Leyendas 2018 Sra Vivi

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UNIDAD EDUCATIVA PARTICULAR

“LA INMACULADA”

Nombre: Nayeli Jael Aguilar


Rivas
Profesora: Sra Carmen V.
Chamba Armijos
Curso: 9no Paralelo: “C”
Año – Lectivo
2018 - 2019
LA BESTIA DE 7 CABEZAS

Hace muchos años, en la época de la Colonia, se usaban


mulas para trasladar herramientas al interior de las
minas y asimismo extraer desechos.
Una vez, debido al intenso trabajo al que eran
sometidos, murieron 7 animales en el interior del
agujero.
Con mucho esfuerzo, los mineros sacaron sus cuerpos
descompuestos, dejando las cabezas, para reducir el
peso.
Al día siguiente las cabezas habían desaparecido, así
que retomaron sus trabajos en la oscuridad del socavón.
Mientras se adentraban, los mineros observaron luces
en lo más profundo de la mina. Pensaron que se trataba
del brillo del oro reflejado por sus linternas y se
apresuraron a extraerlo, sin embargo se encontraron con
una enorme bestia con 7 cabezas de mula. Huyeron
despavoridos sin mirar atrás y hasta los mineros tienen
miedo de descender.
LOS AJÍES DE ORO

En la parte oriental de Zaruma vivía un hombre muy


pobre. Para poder cocinar, el hombre debía proveer a su
esposa de leña, que se recogía al otro lado del cerro.
Una tarde, al retornar a su hogar, vio una planta de ají.
Él sabía que no era mucho, pero decidió tomar algunos
para condimentar los escasos alimentos que podía
conseguir.
Al llegar a su casa, dejó la bolsa con ajíes sobre la mesa
y se arrodilló a encender el fogón con los leños
recolectados.
- “He traído unos ajíes que encontré en el camino”. Dijo
a su señora, sin voltear.
Mas, cuando esta se disponía a tomar los ajíes para
elaborar una salsa, no logró levantar la bolsa, pues le era
muy pesada. Al abrirla, notaron que los ajíes eran de oro
sólido.
Consumido por la ambición, el hombre tomó otra bolsa
y corrió hasta el arbusto donde había cosechado los
ajíes, pero este había desaparecido.
EL CURA DIFUNTO

Un joven de la zona rural de Zaruma había llegado a la cima del poblado, muy
tarde por la noche, en busca de medicinas para un pariente enfermo de gravedad.
Debido al cansancio, decidió pedir posada en una casa de la calle Colón, que
aún existe.
Tras descansar, el joven que se preparaba para salir en busca de los remedios,
fue detenido por la dueña de casa.
- “No se vaya en esta noche tan tenebrosa, espere un poco”, le dijo.
Pero su preocupación por la vida de su familiar fue mayor y el joven salió.
Camino a la casa de un boticario, observó que dentro de la iglesia sobre la calle
San Francisco, los faroles estaban encendidos y las puertas abiertas, por lo que
entró para pedir a Dios por su familiar enfermo.
Ya en la iglesia se topó con un cura encapuchado, quien se ofreció celebrarle
una misa. Juntos recitaron varias oraciones, hasta que el joven se acercó al
sacerdote y observó que este tenía parte de su piel carcomida, los ojos
desorbitados y la quijada desencajada, estaba muerto.
El joven quedó helado del miedo sin poder moverse, entonces el cura le dijo -
“No huyas, yo era sacerdote y fui castigado por Dios, porque tenía aventuras
amorosas y cobraba demasiado por las misas, por eso estoy condenado a
celebrar misas en las madrugadas”. Al joven poco le importó la explicación y
huyó.
Al llegar a la casa donde había pedido asilo, completamente pálido, fue atendido
por la dueña del hogar y algunos vecinos.
- “Yo le advertí que no salga en esta noche tenebrosa”, le increpó la señora.
- “Pero tengo que volver por las medicinas”, respondió él, aún tembloroso.
La dama suspiró al notar su terquedad y le obsequió una botella de agua bendita.
El joven se subió a su caballo y fue directo hacia el boticario sin voltear a ver a
la iglesia y aferrándose al agua bendita.
Al obtener las medicinas, cabalgó a toda velocidad hasta su hogar para dárselas
a su pariente, quien logró salvarse. (F)
LA DAMA MISTERIOSA
Cuenta esta leyenda que, atraídas por el oro, a Zaruma llegaban personas de
toda índole desde tiempos coloniales. Entre ellas, una bella mujer señalada por
la comunidad como pecadora y perseguidora de hombres. Jamás pisó la
iglesia, y cuando murió de manera inesperada unas damas caritativas la
depositaron directamente en un hoyo del cementerio, porque el cura no quiso
ni oír que una mala mujer entre al templo, pues éste podía reventar por la
presencia de un cuerpo que era un fardo apretujado de pecados.
Pasado el tiempo, esta mujer pasó a convertirse en “alma en pena”. Se la veía
por las noches alrededor de la quebrada denominada Juan Gómez y por el
camino que conduce hacia la mina el Sesmo. Conservaba un cuerpo esbelto, un
rostro hermoso, un cabello sedoso y ondulado, labios voluptuosos y un mirar
coqueto. Los hombres que caminaban por dicho lugar, especialmente los
mineros españoles y criollos, eran atraídos por aquella figura y la seguían para
cortejarla, sin jamás lograr alcanzarla. Por algún motivo sobrenatural, siempre
mantenía una distancia frente al sátiro perseguidor.
En un punto cualquiera, la dama se detenía con manifiestas intenciones de
corresponder a su pretendiente mostrando su hermoso rostro, mientras el
emocionado galán quedaba extasiado frente a una radiante ninfa de hermosura
indescriptible. De repente, sus ojos se perdían en la nada, dejando dos
oquedades huesudas, sus encarnados labios caían para dejar sus dientes a la vista
dibujando una sonrisa de tétricos presagios… el rostro iba desintegrándose poco
a poco, prontamente, y el cabello sedoso y ondulado desaparecía quedando su
cabeza en calavera y todo su tentador cuerpo en esqueleto.
El pobre galán, con este cuadro de horror salía en arremetida fuga, era presa de
convulsiones o pérdida de conocimiento cayendo pesadamente al suelo húmedo
y frio de la noche.
LA DAMA TAPADA
Se cree que esta leyenda proviene del año 1700. La historia
relata la aparición del fantasma de una mujer en horas de la
medianoche recorriendo las calles de la ciudad, luciendo un
vestido negro elegante de la era colonial con el rostro tapado
por un velo.
Su figura y el aroma de perfumes era muy atractivo para los
hombres que la veían, que en su mayoría eran borrachos o
típicos “don Juanes”, seductores y mujeriegos.
Los hombres intentaban caminar hacia la dama, pero ella
comenzaba a caminar sin dejarles acercarse lo suficiente.
De esta manera la perseguían por callejones oscuros hasta el
cementerio, en donde ella se detenía y se daba vuelta para ver
a su víctima.
Es entonces cuando el velo revelaba un horrendo rostro de
cadáver con los ojos encendidos en llamas y mucho hedor a
putrefacción.
Se cree que muy pocos sobreviven a este encuentro. La
historia no define por qué mueren las víctimas de la dama
tapada: si es por el susto, la pestilencia o algún otro factor
como la hipnosis.
En versiones más contemporáneas, las víctimas caen por un
abismo o son atropelladas por vehículos.
LA VIUDA DEL TAMARINDO

