Controla Dios Todas Las Cosas. R. C. Sproul
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Entre las ideas que han configurado la cultura de Occidente, una de las más
significativas es la idea de un universo cerrado y mecanicista. Esta visión del
mundo ha permanecido durante un par de siglos y ha tenido una enorme
influencia en la configuración de la manera en que las personas conciben cómo
se vive la vida. Yo creo que en el mundo secular la idea predominante es que
vivimos en un universo que está cerrado a cualquier tipo de intrusión desde el
exterior, un universo que funciona únicamente por fuerzas y causas mecánicas.
En resumen, el tema del hombre moderno es la causalidad.
Al parecer existe una creciente protesta contra la influencia negativa de la
religión en la cultura estadounidense. Se sostiene que la religión es la fuerza que
mantiene a la gente atrapada en la edad oscura de la superstición, que mantiene
sus mentes cerradas a cualquier comprensión de las realidades del mundo que la
ciencia ha develado. Pareciera que cada vez se considera más a la religión como
el polo opuesto de la ciencia y la razón. Es como si la ciencia fuera algo para la
mente, para la investigación, y para la inteligencia, mientras que la religión es
algo para las emociones y los sentimientos.
No obstante, aún hay tolerancia para la religión. En los medios informativos se
suele expresar la idea de que todo el mundo tiene derecho a creer lo que elija
creer; lo principal es creer en algo. No importa si uno es judío, musulmán,
budista, o cristiano.
Cuando escucho comentarios como estos, quisiera decir: “¿Importa la verdad a
fin de cuentas?”. La cuestión principal, en mi humilde opinión, es creer en la
verdad. No me conformo con creer cualquier cosa simplemente por creer. Si lo
que yo creo no es verdad —si es supersticioso o falaz—, quiero ser libre de ello.
Pero la mentalidad de nuestro tiempo pareciera ser que, en materia de religión, la
verdad es irrelevante. La verdad se aprende de la ciencia. Los buenos
sentimientos se adquieren de la religión.
A veces se expresa la idea sumamente simplista de que la superstición
religiosa imperaba en el pasado, de manera que se veía a Dios como la causa de
todo. Si alguien se enfermaba, la enfermedad se atribuía a Dios. Ahora, por
supuesto, nos dicen que las enfermedades se deben a microorganismos que
invaden nuestro cuerpo, y esos pequeños organismos operan según su naturaleza,
y hacen aquello para lo cual evolucionaron. Asimismo, mientras que en épocas
pasadas la gente creía que un terremoto o una tormenta eran causados por la
mano de Dios, hoy se nos asegura que hay razones naturales para estos sucesos.
Ellos ocurren a causa de ciertas fuerzas que son parte del orden natural de las
cosas.
En el siglo XVIII, se escribió un libro que se volvió el clásico de la teoría
económica de Occidente: La riqueza de las naciones, de Adam Smith. En ese
libro, Smith trató de aplicar el método científico al campo de la economía en un
intento por descubrir qué causa ciertas respuestas y contra-respuestas en el
mercado. Smith quería evadir las especulaciones e identificar las causas básicas
que producían efectos predecibles. Pero aun cuando estaba aplicando su
indagación científica a la complicada red de acciones y reacciones económicas,
él habló de la “mano invisible”. En otras palabras, Smith estaba diciendo: “Sí,
hay causas y efectos sucediendo en el mundo, pero tenemos que reconocer que
sobre todo tiene que haber una fuerza causal última, de lo contrario no habría
fuerzas causales inferiores. En consecuencia, el universo entero está orquestado
por la invisible mano de Dios”. En nuestro tiempo, sin embargo, nos hemos
enfocado tan atentamente en la actividad inmediata de causa y efecto que hemos
ignorado o negado casi por completo la fuerza causal general detrás de todas las
cosas en la vida. El hombre moderno básicamente no tiene un concepto de
providencia.
EL DIOS QUE VE
1 De la canción “His Eye Is On the Sparrow”, Civilla Martin & Charles Gabriel, 1905. En español: “¿Cómo podré estar triste?”, trad.
