Análisis Transgeneracional de La Violencia Familiar A Través de La Técnica de Genogramas

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Revista de Investigación en Psicología ISSN L: 1560 - 909X

Vol. 20 - N.º 2 - 2017, pp. 283 - 308 Facultad de Psicología UNMSM


DOI: http://dx.doi.org/10.15381/rinvp.v20i2.14042

Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la


técnica de genogramas

Transgenerational analysis about domestic violence through the genogram


technique

Walter L. Arias Gallegos1*


Lisha Galagarza Pérez2
Renzo Rivera3
Karla Ceballos Canaza4
Universidad Católica San Pablo, Arequipa, Perú

Recibido: 28 – 08 – 17 Aceptado: 21 – 11 – 17

Resumen
En el presente estudio, se reportan los resultados de la valoración de las dinámicas familiares
en personas víctimas de violencia intrafamiliar. Para ello se adoptó un enfoque sistémico
familiar y se aplicó la técnica de los genogramas. Se evaluó a 79 personas que acudieron al
Ministerio Público de la ciudad de Arequipa, quienes fueron seleccionadas mediante muestreo
por cuotas. Como instrumentos se emplearon una ficha de datos sociodemográficos, una hoja
de evaluación de genograma y una lista de cotejo. Los datos se procesaron descriptivamente
dada la naturaleza de la data obtenida. Los resultados indican que el 78.48% de personas
ha sufrido de violencia física, siendo en su mayoría mujeres (83.9%) y que provienen de
familias nucleares. Asimismo, sus relaciones con sus padres han sido nulas o distantes, y en
sus familias propias, que suelen ser nucleares, las relaciones con sus parejas son conflictivas,
mientras que las relaciones con sus hijos tienden a ser distantes, fusionadas y conflictivas.
Palabras clave: Terapia familiar sistémica; violencia familiar; análisis transgeneracional;
genogramas.

Abstract
In the present study, we repot the results of the valuation of the family dynamics among peo-
ple personas who were victims of domestic violence. For that, we adopted a family systemic
approach and applied the genograms technique. We evaluated 79 people who went to the
Public Ministry in Arequipa City, and were selected by quote sampling technique. As instru-
ments there were used the sociodemographic chart, a predesign sheet for genograms drawing
and a code chart. The data were processed by descriptive statistical methods, according to

1 Universidad Católica San Pablo. [email protected] *autor para correspondencia.


2 Universidad Católica San Pablo. [email protected].
3 Universidad Católica San Pablo. [email protected].
4 Universidad Católica San Pablo. [email protected].

© Los autores. Este artículo es publicado por la Revista de Investigación en Psicología de la Facultad de Psicología, Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Este es un artículo de acceso abierto, distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons
Atribucion - No Comercia_Compartir Igual 4.0 Internacional. (http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/) que permite el
uso no comercial, distribución y reproducción en cualquier medio, siempre que la obra original sea debidamente citada.
Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

the nature of the information obtained. The results indicate that the 78.48% of people had
suffered physical violence, being women in highest percentage (83.9%) and coming from
nuclear families. Moreover, their relationships with their parents had been null or distanced,
and about their own families, nuclear kind in the major proportion, the relationships were
conflictive with their couples, and distant, fused, and conflictive with their children.
Key words: Family system therapy; domestic violence; transgenerational analysis; genograms.

El 35% de las mujeres en el mundo ha sido víctima de violencia por parte de su


pareja en algún momento de su vida (Álvarez, Hermosilla y Chenevard, 2015),
sin embargo, las cifras de violencia familiar por países son muy variantes, ya que
pueden ser tan bajas como 0.2% o alcanzar al 48% (Fontanil, Ezama, Fernández,
Gil, Herrero y Paz, 2005). De hecho, en 48 encuestas nacionales sobre violencia
intrafamiliar, del 10% al 69% de mujeres habían sido víctimas de violencia por sus
parejas (Matud, 2004). En Chile, la cifra de mujeres víctimas de violencia familiar
es de 50.3% (Álvarez, Hermosilla y Chenevard, 2015), mientras que en Colombia
del 20% al 50% de mujeres han sido sometidas a algún tipo de trato violento
(Ocampo, 2015), y en México, de los 4.3 millones de hogares, en uno de cada tres
hubo algún tipo de violencia intrafamiliar (Vargas, Pozos, López, Díaz-Loving y
Rivera, 2011).
Estas diferencias suponen importantes limitaciones a la hora de investigar
el fenómeno de la violencia, pues además de ser complejo, multicausal y
multidimensional, constituye un problema sociocultural, ético y de salud pública
(Miljánovich, Huerta, Campos, Torres, Vásquez, Vera y Díaz, 2013), que, para el
caso del Perú, implica considerar patrones culturales y factores socioeconómicos
que configuran una problemática compleja de abordar. A esto se puede agregar,
además, confusión con respecto a los conceptos y clasificaciones que se aplican a
la conducta violenta y violencia familiar, y que, en los últimos años, suelen estar
ideologizados y plagados de estereotipos de género. Podemos definir la violencia,
como el uso deliberado de la fuerza contra otra persona que causa lesiones físicas
o psicológicas, o incluso la muerte (Company y Soria, 2016).
Asimismo, se suele diferenciar la violencia expresiva (o emocional) de la
instrumental (o razonada). En el primer caso, la violencia se caracteriza por rabia
y un profundo deseo de herir a la víctima en el momento de ejercer violencia. En
el segundo caso, la violencia instrumental es fría, planificada y surge del deseo
de poseer estatus o propiedades de la víctima (Company y Soria, 2016). Otros
autores distinguen la violencia controladora de la situacional, que está asociada a
conflictos de pareja. La segunda es de mayor prevalencia en España con un 89%
sobre 11% en la primera (Muñoz y Echeburúa, 2016). Para el caso de la violencia
familiar, se tiene que, con respecto a los agresores, los maltratadores familiares
constituyen el 50%, los maltratadores impulsivos el 25% y los maltratadores
instrumentales el 25% (Amor, Echeburúa y Loinaz, 2009).

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Por violencia familiar o intrafamiliar se entiende una serie de abusos que


ocurren entre los miembros de la familia, siendo el más común el que ejerce el
varón sobre la mujer, de ahí que como dicen Mello y Dias (2014), la violencia es un
producto social causado por desigualdades de poder, donde el más fuerte prevalece
y los contextos de desequilibrio la favorecen (Vargas et al., 2011). Por ello, en
sociedades patriarcales que promueven relaciones asimétricas entre el varón y la
mujer, la violencia familiar es más prevalente. Sin embargo, la violencia familiar
debe diferenciarse de la violencia contra la mujer, que es todo acto violento basado
en la pertenencia al sexo femenino (Novoa, 2016).
Precisamente, la perspectiva de género ha sido duramente criticada en la
violencia de pareja porque enfatiza el rol del agresor (Muñoz y Echeburúa, 2016).
En el Perú el 2011 se promulgó la Ley de feminicidio con el fin de aminorar la
violencia de género, pero las tasas de violencia familiar no han disminuido de
manera sustancial (Huaroc, 2013). De acuerdo con la Encuesta de Salud Mental
realizada en Lima el 2002, el 47% de mujeres había sido víctima de algún tipo de
violencia en su vida y el 90% de maltratos denunciados ante la Policía Nacional
del Perú (PNP) se ejecutaron contra mujeres de 18 años a más, por su pareja o
expareja (Nóblega, 2012). La encuesta de ENDES reportó el 2012, que el 66.3% de
mujeres señaló que su pareja había ejercido alguna forma de control sobre ellas,
21.7% fue víctima de violencia verbal, 19.9% de violencia psicológica y 37.2% fue
víctima de violencia física y sexual (Aiquipa, 2015). Asimismo, los departamentos
de Cusco, Arequipa y Apurimac, todos ellos ubicados en la sierra peruana, son los
que registran mayores niveles de violencia (Castro y Rivera, 2015). De acuerdo con
un estudio más reciente, el 37% de mujeres peruanas entre 15 y 49 años han sido
víctimas de violencia de parte de sus parejas (Quintana, Malaver, Montgomery,
Medina, Ruíz, Lúcar, Pineda, Barboza y Dominguez, 2016).
Con respecto a los factores explicativos de la violencia han surgido un sin
número de teorías, desde las que señalan que la violencia familiar aumenta de
norte a sur por efecto de la latitud y la radiación solar (León, 2012), hasta aquellas
que se focalizan en aspectos socioculturales. Dentro de estas últimas, son factores
a considerar el estatus socioeconómico, la estructura familiar, el nivel educativo
del varón y la mujer y los patrones culturales del contexto próximo a la víctima y el
agresor. Por ello, se ha tomado en cuenta el modelo ecológico de Bronfenbrenner,
en varios estudios sobre violencia familiar (Deza y Guzmán, 2009; Mello y Dias,
2014; Rivera y Cahuana, 2016; Tenorio, 2009; Zalapa et al., 2012). La teoría del
intercambio social también ha servido de modelo para explicar el maltrato en el
hogar, a partir de las interacciones entre el varón y la mujer en términos de costo-
beneficio, de manera que, si la mujer tiene más que perder al separarse del varón,
permanecerá en la relación violenta. Desde la teoría social cognitiva, si el hombre
y la mujer han observado patrones de violencia, aprenden que tales roles son los
normales en el hogar (Vargas et al., 2011).

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En ese sentido, existen diversas variables personales y socioculturales que


se asocian con la víctima y el agresor, que bien los predisponen a asumir roles de
violencia y sumisión, o bien, son consecuencia de la violencia ejercida de manera
prolongada. En primer lugar, tenemos que con respecto a las mujeres víctimas
de violencia intrafamiliar, suelen tener un apego inseguro (Sánchez, 2016), alta
dependencia emocional (Aiquipa, 2015), estrategias inadecuadas de afrontamiento
(Gadoni-Costa y Dalbosco, 2011), niveles altos de estrés postraumático (Sarasua,
Zubizarreta, Echeburúa y De Corral, 2007), esquemas de abuso y vulnerabilidad
al daño, abandono, imperfección, culpa y asilamiento social (Calvete, Estévez
y Corral, 2007). Otros estudios reportan que las mujeres maltratadas se sienten
inseguras, tienen menos autoestima, presentan más enfermedades, consumen
más alcohol y medicamentos, como ansiolíticos y antidepresivos (Matud, 2004), y
suelen tener trastornos físicos tales como dolor crónico cervical, lumbar y pélvico,
además de diversos trastornos gastrointestinales (Soler, Barreto y González, 2005).
También vivencian aislamiento, miedo, depresión, desesperanza y sentimientos de
ambivalencia hacia la pareja (Deza, 2012b).
Se ha reportado también, que desarrollan esquemas disfuncionales de
pensamiento caracterizados por desconfianza, privación emocional, rechazo,
negatividad y pesimismo, inmadurez, insuficiente autocontrol y autosacrificio
(Huerta, Ramírez, Ramos, Murillo, Falcón, Misare y Sánchez, 2016). En ese
sentido, Zalapa et al. (2012) han señalado que algunos estereotipos sobre la mujer,
como que deben ser sumisas, dulces y sufridas; propician que sean víctimas de
violencia en un contexto de relación de pareja. Asimismo, el hecho de asumir el
matrimonio como único proyecto de vida, la dependencia económica para con
el marido y el tener hijos, son factores que obligan a la mujer a mantenerse en
una relación de violencia (Deza, 2012a; Tenorio, 2009). Así, por ejemplo, algunos
estudios indican que las mujeres maltratadas tienen mayor número de hijos
(Fontanil et al., 2005), suelen ser mucho menores que sus parejas (Sarasua et al.,
2007), y que mientras más indefensas y pesimistas son, mayor es la frecuencia con
que son victimizadas (Quintana et al., 2016).
Asimismo, una serie de mitos e ideas, como son la idea de entrega total,
perdonar por amor, consagrarse al bienestar del otro o idealizar a la persona amada,
etc., influyen en la decisión de la mujer, de no denunciar los maltratos (Deza,
2012a). Un estudio hecho en Perú, señala que las mujeres víctimas de maltrato
tardan 10 años en pedir ayuda (Miljánovich, Nolberto, Martina, Huerta, Torres y
Camones, 2010) y otro señala que las mujeres prefieren no denunciar la violencia
porque tienen miedo a las represalias y sienten culpa o vergüenza, por lo que
optan incluso, por proteger a su pareja (Deza, 2012b). En el estudio de Fontanil,
Méndez, Cuesta, López, Rodríguez, Herrero y Ezama (2002), el 79.7% de mujeres
maltratadas ha llegado a temer por su vida y se sienten afectadas laboral, social
y familiarmente. Por ello, la atención y el apoyo que recibe la mujer cuando va a

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sentar su denuncia, es fundamental (González y Garrido, 2015). La intervención


de la mujer que es víctima de violencia de pareja debe apuntar a darle un espacio
de contención y estructura, favorecer la toma de conciencia de la situación que
vive, distanciar la crisis, redefinir la relación de pareja y potenciar sus recursos
personales (Tenorio, 2009).
Para el caso de los varones, la mayoría de agresores tiene un bajo nivel
educativo y son mayores que la víctima, además suelen actuar bajo los efectos del
alcohol, tienen poca tolerancia a la frustración y dificultades para comunicarse
adecuadamente. También suelen ser celosos, impulsivos y afectivamente
inestables (Nóblega, 2012). Tienen historial de abuso infantil y han sido testigos
de violencia intrafamiliar (Castro, Cerellino y Rivera, 2017), lo que genera que
tengan marcados esquemas sexistas, baja autoestima y un mal autoconcepto, que
los lleva a ser violentos por compensación (Muñoz y Echeburúa, 2016). Algunos
estudios vinculan la conducta violenta del agresor con trastornos psicopatológicos.
Por ejemplo, en el estudio de Boira y Jodrá (2010) el 78.8% de varones evaluados
por violencia presenta trastorno de personalidad, el 37.93% consume alcohol de
manera abusiva y el 53.98% refiere celotipia. Otros estudios señalan que poseen
trastorno obsesivo compulsivo en el 57.8% de los casos, trastorno dependiente
de la personalidad en el 34.2%, trastorno paranoide en el 25% y trastorno de
personalidad antisocial en el 19.7% (Fernández y Echeburúa, 2008).
En ese sentido, la dimensión antisocial y la dimensión borderline de conducta
violenta, tienen poder predictivo sobre la violencia de pareja; y siguiendo la
distinción entre la ira patológica, bajo control de la ira, y la ira normal, en los
maltratadores de bajo riesgo, que poseen niveles normales de ira se debe utilizar
técnicas de control emocional, mientras que en los de riesgo moderado, que
tienen bajo control de ira, además, se debe trabajar los celos y la dependencia
emocional, y los de alto riesgo que tienen ira patológica, son los menos receptivos
a los tratamientos (Amor, Echeburúa y Loinaz, 2009). A nivel biológico, se han
reportado diversos déficits en el funcionamiento cerebral de los maltratadores,
como fallos en la función ejecutiva y en el sistema límbico, mayor lateralización
derecha del procesamiento de las emociones, peor cociente intelectual (CI) verbal,
fallas en el reconocimiento de expresiones faciales, menos empatía, y antecedentes
de traumatismo encéfalo craneano (TEC). De hecho, el TEC y bajo CI verbal son
los mejores predictores del maltrato físico (Romero y Moya, 2013).
Ahora bien, algunos autores señalan que es un error victimizar a la mujer
y culpabilizar al varón, pues ambos intervienen en el contexto de violencia
familiar (Ravazzola, 1997). En el estudio de Ocampo (2015) por ejemplo, el 24%
de relaciones fueron unidireccionalmente violentas mientras que en el 49.7% la
violencia fue recíproca. Otro estudio encontró que la mujer ejerce mayor violencia
pasiva o indirecta hacia el varón, que suele enmascararla a través de la manipulación
y está motivada por deseos de venganza (Vargas et al., 2011). Esto supone que

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varones y mujeres tienen formas diferenciadas de ejercer violencia, pues mientras


el varón ejerce violencia física y sexual en mayor medida que la mujer, la mujer
expresa más la violencia de forma verbal y encubierta (Arias, 2014). Sin embargo,
el número de mujeres que son agredidas es mucho mayor que el de varones que se
encuentran en la misma condición (Gallardo y Concha-Salgado, 2017). Además de
esto, los varones y las mujeres tienen distintas percepciones de la violencia y de
los motivos que las provocan, pues mientras los varones consideran que el hombre
maltratador actúa por efectos externos como el uso de drogas, las mujeres piensan
que el hombre es violento por naturaleza (Duarte, Gómez y Carrillo, 2010). Otro
estudio ha reportado que muchos hombres violentos tienen una visión favorable de
sí mismos, pero les hace falta “ampliar los significados personales de autonomía
y protección de los demás, buscando experiencias no ligadas a la agresividad”
(Álvarez, Hermosilla y Chenevard, 2015, p. 115). En ese sentido, dado que la
agresión por parte del varón se asocia con los celos, la falta de comunicación,
los problemas económicos, la sexualidad y diferencias en educación, intereses y
gustos, con respecto a su pareja (Mendez y García, 2015); la participación de la
mujer no puede ser minimizada o entenderse estereotipadamente.
Así pues, dado que la violencia es un fenómeno interaccional (Álvarez,
Hermosilla y Chenevard, 2015), es necesario tener un enfoque cualitativo del
proceso, y no en una perspectiva causal o lineal de la violencia (Miljánovich
et al., 2013). De hecho, como plantea Deza (2012a) la violencia de pareja sigue
un ciclo de tres fases: acumulación de tensión, episodio agudo y luna de miel.
En la primera etapa se da una suerte escalada de eventos que tienen un efecto
acumulativo de la agresividad, aunque también dependen de aspectos como la
personalidad de los miembros de la pareja y su relación previa. En muchos casos,
la violencia de pareja, se ha manifestado desde el noviazgo, con cifras de 18.9%
para Fontanil et al. (2005) y del 68.22% para Boira y Jodrá (2010). Asimismo,
la violencia va aumentado de manera progresiva, desde maltrato emocional y
violencia psicológica, hasta abuso sexual y agresiones físicas en el 85% de los
casos. Además, las agresiones físicas comienzan con empujones y bofetadas, hasta
tornarse más frecuentes y violentas (Fontanil, Méndez, Cuesta, López, Rodríguez,
Herrero y Ezama, 2002). Precisamente, el episodio agudo, es cuando comienza a
manifestarse la violencia, pero debe considerarse que existen diferentes clases de
perfiles de agresores, y que, en correspondencia, presentan diversas motivaciones
para ejercer violencia sobre sus parejas (Amor et al., 2009).
En la etapa de luna de miel, el agresor se disculpa y la víctima le perdona,
de manera que, por un tiempo, la violencia cesa, pero luego, el ciclo se repite
nuevamente. En ese sentido, se ha visto que si la mujer está enamorada de su
pareja no cuestionará su comportamiento (Vargas, Pozos, López, Díaz-Loving y
Rivera, 2011), ya que los mitos antes mencionados, la dependencia hacia el marido
y diversas características de la pareja y de su relación, les generan mayor confusión,

