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BAUER, A.

LA HISPANOAMÉRICA RURAL, C. 1870


Quizá sea útil empezar señalando las pautas principales de Hispanoamérica tal como se
configuraron hacia 1870. Examinaremos tres tipos de ambiente rural en las zonas de
asentamiento más antiguas de Mesoamérica y los Andes centrales. En todas estas zonas,
grandes fincas privadas (haciendas), comunidades campesinas de pueblo y granjas familiares
independientes se hallaban interrelacionadas de diversas maneras.
En un país dominado generalmente por la gran hacienda, es importante observar la existencia
generalizada de agricultores familiares. Hay explicaciones históricas y raciales de su
presencia. La granja familiar independiente parece que surgía cuando la población o los
inmigrantes de ultramar poblaban la frontera en una región donde anteriormente no había
agricultores nativos sedentarios (o éstos habían sido expulsados), donde antes de su llegada
la tierra no se concedía en forma de unidades grandes y donde, si bien existía un mercado,
no era aún lo bastante fuerte como para fomentar las economías de escala.
En otros casos, mercados urbanos locales de productos hortícolas o la fragmentación
accidental de una gran hacienda daba origen a la proliferación de pequeños agricultores. A
diferencia de los lugares donde la hacienda era el eslabón entre la ciudad y el campo, en 1870
estas zonas ya estaban bastante urbanizadas, empleaban mano de obra familiar o asalariada
y se engranaron sin problemas con la agricultura capitalista cuando tuvo lugar su plena
aparición en los decenios siguientes.
En las zonas centrales de Hispanoamérica, donde en el siglo xvi se impusieron formas
agrarias europeas a una población india sedentaria y densa —el centro de México, las tierras
altas de Guatemala y gran parte de las tierras altas andinas—, se encuentra el tipo de ambiente
rural más característico de Hispanoamérica. Los elementos fundamentales eran las grandes
fincas particulares, llamadas generalmente «haciendas», y las comunidades de pequeños
campesinos.
Aunque era un lugar rústico y atrasado, la hacienda rural formaba parte integrante de la
economía nacional. Después de un largo olvido, la hacienda ha sido objeto de investigaciones
en años recientes. El panorama que surge de ella es el de una organización agraria que miraba
en dos sentidos: hacia adelante, en dirección a la economía de mercado de las poblaciones y
ciudades locales; y hacia atrás, en dirección a una fuerza laboral que a menudo todavía era
atraída y regulada con relaciones pre-capitalistas. Los terratenientes vendían sus productos a
las poblaciones y minas locales por dinero y, a cambio, compraban utensilios, manufacturas
rudimentarias, artículos y alimentos que ellos mismos no producían, tales como algunos
muebles o prendas de lujo procedentes del extranjero. No cabe duda alguna de que la
condición de terrateniente confería prestigio y tenía sus recompensas personales y su valor
recreativo, pero su misión principal era ganar dinero. Para la hacienda corriente del siglo
xix, la autosuficiencia, que nunca fue posible por completo, tenía tanto de conveniencia como
de principio. Tenía sentido disponer de tus propios albañiles, herreros y trabajadores del
cuero, dado el coste minúsculo de la mano de obra residente y la falta de proveedores
cercanos.
Había un mercado de tierras libre y activo. Las haciendas cambiaban de propietario con
sorprendente frecuencia y existía un proceso continuo de subdivisión y amalgamamiento. La
hacienda estaba orientada hacia la rentabilidad y participaba activamente —aunque fuese de
forma imperfecta e ineficiente— en una economía de mercado.
En el decenio de 1870, ya se habla de una comunidad campesina híbrida, basada en la
posesión legal de la tierra, el cultivo principalmente de plantas del país, la producción y venta
de artículos fabricados a mano y un alto grado de autonomía política. Después de tres siglos
de conflictos, adaptación, las comunidades se habían mantenido firmes.
La tercera clase general de paisaje rural era el dominado por la gran hacienda donde ni los
pequeños propietarios ni la comunidad campesina ofrecían oposición política ni competían
por los recursos. El norte de México y el centro de Chile eran parecidos en ese sentido. En
ambos casos la colonización europea había marginado a una población nativa cuyas raíces
eran poco profundas y, contando con el control casi total de la tierra, había estimulado a los
pocos supervivientes a instalarse dentro de los límites de la propia hacienda en calidad de
aparceros o colonos. Algunas de estas haciendas eran inmensas y crecieron aún más durante
el siglo xix.
Andando el tiempo, se formaron asentamientos de colonos intrusos en los intersticios ignotos
del campo; en otros casos, se formaban poblados dependientes en la propia hacienda. Gracias
a ellos y, a veces, a los trabajadores migratorios, la hacienda contaba con una reserva de
trabajadores temporeros cuando el mercado justificaba que se hicieran cambios o se
aumentase la producción. Donde no existía ningún poblado que hiciera de foco, la población
rural se concentraba alrededor de la hacienda, que formaba el centro social, económico y a
menudo espiritual del campo. Muchas haciendas tenían su propia capilla y en varias había un
sacerdote residente; la hacienda era el eslabón entre la ciudad y el campo, y dominaba
eficazmente a la masa de habitantes rurales.
LA ESTRUCTURA DE CLASES AGRARIA Y EL CRECIMIENTO ECONÓMICO
DESPUÉS DE 1870
