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Barroco

el barroco
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Barroco

El Barroco fue un período de la historia en la cultura occidental originado por una nueva forma
de concebir el arte (el «estilo barroco») y que, partiendo desde diferentes contextos histórico-
culturales, produjo obras en numerosos campos artísticos: literatura, arquitectura, escultura,
pintura, música, ópera, danza, teatro, etc. Se manifestó principalmente en la Europa occidental,
aunque debido al colonialismo también se dio en numerosas colonias de las potencias europeas,
principalmente en Latinoamérica. Cronológicamente, abarcó todo el siglo XVII y principios del
XVIII, con mayor o menor prolongación en el tiempo dependiendo de cada país. Se suele situar
entre el Manierismo y el Rococó, en una época caracterizada por fuertes disputas religiosas
entre países católicos y protestantes, así como marcadas diferencias políticas entre los Estados
absolutistas y los parlamentarios, donde una incipiente burguesía empezaba a poner los
cimientos del capitalismo.

Como estilo artístico, el Barroco surgió a principios del siglo XVII (según otros autores a finales
del XVI) en Italia —período también conocido en este país como Seicento—, desde donde se
extendió hacia la mayor parte de Europa. Durante mucho tiempo (siglos XVIII y XIX) el término
«barroco» tuvo un sentido peyorativo, con el significado de recargado, engañoso, caprichoso,
hasta que fue posteriormente revalorizado a finales del siglo XIX por Jacob Burckhardt y, en el
XX, por Benedetto Croce y Eugenio d'Ors. Algunos historiadores dividen el Barroco en tres
períodos: «primitivo» (1580-1630), «maduro» o «pleno» (1630-1680) y «tardío» (1680-1750).2

Aunque se suele entender como un período artístico específico, estéticamente el término


«barroco» también indica cualquier estilo artístico contrapuesto al clasicismo, concepto
introducido por Heinrich Wölfflin en 1915. Así pues, el término «barroco» se puede emplear
tanto como sustantivo como adjetivo. Según este planteamiento, cualquier estilo artístico
atraviesa por tres fases: arcaica, clásica y barroca. Ejemplos de fases barrocas serían el arte
helenístico, el arte gótico, el romanticismo o el modernismo.

El arte se volvió más refinado y ornamentado, con pervivencia de un cierto racionalismo


clasicista pero adoptando formas más dinámicas y efectistas y un gusto por lo sorprendente y
anecdótico, por las ilusiones ópticas y los golpes de efecto. Se observa una preponderancia de
la representación realista: en una época de penuria económica, el hombre se enfrenta de forma
más cruda a la realidad. Por otro lado, a menudo esta cruda realidad se somete a la mentalidad
de una época turbada y desengañada, lo que se manifiesta en una cierta distorsión de las formas,
en efectos forzados y violentos, fuertes contrastes de luces y sombras y cierta tendencia al
desequilibrio y la exageración

El término «barroco» proviene de un vocablo de origen portugués (barrôco), cuyo femenino


denominaba a las perlas que tenían alguna deformidad (como en castellano el vocablo
«barruecas»). Fue en origen una palabra despectiva que designaba un tipo de arte caprichoso,
grandilocuente, excesivamente recargado.1 Así apareció por vez primera en el Dictionnaire de
Trévoux (1771), que define «en pintura, un cuadro o una figura de gusto barroco, donde las
reglas y las proporciones no son respetadas y todo está representado siguiendo el capricho del
artista».

Otra teoría lo deriva del sustantivo baroco, un silogismo de origen aristotélico proveniente de la
filosofía escolástica medieval, que señala una ambigüedad que, basada en un débil contenido
lógico, hace confundir lo verdadero con lo falso. Así, esta figura señala un tipo de razonamiento
pedante y artificioso, generalmente en tono sarcástico y no exento de polémica. En ese sentido
lo aplicó Francesco Milizia en su Dizionario delle belle arti del disegno (1797), donde expresa
que «barroco es el superlativo de bizarro, el exceso del ridículo».

El término «barroco» fue usado a partir del siglo XVIII con un sentido despectivo, para subrayar
el exceso de énfasis y abundancia de ornamentación, a diferencia de la racionalidad más clara y
sobria de la Ilustración. En ese tiempo, barroco era sinónimo de otros adjetivos como «absurdo»
o «grotesco».1 Los pensadores ilustrados vieron en las realizaciones artísticas del siglo anterior
una manipulación de los preceptos clasicistas, tan cercanos a su concepto racionalista de la
realidad, por lo que sus críticas al arte seiscentista convirtieron el término «barroco» en un
concepto peyorativo: en su Dictionnaire d'Architecture (1792), Antoine Chrysostome
Quatremère de Quincy define lo barroco como «un matiz de lo extravagante. Es, si se quiere, su
refinamiento o si se pudiese decir, su abuso. Lo que la severidad es a la sabiduría del gusto, el
barroco lo es a lo extraño, es decir, que es su superlativo. La idea de barroco entraña la del
ridículo llevado al exceso».

Sin embargo, la historiografía del arte tendió posteriormente a revalorizar el concepto de lo


barroco y a valorarlo por sus cualidades intrínsecas, al tiempo que empezó a tratar el Barroco
como un período específico de la historia de la cultura occidental. El primero en rechazar la
acepción negativa del Barroco fue Jacob Burckhardt (Cicerone, 1855), afirmando que «la
arquitectura barroca habla el mismo lenguaje del Renacimiento, pero en un dialecto
degenerado». Si bien no era una afirmación elogiosa, abrió el camino a estudios más objetivos,
como los elaborados por Cornelius Gurlitt (Geschichte des Barockstils in Italien, 1887), August
Schmarsow (Barock und Rokoko, 1897), Alois Riegl (Die Entstehung der Barockkunst in Rom,
1908) y Wilhelm Pinder (Deutscher Barock, 1912), que culminaron en la obra de Heinrich
Wölfflin (Renaissance und Barock, 1888; Kunstgeschichtliche Grundbegriffe, 1915), el primero
que otorgó al Barroco una autonomía estilística propia y diferenciada, señalando sus
propiedades y rasgos estilísticos de una forma revalorizada. Posteriormente, Benedetto Croce
(Saggi sulla letteratura italiana del Seicento, 1911) efectuó un estudio historicista del Barroco,
enmarcándolo en su contexto socio-histórico y cultural, y procurando no emitir ninguna clase
de juicios de valor. Sin embargo, en Storia dell'età barocca in Italia (1929) volvió a otorgar un
carácter negativo al Barroco, al que calificó de «decadente», justo en una época en que
surgieron numerosos tratados que reivindicaban la valía artística del período, como Der Barock
als Kunst der Gegenreformation (1921), de Werner Weisbach, Österreichische
Barockarchitektur (1930) de Hans Sedlmayr o Art religieux après le Concile de Trente (1932), de
Émile Mâle.

Posteriores estudios han dejado definitivamente asentado el concepto actual de Barroco, con
pequeñas salvedades, como la diferenciación efectuada por algunos historiadores entre
«barroco» y «barroquismo», siendo el primero la fase clásica, pura y primigenia, del arte del
siglo XVII, y el segundo una fase amanerada, recargada y exagerada, que confluiría con el Rococó
—en la misma medida que el manierismo sería la fase amanerada del Renacimiento—. En ese
sentido, Wilhelm Pinder (Das Problem der Generation in der Kunstgeschichte, 1926) sostiene
que estos estilos «generacionales» se suceden sobre la base de la formulación y posterior
deformación de unos determinados ideales culturales: así como el manierismo jugó con las
formas clásicas de un Renacimiento de corte humanista y clasicista, el barroquismo supone la
reformulación en clave formalista del sustrato ideológico barroco, basado principalmente en el
absolutismo y el contrarreformismo.
Por otro lado, frente al Barroco como un determinado período de la historia de la cultura, a
principios del siglo XX surgió una segunda acepción, la de «lo barroco» como una fase presente
en la evolución de todos los estilos artísticos.nota 1 Ya Nietzsche aseveró que «el estilo barroco
surge cada vez que muere un gran arte». El primero en otorgar un sentido estético transhistórico
al Barroco fue Heinrich Wölfflin (Kunstgeschichtliche Grundbegriffe, 1915), quien estableció un
principio general de alternancia entre clasicismo y barroco, que rige la evolución de los estilos
artísticos

El mejor alcalde, el Rey vuelve sobre la dignidad campesina: Don Tello, soberbio noble, abusa de
Elvira, prometida del campesino Sancho. Alfonso VII restaura su honra, casándola con don Tello,
a quien ajusticia, para desposar a la ya noble viuda, con Sancho.

El caballero de Olmedo (h. 1620-25), tragedia de raíz celestinesca, basada en un cantar popular:
Don Alonso muere a manos de don Rodrigo, celoso de perder a doña Inés.

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siglo XVI y uno de los más señeros de la comedia nueva lopesca, desarrollada a partir de la
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