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Captatio testamentorum, cazatestamentos en la antigua Roma

En los primeros siglos de Roma no estaba permitido al ciudadano con


propiedades disponer libremente de su patrimonio, pues la libertad de
testar no era compatible con el régimen de propiedad familiar. Se
consideraban como herederos naturales de la casa y, por tanto, del culto
familiar a los descendientes varones legítimos (agnati o parientes por
línea masculina). El testamento era algo excepcional y sólo se recurría a él
cuando no existían herederos legítimos o cuando, aunque los hubiera, se
los quería desheredar por causa fundada. Desde el siglo II a.C. se permitió
testar libremente, y el heredero se designaba en un acto llamado
testamentum. Pero solo los ciudadanos romanos con el privilegio del ius
civitatis tenían el derecho o capacidad de transmitir su sucesión por
testamento o de ser instituidos como herederos.
El ciudadano romano consideraba que hacer testamento era una
obligación que le proporcionaba seguridad en la vejez, dejaba asegurado
el futuro de su familia y ganaba el reconocimiento y atención de sus
herederos que le brindarían sus alabanzas tras su fallecimiento. El
testamento era una forma de control e influencia sobre los hijos adultos
que podían ser desheredados por mala conducta y sobre los amigos o
captatores que podían perder sus opciones a heredar si no le prodigaban
las suficientes atenciones, ni le presentaban costosos regalos. Los
romanos pensaban que solo al redactar un testamento podían ser
totalmente libres de expresar sus sentimientos, sin tener en cuenta las
obligaciones impuestas por las relaciones sociales o de amistad. Podían
beneficiar a quienes realmente se hubieran portado bien con ellos y
vengarse de quienes les hubieran perjudicado, a pesar de haberles
prometido en vida que les tendrían en cuenta en sus últimos deseos. Por
eso era imprescindible renovar el testamento para incluir las últimas
voluntades reales:
“Además de lo dicho, me apenan las circunstancias en las que ha muerto,
pues no ha dejado más que un antiguo testamento que no incluye a los
que él más amaba y que favorece a unas personas con las que en los
últimos tiempos él está especialmente enfrentado.” (Plinio, Epis. V, 5)

Aunque había libertad para testar, no se podían dejar sin herencia a los
hijos o herederos legítimos, sin dar alguna razón admisible que justificara
tal decisión. Siempre se perseguía asegurar el patrimonio familiar en
primer lugar, y que no pasase la herencia a otras familias, además de
favorecer a la ciudad o al estado y, en su caso, a un protector o al propio
emperador. Las críticas no faltaban cuando el testador no cumplía las
expectativas de algunos que se creían con derecho a recibir parte de su
herencia.
“Es ciertamente falsa esa creencia general de que los testamentos son el
espejo de las costumbres de los hombres, como lo prueba el que Domicio
Tulo se haya mostrado como una persona mucho mejor una vez muerto
que mientras vivía. En efecto, después de haberse mostrado como una
posible víctima de los captadores de herencias, ha instituido heredera a la
hija que compartía con su hermano, pues, siendo hija natural de éste
último, él la había adoptado como hija suya. Ha mostrado, asimismo, un
gran afecto por sus nietos, e incluso por su bisnieto, pues a todos ellos ha
dejado numerosos y magníficos legados. En definitiva, en todas las
cláusulas de su testamento ha cumplido escrupulosamente con sus
deberes hacia su familia, y por eso mismo sus últimas disposiciones han
resultado tan inesperadas… Unos lo califican de farsante, de ingrato, de
olvidadizo, y mientras lo acusan de todo ello, se traicionan a sí mismos con
las más deshonrosas confesiones, pues censuran a quien era padre,
abuelo y bisabuelo, como si hubiese estado privado de descendencia.
Otros, por el contrario, celebran con grandes elogios que aquél haya
sabido engañar a quienes confiaban en enriquecerse de un modo
deshonesto abusando de él, pues dicen que el que hombres así vean de
ese modo burladas sus esperanzas responde perfectamente a los nobles
valores morales que reinan en nuestra época.” (Plinio, Epis. VIII, 18)

Con la expansión del Imperio romano y la suma de nuevos territorios se


produjo la llegada de grandes riquezas, pero también la creación de
nuevas clases sociales, como una nobleza de origen provincial y un
estamento de nuevos ricos formado por comerciantes y libertos con gran
poder económico. Todo ello unido a nuevas costumbres como el celibato y
la disminución del número de hijos en el matrimonio, dio lugar a la
aparición de unos personajes, que ante la falta de perspectiva de lograr un
medio de subsistencia honrado y de progresar socialmente se dedicaron a
ciertas actividades muy criticadas por su falta de ética, como la de la caza
de testamentos (captatio testamentorum).

