El documento habla sobre Jesucristo y el acceso histórico a él a través de los evangelios y otras fuentes. Resume que los evangelios canónicos y las cartas de San Pablo son las fuentes más antiguas sobre la vida de Jesús, aunque no existen los originales. Otras fuentes como historiadores romanos como Tácito y Flavio Josefo también mencionan a Jesús. Explica que la crítica histórica a los evangelios ha pasado por distintas etapas, desde ser escépticos sobre su historicidad hasta intentar integrar la fe
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El documento habla sobre Jesucristo y el acceso histórico a él a través de los evangelios y otras fuentes. Resume que los evangelios canónicos y las cartas de San Pablo son las fuentes más antiguas sobre la vida de Jesús, aunque no existen los originales. Otras fuentes como historiadores romanos como Tácito y Flavio Josefo también mencionan a Jesús. Explica que la crítica histórica a los evangelios ha pasado por distintas etapas, desde ser escépticos sobre su historicidad hasta intentar integrar la fe
El documento habla sobre Jesucristo y el acceso histórico a él a través de los evangelios y otras fuentes. Resume que los evangelios canónicos y las cartas de San Pablo son las fuentes más antiguas sobre la vida de Jesús, aunque no existen los originales. Otras fuentes como historiadores romanos como Tácito y Flavio Josefo también mencionan a Jesús. Explica que la crítica histórica a los evangelios ha pasado por distintas etapas, desde ser escépticos sobre su historicidad hasta intentar integrar la fe
El documento habla sobre Jesucristo y el acceso histórico a él a través de los evangelios y otras fuentes. Resume que los evangelios canónicos y las cartas de San Pablo son las fuentes más antiguas sobre la vida de Jesús, aunque no existen los originales. Otras fuentes como historiadores romanos como Tácito y Flavio Josefo también mencionan a Jesús. Explica que la crítica histórica a los evangelios ha pasado por distintas etapas, desde ser escépticos sobre su historicidad hasta intentar integrar la fe
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16. CRISTO, SIGNO PRIMORDIAL DE CREDIBILIDAD.
EL ACCESO HISTORICO A JESUS
La revelación de Dios al hombre tiene su centro y su plenitud en Jesucristo. Acoger la invitación de Dios a creer consiste sobre todo en encontrarse, escuchar y acoger a Cristo. Este encuentro y esta acogida tiene lugar en la fe, mediante la cual se reconoce a Cristo como aquel que completa y lleva a su plenitud la revelación y confirma con testimonio divino que Dios está siempre con nosotros, porque ver a Cristo es ver a Dios (DV 4). Núcleo de la fe cristiana: comienza por la confesión de fe recogida por S. Pablo, Jesús es Señor (1Cor 12, 3; Fil 2, 11). En esa fórmula se hallan contenidos los dos elementos de la fe cristiana. a) un hecho o acontecimiento de la historia: Jesús de Nazareth. b) De ese hombre se confiesa una propiedad misteriosa: es Señor, es decir, un ser trascendente situado al nivel de Yahvé. Si en cuanto acontecimiento Jesús es accesible a todo hombre, en cuanto misterio sólo es accesible a la fe. Tanto el acontecimiento como el misterio forman parte de la única realidad de Cristo, y son inseparables. Nos encontramos ante una caso paradigmático de relación entre la fe y la razón. El interés por el acceso histórico al acontecimiento de Jesús está movido por la fe, y este acceso no constituye una condición que coloque a la fe en la divinidad de Jesucristo entre paréntesis o la someta a la incertidumbre. Esa fe es el punto de partida, que permite una reflexión sobre las razones para creer en Cristo. Las razones para creer que proporciona el acontecimiento Jesús de Nazareth llevan decididamente al terreno de la historia. Si el conocimiento histórico debe proporcionar elementos que hagan razonable la fe en el misterio de Cristo, al mismo tiempo esta fe aporta a esa historia un significado que va más allá de la estricta historia, porque se adentra y tiene un lugar en el ámbito de la pre-comprensión, de los presupuestos del historiador. Docetismo: Una lectura de las fuentes del conocimiento histórico de Jesús controlada por la afirmación unilateral de la divinidad de Cristo que interpreta todo lo humano que se da en su persona como una realidad de segundo orden que por tanto no habría que tomar con total realismo, sino más bien en un sentido simbólico que es necesario interpretar. Subordinacionismo: Consiste en una lectura de los evangelios presidida por el deseo de conocer al hombre Jesús de Nazareth, es decir todo lo que constituye la realidad históricamente comprobable de aquel galileo que predicó a las gentes y que tenía una especial relación con Dios. Toda afirmación que vaya más allá, todo lo que supera lo humano queda fuera del campo de la historia, e incluso es negado. Una lectura de la historia que evite esas dos tentaciones (docetismo y subordinacionismo) toma en serio la Encarnación, sabiendo que Jesús es “hombre entre los hombres” (DV 4) y a mismo tiempo el Hijo de Dios.
