ha defi­
nido la dictadura legal y constitucional, republicana y tem-
246 MAQUIAVELO

pora!. Teórico de las realizaciones de la fuerza, debe con­


siderar objetivamente el progreso y el éxito de la dicta­
dura ilegal, facciosa, despótica, de duración ilimitada. Cé­
sar. objeto de execración para el teórico del gobierno ci­
vil, se convierte ahora necesariamente en objeto de estu­
dio. Las Uranias antiguas, las tiranías italianas, que el
teórico del gobierno civil rechaza y condena, se convierten
ahora en objeto de estudio.
De nuevo aparece aquí la limitación del estudio reali­
zado por Maquiavelo. Analiza detalladamente a algunos pe­
queños tiranos cuyos hechos y gestos leía en Tito Livio
y en los historiadores antiguos. Considera algunos tiranos
italianos que ha visto actuar, hombres de su tiempo, y que
se han movido frente a él. Dedica, sobre todo, algunas vi­
gorosas páginas, páginas que cuentan entre las obras
maestras de la literatura política italiana, a César Borgia
y a la creación de su Estado de Romanía. Pero, en el mun­
do antiguo, ha olvidado voluntariamente la persona y obra
cuyo estudio podría haber resultado más rico en ense­
ñanzas: César y la dictadura. En el mundo moderno no
ha estudiado la usurpación sobre la que un florentino,
mezclado en la vida florentina, instruido en la historia
florentina, era el mejor informado: la usurpación medi-
ciana. Al escribir bajo la dominación de los Médicis El
Príncipe, y resuelto a dedicárselo, difícilmente podía arries­
garse a este análisis. Para buscar la historia y la filo­
sofía de la dictadura mediciana habrá que remitirse a
Guicciardini, a su Historia de Florencia, terminada antes
de la restauración de 1512, y a los dos diálogos, escritos
entre 1524 y 1527, Del gobierno de Florencia.
A pesar de estas reservas y de esta limitación en cuanto
a la documentación, El Principe sigue siendo, ante todo,
un libro de ciencia. En El Príncipe se estudia una serie
de hechos ante los cuales la ciencia política debe necesa­
riamente detenerse: las creaciones y las realizaciones de
la fuerza. Maquiavelo retiene un cierto número de casos
proporcionados por la historia, el más asombroso de los
cuales le parece el de César Borgia. El método es estric­
tamente objetivo. Describe la creación y crecimiento de
LAS CREACIONES DE LA FUERZA 247

un Estado personal, como un físico o un biólogo descri­


biría una serie de hechos regidos por las leyes de la na­
turaleza. De ahí que, como se anuncia en el prefacio, El
Principe rechace toda retórica, todo ornamento literario,
y de ahí por qué el autor, voluntariamente, sólo ha bus­
cado la exactitud y la verdad**. Obra de ciencia pura; es­
fuerzo por deducir leyes indefinidamente estables de he­
chos bien comprendidos y conocidos.
A Maquiavelo no le gustan esos gobiernos personales
cuya teoría construye. Toda su vida política así lo prue­
ba. En efecto, en el momento mismo de servir a los Mé-
dicis y comprometerse con ellos, conservaba la esperanza
de verles restablecer bajo sus consejos las libertades re­
publicanas y la Constitución republicana, en esta ciudad
en la que no se atrevían todavía a lomar el título de prín­
cipes. La obra nos presenta una parte capital de su saber
político, pero no sus esperanzas ni su saber profundo. La
dedicatoria a Lorenzo, duque de Urbino, el llamamiento
al príncipe enviado de Dios que liberará a Italia de los
bárbaros, no bastan para invalidar esta verdad. Maquiavelo,
durante algún tiempo dominado por el mito dantesco de
la llegada del redentor, pudo llegar a pensar que la li­
beración de Italia exigía la intervención enérgica y fría
de un príncipe cuyas decisiones no estarían frenadas por
ningún pacto constitucional. Pero ni Julián ni Lorenzo le
habían escuchado. Ni él mismo hubiera podido aceptar du­
rante mucho tiempo esta idea. Porque estaba demasiado
sujeto a las formas republicanas, a las tradiciones republi­
canas, a las libertades republicanas. Por lo demás, definió
bastante exacta mente las causas de orden social que no
permitían establecer en Florencia una monarquía, aun sin
existir una fuerte tradición de libertad republicana que se
opusiera a ella ’ ; es fácil imaginar que Maquiavelo, inde­
pendiente de maneras y espíritu, bajo la autoridad arbi­

• II Principe, I, pdg. 3: “ La quale opera non ho omata né


ilplena di clausule ampie o di parole ampullose e magniflche...;
perché ho voluto, o che venina cosa la onori, o ohe solamente la
varletA delia materia e la gravita del subletto la faccl grata".
* Véanse págs. 97-98.
248 M AQUI AVELO

traria de un príncipe, hubiera sufrido amargamente por


la libertad perdida. Si subsistiera alguna duda a este res­
pecto sería suficiente releer, en los Discursos, el capitu­
lo L V III del libro primero. Describe allí las causas por las
que el gobierno popular es superior al de un príncipe, y
concluye afirmando que los Estados no han aumentado
nunca su verdadera riqueza y su verdadera potencia más
que bajo un gobierno libre, porque este gobierno busca la
utilidad común, mientras que el príncipe no piensa más
que en su interés particular *.

En El Príncipe sólo se debe, pues, buscar el estudio ob­


jetivo y científico de lo que se puede designar como la
hipótesis del gobierno autoritario y el mandato personal,
y que completa el estudio objetivo y científico, desarro­
llado a lo largo de los Discursos sobre la primera década,
de la hipótesis republicana y el mandato republicano.
Como la cuestión planteada es la de las realizaciones
de la fuerza, Maquiavelo no se detiene en las monarquías
hereditarias, antiguamente establecidas, y que se trans­
miten de padres a hijos. Los pueblos están acostumbrados
ahí a la familia reinante; a menos de que concurra un
inaudito conjunto de circunstancias desfavorables, el prín­
cipe puede mantenerse, sin gran esfuerzo ni talento. Nada
se pierde, pero nada se crea tampoco. No es. pues, en es­
tos casos donde puede estudiarse el poder de la fuerza,
unida a la ciencia política y al genio*. Preferentemente
Maquiavelo considera la fundación de un Estado comple-

• Véase pág. 220, n. 53. Igualmente, Discorsl, II, 2; I, pági­


nas 235-236; “ Ma sopea tullo meravlgliosslina é a considerare a
quanla grandezza venne Boina, poiché la si liberó da' suol Re.
Le ragione é facile a intendere; perché non il bono particulare,
ma il bene comune é qucllo che fa grandl le cltlá... Dimodoché,
súbito ohe nasce una Urannide sopra uno vlvere libero, il manco
male che ne risulti a quelle clttii 6 non andaré piü innunzi, né
cresccrc piü in potenza o in ricohezze: nía U piü dellc volte,
anzl sempre, Interviene loro clie le torna no indielro".
* II Principe, 2; I, págs. 5-6: “ líe prlncipalihus hereditaria
LAS CREACIONES DE LA FUERZA 249

lamente nuevo, por un príncipe a quien no le ha abierto


enmino ningún predecesor. Esta creación aparece como la
obra maestra de la ciencia política. Y ni la ciencia es su­
ficiente: es preciso que un golpe de fortuna ofrezca la
ocasión propicia. Pero las ocasiones más propicias se con-
vierten en inútiles cuando falta el saber.

Muquiavelo estudia así el caso de aventureros afortuna­


dos que, en un país determinado, a fuerza de audacia y
talento, han podido conquistar la autoridad suprema, con­
tra las leyes y la Constitución. Igual que conoce los me­
dios de hacer fracasar sus empresas conoce también los
medios de asegurarlas el éxito.
El hombro audaz que intenta imponerse con desprecio
del orden establecido y legal tiene por enemigos a todos
aquellos que puedan obtener ventajas del orden que él
quiere destruir. Casi simpre está mal sostenido, sin mu­
cha confianza o valor, por los descontentos que se apro­
vecharán de su obra, .pero que esperan el éxito para pro­
nunciarse. Debe contar exclusivamente con sus propias
fuerzas y desconfiar de la cobardía humana *.
Se presentan dos casos. El nuevo jefe puede verse obli­
gado a entenderse con los demás, a apoyarse sobre parti­
dos ya constituidos, sobre grupos ya organizados; puede
verse obligado a concertar compromisos con unos y otros,
y. en cierta medida, a pagar su concurso o silencio acep­
tando su control. Le es entonces difícil obtener un éxito
decisivo, fundar algo que dure. O bien la fuerza de que
dispone le permite sustraerse de todo acuerdo y control.
He encuentra a la cabeza de una facción lo bastante fuerte
para eliminar todo obstáculo, y acostumbrada a la obe­
diencia pasiva. En tal caso pupde llevar hasta el fin su

* H Principe 0: I, págs. 17-20: “ De prineipatibus novls qnl


nrmls proprlis et virlule acquiruntur": prtg. 19: “ Ha por nlmlci
tullí quelll che degli ordini vecohl fuuno bune, c ha lepidl de­
fensor!, tutll quelll che degli ordini nuovl farebbono bene...".
250 MAQUIAVELO

cómbale, realizar su plan e imponer un régimen estable*.


En ambas hipótesis la creación de un nuevo gobierno
exige ciencia, talento y fuerza. Pero sin la fuerza, toda la
ciencia que determina los planes de acción y los progra­
mas de gobierno, todo el talento que permite ejecutar los
unos y realizar los otros, resultan inútiles. En semejante
caso sólo a ella corresponde decir la última palabra. Una
vez pasado el límite de las convenciones legales, sin la
fuerza no se crea nada. Los profetas inermes han pere­
cido ’.
De la misma manera que sólo es la fuerza la que per­
mite fundar, sólo es también la fuerza la que permite man­
tener. Para conservar lo que en política es creación vio­
lenta. la persuasión no es suficiente: “ La naturaleza de
los pueblos es cambiante — dice Maquiavelo— ; no es fá­
cil mantener en ellos la convicción” . Es preciso, pues, so­
meterles a una disciplina tal que. en el momento en que
se sientan tentados de dejar de creer, se les pueda hacer
creer por la fuerza. Si no hubieran utilizado la coerción.
Moisés, Ciro, Tcseo o Rómulo no habrían logrado imponer
durante mucho tiempo el respeto a sus instituciones. Más
recientemente, el hermano Jerónimo Savonarola pereció
con sus nuevas leyes, cuando la multitud dejó de creer
en él: porque le faltaba el medio de mantener en la fe
a los que habían creído y de obligar a los que no creían
a hacer como si creyeran” *.

No se trata aquí de moral. Maquiavelo no examina si


para el hombre de Estado es lícita la utilización de la
• II Principe, 6, pdg. 19: "E' necessarlo... esaminare se quesU
Innovator! stunno per loro medeslml o se dependano da allri;
cloé se per condurre Popera loro blsogna che preghlno, ovvero
possono forzare".
' II Principe-, 6, pág. 19: “ DI qul naoque che tutu e’ profetl
arma ti vinsono, e 11 disarmall rulnorono” .
* II Principe, 6, pág. 19: “ La natura de’ popull é varia; ed
é facile a persuadere loro una cosa: ma é dlfficlle fermarll ín
quella persuasiones e peró conviene essere ordinato ln modo
che, quando e' non credono plú, 6l possa face loro crederc per
forza”.
LAS CREACIONES DE L A FUERZA 251

fuerza: su ironía por los profetas desarmados indicaría


suficientemente la respuesta. Como científico estudia una
hipótesis política según la cual la utilización de la fuerza
es necesaria. Más que medir, en términos abstractos, la
parte que pertenece a la ciencia y la parle que pertenece
a la fuerza, prefiere estudiar ciertos datos concretos que
le ofrece la historia. Y se encara así primero con la trá­
gica y reciente aventura de César Borgia.
El duque de Romanía pertenece a esa clase de príncipes
que. favorecidos por la fortuna, supieron aplicar en segui­
da lodo su genio a multiplicar lo que habían recibido de
ella*. La fortuna hizo nacer la ocasión de su grandeza. Si
no hubiera sido hijo de Alejandro VI, César nunca hubiera
salido de la nada. Pero desde el momento en que adquirió,
gracias al apoyo material y la complicidad de su padre,
sus primeros dominios, para asegurar su grandeza nacien­
te se le vio realizar todo lo que era propio de un hombre
prudente y valeroso: “ He aquí por qué — declara iMaquia-
velo— yo no podría proponer a un nuevo príncipe mejo­
res preceptos que el ejemplo de su conducta” . Si tuvo que
abandonar su obra interrumpida no se debió a fallas o
malos cálculos, sino a una extraordinaria malignidad del
destino". Maquiavelo emprende, pues, una exposición sis­
temática y rigurosa de la política seguida por César. Con­
cluye afirmando que el duque de Romanía no cometió nin­
gún error, no dio ningún paso en falso, hasta el día fatal
en que, agobiado por la enfermedad, después de la muerte
de Alejandro VI y el efímero pontificado de Pío III, per­
mitió elegir Papa a Julio 11. al que habría podido evitar.
Alejandro V I no ignoraba las dificultades que, en el pre­
sente y el futuro, se oponían a la grandeza de su hijo.
Sólo podía hacerle señor de un Estado en detrimento de
los dominios de la Iglesia, que debía conservar intactos.

• II Príncipe, 7; I, pilgs. 20-27: “ De principatibus novis qul


nllenis arinfe « l fortuna acquiruntur".
" Ibid., 7; I, págs. 21-22: “ lo non saprel ohe precetti mi daré
inlgiliorl a uno principe nuovo. che lo eseinplo delle azioni sua;
o se gil ordini suoi non II proflltorono, non Tu sua colpa, perché
dacque da una estraordinaria ed estruma maligniti di fortuna".
252 MAQUIAVELO

No duda: en el origen de la carrera de César se encuen­


tra una usurpación resuella y violenta. La empresa encon­
trarla inmediatamente adversarios; el duque de Urbino,
Venecia, dueña de una parle de la Romanía, los señores
de Rímiui y de Faenza se niegan a admitir el estableci­
miento de César sobre la vertiente adriática del Apeni no.
Los principales jefes mercenarios a quienes, a falta de un
ejército propio, debía dirigirse, estaban de acuerdo con
los enemigos romanos del Papa, los Orsini y los Colona.
Alejandro llama, pues, al rey de Francia contra el duque
de Milán, cuya venida solicitaba ya la imprudente Vene­
cia. Luis XII recibe de él favores y ventajas; convertido
en seguida en dueño de Milán, a cambio concede a César
bastantes soldados y subsidios para conquistar la mayor
parte de Ilomania. Pero, apenas establecido. César compren­
dería el peligro que se corre dependiendo de los otros.
Quería atacar Bolonia: Luis XII le detiene; invadir Tos-
cana : Luis XII se lo prohíbe. No tenía ejército propio; co­
nocía la mediocre fidelidad de sus mercenarios. Desde en­
tonces tomó la resolución de no conlar mas que con él
mismo para la política y la guerra. Encuentra en Roma­
nía nuevas tropas, soborna a los mejores oficiales merce­
narios, les da tierras, castillos, les hace gontileshombres,
enteramente consagrados a su causa. Las circunstancias le
permitirían acabar de una vez con los capitanes de for­
tuna cómplices e instrumentos de sus primeras empresas,
y u partir de ahora dispuestos a una traición. Inquietos,
sus antiguos oficiales conspiran contra él intentando suble­
var la Romanía. Pero Besar, todavía aliado de Luis Xll,
es el más fuerte. Lu simple promesa de un socorro francés
desaiiina a los conjurados. Dueño de la situación a fuerza
de audacia, la resuelve por la perfidia. Simula una recon­
ciliación; les colma de agasajos, do regalos, de amistosos
presentes. Tanto y tan bien que su simplicidad les con­
duce a la trampa de Sinigaglla.
Señor de la Romanía, de las Marcas, del ducado de Ur­
bino, César organiza su conquista. Funda sobre la fuerza
un gobierno regular que, en virtud de las ventajas ase­
guradas a las poblaciones, obtendrá no ya su obediencia
LAS CREACIONES DE LA FLE RZA 253

por el temor, sino su respeto y devoción. Una nueva obra,


¡nn digna de respeto y admiración como la primera. En
lodos estos países, hasta entonces mal gobernados por ti­
ranos ávidos y brutales, César establece una administra­
ción regular. Hasta ahora sólo se había conocido el ban­
didaje, facciones y violencias; César envía ahí uno de sus
más duros, crueles y enérgicos lugartenientes, Hemirro de
Orco, dándole plenos poderes". En ulgunos meses se res­
tablece el orden y la autoridad es mantenida vigorosamen­
te. Una vez conseguido esto, el duque sustituye el régimen
de dictadura y terror por un gobierno civil. Concede al
pueblo una especie de Constitución. En el corazón de la
provincia crea un tribunal de Estado, en el que cada una
de las ciudades puedo hacerse representar por un abogado,
encargado de defender sus intereses y sus derechos. César
desaprueba al agente más execrado de su dictadura; lanza
sobre Remirro la responsabilidad de las violencias come­
tidas. Una mañana, con estupor y satisfacción, las gentes
de César contemplan sobre la plaza .Mayor de su ciudad un
cadalso de madera, una cuchilla sangrienta y un cadáver
partido en dos pedazos” .
A partir de ahora, lo único que le quedaba ya por ha­
cer a César es continuar su política de engrandecimiento.
El primer obstáculo con que se encontró fue el de Fran­
cia. Luis XII se dio cuenta demasiado larde do que le ha­
bía hecho demasiado grande. César pensaba en sacudirse

u II Principe, 7; I, págs. 23-24: “ E perché questa parle é


degna di nolizia e da essere imítala da altri, non la voglio lasciare
Indielro. Preso che ehbe il duca la Romagna, e trovándola sute
comandita da «ignorl impolenti, li quali pió presto avevano spo-
glialo i loro suddito che corretli, e dalo loro materia di disunione,
non di unione, tanto che quella provincia era tulla piena di lalro-
cinli, di briglie e di ognl al ira ragione di insolenzia, ludlcó fussi
ncccssario, a volerla ridurre pacifica c obediente ai braccio regio,
darli buon governo. Per6 vi prepose messer HemiiTO de Orco,
nomo orudele ed espedilo, al quale dctle picnlsslma potes tá".
“ H Principe, 7; 1, pág. 24. Lo foce a Cesena, una mollina,
metiere In dua pezzi in sulla piuzza, con uno pezzo di legno e uno
collcllo sanguinoso a canto. La ferocltá del quale spcltaeulo fece
quelli populi in uno tempo rimanere «atisfalll e stupldi” .
254 MAQt’ IAVELn

la tíllela, desde ese momento muy pesada, de la monar­


quía francesa. Se aproximó a los españoles, que disputaban
a los franceses el reino de Nápoles, apoderándose, desde
mayo de 1503, de las principales fortalezas y de la capital.
Al mismo, previendo la muerte de Alejandro VI. lomaba
sus precauciones. Un Papa hostil envalentonaba contra él
a las familias que habla despojado. Inmediatamente hizo
asesinar a los últimos supervivientes. Para cubrirse con
la Santa Sede se hizo amigo de los gentileshombres ro­
manos. Y, en fin. en el momento de la mnerle de Alejan­
dro VI, se dedicó a hacer su dominación territorial bastan­
te fuerte, para poder resistir así los eventuales ataques
de enemigos coligados. I.n posesión de ia Romanía, las
Marcas y la Umbría, no le ponía al abrigo de un posible
golpe. Necesitaba añadir la Toscana. Por Perusa; per Piom-
hino. donde se. había establecido; por Pisa, que habla re­
clamado su protección, ponía cerco a la provincia desde
todos los lados. Francia, que acababa de perder Nápoles,
estaba demasiado conmovida para poder oponerse a sus
proyectos. Una vez llegado a Pisa, I.uccor y Siena se le
entregaban. Florencia estaba ya perdida. En efecto, el plan
de campaña estaba dispuesto; César lo hubiera ejecutado
infaliblemente antes de fines de 1503. Dueño entonces de
Italia central, reinando desde el Mediterráneo al Adriático,
desde las proximidades de Roma hasta las proximidades
de Bolonia, hubiera sido ya lo bastante fuerte como para
no temer a nadie y no depender más que de su genio.
Pero todos estos proyectos, bien combinados y que según
todas las apariencias debían tener éxito, fracasaron por
una de esas circunstancias que ni el más hábil hubiera
podido prever. Alejandro murió demasiado pronto, antes
de que César hubiera comenzado la expedición de Tosca­
na, y en el momento en que se encontraba entre dos ejér­
citos. el francés y el español, que en cualquier momento
podían volverse contra él. Pero su genio hubiera encon­
trado fácilmente una salida a estos nuevos peligros. Ha­
bría podido, en efecto, dominar una vez más la situación
si, en el momento de la muerte de Alejandro VI, no hu­
biera caído él mismo gravísimamenle enfermo de las fie-
LAS CREACIONES DE LA FUERZA 255

tires romanas. Nunca hubiera podido pensar en un tal


azar". Sin embargo, su autoridad estaba tan fuertemente
asentada que durante un mes la Romanía no se movió.
Y en Roma, aunque se le creíai en la agonía, nadie intentó
nada contra él. Para quebrantar su Estado, que ya no con­
taba con el apoyo de la Santa Sede, se necesitó, sin em­
bargo, una coalición y la entrada en liza de los venecia­
nos. Y es en este momento cuando cometió la única falta
política de toda su carrera. Enfermo y postrado, no ha­
lda podido oponerse a la elección de Pío III, que moriría
casi inmediatamente. En el conclave de octubre permitió
a sus partidarios volar por el cardenal Della Rovere. Ha­
bría podido impedir que éste fuera Papa; habiéndole ofen­
dido, hubiera debido impedirlo. Necesitaba el apoyo de
España. Y tenía obligaciones hacia Francia: debía haber
lier.ho elegir un español, o consentir en la elección de un
francés. Nunca debió permitir la elección del que des­
pués fue Julio II. Porque es un error creer que. entre los
grandes personajes, los nuevos favores hacen olvidar an­
tiguas injurias. Este error y esta falsa maniobra ocasio­
naron su ruina” .
Con un duro lenguaje, admirable de vigor, claridad y
objetividad científica, Maquiavelo resume así la carrera
de César Borgia, fundador del Estado. Al no considerar
más que el fin perseguido, el arte de elegir y de utilizar
los medios, la importancia de los resultados, este caso his­
tórico permite deducir, más allá del bien y el mal, algu­
nas reglas melódicas infalibles: “ Después de haber resu­
mido todas las acciones del duque de Romania — escribe
Maquiavelo— yo no podría reprenderle; por el contrario,
me parece justo ponerle como ejemplo para todos aque­
llos que han llegado al poder por el favor de la fortuna
y por el apoyo de armas extranjeras. Como tenía el alma
grande, y como sus intenciones eran altas, no podía llevar

“ Véase pág. 6$. n. 39.


” 11 Principe, 7; I, pág. 27: "E chl crede ne’ pcrsonaggl gran-
(II e* beneflzil nuovl faccino dlmenllcare le lnlure veochle, s'ingan-
na. Erró, adunque, el duca in quesla elezione; e fu cagione
doll'ultlma ruina sua...”.
250 MAQUIAVELO

de otra forma su obra. Un solo obsLáculo vino a atrave­


sarse en su camino: Alejandro murió demasiado pronto
y él mismo cayó entonces enfermo"
He aquí, pues, qué reglas de arte político puede enseñar
el ejemplo de César Borgia a todo fundador de un nuevo
Estado: reducir sus enemigos a discreción; procurarse una
clientela; no dudar jamás en la elección de los medios;
vencer por la fuerza o el fraude; hacerse popular, y, en
todo caso, hacerse temer; procurarse una fuerza militar
habituada a la obediencia pasiva y, para eso, desembara­
zarse de las tropas no totalmente seguras; aniquilar do
antemano toda oposición desde que se la prevé; renovar
y remozar la Constitución del Estado; mostrarse inflexi­
ble justiciero, pero dispuesto a recompensar los servicios
hechos; dar la impresión de un jefe con amplitud de mi­
ras, que sabe gastar y ser generoso; dirigir con cuidado
su política exterior, conservar y cultivar las amistades y
las alianzas, de tal forma que el extranjero comprenda
la ventaja de favorecer al nuevo Estado y lo piense dos
veces antes de atacar. Para la práctica de todas estas re­
glas no se pueden encontrar ejemplos más elocuentes y
nuevos que en la vida de César Borgia
Maquiavelo le absuelve sin dificultad de todos sus crí­
menes. Lo único que cuenta en la política es el fin, y la
utilidad del Estado. En el establecimiento y el engrande­
cimiento del ducado romañol debe reconocerse una gran

“ Ibid., 7; I, pág. 26: “ llaocoite lo adunque tulle loaztonl del


duca, non saprel riprenderlo; anzl mi pare, come ho fallo, di
preporlo imltabile a tullí coloro che per fortuna c con l’arnie
d'allrl sono ascesl alio imperio. Perché lui, avendo Paulino gran­
de, e la sua intenzlone alta, non si poteva governare altrlmenti;
e solo si oppose allí sua disegnl la tirevité delta vita di Alessan-
dro e la malaUia sua".
“ Ibld.: “ Assicurarsi de’ nemlcl, guadagnarsl débil amlci, vin-
cere o per forza o per fraude, farsl amare e temere da'popull,
seguiré e riverlre da' soldatl, spegnere quelli che ti possono o
debono offendero. Innovare con nuovl modl gil ordinl antlqui,
essere severo e grato, magnánimo e libérale, spegnere la millzia
Inredele, creare della nueva, mantenere le amlcizie de’ re e de'
princlpl in modo che ti abbino a beneficaro con grazla o offendero
con respelto...” .
LAS CREACIONES DE LA FUERZA 257

creación de la inleligencia; no solamente la obra maestra


do un hombre de Estado que sabe fundar y construir, sino
también un beneficio para los pueblos de Romania, que
hóIo entonces conocieron la tutela de un poder fuerte. Poco
Importa, pues, que César haya utilizado la violencia y no
huya dudado nunca ante un crimen útil. Sin embargo, Ma-
i|ulávelo no esquiva el problema que plantea el empleo
ilo los medios contrarios a la moral y al derecho si se es-
I odian las realizaciones de la fuerza. Pero no desea volver
n discutirlo como un filósofo, a la manera de Platón o
Aristóteles, do Cicerón, de San Agustín o de los escolás­
ticos. Una vez más, sólo quiere considerar los datos de
lu historia. Ella ha retenido los nombres de algunos ti­
ranos cuya obra estuvo manchada por la infamia; de cier­
tos hombres que. por simple perfidia y para satisfacer su
perfidia, fundaron Estados. Maquiavelo estudia estos casos
extremos para marcar más exactamente los límites que de­
ben contener, en un hombre de Estado, la utilización del
crimen
Presenta dos ejemplos, uno do ellos tomado de la his­
toria antigua, el otro de la contemporánea: Agalocles. ti­
rano de Siracusa; Oiiverolto, tirano de Fermo en la Marca.
ICI primero fue un criminal valiente y astuto. Pretor de
Siracusa, seguro del apoyo de Cartago, hizo masacrar por
sus soldados a los senadores y los jefes del pueblo; con­
vertido en el único dueño del Estado, supo organizar su
defensa, rechazando a los cartagineses en Africa. Pero co­
metió atrocidades, no sabiendo crear un gobierno regular
y duradero; su obra pereció con él. Oiiverolto hizo asesi­
nar a su tío Giovunni Fogliani y a los primeros ciudada­
nos de Fermo. Consiguió crear alli un nuevo Estado, re­
formó las instituciones militares y civiles, y en menos de
un año organizó una Urania activa y temible, que durarla
hasta el mismo día en qup cayó víctima, en Sinigaglia, de
la traición de alguien más hábil que él; César Borgia. Ma-
quiavelo duda en consideiar a Agalocles y Oiiverolto como

” ll Principe, 8, I; pigs. 27-31: “ De his qul per acelera aü


prlncipatum pervenere”.
17
258 MAQUIAVELO

verdaderos hombres de Estado. Fueron dos aventureros de


talento que sólo buscaron en el poder una satisfacción
egoísta; su obra, a la medida de su alma criminal, resulta
mezquina, subordinada al deseo de satisfacer una ambición
brutal y sin ideas.
A partir de ahora Maquiuvelo concluye sobre la cuestión
de qué excesos puede permitir una ciencia positiva de la
política a la fuerza, o, según su expresión, sobre el arte
de usar bien o mal de la crueldad. La crueldad no puede
ser más que un medio. Para un principe usarla bien es
coineler actos crueles solamente en ciertos momentos crí­
ticos, cuando debe necesariamente consolidar su poder.
Pero no debe complacerse en elia; el pueblo debe extraer
ventajas de su empleo. Pero un principe que, aunque al
principio de su reino haya recurrido moderadamente a la
crueldad, multiplica después sin regla ni medida las vio­
lencias inútiles, usa mal de ella. En el momento de fun­
dar un Estado se debe, pues, calcular con toda exactitud
los actos despiadados que será necesario realizar, y rea­
lizarlos de una sola vez, para no tener que recomenzar
todos los días, y poder asi tranquilizar en seguida a los
pueblos, reconciliándolos fácilmente con una autoridad que
se ha vuelto en seguida más humana. Quien se comporte
de otra forma, sea por vacilación o falso cálculo, deberá
tener constantemente el cuchillo en la mano. Los actos
de violencia deberán cometerse todos al mismo tiempo;
la injuria es así menos prolongada y la ofensa parece
menor. Pero los beneficios deben ser concedidos poco a
poco y disfrutados lentamente “ . Aunque Maquiavelo no
lo diga ni quiera decirlo, tales preceptos traen a la me­
moria necesariamente el recuerdo de Augusto.

“ ¡Vid., pág. 30: Crudellá male úsale o bene úsate. Rene


úsate si possano chiamare quelle (se del mole 6 licito dire bene),
che si fanno a uno trato, per la neccssilá dello asslcurarsi... Obi
fa altrimontl, o per tlmldltá o per mal consígalo, é sempre necea-
sítalo tenere 11 coltello in mano. Perché le iniurle si debbono fare
tulle Insteme, acolo ché, assaporandosi meno offendino meno; e’
beneflzil si debbono faro a poco a poco, accló si assaiporlno me-
glio...” .
LAS CREACIONES DE LA FTERZA ¿59

II

El estudio científico de las creaciones de la fuerza con­


duce fatalmente a plantear el problema de la conquista
de los procedimientos, de los resultados de la conquista.
Maquiavelo no discute en absoluto la legitimidad: lo que
se obtiene por la fuerza se obtiene legítimamente. Pe li­
mita a considerar, como historiador, el hecho de la con­
quista, la existencia de ciertos Estados engrandecidos por
la anexión do provincias extrañas a ellos. Tale.- fueron, en
la antigüodad, el imperio macedónico o el imperio romano.
Tales son los grandes Estados europeos cuya formación
Maquiavelo ha podido estudiar durante sus viajes. Tal es
la monarquía francesa, poco a poco constituida, desde si­
glos, por la accesión de provincias ajenas al dominio real,
por la absorción, en el primer Estado capetiano, de los
pequeños Estados feudales y provinciales. A este tipo res­
ponder todavía mejor ese imperio francoilaliano con el que
los Valois sueñan desde Carlos V, y que intentan constituir
por la adquisición de Nápoles o Milán. El establecimiento
de tales Estados, constituidos por elementos antiguos y
nuevos, muchas veces extranjeros, plantea a Maquiavelo
un cierto número de problemas de constitución y organi­
zación. Problemas importantes, y relativos al arle de fun­
dar un imperio sobre la conquista”
Se presentan dos casos. O bien las provincias anexiona­
das pertenecen a la misma región geográfica y hablan la
misma lengua, o bien pertenecen a otras regiones y ha­
blan lenguas diferentes. En el primer caso las dificultades
son pequeñas, sobre todo si estas poblaciones no están
acostumbradas a un gobierno libre. Es suficiente con ase­
gurar la desaparición de la familia reinante. Es suficiente
no alterar las leyes y no agravar los impuestos. Si las
costumbres de los países anexionados se parecen a las del
Estado anexionador, si el lenguaje presenta pocas diferen­
cias, a la luz de la historia, la anexión aparece fácil y du-

” ll Principe, 3; I, págs. 6-13: "De principatlbus nilxtls”.