Vicente Mendoza.
UN GOBIERNO PERMANENTE
UN GOBIERNO SOBERANO
En nuestro país, vivimos en una democracia, así que nos cuesta entender la idea
de soberanía. Nuestro contrato social declara que nadie puede gobernar aquí
salvo con el consentimiento de los gobernados. Pero Dios no necesita nuestro
consentimiento para gobernarnos. Él nos hizo, así que tiene un derecho
intrínseco de gobernarnos.
En la Edad Media, los monarcas de Europa intentaban fundamentar su
autoridad en el llamado “derecho divino de reyes”. Ellos declaraban que tenían
un derecho dado por Dios para gobernar a sus compatriotas. La verdad es que
solo Dios tiene semejante derecho.
En Inglaterra, el poder del monarca, que en otro tiempo fue muy grande, ahora
es limitado. Inglaterra es una monarquía constitucional. La reina goza de toda la
pompa y las galas de la realeza, pero el Parlamento y el primer ministro dirigen
la nación, no el Palacio de Buckingham. La reina rige pero no gobierna.
Por el contrario, el Rey bíblico reina y gobierna a la vez. Y lleva a cabo su
reinado, no por referéndum, sino por su soberanía personal.
UN GOBIERNO ABSOLUTO
1 Del himno “And Can It Be That I Should Gain”, Charles Wesley, 1738. Traducción para este libro.
T ras el éxodo de los israelitas desde Egipto, Dios mandó a su pueblo que
construyera un tabernáculo, una enorme tienda que funcionaría como el
centro de su adoración. La sección más íntima del tabernáculo, que estaba
cerrada con cortinas, era el Lugar Santísimo, al cual solo el sumo sacerdote
podía entrar, y solo un día en el año, el Día de la Expiación. Era allí, en el Lugar
Santísimo, donde se guardaba el arca del pacto. El arca no era un barco, como en
la historia del arca de Noé, sino un enorme cofre cubierto de oro. Dentro del
cofre se guardaban las tablas de los Diez Mandamientos, la vara de Aarón que
había brotado, y una vasija con el maná con el que Dios alimentó
milagrosamente al pueblo en el desierto (Hebreos 9:4). La tapa del arca, que
estaba adornada con dos querubines de oro, se consideraba el trono de Dios. En
palabras simples, el arca era el receptáculo más sagrado en toda la historia
religiosa judía.
El arca también tenía significación militar para los judíos. Cuando Moisés y
Josué condujeron a los israelitas en su viaje a la Tierra Prometida y en su
conquista de Canaán, cuando iban a la batalla contra sus enemigos, los
sacerdotes llevaban el arca del pacto. Cuando el trono de Dios acompañaba al
ejército de Israel, ellos salían victoriosos. Dios estaba con ellos en la batalla y
peleaba por ellos.
Lamentablemente, con el tiempo el pueblo comenzó a asociar la victoria en la
batalla con el arca misma, no con Dios. Esto lo vemos en 1 Samuel 4, donde se
relata una ocasión cuando los israelitas salieron a la batalla contra los filisteos
(pero no iban acompañados del arca) y sufrieron una derrota, con la pérdida de
cuatro mil hombres. Entonces leemos: “Cuando el pueblo volvió al campamento,
los ancianos israelitas preguntaron: ‘¿Por qué permitió el Señor que los filisteos
nos vencieran? Vayamos a Silo, donde está el arca del Señor. Ella tiene que
acompañarnos siempre, para que nos salve de nuestros enemigos’” (v. 3). El
pueblo atribuyó su derrota a Dios, pero miraron al arca para que los salvara.
Así que llevaron el arca al campamento israelita. Cuando los soldados vieron
la llegada del trono de Dios, rompieron a vitorear alborotada y
estruendosamente. Al otro lado del valle, los filisteos oyeron los vítores, y
cuando descubrieron el motivo, supieron que estaban en graves problemas,
porque recordaron cómo Dios había azotado a los egipcios durante el éxodo (vv.
5-8).
En este tiempo, Israel era liderado por Elí, un sacerdote y juez. Él era un
hombre piadoso que había servido al pueblo durante décadas, pero tenía un
grave defecto. Tenía dos hijos, Hofni y Finés, quienes también eran sacerdotes,
pero no compartían la piedad de Elías, y cometieron toda clase de profanación de
su sagrada vocación. Sin embargo, Elí nunca los disciplinó. Así que Dios le
había hablado a Elí por medio de un profeta, advirtiéndole que iba a caer juicio
sobre su casa, porque Hofni y Finés iban a morir el mismo día (2:30-34).
Esta profecía se cumplió cuando los israelitas, jubilosos por tener el arca de
Dios con ellos, volvieron a la batalla con los filisteos, y Hofni y Finés
acompañaron el arca. Y ocurrió lo impensable: los israelitas no prevalecieron,
aun cuando el arca estaba presente. Esta vez cayeron treinta mil israelitas (4:10).
Hofni y Finés también murieron, pero lo peor de todo fue que los filisteos
paganos capturaron el arca del pacto (v. 11).
Después de la batalla, un mensajero volvió corriendo a Silo con las malas
noticias. Elí tenía noventa y ocho años, y estaba ciego y con sobrepeso (v. 15,
18). Estaba sentado junto a la puerta donde realizaba juicios, porque esperaba
ansioso las noticias de la batalla. Cuando el mensajero llegó y le contó que Israel
había sido derrotado, sus hijos estaban muertos, y el arca había sido capturada,
Elí cayó de espaldas, se rompió el cuello, y murió (v. 18).
La nuera de Elí, la esposa de Finés, estaba embarazada y a punto de dar a luz.
Cuando escuchó las noticias de la derrota y la muerte de su esposo, comenzó a
tener el parto. Dio a luz a un hijo, pero ella murió a consecuencia del parto. Sin
embargo, antes de morir, ella llamó al niño Icabod, un nombre que significa “ha
partido la gloria”. Aquel bebé nació el día en que la mayor gloria de Israel, el
trono de Dios, fue llevado cautivo por los filisteos paganos.
Según se nos relata, los filisteos se llevaron el arca a Asdod, una de sus cinco
ciudades estado. La pusieron en su templo más sagrado, que estaba dedicado a
Dagón, su deidad principal. En el templo, pusieron el arca a los pies de una
imagen de Dagón, el lugar de humillación y subordinación (5:1-2). A la mañana
siguiente, sin embargo, encontraron la estatua de Dagón tumbada sobre su cara.
Era como si Dagón estuviera postrado delante del trono de Jehová. Los
sacerdotes enderezaron a su deidad, pero a la mañana siguiente, la estatua no
solo había caído de cara, sino que su cabeza y sus manos estaban cortadas (vv. 3-
4).
Para empeorar las cosas, brotó una plaga de tumores en Asdod (v. 6), y
aparentemente una plaga de ratas (6:5). Los hombres de Asdod sospecharon que
estas aflicciones venían de la mano de Dios, así que celebraron un concilio para
debatir lo que harían. Tomaron la decisión de enviar el arca a otra de las
ciudades estado filisteas, Gat (5:7-8). Sin embargo, en Gat comenzó la misma
aflicción, de manera que la gente de Gat decidió enviar el arca a Ecrón. Pero las
noticias de las aflicciones habían precedido al arca, y la gente de Ecrón se negó a
recibirla. Después de siete meses de pruebas, los filisteos finalmente se dieron
cuenta de que el arca debía ser devuelta a Israel (5:9-6:1).
La devolución de semejante objeto sagrado a Israel no era tarea fácil. Los
filisteos reunieron a sus sacerdotes y adivinos para que les aconsejaran cómo
hacerlo. Los sacerdotes y adivinos recomendaron que la devolvieran con una
“ofrenda por la culpa”: cinco tumores de oro y cinco ratones de oro (6:2-6).
