Adaptacion y Emociones

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EMOCIONES Y ADAPTACIÓN

Enrique G. Fernández-Abascal

1.- INTRODUCCIÓN
Las emociones son procesos que se activan cada vez que el organismo detecta algún
peligro o amenaza a su equilibrio (Palmero y Fernández-Abascal,1998); son, por lo tanto,
procesos adaptativos, que ponen en marcha programas de acción genéticamente
determinados, que se activan súbitamente y que movilizan una importante cantidad de
recursos psicológicos. Pero las emociones, como tales procesos adaptativos que son, no son
estáticas, sino que cambian en función de las demandas del entorno, por acción de la
experiencia.
La principal función de la emoción es la organización. Organización de una actividad
compleja en un lapso de tiempo muy breve, con la finalidad de anticiparse a las
consecuencias. Así, las emociones alteran otros procesos psicológicos como la percepción, la
atención, activan la memoria, movilizan cambios fisiológicos, planificación de acciones,
comunicación verbal y no verbal, motivan a la acción, etc. Y las emociones son precisamente
las que coordinan todos estos recursos psicológicos en un momento dado, para dar una
repuesta rápida y puntual a una situación.

2.- PROCESO EMOCIONAL


Veamos esquemáticamente los rasgos fundamentales de este proceso emocional, que
pueden verse representados en la Figura 1.1. Como puede apreciarse, el proceso se
Figura 1.1
Representación del proceso emocional

Activación Apr Efectos observables


Eva
l end
ua Experiencia i Autoinforme
c subjetiva z
i a
ón j
e
va Expresión Comunicación
Situación l
corporal
y
no verbal
o
externa e r cu
interna a l
t t Conducta
i Afrontamiento ur
motora
va a

Soporte Respuestas
fisiológico fisiológicas

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desencadena por la percepción de unas condiciones internas y externas, que llegan a un
primer filtro que suponemos formado por un proceso dual de evaluación valorativa. Como
consecuencia de esta evaluación tiene lugar la activación emocional, que se compone de una
experiencia subjetiva o sentimiento, una expresión corporal o comunicación no verbal, una
tendencia a la acción o afrontamiento y unos cambios fisiológicos que dan soporte a todas las
actividades anteriores. Sin embargo, las manifestaciones externas de la emoción o los efectos
observables de la misma, son fruto de un segundo filtro que tamiza las mismas. Así, la cultura
y el aprendizaje hacen que las manifestaciones emocionales se vean sensiblemente
modificadas, de esta manera, las experiencias subjetivas que recogemos mediante
autoinformes pueden ser una exageración, minimización o incluso negación de las mismas, lo
mismo ocurre con lo que observamos mediante la comunicación no verbal, la observación de
la conducta manifiesta o, incluso, en las respuestas fisiológicas.

3.- DESENCADENAMIENTO EMOCIONAL


La conceptualización multinivel del proceso de valoración emocional tiene una larga
tradición y constatación en el estudio de la emoción. Lo único que ha ido cambiando con el
tiempo son las diversas formas de denominación que se les ha aplicado, en función de la
orientación utilizada en su estudio (vease el trabajo de Robinson, 1998, para una amplia
revisión sobre el tema).
Nosotros presumimos que el proceso de evaluación valoración actúa como un primer
filtro en el desencadenamiento emocional. Este filtro cumple un doble papel, por una parte,
realiza una evaluación de la situación en función de características afectivas y, por otra,
realiza una valoración de la situación en función de su significación. Scherer (1984) establece
una diferenciación entre el estadio afectivo subjetivo y el proceso de valoración cognitiva de
estímulos, fundamentada en la diferenciación que existe en sus mecanismos de regulación.
Así, el estado afectivo subjetivo estaría regulado por el sistema de registro, mientras que el
proceso de valoración cognitiva lo estaría por el sistema de información. A su vez, estos dos
componentes emocionales tendrían funciones distintas: el primero permitiría evaluar el
ambiente, mientras que el segundo lleva a cabo la reflexión y el registro.
El primer componente o filtro afectivo de este doble proceso se compondría, según
Scherer (1988, 1990), de una valoración de la novedad de la situación, es decir, se determina
si hay un cambio en el patrón de estímulo externo o interno, particularmente si ocurre una
situación nueva o esperada (probabilidad y predecibilidad). Y de una valoración del agrado
intrínseco, es decir, una determinación de si una situación es agradable, incluyendo
tendencias de acercamiento, o desagradable, incluyendo tendencias de evitación/huida;
basado en rasgos innatos o en asociaciones aprendidas. Esta primera evaluación se realizaría
de forma automática mediante procesos preatencionales (Öhman, 1994).
El segundo componente o filtro de significado se compondría, también según Scherer
(1988, 1990), de una valoración de la significación, en la que se valora si la situación es
pertinente a metas importantes o necesidades del organismo (relevancia), si el resultado es
consistente o discordante con las metas esperadas o planes de acción (expectativa), y si es
conducente u obstructivo para alcanzar las metas respectivas o satisfacer las necesidades
pertinentes (tendencia). Así mismo se valoraría el afrontamiento, es decir, se determina la
causalidad de un evento del estímulo (causalidad) y el afrontamiento potencial disponible al
organismo, particularmente el grado de control sobre la situación (control), el poder relativo
del organismo para cambiar o evitar las consecuencias a través de lucha o huida
(poder/capacidad), y el potencial para el ajuste al resultado final vía la reestructuración
interior (ajuste). Y, por último, las normas que determinan si la situación, particularmente
una acción, es conforme a las normas sociales, convenciones culturales, o expectativas de