2A0 MAQUIAVELO

radera. Borgoña, Bretaña, Gasconia, Normandia, aceptaron


así la reunión con1Francia; a pesar de algunas diferencias
de lenguaje entraron sin dificultad en la unidad francesa,
porque no existía oposición entre sus costumbres y las del
reino**. Por el contrario, cuando un príncipe adquiere un
país donde la lengua, los usos y todo el orden político
difieren de lo que existe en sus antiguos Estados, la obra
de anexión y de fusión es difícil, y reclama una gran
ciencia de gobierno. El príncipe debe residir allí en per­
sona. establecer en las ciudades principales y en las regio­
nes más importantes colonias civiles, según la costumbre
romana, aun a riesgo de desposeer a algunos propietarios.
Estas colonias de habitantes civiles trabajan, producen y
se fijan a la tierra; evitan mantener en el país numerosas
guarniciones, ociosas y perjudiciales; cuestan menos y su
establecimiento ofende menos a las antiguas poblaciones.
Una obra como ésta exige al mismo tiempo una diploma­
cia que se proponga impedir a los Estados vecinos inter­
venir en los asuntos de las provincias anexionadas; debi­
lita a unos y cultiva la amistad de los otros
Una vez planteados estos principios Maquiavelo esboza
en algunas líneas una crítica, singularmente fuerte, de la
torpe política, hecha de violencia y debilidad, que los re­
yes de Francia siguieron en Italia a. Si Luis XII no supo
instituir en la península un dominio duradero ello se de­
bió a que no observó bien estas diversas reglas. Había
conquistado la Lombardía; Florencia, Mantua. Bolonia, For-
li, Faenza, Rímini, Piombino, Pisa, Siena, solicitaban su
amistad. Pero no se fue a vivir a Milán; no estableció co­
lonias francesas en sus nuevos dominios; no intentó nada
para asimilarlos. No quiso organizar alrededor de ellos
una clientela de pequeños Estados amigos; por el contra-*1

* Ibid., 3; I, pág. 7: "Come se é visto che ha fatto la Cor-


gogna, la Brettagna, la Gusacogna e la Normandia, che tanto
tempo sono State con Francia, e benché vi sla qualche dlsformltá
d! llngua, nondlmeno e’ costuml sono slmlll, e poasonsl, fra loro
fácilmente comportare”.
» Ibid., págs. 6-10.
11 IbUL, págs. 10-13.
LAS CREACI0NE8 DE L A FUERZA 261

rio, favoreció las empresas de la Santa Sede, vecina temi­


ble. Nada más apoderarse de Milán cometió el error de
sostener a Alejandro V I y de ayudar a su hijo César a
conquistar Romanía. Primer paso en falso, que le compro­
metió en una cadena de errores: cuando Alejandro y Cé­
sar se hicieron peligrosos y amenazaron Toscana, Luis XII
se vio obligado a detenerles, so pena de chocar con la San­
ta Sede, después de haberle sacrificado sus aliados natu­
rales. Nueva falta, y más grave todavía: en su deseo de
conquistar Nápoles y temeroso de no poder conseguirlo,
contando únicamente con las fuerzas de Francia, cometió
la imprudencia de unirse a otro tan poderoso como él:
el rey de España. Si no lo hubiera hecho podía haber
dejado en Nápoles un rey vencido y sometido a su volun­
tad. Pero su compromiso con el español se lo impidió:
destronado el rey de Nápoles, el de España quedó en se­
guida dueño del reino que habían conquistado los dos.
Y, en fin, por un error supremo, sin darse cuenta de que
reducía su papel a servir a la política pontifical, cola­
boró con Julio II, en realidad por cuenta de éste, para
arruinar la república de Venecia. Falla que no debía ha­
ber cometido, dada la desventajosa situación, cada vez ma­
yor, en que se encontraba respecto a la Santa Sede y a
España. Si se había comprometido en sostener al Papa
frente a Venecia, hubiera debido liberarse de una promesa
que perjudicaba a sus intereses” . Luis XII fue, pues, in­
capaz de fundar en Italia un imperio francés, porque no
siguió las reglas según las que se funda un imperio en
país extranjero. Su fracaso no se debió a ningún milagro,
sino que fue el efecto natural de una ignorancia del arte
político.
Maquiavelo había declarado un día al cardenal Amboise
que si los franceses hubieran sido hábiles habrían impe-

" lbld., págs. 12-13: "E se alcuni altri allegassino la icde che
U re aveva oblígala al papa..., respondo con quello ohe per me di
sollo si derá clrca la fede de'princlpl e come le si debbe osser-
vare". (Véanse págs. 305-309.)
262 MAQUFAVELO

dido que la Santa Sede adquiriera tan gran poder**. La


experiencia demostró que la grandeza de la Santa Sede y
de España en Italia se debió a la política francesa, y que
la Santa Sede y España arruinaron la dominación fran­
cesa en Italia **.

En el libro del Príncipe, una vez que César Borgia se


bace dueño indiscutible del dominio romanio, su acción
gubernamental parece desembocar en una obra de repara­
ción política y conservación social. Análogamente, el secre­
tario florentino parece enseñar a los fundadores del im­
perio una política moderada, de prudencia, de equilibrio,
una política que respete las tradiciones, las costumbres,
los derechos establecidos. En el primer libro de los Dis­
cursos los tumultos provocados en Italia y Occidente por
las querellas franco-españolas indujeron a Maquiavelo a
concluir su doctrina sobre las creaciones de la fuerza en
los términos más brutales, con un amargo pesimismo y un
inmenso desprecio por los hombres. Cuando se trata de
fundar un Estado nuevo sobre la violencia interna o la
conquista, su pensamiento, generalmente tradicionalisla y
conservador, admite incluso la acción resuella a destruir
toda herencia del pasado. Ahí, y sólo por unos instantes,
Maquiavelo parece estar de acuerdo con los más grandes
revolucionarios de la historia.
Maquiavelo admite que el creador de un Estado o de
un imperio, si llega la ocasión, remueve hasta los cimien­
tos el orden político y social. Admite que establezca en
las ciudades nuevas magistraturas, bajo nuevos nombres y
con nuevos poderes; que llame a ellas a nuevos hombres.
Que enriquezca a los pobres y empobrezca a los ricos, se­
gún el texto bíblico; así actuó David cuando se convirtió
en rey. Que construya nuevas ciudades y que arruine las
ciudades antiguas; que trasplante los pueblos de una re­

*• Víase pág. 77, n. f>5.


■ II Principe, 3; I, pág. 13: “ E per csperlenza si 6 visto che
la grandezz.i In Italia di (piella e di Spngna 6 stata caúsala da
Francia, e la ruina sua caúsala da loro".
LAS CREACIONES DE L A FUERZA 263

gión a otra: como hizo Filipo de Mucedonia trasplantán­


doles como si fueran rebaños de corderos. Nada debe
quedar intacto: no debe subsistir ninguna autoridad, nin­
guna dignidad, ninguna riqueza, que no dependa del nue­
vo príncipe “ .
“ Estos medios — añade por una concesión tardía al hu­
manismo erasmiano— son crueles y destructivos, no ya
solamente desde el punto de vista cristiano, sino desde el
punto de vista de la humanidad. Todo el mundo debe abo­
rrecerles y preferir una condición modesta al título de
rey, si fuera preciso adquirirlo a costa de tales desastres.
Sin embargo, quien quiera establecer y conservar su au­
toridad debe en un momento determinado admitir estas
violencias." Poro Maquiavelo sabe que los fundadores ra­
ramente llevan hasta los .últimos exiremos la audacia re­
volucionaria. Para la ciencia política esta vacilación sólo
constituye un error y una debilidad. Error común tanto
a los particulares como a los jefes de Estado: los hombres
suelen decidirse por los términos medios, que son. por
otra parte, mucho más perjudiciales, porque no llegan a
ser ni enteramente buenos ni enteramente malos".*

* Dlscorsl, I, 20; I. pAg. 156: “ Uno principe nuovo, in una


clllA o provincia presa da lui, dehbe fare ogni cosa nuova; ... fare
nuovi governi con nuov! nmni, con nuove o o toril A, con nuovi
uomini. fare i ricebl povcrl, i poveri riochl. come fece Davil guan­
do ei diventé re: 'qni esurienles Implevlt bonis, et diviles demlsil
Inanes'; edificare, obre di queslo, nuove citIA, distare delle Idi-
ficaie, cambiare gli abilalorl da un luogo a un al tro: ed in snmma.
non lasciare cosa niuna intalla in quella provincia, e che non vi
«la né grado, né ordine, né stato, né rlcchezza, che chl la tiene
non la riconosca da te; e pigliare per sua mira Fillppo di Mace-
donia... E chi scrlve di lui dioc che Ira mui ava gli uomini di
provincia ln provincia, come e' mandriani Ira mulaño le mandrle
¡oro”.
" Ibid.: “ Sono quesll modi crudellsslml... Ma gli uomini pi-
gliono oerte vic del mezzo. che sono dannoslssime; perché non
aanno essere né tullí calilvl né tullí buoni”. Cf. Ibid., 27; I, pá­
ginas 157-158: "Sanno rarisslme vollc gli uomini essere ol tullo
rulllvl o a) IuLio buoni”.
264 MAQUI AVELO

En los Discursos, ya que en el libro del Principe hubiera


estado fuera de lugar, Maquiavelo busca garantías para los
hombres contra los gobiernos impuestos por la fuerza. El
más largo capítulo de toda la obra se reserva al estudio
de las conjuraciones**. Contra un principe criminal había
reconocido ya que no había otro remedio que el puñal*.
Nunca quizá ha existido otro escritor que haya expuesto
tan sabiamente, con tan lúcida frialdad, el arte del asesi­
nato político. Divide los atentados, según su objeto, en va­
rias clases; y clasifica a los individuos que pueden arries­
garse a realizarlos en diversas categorías; sigue el des­
arrollo de sus empresas; define los medios que permiten
descubrirles, los peligros que pueden contrariar la ejecu­
ción. La historia antigua, la historia de la Italia moderna,
le han proporcionado los elementos de una erudición en
la que parece hallar un singular placer. Pero, de ante­
mano, ha querido expresar las conclusiones de una sabi­
duría prudente y desilusionada. “ Trataré largamente este
tema — dice— para que los príncipes aprendan a ponerse
en guardia contra tales peligros, y para que los ciudadanos
vacilen antes de aventurarse en tales asuntos. Deseo que
aprendan a soportar con resignación el gobierno que el
azar les lia deparado... Tácito tuvo razón al escribir que
los hombres deben, si, honrar al pasado, pero deben tam­
bién obedecer a las cosas presentes. Desear buenos prín­
cipes y tolerarles sean como sean. Quien se comporta de
otra forma, la mayor parte de las veces se hunde y hunde
consigo a su patria” *.

III

Las conclusiones prácticas a que llega, y que resume


en algunos capítulos, breves y densos, descansan sobre un
estudio científico, pero limitado. De ahí que esas máximas

“ Discorsi, III, 6, Delle conglure; I, págs. 331-359.


* Véase pég. 221, n. 56.
" Mscorxi, 111, G; I, pág. 338: “ Acciooché, dunque, i princlpl
Imparino a guardara! da questl pertcnli, e «he i privad piti tími­
damente vi si mellino; anzl tinpatino ad esscce contení! a vivere
LAS CREACIONES DE LA FUERZA 265

de ciencia política sólo sean las reflexiones de una pode­


rosa inteligencia, nutrida de historia, apta para compren­
der y para comparar, pero que, para intentar el análisis,
ha retenido fínicamente un pequeño número de hechos to­
mados del pasado o de episodios contemporáneos. Incluso
completado por los Discursos sobre la primera década. El
Príncipe no constituye un tratado completo, y no se debe
pedir a Maquiavelo lo que no quiso dar. Pero supo selec­
cionar algunos problemas capitales, estudiándolos deteni­
damente.

Tal es, por ejemplo, el de los Kstados personales agran­


dados poco a poco por la conquista, o por un conjunto de
anexiones realizadas de grado o por fuerza. A este tipo
pertenece un gran numero de Kstados europeos de la épo­
ca de Maquiavelo. Es preciso no mirar nunca desde de­
masiado cerca cómo se ha forjado la unidad de las nacio­
nes: no todas las provincias que. en el tiempo de Ma­
quiavelo, formaban el reino de los Valois, entraron en la
unidad francesa únicamente por la persuasión. Los casos
más recientes eran entonces el de Borgoña. al que alude,
y el de Picardía, conquistadas por Luis XI después de la
muerte de Garlos el Temerario. Más tarde, los tres obis­
pados, el Rosellón. Alsacia y el Franco Condado, y en cier­
ta medida la Lorena, serían anexionados después de gue­
rras afortunadas. La unidad española que habían intenta­
do acabar los Reyes Católicos se fundaba en parte sobre
la fuerza. Más aún que los Estados donde latía ya una
vida nacional, ciertos dominios europeos hechos de pie­
zas que no tenían más nexo común que la unidad del so­
berano, como los Estados de la Casa de Austria o el in­
menso y heterogéneo reino de Polonia, respondían ai tipo
considerado por Maquiavelo. Al mismo modelo pertenecían
los grandes imperios constituidos en el pasado, el imperio

sollo quello Imperio che dalla sorte k stato loro proposto... Che
gil uomlni hanno ad onnrare le «ose passale, e ad ubbidire alie
presentí; e debbono desldcrnre I buoni prineip!, e, comunque el
si slcno fallí, tollerargll”.
266 MAQUIAVELO

asirio, el imperio macedónico, el imperio romano o el im­


perio turco, creación de la historia más reciente. El can­
ciller florentino incluía también dentro del mismo tipo
los imperios que las potencias extranjeras se esforzaban
en crear en Italia. Según este tipo, se fundaría y desarro­
llaría el imperio napoleónico. Y todavía podía considerarse
dentro de esta clase los imperios coloniales creados en
otro tiempo por las repúblicas mercantiles de llalla; el
imperio que Venecia creó sobre las costas dAlmatas, en
Grecia, en las islas del Archipiélago y en el Levante; los
imperios que, durante el tiempo de Maquiavelo. crearon
portugueses y españoles, utilizando los más crueles me­
dios, en las indias, Ceilán, Brasil, Méjico, y, seguidamente,
en Perú. Y. en fin, los grandes imperios fundados en el
mundo moderno por los pueblos colonizadores, el imperio
holandés, inglés o francés.
En el capítulo III del Príncipe Maquiavelo aborda así
una cuestión vasta y compleja, que, bajo sus diversos as­
pectos, domina la historia antigua y moderna. No se po­
dría decir que la haya estudiado a fondo ni que haya mos­
trado verdaderamente su importancia. Sin duda, su crítica
de las torpezas cometidas por los reyes franceses en Italia
tiene para el historiador un gran valor, y es difícil juzgar
con más inteligencia y perspicacia la política italiana se­
guida desde Carlos V III a Francisco 1. Pero lo cierto es
que Maquiavelo sólo ha estudiado de manera superficial
el conjunto de problemas que este capítulo sugiere. Algu­
nas consideraciones sumarias sobre el imperio turco “ ; al­
gunas consideraciones sumarias sobre el reino de Francia;
pero lo esencial de su documentación se ha tomado, como
siempre, de la historia antigua, y preferentemente de la
historia de Roma. Habría sido todavía necesario que se
hubiera detenido especialmente en la época imperial y que.
como historiador, como jurista y como hombre de Estado,
hubiera examinado los métodos seguidos por Roma, dueña
del mundo mediterráneo, para organizar, administrar y
gobernar su imperio, imponiendo en é* durante cuatro si-I

31
II 1‘iíndpe, 3, pig. 8.
LAS CREACIONES DE L A Fl'E R ZA 267

glos el orden y ln paz. Pero el prejuicio republicano de


Maquiavelo, el odio que siente por César y sus herederos,
por su obra y por los defensores de su tradición, le ale­
jaron de este estudio, sin embargo, capital e indispensable.
Sólo considera la Roma senatorial y consular, sus méto­
dos de conquista y gobierno, enunciando las máximas que
se desprenden de este caso. No ha tomado ni una idea,
ni un solo principio de administración o gobierno, de la
práctica sostenida por César. Augusto o los Antoninos,
para conservar y regir los pueblos que Roma había some­
tido. En el mundo moderno no se le puede reprochar el
no haber presentido la importancia de la conquista colo­
nial; porque, en la fecha en que escribía El Príncipe, na­
die podía todavía prever la inmensidad del imperio que
Portugal fundaría en Africa, en América y en las Indias;
ios españoles sólo poseían entonces Florida y algunas An­
tillas; hasta después de 1519 no comenzaron la conquisla
de Méjico. Pero Maquiavelo no se lomó el trabajo de es­
tudiar este imperio colonial veneciano cuya existencia, que
databa de varios siglos, constituía uno de los hechos do­
minantes de la política y la economía de los países me­
diterráneos. En ese momento lo ónico que realmente atraía
su atención eran los acontecimientos de los que había sido
espectador y víctima: los esfuerzos do Francia y España
para conquistar Italia. En el pasado su atención se cen­
traba en la primera conquista romana. Esencialmente, és­
tos son los dos grupos de hechos sobre los que funda sus
conclusiones. De ahí que estas conclusiones se reduzcan
a un pequeño número de reglas prácticas, tomadas prefe­
rentemente de los métodos de la república romana, y cuyo
valor se encuentra confirmado por los fracasos del gobier­
no francés, que no supo seguirlas en Italia. Reglas suma­
rias. generales, elementales: necesidad para el príncipe
conquistador de residir personalmente en la provincia con­
quistada y de crear en ésta colonias civiles en vez de man­
tener guarniciones; necesidad de una diplomacia capaz de
concillarse con los Estados vecinos e impedir su interven­
ción en el país anexionado. Sobre estos principios puede
desarrollarse una teoría de las fundaciones imperiales.
268 MAQUIAVELO

Pero Maquiavelo no se ha lomado el trabajo de hacerlo.


El estudio de los imperios de Roma y Venecia le habría
sugerido más comparaciones e ideas para precisar su doc­
trina.
Cuando estudia las creaciones de los aventureros de la
política y la guerra plantea también un problema capital.
Por el poder de los partidos o las facciones, por el poder
también de la personalidad, la inteligencia o el talento,
pero, en último análisis, por la fuerza, ciertos hombres han
impuesto su voluntad sobre el pueblo, han transformado
los Estados antiguos, han creado, partiendo de la nada o
casi de la nada, nuevos Estados. En la historia universal
estos hombres han jugado un papel muchas veces temible,
y la lista de ellos es larga.
Sin embargo, el secretario florentino no ha agotado la
cuestión. A la crítica objetiva y científica de los errores
franceses en Italia responde sin duda el estudio, objetivo
y científico, de la obra emprendida y conducida con una
maestría consumada por César Borgia. Un caso tal le per­
mitía seguir y analizar la acción del aventurero que fun­
da un Estado donde antes no había nada. Pero la historia
romana ofrecía a Maquiavelo el tipo más perfecto de los
conquistadores y fundadores de genio, llegados de la gue­
rra a la política: César. Maquiavelo no quiso estudiar a
César porque le despreciaba y le ponía al nivel de Cati-
lina. Aunque en El Principe quiera hacer obra científica
se dejó, sin embargo, dominar por la pasión. Esta negli­
gencia y esta exclusión se explican quizá por un respeto
supersticioso hacia Tito Livio; los libros conservados de
sus historias no llegan hasta las guerras civiles y el fin
de la república. Maquiavelo hubiera debido estudiar los
Comentarios, de César; las cartas y discursos de Cicerón,
Suetonio, Plutarco, Dión Casio. Pero no era historiador
de oficio; no era filólogo; le faltaba la afición para em­
prender estas investigaciones; no estaba preparado par?
ello. Del pasado romano sólo conocía la Vulgata de Tito
Livio, y su saber se detenía donde ella se detiene. De ahí
que dé la impresión de que. sobre César y su obra, sólo
tuvo siempre nociones elementales y convencionales. Pero
LAS CREACIONES I)E LA FUERZA 200

en un tratado de las creaciones políticas de los príncipes


esta laguna es grave.
Análogamente, el mundo moderno le ofrecía, bajo sus
propios ojos, en Florencia, el caso de la usurpación medi-
ciana. Sin duda, los Médicis no pertenecían a la clase de
los aventureros llegados de los ejércitos: faltaba a estos
banqueros la afición por las armas, el talento militar. Pero
ellos habían impuesto su autoridad gracias a la política,
por el juego de partidos, gracias al apoyo de una facción.
Es también indudable que, aparentemente, su éxito no se
fundaba sobre la fuerza. Habían evitado utilizar la vio*
lencia, porque la sensibilidad florentina se rebelaba con­
tra la barbarie de los tiranos lombardos. Cosme y Lorenzo
habían simulado no ser más que simples ciudadanos, res­
petuosos con las leyes republicanas. Pero su grandeza re­
posaba sobre la secreta amenaza de una fuerza enmasca­
rada. Cosme exigió el exilio de todos sus adversarios. Un
sistema de impuestos arbitrariamente progresivos destruía
lentamente la riqueza de la burguesía republicana: “ Más
vale — decía— ciudad arruinada que ciudad perdida" ".
Si, en general, se solía respetar la vida de las personas
no rechazaba la idea de un asesinato útil. Bajo Lorenzo,
más altivo, más impaciente, las venganzas y represalias
que siguieron al complot de los Pazzis y la revisión me­
lódicamente proseguida de las leyes fundamentales acele­
raron el progreso de un poder personal y de un régimen
que se endurecía cada vez más y que no usaba el terror
porque el espionaje y la delación eran suficientes, pero
que, en el fondo, resultaba esencialmente violento.
Tal era el nuevo tipo de régimen personal que ofrecía
a Maquiavelo la política realizada durante sesenta años
por los Médicis. Cuando regresaron en 1512, volvieron a
seguir la misma política; y el papel de la fuerza se hizo
entonces evidente. Porque, en efecto, fue la fuerza, la fuer­
za extranjera de los españoles y los imperiales, la que
restauró en el poder a los Médicis. Pero, igual que no

" Istorte florentina, VII, 0; II, pág. 338: citado en la pág. 192,
n 21.
270 M AQt'lAVRLO

quiso estudiar la obra y acción de César. Maquiavelo re­


husó también estudiar la obra y acción de los Médicis.
El libro que les ofrecía no podía hablar de ellos. En una
obra destinada a establecer la teoría científica de las usur­
paciones y realizaciones del poder personal esta segunda
laguna resulta tan grave como la ausencia de un estudio
sobre César.
De donde resulta que, por un mecanismo de compen­
sación. Maquiavelo lia exagerado sin duda la importancia
histórica de César Borgia y su obra; ha exagerado ia im­
portancia de las lecciones que puedan desprenderse de ahí
para la ciencia política. En principio, porque, como él mis­
mo reconoce, la carrera de César, en sus orígenes, se de­
bió en parte a un feliz azar". Fue la fortuna quien le
hizo nacer hijo de un Papa, y de un Papa que permitió
sin dudar que se engrandeciera a expensas de los terrenos
de la Santa Sede. Azar que hace su caso demasiado sin­
gular. Al haber comenzado así. César no tiene nada de
comiin con los aventureros de la guerra y la política: és­
tos no son hijos de nadie y han tenido que crear todo de
la nada. En segundo lugar, debió, además, sus progresos
a la complaciente torpeza de la política francesa; sin los
recursos financieros y militares que Luis XII puso a su
disposición, el hijo de Alejandro VI no habría podido con­
quistar Romania y no ludiría pasado de ser el señor sin
gloria de algunos pequeños terrenos de Emilia. Favore­
cido por la fortuna, ayudado por el extranjero, su obra
tiene, pues, menos mérito. Aunque, naturalmente, es in­
dudable que condujo sus acciones con una perfecta cla­
ridad de espíritu, una perfecta indiferencia por la elec­
ción de los medios. A pesar de lodo, al considerar la ruina
tan brusca de su demasiado rápida grandeza, se está ten­
tado a pensar que cuando Maquiavelo achaca la causa de
su caída a la extraordinaria malignidad del destino se es­
cabulle quizá demasiado fácilmente del asunto. Si para que
César se hundiera fue suficiente que cayera gravemente*

** II Principe, 7; I, pág. 21: “ Acquistó lo stato con la fortuna


del padre, e con quella lo perdé".
LAS CREACIONES DE I-A FUERZA 271

enfermo a la muerte de su padre, muerte cuyas conse­


cuencias había calculado, sin embargo, desde hacía mucho
tiempo, esto quiere decir que la fundación del ducado de
Romanía era sólo una obra artificial y sin porvenir.
Humillado por este rápido desfondamiento. César alega
la enfermedad, que durante algunos días no le permitió
montar a caballo. Pero desde principios de septiembre es­
taba ya curado; y el hombre que. temblando de fiebre, ha­
bía conservado bastante energía y lucidez para hacerse
entregar por la fuerza la plata, las joyas y el tesoro del
Papa difunto, podía ordenar la defensa de su Saludo. Pero,
de hecho, fue durante este mes de septiembre,, con un
César ya curado y capaz do correr de Roma a Nepi. de
Nepi a Roma, cuando Guidobaldo de Montefcllro recobraba
tranquilamente Urbino; cuando la hermana de Guidobaldo
recobraba Sinigaglia; cuando los Applani de Piombino
volvían a su ciudad, los Vitelli a Cittu di Castello y Gian-
paolo Baglioni recuperaba Perusa, mientras que las tro­
pas venecianas aparecían en las fronteras de Romanía.
A finales de mes, César había perdido la mayor parte de
sus territorios.
Demasiado apresurado al aceptar la explicación que él
da de su desastre, demasiado apresurado al concederle con­
fianza y atribuirle talento, Maquiavelo exagera también el
papel que hubiera podido jugar en el conclave de octubre,
y la falla que, según él, cometió dejando elegir como Papa
a Julio II. Los venecianos habían invadido entonces la Ro­
manía; ocupaban Faenza; iban a lomar Rímini. César no
era ya capaz de imponer al conclave el candidato que le
gustara. Los cardenales españoles, ligados por interés a
su familia, habían perdido toda confianza y sólo pensaron
en abandonarle. Por diversos medios — no lodos honora­
bles— el cardenal Della Rovere pudo obtener fácilmente
sus votos. Al día siguiente de la pérdida de Nápoles, arre­
batado a Luis XII por los españoles, una candidatura fran­
cesa no hubiera tenido ninguna posibilidad de éxito. El
i de noviembre de 1503 Julio II era elegido sin dificultad,
y César no hubiera podido oponerse a ello. Menos de un
mes más tarde, cuando el Papa le conminó restituir Ce-
272 MAQUIAVELO

sena y Forll, su debilidad se mostró al desnudo; al negar'


se, le hizo detener en Ostia el 29 de noviembre y conducir
a Homa. mientras que los últimos señores desposeídos vol­
vían a sus territorios; mientras que Giovanni Sforza re­
cuperaba Pésaro. los Ordelaffi Forli y los venecianos ocu­
paban el resto de la Romanía. Cuando César, estrechamente
vigilado en Roma, rindió sus últimas plazas a la Santa
Sede nada subsistía ya de un señorío que no merecía vi­
vir. A pesar del optimismo de Maquiavelo, el desarrollo que
se habría podido esperar si el Papa no hubiera muerto
demasiado pronto resulta bastante dudoso. Según él. en
1503 César habría atacado Toscana. y Florencia hubiera
corrido un evidente peligro. Pero la complejidad de la
política italiana y de los intereses extranjeros mezclados
en los asuntos italianos era tal que Florencia, aliada de
Francia y de la clientela francesa, hubiera encontrado de­
fensores; el duque de Romanía, que tantos rencores y odios
había provocado, se comprometía en una peligrosa aven­
tura y. de la noche a la mañana, hubiera visto probable­
mente formarse contra él una coalición frente a la cual
no hubiera podido obtener fácilmente el avaro concurso
de España.
Maquiavelo ha descuidado el estudio de las finanzas de
César. Pero César sólo pudo concebir e intentar sus diver­
sas empresas contando con los subsidios de Francia y los
tesoros de la Santa Sede, puestos a su disposición por la
complicidad de su padre. Lo que podía lomar de sus Es­
tados. generalmente pobres, se reducía a poca cosa. Cuan­
do los recursos financieros de la Santa Sede le fallaron
le falló lodo. Absorbido por el análisis del problema abs­
tracto de construcción política que se ha planteado, Ma-
quiavelo olvida estas realidades acuciantes. Y es aquí don­
de habría podido encontrar una de las causas que condu­
cirían a César a la ruina, aunque no le fallara genio.
Pero Maquiavelo parece haber exagerado voluntariamen­
te la grandeza del personaje. Establece una diferencia en­
tre César Borgia, por una parle, y los hombres que por
simple perfidia o por satisfacer su perfidia se han ele­
vado al poder, por otra. César tenía un alma grande y sus
I.AS CREACIONES OE L A FUERZA 273

intenciones eran nobles; liabia proyectado crear un gran


Estado en la Italia central; y Maquiavelo se imagina quizá
que ese gran Estado hubiera podido servir de base para
alguna federación nacional lo bastante fuerte como para
infundir respeto a los bárbaros. Si César hubiera conse­
guido fundar un reino en Italia central es probable que
Maquiavelo. diez años antes, le hubiera dedicado El P rin ­
cipe. Considerando los fines que le atribuye. Maquiavelo
le absuelve de no haber vacilado nunca en la elección de
los medios. Por el contrario, Agatocles de Siracusa y 01i-
verotto de Fermo no fueron verdaderos hombres de Es­
tado; su obra resulta mezquina, a la medida de sus almas
criminales.
Pero Maquiavelo escribió El Principe diez años antes de
la caída de César. Y parece como si su imaginación do
poeta y visionario, pronta a crear mitos, haya aumentado
desmesuradamente, y para demostrar una tesis general,
tanto la obra como el hombre. Había presenciado el hun­
dimiento de la obra y el envilecimiento del hombre. Ma-
quiavelo estaba en Roma en el momento de la elección de
Julio I I : realizaba allí una de sus legaciones; los Diez le
habían encargado que llevara al nuevo Pontífice la ad­
hesión del pueblo florentino, poniéndole en guardia con­
tra el imperialismo de Venecia, envalentonado por la ca­
tástrofe romanía. En la antecámara del Papa César pedía
humildemente perdón a Guidobaldo de Urbino. Cuando no
quedaba ya nada del Estado que había fundado tuvo que
buscar la protección de Luis XII y ponerse al servicio de
su cuñado, el rey de Navarra, Juan de Albret» Volvía a
la nada, de donde el azar de su nacimiento y una inso­
lente fortuna, secundada por un genio maligno, le habían
hecho salir. La historia de su grandeza y decadencia se
reduc.a a un episodio violento y trágico del nepotismo
pontifical. Cuando Maquiavelo escribió el capítulo VII de
su libro hacía seis años que César había muerto oscura­
mente durante el sitio de una pequeña plaza de Navarra.
Sin embargo, el secretario florentino quiso glorificar en
él al príncipe, dueño de los hombres y los acontecimien-

U
274 MAQUIAVELO

tos, deseoso únicamente de realizar, más allá del bien y


del mal, un ideal sobrehumano de grandeza trágica.
Esta transfiguración permite comprobar los dos planos
en que se desarrolla el pensamiento de Maquiavelo, polí­
tico positivo y poeta visionario. El político vive en el do­
minio de los hechos, los anota fríamente, los examina y
los juzga sin ninguna preocupación de orden moral o ju­
rídico. Instruido por la historia y la práctica, estudia
como teórico los más emocionantes problemas de la po­
lítica, la defensa de las repúblicas contra los tiranos, la
conquista de las repúblicas por los tiranos, con la indife­
rencia del naturalista o del físico que estudiara hechos
regidos por leyes naturales. Pero el poeta se evade fuera
de lo real y su imaginación recibe el mito y la leyenda.
En el pensamiento de Maquiavelo el mito dantesco del re­
dentor que vendrá un día a salvar a Italia se funde con
el mito romano del dictador genial que salva a un pueblo
del desastre. Despojado por el tiempo de sus debilidades
y miserias, purificado de sus vergüenzas, la imagen de Cé­
sar Borgia se va embelleciendo poco a poco para la eter­
nidad; y aparece entonces la del príncipe de genio dis­
puesto a salvar a Italia de la ruina; la del príncipe de ge­
nio dispuesto a la acción iluminada por el pensamiento;
la del príncipe de genio en que parecen ya vivir y reunir­
se las dos trágicas figuras de Miguel Angel que se enfren­
tan en Florencia en la nueva sacristía de San Lorenzo, la
del hombre de acción y la del pensador; efigies de los dos
jóvenes Médicis a los que Maquiavelo dedicó sucesivamen­
te su obra, obra que ni el uno ni el otro se tomaron el
trabajo de estudiar.
• * •

Verdad y poesía se unen así en lo que puede llamarse


el mito de César Borgia, porque verdad y poesía se unen
en el mito del príncipe. Si la historia contemporánea ha
proporcionado los indispensables dalos de lo real, la idea
pertenece a la tradición, que, heredada de Petrarca y Dan­
te, anunciaba un redentor. Y de ahí que, en las páginas
que escribía para él mismo, el secretario florentino ex-
LAS CREACIONES HE LA I l ’ ERZA 275

prese su esperanza en la realización de una obra de ca­


rácter revolucionario: la obra de un hombre que apare­
cería un día y crearía, si fuera necesario por la fuerza,
un nuevo mundo. Porque en Dante la tradición política
del redentor es esencialmente revolucionaria, como es re­
volucionario el símbolo del lebrel divino, que acosará a
la loba, cada vez más ávida de riqueza y poder, hasta el
fin del abismo donde se encuentra. La idea de una rege­
neración violenta del mundo se propaga a través de toda
la Edad Media italiana; anima el entusiasmo de Cola di
Hienzo; Petrarca la acoge gustosamente; y el mismo hu­
manismo la hace suya, con la esperanza de encontrar en
la antigüedad clásica ejemplos lo suficientemente ardo­
rosos como para que puedan sacar a los modernos de su
abatimiento. Idea de carácter político o social, pero idea
también, y en la misma medida, de carácter religioso.
Y así, Maquiavelo. tan extraño, sin embargo, al cristianis­
mo, para definir la acción del hombre que debería reno­
var todo, encuentra naturalmente un texto bíblico: “ Esu-
rientes imprevit bonis, et divitcs dimisit inanes” **. Uni­
das en el mito del Principe. es natural que verdad y poe­
sía se unan en la exhortación a liberar Italia de los bár­
baros. Mucho más que a las mediocres y dudosas figuras
de Julián y Lorenzo, el realista visionario se dirige al re­
dentor predestinado por misteriosas profecías.