Esta leyenda proviene de la historia de una mujer


de Manabí que asesinó a su esposo español. Ella
quedó maldecida a vagar cerca de un árbol de
tamarindo por una hacienda en Quinta Pareja,
llorando eternamente por la memoria de su esposo.
Este mito es bastante parecido a la dama tapada.
Se dice que anda vestida de luto y a veces llorando
por las calles oscuras de la ciudad, con un velo o
sombrilla.
Los hombres que la veían iban tras ella para
consolarla. La viuda los hacía seguirla hasta el
árbol de tamarindo, en donde revelaba su rostro y
estos morían.
LA LLORONA

Esta historia deriva de las situaciones típicas de mujeres


jóvenes inocentes de los pueblos que se mudaban a la
ciudad en busca de mejores oportunidades. Esta
leyenda cuenta la historia de una chica que logró
conseguir empleo en una casa de gente adinerada.
La ingenuidad la hizo presa fácil del amor y salió
embarazada del hijo del dueño. Tras ser botada de su
trabajo intenta volver a su familia, pero fue fuertemente
criticada.
La desesperación la hizo arrojar a su bebé recién nacido
al río. Al darse cuenta de su acto inhumano, intentó
recuperarlo entre gritos y llantos pero fue arrastrada por
la corriente.
Los relatos cuentan que han escuchado a la chica llorar
en las noches buscando a su hijo entre las casas y
haciendas cercanas a los ríos, asustando a niños y
grandes por igual.
EL NIÑO DE LA MANO NEGRA

Cuenta la historia sobre un niño de familia adinerada de


nombre Toribio de Castro Grijuela, a quien le faltaba la mano
derecha de nacimiento.
La familia era muy religiosa; le tenían especial devoción a la
Virgen de Soto a la cual le pedían muchos milagros. Gracias
a la crianza cristiana, Toribio creció con un corazón muy
bondadoso y altruista. Le gustaba ayudar a las personas pobres
y necesitadas.
Un día una anciana pidió comida al niño, él la atendió con
mucha alegría, como siempre lo hacía. Ella le dio un regalo a
Toribio. A la mañana siguiente el chico despertó emocionado,
pues tenía la mano derecha, pero de color negro.
Se dice que Toribio tuvo su momento heroico enfrentándose
con los piratas en 1587, derrotando al famoso Cavendish y a
sus hombres.
Según cuentan, al exhumar el cadáver de Toribio después de
años de su fallecimiento, su mano negra no mostraba rasgos
de descomposición.
LA LEYENDA DE GUAYAS Y QUIL
La leyenda se remonta a la época de la conquista de la zona.
El relato trata sobre el sacrificio de amor y libertad de la pareja
de nativos guerreros de la tribu huancavilca al verse
amenazados por los españoles.

Sebastián de Benalcázar tuvo muchos enfrentamientos fuertes


con esta tribu para intentar establecer la nueva ciudad de
Santiago (actual Guayaquil). El cacique Guayas y su esposa
Quil liderizaban las fuerzas nativas de resistencia, y eran
estupendos guerreros.

Eventualmente fueron capturados. Guayas, conociendo la


avaricia de sus captores, ofreció a los españoles muchos
tesoros escondidos a cambio de su libertad y la de su esposa.
Los llevaron entonces hacia el Cerro Verde (actual cerro Santa
Ana).

Aquí Guayas pidió un cuchillo para mover una de las piedras


que tapaba la entrada del escondite de los tesoros.

Pero en vez de oro y piedras preciosas, Guayas clavó el


cuchillo en el corazón de Quil y luego en el de él; preferían
morir a ser subyugados.