16.1. Fuentes del conocimiento histórico sobre Jesús
16.1.1. Testimonios extrabíblicos 16.1.1.1. Fuentes romanas Se encuentran tres importantes textos de otros tantos historiadores romanos. Plinio el joven: enviado como legado del emperador Trajano a Bitinia. Envió una carta el año 112 al emperador en la que le preguntaba sobre la conducta que había que tener con los cristianos. El cristianismo —afirma— es una gran superstición. El texto pone de manifiesto la difusión de la fe en Cristo a comienzos del s. II. Tácito: autor (hacia el año 115) de un texto más largo y explícito, y al mismo tiempo anti-cristiano. Refiriéndose al incendio de Roma escribe: “para cortar de raíz este rumor, pretexto unos culpables: personas odiadas por sus delitos, y a quienes el pueblo llamaba cristianos. Este nombre les viene de Cristo a quien, bajo el imperio de Tiberio, Poncio Pilato había entregado al suplicio”. El texto de Tácito es un testimonio de: 1) la muerte de Jesús en un suplicio romano; 2) que el hecho tuvo lugar durante el gobierno de Poncio Pilato en Judea; 3) del origen judío del cristianismo. Suetonio:(año 120) En la Vida de Nerón menciona la persecución de los cristianos, “tipo de gente partidarios de una superstición nueva y peligrosa” (Vida de Nerón XVI). En la Vida de Claudio se refiere también a la expulsión de los judíos de Roma (de la que habla Act 18, 2). En resumen: afirman que el fundador de aquel movimiento que a partir de la unidad del s. I se halla presente en Roma y en las provincias es conocido con el apelativo de Cristo-Chresto: es un judío condenado al suplicio de cruz por el gobernador romano Poncio Pilato en tiempos de Tiberio en Palestina. 16.1.1.2. Fuentes judías Flavio Josefo: habla de Jesús en dos famosos textos, de su obra Antigüedades judías. El primero de ellos menciona el nombre de Jesús, con el apelativo de “Cristo”: Su segundo texto, Testimonium Flavianum aparece en el libro XVIII en el que Josefo cuenta los incidentes que tuvieron lugar en Palestina durante el gobierno del procurador Pilato. Flavio Josefo menciona a Jesús, como hermano de Santiago, y lo distingue de otros personajes del mismo nombre, con el apelativo y lo que se creía de El: llamado o considerado Cristo; conoce su actividad doctrinal y taumatúrgica; menciona la iniciativa de las autoridades judías para su condenación y muerte de cruz, y la intervención decisiva de Pilato; conoce además la existencia de un movimiento de discípulos judíos y griegos que apelan a su persona y que afirman que lo han visto con vida después de la muerte. Aunque Jesús y su obra no están ausentes del Talmud, su presencia es más bien discreta y, en todo caso, se trata de textos tardíos (del siglo IV-V). El más relevante es el texto del Talmud de Babilonia. 16.1.1.3. Los evangelios apócrifos Desde finales del s. I y sobre todo durante el s. II se produjeron en los diversos ambientes y regiones cristianos unos escritos llamados “apócrifos”, secretos o no canónicos que tenían una doble finalidad: biográfica-popular y apologética, en contra de las acusaciones procedentes del ambiente judío o pagano, y de los grupos heréticos (ebionitas, docetas, gnósticos). El valor histórico de estos escritos no supone ninguna aportación en relación con los evangelios canónicos. 16.1.2. Testimonios del Nuevo Testamento Cartas de S. Pablo: son los primeros escritos del NT. No abundan los datos sobre la historia de Jesús. Se hallan presentes, sin embargo, algunos datos de gran interés que Pablo ha conocido por las tradiciones de la comunidad primitiva, a los que Pablo apela en varias ocasiones (1Cor 7, 10; 9, 14; 11, 23; 15, 3; 1Tes 4, 15). Afirma que Jesús, judío de la estirpe de David, vivió en Palestina, tuvo “hermanos” entre lo que distingue a Santiago, reunió un grupo de discípulos conocidos como “los doce”, entre los que sobresalen Pedro y Juan; la víspera de su muerte celebró con sus discípulos “la Cena del Señor”, fue entregado a la muerte, fue crucificado, y resucitado se apareció a diversos testigos. El contenido esencial del anuncio de Pablo está expresado en 1Cor 15, 3-7. Evangelios canónicos: se enumeran con la fórmula “evangelio según Mateo, Marcos, Lucas y Juan”, ofrecen la documentación más amplia y más antigua sobre Jesús, su actividad y su enseñanza en Palestina. Es necesario contrastar dos propiedades esenciales a ellos: la autenticidad del texto, y la historicidad: No existe el original de ninguno de los cuatro evangelios, sino sólo copias muy antiguas distantes varias decenas de años del texto escrito o dictado por los evangelistas. El problema mayor que presentan los evangelios es el de establecer críticamente su historicidad, de modo que a través de ellos podamos responder las preguntas que nos hacíamos anteriormente y otras por que tenemos acceso al Jesús de Nazareth que es el Cristo.
