Captatio PDF
Captatio PDF
Captatio PDF
Aunque había libertad para testar, no se podían dejar sin herencia a los
hijos o herederos legítimos, sin dar alguna razón admisible que justificara
tal decisión. Siempre se perseguía asegurar el patrimonio familiar en
primer lugar, y que no pasase la herencia a otras familias, además de
favorecer a la ciudad o al estado y, en su caso, a un protector o al propio
emperador. Las críticas no faltaban cuando el testador no cumplía las
expectativas de algunos que se creían con derecho a recibir parte de su
herencia.
“Es ciertamente falsa esa creencia general de que los testamentos son el
espejo de las costumbres de los hombres, como lo prueba el que Domicio
Tulo se haya mostrado como una persona mucho mejor una vez muerto
que mientras vivía. En efecto, después de haberse mostrado como una
posible víctima de los captadores de herencias, ha instituido heredera a la
hija que compartía con su hermano, pues, siendo hija natural de éste
último, él la había adoptado como hija suya. Ha mostrado, asimismo, un
gran afecto por sus nietos, e incluso por su bisnieto, pues a todos ellos ha
dejado numerosos y magníficos legados. En definitiva, en todas las
cláusulas de su testamento ha cumplido escrupulosamente con sus
deberes hacia su familia, y por eso mismo sus últimas disposiciones han
resultado tan inesperadas… Unos lo califican de farsante, de ingrato, de
olvidadizo, y mientras lo acusan de todo ello, se traicionan a sí mismos con
las más deshonrosas confesiones, pues censuran a quien era padre,
abuelo y bisabuelo, como si hubiese estado privado de descendencia.
Otros, por el contrario, celebran con grandes elogios que aquél haya
sabido engañar a quienes confiaban en enriquecerse de un modo
deshonesto abusando de él, pues dicen que el que hombres así vean de
ese modo burladas sus esperanzas responde perfectamente a los nobles
valores morales que reinan en nuestra época.” (Plinio, Epis. VIII, 18)
En esta ciudad nadie reconoce a los hijos. Al que tiene herederos naturales
no se le invita a cenar ni a ver los espectáculos. Se le prohíbe toda clase de
diversiones y se ve obligado a esconderse como un pardillo. Los que nunca
se casaron, en cambio, y los que no tienen parientes próximos consiguen
los máximos honores. En otras palabras, sólo ellos son considerados como
grandes soldados, como los más valientes e incluso los más honrados.”
(Satiricón, 116)
A partir del siglo II a. C. se autorizó la libertad para testar y en la época de
Augusto la captatio testamentorum se había desarrollado como un
verdadero arte. Consistía en adular a un viejo rico o un enfermo casi
terminal, sin herederos reconocidos, alabándole y colmándole con
regalos, con el objeto de que le fuera legada una parte o el total de su
herencia. Aunque esta práctica era constantemente ridiculizada, se
realizaba con asiduidad, como se refleja en la literatura latina.
“Te dan un tordo u otra cosa para uso privado: que vuele adonde brille
gran hacienda con amo viejo… Sea perjuro, descastado, fugitivo, esté
manchado…”
Es conveniente que, una vez que haya sido designado heredero, disimule
la alegría que este hecho le produce y cuando el testador muera, es
preciso que el heredero le ofrezca un espléndido funeral, a fin de que el
vecindario alabe su desinterés:
Séneca, por ejemplo, condena desde el punto de vista ético esta práctica
cuando se refiere a la conducta de quienes se preocupan por un enfermo,
no movidos por un sentimiento humanitario o por afecto, sino llevados
por el interés. En De beneficiis afirma:
Lo que hace más detestable esta actitud es que por ambición alguien
llegue a desear la muerte de una persona, incluso la de un amigo.
Compara a los captatores con los empresarios de pompas fúnebres
(libitinarii) y con los que disponían todo lo concerniente a los funerales
(dessignatores), profesiones consideradas despreciables porque se creía
que el contacto con los muertos producía contaminación. A partir de la
comparación se demuestra que los captatores son más despreciables que
los que ejercían esas profesiones.