Ahora la historia se vuelve interesante. Los sacerdotes y adivinos les dijeron a
los líderes filisteos que prepararan un carro nuevo y pusieran en él el arca con
los tumores y los ratones de oro. Luego tenían que encontrar dos vacas lecheras
que nunca hubieran sido enyugadas y atarlas al carro. Una vez que hicieran todo
esto, debían soltar el carro pero observar adónde lo llevaban las vacas. Ellos
dijeron: “Si se va por el camino que lleva a Bet Semes, su tierra, eso querrá decir
que fue el Señor quien nos mandó tan grandes males; pero si toma otro camino,
sabremos que no fue el Señor, sino que lo que sufrimos fue un accidente” (v. 9).
En esencia, entonces, este fue un elaborado experimento para ver si Dios había
estado detrás de las aflicciones o si estas habían sucedido por “casualidad”.
Es crucial que entendamos la manera en que los filisteos “cargaron los dados”,
por así decirlo, para determinar de manera concluyente si era el Dios de Israel
quien había causado sus aflicciones.
Ellos consiguieron vacas que recién habían parido. ¿Cuál es la inclinación
natural de una vaca madre que acaba de parir? Si se aleja a esa vaca de su cría y
se la deja libre, ella se irá directo hacia su cría. Asimismo, escogieron vacas que
nunca habían sido enyugadas o entrenadas para tirar un carro con un yugo. En tal
caso, lo más probable es que la vaca luche con el yugo y es poco probable que
trabaje bien con la otra vaca enyugada. Al incluir estas situaciones en el
experimento, era muy improbable que el carro fuera a algún lado, ni hablar de
que fueran hacia la tierra de Israel. Si las vacas eran capaces siquiera de tirar el
carro, querrían volver hacia sus terneros. Por lo tanto, si el carro iba hacia Israel,
esa sería una señal de que Dios estaba guiando las vacas, y por consiguiente, que
él había dirigido las aflicciones que habían venido sobre los filisteos desde que
habían capturado el arca.
UN EXPERIMENTO DE ATEOS
LA CAUSA Y EL EFECTO
Para explicar lo que intento decir, quiero volverme a la definición histórica del
mal. ¿Qué es el mal? Desde luego, no estoy hablando del mal natural o el mal
metafísico; más bien estoy hablando del mal moral. Los seres humanos tienen al
menos esto en común con Dios: somos criaturas morales. Por supuesto, vivimos
en una época en la que muchos niegan esa proposición. Ellos dicen que nada es
objetivamente bueno o malo. En lugar de ello, solo existen preferencias, lo que
significa que todo es relativo. El bien y el mal son meras convenciones sociales
que hemos recibido a través de distintas tradiciones.
Hace años, sufrí una calamidad de máxima envergadura: me robaron los palos
de golf. Ese robo fue particularmente angustiante para mí porque los palos
estaban en una bolsa de golf que me había regalado mi esposa, así que tenía
valor sentimental. Además, yo tenía dos palos especialmente fabricados que me
había dado un amigo que está en la Asociación de Golfistas Profesionales. Ahora
bien, yo soy teólogo. Se supone que sé algo del pecado. Creo que he visto todo
tipo de debilidad humana que exista bajo el sol, y entiendo las tentaciones que
acompañan nuestra humanidad. Pero francamente, nunca he podido entender
bien la mentalidad de la gente que roba, que realmente tiene la osadía de
quedarse con la propiedad privada de otro. Un hombre trabaja largas horas a la
semana, ganándose el salario con el sudor de su frente para poder comprar cierto
producto que quiere o necesita. Otro hombre, al ver algo que quiere o necesita,
simplemente lo toma sin invertir tiempo ni esfuerzo. No puedo entender esa
mentalidad. Aunque somos maestros de la auto-justificación, expertos para
presentar excusas por nuestros pecados, no puedo concebir cómo un ladrón
puede mirarse en el espejo y ver cualquier cosa menos una persona
indescriptiblemente egoísta y egocéntrica. En suma, me sorprende lo mala que
puede ser la gente. Como podrás ver, no estoy en el bando de los que creen que
el robo no sea objetivamente malo.
No necesitamos un complejo argumento filosófico para probar la maldad del
robo. Es auto-evidente. Las personas saben instintivamente que robar la
propiedad ajena es malo. Yo podría decir que no existe cosa tal como el mal y
argumentar filosóficamente al respecto, pero el argumento se acaba cuando
alguien echa mano de mi billetera. Entonces digo: “Eso no está bien, no es
bueno. Eso es malo”.
¿Pero qué es el mal? El Catecismo Menor de Westminster define el así el
pecado: “El pecado es cualquier falta de conformidad con la ley de Dios, o
transgresión de ella” (PyR 14). Aquí la confesión define el pecado o el mal en
términos tanto negativos como positivos. Hay pecados de omisión y pecados de
comisión. Pero quiero concentrarme en la primera parte de la definición,
“cualquier falta de conformidad con la ley de Dios”. El pecado es la falta de
conformidad con el estándar que Dios establece para la justicia.
Los filósofos antiguos definían el mal en términos de “negación” y
“privación”. Es decir, el mal es la negación de lo bueno y una privación (o falta)
del bien. Algo que está por debajo de la plenitud de la justicia es malo. Los
filósofos estaban mostrando que la única forma en que podemos describir y
definir el mal es en términos negativos. Esto significa que el mal, por su propia
naturaleza, es parasítico. Depende de su huésped para su existencia. Esto es lo
que Agustín tenía en mente cuando dijo que solo algo bueno puede hacer lo malo
porque el mal requiere volición, inteligencia, y sentido o conciencia moral: todo
lo cual es bueno. Por lo tanto, algo le ocurre a un ser bueno que indica una
pérdida, una carencia o una negación del bien.
Agustín tomó la postura de que es imposible concebir un ser que sea
completamente malo. Sí, Satanás es radicalmente malo, pero fue creado como un
ángel, lo que significa que era parte de la creación que Dios vio como muy
buena. Por lo tanto, incluso Satanás fue creado bueno, tal como los hombres
fueron creados buenos. En consecuencia, en el momento de la creación, el Dios
eterno, que es absolutamente bueno, actuó como agente moral para crear otros
agentes morales que eran buenos. Pero la gran diferencia entre el Creador y la
criatura es que Dios es eterna e inmutablemente bueno, mientras que la criatura
fue hecha mutablemente buena. Es decir, fue creada con la posibilidad de
cambiar en su conformidad con la ley de Dios.
Vemos, pues, que no podemos entender la desobediencia sin tener primero un
concepto de obediencia. La ilegalidad se define por la legalidad. La injusticia
depende de una definición previa de justicia. El anticristo no puede existir sin su
relación antitética con Cristo. Entendemos que el mal se define como una
negación o falta de conformidad con los estándares de lo bueno.
1 Adolfo Hitler, citado en William L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich: A History of Nazi Germany, 3a edición (New York:
Simon & Schuster, 1990), 326. Traducción para este libro.
2 Ibíd.
3 John Stuart Mill, Three Essays on Religion (Nueva York: Henry Holt & Co., 1874), 38. Traducción para este libro.
He abordado este complicado punto porque tenemos una palabra para la relación
entre la soberana providencia divina y la libertad humana, pero aunque creo que
es una palabra útil, es meramente descriptiva; no explica cómo armonizan las
acciones humanas con la providencia divina. La palabra es concurrencia. La
concurrencia se refiere a las acciones de dos o más partes que ocurren al mismo
tiempo. Una serie de acciones ocurre con otra serie, y sucede que estas se
entrelazan o convergen en la historia. Por lo tanto, la doctrina cristiana de la
relación entre la soberanía de Dios y los actos volitivos humanos se llama la
doctrina de la concurrencia. Como puedes ver, la palabra “concurrencia”
simplemente designa este proceso, pero no lo explica.
Yo creo que una de las mejores ilustraciones de la concurrencia se encuentra
en el Antiguo Testamento en el libro de Job. Este libro es presentado como una
especie de drama, y la escena de apertura acontece en el cielo. Satanás entró en
escena después de recorrer toda la tierra, sondeando el desempeño de hombres
supuestamente devotos de Dios. Dios le preguntó a Satanás: “¿Y no has pensado
en mi siervo Job? ¿Acaso has visto alguien con una conducta tan intachable
como él? ¡No le hace ningún mal a nadie, y es temeroso de Dios!” (1:8). Desde
luego, Satanás era escéptico. Él le dijo a Dios: “¿Y acaso Job teme a Dios sin
recibir nada a cambio? ¿Acaso no lo proteges, a él y a su familia, y a todo lo que
tiene? Tú bendices todo lo que hace, y aumentas sus riquezas en esta tierra.” (vv.
9b-10). Las preguntas de Satanás implicaban que Job era fiel y leal a su Creador
solo por causa de lo que recibía de Dios. Así que Satanás desafió a Dios: “Pero
pon tu mano sobre todo lo que tiene, y verás cómo blasfema contra ti, y en tu
propia cara” (v. 11). Así que Dios le dio permiso a Satanás para que atacara
todas las posesiones de Job y, más tarde, la salud de Job.
¿Cómo llevó a cabo Satanás su ataque contra Job? Se nos relata que, entre
otros sucesos, los caldeos se llevaron los camellos de Job (v. 17). Así que en este
robo había tres agentes involucrados: los caldeos, Satanás, y Dios. Consideremos
a estos tres agentes uno por uno.
Algunos estudiosos, enfocándose en la maliciosa intención de Satanás,
concluyen que los caldeos eran hombres justos que respetaban a Job, pero
fuerzas demoniacas bajo el control de Satanás los indujeron a robar lo camellos
de Job. Ellos no habían pensado en robarle a Job hasta que Satanás puso la idea
en sus mentes. Pero la Escritura nunca afirma algo así. La verdad es que los
caldeos fueron ladrones de camellos desde el principio. Tenían una ira envidiosa,
avarienta y celosa contra Job, y lo único que los había mantenido alejados del
corral de Job durante años era la el cerco protector que Dios había puesto
alrededor de Job. Sin embargo, cuando se presentó la oportunidad, estuvieron
más que felices de llevarse los camellos de Job.
A Satanás no le interesaba ver a los caldeos llevarse algunos camellos gratis.
Su objetivo en este drama era obligar a Job a maldecir a Dios. Él estaba actuando
con malicia y malevolencia para derrocar la autoridad y la majestad de Dios. Él
esperaba que el robo de los camellos de Job por parte de los caldeos fuera un
paso hacia ese objetivo. Así que había concordancia de propósito entre los
caldeos y Satanás.
Sin embargo, había un pleno desacuerdo entre los propósitos de los caldeos y
Satanás y el propósito de Dios. Sobre la base de lo que hemos aprendido hasta
aquí acerca de la providencia, podemos concluir con seguridad que Dios ordenó
que los camellos de Job fueran robados. Ese era el plan providencial de Dios.
Pero el propósito de Dios era vindicar a Job de la injusta acusación de Satanás,
así como de vindicar su propia santidad.
¿Era un propósito legítimo que Dios vindicara a Job? ¿Era un propósito
legítimo que Dios vindicara su propia santidad? No estoy diciendo que el fin
justifique los medios, pero los propósitos y designios de Dios tienen que ser
considerados en nuestra evaluación de este drama. Dios no pecó contra Job. La
justicia no exigía que Dios impidiera que alguna vez Job perdiera sus camellos.
Recordemos que Job era un pecador. Él no tenía un derecho eterno a esos
camellos. Cualquier camello que Job poseyera era un don de la gracia de Dios, y
él tenía todo el derecho bajo el cielo a quitar o alejar esa gracia para sus propios
propósitos santos. Por lo tanto, en este drama, Dios actuó justamente, pero
Satanás y los caldeos hicieron lo malo. Un suceso, tres agentes, tres propósitos
distintos.