Se dice que este evento ocurrió cerca del actual río Guayas,
en donde se dice que cayeron los cuerpos. Este es uno de los
orígenes que se le otorga al nombre de la ciudad.
LEYENDA DEL GUAGUA PICHINCHA

El Guagua Pichincha, cuyo nombre en quechua significa niño


está localizado al noroeste de Lloa y un poco al sur del Rucu.
Su altura es de 4.794 m.s.n.m. Es un estrato volcán activo con
actividad de las fumarolas, según los expertos. La caldera
actual está bordeada por una serie de picos y un filo en forma
de herradura abierta al lado oeste.

Leyendas
Cuando el Guagua llora, la madre contesta
Según la leyenda indígena, dos reconocidos guerreros de los
Andes, el volcán Cotopaxi, ubicado en la provincia del mismo
nombre y el Volcán Chimborazo de la provincia homónima,
pelearon durante años con erupciones constantes para poseer
a la bella Tungurahua.
Tras vencer el Chimborazo se casó con Tungurahua y de la
unión nació el Guagua Pichincha.
Cuando llora el Guagua, la Mama le contesta.
Según el nativo ese sería la explicación de que tras cientos de
años de tranquilidad, los dos entraran en erupción al mismo
tiempo.
EL PADRE ALMEIDA

En el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven


sacerdote, el padre Almeida, cuya particularidad era su afición al
aguardiente y la juerga.
Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña
ventana que daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él
subía hasta ella apoyándose en la escultura de un Cristo yacente. Se
dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba
al juerguista: "hasta cuando padre Almeida"…a lo que él respondía:
"hasta la vuelta, Señor"
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su
ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin control
alguno…con los primeros rayos del sol volvía al convento.
Aparentemente, los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo
de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le
hizo cambiar definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía
tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo a su
morada, cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba.
Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora y como era
curioso, decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su
cuerpo en el féretro.
El susto le quitó la borrachera. Corrió como un loco al convento, del
que nunca volvió a escaparse para ir de juerga.
EL GALLO DE LA CATEDRAL

Esta difundida leyenda que atesoran los habitantes de Quito se refiere


a don Ramón Ayala y Sandoval, quien era un hombre adinerado, muy
bohemio y dedicado a la buena vida; además mantenía indiscutible
afición por la vihuela (guitarra), mistela (licor) y la graciosa ‘chola’
Mariana, que le robaba más de un suspiro.
Asimismo, el personaje se vanagloriaba de sus 40 años de soltería, de
su hacienda y de su apellido. Don Ramón desarrollaba su vida con un
horario estricto: se levantaba a las 06:00 para luego ponerse el poncho
de bayeta y comenzar a desayunar lomo asado, papas, un par de
huevos fritos, una taza de chocolate, pan de huevo y el tentador queso
de Cayambe.
Después de comer como un dios, don Ramón pasaba a la biblioteca y
disfrutaba de los recuerdos de sus antepasados.
Tras gozar de una hora a la siesta, se daba un masaje con agua olorosa
y a las 15:00 salía a la calle derrochando elegancia. Se detenía justo
en el petril de la catedral, y allí tenía siempre su primer encuentro con
el popular gallito.
Con un gesto desafiante le decía: ¡”Qué gallito, qué disparate de
gallito!”. Ramón amaba a la ‘chola’ Mariana, una mujer, dueña de un
local de venta de licores, pero cuando la gente iba a escuchar misa se
espantaba al pasar por dicho establecimiento, pues Ramón, ya pasado
de tragos, comenzaba a lanzar carajos a todo el mundo.
¡El que se crea hombre, que se pare enfrente! ¡Para mí no hay gallitos
que valgan, ni el de la catedral!, repetía una y mil veces. Cierta noche,
alrededor de las 20:00, pasaba ebrio por el pretil de la catedral y trató
de desafiar al gallo. Cuando alzó su mirada y se disponía a gritarle, el
gallo alzó su pata y rasgó con su espuela la pierna del noble, quien
cayó al piso.
Luego, el ave levantó el pico y le sentó un feroz golpe en la cabeza.
Horrorizado por lo que le estaba sucediendo, comenzó a pedir perdón
y clemencia al animal, que le preguntó si jamás volvería a beber e
injuriar a las personas. El aristócrata prometió enmendar su vida y no
cometer tales abusos.
Don Ramón, el aristócrata, cambió por completo. Se volvió
respetuoso con la gente y dejó de tomar las mistelas. Mas un día se
encontró con un antiguo amigo, quien le dijo que estaban orgullosos
de él y que habían preparado un agasajo. Al llegar, se halló con una
tentadora mistela y no aguantó la tentación. Terminó nuevamente en
el local de la ‘chola’ Mariana.
LA OLLA DEL PANECILLO
Había en Quito una mujer que diariamente llevaba su vaquita al
Panecillo. Allí pasaba siempre porque no tenía un potrero donde
llevarla. Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó a la
vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró. Llena de susto,
se puso a buscarla por los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por
encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue
muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso palacio.
Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono
estaba sentada una bella princesa.
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó:
-¿Cuál es el motivo de tu visita?
- ¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor
miseria - contestó la mujer sollozando -.
La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una
mazorca y un ladrillo de oro.
También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana
y salva.
La mujer agradeció a la princesa y salió contenta. Cuando llegó a la
puerta, ¡tuvo la gran sorpresa!

- ¡Ahí está mi vaca!