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otros significantes (normas externas), y si es consistente con normas interiorizadas o con las
normas que forman parte de su autoimagen (normas interiores).
Este segundo componente o filtro de significado, desde la perspectiva de Smith y
Lazarus (1993), estaría formado por la valoración cognitiva de los componentes de la
valoración y del núcleo de temas relacionados. Consiguientemente el significado subyacente
a cada emoción tendría tres niveles de análisis, que representarían complementariamente las
vías de la conceptualización, de la valoración del significado y las características individuales
específicas.
● El primer nivel de análisis, que es de tipo molecular, recoge los componentes de la
propia valoración y describe los juicios específicos hechos por una persona para evaluar una
situación de daño o beneficio particular.

TABLA 1.1
Núcleo de temas relacionados para cada emoción
EMOCIÓN NÚCLEO DE TEMAS RELACIONADOS

Alivio Condición penosa o incongruente que ha cambiado para mejor o ha desaparecido.

Amor Desear o participar en un afecto, aunque no sea necesariamente correspondido o reciproco.

Ansiedad Enfrentamiento a una amenaza incierta, existencial.

Asco Tomar o estar demasiado cerca de un objeto o idea “indigesta” (metafóricamente hablando).

Resentimiento contra una tercera persona por la perdida o el miedo a perder el apoyo o
Celos
afecto de otro.

Compasión Ser conmovido por el sufrimiento de otro, con el deseo de ayudarle.

Culpabilidad Haber transgredido un imperativo moral.

Envidia Desear lo que otra persona tiene.

Esperanza Temerse lo peor, pero esperando que mejore la situación.

Felicidad Hacer progresos razonables hacia la consecución de una meta.

Ira Una ofensa degradante en contra mía o de los míos.

Miedo Un peligro físico, inmediato, concreto y abrumador.

Intensificación del auto-concepto por ganar méritos para conseguir un objeto o meta
Orgullo
valiosos, bien por uno mismo, o bien por alguna persona o grupo con quien uno se identifica.

Tristeza Haber experimentado una pérdida irrevocable.

Vergüenza Fracaso en alcanzar un “yo ideal”.

● El segundo nivel de análisis, que es molar, recoge el núcleo de temas relacionados y


combina los componentes de la valoración individual dentro de “resúmenes”, o quizá más
adecuadamente, configuraciones organizadas de significados relacionados denominados
núcleo de tema relacionado. Un núcleo de tema relacionado es simplemente el daño o
beneficio central que subraya cada una de las emociones negativas y positivas, es decir, cada
tipo de emoción tiene un núcleo de tema relacionado propio. Así, por ejemplo, el núcleo de
tema relacionado de la ira es “una ofensa degradante contra mí o los míos”, o para el caso del

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miedo “un peligro físico, inmediato, concreto y abrumador”. En la Tabla 1.1 se recogen los
núcleos de temas relacionados de las principales emociones (Lazarus, 1994).
● Por último, habría que añadir un tercer nivel de análisis, que recogería el
componente individual de valoración, en el cual se recogen las cuestiones específicas
evaluadas en la valoración, el núcleo de temas relacionados captura eficientemente la relación
central de significado derivada de la configuración de respuestas a esa valoración de
cuestiones, que difiere para cada emoción. Este último nivel de análisis nos explicaría los
sesgos en las valoraciones, es decir, las actitudes cognitivas que preparan a una persona en
particular para dar preferentemente una respuesta emocional en concreto y no otras.