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Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

culpa y miedo. Esto implicaría que las víctimas no enfocan el problema de la


violencia intrafamiliar de manera adecuada, y por tanto, se deben desactivar los
patrones orientados a la violencia mediante la construcción de pautas alternativas
de resolución de conflictos (Deza y Guzmán, 2009). Precisamente, las parejas
que implementan estrategias inadecuadas de resolución de conflictos terminan
aumentando las fricciones entre ellos (Muñoz y Echeburúa, 2016). Por ejemplo,
un estudio llevado a cabo en Arequipa encontró que en las parejas que utilizan
estrategias de negociación, hay mayor violencia, lo que sugiere que usan dichas
estrategias después que han ocurrido los conflictos (Delgado, 2016). En resumen,
las investigaciones indican que las estrategias de manejo de conflictos predicen la
percepción de violencia situacional en la pareja (Méndez y García, 2015).
Un aspecto importante a considerar, son los hijos, pues cuando hay violencia
intraparental, se ejerce violencia directa o indirecta sobre ellos (Romero,
Melero, Cánovas y Martínez, 2007). Al respecto se ha visto que las madres
suelen minimizar los efectos de la violencia intrafamiliar en sus hijos, de manera
que los niños perciben más violencia de lo que sus madres asumen (Van Rooij,
van der Schuur, Steketee, Mak y Pels, 2015). Asimismo, se ha señalado que el
machismo y la violencia intrafamiliar se promueve en el seno de la familia de
origen, a través de patrones de crianza diferenciados para varones y mujeres,
sobre los roles sexuales y la conducta sexual (Melgar, 2009). En ese sentido desde
los estudios clásicos de Bem (1974) sobre la androginia, se ha probado que las
personas con roles sexuales más rígidos presentan menor bienestar psicológico
y más problemas de salud mental (Bukowski, Panarello y Santo, 2017). Además,
como ha probado Bandura (1965), los modelos parentales ejercen influencia en
la conducta de los hijos, predisponiéndolos a comportarse de manera violenta o
manifestando cierta tolerancia hacia la violencia intrafamiliar. En el estudio de
Pacheco (2015) por ejemplo, se evaluó a escolares de 4to y 5to de secundaria de
Lima, donde hombres y mujeres presentaron una actitud de indiferencia frente a
la violencia contra la mujer. En otro estudio más reciente, se reportó que, en la
ciudad de Arequipa, los estudiantes universitarios varones tenían puntajes más
altos en sexismo hostil y benévolo paternalista que las mujeres, y aquellos que
provenían de una universidad pública eran más sexistas que quienes estudiaban
en una universidad privada (Fernández, Arias y Alvarado, 2017). En otra
investigación, también realizada en Arequipa, se ha señalado que la conducta
antisocial de las hijas está mediada por la conducta de la madre, la violencia
entre padres y el consumo de alcohol de alguno de los progenitores (Rivera y
Cahuana, 2016). En ese sentido, se sabe que los factores del funcionamiento
familiar relacionados con conductas antisociales comprenden un clima familiar
poco cohesionado, escasa fluidez en la comunicación, pobre satisfacción
familiar, que los hijos perciban violencia o experimenten castigos físicos, estilos
educativos inadecuados, que los padres consuman drogas o alcohol y violencia
transgeneracional (Arias, 2013).

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Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

En consecuencia, de todo lo dicho hasta aquí, se desprende que es


sumamente importante valorar las dinámicas familiares disfuncionales (Muñoz
y Echeburúa, 2016). Por ello, un enfoque que aporta mucho a la comprensión de
la violencia familiar es el sistémico familiar, que concibe a la familia como un
sistema vivo (2004), que evoluciona a través de ciclos que implican crisis, desde
que se conforma la pareja, hasta que los hijos se van del hogar, pasando por
las etapas de crianza cuando los hijos son pequeños y cuando son adolescentes
(Ríos, 2005). Asimismo, la familia es concebida como un sistema, donde cada
uno de sus miembros afecta la conducta de los otros, de modo que la familia
es una estructura global con subsistemas que están caracterizados por límites,
roles y funciones bien diferenciados (Minuchin y Fishman, 1996). Se distinguen
así, el subsistema conyugal, el subsistema parental y el subsistema fraternal
(Haley, 2002), que están unidos por vínculos de alianza, de filiación y de
consanguineidad, respectivamente (Hellinger, 2005). En cada uno de ellos, y
a través de los límites y roles, la familia contribuye a la individualidad de cada
uno de sus miembros (Bowen, 1998).
Con respecto a la violencia familiar, existen diversas lecturas sistémicas de
este fenómeno. Minuchin (2003) por ejemplo, señala que la pareja interactúa como
en una danza, donde lo que hace el esposo determina la conducta de la esposa, y
viceversa. Desde este enfoque, cada miembro de la pareja hace algo que promueve
la violencia, y no se centra en la polarización entre víctima y agresor. En ese
sentido, Satir (1995) plantea que, al hacer el diagnóstico de la familia, todos sus
miembros forman parte del problema, y aunque es posible identificar a la persona
que tiene los síntomas que son motivo de consulta, la manera más adecuada
de abordarlo es por medio del análisis de las relaciones y las comunicaciones
familiares. Boszormenyi-Nagy y Spark (2003) consideran a la “lealtad familiar”
como una dinámica relacional y multigeneracional muy fuerte, que es determinante
para explicar los traumas familiares. Para Hellinger (2002) se trata de valorar y
reconocer los vínculos de amor entre la pareja y los otros miembros de la familia,
para lo cual emplea el método de las constelaciones familiares, que se basa en el
análisis transgenereacional de la familia.
La hipótesis de transmisión generacional surgió en los 60, con el interés por
el maltrato infantil y la violencia de pareja, después (Yanes y González, 2000). De
acuerdo con este enfoque, la violencia se transmite de generación en generación
a través de diversas experiencias familiares conscientes y socialmente mediadas
(Stierlin, 1997), pero también a través de experiencias familiares inconscientes,
como ritos, secretos, etc. (Boszormenyi-Nagy y Framo, 1976), que comunican
un mensaje de manera analógica o metafórica (Watzlawick, Weakland & Fisch,
1999) y que mantienen ciertos patrones familiares para dar equilibrio al sistema
familiar (Van Eersel & Maillard, 2005). En muchos casos esto supone sacrificios
que responden a los vínculos que se establecen entre los miembros de la familia

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Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

