Chamana Huasao

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La señora Hilaria es la chamán de la familia de Andrea desde

hace un par de años: lee el futuro en las hojas de la coca, hace


baños de agua y flores para alejar los malos espíritus y brujerías
de todo tipo de magia blanca de las que son tan populares aquí
en esta parte del mundo. Es una señora muy bajita, con un
gorrito azul y un acento algo aquechuado. Tengo la sensación de
que esta señora debe haber visto de tó en esta vida. Yo, cuanto
más viajo, más me doy cuenta de que en Occidente no tenemos la
clave de todo y que hay cosas que no entendemos y que en otras
partes del mundo sí que entienden. Esta gente lleva curando a
sus enfermos y solucionando sus problemas de esta manera
durante siglos y por eso creo que es importante no subestimar
aquello a lo que no estamos acostumbrados, por muy
rocambolesco que nos parezca.

Huasao está aproximadamente a unos 17 km de Cusco y es una


localidad conocida por sus chamanes y curanderos. Llegamos allí
hacia las 12 de la mañana después de haber comprado arroz,
leche y pasta para ofrecérselos a la señora Hilaria. El pueblo
impresiona. Esta escondido a los pies de los Andes y tiene
carteles por todas partes donde se anuncian brujos, curanderos
y chamanes.

Mientras esperábamos en la sala de espera: un banco de madera


colocado en un pasillo descubierto que llevaba a un patio algo
destartalado que hacía las veces de invernadero, Karen y Alberto
estuvieron contándome historias sobre la magia en
Latinoamérica. Por lo visto los chamanes pueden hacer tanto
magia blanca como magia negra, dependiendo de si usan su
mano derecha o izquierda. Yo tragaba saliva y pensaba, ay
Jesusito, espero no caerle mal a esta señora. Compartíamos
banco con una joven con su mal de amores y unos abuelos que
venían con sus trajes tradicionales a traer a su nieto, según nos
explicaron, a que le limpiaran de los malos espíritus que lo
hacían tan travieso. Yop, ojiplática.

Llegó nuestro turno y la señora Hilaria nos hizo pasar a su


despacho, un cuarto muy oscuro de adobe y tierra con las
paredes azules y un altarcillo en el centro donde apenas
quedaba espacio para más santos, vírgenes, cristos, estatuillas,
estampas, velas, candelabros, plantas, hornillos y calderos. A la
izquierda, nos sentamos en una mesita con más velas y santos y
Karen le explicó a aquella buena mujer que yo venía desde
España y que tenía mucha curiosidad en conocerla. La señora
Hilaria me explicó entonces que ella era una chamán que
utilizaba su magia para ayudar a las personas y que si quería me
podía leer el futuro en las hojas “sagradas” de la coca. Valep.

Hizo un par de oracioncillas, se santiguó y empezó a lanzar hojas


de coca a tutiplén pa arriba y pa abajo con todas mis preguntas.
Y había una palabra que no faltaba nunca cada vez que las hojas
caían en el tapete: suerte. Por lo visto tengo mucho de eso. Me
dijo que voy a ser una gran diplomática, que voy a vivir por todo
el mundo, que estoy a punto a puntito de conocer a mi marido
(oh lordy), que voy a tener dos hijos (¿sólo?) y una vida larga,
feliz y cargada de suerte, suerte, suerte. Tiene gracia porque
muchas de las cosas que me dijo coinciden con lo que me dijo
hace un par de años aquella vidente birmana. Interesante,
¿verdad?
Fue muy divertido. No te creas que me lo dijo así de sencillo,
todo de golpe. No, no. Le dio mucho más misterio al asunto. Yo
estaba al borde de la silla. Echaba las hojas, se quedaba mirando
pensativa y luego levantaba la vista y tras una pausa dramática
abría la boca y decía: suerte. Particularmente, casi me da un
infarto cuando preguntó por mi salud, tiró las hojas y cayeron
casi todas boca abajo: ay, diosito, que estoy medio muerta y ni
me he enterado. Pero no, no: suerte.