La mujer y el animalito regresaron a su casa.
CANTUÑA
Durante el período colonial, un constructor indígena que se llamaba
Cantuña tenía un contrato en el cual acordó de terminar la
construcción del atrio de San Francisco hasta una cierta fecha. Estaba
a punto de irse a la cárcel por no terminar el trabajo al tiempo. Rezó
y rezó, pidiendo la tarea imposible de terminar a tiempo. Cuando llegó
a la plaza, un hombre, vestido de rojo, apareció desde adentro de un
montón de piedras. Estaba alto, tenía una barbilla puntiaguda y una
nariz larga y ganchuda.

• “Soy Luzbel,” dijo. “No te preocupes, buen hombre. Yo puedo


ayudarte a terminar el trabajo hasta el plazo límite. Te ofrezco
terminar el trabajo entero hasta el alba. Todo lo que pido por
pagamiento es tu alma. ¿Aceptas mi oferta?”
• “Acepto,” respondió un Cantuña desesperado. “Pero no debe faltar
ni una piedra hasta el alba. Si falta alguna, el pacto es inválido.”
• “Acepto,” respondió Satán.

Una vez que el pacto estaba firmado, miles de diablos pequeños


empezaron a trabajar sin descanso. A las 4 de la mañana, el atrio
estaba casi listo. Pronto llegara el alba y el alma de Cantuña fuera
llevada por el Satán. Sin embargo, cuando Cantuña quería recibir el
trabajo terminado, se asombró de que los diablos, en su prisa de
terminar el trabajo, olvidaron una sola piedra. El alma de Cantuña se
salvó y fue capaz de terminar su trabajo a tiempo.
MALDICIÓN DE LA MAMA HUACA
En las noches de luna llena, sale Mama Huaca a pasearse por las pampas
y sementeras, siempre que no esté lloviendo; porque no puede mojarse el
pelo con el agua del cielo, ya que ella es parte del enemigo malo
(demonio). Antes dizque era el pelo negro, hasta que una noche los sapos
pidieron agua al cielo hasta que llueva.
Los sapos en tiempo antes, cuando vivía mi mama bisabuela, dizque paría
guagua (Niño tierno, pequeño) sapo mismo, hasta que una noche de luna
llena con el cielo brillante lleno de estrellas, Mama Huaca ha salido a
pasearse y los sapos han comenzado a pedir agua. Entonces el cielo se ha
“entoldado” y se ha puesto a paramar, mojándose el pelo de ella que era
bien negro con las aguas del cielo; y comienza hacerse sucu, de puras iras
les echa la maldición a los sapos, diciéndoles que han de poner huevos y
del huevo han de salir los sapos, así como salen las lagartijas.
Pero ella pensando que solo una luna va a estar el pelo sucu y después se
ha de hacer nomás negro; pero cuando en la otra luna sale a pasearse no
cambia de color el pelo. Ella les dice a los sapos: “Que de los huevos no
han de salir sapos sino shugshis y que los taitas tienen que irles comiendo
de poco a poco el rabo (cola) para que salgan las patas y las manos y
cuando sean sapos han de vivir en las cochas (charcas) de agua podrida
hasta que sean grandes.
También les dijo: que en la primera parida han de sólo dos sapos que han
de ser verdes y chiquitos, y se ha de llevar ella. Desde ahí aparecieron unos
sapos chiquitos verdes que tienen otro modo de “llorar” (Croar), esos con
sus silbidos piden que el pelo de Mama Huaca se haga negro. Mientras no
lo consigan tienen que andar cargando a los “huahua shugshis” hasta que
se hagan sapos.
Esta es la maldición de la Mama Huaca porque no alcanzan que se haga
de nuevo “yana agcha” (yana, negro; agcha, pelo)
EL FAROL DE LA VIUDA
Esta leyenda se suscitaba en el barrio de El Vado. Un figura femenina con el rostro cubierto
y supuestamente demacrado que solo se hacía notar por las noches cargando un farol que
rompía con la oscuridad. Se dice que vivía en una casa abandonada en este barrio y que al
igual que el cura, usaba este artilugio para espantar a los curiosos mientras tenía sus
encuentros amorosos por las noches.
He aquí lo que dice el Dr. Ochoa Alvear:
“El pueblo manifiesta que el Farol de la Viuda era una mujer que pasadas las doce de la
noche, seguía el curso del agua, buscando el alma de su tierna hija, a quien había matado y
abandonado en una quebrada, por cuanto ella tuvo un nuevo amor y la presencia de su hija
le servía de obstáculo para su nuevo cariño…”
La fémina viuda, realizaba, por decirlo así, una “hazaña heroica”, pues tenia que habérselas,
muchas veces con riesgos donde podía hasta perder la vida o por lo menos su farol, que era
su escudo o su alfanje, porque en más de una ocasión tuvo que habérselas con los canes de
los llanos de “Taita Chavaco”; ya que sus muecas adquirían gestos caricaturales y jocosos
cuando a veces a la luz de la luna, la noche era alumbrada por sus amarillentos rayos, que
dejaban ver el rostro de la heroína y viuda, su faz demacrada.
Y, cuando ella apareció al tablado de sus andanzas era una época de transición, y entre la
imaginación primitiva, esto es, cuando la lógica no había empezado a trabajar, entró la era
de investigar y aun, de crear leyendas propiamente dichas de carácter histórico-literario.
La viuda alegre, cuya compañía y hasta cierto punto custodia, era el farol que se adelantaba
a ella, iluminándole el camino fragoso por el que transitaba, hasta entrar en su aposento,