16.2. El conocimiento histórico de Jesús a través de los evangelios
La historicidad de los evangelios ha sido unánimemente aceptada hasta el s. XVIII. Lo que ha sido aceptado sin discusión es “la verdad de los evangelios”. Hasta la Ilustración la convicción de que los relatos evangélicos contaban la verdad de Jesús era unánimemente compartida. Al final del s. XVIII comienza a ponerse en duda por algunos autores el carácter histórico de los evangelios. se trata de los primeros representantes de la actitud que se acerca a la verdad-historicidad de los textos evangélicos de forma problemática e incluso escéptica. Pronto comenzó a generalizarse la idea de que hay una distancia entre la presentación de Jesús que ofrecen los evangelios y la realidad histórica de los hechos. Las diversas posturas sobre la historicidad de los evangelios ocupan todo un abanico de posibilidades. Algunas son radicalmente negativas; otras afirman decididamente la fiabilidad histórica de los evangelios. Desde el comienzo de la crítica histórica a los evangelios se pueden distinguir tres periodos: Finales del XVIII hasta finales del XIX: predomina la crítica, más o menos radical, a la historicidad de los textos evangélicos. Primera mitad de nuestro siglo: se redefinen las relaciones entre fe e historia, admitiendo una separación entre ellas. Hasta nuestros días: se buscan puntos de equilibrio e integración. 16.2.1. Sí a Jesús, no a Cristo La crítica a la historicidad de los evangelios comenzó al final del siglo XVIII en un ambiente fuertemente racionalista. En este periodo se afirma la realidad histórica de Jesús, pero se excluye cualquier dato que apunte a algo trascendente. H. S. Reimarus (1694-1768): En sus papeles publicados por Lessing 10 años después de su muerte, presenta una apología y propuesta de religión natural, en la línea del deísmo inglés. Partiendo de una serie de presupuestos racionalistas pone las premisas de la distinción entre la predicación y el proyecto de Jesús y el objeto de sus discípulos. Dibuja la personalidad de Jesús como la de un mesías político, que predicaba la llegada de un reino terreno y la liberación de los judíos del yugo extranjero. A Jesús la era completamente ajena la idea de fundar una nueva religión; no hizo milagros ni habló de su muerte, y mucho menos de su resurrección. Su empresa fracasó y fue crucificado. Aquí comienza la acción de los discípulos que vieron frustradas sus esperanzas con la muerte de Jesús. Como no querían volver a su trabajo anterior, robaron el cuerpo de Jesús, anunciaron su resurrección y lo presentaron como el Mesías apocalíptico de la visión de Daniel. Así se creó la figura de Jesús que transmiten los evangelios como Mesías religioso que para redimir a la humanidad del pecado se ofrece voluntariamente y después resucita. Reimarus fue el primero que introdujo en los evangelios la distinción crítica entre lo que sería “el verdadero Jesús” y el Cristo, es decir la figura idealizada por los discípulos. D. F. Strauss (1808-1874) publicó en 1835 su Vida de Jesús (Das leben Jesu), y en ella ataca tanto la explicación naturalista como la sobrenaturalista de los evangelios. Para comprender los evangelios es necesario acudir a la categoría del mito. La fe de la primitiva comunidad aplicó a Jesús mitos anteriores y lo hizo objeto de las experiencias mesiánicas judías, exaltándolo así a la condición de Cristo. Los evangelios ofrecen, por tanto, la figura del Cristo de la fe, que no es la imagen histórica de Jesús. Esta se ha de extraer por medio de la crítica histórica. Los presupuestos racionalistas de Strauss consideran míticamente: a) todas las narraciones de milagros y todo lo que es contradictorio a las leyes conocidas y universalmente válidas a la continuidad histórica y del curso físico, y psíquico; b) todas las narraciones que reflejan las ideas o esperanzas mesiánicas de la época; c) todos los textos de carácter poético o literario. “Escuela liberal” de la “Leben-Jesu-Forschung”: intenta escribir una vida de Jesús y trazar incluso su itinerario psicológico a partir de fuentes “históricamente puras” (es decir del evangelio de Marcos y de la Quelle). Finalidad: liberar la imagen de Jesús de las incrustaciones dogmáticas introducidas ya por la comunidad primitiva, y continuadas después. A. Harnack: Esencia del cristianismo (1900). opone el mensaje claro y simple de Jesús al dogma cristiano. Jesús no enseñó ningún dogma, ni hizo ningún milagro ni fundó ninguna religión. Su mensaje era la simple idea de que Dios es Padre de todos y por ello el amor universal. Jesús no es el hijo de Dios, sino un hombre que ha tenido una experiencia excepcional de la paternidad divina. A. Schweitzer publicó en 1906 su Historia de la investigación de la vida de Jesús, que venía a ser una “historia de las historias de Jesús”. A partir de Reimarus todas las “vidas de Jesús” respondían no en realidad a los evangelios, sino a representaciones acomodadas a la situación de los intérpretes. Cada época, cada autor veía a Jesús según los moldes de su tiempo, según los ideales sociales y humanitarios de cada época. En definitiva, denuncia la sustitución de las ideas dogmáticas por los presupuestos sociales, filosóficos y teológicos de los diversos autores. La Escuela escatológica: Sólo puede llegarse a una comprensión de Cristo si se tiene en cuenta que Jesús y los suyos compartieron las ideas reinantes de su tiempo acerca de la inminencia de la era mesiánica de salvación. J. Weiss: Jesús esperaba un reino futuro que llegaría sobrenaturalmente. Al ver frustradas sus esperanzas consideró que su muerte era el precio para conseguir la dignidad de Mesías en la parusía que tendría lugar después de su muerte. W. Wrede, A. Schweitzer y A. Loisy: la mesianidad de Jesús, tal como la encontramos en los evangelios, es un producto de la comunidad que organizó la historia. Jesús y sus discípulos esperaban la inmediata llegada del fin del mundo. Como sus esperanzas aún después de la muerte de Jesús no se cumplían, la primitiva comunidad se vio obligada a corregir sus ideas acerca del Mesías y del reino de Dios. Así se explica la aparición de la Iglesia: “Jesús anunciaba el reino de Dios, y lo que llegó fue la Iglesia” (Loisy). 16.2.2. No a Jesús, sí a Cristo Las investigaciones acerca del Jesús histórico acabaron en un escepticismo general, lo cual provocó una reacción en algunos círculos protestantes. se puso el acento en una fe en Cristo independiente de la historia de Jesús. M. Kaähles:(1892) “El pretendido Jesús de la historia y el Cristo real de la Biblia”: defiende que el Jesús histórico del que se ocupan los escritores modernos oculta el Cristo real de la Biblia. El único Jesús auténtico es el Cristo de la predicación y de la fe, ya que ésta representa el único medio capaz de ponernos en comunicación con el Cristo vivo en el presente de la Iglesia. Introduce la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo del Kerigma. Es éste último el que interesa, porque del Jesús histórico sabemos muy poco. Esta postura, llevada al extremo, será la de Bultmann. R. Bultmann (+1976): En síntesis su pensamiento es el siguiente: 1. Los evangelios son confesiones de fe, que ofrecen el Kerigma, es decir el Cristo predicado. No les interesa la crónica de la vida de Jesús, ni su personalidad moral, ni su acción. Lo importante es el hecho mismo (dess) de la existencia de Jesús como lugar de la respuesta eficaz de Dios a la pregunta del hombre sobre el sentido de su existencia. El contenido (was) carece de interés. 