Petronio incluye en su obra satírica una farsa de los protagonistas que


gira en torno al engaño y la caza de un testamento promovida por el
comentario de un campesino sobre la actividad más provechosa de su
ciudad, Crotona, perseguir a un viejo sin hijos para heredarle o sabiéndose
uno con una fortuna apetecida dedicarse a una cómoda vida llena de
atenciones y honores por parte de los cazadores de herencias:

“Ah, señores míos- dijo el campesino-, si sois comerciantes, cambiad de


idea y buscaos otro medio de vida. Pero si, en cambio, tenéis una
educación superior y podéis manteneros en la mentira, entonces vais
derechos al lucro. Pues en esta ciudad no se estima en nada al estudio de
las letras, no ha lugar la elocuencia, ni la sobriedad y las buenas
costumbres son objeto de estima para que puedan ser cultivadas.
Acordaos de esto que os digo: todas las personas que veáis en esta ciudad
pertenecen a dos clases, los que tratan de captar una herencia y los que
son captados.

En esta ciudad nadie reconoce a los hijos. Al que tiene herederos naturales
no se le invita a cenar ni a ver los espectáculos. Se le prohíbe toda clase de
diversiones y se ve obligado a esconderse como un pardillo. Los que nunca
se casaron, en cambio, y los que no tienen parientes próximos consiguen
los máximos honores. En otras palabras, sólo ellos son considerados como
grandes soldados, como los más valientes e incluso los más honrados.”
(Satiricón, 116)
A partir del siglo II a. C. se autorizó la libertad para testar y en la época de
Augusto la captatio testamentorum se había desarrollado como un
verdadero arte. Consistía en adular a un viejo rico o un enfermo casi
terminal, sin herederos reconocidos, alabándole y colmándole con
regalos, con el objeto de que le fuera legada una parte o el total de su
herencia. Aunque esta práctica era constantemente ridiculizada, se
realizaba con asiduidad, como se refleja en la literatura latina.

Horacio describe en la sátira II, 5 la técnica para convertirse en un


cazaherencias con éxito, mediante un diálogo entre Tiresias y Ulises en el
que el primero enseña al segundo qué hacer para recuperar la fortuna
perdida a causa de los pretendientes.

Recomienda buscar un anciano rico, al que deberá halagar con obsequios


y atenciones, sin tener en cuenta sus condiciones morales:

“Te dan un tordo u otra cosa para uso privado: que vuele adonde brille
gran hacienda con amo viejo… Sea perjuro, descastado, fugitivo, esté
manchado…”

Se debe conseguir, por medio de las adulaciones, que el anciano lo


instituya como heredero. Es conveniente que el anciano carezca de hijos.
Esto se justifica porque, en el caso de existir herederos naturales, estos
podían hacer anular el testamento. Insiste, además, en las
manifestaciones de aparente preocupación que debe manifestar el
captator acerca del bienestar y la salud del testator. Si no se cumple la
regla anterior, se puede admitir que un testator, anciano y viudo, tenga un
hijo, a condición de que éste sea enfermizo y hay que lograr, insinuándose
muy sutilmente, ser designado segundo heredero o heredero sustituto. De
este modo, si el niño muriera, el captator podría convertirse en heredero
legítimo:

“Y si alguien cría en la opulencia a un hijo reconocido


A pesar de su poca salud, para que no te delate clara
Obsequiosidad hacia los célibes, deslízate sin que se note
Con atenciones, en la esperanza de ser nombrado segundo
Heredero y, si una desgracia se lleva el muchacho al Orco,
De ocupar su vacante; muy raramente falla esta jugada.”