(Boszormenyi-Nagy & Spark, 2003), y que se expresan a través de ciertos


mecanismos como la identificación, la fusión, la parentalización y la triangulación
(Minuchin & Nichols, 1994).
En muchos casos, los padres ocultan algunos hechos familiares traumáticos
a los hijos, pero sin darse cuenta, están transmitiendo un mensaje que es captado
de manera inconsciente (Hellinger, 2003). Esto da lugar a que los traumas se
transmitan intergeneracionalmente, y los hijos experimenten ciertos síntomas, lo
que aumenta sus fantasías de descubrir lo que ha ocurrido en realidad. Así, los
hijos terminan identificándose con los padres, con sus angustias, sus temores,
sus traumas y sienten las emociones de los padres como suyas, repitiendo las
historias familiares traumáticas (Schützenberger, 2006). Por otro lado, el temor
de los padres de que les pase a sus hijos lo mismo que les pasó a ellos, genera
sobreprotección y repercute negativamente en ellos (Sánchez, 2017).
Los enfoques sistémicos han sido exitosamente aplicados a contextos
familiares (De Shazer, 2004; Haley, 2002; Hellinger, 2005; Minuchin & Fishman,
1996; Satir, 1995), en la escuela (Dabas, 1998), en las empresas (Príncipe, 2017) y
en diversas situaciones de violencia y abuso familiar (Cirillo & Di Blasio, 2004;
Durrant & White, 2002; Ravazzola, 1997), sin embargo, hace falta obtener mayor
evidencia basada en la investigación científica (Shedler, 2010). En ese sentido, uno
de los problemas con que se topa la investigación en terapia familiar sistémica,
tiene que ver con la necesidad de objetivizar y hacer concretas sus propuestas
teóricas, que en algunos casos han sido erróneamente tildadas de mágicas y
pseudocientíficas (Ortiz, 2008). Una técnica muy utilizada dentro del enfoque
sistémico, que permite representar las dinámicas familiares de manera objetiva,
es el genograma (Demaría, Weeks & Twist, 2017).
Los genogramas fueron creados por Bowen y junto con el mapa familiar
de Minuchin, se pueden emplear para evaluar a la familia, sobre la base de
enfoques cibernéticos y multigeneracionales (Salgado y Álvarez, 1990). Se le
define como una técnica gráfica bidimensional que consiste en la elaboración
de un árbol familiar que incluye tres generaciones (McGoldrick & Gerson,
2005). Su aplicación conduce a encontrar nueva información sobre la familia,
el descubrimiento de secretos, promueve una postura más neutral en la familia,
orienta las relaciones interpersonales y propone nuevos mecanismos para abordar
problemas familiares (Salgado y Álvarez, 1990). Su aplicación en investigaciones
sobre la violencia familiar en Latinoamérica, ha favorecido la comprensión de
la dinámica familiar en niños bolivianos que abandonan su hogar debido a que
han sido víctimas de maltrato y se han visto en la necesidad de instalarse en la
calle (Aramayo, 2014). También se han aplicado para valorar la estructura de
las familias de origen de varones que ejercen violencia en el ámbito conyugal,
encontrándose que provienen de estructuras familiares rígidas y con relaciones
conyugales asimétricas (Urzagasti, 2006). En otros estudios realizados en México,

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Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

se han usado para valorar la influencia de la familia en el padecimiento de


enfermedades psicosomáticas en mujeres con conflictos intrafamiliares con sus
padres e hijos (Pérez, 2007) o en la evaluación de la percepción que tienen los hijos
de padres implicados en actos de violencia conyugal (Serrano, 2007). En Ecuador
se emplearon los genogramas para evaluar las relaciones familiares en relación a
la violencia intrafamiliar, desde una perspectiva sistémica transgeneracional (Isch
& Lalama, 2015), mientras que, en Perú, Espetia y Ccopa (2015) han investigado
con esta técnica la disfuncionalidad familiar en pacientes alcohólicos que ejercen
violencia sobre sus parejas en la ciudad de Puno.
El común denominador de estos estudios empero, es que han trabajado
mediante el método de estudios de casos, y se han consignado uno o hasta cinco
casos para llevar a cabo el análisis transgeneracional de la violencia mediante
la técnica de genogramas, lo cual limita sus posibilidades de generalizar los
resultados. En el presente estudio, se hace un análisis de personas que han sido
víctimas de violencia intrafamiliar, a través de la técnica de los genogramas,
con la finalidad de encontrar ciertas regularidades o patrones familiares en la
transmisión transgeneracional de la violencia intrafamiliar. De este modo, nuestro
estudio pretende dar respuesta a las siguientes preguntas de investigación:
• ¿Cómo se manifiestan las dinámicas familiares de los miembros de las
familias donde se han registrado episodios de violencia intrafamiliar?
• ¿Cuántas generaciones abarcan las relaciones disfuncionales en los casos
de violencia intrafamiliar?
• ¿Qué miembros de la familia nuclear se encuentran identificados con otros
miembros de la familia extensa, transgeneracional, intergeneracional o
intrageneracionalmente?
• ¿Existirán “secretos”, “culpas”, “deudas” o “lealtades invisibles” en los
casos de violencia intrafamiliar?
Asimismo, el objetivo de la presente investigación es determinar los patrones
de relaciones familiares transgeneracionales en casos de violencia intrafamiliar en
base al funcionamiento sistémico de los miembros de la familia nuclear y extensa
de cada cónyuge, a través de la implementación de la técnica del genograma.
MÉTODO
El tipo de investigación del presente trabajo corresponde con el tipo básico
cuantitativo, y el diseño de investigación a implementar, es según Hernández,
Fernández y Baptista (1997) de tipo descriptivo transeccional.

292
Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

Participantes
La población proviene de los casos de violencia intrafamiliar registrados en el
año 2016 en el Ministerio Publico de la ciudad de Arequipa. La muestra estuvo
conformada por 79 personas que han sido víctimas de violencia intrafamiliar
(19% varones y 81% mujeres), cuya edad fluctúa entre los 6 y 67 años, con
una edad media de 32.94 años y una desviación estándar de ±17.38 años. Los
participantes fueron captados en las oficinas médico legales del Ministerio
Público de Arequipa, y se les solicitó su consentimiento informado para poder
utilizar sus datos en el análisis de la presente investigación. La muestra fue
seleccionada mediante la técnica de muestreo por cuotas, y por tanto se trata de
un muestreo no probabilístico de tipo intencional.
Técnicas e instrumentos
Como instrumento se utilizó una ficha de recolección de datos sociodemográficos,
que incluye el sexo, la edad, fecha de atención y motivo de consulta. Además,
se aplicó una Hoja de evaluación del genograma diseñada ad hoc para los fines
de este estudio, y una ficha de cotejo para codificar los datos reportados en las
hojas de evaluación donde se graficaron los genogramas.
El genograma es representación gráfica semejante a un árbol genealógico,
que, a través de la codificación de la información familiar, por medio de íconos
o señales permite mostrar cómo están relacionados biológica y legalmente los
miembros de una familia (McGoldrick & Gerson, 2005). También se pueden
representar una serie de relaciones disfuncionales como fusiones, identificación,
parentalizaciones y triangulaciones (Ortiz, 2008). Para su elaboración se
consideran datos demográficos, información funcional y hechos propios de la
historia familiar nuclear y extensa que abarca generaciones pasadas (Salgado y
Álvarez, 1990).
Asimismo, para la recolección de los datos, se aplicaron las técnicas de
observación sistemática y entrevista psicológica. En el primer caso, se observaron
las conductas y manifestaciones verbales y no verbales de los participantes, y en
el segundo se realizaron entrevistas para la recolección de datos, siguiendo las
pautas de una entrevista psicológica, ya que los datos fueron a formar parte de
la anamnesis y de su historia clínica.
Con respecto a la elaboración del genograma, se utilizó la Hoja de
evaluación y se consignaron los datos característicos de este tipo de técnicas,
es decir, datos de tres generaciones de familiares representadas en un árbol
genealógico que incluye datos personales de cada uno de los integrantes de la
familia propia y de origen, el tipo de relaciones entre los miembros de la familia
y sus correspondientes vínculos.