que decía que estaba ubicado en el barrio del Vado, tan proclive a las apariciones y
fantasmas tétricos y donde había además junto a la Cruz, la Casa de los Ruidos, que luego
de algunas averiguaciones se llegó a la conclusión de que aquellos ruidos eran producidos
desde fuera, porque un conocido doctorcito de la época, y muy connotado de día, y un
gagón por la noche, lanzaba unas cuantas piedrecillas a la ventana que daba al aposento de
su “querida”. Señalemos además que el amante furtivo tenía a flor de labios estas coplas,
para garantizar a su amada que siempre la quería ver, claro está en la oscuridad de la noche,
-con paradoja y todo-:
Anoche me fui por verte
Por encima del tejado,
Salió tu mama y me dijo
Este gato está cebado….
O esta otra más enjundiosa:
Anoche me fui por verte
Por debajo del canayuyo,
Salió tu mama y me dijo
Todo lo de mi hija es tuyo…
EL CHUZALONGO
El “chuzalongo” vive en las montañas; allí se encuentran las pisadas,
es del tamaño de un niño de seis años, con el cabello largo y sucu; del
ombligo le sale un miembro como un bejuco de “chuinsa”.
Para que no “aviente” el aire malo del chuzalongo que causa la
muerte, se entra en la montaña, se rompe una rama y se marca; así ya
ni puede hacer nada. Cuando está marcado ya no ataca a nadie, es
muy juguetón e inquieto y ya no hace nada; pero en cambio tiene un
“humor malo”, después de un momento da un “aire fuerte” y le deja
cadáver a una persona.
Se cuenta q un agricultor tenía sus tierras en lo alto del monte, una
noche cayo una tormenta y él, muy preocupado por el ganado solo,
mando a sus dos hijas a encerrarlos en el granero, ellas llegaron
amarraron al ganado y se entraron en la cabaña. Alguien golpeo la
puerta abrieron y no había nadie, se dieron la vuelta y era un pequeño
ser con un enorme miembro viril enroscado en su cuerpo gritaron;
pasaron las horas y ellas no regresaron con una mal presentimiento el
anciano tomo su escopeta y se enrumbó hacia la cabaña ,la lluvia caya
a cantaros fría y pesada el viento soplaba tan gélido y triste, por fin al
mirar a lo lejos la luz dela cabaña corrió y tumbo la puerta,
encontrándose con una escena horrenda y macabra. Las muchachas
tiradas en el piso descuartizadas en medio de un charco de sangre, y
frente a ellas, el ser llamado el chuzalongo todavía limpiándose su
enorme falo dela sangre de las mujeres salto ,corrió y jamás fue visto
de nuevo...
LOS GAGONES
Los gagones son como unos “guaguas perritos” (cachorros de pocos
días de nacidos), al principio son cenicientos, lo que llamamos
“chucuros” y con el tiempo van haciéndose negros hasta volverse
“negro fino”. Se forman cuando se han “entreverado” (cohabitado)
entre compadres o parientes y son las “almitas” de ellos que andan
llorando por los caminos donde trajinan los que están “mal llevados”
(amancebados). Salen para que alguna persona de “alma limpia”
(persona pura que no ha delinquido contra la castidad) y que no sea
manchada le aconseje para salvar esa almita y no se condenen.
Esto solo puede conseguirse al principio, pero cuando ya están negros,
ya no tienen salvación. Las almas limpias cuando ven a los gagones
les amarran con un cordel o les pintan la cara con negro de humo para
ver al día siguiente cual ha sido el gag. Si las personas son pecadoras,
el gagón les coge de la rodilla y les saca el huesito (rotula) y si el alma
no es manchada le coge suavito.
Los que han querido coger al gagón estando en pecado no vuelven a
hacer eso porque ya tienen miedo por el dolor a la rodilla. Cuando han
cogido al gagón y le han tiznado esperan en ese lugar para ver quien
pasa a la madrugada entre claro y oscuro, el rato que “arraya” (el
momento que salen los primeros rayos del sol) el día le aconseja
diciéndole: “usted está con este pecado, sepárese de esa mala amistad,
para que no se condene y salve su alma”.
Otras versiones sobre los Gagones:
Los gagones son como unos perritos bien blancos y “pulchungos”
(lanudos) que andan delante de los convivientes, cuando estos son
parientes o compadres; aúllan y juegan abrazándose, es fácil cogerles;
se les muestra el poncho haciendo una “miglla” (mantener extendido
con los brazos, el poncho, la pollera o cualquier tela para recibir algo),
cuando han saltado se les cierra y se les lleva a la casa, se les encierra
en una tinaja y se les tapa con un “mediano” (pozuelo de barro
vidriado), al día siguiente se les suelta y se les va siguiendo a ver
donde entran y así se descubre a los que viven mal. Dicen que cuando
los gagones están encerrados, los cuerpos no pueden despertarse
porque el gagón es el alma de estas gentes perdidas.
Los gagones son unos perritos negros con la pancita blanca bien
“pulchunguitos”, que aparecen en la vecindad de la casa donde viven
mal entre parientes o compadres, andan delante de los pecadores sin
ser vistos por ellos, aúllan así: “gagón, gagón” y la hembra “gagona,
gagona”. Se revuelcan en el suelo abrazándose, salen después de las
10 de la noche. Cuando ven al cristiano pronto desaparecen. Dice: “yo
