Jorge Icaza
Jorge Icaza
Posteriormente Icaza abrió una librería, negocio que alternó con sus tareas de
escritor. Fue lector entusiasta de los grandes novelistas rusos,
desde Gogol a Tolstoi y Dostoievski. En 1944 formó parte del grupo de
fundadores de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y luego fue enviado a Buenos
Aires como agregado cultural; allí permaneció hasta 1953. Al regresar a su
país, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Quito.
Icaza es una figura sobresaliente del indigenismo en la narrativa ecuatoriana:
en su primera novela, Huasipungo (1934), expone la degradada situación en
que se encuentran los indios, sometidos a esclavitud por los patronos que
cuentan con el apoyo de la autoridad civil y eclesiástica; este libro, de valiente
denuncia social y crudo realismo (constantes de la narrativa de Icaza), se ha
convertido en una obra fundamental en la evolución de la corriente indigenista
del Ecuador. Con él, la novela ecuatoriana entra de lleno en la tendencia del
compromiso social de la novelística actual.
Otras obras destacadas son Huairapamuscas (Los hijos del viento, 1947); Seis
veces la muerte(1953), colección de cuentos de rico contenido humano y de
mayor originalidad en los temas; El chulla Romero y Flores (1958), descarnada
presentación del conflicto de este personaje ante la disyuntiva de pertenecer al
mundo de los blancos o al mundo de los indios, viéndose en definitiva
rechazado por ambos; Viejos cuentos (1960) y la trilogía Atrapados (1972).
Al inicio, Don Alfonso se muestra como un patrón justo, pero después desvaría
empieza a maltratar a sus trabajadores. Las esposas de los indígenas eran
violadas por él y por sus terratenientes, las horas de labores se iba en contra
de la salud de los obreros, la injusticia reinaba en el sitio.
Existía una explotación muy obvia, pero en lugar de realizar algo para hacer
prevalecer la salud y el bienestar de los trabajadores y sus familias, aparece El
Cura del pueblo, un hombre que se aprovecho de sus hábitos religiosos para
ganar dinero. Cobraba grandes cantidades de dinero para realizar el entierro de
las personas, para asegurarse de que los indígenas se conviertan en sus
clientes les aseguraba que si sus familiares no eran enterrados correctamente
se irían al infierno.