M Véase pág. 263, n. 26.


Capitu lo III

LA PAZ, LA GUEIIRA, LOS TRATADOS

Maquiavelo, teórico del gobierno legal o del gobierno


fundado sobre la fuerza, muestra claramente su preferen­
cia por los Estados donde los ciudadanos eligen libremente
sus magistrados, deliberan y votan libremente en las asam­
bleas. Desconfía de los Estados autoritarios a menos que,
como en Francia, la autoridad se vea limitada por un con­
junto de leyes constitucionales, y por la presencia de cuer­
pos intermedios que aseguren el mantenimiento de la
Constitución. Los Estados despóticos se le aparecen como
un interesante objeto de estudio, cuando deben su creación
a algún tirano de genio, pero, en la práctica, coincidiría
con Guicciardini en preferir un régimen capaz de conceder
con menos dureza disciplina y libertad. En fin, los gobier­
nos de la Iglesia sólo son a sus ojos paradójicas supervi­
vencias, a menudo absurdas y perniciosas, de un pasado
que la historia condena. No siente ninguna amistad por el
gobierno temporal de los papas. Se inquieta a la vez por
sus progresos demasiado rápidos y por los síntomas de
decadencia y ruina que descubre en ellos1.

Véanse págs. 70-71, 90-92, 185-186, 238-242.


278 MAQUIAVELO

Cualesquiera que seau estos diversos Estados, cuales­


quiera que sean la forma, la Constitución política y las le-
yes fundamentales, tampoco ellos pueden escapar de la
amenaza que pesa sobre las demás creaciones del genio
humano. Son también perecederos, están también expues­
tos a la ruina y la muerto. Por el hecho de existir, todo
Estado intenta, pues, ante todo, conservarse. Se limita asi
a seguir la ley dictada por la naturaleza para todos los
seres vivos. En el caso del Estado, el obedecer a esta ne­
cesidad no tiene el carácter de egoísmo que conserva la
mayor parte de las veces cuando regula la conducta de los
individuos. A la conservación del Estado se liga un interés
colectivo, que se descompone en una extrema variedad de
intereses individuales. Como, por otra parte, el Estado
ofrece al espíritu humano una tutela que le permite rea­
lizar su obra, esta conservación interesa necesariamente a
la vida misma y al porvenir de la razón. La ley egoísta
que se impone al Estado como a los demás seres vivientes
se amplía aquí y reviste un carácter casi sagrado. Si el
Estado debe, ante todo, velar por su defensa y conserva­
ción ello redunda en interés de los hombres y en interés
de la razón.
La necesidad de esta defensa prescribe al Estado un cier­
to número de reglas que no puede eludir sin peligro. El
conjunto de estas reglas constituye una especie de ética
de la fuerza guiada por la inteligencia. Al margen de esta
ética no existe para los Estados salvación.

Esta ética permite a cada Estado alcanzar una plenitud


de desarrollo y estabilidad. Permitiría a lodos realizar una
especie de equilibrio donde el poder de los unos se vería
contrabalanceado por el poder de los oíros. Pero aunque
la práctica veneciana y florentina puede instruirle, y aun­
que Lorenzo el Magnífico haya conseguido mantener un
exacto equilibrio de las fuerzas italianas, Maquiavelo ape­
nas intenta definir la teoría de este equilibrio de los Es­
tados en perpetua competición. No muestra cómo los Esta­
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 279

dos pueden ponerse de acuerdo entre ellos sobre el mutuo


respeto de su derecho a la vida. En forma teórica y gene­
ral, según los principios de la moral y el derecho, no ha
estudiado la cuestión de las relaciones enlre los Estados,
ni la de los sacrificios y renuncias que exigiría a todos y
cada uno la fundación de una armonía duradera. No ha
estudiado las condiciones de esta armonía, porque no la
cree posible ni deseable. Abandona al libre juego de las
leyes naturales la competencia que necesariamente se ins­
tituye entre los Estados. Sólo a ellas corresponde asegurar
un equilibrio que fatalmente acaba por romperse a favor
del más vigoroso, del más hábil, del más favorecido por la
fortuna. Fatalmente, si, porque todos los Estados, por las
más diversas razones, no son igualmente capaces de prac­
ticar la ética de la fuerza guiada por el espíritu, o de
practicarla con igual éxito.
Si de las máximas brevemente enunciadas por Muquia-
velo se desprende una visión general de las relaciones en­
tre Estados, esta visión es y quiere ser estrictamente rea­
lista. Se limita a comprobar el hecho de las luchas que les
enfrenta, de la misma manera que ha comprobado el he­
cho de la lucha de clases. Acaba así formulando cierto nú­
mero de reglas que todo Estado deberá seguir cuidadosa­
mente si no quiere verse devorado por otro más fuerte.
Como su maestro Polibio, Maquiavelo admite que los asun­
tos humanos recorren necesariamente, sin progreso y has­
ta el infinito, la misma serie de revoluciones; de la mo­
narquía a la tiranía, de la tiranía a la aristocracia, que
deja su lugar a la democracia, condenada a degenerar en
demagogia; después de esto sobreviene fatalmente una res­
tauración monárquica, y el Estado recomienza desde el
principio el camino que acaba de recorrer. Tal es el circu­
lo donde se inscribe necesariamente la historia de los pue­
blos. Círculo en el que girarían eternamente si no cayeran
bajo la ley de algún vecino, en ese momento mejor disci­
plinado, más vigoroso, pero destinado también él a las
mismas revoluciones, a los mismos pasos, a la misma rui­
na*. Pero, víctimas del desorden y la debilidad que provo­
* Véanse págs. 144-146.
280 MAQUIAVELO

can aquellas incesantes variaciones, los pueblos cumplen


también, frecuentemente, esta otra ley. De allí que Maquia-
velo, teórico de la política interior, intente encontrar des­
esperadamente la forma de detener, durante el mayor tiem­
po posible y por la institución de un régimen bien equi­
librado, el progreso fatal de estas revoluciones, sin hacerse
domasiadas ilusiones en que pueda darse un largo periodo
de orden y estabilidad. De ahí que Maquiavelo, teórico de
la política exterior, intente desesperadamente prevenir los
peligros que el asalto de los débiles por los fuertes hace
pesar inevitablemente sobre el porvenir de los Estados.
Esta visión de la historia y la política es brulal y triste.
Triste como toda doctrina que no abra al espíritu humano
un porvenir infinito. Para Maquiavelo las sociedades hu­
manas sólo pueden aspirar a restaurar o reanimar lo que
lia mostrado ya su excelencia en el pasado: resucitar las
cosas muertas**. Es brulal, porque si en la lucha incesante
de los Estados admite la acción necesaria de la inteligen­
cia, de la habilidad y el cálculo, en último análisis subor­
dina esta acción a la fuerza siempre capaz de destruir, pero
sin la cual el espíritu humano no puede crear nada. Los
profetas armados han vencido; los profetas sin armas han
sufrido el descrédito y la derrota.
Esta visión de la historia y la política es esencialmente
materialista. Maquiavelo no piensa que las ideas, por ellas
solas, puedan conducir a las sociedades humanas: niega
tal poder tanto a las ideas religiosas como a las ideas
filosóficas. Las religiones no triunfan únicamente por la
persuasión; es preciso, además, que la fuerza y la coac­
ción las ayuden a imponerse*. Esto es verdad para el Is­
lam y para el antiguo judaismo. El cristianismo no ha
escapado a esta regla. Sólo ha podido imponerse a partir
del momento en que los dirigentes del imperio romano le
aceptaron, en el momento en que Constantino y sus suce­
sores pusieron oficialmente al servicio de la nueva reli-

* Véase pág. 155, n. 20.


* ll Principe, 6: I, pág. 19: “ TulU e* profeli armati vinsono,
e 11 dtsannatl ruinorono” .
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 281

gión las fuerzas materiales y políticas del imperio. Maquia-


velo vio sucumbir a Savonarola. profeta desarmado; un si­
glo ante3, Juan Hus, profeta sin armas, habfa perecido.
Pero, bajo los ojos de Maquiavelo, Lulero, profeta armado,
con ayuda de la fuerza de los príncipes alemanes, mantenía
a raya al emperador y al Papa. La dialéctica de las ideas
puras no es suficiente para gobernar el mundo; y Ma­
quiavelo no cree en victorias del espíritu que la fuerza
no secunda. Muy sumariamente se esboza así una especie
de materialismo histérico, en el que falta, ya que Maquia­
velo no era un economista, la base económica sobre la que
Marx y Engels fundaron su doctrina. En todo caso no hu­
biera costado gran trabajo hacer decir a Maquiavelo que
la idea sólo se impone una vez incorporada por la fuerza,
y que la fuerza sólo sirve a la idea en la medida en que
los hombres son arrastrados por su interés, por la repre­
sentación justa o falsa, razonada o apasionada que se hacen
de ella, a seguir la idea. La última palabra de la política
serla, pues, para tomar una fórmula de Pascal, enseñar a
los hombres el arte de pensar bien; es decir, de adquirir
una noción justa, exacta, científica, de sus verdaderos in­
tereses, desprender de ellos una idea de acción y armar
después esta idea.
* * •

La política de Maquiavelo, rigurosamente positiva, ad­


mite la guerra como un hecho natural, normal y necesario.
Cuantas veces un Estado se vea amenazado en su seguri­
dad o en sus intereses, o reivindique una ventaja que se
le disputa, la guerra constituye para él el supremo recur­
so. No hay otro. El equilibrio, por lo demás siempre pre­
cario, que se establece entre las naciones, sólo se realiza
por medio de las luchas, de las victorias y los desastres
de las naciones. Maquiavelo admitiría sin dificultad que,
en la competencia que se instituye entre los pueblos, la
guerra conduce a realizar una selección natural en favor
de los más inteligentes y valerosos, y. en último análisis,
de los más fuertes, de los que han armado más vigorosa­
mente la idea que representan entre los pueblos. Es in­
282 M AQ UIAVEU)

útil insistir sobre las concepciones modernas a las que se


emparenta esta doctrina de la guerra; ni sobre las rela­
ciones que ofrece con la teoría darwiniana, de carácter
puramente naturalista y positivo; ni sobre la coincidencia
elemental de esta doctrina con la filosofía hegeliana de
la historia; ni sobre la prolongación que haya podido en­
contrar entre los discípulos de Hegel.

Dante tuvo ocasión de plantearse el mismo problema y


de resolverlo con otro criterio. El contraste existente, so­
bre la cuestión de las relaciones entre los Estados, entre
el pensamiento de Dante y el pensamiento de Maquiavelo,
ayuda a comprender y captar lo que en la historia general
de las doctrinas políticas significa desde el fin de la Edad
Media la aparición de la política positiva y realista del
secretario florentino.
El poeta gibelino no descarta la ambición de reformar
todo el mundo cristiano. Querría imponer un orden ideal,
fundado sobre ciertas concepciones teóricas de carácter
moral y religioso. Orden que no loma y no puede tomar
ningún elemento de lo real, de la realidad política, o in­
cluso religiosa y moral, que el Occidente cristiano ofrecía
a su estudio durante las primeras décadas del siglo xtv.
Porque las dos instituciones que le sirven de base para
reconstruir el mundo, el imperio y el papado, están, tanto
una como otra, degradadas y desgarradas; y la propia ética
cristiana que deberá sostener el esfuerzo de la restaura­
ción tendrá que ser restituida al espíritu de sus orígenes.
Pero, armado de una verdad que posee un porvenir eter­
no, describe las eLapas de una reforma intelectual y mo­
ral del individuo; traza el plan de una renovación del mun­
do cristiano por la restauración del imperio y la reforma
de la Iglesia*.
La diferencia esencial que opone Maquiavelo a Dante
no consiste solamente en el abandono de un programa en

Véanse págs. 14-16.


LA PAZ, LA QUERRA, LOS TRATADOS 283

el que el realismo del secretario florentino sólo ve ilusión.


Dante quiere organizar la sociedad cristiana según ciertas
exigencias del espíritu. Maquiavelo renuncia a esta orga­
nización y deja que ella misma encuentre su equilibrio
por el simple juego de fuerzas que lleva en sí. Juego que
el espíritu, si llega el momento, puede secundar, pero que
él no se arriesga a contrariar o gobernar. Dante plantea,
en principio, que los conflictos de los grupos humanos de­
ben resolverse en una suprema armonía, conforme a cier­
tos postulados del sentimiento, a ciertas afirmaciones de
la inteligencia. Maquiavelo no ve y no quiere ver en es­
tos conflictos ninguna finalidad. Admite que la lucha, la
rivalidad, la competencia, la guerra, constituyen la norma
según la que se desarrolla el destino de la especie. Admite
esta lucha como un hecho, dado por la naturaleza, fatal,
ineluctable; juzga totalmente inútil intentar encontrar un
remedio a esta lucha. El único orden que puede estable­
cerse entre los Estados perpetua y fatalmente en lucha es
el orden de la jerarquía que la fuerza quiere imponer en
beneficio del más fuerte. Orden que, además, como todo
lo que es humano, sólo puede ser provisional. De donde
resulta que. cuando Dante piensa en el porvenir de las
sociedades humanas, piensa primero y ante todo en orga­
nizar la paz. Maquiavelo sóJo piensa en preparar y desen­
cadenar la guerra.
* * *

En Dante la condena de la guerra no proviene de una


simple repugnancia de sentimiento. Ni proviene tampoco
únicamente de la moral del Evangelio. Dante se detiene
poco en protestar contra el carácter anticristiano de los
conflictos sangrientos entre los hombres a los que el sa­
crificio del Redentor ha hecho hermanos. No, su condena
no procede únicamente de las doctrinas religiosas y las
creencias religiosas de las que se nutre el alma apasio­
nada del poeta. Se funda también sobre la razón: '‘ Debe­
mos ver — escribe— hacia qué fin tiende toda civilización
humana : por qué Dios y la naturaleza no hacen nada que
resulte inoperante. Existe, pues, una obra en vista de la
284 MAQUIAVKLO

cual se ha ordenado todo el género humano". Esta obra,


por definición, sobrepasa al individuo, a la familia, al clan,
a la ciudad y al Estado. Está proporcionada y coordinada
al poder de la humanidad tomado en su conjunto. Es el
término fatal del esfuerzo colectivo de los hombres **. Dante
la define mediante eliminaciones sucesivas. Poeta intelec-
tualista, la concibe como puramente intelectual: “ La obra
propia del género humano, considerando éste en su tota­
lidad, es hacer pasar al acto todas las potencias conteni­
das virtualmente en el alma". Y comenta esta fórmula de
un humanismo esencial: “ La inteligencia humana debe
aplicarse primero a la especulación; después, aplicando la
teoría a la práctica, se ocupa en guiar la acción segiin sus
miras” ’. La humanidad sólo realiza, pues, su destino, por
el progreso de lá inteligencia, que ilumina y dirige cons­
tantemente a la caridad actuante. Que tal esfuerzo sea
una obra divina lo testimonia el propio salmista, cuando
escribe: “ Sólo has descendido al hombre un grado más
abajo de los ángeles” *. Esta obra únicamente puede rea­
lizarse verdaderamente bajo el reino de la paz universal.
De donde resulta que la paz universal es con toda eviden­
cia el más alto de los bienes di&pensados a los fines de
la beatitud humana: “ Esta es la razón — añade Dante,

* Le Opere di Dante; Testo critico della Socictá dantesca Ita­


liana, Florencia, 1921, en 8."; Monarclila, I, 3; ed. Vinay, pági­
nas 14-20: “ Nunc ante videndum est quid sit finis totius humane
clvflitaUs... Propler quod selendum primum quod 'Deus et natura
nil oliosuin facit’, sed qulcquid prodil in esse est ad allquam ope-
raUonent... Est ergo aliqua propria operatlo humane universitalls,
ad quam ipsa universitas hominum In tanta mollitudine ordinatur;
ad quam quidem operalionem nec homo unus nec domus una,
nec una viclnla, nec una civltas, nec regnum particulare perlin-
gere potest...”.
* ¡bid., pág. 22: “ Patet. igltur quod ulllinum de potentia Ipsius
humanllatte est potenlia sive vlrtus Intellectlva"; 1, 4, págs. 28-30:
“ Satis igitur declaratum est quod proprium opus human! generis
totalller acceptt est actuare semper totam potenliam intellectus
possibUis, per prius ad specuiandum, et secundario propler hoc
ad operandum per suam exlenslonem".
* Manarchin, I, 4, ed. Vinay, pág. 32: “ Opus quod lere divlnum
est, Juxta illud: 'Mlnulsli eum paulo mlnus ab angelte’ ".
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 285

que después de haber establecido su demostración como


filósofo la concluye como cristiano— de que. en la noche
de Navidad, los ángeles no anunciaran a los pastores ni
la riqueza, ni la longevidad, ni la salud, ni la fuerza, ni
la belleza, sino la paz: 'Gloria a Dios en las alturas y paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad’ ” *.
Mas. para Maquiavelo, Dante sólo es un profeta sin ar­
mas y vencido. Para la política realista de Maquiavelo la
derrota de Dante es el signo y la prueba de su error. Perú
el desacuerdo entre los dos pensadores no se refiere so­
lamente a la concepción que ambos se hacen del porvenir
humano. La tabla de valores no se establece según los
mismos principios en uno y otro. Dante es. ante todo, fi­
lósofo y teólogo. Vive, ante todo, para el espíritu, y. entre
todas las formas de acción que crea la sociedad humana,
atribuye a la vida del espíritu una eminente dignidad y
luminosa primacía. Es un erudito enriquecido con todo el
saber enciclopédico de las Universidades; ha estudiado a
Aristóteles y a los filósofos, a Santo Tomás y a los teó­
logos” . Maquiavelo no tiene nada de erudito. Ignora y
menosprecia la teología; no sabe filosofar según las re­
glas. El sistema de ideas abstractas en el que los filósofos
intentan captar la realidad no le atrae. No siente ninguna
curiosidad por la filosofía. En su juventud no se ha inte­
resado nada por los trabajos de la Academia florentina;
ha visto con indiferencia cómo Marsilio Ficino o Pico de
la Mirándola reconstruían y modernizaban el viejo neopla­
tonismo, conciliándole con un catolicismo modernizado. No
es tampoco un verdadero humanista; su cultura antigua
y clásica resulta limitada; no sabe griego. Piensa como
hombre de acción, formado esencialmente por la práctica,
por la experiencia del gobierno interior de Florencia, por
la experiencia de la política italiana y europea, por la

* ¡bld.: “ linde manifestum esl quod pax unlversalls est optl-


mum eorum que ad noslram beatitudinem ordinantur”.
” Basta con recordar el primer dislico del epitafio compuesto,
a principios del siglo xv, por Glovanni del Virgilio:
Theologus Dante, nulllus dngmatls expers,
Quod foveat claro Phllosophia slnu.
286 MAQUIAVKLO

observación de los gobiernos italianos o extranjeros y sus


leyes. Hombre de acción que, para completar y controlar
lo que lia podido aprender así, ha leído a algunos histo­
riadores y teóricos de la política. Hombre de acción cuyo
conocimiento de la obra de Aristóteles se limita a la Po­
lítica. que probablemente no ha leído La República, de
Platón, y que prefiere Tifo Livlo a los tratados políticos
de Cicerón. Por eso, cuando Dante propone como fin su­
premo del espíritu “ el hacer pasar al acto todas las po­
tencias contenidas virlualmente en el alma", Maquiavelo
no comprende, o deja de escuchar. Porque el único fin
que él propone a la actividad de las sociedades humanas
es el desarrollo de la fuerza y el poder; por el contra­
rio. el poeta ha ido eliminando sucesivamente de su aná­
lisis todo lo que se refiere a la fuerza y al poder, de­
cidido a ver tínicamente en ellos instrumentos subordina­
dos al progreso del espíritu, y que, para permitir al es­
píritu realizar su tarea, deben plegarse a una disciplina
de paz universal. Sin duda, Maquiavelo no ignora que la
conservación del Estado es necesaria a la obra del espíritu.
Pero, aun reconociendo esto, no ve en ello lo esencial. Y en
ningún momento ha pensado imponer a una política rea­
lista y positiva, como norma a la que deba reducirse todo,
el cumplimiento de la obra colectiva del espíritu humano.

En 1515, dos años después de haber acabado El P rin ­


cipe, y cuando trabajaba en los Discursos sobre la primera
década de T ilo Livio„ Erasmo presentó en Bala una nueva
edición, singularmente aumentada, de los Adagios, que ya
habían sido publicados siete años antes. Por primera vez.
ciertas piezas, como Dulce bellum inexpertis, aparecen al
tiempo como ensayos familiares y como los manifiestos de
un programa político y religioso, que serán inmediatamen­
te multiplicados come tales por las prensas de Bala, Es­
trasburgo, Maguncia, Colonia, Leipzig, Lovaina, Amberes y
París. Al año siguiente la edición príncipe del Nuevo Tes­
tamento en griego, publicada en Bala en febrero de 1510,
!,A PAZ, LA GUERRA, LOS TRATAROS 287

le ofrecía la ocasión de definir, como comentador del Evan­


gelio, su ideal de paz cristiana. En Lovaina, antes de que
finalizara ese mismo año, Tomás Moro, unido por una es­
trecha amistad a Erasmo desde fines del siglo anterior,
publicaba su Utopia o tratado de la mejor forma de go­
bierno. El mismo año salía de las mismas prensas la Ins-
titutio principis ckristiani, de Erasmo. Al año siguiente, en
Bala, en las prensas de Froben. Erasmo publicaba la Quc-
rimonia pacis undiqxte proftigatae: queja por la paz ex­
pulsada de todas partes".
Erasmo y Tomás Moro están de acuerdo en condenar
el recurso a la guerra como medio de zanjar las querellas
pendientes entre los Estados: “ I-os habitantes de la isla
de Utopía — escribe Tomás Moro— detestan la guerra como
una cosa bestial; pero no existe especie animal que tan
constantemente se entregue a ella como el hombre. La de­
testan con todas sus fuerzas, y. contrariamente a la opi­
nión de casi 'odos los pueblos, consideran que no hay nada
menos glorioso que la gloria buscada por la guerra. Sin
embargo, tanto los hombres como las mujeres se pliegan
regularmente a la disciplina militar con objeto de poder
estar en condiciones de manejar las armas si llegara el
caso de servirse de ellas. Pero declaran la guerra contra
su voluntad, y solamente para defender su territorio, o
rechazar a los enemigos que invadieran un país aliado, o
por simpatía hacia un pueblo aplastado bajo un régimen
tiránico. En este caso aclúan en bien de la humanidad,
para liberarla del despotismo y la servidumbre. Prestan
socorro a sus amigos no solamente para defenderles, sino
a veces también para vengarles de las injurias sufridas.
Pero una victoria sangrienta les inspira tristeza e incluso
vergüenza. Porque creen que es locura el pagar a un pre­
cio demasiado caro cualquier bien, incluso el más precio­
so” ". Así se desarrolla la humana fantasía de Tomás Moro.

" A. Renaudet, Mudes érasmiennes, págs. 72-85.


u T omás Moho, La Utopia o el Tratado de la mejor forma de
gobierno; texto latino editado por Marte Delcourt, París, 1936,
en 8.*; 11b. II, “ De re militan”, págs. 170-171, 173.
288 MAQUIAVKLO

Pero la crítica de Erasmo es más resueltamente audaz y


revolucionaria.
Desde la primera irrupción de Carlos V III en Italia, Eras­
mo ve a Europa dividida por coaliciones que buscan cons­
tantemente. sin éxito duradero, la fortuna de las armas.
Los principes temporales se deciden a formar parte de
ellas para vengar injurias imaginarias o para defender
pretendidos derechos. Buscan en la guerra una diversión
a las querellas de la política interior. Los papas entran en
las alianzas de los príncipes y se comprometen en sus
aventuras. Teólogos y monjes encuentran argumentos para
justificar el recurso a la fuerza. Pero, siempre que pueda
evitarlo, un príncipe cristiano no debe jamás lanzarse a
la guerra. Debe llevarla ahorrando la mayor cantidad po­
sible de vidas humanas y terminándola lo antes posible.
El autor de la Institutio aconseja, pues, a los príncipes que
se preocupen antes de gobernar bien sus dominios que do
aumentarlos. Los asuntos de Francia, tan rica de toda cla­
se de dones, irían mejor si sus reyes no hubieran inten­
tado la conquista de Italia. Para fundar una paz duradera
Erasmo propone que se fijen en términos claros las fron­
teras de los Estados; puesto que las sucesiones de los
príncipes son tan a menudo causa de discordia entre los
pueblos, pide a los hijos de los reyes que se abstengan de
todo proyecto de establecimiento fuera de su territorio, y
que, para las coronas vacantes, se consulte, cuando llegue
el momento, el sufragio popular. Pero la guerra renacía
constantemente de la guerra, y las violencias desencade­
nadas proseguían su curso. Francisco I. vencido en Pavía
y prisionero en Madrid, aceptaba un tratado de desmem­
bramiento que. vuelto a su reino, desautorizaba para to­
mar de nuevo las armas; y en una Roma saqueada los
lansquenetes de Carlos V demostrarían en seguida al Papa
el peligro que corría la Santa Sede concluyendo con los
principes temporales acuerdos particulares".
Como Dante, Erasmo comprueba y mide el desorden de

u A. Renaudet, Eludes ¿rasmlennes, pégs. 87-102; Erasme et


Malte, Ginebra, 1054, en 4.*, págs. 187-200.
LA 1>AZ, LA QUERRA, U )S TRATADOS 280

un mundo sin ley ni norma, abandonado a la violencia y


la opresión. (Mensa también que la causa profunda de to­
das estas miserias hay que buscarla en el debilitamiento
del espíritu cristiano; que las obras de la inteligencia y
la caridad postulan la paz universal, que sólo la paz uni­
versal puede permitir a la humanidad cumplir su destino.
Sabe que tantas miserias sólo pueden encontrar remedio
en un retorno al Evangelio. Pero, casi como Maquiavelo.
concede muy poca confianza a la sede romana, y no cree
reformable al papado. Igualmente niega al emperador la
misión de pacificador supremo. Conoce la avidez de los
Ilabsburgos, avidez exclusivamente de dominación terri­
torial, de fuerza material, de poder. La idea del imperio,
que Dante exalta, le parece tan irrisoria y vacía, tan per­
judicial. como a Maquiavelo, capaz sólo de mantener en
Europa una serie de querellas sin fin. Y cuando en la pri­
mavera de 1527 la cancillería imperial le brinda la tarea
de publicar la Monarchia dantesca se escabulle do ella ” .
• * •

Si algunos años después de finalizar El Principe, y mien­


tras continuaba escribiendo los Discursos sobre la primera
década. Maquiavelo tuvo la verosímil curiosidad de leer
la ¡nstiíulio o la Querimonia. el maestro del humanismo
europeo debió aparecérsele como uno de esos profetas sin
armas, cuya debilidad desdeñaba irónicamente. Erasmo.
profeta sin armas, no obtenía audiencia de los dueños de
la tierra. A l predicarles la paz se hacía inoportuno. Se
entristecía e indignaba al oir la palabra de Cristo trai­
cionada públicamente en el púlpilo cristiano. Al ofrecer
a los príncipes una doctrina de conquista y guerra Ma­
quiavelo respondía mejor que Erasmo a sus instintos pro­
fundos y a sus deseos de fuerza y poder.

II
Las relaciones naturales que se establecen entre los Es­
tados, fatalmente comprometidos en. una competencia mor-

“ A Renacdet, Erasme et Vítalle, págs. 189-191.


ie
290 MAQUIAVKLO

tal con los débiles, imponen a todos una ética de fuerza


y razón.
Para un Estado civilmente gobernado, cuya forma pue­
de ser monárquica o republicana, pero cuya conducta exi­
ge la aprobación de los ciudadanos o sus representantes,
esta ética se hace estricta e imperativa. Tal Estado de­
berá extraer su vigor de la adhesión de los individuos al
interés común. El sentimiento nacional deberá alcanzar ahí
el más alto grado de vigor. Y, sin embargo, ocurre a ve­
ces que tales Estados, en sus relaciones con el extranjero,
no saben mostrar orgullo y resolución. Bajo el gobierno
de los Soderini. Maquiavelo ha sufrido por la lentitud con
que actuaba y decidía la república florentina. Pero la len­
titud en resolver acusa la debilidad de un Estado. Las de­
cisiones tomadas apresuradamente, en el último momento,
han sido causa de desastres. Como de costumbre, cita a
T ilo Livio; recuerda también algunos episodios de la his­
toria reciente. Pero nada es peor que el practicar entre
dos adversarios una neutralidad fatalmente sospechosa a
uno y otro; neutralidad que Florencia había intentado
constantemente observar e n t r e Luis XII y Fernando.
Luis XII y Maximiliano, Luis XII y Julio II, entre César
Borgia y sus adversarios, y que la diplomacia de Maquia­
velo había debido defender demasiadas veces para ignorar
sus peligros y humillaciones “ .
Estado civilmente gobernado, como Florencia, más po­
deroso que Florencia, Venecia había practicado la ética
de la fuerza todavía peor que aquélla. En el momento
de los reveses su arrogante política se mostró incapaz de
orgullo y dignidad: “ En los momentos de buena fortuna
— escribe— , persuadidos de haberla obtenido por virtudes
de las que carecían, los venecianos mostraron un orgullo
insolente; llamaban al rey de Francia hijo de San Marco;
menospreciaban la fuerza de la Santa Sede; Italia les pa­
recía demasiado estrecha para contenerles; se empeñaron

“ Discorsi, II, 15; 1, págs. 267-269; pág. 269: "E se 1 Fioren-


Unl avessero notato queslo testo, non arebbcmo avulo co’ Fran-
dos! né tanti dan ni né tanle noie nella passata cite 11 re Luigi di
Francia XII fede in Italia contro a Lodovico duca di Milano”.
LA PAZ, L A GUERRA. LOS TRATADOS 201

en igualar a Roma por la grandeza de su imperio. Pero


cuando Luis XII les infligió en Agnadel una derrota que
no era. sin embargo, irremediable, perdieron sus dominios,
por la sublevación de las poblaciones sometidas; por co­
bardía y mezquindad de alma abandonaron los territorios,
parte al Papa y parte al rey de España; se envilecieron
hasta el punto de enviar una embajada al emperador para
pagarle tributo; dirigieron al Papa una carta llena de co­
bardía y sumisión. Y para llegar a esta última indignidad
sólo algunos días fueron suficientes’” 4.
Pero, en último análisis, estos desfallecimientos se ex­
plican por la mala calidad de las leyes. Para los venecia­
nos el hecho es evidente. Si su Constitución hubiera sido
verdaderamente vigorosa habrían podido volver a tomar
ánimos y. por lo menos, perder más gloriosamente la par­
tida. Su cobardía, efecto de la debilidad de sus institu­
ciones militares, les hizo perder a la vez tierras y valor;
y lo mismo le ocurriría a cualquiera que se gobernara como
ellos” . Igualmente, si Florencia sigue una política débil,
la causa debe buscarse en ciertos defectos de la Consti­
tución. “ Todos los Estados reposan sobre dos bases esen­
ciales: las buenas leyes y las buenas armas.” En último
análisis, el primer principio se reduce al segundo: no pue­
de haber buenas leyes allí donde no hay buenas armas14.

