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—¢Qué desea? —pregunté ahogado el doctor Barrenechea,
—No se preocupe —dijo el hombre alte-—. Ya lo sabri. Po-
demos empezar por encender la televisicn para que sus vecinos
alguien que pueda pasar, veam que todo marcha con absoluta
‘normalidad.
2Y no es asi? —dijo ella.
— Qué piensa usted_..? No, la verdad es que no es asi. Les
aseguro, les puedo hasta jurar, que esta noche no serd una noche
come todas.
El faego de la chimenea hacia crepitar los maderos y el repi-
queteo de Ia Ihuvia contra los vidrios de la puerta del patio estaba
Is boca se distorsionaban cada vez que los labios se retorcian para
pronunciar una
—1Qué quiere? —volvié a decir el doctor Barrenechea después
ie complacer al hombre alto apretando un digito de su control
yemoto para poner en funcionamiento el televisor.
—Nada muy especial, Conversar un poco, recordar viejos tiem-
Pos, ajustar quizas alguna cuenta impaga. -
El hombre alto, sin soltar el hacha, tomd asiento cn el sillén
‘Morris que daba frente al sofii donde sc agazapaba, desconcertada,
ficees
—Camibie ese programa —dijo—. Muy nuidoso. Busque mi-
Sica. —Con su mano libre cerrié el cierre del morral y sac lo que
Ja inmuicién precisa de la muerte.
| Veo que atin me recuerda —dijo ef hombre alto.ot
‘La tarde avangs, el sol se va ocultando deus de las colinas
ensangrentando el valle, y ya varios huéspedes se han retirado.
Celebramos los “tijerales” de la nueva casa que ha hecho conseruir
papa para Cecilia, que sc “nos casa", como él mismo dice a cada
rato, sonriendo. Yo no le veo la gracia. Aunque sélo vengo al Funde
durante los meses de verano, entre ¢l siltime examen de la escuela y
cl primer dia de clases, serd aburrido, pienso, encontrar siempre al
plomo de Ruperto, el “futuro” de mi hermana, que se quedara con
ani padre a trabajar el fundo. Se han sacrificado varios corderos y la
‘barbacoa ha sido regada con mucho vine, y con la chicha de manza-
a que trajeron los alemanes, Ya sélo vamos quedando- cuatro. Ritta,
Ja mayor de las alemancitas de la barraca que esti en el bajo, donde
Jos caminos de los montes emtroncan con Ia carretera. Cuando se
marchaban, ella le dijo al padre: “:Me pucde quedar un rato mas?
‘Osquitar me acompafia luego a caballo”. Osquitar soy yo, y siento
wque la sangre me hace cosquillas cuando ella dice eso. “Buena”
—woncede l viejo, echandome encima su mirada bizca— “Pero,
cuidado, eh”. Pronuncia “pero” como “perro” y no come “pera”, lo
que me resulta muy cargante y me da rabia, aunque en este preciso
momento Io agarraria.a besos al viejo. La Ritta-es la mujer que mis
ame ha gustado nunca y esta come “lista para la foto” ¥ cuando la
Tleve a su casa, haré que me ensillen un solo caballo,
Ademas de Rita, quedan Alvaro Cuesta, mi compayiero en
elcurse de Anatornéa, el mejor amigo, que ha venido al fumdo por
un par de'semanas, y el rio Ramiro, que esti, como siempre, entre
que se duerme y no se duerme, cansado y mas que nada, algo bo-
macho. Fuera de canturrear, contar algunos chistes, reir a destajo
ysabrosear la barbacoa de cordero, hemos bebide bastante, tal vez
mis de to que convienc. Esti tambien Reynaldo Dominguez, cl
hijo del inquilino mas viejo del fundo, con su infaltable Tigre, un
Bernese giae ys dene como un siglo yal que aclora como ning
humano. El resto, es decir, mi padre, los novios, mi tia Chita, se
han marchado a la casa grande; los maestros de la construccién
osya bajan a la carretera para alcanzar la ultima micro ive
al pucblo. Reymalda sigue ocupado de la barbacom gee parceeen
barril sin fondo, y de vaciar las garrafas cn los jarros y de ahi el
into a los vasos. Tigre se echa a sus pies, lo sigue, vuelve a.cchars
vay vienc.
i—dige yo, y bajando la vor—: Listima hermana
Boba serve: patatecker mac mcniggn visa
—Lastima —dice—, Pero parece que tu amigo es medio
—WNe tanto —Io defiendo—. No le gusté y punto. Alo mejor,
a él tampoco.
—No es como ni.
Me acerco més a ella. Apoyo la cabezaen su hombro. Ritta me
da una especie de mordisco en la cabeza. Es medio salvaje.
—Buena fiesta —repite.
—Si—repito yo—. Pero algo falta para un buen término, algo
chore, emocionante, qué sé yo, un poce mis de color
—Prenderie fuego a la casa de los novios —ric, Ella es medio
salvaje.
—Ponerle un balde de wine como sombrero a tu tio, a ver si
despierta —dice Alvaro, entreabriendo los ojos adormecidos.
—Capar a este huevén —se mete mi tio, acezanre, sefialando
amiamigo.
—Degollar a Tigre y echarlo a la barbacoa...
Antes del almuerzo, por la mafiana, Alvaro y yo hemos visto
degollar a uno de los corderos. Le ataron las patas de atras y las de
adelante, colgdndole hnege de we gancho sujeto ala proyeccién dela
liga mayor, con la cabeza hacia tierra; y sobre el suelo, justo debajo
de su cabeza, colocaron un tiesto de greca. Luego le cuterraron el
cuchillo en el gaznate y lo pasearon cficicntemente de lado a lado.
La sangre cay a borbotones en el tiesto. Reynaldo, el faenador, nos
preguntdé si queriamos probarla. Alvaro dijo que no. Yo ta probe.
Esraba tibia y no me produjo asco. Me gusts, daria.
—Y la sangre sc la damos a Reynaldo —agregue.- —$i—dijo el doctor Barrenechea—. Si te recuerdo, ¥ recuer~
‘do por qué tienes un lado de Ia cara hundida, :Que quieres?
Usted también, sefiora, también se acucrda?
—Si —dice la sefiora Barrenechea—. Mc acucrdo de que