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Natalia Majluf
Museo de Arte de Lima
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Natalia Majluf
LOS FABRICANTES DE EMBLEMAS. LOS SÍMBOLOS NACIONALES EN LA TRANSICIÓN REPUBLICANA. PERÚ, 1820-1825 203
Primeras banderas
En Pisco, un 21 de octubre de 1820, San Martín firmó el decreto que fijaba los símbo-
los provisionales del país:
Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho
pies de largo, y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro
campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados
los laterales; con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un Sol,
saliendo por detrás de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar
tranquilo. 6
En la era de las revoluciones no hay ya nación imaginable sin bandera, escudo o
colores patrios. Mas los símbolos peruanos preexistieron a la nación, surgieron antes
de que se definiera como estado independiente, cuando aún no se había establecido
ni su concreción política ni su demarcación territorial. Es como si San Martín hubiera
hecho posible imaginar el país con la simple dación de su aparato simbólico. Pero el
general rioplatense era conciente de la fragilidad de su proyecto, de la necesidad que
había de legitimar esos símbolos en un proceso político. Por eso, los definió como
emblemas provisorios, y reservó el derecho de fijarlos a los propios peruanos una vez
que hubieran sellado su independencia. En los años siguientes estos emblemas sufri-
rían transformaciones radicales; algunos elementos quedarían, otros llegaron a
desaparecer, pero formaron el eje central de una identidad política patriota en la
guerra contra España.
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El cetro de España
La patria en sus fastos
Rompe en esta esfera,
Y ante tu bandera
Caiga su pendón... 23
Justo J. Figuerola, 1823
San Martín no entró en triunfo a Lima; entró de noche, solo y sin escolta. Era un gesto
cuidadosamente estudiado, como lo había sido el momento elegido. “Quiero que
todos los hombres piensen como yo”, había confesado al marino inglés Basil Hall, “y
no dar un solo paso más allá de la marcha progresiva de la opinión pública...”. No
era ciertamente la entrada victoriosa de un ejército esperado por una población que
había optado por la insurgencia. Lima era una ciudad tomada por sorpresa, confron-
tada con un hecho consumado, en cuya definición sus habitantes no habían tenido
prácticamente ninguna participación. 24 Por ello, para San Martín la fuerza militar era
un “punto secundario” de una estrategia que buscaba ganar, “día por día [...] nuevos
aliados en los corazones del pueblo”. 25
La emblemática era una de las principales armas de esa guerra ideológica. El decreto
dado por San Martín el 17 de julio de 1821, ordenaba enfáticamente “que se borren,
quiten y destruyan los escudos de armas del Rey de España [...] como toda otra
cualquier demostración que denote la sujeción y el vasallaje...” 26 Un testimonio de
la época recuerda la violencia simbólica que se desató algunos días antes de la dación
del decreto, al momento del Cabildo abierto del 15 de julio, cuando el busto y las
armas del Rey fueron destrozados por el gentío reunido en la plaza. 27 Otros tantos
decretos, en los meses y años que siguieron, replicaron el intento de borrar, a veces
sin verdadero éxito, toda seña del poder español para imponer en su lugar los nuevos
símbolos patrios.
San Martín parece haber concentrado sus esfuerzos iniciales en la ceremonia
de la jura y proclamación de la Independencia, la primera vez que sería ex-
puesta formalmente la bandera en la capital. El bando de San Martín que con-
vocaba al acto a celebrarse el 28 de julio, de hecho pedía que la bandera se
exhibiera “en todos los lugares públicos en que en otro tiempo se os anunciaba
la continuación de vuestras tristes y pesadas cadenas”. 28 Fernando Gamio Palacio
señaló ya la evidente intencionalidad de San Martín, al prever el efecto que
tendría en la ciudad el paseo de una nueva bandera en la ruta antes recorrida
por el estandarte real. 29
El paseo del pendón expresaba la obediencia al monarca español y el sometimiento
de las colonias a la península. Sus evidentes implicancias políticas fueron motivo de
debate en el período revolucionario. Un decreto de las cortes de Cádiz, dado el 7 de
enero de 1812, declaraba abolido el paseo anual del estandarte real, por considerar
que “los actos positivos de inferioridad peculiares a los pueblos de Ultramar, monu-
mentos del antiguo sistema de conquista y de colonias, deben desaparecer ante la
Fig. 6. Bandera de raso con que se
magestuosa idea de la perfecta igualdad...” entre americanos y peninsulares. 30 El
proclamó en Piura la Independencia, 1820.