Marcial sigue con las advertencias frente a los captatores hipócritas que
solo desean la muerte del testator:
“Eso de que te anima Lupo a ser padre, Úrbico, no te lo creas. No hay nada
que menos quiera él. El arte del cazador de testamentos consiste en dar a
entender que quiere lo que no quiere: desea que no hagas lo que te está
rogando que hagas. Que tu Cosconia diga sólo que está encinta: Lupo se
pondrá ya más pálido que una parturienta. Pero tú, para dar a entender
que has seguido los consejos del amigo, muérete de forma que él piense
que has sido padre.”
Esta actitud hipócrita del captator le lleva a hacer promesas para que un
amigo enfermo mejore, cuando realmente desea que muera para poder
heredar. En el Epigrama XII, 90, se refiere a otra actitud hipócrita de los
captatores: el hacer promesas para que un amigo enfermo recobre su
salud, cuando en realidad desean su muerte a fin de heredarlo:
“Por un amigo anciano, que sufría una grave y abrasadora fiebre
terciana, Marón hizo, pero en voz alta, la promesa de que, si el enfermo
no fuera enviado a las sombras estigias, se inmolaría una víctima
agradable al magno Júpiter. Los médicos han comenzado a prometerle
una segura curación. Ahora Marón hace promesas para no cumplir su
promesa.” (XII, 90)
Muchas son las quejas de los propios captatores por la esclavitud a la que
los testadores les sometían ante la perspectiva de dejarles como
herederos, haciéndoles víctimas de engaños o de falsas promesas y
mostrando deslealtad por no agradecer los obsequios recibidos.
“Como jurabas por lo más sagrado y por tu vida que me tenías, Gárrico,
como heredero de la cuarta parte de tus bienes, me lo creí —pues,
¿quién va a desaprobar gustosamente sus propios deseos? — y alimenté
mi esperanza incluso haciéndote regalos; entre ellos te envié un jabalí
laurentino de un peso poco corriente: podrías pensar que era el de la
etolia Calidón. Pero tú, sin pérdida de tiempo, invitaste a cenar lo mismo
al pueblo que a los senadores: todavía la pícara Roma está eructando mi
jabalí. Yo mismo, —¿quién lo creería? — no me incorporé ni como el
último de los invitados, pero tampoco se me ofreció una costilla ni se me
envió la cola. De tu cuarta parte, ¿qué esperanzas puedo tener, Gárrico?
De mi jabalí no me ha llegado ni una onza.” (Marcial, Epig. IX, 48)
“Las treinta veces que has firmado en este año, Carino, tu última voluntad,
te he enviado unas tartas empapadas en miel de tomillo del Hibla. No
puedo más, ten compasión de mí, Carino, haz testamento menos veces o
haz de una vez lo que continuamente disimula tu tos. He agotado mi bolsa
y mis reservas. Aunque hubiera sido más rico que Creso, sería más pobre
que Iro, Carino, si otras tantas veces comieras mis habas”. (Marcial, Epig.
V, 39)
El deseo de la pronta muerte del testator lo refleja Marcial en el hartazgo
del captator por tener que acompañar y soportar a su futura fuente de
ingresos, sin recibir nada a cambio, solo la incierta promesa de ser
recompensado a la muerte del testador.
Tampoco las mujeres ricas se veían libres de los aduladores que las
seguían a todas partes e intentaban complacerlas con la esperanza de
verse recompensados en el reparto de la herencia.
“Amigos, - dijo Trimalción, halagado por este desafío -, sabed que también
los esclavos son hombres. Han mamado la misma leche que nosotros, a
pesar de la mala suerte que pesa sobre ellos. Pero, por mi vida, que
pronto beberán el agua de la libertad. En una palabra, en mi testamento
les concedo la manumisión a todos ellos. A Filargiro le dejo en herencia
una finca y su compañera. A Corión una manzana de casas, el porcentual
para pagar al fisco su rescate y, además, un lecho con la lencería
necesaria. A mi querida Fortunata la nombro heredera universal,
encomendándola a todos mis amigos. Y hago público todo esto para que
mi servidumbre me quiera ya desde ahora, como si ya estuviese muerto”.
(Petronio, Satiricón, 71)
La caza de testamentos parece haber sido un tópico literario que reflejaba
una situación social la de la falsa o fingida amistad de la que ambas partes,
el testador y el captador tenían como objetivo lograr un beneficio mutuo
para cumplir con la solidaridad que proclamaba la civilización romana. Ello
no impedía que existieran la amistad y preocupación verdaderas entre los
ciudadanos de Roma, como relata Plinio al hablar del fallecimiento de Silio
Itálico: