La Mierda. A Méndez Carrasco PDF
La Mierda. A Méndez Carrasco PDF
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DEREXH05 RES
pARA m s LO
CURlSAN(
SAN'i?AGO DE
EL VERDADERO SENTlDO DE LAS VOCES,
COMPUESTO
T O M O QUARTO.
G.H.1,J.K.L.M.N.
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l LA DEL ORIGINAL EN CUYA OBRA SE ENC-
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EL VOCAI3LO QUE DA TITULO A ESTA NOVELA.
'06.ras 'd e 1 :4.utor,
JUAN FIRULA. Cuentos. 1948.
EL CARRETON DE LA VIUDA. Cuentos. 1952-
MUNDO HERIDO. Novela. 1955.
LA MALA INTENCION. Cuentos. 1958.
CHICAGO CHICO. Novela. 1962.
DOS CUENTOS DE JAU. 1963.
IORDENE, MI TENIENTEI Novele. 1965.
CRONICAS DE JUAN FIRULA. 1965.
CACHETON PELOTA. Novele. 1967.
CHICAGO C~. T.etro. 1970.
LA MIERDA. Novele. 1970.
OMENftARIO 'ACERCA DEU TITULO
DE ESTA NOVELA
"
del propio autor. Mi labor se circunscribe a narrar
cuadro difícil y curioso, casi complejo. No me interesa
exhibir a mis personajes en su villanía, sino en su ton-
lIción cristiana, misión de integración social. No puedo
dar soluciones, porque no es mi papel; expongo. Los
especialistas tit.nen que tomarse esa tarea.
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¿Tengo a Mirlita? Estoy desequilibrado; necesito
I!bgo más potente, más bestial, algo que (l'etenga mi so-
berbia.
De improviso, Ihe recordado a mi hijo Pilucho. De
aquí en adelante no ihabrá paz en mí, puesto que en-
tiendo el motilvo de mis ibaj ezas. Por ahí me a131ban y
no sruben que he mat3ldo a tantos seres. Ellos se dejan
llevar por las luces de bengala. ¿Y cuándo éstas se a;pa-
guen? Mi hijo Pilucho es un delincuente, un actor, una
mezcla de existencia y sueño. ISu lucidez no tiene eco.
Está, como un durmiente, detenido tras ,los barrotes de
la vieja Penitenciaria de Santiago de Ohile. ¿Por qué
escondo su identidad? Soy un cobaJrde; siempre eludí;
me sé pequeño física y mentalmente. Ya no puedo pen-
sar; mi cabeza se mueve de iz;quierda a derecha y vice-
!Versa para decir: ¡No! Los diarios, los semanarios y las
estaciones radiales han empezado a agigantar su ¡figura
hacia el ¡foja. ¿Quién padece con esto? Nadie podrá
detenerlos, po!"que ultimó a una pareja de ancianos, pin-
tó un stgno en el rostro de un juez y abusó de [as vír-
genes 'dormidas. ¿Por qué lo tienen aislado en el Patio
Siberia? No puedo visitarle; no estoy preparado; pero
sé, fehacientemente, que lo haré algún día. ¿seré capaz
de caminar solo hacia las altas palmeras de la Avenida
Pedro Montt? Todo esto me produce una tremenda en-
fermedad; sobre todo, que en mdt3ld de la noche he
oído cantar a los evangélicos cuando pasan hacia el
templo. ¿A qué irán? ¿Me habré vuelto loco otra vez?
A ratos, si lo deseo, porque es un aspecto nuevo, casi
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inmaculado, donde los desatinos son heclhos normales.
Luego que se pierden los creyentes me he quedado solo'
ante el cristal, esperando la .fuga de la extensa sombra,
sombra ~ a e inacabable. ¿Qué haré en el próximo
amanecer? Sé que debo buscar un punto de aJPOyo, tra-
zar unas líneas y después alcanzar mi cama para tirar
m1s huesos. Hoy, de súbito, me acogen cosas absurdas~
absurdas y vitales. Se me ha ocurrido, por ejemplo, que
es muy dificil IVÍVÍIr y que nada cuesta cerrar los ojos.
¿Por qUé no seré ·el hombre alegre de antaño? Me he
visto, por momentos, transitando con mis gastados pan-
talones de moda Ox:ford, mi chaqueta corta, ajustada;
camisa negra, corbata blanca y con un ridículo som.:.
brero .tipo calañé. ¿No sufrí entonces tanto corno hoy?
Parece que la diferencia radica en que esa época no pe.
tSaba mis pasos. Mora pienso, y esto hace muy mal.
CUando el viejo calIllJ>8.Il8l1'io se incline hacia la
tarde, ólo ahí iniciaré mi descanso.
DOS
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que no se pueden responder; es mejor enmudecer y abrir
esa !puerta que sigue su ritmo brutal. Sé que 'junto con
entreabrirla, se iniciaJrá otra !historia. Puede que esté
equivocado, ,pero cierta niña que le hice un favor me
dijo que también podría tratar otros casos. Me reí: ¿Yo
sanar el mundo? Las aberraciones no tiene~ contes-
tación.
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en mi juventud estUlVe preso, me ¡burlé de mi madre; he
deambulado JieIIWre entre hampones 'Y prostitutas; no
tengo dirección.
No le importa mi mugre; es indüerente a todo; tiene
desinterés relativo. . . '
-Yo también estoy sucia ...
No entiendo muoho; soy consciente que de aquí ade-
lante tiene que concluir toda h1pooresía; sigo expresán-
dole cómo me desenvuelvo ante mis congéneres; cómp
gozo con su pelo rubio, ISUS dedos largos y cuidados.
-lEn mi aspecto material, padezco de simpleza; uso
una cinta ¡blanca desde hace veinte años en lugwr de
coribata; no me abrooho ,los .cordones de 10s z8lpatos; me
pongo calcetines de distintos colores; sweater al :revés.
Cuando me acuesto con lUlla niña, le robo sus calzones.
[gnoro por qué !hago todo 'esto; forma ¡parte de mi in-
dependencia personal. La colectiva no existe.
-Con respecto a Jos calzones, te irá mal conmigo.
-¿Por qué?
-se trata de una prenda anticuada; incómoda.
¿Por qué sofocar algo que necesita aire?
Es demasiado inteligente; no mucho quiZá. \Anhelo
"
-2'/-
derrotarla. Algo me dice que debo desprender de ella;
utilizo mis aI1llQS; por cierto no bajas, justas.
-Soy casado; tengo un hijo delincuente.
-¿ y qué me importa a mí eso si nunca pensé ca·
sarme? ¿Y no somos todos delincuentes?
Entonces vuelvo a contraatacar y me asombro.
-Además soy ...
Me caigo; me apresuro y me desplomo.
-No me irnlporta que seas puta o princesa; yo tam-
bién ando en ,busca de otras cosas; busco una mujer.
Ya sé que no es ni prostituta ni noble; al penetrat
en sus ojos, descubro que no tiene arrugas; que en ver-
dad es una niña; tiene los rasgos de una jovencita he-
rida, diriÍa amoral. Desea vivir; agarrarse de alguien,
mas no tiene barreras, porque siempre la tuvieron atada.
-Tuve contacto con un profesor, con un psiquia-
tra, con un griego, con un ... Sin embargo ...
-Huevadas.
!EStá prematuramente cansada y se muestra; todos
advirtieron su carne; siempre será así. :MIe 81gradarla ha-
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er algo paJI"a elevarla y extraerla de ese amlbiente. ¿Ten-
dré fuerzas? Comprendo lCJ.ue no es tan fácil; sus vibra-
ciones surgen y me estremecen. Mi obra habrá que
endilgarla con bastante maestría, pues de vestirse bien
es tan arrogante como una !hetaira. Trato de expliC8l1"le
que todo 10 sucedido hasta aquí obedece a designios
inevitables. Me río; me sonrío y me admiro. Es una presa
vencida y ¡primorosa.
Fue todo tan rápido que sólo ahora advierto SUS
auténticas insinuaciones materíales. Primero se mostró
recatada; ahora nada. Al tOrnRr su pelo, siento sus me-
jillas, sus pechos plenos y ila totalidad desorbitada y ne-
cesaria. Palidece, baja sus párpados y renace aLgún
udor. ~~ acondiciona; se muestra. Tiene inquietud de
alor.
-¿Te pasa algo cuando cohupo tus pechos?
-¡Estoy mojada!
-¿Es la regla?
-¡Bruto! ¡Estoy caUente! ¡Dame! ¡Entiérram.elo!
Había deseado esquivar el sexo; es inútil, tan inútil
como anular los soles~stTellas. Alguien me ordena que
actúe. Es tan fácil; tal vez comleta un error que más
tarde lamentaré. Además, ¿qué imlporta si siempre !ha-
brá que lamentarse? Es mi ru~a.
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---jCuando te hayas mejorado 'te buscarás un hornr-
bre para ¡que cases y tengas muehos \hijos.
La muchacha se torna acalorada; 'decepcionada
oonJfundida.
-No he venido aquí a eso. Necesito un hombre.
Dalia me expresó que tu método enaltecía. No dese
nada, sino descansar.!
H ¿Misión CUmlplida?"
\Le pongo en sus labios unas gotas de cherry; muev
sus ojos, su cuerpo se agigant~ 'Por segunda vez y se
pone desnuda boca aJbajo.
-Dame por donde quieras, pero dame.
Ha evolucionado mucho desde el instante en 'que
pisó mi departamento. Sin embaJrgo, sigue siendo ange-
liJcal, pOI1que es femenina. No lejos alguna ¡frase me caso
tiga: ',¡Morirás con la fama de un lpícaro!"
Ahora Chapin fastidia con esa música lánguida; me
abstraigo, mas el polaco ayuda; es celestino. Entiendo,
no obstante, que no la entiendo mucho.
Quisiera olvidarme. ¿Me estaré traicionando?
Otra vez, al escuchar el ¡pito 'ÍaJbril, aparece mi hijo
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Pilucho, mi hijo del Patio Biberia. ¿Qué hago? se sucede
cambio. Ohopin ha muerto entre húmedas hojas y el
locutor habla. !Se exterioriza, contando las fechorías de
"Bestia Negra". Enmudezco; no sirvo. La muchacha si-
gue boca abajo y yo encima de eLla. Pobre mi hijo: le
apodan "Bestia Negra". lEn un rasgo !de locura, 'carn\bio
el radio. Es demasiado.
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-Nuelve a EL.
~No entiendo a EL; nada haré por hacerlo, pues
acasaJré.
-¿Y por qué te olvidas y me ejecutas?
-Porque soy animal.
~Vuelve entonces.
-¡!Si EL se manifestara!
¿Qué haré cuando se haya ido? Sólo las !hojas de la
encina azotarán mis \Ventanales. Quizá no vuelva nunca
más a verla. Ella vino en busca de soluciones y se reti·
rará más di[~il. No importa que no vuelva; me queda
el retrato, el óleo, la tela del artista ibohemio.
Ahora soy yo quien em¡pina la botella de cherry; su
dulzura y suavidad me descompaginan. Descorazonado
me asomo al gran balcón; la encina sigue su llanto
secular. Allá va ella con sus pasos menudos; es alta,
rubia y se nota como diSfrazada de estudiante. ¿De Iquién
es el triunlfo? Nadie triunfa; desde hace siglos estoy
muerto. ¿IPor qué no me dejan morir de verdad? Decidi-
damente no pertenezco a este mundo.