2. De Jesús no podemos saber prácticamente nada, excepto que ha existido, que ejerció el ministerio de rabino, y que murió en la cruz en la época de Poncio Pilato. Los evangelios no son un relato de testigos oculares, sino creaciones posteriores de la comunidad. Los mismos evangelios se presentan como una colección de trazos o “formas”, unidos después (Formgeschichte ); lo que verdaderamente importa no son los hechos históricos brutos (historisch) sino el acontecimiento cargado de sentido (geschichtlich). 3. Entre el jesús de Nazareth y el Cristo del Kerigma hay continuidad material, pero discontinuidad teológica. El Kerigma se ha expresado de una forma mítica. Todo ello revela influencias del helenismo, gnosticismo y judaísmo. 4. El Kerigma debe ser rigurosamente interpretado. La desmitificación consiste en no en apartar el elemento mítico sino en interpretarlo y traducirlo al lenguaje accesible a la generación de la técnica del s. XX. Al mismo tiempo hay que verterlo a las categorías existenciales, para que el NT conduzca al hombre a la opción decisiva que exige el Evangelio: el paso de la existencia inauténtica del pecado a la existencia auténtica de la fe. 5. Se da una contraposición entre la historia y la fe, lo cual no afecta a la fe que es puro salto . Se muestra aquí los postulados luteranos de la fe: la fe no tiene más justificación que la fe misma. La fe no puede depender de la investigación histórica. La preocupación por legitimar históricamente la fe, anula la fe. Bultmann aboca a un fideísmo radical. 16.2.3. Sí a Jesús el Cristo Las reacciones provocadas por una posición radical como la de Bultmann se dieron en diversos ámbitos, especialmente en ambientes protestantes. Surgió la oposición a una separación, e incluso a una antítesis entre Kerigma e historia. Jesús no puede ser sólo una punctum mathematicum o una cifra, sino que es necesario que haya una verdadera continuidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de los evangelios. E. Kösemann: propuso en una conferencia pronunciada en Marburgo en 1953 una revisión de los postulados del exegeta, y señala por tanto el principio de la contestación de sus tesis fundamentales. Quiere abrir una vía entre el planteamiento historicista y positivista de la teología liberal y la posición anti-histórica y fideísta de la teología kerigmática de Bultmann. Si se separan al Cristo del Kerigma del Jesús de la historia se corre el riesgo de transformar a Cristo mismo en mito, es decir una ideología sin figura ni cuerpo. Si el Señor glorificado no tiene el mismo rostro del crucificado, entonces se da una sustitución de Jesús por un fantasmagórico e inaferrable ser celestial. En resumen, es la misma fe, la fe de los apóstoles, la que exige la certeza de la identidad entre el Jesús terrestre y el Cristo glorificado. G. Bornkam , J. Jeremías: reivindican la posibilidad y la necesidad de estudiar y conocer el Kerigma; no se puede alcanzar al Jesús histórico haciendo sistemáticamente abstracción del Kerigma; y a la vez, el anuncio cristiano primitivo está indisolublemente ligado a un acontecimiento que ha tenido lugar en nuestra historia. H. Schürmann: Católico. trata de establecer la continuidad entre las palabras de Jesús trasmitidas después de la pascua y su origen pre-pascual. Hay una continuidad en la fe de los discípulos en la palabra y obra de Jesús antes y después de la Pascua, lo cual permite concluir en la continuidad también de la tradición de sus mismas palabras. Conclusión: 1. No es legitimo una investigación unilateral de la historia de Jesús, o del Kerigma. 2. Hay una continuidad histórico-teológica entre el Jesús de la historia y el Cristo del Kerigma. 3. Hay una unidad inseparable entre el Jesús histórico y el Cristo glorificado, y esta unidad está en el núcleo de la cristología.