Si el testador le ofrece leer el testamento, debe negarse a hacerlo para no


parecer interesado, Sin embargo, le aconseja que trate de leer,
disimuladamente, la segunda línea, donde se mencionaban los
coherederos, a fin de saber si es el único heredero sustituto o si son
muchos.
Si el anciano está dominado por una esposa astuta o un liberto influyente,
el que aspira a la herencia debe tratar de ganarse la voluntad de ellos,
alabándolos, para que a su vez ellos lo alaben ante el anciano. Pero
inmediatamente rectifica y agrega que resulta más eficaz adular al anciano
y tratar de satisfacer todos sus deseos:

“Recomiendo a este respecto: si tramposa mujer o liberto por ventura


manejan a un viejo senil, hazte socio suyo; elógialos, para que te elogien
en tu ausencia. Esto también ayuda, pero con mucho lleva antes al triunfo
asaltar el bastión principal…”

Es conveniente que, una vez que haya sido designado heredero, disimule
la alegría que este hecho le produce y cuando el testador muera, es
preciso que el heredero le ofrezca un espléndido funeral, a fin de que el
vecindario alabe su desinterés:

“Oculta un rostro que delate alegría. Si el sepulcro se confió a tu buen


juicio, hazlo sin escatimar; que la vecindad alabe un entierro espléndido.”

Por último, si algún coheredero, anciano y enfermo, desea parte de la


herencia del captator, éste debe cedérsela a un precio irrisorio. Con esto
no sólo obtendrá su agradecimiento sino también figurar en su
testamento.

En el caso de los captatores (cazadores), éstos tratan de ganarse el favor


del testator, mediante regalos, invitaciones a comer, atenciones, que en
muchos casos se hacían por el mero interés por la herencia. En el caso del
testator, éste, aun sabiendo el fingido interés de los captores, sabe sacar
el mayor provecho de la situación, aceptando los obsequios.

Ya Plauto describe en su obra Miles Gloriosus la situación al describir la


relación de Periplectómeno y sus parientes por línea femenina (cognati)
que no son herederos naturales como los agnati (parientes por línea
masculina), pero que si pueden ser nombrados herederos. El viejo
Periplectómeno es un misógino que animado por Peusicles a casarse y
tener hijos se niega por los inconvenientes que las mujeres y los hijos
implican y en cambio sugiere que dejarse querer por sus parientes por los
beneficios que consigue.

¿Puesto que tengo muchos parientes, qué necesidad tengo de hijos?


Ahora vivo bien y satisfactoriamente y como quiero y agrada a mi espíritu.
A mi muerte entregaré mis bienes a mis parientes, los repartiré entre
ellos: éstos estarán junto a mí, me cuidarán; verán qué hago, qué quiero;
antes de que amanezca, se presentan, preguntan cómo he dormido
durante la noche.
[En lugar de hijos, tendré a aquellos que me envían regalos]
Hacen un sacrificio; de allí reservan para mí una parte mayor que para sí,
me llevan a la celebración, me invitan a su casa para comer, para cenar.
Se juzga muy desdichado aquel que me obsequió lo mínimo.
Ellos compiten entre sí en cuanto a los regalos: yo susurro en mi interior:
‘Ambicionan mis bienes, me alimentan y hacen regalos a porfía’.

Séneca, por ejemplo, condena desde el punto de vista ético esta práctica
cuando se refiere a la conducta de quienes se preocupan por un enfermo,
no movidos por un sentimiento humanitario o por afecto, sino llevados
por el interés. En De beneficiis afirma:

“Llamo ingrato al que cuida a un enfermo, porque va a redactar su


testamento aquel que tiene tiempo para pensar sobre su herencia y su
legado. Aunque haga todas las cosas que debe hacer un amigo bueno y
memorioso de sus obligaciones, si la esperanza de lucro está presente en
su ánimo, es un pescador y arroja su anzuelo.” (IV, 20, 3)
El símil del pescador que trata de capturar al pez con un anzuelo y un cebo
comparándolo con el cazador que usa la adulación y la falsa preocupación
como trampas para atraer a su víctima es empleada también por Horacio
al referirse a las atenciones y adulaciones que el captador deberá utilizar
con el testador, las considera como señuelos o trampas para atraerlo.