les he visto con mis ojos que se han devolver tierra, cerca de la casa
de la N. N. que vivía mal con el tío”.
Una mujer vivía con el cuñado y todas las noches se oía a los gagones.
Un día el vecino le cogió a la gagona y le colocó en una tinaja. Al día
siguiente le fue a ver, la encontró muerta, luego supo que la vecina
había amanecido muerta también, todo el cuerpo negro como
condenada. Dice: “Yo le llegué a conocer a la hija de la gagona; se
casó pero no pudo tener hijos, porque dicen que esa es la maldición”.
CUICHI (EL ARCO IRIS)
Cuando el “arco” se enamora de una mujer, la empieza a perseguir todos los días
hasta cuando le encuentra sentada al lado de una “cocha” (charco) y si está enferma
de la costumbre (menstruando) esa mujer queda CUICHIPA HUACHANALLA
(embarazada del arco iris). No siente ningún dolor ni molestia hasta que ajusta los
nueve meses y le toca dar a luz; entonces si padece mucho y nace un huambra (niño
pequeño) sucu (rubio), zhirbu (cabello crespo y rizado), gordo y lindo.
Entonces sí, el arco no deja a la mujer, le sigue a todas partes porque es bien celoso;
si por desgracia tiene un enamorado, entonces el cuichi se apega bien, le envuelve y
así oculta le lleva a la casa. Allí se da cuenta la mujer que el arco le persigue. Cuando
tiene que salir de su casa, siempre sale acompañada de una chica huambrita (niña
pequeña) con un machete blanquito y que este brillando.
El arco viendo que el sol brilla en el machete, se asusta y se pierde “tiempos”. Cuando
el CHURIPA CUICHI (hijo engendrado del arco iris) ya está grande en la edad de coger
la yunta, amanece un lindo día, el sol brillando; entonces el arco separa tras de la
loma a que nadie lo vea.
Entonces le jala a la mujer al cerro, le va llevando al CHURIPA y sigue andando hasta
que se hace oración (anochece). Se para el arco delante de una cocha de agua clarita,
limpiecita; la mama tiene sed y se agacha a tomar agua; ella que se en recta (pone
de pie) para dar agua al guambra este no parece por donde (por ninguna parte).
Entonces ve que el arco se alevanta (eleva, levanta) y se para delante del sol y más
abajo otro arco más clarito pero mas delgado.
En seguida la mama se da cuenta de que el chiripa ha sido llevado por el “arco padre”
y empieza a llamar gritando al guambra hasta que se queda YUYAY ILLAG (piensa que
no existe, que ha desaparecido).
Así se pasa toda la noche, cuando amanece empieza de nuevo a llamar gritando pero
como no parece nadie ella regresa a la casa con dolor de barriga (estomago) y caina
(espera) así, y se hace UQUIAYASHCA TULLUYASHCA (enflaquece y la piel se vuelve
negra) de una vez; cuando ya no tiene nada de carne y el pellejo está pegado al hueso
se acaba la pobre mujer solo aguaitando (viendo, mirando con curiosidad) al cielo y
llamando al huambra.
EL NIÑO DEL ILA
A orillas de Jatun yacu existía una comunidad cuyo nombre se
llevaron los lluviosos inviernos. Sus moradores vivían de la caza y la
pesca.
Lisa, como cuando florecen los chucos, se habrá convertido en una
hermosa joven. Abel, su vecino y compañero de correrías infantiles,
puso sus oscuros ojos en ella. Era el despertar del amor.
El tiempo pasó disparando sus virotes en los días soleados. Abel
bajaba todas las tardes al río con el pretexto de pescar. Allí se hallaba
Lisa con un puñado de ropa junto a una piedra de lavar. El amor fue
tomando la dimensión de una correntada. Toda la comunidad, a
excepción de los padres, conocía del romance. Y sucedió lo que suele
ocurrir cuando los amores son fuertes y verdaderos. Un atardecer, al
pie del inmenso árbol de ila unió sus cuerpos con el pegamento de
amelcochadas ilusiones.
Una mañana Abel, desafiando la creciente del río, trató de cruzarlo en
una endeble quilla. Las aguas estaban turbias. Bajaban árboles y
ramas entrelazadas de espuma. Remero y embarcación
desaparecieron en un remolino.
Lisa se desconsoló ante la magnitud de la desgracia. Lloró con
desgarradores lamentos. El río fue su confidente y el árbol de ila su
apoyo y su sombra La soledad enflaqueció su cuerpo. La muchacha
llevaba en su vientre una nueva vida.
Cuando ya no pudo ocultar su embarazo subió al árbol de hila y se
lanzó al vacio desde unos diez metros de altura.
Una vecina que madrugaba al río encontró el cuerpo flaco y frío de
Lisa cubierto de hojas y arena.
En las noches, cuando los solitarios transeúntes cruzan el lugar,
escuchan nítidamente la voz de Abel pidiendo ayuda mientras un
niño, al pie del ila, llora desnudo.
EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO
MISAHUALLI
Cuando recién se iniciaba la colonización del Oriente ecuatoriano, aguas arriba de la bocana
del río Misahuallí y en un fresco claro de la selva, asentó su campamento un hombre blanco,
que se dedicaba a la explotación del árbol de caucho en la cuenca del río Aguarico. Así
pasaron los meses y un nuevo colono llegó al lugar acompañado de su hermosísima hija, la
que inmediatamente causó estragos en el corazón del cauchero. La playa, las aves y las flores,
propiciaron el florecimiento del amor, y el romance sonreía en los recodos del río.