paseo del estandarte quedaría reservado, como en la península, para la proclama- Museo Nacional de Arqueología, Antropología
ción de nuevos monarcas. Mas el retorno al trono de Fernando VII dejaría sin efecto e Historia del Perú, Lima.
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El sol naciente
Si la conquista era la escena originaria del despotismo y la colonización, la
Independencia era el renacimiento de un mundo antiguo y la recuperación de
una libertad largamente perdida. El escudo de San Martín fue la representación
metafórica de este relato. El sol que aparecía por detrás de las montañas repre-
sentaba el amanecer de una nueva sociedad; el mar, tranquilo y quieto, el fin de
la guerra y la paz que se avecinaba. El marco del paisaje en que se desplazaba
la figura del sol le otorgaba un sentido narrativo, refería la historia del proceso
revolucionario y sugería el anuncio de un nuevo futuro. Era un símbolo de rege-
neración, pero era sobre todo un emblema apolítico, que evitaba referencias a
un sistema determinado de gobierno y, en particular, a los símbolos republica-
nos que, como la pica y el gorro frigio, habían servido para identificar a varias
naciones sudamericanas. 53
Como emblema de la renovación social y política, el sol había sido también una ima-
gen reiterada en los escudos americanos. 54 Pero hay un precedente puntual, que San
Martín con toda seguridad conocía, y que confirma la intencionalidad de su elección.
La misma imagen, mostrando “un río, algunas montañas y un sol naciente”, había sido
escogida para representar al Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
reunido en Tucumán en 1816. En medio de una aguda discusión entre monarquistas y
republicanos sobre la forma de gobierno que habría de adoptarse en el Río de la Plata,
el Congreso parece haber preferido omitir en su sello los símbolos revolucionarios que
figuraban en el escudo de la nación que representaba. 55 Cuando el Ejército Libertador
desembarcó en Pisco, no quedaba aún claro tampoco cuál sería el gobierno que final-
mente habría de tener el Perú. Es probable que la preferencia de San Martín por el
sistema monárquico haya guiado su decisión de eludir los emblemas republicanos.
Era inevitable que la imagen del sol se asociara al pasado precolombino, y que su
posición en el escudo pudiera también evocar la vuelta a un tiempo anterior a la
conquista española. Este sentido había estado ya presente en el sol que aparecía
en el escudo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, un emblema que,
significativamente, había sido ideado en 1812 por el peruano Antonio Isidro de
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Si hubo un tiempo en que el astro que preside el día fue adorado por los
padres de nuestros antepasados como el Dios visible de la naturaleza, y
si su imagen sola conmovía a la piedad, animaba a la virtud, y mantenía
en la monarquía peruana la moral sencilla que recibió de sus primeros
lejisladores, hoi ha vuelto la época en que ese mismo astro recordando
a los peruanos lo que fueron, su imajen sea el estandarte que los una y
restituya a sus pechos naturalmente ardientes y esforzados la enerjía
que siempre pierden, lo que viven por largo tiempo en la sombra de la
esclavitud. 65
A la explícita aclaración de Monteagudo, se suman los innumerables testimonios
poéticos y literarios de la época del Protectorado. 66 El sol era “la expresión histó-
rica del país de los Incas”, 67 como habría de insistir más tarde el propio
Monteagudo, una imagen que permitía unir un pasado glorioso con el presente
heroico.