“Ya te lo he dicho y te lo digo: se astuto y hazte con


Testamentos de viejos por doquier y no pierdas la esperanza
Ni burlado abandones la práctica, si alguno o un par
De astutos escapan del insidiador tras morder el anzuelo.” (Sat. II, 5)

Lo que hace más detestable esta actitud es que por ambición alguien
llegue a desear la muerte de una persona, incluso la de un amigo.
Compara a los captatores con los empresarios de pompas fúnebres
(libitinarii) y con los que disponían todo lo concerniente a los funerales
(dessignatores), profesiones consideradas despreciables porque se creía
que el contacto con los muertos producía contaminación. A partir de la
comparación se demuestra que los captatores son más despreciables que
los que ejercían esas profesiones.

“¿Acaso no piensas tú que Aruncio y Haterio y los demás que han


practicado el arte de captar testamentos tienen los mismos deseos que
tienen los que organizan los funerales y los empresarios de pompas
fúnebres? Sin embargo, estos últimos no conocen a aquellos de quienes
desean la muerte; los primeros desean que muera alguien muy amigo, de
parte del cual, a causa de la amistad, existe una mayor esperanza de
legado. Nadie continúa viviendo para daño de estos últimos, a los
primeros los consume cualquiera que tarde en morir; por lo tanto, desean
no sólo recibir lo que han ganado con su vergonzosa servidumbre, sino
también ser liberados de un pesado tributo.” (De Benef. VI, 38, 4)
Marcial describe en sus epigramas varios casos de captatores y testatores
mostrando las características que ambos tenían y sus diversas actitudes.
En su epigrama XI, 44 enumera las particularidades que convierten a un
individuo en un testator perseguido: no tener hijos, ser rico y de edad
avanzada, mientras advierte que las verdaderas amistades son las que
surgen cuando se es joven y pobre, y no las que llegan cuando se
aproxima la muerte del testador.

“No tienes hijos y eres rico y nacido durante el consulado de Bruto:


¿crees que tú tienes amistades verdaderas?
Son verdaderas las que tenías siendo joven, las que tenías siendo pobre
Aquel que es un nuevo amigo desea tu muerte.”

Marcial sigue con las advertencias frente a los captatores hipócritas que
solo desean la muerte del testator:

“Quien te da regalos, Gauro, a ti, rico y anciano, si eres inteligente y te das


cuenta, te dice esto: “Muérete”. (VIII, 27)
En su epigrama XI, 55 sugiere al testador no creer al cazador, cuya técnica
lo lleva a aconsejar al testador hacer lo contrario de lo que él realmente
desea, como que tenga hijos:

“Eso de que te anima Lupo a ser padre, Úrbico, no te lo creas. No hay nada
que menos quiera él. El arte del cazador de testamentos consiste en dar a
entender que quiere lo que no quiere: desea que no hagas lo que te está
rogando que hagas. Que tu Cosconia diga sólo que está encinta: Lupo se
pondrá ya más pálido que una parturienta. Pero tú, para dar a entender
que has seguido los consejos del amigo, muérete de forma que él piense
que has sido padre.”

Esta actitud hipócrita del captator le lleva a hacer promesas para que un
amigo enfermo mejore, cuando realmente desea que muera para poder
heredar. En el Epigrama XII, 90, se refiere a otra actitud hipócrita de los
captatores: el hacer promesas para que un amigo enfermo recobre su
salud, cuando en realidad desean su muerte a fin de heredarlo:
“Por un amigo anciano, que sufría una grave y abrasadora fiebre
terciana, Marón hizo, pero en voz alta, la promesa de que, si el enfermo
no fuera enviado a las sombras estigias, se inmolaría una víctima
agradable al magno Júpiter. Los médicos han comenzado a prometerle
una segura curación. Ahora Marón hace promesas para no cumplir su
promesa.” (XII, 90)

Al saber que sus esperanzas de heredar se desvanecen porque el enfermo


se va a curar, Marón, intenta encontrar el modo de no cumplir lo que
prometió, con lo que deja al descubierto sus verdaderos sentimientos.