14 Msnorsi, III, 31: I, pág. 412: " I quall nella liuona fortuna,
parendo loro avcrsela guadagnala con quella vlrlü ohe non ave-
vano...". Es de notar la parcialidad florentina de Maqulavelo
hacia Vcnocia
” üiscorsi, III, 31; I, pág. 413: “ ... Ma la viltá dello animo
loro, caúsala dalla qualllá de' loro ordlni non buoni nelle cose
della guerra, gil fece ad un tratto perdere lo slato e l ’animo. E
sempre lnterverrá cosí, e qualunque si governa come loro”.
“ H Principe, 12; I, págs. 38-42: "Quot sint genera mllitiae
et de mercenarlis milititnis"; pág. 38: "E principan fondamentl
che abbino luttl 11 slali, cosí nuovi come vecclii o misil, sono le
buone leggu e le buone arme; e perché no puo essere buone
legge dove non sono buone arme, e duve sono buone arme con­
viene sleno buone legge...". Discore1, III, 31; I, pág. 413: "E lien-
ehé altra vo-lta si sia detlo, come 11 fondamento di tutli gil slali
6 la buona millzia, e come, dove non é questa non possono essere
né leggl buone, n¿ alcuna altra cosa buona, non mi pare super-
292 MAQUIAVEIX)

Las instituciones políticas y sociales de un Estado ni son


completas ni están bien aseguradas mientras éste no posea
un sólido armazón militar. No solamente en razón del peli­
gro exterior; porque un Estado tal olvida cultivar en el
ciudadano ciertas virtudes, creadoras de resolución y or­
gullo. Cuando, para asegurar la defensa pública, el gobier­
no llama a mercenarios, interiormente, el pueblo inhábil
con las armas e incapaz de constancia y sacrificio, acepta
sin lucha el despotismo, y en el exterior se resigna a co­
bardes acomodamientos y a la derrota. Por el contrario,
donde las instituciones militares son buenas, las leyes tie­
nen que ser buenas. Las leyes que so dan o que aceptan
ciudadanos regularmente armados para la defensa de la
ciudad no pueden presentar un carácter de servidumbre y
tiranía, incluso bajo un gobierno monárquico", No hay,
pues, buenas instituciones civiles sin buenas instituciones
militares; y en el exterior los ciudadanos soldados no to­
leran fácilmente una política de debilidad. La verdadera
base de todo Estado es así la buena milicia. La república
florentina se mostró débil porque los Módicis habían des­
armado al pueblo y porque Maquiavelo no tuvo tiempo
de organizar y realizar las milicias ciudadanas, ni de acos­
tumbrar a los ciudadanos a pensar como soldados. En Ve-
necia una oligarquía de mercaderes que. desarmando al
pueblo, había fundado sobre la constitución de una ciu­
dad libre en apariencia la más celosa tiranía, pagó su mala
política con una aplastante derrota.

La ética de la fuerza guiada por la razón se impone,


naturalmente, por la necesidad misma de su conservación,
a los Estados despóticos. Pero el problema se define en

fluo replicarlo; perché ad agni punto nel leggere questa istorla


si vede apparire questa necessilá".
» II Principe, 12; I, pág. 40; “ Con piü dlfficultá viene alia
obedlenzla di uno suo clltadlno una república armata di arme
prople”.
LA PAZ. LA GUERRA, LOS TRATADOS 293

términos nuevos. Ya no se trata de virtudes colectivas que


convienen a un pueblo libre y a un gobierno de ciudada­
nos. Se trata de las virtudes de un hombre, único respon­
sable del gobierno de un Estado. La fuerza y la dignidad
se inscriben así en el número de las virtudes sin las
cuales un príncipe no puede cumplir sus deberes hacia
él mismo, hacia sus pueblos y su Estado. Exigen de él el
corazón de un soldado, el talento militar, la audacia que
atrae y recibe la confianza de los hombres. Semejantes
virtudes, familiares a César Borgia, faltaron singularmente
a los tiranos de Italia del Norte, desamparados ante la
invasión.

Maquiavelo no se ha molestado en decir cómo debe efec­


tuarse en una república el reparto de poderes entre los
magistrados civiles y los generales. Su ideal sería, sin du­
da, el de la república romana, donde cónsules, pretores
y magistrados civiles sabían también mandar los ejérci­
tos *. Maquiavelo define más cuidadosamente el papel mi­
litar de un príncipe constitucional o de un déspota” . En
principio, y ante todo, debe ser un soldado. Debe reser­
varse todo lo concerniente a la guerra y la milicia. La
causa esencial que hace adquirir o perder un Estado es
el talento militar o la carencia del arte militar. Por ser
excelente en el oficio de las armas, Francesco Sforza, de
simple particular, se convirtió en duque de Milán. Sus hi­
jos. poco dotados para la vida militar, volvieron a con­
vertirse en simples particulares. Durante casi todo el si­
glo x v los pequefios Estados de la península habían es-

” Muy probablemente, Monlesquieu expresa el pensamiento


de Maquiavelo, CaMcrs, pág. 211: “ Habrá que incluir esta obser­
vación, que en una república, serla peligroso separar las funcio­
nes civiles de las militares: que es preciso que las funciones mi-
litares no sean más que un accesorio de la magistratura civil,
que un hombre se haga ciudadano mejor que soldado, magistrado
mejor que oficial, cónsul o senador mejor que general”. Ma­
quiavelo posiblemente no hubiera admitido la palabra 'accesorio'.
” II Principe, 14; I, págs. 40-48: “ Quod principem deceat clrca
milltlam”.
294 MAQUIAVELO

lado guerreando constantemente entre ellos; desde 1494


Italia se había convertido en el campo de batalla donde
las coaliciones europeas zanjaban sus querellas. Un año
antes de escribir El Príncipe Maquiavelo había visto cómo
la república de Florencia, falta de espíritu guerrero, al
intentar conservar las dudosas ventajas de su neutralidad,
acababa por hundirse. Instruido por los acontecimientos
impone al príncipe los deberes del soldado.
Todo gobierno, republicano o monárquico, sólo deberá
reclutar sus tropas entre los ciudadanos. El empleo de mer­
cenarios no es conveniente ni para los Estados autorita­
rios ni para las ciudades libres. Este principio, concebido
por Maquiavelo desde su entrada en la vida activa, se im­
pone a la vez por las necesidades de la defensa conlia los
enemigos de fuera y la conveniencia de la política interior.
Frente a Pisa, Maquiavelo ha podido comprobar por sus
propios ojos la traición de los jefes de las partidas mer­
cenarias. En efecto, las tropas mercenarias son indisci­
plinadas, infieles y cobardes. Sólo el sueldo las retiene
bajo las banderas; pero este sueldo no puede garantizar la
entrega de los hombres que se venden a quien les paga.
La ruina de Italia se ha debido, en primer lugar, a su
traición. Porque los ejércitos a sueldo sólo son valientes
cuando combaten entre ellos; pero cuando llega el extran­
jero el valor se convierte en cobardía: por eso Carlos V il
pudo ocupar Italia sin otro esfuerzo que el de marcar con
tiza los alojamientos. Después de la primera guerra pú­
nica Cartago estuvo a punto de sucumbir en la revuelta
de los mercenarios. Debido a sus mercenarios, Vcnecia.
que realizó grandes empresas cuando reclutaba sus ejér­
citos en su nobleza o en su pueblo, perdió recientemente
en un día lo que había adquirido en varios siglos. Todo
el talento de los jefes de las partidas mercenarias, cuyos
servicios se disputaban ciudades y príncipes, no pudo im­
pedir las campañas de Carlos V III y de Luis XII, las vio­
lencias de Fernando y los suizos. En Florencia Maquia­
velo había intentado la reconstitución de las viejas mili­
cias ciudadanas, que, tardíamente organizadas por hom­
bres de mediocre competencia, no pudieron salvar a la
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 295

república en 1512. Pero el principio del ejército nacional


continuaba siendo indiscutible: Maquiavelo querría haber­
lo organizado según el modelo macedónico o romano, o
sobre el tipo que, en el mundo moderno, ofrecen los can­
tones suizos “ **.
Todo gobierno, despótico o civil, deberá evitar el con­
curso militar de una potencia aliada. Florencia, que en
su guerra contra Pisa recurrió a Luis XII, no sacó de ello
ninguna ventaja. Un príncipe hábil prefiere ser vencido a
la cabeza de sus tropas que vencer gracias a las fuerzas de
los demás: “ No dudaría nunca — escribe Maquiavelo— en
recordar el ejemplo de César Borgia. El hijo de Alejan­
dro V I entra en guerra y conquista Romanía con ayuda de
las tropas francesas. Gracias a ellas loma Imola y Forli.
Después, como no le parecen suficientemente seguras, bus­
ca mercenarios, compra a los Orsini y a los Vitelli. F,n
seguida Ies encuentra sospechosos, infieles, peligrosos. Se
desembaraza de ellos, y a partir de nhora sólo utiliza sus
propios soldados, y puede comprobarse que desde el mo­
mento en que se hizo caudillo de sus propias (ropas su
reputación mejoró sensiblemente” ” . Y Maquiavelo. que co­
noce la historia de Francia y que ha tenido ocasión de
estudiar sobre el terreno los recursos del gobierno fran­
cés, cita otro ejemplo. Después de reconquistar su reino
a los ingleses Carlos VII comprendió la necesidad de con­
tar con un ejército propio, ordenando el reclutamiento re­
gular. Por el contrario, Luis XI no tarda en renunciar a
preparar a sus soldados, y comienza a contratar a su ser­
vicio mercenarios suizos. Este error, del que no se libra­
ron tampoco sus sucesores, fue la causa de los peligros que

a ll Principe, 12; I, pdgs. 38-42: “ Quot sint genera mlliliae


et de mercenariis militilius”.
* W ilurald Block, Die Condollleri, Studlen über (lie Soge-
nanntcn unbluügen Schiachten, Berlín. 1913, en 8.» intenta reha­
bilitar el valor militar de los condotieros.— E.-IL L abaxde, V ita -
lie de la fíenalssance, París, 1934, en 8®, cap. V, Galerle des
Condottlerí, 1. Les llonuncs; 2. Les niéttiodes et les moeurs,
discute la opinión tradicional.
" ll Principe, 13; J, piigs. 43-46: “ De millUlius auxtliarils, mix-
tis et proprils"; pág. 44.
296 MAQUIAVELO

amenazaron a Francia. Permitió aumentar el prestigio de


los suizos y disminuyó el valor de sus propias fuerzas.
Ya no tiene infantería, y los organizadores de sus ejércitos
se han acostumbrado de tal manera a servirse de los sui­
zos que se creen incapaces de vencer sin ellos. Pero si
Carlos V II hubiera desarrollado o simplemente conserva­
do las instituciones militares del reino, Francia serla aho­
ra invencible1*.
Maquiavelo no se detiene en estudiar la educación mi­
litar de un general republicano. Pero el príncipe, organi­
zador y jefe del ejército, deberá conocer el arte de la gue­
rra y ejercitarse en él. Esta será su más constante ocu­
pación. Maquiavelo le impone la educación física, moral
y técnica de un oficial profesional: “ El príncipe — escri­
be— debe estar constantemente pensando en la preparación
de la guerra; en tiempo de paz debe prepararse para ella
más aún que en tiempo do guerra” *. La práctica y el
estudio son también indispensables a un hombre al que
el honor y el prestigio le obligan a ejercer el mando per­
sonalmente. Por práctica Maquiavelo entiende, además de
los ejercicios de maniobras, el entrenamiento en los ejer­
cicios físicos, la caza sobre lodo, y la adquisición sobre
el terreno de los conocimientos de geografía indispensa­
bles para el mando de tropas: “ Es preciso — dice Maquia­
velo— conocer la naturaleza de los parajes, la disposición
de las cordilleras, valles, llanuras, cursos de agua y zonas
pantanosas: esto permite al príncipe conocer bien su pro­
pio país y poder organizar así mejor su defensa; al mis­
mo tiempo, le permite también comprender por analogía
el aspecto y carácter físico de los otros países a los que
un día puede llevar la guerra. Porque las cumbres, valles,
llanuras, ríos y pantanos de Toscana presentan ciertas si­
militudes con los accidentes que se pueden encontrar en
las demás regiones de Italia; del conocimiento de una de
ellas puede pasarse sin dificultad al conocimiento de las

M Véase pág. 74, n. 58.


* II Principe, 14; I, pág. 47: "Debbe, per tanto, mal levare el
penslero di queslo eserclzlor della guerra, e nella pace vi si debbe
plü esercilare che nella guerra...”.
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 297

demás" * El hombre de armas que carezca de esle apren­


dizaje del terreno conoce mal su oficio. Maquiavelo exige
al mismo tiempo el estudio metódico de la historia militar.
Cita el ejemplo de Escipión. afirma la utilidad práctica
de la Ciropedia. No parece conocer bien la guerra moder­
na; habla como si no existiera la artillería".

Maquiavelo afirma que, debido a la violencia constante


de las relaciones que establece la competencia vital entre
los Estados, sus jefes deben ser, ante todo, jefes de ejér­
cito. Tal como es el mundo, nada aumenta más el pres­
tigio de un Estado o un gobierno que las guerras victo­
riosas y las conquistas. Esta es la razón de que Fernando
de Aragón se haya convertido en el primer rey de la cris­
tiandad*. Hay. sin embargo, una cuestión que no aborda,
y que debería haber atraído su atención. Las ventajas ma­
teriales, lo rtnico que el canciller florentino quiero tener
en cuenta, ¿pueden acaso compensar la destrucción de bie­
nes y las pérdidas de vidas humanas? Erasmo lo niega:
un príncipe dedicado a la administración y la explotación
de los recursos económicos de su Estado realiza más be­
neficios que un conquistador. Cita los recientes e inolvi­
dables ejemplos de Carlos el Temerario, duque de Bor-
goña, de Carlos VIII. de Luis XII. La conquista de Nápo-
les y Milán no llegó a reforzar nunca el poder de los re­
yes de Francia. Por el contrario, su único afecto fue com­
prometer, por los gastos que exigía el Estado, la prospe­
ridad del reino. Erasmo comprueba que la política gue­
rrera llevada por los príncipes desde la nefasta campaña
de Carlos V lli ha causado su ruina y la de sus súbditos:
“ Los asuntos de los reyes van mal — escribe en un Colo­

M ll Principe, 14; I, pág. 47.


" 11 Principe, 14; 1, pág. 48; Cf. pág. 123, núm. 28.
" 11 Principe, 21; I. págs. 70-73: “ Quod principem deceat ut
egregtus habeatur...”. Pág. 70: “ Nessuna cosa fa tanto stimare
uno principe quanto lanío le grandl imprese e daré di sé rarl
esempli”.
298 M AQUIAVELO

quio de 1526— . Contra su voluntad. Francisco I es hués­


ped de Carlos V; sin escatimar nada el emperador conti-
ntía su sueño de monarquía universal. Todos los príncipes
se arruinan por seguir al uno o al otro. Todas las cortes
experimentan una parecida avidez de dinero” *. Incluso
cuando los pueblos no deben sufrir el paso de los ejércitos
amigos o enemigos se privan duramente para pagar los
gastos del cruel juego llevado por los reyes. Con breves
palabras. Erasmo recuerda el aumento de los impuestos,
de las aduanas, de los peajes, el descuento fiscal sobre los
productos más indispensables, los robos de las gentes fi­
nancieras. e! trastorno de la circulación monetaria. Con­
cluye, pues, afirmando y declarando repetidas veces que
toda guerra, incluso victoriosa, es un desastre; el aumento
de prestigio o de territorio que pueda lograrse con el más
brillante éxito resulta siempre tan caro que la perdida
excede necesariamente a la ganancia".
Maquiavelo apenas se plantea estas cuestiones. Diplomá­
tico, político, teórico un poco retrasado respecto a los
métodos estratégicos, su información económica es menos
rica, menos variada, menos curiosa de lo real, que la ex­
periencia de Erasmo. Sin duda sabe que ciertas empresas,
mal concebidas y dirigidas, no reportan nada. Sin duda con­
sidera como absurda, mal dirigida y ruinosa para Francia
la política real de conquista italiana. Los esfuerzos de
Carlos V para imponer a los príncipes cristianos de Occi­
dente la autoridad restaurada de una monarquía universal
no le parecen mucho más acertados. Pero en revancha está
dispuesto a admitir que ciertas empresas militares, bien
estudiadas y dirigidas, han logrado proporcionar ventajas
positivas y reales a ciertos príncipes y ciertos Estados".
Fernando el Católico no habría podido imponer a Europa
el respeto por el poder español si una serie de guerras vic-

* A. Rk.naudet, Eludes i'rasmlennes, pág. i 09.


" A. Rexaudet, Eludes érasmiennes, pdg. 109, 83, 72-74, 85-94.
“ IHscorsl, II, 0: “ Come I Román! procedcvano nel fare la gue­
rra"; I, pdg. 248: “ La intenzlone di chi fa guerra... é aoquistare
e mantenere lo acquistato: e procederé tn modo con essa, che
l'arrWóbca e non impoverisca 11 paese e la patria sua".
LA PAZ, LA GUERRA. LOS TRATADOS 2S9

toriosas no hubieran puesto a su disposición las riquezas


de Granada y Nápoles". A menor escala, las conquistas de
César Borgia hubieran podido asegurar a éste los recur­
sos necesarios para sostener la existencia del nuevo Es-
lado que fundaba. Pero Maquiavelo se acuerda, sobre todo,
de los progresos de la grandeza romana. Las conquistas
de Italia, del Mediterráneo y el Oriente pusieron a dis­
posición de Roma los tesoros del mundo. Sabe cómo pre­
paraba y conducía el Senado las campañas guerreras, cam­
pañas brutales, rápidas, infalibles, y cómo consolidaba la
conquista, instalando inmediatamente colonias sobre las
tierras arrebatadas al enemigo. Como Montesquieu, sabe
la incomparable habilidad romana para arruinar a los ven­
cidos por la paz después de haberles arruinado por la
guerra, condenándoles a pagar tributos que hacían pasar
a las manos del Senado la mayor parte de sus recursos” .
Gracias a estos métodos, mientras la guerra empobrecía a
los Estados poco hábiles, para Roma era, en cambio, una
fuente de> riqueza. Para Maquiavelo la cuestión de las ven­
tajas que la guerra puede reportar se confunde así con
el problema de la organización y explolación de los paí­
ses conquistados” . Y el debate conduce a señalar el con-*

* II Principe, 25: "Quod principela deceat ut egregios habea-


lu r": I, págs. 70-71. Maquiavelo dedica una importante página a
la obra de Fernando.
* ¡Hscorsi, II, 6; I, págs. 248-250: “ Come i Romani procede-
vano nel Tare la guerra” ; pág. 249: Chl vuole fare lutte quesle
cose, conviene che tenga lo slile e modo romano; ti quale fu In
prima di fare le guerre, Come dlcano I Fruncios!, corte e grosse";
página 250: “ Ouestl dua modi, adunque, e circa distribuiré la
preda, e circa ii mandare delie coionie, feclone che Roma arricchl-
va delta guerra; dove gil altrl prlncip! e republlche non savle im-
poveriscono. G si rldusse la cosa In termine, che a uno consulo
non pareva potere lirlonfare, se non portava col euo fcrionfo nssai
oro ed argento, e d'ogni altra sorta preda, nello erario". Montes-
oureu, Consldérailons sur les causes de la grandeur des Romalns
el de leur décadence, cap. 6, “ De la conduite que les Romalns
linrent pour soumetlre tous Ies peuples". H. T aine, Essal sur
Tile-Uve, pág. 176.
M Dlscorsi, II, 6; véase nota anterior.
300 MAQUIAVELO

traste entre la sabia práctica de Roma y las torpezas de


los reyes franceses en Italia “ .
Es preciso señalar de nuevo los límites del genio de
Maquiavelo. Teórico y práctico de la política, sólo ha es­
tudiado el hecho de la conquista y la organización de la
conquista como hombre político. Su estudio de la con­
quista romana o las conquistas francesas es únicamente el
estudio de un hombre político. Y considera las recientes
conquistas españolas sólo y únicamente como hombre po­
lítico. No ha analizado las consecuencias que tuvo para la
economía romana la posesión de un imperio. Sin duda
no dejó de reconocer sus perniciosos efectos sobre el por­
venir de las instituciones y las libertades republicanas.
Antes que Montesquieu comprende y afirma que la repú­
blica pereció por la prolongación de los mandos, fruto de
la conquista; porque los ejércitos, demasiado tiempo ale­
jados de Roma e Italia, cambiaban de carácter, y los ciu­
dadanos se convertían en pretorianos, exclusivamente de­
dicados a las ambiciones personales de los generales*.
Pero sólo habla de esto como político. No ha observado
el enorme enriquecimiento de una aristocracia cada día
más rígida, la desaparición de la clase media y los pe­
queños propietarios, el desarrollo y multiplicación de una
población agitada, impotente frente a sus dictadores y dis­
puesta a seguir a los facciosos; la corrupción cada vez ma­
yor de las costumbres, el creciente desprecio por la ley.
Y hasta la monarquía española, de la que, político ante

“ II Principe, 3; I, págs. 9-13.


“ Mscorsl, III, 24; I. págs. 398-399: "La prolungazione degl’
imperli fece 9erva Roma..."; pág. 399: “ Slando uno cittadlno
assai tempo commandalore d’uno essercllo, se lo guadagnava c
facevaselo pnrllglano; perche quello esercito col tempo dimentl-
cava II Señalo, e riconosceva quello capo. Per questo Silla e
Mario poterono trovare soldad che contro al bene publico gil
seguitassono: per questo Cesare poletle occupare la patria".
M ontesquieu, Consldérattons..., cap. 9: “ Pos causas de la pérdi­
da de Roma... Los generales, que dispusieron de los ejércitos y de
los reinos, notaron sus fuerzas, y dejaron de obedecer... Ya no
fueron soldados de la república, sino de Silla, de Mario, de Pom­
peo, de César".
L A PAZ. L A GUERRA, LOS TRATADOS 301

todo, sólo ha visto sus resultados políticos, hasta el pres­


tigio y la grandeza de la monarquía castellana y arago­
nesa. provocaría rápidamente otros efectos, que se podían
ya percibir antes de su muerte: la ruina casi inmediata
de la Italia espadóla, explotada de manera desastrosa por
sus nuevos señores; la decadencia de la economía y la so­
ciedad española desde la segunda mitad del reinado de
Carlos V. Así. incluso admitiendo con él que la cuestión
de las ventajas prácticas de la guerra se confunde con el
problema de la conquista, es preciso reconocer que Ma-
quiavelo no parece haber analizado los elementos del pro­
blema con la amplitud, precisión y curiosidad suficientes.
Instruido por el espectáculo del desorden europeo, na­
turalmente inclinado, además, a una visión pesimista de
las cosas y llevado, en fin, por su evangelismo sin dogma
a reprobar la utilización de la violencia y a negar los
triunfos aparentes de la fuerza, Erasmo concluye afirman­
do, quizá demasiado precipitadamente, que la guerra es
siempre y en todos los casos un mal negocio, casi tan de­
sastroso para el vencedor como para el vencido. Frente a
esto, demasiado maravillado ante los triunfos de la re­
pública romana, demasiado fácilmente deslumbrado — lo
que ya era más grave— por los triunfos de Fernando en
España e Italia, y por los efímeros triunfos de César
Ilorgia, Maquiavelo ha admitido, también demasiado pre­
cipitadamente. la tesis opuesta; en efecto, admitió y en­
señó demasiado fácilmente que, a condición de que la con­
quista sea organizada según el principio romano, la gue­
rra. para quien sabe vencer y utilizar la victoria, es siem­
pre un negocio ventajoso, donde los beneficios contraba­
lancean positivamente las pérdidas y gastos. Porque si no
hubiera pensado esto no hubiera escrito en términos for­
males que nada hace estimar más a un príncipe que las
grandes empresas militares y las conquistas” . Afirmación
que descansa sobre un estudio demasiado exclusivamente

" Véase pég. 297, n. 28.


302 MAQUIAVELO

político de la guerra y la conquista, y, por otra parte,


sobre una filosofía de la historia humana brutalmente po-
siliva.

Queda por determinar en qué estado de ánimo, por qué


medios, es preciso realizar la guerra.
“ Aunque mi intención era escribir algo útil para los
que entienden en estas cuestiones, he juzgado preferible
buscar exactamente lo verdadero y real que seguir ideas
imaginarias. Muchos escritores han imaginado repúblicas
y monarquías tales como jamás se han visto ni conocido
en la realidad. Pero hay mucha distancia entre la forma
como se vive y aquella como se debiera vivir; de ahí que
quien abandona lo que se hace por lo que debiera hacerse
aprende antes a arruinarse que a salvaguardarse, ya que
un hombre que, entre tantos otros que no son virtuosos,
quisiera conducirse en lodo según las reglas de la moral
correría necesariamente a su ruina. Es necesario, pues, que
el príncipe que quiere sostenerse aprenda a descuidar a
veces la moral, a actuar o no de acuerdo con ella según
los casos. Dejemos de lado lo que concierne a un principe
imaginario y no hablemos más que de la verdad"". Los
axiomas de los que Maquiavelo se sirve para definir la
conducta que se impone a los príncipes valen igualmente
para las repúblicas: el ejemplo de la Roma consular y
senatorial es suficiente para demostrarlo. Es. sobre lodo.

" II Principe, 15; I, págs. 58-49: “ De lils rebtis quibus homlnes


et pruesertim principes lauduntur aul vlluperanUir": pAg. 48:
“ Ma sendo Tíntenlo mío serivere cosa ullle a clii 4a intente, mi
é parso pió convenciente andaré drieto alta verltA effettuate tlella
cosa, che alia Imaginazlone di essa. K mol ti si sono imaginan
republiche e principal! ohe non si sono mal visti né conosciuli
essere in vero; perché egll 6 tanto dlscoslo da come si vive a
coiné si doverrebhe Tare impara piutloslo la ruina che la perser-
vazione sua: perché uno uomo che voglia fare ¡n tulle le parle
professtone di buono, conviene rovhil infra tanli che non sono
buoni. Onde é nocessario a uno principe, valendosl mantenore,
imparare a pul-ere essere non buono, e usarlo e non Tusare se­
rondo la necessiUt. Lasolando adunque indrieto le cose circa uno
principe imagínale, e discorrendo quelle ohe sono vere...”.
LA PAZ, LA GUERRA, LOS TRATADOS 303

en el tercer libro de los Discursos sobre la primera dé­


cada donde Maquiavelo desarrolla su doctrina. Ciertos ca­
pítulos, esencialmente técnicos, podrían formar parte del
Iralado Del arte de la guerra. Pero otros definen sumaria­
mente en qué estado de espíritu debe llevarse una cam­
paña: es suficiente citar los títulos: “ De cómo el uso del
fraude en la dirección de la guerra es cosa gloriosa” ;
“ Cómo debe defenderse la patria por medios infames o
gloriosos, y cómo en ambos casos está bien defendida” ” .
Es suficiente citar algunos textos; “ Aunque en toda em­
presa sea detestable usar el fraude, en la guerra el frau­
de es. sin embargo, glorioso, y se concedo el mismo mé­
rito a quien vence al enemigo por la fuerza que a quien
lo vence por el fraude... Cuando se trata de la salud pú­
blica, no se debe tener en cuenta ninguna consideración
de justicia o injusticia, de piedad o crueldad, de honor
o ignominia. Por el contrario, hay que abandonar todo
escrúpulo y seguir sin vacilar al partido que salva la exis­
tencia y asegura la libertad del Estado” *. A los ejemplos
romanos, sacados de T ilo Livio, añade algunos ejemplos
modernos: “ Los franceses — dice— han adoptado este prin­
cipio, en la teoría y en la práctica, para defender la au­
toridad de sus reyes y el poder de su reino. Nada les irrita
más que oir decir: “ Es vergonzoso que el rey tome tal
partido” . Porque aseguran que su rey no puede deshon­
rarse. cualquiera sea la decisión que lome, con buena o
mala fortuna. En la opinión de lodos, pierda o gane, es el

” Dtscorsi, III, 40; I, págs. 4.12-433: “ Come usare la fraude


nel maneggíare la guerra t* cosa gloriosa” ; 41; I, págs. 433-434:
“ Che la patria si debbe dlfendere o con ignominia o con gloria;
ed in qualunque modo 6 kene ditesa".
* Disrorsl, III, 40; I. pág. 432: “ Ancora clic lo usare la frau­
de in ognl azlone sla deleslablte, nondimanco ncl maneggiare la
guerra 6 cosa laudabíle e gloriosa...", 41, pág. 434: "Dove si
delibera al lutlo della salute della patria, non vi debbe oadere
alcuna considerazione ne di giuso né d'inguislo, né di pialóse»,
né di crudele, né di laudabile né d’Ignomlnioso; anzi, posposto
ogni allro rispetto. seguiré al tullo parlilo che le salvi la vita,
e mantengliile la líberU”.
304 MAQUIAVELO

único juez de su conducta” “ . Maquiavelo permite, pues,


al jefe del ejército lodo aquello que pueda asegurarle la
victoria. Debe buscar la completa destrucción de las fuer­
zas enemigas, empleando para conseguirlo toda clase de
medios, los más expeditivos, los más crueles, y no dete­
nerse ante ningún escrúpulo de lealtad o buena fe. Ma­
quiavelo está aquí muy lejos de Erasmo. que, en 1516.
en la Instilutio. aconseja al príncipe llevar la guerra con
moderación, ahorrar todas las vidas humanas posibles y
finalizarla en el momento en que se ofrezca una posibi­
lidad de negociación4*. Para Maquiavelo un Estado en gue­
rra se debe a si mismo, a sus intereses, a los intereses
colectivos que defiende. Una vez en guerra debe, por tan­
to, renunciar a todo sentimiento de humanidad y cris­
tianismo. pidiendo a la fuerza todo lo que la fuerza le
patqda dar.

111

La cuestión de la guerra está naturalmente ligada a la


de los tratados. Porque en la competencia que necesaria­
mente enfrenta a los Estados la guerra es, en último aná­
lisis, el único medio que permite el establecimiento de
ese equilibrio natural que resulta de las relaciones de sus
fuerzas. Este equilibrio se inscribe en los tratados. Se
plantea entonces el problema de saber qué valor, qué au­
toridad se les puede conceder; qué limites se imponen a
su duración. Y, en otros términos, en qué medida los Es­
tados. los magistrados que dirigen la política exterior de
las repúblicas, los príncipes o los dictadores que gobier­
nan las monarquías, están obligados a observar los Irata-*1

11 Mscorsl, ni, 41; I, pág. 434: "La quale cosa é Imita con
1 deti i e con i falti dal Franclosi, per di tendere la maesUt del
loro re e la potenza del loro regno; perche nessuna voce odonn
piii impazlentemenle che quella che diccsse: 11 tale partlto é
ignominioso per 11 re; perche dlcono che il loro re non puo patire
vergogna in qualunque sua dlliberazione, o ln buona o ln awersa
fortuna; perché, se perde, se vince, tuttl dicono essere cose
da re".
“ A. Renaudet, Eludes érasmlennes, pág. 74.
LA PAZ. I.A GUERRA, LOS TRATADOS 305

dos y hacer honor a su firma. Maquiavelo ha tratado so­


bre esta cuestión en dos ocasiones: en el capítulo XVIII
del Principe y. algunos años más tarde, en el libro III de
los Discursos sobre la primera década, capítulo XLII. don­
de demostraba que los compromisos tomados bajo coacción
no deben observarse".
De toda su obra lo que más se le ha reprochado ha
sido, sin duda, el capítulo XVIII del Príncipe„ especial­
mente por parle de Federico II, en ese Examen del P rín ­
cipe de Maquiavelo, que concluía poco antes de suceder
al rey sargento, y de poner en práctica sin ningún escrú­
pulo la doctrina del secretario florentino.
“ Todo el mundo entiendo que se deba alabar la conduc­
ta de un principe que mantiene la fe jurada y vive en
plena lealtad." Pero, realista sin ilusiones, Maquiavelo ha
comprobado que tales prácticas sólo se dan en las ciuda­
des imaginadas por los filósofos. En la realidad los prín­
cipes y los Estados se comportan muy diferentemente; si
siguieran los principios de lealtad correrían el riesgo de
ser aplastados por los menos escrupulosos: “ La experien­
cia do nuestros tiempos nos permite comprobar que sólo
han realizado grandes empresas los príncipes que no han
tenido muy en cuenta su palabra y que han sabido enga­
ñar con astucia a los demás. Estos han acabado triunfando
sobre los que fundaban su conducta en la lealtad"
Sobre este hecho brutal Maquiavelo expone una teoría
elemental: “ Hay dos maneras de combatir; una según el
derecho, la otra según la fuerza. La primera es propia de
los hombres, la segunda de las bestias. Pero como la pri­
mera a menudo no basta, es preciso recurrir a la segunda-

“ II Principe, 18; I, págs. 55-57: "Qiwmodo fides a principi.


bus sil servanda” ; Dlscorsl, III, 42; I, págs. 434-435: “ Che le
pronvesse falto per forza non si dehhono osservare”.
44 II Principe, 18; I, pág, 55: “ Quanto sía laudablle in uno
principe mintenere la fede e vlvere con inlegrilá e non con as-
tuzla, ciascuno lo Inlende; nondimanco si vede per esperienzia
ne’ noslrl lempi, quelll principi avere falto gran cose, che de lia
fede hanno tenuto poco conto, e che hanno saputo con l'asluzia
agglrare e’ cervelli degli uomini; e alia fine hanno supéralo
quelli che si sono fondati sulla lealU” .
20
30} MAQUIAVEIX)

Un jefe de Estado debe. pues, saber conducirse a la vez


como bestia y como hombre” *. Lo que se hace sólo por
el derecho, y sólo por el derecho se sostiene, no puede
durar. Pero la fuerza sin el engaño es inhábil; y el en­
gaño sin la fuerza es impotente. Hay que unir la una a
la otra, imitar a la vez al león y al zorro. El león no sabe
salirse de una trampa; el zorro no sabe defenderse contra
los lobos. Por eso el príncipe tendrá que usar no sólo de
la fuerza, sino también de la trampa y la mentira.
Cuando el respeto a la palabra dada pueda ser desventa­
joso, y cuando ya no subsistan los motivos de su compro­
miso, un príncipe ejercitado en la política no debe, pues,
cumplir su palabra". Naturalmente, las promesas hechas
por temor no deben cumplirse. El incumplir una palabra
dada bajo la amenaza de la fuerza no es en absoluto ver­
gonzoso. Los tratados impuestos por la fuerza deberán
romperse en el momento en que ésta falte; y quien, rompa
tales acuerdos no incurrirá en ningún deshonor".
Maquiavelo no ignora que su doclrina contradice la mo­
ral oficial". Pero el mundo está hecho de tal forma que
portarse de otro modo sería peligroso. Los hombres son
mentirosos y tramposos, y quien no sabe engañar o mentir

« ibleL, pág. 55: ‘‘ Dovele adunque sapere come sono dua gene-
razioni di combatiere; Tuno con le leggi, l’allro con la (orza:
quel primo é proprio dello u»mo, quel secondo é delle bestle;
ma perché el primo molle volte non basta, conviene ricorrcre al
secondo. Perianto a uno principe é necessarlo sapere bene usare
la bestia e 1' uomo”.
" ib Id., pdg. 55: “ Bisogna adunque esscre golpe a conoscere
e' lacci, e done a sbigoltire e’ lupl. Coloro che stanno sem plioe-
menle ín sul llone, non se ne Inlendano. Non pu6 perianto, uno
slgnore prudente, né debbe, osservare la fede, quando tales osser-
vanzia li lorni contro, e che sono spenle le cagioni che la feciono
prometiere”.
” Discorsi, III, 42; I, pág. 435: Non é vergognoso non osser-
vare quelle promcsse che t,i sono «late falte promettere per forza;
e sempre le promesse forzate che Tiguardano il publico, quando
e* manchi la forza, si romperanno, e fia sanza vergogna di che
le rompe” ,
* Discorsi, III, 40; I, pág. 432: ‘‘ Dlró solo queslo, che lo non
lntendo quella fraude essere gloriosa...; ancora che la ti acqulst!,
qu&lche volta, stato e regno..., la non ti aoquisterá mal gloria”.
1,.\ PAZ, 1.A (il'iCUHA, LO.S TRATADOS 307

corre el riesgo de ser devorado. Puesto que los demás no


respetan los compromisos con uno, uno no está obligado
a respetar sus compromisos con los demás. £1 príncipe
sólo necesita, pues, encontrar un pretexto honorable, pre­
texto que no le faltará. Los hombres han actuado así siem­
pre; las historias de todos los pueblos dan fe de ello; las
generaciones recientes imitan a las antiguas. Modernamen­
te una infinidad de ejemplos permite comprobar la des-
lealtad de los príncipes: quien mejor supo hacer el zorro
ha sido siempre quien mejor librado salió. No hay duda
de que es preciso ser un gran simulador y disimulador;
pero quien sepa mentir engañará a los hombres, podrá
abusar de su irreflexión, de su simplicidad".
En apoyo de su tesis Maquiavelo invoca ciertos casos
ilustres y recientes. El papa Alejandro VI se pasó toda su
vida engañando a sus contemporáneos, nunca pensó en
otra cosa, y siempre se las arregló para conseguirlo. Ja­
más se vio a nadie que diera garantías en términos más
tajantes, que prometiera con juramentos más solemnes,
y que los cumpliera con menos fidelidad. Sin embargo, to­
das sus añagazas tuvieron éxito, porque conocía bien esta
parte del juego humano. Cierto príncipe contemporáneo
cuyo nombre evita señalar — Maquiavelo piensa, sin duda,
en Fernando el Católico— está constantemente predicando
la paz y la buena fe; sin embargo, es enemigo resuelto de*I,

* II Principe, 18, pág. 34: “ E se gil uominl fussino tuttl buo-


ni, questo precedo non sarebbe buono; ma perché son trlsll, e
non la osserverebbono a te, tu etiam non 1’ hai ad osservare a
loro. Né mal a uno principe mancorono cagioni legittime di colo­
riré la inoservnnzla. DI queslo se ne polrehl>e daré inflnitl esem-
pli modemi e mostrare quante pací, quanle promesse sono falte
irrite e vane per la infldelilá de' prlnclpi; e quello che ha saputo
meglio usare la golpe é megiio capí tato”. Dlscorsi, III, 42; I, pá­
gina 435: "Di che si leggono in tutte le lstorie vari esempii; e
ciascuno di, ne’ presenil tempi, se ne veggono”. II Principe, 18;
I, pág. 56: “ Ma é neoessario questa natura saperia bene coloriré,
ed essere gran slmulalore e dissimulalore; e sono tanto eempiici
gli uominl, e tanto obediscano alie neoessltá presentí, che colul
che lnganna, troverrá sempre ohl si lasoera Ingannare".
308 MAQUIAVELO

ambas, y si las hubiera respetado más de una vez se ha­


bría arriesgado a perder su prestigio o sus Estados” .
Todo se ha dicho ya sobre este famoso capítulo XVIII, y
sería inútil analizar detalladamente las protestas muchas
veces poco sinceras y las refutaciones a menudo triviales
que. desde el siglo xvi. ha venido provocando. Tres años
más tarde Erasmo. que ignoró durante toda su vida el
nombre de Maquiavelo. dedica el capítulo V III de la Ins­
tando a la cuestión de los tratados y las alianzas. Natu­
ralmente. exige que se respeten: “ Los príncipes deben
mostrarse tan fieles a sus compromisos que una simple
promesa debe ser para ellos más sagrada que el rnás so­
lemne juramento de un particular” . Pero no se hace mu­
chas ilusiones y sabe perfectamente cómo se suele actuar:
“ Sin embargo — añade— . todos los días estamos viendo
violar compromisos. Y más vale no denunciar pública­
mente a los responsables” ". En Italia y los demás países
cristianos los príncipes y las repúblicas sólo observaban
un tratado a la medida de su conveniencia. El 14 de enero
de 1526 Francisco I, prisionero en Madrid, cedía Borgoña
a Carlos V. Vuelto al reino, convocaba en Cognac a los
diputados de la provincia, que afirmaban su voluntad de
continuar siendo franceses. Inmediatamente concluía una
nueva Liga con Clemente VII. Venecia y algunos prínci-

” II Principe. 18; I, piigs. 50-57: “ Alossandro VI non fece mai


allro, non pensó mai atl altro, che a ingannare uomini; e Sem­
pra trovó suhlelto da potarlo faro. E non fu mai uomo che avessi
inaggiore efficacia in asseverarc, o con maggiorl giuramenli offer-
massi una cosa, che la osservasst menn; nnndimeno, sempre ti
succederono gli inganni ad volum, perchó conosceva, Pene questa
parte del mondo... Alcuno principe de' presenti tempi, quale no
é Pene nominare, non predica mai allro che pace e fede, e dell’
tina e dell’altra e inindclssimo: e l’una e l'allra, quando e’ P
avessi osservula, gii arebhe piü volte tollo o lo reputazione o lo
s talo".
*' A. Renaudet, Eludes érasmiennes, pág. 84.— Deslderü Eras-
mi Opera omnia, IV, 60.3 C: “ Principum ea debet esse fides, In
praeslantis ea quae reclpiunt, ut simplex horum promissum sanc-
tius sit qucrvls aliorum jurejurando... Et lamen videmus Id quo-
tidle usu venire, nlhll addo quorum vltlo; certa Bine vltio non
pot«8t ftooldere” .
1.A PAZ, LA G LRRRA, LOS TRATADOS 3C9

pes italianos, desentendiéndose de su promesa. Maquiave-


lo. de antemano, le había justificado. Con una simulada
indignación la cancillería imperial y el partido imperial
protestaron contra la forma en que el rey había cumplido
su palabra” . Ningún hombre de Estado se hubiera ne­
gado a admitir que los compromisos tomados bajo la ame­
naza de la fuerza, y perjudiciales al interés del Estado,
sólo bajo la fuerza deben ser respetados. Y una tradición
francesa, conocida de Maquiavelo, negaba que el rey cris­
tiano pudiera nunca deshonrarse.
Maquiavelo no hace, pues, otra cosa que describir una
práctica habitual que Commyncs apenas disimulaba ya.
Pero hasta ahora ningún Loórico de la política se había
atrevido a fundar sobre esta práctica un sistema de reglas
y proponerlas a los gobernantes. Porque se pensaba con­
fusamente que esto hubiera equivalido a confesar el fra­
caso de la moral profana o religiosa en el terreno de la
política, la ineptitud de la ética racional o el Evangelio
para introducir un poco de justicia y humanidad en las
relaciones entre los pueblos. Hubiera equivalido a aban­
donar, pública y oficialmente, esas relaciones a los azares
de la fuerza. Llegados aquí, hasta los más cínicos retro­
cedían. Maquiavelo dio ese paso; no porque fuera más cí­
nico que los demás, sino porque su filosofía desesperada,
su visión pesimista del pasado, del presente e incluso del
porvenir, de la humanidad, no le permitían creer en el
poder del espíritu que la fuerza no secunda. En la histo­
ria universal sólo veía — y se negaba a reconocer otra
cosa— el juego de fuerzas desencadenadas; fuerzas contra
las que todos los medios de lucha eran buenos y loables,
en el momento en que se tratara de defender, proteger y
salvar al Estado, único reducto creado por los hombres que
pueda salvaguardar sus bienes materiales y espirituales.

” LUerae vlrorum eruditorum ad Frunciscujn Craneveldlum,


ed. II. de Vooht, Lovalna, 1928, en 8.°; Carta de Jean de Fevyn a
Fr. Cranevelt., Brujas, 14 de noviembre de 1520; 211, 15-18:
“ Quasl nlhil sit violare Jusjuranduml Palluere se nota insignl,
nlmirum pertldle, cum nillle hoc único ceu dlcterlolo juret: lia fe
de un gentilhombre!” .
C a p ít u l o IV

EL MANEJO DE LA OPINION PÜBLICA

No basta definir los diferentes tipos de gobierno, des*


cribir las relaciones entre los Estados e intentar resolver
el problema de la paz y la guerra, de los tratados, de su
valor y observación. Hace falta, además, considerar a los
gobernados, y cómo se prestan a la acción del gobierno;
por otra parte, hay que analizar también en qué medida
el gobierno debe tener en cuenta su opinión, cómo puede
dominarla, utilizarla para sus fines. Maquiavelo, acostum­
brado a viv ir en una ciudad libre, no podía esquivar este
problema. Le dedica varios capítulos del Principe, y vuel­
ve sobre él reiteradamente en los Discursos sobre la p ri­
mera década de Tito Limo.I

Maquiavelo se plantea la cuestión en términos simples:


¿Cómo podrán obtener el favor de la opinión los hombres
que llevan los asuntos públicos? ¿En qué momento podrán
permitirse no hacer caso de esta opinión? Los políticos
florentinos del siglo x vi concedían mucha importancia al
sentimiento popular y conocían el arle de captárselo. Ma­
quiavelo. que durante su vida activa tuvo ocasión de prac­
ticar o ver practicar esta técnica, bien en Florencia, bien
en el extranjero, la resume con palabras tomadas de la
312 m a q im a v e l o

élica humanista. Ha podido comprobar las ventajas de


actuar no tanto sobre la razón como sobre la imaginación
de los hombres. Sabe que los hombres buscan atentamente
encontrar en quienes les gobiernan ciertas virtudes, cier­
tas formas de actuar, que, para hablar con sus palabras,
hacen a sus ojos a un príncipe encomiable o desprecia­
b le’. Pasa revista someramente a las virtudes o defectos
que refuerzan el crédito o debilitan la autoridad de un
jefe de Estado. El problema está en saber cómo los go­
bernantes deben tener en cuenta las preferencias o repug­
nancias de los pueblos, en qué medida deben satisfacer­
las o desdeñarlas.
Tres años antes de acabado El Principe, en la Institutio
principis chrisiiani, Erasmo respondía como moralista y
cristiano a esta cuestión. Un seguro instinto de justicia
empuja al pueblo a exigir del príncipe todas las virtudes.
Es, pues, deseable que éste las posea. Erasmo traza una
imagen ideal, brindándosela a la meditación de quien,
en 1519, se convertiría en el emperador Carlos V : “ Un ser
celeste — dice— que se asemeja más a la divinidad que al
hombre; formado en la prácLica de toda clase de virtudes;
nacido para el bien de todos; enviado por el cielo para
sostener a los hombres en su desamparo; que vigila en todo
y provee todo; que por encima de todo respeta el interés
ptiblico y encuentra en él su alegría; que pospone su vida
a la de los demás; que noche y día dirige exclusivamente
su acción y su esfuerzo en pro del mayor bien; que está
dispuesto a recompensar toda buena acción, dispuesto a
la indulgencia hacia los culpables, cuando ve que procuran
enmendarse; que, sin ningún beneficio personal, desea ha­
cerse útil a los ciudadanos, hasta el punto de no vacilar
en arriesgar su vida para asegurar su salvación; que con­
sidera útil para él todo lo que pueda servir al público;
que vigila constantemente, a fin de permitir el sueño de*

* ll Principe, 15; I, pdgs. 48-49: “ De hls rebus qulbus hrrml-


nes et praeserllm principes laudantur aut vituperantur..."; pa­
gina 49: “ Quallta che arrecano loro o blasfmo o laude”.
EL MANEJO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 313

los demás; que no se concede ningún reposo, para que la


patria pueda vivir en reposo; atormentado por deseos
siempre renacientes, a fin de asegurar a sus conciudada­
nos la tranquilidad; cuya virtud, en una palabra, consti­
tuye la primera condición de la felicidad pública" \
Maquiavelo, realista desilusionado, había respondido de
antemano a Erasmo. Se siente en desacuerdo con los fi­
lósofos de la antigüedad y de la Edad Media, con Platón,
Aristóteles, Plutarco. Santo Tomás. Se sabe en desacuerdo
con Petrarca y los humanistas del siglo xv. Unos y otros,
y Erasmo después de ellos, exigen del príncipe una per­
fección inaccesible. Le ofrecen como ejemplo un tipo ideal
de modestia, de justicia, de sinceridad, de generosidad. Ma­
quiavelo conoce demasiado la política para no saber que
jamás se ha visto a ningún príncipe ornado de tantas vir­
tudes, y que. al ponerlas en práctica, el jefe del Estado,
que en el mundo real debe pensar primero en su defensa,
correría un grave peligro. Ha habido ya demasiados es­
critores que disertaron sobre Estados imaginarios; y hay
mucha distancia entre la forma como se vive y la forma
como se debería vivir. Si un príncipe desea primero man­
tenerse debe aprender a descuidar a veces la ley moral,
a obedecerla o desobedecerla según la necesidad*. Lo im-*

* Des. Erasml Holerodami Opera omnia, IV, 571 C: “Caelesle


quoddam animal, Numini plus quam homini slmile, ómnibus vir-
tutum numeris absolutum; omnlum bono natum, imo datum a
Superls sublevandis rehtis mortalium; quod ómnibus proflclat,
ómnibus consulat; cui nihll slt antiquius, nihil dulclus República;
cul plus quam paternus sil ¡n oinnels anlmus; cui slngulorum
vita carior sil quam sua: quod noeles ac dies nihll aliud agat
nltaturque quam ut optime sil ómnibus: apud quod praemia pa­
rata slnt bonis ómnibus, malla venia, si modo sese ad frugem
referant; quod adeo gratis cupiat de civibus suis bene mereri,
ut si neces9é sit, non dubltet suo periculo illorum incolumltatl
consulere; quod palriae commodum suum ducal esse lucrum;
quod semper vigllet, quo caetcris liceat dormiré; quod sibl nullum
rolinquat otium, quo palriae liceat in olio vltam agere; quod se
juglbus curls discrucicl, quo civibus suppetat tranquilinas; a
cujus unius virlute publica pendeat felicitas” .
" Véase pág. 302, n. 38. U Príncipe, 15; I, págs. 48-49: “ Moltl
si sono imagina! repuhliche e principal! che non si sano mal visti
314 M AQUI AVELO

portante, pues, para una polttica realista no es la santidad


del príncipe, sino la solidez del gobierno. Un exceso de
virtud podría a veces ser peligroso; el crimen puede a
veces salvar el Estado. Un César Borgia vacilante ante el
asesinato y la traición no habría creado el ducado de Ro­
manía. El único problema que merece algún estudio es
el del manejo de la opinión.

Quien gobierne a los hombres deberá, en el interés del


Estado, respetar algunos de sus prejuicios, o despreciar­
les si hace falta. Tales defectos o tales vicios disminuyen
el prestigio y la autoridad del príncipe respecto a sus
súbditos; tales otros, que les resultan indiferentes, no le
exponen a ningún peligro. Lo mejor seria, sin duda, que
el príncipe pudiera guardarse a la vez de unos y otros.
Pero ya que la debilidad humana permite esto muy difí­
cilmente, procurará evitar en principio los más peligro­
sos; se guardará de los otros, según sus fuerzas, o pecará
sin inquietud*. Pero la salvación del Estado puede exigir
el desprecio de la opinión. Puede ocurrir que, en ciertos
casos, el partido más unánimemente condenable sea tam­
bién el único que pueda realizar la salvación pública. En
estos casos el gobernante deberá desdeñar las opiniones
humanas: “ Hay que comprender — dice— que un príncipe,
y sobre todo un príncipe nuevo, no puede observar todas
las virtudes de un particular. Es preciso que, para la

nt* conosoiuti ossere in vero... Onde é neccessario & uno princi­


pe, valendosi manlenere, im parare a potere essere non buono, e
usarlo e non Tusare secón do la neceesitá".
4 ¡l Príncipe, 15; I, pág. 49: “ E dio so che clascuno con resse­
rá che sarebbe laudabilissima cosa in uno principe trovare!, di
lutte le soprascritte qualitá, quelle che sono tenule bone; ma
perché le non si possono avere né intcramenle osservare, per le
condizioni umane che non lo consentono, gli é necessario essere
tanto prudente che sappia fuggirc l’infamia di quelll vizli che li
torrebbano lo slato, e di quelli che non gnene tolgano, guordarsi
se egll é possiblle; ma, non possendo, vi si puó con meno respetto
fasolare andaré".
EL MANEJO DE L A OPINIÓN PÚBLICA 315

defensa del Estado, sepa actuar contrariamente a la buena


fe, a la caridad, a la humanidad y a la religión". Debe
saber, según las circunstancias, “ no alejarse del bien si
puede, y, si la necesidad lo manda, entrar en el mal re­
sueltamente” '.
Pero los súbditos, que entienden poco de la razón de
Estado, exigen obstinadamente de sus jefes ciertas virtu­
des. La hipocresía se convierte así en el más indispensable
talento de un político: porque será suficiente con que el
príncipe aparente tener las virtudes que en realidad no
tiene. El príncipe evitará cuidadosamente pronunciar toda
palabra que esté en desacuerdo con el más alto ideal de
perfección: “ Hace falta que, al verle y al oírle, parezca
todo piedad, lodo buena fe, lodo integridad, y, particular­
mente, un ser lleno de espíritu religioso: porque nada es
más necesario que exhibir públicamenfe esta última vir­
tud"*.
Los hombres se dejarán siempre engañar en esto: “ por­
que, en general, los hombres juzgan más por los ojos que
por las manos; pues Lodos saben ver, pero sólo unos pocos
pueden tocar. Todos ven lo que uno aparenta ser; pero
pocos se dan cuenta exacta de lo que uno es realmente;
y esta minoría no se atreve a contradecir la opinión de
la mayoría, apoyada por la majestad del Estado” \ Y como

* II Principe, 18; I, pág. 56: “ E iiassi a intendere qnesto, che


uno principe, e massime uno principe nuovo, non puó osservare
tulle quelle cose per le quali gli uomini sono lenuti buoni, sendo
spesso necessitalo, per manlenere lo stato, operare contro alie
fede, contro alia carilá, conlro alia umanitá, centro alia religlone.
E perú bisogna che gil abbla uno animo disposlo a voJgersl se­
rondo oh' e’ venli delta fortuna e le variazionl del le cose li coman-
dano, e, come di sapra dissi, non partirsl dal bene, potendo, ma
sepere intrare nei male, necessitalo
• Ibid., págs. 56-57: “ Uebiic adunque avere uno principe gran
cura che non gil esca mal di bocea una cosa che non sia plena
delle saprascrille cinque qualltá; e pala, a vederlo e udlrlo, Lit­
io pietá, tutto fede, tutto integrltá, lutto umanilá, tutto religlone.
E non é cosa piü nccessaria a parere di avere che questa ultima
qualltá".
’ Ibid., pág. 57: E gli uomini in unlversale, iudicano piíi agli
oc-chl che alte maní; perché looca a vedere a ognuno, a 6entire
316 MAQUIAVELO

en estas materias no puede apelarse ante ningún tribunal,


sólo se puede considerar el fin; sólo él, en última instan­
cia, permite juzgar los medios: los pueblos darán siempre
la razón al más fuerte. Un príncipe debe, pues, preocu­
parse, ante todo, en conservar su Estado. Si lo consigue,
los medios se estimarán siempre honorables y alabados
por todos. La multitud sólo juzga según las apariencias
y los resultados; el mundo entero no es más que una mul­
titud y piensa como una multitud. Los solitarios, capaces
de pensar y comprender, se callarán, o se les hará callar*.
De esta forma, en este famoso capítulo X VIII donde se
desarrolla ya la teoría de la caducidad de los tratados, y
del derecho permanente de los Estados a no cumplir los
compromisos más solemnes, el secretario florentino ex­
pone, sin vacilación ni reticencia, la doctrina de la hipo­
cresía política. Consecuencia de la necesidad en que el
Estado se encuentra de preocuparse de la opinión; conse­
cuencia de la absurdidad de los hombres, cuyos prejuicios
hay que respetar aparentemente si se quiere conservar cer­
ca de ellos el crédito necesario. Por eso, todas las veces
que el interés del Estado, la conservación del Estado, la
razón del Estado lo exija, el príncipe debe mentir, simu­
lar y disimular. Y Maquiavelo asegura a estos procedimien­
tos de gobierno un éxito infalible.

II

Existe, sin embargo, cierto número de asuntos en que


esta hipocresía sistemática no es oportuna, porque no ser-

a pochi. Ognuno vede quello che tu par!, pochi senlono quello clic
tu se’ ; e quelll pochi non ardlscano opporsl alia opinione <11 mo’.ü
che abbino la macstá dello slalo che 11 defenda".
* Ibid., pdg. 57: “ E nelle azionl di tuttl gil uomini, e massime
de' prtncipi, dove non i iudizlo a «hi reclamare, si guarda al fine.
Faoci dunque uno principe di vlncere e man (enere lo stalo; e’
mezzl saranno sempre iudicati onorevoll e da ciascuno laudad;
perché H vulgo ne va sempre preso con quello che pare, e con
lo evento della cosa; e nel mondo non é se non vulgo; e 11
pochi non el hanno Juogo quando 11 assai hanno dove appog-
glarsi".
EL MANEJO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 317

viria para nada. Al príncipe no le interesaría nada el res­


petar o incluso el simular respetar los prejuicios de los
hombres, porque en estas materias los hombres se enga­
ñan siempre, y gravemente. En semejante caso la opinión
sólo podría extraviarle. En semejante caso decide solo, y
considera únicamente la necesidad pública, de la que es
el único juez; la razón de Estado, cuyas exigencias la opi­
nión ignora. El manda y los súbditos obedecen. La per­
suasión, la consideración de la opinión, la disimulación y
la mentira están aquí fuera de lugar. Unicamente pueden
y deben intervenir la autoridad y, en última instancia,
la fuerza. Estos terrenos reservados son la gestión finan­
ciera y la defensa del Estado.
Maquiavelo plantea la primera cuestión en términos quo,
tomados del vocabulario tradicional de los historiadores
y moralistas antiguos, parecen empequeñecer el debate, re­
duciéndole a la discusión clásica de un lugar común. So­
bre la “ liberalidad y la parsimonia” compone un capítulo,
donde el tono y el desarrollo de la discusión recuerdan
demasiado a los moralistas antiguos o a los humanistas
italianos*. Comprueba que los pueblos aman a los prín­
cipes inclinados a la generosidad. Antes de él los huma­
nistas habían exaltado unánimemente la liberalidad de sus
mecenas; tanto el pueblo como la élite instruida se reían
de los soberanos demasiado ahorrativos. Maquiavelo res­
ponde que la liberalidad es una virtud costosa: no se pue­
de practicar a medias. El príncipe gastará asi toda sus
rentas; necesitará dar a su gobierno un carácter fiscal,
exigir estrictamente pesados impuestos. Se atraerá el re­
conocimiento de un pequeño número de privilegiados y el
odio del pueblo. Desde la primera alarma el Estado se
encontrará en peligro. Si el príncipe, por prudencia, in­
tenta volver a una política de economías pierde todo el
prestigio de su liberalidad, y el contraste entre su primera

• II Principe, 16; I, págs. 50-52; "De llber&lltate et paraimo.


A ,
nía", Cf. ristóteles Política, V, 9, 11-12, 1314 a 40-b 18,
318 MAQUIAVEUl

generosidad y su nueva política de ahorro le hace apa­


recer más avaro que los demás*.
Esta demostración clásica debe traducirse en lenguaje
moderno. Se trata de la gestión de las finanzas públicas:
Maquiavelo quiere que sea ahorrativa y. si llega el caso,
avara. Pertenece a esa burguesía florentina que mediante
una severa administración de su fortuna territorial, de
sus empresas industriales, comerciales y financieras, en
su interés y en el de la ciudad, había acumulado un ca­
pital que no despilfarraba alegremente en gastos privados
o públicos. Exige estas virtudes a quien gobierne un Es­
tado. Rechaza toda política de liberalidad presupuestaria,
todo gasto inútil en favor de tales individuos, de tales gru­
pos, de tales clases. Muestra cómo una vez comprometido
en una política de liberalidad financiera el Estado está
perdido. Todos los recursos de que dispone van desapa­
reciendo: el gobierno, obligado constantemente a aumen­
tar los impuestos, arriesga su popularidad y acaba hacién­
dose odioso.
En apoyo de su doctrina, como de costumbre, Maquia­
velo cita ejemplos antiguos y modernos. Para conquistar
el poder César se mostró generoso. Pero si hubiera con­
tinuado durante mucho tiempo esta política de excesiva
liberalidad habría arruinado al Estado, comprometiendo
su obra y su autoridad*. “ En nuestro tiempo sólo hemos
visto realizar grandes empresas a aquellos príncipes a los
que la opinión pública calificaba de avaros.”
Julio II, candidato al pontificado, quiso asegurarse una

10 II Principe, 16; I, pág. 50: "A volersi mantenere tnfra gil


uomini el neme del libérale, c necessario non lasciare indietro
alcuna qualilá di sunluositá... Sará necessilalo alia fine... grava­
re e' populi eslraordinariamente ed essere f tecale... In modo che,
con questa sua llberalitá, avendo offeso gil assal e premiato e’ po-
chl, sente ogni primo disaglo, e periclita ln qualunque primo pe-
rlculo; 11 che oonoscendo lui, e volendosene rltrarre, incorre sú­
bito nelle infamia del misero".
” II Principe, 16; I, pág. 51: “ Cesare con la llberalitá per.
venne alio imperio... ma se pol che vi fu venuto, fussi soprav-
vlssuto e non si fussi temperato do quelle spese, arebbe dcstrut-
to quello imperio".
EL MANE.TO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 319

reputación de hombre generoso. Una vez elegido no le im­


portó nada perderla; prefirió reservarse los recursos que
necesitaba para sus guerras y su política. En Francia
Luis XII pudo realizar numerosas campañas sin necesidad
de imponer a sus súbditos ninguna contribución extraor­
dinaria: su tenaz política de ahorro se lo permitió. Si el
español Fernando se hubiera mostrado pródigo no hubiera
podido meterse en tantas empresas y salir victorioso de
ellas,s.
De esta forma el gobierno, responsable del patrimonio
común y las finanzas públicas, podrá dominar a la opi­
nión. La prodigalidad, que arruina a los pueblos, es una
virtud que no debería gustarles. El príncipe no buscará en
ella una popularidad decepcionante y ruinosa. Maquiavelo
autoriza los dispendios gubernamentales en un solo caso.
Los despojos de enemigos vencidos, tierras confiscadas,
rescates o indemnizaciones de guerra ofrecen al Estado
la ocasión de fáciles liberalidades. En estos momentos no
hay por qué ser tacaño; para un príncipe el gastar ge­
nerosamente los bienes de los demás, lejos de disminuir
su prestigio, lo consolida Salvo en este caso. Maquiavelo
condena toda política de indulgencia financiera y reprueba
a todos los gobiernos que ceden en este punto ante el
público.
Maquiavelo une la cuestión de las bellas artes y la eco­
nomía, más bien que al problema financiero, al de propa­
ganda gubernamental. Sobre este último punto está más

” Ibld., págs. 50-51: "Ne’ noslri tempi, nol non abbiamo vc-
duto fare gran cose se non a quelli che sono statl tenuli miseri;
gil altri essere spenti. Papa Julio II, come si fu servlto del nome
di libérale per aggiugnere al papato, non pensó pol a mantenér­
selo, per polere far guerra; el re di Francia presente ha fatto
tante guerre sanza porre uno dazio eslraordlnario a’ suoi, soJum
perché alie superflue spese ha sumministrato la lunga parsimo­
nia sua; el re di Spagna presente, se fussi tenuto libérale, non
arebbe fatto né vinto tante imprese” .
" ¡bid., pág. 51: "E di quetlo che non é luo, o de’ 6udditi
tuol, si puó essere plü largo donalore, come fu Ciro, Cesare ed
Alessandro; perché lo spendere qucllo degll altri non ti toglie
reputezlone, ma te ne agglugne".
320 MAQUIAVELO

cerca de Cosme que de Lorenzo, demasiado magnífico: “ El


príncipe debe mostrar su predilección por los ingenios,
debe hacer ver que le gusta rodearse de los hombres más
valiosos, honrar a los que sobresalen en su arte” En
materia de economía esboza en algunas líneas un programa
liberal y popular: el gobierno dejará que los ciudadanos
se dediquen a su trabajo, comercio, agricultura, diversas
empresas; no realizará esas amenazadoras investigaciones
sobre la fortuna privada, que desanima a los propietarios
retrayéndoles a realizar la explotación de las grandes fin­
cas; no impondrá esos aplastantes impuestos que frenan
ludo nuevo proyecto de tráfico. Por el contrario, es preciso
dar facilidades a todos aquellos cuyo esfuerzo concurre
al enriquecimiento del Estado” . Pero todos estos detalles
le interesan tan poco que, inmediatamente, pasa a hablar
de la necesidad de ofrecer a los pueblos fiestas, espec­
táculos y diversiones; el príncipe encontrará ahí 1% oca­
sión de cultivar la reputación de hombre humano y gene­
roso, sin perder nada de esa dignidad que debe perma­
necer siempre intacta1*.*

14 II Principe, 21: "Quod principen) deceat ul egregius habea-


tur"; I, pág. 73: “ Debbe ancora un principe mostnarsl amatore
delle virlti, dando recapito allí uomini virtuosi, e onorare g'.i
eccellenti in una arte".
11 Ibld., "Aprcsso debbe animare 11 sua ciltadini di potere quie­
tamente esercilare gil eseroizi loro, e nella mercanzla e nella
agricultura e in ogni allro esercizio degli uomini; e che qucllo
non lema di ornare le sua possessioni per timore ohe le gli sieno
tolte, e quel Pal tro di aprlre uno traffico per paura delle taglle;
ma debbe preparare premi a chi vuol faro queste cose, e a qua-
lunquepensa, in qualunque modo, ampliare la sua citlá o 11 suo
slato". Sobre las muy someras Ideas de Maqulavelo en materia
de economía, véase el estudio de G. A rias , citado, pág. 156, n. 22;
unas breves indicaciones en la obra de J. T mevenet, citado en la
misma página.
** Ibld.: "Tenere occupatl el populi con le teste e spettacull,
raunarsl... con loro qualche vo'.ta, daré di sé semplo di umanitá
e di munificenzia, tenendo sempre ferma nondimanco la maestá
della dignitá sua, perché questo non vuole mal mancare ln cosa
alcuna". Montesquieu, menos familiar que Maquiavelo, expresa de
EL MANEJO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 321

La propaganda está fuera de lugar cuando se trata de


defender el orden y el régimen político. Maquiavelo plan­
tea la cuestión y lleva el debate en un lenguaje tradicio­
nal, que puede modernizarse sin dificultad. Más aún que
la liberalidad, los pueblos quieren encontrar en el príncipe
la clemencia y la dulzura". Pero no conviene practicar
exageradamente la virtud de la piedad. Es un error con­
denar a César Borgia por ciertas medidas crueles que es­
tablecieron en Romanía la unidad del gobierno, la paz y
la confianza pública. Considerando bien las cosas, la ver­
dad es que el pueblo florentino se mostró menos piadoso
cuando, convertido en dueño de Pistoya, vaciló ante algu­
nos rigores necesarios y dejó arruinar la ciudad por las
facciones. Cuando se trate de conservar el Estado, un go­
bierno debe, pues, despreciar el reproche de crueldad. Ma­
quiavelo alega a Virgilio para afirmar que, más que a
cualquier otro, al fundador del Estado se le impone la ne­
cesidad de ser duro; la historia antigua y moderna corro­
boraría esto con numerosos ejemplos. Más que analizar
detalladamente esta cuestión, Maquiavelo se limita a citar
algunas máximas: evitar la precipitación, la inquietud irra-
zonada, el azoramiento; no amedrentarse demasiado rápi­
damente; evitar la confianza excesiva, que conduce a im­
prudencias, y la excesiva desconfianza, que inspira una
serenidad sin medida. Pero cuando el orden o el régimen
se encuentran amenazados la clemencia constituye un error
y una fa lta ” .

la misma manera la necesidad que se impone al principe de man­


tenerse en contacto con un inundo más estrecho; Cahlers, pá­
gina 104: El Principe dehe comunicarse con las personas de su
corte, no lo suficiente para envilecer su dignidad, pero lo bastante
para hacer sentir que vive con los hombres.
" II Principe, 17; I, págs. 52-54: “ De crudclitate et pístate;
el an sit melius amarl quam timerl, vel e contra” .
“ IbUt., pág. 52: “ Era tenuto Cesare Borgia crudele; nondi-
manco quella sua crudeltá avera racccmcia la Romagna, unllola,
ridottala in pace e ln fede... Debbe perianto uno principe non si
curare della infamia di crudele, per tenere 11 suddill suoi unlt.1
e in fede; perché, con pochissimi esempli, sará piü pietoso che
quelli e’ quali, per troppa pietá, lasciono seguiré e* disordlnl, di
21
322 MAQUIAVELO

Como los historiadores antiguos y los moralistas. Ma-


quiavelo se pregunta qué es mejor para un principe, si ser
amado o temido. Zanja esta cuestión clásica según su acos­
tumbrado método. Deberla inspirar a la vez la amistad y
el temor. Pero ya que no podría conseguir esto, vale más el
temor que la amistad: “ Los hombres son, en general, in­
gratos, inconstantes, mentirosos e hipócritas, cobardes ante
el peligro, avarientos. Si les beneficias, están a tu lado,
te ofrecen su sangre, su fortuna, su vida y la de sus hijos,
siempre a condición de que no tengas por el momento
necesidad de ellos. En el momento en que so aproxima el
peligro se sublevan. Un principe que ha fundado toda su
política en sus buenas palabras, y que se encuentra sin
ninguna otra garantía ni recurso, está perdido” . Las amis­
tades que un príncipe se granjea por sus buenos hechos,
pero que no están obligadas a guardarle fidelidad, le son
de poca utilidad. La bajeza de los hombres es tal que se
corre menos riesgo haciéndose temer que haciéndose amar.
El interés destruye en seguida el agradecimiento; por el
contrario, el temor constituye un sentimiento duradero;
el miedo al castigo no se debilita nunca1*.
Por tanto, un principe o un gobierno resuellos a defen­
derse despreciarán la popularidad fácil de los monarcas
bonachones. Pero hay que evitar cuidadosamente la repu­
tación de hombre que se complace en los castigos y en
los suplicios. Y esto lo podrá conseguir el príncipe por la
hipocresía. Será preciso que, al verle y al oírle, parezca
un dechado de humanidad. Que represente ante el pueblo*

che ne nasca occisión! e rapiñe... Nondimanco debbe esserc grave


al credcre e al muoversi, né si fare paura da se slesso...".
** Ibíti., pág. 53: “ Perché dcgli uomini si puó dire questo ge­
neralmente, che sieno ingratl, voiubill, slmulatorl e dissimulalori,
fuggitori de' pericol!, cupidt di guadagno; e mentre fai loro bene,
sono tuttl tua, ofcronU el sangue, la vita, e’ flglluoli, come de
sopra dissi, quando il bisogno é díscolo; ma quanto ti si appressa,
e' si rivoltano. E quel principe che si é lulo fondato In su lie pa­
role loro, trovando si nudo di allre preparazioni, rovina... L’amore
é tenuto da un vinculo di obligo, il quale, per essere gil uomini
trisll, da ognl occasione di propria utilitá i roUo; ma il timore
e tenuto da una paura di pena che non ti abbandona mal”.
EL MANEJO UE LA OPINIÓN PÚBLICA 323

la comedia de la humanidad. Pero a los hombres se les


engaña fácilmente, y el arle de obtener su obediencia y
respeto sin recurrir al odio es poco complicado. Bastará
con no inquietar a los súbditos en la posesión de sus bie­
nes, porque ninguna otra ofensa se perdona más difícil­
mente; bastará con que el príncipe respete sus mujeres;
consejo que no era inútil después de los excesos de esos
tiranos antiguos o italianos a los que Maquiavelo jamás
consideró políticos. Si para el Estado es importante que
muera un sospechoso, y si se puede justificar legalmenle
la sentencia ante la opinión, no debe dudarse nunca. Pero
es preciso tener más en cuenta la riqueza que la sangre.
Porque los hombres olvidan más rápidamente la muerte
de su padre que la pérdida de su patrimonio*. Duras y
frías máximas, que inclinaron a Monlesquieu a pensar
que el genio de Maquiavelo se extraviaba” .

A quien quiera conducir un ejército le es indispensable


una reputación de hombre riguroso. En campaña el jefe
del Estado no temerá incluso pasar por cruel: no hay otra
forma de conservar la autoridad. Aníbal, que guerreaba en
país extranjero con un ejército compuesto de tropas de

“ II Principe, 17; I, pág. 53: “ ... II che fará semprc, quando


si nslenga dalla roba de’ sua citladini e de’ sua suddili, e dalle
donne loro. E quando puré 11 bisognasse procederé contro al san-
gue di alcuno, fado quando vi sia iustificazione conveniente e cau­
sa manlfesta; ma sopra tulto, astenersl dalla roba d'allri, perché
gli uoinini sdlmenlicano piü presto la morte del padre che la
perdita del patrimonio” .
“ Barckhausen, Monlesquieu, V Esprit des Lois el les Archi­
ves de la Bride, Burdeos, 1904, en 4.®, pág. 29: “ Pero el delirio
de Maquiavelo es haber dado a los principes, para mantener su
grandeza, unos principios que sólo son necesarios en un gobierno
despótico, siendo inútiles, peligrosos e incluso impracticables, en
un gobierno monárquico. Esto se debe a que no ha conocido bien
la naturaleza y las características de este último gobierno: lo
que no es digno de su gran espíritu". Por estas lineas debia ter­
minarse el capitulo 9 del libro III. “ Du principe du gouvernement
despotique". Montesquieu prefirió suprimirlas.
3 24 MAQUIAVELO

muy diverso origen y lengua, sólo consiguió infundirlas


respeto mediante una dureza verdaderamente inhumana,
que imponia el temor y la obediencia; sin ella todos sus
talentos no habrían bastado. Los historiadores que admi­
ran sus campañas no tienen razón al juzgarle cruel. A la
inversa, Escipión el Africano, a pesar de todo su tálenlo
militar, vio sublevarse a sus soldados en España a con­
secuencia de la excesiva blandura de su mando. Había de­
jado resquebrajarse una disciplina sobre la cual un prín­
cipe. jefe del ejército, y un gobierno responsable de la di­
rección de una guerra, deben mostrarse tajantes” .

III

Por eso, en todo lo concerniente a la conservación del


Estado, el gobierno sólo decide y acida por sí mismo y
según sus propios intereses. Tales cuestiones se resuelven
autoritariamente. El gobierno, como única fuerza, decide,
ordena y actúa. Queda por definir los terrenos en que
el príncipe debe tener en cuenta la opinión, sin ceder nun­
ca a ella respecto al fondo, y dándola únicamente satisfac­
ciones aparentes e ilusorias.

La religión es lo más importante. En El Príncipe Ma-


quiavelo no insiste” . No podía expresar todo su pensa­
miento en un escrito que destinaba al público. Sin embar­
go. desarrolla libremente esta cuestión en un capítulo de
los Discursos. Como el pacto constitucional de un Estado
civil, la autoridad de hecho creada por un déspota sólo
puede encontrar un apoyo verdaderamente estable en la
religión. La psicología de los pueblos ofrece su concurso*

** ll Principe, 17: I, pág. 53: "Ma quando el principe 6 con


gil esercill e ha ln governo moltltudine di soldatl, allora tutto 6
necessarlo non si curare del nome di •crudele...".
” l l Principe, 18: págs. 56-57: “ Tutto plctá... tutto religione”.
Véase pig. 206, n. 12.
EL MANEJO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 325

a la política. Si el temor religioso acaba debilitándose, el


gobierno lo suple mal por el temor de los tribunales; los
efectos son aquí limitados y variables; por el contrario,
los efectos del sentimiento religioso son permanentes***.
Príncipes o republicanos deben, sobre todo, velar por la
conservación de las creencias y el culto, mantener una re­
ligión de Estado, y sacerdotes cuya palabra y acción que­
den subordinadas a los fines del Estado. Un político no
estará obligado a seguir en todo su opinión. Sería dema­
siado. Pero evitará contradecirles públicamente, les con­
cederá todos los signos del respeto, castigará toda ofensa
pública al dogma o a los ministros de la Iglesia y practi­
cará ostensiblemente la religión, incluso si él no cree en
ella ” .
Así se define, frente a la opinión, la política religiosa
del gobierno. Maquiavelo respeta el apego del pueblo a las
formas del culto y las tradiciones sagradas. Demuestra él
mismo una piedad que place a los simples y alegra a la
Iglesia. Pero, al mismo tiempo que se conforma a las exi­
gencias de la opinión, la dirige. A cambio de las aten­
ciones y privilegios concedidos por el Estado exige que
el clérigo, por la palabra y la acción, apoye sus medidas
administrativas y sus leyes, sus empresas exteriores, ase­
gurándole la fidelidad y obediencia de las poblaciones. De
todas las virtudes que un príncipe debe aparentar el res­
peto de la religión es la más necesaria".

La política extranjera no tiene en cuenta al súbdito;


constituye el secreto esencial de los gobiernos. Erasmo

* Discorsl, I, 12; I, págs. 128-130; véanse págs. 206-209, I, 11;


I, págs. 125-128: “ Delle religlone de* Romanl” ; pág. 127: “ Dove
manca 11 limore di Dio, conviene o che quel regno rovinl, o che
sia soslenuto dal limore d’uno principe che sopperlsca a' difetll
delta religlone. E perché i prlncipl son o di corta vita, conviene
che quel regno manchi presto...” .
* Véase pág. 206, n. 12.
* 11 Principe, 18; I, pág. 57: “ E non é cosa plü necessarla
a parere di avere che questa ultima quailtá".
326 MAQUIAVELO

critica el derecho de paz y de guerra que la costumbre re­


serva a los príncipes, y acaba formulando la obligación por
parte de éstos de tener en cuenta la opinión del país y
obtener su consentimiento, en cualquier caso que se pro­
duzca una declaración de guerra". Maquiavelo no se plan­
tea ni un solo instante esta cuestión. En una monarquía
el príncipe es el .único juez de la oportunidad de la gue­
rra. En una república la guerra es asunto del gobierno, y
sólo algunos deciden sobre ella; el Senado romano, la Se­
ñoría y los Diez de la Libertad y de la Paz. Pero si el
pueblo no tiene por qué dar su opinión quiere creer por
lo menos que a su gobierno le asiste el derecho, y que sus
reivindicaciones están de acuerdo con la letra y el espí­
ritu de los tratados. Quiere creer que sus gobernantes han
mantenido la palabra dada y que la responsabilidad de los
acontecimientos pertenece por completo al enemigo. Ma­
quiavelo ha definido su doctrina sobre la observación de
los tratados; ningún gobierno está obligado a cumplirlos,
cuando ha firmado bajo la presión do la fuerza o cuando
las condiciones de la política general o particular que le
han conducido a firmar ya no subsisten, o se han modi­
ficado desventajosamente para él. Por lo menos debe te­
nerse en cuenta la opinión, en el extranjero y en el país;
en el extranjero porque el gobierno debe cuidar de su
crédito; en el interior porque la simplicidad de los pue­
blos es tal que podrían dudar del éxito de una empresa
en la que vieran que la justicia estaba al lado del adver­
sario. En semejante caso la mayor torpeza es enfrentarse
demasiado insolentemente con la moral común. Maquia­
velo pensaba, sin duda, que Francisco 1 no hubiera debido
romper el tratado de Madrid inmediatamente y sin expli­
cación. Error de débil consecuencia en el reino, puesto que
ante la opinión nacional el rey no se deshonraba nunca;
pero grave ante Europa, donde la autoridad moral del go­
bierno francés se encontraría comprometida durante mu­
cho tiempo. Es preciso, pues, que un gobierno sepa men­
tir, disimular, presentar bajo apariencias honorables to­

V A. Renaudet, Eluden érasmlennes, pág. 102.


EL MANEJO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 327

das las transgresiones a la letra y el espíritu de los tra­


tados. La simplicidad de los hombres hace esta tarea fácil
para la diplomacia. Lo esencial es echar sobre el adver­
sario toda la responsabilidad de los acontecimientos".
Aqui se encuentra planteada de nuevo la cuestión de los
diversos medios que permiten preparar a la opinión en
el interior y en el exterior. Maquiavelo no los define. Pero
se puede completar fácilmente su pensamiento, que lleva
a un problema práctico de propaganda oficial y oficioso.
Problema de la utilización del clérigo, de esos predica'
dores seculares y regulares que Erasmo deploraba con­
templar como encargados, en todos los países, de garan­
tizar a los ejércitos rivales la asistencia divina; problema
de la utilización de la prensa y de esos publicistas más o
menos oficiosos cuyo concurso apelaba la política del si­
glo xvi. Cuando un Estado se compromete en cualquier
gran avenLura, los agentes de propaganda, clérigos y lai­
cos tendrán por tarea demostrar al extranjero y a los na­
cionales que tres de las virtudes a las que los hombres
se atienen, la buena fe, el respeto del derecho y el horror
por la sangre vertida, aparecen evidentemente a su lado".

Asi se desarrolla lo que. en la doctrina de Maquiavelo.


puede llamarse manejo de la opinión pública. Este ma­
nejo recurre esencialmente a dos medios: la fuerza y la
simulación. El empleo de uno u otro deberá resolverse
según la naturaleza de las cuestiones en litigio, según los
intereses en juego, según la utilidad práctica del Estado;
y es la razón de Estado la que decide como árbitro supre-*

* ti Principe, 18; I, págs. 55-56: “ Né mai a uno principe man-


corono cngloni leggltime di coloriré la inosservanzia... Ma é ne­
cesario questa natura saperia bene coloriré... E seno tanto sem-
pllci gil uarrilni.,., che colul che lnganna troverrá sempre chl si
lascará Ingannore".
" Ibtd., págs. 56-57: “ Tutto fede, tullo integrltá, tutto umani-
U, tutto religlone".
328 MAGUIA VELO

mo el empleo de una u o t r a D o c t r in a singularmente pe-


simista y brutal que descansa a la vez en el desprecio de
los hombres, en su facilidad para engañarse y dejarse
engañar, y en la exaltación de la única grandeza humana
que Maquiavelo reconoce: la del Estado.

■ II Principe, 18; I, pág. 57: “ Faccl dunque uno principe di


vlncere e mantenere lo stato: e’ mezzl saranno semprc iudlsati
onorevoli e daciascuno laudad
C a p ít u l o V

LA POSTURA DE MAQUI A VELO

He ahí cómo Maquiavelo, durante catorce años de vía-


jes diplomáticos y acción gubernamental, y otros quince
de desilusiones, aburrimiento y meditaciones solitarias, se
había esforzado en definir un pensamiento voluntariamen­
te enigmático y huidizo. La dura nitidez de fórmulas con­
cisas y desdeñosas contrasta en su obra con la aparente
incertidumbre de una doble doctrina cuyas tesis no in­
tentan ocultar sus antinomias. La teoría monárquica de
Maquiavelo se desarrolla según las reglas de un método
que, exigente frente a la evidencia, elige y critica, ordena
y dispone unas nociones tomadas de la experiencia con­
temporánea y de la historia. Esta demostración se desvía
de los modelos clásicos y desdeña también a los filósofos
o teólogos dedicados a conciliar el arte de gobernar a los
hombres con la ética racional o el Evangelio. La teoría re­
publicana se desarrolla en una glosa genial, pero incom­
pleta, en la obra mutilada de un historiador republicano.
Obra que se muestra igualmente indiferente con todo aque­
llo que no se identifica con el bien público y la conser­
vación del Estado, igualmente fundada sobre una cons­
tante confrontación del presente y el pasado, aunque el
cansancio, la sujeción a otras tareas y la temprana muerte
impidieran aquí al autor resumir la evidencia de sus con­
clusiones en un apretado encadenamiento de teoremas,
como hizo en el libro del Principe.
330 MAQUIAVELO

La primera le había servido para justificar un ideal de


acción entrevisto durante algunos años, los que van desde
el triste otoño de 1513 al fin prematuro de Lorenzo el
Magnífico. Acción igualmente incierta; mezquina en cuan­
to a los protagonistas que se eligieron para llevarla a cabo
y que se desinteresaron de ella, grandiosa por el proyecto
de restauración nacional que le prestaba su razón de ser,
dándole un vuelo a la medida de Italia. Al final El Prín-
cipe queda reducido a un duro breviario lo suficientemente
inflexible en sus principios y su conducta como para im­
ponerse, lo bastante bienhechor en sus efectos como para
poder durar; pero cuya técnica, revelada sin reticencias,
podía ofrecer, a algún tirano ingenioso y solapado, las po­
sibilidades de un éxito fácil y detestable: el cardenal Ri-
chelicu afirma que ciertas máximas, buenas para los gran­
des espíritus, abrirían a las almas mediocres un camino
a la tiranía’. De hecho, puede admitirse que, para quien
quiera captar su sentido profundo. El Principe resume la
teoría de un despotismo ilustrado que, concediendo poca
confianza al corazón de los hombres, y menos aún a su
alma, persiste en conducirlos pese a ellos y por la fuerza
a un orden concebido por la razón.
Entristecido por la desaparición do los dos jóvenes Mé-
dicis a los que había brindado inútilmente la ocasión de
realizar una obra heroica, después de 1519, Maquiavelo
sólo deseaba ya pensar en la reforma republicana de Flo­
rencia. Su proyecto, ajustado a las necesidades de un pe­
queño Estado italiano, se limitaba a la reconstrucción de
una república capaz de alcanzar la estabilidad en el fu­
turo. Poco importa que para conciliar la virtud republi­
cana y el honor monárquico el secretario florentino haya
podido admitir —.hipótesis arriesgada— el concurso de un
príncipe ciudadano, seducido por la grandeza de su renun­
cia. La doctrina política de Maquiavelo fue a partir de
ahora republicana. Pero a la ciudad de Maquiavelo le fal-1

1 Máximes d'Etut, publicado por G. Hanotaux, en "Collection


de Documenta Inédits”, Mélanges hlstortques, III, París, 1880,
en 4.°; núm. CXXV, pág. 785.
LA POSTURA DE MAQUIAVELO 331

taba lo que había faltado a la ciudad antigua y a la co­


muna medieval; entre esas necesarias libertades que Thiers
enumerará un día sólo se hubiera podido encontrar la de
seguridad pública. El Maquiavelo republicano nunca se
tomó la molestia de definir detalladamente los derechos
de los ciudadanos. Como la monarquía, la república de Ma-
quiavelo es un Estado que se interesa primero por su
conservación y lucha por su grandeza. Monárquica o re­
publicana, la política de Maquiavelo no se propuso como
finalidad asegurar a los ciudadanos el pleno desarrollo de
su personalidad humana por medio de una serie de de­
rechos continuamente ampliados. Lo que el florentino pro­
pone es asegurar la conservación y poder del Estado, por
medio del esfuerzo dirigido de los individuos, por medio
de la exigida dedicación de los individuos. La única di­
ferencia entre su política republicana y su política mo­
nárquica estriba en la diferente naturaleza que reviste esta
colaboración común en pro de la grandeza y conservación
del Estado: en el primer caso los ciudadanos están liga­
dos a esta empresa en virtud de un deber de obediencia
personal hacia el soberano; en el segundo, en virtud de
un contrato teórico concluido entre iguales.

Después de reducida a sus tesis esenciales, la doctrina


monárquica de Maquiavelo pudiera parecer breve y decep­
cionante, estrecha y limitada al horizonte de su príncipe:
pequeño señor, jefe de un pequeño Estado, como el tirano
de la antigüedad griega, o el tirano italiano de los si­
glos x iv y x v ; como César Borgia. Salta a la vista que el
autor ha omitido a propósito algunos luminosos ejemplos
que le ofrecía la historia antigua y que le hubieran per­
mitido estudiar la acción del príncipe extendida a los más
lejanos límites del mundo civilizado. En las grandes mo­
narquías que se disputaban ya en Europa, sobre los cam­
pos de batalla italianos, el prestigio, la riqueza y el po­
der, la obra reciente de un Fernando el Católico hubiera
merecido atraer la atención de un teórico de la monar-
332 MAQUIAVELO

qufa. “ Nerva César ■—escribe Tácito— ha unido dos co­


sas en otro tiempo incompatibles: el poder del príncipe y
las instituciones libres; Trajano va haciendo cada día más
suave su autoridad" Pero el canciller florentino apenas
aborda el debate de si es posible en una monarquía mo­
derada conciliar las formas republicanas con las formas
monárquicas. Sabe los beneficios que aportó al mundo an­
tiguo la moderación de algunos emperadores a los que un
largo establecimiento en el poder inclinaba al liberalis­
mo; pero apenas quiso considerar otra cosa que la insta­
lación a veces trágica, la mayor parle de las veces vio­
lenta. de un nuevo príncipe, y la conservación de una
autoridad conquistada a menudo después de grandes lu­
chas. Y por eso, más que la legalidad, lo que sobre todo
toma en consideración es la fuerza.
La doctrina republicana de los Discursos sobre la pri­
mera década puede parecer también incompleta y elemen­
tal. A grandes rasgos se resumen en ella la conducta de la
ciudad antigua, la república ateniense y la república ro­
mana de aquellos lejanos tiempos en que T ilo Livio, es­
cribiendo esos diez primeros libros, se hizo historiador;
Roma no era todavía la capital de un imperio. Esta doc­
trina podía ser apropiada para Florencia, encerrada en
el centro de sus dominios toscanos; no tanto para Vene-
cia, colonizadora y dueña del comercio oriental. Pero se
necesitaría cierto esfuerzo de interpretación y acomoda­
miento para adaptarla a las necesidades y deberes de una
gran república moderna.

La doble teoría de Maquiavelo conserva así un regusto


primitivo, arcaico, en armonía con los aspectos de un
mundo desvanecido. Y, sin embargo, en los límites que
voluntariamente acepta, en el cuadro de un estudio volun­
tariamente restringido a algunos tipos elementales, a pesar
del carácter muchas veces sucinto de las máximas a que*

* Vi/íi Oí. Jnlii Agricolae, 3.


LA POSTURA DE MAQU1AVELO 333

conduce, la doctrina conserva una solidez clásica. Como


Montesquieu, Maquiavelo plantea principios y ve cómo los
casos particulares se pliegan a ellos naturalmente. La re­
ducción, de acuerdo con los principios humanistas, de los
problemas de toda polftica a los términos en que los con­
cebía la antigüedad grecorromana, tiene por fin y efecto
el desprender de ellos los elementos esenciales y perma­
nentes; permite construir un sistema inquebrantable de
axiomas que son válidos para los primeros momentos de
todo gran esfuerzo político. El Príncipe resume en reglas
sumarias y prácticas la creación, defensa y progreso de
una monarquía autoritaria, que resulta una forma todavía
vacía: pero la evolución de la sociedad que ella somete a
la disciplina del Estado irá concillando poco a poco las
necesidades de una historia en perpetuo movimiento con
el espíritu de las leyes. He ahí cómo el imperio de Nerva,
de Trajano, de los Anloninos, en virtud de una evolución
condicionada por los cambios del mundo romano, nace de
la dictadura de César y del imperio de Augusto, sin que
se borren de él los rasgos de la fundación primitiva. Los
discursos sobre la primera década codifican el arte de ins­
tituir y conservar una república donde la autoridad ne­
cesaria del ejecutivo se concilia con la tutela de intereses
aristocráticos y populares; donde la Constitución, que ase­
gura el mantenimiento de algunos derechos esenciales,
descuida la regulación de importantes libertades; donde el
legislador no parece realmente interesarse por la econo­
mía ni los problemas sociales. Pero cuando sea necesario
adaptar a las necesidades, a los deseos y a las ideas de una
ciudad políticamente viva* el texto de la primera Consti­
tución, el propio espíritu de estas leyes orgánicas deter­
minará el sentido de su revisión. La grandeza de Maquia­
velo estriba en el hecho de haber querido tratar única­
mente de principios, de comienzos y a veces do nuevos co­
mienzos. En el detalle de la aplicación de estos principios,
Aristóteles, de genio más verdaderamente realista, había•

• Véase pág. 219, n. 48: “ Una clttá che ancora viva politica­
mente”.
334 m a q u ia v e l o

llegado más lejos que él. Inslruido por Maquiavelo y por


dos siglos de una nueva historia. Montosquieu. cuyo pro­
yecto más amplio se acomoda en el fondo con el sobrio
esbozo de Maquiavelo. tendrá más cosas que decir sobre
la práctica e incluso sobre los principios. El secretario flo­
rentino sólo había deseado Irabajar para los fundadores
y reformadores. A ellos se dirigía, y continúa dirigién­
dose, una obra clásica.

II

Más que un cuerpo de doctrina, Maquiavelo nos ha de­


jado. pues, una determinada actitud ante los hechos. Es
preciso intentar captar esta actitud con ayuda, sobre todo,
de sus dos grandes libros. El detalle de su actividad política
y diplomática, el detalle pintoresco y a veces trágico de su
vida y su carrera, pertenecen a la historia de Florencia
y de Italia; sus comedias, sus relatos y sus versos perte­
necen a la historia de las letras italianas; la herencia de
su filosofía política pertenece a la historia general del
pensamiento.
* • •

El humanismo florentino había restituido la antigüedad


griega al mundo moderno; conducía de nuevo la política
y la filosofía como en sus principios. Maquiavelo no es
griego. El autor del Principe o de los Discursos sobre Tilo
Divio puede acordarse de las tiranías o las ciudades libres
que nacieron y crecieron sobre el sol de Ilélade o del Asia
menor, de la Italia meridional o de Sicilia. Pero no es la
Grecia victoriosa en Salainina o en Platea quien le ense­
ña la grandeza cívica y nacional; no 63 el helenismo de los
suoesores de Alejandro quien le reveló la tarea universal
de una civilización superior. En el pasado griego Maquia­
velo ha considerado, sobre todo, algunos luminosos logros
de política republicana o autoritaria. El culto que, como
Monlesquieu, reserva a los legisladores de genio, y que
conducirá a este último a no rechazar sumariamente la
LA POSTURA DE MAQUIAVELO 335

república de Platón, se niega, sin embargo, a este profeta


inerme *.
* La política de Aristóteles, subordinada a una
ética que desea, sobre lodo, el perfeccionamiento del tipo
humano, apenas puede ofrecer a su deseo de realizaciones
ciertas otra cosa que el análisis de formas constitucionales
y proyectos de organización. El secretario florentino no es
lo bastante humanista como para poder entender bien a
Aristóteles. Montesquieu asegura que nunca se puede aban­
donar a los romanos*; Maquiavelo ofrece la prueba de
esta afirmación; queda prisionero de su historia. Admira
apasionadamente la obra de esta república, cuyas magis­
traturas y comicios describe Polibio, cuya Constitución
analiza Cicerón, teórico del derecho público. Le gusta la
sabiduría de este régimen que él juzga libre, moderado,
perfeccionable; contempla con alegría los éxitos de una
ciudad soberana del mundo por la fuerza de sus leyes
republicanas. Tito Livio pensaba volver a ser el contem­
poráneo de los cónsules y pretores que habían fundado
el gobierno senatorial y asegurado su defensa; en las ve­
ladas de San Casciano Maquiavelo les ha interrogado apa­
sionadamente. Pero Roma se ha convertido para él en la
república dueña de un imperio conquistado; en tanto que
súbdita de un emperador, no cuenta a sus ojos. La histo­
ria romana sólo le ha instruido hasta Farsalia; no ha pe­
dido a los Césares ningún consejo, ninguna lección. Ha
empequeñecido con exceso la inmensa historia de Roma.
Después de la guerra civil el mundo le ha parecido vacío,
pobre de grandes hombres, rico en ejemplos nefastos y
en traiciones malignas. Ningún admirador de Roma ha ne­
gado más resueltamente que él todo lo que, en la obra
histórica de la ciudad eterna, ha contribuido más pode­
rosamente a la formación de los pueblos modernos; el tra­
bajo, prolongado durante cuatro siglos, de la administra­
ción imperial; la enseñanza cuatro veces secular de los
jurisconsultos. Es en esta medida, con estos fuertes prejui­
cios, como Maquiavelo se siente romano. Su pasión romana

* Véase pág. 50 y n. 16.


• Kspril des Lote, XI, 13.
336 Ma OCIAVELO

se exalta en un desesperado esfuerzo por resucitar un ré­


gimen y una tradición desde Sila heridos de muerte.
Aparece así como el auténtico precursor de los jacobi­
nos. Se ha inspirado en la lectura de los mismos libros,
en el culto de los mismos grandes hombres, en la medita­
ción de idénticas escenas de la historia. Ha aprendido de
Tito Livio, Cicerón, Tácito o Plutarco las mismas admira­
ciones, los mismos desprecios y los mismos odios. Sin
embargo, para aquéllos, y en eso se diferencian de Ma-
quiavelo, el entusiasmo cívico no es suficiente. Deseaban,
además, modelar el nuevo mundo según algunas nuevas
concepciones, algunas apasionadas afirmaciones del sen­
timiento. Maquiavelo, tan dispuesto como ellos a descu­
brir y desear en la historia universal la bienhechora in­
tervención de un legislador de genio, se siente más atado
por ciertas lecciones de prudencia y mesura que debe al
positivismo romano, a la estrecha concepción romana del
Estado.

De esta forma Maquiavelo busca libremente, en la doble


tradición antigua, las certezas que podían devolver a un
militante vencido el gusto por la vida. Con idéntica in­
dependencia recibe o rechaza las tradiciones o formas del
espíritu que se imponían los hombres de su tiempo. Y las
somete a una crítica en que sólo la dedicación cívica al­
canza el más alto grado de la virtud humana.
No comprende, no ama al cristianismo. Mucho antes que
Federico Nielzsche, afirma que la liorna católica, por su
exaltación de la humildad, ha destruido en el mundo mo­
derno la energía creadora. Rechaza como una quimera con­
cebida por espíritus bárbaros, mal informados de las rea­
lidades y grandezas terrestres, ese universalismo católico
en el que Dante, a pesar do Florencia e Italia, reunía a
los pueblos reconciliados. Ni la cristiandad ni la huma­
nidad le interesan: sólo la nación. Su ideal de hombre de
Estado sólo puede admitir una religión de Estado, capaz
de enseñar una moral de acción cívica, de adhesión activa
a una política nacional. Asegura que, en sus orígenes, el
LA POSTURA DE MAQUIA\ EWl 337

cristianismo presentaba ese carácter, y que los modernos


lo comprendieron mal y le desviaron de este camino. De­
seoso, ante todo, de garantizar el servicio del Estado y
la nación, Maquiavelo condena al catolicismo medieval,
porque permanece indiferente a la nación y enseña al in­
dividuo virtudes de las que la nación no podría enorgu­
llecerse. Poco importan los progresos y la perfección de
la vida interior si sólo el individuo debe ganar allí la sal­
vación: los viejos florentinos preferían el bien de su
ciudad a su parte del paraíso; el propio interés espiritual
del individuo no cuenta frente a los intereses de la ciudad
o la nación. Maquiavelo se aleja también con indiferencia,
cólera y rencor de los santos y ascetas que ofrecen a los
modernos la seducción de un ideal inútilmente humillado.
Parece soñar con una reforma que sustituya el cristianis­
mo de los padres y los monjes con el cristianismo heroico
de los soldados y ciudadanos.
El humanismo le afirmaba también, en nombre de otras
doctrinas, el precio infinito de las almas individuales. En
los primeros discípulos de Petrarca, como en las escuelas
modernas y más evolucionadas, que, sin embargo, no po­
dían olvidar que le debían su primera iniciación, el espl­
ritualismo griego y el ideal helénico de grandeza humana
por la nobleza del pensamiento coincidían con el patrio­
tismo un poco elemental de Roma y su ideal de grandeza
humana por la virtud cívica. Un cristianismo sosegado se
concillaba con un helenismo consciente de lo trágico de
la vida mortal. El secretario florentino no recibió estas
lecciones. Y no solamente porque su saber, sus lecturas,
sus gustos y sus apasionamientos no eran los de un Mar-
silio Ficino o un Poliziano. Porque, en efecto, el humanismo
contenía una élica espiritualista y fácilmente cristiana.
Se fundaba sobre el dogma, aceptado sin demasiadas re­
servas, o sobre una especie de platonismo sin doctrina,
pronto a entenderse con el Evangelio. Su élica no podía
seducir a Maquiavelo, como no le podía seducir la reli­
gión o la metafísica de los humanistas. Sus principios eran
otros, su ética se orientaba según otros puntos de vista.
Le gustaba afrontar a todo trance, en un contraste casi
338 MAQUIAVELO

trivial, la fortuna y la virtud; la fortuna, sus absurdos


favores, su absurda malignidad, y la virtud, es decir, la
grandeza de alma, la fuerza de carácter, el valor y el ta­
lento. Así, la malignidad de la fortuna había arruinado la
obra de César Borgia. dispuesto a fundar un reino. Así
también ofrecía a los Médicis un porvenir de grandeza
nacional que ellos, faltos de virtud, no aceptaron. Pero
la virtud de Roma, estimulada por la necesidad, venció a
la fortuna*.

III

En las primeras décadas del siglo x vi la ética de Ma-


quiavelo constituye una novedad. La ética de los cristia­
nos tiene por centro el alma humana y su salvación; la
ética humanista, el alma humana y su grandeza. Una y
otra tienen por objeto al individuo y por fin su destino,
bien se trate de sustraerle a la común bajeza, o de al­
zarle de una caída y curarle sus aflicciones. La ética de
Maquiavelo no se preocupa del individuo y su destino:
sólo le pide que sirva al Estado. Es, ante lodo, una ética
de las obligaciones del hombre respecto a una obra que
sobrepasa su horizonte.
En efecto, estas obligaciones se resumen en una sola:
la obediencia del ciudadano y del soldado a las órdenes
del Estado. La necesidad de obedecer le impone deberes y
no le reconoce derechos; el Estado puede retirarle siem­
pre las libertades concedidas. De esta forma, los grandes
fundadores de órdenes sometieron a sus religiosos a una
disciplina apasionadamente aceptada. Entre sus contem­
poráneos Maquiavelo está más cerca de Ignacio de Loyola
que de Erasmo. El secretario florentino reclamaba, sin
duda, un mínimo de seguridad, de libertad republicana.
Pero, si es preciso, su república romana y jacobina exige
del individuo la renuncia y la abdicación; el Estado, repu­
blicano o autoritario, ejerce su imperio más allá del bien

• Véase pág. 153, n. 18, y Dlscorsl, II, 1, I, pág. 234: “E per­


ché clascuno possa megllo conoscere quanto possa p!ti la vlrtú
che la fortuna",
LA POSTl'KA DE MAQU1AVELO 339

y del mal. y hasta la muerte, sobre el individuo. En el


momento en que se trata de servir al Estado, el centro del
debate se desplaza; el imperativo de la ley moral pierde
su carácter absoluto y se reduce al deber de obedecer; el
problema ético sólo se plantea para quien manda en nom­
bre del Estado. No hay más ética que la del gobierno.

Para establecer los preceptos de esta ética habría que


definir previamente el Estado y explicar su papel hu­
mano. El secretario florentino no entra en estas cuestio­
nes; toma el Estado como un hecho; ofrece al Estado sus
servicios y los servicios de los hombres. Parece reconocer
tácitamente en él el garante y tutor de los bienes que
crea la vida de sociedad, y que no se toma el trabajo de
enumerar. Porque para ello tendría que plantear el pro­
blema mismo de la civilización humana, recorrer pacien­
temente los pasos de Platón, Aristóteles o Santo Tomás.
Y no deseaba volver abrir largns discusiones. Las concep­
ciones del Estado, de su papel, de sus exigencias lícitas,
de los deberes de los gobernantes, varían según la idea
que las diferentes escuelas hayan podido hacerse sobre la
civilización, su evolución posible y sus fines ideales. Ma-
quiavelo. sumariamente, acepta el ideal que le ofrecen el
ejemplo de la primera sociedad romana y del gobierno que
ha creado, la república senatorial y consular; combinación
moderada de aristocracia y democracia, de osadía inno­
vadora y tradicionalismo conservador. Pero apenas llegó
a analizar otra cosa que su mecanismo constitucional y po­
lítico; no intentó comprender, como historiador de la eco­
nomía y la sociedad, el tipo de civilización que ha creado,
para sus necesidades y defensa, la república romana. Su­
mariamente definió la ética gubernamental según la de
un Estado cuya naturaleza profunda no ha descrito.
Al que ordena en nombre del Estado, esta ética sólo le
impone un deber: el de conservarlo. En consideración a
este fin permite la utilización de todos los medios, sin
tener en cuenta para nada las leyes que regulan las reía-
340 MAQUIAVELO

oiones humanas. Así se formula el código de esta razón


de Estado’ , que Maquiavelo nunca nombró, pero que, re-
publicano o monárquico, impuso siempre n gobernantes y
gobernados. Como la conservación del Estado exige fuerza
y poder, la ética gubernamental prescribo el mantenimien­
to. la preservación y, si es preciso, la sabia reforma de las
leyes constitucionales; la conservación del equilibrio so­
cial y de la paz social: la conservación y el engrandeci­
miento de la fuerza militar, la riqueza privada y pública.
Desdeñoso de la economía, Maquiavelo no se tomó el tra­
bajo de mostrar de antemano, a los mercantilislas del si­
glo x v ii , cómo el comercio y la industria crean los recur­
sos financieros del Eslado; en el Arfe de. la. guerra, los
Discursos y El Principe lia tratado extensamente de las
cuestiones militares; pero apenas se ha detenido en los
problemas sociales. Aplica más gustosamente su genio de
historiador político al estudio de las condiciones que. en
un Estado autoritario y sobre todo republicano, aseguran
el equilibrio y la fuerza política. La ética gubernamental
se reduce así a una técnica del gobierno más eficaz.

Semejante técnica admite la doble primacía del arle mi­


litar y el arte político. El individuo es, ante todo, soldado
y ciudadano: el Estado es primero militar y político. Don­
de falta la buena organización del ejército no hay buenas
leyes; no hay buena organización del ejército donde no
hay buenas leyes. Las demás formas de la actividad hu­
mana deben quedar subordinadas a la política y defensa
del Eslado por las armas.
Pertenece, pues, a la política el regular y disciplinar,
según sus fines, la vida espiritual de los individuos y la
acción do las Iglesias; lo que conduce necesariamente a
instituir, entre ellas y e! Estado, una colaboración en la
que ambas corren el riesgo de tener que sacrificar liber-

’ Cfr. F reidrigii M eixecke, Pie Idee der Staatsrason (Véase


bibliografía), págs. 30 y 33-60, sobre el origen de la palabra
“ razón de Estado".
LA POSTURA DE MAQUIAVELO 341

ladea esenciales. Pertenece también a la política el admi­


tir o rechazar, en última instancia, la oportunidad de toda
modificación del régimen social sobre el que reposan el
orden tradicional de la ciudad, el equilibrio y estabilidad
del Estado. Pese al somero liberalismo que Maquiavelo
parece admitir en economía, la lógica de la doctrina de­
bería conducir a la idea de una organización del trabajo
exactamente controlada y dirigida; a la dictadura indus­
trial o comercial de un Colberl o de un Federico II.
Los deberes del Estado y el gobierno hacia el individuo
se ordenan según la misma ética de defensa y fuerza. Ma-
quiavelo les reduce a poca cosa. Sólo pide para el indi­
viduo el mínimo de libertad y seguridad sin la que el hom­
bre. moral y físicamente disminuido, pierde, además del
gusto por el Irabajo y la acción, la aptitud para el ser­
vicio.
Este republicano no se molestó en definir, con una pre­
cisión exigente, los derechos naturales del ciudadano; se
acomoda fácilmente a un despotismo ilustrado. El espíritu
socialista le es extraño. En las Leyes Platón había escrito
que el Estado perfecto es primero aquel en el que se rea­
liza la comunidad de bienes y que, después, los Estados
mejor organizados son aquellos que se aproximan más a
esta comunidad**. Tomás Moro, contemporáneo de Maquia-
velo, lo habla vuelto a decir en un lenguaje en el que la
emoción evangélica se templaba con la ironía erasmiana*.
El secretario florentino, que no desarrolla las consecuen­
cias económicas de su doctrina, que acepta la herencia de
la historia y, adoctrinado por el estudio dei pasado ro­
mano. teme las turbulentas consecuencias de las leyes agra­
rias, no atribuye de buen grado a la autoridad pública el
papel de una Providencia: no inscribirla en su programa la
necesidad de mejorar las condiciones materiales y morales
do los proletarios. En general, y salvo en trágicas circuns­
tancias, no parece desear la intervención del magistrado

* Nóiíoi, V, 10, 739, E: « . . . 5 ó 5fi irapáSeiyiaú ve ttoAiteIos


oúk )V
<5cAAt| xpñ okotteIv, <3tAA’ ¿x°l^vou5 Taúrqs tt oti tiáAtara
TOiaÚTqv 3T)teTv Serró Sóvaoiv».
* Véase pág. 230, n. 33.
342 MAQUIAVELO

o del príncipe para disciplinar, según ciertos principios de


justicia y humanidad, las relaciones, ya difíciles y tumul­
tuosas en Florencia, del capital y del trabajo.

Así define Mnquiavelo las reglas de acción y de con­


ducta que impone a los jefes monárquicos y republicanos
de los Estados. Los errores que quiere evitarles los pre­
senta, por eso mismo, más dura y nítidamente.
Condena lodo gobierno cuya acción sólo sirve a benefi­
cios particulares: monarquía en la que el príncipe prosi­
gue únicamente satisfacciones de comodidad personal u
orgullo fa m iliar” ; república dominada, como en el caso de
Florencia, por un pequeño número de familias, obstinadas
en confundir el bien del Estado con la prosperidad de su
negocio, su industria, su banca. En una ciudad libre desea,
sin duda, juzgándolo beneficioso, la acción de grandes par­
tidos. organizados, como en Roma, para la defensa de al­
gunos principios y ciertos intereses colectivos. Pero el go­
bierno sólo puede realizar una verdadera obra guberna­
mental si se mantiene por encima de los partidos, do los
principios del partido, de los intereses de casta” . Tomás
iMoro escribió que el arte de gobernar a los hombres pa­
recía reducirse a una amistad secreia de los ricos que,
bajo pretexto del bien público, arreglaban enlre ellos los
asuntos privados ". En el siglo xvnr otro gran inglés. Wil-
liam Pitt, intentó interrumpir esta práctica de los gobier­
nos de partidos y clases, cuyas taras parecía haber denun­
ciado antes el amigo de Erasmo; sin alcanzar demasiado*1

" Nscorsl, III, 8; I, pAg. 360; “ Una hruita cupldlla di regna-


re". Ibld., II, 2; 1, pAg. 236: “ Al conlrorior interviene quando vi
v uno principe, dovo 11 piü delle volle quello che fa per lui of­
rende la cllli. e quello che fa por la cittá offende luí".
11 Benedetto choce, Síoria di Europa nel secóla decimonono,
Barí, 1932, en 8.°, pAgs. 165-106: "Di un governo che faccla vera­
mente opera política, c impossihile o affatlo arbitrario dire che
esso sla aristocrático o borghese o plccolo borghese, perche esso
comprende di necessltá queste e tulle le altre ctassi o ter.de a
superarle tulle” .
15 Véase pAg. 230, n. 83.
LA POSTURA DE MAQUIAVELO 343

éxito intentaría la creación de un gobierno ajeno y supe-


rios a las Ligas políticas y a los beneficios de clase, capaz
únicamente de representar la perennidad de la nación, de
su espíritu, de sus verdaderos y constantes intereses. Bajo
la influencia de Tito Livio. Maquiavelo creyó quizá que
la república romana, aparentemente fundada en el acuer­
do del patriarcado y del elemento democrático, satisfacía
ese ideal. Nunca se tomó grandes molestias en describir
la realización, entre los modernos, del principio que, fren­
te a los partidos y las clases, restituía al gobierno su ra­
zón de ser y su libertad.

IV

Una política como ésta necesita del cálculo; parece ex­


cluir desde el principio el sentimiento. Parece alejar el
entusiasmo, el espejismo romántico. Tanto en el gobierno
interior del Estado como en sus relaciones con el extran­
jero esta política debe, al parecer, desconfiar de toda ges­
tión que la razón, aplicada a la medida de lo útil y po­
sible, no haya aprobado. Maquiavelo impone al arte de la
política la sobriedad de un estricto realismo. T, sin em­
bargo. en ciertos momentos, este clásico puede parecer un
romántico. Este alumno de la prudente osadía romana no
ha querido nunca negar el papel que juega en la historia
universal la inspiración, el genio, la acción de algún de­
monio desconocido. Admira a los profetas armados, legis­
ladores, fundadores de ciudades o imperios, que imponen
a los hombres su voluntad y pasión. Mas para que la pa­
sión, ayudada por la fuerza, tenga la virtud de renovar un
mundo es preciso que esté constituida de certeza dialéc­
tica tanto como de sentimiento. Maquiavelo no considera
que la poesía y la intuición estén fuera del dominio de la
práctica; porque para él esta poesía es verdad, esta in­
tuición está hecha de teoría y cálculo. Poco importa que,
a veces, en Florencia y en Roma, su intuición de poeta
le haya llevado a seguir fantasmas; que su cálculo se haya
a veces mostrado poco estricto y su teoría ilusoria; que,
344 MAQUIAVELO

demasiado apasionado para ser equitativo, haya negado


toda justicia a ios príncipes italianos y a los condoltieri.
Su obra de escritor es más importante que su acción; la
idea que él tuvo de la política es más importante que su
política y sus juicios políticos. Esta idea es la de un rea­
lismo que sabe, como tal, el precio y la acción de la poesía.

Se aparta al menos de toda opiuión preconcebida que.


en nombre de alguna tesis doctrinal, desee primero guiar
o atar la conducta del hombre de Estado. Próximo al pue­
blo por la mediocridad de una existencia siempre estre­
cha. por una desconfianza de clase hacia la nobleza del
campo o del dinero, por ciertas de sus diversiones, y una
viva impaciencia ante las convenciones, bastante plebeyo
de lenguaje, no admite sin reservas esta tradición demo­
crática cuya herencia florentina ha recibido, y que. ade­
más, desde hacía mucho tiempo sólo había servido para
enmascarar el poder de una oligarquía mercantil, indus­
trial y financiera. Si a veces llega a afirmar que la voz
popular es la voz de Dios, sabe también que la plebe es
a la vez osada y débil, que el pueblo se comporta como
si deseara su propia ruina u; Savonarola quiso a los tra­
bajadores más que Maquiavelo. En revancha, el secretario
florentino, a pesar de su culto por el pasado senatorial y
consular de Roma, a pesar de las ilusiones que puso en
el duro régimen que recibía su fuerza del privilegio pa­
tricio, no afirmó nunca la misión histórica de las aristo­
cracias. Las lecciones de Polibio y Cicerón le invitaron a
desconfiar de toda escuela exclusiva, a buscar entre los
diversos principios del gobierno una conciliación hábil­
mente oportuna. Pero su voluntad de no aceptar, como*I,

11 fllscorsl, I, 58: "La moltitudine é plú savia e piii costante


che uno principe": I, pág. 219: “ E non sanza cagiane si assomi-
glia la voce d'un popolo a quella di Dio"; I, 57; I, págs. 215-
216: "La piel» tnsieme é gaglinrda di per sft e debole”, 1, 53;
I, págs. 205-209: "11 popolo niolte volte desidera Ja rovina sua,
tngannato da una falsa spezie di beni; et come le grandi speran-
ze et gagliarde proinesse fácilmente lo muovario".
LA POSTURA DE MAQLTAVELO 346

Descartes, ninguna noción que no aparezca antes estable­


cida y probada con evidencia, su afición por la experien­
cia y la demostración científica, la elevaban más allá de
estas combinaciones y de este eclecticismo, hasta la idea
de una política estricta y resueltamente positiva.

Este positivismo no es trivial prudencia. No excluye


nada de lo que la razón, iluminada por la experiencia, juz­
ga realizable. Y por ahí entra en el sistema del que en
principio se alejó por cierta vacilación conservadora. Nin­
gún programa de acción es excluido, hasta que la razón,
instruida por el estudio exacto de los hechos, pueda te­
nerlo, en ciertas circunstancias, por posible y bienhechor.
Maquiavelo no es un revolucionario; y, sin embargo, no
rechazaría sin antes examinarlo ningún plan de recons­
trucción política, económica o social, que pareciera coin­
cidir con los datos, exactamente definidos, no solamente
de la historia y la tradición, sino también de las contin­
gencias más inmediatas. Maquiavelo no es socialista y, sin
embargo, admite que, en ciertos casos, el dictador debe
destruir toda la herencia del pasado, dispersar la anti­
gua riqueza, crear, para los antiguos pobres, una nueva
opulencia. Prefiere la intervención reformadora y sus me­
didas lentitudes. Pero a este profeta armado que espera
le concede gustosamente el uso ilimitado de la fuerza para
improvisar, sin temor al fracaso, la creación de un mundo
rejuvenecido. Nada de lo racional, nada de lo experimen­
tal, nada de lo posible y real queda aquí excluido. Idén­
tico positivismo, tan exigente en materia de certeza, tan
capaz, para guiar la acción, de prudencia y osadía, im­
pone una idéntica disciplina a las relaciones exteriores
de los Estados. Se separa del universalismo cristiano por­
que las condiciones generales de la especie humana, y, de
manera particular, la historia violenta de la Europa des­
garrada, le ofrecen de él algo como una trágica reducción
al absurdo. Acepta el hecho de la concurrencia que esta­
blece entre los pueblos la jerarquía de las fuerzas y ta­
346 MAQUIAVELO

lentos, clasificándolos según el juicio de la historia. Sien­


do éstos los datos de lo real sólo una política rigurosa­
mente positiva puede elegir, según la razón y la oportu­
nidad. entre un paciente equilibrio y el brusco impulso,
siempre lícito, dol más fuerte hacia la conquista del poder.

Este positivismo es y no es desprecio por los hombres.


Maquiavelo está y no está de acuerdo con Hobbes. Puede
afirmar que los hombres son hipócritas y mentirosos, y
sólo merecen ser gobernados por mentiras. Escribe enton­
ces que el arte de gobernarles se reduce al arle de do­
mesticar su natural malignidad". Puede afirmar que. en
general, son mediocremente buenos y mediocremente ma­
los. A quien les gobierne incumbirá el elegir para ellos
entre el bien y el mal. “ Los hombres — dice Montesquieu— ,
en general canallas, son, a grosso modo, gentes muy hones­
tas; aman la moral...” 1*. Y Maquiavelo tuvo, además, en
cuenta ese elemento de virtud, por el que se redime, a los
ojos del político positivo, una naturaleza degradada. Pero
el político positivo no saca de aquí únicamente la conclu­
sión de la suprema conveniencia de una ingeniosa hipó­
tesis de Estado. Maquiavelo es bastante grande para com­
prender ciertas grandezas. Sabe que ciertas virtudes, na­
cidas del dolor, probadas por el dolor, intervienen como
fuerzas activas en la historia humana. Lo sabe y quiere
atraerlas a su juego; pero él mismo está preso en su mis­
mo juego; y la más bella página que ha escrito es el ar­
diente llamamiento a un pueblo instruido por la desgra­
cia. conclusión práctica de un libro de frío cálculo y des­
engañada experiencia.
Esta política positiva y realista, que utiliza para sus
fines los medios más bajos y los más nobles, porque ba­
jeza y nobleza son igualmente cosas humanas y reales,

« Discorsi, II, 23; I, pág. 296: “ Uno governo non é altro che
tenere In modo 1 suddill che non ti possano o debbano of tendere”.
“ Esprit des Lois, XXV, 2.
LA POSTURA DE MAQUIAVELO 347

resulla, ante todo, una obra de la inteligencia. Ella no quie­


re, o no querría, extraviarse en la persecución de fantas­
mas creados por los sentidos y la imaginación. Afirma la
primacía de la razón, única facultad apta para guiar el
libre albedrío; reconoce únicamente a la razón el derecho
de resolver los problemas que plantea la vida de los hom­
bres en sociedad, de decidir, de mandar e iluminar la ac­
ción. Sin duda, Maquiavelo sabe que, sin la fuerza, la ra­
zón resulta impotente entre las fuerzas desencadenadas;
pero no desespera de procurarla armas, las compensacio­
nes que merece y la soberanía que le pertenece. Poco sen­
sible al efecto de las causas económica?, diría que el drama
de la historia encuentra su última explicación en los es­
píritus y los corazones1*. Desconfía de los corazones, dé­
biles, capaces de ilusión, de mentira y perfidia. Quiere
entregar el gobierno do los asuntos humanos a la razón.
A ella le corresponde utilizar, en consideración a una obra
que sólo ella puede concebir y medir, todas las potencias
del hombre, y de imponer su disciplina a las fuerzas pre­
ciosas y locas que nacen de los corazones. Exactamente
instruida por las leyes que obligan a la historia a la fa­
talidad de eternos retornos, la razón conoce los límites
necesarios de su propia acción. Sabe que la naturaleza hu­
mana y el destino humano responden mal a la inmensa
esperanza de los hombres. Acepta el orden universal y no
cree inútil jugar en él su partida.

“ Benedettu Cruce, Storta d’Italia dal 1871 al 1915, Barí, 1928,


página VII. “ A chi... cerca sempre 11 vere merto e 11 vero dramma
negll intelletti e nei cuori.”
Indice de Nombres y Materias
Los números son los de las páginas.

A Appiani (familia), señores de Piom-


bino, 260.
A ccolti (Benedetto), 29, 53. A p u l ia , 237.
Adrián: (Marcello Virgilio), 33. A rabes, 42, 157.
A driático (mar), 18, 64, 237, 231, A ,
ragón 54, 60, 73, 296.
253. A ragoneses (familia de los), 63, 94,
Alejandro el Grande, rey de Ma- 102.
cedonia, 335. A ristóteles:
A lejandro VI, papa, 14, 52, 53, 58, — su filosofía, 42, 285.
64, 67-68, 79, 80, 94, 107, 113, — su política, 14, 42, 141, 144,
173, 236, 238, 240, 241, 251-254, 145, 285-286,311, 336, 337, 339.
260, 269, 272, 306. Arno (río). 35.
Alemania, 21, 30, 72, 77-78, 86, Atenas, 109, 148, 152, 191.
145, 188, 239, 280. Augsburgo, 22, 71, 158.
A uchieri (Dame); Divina Come­ A ugusto (Caiua Jtilius Caesar Oc­
dia, 15-16, 29, 45-46, 88, 98, 104, tavian-as), emperador, 172, 257,
188. 265-266, 334.
Monarchia, 15, 29, 46, 89, 91, 178, Austria, 73, 209.
289. — Casa de Austria, ver Habsburgo.
— Ideal religioso y político, 15-19, A vignon, 18.
28-29, 31-32, 4849, 59-60, 71,
85, 86, 91-93, 97, 103, 144, 166,
168, 174-175, 179, 274, 337, 345. B
— Doctrina de la paz universal,
280-284, 289. Baglione (Gianpaolo), señor de Pe-
A lpes, 68, 70, 90. rusa, 238. 271.
A lsacia, 265. Basilea, 51, 164, 287.
A mberes, 157, 165, 287. Baviera (Luis de), emperador (ver
A mboise (Georgcs d’), cardenal, mi­ Luis de Baviera).
nistro de Luis XII, 77, 173, 261. Biondo (Flavio), 183.
América, 212, 262, 265. Bisceglie (Alfonso Borgia, duque
Angelo (Castillo San-), en Roma, 68. de), 63.
Aníbal, 88, 213, 324. Bismarck (Otto, príncipe de), 143.
Antillas, 266. Boccacio (Juan), en italiano Gio-
A ntoninos (imperadores), 266, 334. vanni Boccaccio, 30, 49, 51.
Apenino, 58, 124, 251. Boetie (Etienne de la), 15.
350 M AQ U M VBLQ

Bolonia, 53-56, 65, 128, 251, 255, 148, 172, 186, 286-287, 307-308,
259. 311.
Bonaparte (Napoleón), ver Napo- Carlos V, rey de Francia, 22.
león I. Carlos VII, rey de Francia, 294-
Borbones (familia), 250. 295.
Borgia (familia de los), 54, 65, Carlos VIII, rey de Francia, 48,
69-70. 54-55, 236, 266, 288, 293-294, 296.
Borgia (Alejandro), ver Alejan­ Carlos X, rey de Francia, 235.
dro VI. 5 Carlos el T emerario, duque de
Borgia (César), 15, 20, 54, 58, 63, Borgofia, 21, 266, 295.
69, 78, 85, 94, 102, 107, 109, Carpí, ciudad de la Italia del Nor­
111-112, 127, 165, 172-173, 186, te, 121.
236-237, 241, 245, 251-256, 259- Cartago, 59-60, 88, 166, 256.
260-261, 263, 290, 292-294, 299, Casciano (San), burgo de Toscann,
301-302, 312, 318, 333. 35, 58, 85-86, 124, 336.
Borgoña, 73, 258, 265, 297, 307. Cassius (Caius), 18.
Boscoli (Pietro Paolo), 80-81, 134. Cassius (Dion), 268.
Bracciolini (Poggio), 27-29, 44, 53, Castracani (Castruccio), 121.
158, 182, 185-186. Cateau-Cambresis (tratado de), 54.
Brasil, 266. Catilina (Lucius Sergius), 18, 136,
Bremen, 71. 258.
Brescia, 57. Catolicismo, 51, 286, 337.
Bretaña, 258. Católicos (reyes), ver Fernando de
Brienne (Gautier de), duque de Aragón e Isabel de Castilla.
Atenas, 192. Cavalcanti (Giovanni), historiador,
Brujas, !57. 183.
Bruñí (Lionardo), 26-28, 39, 44, 53, César (Julio), Caius Julius Caesar,
141, 158, 182-185. 17, 28, 41, 148, 160, 172-174,214,
Brutos el Antiguo (Marcus), 222. 218, 220, 228, 230, 245, 266, 268-
Brutos (Marcus), 19, 29. 269 315, 334.
Buondelmonti (Zanobi), 124. Césares, ver Imperio romano.
Buonarroti (Miguel Angel), 47, 49, Cesena, 68, 270.
55, 85, 109-111, 128, 273. Cicerón (Marcus Tullius Cicero),
23, 29-30, 43, 45, 135-136, 168,
180-182, 218, 255, 268, 286, 336-
c 337, 344.
Cincinnatus (Lucius Quinctius),
Cabalistas, 42. 107, 228.
Calvino (Juan), 49. Ciompi (los), nombre de los obre­
Camilo (Marcus Furius Camillus), ros cardadores de lana en Flo­
228. rencia, 158, 192.
Campania, 237. Ciro, rey de los Persas, 104, 109,
Cannes (batalla), 166. 228.
Canossa, 187. Cisma (el gran), 20, 26, 51, 79.
Capponi (familia florentina): Clemente V, papa, 21.
— Agostino, 80-81. Clemente VI, papa, 21.
Clemente VII, papa, 15, 115, 117,
— Gino, 183. 120, 123-128, 131-132, 177.
— Niccoló, 128. Cognac, 127, 307.
Careggi, coca de Florencia, 140. Cola di Rienzo, 45, 88, 104, 174-
Carlomagno, 92. 175, 274.
Carlos IV, emperador, 21, 72, 88, Colbert (Juan Bautista), 341.
174. Colona (familia), 240, 251.
(Felipe de), 308.
Carlos V, emperador, 22, 37, 73, Colonia, 237, 287.
91-93, 114, 125, 127-128, 131, Commynes
ín d i c e de nombres y m a t e r ia s 351