En la Tabla 1.2 se presentan los componentes que intervienen en el proceso de


valoración cognitiva según Lazarus.

TABLA 1.2
Componentes de la valoración
Primera valoración Segunda valoración

Responsabilidad
Relevancia motivacional Potencial de afrontamiento enfocado al problema
Congruencia motivacional Potencial de afrontamiento enfocado a la emoción
Expectativas futuras

Los componentes implicados en la valoración primaria son el de la relevancia


motivacional y el de la congruencia o incongruencia motivacional.
● La relevancia motivacional es una evaluación que alude a los compromisos
personales y al grado en que la situación es relevante para la persona. Es el primer
responsable de que se produzcan respuestas emocionales -que pueden ser tanto positivas
como negativas-, cuando la situación implica relevancia motivacional. Por contra, si la
situación es motivacionalmente irrelevante no se producirá ninguna respuesta emocional.
● La congruencia motivacional se refiere a si la situación es consistente o
inconsistente con los deseos y las metas de la persona. Cuando la situación es
motivacionalmente congruente el resultado será una respuesta emocional positiva, mientras
que si la situación es incongruente el resultado es una respuesta emocional negativa.
Por su parte, los componentes de la segunda valoración son la responsabilidad, el
potencial de afrontamiento enfocado al problema, el potencial de afrontamiento enfocado a la
emoción y las expectativas futuras.
● La responsabilidad determina quién o qué (uno mismo, otra persona o alguna cosa)
es el responsable del mérito (si es congruente motivacionalmente) o de la culpa (si es
motivacionalmente incongruente) en función de los resultados de la situación y, por lo tanto,
quién o qué podría ser objeto del esfuerzo para enfrentarse a la situación.
● Los dos componentes de potencial de afrontamiento se corresponden con los dos
tipos de recursos o medios para reducir las discrepancias entre las circunstancias y, los deseos
y motivaciones que uno tiene. El potencial de afrontamiento enfocado al problema o
capacidad de enfrentarse al problema, implica evaluaciones acerca de la habilidad de la
persona para actuar directamente sobre la situación y solucionarla o para llegar a un acuerdo
con los deseos de la persona.
● El potencial de afrontamiento enfocado a la emoción, se refiere a las perspectivas
percibidas de ajustarse psicológicamente a la situación modificando la interpretación de la

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misma, los deseos o las propias creencias.
● Las expectativas futuras se refieren a las posibilidades, de realizar cambios en la
situación actual o psicológica, que podrían hacer que la situación pareciese más o menos
congruente motivacionalmente.
Por otra parte, dentro de este primer filtro también habría que considerar las
disposiciones relativamente estables en el tono emocional proporcionadas por los rasgos de
personalidad y que explicarían parte de las diferencias individuales. Tradicionalmente se ha
venido considerando y sosteniendo que determinados rasgos de personalidad influencian
directamente el procesamiento emocional; sin embargo, la revisión actual de la evidencia
existente no avala tal propuesta y, por contra, se acerca más a una consideración de los rasgos
de personalidad como variables mediadoras o moderadoras del procesamiento emocional (ver
Rusting, 1998). No obstante, una excepción a estos hechos viene marcada por los estilos
emocionales de represión y sensibilización, y su efecto sobre el procesamiento de la
información emocional (Krohne, 1993); así, las personas represoras son las que intentan
evitar o retirar la atención de los estímulos amenazantes, mientras que las personas sensibles
son las que continuamente supervisan el entorno para detectar la presencia de tales estímulos.
Tales estilos parecen guardar una alta relación con los rasgos de ansiedad y de deseabilidad
social (Weinberger, Schwartz y Davidson, 1979).
Así pues, en su conjunto el primer filtro de evaluación valorativa es el responsable del
reajuste de las emociones a nuevas condiciones adaptativas o demandas del entorno, pero
también es el responsable de que las emociones pierdan en un determinado momento su
carácter adaptativo y se tornen perjudiciales para la salud. Y, es precisamente el segundo
componente de este filtro o filtro de significado, el que hace que determinadas personas
desarrollen actitudes cognitivas emocionales que favorecen la aparición de un tipo de
emoción sobre otras. Así, estas actitudes emocionales funcionan reduciendo los umbrales
necesarios para producir un tipo de respuesta emocional concreto (Ekman, 1994). De este
modo, las actitudes se comportarían como estados de hipervigilancia, que permitirían un alto
grado de exploración del medio ambiente, pero que al mismo tiempo conllevarían una
atención selectiva y una amplificación de determinadas informaciones del entorno, lo cual
facilitará que se disparen respuestas emocionales ante situaciones que en caso contrario serían
consideradas como neutras y no conllevarían respuesta emocional. Por lo tanto, estas
actitudes cognitivas producen una focalización de la atención hacia ciertos estímulos
considerados como relevantes, dando prioridad a su procesamiento y prejuzgando el entorno,
lo cual prima la aparición de un tipo de respuesta emocional frente a otras.
De igual forma, la actitud cognitiva emocional produce también sesgos en los
procesos de aprendizaje, los cuales facilitan una mayor retención de hechos relacionados con
la emoción implicada, que la que se produce con otras situaciones emocionales de diferente
tono. Sesgos en la activación de la memoria, que producen una recuperación selectiva de la
misma, caracterizada por el recuerdo de información asociada con la condición emocional
responsable de la actitud. Y sesgos interpretativos, que hace que situaciones ambiguas sean
procesadas precisamente dándoles una significación emocional, que en el caso de no existir
tal actitud raramente se producirían.
Estas actitudes cognitivas emocionales parecen producirse preferentemente ante
emociones de tono negativo frente a las positivas. Posiblemente por la ley de asimetría
hedónica (Frijda, 1988) que hace que las emociones de tono negativo tengan una mayor
duración temporal que las positivas y por lo tanto esto facilite su desarrollo.
Las actitudes cognitivas emocionales comparten muchos elementos comunes con las
emociones, especialmente en lo que se refiere al tono o la valencia (ver Tabla 1.3) pero tienen
una duración temporal mayor; así, mientras que las emociones son respuestas puntuales y sus