293
Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

Procedimiento
Las evaluaciones tuvieron lugar en la oficina médico legal del Ministerio Público de
la ciudad de Arequipa. Previamente a la consulta de cada uno de los participantes
se les informó de los fines del estudio y se les solicitó su participación voluntaria
en el estudio. Como señal de conformidad, las personas entrevistadas firmaron
un documento de consentimiento informado donde se explica los fines y métodos
del estudio, además de que los resultados serían presentados para su publicación
sin vulnerar la confidencialidad y privacidad de sus datos personales. Como parte
del procedimiento se realizó la entrevista psicológica y se recolectaron los datos
en la historia clínica del paciente, y los instrumentos anteriormente indicados.
De este modo, se elaboró un genograma por cada participante según los datos
proporcionados en la entrevista, por la propia persona y/o el familiar que le acompaña.
Seguidamente, se identificaron patrones de interacción disfuncionales que se repiten
transgeneracionalmente en la familia y se codificaron en la ficha de cotejo.
Análisis de datos
Se realizó un análisis de frecuencias para obtener medidas cuantitativas sobre
las relaciones familiares encontradas en los genogramas, para ello utilizamos
el software SPSS 24.0 (IBM, 2016). Luego de ello se procedió a graficar los
porcentajes de las variables para crear un modelo visual que permita analizar
la situación familiar de las personas víctimas de violencia. Los datos fueron
recogidos entre los meses de marzo y noviembre del 2016.
RESULTADOS
De los 79 casos analizados, el tipo de agresión más registrada fue la física, con 62
personas y el 79% de la muestra, 12 personas han sufrido violencia psicológica,
que representa el 15%, 4 personas (5%) han sufrido violencia física y psicológica,
y solo una ha sufrido de violencia física y sexual (Figura 1).

5% 1%

15%
Violencia física
Violencia física y psicológica
Violencia psicológica
Violencia física y sexual

79%

Figura 1. Tipos de violencia registrados

294
Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

Algunos estadísticos descriptivos sobre los casos de violencia física se


aprecian en la Tabla 1, donde se puede apreciar que el número de miembros de
las familias es de cuatro personas, siendo la edad promedio del padre y la madre
de la familia de origen, de 53 años, y de 44 años, la edad de la pareja. Asimismo,
el número de hermanos en promedio es de 2 en la familia de origen y de 1 en la
propia familia.

Tabla 1
Estadísticos descriptivos violencia física
Mínimo Máximo Media Desviación estándar
Número de miembros de la familia 2 8 4.24 1.197
Edad del padre 32 86 53.65 16.049
Edad de la madre 28 87 53.88 18.053
Edad de la pareja 17 70 44.20 14.472
Número de hermanos 0 10 2.29 2.384
Número de hijos 0 6 1.53 1.479

En los casos de violencia psicológica se puede ver en la Tabla 2, que el número


de miembros de la familia es de cuatro personas como promedio, que la edad del
padre es de 55 años y de la madre es de 52, mientras que la edad de la pareja es de
41 años y tienen en promedio un hermano en la familia de origen, mientras que
tienen un hijo en su propia familia.

Tabla 2
Estadísticos descriptivos violencia psicológica

Mínimo Máximo Media Desviación estándar

Número de miembros de la familia 3 7 4.00 1.095


Edad del padre 26 80 55.90 18.818
Edad de la madre 24 84 52.46 18.897
Edad de la pareja 28 68 41.78 13.791
Número de hermanos 0 4 1.75 1.483
Número de hijos 0 5 1.50 1.506

Asimismo, de las personas que afirman sufrir de algún tipo de agresión


física, la mayoría son mujeres (83.9%) y sus edades oscilan entre los 6 a 67 años
con una media de 31.9 años. Al analizar la estructura y relaciones familiares de

295
Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

dichas personas, que se presenta en la Figura 2, observamos que mayormente su


estructura familiar de origen es nuclear (78%). Asimismo, hallamos que la relación
con su padre es mayormente nula (55%) o conflictiva (20%); para el caso de la
relación con la madre, encontramos que ésta es mayormente nula (50%) o distante
(23.3%). También cabe destacar que la relación con los hermanos es mayormente
nula (58.3%) o distante (27.1%).

Identificada 2.1%
Identificada 3.3%
Conflictiva 8.3%

Conflictiva 6.3%
Fusionada 3.3%

Fusionada 6.3%
Conflictiva 20%

Identificada 5%
Distante 16.7%

Distante 27.1%
Fusionada 15%

Distante 23.3%

Nula 58.3%
Nula 55%

Nula 50%
Relación con Relación con Relación con
el padre la madre los hermanos

Conflictiva 27.5%

Fusionada 30%
AGRESIÓN Relación con
FÍSICA Distante 30%
Nuclear 78% los hijos
Estructura Nula 2.5%
Reconstruida 8.5% familiar de
origen
Identificada 10%
Monoparental 13.8%

Estructura Relación con


familiar propia la pareja
Reconstruida 11.4%

Identificada 4.4%
Monoparental 11.4%

Fusionada 8.9%
Conflictiva 80%
Extendida 2.3%

Distante 4.4%
Nuclear 75%

Nula 2.2%

Figura 2. Estructura y relaciones familiares de las personas víctimas de agresión física

En cuanto a la estructura familiar propia, los entrevistados que sufren de


agresión física refieren que han constituido en su mayoría una familia nuclear
(75%). Además, estas personas declaran que la relación con su pareja es
mayormente conflictiva (80%). Un punto importante a tomar en cuenta es que
las personas víctimas de agresión física mayormente tiene una relación distante
(30%), fusionada (30%) o conflictiva (27.5%) con sus hijos.
Las personas que afirman sufrir de algún tipo de agresión psicológica
constituyen el 20.25% de nuestra muestra (12 personas), mayormente son mujeres
(68.8%) y sus edades oscilan entre los 6 a 65 años con una media de 34.25 años.
Por otro lado, al analizar la Figura 3 encontramos que las personas agredidas
psicológicamente mayormente presentan una estructura familiar de origen nuclear
(81.3%). Asimismo, hallamos que la relación con su padre es mayormente nula

296
Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

(37.5%) o conflictiva (25%); para el caso de la relación con la madre, observamos


que ésta es mayormente nula (50%) o fusionada (25%). También cabe destacar que
la relación con los hermanos es mayormente nula (50%) o distante (33.3%).