Como vivían en plena selva y ante la ausencia de una autoridad que legalizara la relación de
la pareja, ésta decidió unir sus cuerpos y sus destinos a la sombra de los frondosos y florecidos
árboles de guaba. Pero como el amor no produce para vivir, el cauchero tuvo que viajar una
vez más al Aguarico para recoger la balata recolectada por sus trabajadores y llevarla a los
mercados de Iquitos.
La bella chica con el recuerdo de su amado en la hermosa sonrisa de sus labios, recorría la
extensa playa solitaria cuando la bañaba el suave sol de la mañana, era ésta una costumbre
que le había impuesto el amor. Mas el tiempo pasaba inmisericorde y al final de su paso el
cauchero jamás volvió.
La bellísima mujer presa de una indescriptible pena, desapareció un aciago día como si se la
hubiera tragado la tierra. Sus familiares y amigos la buscaron afanosamente por doquier, pero
todo fue en vano; las lágrimas y el tiempo, fueron borrando el dolor de su ausencia.

Los ańos pasaron dándole espacio a la historia y una mañana brumosa y fría, unos indígenas
que pescaban por el sector, vieron a una hermosísima mujer parada en la piedra grande de la
margen izquierda del río; se acercaron a ella y cuando le preguntaron donde vivía solo señaló
el agua, y lanzándose al torrente sin salpicar una gota ni producir una onda en la superficie
se sumergió.
Los ancianos al escuchar lo ocurrido, aseguraron que la dama era el espíritu de aquella mujer
que desapareció sin dejar rastros.
En esa enorme piedra rojiza de estructura volcánica asentada en el recodo del río Misahuallí,
se escucha con frecuencia en las mañanas, una dulce voz de mujer que canta a su amor
perdido. Algunas veces ella se aparece a los que pescan en el río, pero quien acude al lugar
con intención expresa de encontrarse con ella, nunca logran su objetivo.
EL PUNGARA URCO: LA CASA DEL DIABLO
Mucho antes de que los jesuitas llegaran a Loreto y Archidona, un puńado de indígenas
quichuas vivía ya en las faldas del cerro Pungara Urco (cerro de brea), hoy comunidad de
San Pedro al Oriente del actual centro poblado de Muyuna. En esos días cuatro nińos
desaparecieron en el río, por más que los buscaron no encontraron ninguna huella, así pasaron
varios meses, hasta que dos mujeres que salieron en busca de agua no retornaron jamás.
Muy preocupados por estas desapariciones, se reunieron los moradores del lugar para
consultar a sus guias espitiruales, los brujos. El más anciano, pero también el más famoso de
ellos, vivía en las faldas del chiuta. Junto con él hicieron los ayunos rituales tres brujos más,
durante cuatro días bebieron esencia de ayahuasca y guando y al final estuvieron de acuerdo
en afirmar, que aquel peligroso lugar donde ocurrieron las desapariciones, estaba asentado
sobre un antiguo cementerio y que los supais (diablos) eran dueńos de ese territorio porque
algunas almas les pertenecían. Los bancos (poderosos brujos) dijeron que para alejar a los
espíritus era necesario emplear algunas hierbas ceremoniales y mucho ayuno, pero que
además tenían que cancelar el precio estipulado y este consistía en cuatro guanganas (sajinos)
y cuatro canoas llenas de pescado ahumado. Efectuado el pago los brujos se dedicaron a la
tarea de exorcizar aquel siniestro lugar; por las tardes, uno de ellos, el que estaba de turno,
acompańaba a las mujeres y a los nińos hasta el río y les mostraba las piedras negras, donde
vivían los diablos.
Una noche especialmente oscura y lluviosa, los cuatro brujos se dirigieron al playón del río;
llevaban consigo ollas, hierbas y algunos maitos, de los que ellos nunca dejaron ver su
contenido. Nadie pudo asistir a la ceremonia de exorcismo, pero se escucharon con toda
claridad insultos, gritos, maldiciones y silbidos. Luego vino la lluvia fuerte, copiosa y
persistente. Se incrementó el caudal de las aguas del río y los animales que viven en sus
riveras enmudecieron. Al día siguiente los brujos agotados pero satisfechos, informaron que
habían expulsado a los diablos y que estos se habían refugiado en el cerro de Pungara Urco;
recomendaron no bańarse en el río cuando sus aguas crecieran, no lavar la ropa en el río
pasadas las 6 de la tarde y no pescar carachamas durante la noche. Después de haber dicho
esto, les brindaron chicha de chonta y pescado ahumado y cada quien se fue para su
comunidad.

Pasó el tiempo y cuando la normalidad parecía haber sentado sus reales en la comuna, una
hermosa tarde de sol y bulliciosos pericos, una hermosa y lustrosa guatusa llegó a una chacra,
el dueńo de la misma un joven cazador, las siguió sigilosamente hasta el cerro del Pungara
Urco y no volvió más. Sus amigos y familiares angustiados lo fueron a buscar, encontraron
varios senderos misteriosos y escucharon silbidos escalofriantes, que los invitaban a perderse
en la selva; la gente temerosa tuvo que regresar y del cazador no se supo nada más.

En las noches de luna llena, casi al filo de la medianoche, quienes por desgracia se aventuran
a pasar cerca del cerro de Pungara Urco, o se atreven a caminar a través de él, escuchan
espantados gritos desgarradores, seguidos de una risa diabólica, que se alarga insistentemente
como un eco. Y son pocos los que han podido escapar a este reclamo. A veces por los potreros
o chacras de la comunidad de San Pedro, asoman venados, guatusas, sajinos y pavas del
monte. Ya nadie los persigue, ni se deja engańar. Estos animales son los diablos, que buscan
tentar a los hombres para atraerlos al centro del Pungara Urco y no dejarlos regresar jamás.
EL PODEROSO RAYO
A unos cuantos kilómetros de Hillu yacu (río Hollín) vivía la familia siquihua; el jefe era un
diestro cazador y un hábil pescador, esto hacía que la despensa de la casa estuviera siempre
llena, pero como hasta la abundancia molesta a cierta gente, en una ocasión su mujer empezó
a quejarse de un fuerte dolor en los brazos, por la dura labor de ahumar la carne de monte y
los pescados. Por esta razón siquihua tuvo que dejar la cacería y la pesca, que no sólo eran
su mejor entretenimiento, sino también la forma de mantener a su familia. Pasado algún
tiempo y cuando la comida empezó a escasear, salió a cazar al monte y no consiguió atrapar
ningún animal, fue a pescar y el río le negó los peces. Era como si hubiera perdido el toque
de gran cazador y hábil pescador y así pasaron los días y su mala suerte se acentuaba. Su
familia dejó de hablarle y su esposa le dijo que era un inútil y que lo detestaba.