16.3. Historicidad de los evangelios
Del recorrido por las diversas posturas se desprenden varias observaciones elementales: a) los evangelios no pueden ser leídos como una libro de historia moderno; son históricos porque contienen historia, pero son algo más que libros de historia. b) la historia que contienen es fundamental para la fe y la existencia cristianas. c) la apreciación histórica de los evangelios depende también de factores subjetivos —no históricos— de los lectores. Aspectos generales y comunes a los evangelios: 16.3.1. El conocimiento histórico Acceso a la realidad de la historia con el método que es coherente con ella. El término “historia” tiene dos sentidos: Geschichte (designa la historia vivida con un sentido) e Historie (historia contada). Así se entiende la diferencia entre Historia e historiografía, o “historia-realidad” e “historia-ciencia”: Esta última es lo que realmente ha sucedido con todas las implicaciones comprendidas en esa realidad, la primera es la representación en forma de relato de lo que realmente ha sucedido. La distinción es capital. El positivismo histórico que predominó en el s. XIX tendía a olvidar esta distinción y aspiraba a dar una imagen exacta y completa del pasado a partir de fuentes “históricamente puras”, con lo cual se anula la distancia entre la historia realmente sucedida y la ciencia histórica. Los bruta facta que entrega la ciencia, ajenos a toda interpretación, serían la verdad original. Los hechos se presentan en su pura materialidad, de una manera que aspira a imitar el conocimiento de las ciencias naturales. Intento positivista: se apoya en una epistemología acrítica, pretendiendo captar la realidad de la historia en una especie de fotografía. Introduce dentro de los hechos una separación entre lo perceptible y lo que no es objeto de comprobación positiva. Pretende captar de un modo plenamente objetivo lo que está penetrado también de una dimensión interior, subjetiva, razón por la cual se puede hablar de hechos humanos. Esta forma de positivismo está hoy plenamente superada en los historiadores que son conscientes de que no existen los “hechos puros”. La historia no es una ciencia puramente objetiva, porque sus protagonistas son hombres, lo cual significa que los hechos históricos están constituidos por un elemento positivo y por un aspecto interior. El conocimiento histórico se mueve entre dos extremos viciosos: el positivismo (pretende captar toda la realidad reduciéndola a la idea de lo real: positivo) y el agnosticismo históricos (renuncia a conocer la realidad de la historia y se conforma con fenómenos provisionales válidos sólo para el sujeto que percibe o subjetivismo). Conclusión: La pretensión de exactitud y de plenitud debe ser necesariamente moderada por el hecho de que la “fuentes” del conocimiento permiten una “reconstrucción” histórica válida hasta cierto punto, pero que en todo caso exigen una interpretación. De aquí surge una doble convicción: a) es difícil manejar los hechos, y. b) a la hora de la interpretación es necesario alcanzar el sentido impreso en los hechos, y conocer los principios-presupuestos que afectan directamente a la interpretación. Presupuestos de los que parte el estudio histórico: es un aspecto de la hermenéutica. Filosóficos, científicos y de formas generales de ver la realidad, que pueden afectar positiva y negativamente al conocimiento de la historia. Así sucedió con la interpretación ilustrada liberal: toda narración que fuera más allá de los postulados filosóficos o ideológicos de que se partía se le debía negar el carácter histórico. También en el creyente se encuentran unos presupuestos que son activos a la hora del conocimiento histórico de los evangelios. El conjunto de esos presupuestos es la tradición. Existen en algunos autores reticencias a reconocer una función a la tradición como norma interior del conocimiento histórico de los evangelios. La presencia de la tradición impediría la prosecución de un método histórico-crítico verdaderamente científico, y contaminaría la investigación con elementos no históricos. Esta dificultad carece de suficiente base por varias razones: En primer lugar, porque la investigación histórica no es el único modo de acceder a la realidad. La distancia entre historia-realidad e historia-ciencia hace inevitable la presencia de presupuestos no históricos que se refieren a la misma realidad. La renuncia a eso presupuestos equivaldría a una cierta vuelta al positivismo. En segundo lugar, porque una vez admitido que los evangelios recogen la predicación anterior, el Kerigma, la cuestión que emerge es la del origen de esa tradición anterior a los textos escritos. La tradición tanto para el historiador como para el exegeta proporciona a sus métodos un ámbito más amplio en el que confluyen las aportaciones específicas de cada uno de ellos. El conocimiento histórico es válido e insustituible, pero no tiene la última palabra, porque la realidad plena supera sus métodos y posibilidades. De este modo la tradición, síntesis anterior a la investigación histórica, protege al método de una posible deriva criticista. La consecuencia de la presencia de la tradición implica que no existe una investigación histórica de Jesús que pueda considerarse neutra. 16.3.2. Principios de interpretación 16.3.2.1. El principio dogmático Según este principio, la verdad que la S.E. enseña “firmemente, fielmente y sin mezcla de error” es la verdad que Dios por nuestra salvación (nostrae salutis causa ) quiso que fuere consignada en las sagradas letras” (DV 11). La veritas salutis comprende también los hechos ligados a la historia de la salvación considerados precisamente en cuanto están relacionados con la salvación. En virtud del principio dogmático no todos los hechos narrados en los evangelios tienen la misma importancia. Hay hechos fundamentales para la salvación que forman parte del núcleo central del cristianismo: que Jesús haya muerto y resucitado, se haya presentado como el Cristo y el Hijo de Dios, etc., y hechos narrados en los evangelios que son accidentales, o que están presentes en el texto, pero no inciden en la forma como la salvación tiene lugar. Uno modo de resolver las diferencias ha sido, ya desde S. Agustín, el concordismo. Sin embargo se acercaba a la solución moderna al afirmar que más allá del contenido material de las palabras se debe buscar la intención del que habla: es decir, se debe entender cuál es el genus locutionis (género literario): 16.3.2.2. El principio literario Permite hacerse cargo del proceso de elaboración de los evangelios y de la naturaleza del género “evangelio”. Los evangelios han pasado hasta llegar a nosotros por tres estados (traditiongeschichte): a) Evangelistas: Los textos que poseemos son composiciones teológicas con la intención particular de cada evangelista (Redaktiongeschichte); b) ellos proceden de un estrato anterior, el de la comunidad post-pascual en la que se anuncia a Jesús resucitado como Señor y Salvador (Formgeschichte); c) este a su vez procede de la fuente original que es la predicación y la vida de Jesús de Nazareth. Los evangelios son un género literario particular. Características: 1) son proclamación del acontecimiento primero de la historia humana, que es la intervención decisiva de Dios en Jesucristo; 2) son narración de sucesos, y confesión de fe sobre su significado salvífico; 3) se vinculan a una tradición ya formada sobre el acontecimiento Jesús a la luz de la Pascua, del AT y de vida de la Iglesia naciente; 4) se estructuran en forma de narración histórica, y contienen y transmiten historia, pero no son, en cambio, biografías; 5) tienen en mente las comunidades a las que van dirigidos, con sus problemas y necesidades concretas. Resumen: los evangelios son una “historia kerigmática”. Como recuerda la instrucción Sancta Mater Ecclesia; y en Dei Verbum se afirma que los evangelistas redactaron los cuatro evangelios “seleccionando algunas cosas de entre las muchas que ya se habías transmitido oralmente o por escrito, reduciendo otras a síntesis, o explicándolas de acuerdo con el estado de las iglesias, manteniendo finalmente la forma de predicación, de manera que en todo caso, nos comunicaron la auténtica verdad sobre Jesús” (n.19). 16.3.2.3. El principio histórico Las tres fases de la redacción de los evangelios corresponden a los tres estratos históricos fundamentales: Jesús, la comunidad, los evangelistas.. En cuanto responden a tres momentos cualitativamente diferentes cada uno de ellos es identificable a partir de sus propias características, pero ninguno se puede concebir como una realidad aislada o independiente de los otros. El paso de un estrato a otro se apoya en una correcta utilización de los métodos de la “historia de la redacción” e “historia de las formas”, con los cuales se descubre la continuidad literaria, posible por la continuidad histórica original.
16.4. Criterios de autenticidad histórica
Desde 1954 numerosos estudiosos se han ocupado de la búsqueda y fundamentos de criterios de historicidad; tanto en el campo católico como en el protestante. 16.4.1. Criterios fundamentales Aquellos “que tienen un valor propio, en sí mismos, y que por consiguiente autorizan un juicio cierto de autenticidad histórica” 16.4.1.1. Criterio de testimonio múltiple “Se puede considerar como auténtico un dato evangélico sólidamente atestiguado en todas las fuentes de los evangelios (...) y en los otros escritos del NT”. La certeza se basa en la convergencia e independencia de las fuentes, y es mayor si las diversas fuentes se encuentran en formas literarias diferentes. Ej: el tema de la simpatía y misericordia de Jesús aparece en todas las fuentes de los evangelios y en las más diversas formas literarias (parábolas: Lc 15, 11-32; controversias Mt 21, 28-32; relatos de milagros: Mc 2, 1-12). En su aplicación concreta a los evangelios la mayor dificultad es la de constatar la controversia de las fuentes precedidas de una tradición oral. En consecuencia se apoya en la fidelidad de la tradición oral a la realidad de Jesús, fidelidad que no se puede poner legítimamente en duda. El criterio de testimonio múltiple es de primer orden, sobre todo en lo que se refiere a los trazos fundamentales de la figura, de la predicación, y de la actividad de Jesús. 