Marcial extiende sus críticas al individuo que esconde sus verdaderas


intenciones haciéndose pasar por una persona generosa y de gran
corazón, cuando lo que verdaderamente pretende es engañar a los viejos
y viudas con regalos, como se engaña a los peces con un cebo, para
quedarse con sus herencias.

“Porque envías grandes regalos a los viejos y a las viudas ¿quieres,


Gargiliano, que te llame generoso? No hay ser más avaro ni persona más
abyecta que tú y sólo tú, que puedes llamar regalos a tus insidias.
Así de complaciente es el anzuelo falaz con los peces ansiosos, así engaña
a las estúpidas fieras un astuto cebo. Qué es ser generoso, qué es hacer
regalos, voy a enseñártelo, por si no lo sabes: hazme regalos a mí,
Gargiliano.” (IV, 56)

Muchas son las quejas de los propios captatores por la esclavitud a la que
los testadores les sometían ante la perspectiva de dejarles como
herederos, haciéndoles víctimas de engaños o de falsas promesas y
mostrando deslealtad por no agradecer los obsequios recibidos.

“Como jurabas por lo más sagrado y por tu vida que me tenías, Gárrico,
como heredero de la cuarta parte de tus bienes, me lo creí —pues,
¿quién va a desaprobar gustosamente sus propios deseos? — y alimenté
mi esperanza incluso haciéndote regalos; entre ellos te envié un jabalí
laurentino de un peso poco corriente: podrías pensar que era el de la
etolia Calidón. Pero tú, sin pérdida de tiempo, invitaste a cenar lo mismo
al pueblo que a los senadores: todavía la pícara Roma está eructando mi
jabalí. Yo mismo, —¿quién lo creería? — no me incorporé ni como el
último de los invitados, pero tampoco se me ofreció una costilla ni se me
envió la cola. De tu cuarta parte, ¿qué esperanzas puedo tener, Gárrico?
De mi jabalí no me ha llegado ni una onza.” (Marcial, Epig. IX, 48)

Los cazadores de testamentos son el símbolo del fin del valor de la


amistad basada en las relaciones de afecto entre amigos, o entre patrono
y cliente. Se busca un falso afecto por necesidad y por dinero. Se hace un
regalo a cambio de ser nombrado heredero y se pide la pronta muerte del
testador para evitar la ruina por los gastos del captator.

“Las treinta veces que has firmado en este año, Carino, tu última voluntad,
te he enviado unas tartas empapadas en miel de tomillo del Hibla. No
puedo más, ten compasión de mí, Carino, haz testamento menos veces o
haz de una vez lo que continuamente disimula tu tos. He agotado mi bolsa
y mis reservas. Aunque hubiera sido más rico que Creso, sería más pobre
que Iro, Carino, si otras tantas veces comieras mis habas”. (Marcial, Epig.
V, 39)
El deseo de la pronta muerte del testator lo refleja Marcial en el hartazgo
del captator por tener que acompañar y soportar a su futura fuente de
ingresos, sin recibir nada a cambio, solo la incierta promesa de ser
recompensado a la muerte del testador.

“Mientes, te creo; recitas malos poemas, te aplaudo; cantas, canto; bebes,


Pontiliano, bebo; te pees, disimulo; quieres jugar a las damas, me dejo
ganar. Una sola cosa hay que haces sin mí, y me callo. Sin embargo, nada
en absoluto me das. “A mi muerte”, dices, “te trataré bien”. No quiero
nada, pero muérete.” (Epigramas, XII, 40)

El acoso al testador enfermo que al final deja al captator, quien muestra


una falsa preocupación por su salud, sin la herencia deseada, aparece en
una epístola de Plinio el Joven, dirigida a su amigo Calvisio:

“Veleyo Bleso, el antiguo cónsul sumamente rico, se hallaba en una fase


terminal de su enfermedad y quería cambiar su testamento. Régulo, que
confiaba en poder obtener algún beneficio de las nuevas disposiciones
testamentarias, pues había comenzado a ganarse recientemente el favor
del enfermo, exhorta a los médicos y les ruega que prolonguen por todos
los medios a su alcance la vida de Bleso. Después que fue firmado el
testamento, adopta una nueva postura y a los mismos médicos de antes
les habla ahora en estos términos: “¿Hasta cuándo vais a continuar
torturando a este desdichado? ¿Por qué no permitís que muera
tranquilamente aquel a quien no podéis conceder la vida?” Muere Bleso y,
como si hubiese oído todo esto, no deja un solo as a Régulo.” (Ep. II, 20)

Tampoco las mujeres ricas se veían libres de los aduladores que las
seguían a todas partes e intentaban complacerlas con la esperanza de
verse recompensados en el reparto de la herencia.

“Mientras que, ¡por Hércules!, personas que no tenían la más mínima


relación con su abuela, para mostrar su respeto por Cuadratila (me
avergüenzo de haber utilizado la palabra “respeto” a propósito de gente
como ellos), con la deferencia propia de los aduladores se apresuraban a
acudir al teatro, saltaban de
alegría, aplaudían, daban muestras
de admiración y después repetían
ellos mismos ante la gran dama
cada uno de los gestos de los
actores acompañándose de los
mismos cánticos que se cantaban
en las piezas. Éstos, como pago por
sus actuaciones teatrales, recibirán
ahora unos ínfimos legados por
parte del heredero que nunca
quiso asistir a ellas.” (Plinio, VII,
24)

Para asegurarse el afecto de su entorno durante lo que le restase de vida y


conseguir ser llorado tras su muerte, el testador podía leer su testamento
en presencia de sus allegados y darles a conocer sus correspondientes
legados. En el Satiricón de Petronio, Trimalción notifica su última voluntad
durante la cena ante sus invitados y manda traer el testamento para leerlo
entero con el objeto de ganarse la admiración de la servidumbre y los
otros agraciados.

“Amigos, - dijo Trimalción, halagado por este desafío -, sabed que también
los esclavos son hombres. Han mamado la misma leche que nosotros, a
pesar de la mala suerte que pesa sobre ellos. Pero, por mi vida, que
pronto beberán el agua de la libertad. En una palabra, en mi testamento
les concedo la manumisión a todos ellos. A Filargiro le dejo en herencia
una finca y su compañera. A Corión una manzana de casas, el porcentual
para pagar al fisco su rescate y, además, un lecho con la lencería
necesaria. A mi querida Fortunata la nombro heredera universal,
encomendándola a todos mis amigos. Y hago público todo esto para que
mi servidumbre me quiera ya desde ahora, como si ya estuviese muerto”.
(Petronio, Satiricón, 71)
La caza de testamentos parece haber sido un tópico literario que reflejaba
una situación social la de la falsa o fingida amistad de la que ambas partes,
el testador y el captador tenían como objetivo lograr un beneficio mutuo
para cumplir con la solidaridad que proclamaba la civilización romana. Ello
no impedía que existieran la amistad y preocupación verdaderas entre los
ciudadanos de Roma, como relata Plinio al hablar del fallecimiento de Silio
Itálico:

“Muchos acudían todos los días a presentar sus respetos a su casa y lo


honraban con todo tipo de presentes. Él los recibía generalmente
reclinado en su lecho de trabajo, y su despacho estaba siempre lleno de
gente, y no precisamente por sus riquezas.” (Plinio, epis., III, 7)
BIBLIOGRAFÍA:
http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/3083/captatiomansillacecco.pdf (Una
profesión insólita y lucrativa: la captatio testamenti, Elda Edith Cecco, Angélica
Margarita Mansilla)
http://conservancy.umn.edu/bitstream/handle/11299/144349/Woods_umn_0130E_1
3361.pdf?sequence=1&isAllowed=y (Hunting literary legacies: captatio in Roman
satire, Heather A. Woods)
http://ecommons.luc.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1035&context=classicalstudies_
facpubs (Tacitus, Roman Wills and Political Freedom, James G. Keenan)
http://scholar.princeton.edu/sites/default/files/Why%20Wills_0.pdf (Creditur Vulgo
Testamenta Hominum Speculum Esse Morum: Why the Romans Made Wills, Edward
Champlin)

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