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reducida presencia resultaba del todo elocuente. El sello anunciaba una línea
Fig. 18. Gran sello del Estado, grabado
emblemática que, liderada por Unanue, habría de imponerse luego en los símbolos por Marcelo Cabello, en diploma de la Orden
que finalmente serían adoptados para representar la nación. del Sol otorgado a Francisco Vidal en enero
de 1822. Archivo Histórico, Museo Nacional
El largo proceso de definición de los símbolos nacionales se inició formalmente de Arqueología, Antropología e Historia
con la instalación del Congreso y la partida de San Martín, una situación que del Perú, Lima
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aún los astrónomos han introducido en los signos planetarios [...] Dispues-
Fig. 23. Reverso de un cuartillo provisional
tos los rayos en forma circular, tiene lugar la idea de una cruz sobrepuesta de cobre, decretado el 18 de febrero de 1822
al sol, o del culto verdadero subsistiendo al antiguo idolátrico. y acuñado por la Casa de Moneda de Lima.
Museo Numismático del Banco Central
Es un giro curioso, que permite pasar de la política revolucionaria a una idea de la reli- de Reserva del Perú, Lima.
gión derivada directamente de la Iglesia militante de la Contrarreforma en América. Será
la única y última aparición de un signo católico en la emblemática republicana.
Lo más significativo es que la propuesta de Paredes introduce en la ornamentación
los elementos que dominarían finalmente en el escudo nacional decretado dos años
más tarde: “un saco con monedas derramadas”, una vicuña, un cóndor y el árbol de
la cascarilla. Son de los pocos emblemas adaptados de la propuesta de Molina, que
revelan una similar vocación por remarcar la originalidad local a partir de la fauna y
la naturaleza del país. Esta intención queda revelada en la sugerencia que Paredes
hace de sustituir las clásicas hojas de laurel por ramos de coca. 76
Pero este énfasis localista tenía límites definidos. No se extendió a lo étnico, y los
“sátiros” indígenas que sostenían el escudo de Molina fueron silenciosamente omiti-
dos. Paredes también prefirió ignorar el pasado local, eliminando expresamente la
imagen del sol:
demasiado genérico y aplicable a todo el hemisferio meridional de la tie-
rra, o a lo menos, á la mitad de su zona tórrida; y porque si dice relación a
la antigua religión de los peruanos, se resiente de superstición, y si a su
forma de gobierno, está en
contradicción con el gobierno
actual de la República. Las lu-
ces y cultura del siglo no ad-
miten comparación con el cor-
to grado de civilización a que
pudieron llegar los antiguos
habitantes del Perú, y como no
fue culpa suya no haber poseí-
do descubrimientos o institu-
ciones que deba envidiar la ge- a b
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Los dibujos de Unanue retomaban todos los principales elementos del gran sello del
Estado. En el anverso figuraba un cóndor al centro de un escudo orlado por banderas,
ramas de olivo y laurel. Sobre el conjunto, un pequeño sol radiante y al pie la frase
“renació el sol del Perú”. El reverso mostraba a una figura alegórica en atuendo clá-
sico, de pie frente a un paisaje montañoso, que sostiene en una mano una pica coro-
nada por un gorro frigio y en la otra un escudo. Por detrás, asoma la figura de una
vicuña erguida y en el exergo el lema “Por la victoria de Ayacucho” (Fig. 24). Otro
dibujo, de factura menos cuidada, ofrece una variante que reorganiza las mismas
figuras. Posiblemente se trate de una alternativa propuesta por el propio Unanue. En
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El decreto que determinaba la forma final de los símbolos patrios fue suscrito por
Bolívar y Unanue el 24 de febrero de 1825 y publicado pocos días después:
Las armas de la Nación Peruana constarán de un escudo dividido en tres
campos,: uno azul celeste a la derecha, que llevará una Vicuña mirando al
interior: otro blanco á la izquierda, donde se colocará el árbol de la Quina,
y otro rojo inferior, y más pequeño, en que se verá una Cornucopia derra-
mando monedas, significándose, con estos símbolos, las preciosidades del
Perú en los tres reinos naturales. 92
Se oficializaba así el destierro definitivo del sol, la única imagen explícitamente re-
chazada por el Congreso. La intencionalidad del gesto quedaría confirmada un mes
después, al declararse extinguida la Orden del Sol, y con ella todo rastro simbólico
de la presencia de San Martín en el Perú. 93 El escudo de Paredes señalaba al mismo
tiempo el triunfo de la visión naturalista de Unanue (Figs. 27, 28, 29, 30). En efecto,
todas sus imágenes habían sido prefiguradas en la emblemática precedente: el escu-
do de 1825 simplemente ponía al centro lo que había pugnado por primacía simbó-
lica desde las márgenes del gran sello del Estado.