16.4.1.2. Criterio de discontinuidad “Se puede considerar como auténtico un dato que no puede reducirse a las concepciones del judaísmo o a las concepciones de la Iglesia primitiva”. Este criterio es aceptado por la práctica unanimidad de los autores. Con este criterio se pueden atestiguar expresiones singulares o actitudes particulares de Jesús, como el uso de Abba, la expresión amén, el paralelismo antitético, el “Yo soy - Yo os digo”. Obra también respecto a hechos como el Bautismo de Jesús, los defectos de los Apóstoles, el uso de expresiones como “reino”, “Hijo del Hombre”, etc. No sería lícito usar de modo exclusivo este criterio y negar la historicidad de todo lo que en los evangelios está en continuidad con el judaísmo y la Iglesia primitiva. Razonar de ese modo equivaldría hacer de Cristo un ser intemporal, y aceptar el prejuicio contemporáneo infundado de que la Iglesia ha sido una deformación de todo lo que concierne a Jesús. 16.4.1.3. Criterio de conformidad (de continuidad o de coherencia) “Se puede considerar como auténtico un dicho o un gesto de Jesús en estrecha conformidad, no sólo con la época y el ambiente de Jesús (ambiente lingüístico, geográfico, social, político, religioso), sino además y sobre todo íntimamente coherente con la enseñanza esencial, con el corazón del mensaje de Jesús, a saber, la venida y la instauración del reino mesiánico”. Con este criterio se justifica la historicidad de las parábolas del reino, las bienaventuranzas, la oración del “Padrenuestro”. El criterio de conformidad permite situar a Jesús en su tiempo, y en la cultura y tradiciones de su época. A la vez, el criterio de discontinuidad permite captar su originalidad y singularidad. Ambos criterios no se pueden aislar como si se tratara de dos absolutos, sino que se deben iluminar mutuamente. 16.4.1.4. Criterio de explicación necesaria (Latourelle) “Si, ante un conjunto considerable de hechos o de datos que exigen una explicación coherente y suficiente se ofrece una explicación que ilumina y agrupa armónicamente todos esos elementos, podemos concluir que estamos en presencia de un dato auténtico (hecho, gesto, actitud, palabra de Jesús”. Este criterio es la aplicación del principio de “razón suficiente” al terreno del derecho o de la historia. Con el criterio de explicación necesaria se accede a la conciencia histórica de Jesús, que manifiesta la presencia en El de quien no es solamente hombre, sino presencia real de Dios. 16.4.2. Criterio secundario o derivado Es el resultado del análisis y aplicación de los criterios fundamentales; es lo que se puede llamar el criterio de Jesús, no referido tanto al estilo literario cuanto a aquello que caracteriza a su personalidad y permite identificarlo como fuente de expresiones o hechos. Con este criterio se puede analizar el lenguaje de Jesús, que se caracteriza por una conciencia de sí mismo, de una majestad, autoridad, sencillez, etc. singulares; también su comportamiento, en el que resplandece las mismas características junto a un amor y bondad extraordinarios. Simplicidad, sobriedad y autoridad emerge como rasgos característicos de Jesús. 16.4.3. Criterios mixtos Aquellos en los que los indicios literarios entran en composición con uno o con varios de los criterios históricos. 16.4.3.1. Inteligibilidad interna del relato “Cuando un dato evangélico está perfectamente inserto en su contexto inmediato o mediato y es además perfectamente coherente en su estructura interna, se puede pensar que se trata de un dato auténtico”. Por sí mismo no constituye un criterio de autenticidad histórica. Para serlo, necesita apoyarse en los criterios fundamentales. 14.4.3.2. Interpretación diversa y acuerdo de fondo La interpretación diversa de una enseñanza o de un milagro corresponde a la actividad redaccional. Las diferentes interpretaciones que se dan, según la peculiaridad de cada evangelista, atestiguan la riqueza del único mensaje que nos es revelado. Así sucede, entre otros, con la parábola del banquete, interpretada de diversa forma por Lucas (Lc 14, 16-24) y por Mateo (Mt 22, 1-14). Se da un acuerdo general en el hecho, pero diversidad de interpretaciones; éstas se deben a la riqueza misma del acontecimiento. En conclusión se puede afirmar lo siguiente: (1) La historicidad de los evangelios se apoya en el uso convergente de los criterios. (2) Con los criterios aplicados rigurosamente “casi la totalidad del material evangélico se ve recuperado” como lo muestran los estudios particulares de varios exegetas. (3) Debe cambiar la actitud del historiador frente a los evangelios. Lo infundado del prejuicio sistemático que se ha mantenido durante más de un siglo de sospecha de la historicidad evangélica, debe ceder el puesto a la actitud más coherente y racional de que los evangelios merecen confianza.