Identificada 6.3%

Conflictiva 16.7%
Identificada 6.3%
Fusionada 12.5%

Distante 18.8%
Fusionada 25%
Conflictiva 25%

Distante 18.8%

Distante 33.3%
Nula 37.5%

Nula 50%

Nula 50%
 

 
Relación con  Relación con  Relación con 
  el padre  la madre  los hermanos 
 

 
Conflictiva 10%
 

  Fusionada 20%
AGRESIÓN  Relación con 
PSICOLÓGICA  los hijos 
  Nuclear 81.3%
Distante 60%
Estructura 
  familiar de 
origen 
Identificada 10%
  Monoparental 18.7%

  Estructura  Relación con 
 familiar propia la pareja 
 

 
Monoparental 20%
Reconstruida 20%

Conflictiva 80%

Distante 20%
Nuclear 60%

Figura 3. Estructura y relaciones familiares de las personas víctimas de agresión psicológica

En cuanto a la estructura familiar propia, los entrevistados que sufren de


agresión psicológica refieren que han constituido en su mayoría una familia
nuclear (60%). Además, estas personas declaran que la relación con su pareja es
mayormente conflictiva (80%). Un punto importante a tomar en cuenta es que las
personas víctimas de agresión física mayormente tiene una relación distante (60%)
con sus hijos.
DISCUSIÓN
El Perú es uno de los países con mayor nivel de violencia intrafamiliar. Un
estudio previo que trabajó con 1001 conglomerados de 27204 hogares de todo
el Perú, tanto de zonas urbanas como rurales, reportó que los departamentos
de Loreto, Apurimac, Cerro de Pasco, Madre de Dios y Arequipa obtuvieron
los índices más altos de violencia familiar. Las mujeres víctimas de maltrato
tenían entre 35 y 49 años, y la violencia sexual fue superior en el ámbito rural
(Miljánovich et al., 2010). En otro estudio similar, pero más reciente, también
se tomaron los datos de la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES)

297
Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

del 2013, y se trabajó con 1426 conglomerados de 27889 familias de todo el


Perú. Los resultados de esta investigación indican que el grado de instrucción
del varón tiene un efecto negativo en la violencia intrafamiliar y que la violencia
es mayor cuando la mujer trabaja, cuando convive con su pareja, cuando hay
abuso en el consumo de alcohol de parte del padre, cuando la familia vive en
condiciones de pobreza y a mayor tiempo en la relación de la pareja (Castro y
Rivera, 2015). Además, en otro estudio de la ENDES 2016, con una muestra de
19,131 mujeres del Perú, se reportó que el riesgo de violencia contra la mujer,
era mayor cuando conformaban familias reconstruidas, cuando provienen de
niveles socioeconómicos bajos, cuando hay consumo de alcohol de parte de
la pareja, y si viven en áreas urbanas; mientras que un factor protector de la
violencia fue la edad de la mujer, de modo que a mayor edad, menor riesgo de
ser víctima de maltrato (Castro, Cerellino y Rivera, 2017).
Estas cifras muestran una realidad preocupante, que motivó la realización
de la presente investigación, para lo cual se tomó como muestra a las personas
que asistieron al Ministerio Público de la ciudad de Arequipa, para denunciar
violencia por algún miembro de la familia. Para el procesamiento de los datos,
dado que se buscaba analizar los patrones transgeneracionales de violencia
intrafamiliar, se aplicó la técnica de genogramas, que responde a los modelos
sistémico familiares de terapia. En ese sentido, son muy escasas en Perú, las
investigaciones sobre la base de modelos de terapia familiar sistémica. Aunque
existen algunos trabajos de corte teórico, que han difundido los alcances y
principios de este enfoque terapéutico (Arias, 2012; Sobrino, 1999; Villarreal-
Zegarra y Paz-Jesús, 2015), y otros de tipo empírico, que se han basado en el
modelo circumplejo de Olson, que es junto con el modelo de funcionamiento
familiar de McMaster y el modelo sistémico de Beavers, el más utilizado en
la investigación sobre familia desde enfoques sistémicos (Ortiz, 2008). Sin
embargo, los trabajos empíricos de enfoques sistémicos que se han llevado a
cabo en Perú, si bien han generado importante información con respecto a la
funcionalidad familiar y diversas variables psicosociales (Alarcón, 2014; Bazo-
Alvarez, Bazo-Alvarez, Aguila, Peralta, Mormontoy y Bennett, 2016; Capa,
Vallejos y Cárdenas, 2010; Ferreíra, 2003; Mayorga y Ñiquén, 2010; Reusche,
1995, 1999), solo han tomado en el modelo circumplejo, con la finalidad de
hacer adaptaciones psicométricas de la Escala de satisfacción familiar de Olson,
o para valorar la satisfacción familiar con esta escala, pero sin necesariamente
compartir los supuestos teóricos de la terapia familiar sistémica.
En tal sentido, la teoría sistémica reconoce que la familia es un sistema
donde las relaciones mutuas toman el carácter de una cooperación recíproca para
poder explicar la estructura actual de las relaciones familiares (Ochoa, 2004).
Así, la conducta de un miembro de la familia repercute en la conducta del otro.
Este fenómeno es conocido como causalidad circular, y es el principio básico

298
Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

de las teorías sistémicas (Haley, 2002). Minuchin (2003) por ejemplo, desarrolla
ciertos principios que deben ser respetados para el armonioso desarrollo de la
familia. Estos principios son la ordenación jerárquica, el establecimiento de
reglas de relación y la diferenciación de límites entre los subsistemas familiares
(Minuchin & Fishman, 1996). De este modo, la violencia intrafamiliar puede
ser explicada a través el establecimiento y mantenimiento de relaciones
disfuncionales entre los miembros de la familia (Arias, 2011). Estas alteraciones
en la relación se deben muchas veces a deficiencias en la comunicación esposo-
esposa o padres-hijos, y complementariamente, a la falta de claridad en las
estructuras familiares, los límites y los roles familiares.
La teoría sistémica también se extiende a las relaciones del sistema familiar
extenso, y tiene un alcance transgeneracional. Así, dentro del enfoque sistémico
se han trabajado diversas teorías de carácter transgeneracional (Schützenberger,
2006; Hellinger, 2002, 2005; Boszormenyi-Nagy & Spark, 2003), que postulan
la hipótesis de que muchos de los rasgos psicológicos o patrones de interacción
familiar, son heredados a través de un inconsciente familiar. Esta herencia
psicológica puede tener lugar a través de pautas no verbales de comunicación
(Watzlawick, Weakland & Fisch, 1999). La idea central de estas teorías es que
en la familia se heredan no sólo estructuras biológicas sino también contenidos
psicológicos, que a veces se asumen como deudas, culpas o secretos; de modo
que en la familia se manifiestan como hechos trágicos que se repiten una y otra
vez (Van Eersel & Maillard, 2005). Estas deudas se asumen debido a que entre
los miembros de una familia se entretejen lealtades invisibles que parten de la
búsqueda inconsciente de equilibrio entre el dar y recibir (Boszormenyi-Nagy
& Spark, 2003).
Nuestros resultados indican que, aunque hubo diversos tipos de denuncias
de maltrato, el más común fue el implica la violencia ejercida contra la mujer,
con un 83.9% de prevalencia. También se registró que el tipo de violencia
ejercida fue física en 62 personas, psicológica en 12, física y psicológica en
4, física y sexual en una. Estos datos son muy similares con los que se han
registrado en otros estudios, donde el tipo de violencia más frecuente es la
física en el 79% de casos y la psicológica en el 16%, mientras que la violencia
sexual fue de solo 5% (Matud, 2004). Asimismo, las formas más comunes de
violencia psicológica fueron: humillar, ridiculizar, culpar, presionar a la pareja,
mentir, no dejarla trabajar, acosarla fuera del hogar, hablar mal de la pareja a los
hijos y la familia, manipularla con los hijos (Ocampo, 2015).
Po otro lado, la estructura familiar más recurrente en los casos de
violencia física y psicológica de las personas que conforman nuestra muestra,
fue la nuclear, lo cual discrepa con otros estudios nacionales (Arias, Quispe
y Ceballos, 2016) e internacionales (Pliego y Castro, 2015), que señalan que
las familias nucleares se asocian con mayor salud, bienestar psicológico y