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Durante cerca de tres siglos, los criollos habían reclamado a la Corona dere-
chos y privilegios que sustentaban en su descendencia de los primeros conquis-
tadores. La Independencia los ubicaba ahora en la extraña posición de tener
que negar lo que hasta entonces había sido uno de los cimientos fundamentales
de su identidad. Por lo demás, el re-
cuerdo de la conquista, que la Inde-
pendencia ahora deshacía, cuestiona-
ba directamente la legitimidad políti-
ca de una república que se constituía
criolla. En suma, no importa si la na-
ción se pensara sobre bases étnicas,
lingüísticas, culturales, genealógicas o
políticas, en cada caso los criollos
quedaban ubicados en una posición
tan profundamente incierta como di-
fícil de justificar.
Coda
Los avatares del proceso de la Independencia lograron darle a los criollos limeños
una posición privilegiada en la construcción de la nación. Y aunque Lima no
había sido decisiva en la fase militar de las guerras de Independencia, sí lo llegó
a ser en su momento político. Desarticulada de las demás regiones que habrían
de integrar la nación, Lima ocupó entonces una centralidad distinta a la que ha-
bía tenido durante el virreinato. La celebración de 28 de julio como fecha
fundacional de la nación revela la forma en que este nuevo orden político recibió
también una sanción simbólica. 123 Olvida la prioridad temporal de las declara-
ciones de la Independencia en el norte del país, así como las insurgencias precur-
soras del sur andino. Desplaza así a las declaraciones de la Independencia de
Lambayeque o de Trujillo, en efecto las primeras ciudades que declararon su
emancipación de España, pero también las banderas olvidadas de los rebeldes
surandinos.
La elección del día nacional es claramente la instauración de un deseo; forja una
representación del proceso de la Independencia que deja a Lima la instalación
simbólica del Estado peruano. Pero las representaciones no se definen sin friccio-
nes o sin consecuencias políticas. Lo que el escudo silenció volvería una y otra
vez a reclamar presencia simbólica. Andrés de Santa Cruz recuperó la mascapaicha
como emblema del Estado Sur-Peruano en tiempos de la Confederación. Voces
aisladas intentarían luego retomar imágenes del pasado precolombino para los
símbolos de la nación. En 1905, Saúl Murúa llegó a proponer al Congreso una
reforma del escudo, sugiriendo el reemplazo de sus emblemas por las figuras
míticas de Manco Cápac y Mama Ocllo. En su imagen, el sol volvió a coronar el
escudo peruano, y el arco iris a completar su ornamentación (Fig. 38). 124 Y aun-
que el escudo y la bandera se mantendrían como símbolo de la nación sin mayo-
res cambios o mutaciones, quedaron abiertas las puertas a otras formas de re-
Fig. 37. Alegoría patriótica. El ejército presentación nacional que retomaron esa dimensión étnica y política ignorada
patriota rescatando a la Patria, ca. 1825.
por el escudo. En tiempos recientes, la invención de la wiphala andina, 125 diseña-
Talla en piedra de Huamanga, con policromía,
19,5 x 13,5 x 5 cm. Colección Lucy Bayly da sobre la base del arco iris inca, ha llegado a ser asumida como signo
de Ugarte, Lima. transnacional de identidad de las comunidades indígenas en Bolivia, Chile, Ecua-
dor y Perú. Esta bandera alternativa revela la necesidad de un emblema que con-
Fig. 38. Propuesta del nuevo escudo
tribuya a la afirmación étnica de comunidades que quedaron marginadas en las
nacional hecha por Saúl Murúa al Congreso
en 1905. Dibujo de L. R. Marcenaro. repúblicas andinas. De cierta forma, no es más que la respuesta a una emblemática
Biblioteca Nacional del Perú, Lima. cuya neutralidad fue desde el inicio más supuesta que real.
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