Una interpretación general del cambio en la sociedad rural tradicional en Hispanoamérica
después de 1870 debe incluir varios elementos. En primer lugar, no cabe duda de la
importancia del crecimiento del comercio resultante de la urbanización y la demanda de
productos agrícolas generados por diversos enclaves exportadores. En segundo lugar, la
interpretación debe tener en cuenta la población o, más específicamente, el número de
trabajadores rurales reales o en potencia. El tercer elemento es el papel del Estado en lo que
respecta a facilitar el marco político y judicial dentro del cual el cambio agrario se producía,
y a condicionar el curso del desarrollo.
Sistemas de trabajo rural
En 1870 dos categorías principales de gente rural trabajaban en la hacienda
hispanoamericana. La primera eran los residentes permanentes, grupo que incluía a
administradores, capataces, escribientes y artesanos, junto con cierto número de colonos, que
reciben los nombres de «peón acasillado» en México, «concertado», «huasipunguero»,
«colono» y «yanacona» en los Andes, e «inquilino» en Chile. El segundo componente
principal de la mano de obra de la hacienda eran los trabajadores estacionales salidos de las
propias familias residentes, de comunidades próximas cuando las había y de grupos de
colonos intrusos o migrantes cuando no las había.
La transferencia de plusvalía de los residentes permanentes se hacía de diversas formas. A
cambio de una pequeña parcela de subsistencia en la hacienda, una ración diaria de harina de
maíz o de trigo y privilegios de apacentamiento para cierto número de animales, los colonos
estaban obligados a trabajar en la hacienda.
En algunos casos también se pagaba un salario o, mejor dicho, es frecuente ver un salario
expresado en términos monetarios en los registros de las haciendas, pero las más de las veces
era un salario a cuenta y no en efectivo. Por medio del almacén de la hacienda se distribuían
artículos de comercio rudimentarios, tales como hilo, tinte, cuchillos o paño importado, cuyo
valor sencillamente se cargaba en la cuenta del trabajador. En algunos casos la hacienda
emitía su propia moneda, en forma de fichas. Un objetivo principal de la hacienda era vender
sus propios productos por dinero en el mercado, pero, al mismo tiempo, pagar lo menos
posible en efectivo. Es obvio que el objetivo se alcanzaba en la medida en que los productos
de la propia hacienda —maíz y, sobre todo, bebidas alcohólicas— se intercambiaban por
trabajo.
El otro grupo principal de trabajadores de las haciendas lo formaban los peones estacionales,
que eran contratados por días o por semanas en las épocas de mayor necesidad de mano de
obra. Normalmente, se contrataban en los poblados vecinos, en los asentamientos de colonos
intrusos, entre los migrantes o entre familias independientes que deseaban complementar sus
ingresos. El carácter estacional del trabajo era un rasgo importante de la agricultura de las
haciendas y, por supuesto, variaba con el nivel de tecnología y con la naturaleza de la
actividad.
El desarrollo liberal: actitudes y política
Junto con la penetración de los ferrocarriles en Hispanoamérica y el crecimiento de la
demanda mundial y nacional de sus productos, tuvo lugar, entre los terratenientes y los
empresarios que iban a beneficiarse de ello, un cambio gradual de actitud.
los campesinos hasta entonces protegidos tuvieron que convertirse en trabajadores libres.
Con el fin de conseguirlo, el arcaico tributo colonial que durante siglos se había usado para
obtener servicios laborales del campesinado indio
Por otro lado, las comunidades campesinas fueron criticadas porque, según decían, sofocaban
las,iniciativas y obstaculizaban la integración social; al mismo tiempo, la insistencia liberal
en la reducción de los aranceles obligaba a los artesanos pueblerinos a competir con
importaciones baratas o a entrar en el mercado de trabajo.
a partir de 1870, las clases propietarias, y en especial los agricultores progresistas, ocuparon
una posición dominante en el gobierno nacional. Así fue hasta la Revolución de 1910 en
México y hasta el advenimiento de la política urbana de masas después de 1920 en Perú y
Chile.
las relaciones entre terrateniente y campesino continuaron siendo irreductiblemente
constantes a pesar del tremendo cambio exigido por la arremetida del capitalismo agrario.
Los años comprendidos entre 1870 y 1930 no revelan una transición lineal hacia la mano de
obra asalariada y el triunfo de un modo de producción capitalista pleno, sino más bien un
proceso pragmático, discontinuo, un proceso de avance y retroceso, de compulsión y
resistencia, que en última instancia dependía de la potencia de las nuevas fuerzas de
producción, del poder político de los hacendados individuales o de la clase terrateniente, y
de la resistencia campesina.
Veamos primero los cambios que hubo entre los trabajadores que residían en la hacienda.
Hay algunos indicios de que se abandonó el sistema de aparcerías y se adoptó el de
arrendamiento en dinero. Esto trasladaba la responsabilidad de la comercialización al
aparcero.
A partir de 1870 a los inquilinos de Chile se les exigió que proporcionaran dos e incluso tres
jornaleros de sus unidades domésticas a los que la hacienda luego pagaba el salario normal.
Al aumentar las exigencias laborales que hacían a los trabajadores residentes, los
terratenientes trataban de convertir a los colonos en agentes de contratación de mano de obra
y a hacerles responsables del cumplimiento

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