Comfagni (Dino), 158, 177. Este (familia de), 29, 64, 94.
Constantino (Flavius Valenus Au- Estoicismo, 99, 140.
iclius Constantinus), emperador, Estrasburgo, 287.
91, 281. Estuardo (familia de los), 230.
Constanza (Concilio de), 51. Europa, 37, 69, 76, 149-152, 158,
Constituyente (Asamblea Nacional), 171, 177, 237, 257, 260, 285, 287-
211, 213. 288, 296, 333, 345.
Contrarreforma, 209. Evangelio, 21, 140, 289, 330, 338,
Copérnico (Nicolás), 30. — Evangelio eterno, 48.
Córdoba (Gonzalo de), 67.
Cristianismo, 14, 262, 279, 296,
338. F
Cromwell (Oliverio), 230.
Farsalia, batalla de, 42.
Fabio MAximo (Fabius Maximus
D Quintus), 228.
Faenza, 63, 67, 259, 260.
Dalmacia, 63. Federico Barbarroja, 59.
Dante, ver Alighieri. Federico III, emperador, 22, 42,
David, 263. 46, 89.
Descartes (Renato), 23, 343. Federico, rey de Nápoles, 53.
Diodoro de Sicilia, 121. Federico II, rey de Prusia, 304,
Diómedes en la Divina Comedia, 20. 341.
Domingo (Samo), 226. Felipe el Hermoso, rey de Fran­
Doria (Andrea), 128. cia, 22.
Felipe II, rey de España, 15, 200.
Fermo, 256, 272.
E Fernando el Católico, rey de Ara­
gón, 53-55, 64, 71, 294, 296-297,
Edad Media, 12, 23, 39, 89, 123, 307, 316, 333.
156-157, 164, 185, 200, 280, 311. Ferrara, 30, 64, 93.
Egipto, 109, 210. FiaN (Marsilio), 40, 46-47, 50, 286,
Emilia, 64, 269. 338.
Engels (Federico), 279. Filipo, rey de Macedonia, 262.
Enrique VII, emperador, 40, 60, Florencia:
70, 88, 103, 174, 189. — Historia política, 13, 24, 28-30,
Enrique II, rey de Francia, 15. 36-41, 43-44, 47, 51-53, 56, 60-
Enrique IV, rey de Francia, 187. 61, 80-81, 86, 102-106, 112, 117-
Erasmo (Desiderius Erasmus), 14, 120, 123-124, 126-127, 133, 134-
17, 77, 164, 243, 287-289, 296- 135, 162, 166, 170, 172, 173,
297, 301, 304, 308, 311-312, 324- 190-196, 202, 213, 230, 246-247,
325, 337, 340. 272, 309, 331, 334-335, 342, 343.
Escipión (Publius Comelius Scipio), —• Historia de la economía y de la
el Africano, 28, 41, 88, 296, 321. sociedad, 23, 35, 37, 47, 49, 158-
España: 159, 166, 169-170, 183, 189-190,
— Conquista de España por Roma, 209, 215-216, 341-342.
168. — Política exterior, 54-55, 59, 62,
— Monarquía española, 62, 72, 88, 68, 71, 79, 87. 126-127, 259,
92, 171, 265, 298, 300, 316. 272, 279, 290-294, 327.
— Españoles en Italia, 56-57, 63, — Política religiosa, 49, 157, 208,
68, 72, 77, 86, 89. 103, 139, 337-338.
171, 254-255, 259-260, 266, 269- — Humanismo, 27, 40, 43, 50, 137-
270, 290. 138, 289, 335, 342.
Ver también Alighieri (Dante), Bor-
— Imperio colonial, 265-266. — Arte, 27, 107, 274.
Esparta, 61, 147, 232.
332 MAQUIAVEI/O

gia (César), Maquiavelo, Médicis. 152, 181-182, 265, 333, 333-336,


Floro (Joaquín de), 19, 47. 338.
Fogliani (Giovanni), 256. Gregorio VII, papa, 187.
Foix (Gastón de), 56. Gregorio XI, papa, 21.
Forli, 65, 68, 259, 272, 296. Guarino de Verona, 304.
Francfort del Main, 22. Güelfos, 45, 69, 75, 88, 90, 172,
Francia: 190, 191.
— Monarquía francesa, 13, 62, 63, Guicciardini (Francesco):
69-71, 89, 92, 96, 122, 173-174, — Su obra, 12, 14, 71-72, 116, 1%,
185-186, 200-201, 209-210, 227, 245.
258, 268, 275, 296-298, 303, 307- — Papel político y Juicios diversos,
308. 13-14, 15, 38, 56, 74, 126-127,
— Política francesa en Italia, 63-64, 187, 193, 196, 243.
69, 75-76, 92, 103, 109, 121, — Critico de Maquiavelo, 106, 133,
139, 296-300. 174.
— Vida intelectual, 29. Guidobaldo da Montefeltro, du­
— Revolución y restauración mo­ que de Urbino, 69, 270, 273'.
nárquica, 212, 230.
— Colonias, 267.
Franciscanos (orden), 17, 98, 121, H
214.
Francisco de Asís (San), 18-19, 97, H absburgo (familia de), 22, 262,
224. 265, 289.
F rancisco I, rey de Francia, 15, H amburgo, 71.
22, 116, 125, 127, 266, 287, 297, H ansa (la), 22, 70.
307-308, 324. H egel (Georg Friedrich Wilhelm),
Franco Condado, 265. 280.
Franconia, 71. H ei.ade, ver Grecia.
Fugger (familia), banqueros en Augs- H erder (Gottfricd), 154.
burgo, 71, 158. H obbes (Tomás), 345.
Fustel de Coulangbs, 213, 232. Hohenzollern (familia de), 209.
H olanda, ver Países Bajos.
H umanismo, 22-24, 42,140, 149, 151,
G 182, 286, 311, 335, 338.
Hus (Juan), 279.
Galileo (Galileo Galilei), 31.
Galicanismo, 209-210. I
Gandía (Juan Borgia, duque de), 63.
Garigliano (río de la Italia del
Sur), 107. I glesia:
Gascona, 258. Autoridad espiritual, 18, 64, 70,
— Gascones, 74. 76, 114, 115, 323-324.
G énova, 22, 53, 79, 216. — Poder temporal, 64, 67, 76-77,
G entillet (Etienne), 15. 115, 274.
Gerson (Jean), 22. — Iglesias nacionales, 21, 22, 74.
Gibeunos, 42, 46, 58, 187, 198, — Idea de la Reforma de la Igle­
283. sia, 46, 50-51, 97, 224.
G inebra, 48. I mola, 64, 296.
G ioberti (Vincenzo), 114. I mperio:
Goethe (Wolfgang), 144, 343. — Imperio romano, 18, 139, 148-
Gonzaga (familia de los), 30, 96. 149, 172, 185-186, 188, 194, 267,
G racos, 41, 168, 213, 219. 289, 333, 336.
G ranada, 296. — Santo Imperio romano-germánico,
Grecia, 44, 83, 141, 144, 145, 150, 17-18, 21-22, 42, 45, 70, 86-87,
I n d ic e de nombres y m a t e r ia s 353

93, 103, 148, 172-173, 191, 237- 79-80, 87, 93, 113, 238-240, 251,
239, 279, 281, 289. 254, 261, 271, 273, 290, 316.
— Imperio francés, 166.
I nocente VIII, papa, 45, 240.
I ndia, 65, 158, 266. L
I nglaterra, 22, 31, 55, 77, 163-
164, 173, 200, 211, 294, 342. Landino (Cristóforo), 46, 52.
I nnsbruck, 71.
Inquisición, 208. Leipzig, 287.
I sabel de Castilla, 265. León X, papa, 45, 79-80, 93, 107,
109, 113-119, 122-123, 129, 131,
I slam, 279. 237, 241-242.
I srael, ver Judíos. L eto (Pomponio), 44.
I ta lia .- Levante, 63, 157.
— Antigua, 145, 168, 296, 297, 338. L icurgo, 48, 147, 154, 174.
— Regiones y gobiernos, 29, 38, 56- L iga (Santa), 55-56.
57, 63-65, 68-70, 73, 76-77, 86, Loches, 53.
93, 102, 106-107, 110, 114-115, Locke (John), 200.
126, 164, 171, 240, 245, 267, Lombardía, 69, 91, 104, 108, 137,
273, 293, 307. 186, 259.
— Historia política, 16, 20-22, 26, Londres, 164.
30, 41, 55, 68, 115, 121, 124, Lorena, 265.
126, 151-156, 157, 168, 172, 177, Lovaina, 163, 287.
185, 188, 193, 233, 241-242, 245, Loyola (Ignacio de), 339.
264, 295. Lubeck, 72,
— Guerras de Italia, 46, 53', 59, 63, L ucca, 120, 253.
74-76, 94, 196, 251, 261, 267, Ludovico el Moro, duque de Mi­
287, 293-294, 299-300. lán. 53, 59.
— Italia y los extranjeros, 61, 70- Luis de Baviera, emperador, 20,
71, 77, 103, 109, 114, 259, 275. 104.
— Miseria y divisiones de Italia, 86- Luis XI, rey de Francia, 21, 294,
87, 93-95, 103, 111, 292. 333.
— Particularismo italiano, 130-131, Luis XII, rey de Francia, 53-56,
171. 64, 70-71, 76, 164, 251-252, 259,
— Sentimiento nacional, 18-19, 87- 269-270, 273, 290, 294, 296. 316.
89, 100, 113-115, 130, 137, 168- Lunigiana, región toscana, 35.
170. L utero (Martin), 50, 70, 99, 240,
— Vida religiosa, 92-93, 208-209. 242, 279.
— Vida intelectual y artística, 19-
20, 29-31, 46, 317.
— Idea de la reforma política y M
moral de Italia, 105-106, 174-175,
231, 246, 331.
Macedonia, 262, 265.
Macchiavelli (familia):
J — Bernardo, 32.
— Girolamo, 32.
Jacobinos, partido político francés, Madrid (cautividad de Francisco I
336, 341. y tratado de), 125, 127, 288, 307,
Jenofonte, 121, 176, 296. 328.
Jesucristo, 18, 289. Maguncia, 237, 287,
José II, emperador, 209-210. Mahometanos, 210.
Juan (San), evangelista, 101. Main, 237.
Juan XXII, papa, 20. Maine, 53.
Judíos, 48, 109, 230, 279. Manfredi (Astorre), 64.
Julio II, papa, 53-56, 63, 67-68, Mantua, 30, 88, 95, 259.
2S
354 MAQUIAVELO

Maquiavelo (Nicolás), en italiano — Maquiavelo y la restauración na­


Niccoló Macchiavelli: cional de Italia, 13, 86, 97, 102-
— Familia, juventud, formación, 34- 116, 122, 127, 129, 338.
77. — y la reforma de la constitución
— Decennali, 83. florentina, 116-117, 224, 331.
— 1/ Principe, 15, 19, 29, 59-61, — y la Santa Sede, 91-93, 237-241.
76, 107, 110, 112, 114, 117, 119, — y el cristianismo, 50-51, 98-102,
127, 132, 152155, 174, 176, 184- 142, 237-241, 322-323. 337-338.
186, 189, 191, 199, 208, 229, — y las relaciones de la Iglesia y
245, 247, 261-262, 264-265, 267, del Estado, 204-210, 341.
273, 284, 287, 293, 305, >11, — Etica de Maquiavelo, 84-85, 142,
322, 330-331, 334-335, 340. 152-151, 246-249, 255-257, 338-
— Discorst sopra la prima ieca di 343.
T ito Livio, 13, 20, 60, 69, 74, — Maquiavelo y los profetas, 48-
81, 92, 96, 105, 107, 112-114, 50, 89-90, 214, 279, 283, 343.
116-117, 124, 128, 134-135, 149- — Maquiavelo fundador de la cien­
150, 161-165, 166, 172, 176-177, cia política y de la política po­
183-186, 189, 191, 195, 199-200, sitiva, 135, 175, 344-346.
207-208, 210, 224, 229, 242, 246- — Teoría del gobierno legal, 199-
247, 261, 263-264, 286, 289, 302, 243.
304, 309, 322, 335, 338, 340. — Programa republicano, 166-171,
— I¡lo rie fiorentine, 123-124, 126, 219-222, 322-334, 336-337.
128, 135, 161, 176, 184-186. — Monarquía bien ordenada y res­
— Discorso sopra il riformar lo sta- tauración monárquica, 229-236.
lo di Ptreme, 75, 96, 119-120, — Dictadura, 103-106, 173, 227-229.
126, 134. — Teoría del poder personal fun­
— Vita di Castruccio Castracani da dado sobre la fuerza, 245-258.
Lacea, 121, 124, 135, 176. — Teoría de la conquista, 257-262.
— D ell'arte della guerra, 61, 121- — El mito de César Borgia, 266-274.
123, 155, 157, 175, 184. — Teoría de la paz, de la guerra
— Ritratto delle cose della Magna, y de los tratados, 277-309, 339-
72- 73, 83. 343.
— Ritratto delle cose di Francia, — La economía, 216-218, 317, 341-
73- 77, 83. 343.
— La Mandragola, 48, 125. — El manejo de la opinión públi­
— Maquiavelo y Aristóteles, 45, 141- ca, 311-328, 345-346.
142. — Libertad política, 210-214.
— y Polibio, 146-147. — Maquiavelo, historiador, 175-1%.
— y Tito Livio, ver Tito Livio. — La postura de Maquiavelo, 329-
— y Dante, 17, 20, 84, 89, 274, 347.
281-285. M arcos (San), 290.
— y Montcsquieu, 159-163, 165, Marco A urelio (Marcus Aurelius
202. Antoninus), emperador, 208-214.
— Vida y acción política, 49-52, 56- Marcas, 64, 127, 252-253, 257.
57, 63, 77, 80-82, 107-131. Marinan (batalla de), 115, 123.
— Relaciones con los Médicis, 39, Mario (Marius Caius), 169, 219.
42-43, 107-114, 116-119, 122-127, Marsuppini (Cario), 53.
135. Marx (Carlos), 280.
— Juicio sobre César Borgia, 63- Matteo (fray), 129.
68, 250-256, 263-269. Mazzini (Giuseppe), 155.
— sobre Julio II, 69-70, 79, 87. M a x im il ia n o I , em perador, 21, 42,
— sobre el Imperio, 41, 70-72, 82, 45, 69, 90, 165, 238, 290.
90-91. M edas, 109.
— sobre Francia, 73-76, 82, 96. Médicis (familia de los), 22, 28,
— sobre Veneda, 63, 122, 290-292. 35, 37-38, 58, 61-64, 80, 85, 89,
ÍNDICE DE NOMUHES Y MATERIAS 355

107-108, 111, 112-117, 123-126, Montefei.tro (Guidobaldo da), ver


128-133, 138, 158, 167, 174, 192- Guidobaido da Monteíeltro.
195, 217, 224, 233, 236, 245, 268- Montesquieu (Charles de Sccondat,
269, 292. barón de), 28, 41, 49, 60, 74,
Médicis (Salvestro de), 192. 81-82, 97-98, 116, 147, 150, 159-
Médicis (Cosme de), 37-39, 41, 48, 163, 165-166, 175, 199, 201, 211,
65, 116-117, 126, 190, 192-194, 216-218, 227, 300, 322, 334-336,
195, 222-224, 226, 268, 317. 346
Médicis (Lorenzo de), el Magnífico, Moró (Tomás), 14, 16, 164-165, 214,
37, 39-43, 45-47, 65, 79-80, 107, 231, 288, 341-342.
109, 115-118, 126, 139, 171, 191-
196, 233, 236, 268, 279, 319, 331.
Médicis (Julián de), hermano de N
Lorenzo el Magnífico, 39, 115,
117, 139, 194. Nabis, rey de Esparta, 232, 236.
Médicis (Pedro de), hijo de Lo­ Nápoles, 47, 54, 57-58, 61, 64,
renzo el Magnífico, 47, 109, 117, 66-67, 69, 94-95, 105, 109, 139,
236. 171, 214, 253, 257, 259, 270, 296-
Médicis (cardenal Juan de), hijo de 297.
Lorenzo el Magnífico, ver León X. Napoleón I, 122, 210, 230, 235,
Médicis (Juliin de), duque de Ne­ 265.
mours, hijo de Lorenzo el Mag­ Nardi (Jacopo), 80, 195.
nífico, 107-116, 129, 174, 247, 274- Navarra, 68, 273.
275, 332. Nelli (Bartolomé de), 35.
Médicis (Lorenzo de), duque de Ur- Nemours, 107.
bino, hijo de Pedro de Médicis, Neogüelfo, partido, 114.
109-115, 129, 131-133, 174, 247, Nepi, ciudad de la Etruria meri­
274-275, 332. dional, 271.
Médicis (cardenal Julio de), hijo de Nerón (Ñero Claudius Germanicus),
Julián y sobrino de Lorenzo el emperador, 29.
Magnífico; ver Clemente VII. Nerva (Marcus Cocceius), empera­
Médicis (Hipólito de), hijo de Lo­ dor, 214, 333-334.
renzo, duque de Urbino, 124, 128, N ietzsche (Friedrich), 337.
132. Normandia, 258.
Médicis (Alejandro de), hijo de Lo­ Novare, 123.
renzo, duque de Urbino, 124, 128, N uma, rey de Roma, 49, 154, 202.
132. N urembekg, 21, 71.
Medina del Campo, 68.
Mediterráneo (mor), 64, 239.
Méjico, 266-267. O
Michele di L ando, 192.
Miguel Angel, ver Buonarroti. Obispados (los tres), 265.
Milán, 23, 25, 37, 53, 56-57, 60, Occidente, 30, 262, 282.
62, 70-71, 90, 94, 96, 103, 139, Oliveroito, señor de Fermo, 256,
171 193, 214, 251, 239, 293, 296. 272.
Minerdetti (Piero), 184. Orco (Rcinirro de), 252.
Mirándola (la), ciudad de la Italia Ordelaffi (familia), señores de For-
del Norte, 55. Ii, 272.
Mirándola (Pico de la), 42, 44, 46, Oricellari (Orti), jardines en Fio-
51, 286. renda, 124, 128, 135, 141.
Módena, 107. Oriente, 57, 68, 262.
Moisés, 47, 104, 109, 154, 174, Orsini, familia romana, 241, 251,
202, 249. 296.
Montaigne (Michel de), 15. Ostia, 69.
356 MAQUIAVELO

Ostrogodos, 186. R
Oxford, 30.
Ravena, 56, 63, 123.
Reforma protestante, 50, 71, 77,
P 115, 187, 239, 279.
Reggio de Emilia, 102.
Pablo II, papa, 139. Renacimiento italiano, 13, 19-20,
Países Bajos, 14, 22, 115, 157, 187, 165.
199, 266. Rin, 237.
París, 30, 200, 287. Richelieu (Armand-Jean, cardenal
Parma, 107. de), 332.
Pascal (Blaise), 281. Rímini, 65, 68, 92, 251, 260, 270.
Passerini (cardenal Silvio), 124, 128. Rojo (mar), 63.
Pavía, batalla de, 119, 288. Rolando, 44.
Pazzi (conjura de los), 39, 117, 139, Romagna, 54, 58, 65-66, 69, 96,
195. 98. 126, 173, 238, 243, 246, 250-
Perú, 266. 254, 259. 269-273, 313, 321.
Perusa, 123, 240, 251, 254, 259. Roma:
Persas, 109. — Ciudad y campo, 64, 77, 86,
Pesaro, 63, 272. 96
Petrarca (Francisco), 22-24, 29-31, — bajo la República, 24-25, 28, 32,
48-50, 72. 85-86, 88, 104, 110, 41. 45, 59, 84-85, 87, 106, 116,
138, 151, 174, 176, 275, 338. 120, 139-140, 144, 149-150, 155,
PiCARDrA, 265. 162, 166-168, 172. 174, 176-177,
Pío III, papa, 68, 251, 254. 181, 191, 209, 212-214, 218-224,
Pío VII, papa, 209. 227-229. 266-268, 299-301, 303.
Pío XI, papa, 125. 326, 333-334, 338-342, 345.
Piombino, 253, 260, 270. — bajo los emperadores, 18, 28, 32,
Pisa, 46, 54, 56-57, 60, 121, 236, 43, 139, 145, 152, 172, 175, 214,
253, 260, 293-294. 258, 266-268, 280, 290, 336.
— Concilio galicano de Pisa, 57-58. — bajo los papas, 21, 44, 46, 66,
Pistoia, 121, 321. 85, 92-93, 103-104, 107, 114, 126,
Pitt (William), lord Chatham, 342. 139, 187, 209. 253, 269-271, 288,
Plasencia, 107. 337, 343. Ver también Sede
Plateas, batalla de, 335. (Santa)
Platón, 14, 16, 139-140, 255, 343. Rómulo, 105, 154, 174, 250.
— República de Platón, 49, 286, Rouen, 76.
311, 355-336, 339, 341. Rosellón, 265.
Platonismo, 42, 338. Royere (Francesco María della), du­
Plutarco, 106, 173, 268, 311, 336. que de Urbino, 107, 109.
Polignac (Julcs de), 235. Rovere, cardenal Giuliano della.
Poliziano (Angel), 43-45, 53, 139, Ver Julio II.
338. Rucellai (Cósimo), 124.
Polonia, 266.
Polibio, 41, 44, 146, 159, 168, 181-
182, 207. 279, 336, 344.
Pompeyo (Cnacus Pompcius Mag-
s
nus), 219. Salamina, batalla de, 335.
Pontano (Giovanni), 139. Salutati (Coluccio), 39, 45, 52.
Porcari (Stéfano), 44. Savonarola (Gerónimo), 48-52, 59,
Portugueses, 265-266. 97, 137, 201-203, 250, 280, 344.
Provincias Unidas, ver Países Ba­ Scala (Bartolommeo), 52.
jos. Sede (Santa), 17-18, 21-22, 25, 39,
Prusia, 209. 46, 54, 63-64, 69-71, 76, 80, 91-
Pulci (Luigi), 43. 93, 102-103, 113-116, 128-132,
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 357

158, 171, 186-187, 191, 238, 241- T ibulo (Aulus Albius Tibullus), 85.
242, 253, 259-260, 272, 277, 280, T irol, 67.
287-289. T irreno (mar), 20.
Séneca (Lucius Annaeus Séneca), T ito Lrvio (Tiras Livius), 24, 27,
140. 28, 168, 230, 246.
Sforza (familia), 22, 37, 65, 93, — Maquiavelo y Tito Livio, 40, 43,
100. 83, 92, 107, 150, 160, 176-183,
— Francesco, duque de Milán, 64, 190, 267, 273, 285, 290, 303,
295. 333, 336.
— Galeazzo-María, duque de Milán, TomXs de Aquino (Santo), 16-17,
139, 194. 313, 339.
— Giovanni, señor de Pesare, 271. Toscana, 34, 64, 80, 96, 105, 109,
— Ludovico, duque de Milán, ver 121, 124, 127, 131, 169, 174, 176,
Ludovico el Moro. 192, 251, 253. 260, 272, 296, 334.
Sicilia, 69, 335. — lengua y letras toscanas, 42-43,
Siena, 28, 58, 64, 253, 260. 47-48.
SlLA (Lucius Cornelius), 170, 219, T rajano (Marras Ulpius Trajanus),
220, 228, 336. emperador, 208, 333-334.
Silvestre I, papa, 91. T rento, 71.
Simaco (Quintus Aureüus Symma- T réveris, 237.
chus), 186 T udores, 164.
Simonetta (Giovanni), 182.
Sinigaglia, 67, 251, 256, 271. T ucídides, 84, 179, 181, 184.
Siracusa, 121, 256, 272. T urcos, 261, 266.
Sixto IV, papa, 240. T urena, 54.
Soderini (Fiero), 55, 62, 80-81, 107,
124, 165, 222. 290.
Solon, 106, 147, 154.
SORDELLO DE MANTUA, 88. u
Suabo, 72.
Sfefani (Marchionne di Coppo), Ulises, 20.
182. Umbría, 55, 64, 127, 253.
Stettin, 72. Urbino, ducado de, 68, 107, 109-
Stralsund, 72. 110, 114-116, 123, 133, 247, 251-
Suetonio (Caius Suetonius Tranquil­ 252, 270, 273.
as', 268. Utrech, 123.
Suizos (Cantones), 54-56, 72, 98,
121, 170, 294-295.
V
T V alencia, ciudad española, 64.
Val d’Elsa. en Toscana, 35-
T aboritas, 214. Val di Pesa, en Toscana, 35.
TXcrro (Caius Cornelius Tacitus), Valla (Lorenzo), 45, 91.
72-73, 92, 264, 333, 336. Valois (familia de los), 263, 265.
T aine (Hippolyte), 86, 179. Velloti (Donato), 158, 176.
Teodorico, rey de los Ostrogodos, Venecta, 22, 55-56, 60, 63-64, 68,
186. 70, 79, 86, 93, 103, 122, 157,
T eseo, 104, 109, 174, 250. 171, 190, 222, 225, 239, 251, 253,
T hiers (Adolphe), 331. 260, 265, 267, 271-272, 278, 286,
T iberio (Tiberius Claudius Ñero), 290, 293-294, 307, 334.
emperador, 28. Verona, 63.
358 MAQUIAVELO

V ettori (Francesco), 85, 108-109. Visconti (familia), 23, 25, 30, 39,
Vico (Giambattista), 154. 60, 65, 94. 121.
V itelli (señores de Cittl di Cas-
VtLLANi (Giovanni y Matteo), 158, tello), 270, 296.
176, 181. VOLTRRRA, 121.
Vinci (Leonardo de), en italiano Lio-
nardo da Vinci, >1-32, 45, 144,
150-151, 156, 182.
V irgilio (Publius Vergilius Maro),
w
43, 319. Westfalia, 240.
Indice Sistem ático
Página»

Prefacio .................................................................... 7

Introducción. El problema del pensamiento político


en la Italia del Renacimiento ............................. 11

Maqulavelo y Guiociardin!.— Su desacuerdo con


Dante y la ruina del Ideal orden cristiano.— La
política de los humanistas y el desprecio por el
mundo moderno.— El realismo y la curiosidad
del mundo moderno (págs. 11-32).

PRIMERA PARTE

MAQUIAVELO

I. L a formación de Maquiavelo ............................. 35

I. La juventud de un republicano en la Florencia


de Lorenzo el Magnifico. Maquiavelo y Savona-
rola (págs. 35-53). n. El secretario de la Se­
gunda Cancillería. Política y diplomacia. La
vuelta de los Médlcis en septiembre de 1512
(páginas 53-59). III. La lección de los hechos.
La invasión. Principes y repúblicas. Grandeza y
decadencia de Cósar Borgta. El extranjero, el
Imperio y Francia (págs. 59-77).

II. El pnoBLEMA político en la obra de Maquia­


velo ....................................................................... 79

Las noches de San Casclano. Historia y ciencia po­


lítica (págs. 79-80).— La reforma política de Italia.
El Estado unitario. Las destrucciones necesa­
rias: la autoridad imperial, el poder temporal
de los Papas, los feudales (págs. 86-98).—-La
360 MAQUIAVELO

Página»
reforma moral. Maquiavelo y el Cristianismo (pá­
ginas 98-102).

III. I lusiones e incertidumbres ........................ 103


I. La llamada al principe. Julián de Nemours y
Lorenzo de. Urbino. El papel providencial de los
Médicis (págs. 103-115).— II. La reforma del Es­
tado florentino y la segunda llamada a los Mé­
dicis (págs. 115-120).— III. Maquiavelo al servi­
cio de los Médicis. La revolución de mayo de
1527. La muerte de Maquiavelo (págs. 120-
129).— Vanas esperanzas y falsos cálculos (pá­
ginas 129-135).

IV. Ciencia positiva . Estudio l im ita d o .................. 137


I. Fundación de la ciencia positiva de la políti­
ca. Maquiavelo y la antigüedad. Aristóteles, Po-
libio y Tito-Livio. Maquiavelo y Montesquleu
(páginas 137-150).— II. El método: Maquiavelo y
Leonardo de VInci. Eterno retorno y resurrec­
ción de las cosas muertas (págs. 150-155).—
III. Política ante todo. Estudio estrictamente
político (págs. 155-164).— IV. Carácter somero
del programa republicano de Maquiavelo. Ca­
rácter somero de su programa monárquico (pá­
ginas 164-174).

V. Maquiavelo historiador ................................... 175


Maquiavelo historiógrafo oficial de Florencia (pági­
na 175).— I. La tradición clásica en Historia. Ti-
to-Livlo, Cicerón, los humanistas y Maquiavelo
(páginas 176-184).— II. Las ¡store fiorenline.
Theodoric, los Papas, los emperadores, los prín­
cipes, las repúblicas, los condotieros. Las luchas
políticas en Florencia. Cosme y Lorenzo de Médi­
cis (págs. 184-196).

Segunda parte
LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO
I. El Gobierno legal ............................................. 199
El Principe y los Discursos sobre la primera déca­
da de Tito-Livio (págs. 199-200).— !. El pacto
ÍNDICE SISTEMATICO 361

Páglnx
constitucional. La Iglesia y el Estado (págs. 200-
210).— II. Los derechos individuales. Libertad
personal. Seguridad. Libertad política. Propie­
dad. Peligro de las leyes agrarias (págs. 210-
219).— III. Las luchas políticas y la vida de los
partidos. La utilización de los talentos por el Es­
tado y la defensa de la constitución (págs. 219-
224).— IV. La reforma del Eslado. La vuelta a
los principios. La dictadura (págs. 225-228).—.
V. La fundación de una monarquía legal. Las
restauraciones legales de la monarquía (pági­
nas 228-237).—VI. El gobierno legal de los sacer­
dotes en el Estado pontificlal. Sus fuerzas y 6us
peligros (págs. 238-243).

II. L as cesaciones de la fuerza ............................ 245


I. Teoría del poder monárquico fundado sobre la
fuerza. El ejemplo de César Borgia (págs. 245-
258).— II. Teoría de la conquista. Critica de la
política francesa en llalla. Las violencias permi­
tidas (págs. 259-2C4).— III. Inlerés y llmlles de
la doctrina de Maqulavelo. Carencia de un estu­
dio sobre César. El mil o de César Borgia (pági­
nas 264-275).

III. La paz, la guerra, los tratado s ...................... 277


I. La defensa de. los Estados. El papel de la fuer­
za. El hecho de la guerra. Maqulavelo y los pro­
fetas desarmados. Dante y Erasmo (págs. 277-
289).— II. La ética de la fuerza guiada por la
razón. Los deberes militares de los Gobiernos.
Los beneficios de la guerra. La conducta de la
guerra (págs. 289-304).— III. Los tratados. La vio­
lación licita de los tratados. El capitulo XVIII
del Príncipe (págs. 304-309).

IV. El Gobierno de la opinión p ú b l ic a .................. 311


I. Opinión y razón de Estado. La hipocresía polí­
tica y el capitulo XVIII del Principe (págs. 311-
316).— II. Casos en que es preciso despreciar
la opinión: finanzas, defensa del Estado, asun­
tos militares (págs. 316-324).— III. Casos en que
hay que contar con ella: religión, guerra. La pro­
paganda y la guerra (págs. 324-328).
362 MAQUIAVELO

Página»

V. L a postuba de Maquiavelo .............................. 329

I. Doblo doctrina, monárquica y republicana. So­


mera y clásica al tiempo Opágs. 329-334).—
II. Maquiavelo romano, republicano, jacobino,
extraflo al cristianismo como a la ética humanis­
ta (págs. 334-338).— III. La ética de Maquiave­
lo: el servicio del ciudadano y del soldado. £1
Estado, juzga de los deberes del Individuo, dis­
ciplina su vida espiritual, ordena su actividad
social, le delie un mínimo de libertad. Condena
de todo Gobierno, de familia o de clase. Realis­
mo y positivismo (págs. 338-343).— IV. Papel
del cálculo y del genio. Rechazo de toda doctrina
preconcebida, adopción de todo atrevimiento jus­
tificado por la razón. Mediocridad y grandeza de
los hombres. Uso de todas las fuerzas humanas.
Primacía y disciplina de la razón (págs. 343-
347).

I ndice de nombres y materias ............................. 349

I ndice sistemático .................................................... 359

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