Siquihua como todo indígena cuando se encuentra en problemas, acudió en busca de ayuda
donde el brujo de la comarca, quien le recomendó un estricto ayuno y le prohibió la sal, el
ají y el vinillo. Siquihua así lo hizo, cumplió al pie de la letra las recomendaciones del sabio
anciano y una noche de luna salió a pescar al rio Hillu Yacu, en donde estuvo por horas
lanzando su atarraya, sin lograr pescar nada, probó con el anzuelo y el resultado fue el mismo,
trató con el huami (embudo de carrizo) y tampoco tuvo suerte. En eso la lluvia, los truenos y
los relámpagos pusieron dramatismo a su desesperado accionar y Siquihua tuvo que
refugiarse tras una gran roca para esperar que pasara el fuerte temporal; estaba meditando en
su mala suerte actual, cuando a lo lejos divisó la figura de un gigante que resplandecía al
mismo ritmo que la tormenta eléctrica y lanzaba una gigantesca red primero hacia un lado y
luego hacia el otro lado del río; en cada movimiento que hacía, los fenómenos atmosféricos
tomaban mucho más fuerza y consistencia.
Cuando aquel impresionante gigante estuvo casi sobre la roca que le servía de refugio a
Siquihua, lanzó la red en varios sitios del río, recogiendo una abundante cantidad de hojas,
las mismas que depositadas en la playa, se convertían en grandes y apetitosos peces: había
de todo, jandias, bocachicos, bagres, etc. Siquihua trató de apoderarse de uno de los peces,
pero el gigante al darse cuenta de su presencia, con un vozarrón de trueno que lo llenó de
miedo le dijo: “no te atrevas a coger lo que no te pertenece; pide y yo te daré lo que desees;
pues soy el dueńo, amo y seńor de los ríos”. Por favor amigo le suplicó Siquihua, mi mujer
y mis hijos se mueren de hambre, sólo te pido que me des mucha suerte para pescar como tú
lo haces.
El gigante suavizando un poco su voz de trueno le contestó: “mi nombre es Rayu Apaya
(Poderoso Rayo) y desde el día de hoy cada vez que vengas al río invócame y vendré en tu
ayuda. Con mi protección cogerás muchos peces y tu familia no pasará hambre; ahora
acompáńame río arriba”. Siquihua siguió al centellante gigante y llegaron a una cocha
profunda, donde rayu lanzó su red; una enorme y pesada boa fue atrapada y depositada en la
playa. Rayu le aplastó la cabeza con sus dedos, tan fuertes como una enorme prensa y le pidió
a Siquihua que recogiera piedras negras y las colocara alrededor de la boa. Cuando el círculo
de las piedras se hubo cerrado, el gigante las apuntó con su dedo y musitó unas extrańas
palabras, de su dedo salió una fuerte descarga eléctrica y las piedras golpeando entre sí
produjeron chispas que se convirtieron en llamas, prendiendo a los leńos puestos alrededor,
de esta manera pronto la boa estuvo asada.
La comida estuvo deliciosa, todo lo que sobró Siquihua lo envolvió en ńachi pangas (hojas
para maitos) y despidiéndose de su gigantesco amigo llevó todo ese alimento para su familia.
Mas cuando cansado pero feliz llegó a su casa, su mujer lo llenó de insultos y no quiso
recibirlo; de nada sirvieron regalos ni explicaciones; lleno de ira Siquihua se acordó de su
gigante amigo y lo invocó: Rayu, Rayu, Rayu. De pronto un gigantesco rayo cayó en su casa
y acabó con la vida de la mala mujer
LA BOA Y EL TIGRE
Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la comunidad de
Latas vivía una familia indígena dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo. Un
día la madre lavaba ropa de la familia, mientras la hija más pequeńa jugaba
tranquilamente en la playa: tan concentrada estaba la seńora en su duro trabajo, que
no se percató que la nińa se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar donde
el río era más profundo. Una súbita corazonada la obligó a levantar su cabeza, pero
ya era demasiado tarde; la nińa era arrastrada por la fuerte correntada y sólo su
cabecita aparecía por momentos en las crestas de las agitadas aguas.
La mujer transida de dolor y desesperación, hincando sus rodillas en la arena implora
a gritos ... yaya Dios! .... yaya Dios! Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa,
la tierna nińa retorna en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que
la deposita sana y salva en la mismísima playa; la mujer abrazando a la nińa llora y
sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme boa se convirtió en un miembro más de
la familia, a tal punto que cuando el matrimonio salía al trabajo cotidiano, el
gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los nińos.
Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para
la cena, la boa no llegó a vigilar a los nińos como solía hacerlo todos los días. Este
descuido fue aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente
con intenciones malignas.
Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa del
agua), el gigantesco reptil al oír las voces de los nińos salió del río y deslizándose
velozmente entró a la casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba
de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte;
la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal;
los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía
justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos
animales quedaron muertos en la entrada de la casa.
Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa
amiga y ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con
todos los honores y ritos que se acostumbraban utilizar para con los seres queridos.

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