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efectos son fásicos, las actitudes son estados más mantenidos en el tiempo y sus efectos son
tónicos. La especificidad de la reacción es alta en el caso de la emoción y está producida por
unas situaciones bien definidas y discretas, frente a las actitudes que tienen una especificidad
más baja o intermedia y que están producidas por unas situaciones contextuales. El origen de
las emociones es inmediato en el tiempo y el espacio, mientras que la de la actitud es próxima
pero más vago. Por último, y quizás la más importante de las diferencias se encuentra en el
umbral de disparo, que se ve sensiblemente reducido en las actitudes frente a las emociones.

TABLA 1.3
Características de las emociones y sus actitudes cognitivas
Características Emoción Actitud cognitiva
Tono Valencia positiva o negativa
Duración Fásica Tónica
Especificidad Discreta Contextual
Origen Inmediato Próximo
Umbral Medio Bajo

Así, en uno de los casos que nos interesan, el verse sometido en un lapso
relativamente breve de tiempo a repetidas situaciones que producen la respuesta emocional de
miedo, daría lugar al desarrollo de una actitud cognitiva de ansiedad (Rosen y Schulkin,
1998). De este modo, el miedo que está producido por un peligro presente e inminente, por lo
que se encuentra muy ligado al estímulo que lo genera, pasa a desarrollar un estado
mantenido de ansiedad, caracterizado por una agitación, inquietud y zozobra parecidas a la
producida por el miedo, pero carente de un estímulo desencadenante concreto. También se ha
definido la ansiedad como un miedo sin objeto, aunque esto no siempre se cumple ya que a
veces está asociada a estímulos concretos, como ocurre en caso de la ansiedad social. La
distinción entre ansiedad y miedo podría concretarse en que la reacción de miedo se produce
ante un peligro real y la reacción es proporcionada a éste, mientras que la ansiedad es
desproporcionadamente intensa con la supuesta peligrosidad del estimulo, es una respuesta
mantenida en el tiempo y que se dispara con gran facilidad.
En lo que se refiere a la respuesta emocional de ira, su continua repetición en cortos
periodos de tiempo da lugar al desarrollo de su actitud cognitiva que es la hostilidad. La
respuesta de ira se produce puntualmente cuando un organismo se ve bloqueado en la
consecución de una meta o en la satisfacción de una necesidad; mientras que la hostilidad
implica una actitud social mantenida de resentimiento, que conlleva respuestas verbales o
motoras implícitas mezcla de indignación, desprecio y resentimiento.
Por último, en lo que se refiere a la respuesta emocional de tristeza y el desarrollo de
actitudes emocionales de depresión subclínica. La tristeza es una respuesta emocional que se
produce como consecuencia de sucesos que son considerados como no placenteros y que
denota pesadumbre o melancolía; y, por su parte, la depresión conlleva pensamientos
irracionales de tipo negativo, dado que el contenido del pensamiento tiene una carga
emocional negativa para el sujeto, y errores en el procesamiento de la información que le
llevan a percibirse como una persona poco valiosa y poco eficaz.