299
Walter L. Arias, Lisha Galagarza, Renzo Rivera y Karla Ceballos

social de sus miembros. Sin embargo, hay que considerar que, para el presente
estudio, la muestra no es representativa de la población, sino que corresponde
exclusivamente a casos de violencia intrafamiliar, lo que podría influir en la
configuración de sus características sociodemográficas. Sobre este punto se
tiene que comparando las familias de origen con las propias familias de las
personas víctimas de violencia, hay una tendencia a tener menos hijos, que
es más marcada en los casos de violencia física. En ese sentido, algunos
estudios llevados a cabo en Arequipa, han señalado que el número de hijos
predice positivamente la integración familiar (Arias, Masías, Salas, Yépez y
Justo, 2014), lo que es consistente con los casos aquí reportados, donde hay
menos número de hijos y mayor frecuencia de relaciones conflictivas entre sus
miembros.
Ahora bien, con respecto a las dinámicas familiares, se tiene que, en el
caso de la agresión física, las mujeres que han sido agredidas por su pareja, no
han tenido relaciones satisfactorias con sus padres, tipificándolas como nulas,
es decir, que no ha habido una comunicación fluida, ni cercana, que permita
fortalecer los vínculos parentales, lo que puede generar vacíos emocionales
y patrones disfuncionales de conducta (Minuchin, 2003). Precisamente,
las relaciones con sus parejas han sido de tipo conflictivo, mientras que en
las relaciones con sus hijos hay patrones disfuncionales por ser distantes,
fusionadas y conflictivas. Esto supone que los patrones relacionales en sus
familias de origen han podido influir en sus patrones relacionales con la pareja,
y más aún, pueden haber sido determinantes en las relaciones con sus hijos. En
ese sentido, dado que se ha registrado que hay relaciones fusionadas con sus
hijos, es muy probable que, estos también repitan la misma historia con sus
propias familias, y la violencia se transmita transgeneracionalmente por tres
generaciones (Schützenberger, 2006).
En el caso de las víctimas de violencia psicológica, también hay patrones
disfuncionales transgeneracionales recurrentes, pues las mujeres víctimas de
violencia, han tenido relaciones nulas con los miembros de sus familias, además
de que se han registrado relaciones conflictivas con sus padres, fusionadas con
sus madres y distantes con los hermanos. Mientras que, en sus propias familias,
las relaciones con sus parejas suelen ser de tipo conflictivo y distantes con
los hijos. Es decir, que los patrones disfuncionales pasan de una generación a
otra, lo que se ha corroborado por estudios nacionales donde se registra que
las mujeres agredidas suelen provenir de familias donde han sido testigos de
maltrato físico durante la infancia (Nóblega, 2012).
Aunque debe considerarse que las relaciones nulas con los padres en los
casos de violencia física han derivado en relaciones conflictivas con la pareja,
y en los casos de violencia psicológica, las relaciones conflictivas con el padre
y fusionadas con la madre, han derivado en relaciones conflictivas con la pareja

300
Análisis transgeneracional de la violencia familiar a través de la técnica de genogramas

en sus propias familias. Estas diferencias tienen algunas implicancias que


deseamos comentar, pues en el primer caso, la carencia de un vínculo afectivo
con sus padres, se está manifestando en conflictos conyugales caracterizados por
el uso de la violencia física donde la mujer es la víctima, posiblemente, porque
se han interiorizado ciertos mensajes denigratorios en la familia de origen que
también se activan en la propia familia (Hellinger, 2002). Por otro lado, los
patrones de relaciones fusionadas, con las madres de las mujeres que padecen
violencia psicológica, podrían involucrar lealtades invisibles (Boszormenyi-
Nagy & Spark, 2003), que obligan inconscientemente a las mujeres maltratadas
a tomar el lugar de su madre en las relaciones disfuncionales con sus propias
parejas. En ese sentido, el estudio de Rivera y Cahuana (2016) encontró que
particularmente, en las adolescentes que muestran conductas antisociales en la
ciudad de Arequipa, su relación con la madre era determinante.
Así, una cuestión sobre la violencia intrafamiliar, recae sobre la situación
de los hijos, quienes muchas veces, debido a sus experiencias que experimentan
en sus familias de origen, desarrollan sintomatología ansiosa, depresiva, y
esquemas mentales negativos, sobre sí mismos y las personas que les rodean,
afectando sus relaciones interpersonales con sus pares y sus familiares
(Bengoechea, 1992). Aunque pueden esbozarse explicaciones culturales para
comprender la violencia intrafamiliar, sobre todo en países latinoamericanos
(Klevens, 2007), desde un enfoque sistémico familiar transgeneracional, es
importante explorar, sus supuestos teóricos, para valorar el alcance de sus
propuestas, y en esa medida hacer frente a la violencia familiar, que ha venido
caracterizándose desde hace varias décadas, por la violencia física y psicológica
contra la mujer (Walker, 1989).
Este estudio, ha permitido, poner a prueba algunas hipótesis sistémicas,
pero no está exento de limitaciones, como la imposibilidad de generalizar los
resultados, o la dificultad para valorar de manera más objetiva aspectos propios
de las relaciones y dinámicas familiares y transgeneracionales. De este modo,
nuevas investigaciones deberán abordar los fenómenos aquí analizados, con
diversas metodologías y enfoques, sin embargo, consideramos que, desde la
terapia familiar sistémica, se deben profundizar en el estudio de la violencia
intrafamiliar.
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