Hay una vieja y sencilla historia que enseña una profunda lección: “Por falta de
un clavo se perdió una herradura. Por falta de la herradura, se perdió un caballo.
Por falta del caballo, se perdió el jinete. Por falta del jinete, se perdió un
mensaje. Por falta del mensaje se perdió la batalla. Por falta de la batalla, se
perdió el reino”. ¿Qué habría ocurrido en la historia del mundo si Jacob no le
hubiese dado un manto de colores a José? Sin manto no hay celos. Sin celos, no
hay una traidora venta de José a los comerciantes madianitas. Sin venta de José a
los comerciantes madianitas, no hay descenso a Egipto. Sin descenso a Egipto,
no hay encuentro con Potifar. Sin encuentro con Potifar, no hay problemas con
su esposa. Sin problemas con su esposa, no hay encarcelamiento. Sin
encarcelamiento, no hay interpretación de los sueños del faraón. Sin
interpretación de los sueños del faraón, no hay ascenso al cargo de primer
ministro. Sin ascenso al cargo de primer ministro, no hay reconciliación con sus
hermanos. Sin reconciliación con sus hermanos, no hay migración del pueblo
judío a Egipto. Sin migración a Egipto, no hay éxodo desde Egipto. Sin éxodo
desde Egipto, no hay Moisés, ni ley, ni profetas —¡y no hay Cristo! ¿Crees que
el suceso del manto fue un accidente en el plan de Dios? Dios dispuso todo para
bien.
Jonathan Edwards predicó una vez un sermón titulado “God, the Author of All
Good Volitions and Actions” (Dios, el autor de todas las voliciones y acciones
buenas). Me encanta el título de ese sermón porque muestra lo distinto que era
Edwards al cristiano promedio. Cada vez que tomamos decisiones buenas,
nobles o virtuosas, nos gusta llevarnos todo el crédito. Por otra parte, si hacemos
algo que no es tan bueno, algo malo, damos excusas y evadimos la culpa. No nos
gusta quedarnos con el crédito por nuestras malas decisiones. A veces tratamos
de culpar a Dios por ellas, tal como hizo Adán cuando dijo: “La mujer que me
diste por compañera fue quien me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Él
trató de culpar a Dios mismo por la caída. Esa es nuestra tendencia: llevarnos el
crédito por lo bueno, echar la culpa a otro por lo malo. Pero Edward entendía
que cualquier buena acción que hagamos, cualquier decisión justa que tomemos,
solo ocurren porque Dios está obrando en nuestro interior.
Cuesta entender la relación entre la providencia de Dios y la libertad humana
porque el hombre es verdaderamente libre en el sentido de que tiene la capacidad
de tomar decisiones y elegir lo que quiera. Pero también Dios es verdaderamente
libre. Es por esto que la Confesión de Fe de Westminster puede decir que Dios lo
ordena todo “libremente” sin hacer “violencia al libre albedrío de sus criaturas”.
Por supuesto, si lo he oído una vez, lo he oído mil veces: “La soberanía de Dios
nunca puede limitar la libertad del hombre”. Esa es una expresión de ateísmo,
porque si la soberanía de Dios está limitada un ápice por nuestra libertad, él no
es soberano. ¿Qué tipo de concepto de Dios tenemos como para decir que las
decisiones humanas inmovilizan a Dios? Si su libertad está limitada por nuestra
libertad, nosotros somos soberanos, no Dios. No; nosotros somos libres, pero
Dios es aún más libre. Esto significa que nuestra libertad jamás puede limitar la
soberanía de Dios.
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Uno—¿Qué es la providencia?
Dos—Dios hace que todo suceda
Tres—¿Dios o casualidad?
Cuatro—¿Es Dios responsable de la maldad
humana?
Cinco—¿Qué decir de la libertad humana?
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