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4.- ACTIVACIÓN EMOCIONAL
En lo referente a la activación emocional, como ya se ha expuesto anteriormente, la
respuesta emocional es de carácter multifactorial e implica diversos efectos. Así, se produce
una experiencia o efecto subjetivo, una expresión corporal o efecto social, un afrontamiento o
efecto funcional y un soporte fisiológico.
La experiencia subjetiva se refiere a las sensaciones o sentimientos que produce la
respuesta emocional, cuya principal temática es el placer o displacer que se desprende de la
situación. Así, en el caso del miedo se genera aprensión, desasosiego y malestar, su
característica principal es la sensación de tensión, preocupación y recelo por la propia
seguridad o por la salud, habitualmente acompañada por la sensación de pérdida de control.
En el caso de la ira se producen sentimientos de irritación, enojo, furia y rabia; también suele
ir acompañada de obnubilación, incapacidad o dificultad para la ejecución eficaz de los
procesos cognitivos y focalización de la atención. Por su parte, la tristeza produce
sentimientos de desánimo, melancolía, desaliento y pérdida de energía; focaliza la atención
en las consecuencias de la situación en el ámbito interno y es una aflicción o una pena que da
lugar a estados de desconsuelo, pesimismo y desesperación que desencadenan sentimientos
de autocompasión.
La expresión corporal se refiere a la comunicación y exteriorización de las emociones
mediante la expresión facial y otra serie de procesos de comunicación no verbal tales como
los cambios posturales o la entonación. Además, la expresión emocional cumple otras
funciones como la de controlar la conducta del receptor, ya que permite a este anticipar las
reacciones emocionales y adecuar su comportamiento a tal situación. La expresión facial de
la respuesta emocional de miedo se caracteriza por la elevación y contracción de cejas, de
párpados tanto superior como inferior y tensión en los labios. En el caso de la ira, su
expresión facial se caracteriza por unas cejas bajas, contraídas y en disposición oblicua,
tensión del párpado inferior y una mirada prominente. Por último, en el caso de la tristeza, su
expresión facial esta caracterizada por ángulos inferiores de los ojos hacia abajo, piel de las
cejas en forma de triángulo y descenso de las comisuras de los labios.
El afrontamiento se refiere a los cambios comportamentales que producen las
emociones y que hacen que las personas se preparen para la acción, es decir, al conjunto de
esfuerzos cognitivos y conductuales, que están en un constante cambio para adaptarse a las
condiciones desencadenantes, y que se desarrollan para manejar las demandas, tanto internas
como externas, que son valoradas como excedentes o desbordantes para los recursos de la
persona (Lazarus y Folkman, 1984). El afrontamiento es, por lo tanto, un proceso psicológico
que se pone en marcha cuando en el entorno se producen cambios no deseados o estresantes,
o cuando las consecuencias de estos sucesos no son las deseables. La principal preparación
para la acción de la respuesta emocional de miedo es la facilitación de respuestas de escape o
evitación ante situaciones peligrosas; si la huida no es posible o no es deseada, el miedo
también motiva a afrontar los peligros; en cualquier caso es una respuesta funcional que
intenta fomentar la protección de la persona. El afrontamiento de la ira cumple a una variedad
de funciones adaptativas, incluyendo la organización y regulación de procesos internos,
psicológicos y fisiológicos, relacionados con la autodefensa, así como para la regulación de
conductas sociales e interpersonales; su principal preparación para la acción es un impulso
para atacar con la finalidad de eliminar los obstáculos que impiden la consecución de los
objetivos deseados y que generan frustración. La mayor parte de los trabajos sobre las
consecuencias de la tristeza, parecen indicar que esta reduce la actividad de la persona por
focalizarla hacia uno mismo y para prevenir así el que se produzcan traumas y se facilita la
restauración de energía; también se ha considerado que prepara para la realización de
autoexámenes constructivos, con lo que la reducción de la actividad se vería facilitado

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(Cunningham, 1988); por último, cumpliría funciones de cohesión con otras personas,
comunicandolas que no se encuentra bien y reclamando de esa forma ayuda (Averill, 1979).
Por último, el soporte fisiológico se refiere a los cambios y alteraciones que se
producen en el sistema nervioso central, periférico y endocrino. De todos estos cambios, los
más estudiados son los que refieren a los sistemas somático y autónomo (Cacioppo, Klein,
Berntson y Hatfield, 1993). Los principales cambios fisiológicos de la respuesta emocional de
miedo tiene su efecto sobre el sistema nervioso autónomo, en forma de respuestas fásicas, y
se concretan en importantes elevaciones de la frecuencia cardiaca, las mayores de todas
cuantas se producen en respuesta a una situación emocional; de la presión arterial sistólica y
diastólica, también de una gran magnitud; de la salida cardiaca; de la fuerza de contracción
del corazón; de la conductancia de la piel que es un indicador de descargas de la rama
simpática del sistema nervioso autónomo, con incrementos tanto en su nivel general, como en
el número de fluctuaciones espontáneas. Reducciones muy marcadas en el volumen
sanguíneo y la temperatura periférica, como indicadores de una importante vasoconstricción,
lo que es especialmente evidente en la palidez de la cara, produciendo la típica reacción de
miedo de quedarse “helado” o “frío”. Así mismo, se producen efectos sobre el sistema
somático tales como elevaciones fásicas en la tensión muscular, que generalmente afecta a
todo el cuerpo, y aumentos de la frecuencia respiratoria, que son acompañados de
reducciones en su amplitud, es decir, se produce una respiración superficial e irregular. Todo
ello favorece en un primer instante la sensación de “paralización” o “agarrotamiento”, y
seguidamente proporciona el tono muscular adecuado para iniciar una huida o evitación de la
situación desencadenante. Por último, el miedo puede desembocar en ataques de pánico que
son condiciones extremas de “bloqueo” o de miedo profundo, que se muestran acompañadas
de una actividad fisiológica inusual que implica hiperventilación, temblores, mareos y
taquicardias, así como sentimientos altamente catastrofistas y de pérdida total del control de
la situación.
Los cambios fisiológicos que acompañan a la respuesta emocional de ira se producen
sobre el sistema nervioso autónomo y se concretan en importantes elevaciones de la
frecuencia cardiaca; de la presión arterial sistólica y diastólica; de la salida cardiaca, aunque
en menor grado que el visto en el caso del miedo; y de la fuerza de contracción del corazón.
Elevaciones de la conductancia de la piel, con incrementos en su nivel y especialmente
marcados para el caso del número de fluctuaciones espontáneas, siendo la emoción que más
fluctuaciones produce. Así mismo, produce reducciones tanto en el volumen sanguíneo como
en la temperatura periférica, como consecuencia de una importante vasoconstricción. En lo
referente a los efectos producidos sobre el sistema somático, aparecen elevaciones en la
tensión muscular general y aumentos de la frecuencia respiratoria, sin que se manifiesten
cambios en la amplitud. La ira también produce aumentos en las secreciones hormonales,
especialmente en la noradrenalina, lo que proporciona un incremento de la energía y
posibilita el acometer acciones enérgicas. Por último, se produce una elevación en la
actividad neuronal, caracterizada por una elevada y persistente tasa de descarga neuronal.
Por último, los efectos fisiológicos de la tristeza se producen sobre el sistema nervioso
autónomo y se concretan en moderadas elevaciones de la frecuencia cardiaca, ligeros
aumentos de la presión arterial tanto sistólica como diastólica, incrementos en la resistencia
vascular, elevaciones de la conductancia de la piel (con incrementos en el nivel mayores de
los que se producen en el caso del miedo o la ira) y reducciones en la salida cardiaca, el
volumen sanguíneo y moderados descensos de la temperatura periférica (vasoconstricción).
Así mismo, se producen efectos sobre el sistema somático tales como elevaciones en la
tensión muscular general y cambios en la amplitud de la respiración sin alteraciones en su
frecuencia. También, se produce una elevación en la actividad neurológica, que se mantiene

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de forma prolongada.

5.- MANIFESTACIÓN EMOCIONAL


El segundo filtro, que controla la manifestación de las emociones, está basado en el
aprendizaje y la cultura, y es el responsable del control emocional mediante la inhibición,
exacerbación o distorsión que puede manifestar la respuesta emocional (Levenson, 1994).
Este filtro ha sido denominado de formas diversas a lo largo de la literatura antropológica,
donde ha sido ampliamente estudiado; así, Levy (1973) lo denomino “reglas regulativas” para
referirse a cómo se debe manifestar o expresar una emoción como consecuencia de la
influencia cultural en la persona, y Heider (1991) usó el término de “reglas de despliegue”
para referirse a este mismo proceso. En cualquier caso, parece que parte del proceso de
socialización y maduración incluye la adquisición de un autocontrol y un control externo
sobre como pueden manifestarse las emociones, y que actúa en dos direcciones, bien
controlando ciertos efectos emocionales para que se produzca un incremento en la
manifestación emocional, o bien un déficit en determinados componentes de la respuesta
emocional.
Estos mecanismos socioculturales de control emocional actúan sobre todos los
elementos que configuran la respuesta emocional; así, las experiencias subjetivas que
observamos mediante técnicas de autoinforme son influenciadas o filtradas por diferentes
sesgos e incluso por los estilos emocionales de represión y sensibilización. De tal manera que
en determinados contestos se van a reprimir estas manifestaciones emocionales, no siendo
sinceros en los autoinformes, y en otros se van a exagerar para pedir ayuda, apoyo o por
deseabilidad social. Estas distorsiones pueden ser tanto controladas como involuntarias, pero
en cualquier caso ejercen un control emocional que es aprendido, como puede observarse en
los cambios que se produce en la manifestación emocional a lo largo del desarrollo desde un
recién nacido hasta una persona madura.
Mediante el control emocional, la expresión corporal de las emociones adquiere un
papel funcional o social en lo que podemos observar mediante la comunicación no verbal. La
expresión de las emociones es en su origen una respuesta no instrumental, puesto que es
respondiente, es decir, se produce de forma involuntaria. No obstante, bajo los efectos del
aprendizaje y la cultura, este papel puede alterarse adquiriendo un carácter instrumental,
cuando con ello se produce una función comunicativa de las emociones. Acercándose en ese
momento en su funcionamiento al propio afrontamiento (Camras, 1994).
En lo referente a la conducta motora que podemos observar como manifestación del
afrontamiento, el filtro del aprendizaje y la cultura también ejercen importantes
modificaciones. De tal manera que se produce un paso del afrontamiento automático u
original, propio y característico de cada una de las emociones, a un afrontamiento extendido,
más cercano a una solución de problemas que a un patrón de conducta automático. La base de
este cambio está en que el afrontamiento no garantiza la solución de la situación problemática
que lo desencadenó, por lo tanto todo afrontamiento tiene que adaptarse a las condiciones del
entorno en las que se desarrolla. Pero los procesos de afrontamiento extendidos así
desarrollados tienden a sobregeneralizarse, es decir, todo afrontamiento que ha sido utilizado
con éxito en la resolución de una situación emocional, tiende a ser utilizado con persistencia
después de desaparecer el problema que originó su movilización e incluso se mantiene ante
nuevas situaciones en las que no es funcional su utilización. De forma equivalente, si un
afrontamiento fracasa, la sobregeneralización puede llevar a dejar de utilizarlo ante
situaciones frente a los que sí sería funcional su uso, pudiendo llegar incluso a generar
situaciones de indefensión. Es precisamente por este hecho del afrontamiento, su tendencia a
la sobregeneralización, por lo que se desarrollan los estilos de afrontamiento, es decir, formas

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personales características de afrontamiento. De tal modo que todas las personas desarrollan
sesgos o formas preferidas en su manera de responder ante las emociones. Las dimensiones a
lo largo de las cuales se desarrollan estas formas de afrontamiento extendido (Fernández-
Abascal, 1997) son, en primer lugar, el método utilizado en el afrontamiento, dentro de los
cuales tendríamos los estilos de afrontamiento activo, que movilizan esfuerzos para la
solución de la situación; los estilos pasivo, que se basa en inhibir toda actuación; y los estilos
de evitación, que intentar evitar o huir de la situación o de sus consecuencias. En segundo
lugar tenemos la focalización del afrontamiento, que da lugar a los estilos de afrontamiento
dirigidos al problema, que intentan controlar las condiciones responsables del problema; los
afrontamientos dirigidos a la respuesta emocional, que pretenden controlar la propia respuesta
emocional; y los afrontamientos enfocados a modificar la evaluación inicial de la situación,
que focalizan el esfuerzo en obtener más información para analizar con más profundidad la
situación. Por último tenemos el tipo de actividad movilizada en el afrontamiento, que puede
ser actividad cognitiva o actividad conductual.
En el Tabla 1.4 se recogen las estrategias concretas de afrontamiento, fruto de la
combinación de los diferentes estilos de afrontamiento posibles. En el capítulo 16 de esta
misma obra se tratan todos estos aspectos con un detalle mayor.

TABLA 1.4
Relación entre estrategias y estilos de afrontamiento

COGNITIVO

ACTIVO PASIVO EVITACIÓN

EVALUACIÓN Reevaluación positiva Reacción depresiva Negación

TAREA Planificación Conformismo Desconexión mental

EMOCIÓN Desarrollo personal Control emocional Distanciamiento

CONDUCTUAL

ACTIVO PASIVO EVITACIÓN

EVALUACIÓN Supresión actividades distractoras Refrenar el afrontamiento Evitar el afrontamiento

TAREA Resolver el problema Apoyo social al problema Desconexión comportamental

EMOCIÓN Expresión emocional Apoyo social emocional Respuesta paliativa

Por último, en referencia al soporte fisiológico que podemos observar mediante el


registro de respuestas fisiológicas, se pensó durante mucho tiempo que éste se modificaría de
igual manera y sentido que los sesgos, que como hemos visto, se producen en las otras
manifestaciones emocionales. Así, se llega a desarrollar el concepto de “especificidades
individuales de respuesta”, que hace referencia a formas características y personales en la
activación fisiológica emocional, una especie de estilo o patrón de respuesta propio de cada
persona. Los estudios recientes de Marwitz y Stemmler (1998), ponen de manifiesto la
debilidad de este concepto ya que la especificidad individual de respuesta aparece tan sólo en
un 33% de las personas y, además, su estabilidad temporal sólo afecta a un 15% de las
mismas. La mayoría de los datos existentes parece señalar que esta actividad depende más de
la intensidad emocional y del tipo de afrontamiento movilizado, que de la propia emoción o
los sesgos a ella asociados.

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6.- CONCLUSIONES
Desde esta conceptualización del proceso emocional, los dos filtros que producen
modificaciones sobre el patrón prototípico de las emociones, son los responsables de la
adaptación de éstas a nuevas condiciones, pero también son responsables de la
disfuncionalidad de las mismas. Así, estos filtros pueden actuar de forma funcional, es decir,
modificando el patrón de respuesta emocional para adaptarlo adecuadamente a nuevas
condiciones; de forma no funcional, es decir, no adaptando la respuesta emocional a las
nuevas condiciones del entorno; y de forma disfuncional, es decir, produciendo respuestas
desadaptativas y perjudiciales para la salud de la persona.
Cuando el primer filtro de evaluación valorativa actúa de forma disfuncional y el
segundo filtro de aprendizaje y cultura actúa de forma no funcional, se dan las condiciones
responsables de que se produzcan múltiples problemas clínicos, en el sentido amplio del
término; es decir, cuando el primer filtro produce respuestas desadaptativas y el segundo
filtro no controla su manifestación, se originan problemas clínicos debidos a causas
emocionales. Mientras que cuando el primer filtro actúa de modo no funcional y el segundo
filtro actúa de modo disfuncional, es cuando se producen problemas de salud.
Estas respuestas emocionales desadaptativas pueden ser las desencadenantes de crisis
o coadyuvantes de las mismas, responsables de las recaídas y también, de forma inversa, las
propias emociones desadaptativas pueden ser consecuencia de la perdida de la salud.
No podemos dejar de mencionar que las emociones, especialmente las de valencia
positiva, también pueden jugar un importante papel en el mantenimiento de la salud, por una
parte ejerciendo cambios fisiológicos saludables y contrarios a los ejercidos por las
emociones negativas (Fredrickson y Levenson, 1998); y, por otra parte, porque en función del
“proceso oponente” cambian el tono emocional y eliminan las influencias perniciosas de las
emociones negativas.
Sin duda, las emociones más estudiadas en el contexto de la salud son el
miedo/ansiedad, la ira/hostilidad y la tristeza/depresión. Pero, a la hora de hablar de
problemas de salud, es preciso también mencionar otro proceso adaptativo como es el estrés,
que guarda una alta relación con los procesos emocionales. La relación entre estrés y
emociones es compleja y bidireccional. En primer lugar, el estrés en su fase de valoración da
lugar a respuestas emocionales, tanto positivas como negativas, y por lo tanto se entremezcla
con éstas. Y, en segundo lugar, en el proceso emocional cuando no se dispone de forma de
afrontamiento adecuada se produce una respuesta de estrés. Así pues, el estrés y las
emociones se entremezclan entre sí y esto es especialmente crítico cuando se ve afectada la
salud. Por lo tanto es imposible abordar el estudio de la relación entre emociones y salud sin
tener en cuenta el estrés.
En los siguientes capítulos se pretende pasar revisión a los tópicos más importantes de
la intersección entre emociones y salud, organizando esta revisión precisamente en función
de los procesos emocionales implicados.

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